Violencia y Salud Mental

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Violencia y Salud Mental –Intervención y prevención Documento para la formación de profesionales que intervienen en atención primaria Elena de la Aldea (Buenos Aires) Cécile Rousseau (Montreal)

Nota al lector Este documento ha sido concebido como ayuda en la formación de personas que trabajen en atención primaria y que se vean frecuentemente obligados a intervenir en situaciones de violencia. Si bien el texto se funda y se inspira en conocimientos pertenecientes a diversas disciplinas –como la epidemiología, la sociología, la antropología, la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis–, no es un documento académico, ni en la forma ni en el lenguaje utilizado. Este texto es el resultado de la interacción entre Argentina y Canadá, y ha sido leído y comentado por numerosas personas. Ha servido también para la formación de trabajadores en medios muy diversos: zonas socioeconomicamente desfavorecidas de Canadá, barrios populares y organizaciones comunitarias en Argentina. Esta interacción nos ha permitido acercarnos a las diferencias profundas que separan las concepciones de la violencia de un medio a otro, de un país a otro, de un hemisferio a otro. Y si bien sabemos que este documento no podrá satisfacer a todos, de hecho a unos podrá parecerles "políticamente incorrecto" y a otros demasiado "tibio"; al mismo tiempo creemos que sí podrá suscitar una discusión que permita, en contextos y culturas específicas, definir y enfrentar los problemas de violencia. Y así, habrá realizado su objetivo.

Primera parte: comprendiendo la violencia 1. Definición: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de violencia? Muy a menudo es difícil entenderse cuando se habla de violencia, porque la palabra "violencia" no significa lo mismo para todas las personas, para todos los grupos. Por eso, y con el fin de dejar claro que hablaremos a nivel de la intervención, es importante que expliquemos primero qué queremos decir cuando usamos la palabra "violencia". Para sobrevivir, el hombre debe ser capaz de buscar su subsistencia, defenderse y afrontar los riesgos de la naturaleza y de los otros hombres. Para todo ello debe haber agresividad. La agresividad es una fuerza que permite a los seres humanos una respuesta activa frente a su medio, donde se desarrolla su vida. Cuando la agresividad se transforma en un hecho únicamente destructivo y afecta tanto al que realiza la acción como a aquel que la padece, podemos hablar de violencia. Pero entonces, ¿todos nuestros conflictos, todas nuestras peleas con otros pueden ser caracterizadas como violencia? No, la mayor parte de los conflictos, que se hecho son agresivos, se regulan por la negociación, y permiten a menudo llegar a una situación mejor que la anterior. Esto es válido tanto para los individuos como para las relaciones. Por ejemplo, en una pareja se debe frecuentemente negociar para guardar una buena convivencia con equilibrio. Y también es válido para grupos y colectividades, por ejemplo, en los conflictos entre patrones y sindicatos, entre diferentes tendencias políticas, etc. La violencia se produce cuando una persona o un grupo actúa de manera unilateral, imponiendo su opinión, sin dar un espacio para la negociación, cuando el poder de ambos no es igual. Esta acción 1

impuesta puede tener que ver con el cuerpo, con la vida o con el destino o proyecto del otro, ya sea un individuo o un grupo. Por ejemplo: ciertas familias discuten sus conflictos con mucha agresividad física o verbal, pero cada uno puede hacer valer su punto de vista; en otras familias, en cambio, algunos integrantes nunca son escuchados, ni tomados en cuenta. Esta es una situación que genera violencia. Del mismo modo, algunas parejas viven sus relaciones sexuales haciéndose mal físicamente, pero si los dos están de acuerdo, ahí no hay violencia. Por el contrario, si una persona obliga a otra, cualquiera sea la relación que los une, a tener relaciones sexuales, estamos frente a una situación de violencia. Pero, ¿por qué la agresividad puede transformarse en violencia? La violencia proviene fundamentalmente del miedo, en el plano afectivo, y de la desigualdad de poder, en el plano de lo social. Puede provenir del miedo a no ser reconocido ni considerado, del miedo a no ser amado, del temor de perder el poder o de no tener el suficiente poder, etc. ¿Toda persona puede entonces determinar lo que es para ella violencia y lo que es agresividad? En cierto modo si. Sin embargo, la violencia no se define únicamente a nivel individual y psicológico. Es también un fenómeno social. Debemos ver la violencia como un producto social que está estrechamente ligado a la manera de vivir y de ver el mundo, a la cultura y a la organización de la sociedad. Así es que en todos los niveles de la vida social (familia, comunidad, trabajo, etc) hay reglas, leyes internas que permiten un equilibrio para que la coexistencia pacífica de los seres humanos sea posible. Estas leyes, estas normas se han construido poco a poco a lo largo del tiempo, a partir de experiencias compartidas entre los grupos humanos. La mayor parte son tan aceptadas y habituales que uno se olvida que existen, se olvida que representan un acuerdo particular que sólo puede entenderse en un momento y en un tiempo específico. Por ejemplo, la ley de no matar, que parece universal y se considera una ley independiente de la decisión personal, en tiempos de guerra, sin embargo, cambia, y muchísimos más gestos asesinos pasan a estar permitidos. La violencia entonces se sitúa, para cada grupo social, en lo que está prohibido y fuera de la norma. Esto quiere decir que las sociedades pueden tener normas muy diferentes y a veces contradictorias entre sí. Es interesante mirar lo que ocurre en el mundo de hoy en día donde algunos fenómenos mundiales influyen directamente sobre la percepción de la violencia. A causa de la comunicación entre todas las sociedades se descubre que las normas referentes a la violencia son múltiples y a veces antagónicas entre un grupo humano y otro. Las normas tradicionales se ven enfrentadas y cuestionadas por lo que se oye (radio y prensa) y por lo que se ve (TV) en el mundo entero. Los medios de comunicación propagan ("venden") las normas de sociedades que son dominantes en el plano económico y militar. También es necesario hablar de aquellos fenómenos sociales nuevos que influyen sobre las manifestaciones de la violencia: el crecimiento demográfico; la urbanización desmesurada; las desigualdades económicas y sociales entre los diferentes grupos humanos cada vez más profundas; los nuevos conflictos internacionales que cada vez más toman la forma de los conflictos internos de ciertos países y que ponen en juego cada vez mayor número de civiles; etc. Estas transformaciones a nivel mundial se traducen para muchos grupos humanos en una pérdida de referentes a nivel de sus leyes internas y de las normas que les permiten solucionar los conflictos, lo que conduce a una mayor violencia. Por supuesto, esto no quiere decir que toda transformación de las normas sea una fuente de violencia. Al contrario, la transformación de las normas es un fenómeno continuo y necesario –se modifican las leyes escritas, cambia la manera de vestir, se transforman las relaciones entre los hombres y las mujeres, etc.– Estas transformaciones pueden provenir del interior del grupo o del exterior. Por ejemplo, la inmigración puede provocar transformación de las normas en la sociedad receptora. La transformación es un proceso de la vida. La violencia surge más bien por la ausencia de normas o por el hecho de que no son aceptadas como legítimas por el individuo o por el grupo.

2. La violencia en nuestras sociedades La violencia en nuestras sociedades puede tomar muchas formas diferentes. Habitualmente se pueden distinguir dos grandes tipos de violencia: la violencia organizada –o estatal– y la violencia doméstica – llamada también "común"–. 2

2.1. La violencia organizada o estatal La violencia organizada es la violencia ejercida por un grupo, un estado o una institución, sobre individuos o grupos. Se trata de decisiones y de acciones tomadas unilateralmente sin negociaciones con las personas afectadas, realizada para el beneficio exclusivo de un sub-grupo social. El grupo que padece la violencia puede ser un sector económico o social, un grupo étnico o religioso, una organización política, etc. El estado tiene una responsabilidad importante en todo lo que se refiere a la violencia organizada, ya sea porque la organiza directamente, como en el caso de las dictaduras, o porque es incapaz de proteger a los ciudadanos frente a ella. En todos los casos, la violencia organizada se produce cuando la ley de lo arbitrario reemplaza al diálogo social. Muy a menudo hay impunidad para los autores de la violencia, es decir que no son juzgados y que no se los obliga a asumir la responsabilidad de sus actos. La violencia organizada es reconocida en muchos países frente a la sociedad. Por ejemplo: el apartheid en África del Sur; la represión de los indígenas campesinos en Guatemala; la persecución de los indios en el Amazonas; el tratamiento infligido a ciertos grupos de refugiados en USA y en ciertos países occidentales (los turcos en Alemania, etc.). Sin embargo, la violencia estatal no se limita a situaciones extremas. Toda sociedad tiene sectores donde se desarrollan leyes o reglamentos que son violentos para una parte de la población. Por ejemplo: las instituciones psiquiátricas pueden ser violentas en sus formas de ejercer su poder sobre sus pacientes. 2.2. La violencia doméstica La violencia doméstica son todos aquellos gestos y acciones decididos unilateralmente por uno o varios individuos, que ponen en peligro la salud física o psíquica de otros individuos que se encuentran, habitualmente durante esa situación, en condiciones de inferioridad en cuanto al poder. Por ejemplo: la violencia conyugal; el abuso y la negligencia hacia los niños; la violación; la delincuencia común. 2.3. La relación entre la violencia doméstica y la violencia estatal Los dos tipos de violencia de los que acabamos de hablar están estrechamente ligados. Cuando la violencia organizada o estatal aumenta en una sociedad, habitualmente la violencia doméstica aumenta del mismo modo. Por ejemplo: se ha podido demostrar que familias de América Central que habían padecido muchos traumatismos a causa de la guerra, tenían muchas más probabilidades de desarrollar comportamientos violentos en el seno de la familia. Otro ejemplo: Un cambio en la Ley a nivel del ingreso mínimo garantizado o del seguro por desempleo en Canadá puede hacer aumentar los actos de delincuencia común. La relación entre los dos tipos de violencia es muy importante cuando consideramos las formas de intervención y la prevención. En efecto, frente a los problemas de violencia la mayor parte de los estados tienen la tendencia a buscar soluciones que se dirijan a los individuos violentos, considerándolos individuos desviantes. Esto impide que la sociedad se plantee la pregunta sobre qué es lo que causa la violencia en esos individuos. Los servicios de salud en ciertos países están siendo cada vez más solicitados para resolver los problemas de violencia a través de la atención y el cuidando de los individuos únicamente. Como la violencia tiene consecuencias sobre la salud de aquel que recibe la violencia y aquel que la ejerce, la actuación de los profesionales que intervienen en salud, a nivel individual, no es mala, al contrario, pero puede hacer olvidar las raíces sociales de la violencia, y las situaciones de la violencia organizada sobre las que es necesario trabajar para lograr modificarlas.

3. Los factores que aumentan o disminuyen la violencia Ciertas situaciones o elementos aumentan la violencia, los llamados factores de riesgo; otros la disminuyen, los llamados factores de protección. Los factores que aumentan la violencia son situaciones o elementos que ponen al individuo o al grupo en un estado de debilidad y, por consiguiente, de miedo. Los factores que disminuyen la violencia son situaciones o elementos que permiten a un individuo o a un grupo percibir su propia fuerza. La fuerza de la cual hablamos aquí es la fuerza entendida como capacidad de acción y de creación: poder hacer algo, transformar la naturaleza, etc. Por ejemplo: un individuo que fue amado por sus padres, en situaciones de crisis con su pareja puede saber en su interior que alguien 3

puede amarlo; un sindicato que lleva adelante una lucha difícil puede apoyarse sobre la historia de conflictos sindicales en su país o en el mundo. En el plano social y político es la existencia y el respeto de las leyes, la igualdad ante la ley, la distribución justa de las riquezas (a cada uno según sus necesidades) lo que disminuye la emergencia de la violencia. Además, ciertas situaciones sociales son habitualmente protectoras, dan más fuerza al individuo y a la colectividad, y disminuyen las situaciones de violencia, como la garantía de una sobrevida material –el hecho de tener para comer, para vestirse, para calentarse, para cuidar su salud, etc.–, el poder expresarse y ser escuchado; el sentirse respetado en su identidad étnica, religiosa, cultural; el poder realizarse como persona y ser creativo; etc. Los factores que aumentan la violencia (factores de riesgo) son las situaciones o elementos que ponen al individuo o al grupo en situaciones de debilidad, es decir, cuando el individuo o el grupo no son capaces de integrar lo que es bueno y lo que es malo en sus vidas o en su historia, a nivel de un proyecto en el cual creen. Por ejemplo: un individuo que fue abandonado de niño puede tener tendencia a buscar en demasía a personas que admira y que considera como "buenas" pero finalmente siempre quedar decepcionado y llegar a hacerse rechazar repetidamente. Otro ejemplo: un hombre que toma alcohol, es probable que si pelea con un amigo, suba el tono, hable fuerte, y finalmente se abalance sobre su amigo y lo hiera; sin alcohol de por medio, en cambio, es probable que también se enoje pero sin olvidar el afecto que siente por su amigo y, por tanto, sin llegar a agredirlo físicamente. Ciertas situaciones sociales producen habitualmente una condición de debilidad para ciertos grupos o individuos, y aumentan los riesgos de violencia, como la recesión económica (que puede por ejemplo amenazar a algunos grupos sociales que se transforman en el blanco de mayores discriminaciones, o poner en peligro los espacios de libertad de expresión y de negociación); la sobrepoblación (que puede producir la pérdida de espacio vital necesario, pérdida de la intimidad física y sexual); el consumo de drogas y alcohol; etc. Es importante identificar bien los factores de fuerza y de debilidad, es decir, de protección y de riesgo de la violencia. La realidad sin embargo no es nunca simple. Lo que es una fuerza un día puede devenir en debilidad en otro momento, y viceversa. Es esencial estar atento al movimiento que existe entre las fuerzas y las debilidades en nosotros, en los individuos y en los grupos. Lo importante es estar conscientes que ambos, fuerzas y debilidades, coexisten, ya que esto nos permitirá identificar nuestros límites y nuestros riesgos. Para un individuo o para un grupo, la impresión de ser únicamente fuerte o únicamente débil conduce a la violencia, porque una posición así implica rigidez y la rigidez no permite la negociación. Por ejemplo: una doctrina nacionalista, que puede ser una fuerza moral y una suerte de identidad, puede devenir en una fuente de violencia si se hace rígida y dogmática. La relación entre el hombre y la mujer en una pareja es, en muchas culturas y en el reino animal, un equilibrio que aleja la violencia porque satisface necesidades de relación, sexuales y de reproducción. Contrariamente es también uno de los espacios donde la violencia se manifiesta más a menudo. El hombre que golpea a su mujer o a sus hijos de un modo que es inaceptable para su comunidad, puede hacerlo, por un lado, porque es consciente de la superioridad de su fuerza, pero por otro lado, porque se siente débil y necesita demostrar a los otros y a sí mismo que eso no es verdad. Por ejemplo: entre los inmigrantes es frecuente que las mujeres encuentren trabajo antes que sus maridos (a menudo trabajo doméstico). Un hombre que no tiene trabajo puede sentirse desvalorizado y débil, eso puede provocarle rabia y la necesidad de sentirse fuerte, de reencontrar su identidad anterior en el seno de la pareja. A menudo buscará encontrar esa fuerza expresando su rabia y golpeando a su mujer y a sus hijos, lo que le permite recuperar el lugar de poder perdido dentro de la familia. Pero su autoridad estará entonces sólo fundada en el miedo, lo que aumenta finalmente su aislamiento, su sentimiento de culpabilidad y su desvalorización personal.

4. Las consecuencias de la violencia sobre la salud mental Antes de abordar el tema de las consecuencias de la violencia a nivel de la salud mental, pensamos que es necesario definir lo que queremos decir cuando decimos "salud mental". La salud mental es un proceso que le permite a una persona estar en equilibrio psíquico en un momento de su vida, y este equilibrio puede cambiar de cualidad en otro momento. Para estar en equilibrio hace falta: sentirse bien; ser capaz de desarrollar y de utilizar sus capacidades personales, creadoras y de transformación; tener una relación buena (de producción e intercambio) con su entorno humano (familia, comunidad) y con su entorno físico 4

(la naturaleza, la ciudad). La salud mental puede ser considerada como un recurso colectivo, ya que la salud mental de una persona depende, en parte, de ella misma y también de la comunidad y de sus instituciones sociales. Muchos acontecimientos y situaciones pueden amenazar el bienestar de las personas y afectar su salud mental. La violencia es una de las situaciones que más afecta la salud mental de los hombres y de las mujeres, porque socava la confianza que tenemos hacia los otros seres humanos. Cuando somos pequeños, si tenemos la suerte de tener padres lo bastante buenos, aprendemos a tener confianza, aprendemos que nuestros padres, aun si no siempre nos dan el gusto, no van a hacernos verdaderamente mal y que cuando sea necesario nos protegerán. Un acontecimiento o un gesto de violencia ponen en evidencia que no podemos tener confianza indiscriminadamente. Si la violencia es muy fuerte, o si se repite, nuestra capacidad de confiar puede quedar seriamente dañada. Se habla de traumatismo cuando la violencia ha provocado una herida profunda en el espíritu y en las emociones. Las consecuencias de la violencia sobre la salud mental pueden variar mucho. En ciertos casos se tendrá un sentimiento de malestar; en otros, uno se traumatizará; en otros casos se saldrá de la experiencia más fortificado que antes de vivirla. Muchas veces la violencia tiene consecuencias muy poco específicas, que más bien se traducen en un sentimiento de malestar, como por ejemplo, tristeza, sentirse enfermo y tener dolores corporales, no tener deseos de hacer nada, tener la impresión de que nadie nos quiere y que no valemos nada. Aunque la violencia también provoca problemas específicos, ligados con una situación traumática. Podemos reagrupar esos problemas alrededor de dos categorías: la evitación y la repetición. 4.1. La evitación Evitamos algo cuando le tenemos miedo. La evitación frente a la violencia proviene del miedo a aquello que ha sido doloroso. Cuando evitamos muchas situaciones de la vida llegamos a un estado de parálisis. Las situaciones que se evitan más frecuentemente luego de haber padecido violencia son: •

Las situaciones que recuerdan de uno u otro modo lo que pasó. Por ejemplo: una persona que ha sido torturada e interrogada puede evitar sistemáticamente las situaciones de interrogatorio; una persona que ha sido asaltada por hombres armados en un barrio de la ciudad puede evitar ese barrio. Esta evitación puede aumentar hasta el punto de ser insoportable tan sólo el pensamiento de hacer algo o de ir a algún lugar, entonces podemos hablar de fobia.



Las situaciones de intimidad. Como hemos dicho la relación de confianza de un individuo en los otros seres humanos puede ser afectada por la violencia. En ese caso, la persona que padeció la violencia se sentirá alejada de las personas que ama, como si se los sintiera como extraños. Es un modo de evitar el acercamiento y tener que confiar. Siendo ésta una manera (poco saludable) de protegerse de la violencia que viene de los otros seres humanos.

Se puede evitar aquello que es exterior a nosotros (situaciones, objetos, personas), también se puede evitar lo que está en nuestro interior. A menudo la gente que ha sufrido mucho la violencia quieren evitar los recuerdos muy dolorosos que permanecen en ellos. Esas personas pueden entonces presentar pérdidas de memoria –sobre todo del período de tiempo que rodea los acontecimientos violentos, pero puede también extenderse a eventos cotidianos–; una suerte de corte entre sus emociones (tristeza, rabia y miedo) y sus pensamientos –estas personas pueden hablar de lo que pasó, pero como si lo hubieran leído en un diario, o como si eso le hubiera ocurrido a un vecino–; un corte total con la persona que eran habitualmente –una persona puede tener la impresión de que no es ella misma, sino otra persona, o actuar como si fuera otra y luego no recordar lo sucedido: se llama a esto estar disociado–. Todas estas reacciones de evitación pueden llevar a una parálisis de la vida: la persona agredida puede perder sus capacidades de reacción, de creación, de resolución de los problemas de un modo adecuado, de transformación de su propia realidad. A nivel de un grupo, de una comunidad, puede haber una parálisis de los lazos sociales de solidaridad, lo que se traduce muchas veces en aumento de la delincuencia. Por ejemplo, el principio de la represión social y política está basado en esta consecuencia de la violencia: se provoca el terror para crear una parálisis de las solidaridades entre los individuos y los grupos, e impedir así un cuestionamiento democrático del poder arbitrario. 5

La evitación y la parálisis son también una manera de no expresar la rabia que se siente cuando se es agredido. Esto nos conduce a nuestra segunda categoría. 4.2. La repetición La violencia provoca el deseo de defenderse, y, cuando no ha sido posible defenderse adecuadamente, se siente rabia y se puede sentir deseos de venganza. Es por eso que podemos decir que la violencia genera violencia. Un niño del cual se abusó, que fue golpeado, tiene mucho mayor riesgo de transformarse en un adulto violento o en una persona paralizada en sus acciones o en sus sentimientos que uno que no lo fue. Lo que ocurre entonces es simple: el niño ve a la persona que lo violentó como alguien muy fuerte; los otros adultos que no pudieron o supieron protegerlo son percibidos por el niño como débiles. El niño desea entonces ser como su agresor, porque es la manera más segura de sobrevivir. Esto se llama identificación con el agresor. Pero mucho antes de ser exteriorizada bajo forma de multiplicación de la violencia, la repetición se vive como algo interior a la persona. Es decir que la persona que sufrió un acontecimiento o una situación de violencia siente que esta situación se repite: •

La persona puede tener terribles pesadillas durante la noche, en las que vuelve a ver o a revivir lo que le sucedió. Se despierta gritando o con mucho miedo y temblores. Estas pesadillas pueden llegar a impedirle dormir, el reposo, y hacerle, por ello, la vida muy difícil.



La persona que fue violentada puede también tener momentos en los cuales, aun despierta, ve todo lo que le sucedió como en una película. Tiene entonces un sentimiento de pánico, su corazón late muy fuerte, sus manos se humedecen, y puede llegar a tener la impresión de que no podrá soportar más todo lo que está sintiendo y que por tanto va a enloquecer.

La repetición y la multiplicación de la violencia fuera de la persona pueden provenir de la necesidad de sobrevivir y de defenderse realmente, en ese caso se trata de fuerza necesaria; o de la impresión de que para sobrevivir hay que defenderse y ser violento, pero sin que sea realmente necesario, en ese caso se trata de una identificación con el agresor, que en lugar de ayudarlo a sobrevivir pondrá en peligro las relaciones de la persona con los otros y sus capacidades creadoras. A nivel del profesional que interviene es importante tener clara la diferencia entre la fuerza necesaria para sobrevivir y la identificación con el agresor. Se puede reconocer la diferencia a partir de lo que se siente frente a la reacción de la persona que fue agredida: ¿Es una reacción que no defiende a nadie y que no sirve a ningún proyecto constructivo? ¿O es una manera de poner límites con fuerza, estando bien consciente de lo que se hace? Para no identificarse con el agresor es necesario poder tener presentes a otras personas, y no sólo al agresor. Ciertas personas que han sido agredidas se encuentran frente al espejo y lo que ven es la imagen de su agresor, como si fuera la única imagen posible de persona fuerte. Es necesario entonces poder apoyarse sobre otras personas. Éstas pueden ser otros miembros de la familia como el padre, un hermano, la madre o personas cercanas. O bien apoyarse en creencias, mitos, héroes, una cultura, una tradición. Las acciones de los héroes nos proporcionan una manera de resolver los problemas que es aceptada por nuestra comunidad y con la cual nos podemos identificar para escapar a la tentación de ser como nuestro agresor, que se origina en el miedo. Muchas de las personas que sufrieron violencia sienten culpabilidad. Este sentimiento de culpabilidad, es decir, la impresión de que es a causa de ellos, que son responsables, se origina en parte en el deseo que tienen de pensar que hubieran podido evitar lo ocurrido. Este es un modo, imaginario, de retomar el control sobre los acontecimientos difíciles, y puede permitirles creer que no volverá a suceder, ya que lo que sucedió dependería de ellos. La mayoría de las personas que fueron agredidas se sienten culpables y tienen la impresión de que los mismos acontecimientos van a reproducirse. Por ejemplo: una persona torturada puede decirse a sí misma que si no se hubiera pronunciado contra las políticas del gobierno, eso no hubiera ocurrido, y por lo tanto siente que fue su culpa; una mujer violada piensa que si no hubiera salido a la calle en ese momento, la violación no hubiera sucedido y por lo tanto la culpable es ella. En resumen, para hacer una pequeña síntesis de las consecuencias de la violencia sobre la salud mental tenemos un sentimiento de malestar; conductas de evitación que pueden conducir a la parálisis; una 6

repetición interior de lo que ocurrió y una repetición exterior para protegerse y expresar la rabia, que puede conducir a la multiplicación de la violencia.

Segunda parte: intervención y prevención Cada vez que se desea intervenir en una situación de violencia es necesario entrar en un proceso de evaluación. Esta evaluación deberá dar paso a una estrategia de intervención o de prevención, que a su vez deberá ser evaluada.

1. Evaluación de la situación de violencia Para evaluar una situación de violencia es necesario definir varios aspectos: •

Las formas bajo las cuales se manifiesta esa violencia.



La manera en que es percibida por las diferentes personas y grupos implicados; la significación que las personas y los grupos atribuyen a esa situación. Por ejemplo, se considera que esa situación es normal porque existe desde hace mucho tiempo.



Los diferentes elementos que se asocian con el recrudecimiento de la situación de violencia (alcohol, problemas socioeconómicos, etc.).



Las consecuencias directas de la violencia y sus consecuencias indirectas, que podemos llamar cadenas de reacciones negativas.

Los elementos que pueden disminuir la violencia, también llamados factores de protección, son particularmente importantes porque son fuentes de fuerza que pertenecen a la comunidad o a la persona y que pueden transformarse en instrumentos de intervención o de prevención. Dado que la violencia puede ser percibida e interpretada de formas tan diferentes –por las víctimas, sus familias, los agresores, las comunidades y los profesionales que intervienen–, la evaluación se fundará sobre el análisis y la clarificación de las perspectivas desde las cuales los actores esenciales perciben la situación. Siempre hay por lo menos dos perspectivas a considerar: la perspectiva del profesional que interviene y de su equipo, y la perspectiva de la persona que pide la ayuda y de su grupo de referencia. Demasiado a menudo olvidamos que una mirada sobre nuestra propia percepción y comprensión de la violencia es uno de los aspectos esenciales de la evaluación. 1.1. ¿Cómo proceder para la evaluación? La evaluación se compone de varios momentos: a) La percepción del profesional que interviene y de su equipo Es muy importante tomarse el tiempo para identificar lo más posible los elementos de nuestra propia percepción, de nuestra implicación, que pueden influenciar nuestra intervención. No se trata de eliminarlos, esto no es posible, sino de que los profesionales que intervienen puedan tomar conciencia de su propia percepción del problema a fin de diferenciar entre lo que les pertenece (su comprensión, sus emociones, etc.) y lo que le pertenece a los otros actores. Por ejemplo, puedo percibir una situación familiar como muy violenta y desear intervenir para cambiar las cosas sin que los miembros de la familia hayan tomado esa decisión. Antes de intervenir o de no intervenir es necesario que haya identificado si el deseo proviene de mí y si la intervención responde ante todo a mi necesidad. Es necesario entonces que el profesional que interviene y su equipo se planteen varias preguntas: •

¿Cuáles son en nuestra comunidad las situaciones que consideramos violentas, a nivel de las personas y a nivel de los grupos?



¿Cuáles son según nosotros las consecuencias de las situaciones de violencia sobre las que queremos trabajar?



Según nosotros ¿cuáles son las causas? 7



¿Cuáles son los límites de tolerancia de nuestra comunidad y qué hace la gente de esta comunidad cuando hay una situación violenta?

Estas primeras preguntas permiten al profesional que interviene y a su equipo empezar a discriminar su posición en relación con el contexto de violencia con el que quieren trabajar. Luego es necesario prestar atención a: •

La percepción que el profesional que interviene y su equipo tienen de la violencia de un modo general.



La identificación de las prioridades.



Los mecanismos de evaluación que el equipo tiene a su disposición.

La percepción de la violencia ¿Cuáles son las formas de violencia que nos son más insoportables? ¿Qué es lo que nos da más miedo? ¿Qué es lo que más nos angustia? Es muy importante tratar de responder a estas preguntas para saber, en el momento de intervenir, cuáles son nuestros límites, y así no embarcarse en acciones que no tendrán fuerza ni eficacia por ser producto del miedo (del profesional), y, para peor, sin reconocerlo. Estos temas también son importantes porque identificando nuestros miedos podemos cuidarnos a nosotros mismos, encontrar los medios para recuperar nuestra fuerza y no ser paralizados por el miedo, haciendo inoperante así nuestra intervención. Para poder recurrir a nuestra fuerza y actuar con libertad en el momento de intervenir es entonces esencial, por una parte, reconocer nuestros miedos, y por otra, reflexionar respecto a nuestras actitudes frente a las personas violentas y frente a las personas víctimas de la violencia. Tenemos siempre tendencia a identificarnos con el agresor o con la víctima. Y es importante preguntarnos cuáles son los actores del conflicto con los cuales nos identificamos ya que esto va a influir sobre nuestro trabajo en la intervención. Por ejemplo, cuando una mujer golpeada es recibida en la consulta por profesionales del sexo masculino ocurre a veces que no toman en serio la queja de la mujer porque se identifican con el marido, y ven a la mujer como "histérica". Un trabajo en equipo puede ayudar a ver las cosas de otra manera poniendo en evidencia los diferentes enfoques del problema. El mismo fenómeno puede producirse a nivel de los grupos. Por ejemplo: en un centro de salud comunitario, en ocasión de una discusión sobre la violencia conyugal y familiar, los profesionales que trabajaban en centros de mujeres golpeadas no querían tener reuniones con sus colegas que trabajaban con hombres violentos. Este tipo de encuentro es, sin embargo, lo que permite no encerrarse en una sola perspectiva. Para completar la evaluación de nuestra percepción de la violencia es necesario también identificar cómo nuestra posición ideológica y nuestra cultura pueden influir sobre el modo en que comprendemos la violencia. Por ejemplo: un soldado iraquí traumatizado puede ser visto como un agresor o como una victima, según la comprensión social y política que se tenga de la situación de Irak; en la guerra de la exYugoslavia la pertenencia étnica (serbia, croata, bosnio) determina a menudo el status de agresor o de víctima que le es atribuido a las poblaciones. La cultura ejerce un influjo sobre la significación que le atribuimos a las situaciones de violencia. Por ejemplo: la palabra tortura en latín viene de "torquere" que significa causar o infligir un daño. Esto significa que en las culturas latinas la tortura es percibida como un ataque que proviene del exterior. Contrariamente, en la cultura khmer (Camboya), el concepto equivalente a tortura se dice karma Tierun. La palabra "karma" indica que lo que ocurre forma parte del destino de la persona y puede comprenderse al interior de la historia de esa persona. Estas dos maneras de comprender un mismo fenómeno pueden modificar las intervenciones de los profesionales y su impacto. Lo que es importante aquí no es identificar todos los elementos de nuestra posición que pueden afectar nuestra intervención, sino ser conscientes del hecho de que esta posición es una posición entre otras y que tiene sus límites. La identificación de las prioridades 8

Luego de haber identificado ciertos elementos de su percepción de la violencia, el profesional que interviene y su equipo deben establecer las prioridades: •

¿Cuáles son los problemas más urgentes que es necesario enfrentar? Los problemas más urgentes no siempre son los más graves, son los problemas que hay que resolver en primer lugar, para poder luego trabajar los otros aspectos de la cuestión. Por ejemplo: en ocasión de una tentativa de suicidio, es más importante ocuparse en primer lugar de la seguridad y la sobrevida de la persona que tratar de resolver los conflictos que la llevaron a hacer esa tentativa, aunque éstos sean quizás el centro del problema. Luego se podrá tratar de comprender lo sucedido y ver qué es lo que se puede hacer.



¿Cuales son los grupos que el profesional que interviene y su equipo identifican como los más afectados por las situaciones de violencia y frente a los cuales es necesario intervenir prioritariamente? Por ejemplo: si se trabaja sobre el problema de la delincuencia, es necesario preguntarse si es más importante trabajar con las víctimas de los actos delictivos o con los mismos delincuentes. De la misma manera, si se quiere disminuir la violencia conyugal o familiar, es necesario reflexionar para determinar si es mejor empezar a trabajar con las mujeres, con los hombres o con las familias.

Hay que esclarecer si las prioridades se establecen a partir de una decisión personal, una posición del equipo o un mandato institucional; y luego tratar de poner en evidencia los motivos de esas decisiones. El equipo como un lugar de autoevaluación Es importante que cada uno de los miembros del equipo reflexione personalmente sobre las cuestiones que acabamos de abordar (su percepción de la violencia, sus prioridades) y que el equipo después pueda intercambiar sobre las semejanzas y las diferencias de percepciones y prioridades que existan en el seno del equipo. Si es posible, es interesante tratar de comprender lo que subyace a las diferencias entre los miembros del equipo: la historia personal, las opiniones políticas, la formación profesional, el género, la edad, etc. A partir de esta discusión, los miembros del equipo toman conciencia de sus pertenencias. Nuestras pertenencias son los grupos sociales, los sectores de nuestra institución con los cuales tenemos lazos fuertes y frente a los cuales nos sentimos responsables. Probablemente todas estas discusiones pueden parecer una pérdida de tiempo a los equipos que trabajan en salud comunitaria que deben enfrentar numerosas urgencias y graves problemas con escasos recursos. Pero esta reflexión permite consolidar el equipo, enriquecer las intervenciones y proteger a los profesionales, lo que es muy importante cuando se enfrentan problemas de violencia. b) La percepción de la persona o del grupo afectado por la violencia Se trata aquí de escuchar al otro, a los otros, de ver cómo las diferentes personas implicadas comprenden el problema tratando de tener la mayor cantidad de puntos de vista posibles. c) La percepción de la persona o del grupo que ha sido agredido Las personas que han sido agredidas deben ser escuchadas. En la medida en que las personas agredidas son capaces de hablar de la agresión, es importante saber: •

¿Qué pasó y qué sigue pasando? Y ¿cuál es su percepción de la situación de violencia –las ideas, las imágenes, las sensaciones que esta situación les evoca–? Aunque puede suceder que las personas agredidas sientan que es muy doloroso hablar de lo que les sucedió, en ese caso es importante también respetar su silencio. El profesional que interviene puede tener a menudo indicaciones de lo que sucedió por otras personas, pero esto no es imprescindible. Lo importante es saber que algo sucedió y que es tan doloroso que no es posible decirlo.



Es necesario también saber cómo la persona que fue agredida comprende lo ocurrido, es decir, según ella, ¿por qué sucedió eso? La persona agredida puede también informar al profesional sobre las consecuencias que la situación de violencia está teniendo para ella y para su entorno, consecuencias a nivel de sus capacidades personales, de su vida social, etc. Por ejemplo: una 9

mujer violada puede perder, por miedo, su capacidad de circular sola en la calle y no ser capaz de ir a trabajar. •

Hay que identificar también, con la persona o el grupo agredido, cuáles son los recursos de los que disponen –recursos personales, familiares, institucionales, sociales, etc.– Se olvida demasiado a menudo que las personas agredidas tiene fuerzas importantes, y que la intervención debe basarse sobre estas fuerzas y no buscar a cualquier precio otros recursos.

d) La percepción de la familia y del grupo social al que pertenece la persona Se trata aquí de identificar con la persona o con el grupo que padeció la violencia cuáles son las personas claves de su entorno y los grupos significativos. Los contactos con esas otras personas o grupos deben ser hechos con la aprobación y el consentimiento de la persona o grupos agredidos. Las personas significativas pueden ser: la familia, los amigos, los miembros de un grupo social (sindicato, club social, partido político, clan, alcohólicos anónimos, etc.), los miembros de un grupo religioso, etc. Estas personas pueden tener la misma comprensión de lo ocurrido que la persona agredida, o una visión diferente. Todos estos puntos de vista son importantes para tener una imagen lo más completa posible de lo ocurrido. e) La percepción de la persona o del grupo agresor Evidentemente no siempre es fácil, ni aun posible saber cómo el agresor percibe lo que pasó. A menudo, en el caso de violencia familiar, el miedo a las represalias lleva a las personas agredidas a no querer que ningún contacto se establezca con el agresor. Es necesario respetar el deseo de la persona agredida, mientras se la va ayudando a protegerse mejor. En el caso de una violencia ejercida por un grupo (banda de delincuentes, fuerzas armadas, grupo étnico, etc.) hay frecuentemente una posición pública, ya sea de negación de la violencia ("nosotros no matamos", "nosotros no torturamos"), o de justificación ("algo habrán hecho", "es porque son subversivos" o "porque son ricos", etc.). Tanto en la situación de violencia doméstica como en la situación de violencia organizada, es interesante identificar los miedos de los agresores y el modo en que perciben ellos las consecuencias de sus actos violentos. Este trabajo es importante no solamente a nivel de la prevención sino también a nivel del trabajo de intervención en las familias. 1.2. La evaluación como comienzo de la intervención Es importante señalar que los encuentros efectuados durante la evaluación son ya en sí mismos una forma de intervención. Para un agresor (y para su grupo) poder reflexionar sobre los motivos de sus gestos y sobre las consecuencias de lo que han hecho es ya una intervención, una toma de conciencia, una posibilidad de pensar sobre lo que ocurre en lugar de actuar su desazón, su malestar. Después de haber recogido todos los puntos de vista posibles, el profesional que interviene y su equipo se encuentran frente a un mosaico constituido por todas las formas de percibir y de comprender la situación de violencia. No se puede atribuir la verdad absoluta a ninguna de las posiciones, de los grupos o de las personas implicadas en el conflicto. Cada uno de los puntos de vista aporta una parte de la verdad. Lo que es verdad lo es en un contexto preciso, en un momento determinado. Un ejemplo. Los niños de la calle que se reúnen en grupos para sobrevivir son vistos por "las fuerzas del orden" como delincuentes que perturban la paz y la vida de la sociedad completa. Estos chicos que están en la calle a causa de una situación de violencia social y/o doméstica importante son también el objeto de una represión violenta que sienten totalmente arbitraria. Vemos aquí cómo la visión de dos grupos sociales puede ser totalmente opuesta, y cómo para emprender una intervención, sin tratar de ser neutral, tendremos que evaluar y tomar en cuenta estas dos posiciones. Podemos encontrar grupos comunitarios (iglesias u otros) que tomarán partido por los niños, y otros grupos que más bien apoyarán a las "fuerzas del orden". Otro ejemplo. Para los grupos de homosexuales que son agredidos a causa de sus preferencias sexuales, estas preferencias son producto de una elección personal que no hace mal a nadie; en cambio, para otros grupos sociales (skinhead por ejemplo), su única existencia es una afrenta, una amenaza. Estos grupos deciden entonces hacer desaparecer lo que sienten, y tratan de destruir a los homosexuales. Otro ejemplo. En América del Norte, la comunidad negra es discriminada y maltratada a 10

causa de su pertenencia racial. Los grupos responsables de esta discriminación pretenden que la discriminación no se debe a que son negros sino a que son violentos, delincuentes o inadaptados. Ahora bien, a partir de ese mosaico de informaciones, que comprende el punto de vista del profesional que interviene y de su equipo, el equipo puede definir una estrategia de intervención, sin olvidar que la intervención ya ha comenzado.

2. Las estrategias de intervención Es necesario considerar en primer término los objetivos de la intervención, y luego la manera en que ésta se puede desarrollar. 2.1. Los objetivos de la intervención Los objetivos de la intervención son: a) Reducir el impacto y las consecuencias de la violencia, crear un espacio de sostén, un espacio donde la reflexión y la confianza sean posibles. b) Reducir las cadenas de reacción negativas que las situaciones de violencia provocan. c)

Conservar la estima de sí después de una agresión recibida o ejercida, o en un contexto más general de violencia.

d) Abrir nuevas perspectivas para las personas o los grupos implicados en los hechos violentos, y transformar la parálisis o la repetición asociadas a la violencia en fuerza creativa. Retomemos en forma detallada cada uno de los objetivos de la intervención: a) Reducir el impacto y las consecuencias de la violencia A nivel de los sujetos agredidos: Sostener y reconfortar Una persona que acaba de sufrir una situación de violencia está muy vulnerable y deviene, por ello, más dependiente de su entorno. En este caso, es necesaria una intervención rápida. Esta intervención puede situarse en principio sobre el plano de los cuidados físicos (ponerle una manta encima, ofrecerle algo caliente para beber o para comer, prepararle una ducha). Estos gestos tienen un efecto importante a nivel psicológico, le permiten a la persona recuperar un lazo no atemorizado con el mundo exterior. Pero no hay que olvidar que los lazos con los otros pueden estar dañados por la violencia sufrida y que esto puede traducirse en una actitud de retraimiento y de aislamiento o, por el contrario, de extrema dependencia frente al profesional que interviene. La primera toma de contacto, que expresa el deseo del profesional de cuidar a la persona agredida, permite la expresión verbal y no verbal (gritos, lágrimas) de las emociones. El profesional que interviene puede aportar presencia y sostén, sin emitir juicios ni opiniones. Esto implica también estar disponible y sostener la dependencia del sujeto violentado. La persona agredida debe poder optar, elegir entre el silencio y la palabra, la proximidad y la distancia, según ella lo sienta como necesario en ese momento. Es decir que el profesional debe estar atento a la persona y ser muy flexible. Si esto se hace pesado para él, puede hacerse ayudar por otros miembros de su equipo o por allegados a la persona. Tiene también que pensar que la persona agredida es la que mejor puede guiarlo cuando no sabe qué es lo mejor. Por ejemplo: en el caso de violaciones, una persona violada puede sentir la necesidad de un contacto físico reconfortante o por el contrario sentir que todo contacto físico es una nueva agresión. A veces, el hecho de que el profesional sea una persona del mismo sexo que el violador puede ser una fuente de dificultades suplementarias y es quizás preferible que el acompañamiento de la persona sea hecho por alguien del mismo sexo. En el caso de la tortura, por ejemplo, una persona que fue torturada y humillada puede tener una gran necesidad de hablar y contar, una y otra vez, lo sucedido (lo que por otra parte puede ser muy doloroso para el profesional), o por el contrario tener necesidad de silencio, porque los recuerdos son intolerables o porque no encuentra las palabras para expresar lo que quiere decir. 11

Movilizar al entorno El profesional que interviene debe rápidamente identificar, junto con la persona agredida, su red de sostén, y movilizarla. Aquí hay que prestar mucha atención, ya que el entorno de la persona agredida también ha sufrido un shock enterándose de lo ocurrido. Es importante que el profesional pueda sostener, escuchar y comprender también a las personas del entorno, para que puedan expresar su cólera y su tristeza en vez de que cargar con ellas únicamente a la persona agredida. Es normal sentir rabia y sentirse violentado cuando una persona que uno ama ha sido agredida, pero las personas agredidas pueden temer estas reacciones y por ello tomar distancia de las personas que las aman y que podrían ayudarlas. Es necesario entonces ayudar a la familia y al entorno, y animarlos a escuchar, a rodear y a sostener emocionalmente a la persona, y a limitar las expresiones de crítica y los juicios, como por ejemplo "si no hubieras salido tarde por la noche, eso no hubiera ocurrido", "si te ocuparas de tus cosas, no tendrías problemas". Permitiendo a la familia y a las otras personas significativas expresar estos sentimientos, se los puede ayudar a sostener y acompañar mejor a la víctima. A nivel de los agresores: Cuando se trabaja con los agresores es necesario: •

Tener una actitud de sostén y de respeto; es decir, ver al agresor como una persona y comprender con él por qué ha actuado así. Y comprender también que el hecho de que alguien devenga violento no quiere decir que no es responsable de sus gestos. Respetar a alguien es también considerarlo responsable.



Tener una actitud de confrontación, ya que muy a menudo los agresores tienen tendencia a negar o a minimizar sus acciones o las consecuencias de éstas; olvidan fácilmente, justificando o racionalizando su violencia. Es necesario entonces que pueden en primer lugar reconocer la gravedad de sus acciones para poder modificar y corregir su conducta futura. Por ejemplo: un padre, bajo el efecto del alcohol, ha golpeado violentamente a su hijo, le ha roto el brazo, y luego "ha olvidado" lo que ha hecho. El profesional trabajó en este caso para restablecer la responsabilidad del padre buscando ayuda en los amigos del padre. Esta intervención fue hecha teniendo en cuenta la situación de esta familia en el barrio y generando un contexto de sostén para el padre, que no fue descalificado o atacado, en el respeto de la cultura y del contexto de esta familia.

b) Reducir las cadenas de reacción negativas Las situaciones de violencia tienen un impacto traumático en sí mismas, pero también a menudo se acompañan de una cadena de acontecimientos que pueden, a veces, tener el mismo o incluso mayor impacto que la violencia en sí misma. Por ejemplo: un niño cuyos padres son asesinados durante una guerra vive primero el shock de su muerte brusca y violenta, pero rápidamente el hecho de encontrarse sin sustitutos parentales puede ser aún mas grave que la pérdida violenta de sus padres. Una joven luego de ser agredida sexualmente puede ser rechazada por su familia, por su novio o por su comunidad. El rechazo puede llegar a ser más grave que la agresión sexual en sí misma. La intervención debe dirigirse entonces principalmente sobre esas cadenas de reacción. Encontrar, por ejemplo, personas que pueden reemplazar a los padres de un modo satisfactorio en el caso del niño que perdió a sus padres; trabajar con la familia o con el novio sobre la situación del rechazo en el caso de la joven. En todas las situaciones de violencia, es necesario entonces tratar de identificar cuáles son las reacciones negativas que van acompañando la violencia. Sería de gran ayuda poder hacer una lista de reacciones posibles, pero éstas varían según la cultura, la situación social, y según la persona. Se puede, sin embargo, reconocer aspectos de la vida de la persona en los cuales estas reacciones son más importantes: •

La familia y el entorno: la situación de violencia puede modificar las relaciones que existen entre la persona agredida y las personas que la rodean (a nivel afectivo, sexual, de dependencia, etc.)

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Las actividades: la situación de violencia puede tener repercusiones sobre la capacidad de la persona para motivarse o para actuar, y provocarle dificultades a nivel laboral, que pueden traducirse en una situación socio-económica difícil.



Los valores: el mundo de las creencias religiosas y morales de una persona puede reforzarse o por el contrario resquebrajarse o debilitarse luego de una situación de violencia, lo que puede tener repercusiones profundas sobre las elecciones vitales de esa persona.

Como en el caso de la intervención que se realiza enseguida después del hecho violento, el profesional puede utilizar recursos familiares y comunitarios. Por ejemplo: en América Latina son frecuentemente los grupos que han vivido el mismo tipo de violencia los que pueden ayudar a identificar las dificultades y a resolverlas. En el Sudeste asiático, contrariamente, una aproximación de grupo no es, a menudo, muy bien recibida y puede ser más adecuado trabajar con el Consejo de Familia. Intervenir sobre las cadenas de reacción negativas es tratar de restablecer una continuidad entre la vida pasada, antes de la agresión, y la vida presente. El profesional que interviene debe en particular tratar de evitar que las personas se instalen en el rol de víctimas o de agresores. Lo que sólo es posible si la vida continúa y si la persona logra no identificarse a sí misma únicamente en función de la agresión recibida o producida. Muchas culturas han desarrollado rituales de reparación que permiten establecer una continuidad entre un antes y un después, como por ejemplo el día del Perdón (Yon Kippur) en la comunidad judía. c) Conservar la estima de sí Hemos visto que la persona agredida se encuentra a menudo en una situación de impotencia y puede culpabilizarse de lo sucedido. Para impedir que la imagen que la persona agredida tiene de sí misma se deteriore a causa de la situación de violencia, es necesario trabajar a nivel de la significación de lo sucedido. La persona que se siente culpable internaliza la significación de lo que sucedió: "Yo no hubiera debido hacer eso", "si hubiera sido más fuerte, hubiera podido prever", "yo sabía bien que...". Para reencontrar la estima de sí, se puede trabajar sobre las significaciones externas de la situación de violencia: situación socio-política, responsabilidad del agresor, carácter injustificable de sus actos, etc. Este trabajo es mucho mas fácil de hacer cuando existe convergencia entre las significaciones que la persona, su familia y su grupo de referencia atribuyen a la situación de violencia. Por ejemplo: los hijos de prisioneros políticos en África del Sur consideran que sus padres son héroes, y pueden compartir este sentimiento con su familia y su grupo de referencia; cosa que no ocurre en el caso de los niños norteamericanos cuyos padres están en la cárcel, allí el encarcelamiento es sobre todo visto como algo vergonzante que es necesario ocultar. En el primer caso, la significación compartida de la situación de violencia protege a los niños y les permite conservar la estima de sí mismos. El profesional que interviene para ayudar a la persona agredida debe mirar con ella todas las significaciones que esta persona le atribuye a la situación de violencia que vivió o que vive, e identificar cuáles son las significaciones que ella podría compartir con un grupo de sostén y que haría de su experiencia una fuerza y a veces un orgullo. Por ejemplo: en estos tiempos en Norte América asistimos a la creación de numerosos grupos de "sobrevivientes" (survivors) –sobrevivientes del incesto, del holocausto, de la psiquiatría, de la violencia conyugal–, y el hecho de ser "sobreviviente" se transforma en una pertenencia y puede llegar a ser una fuente de valorización personal ya que está indicando que la persona ha sobrevivido, con sus recursos internos, a una situación "externa" difícil. La estima de sí no debe entonces ser vista solamente como un producto individual, es también una construcción colectiva. En resumen, es importante que la persona agredida pueda comprender lo sucedido, y que esta comprensión no esté centrada únicamente sobre ella misma. La comprensión de la situación debe incluir la toma de conciencia de su pertenencia social y de la posición de su grupo familiar y social frente a la agresión. Hay que insistir sobre el hecho que la persona no se transforme únicamente en su agresión, que puede verse a sí misma como a alguien a quien le sucedieron muchas cosas en la vida y, entre otras, situaciones de agresión. En este contexto, la etiqueta de "sobreviviente", que puede, como vimos anteriormente, ser "protectora", podría también en ciertos casos reducir a la persona a un solo hecho vivido, a la agresión recibida. 13

En el caso de los agresores, la situación es diferente. Aquí, lo más importante impedir que se borren la responsabilidad y las significaciones internas asociadas a la situación violenta. Sin embargo, del mismo modo que en el caso de las personas agredidas, hay que reforzar los aspectos positivos y valorizantes de la persona para que percibiéndose a sí misma en parte como "bueno" pueda también aceptar su lado "malo". d) Abrir nuevas perspectivas Queremos abordar aquí la necesidad de encontrar nuevas salidas para la persona y el grupo que vivió la violencia, a fin de transformar eso vivido en acciones creativas. Por ejemplo: Rigoberta Menchu ha vivido mucha violencia, toda su familia fue masacrada de manera horrible; si embargo, esta historia tan dolorosa devino para ella en una fuerza que le permitió luchar para que las comunidades indígenas de Guatemala pudieran vivir en paz. En Canadá, la masacre del Politécnico en que 14 jóvenes fueron muertas, llevó a los estudiantes a movilizarse para modificar las leyes sobre el control de armas de fuego y limitar el acceso de éstas en todo el país. En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo, que padecieron la "desaparición" de sus hijos, se convirtieron en la base de un movimiento social para contribuir a cambiar un régimen militar violento. La familia de una niña víctima mortal de agresión sexual en Catamarca (Argentina) movilizó a los padres para evitar que tales agresiones se repitan. Muchas marchas silenciosas se organizaron con los padres, los maestros, los alumnos del colegio de la víctima y también los vecinos, pidiendo justicia. Una idea que atraviesa todas estas experiencias es la de que el trauma puede devenir en experiencia de conocimiento y ser el motor de acciones de transformación. La situación de violencia no es entonces el fin sino el comienzo de la historia. La víctima paralizada retoma su poder de protagonista. El rol del profesional que interviene allí es el de facilitar o sugerir cuáles son las acciones que pueden convertirse en un modo de expresar de manera creadora la experiencia de sufrimiento asociada a la violencia. En el caso de los agresores, es también importante abrir nuevas perspectivas. La fuerza agresiva puede ser canalizada hacia una actividad constructiva y valorizante. Tanto para la víctima como para el agresor, se trata de tomar conciencia de su propia fuerza y utilizarla. El trauma puede entonces no ser solamente una fuente de dolor y limitación sino también una fortaleza, un acontecimiento asociado a un renacimiento.

3. El desarrollo de la intervención La evaluación es el primer paso de la intervención. Luego, para construir la intervención a partir de todos los objetivos que hemos examinado, hay que preguntarse qué es lo que es posible hacer, quiénes deben tomar parte en la intervención, en qué momento y a qué ritmo debe desarrollarse la intervención. 3.1. Definir qué es posible hacer Definir lo que es posible es también definir los límites de nuestra acción –¿hasta dónde podemos llegar? ¿cuáles son las ventajas? ¿y cuáles son los riesgos?–. A menudo, frente a situaciones de violencia, podemos vernos invadidos por una sensación de impotencia que nos dice: "yo no puedo hacer nada", o por el contrario podemos querer convertirnos en los salvadores y sentirnos omnipotentes: "puedo todo". Examinar lo que sí podemos hacer es justamente tomar conciencia de los límites entre los cuales se sitúa la intervención, y hacer el duelo de la intervención ideal. Estos límites son: •

Los límites del profesional que interviene, de su equipo y de su institución. Esto incluye los límites personales ("yo no puedo trabajar con este tipo de personas"), los límites geográficos ("no es nuestro sector"), los límites de tiempo y disponibilidad, y los límites económicos.



Los límites del contexto de las situaciones de violencia (guerra, conflicto armado, problemas económicos).



Los limites del rol profesional. El profesional que interviene puede ayudar a una persona o a un grupo a hacer frente a una situación de violencia, pero no puede reemplazarlos para actuar. Es 14

necesario que el profesional tenga clara conciencia de la frontera entre su rol profesional y su rol como miembro de un grupo político, sindical, religioso, etc. Para ilustrar los diferentes niveles de intervención posible, tomaremos el caso de la violencia generada por la delincuencia en un barrio y las diferentes estrategias que permiten reducir esa violencia: Si pensamos que en el barrio, la delincuencia está fuertemente determinada por la difícil situación económica de los jóvenes y por la desocupación, podemos proponer: a) la creación de microemprendimientos, cooperativas, talleres; b) la fundación de grupos de encuentro entre los jóvenes para hablar del problema; c) visitar a ciertas familias y trabajar con los padres y los adolescentes, o aun con los niños desde una óptica preventiva, tratando de pensar de qué modo los jóvenes pueden canalizar sus energías; d) reunirse con los líderes de las "patotas" (gangs) de jóvenes delincuentes; e) hacer todos estas cosas y consultar con la población sobre posibles nuevas estrategias. Las elecciones van a depender de las capacidades del equipo de trabajo (de su mandato institucional, de sus horarios, de los recursos y conocimientos personales, de su enraizamiento en la zona) y de lo que sea aceptable para ese medio. 3.2. ¿Quién hace qué? Los actores y los recursos implicados. El profesional que interviene debe fundar su intervención sobre sus recursos. Estos son: el sujeto agredido, él mismo, su equipo, los grupos familiares y sociales concernidos. La intervención no debe descansar únicamente sobre el profesional. Él es sólo uno de los recursos de los cuales dispone. A partir del trabajo realizado en el momento de la evaluación inicial, el profesional que interviene puede identificar a las personas-recurso, es decir, las personas clave, en las que él mismo sintió que había una voluntad de colaboración, una apertura para actuar respecto del problema. Es inútil forzar la implicación de las otras personas (esto también es válido para las otras personas del equipo profesional), ya que cada persona tiene una tolerancia y un ritmo que le son propios. A veces, es mejor dejar madurar las ideas y los sentimientos que empujar a una intervención a aquellas personas que no están disponibles emocional o intelectualmente en un momento dado. Esto no quiere decir que esas personas no serán eventualmente un recurso en otras circunstancias. Sin excluir a esas personas, hace falta entonces continuar tomándolas en cuenta, ya que es posible que, cuando la situación comience a evolucionar, quieran por sí mismas implicarse y participar. Se debe también evaluar si las personas identificadas que tienen el deseo de intervenir en esta situación específica pueden o no trabajar juntas. El profesional que interviene puede ser a veces el punto central del sistema de intervención, es decir, el que coordina el conjunto de las personas implicadas, lo que significa que deba controlar todo. En otras ocasiones, el profesional será un elemento más en la red creada alrededor de la situación, que puede haber sido puesta en funcionamiento por otras personas que no son el profesional. Por ejemplo: en el caso de la violencia familiar, es a menudo adecuado en los primeros momentos trabajar con toda la familia; luego puede decidirse que es importante para ciertos miembros de la familia trabajar a solas con el profesional que interviene. En ciertos casos, como en el caso de violaciones, puede ser difícil, sino imposible, trabajar con una red extensa desde el comienzo, pero esa red puede constituirse poco a poco. 3.3. La temporalidad El ritmo de la intervención está ligado a las características de la agresión. Si se trata de un acto aislado, que ocurre súbitamente, más rápida sea la intervención, más eficaz será. La persona, luego de haber sufrido una agresión de esta naturaleza, estará en un estado de extrema vulnerabilidad, sin defensa, es decir, sin poder utilizar los modos habituales con los cuales se protegía. Una intervención rápida le permitirá reorganizarse antes de que se instalen modos de protegerse nocivos, como una fobia, un retraimiento, etc. En el caso de una violencia instalada y repetitiva, la intervención debe, por el contrario, adoptar el ritmo de los actores implicados y respetar su deseo de cambio. Las personas que viven la violencia de modo repetitivo ya han desarrollado a menudo modos, más o menos buenos, de protegerse, por lo tanto tienen algo que perder si la situación cambia. Para que la intervención tenga una chance de tener éxito, es necesario que el profesional que interviene tome en consideración y respete la ambivalencia que pueden 15

manifestar las personas agredidas. Esta ambivalencia se traduce en el deseo simultáneo de cambiar y de no cambiar, en deseo de un cambio y temor a afrontar situaciones nuevas, aun si pueden ser mejores que las anteriores. La intervención puede ser puntual o prolongada dependiendo de la situación. Es importante hacer una evaluación respecto a este punto de tanto en tanto para no prolongar intervenciones inútilmente o por el contrario dejarlas en función del plan inicial cuando aun resta mucho por hacer, simplemente porque así fue decidido en el comienzo. 3.4. Planificar la evaluación De la misma manera que la intervención comienza en el momento de la evaluación inicial, la evaluación de la intervención debe ser una preocupación del profesional y su equipo desde el comienzo de la intervención. Es decir que hay que estar desde el inicio atento a las consecuencias y a las reacciones provocadas por la intervención a fin de determinar si es útil, inútil o nociva. La regla de oro de toda intervención es ante todo no dañar. Vale más no hacer nada, esperar antes de intervenir, que hacer daño. No hacer nada no quiere decir que uno sea indiferente frente a la situación, es una elección, una decisión tomada luego de reflexionar. En ciertas situaciones de violencia familiar, por ejemplo, la intervención puede aumentar la violencia y es preferible consultar a varias personas del equipo o del grupo comunitario antes de intervenir. La evaluación final, como la evaluación inicial, debe hacerse a partir de diferentes puntos de vista, los de todas las personas implicadas en la intervención. La evaluación final trata de responder a ciertas preguntas: •

¿Cuáles son los cambios a los que llevaron las diferentes acciones emprendidas?



¿Cómo ese cambio es visto por las diferentes personas y los grupos implicados en la intervención?



¿De qué modo el profesional que interviene y su equipo perciben los efectos de la intervención sobre ellos mismos y sobre su proyecto de trabajo en esa comunidad?

4. Estrategias de prevención Las estrategias de prevención de la violencia se enraizan en la historia de las personas y de las comunidades. Estas estrategias pueden ser desarrolladas desde varias perspectivas: •

El reforzamiento de la confianza en sí mismo. Sentirse fuerte es una buena manera de evitar la violencia. Uno se siente fuerte cuando uno se percibe a sí mismo en acuerdo consigo mismo.



El aprendizaje de la negociación, es decir, la capacidad de negociar y de hacer compromisos.



El reforzamiento de las solidaridades de grupo dirigidas hacia la reflexión y hacia una acción concertada.



La recuperación o la creación de normas y de autoridades legítimas para el individuo y para el grupo.

Una estrategia adecuada de prevención en salud mental debe también incluir una prevención hacia los profesionales del equipo de intervención. En efecto, el trabajo con situaciones de violencia es un trabajo que conmociona, por tanto es necesario evitar que los profesionales "se desgasten", "se saturen", cosa que conllevaría repercusiones para ellos y para su trabajo. Es por lo tanto necesario generar lugares de sostén a nivel afectivo y evitar a toda costa que los miembros del equipo se encuentren aislados. Vamos ahora a retomar con más detalle las cuatro perspectivas desde las cuales se puede desplegar el trabajo de prevención. 4.1. Reforzamiento de la autoestima Ya hemos tocado este tema hablando de la intervención con las personas que han vivido una situación de violencia. A nivel de los grupos y de las comunidades, este aspecto es particularmente importante como 16

medio de prevención de la violencia que surge cuando un grupo tiene una pobre imagen de sí y cuando se siente amenazado. Por ejemplo: para enfrentar la violencia nacionalista, religiosa, racial, étnica, el reforzamiento de la afirmación de la identidad de los grupos en la valorización y el respeto de sus ideales y de sus particularidades culturales es más provechosa que una tendencia al nivelamiento a partir del discurso –"somos todos iguales, no hay diferencias"–. Para los inmigrantes que viven en una cultura extranjera a la propia, la estima de sí puede estar asociada al hecho de conservar su lengua y sus tradiciones. Para las personas de edad en las culturas urbanas (y sobre todo occidentales), la estima de sí, como grupo, puede estar ligada a la reflexión respecto a su lugar, pasado y presente en el seno de la sociedad. El profesional que interviene puede trabajar para hacer emerger, nombrar o preparar las ideas y los proyectos que permitan reforzar la estima de sí en los grupos que son percibidos como vulnerables. Su rol es sobre todo el de ser un facilitador, y hacer posible ciertos proyectos o hacer ver la importancia de aquellos que ya existen. Por ejemplo: para un grupo de jóvenes refugiados latinoamericanos en América del Norte, el fútbol puede ser una manera de reagruparse con pares, pero también puede ser bueno para destacarse en un mundo donde todo se ha vuelto difícil –hablar, encontrar trabajo, hacerse un lugar–. En África del Sur participar en la lucha antiapartheid es una manera de oponerse a la descalificación masiva de personas de color, que ha llevado a una situación de violencia social explosiva. En un barrio socioeconómicamente desfavorecido, grupos de improvisación musical pueden constituir un modo de reforzar la autoestima de jóvenes desempleados. 4.2. El aprendizaje de la negociación Este aprendizaje es necesario a nivel de las personas, de las familias y de las comunidades. Sin embargo, no hay receta para aprender a resolver conflictos. Aquí también hay que poder adaptarse a los diferentes contextos y a la cultura de las personas con las que se trabaja. Es interesante saber cuáles son los modos que la comunidad utilizaba anteriormente para resolver los conflictos y para negociar, y por qué eso ya no funciona, o por qué no funciona en ciertos casos, y cuáles son las vías de negociación aceptables. Existen modos muy diferentes de llevar adelante un aprendizaje. Es necesario ver entonces de qué modo las personas o los grupos afectados pueden aprender a expresar de un modo no violento, la rabia, el enojo, la frustración, la tristeza; a tolerar las diferencias y las divergencias; a tolerar la espera, es decir, el hecho de que la satisfacción de los deseos no sea inmediata. Por ejemplo: una escuela en un barrio pluriétnico que pone el acento sobre el aprendizaje de la tolerancia, el respeto y el diálogo puede ayudar a los niños a construir mejores relaciones entre las diferentes comunidades, a condición de no descalificar las posiciones de intolerancia de los padres, lo que podría conllevar simplemente mayores conflictos en el seno de las familias. En el caso de personas que han sido víctimas o que podrían serlo, el aprendizaje de la negociación es también importante, implica aprender a tomar su lugar sin estar en la posición de mártir o de bravura exagerada; encontrar apoyos para estar en posición de diálogo sin tener miedo o ponerse en actitud de huida. 4.3. Reforzamiento de las solidaridades de los grupos En este terreno, podemos incluir aquí todas las acciones emprendidas o hechas posibles por la cohesión de un grupo que tienen por objetivo disminuir la violencia a nivel social. Una vez más, aquí el rol del profesional que interviene es sobre todo un rol de fermento social o de facilitador. Como las diferentes perspectivas de prevención convergen, varios de los ejemplos que hemos dado en páginas atrás pueden también ser vistos como situaciones que fomenten las solidaridades de los grupos. Se pueden considerar tres grandes niveles de acción a nivel de las solidaridades de los grupos: •

Las acciones a nivel del trabajo, de las fuentes de subsistencia de los miembros de la comunidad –defensa del trabajo, creación de fuentes de empleo (por ejemplo microemprendimientos), modificación de las condiciones de trabajo. Por ejemplo: en comunidades rurales, la relación con la tierra es particularmente importante como fuente de bienestar y/o de violencia. En Brasil y en Chile las tomas de tierras inocupadas son la respuesta de los grupos a una situación social explosiva de miseria. Por supuesto, esas ocupaciones pueden generar una respuesta violenta de 17

las fuerzas del orden, pero también se las puede ver como ejemplos de solidaridad grupal mucho mas "pacíficos" que el aumento de los grupos de delincuentes. •

Las acciones a nivel del barrio. Se trata aquí de ver cuáles acciones pueden ser emprendidas para cambiar el clima de violencia a nivel del barrio, como por ejemplo las redes de entreayuda o de solidaridad entre vecinos, ya sean éstas formales o informales.



A nivel de las instituciones sociales –iglesias, escuelas, etc.–. El profesional puede estimular en esas instituciones discusiones de grupo (de padres, de profesores, de profesionales de la salud, etc.) para pensar sobre los problemas de violencia y hacer propuestas concretas para esa institución.

4.4. Recuperación y/o creación de normas y de autoridades legítimas Hemos visto que la violencia estatal se funda sobre la impunidad y la arbitrariedad. A nivel social, por lo tanto, hay que trabajar para el reemplazo de las dictaduras por democracias. Por supuesto, no es solamente la palabra 'democracia' que da su legitimidad a un Estado. La corrupción, por ejemplo, puede hacer perder su legitimidad a un estado democrático. En los países occidentales, reconocidos como "democráticos", la pérdida de legitimidad moral de las autoridades políticas, religiosas, sociales y aun familiares plantea también problemas para los jóvenes que carecen así de modelos de identificación. ¿Qué debe entonces hacer el profesional? ¡Cambiar el mundo es pedirle demasiado! El profesional puede sin embargo ser y estar consciente que éste es un campo importante y, sin transformarse en un militante político o religioso, examinar con los integrantes de la comunidad cuál puede ser el rol de las autoridades que la comunidad reconoce como legítimas, ya sea autoridades morales (consejo de ancianos, por ejemplo), o autoridades municipales, o de las fuerzas del orden. A menudo es posible trabajar con ciertas instancias reconocidas como legítimas (pero no siempre es posible y/o deseable). Por ejemplo: bajo la dictadura de Pinochet, la iglesia era la principal "autoridad moral" que permitía un trabajo social.

Conclusión No es fácil trabajar en la intervención o en la prevención de la violencia. Es un tema que despierta pasiones, controversias y conflictos. Cada pueblo, cada familia, cada persona tiene una historia diferente, y la intervención es a menudo desconcertante, y siempre novedosa. Nos parece sin embargo importante conservar siempre presentes algunos principios: •

La intervención de una persona aislada es difícil y muy riesgosa para el profesional que interviene. Es necesario, si ello es posible, trabajar en equipo sobre los temas de la violencia.



No existe una manera de concebir la violencia, el profesional que interviene y su equipo deben identificar sus propias percepciones y ver en qué medida estas percepciones difieren de las de la comunidad con la que está trabajando



La intervención y la prevención se fundan sobre las fuerzas y los recursos de las personas y de las comunidades de una sociedad.



Es necesario reflexionar siempre, luego de una intervención, sobre los buenos y malos aspectos que esta intervención tuvo. Esta evaluación permite aprender y avanzar.

Muchos de los gestos que realizamos cada día son formas de evitar la violencia, de construir una familia, una comunidad o una sociedad más armoniosa. Identificarlos permite transformarlos en instrumentos de trabajo para la intervención y la prevención.

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