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Antes de la Tormenta 1 Christie Golden AZEROTH LO VA A PAGAR MUY CARO Azeroth se muere. La Horda y la Alianza derrot

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Antes de la Tormenta

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Christie Golden

AZEROTH LO VA A PAGAR MUY CARO Azeroth se muere. La Horda y la Alianza derrotaron a la demoníaca Legión Ardiente, pero las semillas de una funesta catástrofe están germinando en las profundidades de este mundo. En un último acto de gran crueldad, el titán caído Sargeras hirió mortalmente el corazón de Azeroth con su espada. Anduin Wrynn, rey de Ventormenta, y Sylvanas Brisaveloz, Jefa de Guerra de la Horda y reina de los Renegados, apenas disponen de tiempo para reconstruir lo que todavía queda en pie, y aún menos para llorar por lo que se ha perdido. La devastadora herida que ha sufrido Azeroth ha revelado la existencia de un misterioso material conocido como Azerita. En las manos adecuadas, esta extraña sustancia dorada es capaz de realizar increíbles hazañas en el plano de la creación; en las equivocadas, podría provocar una destrucción inimaginable. Mientras las fuerzas de la Alianza y de la Horda intentan descubrir los secretos de la Azerita lo antes posible para poder sanar este mundo herido, Anduin lleva a cabo un plan desesperado cuyo fin es sellar una paz duradera entre ambas facciones. Como la Azerita pone en peligro el equilibrio de poder, Anduin debe ganarse la confianza de Sylvanas, pero la Dama Oscura ha urdido sus propias maquinaciones. Para que la paz sea posible, los derramamientos de sangre y odio que han imperado durante generaciones deben cesar para siempre. Pero hay verdades que ningún bando está dispuesto a aceptar y ambiciones a las que están muy poco dispuestos a renunciar. Ya que tanto la Alianza como la Horda ansían dominar el poder de la Azerita, este conflicto en ciernes amenaza con prender la mecha de una guerra total; una guerra que podría ser la perdición de Azeroth. 2

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Antes de la tormenta Christie Golden Editado por Husserl Marvin 4

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AGRADECIMIENTO El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo, dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas obras. El equipo de Lim-Books (ahora Blizzaddict) les trae este magnífico y muy esperado libro. Que lo disfruten.

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Este libro está dedicado a tres personas que han luchado para que fuera mejor: A Tom Hoeler, mi editor en Del Rey; Cate Gary, mi editora, a solo unos pasos de distancia, aquí en Blizzard; y Alex Afrasiabi, el director creativo de World of Warcraft. Muchas gracias a todos por el amor que le tienen a estos personajes y el mundo, por su atención tanto a los pequeños detalles como al gran conjunto, por explorar este camino conmigo y por querer lograr que Antes de la Tormenta fuera el mejor libro posible.

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PRÓLOGO

Silithus Kezzig Mirlitón se enderezó tras haber estado arrodillado durante lo que parecía haber sido una década al menos, y se llevó sus enormes manos verdes a la región lumbar mientras hacía una mueca de dolor ante la consiguiente cascada de crujidos. Se pasó la lengua por los labios resecos y miró a su alrededor, entornando los ojos por culpa de la cegadora luz del sol mientras se secaba la calva con un pañuelo empapado de sudor. Aquí y allá había enjambres de insectos en continua agitación. Y, por supuesto, había arena por todas partes, la mayoría de la cual iba a acabar dentro de su ropa interior. Como había sucedido ayer. Y el día anterior. Jo, Silithus era un lugar muy feo. Y su aspecto no había mejorado nada con esa espada mastodóntica que un titán furioso había clavado en él.

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Antes de la Tormenta Aquel objeto era descomunal. Gigantesco. Colosal. Y todas esas palabras polisílabas grandiosas y sofisticadas que goblins más listos que él podrían haber utilizado para describirlo. Había sido enterrada en el corazón del mundo, justo aquí, en la pintoresca Silithus. Aunque, por supuesto, el lado positivo de todo aquello era que el enorme artefacto proporcionaba una gran cantidad de aquello que tanto él como otro centenar, más o menos, de goblins estaban buscando en estos mismos momentos. —¿Jixil? —le dijo a su compañero, que estaba analizando una roca flotante con el Espectomática 4000. —¿Sí? —respondió el otro goblin, que miró de cerca los datos, negó con la cabeza y volvió a intentarlo. —Odio este sitio. —¿Ah, sí? Ja. Eso dice mucho de ti y todo bueno. El goblin más pequeño y rechoncho miró hecho una furia el aparato y le propinó un sonoro tortazo. —Ja, ja, muy gracioso —gruñó Kezzig—. No, hablo en serio. Jixil suspiró, caminó fatigosamente hasta otra roca y procedió a escanearla. —Todos odiamos este lugar, Kezzig. —No, hablo realmente en serio. No estoy hecho para este entorno. Yo solía trabajar en Cuna del Invierno. Soy un goblin alegre y jovial al que le encanta la nieve y acurrucarse junto al fuego. Jixil lo fulminó con la mirada. —Entonces, ¿qué pasó para que acabaras aquí y no te quedaras allí, donde no eras un incordio para mí? Kezzig hizo una mueca de disgusto, a la vez que se frotaba la nuca.

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Christie Golden —Lo que pasó es que conocí a la señorita Lunnix Dentabaja. Mira, yo estaba trabajando en su tienda de suministros para minas. Solía hacer de guía para algún que otro visitante que pasaba ocasionalmente por nuestra acogedora aldea de Vista Eterna. Lunny y yo, pues... sí. —Sonrió con nostalgia por un momento y, acto seguido, frunció el ceño—. Pero entonces metió las narices donde no la llamaban y me pilló con Gogo. —Gogo —repitió Jixil con un tono carente de emoción—. Jo. Me pregunto por qué Lunnix se enfadó si, simplemente, te pilló con una chica llamada Gogo. —¡Lo sé! Dame un respiro. Ahí arriba hace un frío del carajo. Así que uno tiene que acurrucarse junto al fuego de vez en cuando si no quiere congelarse, ¿verdad? Bueno, da igual, el caso es que la cosa al final se puso que arde, más que aquí a mediodía. —Aquí no tenemos nada —replicó Jixil. Obviamente, había dejado de prestar atención a lo que estaba contando Kezzig sobre sus problemas en Cuna del Invierno. Dando un suspiro, Kezzig cogió el enorme paquete del equipamiento, se lo colgó fácilmente sobre los hombros y cargó con él hasta donde Jixil continuaba esperando dar con unos resultados positivos. Kezzig dejó caer el fardo al suelo y, entonces, oyeron el estruendoso rechinar de unas delicadas piezas de equipamiento al chocar unas contra otras. —Odio la arena —continuó—. Odio el sol. Y, jo, tío, realmente odio a muerte a los bichos. Odio a los bichitos, porque les encanta meterse en tus oídos y en tu nariz. Y odio a los bichos grandes porque, bueno, son bichos grandes. O sea, ¿quién no odia eso? Es un odio universal o algo así. Pero mi odio en particular arde con la intensidad de un millar de soles. —Creía que odiabas los soles. —Sí, pero...

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Antes de la Tormenta De repente, Jixil se quedó petrificado. Abrió como platos esos ojos magenta que tenía mientras contemplaba la Espectomática. —Lo que quería decir era que... —¡Calla, idiota! —le espetó Jixil. Ahora Kezzig también contemplaba detenidamente el instrumento. Se había vuelto loco. Su aguja se movía descontroladamente hacia delante y atrás. La pequeña luz de la parte superior centelleaba con un rojo intenso e insistente. Los dos goblins se miraron mutuamente. —¿Sabes lo que eso quiere decir? —preguntó Jixil con una voz temblorosa. Los labios de Kezzig se curvaron hasta formar una amplia sonrisa, que reveló casi todos sus dientes mellados y amarillentos. Cerró una mano y con el puño se golpeó con firmeza la palma de la otra. —Quiere decir —contestó— que vamos a eliminar a la competencia.

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CAPÍTULO UNO

Ventormenta La lluvia caía sobre el lúgubre gentío que se dirigía hacia el Reposo del León, era como si el mismo cielo llorara por aquéllos que habían sacrificado la vida para derrotar a la Legión Ardiente. Anduín Wrynn, rey de Ventormenta, se hallaba unos cuantos pasos detrás del podio, desde el cual pronto se dirigiría a los dolientes de todas las razas de la Alianza. Contempló en silencio a la gente a medida que llegaba y se conmovió, pero se mostraba reacio a hablar con ella. Sospechaba que esta ceremonia en que se honraría a los caídos iba a ser la más difícil a la que había tenido que acudir en su relativamente corta vida, y no solo porque empatizaba con los dolientes sino por su propio sufrimiento, ya que se celebraría bajo la sombra de la tumba vacía de su padre. Anduín había acudido a muchas, muchísimas ceremonias en las que se honraba a los caídos en la guerra. Tal y como hacía cada una de esas veces (tal y como creía que debía hacer cualquier buen líder), esperaba y rezaba para que ésta fuera la última. 14

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Pero nunca lo era. De algún modo, siempre había otro enemigo. A veces, el enemigo era nuevo, un grupo que parecía surgir de la nada. O se trataba de algo muy antiguo que llevaba mucho tiempo encadenado o enterrado, de algo supuestamente neutralizado, que se alzaba tras eones de silencio para aterrorizar y destruir inocentes. Otras veces, el enemigo era desoladoramente familiar, pero no por ello una amenaza menor. Anduín se preguntaba cómo su padre había sido capaz de enfrentarse a estos desafíos una y otra vez. ¿Y su abuelo? Ahora se encontraban en un periodo de relativa calma, pero el próximo enemigo, el próximo desafío, llegaría muy pronto, de eso no había duda. No había pasado tanto tiempo desde la muerte de Varían Wrynn, pero al hijo de aquel gran hombre le había parecido una eternidad. Varían había caído en el primer avance de verdad de esta última guerra contra la Legión; al parecer, fueron responsables de su muerte tanto su supuesta aliada Sylvanas Brisaveloz como las criaturas monstruosas alimentadas por la magia vil que vomitaba el Vacío Abisal. Sin embargo, había otra versión de esa historia, que era contada por alguien en quien Anduín confiaba, que sugería que Sylvanas no había tenido otra opción. Anduín no sabía qué creer. Como siempre, se enfurecía cuando pensaba en la taimada y traicionera líder de la Horda. Y, como siempre, invocó a la Luz Sagrada para que lo calmara. Era inútil albergar odio en su corazón hacia esa enemiga que tanto se lo merecía. Además, el odio no le traería de vuelta a su padre. Anduín se consoló pensando que el legendario guerrero había muerto combatiendo y que había salvado muchas vidas con su sacrificio.

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Christie Golden Y en esa fracción de segundo, el príncipe Anduín Wrynn se había convertido en rey. En muchos sentidos, Anduín se había estado preparando toda la vida para ocupar este puesto. Aun así, era perfectamente consciente de que en otros sentidos muy importantes no había estado preparado de verdad. Quizás aún no lo estuviera. La figura de su padre había dejado una tremenda huella no solo en su joven hijo, sino también en el pueblo de Varían... incluso en sus enemigos. Varían, al que se le apodaba Lo’Gosh, o «Lobo Fantasmal», por su ferocidad en combate, había sido no solo un poderoso guerrero con unas habilidades de combate soberbias, sino también un extraordinario líder. Tras la traumática muerte de su padre, durante las primeras semanas, Anduín había hecho todo lo posible por reconfortar a un populacho afligido y anonadado por la pérdida, lo cual no le había permitido tener la oportunidad de llorar su muerte como era debido. Ellos se lamentaban de haber perdido al Lobo. Anduín lloraba la muerte del hombre. Y cuando permanecía despierto por las noches, incapaz de dormir, se preguntaba cuántos demonios habían sido necesarios al final para asesinar al rey Varian Wrynn. En una ocasión, había comentado esto en voz alta con Genn Cringrís, rey del reino caído de Gilneas, quien se había convertido en consejero del joven monarca. El anciano había sonreído a pesar de que la tristeza se reflejaba en sus ojos. —Lo único que puedo decirte, muchacho, es que antes de que dieran alcance a tu padre, había matado él solo al atracador vil más enorme que jamás he visto, con el propósito de salvar una aeronave repleta de soldados que se batían en retirada. Sé a ciencia cierta 16

Antes de la Tormenta que, aunque Varian Wrynn cayó, se lo hizo pagar muy caro a la Legión. Anduín no lo dudaba. Pese a que no le bastaba, tenía que conformarse con eso. Aunque había muchos guardias armados allí presentes, Anduín no se había vestido con una armadura en este día en que se iba a conmemorar a los muertos. Iba ataviado con una camisa de seda blanca, unos guantes de piel de cordero, unos pantalones azul marino y una chaqueta muy formal y pesada con ribetes dorados. Su única arma era un instrumento tanto de guerra como de paz: la maza Domamiedo, que llevaba a la cintura. Cuando el antiguo rey enano Magni Barbabronce se la había regalado al joven príncipe, le había dicho que Domamiedo era un arma que había conocido el sabor de la sangre en algunas manos y había restañado la sangre en otras. Hoy Anduín quería dar las gracias en persona a todos los afligidos que pudiera. Ojalá pudiera dar consuelo a todos, pero la dura verdad era que tal cosa sería imposible. Se sintió reconfortado ante la certeza de que la Luz brillaba sobre todos ellos... incluso sobre un joven y cansado rey. Alzó el rostro, sabiendo que el sol estaba detrás de las nubes, desde las cuales caían unas leves gotas como una bendición. Recordó que también había llovido hacía unos años durante una ceremonia similar en la que se honraba a aquéllos que habían hecho el mayor sacrificio posible, el definitivo, en la campaña con la que se detuvo al poderoso Rey Exánime. En aquella ocasión habían estado presentes dos personas a las que Anduín quería, pero hoy no se encontraban aquí. Una, por supuesto, era su padre. La segunda era la mujer a la que había llamado con cariño tía Jaina: Lady Jaina Valiente. Antaño, tanto la 17

Christie Golden dama de Theramore como el príncipe de Ventormenta ansiaban firmar la paz entre la Alianza y la Horda. Antaño, cuando existía Theramore. Pero la ciudad de Jaina había sido destruida por la Horda de la manera más espantosa posible, y su desolada dama nunca había sido capaz de superar el dolor de ese terrible momento por completo. Anduín la había visto intentarlo una y otra vez, solo para que un nuevo tormento echara más sal en la herida abierta en su corazón. Al final, como se había visto incapaz siquiera de pensar en colaborar con la Horda para combatir a un enemigo tan terrible como la Legión demoníaca, Jaina había abandonado el Kirin Tor, del cual era líder; al dragón azul Kalecgos, a quien amaba; y a Anduín, a quien había inspirado toda la vida. —¿Puedo? —se oyó inquirir a una mujer tan afectuosa y amable como la voz con la que había hecho esa pregunta. Anduín sonrió a la suma sacerdotisa Laurena. Le estaba preguntando si quería que lo bendijera. Asintió e inclinó la cabeza; al instante, notó que la opresión en el pecho cedía y que su alma se serenaba. Entonces, se hizo respetuosamente a un lado, mientras ella se dirigía a la multitud y él esperaba su turno. No había sido capaz de hacer un discurso formal en el funeral de su padre, ya que había sentido una pena realmente inmensa, abrumadora. Pero como con el paso del tiempo esa tristeza había mutado en su corazón y la herida era menos reciente, aunque no por ello menos dolorosa, había accedido a decir hoy unas palabras. Anduín se colocó junto a la tumba de su padre. Estaba vacía; con lo que le había hecho, la Legión se había asegurado de que su cuerpo no pudiera ser recuperado. Anduín contempló el rostro de piedra de la tumba. Se parecía bastante a él, y mirarla lo reconfortaba. Pero ni siquiera los artesanos más habilidosos eran 18

Antes de la Tormenta capaces de capturar el fuego de Varían, su mal genio, su risa fácil, sus gestos y ademanes. En cierto sentido, Anduín se alegraba de que la tumba estuviera vacía, puesto que, de esa forma, en lo más hondo de su corazón, siempre vería a su padre lleno de vida. Volvió mentalmente al momento en que se había aventurado por primera vez en el lugar donde su padre había caído. Donde Shalamayne, un regalo que lady Jaina le había hecho a Varían, había yacido aletargada, a la espera de que la tocase otra persona que pudiera hacerla despertar. A la espera del hijo del gran guerrero. Al sostenerla, casi había podido sentir la presencia de Varían. En ese instante, cuando Anduín aceptó de verdad sus deberes como rey, fue cuando la luz comenzó a trazar espirales en el interior de la espada; pero no con el tono naranja rojizo del guerrero, sino con el fulgor dorado del sacerdote. En ese momento, Anduín inició su proceso de curación. Genn Cringrís sería la última persona en considerarse elocuente, pero Anduín nunca olvidaría las palabras que había dicho el anciano: Lo que hizo tu padre fue más que un sacrificio: un desafío para que nosotros, su pueblo, no dejemos que el miedo prevalezca... ni siquiera ante las puertas del infierno. Genn sabiamente no había dicho que no debían temer jamás, sino que no debían dejar que el miedo ganara. No lo permitiré, padre. Y Shalamayne lo sabe. Anduín se obligó a regresar al presente. Asintió hacia Laurena y se giró para contemplar la multitud. La lluvia amainaba, pero no se había detenido del todo; aun así, nadie parecía hacer ademán alguno de marcharse. Anduín recorrió con la mirada la masa de 19

Christie Golden dolientes viudos, de padres que habían perdido a sus hijos, de huérfanos y de veteranos. Se sentía orgulloso de los soldados que habían muerto en el campo de batalla. Esperaba que sus espíritus descansaran en paz, sabedores de que sus seres amados también eran unos héroes. Porque no había nadie reunido hoy en el Reposo del León que hubiera permitido que el miedo prevaleciese. Divisó a Cringrís, que se hallaba detrás de un farol. Sus miradas se cruzaron, y el anciano asintió levemente. Anduín recorrió con la vista esas caras, tanto las que conocía como las que no. A una niñita pandaren que estaba haciendo un gran esfuerzo por no llorar, le brindó una sonrisa tranquilizadora. Ella tragó saliva con dificultad y le devolvió la sonrisa temblorosamente. —Como muchos de ustedes, conozco bien el dolor de la pérdida — dijo. Su voz sonaba con tal claridad y potencia que llegaba hasta aquéllos que se hallaban en las filas más alejadas—. Mi pa... Se calló, se aclaró la garganta y continuó: —El rey Varian Wrynn... cayó durante la primera gran batalla en las Islas Quebradas, cuando la Legión invadió Azeroth de nuevo. Dio la vida para salvar a su pueblo; los hombres y mujeres valientes que se enfrentaron a horrores indescriptibles para protegernos a nosotros, nuestras tierras, nuestro mundo. Sabía que nadie, ni siquiera un rey, es más importante que la Alianza. Cada uno de ustedes ha perdido a su propio rey o su propia reina. A su padre o madre, a su hermano o hermana, a su hijo o hija. »Gracias a su valiente sacrificio, y al de muchos otros, conseguimos lo imposible —Anduín saltó con la mirada de una cara a otra y vio cuánto ansiaban el consuelo de sus palabras—. Derrotamos a la Legión Ardiente. Honremos a nuestros héroes que lo sacrificaron todo. No con la muerte... sino con la vida; curando 20

Antes de la Tormenta nuestras heridas y ayudando a otros a sanar; sonriendo y sintiendo el sol en nuestros rostros; teniendo a nuestros seres queridos cerca, haciéndoles saber a cada hora, a cada minuto de cada día, que nos importan. La lluvia había parado. Las nubes se fueron desvaneciendo y unos puntos de un azul claro pudieron verse a través de ellas. —Ni nosotros ni nuestro mundo hemos salido indemnes de esta lucha —continuó Anduín—. Hemos quedado marcados. Un titán derrotado ha atravesado nuestra querida Azeroth con una espada terrible forjada con odio hecho realidad, y aún no sabemos cuál será el precio a pagar por ello. Hay rincones de nuestros corazones que siempre permanecerán vacíos. Pero si quieren servir a un rey que comparte su tristeza hoy con ustedes, si quieren honrar la memoria de otro rey que murió por ustedes, entonces les ruego que... vivan. Nuestra alegría, nuestro mundo, nuestras vidas... Ese es el legado de los caídos. Debemos apreciarlo y disfrutarlo. ¡Por la Alianza! La muchedumbre lo vitoreó, algunos entre lágrimas. Ahora les tocaba a otros hablar. Anduín se hizo a un lado, para permitirles que se acercaran a dirigirse a los allí presentes. Mientras hacía esto, lanzó una mirada fugaz hacia Cringrís y se le cayó el alma a los pies. Mathias Shaw, maestro de espías y jefe del servicio de inteligencia de Ventormenta, el IV:7, se hallaba junto al rey depuesto de Gilneas. Anduín nunca los había visto a ambos con una expresión tan sombría. No le tenía mucho cariño precisamente a Shaw, aunque el maestro de espías había servido bien y lealmente primero a Varían y ahora a Anduín. El rey era lo bastante inteligente como para comprender y apreciar el trabajo que los agentes del IV:7 llevaban a cabo por el bien de su reino. De hecho, nunca llegaría a saber con exactitud cuántos agentes habían perdido la vida en esta última guerra. Al 21

Christie Golden contrario que los guerreros, aquéllos que actuaban en las sombras vivían, servían y morían sin que la mayoría conociera sus hazañas. No, a Anduín no le desagradaba el maestro de espías, sino que fuera necesario recurrir a hombres y mujeres como él. Laurena, que había seguido su mirada, se sumó a Anduín sin mediar palabra, mientras éste asentía en dirección a Genn y Shaw, moviendo la cabeza para indicar que deberían hablar lejos de aquella masa de dolientes que tardarían en marcharse de allí. Algunos se quedarían, rezando arrodillados. Otros se irían a casa y continuarían llorando a sus muertos en privado. Otros irían a las tabernas para recordarse a sí mismos que seguían entre los vivos y que aún podían gozar de la comida y la bebida y las risas. Para celebrar la vida, tal y como Anduín les había rogado. Pero los deberes de un rey nunca tienen fin. Los tres hombres caminaron en silencio por detrás del monumento funerario. Las nubes prácticamente se habían esfumado, y los rayos del sol del crepúsculo centelleaban en el agua del puerto que se extendía más abajo. Anduín se acercó al muro de piedra tallada y colocó ambas manos sobre él. A continuación, inspiró hondo el aire marino y escuchó los graznidos de las gaviotas. Tardó un momento en serenarse antes de escuchar las malas noticias que Shaw tenía que darles. En cuanto los rumores sobre la gran espada que había en Silithus habían llegado a sus oídos, Anduín había ordenado a Shaw que investigara el asunto y le informara. Necesitaba agentes sobre el terreno, no los rumores descabellados que habían estado circulando. Parecía imposible y aterrador, pero lo peor de todo es que había resultado ser absolutamente cierto. El último acto de un ser corrupto, el último y más devastador golpe propinado en la guerra contra la Legión, había destruido gran parte de Silithus. Lo 22

Antes de la Tormenta único que había mitigado el desastre había sido que, afortunadamente, al lanzar ese golpe de un modo furioso y sin ningún control, Sargeras no había clavado la espada en la zona más poblada del mundo, sino en esa tierra desértica casi vacía. Si hubiera impactado aquí, en los Reinos del Este, a un continente de distancia de Silithus... Anduín no podía permitirse el lujo de dejarse arrastrar por unos pensamientos tan pesimistas, sino que debía sentirse agradecido por cómo había acabado todo. Hasta la fecha, Shaw había enviado algunas misivas con cierta información. Anduín no esperaba que regresara tan pronto para informar en persona. —Dime —fue lo único que dijo el rey. —Goblins, señor. Hay una gran cantidad de esas criaturas repugnantes. Al parecer, empezaron a llegar un día después de... Se calló. Nadie había concebido un vocabulario para describir la espada con el que se sintieran cómodos. —Del impacto de la espada —continuó Mathias. —¿Tan rápido? —preguntó un sorprendido Anduín, quien mantuvo un rostro impasible mientras contemplaba el mar. Los barcos y sus tripulaciones parecen tan pequeños desde aquí, pensó. Parecen unos juguetes muy fáciles de romper. —Tan rápido —confirmó Shaw. —Los goblins no son criaturas agradables, pero sí son astutos. Nunca actúan sin una razón —señaló Anduín. —Y esa razón suele ser el oro. Únicamente un grupo podría reunir y financiar a tantos goblins tan rápidamente: el Cártel Pantoque, que contaba con el apoyo de la Horda. Este asunto tenía un tufo al zalamero y amoral Jastor Gallywix. Anduín frunció los labios por un momento antes de hablar. 23

Christie Golden —Así que la Horda ha encontrado algo de valor en Silithus, ¿no? ¿Qué es esta vez? ¿Otra ciudad antigua que saquear? —No, majestad. Han hallado... esto. El rey se volvió. Shaw sostenía en la palma de la mano un pañuelo blanco y sucio. Sin decir esta boca es mía, lo desdobló. En el centro, había una piedrecilla hecha de una sustancia dorada. Se asemejaba a la miel y al hielo, era cálida y atractiva, aunque también gélida y reconfortante. Y... brillaba. Anduín la contempló con escepticismo. Era preciosa, pero no más que otras gemas. No parecía ser algo que pudiera haber atraído a una gran cantidad de goblins. Como Anduín se sentía confuso, miró a Genn, con una ceja arqueada. Sabía poco sobre el arte del espionaje, y Shaw, aunque era respetado por todos, seguía siendo en gran parte un enigma que solo ahora Anduín empezaba a descifrar. Genn asintió, reconociendo así que el gesto de Shaw había sido raro y el objeto era aún más raro, pero indicando a la vez que, con independencia de cómo el maestro de espías quisiera obrar, Anduín podía confiar en él. El rey se quitó el guante y le tendió la mano. La piedra cayó con delicadeza sobre la palma de Anduín. Y éste lanzó un grito ahogado. El hondo pesar que sentía se desvaneció, como si fuera una armadura de verdad que le hubieran quitado súbitamente. El cansancio desapareció, reemplazado por una energía creciente y casi crepitante y una gran claridad de pensamiento. Las estrategias recorrieron su mente a gran velocidad; todas ellas parecían muy sólidas y exitosas, cada una de ellas hacía que su perspectiva 24

Antes de la Tormenta cambiara y se ampliara hasta asegurar una paz duradera que beneficiara a todos los seres de Azeroth. No solo su mente, sino que su cuerpo también pareció ascender abrupta y asombrosamente, subiendo disparado hasta alcanzar unos nuevos niveles de fuerza, destreza y control. Anduín se sintió como si no solo pudiera escalar montañas... sino también moverlas. Podría acabar con las guerras, iluminar con la Luz todos los rincones tenebrosos. Estaba exultante y, al mismo tiempo, total y absolutamente calmado y completamente seguro de cómo iba a canalizar este caudaloso río (no, este tsunami) de energía y poder. Ni siquiera la Luz lo afectaba como... como esto. La sensación era similar, pero menos espiritual, más física. Más alarmante. Durante un largo momento, Anduín no pudo hablar, solo pudo mirar fijamente, maravillado, al objeto infinitamente precioso que tenía en la palma de la mano, hasta que al fin pudo pronunciar palabra: —¿Qué...? ¿Qué es esto? —acertó a decir. —No lo sabemos —respondió Shaw con franqueza. ¡¿Qué se podría hacer con esto?!, pensó Anduín. ¿A cuántos podría curar? ¿.A cuántos podría fortalecer, serenar, revigorizar, inspirar? A cuántos podría matar? Ese pensamiento fue como un golpe en las tripas, y la euforia que le había inspirado la gema se disipó. Cuando volvió a hablar, Anduín lo hizo con una voz potente y decidida. —Según parece, la Horda sí lo sabe... Creo que debemos investigar. 25

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Esto no podía caer en malas manos. En las manos de Sylvanas... Tanto poder... Con cuidado, cerró la mano en torno a esa piedrecita con un potencial ilimitado y se giró de nuevo hacia el oeste. —De acuerdo —contestó Shaw—. Ya estamos en ello. Se quedaron ahí quietos un momento, mientras Anduín meditaba sobre lo que iba a decir a continuación. Sabía que tanto Shaw como Cringrís (quien había permanecido callado, lo cual no era propio de él, pero que parecía dar su aprobación) estaban aguardando sus órdenes, y se sintió agradecido de tener a unos individuos tan leales a su servicio. Alguien menos digno que Shaw se habría quedado con la muestra. —Encomienda esta misión a tus mejores hombres, Shaw. Diles que dejen sus otras misiones si es necesario. Tenemos que averiguar más sobre esto. En breve, convocaré una reunión con mis consejeros. Anduín le tendió la mano a Shaw para que le diera el pañuelo y, acto seguido, envolvió ese pedacito hecho de un material desconocido e increíble. Se lo metió en un bolsillo. La sensación fue menos intensa, pero todavía podía notarla. Anduín ya tenía intención de viajar, de visitar las tierras de los aliados de Ventormenta para darles las gracias y ayudarles a recuperarse de los estragos de la guerra. Simplemente, los plazos se habían recortado drásticamente. 26

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CAPÍTULO DOS

Orgrimmar A Sylvanas Brisaveloz, antigua general forestal de Lunargenta, la Dama Oscura de los Renegados y actual Jefa de Guerra de la poderosa Horda, le había molestado que le hubieran dicho que fuera a Orgrimmar como si fuera un perrito faldero. Hubiera preferido regresar a Entrañas. Echaba de menos sus sombras, su humedad, su quietud sosegada. Descansa en paz,, pensó sombríamente, y notó que una leve sonrisa cobraba forma en su rostro, la cual se esfumó casi de inmediato mientras iba de aquí para allá impacientemente en esa pequeña cámara situada detrás del trono de la Jefa de Guerra en Fuerte Grommash. Se detuvo en cuanto sus orejas puntiagudas se enderezaron al oír unas pisadas familiares. La piel curtida que hacía las veces de barrera de su privacidad fue apartada a un lado y el recién llegado entró.

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Christie Golden —Llegas tarde. Si tardas un cuarto de hora más, me habría visto obligada a irme cabalgando sin mi campeón a mi vera. Él hizo una reverencia. —Perdóname, mi reina. He estado ocupándome de la tarea que me encomendaste y me ha llevado más de lo esperado. Si bien ella estaba desarmada, él portaba un arco y un carcaj Heno de flechas. Era el único humano que había llegado a ser forestal jamás, y un tirador excepcional. Esa era una razón por la que era el mejor guardaespaldas que Sylvanas podía tener. Aunque también había otras razones que hundían sus raíces en el pasado distante, cuando los dos se habían hallado bajo un sol hermoso y brillante y habían luchado por un futuro resplandeciente. La muerte los había reclamado a ambos, tanto al humano como a la elfa. Ahora muy poco quedaba que fuera esperanzador y gran parte del pasado que habían compartido se había vuelto turbio y confuso. Pero no del todo. Aunque las llamas de las emociones más intensas se habían apagado en Sylvanas en el mismo momento en que se había alzado de entre los muertos como un alma en pena, su ira todavía conservaba todo su intenso fuego; sin embargo, ahora mismo fue notando cómo las llamas de su furia iban quedando reducidas a meros rescoldos, ya que rara vez podía estar enfadada mucho tiempo con Nathanos Marris, conocido ahora como el Clamañublo. En efecto, él había estado atendiendo ciertos asuntos de la reina en Entrañas, mientras que ella había tenido que atender otras obligaciones por las que se había quedado aquí, en Orgrimmar.

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Antes de la Tormenta A pesar de que quería agarrarle de la mano, la reina se tuvo que contentar con sonreírle con benevolencia. —Te perdono —dijo—. Y ahora, háblame de nuestro hogar. Sylvanas esperaba un breve discurso en el que le comentaría algunas pequeñas preocupaciones y le reafirmaría que los Renegados seguían siendo leales a su Dama Oscura. En vez de eso, Nathanos frunció el ceño. —La situación... es complicada, mi reina. La sonrisa se borró de la faz de la reina. ¿Qué podía tener de «complicada»? Entrañas pertenecía a los Renegados, y ellos eran su pueblo. —Se te ha añorado en demasía —prosiguió—. Si bien muchos están orgullosos de que la Horda al fin tenga una Renegada como Jefa de Guerra, hay algunos que piensan que tal vez te hayas olvidado de aquéllos que te han sido más leales que nadie. Sylvanas se echó a reír de un modo brusco y carente de humor. —Baine y Colmillosauro y los demás dicen que no les estoy prestando bastante atención, pero mi pueblo dice que le presto demasiada atención a esta gente. Haga lo que haga, siempre se queja alguien. ¿Cómo se puede gobernar así? —Hizo un gesto de negación con la cabeza. Malditos sean Vol’jin y sus loas. Debería haberme quedado en las sombras, donde podría ser eficaz y no se me cuestionaría todo cuanto hiciera. Donde podría obrar como realmente quisiera. Nunca había deseado esto. Lo cierto es que no. Tal y como le había dicho al trol Vol’jin anteriormente, durante el juicio al difunto 29

Christie Golden Garrosh Grito Infernal (a quien nadie iba a echar de menos), le gustaba ejercer el poder, pero de un modo sutil. Sin embargo, con literalmente su último aliento, Vol’jin, el líder de la Horda, le había ordenado justo lo contrario, puesto que afirmaba que los loa a los que honraba se lo habían mostrado en una visión. Debes salir de las sombras y liderar. Debes ser la Jefa de Guerra. Vol’jin había sido alguien al que había respetado, aunque habían chocado en alguna ocasión, y no era tan agresivo a la hora de ejercer el liderazgo como solían ser los orcos. Se había apenado de verdad cuando había caído, y no solo por la responsabilidad que había tenido que asumir en consecuencia. Había abierto la boca para pedir a Nathanos que continuara cuando oyó el golpeteo de la parte posterior de una lanza sobre el suelo de piedra que se encontraba al otro lado de esa pequeña estancia. Sylvanas cerró los ojos, intentando armarse de paciencia. —Entra —gruñó. Uno de los Kor’kron, los guardias de élite de la fortaleza, obedeció; entró y se quedó quieto, con un gesto indescifrable en su rostro verde. —Jefa de Guerra —dijo —, es la hora. Tu pueblo te aguarda. Tu pueblo. No. Su pueblo estaba en Entrañas, añorándola y sintiéndose menospreciado, sin saber que lo que ella más desearía en el mundo sería regresar para estar con ellos una vez más. —Saldré en un momento —respondió Sylvanas, añadiendo, por si acaso el guardia no había entendido bien la indirecta—. Déjanos. 30

Antes de la Tormenta El orco saludó y se retiró, dejando que la piel de la entrada cayera en su sitio. —Continuaremos con esta conversación mientras cabalgamos —le aseguró a Nathanos—. Además, hay otras cosas que también quiero hablar contigo. —Como desee mi reina—contestó Nathanos. *** Unos años antes, Garrosh Grito Infernal había promovido una celebración colosal en Orgrimmar para conmemorar el final de la campaña de Rasganorte, a pesar de que no era el Jefe de Guerra; no, aún no. Había habido un desfile en el que había participado todo veterano que deseara hacerlo, a lo largo de cuyo trayecto habían colocado ramas importadas de pino; además, un gigantesco festín los esperaba al final del mismo. Había sido algo extravagante y caro, pero Sylvanas no tenía ninguna intención de seguir los pasos de Grito Infernal, no solo en este aspecto sino en ningún otro. Garrosh había sido arrogante, brutal, impulsivo. Su decisión de atacar Theramore con una devastadora bomba de maná había hecho que las razas más blandas tuvieran ciertos problemas de conciencia, aunque lo único que realmente había preocupado a Sylvanas era lo mal que había medido los tiempos el orco. Sylvanas lo despreciaba y había conspirado (lamentablemente, sin ningún éxito) para matarlo incluso después de que lo hubieran arrestado y acusado de crímenes de guerra. Cuando, inevitablemente, mataron a Garrosh, Sylvanas se sintió inmensamente satisfecha. Varok Colmillosauro, el líder de los orcos, y Baine Pezuña de Sangre, Gran Jefe de los tauren, tampoco tenían mucho cariño a Garrosh. Pero habían obligado a Sylvanas a hacer una aparición pública en Orgrimmar y, al menos, algún tipo de gesto que señalara 31

Christie Golden el final de la guerra. Valientes miembros de esta Horda que lideras lucharon y murieron para cerciorarse de que la Legión no destruyera este mundo, como los demonios han hecho con muchos otros, había dicho el joven toro, quien había estado muy cerca de reprenderla abiertamente. Sylvanas se acordó de la... ¿advertencia o amenaza...?, levemente velada de Colmillosauro. Tú eres la líder de toda la Horda (orcos, tauren, trols, elfos de sangre, pandaren, goblins), así como de los Renegados. Nunca debes olvidarlo, o si no, ellos lo harán. Lo que no olvidaré, orco, pensó, a la vez que la ira prendía de nuevo en ella, son esas palabras. De esta forma, ahora, en vez de regresar a casa para ocuparse de los problemas de los Renegados, Sylvanas se encontraba montada a horcajadas sobre uno de sus caballos esqueléticos, saludando al gentío que atestaba las calles de Orgrimmar durante la celebración. La marcha (se había asegurado de que nadie se refiriera a ella como «el desfile») comenzaba oficialmente en la entrada de la capital de la Horda. A uno de los lados de las puertas colosales, había grupos de elfos de sangre y renegados que vivían en la ciudad. Los elfos de sangre iban todos vestidos de manera espléndida, aunque con una gama de colores muy predecible que se limitaba al rojo y al dorado. Lor’themar Theron, que encabezaba el grupo e iba montado en un halcón zancudo de plumas rojas, la miró con serenidad. Habían sido amigos. Theron había servido a las órdenes de Sylvanas cuando ésta había estado viva, cuando había sido la general forestal de los elfos nobles. Habían sido camaradas de armas, como aquél que ahora cabalgaba junto a ella como su campeón. Si bien Nathanos, un humano mortal años atrás que ahora 32

Antes de la Tormenta era un Renegado, se había mantenido leal a ella, Sylvanas sabía que Theron era leal a su pueblo. A una gente que había sido como ella antaño. Pero que ya no lo era. Theron inclinó la cabeza. La serviría, al menos por el momento. Como no era dada a impartir discursos, Sylvanas se limitó a devolverle el gesto y girarse hacia el grupo de Renegados. Aguardaban pacientemente, como siempre, y ella estaba orgullosa de ellos por esto. Pero no podía mostrar ningún favoritismo, aquí no. Así que les saludó de la misma forma que había saludado a Lor’themar y los sindorei; acto seguido, espoleó a su corcel para que cruzara la puerta. Los elfos de sangre y los Renegados la siguieron en fila, cabalgando detrás de ella a cierta distancia para no agobiarla. Eso era lo que ella había estipulado y se había mantenido firme en ese aspecto. Quería ser capaz de disfrutar de unos breves momentos de privacidad, puesto que había cosas que solo podía escuchar su campeón. —Háblame más sobre lo que piensa mi gente —le ordenó. —Desde su perspectiva —dijo el forestal oscuro reanudando la conversación—, eras un elemento clave de Entrañas. Tú los creaste, te esforzaste para lograr que su existencia se prolongara, tú lo eras todo para ellos. Tu ascenso a Jefa de Guerra fue tan repentino, la amenaza tan grande e inmediata, que no se te ocurrió dejar a nadie allí para que cuidara de ellos. Sylvanas asintió. Suponía que podía entenderlo. —Dejaste un gran vacío. Y los vacíos de poder tienden a llenarse —concluyó Nathanos. 33

Christie Golden A la Dama Oscura se le desorbitaron sus ojos rojos. ¿Estaba insinuando que se estaba planeando un golpe contra ella? La reina recordó súbitamente la traición de Varimathras, un demonio que había creído que la obedecería. Este se había aliado con ese despreciable desagradecido de Putress, un boticario Renegado que había creado una peste capaz de acabar tanto con los vivos como con los no-muertos y que había estado a punto de matar a la propia Sylvanas. La reconquista de Entrañas había conllevado un gran derramamiento de sangre. Pero no. En el mismo momento en que tuvo esa idea, fue consciente de que su leal campeón no estaría hablando de un modo tan despreocupado si algo tan horrible hubiera pasado. Tal y como hacía a menudo, Nathanos pudo ver reflejado en su rostro lo que ella sentía, así que la tranquilizó con premura: —Allí reina la calma, mi señora. Pero en ausencia de un líder poderoso, los habitantes de tu ciudad han formado un gobierno que atiende las necesidades de la población. —Ah, ya entiendo. Un gobierno provisional. Es una medida... razonable. El camino que iba a seguir la Jefa de Guerra por la ciudad la llevaría primero a una callejuela con tiendas a ambos lados llamada la Calle Mayor y luego al Valle del Honor. La Calle Mayor había sido un buen nombre para la zona, que antes del Cataclismo se había apoyado en la pared de un cañón en una parte no muy agradable de la dudad. Tras ese terrible acontecimiento, la Calle Mayor, al igual que gran parte de la destrozada Azeroth, había cambiado mucho. Al igual que la propia Sylvanas Brisaveloz, había emergido de las sombras. La luz del sol iluminaba ahora esas calles serpenteantes de tierra compacta. Y daba la impresión de que también estaban abriendo allí unos establecimientos de mejor reputación, como tiendas de ropa o de suministro de tinta. 34

Antes de la Tormenta —Afirman llamarse el Consejo Desolado —continuó Nathanos. —Un nombre bastante autocompasivo —murmuró Sylvanas. —Tal vez —admitió Nathanos—. Pero deja bien a las claras cómo se sienten. —La miraba de reojo mientras cabalgaban—. Mi reina, corren rumores sobre ciertas cosas que has hecho en esta guerra. Algunos de esos rumores incluso son verdad. —«¿Qué clase de rumores? —preguntó, quizá con demasiada rapidez. Como Sylvanas siempre estaba urdiendo planes y más planes, se preguntaba cuál de ellos se había filtrado hasta llegar al reino del rumor entre su gente. —Ha corrido la voz acerca de algunos de los sacrificios más extremos que tuviste que hacer para que ellos pudieran seguir existiendo —respondió Nathanos. Ah. Eso. —Doy por sentado que también ha corrido la voz de que Genn Cringrís acabó con todas sus esperanzas, ¿verdad? —replicó Sylvanas con amargura. Se había ido con su buque insignia, el Brisaveloz, a Tormenheim en las Islas Quebradas en busca de más Val’kyr para resucitar a los caídos. Por ahora, ésta era la única manera de crear más Renegados que había descubierto Sylvanas. —Poco faltó para que pudiera esclavizar a la gran Eyir. Ella me habría proporcionado Val’kyr para toda la eternidad. Ninguno de los míos habría tenido que volver a morir. —Se calló—. Los habría salvado. —Ese es... el problema. —No te vayas por las ramas, Nathanos. Habla con claridad. —No todos desean para sí lo que tú deseas para ellos, mi reina. Muchos miembros del Consejo Desolado muestran muchas reservas al respecto. —En su rostro, que seguía siendo el de un muerto, aunque mejor preservado gracias a un complejo ritual que ella había ordenado realizar, se dibujó una sonrisa—. Corriste un 35

Christie Golden gran riesgo cuando les diste libre albedrío, y éstas son las consecuencias: ahora pueden discrepar. Sus cejas blancas se unieron para conformar un terrible ceño. —¿Quieren extinguirse entonces? —le espetó entre dientes, mientras las llamas de la ira ardían intensamente en su fuero interno—. ¿Acaso quieren pudrirse en la tierra? —No sé lo que quieren —respondió un sereno Nathanos—. Desean hablar contigo, no conmigo. Sylvanas gruñó levemente. Nathanos, paciente como siempre, esperó. Ella sabía que la obedecería en todo. Ahora mismo, podría ordenar a un grupo de guerreros de la Horda, siempre que no contara con Renegados entre sus filas, que marcharan sobre Entrañas y detuvieran a los miembros de este consejo tan desagradecido. Pero mientras hacía esta reflexión tan satisfactoria, era consciente de que sería una decisión muy poco sabia. Tenía que saber más (mucho más) antes de poder actuar. Preferiría disuadir a los Renegados (a cualquier Renegado) antes que destruirlos. —Tendré en... en cuenta su petición. Pero por ahora, tengo algo más sobre lo que deseo hablar. Debemos llenar los cofres de la Horda —murmuró Sylvanas a su campeón—. Vamos a necesitar fondos y los vamos a necesitar a ellos. Saludó con la mano a una familia de orcos. Los adultos, tanto el varón como la hembra, mostraban cicatrices de batalla, pero estaban sonriendo, y el niño que habían levantado sobre sus cabezas para que pudiera ver a la Jefa de Guerra estaba regordete y tenía un aspecto sano. Sin lugar a dudas, algunos miembros de la Horda adoraban a su Jefa de Guerra. —No estoy segura de entenderte, mi reina —dijo Nathanos—. La Horda necesita tanto fondos como a sus miembros, por supuesto. 36

Antes de la Tormenta —No son sus miembros lo que me preocupa, sino el ejército. He decidido que no voy a disolverlo. Él se volvió para mirarla. —Creen que han llegado a casa —afirmó—. ¿No es el caso? —Lo es, por el momento —contestó—. Las heridas tardan tiempo en curar. Hay que sembrar los campos. Pero pronto llamaré a los valientes guerreros de la Horda para librar otra batalla. Ésa que tanto hemos ansiado tú y yo. Nathanos permaneció en silencio. Ella no se lo tomó como una muestra de desacuerdo o desaprobación. Él solía estar callado. El hecho de que no insistiera para pedirle más detalles quería decir que la había entendido. Ventormenta.

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Christie Golden

CAPÍTULO TRES

Orgrimmar Anduín Wrynn, el joven rey que ansiaba la paz, había perdido a su padre y, según todo el mundo, se lo había tomado muy mal. Corría el rumor de que había recuperado a Shalamayne y ahora estaba luchando con el frío acero, así como con la Luz. Sylvanas se mostraba escéptica al respecto. Le costaba imaginarse a ese niño tan sensible haciendo tales cosas. Había respetado a Varian. Incluso había llegado a apreciarlo. Además, la amenaza de la Legión había sido tan espantosa que había estado dispuesta a dejar a un lado el odio que ahora la alimentaba como la comida y la bebida la habían alimentado en vida. Pero el Lobo se había ido, y el joven león seguía siendo un cachorro, realmente, y los humanos habían sufrido un número de bajas tremendo. Estaban muy debilitados. Eran vulnerables. Una presa. 38

Antes de la Tormenta

Y Sylvanas era una cazadora. La Hora era dura. Fuerte. Curtida en mil batallas. Sus miembros se recuperarían con mucha más rapidez que las razas de la Alianza. Necesitarían menos tiempo para todo lo que antes había citado; plantar cosechas, curarse, tener la oportunidad de descansar y recuperar fuerzas. Pronto, volverían a tener sed de sangre, y ella les ofrecería el fluido vital rojo de los humanos de Ventormenta, los enemigos más antiguos de la Horda, para saciar esa sed. Asimismo, incrementaría la población de Renegados, puesto que todos los humanos que cayeran en esa ciudad serían resucitados para servirla. ¿De verdad eso sería tan terrible? Compartirían con sus seres queridos toda la eternidad. Ya no sufrirían las puñaladas de la pasión o la pérdida. Ya no tendrían que dormir. Podrían intentar cumplir sus sueños tanto en la muerte como en la vida. Y por fin habría unidad. Si los humanos comprendieran lo terrible que era la vida y el sufrimiento que ésta lleva consigo, pensó Sylvanas, seguro que no dejarían pasar la oportunidad. Los Renegados los entendían... al menos, había creído que así era, hasta que el Consejo Desolado había llegado inexplicablemente a otra conclusión. Baine Pezuña de Sangre, Varok Colmillosauro, Lor’themar Theron y Jastor Gallywix sin duda pensarían que Sylvanas tenía cierto interés en crear cadáveres humanos. Después de todo, no habían llegado a ser líderes de sus pueblos siendo estúpidos. Pero ellos también combatirían a los odiados humanos y conquistarían su reluciente y blanca ciudad, junto a su tierra boscosa vecina y sus fértiles campos. No le entregarían de mala gana los cuerpos, no cuando les había facilitado esa victoria... tanto en el plano material como en el simbólico.

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Christie Golden Ya no había un héroe humano capaz de unir a la Alianza en su contra. Anduín Lothar había sido asesinado por Orgrim Martillo Maldito, y Llane y Varian Wrynn también habían perecido. El único que portaba esos nombres ahora era Anduín Wrynn, pero no era nadie. Sylvanas, Nathanos y su séquito de veteranos habían atravesado todo el Valle del Honor y habían dado la vuelta, para dirigirse al Valle de la Sabiduría. Ahí los aguardaba Baine. Se encontraba de pie, vestido con la ropa de gala tradicional tauren, moviendo únicamente las orejas y la cola para espantar las moscas que zumbaban por el aire estival. Muchos de sus hombres más valientes se hallaban a su alrededor. A lomos de su caballo, Sylvanas era tan alta como para poder mirar a aquel varón a los ojos, y eso fue lo que hizo, muy fijamente. Baine le devolvió la mirada con serenidad. Los tauren eran la raza con la que menos tenía en común Sylvanas, a excepción hecha de aquellos pandaren que habían decidido aliarse con la Horda. Era un pueblo profundamente espiritual, sereno y firme. Ansiaban la tranquilidad de la naturaleza y respetaban las viejas tradiciones. En su día, Sylvanas había comprendido esos sentimientos, pero ya no era capaz de entenderlos. Lo que más le molestaba de Baine era que, a pesar de que su padre había sido asesinado y de que había recibido en su cornuda cabeza los golpes de todas las maldades que le habían hecho, el joven toro aún ansiaba la paz por encima de todas las cosas: la paz entre las razas y la que anida en el corazón de cada uno. Por una cuestión de honor, Baine estaba obligado a servirla, y cumpliría con su deber. Salvo que Sylvanas lo empujara hasta llegar a ciertos límites que todavía no había alcanzado. 40

Antes de la Tormenta El tauren se llevó la mano al amplio pecho, encima de su corazón, y pisó el suelo con fuerza; ésa era la versión tauren de un saludo. Sus valientes lo imitaron, y el suelo de Orgrimmar tembló levemente. Después, Sylvanas continuó, y los tauren se colocaron en fila por detrás del grupo de Renegados y de los elfos de sangre de Theron. Nathanos seguía callado. Avanzaron por una carretera sinuosa que los llevaba hacia el Valle de los Espíritus, un lugar que había sido el enclave de los trols durante mucho tiempo. Estas «primeras razas» estaban tan orgullosas de sí mismas. Sylvanas creía que nunca habían aceptado de verdad a las razas posteriores (los elfos de sangre, los goblins y a su propia gente, los Renegados) como «verdaderos» miembros de la Horda. Eso le hacía gracia, puesto que, desde que los goblins se habían unido a la Horda, se habían ido asentando en el Valle de los Espíritus y prácticamente habían destrozado la zona que se les había asignado. Al igual que los tauren, los trols eran muy amigos de los orcos desde hacía mucho tiempo. El líder orco Thrall había llamado a esas tierras Durotar en honor a su padre, Durotan. Orgrimmar también tenía ese nombre para honrar a un antiguo Jefe de Guerra de la Horda, Orgrim Martillo Maldito. De hecho, hasta Vol’jin, todos los jefes de Guerra habían sido orcos. Y hasta Sylvanas, todos habían sido miembros de las razas fundadoras originales. Y varones. Sylvanas lo había cambiado todo y estaba orgullosa de ello. Al igual que ella, Vol’jin había dejado a su pueblo sin un líder cuando ascendió al cargo de Jefe de Guerra. A día de hoy, los trols siguen sin tener un rostro público que los represente, salvo quizás en un futuro Rokhan; mientras que los Renegados, al menos, la tenían a ella ocupando el puesto de Jefa de Guerra. Sylvanas tomó nota mentalmente de que debía nombrar a alguien jefe de los trols 41

Christie Golden lo antes posible. Alguien con quien pudiera colaborar. Que pudiera controlar. Lo que menos le hacía falta era que los trols eligieran a alguien que quisiera quitarle el cargo. Aunque mucho la habían saludado hoy con vítores y sonrisas, Sylvanas no se engañaba a sí misma y sabía que no todo el mundo la adoraba. No obstante, como había liderado la Horda hasta alcanzar una victoria que parecía imposible, por ahora, al menos, daba la impresión de que sus miembros la apoyaban sin fisuras. Y eso era bueno. Agachó la cabeza cortésmente ante los trols y, acto seguido, se preparó para encontrarse con el siguiente grupo. A Sylvanas los goblins no le importaban demasiado. Aunque su propio sentido del honor era un tanto voluble, era capaz de apreciarlo en los demás. Era, como muchas otras cosas, un eco de algo que había escuchado antaño. Pero para ella, los goblins eran poco más que unos parásitos feos y rechonchos, obsesionados con el dinero. No obstante, eran inteligentes. A veces, peligrosamente inteligentes... para ellos mismos y los demás. No cabía ninguna duda de que eran creativos e ingeniosos. Pero ella prefería los tiempos en que la única relación que uno tenía con ellos era estrictamente financiera. Ahora que eran miembros de pleno derecho de la Horda, tenía que fingir que le importaban. Los goblins tenían un líder, por supuesto: esa bola verde codiciosa de enorme papada y cintura generosa que respondía al nombre de príncipe mercante Jastor Gallywix. Se encontraba delante de su variopinto grupo de goblins, todos los cuales sonrían de oreja a oreja, mostrando sus afilados dientes amarillos. Daba la impresión de que esas piernas larguiruchas ya no eran capaces de soportar el peso de toda esa enorme figura, que vestía con su chistera y bastón 42

Antes de la Tormenta favoritos. En cuanto ella se aproximó, Jastor hizo una reverencia tan profunda como le permitió su panza. —Jefa de Guerra —dijo con esa voz tan empalagosa suya—, espero que tengas un hueco para mí más tarde. Tengo algo que podría interesarte mucho. Nadie más se había atrevido a plantear algún tema este día. Pero se podía confiar en que un goblin lo hiciera. Sylvanas lo contempló con el ceño fruncido y abrió la boca para hablar. Entonces, estudió con detenimiento la expresión de aquel ser. Sylvanas había tenido una vida muy larga antes de que Arthas Menethil la matara. Y ahora vivía de nuevo, en cierto modo. Había pasado gran parte de ese tiempo contemplando rostros, juzgando el carácter que se ocultaba tras ellos y analizando las palabras que brotaban de sus labios. Gallywix a menudo hacía gala de esa alegría impostada de «hola, colega, bienhallado» que ella tanto despreciaba, pero hoy no. No intentaba convencerla de algo a la desesperada, sino que estaba... tranquilo: Parecía un jugador que sabía que tenía todos los ases en la manga. El hecho de que se hubiera dirigido a ella aquí y ahora, de forma tan osada, significaba que hablaba muy en serio. Pero su lenguaje corporal (no estaba encorvado servilmente, sino que estaba muy erguido; tal vez fuera la primera vez que lo veía así) le indicaba con una claridad aún mayor que no estaba dispuesto a levantarse de la mesa con un no por respuesta. Esta vez iba en serio. Sí que tenía algo que le iba a interesar mucho. —Hablaremos en el festín —le dijo la Dama Oscura. —Como ordene mi Jefa de Guerra —contestó el goblin, quien se quitó la chistera ante ella. 43

Christie Golden Sylvanas se giró y alejó para completar la ruta. —No me fío de ese goblin —afirmó con desagrado Nathanos, que había permanecido callado tanto tiempo. —Yo tampoco —replicó Sylvanas—. Pero si hay algo de lo que saben los goblins es de obtener ventajas y beneficios. Puedo escucharle sin comprometerme a nada. Nathanos asintió. —Por supuesto, Jefa de Guerra. Los goblins y los trols la seguían en fila. Gallywix iba montado en una litera por detrás de los guardias de Sylvanas, quien no sabía cómo había conseguido colocarse ahí. El la miró y sonrió ampliamente, estiró el pulgar hacia arriba y le guiñó un ojo. Sylvanas tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar que se le curvara el labio en una mueca de repugnancia. Como ya se estaba arrepintiendo de haber decidido hablar con Gallywix más tarde, se centró en otra cosa. —Seguimos estando de acuerdo, ¿no? —le preguntó a Nathanos— . Ventormenta debe caer, y las víctimas de la batalla se convertirán en Renegados. —Tus deseos son órdenes, mi reina —respondió—, pero no creo que mi opinión sea la que debas escuchar. ¿Has tratado el tema con los demás líderes? Quizá tengan algo que decir al respecto. No creo que hayamos visto nunca una paz por la que se haya pagado un precio tan alto, ni que sea tan apreciada. Quizá no quieran que las cosas cambien drásticamente tan de repente. —Mientras nuestros enemigos sigan vivos, la paz no será una victoria. No cuando quedaban presas vulnerables por cazar. Y no cuando la existencia futura de los Renegados pendía de un hilo. 44

Antes de la Tormenta —¡Por la Jefa de Guerra! —bramó un tauren, cuyos descomunales pulmones permitieron que aquel grito llegara muy lejos. —¡Jefa de Guerra! ¡Jefa de Guerra! ¡Jefa de Guerra! La larga «marcha de la victoria» se estaba acercando a su final. Ahora Sylvanas se aproximaba al Fuerte Grommash. Solo le aguardaba un líder más; uno al que mostraba respeto a regañadientes. Varok Colmillosauro era inteligente, fuerte, violento y, al igual que Baine, leal. Pero había algo en los ojos de ese orco que siempre le hacía estar en alerta cuando los miraba. El saber que si daba un paso en falso, él podría desafiarla, o incluso oponerse abiertamente a ella. El orco tenía esa mirada en los ojos mientras avanzaba. Miró a Sylvanas a los ojos, sin romper el contacto visual mientras realizaba una breve reverencia y se apartaba a un lado para dejarla pasar y luego colocarse en fila detrás de ella. Como harían todos los demás. La Jefa de Guerra Sylvanas desmontó y entró en Fuerte Grommash con la cabeza bien alta. A Nathanos le preocupaba que los demás líderes no apoyaran el plan de la Dama Oscura. Yo les diré lo que hay que hacer... cuando llegue el momento adecuado. ***

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Christie Golden Habían traído una mesa pesada y toscamente labrada y unos bancos a Fuerte Grommash. Se iba a servir un festín de celebración a los líderes de cada grupo, así como a unos pocos privilegiados escogidos entre sus guardias y camaradas. La propia Sylvanas se sentaría a la cabeza de la mesa, como le correspondía según su cargo. Ahora, mientras Sylvanas contemplaba a sus compañeros de mesa, reparó en que ninguno de ellos tenía familia. Su campeón era lo más parecido que tenía a un consorte formal o incluso un camarada. Y su relación era complicada, incluso para ellos mismos. Se había animado a cada una de las razas a presentar un ritual para celebrar la victoria u honrar a sus veteranos. Sylvanas estaba dispuesta a acceder a esta petición, ya que apaciguaría a muchos y los fondos para financiar tal evento no procederían del tesoro de la Horda, sino de los de cada raza. Baine era quien había sugerido la idea, por supuesto, cuyo pueblo había practicado tales rituales como parte de su cultura durante... bueno, desde que habían existido los tauren, o eso daba por sentado Sylvanas. Los trols también se habían mostrado de acuerdo en participar, así como los pandaren de la Horda. Ocupaban un lugar único en la Horda porque se trataba de un conjunto de individuos que se sentían identificados con los ideales de la horda. A pesar de que su líder y su tierra se hallaban muy lejos, habían demostrado su valía a la Horda. Habían asentido con sus redondas y peludas cabezas cuando se les había sugerido que presentaran un ritual y habían prometido mostrar un espectáculo de gran belleza que levantaría los ánimos. Sylvanas había sonreído cordialmente y les había dicho que su ritual sería bien recibido. Sylvanas recordó que, en su día, Quel’Thalas solía ser la sede de unas ceremonias magníficas y brillantes, donde se representaban batallas y había mucha pompa y boato. Pero en tiempos más 46

Antes de la Tormenta recientes, los antaño conocidos como elfos nobles, como habían tenido que enfrentarse a la traición y la adicción, se habían vuelto unos seres más siniestros. Aunque Quel’Thalas se estaba recuperando y los elfos de sangre aún adoraban sus lujos y comodidades, ahora, después de las continuas tragedias que había sufrido su pueblo consideraban que esos alardes tan ostentosos eran de mal gusto. Por esa razón, Theron le había dicho que su aportación iba a ser breve e ir al grano, pues ahora los dominaba la amargura, al igual que a los Renegados; sin embargo, Sylvanas se había negado en redondo a participar en lo que consideraba una pérdida de tiempo y oro. En este sentido, los goblins compartían su opinión, lo cual era una coincidencia siniestramente divertida. La Dama Oscura observó cómo varios chamanes de todas las razas abrían las ceremonias con un ritual. Los tauren ofrecieron una recreación de una de las grandes batallas de la guerra. Y por último, los pandaren ocuparon el centro del Fuerte Grommash. Iban ataviados con prendas de seda (túnicas, pantalones y vestidos), con unas tonalidades verde jade, azul cielo y un rosa realmente repugnante. Sylvanas tuvo que admitir que, a pesar de que los pandaren parecían ser muy grandes y suaves y orondos, se movían de un modo sorprendentemente grácil cuando bailaban, daban volteretas y representaban batallas de mentira. Baine se puso en pie para concluir los rituales. Lentamente, recorrió con la mirada la estancia, fijándose no solo en los líderes sentados a la mesa, sino también en otros que estaban sentados sobre alfombras y pieles en ese suelo de tierra compacta. —Nos hemos reunido aquí hoy con dolor y orgullo —dijo con una voz potente—. Dolor, puesto que muchos valientes héroes de la Horda cayeron en una terrible y honorable batalla. Vol’jin, el Jefe 47

Christie Golden de Guerra de la Horda, lideró la vanguardia en la lucha contra la Legión. Luchó con coraje. Luchó por la Horda. —Por la Horda —se oyó un solemne murmullo. Baine se volvió para mirar algo. Sylvanas dirigió su vista hacia ese lugar y vio las armas de Vol’jin y la máscara ritual que pendían en un lugar de honor. Los demás agacharon la cabeza. Sylvanas inclinó la suya. —Pero no podemos olvidar el orgullo con que libramos esas batallas... y el resultado de las mismas. Puesto que, a pesar de tenerlo todo en contra, hemos derrotado a la Legión. Obtuvimos la victoria con sangre, pero la logramos. Sangramos. Pero ahora sanamos. Lloramos sus muertes. ¡Pero ahora celebramos el triunfo! ¡Por la Horda! Esta vez, la respuesta no fueron unas palabras susurradas respetuosamente, sino un grito a pleno pulmón que hizo que se estremecieran la vigas del fuerte. —¡Por la Horda! Se sirvieron jabalíes asados y tubérculos comestibles, todo ello regado con cerveza, vino o licores de alta graduación. Sylvanas observó cómo los demás gozaban de estos manjares. Poco después de que se hubieran llevado el primer plato, se dio cuenta de que una chistera roja y morada ornamentada con estrellas se dirigía hacia el extremo de la mesa donde se encontraba ella. —¿Jefa de Guerra? Si me concedes un momento... —Sí, pero solo un momento —le espetó Sylvanas al sonriente goblin, que se detuvo junto a su silla—. Ya tienes mi atención. No malgastes mi tiempo. 48

Antes de la Tormenta —Estoy seguro de que vas a considerar que no te estoy haciendo perder el tiempo, Jefa de Guerra —respondió con un tono de total confianza una vez más—. Pero primero, pongámonos en situación. Estoy seguro de que conoces las tragedias y desafíos a los que se enfrentó el Cártel Pantoque antes de que se nos invitara a sumarnos a la Horda. —Sí. La erupción de un volcán destruyó su isla —afirmó Sylvanas. Gallywix puso una cara de tristeza que no era para nada convincente. Se llevó un dedo enguantado a un ojo para secar una lágrima inexistente. —Pereció tanta gente —suspiró—. Desapareció tanta kaja’mita, en un abrir y cerrar de ojos. Sylvanas se cuestionó su primera impresión. Tal vez esas lágrimas fueran de verdad. —La Kaja’Cola —resopló el goblin con cierta nostalgia— te inspiraba ideas. —Sí, soy consciente de que ya no hay más kaja’mita —aseveró rotundamente Sylvanas—. Ve al grano, si es que tienes algo realmente que contar. Su conversación con el goblin estaba llamando la atención de Baine y Colmillosauro, entre otros. —Oh, sí, por supuesto, claro que lo tengo —dijo, riéndose un poco—. Tiene su gracia, ¿sabes? Mira, existe la clara posibilidad de que ese volcán... no fuera obra ni de Alamuerte ni del Cataclismo. La Dama Oscura abrió levemente sus ojos brillantes. ¿De verdad estaba insinuando lo que creía? Esperó a que prosiguiera con una impaciencia que normalmente no se asocia con los muertos. 49

Christie Golden —Mira, hum... A ver cómo lo explico. —Tamborileó con los dedos sobre esa barbilla acomodada en una enorme papada—. Estábamos cavando muy profundamente en Kezan, ya que teníamos que mantener contentos a nuestros clientes, ¿verdad? Kaja’Cola es ese brebaje tan delicioso que te despierta el cerebro y... —No tientes mi paciencia, goblin. —Entendido. Bueno, a lo que iba. Estábamos cavando hondo. Muy hondo. Y hallamos algo inesperado. Una sustancia desconocida hasta ahora. Algo verdaderamente extraordinario. ¡Único! Solo era una pequeña veta de un líquido que se volvía sólido y cambiaba de color en cuanto se encontraba expuesto al aire. Uno de mis mineros más inteligentes, eh... recuperó un trozo por iniciativa propia y me lo trajo como muestra de afecto. —Dicho de otro modo, lo robó e intentó sobornarte con ello. —Ésa es una forma de verlo. Pero no estamos hablando de eso. La cuestión es que, si bien el espantoso Alamuerte ciertamente tuvo mucho que ver con que el volcán se activara, el hecho de que caváramos tan profundamente quizá (quizá, repito, no estoy del todo seguro) también ayudara. Sylvanas contempló al príncipe mercante con mayor asombro que nunca al ser consciente de hasta dónde llegaban su avaricia y egoísmo. Si Gallywix tenía razón, había destruido alegremente su propia isla y matado a un buen número de inocentes (bueno, inocentes hasta cierto punto) goblins. Y todo por un trozo de alguna especie de mineral prodigioso. —No sabía que íberas capaz de algo así —dijo la Jefa de Guerra con un tono casi de admiración. Dio la impresión de que el goblin iba a darle las gracias, pero que en el último momento se lo pensó mejor. —Bueno. Debo decir que era un mineral muy especial. 50

Antes de la Tormenta —Y me imagino que lo tienes guardado en un lugar muy seguro. Gallywix abrió la obra y, a continuación, entornó los ojos y miró con desconfianza a Nathanos. Sylvanas estuvo a punto de echarse a reír. —Mi campeón Nathanos es muy arisco. Apenas habla, ni siquiera a mí. Cualquier secreto que tengas que compartir conmigo estará a salvo con él. —Como quieras, Jefa de Guerra —respondió Gallywix con lentitud, quien claramente no estaba convencido, pero no le quedaba otra opción—. Te equivocas, Dama Oscura. No lo he escondido, sino que lo llevo a la vista, muy a mano, literalmente. Haciendo un gesto casual, utilizó la punta de color dorado de su bastón para echar hacia atrás su espantosa chistera. Sylvanas esperaba una respuesta. Al ver que, pasado un rato, no recibía ninguna, frunció el ceño. El goblin movió sus diminutos ojos, desplazando así su mirada de la punta de su bastón hasta Sylvanas. ¿El bastón? Lo miró de nuevo, pero esta vez con más detenimiento. Nunca le había prestado mucha atención. Nunca prestaba mucha atención a nada de lo que llevaba, vestía o decía Gallywix. Pero había algo ahí que le inquietaba. Entonces, se dio cuenta de qué se trataba. —Antes era rojo. —Sí, era rojo —admitió—. Pero ya no. Sylvanas se percató de que el pequeño orbe, que solo tenía el tamaño de una manzana, no estaba hecho en realidad de oro, sino de algo que se recordaba al... al... Al ámbar. A esa savia de árbol que se ha ido endureciendo con el paso de los siglos hasta convertirse en algo que puede ser transformado en joya. Algunas veces, algunos insectos habían quedado atrapados en ese fluido en la antigüedad, envueltos en él 51

Christie Golden para siempre. Este material tenía el mismo fulgor. Era bonito. Pero albergaba serias dudas acerca de que este ornamento aparentemente inofensivo fuese tan poderoso como Gallywix quería que creyera. —Déjame verlo —le exigió. —Será un placer para mí, pero no lo haré delante de miradas curiosas. ¿Podemos ir a algún lugar más retirado? —Al ver la furia reflejada en la mirada de la Dama Oscura, el goblin añadió con el tono de voz más sincero que jamás le había oído—: Mira, sé que querrás mantener esta información en secreto. Confía en mí. Y, extrañamente, eso fue lo que hizo. —Si estás exagerando, lo pagarás caro. —Oh, eso ya lo sé. Pero también sé que te va a encantar lo que vas a averiguar. Sylvanas se inclinó hacia Nathanos y le susurró: —Volveré en un momento. Más le vale tener razón. Como era consciente de que muchas miradas estaban clavadas en ella, se puso en pie y le indicó a Gallywix que la siguiera hasta la sala situada detrás del trono. El goblin obedeció y, en cuanto la piel cayó cerrando la entrada, dijo: —Oh. No sabía que existía este sitio. Sylvanas no contestó, sino que se limitó a tenderle la mano para que le diera el bastón. Tras hacer una pequeña reverencia, se lo entregó. Ella lo agarró. Pero no notó nada. 52

Antes de la Tormenta Aunque tenía unos ornamentos llamativos, Sylvanas pudo apreciar ahora que estaban tallados con maestría. Como se estaba hartando rápidamente de los jueguecitos del goblin, frunció el ceño ligeramente y subió una mano por el bastón hasta tocar la gema que se hallaba en su extremo. Abrió los ojos como platos y dio un leve grito ahogado de asombro. En su momento, había añorado la vida que se le había negado y se había conformado con los dones de la no-muerte: con su devastador aullido de alma en pena, con haberse librado del hambre y el agotamiento y de las demás cadenas que atan a los mortales. Pero esta sensación empequeñecía a las dos anteriores. No se sentía simplemente fuerte, sino poderosa. Es como si pudiera aplastar un cráneo de un solo golpe, como si pudiera recorrer una legua o más con una sola zancada. La energía danzaba dentro de cada de uno de sus músculos, como si se tratara de una bestia de gran precisión y poder que tirase de la correa que la sujetaba. Los pensamientos recorrían a enorme velocidad su cerebro, y no se trataba de sus pensamientos calculadores, inteligentes y arteros de siempre, sino de unas ideas aterradoramente brillantes. Innovadoras. Creativas. Ya no era una dama oscura o ni siquiera una reina. Era una diosa de la destrucción y la creación, y le sorprendió no haberse dado cuenta hasta ahora de lo profundamente conectados que estaban ambos extremos. Podría crear ejércitos, ciudades, culturas enteras. Y hacerlos caer. Ventormenta sería la primera de muchas; la ciudad le entregaría a sus habitantes que pasarían a engrosar las filas de los Renegados. Podría impartir la muerte a una escala que... Sylvanas soltó el orbe como si éste la hubiera quemado. 53

Christie Golden —Esto... lo cambiará todo —dijo con voz temblorosa. Al instante, recuperó su gélida calma habitual—. ¿Por qué no lo has usado aquí y ahora? —Mira, era dorado cuando era líquido y era asombroso. Después, se volvió sólido y rojo, y era bonito pero vulgar. Siempre tuve la esperanza de hallar más de este material algún día. Y entonces... un día, bum, la parte superior del bastón se volvió dorada y asombrosa de nuevo. ¿Quién se lo iba a imaginar? Sylvanas tenía que volver al festín. Sin duda alguna, los demás líderes ya estarían cuchicheando y no quería darles más carnaza quedándose aquí más tiempo. —Comprendes su potencial, ¿verdad? —dijo el goblin mientras entraban de nuevo en el fuerte. Como si estuviera hablando de algo mundano y pragmático, no de algo que hubiera estremecido a Sylvanas Brisaveloz hasta lo más hondo de su ser al haber probado las mieles de un poder hasta entonces inimaginable. —Sí —contestó, volviendo a recuperar el control de su voz, aunque por dentro seguía temblando—. En cuanto concluya este festín, tú y yo vamos a hablar largo y tendido. Esto será una gran arma para la Horda. Solo para la Horda. —¿La Alianza sabe algo sobre esto? —No te preocupes, Jefa de Guerra —respondió, recuperando su actitud habitual de goblin taimado y con mucha labia— Tengo gente ocupándose de eso.

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CAPÍTULO CUATRO

Ventormenta Anduín había llamado a sus consejeros para que se reunieran con él en la sala de mapas del Castillo de Ventormenta. Inclinaron la cabeza al entrar, a pesar de que hace mucho les había ordenado que no lo hicieran. Cringrís y Shaw estaban ahí, por supuesto. Al igual que el profeta Velen, el anciano draenei que había sido el tutor de Anduín en los caminos de la Luz. De todos ellos, podría decirse que tal vez el profeta draenei era quien más había perdido en esta guerra. Genn había perdido a su hijo de un modo violento años atrás, y esta guerra se había llevado a Varían Wrynn, claro está. Pero Velen había sido testigo no solo de la muerte de su hijo, sino de su mundo entero. .. literalmente. Aun así, meditó Anduín mientras contemplaba a ese ser de piel de color lavanda, aunque puedo notar su tristeza, sigue siendo el más sereno de todos. 55

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La almirante del vuelo Catherine Rogers también estaba presente. Anduín opinaba sobre ella lo mismo que sobre el maestro de espías Shaw. Respetaba a ambos individuos, pero no se sentía cómodo al relacionarse con ellos. Para su gusto, Rogers estaba demasiado sediento de sangre de la Horda. Recientemente, había tenido que reprender enérgicamente tanto a ella como a Cringrís por haber ido mucho más lejos en una misión de lo que él había ordenado. Sin embargo, la Alianza había necesitado del talento militar de Rogers durante la guerra, y Mathias protegía a los inocentes a su manera. —Ha sido un día complicado —dijo Anduín—. Pero ha sido más difícil para aquéllos a los que nos hemos dirigido. Por fin, la guerra ha terminado, la Legión ha sido derrotada y podemos enterrar a los muertos sabiendo que mañana no se sumarán a las filas de los asesinados en batalla. Por todo esto, me siento agradecido. »Sin embargo, eso no quiere decir que ya podamos dejar de esforzarnos para hacer de este mundo un lugar mejor. En vez de matar a nuestros enemigos, debemos cuidar y sanar a nuestra gente... y a un mundo que se halla espantosamente herido. Y — añadió Anduín— debemos proteger y estudiar una valiosa fuente de recursos que hoy mismo he conocido. Todas estas cosas suponen unos nuevos desafíos. Anduín podía notar en su bolsillo esa piedrita de un color dorado azulado, acurrucado serena y benevolentemente. Pese a que aún sabía muy poco sobre ella, sí sabía una cosa: no era algo malvado, aunque comprendía perfectamente que, ciertamente, podría ser utilizada para alcanzar metas siniestras. Incluso los naaru podían ser utilizados en ese mismo sentido. Anduín sacó el pañuelo. —Esta mañana, el maestro de espías Shaw me ha informado sobre lo que pudo observar en Silithus. No solo se han abierto ahí grandes 56

Antes de la Tormenta fisuras, que se extienden desde el lugar donde la espada de Sargeras se clavó en el mundo, sino que éstas han revelado la existencia de una sustancia desconocida hasta ahora. Es... única. Es más fácil mostrárosla que intentar explicároslo. Entregó el pañuelo a Velen, quien reaccionó como Anduín lo había hecho en su momento. El draenei lanzó un grito ahogado. Ante la mirada de Anduín, fue casi como si años (décadas) de sufrimiento abandonaran a ese anciano. Si bien antes había sido una experiencia muy intensa para Anduín, ahora, al contemplar cómo afectaba a otro en el plano material, lo era casi incluso más. —Por un momento, he pensado que era un fragmento de un naaru —susurró Velen—. Pero no lo es, aunque la sensación es... similar. Los naaru eran unos seres benévolos hechos de energía sagrada. No había nada más cercano a la Luz que ellos. Cuando Anduín había estudiado tutelado por el draenei en el Exodar, había pasado mucho tiempo en presencia del naaru Oros. Ese ser hermoso y benévolo había sido otra baja más de la guerra, y el recuerdo de esa época estaba ahora teñido de dolor. Aun así, Anduín recordó los sentimientos que había despertado en él Oros y estuvo de acuerdo con la opinión de Velen. —Aunque —añadió Velen— esto posee el potencial para causar un gran daño, así como para hacer un gran bien. Cringrís fue el siguiente en cogerla. Pareció anonadado ante lo que experimentó, casi confuso, como si alguna creencia profunda y firmemente arraigada se hubiera hecho añicos. Entonces, frunció el ceño, de tal modo que las arrugas de alrededor de sus ojos se tornaron más profundas, y le lanzó esa piedra de color miel a Shaw. —Admito —dijo con un tono de voz áspero, dirigiendo sus palabras tanto al rey como al maestro de espías— que creía que tal vez estaban exagerando, pero no es así. Este material es poderoso... y peligroso. 57

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Shaw se quitó la piedra de encima; no parecía tener ningún deseo de sostenerla más de lo necesario. Anduín respetaba esa decisión. Rogers fue la siguiente en cogerla. Se trastabilló y estiró el brazo para agarrarse a un lado de la gran mesa del mapa para poder mantener el equilibrio, a la vez que contemplaba embelesada la diminuta piedra. Entonces, adoptó una expresión en la que se mezclaban la ira y la esperanza. —¿Hay más de esto? Shaw les explicó a Velen y Rogers lo que antes había explicado a Genn y Anduín, pero en versión resumida. Ambos escucharon atentamente. En cuanto hubo terminado, Rogers dijo: —Si pudiéramos dar con una forma de usar esto... podríamos aplastar a la Horda. —El mero hecho de pensar en Sylvanas me revuelve las tripas — aseveró Genn, quien no tuvo pelos en la lengua. ¿Por qué siempre tendemos a favorecer la violencia?, pensó Anduín sintiendo una leve oleada de ira. Sin embargo, optó por responder a la primera pregunta de Rogers: —Le he dicho al maestro de espías Shaw que debemos obtener más de este material y estudiarlo. Creo que podemos hacer cosas mucho mejores con esta sustancia que crear nuevos métodos para matar con más eficacia. —Sylvanas nunca pensaría de ese modo y, por eso, tampoco debemos hacerlo nosotros. Anduín clavó sus ojos azules en Cringrís. —Yo diría que lo que nos hace mejores que ella es que pensamos así, precisamente. —En cuanto Genn hizo ademán de protestar, Anduín levantó una mano—. Pero nunca permitiré que la Alianza se encuentre en una situación de vulnerabilidad. Si reunimos la 58

Antes de la Tormenta información suficiente, podremos darle más de un uso a esto gracias a nuestro talento. Se cuadró de hombros y centró su atención en el mapa de Azeroth que tenía desplegado ante él y, con sus ojos azules, recorrió la representación de un mundo que había vuelto a ser muy hermoso para él. Detuvo la mirada en el hogar del aliado más cercano de Ventormenta, las tierras de los enanos y su capital: la ciudad de Forjaz. —Los humanos no nos enfrentamos solos a la Legión —recordó Anduín a los ahí reunidos—. Los draenei se sumaron a esa lucha, así como los pandaren que optaron por unirse a la Alianza. Tu pueblo, también, Genn: los refugiados huargen y humanos que se han ganado con creces tener un sitio en la Alianza al luchar codo con codo con mi padre y luego conmigo para combatir ese terrible peligro. Los enanos y los gnomos también nos apoyaron. —Aunque, en este último caso, no lucharon codo con codo por razones evidentes —matizó Genn. Anduín había descubierto que las emociones más sensibles tendían a incomodar al hosco rey. Genn llevaba mejor la ira y la testarudez que el cariño y la gratitud. Lo mismo había podido decirse de Varian durante muchos años. —Tal vez no —dijo Anduín, sonriendo un poco; es probable que con ese chiste hasta los mismos enanos hubieran estallado en carcajadas. Se imaginó a su anterior rey, Magni Barbabronce, respondiendo algo así como: No te preocupes, muchacho, ya te recortaremos para que tengas nuestra altura. —Pero siempre ha estado ahí apoyándonos, tan duros e inamovibles como una piedra. —Una oleada de afecto hacia esta gente fuerte y terca, que habían sido quienes le habían iniciado tanto en su camino hacia el sacerdocio así como hacia unas técnicas de lucha adecuadas, asaltó a Anduín—. Deberíamos debatir este asunto con la Liga de Expedicionarios. Quizá puedan hacernos ver las cosas desde otra perspectiva. Además, están por todo el mundo. Eso te permitiría tener muchos ojos y oídos extra, Shaw. 59

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Shaw asintió con esa cabeza coronada por un castaño rojizo. Anduín continuó: —Los elfos de la noche también podrían sernos de ayuda. Como son una raza muy antigua, tal vez se hayan topado con algo parecido anteriormente. Como ellos también han perdido a mucha gente en esta guerra, creo que un pacto de ayuda y apoyo sería bienvenido. Y los draenei... —Anduín agarró del brazo a su viejo amigo Velen—. Ustedes han perdido más de lo que cualquiera de nosotros puede comprender por entero. Y tal y como dices, este... material... recuerda a los naaru. Tal vez hay algún tipo de relación. Entonces, centró de nuevo su atención en el grupo. —Todos acudieron cuando los llamamos. Y ahora sus veteranos han regresado a los campos largo tiempo desatendidos, a los almacenes de suministros peligrosamente vacíos. Acordémonos de lo que sucedió tras la batalla de Rasganorte. Cuando los recursos se agotan, las chispas del resentimiento pueden prender las llamas del enfrentamiento; incluso entre razas del mismo bando. Asegurémonos, pues, de que ninguno de nuestros aliados se arrepienta de haber ofrecido ayuda a Ventormenta. Se miraron unos a otros y asintieron, mostrando así su acuerdo. —Pretendo viajar a las tierras de nuestros incondicionales amigos —les informó Anduín—. Para darles las gracias en persona por sus sacrificios, para ofrecerles lo que podamos con el fin de que la recuperación económica sea rápida y para conseguir su ayuda también. Esperaba que Cringrís protestase, y el anciano no le decepcionó.

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Antes de la Tormenta —Tu gente está en Ventormenta —le recordó Genn al rey una forma innecesaria—. Te necesitan aquí. Y Gilneas, al menos no necesita ninguna visita real. No. Gilneas no. Nunca la había necesitado. Años atrás, por orden del propio Cringrís, Gilneas se había aislado, cortando todo contacto con cualquier cosa que se hallara más allá de sus colosales muros de piedra. Ese reino se había aislado de los demás y no había acudido en ayuda del resto cuando éstos habían necesitado su apoyo, lo cual había hecho que creciera la furia y el resentimiento contra los gilneanos; al menos al principio, cuando por fin habían tenido que abandonar ese retiro autoimpuesto. Pero ahora no quedaba nada de ese reino antaño grandioso, salvo ruinas, sombras y tristeza. —Si no recuerdo mal, te enfadaste mucho conmigo cuando pisé las Islas Quebradas para ver el lugar donde había caído mi padre — contestó Anduín con serenidad. —Por supuesto que sí. Abandonaste Ventormenta y no avisaste a nadie —replicó Cringrís—. Ni siquiera habías nombrado un sucesor. Y sigues sin haberlo hecho, por cierto. ¿Qué habría ocurrido si te hubieran matado? —Pero no me mataron —respondió Anduín—. E hice lo correcto al marcharme. —Con más calma, continuó—: Genn, me dijiste que no hacía falta que viera ese lugar. Pero lo vi. Para mí, el sacrificio de mi padre lo había convertido en un terreno sagrado. Ahí fue donde hallé a Shalamayne; o tal vez debería decir que ella me encontró a mí. Ahí es donde... Se calló. Aún no estaba preparado para contarle a alguien lo que había experimentado, ni siquiera a Velen, el profeta, quien lo habría entendido. En vez de eso dijo: 61

Christie Golden —Donde realmente acepté las obligaciones que acarrea ser rey. — Se aclaró la garganta; tenía la voz muy espesa—. Donde fui capaz de guiar a la Alianza hasta una costosa victoria. Sí. La gente de Ventormenta me necesita. Pero también la de Forjaz y Darnassus. Así es como nos valemos de la paz para asentar los cimientos de la unidad y la prosperidad, con el fin de que la guerra tal vez algún día quede relegada a los libros de historia. Era un objetivo noble, aunque quizá inalcanzable. La mayoría de los que se encontraban en torno a esa mesa parecía pensar eso último. Pero Anduín estaba decidido a intentarlo. *** La «vieja Emma», con ese nombre la conocí a la mayoría de Ventormenta. Su apodo no le parecía mal, puesto que, al fin y al cabo, era vieja, y normalmente se usaba de manera cordial. Pero tenía un nombre real (Piedra Mácula) y un pasado, como todo el mundo. Había amado y había sido amada y, si a veces se perdía en el pasado era porque, bueno, ahí era donde estaba todo el mundo. El primero en caer había sido su marido, Jem, que había muerto en la Primera Guerra. La gente moría en las guerras, ¿verdad? Y se la honraba y recordaba en ceremonias como las que el dulce niño rey había presidido. Anduín Wrynn le recordaba mucho a sus propios e inteligentes hijos. Había tenido tres: el pequeño Jem, que había recibido ese nombre por su padre; Jack, que tenía ese nombre por su tío John; y Jake. Ellos también habían muerto en una guerra, igual que su hermana, Janice. Salvo que esa guerra fue peor que la anterior que acababa de terminar, en cierto sentido. Sus hijos perecieron por culpa de Arthas Menethil y su guerra contra los vivos. Habían sido guerreros de Lordaeron y habían ocupado unos puestos de gran 62

Antes de la Tormenta honor como guardias del rey Terenas. Habían caído junto al rey y su reino. Sin embargo, nadie había honrado sus nombres en una ceremonia formal. Nadie los consideraba unos héroes de guerra. Habían sido transformados en unas monstruosidades no-muertas sin mente. Y o bien seguían en ese estado cruel y brutal, o bien estaban muertos, aunque también podían haberse transformado en uno de los Renegados de la reina Alma en Pena. Fuera cual fuese el destino final de sus hermosos hijos, los había perdido y, en el mundo de los vivos, de los humanos, se hablaba de tales horrores solo en susurros. Agarró con fuerza el mango del cubo que llevaba y se centró en su tarea: sacar agua del pozo. Pensar en Jem, Jack y Jake nunca era algo bueno, puesto que eso arrastraba su mente y corazón hacia unos lugares... Emma agarró el mango del cubo con más fuerza si cabe al aproximarse al pozo. Céntrate en lo que necesitan los vivos, se dijo. No los muertos. O los no-muertos.

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CAPÍTULO CINCO

Ventormenta —Tengo entendido que han hablado de forma muy elocuente en el servicio de hoy, majestad. Anduín sonrió con cansancio al anciano sirviente. Aunque era más que capaz de prepararse para ir a la cama él solo, Wyll Benton había cuidado de él desde que era un crío y se habría sentido ofendido si se negaba su ayuda. —Los príncipes y los reyes tienen mucho de que preocuparse — había dicho una vez, la primera en que Anduín había intentado recortarle las obligaciones—. Lo que menos necesitan es tener que preocuparse de cosas como recortar las mechas de las velas y colgar la ropa como es debido. Aunque era alto y corpulento, Anduín se había fijado en que había adelgazado un poco últimamente. Bajo su actitud afable y un tanto distante, se escondía una voluntad muy tozuda y una tremenda 64

Antes de la Tormenta devoción a la casa de Wrynn. Han cambiado tantas cosas, y la mayoría no a mejor, pensó Anduín. Pero Wyll al menos es una constante. —Si realmente he sido elocuente ha sido porque la Luz ha hablado a través de mí para reconfortar a aquéllos que lo necesitaban — contestó Anduín. —Te subestimas, majestad. Siempre han sido hábil con las palabras. Wyll le quitó el cinturón a Anduín, colgó la maza Domamiedo de un modo reverencial en un gancho situado en la pared más cercana a la cama del rey. El mismo sirviente había colocado ese gancho ahí, donde Anduín podía alcanzarlo en cualquier momento. Por si acaso, le había dicho. En aquella ocasión, el príncipe Anduín había puesto cara de circunstancias, pero el hombre en que se había convertido se emocionaba ante esa muestra de preocupación sin palabras de un hombre que ahora mucho más que un sirviente; Wyll, era un viejo amigo. —Eres muy amable —dijo Anduín. —Oh, señor —suspiró Willy—, nunca lo soy, ya lo sabes. Anduín apretó los labios para evitar sonreír ampliamente. Ahora que estaba animado, no podía resistirse a la tentación de tomarle el pelo a Will. —Te agradará saber que pronto vamos a volver a Forjaz. A menos que prefieras no ir. —¿Por qué no iba a querer ir, majestad? No hay nada como un calor constante y el repiqueteo de una forja gigantesca en continuo funcionamiento para cerciorarse de que uno pueda descansar bien. Además, nunca sucede nada malo en Forjaz, eso seguro. Nadie se transforma en diamante, ni acaba enterrado bajo unos escombros, ni le toman como rehén ni se ve obligado a huir para salvar el pellejo —continuó hablando el viejo sirviente con un tono de voz ligeramente sarcástico. 65

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Wyll había acompañado a Anduín la última vez que éste había visitado Forjaz, poco antes de que el Cataclismo hubiera alterado para siempre la faz de Azeroth. Todas las cosas que el sirviente acababa de mencionar, junto a muchas otras, habían ocurrido en ese viaje tan plagado de incidentes, y Anduín había sido el protagonista de dos de ellos. Estas palabras, dichas con un tono de ironía (al menos con toda la jocosidad que Wyll era capaz de imprimir a sus palabras), provocaron que otra oleada de tristeza recorriera al joven rey. Aunque ésta era distinta, pues nacía de una pérdida más antigua. El tiempo había atemperado el dolor, aunque éste nunca lo abandonaría del todo. Mientras le colgaba el abrigo, Wyll contempló a su silencioso rey. —Disculpa, majestad —dijo, con un tono de voz plagado de remordimiento—. No pretendía tomarme a la ligera tu pérdida. —La pérdida de Khaz Modan —le corrigió Anduín. El terremoto en Dun Morogh, cuyos temblores se sintieron hasta en Forjaz, había sido la primera señal de que ese mundo infeliz estaba en verdadero peligro. Anduín había ido a Dun Morogh para ayudar en el rescate. Aunque aún no había abrazado el camino del sacerdocio, sí sabía prestar primeros auxilios y deseaba desesperadamente ayudar. Las sucesivas réplicas se cobraron la vida de Aerin Petramano, la joven enana a la que se le había encomendado entrenarlo. Era la primera vez que Anduín había perdido a alguien de casi su misma edad. Y, si era sincero consigo mismo, tenía que reconocer que había empezado a sentir algo que iba más allá de una mera amistad hacia esa guerrera de ojos brillantes tan vivaz y alegre. —No pasa nada —le aseguró a Wyll—. Ahí ahora las cosas están mejor. Magni se ha despertado de su... eh, estado de comunión con 66

Antes de la Tormenta la tierra, yo estoy bien y los Tres Martillos colaboran entre ellos como si se tratara de una máquina gnoma bien engrasada. Magni Barbabronce, que había sido el rey de Forjaz en aquella época, había participado en un ritual que «lo uniría a la tierra». Todos habían esperado que ese rito le hubiera dado alguna información sobre ese mundo en apuros, pero el ritual había tenido unas consecuencias prácticas y de ningún modo metafóricas: había transformado a Magni en diamante. En esos momentos, la ya asediada ciudad se había sumido en una honda tristeza. Gracias a la Luz, corrió la voz de que Magni no había sido asesinado... sino que había cambiado. Ahora, le habían contado a Anduín que el antiguo rey hablaba con (y por) la misma Azeroth. Nadie estaba seguro de dónde o cómo encontrarlo, puesto que vagaba por el mundo y aparecía cuando era necesario. Anduín se preguntó si volvería a ver a Magni de nuevo. Esperaba que sí. —Aun así, señor —dijo Wyll—. Te acompañaré, por supuesto. Y por supuesto que lo haría. Por lo que Anduín sabía, el devoto sirviente no tenía familia propia y había servido a los Wrynn durante casi toda su vida. Anduín no necesitaba que Wyll se ocupara de él (era más que capaz de colgar su abrigo él solo y quitarse las botas), pero a medida que la edad iba impidiéndole a Wyll hacer muchas cosas, Anduín era consciente de que su sirviente de la infancia todavía quería tener la sensación de que era útil. Anduín apreciaba a Wyll no por lo que hacía, sino por quién era. —Me alegrará poder contar con tu compañía —afirmó Anduín, y así era en verdad—. Aunque eso será todo por ahora. Buenas noches, Wyll. 67

Christie Golden El anciano se agachó. —Buenas noches, majestad. Anduín observó cómo cerraba la puerta y le sonreía afectuosamente. Cuando la puerta se cerró con un chasquido, volvió a su tocador. La piedra de color ámbar, que aún seguía envuelta en el pañuelo, se encontraba junto a dos objetos que tenían una gran importancia sentimental para Anduín. Uno era una cajita tallada que contenía los anillos de compromiso y boda de la reina Tiffin. El otro era la brújula que Anduín le había dado en su día a su padre. A pesar de que se quedó mirando la tela blanca durante un momento, fue la brújula lo que cogió, la misma que había sido recuperada por un aventurero, quien había ayudado al nuevo rey desconsolado a dar sus primeros pasos hacia la sanación de su pesar al habérsela devuelto. Abrió la brújula y contempló el retrato pintado de un niño que había dentro de ella; un tierno infante de papos muy redondos. Después de todo lo que había visto y vivido en los últimos meses, Anduín se preguntó si de verdad había sido alguna vez tan joven como el pintor lo había retratado. Una brújula. Algo que te ayuda a seguir el camino correcto. En la lucha contra la Legión Ardiente había estado muy claro el camino. Un camino claro, bueno, verdadero y poderoso. Anduín sabía cuál era el siguiente paso a dar inmediatamente en ese sendero. Debía reunirse con sus aliados, ayudarlos a socorrer a sus respectivos pueblos y demostrarles que consideraba que los lazos que le unían a ellos seguían siendo muy importantes. Luego les pediría su ayuda para poder averiguar más cosas sobre este mineral 68

Antes de la Tormenta tan extraño... y para impedir que fuera utilizado con fines malvados. Después de eso... Cerró los ojos. Luz, rezó, me has dado buenos y sinceros consejeros que me han ayudado a ser un buen líder hasta ahora. Confío en que me muestres los próximos pasos cuando llegue el momento. Siempre he deseado la pazy y ahora disfrutamos de una relativa calma. Y este material... podría ser utilizado para consolidar esa paz de maneras que ni siquiera podemos imaginar. Guíame para que pueda ser un buen líder también ahora. Con delicadeza, dejó la brújula sobre el tocador, apagó con un soplido la única vela que Wyll había dejado encendida en la mesita de noche y durmió sin soñar. *** Por la mañana, Anduín convocó una reunión menos formal en la sala de recepción situada junto a sus aposentos privados. Había pasado muchas noches ahí, cenando a solas con su padre. Seguía teniendo dificultades para aceptar que esa estancia ahora le pertenecía. —Casi había olvidado que nos adentrábamos en el verano — comentó Cringrís mientras cogía un melocotón totalmente maduro y de un aroma muy dulce. También había bollitos de grano ámbar, queso de Stromgarde, huevos con especias, jamón, beicon, fruta del sol fresca y pastas, así como leche, café, té y un surtido variado de zumos para acompañar a lo anterior. Como huargen que era, Cringrís había cazado para obtener comida de un modo que el resto de la Alianza no podía, y era capaz de alimentarse con cosas con las que los demás no podían. En muchos sentidos, los huargen eran los más fuertes y mejor preparados para 69

Christie Golden la guerra, ya que el dicho de que un ejército avanza según cómo de lleno esté su estómago era cierto. Aunque no cabía duda de que el rey Gilneas aún gozaba del sabor de las primeras frutas del verano. Daba la impresión de que la mayoría habían dormido bien, tal y como había hecho el joven rey. Se preguntaba si eso no sería un efecto colateral de la piedra. Tras algunos cumplidos corteses sobre la comida, el rey desvió la conversación hacia asuntos más prácticos. —Genn —dijo, mientras se servía una segunda ración de hUc_ vos—, me gustaría pedirte que cuidaras de mi reino mientras esté fuera. No se me ocurre nadie mejor que pueda ocuparse de él qUc alguien que ya conoce perfectamente lo que eso conlleva. No te preocupes —añadió, con un sonrisa—, esta vez prometo que lo formalizaré todo antes de marchar. Lentamente, Genn colocó el tenedor sobre la mesa. —Majestad —contestó—, me siento honrado. Serviré a Ventormenta tal y como he servido a dos de sus reyes. Pero soy un anciano. Tal vez sería mejor que empezaras a buscar la manera de que alguien más joven que yo pudiera gobernar si algo te sucediera. Anduín suspiró. Esta no era la primera vez que se planteaba el tema del heredero. Si bien optó por ignorarlo, estaba casi seguro de que Genn haría referencia a él al menos una vez más antes de que se marchara a Forjaz, a pesar de que Anduín había dejado muy clara su opinión al respecto. No iba a casarse con una mujer a la que no quisiera. —Me alegra que hayas aceptado mi propuesta —dijo Anduín, esquivando así el tema por entero mientras se giraba hacia Velen para evitar que Genn pudiera insistir en él—. Profeta, espero que me acompañes en mis viajes tanto a Forjaz como allende los mares. 70

Antes de la Tormenta No he olvidado a los draenei que aún custodian el Exodar. Iría a verlos y darles las gracias. El draenei de barba blanca inclinó la cabeza, presa de la emoción. —Es un honor acompañarte, majestad. Será algo tan importante para mi pueblo. —Para mí también lo será —respondió Anduín, a la vez que untaba mantequilla en su tostada. Mantequilla, pensó. Algo a lo que no había dado valor, cuando muchos no tenían siquiera una rebanada de pan—. ¿Qué puede ofrecer Ventormenta a los draenei para demostrar nuestro profundo agradecimiento por su ayuda a combatir un enemigo mutuo? —Que te tomes la molestia siquiera de hacer esa pregunta después de todo lo que has sufrido, majestad, seguramente los llenará de felicidad. El joven rey dejó el cuchillo de la mantequilla sobre la mesa y contempló a su viejo amigo. —Sabes mucho más sobre sufrimiento que cualquiera de nosotros —dijo con serenidad—. Sobre el sufrimiento que acarrea la pérdida. Liam Cringrís no era el único hijo que había dejado atrás a un padre cariñoso. Y aún más profunda que esta pérdida personal era la que había sufrido el pueblo de Velen. Argus, su amado mundo natal, no solo había sido invadido por los corruptos eredar, sino que había sido torturado adrede durante eones por el titán caído Sargeras. La misma alma de ese mundo roto se había vuelto en contra de todos, de cualquiera, incluso de aquéllos que lo habían liberado y pretendían ayudarlo. Incluso ahora, Anduín apenas era capaz de pensar en ello y le rogaba a la Luz que su propio mundo, la hermosa Azeroth, que había dado cobijo a tanta variedad de formas de vida prodigiosas, no acabara sufriendo el mismo destino. 71

Christie Golden

A pesar de que una tristeza que nunca, jamás podría ser mitigada, se reflejó en el rostro de Velen, éste habló con un tono afable: —Precisamente porque conocemos bien las tinieblas de este universo nos concentramos en lo que es bueno, generoso y cierto. Insisto en que tu presencia en los pasillos violetas de nuestra ciudad serenará nuestros espíritus más de lo que imaginas. Era imposible discutir con un draenei, pensó Anduín. Sus labios se curvaron en una sonrisa. —Como desees, viejo amigo. Pero te pido que pienses en algo más tangible que también podamos llevar ahí. Ahora fueron los labios del anciano lo que se curvaron para dibujar una sonrisa que era eternamente joven. —Ya veré qué se me ocurre. —Bien. Es más urgente decidir qué tenemos que llevar a Forjaz, puesto que es la primera ciudad que pretendo visitar. ¿Qué podemos ofrecer a los enanos como regalo y que ellos aprecien en grado sumo? Por un momento, los ahí presentes arrugaron el ceño mientras cavilaban. Y entonces, al unísono, todos ellos, hasta el gran profeta Velen, se echaron a reír.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO SEIS

Tanaris Grizzek Fizzwrench salió de su sencilla cabaña destartalada para adentrarse en el calor perezoso y que lentamente se desvanecía de última hora de la tarde. Sonrió al oír el chapoteo familiar del océano al acariciar la costa, el roce de las hojas de las palmeras. Se le ensancharon las fosas nasales de esa enorme y larga nariz y el estrecho pecho se le expandió al respirar el aire salado. —Otro hermoso día todo para mí —dijo en voz alta, a la vez que se estiraba bastante, haciendo así que le chasquearan el cuello, los nudillos y los dedos de los pies. Entonces, soltó una carcajada de impaciencia y emoción y se arrojó a la espuma del mar. Antaño, había sido un goblin normal. Al igual que los demás, había vivido en tugurios y barrios de chabolas donde apenas había espacio para nada y no reinaba la higiene precisamente, llevando a cabo actos repugnantes para gente aún más repugnante. Las cosas le habían ido bien cuando estaba en Kezan, pero cuando esa isla... 73

Christie Golden esto, explotó (lo cual realmente se supone que no pueden hacer) y los refugiados del Cártel Pantoque se mudaron a Azshara, todo cambió. Había una razón por la que no le gustaba Azshara. Era un lugar muy otoñal para su espíritu estival. Ahí primaban todas esas tonalidades naranjas y rojas y marrones. A él le gustaba el azul del cielo y el mar, y esa arena de color amarillo brillante y el reconfortante bamboleo de las palmeras frondosas. Azshara pasó a desagradarle aún más cuando las trituradoras comenzaron a destrozar esas tierras, dejándolas con un aspecto muy feo. La idea de malgastar tanto tiempo como dinero (que eran prácticamente lo mismo) para remodelar una parte de Azshara y convertirla en un símbolo de la Horda le parecía la mayor lamida de culo que había visto jamás, y eso que había visto muchas. Además, todas esas otras razas que formaban parte de la Horda no parecían comprender la mentalidad goblin. Los «creamuertos», así denominaba él a los Renegados, le daban escalofríos, y lo único con lo que parecía que les gustaba juguetear eran los venenos. Los orcos se creían mejores que los demás. Se consideraban la «Horda original» y defendían otras estupideces similares. Los tauren estaban demasiado enamorados de la tierra como para que cualquier persona razonable pudiera sentirse cómoda con ellos y toda esa historia que se traían los trols con los loa lo tenía aterrado. Los pandaren eran demasiado... bueno... agradables. Había conocido a un par de elfos de sangre con los que podría haber compartido una cerveza, pero la raza en conjunto era demasiado bonita, y les gustaban las cosas bonitas, y los goblins y su cultura no podían considerarse como cosas bonitas, de eso no hay duda. No obstante, lo peor de haberse sumado a la Horda era que eso había provocado que Jastor Gallywix pasara de ser un asqueroso mero príncipe mercante a ser el poderoso y asqueroso líder de toda 74

Antes de la Tormenta una facción de la Horda. Entonces, un día, súbitamente, como si alguien hubiera dado a un interruptor, Grizzek se había hartado. Había recogido todas sus posesiones (todos los cachivaches de sus laboratorio, los libros repletos de notas detalladas tomadas meticulosamente durante años sobre experimentos y un pequeño almacén lleno de suministros) y se había mudado aquí, a una isla desierta de Tanaris. Mientras trabajaba solo bajo ese sol abrasador, su pálida piel verde amarillenta había pasado a ser de un intenso verde esmeralda como el de un bosque. Había construido un pequeño y modesto hogar y un no tan pequeño ni tan modesto laboratorio. Grizzek había descubierto que bajo el sol y en la soledad su talento florecía. Se levantaba a última hora de la tarde, se iba a nadar y rompía su ayuno; luego, se iba a trabajar durante la noche que hacía más fresco. Con el paso de los años, había construido un complejo sistema defensivo compuesto por robots, alarmas, silbatos y otros mecanismos de alerta. En ese sentido, su artilugio favorito era Plumas, este loro robótico con un nombre no muy imaginativo era quien le hacía compañía (si es que se podía llamar así a lo que hacía). Plumas volaba varias veces al día en misiones de reconocimiento, valiéndose de sus ojos mecánicos para dar con cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. El robot alertaría inmediatamente a Grizzek si hubiera algún problema. Y entonces... bueno, dependiendo de la naturaleza del intruso, se le obligaba a marchar tras recibir una advertencia severa o si no, recibía un disparo de la pistola de dragón goblin, versión 2, que él siempre tenía a mano. Gozaba de una vida muy hermosa. Y había fabricado muchas cosas hermosas. Bueno, hermosas quizá no fuera la palabra más adecuada. Había creado cosas que hacían que otras volaran por los aires de forma espectacular e inventos prácticos que le permitían 75

Christie Golden no tener que preocuparse por cocinar, limpiar o, realmente, de cualquier otra cosa aparte de crear más inventos y artefactos explosivos. Así que cuando Plumas apareció de improviso, mientras él estaba tumbado boca arriba, flotando perezosamente, y graznó potentemente: «¡Alerta! ¡Intruso en la entrada oeste!», eso quería decir que su hermosa vida estaba a punto de desmoronarse. Grizzek esbozó un gesto de contrariedad mientras escuchaba el informe de Plumas. Aunque, cuando el pájaro pronunció un nombre, abrió los ojos de repente. Lanzó un juramento muy largo y en voz alta muy insultante, y volvió nadando a la orilla. *** —Príncipe Mercante —dijo Grizzek unos momentos más tarde, de pie en la puerta principal, goteando y vestido con solo una toalla— . Creía que teníamos un trato. Tú te quedabas todos mis inventos, y yo dejaba el cártel, llevándome unos suministros y con la conciencia tranquila. El príncipe mercante Jastor Gallywix, que iba vestido de un modo tan llamativo como siempre, con su redondo y abultado estómago precediéndolo casi dos pasos enteros, se limitó a sonreír. Venía acompañado de varios matones; uno de ellos era el musculoso Druz, su déspota jefe. —Hola, Druz —añadió Grizzek. —Eh, Grizzek —respondió Druz. —¿Así es como saludas a un viejo amigo? —preguntó Gallywix a voz en grito. 76

Antes de la Tormenta Grizzek lo miró muy fijamente con un rostro inexpresivo. —¡Las normas de etiqueta tradicional de los goblins exigen que debes invitar a entrar a un príncipe mercante! —En realidad, no dicen eso —replicó Grizzek—. Además, yo nunca he respetado esas normas. Druz se apoyó en la puerta de la entrada, mientras se limpiaba las uñas con un cuchillo. El mero hecho de pensar que podría acabar siendo apuñalado con un cuchillo con restos de lo que había debajo de las uñas de Druz era algo aterrador. Gallywix siguió sonriendo. —Doce goblins tremendamente fuertes, muchos de los cuales te apuntan con algún arma de fuego, te exigen que invites a entrar a un príncipe mercante. Grizzek se encogió de hombros y dio un hondo suspiro. —Está bien, está bien. ¿De qué va todo esto, Gallywix? — preguntó, sin molestarse en dirigirse a él usando su título de líder de la Horda. —¿De qué va siempre? —¿De dar rienda suelta a la creatividad, de estimular el intelecto y de poder dormir por las noches sin tener cargos de conciencia? — contestó Grizzek. —¡Pues claro que no! Se trata de negocios. Se podría decir que se trata de una oportunidad única. Gallywix hizo un gesto con su bastón. Grizzek dirigió su mirada hacia el orbe situado en el extremo superior. Había visto un millar de veces ese objeto rojo brillante... 77

Christie Golden Parpadeó. —Es oro —dijo. —No, no es oro, pero sí es dorado. —Ah. Ese es el chiste. La sonrisa de Gallywix flaqueó un poco, y Grizzek se alegró de poder tocarle las narices al príncipe mercante. —Sí —dijo—. Ese es el chiste. —Antes era rojo. Gallywix adoptó un gesto ceñudo y su papada se bamboleó por culpa de su enojo. —Sí. Era el mismo ornamento, pero con otro color. ¡Vamos, Grizzy, eso te tiene que intrigar cuando menos! Maldito fuera ese goblin; sí, Grizzek estaba interesado. Al final, le pudo la curiosidad, como siempre. Además, tampoco iba a poner ninguna objeción a que le trajeran suministros. Lo voy a lamentar, pensó y, acto seguido, abrió la puerta para dejar pasar a Gallywix. —Solo tú —le espetó, justo cuando Druz intentaba entrar—. Solo tengo una silla. —Está bien. Me quedaré de pie —respondió Druz. La habitación que hacía las veces de cocina se llenó en cuanto los tres goblins entraron en ella como pudieron y, en efecto, solo había una silla. Mientras el voluminoso Gallywix intentaba moverse como podía dentro de esa estancia, Grizzek se excusó y se fue a ponerse unos pantalones y una camisa de lino; después, se quedó de pie y escuchó. Gallywix habló de haber cavado hasta llegar a lo 78

Antes de la Tormenta más hondo del corazón de Kezan; de la única y gloriosa veta dorada que habían hallado y que se había agotado; de cómo había surgido el poder de esta sustancia, que al parecer se extinguía con el paso del tiempo; de cómo había pasado de tener un cálido color miel a una tonalidad roja, como la de una gota de sangre humana. En un principio, mantuvo la mirada clavada en el príncipe mercante, pero a medida que la historia iba adquiriendo unos tintes más fantásticos, se le iban los ojos hacia el bastón. —Y entonces —estaba diciendo Gallywix— llegó esta espada gigantesca lanzada por un titán, que se clavó justo en Silithus. La tierra se abrió y ahí había vetas y más vetas de ese material, fluyen do como un hermoso río de pura miel. Por supuesto, yo y solo yo sabía realmente qué era, así que aproveché la oportunidad. Ahora mismo, tenemos un montón de gente excavando y asegurándose de que únicamente la gente adecuada se hace con él. —No creo que este material sea tan prodigioso como tú crees, por eso me mantengo muy escéptico, príncipe mercante. —Grizzek miró hacia Druz, para que éste le confirmara la historia. Aunque pareciera extraño, siempre se había llevado bien con el principal matón de Gallywix. Druz se limitó a encoger sus descomunales hombros. La sonrisa de Gallywix se tornó más profunda y le brillaron los ojitos. —El movimiento se demuestra andando. Grizzek parpadeó. —¿Y eso qué quiere decir? —No tengo ni idea, pero suena bien. Mira, voy a hacer un trato contigo. Coge el bastón, toca la parte superior y a ver qué pasa. Si 79

Christie Golden no quieres tener nada que ver con esto, dilo. No voy a tomarte el pelo. —Soy calvo. —Era una forma de hablar. — Está bien, pero éstas son mis condiciones para dar un paso más adelante. Si quieres mi ayuda, yo decidiré qué haré, qué fabricaré y cómo se usará. Eso no le sentó nada bien al príncipe mercante de la chistera. La sonrisa se le congeló como si se hubiera topado con un furioso mago de escarcha. —No eres el único ingeniero del mundo, ¿sabes? —Eso es cierto. Pero sé que no me habrías venido a buscar después de tanto tiempo si no necesitaras mi ayuda. —Grizzek —respondió Gallywix, suspirando—, eres demasiado listo para tu propio bien. Grizzek se quedó callado, con los brazos cruzados. — Está bien, está bien —dijo el líder goblin airadamente—. Pero solo se te pagará un pequeño porcentaje. —Ya negociaremos cuánto se me pagará por hora y el porcentaje de beneficios después de que tome la decisión. Una vez más, Gallywix le ofreció el bastón. Grizzek lo cogió. Y agarró con la otra mano la parte superior. De repente, todo cuanto había en la habitación pareció enfocarse en grado sumo. Los colores se volvieron más intensos. Las líneas más claras y definidas. Pudo oír diferentes capas de sonidos en el murmullo del océano, pudo sentir las vibraciones de los cantos de los pájaros. Y su mente... 80

Antes de la Tormenta

Pensaba a gran velocidad y de un modo caótico, analizando y calculando en qué porcentaje la piel de su mano estaba realmente en contacto con el orbe, hasta qué punto el brillante sudor que empapaba súbitamente la palma de su mano impedía el contacto, qué usos se podría dar... Grizzek apartó la mano como si se la hubiera quemado. Había sido glorioso... casi demasiado. —Que me aspen —masculló. —¿Lo ves? Al ingeniero todavía se le estremecía el cuerpo entero por mor de lo que acababa de experimentar; tenía el corazón desbocado y le temblaban las manos. Sabía que poseía una mente brillante. Sabía que era un genio. Por eso, Gallywix había acudido en su busca. Y el príncipe mercante había hecho bien al buscarle, porque las cosas que se podrían crear con este material... —Esto... Está bien. Trabajaré en ello. Haré experimentos, diseñaré algunos prototipos. En la sonrisa de Gallywix, se mezclaban ahora la felicidad y la crueldad. —Ya sabía yo que entrarías en razón. —Pero mis exigencias siguen en pie —insistió Grizzek—. Quiero tener total autonomía en este asunto. Se había traicionado a sí mismo al haber reaccionado de esa forma, y era consciente de ello, pero aún no era tarde para jugar sus bazas. Se había llevado una gran sorpresa, nada más, y ahora estaba poniendo su mejor cara de póquer. 81

Christie Golden —Te mueres de ganas de ponerle las manos encima, y lo sabes. Grizzek se encogió de hombros, intentando imitar la total falta de interés por el tema de la que hacía gala Druz. —Bah, de acuerdo —dijo enojado Gallywix—. Pero a partir de ahora, algunos de mis hombres se quedarán aquí. —Adelante —contestó Grizzek, quien sabía perfectamente que el príncipe mercante no se habría alejado de este material de ningún modo—. Pero antes de que empecemos, voy a escribir una lista con los suministros que necesito. Y en la parte superior de esa lista — añadió, mientras señalaba con la cabeza la punta del bastón— Se encuentra una muestra de eso. —Tendrás mucho de este material, siempre que crees con él muchas cosas nuevas que empiecen a salir de aquí de manera regular. —Por supuesto, por supuesto. Y... —Oh, cómo odiaba decir esto— . Tengo una petición más. Voy a necesitar que mi antiguo compañero de laboratorio me eche una mano con todo esto. —Claro, claro. —Gallywix ya había conseguido lo que quería y, sin lugar a dudas, se sentía generoso—. Dame un nombre, y te lo traeré de inmediato. Grizzek se lo dijo. Y aunque Gallywix casi explota, un cuarto de hora después se le había pasado el cabreo. Grizzek cerró la puerta de su pequeña cabaña tanto con alivio como repugnancia. Limpió la silla en la que Gallywix había estado sentado, solo porque sí, y se dejó caer en ella. Esta era, o bien la mejor idea que había tenido en toda su vida... o bien la peor. 82

Antes de la Tormenta Grizzek sospechaba que más bien era esto último.

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Christie Golden

CAPÍTULO SIETE

Forjaz Anduín había cumplido con todas sus obligaciones regias y había observado el protocolo adecuado tanto al llegar a las colosales puertas de Forjaz como luego durante la larga comida formal, en la que tendría que andarse con mucho cuidado. A los enanos les encantaba comer y beber y, aunque Anduín era más grande que cualquiera de ellos, era perfectamente consciente de que el enano más enclenque podría dejarlo tumbado bebiendo si no se andaba con ojo. Moira Thaurissan, la hija de Magni Barbabronce y la líder del clan enano Hierro Negro por ser la viuda del emperador, era una de los Tres Martillos que gobernaban Forjaz. Ella, que se decantaba por el vino antes que la cerveza que tanto adoraban la mayoría de los enanos, se aseguró de que al rey visitante se le sirviera uno de los tintos de más calidad de Forjaz mientras cenaban jabalí estofado acompañado de abundantes raciones de pan negro para poder untar

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Antes de la Tormenta el jugo, de verduras asadas con miel y de una montaña de pastas con la que concluyó el banquete. A pesar de que Anduín hubiera preferido celebrar una reunión con los Tres Martillos de inmediato, les habían dicho que iba a necesitar un tiempo para poder digerir esa copiosa cena. A menos que fuese una cuestión de vida o muerte que hubiera que resolver ya primero tendrían que gozar de una pipa, un brandy o más postres. Moira, que observaba cómo Anduín intentaba escoger una de las tres opciones, le sugirió dar un paseo de una hora por Forjaz en vez de seguir fumando, comiendo o bebiendo, lo cual los ayudaría a hacer la digestión. Anduín aceptó la propuesta con sumo agrado e invitó al draenei a que los acompañara, pero Velen objetó: —Ambos tienen mucho que hablar, de eso estoy seguro. Me quedaré aquí para conversar con Muradin y Falstad. Muradin Barbabronce, el hermano mediano de los tres Barbabronce, representaba a su clan familiar en el Consejo de los Tres Martillos (el más joven de esos famosos hermanos, Brann, había fundado la Liga de Expedicionarios y era un espíritu libre al que le encantaba viajar, por lo cual casi nunca estaba en Forjaz). Falstad Martillo Salvaje, el tercer Martillo y el líder del famoso clan Martillo Maldito, alzó una jarra señalando al draenei. —¿Una pipa, un brandy o un postre? —le preguntó Anduín. —Creo que voy a optar por el postre —respondió Velen—. Parece la opción más inocua. —Quédate con mi ración. Si le doy otro mordisco más, reventaré. —¿Te importa que alguien más nos acompañe? —inquirió Moira mientras se ponían de pie y se alejaban de la mesa. —No, claro que no; que venga quien quieras.

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Christie Golden La reina habló en voz baja con uno de los guardias, quien asintió y se fue. Unos minutos después, regresó, escoltando a un pequeño muchacho enano. El crío tenía una piel rara, puesto que era de un color gris, aunque poseía cierto atractivo. Tenía unos ojos enormes y verdes, en los que no había ningún rastro del fulgor rojo tan habitual en los enanos Hierro Negro, y su pelo era de color blanco. Anduín supo al instante quién tenía que ser: el hijo de Moira, el nieto de Magni Barbabronce y heredero al trono, el príncipe Dagran. —Sé que nos hemos visto antes, majestad, pero me temo que no lo recuerdo —dijo el joven príncipe con una gran educación y un leve acento enano local. ¿Qué edad tenía? ¿Seis, siete años? Anduín recordó que a él también le habían enseñado etiqueta y modales, puesto que era el hijo de un rey, incluso cuando era más joven que este muchacho. —Me sorprendería que lo recordaras, así que consideremos esto nuestro primer encuentro. —Anduín se inclinó hacia delante y le tendió la mano de una manera formal, la cual el muchacho le estrechó solemnemente—. Me alegro de que puedas sumarte a nuestro paseo de hoy. Bueno, dime... ¿cuál es tu rincón favorito de Forjaz? Al muchacho se le iluminaron los ojos. —¡La Sala de los Expedicionarios! Anduín miró a Moira con satisfacción mientras respondía: —Es el mío también. ¡Vayamos ahí! En cuanto llegaran a la sala y hubieran echado un buen vistazo, le iba a pedir a Moira que llamara a Falstad, Muradin y Velen. Entonces, Anduín revelaría cuál era la segunda razón por la que había venido a Forjaz.

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Antes de la Tormenta Mientras caminaban sin prisas hacia su destino, con unos guardias humanos y enanos siguiéndoles a una distancia discreta y adecuada, Anduín se sumió en la nostalgia. El calor lo abofeteó cuando pasaron junto a la Gran Forja que daba nombre a esta antigua ciudad. El peculiar olor a metal fundido lo llevó de vuelta a su última visita al lugar unos años antes. —Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí — le comentó a Moira. Con sus ojos verdes clavados en su hijos la enana contestó: —Sí, así es. Los años pasan más rápido de lo que creemos. Mientras contemplaba al crío que, claramente, intentaba no correr para no colocarse por delante de su madre y el rey humano, Anduín le dijo a Moira: —Me alegré de que los Tres Martillos vinieran a Ventormenta a honrar a mi padre. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la última vez que yo estuve aquí, él intentó matarte. Moira se rio entre dientes. —Oh, muchacho, ya sabes que él y yo hicimos las paces hace mucho. Para cuando lo perdimos, nos admirábamos y respetábamos mutuamente. Tu padre estaba enojado conmigo porque te estaba reteniendo aquí. Estaba preocupado por tu bienestar. Aunque parezca imposible, a medida que Dagran crece, cada vez quiero más a ese muchacho. Por muy grande que fuera Varian Wrynn, lo habría hecho pedazos con mis manos desnudas si hubiera secuestrado a mi niño. Una expresión feroz planeó fugazmente por su rostro. 87

Christie Golden —Te creo —admitió Anduín, y así era—. Los enanos son unos grandes luchadores, eso seguro. —Estaba orgulloso de ti —aseveró Moira con serenidad—. Incluso cuando no te entendía. No creas que solo te quiso durante sus últimos años, majestad. —Sí, lo sabía. Y, por favor —dijo Anduín—, llámame Anduín a secas. Aquí estoy acostumbrado a ser tratado más como un amigo que de una manera formal. Cuando venía a visitarlo, tu padre me pedía que lo llamara tío Magni, y Aerin me llamaba «leoncito». —¿Aerin? —Una joven que fue la primera mujer en formar parte de la guardia de tu padre. Te habría caído bien. Intentó que mejorara en mi manejo del escudo y la espada, pero murió en Kharanos. —Ah —dijo Moira, contemplándolo intrigada—. Perdiste a tu primera amiga, ¿verdad? Lo siento. —Entonces, se animó un poco—. Pero al menos, por lo que tengo entendido, sus enseñanzas no cayeron en saco roto. Si bien no eres el guerrero que fue tu padre, no tienes de qué avergonzarte; además, según parece, a día de hoy, ya no te manejas tan mal con la espada. El esbozó una sonrisa irónica. —Lo cual ha sorprendido a todo el mundo, sin duda. —Bueno, quizás un poquito. Anduín se rio por lo bajo. —No cabe duda de que no soy un guerrero como lo fue mi padre. Nunca lo seré. Nadie lo será. No puedo ser el héroe que fuiste, había dicho, arrodillado allá donde su padre había muerto. No puedo ser el rey que tú fuiste. Se volvió hacia la enana, dispuesto a confiar en ella.

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Antes de la Tormenta —Pero te voy a decir una cosa. Antes de conocer a Aerin, odiaba entrenar con armas pesadas. Las evitaba lo máximo posible, y llegue a ser muy ingenioso a la hora de inventarme excusas. Pero después de su muerte, me puse a entrenar en serio. Ya no rehuía ese adiestramiento. Si no podía ser un espadachín excelente, al menos quería convertirme en uno bueno. La Luz me había bendecido con otros dones. Confío en ella para que me ayude, aunque no tenga siquiera un arma en la mano. Aerin prometió que me «haría todo un hombre pero con el temple de un enano» y lo logró. Moira estalló en carcajadas al oír eso. —¡Qué expresión tan estupenda! Con el temple de un enano, ¿eh? Bueno. Eres un buen espécimen, Anduín Wrynn, y estoy orgullosa de que mi pueblo haya aportado su grano de arena a la hora de convertirte en el hombre que ahora eres. —Gracias. Es un honor para mí tener una amistad personal tan fuerte con los enanos... con todos ellos. —Titubeó—. Parece que también se llevan bien entre ustedes. —Somos enanos —dijo, encogiéndose de hombros—. Las palabras se las lleva el viento. Y, a veces, las jarras de cerveza también acaban volando por los aires. Aunque creo que esto último sucederá menos cuando estén bien llenas. Te estamos muy agradecidos por el regalo. —Me lo imaginaba. Cuando Anduín había hecho su entrada formal en Forjaz unas horas antes, había sido recibido por los Tres Martillos y un miembro de la guardia de honor. Le habían hecho sentirse muy bien recibido en ésta, su primera visita como rey gobernante. Y sabía que lo recibían con los brazos abiertos con total sinceridad.

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Christie Golden En cuanto los diez carros que transportaban el regalo de Ventormenta se pararon y se le quitó el envoltorio protector al primero, se oyó el estruendo de unos aplausos y unos vítores. El regalo era, por supuesto, cebada, el ingrediente clave del bien más querido que exportaba Forjaz, sin lugar a dudas. —Considéralo una aportación de Ventormenta para que reine la paz y buena voluntad en Forjaz —le explicó Anduín. —En cuanto hayas concluido tus viajes, vuelve aquí deprisa y brindaremos contigo con la primera remesa —le prometió Moira— . Tengo entendido que los maestros cerveceros la van a llamar Ale Ambar de Anduín. Eso hizo que unas carcajadas brotaran del joven rey, a las que se sumaron las de la mujer. —No recuerdo cuándo fue la última vez que me reí así —señaló— . Me siento tan... bien. —Sí, así es. Y para responder a tu pregunta antes de que nos vayamos por las ramas y nos centremos en ese tema tan importante que es la cerveza, sí, los Martillos han sido capaces de resolver sus diferencias. —Y... ¿cómo está tu padre? —Bueno —contestó—, ahora es de diamante y solo la Luz sabe dónde está de un día para otro. ¿Te gustaría ver dónde estuvo? —Sí, me encantaría. Dagran se detuvo. Arriba, Anduín pudo atisbar la silueta del famoso esqueleto alado que atravesaba el pasaje abovedado y que señalaba que ésa era la Sala de los Expedicionarios. El chico lo contempló con anhelo y dijo: ¡Mientras me prometas que luego volveremos para ver el pteradon! *** 90

Antes de la Tormenta

Magni había entrado en comunión con la tierra en Antigua Forjaz, una cámara situada muy por debajo del Trono. Los tres descendieron, y Anduín casi pudo sentir la presión de toneladas de piedra y tierra por encima de él. Los enanos, por supuesto, no sentían tal desasosiego, ya que su camino los llevaba a una profundidad todavía mayor. Anduín sabía que el estrado donde Magni había sido transformado en diamante estaría vacío. Lo sabía. Aun así, verlo de verdad lo sobrecogió. Había estado presente ese día en que el rey Magni Barbabronce había llevado a cabo aquel antiguo ritual. Ahora se hallaba ahí de pie, sin decir nada, mientras Dagran subía los escalones ágilmente ante su madre y el rey visitante, evitando los trozos translúcidos de tonalidad azul que, en su día, habían formado parte del revestimiento diamantino del rey de diamante. El muchacho se dirigió directamente a un pergamino que se encontraba bien protegido tras un cristal y empezó a leer en voz alta. A Anduín se le erizaron los pelos de la nuca al escuchar de nuevo las palabras que había pronunciado el consejero Belgrum, ahora con el tono más agudo del nieto de Magni. —«Y éste es el porqué y el cómo entramos en comunión con la montaña. Contemplad, somos barro, tierra, y su alma es la nuestra, su dolor es el nuestro, su latido es el nuestro. Cantamos su canción y lloramos por su belleza. Pues ¿quién no desearía regresar a casa? Ése es el porqué, oh, niños de la tierra». —Dagran alzó la mirada— . ¿Debería seguir? —No, mi niño —contestó Moira. Anduín se agachó y cogió uno de los fragmentos.

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Christie Golden —Fue algo terrible de ver —afirmó con calma, dando la vuelta al trozo de diamante que tenía en las manos—. Sucedió tan rápido. Pensé que estaba muerto. —¿Por qué no ibas a pensar así? —replicó Moira—. Si incluso los enanos compartían esa opinión. —Por eso, tuvieron que quedarse tremendamente estupefactos cuando despertó. —Esa frase —señaló Moira— no refleja ni por asomo lo que sintieron. Lo único que puedo decir es que me alegro de que los corazones de los enanos sean casi tan fuertes como la piedra. Anduín vaciló. —Cuánto me alegro; y no solo por mí, ya que soy su amigo, sino por ustedes también. Hubo un tiempo en que pensé que mi padre y yo nunca llegaríamos a ser una familia de verdad, pero lo logramos. Moira permaneció callada un rato. Su brillante y estudioso hijo estaba muy ocupado con otro tomo antiguo; con sus ojos verdes, leía unas palabras antiguas a gran velocidad. Cuando la enana habló, lo hizo en voz baja. —Quiero que seamos una familia, y más que por mí, por mi hijo —afirmó—. Tenemos... muchas barreras que superar, Anduín. Pero él dijo que quería intentarlo. —¿Ah, sí? —preguntó Anduín, susurrando para que el crío no pudiera oírle. —Creo que tanto a mi pueblo como a mi hijo les convendría tener una buena relación con alguien que hable directamente con Azeroth. Si bien era un intento de quitarle hierro al asunto, no lo consiguió del todo. —Pero ¿y tú qué? 92

Antes de la Tormenta

Una vez más, Moira permaneció callada. Acababa de abrir la boca para hablar cuando alguien la interrumpió. —¡Alteza, majestad, vengan rápido! —Era uno de los guardias que normalmente vigilaba el Trono. Estaba sin aliento y totalmente rojo. —¿Qué ocurre? —inquirió Moira. —¡Es su padre! ¡Está aquí! ¡Y necesita verlos a los dos ahora mismo!

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Christie Golden

CAPÍTULO OCHO

Forjaz Magni Barbabronce los esperaba en la Sala de los Expedicionarios. Anduín, quien en su día había presenciado, sin haber podido hacer nada para impedirlo, cómo el rey agonizaba mientras era transformado en una piedra preciosa, había creído que estaría preparado para encontrarse con Magni tras su despertar. Pero no fue así. Magni se hallaba debajo del esqueleto de pteradon, de espaldas a la entrada, conversando animadamente con Velen y el alto expedicionario Muninn Magellas. Falstad y Muradin se hallaban junto a ellos, escuchando atentamente, con sus pobladas cejas fruncidas en un gesto de preocupación. El Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque, el líder de barba blanca de los gnomos, tras cuya actitud alegre se ocultaba una sabiduría honda y serena, también había sido llamado. Anduín tenía previsto reunirse con él al día siguiente. Como los gnomos habían sido de enorme ayuda a la hora de combatir a la Legión, quería cerciorarse 94

Antes de la Tormenta de que iba a tener la oportunidad de darles las gracias a los miembros quizá físicamente más pequeños pero intelectualmente más grandes de la Alianza. La presencia del consejero del Manitas Mayor, el arisco guerrero capitán Tread Chispaboquilla, cuyo parche en el ojo era una muestra de que se había curtido en mil batallas parecía indicar que no se trataba de una mera visita diplomática por parte de Magni. Cuando esa forma reluciente se giró hacia Anduín, el joven rey se sintió como si le hubieran dado un golpe en las tripas. Una cosa hecha de piedra no debería moverse tan grácilmente, ni su barba diamantina debería agitarse de esa manera. Magni ya no era el enano que había sido ni la estatua en que se había transformado; era ambas cosas y ninguna al mismo tiempo, y esta yuxtaposición afectó a Anduín a un nivel muy hondo. Sin embargo, un latido después, sintió una enorme gratitud y alegría al oír las palabras de Magni. —¡Anduín! ¡Madre mía, cómo has crecido! Esa frase odiada por los niños de todas partes fue transformada mediante el poder de la nostalgia y de la inexorable llegada de la edad adulta. Era una frase tan vulgar, tan real’ que la ilusión de que fuera «otro» se hizo añicos como lo había hecho la prisión de diamante de Magni en su día. Tenía una voz calidad y vivaz que, sin lugar a dudas, era la de Magni. Anduín se preguntaba si la «piel» diamantina sería cálida también, si le diera por tocar al ser que ahora se encaminaba hacia él. Pero los espolones y esquirlas que salpicaban aquí y allá esa forma con silueta de enano impidieron que le estrechara la mano de manera entusiasta y le diera esos fuertes abrazos que Magni tenía tanta tendencia a dar en su anterior encarnación. ¿Acaso Moira o Dragan habían dado con algún modo de solucionar ese problema? ¿Acaso Magni deseaba ahora hacer esos gestos que 95

Christie Golden había hecho con total libertad durante su vida como un ser de carne y hueso? Por el bien de todos ellos, Anduín esperaba que sí. Moira había pedido a Belgrum que cuidara de Dagran, quien había protestado, ya que quería ver a su abuelo. Ya lo veremos, había dicho ella, en cuya cara no había dureza pero sí preocupación. —Magni —dijo Anduín—. Cuánto me alegro de verte. —Y yo de verlos a mi hija y a ti. —Magni clavó su pétrea mirada en Moira—. Espero que una vez haya cumplido con mi deber aquí, tenga la oportunidad de conocer a mi nieto. Pero tristemente, no he venido aquí de visita. Claro que no. Magni hablaba ahora en nombre de Azeroth, y ese era un deber enorme y solemne. Anduín lanzó una mirada fugaz al draenei. Si bien Velen no era un llorón sentimental, sí sonreía con facilidad y con simpatía y a menudo se echaba a reír. Pero había conocido mucho dolor, tal y como las arrugas de su anciano rostro le recordaban, atravesando un semblante que parecía haber sido cincelado, una cara en la que ahora había un gesto torvo. Magni contempló a Moira, Anduín y Velen con suma seriedad. —Quería encontrarme con ustedes tres no porque son líderes de sus pueblos, sino porque son sacerdotes. Moira y Anduín se miraron sorprendidos. Anduín era consciente de que los tres compartían esa característica, por supuesto, pero por alguna razón no había pensado mucho al respecto. —Sufre un terrible dolor —dijo, con su rostro diamantino, aparentemente tan duro, frunciendo el ceño fácilmente hasta conformar una mueca de empático sufrimiento. Anduín se preguntaba si el rito por el cual Magni se había transformado le permitía ahora notar el dolor de Azeroth literalmente. Pensó en la destrucción de Silithus, en el tamaño casi inconcebible de la espada 96

Antes de la Tormenta que ahora destacaba como una torre en el paisaje. Le aterraba pensar que el último intento de Sargeras de destruir Azeroth había estado a punto de tener éxito—. Necesita curarse. Y eso es lo que hacen los sacerdotes. Ha dejado claro que todos debemos sanarla, ya que si no, todos pereceremos. Velen y Moira se volvieron el uno hacia el otro. —Creo que lo que acaba de decir tu padre es cierto —comentó el draenei—. Si no cuidamos de nuestro mundo herido (y tenemos que cuidarlo tantos como sea posible), lo más probable es que todos perezcamos. Hay otras personas que deben escuchar este mensaje. —Sí —dijo Moira—, y creo que ha llegado la hora de que el muchacho nos conozca al resto. Y, a la vez, los dos se giraron para mirar directamente a Anduín. El joven arrugó el ceño confuso. —¿Al resto? —A otros sacerdotes —contestó Moira—. El profeta y yo hemos estado colaborando con un grupo al que deberías haber conocido hace mucho tiempo. Entonces, Anduín comprendió a qué se referían. —El Cónclave. En el Templo de la Luz Abisal. El mismo nombre pareció serenar el alma de Anduín, casi como si eso supusiera desafiar la historia del templo (puesto que fue la prisión de Saraka, un señor del vacío y un naaru caído), que se encuentra en el corazón del Vacío Abisal. Durante eones, habían estudiado a la criatura, pero solo recientemente, habían logrado purificarla. En la actualidad, con su verdadero yo llamado Saa’ra, 97

Christie Golden el naaru sigue en su antigua prisión, a la que ahora considera un santuario que ofrece a los demás. Anduín había oído hablar de las batallas que habían tenido lugar durante los primeros días de la invasión de la Legión. Y sabía que muchos de los que ahora paseaban por sus pasillos sagrados eran, como el propio naaru, seres que habían caído en la oscuridad pero que habían sido traídos de vuelta a la Luz. Estos sacerdotes, conocidos como el Cónclave, habían contactado con otros en Azeroth para que se aliaran con ellos para ayudarlos a enfrentarse al feroz ataque de la Legión. Aunque esa amenaza ya había llegado a su fin, el Cónclave seguía existiendo, ofreciendo ayuda y compasión a todos aquellos que buscan la Luz. —Lo que el Cónclave hizo y continúa haciendo es muy importante —aseveró Anduín. Durante la guerra, habían vagado por Azeroth, reclutando sacerdotes para cuidar de aquéllos que estaban combatiendo a la legión en vanguardia. Ahora siguen cuidando de esos valientes combatientes que todavía sufren secuelas duraderas en cuerpo, mente y espíritu. No todas las cicatrices que sufrieron fueron físicas—. Ojalá hubiera podido ayudarlos durante la guerra. —Querido muchacho —dijo Velen—, siempre has estado donde tenías que estar. Todos tenemos nuestro propio camino, nuestra propia lucha. El destino de mi hijo quedó en mis manos. El sendero de Moira ha consistido en vencer los prejuicios y luchar por los Hierro Negro que creen en ella. El tuyo suceder a un gran rey y gobernar a ese pueblo que tanto te ha querido desde que naciste. Es hora de dejarnos de lamentaciones. No hay lugar para ellas en el Templo de la Luz Abisal. Es un lugar donde imperan la esperanza y la determinación de seguir a la Luz allá donde nos guíe para llevarla hasta los rincones tenebrosos que tanto necesitan su bendición. —El profeta tiene toda la razón, como suele ser habitual —apostilló Moira—. Aunque he de admitir que me alegra poder compartir al fin este lugar contigo. A pesar de que ahora lo visitamos por 98

Antes de la Tormenta razones funestas, sé que aquí hallarás algún bálsamo para tu alma. Es imposible no encontrarlo. Ella hablaba como si fuera alguien que hubiera encontrado tal bálsamo. Anduín pensó en el extraño material que llevaba en el bolsillo. En un principio, tenía previsto mostrárselo a los Tres Martillos después de lo que supuestamente iba a ser un paseo agradable; sin embargo, ahora era consciente de que nadie mejor que Magni podría identificar qué era esa piedra, puesto que aún estaba en comunión con la tierra. —Nos iremos, pero aún no. Te doy las gracias por tu mensaje, Magni. Y... hay algo que tengo que mostrarles. A todos. Hizo un breve resumen de lo que sabía sobre el material ámbar y mientras hablaba se dio cuenta de que sabía bastante poco. —No sabemos mucho —concluyó—, pero creo que tú podrás contarnos muchas cosas más al respecto. Sacó el pañuelo y lo abrió. La pequeña gema brilló con sus cálidas tonalidades ambarinas y azuladas. Los ojos de Magni se llenaron de unas lágrimas diamantinas. —Azerita —susurró. Azerita. Al menos, ya tenían un nombre. —¿Qué es? —preguntó Moira. —Ay —respondió Magni en voz baja y con tristeza—. Ya les dije que estaba sufriendo. Ahora pueden verlo por ustedes mismos. Esto... forma parte de ella. Es... bah, es tan difícil expresarlo con palabras. Supongo que se puede decir que es su esencia. Y cada vez más y más llega a la superficie. —¿Acaso no puede curarse ella sola? —quiso saber Mekkatorque. 99

Christie Golden —Sí, puede y lo ha hecho —respondió Magni—. No se han olvidado del Cataclismo, ¿verdad? Pero esa cosa vil que ese malnacido le clavó... Negó con la cabeza, como si fuera alguien que estuviera perdiendo a un ser querido. Anduín supuso que así era. —Ella ha hecho un gran y noble esfuerzo que está destinado a fracasar. Azeroth no puede curarse sola. Esta vez, no. ¡Por eso implora nuestra ayuda! Todo tenía sentido. Un sentido perfecto y devastador. Anduín le entregó la pequeña muestra de azerita a Moira, a la cual, como les había ocurrido a todos, se le desorbitaron los ojos, maravillada ante lo que estaba sintiendo. —Te hemos escuchado —le dijo el joven rey a Magni, clavándole su mirada en lo más hondo de sus ojos diamantinos—. Haremos lo que podamos. Pero también tenemos que cerciorarnos de que... la Horda no usa esta... azerita. El guijarro de azerita se hallaba ahora en manos de Muradin, quien lo contemplaba con el ceño arrugado. —Con suficiente de este material, se podría arrasar una ciudad entera. —Con suficiente de este material —apostilló Falstad—, podríamos destrozar a la Horda. —No estamos en guerra —señaló Anduín—. Por ahora, tenemos una doble misión muy clara. Debemos curar Azeroth y debemos guardar esto... —en ese instante, cogió la azerita— lejos del alcance de la Horda. Contempló a Mekkatorque. 100

Antes de la Tormenta —Si a alguien se le ocurre alguna manera de dar un buen uso a esta... esta esencia para alcanzar un propósito digno, ése tiene que ser tu pueblo. Magni nos ha contado que Azeroth está produciendo cada vez más y más cantidades de esta sustancia. Te enviaremos muestras en cuanto las obtengamos. Gelbin asintió. —Pondré a las mentes más brillantes que tengo a mi disposición a trabajar en ello. Creo que conozco a la persona adecuada. Yo hablaré con los demás miembros de la Liga de Expedicionarios y enviaré un equipo a Silithus —dijo Magellas. —Todo esto es estupendo —afirmó Magni, al mismo tiempo que negaba con la cabeza, presa de la tristeza. Y, dirigiéndose a Anduín, añadió—: Sí, sé que todo esto te ha dejado estupefacto, muchacho. Márchense los tres. Vayan con sus colegas sacerdotes y háganles saber que todo un mundo podría estar muriéndose. —Se aclaró la garganta y enderezó—. Está bien. Mi trabajo ya está hecho. Me iré. —Padre —dijo Moira—. Si... si ella no te llama, me gustaría pedirte que te quedaras un poco. —Inspiró hondo—. Desde hace tiempo, hay un muchachito que me ha estado incordiando porque quería conocerte.

El Templo de la Luz Abisal Anduín atravesó un portal que lo llevó a un reino prodigioso tan hermoso, tan repleto de Luz, que tuvo la sensación de que el corazón se le iba a partir a la vez que se le henchía de júbilo. Había pasado mucho tiempo en el Exodar y estaba acostumbrado a la reconfortante luz morada y a la sensación de paz que impregnaba ese lugar. Pero esto... esto tenía la esencia del Exodar magnificada, pero con un toque distinto. 101

Christie Golden Las colosales estatuas talladas de esos draenei deberían haber resultado intimidantes, ya que se alzaban imponentes sobre los visitantes; sin embargo, parecían ser más bien unas presencias protectoras y benévolas. El melodioso murmullo del agua al fluir procedía de ambos lados de la rampa por la que Anduín descendía; unas chispas de luz flotaban hacia arriba, como si el suave chapoteo las creara. Inspiró hondo ese aire dulce y limpio, como si nunca hubiera expandido de verdad sus pulmones con anterioridad. Tras adentrarse aún más en el templo, al final de ese larga y delicada cuesta, había un grupo de gente. Sabía quiénes eran o, más bien, qué representaban, y eso hizo que lo embargara la impaciencia y la alegría. Valen agarró del hombro al rey, tal y como había hecho muchas veces a lo largo de los últimos años, y sonrió. —Sí —afirmó, intuyendo cuál era la pregunta que Anduín no había formulado—. Todos están aquí. —Cuando dijiste sacerdotes —contestó Anduín—, di por sentado que te referías a... —Sacerdotes como nosotros —finalizó Moira, quien señaló a los diversos individuos que se movían a su alrededor. Entre ellos, Anduín pudo ver no solo a humanos, gnomos, enanos, draenei y huargen (que se habrían sentido como en casa en la Catedral de la Luz de Ventormenta), sino también a elfos de la noche, que adoraban a la diosa lunar, Elune; a tauren, que seguían a su dios solar; Anshe; y... —Renegados —susurró al mismo tiempo que se le erizaba el pelo de los brazos y del cogote.

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Antes de la Tormenta Una de ellos se encontraba de pie, con su espalda encorvada hacia él, hablando animadamente con un draenei y un enano. Había otro grupo que se dirigía a uno de los rincones de la estancia, llevando con sumo cuidado unas pilas de tomos sin duda muy antiguos. Este último estaba formado por un Renegado, un elfo de la noche y un huargen. Era incapaz de pronunciar palabra. Anduín lo observaba todo con los ojos como platos, sin apenas atreverse a parpadear, no fuera a ser todo un sueño. En Azeroth, estos grupos se estarían matando unos a otros; o, al menos, sospecharían unos de otros, se odiarían y se temerían. Entonces, llegaron a sus oídos las musicales risas roncas de un elfo de la noche. Velen parecía hallarse totalmente satisfecho, pero Moira lo observaba detenidamente. —¿Estás bien, Anduín? El joven asintió. —Sí —contestó con una voz ronca—. Puedo decir, sinceramente, que nunca me he sentido mejor. Esto... todo esto... —Sacudió la cabeza, sonriendo—. Es lo que llevo soñando toda la vida. —Somos sacerdotes por encima de todo —se oyó decir a alguien. Era una voz de un varón, cálida y jovial, aunque tenía un timbre particular, y Anduín se volvió, esperando saludar a un sacerdote humano de la Luz. Sin embargo, se encontró cara a cara con un Renegado. Anduín, al que se le había enseñado a ocultar sus sentimientos, esperó haberse recuperado bastante de la impresión, pero por dentro estaba patidifuso. 103

Christie Golden —Eso parece contestó, con un matiz de asombro en su voz que le hubiera gustado disimular—. Y me alegro de que eso sea así. —Majestad —dijo Velen—, te presento al arzobispo Alonsus Faol. Los ojos del Renegado brillaban con una luz amarilla espeluznante. Aunque era imposible que centellearan risueños, como si fuera un hombre vivo, de algún modo lo hacían. —No te preocupes si no me reconoces —le calmó el arzobispo—. Ya sé que no me parezco mucho a como aparezco en mi retrato. — Alzó una mano huesuda y se acarició el mentón. —Me he quitado la barba, ¿ves? Y también he adelgazado un poco. Oh, sí, esos ojos no-muertos estaban centelleando. Anduín renunció a cualquier esperanza de comportarse de una manera típicamente regia. Somos sacerdotes por encima de todo, le había dicho el ser no-muerto, y descubrió que se sentía aliviado de librarse de la pesada carga de la realeza al menos temporalmente. Sonrió e hizo una reverencia. —Eres un hombre que ha superado los límites de la historia, señor —le dijo Anduín al arzobispo con un cierto temor reverencial—. Fundaste la orden de los paladines: la Mano de Plata. Uther el Iluminado fue tu primer aprendiz. Y Ventormenta quizás no seguiría en pie hoy en día si no fuera por tus diligentes esfuerzos. Decir que es un honor conocerte es quedarse muy corto. Eras... eres uno de mis héroes. Anduín estaba siendo totalmente sincero. Había leído detenidamente todos los gruesos tomos que hablaban sobre este sacerdote benévolo que recordaba al Padre Invierno. Las palabras de esas páginas describían a un hombre de risa fácil pero duro como la piedra. Los historiadores, que normalmente se conformaban con dejar constancia de los hechos puros y duros, habían hablado largo 104

Antes de la Tormenta y tendido sobre la bondad y generosidad de Faol. En los retratos, se le mostraba como un hombre bajo y robusto con una espesa barba blanca. El ser no-muerto que se hallaba ante el rey de Ventormenta seguía siendo más bajo que la media pero, por lo demás, era irreconocible. Ya no tenía barba. ¿Se la había cortado? ¿Se le había podrido? Y tenía el pelo oscuro y manchado de sangre seca e icor. Olía a papel de vitela viejo: a polvo, pero no era desagradable. Faol había muerto cuando Anduín era un crío, por lo cual el muchacho nunca había llegado a conocerle. Faol suspiró. —Es cierto que he hecho y he sido todas esas cosas que has citado. Pero también he sido un esbirro sin cerebro de la Plaga. —Elevó sus huesudos brazos, para señalar el glorioso templo y a aquéllos que lo cuidaban—. Sin embargo, lo único que importa es que, antes que nada, soy un sacerdote. —Llevo trabajando con el arzobispo algún tiempo —dijo Moira— . Nos ha estado ayudando tanto a mí como a los Hierro Negro a buscar y encontrar sacerdotes para el templo. Necesitábamos hacer eso para poder oponernos a la Legión, pero incluso ahora que esa crisis ha pasado, sigo viviendo aquí. El arzobispo es una grata compañía. Sobre si tenemos en cuenta que... ya sabes... —Se calló—. Que no tiene barba. Anduín se rio entre dientes. Notó una sensación en el pecho de calidez que le resultaba muy familiar y recibió con los brazos abiertos mientras echaba un vistazo a su alrededor, procurando evaluar de un modo mejor el lugar. ¿Acaso éste podría ser un modelo para el futuro? Seguramente, si los gnomos y los tauren, los humanos y los elfos de sangre, los Renegados y los enanos, podían unirse para alcanzar el bien común, esto mismo podría aplicarse a gran escala en Azeroth.

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Christie Golden El problema estribaba en que los sacerdotes, al menos, tenían un punto en común sobre el que todos estaban de acuerdo, a pesar de que cada uno viera la Luz de diferente manera. —Hay otra persona notable a la que creo que te gustaría conocer —le dijo Faol a Anduín—. Ella también es de Lordaeron. Pero no temas; aún respira, a pesar de que se ha enfrentado a muchos peligros con coraje y la ayuda de la Luz. Ven aquí, cariño. —Su voz se tiñó de afecto mientras hacía señas a una rubia sonriente para que se acercara. Ella se aproximó y cogió al arzobispo de esa mano marchita sin titubear y, acto seguido, se volvió para contemplar a Anduín. —Hola, majestad —le saludó. Era alta y esbelta y un poco mayor que Jaina; además, tenía una larga melena rubia y unos llamativos ojos azul verdosos. Su cara le sonaba, a pesar de que Anduín sabía que nunca la había visto—. Por favor, permíteme que te dé mis condolencias por la muerte de tu padre. Ventormenta y la Alianza han perdido en verdad a un gran hombre. Tu familia siempre ha sido muy buena conmigo, y lamento no haber podido presentar mis respetos. —Gracias —dijo Anduín, quien seguía intentando saber de qué le sonaba y continuaba fracasando miserablemente—. Discúlpame por lo que voy a preguntarte, pero... ¿nos hemos visto antes? La mujer sonrió con una leve tristeza. —No —contestó—, pero tal vez hayas visto a alguien que se me parece en algunos retratos. Mira... soy Calia Menethil. Arthas era mi hermano.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO NUEVE

El Templo de la Luz Abisal Calia Menethil. El suyo era otro nombre sacado directamente de los libros de historia. Se pensaba que Calia, al igual que el arzobispo, había desaparecido. Se creía que la hermana mayor del desdichado Arthas Menethil había perecido el mismo día en que el heredero de Lordaeron, que para entonces era un siervo del aterrador rey Exánime, había entrado en la sala del trono, asesinado a su padre a sangre fría y desatado la Plaga no-muerta sobre la ciudad. Pero su hermana había sobrevivido; ahí estaba en el Templo de la Luz Abisal. La Luz la había hallado. Emocionado de un modo que era incapaz de describir, Anduín recorrió la distancia que lo separaba de Calia en tres largas zancadas y le tendió la mano, sin mediar palabra.

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Christie Golden Calia vaciló y, a continuación, se la cogió. Anduín le estrechó la mano y sonrió. —Me alegro más de lo que puedo expresar de haberte hallado viva, mi señora. Tras tanto tiempo sin tener noticias de ti, habíamos dado por sentado que te había ocurrido lo peor. —Gracias. Hubo momentos, te lo aseguro, en que pensé que lo peor venía a por mí. —¿Qué te ocurrió? —Es una... larga historia —contestó, mostrándose claramente poco dispuesta a compartir esa información. —Y hoy no tenemos tiempo para relatar una historia larga quien había hablado era Velen. Anduín tenía muchas preguntas que hacer tanto al arzobispo como a la reina de Lordaeron, puesto que eso era lo que era ahora esa mujer. Pero Velen tenía toda la razón. A pesar de las agradables sorpresas que el joven se había llevado en los últimos instantes, Anduín, Moira y Velen habían venido a este lugar con un propósito siniestro en mente. Sonrió a Calia, le soltó la mano y se volvió para contemplar a los sacerdotes ahí reunidos. Había tantos. Y, como si estuviera leyéndole la mente, Faol dijo: —Parece que somos muchos, ¿verdad? Pero solo somos un puñado comparados con todos los que podríamos ser. Hay espacio de sobra para todos. Anduín era incapaz de asimilarlo. —Han logrado algo asombroso aquí —le comentó a Faol—. Todos. Sabía que estaban trabajando con esta meta en mente, pero verlo de verdad, con mis propios ojos, es algo extraordinario. Ojalá esto fuera una mera visita a un lugar que deseaba ver desde hace mucho, pero hemos recibido unas noticias funestas. 108

Antes de la Tormenta

Hizo un gesto de asentimiento hacia Moira, quien era la hija de Magni, «el Portavoz», quien les había advertido de lo que ocurría. Ella también era muy conocida y apreciada aquí, mientras que él era un recién llegado; un rey, claro está, pero se hallaba en un lugar donde no era considerado la máxima autoridad. La reina enana se cuadró de hombros y se dirigió al grupo. —Aunque somos siervos de la Luz, vivimos en Azeroth —dijo— .Y mi padre se ha convertido ahora en el Portavoz de nuestro mundo. Vino a Forjaz, donde el profeta y el rey de Ventormenta estaban de visita, con unas noticias terribles. Aunque hasta ahora había hablado sin rodeos y con firmeza, en ese instante, flaqueó levemente. Por un momento, Anduín vio en su rostro a la muchacha que había sido antaño; a una niña pérdida e insegura. Pero se recuperó rápidamente y continuó: —Muchachos, muchachas... nuestro mundo se encuentra malherido. Tiene graves problemas. Sufre un dolor horrible. Mi padre nos ha dicho que necesita curarse, que no puede sanarse por sí solo. Unos tenues gritos ahogados se expandieron entre el gentío de sacerdotes ahí congregado. —¡Es por culpa de esa espada monstruosa! —exclamó un tauren, cuya voz profunda le recordó tremendamente a Anduín a Baine Pezuña de Sangre, al Gran Jefe tauren... a su amigo. —¿Cómo vamos a poder lograr que el mundo se cure a sí mismo? —inquirió una draenei, cuya melodiosa voz se vio rota por una nota de desesperación. Era una pregunta muy válida. ¿Cómo, en efecto? Los sacerdotes se dedicaban a curar, pero sus pacientes eran de carne y hueso. 109

Christie Golden Sanaban heridas, curaban enfermedades y maldiciones y, a veces, si la Luz quería, traían de vuelta a la vida a los muertos. ¿Qué podían hacer para curar una herida al mundo? Sabía por dónde podían empezar. Podía notar que tenía la respuesta dentro de su abrigo, cerca de su corazón, donde había dejado el pequeño y valioso trozo de azerita. Por un momento, titubeó, mientras miraba los semblantes de los Renegados, trols y tauren que lo contemplaban. Rostros de la Horda. ¿Acaso eran de fiar? Hizo esa pregunta a la Luz... y a su propio cuerpo. Anduín había resultado gravemente herido cuando Garrosh Grito Infernal había provocado que un enorme artefacto, conocido como la Campana Divina, le cayera encima cuando se encontraba en Pandaria. Desde ese momento, le dolían los huesos siempre que seguía el camino incorrecto; cuando estaba siendo cruel o irreflexivo, o cortejaba el peligro. Ahora no le dolía nada. De hecho, se sentía mejor que nunca. ¿Acaso esa sensación de calma se debía al Templo de la Luz Abisal o al trozo de azerita? No lo sabía. Pero sí sabía que ambas eran buenas influencias en ese sentido. Además, la propia Azeroth les había pedido su ayuda. Anduín dio un paso al frente y alzó las manos para pedir silencio, al mismo tiempo que la ansiedad se adueñaba de la muchedumbre. —¡Hermanos y hermanas, escúchenme, por favor! Se callaron y sus rostros tan distintos se volvieron hacia él, con unas expresiones exquisita y hermosamente similares que 110

Antes de la Tormenta reflejaban preocupación y ganas de ayudar. Y así fue como confió en ellos, en estos sacerdotes cuyos pueblos estaban aliados con la Horda. Les dejó coger la azerita y observó sus reacciones. —En su día, Magni fue un enano, el padre de una sacerdotisa —les dijo mientras el pequeño objeto iba pasando de mano en mano—, así que tiene sentido que haya pedido ayuda primero a nuestra orden. Estoy seguro de que habrá algo que nosotros podremos hacer en algún momento, pero primero tenemos que investigar, hacer preguntas. Mientras tanto, debemos contactar con otro tipo de sanadores. Chamanes. Druidas. Aquéllos que tienen un vínculo más estrecho que nosotros con la tierra y sus seres vivos. Anduín se calló y echó un vistazo a aquella enorme estancia. Se preguntó qué aspecto tendría el equivalente druídico o chamánico a esto. Sin duda alguna, sería muy hermoso y adecuado para ellos, tal y como lo era este templo para el Cónclave. —Viajaré en breve a Teldrassil. —Entonces, se corrigió a sí mismo—. No. En breve, no... mañana por la mañana. Le hubiera gustado haber pasado más tiempo en Forjaz. Le hubiera gustado poder encontrarse con Mekkatorque y su pueblo para darles las gracias por todo lo que la materia gris y la tecnología gnoma habían aportado a la guerra, puesto que habían contribuido de manera clave a que el enemigo se diera media vuelta, un enemigo tan horrendo que habían tenido muy serias dudas sobre si alguna vez serían capaces de vencerlo. Sin embargo, sabía que Mekkatorque entendería que las circunstancias le habían impedido verlos. —Han explorado el mundo, en busca de sus colegas sacerdotes — prosiguió el rey de Ventormenta—. Ahora debemos tender la mano aún a más gente si cabe. Tenemos que tendérsela a aquéllos que tengan más posibilidades de ser de ayuda de inmediato. Y eso no 111

Christie Golden va a ser fácil. Así que pediría a los miembros de la Horda y la Alianza aquí presentes que vayan a buscar a los druidas y chamanes de sus respectivos bandos. Ahora que estaban más calmados, asintieron, y Anduín se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Había entrado en esta estancia como un invitado y había asumido que tenía derecho a dar órdenes a los miembros del Cónclave. Disgustado, se volvió hacia Faol. —Discúlpame, arzobispo. Esta gente está a tus órdenes. —Esta gente sirve a la Luz —le recordó el sacerdote no-muerto— . Al igual que tú. —Ladeó la cabeza y sonrió levemente—. Me recuerdas al hermano de Calia cuando era más joven, cuando todavía seguía a la Luz. Tienes talento para gobernar, mi joven amigo. La gente te seguirá allá donde la guíes. Anduín era consciente de que esa comparación pretendía ser un cumplido. La había oído antes; sobre todo, de labios de Garrosh Grito Infernal. Cuando el antiguo Jefe de la Horda había estado encerrado bajo el Templo del Tigre Blanco durante su juicio, éste había pedido que Anduín lo visitara. Garrosh era quien había sacado el tema a colación de aquel espectro del hombre que se había convertido en el Rey Exánime. Antaño, hubo otro príncipe humano muy querido de pelo rubio. Aunque era un paladín, le dio la espalda a la Luz. Si bien no era una comparación sorprendente, dados los parecidos superficiales que había entre ellos, sí era una muy incómoda. Anduín se sorprendió contemplando a Calia, que estaba sonriendo, mostrando así que estaba de acuerdo, en cuyo rostro podían apreciarse unas arrugas prematuras cinceladas por la nostalgia. Ni 112

Antes de la Tormenta siquiera Jaina podía sonreír al pensar en Arthas. Nadie podía, salvo los pocos vivos que aún recordaban cómo había sido Arthas Menethil cuando era un niño inocente. —Gracias —le dijo Anduín a Faol—. Pero no volveré a hacer lo que he hecho a menos que me lo pidan. Respeto al Cónclave y sus líderes. Faol se encogió de hombros. AJ hacer ese gesto, otro pedacito de piel momificada se le cayó y flotó hasta el suelo. Aunque debería haberle resultado repugnante, Anduín lo contempló como si se tratara de una pluma que cayera de una capa recortada. Estaba aprendiendo a ver a la persona más allá del físico. En cierto sentido, todos estamos atrapados en un caparazón, pensó. Solo que el suyo es distinto. —Aquí se escucha hablar a todo el mundo —contestó Faol—. Incluso el acólito más joven quizá tenga algo útil que decir. Aquí eres bienvenido y serás escuchado, rey Anduín Wrynn. —Me gustaría poder regresar pronto —le aseguró Anduín, quien miró a Calia y Faol—. Veo mucha gente aquí de la que creo que podría aprender. Y hay mucho, pensó pero no dijo, que tengo que aprender. Una idea estaba empezando a cobrar forma en su mente, algo atrevido y audaz e inesperado. Tendría que hablar con Shaw. Faol se rio por lo bajo, haciendo un ruido que, a pesar de ser áspero, no era desagradable. —El primer paso hacia la sabiduría es admitir que no sabes algo. Por supuesto. Cuando quieras... sacerdote. Acto seguido, agachó la cabeza. Anduín miró a Moira y Velen. 113

Christie Golden —Como ha surgido una nueva urgencia, debo regresar a Ventormenta en breve, así que he de encargarme de los preparativos de mi viaje. —Le entregó a Moira la muestra de azerita—. ¿Quieres hacerme el favor de entregarle esto a Mekkatorque en mi nombre? Dile que lamento no haber podido dárselo en persona. —De acuerdo —respondió Moira—. Te informaré de todo lo que él descubra. Y no tengo ninguna duda de que mi padre tendrá también algunas sugerencias que hacernos. —Seguro que sí —dijo Anduín. Una vez más, la tremenda importancia de la misión que debía realizar fue como una pesada losa que le aplastó la mente y el corazón, espantando así la paz que reinaba en este lugar y la curiosidad que despertaban tanto Calia... como el Renegado en él.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO DIEZ

Dalaran Cuando se sentía inquieto, a Kalecgos, el antiguo Aspecto de Dragón azul y actual miembro del Consejo de los Seis del Kirin Tor, le gustaba pasear por las calles de su ciudad adoptiva. Se ocupaba, de manera fiable y responsable, de los problemas durante las horas diurnas; cuando tenía que estar presente para ayudar a afrontar un problema peliagudo o sugerir ciertos métodos antiguos que el actual consejo podría no haber investigado. Por las noches, sus preocupaciones y problemas eran solo suyos. Los dragones solían adoptar las formas de miembros de las razas jóvenes. Alexstrasza, la Protectora, solía mostrarse como una elfa noble. Chronormu, uno de los dragones bronces más importantes que se encargaban del proteger el tiempo, solía optar por el disfraz de un gnomo llamado «Chromie». Hace mucho tiempo que Kalecgos había decidido quedarse con la cara y el cuerpo de un semihumano, semielfo. Nunca había estado seguro de por qué.

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Christie Golden Ciertamente, no porque le permitiera pasar desapercibido, puesto que no había muchos semielfos dando vueltas por ahí. Había decidido que esa forma le resultaba atractiva porque representaba una mezcla de dos mundos. Porque él, «Kalec», también tenía la sensación de ser una fusión de dos mundos: el de los dragones y el de los humanos. Kalec siempre se había sentido interesado por las razas más jóvenes, a las que tendía a proteger. Como el gran dragón rojo Korialstrasz, que había dado la vida para salvar a otros, tenía cierta simpatía a los humanos. Y al contrario que Korialstrasz, quien hasta su último aliento únicamente había sido leal a su adorada Alexstrasza Kalec había amado a los humanos. A dos, de hecho. A dos mujeres generosas y valientes. Las había amado y perdido a ambas. Anveena Teague (quien al final se dio cuenta de que no era una humana de verdad en absoluto) se había sacrificado para que un monstruoso y devastadoramente poderoso demonio no pudiera entrar en Azeroth. Y Lady Jaina Valiente, la cual también se había ido, al hundirse más y más en un oscuro foso de dolor y odio que temía que acabara consumiéndola. Ella solía acompañarlo en estos paseos. Caminaban juntos, de la mano, y a menudo se paraban para observar cómo Windle Chispabrillo encendía las farolas de Dalaran a las nueve en punto. La hija de Windle, Kinndy, había sido la aprendiza de Jaina y una de las muchas bajas que había provocado el ataque de Garrosh Grito Infernal. No, pensó Kalec, llámalo lo que fue: la destrucción de Theramore. Windle había logrado que le dieran permiso para levantar un monumento en recuerdo a esta niña todas las noches; su imagen aparecía dibujada en una mágica luz dorada cuando Windle usaba su varita para encender cada farola.

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Antes de la Tormenta Pero Jaina se había marchado, envuelta en ira y frustración como si vistiera una capa. Dejó la organización de magos conocida como el Kirin Tor y su cargo de líder del mismo; asimismo, abandonó a Kalec tras una breve discusión repleta de enojo y reproches. Las presiones habían podido con ella y ahora se ignoraba su paradero. Kalec podría haberla seguido, podría haberla obligado a enfrentarse a él, podría haberle exigido una explicación sobre por qué se había marchado tan repentinamente. La amaba y la respetaba. Y aunque, a cada día que pasaba, era menos probable que regresara, aún se aferraba a esa esperanza. Mientras tanto, había sido designado para cubrir la vacante que había dejado Jaina el marcharse, y el Kirin Tor había estado realmente muy ocupado durante la guerra contra la Legión. Tenía un propósito. Tenía amigos. Estaba dejando su huella en el mundo. Había pensado en hacerle una visita a su buena amiga Kirygosa, quien se había asentado en Tuercespina. Tras pasar toda una vida en una parte del mundo donde prácticamente solo se conocía el invierno, Kiry estaba disfrutando ahora de un verano perenne. Irse con ella una temporada podría haber estado bien. Pero nunca lo hizo. Si Jaina alguna vez lo necesitaba, estaría aquí para ella. Y así fue como se quedó en este lugar. Esta noche, sus pies lo llevaron hasta la estatua de uno de los más grandes magos de Dalaran, Antonidas, que había sido el tutor de Jaina. Había sido ella la que había encargado la estatua, que flotaba a unos cuantos centímetros de la hierba verde gracias a un conjuro. Y había sido también ella quien había escrito la inscripción: ARCHIMAGO ANTONIDAS, GRAN MAGO DEL KIRIN TOR LA GRAN CIUDAD DE DALARAN SE ELEVA DE NUEVO: TESTAMENTO DE LA TENACIDAD Y LA VOLUNTAD DE SU HIJO MÁS IMPORTANTE. 117

Christie Golden TUS SACRIFICIOS NO SERÁN EN VANO, QUERIDO AMIGO. CON AMOR Y HONOR, JAINA VALIENTE. Había sido aquí donde Jaina y él habían discutido de un modo horrible. Devastada por la brutal aniquilación que había sufrido su ciudad, Jaina había deseado vengarse. Cuando el Kirin Tor decidió que no iba a ayudarla a atacar a la Horda, había recurrido a él. Aún resonaban en sus oídos esas palabras; primero, con un tono suplicante; luego, alimentadas por las llamas de su ira. Dijiste en su día que lucharías por mí... por la dama de Theramore. Theramore ya no existe, pero yo sigo aquí. Ayúdame. Por favor. Tenemos que destruir a la Horda. Él se había negado. Este... odio implacable... no es propio de ti. Te equivocas. Así soy yo. En esto me ha convertido la Horda. En muchos sentidos, Jaina había sido tan víctima de Theramore como Kinndy. Además, el Kirin Tor había decidido permitir de nuevo que miembros de la Horda pasaran a engrosar sus filas, ya que Azeroth era demasiado vulnerable ante la Legión como para rechazar ayuda por culpa del miedo y el odio. Kalec había querido hablar sobre eso con Jaina, pero ella había desaparecido sin mediar palabra. Entonces... notó un leve cosquilleo y supo al instante lo que ocurría. Lady Jaina Valiente había regresado a Dalaran. Intuía su presencia y se hallaba justo... —Pensaba que tal vez te encontraría aquí —dijo alguien con un tono de voz suave a su espalda. 118

Antes de la Tormenta

Con el corazón desbocado, Kalec se dio la vuelta. En cuanto echó hacia atrás la capucha de su capa, reparó en que era tan hermosa como la recordaba. La luz de la luna brillaba en ese pelo blanco, donde destacaba un solitario mechón rubio, dando la impresión de que un fulgor plateado le coronaba la cabeza. Llevaba el pelo peinado de un modo distinto; esta vez, recogido en una trenza. Tenía la cara pálida y sus ojos eran dos charcos de tinieblas. —Jaina —susurró Kalec—. M-me alegro de que estés bien. Cuánto me alegra verte. —Corre el rumor de que ahora eres un miembro del consejo — dijo esto con una sonrisa en la boca—. Felicidades. —El rumor es cierto, y gracias —replicó Kalec—. Aunque renunciaría alegremente a ese puesto... si te quedaras. La sonrisa se desvaneció de su semblante, que se tornó triste. —No. Él asintió. Era justo lo que había temido y se sintió muy dolido, pero expresarlo abiertamente no habría servido de nada. Además, ella ya sabía cómo se sentía. —¿Adonde irás? —preguntó Kalec. Había bastante luz como para poder ver esa pequeña arruga que había entre sus cejas, eso era algo tan característico de ella que afectó más a Kalec que lo que había hecho la sonrisa. —No lo sé, la verdad. Pero ya no pertenezco a este lugar. —En su tono de voz, podía adivinarse una leve ira—. No puedo estar de acuerdo con que... —Se calló y respiró hondo—. Bueno. No estoy de acuerdo. 119

Christie Golden

En esto me ha convertido la Horda. Se miraron mutuamente durante un largo instante. Entonces para sorpresa de Kalec, Jaina se acercó a él y le cogió de las manos! Ese tacto, tan dulcemente familiar, lo conmovió incluso más de lo que esperaba. —Tenías razón en una cosa. Y quería que lo supieras. —¿En qué? —inquirió, intentando mantener un tono de voz firme. —En lo peligroso y destructivo que es el odio. No me gusta lo que me ha hecho, pero no sé si eso tiene vuelta atrás. Sé a qué me enfrento. Sé qué me enfada. Sé lo que odio. Sé lo que no quiero. Pero no sé qué me calma, o qué amo o qué quiero. Aunque Jaina hablaba con suavidad, le temblaba la voz de emoción. Kalec la agarró de las manos con fuerza. —Todo lo que he sentido o he hecho desde Theramore ha sido una reacción contra algo. Me siento... me siento como si estuviera en una fosa de la que intento salir constantemente, pero siempre me tropiezo y caigo de nuevo ahí dentro. —Lo sé —dijo Kalec con delicadeza, quien notaba la calidez de las manos de Jaina entrelazadas con las suyas. No quería soltarla nunca—. Te he visto luchar tanto durante tanto tiempo. Y no he podido ayudarte. —Nadie podía —le corrigió Jaina—. Esto es algo que tengo que hacer yo sola. El bajó la mirada y le acarició los dedos con el pulgar. —Eso también lo sé. —No me marcho por lo que se ha votado. Un sorprendido Kalec alzó la vista bruscamente. 120

Antes de la Tormenta —¿Ah, no? —No. Esta vez, no. La gente debe ser leal a su propia naturaleza, como yo he de serlo. —Se rio ligeramente, como si se estuviera criticando a sí misma—. Solo... tengo que descubrir cuál es la mía. —Lo harás. Y creo que no será nada horrendo o cruel. Ella lo miró. —Yo no lo tengo tan claro. —Yo sí. Y... te admiro. Por tener el coraje para hacer esto. —Sabía que lo entenderías. Siempre lo has hecho. —La paz es una noble meta para el mundo en general —aseveró Kalec—, pero también es una noble meta para uno mismo. —Se dio cuenta de que estaba sonriendo, a pesar del dolor que sentía en su pecho con forma humana—. Encontrarás tu camino, Jaina Valiente. Tengo fe en ti. Ella replicó con ironía: —Quizá seas la única persona en el mundo que la tenga. Él se llevó las manos de Jaina a los labios y le dio un beso en cada una de ellas. —Ten un buen viaje, mi señora. Y nunca olvides que, si me necesitas, ahí estaré. Ella lo contempló por un momento y se acercó un poco más. Ahora, Kalec podía ver cómo en sus ojos se reflejaba la luz de la luna. La había añorado tanto. La iba a echar tanto de menos. Tenía la terrible intuición de que nunca volverían a verse, aunque esperaba equivocarse.

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Christie Golden Jaina se soltó de sus manos, pero se las llevó a la cara. Mientras él se agachaba, ella se puso de puntillas. Sus labios se encontraron; ese roce tan familiar, tan dulce, en un beso tan tierno que estremeció a Kalec hasta lo más hondo de su ser. Jaina... Él quería besarla eternamente. Sin embargo, esa agradable sensación desapareció demasiado pronto. Tragó saliva con dificultad. —Adiós, Kalec —susurró Jaina, y ahora él pudo ver el brillo de las lágrimas en sus ojos. —Adiós, Jaina. Espero que encuentres lo que buscas. Le ofreció una sonrisa trémula y, acto seguido, retrocedió unos cuantos pasos. Unas espirales mágicas hendieron el aire mientras ella conjuraba un portal. A continuación, entró en él y desapareció. Adiós, mi amada. Kalec se quedó ahí quieto un buen rato, con la estatua del gran archimago como única compañía.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO ONCE

Ventormenta Como el viaje a Forjaz había durado menos de lo previsto, Wyll había tenido que prepararlo todo para la próxima etapa del viaje de Anduín a contrarreloj, y eso le había dejado agotado. Tras mucho discutir, Anduín había logrado persuadir a Wyll de que se quedara en Ventormenta y se tomara un merecido descanso. En cuanto Wyll se había retirado, Anduín cogió el candelabro del tocador. Encendió una de las tres velas y la colocó en la ventana antes de dirigirse al comedor para una cena muy tardía. Esta noche, como había sucedido en ciertas ocasiones previas, el candelabro tenía otro propósito aparte de proporcionar iluminación. Mientras Anduín contemplaba el pollo asado, las verduras y las crujientes manzanas de Dalaran, se dio cuenta de que no tenía apetito. Las noticias que le habían dado Shaw y Magni eran demasiado inquietantes. Aunque si por él fuera habría partido para Teldrassil inmediatamente, había necesitado todo este tiempo para 123

Christie Golden tenerlo todo preparado. Esperaba con impaciencia la llegada del alba. —Cena algo —le dijo alguien con una voz áspera—. Incluso los sacerdotes y los reyes necesitan comer. Anduín se dio un golpecito con la mano en la frente. —Genn —respondió—, lo siento mucho. Por favor, únete a mí Aún tenemos cosas de las que hablar antes de marchar, ¿verdad? —Pero lo primero es cenar —contestó Cringrís, quien cogió una silla y trinchó un poco de pollo. —Wyll y tú conspiran contra mí —suspiró Anduín—. Lo más triste de todo es que me alegro de que eso sea así. Genn respondió con un gruñido jocoso a ese comentario de Anduín, mientras éste se llenaba el plato. —Tengo los papeles preparados —le informó Genn. —Gracias por haberte ocupado de eso. Los firmaré ahora mismo. —Léelos primero. No importa quién los escribiera. Tómatelo como un consejo por el que no voy a cobrarte nada. Anduín sonrió arduamente. —Me has dado unos cuantos consejos gratuitos últimamente. —Y me imagino que incluso me estarás agradecido por alguno — dijo Genn. —Por todo. Incluso con lo que no estoy de acuerdo y escojo ignorar. —Ah, así habla un rey sabio. Cringrís cogió la botella de vino que había sobre la mesa y se llenó la copa. 124

Antes de la Tormenta —Entonces, no se está preparando ningún golpe, ¿verdad? — preguntó Anduín, quien ya se estaba sirviendo otra ración de pollo. A pesar de que su mente estaba distraída, su cuerpo parecía estar hambriento. —No en esta visita. —Eso es bueno. Vas a tener que esperar a la próxima vez para llevar a cabo tu complot. —Hay una cosa que me gustaría hablar contigo antes de que partas —dijo Cringrís, adoptando una actitud seria. Había algo en su lenguaje corporal que alertó a Anduín, quien dejó el cuchillo y el tenedor y contempló al otro rey. —Por supuesto —contestó un preocupado Anduín. Ahora que tenía toda la atención del rey de Ventormenta, Genn parecía hallarse un tanto incómodo. Dio un trago al vino y, acto seguido, miró directamente a Anduín. —Me honras con tu confianza —afirmó—.Y liaré todo lo posible para gobernar a tu pueblo con cuidado y diligencia si, la Luz no lo quiera, algo te sucediera. —Sé que lo harás —le aseguró Anduín. —Pero soy un anciano. No voy a estar en este mundo eternamente. Anduín suspiró. Sabía dónde iba a terminar esta conversación. —Ha sido un día muy largo y repleto de complicaciones. Estoy muy cansado como para tener esta discusión contigo. —Siempre estás demasiado algo o lo otro cada vez que saco el tema a colación —señaló Genn. Anduín, que sabía que eso era cierto, jugueteó con la comida—. Estamos en la víspera de tu marcha a diversas tierras que vas a visitar —continuó Cringrís—. Están surgiendo nuevos peligros. ¿Cuándo va a ser un buen momento para hablar de esto? Porque no me hace ninguna gracia pensar que tendré que elegir a tu sucesor entre los nobles, cada uno de los cuales intentará defender como pueda su derecho al trono.

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Christie Golden Con solo imaginárselo, Anduín sonrió, aunque no quería hacerlo, pero se le borró la sonrisa al oír las siguientes palabras de Genn. —Esto no es un juego. Si se le entregara el reino a la persona equivocada, Ventormenta podría acabar hallándose en una situación extremadamente complicada. Tu madre fue víctima de una turbamulta encolerizada por lo que la nobleza le estaba haciendo al pueblo. Eso fue horrible. Además, eres lo bastante mayor como para recordar la inestabilidad que reinó por doquier cuando tu padre desapareció. Anduín lo recordaba. Había sido el rey, al menos nominalmente, durante la desaparición de su padre, pero había contado con el apoyo y los consejos de Bolvar Fordragón. Varian había desaparecido, y la dragona negra Onyxia lo había reemplazado por un impostor, gobernando así el reino a través de ese títere. Ventormenta vivió un periodo convulso e inestable hasta que Onyxia fue derrotada y el verdadero Varian Wrynn volvió a ocupar de nuevo el trono. El joven rey dio un sorbo a su vino. —Lo recuerdo, Genn —dijo en voz baja. Genn bajó la mirada hacia su cena a medio comer. —Cuando perdí a mi hijo —susurró con una voz embargada por la emoción—, perdí un trozo de mi alma. No solo quería a Liam sino que lo admiraba. Habría sido un rey excepcional. Anduín le escuchaba atentamente. —Y cuando cayó, cuando esa despiadada alma en pena no-muerta lo mató con una flecha que iba dirigida a mí, muchas cosas murieron con él. Creí que nunca me recuperaría de aquello. Y no 126

Antes de la Tormenta lo hice... no del todo. Pero tenía a mi esposa, Mia, y a mi hija, Tess, que es tan fuerte e inteligente como lo era su hermano. Anduín no le interrumpió. Genn nunca se había mostrado tan franco con él. El rey de Gilneas alzó sus ojos azules. Bajo la luz de la vela, brillaron, mientras hablaba con una voz ronca por la emoción. —Seguí adelante. Pero tenía un agujero en el lugar donde antes se había hallado mi corazón. Un agujero que intenté llenar con mi odio a Sylvanas Brisaveloz. Con suma delicadeza, Anduín le recordó: —Esa clase de agujero no se puede llenar con odio. —No, no se puede. Pero conocí a otro joven que amaba a su pueblo tanto como lo había amado Liam. Que creía en la bondad, la justicia y la verdad. Te encontré, muchacho. Pero no eres mi Liam, sino tú mismo. Aun así, intento ser tu guía. —No puedes reemplazar a mi padre, y ya sé que lo sabes — observó Anduín, a quien las palabras de Genn habían conmovido profundamente—. Pero eres rey y también padre. Sabes lo que se siente siendo ambas cosas. Y eso es de gran ayuda. Genn se aclaró la garganta. Anduín sabía que las emociones no eran algo ajeno a él, pero solía cultivar las más violentas, furiosas y agresivas. Sí, eso formaba parte de la maldición huargen, pero Anduín sabía que eso también era parte esencial de esta persona. Genn no estaba acostumbrado a dejarse llevar por la sensibilidad y, casi siempre, como hacía ahora, intentaba rehuir esas emociones. —Ahora mismo, si estuviera aquí, le estaría diciendo lo mismo a Liam. La vida es muy corta. Muy impredecible. Para todo el que vive en este mundo; sobre todo, para un rey. Si amas a 127

Christie Golden Ventormenta, necesitas cerciorarte de que acabara en manos de alguien que le importe. Se calló. Aquí viene, pensó Anduín. —Anduín, ¿No hay nadie a quien consideres posible candidata a futura reina? ¿Alguien que gobernaría en caso de que cayeras en batalla, que diera a luz a un vástago que continuara la estirpe Wrynn? De improviso, Anduín pareció interesarse muchísimo por la comida que tenía delante. Genn suspiró, pero sonó más bien como un gruñido. —Las épocas de paz son muy poco habituales en este mundo. Y siempre son muy breves. Tienes que aprovechar este momento para, al menos, iniciar la búsqueda. Si vas a viajar a todos estos sitios, ¿no podrías acudir a unas cuantas danzas formales, o hacer visitas a los teatros o algo así? —Lo creas o no, entiendo que necesito hacer eso —admitió Anduín. Genn no sabía nada sobre la cajita en la que estaban guardados los anillos de la reina Tiffin y que el joven rey guardaba siempre cerca, pero Anduín no estaba dispuesto a revelarle esa información—. Y la respuesta es no, no he conocido aún a nadie que me haya hecho sentir de ese modo. Ya habrá tiempo para eso. Solo tengo dieciocho años. —Tampoco es tan raro que se sellen acuerdos matrimoniales entre casas reales cuando los futuros esposos todavía están en la cuna — le presionó Genn—. No conozco del todo bien la sociedad de Ventormenta, pero seguramente otras personas podrían confeccionar una lista con estos casos. Anduín sabía que la intención de Genn era buena. Pero el joven estaba cansado y preocupado; además, intentaba centrarse en qué 128

Antes de la Tormenta iba a hacer con un mundo herido y no con un matrimonio concertado. —Genn, aprecio tu preocupación—le halagó, escogiendo las palabras con cuidado—. Es un asunto que tiene su importancia. —Ya te he dicho que eso lo entiendo. Pero detesto los matrimonios concertados; la idea de aceptar que voy a pasar el resto de mi vida con alguien a quien quizá ni siquiera conozca antes de comprometerme me parece abominable. Además —añadió—, tú no te casaste de ese modo. Genn frunció el ceño. —Solo porque ése no fuera el sendero que yo escogí no quiere decir que no sea un buen camino. Ya sé que no es lo más romántico que hay en el mundo, pero no tienes por qué casarte con una desconocida. Mi hija, Tess, es casi de tu edad. Ella... —Seguro que protestaría si estuviera aquí y ahora —le interrumpió Anduín—. Aunque la he visto poco, tengo claro que es una mujer extraordinaria. Pero no cabe duda de que sigue su propio camino, y no sé por qué me da en la nariz que ser la reina de Ventormenta no está en lo más alto de la lista de sus prioridades vitales. Tess Cringrís, que era unos pocos años mayor que él, era, sin lugar a dudas, una mujer con una fuerza de voluntad extraordinaria. Habían corrido toda clase de rumores sobre su forma de actuar, ya que se insinuaba que obraba de un modo que recordaba a Mathias Shaw. No le había preguntado nada a Genn al respecto, y ahora que, además, había señalado a su hija como posible candidata a reina, mucho menos pensaba hacerlo. Las dos cejas blancas de Genn se unieron para formar un gesto ceñudo. —Anduín... 129

Christie Golden —Volveremos a hablar sobre este tema, te lo prometo. Pero por ahora, hay otro asunto que quería discutir contigo. Muy a su pesar, Genn se rio entre dientes. —Ya sabes que siempre estoy dispuesto a discutir contigo, majestad. —Sí, lo sé —contestó Anduín—, y especialmente sobre esto. Después de la visita de Magni, Moira, Velen y yo fuimos al Templo de la Luz Abisal. No creo que te sorprenda lo más mínimo que te diga que el lugar me pareció... —Hizo un gesto de negación con la cabeza—. Lo cierto es que no encuentro las palabras adecuadas. Ahí reinaba la serenidad y la belleza, y el mero hecho de estar ahí me hacía sentirme tan tranquilo. Tan centrado. —Lo único que me ha sorprendido de tu visita es cuánto tardaste en llegar ahí —aseveró Genn—. No obstante, un rey tiene poco tiempo para gozar de la paz y la serenidad. —Mientras estaba ahí, conocí a dos personas que me sorprendieron —dijo. Tomó aire. Allá vamos, pensó—. Una de ellas era Calia Menethil. Genn lo miró muy fijamente. —¿Estás seguro? ¿No es una impostora? —Se parece mucho a su hermano. Y confío en que los sacerdotes del templo se hayan cerciorado de que lo que afirma es cierto. —Depositas mucha fe en la buena voluntad de los sacerdotes. Anduín sonrió. —Sí, así es. —Bueno, desembucha. ¿Qué descubriste? ¿Cómo escapó? ¿Sigue reclamando su derecho al trono de Lordaeron, siempre que algún día podamos echar a esos invasores putrefactos que actualmente lo mancillan? 130

Antes de la Tormenta

Anduín sonrió con cierto arrepentimiento. —No la presioné. Hablaré con ella más adelante, cuando regrese. Tuve la impresión de que no era una historia muy feliz. —La Luz sabe que no puede serlo —afirmó Genn—. Esa pobre familia. Lo que ha debido de sufrir esa chica. Es probable que escapara de esas desgracias por los pelos. ¡Cómo debe despreciar a los no-muertos después de todo eso! —En realidad, eso era lo siguiente que quería comentarte. El Templo de la Luz Abisal es un lugar abierto a todos los sacerdotes de Azeroth. A todos. Incluyendo los de la Horda. —Se calló—. Incluyendo los Renegados. Anduín se imaginaba que iba a escuchar un iracundo bramido de protesta, pero en vez de eso, Genn dejó con calma el tenedor sobre la mesa y habló con una voz cuidadosamente serena. —Anduín —dijo—, comprendo que tú siempre quieres ver lo mejor de las personas. —No es... Genn alzó una mano. —Por favor, majestad. Escúchame. Aunque Anduín arrugó el ceño, asintió. —Es un rasgo de la personalidad admirable. Sobre todo, en un monarca. Pero un gobernante debe tener mucho cuidado para que no le tomen por necio. Sé que conociste y llegaste a respetar a Thrall. Y sé que consideras a Baine un amigo, y que él ha actuado de un modo honorable. Incluso tu padre negoció con Lor’themar Theron y tenía a Vol’jin en alta estima. Pero los Renegados son... 131

Christie Golden distintos Ya no perciben las cosas como nosotros. Son... abominaciones. Anduín dijo entonces con una voz serena. —Uno de los líderes actuales del Cónclave es el arzobispo Faol Genn lanzó un juramento y se puso en pie como impulsado por un resorte. La cubertería cayó estruendosamente al suelo. —¡Imposible! —Tenía la cara roja, y una vena le sobresalía del cuello—. Eso es peor que una abominación. ¡Eso es blasfemia! ¿Cómo puedes tolerarlo, Anduín? ¿Acaso no te repugna? Anduín pensó en el buen humor pícaro y travieso del que había hecho gala el difunto Alonsus Faol. Su generosidad, su preocupación. Somos sacerdotes por encima de todo. Y sí, lo era. —No —replicó Anduín, con una sonrisa—. Es más bien lo contrario. Al verlos ahí, en ese lugar de Luz... mis esperanzas renacieron, Genn. Los Renegados no son unos miembros sin mente de la Plaga. Son personas. Tienen libre albedrío. Y sí, algunos de ellos han cambiado a peor. Esos han pasado a vivir su nueva existencia con odio y miedo. Pero no es el caso de todos ellos. He visto a sacerdotes Renegados hablando no solo con tauren y trols, sino con enanos y draenei también. Recordaban lo que es el bien. Moira lleva un tiempo colaborando con Faol y... Genn lanzó unas palabras soeces. —¿Moira también? ¡Creía que los enanos tenían sentido común! Ya he oído bastante. Se volvió e hizo ademán de abandonar la estancia. —No, no lo has hecho. —Aunque Anduín habló con calma, no iba a tolerar que le llevara la contraria. Extendió un brazo y señaló la 132

Antes de la Tormenta silla que el rey de Gilneas acababa de dejar vacía—.Te vas a quedar y vas a escuchar. Genn lo miró, sorprendido; a renglón seguido, asintió mientras se volvía a sentar, aunque con ciertas reticencias obvias. Respiró hondo. —Lo haré —respondió—. Aunque no me va a gustar lo que voy a oír. Anduín se inclinó hacia delante y lo miró fijamente. —Tenemos una oportunidad que podemos aprovechar si somos lo bastante valientes. Sylvanas insufló vida a los Renegados. Y, por supuesto, la siguen. Pero la Alianza se ha alejado de ellos, puesto que lo único que les ofrecíamos eran motes como: «creamuertos», «pudrideros». Los contemplábamos con miedo. Con repugnancia. Ni siquiera éramos capaces de comprender que eran personas. —Eran —dijo Genn—. Eran personas. Lo fueron en su día. Pero ya no lo son. —Nosotros hemos optado por verlos de ese modo. Genn probó con otra táctica. —Muy bien. —Se reclinó sobre la silla, con los ojos entornados— . Digamos que has visto a unos cuantos Renegados decentes, un grupito extremadamente pequeño, todos los cuales resultan ser sacerdotes. ¿Has encontrado a más como ésos? Había otro que Anduín recordaba que era como ésos, alguien que, sin duda, no había sido sacerdote. En el juicio de Garrosh Grito Infernal, los dragones bronces habían ofrecido tanto a la defensa como a la acusación la posibilidad de ver escenas del pasado a través de un artilugio llamado la Visión del Tiempo. En una de esas visiones, Anduín había sido testigo de una conversación entre un 133

Christie Golden renegado y un elfo de sangre en una taberna poco antes de que ese lugar hubiera sido destruido por los seguidores más fanáticos de Grito Infernal. Ambos soldados habían estado en contra de la violencia y la crueldad que Garrosh había personificado. Y habían muerto defendiendo lo que creían. Oh, ¿cómo se llamaba...? Empezaba por «F». —Sí, a Farley —contestó Anduín—. A Frandis Farley. —¿A quién? —Era un capitán Renegado que se rebeló contra Garrosh. Lo indignó la violencia que se ejerció contra Theramore. Vivía aquí mismo, en Ventormenta, cuando estaba vivo. Genn miró a Anduín como si fuera incapaz de comprender lo que le acababa de decir. —Frandis Farley no era un sacerdote, sino solo un soldado al que todavía le quedaba bastante humanidad como para reconocer el mal cuando lo veía. Cuanto más lo explicaba Anduín, más seguro se sentía de lo que estaba diciendo. —Anomalías —dijo Cringrís. —Eso no lo voy a tolerar —replicó Anduín, inclinándose hacia delante—. No tenemos ni idea de lo que el ciudadano medio de Entrañas piensa o siente. Y hay una cosa que no me puedes negar: Sylvanas se preocupa por su gente. Le importan. Y quizás eso sea algo que podamos usar en nuestro provecho. —¿Para derrotarla? —Para que se sume a la mesa de negociación.

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Antes de la Tormenta Los dos hombres se miraron el uno al otro; Anduín, calmado y centrado; Genn, conteniendo a duras penas su ira. —Su meta es transformar a más de nosotros en más de ellos — aseveró Genn. —Su meta es proteger a su pueblo —insistió Anduín—. Si le hacemos saber que comprendemos sus motivaciones, si podemos asegurarle que la Alianza nunca pondrá en peligro a aquéllos de los suyos que ya existen, va a ser mucho menos probable que use la azerita para crear armas con las que matarnos. Lo ideal sería que fuéramos capaces de colaborar con la Horda para salvar un mundo en el que ambos bandos tenemos que vivir. Genn se quedó mirándolo un largo rato. —¿Estás seguro de que no has enfermado en Forjaz? Anduín alzó una mano para aplacarlo. —Ya sé que parece una locura. Pero nunca hemos intentado comprender a los Renegados. Ahora podríamos tener la oportunidad perfecta. El arzobispo Faol y los demás podrían ayudarnos a abrir las negociaciones. Cada bando tiene algo que el otro tal vez quiera. —¿Y qué tenemos nosotros que deseen los Renegados? ¿Y qué tienen los Renegados que nosotros pudiéramos querer? Anduín sonrió levemente. Embargado por la emoción, respondió: —Una familia. *** Sus aposentos estaban a oscuras cuando entró en ellos, iluminados únicamente por la luz de las lunas. 135

Christie Golden —Recibiste mi mensaje —dijo Anduín en voz alta, al mismo tiempo que encendía una sola vela y miraba a su alrededor. La habitación parecía estar vacía, pero no lo estaba, por supuesto. Una sombra que, un momento antes, había dado la sensación de ser perfectamente normal, brilló y, acto seguido, una silueta ágil y familiar se adentró en la tenue luz. —Como siempre —respondió Valeera Sanguinar. —Un día de éstos, te voy a pedir que me muestres cómo has entrado. Ella sonrió. —Creo que podrías ser un poco demasiado pesado como para lograrlo. Anduín se rio disimuladamente. Se consideraba afortunado, ya que podía confiar en mucha gente. Como bien sabía, no todos los reyes podían decir lo mismo. No obstante, Valeera estaba a un nivel totalmente distinto de incluso Velen o Genn Cringrís. Ella y Varian habían luchado codo con codo en los fosos de gladiadores, y Anduín la había conocido hace años. Les había salvado la vida tanto a él como a su padre en más de una ocasión y había jurado lealtad a la estirpe Wrynn. Asimismo, y esto era casi tan importante como lo demás, era capaz de moverse en círculos vedados para Anduín y sus consejeros. Valeera era una elfa de sangre y la espía personal del rey. Había servido como tal a Varian durante su reinado, y había ayudado al príncipe cuando éste había necesitado enviar mensajes que debía mantener en secreto incluso a su propio padre. Aunque confiaba en que el maestro de espías Shaw haría siempre lo que 136

Antes de la Tormenta fuera mejor para el reino, Anduín no conocía a aquel hombre lo suficientemente bien como para confiar en que hiciera lo mejor para su rey. Ciertamente, él no habría aprobado las misivas que había estado enviando Anduín los últimos años. —Doy por supuesto que sabes qué es la azerita —dijo el joven rey. Valeera asintió, sacudiendo su pelo rubio, mientras se sentaba en una silla sin esperar a que se lo pidiera. —Sí, lo sé —contestó—. Tengo entendido que puede construir reinos, derribarlos y quizá condenar el mundo entero. —Todo eso es verdad —le confirmó Anduín, quien llenó dos copas de vino y le dio una a ella—. Nunca he aceptado la idea de que la Horda y la Alianza deban estar siempre enfrentadas. Y me parece que ahora, más que nunca, ambos bandos debemos cooperar y confiar unos en otros. Este nuevo material... —Negó con la cabeza—. Es tan peligroso que no puede caer en manos de ningún enemigo. Y la mejor forma de derrotar a un enemigo es convirtiéndolo en amigo. La elfa de sangre dio un sorbo al vino. —Estoy a tu servicio, rey Anduín. Creo en ti. Y, sin lugar a dudas, soy tu amiga y siempre lo seré. Me gustaría vivir en este mundo que tú ves. Pero no creo que eso sea posible. —Es más bien improbable —matizó Anduín—, pero si creo que es posible. Y tú sabes mejor que nadie que no soy el único que piensa de este modo. El joven rey le entregó una carta. Estaba escrita en un código personal que solo entendían un puñado de individuos. Valeera la cogió y leyó. Aunque puso mala cara, asintió mientras la guardaba en el bolsillo más cercano a su corazón. Como siempre, memorizaría su contenido por si acaso la misiva se perdía o destruía. 137

Christie Golden —Me ocuparé de que su sustituto lo reciba —le prometió Valeera, quien no parecía estar muy contenta—. Ten cuidado —añadió—. Nadie apoyará esto. Está condenado a fracasar. —Pero, ¿y si funciona? —insistió Anduín. Valeera clavó la mirada en las profundidades rubíes de su copa y, a continuación, posó sus ojos brillantes en los del rey. —Entonces —dijo lentamente y con mucha reticencia—, creo que tal vez tenga que dejar de utilizar la palabra «imposible».

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO DOCE

Cima del Trueno Sylvanas Brisaveloz se reclinó sobre una piel curtida en el gran tipi del Alto de los Espíritus. Nathanos estaba sentado junto a ella. Parecía hallarse incómodo sentado en el suelo con las piernas cruzadas, pero si a ella no se le permitía sentarse en una silla o permanecer de pie, tampoco se le permitiría a él. Un mago elfo de sangre, Arandis Fuego Solar, la había acompañado también para que pudiera salir rápidamente de ahí si las cosas se volvían muy tediosas o si tenía que atender una urgencia. Se hallaba a la izquierda de la pareja, muy envarado; daba la impresión de que hubiera deseado estar en cualquier otro sitio salvo éste. A la derecha de Sylvanas, se encontraba una de sus forestales, Cyndia, cuya perfecta quietud hacía que la rigidez de Arandis pareciera pura vivacidad por comparación. Sylvanas se inclinó hacia Nathanos y le susurró al oído: —Estoy tan harta de los tambores. 139

Christie Golden

Para ella, ése era el ruido que definía a la «Vieja Horda»; los orcos, los trols y los tauren, por supuesto, parecían estar felizmente dispuestos a tocar los tambores en cualquier momento. Ahora, al menos, no se trataba de los potentes y atronadores tambores de guerra de los orcos, sino de un tamborileo suave y constante mientras el archidruida Hamuul Tótem de Runa hablaba sin cesar sobre la «tragedia de Silithus». Desde el punto de vista de Sylvanas, lo que había sucedido no era realmente una tragedia. En su opinión, el hecho de que un titán demente le hubiera clavado una espada al mundo había sido una bendición. Seguía guardando en secreto el descubrimiento de Gallywix, y no lo revelaría hasta estar segura de hasta qué punto ese material tan peculiar podría ser utilizado adecuadamente para que la Horda le sacara el máximo beneficio. Gallywix le había dicho que «también tenía a gente ocupándose de eso». Además, ¿qué había en Silithus, realmente, salvo bichos gigantes y cultores Crepusculares, sin los cuales el mundo sería un lugar mejor? Pero los tauren en particular, cuyo pueblo había aportado a la Horda sus druidas originales y que había perdido a varios miembros del Círculo Cenarion, habían quedado devastados ante tantas bajas. Sylvanas había permanecido sentada cortésmente durante ese ritual cuyo fin era honrar y aplacar a esos espíritus afligidos. Y ahora estaba escuchando (y se esperaba que lo aprobara) un plan que consistía en enviar más chamanes y druidas a Silithus a investigar, y todo porque Hamuul Tótem de Runa había tenido una pesadilla terrible. —Los espíritus gritan —estaba diciendo Hamuul—. Murieron intentando proteger esas tierras, y ahora solo la muerte habita en 140

Antes de la Tormenta ese lugar. La muerte y el dolor. No debemos fallar a la Madre Tierra. Debemos volver a erigir el Fuerte Cenarion. Baine la observaba atentamente. Algunos días, Sylvanas deseaba que el tauren hubiera seguido el dictado de su corazón y se hubiera sumado con los tauren a la Alianza. Pero por mucho que despreciara la bondad de los tauren, eso no le impedía ver que los necesitaba. Mientras Baine siguiera siendo leal (y hasta ahora lo había sido en todo lo importante), siempre los utilizaría tanto a él como a su pueblo en provecho de la Horda. Con Baine estaba un representante de los trols, el anciano maestro Gadrin. La Jefa de Guerra tampoco ansiaba conversar con él Ahora mismo, había un vacío de poder en la jerarquía trol, y los trols eran un pueblo caótico. Únicamente ahora, cuando ya era tarde, Sylvanas era capaz de apreciar la serenidad y la moderación con la que había actuado Vol’jin. Ciertamente, hasta ahora, había sido incapaz de apreciar su mayor virtud: que había sido capaz de lograr que liderar la Horda pareciera una tarea fácil. Los trols también iban a exigir que los recibiera en audiencia, de eso no cabía duda, para poder presentar sus diversos candidatos a líder. Tótem de Runa había concluido su súplica. Ahora, todos la estaban mirando, todas esas cabezas peludas y cornudas estaban vueltas hacia ella. Mientras meditaba una respuesta, llegó uno de los Caminamillas de Baine, Perith Pezuña Tempestuosa, quien jadeó con dificultad mientras se agachaba y le susurraba algo al oído a su gran jefe. A Baine se le desorbitaron levemente los ojos y agitó la cola. Hizo una pregunta en taurahe, ante la cual el mensajero asintió. Ahora todos habían centrado su atención en el líder tauren. Con un semblante solemne, se puso en pie para hablar. 141

Christie Golden —Me acaban de informar de que pronto recibiremos a un invitado. Desea hablar contigo, Jefa de Guerra, sobre lo que ha sucedido en Silithus. Sylvanas se tensó levemente por dentro, pero por fuera permaneció en calma. —¿De quién se trata? Baine se quedó callado y, entonces, respondió: —De Magni Barbabronce. El Portavoz de Azeroth. Pide que envíes un mago a buscarlo, ya que es demasiado pesado como para que el ascensor pueda transportarlo sano y salvo. Todo el mundo empezó a hablar a la vez salvo Sylvanas. Ella y Nathanos se miraron mutuamente. La mente de la Dama Oscura corría a mil leguas por segundo. Magni no podría tener nada que decir que a ella le interesara oír. Era el campeón del mundo y, ahora mismo, las profundas fisuras que se habían abierto en ese mundo mostraban un tesoro espectacular. Tenía que detener esto, pero ¿cómo? Se dio cuenta de que lo único que podía hacer era minimizar el daño. —Sé que Magni Barbabronce ya no es en verdad un enano — dijo Sylvanas—. Pero lo fue en el pasado. Y sé que tú, gran jefe, debes de sentirte muy incómodo al pensar en que vas a ser el anfitrión formal de un antiguo líder de una raza de la Alianza; incluso quizá te resulte repugnante. Te libero de la decisión de si debes darle la bienvenida o no. Soy la Jefa de Guerra de la Horda. Cualquier cosa que tenga que decir, me la podrá contar a mí sola. A Baine se le hincharon las fosas nasales. 142

Antes de la Tormenta —Creía que tú más que nadie entenderías en qué medida una transformación física puede alterar los puntos de vista del que la sufre, Jefa de Guerra. En su día, fuiste miembro de la Alianza. Ahora, lideras la Horda. Y Magni ni siquiera es ya de carne y hueso. A pesar de que eso no era un insulto en ningún sentido, le hizo daño de algún modo. Pero Sylvanas no podía negarle su lógica. —Muy bien. Si consideran que es seguro, adelante, gran jefe. Los tauren y los trols se quedaron mirándola, y le llevó un rato darse cuenta de que estaban esperando a que les ofreciera su mago. Apretó los labios con fuerza un momento y, a continuación, se volvió hacia Arandis. —¿Acompañarás a Perith al lugar donde el Portavoz nos está esperando? —Por supuesto, Jefa de Guerra —contestó al instante. En los minutos cargados de tensión que precedieron al zumbido del portal, Sylvanas se estuvo devanando los sesos para dar con la mejor manera de salirse con la suya en la conversación inminente. En cuanto Magni apareció, la miríada de facetas de su cuerpo de diamante reflejó la luz de la hoguera, y Baine le saludó afectuosamente. —Es todo un honor para nosotros que estés aquí, Portavoz. —Sí, así es —dijo de inmediato Sylvanas—. Me han comentado que has pedido verme. Magni hizo un gesto de asentimiento hacia Baine, aceptando así su bienvenida, antes de cuadrarse de hombros y mirarle a la cara a Sylvanas. Acto seguido, la señaló con un dedo índice hecho de diamante.

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Christie Golden —En efecto —respondió—, y tengo muchas cosas que decir. Primero, tienes que librarte de tus hombrecitos verdes, pues están empeorando las cosas. Esa exigencia no sorprendió a Sylvanas. —Están investigando la zona —le aseguró, manteniendo un tono sereno y afable. —No, no es así. Pinchan, revuelven y molestan, y eso no le gusta a Azeroth. Necesita curarse... ya que si no, morirá. Todos los presentes escucharon atentamente al Portavoz mientras éste les explicaba que Azeroth sufría una gran agonía y se retorcía de dolor, de un dolor que la estaba destruyendo lentamente. Su misma esencia se estaba filtrando hasta la superficie, y esta esencia era poderosa más allá de lo imaginable. Esa última parte, Sylvanas ya la conocía, y la primera era inquietante. —Tenemos que ayudarla —aseveró Magni, con una voz desgarrada, y esta vez ella no le corrigió. —Claro que debemos echarle una mano —dijo la Jefa de Guerra, ya que esta revelación podría echarlo todo por la borda—. Doy por sentado que vas a hablar de esto con la Alianza. —Ya lo he hecho —afirmó Magni, con la clara esperanza de que eso la reconfortara—. El joven Anduín y la Liga de Expedicionarios, el Círculo Cenarion y el Anillo de la Tierra van a enviar en breve destacamentos a Silithus. El Magni Barbabronce que antaño había gobernado Forjaz nunca habría relevado lo que acababa de revelar este Portavoz de Azeroth, pues esta información era muy valiosa. —Bien —dijo Baine—. Estamos preparados para hacer lo mismo. 144

Antes de la Tormenta

Aunque no debería haber hablado antes que su Jefa de Guerra, una idea empezaba a cobrar forma en la mente de Sylvanas. —El gran jefe Baine ha hablado en nombre de todos nosotros. Has compartido con nosotros unas noticias terribles, Portavoz. Haremos todo cuanto podamos por ayudar, por supuesto. De hecho —continuó—, me gustaría pedir a los tauren que se encarguen de organizar la respuesta de la Horda en este aspecto. Si bien Baine parpadeó un par de veces, no hizo ningún otro gesto que mostrara lo sorprendido que seguramente se hallaba. —Será un honor —dijo, y se llevó el puño al corazón a modo de saludo. —Gracias por tu advertencia, Portavoz. Todos compartimos este precioso mundo. Y como nos han dejado muy claro los recientes acontecimientos, si destruyéramos éste, no nos quedarían muchos más lugares a los que huir —afirmó Sylvanas. —Esa esa una reflexión muy... inspirada por la Luz —admitió Magni—. Muy bien. Mi tarea aún no ha concluido, ni por asomo. Sé que tanto los miembros de la Horda como de la Alianza tienen problemas para imaginarse que no son la única gente que existe en el mundo. Pero hay muchas otras razas a las que debo avisar. Como bien has dicho, Jefa de Guerra, todos compartimos este precioso mundo. Ordena a tus goblins que dejen de hacer lo que están haciendo; si no, quizás acabemos teniendo que buscar un mundo totalmente nuevo al que llamar hogar. Sylvanas no prometió que iba a dar esa orden, sino que sonrió. —Por favor, permítenos que te ahorremos algo de tiempo mientras llevas a cabo esta tarea. ¿Adónde quieres que te envíe Arandis a continuación? 145

Christie Golden —A Desolace, creo —meditó Magni—. Tengo que contárselo a los centauros. Gracias, muchacha. Sylvanas siguió con esa sonrisa tan agradable dibujada en la cara, a pesar de que bullía de furia por dentro debido a ese término tan familiar y condescendiente con el que se había dirigido a ella. Reinaba el silencio cuando Arandis conjuró el portal que daba a una tierra fea y árida. Acto seguido, Magni lo atravesó y se esfumó. Hamuul suspiró hondo. —Es peor incluso de lo que temía —comentó—. Debemos ponernos manos a la obra lo antes posible. Gran jefe, necesitamos contar con todos aquéllos que hayan colaborado con la Alianza antes para... —No. La voz de la Jefa de Guerra cortó la conversación con la misma eficacia con la que una hoja afilada cortaría una cabeza. —Jefa de Guerra —dijo un sereno Baine—, todos hemos oído al Portavoz. Azeroth está muy malherida. ¿Acaso hemos olvidado ya las lecciones del Cataclismo? Agitaron las colas. Agacharon las orejas y las movieron rápidamente de un lado a otro. Los trols miraron al suelo y negaron con la cabeza. Oh, sí, todos recordaban el Cataclismo. —No podemos permitir que algo así suceda por segunda vez. Debería haber hecho esto hace mucho tiempo, pensó Sylvanas. Se levantó con agilidad y se acercó al líder tauren. —Tengo que hablar en privado contigo, gran jefe —le dijo, con un tono de voz que recordaba a un ronroneo—. Acompáñame.

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Antes de la Tormenta Aunque Baine agachó al máximo las orejas, hasta tenerlas pegadas a su cabeza, asintió y descendió por los escalones que llevaban del tipi a la loma. Las lomas de Cima de Trueno (el Alto de los Espíritus, el Alto de los Ancestros y el Alto de los Cazadores) estaban conectadas todas a la loma central por unos puentes de cuerda y tablas de madera. Sylvanas se quedó maravillada ante ese despliegue de ingeniería, pero no lo demostró. Aunque parecían estar desvencijados y en un estado precario, eran capaces de soportar el peso de varios tauren cruzándolos al mismo tiempo. Sylvanas se dirigió sin titubear a la parte central del puente, que se balanceó ligeramente. Desde ahí, pudo ver la tenue luz de la caverna que albergaba las Pozas de las Visiones. Antes de marcharse, tendría que hacer una visita a ese sitio, puesto que era la única congregación de Renegados en la capital tauren. Ella también tenía que regresar a casa, a Entrañas, para reunirse con el Consejo Desolado. Para poder evaluar la amenaza (o la falta de ella) por sí misma. —¿De qué quieres hablar conmigo Jefa de Guerra? —preguntó Baine. —¿Mi gente es feliz aquí? El tauren ladeó la cabeza, desconcertado. —Eso creo —respondió—. Tienen todo cuanto piden y parecen contentos. —Los tauren se hicieron amigos de los Renegados cuando fuimos rechazados por la Alianza, por lo cual siempre me sentiré muy agradecido. Hamuul Tótem de Runa, quien en la actualidad era una fuente de irritación constante para ella, había defendido con éxito en su día 147

Christie Golden que los Renegados eran capaces de redimirse. Según él, una vez tuvieran libre albedrío, podrían optar por intentar expiar lo que habían hecho tras ser asesinados y esclavizados bajo el yugo del Rey Exánime. Al final, había logrado convencer al Jefe de Guerra Thrall, quien sabía un par de cosas sobre qué siente esa gente a la que se la considera unos «monstruos», de que admitiera a los Renegados en la Horda. Sylvanas nunca podría olvidar aquello. Ahora, se giró hacia Baine y alzó la mirada hacia él. —Y por eso, he mirado para otro lado cuando has pretendido ser amigo de cierta humana. —Mi relación con Jaina Valiente se conoce desde hace mucho — objetó Baine—. Pasó a ser de dominio público en el juicio de Garrosh Grito Infernal. Ella me ayudó cuando los Tótem Siniestro se rebelaron contra los tauren. ¿Por qué eso te inquieta tanto ahora? —Eso no me inquieta. Lo que sí me inquieta es que sigas manteniendo correspondencia con Anduín Wrynn. ¿O acaso lo niegas? Se quedó callado, pero el modo en que agitó la cola súbitamente lo traicionó. Los tauren eran unos mentirosos terribles. Al final, habló: —Nunca he propuesto nada, ni directa o indirectamente, que pudiera hacer daño a la Horda. —Te creo. Por esa razón no he mencionado nada antes. Sin embargo, el príncipe Anduín ahora es el rey Anduín. Ya no es un soñador romántico e inútil. Ahora es él quien decide la política a seguir. Es capaz de iniciar una guerra. Ponte en mi lugar, ¿tú perdonarías a alguien que se cruza mensajes secretos con un rey de la Alianza? —¿Qué vas a hacer? —preguntó Baine con una extraordinaria calma. 148

Antes de la Tormenta —Nada —respondió—, siempre que cortes toda comunicación con él. Y para demostrarte que no te guardo rencor por algo que algunos, comprensiblemente, considerarían una traición, me reafirmo en mi oferta de permitir que seas tú quien lidere el destacamento que vamos a enviar para ayudar a sanar a Azeroth. De hecho —hizo un gesto hacia la entrada de la caverna situada debajo de ellos—, voy a hablar con los Renegados aquí y a ver si las Pozas de las Visiones nos pueden ayudar en algo. Dejaré a la forestal Cyndia atrás. Ella me mantendrá al tanto de todos los avances. Se volvió hacia Baine, que permanecía tan quieto que parecía la estatua de un tauren. Incluso había dejado de agitar la cola. —¿Está todo claro? —Perfectamente claro, Jefa de Guerra. ¿Eso es todo? —Sí. Espero que esta conversación suponga el inicio de una nueva fase de cooperación entre los tauren y los Renegados. Baine la siguió, cual coloso imponente y silencioso, mientras regresaban al tipi. Informó a aquéllos que los estaban esperando ahí de que los Renegados de las Pozas de las Visiones debían colaborar con los tauren con el fin de sanar el mundo. Cuando Hamuul habló de erigir un nuevo Fuerte Cenarion en Silithus, uno de los trols alzó la voz. —¿Y qué pasa con los goblins? Acudirán ahí como moscas — señaló el trol—. ¿Van a sacarlos de ahí como dijo el Portavoz? —Los goblins —respondió Sylvanas— conocen las profundidades del mundo mejor que cualquier otro miembro de la Horda. He hablado con Gallywix, y me ha asegurado que están explorando e investigando. —En cuanto dio la impresión de que varios más estaban dispuestos a mostrar su disconformidad con esto, se anticipó diciendo—: Me informa directamente. Y cuando yo esté lista, compartiré lo que he averiguado con la Horda. 149

Christie Golden —¿Pero no con la Alianza? —-inquirió Tótem de Runa. Con mucho cuidado, Sylvanas evitó mirar a Baine mientras contestaba: —Magni ya ha hablado con la Alianza. Estoy bastante segura de que Anduín no va a enviar mensajeros a Orgrimmar para informar sobre lo último que han descubierto. Así que, ¿por qué debería hacerlo yo? —Porque este mundo nos pertenece a todos —dijo con suma calma Tótem de Runa. Sylvanas sonrió. —Tal vez pronto, algún día, ese «todos» signifique la «Horda». Mientras tanto, antepongo los intereses y el bienestar de mi gente por encima de la Alianza que destruyó Taurajo. Y les sugiero a todos ustedes que hagan lo mismo. —Pero... —acertó a decir el archidruida. Ella se volvió hacia él, con un gesto frío y sosegado, pero con unos ojos donde ardía el fuego de la furia. —Vuelve a objetar algo y no me lo tomaré nada bien. Vol’jin y sus loa me nombraron Jefa de la Horda. Y como Jefa de la Horda decido qué es importante y debe revelarse... así como cuándo y a quién. ¿Entendido? Si bien Hamuul agachó las orejas, respondió con bastante calma: —Sí, Jefa de Guerra.

Entrañas 150

Antes de la Tormenta

Parqual Fintallas había sido historiador cuando aún respiraba. Había llegado a saber todo lo que se podía saber sobre Lordaeron y recordaba, con mucho cariño, el tiempo que había compartido con su esposa, Mina, y su hija, Philia, en sus modestos pero cómodos aposentos de la capital. Incluso ahora, podía recordar el olor a tinta y pergamino de diversos tomos antiguos y mohosos mientras tomaba notas y el tono dorado, de color miel, de la luz que se filtraba. El crepitar del fuego, cálido y reconfortante mientras trabajaba hasta altas horas de la noche bajo la luz de las velas. A veces, Mina enviaba a Philia a llevarle la cena cuando estaba demasiado absorto como para acercarse hasta la mesa. Cuando era una niña, la subía a su regazo, y cuando era mayor, la invitaba a sentarse con él, animándola a hojear esa descomunal biblioteca mientras él gozaba de la excelente comida de Mina. Pero aquí, en Entrañas, no había ningún fuego crepitante, ningún olor a pergamino y tinta, ni ninguna comida deliciosa preparada con cariño por una afectuosa y sabia compañera para toda la vida. Aquí no había ninguna niña que lo molestase con preguntas que le encantaba contestar. Aquí solo había frío, humedad, el hedor de la podredumbre y el espeluznante fulgor verde del río contaminado que fluía por toda la necrópolis subterránea. Estos recuerdos estaban tan frescos que resultaban muy dolorosos; no obstante, seguían siendo muy dulces. A los Renegados se les recomendaba encarecidamente evitar los lugares que tanto habían amado en vida, puesto que su hogar ya no era Lordaeron, sino Entrañas; un lugar cuyos habitantes ya no necesitaban dormir y donde no se podía distinguir entre el día y la noche. En un par de ocasiones, Parqual había entrado a hurtadillas en su antiguo domicilio, para hacerse con unos libros que llevaba clandestinamente a Entrañas. Pero le habían pillado ya una vez y había sido reprendido. No hace falta recordar la historia humana 151

Christie Golden de este lugar, le habían dicho. Ahora solo importa la historia de Entrañas. Con el paso de los años, se había valido de aventureros para conseguir más libros, cada uno de los cuales era muy valioso para él. Pero no podía utilizar a aventureros que buscaran oro o fama para recuperar el pasado. Por otro lado, Mina estaba muerta o era una monstruosidad balbuceante; y creía que Philia, su hermosa y brillante niña, podía seguir viva y haber conservado su humanidad; aun así, su hija se habría quedado aterrorizada al ver en qué se había convertido su querido papá. Durante mucho tiempo, creyó que era el único que se sentía arrastrado por esta nostalgia y melancolía. Pero entonces, Vellcinda había fundado el Consejo Desolado para ocuparse de la ciudad en ausencia de la Dama Oscura. Lo que había empezado siendo algo para satisfacer una necesidad, se había ido transformando en algo mucho más importante, al menos para Parqual. Ahí se sentía entre camaradas y había descubierto que no todo el mundo se contenta, simplemente, con servir sin cuestionarse nada. Los Renegados quizá no fueran seres vivos, pero tenían necesidades, deseos y emociones que no estaban siendo satisfechas. Vellcinda creía que Sylvanas vendría pronto a visitarlos y escucharía lo que el consejo tenía que decir. Aunque Parqual esperaba sinceramente que tuviera razón, albergaba serias dudas. Sylvanas tenía que dejar de obligarlos a vivir de nuevo si no querían hacerlo; asimismo, tenía que dejarles que se reconciliaran con sus vidas anteriores y aceptaran sus vidas como no-muertos. La historia enseña que aquéllos que tienen poder normalmente odian renunciar a parte de él y solo lo entregan si se les obliga. 152

Antes de la Tormenta

Y en todos los años que había estado vivo y en los que llevaba ahora como no-muerto, Parqual rara vez había visto que la historia se equivocase en alguna ocasión.

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Christie Golden

CAPÍTULO TRECE

Darnassus La capital de los elfos de la noche era uno de los lugares favoritos de Anduín, aunque rara vez había podido viajar ahí. Los kaldorei eran un pueblo hermoso, al igual que su ciudad, ubicada bajo el protector abrazo del colosal Teldrassil, el Árbol del Mundo. Anduín se hallaba ahora junto a la suma sacerdotisa Tyrande Susurravientos y su amado, el archidruida Malfurion Tempestira, en el Templo de la Luna. La serenidad reinaba en este lugar mientras los cuidadores del templo iban de aquí para allá cumpliendo sus obligaciones con elegancia y determinación. El rítmico y suave chapoteo del agua era muy reconfortante, y la estatua de Haidene, que sostenía en alto el cuenco del que fluía el radiante líquido de la Poza de la Luna, era muy relajante de contemplar. Su mente viajó hasta el Templo de la Luz Abisal. La Luz nos encuentra, pensó. A todos nosotros. Escoge la historia, o la cara, 154

Antes de la Tormenta o el nombre o la canción que más eco tiene en cada uno de nosotros. Podemos llamarlo Elune, o Anshe o, simplemente, la Luz, pero da igual. Podemos alejarnos de ello si lo deseamos, pero siempre está ahí. Pilló a Tyrande mirándolo, con una leve sonrisa en los labios. Ella lo comprendía. —Lamento no haber venido de visita con más frecuencia a tu hermosa ciudad —dijo en voz alta. —Por su propia naturaleza, la guerra conspira para mantenernos alejados a todos de lugares que nutren el espíritu —afirmó Tyrande. Lanzando un suspiro, Anduín se alejó de la estatua para mirar de frente a esos dos líderes. —En mi carta, hacía un bosquejo de la naturaleza de la batalla que nos toca afrontar en estos momentos —dijo—. Una batalla para sanar nuestro mundo. ¿Magni se ha presentado ya ante ti? —Aún no —contestó Malfurion—. Es un mundo muy grande, y por mucho que tal vez sea el Portavoz de él, hay mucho terreno que cubrir. Ya habíamos enviado a miembros del Círculo Cenarion a Silithus después de... después de la tragedia. Queríamos evaluar los daños. Ya estamos en ello, le había dicho Shaw antes. —No es la primera vez ni será el última, eso seguro, que me siento muy agradecido por los estrechos vínculos que hay entre nuestros pueblos —aseveró—. ¿Qué es lo que ha averiguado el Círculo? Sus dos interlocutores se miraron mutuamente y entonces: —Vamos —dijo Malfurion—. Cabalguemos. Anduín caminó con ellos por la hierba mullida del templo, que se encontraba cerca de la puerta arqueada. Dos centinelas, así se llamaban las violentas soldados que protegían la ciudad, los aguardaban con tres sables de la noche. —¿Sabes cómo cabalgar en uno de éstos? —inquirió Tyrande con una sonrisa. 155

Christie Golden —He montado en grifos, hipogrifos y caballos —contestó Anduín—, pero no en un sable de la noche. —Son similares a los grifos, pero con una forma de moverse menos agresiva. Creo que te va a gustar. Ahí había uno con manchas negras, otro que tenía un pelaje suave y gris y otro blanco con rayas negras que le recordaba al joven rey al grandioso Tigre Blanco, Xuen, al que había conocido en Pandaria. En realidad, éste era demasiado para él, pues tuvo la sensación de que cabalgar con él podría ser una muestra de falta de respeto. Optó por el gris, a cuya silla se subió con facilidad. El gran felino miró hacia atrás, gruñó y sacudió la cabeza antes de acomodarse a una cadencia rítmica que era tan cómoda como Tyrande había prometido. —Creo que las cosas pintan tan mal como el Portavoz dejaba entrever —aseveró Malfurion mientras los tres descendían por la rampa alfombrada y pisaban el mármol blanco, alejándose así del templo. Mantuvo la calma en su voz—. Todos los que estaban en el Fuerte Cenarion y por toda la región murieron al instante. —En cuanto me enteré, envié a unas sacerdotisas aquí —comentó Tyrande, y no dijo más. Anduín pensó sombríamente en el espantoso panorama con el que debían haberse encontrado las amables Hermanas de Elune. Sargeras no se había limitado a hacer daño al mundo. El único consuelo que les quedaba era que el titán loco, después de haberse abierto camino violentamente por todo el universo sembrando la destrucción y el tormento, había sido hecho prisionero al fin. —Lo primero que se nos ocurrió fue enviar grupos de druidas y sacerdotisas para crear Pozas de Luna —prosiguió Malfurion. Eso tenía sentido. Las Pozas de Luna contenían aguas sagradas que podían sanar heridas y restaurar la energía y la vitalidad; 156

Antes de la Tormenta normalmente, se solían utilizar para purificar zonas corruptas. O en este caso, para curar zonas heridas. —¿Tuviste éxito con esa estrategia? —preguntó Anduín. —Es demasiado pronto como para saberlo. La mayoría de nuestros grupos aún no han tenido la oportunidad de crear una. Los goblins se están empleando a fondo a la hora de saquear Azeroth — contestó Malfurion, cuya voz normalmente agradable y profunda había pasado a ser un bramido de ira y dolor—. Y tienen mucho que rapiñar. Como ya te ha contado Magni, la esencia del mundo ha brotado a la superficie, y en gran cantidad. Nosotros mismos hemos dado con una veta. Una veta. Anduín pensó de inmediato en la intrincada red de venas y arterias que recorrían el cuerpo de un ser vivo. Resultaba extraño pensar que hace mucho tiempo, mucho antes de que alguien comprendiera que Azeroth era un titán dormido y naciente, el término «veta» había sido usado para describir los filones de diversos minerales que recorrían el mundo entero. Malfurion obligó a girar a la derecha a su sable de la noche de rayas negras, para dirigirse hacia el Bancal del Guerrero. Cuando dejaban atrás a los ciudadanos de Darnassus, muchos se volvían para contemplar al joven rey de Ventormenta, al que saludaban con la mano y hacían reverencias. Anduín les sonreía y devolvía los saludos, a pesar de que el tema sobre el que estaba hablando con los líderes de los darnassianos era muy desolador. —Hemos conseguido algunas muestras que hemos estudiado — continuó Malfurion—. Es... Anduín sabía que el archidruida tenía más de diez mil años de edad y, aun así, esta sustancia lo había dejado sin palabras. Por un momento, el elfo de la noche se sintió prácticamente superado por las circunstancias. 157

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Tyrande, que cabalgaba muy cerca y en perfecta sincronía con su marido, extendió una mano y le apretó el brazo brevemente en silencio. Anduín contempló a Malfurion con una profunda comprensión. —Yo también lo he tenido en las manos —les reveló con suma calma—. Y sé cómo me afectó. No puedo ni imaginarme cómo ha podido afectar a aquéllos que están tan unidos a la naturaleza y la tierra. —No puedo negar su magnificencia... o su tremendo poder para hacer el bien o el mal. Tyrande y yo... todos los kaldorei... haremos todo cuanto podamos para evitar que se use con fines pérfidos. El Bancal del Guerrero se elevaba ahí delante. En la cima, en posición de firmes, una unidad de cinco centinelas los aguardaba. Su líder era una elfa de larga melena azul oscura, que llevaba recogida en una coleta. Tenía una piel pálida de un color púrpura rojizo, y los símbolos tradicionales que mostraba en el rostro recordaban a unas cicatrices dejadas por unas garras. Al igual que todas sus hermanas, era fuerte y ágil y agresiva. Pero al contrario que muchos centinelas que Anduín había conocido antes, no tenía un rostro duro, curtido en mil batallas. Tyrande desmontó de su sable y saludó a la centinela con afecto. Anduín y Malfurion también se bajaron de sus monturas. Con una mano en el hombro de la centinela, Tyrande se volvió hacia su invitado. —Rey Anduín Wrynn —le dijo, y el joven se dio cuenta de que iba a tardar mucho tiempo en acostumbrarme a que usaran ese título para referirse a él—, te presento a la capitana Cordressa Brezoguja. La capitana se giró hacia Anduín y agachó la cabeza. —Es un honor —afirmó. 158

Antes de la Tormenta —Es un placer, capitana —contestó el joven rey—. Te recuerdo del juicio de Pandaria. Ella sonrió. —Me halaga que me recuerde. —Hemos estado en contacto con la Liga de Expedicionarios — le informó Tyrande—. Normalmente, suelen contar con su propia protección, pero dado el estado en que se encuentra Silithus en este momento, le hemos ofrecido la ayuda de la unidad de Cordressa. — Le centellearon los ojos—. No debemos tomarnos a la ligera a los goblins; hay tantos ahí que la zona se ha vuelto peligrosa. —Una decisión inteligente —reconoció Anduín—. Estoy seguro de que habrá varias expediciones. Asignaré también a algunas de mis unidades la misión de protegerlas. Si bien a Anduín no le gustaba la guerra, sabía que otros daban lo mejor de sí en combate, lo cual les permitiría utilizar su adiestramiento de un modo positivo. —Los druidas y chamanes son capaces de cuidar de sí mismos — señaló Malfurion—, pero los miembros de la Liga de Expedicionarios son, en general, arqueólogos y científicos. Y ahora mismo están haciendo un trabajo muy valioso. A escasos metros de distancia, un tenue remolino blanco llamó su atención, acompañado por el peculiar ruido que hace un portal al abrirse. Un momento después, un gnomo, que era todo cejas y bigote, lo atravesó. En el bordado dorado de su tabardo violeta, se distinguía el símbolo del Kirin Tor: el ojo que todo lo ve. ¿De qué querrían hablar los magos más poderosos de Azeroth con Tyrande y Malfurion?, se preguntó Anduín. Pero en cuanto el gnomo avanzó arduamente directamente hacia él, el rey se percató de que el Kirin Tor no había venido a ver a los líderes de Darnassus. 159

Christie Golden —Saludos, suma sacerdotisa, archidruida —dijo el gnomo, a la vez que asentía ante esos elfos de la noche que eran mucho más grandes que él—. Rey Anduín, este mensaje es para ti. —Gracias. Luz, por favor, que no sean más malas noticias. Nuestro pobre mundo no podría soportarlas. Rompió el sello y lo leyó, al mismo tiempo que sentía que todas las miradas estaban clavadas en él.

Kalecgos del Kirin Tor te saluda, Anduín Wrynn, rey de Ventormenta. Majestad, espero que te encuentres bien cuando recibas esta misiva. Tengo entendido que se han embarcado en un viaje con el que pretenden agradecer a sus compañeros de la Alianza el papel que desempeñaron a la hora de alcanzar la victoria en una terrible guerra. Eso es exactamente el tipo de gesto que esperaría de ti, amigo mío, y espero que todo salga bien en ese aspecto. Nuestra Amiga Mutua me acaba de hacer una visita inesperada justo ahora. Creo que no la volveremos a ver en breve. Tero tengo fe en que regresará y en que la serenidad y la claridad reinen en su mente gracias a que se ha alejado de este mundo. Resulta muy difícil curarse cuando una herida se reabre una y otra vez constantemente. No sé nada sobre dónde estará, pero tenía la sensación de que querrías saberlo. K.

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Antes de la Tormenta —¿Va todo bien, majestad? —preguntó un sereno Malfurion. En general, era una buena noticia. Al mismo tiempo, Anduín lamentó una vez más que Jaina pareciera seguir perdida. Esperaba, al igual que Kalec, que acabase hallando las respuestas y la paz que buscaba. —Sí —respondió—. Es solo una puesta al día acerca de un asunto personal. Nada grave. —¿Quieres que le dé una respuesta? —inquirió el mensajero gnomo. —Puedes decirle a Kalecgos que he recibido el mensaje y comparto sus esperanzas. Gracias. El gnomo asintió. —¡Ten un buen día, entonces! Con sus manitas, hizo una serie de movimientos que Anduín no pudo seguir del todo, y el aire que se hallaba delante del mensajero brilló. El joven rey llegó a atisbar la hermosa ciudad flotante de Dataran por un instante; a renglón seguido, el gnomo cruzó el portal, que se esfumó tras él. Anduín se volvió hacia Malfurion y Tyrande. —La carta hablaba sobre Jaina —les explicó—. Según Kalecgos, está sana y salva. —Esa es una buena noticia —aseveró Tyrande—, aunque eso me lleva a preguntarme por qué no optó por luchar a nuestro lado en contra de la Legión después de lo de Orilla Quebrada. ¿Regresará algún día? Anduín negó con la cabeza. —No lo hará pronto, eso seguro que no. Aunque espero que sí lo haga algún día. 161

Christie Golden —Pues espero que ese día sea pronto —apostilló Malfurion—. El mundo necesita todos los campeones que pueda hallar. —Así es —dijo lentamente un pensativo Anduín. Su plan consistía en encontrarse con Velen en el Exodar. Había pasado mucho tiempo ahí unos años antes, y es lo más parecido que tenía a un segundo hogar. Anhelaba caminar por sus pasillos cristalinos una vez más y hablar con los acogedores y amistosos draenei. No obstante, Velen ya había explicado a los draenei lo que Magni había revelado en Forjaz. Lo más probable es que todos ellos, hasta el más pequeño, estuvieran trabajando muy duro en ello ya. El Exodar y Velen no le necesitaban ahora mismo. Su tarea consistía en darles la noticia a otros y animarlos a entrar en acción. Y ésa era una tarea que no podía llevar a cabo solo. Anduín tomó una decisión. No iba a viajar hacia el Exodar, sino que regresaría a Ventormenta fugazmente y, luego, viajaría al tercer lugar que, en lo más hondo de su corazón, tenía la sensación de que podía considerar su hogar: el Templo de la Luz Abisal.

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CAPÍTULO CATORCE

Ventormenta Era muy tarde cuando Anduín regresó de Teldrassil. Usó su piedra de hogar para no molestar a nadie. Wyll llevaba varias horas dormido, y Anduín no tenía ganas de discutir con Genn Cringrís. Sin embargo, había alguien con quien sí ardía en deseos de hablar, a la que quería darle la oportunidad de informarle antes de que él se marchara al Templo de la Luz Abisal. Se había materializado en el recibidor, donde su padre y él habían compartido tantas comidas, peleas y discusiones. Una leve sonrisa curvó sus labios, al mismo tiempo que sentía el dolor de la pérdida; acto seguido, se giró y se dirigió a sus aposentos privados, encendió una vela y la colocó en la ventana. Una vez hecho esto, se centró en otra tarea; en la de llenar su estómago rugiente. Después de bajar a la cocina, donde reinaba la calma a estas horas, se llenó un plato con pan, pincho de Dalaran y manzanas de Corteza de oro. En cuanto Anduín regresó a sus aposentos, cerró la puerta tras él y dijo: —Me voy a sentir muy idiota si estoy hablando solo. 163

Christie Golden —No, no lo estás. Valeera se hallaba ahí. Anduín esbozó una sonrisa, pero entonces, le vio la cara a la elfa. De inmediato, perdió el apetito. —Algo va mal —afirmó el joven rey. Al ver que ella no lo negaba a Anduín se le cayó el alma a los pies—. Cuéntamelo. Valeera cerró los ojos y, a continuación, le entregó una carta sin mediar palabra. Por un momento, Anduín no quiso leerla. Quería seguir sumido en la bendita ignorancia. Pero ése era un lujo que un rey no se podía permitir; no si quería ser un buen líder para su pueblo. Tragó saliva con dificultad. —¿Está a salvo? —De momento, sí. Valeera señaló con la cabeza la misiva. Al menos, no ha ocurrido lo peor, pensó Anduín. No obstante, sospechaba que ya sabía lo que decía esa carta. Con un gran pesar, desdobló la carta, que estaba escrita en clave, utilizando el código que habían acordado. La fue traduciendo a medida que la leía.

Durante años, he valorado mucho nuestra amistad. Aún la sigo apreciando. Pero, a pesar de mis reticencias y por el bien de aquéllos que buscan que los proteja, sé que ha llegado el momento de ponerle punto y final. 164

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A Anduín se le hizo un nudo en el estómago. Ella lo sabe. Continuó leyendo.

No voy a poner a mi gente ni a ti en peligro. Sigo creyendo que llegará un día en que podamos hablar abiertamente, con el apoyo de toda nuestra gente. Pero ese día aún no ha llegado. Que la Madre Tierra vele por ti.

Anduín había esperado que ocurriera algo así desde que Sylvanas se había convertido en la líder de la Horda. Aun así, fue como recibir un golpe en el plano físico. Desde el día en que por casualidad se había materializado en medio de una reunión entre Baine Pezuña de Sangre y Jaina Valiente, había tenido en alta estima al líder tauren. Al igual que Baine, Anduín había creído que eran amigos. Pero ahora todo estaba envuelto en dudas de repente. Baine le había dado sus condolencias cuando Varian había muerto y le había recordado a Anduín que él también había perdido a su padre. Los informes iniciales de Genn Cringrís y otros indicaban que Sylvanas los había traicionado, que había dejado en la estacada a Varian y, presumiblemente, a todos los demás miembros de la Alianza, cuando ella se retiró sin previo aviso de la Orilla Quebrada. Baine, que había estado ahí, le había contado a Anduín una historia muy distinta. Según él, una nueva oleada de demonios había aparecido, y Sylvanas informó de que un moribundo Vol’jin le había ordenado que diera la orden de retirada. ¿Acaso Baine le había mentido? 165

Christie Golden No. Aunque Anduín sentía un hondo pesar en su corazón, los huesos que se había roto en su día no le advertían de ningún peligro o engaño. Baine había contado la verdad tal y como él la veía. Sin embargo, al parecer, nadie, salvo Sylvanas, había oído la orden de Vol’jin. No voy a permitir que Sylvanas mancille la fe que he depositado en Baine, pensó con decisión. Con un suspiro hondo, se levantó y arrojó la carta al fuego. Observó cómo las llamas relucían con más intensidad al reducir el pergamino primero a una bola arrugada y ennegrecida y luego a cenizas. —¿Perith aceptó mi carta? —preguntó Anduín, haciendo un esfuerzo para que su voz sonara serena y equilibrada. —No —respondió Valeera. Fue como recibir otro golpe en la tripa—. Pensó que, si lo hacía, pondría en peligro a su gran jefe. No le quitan el ojo de encima. —Perith es muy sabio —apostilló Anduín. —Pero dijo que le contaría a Baine lo que decía la carta. —Tenía tantas esperanzas depositadas en que Baine apoyara mi plan. —Quizás aún lo haga. —O quizá no haga nada que hieda a deslealtad. No se lo puedo echar en cara. Yo haría lo mismo. Un líder que pone en peligro a su pueblo no es un líder en absoluto. Anduín no apartó la vista de las llamas. Valeera se detuvo a su lado. —Hay una cosa más —dijo—. Baine quería que te quedaras esto. Ella le tendió la mano. En su palma enguantada, había un pequeño fragmento de algo que parecía ser un hueso, que no era más grande que una uña de Anduín. Anduín tardó unos segundos en percatarse de qué era lo que estaba mirando y, cuando lo hizo, se quedó sin aliento. 166

Antes de la Tormenta

Se trataba de un trozo del cuerno de Baine, que éste se había arrancado a modo de ofrenda, en señal de respeto y amistad. Cerró lentamente la mano en torno a ese objeto. —Lo siento, Anduín. Sé que esto es una gran decepción. Ella también era consciente de ello. El la miró, con una sonrisa teñida de tristeza, mientras recordaba aquellos tiempos no tan lejanos en los que ella había sido mucho más alta que él. —Lo sé —dijo—. Y te doy las gracias por ello. Por todo. Da la sensación de que, a cada día que pasa, el número de personas en las que puedo confiar se reduce. —Espero que siempre me tengas dentro de ese grupo —le confesó Valeera. —Eso nunca lo dudes —le aseguró Anduín. Durante un instante, ella contempló los ojos de su interlocutor. —Eres buena persona, Anduín. Siempre piensas lo mejor de todo el mundo, pues es algo innato en ti. Pero también eres rey — dijo Valeera en voz baja—. No puedes permitirte el lujo de confiar en quien no debes. —No —admitió con pesar—. No puedo. Durante un largo rato, permanecieron en silencio junto al fuego.

Silithus Podían verse las dos lunas en el firmamento esta noche. Mientras Sapphronetta Fliwers las contemplaba tras un largo día de viaje y haber montado el campamento, le comentó a su compañera: 167

Christie Golden —Realmente son muy hermosas, ¿sabes? La centinela elfa de la noche Cordressa Brezoguja respondió: —¿Sabes cómo se llama? La gnoma de cara redonda se ruborizó. —Hum... Una de ellas es la Azul... algo. Al oír la risita de la elfa de la noche, Saffy se sonrojó aún más. Su exmarido siempre le había dicho que, cuando se ruborizaba, estaba muy mona, lo cual Saffy detestaba y le hacía ponerse roja de ira (¡que no es lo mismo que ruborizarse!) siempre que su excónyuge hacía ese comentario, lo cual, a su vez, le hacía a él aún más feliz. —Lo siento —dijo—. Gran parte de mi vida la he pasado bajo tierra o en un laboratorio, ¿sabes? Me temo que no suelo salir mucho. —Dominas muchas materias que yo nunca podré entender, Sapphronetta —la calmó Cordressa con delicadeza—. Nadie puede saber de todo. —Eso intenta explicárselo a mi exmarido. Una vez más, se rio ligeramente entre dientes. —Estas lunas se llaman la Niña Azul y la Dama Blanca, que es la madre de la Niña. La Dama Blanca tiene muchos nombres distintos. Mi pueblo la llama Elune; los tauren, Mu’sha. Cada cuatrocientos treinta años, algo realmente maravilloso ocurre. Las lunas se alinean una con otra y, por unos preciosos y gloriosos momentos, da la impresión de que la Dama está abrazando a su Niña. Nuestro mundo queda bañado por un fulgor blanquiazul y el mismo tiempo parece detenerse si lo contemplas con los ojos del corazón y no de la razón. 168

Antes de la Tormenta Mientras observaba esos bellos orbes, una sobrecogida Saffy lanzó un breve suspiro. —¿Cuándo ocurrió eso por última vez? —preguntó, puesto que quería saber si había conocido la existencia de este interesante fenómeno con tiempo suficiente como para poder presenciarlo. —Hace cinco años. Saffy se llevó una gran decepción. —Oh —dijo—. Supongo que no estaré en este mundo para verlo la próxima vez. La elfa, que había vivido una larga vida y que probablemente si estaría en este mundo para verlo la próxima vez, optó por contestar: —Pero ahora puedes ver a ambas en el hermoso y claro cielo del desierto. Con casi toda seguridad, ésa era la primera vez que Saffy había oído utilizar la palabra «hermoso» para describir algo relacionado con Silithus. Incluso antes de que tuviera una espada colosal clavada, era un lugar espantoso, según decía todo el mundo. Dirigió la mirada hacia la espada. Era difícil pasarla por alto. No solo era descomunal, sino que estaba rodeada por una espeluznante aura de luz roja, por lo que era tan horrenda que hacía daño a la vista a cualquier hora de la noche o el día. Esa monstruosidad negra estaba hundida hasta la mitad en ese desdichado suelo, donde se habían abierto unas fisuras humeantes, de las que brotaba la misteriosa azerita en sus dos formas: líquida y en trozos solidificados de color azul dorado. Saffy se sentía bastante frustrada, ya que Mekkatorque y Bran Barbabronce la habían enviado lejos, de expedición, antes de que tuviera la oportunidad de tocar ese material de verdad. Aunque contaban con unas notas muy útiles, se moría de ganas de ver (y palpar) la sustancia propiamente dicha. 169

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En el desierto que rodeaba la espada hacía mucho calor, estaba heno de insectos de todas las formas y tamaños, de cultores, de cosas misteriosas que acechaban en las ruinas... ¿acaso eso era hermoso? Bien, está bien, Saffy podía admitir que ese cielo era hermoso. Miró de reojo a su compañera, que tenía la cabeza estirada hacia arriba y bañada de luz mientras sonreía levemente. Otros miembros de la Liga de Expedicionarios también se habían parado para contemplar ese par de lunas. Una vez más, Saffy alzó la vista hacia ellas. ¿Cómo podían permanecer tan serenas las dos, la Niña Azul y la Dama Blanca? ¿¡Cómo podían... cruzar el cielo nocturno sin ser conscientes de que debajo de ellas una espada gigante estaba clavada en el mundo!? Fue entonces cuando Saffy se dio cuenta de que había hablado en voz alta. Se llevó rápidamente una mano a la boca. Como se esperaba que se rieran o la regañaran por ese arrebato, le sorprendió que Cordressa se encorvara y la agarrara delicadamente del hombro. —Has dicho lo que todos pensamos —afirmó—. Su paz es envidiable. Pero nosotros sabemos la verdad. En cierta manera, envidio a los druidas del Círculo Cenarion y a los chamanes del Anillo de la Tierra, ya que ellos intentan dar con la forma de ayudar a Azeroth directamente y eso debe ser muy gratificante. Ahora le tocaba a Saffy reconfortar a la elfa de la noche. —La Liga de Expedicionarios tiene su propio papel que desempeñar aquí. La última vez que las cosas se torcieron en este lugar fue porque algo muy antiguo se enojó terriblemente. 170

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Señaló con un dedo en dirección a la espada. —Magni nos ha dicho que Azeroth sufre. Pero ignoramos hasta dónde llega esa espada; no sabemos si Sargeras despertó algo con ella y si ese algo está haciendo que la agonía de este mundo sea aún mayor. Además, esta vez, nos adentramos en una zona que sabemos que es peligrosa. La suma sacerdotisa Tyrande y tú están ayudando a Azeroth al protegernos. Protegernos. Era la primera expedición de Saffy, aunque llevaba tiempo siendo miembro en calidad de asesora de la Sala de los Expedicionarios. Si bien la misión era tremendamente emocionante, el hecho de que tuvieran tan cerca a tantos goblins hacía que los ánimos se calmaran. Cordressa la sonrió. —No he colaborado mucho con tu pueblo —reconoció—, pero si eres el ejemplo típico de lo que es un gnomo, está claro que debo poner remedio a eso. Saffy se ruborizó de nuevo. —Todos hacemos lo que podemos —le aseguró. La habían reclutado porque era una geóloga con una gran reputación especializada en mineralogía. Mientras los arqueólogos del equipo estarían buscando dioses antiguos, tecnología vetusta del juicio final y ese tipo de cosas tan habituales, Saffy se encargaría en concreto de analizar y estudiar la azerita. Siempre que pudieran hacerse con alguna muestra de azerita, claro. Los goblins (oh, cómo odiaba a los goblins) estaban de cuclillas sobre las vetas visibles de ese material y llevaban a cabo unas excavaciones realmente feas de ver. Durante los dos últimos días, 171

Christie Golden los miembros de la liga se habían mantenido a una distancia segura, observando lo que ahí sucedía con telescopios y diversos artilugios que les había facilitado Mekkatorque. A pesar de lo frustrante y burdo que era este método, Saffy ya había aprendido muchas cosas gracias a sus observaciones. En primer lugar la azerita era líquida cuando brotaba de la tierra y se transformaba en sólido únicamente cuando quedaba expuesta al aire. ¡Fascinante! En segundo lugar, se había percatado de que el terreno cercano a la espada estaba caliente en todo momento, no solo durante las horas diurnas. Los desiertos suelen tener unas temperaturas con amplias fluctuaciones, que van desde un calor abrasador durante el día a una temperatura considerablemente más fría de noche, cuando menos, aunque uno no llegaba a helarse precisamente. Pero en Silithus eso no ocurría ahora. Saffy se moría de ganas de poder tener más de ese material en sus manos. La habían incluido en el equipo después de que el rey de Ventormenta hubiera visitado Forjaz y les hubiera dejado solo un trocito para estudiar. El siguiente paso sería enviar exploradores a obtener más muestras de azerita; preferiblemente, de diversas ubicaciones distintas. Entonces, Saffy haría lo que tanto le encantaba hacer: analizar, estudiar y comprender. Sufría (sufría real y físicamente) al pensar en todos esos goblins enredando con esa sustancia tan valiosa. Para ellos, solo les era útil en la medida que pudieran «transmutar» ese oro líquido en monedas de oro. Goblins. ¿Cómo podía hacer nadie negocios con ellos? Eran unas criaturas asquerosas. Solo les interesaba el ruido y el espectáculo y las explosiones, la ciencia les daba igual. —La tristeza se ha adueñado de tus pensamientos, Sapphronetta — dijo Cordressa. Saffy se dio cuenta de que, aunque seguía mirando 172

Antes de la Tormenta a las lunas, con la cara vuelta hacia el cielo, estaba frunciendo el ceño—. Vamos. Comamos algo. Después, algunas de mis hermanas centinelas harán guardia mientras tú duermes. —¿Algunas? La elfa de la noche sonrió y sus ojos brillaron en la oscuridad tan intensamente como las lunas. —Algunas. Y otras iniciarán la primera misión de reconocimiento. Eso tenía sentido. A los kaldorei no se les llamaba elfos de la noche únicamente por las tonalidades crepusculares de su piel y su pelo, sino porque solían cazar por las noches. A Saffy la embargó la emoción. —¡Quizá regresen con algunas muestras que podré estudiar! —Quizá, aunque espero que eso aún tarde. Debes cultivar la paciencia. Lo más probable es que regresemos esta noche con información sobre la cantidad de tropas enemigas que hay y cuál es su localización. Quizá también con información sobre sus planes. — Sonrió de manera traviesa y se dio un golpecito en una de sus largas orejas púrpuras—. No solo vemos bien, sino que oímos también muy bien. Saffy se rio. *** La cena, como siempre ocurría cuando había enanos de por medio, fue realmente copiosa y estuvo regada con muchísima cerveza. Saffy no quería ni pensar qué clase de alimentos solían regar con cerveza en este lugar; le había bastado con oír cómo una de las centinelas hablaba con cariño sobre las pegajosas patas de araña «a la cerveza» que solía comer de niña. 173

Christie Golden Después de la cena, dos centinelas, una de ellas era Cordressa, se adentraron en la cálida noche sigilosamente. El líder de la expedición, Gawin Brazorrecio, reunió a los cinco miembros de la liga y se dirigió a ellos. —Somos un grupo muy unido —afirmó—, pero no estamos acostumbrados a que los elfos de la noche formen parte de él. A pesar de que la Liga de Expedicionarios estaba abierta a todas las razas de la Alianza, daba la sensación de que interesaban en gran número a humanos y enanos, y a algún gnomo o huargen que aparecía de vez en cuando. Era muy raro ver a un elfo de la noche en la Liga, puesto que normalmente estaban en contra de desasosegar a la tierra con el fin de extraer reliquias de donde yacían ocultas. —Estoy muy orgulloso de cómo se han relacionado todos con ellos. Estamos todos juntos en este desdichado mundo y vamos a aunar esfuerzos. Con lo que voy a decir no pretendo ofender a otros guardias que hemos tenido, pero les aseguro que yo voy a dormir más tranquilo de lo habitual esta noche. —¡Ay, Gawin, vas a dormir más tranquilo porque te has bebido unas seis pintas de cerveza! Las carcajadas llenaron la noche, y fue Gawin Brazorrecio, quien ciertamente había saciado con creces su sed, quien rio con más fuerza. —Venga, a dormir. Cada uno a su saco —les ordenó. A pesar de esas reconfortantes palabras, a Saffy le costaba conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas; primero, dentro del saco de dormir; después, encima de él (hacía tantísimo calor); y, por último, otra vez dentro de él, ya que se dio cuenta de que sin la protección del saco sería el blanco de los insectos y se llenaría de arena. 174

Antes de la Tormenta

Se acurrucó, muerta de calor, y escuchó cómo los cuatro enanos roncaban tan fuerte como para despertar a los muertos. Menos mal que los centinelas hacían guardia, pensó, ya que si no, los ronquidos de Brazorrecio habrían atraído a los goblins en tropel solo para acallarlo. Saffy debía de estar más cansada de lo que pensaba. En algún momento, entre los ronquidos y los insectos y el calor y la arena, se había sumido en el sueño. Se despertó al oír unos espantosos rugidos de goblin, el chasquido de unos rifles y el tintineo del entrechocar del acero. Saffy se incorporó como un rayo e intentó escapar del abrazo de esas telas que la confinaban, mientras buscaba a tientas la pistola que guardaba bajo la almohada. Entonces, se puso en pie con premura. El corazón le latía desbocado mientras miraba frenéticamente a su alrededor, incapaz de asimilar lo que estaba sucediendo delante de ella. La luz de las lunas, que antes había transmitido una sensación de calma muy agradable, ahora parecía algo frío e indiferente que iluminaba los cadáveres de dos centinelas. Bajo esa pálida luz azul, su sangre parecía ser negra; además, sus ojos habían dejado de brillar y su lugar había sido ocupado por dos tenebrosos charcos de sombra. Había otro cuerpo también; un cuerpo que Saffy no quería mirar por temor a que el pánico que intentaba abrirse paso desde lo más recóndito de su cerebro se adueñara por entero de él y le anulara su capacidad de pensar. Piensa, Saffy, piensa... Su exmarido había insistido en que tuviera un arma. Ella le había dicho que prefería tener un laboratorio antes que un arsenal sin pensárselo dos veces, pero ahora mismo pensaba que ojalá hubiera hecho más prácticas de tiro. ¿Por qué no se había traído consigo su Explosión de Relámpagos 3000? Sí, la hubiera hecho funcionar... 175

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Saffy agarraba la pistola con sus manitas temblorosas, apuntando en dirección hacia cualquier ruido provocado por cada nuevo horror que tenía lugar. Unas palabrotas violentas pronunciadas a voz en grito por algún enano provocaron que derramara unas lágrimas de alegría. Gawin Brazorrecio, al menos, seguía vivito y coleando... repartiendo puñetazos y mordiscos, como podía deducirse de los iracundos chillidos de un goblin. La gnoma apretaba las mandíbulas con fuerza. Con gran esfuerzo, consiguió que dejaran de temblarle las manos y se centró no en esos espantosos y desgarradores ruidos que lanzaban sus amigos mientras estaban luchando y... ...se están muriendo, Saffy, se están muriendo... ...y apuntó con la pistola a la silueta rechoncha y de orejas largas que tapaba las estrellas del horizonte. Apretó el gatillo. Y oyó un agradable grito de dolor. El retroceso la había empujado hacia atrás, así que se puso en pie rápidamente y descubrió para su espanto que no se había cargado al goblin, sino que simplemente lo había enrabietado. —Serás... Saffy disparó de nuevo, pero esta vez falló por mucho mientras la silueta oscura la agarraba del brazo. Se lo apretó con fuerza y, tras proferir un grito ahogado teñido de miedo y furia, la mineralogista se vio obligada a soltar el arma. —¡Eh! ¡Kezzig, es una dama gnoma! —Sí —dijo el que había atacado a Saffy, cerrando la mano y echando el brazo para atrás para darle un puñetazo—, y la voy a 176

Antes de la Tormenta reventar a ho... Oh. —Detuvo el puñetazo en pleno vuelo—. A lo mejor no es la que buscábamos. —Pues encaja con la descripción a la perfección. Ya conoces las reglas. —Sí, sí, estúpidas reglas —masculló el goblin llamado Kezzig, que bajó el puño. Saffy aprovechó la oportunidad para retorcerse, con el doble fin de soltarse y morder este musculoso brazo. Kezzig chilló de dolor, pero no la soltó. — Está bien, pequeña histérica, se acabó lo que se daba. Lo último que Sapphronetta Fliwers vio fue la silueta de un oscuro y enorme puño recortada ante el extremadamente sereno y desapasionado cielo nocturno.

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CAPÍTULO QUINCE

El Templo de la Luz Abisal La sensación de paz que se apoderó de Anduín cuando entraba en el Templo de la Luz Abisal fue un bálsamo para un espíritu que todavía sufría por la noticia que Valeera le había dado acerca de Baine. Era como si alguien lo hubiera envuelto con una gruesa y cálida manta mientras yacía tiritando del frío. Se sonrió levemente a sí mismo y, una vez más, se maravilló ante la capacidad que tenía la Luz de dar consuelo. El arzobispo Faol levantó la vista de un viejo tomo que había estado leyendo detenidamente mientras Anduín se aproximaba. Como le resultaba grato verlo, el fulgor de sus ojos muertos se intensificó y curvó los labios en una sonrisa.

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Antes de la Tormenta —¡Anduín! —exclamó con esa voz curiosamente afectuosa, recordando obviamente que el rey de Ventormenta le había pedido que no se dirigiera a él usando su título formal—. No esperaba verte tan pronto. ¡Siéntate, siéntate! Le indicó la silla que tenía al lado. Anduín le devolvió la sonrisa al Renegado y aceptó sentarse en el asiento que le ofrecía. Mientras hacía esto, negó con la cabeza mentalmente. Estaba sentado cómodamente al lado de un Renegado. Era algo que nunca creyó que realmente fuera a ocurrir. Si todo el mundo pudiera sentir la paz que reina en el Templo de la Luz Abisal, pensó. Quizás entonces dejaríamos de intentar matarnos mutuamente. Faol se rio entre dientes; era un ruido áspero, como si alguien frotara dos pergaminos. —Cuéntamelo todo sobre tu visita a Teldrassil. Un sacerdote elfo de sangre se aproximó con una botella de néctar de fruta y un vaso. Anduín le dio las gracias. Mientras se servía, dijo: —Siempre se puede confiar en que los elfos de la noche cuidarán del mundo. Para cuando visité Darnassus, ya habían enviado a varios grupos de sacerdotisas y druidas a Silithus para crear Pozas de la Luna. —Ah, las Pozas de la Luna. Nunca vi ninguna cuando estaba vivo y, bueno, hoy en día procuro no mojarme. Pero tengo entendido que son un espectáculo digno de ver. 179

Christie Golden —Sí, lo son. Si los kaldorei tienen éxito, esto podría ayudar a Azeroth inmensamente. También están enviando centinelas para que acompañen a organizaciones menos militaristas como la Liga de Expedicionarios. —Todo esto suena bastante positivo —observó Faol. —Lo es —contestó Anduín—. Pero creo que podemos hacer más. Voy a imitar a los elfos de la noche: voy a enviar también a algunos de los mejores guerreros de Ventormenta. Lo que está pasándole al mundo... no podemos permitirnos el lujo de perder a quienes podrían dar con la solución. Por otro lado, he vuelto porque quería ver si tus sacerdotes están haciendo correr la voz. —¡Por supuesto! —exclamó Faol—. Me enorgullece decir que todos hemos estado a la altura del reto. —Alzó la vista e indicó con una seña a alguien que se acercara—. Calia, querida, ¿no te unes a nosotros? Mientras Calia se aproximaba, Faol prosiguió: —Desea tanto ayudar que he decidido que va a ser nuestro enlace con las razas de la Alianza. Entretanto, yo he estado visitando a miembros de la Horda para familiarizarme con todas las zonas nuevas de Azeroth. ¡Ha sido de lo más iluminador! Calia se hallaba al lado de Anduín y desplazaba su mirada de Faol al joven rey. —Me alegro de volver a verte, Anduín —le saludó. —Nuestro joven amigo acaba de regresar de Teldrassil —le informó Faol—. Dice que los elfos de la noche ya están trabajando muy duro, y yo le he prometido que nosotros tampoco vamos a rehuir de nuestras responsabilidades. —Me alegra oír eso —dijo Anduín—. En realidad, he venido con la esperanza de poder hablar también con ambos de otro tema, si tenemos tiempo para ello. 180

Antes de la Tormenta —Ja! —exclamó un contento Faol, a la vez que Calia se sentaba elegantemente en el asiento situado junto a Anduín—. Saa’ra nos va a envidiar tanto; normalmente, todo el mundo viene a verla a ella. Respecto a si tendremos tiempo de sobra, eso es lo único que tenemos en este lugar. Al Cónclave le ha hecho mucho bien no haberse enclaustrado aquí, sino volver a vagar de aquí para allá por el mundo. Bueno, vayamos al grano. Has visitado Forjaz y Teldrassil y da la impresión de que en ambos lugares ya han tomado algunas medidas inmediatamente. Durante los siguientes minutos, Calia y Faol contaron resumidamente a Anduín adonde habían viajado y adonde habían enviado a otros de viaje. —Por ejemplo, si viajamos a las Islas del Eco, enviamos a uno de nuestros trols. Si vamos a Tranquillien, a un elfo de sangre. —Algunos ya conocían la noticia —le explicó Calia—, y lamento tener que decirte que algunos siguen estando más interesados en extraer la azerita que en ayudar Azeroth. Anduín asintió. —Era de esperar, aunque es una tremenda desgracia. —Suspiró— . Da la impresión de que hemos hecho lo que hemos podido. Solo tenemos que proteger la azerita el mayor tiempo posible e intentar asegurarnos de que la Horda no adquiera demasiada. Mientras pronunciaba estas palabras, Anduín era consciente de que estaba haciendo un brindis al sol. Por alguna razón, los goblins habían averiguado primero lo que ocurría. Habían descendido en masa sobre Silithus y habían excavado minas y establecido una serie de métodos de procesamiento del material antes de que Shaw siquiera pudiera informar a Anduín. Esa batalla quizá ya la hubieran perdido y eso le dolió. 181

Christie Golden Pero tal vez hubiera una manera de contraatacar a la Horda sin ni siquiera luchar en absoluto. Anduín había esperado poder contar con Baine para que lo ayudara disimuladamente desde el otro lado, pero no iba a poder ser. Que esta idea funcionara o no, dependería por entero de Anduín. Entrelazó las manos delante de sí y miró a Calia y luego a Faol. —Quiero hablar sobre los Renegados —dijo—. Y me disculpo de antemano por si parezco un ignorante o los insulto. Faol hizo un gesto con la mano para restar importancia a esas palabras. —No hace falta que te disculpes en absoluto. Se aprende haciendo preguntas y resulta que yo tengo algunas respuestas. A pesar de tener el visto bueno del arzobispo, Anduín estaba convencido de que iba a resultar irrespetuoso y grosero. Estaba empezando a pensar que la discreción era la mejor parte del valor, y que lo mejor que podía hacer era excusarse y largarse ahora mismo. —Había visto Renegados en otras ocasiones —confesó—. Y era consciente de que no eran... no eran unos seres descerebrados y dementes como la Plaga. Tampoco pensaba que fueran malvados por naturaleza. —Pero pensabas que sí éramos capaces de realizar actos malvados —apostilló Faol—. No te preocupes por eso. A esa conclusión se llega siendo simplemente observador. Soy el primero en admitir que los Renegados han hecho cosas horribles. Pero también los humanos. Incluso los tauren tienen sus propios muertos en el armario; metafóricamente hablando, por supuesto.

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Antes de la Tormenta Anduín sonrió de oreja a oreja, satisfecho porque Faol lo comprendía y continuó: —Me parecen... menos cercanos que el resto de las razas de la Horda, a pesar de que muchos fueron antes humanos. Tal vez precisamente porque solían ser humanos. La Alianza les dio la espalda. A esa gente que conocieron en vida. A la que quizás incluso amaron. —El miedo es una emoción muy poderosa —aseveró Calia con serenidad. Había algo en su tono de voz, en su lenguaje corporal, que hizo pensar a Anduín que el asombroso viaje que ella había tenido que hacer para poder sobrevivir debía de haber sido espantoso, quizás incluso inconcebiblemente aterrador. Estaba sentada con las manos en su regazo, unidas con fuerza, y pudo ver que le temblaban. —Calia —dijo sin poder evitarlo—, ¿cómo pudiste sobrevivir? Alzó sus ojos azules y los clavó en los del joven rey. Una y otra vez se le recordaba que era la hermana de Arthas, una pariente suya, a pesar de que él nunca la había conocido. Sonreía con tristeza. —Gracias al destino y a la misericordia de la Luz —contestó—. Algún día te lo contaré. Pero es algo todavía muy... muy reciente. No se trata solo de mi viaje, sino de que... perdí a gente que amaba, ¿sabes? Anduín asintió. —Por supuesto. A tu padre... y tu hermano. Era una historia muy dolorosa y fea. Arthas, que fue corrompido por la espada la Agonía de Escarcha y apartado paso a paso del sendero de la Luz por los susurros del Rey Exánime, no solo transformó a los ciudadanos de Lordaeron en monstruos, sino que había aprovechado la ceremonia pública de bienvenida para 183

Christie Golden asesinar a su padre, Terenas, cuando éste se sentaba en el trono. De repente, a Anduín se le revolvieron las tripas al darse cuenta de que era posible (no, probable, casi una certeza) que Calia Menethil hubiera sido testigo de ese asesinato. Una vez más, se maravilló ante el hecho de que ella hubiera sido capaz de escapar. —No solo a ellos —le corrigió Calia—. A otros que quería también. Al rey se le desorbitaron los ojos. ¿Acaso había formado su propia familia? —Lo entiendo. Perdóname si te he molestado de algún modo y he reabierto viejas heridas. Se mordió el labio mientras se preguntaba si debería continuar o no. Ella pareció intuir su dilema y se enderezó un poco, a la vez que fe mostraba una sonrisa lánguida. —Adelante. Pregúntame lo que quieras. Aunque no te prometo que vaya a responder a todas tus preguntas, haré lo que pueda. —Tuviste que sufrir una terrible experiencia con los no-muertos — dijo con calma—, así que ¿cómo es posible que tengas una relación tan estrecha con el arzobispo? Calia se relajó y le sonrió a su viejo amigo. —El me ayudó a salvarme —contestó—. Me acordaba de él ¿sabes? Y en medio de todo ese horror, en el que estaba huyendo constantemente de tantas personas a las que amé, cuyas mentes y voluntades ya no eran suyas, ver la cara de alguien que seguía siendo quien había sido... Ella negó con la cabeza; al parecer, se sobrecogió de nuevo al revivir ese momento. 184

Antes de la Tormenta —Fue como si la esperanza fuera una espada que me atravesara de lado a lado. Pero en vez de herirme, me ofreció la oportunidad de dejar atrás el sobresalto y el dolor para ir a un lugar donde podría sanar. Como puedes ver, para mí, los Renegados no eran unos monstruos, sino unos amigos. Eran los miembros de la Plaga, esas criaturas torpes que portaban los rostros de mis amigos, los que se habían convertido en monstruos. Faol parecía hallarse realmente conmovido por esas palabras, y Anduín se preguntó si la había escuchado decir eso antes. El arzobispo la cogió de la mano y le dio delicadamente unas palmaditas cariñosas en su carne humana sana con unos dedos marchitos, prácticamente momificados. —Querida niña —dijo, con voz temblorosa, como si estuviera al borde del llanto. ¿Acaso podían llorar los Renegados? Anduín se dio cuenta de que no tenía ni idea. Había tantas cosas sobre ellos que no sabía—. Querida, queridísima niña. La alegría me la llevé yo al encontrarte viva. Anduín se alegró de haber venido. No cabía ninguna duda de que había tomado la decisión correcta. —Hay algo que me gustaría hacer —les anunció—, y me gustaría que ambos me ayudaran. —Por supuesto que te ayudaremos, si podemos —respondió Faol. Una guerra terrible ha finalizado. Una que ha hecho mucho daño tanto a la Horda como la Alianza. Decenas de miles de vidas se han perdido en ella, incluidas las de Vol’jin y mi padre. Ahora nos hemos enterado de que nuestro propio mundo podría ser otra baja más, por culpa de una valiosa sustancia que, por razones de conciencia, no puedo permitir que caiga en malas manos. Los goblins conocen su existencia, sin duda, y es probable que Sylvanas 185

Christie Golden ya esté urdiendo un plan para ver cómo puede utilizarla en nuestra contra. Pero eso todavía no ha ocurrido. Tenemos una oportunidad de unirnos (de unirnos de verdad) y colaborar a una escala mayor, como hacen el Anillo de la Tierra y el Círculo Cenarion, como se hace en este templo. Ambos le escuchaban. No se mofaron de su apasionada defensa de la paz como había hecho Cringrís, ni lo miraban con una compasión y escepticismo como había hecho Valeera. Animado por su reacción, Anduín continuó: —Tanto Sylvanas como alguna que otra facción ya han asesinado a gente inocente que no había hecho nada salvo intentar saber más sobre la herida que ha sufrido este mundo. Tengo una idea sobre cómo podremos detener eso. Pero no puedo implementarla directamente. Aún no. Se calló. Lo que estaba a punto de decir debería haber resultado más fácil con el paso del tiempo, pero no había sido así. —Muchos creen que Sylvanas traicionó deliberadamente a mi padre y la Alianza en la Orilla Quebrada, por lo cual nadie en nuestro bando va a apoyar que se le presente un tratado de paz sin obtener algo a cambio. Faol lo miró inquisitivamente. —¿Tú crees que traicionó al rey Varian? —preguntó con suma calma. Anduín pensó en lo que Baine había contado sobre el incidente. —No sé qué creer —respondió al fin—. Pero sí sé qué piensan sobre ella tanto mis consejeros como gran parte de la Alianza. Es 186

Antes de la Tormenta el enemigo. No obstante, tiene una debilidad: hay algo que le preocupa mucho. Calia parecía estar un poco confusa, pero en los ojos de Faol bridaba la chispa de la comprensión. —Creo que entiendo adonde quieres ir a parar, muchacho. —Le preocupan los Renegados, pues los considera sus hijos, y a la Alianza le preocupan los seres queridos de sus miembros que cayeron. Si bien fue a Faol a quien se le desorbitaron sus brillantes ojos fue Calia la que habló primero. —Estás insinuando que si la Alianza quedó devastada tras lo sucedido en Lordaeron fue porque muchos de sus seres queridos fueron asesinados... o transformados en miembros de la Plaga, ¿verdad? Sí, esa gente perdió mucho a nivel personal. —Se calló— Como yo. Anduín asintió. —Sí —dijo con serenidad—. Y han llegado a la conclusión de que los Renegados son unos monstruos no-muertos. Para gran parte de mi gente, no son mejores que la Plaga. Pero tú sabes que eso no es así. Tú hallaste esperanza en un Renegado que te ayudó, que había sido un amigo en vida y siguió siéndolo en la muerte. Faol hizo un gesto de negación con la cabeza. —Calia y tú son unos individuos extraordinarios, Anduín — afirmó—. No tengo nada claro que un ser humano medio sea capaz de dar ese salto lógico que los dos han dado. —Eso es porque no han tenido la oportunidad de darlo —insistió Anduín—. Calia fue rescatada por alguien que conocía y en quien 187

Christie Golden confiaba, alguien que no la dejó en la estacada. En el juicio de Garrosh Grito Infernal, la Visión del Tiempo me mostró a otro valiente Renegado llamado Frandis Farley. Hay un Fredrik Farley que es tabernero en Villadorada. Igual son parientes. Me pregunto si a Fredrik le gustaría saber que Frandis murió porque plantó cara a un líder cruel e injusto. Me gustaría pensar que sí. Se inclinó hacia delante y habló con el corazón en la mano. —Tiene que haber muchas historias similares, Faol. Muchísimas. Lordaeron y Ventormenta no eran unos meros aliados políticos; eran amigos. La gente viajaba con facilidad y libertad entre esos reinos. Tiene que haber parientes que lloran las muertes de sus seres queridos cuando, en realidad, siguen... El rey se calló, al ser consciente de lo que estaba a punto de decir. Faol sonrió con cierta tristeza. —¿Vivos? —el arzobispo negó con la cabeza—. Tal vez sea mejor que crean que están muertos. Como muchos son incapaces de superar sus prejuicios, es imposible que siquiera intenten vernos como somos realmente. —¿Y si lo intentaran? —Anduín se inclinó hacia delante en su asiento—. ¿Y si algunos de ellos se mostraran receptivos ante esta idea? ¿Y si quisieran encontrarse con sus seres queridos, los cuales han... cambiado, sí, pero siguen siendo quienes eran? ¿Acaso eso no es mejor que estar muerto de verdad? —Para una gran mayoría, no lo es. —No necesitamos que sean una mayoría para empezar. Mira a Calia. Mírame a mí. Solo necesitamos a algunos. Necesitamos que prenda la chispa de la comprensión, de la aceptación. Nada más. Solo una chispa. Le tembló la voz al decirlo y tuvo la sensación de que la Luz lo recorría por entero con su dulce y cálida bendición. Anduín sabía 188

Antes de la Tormenta que estaba diciendo una gran verdad. Una que requeriría de mucho esfuerzo para poder propagarse, pero que, una vez prendiera la llama, se extendería como un incendio por todo el mundo. No obstante, cuando lo hiciera, nada volvería a ser lo mismo. —Creo que tiene razón —dijo Calia, con una voz más firme que la que había tenido desde que se había iniciado la conversación. Tenía las mejillas coloradas y un gran entusiasmo se reflejaba en su cara. Una luz la iluminaba por dentro, como al joven rey, gracias a haber llevado a cabo el osado e impresionante acto de atreverse a tener esperanza. Calia se volvió hacia su amigo. —Estaba perdida, Alonsus. Tanto emocional como física y mentalmente. Me rescataste de un lugar muy tenebroso. ¿Acaso esa actitud no podría obrar más milagros? ¿Tanto para los Renegados como para la humanidad? —He visto mucha oscuridad —aseveró Faol, quien, por una vez, no se mostró afectuoso ni serenamente feliz. Estaba muy serio, y la luz de sus ojos brilló con una tonalidad distinta mientras hablaba— . Mucha, mucha oscuridad. Hay maldad en este mundo, mis jóvenes amigos, y a veces no requiere que una fuente externa corrompa algo para poder medrar. A veces, nace en los corazones de las personas que menos te lo esperas. La diminuta semilla del resentimiento o el miedo puede hallar un suelo fértil y crecer hasta ser algo horrible. —Pero ¿lo contrario no se da también? —insistió Anduín— ¿Acaso una diminuta semilla de esperanza o bondad no puede hallar un suelo fértil en el que crecer? —Claro que sí, pero no estás hablando de una semilla diminuta — replicó Faol—. En primer lugar, los únicos Renegados que conoces que apoyarían tal plan somos yo mismo y unos pocos miembros del Cónclave. Tal vez no haya muchos más. Y si los hubiera, entonces 189

Christie Golden tendrías que colaborar con la líder de la Horda: la Reina Alma en Pena, a quien quizá no le haga gracia que la gente recuerde con cariño esa época en que fueron unos seres vivos. Por último, ¿hay algún otro humano, aparte de Calia, que desearía verse con sus, esto, parientes y amigos aún existentes? Esas palabras fueron un jarro de agua fría para Anduín. El arzobispo Renegado, al verlo tan cariacontecido, decidió rebajar el tono. —Lamento haberte desanimado. Pero un gobernante, aunque sea un sacerdote, debe conocer todos los obstáculos que le esperan en el camino. Quieres hacer lo correcto, Anduín Llane Wrynn. Y espero de veras que esta idea tuya tenga éxito. Pero tal vez éste no sea el momento adecuado. Anduín no se hundió en su asiento, aunque le hubiera gustado hacerlo. Se pasó una mano por el pelo y suspiró. —Tal vez tengas razón. Pero eso nos daría la oportunidad de que las familias se unan de nuevo, de que colaboremos juntos en vez de intentar matarnos mutuamente. Nos daría la oportunidad de dejar de hacer daño a Azeroth. ¡Sería tan importante a tantos niveles! —Yo no he dicho que no esté de acuerdo. —Faol permaneció en silencio un momento, pensativo—. ¿Sabes qué? Voy a hablar con el resto de sacerdotes Renegados para ver qué opinan. Quizás así podamos colocar los cimientos sobre los que se levantará este milagro. El joven rey se animó un poco. —Sí. Probablemente, ésa sea la mejor manera de proceder por ahora. Pero los momentos en los que reina la calma entre la Alianza y la Horda no son muy habituales. Esperaba poder aprovechar al máximo... 190

Antes de la Tormenta —¿Majestad? Anduín se giró y vio a la suma sacerdotisa Laurena. Su afable semblante habitual había sido sustituido por una expresión de preocupación; además, hablaba con un tono lúgubre. Un escalofrío recorrió a Anduín. —¿Qué ocurre? —Se trata de Wyll. Creo que será mejor que regreses inmediatamente.

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Christie Golden

CAPÍTULO DIECISÉIS

Ventormenta Genn estaba ahí para encontrarse con Anduín y Laurena cuando éstos atravesaron el portal. Al ver la mirada del anciano, Anduín se sintió como si tuviera el corazón en un puño. —Majestad —acertó a decir. —¿Está...? —No, no. Aún no. No soy un sanador, pero no creo que tarde mucho. Anduín negó con la cabeza. No. Todavía había tiempo. La Luz estaba con él. —Me niego a aceptarlo —dijo, casi escupiendo cada palabra mientras corría hacia el ala de los sirvientes. —Anduín —le gritó Genn. Pero el joven rey no le escuchó. Aerin. Bolvar. Su padre. Había perdido a demasiada gente que le importaba. No iba a perder a Wyll. Hoy no. 192

Antes de la Tormenta

Como correspondía a alguien con una posición tan destacada en el servicio doméstico de la casa, Wyll tenía una habitación bastante grande. Estaba ordenada de un modo implacable; en eso, era un reflejo de su habitante. Ahí había un lavamanos con una palangana inmaculada, un espejo y todo lo necesario para afeitarse, así como un armario, un arcón con ropa y una cómoda silla para leer; junto a este último elemento, se encontraba una mesa, donde había una taza de té y un cuenco con unos granos ya fríos. La única razón por la cual la cama no estaba perfectamente hecha era que Wyll estaba en ella. A Anduín le dio un vuelco el corazón. A pesar de que Wyll nunca había dicho la edad que tenía, Anduín sabía que había cuidado del joven Varían Wrynn y había dejado entrever que incluso podría haber servido a Llane Wrynn, el abuelo de Anduín, cuando éste también era joven. No obstante, en la mente del joven rey, Wyll era eterno. Desde que el rey tuviera uso de razón, siempre le había parecido viejo, pero también siempre había tenido las energías necesarias como para seguirle el ritmo a su joven protegido. Ahora, mientras Anduín contemplaba a la figura que yacía en la cama, tuvo la sensación de que los años se le habían echado encima de repente. A pesar de que normalmente tenía una cara rubicunda, ahora estaba pálido y sus altos pómulos, que siempre le habían dado un toque de distinción, ahora únicamente hacían que sus mejillas hundidas destacaran más. Recordó que se había percatado de que Wyll había estado perdiendo peso incluso antes de que hubieran viajado a Forjaz. Pero no le había dado mucha importancia. Era como si el peso se hubiera esfumado de su alta constitución. Parecía más diminuto, pequeño. Frágil. Anduín sintió una oleada súbita de vergüenza y culpa. —Wyll —dijo, con una voz temblorosa. 193

Christie Golden El anciano abrió unos párpados finos como el papel y repletos de venas azules. —Ah —respondió, con un tono atiplado—. Majestad. Por favor, perdóname que no me levante. Les dije que no te molestaran. Anduín cogió la silla y la colocó junto al lecho de Wyll, a quien agarró de una mano nudosa. —Bobadas —le espetó—. Me alegro de que lo hayan hecho. Estarás bien en un abrir y cerrar de ojos. Wyll, has estado a mi lado desde que tengo uso de razón. Te has anticipado a mis deseos y necesidades como por arte de magia. Has cuidado de mí toda la vida. Ahora deja que cuide yo de ti. Respiró hondo y pidió a la Luz que viniera. Al instante, notó cierto calor en la mano. Pero para su horror, Wyll hizo un leve ruido de protesta y apartó la mano. —Por favor... no. Eso no va a ser necesario. Anduín lo miró fijamente. —Wyll... puedo curarte. La Luz... —Es una cosa encantadora y hermosa. Y ella te adora, muchacho. Como lo hacía tu padre. Como lo hago yo. Pero creo que ya ha llegado el momento de que emprenda mi camino. A Anduín se le hizo un nudo en el estómago. Sabía que no podía devolverle la juventud al anciano, aunque tampoco creía que tal gesta estuviera fuera del alcance del poder de la Luz, si es que tal cosa era posible; no obstante, sí sabía que esa hazaña estaba fuera del alcance de los sacerdotes u otras personas que usaban la Luz 194

Antes de la Tormenta para curar. Pero Anduín sí podía curar la enfermedad, fuera cual fuese, que estaba chupándole la vida a su viejo amigo. El sí era capaz de acabar con el dolor y el sufrimiento y el entumecimiento. Wyll, a regañadientes, le había permitido hacerle cosas similares en el pasado. ¿Por qué rechazaba su ayuda ahora, cuando era más importante que nunca? —Por favor. Te... necesito, Wyll —le imploró Anduín, quien sabía que estaba siendo egoísta, pero decía la verdad. —No, no me necesitas, majestad —replicó con suma delicadeza— . Has crecido y te has convertido en un gran joven. Necesitas un ayuda de cámara, no un sirviente que vele por un crío. He redactado una lista con las personas que te recomiendo. El canoso Wyll giró la cabeza y señaló con un dedo vacilante. En la mesita, había un pergamino enrollado junto a un libro. Anduín se fijó en que había un marcapáginas insertado a la altura de las tres cuartas partes del tomo. Se agarró a esto como un clavo ardiendo y dijo: —Pero tu libro... no has acabado tu historia. Wyll se rio entre dientes mientras resollaba. —Oh —logró decir—, mi historia ha acabado, me temo. Y ha estado muy bien, si se me permite ser mi propio crítico. He servido a tres reyes, que eran buenas personas. Gente justa. Aunque uno de ellos necesitó un poco de guía, eso seguro. Y no te preocupes, no me refiero a ti, muchacho. He tenido un propósito, he conocido el amor verdadero y he corrido el peligro justo como para que las cosas se mantuvieran interesantes. Posó sus ojos llorosos sobre Anduín.

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Christie Golden —Pero estoy cansado, mi querido muchacho. Muy pero que muy cansado. Creo que ya he vivido bastante. La Luz tiene cosas mucho mejores que hacer que curar a unos viejos cascarrabias que han vivido unas vidas largas y plenas. No, pensó Anduín. No, no lo creo. —Por favor, permíteme ayudarte —insistió, intentando convencerle por última vez—. Acabo de empezar mi reinado. Y he perdido tantas cosas. A tanta gente. —Yo he perdido a todo el mundo —comentó Wyll sin el más mínimo tono de reproche. Anduín sabía que el anciano no le estaba reprendiendo, pero aun así, se sonrojó—. Tus abuelos. Tus padres. Mis hermanos y hermanas y sobrinos y sobrinas. A todos mis viejos amigos. Y a mi amada Elsie. Todos me están esperando. Aún no puedo verlos, pero lo haré. He de reconocer que será estupendo poder moverse sin sentir dolor. Pero va a ser aún más estupendo librarse de todas estas pesadas cargas y estar con aquéllos a los que amé. A Anduín no se le ocurría nada que decir. Se preguntó qué era lo que estaba acabando con Wyll. ¿Una enfermedad? Él podría eliminarla. ¿Un corazón débil o algún otro órgano que le fallaba? Él podría repararlo. Podría, pero le habían prohibido hacer nada al respecto. Estaba al borde de las lágrimas. Wyll agarró con delicadeza a Anduín del brazo. —No pasa nada —dijo—. Vas a ser un rey maravilloso, Anduín Llane Wrynn. Hablarán de ti en los libros de historia. Anduín colocó su mano sobre la del anciano. No invocó a la Luz. Respetaría los deseos de este buen hombre que había servido a la familia real toda su vida. 196

Antes de la Tormenta —Sería uno mejor si contara contigo para asegurarme de que tengo la corona colocada como es debido en la cabeza —contestó, a la vez que se acordaba de su viaje a Forjaz de unos años antes, cuando Wyll había estado quince minutos arreglando la diadema del príncipe. —Oh, ya te las apañarás —le aseguró Wyll. —Wyll —le dijo Anduín con delicadeza—. Al menos, ¿me permites calmar tu dolor? El viejo sirviente (su viejo amigo) asintió. Sintiéndose agradecido por tener al menos esta pequeña oportunidad de ayudarlo, por poder intentar compensarle un poco por todo lo que había hecho por él, Anduín le pidió a la Luz eso y solo eso. Un tenue fulgor le envolvió la mano. El brillo viajó rápidamente hasta la mano de Wyll y, acto seguido, se expandió por su cuerpo a gran velocidad durante unos segundos y centelleó intensamente antes de esfumarse. —Oh, sí, qué bien —dijo Wyll, quien parecía estar mejor. Ya no se hallaba tan pálido y daba la sensación de que respiraba con más facilidad, puesto que su pecho ascendían y descendían rítmicamente. Sin embargo, Anduín sentía una terrible presión en el pecho por culpa de la tristeza. —¿Qué más puedo hacer? ¿Quieres comer algo, tal vez? Tengo entendido que el cocinero hace mejores tartas que nunca. Con los dulces, Wyll era tan malo como un crío de seis años. —No, creo que no —contestó Wyll—. Creo que eso se acabó para mí. No obstante, gracias, majes... —Anduín. —Se le quebró la voz—. Llámame Anduín a secas.

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Christie Golden —Eres muy bueno con este anciano, Anduín. Pero no debería entretenerte. No te fustigues por esto. Nada es más natural que lo que voy a hacer en breve. —Me gustaría quedarme si te parece bien. Wyll lo miró. —No quiero causarte más dolor del imprescindible, querido muchacho. Anduín negó con la cabeza. —No. No lo harás. No era una mentira. No del todo. Perder a Wyll sería devastador estuviera presente Anduín o no. Pero al menos si estaba aquí cuando el anciano expirara, Anduín sabría que había hecho todo lo posible. No había tenido la posibilidad de estar con su padre cuando Varian había muerto. Se habían abrazado cuando el rey se había marchado y se habían despedido con palabras amables. Pero Varian había caído solo, acompañado únicamente por los demonios y su asesino, y ni siquiera su cuerpo había podido ser recuperado. Wyll se había ganado el derecho a que alguien estuviera con él al final. Se lo había ganado mil veces. —¿Y si te leo el resto del libro? —preguntó Anduín. —Eso sería muy agradable —respondió Wyll—. ¿Te acuerdas de que fui yo quien te enseñó a leer? Sí que lo recordaba. Al pensar en ello, sonrió. —Solía enfadarme cuando corregías mi pronunciación — rememoró. 198

Antes de la Tormenta —No, realmente no. Eras un niño con muy buen carácter. Simplemente, te sentías frustrado, que no es lo mismo. A Anduín se le hizo un nudo en la garganta. A pesar de eso, esperaba poder leer. Era lo menos que podía hacer por Wyll. —Muy bien. Lo leeremos. Voy a traerte un poco de agua. Salió a llamar a alguien y se encontró a Genn yendo de un lado para otro del pasillo. —¿Cómo está? —preguntó Cringrís en voz baja. Anduín no pudo hablar y tardó un momento en recuperar la compostura. —Se muere —respondió—. No quiere que lo cure. —Le dijo lo mismo a la suma sacerdotisa Laurean cuando la llamé para que lo viera —le comentó Genn. —¿Qué? Genn, ¿por qué no me lo habías dicho antes? Genn lo miró con un rostro carente de toda emoción. —¿Acaso eso habría supuesto alguna diferencia? A Anduín se le hundieron los hombros. —No —contestó—. A pesar de todo, le habría pedido que me dejara intentarlo. Genn agarró a Anduín del hombro para darle un apretón afectuoso. Por si sirve de algo, lo siento. Además, es su decisión. No puedes salvar a todo el mundo. —Da la sensación de que no puedo salvar a nadie —replicó Anduín. —Conozco también esa sensación —aseveró Cringrís. 199

Christie Golden Anduín pensó en todo lo que había sufrido el otro rey y fue consciente de que lo que decía era cierto. Solo unos pocos refugiados habían escapado de Gilneas, y si habían sobrevivido era gracias a la generosidad de los elfos de la noche. El joven rey asintió, con un hondo pesar en su corazón. —Voy a leer un rato para él. ¿Serías tan amable de pedir que alguien traiga algo de agua y unos vasos? Pareció que Genn iba a hablar, pero entonces, asintió. —Por supuesto. ¿Quieres que alguien se quede contigo? —No. Estoy bien. Es que... bueno. Si hay una urgencia, ya sabes dónde encontrarme. Creo que se irá en breve. Cringrís asintió de manera compasiva. —Pondré a algún hombre de guardia aquí fuera, por si acaso. Estás obrando bien, muchacho. —Ojalá yo pensara así. —Cuando tengas la edad de Wyll o la mía, lo harás. *** Transcurrieron unas cuantas horas. Wyll se había espabilado un instante y aceptado beber algo de agua, aunque no permitió que Anduín lo mimara demasiado. Escuchó lo que le leía; se trataba de una historia sobre los dragones Aspectos y, en un principio, hizo un par de comentarios. Después, fue hablando cada vez menos y, finalmente, Anduín se dio cuenta de que el anciano se había dormido. ¿O se había...? 200

Antes de la Tormenta Mientras Anduín se inclinaba para asegurarse de que el pecho de Wyll todavía se movía, éste abrió los ojos de repente. El rey se percató al instante de que el sirviente estaba viendo algo que él no podía ver. —Papá —murmuró Wyll—. Mamá... Anduín dejó el libro sobre la mesa y cogió de la mano al anciano. Qué fina tenía la piel, qué retorcidos tenía los dedos, como las raíces de un árbol. Sin embargo, hasta estos últimos días, Wyll había cumplido siempre con sus obligaciones. Anduín se halló al borde de las lágrimas de nuevo al imaginarse esas manos llevando a cabo tareas con dificultad que él mismo podría hacer muy fácilmente. ¿Cómo no podía haber reparado en esto? Lo siento mucho, Wyll No quería verlo. Entonces, de improviso, empezó a quejarse: —Pero... ¿dónde está mi Elsie? Debiste morir, cariño mío. Si hubieras sobrevivido a la Plaga, habrías hallado el modo de volver conmigo. Elsie, ¿dónde estás? —Extendió un brazo, intentando alcanzar al fantasma de su mujer—. ¡No puedo hallar el camino sin ti! A Anduín se le partió el corazón. Delicadamente, invocó a la Luz y colocó su mano radiante sobre el ceño ahora húmedo y frío del anciano. —Chtt —dijo muy suavemente—. Vete en paz. Se encontrarán, viejo amigo. Lo harán. Cuando llegue el momento adecuado. Pero ahora descansa.

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Christie Golden Wyll parpadeó con rapidez, frunciendo el ceño un poco y, cuando se volvió hacia Anduín, dio la impresión de que reconocía a su pupilo. —¿Anduín? ¿Estás tú también aquí? —Sí, soy yo. Estoy aquí. No voy a dejarte solo. Wyll se relajó y cerró los ojos. —Eras un crío tan bueno. Fue todo un gozo cuidar de... Se calló en mitad de la frase. Anduín se mordió el labio inferior. Entonces, el anciano recuperó el ánimo: —Dile que siempre la quise solo a ella. A mi pequeña Elsie con su pelo rojo como el fuego. Si la ves, dile que la esperaré. Las lágrimas brotaron de los ojos del rey. —Claro que se lo diré. Te lo prometo. —Tragó saliva con dificultad—. Ya puedes irte. —Creo que lo haré. La verdad es que es bastante hermoso — suspiró Wyll—. Gracias por no retenerme aquí más tiempo. Anduín hizo ademán de decir algo, pero cerró la boca. Pudo notar cómo el pulso del anciano se volvía más lento... y lento... y oyó un suave suspiro que procedía de la cama. Más... y más lento... Hasta detenerse.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO DIECISIETE

Ventormenta Genn estaba esperando a Anduín al otro lado de la puerta. Cuando el rey salió, Genn lo miró con unos ojos que habían contemplado innumerables tristezas. —Estoy bien —dijo Anduín, lo cual no era cierto del todo, pero ahora tenía un propósito, y eso ayudaba—. Necesito que hagas algo por mí. —Por supuesto. ¿Qué necesitas, muchacho? —Por favor, pídele a la suma sacerdotisa Laurena que prepare el cuerpo de Wyll para un entierro en el que se realizarán todos los ritos que le corresponden a un amigo tan íntimo de la familia Wrynn. Después, diles a mis consejeros que se reúnan conmigo en la sala de mapas dentro de dos horas. Notifica al alto exarca Turalyon y a Alleria Brisaveloz que también deseo que acudan a este encuentro.

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Christie Golden Genn arqueó sus espesas cejas al oír eso y estuvo a punto de preguntar por qué, pero se contuvo y dijo: —No tienes por qué hacer nada aún, ¿sabes? Aún no piensas con... —Pienso con mucha claridad —le corrigió Anduín—. Pero gracias por preocuparte. Estaré en mis aposentos preparándome para el encuentro. El joven rey se giró y se largó dando zancadas antes de que Genn pudiera seguir presionándolo. Había estado a solas con el cuerpo de Wyll y su propio dolor durante una hora antes de salir de la estancia, donde la primera oleada de pena había alcanzado su cénit y se había hundido. Ahora necesitaba centrarse en otra cosa. Anduín estuvo las horas anteriores a la celebración de la reunión escribiendo frenéticamente y consultando varios tomos; después, rezó una breve plegaria para calmarse y fue a encontrarse con sus consejeros de la sala de mapas. Todos a los que había pedido acudir estaban ahí: Genn Cringrís, Mathias Saw, Catherine Rogers, Alleria Brisaveloz y Turalyon. Incluso Velen había viajado desde el Exodar para estar presente. Cuando Anduín les informó sobre sus planes, solo Velen lo apoyó. La actitud de Rogers no fue una sorpresa, por supuesto. —¿Has estado en Costasur últimamente? —le espetó de manera retórica—. ¡La misma criatura con la que estás negociando provocó deliberadamente una desgracia que arrasó una ciudad de la Alianza! Yo tenía amigos ...familiares... ahí. Ahora solo hay Renegados. —Los Renegados no son miembros de la Plaga —le recordó Anduín—. Algunos de ellos aún conservan ciertos recuerdos sobre quiénes fueron y echan de menos a sus familiares vivos. —No me puedo creer que sean capaces de tales cosas —replicó Catherine. 204

Antes de la Tormenta

Anduín se volvió hacia Shaw. —¿Maestro de espías? —inquirió con calma. Shaw asintió. —Su majestad está en lo cierto. Hace poco, me pidió que enviara más agentes a Entrañas. En ausencia de Sylvanas, ha surgido un gobierno de forma espontánea, que se autodenomina el Consejo Desolado. Tengo razones para creer que la propuesta del rey de reunimos sería muy bien recibida entre sus miembros; sin embargo, no representan a la mayoría de los Renegados. Rogers parecía hallarse estupefacta. Anduín dio un paso hacia ella para suplicarle: —Catherine... tu familia y amigos... podrían formar parte del consejo. Por un momento, la sombra de una duda planeó por la cara de la almirante del cielo. Acto seguido, apretó los dientes con tanta fuerza que su semblante adoptó la expresión más dura que jamás le había visto. —Están muertos. —Más que pronunciar esas palabras, las escupí—t No, es aún peor... son unos monstruos. ¿Cómo es posible que creas que querría verlos tal y como son ahora? —Recuerda, almirante del cielo —contestó Anduín, con una voz aún amable—, que estás hablando con tu rey. Todo el color que había abandonado el rostro de la mujer volvió de repente y ésta hizo una reverencia inmediatamente. —Discúlpame, majestad, si te he ofendido. Pero los restos andantes de mis seres queridos son la última cosa que querría ver jamás. 205

Christie Golden Preferiría recordarlos como eran. Vivos, sanos, felices... y humanos. —No me he sentido ofendido —respondió Anduín—. Y su razonamiento es comprensible. ¿Rey Cringrís? —Ya sabes lo que pienso sobre los Renegados —gruñó Genn, cuya voz era tan áspera y profunda que podría haber estado perfectamente en ese momento en su forma huargen—. Estoy de acuerdo con la almirante. Son monstruos. Si nos preocupan de verdad nuestros familiares Renegados, deberíamos intentar matarlos de verdad y no aceptar aquello en que se han convertido. Con cada opinión que escuchaba, el desánimo cundía más y más en Anduín. —Las reuniones a menudo son decepcionantes —afirmó Alleria sin rodeos—. Quizá no lo sepas, pero recientemente Vereesa y yo nos reunimos con Sylvanas. Y la cosa... no salió bien. —No, no lo sabía —contestó Anduín, con un tono cargado de una cierta tensión. Pensó en lo que le había dicho en su momento a Valeera: Da la sensación de que, a cada día que pasa, el número de personas en las que puedo confiar se reduce—. Tal vez tú puedas iluminarme en ese sentido. —Nos reunimos para comprobar si aún quedaba algo en pie de nuestros lazos familiares o no —le explicó—. Te contaré más si lo deseas. Pero baste decir que no depositaría mi fe en ella, Anduín Wrynn. Lleva demasiado tiempo sumida en las tinieblas, que han devorado lo que quedaba de esa hermana a la que yo quise tanto. Alleria habló con firmeza, aunque la voz le tembló un poco. A pesar de todo lo que le había pasado, a pesar de su preocupante familiaridad con el Vacío, para Anduín era obvio que ella aún era capaz de amar de una forma muy profunda. Seguía siendo Alleria. Y el hecho de que la reunión de las tres hermanas hubiera resultado un fracaso la había dejado muy tocada. El plan de Anduín de convencer a este grupo de que los vínculos familiares eran muy importantes parecía condenado al fracaso. 206

Antes de la Tormenta —Tampoco confiaría en que los Renegados, con esos cerebros invadidos por la podredumbre, fueran capaces de distinguir al amigo del enemigo cuando se encuentren cara a cara con sus antiguos seres queridos —continuó Alleria—. En mi opinión, no debemos seguir este camino. —Coincido con ella —dijo Turalyon, sobresaltando así a Anduín. El paladín comprendía mejor que muchos el poder de la Luz y su capacidad de cambiar las mentes y los corazones. Incluso había llegado a trabar amistad y luchar junto a un demonio que había recibido la bendición de la Luz—. Te lo pregunto como estratega: ¿De verdad quieres arriesgarte a fracasar? Podrías iniciar una guerra. Si a un solo miembro de los Renegados se le va la cabeza y mata a un miembro de la Alianza... —¡Maldición! —exclamó Genn—. Si un solo miembro de la Alianza estornuda demasiado fuerte, tendremos una guerra. Es demasiado arriesgado, majestad. —Se calmó antes de continuar con una voz más baja—. La Luz sabe que tienes buenas intenciones. Y tienes un corazón de oro, mucho más grande y generoso que el mío. Pero tienes que ser tan buen rey como buena persona. Valeera había dicho algo similar en su momento. A pesar de que Anduín sabía que esas palabras encerraban una gran verdad, también sabía que tenía que ser sincero consigo mismo. Genn prosiguió: —Ya tenemos bastante como para estar entretenidos y no pegar ojo por las noches con los goblins, la azerita y un mundo herido. No empecemos una guerra convencional por culpa de... ¿Cuánta gente...? ¿De un total de unas pocas decenas de individuos? Ganaríamos tan poco y perderíamos tanto. —Nuestro objetivo es la paz —aseveró Velen con su voz serena habitual. 207

Christie Golden —Los actos de unas pocas decenas de... personas —Rogers pronunció esa última palabra con un tono ligeramente ahogado— no determinan la paz. —No —admitió Anduín—. En ese momento, no, tal vez. Pero con el paso del tiempo, si todo va bien... —Si —enfatizó Cringrís. Anduín le lanzó una mirada iracunda. —Si todo va bien —repitió y añadió—, y creo que lo hará, esto sería como plantar una semilla. Si esta poca gente es capaz de defender unos intereses comunes, ¿por qué no van a hacer eso mismo cien, o mil o diez mil personas más? Como era consciente de que las emociones negativas se encontraban en un punto álgido y amenazaban con eclipsar otros factores, intentó apelar a la parte más táctica de sus mentes. —¿Por qué va a iniciar Sylvanas una guerra abierta? Tiene mucho que perder y poco que ganar. A la Horda le preocupa lo mismo que a la Alianza: cómo recuperarse de la devastadora guerra contra la Legión, cómo se puede sanar a Azeroth y cómo impedir que la azerita caiga en manos del adversario. ¿Creen que querrá librar otra guerra abierta ahora que tienen tantos frentes abiertos? —Esa alma en pena siempre está tramando algo —dijo Genn—. Siempre va varios pasos por delante de nosotros. —Entonces, demos nosotros esos mismos pasos. En ningún escenario, una guerra abierta sirve a los intereses de la Horda o la Alianza. —Que nosotros sepamos —apostilló Alleria—. Y hay muchas cosas que ignoramos sobre Sylvanas y cómo piensa. —¿Alguno de los aquí presentes cree que ella desearía que los Renegados sufrieran algún daño? —preguntó Anduín desafiantemente. El silencio reinó. 208

Antes de la Tormenta —Los Renegados son su gente. Sus creaciones. Sus hijos, en cierto modo. Hemos visto montañas de pruebas que demuestran que atenta salvarlos, dar con la forma de prolongar sus existencias. —Como ya he dicho antes, quiere crear más de ellos matándonos a nosotros —insistió Genn—. ¿Y si ella cree que estos humanos podrían estar dispuestos a convertirse en Renegados? De ese modo, podrían estar con sus seres queridos toda la eternidad. —Así que podría matar a nuestra gente, reclutar a una veintena de Renegados nuevos... e inmediatamente entrar en guerra. Es una táctica excelente —aunque lo intentó, Anduín no pudo evitar usar un tono sarcástico. Un triste Genn permaneció callado. Anduín los miró uno a uno. —Soy consciente de que nos podría salir el tiro por la culata. Los Renegados podrían llegar a envidiar a los vivos, lo cual podría llevarlos a abandonar la moderación y a adoptar una actitud más radical. Lo mismo podría decirse del bando de la Alianza. La gente que antaño amaron podría repugnarlos tanto que se sintieran más decididos que nunca a destruir a los Renegados. Pero creo que se merecen la oportunidad de descubrir cómo reaccionarían tanto los humanos como los Renegados. Los pesos pesados del grupo se quedaron con los brazos cruzados y los labios fruncidos. Tenían claro que Anduín ya había tomado una decisión. Aunque sabían que ganaban por cuatro a dos (Shaw no parecía tomar partido por nadie), también sabían que el encuentro iba a tener lugar. Genn hizo un último intento. —Creo que los demás deben saber lo que yo sé —dijo, no de malas maneras—. Que has perdido a tu amigo más viejo hace solo unas horas. Me has comentado que Wyll quería ver a su esposa, que murió en Lordaeron. Estás haciendo esto por él y entiendo por qué 209

Christie Golden quieres hacerlo. Pero no puedes poner las vidas de inocentes en juego solo para que puedas sentirte mejor. —Tienes razón en parte, Genn —reconoció Anduín con calma—. Estaría mintiendo si les dijera que no deseo con todo mi corazón que Wyll y Elsie se hayan vuelto a ver. Aunque es muy tarde para Wyll, no lo es para otros. Colocó ambas manos sobre la mesa del mapa y se inclinó hacia delante. —Si Sylvanas responde con unas condiciones que me resulten aceptables (unas condiciones que creo que serán adecuadas para proteger a los ciudadanos de Ventormenta), esta reunión tendrá lugar. Espero que todos lo acepten y centren su atención en seguir mis órdenes para cerciorarnos de que todo vaya según el plan. ¿Me he explicado bien? Todos asintieron y unos pocos murmuraron. —Sí, majestad —se oyó por toda la mesa. —Bien. Iniciemos ahora los preparativos.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO DIECIOCHO

Tanaris Sapphronetta Fliwers se despertó por culpa del dolor. La gnoma estaba magullada y maltrecha, y tenía las manos y los pies atados firmemente. Flexionó las extremidades y notó que todavía tenía una circulación buena. Entonces, se dispuso a evaluar su situación actual. No era muy prometedora. Se encontraba boca abajo sobre algo cálido y podía notar cómo unos músculos se tensaban y contraían debajo de ella; además, podía oír el lento batir de unas alas. ¿Estaba en un grifo? No; las alas emplumadas suenan distinto al aletear. Se trataba de un dracoleón. Sabía que su grupo sería un objetivo del adversario. Por eso habían reforzado la seguridad. Saffy sintió un hondo dolor por sus amigos y por los centinelas a los que habían encomendado la misión de ayudarlos.

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Christie Golden Lo cierto era que no se había llevado una gran sorpresa cuando los atacaron. Pero, ¿por qué no la habían matado? La Horda, claro está, no tenía mucho cariño a ninguna de las razas de la Alianza, pero no les veían mucha utilidad a los gnomos en particular. Aun así, ahí estaba, no solo le habían perdonado la vida, sino que se la habían llevado. ¡La habían secuestrado! Intentó recordar las palabras exactas que había oído: ¡Eh! ¡Kezzig, es una dama gnoma! Sí, y la voy a reventar abo... Oh. A lo mejor no es la que buscábamos. Pues encaja con la descripción a la perfección. Ya conoces las reglas. Sí, sí, estúpidas reglas. Habían venido a matar a los miembros de la Liga de Expedicionarios y sus protectores; eso era muy obvio. Aunque no la buscaban a ella, sí buscaban a alguien que se le pareciera, y querían a la «dama gnoma» viva. Si pudiera averiguar qué era lo que buscaban, quizá podría ingeniárselas para salir de ahí sana y salva... y tener una oportunidad de escapar. Saffy no podía sentir el reconfortante y familiar peso de su colosal cinturón de herramientas. Obviamente, se lo habían llevado. Era una pena que hubieran usado cuerdas en vez de cadenas, porque estaba bastante segura de que no le habían quitado las horquillas. Ahí no había nada que pudiera emplear como un arma y, además, alguien tenía que estar sentado cerca de ella para asegurarse de que la gnoma que tanto les había costado raptar no se cayera en pleno vuelo. Urf. Menudo panorama. Saffy dejó incluso de revolverse ligeramente y se quedó quieta, pensando furiosamente. Tendrían que aterrizar y, entonces, tendrían que sacarla del saco en el que la 212

Antes de la Tormenta habían metido. Debían querer algo de ella o de quienquiera que creyeran que ella, pero no podía imaginarse... Oh, espera. Sí, sí podía. Se lo podía imaginar perfectamente. Habían estado en Silithus, donde sabían que había goblins para dar y tomar. La actividad goblin significaba que buscaban una de estas dos cosas: obtener un beneficio o una tecnología. Bueno, está bien, tres cosas: obtener un beneficio, una tecnología o minas que excavar. Bueno, no: obtener un beneficio, una tecnología, o minas que excavar o lanzar a gente al vacío. Y los goblins también pretendían... Oh, vamos, Saffy, se dijo a sí misma. Hay muchos goblins en el mundo. Las probabilidades en que estás pensando son aproximadamente de 5.233.482 a 1. Alguien tendría que conocer tu paradero y... Oh, cielos. No tenían por qué conocer su paradero. Estaban secuestrando a todas las «damas gnomas» con las que se toparan y que encajaran en la descripción. El dracoleón aterrizó con un ruido sordo. Saffy se resbaló y se le escapó un grito ahogado. A continuación, la bolsa en la que estaba metida fue bajada bruscamente de la montura, y Saffy profirió un uuf al caer de lleno sobre un hombro huesudo. Oyó zumbidos, pitidos y chirridos, así como conversaciones ahogadas, como cabía esperar, en goblin. Un idioma que aprendió hace tiempo, cuando era joven e inocente y... Estúpida. Vamos, admítelo, Saffy. Y estúpida.

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Christie Golden No podía entender gran parte de lo que estaban diciendo, pero captó lo suficiente: ...muerto... llévala... más vale que merezca... sabes qué hacer. Se le aceleraron las pulsaciones. No. No podía ser. Las probabilidades eran... La dejaron sin miramientos en el suelo. —Más les vale que esté bien —oyó decir Saffy a alguien que pertenecía a su pasado. Una voz relacionada con un goblin al que despreciaba con toda su alma. Un goblin que había esperado no tener que volver a ver el resto de su vida. Pensaba que lo que debería hacer era mantener la calma y no darle ninguna satisfacción. Fingir que iba a cooperar con él en cualquier ardid despreciable y ruin que estuviera urdiendo. Abrieron la bolsa y ella parpadeó, cegada momentáneamente por la luz. Unas manos ásperas la agarraron de los brazos y la sujetaron para que no se moviera, mientras alguien con un cuchillo le cortaba las cuerdas. A continuación, tiraron de ella hacia arriba para que se pusiera en pie. —Eh, eh, ¿qué les han hecho? —preguntó el goblin de la voz odiosa—. Tiene la cara hecha un... Con un rugido de furia avivado por años de resentimiento cocido a fuego lento, Saffy logró soltarse de los dos matones (cada uno la agarraba de un lado) y se lanzó como si fuera un minimisil, con su pelo rojo a modo de estela ígnea, contra su archienemigo. El símbolo de la miseria, la frustración y la ira.

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Antes de la Tormenta La gnoma tuvo la satisfacción de ver cómo su rival abría sus diminutos ojos como platos, presa del terror, mientras se llevaba esas manazas huesudas a la cara para protegerse. —¡Desgraciado asqueroso, eres un inútil espantoso, un vago manipulador y mentiroso! —gritó Saffy, con los brazos estirados y las manos en forma de garra, dispuesta a arrancarle los ojos. Por desgracia, los matones la alcanzaron justo antes de que pudiera abrirle ocho surcos perfectos en esa fea cara verde. Le metieron en la boca un trapo, impregnado con a saber qué sustancia nauseabunda, y la ataron otra vez. ¿Cuándo aprendería a controlar su fuerte temperamento? Al parecer, nunca. Pero se trataba de Grizzek. Se merecía todo lo que le hiciera. Con solo pensarlo, tembló de furia e impotencia. —Si cambias de opinión, nos ocuparemos de ella —dijo el más grande y fornido. —No hará falta, Druz —dijo el odioso cobarde—. Lárguense, señores. Ya me ocupo yo de esto. Saffy siguió retorciéndose mientras Grizzek acompañaba a los matones a la salida. —¡Hola, Saffy! ¡Hola, Saffy! No podía ser... pero lo era. Ahí estaba, el hermoso y exquisito loro que ella había creado. Oh, si pudiera soltarse, aunque solo fuera un par de minutos... —Lamento que te hayan hecho daño. Se suponía que no debían hacerlo. —¿Fe fufofia fe fo fefian faferlo? —repitió incrédulamente y, acto seguido, lanzó una serie de hermosos, pero tristemente ininteligibles juramentos. 215

Christie Golden —Lo más gracioso de todo es que ese grupo ni siquiera te estaba buscando. Buscaban a tus amigos. E-eso también lo siento, niña. ¡Pero no lamentas que me hayan secuestrado en tu nombre!, intento decir, pero lo único que se oyó fueron unos ruidos ahogados. —No, eso no lo lamento. Además —añadió, negando con la cabeza, donde esas orejotas feúchas se agitaron levemente al compás de ese movimiento—, aunque parezca un disparate, creo que, para cuando todo esto haya acabado, tú tampoco lo vas a lamentar. Esta vez, se estremeció al ver que ella seguía negándose a cooperar. —Como sigas así, te vas a quedar sin voz. —Se calló—. Lo cual, si lo pensamos bien, tal vez no sea una mala idea. La gnoma mordió ese trapo que sabía a rayos, mientras no paraba de lanzarle miradas iracundas. En cuanto se calmó un poco y recuperó una respiración normal, Grizzek se le acercó y le quitó la mordaza, manteniendo en todo momento sus dedazos lejos de los dientecitos afilados de Saffy. Se miraron con odio mutuamente. —Puaj, Saffy. He de decir que me alegro de volver a verte. —Al menos, alguien se alegra —le espetó Saffy. —¿Me echabas de menos? —Sí. Mucho. Como recordarás, mi Explosión de Relámpagos 3000 fallaba más que una escopeta de feria, así que lo de dejarte con ^ más agujeros que un colador aún lo tengo pendiente. s —Ya te dije que esa basura no iba a funcionar. —Ay, cielo, yo también te odio. ¿Sabes qué? —dijo la gnoma—. Si me desatas, me das comida y agua y me devuelves a mi loro, me largaré de aquí y no te denunciaré a las autoridades. 216

Antes de la Tormenta Por supuesto que lo haría. En un minuto gadgetzan. Siempre que hubiera alguna «autoridad», que a saber dónde se habían metido. —No puedo hacer eso, cielo —respondió, negando con la cabeza— . Y no es tu loro. —¡Oh, claro que es mi loro! —No, lo fabricamos juntos. Vamos —dijo, mostrándose un tanto dolido—, lo tienes que recordar. Nos lo regalamos mutuamente por nuestro primer aniversario. También había sido el último. Saffy no quería ni pensar en lo locamente enamorada que había estado de este impresentable verde. Bueno, se corrigió a sí misma, fue una locura, sí, pero a saber si hubo amor. Además. Espera un momento y lo entenderás. Será para quitarse el sombrero. —¡Tus matones me quitaron mi sombrero! —le gritó mientras él se alejaba. Su hermoso salacot de aventurero, que se le había dado expresamente para esta misión. —No son mis matones —replicó Grizzek—. Si fueran mis matones, nunca te habrían hecho daño. O tus colegas. Ya sabes que yo no trabajo así, cielo. —¡No me llames así! —Se retorció con todas las fuerzas que albergaba en ese cuerpo diminuto, pero las cuerdas resistieron, ya que los nudos eran buenos. Pues claro que eran buenos. Estamos en Tanaris, junto al océano. Aquí todos son marineros. Hasta los matones. Tenía sed, hambre, calor y, además, se había quemado de tanto estar al sol y estaba agotada, así que se desplomó sin que las ligaduras cedieran.

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Christie Golden —Toma —dijo Grizzek con cierta delicadeza y, al instante, la cogió de una de las manos que tenía atadas a la espalda. Saffy se retorció furiosa, pero él le puso algo en la palma de la mano y se la cerró. La gnoma lanzó un grito ahogado. El dolor que sentía en la cara por las quemaduras y las magulladuras se mitigó. Ya no tenía la boca seca ni le rugía el estómago por el hambre. Se sentía alerta, fuerte, muy espabilada. Posó la mirada en el loro. —Si me dieras una llave de tuerca arcoluz, tres juegos de tuercas y tornillos y un buen destornillador, podría hacer cinco cosas distintas para mejorar a Plumas —anunció y, acto seguido, parpadeó. ¿Cómo podía haber sabido eso? Grizzek le soltó la mano, pero ella siguió con el puño muy cerrado en torno a... lo que fuera que tuviera en la palma de la mano. El goblin se movió por detrás de ella, se sentó en la silla a observar su reacción. —Menuda experiencia, ¿eh? —preguntó, con un tono suave y reverencial. —Sí —susurró la gnoma, pues estaba tan sobrecogida como él. Un silencio incómodo se prolongó entre ambos, hasta que, al fin, Saffy preguntó: —¿Qué es? —El jefe dice que se llama azerita —contestó Grizzek. ¡Azerita! La habían traído a ese espantoso desierto a analizar precisamente esa misma sustancia. Ahora Saffy entendía por qué. 218

Antes de la Tormenta Su cerebro bullía de actividad, pero se sentía en calma y no inquieta. Ese material era asombroso. —En realidad, el jefe llama a esto «Lo que me Abrirá las Puertas a Gobernar Azeroth y Hará que se Erijan Muchas Estatuas en mi Gloria». De repente, Saffy se acordó de una de las cosas que él le había dicho mientras le gritaba e intentaba escapar. No son mis matones, le había dicho. Lo cual quería decir que eran los matones de otra persona. Lo cual quería decir... —Oh, Grizzek —dijo, horrorizada—. ¡Por favor, dime que no estás trabajando para ese feo monstruo verde con un gusto para el vestir horrible! —Se calló—. En realidad, así se podría describir a muchos goblins. A lo que me refería era... —Sé a qué te referías —la interrumpió, a la vez que agachaba la cabeza y era incapaz de mirarla a los ojos—. O, más bien, a quién te referías. Y sí. —¿Jastor Gallywix? Asintió desconsolado. —Creo que nunca me has decepcionado tanto. Y eso es decir mucho. —Mira. Se presentó ante mí con este material. Ya has experimentado lo que puede hacer. Se ha mostrado de acuerdo en que va a dejarme decidir qué hacer y qué fabricar con él... y lo más importante de todo: yo decidiré cómo usarlo. Y me ha dado todo lo que he pedido en cuestión de equipos y suministros para poder entenderlo, refinarlo y hacer inventos fantásticos y asombrosos con ello. —Todo, ¿eh? Supongo que eso explica por qué ordenaste que me secuestraran. —Cielo, yo... 219

Christie Golden

La gnoma hizo un gesto de negación con la cabeza. —No. Lo entiendo. Yo... —Tragó saliva. Tragarse su orgullo le resultaba muy difícil—. Quizá yo habría hecho lo mismo. Tal vez. Probablemente, no. Aunque quizá sí. Al goblin se le desorbitaron los ojos, se dibujó una expresión de gratitud en su rostro y agachó las orejas un poco de puro alivio. —Así que... ¿me vas a ayudar? —Te ayudaré. —Oh, cielo, éramos un dúo de la leche en su día —afirmó. La gnoma sonrió. —Sí. Lo éramos. La pena es que nos casamos y todo se fue al garete. —Bueno, ya no estamos casados, así que... manos a la obra. —Primero, tendrás que desatarme. —¿Eh? Ah, sí, claro. Se bajó de la silla y cogió un cuchillo. Rápidamente se colocó detrás de ella. De esa forma, le cortaron sus ataduras por segunda vez esa mañana. A destiempo, se detuvo a pensar. —Ha-hablabas en serio, ¿no? No me vas a atizar con algo y huir con Plumas, ¿verdad? Aunque a Saffy eso se le había pasado por la cabeza, prefirió no comentar nada al respecto. No, iba a seguirle la corriente e iba a ir hasta el final. Cualquier cosa que fuera capaz de hacer lo que esta azerita podía hacer era algo de cuyo desarrollo ella quería formar 220

Antes de la Tormenta parte. ¡Qué vehículos, qué artilugios y cachivaches, qué inventos podrían crear! —No. No voy a hacer eso. —Se puso en pie muy fácilmente, como si no hubiera pasado mucho tiempo en un saco de arpillera mientras la llevaban a otro rincón de un continente—. Pero voy a imponer una condición. —¡La que quieras! —Cuando todo esto haya acabado, me quedaré con Plumas. A pesar de que Grizzek se estremeció, le tendió la mano. Ella abrió su manita rosa y vio el suave fulgor azul dorado de la azerita, que se quedó entre ambas manos mientras se las estrechaban.

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CAPÍTULO DIECINUEVE

Entrañas Vellcinda no echaba de menos dormir. Hasta que había muerto no se había dado cuenta de cuánto tiempo había desperdiciado con los ojos cerrados y sin moverse. Había un viejo refrán que decía: «Ya tendrás tiempo para descansar cuando estés en la tumba», pero había descubierto que la realidad era justo lo contrario. Había dormido demasiado cuando vivía: un tercio de toda esa vida, extraordinario. Ahora que era una Renegada, había hecho todo lo posible para aprovechar al máximo lo que ella consideraba, con lo que le quedaba de ese incorregible optimismo que había tenido en vida, firmemente como una segunda oportunidad. Como había sido una sirvienta cuando había muerto, cuando Vellcinda se «despertó» siendo una Renegada, lo primero que hizo, mientras su mente se acostumbraba gradualmente a su nueva realidad, fue servir, por supuesto, pues era lo que mejor sabía hacer. 222

Antes de la Tormenta Había sido bondadosa y paciente con aquéllos que se habían despertado aterrados y desorientados y había ayudado a enterrar de nuevo a aquéllos que habían rechazado el don oscuro de lady Sylvanas. Una parte de ella entendía que se negaran a recibirlo. ¿Quién de ellos no se había sentido confuso y asustado al despertarse y ver su propia piel descompuesta? Pues todos a los que aún les quedaba medio cerebro. Aunque, claro, algunas de esas pobres criaturas ni siquiera tenían media sesera. Vellcinda parecía ser uno de los pocos afortunados que se había despertado con su mente completamente intacta, muchas gracias, y había decidido firmemente que iba a darle un buen uso. Añoraba a su marido y, cuando había despertado, había partido en su busca. Él había estado en Ventormenta, y Vellcinda en Lordaeron, visitando a su familia, cuando ella había fallecido. Había estado en el castillo cuando Arthas había regresado. Había esperado atisbar fugazmente al querido paladín y su llegada triunfal, pero se había tenido que quedar trabajando en las cocinas mientras él marchaba bajo una lluvia de pétalos de rosa hasta entrar en la sala del trono. No obstante, había estado bastante cerca de lo que sucedió inmediatamente después de que Arthas cometiera un parricidio y un regicidio a la vez con solo un golpe de una espada impía. Su amado se había librado de aquello, de lo cual se alegró. Otros le dijeron que si seguía intentando contactar con él lo único que conseguiría es que ambos acabarían con el corazón roto. El creía que ella había muerto y, al final, Vellcinda había decidido que era mejor dejar las cosas así. Era un buen hombre, muy generoso. Se merecía dar con una mujer viva que lo amara.

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Christie Golden Muchos otros Renegados, como su amigo y compañero el gobernador Parqual, parecían echar de menos a sus seres queridos tanto como ella. Otros parecían mostrarse algo tibios en este aspecto, a otros no les importaba en absoluto. Algunos eran incluso... malvados. ¿Qué les había pasado para tener unas personalidades y formas de pensar tan distintas? Ese era uno de los grandes misterios de ser un Renegado. No conservaba ningún recuerdo de la época en la que había sido una criatura sin mente, y eso era algo bueno. Sin embargo, a medida que transcurrían los años, Vellcinda se fue hartando de servir. Como conservaba un cerebro casi tan inteligente como siempre, Vellcinda quiso aprender, alcanzar sus propias metas, en vez de simplemente hacer cosas en nombre de otros. Como por naturaleza le gustaba cuidar de los demás, decidió cultivar esa parte de su personalidad, afrontando los retos únicos que suponía ser un cadáver activo capaz de sentir; por ejemplo: aprendiendo a sanar las heridas. —¡Vamos les decía a los heridos—, cura sola, ¿saben?!

la carne Renegada no se

Les daba puntos; les injertaba nuevos músculos, tendones y piel; empleaba pociones mágicas; ésas eran las opciones que tenía su gente, puesto que no se podían limitar a limpiar una herida, vendarla y confiar en la capacidad innata del cuerpo de repararse solo. El tiempo que pasó curando a los no-muertos acabó despertando en ella el deseo de estudiar con los boticarios. Aunque Sylvanas tenía a la mayoría de ellos centrados en el estudio y desarrollo de 224

Antes de la Tormenta venenos, Vellcinda logró estudiar diversas formas de mantener a los Renegados activos y sanos tanto mental como físicamente. Se dio cuenta de que algunos de los heridos parecían tener más miedo a morir ahora que antes, cuando estaban vivos. Mientras revisaba cómo le quedaba una nueva mano en el brazo derecho a un herrero (que había sufrido un accidente con acero fundido que le había destrozado el miembro original), éste le había dicho: —Siempre me pongo nervioso cuando entro aquí. —¿Por qué dices eso, querido? —Vellcinda no había muerto siendo terriblemente vieja. Ella siempre decía que era una joven sesentona—. Doy mucho menos miedo que el doctor Halsey. El herrero, Tevan Whitfield, se había reído entre dientes, con una risa áspera y hueca. —Ciertamente, eso es verdad. No, me refiero a que... cuando estaba vivo, me sentía inmortal. No me preocupaba ni de mí mismo y era un poco temerario. Ahora soy inmortal, en teoría. Pero como lo único que puede suponer una amenaza a eso son las heridas, de repente, soy consciente de lo frágil que es la carne. —La carne siempre lo ha sido. —Le examinó la mano. Se la había cosido bien. Se dio cuenta de que la nueva no tenía callos ni unos músculos fuertes. El dueño anterior de la mano que ahora portaba el herrero Tevan probablemente había sido un artista. Con cuidado, le dio unos golpecitos en la carnosa palma de la mano con los huesos del dedo índice. —¿Puedes notar eso? —Sí —respondió. —Excelente. —Lo contempló con cierta frialdad—. Debes saber que esta mano no será tan fuerte como la anterior. 225

Christie Golden —Eso se solucionará después de unas cuantas semanas martilleando. Vellcinda lo miró ahora con cierta compasión. —No, querido —le dijo con delicadeza—, no se solucionará. Ya no eres capaz de generar músculo. Se le desencajó la cara. Esto no quiere decir que se le fuera a caer literalmente. Su rostro no se había podrido demasiado. De hecho, era bastante apuesto para ser un Renegado. —Vuelve si no puedes usarla como es debido —le aconsejó—. Entonces, veremos si podemos encontrarte una mejor. Le dio un golpecito en la mano delicadamente. —¿Lo ves? —le había dicho Tevan —. A esto me refería. Con el paso del tiempo, simplemente nos... vamos desgastando. —Ocurre lo mismo cuando estás vivo —le recordó Vellcinda rápidamente—. No podemos ser unas criaturas hermosas y casi inmortales como los elfos. La actitud correcta es aceptar lo que tenemos y sentimos agradecidos por ello. Tú y yo y los demás estamos aquí. Y eso es algo estupendo. Nada dura para siempre, y si morimos y no podemos volver, bueno, hemos tenido una segunda oportunidad, y eso es mucho más de lo que muchos otros han tenido. Tevan sonrió. Era una expresión muy agradable gracias a que tenía la cara intacta. Vellcinda no pecaba de falsa modestia con respecto a su propio rostro, que estaba un poco machacado por haber estado haraganeando en su tumba durante tanto tiempo. Cuando estaba viva, tampoco había sido muy atractiva, aunque su marido siempre había dicho que para él era muy hermosa, y ella le había creído. 226

Antes de la Tormenta En eso consiste el amor, ¿no? En ver con el corazón y no con los ojos y hallar esa otra belleza. —Tienes razón —admitió el herrero—. Creo que nunca lo había visto de esa manera. Yo escogí recibir el Don. Pero sé que otros no lo hicieron. En su momento, pensé que eran unos necios. Pero ahora, me pregunto... Sé que lady Sylvanas está intentando dar con la manera de que podamos continuar nuestra existencia. Pero ¿y si ese no es nuestro destino? Con un gesto, señaló su nueva mano sin callos—. ¿Qué deberíamos hacer, hasta dónde deberíamos llegar, solo para poder seguir existiendo? Vellcinda había sonreído. —Madre mía, para ser un herrero, piensas como un filósofo. A lo mejor es cosa de mi nueva mano. Si bien Tevan había sido el primero con quien Vellcinda había tenido esta conversación, no sería el último. En cuanto esa idea se instaló en su cabeza, Vellcinda se dio cuenta de que no podía dejar de pensar en ella. Ahora, meses después de esa conversación, la líder del Consejo Desolado se hallaba en la sala del trono de Entrañas, en el lugar donde Sylvanas Brisaveloz había estado durante largo tiempo hasta que se había marchado para liderar a la Horda. En el estrado superior, junto a Vellcinda, se encontraban los otros cuatro líderes del consejo que ejercía las funciones de gobierno, a los que se llamaba, simple y lógicamente, los Gobernadores. En el segundo estrado, justo debajo de ellos, se hallaban los siete a los que se conocía como los Ministros, quienes se encargaban de implementar las políticas que dictaban los Gobernadores. Al fondo, se encontraban aquéllos que Vellcinda consideraba que eran realmente los miembros más importantes del consejo: los Oyentes. 227

Christie Golden Todos los días, éstos se reunían y hablaban con aquellos Renegados que tenían preguntas, comentarios y quejas sobre cómo gobernaban los líderes. Informaban directamente a los Gobernadores. Aunque cualquier ciudadano de Entrañas era capaz de parar para hablar a cualquier miembro del consejo (incluida la Gobernadora Suprema; es decir, a la propia Vellcinda), los Oyentes solían ser más accesibles. Hasta ahora, las cosas parecían haber ido como la seda. Vellcinda contempló ese gentío sereno que llenaba la estancia hasta arriba y se extendía hacia fuera. Se sentía muy satisfecha. Hoy, más que nunca, tenían que mantenerse unidos y trabajar juntos para que las existencias de todos mejoraran hasta que la Dama Oscura regresara. Hoy estaban celebrando una ceremonia en homenaje a aquellos Renegados que habían sufrido la Muerte Definitiva al luchar contra la aterradora maldad de la Legión Ardiente. Vellcinda había hablado con el campeón de la Dama Oscura, Nathanos Clamañublo, durante la reciente visita de éste a Entrañas, y le había implorado que persuadiera a Sylvanas de que debía regresar. —Sé que tiene muchas responsabilidades —le había dicho—. Pero seguro que puede pasar unas cuantas horas con nosotros. Por favor, dile que venga a la ceremonia que vamos a celebrar para aquéllos que aceptaron voluntariamente morir en nombre de la Horda. No tendrá que quedarse mucho tiempo si sus obligaciones se lo impiden, pero significaría mucho para nosotros. Nathanos había dicho que le transmitiría el mensaje. Pero desde entonces, nada había parecido indicar que Sylvanas vendría. Por fin, su líder suspiró.

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Antes de la Tormenta —Supongo que todos quieren que hable —dijo Vellcinda—.Así que voy a intentar ser breve. Perdónenme si me aclaro la garganta unas cuantas veces; ¡todos sabemos cómo pica el icor! Esas palabras provocaron algunas risas, ásperas y guturales. Vellcinda prosiguió: —En primer lugar, quiero agradecer a nuestros amigos que se han tomado la molestia de estar aquí hoy. Veo a elfos de sangre y trols y orcos e incluso a unos pocos goblins y pandaren. Gracias por acompañarnos para honrar a aquellos de los nuestros que han caído, lo cual ha provocado que nuestros números mengüen. Estoy especialmente agradecido a todos los tauren que deambulan por ahí. Si no fuera por ustedes, tal vez nos habríamos extinguido todos. Aunque ahí había representantes de todas las razas de la Horda, veía más tauren que seres de cualquier otra raza. Gracias a éstos los Renegados habían sido admitidos en la Horda. Vellcinda se estremeció al pensar en qué le habría ocurrido a su pueblo si no hubiera contado con esa protección. —Aun así, si exceptuamos a nuestros generosos amigos que se encuentran aquí con nosotros, me temo que, tristemente, puedo afirmar que muchos de los vivos siguen sin aceptarnos. Y estos individuos parecen pensar que, como ya hemos estado muertos, la vida, o como quieran llamar a nuestra existencia, nos da igual. Parecen pensar que deberíamos sufrir menos que ellos cuando algunos de los nuestros perecen. Pues se equivocan de cabo a rabo. Sí que nos importan. Sí que lloramos sus muertes. »Nuestra reina está buscando la manera de incrementar nuestras tropas trayendo de vuelta de la muerte a los caídos. Creando más Renegados. Pero los que nos hemos reunido hoy aquí realmente queremos saber es si ella aprecia a los Renegados con los que ya cuenta. Y no solo en el sentido de que somos su pueblo (de lo cual 229

Christie Golden nadie duda), sino como individuos. Queremos que acepte que algunos de nosotros nos contentamos con haber tenido una segunda oportunidad y tal vez no queramos tener una tercera o una cuarta, sino experimentar la Muerte Definitiva. »Nos encontramos aquí hoy para recordar a aquéllos que sí vivieron en sus carnes sus Muertes Definitivas. Se han ido del todo. Su sangre ya no fluye en las venas de sus hijos ni en las generaciones venideras; al menos, no en las generaciones que vivirán aquí e interactuarán con nosotros. Esos Renegados se han perdido, pero también se hallan en paz. Se han reunido al fin con aquéllos a los que amaron en vida. Para honrar su pérdida, nunca olvidaremos sus nombres. Quiénes fueron. Qué hicieron. Vellcinda se armó de valor. —Yo seré la primera. En este día, recuerdo a Tevan Whitfield. Era un herrero que me confesó que tenía más miedo a la muerte siendo un Renegado que el que había tenido cuando era un ser humano vivo. Aun así, cuando le pedí que me sirviera, lo hizo. Fabricó armas que permitieron que otros lucharan contra el enemigo. Arregló armaduras cuando éstas sufrían daños, al igual que nosotros curamos los cuerpos cuando éstos han sufrido heridas. Se enfrentó a su mayor miedo y perdió esa partida. Siempre te recordaré, Tevan. Fuiste un buen amigo. Vellcinda hizo un gesto de asentimiento con la cabeza a Parqual Fintallas, que se hallaba a su lado. Éste se aclaró la garganta y habló de una mujer que había sido una guerrera tanto en su vida como en su no-muerte, hasta que había sido despedazada por un atracador vil. Las remembranzas se extendieron como unas ondas en un estanque. Primero, hablaron los que se encontraban en el estrado; luego, los Ministros; después, los oyentes. Entonces, de uno en uno, los miembros de esa muchedumbre también hablaron.

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Antes de la Tormenta Muchos de ellos habían perdido a sus familias en aquel día tan fatídico y lejano, cuando Arthas había regresado, por lo cual era raro ver a una intacta. Gran parte de los Renegados habían formado nuevas familias; con gente a la que no habían conocido en vida, pero que ahora eran igual de importantes en sus existencias. Mientras Vellcinda escuchaba, con su amigo Tevan muy presente en sus pensamientos, se sintió muy triste, pero también satisfecha. Aunque todos lamentaban esas muertes, nadie lloraba. Nadie clamó contra la injusticia. Pero desde su punto de vista, lo más importante de todo era que nadie estaba furioso. Había llegado a creer que la ira no era nada buena para los Renegados. Muchos de ellos no pensaban con mucha claridad, puesto que tenían los cerebros podridos en mayor o menor medida. Desde su perspectiva, la ira solo servía para enturbiar el agua hasta que nadie podía ver adonde intentaba nadar. Había algunos en Entrañas a los que molestaba el papel que se había arrogado el Consejo Desolado, pero Vellcinda se había mostrado muy firme a la hora de defender que se trataba únicamente de una medida transitoria. Aún había que traer suministros. Aún había que injertar miembros de repuesto. —Dios mío —había dicho Vellcinda en una ocasión en una reunión pública—, si nuestra querida Sylvanas entrara ahora por esa puerta, le diría totalmente feliz: «Hola, Dama Oscura, te hemos echado muchísimo de menos. Por favor, asume tú el papel de gobernante de esta gran ciudad, ¡porque esto es realmente agotador!». Cuando era una sirvienta, había preparado comidas, cuidado de los enfermos, limpiado bañeras y vaciado orinales; había hecho lo que había que hacer. No obstante, en su opinión, ahora preferiría dar un paso atrás y dejar que otros más preparados dieran un paso al frente para asumir el liderazgo. Era incapaz de recordar cuándo había sido 231

Christie Golden la última vez que se había sentado a disfrutar del sereno fluir de los canales verdes. Regresó al presente, enfadada consigo misma por distraerse. Cuando la última persona acabó de hablar, contempló al gentío ahí reunido. —Oh, estoy tan orgullosa de todos ustedes. Y de todos aquéllos que dieron todo lo que tenían por la Horda. Gracias por venir. Y así terminó. La multitud se dispersó, y ella los observó marchar. Estaba decepcionada porque Sylvanas no había aceptado la invitación, pero eso tampoco le sorprendía. —Gobernadora Suprema Vellcinda —dijo alguien con voz serena. Ella se volvió, sorprendida y encantada. —Pero si es el campeón Clamañublo —respondió—. Me alegro de que hayas venido. Supongo que... ella no... El negó con la cabeza. —No. Nuestra reina tenía que atender unos asuntos urgentes. Pero —añadió— me ha enviado para informarme sobre lo que está pasando en su ausencia y hacerte saber que no piensa venir a visitarte en breve. Lamenta mucho no haber podido estar aquí hoy. —¡Oh, es todo un detalle por su parte! Me alegra oír eso. —Ella le dio unas palmaditas en el brazo—. Soy lo bastante mayor como para saber leer entre líneas, joven. Lady Sylvanas teme tener que enfrentarse a otro Putress. Pero no debe inquietarse. Solo somos un grupo de ciudadanos preocupados, unos administradores provisionales que se ocupan de la casa mientras la dueña está fuera. ¿Por qué no nos haces una visita esta tarde? Nos alegrará debatir sobre lo que estamos intentando hacer. Tal vez te apetezca un poco de té. 232

Antes de la Tormenta

A Vellcinda le encantaba hacer té, olerlo y sostener la taza caliente, aunque al final no se lo bebiera. El parecía estar un tanto perplejo y abrió la boca para contestar. Pero antes de que pudiera hacerlo, Vellcinda oyó otra voz. —Ah, justo la persona con la que quería reunirme. Bueno, no del todo, pero casi. Vellcinda y Nathanos se volvieron y vieron a un Renegado bastante bajito ataviado con ropa de sacerdote. Ella no lo reconoció, pero eso no era sorprendente. A pesar de que Entrañas no era muy vasta, ahí siempre había mucha gente, por no hablar de aquéllos que simplemente estaban de paso. —No he tenido el placer de conocerle —le dijo Vellcinda. El recién llegado hizo una reverencia. —Soy el arzobispo Alonsus Faol —contestó. La respuesta sorprendió a Vellcinda, ya que ese nombre había sido muy conocido hacía no mucho tiempo atrás. Se alegró de que no hubiera perecido como tantos otros. —Madre mía —dijo—. Es un honor. Incluso Nathanos Clamañublo se inclinó ante el arzobispo. —En efecto, lo es. ¿Qué deseas de mí, señor? —Traigo una carta. En realidad, son dos. La primera es para su Jefa de Guerra. La segunda es para alguien llamado Elsie Benton.

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Christie Golden Vellcinda se tambaleó un poco. Nathanos la cogió del brazo y la miró con preocupación, pero ella le sonrió y, gesticulando con la mano, le pidió que la soltara. —Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que oí ese nombre. Solo mi familia y mis amigos más íntimos me llaman así. La expresión del arzobispo se relajó. —Entonces... toma. Éstas son las cartas. Le entregó a cada uno de ellos un pergamino fuertemente enrollado, y Vellcinda cogió el suyo con una mano temblorosa. Se le desorbitaron los ojos al ver el lacre, que era azul y llevaba el símbolo del león de Ventormenta. Y enseguida supo de qué se trataba. Al igual que Nathanos. —Es una misiva del rey de Ventormenta —le espetó, mientras se volvía hacia Faol con unos ojos rojos de ira—. ¿Qué haces confraternizando con un enemigo de la Horda? —Como no soy miembro de la Horda, el rey no es mi enemigo — contestó el arzobispo con un tono cordial—. Sirvo a la Luz. Soy un sacerdote, al igual que el rey Anduín. La carta es para tu reina y es importante. Deberías cerciorarte de que la lea. Pero —añadió— no se trata de un asunto extremadamente urgente. Sugiero que hagas lo que pretendías hacer. Pasa algún tiempo aquí, en Entrañas. Luego, vuelve con la Jefa de Guerra, con esta misiva y tus reflexiones al respecto. Y tú, querida dama... Faol la agarró delicadamente del brazo. —Lamento decirte que esta misiva trae malas noticias. Lo siento 234

Antes de la Tormenta muchísimo. Vellcinda le agradeció la advertencia mientras rompía el lacre, abría el pergamino y leía:

Estimada Elsie Benton. Ni siquiera sé si sigues existiendo. Pero me siento obligado a pedirle al arzobispo Faol que te busque mientras él esté en Entrañas. Si estás leyendo esto, doy por supuesto que ha tenido éxito en su misión. Con sumo pesar debo informarte de que tu marido, Wyll Benton… ha fallecido apaciblemente esta tarde. Espero que te consuele saber que no ha muerto solo, ya que yo estaba con él. Durante muchos años, Wyll nos sirvió tanto a mi padre como a mí de manera devota. No me habló de su familia; sospecho que la razón era que le resultaba muy doloroso recordar esos tiempos, así como por el destino que creía que habías sufrido. Dijo tu nombre antes de morir y esperaba volver a verte. Como tal vez ya sepas, yo sigo el camino del sacerdote y le rogué que me permitiera sanarlo. Pero se negó, y respeté su deseo. He decidido que voy a hacer todo lo posible para que aquéllos que sean Renegados puedan reunirse con sus amigos y familias humanas, aunque solo sea fugazmente. Creo que hay algunas cosas que transcienden las políticas de los reyes y las reinas y los generales. La familia es una de ellas. Con este fin, he enviado una misiva a tu Jefa de Guerra. Espero que esté de acuerdo conmigo.

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Christie Golden Acabo estas líneas cumpliendo una promesa que le he hecho a mi amigo Wyll: diciéndote que siempre te quiso a ti, y solo a ti, y que te estará esperando. Una vez más, te pido que aceptes mis más sinceras condolencias.

Luego había una firma hecha con una caligrafía elegante y culta, en la que se podía leer: el rey Anduín Llane Wrynn. —Mi pobre Wyll —dijo Vellcinda, con voz temblorosa—. Arzobispo, por favor, dale las gracias al rey Anduín de mi parte. Le agradezco que mi marido no muriera solo. Nadie debería morir en soledad. Dile al rey que creo que es un buen plan. Y espero que nuestra Jefa de Guerra piense lo mismo. Oh, cómo me habría alegrado si hubiera podido ver a Wyll una vez más. —¿Qué plan? —inquirió Nathanos, quien miraba alternativamente a Vellcinda y Faol de un modo suspicaz. —Éste —respondió Vellcinda, a la vez que le entregaba el pergamino. Mientras Nathanos lo leía, Faol dijo: —El esbozo de la propuesta del rey de Ventormenta está más definido en el pergamino que será entregado a la Jefa de Guerra Sylvanas. Me voy a quedar aquí unos cuantos días y estaré dispuesto a responder a cualquier pregunta que Vellcinda o tú puedan tener. Un disconforme Nathanos le devolvió la misiva. La Gobernadora Suprema del Consejo Desolado, que agarraba con fuerza el valioso pergamino, corrigió a Faol. —Elsie —dijo—. Creo que ya es hora de que vuelva a llamarme Elsie. 236

Antes de la Tormenta

CAPÍTULO VEINTE

El Templo de la Luz Abisal Lu, la lu, mi querido niñito, Lu, la lu, lu la li, Lordaeron dice: “Vete a dormir”. Azeroth dice: “Sueña profundo”. Lu, la lu, la lu, la li, En mis brazos, estarás seguro. Calia cantaba suavemente al niño dormido que sostenía en brazos. Este precioso crío algún día sería el heredero del trono de Lordaeron. No. No existía Lordaeron, ya no. Solo existía Entrañas, habitada por los muertos. La corona de su padre se había quebrado y ensangrentado y ahora se había perdido en el tiempo. Calia ya 237

Christie Golden nunca h llevaría. Este niño dormido tampoco la portaría jamás. Y eso la hacía sufrir. Una solitaria lágrima le recorrió la cara para acabar en la mejilla más rosa y suave del mundo. Ll niño que era el verdadero y legítimo heredero del trono Parpadeó, y en esa boquita se formó un puchero. Calia alzó al bebé y le besó para secarle la lágrima, percibiendo en los labios su sabor salado. Y el bebé se rio cuando su madre empezó de nuevo a cantar esa nana tan antigua, la cual alzó la mirada cuando su marido entró para besarla en la coronilla. El posó una mano sobre el hombro de su esposa y le dio un suave apretón... ...y esa garra huesuda se clavó más y más... Calia chilló. Se enderezó a la velocidad del rayo, con el corazón a punto de salírsele del pecho, jadeando con dificultad. Durante un instante interminable, horrible, pudo sentir el dolor que le había causado esa mano no-muerta que la había agarrado. Entonces, parpadeó y ese espanto se refugió en la memoria. Enterró la cara en las manos y se dio cuenta de que la tenía empapada de lágrimas. También intentó dejar de temblar. Solo era un recuerdo. No era real. Pero lo había sido, en su día. Salió de la cama, cogió una bata y, sigilosamente, se fue descalza a ver a Saa’ra. Daba igual la hora que fuera, normalmente siempre había alguien en el Templo de la Luz Abisal. Siempre había alguien entrando o saliendo. Aquéllos para los cuales este lugar era su hogar sabían 238

Antes de la Tormenta que Calia sufría de terrores nocturnos y habían dejado muy claro que, si necesitaba compañía o hablar, estarían dispuestos a atenderla en cualquier momento. Pero ella con la única que quería hablar era Saa’ra. La naaru la estaba esperando, como siempre. Esta entidad cristalina envuelta en un fulgor púrpura, que flotaba en el aire por encima de ella, emitía una música tenue, incesante y exquisita. Saa’ra hablaba a veces con unas palabras que todos podían oír y otras veces, directamente y en privado con la mente y el corazón de alguien, tal y como hacía ahora. Querida. Lamento mucho que ese sueño te haya perturbado una vez más. Calia asintió, se agachó delante de Saa’ra mientras se retorcía los dedos de un modo raro. —Creía que pararían en algún momento. Lo harán, le aseguró ese delicado ser. En cuanto estés lista para que paren. —Eso has dicho. Pero ¿por qué no puedo estar lista ya? Se rio un poco, al percatarse de la petulancia que había en su propia voz. Hay cosas que debes hacer antes de que conozcas la paz. Cosas que debes entender, que debes integrar en tu ser. Gente que necesita tu ayuda. Uno siempre se encuentra en el camino lo que necesita para poder sanar, pero a veces resulta difícil reconocerlo. A veces, los regalos más hermosos e importantes vienen envueltos en dolor y sangre. 239

Christie Golden —Eso no está haciendo que me sienta mejor —dijo Calia. Quizá lo haga cuando te des cuenta de que todo lo que te ha ocurrido esconde un regalo dentro. Calia cerró los ojos. —Perdóname, pero me resulta difícil pensar de esa forma. La corrupción de su amado hermano y el asesinato de su padre, de tanta gente de Lordaeron... su huida, el terror que había sufrido... el haber perdido a su esposo e hijo, el haberlo perdido todo... No. Todo no. Pero podemos sacar algo positivo de todo aquello en lo que participamos. Puesto que toda fiebre que has curado, todo hueso que has sanado, toda vida que has mejorado, así como el gozo que has obtenido de todo ello, forma parte ahora de ti tanto como tu dolor. Hónralos a ambos, querida niña de la Luz. Te diría que confiaras en que hay un propósito detrás de todo esto, pero eso ya sabes que es así. Has visto los frutos de tu trabajo. No los ignores o desprecies. Saboréalos. Paladéalos. Son tan tuyos como de cualquier otro. La tensión abandonó su pecho en cuanto una sensación de paz invadió su corazón. Calia se dio cuenta de que había tenido las manos cerradas y ahora, al abrirlas, vio que tenía unas manchitas rojas con forma de media luna allá donde se había clavado las uñas en la palma de la mano. Respiró hondo y cerró los ojos. Esta vez no vio los horrores que vivió en su fuga, ni tampoco a su niña, lo cual le resultaba aún más difícil de soportar. Solo vio una tierna y suave oscuridad, que suavizaba lo que resultaba demasiado insoportable bajo el intenso fulgor de la luz, que proporcionaba seguridad y protección ante las criaturas salvajes y privacidad para 240

Antes de la Tormenta aquéllos que querían crear, solo por un tiempo, un mundo donde hubiera únicamente dos personas. Calia notó la caricia cálida de Saa’ra, que le recordó al roce dc una pluma. Y ahora duerme, valiente. Ya no habrá más batallas ni más horrores para ti. Únicamente paz y descanso. —Gracias —dijo Calia, agachando la cabeza. Mientras regresaba a su habitación sin hacer ruido, notó que alguien, cuya fresca piel era antinaturalmente blanda, la agarraba del brazo, y entonces se detuvo. Se trataba de Elinor, una de las sacerdotisas Renegadas. —¿Calia? —preguntó. Lo único que quería Calia era dormir. Pero había jurado que siempre estaría ahí para ayudar a aquéllos que la necesitaran, y Elinor parecía hallarse muy preocupada. Miró para todos lados con esos ojos brillantes y habló con un tono bajo. —¿Qué pasa, Elinor? ¿Ocurre algo malo? Elinor negó con la cabeza. —No. De hecho, algo podría ir bien por primera vez en mucho, mucho tiempo. ¿Podemos hablar en privado? —Por supuesto —respondió Calia, quien llevó a Elinor a su pequeño rincón, y las dos se sentaron en la cama. En cuanto estuvieron a solas, no hizo falta que nadie animara a Elinor a hablar. Las palabras brotaron a tal velocidad de sus labios coriáceos que Calia tuvo que pedirle en más de una ocasión a la sacerdotisa Renegada que repitiera lo que había dicho. 241

Christie Golden

Calia abrió los ojos como platos mientras la escuchaba, y en su mente volvió a escuchar lo que la naaru le había dicho: Hay cosas que debes hacer antes de que conozcas la paz. Cosas que debes entender, que debes integrar en tu ser. Gente que necesita tu ayuda. Uno siempre se encuentra en el camino lo que necesita para poder sanar, pero a veces resulta difícil reconocerlo. A Calia se le llenaron los ojos de lágrimas, y ella abrazó a su amiga con delicadeza. Embargada por la emoción, se sintió llena de esperanza por primera vez desde la caída de Lordaeron, pues ahora tenía un propósito. La sanación había aparecido en su camino. El palacete de Gallywix, Azshara Había muchos lugares en Azeroth donde Sylvanas Brisaveloz habría preferido no estar. Aunque el Palacete de Gallywix (qué nombre tan repugnante) no estaba de los primeros en esa lista, andaba cerca de ellos. Antaño, Azshara había sido una tierra muy hermosa, repleta de espacios abiertos y tonalidades otoñales y que daba al océano. Entonces, los goblins se habían unido a la Horda bajo el mandato de Garrosh y habían desfigurado la región con su característica chabacanería. El «palacete», donde ahora se encontraba sentada en un sillón con mucho relleno junto a Jastor Gallywix, había sido tallado en la ladera de una montaña. La escarpadura de la montaña se había transformado en una «cara» literal, de tal forma que el grotesco semblante de Gallywix miraba maliciosamente las tierras destrozadas que se hallaban allá abajo. El palacete en sí mismo era incluso más feo si cabe, en opinión de Sylvanas. Tenía en su parte exterior un vasto césped verde, que 242

Antes de la Tormenta contaba con una cancha donde se jugaba a algún tipo de juego en el que utilizaban una bolita blanca, así como con un enorme estanque con una zona caliente y unos camareros y camareras que en esos momentos permanecían ociosos, salvo los que atendían a Gallywix. El interior no era mucho mejor. Mesas tan llenas de comida que parecía que iban a romperse de un momento a otro, gran parte de la cual nunca se comería, y enormes barriles que hacían las veces de ornamentos decorativos. En la planta de arriba, se hallaba el dormitorio del príncipe mercante. Sylvanas había oído que dormía sobre pilas de dinero, pero no tenía ninguna prisa por descubrir si esos rumores eran verdaderos o no. Gallywix se había sentido muy contento al recibir su mensaje y no paraba de ofrecerle bebidas. Pero ella siempre las rechazaba. Mientras él se castigaba el hígado, ella le contó lo que había sucedido en la reunión de Cima de Trueno, aunque omitió la sutil amenaza que le había hecho a Baine, por supuesto. Solo le daría a Gallywix la información que necesitara. —Confío en que sus esfuerzos por sanar el mundo no sean un obstáculo para tus esfuerzos para obtener azerita —concluyó Sylvanas. Gallywix se rio, lo que provocó que su descomunal barriga se bamboleara, y dio un sorbo a su bebida espumosa y afrutada. —No, no —le aseguró, agitando de arriba abajo su enorme mano verde—. Dejémosles con sus pequeñas ceremonias. Mi operación es demasiado vasta a estas alturas como para que eso pueda tener algún impacto. Y oye, si eso les hace felices... para eso lo hacen, ¿no? Sylvanas ignoró el comentario.

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Christie Golden —Hasta ahora, tu plan no ha dado muchos frutos que yo pueda aprovechar —le recordó al goblin. —Calma —le aconsejó—, tengo a... —A gente ocupándose de eso. Sí, lo sé. —No, en serio. Tengo a las mejores mentes que conozco metidas en un pequeño sitio de Tanaris. Les di un buen trozo de esa sustancia. Les dije que hicieran todo tipo de locuras con ella. Dio otro trago y se relamió. —¿Y? —Y están trabajando en ello —miró hacia un lado. —¿En qué están trabajando exactamente? —En, eh... les he dicho que pueden hacer lo que les dé la gana. Pero ya sabes cómo son los científicos. Pensarán en cosas que tú y yo nunca podremos imaginar. Es la mejor forma de colaborar con ellos. —Quiero armas, Gallywix. Se bebió de un trago lo que estaba tomando y pidió gesticulando otra bebida. —Claro, claro, nos fabricarán armas. —Quiero que se centren en las armas. O si no, enviaré aquí a todo Renegado, elfo de sangre, tauren, trol, orco y pandaren que pueda encontrar y asumiré el control de tu «operación». ¿Está claro? Hoscamente, el príncipe mercante asintió. Sin lugar a dudas, sabía que ella sería capaz de enviar a su propia gente para hacerse con las armas que ya estuvieran fabricadas; no obstante, los científicos de Gallywix podrían fabricar otros objetos que él podría vender aparte para obtener pingües beneficios. Gallywix se distrajo cuando un hobgoblin entró en la habitación pesadamente y balbuceó algo que solo su jefe pudo entender. 244

Antes de la Tormenta —Por supuesto, idiota —dijo el goblin—. ¡Que entre de inmediato el campeón Clamañublo! Sylvanas pensó que esa interrupción era casi tanto un alivio para ella como para Gallywix. Nathanos entró; hizo un leve gesto de asentimiento dirigido hacia el goblin y una reverencia a su reina. —Mi señora —dijo—, perdóname la intromisión, pero he pensado que sería mejor entregarte esta misiva cuanto antes. Se arrodilló ante ella y le ofreció el pergamino. Estaba sellado con un lacre azul, donde se veía la cabeza de un león. —¡Hala! ¡Conozco ese sello! —exclamó Gallywix, quien, acto seguido, dio un sorbo a su cóctel de banana. Sylvanas también lo reconoció. Apartó la vista del pergamino y fulminó con una mirada gélida al goblin. —Si nos disculpas... —le dijo. Gallywix esperó un momento. Como ella seguía sentada, arqueando una pálida ceja rubia, al final el goblin puso mala cara y se bajó del sillón. —Tómense el tiempo que necesiten —señaló—. Si cuando termines con este tipo quieres unirte a mí, que sepas que estaré en el jacuzzi. —Subió y bajó ambas cejas y, a continuación, se largó lentamente—. Eh, guapetona, tráeme un ponche de piña, ¿quieres? —¡Claro, jefe! —contestó una goblin con voz chillona. Los ojos rojos de Nathanos estaban clavados en el príncipe mercante que se alejaba. 245

Christie Golden —Lo mataré —prometió. —Oh, no. Ese placer será solo mío. Sylvanas se puso en pie y contempló el pergamino que sostenía su campeón. —Así que esto lo ha enviado el cachorro de Varian, ¿no? Y te lo han dado en Entrañas, ¿verdad? Nathanos mantuvo un gesto indescifrable. —Sí. El mismo arzobispo Faol me lo entregó en mano. Ahora es un Renegado. Sylvanas lanzó una corta y potente carcajada al oír eso. —Los designios de su Luz son inescrutables. —Eso parece. Sylvanas rompió el sello y leyó la misiva.

Estimada reina Sylvanas Brisaveloz, Dama Oscura de los Renegados y Jefa de Guerra de la Horda, el rey Anduín Llane Wrynn te saluda respetuosamente. Te escribo para realizarte una propuesta que no tiene nada que ver con ejércitos, territorios o bienes, pero que creo que será muy útil tanto para la Horda como para la Alianza. No me andaré con rodeos. Guando hiciste un acercamiento a la Alianza, en busca de un hogar para los tuyos, fuiste rechazada. Todavía nos dominaba el terror por lo que Arthas le había hecho a Lordaeron y no podíamos entender que los Renegados eran, en verdad, muy distintos. 246

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He hablado recientemente con un Renegado que fue muy respetado en vida y he descubierto que, a pesar de todo lo que ha sufrido, aún sigue a la Luz. Se llama Alonsus Faol y, en su día, fue el arzobispo de Lordaeron. Ha aceptado cumplir la función de mediador para poder ayudar tanto a los vivos como a los no-muertos. Esta misiva habla sobre familias. Familias que fueron destrozadas no por la Horda y la Alianza, sino por Arthas, quien convirtió nuestras vidas en un infierno donde imperaba la devastación y la desesperación. Esposas, hijos, padres... muchos acabaron separados, divididos primero por la muerte y luego por el miedo y la ira. Tal vez, si colaborásemos, podrían volver a estar juntos aquéllos que todavía siguen separados.

Sylvanas se quedó paralizada. Oh, sí. Ella, más que nadie, sabía mucho sobre familias divididas. Sobre seres queridos asesinados. Lo había perdido todo por culpa de Arthas: sus amigos, su familia, su amada Quel’Thalas. Su vida. Su capacidad para preocuparse, preocuparse de veras, de sentir de verdad alguna emoción aparte de odio e ira sobre estas cosas. Y ella también había intentado concertar una reunión. Había aceptado la oferta de su hermana mayor de reunir a los supervivientes de la familia tras la masacre de Arthas Menethil, con el fin de recuperar Aguja Brisaveloz y purgarla de todas las criaturas oscuras que moraban en ella. Y tal vez librarse ellos mismos de sus propias tinieblas al rememorar una época en la que no había sombras dentro de ellos. Pero había sido en vano. De jóvenes, habían sido soles y lunas. La brillante Alleria, con sus relucientes trenzas doradas, y la risueña y jovencísima Lirath. Sylvanas había sido lady Luna, y Vereesa, la más joven de las tres hermanas, había sido Lunita. 247

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Vereesa sufría una gran pena por un amor perdido. La muerte de su marido, Rhonin, en Theramore, una de las muchas víctimas de la bomba de maná de Garrosh Grito Infernal, la había destrozado. La había destrozado tan completamente que, por un momento (en que se sentía perdida y sola), había recurrido a su hermana sombría, Sylvanas, y habían urdido planes juntas. Vereesa había estado a punto de aliarse con Sylvanas en Entrañas. A punto de unirse a ella en la no-muerte. Pero en el último momento, el amor por sus hijos vivos había eclipsado la pena de Lunita por su difunto marido. De esa manera, Vereesa había seguido formando parte de la Alianza. Y Alleria, quien había regresado milagrosamente tras haber estado desaparecida mucho tiempo, había invitado a la oscuridad insondable del Vacío a entrar en ella; de ese modo, consiguió poderes y fuerza. Pero eso la cambió por fuera y por dentro, tanto quién era como en quién se estaba convirtiendo. Sylvanas sabía lo suficiente sobre lo que tales poderes eran capaces de hacer como para reconocer la marca en ellos de los fríos dedos de Alleria. Con respecto a sus propias sombras y tinieblas, Sylvanas las conocía lo bastante bien como para no tener que examinarlas ahora. El plan del muchacho rey era muy estúpido. Creía que la gente aún podía cambiar. Oh, ciertamente podían. Alleria, Sylvanas y Vereesa eran una buena muestra de ello. Pero no a mejor; al menos, Anduín no lo consideraría de esa manera. ¿Por qué estaba tan enfadada? El cachorro le había sacado de quicio mucho más que el lobo en su día. Volvió a centrar su atención en la carta. 248

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Aunque no estamos actualmente en guerra, no soy tan ingenuo como para creer que eso implica que hayan cesado del todo las hostilidades. Recientemente, hemos sufrido un tremendo cambio en nuestro propio mundo con la aparición de la azerita; una manifestación del dolor que la propia Azeroth está sintiendo. Si nos unimos, podríamos dirigir la investigación de esta sustancia de tal manera que podamos salvar este mundo. Por tanto, centrémonos en un gesto (más pequeño, pero no menos importante) de unidad como primer paso hacia un posible futuro que beneficie tanto a la Horda como la Alianza. Propongo un solo día de alto el fuego. En este día, esas familias que se han visto divididas por la guerra y la muerte tendrán la oportunidad de encontrarse con los que perdieron. La participación será estrictamente voluntaria. Todos los que pertenezcan al bando de la Alianza serán investigados exhaustivamente, y nadie que yo crea que pudiera ser un peligro para los Renegados podrá participar en este proyecto. Te pediría lo mismo. Así, determinaremos un número limitado de participantes. Un lugar idóneo para este acontecimiento serían las Tierras Altas de Arathi. Mi gente se reunirá en la antigua fortaleza del castillo de Stromgarde. La Muralla de Thoradin se encuentra cerca de un puesto avanzado de la Horda. Ahí, en campo abierto, con la protección suficiente previamente acordada por nosotros dos como líderes de los humanos y los Renegados, esas familias rotas por fin se reencontrarán. El reencuentro durará del alba al crepúsculo. Si estás de acuerdo, el arzobispo Faol y otros sacerdotes facilitarán y ofrecerán consuelo si es necesario. Si mi gente sufriera algún daño, ten por seguro que no dudaré en pagarte con la misma moneda. 249

Christie Golden También doy por sentado que en el caso de que mi gente dañe a algún Renegado, tú obrarás del mismo modo. Como sacerdote, rey de Ventormenta e hijo de Varían Wrynn, garantizaré la protección de los Renegados que decidan participar. Si este alto el fuego tuviera éxito, podría repetirse. No confundas esto con una oferta de paz. Solo es una propuesta de un solo día en que nos compadeceremos de esa gente que se vio cruelmente aportada de sus seres queridos por una fuerza que no era ni la Horda ni la Alianza. Tú y yo sabemos lo que supone perderá un miembro de la familia o incluso a varios, Jefa de Guerra. No impongamos este cruel destino a otros que, como nosotros, no lo eligieron. Esta misiva la he escrito de mi puño y letra en este mismo día, Rey Anduín Llane Wrynn

—Es aún más necio de lo que pensaba si cree que no soy capaz de ver que me está tendiendo una trampa —dijo Sylvanas, arrugando la carta hasta formar una bola con ella—. ¿Qué opinas sobre ese tal arzobispo Faol que te dio la carta? —Es, en efecto, un Renegado. Parece de verdad, aunque cuando sugerí que jurara lealtad tanto a ti como la Horda, puso reparos. Dijo que prefería servir a la Luz antes que a reyes o reinas. —¡Ja! —exclamó Sylvanas sin un ápice de alegría—. Lo liberé para que fuera un Renegado, para que pudiera tener libre albedrío y así me lo paga. No importa. Supongo que crees que es inofensivo. —Es poderoso, Dama Oscura. Pero no es el enemigo. También trajo una carta para la jefa del Consejo Desolado. Sylvanas se tensó. 250

Antes de la Tormenta —Por lo que veo, los espías del rey están trabajando muy duro si Wrynn ya conoce la existencia del consejo. Wrynn. Durante mucho tiempo, ese apellido había hecho referencia a Varían. Qué raro sonaba ahora. —Es posible. Debemos recordar que muchos de los nuestros se mueven con total libertad por el interior del Templo de la Luz Abisal. Además, en la carta que le envió a ella ni siquiera se mencionaba al consejo. Resulta que hasta hace muy poco, la propia Elsie era uno de esos Renegados que tenían familiares vivos. Su marido, Wyll Benton, sirvió tanto a Varían como a Anduín Wrynn. —¿Elsie? —Así llamaba Wyll a Vellcinda, quien ha adoptado ese nombre de nuevo —le explicó Nathanos. La mayoría de los Renegados habían adoptado nuevos nombres o apellidos. Lo hacían para señalar su renacimiento como Renegados, para dejar atrás sus antiguas identidades y sentirse partícipes de un grupo unido. Sylvanas se sorprendió al darse cuenta de que había sentido un dolor en el pecho al enterarse de que Vellcinda había renunciado a su nombre de Renegada. «Vellcinda» era un nombre con dignidad, seriedad. «Elsie» era... bueno, evocaba lo que la mujer había sido en vida, con casi toda seguridad. Un ser vulgar y ordinario. Y humano. Sylvanas se centró en otra información que le había proporcionado su campeón. De repente, si había perdido a un devoto sirviente, este plan de Anduín parecía menos una trampa estratégica y más un proyecto personal, lo cual lo volvía mucho menos amenazador. Aun así... —Es probable que Vellcinda sirviera también a la familia real. 251

Christie Golden Sylvanas no iba a utilizar el nuevo y ofensivo nombre de la Gobernadora Suprema, pues eso supondría dignificarlo. —Sí, trabajaba en las cocinas —continuó Nathanos—. Se entristeció al enterarse de que su marido había fallecido. Esta propuesta tiene su aprobación, ya que cree que no es la única que conserva unos buenos recuerdos de sus familiares. Sylvanas negó con la cabeza. —Este alto el fuego es un error. Solo traerá dolor a mi pueblo, ya que no pueden ser humanos. Tentarlos a reunirse con sus seres queridos tendrá como consecuencia que se sentirán descontentos con lo que son realmente: Renegados. Se deteriorarán hasta no ser más que unos caparazones con el corazón roto, desando ser algo que nunca podrán ser. No deseo verlos sufrir así. Una vez más, pensó en su propio intento de establecer un puente con los vivos y cómo lo único que había logrado era despertar viejos fantasmas que hubiera sido mejor dejar descansar en paz. —Podrías utilizar esto en tu aprovecho —le aconsejó Nathanos—. Vellcinda afirma que muchos Renegados desean que su próxima muerte sea la Definitiva, que no desean seguir existiendo. Y una razón que se cita normalmente para justificar esto es que desean estar con aquéllos a los que amaban cuando estaban vivos. Sylvanas giró lentamente la cabeza hacia él, mientras meditaba sobre lo que acababa de decir. —Si autorizas esta experiencia (este reencuentro con la gente que amaron en vida) —prosiguió su campeón— y se la presentas como algo que tú les has concedido generosamente, tal vez se muestren más dispuestos a aceptar tu solución: dar con la manera de evitar que los Renegados sean una raza que se extinga. 252

Antes de la Tormenta —Sería confraternizar con el enemigo —objetó Sylvanas—. Supondría dejarles interactuar con la vida y los vivos. —Tal vez. Pero, aun así, solo sería un día. Dales esta esperanza, este momento con esa gente a la que creían que nunca volverían a ver. Entonces... —Entonces, tendré el poder sobre su felicidad, al menos en este aspecto —concluyó la Jefa de Guerra—. O tal vez decidan que odian a los vivos y se vuelvan aún más devotos a la Dama Oscura. De un modo u otro, Sylvanas ganaría. Él asintió. —Como mínimo, les demostrará que los escuchas y les prestas atención a sus preocupaciones. Realmente creo que el Consejo Desolado es totalmente inofensivo. No son unos traidores radicales. Dales esta oportunidad una vez. Si ves que sacas provecho de esto, ya decidirás más adelante si deseas repetir o no. —Has expuesto muy bien tu razonamiento. —Alisó la misiva arrugada y la volvió a leer—. Aunque a mis arqueros, al ver a tantos humanos delante, les va a costar mucho resistirse a la tentación de disparar. —Te obedecerán, mi reina —le aseguró Nathanos. Era la verdad. Las forestales oscuras nunca lanzarían una flecha sin que ella lo ordenara. Y Sylvanas no estaba preparada para una guerra con la Alianza; al menos, no por esto. La Jefa de Guerra tomó una decisión. —Aceptaré esta invitación en nombre de los Renegados. Regresa a Entrañas. Informa a Vellcinda Benton que su reina comprende su deseo y que irá a visitarla para hablar sobre esta reunión con más detalle. Que vaya redactando una lista de los miembros del consejo que tienen parientes vivos en Ventormenta. Consigue sus nombres 253

Christie Golden y demás información. Yo entregaré esa lista a Anduín para que pueda localizarlos y determinar si ellos también desean participar. —Hay más gente aparte de los miembros del consejo a los que gustaría participar en este proyecto —comentó Nathanos—. Muchos acudieron al funeral y los apoyan. Sin embargo, Sylvanas negó con la cabeza. —No. El número de participantes tiene que ser reducido para que yo pueda controlar la situación. Se limitará a los miembros del consejo. —Como desee mi reina. Si me permites hablar con franqueza, creo que has tomado una decisión inteligente. Por todo lo que he visto, creo que esto acallará los murmullos de descontento. —De una forma u otra, lo hará. —Sonrió con frialdad—. También puede allanarnos el camino para recuperar Ventormenta. Había pensado que un ataque sería la única manera de conquistarla. Pero si el joven rey confía en nosotros, algún día, pronto, podríamos cruzar esas magníficas puertas para ser recibidos con los brazos abiertos. En ese instante, sus pensamientos se centraron una vez más en esa asombrosa sustancia que era la azerita. En lo que podía hacer. En lo que podía crear. En lo que podía destruir.

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CAPÍTULO VEINTIUNO

Tanaris Poco después de que Saffy hubiera aceptado («por voluntad propia», había enfatizado Grizzek) ayudarlo a explorar el potencial de la mágica, maravillosa, milagrosa azerita, Gallywix les había enviado una sola cuba con ese material acompañada de una nota: ¡Vuélvanse locos con esto, niños! ¡Den rienda suelta a su creatividad! Los primeros experimentos se habían centrado en los pasos básicos: identificar las propiedades del material, ponerlo a prueba en diversas condiciones. Exponiéndolo a la luz del sol y las lunas. Aislado, expuesto al aire. Inmerso en diversos líquidos, incluido el ácido y otras sustancias químicas tremendamente peligrosas. Esa había sido la parte favorita para Grizzek hasta ahora. Durante uno de esos experimentos, Saffy se dio cuenta de que un veneno mortal (una sustancia espesa similar a la brea) que habían untado en una muestra había cambiado de color. 255

Christie Golden —Mira esto —dijo. Rápidamente, cogió un frasquito con el antídoto y lo colocó en un lugar donde estaba fácilmente al alcance. Entonces, antes de que Grizzek pudiera siquiera lanzar un chillido de sorpresa, ella extendió el brazo y tocó el veneno descolorido. —¡Saffy, no! Se abalanzó sobre ella y la agarró del brazo con una mano y cogió el antídoto con la otra. —Espera un momento —le pidió Saffy—. Esta sustancia debería estar devorándome la piel a estas alturas. Pero mira. Estoy bien. Ambos contemplaron el veneno que ella tenía en la mano y, después, se miraron el uno al otro. —Si no arriesgas, no ganas —masculló Saffy, quien se lamió los restos de esa sustancia de los dedos. Grizzek profirió un grito ahogado. Saffy se relamió. —¡Asombroso! Esta sustancia corrosiva y altamente venenosa ahora sabe a fruta del sol y cerezas —aseveró. —A lo mejor siempre ha sabido así —replicó Grizzek, cuya voz tembló un poco. —No, se supone que es completamente insípida. —Sí, ya, lo que tú digas, pero... pero no hagas más cosas así, Saffy, ¿vale? Ella lo miró y vio que estaba pálido. Había llegado a estar preocupado de verdad por ella. No en el sentido de oh, voy a perder a mi compañera de laboratorio, sino preocupado como si... Saffy cerró la puerta que querían cruzar esos pensamientos, pues tenían trabajo que hacer. Traer de vuelta viejos sentimientos solo 256

Antes de la Tormenta sería una distracción. Además, siempre les había ido mejor cuando solo eran compañeros de laboratorio. Volvió a centrar la atención en su mano. —Esto es... importante, Grizzy. Realmente importante. A largo plazo, ¿quién sabe qué podrá hacer este material? Acabamos de ver que es capaz de neutralizar un veneno. Seguro que también puede curar heridas. Quizás hasta prolongar la vida. —Negó con la cabeza como gesto de incredulidad—. ¡Menudo regalo! ¡Vamos, manos a la obra! ¡Aún tenemos muchas cosas que descubrir! Después de haber hecho todo lo posible para probar la azerita en estado líquido, ahora tocaba realizar las pruebas que determinarían si, una vez endurecida, había algo que pudiera romperla. Nada pudo. Ni una espada, ni un martillo, ni una trituradora goblin, ni siquiera un artilugio al que Grizzek había llamado la Crujidora, cuyo funcionamiento había mostrado a Safly. Se trataba de una trituradora modificada, pero una de sus extremidades que se manejaban mecánicamente estaba equipada con una mano con una potencia aumentada por un rayo de energía. —La idea —le explicó Grizzek— es que el pulso de energía incrementa la presión, así que es siete veces más fuerte que una mano normal. —Qué número tan raro —observó una perpleja Safly. —¡Pues sí! Tras un segundo de silencio, la gnoma dijo sin rodeos: —O sea, es poco habitual. ¿Por qué no diez o quince veces más? 257

Christie Golden Él se encogió de hombros. —Se supone que el siete es el número de la suerte. Safly negó con la cabeza. Sacaron un cubo de azerita líquida de la cuba fuertemente sellada que Gallywix les había facilitado y lo dejaron secar al aire para que se endureciera. En cuanto se solidificó, pudieron sacar la sustancia del cubo con suma facilidad y comprobaron que era sorprendentemente ligera. La Crujidora, o «Cruji», como la llamaba Grizzek, quien parecía tenerle un cariño inexplicable a esa cosa, cogió el trozo de azerita con esa mano cuya potencia había sido aumentada con la energía del Siete de la Suerte. Grizzek activó el interruptor. La Crujidora apretó con fuerza..., cada vez más fuerte... Entonces, Grizzek chilló consternado al ver que los cuatro dedos reventaban. —¡Tu mano! —gritó—. ¡Cuánto lo siento, Cruji! Safly echó un vistazo a sus notas y tachó la «PRUEBA NUMERO 345: La Crujidora» y anotó «Azerita 1, Crujidora 0». —Nos hace falta un mago —comentó Safly, mientras escudriñaba la azerita indemne y con forma de cubo—. ¡Poder comprobar cómo le afecta la magia sería fascinante! —Si realmente quieres contar con uno, se lo puedo pedir a Gallywix —le dijo Grizzek, a quien no parecía fascinar mucho la idea; además, Safly se tensó al pensarlo bien. —Quizá más adelante. Ahora mismo, tenemos un buen ritmo de trabajo los dos sin nadie que interfiera. Se sorprendió a sí misma al decir estas palabras, pero era una verdad innegable. De algún modo, el mero hecho de pensar que un tercero pudiera entrar en su laboratorio no parecía una buena idea. 258

Antes de la Tormenta

Grizzek pareció animarse al oír esas palabras. —Sí, así es —admitió el goblin, quien salió de la Crujidora y le dio unas palmaditas en el brazo a la máquina con tristeza—. Te arreglaré, colega —le prometió. Entonces, respiró hondo y se volvió hacia Saffy. —La magia podría ser la fase dos —propuso Grizzek—. Exprimamos al máximo primero nuestros recursos e imaginación. Demostrémosle a Gally lo que somos capaces de hacer usando únicamente la ciencia pura. Saffy se rio tontamente. —¿Gally? Grizzek se rascó su enorme nariz y se rio también un poco entre dientes. —Sí —contestó—. Es un mote tonto, pero es que ese tío me toca tanto las narices. —Creo que es perfecto —anunció Saffy. Sus miradas se cruzaron, y sorprendió a Grizzek con la guardia baja. —¿Ah, sí? —preguntó éste, extrañado. —Sí —respondió la gnoma—. Los ególatras pomposos a veces necesitan que los bajen de su pedestal. Es mejor que el globo de su ego se deshinche poco a poco a que explote. —¿Para él o para nosotros? —Oh, para él, sin duda. A mí me da igual que explote o no. Se rieron juntos, como habían hecho antaño, en ese estrecho margen de tiempo donde todo había sido perfecto y habían estado 259

Christie Golden locamente enamorados el uno del otro en vez de haberse vuelto locos el uno al otro. Cuidado, Saffy, se recordó a sí misma la gnoma. No gafes esto. Todo va demasiado bien, no dejes que se tuerzan las cosas. —Hemos recopilado una base sólida de datos sobre la naturaleza de la sustancia cuando está aislada —afirmó Saffy—. Primero, recopilaré mis notas; luego, podremos comprobar qué ocurre cuando intentamos darle forma, o manipularla o combinarla con otras cosas. —¡Oooh! Deberíamos fabricar cosas de ésas que se llevan encima. —¿Como anillos o collares? —¡Sí! Gally me dio la idea sin querer. Utilizó el primer trozo conocido de este material como ornamento en su bastón. Podemos experimentar con esta sustancia y dar con la forma de fabricar amuletos, anillos y otras baratijas con ella. ¿Crees que podremos mezclarla con otros metales? —¡Lo averiguaremos! —Esa era la especialidad de la gnoma—. Pero será mejor que primero recopile estas notas. Pero Grizzek negó con la cabeza. —No. Eso puede esperar. Sal fuera y despéjate. —Yo nunca salgo fuera. —Lo sé. Pero deberías hacerlo. Las lunas saldrán pronto. Vete. Lárgate. Yo me ocuparé de la cena. Nada de esto se lo dijo de malas maneras. —¿Sigues quemando cosas cuando cocinas? —le preguntó Saffy. —Hoy en día, ya no tanto. Acto seguido, el goblin le indicó con una mano que se largara. Tras encogerse de hombros, Saffy caminó sin prisa hasta la playa. No estaba sola, por supuesto; los matones de Gallywix estaban 260

Antes de la Tormenta apostados por todo el enclave e incluso patrullaban las playas. Pero se mantenían a cierta distancia y no los molestaban demasiado ni a Grizzek ni a ella. El goblin había sacado una silla, y ahí había también una mesa. También había una sombrilla, aunque nadie la iba a necesitar a estas horas. Mientras Saffy se sentaba en la silla, tuvo que admitir que el cielo tenía un aspecto absolutamente glorioso y la luz de las lunas resultaba asombrosamente relajante al reflejarse en el océano. Saffy normalmente tardaba un rato en relajarse cuando su cerebro estaba en pleno funcionamiento. Entonces, oyó que algo repiqueteaba detrás de ella y se volvió para ver a Grizzek con una bandeja en una mano mientras arrastraba una silla con la otra. No dijo nada mientras colocaba la bandeja sobre la mesa y acercaba la silla. —Vino —dijo una sorprendida Saffy—. Has servido vino. —Sí —gruñó—. Tenía una botella en algún sitio. Sabía que te gustaba. La verdad es que el goblin no había cocinado; probablemente, ésa era la razón por la que aquel lugar todavía estaba en pie. Se había limitado a recalentar un guiso de marisco que ella había hecho para almorzar y había cogido algo de pan. Cenaron en silencio, escuchando el murmullo del mar. Saffy estaba estrujándose mucho, pero que mucho las meninges, aunque no pensaba en la azerita, la cual quería colarse en los rincones de sus cavilaciones. —Grizzek —dijo. —¿Sí? —Cuando vine por primera vez aquí, me llamaste por mi apodo. Uno de ellos, al menos; habían tenido varios a lo largo de esa etapa en que las cosas habían ido bien.

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Christie Golden Su matrimonio había sido, bueno, realmente breve. En un principio, habían sido compañeros de laboratorio y les había ido bien, pero luego fueron lo bastante estúpidos como para enamorarse. El primer mes había sido glorioso, el culmen de una gran historia de amor. Después, todo se había desmoronado, como uno de esos artilugios de Grizzek muy mal diseñados y defectuosos. De repente, todo lo que hacía uno irritaba al otro más allá de lo tolerable. Se tiraron o rompieron muchas cosas y, en una ocasión, Saffy acabó gritando tan alto que se quedó afónica. Ese había sido un día horrible. Grizzek se había mofado de ella sin miramientos, y Saffy había sido incapaz de contestarle como era debido. Sin embargo, a pesar de lo desagradable que fue esa espantosa etapa, no parecía afectar en nada a su colaboración actual. Trabajaban juntos de un modo casi perfecto, escuchando lo que el otro decía, haciendo sugerencias, formando así un verdadero equipo. Aunque Saffy odiaba admitirlo, las últimas semanas trabajando codo con codo con Grizzek habían sido bastante buenas. Maravillosas, en realidad. Eso era casi tan increíble como el extraño material con el que su exmarido y ella habían estado trabajando. La gnoma le oyó aspirar por la nariz y aclararse la garganta. —Sí —contestó—. Supongo que te llamé «cielo». Lo siento. Saffy dio un sorbo al vino y reflexionó un poco más. —Estas últimas semanas han estado muy bien. —Pues sí. —Me recuerdan a los viejos tiempos —dijo con cierta cautela. —A mí también —respondió con suma calma. Quería hacerle un millar de preguntas. ¿Aún me echas de menos? ¿Por qué crees que ya no nos odiamos? ¿Acaso la azerita está 262

Antes de la Tormenta afectando a lo que sentimos el uno por el otro? ¿Solo podemos estar bien cuando estamos trabajando? ¿Intentarlo de nuevo sería un error? Pero en vez de eso, dijo: —Esta azerita... es bastante asombrosa. Podría ayudar a un montón de gente. —Eres un genio, Saffy. Un gran genio. Vas a hacer tales cosas... —Y tú, Grizzy —dijo Saffy con mucho entusiasmo—. Tus robots y tus lanzadores y esas aeronaves de una sola persona... ¡la azerita también te va a ayudar con todo eso! —¿Eso crees? —¡Lo sé! —Saffy, a este mundo no le va a quedar más remedio que tomarnos muy en serio a ti y a mí. El cielo es el límite. Lentamente, mientras el corazón le latía tan rápido como el de un conejo, Sapphronetta Fliwers movió la mano por encima de la mesa y notó cómo la manaza verde repleta de callos de Grizzek se cerraba en torno a la suya. Lo hizo de una manera delicada y protectora, como si se tratara de la cosa más preciosa del mundo. Y Saffy sonrió. *** Entre un besuqueo y otro, la pareja reconciliada logró llevar a cabo una abrumadora cantidad de investigaciones. Mezclaron azerita con diversos y variados metales, e incluso la usaron como pintura. Hicieron con ella colgantes, anillos, brazaletes y pendientes. Y fabricaron una armadura; era un diseño goblin muy feo, pero no estaba hecha para ser bonita; sobrevivió tres minutos enteros al bombardeo incesante del reconstruido Explosión de Relámpagos 3000 y el único daño que sufrió fue que el metal se fundió levemente. 263

Christie Golden

Y para todo esto, únicamente habían necesitado una pequeña cantidad de azerita. Entonces, Saffy decidió seguir la senda alquímica de los gnomos hasta el final. Empezó a experimentar con pociones. Bastó con echarle a Grizzy una sola gota en su coronilla suave, verde y completamente calva, para que le creciera una suntuosa melena de un pelo negro espeso y lustroso que le llegaba hasta la espalda. —¡Aaaah! —chilló—. ¡Córtamela! ¡Córtamela! Cuando mezclaron una gota de veneno con azerita calentada, obtuvieron un resultado similar al logrado en el experimento anterior, en el cual Saffy había tocado el veneno. Cuando vertió esa mezcla en una palmera que luchaba por sobrevivir, la planta duplicó su tamaño. —Esto es lo que pasa cuando echas un poco de veneno a la azerita —musitó—. Veamos qué sucede cuando cambiamos las proporciones. —Ten cuidado, cielo —le advirtió un preocupado Grizzek—. Que acabamos de reencontrarnos. A Saffy primero le dio un vuelco el corazón y luego se le derritió. Metafóricamente, claro. Se acercó a él y le dio un beso sonoro. —Tomaré todas las precauciones posibles y las imposibles también. El ansioso goblin dio vueltas de aquí para allá mientras ella preparaba el veneno; después, se ofreció a ser quien lo mezclara con la azerita.

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Antes de la Tormenta —¡Oh, Grizzy, qué dulce eres! Pero no sabes exactamente cuánta he usado. Mientras tenía sacada la lengua para poder concentrarse mejor, Saffy vertió la cantidad precisa de azerita en el matraz que contenía el veneno. La sustancia no experimentó ningún cambio visible mientras la gnoma la revolvía delicadamente para que se mezclara con los demás contenidos. Entonces, respiró hondo y le echó una sola gota a la planta. La reacción fue inmediata. La planta pasó de estar absurdamente sana y ser de un intenso color verde esmeralda a tener, primero, un color amarillo enfermizo y, por último, negro. Se marchitó, pues estaba totalmente muerta. La contemplaron fijamente y luego se miraron mutuamente. No dijeron esta boca es mía. Saffy lo probó con otra planta. Pero esta vez, antes de que los efectos del veneno se hubieran manifestado visualmente, le cortó un segmento. Ambos científicos apoyaron la cabeza en la del otro mientras observaban cómo esa sección se pudría delante de sus ojos, era como si todos los fragmentos que conformaban la planta hubieran sido atacados al instante. Saffy fue la primera en hablar. —Incrementemos la cantidad de azerita. Mientras hacía esto, Plumas entró volando en la habitación y trazó un círculo alrededor de sus cabezas. —¡Invitados grandes y feos! ¡Invitados grandes y feos! —graznó. Se miraron mutuamente, con los ojos como platos. —Espero que no sea Gallywix —masculló Grizzek—. Con suerte, serán solo sus matones. Me libraré de ellos. Ahora mismo vuelvo. 265

Christie Golden Saffy lo siguió con la mirada mientras se marchaba. Nunca antes había considerado que la frase «serán solo sus matones» estuviera repleta de esperanza, pero la alternativa era mucho peor. Aún no estaban preparados para demostrarle nada al líder de los goblins del Cártel Pantoque; además, lo que acababan de presenciar la había desasosegado mucho, aunque la palabra desasosiego no alcanzaba a expresar cómo se sentía, ya que se quedaba muy corta, era como afirmar que la Espada de Sargeras era un cuchillo clavado en el suelo. Tardó un momento en tomar unas notas, catalogar las proporciones exactas y, por último, dobló la cantidad de azerita en esa mezcla letal. Acababa de echar una cucharada en otra planta con resultados casi idénticos a los de la primera cuando Grizzek regresó. Su normalmente sano color esmeralda había palidecido hasta convertirse en un verde amarillento muy enfermizo. —No tienes buen aspecto, Grizzy —murmuró Saffy. —Bueno —dijo lentamente—, tengo una noticia buena y otra mala. La buena es que, en efecto, solo eran unos matones. Saffy suspiró, lanzando un aire que no había sido consciente de haber estado conteniendo. —Menos mal. No todo podía ser tan negativo —dijo. —La mala es que Gallywix quiere una demostración en dos semanas. Y—añadió Grizzek con aún más lentitud— quiere que nos centremos en fabricar armas.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Entrañas Parqual Fintallas se encontraba con los demás miembros del Consejo Desolado a la espera de celebrar la que sería su reunión más productiva hasta la fecha, o eso era lo que esperaban. Esta vez, se hallaba un escalón más abajo de lo habitual, como todos los miembros del consejo. La misma Gobernadora Suprema no se encontraba en el escalón más alto, sino uno por debajo de éste. Esta vez, alguien más (alguien que debería haber estado en todas las reuniones del consejo) estaría al fin presente y ocuparía ese lugar. El arzobispo Faol, que se había convertido en una presencia habitual en Entrañas a lo largo de las últimas semanas, se encontraba junto a Elsie. Tramaban algo mientras hablaban en voz baja. La estancia estaba atestada. Aquéllos que aún respiraban tendrían, sin duda, dificultades para hacerlo en este lugar; Parqual era perfectamente consciente de que, aunque algunos de los Renegados 267

Christie Golden se habían secado en vez de podrido, la mayoría de los suyos habían sido alzados mientras se pudrían, por lo cual el olor no podía ser muy agradable. Elsie estaba sonriendo, al igual que la mayoría de los ahí reunidos. Estaban muy emocionados por poder estar presentes en esta reunión. Aunque Parqual también se alegraba de estar aquí, no albergaba tantas esperanzas acerca de los resultados finales de la reunión. Tanto él como algunos otros más querían avanzar con más rapidez que la paciente y clemente Elsie. No esperaba que Sylvanas quisiera que todo progresara con celeridad, pero estaba dispuesto a escuchar lo que tenía que decir. De repente, el silencio reinó en la sala. Parqual se giró y vio a Nathanos Clamañublo en la puerta situada al final del largo corredor que se adentraba en la enorme sala. Nathanos aguardó un momento y, entonces, anunció. —La reina Sylvanas Brisaveloz, Jefa de Guerra de la Horda y amada Dama Oscura de los Renegados, ha llegado. Se oyeron unos vítores. Pese a que no eran tan vivaces como el bramido de un orco ni tan dulces como un hurra lanzado por un elfo de sangre, sí eran tan sinceros como podía serlo al brotar de una gargantas muertas. A continuación, ella hizo acto de presencia. Incluso aquí, en el lugar más seguro del mundo para ella, Sylvanas Brisaveloz había optado por no quitarse la armadura, caviló Parqual. ¿Acaso no se la quitaba nunca? Caminaba muy erguida, al contrario que muchos de los que la adoraban. Ella aún era hermosa, mientras que a muchos de sus seguidores la muerte y el renacimiento los habían dejado destrozados. Entonces, agachó la cabeza para indicar que aceptaba 268

Antes de la Tormenta su adoración y, con unos andares elegantes y suaves, fue a ocupar el lugar que le correspondía como reina de los Renegados. —Añoraba este lugar —dijo mientras miraba a su alrededor con cariño, a la vez que asentía ante unos cuantos individuos a los que reconoció—. Le he echado de menos a ustedes, mi pueblo. Los orcos, elfos de sangre, trols, tauren, goblins y pandaren son unos miembros dignos y leales de la Horda, pero no poseen ese vínculo único que hay entre nosotros, entre los Renegados y yo. Estalló un murmullo con el que se le agradecía ese reconocimiento. Otras razas habrían reaccionado aplaudiendo o pateando el suelo. Los Renegados, sin embargo, habían aprendido que no era muy inteligente desgastar exagerada y prematuramente sus apéndices con tales gestos. Aplaudir era un horror para las manos. Sylvanas bajó la mirada hacia Elsie. —Gobernadora Suprema. Según me ha contado mi leal Nathanos, has cuidado bien de mi reino en mi ausencia. Elsie agachó la cabeza e hizo una reverencia tan profunda como le fue posible. —Solo porque estabas ausente, mi reina. Nos alegramos mucho de que hayas vuelto. —Aunque, por desgracia, solo será por unas horas —matizó Sylvanas, con una tristeza en su voz que parecía sincera—. Pero mientras tanto, espero que seamos capaces de decidir algunas cosas que agradarán a todos los aquí presentes. —Volvió a mirarlos a todos—. Tengo entendido que la Gobernadora Suprema también ha recibido una carta del rey de Ventormenta, quien propone un día de alto el fuego en las Tierras Altas de Arathi, donde se reunirán Renegados y humanos. Familias o amigos que han estado separados por culpa de la masacre que tuvo lugar en esta ciudad 269

Christie Golden hace solo unos años. —Sylvanas posó su mirada carmesí sobre el arzobispo Faol—. El arzobispo Faol ha estado hablando tanto con el Consejo Desolado como con él. ¿Qué piensas al respecto, arzobispo? Faol no contestó de inmediato. Contempló al gentío congregado y luego a Sylvanas. —Puedes confiar en el rey Anduín, majestad. No pretende hacer ningún mal. Gracias a las conversaciones que he tenido con la Gobernadora Suprema y otra gente en Entrañas, sé que todos los que están aquí hoy (y más de unos cuantos Renegados que no habían podido estar presentes ahí) están a favor de que se celebre esa reunión. Aún queda por ver si la parte humana de este plan también está dispuesta a llevarlo a cabo. Si es así, otro sacerdote de Cónclave y yo tendríamos el honor de supervisar el evento. Unos murmullos cargados de emoción recorrieron la estancia. La Lama Oscura caminó de un lado a otro por un momento, mientras cavilaba. O fingiendo que cavila, pensó Parqual. Ya sabe lo que va a hacer. Esto forma parte de su estrategia. Por fin, se detuvo y miró a la muchedumbre. —Lo permitiré. Un grito de júbilo estalló. No fue un murmullo de aprobación, si no una genuina ovación, aún más estruendosa que los vítores con los que habían saludado a la Dama Oscura. Una leve sonrisa cobró forma en los labios de Sylvanas, quien alzó una mano, para pedir silencio. —Pero, por encima de todo, debo cerciorarme de que mis amados Renegados estarán seguros —dijo—. Así que esto es lo que le voy a decir al rey cuando le responda. Cada miembro del Consejo 270

Antes de la Tormenta Desolado propondrá cinco nombres, en orden de preferencia, de gente de Ventormenta con la que querría encontrarse. Si estos individuos siguen vivos, serán contactados y se les preguntará si quieren participar. El rey y un sacerdote elegido por el bueno del arzobispo solo permitirán acudir a la reunión a aquéllos que consideren que tienen unas intenciones sinceras. Le diré que su gente podrá reunirse en el castillo de Stromgarde. El día de la fecha señalada, nosotros volaremos hasta la Muralla de Thoradin antes del alba. El campeón Clamañublo, yo y doscientos de mis mejores arqueros estaremos ahí... por si acaso el rey humano decide traicionarnos. Era posible. Si la mitad de las cosas que había oído sobre este rey eran verdad, era poco probable que el plan fuera a tener éxito, pero sí era posible. Y tenía que admitir que las palabras de Sylvanas habían sido reconfortantes. —Veinticinco sacerdotes montados sobre murciélagos patrullarán el lugar de reunión de manera activa. En caso de que se produzca un ataque abierto, varios destacamentos de forestales oscuras y de otras fuerzas serán enviados para defenderos. Permitiré que el rey cuente con un número similar de sacerdotes para defenderse, aunque no espero que ningún miembro del consejo inicie las hostilidades. Proteger a veintidós Renegados no iba a ser tarea fácil. Pero Parqual era muy consciente de la importancia de esta reunión, al igual que Anduín y Sylvanas. —Al alba, avanzarán hasta un punto intermedio que estará señalado con banderas de la Horda y la Alianza. El arzobispo Faol y su ayudante se encontrarán con ustedes ahí, así como sus homólogos de la Alianza.

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Christie Golden Parqual había creído que tales cosas ya no eran capaces de emocionarlo, pero al parecer se equivocaba. Philia. ¿Serían capaces de dar con ella? ¿Querría venir? ¿Qué pensaría ella si acabara viniendo? De repente, fue perfectamente consciente de lo destrozado y desfigurado que estaba físicamente, de lo mucho que apestaba su carne, que pendía de unos huesos expuestos. ¿Se horrorizaría? No. Ahora que la posibilidad podía hacerse realidad, se dio cuenta de que estaba siendo injusto con ella al temer que la repugnara. Su Philia no era así. Estaba seguro de eso. Si su corazón aún pudiera latir, ahora tendría las pulsaciones al máximo por culpa de la emoción. Entonces, notó que alguien lo agarraba con delicadeza del hombro y se giró. Era Elsie y le estaba sonriendo. Oh, Elsie, ojalá tu Wyll hubiera vivido un poco más. Pero Sylvanas, la cual parecía ignorar el profundo efecto que sus palabras habían tenido en él y los demás, continuó: —Todos los participantes podrán quedarse en el campo seleccionado hasta el atardecer. En ese momento, regresarán a la muralla; y los humanos, al castillo de Stromgarde. Se detuvo y escrutó de nuevo a la multitud. —Obviamente, lo que acabo de decir sucederá siempre que todo vaya bien. Cabe la posibilidad de que no sea así. Si percibo que corren algún peligro, sea cual sea, daré la orden de retirada inmediatamente. Una bandera Renegada (y no de la Horda) ondeará en el baluarte y sonará un cuerno. Si la Alianza decide retirarse, pasará lo mismo, salvo que será la bandera de Ventormenta la que ondeará en el castillo de Stromgarde y harán sonar su propio cuerno. Si suena cualquiera de los dos cuernos, deberán darse la vuelta y regresar a la muralla al instante. 272

Antes de la Tormenta

La voz de la Dama Oscura restalló como un látigo y reverberó por la vasta cámara. Como fue algo escalofriante, el gentío permaneció en completo silencio. —Bueno. ¿Alguna pregunta? Parqual se armó de valor y alzó una mano. Una mirada de un intenso brillo rojo se posó en él. —Habla —le ordenó Sylvanas. —¿Se nos permitirá hacer algún trueque? —Se les permitirá intercambiar baratijas del siguiente modo — contestó Sylvanas—. Antes de la reunión, todo lo que quieran dar a sus homólogos será examinado. Cuando lleguen a la zona de reunión, verán que habrá zonas con mesas donde se colocarán esos objetos. La Alianza hará lo mismo. No toquen nada que hayan dejado en las mesas mientras estén en la zona de reunión. Cuando acabe todo, estos objetos serán recogidos y revisados para asegurarnos de que son seguros y no contienen nada sedicioso. Más adelante, se repartirán entre ustedes. Espero que la Alianza haga lo mismo con sus regalos. —Nuestra Dama Oscura es muy generosa —afirmó Parqual. Sylvanas agachó la cabeza. —Doy por supuesto que tienes un objeto que deseas compartir. —Así es. Recordó con cariño un juguete que Philia había adorado en su día. Se lo había dejado cuando... —Espero sinceramente que la Alianza no decida deshacerse de él —Sylvanas dijo esto con una voz suave, casi susurrando. Esa posibilidad era tan cruel que Parqual no quería ni planteársela. 273

Christie Golden —¿Alguna otra pregunta? Alguien más levantó la mano. —¿Podremos tocar a nuestros seres queridos? —Sí, podrán —respondió Sylvanas—. Aunque no les puedo garantizar que ese gesto sea bien recibido. Una vez más, cabía la posibilidad de que algo tan cruel sucediera. Parqual era un mar de dudas, pero las reprimía como podía. Su Philia no sería capaz, no. Había esperado que oír a su líder le haría sentirse mejor, pero en vez de eso, se sentía inquieto e infeliz. Otros también parecían sentirse de ese modo. Y entonces, lo entendió. Sylvanas no quería que hicieran esto, pero no podía plantarse ante ellos y prohibirlo sin más. Eran demasiados y sus ideas se estaban extendiendo. Incluso gente como Elsie, que era totalmente leal a la Dama Oscura, que la amaba... hasta Elsie quería que los Renegados cambiaran de rumbo. Así que lo que Sylvanas estaba haciendo era todo lo posible para desanimarles. De repente, veía a su «reina» bajo una nueva luz. Veía muchas, muchísimas cosas bajo esa nueva luz. Corno si le estuviera leyendo la mente, Sylvanas dijo: —Sé que no parezco muy optimista, y eso es porque no lo soy. He de confesarles que preferiría que no lo hicieran. Pero no porque quiera impedir ese reencuentro gozoso, sino porque no quiero ver como sufran. Están dispuestos a recibir con los brazos abiertos a sus parientes vivos. Pero ¿opinan ellos igual? ¿Qué harían si no desean verlos o si consideran que son unas abominaciones, unas monstruosidades, en vez de los extraordinarios y valientes Renegados que realmente son? Si soy cruel, es solo porque soy compasiva. 274

Antes de la Tormenta —¡Eso lo sabe todo el mundo, mi señora! —exclamó Elsie. — Gracias, Gobernadora Suprema —respondió Sylvanas—. ¿Alguna pregunta más? Tenía que haberlas. Pero nadie se atrevía a hacerlas, y Parqual pensó que ya había sido durante demasiado rato el centro de atención. —Si no las hay, Gobernadora Suprema, yo sí tengo unas cuantas para ti. ¿Vendrás a verme más tarde para que podamos hablar de ello? —Como desee mi reina —contestó Elsie, la cual se volvió hacia la multitud—. Espero que todos ustedes compartan mi satisfacción y nerviosismo ante este inminente reencuentro con nuestros seres queridos. Me gustaría darle las gracias de nuevo a la Jefa de Guerra Sylvanas por permitir que esto suceda. Mi mayor anhelo en este mundo es que todo vaya bien, para que podamos ver a nuestros amigos y familias con más asiduidad en el futuro. ¡Por la Dama Oscura! Otra ovación estalló. Sylvanas sonrió fugazmente y, a continuación, bajó del estrado. La multitud de Renegados se apartó para dejarla pasar. Los vítores continuaron hasta que Sylvanas, flanqueada por dos forestales oscuras, desapareció por el corredor. Parqual se volvió hacia Elsie. —Pareces estar un poco melancólica —le comentó—. Creía que atarías feliz. —¡Oh! Oh, sí, lo estoy. Aunque he de admitir que me siento un poco frustrada. Ojalá hubiera podido ver a mi Wyll. Para poder mostrarle que, después de todo este tiempo, aún sigo conservando mi alianza. Un sorprendido Parqual miró la mano de su interlocutora, quien se rio entre dientes. 275

Christie Golden —Oh, no, ya no me encaja en el dedo, por supuesto. Tengo las manos demasiado huesudas y no me gustaría perderla. No obstante, está a buen recaudo en mi habitación de la posada. Él pensó en Philia. —Elsie, lo siento mucho —dijo. Ella hizo un gesto con la mano. —No te preocupes por mí. He tenido más suerte y más amor que la mayoría. El legado que nos va a dejar Wyll va a ser que muchos otros van a ser capaces de experimentar algo maravilloso gracias a él. No pasa nada si nosotros dos no lo logramos. No se puede tener todo. Se inclinó con complicidad hacia Parqual y susurró: —Aun así, voy a meter el anillo en una cadena que voy a llevar a la reunión. —De algún modo, creo que él lo sabrá —dijo Parqual, y hablaba

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Ventormenta Francamente, Anduín esperaba haber recibido una negativa inmediata por parte de Sylvanas o una serie de misivas que se alargarían tediosamente en el tiempo. Para su satisfacción (y sorpresa), la líder de la Horda había respondido sin demora que estaba interesada en apoyar su propuesta. Pero, había escrito Sylvanas, vamos a empezar con un grupo pequeño que tengamos muy controlado. No quiero arriesgarme a que los más innobles de tu pueblo se sientan tentados a cometer asesinatos. También le llegó una segunda carta. Esta le había dejado claro que, intelectualmente, había tomado la decisión correcta... y, emocionalmente, le había llegado a lo más hondo del corazón.

Estimado rey Anduín,

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Christie Golden Gracias por tomarte tu tiempo para escribir esa nota tan amable en la que se me informaba del fallecimiento de mi querido Wyll. Le tenía mucho cariño a tu familia, y me complace saber que el muchacho del que cuidó se convirtió en el hombre que lo reconfortó cuando abandonó este mundo. Todos tenemos que morir, incluso los Renegados. Me emociona más de lo que puedes imaginar saber que sus últimos pensamientos fueron para mí. Él nunca ha estado lejos de los míos. El arzobispo Faol nos ha reconfortado con su presencia aquí\ y hoy te escribo no solo para darte gracias por ello, sino para hacerte saber que todos, los veintidós, miembros del Consejo Desolado han aceptado de buena gana tu oferta de que nos encontremos con nuestros seres queridos que todavía respiran, siempre que ellos quieran reunirse con nosotros. Nuestra Dama Oscura ha pedido a cada miembro del consejo que le dé cinco nombres que te serán remitidos. De esta forma, si una persona ya no está viva o no desea acudir a la reunión, habrá otras opciones para sustituirla. En lo que a mí respecta, que yo sepa, no me queda nadie con quien pudiera reunirme en este encuentro entre los vivos y los nomuertos. Wyll y yo no éramos jóvenes cuando la muerte nos separó y nos relacionábamos principalmente con familias reales y sirvientes. Si tuviera que elegir a alguien, yo diría que me encantaría poder conocerte en persona para mostrarte mi gratitud, pero entendería que eso fuera demasiado arriesgado para ti. El mero hecho de sugerir esta reunión demuestra que tienes mucho valor, por el que te alabo.

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Antes de la Tormenta Debes saber que tu carta es ahora una de mis pertenencias más queridas, solo superada por la alianza que Wyll me dio hace mucho tiempo, cuando ambos éramos jóvenes y felices y el mundo estaba lleno de esperanza. Gracias por hacer que la esperanza vuelva a reinar de nuevo, aunque solo sea por un día. Elsie Benton

Anduín sonrió. Pero esa sonrisa se desvaneció al percatarse de que había otros a los que, a pesar de que esas dos respuestas ciertamente les sorprenderían, no les satisfarían tanto. Alguien llamó a la puerta y lo sacó de su ensimismamiento. —Pasen —gritó. Se preparó para recibir otra reprimenda por parte de sus consejeros, pero se llevó una sorpresa cuando el guardia abrió la puerta y entró Calia Menethil. Se puso en pie y se acercó a ella. —¡Calia, cómo me alegro de verte! —exclamó—. ¿A que debo este inesperado placer? El rey, que había estado trabajando sentado a la mesa, acercó ahora una segunda silla para su visita. Ella se sentó donde le habían indicado. —He contactado con Laurena, ya que estaba preocupada por tu amigo. Lo siento mucho, Anduín. —Sus ojos, que eran del mismo color azul marino que el rey había visto en los viejos cuadros de Arthas, estaban repletos de compasión—. Sé que Wyll te pidió que 279

Christie Golden no lo curaras. Como sacerdotisa que soy, sé que es muy difícil respetar esa petición. Sobre todo, cuando se trata de alguien al que quieres. —Gracias. Wyll tuvo una presencia constante en mi vida... y en la de mi padre también. Me avergüenza saber tan poco sobre él en el plano personal. Para mí, solo era... Wyll. —Anduín se calló—. Tú has acompañado a muchos moribundos en el tránsito a la muerte, Calia. Sabes que, a veces, cuando fallecen, creen que ven a sus seres queridos. Al asentir, Calia movió su melena rubia. —Sí. Suele pasar. —En sus últimos momentos, Wyll buscaba a su esposa, Elsie. — Él le lanzó una mirada muy intensa—. La cual estaba en Lordaeron. Calia inhaló aire con rapidez. —Oh —dijo—. Por eso ahora estás más decidido que nunca a lograr que esta reunión tenga lugar. —Me he comprometido sin ambages a ello. A mis consejeros... no les ha hecho especialmente gracia la idea, pero va a ocurrir. — Sostuvo ambas cartas en alto—. Dos cartas. Una de la propia Jefa de Guerra. Ha aceptado. Una sonrisa se extendió por el rostro de Calia. —¡Oh, Anduín, cuánto me alegro! ¿Y la segunda? —Es de Elsie Benton. La líder del Consejo Desolado de Entrañas. Era la esposa de Wyll. Y también quiere que se celebre esta reunión. Súbitamente, Calia se levantó de la silla y lo rodeó con los brazos, riendo alegremente. Él también se rio un poco, era la primera risa que había brotado de sus labios desde la muerte de Wyll. Él le 280

Antes de la Tormenta devolvió el abrazo. Calia tenía casi la misma edad que Jaina, era un poquito más mayor. Había echado mucho de menos a su «tía» y se alegraba de haber dado con alguien similar. Ella se echó para atrás, al darse cuenta, de repente, de lo que acababa de hacer. —Discúlpame, majestad. Es que me he alegrado tanto... —No hace falta que te disculpes. Es bueno contar con alguien que... bueno, que es muy parecido a mí en cierto sentido. Ambos crecimos en el seno de una familia real, y ambos sentimos la llamada de la Luz y nos convertimos en sacerdotes. Si Moira se dejara caer por aquí ahora, podríamos fundar un club. Casi de inmediato, Anduín se arrepintió de mencionar la antigua vida de Calia. Ella se tensó y bajó la mirada. No cabía duda de que era algo sobre lo que no deseaba hablar. Antes de que la sensación de incomodidad fuera a más, él volvió a hablar, cambiando de tema totalmente. —Sylvanas ha enviado una lista de nombres recopilados por todos los miembros del Consejo Desolado. Me preguntaba si querrías ayudarme cuando tenga que entrevistar a esta gente. Aunque Anduín no lo hubiera dicho expresamente, ambos sabían que ella podría serle de gran ayuda, ya que podía acordarse de cómo eran algunos miembros del Consejo Desolado durante esa etapa en que fueron seres vivos. Además, tal vez le sonaran algunos de los nombres de la lista del consejo. Calia asintió. —Por supuesto. Será un placer.

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Christie Golden —Antes de empezar con las entrevistas, hay alguien con quien creo que deberíamos reunimos —le dijo a Calia—. Estará aquí esta tarde. —¿Eh? ¿Quién? —Alguien que, espero, nos permita saber cómo pueden responder los demás. Se podría decir que vamos a tantear el terreno. *** Fredrik Farley estaba acostumbrado a servir comidas y bebidas y a procurar entretenimiento en posadas realmente atestadas. Por tanto, estaba acostumbrado a poner fin a las peleas que a menudo estallaban al combinar los tres elementos anteriores. Si bien era cierto que había tenido que limpiar manchas de sangre en un par de ocasiones y de expulsar a algunos individuos demasiado pendencieros de la Posada Orgullo de León, también lo era que, casi siempre, se dedicaba a hacer feliz a la gente. Sus clientes, ya fueran lugareños o gente que solo estaba de paso, solían ir ahí a cantar canciones, contar historias o sentarse junto al fuego con una jarra de cerveza en Ja mano. Algunas veces les contaban sus intimidades a él o su esposa, Verina, y ellos escuchaban sus penas. Sin embargo, Fredrik Farley no estaba acostumbrado a hallarse ante el rey de Ventormenta. Su primera reacción cuando le presentaron la citación fue la dejarse llevar por el miedo. Tanto él como su esposa se habían deslomado para poder gestionar con honradez la Posada Orgullo de León. Era una propiedad de la familia Farley desde hacía años y había ofrecido bebida a los visitantes sedientos desde la época del rey Llane. ¿Acaso alguien lo había denunciado por alguna riña reciente? ¿Lo habían acusado de aguar la cerveza? —El joven rey Anduín tiene una buena reputación —le había dicho Verina, en un intento de levantar tanto su propio ánimo como el de su marido—. No me lo puedo imaginar enviándote al cepo o 282

Antes de la Tormenta cerrando nuestra posada. A lo mejor quiere hablar contigo sobre una fiesta privada que quiere celebrar. Fredrik amaba a Verina, lo había hecho desde que ambos eran unos veinteañeros. Y ahora él la amaba más que nunca. —Creo que, si el rey Anduín Wrynn quisiera celebrar una fiesta, tiene un castillo muy hermoso para celebrarla —replicó, al mismo tiempo que le daba un beso suave en la frente—. Pero ¿quién sabe? La carta que el mensajero le entregó hacía referencia a «un asunto personal» y se le solicitaba que acudiera «lo antes posible». Eso quería decir, por supuesto, que fuera a por su abrigo y su sombrero después de haber conversado rápidamente con su mujer, para acompañar al mensajero en su viaje de vuelta al castillo de Ventormenta. Lo escoltaron hasta las Cámaras de los Ruegos. Se trataba de Una habitación grande y austera, iluminada por lámparas y velas, donde había una zona en la que podía verse una alfombra gruesa de fastuoso bordado y unos cuantos bancos, así como una mesita con cuatro sillas en el centro. Un noble con una barba recortada de forma muy elegante y dos largas trenzas canosas le saludó, presentándose como el conde Remington Bonacresta, quien invitó a Fredrik a sentarse. —No, gracias, mi señor... eh... conde —tartamudeó. De todos modos, ¿cómo se dirigía uno a un conde? Entonces, añadió—: Prefiero quedarme de pie si no te molesta. —No me molesta en absoluto —contestó el conde, quien se retiró unos cuantos pasos y con ambas manos a la espalda, esperó. Fredrik se quitó la gorra, que sostuvo en la mano; de vez en cuando, se acariciaba la calva nerviosamente. Esperaba que lo tuvieran esperando un buen rato, puesto que suponía que los reyes tenían muchas cosas que hacer en un día. Echó un vistazo a la gran 283

Christie Golden cámara. ¡Qué grande es! ¡Podría meter aquí dentro todo el Orgullo de León y sobraría sitio!, caviló. —¿Eres el posadero llamado Fredrik Farley? —preguntó alguien que poseía una agradable voz juvenil. Fredrik se volvió, esperando ver a un escudero, pero se encontró cara a cara con el rey Anduín Wrynn. No obstante, el monarca de Ventormenta no estaba solo. Una mujer de avanzada edad se hallaba junto al rey, vestida con una túnica blanca y holgada. Un poquito más detrás de él, había un hombre musculoso de más edad y con el pelo blanco, con una barba muy bien afeitada y unos ojos azules penetrantes. —¡Majestad! —exclamó Fredrik, cuya voz se volvió más aguda por culpa de la sorpresa—. Perdona... No estaba... Es tan joven, pensó Fredrik. Mi Anna es mayor que él. No me había dado cuenta de eso... El asombrosamente joven rey sonrió y señaló una silla. —Por favor, siéntate. Gracias por venir. Fredrik se acercó a la silla y se hundió en ella, mientras seguía sin soltar la gorra. El rey se sentó delante de él, y la sacerdotisa y el hombre de mayor edad que lo habían acompañado hicieron lo mismo. El rey Anduín entrelazó los dedos de sus manos y contempló a Fredrik fijamente pero sin resultar grosero. El hombre de más edad se cruzó de brazos y se recostó en su asiento. Al contrario que el rey y la sacerdotisa, parecía un tanto enojado. A Fredrik le sonaba su cara, pero no sabía de qué.

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Antes de la Tormenta —Lamento haber envuelto a esto de un aura de misterio, pero se trata de un asunto delicado sobre el que quería hablar contigo en persona. Fredrik era consciente de que, en esos instantes, tenía los ojos abiertos como platos, pero era totalmente incapaz de remediarlo. Tragó saliva. Anduín hizo una seña al noble cortesano. —Sirva vino al señor Farley, por favor, conde Bonacresta. ¿O preferirías una cerveza? El rey de Ventormenta me está preguntando si quiero vino o cerveza, pensó Fredrik. El mundo se había vuelto loco. —To-tomaré lo mismo que estás tomando, majestad. —Una botella de gran vino tinto de Dalaran —dijo, y el conde asintió y se marchó. El rey volvió a posar su mirada en Fredrik—. Como eres posadero, seguro que el vino que he elegido te suena. Fredrik conocía, en efecto, ese vino añejo, pero no había mucha demanda para algo así en el Orgullo de León, ya que tenía un precio exorbitante. —Te ofrezco un vaso ahora porque vamos a brindar por un hombre muy valiente —continuó el rey—. Después, te voy a preguntar si tú, si fuera posible, estarías dispuesto a hacer algo muy valiente. Fredrik asintió. —Por supuesto, señor. Como desees. La sacerdotisa lo agarró delicadamente del brazo. —Sé que es muy difícil no estar nervioso, pero te prometo que podrás marcharte cuando quieras. El rey te va a pedir algo, no es una orden. Fredrik se sintió menos inquieto, y su corazón, que había estado latiendo desbocadamente desde que el mensajero había llegado a la posada, por fin fue reduciendo su número de pulsaciones, a pesar de que el hombre de más edad lo miraba amenazadoramente. 285

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Gracias, sacerdotisa. Anduín prosiguió: —Tengo entendido que perdiste a tu hermano por culpa de la peste. Quiero que sepas que realmente lamento tu perdida. Esto no era, para nada, lo que había esperado Fredrik. Se sintió como si le hubieran dado un golpe en las tripas. Pero como los ojos azules del joven rey seguían mostrando compasión y comprensión, Fredrik acabó hablando sin pelos en la lengua. —Sí —contestó Fredrik—. De niños, tuvimos una relación muy estrecha. A Frandis siempre le gustó jugar con espadas. Se le daba muy bien; muchísimo mejor que a mí. Consiguió trabajo protegiendo caravanas de los asaltos de los rufianes. Solía ir de aquí a Forjaz o allá donde fueran las caravanas. Ese día, fueron a Lordaeron. El chico (¡no, Fredrik, el rey!) se quedó mirando el suelo un minuto. —Y creíste que Frandis había muerto, ¿verdad? Un rayo de esperanza iluminó repentinamente al posadero. —No está... ¿Está vivo? El rey negó tristemente con la cabeza, agitando así su pelo rubio. —No. Pero acabó siendo un Renegado. Un Renegado que acabó convirtiéndose en un héroe. Lo mataron porque desafió a un tirano; al Jefe de Guerra de la Horda, Garrosh Grito Infernal. Murió porque no iba a seguir unas órdenes que sabía que eran crueles y erróneas. 286

Antes de la Tormenta

El conde Bonacresta regresó, con una bandeja en la que había cuatro vasos y el vino prometido. El rey asintió para darle las gracias y llenó los vasos. Fredrik cogió el suyo con mucho cuidado para no apretar demasiado el frágil vaso de cristal soplado. Una cosa estaba clara: no era como las pesadas jarras que solían usar en su taberna. Frandis (su hermano) había sido un Renegado. De repente, Fredrik se puso a temblar, y el vino se agitó dentro del hermoso cáliz. Le dio un trago para calmar los nervios y, acto seguido, se arrepintió de no haber saboreado ese vino añejo tan poco visto. —Un héroe —dijo Fredrik, repitiendo las palabras del rey Anduín—. Los Renegados no suelen serlo —añadió con cautela, mientras se preguntaba si esto se trataba de algún juego. —No, no encaja con lo que pensamos que es un Renegado aseveró la mujer. A su lado, el hombre de pelo grisáceo parecía cada vez más y más enfadado. —Pero sí es algo que no desentona con Frandis, ¿no? —preguntó El rey. Unas lágrimas brillaron en los ojos de Fredrik. —Así es —respondió—. Era un buen hombre, majestad. —Lo sé —dijo el rey—.Y siguió siendo un hombre bueno incluso después de morir. Hay otros Renegados que también conservan su antigua personalidad incluso después de... su transición. No todos ellos, ciertamente. Pero sí algunos. —Pa-parece imposible —murmuró Fredrik. —Permíteme hacerte una pregunta —le pidió el rey—. Supongamos que, por casualidad, Frandis aún estuviera con nosotros. Como Renegado. Sabiendo que seguía siendo el de siempre en gran parte, que seguía siendo el buen chico que fue tu hermano, ¿te habría gustado encontrarte con él? 287

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Fredrik clavó sus ojos en su propio regazo. Se dio cuenta de que con sus fuertes manazas había estado apretando y retorciendo el gorro hasta que éste había perdido del todo su forma. ¡Menuda pregunta! ¿Acaso él querría eso? —Cuando respondas, ten en cuenta de que quizá se trate de tu hermano... pero también sería un Renegado. —Por primera vez, el hombre de más edad había hablado. Tenía una voz muy profunda que recordaba un poco a un gruñido—. No estaría vivo. Y podría estar pudriéndose. Es probable que le sobresalieran los huesos de la piel. Tal vez incluso haya hecho cosas terribles como miembro de la Plaga. Y quizás ahora sirva a la Reina Alma en Pena. Teniendo en cuenta todo esto, ¿seguirías interesado en encontrarte con tu «hermano»? A pesar de que al rey Anduín no parecieron agradarle las palabras del hombre de más edad, tampoco le ordenó callar. Fredrik sintió un escalofrío mientras intentaba sobreponerse a esa descripción tan vivida que acababa de escuchar. Sería aterrador verse cara a cara con... ¿Con qué? ¿O, aún más importante, con quién? ¿Con un monstruo? ¿O con su hermano? Fredrik tendría que averiguarlo él solo, ¿verdad? El posadero tragó saliva con dificultad y miró primero directamente a su monarca de rostro aniñado; después, contempló el delicado semblante de la sacerdotisa; luego, con más reticencias, el rostro bordeando el enojo del hombre de más edad. Pero la respuesta iba dirigida únicamente a su rey.

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Antes de la Tormenta —Sí, majestad —afirmó—. Me habría gustado verlo. Y si era como dices que era (alguien que intentó impedir una maldad), entonces seguiría siendo mi hermano. El rey y la sacerdotisa se miraron satisfechos. Anduín volvió a llenar la copa de Fredrik mientras el hombre de más edad negaba con la cabeza y suspiraba frustrado.

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

Ventormenta A lo largo de los días siguientes, Anduín y Calia fueron enviando cartas a los humanos cuyos nombres aparecían en la lista que Sylvanas les había dado. El propio Anduín las escribió de puño y letra, en vez de recurrir a un escriba. Dejó claro que la participación en el Reencuentro, tal y como Calia había decidido llamarlo, era totalmente voluntaria.

Si te niegas a participar, ni tú ni tu familia sufrirán daño alguno, decía en la misiva. Esto no es una orden, sino una invitación, una oportunidad de ver a tus seres amados de nuevo, aunque sean distintos a como los recuerdas.

Los mensajeros que entregaron las cartas habían recibido la instrucción de que no debían marcharse sin una respuesta. Como algunos de los incluidos en la lista sabían leer y escribir, redactaron 290

Antes de la Tormenta ellos mismos las respuestas; los analfabetos se las dictaron al mensajero. Anduín contempló la pila de las contestaciones y suspiró. —Si contamos la remesa de hoy, hay más respuestas negativas ^e positivas —dijo. Calia sonrió con afabilidad y tristeza. —Eso no debería sorprenderte —contestó. —No. No debería. Y por eso es tan doloroso, pensó Anduín, pero no lo expresó en voz alta. —Pero ha habido algunos que han aceptado inmediatamente —le recordó Calia—. Y todos los miembros del consejo enviaron cinco nombres, por si acaso algunos no aceptan la invitación. —Cierto. Le venía bien recordarlo. De momento, solo estaban dando los primeros pasos; toda la gente que había respondido de manera positiva tendría que ser entrevistada para cerciorarse de que su deseo de reunirse con sus familiares o amigos hundía sus raíces en el amor y la preocupación, y no en la venganza. Algunos de los consejeros del joven rey se habían ofrecido a ayudar a Calia y Anduín a lo largo del proceso, pero éste había rechazado su ayuda. Aunque le resultara duro admitirlo, no confiaba en que fueran imparciales. Había visto lo mal que había reaccionado Genn con Fredrik Farley. Una cosa era que la gente tuviera que entender con qué se podrían encontrar, y otra muy distinta amedrentarla para que se negaran a participar en este proyecto. Anduín había sido informado de que sus consejeros no eran los únicos que no veían el Reencuentro con buenos ojos. Los guardias y la gente de Shaw le habían comunicado que corrían rumores al respecto en algunas tabernas y por las calles. Se había dado órdenes 291

Christie Golden a los guardias de interrumpir tales conversaciones si animaban a la sedición o se tornaban violentas. Por ahora, no se había producido ningún desafortunado incidente; el odio se centraba, según contaban los guardias, en Sylvanas y la Horda por lo que les habían hecho a sus seres amados. Algunos seguían creyendo que la muerte era preferible a convertirse en «monstruos». La comunicación entre él mismo y la Reina Alma en Pena seguía fluyendo de un modo sorprendentemente bueno. Habían logrado negociar no sin esfuerzo una serie de reglas a las que acordaron adherirse y que incluso tuvieron que ser supervisadas por los consejeros del joven rey por motivos de seguridad. Todo el mundo estaba, si no exactamente contento, conforme con el lugar elegido, el número de candidatos escogidos y los pasos que se seguirían desde la llegada de las fuerzas de cada facción al momento y forma en que partirían. En cierto momento, Genn se había dirigido a Anduín y le había preguntado sin rodeos: —¿Cómo puedes colaborar tan fácilmente con la criatura que traicionó a tu padre? ¡Tiene las manos manchadas de más sangre que agua hay en el océano! —No es fácil —le había respondido—. Y sí, tiene las manos manchadas de sangre. Como todos. No, Genn. No puedo cambiar el pasado. Pero si esto sale bien, entonces podré cambiar el futuro: persona a persona, mente a mente, corazón a corazón. Y quizás eso sea suficiente para evitar que una nueva guerra estalle por culpa de la azerita, una guerra que nos aniquile a todos. Los días pasaron. Anduín y Calia continuaron reuniéndose con aquellos cuyos nombres habían sido incluidos en la lista. Algunos eran como Fredrik: unos individuos a los que les costaba ver a un Renegado como una “persona”, pero que ansiaban retomar el contacto con su familiar o amigo. A otros, a pesar de que había 292

Antes de la Tormenta expresado que querían conocer a sus parientes Renegados en la carta, se les consideró inadecuados. Calia era una gran observadora, y Anduín confiaba en lo que le indicaban las viejas heridas que había recibido cuando le cayó encima la Campana Divina. A veces, tristemente, era muy obvio que su «reencuentro» había acabado de una manera violenta. Había un trasfondo de hostilidad, un deseo no expresado abiertamente de castigar a los Renegados simplemente por el mero hecho de haber muerto y haber renacido. Otros, normalmente con razones de peso, se mostraban abiertamente enfurecidos con Sylvanas. A estos se le daba dinero y un refrigerio para compensarles el tiempo perdido y se les descartaba. —El odio —dijo Anduín en un determinado momento a Calia— siempre me sorprende. No debería. Pero lo hace. Ella asintió con tristeza, agitando así su pelo rubio. —Como sacerdotes, no podemos cerrar nuestros corazones y seguir haciendo lo que la Luz quiere que hagamos. La vulnerabilidad es nuestra fuerza y nuestra debilidad a la vez. Pero yo no querría que las cosas fueran de otro modo. El último día, cuando las velas ya se estaban agotando en la cámara, la última persona se sentó en la silla. Se llamaba Philia Fintalias, y la persona que había pedido verla era su padre, Parqual. Daba la impresión de que Philia tenía unos quince años, si acaso. Tenía unos ojos grandes y expresivos y una nariz pequeñita. Se comportaba con tanta vitalidad que se parecía tanto a un Renegado como el verano al invierno. —Mi padre era historiador en Lordaeron, donde yo nací —les explicó—. Pero teníamos familia aquí (tíos, tías, primos) y yo había 293

Christie Golden venido de visita. Se suponía que debía haber vuelto a casa el día después de... —Se calló y unas lágrimas se asomaron a sus ojos. Anduín se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo dio. Ella lo aceptó con una sonrisa temblorosa con la que le agradeció el gesto y luego dio un sorbo al agua que Calia le había servido. —De que Arthas apareciera —completó la frase Anduín, quien miró de reojo a Calia. Había perdido la cuenta de las veces que el nombre de su hermano había sido mencionado durante estas reuniones con los supervivientes. Y todo el mundo había dejado bien claro que lo odiaban con toda su alma. De alguna manera, eso tenía que hacer mucho daño a su hermana. Anduín nunca se dirigía a Calia por su nombre, y ella permanecía imperturbable ante los abominables términos con los que se referían al difunto Rey Exánime. El joven rey admiraba su fuerza; sobre todo, dado lo que había afirmado anteriormente sobre que no podían cerrar sus corazones. Philia asintió con tristeza. A continuación, respiró hondo y continuó: —Nunca llegamos a saber nada de mamá o papá, así que dimos por supuesto que estaban muertos. Esperábamos que lo estuviesen, después de todo lo que había oído sobre la Plaga. Oh, ¿no es eso horrible ahora que sé...? He de confesar que, cuando recibí su carta, mi tío no quería que viniera, majestad. Pero terna que venir. Si por algún milagro sigue siendo él, tendré que verlo. ¡Tengo que ver a mi padre! La voz se le entrecortó en cuanto las lágrimas que tanto había intentado contener le regaron las mejillas. Calia había sido en todo momento cortés con todos los que tanto Anduín y ella habían hablado, pero el obvio amor a su padre que 294

Antes de la Tormenta profesaba esta muchacha la conmovió profundamente, sin duda alguna. Se puso en pie y se acercó a Philia, abrazándola con fuerza, dejándola que sollozara en su hombro. Anduín creyó atisbar alguna lágrima en los ojos de la sacerdotisa mientras ambas mujeres se aferraban mutuamente y, de repente, tuvo una idea. Aunque era un tema delicado, tendría que tratarlo con Calia una vez la tarea de ambos aquí hubiera concluido. —Es cierto, te lo prometo —le dijo el joven rey a Philia—. No me he encontrado con tu padre, pero sí con muchos Renegados que recuerdan quiénes eran y a quienes les alegraría reencontrarse con aquellos que los creían muertos o destruidos de un modo irreconocible. Calia retrocedió un paso para apartarse de la muchacha y la agarró de ambos hombros. —¿Philia? Mírame. Eso fue lo que hizo la chica, con unos ojos hinchados y enrojecidos. —He oído hablar de tu padre a alguien que lo conoce como es ahora. Habla muy bien de él y me dice que sigue siendo bondadoso e inteligente. Creo que su reencuentro será una feliz experiencia para ambos. —¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¿Cuándo tendrá lugar? —Te enviaremos un mensajero que te dará las instrucciones precisas —le prometió Anduín—. Con suerte, te visitará dentro de poco. En cuanto la muchacha se marchó, alegre como unas castañuelas, Calia sonrió, a pesar de que en su semblante aún podía adivinarse el rastro de las lágrimas que había derramado.

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Christie Golden —Espero que ahora seas consciente del bien que estás haciendo, Anduín Wrynn. Él le respondió con una sonrisa torcida. —Espero hacer el bien —contestó—. Ya me relajaré cuando todo esto haya terminado. No podría haber hecho esto sin ti, Calia. Tienes un don a la hora de ver cómo es la gente. —Eso fue algo que aprendí a una tierna edad cuando era una niña que formaba parte de una familia real, seguro tú también. El hecho de haber trabajado tan estrechamente con muchos colegas sacerdotes me ha ayudado a perfeccionar esa habilidad y a atemperarla con la compasión. Entonces, reinó el silencio. La propia Calia le había dado pie a llevar la conversación al terreno que él deseaba, pero, aun así, Anduín tardó un poco en armarse de valor. —Calia —dijo con mucho tacto—, me has sido de gran ayuda. Y ni siquiera eres una ciudadana de Ventormenta. Si este plan acaba logrando que al final alcancemos la paz, serás una heroína de la Alianza. Sonrió con una cierta tristeza. —Gracias, pero no me considero un miembro de la Alianza. No soy una ciudadana de ninguna parte, salvo tal vez el Templo de la Luz Abisal —respondió—. Voy allá donde la Luz me llama. Realmente creo que éste es el camino correcto a seguir para arreglar otros enormes cismas. Anduín no podía dejar pasar la oportunidad, tenía que cerciorarse del todo. Había demasiado en juego.

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Antes de la Tormenta —Tienes derecho a reclamar el trono de Lordaeron. Muy pocos estarían dispuestos a renunciar a este título y al poder que les otorgaría —insistió—. Yo entiendo tu razonamiento, pero hay muchos que no. Quizás haya algunos campeones nacionalistas preparados para alzarse, listos para tomar la ciudad en tu nombre. De repente, Calia adoptó un semblante pensativo y clavó su mirada en los ojos del joven rey. —¿Serías tú uno de ellos, Anduín? ¿Por eso me lo has preguntado? ¿Acaso el rey de Ventormenta entrará en guerra con la Horda y registrará Entrañas para limpiarla de arriba abajo, para garantizar a la reina de Lordaeron que recuperará su reino vacío? Sí, tenía derecho legítimo al trono. Pero ¿merecería la pena librar una guerra si ella expresara abiertamente su deseo a reclamarlo? Calia vio reflejada esa lucha interna en el rostro de Anduín y lo cogió de la mano. —Lo entiendo. No te preocupes. Quienes habitan actualmente en Lordaeron ya vivían ahí cuando estaban vivos. Los Renegados son sus verdaderos herederos. Ahora les pertenece a ellos. Es lo mejor que puedo hacer por aquellos a los que podría haber gobernado y es exactamente lo que estoy haciendo. He hallado la paz y mi vocación en este camino donde puedo dejar realmente huella. Eso es más importante que una maldita corona. —Sacrificar la paz y renunciar a una vocación es el precio que normalmente hay que pagar por la corona —afirmó Anduín. —Tú no has dejado que eso sea así. Ventormenta tiene mucha suerte de poder contar contigo. Pero si de verdad quieres darme las gracias, les tengo que pedir un favor. Tanto a ti como al arzobispo. Me gustaría participar en el Reencuentro. Anduín frunció el ceño ligeramente. 297

Christie Golden —No creo que ésa sea una decisión inteligente —objetó—. Algunos podrían reconocerte. Podría ser peligroso. Se podría... malinterpretar. De hecho, podría provocar una guerra. —Si alguno de los Renegados me reconoce, me dará la oportunidad de demostrar que no les guardo rencor —replicó Calia—. Que no tengo ningún deseo de expulsarlos del lugar que ha sido su hogar durante tanto tiempo. Quiero que se queden ahí. Quiero que estén a salvo. Anduín tomó aire, se concentró y la observó detenidamente. Luz, hazme saber si pretende hacerles daño o no. No sintió ningún dolor en los huesos a modo de respuesta, ni ninguna pista que indicara que Calia Menethil estuviera planeando tomar el poder violentamente. Sus intenciones no se desviaban del camino de la Luz a la que ambos servían. —Ya he establecido un vínculo de confianza con esta gente a la que hemos entrevistado —continuó la sacerdotisa—. Y nadie conoce al arzobispo mejor que yo. Eso era cierto. Y nadie la conocía mejor a ella que Faol. —Hablaré con el arzobispo —dijo al fin Anduín—. Si a él le parece bien, a mí también. Calia lo miró con una sonrisa radiante. —Gracias —dijo—. Eso es mucho más importante para mí de lo que crees. Anduín sintió la necesidad de decir una última cosa. 298

Antes de la Tormenta —Tengo una pregunta que hacerte y es importante que conozca la respuesta. Su pelo rubio, tan rubio como el de Arthas, tan rubio como el del joven rey, cayó cual cortina brillante para esconder su rostro mientras miraba al suelo. Habló en un tono muy bajo. —Confío en ti, Anduín —le aseguró—. Si crees que debes conocer la respuesta, hazme entonces la pregunta. El inspiró hondo. —Calia... ¿tienes descendencia? ¿Tienes un heredero?

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CAPÍTULO VEINTICINCO

Ventormenta Esas palabras tristes aún no pronunciadas pesaron como una losa en el ambiente, de tal modo que Anduín supo la respuesta antes de que se la diera. —Sí, tuve un bebé —contestó Calia Menethil tan bajito que el joven rey tuvo que hacer un esfuerzo para oírla. Aunque era suficiente, esperó a ver si estaba lista para contar toda la historia. Justo cuando tomaba aire para cambiar de tema, ella siguió hablando: —Debes entender que... mi padre normalmente era un hombre bondadoso y comprensivo, pero en este asunto era inflexible. Él iba a escoger a mi futuro marido, y yo iba a aceptar su decisión—. Levantó sus tristes ojos verdes como el mar de las manos entrelazadas que tenía apoyadas sobre el regazo—. He cometido muchos errores y he tomado muy malas decisiones a lo largo de mi 300

Antes de la Tormenta vida. Como todo el mundo, pero si eres de la realeza, nuestras decisiones son más importantes que las demás porque afectan a muchas más personas. Quizá sientas la presión de que debes encontrar una reina y tener un heredero; además, tus consejeros querrán que tu elección sea provechosa políticamente. Tal vez otros sean capaces de vivir tras haber tomado tales decisiones, pero no la gente que es como nosotros. Prométeme esto, Anduín: da igual lo que los demás te digan, no te cases con nadie si no es por amor. La determinación se reflejaba en el rostro aún bello y atormentado de Calia, y la sinceridad de sus palabras desarmó a Anduín. Aun así, él era consciente de que, al final, tendría que hacer lo que fuera mejor para su reino. —No puedo hacer una promesa que quizá no sea capaz de cumplir —respondió—, pero, por si sirve de algo, que sepas que comparto tu opinión en este asunto. —Todos hacemos lo que debemos —aseveró Calia—. Yo no era la heredera directa al trono. Yo no tengo las responsabilidades que tú tienes. Si las tuviera, tal vez hubiera aceptado sin rechistar. Pero Arthas era el heredero, el primogénito y, a medida que fue creciendo, papá se fue centrando más en él. Daba la impresión de que Jaina y él serían la pareja perfecta; un matrimonio por amor muy provechoso políticamente. Al menos, hasta que Arthas decidió por alguna razón que no era tan perfecto. Se calló y alzó la vista hacia el joven rey. —Jaina... no me he atrevido a preguntártelo antes. ¿Está...? —Está viva —se apresuró a contestar para tranquilizarla—. No sabemos dónde está, pero es capaz de cuidar de sí misma. No le contó nada sobre los problemas de Jaina o sobre que, aparentemente, había abandonado la Alianza. Como Calia ya 301

Christie Golden estaba sufriendo bastante, Anduín no quería echar más leña al fuego a menos que ella preguntara al respecto. Ella parecía conformarse con lo que le acababa de decir. Sonrió, con la mirada perdida, y le dijo: —Me alegro. Le tenía un gran aprecio cuando éramos más jóvenes. Cuando el mundo era menos cruel que ahora. Y después de que Arthas... cambiara... me alegro mucho de que no se casara con él. »Pero mientras mi padre estaba centrado en mi hermano, yo llevé a cabo mi propia rebelión silenciosa. Me enamoré de alguien con quien padre nunca me hubiera dejado casarme: con un lacayo. Disfrutamos de los momentos de intimidad en los que nos vimos a escondidas y, en una ocasión, aprovechando el abrigo de la noche, nos escabullimos y le imploramos a una sacerdotisa que nos casara. Al principio, se negó, pero insistimos. Mi amor y yo acudimos a ella una y otra vez y, al final, con la bendición de la Luz, nos casamos. Se llevó una mano al vientre, que ahora estaba plano, pero que tiempo atrás había tenido una forma redondeaba cuando albergaba a un bebé. —Cuando tuve claro que estaba embarazada, se lo conté a madre. ¡Oh, cómo se enfureció conmigo! Pero pudo ver en mi rostro que realmente quería a mi amor, y le imploré que quería que se reconociese a mi bebé como un descendiente legítimo. Padre estaba demasiado centrado en Arthas como para poner alguna objeción cuando mi madre y yo nos fuimos a una parte más remota del reino a gozar de un «largo descanso». Calia dejó de acariciarse el vientre y cerró las puños. —Pude disfrutar y cuidar de mi hermosa niñita durante unas pocas semanas antes de que se decidiera que sería mi marido quien la 302

Antes de la Tormenta criara, lejos de Lordaeron, sin que supiera a qué estirpe pertenecía ni qué derechos le correspondían por ello. Madre prometió que cuando llegara el momento adecuado (cuando Arthas por fin se hubiera casado y tuviera un heredero) podríamos reconocer a mi hija y tal vez nombrar noble a mi marido para que la reputación de la niña fuera inmaculada. »Pero ese día nunca llegó, lo que sí llegó fue la Plaga. Anduín la escuchó, compadeciéndose de ella en todo momento. Lo que Calia le estaba contando era que la habían vendido como una res al mejor postor. Se había rebelado, enamorado y concebido un bebé. Una hija. Por un breve instante, Anduín se preguntó qué aspecto tendría un hijo suyo o una hija. Con independencia de su apariencia o género, ese bebé gobernaría algún día... y hasta entonces recibiría mucho amor. —No recuerdo mucho de esa época. Recuerdo haber estado tirada en una zanja, mientras la Plaga pasaba por encima de mí. A día de hoy, creo que, si no me encontraron, fue gracias a la Luz. Logré llegar hasta Costasur, donde se habían ocultado mi marido y mi hija. Cuando nos reencontramos, los tres nos echamos a llorar. Pero esa etapa feliz no duraría mucho. No. No lo revivas. Anduín la agarró de uno de los puños. Por un momento, pudo percibir la tensión con que lo apretaba; entonces, lentamente, Calia abrió la mano y dejó que sus dedos se entrelazaran con los del joven rey. —No tienes que contarme nada más, Calia. Siento haber reabierto esa vieja herida. —Descuida —respondió—. Ya que he empezado, creo que será mejor que acabe. —Solo si así lo deseas —le dijo. Ella sonrió tenuemente. 303

Christie Golden —Quizá si se lo cuento a alguien, las pesadillas terminarán. Anduín se estremeció por dentro, pues no tenía una respuesta para eso. Calia prosiguió: —Nadie me reconoció. Todo el mundo dio por hecho que había muerto. Fuimos felices por un tiempo. Entonces, llegó la Plaga. Huimos. Esta vez, no pensaba abandonar a mi familia, pero nos separamos en medio del gentío. Cuando estaba en medio de una calle, llamándolos a gritos, alguien se apiadó de mí, me subió a su caballo y logramos dejar atrás al galope la ciudad justo a tiempo. »Como había un grupo de refugiados en el bosque, muchos, llevados por la desesperación, nos quedamos ahí a la espera de saber algo sobre nuestros seres queridos. A veces las plegarias recibían respuestas y se producía algún reencuentro que... —Calia se mordió el labio—. Yo también recé para que mi familia se salvase. Pero... —Se le quebró la voz—. Nunca volví a verla. Esa revelación fue un golpe emocional tan duro para Anduín que se quedó sin respiración; ahora entendía por qué Calia había decidido hacerse amiga de los Renegados, por qué en vez de odiarlos porque habían destruido su ciudad, su modo de vida y a toda su familia, había optado por comprenderlos. —Esperas que tanto tu esposo como tu hija se convirtieran en Renegados en vez de morir como miembros de la Plaga —dijo Anduín—. Esperas recabar alguna información sobre ellos en el Reencuentro. Calia asintió, mientras se limpiaba las lágrimas de la cara con una mano y la otra permanecía entrelazada con la del joven rey. —Sí—le confirmó—. Cuando conocí al arzobispo, me di cuenta de que los Renegados no son unos monstruos. Solo son como... 304

Antes de la Tormenta nosotros. La misma gente que seríamos tú y yo si nos hubieran matado y dado un tipo de vida distinta. —No sabes si tu familia podría haber acabado así —le advirtió Anduín—. Podrían haberse transformado en unos seres dementes o crueles al volver de la muerte. Si los hubieras visto así, eso podría haber sido devastador para ti. Mientras hablaba, se acordó de lo que Genn le había dicho a Fredrik. —Lo sé. Pero de ilusiones también se vive. ¿Acaso no es ése el pilar de la Luz? ¿La esperanza? Anduín se acordó del juicio a Garrosh Grito Infernal. El orco se escapó gracias al caos que sembró un inesperado ataque al templo. En esa batalla, Jaina había resultado gravemente herida. No, se corrigió a sí mismo. En realidad, se moría. Muchos intentaron sanarla, tanto de la Alianza como de la Horda. Pero esa herida los superaba. Anduín recordó que se arrodilló en el frío suelo de piedra del templo y la agarró de su túnica ensangrentada, al mismo tiempo que veía lo mucho que le costaba respirar y cómo unas burbujas rojas cobraban forma en sus labios. Por favor; por favor, había rezado, y la Luz había respondido a su plegaria. Sin embargo, él, al igual que los demás, estaba agotado. Y la Luz que había invocado no iba a bastar para salvarla. Recordaba que alguna gente le había dicho que se apartara de ella, que ya había hecho todo cuanto había podido. No obstante, se había quedado ahí en esos momentos desoladores, plagados de impotencia, que anunciaban la muerte de esta mujer a la que había querido como a una tía carnal. No, les había contestado a aquéllos que querían que marchara. No puedo. 305

Christie Golden Entonces, había oído la voz de su maestra; Chi-Ji, la Grulla Roja. Y así, el estudiante recuerda las lecciones de mi templo. De vuelta en el presente, Anduín citó las palabras de Chi-Ji a Calia. —La esperanza es lo que tienes cuando todo lo demás te ha fallado —dijo—. Allá donde haya esperanza, se abre la posibilidad de la sanación, de que todo lo posible se haga realidad... e incluso algunas cosas imposibles también. A Calia le brillaron los ojos y sonrió trémulamente. —Lo entiendes —dijo. —Sí —contestó—.Y sé que dejarte participar en el Reencuentro es lo correcto. Mientras hablaba, notó una sensación de bienestar y calma por dentro. Ese reconfortante bienestar atravesó la mano que tenía entrelazada con la de Calia, y pudo ver que las arrugas de alrededor de los ojos y la boca de ésta se volvían menos profundas y que el resto de su cuerpo se relajaba. Aconteciera lo que aconteciese, este acto de generosidad era lo correcto. A Anduín no le quedaba más remedio que albergar la esperanza de que no tuvieran que pagar un precio muy alto por ello.

Tanaris El equipo formado por el ingeniero goblin y la mineralogista gnoma apretó el paso. Saffy interrogó a Grizzek para que le contara todo lo que sabía sobre su «jefe». A él le destrozó ver cómo el rostro de la gnoma, tan luminoso y alegre (sobre todo últimamente), se tornaba más sombrío e introvertido. A veces, Grizzek se ofendía por la mala fama que tenía su pueblo o, siendo 306

Antes de la Tormenta más precisos, por las injurias de que era objeto. No todos los goblins iban por ahí vendiendo cosas peligrosas a precios ridículos. Había algunos que incluso tenían buena fama; le vino a la mente el ejemplo de Gazlowe, en las afueras de Trinquete, al sur de Orgrimmar. Sin embargo, Jastor Gallywix encarnaba lo peor que se podía decir sobre los goblins. Era artero, egoísta, arrogante, completamente despiadado y no sabía lo que eran los remordimientos. Fue capaz incluso de vender a congéneres suyos como esclavos justo después del Cataclismo, ¡por amor de Dios! Grizzek y su «cielo» se habían concentrado tanto en la impresionante magnificencia de la azerita que habían perdido de vista lo que seguramente quería Gallywix descubrir sobre ella: su capacidad para matar a cualquiera que el goblin quisiera. —Todo esto es culpa mía —dijo Grizzek en determinado momento, sintiéndose peor de lo que jamás se había sentido en la yida—. Nunca debería haber confiado en que Gallywix fuera a cumplir su promesa. Debería haberme imaginado que querría que le fabricara armas. Y lo peor de todo, nunca debería haberte involucrado en esto. Lo siento mucho. —Eh —dijo Saffy, abrazándose a él y acurrucándose sobre su pecho verde hundido—. Si bien no puedo aprobar tus métodos, me alegro de que estemos trabajando juntos en esto. Tenías razón. Sabías que querría involucrarme en esto. Aunque viniera aquí gritando y pataleando, literalmente, me quedé porque quise. Y porque... Grizzek contuvo la respiración. ¿Iba a decir que...? —Porque me alegro de que nos hayamos reencontrado. Esta azerita es un material muy poderoso. En su estado natural, es una herramienta de crecimiento y curación. Quizás incluso Gallywix sea capaz de entender que será mejor darle ese tipo de uso. 307

Christie Golden —Tesoro —replicó—, es un goblin. Nos encanta que las cosas vuelen por los aires. Como cabía esperar, Saffy no podía negar esa verdad. —Bueno —dijo la gnoma, que se aclaró la garganta—, construir y curar son tan importantes como destruir y matar. Sapphronetta era tan ingenua. Y él la quería tanto por ser así. Para cuando Gallywix decidió aparecer, con su enorme barriga, su enorme ego y su enorme sonrisa, ambos estaban listos para recibirlo. —Príncipe mercante —le saludó Grizzek—, por favor, permíteme que te presente a mi compañera de laboratorio: Sapphronetta Fiwers. Saffy hizo una reverencia, un tanto ridícula pero simpática, ya que vestía un mono de trabajo y unas botas muy toscas. Eso pareció hacerle bastante gracia a Gallywix. —Encantado, encantado —respondió con su potente, áspera y desagradable voz, a la vez que la cogía de la mano y le daba un beso en ella. Saffy palideció pero no apartó la mano—. Todo el dinero que he invertido en raptarte ha merecido la pena, querida, y eso que aún no he visto lo que has hecho. —Esto... gracias —acertó a decir la gnoma, la cual entornó los ojos, pues era obvio que lo que deseaba era tumbarlo de un golpe, pero una vez más se contuvo, pues no quería que ambos acabaran en prisión y/o siendo ejecutados. —Hemos estado trabajando en diversas cosas —le explicó Grizzek, pero su jefe enseguida le interrumpió. —En muchas armas, espero —comentó Gallywix, al mismo tiempo que cruzaba con dificultad la puerta que daba al patio—. Como 308

Antes de la Tormenta nuestra Jefa de Guerra está tremendamente interesada en cosas que estallan, yo le he dicho: «Jefa de Guerra, no te preocupes, guapa. Te conseguiré al mejor en eso de hacer que las cosas estallen». —En realidad —intervino Saffy, forzando una sonrisa—, los goblins ya dominan el campo de las cosas que estallan. Nosotros hemos estado trabajando en algo mucho más importante. Lo guiaron hasta el interior del laboratorio. Todo el fruto de su trabajo estaba expuesto ahí con el fin de dejar una buena impresión. Entonces, se dispusieron a presentar los diversos artilugios mientras Gallywix mantenía sus ojitos clavados con ansia en la azerita. Primero le mostraron los objetos que se podían llevar encima: las joyas y las baratijas. —Para esto, nos inspiramos directamente en ti —le informó Grizzek—, ¡ya que en tu bastón llevas el primer elemento decorativo hecho con azerita! Gallywix sonrió de oreja a oreja y toqueteó el reluciente orbe dorado al que se había referido el otro goblin. Después, Saffy le explicó las características de las diversas baratijas, y Grizzek trajo la armadura que habían fabricado. —¡Canastos! —exclamó Gallywix mientras observaba cómo la armadura soportaba un minuto tras otro el fuego directo del Explosión de Relámpagos 3000. A continuación, le tocó a Cruji. Grizzek, que le había reconstruido la mano dañada a la trituradora modificada, volvió a estremecerse cuando ésta se destruyó de nuevo al intentar aplastar un trozo de azerita. —¡Madre mía! —gritó Gallywix—. Es dura de pelar. 309

Christie Golden —Imagínate qué construcciones podrías levantar con este material —le sugirió Saffy. Serían capaces de soportar incendios, terremotos... —¡Sí, ya me imagino qué trituradoras podríamos fabricar! —Esto... sí. Sigamos. A continuación, Saffy hizo una demostración de lo que Grizzek denominaba el “mejor truco de salón” de la gnoma, ése con el que neutralizaba un veneno y luego se lo lamía de la mano. —Ya no necesitarás fabricar antídotos específicos para cada veneno —le explicó—. Bastará con que lleves encima una cierta dosis en forma líquida y dará igual el veneno, ¡ya no será un problema! —¡Ja, ja! ¡Cuando nosotros lo usamos, el veneno nunca es un problema! La barbilla, la papada y la barriga de Gallywix se movieron al compás de sus carcajadas. A Grizzek se le estaban revolviendo las tripas. Tenía la impresión de que la pobre Saffy también sentía lo mismo. Para cuando concluyeron las demostraciones, Gallywix no parecía estar muy contento. —Les pedí armas —dijo—. Fui muy concreto. Hasta se las nombré. —Ah, sí —contestó Grizzek—. Sobre eso. Hemos, eh... —Algunas de estas cosas pueden ser modificadas y convertirse en armas —intervino Saffy, sorprendiendo así a Grizzek—. Pero te mego encarecidamente que no lo hagas. Lo que te hemos mostrado podría salvar vidas. Vidas de la Horda. —Admitir eso le resultó muy duro, pero insistió en esa argumentación—. Podrías construir estructuras que la Alianza no podrá atacar. Podrías prolongar la vida, sanar las heridas y salvar a gente que de otro modo hubiera 310

Antes de la Tormenta muerto. Esto sería de gran ayuda para la Horda. No te hacen falta armas. Gallywix suspiró y contempló a Saffy con una expresión que era casi tan condescendiente como respetuosa. —Eres muy guapa y lista —la halagó—, así que te lo voy a decir de buenas maneras. Vivimos en un mundo que siempre va a estar en guerra, chata, y donde los únicos que sobreviven son los que tienen las armas más grandes. Grizzek, que está aquí presente, lo entiende. Pero los gnomos parecen tener problemas para comprenderlo. Sí, claro que la azerita hace todas esas cosas que dices que va a hacer. En un futuro, construiremos edificios y curaremos enfermedades y salvaremos vidas. Pero también vamos a aplastar a la Alianza y, doña cerebrito, tienes que decidir si vas a estar en el bando ganador cuando todo estalle. Créeme cuando te digo que espero que eso sea así. Acto seguido, miró a Grizzek, al que señaló con el dedo para resaltar cada palabra. —Armas. Y pronto. Ladeó su espantoso sombrero para despedirse de Saffy y se fue andando como un pato. Durante unos instantes muy largos, ni Grizzek ni Saffy hablaron. Entonces, la gnoma dijo en voz baja: —Lo que va a hacer con la azerita... ésos serán crímenes contra la gnomanidad. Y la humanidad, y los goblins, y los orcos y todo el mundo. Todo el mundo, Grizzy. —Lo sé —dijo él con el mismo tono. —Y podrá hacerlo gracias a nuestro trabajo. 311

Christie Golden Grizzek permaneció en silencio. Eso también lo sabía. Con los ojos desorbitados y llenos de lágrimas, ella se volvió hacia él. —La azerita forma parte de Azeroth. No podemos permitir que le haga eso a este mundo. No podemos permitirnos que nos haga eso. Hay que detenerlo de alguna manera. —No podemos detenerlo, Saffy —replicó Grizzek, quien recorrió con la mirada las magníficas cosas que los dos habían creado gracias a su amor por la ciencia y a experimentar... y a su amor como pareja. Todo ello le henchía de orgullo, a la vez que le espantaba el modo en que podría ser utilizado. Ella se acercó a él y se echó a llorar calladamente. Él la rodeó con sus brazos, intentando abrazarla con la fuerza necesaria como para aplacar el dolor que sentían al saberse cómplices de ese horror. Entonces, se le ocurrió una idea a Grizzek: —No podemos detenerlo —repitió—, pero creo que tengo un plan que nos permitirá detener algo.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO VEINTISÉIS

Ventormenta —Gracias por venir —dijo Anduín a sus invitados—. Sé que es muy tarde, pero es importante. —Eso indicaba tu carta —replicó Turalyon. En efecto, era muy tarde, bien pasada la medianoche, pero el joven rey sospechaba que ni Cringrís ni Turalyon habían ido aún a la cama, puesto que estaban sucediendo demasiadas cosas. El rey les había pedido que se presentaran en la Catedral de la Luz. Si bien unos pocos acólitos y novicios deambulaban por ahí incluso a estas horas, la mayoría de los sacerdotes se habían ido. Los esperaba en el nártex de la catedral y les indicó que se unieran a él a medida que recorriera el pasillo en dirección al altar. —Quería ponerles al día sobre cómo está todo lo relativo al Reencuentro —les explicó Anduín.

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Christie Golden Ambos fruncieron el ceño y se miraron mutuamente. —Majestad —dijo Genn—, ya te dimos nuestra opinión al respecto. —Así es —recalcó Turalyon—. Con todo respeto, majestad, tenemos una visión muy distinta de cuáles son las intenciones y los propósitos de la Luz. —Titubeó—. Pero no te lo reprocho, pues no sería la primera vez que un devoto ha malinterpretado a la Luz. Soy consciente de que yo mismo he cometido ese error. No afirmo ser perfecto ni ser capaz de comprenderla del todo, pues nadie puede. —Sin embargo, ambos piensan que me equivoco, ¿verdad? — insistió Anduín—. Que no obtendremos nada positivo si facilitamos un reencuentro entre unos Renegados y unos humanos entre los cuales había existido un vínculo previo. —Eso ya te lo hemos dejado muy claro, majestad —aseveró Turalyon—. Si nos has ordenado venir aquí a esta hora, simplemente, para volver a discutir contigo al respecto... —No —le interrumpió Anduín—. Conmigo no. —Conmigo —se oyó decir a alguien con una voz sonora, cálida y extrañamente reverberante. Se giraron. El arzobispo Alonsus Faol se hallaba en los escalones azules que llevaban al altar. Iba ataviado con una mitra y una túnica que representaban cuál había sido el estatus que había alcanzado en vida. Anduín había buscado con esmero esos ropajes, ya que se había percatado de que para los humanos era más fácil respetar al arzobispo por los ornamentos externos relacionados con su cargo que por lo que quedaba del hombre que fue. Tanto Cringrís como Turalyon parecían hallarse estupefactos. Anduín aguardó sin hablar. Esto era algo entre Faol y sus amigos 314

Antes de la Tormenta más viejos y queridos, algo en lo que no debía intervenir nadie más. En silencio, Anduín realizó una plegaria para pedir que todo el mundo en esta estancia se mirara a los ojos y recordara su amistad para poder ver la verdad. —Soy muy consciente de que ya no tengo el aspecto con el que me recordaban —continuó Faol—. Pero creo que podrán reconocer mi voz. Y mi rostro se conserva casi intacto, aunque ya no cuenta con esa frondosa barba blanca a la que tenía tanto cariño. Turalyon se había quedado tan quieto como la estatua que se encontraba a la entrada de Ventormenta. Lo único que demostraba que era un ser vivo era el movimiento rápido y constante de su pecho al respirar. A pesar del gesto de aversión total que había dibujado en su cara, no habló ni se movió. Si la reacción de Turalyon había sido gélida, la de Genn fue puro fuego. Se volvió hacia Anduín, con el rostro desfigurado por la furia. No era la primera vez que el joven rey era consciente del tremendo poder que poseía este hombre incluso cuando no se hallaba en su forma huargen. No le hacían falta ni garras ni dientes, ni siquiera una espada, para matar. Y ahora mismo, daba la sensación de que estaba a punto de despedazar a Anduín con las manos desnudas. —Has ido demasiado lejos, Anduín Wrynn —gruñó Cringrís—. ¡Cómo te has atrevido a traer a esta criatura a la Catedral de la Luz! Tienes una idea muy distorsionada de lo que es la paz. Y ahora has traído esa cosa aquí. —Le tembló la voz—. Alonsus Faol era mi amigo. Y también de Turalyon. Habíamos aceptado su muerte. Fue enterrado en la Tumba de Faol. ¿Por qué nos haces esto? Anduín ni se inmutó, pues esperaba esta reacción. Al no obtener respuesta alguna, Cringrís enfocó su ira sobre ese ser que tanto lo repugnaba. 315

Christie Golden —¿Has hechizado al muchacho de algún modo, desgraciado? — bramó—. Sé que hay sacerdotes que son capaces de hacer tal cosa. Si liberas a Anduín de tu perniciosa influencia y te vas de aquí, no te haré trizas y podrás seguir paseándote como un cadáver descompuesto. »Tú elegiste... llevar esta desastrosa existencia. Tú elegiste ser esta criatura de pesadilla. Y tienes que saber qué me ocurrió. Y a mi pueblo también. Lo que los tuyos les hicieron a los míos y lo mucho que me repugna aquello en lo que te has convertido. Si tuvieras alguna decencia, algún respeto por aquéllos a los que en su día llamaste amigos, ¡te habrías arrojado al fuego durante tu primer Halloween y nos habrías ahorrado todo esto! Anduín cerró los ojos de dolor ante las terribles críticas e insultos que le estaba dedicando Cringrís a alguien al que tanto había querido en vida. Sabía que esto iba a ser difícil, pero no esperaba que Genn se dejara llevar de este modo por la ira y pudiera ser tan mezquino. No obstante, a Faol no parecía haberle sorprendido en absoluto esta reacción y contempló apesadumbrado a Genn. —Estás ahí, a solo unos pasos de un viejo amigo, y me atacas con palabras que has elegido por su capacidad para herir —le espetó Faol—. Y sé por qué lo haces. —¡Lo hago porque eres una monstruosidad! ¡Porque tu pueblo es una abominación y nunca debería haber sido creado! Faol negó con la cabeza. Siguió hablando con un tono sereno, aunque teñido de tristeza. —No, viejo amigo. Haces esto porque tienes miedo.

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Antes de la Tormenta Anduín parpadeó, estupefacto. Genn Cringrís era muchas cosas, pero no un cobarde. Anduín no quería intervenir, pero si daba la impresión de que el arzobispo corría peligro, tendría que hacerlo; a pesar de que Faol era probablemente un sacerdote mucho más poderoso, incluso en su estado actual, de lo que Anduín jamás podría llegar a ser. Cringrís permaneció absolutamente inmóvil. —He matado a gente por insultos muchos menos graves —afirmó con un tono de voz muy bajo, casi un gruñido. —Lo sé —continuó Faol—. Y, aun así, te lo vuelvo a repetir: tienes miedo. Oh, no a mí personalmente. —Se llevó una mano marchita al huesudo pecho—. Estoy seguro de que crees que podrías acabar conmigo en el tiempo en que tu corazón da un latido. Quizá tengas razón, pero no pienso averiguarlo. —Hizo un gesto de negación con la cabeza muy triste—. No, Genn Cringrís. Tienes miedo porque crees que, si reconoces aquí y ahora, conmigo, que los Renegados no son unos monstruos irredimibles (que si muestras un mínimo de comprensión, o bondad, o compasión o amistad), eso significará que tu hijo murió para nada. Un grito muy humano plagado de ira y dolor se transformó en el aullido de un lobo mientras el rey de Gilneas arqueaba la espalda. Su forma cambió, envuelta en un humo místico tan gris como la piel de un lobo. Ahora que era mucho más colosal y alto, se puso de cuclillas y se preparó para saltar sobre Faol impulsándose con sus cuartos traseros lupinos. Turalyon agarró al huargen del brazo, a la vez que negaba con la cabeza. —No se derramará sangre en este lugar —dijo. —Esta criatura ni siquiera tiene sangre —gruñó Genn, con un tono grave y áspero—. ¡Su cuerpo se mantiene unido como un títere gracias al icor y la magia! 317

Christie Golden —Sé algo sobre el sentimiento de pérdida —prosiguió el arzobispo. Anduín se maravilló ante la calma de la que hacía gala Faol—. Y también sé algo sobre ti. Te aferras a ese dolor. Y eso te ha venido bien, pues te ha permitido luchar con una ferocidad desenfrenada. Pero eso puede ser un arma de doble filo. Y ahora mismo, ese sufrimiento te impide asimilar una revelación que podría cambiar tu mundo. —¡Mi mundo no puede cambiar! —gritó Genn con una voz entrecortada. Si bien una ardiente furia todavía teñía esas palabras, ahí también había una veta de un dolor muy profundo que hizo que a Anduín se le encogiera el corazón—. ¡Quiero que mi hijo vuelva, pero esa alma en pena lo asesinó! ¡Ella y los de su calaña {tu calaña) estuvieron a punto de destruir a mi pueblo! —Pero aquí estás —continuó hablando Faol plácidamente—. Muchos de ustedes siguen teniendo una buena salud, son fuertes, están vivos. —Por primera vez desde que se había iniciado esta confrontación, el sacerdote no-muerto dio un paso adelante—. Responde a esta pregunta, viejo amigo. Si no hubiera venido solo (si hubiera traído a Liam conmigo, tras haber vuelto de la muerte, como hice yo, y siguiera siendo él mismo, como sigo siéndolo yo), ¿habrías reaccionado de una forma distinta? El huargen se estremeció y retrocedió ante esas palabras que le hicieron más daño que cualquier hoja afilada. Jadeó, agachó las orejas y agitó la cola en el aire. Anduín, quien todavía se estaba recuperando del impacto emocional que habían tenido en él las palabras del arzobispo, alzó las manos y las ahuecó, con el fin de prepararse para recibir la Luz. Pero antes de que pudiera actuar, Cringrís aulló furioso, se puso a cuatro patas y salió corriendo de la estancia. Aunque Anduín intentó seguirlo, Faol lo detuvo. —Deja que se vaya, Anduín. Genn Cringrís siempre ha sido muy temperamental, y ahora se ha visto obligado a enfrentarse a algo 318

Antes de la Tormenta muy triste y horrendo que anida en su interior. Lo superará con el paso del tiempo o no lo hará. Pero ahora, diga lo que diga, se ha dado cuenta de que no todos estamos cortados por el mismo patrón. Es una pequeña vitoria, pero la aceptaré. —Victoria. Esa sola palabra estaba cargada con el odio más gélido que Anduín había oído jamás, tan llena de repugnancia que físicamente le dolió. En los tensos momentos que acababan de vivir con Genn, prácticamente se había olvidado del silencioso paladín. Los dos hombres habían reaccionado de manera distinta pero con la misma repulsión. Turalyon no portaba espada ni armadura ninguna. Aun así, al enderezarse cuan largo era, seguía siendo una figura enorme y poderosa que se alzaba amenazadoramente en la catedral. Si Genn había sido atormentado por una furia angustiante, Turalyon, uno de los primeros paladines de la Mano de Plata, estaba dominado por una justa ira. —Eres una blasfemia, una burla de alguien que fue un buen hombre —le espetó—. Has robado su forma y desfilas con él de aquí para allá, llevándolo como si fuera una prenda de vestir. Tu boca destrozada solo sirve para escupir asquerosas mentiras. Los nomuertos son impíos. Sean cuales fueren los poderes sacerdotales que posees, éstos provienen de las sombras de la Luz, no de la propia Luz. Si queda algo en ti de ese hombre bueno y generoso al que quise tanto, maldito cadáver animado, ven a mí, para que pueda enviarte al misericordioso olvido. ¿Cómo era posible que Turalyon no pudiera ver lo que veía Anduín? ¡Pero si el alto exarca había aceptado a un Señor del Terror redimido como compañero y camarada de armas! En un principio, el joven rey también se había horrorizado al enterarse de 319

Christie Golden esto. Pero aunque el legendario paladín, sin lugar a dudas, se había encontrado con criaturas más tenebrosas, incluidos Renegados verdaderamente malvados, que las que Anduín se encontraría jamás, el hijo de Varian había visto a una de las creaciones de Sylvanas mostrar coraje. Recordaba haber presenciado cómo Frandis Farley había sido asesinado por haberse atrevido a oponerse a ejercer una crueldad y una violencia innecesarias. Se acordó de la carta de Elsie, que casi le había partido el corazón. Había visto cosas de las que Turalyon, en sus mil años de guerra contra la Legión, nunca había sido testigo. Y ahora Turalyon se negaba a ver algo (a alguien) que se encontraba justo delante de él. —Yo creé la Orden de la Mano de Plata —le reprendió Faol, cuya voz cada vez era más potente—. Vi en ti algo que nadie más había visto. Eras un buen sacerdote, pero la Luz no quería que fueras eso. La Luz necesitaba campeones que pudieran luchar tanto con las armas de la humanidad como con el amor y el poder de la Luz. Los demás eran muy diestros con las primeras y alcanzaron la Luz más tarde. Tú recorriste el camino contrario. Eran unos buenos hombres, unos paladines nobles. Pero ya no queda ninguno, y tú te has convertido en el alto exarca de la Luz. Eres demasiado sabio, Turalyon, como para dar la espalda a la verdad. Si le das la espalda a ella, se la das a la propia Luz. Para horror de Anduín, Faol había recortado la distancia que lo separaba del paladín. Abrió los brazos de par en par. Turalyon tembló y cerró los puños, pero no atacó. —Busca la Luz que hay en mí —le ordenó Faol—. La encontrarás. Y si no es así, te ruego que me destruyas, pues no deseo existir como un cadáver destrozado que la Luz ha abandonado.

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Antes de la Tormenta Anduín vio que Calia se había acercado hasta colocarse junto a él. Cuando ella lo miró a los ojos, vio que temía por su amigo. El también, a pesar de que había conocido al arzobispo hace poco. Ocurrirá lo que la Luz desee que ocurra, pensó. Por un momento, Anduín pensó que el paladín estaba tan enfurecido que ni siquiera lo iba a intentar. Pero entonces, Turalyon elevó un brazo. Un rayo de lo que parecía ser pura y dorada luz solar, que era imposible que brillara a estas horas de la noche cuando el astro rey ya se había escondido, iluminó ambas siluetas. Turalyon mantenía una expresión pétrea. Era la expresión implacable del justo cuando hace lo que considera que es justo. Pero entonces, Anduín observó, mientras permanecía cautivado por la silenciosa batalla que ése estaba librando entre la creencia y la fe, cómo ese semblante granítico se desmoronaba. A Turalyon se le iban a salir los ojos de las cuencas; entonces, el radiante fulgor dorado que envolvía tanto al vivo como al muerto se reflejó en unas lágrimas no derramadas. El júbilo se adueñó del rostro de un Turalyon incapaz de hablar; entonces, mientras Anduín lo observaba, el paladín de la Mano de Plata, el alto exarca del Ejército de la Luz, cayó de rodillas. —Excelencia —susurró—. Perdóname, viejo amigo. Mi arrogancia me ha cegado ante algo que podía haber visto con claridad desde el principio si lo hubiera mirado de la forma adecuada. A continuación, agachó la cabeza para recibir la bendición del arzobispo. —Faol también intentaba no perder las riendas de sus emociones. —Querido muchacho —dijo con voz temblorosa—, querido muchacho. No hay nada que perdonar. Hubo un tiempo en que hubiera estado de acuerdo contigo. Eres el único miembro original 321

Christie Golden de la orden que sigue vivo, el último de los únicos hijos que tendré jamás. Me siento tan agradecido de no haberte perdido a ti también a manos de la muerte, o el Vacío o de tus propias limitaciones. Posó una mano, putrefacta y carente de vida, sobre el pelo gris y rubio del paladín. Turalyon cerró los ojos sumido en un silencioso júbilo. —Tienes mi bendición. No hay nadie que esté vivo, muerto o en cualquiera de los otros misteriosos estados que hay en medio, al que no le resulte beneficioso siempre contemplar el mundo con la mente, el corazón y los ojos muy abiertos. Levanta, mi querido muchacho, y lidera aún mejor que antes ahora que comprendes mejor el camino de la Luz. Y eso fue lo que hizo Turalyon, quien por un momento se movió con torpeza hasta que pudo enderezarse por entero. Acto seguido, miró a Anduín. —A ti te debo también una disculpa —le dijo—. Consideraba que eras alguien que esperaba lo mejor de manera muy poco sabia. No podía haber estado más equivocado. Anduín oyó a Calia suspirar profundamente de alivio. —No hace falta —contestó el joven rey—. Nos enseñaron a temer a los Renegados. Y hasta el arzobispo reconoce que muchos se volvieron fríos y crueles tras renacer. Pero no todos. —No, no todos —admitió Turalyon—. Cómo me alegro de haberme reencontrado con mi viejo amigo y mentor. —Aunaremos esfuerzos —le aseguró Faol. —Ojalá Cringrís hubiera presenciado esto —comentó Calia. —Como todo el mundo, lo verá cuando esté preparado —sentenció Turalyon—. Ciertamente, lo calmaré lo mejor que pueda. Pero por ahora, dejad que haga lo que pueda para ayudarlos. Otros deberían 322

Antes de la Tormenta ser capaces de recibir este regalo que el arzobispo y yo hemos recibido esta noche. Anduín sonrió. Aunque no podía ver el futuro, sí podía ser testigo de este momento en el que lo embargaba la emoción. —Acepto tu ayuda con sumo agrado.

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Christie Golden

CAPÍTULO VEINTISIETE

Tanaris —¿Sabes una cosa? —comentó Grizzek mientras tanto Saffy como él preparaban su huida—. Contigo uno nunca se aburre. —Hay que mantener viva la llama, ¿no? —respondió la gnoma, lanzándole una mirada que le derritió el corazón. Grizzek, que no era idiota del todo, había anticipado que, en algún momento, alguien que no le deseaba una larga vida de felicidad y prosperidad acabaría llamando a su puerta. Por si acaso, se había preparado para ello excavando (bueno, en realidad, modificando una segunda trituradora para excavar) un túnel que iba a dar a un lugar de Tanaris seleccionado al azar. Después de que Gallywix se hubiera marchado, decidieron poner pies en polvorosa lo antes posible. Metieron todo lo que pudieron llevarse consigo en la pequeña vagoneta minera, incluidas unas pocas cubas cerradas herméticamente que contenían azerita, y todo lo demás... bueno, lo que no pudieron destruir lo desmantelaron.

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Antes de la Tormenta La bomba, que estaba programada para detonar una hora después de que se marcharan, también ayudaría a no dejar nada atrás. Se iban a llevar todas sus notas. Habían programado a Plumas para que volara a Teldrassil para avisar de lo que había ocurrido y pedir que acudieran a rescatarlos a una ubicación concreta. Ofrecerían sus descubrimientos a la Alianza bajo la condición de que crearían únicamente cosas que pudieran ayudar y no hacer daño. Era una aventura muy arriesgada. Y también disparatada y gloriosa, pero no tenían otra opción, puesto que habían decidido que ninguno de ellos podría vivir siendo consciente de que sus descubrimientos iban a ser utilizados para matar con tanta eficiencia. Justo antes de marchar, Grizzek echó un último y largo vistazo a su alrededor. —Voy a echar de menos este sitio —admitió. —Lo sé, Grizzy —dijo Saffy, con sus grandes ojos repletos de compasión—. Pero encontraremos otro laboratorio. Uno donde podamos crear todo lo que nos apetezca. El goblin se giró hacia la gnoma. —Mientras tú estés conmigo, el laboratorio podrá estar en cualquier lugar del mundo. —Entonces, él se arrodilló y a ella se le desorbitaron los ojos—. Sapphronetta Fliwers... ¿quieres casarte conmigo? ¿Otra vez? En su manaza verde, sostenía uno de los anillos de azerita que habían fabricado, cuya base era muy basta porque ninguno de ellos dos era joyero y cuya azerita era una gota de forma irregular que habían dejado que se endureciera. Pero cuando Saffy exclamó: «¡Oh! ¡Grizzy, sí!», y se lo puso en el dedito, a él le pareció que era el anillo más hermoso del mundo. 325

Christie Golden

Él la abrazó con fuerza. —Soy un goblin tan feliz —le dijo, besándola en la coronilla—. Vamos, cielo. Embarquémonos en nuestra siguiente aventura. Descendieron y se adentraron en el túnel. —Espero que no se haya desmoronado —comentó Grizzek—. Han pasado un par de años desde la última vez que comprobé su estado. —Supongo que pronto lo averiguaremos —dijo Sapphronetta con suma seriedad. Tenían que hacer un viaje subterráneo muy largo para cubrir la distancia que había entre el laboratorio de Grizzek y las colinas que separaban Tanaris de las Mil Agujas, donde le había prometído a Saffy que emergerían. Por el camino, hablaron con franqueza por primera vez. Sobre lo mucho que se querían, sobre lo mucho que siempre se habían querido. Sobre lo que habían hecho mal y sobre en qué creían que el otro les había fallado. Cuando paraban a comer, analizaban qué era lo que había funcionado esta vez que la anterior había fallado. Y cuando dormían, lo hacían acurrucados y abrazados. Por suerte, no se había producido ni se produjo ningún derrumbamiento. Entonces, por fin, la pareja alcanzó el final de esta etapa de su viaje. —Según mis cálculos, es alrededor de medianoche —señaló Saffy. —Perfecto —dijo Grizzek, confiando en ella—. Aunque se trata de un lugar bastante remoto, no me gustaría salir de este agujero a plena luz del día. No sé cómo los gnomos pueden vivir bajo tierra, Saffy. Yo me vuelvo tarumba si no veo la luz del sol. —El sol te espera ahí fuera —le aseguró Saffy. —Pero vamos a vivir con elfos de la noche. 326

Antes de la Tormenta —A Teldrassil también llega el sol; sin embargo, sus habitantes prefieren dormir por el día. —Qué raros son los de la Alianza. —La besó—. Pero también son muy monos. Sí, sin duda. Grizzek, que había dejado en su día una escalera en este extremo del túnel, subió el primero por ella y abrió el cerrojo. —Cuidado ahí abajo —gritó. —¿Eh...?¡Eh! —Es que tapé la entrada con arena —le explicó mientras los granos amarillos caían sobre ellos. Pero eso no le importaba. La libertad y una vida compartida con la gnoma a la que había entregado su corazón años atrás lo aguardaban allá arriba. Se limpió la cara y ascendió por el resto de escalera. Al sacar la cabeza fuera, parpadeó bajo la tenue luz de las lunas y las estrellas. No parecía haber ahí nada fuera de lo normal. Grizzek ladeó la cabeza y escuchó con atención, pero no oyó nada. —Vale, creo que podemos salir —dijo y, impulsándose con ambos brazos, abandonó el agujero. Luego, le tendió la mano a Saffy para ayudarla a salir de ahí. Después de hacer unos estiramientos, se miraron con una sonrisa de oreja a oreja. —Primera etapa completada —afirmó Grizzek—. Voy a bajar para subir el resto de nuestras cosas. —En realidad —se oyó decir a alguien—, eso no va a ser necesario. Se giraron y vieron la silueta recortada de un goblin enorme sobre un firmamento plagado de estrellas. Grizzek reconoció esa voz. Cogió a Saffy de la mano y se la agarró con fuerza. —Druz, tú y yo siempre nos hemos llevado bien. ¿Sabes qué? Regresaré, volveré a trabajar para Gallywix. Ya no le haré más 327

Christie Golden jugarretas. Haré todo lo que quiera, lo que sea. Puedes llevarte todo lo que tenemos. Deja a Saffy algo de comida y agua y permite que se marche. —Grizzy... —No voy a dejar que mueras, Saffy —le prometió Grizzek—. ¿Trato hecho, Druz? Druz descendió, seguido por no menos de otros tres goblins enormes con cara de muy pocos amigos. —Lo siento, colega. Llevamos persiguiéndolos todo este tiempo. Cinco minutos después de que se metieran en ese agujero, desactivamos la bomba que habían colocado en el laboratorio. Y a su loro, lo derribamos a tiros del cielo. Solo necesitamos lo que se llevaron. Luego... Se encogió de hombros. —N-no nos irás a matar a sangre fría, ¿ve-verdad? —tartamudeó Saffy. Druz la miró y suspiró. —Señorita, tu amorcito ya sabía dónde te estaba metiendo. Son órdenes directas del jefe. Es una decisión que no está en mis manos. Los demás goblins se abalanzaron sobre Grizzy y Saffy, a los que agarraron sin miramientos. Grizzek le dio un puñetazo en el estómago al más cercano. Como oyó que Saffy daba primero un grito y luego gruñía, supuso que ella también había logrado lanzar un buen golpe. Pero cualquier muestra de resistencia por su parte era un mero gesto. Unos minutos después, ya habían registrado al goblin y la gnoma, les habían sacudido un poco y los habían atado espalda contra espalda, incluso les habían atado los pies. —¡Eh, Druz! He encontrado unas notas de la gnoma —dijo uno de ellos. 328

Antes de la Tormenta —Buen trabajo, Kezzig —le felicitó Druz. —Esto es una estupidez, Druz —masculló Grizzek, que tenía la boca ensangrentada y varios dientes rotos—. Y tú no eres estúpido. Valgo mucho más vivo que muerto. —En realidad, no —replicó Druz—. Tenemos todas las cosas que hiciste en el laboratorio. Hemos recuperado las cosas que has intentado robar. Y ahora tenemos las notas de la gnoma. Con todo eso, podremos seguir adelante. Suponen un riesgo muy grande. —Tómenme como rehén —soltó Saffy de sopetón—. Así, seguro que no se escapará. —¡Saffy, cállate! —le reprendió un furioso Grizzek—. ¡Intento salvarte! —Tengo órdenes —dijo Druz, quien casi parecía querer disculparse—. Han cabreado al jefe y esto es lo que nos ha dicho que hagamos con ustedes. —Hizo un gesto de asentimiento dirigido hacia Kezzig—. Activa la bomba. —¿Q-qué? —preguntó la gnoma. Como estaban atados espalda contra espalda, Grizzek no podía verla, pero por su tono de voz parecía aterrorizada. —Como intentaron que nuestras cosas volaran por los aires, ahora van a ser ustedes los que van a volar por los aires. Aunque con una bomba más pequeña. —Kezzig se aproximó y colocó algo frío y duro entre la pareja atada—. Lamento que las cosas no hayan salido como esperabas, Grizz. Pero míralo así: será rápido, cuando no tenía por qué. Entonces, se marcharon, riéndose y hablando. Grizzek analizó la situación, que no pintaba nada bien. Saffy y él estaban sentados de espaldas el uno del otro, atados con fuerza con una cuerda que parecía ser bastante robusta. También tenían las manos atadas; presumiblemente, para dificultarles aún más que pudieran desprenderse del resto de ligaduras. 329

Christie Golden —Crees que, si nos retorcemos, ¿nos podremos soltar? Saffy. Siempre pensando. A pesar de hallarse en una situación espantosa, Grizzek sonrió. —Merece la pena intentarlo —respondió, aunque no quiso añadir que eso podría causar que la bomba estallase inmediatamente. No obstante, era bastante probable que ya lo supiera—. A la de tres tírate hacia la izquierda. ¿Lista? —Sí. —Un... dos... tres... ¡ya! —Se movieron unos quince centímetros a la izquierda sobre la superficie irregular del estrecho camino—. Esto no va a funcionar. Cielo, ¿puedes ponerte en pie? —E-eso creo —respondió. A la de tres, intentaron hacer eso. La primera vez, se cayeron hacia la derecha. En cuanto lograron enderezarse, lo intentaron por segunda vez. Pero entonces, Grizzek pisó una piedra suelta y volvieron a caerse. —¡Un, dos tres! —exclamó Grizzek de nuevo y, acto seguido, tras lanzar un gruñido, ambos estaban de pie. No obstante, la bomba seguía encajada a la perfección entre ambos. —Vale, tesoro, esto no se va a caer solo. Tenemos que quitárnoslo de encima, así que a brincar. —Tú eres el experto en explosivos, pero me parece que ésa no es la mejor estrategia para evitar que estalle una bomba. —Creo que no tenemos otra salida. —Yo también. Una vez más, a la de tres, se pusieron a saltar sin parar. Un incrédulo Grizzek notó cómo se movía la bomba. Hasta entonces, 330

Antes de la Tormenta había sido una presión, una amenaza silenciosa, en la zona lumbar. Ahora, se encontraba en el coxis. —¡Está funcionando! —chilló Saffy. —Creo que sí —contestó Grizzek, aunque intentó no parecer demasiado esperanzado. Siguieron saltando. La bomba fue bajando más y más... De repente, el goblin dejó de sentir esa presión. Y se armó de valor para lo que había pensado que iba a suceder inevitablemente, aunque no se lo hubiera contado a ella: que la bomba detonara al entrar en contacto con el suelo. Sin embargo, parecía que seguían en racha. Oyó cómo caía sobre la arena, pero eso fue todo. —¡Lo logramos! —gritó una feliz Saffy—. Grizzy, hemos... —Calla un segundo —le dijo Grizzek. La gnoma obedeció. El goblin cerró los ojos con fuerza. En medio del silencio de la noche del desierto, pudo oír un tictac. La bomba tenía un temporizador. —Aún no hemos salido de ésta —le explicó—. Salta hacia la derecha y sigue brincando. —¿Durante cuánto tiempo? —Hasta que lleguemos a Gadgetzan. Saltaron. A pesar de que creía que, a cada segundo, quedaba menos para que esa bomba les segara la vida, Grizzek se maravilló de lo que habían conseguido aunando esfuerzos. Incluso ahora, estaban actuando perfectamente coordinados, como la típica máquina bien engrasada. 331

Christie Golden —¿Grizzy? —¿Sí? Salto. Salto. Salto. —Tengo que confesarte algo. —¿El qué, tesoro? —No te conté algo que hice porque pensé que te enfadarías conmigo. Salto. Salto. Ya estaban a tres metros de la bomba. Si los dos tuvieran unas piernas más largas... —Ahora mismo, no puedo enfadarme contigo por nada, cielo. — Quemé las notas. Esa revelación sorprendió tanto a Grizzek que estuvo a punto de tropezarse, pero logró mantener el ritmo. —Que... ¿Qué? —Rompí todas nuestras notas y las quemé. —Salto. Salto . Será imposible que Gallywix pueda recrear nuestros experimentos. Solo cuenta con unos pocos prototipos y un par de pociones ya mezcladas, pero eso es todo. No sé qué horror pretende desatar con la azerita, pero no será culpa nuestra. —Saffy... ¡Oh, eres un genio! En ese momento, con el pie izquierdo, Grizzek pisó una piedra resbaladiza cubierta de arena y oyó que algo se rompía. Se cayeron y, esta vez, fue consciente, para su tremendo espanto, de que no iba a ser capaz de volver a ponerse en pie. Como estaba tumbado boca abajo en la arena, no podía determinar cuánta distancia había ahora entre ellos y la bomba; además, en la oscuridad, no había podido identificar qué clase de explosivo era el que Druz había colocado 332

Antes de la Tormenta entre ambos. ¿Acaso estaban ya lo bastante lejos como para sobrevivir si estallaba? Apretó los dientes con fuerza para soportar el dolor y dijo: —Saffy, me he roto el tobillo. Vamos a tener que arrastrarnos, ¿entendido? Oyó cómo ella tragaba saliva. —Vale —respondió con valentía, aunque le tembló la voz. —Date la vuelta para que ambos estemos apoyados en el lado izquierdo; de esa forma, podré empujar con mi pierna buena. Eso fue lo que hicieron y, acto seguido, siguieron reptando. —¡Grizzy! —gritó Saffy con voz ahogada a la vez que jadeaba—. ¡Aún tengo el anillo! ¡El anillo de compromiso! El anillo, hecho con un metal feo y vulgar. Y ornamentado con una gotita dorada y reluciente de azerita. —¡Quizá baste para protegernos! —exclamó la gnoma. —Tal vez —dijo Grizzek. La esperanza, de un modo mareante y maravilloso, lo recorrió por entero y reptó aún con más ganas—. Tengo que confesarte una cosa, cielo. —Sea lo que sea, te perdono. El goblin se relamió los labios. Durante todos estos años, había sido incapaz de decirlo. Tantos años desperdiciados estúpidamente. Pero todo iba a cambiar a partir de ahora. —Sapphronetta Fliwers... te a... La bomba explotó. 333

Christie Golden

CAPÍTULO VEINTIOCHO

Las Tierras Altas de Arathi, el Castillo de Stromgarde Anduín se hallaba en la parte superior de las murallas en ruinas del Castillo de Stromgarde. Un viento húmedo y helado le agitaba el pelo rubio, y el cielo cubierto ayudaba muy poco a disipar el ambiente de tristeza que impregnaba este lugar. Las Tierras Altas de Arathi eran una parte de Azeroth con mucha historia humana y Renegada detrás. Aquí, antaño, se había erigido la poderosa ciudad de Strom, y antes, el imperio de Arathor, que había alumbrado a la humanidad. Si bien los antiguos arathi habían sido una raza de conquistadores, también habían sido lo bastante inteligentes como para saber que les convenía cooperar con las 334

Antes de la Tormenta tribus derrotadas y que éstas gozasen de la paz y la igualdad; ésas eran las cualidades que habían hecho fuerte a la humanidad. Estas tribus antiguas de los Reinos del Este se habían terminado uniendo con éxito para forjar una nación que había cambiado el mundo. Este lugar también había sido donde había nacido la magia para la humanidad, un regalo de los hostigados elfos nobles de Quel’Thalas a cambio de la ayuda del poderoso ejército de Strom en su guerra contra un enemigo común: los trols. Todas las naciones humanas más importantes habían sido fundadas por aquéllos que abandonaron Arathor: Dalaran (por los primeros magos formados por los elfos), así como Lordaeron y Gilneas, y más adelante Kul Tiras y Alterac. Aquéllos que se quedaron atrás fueron quienes construyeron la fortaleza en la que se encontraba ahora el rey de Ventormenta. Oyó unas pisadas, el roce de unas botas contra la piedra, y se volvió para contemplar a Genn. Aquel hombre que le superaba en edad se colocó a su lado, mientras, pensativo, recorría con la mirada ese paisaje compuesto de pinos y ondulantes colinas verdes. —La última vez que estuve aquí —dijo Genn—, Gilneas era una nación poderosa y la estrella de Stromgarde menguaba. Ahora, ambos reinos yacen en ruinas. Éste es ahora el hogar de criminales, ogros y trols. Y el mío ha pasado a ser su hogar. Señaló a un punto situado más allá de los campos ondulados, hacia la piedra gris de lo que se conocía como la Muralla de Thoradin. Anduín, Cringrís, Turalyon, Velen, Faol y Calia, junto a exactamente doscientos de los mejores guerreros de Ventormenta, habían llegado unas horas antes procedentes del puerto de Ventormenta. Había sido un duro choque con la realidad ver estas ruinas emerger de la niebla, cuya piedra era tan gris como el mismo cielo; y lo había sido aún más estar donde se hallaban ahora. 335

Christie Golden La Muralla de Thoradin y el pequeño campamento Renegado que se encontraba cerca de ella señalaban el sitio más remoto que había alcanzado la Horda en estas tierras que habían sido la cuna de la humanidad. Gilneas no se encontraba demasiado lejos, pero había quedado reducida a ruinas tras ser invadida por los Renegados que habían expulsado al pueblo de Genn de ahí, convirtiéndolos en refugiados, y habían asesinado al hijo del rey. Genn miró a través de un catalejo, gruñó levemente y, acto seguido, se lo entregó a Anduín. El rey de Ventormenta hizo lo mismo que había hecho él. A través de esa herramienta gnoma, pudo ver a las figuras armadas que patrullaban esa antigua muralla. Lo mismo que estaba haciendo su gente en las murallas del Castillo de Stromgarde. Todos eran Renegados. Mañana al alba, el Consejo Desolado se reuniría en el arco de la Muralla de Thoradin. De ahí, marcharían a un punto situado a medio camino, señalado por una bifurcación en ese sencillo camino de tierra. Al mismo tiempo, los diecinueve humanos seleccionados para reencontrarse con sus amigos o parientes se aproximarían a ellos. Calia y Faol dirigirían los encuentros. No habría ninguna injerencia por parte de la Horda o la Alianza, aunque ambos bandos habían estado de acuerdo en permitir que un grupo de sacerdotes supervisara todo desde el cielo, por si acaso. Anduín le devolvió el catalejo a Genn. —Sé que esto debe de ser difícil para ti. —No sabes bien de lo que hablas —le espetó Genn. —Sé más de lo que crees —continuó Anduín—. Cuento con la ayuda de Turalyon y Velen para entenderlo. —Con amabilidad añadió—: No hacía falta que pasaras por esto. 336

Antes de la Tormenta —Claro que sí —dijo Genn—. Si no hubiera venido, el fantasma de tu padre me habría atormentado. Del mismo modo que el de Liam te atormenta porque has venido, pensó Anduín tristemente. —Todo habrá acabado enseguida —afirmó—. Por ahora, según parece, Sylvanas ha cumplido su palabra. Los exploradores informan de que todo parece estar en orden con respecto a las condiciones que pactamos. —Siempre tiene que haber una primera vez para todo —comentó Genn irónicamente. —No importa lo que pensemos sobre ella, debemos ser conscientes de que es una maestra de la estrategia y que, por tanto, cree que aceptar este trato supondrá un beneficio tanto para ella como para la Horda. —Eso es lo que me temo —replicó Genn. —Le preocupa perder el control de Entrañas por culpa del Consejo Desolado, pero es lo bastante lista como para saber que no son una verdadera amenaza. No obstante, acepta un pacto por el cual, durante un día, a los miembros del consejo únicamente se les permite reencontrarse con sus seres queridos. Así satisface al consejo. Además, como es un acto honorable, también aplaca a los orcos, trols o tauren. Es una maniobra política artera. Podría traicionarnos con suma facilidad y asesinarnos a todos. —Podría. Pero eso sería una idea horrible. ¿Para qué va a embarcarse en esta nueva guerra justo cuando la Horda aún se está recuperando de otra anterior muy brutal? ¿Justo cuando podría centrarse en Silithus y la azerita? —Negó con la cabeza—. No, eso supondría desperdiciar recursos de un modo terrible. No confío en que cumpla su palabra por una mera cuestión de decencia y honor, sino porque confío en que no sea tan estúpida, ¿tú no? Genn no tenía respuesta para ese razonamiento. 337

Christie Golden —Majestades —dijo Turalyon con su tono grave de voz—. Los sacerdotes ya están en posición. Tal y como acordaron, veinticinco de ellos montarán en grifo mañana y serán sus ojos en el campo de batalla. —No es un campo de batalla, Turalyon —le recordó Anduín—, sino un lugar donde se celebrará un reencuentro pacífico. Si todo va según el plan, nunca será un campo de batalla. —Discúlpenme. Me he expresado mal. —Las palabras tienen poder, como bien sé que ya sabes. Cerciórate de que los soldados bajo tus órdenes no empleen ese término. Turalyon asintió. —No hemos visto nada que indique que la Horda pretenda engañarnos. Da la impresión de que han venido en el número pactado y mantienen sus posiciones. Anduín sintió una presión en el pecho que rápidamente desapareció en cuanto respiró hondo. A pesar de que insistía mucho en que esto no iba a provocar una guerra, lo cierto era que compartía las preocupaciones de sus consejeros. Sylvanas era, en efecto, una buena estratega y, con casi toda seguridad, tenía planes preparados cuya existencia ignoraba incluso el IV:7. Aunque, por el momento, se olvidaría de tales temores. El arzobispo Faol y Calia llevarían a cabo un servicio religioso en breve y, después, Anduín estaría con aquéllos que habían sido lo bastante valientes (y cuyo amor era lo bastante intenso) como para aceptar esta oportunidad de reencontrarse con esa gente que ya no sería como en sus recuerdos, pero que sí estaría ahí presente, que estaría tan viva como un Renegado podía estarlo. Todavía quedaba algo en pie del antiguo santuario del castillo, donde había sitio más que suficiente para albergar a los diecinueve civiles que habían venido para formar parte del reencuentro, así 338

Antes de la Tormenta como a los sacerdotes o cualquier soldado que deseara unirse a ellos. Como faltaban algunos tablones de madera en el techo, algunas gotitas de lluvia caían sobre algunos de los ahí congregados. Pero a nadie parecía importarle. La esperanza brillaba en sus rostros en un día gris, lo cual animó a Anduín. Así, caviló, es como se combate el miedo y los rencores largo tiempo incubados. Con esperanza y a pecho descubierto. Calia y Faol esperaron a que estuviera todo el mundo reunido y, entonces, el arzobispo habló: —En primer lugar, quiero asegurarles que, incluso en la mejor de las situaciones, muy poca gente disfruta de un servicio religioso muy largo, aunque esté sentada. Así que hoy —continuó, a la vez que alzaba la mirada hacia las nubes grises— que nos encontramos de pie en un viejo edificio con muchas corrientes de aire, voy a procurar ser breve. Se vieron algunas sonrisas y se oyeron algunas carcajadas disimuladas. Turalyon, que estaba al lado de Anduín, le comentó en voz baja: —Aún se están acostumbrando a la idea de tener un sacerdote Renegado. Anduín asintió. —Era de esperar. Por eso le pedí a Calia que participara también. Porque ver cómo estos dos sacerdotes de la Luz se sienten tan obviamente cómodos en presencia el uno del otro es una buena preparación para lo que va a venir después. —¿Aún no la ha reconocido nadie? Calia iba ataviada con una ropa cómoda y anodina, así como con una capa pesada provista de una capucha. Como casi todos se 339

Christie Golden habían puesto las capuchas ya que lloviznaba un poco, ella no destacaba para nada. Valeera le había dicho en su día a Anduín que los mejores disfraces eran los más sencillos: había que vestir con la ropa apropiada según el contexto y comportarse como uno más; además, hoy nadie estaba buscando a una reina a la que se creía muerta hace mucho tiempo. —No, que yo sepa. Para ellos, solo es una sacerdotisa de pelo rubio. Aunque Turalyon asintió, se veía que seguía preocupado. Faol prosiguió: —Su rey ya les ha contado lo que esperamos que suceda y les ha aconsejado qué hacer si una bandera se iza en la Muralla de Thoradin o aquí, en el castillo. Como no deseo caer en la repetición tediosa, solo voy a decir que se mantengan alerta y reaccionen con premura. »Pero en verdad espero que eso no ocurra. Mi compañera sacerdotisa y yo estaremos ahí con ustedes. Otros estarán preparados para prestar ayuda si es necesario. Quizá sean comerciantes, o herreros o granjeros, pero hoy son mis hermanos y hermanas. Hoy todos somos siervos de la Luz. Si tienen miedo, no se avergüencen de ello. Están haciendo algo que nadie ha hecho jamás, y eso siempre provoca temor. Pero saben que están haciendo la obra de la Luz. Y ahora, acepten su bendición. Tanto él como Calia alzaron los brazos y volvieron la cara hacia el cielo. Aunque el sol estaba escondido entre las nubes, eso no quería decir que no estuviera ahí, enviando sus rayos dadores de vida a aquéllos que moraban en la faz de este mundo. Lo mismo sucedía con la Luz, pensó Anduín. Siempre está presente aun cuando parece estar muy lejos de nuestro alcance. Un fulgor dorado iluminó la zona: no se trataba de la explosión de una luz cegadora, sino de un brillo delicado que hizo que la tensión 340

Antes de la Tormenta que sentía Anduín en el pecho desapareciera en cuanto inhaló profundamente. Había estado despierto toda la noche, sin poder dormir ni querer hacerlo a la vez, pero en cuanto cerró los ojos y abrió su ser a esa energía sanadora, se sintió renovado, revitalizado y sereno. Salió de ahí justo cuando las nubes se apartaron por un momento, de tal modo que unos escasos, solitarios y hermosos rayos de luz cayeron sobre el grupo mientras se alejaba del santuario. Esto también era una bendición de la Luz, aunque más sencilla y mundana, si es que algo tan magnífico como el sol puede calificarse de ese modo. Muchos de los aquí presentes (incluido el propio Anduín) nunca habían estado en este enclave histórico. Se les permitió vagar por los confines de la fortaleza, pero no por fuera de ella. Anduín no quería que nadie corriera riesgos innecesarios al aventurarse demasiado lejos. Aunque creía que Sylvanas iba a cumplir su palabra, ninguno de los dos había mencionado nada sobre la posibilidad de recurrir a sus redes de espionaje. Él contaba con el IV:7 para observar e informar; ella, con sus mortacechadores para cumplir la misma función. Su posible presencia era otra razón más para tomar aún más precauciones con Calia; por eso, la sacerdotisa tenía órdenes estrictas de llevar puesta la capucha de su capa siempre que se aventurara fuera de un espacio cerrado. La mayoría regresaría a los barcos para dormir, aunque algunos habían pedido quedarse dentro del Castillo de Stromgarde. Se había hecho acopio de comida, agua potable, tiendas y leña seca para que estuvieran a gusto. Anduín observó cómo abandonaban la capilla; algunos, en grupos de amigos recién formados; otros, en soledad. Algunos se quedaron rezagados para poder hablar con Calia y Faol, lo cual hizo sonreír a Anduín. De todos ellos, le llamó la atención la apasionada y obstinada Philia; la joven parecía insuflar alegría de un modo casi palpable a Emma, una mujer entrada en años que 341

Christie Golden había perdido a muchos seres queridos en la guerra de Arthas contra los vivos: lo más trágico de todo era que sus tres hijos habían fallecido, así como su hermana y la familia de ésta. Anduín se había enterado de que a esa mujer frágil con tendencia a divagar algunos la llamaban la «vieja Emma»; no obstante, parecía estar muy alerta y tener muy buen color mientras hablaba primero con Calia y luego, con cautela, con Faol. —En cierto modo, he aprendido más lecciones en los últimos meses que en mil años —aseveró Turalyon, mientras dirigía la vista hacia donde miraba Anduín—. Estaba equivocado sobre muchas cosas. —Genn sigue pensando que esto es una mala idea. —Tiene razones para estar preocupado. Sylvanas es muy... escurridiza. Pero nadie puede saber en verdad lo que anida en el corazón de los demás. Uno tiene que tomar la mejor decisión con la información de la que dispone... y fiarse de sus instintos. A Genn son la ira y el odio los que le impulsan a actuar... no siempre, pero sí a menudo. A ti y a mí nos inspiran otras cosas. —La Luz —apostilló Anduín con serenidad. —La Luz, sí —admitió Turalyon—. Pero deberíamos dejar que nos guiara, no que nos dominara. Si tenemos un intelecto y unos sentimientos propios, deberíamos usarlos también. Anduín no dijo nada. Había oído hablar de las batallas que Turalyon y Alleria habían librado durante un milenio. Sabía que habían sido devotos de una naaru llamada Xe’ra, quien, según ellos, había encarnado lo que más adoraban de la Luz. Sin embargo, Xe’ra había resultado ser severa e implacable... hasta un grado muy peligroso. —Algún día, pronto —dijo Anduín al fin—, hablaré contigo sobre tus experiencias con la Luz. Pero por ahora, entiendo lo que dices y estoy de acuerdo. 342

Antes de la Tormenta Turalyon asintió. —Compartiré contigo toda la sabiduría que pueda, con la esperanza de que te ayude a ser tan buen gobernante como lo fueron tu abuelo y tu padre. Y pediré a mi hijo, Arator, que venga a Ventormenta pronto. Los dos se parecen mucho. —Por lo que tengo entendido, es un espadachín mejor —comentó Anduín, con una amplia sonrisa. —Casi todos los espadachines que conozco dicen lo mismo, así que coincides con la opinión de la mayoría. —Turalyon elevó la vista hacia el cielo—. Se acerca el crepúsculo. ¿Cuáles son tus planes? —Iré a dar un paseo con Genn. Quiero que me cuente lo que recuerda sobre este lugar. Eso nos ayudará a distraernos a ambos. Luego... —Se encogió de hombros—. No creo que esta noche vaya a dormir demasiado. —Ni yo. Rara vez duermo antes de una batalla. —Esto no es una batalla —le corrigió Anduín, y no era la primera vez. Turalyon lo contempló con cariño con sus afectuosos ojos marrones, y una tenue sonrisa cobró forma en su semblante marcado. —Mañana, tú, las cuarenta y un personas que habrá en ese campo y todos los que estén observando participarán en un combate en el que el objetivo no será la conquista de riquezas o propiedades, sino de los corazones y las mentes del futuro —aseveró Turalyon—. Yo llamaría a eso una batalla, majestad, y una que merece la pena ser luchada. *** Esa noche, se encendieron antorchas a lo largo de las murallas de la vieja fortaleza, lo cual era un espectáculo que esas paredes no habían visto en muchos años. Esa luz cálida y danzante espantó a 343

Christie Golden la oscuridad, pero coexistió con las sombras titilantes que ella misma había creado. Era una noche extrañamente clara, y la luz lunar era muy generosa en esa zona. Anduín, que iba abrigado con una capa, se encontraba ahora contemplando el ondulado paisaje. La Muralla de Thoradin solo era una manchita de piedra pálida en la distancia. No vio que se moviera nada ahí ni en el campo que se extendía entre ambos puestos avanzados. Cerró los ojos por un momento, respirando el aire frío y húmedo. Luz, me has guiado y has moldeado mi destino durante gran parte de mi vida, Y desde que mi padre murió, me he despertado cada mañana con el destino de decenas de miles de personas en mis manos. Me has ayudado a sobrellevar esta carga, y he tenido la bendición de contar con mucha gente sabia en la que confiar. Pero esta decisión es totalmente mía. Tengo la sensación de que es lo correcto. Los huesos que esa campana me destrozó hoy están en calma. Mi corazón está sereno, pero mi mente... Negó con la cabeza y dijo en voz alta: —Padre, tú siempre parecías tan seguro. Y actuabas tan rápido. Me pregunto si alguna vez dudaste como dudo yo. —Nadie, salvo un demente o un niño, está libre de dudas. Anduín se volvió, riéndose un tanto avergonzado. —Discúlpame —le dijo a Calia—. Me has sorprendido divagando. —Y yo me disculpo por interrumpirte —contestó la sacerdotisa— . Creía que tal vez querrías compañía. Aunque consideró la posibilidad de declinar su oferta, al final dijo: —Quédate si quieres. Aunque tal vez no sea la mejor compañía. —Ni yo —admitió Calia—. Entonces, compartiremos un rato incómodo. 344

Antes de la Tormenta

Anduín se rio entre dientes. Le estaba cogiendo cariño a la sacerdotisa. A pesar de que ella tenía casi cuarenta años y, por tanto, era mucho mayor que él, no era una figura materna para él, como había sido Jaina, sino más bien como una hermana mayor. ¿Acaso era la Luz que habitaba en ella lo que hacía que se sintiera tan a gusto en su presencia? ¿O, simplemente, era ella así? Después de todo, había sido la hermana mayor de alguien con anterioridad. —¿Te incomodaría hablar de Arthas? ¿Sería un sufrimiento para ti? —preguntó—. De antes de que... de que... —No. Yo amaba a mi hermano pequeño, pero parece que muy poca gente es capaz de entenderlo. No siempre fue un monstruo. Yo siempre le recordaré como el crío que fue. —Una sonrisa se dibujó súbitamente en sus facciones—. ¿Sabías que, al principio, era un espadachín horrible?

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Christie Golden

CAPÍTULO VEINTINUEVE

Las Tierras Altas de Arathi, la Muralla de Thoradin Elsie esperaba que los participantes de la Alianza en el Reencuentro hubieran tenido un viaje agradable, puesto que tenían que recorrer un trayecto mucho más largo que los Renegados. Las Tierras Altas de Arathi estaban comparativamente cerca, a solo un corto vuelo en murciélago. Claro que un corto vuelo en murciélago seguía siendo algo muy emocionante, ya que ella rara vez viajaba a algún otro sitio que no fuera Rémol a visitar a algunos amigos. A duras penas se podía creer que hubiera llegado al fin el día, que este reencuentro fuera a suceder de verdad, mientras su murciélago aterrizaba y ella se 346

Antes de la Tormenta dejaba caer sobre la mullida hierba de un lugar llamado la Caída de Galen. Era un nombre adecuado, puesto que el príncipe humano Galen Aterratrols, el heredero en su día del antaño gran reino de Stromgarde, había sido asesinado por los Renegados en este mismo lugar unos años antes. Los boticarios de lady Sylvanas lo habían traído de vuelta de la muerte y, durante un tiempo, había sido su siervo. Después, se rebeló y se llevó a sus hombres, declarando que no debía lealtad a nadie que no fuera él y que lograría que Stromgarde recuperara su vieja gloria. El Castillo de Stromgarde se encontraba al sur; como se podía ver desde aquí. Seguía en ruinas, y Galen ya había caído dos veces (una como humano, otra como Renegado). Ese, reflexionó Elsie, es el destino que aguarda a los que desafían a la Reina Alma en Pena. Un cuidador Renegado cogió las riendas del murciélago y le dio de comer un enorme insecto muerto, que éste masticó felizmente mientras se lo llevaban de ahí. Parqual la estaba esperando, con sus labios verde grisáceos conformando una sonrisa. En los brazos, sostenía un oso de peluche raído. —Me alegro de que hayas venido —dijo—, a pesar de que no hay nadie que te espere. —Pues claro que tenía que venir —contestó ella—. Tengo que ver cómo te reencuentras con esa hija de la que no paras de hablar. — Señaló con la cabeza el muñeco—. Debes recordar que Philia ya estará crecidita a estas alturas. Podría ser un poco mayorcita para ese oso de peluche. Han pasado unos cuantos años. Él se rio por lo bajo. 347

Christie Golden —Lo sé, lo sé. Simplemente, me siento tan contento porque ha querido verme. —Señaló al animal de juguete—. El Osito Pardito fue el primer juguete que le regalé cuando nació. Como temía olvidárselo en algún sitio durante el viaje a Ventormenta, lo dejó aquí. Es... una de las pocas cosas que conservo de mi antigua vida. Y quiero compartirla con ella. Elsie le sonrió a su amigo, compartiendo así un poco de su esperanza e ilusión. Echó un vistazo a su alrededor muy satisfecha. Aunque muchos miembros del consejo habían recibido respuestas negativas en sus primeros intentos (o a veces incluso en sus segundos o terceros) de contactar con los vivos, todos los miembros acabaron dando con alguien que aceptaba venir. Iba a ser un día memorable. —Aún no está aquí —siguió hablando Parqual—. Me pregunto si se lo habrá pensado mejor. —Sería absurdo que nos hubiera dicho que iba a venir si no pensaba aparecer —replicó Elsie, quien al echar una ojeada a su alrededor, se percató de que Annie Lansing tenía un cesto lleno de sobrecitos perfumados, flores y pañuelos que los miembros del consejo escogían con su permiso. Como Annie no tenía mandíbula, llevaba un pañuelo verde muy bonito que le tapaba la parte inferior de la cara. —¡Oh, eso que está haciendo Annie es tan bonito! —exclamó Elsie—. A nuestros seres queridos les va a costar mucho aceptar lo que nos ha pasado. Así que un pañuelo o un sobrecito perfumado les ayudarán a pasar el trago. Algunos Renegados habían sobrevivido a la muerte mejor que otros; suavizar su aspecto y disimular su descomposición ayudaría a los miembros de la Alianza a ver más allá de lo físico, de ese cuerpo que tanto había soportado, y poder centrarse en la persona.

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Antes de la Tormenta —¡Es una buena idea! —gritó Parqual, cuyo rostro no estaba muy desfigurado, y que escogió cuidadosamente unos pantalones y una chaqueta para taparse esos huesos expuestos. No obstante, era consciente de que para los vivos, su olor no iba a ser especialmente agradable—. Creo que voy a coger una bolsita de perfume. —Será mejor que te des prisa; ¡parece que tienen mucho éxito! — le animó una sonriente Elsie a Parqual, quien se fue rápidamente arrastrando los pies, con el Osito Pardito en la mano, hacia donde estaba Annie rodeada por el gentío. Elsie centró su atención en las paredes de la gran muralla y en la línea de arqueros que había en la parte superior. Cuando uno de ellos se dio la vuelta, Elsie se sobresaltó al darse cuenta de que estas mujeres, fuertes y ágiles y aún hermosas a pesar de ser unas nomuertas, solo podían ser las forestales oscuras de élite de Sylvanas. Ahí estaban, como si las hubieran tallado en piedra, con sus carcajes repletos de flechas y sus arcos en una mano. Solo sus capas y largas melenas se movían al compás de la brisa. Nathanos Clamañublo también se encontraba en la parte de arriba de la muralla, hablando tranquilamente con ellas. Su mirada se cruzó con la de Elsie y asintió con la cabeza. Ella le devolvió el saludo. —¡Ahí está! —gritó alguien. Elsie se giró. La Dama Oscura llegaba. Sylvanas iba montada sobre uno de los murciélagos; era inconfundible con su característico pelo rubio casi blanco y sus brillantes ojos rojos. El murciélago se acercó para aterrizar y, poco después, Sylvanas desmontó con elegancia del animal. En su caso, no tenía problemas de huesos o de piel. Tenía la cara perfecta, con 349

Christie Golden unos pómulos muy marcados, y se movía con la misma agilidad que cuando todavía respiraba. Elsie se sintió tremendamente agradecida a su líder porque hubiera venido aquí a apoyarlos, a pesar de que tenía otras preocupaciones. Sylvanas escrutó esa pequeña multitud y acabó posando su mirada roja como el fuego en Elsie. —Ah, Gobernadora Suprema —dijo Sylvanas—. Cómo me alegro de volverte a ver. Confío en que nadie haya olvidado el plan que diseñé para lo que va a suceder. ¿Olvidado? Elsie lo tenía grabado a fuego en la cabeza y estaba segura de que el resto también. Nadie quería cometer un error en el reencuentro de hoy que pudiera poner en peligro futuras reuniones como ésta. Sylvanas se volvió y señaló a las figuras de la muralla. —Por si acaso, voy a recordarles algunos detalles. Estos arqueros están aquí para protegeros. Anduín tiene apostados el mismo número de arqueros en las murallas del Castillo de Stromgarde. Ya conocen al arzobispo Alonsus Faol. El y otro sacerdote acompañarán a los humanos de la Alianza cuando se dirijan a la zona del encuentro, que se hallará a medio camino entre ambas fortalezas. Estarán con ustedes para ayudarlos a entablar conversaciones... y vigilar lo que digan. Recorrió con la mirada a todos los miembros del consejo ahí congregados. —Cuando conversen con sus homólogos de la Alianza, solo hablarán del pasado que compartieron con ellos. No hablarán para nada de su vida en Entrañas conmigo. Ellos tampoco les hablarán de sus vidas actuales. Faol y el otro sacerdote han acordado que si 350

Antes de la Tormenta sorprenden a alguien, ya sea Renegado o humano, manteniendo esa clase de conversación (o hablando sobre cualquier cosa que hieda a traición o suponga una falta de respeto al otro bando), se le dará un primer aviso. Pero no habrá un segundo, ya que abandonará escoltado el campo de reencuentro si reincide. Traten al arzobispo y al sacerdote con la cortesía debida y obedézcalos. Ya casi despunta el alba. En cuanto amanezca, si estamos preparados, haré sonar el cuerno una vez y podrán ocupar el campo, donde podrán permanecer hasta el atardecer. Si por alguna razón, considero necesario suspender el reencuentro, haré sonar el cuerno de nuevo tres veces e izaré una bandera Renegada. Si esto sucediera, regresen inmediatamente. A Elsie le hubiera gustado saber qué grado de inmediatez exigía ese «inmediatamente» (evidentemente, si uno quería despedirse con una muestra de cariño de un miembro de la Alianza o tal vez incluso deseaba abrazarlo, siempre que éste se atreviera a recibir ese abrazo, eso no era un acto de traición), pero uno no cuestionaba a la Dama Oscura. —Cuando el reencuentro haya concluido, el cuerno les avisará de que ha llegado la hora de volver a casa —concluyó Sylvanas—. ¿Entendido? Uno obedecía, sobre todo en una situación como ésta, en la cual un mal comportamiento o incluso un mero malentendido por parte de cualquier bando podían provocar el estallido de una guerra que... bueno, nadie necesitaba ahora mismo, ciertamente. Así que Elsie permaneció callada. En cuanto el cuerno sonara, su gente se despediría y regresaría directamente. Estaba muy claro y no admitía discusión. Se oyó el suave golpeteo de unas pezuñas sobre la hierba cuando una de las forestales oscuras de Sylvanas acercó un caballo 351

Christie Golden esquelético a la Dama Oscura. Esta asintió y cogió las riendas. Después, volvió a contemplar con su brillante mirada a sus súbditos. —Ahora voy a encontrarme con el joven rey humano. Hago esto por ustedes. Porque son Renegados. No tardaré mucho. Después, podrán ir a reencontrarse con los humanos que formaron parte de su anterior vida y comprobarán si aún tienen un sitio en su existencia actual o no. Se calló y, cuando volvió a hablar, Elsie tuvo la sensación de que había cierto arrepentimiento en su voz. —Deberían prepararse para sufrir una gran decepción. Por mucho que lo intenten, los vivos no nos pueden entender de verdad. Solo nosotros podemos. Solo nosotros sabemos lo que supone ser lo que somos. Pero ustedes me pidieron participar en esto, y les he concedido su deseo. Regresaré en breve. Sin mediar más palabra, se subió a la silla de montar y obligó a girar la cabeza al caballo esquelético. Sola y desarmada, Sylvanas Brisaveloz, la Dama Oscura de los Renegados, la Reina Alma en Pena, cabalgó para ir al encuentro del rey de Ventormenta. Elsie nunca se había sentido tan orgullosa de ser una Renegada.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO TREINTA

Las Tierras Altas de Arathi Anduín había visto a Lady Sylvanas Brisaveloz anteriormente, por supuesto. Todas las figuras políticas importantes de Azeroth se habían reunido en el Templo del Tigre Blanco para presenciar el juicio de Garrosh Grito Infernal. Sospechaba, aunque no lo sabía a ciencia cierta, que había estado involucrada en el complot contra la vida de Grito Infernal. Ciertamente, no sería de extrañar. Sylvanas, que estaba muerta y aun así «vivía», no tenía ningún reparo en acabar con la vida de los demás. Anduín no tenía ninguna duda de que haber prohibido a Genn acompañarle en este encuentro había sido la decisión adecuada. Cringrís había demostrado ser un aliado digno y valioso; además, había expresado abiertamente el afecto que sentía por el joven rey. Pero hay ciertas situaciones en las que es mejor no poner a alguien; 353

Christie Golden por ejemplo: cerca de la persona que Genn más odiaba en el mundo. A pesar de que Anduín confiaba en él y le tenía en alta estima, sabía que aquí, al hallarse a solo unos pasos de su enemiga, probablemente la habría atacado. Y con independencia de que quien hubiera muerto hubiese sido Genn o Sylvanas, habría estallado una guerra en el peor momento posible. Anduín no necesitaba llevar consigo a Shalamayne ni tampoco a su conocida maza, Domamiedo, ya que su arma era la Luz. Por otro lado, Sylvanas era letal incluso cuando no empuñaba un arco, por supuesto. Lo único que tenía que hacer era abrir la boca y proferir un alarido para que él pereciera. Mientras recorría a lomos del blanco Respeto el camino de tierra blanda que llevaba al punto de encuentro, una pequeña colina situada a medio camino de sus respectivas fortalezas, vio a una silueta aún diminuta aproximarse. Sylvanas iba montada sobre uno de esos corceles esqueléticos suyos tan perturbadores. A Respeto se le dilataron las fosas nasales al captar el olor a muerte y descomposición, pero haciendo honor a su nombre, el caballo no flaqueó. Era una montura de guerra muy bien adiestrada. Los caballos normales se ponían muy nerviosos al percibir el hedor a sangre o a cadáver y evitarían pisar a otras criaturas si era posible. Pero los caballos de guerra no. En batalla, Respeto sería una extensión de Anduín y un arma más, atropellando enemigos y aplastándolos con sus pisadas. Este caballo estaba entrenado para actuar al revés de lo que le dictaba el instinto. A mí me sucede lo mismo, pensó Anduín. Los dos hemos sido preparados para actuar de un modo contrario a nuestra intuición si debemos hacerlo. Siguió acercándose a la Reina Alma en Pena. Ahora podía verla con más claridad. Sylvanas había venido desarmada, tal y como él 354

Antes de la Tormenta había exigido que se presentaran ambos. Podía ver cómo sus ojos rojos brillaban bajo la capucha que llevaba puesta y cómo su piel, que era de un color azul verdoso apagado, no estaba del todo fuera de lugar en esta tierra sombría y lluviosa; asimismo, las marcas que tenía bajo los ojos recordaban extrañamente a unas lágrimas. Era hermosa y letal, tan hermosa y letal como las flores de la hierba tóxica tormento de doncella. Al verla, sintió una avalancha de emociones: aprensión, esperanza y, sobre todo, ira. Baine le había dicho que Vol’jin había dado la orden de retirada, y que Sylvanas la había ejecutado. Pero, ¿de verdad era eso lo que había hecho Vol’jin? En verdad, ¿no había habido otra alternativa? ¿Acaso Sylvanas había traicionado a su padre y había abandonado a su suerte tanto a él como a todo aquél que viajaba en la aeronave y los había dejado morir? Si eso había sido así, entonces... ¿qué hacía Anduín manteniendo conversaciones de paz con ella ahora? Le vino a la mente lo que él mismo había dicho recientemente sobre Varían Wrynn al gentío congregado en el Reposo del León. Sabía que nadie, ni siquiera un rey, es más importante que la Alianza. Anduín también lo sabía. Si hoy todo iba bien, la Alianza pronto estaría más segura que nunca. No importaba qué hubiera hecho Sylvanas o dejado de hacer, el joven rey estaba convencido de que éste era el camino correcto. Y a veces el camino correcto es muy peligroso y está plagado de sufrimientos. Se aproximaron hasta estar a tres metros el uno del otro y, entonces, obligaron a detenerse a sus monturas. Durante un largo instante, se limitaron a evaluarse mutuamente. Lo único que podía oírse era el suave susurro del viento que agitaba esos pelos tanto rubios como plateados, el repiqueteo de los cascos de Respeto y el crujido de la silla de montar cuando el gran caballo se movía. Sylvanas y su montura no-muerta permanecieron quietos de un modo perfecto y antinatural. 355

Christie Golden

Entonces, de una forma impulsiva, Anduín bajó del caballo y dio unos cuantos pasos en dirección hacia Sylvanas, la cual arqueó una ceja. Un instante después, ella lo imitó; caminó un tanto lánguidamente hasta que se hallaron a menos de un metro. Anduín rompió el hielo. —Jefa de Guerra —dijo, y asintió a modo de saludo—, gracias por cumplir con lo pactado. —Leoncito —contestó ella con ese tono ronco y extrañamente reverberante tan propio de los Renegados. El hecho de que se dirigiera a él con ese apodo le molestó más de lo debido. Aerin, la valiente enana que había muerto intentando salvar vidas, lo había llamado así en su día de manera afectuosa. No le hizo gracia que Sylvanas transformara ese grato recuerdo en un insulto. —Soy el rey Anduín Wrynn —le corrigió— y hace tiempo que dejé de ser un crío. Harías bien en no subestimarme. Ella esbozó una leve sonrisa de suficiencia. —Sigues siendo un inmaduro. —Estoy seguro de que estar aquí insultándonos no es la mejor forma en que podríamos estar aprovechando el tiempo. —Yo no lo tengo tan claro. La Dama Oscura estaba disfrutando con esto. Anduín se imaginaba que para ella sí que era un niñato insignificante, ya que, después de todo, la muerte de Varían había sido una consecuencia de lo que ella había hecho en Orilla Quebrada, con independencia de que hubiera sido un asesinato ordenado o un daño colateral, por lo cual su hijo no era más que una mosca, una pulga, un incordio menor. 356

Antes de la Tormenta —Sí que lo tienes —replicó el joven rey, procurando no caer en la provocación—. Eres la Jefa de Guerra de la Horda, cuyos miembros lucharon valientemente contra la Legión. Y la gente que tiene un vínculo más estrecho contigo (los Renegados) te han pedido que hagas algo que es muy importante para ellos y les has hecho caso. Ella le miró directamente a los ojos. Anduín no tenía ni idea de si había logrado hacerle entender lo que quería decirle. Lo más probable es que no, pensó arrepentido. Pero ésa no era la razón que les había traído aquí hoy. —No se trata de negociar un tratado de paz —continuó—, sino de un mero alto el fuego de veinticuatro horas. —Eso decías en tu carta. Y yo respondí que estaba de acuerdo con esas condiciones. Así que... ¿por qué estamos teniendo esta conversación? —Porque quería verte en persona —respondió el rey—. Quiero oír de tus propios labios que ningún miembro de la Alianza sufrirá daño alguno. Ella hizo una mueca de disgusto. —¿Acaso tu preciosa Luz te dice si alguien miente? —Lo sabré —se limitó a contestar, lo cual no era exactamente verdad. Pensaba que lo sabría. Creía que lo sabría. Pero no estaba seguro. La Luz no era una espada. Uno siempre podía confiar en que una hoja afilada cortaría la carne si se propinaba el golpe de cierta manera. La Luz era algo más nebuloso. Respondía a la fe, no solo a la destreza. Y, extrañamente, por esa razón confiaba más en ella que en Shalamayne. Una leve sombra planeó fugazmente por el rostro de la Reina /Unía en Pena, quien alzó el mentón ligeramente al preguntar: 357

Christie Golden —Entonces, ¿no confías en que cumpla mi palabra? Se encogió de hombros. —No sería la primera vez. Se refería a la muerte de Varían. Sylvanas no contestó al instante. Entonces, de un modo educado, dijo: —Como Dama Oscura de los Renegados y como Jefa de Guerra de la Horda, tienes mi palabra. Hoy ningún miembro de la Alianza sufrirá daño alguno a manos de ningún miembro de la Horda, incluido yo misma. ¿Satisfecho, majestad? Enfatizó mucho la última palabra, pero no para mostrar respeto, sino para usar el nuevo cargo de Anduín como un cuchillo nada sutil que clavarle en las costillas. Porque ambos sabían que en un mundo mejor habría sido Varían Wrynn quien estaría ahora hablando con ella. Y esta reunión habría estado menos cargada de tensión, resentimiento y desconfianza. Aunque el joven rey sabía que no debía preguntarlo, al final lo hizo: —¿Traicionaste a mi padre? Sylvanas se tensó. A Anduín se le aceleró tanto el corazón que parecía que se le iba a salir del pecho. Si bien no había tenido intención de hacer esa pregunta, era la que necesitaba hacer. Tenía que saberlo. Tenía que saber si Genn Cringrís estaba en lo cierto: si Sylvanas había tendido una trampa mortal a su padre y el ejército de la Alianza. *** 358

Antes de la Tormenta Las palabras pendieron en el aire. Sylvanas permanecía inmóvil como una piedra, con un rostro indescifrable. Su pecho no se movía al compás de su respiración. Su corazón no impulsaba sangre. Aun así, estaba sorprendida por dentro con ese muchacho que había tenido el valor de enfrentarse a ella sin rodeos... y con tanta rapidez. No había cavilado demasiado sobre lo acaecido en Orilla Quebrada, puesto que muchas otras cosas habían requerido su atención y no era proclive a la reflexión. Pero ahora sus pensamientos volaban hacia ese momento sangriento, caótico, como si de nuevo se hallara en esa elevación, con el ejército de la Alianza allá abajo, luchando salvajemente, mientras la Horda la apoyaba con todo su poder. Aquí les plantaremos cara, les había dicho a los arqueros. Y eso habían hecho, disparando una flecha tras otra, como una lluvia letal, una tormenta, sobre ese enemigo odioso alimentado por la energía vil. Y estaba funcionando. La Legión arremetía, con una oleada tras otra de monstruosidades demoníacas, cada una más horrible y horripilante que la última. Pero la gente de Varian era muy buena en lo suyo. Al igual que la de la Dama Oscura. Se había girado al oír un rugido de sorpresa y alarma. Una estupefacta Sylvanas había visto cómo una avalancha de demonios atravesaba el agujero que había detrás de ella. Contempló cómo Thrall, el poderoso guerrero y chamán, el fundador de la actual Horda, se hallaba de rodillas, temblando por el mero esfuerzo de intentar ponerse en pie. Baine se encontraba junto a él, defendiendo a su amigo con suma violencia. Por un momento, la conmoción la paralizó. Entonces, oyó a su Jefe de Guerra decir: ¡Vienen por detrás! ¡Cubran ese flanco! 359

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Mientras vociferaba esa orden, una lanza... una espantosa lanza le atravesó el torso a Vol’jin. Aunque debería haberlo matado inmediatamente, no estaba preparado para morir. Todavía no. Un propósito lo animaba a seguir vivo. Mató a su asesino y continuó luchando, debilitándose ante la mirada de Sylvanas. Sin ser muy consciente de lo que hacía, se montó en su caballo y cabalgó hacia su líder, para recogerlo del campo de batalla y llevarlo a un lugar seguro. Haciendo un esfuerzo que debió de ser agónico, el trol se giró y la miró. Le susurró la orden, con una voz muy débil como para que los demás pudieran oírla por encima del fragor de la furiosa batalla. No permitas que la Horda muera hoy. Era una orden directa de su Jefe de Guerra. Y era la correcta. Por muy valiente que fuera el ataque que estaba llevando a cabo la Alianza allá abajo, dependía por entero de la ayuda de la Horda. Si la Horda se retiraba ahora, el ejército de Varian caería. Pero si la Horda se quedaba a luchar, ambos ejércitos caerían. Sylvanas había cerrado los ojos, ya que las dos opciones le parecían inaceptables, pero tomó la única decisión que pudo tomar: obedecer la voluntad de su Jefe de Guerra, quien más tarde moriría por el veneno de la lanza y, para asombro de todo el mundo, designaría como líder de la Horda a Sylvanas Brisaveloz. Se había llevado el cuerno a los labios y dado la señal de batirse en retirada. Nunca le había contado a nadie los remordimientos que había sentido cuando, desde la popa de su barco, contempló el humo verde de la explosión, en la que Varian había caído, y se preguntó si había sido testigo de los últimos y atroces momentos de un poderoso guerrero. 360

Antes de la Tormenta De todos modos, Sylvanas tampoco iba a revelarle eso a nadie ahora. No obstante, mientras se hallaba delante del joven rey, pudo ver ciertos atributos de su padre en él que había ido adquiriendo en los últimos años; no era una mera cuestión de físico, si bien era cierto ahora que era más alto y musculoso y poseía una mandíbula firme, sino que veía a Varian en su porte y forma de comportarse. ¿Traicionaste a mi padre? Más adelante, se cuestionaría por qué había decidido contestar de esa manera. Pero en este momento, no tenía ningún deseo de mentir. —El destino de Varian Wrynn estaba sellado, Leoncito. Daba igual qué decisión hubiera tomado yo ese día, las innumerables tropas de la Legión se hubieran ocupado de que eso fuera así. Anduín clavó sus ojos azules en los de ella en busca de algún atisbo de mentira. Pero no halló ninguno. Pareció relajarse ligeramente y asintió. —Lo que va a suceder aquí hoy va a beneficiar tanto a la Horda como a la Alianza. Me alegra que hayas aceptado respetar este alto el fuego. Por tanto, te juro que yo también lo respetaré y que hoy ningún miembro de la Horda sufrirá daño alguno a manos de la Alianza. —Inclinó la cabeza como muestra de aceptación mientras pronunciaba unas palabras similares a las que ella había dicho antes y añadió—: Incluido yo. —Entonces, no hay nada más que decir. El joven rey rubio negó con la cabeza. —No, no lo hay Y lo lamento. Tal vez algún otro día volvamos a encontrarnos y hablemos de otras cosas que puedan ayudar a nuestros respectivos pueblos. 361

Christie Golden

Sylvanas se permitió el lujo de esbozar una sonrisilla. —Lo dudo mucho. Sin decir nada más, Sylvanas se dio la vuelta (ofreciéndole así la posibilidad de atacarla por la espalda), se subió de un salto a la silla de montar de su corcel no-muerto y descendió al galope por el sendero por el que había venido.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Las Tierras Altas de Arathi, el Castillo de Stromgarde A pesar de las duras palabras con las que se despidió la líder de la Horda, Anduín se sintió esperanzado. La creía... Según le había contado Genn, las fuerzas de la Legión habían aparecido por doquier. Si los soldados de la Horda hubieran sido sorprendidos en esa cresta, y Anduín creía que el informe de Baine señalaba que así había sido, era lógico suponer que, de haberse quedado ahí, habrían sufrido un funesto destino tanto ellos... como la Alianza. Hasta ahora, había pensado que nunca conocería toda la historia real. Pero si todo iba bien hoy y en futuros encuentros como éste,

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Christie Golden tal vez obtuvieran respuestas a muchas preguntas... y no solo a las de Anduín. Un escudero se aproximó y cogió las riendas de Respeto, mientras el rey descabalgaba. —Has vuelto de una pieza —observó Genn. Pareces decepcionado —bromeó Anduín. —Entonces, ha ido bien —dijo Turlayon. El joven rey adoptó una actitud seria al contemplar al paladín, a 9uien consideraba un héroe a la altura de Faol. Turalyon amaba a una mujer que bordeaba la línea que separa el Vacío y la Luz, cuya hermana era la persona con la que acababa de estar reunido. —Sí —respondió—. Así es. —En ese mismo instante, tomó la decisión de sacar el tema—. Le pregunté sobre padre —le dijo a Genn—. Según ella, no pudo hacer nada para salvarlo. Y la creo. —Qué va a decir si no —replicó Genn burlonamente—. Anduín. .. —Hizo un gesto de negación con la cabeza—. A veces, simplemente eres muy ingenuo. Temo que, algún día de éstos, vaya a pasar algo que te quite esa inocencia a golpes. —No soy un ingenuo. He tenido la sensación... de que era verdad. Aunque Genn siguió frunciendo el ceño, Turalyon asintió: —Lo entiendo. Anduín se colocó entre ambos, dándoles unas palmaditas en el hombro a cada uno. —Empecemos. Hay gente ansiosa por poder reencontrarse con su familia. 364

Antes de la Tormenta —Diré a los sacerdotes que estén preparados con los grifos —dijo Turalyon. Espero que solo sean necesarios para dar bendiciones, pensó Anduín, pero lo único que dijo en alto fue: —Gracias, Turalyon. Avanzó, mirando a las diecinueve personas que se encontraban esperando. En sus rostros podían verse expresiones de entusiasmo y aprensión. Su rey podía entender ambas emociones perfectamente. —Ha llegado la hora —anunció—. Que el día de hoy sea un día de cambio. De estrechar vínculos. De esperanza y mirar hacia delante, hacia un futuro donde reencontrarse con los seres queridos sea algo muy normal y no un acontecimiento histórico. Velaremos por ustedes y se les protegerá. Ya los habían bendecido dos sacerdotes, pero esta bendición en concreto se la daba su rey. Anduín alzó las manos e invocó a la Luz para que iluminara a los ahí congregados. Cerró los ojos. Pudo notar que la serenidad se extendía por los ahí presentes, incluido él mismo, curvándoles los labios en leves sonrisas. —Que la Luz los acompañe —dijo Anduín, quien primero miró al arzobispo Faol, el cual se llevó una mano a ese corazón que ya no le latía e hizo una reverencia, y luego a Calia, quien había estado despierta toda la noche con él, contándole historias para distraerlo. Ella sonrió y le brillaron los ojos. Este momento era tan emocionante para ellos como para sus participantes más activos. El joven rey hizo un gesto de asentimiento a Turalyon, quien agachó la cabeza, y saludó con la mano a Genn Cringrís. Aunque el consejero principal de Anduín no había dejado de fruncir el ceño desde su llegada, asintió y vociferó órdenes. 365

Christie Golden Lo que quedaba aún de las enormes puertas de madera crujió y tembló al abrirse. Anduín recordó su conversación con Turalyon. El paladín había dicho que todos participarían en un combate en el que el objetivo «no será la conquista de riquezas o propiedades, sino de los corazones y las mentes del futuro». Por un momento, el grupo permaneció ahí quieto. Entonces, una de sus integrantes (Philia) se abrió paso entre la multitud y avanzó a zancadas con osadía, así como rauda y veloz por el verde césped, con la espalda recta y una expresión de firmeza en la cara. Fue como si eso fuera la señal que los demás hubieran estado aguardando, puesto que el resto echó a andar también, algunos a un ritmo más veloz que otros. No se permitía correr a nadie, para evitar que cundiera el pánico. Salieron por la puerta y se encaminaron hacia el conjunto de siluetas que estaban saliendo ahora de la Muralla de Thoradin. Por encima de los murmullos de las conversaciones, se oyeron unas carcajadas estruendosas, que sonaban alegres y extrañamente huecas. Era el arzobispo Faol. Y, de repente, Anduín notó que unas lágrimas de alegría se asomaban a sus ojos. Tú lideraste el Ejército de la Luz, Turalyon, pensó Anduín, con ánimo renovado. Pero éste es el ejército de la esperanza. *** La vieja Emma se preguntaba una y otra vez si esto estaba ocurriendo de verdad o era otra más de sus ensoñaciones. Al final, decidió que el dolor que sentía en las articulaciones al caminar por esa hierba mullida, a un ritmo mucho más rápido del habitual, demostraba que, en efecto, esto era realidad. Emma solía andar mucho a diario, llevando agua del pozo a su pequeño y ordenado hogar, así que lo suyo no era un problema de resistencia, sino de 366

Antes de la Tormenta velocidad. Deseaba tanto correr como Philia hacia el centro de aquel campo, pero su edad no se lo permitía. Se dijo a sí misma que, sin lugar a dudas, Jem, Jack y Jake habían aprendido a ser pacientes durante este tiempo como no-muertos, por lo que podían esperar un poco más para poder verla. Era ella la que no quería esperar. Entonces, alguien le dio alcance y se puso a andar a su lado al mismo ritmo que ella. Llevaba un yelmo hermosamente forjado y se presentó como Osric Strang. —Yo soy Emma Piedramácula —respondió la anciana—. Eso tiene pinta de pesar mucho. Osric, que era un hombre musculoso con barba y pelirrojo, se echó a reír. —Es lo bastante pesado como para cumplir su cometido. Fabriqué esto para la... la persona que voy a ver hoy. Tomas era como un hermano para mí. Solíamos discutir sobre quién era capaz de forjar la mejor armadura, cuando servíamos como guardias; él en Lordaeron, yo en Ventormenta. Creí que lo había perdido para siempre aquel día tan espantoso. —Osric señaló hacia el yelmo—. Pensé que si había sobrevivido y ahora era un Renegado con el cerebro intacto, sería mejor que hiciera todo lo posible para que siguiera conservándolo así. —Él le sonrió—. ¿Tú a quién vas a ver? —A mis niños —respondió Emma, con cierto júbilo en su voz—. A los tres. Estaban en Lordaeron cuando... No puedo concluir la frase. Osric la contemplaba con una profunda compasión.

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Christie Golden —Siento... Siento mucho que los perdieras. Pero me alegro mucho de que se unieran al consejo para que ahora puedas verlos de nuevo. —Oh, yo también —reconoció Emma—. Uno tiene que conformarse con lo que hay, ¿verdad? —Sí, así es. —El armero se colocó el yelmo bajo un brazo y extendió el otro hacia Emma—. Caminar sobre este terreno puede ser un poco difícil. Agárrate a mí. Qué chico tan bueno, pensó al mismo tiempo que se aferraba a él agradecida. Como mis niños. Habían preparado el lugar del encuentro (situado justo a medio camino entre el Castillo de Stromgarde y la Muralla de Thoradin) para la celebración de este evento. Había dos mesas, una a cada lado. En una de ellas, la Horda podría dejar los regalos para la Alianza; en la otra, la Alianza colocaría los obsequios para la Horda. Osric se acercó a la mesa de la Alianza y dejó en ella el yelmo, luego volvió con Emma. La sacerdotisa que los había entrevistado recibió a los participantes ahí reunidos con una sonrisa triunfal bajo su capucha y, a continuación, les pidió que formaran una larga fila en la que se hallaran de frente a sus homólogos de la Horda. Antes, el tiempo había sido húmedo y frío, el cielo había estado cubierto. Ahora, sin embargo, las nubes estaban desapareciendo y la luz del sol iba asomándose. Mientras todo el mundo se colocaba en posición, una ansiosa Emma miró a su alrededor en busca de sus hijos. Con una punzada de inquietud, se preguntó si siquiera sería capaz de reconocerlos. Aunque había estado con el arzobispo Faol, Emma no estaba preparada del todo para asimilar el mal aspecto que tenían algunos Renegados. Nadie los habría podido confundir con unos seres humanos, y la luz del sol no era precisamente piadosa con ellos. Tenían una piel de color verde grisácea de la que les sobresalían los huesos. Tenían 368

Antes de la Tormenta un brillo espeluznante en los ojos y caminaban encorvados, arrastrando los pies. Bueno, se dijo. Yo tengo la piel llena de arrugas y a veces también ando encorvada y arrastrando los pies. El silencio reinó un largo instante. Entonces, el arzobispo Faol avanzó. —Si desean marchar ahora, pueden hacerlo —les avisó con esa voz extraña pero agradable. Al principio, nadie se movió, pero entonces, Emma vio a unos cuatro o cinco humanos, que tenían el rostro desencajado y casi tan gris como el de los Renegados, girarse para regresar apresuradamente al castillo. Uno de los no-muertos rechazados le gritó a una de esas figuras que se alejaba con una voz hueca que albergaba todo un mundo de tristeza. Los otros permanecieron inmóviles un momento y, a renglón seguido, se volvieron para desandar el largo camino que los había traído hasta aquí, con las cabezas gachas. Oh, pobres criaturas, pensó Emma. —¿Alguien más? —inquirió Faol. Pero nadie más se marchó—. Excelente. Cuando los llame por su nombre, acérquense a mí. A continuación, su ser querido se les unirá y podrán deambular por este campo juntos con total libertad. Desenrolló un pergamino y leyó. —¡Emma Piedramácula! A Emma le dio un vuelco el corazón. Entonces, preguntó a Osric con una voz temblorosa: —¿Ha llegado la hora de que los vea? ¿Después de tanto tiempo? 369

Christie Golden —Sí, si así lo deseas —contestó la sacerdotisa—. Si no es así, puedes regresar al castillo. Emma negó con la cabeza. —Oh, no. No, no. No voy a decepcionarlos como esa otra gente. Osric le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la mano, y Emma le soltó la mano, se enderezó y se dirigió, sin ayuda de nadie, hasta donde se encontraba Faol. —Jem, Jack y Jake Piedramácula —llamó a voz en grito el arzobispo. Tres Renegados altos abandonaron su fila y avanzaron de forma titubeante. Emma los observó detenidamente mientras se aproximaban. Cuando estaban vivos, habían sido tan grandes y sanos. Unos jóvenes tan robustos. Qué seguridad habían tenido en sí mismos, qué orgullosos habían estado de servir a Lordaeron. Ahora no eran más que unos sacos de huesos con algo de piel y un pelo lacio y sucio manchado de sangre coagulada. Tardó un momento en descifrar sus expresiones. Sus hijos, que antaño se habían mostrado tan seguros y sonrientes, parecían estar... asustados. Tienen más miedo aquí, delante de mí, que en un campo de batalla, se dio cuenta Emma. Súbitamente, todas las diferencias que los separaban dejaron de importar. Rompió a llorar a pesar de que una enorme sonrisa se dibujó en su boca. —¡Mis niños! —exclamó—. ¡Oh, mis niños! —¡Mamá! —gritó Jack, lanzándose hacia ella. —¡Cuánto te hemos echado de menos! —dijo Jem. 370

Antes de la Tormenta Y Jake se limitó a agachar la cabeza, abrumado por la intensidad emocional del momento. Entonces, los tres Renegados se agacharon para abrazar a su madre. *** Gracias, dijo Calia a la Luz mientras observaba cómo la matriarca de esa familia que se acababa de reencontrar derramaba unas lágrimas de felicidad. Gracias por esto. Escuchó, sonriente, cómo iban llamando a más gente, que avanzaba de manera vacilante o alegre. Algunos se limitaban a negar con la cabeza e, incapaces de dar los últimos pasos ahora que había llegado el momento, regresaban por donde habían venido en silencio, dejando a sus seres queridos Renegados ahí solos, hasta que ellos también se daban la vuelta y regresaban a la muralla. Calia rezaba por ellos: por los que se habían negado a dar el paso en el último momento y por aquéllos que habían sido rechazados. Todos sufrían. Todos necesitaban la bendición de la Luz. No obstante, esto se dio pocas veces, sorprendentemente. En casi todos los reencuentros primaba la cautela al principio: actuaban de manera forzada y se sentían incómodos. Pero eso tampoco era nada malo. —Philia Fintallas —leyó el arzobispo. Philia, que era la primera de la fila, y ya había divisado a su padre, a Parqual. En cuanto oyó su nombre, corrió hacia él directamente, gritando: «¡Papá!». En el caso de estos dos, no hizo falta ni animarlos ni mediar. Se acercaron presurosos el uno al otro y se detuvieron cuando estaban a punto de tocarse; ambos con unas sonrisas tan grandes como el corazón de Calia.

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Christie Golden —Eres tú de verdad —dijo Philia, dotando de una emoción inmensa a una sola palabra. Tras los primeros reencuentros, todo fluyó con mucha más facilidad. A pesar de que no todos fueron igual de alegres y fáciles, al menos conversaban entre ellos. Humanos y Renegados estaban hablando. ¿Quién habría podido creer que este momento pudiera llegar a suceder? Un hombre, un rey, había sido capaz. Y si esto podía ocurrir, tal vez muchas otras cosas más también. Muchas otras cosas que, desgraciadamente, no habían sucedido por culpa de Arthas. Así que los nuevos comienzos existen, pensó. Para todos. Faol apareció a su lado. —Estos ojos han sido testigos de mucho dolor. Qué maravilloso es que, después de todo lo que ha ocurrido, aún puedan contemplar esto. —¿Crees que habrá más reencuentros? —preguntó Calia. —Eso espero, pero eso depende por entero de Sylvanas. Tal vez incluso descubra que aún tiene un corazón, como esta gente acaba de hacer. —No hay que perder la esperanza. —Por supuesto —contestó Faol—. Nunca hay que perderla.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Las Tierras Altas de Arathi, la Muralla de Thoradin Sylvanas Brisaveloz se encontraba en la parte superior de la antigua muralla. Nathanos, como siempre, estaba junto a ella. La Dama Oscura tenía la mirada clavada en lo que estaba teniendo lugar en la lejanía. —Parece que todo transcurre sin incidentes —comentó Sylvanas— . ¿Hay alguna razón que indique lo contrario? —No, que yo sepa, mi reina —respondió Nathanos. —Aunque veo que algunos de los humanos han acabado rechazando y despreciando a aquéllos cuyas esperanzas habían avivado —señaló—. Eso ha sido cruel por su parte. 373

Christie Golden —Sí —admitió Nathanos, quien no dijo nada más. —En un principio, la idea de los reencuentros no me convencía, pero tal vez sean algo bueno, puesto que ahora mis Renegados comienzan a entender cómo los perciben incluso aquéllos que antaño afirmaban amarlos. —Has sido muy inteligente al permitir que se celebrara esto, mi reina. Deja que vean por ellos mismos cuál es la situación. Si sufren por culpa de esta experiencia, no querrán repetirla. Si les resulta gozosa, tendrás algo que te permitirá asegurarte su obediencia. Aunque este grupo —añadió— tampoco es que haya dado nunca mucho que temer en ese aspecto. —Ser testigo de esto me ha sido muy útil, pues he aprendido mucho. —¿Habrá más? Sylvanas contempló el sol con los ojos entornados. —El día aún es joven. Y todavía queda mucho por observar. Tampoco voy a bajar la guardia. Al cachorro de Varian le encanta presentarse como alguien sin dobleces, pero tal vez sea más astuto de lo que creemos. Podría haber planeado un ataque a su propia gente con la intención de echarnos luego la culpa a nosotros. Entonces, lo habrían considerado un fuerte líder capaz de declararnos la guerra, el protector definitivo de los desamparados. —Es posible, mi reina. Le obsequió con una de sus escasas sonrisas burlonas. —Pero no crees que eso sea así. —Con todo respeto, ese tipo de estrategia sería más propia de ti — respondió. —Así es —admitió—. Pero no será hoy. No estamos preparados para una guerra.

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Antes de la Tormenta Echó un vistazo a las forestales que había colocado en la parte superior de la muralla. Tenían los carcajes llenos y los arcos sujetos a la espalda muy al alcance de sus manos. Atacarían en el mismo instante que se lo ordenara. Sylvanas sonrió.

Campo de las Tierras Altas de Arathi Parqual y Philia se habían ido acercando a la mesa de los Renegados. Una feliz Elsie observó cómo Parqual señalaba hacia un oso de peluche viejo y raído, y cómo unas lágrimas recorrían la cara de la muchacha. —Quiero darle un abrazo a Pardito —le oyó decir Elsie—. Quiero darte un abrazo, papá. —Oh, mi pequeña... bueno, ya no sé si puedo llamarte así — comentó, riéndose entre dientes—. No puedes tocar a Pardito hasta que tu rey dé el visto bueno. Y en lo que a mí respecta, mi piel ya no puede soportar esos abrazos de oso que, según recuerdo, nos dábamos. Philia se secó las lágrimas de la cara. —¿Puedo cogerte de la mano si lo hago con delicadeza? La gente piensa que como los Renegados están muertos, tienen muchas limitaciones a la hora de expresarse y comunicarse, pero no hay nada más lejos de la verdad. Una infinidad de expresiones cruzaron el rostro de Parqual: alegría, amor, miedo, esperanza. —Si eso es lo que quieres, niña —respondió. 375

Christie Golden Los Renegados pueden estar en cualquier fase de la muerte: recién muertos, podridos parcialmente, casi momificados. Parqual pertenecía a estos últimos, por eso se había empeñado tanto en llevar un sobrecito perfumado en el bolsillo. A Elsie le entraron ganas de abrazarlos a los dos cuando vio cómo él le tendía a ella esa mano marchita y frágil como un pergamino, que acabó posando sobre la suave mano de su hija viva. A Elsie le hubiera gustado recrearse aún más con el reencuentro de Parqual y Philia, entre padre e hija, pero había otros, que eran incapaces de articular palabra o no sabían cómo reaccionar, que necesitaban algo de ayuda. Esos dos estarían bien, pues habían acudido al lugar con amor y desasosiego, pero también con algo más: esperanza. —¿Madre? Quien hablaba era Jem, el mayor de los hijos de Piedramácula. Parecía alterado. Elsie lo buscó con la mirada. Cuando lo localizó, vio que se encontraba con Jack y Jake, formando un círculo alrededor de su diminuta madre; entonces, uno de ellos se apartó del resto, en busca de ayuda. Elsie vio que su madre, Emma, estaba muy pálida y daba la impresión de que tenía dificultades para respirar. —¡Sacerdotisa! —gritó uno de ellos, cuya voz sepulcral estaba teñida de miedo—. ¡Por favor, ayúdala! Esa mujer vestida con una capa se acercó presurosa y alzó una mano. La Luz vino a ella, como si la hubiera invocado desde el mismo sol, y la dirigió hacia la madre. La anciana dio un leve grito ahogado. Su rostro lívido adquirió un tono rosa más humano y sano. Emma parpadeó y buscó con la mirada a la mujer que la había curado. Sus ojos se cruzaron, y la sacerdotisa sonrió. 376

Antes de la Tormenta —Muchas gracias —dijo Elsie. —Es un honor estar aquí —respondió la sacerdotisa—. Discúlpame, no he podido evitar fijarme en que estás aquí sola. ¿Tu reencuentro no ha ido bien? A pesar de que gran parte de su semblante estaba envuelto en sombras, Elsie pudo ver que tenía una sonrisa bondadosa. —Oh, querida, qué dulce eres —contestó Elsie—. Estoy bien. Estoy aquí, simplemente, para compartir el júbilo de mi consejo. La sacerdotisa profirió un tenue grito ahogado y se acercó a Elsie. —Debes de ser la Gobernadora Suprema Benton —dijo, a la vez que le tendió ambas manos a la Renegada—. Siento mucho lo de Wyll. Elsie hizo ademán de retroceder y, entonces, se quedó quieta. Seguramente, a alguien en quien Faol confiaba no le podían parecer horrendos los apéndices fríos y coriáceos de Elsie. La sacerdotisa la cogió de ambas manos con sumo cuidado, pues era consciente, como la joven Philia acababa de descubrir, de que uno tenía que tratar con mucha delicadeza a los Renegados. Su carne era tan frágil. Aun así, como Elsie había podido observar, la mayoría parecía ansiar el contacto físico. La sacerdotisa tenía unas manos cálidas y blandas, muy agradables al tacto. Al cabo de un rato, la humana la soltó, pero se quedó cerca de ella. —Gracias —dijo Elsie—. El arzobispo ha sido muy bueno con nosotros. Les estamos muy agradecidos tanto a él como a ti por estar hoy aquí con todos nosotros. —Me alegro de estar aquí mucho más de lo que imaginas —le aseguró la humana—. Quería asegurarme de que daba contigo para poder darte las gracias por haber estado tan dispuesta a colaborar 377

Christie Golden con nosotros. Debes saber que el rey Anduín lamenta profundamente no poder agradecértelo en persona. Elsie agitó una mano con desdén. —Este no es un lugar seguro para un rey humano. Tiene que pensar en su pueblo. Estoy en deuda con él. Nunca le podré compensarlo que ha hecho por mí. Estuvo con mi Wyll cuando falleció, cuando yo no pude estar con él. Que sepas que Wyll quería a esos críos de los Wrynn como si fueran sus propios hijos. Las dos mujeres siguieron contemplando cómo se desarrollaba el reencuentro. Aquí y allá podían oírse carcajadas. Se sonrieron mutuamente. —Esto es bueno —afirmó Elsie—. Esto es algo muy bueno. —Su majestad espera que, si todo va bien hoy, su Jefa de Guerra vea con buenos ojos celebrar otro reencuentro más adelante. Elsie dejó levemente de sonreír. —No creo que eso vaya a ocurrir —señaló la Gobernadora Suprema—. Pero también es verdad que nunca creí que esto pudiera suceder jamás. Así que ya ves lo inteligente que soy. Se rio por lo bajo. —Si hay un segundo reencuentro —dijo la sacerdotisa—, el rey Anduín querrá reunirse contigo. —¡Oh, claro, eso sería estupendo! Elsie miró hacia atrás, hacia el castillo. Estaba tan lejos que no podía distinguir las caras desde donde ella se hallaba, pero daba la sensación de que al joven rey no le importaba ser visto. Se encontraba ahí de pie, con su peculiar armadura y un tabardo azul 378

Antes de la Tormenta donde podía distinguirse al león dorado de Ventormenta. Los brillantes haces de luz del sol parecían buscarlo, para reflejarse en su armadura y pelo rubio. —La reina Tiffin era tan hermosa. Y bondadosa —caviló Elsie—. Anduín tiene su mismo pelo. Wyll lo llamaba «el niño sol». ¡Cuando yo aún respiraba, nadie podía imaginarse que el niño sol sería algún día el rey de la Luz! Mientras observaban, otra persona se acercó al rey de Ventormenta: era alto, corpulento y tenía el pelo blanco. —¿Quién es ese caballero? —preguntó Elsie. Por un momento, una sombra aún más profunda planeó por encima del rostro de la sacerdotisa. —Ese es el rey Genn Cringrís de Gilneas —respondió. —Oh, cielos —dijo Elsie—. Me imagino que no está muy contento con todo esto. —Tal vez no —replicó la sacerdotisa—, pero se halla junto a su rey y nos está observando. Alzó un brazo. —Quizá no vayas a conocer al rey Anduín, pero sí que puedes saludarlo —le comentó a Elsie. Una titubeante Elsie la imitó. Al principio, saludó con timidez, pero cuando Anduín la vio y le devolvió el saludo, movió la mano con más vigor si cabe, embargada por la emoción. Cringrís la ignoró, lo cual no sorprendió a nadie. Pero no era nada grave. Estaba ahí. Tal vez viera hoy algo que lo conmoviera e hiciera cambiar de opinión. 379

Christie Golden —¡Quién se lo iba a imaginar! ¡Yo, Elsie Benton, saludando a un rey! —murmuró. Y cuando Anduín le hizo una reverencia, una sorprendida Gobernadora Suprema del Consejo Desolado se echó a reír.

Las Tierras Altas de Arathi, la muralla de Thoradin Sylvanas insistió en hablar con cada uno de los miembros del consejo que habían regresado, furiosos y desilusionados, a la muralla. Se sentía satisfecha y triste a la vez mientras hablaba con ellos. —Esto era justo lo que temía que ocurriera —les dijo—. Ahora lo entienden, ¿verdad? Sí, lo entendían. No se puede tender un puente sobre el abismo que separa a los humanos de los Renegados. Sylvanas se sintió más reforzada en sus argumentos cuando Annie Lansing, que había trabajado muy duro para confeccionar sobrecitos perfumados y los pañuelos para que los Renegados resultaran más estéticamente agradables a los humanos, volvió caminando lenta y arduamente. —Hiciste un gran esfuerzo para intentar agradarles —comentó Sylvanas. —Pensé que si no les distraía nuestro aspecto... nuestro olor... podrían vernos como realmente somos —contestó Annie con pesar—. Que podrían verme como realmente soy. —¿Quién te ha rechazado? —Mi madre. —Se supone que el amor de una madre es incondicional —señaló Sylvanas. —Al parecer, no es así —replicó Annie con amargura. Cuando se quitó el pañuelo, Sylvanas contempló sin inmutarse su rostro 380

Antes de la Tormenta mutilado—. Deberíamos haberte hecho caso, Dama Oscura. Estábamos terriblemente equivocados. Esas palabras eran tan dulces como la miel. Tan dulces como la victoria. Como el consejo estaría dividido, estallaría el conflicto entre sus miembros y eso llevaría a su destrucción. Y Sylvanas no había tenido que hacer absolutamente nada. Tras ascender por la muralla con unos pasos rápidos y ágiles, la Dama Oscura sacó el catalejo. Con suerte, vería cómo más Renegados que habían visto la verdad regresaban al lugar al que pertenecían. ¿Dónde estaba la Gobernadora Suprema en estos momentos? ¿Acaso la reconcomían los remordimientos? Sylvanas dio con ella. Y entonces toda la satisfacción que sentía se esfumó. Una alegre Vellcinda se hallaba junto a la sacerdotisa encapuchada ataviada con una capa que había acompañado a Faol. La Gobernadora Suprema miraba hacia el castillo, hacia alguien situado en la parte de arriba, al que, en ese instante, saludó agitando la mano. Rápidamente, Sylvanas apuntó hacia ahí con el catalejo. Tras ver una sucesión de imágenes borrosas, posó su mirada sobre la figura del rey de Ventormenta. Un sonriente Anduín le devolvía el saludo. Mientras una furiosa Sylvanas lo observaba, éste se llevó la mano al corazón e hizo una reverencia. Una reverencia. A Vellcinda Benton, la Gobernadora Suprema del Consejo Desolado. 381

Christie Golden

Sylvanas abrió la boca para dar la orden de retirada. Pero no. Aún no. No bastaba con esto para condenar a Vellcinda ante los ojos del consejo. No, tenía que andar con pies de plomo. Entonces, se dirigió a Nathanos y le dijo: —Quiero que alguien espíe a Vellcinda en todo momento. Y — añadió— a esa sacerdotisa también.

Campo de las Tierras Altas de Arathi Se ríe como una niña. Casi como un ser vivo. Calia estaba tan, tan emocionada. Intentó que este momento se quedara grabado a fuego en su memoria para poder recordarlo cuando se despertara con los brazos terriblemente vacíos de las pesadillas que todavía la atormentaban en sueños. Cuando oiría las feas palabras lanzadas por ambos bandos de Azeroth, por la Horda y la Alianza, que aparentemente libraban una guerra eterna. Recordaría hallarse en este campo, mientras el niño sol ya crecido saludaba a la mujer cuyo marido lo había cuidado toda su vida. Recordaría este día y todas las cosas buenas que había traído consigo, como el día en que todo empezó a cambiar. —Le he traído algo para que se lo dé a Wyll, allá donde esté enterrado. Elsie se llevó la mano al pecho, para palpar un sencillo anillo de oro que pendía de un collar que llevaba al cuello. —Quiero llevarlo hasta el último momento en que sea posible y luego lo dejaré sobre la mesa. Es mi alianza. La llevé puesta hasta 382

Antes de la Tormenta el día que morí... y también después, hasta que no pude más. —En ese instante, señaló sus esqueléticos dedos—. Así resulta difícil llevar un anillo. O siquiera conservar los dedos, ya puestos. Pero la he guardado todo este tiempo. Te agradecería que te cerciorases de que llegase a manos del rey. La sacerdotisa contempló el anillo y pensó en su propia familia. En su hija, la cual se imaginaba que había crecido para ser como Philia: valiente y leal y generosa. En su marido, que había guardado su secreto y la había amado por ser como era realmente. En toda la gente de Lordaeron, que no se merecía lo que les había ocurrido y que había seguido luchando valerosamente. En todos los que hoy se habían encontrado en ese campo, que habían sido lo bastante valientes como para mirar más allá de la fealdad exterior para dar con la belleza interior, o, desde el punto de vista Renegado, lo bastante valientes como para superar el miedo a ser rechazados y volver a ver a sus seres amados como tales, y no como el enemigo. En Philia, que quería abrazar a su padre. En Emma y sus hijos, que se habían reencontrado cuando la vida de la matriarca se aproximaba a su final. En la infinidad de gente que, al igual que ellos, en ambos bandos, ansiaban reencontrarse y permanecer unidos. En su hermano, que era responsable de todo este dolor, de tanta pérdida. Un Menethil había provocado esto. Una Menethil tendría que arreglarlo.

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Christie Golden

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

Las Tierras Altas de Arathi, el Castillo de Stromgarde Durante un largo instante, Anduín estuvo observando, con una sonrisa asomándose a sus labios. Se acordó de su primera experiencia con el Cónclave, de cómo se sintió al adentrarse en un lugar totalmente seguro, al ver a razas que se estarían degollando en otras circunstancias riendo juntas, o debatiendo filosóficamente, o investigando o simplemente sentados unos al lado de otros, coexistiendo tranquila y alegremente. Ahora, unas escenas similares estaban teniendo lugar ahí abajo, que incluso podían tener una importancia aún mayor para el futuro de Azeroth. Observó cómo Calia, quien en su día había estado 384

Antes de la Tormenta escondida dos días en una zanja mientras unas criaturas sin mente y rabiosas la buscaban en tropel, se movía entre aquel gentío, para hablar con los diversos grupos y bendecirlos. Había visto cómo curaba a Emma, cuyo reencuentro con sus tres hijos había sido más de lo que podía soportar. Había visto cómo Parqual y Philia reanudaban su relación alegre y libremente, como si la muerte no los hubiera separado nunca. Aunque Calia estaba demasiado lejos de Anduín como para que éste pudiera distinguir su rostro, ésta alzó el brazo y le saludó con la mano. Junto a la sacerdotisa se encontraba una Renegada que parecía 110 tener ningún pariente en la Alianza. Al ver lo que hacía Calia, ella también alzó el brazo y saludó al rey de Ventormenta. Tenía que ser la Gobernadora Suprema Elsie Benton. Anduín no pudo evitar sonreír de oreja a oreja a la vez que le devolvía el saludo y, de forma impulsiva, le hacía una rápida reverencia. —Vaya manera más rara de darte palmaditas en la espalda. Anduín se rio y volvió hacia Genn, al que dio una palmadita en el hombro. —He de confesar que me gustaría recibir esas palmaditas, pero creo que si hay que dar a alguien gracias es a ellos. A ésos que están ahí abajo. El valor que ha tenido que reunir cualquiera de ellos para estar dispuesto a hacer esto... es casi inconcebible. Esperaba recibir una contestación furiosa. Sin embargo, Genn Cringrís se quedó callado, como si estuviera meditando seriamente sobre lo que acababa de decir Anduín. Y eso, pensó Anduín, era toda una victoria.

Campo de las Tierras Altas de Arathi 385

Christie Golden Philia había creído que su padre ahora no sería muy distinto al hombre al que había amado tanto antaño. Mientras hablaban y paseaban juntos por aquel campo, estaba descubriendo que se había equivocado y acertado al mismo tiempo. El aspecto de Parqual, sobre todo de cerca, la había dejado estupefacta en un principio. Durante un breve instante, aunque nunca se lo reconocería, se le había formado un nudo en la garganta por el horror y el asco y había sentido la necesidad de huir. Pero entonces, él le había sonreído, y ella había reconocido a su padre en esa sonrisa. Oh, sí... era distinto. Había cambiado más allá de lo imaginable. Pero seguía siendo él. Aunque había olvidado algunas cosas, y eso le dolió a su hija. No obstante, en muchos sentidos, seguía siendo el de siempre, tanto que ella apenas podía creérselo. En cierto momento, se pusieron a charlar animadamente sobre historia, un tema que los apasionaba a ambos. Sin pensar, Philia le espetó: —¡Oh, papá, deberías escribir sobre Arthas y lo que sucedió ese día! horrorizada, se llevó una mano a la boca mientras su padre se quejaba muy quieto—. Lo siento —se disculpó—. No debería haber... —No, no pasa nada —replicó Parqual rápidamente—. Ya me lo había planteado. Sería un relato de primera mano. Las fuentes son siempre muy importantes, ¿sabes? Sí, Philia claro que lo sabía, así que sonrió levemente. —Nunca me puse con ello porque era consciente de que todo el que lo leyera ya tenía su propia visión personal de lo ocurrido. Pero ahora... 386

Antes de la Tormenta Se abrían una infinidad de posibilidades. —Papá... ¡tú podrías escribirlo y luego podríamos compartir esa información con la Alianza! Solo nos han llegado rumores. ¡Tú podrías contarnos lo que realmente sucedió! Él la miró con tristeza. —No creo que nuestra Dama Oscura permita que se celebre un segundo reencuentro, cariño. Philia se sintió como si le hubieran arrancado el corazón. —¿No...? ¿No tendremos más oportunidades de vernos? —Quizá no. Ella negó con la cabeza. —No. No voy a aceptarlo. Acabo de reencontrarme contigo, papá. No voy a perderte por segunda vez. ¡Tiene que haber una alternativa! Philia esperaba recibir una nueva respuesta negativa y triste por parte su padre, pero éste permaneció callado. No tenía clavada su centelleante mirada en su hija, sino en la mujer que había sido elegida líder del Consejo Desolado. Elsie Benton se encontraba ahora con la sacerdotisa humana que había sido tan bondadosa con los Renegados. Como si hubiera intuido que la miraba, la sacerdotisa giró la cabeza y miró a Parqual. —Creo que quizá ya la hemos hallado —murmuró Parqual, quien, con delicadeza, apoyó una mano sobre la espalda de su hija—. Vamos. Me gustaría presentarte a ciertas personas. *** 387

Christie Golden

Calia no apartó la vista del campo mientras hablaba con Elsie. Daba la impresión de que todos los que se habían quedado aquí estuvieran manteniendo unas conversaciones muy positivas con sus seres queridos. Oyó risas y vio sonrisas. Así es como deberían ser las cosas. Hasta ahora, la gente de Lordaeron no ha podido ser quienes querían ser o lo que querían ser; pero desde este momento, tienen libertad para serlo. Ahí estaba Osric, hablando con su amigo Tomas. Más allá, dos hermanas se reencontraban. Ahí estaba la vieja Emma, a quien Calia había sanado, que parecía haber rejuvenecido diez años mientras sonreía a sus hijos. Y Parqual y Philia se acercaban para sumarse a ellos. Hablaron unos instantes, pero Calia estaba demasiado lejos como para poder oír lo que decían. Parqual le dio algo a su hija y, acto seguido, se dirigió él solo hacia Calia, la cual sintió una cierta preocupación, pues él no debería aproximarse a ella de esta manera. Se suponía que nadie sabía que Parqual y ella se conocían. Entonces, el Renegado dijo en voz alta: —Sacerdotisa... ¿puedes dar tu bendición a este Renegado? —Por supuesto —contestó. El agachó la cabeza y le susurró: —Te necesitamos. Ha llegado el momento. —¿Q-qué? —Ya lo verás. Estate preparada. Calia se serenó e invocó a la Luz para que lo bendijera. Esta lo bañó con su fulgor cálido y de un color blanco dorado. Parqual hizo una mueca de dolor; a pesar de que la Sagrada Luz curaba a los Renegados, no les resultaba especialmente agradable. Tras asentir para mostrarle su agradecimiento, se dio la vuelta y se sumó de 388

Antes de la Tormenta nuevo al grupo. Calia los observó sumamente alerta. Durante un rato, se limitaron a charlar. Entonces, de manera disimulada, Philia y Parqual se fueron apartando de los Piedramácula. Un momento después, la familia Piedramácula también echó a andar. Lentamente, sin llamar la atención, se estaban desplazando del centro del campo hacia el Castillo de Stromgarde. Las palabras de Saa’ra irrumpieron como una avalancha tan violenta en la mente de Calia que ésta se tambaleó. Hay cosas que debes hacer antes de que conozcas la paz. Cosas que debes entender; que debes integrar en tu ser. Gente que necesita tu ayuda. Uno siempre se encuentra en el camino lo que necesita para poder sanar; pero a veces resulta difícil reconocerlo. A veces, los regalos más hermosos e importantes vienen envueltos en dolor y sangre. ¿Acaso este era el momento en el que había estado pensando desde que había dado con el Templo de la Luz Abisal y el arzobispo Faol? Todas las piezas habían encajado de una forma tan perfecta: el Consejo Desolado, la noble iniciativa de Anduín con la que había impulsado este reencuentro. Y ahora, espontáneamente, humanos y Renegados habían dado un paso tan valiente que Calia se sentía a la vez inspirada y avergonzada. Sí. Parqual tenía razón. Había llegado el momento. Se giró hacia Elsie, de tal manera que la capucha se le cayó hacia atrás al hacer ese movimiento. —Elsie, hay algo que debes saber. Y rezo a la Luz que me ha enviado aquí este día para que lo entiendas... y lo apoyes. —Tragó saliva con dificultad—. Me... apoyes. 389

Christie Golden

Las Tierras Altas de Arathi, la muralla de Thoradin —Algo va mal —murmuró Sylvanas—. Pero no puedo precisar exactamente qué. La sacerdotisa le había dicho algo a Vellcinda que la había alterado. Nadie más en el campo parecía haberse dado cuenta de ello, pues estaban demasiado ocupados dando paseos con sus seres queridos. Sí, eso era. —¡Están desertando! —exclamó. Al instante, Nathanos se puso en alerta y escrutó el campo con su catalejos. —Varios de ellos se mueven en dirección hacia el Castillo de Stromgarde —confirmó—, pero tal vez sea una casualidad. —Averigüémoslo —le ordenó Sylvanas, quien se llevó el cuerno a los labios y sopló tres notas claras y largas. Ahora veamos quién responde a la llamada... y quién huye. En ese momento, una de los sacerdotisas regresó, espoleando a su murciélago a volar lo más rápido posible. Parecía estar espantada y asqueada. —¡Mi señora! —dijo con voz entrecortada—. La sacerdotisa... No la he reconocido hasta que la capucha se le cayó hacia atrás... No me lo puedo creer... —Desembucha —le espetó una Sylvanas más tensa que la cuerda de un arco. —Mi señora... ¡es Calia Menethil! 390

Antes de la Tormenta

Menethil Ese apellido traía una pesada carga consigo. Era el apellido del monstruo que la había creado, que la había masacrado y destruido. Era el apellido del rey que había gobernado Lordaeron. Y era el apellido de la hija de ese rey... de su heredera. Y pensar que había creído que el rey de Ventormenta era un necio ingenuo, cuando era un tahúr de la política mucho más artero de lo que habría podido imaginar. Anduín Wrynn había traído a una usurpadora a aquel lugar. Y ahora, esa muchacha, esa maldita niña humana que debería haber muerto hace mucho, pretendía guiar al pueblo de Sylvanas para que se uniera a la Alianza. —Mi señora, ¿cuáles son tus órdenes?

Campo de las Tierras Altas de Arathi En el centro del campo, Elsie miraba fijamente a la reina de Lordaeron. —Es imposible —afirmó. Pero sabía que era verdad. Hasta entonces, Calia se había cuidado mucho de mantener su rostro oculto entre las sombras de la capucha, pero ahora que se había vuelto para mirarla directamente con la cara descubierta, Elsie no podía apartar la vista de ella. —Son mi pueblo, y quiero ayudarlos —le dijo Calia—. Solo he venido a observar, a conocer a los Renegados de Lordaeron. —De Entrañas —la corrigió Elsie—. Vivimos en Entrañas. —Pero antaño no vivían ahí. No tienen por qué seguir viviendo en las sombras. Por favor... ven conmigo. Parqual, los Piedramácula y 391

Christie Golden todos los demás... ¿los ves? Están desertando. Anduín los protegerá y dará cobijo a todos; ¡sé que lo hará! —Pero... la Dama Oscura... A modo de respuesta, un cuerno rugió tres veces. Elsie volvió su rostro verde grisáceo hacia la muralla y la bandera Renegada que se había desplegado ahí. —Lo siento, majestad se disculpó Elsie—. No puedo traicionar a mi reina. Ni siquiera por ti. —Se giró y gritó—: ¡Retirada! ¡Retirada!

Las Tierras Altas de Arathi, el castillo de Stromgarde Anduín oyó el bramido del cuerno. Desconcertado, miró hacia abajo, intentando dar con la causa. Por lo que podía ver, nada había cambiado de un momento a... Cerró los labios con fuerza para evitar que se le escapase un gemido, pues sintió de repente un profundo y sordo dolor. —¿Qué sucede, hijo? —le preguntó Genn sin rodeos. —Es la campana —respondió Velen de un modo triste y sombrío. Turalyon parecía confuso, pero Cringrís adoptó un gesto muy serio. Sabía lo de la campana, sabía que esos dolores eran una advertencia para el joven rey. —Era la señal de retirada —logró decir Anduín, con el rostro contorsionado por un dolor cada vez mayor—. Eso es peligroso. Una segunda oleada de dolor recorrió a Anduín; distinta, pero aún más devastadora, ya que no se trataba de ese dolor de huesos que era consecuencia de las heridas que le había infligido en su día Campana Divina, sino de la agonía insoportable de ver cómo un 392

Antes de la Tormenta sueño se hace añicos ante tus ojos. Anduín se estremeció al ver que las diminutas figuras que habían estado apostadas en la Muralla de Thoradin ahora estaban montadas sobre murciélagos, con los que volaban hacia el campo. Algunas regresaban al castillo. Y algunas seguían en el campo como si estuvieran paralizadas. Como el dolor no menguaba, Anduín apretó los dientes para intentar soportarlo mientras miraba hacia atrás, hacia la muralla. Haciendo un gran esfuerzo, logró abrir los puños y cogió el catalejo. Como vio las cosas con una extraña y rápida claridad, pudo distinguir de inmediato al arzobispo Faol y Calia. El primero estaba cerca de la muralla, apremiando a la gente a atravesar con rapidez las puertas y llegar a una zona segura. Calia se había quedado en el campo, discutiendo con Elsie Benton. La sacerdotisa se había echado la capucha para atrás. Calia... ¿qué estás haciendo? Calia se alejó de la Gobernadora Suprema, corrió unos cuantos pasos y ahuecó las manos alrededor de su boca para gritar: —¡Renegados! ¡Soy Calia Menethil! ¡Diríjanse al castillo! —¿Qué está haciendo esa muchacha? —preguntó Genn a voz en grito. Pero Anduín no le estaba escuchando. Tenía la mirada clavada en esas dos mujeres del campo, una humana, otra Renegada. De repente, Elsie Benton cayó como una piedra al suelo, con una flecha de plumas negras clavada en el pecho. Calia se volvió hacia Elsie, pero ya era muy tarde. Aunque el espanto se dibujó en su rostro, ya no podía hacer nada por la 393

Christie Golden Gobernadora Suprema, pues acababa de ser asesinada. Calia volvió a gritar: —¡Al castillo! ¡Corran! Anduín se cayó hacia atrás, sumido en la confusión. Ahora podía ver que todo el mundo, tanto humanos como Renegados, habían echado a correr. Sylvanas había decidido pasar a la ofensiva, en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de que habían estado muy alerta, se la había jugado. Y él, Anduín Wrynn, era el responsable de que esos civiles inocentes y desarmados se encontraran ahora en peligro. La única forma de corregir este terrible error era hacer todo lo posible por salvarlos, aunque eso supusiera iniciar una guerra. No obstante, ese pensamiento no logró que el dolor menguara. Todo el mundo le gritaba, pidiendo que les diera órdenes, diciéndole una cosa mientras otro le chillaba otra. Pero Anduín no podía oír a nadie. Sabía que tenía que escuchar lo que le tenía que decir la Campana Divina, cuyo extraño y contradictorio don le aconsejaba qué hacer. Cerró los ojos con fuerza y rogó en silencio: Luz, ¿qué está pasando? ¿Qué puedo hacer? La respuesta llegó. Fue rápida, directa y brutal. Protege. Y llora a los muertos. —No —susurró, protestando al mismo tiempo que aceptaba lo que implicaban esas palabras. Abrió los ojos súbitamente de par en par. Un furioso Genn le estaba hablando: —... tenemos que sacar a nuestros soldados ahí fuera y... —...prepararnos para defender a nuestra gente de...

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Antes de la Tormenta Ese último era Turalyon, quien estaba bañado en Luz. Aunque Anduín no podía hablar, logró hacer un gesto de asentimiento a Turalyon para indicarle que procediera. Los murciélagos descendían en picado hacia el campo y lo sobrevolaban a gran velocidad, mientras sus jinetes lanzaban una lluvia de líneas negras. Cada una de las cuales acertó en un objetivo. Entonces, Anduín comprendió lo que estaba ocurriendo. —Genn —dijo, con una voz que era un áspero susurro—. Genn... los está matando. Lo está matando a todos. Sylvanas Brisaveloz había cumplido su palabra. Sus forestales no estaban atacando a los humanos... ...Sino que atacaban a los Renegados. Incluso a aquéllos que estaban regresando a la muralla. Esto está mal, pensó. Y si me quedo aquí, no estaré haciendo lo correcto. Tomó una decisión, y el dolor menguó al instante. —Pase lo que pase —dijo, mirando hacia atrás, mientras corría hacia uno de los grifos que quedaban—, no ataquen a las forestales a menos que ellas nos ataquen. ¿Está claro? ¡Necesito que me lo prometan! —Prometido —afirmó Turalyon. Anduín se preguntó si el paladín intuía qué estaba a punto de hacer o si simplemente se limitaba a ser un buen soldado. Genn, sin embargo, nunca obedecía sin protestar. 395

Christie Golden —¿Qué estás tramando? —inquirió—. ¡Esta gente no es tu pueblo, sino el suyo! ¡Te matará, muchacho! Anduín estaba a punto de averiguarlo.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

El Campo de las Tierras Altas de Arathi Durante un espantoso momento, la masacre que rodeaba a Calia Menethil se superpuso y mezcló con los recuerdos de esos dos días aterradores vividos hace años, cuando había yacido inmóvil en una zanja mientras unos no-muertos enloquecidos lo arrasaban todo a solo unos metros de distancia. Estaba paralizada y lo único que podía hacer era contemplar horrorizada cómo las forestales oscuras de Sylvanas Brisaveloz lanzaban una lluvia de flechas tras otra sobre los miembros del Consejo Desolado. Esa gente no albergaba ningún odio a Sylvanas en su corazón. Solo querían ver a unos amigos y familiares a los que creían que habían perdido para siempre. Pero su Jefa de Guerra, su propia Dama Oscura, la misma que los había creado y que, por encima de

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Christie Golden cualquiera, debería proteger su bienestar, había ordenado a sus forestales disparar contra ellos. Ni siquiera están armados, pensó estúpidamente Calia, como si eso fuera lo más importante de esta espantosa traición. Solo habían traído anillos y cartas de amor y juguetes a este campo. Lo único que querían era cariño y restablecer sus vínculos con sus seres queridos. No pretendía que sucediera esto, pensó. Pero eso daba igual. Tampoco importaba que la idea original de que buscaran refugio en la Alianza hubiera surgido de Parqual. Además, si hubieran estado vivos, habrían sido sus súbditos; no obstante, consideraba que también lo eran a pesar de ser unos no-muertos. Y no iba a huir como una cobarde mientras una reina envidiosa y usurpadora masacraba a su pueblo por haberse atrevido a ir corriendo hacia lo que creían que iba a ser un santuario. Era Calia Menethil. La heredera del trono de Lordaeron. Y lucharía (y moriría) por defender a su gente. Solo tenía que llevarlos sanos y salvos hasta el Castillo de Stromgarde y mantener una barrera de Luz entre ellos y las flechas que seguían reclamando sus vidas. —¡Al castillo! —gritó—. ¡Corran! Y se apresuró a hacer lo que pudiera, fuera lo que fuese, para proteger a los suyos de la ira de la falsa reina. Las Tierras Altas de Arathi, la muralla de Thoradin —Mi reina, ¿qué estás haciendo? Sylvanas notó que en la voz normalmente serena de su campeón había cierta estupefacción. Pero decidió ignorar ese detalle. A primera vista, lo que estaba acaeciendo allá abajo (las flechas que 398

Antes de la Tormenta volaban, los chillidos y ruegos del Consejo Desolado al saborear sus muertes definitivas) podía parecer algo desconcertante y perturbador. —Lo único que puedo hacer para que mi reino siga siendo el que es —respondió—. Estaban desertando. —Algunos de ellos venían corriendo hacia aquí, en busca de refugio —replicó Nathanos. —Así era —admitió—. Pero, ¿hasta qué punto lo hacían por miedo? ¿Hasta qué punto se habían sentido tentados a traicionarnos? —Hizo un gesto de negación con la cabeza—. No, Nathanos. No puedo correr ese riesgo. Los únicos miembros del Consejo Desolado en los que confío son los que se presentaron ante mí, en un principio, destrozados y amargados. Realmente, desolados. Todos los demás... No puedo permitir que ese sentimiento, esa esperanza crezca. Es una infección lista para extenderse. Tengo que cortarla por lo sano. El campeón asintió lentamente mientras asumía lo que acababa de oír. —Pero estás dejando que los humanos se vayan. —No tengo ningún deseo de librar una guerra cuando no estoy lista para hacerlo. —En ese instante, contempló el número cada vez mayor de cadáveres inmóviles de Renegados que había tendidos en el campo. Eran tantos los que habían optado por la muerte—. No creo que el joven rey haya urdido todo esto. Ha sido una estupidez. Es un ingenuo, pero no un estúpido. No se arriesgaría a entrar en guerra por un puñado de mercaderes y obreros Renegados. Su sospecha inicial se había esfumado rápidamente. Si él hubiera planeado que desertaran, lo habría hecho mucho mejor. No, Sylvanas creía que la responsable era esa muchacha que se 399

Christie Golden apellidaba Menethil, pues era tan temeraria y falsa como su odiado hermano. Había logrado engañar tanto al rey de Ventormenta como a la Jefa de la Horda. Y por eso, estaba a punto de morir. —Ya me he hartado de jueguecitos —dijo Sylvanas—. Mataré a la usurpadora yo misma. Y entonces los Renegados regresarán a casa, donde pertenecen. Conmigo. Le brindó a su campeón una gélida sonrisa. —Uno de los deseos del Consejo Desolado era no tener que renacer una y otra vez. Así que hoy les he dado dos regalos. Reencontrarse con sus seres queridos y sus muertes definitivas. Y ahora —añadió, cogiendo su arco y dando un salto para montarse en un murciélago—, voy a hacer que Calia Menethil pase a formar parte de los anales de la historia como una monarca muerta más.

El campo de las Tierras Altas de Arathi Anduín rezó a la Luz como nunca antes lo había hecho. Esta gente (tanto humanos como Renegados) no había hecho nada, salvo intentar dejar atrás su odio, su miedo. Se habían entregado confiados, abriendo sus corazones... ... confía en mi... ... para hacer lo correcto, para hacer el bien. Mientras espoleaba a su grifo para que alcanzase su mayor velocidad, se dio cuenta, tremendamente horrorizado, de que llegaría demasiado tarde. Ahí delante, Osric Strang corría junto a su amigo Tomas. El joven rey invocó a la Luz, pero antes de que pudiera liberarla sobre los 400

Antes de la Tormenta Renegados que huían, una flecha sibilante le rozó la oreja y acabó clavada en el pecho huesudo de Tomas. Lo atravesó totalmente, perforándole la columna con una precisión inhumana. No... Anduín miró a su alrededor frenéticamente. Ahí estaba Philia, quien corría agarrando a su padre, Parqual, de la cintura de un modo protector, como si ella fuera el progenitor y no él. Sin embargo, las flechas de las forestales oscuras eran tan inmisericordes como quienes las lanzaban. Acertaban siempre en su objetivo. Parqual se desplomó. Philia cayó de rodillas, sin soltar el cuerpo descompuesto, mientras sus sollozos le desgarraban el alma a Anduín. No iba a poder alcanzar a ninguno de los dos a tiempo. Ni siquiera a alguno de los muchachos Piedramácula, quienes corrían hacia el castillo a la mayor velocidad que les permitían sus largas piernas. Uno de ellos llevaba a la anciana y asustada Emma en brazos, intentando protegerla con su propio cuerpo, pues no entendía que quienes realmente estaban en peligro eran él y sus hermanos nomuertos, no su madre. Tres flechas silbaron. Tres flechas alcanzaron sus blancos. Tres cuerpos se desplomaron sobre el suelo, cuya madre se estampó violentamente contra la tierra gritando sus nombres. Los demás Renegados que se hallaban en este campo letal estaban mucho más lejos. Anduín sabía que no podía salvarlos, pero sí podría salvar a Emma. Obligó a descender al grifo y desmontó. Recogió a la mujer sollozante del suelo e invocó a la Luz. Los ha perdido a todos. Por favor, dale esperanza así como salud. Sus hijos querrían que viviera. 401

Christie Golden

Emma parpadeó. Abrió los ojos y lo miró, hecha un mar de lágrimas. —Todos —dijo. —Lo sé —respondió Anduín—. Debes vivir por todos ellos, puesto que ellos ya no pueden. —Tras levantarla (pesaba tan poco, era tan frágil), la colocó a lomos del grifo—. Él te llevará a un sitio seguro. Ella asintió, armándose de valor, y se agarró con fuerza a la bestia, mientras ésta ascendía hacia un cielo atestado de murciélagos y grifos en los que iban montados forestales oscuras y sacerdotes. A pesar de que todo esto era una provocación, una incitación a atacar, los sacerdotes de Anduín no habían caído en ella, lo cual éste agradeció. Sylvanas Brisaveloz había matado a su propia gente. Pero había ordenado respetar la vida de los humanos. Al menos, por ahora. Anduín recorrió el campo con la mirada. Aunque todavía había unos cuantos residentes de Ventormenta que corrían hacia el castillo, no parecían atraer las flechas de las forestales oscuras. Entonces, en lo más recóndito de su mente, empezó a cobrar forma una idea alarmante. Si ya habían dejado de masacrar a los suyos y no querían atacar a los humanos que habían participado en el Reencuentro, ¿por qué estaban aquí? La respuesta le vino a la mente como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. Escrutó el campo frenéticamente en busca de una persona, viva o no-muerta, que pudiera suponer una amenaza para Sylvanas Brisaveloz: Calia Menethil. Calia corría lo más rápido que podía. Un aura cálida y dorada la rodeaba: la Luz, que la protegía de todo daño. Por ahora. Anduín 402

Antes de la Tormenta se lanzó un hechizo a sí mismo mientras aceleraba hacia ella, intentando recortar la distancia entre ambos. Una sombra le sobrevoló. Anduín alzó la vista y le dio un vuelco el corazón, al comprobar que un único murciélago volaba sobre él, a baja altura, muy cerca, con intención de intimidarlo, de provocarlo. Vio fugazmente unos relucientes ojos rojos y, a continuación, el murciélago desapareció, avanzando a más velocidad de la que él jamás podría alcanzar hacia la reina sin corona de Lordaeron a la que protegía la Luz. Sylvanas la estaba cazando como un halcón cazaría a un conejo. A pesar de que el escudo protegería a Calia, éste no iba a resistir eternamente, por lo cual habría unos segundos en los cuales sería totalmente vulnerable. Si pudiera alcanzarla a tiempo, podría invocar otro escudo para que la protegiera. Pero como había decidido que su grifo se llevara a un lugar seguro a la vieja Emma, solo podía confiar en sus pies para llegar hasta ella. Pidió a la Luz fuerza y velocidad y un escudo propio. Era consciente de que acababa de convertirse en el blanco perfecto. Pues que así fuera. Si Sylvanas quería guerra, eso era lo que iba a tener. Sin embargo, mientras recortaba distancia, se dio cuenta de que no iba a ser suficiente. Anduín gritó un no tan violentamente que se hizo daño en la garganta. El mundo a su alrededor pareció hacerse añicos como si fuera de cristal; cuyos brillantes fragmentos de esperanza e idealismo y alegría quedaron reducidos a unas esquirlas afiladas y melladas. La reluciente aura de protección que envolvía a la verdadera reina de Lordaeron titiló y, acto seguido, se desvaneció.

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Christie Golden Se encontraba a escasos metros de Calia, pero, aun así, no iba a poder salvarla. Desde ahí, observó cómo Sylvanas Brisaveloz estiraba lenta y lánguidamente la cuerda donde había colocado una flecha negra, recreándose en el momento, y luego la soltaba. Unos tentáculos de humo violeta se enredaron en el arma mientras volaba de manera infalible hacia su objetivo. El tiempo pareció ralentizarse cuando Calia, con la capucha echada para atrás y su pelo rubio agitado, recibió el impacto en el centro de su espalda; el proyectil le atravesó directamente el corazón. Se arqueó y cayó de bruces, estampándose contra el suelo violentamente, con las piernas y los brazos torcidos, lo que provocó que sus últimos movimientos fueran torpes y desgarbados. Anduín invocó a la Luz, pero estaba demasiado lejos, iba demasiado lento, y no hubo respuesta. Calia Menethil, heredera del trono de Lordaeron, había muerto. Ahora que ya no podía ayudarla ni curarla, logró alcanzarla al fin y se arrodilló junto a ella. Una vez más, una sombra planeó sobre su cuerpo así como sobre su corazón y, al elevar la mirada, desolado y furioso, vio que Sylvanas lo contemplaba con una sonrisa de suficiencia y con otra flecha colocada en la cuerda de su arco. En cuanto una hueste de sus forestales se sumó a ella, el estruendoso aleteo de unas alas membranosas llenó el aire. Ellas también tenían unas flechas preparadas para ser lanzadas y apuntaban contra él. Sintió una oleada de miedo, que dio paso a una terrible furia. El escudo de Luz aún brillaba a su alrededor, pero no duraría mucho. Tenía dos opciones. Podía largarse corriendo inmediatamente al castillo, protegido por la Luz, para así salvarse, o podía recoger el 404

Antes de la Tormenta cadáver inerte de Calia para llevárselo de este campo, pero entonces sería muy vulnerable, tanto que incluso una sola flecha normal podría matarlo. Turalyon insistía en llamar a este lugar un campo de batalla. Y yo insistía en decirle que se equivocaba. En silencio, Anduín recogió del suelo el cuerpo aún caliente de Calia y se puso en pie. Alzó la vista hacia las forestales oscuras, hacia su oscura señora, y clavó la mirada en esos brillantes orbes rojos. —No quieres una guerra —dijo el joven rey con serenidad. —¿Ah, no? —Estiró aún más la cuerda del arco. Anduín pudo oír cómo crujía el arco de hueso—. Si te mato hoy, cometeré un doble regicidio: habré acabado con un rey y una reina. El rey de Ventormenta negó con la cabeza. —Si quisieras una guerra, no estaríamos teniendo esta conversación. Pero tengo derecho a declarártela, puesto que prometiste no matar a ninguno de los míos. Alzó el cuerpo de Calia, dejando así que su cuerpo inmóvil dijera todo lo que había que decir. —Pero ella no es uno de los tuyos, ¿verdad? —replicó Sylvanas, con una voz fría teñida de ira, lo que hizo que a Anduín se le pusieran los pelos como escarpias—. Ella es... era... una ciudadana de Lordaeron. Su reina. Trajiste a una usurpadora a este campo, Anduín Wrynn. Estaría en mi derecho a considerar eso una acción hostil. Así que... ¿quién ha violado primero el tratado? —¡Vino aquí como sanadora! —Y se va de aquí siendo un cadáver. ¿Acaso creías que no iba a descubrir lo que tramabas? 405

Christie Golden —Te juro por la Luz que obré de buena fe. Yo no ordené a tu gente que desertara. Puedes creértelo o no. Pero si acabas conmigo, mi pueblo y todos los aliados de Ventormenta querrán vengarse. Y no se contendrán. La Dama Oscura entornó los ojos. Anduín sabía que Sylvanas había aprendido la lección que se podía extraer de los trágicos eventos de este día: que no toda su gente la amaba, mientras que a él sí, porque ella gobernaba con mano de hierro, y él, con compasión. Ninguno de ellos estaba preparado para una guerra. Anduín rezó para sí, implorando que Sylvanas no quisiera empezarla. El silencio se prolongó. —Lloro la muerte de los que han caído hoy —dijo Anduín—. Pero no han muerto a mis manos y, en efecto, Calia Menethil no era súbdita mía. En verdad, no sé qué era lo que ella pensaba que iba a poder lograr. Fuera lo que fuese, ha pagado un alto precio por ello. Voy a llevar su cadáver al Templo de la Luz Abisal y al Cónclave que tanto amaba. Si quieres una guerra, puedes empezarla ahora. Se volvió, notando un cosquilleo imaginario en su vulnerable espalda mientras echaba a caminar serenamente, sin apretar el paso, hacia el Castillo de Stromgarde. El escudo que lo rodeaba se fue desvaneciendo hasta desaparecer. No sucedió nada. Entonces, oyó a los murciélagos lanzar sus espeluznantes chillidos agudos y el rápido y estruendoso aleteo de unas alas coriáceas. En unos instantes, ya no estaban ahí. Hoy no estallaría una guerra entre la Alianza y la Horda.

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Antes de la Tormenta

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Las Tierras Altas de Arathi, el Castillo de Stromgarde Para Anduín Wrynn, los días siguientes fueron un borrón donde se mezclaron el arrepentimiento, el dolor y la introspección. Como cabía esperar, Genn estaba enojado, pero para sorpresa de Anduín, se había mordido la lengua cuando el joven rey cruzó las puertas de Stromgarde con el cuerpo de Calia Menethil en brazos. Cando recibió humildemente el cadáver de su amada amiga de manos de Anduín, Faol se mostró desolado, tan anonadado como lo había estado el joven rey cuando Calia había decidido actuar por su cuenta y lleno de remordimientos por no haber previsto que podía suceder algo así. 407

Christie Golden —Si hubiera tenido la más mínima idea de lo que iba a suceder, nunca la habría traído aquí hoy —afirmó. —Lo sé —dijo Anduín—. Llévala a casa. Yo haré lo mismo con mi gente. Iré al templo en cuanto pueda. Mientras subían a bordo de los barcos que los habían traído hasta las Tierras Altas de Arathi y sus fantasmas, le destrozaba ver tan espantada y desolada a esa gente que hace poco había estado tan llena de esperanza. Incluso aquéllos que no habían congeniado con sus colegas Renegados parecían hallarse consternados. Normalmente, Anduín era capaz de dar con las palabras adecuadas en el momento adecuado, pero ahora permanecía callado. Aunque, ¿qué podía decirles realmente? ¿Cómo podía reconfortarlos? Era consciente de que después de lo que había ocurrido, era muy difícil que hubiera vuelta atrás, así que se retiró a su camarote para rezar en busca de guía. La respuesta llegó en forma de llamada a la puerta, con la aparición de un viejo amigo. —Espero no molestar —dijo Velen. Un agotado Anduín sonrió. —Tú nunca molestas —contestó y, acto seguido, invitó al draenei a entrar. Aunque le ofreció un refrigerio, Velen lo rechazó cortésmente. —No voy a quedarme mucho —le informó Velen—, pero tenía la sensación de que debía venir a verte. Ahora eres un rey, no el joven al que guie hace unos años en el Exodar, pero siempre estaré ahí para ti si deseas que comparta contigo la sabiduría que la Luz considere que debo transmitirte. 408

Antes de la Tormenta Sin lugar a dudas, Velen pensaba que Anduín se sentiría reconfortado al recordar la época en que convivió con los draenei. Pero lo único en lo que éste podía pensar era en cuánto añoraba esos días. Esa paz. Y antes de que fuera consciente de lo que estaba haciendo, había dicho: —Me siento tan inútil, Velen. Prometí a mi gente que se reencontrarían con sus seres queridos y, en vez de eso, han sido testigos de cómo los han masacrado. Quiero reconfortarles, pero no encuentro palabras para ello. Echo de menos la época en que era tu alumno. Echo de menos el Exodar. Echo de menos a Oros. Velen sonrió con tristeza. —-Todos lo echamos de menos —dijo—, pero esos tiempos tan felices ya no volverán. Solo podemos vivir en el presente y, ahora mismo, es un presente donde impera el dolor. Creo que deberías visitar a un naaru. Somos sacerdotes, Anduín, pero no podemos curar a otros a menos que reine la paz y la calma en nuestro fuero interno. Ve al Templo de la Luz Abisal ya. Comparte tus penas con Faol y, al hacer eso, se ayudarán mutuamente. Habla con Saa’ra, para ver qué tiene que decirte. Tienes tiempo para hacer lo que te digo. Después, podrás saludar a tu gente en el muelle y, si la Luz lo desea, sabrás qué decir para sanar sus corazones heridos. Anduín sonrió. —Nunca seré tan sabio como tú, viejo amigo. Velen se rio entre dientes y negó tristemente con la cabeza. —Solo sé que no sé nada.

El Templo de la Luz Abisal 409

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Cuando Anduín entró en el templo, se percató enseguida de que sucedía algo. Daba la impresión de que todo el mundo en el templo se había arremolinado alrededor de la entrada de la cámara de Saa’ra, que estaba iluminada por un fulgor constante. Anduín frunció el ceño y apretó el paso en dirección hacia esa muchedumbre, abriéndose camino entre sacerdotes que estaban de pie o arrodillados, en silencio, con una actitud reverencial. Ahí delante, Anduín pudo ver la radiante forma lila de Saa’ra y, a pesar de que seguía sumido en la confusión y la pena, notó la caricia reconfortante de la naaru en su alma. El cuerpo de Calia Menethil flotaba delante de Saa’ra. Yacía en el aire como si estuviera dormida, con las manos cruzadas sobre el pecho. Su pelo rubio brillaba casi con tanta intensidad como la naaru y caía delicadamente. Su esbelta silueta estaba envuelta en unos ropajes dorados y blancos. Faol se arrodilló delante de esa entidad cristalina y rezó con la cabeza gacha. La suma sacerdotisa Ishanah se acercó a Anduín, se colocó a su lado y le dijo en voz baja: —Algo le ocurre a Calia. Su cuerpo no ha empezado a descomponerse. Faol ha estado con ella desde que la trajiste. —La draenei se volvió hacia Anduín, lo miró y añadió—: Saa’ra le ha dicho que te espere, mi joven rey. Un escalofrío recorrió a Anduín, quien tragó saliva con dificultad. Respiró hondo y se aproximó al arzobispo. —Aquí estoy, ilustrísimo —anunció con serenidad—. ¿Qué quieres que haga? Faol alzó la cara hacia Anduín. 410

Antes de la Tormenta —No lo tengo nada claro —contestó—. Pero Saa’ra ha insistido en que tú formas parte de esto. Entonces, Saa’ra, que había permanecido callada, habló en sus mentes. Calia acudió a mí cuando los sueños del pasado le resultaban muy difíciles de soportar, dijo Saa’ra. Le advertí de que debía tener paciencia. Que había cosas que tenía que hacer antes de que los sueños cesaran, cosas que debía entender. Que había gente que necesitaría su ayuda. Y le aseguré que esta aparentemente extraña verdad es muy cierta: a veces, los regalos más hermosos e importantes vienen envueltos en dolor y sangre. La verdad que encerraban esas palabras le llegó muy hondo a Anduín. Se trataba de unos regalos que nadie hubiera querido jamás, por los que uno hubiera hecho cualquier cosa con tal de no recibirlos. Pero, efectivamente, también eran hermosos e importantes, tal y como Saa’ra había dicho. Pero ahora ya no librará más esas batallas. Calia Menethil se librará del dolor de la vida, de las pesadillas que antaño le destrozaron el corazón. Comprendió que esa gente que estaba en ese campo era su gente. Y aceptó esa responsabilidad al sacrificar su vida para poder salvarlos, a pesar de que ya no eran humanos, como lo fueron cuando ella era joven, sino Renegados, que es lo que eran en ese momento. Luz y oscuridad. Un sacerdote Renegado y un sacerdote humano. Juntos la traerán de vuelta, tal y como la Luz y ella misma desean. Anduín tenía la boca pastosa y temblaba. Miró a Faol, pero el sacerdote se limitó a asentir. Sin mediar palabra, se acercaron a Calia, y se quedaron ahí de pie, con ella flotando en el aire. 411

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La traerán de vuelta, tal y como la Luz y ella misma desean, les había dicho Saa’ra. No sabía qué había querido decir exactamente la naaru con esas palabras, y sospechaba que Faol tampoco. Pero de algún modo sabía que Calia sí. Anduín notó la llegada de la serena y cálida Luz, que le recorrió el cuerpo, calmando su espíritu y el caos de su mente. Aunque era una sensación familiar, había algo distinto en ella. Normalmente, tenía la sensación de que el poder de la Luz fluía por él como un río. Pero ahora, la impresión de que todo un océano lo estaba utilizando a modo de contenedor. Anduín sintió una fugaz punzada de miedo. ¿Sería capaz de albergar y encauzar unas energías tan poderosas? Aunque preveía que se iba a sentir abrumado y se iban a poner a prueba sus límites, esa marea de Luz que lo invadía lo revigorizó, a la vez que le pedía estar totalmente centrado en el presente y dar todo lo que tenía para llevar a cabo esta tarea. Sí, dijo en lo más hondo de su corazón. Lo haré. La Luz lo bañó con su cálido color, dio vueltas alrededor del aún totalmente intacto cuerpo de la reina de Lordaeron y giró en torno al arzobispo Renegado. Anduín tuvo la sensación de que se hinchaba como una ola hasta llegar a romperse, vaciándolo pero no agotándolo. De repente, notó un apretón. Se lo había dado la fría mano que sostenía en la suya. Anduín profirió un grito ahogado al ver que Calia abría los ojos, que brillaban con un color blanco tenue y delicado, no con el espeluznante tono amarillo de los Renegados. La curva de una sonrisa se dibujó en ese rostro carente de vida. Lentamente, su 412

Antes de la Tormenta cuerpo se fue moviendo, para pasar de una posición horizontal a una vertical, hasta que posó los pies en el suelo de piedra. Aunque Calia Menethil estaba muerta, vivía. No era una no-muerta sin mente, pero tampoco una Renegada. Había regresado de la muerte gracias a que tanto un humano como un Renegado, bañados en el fulgor de una naaru, habían aunado esfuerzos al usar el poder de la Luz. —Calia —dijo Faol, a quien le tembló la voz—. Bienvenida, querida muchacha. ¡Nunca hubiera soñado que volverías a estar entre nosotros! ¡Había abandonado toda esperanza! —Alguien me dijo en su día que la esperanza es lo único que uno tiene cuando todo lo demás falla —contestó Calia, cuya voz era reverberante y sepulcral, pero al contrario que la de Faol, cálida y delicada. A continuación, clavó su blanca mirada en Anduín, a quien sonrió dulcemente—. Pues allá donde haya esperanza, se abre la posibilidad de la sanación, de que todo lo posible se haga realidad... e incluso algunas cosas imposibles también. Anduín observó cómo todo el mundo reaccionaba ante... ¿qué? ¿La resurrección de Calia? No, no había resucitado porque seguía muerta. ¿Acaso era un regalo oscuro? Eso tampoco sería exacto, porque había sido la Luz la que había estado presente aquí hoy. No había nada de oscuridad en esa mujer no-muerta. En breve, Calia se volvió hacia Anduín y le sonrió con tristeza. —Gracias —dijo— por ayudar al arzobispo a traerme de vuelta. —La Luz no necesitaba mi ayuda —replicó el joven rey. —Bueno, entonces, por no haberme abandonado en ese campo. —No habría podido hacerlo. —En ese instante, frunció el ceño y preguntó serenamente—: ¿Qué era lo que pretendías desde el principio? ¿Querías valerte del Reencuentro para tener una oportunidad de reclamar el trono? 413

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La sombra de la pena sobrevoló fugazmente su pálido rostro. —No. Realmente, no. Ven aquí y siéntate conmigo. Se acercaron a una mesita, y los demás los dejaron a solas. —Desde que conocí al arzobispo Faol, pensé que, algún día, si tenía la oportunidad, podría demostrar que, aunque yo no era una Renegada, podría tratarlos como si fueran mis súbditos y gobernarlos de un modo justo. Mi hermano había intentado destruirlos, pero yo quería ayudarlos. —Así que cuando te enteraste de que se iba a celebrar el Reencuentro, quisiste participar en él. Calia asintió. —Sí. Quería conocer a más Renegados que no fueran sacerdotes. Quería ver cómo reaccionaban cuando se encontraran de nuevo con sus familias. Eso era lo único que pretendía obtener del Reencuentro. Lo juro. —Te creo —afirmó Anduín, quien pudo ver que Calia se relajaba visiblemente. —Gracias, pero no me merezco que me creas. El joven rey colocó las manos sobre la mesa y las entrelazó. A continuación, la miró a los ojos con suma intensidad. —Entonces, ¿por qué cambiaste de opinión? —Parqual Fintallas se me aproximó y me dijo que me... me necesitaban ya. Que había llegado el momento. Al principio, no sabía a qué se refería, pero entonces me di cuenta de que estaban desertando. Tenía dos opciones: apoyarlos, revelar quién era y llevarlos a todos a un lugar seguro, o darles la espalda y dictar así 414

Antes de la Tormenta su sentencia de muerte. —Apartó la mirada—. Aunque la dicté de todos modos. —Has estado a punto de iniciar una guerra —le reprochó Anduín, con un tono firme y duro—. Podrías haber sido la responsable de la muerte de cientos de miles. ¿Lo entiendes? Calia parecía estar avergonzada. —Ahora sí —respondió—. Nunca me enseñaron a gobernar, Anduín, porque nadie esperaba que lo hiciera. Nunca he estudiado política o estrategia. Así que cuando estaba ahí... —Seguiste el dictado de tu corazón —apostilló Anduín, cuya ira se transformó en pena—. Lo entiendo. Pero un gobernante no siempre puede permitirse ese lujo. —No. No estoy preparada para gobernar. Pero deseo servir a la gente de Lordaeron. Son mi gente, y ahora yo soy como ellos. Todo parece estar... en orden. —Sonrió—. Aprenderé. Y del arzobispo, aprenderé lo que supone ser... esto. Ser un no-muerto que camina bajo la Luz. Aunque el hecho de que Calia Menethil, que seguía siendo la misma a pesar de haber cambiado, mirase directamente a los ojos al Rey de Ventormenta debería haber sido una experiencia espantosa y espeluznante para éste, lo único en que podía pensar Anduín era en las palabras de la naaru: Calia se había librado para siempre de las pesadillas que la atormentaban. Y se alegraba de ello. Ése era el único consuelo que tenía en uno de los días más desoladores que había vivido jamás.

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EPÍLOGO

Las Tierras Altas de Arathi Velen le había aconsejado a Anduín que fuera al Templo de la Luz Abisal, hablara con Saa’ra y escuchara lo que la naaru tenía que decirle. Después, Velen le había sugerido que podría ir a saludar a su gente en el muelle y «si la Luz lo desea, sabrás qué decir para sanar sus corazones heridos». El draenei había acertado de pleno. Cuando los barcos habían llegado al Puerto de Ventormenta, Anduín había estado ahí para recibirlos, pero no para darles la bienvenida a casa, puesto que iba a llevarlos de nuevo a las Tierras Altas de Arathi.

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Antes de la Tormenta Lo acompañaban los talladores de lápidas y los cavadores de tumbas. No iban a dejar que la gente de Lordaeron (de Entrañas) se pudriera, quedara olvidada en un campo verde y húmedo. Anduín había invitado a aquéllos que deseaban regresar a quedarse en el barco; los demás volvieron a sus casas sin sufrir ningún reproche. La mayoría se quedó. Ahora, caminaba entre ellos, mientras los Renegados que se ocupaban de la Caída de Galen, cerca de la Muralla de Thoradin, observaban sin molestar cómo identificaban y enterraban a aquellos que habían sido lo bastante valientes como para intentar superar los prejuicios y el miedo. Anduín escuchaba cómo los humanos contaban historias sobre los caídos mientras los Renegados, por fin, recibían sepultura. Velen quizá rechazara los halagos, pero Anduín era muy consciente de que era un gran sabio. Esto era una muestra de respeto. Esto sanaba. Cuando enterraron a Jem, Jack y Jake (Anduín no creía que fuera a olvidar jamás sus nombres), Emma se desmoronó. Philia estaba ahí, rodeando con un brazo a la anciana, con los ojos llorosos. —Se han ido, todos han muerto —dijo Emma—. Qué sola estoy. —No, no lo estás —replicó Philia—. Nos ayudaremos mutuamente. *** Aunque Genn había regresado a las Tierras Altas de Arathi con Anduín, todavía no había tenido la oportunidad de hablar con él. Mientras escuchaba cómo Philia y Emma se reconfortaban mutuamente, observó cómo el muchacho, claramente conmovido, se alejaba de ellas. Genn le dio alcance. 417

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—Sabía que los gatos eran silenciosos, pero los lobos son casi tan sigilosos como ellos —comentó Anduín. Genn se encogió de hombros. —Sabemos cómo movernos según requiérala ocasión—respondió. —Eso descubro... una y otra vez. —A lo largo de los últimos años, he llegado a conocerte bastante bien —dijo Genn, ignorando su comentario irónico—. Te he visto crecer, lo cual ha sido más duro para ti de lo que debería haber sido. Pero, según parece, no hay nada fácil en este mundo. —No —admitió Anduín, quien recorrió con sus ojos azules ese campo—. Ni siquiera mantener la paz durante un solo día. —A estas alturas, ya deberías saber que la paz es uno de los objetivos más difíciles de alcanzar en este mundo o en cualquier otro, muchacho —replicó Genn de manera educada. Un incrédulo y triste Anduín hizo un gesto de negación con la cabeza. —No puedo borrar de mi mente la imagen del Consejo Desolado corriendo lo más rápido posible hacia lo que creían que sería un futuro compartido con sus seres queridos. Me siento responsable de lo que les ocurrió y por ellos... —dijo, señalando hacia los vivos que aún se hallaban en el campo. —Sylvanas mató a su propia gente, Anduín —le recordó Genn—. No tú. —Sí, eso es algo que entiendo racionalmente, por supuesto. Pero da igual. Mis huesos me dicen otra cosa. Este lugar también. — Anduín se llevó una mano al pecho por un momento y, acto seguido, la dejó caer—. Aquéllos que cayeron en este campo lo hicieron porque el rey Anduín Wrynn de Ventormenta les había prometido que podrían reencontrarse con sus seres queridos y no correrían ningún peligro. Murieron por culpa de esa promesa. Por mi culpa. 418

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Hablaba con una amargura terrible. Genn, que nunca le había oído hablar así, se quedó callado. Pasado un rato, Anduín habló: —Es obvio que has venido a sermonearme. Adelante. Me lo merezco con creces. Genn olisqueó el aire y se frotó la barba un instante, con la mirada clavada en el horizonte. —En realidad, he venido a disculparme. Anduín giró la cabeza súbitamente y no se molestó en ocultar su estupefacción. —¿Disculparte? ¿Por qué? Si lo único que hiciste fue advertirme de que ocurriría esto. —Me dijiste que observara, y eso hice. Y también escuché. — Dijo, señalándose una oreja—. Los lobos tienen un oído excelente. He observado cómo se relacionaba esa gente. He visto lágrimas. He oído risas. He visto cómo el miedo daba paso al júbilo. Mientras continuaba hablando, siguió contemplando a la gente de Ventormenta que estaba honrando a sus muertos. —También he visto otras cosas. He visto cómo un guardia de Ventormenta se adentraba en este campo y hablaba con una Renegada, que quizá fuera su esposa o hermana, y cómo, al final, tras negar con la cabeza, se acababa alejando de ella y regresando al castillo. Un desconcertado Anduín frunció el ceño, pero siguió callado.

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Christie Golden —La Renegada agachó la cabeza y se quedó quieta un momento. Simplemente... permaneció ahí. Y después, muy lentamente, volvió a la Muralla de Thoradin. Ahora, Genn miró a la cara a Anduín. —No hubo violencia. Ni... ira, ni odio. Ni siquiera unas palabras subidas de tono, al parecer. Y si bien hubo reencuentros muy felices a los que solo cabe calificar como extraordinarios e increíbles, me da la impresión de que este hecho del que fui testigo es aún más importante, ya que eso demostraría que es posible que los humanos y los Renegados se relacionen sin entrar en conflicto, que podrían estar en desacuerdo (o incluso caerse mal o repugnarse mutuamente) y que cada uno siguiera su camino... Cringrís negó con la cabeza. —Por mi experiencia con los Renegados, solo puedo decir que son unos traidores y unos mentirosos que ansían acabar con la vida. — Vi cómo mi hijo moría en mis brazos, al haber sacrificado su vida para salvarme, pensó, aunque no lo dijo—. He visto cómo unas monstruosidades espantosas que arrastraban los pies se abalanzaban sobre seres vivos con el único deseo de apagar la luz de la vida. Nunca había visto lo que vi ese día. Nunca pensé que lo haría. Anduín siguió escuchándole. —Creo en la Luz —afirmó Genn—. La he visto, me he beneficiado de ella, así que tengo que hacerlo. Pero nunca la he sentido de verdad. No podía sentirla en Faol. Solo podía ver una nauseabunda parodia de la vida; a un viejo amigo muerto reanimado como si fuera una broma, que decía cosas que no podían ser verdad. »Pero entonces, dijo algo que era cierto. Demasiado cierto. Que me cortó como un cuchillo y no lo pude soportar. 420

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Genn respiró hondo. —Pero él tenía razón. Tú tenías razón. Sigo pensando que lo que se les hizo a los Renegados en contra de su voluntad fue espantoso. Pero ahora tengo claro que a algunos de ellos eso no les destrozó. Algunos de ellos siguen siendo la gente que fueron en su día. En ese sentido, me equivoqué y pido disculpas. Anduín asintió. Una sonrisa cobró forma fugazmente en su cara, pero enseguida se esfumó. No cabía duda de que aún portaba la pesada cruz de la culpa y, obstinadamente, se negaba a renunciar a ese dolor. No, aún no. —Tenías razón sobre Sylvanas —reconoció Anduín, con una fría amargura tiñendo su tono de voz—. Bien sabe la Luz que debería haberte hecho caso. —Tampoco tenía razón sobre ella —replicó Genn, sobresaltando a Anduín por segunda vez en otros tantos minutos—. No del todo. Sabía que no podría dejar pasar esta oportunidad, pero pensaba que nos atacaría a nosotros, no a su propia gente. Anduín hizo una mueca de disgusto y miró para otro lado. —Quizás ella los matara, pero yo prometí al Consejo Desolado que no correrían ningún peligro. Esas muertes recaen sobre mi conciencia. Me atormentarán. —No, no lo harán —dijo Genn—. Porque cumpliste con tu parte del trato. Nadie podía saber lo mal que iba a reaccionar Sylvanas Brisaveloz al ver que sus súbditos no actuaban con total sumisión y obediencia. En mi opinión, el Consejo Desolado firmó su propia sentencia de muerte simplemente cuando se configuró como un órgano de gobierno. Tarde o temprano, la Dama Oscura habría tomado medidas en contra de ellos. Sus almas, si es que los 421

Christie Golden Renegados las tienen, no te atormentarán, muchacho, pues hiciste algo maravilloso por ellos. Anduín se volvió hacia Cringrís y lo miró directamente a los ojos. —Responde a esta pregunta: ¿habrías estado dispuesto a perder la vida por haber tenido la oportunidad de ver a tu hijo una vez más, Genn? Como era una pregunta totalmente inesperada, por un momento, Genn se quedó de piedra. Apretó los dientes con fuerza al notar cómo un viejo dolor lo recorría. Aunque no quería responder, había algo en la cara del joven que le impedía negarse a contestar. —Sí —dijo al fin—. Sí, lo habría estado. Y era cierto. Anduín respiró hondo mientras se estremecía. A continuación, asintió. —No obstante, esto ha sido una tragedia y ha hecho mucho daño a las posibilidades de alcanzar la paz. Ha acabado con la posibilidad de colaborar con la Horda para sanar el mundo. La azerita continuará siendo una amenaza para el equilibrio de poder. Eso también ha perjudicado a la Alianza. Sylvanas ha aprovechado este momento en que todo podía haber cambiado para eliminar a cierta gente a la que consideraba su enemiga. Y lo ha hecho de una manera tan fácil y perfecta que no se lo puedo echar en cara. No ha incumplido su palabra. Calia era una usurpadora en potencia. No puedo pedir a Ventormenta que vaya a la guerra porque la Jefa de la Horda decidiera ejecutar a unos individuos a los que ahora puede presentar como unos traidores. Así que se ha salido con la suya. Ha ganado. Ha eliminado a la oposición, ha matado a la legítima heredera de Lordaeron, y lo ha hecho todo presentándose como una 422

Antes de la Tormenta líder noble al no haber atacado a la Alianza y evitado así el estallido de una guerra. Genn no dijo nada. No hacía falta. Se limitó a permanecer de pie junto al joven rey, al que dejó tranquilo para que pudiera ordenar sus pensamientos. Pasaron varios minutos hasta que, por fin, Anduín habló. —Nunca, jamás, abandonaré la esperanza de que reine la paz — aseveró, con una voz quebrada por la emoción—. He visto que hay mucho bien en mucha gente como para considerarlos a todos malvados y dignos de ser aniquilados. Y nunca dejaré de creer que la gente puede cambiar. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que he sido como un campesino que esperaba cosechar algo en un campo envenenado, cuando eso es simplemente imposible. Cringrís se tensó. El muchacho iba a decir algo muy importante. —La gente puede cambiar —repitió Anduín—. Pero alguna gente nunca, jamás, deseará hacerlo. Y Sylvanas Brisaveloz es una de esas personas. Respiró hondo. La tristeza y su torva determinación hacían que pareciera mayor. Genn había visto expresiones similares en las caras de aquéllos a los que se les había encomendado un deber desgarrador. Cuando el muchacho habló, Genn se alegró de oír esas palabras, pero le entristeció que tuviera que decirlas. —Creo —afirmó Anduín Llane Wrynn— que Sylvanas Brisaveloz nunca podrá redimirse.

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Agradecimientos Ésta es la primera novela de Blizzard que he empezado y acabado siendo una empleada de la empresa. Este libro se beneficia del hecho de que cualquier pregunta que he hecho ha sido respondida al instante, de que he podido estar presente en reuniones donde se decidía el futuro remoto de Azeroth y de que he estado rodeada por la energía creativa de esta gente con tanto talento. Mi agradecimiento público a la gente extraordinaria con la que trabajo día a día y que ha contribuido a que, para mí, «ir al trabajo» sea más como «ir a casa»: Lydia Bottegoni, Robert Brooks, Matt Burns, Sean Copeland, Steve Danuser, Cate Gary,Terran Gregory, George Krstic, Christi Kugler, Brianne Loftis, Timothy Loughran, Marc Messenger, Allison Monahan, Justin Parker, Andrew Robinson, Derek Rosenberg, Ralph Sánchez y Robert Simpson.

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Sobre la Autora Christie Golden es una autora galardonada con múltiples premios cuya presencia es habitual en la Lista de los más vendidos del New York Times. Ha escrito cincuenta y cuatro novelas y más de una decena de historias cortas de fantasía, ciencia ficción y terror. Entre sus trabajos para grandes franquicias cabe destacar el lanzamiento de la línea Ravenloft en 1991 con Vampire of the Mists, más de una decena de novelas de Star Trek, varias adaptaciones de películas a novelas, las novelas de Warcraft y World of Warcraft El ascenso de la Horda, El señor de los clanes, Arthas: La ascensión del rey Exánime y Crímenes de Guerra; Assassins Creed: Heresy; así como Star Wars Battlefront II: Inferno Squad, Star Wars: Dark Disciple y las novelas de Star Wars: Fate of the Jedi: Ornen, Allies y Ascensión. En 2017 recibió el premio Faust de la International Association of Media Tie-in Writers y fue nombrada Grandmaster por llevar más de un cuarto de siglo escribiendo. En la actualidad, trabaja a tiempo completo para Blizzard Entertainment, donde puede campar a sus anchas por Azeroth. christiegolden.com twitter: @ChristieGolden Busca a Christie Golden en Facebook

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