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Capítulo 14 La Fidelidad-Infidelidad y los Celos De los aspectos en las relaciones de pareja, la infidelidad parece ser uno de los más polémicos a la hora de discutir su ¿por qué?, ¿cómo? y ¿para qué?. Las personas en su contexto cultural, se ven fuertemente influidas por diferentes normas y valores que su entorno les impone y que en ocasiones reconoce como válidas, así también con aquellas que considera poco aceptables. En nuestro medio cultural, existen muchos valores aceptados implícitamente, que en definitiva prescriben una forma de "deber ser". Resulta notable que, para las relaciones de pareja, la fidelidad, posee una alta valoración. Otorga una importante cuota de aceptación social, que si bien es cierto, muchas veces se pasa por alto, su consideración es para la mayoría de las personas innegable. Desde los inicios de la historia del ser humano, se reconoce la necesidad de formar pareja, de vivir con otro, de compartir a modo de satisfacer necesidades de afecto, de contención, biológicas y de reproducción. Sin embargo, a pesar de la intención de compartir y de vivir juntos, las parejas muchas veces se ven enfrentadas a vivir episodios de Infidelidad. Si bien es cierto, esto no es algo por lo que pasan todas las parejas, constituye para muchas una amenaza de las que pocas han podido escapar (Morales y Gálvez, 1993). Algunos estudios y aproximaciones estadísticas1 argumentan que en un 75% de los matrimonios, alguno de los dos es infiel (Lobby, 1977); cerca del 55% de hombres y 45% de mujeres casadas tienen aventuras (Scorf, 1987); la incidencia de la infidelidad tiene un incremento en la mujer joven, considerando que pudiera influir la participación de mujeres en la fuerza de trabajo, ya que les permite tener mayores oportunidades (Lawson, 1988). Para Thompson (1989) las mujeres tienden más a involucrarse emocionalmente en una relación extra-pareja, en cambio los hombres tienden a interesarse más en el sexo. Las mujeres ven al sexo como consecuencia de la intimidad emocional, mientras que para los hombres el sexo es en si mismo el camino a la intimidad (Gottman y Krokof, 1989). De esta forma nos podemos dar cuenta que la infidelidad es un fenómeno que más frecuente de lo que pudiera parecer y está íntimamente relacionado los conceptos modernos de matrimonio, familia nuclear y propiedad privada. La diada fidelidad-infidelidad no siempre ha existido, estos conceptos se han creado y han evolucionado con los movimientos sociales y económicos históricos. Desde las hordas donde el hombre y la mujer eran nómadas y no existía el matrimonio, el incesto o la fidelidad, pasando por la monogamia exclusiva que pretendía garantizar la paternidad, y el matrimonio convenido por razones sociales y económicas, hasta la formación de la pareja moderna por “amor”.

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Antología Taller Superior (2005). Apuntes de “Infidelidad”. Instituto Mexicano de Sexología. Grupo Mérida. 128

Así, bajo esta misma evolución sociocultural podemos considerar que la infidelidad es un producto del sistema social y cultural en donde existe una trasgresión implícita o explícita al contrato del matrimonio monógamo. Considerando que una de las restricciones más frecuentes para la sexualidad es que el placer sexual sólo debe darse dentro del matrimonio, entonces aparentemente encontrar la fidelidad depende de la decisión personal de obtenerla y de mantenerla sustentándola en un cariño que perdure a través del tiempo independientemente del contrato matrimonial. Permanecer fieles representa es esencia la capacidad de continuidad amorosa, y tal parece que los seres humanos, en nuestras relaciones, tendemos peligrosamente a la discontinuidad. Por eso, es que se considera a la fidelidad como un logro, una conquista perdurable que debe estas basada en el amor, asumiendo el riesgo de que está no será eterno y mucho menos inmutable (Rosenzvaig, 1999) Por otra parte, Zumaya (2003) considera que la infidelidad puede ser conceptualizada como un continuo que va desde el involucramiento emocional que contenga los elementos de atracción física y/o emocional, hasta la ocurrencia eventual o continua, con o sin involucramiento emocional del ejercicio de la sexualidad fuera de la relación de pareja, casada o no, homo o heterosexual que suponga una exclusividad sexual. Algunos hallazgos en investigaciones2 mencionan que para los hombres el hecho de tener relaciones extra-pareja se presenta como una manera de autoafirmarse, de certificar su masculinidad y virilidad, así como de demostrar su capacidad para satisfacer a más de una pareja, sus relaciones se inician generalmente de manera sexual y posteriormente pueden llagar a involucrarse afectivamente con su nueva “conquista”. Ellos son infieles porque sienten que su pareja no hace un esfuerzo por satisfacerlos sexualmente en calidad y cantidad de relaciones sexuales que tienen o porque hay mayor aceptación de la infidelidad por parte de su pareja o simplemente porque creen que es factible que un hombre pueda ser infiel (klemer, 1977; Reiss, Anderson y Sponangle, 1980; Thompson, 1983; Rubin y Jones, 1986). Para las mujeres la infidelidad esta asociada principalmente a sentimientos de soledad, aburrimiento, insatisfacción marital, al no reconocimiento de su autonomía, es decir, intenta satisfacer principalmente las necesidades afectivas no cubiertas dentro de su matrimonio, por lo que las relaciones extra-pareja son el reflejo de un bajo afecto y funcionalidad en la relación (Bell, Turner y Rosen, 1975; Walster, 1971; Díaz-Loving, Pick de Weiss y Andrade, 1998; Casino, 1989; Bonilla 1993). Estudios realizados en México indican que las mujeres son infieles cuando están aburridas, cuando no se llevan bien con su pareja, cuando perciben poco amor, pasión o comprensión en su relación, cuando mantienen su relación por interés económico y cuando permanecen

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Bonilla, P. Hernández, A. Andrade, P. (1998). Actitudes hacia la infidelidad y su relación con algunas variables sociodemográficas. La Psicología Social en México. Vol. VII (188-192) 129

en la relación por motivos diferentes al amor, la atracción interpersonal y la seguridad emocional (Alvarado, Ojeda, Rivera y Díaz-Loving 1996). En México las actitudes hacia la infidelidad también tienen sus variantes, por ejemplo las parejas con más tiempo de casados, las personas de baja escolaridad, las personas de provincia, tienen actitudes más favorables a la infidelidad (Bonilla, Hernández y Andrade, 1998). En un estudio transcultural Bonilla, Camacho y Hernández (1995) encontraron como principal causa de infidelidad las expectativas no cumplidas, los rasgos de personalidad como segunda causa y los valores culturales que varían de un lugar a otro. Por otra parte, algunos autores (Lake, y Hills 1980; Strean 1982) han encontrado efectos benéficos en la infidelidad, ya que ésta se presenta como un escape a los problemas dentro de la relación y permite a la persona infiel revaluar a su pareja y a la relación como tal, permitiendo, ya sea reafirmar la relación y reconocer los errores cometidos, así como las necesidades propias y de la pareja o bien tomar la decisión de separación al darse cuenta que ya no hay nada que hacer en la relación (citados en Reyes, Diaz-Loving y Rivera, 2000). Para Chamy (1992) existen tres patrones de interacción de la pareja que es infiel: - Compromiso hacia la relación, pero necesidad de un sentimiento ausente en ella o bien necesidad de vivir otra experiencia. - Ausencia de compromiso hacia la relación de pareja a la que se suman indiferencia, manipulación y explotación del compañero(a). - Ausencia de compromiso a la que se suman una búsqueda hedonista de placer e incapacidad para tolerar y contender las tensiones del proceso de pareja. El enfoque sistémico considera a la infidelidad como una situación que se define relacionalmente y cobra sentido en la coparticipación de ambos miembros de la pareja. En éste enfoque se puede hipotetizar que la infidelidad, entendida como una situación triangular, sirve a varias funciones: -

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Sirve como “regulador de distancia” que mantiene la intimidad emocional y física de una pareja en un nivel seguro, debido a la dificultad de los integrantes de la pareja para lograr un grado intenso de intimidad. Puede proporcionar excitación a una relación aburrida y desvitalizada Puede ser usada como un “medidor” que posibilita a la pareja su compromiso mutuo y hacer la elección pertinente, en el sentido de continuar o no juntos. Sirve como escape a las tensiones de la pareja.

Así mismo, para profundizar en el entendimiento de la infidelidad es necesario indagar en concepto de “represión sexual”, el cual se puede entender como el conjunto de reglas y sanciones explicitas e implícitas que impiden al individuo la plena expresión de su sexualidad. También se podría describir como la imposición de roles estereotipados en el comportamiento del sujeto según el sexo biológico, independientemente de su carácter individual. La sexualidad y específicamente el coito, como lo demuestra el estudio 130

filogenético de la especie humana, tiene múltiples funciones: intercambio de DNA, reproducción, socialización, eventualmente cohesión social, amistad, placer, diversión, y búsqueda de posición social o de estatus, entre otras. Sin embargo por razones demográficas, en el curso de los milenios, la reproducción ha sido elevada al único parámetro moral de comportamiento sexual del individuo, en razón de ello se ha condenado la masturbación, el coito interrumpido, el sexo oral, diversas técnicas y posiciones coitales, el feminismo, el aborto, la homosexualidad y la infidelidad entre otras. En razón de esto la heterosexualidad monogámica exclusiva se ha convertido en la única opción socialmente aceptada. Así la represión sexual reduce la pluralidad de la expresión humana al monismo de la reproducción obligada (Cole, 1995). En este sentido, la fidelidad surge como un elemento de control que busca garantizar cierto orden social. Sin embargo, parece ser que dichos controles han encontrado en la infidelidad una válvula sociocultural de escape para seguir manteniendo cierto orden. Si bien la infidelidad es un fenómeno social complejo es importante deshilvanar sus características y peculiaridades más allá del simple juicio moral. Es indispensable entender el entramado cultural en el que están inmersas las parejas, los controles sociales a los que se ajustan los modelos de relación, los estereotipos de género, los rasgos de personalidad, los intereses y motivaciones que finalmente llevan a las personas a unirse en pareja. Por otra parte, es indispensable no etiquetar o describir recetas para todos los casos, ya que cada pareja es una construcción particular y diferente. Al mismo tiempo, es importante advertir de las consecuencias positivas y negativas de la infidelidad tanto para la persona como para la pareja en un sentido psicológico y social. Los celos Según Reidl (2002), existe diversas concepciones de la emoción de celos: han sido tratados como una disposición o rasgo de personalidad; una emoción compleja; una etiqueta de una situación o una explicación de lo sentido en una situación, Esto complica su aproximación y estudio científico y al mismo tiempo plantea un reto para los investigadores. Indudablemente se tiene que acceder una postura cognoscitiva-culturalista o etnográfica para entender que son los celos, pues se dan en situaciones eminentemente sociales, ya sean en interacciones diádicas de uno u otro tipo, o en pequeños grupos. Pero independientemente del escenario y los personajes involucrados, lo importante es la interpretación, significación o construcción que se hace de la situación para poder apreciar (sentir) como provocadora de celos. Estos mismos autores señalan a los celos como la percepción subjetiva de una pérdida real o potencial de la pareja frente un rival. Más tarde, Hupka (1984) señala que los celos no son en sí una emoción, que las reacciones emocionales quedan definidas como celosas debido a las situaciones en las que ocurren. Caracteriza a los celos como una etiqueta que describe la situación que los provocó o como un concepto que explica las emociones o sentimientos, comportamientos y estilos de afrontamiento que se dan en la situación provocadora de celos (Hupka y Eshet, 1988).

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Owsley (1981) caracteriza la estructura de los celos señalando que consiste de cuatro aspectos: 1) es una relación tripartita que involucra a un sujeto, un objeto y una tercera persona por la cual se sienten los celos; 2) comprende un arreglo peculiar de igualdad y desigualdad; 3) el progreso de los celos procede de un si mismo o self vacío que se enfrenta a un objeto completamente valioso y a un rival totalmente desarrollado hasta una posición donde el objeto se vuelve cuestionable y se degrada al rival; 4) este progreso se ve tanto facilitado como obstaculizado por un tipo especifico de reflexión. Define a los celos como una pasión que le llega al individuo desde fuera. Parece que los celos en todos los casos consisten de tres partes o aspectos: a) la victima o celos; b) un objeto valioso pero neutral acerca del cual siente celos; c) el perpetrador del desequilibrio moral entre las expectativas y las recompensas. Para Taylor (1988) los aspectos centrales de los celos pueden ser el sentido de protección o la hostilidad sentida, o ambos. Existen celos-objeto y celos-estado. Los celos-objeto son los celos protectores: se sienten celos del amor o atención del otro que se creía poseer o que se tuvo, y que aun se cree que por derecho es de la persona. Los celos-estado ponen énfasis en la hostilidad dirigida, hacia el otro: se sienten celos de la persona que amenaza transferir o tomar para si misma el amor o atención que el individuo pensaba o esperaba era de él, o en cualquier caso debería ser de él. En este caso el blanco mas obvio de hostilidad es la tercera persona, pero también puede ser el amado o pareja al haberse mostrado como una persona poco confiable. En su teoría cognoscitiva de los celos Mathes (1991) indica que probablemente lo que califica como celos es aquella situación en la que la evaluación primaria de la misma en relación con la persona, su pareja y el rival es negativa; y donde las relaciones emocionales más comunes son depresión y angustia ante la posible pérdida de la relación, y enojo hacia el rival. Ante la infidelidad de la pareja se siente dolor emocional, y éste provoca enojo y deseo de venganza. Los celos se sienten cuando una persona se ve amenazada por la pérdida de una relación importante con otra persona (la pareja o compañero) frente a un rival (por lo general otra persona, pero no necesariamente) (Parrott, 1991). El caso común de los celos involucra una relación romántica, pero es imposible denotar que también ocurre en otro tipo de relaciones: entre hermanos, entre amigos, entre empleados que comparten al mismo jefe, entre estudiantes de mismo profesor, etcétera. Los celos involucran un triangulo. Uno de los lados del triangulo representa la relación entre dos personas: la persona celosas y el compañero; el otro lado personifica la relación entre el compañero y el rival; y el tercer lado significa las actitudes de la persona celosa hacia el rival. Cuando los celos son de hecho, las experiencias características dependen de los que se atienda: si se dirige a la perdida de la relación, se siente tristeza; si se mira la traición ya sea de la pareja o del rival, se siente enojo o dolor; si se atiende la propia carencia se siente depresión y angustia; si se va a tener que enfrentar la nueva situación, se siente angustia; y por último cuando se atiende a la superioridad del rival lo que se siente es envidia. Las caracterizaciones revisadas presentan a los celos como una emoción compuesta, durante la cual se presentan diversas reacciones afectivas o sentimiento, juntos o en 132

secuencia, casi siempre referidos a emociones llamas básicas (miedo, enojo, tristeza). Se presentan también reacciones conductuales o comportamientos orientados: a controlar la situación, lo que se siente y lo que se hace; y modificar la situación para que termine. Se describe como provocados por una situación en la que intervienen, por lo menos tres elementos: el celoso, el celado y el rival; una característica común es el hecho de que el rival produzca la impresión o interpretación de quitarle al celoso algo valorado (la calidad de la relación, la relación misma, o la atención formativa recibida. El retiro de aquello valorado pude traer como consecuencia que el celado se sienta inferior, disminuido, desvalorizado en su imagen de sí mismo. La mayoría de las caracterizaciones hacen mención más o menos explícita de la importancia del aspecto cognoscitivo: la interpretación, significación o construcción de la situación lo que implica la necesidad de tomar en cuenta los aspectos culturales donde se dan los escenarios de celos, puesto que el sujeto requiere del repertorio de creencias asociadas a los diferentes indicadores que la cultura ha establecido como señal de que dicha relación, o su calidad, esta o puede estar en peligro. (Reidl, Guillén, Sierra y Joya, 2002) Los celos se han definido como una emoción compleja (Sommers, 1988) y los celos patológicos serían un trastorno de esta emoción. Partiendo de una alteración afectiva emoción anormal se ponen en marcha conductas moldeadas por este estado afectivo en las que los pensamientos, los impulsos, las percepciones y, en general, todas las funciones psíquicas se alteran profundamente, pero solo en relación con la emoción perturbadora, es decir, conservando plena normalidad de criterio para todos aquellos temas que no se refieran a sus celos. La disyuntiva entre naturaleza instintiva y naturaleza social de los celos es estéril. Es absolutamente cierto que cualquier ser vivo capaz de un sentimiento (no es preciso que se acompañe de una idea) de propiedad es capaz de adoptar una conducta celosa. Los celos, pues, constituyen un fenómeno universal del que no escapa la especie humana en ningún periodo ni en ninguna cultura. La Biblia, aparte del pasaje trascrito referente a Caín, habla a menudo de distintos aspectos de los celos: José, hijo menor de Jacob, fue vendido por sus hermanos a los ismaelitas porque amaba Israel a José más que a todos sus hijos, por haberle engendrado en la vejez, y le hizo una túnica bordada de varios colores...(Génesis 37,68). Si bien de todo lo hasta aquí comentado puede deducirse que el sentimiento de los celos es innato, no cabe duda que determinadas conductas lo estimulan y fomentan, mientras que otras tienden a minimizarlo; en este sentido, pues, los celos obedecen, en su desarrollo, a factores socio-culturales. Y con esta adjetivación nos referimos tanto a la macrosociedad en la que el sujeto está genéricamente inscrito como la microsociedad próxima y familiar en que se desarrolla; ambas esferas tienen sus valores, sus criterios, sus tabús, que no siempre comparten. Los aspectos transculturales de los celos son evidentes y aceptados por quienes los han estudiado (Bhugra, 1993; Buunk, Hupka, 1987). A los condicionantes socioculturales hay que añadir factores individuales tales como características de la personalidad y nivel de autorealización del sujeto, nivel que según Hawkins (1990) guardaría una relación inversa con la propensión a ser celoso. 133

Cuando los antropólogos han pretendido describir alguna sociedad en la que los celos eran desconocidos suelen referirse a los celos sexuales, en el contexto de estructuras sociales muy peculiares en las cuales está ausente no solo el sentimiento de pertenencia mutua, característico de la monogamia, sino también el de pertenencia al marido, propio de culturas poligínicas en que la mujer es comprada a la familia parental. Así, por ejemplo, cuando Linton (1945) dice, refiriéndose a la cultura de las islas Marquesas, “muy pocas, o ninguna, eran las manifestaciones ostensibles de celos por parte del hombre en el matrimonio”, explica que esta cultura se caracterizaba por un modelo en el que “el término comunidad doméstica es más apropiado que el de familia para designar la unidad social básica en aquellas Islas”. Esta comunidad estaba integrada por el marido principal, la esposa o esposas y los maridos secundarios. En estas agrupaciones el número de varones era prácticamente siempre superior al de mujeres y, dice este autor, cualquier manifestación de celos se consideraba de muy mala educación. En oposición a esta sociedad permisiva, que consentía los juegos sexuales en la infancia, la promiscuidad en la adolescencia y toleraba relaciones sexuales sin vínculo afectivo en las fiestas, hay otras sociedades que fomentan los celos sexuales: las fundamentalistas islámicas y, en determinadas épocas, nuestra propia cultura, tan bien reflejadas por los escritores del Siglo de Oro. Los movimientos feministas surgidos del mayo de 1968 plantearon la posibilidad de que las relaciones abiertas, no monogámicas suprimirían los celos mientras que consideraban la monogamia el caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de los celos sexuales (Robinson, 1977). Pero no solo los celos sexuales sino también los infantiles, los familiares, los profesionales, los artísticos, los de status, etc., pueden venir condicionados por pautas sociales. Es obvio, pues, como se ha dicho más arriba, que los celos son un fenómeno universal -instintivos, al parecer de algunos autores- que puede venir aminorado o acrecentado por el entorno. Es evidente también que, en sus formas menores, cabe considerar no patológicas, pueden tener ocasionalmente un cierto valor positivo, mientras que en su vertiente patológica son causa de graves trastornos, como muy bien comenta (Mira, 1954). Cuando nos referimos a adultos o a adolescentes la palabra celos nos hace pensar de inmediato en un sentimiento - y en una conducta- de un miembro de la pareja respecto al otro. Sin embargo, la existencia de otros referentes celosos (profesionales, sociales, artísticos, etc,) obliga a adjetivar los celos de pareja como amorosos, sexuales o, como hacen algunos autores anglosajones, románticos. Ninguno de estos adjetivos abarca todas las posibilidades: unas veces los celos se tienen de una persona que es la pareja de otra y que el celoso querría para sí: otras veces, no es exactamente el amor, sino el amor propio y el sentimiento de posesión el que los provoca; también, en ciertas ocasiones, la posible infidelidad sexual no se contempla, pero se tienen celos de las atenciones que la pareja tiene para y recibe de una tercera persona. La persona celosa, hombre o mujer, se siente poseedor absoluto y exclusivo del otro miembro de la pareja. Esta actitud no supone, por fuerza, reciprocidad; el celoso puede permitirse -y de hecho, muchas veces se permite- para sí libertades de las que no toleraría al 134

otro la milésima parte. Para el celoso, la persona apetecida no debe ser apetecible a nadie más, incluso cuando esta persona, legal o socialmente está vinculada a un tercero y no a él. Si bien lo común es que el individuo celoso lo esté en función de creer en un acontecer actual, no es rara la existencia de celos retrospectivos y, con menor frecuencia, prospectivos. En el primer caso el sujeto sufre porque su actual pareja ha amado y ha sido amada, es decir, a su entender ha pertenecido a otra persona. Basta, a veces, para desencadenar una reacción celosa, la simple mención del nombre o el casual encuentro con esta persona o con alguien o algo relacionado con ella; en ocasiones, no importa que esta persona ya no exista. Los celos prospectivos hacen referencia al temor que en un futuro se produzcan situaciones que, a juicio del celoso, los justifiquen; así, por ejemplo, una mujer puede atormentarse y atormentar al marido prediciendo que cuando ella sea más vieja y menos atractiva, él buscará otra. Las conductas celosas se ponen en marcha muy a menudo tras la ruptura de la pareja. El sujeto que se siente abandonado tiende a pensar que esta situación viene determinada por la aparición de un tercer personaje y reivindica, a veces peligrosamente, “sus derechos” a quien supuestamente ha motivado la ruptura; varios estudios sociológicos lo confirman (Daly y Wilson, 1982). Otros estudios de esta índole coinciden en señalar que la infidelidad sexual del compañero causa en la mujer menor alteración que su infidelidad “emocional” mientras que, por el contrario, el varón se siente mucho mas afectado por cualquier aproximación sexual de su pareja a otra persona. En otros estudios sociológicos (Hawkins, 1990: Bringle, 1995) se analizan los celos en las parejas homosexuales señalando su similitud con las parejas heterosexuales, pero coinciden en que , en varones homosexuales, aún cuando no son infrecuentes las reacciones violentas, las relaciones transitorias fuera de la pareja son, a menudo, mejor toleradas que en los heterosexuales. El fenómeno de los celos es dimensional, no categorial. Queremos decir con ello que, si bien poseen unos aspectos cualitativos comunes, su intensidad varía no solo de un individuo a otro, sino también en un mismo individuo, en este caso, por lo general, acrecentándose con el paso del tiempo. En su forma menor no pueden considerarse patológicos -ya se ha dicho que eran un fenómeno universal- e incluso pueden tener aspectos positivos: un mínimo temor a perder lo que amamos puede inducirnos a cuidarlo mejor, tenerle mas atenciones, procurar su bien Esta dedicación celosa es agradecida por la pareja; en algunos casos su inexistencia se vive como una señal de desamor: en el fondo, si mi pareja teme perderme es que me ama y me valora. Es difícil, y muchas veces arbitrario, saber cuando un sentimiento celoso empieza a merecer el calificativo de patológico. Estrictamente, debería considerarse patológico tal sentimiento a partir del momento que hace sufrir al sujeto, pero todos consideramos normal, por ejemplo, el sufrimiento de un enamorado que se ve rechazado porque el objeto de su amor ha preferido otra persona. Igualmente existe análogo sufrimiento cuando un compañero de trabajo, situado inicialmente al mismo nivel, ha obtenido un ascenso al que el sujeto también aspiraba. El sufrimiento no es, por tanto, condición suficiente - aunque sí necesaria- para otorgar el calificativo de patológica a una vivencia de celos. Cuando la situación que ha despertado los celos se instala permanentemente en la mente del sujeto, desplazando otros pensamientos o prevaleciendo sobre todos ellos y cuando, en 135

consecuencia, su conducta externa viene determinada por esta situación, no para salirse de ella es, entonces, cuando cabe hablar de celos patológicos. El comportamiento inducido por los celos es muy variable, dependiendo en parte de la personalidad de quien los experimenta, de su nivel de autocrítica y, como hemos señalado, de la intensidad del fenómeno. En ocasiones, el sujeto se da cuenta de lo inapropiado de su preocupación, pero no puede obviarla. Como le ocurre al obsesivo, el tema se hace omnipresente, disminuyendo la capacidad de concentrarse en pensamientos alternativos. En estos casos, sobre todo en períodos iniciales del trastorno, el sujeto es capaz de controlar su conducta, respetando el trato correcto tanto con el que considera rival como con la persona que goza u otorga el favor que él cree merecer. El sufrimiento es interno y las manifestaciones externas pueden ser paradójicas, por ejemplo, loando las capacidades o las cualidades de la persona envidiada e incluso cultivando su amistad. Más adelante, o a veces ya desde el principio, el celoso expresa claramente sus sentimientos, procurando desprestigiar al rival, sea éste el presunto seductor de su amada, sea el receptor del trato o de los beneficios que, a su juicio, sólo a él corresponderían. A partir de este punto no sólo sufre el celoso, sino también aquellos que son objeto de sus celos: el cónyuge, que es acusado y muchas veces maltratado, o el rival -amoroso, profesional, social, artístico- que es criticado, difamado o acosado despiadadamente. La vivencia celotípica puede hacerse plenamente delirante. Esto ocurre cuando la convicción es incontrovertible; cuando la seguridad absoluta de que la realidad es tal como el sujeto la vive y ningún razonamiento, ninguna evidencia objetiva, la modifican en lo más mínimo. En estos casos, que hay que admitir que constituyen un trastorno psíquico grave. Hechos tan banales y anodinos como, por ejemplo, la recepción de una llamada telefónica equivocada, cambiarse de vestido para salir de casa, usar perfume o consultar el reloj cuando se acerca la hora en que el cónyuge debe ir al trabajo, son interpretados como pruebas fehacientes e indiscutibles de la infidelidad del cónyuge. En casos de celos profesionales, cualquier conversación del rival con un superior, cualquier referencia al buen trabajo realizado por otro, un simple saludo amable a un tercero, prueban con absoluta certeza la conspiración tramada para perjudicarle.

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