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La Teta Feliz Historias y Relatos © Amina © 2013 - Derechos Reservados - Colección La Teta Feliz © © Todos los derechos

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La Teta Feliz Historias y Relatos © Amina © 2013 - Derechos Reservados - Colección La Teta Feliz © © Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del autor.

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Todo comenzó ayer por la tarde cuando, estando en la agencia, recibí la llamada de Carmen. — Mamá ha muerto esta tarde. Mañana será el entierro y tienes que venir. — Lo siento pero no voy a ir, Carmen, sabes que no quiero volver. No voy a ir. — Es necesario que vengas, tenemos que hablar de muchas cosas, sobre todo de la herencia, debemos ponernos de acuerdo. — Paso de la herencia, renuncio a ella, no la quiero, no puedo aceptar algo de alguien que no me quiso. — María, todo eso ya se acabó y no puedes renunciar, tienes que venir.

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— ¿Seguro que no hay más remedio?, podríamos hacer todo ese rollo de la herencia en algún notario de por aquí, como hicimos cuando papá. — No puede ser, aquello fue distinto porque lo hicimos meses después de la muerte de papá y fue todo un lío, ahora tienes que venir porque todo está aquí. Además, pienso que es bueno para ti, para mí y para todos. Por favor, necesito que vengas. En ese momento, luché para que mis palabras no fueran las que pronuncié. — …. Está bien, aunque me repatea tener que ir. Pediré unos días libres en el trabajo y mañana saldré para allá.

Y aquí me encuentro ahora, sentada en este autobús que acaba de ponerse en marcha con destino a mi pasado, sin ganas ni fuerzas para ello, la verdad. Voy con los auriculares puestos oyendo música para intentar no pensar. Me alegra que no esté ocupado el asiento de al lado porque necesito dormir un poco, esta noche no he pegado ojo, he dado tantas vueltas en la cama que he acabado sentada en el borde, con las manos en la frente intentando calmar mis pensamientos que surgían a borbotones. Anoche, la llamada de Carmen abrió todos los baúles del desván de los recuerdos a la vez. Te pasas toda una vida intentando olvidar y de un plumazo, zas, aparecen todos los fantasmas del pasado en primera fila. De todas formas, no quiero pensar en ellos y espero que me dejen dormir, lo necesito. Llevo un buen rato intentando no pensar pero no lo consigo, mi cabeza es un puro pandemonio. No logro dominar los recuerdos agolpados desde anoche en mi mente, inquietos y a flor de piel, todos saben que ha llegado la hora de salir a escena, a ocupar el lugar y el tiempo que les corresponde, quieren dejar de vivir en el caos, quieren cerrar el círculo. Yo también creo que, por mi bien, ha llegado el momento de calmar y poner orden en mi anárquica memoria. Un psicólogo diría que ―hablarse a sí mismo‖ es la clave para controlar el pensamiento y es justo lo que yo necesito ahora, controlar mi pensamiento, aunque es más fácil de decir que de hacer. Lo que está claro es que, si quiero

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acabar con esta locura mental, he de tratar de ordenar un poco este caos con algún método, como acostumbro. No sé si podré desenmarañar todos los recuerdos que guardo en mi cabeza pero al menos, intentaré evocar cronológicamente los más importantes para que indiquen a los demás el lugar que les corresponde. El viaje es largo y la música que voy oyendo me invita a ello. Empezar por el principio sin saber exactamente cuál de todos mis recuerdos es el primero, es difícil. Tal vez, para salir de este laberinto mental, lo mejor sea utilizar como hilo de Ariadna el principio inmediato, el hecho que ha provocado que esté en esta situación. Mamá ha muerto y, aunque suene duro, no me conmueve. Siento pena por ella, sí, pero no siento pena por mí. Ha muerto mi madre, la que nunca supo ser madre, Doña Carmen, una mujer sin carácter ni personalidad, que se pasó la vida escondida de la vida y se consumió con la pena de no haber sabido ser buena esposa. Nunca nos quiso a Carmen y a mí, fuimos las hijas fallidas que le impidieron tener un hijo varón. Papá pasó de ella hace muchos años, cuando supo que no le iba a dar el heredero deseado. Y qué decir de mi padre, aún conteniendo mis sentimientos no podría decir otra cosa, que fue un hijo de puta, con todas las letras. Fue un hombre más odiado que amado, listo y maquiavélico, con un afán de poder que no le impidió utilizar los medios más ruines para conseguir su fin. Papá consiguió su fortuna y su status social gracias a lo que vulgarmente llamamos ―un braguetazo‖. Se casó con mamá, una chica bien, hija única de un general, a la que nunca quiso. Cuando se casaron se instalaron en el pueblo de mamá, en la casa que perteneció a su familia, terratenientes que poseían más de la mitad de las tierras del municipio, cuya administración pasó a manos de papá. Años después, tras la muerte de sus suegros, se hizo dueño de toda la herencia de mamá. Gracias a este matrimonio, papá se introdujo en un círculo de amistades franquistas que le hicieron subir rápidamente en el mundo

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de la política. Desde las primeras elecciones democráticas salió elegido alcalde del pueblo y estuvo ejerciendo su tiránico mandato hasta su muerte, gobernando de manera despótica y dictatorial. Todos temían a Don Antonio y ninguno se atrevía a llevarle la contraria, se quitó de en medio a todo aquel que pretendiera hacerle sombra. Era un auténtico cacique que conseguía los votos a base de amenazas que hacían temer a los habitantes por sus trabajos, por sus casas o por el futuro de sus hijos. En casa no era distinto, su familia, todas mujeres, no tenía ni voz ni voto y se hacía lo que él dictara. Nací el veinte de noviembre del setenta y cinco, el mismo día que murió el dictador, y me pusieron de nombre María por mi abuela paterna. Cuentan que papá lloró aquel día pero que sus lágrimas no fueron de alegría por haber tenido a una hija, sino de amargura por la muerte de su caudillo y por no poder tener un hijo. Mamá tuvo problemas en el parto que le impidieron tener más hijos. A partir de entonces, él se dedicó a tener amantes y ella a sus rezos. A Carmen y a mí nos crió Josefina, la señora a la que eternamente querré y la única que nos dio el poco cariño que recibimos en aquel hogar, un cariño sincero a pesar de haber tenido que dejar a sus hijos con su madre para criar a otros ajenos. La convivencia con papá y mamá no fue fácil para ninguna de nosotras. Cuando papá estaba en casa, teníamos orden de estar en nuestras habitaciones sin hacer ruido para no molestarle y con mamá, tres cuantos de lo mismo, nunca nos quiso y siempre le molestó nuestra presencia, no soportaba el ruido que hacíamos las niñas y nos mandaba a nuestros cuartos o le pedía a Josefina que nos sacara de paseo. Ella sólo estaba pendiente de los trajes de su marido y de dar órdenes al servicio sobre la limpieza o la comida que había que preparar. Mamá sentía un especial desprecio hacia mí que no ejercía hacia Carmen, se podía pasar semanas sin hablarme y, cuando lo hacía, se dirigía a mí en un tono de indiferencia. Nunca lo dijo pero ella, me culpó toda la vida de haberle impedido tener más hijos y es algo que nunca entenderé. Tuve la desgracia de nacer con ese pecado original y ningún sacramento existente pudo borrarlo y otorgarme el perdón de

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mi madre. Es una de esas circunstancias de la vida que te marca por injusta, ¿qué culpa tuve yo de su desgracia?, ¿dónde está mi intencionalidad en este hecho para que se me culpe por ello?. Es el absurdo de la vida. No recuerdo un beso de mamá. No, busco en mi memoria y no encuentro el detalle de un beso de mi madre. Lo mejor de mi infancia fue el colegio, me encantaba ir al colegio. Tuve de maestra a la señorita Ángela, a la que guardo un grato cariño, una mujer muy cursi pero también muy comprensiva, que me dio la libertad para opinar y el respeto a ser escuchada, valores que no existían en casa. Fui una buena estudiante y aprendí mucho con ella, aún recuerdo casi todo lo que me enseñó. Después, a la salida de clase, sobre todo los días largos de primavera que me hacían sentir libre, tenía la tarde por delante para jugar. Lo peor fueron los encierros en mi cuarto, duros para una niña inquieta como yo. Horas y hora de aislamiento, sin poder jugar ni hacer ruido. A menudo me llevaba a Rocky conmigo a la habitación para que me hiciera compañía. Rocky fue el mejor perro que tuve, siempre que podíamos estábamos juntos, fuimos cómplices de muchas travesuras y nuestro cariño fue mutuo. A parte de estudiar, que se me daba bien, dediqué mucho tiempo de mi confinamiento a leer y a dar rienda suelta a la imaginación. En el despacho de papá había una pequeña biblioteca que perteneció al bisabuelo y que yo hice mía porque en casa, nadie más leía. A mamá solo la recuerdo con el misal entre sus manos y a papá jamás le vi con un libro, decía que lo que había que aprender no estaba en los libros sino en la calle. No había mucho que leer, a parte de un montón de tratados y manuales sobre agricultura y ganadería, había algunos clásicos, sobre todo de literatura española. Con once o doce años leí a Cervantes, Quevedo, Bécquer…lectura tal vez difícil para esa edad pero que con el tiempo, me ha servido para entender la vida. Nunca he dejado de leer porque, al contrario de lo que pensaba mi padre, en los libros está la sabiduría necesaria para entender la vida. A veces, cuando el aburrimiento podía conmigo, iba a la habitación de Carmen para hablar con ella. Carmen es dos años mayor que yo y,

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aunque tuvimos nuestras diferencias, nos llevábamos bien. Desde pequeñas supimos que era mejor ser aliadas que enemigas. Con el tiempo aprendimos que, no faltando a los eventos obligatorios de casa como la cena, ir a misa, estar cuando había visita o acudir a algún acto político de papá que requería nuestra presencia, el resto del tiempo podíamos hacer lo que nos diera la gana, incluso escaparnos sin que se enteraran, como no hacíamos ruido, no subían a nuestras habitaciones. Era así de simple y así de triste. La única que intentaba poner orden en nosotras era la pobre Josefina, que sufría porque no la obedecíamos y siempre temía que nos pasara algo. Recuerdo perfectamente su voz aguda cuando intentaba evitar mis escapadas. — Josefina, estoy harta de estar encerrada en mi cuarto, me voy a dar una vuelta en bici. Me llevo a Rocky. — A dónde iras a las cuatro de la tarde con el calor que hace. Anda, ten cuidado y no te alejes mucho, como se entere tu padre estamos apañadas. No seguí el mundo de muñecas de mi hermana y desde pequeña preferí practicar el deporte. Me gustaba jugar a baloncesto, a tenis, montar en bici, nadar en verano…, de todo un poco, lo que me daba libertad para salir de casa con frecuencia, con la excusa de un entrenamiento o algún partido. Y, más o menos así, sin querer recordar más en detalle, pasaron mis primeros años de vida. Dicen que la infancia es la etapa más importante de la vida, la que marca tu felicidad. Mi infancia pasó entre la escuela y mi casa, llena de claroscuros de libertad y cariño.

Después de que los demás recuerdos de mi infancia familiar se han ido retirando de escena y, según el orden que he establecido en este auto-dialogo, ha llegado el momento de dejar paso a mis recuerdos más queridos, a los que han estado presentes toda mi vida, a los recuerdos de Irene. He pensado tanto y tantas veces en ella que su recuerdo fluye con facilidad. Además, va a ser imposible mantener el

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orden con ella, su recuerdo aparecerá a lo largo de este recorrido cuando ella quiera, como ha hecho siempre. Irene me gustó desde que tuve uso de razón. Era la mejor amiga de Carmen desde pequeña y venía a casa con frecuencia para estudiar juntas. Papá la aceptaba porque era la hija del médico del pueblo, si hubiese sido la hija del panadero no hubiera pisado la casa, ni permitido que fuesen amigas. Irene es de la edad de Carmen y, aunque yo era la hermana menor de su amiga, nos llevábamos bien y hablábamos de muchas cosas, a pesar de la diferencia de edad que existía en esos años de infancia. Muchas veces, cuando sabía que Carmen y ella estaban estudiando, iba a su habitación a charlar con ellas un rato, hasta que me echaban porque no las dejaba estudiar. Siempre intentaba contarles alguna tontería que las hiciera reír, sobre todo a Irene, que se le humedecían los ojos cuando reía y brillaban para mí. Tendría yo unos trece años cuando papá nos obligó a salir juntas a las dos hermanas porque no se fiaba de Carmen, que ya salía en pandilla con sus amigas y estaba en la edad del tonteo con los chicos. No tuvimos más remedio que aceptar porque era eso o nada. A mí me cortaba todo el rollo tener que ir con Carmen y sus amigas de paseo al parque, donde quedaban o intentaban quedar con los chicos. Pero en el fondo, he de reconocer que me gustaba ir con ellas, sobre todo porque podía estar con Irene, la chica de mis sueños secretos. Era tan bonita y su sonrisa era tan dulce que me quedaba embobada mirándola y creo que ella, algo sospechaba de mis sentimientos. Las conversaciones que tenían entre las amigas eran un auténtico coñazo, que si fulanito me ha mirado, que si menganito me ha dicho que estoy muy buena…A mí me aburrían soberanamente sus temas así que me alejaba de ellas, me juntaba con otros chicos en el parque o me iba a pasear, sin alejarme mucho porque tenía que estar atenta a la llamada de retirada de Carmen. Una de esas veces que me había alejado de ellas y andaba deambulando por ahí con un tirachinas que conseguí de mi vecino a cambio de algún juguete, entretenida tirando a botes o a dianas

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imaginarias, nunca a animales, porque una vez maté a un pajarito y me sentí fatal. El caso es que, de pronto, oí voces que provenían del grupo de las chicas y al acercarme, vi que unos chicos mayores, con ademanes chulescos, se metían con ellas. Me escondí tras un árbol cercano y, cuando la situación se estaba poniendo tensa, les empecé a disparar intentando darles en el culo y en las piernas. Había recogido bastantes piedras y, como tenía soltura con el tirachinas, disparé con tanta rapidez y precisión que salieron huyendo de allí como alma que se la lleva el diablo. Aquella acción me hizo ganar muchos puntos con mi hermana y sus amigas y, sobre todo, con Irene que desde entonces me miró con otros ojos, con otro sentimiento. Las había salvado de las garras de unos feriantes macarras y eso hizo que dejaran de tratarme como a una mocosa. Ya no les molestaba mi presencia cuando los chicos se acercaban a ligar o que escuchara las conversaciones que antes evitaban cuando estaba presente. De todas formas, a mí me seguían aburriendo mucho y en cuanto podía me largaba, me divertía mucho más lo que me podía encontrar por ahí. Poco después de aquello, un día que me encontraba en mi habitación con la puerta abierta, se asomó Irene a saludarme, era la primera vez que lo hacía, nunca se había acercado a mi habitación hasta ese momento. Recuerdo perfectamente esa conversación porque es uno de esos momentos que tengo grabado en mi corazón. — Ayer te perdiste a Marga totalmente borracha, gritando a los cuatro vientos su amor por uno que conoció hace tres días. La verdad es que esta chica tiene pocas luces y no sabe dónde se está metiendo con ese tío tan mayor. En fin, el amor es ciego. — Si he de ser sincera, no me importa habérmelo perdido, para un día que pasa algo ―interesante‖ hay cincuenta que no ocurre nada. Así que, no me importa habérmelo perdido si también me pierdo los otros cincuenta. — La verdad es que tu hermana tiene razón cuando dice que eres una seca. Me gustaría saber qué es lo que te divierte a ti, seguro que no es tan divertido.

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— Anda ven aquí y déjate de monsergas, que te pareces a mis padres. Ven y ayúdame a elegir un cuadro para la exposición del colegio, tengo tres y no sé cuál elegir. — ¿Tú has pintado estos cuadros? Son geniales, no sabía que fueras una artista. De verdad, me gustan muchos pero si tengo que elegir, creo que el azul es el más bonito. Me miraba con incredulidad, maravillada de descubrir mi faceta artística, mi sensibilidad escondida. De pronto, me encontré cerca de su cara, de sus labios, y un impulso me hizo besarla. En un principio, ella correspondió a mi beso pero luego, me apartó de su lado y se alejó diciendo que no debíamos de hacer eso, que no estaba bien. Después de aquel beso, nuestra relación se enfrió un poco, siguió saludándome con naturalidad pero evitaba cualquier conversación conmigo, aunque sé que me miraba cuando yo estaba distraída. Estuvimos distanciadas un tiempo que para mí fue eterno. Recuerdo que un día, me armé de valor y le escribí una carta que le entregué en mano una de esas veces que iba a casa a estudiar con Carmen. En esa carta le pedía perdón por aquel beso, no me arrepentía de él pero entendía que a ella no le gustara. Le conté que no podía soportar que no me hablara, que me ignorara, y le pedía que me perdonara y que volviera a ser amiga mía, como antes de haber metido la pata con aquel deseado beso. No sé si fue la carta o qué pero el caso es que, después de aquel tiempo de silencio, fue ella la que me cogió de la mano por primera vez en el coche, un día que su madre nos llevaba al colegio. Íbamos en el asiento de atrás, Carmen, ella y yo, que intentaba sentarme siempre a su lado, para que su cuerpo tocara el mío. Cuando entrelazó sus dedos con los míos, recuerdo que mi cuerpo se estremeció como jamás lo ha vuelto a hacer. Fue ella la que me pidió que la volviera a besar como la primera vez, una noche de San Juan, alejadas de las hogueras para que nadie nos viera. Aquel beso fue el más bonito que recuerdo, el más autentico de los besos que he dado en mi vida porque en él, iba impreso todo mi amor oculto hacia ella de tantos años. Aún me persigue ese beso.

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Después de aquel beso, vinieron muchos más, siempre ocultos, siempre cómplices. Excepto en verano, que Irene se iba con su familia a la playa todo el mes de agosto y no la volvía a ver hasta el comienzo del colegio, ausencia que me volvía loca por la eterna espera, nos veíamos a menudo, cuando iba a casa o en el parque, cuando me tocaba acompañar a Carmen por imposición paterna pero siempre, había gente delante lo que hacía que disimuláramos nuestros sentimientos. Los primeros encuentros fueron cortos y furtivos, casi siempre en mi habitación, cuando se acercaba a saludarme y, tras cerrar la puerta, nos besábamos para luego marcharse a estudiar con Carmen. Irene al principio no lo tuvo muy claro, no sabía si le atraía o le asustaba nuestra oculta relación, estaba llena de temores que yo compartía aunque mi inconsciencia no los valoraba como ella. Lo que yo sentía era incontrolable, me daba todo igual a parte de ella. Irene era un halo de felicidad en mi vida, ya no me importaba no recibir muestras de cariño de mis padres, la tenía a ella y era feliz. Tuve que ir poco a poco con ella y no fue fácil convencerla para que quedara conmigo en algún lugar a solas. Yo quería estar con ella, conocerla y saberlo todo de ella, quería estar en su vida y que ella formara parte de la mía. Me costó que aceptara pero al final lo conseguí. Mintió a sus padres y les dijo que se había apuntado a jugar a baloncesto y que los entrenamientos eran los sábados por la tarde así que, teníamos toda la tarde del sábado para nosotras, hasta las nueve y media, hora de regresar a casa. Los sábados eran días especiales para mí, saber que aquella tarde iba a estar con ella hacía que estuviera de buen humor desde por la mañana temprano. Quedábamos a las cinco, la hora más feliz para mí en aquella época, lo digo porque después, con el tiempo, se convirtió en la hora más triste del día pero eso, ya saldrá más adelante. Nuestro amor clandestino tenía dos lugares de encuentro. La mayoría de las veces, sobre todo en invierno, quedábamos en la casa

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abandonada de la señora Luisa, que había muerto hacía unos años, de la que teníamos una llave que conseguimos la primera vez que entramos por una pequeña ventana. El otro lugar que frecuentábamos cuando empezaba el buen tiempo era un pequeño claro del bosque, escondido a la vista de los demás, bajo la sombra de una preciosa y longeva encina. Como en el árbol de la ociosidad de Durrell, aquél que con su sombra incapacitaba a la gente para todo trabajo serio, nos pasábamos las tardes tumbadas, haciendo planes y dejando correr la imaginación, sobre todo yo, que siempre tuve mucha inventiva. Espero que aquel corazón con nuestras iníciales, que tallamos en la vieja encina, siga allí, cicatrizado en su corteza, perpetuando nuestro amor. Nos gustaba ir al árbol pero, aun llevándonos a Rocky para que nos avisara si alguien se acercaba, no lo frecuentábamos mucho por miedo a ser descubiertas, nos sentíamos más seguras en la casa. La casa fue el escondite perfecto para nuestros juegos prohibidos, nadie nos molestó ni nunca supieron de nuestros encuentros, aquel jardín abandonado emboscaba nuestro escondite. La casa estaba totalmente amueblada e incluso las camas estaban hechas, con sus sábanas de hilo ya amarillento y sus colchas estiradas. No quisimos profanar el lecho de la difunta y nos instalamos en una de las habitaciones que debió pertenecer a uno de los hijos. Allí construimos nuestro nido de amor, iluminado con velas y rodeado de latas de coca cola y patatas fritas. Las horas que pasamos en esa casa son horas que nunca olvidaré. Al principio fue todo un juego, un amor pueril e inocente, donde nos divertíamos contándonos tonterías o preocupaciones, donde sólo hubo caricias y besos. Con el tiempo y la confianza nos fuimos entregando más y más la una a la otra, provocando que nuestras caricias nos proporcionaran un placer no sentido antes. Irene tenía una prima mayor que ella que le contaba sus aventuras sexuales con su novio y ella después, me las contaba a mí. Fue ella la

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que me habló de la masturbación, de cómo acariciarnos para excitar nuestros cuerpos y de cómo palpar nuestros sexos para darnos placer. Y fue entonces, cuando perdimos la inocencia. En nuestro último año de relación conocimos el sexo en su plenitud, nos amábamos sin aquellos primeros miedos, sin pudor, con total entrega, ahondando en cada uno de los recovecos de nuestros cuerpos, eso sí, con torpeza, algo que supe con los años, lo que no quita que siga recordándolo como el mejor sexo que haya tenido, porque fue con ella. Las cuatro horas, entre aquellas cuatro paredes de esa cuadrada casa, daban para mucho aún sabiendo de su dolorosa despedida. Después de amarnos, que era lo primero que hacíamos nada más vernos, nos quedábamos abrazadas, desnudas, besándonos y hablando de lo que queríamos ser y de nuestro futuro juntas. Ella quería ser médico como su padre y yo, no quería ser como mi padre, ni por asomo. Aparte de eso, yo quería estudiar veterinaria, me encantaban los animales y quería curarles, ser su salvadora. No hay mayor entrega que la de un animal agradecido. Teníamos planeado encontrarnos en la universidad y estar juntas durante la carrera y después, buscarnos la vida lejos del pueblo para no tener que escondernos más. Las ilusiones de esas edades. Una de mis armas para mantener vivo nuestro amor era las historias que le contaba a Irene. Tantas horas de encierro en mi habitación hicieron crecer mi imaginación y me concedieron la facilidad de inventar cuentos, la mayoría de ellos basados en los libros que me había leído. Era ella la que elegía el momento de la historia, apoyaba su cabeza en mi regazo y con ese gesto me invitaba a que continuara con el relato, que yo le contaba mientras le acariciaba el pelo. Como Sherezade en las mil y una noches, le contaba las historias por capítulos, cada vez uno, y procuraba que terminasen con un interrogante que dejara a Irene con la intriga, lo que provocaba sus

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súplicas para que continuara. Me encantaba ese momento, cuando intentaba seducirme con su mejor arma, sus besos. — Si me cuentas el siguiente, te daré mil besos a cambio… Lo que daría yo ahora por uno solo de esos mil besos. Inventé muchas historias para ella. Le encantaban mis historias. Me acuerdo de una basada en Doña Luisa, la propietaria de la casa de nuestros encuentros, ambientada en una sociedad de penurias y barro al estilo de Dickens, que me salió redonda. Aquel culebrón duró todo un invierno y fue una de las historias que más le gustó.

He detenido mi monólogo interior durante un buen rato porque el autobús ha parado en un área de descanso y he aprovechado para bajar a hacer pis y de paso, comprar una botellita de agua y algo de comer en la ruidosa cafetería. Nada más arrancar el autobús, y sin darme tregua, se ha asomado el recuerdo que contiene el porqué de mi marcha para decirme que es el siguiente. Tengo tan presente las escenas que sucedieron, las palabras que se dijeron, que recuerdo aquel episodio de mi vida como si hubiera ocurrido ayer, aunque hayan pasado más de veinte años. Todo comenzó el día anterior a mi marcha, estando en mi habitación estudiando o haciendo que estudiaba, sonaron dos toques en la puerta, que se abrió lo suficiente para que Irene asomara su cara. — Dónde te metes, hace días que no nos vemos ¿Te pasa algo? — Nada, solo que el otro día me enteré de que tienes novio y prefiero ahorrarme el espectáculo. Entró en la habitación y cerró la puerta, se acercó y quiso tocarme pero aparté su mano.

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— María, no seas así conmigo, déjame explicártelo. Sabes que te quiero y que es contigo con quien quiero estar, pero es todo tan complicado. No quería ni mirarla, no quería explicaciones de nada, con el solo hecho de querer darme explicaciones ya estaba afirmando que era cierto. Se sentó a mi lado y me cogió de las manos para intentar explicarme su absurda teoría sobre cómo evitar el ―qué dirán‖. — María, mírame. Es verdad que tengo novio, desde hace una semana salgo con Gustavo el hijo del farmacéutico, ya sabes que siempre ha estado colado por mí. Sí, ya sé que sabes que no me gusta pero salgo con él por varias razones, porque ya tengo casi dieciocho años y porque todas mis amigas tienen novio menos yo. Ya empezaba a ser el comentario del pueblo, de mis amigas, de las amigas de mi madre y, sobre todo, de mi madre, que no paraba de echarme en cara que tu hermana Carmen ya tenía novio y que yo a mi edad aún seguía en el país de ―Nunca Jamás‖. — Hace una semana, o sea, que el sábado pasado ya estabas con él y no me dijiste nada. Muy bonito. — No tuve el valor de decírtelo, sé que no me ibas a entender, y no quise estropear nuestra tarde. No podía disimular mi enfado, me cabreaba que estuviera con él y no conmigo, me repateaba que el motivo de salir con un tío fuese poder decírselo a la gente mientras que lo nuestro, había que ocultarlo. Y sobre todo, me dolía haberme enterado por los demás y no por ella. — Por favor María, no te quedes callada. Mírame, dime algo. — Aún tienes diecisiete años y a esa edad, no es obligatorio tener novio, ni a esa edad ni a ninguna. Pero tú eliges y tú sabrás lo que haces. Eso sí, no cuentes conmigo, no quiero ser cómplice de tus patrañas. No es bueno ni para ti, ni para mí, ni para el infeliz de Gustavo. — No me gusta lo que estoy haciendo pero no tengo más remedio, es lo que esperan de mí. Entiéndeme, me veo obligada a ello. Quiero que

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sepas que él no significa nada para mí, que es a ti a quien quiero y sólo a ti, María. Por favor, queda conmigo mañana por la tarde en el mirador del monte, así podremos hablar tranquilamente en el árbol. — A escondidas, claro, incluso habrá que ocultarse más que antes, como ya tienes novio oficial para enseñar, no sería correcto que te vieran ahora conmigo. — María, aunque no estuviera con él, no podríamos mostrarnos a los demás, lo que hacemos no está bien, recuerda que es ―lo prohibido‖. — Para nosotras lo que hacemos sí está bien y es lo que queremos, que es ―lo prohibido‖ lo dicen los demás. — Sabes que no es tan fácil como dices. Me tengo que ir porque tu hermana me está esperando, estamos estudiando para el examen de mañana. Por favor, queda conmigo mañana a las cinco. No faltes, recuerda que te estaré esperando. Después de aquella conversación, mi enfado era mayúsculo, no quería que pasara lo que estaba pasando, no soportaba que estuviera con él, que le besara, que hicieran planes juntos, aunque fuera todo mentira. En ese momento la odié con toda mi alma, me dolía el chantaje emocional que me estaba haciendo para que tragara con lo intragable, ―perdóname pero no tengo más remedio, te jodo porque te quiero‖. Y una, qué podía hacer ante eso si sólo tenía dos opciones, aceptar o aceptar, no había otra. La tarde de la cita subí al mirador en bicicleta, había llovido mucho la noche anterior y el campo tenía ese fresco olor que da la lluvia. Entre que mi enfado aún persistía y que el olor a tierra mojada me provocaba placidez, subí despacio, disfrutando del paisaje y con el propósito de hacer esperar a Irene. — Llegas veinte minutos tarde, me iba a ir porque pensé que me habías dado plantón.

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— No creas que no lo pensé, pero aquí estoy, ¿no? — Ya es tarde para ir al árbol, anochecerá dentro de poco. Además, me he quedado helada esperándote. Mientras se ponía el abrigo que le ofrecí para que entrara en calor, ella intentó de nuevo explicarme sus motivos que seguían sin convencerme pero, el gesto de oler profundamente el cuello de mi abrigo y luego mirarme a los ojos para transmitirme su amor, me desarmó por completo y no pude mantener mi actitud de enfado, y me rendí, la abracé y me puse a llorar. — Mi amor, esto sólo es por un tiempo. Ya sabes que me iré el año que viene a estudiar medicina a la universidad y solo vendré por aquí en vacaciones y por navidades. Te juro que dejaré a Gustavo. No estoy enamorada de él, estoy enamorada de ti. — Sé que te irás después del verano, pero no contaba con que me quitarías el tiempo que me queda para estar contigo hasta tu marcha. — No es así, tal vez nos veamos un poco menos pero no quiero dejar de verte. Todo seguirá como hasta ahora, lo único es que oirás hablar de mí y de mi novio, pero sabrás que todo es mentira y que durará poco. Me besó y, como siempre, sus besos me anularon por completo la voluntad. Aún añoro sus besos, tan cálidos y carnosos que hacían que mi cuerpo se estremeciera. Tal vez los tenga idealizados porque los he buscado en otras mujeres sin encontrarlos. — Irene, no entiendo tu necesidad de tener novio sin quererlo y me duele tu decisión pero la acepto porque no quiero perderte. — Sabes que eso no va a ocurrir. Todo sigue en pie, nuestros planes no han cambiado por esto. Solo tenemos que esperar a que vayas a la universidad, donde yo te estaré esperando. Esta vez la besé yo totalmente entregada, totalmente enamorada, con todo el amor que se puede sentir a los dieciséis años. Pero ese beso duró un instante, terminó justo en el momento en que un coche pasó por delante de nosotras, el ruido me hizo abrir los ojos para ver como

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mi padre me miraba desde el asiento delantero del coche con ojos de pavor, al igual que el párroco, que iba en el asiento trasero. Dejé de besar a Irene y, cuando ella quiso mirar, sujeté su cabeza contra mi hombro para evitar que le vieran la cara y la reconocieran. Me quedé por unos segundos paralizada, sintiendo cómo todo mi mundo se venía abajo. — Deprisa, vámonos de aquí. La hemos cagado pero bien. Acaban de pasar mi padre, el cura y dos más en un coche, camino de la ermita. Me han visto de lleno, no voy a poder negarlo. No sé cómo voy a salir de esta. — Joder María, qué hemos hecho, somos idiotas al estar tan expuestas. Por dios, mis padres no pueden enterarse, me matarían. No quiero pensar lo que me puede pasar si tu padre se lo cuenta a los míos. — No te preocupes, a ti no te han visto, no he dejado que te vieran. Además, mi abrigo te ha camuflado y no te han podido reconocer. A mí me han visto la cara, a ti no. — No puedes decírselo a tu padre, no puedes decirle que era yo. ¡Júramelo, María! — No diré nada, sabes que no lo haré. Si se sabe algo es porque tú lo habrás dicho, no yo. No te pongas esta ropa durante algún tiempo por si se han fijado en tus pantalones o en tus zapatillas. Ve por casa como si no supieras nada, compórtate como siempre y no te pasará nada. Y cruza los dedos por mí. — Dios mío María, qué te va a pasar, me moriré si no puedo verte más. Y así fue, no nos volvimos a ver, aunque ella no murió por ello. Volví a casa tarde porque el miedo me impedía enfrentarme a lo que me esperaba y estuve deambulando con la bici hasta que la noche y el frío me obligaron a ir al patíbulo. Nada más entrar, papá me recibió con un bofetón que me volteó la cabeza y las lágrimas saltaron de mis ojos. Lo primero que me preguntó fue, — ¿Quién era la depravada que estaba contigo?

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— Que más da, no la conoces. — Eres lo peor, eres una enferma. Me das asco. — Papá, no estaba haciendo nada malo, la quiero, ¿qué malo hay en ello? — Yo te voy a decir lo que es bueno y lo que es malo. Sube a tu habitación y haz las maletas. Mañana por la mañana sales de aquí, te vas interna al colegio de tu tía Isabel. No quiero volver a saber nada de ti en lo que me resta de vida. Tendrás pagados los estudios, pero nada más. No quiero que vuelvas a pisar esta casa, no eres digna de ello. Se oía de fondo el llanto de Carmen, que intentó intervenir sin éxito porque papá la apartó de un manotazo diciéndole que no se metiera si no quería recibir también lo suyo. Yo me aferré a mamá suplicándole ayuda pero ella, se limitó a levantar los brazos para no tocarme y no abrió la boca ni hizo nada para impedirlo. Estando en mi habitación llorando y haciendo la maleta con Josefina, entró Carmen y le pidió que nos dejara a solas un momento. — ¿María, qué has hecho? ¿Cómo se te ocurre besarte con una chica a la vista de los demás, de papá? — Joder Carmen, ha sido un fallo, cómo me podía imaginar que papá iba a pasar por allí en ese momento. La cagué y ahora lo tengo que pagar, y me muero de sólo pensarlo. — ¿Con quién estabas? — Que más da, no la conoces y es mejor que no sepas nada. Carmen me contó que papá llegó a casa hecho un basilisco diciendo que me mataría, que la vergüenza que le había hecho pasar no me la iba a perdonar en la vida. Tuvimos la mala suerte de que, en la noche anterior durante la tormenta, un rayo quemara parte del tejado de la ermita. Por eso, mi tirano padre el alcalde y el párroco subían esa tarde por el monte cuando se cruzaron con nosotras, en el mismo instante en que yo besaba de manera apasionada a la mujer de mi

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vida por última vez, en el instante en que mi destino se cruzó con Pedro Páramo y el padre Rentería para virar el rumbo de mi vida. Y aquí terminó esta historia inconclusa de un amor inacabado lo que provocó que, aún no estando ya juntas, la historia continuara en mi imaginación y en mi corazón. Aunque ya se sabe que segundas partes nunca fueron buenas. Irene fue mi primer amor, un amor de infancia y adolescencia que duró tres años de clandestinidad hasta ser descubierto, desde el primer beso a los trece años, hasta el último beso a los dieciséis. Después, vinieron otros amores pero ninguno trastocó mi ser como aquel primero. Mi amor por Irene aún perdura. Al día siguiente de aquello, mi vida cambió radicalmente, dio un giro de ciento ochenta grados hacia la fatalidad y entró en una pesadilla que duró tres duros y largos años.

No me gustaría recordar los años que pasé en el internado con detalle, fue una época de mi vida oscura y llena de tormentos que no deseo rehacerla en el pensamiento. Espero que recordando algo de aquello, lo menos doloroso, los demás recuerdos de esa época se conformen y vuelvan a su lugar, del que espero no salgan más. Durante los años de internado me dediqué a lo único que me dejaron hacer, estudiar. Mi vida fue una pesadilla cíclica convertida en rutina. Por la mañana a primera hora, misa, después clases hasta la hora de comer, después más clases hasta las seis, rezar el rosario más dos horas de estudio hasta la cena. Después de cenar y cumplir con los rezos nocturnos, me iba a dormir para volver a empezar. Los fines de semana, en ausencia de las clases, limpiaba mi habitación y tenía algo de tiempo libre para leer o pasear por el patio del internado. En mi celda, donde se apagaban las luces a las nueve y media, lloré todas y cada una de las noches que conformaron mi condena. Al principio era un llanto angustiado y doloroso provocado por el desamparo que sentía y que, poco a poco, conseguía calmar pensando en Irene, hasta convertir aquella congoja en un llanto suave

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para no estorbar a la memoria. Cada noche, al igual que me inventé historias para ella, me contaba un nuevo capítulo de nuestro amor, lleno de besos y cosas bonitas, hasta que me quedaba dormida. De esa forma, Irene se fue convirtiendo en fantasía. No hice amistad con ninguna de mis compañeras a excepción de Lucía, que me ayudó un poco a superar aquel suplicio. Esta chica fue la única persona amable que recuerdo del internado, no era interna y tenía la suerte de volver a su casa después de las clases. Gracias a ello, me proporcionaba libros de su madre, casi todos novelas de amor, que me servían para evadirme. Los libros fueron mis mejores aliados, me dieron fuerzas para aguantar y me enseñaron que no había que conformarse con una vida impuesta y desperdiciada, que había que luchar para vivir o morir en el intento, como Madame Bovary y no como mi madre, Doña Carmen. Algunos fines de semana, cuando la tía Isabel iba a casa de los abuelos, me llevaba con ella. El abuelo no me hablaba pero permitía que entrara en su casa y que estuviera con la abuela. Aquellos días con la abuela me daban la vida. Era una mujer bondadosa que se ocupaba de que estuviera bien y de que no me faltara de nada. Yo evitaba cruzarme con el abuelo y me quedaba con ella en la cocina aprendiendo a cocinar y escuchando sus historias. Allí fue donde descubrí que, además del nombre, había heredado de ella la imaginación. La abuela hizo de mensajera entre Carmen y yo, y cuando la tía no estaba presente, me entregaba la carta que le había dejado para mi y yo le daba la mía. Por aquellas cartas me enteraba de la situación en casa y de Irene, que casi siempre me mandaba recuerdos. Yo no preguntaba por ella porque nadie debía saber lo nuestro y no quería levantar sospechas pero, lo primero que hacía cuando recibía una carta era buscar su nombre para saber de ella. Sé que Irene y Carmen siguieron siendo muy buenas amigas, aunque se distanciaron un poco cuando se fueron a estudiar a distintas universidades lo que provocó que, con el tiempo, las cartas de Carmen dejaran de hablar de ella.

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En el último año del internado, cuando ya por fin se acercaba el final y solo faltaban por tachar en el calendario los últimos días de mi condena, había aprobado el curso y solo me quedaba superar la selectividad, estaba asustada porque no sabía qué iba a ser de mí a partir de ese momento. Tuve la falsa esperanza de que papá me fuera a perdonar. Recuerdo que lo hablé con la abuela. — Abuela, me falta poco para terminar el suplicio del internado y me gustaría seguir estudiando en la universidad. Te pido que hables con papá, tú eres la única que puede convencerle. — Tu padre no da opción, dice que solo dará dinero si te metes a monja o te casas. — Se ha vuelto loco abuela, de ninguna manera me voy a casar con el que él me dicte ni tampoco quiero ser monja, son todas unas arpías y la tía Isabel, no se salva. No, no quiero lo que me ofrece mi padre y además, soy mayor de edad y no puede obligarme. Prefiero ser yo la que decida mi vida, aunque no pueda seguir estudiando. En ese momento, la abuela María me contó la historia del tío Luís, que tuvo que irse de casa porque el abuelo le echó al enterarse de que era homosexual, lo mismo que me había pasado a mí. Hasta ese día, nunca había sabido el motivo de la desaparición del hermano de papá, fue un tema tabú en la familia que no se podía mencionar. Me dijo que vivía en Málaga y que ella seguía teniendo contacto con él a escondidas del abuelo, se llamaban por teléfono de vez en cuando y se veían cuando el tío venía a la capital. Recuerdo que me dijo, — Ve con él, es el único que puede ayudarte. El último día que estuve con la abuela, me despedí de ella y le entregué una carta para Carmen, donde le explicaba la situación y que no sabía si podría seguir en contacto con ella. Aquel día besé a la abuela por última vez. Mis sentimientos en ese momento eran contradictorios, por un lado estaba contenta por librarme del yugo paterno pero por otro lado, me dolía no poder seguir estudiando e ir a la universidad para encontrarme con Irene, que era mi sueño labrado durante todos esos

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años. Con estos ánimos, partí hacia la vida con un billete de autobús, una mochilla casi vacía y el poco dinero que me dio la abuela. Y en este punto, he de dar por cerrado el primer volumen del archivo de mi memoria porque, a partir de ese momento, fueron mis aciertos y mis errores los que guiaron mi destino. Recuerdo muy bien mi llegada a Málaga, a la casa de mi tío desconocido. El tío Luís me estaba esperando, había hablado con la abuela y sabía de mi llegada. Me presentó a su pareja, Albert, y me enseñó la habitación que había preparado para mí. Aquella habitación ha sido la más bonita y luminosa que he tenido. Le agradecí lo que estaba haciendo por mí y le dije que me iría pronto, en cuanto encontrara un trabajo y tuviera algo de dinero para buscarme la vida. Recuerdo su respuesta. — No tienes que irte si no quieres. No tengas prisa, la casa es grande y podemos vivir todos juntos muy bien. Hacía más de veinte años que el tío Luís se alejó de la familia, fue cuando, al volver del servicio militar, le contó a su padre su condición sexual y el abuelo, le echó de casa y le desheredó. Estuvo viviendo unos años en Barcelona, después se buscó la vida como maître en la Costa Azul y desde hacía diez años, vivía en la Costa del Sol donde era propietario de un bar gay. Llevaba tiempo con el negocio y le funcionaba muy bien, era uno de los bares de ambiente más concurrido, lo que le permitía vivir sin dificultades. Tenía una casa muy bonita, con jardín y piscina, donde hacía unas fiestas muy divertidas. Albert y él llevaban juntos muchos años y se les veía felices. Los dos me ayudaron mucho y me ensañaron a ver la vida que había tenido oculta durante tantos años. Lo primero que hicieron fue cambiar mi estilo monjil de vestir, Albert me llevó de tiendas y me asesoró a la hora de comprar la ropa o los zapatos. Era divertido y le encantaba ir de compras. A través del tío Luís, que tenía muchos contactos, conseguí trabajo en una inmobiliaria, lo que me permitió tener dinero por primera vez.

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También me apunté a una academia para aprender más inglés del que sabía de mis años de estudiante porque tenía planeado irme a Londres. Ya que no pude seguir estudiando, tenía la intención de irme a Inglaterra a aprender el idioma perfectamente, pensaba que me vendría bien para ganarme la vida. El hecho de que Albert fuese inglés me ayudó mucho y frecuentemente conversábamos en su idioma, lo que me dio bastante soltura a la hora de hablarlo. Estuve un año largo viviendo con ellos y fue mi liberación. En ese tiempo de sol y sal, comprendí que la vida me ofrecía la oportunidad de conocer otros mundos más luminosos al vivido hasta entonces. En esa época fue cuando conocí a Martín, la persona más importante de mi vida a partir de ese momento, el que estuvo a mi lado cuando lo necesité, el que me acompañó en mi aventurada y desventurada vida. Le conocí a través del tío Luís, trabajaba de camarero en el bar y a veces, pasaba por la casa para hablar con él. Era simpático, vitalista, optimista, divertido y desde el principio hubo conexión entre nosotros. Nos hicimos amigos y empecé a salir con él de marcha, a conocer gente y a vivir la noche. Muchas tardes, antes de que él entrara a trabajar, paseábamos por la orilla del mar, decía que esos paseos le venían bien para sus piernas doloridas de tantas horas de pie en la barra del bar. Durante esos paseos nos contamos nuestras vidas y nuestros planes y allí fue, donde nació nuestra profunda y gran amistad. Martín era unos años mayor que yo y no tuvo una infancia mejor que la mía, sus padres murieron cuando él era un niño y fue criado por su abuela. Desde pequeño supo que era gay, lo que le trajo problemas en el colegio y en el pueblo. Cuando murió su abuela se largó de allí y desde los diecisiete años se buscó la vida. Me encantaba hacer planes con él, era tan vitalista y lo veía todo tan fácil, que decidimos irnos a recorrer mundo y buscarnos la vida allá donde nos recibieran. Yo le conté mis planes sobre Londres y le gustó la idea, era el lugar idóneo para empezar. Desde ese momento

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comenzamos a tramar nuestro plan, urdido en los largos paseos por la playa. Fue en ese tiempo cuando tuve mi primera relación visible con una mujer, quince años mayor que yo y amiga de Martín. Después de Irene, no había tenido otra relación y llevaba tanto tiempo sin besar, que lo necesitaba. Se llamaba Marlene y Martín, me avisó de que tuviera cuidado con ella porque tenía un problema con el alcohol y era un poco inestable. Estuve con ella un par meses y aprendí bastante sobre las artes amatorias entre mujeres. Al final, tuve que dejarla por los motivos que me advirtió Martín. No voy a negar que siguiera pensando en Irene. Desde que no recibía las cartas de Carmen, no tenía noticias de ella así que, mi imaginación se encargó de mantenerla viva en mi pensamiento. Me planteé la posibilidad de ir en su búsqueda pero sabía que no era lo correcto, sabía que lo correcto era olvidar y seguir adelante. Habían pasado más de tres años y ella tendría su vida, estaría estudiando su carrera y yo, no tenía el valor necesario para ir a su encuentro, me daba miedo aparecer ante ella y descubrir que ya se había olvidado de mí. He estado un rato sin recordar porque el autobús ha hecho otra parada, esta vez, más corta. Me ha venido bien este descanso, he podido estirar un poco las piernas y he respirado el aire puro y limpio, con olor a campo y lluvia, que había en ese lugar, y me ha recordado al pueblo, tal vez porque estoy cada vez más cerca. Durante esta pausa, he notado que mi cabeza está más calmada y que el ejercicio mental está dando resultados. Si no recuerdo mal, ahora debería recordar mi etapa en Londres. Creo que fue a finales del noventa y seis cuando comenzó nuestra aventura, si no me equivoco. Londres fue para mí la liberación y el desequilibrio total. Todo era distinto a lo que había conocido hasta ese momento. Fue un tiempo de locura. En un principio, nos instalamos en uno de los barrios marginales de la ciudad, en la casa de un amigo de Martín, que era nuestro contacto en Londres. Poco a poco fuimos haciendo amigos y al cabo de un mes nos fuimos a vivir a un piso compartido con otro español y un alemán. La casa era un asco pero yo conseguí que mi habitación fuera mi

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pequeño hogar. El dinero ahorrado duró unos cuantos meses y luego, hubo que buscarse la vida. Cuando se tiene poco es difícil sobrevivir en una gran ciudad. Martín no tuvo problema en encontrar trabajo rápidamente ya que sus años de experiencia en la Costa del Sol habían hecho de él un buen barman. En cambio yo, durante los tres años que duró mi aventura en Londres, hice todo tipo de trabajos, cajera, camarera, dependienta, profesora de español, pegué carteles... y alguno más que ya no recuerdo. La verdad es que tuve suerte y nunca me faltó el curre que, aunque precario y mal pagado, me permitió subsistir en aquella cara ciudad. Durante el tiempo que estuvimos en Londres, el binomio positivo Martín-María se hizo más fuerte y más sólido. Muchas noches Martín se venía a mi habitación, se metía en la cama conmigo y conversábamos hasta que nos entraba el sueño, a veces se iba a su cuarto y otras, se quedaba a dormir en el mío. Recuerdo la sinceridad que hubo entre nosotros a la hora de contarnos nuestras vidas, nuestros amores y nuestros temores. Hablábamos de todo, de lo real y de lo irreal, de lo posible y de lo plausible pero nunca, hubo un lenguaje de seducción y fantasía entre nosotros, jamás me inventé historias para él, tal vez porque esa cualidad formaba parte de mi ritual de enamoramiento que no se despertaba en presencia de Martín, todo hay que decirlo. Martín y yo nos dimos cariño y fuerzas mutuamente y gracias a ese tándem, sobrevivimos. Al principio escribía a menudo al tío Luís contándole cómo me iba. Empecé escribiéndole cartas, después pasé a mandarle postales que se fueron distanciando en el tiempo y al final, dejé de escribir. Cambié mi aspecto de forma radical, me corté el pelo y me vestí de negro, me tatué la palabra ―free‖ en una muñeca y me puse un piercing en la ceja. Conseguí tal cambio en mí que ni mi padre me hubiera reconocido. Quería olvidar y empezar de nuevo y esta ciudad me ofrecía la oportunidad de hacerlo. Durante el primer año intenté llevar una vida más o menos ordenada, encontré trabajo como cajera en un supermercado y después, estudiaba inglés en una academia. Entre el trabajo y las clases, los

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días no daban para mucho más, pero los viernes, después de una dura semana, esperaba a Martín a la salida de su trabajo y nos íbamos por ahí a emborracharnos y a divertirnos por lugares, a veces, poco recomendables. Fue una época loca, sin responsabilidades ni imposiciones por parte de nadie, hacíamos lo que nos daba la gana sin tener que dar explicaciones. La mayoría de nuestras amistades era gente marginal que se ganaba la vida en la calle, músicos, mimos, pandilleros, mendigos, camellos e incluso putas y chaperos, vamos, lo mejor de cada casa. Al año y medio de estar allí, los dos habíamos perdido el norte y estábamos sumergimos en un mundo de diversión, drogas y alcohol, llevando una vida desenfrenada y peligrosa. Muchas noches, después de drogarnos con cualquier mierda que habíamos conseguido, Martín y yo nos metíamos en el primer garito donde había marcha o algún concierto hasta que nos echaban y, casi siempre, volvíamos a nuestra guarida totalmente colocados, a veces solos, a veces acompañados. Por aquella época tuve unas cuantas amantes, todas efímeras, que duraron una sola noche y de las que no recuerdo sus nombres. Mi objetivo era olvidar, no pensar y vivir a tope. Como diría Ian Dury ―Sex and Drugs and Rock and Roll‖. Durante ese tiempo, no sé si largo o corto porque no fui consciente de ello y ahora me es imposible recordar con claridad, experimenté una parada del pensamiento sin utilizar técnica alguna, sólo con las drogas, y conseguí olvidar mi pasado, o eso creía. Había amontonado todos mis recuerdos, los buenos y los malos, en el más lejano de los baúles, bajo siete candados. No quería recordar. Irene pasó a un plano inferior de mis pensamientos, conseguí meterla en el segundo baúl de los recuerdos después de haber estado durante años en el primero de ellos, en el que no tiene tapa. Aún así, de vez en cuando, como quien no quería la cosa, aparecía en mis pensamientos para instalarse allí durante un tiempo, hasta que conseguía devolverla a su sitio, no sin esfuerzo. Nunca he podido controlar los recuerdos de Irene porque tienen luz propia y habitan en mi corazón. No podía evitar acordarme de ella el día de su

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cumpleaños, o cuando un sábado miraba el reloj y marcaba las cinco, la hora de vernos, y sobre todo, en esas noches tristes, cuando me imaginaba en su compañía y le preguntaba si pensaba en mí como yo pensaba en ella. Llevaba tantos años sin saber de ella. Después de un tiempo de vida desenfrenada, caí enferma de neumonía y estuve ingresada en un hospital durante un largo mes. Estuve bastante grave y en un principio temieron por mi vida. Todo fue por el descontrol de vida que llevaba, el abuso de drogas y alcohol y la falta de alimentación provocaron mi enfermedad. Toda la vida le estaré agradecida a Martín por su ayuda, fue mi salvador, sin él no hubiera superado aquella enfermedad. Salí del hospital muy débil y delgada; y gracias a él, que me cuidó y me alimentó, conseguí recuperarme. Durante mi convalecencia, me pasaba mucho tiempo sola en la habitación. Martín estaba fuera gran parte del día, trabajaba en la cafetería de unos grandes almacenes y además, tenía una historia con un ejecutivo casado del que estaba locamente enamorado. Sabía que esa relación no tenía futuro pero quería vivirla a tope mientras durara. Pasarme largas horas encerrada en mi habitación ha sido mi ―modus operandi‖ en esta vida, primero en casa, después en el internado y luego en Londres. Entre que la enfermedad me había debilitado mucho y tantas horas de soledad habían afectado a mi ánimo, me planteé volver con el tío Luís. Martín me daba ánimos y me decía que aguantara, que después de mi recuperación nos iríamos a otro lugar, había que seguir recorriendo el mundo. Recuerdo el día que conocí a Karla, mi segundo amor. Yo seguía convaleciente en mi cuarto cuando Johann, el alemán que vivía en el piso, me invitó a tomar un té con él y unos amigos en su habitación. Me animé a ir, estaba cansada de estar sola y necesitaba un poco de compañía.

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Es curioso que mientras pienso en Karla, ha empezado a sonar en la radio una canción de Aretha Franklin que, siempre que la escucho, me recuerda a ella. Karla era prima de Johann, llevaba un tiempo viviendo en Londres y se ganaba la vida como cantante de un grupo de soul, los L-O-V-E, nombre que habían tomado de una la canción de Al Green. Conectamos rápidamente y en un momento de la reunión, su mirada se cruzó con la mía y hubo un chispazo. Me invitó a que fuera a verla al local donde actuaba y le prometí que iría en cuanto me recuperase. Después de casi dos meses de recuperación, la primera noche que salí con Martín, fuimos a verla. Me quedé alucinada de lo buena que era, tenía una voz sorprendente y se atrevía con canciones de Aretha o de Gladys Knight por citar algunas, pero con un estilo a lo Janis Joplin. Me encantó como cantaba y me enamoré de ella al instante. Aquella noche se vino conmigo a casa y estuvimos juntas casi dos años. Karla fue el punto de estabilidad que necesitaba mi vida que hasta ese momento había ido a la deriva. Era alegre y positiva, siempre encontraba solución a los problemas y hacía que las cosas fueran tan sencillas que era muy fácil vivir con ella. Martín y ella se llevaron bien desde el principio, aunque Martín la llamaba la teutona tetona cuando ella no estaba presente, siempre hubo buen rollo entre ellos. Mi amor por Karla fue muy distinto al de Irene, mucho menos intenso, más pausado, más que amor fue un querer. Me enamoré de Karla por necesidad, por necesidad de querer y ser querida. Quise quererla y me dejé querer. También utilicé mis historias para enamorarla, aunque esta vez fueron en inglés. Recuerdo que me sentía una traidora cuando le contaba alguna de las historias que inventé para Irene así que, traté de inventar otras para ella, basadas en algún cuento de Poe o en cualquier otro libro que había leído. También se las contaba por

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capítulos y también me suplicaba para que le contara más, pero no era lo mismo. Sé que Karla estuvo muy enamorada de mí, sobre todo al principio, cuando no le importaba que yo no la amara tanto como ella a mí. Durante el primer año, la relación fue muy pasional y con mucho sexo, hacíamos el amor sin tapujos, totalmente entregadas la una a la otra, emitiendo susurros en lenguas extrañas. Me encantaba su cuerpo tan blanco y aterciopelado. Después de mi recuperación conseguí estar ―on benefits‖ gracias al subsidio por desempleo que me dio el gobierno británico que, junto con el trabajo de profesora de español de unos niños, me solucionaron mi existencia por un tiempo. Martín y yo seguíamos manteniendo la costumbre de quedar los viernes por la noche para irnos por ahí, sin tantos excesos como antes, eso sí, y acabar en el local donde actuara Karla, a la que esperábamos para volver a casa juntos. Al tiempo de estar con Karla, un día me pidió que me fuera con ella a Dublín, el grupo había conseguido una gira de tres meses por los locales de la ciudad y quería que la acompañara a Irlanda. Le dije que sí porque necesitaba cambiar de aires. Londres se había convertido para mí, como su clima, plomizo en color y contenido. Intenté convencer a Martín para que nos acompañara pero no quiso, seguía con su destructiva relación con el ejecutivo y no quería dejarla en esos momentos. La aventura de Dublín duró unos cuatro meses, más o menos, y durante el tiempo que estuvimos allí, el grupo se instaló en un piso alquilado y yo me instalé en la habitación de Karla. Al poco de llegar, conseguí un trabajo gracias a ella, que se enteró que buscaban una camarera en uno de los locales donde había actuado. En ese tiempo mi relación con Karla pasó a una segunda fase y se hizo más profunda, me fui enamorando más de ella, me encontraba a gusto con ella y me hacía sentir segura y amada. Excepto algún día que ella ensayaba con el grupo, la mayoría de los días los pasábamos juntas, visitando la ciudad, paseando o haciendo cualquier otra cosa. Y

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por las noches, después de volver de trabajar, nos citábamos en la cama para amarnos. Mi felicidad fue completa cuando a los dos meses de estar allí, Martín apareció para quedarse a vivir con nosotras, había roto definitivamente con su amante y había decidido poner fin a su aventura en Londres. Consiguió una habitación en una casa cercana y volvimos a ser los tres. Martín tardó en recuperarse de aquella ruptura porque el ejecutivo casado le tocó el corazón. Los L-O-V-E consiguieron prorrogar un mes más los conciertos pero al poco, Karla me dijo que tenía que dejarlo todo y volver a Berlín, había recibido una llamada de su hermana comunicándole que su madre estaba muy enferma y ya había hablado con el grupo su decisión de dejarles al finalizar la gira. Me pidió que me fuera con ella, que nos fuéramos los tres. A Martín y a mí nos pareció estupendo porque nos daba la oportunidad de seguir con nuestra aventura de la vida. Y así fue como terminó nuestra corta experiencia en Dublín para tomar rumbo a Berlín. No fue fácil la vida en Berlín porque, como quien dice, llegamos con lo puesto. Al llegar, Karla se fue a vivir con su familia y Martín y yo estuvimos viviendo en una casa ocupa hasta que encontramos trabajo. Me costó encontrar curro pero al final conseguí uno de dependienta en una tienda de recuerdos de la ciudad, donde vendía lo típico, postales, tazas, camisetas, un trozo del muro, el ampelmann…Trabajaba pocas horas y me pagaban muy poco. Martín también consiguió trabajo de camarero en una discoteca que regentaba un español y, con el sueldo de los dos, nos alquilamos una habitación grande con dos camas. El dinero no daba para más si también había que pensar en comer. Durante los seis primeros meses Karla y yo nos veíamos casi todos los días. Ella empezó a trabajar en la agencia de publicidad de su padre y quedábamos a la salida del trabajo. Tenía en mente volver a cantar, buscar un grupo para actuar pero sin vivir de ello, quería compaginarlo con el trabajo que tenía, pero debía esperar por su madre. Se sentía mal por pensar que tenía que esperar la muerte de su madre para poder seguir con su vida. Como Martín trabajaba hasta

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muy tarde y volvía de madrugada, muchas de esas noches, Karla se quedaba a dormir conmigo. El subidón de amor que sentí por Karla en Dublín fue perdiendo intensidad, yo seguía queriéndola pero mis sentimientos habían vuelto al principio, a la época de Londres. Estar con ella volvió a ser más que amor, una necesidad. Ella marcaba el ritmo de la relación y yo me dejaba llevar. El trabajo que tuve me dejaba tener mucho tiempo libre lo que me permitió conocer Berlín. Salía las tardes sin lluvia a recorrer la ciudad con aquella bicicleta vieja que conseguí tan barata. No había vuelto a montar en una desde aquél día que cambio mi vida y me gustó recuperar la sensación de libertad que sentía de pequeña, cuando iba en bici. La madre de Karla fue empeorando y nuestras citas se fueron retrasando en el tiempo y, poco a poco, nos fuimos distanciando. Empecé a serle infiel con el pensamiento. Llevaba mucho tiempo sin pensar en ella cuando Irene se instaló de nuevo en el primer baúl, en donde siempre quiso estar y de donde nunca debió salir, para acompañarme en mis noches de soledad. Por aquella época Martín venía cada vez menos por la habitación, se pasaba días y días sin aparecer. De vez en cuando venía a dejarme el dinero para el alquiler y a coger ropa. Las veces que le veía hablábamos un poco, pero nunca me contó en qué andaba metido. Como intentaba evitar estar sola, a menudo me iba a la casa ocupa donde estuvimos al llegar a Berlín y me reunía con la gente conocida para pasar la tarde en compañía. Karla vino a verme justo después de la muerte de su madre, llevaba casi un mes sin saber de ella. Vino a decirme adiós. Necesitaba un cambio en su vida, la muerte de su madre la había hecho reflexionar y no quería seguir con la vida que había llevado hasta ese momento. No quería seguir conmigo. Me reprochó mi falta de compromiso, que al principio no le importó pero que con el tiempo le hizo perder la ilusión

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por mí. Se despidió con lágrimas en los ojos, diciéndome que me llevaría en su corazón. Desde el principio supe que la ruptura con Karla iba a ocurrir tarde o temprano, pero ocurrió en un momento bajo para mí y me dejó muy tocada anímicamente, con una sensación de soledad y abandono que me recordaba a otros momentos de mi pasado. Y para colmo, no podía contar con el consuelo de Martín porque llevaba una vida nocturna que no coincidía con la mía. Sin Karla y sin Martín, no tenía sentido seguir malviviendo en Berlín, tenía veintisiete años y ya era hora de hacer algo con mi vida. No sé si el destino quiso ayudarme o si se obró un milagro pero el caso es que, estando en plena catarsis existencial, al salir un día de casa, me paró un señor por la calle y me preguntó en español si yo era María Serrano. En un primer instante me quedé alucinada de que un desconocido supiera mi nombre pero al momento, el hombre se presentó y me explicó que era investigador privado y que le había contratado Carmen para que me encontrara, no sin esfuerzo porque perdió mi pista en Londres. Me dijo que mi hermana necesitaba verme porque nuestro padre había fallecido. Me entregó una carta de ella y me dio dinero para que comprara un billete para Madrid. En esa carta, Carmen me contó lo imprescindible, que papá había muerto y que era necesario que me reuniera con ella porque había un montón de papeles que requerían mi firma. Me anotó un número de teléfono para que le avisara el día de mi llegada e ir a recogerme al aeropuerto. Martín acabó perdiéndose del todo por las noches de Berlín. Intenté localizarle pero no lo conseguí. Esperé varios días a que volviera, sabía que tarde o temprano aparecería para darme el dinero de la habitación. Cuando apareció le conté todo lo ocurrido y le dije que daba por cerrada mi aventura en Berlín y que me iba a Madrid. Recuerdo sus lágrimas, y recuerdo las mías. Y también recuerdo lo que le dije, — Martín, no sé por dónde andas perdido pero lo que sí sé, es que no quiero perderte. Te llamaré en cuanto se aclare todo.

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Creo que aquí, en este punto, voy a dar por cerrado el segundo volumen del archivo, justo en el momento en que termina el primer trayecto de mi viaje. El autobús acaba de llegar a la estación central y he de cambiar a otro que me llevará al pueblo. Hace un rato que tengo a los recuerdos pendientes revoloteando en mi cabeza, queriendo salir a la palestra. No he querido seguir recordando mientras esperaba la salida de este autobús, el ruido que había en la estación hacía difícil la concentración. Ahora que estoy sentada y ya ha comenzado el último tramo de mi viaje de retorno, puedo dar paso al siguiente recuerdo, el de mi regreso a España. Recuerdo que mientras volaba hacia Madrid supe que mi etapa de nómada por el mundo había finalizado, necesitaba asentarme y vivir sin tantas penurias como hasta ese momento. Cuando llegué a Madrid Carmen me estaba esperando en el aeropuerto. Recuerdo aquel momento como uno de los más emotivos de mi vida, nos besamos, nos abrazamos y lloramos durante un largo rato, sin poder decirnos nada, hasta que ella rompió el silencio con ese humor suyo que siempre recordé. — Dios mío que te han hecho, tienes un aspecto horrible y estás en los huesos. — Gracias, yo también te quiero. Efectivamente mi aspecto era horrible, estaba delgada, desaliñada y casi harapienta, y llevaba una mochila como único equipaje, donde transportaba las pertenencias de diez años de existencia. Nos fuimos a un hotel donde había reservado unas habitaciones y una vez instaladas, intentó ponerme al día, como pudo, de lo ocurrido durante todos esos años sin saber de mí, ni yo de ella. Me contó que se había casado hacía unos años con su novio de siempre y que tenía un niño precioso. Hablamos de mamá, de la muerte de los abuelos, de Josefina que también había muerto y de la muerte de papá. — Me apena mucho la muerte de la abuela y también la de Josefina, siempre las he llevado en el corazón y siento no haber podido estar

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con ellas todos estos años. Pero, si he de serte sincera, la muerte de papá no me conmueve. — Ha sido muy duro para nosotros, Papá fue asesinado de un tiro en la cabeza por Roberto, el mecánico del pueblo. Por lo visto, su mujer y papá eran amantes, y ya sabes lo que pasa en estas historias. — Quién a hierro mata, a hierro muere. Tenía muchos enemigos y han tardado en acabar con él. — Lo positivo para ti de todo esto es que, has heredado de los abuelos el piso de Madrid. Desde que murieron, papá lo tuvo en usufructo pero el abuelo, te lo dejó a ti. — Quien lo iba a decir, desheredó a su hijo para dármelo a mí, cuando los dos habíamos cometido el mismo pecado. Veo que su conciencia no le dejó en paz. Me habló de todo el lío de papeles que suponía el tema de la herencia, de los problemas que habían surgido y de las citas que teníamos ante el notario. Quiso que me fuera con ella al pueblo pero yo me negué. Me dio dinero para que me comprara ropa y me instalara en la ciudad hasta que se solucionara todo. Al final, antes de despedirnos, me dijo, — Sabes, sé lo que pasó. El día de mi boda, Irene fue mi dama de honor y, después de unas cuantas copas, me confesó entre lágrimas que era ella la chica que estaba contigo aquel fatídico día. Me quedé de piedra porque nunca lo había sospechado. ¡Joder, Teníais que habérmelo contado! — Para qué Carmen, fue mejor así, vuestra amistad no se jodió y ella se libró de un castigo que hubiera cambiado su vida. — Aún así, deberías de habérmelo contado, siempre estuve de tu lado en esta historia y lo sabes. Me pareció tan injusto todo lo que te pasó que nunca se lo perdonaré a papá. — Reconoce que con nuestro padre hubiera sido peligroso para ti ser cómplice y, si se llega a enterar de quién era ella, Irene lo hubiera

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pagado. No dije nada porque no quise que pasara lo mismo que me tocó pasar a mí. — A ella no le pasó nada porque papá nunca lo supo. Sabes, aún sigo teniendo contacto con ella y de vez en cuando nos llamamos por teléfono. Acabó la carrera de medicina hace unos cuantos años y se casó con un compañero de la facultad. Ahora vive en Barcelona y, por lo que me contó la última vez, le va muy bien. — Me alegro que le vaya bien. De veras, me alegro por ella. — Siempre me preguntó por ti. Irene, Irene, el amor más profundo y más antiguo que he tenido, un amor que durante años no perdió su intensidad porque lo alimenté con la imaginación, pero el tiempo y la amargura le hicieron perder su brillo y se volvió borroso, turbio, envuelto de fantasías más que de realidades. Una vez solucionados todos los trámites de la herencia, me encontré con un piso en una de las zonas más caras de la ciudad y con algo de dinero que también había heredado. Llamé a Martín a Berlín y le dije, — Tío, soy la propietaria de un enorme piso en el centro de Madrid y una de las habitaciones tiene tu nombre. Ven conmigo, este es un buen sitio para quedarnos, tener un perro y echar raíces. Una semana después, Martín estaba viviendo conmigo en Madrid. Volvió esquelético, con ojeras y hecho un desastre y esta vez, fui yo la que ejerció de salvadora. Antes de tomar decisiones serias, nos fuimos un mes de vacaciones a Málaga, a tomar el sol y recuperar las fuerzas. Estuvimos con el tío Luís y con Albert, visitamos a los colegas y comimos y dormimos como reyes. Una vez descansados y de vuelta en la capital, nos pusimos manos a la obra, queríamos dividir el piso en dos, una parte para Martín y para mí y otra parte para alquilar las habitaciones.

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Martín seguía sin recuperarse del todo, las ojeras no acababan de desaparecer y a menudo, tenía décimas de fiebre o estaba resfriado. Además, su carácter no era el mismo desde que volvió. Aquello me tenía preocupada y se lo dije. — Martín, llevas mucho tiempo malo, nunca llegas a recuperarte del todo, y sigues sin engordar. En serio, deberías ir a un medico. Acuérdate de la puta neumonía que pasé. Me agarró por los brazos y me llevó a un sillón donde nos sentamos, me cogió de las manos y me dijo: — Maria, estoy enfermo, tengo SIDA. Me hice unos análisis en Berlín y dieron positivo. ¿Recuerdas que desaparecí por un tiempo? Estaba acojonado y huí, no quise contártelo. No pude contártelo. Después tú te fuiste y me sentí muy solo. Un amigo me ayudó y me llevó a una clínica. Llevo en tratamiento unos cinco meses pero no levanto cabeza. Al día siguiente fuimos a una de las mejores clínicas especializadas. Durante días le hicieron todo tipo de análisis y pruebas y le cambiaron la medicación. Volvimos a casa con el fatídico diagnóstico de que la enfermedad estaba avanzada y había que esperar a los resultados del nuevo tratamiento. El tratamiento empezó a dar resultados, siguió un control médico exhaustivo y le fueron ajustando las dosis hasta dar con las correctas. Por las mañanas, se sentaba en la mesa con una caja de zapatos llena de medicamentos y se tomaba unas cuantas pastillas de cada uno de los botes que tenía. Decía que si le agitaran un poco, sonaría como una maraca. Recuerdo que por entonces, tuvimos mucho tiempo para conversar de nuestros temas de siempre, después de cenar y a veces, hasta el amanecer. Sé que aquello le vino bien. En los siguientes meses, Martín fue recuperándose poco a poco y se animó a organizar toda la reforma de la casa, a contratar albañiles, fontaneros, electricistas y demás gremios que actúan en una obra. Hizo un trabajo excelente con la casa y la decoró con mucho gusto.

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Que conste que yo también aporté mi granito de arena. Dividimos la casa tan bien que sólo la cocina era compartida con la parte de los huéspedes, que consistía en tres habitaciones, un baño grande y el derecho a cocina. Nuestra parte era más amplia, con tres habitaciones, un baño y el salón. En poco tiempo conseguimos alquilar las habitaciones y con el dinero cubríamos de sobra todos los gastos del piso, que era caro de mantener. Al cabo de un tiempo, vi con horror que mi capital había bajado ostensiblemente y lo que quedaba de la herencia, no daba para vivir sin trabajar, por lo que no tuve más remedio que salir a buscar un trabajo. Acudí a varias entrevistas que conseguí a través de anuncios de prensa pero en todas ellas me pedían experiencia. Como no conseguía que me contratasen, le eché cara al asunto y me fui a pedir trabajo al detective privado que fue a buscarme a Berlín. Le gustó mi desparpajo al ir a pedirle trabajo y me contrató. Llevo muchos años trabajando con Don Pedro y me va muy bien. Con el tiempo, me saqué la licencia de detective privado y ahora compartimos el negocio. Me encanta mi trabajo y podría contar un montón de historias pero que ahora, no vienen a cuento. Tal vez, algún día, publique un libro contando mis experiencias en este oficio. Durante un tiempo, Martín, Rocky II y yo formamos una familia. Yo trabajaba fuera y Martín, dentro, se encargaba de la casa, del perro y de los inquilinos. Teníamos la vida resuelta, vivíamos en una casa estupenda y no nos faltaba el dinero, quién nos lo iba a decir. A veces, recordábamos nuestros años pasados y no podíamos entender cómo habíamos podio sobrevivir en aquellas condiciones. Rocky II no estuvo mucho tiempo con nosotros, fue atropellado por un coche una tarde de lluvia. Nos entristeció tanto su pérdida que decidimos no tener más perros.

Desde que Carmen me habló de ella, aquél día que llegué a Madrid, los recuerdos de Irene se habían vuelto más nítidos, perdieron ese halo de fantasía que los envolvió durante años y se volvieron más reales y más tristes. Una noche de melancolía me conté el último

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capítulo de nuestra historia, cuyo final fue un adiós para dejarla ir, para liberarla de mi amor cautivo. Ya no tenía sentido seguir fantaseando y anhelar lo imposible, se había casado, vivía en Barcelona, tendría hijos y una vida sin mí. Terminar con aquella quimera hizo que parte del peso emocional que había arrastrado durante años se convirtiera en tristeza. A pesar de ello, Irene no dejó nunca de habitar en mi pensamiento, sobre todo por las noches, donde nunca faltó a su cita. En todos estos años que llevo en Madrid, he tenido varias relaciones sentimentales, algunas duraron más que otras pero todas terminaron por mi culpa, por mi falta de compromiso. Merche, Alicia, Isabel, Lola…Nunca me entregué como ellas merecieron y entiendo perfectamente que todas me dejaran. Yo las quise a mi manera y estuve con ellas porque tenían algo que me atraía, que me enamoraba, no sé como explicarlo, algo que afectaba a mis sentidos, como cuando escuchas una canción por primera vez y te gusta porque su melodía te recuerda a otra, o cuando comes algo que nunca has probado e intentas comparar su sabor con los ya conocidos. Mi oído, mi vista, mi olfato, mi gusto o mi tacto encontraron en ellas algo de Irene. Reflexionando sobre esto, pienso que no engañé a ninguna de ellas, desde un principio supieron de mi forma de amar, limitada y disfuncional. A veces creo que estoy vacía, que quemé todas las naves en un solo amor y ya no supe amar después de amar. Y me maldigo por ello, por no haber sido capaz de amar a Karla, a Lola y a las demás mujeres que me entregaron su amor incondicional. Recuerdo a Lola en especial porque fue la última a la quise, aunque no tanto como ella a mí. Estuvimos un tiempo juntas pero la relación terminó hace un año largo. Fue una mujer muy paciente conmigo y mereció mucho más de lo que le di, la verdad. Fue una época mala porque Martín empezó a recaer en su enfermedad y yo estuve más pendiente de él que de ella. Al principio, al igual que las demás, no le importó mi falta de compromiso, mis ausencias, mi poco interés por las cosas que ella daba importancia, no sé, lo de siempre.

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Después de un tiempo de relación, al igual que todas, una tarde me preguntó por mis sentimientos hacia ella, quería saber si le merecía la pena esperar por mí, y yo le dije que no, que no podía dar más de lo que le daba y que nunca conseguiría de mí lo que esperaba, que no perdiera el tiempo conmigo porque no me lo merecía. Llevo un tiempo sin pareja y la verdad, tampoco lo anhelo. Ahora me parece frío y egoísta querer estar con alguien, a quien no le entregaré mi amor, a cambio de compañía. Ocupo mis horas en el trabajo y cuando llego a casa, estoy tan cansada que casi no le permito al pensamiento indagar en mi soledad. Ha quedado para el final la experiencia más dolorosa de mi vida, que recordaré solo para que encuentre su lugar en la memoria. Martín murió hace un año, una hepatitis junto con varias infecciones se lo llevaron. Los días que precedieron a su muerte fueron los más duros de mi vida. Estuve con él hasta el final, se fue tranquilo pero triste porque me dejaba sola. No ha pasado el tiempo suficiente para que pueda pensar en su muerte con serenidad. Por ahora, prefiero que ese recuerdo siga guardado en algún baúl. Solo diré que sigo llorando su ausencia. No quisiera seguir recordando después de esto pero, no podría dar por finalizado este viaje por mi memoria sin recordar la última vez que vi a Carmen. Hará unos tres o cuatro meses, quedamos para comer y estuvimos hablando de todo un poco, de la delicada salud de mamá, de su hijo, del pueblo, de mi casa, del trabajo… Y como siempre, al final, cuando ya nos despedíamos, me habló de ella. — Sabes, Irene ha vuelto al pueblo. Vino a verme hace poco y me contó que se ha separado de su marido. Se ha instalado con su hija María en la casa de sus padres y piensa quedarse. Quiere abrir de nuevo la consulta de su padre. No supe que contestar, el corazón me dio un vuelco y me quedé paralizada, solo me salió un ridículo, — Vaya.

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— Sigue preguntando por ti. Irene, Irene, has vuelto al pueblo y preguntas por mí. Años después de terminar con tu fantasía, has vuelto para convertirla en realidad pero, qué tendrá de cierta y qué tendrá de engañosa esa realidad, después de tantos años, ya nada es lo mismo. Tal vez no sepas que yo también pregunté por ti en mis últimas siete mil quinientas noches. Como escribió el Poeta en uno de sus versos tristes, ―es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. Y después de todo, aquí estoy, de vuelta y sin vuelta de hoja, recorriendo la misma sinuosa carretera que me vio partir, con la sensación de que mi vida han sido un largo viaje iniciático, que durante años he errado por caminos desconocidos para volver, veinte años después, como Ulises a Ítaca, al mismo punto de partida, para dar fin a mi desarraigo. Salir del pueblo fue mi liberación, no seguir el camino marcado por mi padre fue seguir el resto de caminos que me ofreció la vida. Como dijo Mae West en algún momento de su agitada vida, ―las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes‖. Y eso es lo que me pasó a mí, que por ser ―mala‖ tuve la oportunidad de ir a todas partes, aunque tuve que pagar un alto precio. No he tenido una vida llena de bondades y felicidad pero he vivido con libertad mis últimos veinte años y no me arrepiento de nada de lo que he hecho. Creo que no hay que intentar justificar cada uno de los actos de la vida sino que hay que vivirlos, como Emma Bovary. Lo que sí me ha enseñado la vida en estos años es que es dura, descarnada y sin miramientos, y que para cicatrizar sus heridas hay que endurecer el corazón. No ha sido fácil recordar hechos pasados que fueron vividos con otros sentimientos distintos a los actuales. Los recuerdos, aún los más antiguos, son polimorfos y cuando los rememoras, lo haces desde el prisma emocional que te acompaña en ese momento. Hace años, hubiera recordado mi etapa en Londres de una manera mucho más salvaje y menos sentimental a como la he recordado hoy. De todas formas, este recorrido por la memoria me ha servido para calmar mi

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mente, todos los recuerdos se han ido recogiendo en el orden establecido y he recuperado la serenidad mental que había perdido. Estoy tranquila y preparada para el regreso. Está anocheciendo y se acerca el final del viaje, ya queda poco para llegar y, como si el destino me enviara el mensaje de que todo está escrito, escucho al locutor de la emisora decir ―…Y ahora, una versión aflamencada y magistralmente interpretada por Estrella Morente, Volver‖. Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno…

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EN LA ADVERSIDAD DEL MUNDO AMINA Sentada en el asiento del avión militar que la sacaba de la pesadilla de Bagdad, Paula se sentía la persona más desgraciada del mundo. Había vivido la experiencia más terrible de su vida y volver a casa era una necesidad vital, una cuestión de supervivencia, aun sabiendo que había dejado su vida en Iraq. Pedro iba sentado a su lado en el avión, melancólico y taciturno, mirando por la ventanilla. Iban sin hablar desde que se montaron en el avión, no tenían nada que decirse, los dos habían vivido y sufrido lo mismo y los dos iban ―empastillados‖, él con calmantes para aliviar el dolor del brazo y ella con ansiolíticos, para debilitar su angustia. Veintiún días en Iraq habían sido suficientes para que, el horror que habían visto los ojos de Paula se grabara en sus retinas de tal forma que, el brillo de su mirada hubiese desaparecido. Se sentía envejecida, rota y sin vida.

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Pensaba que todo lo que había vivido y sentido en ese terrible lugar no había sido una ―experiencia vital‖ sino una ―experiencia mortuoria‖ porque, el sufrimiento físico y la agonía emocional que padecía, le habían hecho morir en vida. A pesar de su aspecto demacrado, Paula era una mujer guapa y atractiva, de complexión normal y de mediana estatura, morena y de ojos oscuros. Era tímida con los desconocidos y simpática y amena con los amigos, y su mejor arma era su sonrisa, que cautivaba a cualquiera que la contemplara. Paula era reportera gráfica en un diario nacional y esta había sido su primera experiencia en Iraq (y después de lo vivido, también la última). A sus treinta años ya tenía una larga experiencia como fotógrafa de prensa pero estaba empezando como reportera de guerra y tenía poca experiencia a pesar de haber estado ya en países en conflictivo como Colombia, Pakistán e Israel. Le gustaba su trabajo, desde pequeña, cuando sus padres le regalaron su primera cámara de fotos, supo que quería ser fotógrafa. Le gustaba la fotografía porque le permitía plasmar pensamientos e ideas en una imagen sin necesidad de palabras. Con el tiempo, durante sus estudios, se interesó por la fotografía periodística, le gustaba la idea de que una noticia tenía el poder de emocionar si iba acompañada de una foto que la ilustrara. Durante sus años en la redacción del periódico, a Paula le gustaba hablar con los reporteros gráficos del periódico, sobre todo cuando volvían de alguno de sus viajes. Se interesaba por sus trabajos, por sus historias hasta que un día, le ofrecieron entrar en el equipo. Aceptó probar un tiempo para ver si servía para ello, le atraía el trabajo pero dudaba de su valor para realizarlo. Contar las guerras es un oficio peligroso y los fotógrafos muchas veces se llevan la peor parte. Un redactor puede conseguir la información desde la distancia pero una cámara o un fotógrafo tienen que estar en medio de la acción para realizar su trabajo. Un trabajo que muchas veces es poco reconocido pero que sin él, no seríamos capaces de entender el horror de una guerra.

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Como en los anteriores viajes, en este a Iraq iba con Pedro, su mentor y compañero, redactor del periódico con bastante experiencia en este oficio. Paula se sentía segura con él, llevaban tiempo trabajando juntos y se conocían bien, se habían convertido en buenos amigos. El objetivo del viaje había sido conocer y fotografiar a las mujeres del país, víctimas inmersas en un conflicto de hombres y religiones. El reportaje era para el dominical del periódico, por lo que era un trabajo cerrado pero no por ello, serio e importante. Se iba a publicar por entregas en la revista semanal. Él se encargaría del texto y ella de las imágenes. Había transcurrido algo más de un lustro desde el comienzo de la guerra en Iraq y, aunque la situación no era tan extrema como en los primeros años del conflicto, el lugar seguía siendo muy peligroso. Para poder realizar este viaje, Paula y Pedro se prepararon de antemano, leyeron mucha información, hablaron con colegas de la profesión que tenían experiencia en el lugar y se entrenaron durante unos días en una base militar en España, con soldados que habían estado destinados en Iraq. Pedro sabía en dónde se metía porque esta era su segunda experiencia en Bagdad pero aún así, quiso prepararse para ello. La estancia en Iraq iba a ser de tres semanas, las más intensas de sus vidas. Cuando llegaron aquel día gris y lluvioso al aeropuerto de Bagdad, Paula se dio cuenta de que habían aterrizado en el lugar más aterrorizante del mundo, sitiado por ejércitos de distintas nacionalidades que no necesitaban hablar para imponer el miedo. Tras superar, no sin dificultad, todos los controles exigidos, en la salida de embarque les esperaba Namir, persona de confianza que llevaba tiempo colaborando con la prensa internacional. Pedro ya le conocía de su experiencia anterior y antes de venir, había contactado con él para que fuera preparando el terreno. Namir era el hombre más eficaz del planeta y ya se había encargado de casi todo lo necesario. Había conseguido las acreditaciones, tramitado toda la documentación que iban a necesitar, alquilado un

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coche y contratado a un guardaespaldas y a un ayudante, a los cuales, conocerían en el hotel. Fuera del aeropuerto les aguardaba el vehículo blindado que Namir había contratado a una empresa de seguridad privada para realizar el trayecto que iba del aeropuerto al hotel. Guiados y escoltados por agentes de seguridad armados hasta los dientes, recorrieron los doce kilómetros más peligrosos de Iraq. Durante los veinte minutos que duró el recorrido, ninguno de los cinco ocupantes dijo una palabra, la tensión se mascaba dentro del vehículo, el nerviosismo se evidenciaba cuando pasaban los checkpoint militares. Nunca una distancia tan corta se había hecho tan eterna. Por fin, después de tanta presión, llegaron al hotel donde Namir había reservado las habitaciones. La tensión y el miedo que sintió Paula en ese primer trayecto de la muerte la acompañaron durante toda su estancia en Iraq. Conoció a Chiara nada más llegar, cuando tropezó con ella en la entrada del hotel, se pidieron disculpas a la vez, en inglés, y se miraron a los ojos. Paula la siguió con la mirada para verla salir con prisa del hotel, mientras se dolía del pisotón que le había dado. Algo sintió al mirar a aquellos ojos claros. ―Bonitos ojos‖, pensó mientras entraba cojeando al hotel. Se alojaron en un hotel donde se hospedaban numerosos periodistas internacionales, curtidos en estas lides y en su mayoría hombres, las mujeres podían contarse con los dedos de una mano. Todos hablaban en inglés, idioma que dominaban pero que les hacía perder la identidad, Paula entendía perfectamente el inglés pero tenía algo de dificultad al hablarlo y siempre usaba frases cortas para comunicarse con los demás. El hotel era el refugio de los periodistas, el lugar donde se parapetaban la mayoría del tiempo, atrincherados en sus habitaciones o en el bar. Muchos de los reporteros destinados en Bagdad cubrían la información desde los hoteles y no en las calles de la ciudad, algo lógico si se compara el valor de una noticia con el valor de la vida.

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En esta guerra, los periodistas no eran bien recibidos ni por los iraquíes, por ser occidentales, ni por los norteamericanos, a quienes no les interesaba que el mundo supiera lo que estaba pasando. Así pues, salir a la calle en busca de una noticia se convertía en toda una prueba de vida. La entrada del hotel estaba protegida con tabiques de cemento y custodiada por guardias de seguridad, las ventanas de los pisos inferiores estaban tapiadas y en los pasillos y habitaciones, había sacos de tierra y tablones delante de las ventanas. Las habitaciones que les dieron estaban en el quinto piso, una al lado de la otra. El cuarto de Paula era pequeño y luminoso, con un baño minúsculo y una ventana, tapiada hasta la mitad con tablas, que daba a la fachada principal y por donde se colaba el ruido de la calle. Tardó poco en deshacer su maleta y colocar todo el material y las cámaras de fotos que habían llevado. Le fue un poco difícil moverse por aquel cuchitril lleno de sacos pero intentó apañárselas como pudo. El viaje había sido muy largo y estaban cansados pero aún era pronto para irse a dormir, por lo que decidieron ir a la cafetería del hotel a tomarse algo y descargar un poco toda la tensión acumulada. Estaban hablando de los planes que tenían entre manos cuando les interrumpió Chiara, disculpándose de nuevo por el encontronazo que habían tenido en la puerta. Se presentaron y Paula la invitó a que se sentara con ellos. Estuvieron hablando en inglés un buen rato y Chiara, les contó que era italiana, que trabajaba para una cadena de televisión de su país y que tenía ya bastante experiencia como corresponsal de guerra. Había vuelto de vacaciones hacía unos días y le estaba costando adaptarse de nuevo al ambiente. — No hace ni diez días que he vuelto a Bagdad y ya he visto dos atentados con coches bomba y un tiroteo. Chiara era alta y delgada, de aspecto ágil y agradable, y con unos ojazos claros que iluminaban su cara. Era bastante atractiva y tendría unos diez años más que Paula aunque su vitalidad la hacía parecer más joven. Llevaba un tiempo destinada en Iraq y, aunque también

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realizaba el ―periodismo de hotel‖ como muchos de los allí destinados, su carácter intrépido le hacía salir a la calle en busca de la noticia, sin pensar en el riesgo, lo que había hecho que se ganara el respeto de sus colegas. Paula no podía dejar de mirarla a los ojos y, mientras ella contaba los horrores vividos a la vuelta de la esquina, pensaba que era preciosa, perfecta, todo en ella era armonioso, sus facciones, sus gestos, su voz…a pesar de que, en su cara, se vislumbraba un leve rictus de amargura. Intentó hablar pero no le salieron las palabras, se sentía cohibida y no controlaba la situación, ni el inglés. Fue su compañero el que se encargó de contar el motivo del viaje y los sitios que querían visitar para realizar el reportaje. Fue una situación curiosa porque, Paula no hablaba, sólo miraba a Chiara, Chiara se dirigía a los dos al hablar pero sólo miraba a Paula y Pedro, hablaba con Chiara pero miraba a las dos, dándose cuenta de que estaban flirteando entre ellas. Chiara se ofreció para lo que necesitaran y les advirtió de la situación en la que se encontraba el país. — Lo tenéis difícil, alguno de los sitios a los que queréis ir son peligrosos. En estos momentos, no es recomendable salir fuera de Bagdad sin un buen dispositivo de seguridad, ya no hay puestos de control en las carreteras y es peligroso transitar por ellas. No os aconsejo ir a Tikrit, está lejos y es uno de los sitios más peligrosos que hay actualmente. Después de un rato de charla, Pedro sintió cómo el sueño se apoderaba de él y, como sabía que estaba de más, decidió retirarse. Paula quiso quedarse a acabar la copa que le quedaba y Chiara no se movió de su asiento. Sentadas una enfrente de la otra, no hablaron, sólo se miraron. Chiara se acabó la copa en un par de tragos y, al levantarse, alargó su mano para coger la de Paula, le sonrió y en un perfecto español le dijo,

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— Eres lo mejor que me ha pasado hoy. Espero volver a verte pronto. Cuídate. Paula se quedó pegada a la silla sin poder moverse. Lo que había sentido cuando esa mujer tocó su mano la había trastornado. Desde su mano, se había propagado una intensa corriente de sensaciones que fue erizando su piel por donde pasaba, extendiéndose por todo su cuerpo, subiendo a su cabeza y atravesando su espalda hasta llegar a las extremidades. Fue como si el vello de su piel hubiese hecho la ola recorriendo todo su cuerpo y ahora, sentía la resaca.

Al día siguiente se levantaron tarde y descansados del largo e intenso viaje que habían realizado. Paula preparó todo el equipo y el material que iban a utilizar en los próximos días, Pedro se dedicó a marcar en un plano de la ciudad todos los lugares elegidos y las fechas en las que tenían previsto visitarlos. Contactó por teléfono con Luís, el corresponsal del periódico destinado en Bagdad, y su sorpresa fue que este, se encontraba en otro hotel lo que dificultaría el trabajo porque el riesgo que existía en las calles, impediría quedar con él en persona. Quedó en hablar con él a diario por teléfono y tenerle al tanto de todo lo que fueran realizando. A mediodía se reunieron con Namir para comer en la cafetería del hotel y planificar el trabajo que iban a realizar. El hombre les contó que la situación estaba difícil en esos momentos y que moverse por el territorio iba a ser peligroso. Los salvoconductos para acceder a los lugares habían sido solicitados pero aún no estaban concedidos, faltaba algún que otro trámite. Para él, era sólo una cuestión de tiempo, tenía claro que los iban a conceder ya que, al haber concertado las visitas con el Ministerio para Asuntos de la Mujer, iban a ir acompañados a los lugares por un funcionario del país, lo que le daba carácter oficial a las visitas. Pedro estaba un poco enfadado con Namir por haberlos alojado en un hotel distinto al que se encontraba el corresponsal del periódico, no

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iban a poder tener contacto con él y eso le fastidiaba. El hombre se disculpó y alegó que en el otro hotel, las únicas habitaciones que quedaban libres estaban en plantas peligrosas y no eran recomendables y que, aunque el otro hotel era de mejor calidad, este era igual de seguro.

Namir no pudo acompañarles en esta aventura porque tenía otras tareas que realizar, pero les dejaba, según él, en buenas manos con Karím y Ahmed, a los que ya les había dado instrucciones. De todas formas, siempre estuvo en contacto con ellos para cualquier imprevisto o necesidad que surgió. Conocieron a los dos ayudantes contratados, Karím, que se encargó de la seguridad y Ahmed, que hizo de traductor y de chofer. El coche que consiguieron era de gran cilindrada pero no era blindado ya que el presupuesto con el que contaban, no permitía contratar ese servicio tan caro. Quedaron en ponerse en marcha al día siguiente a primera hora, querían empezar y terminar cuanto antes, para salir de aquel iracundo país en el que se encontraban. Esa noche Paula tardó en conciliar el sueño, estaba nerviosa y tenía miedo, sabía que al día siguiente saldría a jugarse la vida por las peligrosas calles de Bagdad y eso, la mantenía en vilo. Intentó distraer su mente para no agobiarse y decidió pensar en lo paradójica que era la historia de la humanidad porque, Bagdad, ciudad milenaria, cimentada a orillas del Tigris sobre la tierra fértil de la antigua Mesopotamia, origen de la agricultura y cuna de la civilización, región donde se inventó la rueda y la escritura, y la ley de Talión; esa Bagdad, ciudad esplendorosa de las historias fantásticas narradas por Sherezade durante las mil y una noche, esa Bagdad, era ahora una ciudad pobre y despojada de su patrimonio

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cultural, era la ciudad del miedo, cimentada en el odio, origen de la desesperación y cuna del fanatismo; esa Bagdad, ciudad devastada de las historias terribles narradas por los periodistas destinados durante la guerra, esa Bagdad, era ahora la ciudad de la muerte. Sus pensamientos le volvieron a infundir miedo lo que provocó que no se durmiera hasta bien entrada la noche. Durante un par de días estuvieron ocupados con todo el papeleo absurdo y kafkiano que había que realizar para conseguir los salvoconductos necesarios para visitar las zonas y eso que Namir, ya había ido adelantando el trabajo. Hicieron caso a Chiara y descartaron ir a Tikrit, decisión que también alegró a Namir. Este cambio, les obligaba a elegir algún otro lugar para recabar la información, pero decidieron dejar esa elección para más adelante. Con los sitios que pretendían visitar en Bagdad, podrían sacar bastante información, sin embargo, sabían que era importante tener el testimonio de mujeres de otros lugares que no fueran la capital. Recorrer las calles de Bagdad era jugarse la vida en cada esquina, en cada control, ante cualquier transeúnte mal encarado. La ciudad iba siendo tomada poco a poco por los insurgentes y por los delincuentes y, transitar por ella, era cada vez más peligroso. En este conflicto, ni el gobierno iraquí en funciones ni el ejército norteamericano habían puesto interés en terminar con la delincuencia y la insurgencia reinantes en el país porque, mientras durara el miedo y el caos, ellos podrían seguir manteniendo el poder y el control sobre Iraq. Otra de las estrategias de estos gobernantes consistía en crear diferencias y disputas entre los chiíes y los suníes integrantes de los bandos islamistas de los desorganizados insurgentes, provocando así que los iraquíes se matasen entre ellos.

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Uno de los peores momentos del día para Paula y para Pedro era realizar el trayecto que había desde el hotel hasta el punto de destino que tuvieran, o viceversa. Durante el recorrido, nadie hablaba, todos iban tensos y con el corazón a mil por hora. Karím, el hombre encargado de la seguridad y de conservar la vida de sus acompañantes, iba atento, pistola en mano, a todo lo que se movía y daba instrucciones al conductor cuando no le gustaba lo que veía. Era un hombre serio, parco en palabras, que realizó su labor de manera impecable, defendiendo a los dos periodistas en todo momento. Tampoco Ahmed, el chofer e intérprete que llevaban, estaba seguro por esas calles. Los iraquíes que trabajaban para los periodistas extranjeros estaban amenazados de muerte por sus propios compatriotas. Se toparon con controles de la policía nacional, de los militares colaboracionistas, de las fuerzas estadounidenses... y el trato que recibieron de todos ellos fue agresivo, violento y sin contemplaciones, la mayoría de las veces les apuntaban a la cabeza con un arma mientras les interrogaban o les pedían los papeles. Tuvieron suerte de no ser detenidos pero pasaron bastante miedo y en alguna ocasión, temieron por sus vidas. Tenían que tener un cuidado extremo porque los grupos extremistas podían atacarles en cualquier momento y sabían que estaban expuestos al estallido de una bomba, a un tiro o a un secuestro. Esa situación hacía que Paula estuviera todo el rato en tensión, con el cuerpo rígido y los ojos bien abiertos, intentando siempre no perder de vista a sus compañeros. Ella ya tenía algo de experiencia de sus viajes a Pakistán e Israel, pero la estancia en esos países había sido corta y no había sentido el peligro como lo estaba sintiendo en Iraq.

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Uno de los días, de regreso al hotel, recibieron varios impactos de bala en la parte trasera del vehículo que llevaban, ninguno salió herido pero sintieron el miedo en sus carnes. No les fue fácil realizar el trabajo, perdieron mucho tiempo en solucionar los miles de problemas e impedimentos que surgían e incluso el propio traductor, puso trabas para que no consiguieran su objetivo. Llegaban casi de noche derrotados al hotel, sin ganas de comer, sólo deseando acostar sus cuerpos doloridos y tensos, y dormir. Una de esas noches, Paula pasó por el bar a tomar algo caliente, había tenido un día duro y frío y lo necesitaba. Mientras esperaba en la barra, se encontró con la mirada de Chiara que estaba sentada con gente en una mesa del fondo. Se sonrieron sin dejar de mirarse a los ojos. Paula decidió no pensar en Chiara, necesitaba centrarse en lo que había ido a hacer y no podía despistarse. Estaba en un país peligroso y eso requería disciplina y concentración. Pero por las noches, en la cama, en el instante antes de rendirse al sueño, los ojos de esa mujer ocupaban su pensamiento.

Al cabo de unos días, el estado de tensión al que estaba sometida Paula hizo que le doliera todo el cuerpo. Por las mañanas, sus músculos y sus articulaciones no respondían cuando intentaba levantarse de la cama, tenía que hacer un esfuerzo titánico para llegar hasta la ducha, donde trataba de Desentumecer su dolorido cuerpo bajo el agua tibia. Todos los días, antes de salir, se concentraba mentalmente para poner en guardia sus instintos y todos sus sentidos. Controlar el miedo era primordial para afrontar los peligros que le aguardaban ahí fuera y sobrevivir. Para pasar desapercibida y no jugarse la vida cada vez que salía a la calle, Paula ocultaba todo su cuerpo bajo un manto negro llamado abaya y cubría su cabeza con un hiyab, un velo islamista que le

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tapaba la cabeza y el cuello pero le dejaba la cara al descubierto. Siempre había odiado la simbología de esos velos islámicos pero, cuando lo llevaba, le daba sensación de seguridad, lo que resultaba absurdo y contradictorio a sus ideas. — Pedro, creo que estoy perdiendo el norte en mis convicciones. Resulta que siempre he odiado esta mierda de velo impuesto que anula la identidad de las mujeres y ahora, me siento bien con él, me da seguridad, casi lo hecho de menos cuando no lo llevo puesto. Y todo por miedo, por un miedo que me bloquea el pensamiento y me anula.

— Ten en cuenta que, si no lo llevaras, ya te habrían enseñado ―lo que vale un peine‖. No analices tanto las cosas, es mejor ser lineal con estos temas. Te pones el velo porque es lo mejor para ti, y punto. Piensa en que al menos no es un burka, podría ser peor. — Sería lo mismo, un velo más extremista pero un velo impuesto, al fin y al cabo. Después de recorrer cada uno de esos trayectos de la muerte, sentían algo de alivio cuando llegaban al sitio que iban a visitar. Allí les esperaba Hanaa, la funcionaria del Ministerio de Estado para Asuntos de la Mujer, siempre puntual, siempre seria. Hanaa era una mujer de mediana edad, tapada y vestida de negro, responsable del área de la mujer en los barrios más humildes de la capital, de un ministerio sin

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fondos para ejecutar cualquier proyecto destinado a mejorar la situación de las mujeres. No sabía mucho inglés por lo que tenían que depender del intérprete para comunicarse con ella. Al estar con una persona oficial, el dispositivo de seguridad era más amplio y se sentían algo más seguros, aunque evitaban estar mucho tiempo en un mismo lugar. Sin querer tener como testigo a Ahmed, y con su medio inglés, Hanaa les contó que los iraquíes no podían decidir por ellos mismos, que eran los americanos los que mandaban; que ella, como miembro de un gobierno sin poder, estaba amenazada de muerte por los extremistas y le resultaba imperdonable la falta de seguridad y la pobreza extrema de la mayoría de la población, sobre todo en estas barriadas de la capital. Bagdad sufrió durante días el bombardeo de los aviones y misiles aliados al comienzo de la guerra y la ciudad estaba en gran parte derruida. Las barriadas pobres afectadas por la destrucción eran auténticos barrizales llenos de miseria, sin luz y sin agua corriente. Pedro decidió que fuera Paula la que intentara hablar con las mujeres porque, al ser mujer, tendría más posibilidad de acercarse. Lo intentó con la ayuda de Hanaa pero en la mayoría de las ocasiones, las mujeres eran reacias a hablar con ella. Consiguió algunos testimonios que le impactaron y eso que sabía que Ahmed, no era del todo sincero a la hora de traducir. La mayoría de las mujeres en Iraq sufren abusos, ya sea por un trato poco respetuoso, por insultos verbales o por palizas pero las víctimas, en raras ocasiones se quejan o buscan ayuda, tienen miedo porque sus quejas no son aceptadas por la sociedad. Además, a raíz de tanta guerra, el número de viudas iraquíes, sin derecho a trabajar y sin medios para subsistir, era muy elevado. Paula era consciente de que su forma de vida y sus valores eran muy distintos a los de esas mujeres pero, por el sólo hecho de ser mujer, sentía como propio ese sufrimiento ajeno, el dolor y la resignación de esas mujeres de vida indigna, sin derechos sociales ni políticos, esclavas de una sociedad cuyas leyes apoyaban la violencia sobre

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ellas, donde podían ser asesinadas incluso por sus propios padres o hermanos alegando cualquier absurdo motivo de honor. Pedro veía que lo que estaban viviendo le estaba afectando a Paula, notaba como contenía las lágrimas cuando se acercaba a esas mujeres ajadas, rodeadas de niños hambrientos y mugrientos, o a sus casas y contemplaba las terribles condiciones de vida de esas gentes. Sabía que ella era muy sensible a todo tipo de injusticia, sobre todo si afectaba a las mujeres y a los niños. — ¿Estás bien? Sé que le estás dando vueltas al coco porque tu mirada está ausente, perdida en tus pensamientos. — Reflexiones mías, ya sabes. Estaba contemplando las caras de dolor y de rencor de estas personas y pensaba que, cuando un país invade a otro en el nombre del ―Bien‖ y del ―Dios de Bush‖, para rescatar a un pueblo oprimido por un cruento dictador, la gente debería tener la sensación de haber sido liberada y, sin embargo aquí, la gente tiene la sensación de haber sido conquistada. — Yo también tengo esa impresión. Además, lo peor de todo es que esta gente ya no tiene nada que perder y ese rencor, se ha convertido en odio y se ha envuelto de fanatismo y muerte. — En este país, la vida no tiene el valor que nosotros le damos porque aquí, las personas no tienen perspectiva de vida y por tanto, no pueden valorarla. La muerte y el fanatismo es lo único que conocen. — Recuerdo haber leído que, durante el régimen de Sadam Husein, Bagdad era una de las ciudades más seguras del mundo, en un estado laico, donde las distintas comunidades religiosas convivían en paz. Hasta que llegó el ejército salvador. A veces, es mejor lo malo que lo peor. — Antes nos lo dijo Hanaa, lo que quieren los iraquíes es seguridad y trabajo sin importar tanto quien les gobierne. Uno de esos días donde la experiencia fue realmente dura, al regresar al hotel, Paula entró cabizbaja, tensa por el trayecto que acababa de

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recorrer y deprimida por lo que había vivido ese día, y no se dio cuenta de la presencia de Chiara. — Un día duro por lo que veo. Tu cara me dice que hoy has conocido la dura realidad de este país. Si quieres, te invito a una copa y lo hablamos, tal vez un poco de terapia amiga te ayude a digerir lo vivido. Paula la miró a los ojos y la mirada clara de Chiara le transmitió calma, sintió cómo su padecimiento físico y moral se desvanecía y aceptó la invitación, pero quiso antes subir a su habitación a ducharse y cambiarse de ropa. Pedro se despidió de ellas y acordó con su compañera que, al día siguiente no trabajarían, necesitaban descansar. Estando en la ducha, Paula lloró para liberar toda esa angustia acumulada que le producía un intenso dolor en el pecho. Pensaba que, si este trabajo le iba a afectar de esa manera, no se sentiría con fuerzas para aguantar mucho más tiempo. Se estaba vistiendo cuando fue consciente de que había quedado con la mujer que le cortaba la respiración y le dejaba sin habla, sin embargo, antes, también le había hecho sentir calma. Estos sentimientos encontrados le hacían estar nerviosa y a su vez, deseosa de de estar con ella. Mientras decidía si se ponía las botas que había llevado durante todo el día o los otros zapatos que tenía, llamaron a la puerta. Al abrir se encontró con la cautivadora mirada de Chiara.

— Traigo una botella de ron y dos vasos. Creo que necesitas hablar y he pensado que estaríamos más cómodas sin gente alrededor, si te parece bien.

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— Me parece perfecto. Gracias por ofrecerme tu ayuda, espero que tengas experiencia en esto porque estoy francamente jodida. Pasa y ponte cómoda, si es que puedes. Chiara quiso que hablaran en español, quería practicarlo porque decía que lo estaba olvidando. Tenía un leve acento pero lo hablaba muy bien ya que había vivido en Madrid unos años, primero con una beca y luego un tiempo por su cuenta. Era divertido verla hablar en español acompañándose de la típica gesticulación de manos que tienen los italianos. Paula se lo agradeció ya que en su lengua, podía expresarse sin dificultad y le costaría menos hablar con ella. Era el idioma de sus sentimientos. — Han pasado unos cuantos días desde que hablamos y no sabía nada de vosotros, pero al verte antes en el hall, noté que lo estás pasando mal. Para serte franca, no tengo mucha experiencia, sólo la mía, pero intentaré darte apoyo en lo que pueda. No te sientas mal por sentir lo que sientes, todos hemos pasado por ello. En la habitación sólo había un pequeño taburete por lo que optaron sentarse en la cama, con la espaldas apoyadas en la pared y los pies encima de ella, sin los zapatos para no manchar la colcha. Se sirvieron unas copas y Chiara esperó a que Paula hablara. — A parte del miedo atroz que tengo cada vez que piso esas calles, me siento horrible por todo lo que he visto y vivido estos días. Tengo sentimientos de pena y de rabia a la vez. Sabía que en este puto país las mujeres estaban sometidas pero, no me imaginaba hasta qué grado estaban oprimidas, es indignante y doloroso contemplar tanta injusticia. Y los niños, viviendo en un estado de miseria y terror. ¿Cómo se puede permitir todo esto?, ¿Cómo Occidente mira para otro lado sabiendo lo que está pasando? Hipócritas de mierda, son todos unos hijos de puta. Lo somos todos. Me siento horrible y no sé si podré aguantar toda esta mierda sin volverme loca.

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— Sabes que la guerra de Iraq es una farsa, que a Occidente, aunque diga que está aquí para proteger a la población, lo único que le interesa es controlar el crudo y le importa una mierda lo que le ocurra a esta gente. El problema de Iraq sólo sirve para ganar elecciones en sus países. — Y qué pasa con la ONU, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con los Derechos Fundamentales de los Niños… ¿también son una farsa? — Sí cuando los intereses de los poderosos están por medio. El poder no entiende de democracia, ni de ética, ni de igualdad. El control del crudo es poder y aquí, no quieren perder ese control. Que los iraquíes se maten entre ellos, no es un problema para Estados Unidos mientras no pierdan el control del petróleo. — Aquí se ve claramente cómo los poderes establecidos actúan en beneficio de unos pocos, sin importarles la destrucción de muchos. Pienso que todo es una mierda y una mentira, siento asco de los poderosos, de mi país y de mí misma por tolerar que sucedan estas cosas. — Cuando estás en un sitio como este, tienes que ver y analizar, nunca juzgar ni comparar porque eso, te hace tomar partido de las cosas y nosotras, estamos aquí para contar lo que sucede, sin más. Nuestra opinión no sirve, sólo entorpece y distorsiona la noticia. Debes ser fuerte y dejar a un lado tus sentimientos si no, no podrás realizar este trabajo. Es duro, pero es así. La experiencia me dice que, con el tiempo, llegas a adaptarte pero también me dice que, la tristeza que te provoca todo lo que ves, va creando poso. — No se trata sólo de mis sentimientos, también son mis convicciones. — Si quieres sobrevivir en esta profesión, tienes que cambiar de chip. No estamos aquí para reivindicar la falta de derechos, ese es el papel de los políticos, estamos aquí para contar lo que pasa, y punto. Otra cosa es cómo los grandes medios de comunicación manejan la información, siempre favoreciendo a sus intereses. Eso es lo que yo

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llevo peor de esta manipulada profesión. A veces me las veo y me las deseo para dar una noticia. Hay que tener mucho cuidado al hablar de algunos temas, tienes que saber cómo tratarlos y en qué contexto contarlos. No podemos criticar abiertamente las acciones de las tropas internacionales, pero sí quieren que narremos los horrores cuando se trata de un acto de los insurgentes. Además, les da igual si la noticia está sin contrastar por haber sido conseguida por teléfono o de las tropas estadounidenses, que cuentan la película como ellos quieren. — Lo sé. Sé que muchos sucesos no salen a la luz cuando los atacados son del ejército americano y que en las noticias, sólo se habla de muertos iraquíes cuando hay un atentado. De eso, creo, se da cuenta todo el mundo, aunque miremos para otro lado. — Los espectadores no se enteran, no saben si la conexión es desde el balcón de mi habitación o desde el sitio donde ha ocurrido el suceso, o si lo que estoy narrando lo he visto o me lo han contado. Lo único importante para las cadenas de televisión es ser ―políticamente correcto‖ y tener más audiencia que la de al lado, aunque se consiga a base de mentiras y engaños. Trabajo para un medio de comunicación que tiene el poder de llegar a todos los hogares de un país y mi noticia, no puede mostrar o contar la puta realidad porque, a esas personas del primer mundo, que medio atienden al noticiario mientras se comen una pizza pepperoni, no les puedes aguar la cena, no se les debe tocar las conciencias, porque pueden hacerles pensar y sacar conclusiones y eso, no interesa. — Todo eso ya lo sé, y me repatea igual que a ti, pero lo que estoy viendo aquí está afectando a mis cimientos, a mi conciencia. Lo que ocurre aquí y ahora, es un terrible drama de la vida humana y este drama, ha sido provocado por Occidente, por nosotros, en el nombre del ―BIEN‖. No somos buenas personas si miramos hacia otro lado para no reconocer nuestros errores y nuestros horrores. — Para aguantar aquí tienes que hacerte dura y a ti, aún te falta coraza.

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— Creo que no sirvo para este trabajo, nunca tendré tu fortaleza. Chiara acarició el pelo de Paula y esta se giró para que sus negros ojos contactaran con los de ella. Se miraron fijamente, con deseo, Chiara le quitó el vaso de la mano y lo dejó junto al suyo en la mesilla, se giró hacia ella y se acercó para besarla mientras que Paula, cerraba los ojos y le entregaba su boca. A partir de ahí, se desató la pasión. El beso, que empezó siendo lento y carnoso, fue creciendo en intensidad, sus lenguas se juntaron y se saborearon y sus manos tomaron posesión del cuerpo ajeno. Se quitaron la ropa casi con violencia, Paula susurró cuánto deseaba ese momento y Chiara decidió tomar la iniciativa. Le besó y acarició cada centímetro de su cuerpo desnudo, enredándose en su cuello y en sus senos, erizando sus pezones y su piel, acelerando los latidos de su corazón como si cada sístole y cada diástole se quisieran adelantar entre ellas, provocando que su respiración se convirtiera en gemidos. Cuando deslizó la mano por el sexo húmedo de Paula, esta sintió un placer enorme y abrió más sus piernas para que los dedos de Chiara la poseyeran. Acompasó el movimiento de sus caderas al de los dedos de su amante y el orgasmo fue tan intenso que Paula tuvo que morderse la mano para no gritar de placer. Cuando recobró la respiración, Chiara seguía besándola de forma apasionada por el cuello y por la boca, lo que hizo que Paula se pusiera en acción. Se subió encima de ella y se hizo dueña de su cuerpo, lo besó y lo libó a placer, le lamió los pechos como no se lo había hecho a ninguna de sus amantes y recorrió con besos su abdomen y su profundo ombligo, mientras que sus dedos se recreaban a conciencia con el sexo de su amante hasta que esta, le suplicó que la penetrara. Sus hábiles dedos hurgadores consiguieron que Chiara se retorciera y gimiera de placer hasta quedar extenuada por un profundo orgasmo. Agotadas de tanto placer, continuaron besándose y acariciándose hasta que se quedaron dormidas, abrazadas por la cintura. Se despertaron tarde. Cuando Paula abrió los ojos vio que la persona más deliciosa del mundo la contemplaba como nadie lo había hecho antes, con esos ojos de luz. Se besaron y sintió que los besos tenían

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algo más que el puro placer de besarse, estaban cargados de sentimientos. Volvieron a hacer el amor, esta vez con menos brusquedad, de forma más pausada y tierna, como si el amor que sentían en ese momento tuviera pasado y se conocieran de siempre. Era viernes, día de descanso para los musulmanes, día en que las calles de la ciudad se quedaban desiertas de gente y los comercios, oficinas y sitios oficiales permanecían cerrados. Paula tenía el día libre y Chiara decidió tomárselo, también. Se mudaron a la habitación de Chiara porque era más grande y tenía una cama doble, mucho más cómoda para sus planes. Se abastecieron de botellitas de agua, sándwiches y chocolatinas que consiguieron en las máquinas que había en el hall de hotel. Tenían todo el día para ellas y decidieron hacer dos cosas, y en este orden, desconectar del mundo y quererse. Estuvieron todo el día en la cama, hablando, comiendo, durmiendo, besándose, amándose…, varias veces y en distinto orden. Estaban a gusto juntas sin pensar en otra cosa, sin tener en cuenta que este amor tenía los días contados. Se hablaron de ellas, de sus familias, de lo que hacían cuando no se jugaban la vida en Iraq… y de otras muchas cosas. Chiara quiso ser sincera con Paula y le contó que tenía pareja, aunque era una relación atípica porque, por culpa de sus trabajos, no pasaban mucho tiempo juntas. — ¿Le hablarás de mí? — Tal vez, no lo sé. No creo que lo haga, es difícil contarle a tu pareja que has sentido algo por otra persona. — No lo digas en pasado, lo estás sintiendo en el presente. Chiara, lo único que vale es el aquí y el ahora y, lo que estoy sintiendo por ti, aquí y ahora, no es normal, nunca me había pasado. Me quedaría aquí contigo toda la vida. — No es un sitio muy recomendable para quedarse a vivir. No, hablando en serio, no debemos hacernos una idea equivocada de esta

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historia. En este lugar lleno de extremos, el dolor, la tensión, el miedo… en una palabra, el horror, hace que se magnifiquen las cosas. Seguro que esta historia en Benidorm, hubiese sido un rollete de verano que hubiésemos olvidado al volver a la rutina. — ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? — No lo sé con exactitud, acabo de volver de vacaciones y seguro que me pasaré una temporada larga por aquí. — Nosotros hemos recopilado ya bastante material e información pero necesitamos más si queremos hacer un buen reportaje. Tenemos billete de vuelta para dentro de dos semanas, creo. Pero, no quiero pensar en eso ahora. Como homenaje a España se durmieron una buena siesta, lo que hizo que por la noche no tuvieran sueño. Casi hasta el amanecer, se entregaron a la lujuria de sus cuerpos y se amaron durante horas, sin querer parar de hacerlo, hasta que el cansancio pudo con ellas. Por la mañana temprano, después de ducharse juntas y de amarse de nuevo bajo el agua, lo que hizo que se retrasaran un poco, se desearon suerte y se despidieron con un tierno beso. Chiara había quedado con el cámara para grabar unas imágenes y Paula había quedado con Pedro para desayunar. Cuando llegó al comedor del hotel, Pedro estaba sentado en la mesa esperándola. Se saludaron y él comprobó que su amiga había recuperado la sonrisa. — ¿Cómo estás?, la otra noche te dejé hecha unos zorros y hoy te veo con mejor aspecto. Por lo que veo, la terapia recibida ha surtido efecto. — Sí, y no sabes cómo.

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— Sé que te gusta esa mujer, se te nota mucho. Tu cara y tu mirada cambian cuando la ves o escuchas su voz. No puedes negarlo. Además, te conozco desde hace tiempo y nunca te había visto así. — Me gusta demasiado. Ella me transmite calma y me da fuerzas para continuar aquí. Hace tiempo que no me sentía tan bien con una persona. — Pero… — Pero me da miedo. Me da miedo sentir lo que siento y de la manera que lo siento. Nunca me había enamorado de alguien con esta intensidad. — Paula, sabes que me alegro que hayas encontrado por fin el amor, pero te necesito cuerda y estable, con la cabeza en su sitio. Estamos en el lugar más peligroso del planeta y no podemos estar despistados, tenemos que estar en alerta, con los ojos bien abiertos y concentrados en lo que hacemos. Un despiste puede acabar con nuestras vidas. Quiero que me confirmes que puedo confiar en ti. Pedro quiso una respuesta porque, aun sabiendo que podía confiar en ella, se lo había demostrado en las experiencias anteriores que habían vivido juntos, necesitaba saber si Paula estaba en condiciones de afrontar lo que le esperaba. Paula asintió con la cabeza y se comprometió, consigo misma, a que iba a estar al cien por cien concentrada porque la gravedad de la situación lo requería. — ¿Seguro que puedo contar contigo? La experiencia de estos días anteriores te ha dejado tocada y creo que aún, no has visto lo peor. — Estoy superando lo que hemos vivido estos días atrás, en los barrios pobres de la ciudad, pero estoy preparada para lo siguiente. Sabes que puedes contar conmigo.

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— Bien, porque hay cambio de planes. Se nos ha presentado una oportunidad que no podemos rechazar. Vamos a ser unos privilegiados porque vamos a ir a un lugar vetado a todo el mundo, ni los iraquíes ni los norteamericanos permiten el paso a la ciudad. — Me tienes en ascuas, ¿a dónde coño me quieres llevar? — Vamos a Faluya, ciudad donde hubo una masacre hace unos años, ¿lo recuerdas? Está a unos setenta kilómetros al oeste de aquí y vamos a ir con unos periodistas de una importante cadena de televisión inglesa. Quieren grabar un documental sobre la ciudad y las consecuencias de la guerra. Tienen permiso para filmar y nos quieren a nosotros. — No entiendo nada, ¿cómo vamos a ir allí si dices que prohíben el paso? No conocemos a dónde vamos ni con quiénes vamos, no tenemos permisos. Me parece una locura. — No es ninguna locura, es arriesgado pero es la oportunidad que buscábamos. Te lo voy a contar con más calma para que te quede claro. Ayer me encontré aquí con un viejo conocido, Peter Myatt, amigo desde hace años, nos conocimos en la guerra de Kosovo cuando yo empezaba en esta profesión. Hemos coincidido en varias ocasiones y el destino ha hecho que esta vez nos volvamos a ver aquí, en Bagdad. Es un buen tipo, peculiar y muy serio en su trabajo. Bueno, a lo que iba, me dijo que han tenido una desgracia y casi dan por perdido el trabajo. Por lo visto, el jueves, viniendo del aeropuerto camino de su hotel, dispararon a uno de los coches que iban, hiriendo a dos de los ocupantes, una cámara y un reportero. Los dos están graves en el hospital. Pues bien, según iba avanzando en su historia, de pronto, se le ocurrió que yo podría ir con ellos, que se podría solucionar, creía, sin dificultad y que le haría el favor de su vida. En fin, resumiendo, que no quieren perder la oportunidad de grabar en esa ciudad, lo han hecho muy pocas personas, y no quieren desaprovechar el permiso que consiguieron, y por eso, quieren contar con nosotros. — Por lo que me cuentas, el trabajo te lo ha ofrecido sólo a ti, yo no pinto nada en esta historia.

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— Le puse como condición que éramos dos y el poder hacer fotos. Dijo que, por su parte, no había ningún problema a las dos condiciones, otra cosa será lo que opinen las autoridades. — Así, sin más. No sé. ¿Le dijiste que soy mujer? Además, ¿damos la talla para este trabajo? — Sí, se lo dije y estamos preparados para este trabajo. Peter me conoce y, tanto tú como yo, sabemos manejar una cámara de video. Están dispuestos a esperar unos días a que tengamos los papeles en regla. Si aceptamos, el trabajo es nuestro. — ¿Has hablado con Namir? Sería interesante saber su opinión. — He quedado con Namir mañana para intentar agilizar todo el papeleo. Por ahora se necesitan los pasaportes y nuestras acreditaciones. Si lo movemos rápido tendremos los papeles en tres o cuatro días. Creo que no va a ser muy costoso conseguirlos, los papeles están concedidos, el tema es sustituir los nombres de los otros por los nuestros. — ¿Y Luís que opina de todo esto? Recuerda que tiene que estar informado de todo lo que hacemos. — A Luís no le ha gustado el tema, cree que se sale de nuestro cometido en este viaje. Creo que le ha jodido que no contara con él para ir a Faluya, he notado un tonillo de envidia en sus palabras. — Veo que soy la última en enterarse de esta historia, ya lo tienes todo organizado. — Ayer no quise molestarte porque estabas con tu ―terapia‖ salvadora. Además, no quise decirte nada hasta saber si era posible realizar el viaje. — Tú eres el experto y sabes que confío en ti. Si tú dices que es posible, que es fiable y que es la oportunidad que buscábamos pues, adelante. — Es una cadena de televisión muy importante que no escatima en gastos de seguridad, han contratado coches blindados y a

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mercenarios para que los escolten. Así que, el dispositivo de seguridad que llevan es bueno, aunque a veces falle como les ha pasado. Mi impresión es que vamos a estar más seguros de lo que hemos estado aquí en estos días. Eso sí, tengo que advertirte de que, lo que vamos a ver allí, va a ser mucho más duro que lo que hemos visto aquí. Planificaron el trabajo para los siguientes días y se pusieron en marcha. Pedro, Namir y los dos ayudantes se dedicaron a solucionar el tema de los documentos para poder ir a Faluya mientras que Paula, se quedó en el hotel para revisar todo el material obtenido y preparar el que se llevarían. Pedro también se encargaría de realizar en esos días la entrevista que tenían concertada de antemano con la responsable del Ministerio de Estado para Asuntos de la Mujer, la jefa de Hanaa. Quedó con el corresponsal del periódico para realizarla juntos, por lo que no hizo falta que Paula estuviera, permitiéndole así tiempo para descansar y preparar el viaje a Faluya. Esa tarde, Paula se armó de valor y visionó parte de las fotos que había tomado con su cámara digital durante los días pasados. Recordó las palabras de Chiara e hizo un esfuerzo para que no le volvieran a afectar las imágenes. Intentó ser profesional y comprobó que las fotos tomadas eran realmente buenas, reflejaban el dolor y la resignación de las mujeres retratadas. Paula estuvo esperando la llegada de Chiara sentada en uno de los sillones del hall. Cuando esta llegó, se dirigió hacia donde estaba ella y la saludó con un beso en la mejilla. Paula la beso en los labios y quiso saber si le apetecía que cenaran juntas, tenía cosas que contarle. Chiara bajó la mirada y se Excusó diciendo que había tenido un día agotador y necesitaba descansar porque había dormido poco la noche anterior.

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Chiara sabía que estaba cometiendo un error al enamorarse de Paula y quería frenar la atracción y el deseo que sentía por ella. Paula sonrió con cierta tristeza y le dijo que lo entendía, y que sentía ser un poco la culpable de su cansancio. Se despidieron y cada una se fue a su habitación. Durante los días de espera, Paula leyó la poca información que encontró en Internet y la que le mandaron desde la redacción del periódico, sobre la masacre en la ciudad de Faluya. Fue cuando se enteró de que su próximo destino iba a ser a la ciudad del horror, a la ciudad arrasada por los cuatro jinetes del Apocalipsis. La siguiente noche que esperó a Chiara en el hall lo hizo hasta tarde. Al ver que no llegaba, preguntó por ella y le dijeron que se había ido a Karbala, a cubrir una noticia, y que estaría fuera al menos tres días. Las noches sin Chiara se habían vuelto frías, necesitaba contarle lo del viaje, necesitaba estar con ella, necesitaba su calma. La necesitaba. Habían conseguido arreglar los documentos a tiempo para poder realizar el viaje así que, la noche antes de la partida, se reunieron con Peter y parte del equipo en el bar del hotel para ultimar los preparativos. El viaje iba a durar cinco días de los cuales, el primero y el último se emplearían en los viajes de ida y vuelta y tendrían tres días para grabar las imágenes y recopilar la información. Al día siguiente, a primera hora, el convoy de coches blindados pasaría a recogerlos al hotel. De allí partirían hacia Faluya. Paula se levantó de la mesa cuando vio entrar a Chiara por la puerta del local y se dirigió hacia ella. — ¿Qué tal te ha ido el viaje? — Bien, hemos emitido la noticia a tiempo y estamos de vuelta sin haber sufrido percance alguno, que es todo un triunfo. — ¿Quieres que hablemos?

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— Lo siento Paula, pero lo que necesito es una ducha y dormir ocho horas seguidas como poco. ¿Te importa si nos vemos mañana?, esta noche quiero descansar. — No va a poder ser, mañana me voy a Faluya y estaré cinco días fuera. — ¿A Faluya? Estáis locos si vais allí. — Ya está todo organizado y el viaje es todo lo seguro que puede ser un viaje así. — Esta bien, vosotros sabréis lo que hacéis. Cuídate. Le dio un beso en la mejilla mientras le acariciaba el brazo y se dirigió hacia un grupo de personas que la esperaban en el bar. Paula se fue a dormir porque al día siguiente salía de viaje muy temprano. Tardó en conciliar el sueño, sentía miedo al miedo que le esperaba y le dolía que Chiara no quisiera estar con ella. Echaba de menos sus besos. Cinco días en Faluya, ciudad del Éufrates, río de Babilonia. Cinco días en la ciudad del horror, los cinco días grises y lluviosos que cambiaron la vida de Paula. El viaje de ida fue tenso pero sin complicaciones, los coches blindados y escoltados por todo un ejército, recorrieron a toda velocidad la carretera que une, o que separa, Bagdad de Faluya. No encontraron controles hasta que llegaron a su destino. Cuando llegaron a Faluya, se encontraron con una ciudad sitiada, cercada por muros, alambradas y controles, no se podía acceder al interior sin los permisos exigidos. Allí les esperaban los guías contratados para acceder a la ciudad. Las autoridades de la zona no les dejaron mucho margen de maniobra, tenían limitados los lugares de acceso. Los iraquíes sólo les permitieron visitar aquellos sitios donde la invasión norteamericana

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había causado estragos. Los estadounidenses prohibieron el acceso a todo lo que pudieron, para poder ocultar sus crímenes de guerra. Escoltados por los mercenarios contratados, que iban armados hasta los dientes, se aplicaba ―la regla de los diez minutos‖, no más de diez minutos en un mismo sitio, había que evitar el riesgo a los atentados por parte de una población peligrosamente armada. Hacía unos años que el ejército estadounidense había bombardeado y masacrado a la población de Faluya, arrasando todo lo que se encontró a su paso, calle por calle, aniquilando a la resistencia, en venganza y sin ninguna contemplación hacia los más débiles. Fue uno de los combates más violentos de la guerra de Iraq y Faluya, fue prácticamente erradicada del mapa. Para ello, Estados Unidos utilizó aviones y carros de combate con sofisticadas armas químicas y radiactivas que envenenaron el aire, el agua y la comida y que, con el tiempo, estaban causando malformaciones en muchos de los niños nacidos después de los enfrentamientos. Los médicos recomendaban a las mujeres que no tuvieran hijos pero la sociedad no permitía a esas mujeres poner remedio para no engendrar seres imperfectos. Las visitas al Hospital General de Faluya y a familias con hijos deformes, marcó un antes y un después en la visión de Paula sobre esta guerra y sobre el comportamiento humano. Niños enfermos, con cáncer, tullidos, sin ojos, sin orificios, con dos cabezas, con dos cuerpos… familias con todos los hijos postrados con parálisis cerebral congénita... y muchos más horrores difíciles de narrar que Paula tuvo que ver, grabar y fotografiar durante esos días. Fue terrible, la peor de las pesadillas posibles. Llegó un momento en que Paula no aguantó más y tuvo que delegar el trabajo en Pedro. Su mente se negó a captar una imagen más de aquel espanto. No podía comer, vomitaba todo lo que ingería. Pedro consiguió que al menos tomara líquidos, estaba preocupado por el deterioro físico de Paula. Las desalentadoras noches en ese oscuro hotel donde se alojaron, fueron para Paula tan duras como los días, lloraba de impotencia e intentaba pensar en Chiara para calmar su dolor, hasta que se quedaba dormida.

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La ciudad de Faluya fue completamente devastada, destruida hasta quedar en la nada, sin calles ni casas, sólo escombros y muertos. A pesar de que ya habían pasado unos años desde la masacre, la ciudad seguía derruida y les fue difícil moverse por ella, siempre con el cuidado de evitar las emboscadas de los iraquíes escondidos entre las ruinas. La visita al Cementerio de los Mártires, un antiguo campo de fútbol que tuvo que ser utilizado como necrópolis, fue también desoladora. Paula contempló el terrible paisaje que la rodeaba, lleno de hileras de tumbas de hombres, mujeres y niños, víctimas de una masacre justificada por los estadounidenses como, ―un ataque contra enemigos combatientes‖ y cuyas víctimas inocentes, habían sido ―daños colaterales‖ que no se pudieron evitar, ―estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado‖. Paula notó en la mirada y en el semblante de Pedro que todo esto también le estaba afectando a él. Hablaban de ello por las noches en el hotel e intentaban darse ánimo para poder aguantar y no perder la cordura. El último día en la ciudad de Faluya, recorrieron un mercado repleto de gente. Estuvieron poco tiempo porque el lugar no era seguro y no podían arriesgarse a un ataque. No paraba de llover y Paula estaba totalmente empapada, con el velo chorreando que le mojaba aún más la ropa que llevaba, pero no podía quitárselo. Mientras recorría el lugar, recordó una escena de una película que había visto, donde la actriz Sigourney Weaver deambulaba por las calles de Yakarta, bajo la lluvia, llorando y contemplando a un pueblo condenado a la desesperación. Se sentía igual. Aquel pensamiento duró poco porque, en un momento, se formó una trifulca entre un grupo de iraquíes y tuvieron que salir rápidamente del lugar. Los preparativos para el viaje de vuelta llevaron más tiempo de lo calculado y no salieron de Faluya hasta bien entrada la tarde. Durante el trayecto se les hizo de noche y a unos diez kilómetros de Bagdad, en un falso control, sufrieron un ataque por parte de extremistas islámicos. Los escoltas repelieron la agresión pero los atacantes utilizaron un armamento potente y consiguieron dañar el

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vehículo donde viajaban Paula y Pedro. Acelerando al máximo el potente coche, pudieron salir con vida de allí todos aunque Pedro, había recibido el impacto de un proyectil en el brazo y el conductor también resultó herido. Aquello acabó con los pocos nervios que tenía Paula y lloró sin consuelo el resto del camino. Decidieron ir directos a un hospital, la herida de Pedro tenía mala pinta y sangraba mucho, Paula le había hecho un torniquete pero necesitaba asistencia médica. Con el coche renqueante llegaron a un hospital de la capital donde ingresaron a Pedro, curaron al conductor y le dieron un calmante a Paula para que se tranquilizara. Después de despedirse de Pedro, la llevaron de vuelta al hotel. Sucia, cansada y hundida hasta el averno, subió directamente a la habitación de Chiara y llamó a su puerta. Su estado era patético y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos antes de que se abriera la puerta. — ¿Por qué me rehúyes?, ¿Por qué no quieres verme? Yo sí a ti. Necesito tu consuelo, necesito tus besos, tus caricias… Te necesito. Cuando Chiara vio el estado tan lamentable en que se encontraba Paula, la hizo pasar y la abrazó con un cariño extremo, como sólo lo hacen las madres. Besó sus sienes, sus ojos, sus labios con tanta delicadeza que Paula, suspiró de alivio al notar cómo se apoderaba de ella la calma, esa calma que sólo podía darle Chiara. Se ducharon juntas, Paula apoyada en Chiara porque sus débiles piernas no la mantenían en pie. Había adelgazado bastante en esos días, el miedo pasado, el dolor sentido y la falta de hambre habían debilitado su cuerpo, se había quedado sin fuerza. Se acostaron y Chiara la rodeó con sus brazos y cobijó su cuerpo entre sus pechos, dándole cariño y protección mientras Paula, dejaba de templar y de llorar poco a poco. — Sssss, descansa, necesitas reponer fuerzas. Duerme tranquila, estaré aquí, contigo.

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Cuando despertó Paula a la mañana siguiente, Chiara le ofreció una taza de café que había hecho con una cafetera eléctrica que viajaba siempre con ella. El café caliente le sentó bien. Se incorporó un poco en la cama y notó que le dolía todo el cuerpo.

La realidad tardó poco en volver a su mente y las lágrimas brotaron de nuevo en sus ojos. Chiara se acostó a su lado y la abrazó. — Faluya ha sido una auténtica bajada a los infiernos. He visto el horror, el dolor, la miseria, la desesperación… Todo a la vez y en un solo lugar, en la vida de esas gentes. Paula le narró la dantesca experiencia que había vivido, el dolor y la indignación que había sentido, el miedo que había sufrido y la angustia que había pasado cuando hirieron a Pedro. Recordar todo aquello de nuevo le produjo una congoja difícil de controlar. Chiara le administró un ansiolítico Que, al rato, hizo su efecto. Chiara Llamó al hospital para interesarse por el estado de Pedro. Le comunicaron que estaba recuperándose y le pasaron la llamada a la habitación. Estuvo hablando con él sobre su brazo y sobre el estado de Paula. Pedro le dijo que tenían reservada la vuelta para dentro de dos días y que, tanto él como Paula, necesitaban coger ese vuelo. La noticia de que Pedro se encontraba bien y con ganas de salir del hospital, tranquilizó a Paula. Estaban acostadas de lado con las cabezas apoyadas en la almohada y mirándose a los ojos, queriéndose con la mirada. Fueron acercando sus cuerpos lentamente y se empezaron a acariciar, y las caricias llevaron a los besos y los besos a la excitación.

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Esta vez fue la lengua de Chiara la que provocó el máximo placer a Paula, una lengua de fuego que encendió su pasión. Desde su boca hasta sus pechos y, desde los pechos hasta su sexo, recorrió lentamente su piel, erizándola a su paso, lentamente hasta llegar a su clítoris, donde lo lamió con una cadencia tal, que la volvió loca. La debilidad y el placer que sentía Paula en ese momento la tenían a al borde del desmayo. Cuando Chiara introdujo su lengua dentro de ella, el orgasmo que tuvo Paula fue tan intenso que le hizo perder el conocimiento por un instante. Tardó en recuperar el aliento y cuando quiso corresponder a su amante, Chiara no la dejó, sabía que estaba débil. — No, sólo quiero que me beses… Me gustan tus besos… Me gusta cómo me besas… Chiara, el orgasmo y la pastilla habían causado en Paula un efecto relajante, se sentía tranquila, con la mirada fija en los ojos de su amante, sintiendo su calma. — ¿Qué te pasa conmigo? Sé que me estuviste evitando antes de mi viaje. — Paula, quiero que me escuches y no me interrumpas, necesito que me entiendas. Enamorarme de ti ha sido un error, no por ti mi amor, sino por las circunstancias. Este amor no tiene futuro, ha llegado en un momento y en un lugar que lo hacen imposible. — Lo sé. — Los periodistas tenemos que ser individualistas, no podemos pensar en nada más que en nosotros mismos, se trata de supervivencia. Y pensar en ti, me hace ser vulnerable. No sé lo que me deparará el futuro en este sitio. No sé si tendré que salir corriendo de aquí mañana o dentro de un mes, pero lo que sí tengo claro es que, quiero salir viva de aquí. — Lo entiendo, pero me duele estar sin ti.

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— Nos acabamos de conocer, no sabemos nada la una de la otra, no debería de dolernos tanto. — Lo sé. Sé que han sido pocos días, pero lo que siento por ti no lo he sentido jamás por ninguna otra mujer. Sé que te quiero, sé que me he enamorado de ti. Lo sé. Pero también sé que tengo que asumir que este amor no tiene futuro, que desde el principio tuvo el final programado. Llamaron a Chiara por teléfono, no se acordaba que tenía que realizar una entrevista ya concertada. Había perdido por completo la noción del tiempo y del espacio, estar con Paula le hacía olvidar todo lo demás. Era tarde y tuvo que irse. — No tengo más remedio que ir, no creo que tarde mucho porque es en la ―zona verde‖. Tienes comida y bebida en aquel armario y quiero que te tomes otra pastilla en cuanto sientas que vuelve la angustia. Descansa y duerme un poco. Yo volveré por la noche. — Ten cuidado y no tardes. Yo no pienso moverme de aquí. Paula dormitó durante toda la mañana y parte de la tarde, levantándose sólo para ir al baño o a beber agua. Estaba durmiendo cuando le despertó un inmenso estruendo. No sabía lo que había pasado, la cama estaba llena de cascotes del techo y cristales de la ventana. Las maderas que habían estado clavadas en la ventana se encontraban ahora en medio del cuarto. Se oían gritos por los pasillos y tiros en la lejanía. Se levantó de la cama y se vistió a toda prisa, presa del pánico. Se asomó al pasillo y vio el revuelo que había, gente corriendo y gritando, algunos ensangrentados y desorientados. Había habido un atentado con coche bomba en la entrada del hotel. Paula no quiso ver lo que había ocurrido, no tenía fuerzas para afrontarlo. Se volvió a la habitación, se tomó otro ansiolítico y se metió en la cama a llorar y temblar por la angustia de no saber dónde estaba Chiara. Durante horas se oyeron voces, gritos, carreras por los pasillos y ruido de sirenas.

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Los guardias de seguridad del hotel habían muerto en el atentado, y también dos periodistas que entraban en ese momento en el hotel. La suerte quiso que, en el instante del estallido de la bomba, no hubiera mucha gente en el hall y en la cafetería. Muchos de los heridos fueron atendidos allí mismo, por los miembros de la Media Luna Roja de Iraq, que se habían desplazado hasta el lugar. Los heridos más graves fueron evacuados a los hospitales. Toda la entrada y gran parte de la planta baja habían quedado devastadas, las habitaciones de las cinco primeras plantas que daban a la fachada sufrieron grandes desperfectos. La habitación de Paula había quedado destrozada por lo que tuvo suerte al estar instalada en la de Chiara que, al no estar orientada hacia la fachada, sufrió menos la onda expansiva. Cuando Chiara y el cámara que la acompañaba llegaron al hotel, se encontraron con todo el terrible panorama. Chiara entró corriendo y consiguió subir a su habitación esquivando los escombros y a las personas que pululaban por los pasillos y escaleras esperando a que las instalasen en otras habitaciones porque las suyas, habían quedado inhabitables. Chiara entró en la habitación angustiada y se encontró a Paula en la cama, en posición fetal, rodeada de cristales y cascotes. La abrazó y Paula se agarró a ella con tanta fuerza que le impidió casi el respirar. La besó y la calmó como pudo. Cuando se medio tranquilizaron las dos, recogieron un poco la habitación y Chiara curó los cortes que tenía Paula a causa de los cristales. — El hotel es un caos, abajo hay mucho lío, quedémonos aquí hasta que se calme un poco la cosa. Después, daré una vuelta para ver lo que ha ocurrido. Al rato de estar tumbadas y haber conseguido calmarse, llamaron a la puerta. Chiara abrió y se encontró con Pedro, se había enterado del

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atentado en el hospital y había solicitado que le dieran el alta, no podía quedarse allí sin saber lo que había pasado. Se había venido en una de las ambulancias que salieron del hospital hacia el hotel. Se abrazaron y le hizo pasar. Cuando Paula le vio, se abalanzó sobre él y le abrazó con todas sus fuerzas, que no eran muchas. Pedro estaba espantado por todo lo que había sucedido y se preocupó por el estado de su amiga. El se encontraba bien aunque bastante débil y dolorido a causa de la herida. — Tranquilízate Paula, ya queda menos. Sólo tenemos que aguantar un día más y luego, nos iremos de este horrible lugar para siempre. Pedro y Chiara decidieron ir a recoger sus cosas y las de Paula a las habitaciones destrozadas. Después fueron a solicitar unas habitaciones en una planta superior, donde la onda expansiva no hubiera causado daños. Les dijeron que se iba a desalojar el hotel y que tuvieran calma porque no era tan fácil encontrar habitaciones para todos en otros hoteles. Pedro decidió agilizar el tema y llamó a Peter para que consiguiera dos habitaciones en el hotel donde se hospedaba. También contactó con Luís, el corresponsal del periódico, para informarle de todo lo ocurrido y contarle que estaban intentando conseguir unas habitaciones en el hotel donde él estaba. El reportero inglés junto con el corresponsal español, se movieron con eficacia y en menos de una hora habían conseguido las habitaciones. Chiara quiso grabar imágenes del hotel destrozado antes de irse, las necesitaba para su próxima conexión. Cuando intentó contactar con la cámara que trabajaba con ella, se enteró que había sido llevado al hospital con una conmoción cerebral. Por lo visto, mientras recogía las cosas de su habitación derruida, le cayó un trozo de techo en la cabeza. Chiara decidió ir a buscar la cámara a la habitación de su compañero y se recorrió el hotel tomando imágenes de los destrozos causados por el atentado. Casi una hora después, volvió contando que el hotel era un caos y que quedaba ya poca gente, muchos se habían ido a otros hoteles.

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— Es estupendo que ya tengamos habitaciones. Tenemos que darnos prisa, aún no sabemos cómo vamos a salir de aquí. Entre los tres, recogieron todas sus pertenencias y bajaron al destrozado hall del hotel. Chiara intentó gestionar con el personal hotel un vehículo para poder desplazarse. Después de una larga discusión y espera, consiguieron que los llevaran en un vehículo militar iraquí. El trayecto fue corto, el nuevo hotel no estaba muy lejos del anterior. Era muy tarde cuando llegaron al nuevo hotel donde les esperaban Luís y Peter. Estaban muy cansados y después de los saludos, se fueron directamente a las habitaciones, Paula y Chiara se instalaron en una y Pedro en la otra. Habían pasado un día muy duro y estaban agotadas. Se acostaron y se abrazaron, sólo querían descansar, sólo querían dormir. — No puedo más Chiara, lo de hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso. — Siento todo lo que has vivido y me duele verte sufrir. Es bueno que te vayas de aquí, Paula, tienes que olvidarte de todo esto, y de mí. — Lo sé. Esto ha sido una experiencia demasiado dura para mí y necesito que tenga un final, no puedo continuar, no aguanto más. En este lugar he conocido el horror y el amor en sus puntos más extremos y eso es difícil de asimilar. Necesito salir de aquí, huir de este horror, pero me duele mucho dejarte, tanto que me siento morir por dentro. Era por la mañana temprano y había comenzado el último día en Bagdad para Paula. Al día siguiente estaría volando de vuelta a casa. Chiara necesitaba a alguien que la ayudara en la conexión con su cadena, para transmitir la noticia del atentado del hotel. Pensó en Pedro pero él no podía mover el brazo por culpa de la herida. Paula se ofreció a ayudarla en su trabajo. Durante toda la mañana, Paula, casi sin fuerzas, ayudó a Chiara en el montaje de las imágenes y en la conexión. A la hora de retrasmitir la noticia, estuvo tras la cámara mientras Chiara conectaba en directo con su cadena televisiva.

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Paula no pudo apartar la vista de la imagen de ella a través del visor de la cámara, estaba perfecta, tranquila y muy profesional. Dio la noticia con seriedad, dialogó con el presentador del noticiario y dio paso a las imágenes que había grabado. Chiara tuvo que avisar que ya había terminado la conexión porque Paula, seguía hipnotizada con la imagen de su amante. Pedro también estuvo ocupado toda la mañana, se reunió con Luís y con Peter para hablar de todo lo ocurrido y después, habló con Namir para preparar el peligroso viaje al aeropuerto. Sólo les quedaba recorrer un último trayecto de la muerte para escapar del país del terror. Por la tarde, Paula y Pedro se quedaron en la habitación mientras que Chiara, se desplazó al hospital donde estaba ingresado el cámara que trabajaba con ella. Estaba preocupada y quería conocer su estado. Paula hizo de nuevo su equipaje de manera más ordenada y se pasó el resto de la tarde tumbada en la cama, hablando con Pedro. Él intentaba mostrarse animado hablando de otros temas que hicieran olvidar a Paula lo vivido, dándole ánimos a su compañera para que se recuperara cuanto antes de ese estado de abatimiento en el que estaba sumida. — En cuanto estemos en Madrid, la cosa será distinta. Verás cómo, después de unos días de descanso en tu casita, con comidita rica, te encuentras más animada y fuerte. Hay que volver a la rutina, somos animales de costumbres y no sabemos estar fuera del redil. — Pedro, con lo que he vivido he tenido suficiente y no quiero más. Las fotos de Faluya no las quiero volver a ver, tienes que encargarte tú o quien sea de la redacción porque yo, no las voy a visionar. No puedo volver a verlas.

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— No te preocupes, me encargaré yo del tema. Además, la mayoría de esas fotos no conocerán la luz nunca, son demasiado duras para publicarlas. Estuvieron callados un buen rato, cada uno enredado en sus pensamientos. Paula sólo pensaba en Chiara, en su amor hacia ella, en su amor imposible. Ya estaba anocheciendo cuando Chiara volvió a la habitación, traía comida y noticias. — Carlo se encuentra estable aunque aún no ha recuperado el conocimiento. Recibió un fuerte golpe en la cabeza pero los médicos dicen que va a recuperarse. Hay que esperar al menos dos días para ver cómo evoluciona. Se comieron los bocadillos que había llevado Chiara mientras esta les contaba la últimas novedades sobre el atentado del hotel. — Como siempre, el terrorista se inmoló en el atentado y, según las autoridades, han sido trece muertos en total y una treintena de heridos de consideración. — Muertos que sólo cuentan para engrosar alguna macabra estadística. — Menos mal que mañana nos vamos porque tus pensamientos cada vez son más negros. Anímate mujer, que en pocas horas estamos fuera de aquí. Cuando terminaron de cenar, Pedro quiso retirarse temprano y se despidió de ellas para irse a dormir. El día siguiente iba a ser otra vez tenso pero también, el más deseado. Se quedaron de pie, en medio de la habitación, paradas una frente a la otra, sin hablar y mirándose a los ojos. Estaban serenas, pausadas, habían asumido el final de este amor. Comenzaron a desnudarse poco a poco, quitándose cada una su ropa lentamente, como si se tratase de un ritual, de un ritual de despedida. Desnudas y sin dejar de mirarse, se acercaron y se abrazaron con todo el amor que sentían. Se acostaron para amarse por última vez y se amaron como siempre lo habían hecho, como el primer día, con pasión y deseo, con todo el

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amor y toda la pena del mundo porque, desde el primer día, supieron que habían encontrado el amor de su vida pero, también desde ese primer día, supieron que ese amor no era para ellas. Paula no quiso dormirse, quería aprovechar cada segundo que le quedaba con Chiara, pero la pastilla surtió efecto y sucumbió al sueño. Al despertarse, Paula vio que Chiara no estaba, se había ido antes de que ella despertara para evitar que la despedida fuese más dolorosa. Se levantó lentamente notando el peso de la tristeza que sentía, se vistió y esperó sentada en la cama. Cuando llegó la hora de marcharse, cogió sus cosas y bajó al hall del hotel donde la estaban esperando Chiara y Pedro. Paula supo que la frialdad que mostró Chiara cuando se despidieron en el hall era fingida, que la usaba para contener los sentimientos que sentía hacia ella porque, su ojos y su voz, la delataban. — Aquí nos despedimos, no quiero saber de ti mientras esté aquí, me haría ser más débil. Siempre tendré la esperanza de encontrarte algún día… en algún lugar… y que vuelvas a ser lo mejor que me haya pasado en el día…, quién sabe. Cuídate. Te quiero. Paula besó a Chiara sabiendo que era la última vez que lo haría. Luego se dio la vuelta y, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigió hacia la salida del hotel acompañada de Pedro, donde les esperaba un vehículo blindado que les llevaría al aeropuerto. Se habían amado en la adversidad del mundo y eso para Paula, era un vínculo que no se rompería jamás. Siempre amaría a Chiara y siempre la llevaría en su corazón, en el lugar donde sólo se encuentran los elegidos.

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LA ESTRELLA DEL NORTE – AMINA 1

Eran aproximadamente las once de la mañana, de un soleado y frío día de enero, cuando un coche de la policía recorría a toda velocidad las calles de la ciudad, esquivando a los vehículos que se iban apartando según se les acercaba el sonido de la sirena. El inspector Neira iba conduciendo mientras que la inspectora Castillo, aun llevando el cinturón puesto, intentaba agarrarse a cualquier punto del coche que le proporcionara estabilidad. – ¿Podrías ir un poco más despacio? No hace falta ir tan deprisa, te recuerdo que se trata de un cadáver y ya llegamos tarde para salvarle la vida. Además, si sigues conduciendo así, voy a vomitar.

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– Eso te pasa por salir de copas anoche, luego no sirves para nada. Se te agita un poco y mira lo que pasa. Entre los bruscos volantazos de su compañero y los tardíos adornos navideños que le cegaban con el reflejo del sol, la inspectora Castillo tuvo que cerrar los ojos para no acabar devolviendo. No tenía que haberle contado lo de anoche, pensó mientras intentaba controlar las náuseas. Al ver que se iba poniendo blanca por segundos, el inspector aminoró la marcha y ella bajó la ventanilla para que su cara recibiera el frío aire de la mañana. Clara Castillo era inspectora de la Policía Judicial y, junto a su compañero Carlos Neira, estaba destinada en la comisaría de distrito donde esa mañana se había recibido el aviso de homicidio. Neira llevaba poco tiempo ejerciendo como inspector y casi todo lo que sabía lo había aprendido de su compañera, que llevaba más tiempo en el oficio. Después de unos años trabajando juntos, se conocían bien y, aun siendo compañeros, se había creado una amistad entre ellos. Casi todos los jueves, después de salir de trabajar, quedaban para tomar unas cervezas en el Sonar, un bar que estaba a dos calles de la comisaria, para hablar de forma distendida de todo lo que no fuera trabajo. Poco a poco fueron contándose confidencias y Clara, se concedió la debilidad de la amistad con él. Salvo Neira, nadie más de la comisaría sabía de su vida. Al llegar al lugar de los hechos, estacionaron el coche junto a los otros vehículos de la policía que habían acudido al aviso. La zona ya había sido acordonada y el agente que estaba en la puerta les indicó el piso al que tenían que subir. Los hechos habían ocurrido en el tercer piso de uno de los edificios más lujosos del barrio más caro y selecto de la ciudad. El suntuoso vestíbulo del portal estaba abarrotado de vecinos interesados en saber lo que ocurría. Los inspectores tuvieron que ir

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abriéndose paso entre la gente para poder acceder por las escaleras al piso ya que el ascensor, había sido precintado para la investigación. – ¡Menuda choza! – dijo Neira mientras se quitaba el abrigo y se lo entregaba al guardia que estaba en la entrada. Uno de los agentes que habían acudido al domicilio en el primer aviso les contó que esa mañana, a las nueve y veinte, recibieron la llamada en comisaría. En cuanto llegaron y vieron la situación, aislaron la zona y avisaron al resto. El juez y el equipo forense ya estaban dentro. Después de colocarse guantes y fundas en los zapatos, los inspectores se dirigieron por el camino trazado hasta el dormitorio, lugar donde se encontraba el cadáver. La habitación no estaba revuelta, los cajones, la ropa del vestidor, todo parecía en su sitio pero en la cama, yacía el cuerpo de una mujer muerta. Tuvieron que moverse con cuidado para no tocar nada del escenario del crimen. – Buenos días señores ¿Qué hay Doctor Gutiérrez?, ¿qué tenemos? – preguntó la inspectora Castillo después de echar una ojeada a la habitación. – Pues, el cadáver de una mujer de unos treinta y tantos años, en posición decúbito supino, con evidencias de muerte por asfixia. Aproximadamente llevará unas setenta y dos horas muerta, aunque habrá que esperar a que la autopsia lo aclare. El cuerpo fue encontrado esta mañana por la asistenta. Mientras el forense le narraba las primeras impresiones, ella no pudo quitar sus ojos de aquel desnudo cadáver, medio cubierto por una sábana. Recorrió con su mirada a aquella bella e inerte mujer, de perfectas facciones y delicado cuerpo, que la palidez mortuoria le hacía parecer de porcelana, como si fuera una figurita de Lladró.

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– Es una lástima que muera un pibón como este mientras mi horrible suegra sigue vivita y coleando – le espetó el inspector Neira al pasar por su lado en dirección al baño. – ¿Dónde está la asistenta?, quiero hablar con ella – dijo la inspectora mientras le echaba una mirada asesina a su compañero por el comentario. La mujer estaba asustada y no paraba de decir que ella no sabía nada, que sólo encontró a la señora esa mañana cuando llegó y fue a despertarla. Declaró que llevaba tres años trabajando en la casa, que asistía de lunes a viernes, de nueve a cuatro de la tarde y que el viernes pasado, fue la última vez que la vio con vida. Aquel día, la señora le había encargado que preparara la cena antes de irse porque tenía invitados esa noche. No sabía cuántos invitados porque la señora no se lo había dicho, pero sí le dijo que hiciera un redondo de carne para cuatro personas y así le quedaría para comer al día siguiente. – ¿La señora vivía sola? – preguntó la inspectora mientras tomaba nota de lo que decía la asistenta. – La señora está, perdón, la señora estaba divorciada desde hacía años y siempre la he conocido con novio, amante o lo que sea, nunca la recuerdo sin un hombre a su lado. Por lo que sé, últimamente era el señor Navarro el que salía con la señora, creo que iban en serio, por lo que la señora me comentaba. De todas formas, yo solo le he visto alguna mañana al irse después de haber llegado yo a la casa. No sé cuál es su nombre, solo sé que es el señor Navarro. – ¿Ha tocado usted algo de la casa, en la cocina, en el dormitorio…? Es importante que lo recuerde.

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– No señora, no he tocado nada, solo el teléfono para llamarles a ustedes y después, me he quedado en la entrada. No sabía qué hacer. La inspectora Castillo sabía que la testigo era importante para el caso por lo que pidió que alguien la acompañara a comisaría para que se le tomara una declaración completa. Después organizó la investigación entre los demás agentes que estaban allí. – Neira, habla con el juez Merino para ir preparando las diligencias; Estévez, interroga a los vecinos por si han oído algo; Salcedo, localiza al portero del edificio, necesitamos las grabaciones de las cámaras de vigilancia que seguro las hay en un edificio como este. Recuerda que queremos las del viernes por la noche. Una vez distribuido el trabajo, se dirigió a inspeccionar la cocina ya que, según la sirvienta, tuvo que haberse celebrado una cena el viernes por la noche. No había rastro de esa cena, la cocina estaba impoluta, el lavavajillas estaba vacío, en la nevera no había restos y la bosa de la basura había desaparecido del cubo. Le daba vueltas a lo sospechoso de todo aquello cuando su mirada se paró ante el horno donde, al abrirlo, encontró los restos del asado. Indicó a uno de los técnicos que sacara fotos de todo aquello. Luego, hubo cena, masculló para sí misma, lo que le hizo pensar que, si no fue la asistenta, y era poco probable que la bella víctima, de delicadas y sedosas manos, fregara los platos o vaciara el lavavajillas, alguien puso mucho interés en no dejar rastro de aquella cena, pero se le olvidó quitar el asado del horno. Se acababan de llevar el cadáver cuando Neira se acercó a su compañera para indicarle que, mientras los expertos realizaban la inspección ocular, tomaban huellas, fotos y recogían los efectos que pudieran servir para la investigación, ellos no tenían nada más que hacer allí.

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– Tenemos que ir a comisaría, hay que esperar las órdenes del juez y avisar a los familiares de la víctima. – ¿Qué has averiguado? – le preguntó la inspectora sin dar importancia a las palabras de su compañero. – Que estamos ante un bello y rico cadáver. Se trata de Tania Rota, hija de uno de los hombres más poderosos de este país y esto, amiga mía, puede ser algo muy gordo. – El caso es que me suena el nombre, pero no sé de qué. – No jodas que no sabes quién es Tania Rota, está claro que no lees mucha prensa, se trata de una de las más ricas y conocidas de la jet-set del panorama nacional. – Ni idea, ya sabes que no me entero mucho de quién es quién en ese mundo paralelo al mío. El interés de la inspectora Castillo por el mundo del papel cuché era nulo, no conocía a los personajes y tampoco tenía intención de conocerlos, no le atraía esa gente, para ella inmoral, y le parecía ridículo poner atención al modo de vida de una casta ostentosa e inalcanzable como los Rota. – Pues, hay un motón de personas que siguen la vida de estos famosos como si fueran la suya, con quién se han casado, dónde viven, qué llevan puesto, a qué fiestas van... Las revistas del corazón son las más vendidas en este país, con eso te lo digo todo. Hay un montón de gente que desea, o mejor dicho, que envidia ese tipo de vida de lujo, poder y dinero. En fin, ya sabes, el poder de lo material es lo que realmente importa en esta vida – dijo Neira poniéndose filosófico. La inspectora Castillo sonrió ante el irónico comentario de su compañero pero sus palabras le hicieron reflexionar sobre la banalidad

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de la condición humana. La gente prefería vivir la vida ajena a la propia para evitar la realidad. Pensaba que ella no era así, que ella era bastante más realista ante la vida, aunque reconocía un toque de pesimismo en su enfoque pero, sobre todo, era terrenal y no necesitaba creer en mitos, dioses o arcanos para sobrellevar el día a día. Mientras pensaba en todo esto, se dio cuenta de que sus dedos estaban frotando suavemente la piedra de su bolsillo, lo que le hizo enfadarse consigo misma. Aunque le cueste reconocerlo, sí hubo un tiempo en que Clara quiso creer en ese mundo esotérico de estrellas y arcanos. Fue cuando compartió su vida con Soraya, su pareja durante cinco años, que era una gran creyente del tema, y ella quiso complacerla. Hace tiempo, Soraya le regaló, con la promesa de que siempre la llevara consigo, una piedra de toque, del tamaño de una moneda, que era mágica por poseer un pequeño fósil dentro. Aunque dice que no cree en la magia, lleva años con la piedra en su bolsillo izquierdo del pantalón, para tocarla de vez en cuando, a veces más de lo que a ella le gustaría. A menudo, se regaña a sí misma porque sabe que es una costumbre idiota y ridícula estar sometida a una piedra, a una piedra que además, le recuerda a Soraya. Pero sabe que ese talismán le tranquiliza, le facilita la concentración cuando medita y, aunque su intención es evitarlo, nunca olvida meterla en su bolsillo cada mañana. – Cuando quieras nos vamos, tenemos un duro día por delante pero antes, quiero saber si Salcedo ha localizado al portero. Es importante que consigamos esas grabaciones – dijo la inspectora volviendo a la realidad. No hubo suerte, las cámaras no funcionaron aquel día porque el sistema de vigilancia llevaba estropeado desde el martes anterior por un fallo en el circuito. Aquella noticia enfadó a la inspectora pero también le hizo sospechar que, justamente tres días antes del homicidio, fallara el sistema.

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Al salir a la calle, se encontraron con un gran tumulto que rodeaba el cordón policial lo que provocó que tuvieran que esquivar a la gente para llegar hasta el coche. – ¡Clara, Clara!, ¿Qué ha pasado? – le gritó alguien a su espalda. – ¡Cómo no!, el buitre de prensa, el animal más rápido de la fauna ibérica. ¿Qué haces aquí, cómo te has enterado tan pronto? – dijo la inspectora al volver la cabeza y ver quién era. – Esta casa casi siempre está vigilada por la prensa, no hay día que no haya un paparazzi por la zona. ¿Qué ha pasado?, ¿es Tania Rota, verdad? – Eva, sabes que no puedo decirte nada, el caso está bajo secreto de sumario. Ahora tengo que irme pero me gustaría hablar contigo. ¿Te llamo? – Cuando quieras, y espero que me des alguna información del caso. Ser amiga tuya debe de servir para algo, ¿no? Llámame. Eva Torres era periodista y trabajaba en uno de los diarios más vendidos del país. Clara y Eva se conocieron en la universidad, donde fueron amantes y ahora, trataban de ser amigas. Después de acabar su relación con Soraya, Clara buscó consuelo en Eva pero aquello duró poco, seguía enamorada de Soraya y ya no sentía por Eva lo que sintió por ella en su juventud. Para la inspectora, aquella relación estaba acabada hacía años, cuando terminaron los estudios, pero para la periodista, aún seguía siendo algo que deseaba. Durante el trayecto de vuelta, los dos policías hablaron poco, comentaron algo de los pasos a seguir y poco más. La inspectora Castillo, callada como siempre, no podía dejar de pensar en la víctima, en esa bella mujer de vida luminosa y confortable, y de muerte oscura y violenta.

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– Creo que, quien cenó con la víctima el viernes por la noche es el asesino – dijo ella mientras su mirada se perdía a través del cristal de la ventanilla. – O la asesina, tal vez la víctima jugaba en tu equipo. – Je, je, pues no. Por lo que me ha contado la asistenta, más bien jugaba en el tuyo – le contestó ella con el mismo tono irónico que él había utilizado. Una vez en la comisaría, y después de informar del suceso al comisario Peláez, se pusieron a trabajar. Los informes de los distintos laboratorios tardarían días así que decidieron empezar por lo inmediato. Neira se encargó de la declaración de la asistenta y ella, intentó localizar la dirección y el teléfono de los familiares de la víctima. Al tratarse de una familia importante, el teléfono no estaba publicado en ninguna guía telefónica y, una solicitud para conseguir el número llevaría tiempo así que, decidieron personarse en el domicilio familiar. Cuando llegaron al domicilio de Don Román Rota, padre de la víctima, situado a las afuera de la ciudad, en un barrio residencial de lujo con control de acceso y vigilancia las veinticuatro horas del día, los recibió el mayordomo de la casa el cual les dijo, que el señor estaba de viaje y que no había más miembros de la familia en la casa. – Las hijas del señor se llaman Vega y Tania. Les puedo dar la dirección de la hija menor del señor porque la de la hija mayor, no la tenemos. Le dieron las gracias y se fueron. No les servía de nada la dirección que les había proporcionado el mayordomo porque era la de la finada. Llamaron a comisaría y esperaron a que les proporcionaran la dirección de la otra hija.

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Vega Rota vivía a pocas manzanas de su hermana, en el mismo barrio lujoso. Les recibió en el hall del apartamento después de que la asistenta la avisara. Era espectacular y tan bella como su hermana, acababa de llegar de montar a caballo y no le había dado tiempo a cambiarse, por lo que pidió disculpas por su atuendo. Se dirigió hacia los dos policías y extendió la mano para saludar al inspector Neira y cuando se dirigió hacia la inspectora Castillo, se miraron con intensidad a los ojos al darse la mano. – Soy Vega Rota, ¿qué puedo hacer por ustedes, agentes? – Sentimos molestarla señora, somos la inspectora Castillo y el inspector Neira. Hemos venido a comunicarle que su hermana, Tania Rota, ha sido hallada muerta esta mañana en su domicilio. Cuando el inspector Neira acabó de contar lo sucedido, la mujer se tambaleó, el impacto de la noticia hizo que le fallaran las piernas. La inspectora la sujetó para que no se cayera al suelo y la acompañó al sillón más próximo para que se sentara. Se había quedado pálida y no pudo articular palabra. – Es importante que avise usted a su padre – dijo Neira mientras la inspectora atendía a la mujer. – ¿Qué le ha pasado a mí hermana? Por cómo me hablan ustedes, presiento que le ha ocurrido algo malo. – Creemos que se trata de un homicidio aunque hay que esperar a que la autopsia lo confirme. El cuerpo ha sido trasladado al Anatómico Forense y por ahora, hemos de esperar – dijo la inspectora Castillo haciendo un gesto de resignación. Los inspectores no quisieron molestarla más y le pidieron que acudiera al día siguiente a la comisaría para poder hacerle una serie de preguntas referentes a su hermana.

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Al salir, el inspector Neira hizo uno de sus comentarios típicos al referirse a la mujer, haciendo hincapié en esas miradas que había visto entre ellas. – ¡Uf!, en ese contacto visual han saltado chispas, las he visto hasta yo. – No digas estupideces – dijo ella intentando demostrar dureza hacia su compañero. – Nunca había visto tanta tía buena en un mismo día, lástima que una de ellas esté fiambre. Y tienen unos nombres un poco rimbombantes estas hermanas, ¿no te parece? No se llaman Pepa y María, no, se llaman Vega y Tania – dijo Neira imitando la voz del mayordomo. – Son nombres de estrellas. Vega es una de las estrellas más importantes de nuestro firmamento y Tania también es un nombre de estrella. Hay dos, Tania Borealis y Tania Australis y están en una de las patas la Osa Mayor. – ¡Joder!, qué puesta estás en astrología. – Se trata de astronomía, burro, no de astrología. Y sí, sé algo de las estrellas, pero no mucho. – Creo que por hoy hemos tenido suficiente, hasta que no tengamos los resultados de los laboratorios y de la autopsia, no podemos hacer mucho más. ¿Nos tomamos unas cervezas y me hablas de las estrellas? Prometo llevarte luego a casa. – No, prefiero que me acerques a comisaría, aún es pronto y tengo que cerrar el informe del robo a la joyería, estoy convencida de que Peláez me lo pedirá mañana. Ya sabes que no me pasa ni una. – Tu misma pero, deberías cortar esa historia con el jefe. Encárate con él, demuéstrale tu carácter, él sabe que se pasa contigo y que

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puedes denunciarle por ello. No es normal que te presione de esa manera a ti y no lo haga con los demás. Creo que te tiene miedo porque sabe que eres buena en esto. – Gracias por tu confianza, colega – le dijo la inspectora al bajarse del coche – Nos vemos mañana. Entró en la comisaría pensando en que Neira tenía razón, no debería dejar pasar más tiempo, había llegado el momento de acabar con esta situación. Hacía ya meses que había tomado la decisión de dejar la policía, no quería seguir ejerciendo un oficio que, en el fondo, no iba con ella. Clara se hizo policía por complacer a su padre, también policía al igual que el abuelo. Ingresó en la academia después de finalizar sus estudios universitarios y fue la primera en su promoción. Gracias a su padre, el comisario Castillo, llegó a inspectora con rapidez, eso sí, aprobando siempre y con buena nota todos los exámenes necesarios. Ella sabía que era buena en su trabajo, que lo realizaba de forma eficiente y profesional, pero también sabía que no era lo que quería. Nunca lo quiso. Mientras su padre vivió, la inspectora Castillo fue respetada por todos pero tras su muerte, hacía algo más de un año, la situación de Clara había cambiado y algunos compañeros no le perdonaban que fuera una enchufada, aunque hiciese méritos en su trabajo para ser respetada. Años atrás, el comisario Peláez trabajó a las órdenes de su padre y ahora, él se vengaba de ella. Su decisión ya estaba tomada y solo necesitaba el valor necesario y el momento justo para dar el paso. El pasado noviembre, cuando fue al pueblo en la festividad de todos los santos para ver a su madre y acompañarla al cementerio, ante su tumba, mientras su madre rezaba, Clara le dijo a su padre que no tenía sentido seguir si él ya no estaba. Este caso y se acabó, se dijo para sí misma, sabiendo que eso mismo se había dicho con el anterior caso.

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Era tarde cuando salió de la comisaría, tuvo la tentación de ir al bar a tomar algo pero se acordó de que ya estuvo bebiendo la noche anterior y no era bueno beber tanto y tan seguido. Decidió irse a su casa, le vendría bien acostarse pronto, el día siguiente se esperaba intenso. Al llegar a su casa dejó las llaves y la negra piedra sobre la única mesa que tenía, tocándola antes de soltarla y acordándose de Soraya, a la que aún echaba de menos al llegar a casa, aunque esa fuera otra casa donde nunca estuvo ella. Hacía más de dos años que ya no estaban juntas pero todavía pensaba en ella, su recuerdo aún titilaba en su memoria como la diminuta y borrosa luz de las Pléyades. Se conocieron en la sala de espera de un aeropuerto, las dos iban a coger el mismo vuelo que había sido retrasado y sin hora prevista de salida. Empezaron hablando de trivialidades pero según avanzaba el tiempo, fueron contándose cosas de sus vidas y sin darse cuenta, pasaron las horas de espera. Cuando avisaron del vuelo se despidieron, tenían asientos separados y no iban a verse después. En el momento de darse los dos besos de despedida, Soraya le entregó una servilleta donde había escrito ―Llámame‖ junto a un número de teléfono. Después de aquel encuentro, Clara tenía la ―patata caliente‖ de tener que llamarla y eso le ponía de los nervios. Aquella mujer tan atractiva, ejecutiva de una multinacional, quería que la llamara y ella, no sabía qué decir. Decidió dejar pasar un poco de tiempo para poder adquirir el valor suficiente y además, no quería demostrar que estaba ansiosa por verla. Aguantó estoicamente casi dos semanas pero no pudo más, se armó de valor y la llamó por teléfono. Nunca estuvo tan nerviosa como aquella vez. Se fueron conociendo poco a poco y después de unas cuantas citas, llegó lo inevitable, lo que deseaban las dos desde el instante en que se conocieron en aquella sala de espera. Cuando se besaron y se

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amaron por primera vez, supieron que habían encontrado lo que buscaban. Estuvieron juntas unos cinco años y fue la relación más importante que haya tenido Clara, ninguno de sus amores anteriores brilló tanto en su firmamento como lo hizo Soraya. Tal vez fue la rutina y el tener trabajos tan diferentes e incompatibles lo que propiciaron que llegara el día en que se dijeron adiós. Soraya aceptó un trabajo en Italia y Clara no siguió su estela. La quería con toda su alma y siempre quiso complacerla en todo pero esta vez, no pudo y tuvo que romper con su vida para no romper con su vida, toda una paradoja. Era un mal momento para ella, su padre estaba enfermo y no podía dejar el trabajo. Cuando se separaron, Clara no quiso seguir viviendo en la misma casa y regresó a la de sus padres, que estaba vacía desde que se fueron al pueblo cuando se jubiló el padre. Compró una cama, un sofá y una mesa con dos sillas, ese era el único mobiliario que existía entre aquellas vacías paredes. En un rincón del salón había una pila de cajas de cartón que contenían las cosas que se había traído cuando se mudó. Habían pasado ya varios años y aún seguían sin desembalar. Se dio una ducha y se puso ropa cómoda, decidió hacerse un sándwich de atún para cenar y abrió una botella de vino para acompañarlo. La cocina no era su fuerte, las veces que intentó cocinar algo tuvo que tirarlo a la basura porque el resultado nunca fue comestible. Puso en marcha el ordenador portátil, que solo utilizaba como equipo de música conectado a unos altavoces, para oír un poco de música tumbada en el sillón e intentar relajar la tensión acumulada durante el día. Después de tomarse unas cuantas copas, el vino empezó a calmar el cuerpo y a disparar la mente. Esa tarde había hablado de las estrellas con Neira y eso hizo que el recuerdo de su padre, estuviera presente en su pensamiento. Hacía tiempo que no

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recordaba aquellos veranos en el pueblo, cuando salía por las noches con su padre a ver las estrellas. Tumbados en la hierba, boca arriba, bajo la bóveda celestial más impresionante que jamás haya visto, su mente se perdía por aquel oscuro manto tridimensional de luminosos astros mientras su padre le narraba las fantásticas historias mitológicas de las galaxias y estrellas que conocía. – Elige una estrella – le dijo su padre una noche – Una estrella que quieras que te acompañe toda la vida, que sea tu estrella. – Elijo la Estrella Polar porque, aunque no sea la más grande ni la más brillante, es mágica por estar en ese lugar privilegiado donde siempre sabré encontrarla. – Buena elección, muy práctica, se nota que eres hija mía. Yo elegiré a la estrella Arturo porque, además de llamarme igual que ella, decir que ella se llama como yo sería un sacrilegio, su nombre significa ―el guardián de la osa‖, tanto de la Osa Mayor como de la Osa Menor, donde está Cinosura, la Estrella Polar. Cuánto echaba de menos a su padre, él siempre fue su aliado, su timonel en ese mundo de buenos y malos y ahora que él ya no estaba, se encontraba sin rumbo y sin su guardián.

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Como siempre, se había quedado dormida en el sillón con la música puesta y el frío de la madrugada la despertó temprano. Mientras intentaba desperezarse se fijó en la botella casi vacía de la noche anterior y entendió por qué la cabeza le pesaba tres veces más de lo normal. Había adquirido casi todos los hábitos de la soledad y uno de los que más practicaba era el de quedarse dormida en el sillón tapada con una manta, lo prefería a irse a dormir a la fría cama del dormitorio, lo que le provocaba un costoso despertar cada mañana hasta que ponía en marcha su entumecido cuerpo. Solo dormía en la cama cuando estaba acompañada y hacía mucho desde la última vez. Se tomó un par de Alka-Seltzer con zumo de naranja de bote y se dio una ducha para despejar la cabeza. Se puso uno de los trajes de chaqueta que tenía con una blusa blanca algo entallada, decidida a ir a la comisaría a poner en marcha la investigación. No tenía problemas a la hora de vestirse para ir a trabajar, tenía varios trajes de chaqueta pantalón, todos iguales, de distintos colores, negro, gris, azul, marrón… los cuales iba rotando según el día de la semana. Para completar la vestimenta, tenía un abanico de blusas y camisas para conjuntar con los trajes. Algo parecido le pasaba con los zapatos, tenía varios pares de zapatos planos del mismo modelo, en negro y marrón, que combinaba según la ropa elegida. No le importaba ir vestida siempre de la misma manera, es más, se identificaba con su atuendo y era cómodo para el trabajo. Neira le preguntó una vez por qué no se ponía ropa más alegre, algo más femenina, porque era muy guapa y no lo estaba aprovechando.

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– No quiero aprovechar nada, soy como soy y estoy bien como estoy – fue su rotunda respuesta, lo que provocó que su compañero no volviera a sacar el tema más. Una vez en comisaría, se puso manos a la obra, había que comenzar a montar ese puzle. A la espera de los resultados de los informes periciales, había que empezar a hacer algunas averiguaciones para la investigación porque estaba claro que se trataba de un caso de asesinato. Cuando llegaron los demás, ella ya tenía todo organizado y empezó a repartir las tareas. El hecho de que las cámaras de vigilancia no funcionaran aquella noche, hizo que encargara a los agentes Estévez y Salcedo que fueran a interrogar a todos los vecinos del edificio. También quiso que se solicitaran las grabaciones anteriores a la avería, quería que la asistenta reconociera a ese tal Navarro. Ordenó investigar si había alguna sucursal bancaria por los alrededores o alguna cámara que pudiese haber grabado algo de aquel día desde la calle y, antes de que se fueran, les pidió a los agentes que pusieran a uno de los muchachos a indagar en internet, para ver si había alguna información que pudiera ser importante para la investigación. De manera inconsciente, llevaba un buen rato con sus dedos ocupados en el roce de la lisa piedra cuando se dio cuenta de ello. Es un mal día para dejar de tocar la maldita piedra, pensó mientras sonreía al recordarle la frase a una película. La parte que más le gustaba de su trabajo era la investigación, le gustaba analizar, maquinar, conjeturar… y sentía una orgullosa satisfacción cuando aclaraba un caso. La parte que menos le gustaba era ejercer la autoridad. Ejercer la autoridad le provocaba un dolor somático, visceral, que hería su veta emocional. Sufría cuando tenía que actuar con la misma actitud amenazadora ante un abuelo carterista como ante un joven navajero de alguna banda latina, negando la opinión a sus sentimientos, actuando de oficio y sin

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contemplaciones. Tener que ocultar su frágil mundo interior, lleno de dudas y sentimientos, y mostrarse fría y autoritaria era un ejercicio que cada vez le costaba más realizar, en el trabajo y en la vida. Se armó de valor y quedó con Eva para comer, necesitaba su ayuda para el caso. Al colgar, se dio cuenta de que uno de los botones de la blusa se había caído, dejando un escote más amplio de lo habitual por donde se vislumbraban sus pechos. – ¡Mierda! He elegido un mal día para enseñar las tetas – dijo mientras intentaba ponerse un clip sin resultado porque tuvo que dejarlo, el comisario Peláez quería ver a los inspectores en su despacho inmediatamente. – Creo que ya conocen a la señora Rota, ¿no es así? He querido darle personalmente el pésame y le he transmitido que este caso es de máxima prioridad para nosotros, además de que actuaremos con la máxima discreción – dijo el comisario con un gesto muy solemne. – Por supuesto señor. Si no le importa, señora Rota, nos gustaría hacerle algunas preguntas. Si nos acompaña, sólo será un momento – dijo la inspectora mientras intentaba, con disimulo, taparse el escote con la mano. Pasaron a una sala y cuando iban a empezar con las preguntas, llamaron a Neira. – No se preocupe por mi compañero, ahora se incorporará. ¿Podría decirme si tenía trato con su hermana? ¿Podría contarnos algo sobre ella? – No trato mucho con mi familia, hace diez años que no quiero saber nada. A veces hemos hablado Tania y yo por teléfono pero nuestra relación no era, como entiende la gente, una relación de hermanas

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y no nos veíamos mucho. Hace poco hablé con ella y seguía con sus líos de siempre. – ¿A qué se refiere cuando dice ―sus líos de siempre‖? – A mi hermana le gustaba mucho la noche, las fiestas, el juego y los amantes, no sé si por ese orden, pero esa era su vida últimamente. – ¿Sabe si estaba con alguien en particular? – No lo sé. Tratándose de Tania, seguro que estaba con alguien, pero no sé con quién. – Ayer demostró usted unos sentimientos hacia su hermana que hoy no parece tener. Vega Rota miró el escote de la inspectora y fue subiendo su mirada hasta encontrarse con la de ella, momento que interrumpió Neira al entrar en la sala con unos papeles en la mano. – Siento comunicarle que, los resultados preliminares de la autopsia revelan que la muerte de su hermana fue por asfixia mecánica, por sofocación de los orificios respiratorios producida con una almohada o algo similar. Se han encontrado restos en la boca que corroboran esto y el cadáver muestra signos de asfixia con gran claridad en cara, cuello y ojos. Fue asesinada entre las veinte horas del viernes y las ocho de la mañana del sábado. El informe también dice que tomó cocaína y que tuvo relaciones sexuales aquella noche sin existir signos de violación. – Por favor, encuentren al hijo de puta que le ha hecho eso a mi hermana. No se merecía esa muerte – dijo compungida la mujer. – No se preocupe, haremos todo lo posible por encontrarle – contestó la inspectora tras ofrecerle un kleenex para que se secara las lágrimas de dolor que corrían por su cara.

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– ¿Cuándo podremos enterrar a mi hermana? Mi padre viaja hoy desde Zúrich y estará a punto de llegar. – No lo sabemos con seguridad, aún siguen con la autopsia. Es probable que puedan llevarse el cuerpo mañana por la tarde. No se preocupe, estaremos allí para acompañarles – dijo Neira. – Por favor, me gustaría irme a casa, no estoy en condiciones para responder a sus preguntas. – Por supuesto, no se preocupe, la llamaremos otro día. Después de despedirse, la inspectora Castillo salió con prisa porque había quedado para comer y ya llegaba tarde, se había citado con Eva en un restaurante del centro y llegar hasta allí le llevaría al menos media hora. – Perdón por el retraso Eva. Al final, entre una cosa y otra, no he podido salir antes. Lo siento. – No te preocupes, al menos has venido. Además, vienes muy sexy hoy con esa blusa que deja asomar esos pechos que tanto añoro. – Para Eva, no sigas por ese camino. – No sé a qué camino te refieres, Clara, eres tú la que marcas el camino. Quedas conmigo de día para comer y no de noche para cenar, como antes, porque sabes que, cuando tú y yo estamos juntas de noche, no hay camino y nos perdemos. – No he venido a hablar de eso Eva, he venido a hablar de trabajo. Necesito tu ayuda. – Ya me extrañaba a mí que quisieras verme después de la última vez. Está bien, dispara. ¿Qué necesitas?

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– Necesito que investigues si alguien de la prensa pudo ver algo la noche del viernes en casa de Tania Rota. Me dijiste que siempre había apostado algún fotógrafo por la zona. – Está bien, preguntaré y te avisaré si averiguo algo. Pero ahora, cuéntame qué ha pasado para que la policía esté investigando. – Esto que te cuento no puede salir de aquí, prométeme que no publicarás nada, puede costarme el puesto. Se trata de un homicidio. Y hasta aquí puedo leer porque no sabemos mucho más. – ¡Joder qué historia! Un crimen en la jet-set tiene mucho morbo. Sí, ya sé que no puedo contar nada pero espero ser la primera a la que avises cuando se pueda hacer público. – Lo haré si cumples con tu promesa. También necesito que me cuentes qué sabes de la otra hija, Vega Rota. – Poco, solo sé que es editora y que, hace unos años, estuvo implicada en un turbio asunto de unos cuadros que ahora no recuerdo muy bien. Pero te puedo contar todo lo que quieras sobre el padre, que es un importante y poderoso empresario, que suele ir mucho al futbol porque es socio directivo de un equipo de primera, que va a fiestas de alto copete, que se codea con las más altas esferas... Y de Tania Rota, qué quieres que te diga de Tania Rota, que han corrido ríos de tinta en la prensa rosa sobre ella. Pero de la otra hija, no sé más de lo que te he dicho. Te buscaré lo de ese asunto, te tendré informada. Y ahora inspectora, si ya ha terminado con su interrogatorio, ¿comemos? Es tarde y me muero de hambre. – Vale si antes te puedo pedir algo más. ¿Podrías pasarme todo lo que se haya publicado de Román Rota y de su hija últimamente? Y ahora, si quieres, podemos pedir la carta. Quedó con Neira para que la recogiera en el restaurante, tenían que reunirse con el juez Merino para hablar sobre las diligencias a

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seguir en el caso. Después, volvieron a la comisaría a seguir con la investigación. Esa tarde, buscó el nombre de Vega Rota en la base de datos de la policía para ver si estaba relacionada con algún asunto policial. No encontró nada, su nombre no aparecía en los datos y no tuvo forma de localizar el asunto que le había mencionado Eva. Ya era tarde cuando llegó a su casa, estaba agotada y necesitaba dormir. Se duchó y decidió comer algo antes de acostarse. Mientras se comía un resto de queso que quedaba en la vacía nevera, a palo seco porque evitó tomarse el vino que había quedado de la noche anterior, se fijó en que la casa se le había ido de las manos y necesitaba con urgencia una limpieza. Mañana lo haré, se prometió a sí misma al apagar la luz de la cocina. Se tumbó en el sillón y se fue quedando dormida mientras oía a Norah Jones y observaba cómo las pelusas viajaban por el piso como bolas del desierto.

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Cuando los inspectores llegaron aquella tarde al Instituto Anatómico Forense, los familiares de la víctima ya esperaban junto a su abogado. Después de realizar todo el trámite necesario para que la familia pudiera recoger el cadáver, la inspectora quiso aprovechar la ocasión para hablar con el padre de la víctima. – Si no le importa, nos gustaría que nos acompañaran su hija y usted a la comisaría para hacerles algunas preguntas sobre su hija Tania. – Son ustedes unos desalmados, no respetan el duelo de una familia. ¡Déjennos en paz! – Sé que es un mal momento, señor, pero es importante que nos acompañen. Al final, y por recomendación de su abogado, Román Rota accedió malhumorado a las peticiones de la inspectora Castillo pero al llegar a la comisaría, solicitó hablar con el comisario. Pasó un buen rato antes de que el comisario Peláez les llamara a su despacho. Ordenó a Neira que acompañara a los señores a una sala para hacerles las preguntas pertinentes y a la inspectora Castillo, le pidió que se quedara en el despacho porque quería hablar con ella. Cuando salió del despacho llevaba un cabreo morrocotudo, como siempre le pasaba cuando acudía al despacho del comisario. Esperó a su compañero sentada en su mesa con la piedra de toque entre sus dedos. Neira apareció al rato para decirle que no había sacado nada en claro, que esa familia era muy independiente y que nadie sabía nada de nadie.

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– No saben quién es Navarro, tampoco saben decirnos qué compañías frecuentaba la víctima. En fin, nada que destacar aunque, no sé si te habrás fijado pero, no hay muy buen rollo entre padre e hija. – Si, lo noté esta tarde en el instituto, vi que no hablaban mucho entre ellos. – ¿Y con el jefe qué tal? – le preguntó Neira en voz baja. – Como siempre, jodiéndome la vida. Mira, es tarde y no tengo ganas de hablar. Me voy a casa, mañana te lo cuento. Antes de salir de la comisaría, Clara llamó a Eva para darle vía libre a la publicación de la noticia, dándole algunos detalles sobre el homicidio. Ya era oficial el asesinato de Tania Rota. Esa tarde le tocaba gimnasio pero optó por pasar e irse a casa, había tenido un día difícil y necesitaba desconectar y dormir. Dudó entre coger el autobús o ir andando pero optó por lo segundo, quería sentir el aire frío de la noche en la cara, le vendría bien para despejar la cabeza. Empezó a caminar por la acera cuando alguien la llamó y al volver la cabeza, vio que se trataba de Vega Rota. – Por favor inspectora, necesito hablar con usted. – No se suele actuar de esta manera, señora. Si tiene algo que contar, venga mañana a la comisaría. Me imagino que mi compañero le habrá preguntado todo lo necesario para el caso. – Lo que tengo que contarle no puedo hacerlo en una comisaría. Por favor, necesito hablar con usted. Suba, la invito a una copa. – No voy a montar en su coche, señora. Si quiere, a dos calles de aquí hay un bar, podemos hablar allí.

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Entraron en el Sonar, el bar que solía frecuentar con Neira. El local estaba medio vacío, pidieron unas cervezas y se sentaron en una de las mesas del fondo. – No sé qué querrá contarme, espero que no me haga perder el tiempo porque estoy bastante cansada y quiero irme a casa – dijo la inspectora con seriedad. – Veo que no es usted muy amable – le dijo la mujer mirándole a los ojos. – Quiero hablar con usted porque estoy asustada. La muerte de mi hermana puede que no sea tan pasional como ustedes creen, puede que haya algo más serio y turbio en todo esto, y tengo miedo. – No la entiendo. ¿Por qué tiene miedo? ¿A quién tiene miedo? – A mi padre. Lo que le voy a decir no lo diré nunca en una comisaría y mucho menos ante un juez, por eso quise hablar con usted de esta manera. – Bien, cuénteme señora Rota por qué su padre puede estar implicado en la muerte de su hija – dijo expectante la inspectora. – Me parece frío hablarnos de usted. ¿Puedo tutearte? Sé que te llamas Clara porque se lo oí a tu compañero. Me gustaría que me llamaras Vega, lo de señora Rota nunca lo he llevado muy bien. – Perfecto Vega, ¿qué tienes que contarme? – preguntó la inspectora con sequedad. – Mi padre no es trigo limpio. Cuando se hizo cargo de la empresa del abuelo comenzó a hacer unos negocios nada transparentes en el mundo de la construcción y, en cuanto me enteré de ello, le forcé a que me comprara las acciones que yo tenía. No quería saber nada de sus sucios negocios y menos, figurar como accionista. Aquella

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historia acabó con nuestra relación y no nos hablamos desde hace unos diez años. – ¿Y qué tiene que ver todo esto con la muerte de tu hermana? – No lo sé, pero puede que tenga que ver. Mi padre trata con la mafia rusa y con otros estafadores. Desde hace un tiempo, mi hermana tenía deudas de juego, se dejaba un dineral cada vez que iba al casino y llegó un momento en que papá se negó a pagar una deuda más, le dijo que se buscara la vida, que no quería saber nada más, que bastante hacía con tener a su hijo a su cargo. Tania tiene un hijo que viven con mi padre aunque en realidad está estudiando en un internado en Inglaterra. Esto que te cuento, me lo contó Tania la última vez que hablamos, me llamó para pedirme dinero porque papá se lo negó. – Sigo sin ver la relación de tu padre con la muerte de tu hermana. Me cuentas que tu padre es una mala persona pero no podemos acusarle por eso, no hay pruebas para inculparle. – Mi padre actúa como un auténtico mafioso, tal vez la muerte de Tania sea por venganza de otro mafioso estafado por él. No sé, no me fío y temo que puedan venir a por mí, por eso tengo miedo – dijo la mujer con una expresión de temor en su rostro. – Tal vez sea una posibilidad, pero, ninguna prueba, hasta ahora, apunta a ello. Si tienes miedo, puedo pedir vigilancia en tu casa, no hay ningún problema si eso te hace sentir más segura. – No, no quiero. Tal vez tengas razón y puede que todo sea una película que me he montado yo solita. La muerte de Tania me ha afectado, no se merecía morir así y tengo miedo de que me pase lo mismo a mí. Se quedaron calladas un rato, mirándose, mientras la mujer se calmaba. Clara se sentía incómoda en esa situación, siempre le

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pasaba, no soportaba esos silencios, se sentía torpe, no sabía qué decir y al final, siempre era la otra persona la que rompía el hielo. – Me imagino que, siendo mujer y tan guapa, en tu oficio tendrás que aguantar muchas estupideces – dijo la mujer con un tono sensual mientras apoyaba el codo en la mesa y sujetaba su cara con la mano para mirarla fijamente. Clara se puso nerviosa, se dio cuenta de que esa mujer intentaba flirtear con ella, el tono de su voz y esa mirada que había subido desde sus pechos hasta sus ojos, pasando por su boca, se lo delataban. – No hay día que no tenga que oír los comentarios de algún cretino – dijo intentando demostrar normalidad en su tono de voz aunque su cuerpo se iba excitando por momentos. – ¿Cuál ha sido el de hoy? – preguntó la mujer sin dejar de mirarla a los ojos. – Pues hoy, he tenido que oír a mi jefe decirme que tu padre, duda de mi capacidad para resolver el caso y que prefiere que sea un hombre el encargado de la investigación. Me ha comunicado que el responsable del caso pasa a ser mi compañero. Después de todos estos años, no sirve de nada demostrar que vales, mientras siga teniendo jefes como este, siempre seré ninguneada. Es lo que tiene ser mujer en este oficio, no creo que afecte mucho lo de ser guapa. – Siento el comentario de mi padre, es muy propio de él. Vega Rota se ofreció a llevarla en coche y, aunque la inspectora dudó en un principio, accedió porque ya era muy tarde. Durante el camino, Clara le ofreció su ayuda si en algún momento se sentía amenazada, le pidió el número de teléfono y le hizo una llamada perdida para que tuviera el suyo. La mujer la llevó hasta la puerta de su casa y se despidieron.

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– Gracias por escucharme, inspectora. Me hubiese encantado haberte conocido en otras circunstancias. Cuando Clara entró en su casa se fue directa a la ducha, había que enfriar el calentón que tenía, Vega Rota la había excitado con solo mirarla, el poder de seducción de esa mujer era subyugante. No tenía ganas de cenar, se sirvió en una copa el resto de vino que quedaba en la botella de la otra noche y se tumbó en el sillón con los pies en alto. No quiso pensar en toda la mierda del trabajo y le fue fácil porque su mente, solo quería ocuparse de ella. Estaba cansada pero no conseguía dormirse, esa mujer que intentaba seducirla le quitaba el sueño. Al final, el agotamiento pudo con ella y se fue quedando dormida, al son de Alicia Keys, mientras pensaba que Vega Rota era como esa mujer fatal de las películas de cine negro, bella, glamurosa e interesante, y con una mirada que derretía a cualquiera.

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A la mañana siguiente, al llegar a la comisaría se encontró con un montón de periodistas agolpados en la puerta, ávidos de conseguir cualquier información sobre el caso. La inspectora Castillo decidió entrar por el garaje para evitar el follón de la entrada y al llegar a su sitio, se encontró con un montón de periódicos del día sobre su mesa. La prensa se había cebado con la noticia y en todos los periódicos aparecía en primera página la muerte de Tania Rota. Se reunió con Neira para contarle la orden dada por el comisario. Su compañero se indignó con la noticia. – ¡Joder! Me muerdo la lengua para no decir lo que pienso. Me parece mezquino el comportamiento del jefe. No lo voy a acatar. – No provoques más problemas, no merece la pena, son órdenes y hay que cumplirlas. – Si quieres, para evitar problemas con Peláez, yo me encargaré de firmar los informes pero seguimos trabajando como hasta ahora. Tú eres la cabeza pensante de este equipo y tiene que seguir siendo así, aunque haya energúmenos que no lo vean. – Gracias por tu apoyo. Sabes, he llegado a un punto en que ya no sangro cuando me apuñalan. En fin, no tiene solución, ahora tendrás que encargarte tú de todo el papeleo. Yo voy a hablar con Estévez y Salcedo para ver si han tenido éxito en sus pesquisas. Nos vemos luego. – Clara, dos cosas. La primera es que se me olvidó decirte ayer que Marta te espera este domingo en casa. Ya sabes, es mi cumpleaños y quiere hacerme una fiesta. Y la segunda es que, no

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puedo quedarme hoy a tomar las cañas, tenemos dentista con los niños. – Dile a Marta que iré encantada. Y tú, ¿qué quieres que te regale por tu cumpleaños? Había pensado en una subscripción al Playboy o a alguna revista de ese estilo. – Muy graciosa, mi mujer me mataría si se enterara, ya sabes como es. Tu presencia será suficiente regalo para mí aunque, si vienes acompañada de una botellita de ron, el regalo será perfecto. Hubo suerte y la cámara de una sucursal bancaria situada en la acera de enfrente del edifico, a unos metros más abajo, grababa parte del portal de entrada. – Perfecto. Decidle a Neira que hable con el juez y localizad a la asistenta y traedla aquí, quiero que se vea esas grabaciones. Tenemos que saber quién es ese tal Navarro. ¿Tenéis algo más para mí? – Sí. Los vecinos no recuerdan haber visto nada extraño que les llamara la atención el viernes. Una vecina ha declarado que ese día, como a las seis de la tarde, subió en el ascensor con una mujer que se bajó en el tercero, iba vestida de manera elegante y se fijó en ella porque llevaba las gafas de sol puestas dentro del ascensor. Ah, también tenemos las grabaciones anteriores a la avería del sistema de seguridad del edificio. – Muy bien Salcedo, pues que la asistenta también se las vea. – Por otro lado, no hemos encontrado en internet nada que nos haya parecido interesante para el caso. De todas formas, los muchachos siguen mirando – dijo Estévez revisando sus notas. – Perfecto. Mantenedme informada con lo que vaya surgiendo. Gracias. – dijo la inspectora con seriedad a sus subordinados.

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Estaba sentada en su mesa, con la piedra entre sus dedos, pensando que llevaba todo el día dándole vueltas al encuentro de la noche anterior con Vega Rota. Saber que era deseada por esa mujer le excitaba, su solo pensamiento hacía palpitar a su sexo. Estaba con esos pensamientos cuando Neira se asomó por la puerta. – Han llegado algunos informes de los laboratorios ¿Nos reunimos para verlos? – Sí, pero antes, pasa y cierra la puerta, quiero contarte algo. Ayer tuve un encuentro con Vega Rota que quiero que conozcas. Anoche me estaba esperando a la salida de la comisaría, quería hablar conmigo y fuimos a tomar una cerveza al Sónar. Me dijo que teme por su vida y que cree que el padre está implicado en la muerte de su hermana. Se basa en que el padre es un hijo de puta que actúa como un mafioso en los negocios y teme que sea alguna venganza de la mafia rusa. Además dice, que todo esto no lo contará ante un juez. Encontré bastante paranoico el argumento pero tal vez, para curarnos en salud, estaría bien que una patrulla hiciese alguna ronda por su casa. – Le has preguntado si ella también toma coca como la hermana porque la historia es para alucinar. En fin, si lo ves necesario, no creo que haya problema en que se hagan unas rondas por la zona. Pero ahora, en serio, ¿hubo tomate? – Eres un gilipollas muy graciosillo. Vamos a ver esos informes. Aquella misma tarde recibió un sobre con la información que Eva le mandaba de los Rota. Dentro también había una nota donde le daba las gracias por la exclusiva de la noticia. Se leyó la información sobre el caso de los cuadros. Había ocurrido hacía unos siete años y se trataba de la compra que quiso hacer un coleccionista privado de unos cuadros robados y que frustró la policía. Buscó en la base de datos y encontró el asunto. Localizó el teléfono

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del responsable de la investigación y le llamó. El colega le contó que, efectivamente, Vega Rota estuvo implicada, al principio, en ese asunto. Ellos estaban convencidos de que fue ella la que puso en contacto al coleccionista con los ladrones pero el juez, no vio indicios suficientes para que se la investigara. Además, recibieron órdenes para hacer desaparecer su nombre de todo el asunto. Según el inspector, el poder del apellido Rota hizo el trabajo. Como ahora era Neira el responsable oficial del caso y el encargado de todo el papeleo, decidió irse pronto del trabajo. Cogió el sobre que le había enviado su amiga y se fue al gimnasio, necesitaba que su mente solo pensara en superarse para no caer desmayada encima de la bicicleta estática. Mientras pedaleaba sin rumbo fijo, pensó que había llegado el momento de redactar la carta de renuncia. Aprovechó que los comercios aún estaban abiertos para comprar algo de comida y algunas botellas de vino. Al llegar a su casa, se puso cómoda y calentó en el microondas uno de los platos preparados que había comprado, pensó que le vendría bien cenar algo caliente. Se instaló en el sillón y, acompañada de la voz de Diana Krall y de la copa de vino, le echó un vistazo a los artículos de presa de los Rota. Al conocer la historia por boca de la hija mayor, los artículos y fotos de Román Rota le parecieron una farsa, siempre sonriente, en fiestas solidarias, junto a autoridades, con la realeza. Y la hija menor, siempre de fiesta, siempre vestida con trajes caros y vertiginosos zapatos, disfrutando de una vida llena de falsos placeres y verdaderos vicios. Entre las fotos encontró una donde salía Vega en una fiesta junto a su padre, su hermana y otros invitados, según el pie de foto. Se quedó contemplando durante un buen rato aquella fotografía, hipnotizada con la imagen de esa mujer de delicioso rostro y turbios manejos. Después del repaso a la prensa rosa, colocó el portátil sobre sus piernas, dio un largo trago de vino y se puso a escribir la carta de su renuncia. Cuando terminó, se sintió triste pero, a la vez, liberada.

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– ¿Y después de esto qué, Clara? – se preguntó en voz alta mientras su mirada se perdía por la ventana.

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A lo largo del día, se fueron recibiendo los distintos informes periciales de las huellas y de algunos efectos recogidos en el lugar de los hechos. No esperó a Neira, que estaba en los juzgados, y se reunió con los agentes Salcedo y Estévez para analizar los informes. Los estudios sobre las huellas encontradas revelaban que podrían ser de cinco personas distintas, de la víctima, de la criada y tres más no identificadas. – Tenemos que cotejar esas huellas para ver si pertenecen a alguien con antecedentes. ¿Qué sabemos de las grabaciones, la asistenta a reconocido a alguien? – dijo la inspectora dirigiendo su mirada a los dos agentes. – En las grabaciones de la sucursal, la asistenta ha reconocido a Navarro y a la hermana de la víctima. La mujer entró en el portal a las dieciocho cero siete y Navarro lo hizo a las veinte veintitrés horas. Hemos sacado unas fotos de las imágenes, aunque no son muy buenas, la de Navarro no se ve muy bien porque ya era de noche, la de la mujer se ve algo mejor – dijo Estévez mientras le entregaba las fotografías. – Encargaros de solicitar un retrato robot de Navarro, a partir de la imagen y de lo que describa la asistenta, para ver si hay alguien parecido con antecedentes. Buen trabajo, chicos. Yo me encargo de hablar con Neira. Las imágenes no eran muy nítidas pero contempló detenidamente la foto de la mujer. Efectivamente era ella, Vega Rota, vestida de manera elegante y con gafas de sol, como había descrito aquella vecina que la vio en el ascensor. No sabía qué le estaba pasando, por

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qué le enfadaba tanto el hecho de que esa mujer la hubiera mentido si no la conocía de nada, no debería importarle. Cuando se reunió con su compañero le habló del tema y le propuso retrasar la actuación sobre Vega Rota unos días, quería hablar personalmente con ella antes. – Ten cuidado Clara, estás jugando con fuego. Antes de salir de comisaría, llamó a Vega y se citaron en su casa. De camino a su cita, Clara se fue infundiendo valor para no sucumbir a los encantos de esa mentirosa. – Me imagino que vienes en plan oficial. Antes, por teléfono, me has hablado de usted y eso me indica que no son buenas noticias. – Me has mentido y quiero saber por qué – le dijo Clara en un tono de enfado – El otro día me dijiste que llevabas tiempo sin ver a tu hermana y resulta que sales en una grabación del pasado viernes entrando en su portal. ¿En qué más me has mentido, Vega? De todo lo que me contaste el otro día, ¿qué es verdad y qué es mentira? – Si mentí fue porque no creí necesario que se supiera. Tania me pidió dinero porque tenía una deuda de juego y estaba recibiendo amenazas por no pagar. Tania tenía miedo. Ya te conté que papá le negó el dinero y me lo pidió a mí. Aquella tarde fui a su casa para entregarle los cincuenta mil euros que me pidió. Discutimos, le dije que era la última vez que la sacaba de un lío así y le eché en cara sus estupideces y nos acabamos gritando. Me fui enfadada con ella y pocas horas después, estaba muerta. ¿Qué importancia tiene si la vi ese día o no? Yo no la maté, era mi hermana pequeña y la quería a pesar de todo – dijo la mujer mientras se secaba unas lágrimas que habían asomado en sus ojos. – Tendrás que ir a comisaría a declarar todo esto.

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– Está bien, lo haré. Después de esa conversación se hizo un silencio que empezó a poner nerviosa a Clara y se atrevió, raro en ella, a ser la primera en romperlo. – Bueno, si no tenemos más que decir, tengo que irme – dijo frotándose las piernas algo nerviosa antes de levantarse del sillón donde se había sentado durante la discusión. – ¿Por qué tienes tanta prisa? Por favor, quédate y tómate una copa conmigo. Clara tardó en responder unos segundos, los que aprovechó su cerebro para disparar, a la velocidad de la luz, miles de pensamientos a la vez. De todas las voces interiores que le hablaban al mismo tiempo, había una que sobresalía entre las demás, la que le decía que aprovechara la ocasión, que era lo que deseaba, que no fuera gilipollas y aceptara esa copa, aun sabiendo lo que significaba aceptar esa invitación. – Está bien, acepto esa copa, me vendrá bien. El alcohol es la droga que nos podemos permitir los legales – dijo Clara mientras pensaba que acababa de decir una gilipollez. – ¿Qué quieres tomar, whisky, algún combinado? – Vino. Si tienes, me gustaría tomar una copa de vino. Clara se quitó la chaqueta y se quedó de pie, contemplando los cuadros de la habitación mientras frotaba con avidez la escurridiza piedra del bolsillo. Para romper la tensión que había entre ellas, Vega puso música y empezó a hablar de las características del vino que intentaba abrir. Sirvió dos copas y caminó por la estancia lentamente y de manera sensual hacia la inspectora, mientras sonaba suavemente No Ordinary Love de Sade por los altavoces. Al entregarle la copa, la

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mujer se le acercó tanto que Clara notó el leve roce de sus pezones con su blusa, lo que la excitó sobremanera, erizándose la piel de todo su cuerpo. – Sabes, me gustaba mucho más la blusa que llevabas el otro día, dejaba entrever un mundo maravilloso dentro de ella – dijo Vega con una voz sensual y una mirada libidinosa hacia el escote. – La blusa del otro día perdió su casto botón – dijo Clara sin saber lo que decía por su estado de excitación. Vega le desabrochó el botón de la blusa y abrió el escote, rozando suavemente su piel con los dedos. – Me gusta mucho más así, inspectora – le susurró al oído para después buscar sus labios y besarlos. Y la inspectora, no opuso resistencia a ese beso y se dejó llevar por la pasión. Según se fueron encadenando los besos y las caricias, Clara sentía cómo su pecho le iba a estallar de un momento a otro y, cuando la mujer le acarició el sexo, su grado de excitación llegó al eretismo. Fue cuando Vega la cogió de la mano y la condujo a su dormitorio. Vega le dijo que se relajara y se dejara hacer y Clara, cerró los ojos para sentir el placer que le concedieron las expertas manos de esa seductora mujer, que desnudaron su cuerpo a base de caricias. – Quiero hacerte ver las estrellas – le susurró Vega al oído cuando la tumbó completamente desnuda en la cama. Y Clara, sin resistencia alguna, le entregó su cuerpo a esa fogosa mujer para que lo besara, lamiera, chupara, mordiera, acariciara, tocara, penetrara… y otorgara a sus sentidos el placer de entre los placeres, el orgasmo más sublime que jamás haya experimentado.

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Cuando Clara recuperó el aliento, intentó incorporarse para corresponder a su amante pero Vega la empujó con suavidad para que se volviera a tumbar. – No tengas prisa, disfruta de las sensaciones de ese inmenso orgasmo que acabas de tener, ya tendremos tiempo para mí. – le susurró mientras le besaba los labios. Después del placer supremo que había experimentado, su cuerpo hormigueante y su sexo aún palpitante arrastraron a Clara a un estado de relax que la hizo sucumbir al sueño. Se despertó aún de noche y cuando se ubicó en la realidad se sintió mal. ¿Qué estás haciendo Clara?, se preguntó a sí misma, el error que había cometido no era perdonable en su oficio. Clara se incorporó y se sentó en el borde de la cama para intentar localizar su ropa y sintió que la mano de Vega le acariciaba la espalda. – Sabes, lo que he hecho esta noche contigo, es una falta muy grave que me puede costar caro – dijo sin mirarla. – ¿Te arrepientes? – le dijo Vega mientras sus dedos recorrían con suavidad la columna vertebral de Clara. – No, no lo sé, y eso es lo grave – dijo Clara mientras intentaba encontrar a tientas la ropa esparcida por el suelo. – ¿Por qué te vistes? Quédate un rato más. – No, me voy a casa, tengo que asimilar todo esto. Además, deberías de dormir un poco, mañana tienes el funeral de tu hermana. Clara se levantó de la cama y se fue vistiendo según iba localizando las prendas. Cuando acabó, se giró hacia su amante y levantando una mano, se despidió de ella, tomando dirección hacia la puerta.

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– Clara – le dijo la mujer para que ella girara la cabeza y la mirara – No quiero perderte. – No me vuelvas a mentir.

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Tenían el día libre pero los dos inspectores acudieron aquella mañana al funeral de la víctima, para ver si sacaban algo para la investigación. Había mucha gente importante, empresarios, políticos, famosos, nobles y demás raleas de la alta sociedad, todos elegantemente vestidos para la triste ocasión. A la salida de la misa, Clara vio a Vega a lo lejos, junto a su padre, recibiendo el pésame de los asistentes. Sentía remordimiento por su comportamiento poco ético de esa noche pero también sentía excitación al verla allí, tan solemne, tan afectada, tan bella, la mujer que la noche anterior le hizo tener el mejor orgasmo de su vida. Comenzó a recordar su voz, su olor, su sabor y tuvo que cortar radicalmente con sus eróticos pensamientos porque sintió que el corazón se aceleraba a un ritmo que su húmedo sexo intentaba imitar. Después de las exequias, Clara se despidió de su compañero con una falsa excusa para evitar hablar con él, no sabía cómo contarle lo sucedido, y se fue a su casa dando un largo paseo. La casa reclamaba a gritos su atención por lo que decidió dedicarse a los quehaceres del hogar. Cambió las sábanas, pasó la aspiradora, fregó, lavó y planchó la ropa, y cosió el botón de aquella celestina blusa, excitándose de nuevo con solo recordarlo. Llevaba todo el día pensando en ella, no pudo dedicar un solo pensamiento a otra cosa, hacía las tareas de forma mecánica mientras su mente se dedicaba a excitar su cuerpo con el recuerdo de la noche anterior. Se puso seria consigo misma, no podía continuar de esa manera, no era ético lo que estaba haciendo aunque ya tuviera pensado dejar la policía. Tenía que

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controlarse, no podía ponerse como una perra en celo cada vez que pensaba en ella. Ya entrada la tarde, Vega llamó, quería quedar con ella. En un principio, Clara se negó pero luego, accedió a sus súplicas al notar, por el tono de su voz, que no estaba bien. Quedaron en un restaurante del centro. Durante la cena, Vega le contó el penoso día de funeral que había pasado, atender a los familiares y amigos, y tener que soportar a su padre, habían sido un suplicio para ella. Mientras Vega hablaba de su aciago día, Clara no podía dejar de mirar su boca, esa delicada y deliciosa boca, cuyos perfilados labios guardaban el cofre de sus exquisitos besos. Notó que se estaba excitando con solo oír su voz, con solo mirarla, con solo pensarla. Contrólate, Clara, se dijo para sí misma, reprochándose que iba a tirar por la borda toda la terapia que había realizado durante el día para controlar esta situación y no sucumbir a sus encantos. – Estaba deseando salir de allí. Estaba deseando verte – dijo la mujer con un brillo inusual en sus ojos. A la salida del restaurante decidieron dar un paseo y Clara la acompañó hasta su casa. Durante el camino, Vega le fue contando las sensaciones de soledad y temor que le había provocado la pérdida de Tania, había perdido a su única hermana y, aunque no trataba mucho con ella, su muerte violenta la había afectado mucho. La inspectora le comentó que no había nada nuevo que resaltar sobre el caso y que seguían con la pista del tal Navarro. Cuando llegaron al portal, Vega la besó invitándola a subir pero ella, aunque lo deseaba, declinó la invitación, hizo caso a su frío cerebro y no a sus ardientes deseos. Clara no controlaba la situación, la situación la controlaba a ella, y necesitaba tiempo para pensar.

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Esa noche, en la soledad del sillón, y con la complicidad de Sade y de su mano, Clara se masturbó pensando en Vega, necesitaba descargar de su cuerpo toda la excitación acumulada durante el día.

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El domingo fue a comer a casa de Neira, no en calidad de inspectora, sino como amiga. Pasó un día muy agradable con la familia y los colegas de su compañero. Después de comer, y de que los amigos se hartaran de contar chistes, Clara y Neira se sentaron en el porche acristalado de la casa con dos vasos, unos hielos y la botella de ron que había llevado ella. – Sé que quieres hablar conmigo así que, dispara – le dijo Neira mientras servía unos tragos. – Lo dejo tío, no puedo más. En cuanto termine el caso, presento mi renuncia al puesto y a la policía, lo dejo todo. Siempre te he hablé de hacerlo y ya ha llegado el día. La verdad es que nunca quise ser policía y la situación en la que me encuentro, no me invita a continuar. A Neira no le pilló por sorpresa la noticia, sabía que llegaría y entendía su decisión. Se quedaron en silencio un rato, pensando en ello y bebiendo ron, hasta que él le preguntó qué tenía pensado hacer después. – No lo sé. Tengo algo de dinero ahorrado, ya sabes que yo gasto poco, y me voy a tomar un tiempo para reflexionar. Clara sabía que era el momento de contarle a su compañero lo de Vega y se armó de valor para ello. – También quería hablarte de otra cosa – dijo Clara mirando a los ojos de su compañero. – No hace falta, lo sé.

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– ¿Qué sabes lo que te voy a contar? – Que al final, hubo tomate. Se te nota. Clara sonrió con cariño a su amigo y supo que no era necesario darle explicaciones. – No quiero que me cuentes nada, cuanto menos sepa por ahora mejor, ya tendremos tiempo para que me lo cuentes. Eso sí, con detalles – dijo Neira alargando el brazo para que su amiga chocara su vaso contra el suyo. Lloviznaba cuando salió de la fiesta y decidió regresar caminando a su casa, quería que la lluvia y el frío de la noche despejaran su mente ebria. Hablar con Neira le había venido bien, recibir su apoyo la había liberado del remordimiento que había sentido esos días. Durante el camino de vuelta, Vega se instaló en su pensamiento y, aunque lo intentaba, no podía pensar con frialdad cuando se trataba de ella, los pensamientos se giraban en deseos y los deseos en pensamientos, y así sucesivamente, hasta llegar al vórtice de la excitación. Pensar en ella era sexo. Al llegar a su casa, se encontró a Vega junto al portal, llevaba un rato esperándola en el coche y había salido a su encuentro cuando la vio aparecer. Estaba asustada, había visto a alguien merodeando por su calle y no se sentía segura en su casa. Clara la tranquilizó y la invitó a subir. Lo primero que hizo la inspectora fue llamar a la comisaría para que mandaran una patrulla a la zona. Después, puso música e invitó a Vega a que se pusiera cómoda mientras ella ponía unas copas. Cuando Clara volvió de la cocina con las copas y la botella de vino, Vega se había quitado el abrigo y estaba sentada en el sillón. – ¿Es este todo el mobiliario que tienes? Espero que tengas una cama, lo digo porque es más cómodo que revolcarse por el suelo

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aunque, si es contigo, no me importaría – dijo Vega con una sonrisa seductora. – Pues está limpio, ayer lo fregué. No te preocupes, tengo una cama para estas ocasiones – dijo Clara al entregarle la copa de vino. Esta vez fue Clara la que comenzó el juego de la seducción, y mientras sonaba The Hurting Time de Annie Lennox, se sentó junto a ella y la besó. Cuando Vega quiso tocarla, Clara sujetó sus manos para que no lo hiciera, era su casa y quería ser la maestra de ceremonia, quería saldar su deuda. Le acarició la cara y dibujó el borde de sus labios con su dedo para luego besarlos con deseo. Luego, fue desabrochando uno a uno los botones de la blusa y, acariciando sus pechos y sus hombros, se la fue quitando. Mientras se deshacía del sujetador, lamió su oreja y besó su cuello para ir bajando lentamente con sus besos por la clavícula y su pecho hasta llegar a los erectos pezones de su amante, que se entretuvo en degustar para luego, escalar de nuevo con sus besos por el camino opuesto hasta alcanzar su boca entreabierta y alimentarse de ella. – Por favor, llévame a esa cama que dices que tienes – dijo Vega con la voz entrecortada por la excitación. Esa noche, Vega perdió la arrogancia seductora de la primera vez y se entregó rendida a su amante. Y Clara, amó a esa mujer hasta llevarla, a través del intenso placer orgásmico, a las estrellas. Y luego, se fundieron entre ellas para alcanzar el éxtasis y acabar agotadas de tanto placer. – Tenemos que dormir, Vega, mañana hay que trabajar. – Yo no, yo ya he trabajado muy duro durante años y ahora quiero disfrutar de la vida. – Creí que trabajabas. He leído en algún sitio que, no hace mucho, te dieron un premio importante por tu trabajo en una revista.

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– ¿Y cómo sabes tú eso si solo se publicó en prensa muy especializada? – Estas hablando con la policía. – ¿Ah, sí?, ¿y qué más sabe de mí, inspectora? – le preguntó Vega con voz seductora. – Veamos, que eres editora de arte, que estás divorciada, que eres muy guapa y que tienes mucho dinero – le contestó Clara terminando la frase con una sonrisa. – Pues ahora tengo mucho más aún porque, hace un mes, vendí la editorial a un grupo alemán por una pasta. He decidido dejarlo todo y ocuparme de mí misma. Vega elevó su cuerpo para apoyarlo sobre el de Clara y poner su cara frente a la suya. – Y justo ahora, cuando me encontraba en este punto, has aparecido tú en mi vida – le dijo antes de besarla apasionadamente.

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A la mañana siguiente, Clara se levantó temprano, no quiso hacer ruido para no despertar a Vega. Se duchó y cuando fue a vestirse, se encontró con ella delante de la puerta del baño. – Déjame vestirte, deseo tocar tu cuerpo mientras te visto – le dijo Vega con su voz y su mirada irresistibles. El roce de sus manos en cada prenda que le puso, su lengua recorriendo los muslos al subirle las bragas, sus caricias en los pechos antes de ponerle el sujetador, los besos en su cuello y en su boca al abrochar la blusa… excitaron tanto a Clara que le temblaron las piernas durante gran parte del día. A mediodía, Vega Rota fue a la comisaría, acompañada de su abogado, para que le tomaran declaración sobre su visita a la casa de su hermana aquel viernes en que se cometió el crimen. La inspectora Castillo no quiso asistir y puso alguna excusa para que fuese su compañero Neira el que se encargara de ello. Le tomaron muestras de saliva, pelos y las huellas para ver si coincidían con algunas de las no identificadas. Gracias a la asistenta y al cotejo de huellas, se identificó al tal Navarro. Se trataba de Alfredo Navarro, alias Freddy, empresario de la noche, dueño de algunas discotecas y bares del ambiente nocturno de la ciudad. Estaba fichado por posesión de cocaína y fue fácil obtener una foto oficial de él. Cuando la inspectora Castillo vio la foto del sospechoso, recordó que había visto esa cara en las fotos que le había mandado Eva. Rebuscó hasta encontrar la foto donde salía Vega y su familia,

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comprobando que uno de los que salían en esa foto, al lado de Tania Rota, era Freddy. Cuando Vega salió de declarar vio tras los cristales que Clara estaba en su despacho, con el sillón girado hacia la ventana, inmersa en sus pensamientos y frotando algo entre sus dedos. No quiso molestarla y pensó en llamarla más tarde. No tardaron mucho en recibir los resultados de las pruebas. Las huellas de Vega Rota correspondían con las huellas de una de las dos personas que quedaban por identificar, lo que la convertía en sospechosa. Clara no podía creer que Vega mintiera otra vez, las huellas, la foto, todo apuntaba a que tenía algo que ver con todo este asunto. Mientras leía la declaración de Vega, recibió la llamada de Eva, quería verla, tenía información para ella. De camino a su cita con la periodista, sonó su móvil, era Vega para quedar a cenar en el restaurante de la otra noche. Clara aceptó, quería hablar con ella, tenía que aclararle muchas cosas. – ¿Qué tienes para mí? – le dijo Clara a la reportera después de saludarla. Eva, sin decir palabra, puso un sobre sobre la mesa, delante de ella, invitándola con los ojos a que mirara su contenido. Cuando Clara miró aquellas fotos, vio que era ella con Vega, la otra noche, cuando se despidieron en el portal de su casa. – Eres tú besándote con esa mujer – dijo Eva con cara de incredibilidad. – Qué quieres que te diga Eva, no tengo que darte explicaciones de mi vida. ¿Quién hizo estas fotos?

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– No tienes que preocuparte por eso, el que las hizo me debe algunos favores y no las va a publicar. – Pues gracias, te lo agradezco. También me gustaría que dejara de merodear por esa casa. Se quedaron calladas, Eva cogió la mano de Clara y la miró con un gesto dolido. – Te confieso que estoy celosa, que me ha dolido verte con ella. Me duele que no quieras estar conmigo. – Eva, te recuerdo que fuiste tú la que me dejó. – Lo sé y es de lo único que me arrepiento en esta vida. ¿Qué tiene ella que no tenga yo, Clara? Por favor, dímelo, convénceme de que me olvide de ti. – No sé, que quieres que te diga Eva, que me seduce como ninguna lo ha hecho antes, que con tan solo rozar mi piel mi cuerpo tiembla como la luna en el agua, que me excito con solo pensar en ella. Lo siento Eva, de verdad, no quiero hacerte daño, olvídate de mí. Después de despedirse, Clara no quiso volver a la comisaría, estaba apesadumbrada tras el encuentro con Eva. Tenía tiempo hasta la cita con Vega y decidió dar un paseo para aclarar sus pensamientos. Cuando llegó al restaurante, ella ya la estaba esperando y, al inclinarse para darle un beso en la mejilla, Vega giró la cabeza para que el beso fuese en los labios. La reacción de Clara fue fría. – No tienes que preocuparte más por el tipo que merodea por tu casa, es un periodista en busca de noticias – le dijo mientras se sentaba en la silla.

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– Me alivia saberlo pero, no creo que ese sea el motivo que te hace estar enfadada conmigo – dijo Vega poniendo cara de querer una respuesta. – Tus huellas estaban en el dormitorio de tu hermana, en el lugar del crimen. El tal Navarro es en realidad Alfredo Navarro, alias Freddy, con antecedentes penales y casualmente, hay una foto en donde sales con él. ¿No dijiste que no le conocías? – ¡Dios, cuándo se acabará todo esto! Ya no sé qué decir para que me creas. Sí, estuve aquel día en casa de mi hermana, ya lo he declarado hoy en la comisaría. Aquella tarde mientras discutíamos, Tania se estaba arreglando en su habitación, tal vez por eso estén mis huellas allí. Y no, no sé quién es ese tal Freddy, tendrás que enseñarme esa foto que dices que hay. Clara sacó del bolsillo de su chaqueta una fotocopia de la foto, que había hecho antes de salir de comisaría, y se la enseñó. Vega la miró con detenimiento para situarse en el tiempo. – Esta foto fue en el homenaje a mamá. Yo no quería ir pero Tania insistió mucho en que era por mamá y que teníamos que estar todos juntos. Esto fue hace unos dos años, mamá pertenecía a una asociación caritativa y sus amigas quisieron hacerle un homenaje después de su muerte. ¿Quién es el tal Freddy de todos estos? – El que está a la izquierda de tu hermana. – Sabes, Tania tenía el don de desquiciar a papá y en más de una ocasión, se presentaba en las fiestas familiares con cualquiera que se encontrara en la calle como acompañante. Aquello ponía frenético a mi padre. Sí, recuerdo a Freddy, me lo presentó Tania aquella noche, y no le he vuelto a ver. – Te comunico que eres sospechosa de la muerte de tu hermana – dijo Clara con un rictus de gravedad.

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– Veo que sigues sin creerme. No sé qué más he de hacer, me siento impotente, solo me queda clavarme este cuchillo para demostrarte que no tengo nada que ver con la muerte de mi hermana – dijo Vega mientras cogía uno de los cuchillos romos de la mesa del restaurante. – No tienes que clavarte ningún cuchillo. Vámonos, se me han quitado las ganas de cenar – dijo Clara levantándose de la silla. La noche era fría y caminaron sin hablar durante un buen rato. Vega cogió la gélida mano de Clara y entrelazando sus dedos le dijo que la invitara a su casa. Continuaron el resto del camino sin decir nada, subieron en silencio al piso, entraron en la casa y la puerta se cerró con el peso de los dos cuerpos abrazados.

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Llevaban un rato durmiendo cuando el sonido del móvil despertó a Clara. Era Neira, habían encontrado a Freddy muerto en extrañas circunstancias a las afueras de la ciudad. La inspectora le dijo a su compañero que la recogiera en su casa en veinte minutos. – ¿Qué pasa? – preguntó Vega medio dormida – Son las cuatro y diez de la madrugada, ¿qué haces vistiéndote? – Es Freddy, lo han encontrado muerto. Tengo que ir para allá – le dijo Clara mientras se ponía la ropa. – ¿Y tienes que ir ahora? – Es lo que tiene este oficio. Cuando acabó de vestirse, Clara se acercó a Vega, que seguía acostada en la cama, y la besó. – Tú quédate aquí y duerme. Y no fisgonees mucho. – ¿Qué se puede fisgonear en una casa vacía? – le dijo Vega besándola para después darse la vuelta y seguir durmiendo. Efectivamente era Freddy, el amante sospechoso de la muerte de Tania Rota, el que se encontraba con un tiro en la cabeza dentro de un coche, en un oscuro descampado a las afuera de la ciudad. La zona en donde había sido hallado el cadáver correspondía a otra comisaría, que sería la encargada de la investigación así que Neira, le tomó las huellas, una muestra de saliva y le arrancó unos cuantos pelos al muerto.

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Del lugar de los hechos se fueron directos a los laboratorios de la Policía Científica para que analizaran las pruebas y las cotejaran con las recogidas en el lugar del crimen. Neira tenía un colega por allí que les echó una mano y agilizó el tema. Los resultados de ADN fueron positivos, los pelos de la cama y el semen extraído del cadáver pertenecían a Freddy. Con estos datos se fueron a ver al juez. Se había confirmado oficialmente que Alfredo Navarro, alias Freddy, era el autor material de la muerte de Tania Rota. Vega había sido descartada como sospechosa, sus huellas correspondían a las encontradas en el tocador del dormitorio, que estaba alejado de la cama, y las explicaciones que había dado ella las aceptaba el juez como ciertas, cosa que alegraba a Clara. Pero quedaba una persona sin identificar, la de las huellas localizadas en la mesilla, junto a los restos de cocaína encontrados. Tras una mañana frenética, decidieron ir a comer antes de regresar a la comisaría. Nada más llegar, les avisaron que el jefe les esperaba en su despacho. – Bien señores, ¿qué tienen que decirme? – dijo el comisario dirigiendo su mirada hacia Neira, como responsable que era del caso. Pero fue la inspectora Castillo la que decidió poner al día al jefe con los últimos acontecimientos ocurridos. – Sabemos que Alfredo Navarro, alias Freddy, fue quien asesinó a Tania Rota, sus huellas y los resultados de las pruebas de ADN así lo confirman. Ahora bien, el asesinato de Navarro da un nuevo giro a la investigación, tal vez lo de la mafia rusa tome ahora importancia. Habría que investigar esa vía. – Que mafia rusa ni que niño muerto, ¡Castillo, no me toque los cojones! ¿Quién dice que fue asesinado? A lo mejor se pegó un tiro él solito porque estaba arrepentido de lo que había hecho.

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– Señor, los indicios no indican esa probabilidad, el tiro fue dado a corta distancia por otra persona y no se ha hallado el arma – dijo Neira con seriedad. – Pues se acabó señores, tenemos orden del juez Merino de dar por cerrado el caso, la Fiscalía Anticorrupción está tras el señor Rota y no quieren que interfiramos en sus investigaciones. Por nuestra parte, hemos cumplido, hemos encontrado al asesino que era nuestro cometido. Además, no podemos tocarle los cojones al señor Rota con gilipolleces, como lo de la mafia rusa, sin pruebas, porque se trata de uno de los hombres más respetable de este país. Este caso se acaba aquí y la muerte de ese tal Navarro ya la investigarán en la comisaría que corresponda. No tengo más que decirles, pónganse con los otros casos pendientes. Salieron del despacho indignados. Clara pensó en presentar su renuncia en ese mismo instante pero se contuvo y decidió esperar a que se le pasara el enfado que tenía, antes de dar el paso definitivo. Hizo una solicitud para coger el día siguiente de vacaciones y se fue con Neira a beber al Sónar, dando por finalizada su jornada laboral. – Me parece todo una puta mierda, no entiendo cómo se puede cerrar un caso tan en falso. – dijo Neira con su tercera cerveza entre las manos. – Te voy a contar lo que yo pienso. Pienso que, las sospechas de Vega no son tan descabelladas como nos pareció en un principio y que, al ―respetable‖ señor Rota, no le interesa que hurguemos en sus asuntos, aunque se trate de la muerte de su hija. Y te voy a contar por qué pienso eso – dijo Clara dando un trago de cerveza. – Aceptamos que Freddy es el asesinó de Tania Rota pero ¿quién mató a Freddy? That is the question, amigo mío. Por otro lado, tenemos las huellas de un desconocido en la escena del crimen, la avería en el sistema de vigilancia que fue provocada, el dinero que Vega dio a su hermana y que no encontramos en el piso. ¿Por qué

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no hemos investigado también a los que extorsionaban a la víctima y nos hemos centrado únicamente en Freddy desde un principio? Lo que yo creo es que, el juez Merino ha actuado como la batuta del señor Rota y nosotros, junto con el hijo puta de Peláez, hemos tocado a su ritmo. Se han quedado muchos indicios sin investigar porque el magistrado no ha querido. La muerte de Navarro tiene mucho que ver en todo este asunto pero, se da el caso por cerrado. Y sabes que te digo, que al final, lo de la Fiscalía Anticorrupción se quedará en humo y Don Román Rota, seguirá saliendo en las fotos junto a la realeza. Eso es lo que yo pienso, amigo mío pero, no me hagas mucho caso porque estoy algo borracha. – Sabes, ahora, en vez de pena, me da envidia que te largues y dejes toda esta mierda atrás. Cuando Clara llegó a la casa de su amante, iba totalmente borracha. Vega la desvistió y la acostó en su cama mientras la inspectora no dejaba de balbucear improperios nada inteligibles contra su jefe, contra el padre de ella y contra todo. Luego, se quedó dormida.

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Se despertó entre los brazos de Vega, quiso moverse pero un tremendo dolor de cabeza frenó sus intenciones, tuvo que concentrarse en sus movimientos para levantarse de la cama sin hacer muchas brusquedades. Necesitaba una ducha y un calmante que acabara con el tambor que tenía entre sus sienes. Cuando Vega se levantó, Clara estaba en la cocina, ya vestida, intentando hacer café. Se abrazó a ella y le dio lo buenos días. – Siento mi comportamiento de anoche, de veras, fue lamentable pero, necesito un calmante ¿tienes?, la cabeza me va a estallar. – Menuda cogorza te cogiste ayer, no me extraña que quieras un calmante y un café. Trae, yo lo prepararé. Me parece que hoy llegas un poco tarde al trabajo ¿no? – le dijo Vega mientras le entregaba una pastilla. – Hoy no voy a trabajar, he cogido el día libre. Quiero ir al pueblo a ver a mi madre. – ¿Está mala? No me lo habías contado. – Vega, no te he contado muchas cosas. Verás, he decidido dejar el trabajo, voy a renunciar porque no aguanto más. Es una decisión muy seria y quiero que mi madre lo sepa. – ¿Por qué lo haces, es por mí? – dijo Vega sujetándola por la cintura. – No, yo ya había tomado la decisión antes de conocerte y ahora, después de lo ocurrido, creo que ha llegado el momento de hacerlo.

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Mientras tomaban café, Clara le contó que el caso no continuaba aunque la muerte de Freddy podría apuntar a la teoría de Vega. Por las huellas encontradas, aún quedaba una persona sin identificar lo que indicaba que, aparte de Freddy, pudo haber alguien más. – No entiendo por qué no se continúa con la investigación si existen esos indicios. – Porque la sombra de Don Román Rota es muy alargada. Vega, creo que por tu seguridad, deberías irte por un tiempo. – No me importaría irme si vienes conmigo. Mira, todo encaja, yo me tengo que ir, tú dejas el trabajo… ¿Qué me dices? Vámonos. Tenía pensado un viaje por Asia, me apetece mucho hacer una parte de la Ruta de la Seda. Clara sintió vértigo con solo pensarlo y tuvo que dejar caer su cuerpo hacia atrás para que se apoyara contra la encimera. El martilleo que sentía en la cabeza no le dejaba pensar. – No sé, Vega, suena bien, aunque creo que estamos yendo demasiado rápido. No sé, ahora mismo, mi cabeza no está en condiciones de tomar decisiones. Salió casi a mediodía de la ciudad, el día era frío pero soleado. Ojalá que esta noche no haya nubes, pensó mientras echaba gasolina al coche. Además de querer hablar con su madre sobre su decisión, Clara quería ver las estrellas, necesitaba ver las estrellas. En la ciudad no podía verlas, por las noches, la polución y la contaminación lumínica ocultaban el firmamento como inmensas cataratas en sus ojos y solo una miope luna conseguía asomarse tras esa nebulosa cortina. Se puso en ruta, tenía que recorrer casi doscientos kilómetros hasta llegar al pueblo y no tenía la mente muy clara por culpa del alcohol

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que había ingerido el día anterior. Condujo con prudencia y disfrutando del paisaje. Comió con su madre y tuvo que aguantar todos sus reproches, que no la llamaba ni iba a verla, que no se alimentaba bien y estaba muy delgada, que no era bueno que estuviera tan sola... Cuando Clara le contó su decisión, la madre se enfadó con ella y dijo que su padre jamás se lo perdonaría. – Mamá, está muerto. Aunque nos duela muchísimo, él ya no está. No tiene sentido que siga en algo que no quiero. Me hice policía para hacerle feliz a él, era su ilusión, no la mía y ya no tiene sentido que siga siéndolo. He tomado una decisión y no la voy a cambiar. Era casi de noche cuando se despidió de su madre y se dirigió de vuelta a la ciudad. A la salida del pueblo, cogió el camino a las eras y buscó un sitio para ver las estrellas, estaba ansiosa porque hacía tiempo que no las contemplaba. Esperó dentro del coche, resguardada del frío, a que la noche sin luna encendiera su manto adornado de miles y diminutas luces lejanas. Se tumbó boca arriba sobre la fría hierba y abrió los ojos hacia la inmensidad del universo y al instante, perdió la consciencia por el espacio sideral. Estuvo un rato sin pensar, ensimismada con las estrellas, viajando de una a otra mientras las iba reconociendo. Ni Arturo ni Vega se veían en ese firmamento invernal del hemisferio boreal que contemplaba, algunas constelaciones y estrellas le eran desconocidas porque su bóveda celestial siempre fue la de verano, la que veía con su padre. No tenía prisa, sabía que estaría allí, que la esperaría con su infinita paciencia, y quiso retrasar el encuentro para verse con ella al final, a solas, sin que las otras estrellas interfirieran entre ellas. Por eso, antes, se entretuvo en localizar a la estrella Rígel, a Sirio y el triángulo

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de invierno que formaba con otras dos estrellas, de las que no recordaba sus nombres, y a las diminutas Pléyades que siempre le recordarían a Soraya. Cuando por fin decidió ir a su encuentro, la halló en su sitio de siempre, fiel a su cita, la estrella de los múltiples nombres, Cinosura, Polaris, Alpha Ursae Minoris, Estrella del Norte, Estrella Polar, su estrella. Qué fácil sería si en el universo de cada uno hubiera una estrella polar que nos guiara en la vida, pensó mientras la miraba fijamente. Como si se tratara de la diosa de una religión que profesara, Clara rezó a la estrella para pedirle que le otorgara el norte a su vida. Se sentía perdida, había tomado una decisión en su vida que la arrojaba al abismo, al espacio profundo, sin brújula y sin rumbo. Y ahora, tenía que tomar otra decisión con Vega, la enigmática mujer que la había seducido con tan solo mirarla y que había aparecido cuando su vida estaba a la deriva. Había metido sus manos en los bolsillos del pantalón para resguardarlas del frío y se dio cuenta de que, desde hacía rato, los helados dedos de su mano izquierda jugaban con la suave piedra de toque. Cómo haría Philip Marlowe, se preguntó la inspectora, para resistir el hipnotismo de esta femme fatale, de esta Vivian Sternwood, y no caer rendido a sus encantos porque ella, sí había sucumbido a sus hechizos y la deseaba sin importarle que no fuera trigo limpio. La veía tan bella, tan sensual, tan sexual, tan todo lo excitante, que le era inútil poner freno al deseo que sentía. Amaba a esa mujer. Y mirando a las estrellas, supo que no tenía nada que perder. Lo que sí perdió fue la noción del tiempo y, cuando el frío le hizo volver a la realidad, se dio cuenta de que se había pasado tres horas tumbada en el campo.

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Llegó de madrugada a la ciudad y condujo el coche hasta la casa de Vega, que la esperaba despierta. La decisión que había tomado ante los astros la había liberado y esa noche, Clara amó a Vega como no lo había hecho antes, como no lo había hecho nunca, a tumba abierta, totalmente entregada y enamorada. Después de amarse, Clara se puso boca arriba y recordó que esa noche, había estado horas en esa postura bajo las estrellas. – Sabes, no me cabe en la cabeza que un padre como el tuyo tenga la sensibilidad de poner a sus hijas nombres de estrellas. – Es curioso que sepas que son nombres de estrellas, no todo el mundo lo sabe. También mi hermano tenía nombre de estrella, se llamaba Rígel. – Esta noche la he visto, allá en la lejana Orión – dijo Clara dejando que su mirada se perdiera más allá del techo de la habitación. – No fue mi padre quien nos puso los nombres, fue el abuelo, pero contarte el por qué sería contarte la historia de mi familia y es un poquito larga. – Tenemos toda la noche. – Ya pero, antes que hablar, prefiero hacer otras cosas.

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Cuando Clara se despertó, vio que se había dormido y que ya llegaba tarde al trabajo. Llamó a Neira para decirle que se retrasaría y se vistió. Vega seguía durmiendo cuando Clara se tumbó de nuevo en la cama y se colocó frente a ella para despertarla con un beso. – Me tengo que ir, hoy es el gran día y me he quedado dormida. Soy un desastre. – Eres mi desastre – le dijo Vera después de besarla. – Suerte con tu jefe. Me quedaré aquí esperando ansiosa tu regreso, como la esposa de un guerrero, para curarte con mi amor las heridas de la batalla. – Vega, referente a lo de irnos de viaje, yo… – No, no tienes que decirme nada, sé que estás pasando por un mal momento y no quiero presionarte. Esperaré lo que haga falta y entenderé si no quieres. – No, yo, lo que quiero decir es que, me iré contigo a cualquier rincón del mundo, a la Ruta de la Seda o al Perú pasando por la Conchinchina, a donde sea. Soy libre y soy tuya. Clara la besó y se levantó sin esperar su respuesta. Vega se quedó tumbada boca arriba, sonriendo ante la sensación de incredulidad y de felicidad que sentía a la vez, al saber que se iría con ella. Salió de la casa de Vega con la intención de pasar por la suya, quería dejar el coche y cambiarse de ropa antes de ir a la comisaría.

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Después de asearse, cogió la carta de la renuncia y, antes de salir de su casa, como si se tratara de un ritual, Clara dejó lentamente la mágica, negra, lisa, suave y escurridiza piedra de toque con su fósil oculto sobre la mesa, mientras la tocaba por última vez. Ya no la necesitaría más, a partir de ese día comenzaba una nueva vida para ella. – ¿Qué desea Castillo? Estoy muy ocupado. – Vengo a darle la enhorabuena, señor, ha conseguido usted que tire la toalla. Ante la mirada incrédula del comisario Peláez, Clara le entregó su renuncia y puso su placa y el arma reglamentaria encima de la mesa. – Necesito que firme el recibí en una de las copias. Gracias. No quiso darle explicaciones al comisario, no se las merecía. Cogió la copia firmada, se dio media vuelta y salió. Era la primera vez que Clara salía del despacho del comisario contenta, tranquila y liviana después de haberse quitado ese peso de encima de tantos años. Una vez en su mesa, envió un email a Recursos Humanos con todos los papeles necesarios para la baja y recogió tranquilamente sus cosas en una caja, que Neira se encargaría de enviar a su casa, para que hiciera compañía a las otras cajas del rincón. Se despidió de los compañeros, de los agentes Flor Estévez y Luís Salcedo y quedó con Neira en llamarse. Cuando salió de la comisaría, Clara se paró ante la puerta y respiró profundamente para que el aire frío llenara sus pulmones. Estaba tranquila, se ajustó el abrigo para no pasar frío y comenzó a caminar por las aceras de la ciudad en dirección a la casa de su amada. Había decidido adelantarse once mil años al cosmos y otorgarle el honorable título de Estrella Polar a la deslumbrante Vega, para que

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fuese ella, y solo ella, la Estrella del Norte que marcase el rumbo de su vida a partir de ese momento. FIN

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