C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Carlos V. Rey y Emperador.
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Carlos V. Rey y Emperador.
(Selección de artículos en torno al V centenario de Carlos V)
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Ed. Moratín
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Presentación
Este V centenario del nacimiento de Carlos V nos ha dado, junto con grandes Congresos y magnas exposiciones, no pocos artículos y algunos libros en los que los historiadores de media Europa han expresado su opinión sobre el Emperador: Recordemos, a bote pronto, algunas de las figuras más destacadas: el inglés John Elliott, el francés Joseph Pérez, el austríaco Alfred Kohler. Y curiosamente, frente a la avalancha de las conmemoraciones de aquella época, como un homenaje de esa media Europa a la figura del gran Emperador, lo que estos notables historiadores vienen a decirnos es que no nos engañemos: no estamos ante un hombre de su tiempo, no ante un príncipe del Renacimiento, sino ante una figura medieval. Fue un gran fracasado, se dice y se reitera, por cuanto ni consiguió reducir la herejía luterana ni emprender la cruzada contra el Turco; los dos objetivos que se había marcado al principio de su gobierno imperial. Y en cuanto a la estampa del gran viajero, de la que él tan orgulloso estaba, como se puede ver en su discurso de abdicación, hecho en Bruselas en 1555, y que hasta ahora se venía teniendo como una de las pruebas de su sacrificio por aquella Europa a la que quería mantener unida, se nos da esta otra ingeniosa versión: en realidad, más hay que considerarlo, no como el que quiere estar presente en todas partes, sino como el gran ausente, dado que cuando estaba en cualquiera de sus reinos, forzosamente no se hallaba en los demás. Finalmente, se nos dice, verlo y considerarle como un precursor de la actual Europa, que tanto se afana por su unidad, es superficial ‐tal es la expresión‐, porque entre otras cosas, Carlos V pretendía construir una Europa basada en la enemistad con Francia, a la que había que marginar. Con lo cual, lo primero que nos llama la atención es cómo, pese a juicios tan adversos, se siguen celebrando estos homenajes al Emperador, arrancando desde Bélgica, para pasar por los Países Bajos, Alemania, Italia y España. Y lo que es más sorprendente: la popularidad que esos homenajes adquieren tanto entre los belgas como entre los holandeses, entre los alemanes como entre los italianos, y por supuesto entre los españoles. Ante tal contraste, he considerado que quizás fuera oportuno añadir el juicio de un historiador español, que lleva más de medio siglo trabajando 3
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sobre la España de los Austrias. No ciertamente, en soledad, sino acompañado por un excelente equipo de jóvenes investigadores, en especial a partir de mi incorporación, en 1965, a la cátedra de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca. ¿Cómo olvidar ahora esos colaboradores y sus nombres? A bote pronto me vienen al punto a la memoria algunos tan queridos como José Ignacio Fortea, Baltasar Cuart, Pilar Valero, Julio Sánchez, Ángel Rodríguez, Luis Enrique Rodríguez‐San Pedro, Ana María Carabias, José Carlos Rueda, José Luis de las Heras, Serafín Tapia, Clara Isabel López Benito, Lola de Jaime, Jacinto de Vega. Todos colaborando con un entusiasmo admirable en mis proyectos de extensión cultural, de dar al pueblo una imagen de aquella España de los Austrias, y todos ‐o casi todos‐ realizando espléndidas Tesis doctorales sobre los más variados aspectos de aquella época, tanto políticos como socio‐económicos o culturales. Sin olvidar a los que ya me habían acompañado en mi etapa de Profesor de la Universidad Complutense: Juan Ignacio Gutiérrez Nieto y Ana Díaz Medina. Sería precisamente Ana Díaz Medina, actualmente Profesora Titular de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca, la que me acompañaría cuando troqué la Universidad madrileña por la salmantina, y la que se convertiría desde el primer momento en mi principal colaboradora, en especial para la puesta a punto del Corpus documental de Carlos V (Salamanca, 1973‐1981, 5 vols.), que bien puede considerarse como una de las mayores aportaciones para el conocimiento de la personalidad del Emperador, con sus centenares de cartas inéditas, en particular las dirigidas a la Emperatriz, su esposa, y a sus hijos Felipe, María y Juana. Y he de decir, a este respecto, que fue la lenta trascripción de aquella masa documental, y en particular las postdatas autógrafas de Carlos V, de tan intrincada lectura, lo que me metió más y más en el mundo carolino, en sus afanes europeos, en las tremendas dificultades con que se encontró, en la decisión con que las afrontó, incluso con riesgo notorio de su vida, y en los logros que consiguió. No todo lo que quiso, evidentemente, pero sí al menos lo bastante para que la palabra fracaso, unida a su tarea imperial, resulte notoriamente desproporcionada. Y ello por un inadecuado enfoque de los problemas. Así, en la pugna con el Turco, ¿cómo considerar fracasado al que salva a Viena, obligando a retroceder a Solimán en 1532? ¿O al que libera a Italia de las acometidas de Barbarroja, arrojándolo de Túnez en 1535? Y en ambas ocasiones, 4
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acaudillando Carlos V un notable ejército en el que están representados los pueblos de media Europa: alemanes como italianos, belgas como holandeses y, por supuesto, españoles. E1 sacrificio de un tercio viejo español, defendiendo el enclave imperial de Herzeg Novi, en plena costa dálmata en 1539, fue cantado por los poetas italianos tanto como por los españoles; díganlo sino los versos de Luigi Tansillo, aquí a recordar junto con los de Gutierre Cetina, «... in lode di quei tre mila soldati spagnuoli, che furon morti da turchi a Castel Nuovo della Bosna...»
Y en cuanto al fracaso ante la Reforma, habría al menos que considerar que no fue suya la responsabilidad, ya que no era suya la última decisión, sino de Roma. Carlos V no podía hacer más, a ese respecto, que convocar a los teólogos católicos y luteranos, para que llegaran a un acuerdo, y eso lo intentó una y otra vez. La solución vendría en las jornadas de Augsburgo de Octubre ¡de 1999! Evidentemente, un poco tarde. Pero de ello él evidentemente no sería culpable. Poco voy a replicar sobre aquello de que en vez de encontrarnos ante el gran viajero hay que destacar al gran ausente. Está claro que la época le admiró por ese afán suyo de ponerse una y otra vez en camino, y no sólo para ver y ser visto por sus súbditos, sino también para entrevistarse en la cumbre ‐¡algo tan actual!‐ con los reyes y los papas de su tiempo, y precisamente con un esfuerzo para que la diplomacia hiciese buena la paz, ahuyentando la guerra, tal como terminó en su discurso en la Roma de 1536 frente al papa Paulo III y al Colegio Cardenalicio: que él lo que quería sobre todas las cosas era la paz. Y lo repetiría una y otra vez: la paz, la paz, la paz. Se dice también que Carlos V no pensaba en Europa, que para él no era más que una expresión geográfica, sino en la Cristiandad. Asombroso. ¿Pues cómo? ¿Acaso esa Cristiandad estaba en los arenales saharianos o en las alturas del Himalaya? En aquellos tiempos, Europa y Cristiandad venían a ser términos sinónimos, como no podía ser de otro modo. Era la Europa cristiana, y ésa era la que Carlos V trataba de amparar y defender. Ahora bien, ¿una Europa excluyendo a Francia? Quien tal cuestión afirme demuestra conocer muy mal los textos carolinos. En efecto, durante todo su reinado procuró Carlos V mantener la paz con Francia. Trató por todos los medios de evitar la primera ruptura, en 5
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1521, pero nada pudo hacer ante el hecho consumado de la invasión de Navarra por Francisco I. Tras la victoria de Pavía sólo exigió la devolución de aquel ducado de Borgoña, que en un reciente pasado había sido arrebatado a su bisabuelo, Carlos el Temerario, por los franceses, pero incluso renunciaría a esa pretensión en 1529 con tal de afianzar esa paz por la que suspiraba. Y no por otra razón negoció la boda de su hermana Leonor con el rey galo. En fin, puede afirmarse que esa fue una constante de su política europea: buscar la paz con Francia. Y eso lo reflejaría llanamente en las Instrucciones que dejó a su hijo Felipe en 1539, cuando el Príncipe quedó como su lugarteniente en España. Son unas instrucciones que rezuman sinceridad. Carlos abre, como si dijéramos, su pecho a su hijo, y le dice: «Cuanto al rey de Francia, nuestro cuñado, Dios sabe que Nos no habemos sido promotor de las guerras pasadas entre nosotros, y que dellas nos ha siempre en gran manera desplacido..., y que habemos buscado todos los medios... para volver en amistad con él...»
¿Cuál es el consejo que dará a su hijo? ¿Acaso que le buscara las vueltas al soberano francés? A1 contrario. Felipe será gravemente advertido que, sobre aquellas treguas que entonces se vivían, hiciera todo lo que estuviera en su mano para mantenerlas. Y eso en estos solemnes términos: «Nos amonestamos, requerimos y exhortamos al dicho Príncipe, nuestro hijo, que haga todo lo que le sea posible convenientemente para conservarla, confirmarla y establecerla con el dicho señor Rey (Francisco) y sus hijos...»
Cierto era que los agravios no habían sido pocos (en especial, las reiteradas alianzas de Francisco I con el Turco), pero la paz bien valía ese sacrificio. Y es cuando Carlos V expresa con nitidez la importancia que concedía a Francia en Europa: «En esto señaladamente el dicho Príncipe, nuestro hijo, haya y tenga muy grande y continuo cuidado y respeto, así por la honra y servicio de Dios y bien público de la Cristiandad, y respetando el lugar que el dicho señor Rey y sus hijos tienen en ella...»
¿Dónde queda ese pretendido afán del Emperador de una Europa a espaldas de Francia? Lo que ocurre es que Carlos V tenía una idea de una 6
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Europa en armonía (él hablará, claro, de Cristiandad, pero ¿qué otra cosa era entonces Europa?) y eso chocaba con el agresivo nacionalismo que representaba la Francia de Francisco I. Lo cual viene a cuento del debate sobre un Emperador medieval, superado por los modernos nacionalismos. ¿Lo medieval frente a lo moderno? Pero no es esa la cuestión. Más bien habría que plantearlo entre lo anticuado y lo actual. ¿Quién aboga, en la Europa de nuestros días, por un rebrote de los nacionalismos? Sólo los fanáticos. No es esa la Europa con la que se sueña, sino precisamente una Europa donde tengan cabida todas sus naciones, pero en paz y armonía, no enzarzada en guerras intestinas. Pues bien, eso mismo era lo que anhelaba Carlos V. Y eso es lo que da tanto valor a su legado. Eso es lo que le hace ser tan actual. Y no es preciso enredarse con los términos o con juicios sobre si lo hemos de considerar o no como un protoeuropeo. Nos basta con reconocer la validez de su mensaje, la validez de su legado, incrementado además por otra valiosísima aportación: que siempre consideró que la política no podía divorciarse de la moral. Era lo que exigía su código de conducta caballeresca, algo que para algunos puede parecer desfasado, pero que siempre ha de encontrar un eco en cualquier hombre de bien. Por todo ello me atrevo a repetir, en esta breve introducción para la página sobre Carlos V que abrirá en Internet la Biblioteca Virtual Cervantes, y que tan gentilmente me ha pedido mi gran amiga y antigua alumna, la profesora Ana María Carabias Torres, que esa Europa común que ahora estamos levantando, hay que afianzarla sobre su común historia. Y que en esa historia común de todos los europeos, la figura de Carlos V se alza como una referencia imprescindible. Porque el que anduvo todos los caminos de la Europa occidental, el que puso una y otra vez su vida al tablero en pro de aquella Europa cristiana, es ya un patrimonio de todos los europeos. Salamanca, 4 de septiembre de 2000 Manuel Fernández Álvarez De la Real Academia de la Historia 7
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Semblanza de Carlos de Gante Antonio Domínguez Ortiz
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La política matrimonial de Isabel y Fernando tuvo como uno de sus
resultados complicar a España en los problemas europeos más allá de toda provisión, incluyendo los derivados de la dignidad imperial que recayó en un nieto de los Reyes Católicos. ¿Fue una ventaja o una desdicha para España? Los hombres de aquel tiempo discrepaban y los del actual también. Entonces hubo entusiastas de la idea imperial, elevándola incluso a categoría universal, como en el famoso soneto que anunciaba la llegada de una Edad de Oro en la que solo habría «Un monarca, un imperio y una espada». El autor del soneto al que pertenece este verso, Hernando de Acuña, era vallisoletano, pero los entusiastas de la idea imperial fueron más numerosos en una Andalucía recién unificada, optimista, dispuesta, tras la gran aventura americana, a considerar como posibles, sucesos, prodigios, aventuras que parecían más propias de novelas de caballería. Una Andalucía dispuesta a identificar a Carlos V con Hércules y su divisa Plus Oultre, con el mito de las famosas columnas. Pero la Castilla de los mercaderes y menestrales había conocido de cerca la rapacidad de los acompañantes del joven rey y se temía lo peor. De esta desconfianza surgieron las Comunidades, un movimiento sobre cuyo significado se ha discutido mucho, democrático, según unos, reaccionario, según otros, aplicando conceptos modernos a un ambiente muy distinto: pero los que apuntan hacia una revolución democrática están más cerca de la verdad: según Joseph Pérez no fue casual el hecho de que el movimiento se centrara entre Toledo y Valladolid; era entonces la región más avanzada, había presenciado la inmadurez del joven rey y la avidez de su cortejo flamenco, temía los gastos de las complicaciones exteriores, sufría las consecuencias de una crisis económica y sus poderosos municipios no se resignaban a la tutela a la que los había sometido la reciente acentuación del poder real. Burgueses, obreros especializados, frailes mendicantes sensibles al bien público formaron el núcleo de la revuelta. La aristocracia también estaba quejosa de la ampliación del poder real a sus expensas; en los primeros momentos algunos de sus miembros se inclinaban hacia el bando comunero; pero al observar (y en este punto la aportación del profesor Gutiérrez Nieto ha sido decisiva) que la revuelta se extendía al medio rural y tomaba allí un sesgo claramente antiseñorial reflexionó y dio marcha atrás: le era más provechoso mantener un orden social que le favorecía aunque para ello tuviera que sacrificar sus ambiciones políticas a un poder real que en este punto no consentía rivales. Tanto el norte como el sur de España permanecieron tranquilos, salvo algún chispazo; en el este las Germanías de Valencia tenían un significado muy distinto. Aislados, los comuneros castellanos tenían que sucumbir (Villalar, 1521).
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Desde entonces, la subyugada Castilla y la plata de sus Indias serían la firme base del poder imperial. Los Reyes Católicos habían rehecho la Hispania romana, culminando un proceso lento, de manera semejante a como los reyes de Francia habían reconstituido la Galia. Eran procesos lógicos, que inspiraban políticas que podríamos llamar nacionales. Pero el conjunto de dominios que heredó Carlos de Gante más bien se parecía a los objetos de un bazar que a una construcción política; de una parte la herencia española, ya de por si vasta y heterogénea: de otra el ambicioso proyecto de los duques de Borgoña, que trataron de crear un gran estado entre Francia y Alemania teniendo como eje al Rin: tierras de formidable potencia económica y espléndida ubicación, crisol de culturas, posible lazo de unión entre germanos y latinos. En la crisis que siguió a la muerte de Carlos el Temerario Francia se apropió de Borgoña, y la retuvo con el pretexto, de sorprendente modernidad, de que era de lengua francesa. Pero el Franco Condado, el actual Benelux y las tierras continuas conquistadas más tarde por Francia constituían una constelación urbana que sólo podía compararse con la del centro‐norte de Italia. Y de su abuelo Maximiliano Carlos recibió los dominios patrimoniales de los Habsburgos, situados en Austria, más la pretensión al título imperial que, no por ley sino por costumbre, iba ligada a esta dinastía. El rey Francisco I de Francia quiso romper esta tradición y obtener el título imperial, más a costa de muchas gestiones, promesas y dinero, los que representaban los intereses de D. Carlos consiguieron que ciñera la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. Los intereses de esta vastísima colección de estados eran distintos, y en algunos casos divergentes. Tampoco hubo política económica común, ni su titular tenía los mismos derechos en cada uno de los miembros de este conjunto: no era lo mismo ser rey de Nápoles que conde de Flandes o señor de Vizcaya; en unos casos la autoridad real era absoluta, en otros compartida y en todos los casos más o menos limitada por fueros y privilegios. Este agregado inorgánico tenía como denominador común la persona del soberano: para unificar de alguna manera la política general Carlos V creó un Consejo de Estado, puramente consultivo, en el que participaron personalidades expertas en los problemas de las diversas partes de aquel imperio pero su eficacia no estuvo a la altura de su misión. Pilotar este conjunto era tanto más difícil cuanto que, por su misma naturaleza, suscitaba muchos problemas y concitaba poderosos enemigos, y la dignidad imperial obligaba no sólo a mantener el orden en el caos alemán, formado por centenares de entidades, sino a tutelar la cristiandad entera, mantener su unidad, defenderla de ataques exteriores y promover su dilatación. En la idea del Imperio estaba incluida la idea de Europa, concebida, desde Carlomagno, como la expresión política de un conjunto de naciones cristianas solidarias. Carlos V era emperador en un doble sentido: el legal, que tenía un contorno centroeuropeo, más los derechos vasalláticos más vagos sobre 10
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r territorios del norte de Italia, y otros de facto, aplicable al conjunto de sus dominios y que algunos idealistas hubieran querido ver convertido en Monarquía Universal. Ni Carlos V ni sus consejeros abrazaron esta utopía, pero él y sus consejeros tuvieron unas pretensiones hegemónicas justificadas que se manifestaban, entre otros ritos simbólicos, por la precedencia de sus embajadores. La ideología y el talante personal de Carlos V cuadran perfectamente con la cronología de su reinado. Quizás sorprende que ya en pleno siglo XVI conservara rasgos tan típicamente medievales como la propuesta a Francisco I de dirimir sus diferencias mediante un combate personal. Pero había también en él rasgos muy modernos, como su aguda percepción del tiempo, su pasión por los relojes y otras obras de artificio. Murió en Yuste rodeado de atlas, brújulas y relojes. Esa ambivalencia en cuanto a la cronología la hallamos también en cuanto al espacio. Viajó incesantemente, y aunque esos viajes eran motivados, cuesta creer que los hubiera verificado si no hubiese extraído placer de ellos. Extrovertido y sensual, gustaba del contacto humano hasta que una evolución regresiva lo convirtió en sus últimos años en un hombre misántropo y malhumorado. Tuvo serios problemas familiares, sobre todo con su hermano Fernando, criado en España y que hubiera podido disputarle el dominio de Castilla si no hubiera sido expedido rápidamente a Alemania. La intensidad de sus sentimientos dinásticos, familiares, es otro rasgo que apunta hacia el Medioevo, aunque es verdad que en la Edad moderna los reyes, a pesar del crecimiento del Estado impersonal que acabaría por suplantarlos, eran también muy sensibles a los motivos familiares. Un siglo más tarde, Felipe IV todavía consideraba el conjunto de sus estados como una especie de mayorazgo que había recibido y debía transmitir íntegro a sus descendientes. D. Carlos solo dominó con perfección dos idiomas: el francés nativo de Borgoña («nuestra patria», como decía a su hijo Felipe en el testamento político de 1548) y el español que aprendió más tarde y llegó a usar con preferencia. Del alemán y del italiano solo tuvo un conocimiento imperfecto. Lo mismo le ocurría con el latín, y esto en aquella época era grave: no sólo dificultaba su comunicación con embajadores y otros personajes sino que revelaba una laguna en su formación y una falta de interés por la alta cultura. D. Carlos estuvo lejos de ser una persona tan culta como su hijo: las referencias que se suelen hacer al erasmismo de Carlos V más bien hay que referirlas a personas de su entorno; en el fondo no había muchos puntos de contacto entre el emperador y el gran humanista, cuya mayor preocupación era la paz entre los príncipes cristianos; Carlos V no buscaba la guerra pero tampoco la rehuía, y Tiziano, pintándolo lanza en riestre, no falseó su imagen. Tenía un enemigo nato, el Islam, concretamente el Turco, entonces en su apogeo; por tierra amenazaba al Imperio, por mar a sus dominios en Italia y España. No se llegó a la confrontación terrestre porque a la vista del ejército que reunió el emperador los turcos levantaron el sitio de Viena, y D. Carlos se contentó con este gesto, no 11
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r trató de explotarlo y borrar las consecuencias del desastre de Mohacs que pocos años antes, en 1527, puso en poder de los otomanos las llanuras húngaras, incluida Budapest. Las hostilidades en el Mediterráneo tuvieron también carácter defensivo: eran muy grandes las quejas de sus vasallos por la inseguridad no sólo de las comunicaciones marítimas sino de las riberas mediterráneas. La conquista de Túnez alivió sólo parcialmente esta situación, y cuando Carlos V quiso ampliar esta ventaja con la conquista del gran centro pirático de Argel experimentó una derrota que quedó inulta. El ideal de la Cruzada era ya cosa del pasado. Esta actitud de tibia defensiva ante el Islam se explica porque desde el principio de su reinado se dibujó Francia como el más temible adversario. Con una extensión semejante a la de España, Francia tenía duplicada población, riqueza, posición central y capacidad de recuperación demostrada tras los desastres de la guerra de los Cien años. Francisco I quería ilustrar su reinado asumiendo el papel del príncipe guerrero según el ideal renacentista, que en este punto continuaba la tradición medieval. Los puntos de conflicto con Carlos de Gante eran varios: la pretensión a la corona imperial era nueva en un rey de Francia, pero tenía valedores y dinero; Carlos V triunfó gracias a que Jakob Fugger, el renombrado banquero de Augsburgo, puso al servicio de Carlos todo su capital para comprar la conciencia de los siete electores. Las aspiraciones de los reyes de Francia a expandirse en tierras italianas eran antiguas. Les atraía aquella presa rica, culta y casi inerme que tenían a las puertas de la casa; no acababan de digerir que hubiesen sido expulsados de Nápoles, donde seguía existiendo un partido angevino (de los Anjou). Ahora, en el reinado de Francisco I, se les había despertado el apetito por el ducado de Milán, riquísimo, de envidiable posición, fértil en ingenios (Leonardo fue amigo entrañable del rey Francisco) y en situación política inestable. Contaba el francés también con dos fuertes bazas: la postura francófila de la república de Venecia y los tratados con los cantones suizos que le proporcionaban excelente infantería. Carlos, en cambio, podía contar con la ayuda de los mercenarios alemanes, los temibles landsquenetes. El 24 de febrero de 1525 chocaron ante los muros de Pavía 28.000 franceses y suizos y otros tantos españoles y alemanes. La fuerte caballería francesa había sido detenida por las largas picas de la infantería y luego destruida por los arcabuceros españoles; el propio rey Francisco había quedado prisionero. Conducido a Madrid, soportó dos años de prisión porque el emperador exigía la devolución de Borgoña que Francisco se resistía a entregar. Venció al fin de su tenacidad, y el fruto de la victoria se redujo a un rescate de dos millones de escudos. El comportamiento de ambos monarcas fue caballeroso; pocos años después Carlos pidió a su rival paso libre para castigar a los rebeldes de Gante y pudo atravesar Francia recibiendo muestras de cortesía y aprecio.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r El efecto inmediato de la batalla de Pavía fue extraordinario; el ducado de Milán quedó en poder de los españoles durante dos siglos; los estrategas sacaron sus conclusiones y los diplomáticos también. La hegemonía española en Italia tenía enemigos, y uno de ellos era el papa Clemente VII, un Médici, celoso, como los venecianos y florentinos, del contrastable poder de Carlos en Italia. El castigo que recibió fue terrible: una soldadesca indisciplinada mandada por el condestable de Borbón, un gran feudal francés traidor a su rey, asaltó la Ciudad Eterna y la sometió a un horroroso saqueo, mientras el papa se ponía a salvo en el castillo de Sant Angelo. La impresión en toda la Cristiandad fue tremenda: Carlos V pareció muy afectado, pero ni castigó a los responsables ni devolvió la libertad al papa hasta que no se sometió a ciertas condiciones; pagó un fuerte rescate y más tarde lo coronó emperador en Bolonia, aquella ciudad de altas torres por la que había luchado Julio II y en la que un colegio español fundado por el cardenal Albornoz, ofrecía renombrados cursos de Derecho Romano. Los años centrales del reinado fueron los más felices para D. Carlos, lo mismo en el plano familiar que en el político. En 1526 celebró sus bodas, seguidas de largas estancias en los palacios de ensueño de Sevilla y Granada. El año siguiente nació su heredero en Valladolid; en 1528 la república de Génova abandona su tradicional alianza con Francia y pone al servicio de la Corona de España su puerto, sus navíos, la capacidad financiera de sus banqueros, los más experimentados de Europa; en 1530 Clemente VII lo corona emperador, en 1535 conquista Túnez y La Goleta. Al mismo tiempo llegaban a Sevilla los despojos fabulosos de las conquistas de Cortés y Pizarro en Ultramar. Era demasiado. En el reloj del destino las agujas iban a cambiar de sentido. Se esperaban los nubarrones en Alemania, en Inglaterra, en Francia. La Reforma luterana seguía su curso, ganando adeptos. Minando a la vez la autoridad política del emperador y la religiosa que él representaba. Inglaterra era el tercero en discordia en un tablero europeo donde se jugaba con pocas fichas: en un duelo hispanofrancés su intervención podía ser decisiva; y la tormentosa vida sentimental de Enrique VIII amenazaba acabar con aquella amistad que Fernando el Católico había cultivado. Carlos V sabía contenerse; tenía capacidad y paciencia de negociador. Los asuntos internos de sus estados no le interesaban mucho. Los de Castilla los dejó en manos de su esposa hasta su muerte (1539). Después, en las del inteligente y ambicioso D. Francisco de los Cobos. En los años finales en los de su hijo Felipe con el que sostuvo una activa correspondencia; su tema principal, la necesidad de que le enviaran recursos; a medida que se embrollaban las cosas el dinero se hacía cada vez más necesario. Podía hacer frente a Francia y a los turcos, pero los procesos de la herejía en Alemania y las amenazas de Enrique VIII de separarse de la Iglesia católica si el papa no solucionaba su problema conyugal complicaban cada vez más el panorama. ¿Cómo podía el emperador sin deshonrarse consentir que el papa autorizase el repudio de su tía Catalina 13
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r por el rey de Inglaterra? Al fin, lo que no hizo el papa lo hizo el arzobispo de Canterbury. Inglaterra se separaba de la Iglesia católica y del imperio carolino. Igual resultado negativo tuvieron las interminables negociaciones con los protestantes alemanes. La muerte de Lutero no solucionó nada; persistieron sus doctrinas y surgieron otros protestantes más radicales al calor de la profunda aversión que en amplios círculos suscitaba la corrupción de la corte romana, los deseos sinceros de una reforma eclesiástica y las ambiciones de los príncipes que aumentaban su poder y se enriquecían con la secularización de los ricos obispados y abadías. Por su parte, el papado también tenía mucho interés por la celebración de un concilio en el que, además de cuestiones de fe, se tratara de la deseada y temida reforma. Las sesiones se inauguraron en Trento, ciudad situada en terreno que podría llamarse neutral, entre Italia y Alemania; pero el objetivo principal, por el que tanto luchó D. Carlos, mantener la unidad de la Cristiandad, no se logró, pues los protestantes no acudieron, y los decretos conciliares, en vez de zanjar las diferencias las ahondaron. En los años finales del reinado de Carlos V prematuramente envejecido pero todavía lleno de ardor combativo se dispone a cortar el nudo gordiano por las fuerzas de las armas. Muchos protestantes alemanes no se adhirieron a la liga de Smalkalda; aunque difieran en materia religiosa le reconocen como soberano legítimo; apoyado por contingentes de la famosa infantería española triunfa sobre la Liga de Smalkalda en Mühlberg. En el mismo año (1547) mueren Francisco I y Enrique VIII. Se abren nuevos horizontes. Suspendido el concilio, Carlos V sobrepasando todo lo que la ley y la costumbre reconocía a la potestad regia en materia eclesiástica, dicta un Ínterin, un credo que debían observar protestantes y católicos hasta que el concilio universal decidiera. El príncipe D. Felipe es llamado a Flandes para que tome contacto con sus futuros vasallos. Todo parece preparado para una transmisión pacífica de poderes: y de repente, todo se derrumba; reaparece la guerra religiosa en Alemania, ahora con el apoyo del nuevo rey francés Enrique II, a quienes los protestantes alemanes entregan Metz, Toul y Verdún, ciudades imperiales. Sorprendido por los acontecimientos, D. Carlos ha tenido que huir a Italia, atravesando los Alpes nevados en pleno invierno. En un último esfuerzo sitia Metz con un ejército numeroso que, incapaz de conquistar la ciudad, es diezmado por las enfermedades y las deserciones. Enfermo y desmoralizado D. Carlos renuncia en su hijo sus inmensos dominios; pero la corona imperial será para el hermano menor, Fernando. El epílogo de Yuste se conoce hasta ahora en sus menores detalles; el señor de ambos mundos, aquejado de la gota, apenas se mueve de sus modestos aposentos. Acompaña con frecuencia a los monjes en el coro y el refectorio, pesca en un reducido estanque. Y su mesa sigue estando tan bien provista de viandas como siempre. Sigue el curso de los acontecimientos mundiales, se alegra de la victoria de San Quintín, exige a su hijo que se castigue a los herejes. 14
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r También le indignó mucho que los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla entregaran a sus dueños un gran cargamento de plata al que él ya había echado los tejos. Genio y figura... 15
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El gobierno de España en la época de Carlos V María Inés Carzolio
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Carlos de Gante llega conjuntamente a las Coronas de los reinos de
Castilla Aragón el 14 de marzo de 1516, en Bruselas. En los primeros días de abril, arriban a Madrid las cédulas con su firma ‐a las que se dio inmediato cumplimiento‐ ordenando al gobernador, consejo, grandes y ciudades, que se le proclamase rey. El regente, el anciano cardenal Cisneros, debía enfrentar una situación de especial inquietud, entre la nobleza que había apoyado al Rey Católico y la que se preparaba para hallar acomodo en el nuevo reinado. La llegada del Rey fue apresurada. En ese momento sólo debía haber heredado Aragón y sus posesiones italianas, pues aún vivía su madre Juana I, reina propietaria de Castilla, pero la enfermedad melancólica de ésta que le convertía en incompetente para reinar, le transformó también en rey de Castilla y de su potencial imperio americano. Cuando en 1520, encabeza un imperio europeo, halla su coronación la política de alianzas trazada por los Reyes Católicos, quienes nunca imaginaron, sin embargo, tal concentración de cetros en las manos de su nieto, obrada por la muerte de varios príncipes destinados a reinar en los heteromórficos estados que compondrían el Imperio hausbúrgico y la monarquía compuesta de España. Pero esta construcción no fue un resultado del puro azar. Por entonces, los reyes de España constituían una alianza codiciada no sólo por el Sacro Imperio Romano Germánico, sino también por el poder financiero, que encarnado primero en las familias de los banqueros alemanes Fugger y Welser y luego en los banqueros genoveses y toscanos instalados en Castilla, deseaba proyectarse hacia las inmensas posibilidades abiertas por la expansión africana y atlántica compartida con Portugal. En síntesis, la herencia de Carlos V comprendió: 1) El legado de Maximiliano I: Los Estados de la Casa de Austria, los derechos sobre el ducado de Milán y el imperio alemán, 2) El legado de María de Borgoña: Los Países Bajos, el Franco Condado, el Charolais, 3) El legado de Isabel la Católica: Castilla, posesiones en el Norte de África, posesiones americanas y 4) El legado de Fernando el Católico: Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Rosellón. La circunstancia de que Carlos I fuese el primer rey de una dinastía extranjera que llegó al trono castellano‐aragonés y que fuera elegido emperador del Sacro Imperio, hizo variar las perspectivas del reino respecto a los problemas europeos y exigió de él una intervención mayor. La tensión entre el reino particular y el Imperio universal se daba sobre bases distintas a las 17
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r medievales, pues todos los reinos que se consideraban emancipados del poder imperial, aspiraban, sin embargo, a la jefatura del orbe cristiano. Así, la tradición del Imperio Romano Germánico fue revitalizada con nuevas bases en la Monarquía Hispánica. Desde el comienzo, las dificultades no fueron pocas: los episodios de disidencia religiosa que desde el siglo XIV turbaban la unidad cristiana, se convirtieron en 1517 en el estallido de la Reforma, en momentos que un adversario religioso turco se agigantaba en el Mediterráneo. La reforma de la propia Iglesia española impulsada por en cardenal Cisneros, aunque sin profundizar, le ahorró España las guerras que asolaron al Imperio, pero no las resistencias y los conflictos políticos de los Comuneros y las Germanías. Sin embargo, España contaba varias bazas a su favor: había forjado en las guerras de Granada y en las de Italia, un ejército moderno, ágil y a la vanguardia europea en cuanto al aprovechamiento de las ventajas que brindaban las armas de fuego; había superado los antagonismos nobiliarios y otorgado un lugar en la sociedad y en los oficios de gobierno a nuevos actores sociales, los «medianos» que dominaban las Audiencias y cortes de justicia con su saber letrado; había comenzado a controlar la violencia y los grandes delitos mediante la actuación de la Santa Hermandad, aunque no se lograría por entonces; había expulsado de su seno a las minorías religiosas judía y musulmana, sentando las bases de una Monarquía confesional, la Monarquía Católica y el descubrimiento de América habría de reforzar su espíritu misionero y su vinculación con las empresas divinales europeas y transatlánticas. En cambio, jugaría en su contra el hecho de que, a pesar de tener una moneda fuerte y codiciada por el resto de los europeos, nunca pudo contar con una hacienda única ni con un núcleo de banqueros y empresarios que plantearan la creación de instrumentos indispensables para el planeamiento de una economía global de un imperio unificado. Primeros conflictos en los reinos españoles El 18 de noviembre de 1517, Carlos hizo su entrada solemne en Valladolid, donde al mes siguiente convocó a Cortes que se celebrarían en febrero de 1518. El 4 de febrero de dicho año fue jurado como rey por los procuradores de las ciudades y más tarde, por la nobleza y el alto clero. Por su parte, Carlos se comprometió a observar y respetar las leyes del reino y le fue acordado un importante servicio. Su arribo, rodeado de consejeros flamencos, pese al deseo expreso de algunas ciudades de que asumiese el gobierno con premura, no fue bien visto ni por la nobleza, ni por el clero, ni por los naturales en general, cuyo malestar aumentó cuando insistió en la designación de sus coterráneos para ocupar cargos en la administración castellana. Nuevos problemas constitucionales se le presentaron cuando reunió Cortes en Zaragoza, pues el 18
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r reino se negaba a aceptarlo como rey en tanto no justificase la incapacidad de su madre y no jurase los fueros. La cuestión se zanjó finalmente, después de que el rey otorgara importantes mercedes al brazo nobiliario. En Barcelona, se recogería el juramento de Carlos y de Juana, comprometiéndose a observar las franquezas y constituciones del reino de Mallorca. Las Cortes de Valencia de 1519 no llegarían a celebrarse, pues se tuvo noticia de la muerte del emperador Maximiliano y de la elección de Carlos como nuevo emperador. El descontento y la desconfianza de los súbditos ‐especialmente de los castellanos‐ aumentaron. Las desafortunadas decisiones de Carlos I en esos primeros años no contribuyeron al restablecimiento de la confianza: el nombramiento de Adriano de Utrecht como Inquisidor general de Castilla en mayo de 1518 y el del sobrino de Chièvres, tutor real ‐el cardenal de Croy‐ para ocupar la sede de Toledo en contra disposiciones específicas que destinaban tales cargos a los naturales, la obtención de un importante subsidio del clero, el anuncio de su intención de suprimir los encabezamientos de las alcabalas en contra de los intereses de las oligarquías urbanas y la convocatoria a Cortes en Santiago para marzo de 1520 para solicitar un servicio que le permitiese costear la elección imperial, pese a la oposición del reino, contribuyeron al aumento del descontento. El clero y las ciudades se manifestaron en contra de la marcha del rey y hostiles a la concesión de un servicio que no beneficiaría a los reinos peninsulares, así como a conferir cargos a extranjeros, e instaban a que en caso de producirse la ausencia del rey, se designara a gobernadores provistos de poderes suficientes para controlar los conflictos. Los problemas se iniciaron desde el comienzo de las reuniones de Cortes, tanto porque los poderes de los procuradores no se ajustaban al modelo provisto por la Corona, como porque ni la presentación del obispo Mota, ni las promesas de Carlos de retornar rápidamente al reino y de no conceder oficios a extranjeros no lograron convencer a los procuradores. Concedido el servicio, Carlos comunicó a las Cortes el nombramiento de Adriano de Utrecht como regente en su ausencia. Antes de que Carlos abandonara la península, un tumulto popular estaba en marcha en Toledo, y en pocos días se adueñó de la ciudad y de su gobierno municipal. El rey se dispuso a enfrentar personalmente la revuelta, pero persuadido por Chièvres, partió. Una serie se movimientos similares se difundieron durante los meses siguientes por la mayor parte de Castilla., constituyendo comunidades en Zamora, Burgos, Madrid, Guadalajara, Salamanca, Avila, León y Cuenca, Segovia y otros lugares. En esta última ciudad, los comuneros capitaneados por Juan Bravo, hicieron fracasar el intento de represión de Adriano de Utrecht y provocaron el incendio de Medina del Campo. Toledo, en rebeldía convocó en Avila primero y luego en Tordesillas, una junta a la que acudieron procuradores de las principales ciudades. El Término comunidad es de difícil definición pues los actores de la rebelión lo 19
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r utilizaron tanto para designar al conjunto de la población, como para referirse al órgano de dirección. El apoyo que el movimiento de las ciudades halló en el campesinado provocó la alianza de la nobleza con la monarquía. El 15 de diciembre de 1520, el ejército real expulsó a los comuneros de Tordesillas y la Junta se trasladó entonces a Valladolid, donde elaboró un programa de reformas del papel de las Cortes destinado a limitar el poder real, que no contó con el apoyo de algunas ciudades que, como Burgos, abandonaron entonces la causa comunera. El 23 de abril de 1521, las tropas comuneras fueron derrotadas en Villalar y sus jefes, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, fueron ejecutados de inmediato. El historiador Joseph Pérez atribuye el surgimiento de las comunidades a una doble circunstancia: la ausencia al frente del reino de una autoridad fuerte y respetada, y la desfavorable coyuntura económica, especialmente en la región central de Castilla, en medio de la cual el rey parece abandonar el país. En tales momentos, los comuneros tienen la impresión de que el rey sacrifica los intereses legítimos del reino a sus intereses personales y dinásticos. El rechazo de la primacía del Imperio va acompañada de un intento de protagonismo político por el cual la Santa Junta intenta promover reformas en cuanto a los papeles respectivos de rey y del reino y un rescate del derecho propio de las ciudades. En tal interpretación, J. Pérez coincide con P. Fernández Albaladejo y con J. H. Elliott. Al mismo tiempo que estallaban las comunidades de Castilla, lo hacen en Valencia y Mallorca las germanías ‐término que designaba la hermandad en la que se organizaron los actores‐. El movimiento habría tenido, según J. Pérez, mayor significado social que político. En Valencia, a mediados de 1520 los elementos populares, predominantemente menestrales organizadores de la Junta de los Trece, se adueñaron de la ciudad, obligan al virrey a huir de ella y extienden la rebelión en la franja litoral, en especial, en lugares bajo el poder real, aunque también alcanzaron territorios señoriales. En febrero de 1521 abraza a la isla de Mallorca, donde se prolongaría hasta 1523. Los agermanados derrotan en 1521 al ejército real en Gandía. A partir de ese momento el movimiento conoce una progresiva radicalización: introdujeron jurados menestrales en el ayuntamiento y a partir de ello se concentraron en el problema de la deuda municipal y en las imposiciones que de ella derivaban, originadas en la importación de trigo por parte de los banqueros genoveses y financiada a base de préstamos municipales. Se desplazó a los caballeros de los cargos que tradicionalmente ocupaban en el municipio, y finalmente se suprimieron los derechos percibidos por la Generalidad y la ciudad. En Mallorca, la rebelión comandada por Joanot Colom, adoptó medidas semejantes con el objeto de hacer desaparecer el peso de la deuda municipal y distribuir con mayor equidad la carga tributaria entre la ciudad y sus villas, llevando adelante una dura represión del estamento de los caballeros. 20
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Desde el comienzo, los agermanados presentaron una acusada actitud antimorisca, obligando a los mudéjares en tierras de señorío, a convertirse al catolicismo. Las embajadas enviadas al monarca chocaron con la actitud de éste, que exigía el retorno del virrey, y también con la resistencia de ciudadanos y caballeros, por lo que se llegó por fin a un abierto enfrentamiento. Con la derrota de Almenara comienza para los agermanados el principio del fin. Los cargos municipales volvieron a manos de ciudadanos y caballeros. En octubre de 1521, el virrey entró triunfalmente en la ciudad, y el caudillo de los agermanados, Vicente Peris, debió retirarse a Játiva, desde donde retornó a Valencia con la intención de sublevar nuevamente la ciudad, pero pagó con la vida el intento. Aunque tanto el movimiento de los comuneros como el de las Germanías han sido tradicionalmente considerados manifestaciones antiabsolutistas, es necesario matizar su importancia para el ulterior desarrollo del absolutismo en la realidad conjunta de los reinos descentralizados gobernados por los Habsburgo, como se verá a más adelante. La administración del Reino y del Imperio A pesar de la diversidad y extensión de los reinos bajo su potestad, Carlos I de España y V de Alemania, logró organizar un sistema político que le permitió hacer funcionar de manera coherente la diversidad de las tradiciones políticas, culturales y militares de sus numerosos estados donde ninguna institución era común a todos, salvo la Corona y su órgano consultivo para la política exterior, el Consejo de Estado, donde intervenían personajes de los distintos pueblos gobernados. El Santo Oficio fue introducido en Castilla por los Reyes Católicos en 1478 y fueron creados tribunales inquisitoriales en toda la península, Baleares, Cerdeña, Sicilia y las Indias. Definido por J. P. Dedieu como el «brazo armado de la Iglesia en la represión de la herejía» se convertiría a juicio de B. Bennassar, en un terrible instrumento de estado. El reino de Nápoles estuvo bajo la Inquisición romana y Portugal y sus posesiones coloniales desarrollaron una organización similar. Pero otras regiones del Imperio como Milán, el Franco Condado o los Países Bajos, se opusieron a su instalación. No constituía, por consiguiente, un instrumento imperial. Durante el primer cuarto del siglo XVI se fue conformando un aparato que por su organización conciliar ha sido llamado polisinodial y que fue impuesto por la necesidad de gobernar una herencia política extraordinariamente compleja, el Imperio, que asociaba pueblos distintos por su lengua y su sistema económico, respetando los ordenamientos políticos y jurídicos de cada una de las partes que la componían.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r En 1521, el canciller Gattinara recomendó al emperador la creación de un Consejo Secreto de Estado ‐ para ocuparse de asuntos de gobierno de un nivel superior al de los reinos individualmente considerados ‐que se haría realidad hacia 1523‐ a los que se fueron agregando los consejos de Hacienda, de Indias, de Guerra, de Aragón, de Inquisición, de Órdenes y de Navarra. Este sistema se diferenciaba del que funcionó durante el reinado de los Reyes Católicos, el cual comprendía en realidad especializaciones dentro de un gran Consejo Real. El método de gobierno adoptado por Carlos I, con perfil fuertemente burocrático, de Consejos formados mayoritariamente por letrados, que elaboraban informes sobre la resolución de los problemas del reino, presentados luego a la consideración del rey, para que éste a partir de ellos hiciese observaciones o tomara decisiones, constituyó el sistema de consultas que caracterizaría la administración de los Habsburgo. A través del conjunto de los Consejos, Carlos I no podía aspirar, sin embargo, a un gobierno centralizado, concebido por Gattinara, sino a lograr una cierta coordinación entre los diversos territorios que componían su imperio. El proyecto de Gattinara habría conducido a una jerarquización de los Consejos, resistida por los consejeros. Su fracaso permitió el desarrollo del poder ‐y de la fortuna personal así como de su influencia a través de una red parientes y miembros de la administración‐ de los secretarios del soberano y de los consejos, nexos naturales entre ambos, de los cuales fueron buenos ejemplos Francisco de los Cobos y el cardenal Granvela. Estos dos personajes dividieron geográficamente sus competencias: Aragón y Castilla por un lado y Flandes y el Imperio por el otro, desdibujando un tanto las del Consejo de Estado. El reino español, vale decir, las Coronas de Castilla y Aragón mantenía grandes diferencias en lo político, jurídico, económico, cultural. El peso demográfico y económico de Castilla era mucho mayor que el de Aragón y tenía mayor tendencia a la centralización y absolutización del poder. Sin embargo, lejos estaba el rey castellano de detentar el poder absoluto, que como en el Imperio, resultaba imposible por la variedad de jurisdicciones cuyos privilegios debía respetar en el interior del territorio bajo su poder. Ante todo, estaban los señoríos, los estados de la nobleza, que cubrían posiblemente la mitad del reino. En ellos, el rey delegaba sus poderes y autoridad tanto en señores laicos cuanto en los eclesiásticos, que mediatizaban de ese modo la intervención del monarca. Si bien los vasallos señoriales podían apelar ante la justicia real, sus costos no eran accesibles para la mayoría de la población, circunstancia que facilitaba la autoridad de los señores sobre aquéllos. El resto del territorio constituía el realengo, donde ciudades, villas, municipios y concejos estaban sometidos a la autoridad directa del soberano. Las villas y ciudades municipales poseían un alfoz ‐zonas rurales circundantes‐ que podían ser muy amplio y estaba sometido a su jurisdicción, lo que asemejaba a aquéllos a un señor. Pero a la cabeza del aparato administrativo de las ciudades y villas con municipio había un funcionario real, el corregidor, que 22
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r presidía las reuniones de los ayuntamientos, o consejos formados por los regidores, que procedían de la oligarquía urbana, los jurados o representantes del común ‐conjunto de la población no perteneciente a la oligarquía‐ los alcaldes y otros oficiales municipales. También estos ayuntamientos o municipios gozaban de importante autonomía, protegida por privilegios, aunque menor que la que gozaban los señoríos, que también mediatizaba la intervención real en los asuntos locales. Sin embargo, a partir de Carlos I, el poder empírico del rey, aunque nunca teóricamente absoluto ni arbitrario ‐pues siempre siguió respetando los derechos privilegiados de sus súbditos‐ alcanzó niveles importantes y se expresó a través de rituales que lo asemejaban a un ser sagrado y lo separaban física y moralmente de los simples súbditos. El conjunto de la sociedad mantenía acerca del rey y del reino una concepción dualista, de tradición medieval, de acuerdo con la cual, el reino no pertenece al rey sino a la comunidad. Un contrato tácito unía a ambos. El rey tenía el compromiso de mantener el reino en paz y justicia. Como contrapartida, el reino debía brindar su acatamiento a las disposiciones reales y contribuir con los impuestos para que el rey pueda cumplir con su misión. El reino expresaba desde la Edad Media, su consenso a las disposiciones y leyes reales, y al montante de los tributos de manera tradicional a través de las Cortes, donde se hallan representados los tres estamentos: Clero, nobleza y ciudades. Desde el siglo XV, los Reyes Católicos habían legislado sin la aprobación del reino reunido en Cortes, y pese a cierta resistencia por parte de éstas, continuará haciéndolo Carlos I. Las Cortes no tenían instrumentos jurídicos para fiscalizar o limitar el poder del monarca. Contribuiría a disminuir su papel, el hecho de que el rey dejara de convocar a los estamentos no contribuyentes desde 1538, quedando así reducidas solamente al conjunto de procuradores de las dieciocho ciudades privilegiadas con voto en Cortes (Burgos, Soria, Segovia, Salamanca, Ávila, Valladolid, León, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Sevilla, Córdoba, Jaén, Murcia y Granada), o más bien, a la representación de sus oligarquías, que no eran representativas del resto de la población. La guerra dinástica Los Habsburgo mantuvieron una solidaridad dinástica, ajena a los intereses de sus súbditos españoles que, sin embargo, contribuyeron ampliamente a la misma con su hacienda y sus ejércitos. Carlos I se consideraba legítimo heredero del ducado de Borgoña, anexionado por Francia a fines de la Edad Media y luchó con Francia para recuperarlo. Las acciones de guerra se produjeron primero en Navarra, en 1521 y más tarde en Italia, adonde participó personalmente el rey Francisco I en defensa del Milanesado. Derrotado en la decisiva batalla de Pavía en 1525, fue 23
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r hecho prisionero y conducido a Madrid donde permanecería hasta firmar la paz en 1526. La condición fue la entrega del ducado de Borgoña y el abandono del Milanesado. Pero una vez libre, Francisco I no acató ninguna de las condiciones firmadas. La falta de cumplimiento del tratado provocó la reanudación de las hostilidades en 1526. El apoyo papal a las pretensiones de Francisco I llevó a las tropas imperiales al asalto y saqueo de Roma en mayo de 1527. La guerra concluyó con la renuncia de Carlos I a sus derechos sobre Borgoña y de Francisco I a los suyos sobre Milán. Aunque se arribó al tratado final con la Paz de Crèpy en 1544, la guerra continuaría durante el reinado de su hijo Felipe II, concluyendo finalmente con la paz de Cateau Cambresis en 1559. Conquista y colonización de nuevos mundos Las expediciones de exploración, conquista y colonización emprendidas bajo el reinado de Carlos I se inician con la circunnavegación de la Tierra por Fernando de Magallanes (1519), que permitiría el descubrimiento del Océano Pacífico en 1520 y más tarde, el de los archipiélagos de las islas Marianas y Filipinas. C. Martínez Shaw y M. Alfonso Mola han hecho notar que en América, la conquista y colonización progresaron más en aquellas regiones donde existieron menores distancias culturales entre conquistadores y conquistados, en tanto que las regiones más alejadas en ese sentido, serían incorporadas en los siglos siguientes. Entre 1519 y 1521, Hernán Cortés conquistó el extenso territorio mexicano, venciendo a los aztecas. A esta ocupación siguió la conquista del Tahuantinsuyu o imperio incaico del Perú por Francisco Pizarro a partir de 1532, culminando en 1535 con la fundación de Lima. A partir de la conquista de estos grandes reinos se avanzó luego hacia el Norte, alcanzándose las tierras de los actuales estados norteamericanos de Texas, Oklahoma, Kansas y Nebraska y por el Sur, se fundaron ciudades en el actual territorio argentino. Al mismo tiempo se inició la evangelización de los indígenas y la difusión de la cultura con la fundación de las Universidades de Santo Domingo (1538 y 1583) y de México y Lima (1551). La mayor parte de América quedó de esta manera incorporada al mundo hispánico. La monarquía católica Durante toda la Edad Media, pese a la fragmentación feudal, había predominado en Occidente una concepción del mundo basada en la unidad política y religiosa, que evocaba no sólo una unidad cultural y espiritual entre los pueblos católicos, sino una realidad política que hacía posible una acción conjunta contra el infiel. Carlos V fue el último emperador en sustentarla y también el último coronado por el Papa. De allí en más, el imperio se fue transformando en un estado. Pero eso ocurrió después de 1551, con la división 24
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r del imperio entre su hermano Fernando y su hijo Felipe. Mucho antes, cuando ascendió al trono, Carlos I de España y V de Alemania procuró cumplir su misión imperial como cabeza de la cristiandad frente a las herejías, los turcos, la evangelización en América y Asia. A partir de la Reforma protestante encabezada por Lutero, Carlos V encamina su política y la guerra para conservar la unidad religiosa de Europa y la unidad política del Imperio. Para lograr el primer objetivo, convocó un concilio, sin que se obtuviera ningún compromiso con los luteranos. Se llevaron a cabo varios intentos de conciliación hasta 1541; después se consideró fracasado el segundo objetivo con la inevitable división religiosa de Europa y se aspiró a mantener solamente la unidad religiosa del Imperio. En 1547 el emperador derrota a los protestantes en Mühlberg y se llega a la paz de Augsburgo en 1555, sólo a costa de dar a los príncipes alemanes la libertad de imponer su propia fe en sus estados. El doble fracaso provocó posiblemente la abdicación de Carlos en 1566 y su retiro a Yuste, donde fallecería en 1558. Los turcos habían comenzado a amenazar las posesiones españolas en Italia y los propios reinos españoles a partir de 1516, con las actividades del corsario Barbarroja. Carlos V dirigió personalmente la conquista de Túnez en 1535 pero fracasó contra Argel en 1541. La guerra contra los infieles sería mantenida durante el reinado de su hijo Felipe II. El fracaso de la política imperial fue volcando la concepción del Imperio tradicional alemán a la de un imperio particular español, en el que la conquista americana cobró singular relieve y la Cristiandad se transformó en Hispanidad. 25
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Las «Españas» de Carlos V María Luz González
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La
historia entendida como una dialéctica permanente entre
continuidades y cambios, entre estructuras colectivas y sucesos irrepetibles a través de los cuales cada momento o cada época definen su identidad, puede contribuir a una mejor aproximación a conceptos particularmente clarificadores pero que a veces resultan complejos y difíciles de integrar a nivel consciente. Un acercamiento a realidades y sistemas de representación colectivos que existían hace quinientos años, implica realizar tareas de decodificación. Aunque haya vinculaciones con el pasado tenemos la obligación de replantear ciertas cuestiones con el fin de desmitificar conceptos instalados que no se corresponden con la realidad histórica. En todo caso debemos buscar la contextualización adecuada para su utilización, tratando de evitar los riesgos que implica el presentismo. Un tema a considerar, es la utilización del concepto de España. Nos referimos con cierta recurrencia a España, pero deberíamos aclarar que se debe a cuestiones operativas, dado que nos permite entendernos mejor, puntualizando que deberíamos hablar con más exactitud de las Españas. Comprender este problema cuando hablamos de los tiempos del Emperador, es más complicado si la aspiración es lograr una adecuada utilización de categorías de análisis. A partir de 1492 y respecto al tema americano, también tenemos que precisar que fue la Corona de Castilla la que incorporó las Indias, una Castilla que también estaba integrada por varios reinos y por lo tanto no exageraríamos si habláramos de las Castillas. No se trata de una simple manía por pluralizar, sino más bien de reflexionar sobre algunos problemas que hacen a una mejor comprensión de las realidades peninsulares en la época de Carlos V. Para entender esta situación nos parece necesario hacer algunas observaciones en torno a 1492, fecha que ha sido considerada en cuanto a la Historia de España, bifronte y mítica, en cuanto culminación de una etapa histórica y el comienzo de otra. La España que llegó a América era, con sus grandezas y defectos, el resultado del entrecruce y contacto de musulmanes, judíos y cristianos a lo largo de casi ocho siglos. En este proceso encontramos algunas de las claves explicativas de sus instituciones y de su sistema de representaciones. El tratamiento puramente dinástico y lineal que dominó durante años la historiografía de lo que hemos convenido en llamar la modernidad clásica, hacía referencia casi ineludible a unos antecedentes que procedían de una visión extremadamente pesimista de Castilla bajo el reinado de Enrique IV (1454‐1474) y a una visión opuesta del reinado glorioso y milagroso de los Reyes Católicos que simbolizaban la ʺuniónʺ de los reinos de Castilla y Aragón. No ponemos en duda la desastrosa gestión de los asuntos públicos durante los reinados de Juan II y Enrique IV, pero tampoco que la corona de Castilla en su conjunto estaba en una fase expansiva y de floreciente vitalidad en la que se 27
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r manifestaban signos positivos enmascarados por reyes poco ocupados de sus funciones. Los Reyes Católicos encauzaron unas fuerzas que ya venían manifestándose, cumplieron con su «oficio» de reyes y presenciaron el comienzo de una expansión que sería interpretada, según las ideologías, a través de alabanzas o críticas. En el momento en que se produjo la unión personal de los Reyes Católicos, los reinos ‐herederos de los reinos cristianos medievales‐ se presentaban agrupados en torno a los ejes castellano, catalano‐aragonés y navarro. Estos conjuntos regionales eran diferentes en su peso demográfico, en su extensión geográfica, en sus manifestaciones sociales y económicas, tanto como en sus destinos aunque estuvieran relacionados por complejos procesos que eran resultado de largos siglos de contactos y uniones dinásticas, culturales y humanas y sobre todo por su lucha común contra el Islam. En consecuencia, 1492 no es sinónimo de unificación peninsular, como se suele repetir porque no se unieron los reinos que si bien tendrían los mismos reyes, cada uno de ellos mantendría sus instituciones particulares y sus privilegios adquiridos que Carlos V conservó y respetó. Carlos V recibió como consecuencia de la herencia por línea materna. Las relaciones se volverían complejas a partir de las aspiraciones a la unidad del centro por una parte y de la defensa de los particularismos y tradiciones del resto de las regiones a través de un complicado proceso dialéctico. Esas Españas diversas, contradictorias y a veces difíciles de comprender son las que encontró Carlos de Austria. Pero además ‐también en 1492‐ Castilla había incorporado América. ¿Una casualidad afortunada? En cuanto al tema americano que tanto condicionaría la política imperial, se trataba de ¿Casualidad? ¿Simple aventura? ¿Un pueblo desinteresado e ignorante respecto a las empresas marítimas había sido beneficiado por la fortuna? Es frecuente encontrar estas ideas formuladas como afirmaciones ¿Quién podría negar la cuota de azar presente en 1492? Pero, esto no invalida la empresa colombina ni empaña las fuerzas reales que participaron en la llegada y permanencia de los españoles en el continente americano. Contrariamente a lo que se ha venido sosteniendo en muchas oportunidades, había una vasta tradición marinera cantábrica y andaluza que garantizaba una experiencia suficiente en las actividades relacionadas con el mar, actividades que llegan a su punto de madurez en el siglo XV dentro del ámbito castellano. No hubo predestinación. Se trataba de un hecho más simple, de la conjunción de una serie de elementos que explican la llegada al continente americano: posición geográfica, infraestructura socioeconómica para ese género 28
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r de empresas, una buena tradición marinera, suficiente tensión demográfica, luchas sociales internas y desarrolladas técnicas marítimas y científicas. Como una muestra de lo que afirmamos, recordemos que Castilla había demostrado su interés en el Atlántico al ocupar las islas Canarias durante el reinado de Enrique III (1390‐1406) y lo confirmó en el Tratado de Alcazovas (1479) que supuso una paz temporal con Portugal al que se reconoció el derecho por conquista y ocupación sobre las tierras situadas desde el cabo Bojador hacia el sur reservándose Castilla las islas Canarias descubiertas y por descubrir. Desde luego ‐aunque no es el objeto de esta reflexión‐ los problemas del Emperador no se reducían a las cuestiones a resolver en el plano peninsular y americano. Hasta la mitad del siglo XVI gran parte de las decisiones en la política europea y de las relaciones con el «otro» Imperio pasarían por sus manos. En todo caso, conocer las reglas del juego de la situación internacional es otra condición a tener en cuenta si pretendemos una aproximación adecuada a las cuestiones de la «política interior» peninsular. 29
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La identidad de un dirigente hegemónico. Carlos V y Europa Ángel Rodríguez Sánchez
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Introducción
El viernes 22 de enero de 1993 se cumplieron 450 años del discurso que
pronunció sobre Europa, en el Gimnasio de las Artes de Colonia, Andrés Laguna, un humanista segoviano, descendiente de cristianos nuevos y amante de la medicina. Aquel 22 de enero de 1543 fue domingo en la Cristiandad y, en aquella noche ya entrada, desde uno de los costados de un escenario ambientado con los aparatos efímeros de las celebraciones funerarias al uso, Andrés Laguna, le dijo a los muy altos y poderosos señores de aquel tiempo que Europa estaba enferma, agotada y sin remedio: «Ahí tenéis, varones clarísimos, a la desdichadísima Europa, dominadora de tantas naciones, vencedora de tantos pueblos, conquistadora de tantas ciudades, dominadora de tantos tiranos. Os suplico meditéis sobre la situación a la que sus inicuos hados la han precipitado en la catástrofe, en el resultado final en que la han cambiado por medio de una siniestra transmutación de las cosas»(1). Este discurso, que viene a ser una especie de catecismo del europeísmo(2) del Emperador Carlos V, es el de un humanista español con vocación europeísta(3) y, como tantos otros, exiliado en la dirección del pensamiento progresista de Erasmo de Rotterdam, en quien sin duda se inspira(4) a la hora de escribir su discurso. Me interesa destacar a este escritor y médico(5) por tres motivos: uno es obvio y debe vincularse a la genial participación del humanismo castellano en el contexto general del humanismo europeo; el segundo es más difícil de justificar, pues quiero ver en el discurso un compromiso político del humanista con el proyecto político y con el trabajo diplomático del Emperador. Y es que lo más importante en el compromiso político es la autoridad moral al servicio de lo que hoy llamamos consenso(6). La idea es muy antigua pero no queda más remedio que recordarla desde la perspectiva actual de 1993 y tras los ya duraderos acontecimientos europeos. El tercero es la referencia a la idea de Europa como un todo que puede definirse por oposición a otras realidades, aunque también existan caracteres comunes que ayudan a comprender Europa como Respublica Christiana(7) y, por otra parte, elementos significativos de la ruptura del mito de la Cristiandad(8) con las reformas protestantes. Sin embargo, humanismo, compromiso y sentido de una realidad supranacional, deben interrelacionarse en el proyecto político del Emperador, en la aspiración
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r a la dirección de ese conjunto que llamamos Europa y en el siglo XVI Respublica Christiana. No en vano Carlos V es titular de una Monarquía que ha recibido el privilegio de denominarse Católica y que su universalidad se reconoce en un espacio y en unos requisitos imprescindibles que ha de cumplir la acción concreta de gobernar. Así lo indican humanistas como Luis Vives. Desde Brujas, el 1 de julio de 1529, Juan Luis Vives escribe al Emperador haciéndole un llamamiento para que restaure la paz y la concordia en Europa. Su punto de partida es semejante al que adoptará catorce años más tarde Andrés Laguna. Vives representa una situación catastrófica: «Vemos los campos esquilmados y asolados, arruinados los edificios, las ciudades unas asaltadas, otras totalmente destruidas y desiertas; los alimentos escasos y a precios astronómicos; el estudio de las letras decaído y casi por los suelos; las costumbres depravadas; el juicio tan corrompido que obtienen la aprobación los crímenes lo mismo que las buenas acciones. Todo esto reclama y exige una reorganización reparación u fondo, y lo poco que queda de las antiguas instituciones está pidiendo a voz en grito y dan testimonio de ello, que no pueden seguir subsistiendo más si no se acude rápidamente en su socorro»(9). Más tardíamente, Tomás Campanella, sistematiza una norma de acción: la virtud del rey, la bondad de las leyes oportunamente hechas, la sabiduría del Consejo, la justicia de los oficiales, la obediencia de los nobles, la abundancia y disciplina de los soldados y capitanes, la seguridad del tesoro, la unión de los reinos propios, la desunión de los extranjeros, el amor de los pueblos entre sí y para con el rey, y los buenos predicadores en favor del poder, conformarían un conjunto interrelacionado que justifica la aspiración a la dirección, cuya concreción exige un proyecto hegemónico: «Precisamente estas tres causas se encuentran en el imperio o monarquía española. Primero fue el combatir los nobles de ésta durante ochocientos años contra los moros, bajo los auspicios de Cristo, ayudados por el Papa con infinitos tesoros de indulgencias y cruzadas, por lo que fueron honrados con el título de Rey Católico. En segundo lugar, la innata prudencia española, paciencia y astucia. Con la invención de la imprenta y de los arcabuces. En tercer lugar, la oportunidad del matrimonio del rey de Aragón con Isabel, reina de Castilla, que al no tener un heredero varón, dio lugar a que emergiese y se acrecentase la línea imperial de la casa de Austria. Añádase el descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón, el derrumbamiento del reino de Portugal, el estado de depresión de franceses, ingleses y alemanes a causa de sus repugnantes y falsas religiones, de manera que, España será la dueña del mundo, una vez que destruya el imperio turco, que se sostiene Y mantiene por las discordias cristianas (...)»(10). 32
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La hegemonía La publicística en ciencias sociales suele utilizar el concepto de hegemonía desde una perspectiva apolítica, si es que se admite la polisemia del término confuso que verdaderamente indica el disimulo social de un compromiso político. Hegemonía, que es una palabra distinta a predominio, dominio, preponderancia y otros términos que tratan de ser sinónimos, es un concepto político(11) que sirve para significar la preeminencia de un grupo social sobre otros, el liderazgo de un país sobre otros, la capacidad de dirección puesta al servicio de un proyecto político globalizador. A comienzos de la década de 1980, al explicar la hegemonía holandesa en la economía‐mundo, Immanuel Wallerstein se atrevió a definir la hegemonía como una situación en la que los productos de un determinado Estado del centro se producen con tanta eficiencia que son competitivos incluso en otros Estados del centro y, por consiguiente, ese Estado del centro es el principal beneficiario de un mercado mundial enteramente libre(12). Y añadía que, para que esta situación de superioridad se produjese, era precisa la existencia de un Estado fuerte, capaz de reducir a mínimos las barreras políticas internas y externas que se oponen al libre flujo de los factores de producción, al tiempo que desarrolla ciertas corrientes, movimientos e ideologías intelectuales y culturales. Estas afirmaciones, además de suponer la existencia de un complejo estatal organizado, inducen a pensar en la libertad como motor de unas relaciones económicas y sociales en las que la eficiencia es el factor fundamental, que se combina con la debilidad de otros estados. Y como Wallerstein manifiesta a continuación, de la eficiencia se deduce la capacidad suficiente de un Estado para favorecer la pervivencia del sistema mediante el desarrollo de una ideología. La Monarquía de los siglos XVI y XVII, como el Estado actual, necesitan adoptar las formas de persuasión que conforman cualquier ideología; eso si, mezclándolas con el ejercicio de la coerción, con la monopolización de la fuerza(13). En el caso de los holandeses, la hegemonía no se construyó sobre la solidez de una potente organización estatal ni social(14); más bien al contrario, la simpleza de una debilidad aparente se edificó con la principal y más olvidada constante fracasada de la historia de la humanidad, la solidaridad. Mi propósito en esta aportación es partir de la definición de Wallerstein y analizarla producción de ideología desde el entorno humanista del Emperador, desde el compromiso que es capaz de proyectar la idea imperial, y desde la concepción práctica de la Christianitas.
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Algunas señas de identidad. La virtud del rey Antes del 26 de octubre de 1522, Nicolás Maquiavelo escribía al nuevo embajador en España, Rafael Girólami(15) aconsejándole sobre su trabajo diplomático. Además de avisarle de que España es un país distinto a lo que su interlocutor conocía, le escribía textualmente: «Después debéis observar con la mayor industria las cosas del Emperador y del reino de España, y dar de ellas noticia completa. Y, para pasar a los detalles, digo que debéis observar la naturaleza del hombre, si se gobierna o se deja gobernar, si es avaro o liberal, si ama la guerra o la paz, si la guerra lo mueve u otra pasión suya, si los pueblos lo aman, si está más a gusto en España que en Flandes, qué hombres tiene alrededor que lo aconsejan, y a qué tienden, es decir si están por hacerlo hacer nuevas empresas o por tratar de disfrutar esta presente fortuna, cuánta autoridad tienen con él y si los muda o los mantiene firmes, y si de los del rey de Francia tiene alguno amigo, y si son corruptibles». Además de esta completa encuesta, Maquiavelo aconseja al embajador que se informe acerca de la confianza que tiene el Emperador con su hermano(16), y de las intenciones imperiales respecto de las distintas repúblicas italianas, respecto de Roma, Francia, etc. Incluso la carta contiene una alusión a la revuelta de las Comunidades de Castilla, y si esa liga que se alzó en armas se ha aquietado por completo, o se duda que pueda resurgir, y si Francia podría prenderle fuego debajo. Lo que solicita Maquiavelo de su interlocutor es un completo catálogo de elementos necesarios para construir un retrato esquemático de la virtud del Rey. Sobre él se han trazado numerosos perfiles biográficos. Me voy a fijar brevemente en dos instantáneas separadas en su construcción por aproximadamente un cuarto de siglo. La primera, más antigua y más completa, es de Manuel Fernández Álvarez(17) y la segunda, más moderna y dentro de un contexto histórico posterior, es de M. J. Rodríguez Soldado(18). El primero de los perfiles sintetiza la virtud de Carlos V en tres planos interrelacionables: el hombre, el político, y el ideólogo. El segundo trata de conectar las principales personalidades de la historia imperial en planos que relacionan los componentes de la familia Habsburgo con sus colaboradores más inmediatos. Carlos V es un belga que, educado en la corte borgoñona de su tía Margarita, asume en su formación cuatro legados intelectuales que marcan decisivamente su vida: uno es el ideal caballeresco; otro es el ideal providencialista; el tercero es el ideal humanista y, el último, el ideal europeísta. Estas son en síntesis las principales características de la virtud del Emperador; su cosmopolitismo es
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r evidente: el Flandes caballeresco, la España providencialista, la Italia humanista, y la universalidad del Imperio representado en los Estados Alemanes, hacen del Emperador un hombre que hablaba y se comportaba como si pudiera conseguir cualquier cosa, en buena parte gracias al pluralismo de los colaboradores que le rodearon, y a que no heredó el carácter que Maquiavelo atribuía a su predecesor en el Imperio: «Sólo diré algo nuevo acerca del carácter del Emperador, que es hombre tan dilapidador, que supera a todos los que existan o hayan existido. Ello hace que siempre ande necesitado y que ninguna suma le baste, sea cual sea la situación o el momento de suerte en el que se encuentre. Es voluble, porque hoy quiere una cosa y otra mañana; no pide consejo a nadie, pero se cree todo lo que le cuentan; desea lo que no puede conseguir y se aleja de lo que podría obtener, por eso toma siempre sus decisiones al contrario de lo que debiera. Por otro lado, es hombre muy belicoso y mantiene y guía bien un ejército con justicia y disciplina (...) Es humano cuando concede audiencias, pero le gusta concederlas a su antojo y no quiere verse rodeado por los embajadores, más que cuando él mismo los manda llamar: es muy reservado y se muestra continuamente intranquilo en cuerpo y alma, por eso deshace a menudo por la noche lo que ha hecho por la mañana»(19). Aunque este es el retrato inmisericorde de su abuelo Maximiliano, y ciertamente Carlos V heredó el andar necesitado, la virtud del Rey atravesó por diferentes estadios que van desde la indolencia de sus primeros años(20), en los que es gobernado por sus ministros, hasta la dedicación exclusiva y personal al gobierno de sus Estados, sin olvidar la cuidadosa voluntad de instruir políticamente a quienes encomendará la administración de su fabulosa herencia(21). Más que el carácter personal y el antiguo debate sobre el predominio de unas influencias ministeriales sobre otras(22), nos interesa aquí destacar el resultado del trabajo político e ideológico: Carlos V aspira a la dirección de la Universitas Christiana con el objetivo de mantenerla unida y en paz, y el humanismo español sin duda contribuyó a inspirarlo(23). Esta dirección, podrá denominarse espíritu de cruzada cuando el Emperador actúa como escudo contra el Turco, contra la herejía luterana, contra la división religiosa de Europa; podrá confirmarse como reorganización interna de los Estados, y podrá agotarse en el intento de dominio del Norte, que son las tres etapas que ha distinguido Manuel Fernández Álvarez en todos sus estudios. Pero la esperanza de los europeos cultos no se deposita en la Monarquía hegemónica, sino en el titular encargado de dirigirla, en la virtud del Emperador. El humanista Vives en su obra De concordia et discordia in humano genere, escribe refiriéndose a Carlos V:
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r «De la virtud de la que no se nos ha manifestado aún nada esperamos mucho, como si nos fuera debido, mas de la virtud que nos es ya conocida lo esperamos todo. Cuando entraste en éste como estadio de bellas y honrosas acciones esperando la señal de la partida en los primeros puestos, no exigíamos de ti ni la mitad de las hazañas, que ya has realizado; mas como las promesas son cada vez más grandes, te exigimos también cada vez mayores proezas, como si de verdad nos las hubieras prometido y, en consecuencia, tuviéramos derecho a ellas»(24). Es un manifiesto a la bondad que recorre la secuencia simplificadora del buen hombre que, por serlo, ha de ser buen príncipe quien, a su vez por serlo, está destinado a restaurar la paz y la concordia. Importa, pues, construir la imagen primera del Emperador; y ello origina un largo proceso de mitificación de su figura. Las representaciones pictóricas de la Majestad Imperial participan por igual de las tradiciones clásicas y medievales. La serenidad, la grandiosidad, el hieratismo y el distanciamiento contribuyen a difundir una mezcla de virtudes, la que reconoce al héroe militar, que procede de la tradición caballeresca, y la que glorifica al Emperador, que encuentra sus precedentes en el mundo clásico. Tres éxitos jalonan la esperanza mesiánica en el buen pastor, buen caballero y buen cristiano: la generosa restitución del orden feudal tras la sublevación de las Comunidades en el reino de Castilla, la batalla de Pavía, con el rival francés Francisco I hecho prisionero, y el saqueo de Roma, con el Papa humillado, hacen de la década de 1520 el principio de la asimilación que se hizo del Emperador por parte de los intelectuales(25). La imagen ingenua de la esencial virtud del Rey, es la bondad(26). Claro es que existieron estímulos y exigencias personificadas en Carlos V y, por imperativo de la herencia, antes en los Reyes Católicos y, en vida del Emperador, en su hijo Felipe. Probablemente, como ha indicado Maravall, fuese excesivamente receptivo a las ideas unitarias y universalistas nuevas; Carlos V parece estar convencido de que la vieja estructura imperial imaginada por la Europa medieval es insostenible y hay que ir a una nueva concepción del Imperio(27). Sin embargo, las nuevas ideas universalistas debió adquirirlas el Emperador con la experiencia política de su relación con los consejeros y asesores; porque, ciertamente su accidentada entrada en el título imperial fue muy tradicional(28) Baste señalar, como síntesis del espíritu que anima la ceremonia de la última coronación celebrada por un Papa, la carta que Alonso de Valdés escribe a Pedro Mártir de Anglería, y que éste transmite el 20 de noviembre de 1520. El nuevo Emperador: «Jura profesar la santa fe enseñada a los católicos vivos, ser fiel tutor y defensor de la Iglesia y de sus ministros, gobernar sus estados con eficacia y siguiendo la tradición de sus predecesores, reparar los daños sufridos por el Imperio, administrar justicia en defensa de los débiles, y someterse al Papa»(29). 36
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Este juramento antiguo tal y como se transcribe se compromete a profesar, ser fiel, defender, gobernar, reparar, administrar y quedar sometido. La impregnación eclesiástica es importante (profesar, ser fiel, defender, reparar, someterse), y nos remite a una liturgia que contrasta con los pocos significantes rituales modernos (gobernar, administrar). Este despotismo espiritualista inicial, como lo denomina Pablo Fernández Albaladejo(30), se modifica con el diseño que Mercurino Gattinara hace del Imperio, construyendo desde una perspectiva integradora, una idea con más proyectos (imperio particular), que herencias (imperio tradicional). Si Vives concebía el Estado como una institución imperfecta y caduca, otros humanistas del entorno imperial entendían que el soporte de las instituciones castellanas, singularmente el reino y las ciudades, podía ser la mejor expresión de la hegemonía que se personificaba en la virtud del Rey(31). Si la virtud del Rey simboliza el hallazgo del representante moral capaz de hacerse con el entramado de recursos que le identifican como tipo ideal de una propaganda y como sujeto, también activo, de la antipropaganda organizada(32), queda por enunciar un segundo eslabón tan complejo como el primero, que es el que se refiere a la consolidación de una idea de imperio que se articula en un conjunto de reino] y ciudades, cuyo referente político superior es una realidad supranacional. Cuando Campanella escribe la Monarquia di Spagna a finales del siglo XVI formula un proyecto de unificación de la humanidad bajo una monarquía universal, cuyos dos supuestos fundamentales para el establecimiento de una sociedad perfecta son: el reconocimiento del primado político del Papa y la aceptación de la supremacía de la monarquía española(33). Esta formulación que pretende justificar la hegemonía española y asegurar su papel como brazo armado del papado, ha de entenderse como una sensibilizada posición política que articula e interrelaciona, junto a la virtud bondadosa del Rey, la bondad de las leyes oportunamente hechas, la sabiduría del Consejo, la justicia de los oficiales, la obediencia de los nobles, la abundancia y disciplina de soldados y capitanes, la seguridad del tesoro, la unión de los reinos propios, la desunión de los reinos extranjeros, el amor de los pueblos entre sí y para con el Rey, y los buenos predicadores en favor del poder(34). Dicho de otro modo, la Monarquía de España es el prototipo de los regna et civitates en los que se articula la Europa del siglo XVI, sobre la cual se fundamenta la economía‐mundo, porque la herencia que recibe el Emperador Carlos V conlleva la reunión de cinco procesos que se habían iniciado durante la Monarquía de los Reyes Católicos. El primero de estos procesos es el de la homogeneización de la sociedad hispana, reducida a una población de cristianos viejos y de nuevos, y con programas de integración social y religiosa que afectaron a los judíos que escaparon del decreto de expulsión, a los moros que se integraron en la Corona de Castilla tras la recuperación del Reino de Granada, y a los indígenas del Nuevo Mundo. Esta homogeneización es
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r perfectamente visible en las leyes oportunamente hechas a las que se refería Campanella. El segundo de los procesos es la práctica imperial de la Monarquía española; la actividad política y diplomática desarrollada por Fernando El Católico es expresiva de una práctica imperial que más adelante concretará Mercurino Gattinara en su programa de reducir el universo mundo bajo un sólo pastor: el descubrimiento y conquista de América, la anexión del Reino de Navarra, la presencia española en el Norte de África y en Italia, y hasta la política matrimonial, revelan lo que destacó en su día Menéndez Pidal y, más recientemente, Manuel Fernández Álvarez y Pablo Fernández Albaladejo(35): que la Monarquía española seguía una tendencia a adquirir más, antes que a conservar lo heredado. Y que esa tendencia se desarrolló principalmente mediante el ejercicio diplomático y casi nunca con procedimientos violentos. Del tercer proceso también se hace eco Campanella: la institucionalización de la Monarquía española se concreta en la funcionalidad de Consejos especializados, en la preocupación por la justicia y por el orden público, en la modernización fiscal, y en el intervencionismo del aparato administrativo en las decisiones económicas. El cuarto proceso es la coerción. La monopolización de la fuerza requiere, como señala Campanella, de abundancia y disciplina de soldados y capitanes; y por último, el quinto proceso es la legitimación del poder, que necesitó de buenos predicadores en su favor. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ NOTAS 1. A. Laguna: Europa Eautentimoroumene, esto es, que miserablemente se atormenta y deplora su desgracia. Madrid. Joyas Bibliográficas, 1962, pp. 133 y 135. Se trata de la edición facsímil y traducción del latín de José López de Toro, sobre el único ejemplar que perteneció al cronista Diego de Colmenares y que actualmente se encuentra en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. 2. ABELLÁN, J. L. El significado de la Idea de Europa en la política y en la Historia de España. S. l. : Sistema, 86‐87, 1988, p. 33. 3. BATAILLON, M. Erasmo y España. México : FCE, 1950, v. II, pp. 279 a 304. También, HERNANDO ORTEGA T. Vida y labor médica del doctor Andrés Laguna. En Estudios Segovianos, XII, 1960, y su resumen El Dr. Andrés Laguna, médico, en la edición que utilizó del discurso, pp. 31 a 47. LÓPEZ PIÑERO, J. M. Andrés Laguna. en ARTOLA, M. Enciclopedia de Historia de España, IV. Diccionario biográfico. Madrid : Alianza, 1991, pp. 463 a 465.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r 4. Erasmo publicó en Basilea, en 1516, Querela Pacis undique gentium eiectae profligataeque, obra que fue muy pronto traducida al alemán, al francés y al castellano. En ella, condena la guerra desde puntos de vista naturales, teológicos y políticos. Véanse los trabajos de BERCHTOLD, A.. Bále et lʹEurope. Une histoire culturelle. Lausanne : Payot, 1990, v. I, pp. 286‐ 288 y de PROSPERI, A. UnʹEuropa dal volto umano: aspetti della propaganda asburgica delʹ500. Critica Storica. En Bollettino dellʹAssociazione degli Storici Europei, XXVIII. S. l. : 1991, 2, pp. 335 a 352. En la Queja de la Paz, rechazada y expulsada por todas las naciones, Erasmo se muestra un pacifista convencido. La paz y el combate contra la guerra se hallan presentes en otros escritos del humanista. Véanse su Adagio 3001, Dulce bellum inexpertis, su manifiesto Julius exclusus e coelis, dirigido contra el Papa Julio II, o el quinto de los Colloquia, entre el Soldado y el Cartujano. 5. J. A. Maravall le supone autor del Viaje a Turquía y le sitúa como uno de los primeros representantes de la afirmación de la razón y, al tiempo, como uno de los defensores de la lengua castellana. Véase su obra Antiguos y Modernos.Madrid : Alianza, 1986, pp. 339 y 469. Visión de la historia e idea de progreso hasta el Renacimiento. La última referencia la encuentra Maravall en la dedicatoria a Felipe II que Andrés Laguna hace en su obra más conocida, Dioscorides. Materia medicinal. Salamanca : 1563 (primero lo publicó en Amberes en 1555). Andrés Laguna es citado por Juan Méndez Nieto en sus Discursos medicinales, Lib. 1, Dise. 7: «En el postrero año del curso de Medicina, que es el quarto antes de me graduar de bachiller, vino a Salamanca el dotor Laguna, médico que fije del papa Julio tercio, y insigne por sus letras en nuestros tiempos, que venía de Roma y pasava a Segovia, su padria: v. reparando en aquella Universidad algunos días, para se recrear y descansar del largo camino, le enbió el claustro a rogar, por el bedel y el dotor Ribas en su conpañía, que a la sazón era el más moderno, que leiese algunas leçiones de Medeçina». La referencia y el episodio son mucho más largos. Están relacionados con una epidemia de tifus exantemático que recidiva en el proceso de deportación morisca tras la guerra de las Alpujarras. He utilizado la edición de la Universidad de Salamanca de 1989 con introducción de L. Sánchez Granjel, pp. 37 y ss. De la epidemia de tifus exantemático, de su recidiva y de sus efectos en Cáceres me ocupé en el artículo limitado por las características de la revista, en La fiebre punticular y sus efectos en Cáceres entre 1556 y 1574, En Alcántara, 191. S. l. : 1978, pp. 28 a 38. Además de las noticias que proporcionan los archivos parroquiales obtuve la información de Luis de Toro: «De la fiebre epidémica y nueva, en latín punticular, vulgarmente tabardillo y pintas. Su naturaleza, conocimiento y medicación». Madrid : Imp. de COSANO, J. Biblioteca Clásica de la Medicina Española. FERNÁNDEZ SANZ (ed.). S. l. :1941, v. XIII. Andrés Laguna regresó a Segovia a finales de 1557, por tanto conoció directamente los estragos que la epidemia causaba en buena parte de la Península Ibérica. 6. Véase la aventurada frase de M. Bataillon definiendo a Andrés Laguna como autoridad moral al servicio de la política imperial de reconciliación entre catolicismo y protestantismo. En RICO,F. Historia y crítica de la literatura española. Barcelona : Crítica, 1980,v. II, p. 216. También convendría reflexionar sobre la tesis del mundo moral de los hombres de ese momento. que sugiere GURIÉVICH, A. Las categorías de la cultura medieval. Madrid : Taurus, 1990, pp. 313 y ss. 7. La oposición Occidente‐Oriente y Cristiandad‐Imperio Turco son las más significativas. Véase CHABOD, F. Storia dellʹidea dʹEuropa. Bari : Laterza, 1971, pp. 27 y ss. Europa es un universo cuya significación política como totalidad se desarrolla con el pensamiento humanista.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Los Estados del siglo XVI son particularismos de un todo que es el universalismo de la Cristiandad. La idea se encuentra en MARAVALL, J. A. Estado moderno y mentalidad social (siglos XV a XVII). Madrid : Alianza, 1986, 1, pp. 172 a 175. Algunos supuestos actuales reiteran unos marcos de necesidades que hay que satisfacer en otro tipo de realidad que supera la del Estado‐Nación. A este respecto véase el artículo de GONZÁLEZ, F. La cohesión y la solidaridad en la construcción europea. En Sistema, 86‐87. S. l. : 1988, p. 13. 8. ORY, P.(dir.). Nueva historia de las ideas políticas. Barcelona : Mondadori. 1992, pp. 23 y ss. 9. Concordia y discordia en el linaje humano. En VIVES, J. L. Epistolario. JIMÉNEZ DELGADO, J. (ed.) Madrid : Editora Nacional, 1978, pp. 524 y 525. 10. CAMPANELLA,T. Monarquía de España. En La Política. GONZÁLEZ, GARCÍA, M. (ed.). Madrid : Alianza, 1991, pp. 74, 75 y 88. Véase también FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P. Iglesia y configuración del poder en la monarquía católica (siglos XV‐XVII). Algunas consideraciones. En État et Eglise dans la genése de lʹÉtat Moderne. Madrid : Casa de Velázquez, 1986, pp. 211 a 213. 11. VARGAS‐MACHUCA ORTEGA, R. Política y cultura en la interpretación gramsciana de la hegemonía. Sistema, 5455. S. l. : 1983, pp. 73 a 91. 12. WALLERSTEIN, I. El moderno sistema mundial. II. El mercantilismo y la consolidación de la economía‐mundo europea, 1600‐1750. Madrid : Siglo XXI. 1984, p. 51. 13. Sobre la coerción y la persuasión véase BOUZA BREY, L. Una teoría del poder y de los sistemas políticos. Revista de Estudios Políticos, 73, 1991, pp. 119 y ss. 14. Basten las referencias de E. F. Heckscher: La época mercantilista. Historia de la organización y las ideas económicas desde el final de la Edad Media hasta la Sociedad Liberal. México, FCE, 1983, pp. 333 y ss., y de P. Deyon y J. Jacquart: El crecimiento indeciso, 1580‐1730, en P. León: Historia económica y social del mundo. Madrid. Ediciones Encuentro, 1978, II, pp. 230 y ss. 15. MAQUIAVELO, N. Epistolario, 1512‐1527. STELLA MASTRANGELO, (ed.). México : FCE, 1990, pp. 254‐258. 16. Averiguar también de su hermano, cómo lo trata, si lo ama, si está contento y si de él podría nacer algún escándalo en aquel reino y en los otros estados suyos. 17. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Política mundial de Carlos V y Felipe II. Madrid : CSIC, 1966. pp. 23 y ss. 18. RODRÍGUEZ SOLDADO, M. J. Un Imperio en transición. Carlos V, Felipe II y su mundo, 1551‐1559. Barcelona : Crítica, 1992, pp. 19 y ss. 19. MAQUIAVELO, N. Discurso sobre los asuntos de Alemania y sobre el Emperador (1509). En Escritos políticos breves. NAVARRO SALAZAR, T. (ed.). Madrid : Tecnos, 1991, pp. 68 y 69.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r 20. Los testimonios son muchos. He seleccionado uno muy expresivo de Pedro Mártir de Anglería: El Rey ‐desdichado cordero inocente‐ a quien criaron, no acierta a deshacerse de sus incitaciones. Quienes aún conservan sano el juicio, protestan de que por estas mañas se vaya a la perdición de estos reinos. El no les presta oídos. Epistolario. Epístola 666. Compostela : 5 de abril de 1520. En Documentos inéditos para la Historia de España, XII‐IV. Madrid : 1957, p. 19. 21. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Las instrucciones políticas de los Austrias Mayores. En Gesammelte Aufsäzte zurKulturgeschichte Spanien, XXIII, S. l. : s.a , pp. 171 a 188. Las Instrucciones del Emperador, cartas desde Palamós, del 4 y 6 de mayo de 1543, y la larga Instrucción fechada en Augsburgo el 19 de enero de 1548 ‐e1 testamento político del Emperador‐, se dirigen al Príncipe Felipe y constituyen un ejemplo de racionalización de la virtud del Rey: desde los consejos sobre el gobierno personal, hasta la planificación de las relaciones internacionales, pasando por la descripción y análisis de las capacidades y facciones de los ministros, por los consejos destinados al gobierno interior de los reinos, y protestas constantes de su fe religiosa y del providencialismo español, alternan las posiciones de firmeza con las de moderación; y en todas las ocasiones, el consejo final es la paz. 22. El Emperador transmite al Príncipe Felipe la noticia de una profunda división en bandos de sus ministros y consejeros, reconociendo que el Cardenal Arzobispo de Toledo, Juan Tavera, el Presidente del Consejo de Castilla, Hernando de Valdés, y Francisco de los Cobos son cabezas de bando. En las Instrucciones le recomienda prudencia y un trato especial con ellos. Véase FERNÁNDEZ SANTAMARÍA, J. A. El Estado, la guerra y la paz. El pensamiento político español en el Renacimiento, 1516‐1559. Madrid : Akal, 1988, p. 243. 23. Juan Luis Vives dedica al Emperador frases como la siguiente: Aunque, a decir verdad, tú levantaste una señal magnífica y evidente para que podamos mantener la esperanza acerca de la paz del mundo, de tal suerte que ambas cualidades, el querer y el poder, se hallen unidas en tu pecho, y así como puedes levantar y sublimar el nombre cristiano de su ominosa postración, quieras también hacerlo y te esfuerces para ello con todo empeño. Epistolario, p. 525. Todavía en 1574, ARIAS MONTANO, Benito escribía desde Flandes en su Dictatum Christianum, el capítulo XXV dedicado a Las obligaciones de los Reyes, Príncipes y Magistrados en el que reiteraba la obligación esencial de los Reyes de conservar en gran paz, concordia, quietud i seguridad, todos los miembros de la República. Utilizo la edición de ANDRÉS BADAJOZ,M, S. l. : Institución Pedro de Valencia, 1983, p. 221. 24. Epistolario, p. 527. Vives ve en el Emperador al hombre capaz de llevar una paz auténtica y duradera al mundo. Véase la síntesis de este pensamiento en FERNÁNDEZ SANTAMARÍA, J. A. El Estado, la guerra y la paz. S. l. : s. a., pp. 148 a 154. 25. Véase CHECA CREMADES, F. Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento. Madrid : Taurus, 1987, pp. 33, 38, 39 y 78. También, CIVIL, P. Images du pouvoir dans quelques portraits héroiques de Charles Quint. En DUFOURNET, J. (comp.). Le pouvoir monarchique et ses supports idéologiques aux XIVXVII siécles. Paris : Publications de La Sorbonne Nouvelle, s.a. La reunión a la que hacen referencia estos estudios se celebró en diciembre de 1987. 26. ʺLo digo que la mejor pieza del arnés en el Príncipe, la más señalada, i aquella en que más ha de poner toda su esperanza, es la bondadʺ.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r FURIÓ CERIOL, F. El consejo y consejeros del Príncipe. SEVILLA ANDRÉS (ed.). Valencia : 1952, p. 97. 27. MARAVALL, J. A. Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento. Madrid : 1960, pp. 279 y ss. 28. Alemania necesitaba un amo que fuese temido para pacificar a los señores del Imperio y para oponerse al progreso de los turcos. Véase HERING, E. Los Fúcar. México : FCE. 1944, pp. 180 y ss. 29. P. Mártir de Anglería: Epistolario. Epístola 699, pp. 95 y 96. 30. Fragmentos de Monarquía. Trabajos de historia política. Madrid : Alianza, 1992, pp. 64 y ss. 31. Además de las aportaciones de Guevara, Hernán Cortés y Ginés de Sepúlveda, en abstracto y con claras alusiones a los Reyes Católicos como protagonistas de la construcción atlántica (Indias) y mediterránea (la expansión aragonesa precedente), se concibe el Imperio localizado en el particularismo castellano. Véase, por ejemplo, CASTRILLO A. de. Tractado de República. Madrid : Instituto de Estudios Políticos, 1958. 32. SALAVERT FABIANI, V. L. Carlos V, invasor asesino. Reacciones impresas a la campaña de Provenza (1536‐1538). En Hernán Cortés y su tiempo. Mérida : Editora Regional, 1987, pp. 538 a 547. 33. GONZÁLEZ GARCÍA, M. «Introducción» a La Política de T. Campanella. Madrid : Alianza, 1991, p. 23. 34. Es un programa de acción. CAMPANELLA, T. La Monarquía de España. S. l. : s. a., p. 88. Véase también DÍEZ DEL CORRAL, L. La Monarquía Hispánica en el pensamiento político europeo. De Maquiavelo a Humboldt. Madrid : Revista de Occidente, 1975, pp. 307 a 331. 35. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Corona y Diplomacia. Madrid : Ministerio de Asuntos Exteriores, 1991. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P. Imperio y administración bajo Carlos V: una reevaluación. En Hernán Cortés y su tiempo. S. l. : s. a., pp. 520 a 527.
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El proyecto europeísta de Carlos V José Luis de las Heras
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El quinto centenario del nacimiento de Carlos V es una buena ocasión
para reflexionar sobre el proyecto europeísta carolino, pues no en balde fue el plan más acabado de unificación de la cristiandad durante la Edad Moderna. La política matrimonial llevada a cabo por sus abuelos ‐Los Reyes Católicos‐, la prematura desaparición de su padre y la incapacidad mental de su madre concentraron en su persona las heterogéneas herencias de cuatro dinastías. De su abuelo paterno, Maximiliano, heredó los territorios centroeuropeos de Austria y los derechos al imperio; de su abuela paterna, María de Borgoña, los Países Bajos; de su abuelo materno, Fernando el Católico, los reinos de la Corona de Aragón, incluida Sicilia y Nápoles; y de su abuela materna, Isabel la Católica, la Corona de Castilla, Canarias y todo el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir. La historiografía ha presentado a Carlos V en facetas muy distintas. Para algunos ha sido el último representante del mundo medieval empeñado en luchar por la Universitas Christiana, para otros ha sido el último cruzado defensor de una Europa amenazada por el Imperio Otomano; finalmente, otros han visto en él un gobernante cosmopolita que rigió pueblos tan distintos en sus lenguas y costumbres como eran belgas, holandeses, alemanes, italianos, castellanos y aragoneses. El gran especialista en Carlos V, Fernández Álvarez, ha resaltado también que era el hombre adecuado para la Europa del siglo XVI, una persona que soñaba con la paz de la Cristiandad, pero al que las circunstancias obligaban una y otra vez a tomar las armas(1). La verdad es que junto al cruzado podemos encontrar un hombre muy propio del Renacimiento, y al lado del soldado hallamos al político habilidoso capaz de negociar con éxito los tratados de paz.
El Emperador de la cristiandad Carlos V creía que como Emperador se debía al conjunto de la cristiandad y no a una parte de la misma. Esta creencia es precisamente la base de su europeísmo. Otros soberanos se sentían vinculados esencialmente a sus reinos respectivos. Es el caso de Francisco I de Francia y de Enrique VIII de Inglaterra. Sin embargo la concepción geopolítica carolina se desarrolla en un marco de ámbito continental. Ningún monarca de su tiempo tuvo un talante tan europeísta; lo cual, por otra parte, no es óbice para que diversos pueblos europeos lo reconozcan como una parte muy importante de su propia historia. Fue contendiente en
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r numerosos conflictos bélicos muy encarnizados, pero a pesar de ello no suscitó en sus rivales los odios que llegó a engendrar la figura de su hijo, Felipe II. Ya hemos comentado que Carlos V se encontró con una herencia territorial gigantesca. Sin embargo, el título de Emperador no le llegó por herencia, sino por elección. El Sacro Imperio mantenía el principio electivo en la determinación del orden sucesorio. El colegio electoral estaba formado por el rey de Bohemia; los arzobispos de Colonia, Maguncia y Tréveris; y los príncipes electores de Brandeburgo, Sajonia y Palatinado. La muerte de Maximiliano impidió la elección del futuro Carlos V como «rey de romanos» con derecho a sucesión en vida de su abuelo. Era el heredero de la familia que había dado los emperadores desde 1438, sin embargo la elección de 1519 era complicada, porque Carlos de Gante no era alemán y los comicios estaban muy disputados a causa de la calidad y cantidad de los candidatos. Tanto Francisco I de Francia, como Enrique VIII de Inglaterra y el elector Federico el Sabio de Sajonia pretendían la elección con mayor o con menor fortuna del imperio. Francisco I era el contrincante más difícil. Desde la muerte de los Reyes Católicos era la figura más famosa de Occidente. Sin embargo, llegado el momento decisivo, al soberano francés le falló el crédito. Los Fugger de Augsburgo, los banqueros más fuertes de Europa prefirieron apoyar al joven Carlos de Gante. Otros banqueros, como los Vivaldi de Génova y los Welser alemanes también hicieron importantes empréstitos al mismo candidato, el cual terminó alzándose con todos los votos a su favor. Como garantía del pago de esos créditos estaban las saneadas rentas de Castilla, pues en aquel entonces el tesoro americano no llegaba tan cargado como después de las conquistas de Hernán Cortés. Al final se produjo la elección de Carlos V, pero dicha elección acabaría convirtiéndose en una fuente de preocupaciones y cargas. Ahora el nuevo Emperador se veía obligado a tomar una resolución sobre la disidencia luterana. Por otra parte, la anterior amistad con Francia se había transformado en una rivalidad manifiesta que acabaría desencadenando las guerras más costosas del reinado. Por otra parte, en Castilla continuaba la Revolución de las Comunidades, cuyo principal desencadenante había sido precisamente la negativa de las ciudades castellanas a sufragar los gastos de la elección imperial. Enseguida Carlos V quiso dar al título imperial un mayor contenido. Sustituyendo el simple vínculo jurídico por un ideal común, al que bajo su dirección cada componente del Imperio aportaría su propia originalidad. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias le obligó a transformar el primitivo plan de cruzada contra el turco en un proyecto exclusivamente dinástico. Por otra parte, aunque desde muy pronto concibió la idea imperial como un proyecto pan‐europeo, nunca logró constituir un imperio continental. Fue rey de muchos reinos y dominios diferentes sin más organismos administrativos
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r comunes que la propia cabeza de la Monarquía Católica y alguna institución emanada de ésta, como el Consejo de Estado. Para hacer funcionar tan complicada máquina política fue necesario nombrar una serie de personas que se encargaran del gobierno de los componentes de tan extensa y compleja herencia política. En el caso de los principales territorios se recurrió a familiares directos del rey‐emperador para llevar a cabo este cometido: hijo, hermano, esposa, sobrino, tía, etc. Estas personas desempeñaban una doble función: por una parte representaban al soberano y por otra hacían cumplir sus órdenes. Las instrucciones que recibieron estos personajes fueron de dos tipos diferentes. En el nombramiento se acreditaba su condición de alter ego del monarca y aparentemente se le concedían todas las facultades de gobierno, pero en las instrucciones secretas se podía marcar una orientación política muy clara e incluso limitar las competencias legales y económicas del gobernador o gobernadora. Los ejemplos de la emperatriz Isabel, María de Hungría, Juana de Portugal o Fernando I de Austria son un buen paradigma de lo que venimos comentando. La necesidad de ampliar los contenidos de la institución imperial, no fue una idea exclusiva de Carlos V, de ella participaban también numerosos humanistas imbuidos de cosmopolitismo y diversos sectores sociales en muchos países, siendo el Emperador la persona que a sus ojos mejor podía encarnar el ambicioso proyecto de la monarquía universal en tiempos del Renacimiento. Acorde con esta concepción de Europa, el Emperador fue una persona cosmopolita. Llegó a dominar cuatro idiomas: flamenco, francés, castellano, e italiano. Viajó incansablemente por todo el continente, tanto para dirigir políticamente la solución de los problemas que hubo de afrontar en los distintos territorios, como para ponerse al frente de sus ejércitos en los numerosos conflictos bélicos en los que participó.
La rivalidad con Francia, un freno a la ejecución del proyecto político carolino La acción europea carolina, basada en la combinación de la diplomacia y el ejército, chocó con dificultades insalvables que explican en parte, su fracaso final. Era aquél un imperio desproporcionado y lejano, que tras la aparente grandeza escondía no pocas miserias. Carlos V se entregó en cuerpo y alma a las tareas de gobierno. Fue tanta su dedicación a ellas que apenas dispuso de tiempo para la vida familiar y personal. A pesar de ello, con un sistema de comunicaciones que en la época era intrínsecamente lento, resultaba difícil atender urgencias en el momento preciso. Basten dos ejemplos para ilustrar este comentario: Su primera estancia en Alemania desencadenó un malestar en Castilla que favoreció la sublevación comunera; y cuando más tarde regresó a
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Castilla para atender el gobierno de los reinos hispánicos, se produjo la expansión inexorable del luteranismo alemán. Por otra parte, la política imperial europea encontraría no sólo limitaciones y obstáculos internos, sino sobre todo externos al concurrir con la acción política de otros soberanos de aquel tiempo. Las confrontaciones con otras monarquías se hicieron inevitables y darían lugar a una serie de guerras, ya fuera con Francia, con los Turcos o con los príncipes protestantes. Las rivalidades personales entre Carlos V y Francisco I se hicieron visibles desde el momento mismo de la pugna de los dos candidatos por el título imperial. Además, en aquel momento Francia se encontraba en pleno proceso de construcción de su conciencia nacional, lo cual parecía incompatible con la existencia de liderazgos europeos supranacionales, mucho más molestos en cuanto que todo el reino de Francia estaba prácticamente rodeado por territorios de los Habsburgo. Además, ambos soberanos se disputaban el control del Mediterráneo occidental. Tal pugna duró dos décadas (1521‐1541), y en ella se observan dos etapas claramente diferenciadas. La primera se desarrolló a lo largo de los años veinte de la centuria, y su característica más marcada fue la lucha por Italia. Durante esta etapa tuvieron lugar las dos primeras guerras hispano‐francesas, que terminaron la primera con el tratado de Madrid (1526), y la otra con la paz de las Damas o de Cambray (1529). Durante ellas se libraron algunas de las acciones bélicas más resonantes del siglo XVI, como la batalla de Pavía (1525), en la que calló prisionero el rey Francisco I y el saco de Roma (1527), en cuyo transcurso el ejército imperial saqueó la Ciudad Eterna durante una semana. La defección de la marina genovesa, pasada con su almirante Andrea Doria al bando imperial, acabó por completar la victoria carolina y consolidó el dominio Habsburgo sobre el Milanesado. A la altura de 1530 se produce uno de los momentos cenitales del reinado del César. En aquel entonces fue cuando pudo pasar a Italia para recibir en Bolonia la corona imperial de manos del Papa Clemente VII y pacificar por completo la península, convirtiéndose en el árbitro de los destinos italianos. En aquel momento le restaba una sola cosa para conseguir el control del Mediterráneo occidental: destruir el creciente poderío de Barbarroja en Argel. Pero detrás de los piratas argelinos estaba Constantinopla y el inmenso poderío de Solimán el Magnífico. A su vez, Francisco I buscaba el entendimiento con los turcos como un medio para continuar su lucha contra el Emperador en el Mediterráneo. Para deshacerse de tales enemigos Carlos V desarrolla una serie de campañas con resultados desiguales. En 1532 logra sacudir la amenaza turca de las puertas de Viena y en 1535 desaloja a Barbarroja de sus peligrosas posiciones en Túnez. Pero, en contrapartida, sufre a continuación dos serios reveses. El intento de dominar Marsella terminó con la derrota de Provenza en 47
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r 1536 y el asalto al cuartel general de Barbarroja en Argel, en 1541, no pasó de un intento fallido. Tras el desastre de Argel, Carlos V hubo de renunciar a sus sueños hegemónicos en el Mediterráneo occidental y conformarse con un equilibrio de fuerzas con la marina turca que era tanto como dejar la costa italiana y el levante de la península Ibérica a merced de los corsarios berberiscos, ayudados por los otomanos. En atención a los resultados, podemos deducir que existe una línea de poderío ascendente hasta 1535, fecha de la conquista de Túnez. Hasta entonces todo fueron éxitos. La estrella del César no podía brillar más alta ni más intensamente. El lustro siguiente, en cambio, supuso un brusco descenso de su prestigio: la campaña de Provenza supuso un duro desgaste para el ejército imperial, y la tercera guerra con Francia sólo pudo terminar con unas treguas (Niza, 1538). Poco después la sublevación de Gante, su ciudad natal, puso al descubierto los defectos constructivos del edificio imperial. Finalmente, la desafortunada empresa de Argel de 1541, en la que se llegó a dar por perdido al propio Emperador, deterioró su prestigio militar. De ahí que todos sus enemigos, grandes y pequeños creyesen que había llegado el momento de caer sobre él. A partir del desastre de Argel Carlos V abandona el escenario Mediterráneo y centra su atención preferente en el norte de Europa. Tal período va desde 1542 hasta el año de su abdicación (1555). Durante esta etapa se desarrollaron las dos últimas guerras con Francia, y entre una y otra la librada contra el protestantismo alemán. El centro de gravedad político se trasladó desde Italia al Rhin. Durante casi un cuarto de siglo (1521‐1544), Carlos V y Francisco I rivalizaron en una guerra constante sin que ninguno de los dos obtuviera una ventaja considerable. Sin embargo este forcejeo distrajo a Carlos V de sus empresas africanas, que no pudieron recibir las energías necesarias para alcanzar el control definitivo del Mediterráneo occidental. Tampoco le fue posible concentrar todos sus esfuerzos en la solución del problema protestante hasta la paz de Crépy de 1544, que puso fin a la cuarta guerra con Francia. Es significativo a este respecto, que su gran victoria sobre el protestantismo alemán en los campos de Mühlberg se produjera en 1547, el mismo año de la muerte de Francisco I.
La lucha contra el hereje y contra el infiel: dos frentes imposibles de atender simultáneamente Carlos V era consciente de que su proyecto imperial pan‐europeo debía asentarse sobre una base religiosa. El eje fundamental de esta política era la restauración de la Universitas Christiana. Su papel era convertirse en el alma de
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r ese orden mundial y ello no implicaba la constitución de la monarquía universal dantesca, pero sí la posesión de un poder fuerte que se convirtiera en el centro de gravedad del orbe cristiano. Entendía su misión como una tarea organizadora y en ningún instante proyectó Carlos V una política agresiva de conquista sobre los otros príncipes cristianos. Se pretendía que la paz imperial de la cristiandad se basara en la posesión de Italia, en la adhesión francesa al sistema imperial y en la formación de una constelación dinástica europea que girase en torno a la casa de Habsburgo. La posesión de Italia como se ha indicado más arriba le llevó a frecuentes conflictos con Francia y con el pontificado. La adhesión francesa fue un perfecto fracaso y la constelación dinástica de los Habsburgo, Valois, Tudor y Avís, sólo obtuvo resultados parciales y sus beneficios fueron bastante efímeros. Carlos V entendió desde muy pronto que la fe cristiana era el elemento aglutinador de todos sus territorios y en general de todos los pueblos de Europa. El Islam, por el contrario, era el enemigo secular, el cual por aquel entonces estaba muy bien representado en la persona del turco Solimán el Magnífico. Había diversos intereses que confluían en la acción contra el Imperio Otomano. Por una parte, en la Península Ibérica, castellanos y aragoneses poseían una larga tradición de lucha contra los musulmanes y soportaban de mal agrado las incursiones de los piratas berberiscos en las costas levantinas. Por otro lado, los intereses materiales de Alemania se veían amenazados también por los ataques turcos que llegaban hasta las puertas de Viena. Pero aparte del enemigo turco, un enemigo exterior, los imperiales que deseaban constituir un fuerte Estado alemán veían las propuestas teológicas protestantes como una perturbación de la paz de la Iglesia. Así el Emperador, en tanto que defensor de la fe se veía obligado a corregir la herejía protestante. Pero también debía tener en cuenta que el luteranismo estaba arraigando entre muchos de sus súbditos y debía ser prudente en el tratamiento del problema porque de otra forma se consumaría la división de los estados alemanes, no sólo en lo religioso, sino también en lo político. El mismo año en que Carlos V llegaba por primera vez a sus reinos hispánicos (1517), se iniciaban en Alemania las primeras manifestaciones de la Reforma luterana. El joven soberano no tardó en decidir su política al respecto. La dieta de Worms de 1521 fue testigo de su firme compromiso contra la herejía. En dicha dieta se desterró a Lutero, aunque las ideas que el fraile reformador representaba siguieron extendiéndose bajo la protección del duque elector de Sajonia hasta consumar la división de la cristiandad. En un principio el Emperador no quiso precipitarse en el uso de la represión. Su estrategia se basó en el diálogo y buscó el acuerdo con ahínco. Esta fue la causa del retraso en la convocatoria del concilio, que finalmente se celebró demasiado tarde en Trento (1545‐1563). Sin embargo la actitud de concordia empleada en las dietas de Worms (1521) y Spira (1526‐1529); así como en la 49
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r confesión de Augsburgo (1530) no dieron el resultado apetecido, por lo que finalmente en 1546, en un momento en el que el monarca no tenía ningún frente abierto contra Francia o contra los turcos, formó una alianza con varios príncipes alemanes como el duque Mauricio de Sajonia y declaró la guerra a la Liga de Esmalcalda, una asociación defensiva constituida por los príncipes protestantes. Las fuerzas católica tuvieron un éxito resonante al principio, derrotando a los protestantes en la célebre batalla de Mühlberg, inmortalizada por Tiziano en el célebre retrato de Carlos V montado a caballo, un cuadro que se conserva en el museo del Prado. No obstante, más tarde, el duque Mauricio de Sajonia se pasó a las filas protestantes, obligando así a Carlos V a firmar la paz. La guerra, que era al mismo tiempo, civil y religiosa, terminó con la Paz de Augsburgo de 1555. En este tratado se pactó que cada uno de los gobernantes de los Estados germánicos, que llegaban a ser casi 300, podrían elegir entre el catolicismo y el luteranismo como religión de su territorio, a la que deberían adscribirse todos sus súbditos. El luteranismo era por entonces la religión de cerca de la mitad de la población alemana y acababa de conseguir el reconocimiento oficial. Así fue desbancado el antiguo concepto de una comunidad cristiana unida en Europa occidental por vínculos religiosos.
Balance final: reconocimiento de un fracaso Finalmente, Carlos V, consciente de su fracaso, inició una serie de abdicaciones. Su hijo, Felipe II, que ya era duque de Milán desde 1546 y rey de Nápoles desde su boda con María Tudor, heredó en 1555 los territorios de Borgoña, y en 1556 las coronas de Castilla y Aragón. La sucesión en el Imperio de su hermano Fernando I se formalizó en 1558, pocos meses antes del fallecimiento del César en Yuste (21 de septiembre). De este modo se quebraba definitivamente la unidad del sistema habsbúrgico. Se ha hablado con frecuencia del fracaso de la idea europea, pero quizás convenga hablar más bien como indica Fernández Álvarez de una imposibilidad de realizar ese proyecto épico en las circunstancias del siglo XVI(2). ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ NOTAS 1. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Carlos V, un hombre para Europa. Madrid : 1999, pp. 85 a 102. 2. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M.: Carlos V, el césar y el hombre. Madrid, 1999, pp. 761‐790 y 849‐853.
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Carlos V y Solimán el Magnífico: dos soberanos en lucha por un poder universal Özlem Kumrular
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r «Este Mundo no ha quedado para mí ni le ha quedado al Sultán Solimán». (Refrán turco)
Carlos V y Solimán el Magnífico, dos emperadores que reinaron sobre
tres continentes. Ambos heredaron territorios inmensos de sus antepasados y cada uno de ellos aspiró a la hegemonía mediterránea. No llegaron a conocerse personalmente pero a lo largo de su vida dieron múltiples muestras de recelar el uno del otro. Como es sabido, sus reinados marcaron el «Siglo de Oro» de sus respectivos imperios. Carlos V concentró en sus manos el patrimonio político de cuatro dinastías: Habsburgo, Borgoña, Aragón y Castilla. Fue el primer Habsburgo que gobernó en tres continentes y desde la abdicación de Carlomagno, en el siglo IX, la Europa cristiana no había visto un estado cristiano de tales dimensiones, si exceptuamos el Imperio Bizantino. Para mantener integrado el vasto sistema político de la Monarquía Católica se vio obligado a viajar durante toda su vida. Era un líder incansable dotado del don de las lenguas: llegó a hablar flamenco, francés, castellano e italiano. Kamuni Sultan Suleyman (Solimán el Legislador), Solimán II(1), más conocido como Solimán el Magnífico y llamado también en toda Europa «El gran Turco», era un hombre tremendamente polifacético. Era el sultán, pero también un gran legislador, hábil estratega militar, fino poeta, buen calígrafo, experto joyero y amante fiel de su esposa Roxelana, hasta el último día de su vida(2). Al igual que Carlos V dominaba varios idiomas perfectamente: el árabe, el persa, la lengua de chagatai(3) y el serbio. Como hizo el «emperador de romanos» dirigió personalmente sus ejércitos. De hecho, pasó más de diez años de su vida en campañas. Su llegada al poder fue ejemplar, ya que contrariamente a lo que era costumbre en la época, ocupó el trono pacíficamente, sin recurrir a guerras fratricidas. En su tiempo, el Imperio Otomano alcanzó su cenit de poder y esplendor, dándose además la circunstancia de que su mandato fue el más largo en 25 siglos de historia turca: 46 años. André Clot, como antes Toynbee, se refirió a su época como «Nizam‐i Alem»; esto es la del orden mundial o de la «Pax Ottomana»(4). Casi consiguió convertir el Mediterráneo, en un «lago turco»(5). En cualquier caso ambos hubieron de enfrentarse a enemigos poderosísimos. Carlos V tuvo que luchar contra Kamuni Sultan Suleyman, Barbaros Hayneddin 52
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Pasa (Barbarroja), François I y el protestantismo inspirado por Martín Lutero. Por lo que se refiere a Kamuni, sus enemigos principales fueron los Safawíes persas y en Occidente el propio «Emperador de Romanos». Dado que los dos apostaron por la constitución de imperios universales, se vieron abocados a chocar brutalmente. El padre de Solimán, Yavuz Sultan Selim (Selim I) consiguió extender su imperio considerablemente en su breve reinado de ocho años, consiguiendo trasladar los límites desde el Mar Rojo, el mar de Umman y el Océano Indico hasta el Mediterráneo Occidental y el Golfo Pérsico, siendo de destacar que por estas fechas los otomanos tenían en su poder tres ciudades sagradas: La Meca, Medina y Jerusalén. De tal forma que a partir del año 1517, el imperio otomano se consideraba un Cihan devleti (estado mundial). Tras la toma del imperio mameluco por los turcos en 1517, desapareció una potencia afroasiática, quedando la Persia Sefawi como el estado más fuerte de Asia, la cual constituía la amenaza más seria para los turcos. Solimán cosechó sus primeros triunfos en occidente muy tempranamente. En 1521, sólo ocho meses después de la muerte de su padre tomó Belgrado. Así dejó patente su deseo de quebrar la frontera oriental de Carlos V y dejar expedito el camino hacia la Europa Central(6). Después, tras la victoria de Mohacs, en 1526, Solimán regresó a Constantinopla como «el conquistador de Hungría». Por aquel entonces ya había cambiado totalmente la correlación de fuerzas existentes en la Europa central y las fronteras otomanas llegaban hasta Austria y Eslovaquia. Con tan firme implantación europea, el Imperio Otomano llegó a constituir una pieza clave en el juego político de las potencias continentales. Su padre, Yavuz Sultan Selim, estando en el lecho de muerte, le dijo que él se había dirigido hacia Oriente, pero que le aconsejaba extender sus territorios hacia Occidente. De este modo, Solimán siempre tuvo su vista clavada en los territorios occidentales, aunque de hecho procuró seguir una política equilibrada entre el Este y el Oeste. Antes de emprender una campaña oriental, procuraba pactar con los estados occidentales y viceversa. Gracias a los éxitos de los hermanos Barbarroja el «mare nostrum» se fue convirtiendo en el «lago turco». Los otomanos conquistaron la isla de Rodas en 1522, la cual se había convertido anteriormente en el cuartel general de los piratas catalanes y malteses, quienes pretendían bloquear las comunicaciones turcas con Egipto. Los caballeros de San Juan opusieron una valiente resistencia a la conquista, pero finalmente tuvieron que capitular. Por su parte, la marina de Carlos V era hostilizada continuamente por los piratas turcos y berberiscos. La alianza entre Francia y los turcos provocó un nuevo equilibrio de fuerzas, que los historiadores otomanos han interpretado como «la quiebra de la unidad cristiana en Europa». La estrategia turca consistía en apoyar a toda la oposición de Carlos V, bien fuera Francia, los príncipes protestantes o los corsarios 53
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r mediterráneos. En este sentido los privilegios comerciales que concedió Estambul a París tuvieron una enorme repercusión política porque sirvieron para romper la unidad católica. Con el asedio de Viena, Carlos V comprendió que la amenaza turca estaba cerca y existía un riesgo real de que se derrumbaran las puertas de su imperio. En aquellos momentos era prácticamente imposible una cruzada contra los enemigos de la fe católica. El plan de Solimán de ruptura de la unidad cristiana tuvo éxito. A Francia no le quedó más remedio que aliarse con «los infieles» y se mostró más interesada en defender sus intereses particulares que en participar en una cruzada. Ante la magnitud del poder carolino, los príncipes protestantes no dudaron en pedir auxilio al Sultán turco. Por otra parte Muharrem Çavus visitó varias partes de Europa como enviado de Solimán para garantizar que el sultán turco apoyaría a los príncipes protestantes. Una carta real (name‐i humayum) de Solimán, fechada el 10 de mayo de 1552 manifestaba explícitamente que el elector de Sajonia, el duque de Prusia, Albert y los demás príncipes protestantes «no tenían nada que temer». Carlos V comprendió la trascendencia que podía llegar a alcanzar el entendimiento entre turcos y protestantes y en la Dieta de Augsburgo (3 de octubre de 1555) reconoció los derechos de los príncipes protestantes. Tres meses después se producía la abdicación del Emperador. Como ha escrito Hammer, la escisión entre la Alemania protestante y la España Católica fue, en parte, obra de Solimán. Gracias al imperio turco pudieron alcanzar los príncipes protestantes el reconocimiento de sus derechos(7). Ambas cabezas de imperio aspiraban a una hegemonía mundial y se esforzaban por destacar su superioridad. Alguna vez, ese afán de preeminencia les llevó al punto de caer en el ridículo de insultarse, bien directamente o bien a través de otros medios. La primera ocasión que encontró Solimán para humillar a Carlos V lo hizo por medio de una carta dirigida a su hermano Fernando. Justo después de la conquista de Güns (Gran), en 1532, buscó con ahínco un choque con el ejército de Fernando, pero éste rehuía el encuentro, como había hecho antes del asedio de Viena; entonces, el Sultán intentó provocar a su enemigo como antes su padre, Selim I, había provocado al Shah de Irán. En dicha carta se contiene el siguiente párrafo: «Desde hace mucho tiempo se duda de tu virilidad. Dices que eres el valiente de la plaza, pero hasta ahora he marchado muchas veces contra ti y he utilizado tu propiedad a mi antojo. ¡Te falta la palabra de compromiso! ¡Y a tu hermano también! ¿No te da vergüenza por ello ante tus soldados e incluso ante tu mujer? Si eres varón, ven al encuentro»(8). Pese a la provocación, las tropas de Fernando y de Carlos permanecieron ocultas y no se atrevieron a presentar batalla contra el turco. Poco después, en el 54
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r año 1533, los turcos firmaron la paz con Fernando. Los embajadores de Austria llegaron a Constantinopla el 25 de mayo de 1533 y como símbolo de fidelidad llevaron las llaves de la fortaleza de Gran y se las entregaron al Gran Visir Ibrahim Pasa. Estas deliberaciones continuaron hasta el día 14 de julio. En una ocasión, durante una de estas conversaciones, el Gran Visir le preguntó a Cornelius, el enviado de Fernando, si había una carta de Carlos V. En la segunda deliberación con los representantes austríacos, el Gran Visir, Ibrahim Pasa, en el transcurso de un discurso que mostraba su grandeza, preguntó: «¿Por qué España estaba peor cultivada de Francia?»(9). A esta pregunta respondió Cornelius que era más seca que Francia y mencionó los efectos que había tenido la reconquista sobre la agricultura, así como los perjuicios económicos de la expulsión de los judíos. Por lo demás le aclaró que los «españoles» eran más aficionados al manejo de las armas que de los arados y estaban obsesionados por el honor y la honra. Resulta curiosa la metáfora que empleó el Gran Visir para explicar el funcionamiento de los sistemas políticos imperiales: «El león es el más temible de los animales y no se le encanta por la fuerza sino con trucos y con la comida que le da su guardián. Este debe manejar un palo para atemorizarle y nadie, sino él, debe darle la comida. El monarca es como un león y los guardianes son sus consejeros y lugartenientes. El palo es el cetro de la verdad y de la justicia. Así pues, el monarca Carlos es también un león que necesita que le encanten de esta manera» Después de explicar el contenido de esta metáfora, el Gran Visir se refirió a los problemas que surgieron anteriormente entre los húngaros y los turcos, exponiendo los errores, que a su juicio, había cometido el rey de Hungría. En cuanto al asedio de Viena, el Gran Visir lo justificó, porque «Carlos V estaba amenazando a los turcos con hacerles la guerra desde Italia y mientras intentaba atraer a los de la secta de Lutero a su antigua fe. Pero llegó a Alemania y no pudo lograr nada». Además ‐añadió el Gran Visir‐ no es digno de un emperador empezar a hacer algo y no llevarlo a cabo, ni prometer algo y no cumplirlo»(10). Por su parte Carlos V envió una carta al Gran Visir, acerca de la cual este comentó: «Esta carta no es una carta de un monarca prudente y moderado. Carlos V utiliza unos títulos en ella que no son suyos ¿Cómo se atreve a nombrarse rey de Jerusalén? ¿No sabe que el dueño de este país es el Sehinsah (monarca)? ¿Quiere robar al padisah (monarca) este país? ¿O escribiendo así quiere demostrar que le humilla? Se ha oído decir que los monarcas cristianos visitan Jerusalén disfrazados de mendigos ¿Piensa 55
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Carlos que se puede hacer rey de Jerusalén vestido de mendigo? Mira, aquí se titula a sí mismo ʹduque de Atenasʹ cuando en realidad esto es un pequeño sancak (provincia) que ahora nos pertenece a nosotros. De forma distinta mi señor no necesita robar títulos, porque mi señor tiene muchos títulos que le pertenecen»(11). A la vista de estos reproches Cornelius justificó el uso de estos títulos por el emperador diciendo que los utilizaba «por costumbre». A lo cual respondió Ibrahim Pasa: «Aparte de esto, Carlos compara a Fernando con mi señor. Es lógico que quiera a su hermano. Pero eso no exige que despiece a un gran padisah comparándolo con su hermano. Mi monarca tiene sancakbeyis (territorios) más fuertes y ricos que los de Fernando». Y luego dirigiéndose a Jerome de Zara, uno de los enviados, le dijo: «El beylerbeyi de Kara Amid (Diyarbakir), que es un pariente de tu hermano Nicola, tiene más territorios y gente que turey, le asisten 50.000 suvaris en la guerra, sus sipahis y sus timarlis son más que los de Fernando. Mi padisah tiene más de estos tipos de sancaks. Al Emperador Carlos debería darle vergüenza escribir una carta de tal naturaleza. Sin embargo la carta que el rey de Francia nos escribió durante la Campaña de Hungría, la firmó sólo como «rey de Francia». Era muy distinta a ésta y era verdaderamente real. Por eso, el gran padisah en su carta de respuesta no le consignó sus títulos y le escribió como si se dirigiera a un querido hermano suyo a fin de realzar el honor del rey de Francia. Igualmente Barbarroja recibió instrucciones para respetar al rey de Francia como al Gran Padisah. Carlos también puede convertirse en un gran emperador con tal de que firme la paz con nosotros. Si lo hace así, le presentaremos con aquellos títulos ante los reyes de Francia e Inglaterra, ante el Papa y ante los protestantes. Teniendo en cuenta que el Papa aún se acuerda del saco de Roma y del mal trato que recibió durante su detención, ¿Pensáis que la amistad que une a Carlos y al Papa es verdadera? Yo mismo me compré por 60.000 ducados uno de los diamondos que se le usurparon. Este diamondo ‐dijo al tiempo que mostraba el anillo de su dedo‐ lo tenía el rey de Francia cuando estaba prisionero, después me lo pasó ¿Cómo podéis pensar que el rey de Francia quiera a Carlos?». Tras pronunciar este largo discurso, Ibrahim Pasa se negó a devolver la carta de Carlos y dijo: «Si Carlos desea un tratado de paz, tenía que haber enviado un legado y así se podría firmar un tratado para tres meses, gracias al cual Barbarroja cesaría toda enemistad contra los cristianos durante ese tiempo». 56
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r No obstante lo anterior, como Divan‐i Humayun estaba preparando una campaña contra los persas, pactó la paz con los alemanes. Divan conocía el título de Fernando como «el rey de Bohemia y el archiduque de Austria», pero dejaba la Península Ibérica fuera del contrato. De este modo, sólo el hermano menor pudo alcanzar la paz. Pero así y todo Solimán no admitiría el acuerdo hasta que Fernando «no hiciera las paces con su amigo y aliado el rey de Francia y le devolviera los territorios que le había quitado». En lo referente a Carlos V, el tratado de paz especificaba que si no hubiera paz con el Emperador, el Estado otomano «quedaría en libertad de atacarle». Las dos campañas siguientes, la de Buda y Estergon, le dieron a los turcos la fama de «conquistadores de Europa Central». Así como mucha riqueza y la reputación de invictos ante las alianzas formadas por Carlos V. En 1545 (10 de noviembre) se firmó la paz entre Solimán y Fernando, que en un principio tendría una duración de año y medio. Pero luego, más tarde, se firmó el tratado de Estambul de 1547, que fue mucho más importante, porque fue suscrito por Carlos V y Solimán II. Carlos V lo firmó el 1 de agosto y Solimán el 8 de octubre. La ceremonia de firma tuvo lugar en el palacio de Rustem Pasa. Fernando reconoció por medio de este tratado las conquistas turcas en Hungría y los turcos por su parte le reconocieron como equivalente a «Vezir‐i Azam» (Gran Visir), cargo que estaba inmediatamente después del Emperador en la jerarquía otomana. Por lo que se refiere a Carlos V firmó el tratado con el título de «emperador de Alemania» y «rey de España», pero en las cartas oficiales que enviara a la corte otomana, a la Sublime Puerta, no podría utilizar el título de Emperador y se consideraría sólo «el rey de España». De este modo, Carlos V tuvo que admitir el título de «rey de vilayet (provincia) de España» y admitió que el título de «emperador» sólo podría ser utilizado por el Sultán de los Turcos, puesto que era «el emperador del Mundo». Francia y la República de Venecia también reconocían íntegramente los artículos del tratado. Para el famoso historiador alemán, Hammer, puede considerarse este tratado como el sumun de poder al que llegaron los turcos en su Siglo de Oro. Con su firma el Imperio Otomano brilló en el campo político europeo sobre sus rivales más directos. La lucha interminable que habían librado sus monarcas durante 30 años cristalizó en un éxito rotundo en tiempos de Solimán. El monarca que citan las crónicas otomanas como «rey de España» es conocido hoy en la historiografía turca por su nombre francés: Charles V (Sarlken en turco). Los cronistas otomanos de los siglos XVI y XVII le designaban por su nombre de vez en cuando y más bien se referían a él como «Ispanya Krali», (el rey de España). La razón de este modo de actuar hay que buscarlo en el rechazo de Solimán al uso del título de «emperador» por parte de 57
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Carlos V. Más tarde, en la historiografía posterior aparece su nombre acompañado de ambos títulos. Se comprende, pues, que los súbditos del monarca que era el principal rival de Carlos le negasen el título de emperador, título que era equivalente al del propio Solimán. Debemos indicar también que el lenguaje que utilizaban, los historiadores, los poetas y los sabios contemporáneos de ambos personajes era claramente enemistoso. En «Suleymanname» (la historia de la conquista de Estergon y Istol «n» ir y Belgrado) de Sinan Cavus se refiere a Carlos V como «el rey maligno»(12). «Cuando la noticia de este pandemonium llegó al maligno rey de España...» De este modo, la lucha interminable por el trono del mundo se manifestaba en cualquier expresión política. Así, por ejemplo, tras la conquista del castillo de Beder, en el año 1538, Solimán mandó esculpir sobre un monumento la siguiente inscripción: «Soy el súbdito de Alá y soy el sultán en esta parte del mundo de mi propiedad, con la gracia de Alá soy la cabeza de ummet de Mahoma. La superioridad de Alá y los milagros de Mahoma me acompañan. Soy Solimán que hizo leer un hutbe en el nombre de la Meca y de Medina. Soy quien hace andar armadas en los mares de Europa, Magreb y la India. Soy el Shah de Bagdad, el Kaiser de los países bizantinos y el sultán de Egipto. Soy el Sultán que se apoderó de la corona y el trono del rey de Hungría y se las concedió a un humilde súbdito suyo. Voyvoda Petru se levantó pero la herradura de mi caballo le tumbó sobre el polvo y también conquisté los países de Bogdan»(13). Como es lógico, al mismo tiempo Carlos V manifestaba en sus documentos su aura de grandeza. En la Dieta de Worms, Carlos V pronunció el siguiente discurso: «Vosotros sabéis que yo desciendo de los emperadores cristianísimos de la noble nación alemana, de los reyes católicos de España y de los archiduques de Austria y Borgoña, los cuales fueron hasta su muerte hijos fieles de la Santa Iglesia de Roma. Y han sido todos ellos difusores de la Fe católica y sacros cánones, decretos y ordenamientos y loables costumbres, para honra de Dios, aumento de la Fe Católica y salud de las almas...» La carta de petición de alianza, o mejor dicho de auxilio, que envió la madre de Francisco I a Solimán dio otra oportunidad al rey «infiel» de humillar a un rey «cristiano». Solimán en su carta de respuesta al rey de Francia utiliza un tono prepotente:
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r «Yo soy sultán de sultanes, el guía de los hakanes, la corona de los monarcas terrestres, la sombra de Alá en dos mundos, Sultán y Hakar del Mediterráneo, el Mar Negro, Rumeli, Anatolia, Karaman, Zulkadriye, Diyarbakir, Azerbaycan, Irán, Damasco, Egipto, la Meca, Medina, de todos los países árabes ‐que mis antepasados conquistaron con la fuerza de sus espadas‐ y muchos territorios que yo conquisté y el hijo de Beyazit Han del hijo de Selim Han: Sultán Suleyman Han. Tú eres el rey de la provincia de Francia»(14). Como puede comprobarse, los monarcas otomanos utilizaban todos sus títulos a la vez. Pero antes de seguir adelante expliquemos algunas cosas acerca de ellos. El concepto de «monarca» en el Imperio Otomano es complejo y problemático. Las costumbres tribales, nacionales y religiosas de los turcos problematizaban el título de «monarca». «Padisah» era el título de uso más común en el Imperio Otomano. Los primeros monarcas otomanos acostumbraban a utilizar el título de «Beg» y «Han». A finales del siglo XIV se empezó a utilizar el título de «sultán». Sultán es una palabra árabe y era un título empleado generalmente por los monarcas musulmanes sunnitas. Hasta la época de Yildisim Beyazit, el cuarto sultán de la dinastía otomana, los monarcas otomanos utilizaban el título de «Beg», una palabra genuinamente turca. Fue tras la batalla de Nigbolu (1396) cuando este título fue cedido a los otomanos por el califa abbasi. Uno de los títulos que los monarcas otomanos añadían a los suyos era el de «Hakan», palabra derivada de «Kagan», el título equivalente a «Gran Han» o «El Han de los Hanes», utilizado por los turcos de Asia Central hace 22 siglos. Era equivalente a «Emperador» o «Kaiser» en los idiomas europeos; y a «padisah» o «hükümdar» en la lengua persa, así como a «sultán» y «melik» en idioma árabe. En el rango jerárquico de los estados turcos que tuvieron su comienzo en el siglo III A.C., el hakan era el representante de Dios en la tierra. Es de destacar que la costumbre en el uso de este título continuó hasta el reinado del último sultán otomano, hasta el último monarca de la estirpe de Osman. «Han» era el título utilizado por los personajes del segundo escalón o por el monarca de un estado independiente. Los monarcas otomanos utilizaban este título para destacarse de los reyes y príncipes subordinados a ellos. Tras la conquista del estado mameluco, Yavuz Sultan Selim tomó el título de «Halife» (Califa). Esto es representante de Dios en la tierra, título equiparable al de Papa en el seno de la cristiandad, pero con la diferencia que el título de califa es hereditario. A partir de esos momentos el monarca otomano no fue sólo la cúspide de la jerarquía laica, sino también el pináculo del poder espiritual. Kamuni Sultan Süleyman, el segundo califa de la dinastía otomana era la cabeza visible de todos los musulmanes del mundo.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Es cierto que el título más importante era el de «gazi» (guerrero de la guerra santa o luchador de la fe). Debemos recordar que las guerras contra los cristianos suponían, a ojos de los islámicos, una guerra contra los infieles. No es exagerado decir que la defensa de la fe contra los «infieles» siempre ha sido un buen pretexto de los soberanos para engrandecer su poder político. «La carrera expansionista» siempre ha ido de la mano con la «Guerra Santa». En las primeras décadas del imperio otomano, los monarcas se denominaban gazir, es decir los luchadores de la fe y de la guerra santa. Así que el título de «gazi» tenía mucho prestigio y siempre constituyó un motivo de orgullo en el conjunto de los títulos reales. Carlos V, por su parte, también se presentó a sí mismo como «defensor de la Fe». En su coronación en Bolonia por el papa Paulo III aprovechó la ocasión para criticar el entendimiento del rey de Francia con el turco. En 1536, cuando se estaba desarrollando la tercera guerra contra Francisco I y cuando ya se había sellado formalmente la alianza entre Solimán y el monarca francés, se quejó ante el Papa de la connivencia de Francia con los «enemigos de Dios»: «Así mesmo, a vuestra Santidad y a todos vosotros os será nottorio quánto por parte del rey de Francia, de continuo, los tales effectos se ayan estorcado: digo, de la paz de la Christiandad y de la guerra que con ella a los enemigos de Dios y nuestros se pudiera haver hecho». Por otra parte, la rivalidad de títulos y la dedicación a la guerra no impidieron que Solimán manifestara su faceta humana en otras facetas de la vida. Parece como si el maestro de gazel, el amante fiel y el creyente devoto no fuera la misma persona de los horrores de la guerra, así como el monarca soberbio y vanidoso. Su diwán muestra claramente que era una de las personas más humildes del mundo. En ninguno de sus versos se manifiesta su condición de político poderoso. Por el contrario, en los versos que escribía con el seudónimo de Muhibbi (amante) saca a relucir su lado más humilde y se muestra simplemente como un pobre súbdito de Alá: «Ol Irem bagi gülinin yine biz bülbülüyüz Zahira padisehüz manide amma kuliyuz»(15). A pesar del grado de enfrentamiento vivido, cuando Carlos V se retiró de la escena política, las relaciones turco‐alemanas vivieron unos momentos de distensión. Estos soberanos se negaron durante un cuarto de siglo a reconocer mutuamente su respectiva autoridad. Ambos tuvieron éxitos resonantes y se valieron de las «guerras santas» para extender sus dominios. Carlos V abdicó en 1555, cuando contaba con 55 años de edad, y lo hizo pocos meses después de reconocer por la Paz Religiosa de Augsburgo el derecho de los príncipes y de las ciudades alemanas a seguir los principios 60
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r religiosos del luteranismo. Se retiró al monasterio de Yuste y murió en 1558. Durante su estancia en tierras extremeñas vivió como un gran devoto y ayudó a su hijo, Felipe II, en todo lo que pudo, como un consejero experimentado que era. Solimán II no cesó de pelear hasta el último momento de su vida. Murió el 5 de septiembre de 1566 y lo hizo en un pabellón real en la campaña Zigetvar. Sus ejércitos no fueron informados de su muerte. Tras la conquista de Zigetvar, un soldado con gran parecido físico a Solimán se sentó en el trono por mandato del Gran Visir Sokullu Mehmet Pasa. El Visir sabía que si se lo hubiera dicho antes a las tropas, esto hubiera afectado la moral de los combatientes y la conquista hubiera sido mucho más difícil. Los últimos años de su reinado estuvieron marcados por conflictos familiares de gran trascendencia política. Por influencia de su esposa Roxelana y de su yerno el gran visir Rusten Bajá se enemistó con su hijo primogénito, Mustafá, al cual mandó estrangular en 1533. A esto siguió la cruenta pugna entre sus hijos Selim y Bayaceto. Este último se levantó en armas en 1559 pero fue derrotado en Konia, viéndose obligado a huir a Persia, donde él y sus hijos fueron ejecutados a cambio de un alto precio pagado por Solimán. Como se ve, conflictos muy graves, que pese a todo, no impidieron a Solimán dejar a su sucesor el imperio más grande y mejor organizado de Europa. Fue un rival temible para el resto de las potencias europeas desgarradas por antagonismos dinásticos y religiosos. Décadas después de su muerte, la bandera de la media luna sería la enseña dominante en el Mediterráneo y ello fue posible, en buena medida, gracias al potencial acumulado por el Imperio Otomano en tiempos de Solimán el Magnífico. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ NOTAS 1. Siguiendo la tradición de la historiografía turca, que no es coincidente con otras historiografías denominamos a Solimán el Magnífico o el Legislador como Solimán II, pues en la llamada «época de Crisis» hubo otro sultán de ese nombre que aunque no llegó a reinar fue sultán a todos los efectos. 2. Solimán fue uno de los pocos sultanes que vivió con una sola mujer, concretamente con su esposa Roxelana, una conversa que había renegado del cristianismo. 3. El chagatai es, según los turcólogos, la forma más antigua de la lengua turca. Los textos en chagatai se escribían con el alfabeto árabe y uigur.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r 4. CLOT, André. Soliman Le Magnifique. Paris : Librarie Arthéme Fayard, 1983. 5. YÜCEL, Yasar, Muhteþem Türk Kamuni ile 46 yil (46 años con el turco magnifico). Ankara : Türk Tarih Kurumu yayInlari,1991. 6. ÖZTUNA, Yilmaz. Kamuni Sultan Süleyman. Ankara : Kültür bakanligi yayinlari, 1989. 7. HAMMER PURGSTALOL, von. Y. Geschichte des Osmanischen Reichez. Wiesbaden : 1962. 8. Mufassal Osmanli Tarihi, Istanbul : Sehir Matbaasi, 1958, p. 855. 9. O. c., p. 857. 10. LAMB, Harold. Kamuni Süleyman, Traducción Cep Kitaplari. Istanbul : Tevfik Sadullah. 11. HAMMER. Osmanli Tarihi, (Historia otomana), tomo II, p. 114. 12. ÇAVUS, Sinan. Süleymanname, Tarih‐i Fethi Siklas, Estergon ve Istal»n»ir y Belgrad (La historia de conquista de Siklos, Usturgon, Ustal y Bekgrado). Istanbul : Tarihi arastirmalar ve Dokümentaston vakfi, 1998, p. 133. 13. YÜCEL, Yasar. Kamuni ile 46 Yil. Ankara : Türk tarih Kurumu, 1991, p 115. 14. CEVDET PASA, Ahmet. Cevdet Pasa Tarihi. Istanbul : Basbakanlik Kültür Bakanligi yayinlari, 1973. 15. Somos los ruiseñores de aquella rosa de la vid de Irem / al parecer somos los sultanes, pero en realidad somos sus súbditos baladíes) Muhibbi Divani. Ankara : Kültür ve turizm Bakanligi 1987.
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El arte español durante el reinado de Carlos V María José Redondo Cantera
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Preliminar Aunque durante el reinado de los Reyes Católicos ya habían tenido lugar las primeras manifestaciones artísticas del nuevo gusto «a la romana», éstas no habían pasado de tener un carácter episódico en un contexto predominantemente tardogótico y flamenco. De todos modos, la actividad y la influencia de ciertos artistas, españoles y extranjeros, formados en Italia o conocedores al menos del nuevo rumbo que allí había tomado el arte a lo largo del Quattrocento, presentes en nuestro país ya desde fines del siglo XV o principios del XVI, facilitaron una primera difusión de las formas renacentistas durante esos años y un enlace gradual con el desarrollo de las artes españolas de los primeros tiempos del reinado de Carlos V. Artistas como Pedro Berruguete, Felipe Bigarny, Juan de Borgoña, Vasco de la Zarza, Damián Forment o Fernando Yáñez hicieron posible ese proceso de renovación en sus respectivos focos de actuación (Palencia, Burgos, Toledo, Ávila, Zaragoza y Valencia). La arquitectura, a pesar de la temprana actuación de Lorenzo Vázquez al servicio de los Mendoza en Valladolid y Cogolludo (Guadalajara), fue un arte más remisa al cambio, sobre todo estructural, aunque fue admitiendo epidérmicas decoraciones renacentistas. En este campo sí que hubo que esperar al César Carlos para que aparecieran las primeras innovaciones importantes. La tópica contraposición de don Carlos con su hijo en lo que se refiere a su interés por las artes es injusta, pues las circunstancias en las que se desenvolvieron los gobiernos de ambos fueron bien distintas. Los constantes viajes para atender la complejidad de reinos heredados o la presencia personal en las campañas militares o los conflictos religiosos, prioridades inexcusables para el César, no propiciaban ni el coleccionismo artístico ni la construcción de grandiosas residencias palaciegas. Además, Carlos V aún procedía de un mundo medieval y sólo a partir de su boda o de su coronación en Bolonia empezaron a potenciarse las formas romanas para prestigiar a su persona imperial. En general se puede afirmar que durante el período carolino el arte español reviste una brillantez ‐un optimismo, diríamos, propio de una época que es consciente de su nacimiento‐ que más tarde se perdería. Especialmente renovadora fue la primera mitad del reinado del César, que coincide con el decidido comienzo de ese nuevo sistema artístico que es el Renacimiento. No deja de ser significativo que casi al mismo tiempo que aquel joven formado en la Corte de Malinas llegaba a España, regresaran de Italia dos jóvenes artistas de su misma generación, aunque nacidos unos años antes, a cargo de los cuales
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r corrió una profunda transformación de las artes: Alonso Berruguete y Diego Siloé. La juventud del desconocido heredero y el complejo ceremonial borgoñón que rodeaba a su persona debió de levantar, no sin razón, expectativas acerca de sus empresas artísticas. Como ejemplo de lo que pudo haber sido y no llegó totalmente a ser, tenemos lo sucedido en Zaragoza y Barcelona en 1518 y 1519 con motivo del reconocimiento de don Carlos como rey de Aragón. Su presencia y la de su Corte atrajo a importantes artistas, especialmente escultores. Ya desde principios de siglo la ciudad aragonesa era un centro escultórico de gran interés, pues en ella tenían sus talleres Gil de Morlanes o Damián Forment. A Zaragoza acudió en 1518 Domenico Fancelli, que en años anteriores había labrado los sepulcros del príncipe don Juan y de los Reyes Católicos, para contratar el de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, con destino a la Capilla Real de Granada. La muerte del italiano a los pocos meses motivó que en 1519 fuera el escultor español más italianizante del momento, el burgalés Bartolomé Ordóñez, quien dos años antes se encontraba trabajando en Nápoles, el artista que se encargara de esculpir el mausoleo. Por entonces Ordóñez trabajaba en la sillería de coro y en el trascoro de la Catedral de Barcelona, donde don Carlos reunió un Capítulo de la Orden del Toisón de Oro. En ese mismo año, en Zaragoza, Alonso Berruguete, que desde 1517 trabajaba como pintor para el nuevo soberano, formó compañía con Felipe Bigarny y ambos contrataron el mausoleo de Juan Selgavio, Canciller del todavía sólo Carlos I, para la iglesia zaragozana de Santa Engracia. Del mismo modo, al amparo de la Corte carolina, otras ciudades que fueron sedes temporales de ésta se convirtieron en importantes focos artísticos: Granada, Toledo o Valladolid. Lo que no quiere decir que no hubiera además otros lugares de gran interés artístico, gracias al impulso propiciado por el comercio, la presencia de una pregnante institución religiosa o civil, o de una poderosa nobleza, como fueron Sevilla, Burgos, Salamanca, Valencia, etc.
Arquitectura Pocos años antes de llegar el joven Carlos a España, en 1513, acaban de empezarse las obras de la Catedral Nueva de Salamanca. El año de la batalla de Pavía, 1525, se comenzaba la también nueva Catedral de Segovia. Ambas habían sido proyectadas como edificios góticos por Juan Gil de Hontañón y así se construyeron. Son una magnífica muestra de cómo el Gótico tenía una plena vigencia y el máximo prestigio al comienzo del reinado de Carlos V. Fueron unos años de transición o de indefinición estilística, que produjeron obras como el edificio de la Universidad de Salamanca, donde a una estructura gótica se añadió una magnífica fachada repleta de motivos procedentes del repertorio decorativo cuatrocentista. Esta práctica de proporcionar una máscara ornamental propia de un Renacimiento temprano a la portada o a los huecos de 65
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r las ventanas de la fachada ya se venía usando desde fines del siglo XV. Tuvo su primer ejemplo en el Colegio de Santa Cruz de Valladolid. Ya en el siglo XVI y con anterioridad a la llegada de don Carlos, se había aplicado también al Hospital Real de Santiago de Compostela y al de Santa Cruz en Toledo, así como a la Portada de la Pellejería de la Catedral de Burgos, realizada esta última por Francisco de Colonia. Tal fórmula, que proporcionaba a los edificios góticos un aspecto más acorde con los nuevos tiempos, continuó empleándose en los años siguientes. La ornamentación plateresca se desplegó en las fachadas del convento de San Marcos en León, o en la del convento de San Esteban, en Salamanca. La utilización del gótico en la arquitectura se prolongó sin problemas hasta mediados de siglo. Con su crucería estrellada y calada, el cimborrio de la Catedral de Burgos, llevado a cabo en su mayor parte por Juan de Vallejo, siguió usando un sistema de cubierta gótico, adecuado al contexto arquitectónico en el que se localizaba, pero sobre todo, a su función constructiva y representativa. Las ventajas que ofrecía la bóveda de crucería, por su versatilidad, capacidad de adaptación a las más diversas plantas, elasticidad, resistencia, tradición y familiaridad de su uso por parte de los arquitectos y canteros (éstos últimos de procedencia norteña, especialmente trasmerana, formados en la práctica del oficio), etc., propiciaron su permanencia como solución de cubierta, tanto de templos como de claustros y otros espacios, aunque la estructura pasara de fragmentaria a unitaria, el rampante o sección tendiera al semicírculo y los motivos decorativos renacentistas (roleos, jarrones, grutescos, etc.) invadieran las claves y los plementos de la crucería. Claustros como el de San Marcos en León, el del monasterio benedictino de San Zoilo en Carrión de los Condes (Palencia) y el de la Catedral leonesa ejemplifican esa hipertrofia decorativa de la cubierta. En los dos últimos intervino Juan de Badajoz, autor de la sacristía de San Marcos, terminada en 1549 con ese gusto por la profusión decorativa. Los hermanos Corral de Villalpando llevarían aún más lejos esta tendencia, ya que se lo permitía el uso del yeso, que además se policromaba. De las obras que dejaron en tierras de Valladolid y Palencia durante los años centrales de la centuria, la capilla Benavente, en la iglesia de Santa María en Medina de Rioseco, es su obra maestra. Por otro lado, en la arquitectura del segundo cuarto del siglo se reafirmó la tendencia a la diafanidad espacial en el interior del templo, que ya se había extendido a fines del gótico. Se aminoraban la direccionalidad hacia el altar mayor y la acentuación de la verticalidad en la nave central, aunque cuantitativamente no se perdiera altura. Paralelamente, el muro se hizo más macizo, los pilares se asemejaron a las columnas y los arcos apuntados fueron sustituidos por los de medio punto, los rebajados y los carpaneles. En esos parámetros se inscribe, por ejemplo, gran parte de la obra de otro artista coetáneo del Emperador, el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón. 66
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Numerosas iglesias parroquiales y conventuales, así como la sucesión de su padre en la dirección de las obras de las Catedrales de Salamanca y Segovia le convirtieron en una personalidad dominante en la arquitectura castellano‐ leonesa del segundo tercio del siglo, cuya actividad e influencia se extendió hasta Galicia y Alcalá de Henares. Su interés por las estructuras sólidas se manifestó incluso en la arquitectura civil, que no requería espacios tan amplios como la religiosa, aunque intentó aligerar las fachadas en la parte superior mediante la apertura de aéreas galerías. La Universidad alcalaína o el salmantino Palacio de Monterrey, ilustran ese compromiso entre masividad y gracilidad. Una renovación más entroncada con lo italiano arrancó tímida pero decididamente de Burgos, bajo la protección del obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Lo hizo en una doble faceta, práctica y teórica. El joven Diego Siloé, recién llegado de Italia, trajo consigo una plena asimilación de la nueva arquitectura y lo demostró en la Escalera Dorada de la Catedral (1519‐1523), de evocaciones bramantescas. El prelado estuvo también relacionado con el primer tratado arquitectónico editado fuera de Italia, las Medidas del Romano, de Diego Sagredo. El mismo año de la publicación de este libro, 1526, fue el del matrimonio del Emperador con Isabel de Portugal en Sevilla. Las arquitecturas efímeras en forma de arcos triunfales que se levantaron allí para recibir a la pareja se consideran el aldabonazo definitivo para la incorporación del lenguaje renacentista a la arquitectura sevillana. Al año siguiente, precisamente, comenzó a levantarse el Ayuntamiento sevillano, bajo la dirección de Diego de Riaño. Mayor importancia para la arquitectura española tuvo aún el traslado de los recién casados a Granada durante la segunda mitad de ese mismo año. De la estancia de los Emperadores en la Alhambra surgió la necesidad de disponer de un nuevo palacio que sirviera de alojamiento más desahogado, pero sobre todo, que fuera representativo de la universalidad de la dignidad del soberano. De este modo se ha interpretado simbólicamente, con un sentido de una imagen cósmica, la inscripción del círculo del patio en el cuadrado de la planta general. Se han señalado igualmente varios antecedentes italianos, tanto desde el punto de vista de la planimetría como de la articulación de los elementos en alzado. El palacio, de complicada historia constructiva, no iniciada antes de 1531, a pesar de que previamente existieran ya los planos y una maqueta, aparece como una rara avis en el panorama de la arquitectura española, pues ni tuvo consecuencias ni se conocen más obras edilicias de su autor, el pintor Pedro Machuca. La estancia de Carlos V en Granada también fue definitiva para que allí se levantara la primera Catedral renacentista. El deseo del Emperador de que la capilla mayor del nuevo templo constituyera su panteón, el desprestigio en el que había caído Enrique Egas, autor del primer proyecto de la Catedral 67
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r granadina pero cuya Capilla Real no había gustado al Emperador, y la presencia de Diego Siloé en la ciudad a partir de 1528 dirigiendo las obras del monasterio de San Jerónimo motivaron que a partir del año siguiente el burgalés se hiciera cargo de la nueva sede metropolitana. Aunque se mantuvo la planta dada por Egas, inspirada en la de la Catedral de Toledo y para las cubiertas se siguieron utilizando bóvedas de crucería, el edificio respondía a un nuevo concepto, tanto desde el punto de vista estructural como simbólico. La forma de rotonda de la capilla mayor añadió una centralización a la cabecera de prestigiosas connotaciones simbólicas: Santo Sepulcro, evocación de la misma Jerusalén o imagen de la Universitas Christiana. Otro rasgo peculiar de la Catedral granadina fue el sistema de soporte ideado por el burgalés, consistente en el aumento de su altura mediante la adición de pequeñas pilastras por encima de los pilares rodeados de columnas, con lo que armonizaba la proporción del orden clásico con la magnificencia del espacio, expresada a través de las grandes dimensiones. Consecuencia de la influencia que ejerció la Catedral granadina y de la misma presencia de Diego Siloé en tierras andaluzas fueron la Catedral de Málaga y la de Guadix. Relacionada con el burgalés se encuentra también la iglesia del Salvador en Úbeda (Jaén), edificada de 1540 a 1546 por Andrés de Vandelvira, cuya obra maestra fue la Catedral de Jaén, a partir de 1548, en cuya sacristía demostró el dominio del lenguaje clásico que llegó a alcanzar. Unos años anterior es la obra en Murcia de Jerónimo Quijano, figura clave en la arquitectura de la zona, a quien se debe una capilla tan singular como la de los Junterones, en la Catedral murciana, de la que fue maestro mayor desde 1526. Dos personalidades más destacan en el panorama arquitectónico español de la época de Carlos V. Ambos estuvieron además directamente relacionados con el Emperador, pues gozaron de la confianza de colaboradores muy próximos al Emperador y fueron puestos al cargo de los Alcázares Reales: Alonso de Covarrubias y Luis de Vega. El segundo trabajó para el Secretario del Emperador, Francisco de los Cobos. Le construyó dos palacios: el de Úbeda, su localidad natal, y el de Valladolid (a partir de 1525, con ampliaciones en la década siguiente), que constituyó la residencia de Carlos V y de su familia durante sus estancias en la ciudad castellana. Como arquitecto real, desde 1535 codirigió con Covarrubias las obras del Alcázar de Madrid y estuvo encargado de los Reales Alcázares de Sevilla, que remodelaron en los años 40. Del mismo modo se deben a él los inicios de los palacios de Valsaín (desde 1543) y El Pardo (a partir de 1552). Alonso de Covarrubias tuvo una amplia carrera, centrada especialmente en Toledo y Madrid. Formado junto los Egas (Antón y Enrique), su actividad comenzó con el segundo cuarto de siglo. Una de sus primeras obras fue el desaparecido Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Para la Catedral de 68
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Toledo hizo la Capilla de Reyes Nuevos, lo que sin duda influyó para que fuera nombrado maestro mayor de su fábrica y de la diócesis en 1534. Al año siguiente empezó a dirigir las obras de ampliación y remodelación del Alcázar de Madrid, en colaboración con Luis de Vega. Con posterioridad se trasladó a Toledo, donde se encontraba trabajando de forma permanente al menos desde 1541, ocupado en el Hospital de San Juan Bautista, llamado también Tavera, por su fundador, con un hermoso y clásico patio doble. Para entonces ya había abandonado el interés por lo ornamental que aparecía en sus primeras obras. Como arquitecto real también proyectó el nuevo Alcázar de Toledo, que se levantó a partir de 1545, en el que años más tarde se hará la primera escalera propiamente imperial de la arquitectura española, aunque en su forma definitiva también intervinieron Francisco de Villalpando y Juan de Herrera. Covarrubias fue asimismo el autor de la Puerta Nueva de Bisagra, brillante colofón del período carolino, pues se terminó inmediatamente después de la muerte del Emperador.
Escultura Desde principios del siglo XVI llegaron a España piezas escultóricas italianas. Realizadas en su mayoría en mármol, también las hubo de terracota. Las más significativas fueron algunas de carácter funerario. Al comienzo de los años carolinos, en el decenio de los 20, se trajeron el sepulcro de Ramón Folch de Cardona con destino a Bellpuig (Lérida) y los de los antepasados de Fadrique Enríquez de Ribera, de los que sobresalen los de los padres, hoy instalados de nuevo en la Cartuja de las Cuevas en Sevilla. También hubo artistas italianos que vinieron ocasionalmente a España como Jacobo Florentino. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla se conserva un San Jerónimo de gran repercusión iconográfica en la escultura andaluza, obra de Pietro Torrigiano, que se estableció en la ciudad entre 1522 y 1528. Con este último escultor se ha relacionado recientemente un busto en piedra de Carlos V, en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Los años del inicio del reinado carolino coinciden con la desaparición de algunos tempranos introductores del Renacimiento en la escultura de nuestro país. Más arriba ya se ha visto cómo murió el italiano Fancelli, que además de trabajar para la Casa Real lo hizo para los Mendoza y los Fonseca. A continuación, iniciados los sepulcros del cardenal Cisneros, de Felipe el Hermoso y Juana la Loca y los de la familia Fonseca para Coca (Segovia), fallecía Ordóñez en 1520, cuando se encontraba en Carrara. En Aragón Gil de Morlanes había muerto en torno a 1517 y Vasco de la Zarza lo hará en 1524. El vacío que dejaron fue ocupado por jóvenes escultores pletóricos de energía. Sin embargo el entorno de la familia imperial se quedó sin escultor hasta que Leon Leoni empezó a trabajar para Carlos V y María de Hungría a partir de los años 40.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r En el reino de Aragón ya había empezado a destacar Damián Forment, que en años anteriores había esculpido en alabastro, material característico de los retablos aragoneses, los del Pilar y San Pablo en Zaragoza. A continuación labró el de San Miguel de los Navarros y, de 1520 a 1534, el de la Catedral de Huesca. En todos ellos se mantiene la misma tipología (calle central más alta, ostensorio abierto en el centro y polsera que ciñe el conjunto por los costados y por arriba). En el del monasterio de Poblet siguió utilizando el alabastro, pero ya la estructura se adecua a una compartimentación más al uso del retablo plateresco. Finalmente, el de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), contratado en 1537, además de emplear la madera policromada, se aproxima a esquemas estructurales y a formas expresivas propias de la escultura castellana, en particular de la berruguetesca. Durante los años 20 y 30 también destacaron en Aragón Gabriel Joly y el italiano Giovanni Moreto, con obras como el retablo de la Catedral de Teruel o la capilla de San Miguel en la Catedral de Jaca, respectivamente. En el reino de Castilla un escultor francés había alcanzado el mayor crédito y prestigio desde finales de la centuria anterior, Felipe Bigarny, del que Sagredo hacía los más elevados elogios. A pesar de su situación de preeminencia, el borgoñón era extraordinariamente receptivo para apreciar la savia nueva que aportaban jóvenes artistas que venían de aprender directamente de los grandes maestros italianos. Si aquéllos querían trabajar, debían asociarse con él, pues copaba todos los encargos importantes. Ya se ha dicho más arriba cómo formó compañía con Berruguete en 1519. Algo de esta relación, visible en una cierta deformación expresiva de algunas figuras, se puede apreciar en el retablo de la Capilla Real de Granada (1522), en cuya escena de la Epifanía aparece el joven Carlos como rey Gaspar. Seguidamente Bigarny volvió a su «feudo» burgalés y en colaboración con Diego Siloé labró el retablo mayor de la capilla de los Condestables (1523‐1526), en la Catedral, tras lo cual, ahora con la colaboración de un escultor italiano, Juan de Lugano, se encargó del mausoleo de los patronos de la capilla, con unos magníficos yacentes labrados en mármol de Carrara (1525‐1532). Bigarny era un buen escultor en piedra, como lo demuestra el retablo de la Descensión, en la Catedral de Toledo (1524), el sepulcro de Gonzalo Díez de Lerma, en la seo burgalesa (1524‐1525) y el de Diego Avellaneda (1536‐1543) para el monasterio jerónimo de Espeja (Soria), hoy en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, todos ellos en alabastro. Al final de su vida volvió a trabajar junto a Berruguete, pero no en colaboración sino en competencia, en la magnífica sillería alta de la Catedral de Toledo, comenzada en 1535. Debido al enfrentamiento que tuvo con Bigarny, Diego Siloé no pudo desarrollar plenamente su actividad en su tierra, pese a que él era hijo del escultor más importante de fines del gótico en Burgos. El sepulcro del obispo Luis de Acuña (1519) o el de Diego de Santander (1523), ambos en la Catedral burgalesa, muestran ese nuevo concepto de belleza pleno de idealización y 70
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r ternura que le distingue y que emerge de nuevo en la Sagrada Familia que forma parte de la escena principal, la Presentación del Niño en el templo, del retablo de la capilla de los Condestables, realizado en unión de Bigarny. Extraordinaria novedad en la escultura española del momento es el Cristo atado a la columna, igualmente en la Catedral burgalesa, quizá en origen una imagen procesional, pero sin duda el primer estudio anatómico en tamaño natural y en bulto redondo de nuestra estatuaria renacentista. Por esas fechas, los años 20, otras esculturas atribuidas a él vuelven a mostrar su interés por el desnudo masculino. Aunque en 1529 ya estuviera establecido en Granada, recibió el encargo del sepulcro del obispo Alonso de Fonseca para el convento salmantino de Santa Úrsula; en la cama vuelve a usar, con mayor desarrollo en altura, la forma tronco piramidal que ya había empleado en el mausoleo de Acuña. En la ciudad andaluza llevaría a cabo también el monumento funerario de Rodrigo de Mercado († 1548), con destino a la Colegiata de Oñate (Guipúzcoa). La influencia y la actividad de Bigarny y de lo burgalés llegaron asimismo a Palencia. Pero allí brilló con luz propia un escultor cuya capacidad expresiva preludiaba la obra de Alonso Berruguete, Juan de Valmaseda. Cuando en 1519 talló el atormentado Calvario que remata el retablo mayor de la Catedral de Palencia, ya era un artista experimentado. En el mismo templo, el retablo de la capilla de San Ildefonso vuelve a mostrar su dinámico brío. Sin duda el artista de mayor personalidad en la escultura española de época carolina fue Alonso Berruguete. Su obra conservada más antigua es el retablo del monasterio de La Mejorada, actualmente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Lo contrató en 1523 en compañía con Vasco de la Zarza, pero la muerte inmediata de éste le obligó a hacer la mayoría de la obra. La fama que le proporcionó y la relación del escultor con el Emperador, para el que hizo o intentó hacer varios trabajos pictóricos, quizá le propiciaron el encargo del magno retablo del convento de San Benito (1527‐1532) en Valladolid, paradigma de la obra berruguetesca. Relieves, pinturas y esculturas exentas de variados tamaños representan personajes y escenas con una misma energía interna frenética, ya sean sus formas monumentales y rotundas, de raíz miguelangelesca, ya sean estilizadas y espirituales, como persistencia goticista o influencia donatelliana. La violencia se extrema en el asunto central del retablo de la Epifanía (1537‐1538), en una capilla lateral de la vallisoletana iglesia de Santiago. A partir de 1539 trabajó con asiduidad en o para Toledo. A lo largo de los diez años siguientes fue tallando los sitiales de la sillería alta de la Catedral. Sus personajes agitados contrastan con el aplomo de los que salieron de la mano de Bigarny. Cierra su obra el monumento funerario del cardenal Tavera, en su hospital toledano, que finalizaba en el momento de morir, en 1561. Unos años más joven fue el francés Juan de Juni, que empezó trabajando en León para el convento de San Marcos en 1533. Tras pasar por Medina de Rioseco, donde hizo unos insólitos grupos en barro cocido para el convento de San Francisco, y por Salamanca, se instaló en Valladolid a partir de 1539. En el 71
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r altar de la capilla funeraria que fray Antonio de Guevara, confesor de Carlos V, tenía en el convento de San Francisco colocó su obra más conocida, el grupo del Santo Entierro, actualmente en el Museo de Escultura. La teatralidad de la composición se carga de una intensidad inspirada en el Laocoonte y expresada a través de las posturas forzadas de los personajes laterales, envueltos en turbulentos paños. El dolor se ennoblece en las figuras de San Juan y la Virgen, menos agitadas, mientras que la rigidez del majestuoso desnudo del Cristo yacente contrasta con la blandura redondeada, tan característica del estilo del escultor, de los que le lloran. Cuando en 1545 la iglesia de Santa María la Antigua de Valladolid le encargó su retablo mayor, actualmente instalado en la capilla mayor de la Catedral vallisoletana, se entabló un conocido pleito que se saldó con la victoria de Juni, aunque la entrega de la obra se demoró hasta 1561. Similitudes iconográficas en los temas y morfológicas en la estructura se encuentran entre este retablo y el mayor de la Catedral de El Burgo de Osma (Soria), contratado a medias con Juan Picardo en 1550, y con el de la Capilla Benavente, en la iglesia de Santa María en Medina de Rioseco (Valladolid), de menores dimensiones, pero de cuidada ejecución. De sus obras finales destacan el Santo Entierro con soldados para un retablo en una capilla lateral de la Catedral de Segovia y la Virgen de las Angustias, encargada por la cofradía vallisoletana de esta advocación, realizadas ya a principios de los 70, en las que respectivamente se mantiene el sentido de angostura espacial y la plástica torsión de cuerpo y ropajes tan propios de sus fórmulas expresivas. Tanto Berruguete como Juni alcanzaron un gran prestigio en su momento. Su capacidad para conectar con el fiel a través de la expresividad y el movimiento conoció una gran fortuna pero, sobre todo, ambos ejercieron un extraordinaria influencia sobre escultores contemporáneos y posteriores, de su entorno y de zonas más alejadas. El más sobresaliente de ellos fue Francisco Giralte, discípulo de Berruguete y coetáneo de Juni. Pese a haber sido rival de éste, también recibió su influencia, pues en su estilo los tipos humanos y los finos y abundantes plegados de las telas de su maestro se mixtifican con la monumentalidad del francés. Se distinguen dos fases en su actividad. A la primera, centrada en Palencia, pertenecen también obras realizadas en Valladolid, como el retablo de la capilla de los Corral en la iglesia de la Magdalena. A partir de 1550 se instaló en Madrid, donde llevó a cabo el retablo y los sepulcros de la Capilla del Obispo, en la iglesia de San Andrés. El magnífico mausoleo del patrono, don Gutierre de Carvajal, coloca al escultor en primera línea de la escultura española del momento. En 1558, año de la muerte del Emperador, un profundo cambio tuvo lugar en la escultura española. Gaspar Becerra contrató el retablo mayor de la Catedral de Astorga que, junto al contemporáneo retablo de la iglesia de Santa Clara en Briviesca (Burgos), inició el Manierismo romanista que caracterizó al último tercio de siglo. Formado en Italia, Becerra, que fue escultor y pintor, aportó una 72
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r fría y correcta monumentalidad a sus figuras, inspirada en modelos miguelangelescos y muy distinta de los ardores cultivados en la etapa anterior.
Pintura Los Reyes Católicos, especialmente doña Isabel, habían sido unos grandes admiradores de la pintura flamenca. Uno de los pintores de esta procedencia que trabajó para ellos, Juan de Flandes, también fue muy apreciado por Margarita de Austria y por Carlos V, quien en 1530 heredó de ésta el Políptico de los Reyes Católicos, obra de este artista, quien terminó sus días en Palencia. Paralelamente, sin embargo, la pintura renacentista se había introducido en España desde fines del siglo XV a través de la obra de ciertas personalidades aisladas, que se habían formado en Italia. Una de ellas, de gran influencia en la pintura castellana, fue Juan de Borgoña, cuyas obras pudo ver el joven Carlos en Toledo, no sólo las realizadas en la Catedral por encargo de Cisneros con anterioridad a su llegada, sino también las pintadas con posterioridad, pues el artista no falleció hasta 1536. En la adopción de ese nuevo sistema de representación que suponía la pintura renacentista tuvieron también una gran intervención los grabados, especialmente los realizados por Durero, Lucas de Leyden y Raimondi, que sirvieron de base para numerosas composiciones e iconografías. Al igual que la escultura, la pintura renacentista española permaneció dentro de una temática predominantemente religiosa. Excepcional fue, pues, la decoración mitológica y agrutescada de la Torre del Peinador de la Reina, en la Alhambra de Granada, dentro de los Aposentos de Carlos V, realizada por Julio Aquiles y Alejandro Mayner a partir de 1537, después de haber llevado a cabo en los años anteriores una decoración probablemente parecida, actualmente perdida, en el palacio de Francisco de los Cobos en Valladolid. Tras la influencia cuatrocentista ‐y la leonardesca en el foco valenciano‐ que informó nuestra pintura en las obras anteriores al reinado de Carlos V, en torno a 1520 empezaron a extenderse los modelos de Rafael y un gusto manierista que imprimía movimiento y tensión a la expresión. Este último aparece en una serie de artistas activos en el reino de Aragón cuyos verdaderos nombres permanecen aún desconocidos, como el Maestro de San Félix, que trabajó en Gerona, o el Maestro de Sigena. También perteneció al foco aragonés y extendió su actividad hasta Navarra el Maestro de Ágreda, aunque reciba esta denominación por el retablo de dicha localidad soriana. La pervivencia de la influencia de Juan de Flandes en Palencia produjo obras como las pintadas por el Maestro de Becerril o por el Maestro Benito, cuyo Martirio de Santa Úrsula, en la Catedral de Palencia, datado en 1531, revela además el conocimiento de los modelos de Rafael. En Burgos el francés León Picardo, que trabajó para los Condestables, practicó igualmente un cierto
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r rafaelismo, aunque aprendido en la pintura flamenca, con figuras pesadas inspiradas en Van Orley. Mayor calidad y asimilación del estilo de Rafael tuvo Juan de Soreda, autor del retablo de Santa Librada (1525‐1526), en la Catedral de Sigüenza (Guadalajara), quien influyó en el toledano Francisco de Comontes, cuyo retablo para el hospital de Santa Cruz, actualmente en San Juan de los Reyes, muestra asimismo la pervivencia de fórmulas propias de Juan de Borgoña. La influencia de éste se extendió por las tierras suroccidentales de Castilla y León durante el segundo tercio del siglo por medio de su hijo homónimo y de Lorenzo de Ávila, cabezas de la llamada escuela de Toro. Asociados inevitablemente al círculo de Carlos V durante los primeros años de su reinado aparecen Alonso Berruguete y Pedro Machuca. Ambos trajeron consigo el Manierismo italiano bebido en sus mismas fuentes, predominantemente el miguelangelesco en el primero y rafaelesco con unas peculiares preocupaciones lumínicas, en el segundo. De Berruguete, admitido como pintor del Emperador al poco de la llegada de éste, apenas se conserva obra, pero su influencia alcanzó una extensa repercusión. Su seguidor más próximo fue Juan de Villoldo, del que la Catedral de Palencia posee varias obras fechables entre 1550 y 1560. El toledano Pedro Machuca, que pintó en Italia en 1517 la Virgen del Sufragio (Museo del Prado), entró al servicio de don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar y gobernador de la Alhambra en 1520, por lo que a partir de entonces se estableció en Granada. Aunque se dedicó sobre todo a dirigir la edificación del Palacio de Carlos V, dejó algunas obras de pintura, como las que se conservan en la Capilla Real y en la Catedral de esa ciudad. Juan Correa de Vivar, el pintor más importante del foco toledano durante el segundo tercio del siglo XV, también estuvo relacionado con el Emperador y con los círculos cortesanos. Además de pintar sobre tabla para diversos retablos, como los de las iglesias parroquiales de Meco (Madrid) o de Almonacid de Zorita (Guadalajara), iluminó el Breviario de Carlos V, entre 1525 y 1545, según reciente atribución de Mateo. En Aragón Jerónimo Cosida desarrolló una fecunda actividad durante sesenta años a partir de su establecimiento en Zaragoza en 1532. Aunque muchas de sus obras han desaparecido, su estilo refinado y dulce y su sensibilidad por la belleza femenina idealizada se pueden apreciar en el retablo de San Juan Bautista en la Catedral de Tarazona (Zaragoza), terminado en 1542, o en el dedicado a la Virgen que se conserva en el Museo de Zaragoza. Trabajó también como asesor artístico del nieto de Fernando el Católico y arzobispo de Zaragoza, Fernando de Aragón, gran mecenas. A partir de mediados de siglo llegó a la capital aragonesa el italiano Pietro Morone, quien entre 1557 y 1570 pasó a Tarazona (Zaragoza), donde llevó a cabo los retablos de las iglesias de San Miguel y de la Magdalena.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r El foco valenciano de pintura renacentista constituyó uno de los de mayor coherencia y calidad. Fue uno de los más avanzados en la introducción de la pintura renacentista desde fines del siglo XV. Del mismo modo adoptó tempranamente los modelos rafaelescos. La obra de Vicente Masip, fallecido a mediados de siglo, se prolongó en la de su hijo Juan de Juanes, con una gran semejanza entre ellas, lo que debió de ser fruto de la colaboración de ambos. El retablo de la Catedral de Segorbe (Castellón), en torno a 1530, presenta en sus figuras un clasicismo de estirpe romana, aunque sin llegar a la blandura que será propia de Juanes, cuyas devotas pinturas alcanzaron una gran popularidad, como la Santa Cena del Museo del Prado o las imágenes del Salvador. Los temas protagonizados por la Virgen y el Niño figuran entre sus favoritos. El colorido brillante e intenso presta un indudable atractivo a su pintura. En las tablas dedicadas a San Esteban, asimismo en el Museo del Prado, no eludió la representación del movimiento ni de lo dramático. En Sevilla trabajaron en las décadas centrales del siglo dos pintores extranjeros, el flamenco Pedro de Campaña y el holandés Fernando Storm o Esturmio, que mantuvieron cierto interés por lo naturalista y lo patético, propio de su sensibilidad norteña. Obra del primero es el Descendimiento de la Catedral de Sevilla, contratado en 1547, con efectos lumínicos que subrayan la tragedia. El estilo del segundo es más seco, aunque también fuera un seguidor del rafaelismo. El sevillano Luis de Vargas alcanzó una gran celebridad. Formado en el Manierismo italiano, quizá junto a Pierino del Vaga, volvió a Sevilla en 1555. Los retablos del Nacimiento y de la Generación temporal de Cristo, datados en 1555 y 1561 respectivamente, ambos en la Catedral de Sevilla, presentan composiciones de numerosas y monumentales figuras que copan todo el espacio disponible. El misticismo que emana de la pintura de Luis de Morales, afincado en tierras extremeñas al menos desde 1546, convierte en inconfundibles sus obras. Repitió con frecuencia los temas de la Virgen con el Niño, el Ecce Homo y la Piedad. La dulzura de sus tipos femeninos procede de Rafael, pero se transciende mediante el alargamiento de las formas, el ambiente tenebroso, la limitación del cromatismo y el esfumado de los rostros, como si deseara desmaterializar lo corpóreo. A partir de los años 60 se sucede el trabajo de una serie de pintores para Felipe II (Becerra, Navarrete el Mudo y los italianos llamados para decorar el Escorial) que a través de diferentes soluciones marcan una clara cesura con respecto a lo acontecido en el periodo carolino.
Conclusión Aunque durante el periodo de Carlos V el desarrollo del arte español no estuvo condicionado por el generado en torno a la Corte, como sucedería durante los reinados de sus sucesores, el Emperador no dejó de estar relacionado, de un modo u otro, con algunos de los mejores artistas españoles 75
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r del momento, en particular con aquéllos a los que el pintor portugués Francisco de Holanda calificó de «águilas»: Pedro Machuca, Diego Siloé, Bartolomé Ordóñez y Alonso Berruguete.
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La literatura española en tiempos del emperador Carlos V Javier San José Lera
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Si establecer fronteras cronológicas es una labor ingrata por lo que tiene
de falseamiento, hacerlo con movimientos culturales de larga duración y en los que los cambios sólo se perciben en la distancia y en los logros de los grandes hitos, es aún más complicado. La literatura española que se asoma al siglo XVI, como tantas otras manifestaciones de la vida cultural, se percibe como el resultado de una tensión entre hábitos procedentes del intenso siglo XV, con duradera penetración en el siglo XVI, y las imposiciones del nuevo impulso cultural que supone el desarrollo de los ideales humanistas. De la misma manera que la literatura española de la segunda mitad del siglo XVI solamente se explicará en muchas de sus mejores manifestaciones, como resultado de las circunstancias y los logros que la precedieron. Tomando como fechas orientadoras las de la vida del Emperador in hac lachrimarum valle ‐palabras con las que se cierra en el quicio de los siglos XV y XVI el llanto de Pleberio y toda la Comedia de Calisto y Melibea (Burgos, 1499)‐ , es decir, 1500 y 1558, dos hechos de repercusión en la historia literaria parecen acompañar los pasos en el mundo del que será Carlos I en España y V en Alemania: el nacimiento de Garcilaso de la Vega en 1501 y la publicación del Lazarillo de Tormes en 1554.
El humanismo y la nueva organización de los saberes Una nueva organización de los saberes se plantea como alternativa a la progresiva especialización técnica hacia la que se ha ido decantando la Universidad medieval. El lenguaje de la ciencia, el latín, ha evolucionado para convertirse en una lengua útil para la transmisión de conocimientos, pero alejada del lustre y la elegancia de los grandes creadores clásicos. Así, al menos piensan quienes, profesores de lenguas clásicas en su mayoría, proponen una vuelta a los esplendores literarios de los grandes clásicos grecorromanos, para que la lengua latina, sin dejar de ser el vehículo para la comunicación del conocimiento científico, sea igualmente una lengua elegante y hermosa, hermoseada con los colores de la retórica clásica. De este deseo de volver a la elegancia de la lengua latina surge la necesidad de leer a los autores en los que se cifran las claves del estilo, volver a leer a los buenos autores del pasado para aprender en ellos su uso de la gramática e imitar sus logros estilísticos. Renacer de los clásicos, Renacimiento, que trae consigo no sólo un gusto por la lengua y sus estudios (la Gramática, la Retórica, la Filología), sino por todo aquello que los autores clásicos transmiten en sus textos: Historia, Filosofía moral y filosofía natural, Ética, Estética. Todo ello constituye el nuevo elenco de saberes destinados a la perfecta formación del individuo, alejado de los saberes técnicos universitarios, los studia humanitatis. La presencia de los clásicos se convierte en moda que vertebra la cultura del Renacimiento y que explica, también en la literatura, el gusto por determinados
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r temas, formas y conceptos. Sin embargo, esto no es nuevo en el siglo XVI; por más que los humanistas quisieran presentar su luminoso programa cultural como opuesto a la oscuridad de esa edad intermedia entre la antigüedad grecorromana y la suya propia, lo cierto es que el mundo medieval no perdió, en ningún momento, el contacto con los clásicos, y particularmente en una segunda mitad del siglo XV que asiste a la lectura e imitación de los grandes autores romanos. E italianos. Lo italiano es el otro vector que recorre la literatura del Renacimiento español. De hecho, en muchos casos, lo clásico y lo italiano se dan juntamente; o dicho de otra forma, los españoles acceden al conocimiento de los clásicos a través de los modelos italianos que, por así decir, se los presentan asimilados en unas formas literarias romances. Otro factor de importancia en el desarrollo de la literatura del primer renacimiento es el desarrollo de la imprenta. Dejando de lado la valoración sobre los efectos predominantemente conservadores o progresistas de la imprenta en la nueva cultura, es un hecho que el cambio en la forma de difusión de los escritos contribuyó a la extensión de la lectura y a la difusión de autores y de nuevos géneros literarios, como la novela de caballerías. No obstante, la difusión manuscrita siguió existiendo, incluso de forma predominante en el caso de otros géneros literarios y particularmente de la poesía lírica.
La poesía lírica Es éste quizá el género en el que mejor se perciben las tensiones entre formas medievales y renacentistas, y dentro de estas la combinación de elementos clásicos e italianos. Cuando en 1526 Juan Boscán (traductor de uno de los libros de mayor fortuna e influencia en la España imperial, El cortesano de Baltasar Castiglione o Castellón, como se hispaniza su nombre), conversa con el embajador de Italia ‐que asiste en Granada con representantes de las cancillerías europeas, al recibimiento del Emperador tras sus recientes bodas en Sevilla‐ está poniendo fecha precisa a uno de los grandes cambios, y más duraderos, de la literatura española en el Renacimiento: la revolución italianizante de la poesía lírica. La imitación de los buenos autores de Italia trae consigo una revolución formal que comienza por lo más externo, la práctica de endecasílabos y heptasílabos, continúa con la renovación estrófica (tercetos, tercetos encadenados, cuartetos, liras, sonetos, estancias, la heroica octava real), prosigue con la adopción de nuevos géneros, algunos de ellos de estirpe clásica (canciones, églogas, epístolas, odas), y culmina con la incorporación masiva de nuevos temas y motivos temáticos (amor petrarquista, mitología, temas clásicos expresados con la topica clásica: carpe diem, beatus ille, etc.). Precisamente en este punto se comprueba la síntesis de los viejos temas medievales del amor cortés (crueldad y belleza suprema de la dama, comportamiento codificado del amante) con los nuevos tonos melancólicos aprendidos en Petrarca y en el dolce stil nuovo, y con la filosofía del amor neoplatónica puesta en circulación desde 79
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r las academias florentinas por los escritos de Picco della Mirandola, Marsilio Ficino, León Hebreo, o Pietro Bembo: el amor como sentimiento que perfecciona al hombre y le provoca un ímpetu ascensional que llegará en algunos autores a expresiones casi místicas. Este lenguaje poético, inaugurado por Boscán y su amigo Garcilaso, recorre con la fuerza de la novedad la producción lírica de la primera mitad del siglo XVI (Gutierre de Cetina, Hernando de Acuña, Gregorio Silvestre), culmina en la segunda con el genio de Herrera y se instaura como corriente nacional definitivamente asentada en los grandes genios poéticos del Barroco. El éxito a largo plazo es tan grande, que la poesía dramática de nuestro gran teatro áureo se alimenta también de estas formas y estos temas. Pero hasta que se publica en Barcelona en la primera edición de Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega, esta poesía, que circula manuscrita, debe superar las reticencias de autores apegados a los viejos hábitos de la poesía castellana: versos octosílabos, coplas reales, de pie quebrado, canciones y glosas, decires y la tópica amorosa cancioneril que sigue cultivándose con vitalidad y que se difunde ampliamente en el Cancionero General de Hernando del Castillo, que ve la luz por primera vez en 1511, como práctica cortesana de la poesía. Al fin y al cabo, la corte es el ámbito preferente de la relación social del literato, hasta el punto que da lugar a sus propios subgéneros poéticos, como son los motes que acompañan los juegos cortesanos, costumbre de motejar que será uno de los hilos que tejan el posterior conceptismo de la poesía española (Luis de Milán, El cortesano, h. 1535). También al espacio de la corte, escenario de la cultura de la élite social y cultural, se asoma la producción tradicional, bien en forma de romances, bien en forma de cancioncillas, coplas o villancicos que se difunden en pliegos sueltos, en libros de música y, sobre todo, glosadas y recogidas con su música en cancioneros musicales, que acogen así en los ámbitos de la cultura elitista, algunas manifestaciones de la cultura de los márgenes.
La variedad de la prosa Si en la poesía lírica los modelos italianos se acaban imponiendo, la prosa romance se alimenta de modelos clásicos y se viste con los preceptos de la retórica. Cicerón, no sólo como preceptor sino, sobre todo, como cultivador de la prosa oratoria, se convierte en el modelo para quienes, como fray Antonio de Guevara, quieren dotar a su prosa de naturaleza literaria. Las obras del franciscano (Libro áureo de Marco Aurelio, presentado en 1524 al Emperador, biografía ficticia y ejemplar del emperador romano a través de sus epístolas; Relox de príncipes, de 1529, espejo de comportamiento principesco con el que presenta su íntima aspiración a ser consejero imperial, además del conocido Menosprecio de corte y alabanza de aldea o de las Epístolas familiares) son la referencia para el estilo elaborado y culto. Junto a él, el ideal cortesano propone una lengua más cercana a la coloquial, aunque sin perder nunca de vista la elegancia conversacional de quien se ha educado en el refinamiento de la corte. 80
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r La prosa así concebida es vehículo idóneo para la difusión de contenidos culturales, desarrollando una serie de géneros adaptados a la finalidad didáctica. En el diálogo volvemos a encontrar la fusión entre lo medieval y lo renacentista (clásico e italiano), al transformase en género nuevo una tradición que remite, por un lado, a los debates medievales y las disputas escolares, y por otro, al diálogo mayéutico de las obras de Platón, al diálogo satírico de Luciano, al diálogo filosófico de Cicerón o al teológico de san Agustín, y ya más cerca, de los grandes diálogos italianos (el propio Il cortesano) o los coloquios erasmianos. En este género se vierten algunas de las obras de mayor resonancia para le época del Emperador, obras escritas, por ejemplo por su propio secretario de cartas latinas, Alfonso de Valdés, quien en el Diálogo de Lactancio y un arcediano defendía la política imperial que culmina con el Saco de Roma de 1527, o que en el Diálogo de Mercurio y Carón proyecta ideas del pensador de moda, Erasmo de Rotterdam. En la forma del diálogo se transmiten todo tipo de contenidos: desde los religiosos (Diálogo de doctrina cristiana del otro Valdés, Juan, más conocido por otro diálogo, el Diálogo de la Lengua), hasta la reflexión humanista sobre el currículum de estudios (El Scholástico de Cristóbal de Villalón), o la doctrina profemenina de raigambre medieval, aderezada ahora con la creencia humanista en la dignidad del ser humano (Diálogo en laude de las mujeres de Juan de Espinosa), pasando por los híbridos entre el relato de viajes, la autobiografía ficticia, y la sátira moralizante que son el Viaje de Turquía o El crotalón de Cristóbal de Villalón. Y en su pariente cercano, el coloquio, igualmente caben la sátira social (Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada) que la doctrina matrimonial (Pedro de Luján, Coloquios matrimoniales). La variedad de los contenidos didácticos que caben en el género del diálogo es síntoma de otro de los principios que recorren la creación renacentista: la curiosidad extendida a los más diversos campos y que tiene su reflejo, también en otros géneros, como son las misceláneas, silvas o jardines. La erudición real o inventada alimenta estas obras cuya finalidad es la de acumular materiales variados, donde se alternan las historias naturales (y Plinio se lleva aquí la palma) los conocimientos científicos o pseudocientíficos, las curiosidades del pasado y del presente, los sucesos portentosos, etc. cumplen al tiempo una función recreativa y divulgadora. Destacan entre estas obras la Silva de varia lección de Pero Mexía y el Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada. Curiosidad y variedad alimentan también la notable cantidad de tratados de toda materia que se escriben y ven la luz durante el reinado de Carlos V: de las matemáticas a la cocina, de la gramática a la medicina, la lengua romance extiende su radio de acción a territorios cada vez más amplios reservados tradicionalmente al prestigio académico de la lengua latina (que siguen cultivando hombres tan importantes para la cultura renacentista española como Juan Luis Vives o Antonio de Nebrija). 81
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Y no sólo la lengua romance, sino incluso, la cultura popular se asoma al ámbito de la literatura, no ya con el carácter excepcional que lo había hecho en Juan Ruiz, Alfonso de Talavera o Fernando de Rojas, sino con impulso de moda estable; y lo hace ya formando parte a manera de facecias, cuentecillos o refranes de obras mayores (de cualquier género), o bien dando lugar a recopilaciones de historietas (las mejores, posteriores al reinado del Emperador: Sobremesa y aviso de caminantes, Joan de Timoneda, El patrañuelo, o la Floresta española de Melchor de Santa Cruz) o a colecciones de refranes (como los glosados por Sebastián de Horozco en el Teatro Universal de Proverbios). En estas colecciones encuentran también los cortesanos alimentos para sus sales y agudezas.
La literatura espiritual Frente a la idea del paganismo renacentista, lo cierto es que la religión constituye en el Renacimiento un ámbito político y cultural de primera magnitud. Si la política exterior del Emperador Carlos tiene una de sus facetas más relevantes en las Guerras de Religión, este fenómeno tan determinante de la Edad Moderna, tiene en la raíz de los conflictos circunstancias que pertenecen al ámbito de las letras. De la misma manera que el Humanismo pone en circulación a los clásicos y convierte la Filología en una de su disciplinas predilectas, en la medida en que resuelve los problemas de lectura de esos textos tan queridos, una corriente humanista pretenderá aplicar a los textos bíblicos los avances en el conocimiento de las lenguas. El contacto filológico con los textos bíblicos denuncia errores de traducción e interpretación, que deberán ser evitados en nuevas traducciones y con nuevos estudios: es el terreno de la Filología Bíblica que inauguran para el Renacimiento Lorenzo Valla o Nebrija, y que tiene su primer hito histórico en la publicación de la Biblia Políglota Complutense. Al mismo tiempo, se extiende desde la Edad Media una corriente crítica contra los comportamientos de la Iglesia, alimentada con el deseo de recuperación de la pureza de las creencias a imitación de los primeros cristianos, y la imitación de Cristo (el título del influyente tratadito de Tomas de Kempis, traducido por fray Luis de Granada), aprendida con la lectura piadosa y el conocimiento de los textos bíblicos. Es la Philosophia Christi aprendida en San Pablo y predicada desde numerosos textos y con el ejemplo virtuoso de santos ilustres (Catalina de Siena, Ángela de Foligno). Estas dos líneas, la de la Filología Bíblica y la de la voluntad de reforma, confluyen en quien es quizá el pensador más influyente en la España del Emperador, Erasmo de Rotterdam. Ejemplo de humanista cristiano, no limita su obra a los contenidos religiosos, sino que indaga en los clásicos en busca de una combinación de piedad y letras que vertebra su obra. Los contactos directos con Erasmo y las traducciones de sus obras provocan una gran difusión e influencia 82
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r de sus ideas a las que se ha dado el nombre de erasmismo y que abarca desde las propuestas de lecturas piadosas para vivir la religión interiormente, hasta la presencia de un irenismo de raíz paulina, la crítica social y de lo poderes políticos y eclesiásticos, o los programas para la educación del príncipe cristiano. El apogeo de la influencia de Erasmo se produce en torno a 1527, en que sale libre de las acusaciones de los teólogos reunidos en Valladolid. En este ambiente se desarrolla en España una abundante literatura religiosa, que pone las bases para el desarrollo poderoso de las corrientes literarias de la segunda mitad del siglo. Francisco Ortiz, Bernardino de Laredo (Subida del monte Sión), Francisco de Osuna (Abecedarios espirituales), Alonso de Madrid, etc., que no pocas veces roza o traspasa abiertamente los límites de la ortodoxia, dando lugar a un ambiente de vigilancia, sospecha y confrontación espiritual, que culminará en 1559 con la publicación del Índice de libros prohibidos del inquisidor Valdés. De la enorme marea de la literatura espiritual merecen mención aparte por su influencia o por su calidad literaria, Ignacio de Loyola, que compone en 1522 sus primeros Ejercicios espiritualesy fray Luis de Granada, que se da a conocer en 1554 con su Libro de la oración y meditación, al que seguirá la Guía de predicadores, etc. En 1558 ven la luz los Comentarios al Catechismo cristiano del arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza, cuyo posterior proceso y condena causará pavor entre los fieles tanto por la posición social del procesado como por el rigor de la condena, y mostrará a las claras los peligros del cultivo de la literatura espiritual en tiempos de confrontación y sospecha. Tiempos recios que se anuncian ya al final del reinado del Emperador.
La prosa de ficción Pero no todo es transmisión de saberes o conflicto espiritual en la literatura española renacentista. Hay también un espacio para la ficción, desarrollada en el teatro o en la incipiente narrativa que avanza ahora hacia los logros de la centuria siguiente. La imprenta concede alas a narraciones procedentes de la tradición medieval, como la novela sentimental y, sobre todo, la novela de caballerías, lectura predilecta de la población que las leía o se las hacía leer por los alfabetizados como forma de llenar de fantasías los ratos de ocio. En 1508 inaugura el género el Amadís de Gaula refundido por Garci Rodríguez de Montalvo y seguirán después los Palmerines de Oliva, las Sergas de Esplandián, los Floriseles de Niquea, etc. nombres conocidos, sobre todo, por la puesta en solfa posterior del genial Cervantes. Narraciones de corte idealista e inspiración italiana, como es la novela pastoril a imitación de La Arcadia de Sannazaro, la novela morisca o bizantina, que dejarán también descendientes en la literatura española posterior, contrastan con el sorprendente relato que ve la luz simultáneamente en 83
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Amberes y varias ciudades castellanas en 1554: la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. El formato en octavo del impreso nos habla de un texto sin pretensiones, destinado al consumo popular; pero su contenido con apariencia realista, el hecho insólito de convertir en héroe no a los fantásticos caballeros de las narraciones medievales, sino a un auténtico desheredado, pobre y al final cornudo consentido, que pone su propia voz a la narración y construye (y critica y deforma) desde sus ojos el mundo que le rodea, convierten a este breve relato en la primera novela moderna.
El teatro Camino hacia la modernidad que el teatro tardará más en seguir. Después del logro sin precedentes en el teatro medieval de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, la vieja Celestina, nada podemos encontrar de semejante entidad durante el reinado del Emperador. Un teatro cortesano (églogas, farsas o comedias a la italiana) muy convencional practican Juan del Encina, Lucas Fernández, Torres Naharro o Gil Vicente, aunque aquí y allá podamos ir cortando mimbres que luego formarán el cesto del gran teatro áureo español, que es el del siglo XVII. Un teatro de carácter religioso o sacramental, heredero de las viejas representaciones del ciclo de Navidad o de Pasión al que se unen ahora las fiestas del Corpus, viejas desde el propio título del códice que recoge buena parte de ellas, el Códice de Autos viejos. Un teatro, en fin de corte popular, que al final del reinado del Emperador, verá crecer las representaciones del primer hombre de teatro que camina hacia formas nuevas, Lope de Rueda, autor de comedias y, sobre todo, importante por sus Pasos, breves juguetes cómicos donde el folclore y el ingenio, apenas sostienen un texto que minimiza su importancia frente al trabajo de puesta en escena y representación de actores, pero con enorme éxito popular. Quedan aun bastantes años para que el joven Félix Lope de Vega viaje a Valencia y entre allí en contacto con unas representaciones que anuncian ya su arte nuevo.
La imagen literaria del emperador El humanista sevillano Pero Mexía es nombrado en 1548 cronista oficial del Emperador, después de haber publicado una Historia imperial y cesárea (Sevilla, 1545) que comprende la historia desde César hasta Maximiliano I; la crónica oficial del Emperador titulada Historia del Emperador Carlos V, quedaría inconclusa por la muerte del autor en 1551, recogiendo sólo lo acontecido hasta la coronación imperial en Bolonia en 1520. Podríamos decir que él es el portavoz de la imagen oficial del Emperador, así como los grandes héroes de la antigüedad tuvieron cerca quien escribiera sus glorias para asegurar su fama. El contrapunto bufonesco lo pone la Crónica burlesca del Emperador Carlos V, de Francesillo de Zúñiga.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Cuando muere el Emperador en 1558, está creciendo o se está preparando la nueva generación de escritores que se dará a conocer en torno a los años 60 y 70 del siglo XVI: Teresa de Jesús prepara su espíritu para emprender un camino de perfección que le llevará en cuatro años a su primera fundación; fray Luis de León se forma como teólogo, estudiando Teología en Salamanca y Alcalá; un joven Juan de Yepes no es aún, a los dieciséis años Juan de la Cruz y observa el vuelo alto de las aves de cetrería; mientras, el niño Miguel de Cervantes recorre con sus tiernos once años las tierras de la Mancha, con una espada de madera persiguiendo gigantes. Mientras agoniza el Emperador, resonarían como un eco en los sobrios muros de Yuste las primeras acusaciones al rey extranjero predicadas a voces desde púlpitos vallisoletanos; pero resonarían también ‐las lanzas tornadas en cañas‐ los versos vibrantes de Hernando de Acuña exaltando las dotes mesiánicas del emperador y conectando su propio nombre con el del glorioso Carlomagno: Invictísimo César, cuyo nombre el del antiguo Carlo ha renovado al sonido del cual tiemble y se asombre la tierra, el mar y todo lo criado... Y sonaban también, ya lejanas, (sic transit gloria mundi) las esperanzas de una «edad gloriosa» que anunciaba el mismo poeta en los célebres versos del soneto Ya se acerca, señor, o ya es llegada la edad gloriosa en que promete el cielo una grey y un pastor sólo en el suelo por suerte a vuestros tiempos reservada. (...) un Monarca, un Imperio y una Espada. La misma tipología bíblica del rey como pastor que había predicado Cipriano de la Huerga en 1556, cuando el Emperador Carlos abdica en favor de su hijo, Felipe II, y la Universidad de Alcalá levanta pendones en su honor, entre el temor y la esperanza. Y la misma tipología que emplea en 1585 fray Luis de León en De los nombres de Cristo para mostrar su descontento con «los que nos gobiernan ahora». Había comenzado ya entre sus súbditos la leyenda negra del rey Felipe II, al tiempo que se instauraba en la memoria histórica alimentada también por la literatura, la imagen gloriosa del Emperador Carlos V. 85
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Quinientos años de Carlos V
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r
Carlos V y los historiadores El 24 de febrero de 1500 nacía en Gante el que sería Carlos I de España y V de Alemania. La administración de la memoria colectiva es, obviamente, selectiva y se focaliza el recuerdo hacia determinados temas, períodos o personajes que nos permitan evocaciones nostálgicas o referentes ejemplarizantes. El año 1992 trajo su estela de centenarios: descubrimiento de América, expulsión de los judíos, conquista de Granada... y desde luego ha propiciado replanteamientos del significado, antes considerado triunfalista, de estos acontecimientos en términos más autocríticos y desmitificadores; 1998 ha sido el centenario de la muerte de Felipe II, lo que nos ha permitido evocar el reinado de un Rey polémico como nadie y de paso enterrar ‐no sé si definitivamente‐ el fantasma de la leyenda negra que tanto nos ha angustiado. El 2000 es el año del centenario del nacimiento de aquel Rey‐Emperador que preside la época de máxima proyección política y cultural de España en Europa y en el mundo. Múltiples congresos, exposiciones, actividades culturales, nos esperan en España y en el mundo en torno a este centenario. La mayor parte de ellos promovidos por la «Sociedad Estatal para la conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V» que se creó en febrero de 1997. La verdad es que tras el centenario de Felipe II ha quedado la estela de un montón de volúmenes de valor científico extraordinario que nos harán, a la hora de hablar de la historiografía sobre Felipe II, marcar un antes y un después de 1998, gracias a los historiadores, pero gracias también al impulso enormemente positivo de esta Comisión Estatal. Me conformaría con que la memoria histórica de Carlos V a través de los congresos que se preparan ‐el más importante, quizás, el de Granada de mayo de este año‐, alcanzaran los niveles de aporte informativo y de renovación de planteamientos que ha supuesto el centenario de Felipe II. Es posible que la práctica fusión de ambos centenarios nos permita además, al mismo tiempo que se unen el padre, Carlos V, y el hijo, Felipe II, en el recuerdo, resolver el problema de la confrontación entre ambos personajes históricos que ha constituido un tópico entre los historiadores. Efectivamente, se ha tendido a contraponer la figura de Carlos V, cargado de connotaciones positivas, a la de su hijo Felipe, cargado de connotaciones negativas. El primero, liberal, abierto, culto, viajero, simpático. El segundo, hosco, negativo, reaccionario, integrista. Si repasamos, por otra parte, la visión que los historiadores han tenido de ambos, se constata que la bipolarización no ha sido constante, data del siglo XVIII. La figura de Carlos V en los siglos XVI y XVII tuvo también una leyenda negra, casi comparable a la de su hijo. Carlos V, el padre de Felipe II, fue objeto de una corriente de opinión crítica que tiene tres fases destacables. La primera viene marcada por la crítica italiana, 87
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r particularmente radicalizada desde el Saco de Roma de 1527, con toda su estela de descalificaciones y reproches al Emperador procedentes de sectores intelectuales que se mueven en la órbita de los intereses de Clemente VII, empezando por Castiglione. La respuesta de Alfonso de Valdés es significativa de la sensibilidad que tales críticas generaron en el entorno cortesano de Carlos V. La segunda, a partir de 1544, tendrá a la Francia de Enrique II como principal orquestadora y en este contexto afloran múltiples textos críticos (de Dolet a Seyssel). En ellos se busca demostrar la superioridad militar francesa y se acusa a Carlos V entre otras cosas de haberse casado con Isabel de Portugal para ampliar su Imperio, de no asumir la defensa de la cristiandad, de ser responsables del Saco de Roma, de pretender la Monarquía universal por su inagotable ambición. En esta segunda etapa de críticas contra Carlos V es cuando hay que situar el proceso de deserción de los intelectuales respecto al Imperio a caballo de la crisis del propio concepto de Europa y del definitivo deslizamiento del erasmismo al luteranismo. El progresivo desmarque de figuras como Francisco de Enzinas es bien significativo y anticipará la gran confrontación de la Monarquía española con los protestantes (alemanes y flamencos) de los últimos años del reinado de Carlos V. Esta sería la última etapa de la leyenda negra contra Carlos V, que se tiene que mover en la misma contradicción que va a sufrir su hijo, la que supone ser representante de la militancia católica contrarreformista y, al mismo tiempo, constituirse en permanente objeto de críticas y reproches procedentes, sobre todo, del inefable Papa Paulo IV, que no hay que olvidar llegó a excomulgar el Emperador, lo que a la postre supondría una radicalización de la imagen negativa que los italianos venían propalando de Carlos V. Así pues, si leyenda negra tuvo Felipe II, ésta ha de entenderse como continuación de la de su padre. No hay que olvidar que los clásicos referentes de la leyenda negra, como las obras de Foxe o De las Casas se escribieron antes del comienzo del reinado de Felipe II (la de Foxe corría manuscrita desde 1554, aunque se editaría en 1563; la de Las Casas tuvo su primera edición en 1542). Serán los ilustrados del siglo XVIII los que irán creando el foso de separación valorativa de ambos Reyes. Desde los franceses, con Voltaire a la cabeza, que se despacharon acerbamente contra Felipe II salvaguardando a Carlos V, en nombre de la Europa que presuntamente representaría el Emperador, a los anglosajones que discernieron en sendas biografías (Robertson, la de Carlos V; Watson, la de Felipe II) los perfiles políticos de los dos Reyes. Pero sería el romanticismo liberal del siglo XIX el que marcaría la pauta de la confrontación entre Carlos V y Felipe II. Aun con las simpatías a los comuneros, Carlos V gozó siempre de buena prensa en la historiografía romántica liberal española. En cualquier caso, sus primeras actitudes serían a la postre disculpables por su lógico desconocimiento del país, pero la progresiva integración en el país le haría cambiar y lograría la identificación de la sociedad española con él. Felipe 88
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r II, en cambio, sería la encarnación de la España negra, la España menos deseable, contramodelo para los hombres del XIX. Lafuente confrontó abiertamente los perfiles de padre e hijo: «La vivacidad española de Carlos siendo flamenco, la calma flamenca de Felipe siendo español, la movilidad infatigable de aquél, la inalterable quietud de éste, el genio expansivo del padre, la fría reserva del hijo». Pero la operación de aislamiento de Felipe II en el infierno de la memoria histórica, con un Carlos V preservado en un limbo ‐cuando no, paraíso‐ singular, vendrá, sobre todo, de la literatura, más que de la historia. El tema de Don Carlos arrastrado desde el Barroco, encontrará en Schiller la culminación de su travesía literaria y el efecto Schiller será demoledor en el siglo XIX para Felipe II. Verdi sólo le pondría el epitafio musical. Y la Inquisición tendría en la novela gótica su principal plataforma de exhibición de horrores que sensibilizarían a la opinión pública que acabaría vinculando a Felipe II y la Inquisición como si fuera aquél el creador del Santo Oficio. La historiografía se dejó llevar por esta literatura. Y los trazos de Felipe II de los Prescott, Motley, Mignet y tantos otros ratificaron las viejas pautas de «Demonio del Mediodía», muy diferentes, insistimos, al discurso atribuido entonces a Carlos V. Tras la glaciación de los sentimientos románticos que llevó a cabo el positivismo, en nuestro siglo, la fórmula que los historiadores han utilizado para solucionar el problema de la comparación entre Carlos V y Felipe II ha sido recurrir al concepto de viraje. Carlos V y Felipe II, padre e hijo, tendrían una común posición política pero sus diferencias se producirían a partir de un supuesto viraje involucionista de Felipe II. El problema añadido ha sido determinar la cronología de ese viraje. Marañón lo situó en 1580. Más tarde, Reglà lo localizó en 1568. Hoy, la inmensa mayoría de los historiadores parece coincidir en la fecha de 1559. La verdad es que no creo demasiado en las tesis sobre el supuesto viraje de Felipe II. En primer lugar, porque los reinados de Carlos V y Felipe II en la práctica se solapan. Debe recordarse que Felipe II gobierna como regente mucho tiempo antes de que gobernase como Rey. En 1539 se incorpora el príncipe Felipe al poder nominal ‐el auténticamente efectivo lo tendría entonces Tavera‐ con motivo de la forzosa ausencia del Emperador. En 1543, ya asume el poder Felipe II de modo fáctico y lo va a mantener hasta 1555, el momento de la abdicación de su padre. Sólo dejaría de tener la regencia directa con motivo de su viaje de 1547 a 1551. Por lo tanto, los reinados de Carlos V y Felipe II no pueden confrontarse por la condición de permanente ausencia de Carlos V. El reinado de Felipe II empieza mucho antes de la abdicación de su padre. Por otra parte, el propio reinado de Carlos V está jalonado de cambios o de supuestos virajes. El primero, hacia 1527. Carlos V pondrá fin al período de transición que se había iniciado con los Reyes Católicos con lo que Fernández Álvarez ha llamado: «Organización del núcleo castellano y fundación de una 89
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r nueva dinastía». Se termina la represión de las Comunidades y Germanías, se liquidan los sueños erasmistas y se pone en evidencia la imposibilidad de entenderse con Francia ‐tras el fracaso del Tratado de Madrid‐; se abren los frentes de cristiandad con los turcos y de catolicidad con los protestantes que marcarán la política exterior de Carlos V... En torno a 1545 asistimos a un segundo cambio, a caballo de nuevos retos exteriores: el cuestionamiento de la idea europea, el impacto de la conquista y colonización americana, la transición de la razón pura, del viejo humanismo liberal a la razón práctica, al humanismo civil. A escala española se produce la emergencia de Siliceo y Valdés como obispos de Toledo y Sevilla, y la escalada del valdesianismo, con todas sus derivaciones políticas e ideológicas, de con‐ notaciones contrarrefor‐ mistas. Y también podría hablarse de último cambio en el Carlos V de Yuste, el que nos ha descrito García Simón como el gran desencantado, que se siente engañado por los que habían sido sus hombres de confianza, el amargado, el negativo. En realidad, pienso que más que cambios o virajes conscientes de su proyecto político, lo que hubo es un cambio salvaje, auténticamente salvaje, de la realidad que le tocó vivir y que, a mi juicio, desbordó a Carlos V. El erasmismo cortesano, como programa político desde la óptica del humanismo cristiano, muy pronto pone en evidencia sus contradicciones. El divorcio de Enrique VIII sirvió entre otras cosas para dinamitar la unidad del erasmismo. Ante la obligada definición respecto al conflicto planteado, Erasmo, Moro y Vives adoptaron actitudes radicalmente distintas. El profundo antijudaísmo de Erasmo hizo estragos en las relaciones de éste con Vives. Lutero significó el hundimiento del erasmismo al plantear retos teológicos ‐la justificación por la fe‐ con el problema de la libertad de pensamiento por medio y retos sociopolíticos ‐la relación con la Iglesia institucionalizada y los poderes políticos‐ que pronto rompieron los límites en los que había germinado el erasmismo. Éste, desde los primeros años treinta del siglo XVI ‐pese a Bataillon‐ era una pura ficción virtual. El luteranismo pasó de la cultura popular a la cultura intelectual de 1520 a 1535, cubriendo rápidamente el vacío erasmista. Es cierto que los grandes autos de fe se producen en 1559 pero el problema luterano era muy anterior en España. Cuando derrota Carlos V a los protestantes en Mülhberg ignora que el luteranismo lo tenía ya infiltrado en su Corte. Cuando Andrés Laguna pronuncia su discurso sobre Europa en 1543, la idea europea ya era un cadáver, el discurso es ya el canto del cisne. La amargura del Emperador en Yuste no es otra cosa que la conciencia de fracaso, de inadaptación a una realidad ciertamente muy diferente a la de su juventud. Felipe II no fue tan diferente a su padre. Le tocó vivir la culminación de la época que se había iniciado en aquella década tan singular de 1520. Y los problemas ‐que fueron muchos‐ que tuvo le vinieron derivados de una rigidez de reflejos por la fascinación mimética que tuvo respecto a su padre. Ni el padre ni el hijo 90
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r tuvieron el menor sentido de la anticipación al desarrollo de los acontecimientos. No era fácil. Puede decirse que la historia les estalló a ambos demasiadas veces ante sus narices, sin que jamás la asumieran. La sombra de la tristeza del Carlos V de Yuste estuvo presente en Felipe II sobre todo a partir de 1568, en que los fracasos personales y sentimentales incrementaron su oscuridad y le cargaron de lastres. Contrariamente a lo que tantas veces se ha dicho, creo que el perfil ideológico de padre e hijo no fue tan diferente, y la estrategia para asumir los problemas tampoco fue tan dispar. Lo que cambió fue, evidentemente, la trascendencia de la tormenta larvada desde aquel nublado del cielo imperial que fue en su origen el problema protestante. Creo, en definitiva, que la fácil contraposición de Carlos V y Felipe II, clásica en la historiografía de los tres últimos siglos, merece una revisión y pienso que la alternativa no es demostrar las grandes virtudes del ‐antes tan cargado de connotaciones negativas‐ Rey Felipe II. La homologación de ambos Reyes no se logrará a golpe de glosas a Felipe II (mecenas de las artes, protector de las ciencias útiles, culto, tan liberal en la vida sentimental como su padre...) sino a través de la ajustada valoración del contexto político e ideológico que les tocó vivir a ambos y el preciso examen de los retos que debieron afrontar. Estamos, sin duda, en el camino de lograrlo y no sólo a través de las múltiples reuniones científicas que se anuncian. Contamos ya con dos excelentes biografías de Carlos V, publicadas recientemente: la de Joseph Pérez, uno de los hispanistas franceses de mayor prestigio en nuestro país y el mejor conocedor de las Comunidades de Castilla, y la de Manuel Fernández Álvarez, el mejor conocedor, sin duda alguna, de Carlos V y de Felipe II. Sus biografías monumentales, la de Felipe II, publicada en 1998, y la de Carlos V, en 1999, marcarán la pauta de lo que se haga en el futuro. Ambos historiadores nos escriben aquí sus respectivas visiones sobre Carlos V. No voy a comentar estas biografías. Sólo diré que el personaje histórico de Carlos V ha suscitado siempre menos atención a la hora de biografiarlo entre los historiadores españoles que entre los extranjeros. Si Felipe II ha contado con múltiples biografías de historiadores españoles a lo largo de este siglo (de Fernández de Retana a Martínez Millán, pasando por Altamira, Vázquez de Prada o Belenguer), no es éste el caso de Carlos V, que fascinó a múltiples historiadores europeos y americanos que lo biografiaron (Ranke, Mignet, Prescott, Gachard, Merriman, Brandi, Rassow, Lapeyre, Tyler, Rady, Chaunu...) pero no así a los historiadores españoles que sólo se interesaron por cuestiones parciales, aunque trascendentes, de su reinado, como la problemática financiera que tan magistralmente estudió Carande, determinados acontecimientos de su reinado como las Comunidades o Germanías, o la problemática idea imperial y el pensamiento político que obsesionó a Menéndez Pidal en su polémica con Brandi y que después generó los libros de Maravall o Jover. Efectivamente, salvo una biografía ensayística de Madariaga, el historiador español que ha asumido la titánica tarea de representar en práctica exclusividad 91
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r la historia biográfica de Carlos V ha sido la figura de Fernández Álvarez. Lo subrayo, no sólo para significar los méritos bien conocidos del académico y maestro indiscutible de historiadores que es Fernández Álvarez, sino para preguntarme ¿por qué esta extraña apatía española ante Carlos V? Pienso que se ha optado por Felipe II porque éste era el Rey intrínsecamente español y la leyenda negra exigía la contrapropuesta hispánica. Con respecto al Rey‐ Emperador tengo la impresión de que se ha separado al Carlos I del Carlos V y se ha focalizado la atención sobre Carlos I, previo a 1519. Y de este período sólo ha interesado el Rey desorientado inicial y la explosión contestataria de las Comunidades y las Germanías. Después, el análisis de la agitada vida imperial se ha dejado para los historiadores extranjeros y sólo se ha vuelto a recuperar cuando Carlos V vuelve al redil hispánico en Yuste: el Rey decepcionado. Me gustaría que el ejemplo de la obra inmensa de Fernández Álvarez sirviera para hacer salir a los historiadores españoles del refugio doméstico, fuente de tantas distorsiones interpretativas, y los congresos del centenario de Carlos V pudieran empezar a romper nuestros ancestrales miedos a Europa. Ni el iniciático Carlos I ni Carlos después de ser Carlos V. Nos espera simplemente Carlos de Europa.
Mi Carlos V Joseph Pérez Carlos V resulta más bien simpático; incluso se le admira. En pleno Siglo de las Luces, Voltaire lo juzgaba muy superior a su rival, el francés Francisco I. Es verdad que los liberales españoles del siglo XIX lo veían como el introductor de una dinastía extranjera, el que había acabado con las «libertades» castellanas. Pero estos juicios severos han venido matizándose mucho. ¿Cómo podríamos sintetizar hoy una figura como la del Emperador? Yo destacaría tres aspectos: ‐un borgoñón que acabó hispanizándose; ‐un político cuyo concepto patrimonial del Estado chocaba con la fuerza de los incipientes nacionalismos; ‐un católico que no pudo mantener la unidad espiritual de la Cristiandad europea. El futuro Emperador nace en Gante en 1500 y hasta la edad de diecisiete años no va a salir de aquellas tierras del norte de Europa. De niño, Don Carlos sólo hablaba flamenco y francés. El castellano lo aprenderá mucho tiempo después. Sin embargo, Carlos V acaba aficionándose a las cosas y a los hombres de España hasta el punto de que intentó convertir el castellano en lengua de la diplomacia y lengua universal en un discurso pronunciado en Roma delante del Papa, de los cardenales y de los representantes de varias potencias. A pesar del 92
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r amor que sentía por Borgoña, «su patria», el Emperador, después de su abdicación, decidió retirarse a tierras de Extremadura, donde iba a morir en 1558. De sus antepasados germanos, Carlos V heredó la tendencia a considerar los territorios en los que reinaba como otros tantos bienes patrimoniales de los que podía disponer libremente. Esta tendencia chocaba con el concepto romano de Estado ‐res publica. Esa proyección patrimonial del poder explica la incapacidad de Carlos V para organizar los reinos y señoríos que formaban la monarquía de España en un todo coherente y solidario. Durante su reinado se llevaron a cabo las conquistas de extensos territorios en América y, sin embargo, el Nuevo Mundo ocupó muy poco lugar en las preocupaciones del Emperador. Tampoco supo Carlos V percibir la fuerza arrolladora de los modernos nacionalismos que se resistían a acatar cualquier autoridad supranacional. Resulta difícil ver en él un precursor de la idea de Europa. Esta palabra ‐Europa‐ no forma parte de su vocabulario. Lo que le interesa no es Europa, sino la república cristiana, lo que, en la Edad Media, se llamaba la Cristiandad. A veces se suele contraponer la intolerancia de Felipe II al «liberalismo» de su padre. Nada más inexacto. El joven Don Carlos había tenido en Flandes por maestro a Adrián de Utrecht, quien instruyó al príncipe en los dogmas fundamentales del catolicismo romano. Su fe entendía poco de sutilezas teológicas. Ahora bien, dicha postura no significa que fuera indiferente a las cuestiones dogmáticas. Desde el principio, Carlos V estuvo en contra de Lutero. Él no llegaba a entender cómo un hombre solo podía tener razón contra toda la Iglesia y rebelarse contra unas creencias y unas costumbres autorizadas por siglos y siglos de una tradición piadosa y colectiva. De esta constatación hay que partir para entender su política religiosa. Conviene hacer una distinción entre los territorios en los que Carlos V tenía una autoridad limitada y aquéllos en los que podía imponer su voluntad. Allí donde el Emperador tiene las manos libres, se muestra muy riguroso en la represión y no tolera ninguna concesión. En cambio, en Alemania, Carlos V no dispone de una libertad total de movimientos; su autoridad está limitada por una serie de trabas. Esto quedó patente ya en la Dieta de Worms (enero de 1521): Lutero pudo salir libremente. El Emperador ve en él un hereje, pero ello no quiere decir que la Iglesia no esté necesitada de alguna reforma. Carlos V considera que un concilio sería la mejor solución para examinar los problemas que se plantean y realizar las oportunas reformas tanto en el dogma como en la disciplina de la Iglesia, pero ni los luteranos ni el Papa desean realmente un compromiso de este tipo. En vista de esto, Don Carlos trata primero de convencer a los luteranos por medio de una serie de coloquios. Al darse cuenta de que no se llegaba a nada por aquella vía, el Emperador decidió emplear la fuerza contra los luteranos alemanes a quienes venció en Mühlberg (1547). Sin embargo, el problema esencial seguía en pie. Los luteranos se negaban a asistir al Concilio de Trento; no había ya que esperar 93
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r una hipotética reconciliación entre las dos Iglesias rivales. Para terminar con tan largo conflicto, Carlos V se avino a una fórmula provisional que no podía ser del agrado de nadie: el Interim de Augsburgo. Es su hermano, Don Fernando, quien preparó la solución definitiva, la paz de Augsburgo (25 de septiembre de 1555), en la que se llegó a confirmar a cada bando lo que había obtenido desde 1521; cada príncipe decidiría la modalidad religiosa de su Estado; nadie sería perseguido por abrazar la Confessio augustana. Era la consumación de la escisión religiosa, la territorialización y la politización de la religión. En muchos conceptos, el Emperador siguió ateniéndose a un ideario fundamentalmente medieval. La política imperial se nos presenta como «un fruto tardío del Medievo». Por otra parte, su idea imperial se nos figura como una anticipación fecunda de la especificidad de Occidente, anticipación de los vínculos culturales y morales que la posteridad había de potenciar.
Un proyecto europeo Manuel Fernández Álvarez Se ha discutido mucho sobre la idea imperial de Carlos V. De hecho, una de las polémicas más características de hace medio siglo, versaba en torno a esa cuestión, bajo las teorías de dos grandes historiadores: el alemán Karl Brandi y el español Menéndez Pidal. Eso me llevó en su día a tratar con detalle el tema, hasta el punto de que constituye el núcleo fundamental de una obra que publiqué en 1966: Política mundial de Carlos V y Felipe II. Y ya por entonces venía a decir que lo importante no era tanto el debatir sobre la influencia que sobre el Emperador habría podido tener el canciller italiano Gattinara, o bien si había que subrayar sobre todo el legado de los Reyes Católicos, sino ahondar en lo que el propio Carlos V nos dice, tanto a través de sus documentos como en su quehacer de estadista. Porque la verdad es que desde muy pronto Carlos V proclama cuál es su proyecto sobre Europa, cuáles creía que eran sus deberes como futuro Emperador ante la Cristiandad. Así lo haría ante las Cortes de Castilla de 1520, poco antes de embarcar en la nave que le había de llevar al norte de Europa para recibir la corona imperial en Aquisgrán. Es algo que estudié en mi reciente libro Carlos V: el césar y el hombre (Madrid, Espasa‐Forum, 1999; 4ª ed., enero 2000). Tan es así que el lector reflexivo lo puede comprobar de inmediato, sin más que leer el apartado que lleva por título, precisamente: «Cortes en Galicia. La Europa soñada por Carlos V». ¿Y cuál era esa Europa soñada por el Emperador? Él nos lo dirá, por boca del Presidente de aquellas Cortes castellanas de 1520, el obispo Mota: en primer lugar, una Europa en paz y armonía, porque él no pretendía apoderarse de nada que no fuera suyo: 94
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r «...no tiene necesidad de (otros) reinos, pues tiene muchos y buenos...» ¿No era acaso el señor de Flandes, el que contaba con la mayor parte de Alemania y de Italia y con España? «...contento estaba con la grandeza de España...» Incluso poseía lo que nadie tenía, las Indias de Occidente, esto es, América: «...el otro nuevo mundo de oro fecho para él, pues antes de nuestros días nunca fue nacido». No era, pues, su deseo atropellar ningún otro reino cristiano, sino preservar a toda Europa en paz, para mejor defenderla de sus enemigos internos y externos: de cualquier escisión en el seno de la Cristiandad y de la temible presión turca que amenazaba a Europa por Oriente, bajo el sable del sultán Solimán el Magnífico, el señor de Constantinopla, el otro Emperador si se quiere. Y como la Europa real era tan distinta a la por él soñada, desde el mismo momento en que recibe la Corona imperial, Carlos V se dedicará, con todas sus fuerzas, con todo su ímpetu, con todos sus recursos, a convertir aquella Europa real en la Europa soñada. Eso es lo que hace tan interesante la figura del Emperador para nuestro tiempo, en el que tantas esperanzas tenemos puestas en una Europa unida, en paz y armonía. Y eso es lo que me propuse destacar en mi libro sobre el César: seguir su quehacer imperial a lo largo de toda su vida, hasta su retiro en Yuste. Con lo que Carlos V nos da otra lección, otro mensaje: él está en el poder para realizar una misión, y cuando es tan notorio que le faltan las fuerzas para dirigir sus reinos, su obligación es decir adiós al poder, porque la república no se ha hecho para el rey, sino el rey para la república. Una sentencia que había podido leer ‐y de hecho, la había leído‐ en una obra imperecedera de su secretario de cartas latinas, Alfonso de Valdés: Diálogo de Mercurio y Carón, en la que aquel humanista ponía en boca de un buen rey ‐el Rey Polidoro‐ los más sabios consejos de cómo debía gobernar un príncipe cristiano a su pueblo. Otro mensaje, pues, para nuestros tiempos: que el quehacer del gobernante debe estar presidido por la moral (la razón ética de que nos habla Menéndez Pidal). De todo ello he procurado tratar en mi libro sobre el Emperador, siguiéndolo paso a paso desde su cuna hasta su sepultura, desde Gante hasta Yuste, tal como él nos lo cuenta en sus escritos o nos lo prueba con sus acciones. Procurando, de ese modo, más que hablar sobre el César, que sea el propio César el que nos hable a nosotros. Y, por supuesto, tratando también su aspecto
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r humano, porque contamos con abundantes testimonios que nos permiten presentar su vida familiar y cotidiana, e incluso su vida amorosa. Pero no primando esa vida privada sobre la pública. De hecho, de sus 853 páginas, cerca de 800 nos presentan al Rey‐Emperador en su quehacer imperial. No. Para mí Carlos V, y esto es lo importante, es sobre todo el Emperador de Europa, el que luchó toda su vida por mantenerla unida, volcando en ello todos sus esfuerzos y todos sus recursos. Y eso es lo que da verdadera grandeza a su figura. Añadiendo que en aquella tarea acabó contando con aquella Castilla que al principio se le había mostrado tan contraria. Porque, y esto es lo notable, el proceso de hispanización de Carlos V es sincrónico al de la imperialización de la España de su tiempo. De forma que jamás España se mostró tan volcada en Europa como bajo el reinado de Carlos V. De aquel Emperador que se atrevió a hablar ante el Papa Paulo III en Roma en español, para decirle mejor lo que sentía sobre la paz en la Cristiandad, y que a la postre, al sentir que le faltaban las fuerzas para bien gobernar, decidió retirarse a morir a Yuste; a un rincón, por tanto, de esa España que ya le había enamorado con su entrega.
Las Comunidades de Castilla (1520‐1521) Alfredo Alvar Ezquerra Esteban de Urueña, un joven escudero, asiste entre la muchedumbre a la ejecución de tres caballeros castellanos, Padilla y Bravo. El cabecilla, don Pedro Maldonado, que es de los Pimentel, es entregado para su corrección a un familiar suyo, el conde de Benavente. Su lugar lo ocupa el primo Francisco Maldonado. Suenan repiques de muerte que sólo alteran las voces de un pregonero: van a ser degollados (muerte honorable, no infame como la horca) por traición a su Rey. Juan Bravo no puede soportar tal difamación y le increpa con un sequísimo: «¡Mientes!» Padilla, volviéndose hacia él, le dice: «Bravo, ya que has luchado como un hombre valiente y noble, procura morir piadosamente como un buen cristiano». El 23 de abril de 1521, en los campos de Villalar, los señores para los que combatía Esteban habían alcanzado a un ejército de seis mil comuneros, lleno de pecheros, pero también de hidalgos urbanos que, por culpa del lodazal en que la lluvia había convertido el suelo, no podía moverse con soltura. La caballería imperial‐aristocrática fue más rápida y ágil. Los restos del ejército rebelde fueron hostigados por el conde de Haro hasta desarbolarlos en Toro. Esteban, aún mozo, sentía que en aquel patíbulo terminaba la larga zozobra dinástica que había sacudido a Castilla y a Aragón desde la muerte de la Reina Isabel. Bien es verdad que entonces las revoluciones eran tan potentes cuanto 96
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r grave hubiese sido la crisis de autoridad que las hubiera precedido. Pero había más cosas que notar en aquella plomiza mañana. A partir de Villalar ya no habría duda ni de quién era el Rey ‐por supuesto‐ ni de en qué iba a consistir su reinado y la historia de la Monarquía Hispánica en ese siglo y en el siguiente. También quedaba claro quién iba a sufragarla: América con metales preciosos, que para eso era territorio de Castilla, y Castilla con esfuerzos ingentes, con ilusiones, con quejas, con su ruina y con su atraso histórico, porque los otros territorios peninsulares, amparándose en sus usos, costumbres, leyes y privilegios, siempre hábilmente defendidos, se mantuvieron al margen de la sangría que supuso la política de defensa del catolicismo, de la dinastía y del prestigio en Europa. A cambio, una rama de los Habsburgo se castellanizó. Fue la socarrona victoria de los comuneros. Hacía poco más de un año, a principios de 1520, el Emperador Electo había pasado como una exhalación por Castilla desde la Corona de Aragón. Estaba siendo jurado Rey en todos y cada uno de sus territorios peninsulares y en Barcelona recibió la noticia de su elección imperial. Esteban recuerda, cerca del patíbulo, las solemnidades con que había sido recibido en Burgos, en Valladolid, en Santiago, donde había convocado Cortes. Pero recuerda, también, las quejas contra Su Majestad. En Tordesillas y Valladolid, altaneras, la guardia real había tenido que hacer uso de la fuerza para abrir paso al Rey. Es más, don Pedro Girón «había dicho al Emperador una recia palabra y se la habían sufrido». En Valladolid, afrentosamente, repicaron campanas en señal de peligro y admonición, estando el jovenzuelo Rey en la ciudad castellana. Por doquier el Reino advertía que en cualquier momento se podía alborotar. A aquellas Cortes ‐abiertas en Santiago y clausuradas en La Coruña‐ sólo acudieron dieciséis ciudades de las dieciocho que tenían voto y se abrieron en medio de un buen ambiente de crispación. Las ciudades discutieron con el Rey, le increparon su manera de obrar y la mitad le censuraron y le negaron la ayuda económica solicitada. Castilla se había levantado institucionalmente y desde Toledo (¡ya te harán Ciudad Imperial!) se azuzaba a la rebelión. El Rey pensaba en ir a Toledo, pero le llamaba, con más fuerza, la política exterior. ¡Qué prisa ahora por no perder la Corona Imperial, comparada con la parsimonia para acudir a España en 1517! Los actos impunes continuaron. Había prometido en las Cortes no dar más cargos a los extranjeros pero, al irse, nombró Gobernador a Adriano de Utrecht (¡cómo escandalizó esa decisión al señor de Esteban de Urueña!); además, no convencía el proceso de «hispanización» del Monarca, que había sacado a don Fernando de Castilla y, para colmo, la mitra de Cisneros la llevaba ahora (desde 1518) el sobrino de Chièvres, un joven que no sobrepasaba la veintena de años. Bien es verdad que murió en 1521 sin haber venido a Castilla; cosas del destino. Aquel joven Rey, además, no había cruzado el Duero, ni había pisado el Reino de Valencia... 97
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r En Castilla se vivían momentos de confusión y Esteban, acaso a hurtadillas, se preguntaba cómo habrían obrado en otro lugar si hubiera llegado un imberbe Rey extranjero arrasando las rentas locales, concediendo los oficios en favor de sus próximos, y aún sin haber visitado las cabezas de sus reinos, se hubiera vuelto a ir a ser coronado Emperador a costa de ese zaherido territorio, el cual pasaba a ser secundario en el entramado político de su señor que era, primero, Emperador, y después, Rey. Antes de que Carlos se embarque, la revolución en Toledo ha tomado el alcázar; en Segovia asesinan a uno de los procuradores por haber traicionado las instrucciones de su ciudad en las Cortes. El mes de mayo de 1520 concluye. La rebelión ha estallado. Rebelión contra el mal gobierno, nunca contra el Rey. El ejército real, al primer intento de entrar en Segovia, es repelido. En Medina del Campo, además de riqueza económica, hay una guarnición de artillería. La ciudad se niega a entregar las baterías a los reales y éstos le prenden fuego. En Ávila se reúnen representantes de las ciudades sublevadas. Es la Junta Santa, la que recoge las demandas parciales para hacer una única gran petición coordinada. En septiembre de 1520 los amotinados toman Tordesillas y se reúnen con la auténtica Reina de Castilla y de Aragón, doña Juana, la madre de don Fernando el añorado. Al mismo tiempo, la rebelión comunera se ha convertido en un movimiento antiseñorial (nos descubrirá esa vertiente Gutiérrez Nieto) y la nobleza, que había sido solidaria con las ciudades, se revuelve. Carlos I, por indicación de sus consejeros castellanos, decide situar cerca de Adriano a aristócratas de Castilla: un Velasco y un Enríquez; por otro lado, se inician negociaciones, se conceden privilegios, se exhorta a Burgos para que pase al lado real. Aún es septiembre de 1520. El Condestable (Velasco) escribe desesperado al Rey que le mande soldados de donde sea, que «de Briviesa a Sierra Morena, todo está levantado». El propio Adriano ha abandonado Valladolid y se ha ido a establecer y refugiar a Medina de Rioseco, villa de los Fadrique Enríquez. Para su bien, las disensiones dentro del bando rebelde conducen a su fractura. El ejército imperial logra tomar Tordesillas en diciembre de 1520, donde seguía la pobre Reina Juana. El ejército comunero devuelve el golpe a finales de febrero en Torrelobatón, y se espera conquistar una localidad más importante... Gritan, en medio de la refriega, «¡Padilla, Padilla y Libertad!» Un golpe seco separa un cuello de su tronco. Un gélido ¡ay! se eleva al cielo. El muchacho, impresionado, vuelve a casa. Su señor le habla: así los caballeros sabrán a quién han de servir y que por muy malo que sea el Rey lo han de sufrir siempre, porque esos son los designios de Dios. Esteban, sin embargo, está asustado y convencido de que todo aquello es mucho más complejo que sólo una mala acción de endemoniados rebeldes. Las ciudades castellanas han demostrado gran madurez en su manera de obrar y han actuado unidas en Comunidad; han solicitado la reforma de la Inquisición; 98
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r querían al Rey en su Reino y que no salieran los dineros de Castilla; la rebelión había unido a heterogéneos patriciados; se quería la popularización del gobierno de las ciudades con asambleas urbanas; alrededor de la Santa Junta se había forjado un cierto modelo de Estado y sus peticiones al Rey ‐nunca al Emperador‐ afectaban a todas las esferas del poder (analizadas por Danvila y recientemente por Joseph Pérez, por Pérez Zagorin, por Maravall, por Gutiérrez Nieto...) Algunos realistas culpaban de todo a los conversos; en Villalar terminaba algo más que un movimiento xenófobo o de provincianos, frente a los deseos europeístas de otros. La viuda de Padilla, doña María Pacheco, sobrina del conde de Tendilla, se hace fuerte en Toledo. Pero ya no hay ánimos para seguir. El papel de la viuda recuerda mucho al de una Leona de Castilla; pero esto son ya asuntos de cine. La verdad es que se exilió en Portugal y murió en marzo de 1531. Las Cortes de Castilla, que habían suplicado amnistías tras el perdón real (del que se excluyó a 293 personas), callan a partir de 1532: los comuneros han muerto ya socialmente, y caen en el olvido lentamente... hasta el siglo XIX, en el que son inmolados y su realidad distorsionada, como tantas cosas sobre las que se escribió en ese siglo de nacionalismos. En 1534 el Emperador fue a visitar Villalar. Esteban de Urueña esta vez no estuvo allí. Gisbert tampoco. Ni Sánchez Santaré, ni Borrás y Mompó...
La limpieza de sangre Juan Ignacio Gutiérrez Nieto En el siglo XV los conversos procedentes del judaísmo alcanzaron una importancia de todo tipo que despertó el recelo de la nobleza y de los estamentos populares. La nobleza, a través de cofradías nobiliarias, terminó exigiendo a los candidatos que acreditasen no tener antepasados judíos; y lo mismo ocurrió con las Órdenes Militares antes de finalizar el siglo. Los intentos de excluirlos de los cargos municipales, tras la revuelta fallida de Pero Sarmiento en Toledo en 1449, acabaron, en lo que restaba de siglo, en fracaso, salvo en Ciudad Real y Villena. En ámbitos eclesiásticos, por otra parte, la exigencia de limpieza de sangre fue prácticamente inexistente en el siglo XV, salvo en el caso de la Orden de los Jerónimos, y ello en fecha muy tardía. Los Reyes Católicos no tuvieron empacho en rodearse de secretarios y consejeros conversos, así como de miembros de la misma condición en los servicios de la Corte, especialmente médicos. Y, aunque procuran atraerse la complacencia de los cristianos viejos, poniendo mayoría de «lindos», de «limpios», en la nueva Corte del heredero, el Príncipe Don Juan, también habrá unos cuantos servidores de ascendencia conversa, impuestos por Isabel. El proceso que podemos denominar «encastamiento» (adscripción a una u otra casta, buena y mala casta, lo que conllevaba ventajas o discriminaciones en 99
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r ciertas instituciones) continúa tras la muerte de Isabel y ello fuerza a los conversos, si no a desmontar, al menos a parar dicho proceso de encastamiento en asunto en el que les va «la muerte social», tanto en relación con la Inquisición como con la reforma de los estatutos de limpieza. Los flamencos parecen inclinarse por los conversos. Tras la Guerra de las Comunidades, en la que los últimos participaron decisivamente a favor de los rebeldes, y tras el paréntesis aperturista de la tercera década del siglo que representó el erasmismo crítico, a partir de 1530, el proceso de encastamiento de nuevo se acelera y llenará toda la segunda mitad del reinado de Carlos V. Coincidiendo, paralelamente, con la aristocratización que, todavía de manera tenue, impregnaba el comportamiento social del momento y la agudización del problema protestante. La Monarquía querrá que se asocie lealtad y ortodoxia como comportamiento natural de los cristianos viejos, y deslealtad y heterodoxia como comportamientos propios de los descendientes de conversos, todos ellos entonces vistos como «sospechosos a la Fe», con palabras de Fernández de Oviedo. Y nada mejor para mantener viva esta idea que hacer ver que la sociedad tenía castigados y discriminados a los conversos a través de los estatutos de limpieza de sangre, que proporcionaban honra tanto a las instituciones como a los individuos que a ellas pertenecían. Son momentos en los que la sociedad tiende a cerrarse y en los que se crea un clima anticonverso espeso, muchas veces en razón de la mera lucha por cargos y prebendas. Disposiciones testamentarias de muchos hidalgos contienen la prohibición de que los herederos contraigan relaciones matrimoniales con elementos que se consideran, en mayor o menor medida, con ascendencia judía; en la importante Catedral de Córdoba se crea estatuto de limpieza de sangre; cofradías de eclesiásticos se constituyen entonces que excluyen a los que sean «nuevamente convertidos hasta la cuarta generación». Incluso el propio Monarca sale en defensa de las cofradías de estatuto como lo hizo con las de Alcaraz en 1536. En los ámbitos estrictamente cortesanos y de gobierno, los años treinta también fueron de inflexión en el proceso encastizador. El Consejo de Castilla va siendo poco a poco controlado por los «colegiales», es decir, por los antiguos becarios de los colegios mayores con estatuto, y emprende una selección de los aspirantes a cargos de la Administración en la que la limpieza de sangre juega a favor del candidato, aunque lo sea por ser hijo de labradores. El Consejo de Órdenes, por su parte, exagera el rigor de los informes sobre la limpieza de los candidatos, a la vez que aumenta el número de caballeros de hábito que demostraban ser de «cuna limpia» y «vida limpia». En la Corte del joven Príncipe Felipe, su ayo, Juan de Zúñiga, recomienda al Emperador que la servidumbre sea de cristianos viejos, incluso en relación con los médicos. Finalmente, en los años cuarenta tiene lugar un acontecimiento de honda repercusión en la sociedad. El arzobispo Siliceo, hecho después cardenal, hijo de modestos labradores, tras implantar estatuto de limpieza parcial en la Catedral 100
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r de Murcia, consigue lo que ya había pretendido años antes el cardenal Tavera en el cabildo de la Catedral Primada: que quedaran excluidos en adelante los candidatos a canongías y cargos que no acreditasen limpieza de sangre. Entre 1547 y 1556 durará el conflicto, que tuvo dividida no sólo a la sociedad toledana, sino a la sociedad del Reino entero. Tras conseguir una mayoría de votos en el cabildo catedralicio, obtiene la bula papal correspondiente. Faltaba la correspondiente confirmación del Consejo de Castilla, que recibe innumerables informes individuales y colectivos, a favor y en contra, entre ellos el de la Universidad de Alcalá. Durante algunos años Carlos V dejó hacer, resistiéndose a sancionar los estatutos. Finalmente los confirma en 1556 por medio del joven Felipe II. A finales de reinado otra suerte de acontecimientos ponen de relieve la suspicaz actitud del Emperador ante los descendientes de conversos. En 1558 se descubre y procesa a un grupo de personas, pretendidamente protestantes, en Valladolid y ciudades vecinas. El grupo está encabezado por varios miembros de la familia Cazalla. El padre, el contador Cazalla, años atrás había tenido que ver con la Inquisición por judaizante. Pues bien, cuando llegaron las primeras noticias sobre el asunto, Carlos pidió a su hija, la Gobernadora Juana, que instase para que las penas fuesen lo más duras posible, incluso que se aplicase a los procesados la condición de «sediciosos, escandalosos, alborotadores e inquietadores de la República». Quería que el escarmiento fuese ejemplar para que España no tuviese que soportar los problemas a los que había tenido que hacer frente por la expansión protestante en Alemania. Rechaza tajantemente posibles medidas de clemencia, «en especial siendo confesos, por haberlo sido casi todos los inventores de estas herejías». Pocos meses después moría en Yuste, pero el mensaje lo llevó a cabo cumplidamente su hijo. Se iniciaba lo que, con expresión de Ortega, he designado como la tibetanización de Castilla por Felipe II.
La política del Imperio José Martínez Millán A pesar de la admiración que produjo la inmensa extensión de territorios que logró unificar bajo su persona, el reinado del Emperador Carlos V no ha gozado de una atención proporcional en las investigaciones de los historiadores españoles. En los libros de historia del siglo XIX y buena parte del XX, Carlos V aparece como un personaje distante y extranjero; un Monarca que truncó la evolución política de la nueva Monarquía que habían unificado los Reyes Católicos, introduciéndola en una serie de guerras europeas en las que los intereses hispanos estaban ausentes o resultaban poco claros. Para los historiadores liberales, como Modesto Lafuente o José Amador de los Ríos, el proceso de unificación del Estado‐Nación era lo que más preocupaba en sus 101
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r estudios, de ahí que insistieran en los logros y errores de los distintos Monarcas en su empuje hacia la unión nacional. Desde estos presupuestos, los Reyes Católicos constituían el paradigma de Monarcas que habían comprendido el desarrollo nacional; a ellos les atribuían unas cualidades humanas excepcionales y una clarividencia política inigualable. No obstante, la gloriosa trayectoria nacional se había visto truncada con la llegada de un Rey extranjero: Carlos I. El propio Lafuente afirmaba sin ambages, en el Discurso preliminar a su magna obra, cuando se disponía a interpretar dicho reinado: «Confesamos que el reinado de Carlos V nos admira, pero no nos entusiasma». La misma tendencia se observa en los novelistas y dramaturgos de la época, quienes a través de sus manifestaciones literarias defendían idénticas ideas a las de los historiadores, buscando el origen de la nación en la Edad Media y mostrando un interés casi nulo por la persona del Emperador. Ni siquiera los políticos se sintieron atraídos por el personaje: no se construyó monumento conmemorativo en ninguna ciudad de España que evocase su memoria. No resulta extraño, por tanto, que las interpretaciones que los españoles teníamos sobre el reinado de Carlos V fueran debidas a historiadores extranjeros. Con todo, en las décadas centrales del siglo XX, Menéndez Pidal ‐partiendo de estos planteamientos foráneos‐ realizó un gran esfuerzo por insertar a Carlos V dentro de la Historia de España, atribuyendo unos orígenes hispanos a la idea imperial. Por su parte, José María Doussinague, siguiendo estos mismos criterios, defendía que las ideas políticas que guiaron la actuación de Carlos V eran las mismas que las del Rey Fernando el Católico, a quien consideraba sin rodeos su mentor, ya que, poco antes de morir, le había enviado un memorial en el que, además de instruirle sobre la situación política europea del momento, le proponía el lema que debía guiar su conducta durante toda su vida: «Paz con los cristianos y guerra contra el infiel». La originalidad de estas interpretaciones radica ‐a mi juicio‐ no tanto en demostrar que Carlos V asimiló las ideas políticas hispanas (lo que, por lo menos, requiere una amplia explicación), cuanto en atribuirle las mismas inquietudes que la tradición historiográfica liberal conservadora venía asignando a los Reyes Católicos como forjadores de la unidad de España y defensores de la religión. A partir de aquí, el camino se encontraba expedito para escribir sobre Carlos V y además para hacerlo con sentido dentro de la evolución de la Historia de España. Cuando Vicens Vives, en un agudo artículo publicado con motivo de la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Carlos V (1958), siguiendo unos planteamientos estatalistas, afirmaba que no había logrado descubrir una estructura administrativa que hubiera dado unidad al Imperio carolino, poniendo en tela de juicio la existencia y racionalidad de tan gran construcción política, el Imperio se interpretó como una rémora del pasado (Edad Media, época del Imperio) que dio paso a otro período caracterizado por un nuevo tipo de organización política (Edad
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Moderna con el «Estado absolutista») y al propio Emperador como a un personaje anacrónico, a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. Esta interpretación, con diversas variantes, es la manera como se ha venido estudiando el reinado de Carlos V, según testimonian los manuales universitarios al uso, y por lo que se observa a través de las publicaciones y congresos que hasta ahora se han realizado con motivo de la conmemoración del quinto centenario de su nacimiento, no parece que se vayan a modificar sustancialmente. Por mi parte, al plantear la evolución política del reinado de Carlos V y la significación posterior que tuvo, considero que es preciso tener en cuenta, al menos, las siguientes advertencias para entenderlo adecuadamente: A) El hecho de que el Imperio carolino se configurase como un gran sistema político por agregación de reinos, fruto de las numerosas herencias, no permite que su estudio se enfoque desde una perspectiva de centralización/descentralización, ya que Carlos V ejerció su poder más en términos de coordinación que de centralización, lo que no está en contradicción con la unidad que adquirieron sus territorios. Por la misma razón, tampoco resulta posible estudiar la política del personaje desde el punto de vista del nacionalismo actual o del europeísmo. La composición de las Monarquías del siglo XVI se hacía más en términos de ordenación que de organización; por consiguiente, tanto la unidad del Imperio como la de las Monarquías de la Edad Moderna no se conseguían sólamente a través de la centralización administrativa, sino a través de una serie de organismos (como la Casa Real, la Corte, etcétera) que resultan difíciles de entender con la mentalidad política actual. B) Es preciso no precipitarse extrayendo conclusiones metafísicas de la idea imperial y de lo que trataron de decir sus creadores. Los personajes hispanos (el obispo Mota, fray Antonio de Guevara o Alfonso de Valdés), que los historiadores han señalado como los autores de dicha idea, nunca gozaron de la confianza plena del Emperador y resulta difícil creer que un Monarca pudiera construir su «programa político» con las ideas de personajes de los que no se fiaba completamente. Por lo que se refiere a Gattinara, un estudio detenido de los documentos originales que reposan en su archivo (Italia) demuestra que fue menos humanista de lo que se le ha atribuido y que su idea imperial era mucho menos trascendente de lo que afirmó Karl Brandi y mucho más concreta: el dominio de Italia frente a la Monarquía francesa. Es preciso tener en cuenta que las relaciones políticas se entendían a través de la aspiración que tenían todas a la Monarchia Universalis, lo que ayuda a encontrar respuesta a los problemas que se plantean a la hora de estudiar el enfrentamiento Valois‐Habsburgo,
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r reflejo de las normas en las que estaba basada la política de la época: el «estado» dinástico. C) Finalmente, la impronta castellanista con la que, consciente o inconscientemente, la mayor parte de los historiadores ha interpretado la proyección política del Imperio carolino, ha impedido ver que buena parte de sus objetivos, al menos en el Mediterráneo, habían constituido la esencia de la política aragonesa durante el siglo XV, como ya sugiriera Vicens Vives, en los que ahora se veía implicada Castilla. Desde este punto de vista, no resulta descabellado pensar que una de las razones fundamentales por la que Carlos optó a la Corona imperial fue por el temor de que tan prestigioso nombramiento recayese en el Rey francés Francisco I, en cuyo caso, no sólo estaban en peligro de perderse los dominios e influencia aragoneses en Italia, sino también los territorios heredados de su padre (Felipe el Hermoso). Este miedo era compartido por sus dos abuelos, que no dudaron en advertirlo, cada uno por separado, a su joven e inexperto nieto y a la corte de flamencos que le acompañó: Fernando el Católico, enviándole distintos memoriales a través de personajes de su confianza en los que le asesoraba sobre la política a seguir para neutralizar al Monarca francés; por su parte, Maximiliano, enviando a Gattinara (retirado en su villa) para que le convenciera de la necesidad de coronarse Emperador y le orientara en la política que debía seguir en Italia. A partir de estos presupuestos, el reinado de Carlos V cobra un sentido nuevo en el que la periodización (siempre sujeta a subjetividades y posibles críticas) constituye un aspecto secundario frente a los hechos más decisivos que lo articularon y que, en buena parte, han pasado desapercibidos. Así, se puede distinguir una primera etapa, tras el nombramiento imperial y las revueltas de las Comunidades y Germanías, en la que Carlos V pasó un largo periodo de años en la Península organizando su servicio con el fin de dar unidad a los diversos territorios que había heredado, a través de la incorporación de sus elites dirigentes. Mucho se ha incidido en la reforma administrativa (creación de Consejos) llevada a cabo para «estos reinos» en torno a 1523, pero ha pasado desapercibida la transformación que experimentó el servicio de la Casa Real de Castilla (uno de los objetivos fundamentales de las Cortes celebradas dicho año) y el papel integrador que asumió la Casa de Borgoña, cuyo estilo se constituyó en el servicio oficial del Emperador durante toda su vida. La segunda etapa del reinado, comprendida entre la coronación imperial de Bolonia (1530) y la paz de Crépy (1544), tuvo por objetivo el dominio de Italia en pugna abierta con la Monarquía francesa. La necesidad de pasar a Italia se había hecho acuciante tras el Saco de Roma, ya que Italia no sólo era el lugar donde había de dirimirse la supremacía continental, sino que en ella se levantaba la Roma pontificia, en relación a la cual el Imperio carolino tenía que definirse. Si la batalla de Pavía hizo tomar conciencia a Carlos V de su primacía política en Europa, el Saco de 104
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Roma le obligó a plantearse sus relaciones con el Papado y el papel que debía desempeñar dentro de la cristiandad y su justificación ideológica. Pero además, en su intento de dominar Italia frente a Francisco I, la imagen que debía dar el Emperador era pacífica, no como invasor ‐lo que habían hecho los franceses‐, sino como protector, y ello, incluso, a costa de suscribir tratados poco ventajosos. En este sentido, la configuración institucional de la Corona de Aragón aparecía como un modelo adecuado para dar unidad al Imperio. Los historiadores españoles han incidido en la importancia (que sin duda tuvieron) de las expediciones de Carlos V a Túnez y a Argel, pero no han destacado lo suficiente la anexión de Milán y demás actividades desplegadas por el Emperador en Italia, pues, con ellas, sin pretenderlo, estaba dibujando los contornos que tendría la Monarquía hispana durante la Edad Moderna. Finalmente, desde la paz de Crépy hasta su abdicación (1556), Carlos V se dedicó preferentemente a la lucha contra los protestantes en el Imperio. No fue sólamente una lucha armada; también implicaba una toma de posición ideológica y política que evidenciaba la quiebra del humanismo político. La persecución de las obras de Erasmo, la realización del Concilio de Trento, etcétera, recuerdan los orígenes del proceso de confesionalización que, pocos años después, iniciaba su hijo Felipe II.
Luces y sombras del Emperador Ramiro Cristóbal Igual que el personaje al que está dedicada, la exposición Carolus será itinerante: acaba de clausurarse en Gante, ciudad de nacimiento de Carlos V, y se marcha, en unas pocas semanas, a Bonn y Viena, para trasladarse, con armas y bagajes, a Toledo a comienzo del otoño. Ninguna de las ciudades que tuvieron alguna relación con el Emperador hubiera querido quedarse fuera del gran acontecimiento centenario, pero en todas ha aflorado una ambivalencia entre orgullo histórico y rencor profundo que todo el mundo ha mantenido más o menos en secreto. Carolus es, pues, una exposición de luces y sombras. No sólo porque el arte de la época, repleto de retratos en interiores escasamente iluminados, tiende a ellas, sino porque es perceptible el mencionado sentimiento contradictorio. En Gante, por ejemplo, hay pintadas por las paredes en las que se ven horcas de las que pende un toisón. Es una alusión actual a la pena decretada por Carlos V contra su ciudad de nacimiento para castigarla por su rebeldía: además de enormes multas hizo presentarse ante él a las autoridades de la ciudad junto con los burgueses más prominentes y los jefes de los gremios, con una soga al cuello, en clara y siniestra amenaza, y arrodillarse ante él. Los flamencos le odiaron por irse a España y en España le odiaron por traer a los flamencos. En Italia se le detestó por el Saco de Roma y en Alemania por su 105
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r encarnizada lucha contra los protestantes. En los Países Bajos aún se recuerda su política de mano dura con su lugar de origen y en México existe todavía un hondo resentimiento por los hechos de Hernán Cortés y su gente. Sin embargo, nadie deja de reconocer que fue el primer gran Monarca europeo de la Edad Moderna con una vocación de supranacionalidad que ha resultado profética. Quizás por ello el responsable de la exposición Carolus de Gante, el historiador Hugo Soly, organizó la muestra, en sus propias palabras, como: «Cuatro círculos concéntricos que descubren progresivamente un horizonte más amplio: Gante, los antiguos Países Bajos, Europa y el Mundo». Y añade que «cada nuevo círculo desarrolla un dominio más grande y los temas se van, al mismo tiempo, ensanchando y reflejan un nivel de interacción cada vez más complejo primero en el plano político‐cultural y, a continuación, en el plano religioso y socio‐económico». En efecto, la primera parte de la exposición, es decir, la dedicada a la ciudad de Gante y a otras ciudades de Bélgica, como Malinas, donde se educó realmente el futuro Emperador, es un muestrario de retratos infantiles como el precioso Carlos V a la edad de siete años con halcón de caza, obra del Maestro de la leyenda de la Magdalena, de 1507. Pero, sobre todo, es un amplio conjunto de pinturas, esculturas y documentos de la complicada política europea del siglo XV que llevó al joven Carlos de Gante a reunir en sus manos, apenas con veinte años, las herencias de los tronos de Castilla y Aragón, el Sacro Imperio Romano Germánico y los reinos de Borgoña y Flandes. Carolus reúne una amplia iconografía de personajes como los Reyes Isabel y Fernando de España, Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, padres del Emperador; Maximiliano de Austria, Carlos el Temerario, y una referencia para los preceptores de Carlos V, en especial su tía, la hermana de Felipe el Hermoso, Margarita de Austria, una culta mujer, protectora de artistas y humanista en su pequeña Corte de Malinas. La ciudad de Gante a principios del siglo XVI recibe una particular atención. En efecto, a partir de esta primera parte, la exposición adquiere caracteres mucho más complejos: los avances de la medicina gracia a Vesalio, la oposición política más o menos velada por parte de algunos de los principales humanistas de la época, con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro ‐cuyas obras Institutio Principis Christiani y la Utopía aparecen representadas en todo o en parte‐ a la cabeza, las personalidades relevantes de la época: los hombres que tuvieron especial influencia sobre el Emperador Carlos, Adriano de Utrecht, más tarde Papa Adriano VI, Guillermo de Croy, señor de Chievres, y Jerónimo de Busleyden, y también René de Chalons, príncipe de Orange‐Nassau, miembro, como Carlos V, de la Orden del Toisón de Oro. Un amplio repertorio del mobiliario y de los instrumentos musicales del Renacimiento ‐arpas, cromornes, virginal o espineta‐ e interiores de palacios y de casas burguesas. Todo ello más las representaciones del príncipe adolescente.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r En la tercera parte domina la presencia de Carlos V joven y maduro, el del casamiento con Isabel de Portugal, el de la coronación como Emperador y el de la confrontación política y militar con los dos grandes monarcas de su tiempo, Francisco I y Enrique VIII, las terribles guerras de religión y la aparición de Lutero en Alemania, la prolongada guerra en el Mediterráneo y el Este de Europa contra los turcos. Todo ello constituye el núcleo de la sección europea de la muestra. Es también la época de las grandes representaciones del Emperador. La imagen del Monarca en las esculturas y pinturas de los Leoni y Tiziano muestran una progresiva tendencia ‐como ha estudiado el profesor Checa‐ al engrandecimiento privado y público del personaje. El óleo de 1532 Carlos V con un perro y, sobre todo, Carlos V en Mühlberg, de 1548, marcan el momento de su mayor grandeza. Este Emperador viajero y caudillo militar hizo de su tienda de campaña un pequeño palacio desmontable. Mapas de camino y rutas, lujosos cubiertos de campaña, una silla de manos, vestidos, armaduras de desfile, de torneo y de combate, armas de todo tipo y juegos de ajedrez hablan de días y noches de tensas esperas antes de las batallas. Los contactos con la recién descubierta América y los viajes por el Mediterráneo, África y el norte de Europa produjeron una progresiva y compleja estructura comercial, bancaria y monetaria. A la vez ensancharon los conocimientos de ciencias tan diversas como la botánica, la zoología, la geografía, la astronomía, la etnología, el estudio de sociedades y culturas de otros continentes y, de forma particular, el desarrollo de la ciencias humanísticas. En la última parte de la exposición Carolus aparecen cuadros y objetos propios del oficio de banqueros y cambistas, personajes novedosos y emergentes de la época, el Arte de la lengua mexicana de fray Andrés de Olmos de 1539, el famoso dibujo de un león y otro de un rinoceronte de Durero, y muestras de la artesanía y el arte tradicional de los africanos, totonecas, aztecas e incas. Por fin, aparecen las primeras representaciones de Felipe II, el heredero tras la abdicación del Emperador. Carolus es una exposición que no pertenece a ningún país. Es, antes que nada, el retrato de una época crucial para el futuro del mundo a través de un personaje que quedó tan aplastado física e intelectualmente por el terrible periodo que le tocó vivir y manejar que a los cincuenta y seis años dejó el poder y se retiró a un monasterio, aquejado de trastornos mentales bastante visibles. El paso de la exposición por las diferentes ciudades comportará necesariamente cambios en algunos de sus aspectos. Parece lógico pensar que tanto Bonn como Viena o Toledo darán mucha menor importancia a Gante, ciudad en la que el Emperador apenas vivió los primeros años de su vida, y aumentarán las representaciones de sus ciudades propias.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r No obstante, la filosofía central quedará intacta reflejando esa peculiar mezcla de intransigencia y tolerancia, de refinamiento burgués y cortesano y barbarie militar, de nuevas luces en el pensamiento y vigorosas instancias oscurantistas medievales, de espíritu caballeresco y política maquiavélica. Todo pasó a través de un individuo al que tocó ser rey y reina, torre y alfil en una interminable partida que duró toda su vida, sin vencedores ni vencidos.
Carlos V en Alemania J. Rafael Hernández Arias Con motivo del quinto centenario del nacimiento de Carlos I de España y V de Alemania se han organizado, en distintos países europeos, exposiciones, ciclos de conferencias y otros actos culturales para recordar a esta figura histórica tan compleja. En Gante abrió sus puertas en 1999, con gran éxito de público, una exposición que pretende contribuir a descifrar el enigma del gran Emperador. Y podemos afirmar que Bélgica se ha volcado en la conmemoración. Por doquier se encuentran recuerdos turísticos que hacen referencia a la persona de Carlos V. Su semblante aparece en botellas de vino, tazas, pañuelos y otros objetos decorativos. Pero, ¿a quién se celebra aquí? Si revisamos la amplia bibliografía europea sobre este Monarca, comprobamos que predominan los rasgos negativos. Por eso extraña que se adopte esta actitud. Pero todo se aclara cuando se percibe el espíritu que preside la exposición. No se conmemora, por supuesto, al Carlos V católico, protector de la Iglesia y de la unidad del Imperio, al Carlos V de la batalla de Mühlberg, sino al europeo, al Emperador que, por su posición privilegiada, afrontó problemas similares a los que hoy conoce Europa, intentando contrarrestar la difusión del principio nacional que comenzaba a imponerse en sus territorios. Esta interpretación europea de Carlos V, aunque más radical, es la que, hace unos años, intentó imponer Otto de Habsburgo, uno de los líderes del movimiento paneuropeo, con su libro Carlos V. Un Emperador por Europa (Amalthea). Esta tendencia europeísta predomina también en las nuevas publicaciones alemanas sobre Carlos V. Desde el trabajo meticuloso de Karl Brandi, excepcional biógrafo de esta personalidad histórica, a cuyo estudio dedicó la mayor parte de su vida, no se había prestado tanta atención a la figura de Carlos V en Alemania, aunque se han ido publicando regularmente obras referentes a este Emperador, algunas de gran importancia científica. Karl Brandi, con una constancia ejemplar, estudió, con ayuda de su equipo investigador, las fuentes documentales en los diversos archivos europeos, desde Viena a Simancas; publicó una biografía de Carlos V en 1937 y, a continuación, editó un segundo tomo con las fuentes empleadas en su obra. Es muy posible que Brandi haya sido el hombre que más ha hecho para facilitar el estudio de la vida y circunstancias de Carlos V. Su biografía se sigue reeditando en 108
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r numerosos idiomas y los investigadores continúan recurriendo con asiduidad a su obra. Pero la contribución de mayor peso intelectual en Alemania a la conmemoración del nacimiento de Carlos V ha sido, probablemente, la del historiador Alfred Kohler. En 1990 ya publicó un volumen titulado Fuentes para la historia de Carlos V. Ahora aparece su biografía Carlos V. 1500‐1558, la culminación de muchos años de estudio, en la que concibe al Monarca como un europeo, un ejemplo interesante para la Europa de hoy, con sus dificultades nacionales y regionales. Kohler manifiesta además la aún existente divergencia entre las interpretaciones historiográficas sureuropeas y centroeuropeas de Carlos V. Mientras las primeras, muchas de ellas «hispanocéntricas», descuidan las aspiraciones universalistas del Emperador y presentan lagunas en las fuentes alemanas, las segundas hacen hincapié en el complejo sistema político de la Casa de los Habsburgo y en la cuestión religiosa. Otra contribución importante a la bibliografía sobre Carlos V ha sido la del historiador Ernst Schulin: El Emperador Carlos V. Historia de una enorme esfera de actuación (Kohlhammer). Debido a una serie de factores excepcionales, Carlos V dirigió un Imperio que por su extensión y estructura territorial ha sido único en la Historia. Por añadidura, su política universalista exigía un distanciamiento de los fines políticos locales. En parte por esta razón las historiografías nacionales han mantenido una fría actitud frente a este Monarca. Ni Francia, ni Inglaterra, por razones obvias; ni Italia, a la que saturó de guerras; ni Austria, ni Alemania, a las que descuidó; ni España, a la que utilizó para sus aspiraciones universalistas, han tenido motivos especiales para apreciar su política. Sólo una nacionalización de Carlos V, como ocurrió en España al asociarlo con la idea de la Hispanidad, logró rodearlo de un halo positivo. En definitiva, Schulin interpreta la figura de Carlos V como la de un Soberano que intentó forjar un sistema universal, basado en la legitimidad dinástica, y que fracasó al toparse con fuerzas contrarias invencibles. Una nueva concepción del poder, de la política y de la religión se imponían en toda Europa, el continente experimentransformaciones sociales, culturales y económicas. La capacidad de adaptación de Carlos V, educado en las ideas medievales de la Monarchia Universalis, era limitada. En el libro de Sigrid‐Maria Grössing, Carlos V. El soberano entre dos épocas y su familia europea (Amalthea), se profundiza en el sistema de gobierno de Carlos V, un sistema que funcionaba sobre la base de los vínculos familiares, una enorme red que abarcaba casi toda Europa. Según Grössing, en el periodo de Carlos V se pusieron los fundamentos de las estructuras europeas actuales. Los numerosos problemas que ocuparon a Carlos V, como las guerras religiosas y los conflictos nacionales, eran parecidos a los que aquejan a la Europa de hoy. El Emperador, un Monarca entre la tradición medieval y el comienzo del pensamiento global, se vio obligado a conciliar los intereses contrarios que desgarraban el territorio europeo para ponerlos al servicio de sus aspiraciones. Así pues, Grössing hace un retrato de la familia del Emperador, una familia 109
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r europea, extraordinariamente unida en la dispersión, que constituía la base de su poder. Pero para valorar en su justa medida el enorme ámbito en el que se desenvolvía la vida familiar, religiosa y política de Carlos V, basta con hojear el diccionario de bolsillo (Piper) de Friedemann Bedürftig, dedicado a este Monarca. En él se analiza, por orden alfabético, todo su radio de acción, sus vínculos familiares e intelectuales, así como sus circunstancias, comenzando por «Aquisgrán» y terminando con «Ulrich Zwingli». En la interpretación alemana de Carlos V a lo largo de la Historia se ha mezclado el rechazo, principalmente en el ámbito protestante, y la indiferencia, en los momentos en que preponderó una actitud nacionalista. No se puede olvidar tampoco el escaso interés de Carlos V por la Alemania de entonces, ni dominaba el idioma alemán ‐Lutero tuvo que repetir sus palabras en latín durante su defensa‐, ni permaneció mucho tiempo en territorio alemán. Esto hizo que se le culpara de la decadencia del Imperio Romano de la Nación Alemana. Ahora, sin embargo, soplan nuevos vientos. No sólo fascina el mundo en que vivió Carlos V, el mundo de los conquistadores, de los avances en anatomía y balística, del desarrollo del comercio, del protestantismo y de la expansión turca, sino que se considera un ejemplo de los problemas que tiene que afrontar la Europa actual. Esta interpretación es fruto de la búsqueda de figuras históricas que, por su europeidad, den sentido al proyecto político que se intenta realizar. El único peligro de esta perspectiva, legítima en su fundamentación y aspiraciones, sería la caída en un romanticismo político, ajeno a la realidad histórica: un Carlos V maquillado para la ocasión. Carlos V, para bien o para mal, fue también el vencedor de Mühlberg, el defensor de la fe católica, sobre la que, según la teología política medieval, se sustentaba la unidad del Imperio.
La imagen de la majestad Fernando Checa Cremades Quizá no hubo ningún ejemplo mejor para entender cómo se construyó la imagen artística de la majestad durante el siglo XVI que la figura del Emperador Carlos V. Cuando, en 1558, muere en Yuste rodeado de retratos y pinturas religiosas de Tiziano, dejaba tras sí una importante carrera política y militar que había servido de inspiración a pintores, grabadores, escultores, arquitectos, armeros y tapiceros durante más de cincuenta años. Lo realmente paradójico desde este punto de vista era que, habiendo sido el personaje quizás más veces representado a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, Carlos V no fue un verdadero aficionado a las bellas artes, ni su figura ha de contarse entre los grandes coleccionistas o mecenas de su tiempo. ¿Por qué entonces esta abundancia, en cantidad y calidad, de representaciones de su figura y de sus hechos? La respuesta a esta pregunta ha de encontrarse en las funciones que la 110
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r obra de arte cumplía en los ambientes cortesanos de la época. Aunque el hecho no fue desconocido durante la Edad Media, en el Renacimiento el arte comenzó a ser concebido en gran escala como uno de los medios favoritos de la representación del poder. Y ciertos familiares y cortesanos de Carlos, así como él mismo, pronto comprendieron estos nuevos valores de la imagen. Los primeros años de su vida, en el entorno aún gótico de Malinas y Bruselas al cuidado de su tía Margarita de Austria, florecían las últimas generaciones de los llamados «primitivos» flamencos y las primeras manifestaciones del Renacimiento del Norte. Un pintor como Van Orley, al servicio de Margarita, fue el encargado de proporcionar la primera imagen oficial del conde de Flandes, Rey de España y futuro Emperador. Una imagen que aun guardaba la discreción y contenimiento que recomendaba Erasmo en su Educación del Príncipe cristiano, dedicado en 1515 al joven Príncipe. De igual manera todavía pervivían los ecos de una concepción y de una imagen caballeresca de la majestad tal como había sido cultivada por Maximiliano I, abuelo de Carlos y así lo demuestran sus primeros retratos ecuestres y sus primeras representaciones como soberano de la Orden del Toisón de Oro. Pero su elevación a la categoría imperial en 1519 y su coronación como tal en Aquisgrán, sus primeras y resonantes victorias militares, como la de Pavía en 1525, y la rápida evolución artística y cultural de la época, pronto abocaron a una muy distinta manera de representar la dignidad real e imperial de Carlos V. La segunda coronación imperial de 1530 en Bolonia y la resonante victoria de Túnez de 1535 condujeron a una muy distinta imagen del poder. Y el Emperador dejó de ser visto como un caballero a lo medieval para convertirse en un nuevo tipo de héroe: el de un emperador romano vestido «a la antigua». De esta manera pasó a ser representado en ciclos de vidrieras como las conservadas en la catedral de Bruselas, o en las primeras monedas y medallas acuñadas por León Leoni. Y sus hechos pasaron a ser conmemorados en espléndidos ciclos de tapices como los de la batalla de Pavía, obra de Van Orley, y, sobre todo, en los de la campaña de Túnez, obra del pintor Vermeyen y el tapicero Pannemaker. El arte de la armadura, con las figuras de Negroli, Campi o Helchsmid, contribuyó como ninguno en esta nueva imagen romana de Carlos V. Su armería, que superó a la de su abuelo Maximiliano I que había heredado, se convirtió en la más legendaria de su época, como todavía hoy puede admirarse en Madrid o Viena. Pero fue el encuentro con artistas italianos como Tiziano o Leoni el hecho que nos proporciona la «definitiva» imagen de Carlos V. Apenas conservamos las primeras obras de Tiziano para el Emperador, aunque el Carlos V con un perro (Prado), de 1532, es uno de los hitos decisivos en lo que al retrato en majestad se refiere a lo largo de todo el siglo XVI.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Los últimos años de Carlos, los de la lucha contra los protestantes, nos proporcionan las imágenes más memorables de su persona. Un hecho en el que hemos de ver la decisiva participación de su culta hermana María, Reina viuda de Hungría y gobernadora de los Países Bajos. Con el célebre Carlos V en la batalla de Mühlberg (1548), Tiziano nos proporciona la inolvidable imagen de un Carlos V a la vez caballero cristiano y nuevo Julio César en lucha contra los protestantes. A la vez, León Leoni en su Carlos V y el Furor nos lo presenta como héroe pacificador y monarca estoico. Inspirándose en una cita de Virgilio, nos muestra al Emperador victorioso en el momento en que encadena al Furor, símbolo de la guerra. Al final de sus días, retirado en Yuste, contemplaba el retrato de la Emperatriz Isabel, una obra que fue pintada por Tiziano años después de su muerte por deseo expreso de Carlos, y ese cuadro funerario que es La Trinidad, del mismo autor, y en el que el Emperador, su mujer, y sus hijos, entre ellos el heredero Felipe, suplican su entrada en la Gloria. Estas dos últimas pinturas que, como el resto de las citadas, podemos admirar en el Museo del Prado, fueron las últimas imágenes que, por deseo propio, pidió ver el Emperador momentos antes de su muerte.
La cultura de Carlos V Bartolomé Bennassar Carlos V no fue una persona de una cultura deslumbrante; tal vez podríamos adelantar que su madre, Juana la Loca, fue mucho más culta que él, y Manuel Fernández Álvarez, gran especialista en Carlos V, admite que aprendió poco en sus estudios, que sus maestros españoles (los tuvo en Malinas, así Luis de Vaca) apenas si pudieron inculcarle algunos elementos del idioma castellano. Sin embargo, tenemos derecho a pretender que el Emperador fue un reflejo, casi un espejo vivo, de la cultura del Renacimiento, cuyo rasgo dominante es el universalismo, de cuño europeo evidentemente. Este hombre, nacido en Gante, criado en Flandes, pero que repartió los años de su vida entre España, Italia, Alemania y Países Bajos, sin hablar de sus incursiones militares o diplomáticas en Francia y de su entrada en Túnez; que quiso morir en un monasterio aislado de Extremadura; que, hablando francés y flamenco en su juventud con sus maestros de primeras letras, llegó por fin a dominar el castellano (¡las Cortes de Castilla se lo exigieron!) y a expresarse de modo somero en italiano, pero no consiguió aprender el latín, compartió el sueño erasmista de la concordia entre los príncipes cristianos, motivo de su llamamiento reiterado a un Concilio universal, con el fin de restablecer la unidad cristiana, y que los Papas no supieron oír cuando aún era tiempo: al reunirse por fin en 1545 el Concilio de Trento, el foso entre la Reforma y el mundo católico era ya imposible de colmar. ¡Sólo en el siglo XXI se podrá conseguir! El «nacionalismo» era ajeno a Carlos, europeo auténtico por adelantado. Su sensibilidad artística estaba, sin ninguna duda, abierta a corrientes e influencias 112
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r muy variadas, incluso opuestas: se escandalizó al ver las transformaciones sufridas por la Mezquita de Córdoba (¡una barbaridad!) pero, simultáneamente, o casi, hizo erigir frente a la Alhambra de Granada un palacio de un clasicismo absoluto, concebido por Pedro Machuca, que, en Italia, había recibido las enseñanzas de los arquitectos de Florencia y Roma. Supo asociar los talentos de un escultor burgalés, Bartolomé Ordóñez, y de un italiano, Domenico Fancelli, para la realización de los sepulcros de sus padres, Felipe el Hermoso y Juana la Loca, en la Capilla Real de Granada. Llamó a España a otros escultores italianos, los Leoni; León, el padre, autor del famoso bronce del Prado, Carlos V y el Furor, y su hijo Pompeyo. Se hizo retratar por pintores de distintos países: flamencos en su juventud (Bernhardt Stringel, Van Orley), españoles en su vejez (Pantoja de la Cruz), aunque sea consabida su preferencia marcada por el Tiziano, hasta el punto de que llamó a su lado en Augsburgo al gran artista veneciano, estancia que dio lugar a unas obras maestras, tales como el retrato ecuestre de Carlos en Mühlberg (Prado) o el Carlos sentado de la Pinacoteca de Munich, sin olvidar los famosos cuadros pintados hacia 1530, en la estancia italiana de la Coronación imperial de Bolonia, después de que el Emperador hubiera liberado Viena del acoso turco. En cambio, Carlos V guardó una devoción particular por la música de su tierra natal. Su Real Capilla de Música se componía de músicos flamencos que interpretaban con predilección las composiciones concebidas en la catedral de Cambrai por Josquin Desprez, así los Miserere o Stabat Mater, que encantaban también a una de las más refinadas Cortes del Renacimiento, la de los Este en Ferrara. El eclecticismo del Emperador en materia artística corresponde al aflujo hacia España de numerosos artistas procedentes de toda la Europa occidental, sean italianos, flamencos, franceses, «borgoñones» o alemanes; sean arquitectos, escultores, pintores, orfebres: los Van der Heycken o Cueman (de quienes sale Enrique de Egas); los Siloé (Gil, luego Diego); los Colonia, los Arfe, Juan de Juni (Jean de Joigny); los Bigarny, los Leoni, entre otros muchos, mientras que varios artistas españoles mejoraban su formación en Italia (los Berruguete, Pedro Machuca, Gaspar Becerra, etcétera). Así, surgió el arte plateresco, mezclando elementos de procedencia mudéjar, gótica y renacentista, y, después, el Renacimiento español, de indiscutible originalidad. Puede divertir el hecho siguiente, otro ejemplo del eclecticismo de Carlos, esta vez en la gastronomía, a la cual nunca fue indiferente: la traducción al castellano en 1525 del famoso Libro de cocina, de Ruperto de Nola, cocinero de Fernando de Nápoles, a partir de una edición catalana, se llevó a cabo a petición del Emperador. ¿Cuál fue la cultura literaria de Carlos V? Una cosa cierta es su afición a la literatura caballeresca, hasta el punto de que se llevó a Yuste un ejemplar del Chevalier délibéré, de Olivier de la Marche: fue Carlos quien pidió a Hernando de Acuña, el mismo que dedicó al Emperador el soneto: «Ya se acerca, señor...», la traducción en quintillas de este libro. También es cierto, o casi, que Carlos 113
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r inspiró a Antonio de Guevara el Marco Aurelio o Reloj de Príncipes, obra hábil de un cortesano que había apoyado al Emperador en la crisis de las Comunidades. No menos cierto es que Alonso de Valdés escribió el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma para legitimar la postura del Emperador en el asunto del saqueo de Roma de 1527. De modo que la influencia de Carlos V en la literatura política de su tiempo fue indudable y que su afición consabida a la literatura caballeresca pudo favorecer el desarrollo del género. 114
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La visión universalista de la política Carolina Antonio Domínguez Ortíz
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Carlos V puede decirse que fue hombre de frontera; frontera espacial,
entre el mundo románico y el germánico; frontera también temporal, entre una Edad Media sacudida por el deseo de superar las divisiones y una Edad Moderna en la que los nacionalismos incipientes triunfan sobre la idea de unidad. El fracaso final del emperador fue el fracaso de toda una época, de una sociedad que por la boca y la pluma de los humanistas deseaba reconstituir la unidad de gobierno y doctrina en Occidente. Por sus orígenes ningún príncipe parecía más indicado para realizar este ideal; tenía antepasados borgoñones, portugueses y castellanos; un solo abuelo alemán, el emperador Maximiliano. Borgoña era un conjunto de países situados entre Francia y Alemania que hoy albergan, precisamente porque tienen esa vocación de frontera‐puente, los máximos organismos de la Unión Europea; convivían allí amistosamente el francés y el alemán en su modalidad flamenca (holandesa) sin los ásperos rozamientos que hoy advierte cualquier visitante. Carlos, que llegó a dominar perfectamente el castellano, nunca olvidó, sin embargo, el francés de su infancia. Profundo conocedor de los países europeos por experiencia directa a través de innumerables viajes y consejeros de variada procedencia, don Carlos no debió ignorar nunca las dificultades que tendría hacer de Europa lo que Roma había intentado y, en gran parte, realizado: «Fecisti patriam multis ex gentibus unam». Lo intentó, según el ideal del Humanismo cristiano, por vías pacíficas; nunca hizo una guerra de conquista, nunca tomó las armas sin ser provocado. Las alianzas matrimoniales eran el instrumento más idóneo en una época que aún no distinguía entre interés estatal e interés dinástico; al hablar de la política carolina no hay que olvidar que en ella se unían el ideal imperial y el interés dinástico, familiar; don Carlos quería soldar las piezas de su inmenso imperio, mantenerlo dentro de un ámbito de paz religiosa y política y que esa fabulosa herencia recayera en su hijo Felipe. Para realizar este ideal, el título de emperador que le otorgaron los siete electores sólo le daba una consagración jurídica y un simbolismo expresado en el título de Sacro y Romano Imperio; pero en el terreno práctico ese título le proporciona poca ayuda: el Imperio era una idea, no una realidad; desmenuzado en centenares de principados y señoríos laicos y eclesiásticos, con unas instituciones inoperantes y una sempiterna falta de recursos, de poca ayuda podía serle a su titular. Más apoyo recibiría de lo que fue la gran construcción de Carlos el Temerario; aunque Francia se había apropiado del ducado de Borgoña, el lote restante era magnífico: el Franco Condado y los Países Bajos con su constelación de ciudades ricas, cultas, industriosas. Podían ser una base para grandes designios, pero esas comarcas y ciudades tenían 116
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r privilegios, libertades, no se dejaban esquilmar; lo experimentó el propio don Carlos cuando se sublevó su ciudad natal, Gante, y más tarde, con intensidad dramática, su hijo Felipe II. Sus dominios españoles, en especial Castilla, sí constituían una rampa de lanzamiento apta para acometer las mayores empresas. Los Reyes Católicos habían diseñado un imperio que incluía, a más de los reinos peninsulares, una prolongación mediterránea en el Sur de Italia, una serie de puntos avanzados en Africa con una meta ambiciosa concretada en el título de rey de Jerusalem que ostentó Fernando el Católico. Y por el Oeste, ese imperio tenía en las Indias un campo de acción ilimitado. Los castellanos también tenían sus fueros, sus libertades, pero después de las comunidades quedaron sometidos a la voluntad de los Habsburgos; los dineros y los hombres de Castilla sí eran base suficiente para llevar a la práctica los planes mas ambiciosos. Es justo añadir que en España, a más de resistencia, Carlos V encontró colaboradores; si a los tejedores segovianos y a los mercaderes de Medina del Campo les contrariaba sacrificarse por ideales lejanos, en la cúpula ilustrada había seguidores entusiastas de la idea imperial; mencionemos algunos nombres: Hernando de Acuña, autor del famoso soneto en el que anunciaba al mundo que gracias a don Carlos tendría «un monarca, un imperio y una espada»; Alfonso de Valdés, representante del pensamiento de los erasmistas españoles; el cronista sevillano Pedro Mexia; el procurador por Granada que en las Cortes de Valladolid, 1523, se dirigió al emperador diciéndole que gracias a él «tenemos el siglo de oro que se esperaba»; Andrés Laguna y su exhortación a Europa en la Universidad de Colonia para que renunciara a sus funestas divisiones, y descendiendo al terreno práctico, prosaico, de hallar recursos para las empresas imperiales, al ubetense Francisco de los Cobos, colaborador indispensable y mecenas artístico. ¿Es casualidad que el emperador encontrara en Andalucía tan fervorosos admiradores? Sin embargo, no bastaron tantas adhesiones, tantos recursos para que los ideales carolinos se realizaran. Indiquemos someramente las causas de este fracaso. Carlos V sabía que su idea de unificación y concordia de todos los cristianos encontraría obstáculos; muchas gestiones tuvo que hacer para que los príncipes alemanes le sirvieran con las tropas necesarias pera levantar el cerco que a Viena habían puesto los turcos; lo que seguramente no llegaría a imaginar es que Francisco I, Rey Cristianísimo de Francia, se aliara con los turcos y ofreciera a sus naves el puerto de Tolon; actitud que no sólo se debía a la derrota de Pavía y el elevado rescate que tuvo que pagar para lograr su libertad; Francia representaba el principio emergente del nacionalismo, polo opuesto al universalismo, y ese principio iba a dominar desde entonces el escenario europeo. Francia, pues, no duda en aliarse con los turcos; tampoco rehusaría, la alianza con los protestantes. El Islam era el enemigo tradicional; con él ya se contaba; 117
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r pero el protestantismo era problema nuevo, que atacaba en su raíz el programa imperial, pues el protestante, además de cuestionar la autoridad de la Iglesia, también minaba la del emperador. Carlos V batalló largo tiempo por hallar una solución a las disensiones religiosas; con suma paciencia promovió una y otra vez los encuentros, los coloquios, batalló por la idea del concilio universal que las autoridades católicas encaraban con muy poco entusiasmo porque en su programa incluía la necesaria reforma de la Iglesia. Por su parte, los protestantes, muy divididos, no se decidieron a asistir y Trento, contra los planes del emperador, sancionó y ahondó la división de los cristianos en vez de resolverla. Tras el fracaso del concilio sólo quedaba la guerra; Tiziano lo representó en Mühlberg, lanza en ristre; era el sino de Carlos, hombre de paz, forzado a combatir continuamente. La victoria inicial se trocó en derrota por la defección de sus aliados, de sus vasallos imperiales. Se confirmaba la idea que don Carlos más temía: la alianza de la disidencia religiosa con la traición política, y esa realidad amargó sus últimos años cambiando su inicial talante, tolerante y comprensivo, del que dio pruebas cuando en Granada intentó resolver, o al menos dulcificar, el problema de los moriscos; la noticia de que en España habían prendido algunas chispas del incendio protestante lo sacó de quicio y exigió a su hijo que la Inquisición actuara con la máxima severidad en este punto. Le quedaba al César una última decepción, una postrera amargura: la división en el seno de su propia familia. Su deseo más ardiente era legar íntegro su inmenso imperio a su hijo Felipe; pero, por un cambio singular de destinos, su hermano Fernando, que se había educado en España, que fue enviado muy joven a Flandes precisamente para que no hiciera sombra a su hermano mayor, allá, en Alemania, encontró partidarios entre los príncipes y el pueblo; lo preferían a don Carlos, autoritario, muy poderoso, rodeado de españoles. Su propia familia estaba dividida y ello trajo la división del Imperio: Fernando tendría el título imperial y los dominios patrimoniales de los Habsburgos, en esencia los territorios que hoy forman el Estado austríaco. Don Felipe sería jerárquicamente inferior, aunque en la práctica mucho más poderoso: España, con sus Indias, representaba un poder mucho más efectivo que el Imperio; además, don Carlos, antes de renunciar, entregó a su hijo Felipe dos extensos y ricos territorios que teóricamente eran imperiales: el ducado de Milán y los Países Bajos. Un regalo envenenado, porque eran fuente de poder y también de conflictos. Desde entonces los Habsburgos ostentaron dos títulos imperiales: uno de hecho, el español; otro de derecho, el tradicional, el Sacro Imperio. La división se paliaba con una estrecha cooperación: matrimonios, alianzas contra los enemigos comunes: los protestantes, los turcos, el nacionalismo francés, principal escollo de la unidad europea. Como consecuencia de esta alianza, el Imperio recibió parte no despreciable de los caudales de Indias en calidad de subsidios. Puede decirse que Carlos V no valoró en toda su extensión sus dominios de Ultramar. Absorbido por los 118
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r problemas europeos, fue el único de sus dominios que no conocía directamente; los miró más bien como una fuente de aquellos caudales de los que tenía una desesperada necesidad para realizar sus costosos fines políticos. Pero es justo añadir que también se esforzó por hacer que aquellos remotos vasallos fueran gobernados con justicia; desaprobó la muerte de Atahualpa por ser una medida cruel y porque el Inca «era señor». ¡Curiosa manifestación de solidaridad monárquica! Prefirió, como don Felipe, que la conquista armada fuera sustituida por la expansión misional. Dio oídos a las denuncias de fray Bartolomé de las Casas y concretó sus ideas en unas revolucionarias Leyes Nuevas que estuvieron a punto de costarle el dominio de las Indias. De esta manera concebía la integración de los indios en el gran plan de la unidad de todos los humanos bajo el signo de la cruz. Y también en este aspecto sus nobles aspiraciones chocaron con el egoísmo y la incomprensión de sus rivales y de sus propios súbditos. 119
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El reto de la HISTORIA José E. Moratalla
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Carlos V se ganó la estima al dedicar toda su vida a unir la heterogénea herencia planetaria recibida de sus antepasados y a armonizar los intereses enfrentados. El ‘solitario de Yuste’, en palabras de Jaime Vicens Vives, representa la plasmación del ideal cosmopolita del Renacimiento, aún impregnado de las esencias medievales. Su vocación universalista y unionista le han convertido en uno de los personajes más descollantes de nuestra Historia. Su era dio a España, a la que acababa de incorporarse Granada, una dimensión europea. La gran obra política de los Reyes Católicos, Granada, acaparó el interés de Carlos V; se mostró orgulloso de su dominio de Granada. Escogida la capital granadina para su luna de miel, el emperador se sintió tan fascinado por el lugar y por lo que suponía la Alhambra, que ordenaría la construcción del palacio imperial en el corazón del recinto. Luego quedaría inacabado como si la Alhambra no hubiera dejado que el palacio alcanzara su exquisito refinamiento. Lo encargó a uno de los mejores arquitectos de la época, Pedro Machuca. Fue en Granada donde Carlos promovería la fundación de una Universidad que sería, por ello, la que mejor recuerda su reinado, sostiene Manuel Fernández Alvarez, catedrático y académico de la Historia. Y pensaría en Granada como lugar donde descansarían sus restos, junto con los de su amada esposa, la bella emperatriz Isabel; así lo dispondría en su testamento, otorgado en Bruselas en 1554: «Ordenamos y mandamos que, do quiera que nos hallemos cuando Nuestro Señor Dios fuere servido de nos llevar para la otra vida, nuestro cuerpo sea sepultado en la cibdad de Granada, en la Capilla Real, en que los Reyes Cathólicos de gloriosa memoria, nuestros abuelos, y el rey don Felipe, mi señor y padre, que santa gloria haya, están enterrados...». Sirva esta aproximación formal y somera a la figura del emperador más peregrino de todos los tiempos, como le define Ramón Carande, para ilustrar mis reflexiones acerca del devenir histórico de una ciudad donde las esencias carolinas se mezclan con el profundo aroma islámico. La obra de Carlos V terminó por convertir Granada en un crisol de culturas. La evocación del hombre, del gobernante y de la empresa imperial no debería quedarse reducida al ámbito académico, al de las exposiciones, congresos y debates que, seguro, colmarán el año de Carlos V. La aportación simbólica de Granada se concretará en el hermanamiento con cuatro localidades claves para el emperador: Sevilla, Toledo, Yuste y Gante, su ciudad natal. Pretendemos que este acto formal, simple y sencillo, rompa la frialdad de las relaciones existentes entre ciudades vinculadas por avatares históricos y que están llamadas a sumar tanta sabiduría acumulada en beneficio de la colectividad. Pero nuestro interés descansa, fundamentalmente, en «aprovechar» esta ocasión que se nos brinda para derribar barreras y dar, de una vez, el gran salto al futuro, sirviendo este centenario como bandera de un 121
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r proyecto que potencie la cultura y la relevancia histórica de la ciudad. Tal vez sea lo que Granada espera de los responsables políticos con más ansiedad. La conmemoración institucional del quinto centenario del nacimiento de Carlos V es la oportunidad inmediata que tiene Granada de abrirse al mundo, de ejercer con eficacia y acierto su papel de ciudad puente entre Oriente y Occidente, de recuperar su vocación universal, de administrar sin arrogancia su variado legado monumental y de imprimir dinamismo para que la riqueza artística y cultural se torne en la práctica en auténtico estímulo al desarrollo, poniendo en valor el patrimonio vivo de la ciudad y rentabilizando el trabajo de los empresarios jóvenes, mujeres emprendedoras, sindicatos y colectivos sociales. Propósitos claros, pero tarea difícil. A ese empeño deberíamos dedicar, como hiciera el rey prudente, su hijo Felipe II, fuerzas y recursos. Soy consciente de que tales objetivos pueden parecer ya reiterativos o sonar a música celestial, pues reconozco que han sido una constante en cuantos me han precedido en la gestión de la ciudad. Sin embargo, es preciso insistir machaconamente para mantener viva la llama de la esperanza, máxime en una tierra tan presta, por desgracia, al derrotismo y al abatimiento, actitudes que jamás prendieron en el ánimo de Carlos V. Son viejas aspiraciones que requieren nuevas respuestas ajustadas al tiempo presente. El futuro de un pueblo, el futuro de nuestra ciudad siempre está en nuestras manos. Carlos I de España y V de Alemania pasó sólo seis meses en Granada, del 5 de junio al 10 de diciembre de 1526, de los dieciocho años mal contados que estuvo en España. Vino a Granada en busca de sosiego. Aquella estancia de placer y recreo se vio, lógicamente, alterada por los asuntos de Estado. La necesidad de gestionar y pacificar un imperio donde nunca se ponía el sol atrajo a la flor y nata de la diplomacia europea de la época. Sin embargo, las graves preocupaciones –las relaciones con Francia– no impidieron que el monarca mostrara, durante su fugaz paso, un vivo interés por la ciudad y sus cuestiones más acuciantes. El gran emperador insufló aires de cambio y renovación y se entregó decisivamente al enriquecimiento y ornato de Granada. Su rica huella le hace merecedor de la condición de primer «burgomaestre» que incorpora las tareas de alcalde en la era moderna de Granada, cuando el Ayuntamiento instituido por los Reyes Católicos acababa de cumplir 26 años de funcionamiento. Con Carlos V, la ciudad atesoró un brillante patrimonio, se proyectó a la civilización occidental a través de los ideales europeístas que preconizó ese período liberador llamado Renacimiento. Carlos V magnificó Granada con programas urbanísticos, arquitectónicos e institucionales. Granada atravesó una etapa dorada, posiblemente la más fértil de su historia cristiana, tanto por su saneada economía como por su esplendor artístico y cultural, a pesar de los comportamientos hacia los moriscos, con quienes Carlos V fue algo más tolerante que su fanático hijo Felipe, según especialistas que han investigado sobre ambos monarcas. La Granada de Carlos V amplía su traza; se llena de 122
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r iglesias, conventos, edificios, colegios y palacetes nobiliarios; se remodelan espacios públicos para adaptarlos al paso de carruajes. El elemento innovador en la tipología urbana de la ciudad es la creación de placetas y plazuelas. Es la Granada del arte nuevo. Los desafortunados años del desarrollismo urbanístico barrieron de la faz urbana buena parte de las obras carolinas. Ha sido materialmente imposible restituir esta negligencia, fruto de la despreocupación y la insensibilidad hacia la Historia. La ciudad monumental –árabe y cristiana– ha pasado, en cierta medida, a ser una ciudad con monumentos. Milagrosamente, todavía es factible establecer un itinerario carolino que recorra el ámbito comprendido entre San Jerónimo y el entorno de la Catedral, y viceversa. La iluminación de edificios religiosos, la apertura al público de iglesias incluidas en ese trayecto y la celebración de conciertos en su interior, al modo europeo, pueden constituir un elemento de promoción turística y cultural en el centro de Granada. Hemos depositado expectativas en el bono turístico. No es la única y exclusiva panacea. Sí un acicate para ir introduciendo el hábito de que el visitante de la Alhambra, al estilo de los viajeros románticos del XIX, descienda de la colina y compruebe que la ciudad llana mantiene un poso cautivador. El bono es, en consecuencia, un valioso instrumento para captar un turismo de calidad, viajeros sin prisas, ávidos de conocimientos y devoradores de leyendas. La ciudad baja ofrece, por contra, un ambiente agresivo, que no se compadece con la tradicional hospitalidad granadina, por un uso desmedido del vehículo privado, una enfermedad contagiosa que de no hallar vacuna terminará por envenenar a los pocos que gustan del paseo sosegado. El tráfico es la gran asignatura pendiente de este siglo. Aprobarla depende de que exista conciencia de su magnitud y efectos perniciosos. La recuperación de los cauces fluviales y de los parajes medioambientales harán de Granada una ciudad más saludable; la vertebración del Area Metropolitana incidirá notablemente en la mejora de la prestación de servicios comunitarios, aliviando la presión que la ciudad sufre como primer centro administrativo. El prestigio de Granada se cimienta, gracias a la mezcla de pueblos que aquí encontraron acomodo, en su arte, su historia, su música, su literatura y sus bellezas naturales. No podemos dilapidar, con comportamientos extraños a nuestra idiosincrasia, un acervo que nos ennoblece y que es trampolín de nuestro avance. Carlos V personifica la transición granadina a la modernidad. Es, pues, un claro referente para los granadinos de hoy que, como él, vivimos una franja cronológica entre siglos. Todo tránsito se manifiesta de manera diversa y contradictoria, entraña temores, dudas y recelos. Vencer incertidumbres y urdir la madeja para conquistar el mañana es labor que el Ayuntamiento de Granada está dispuesto a liderar con el apoyo de la sociedad. Son muchos y dispares los retos que hemos de afrontar si no queremos que Granada quede rezagada en la nueva era, en la era de la aplicación de las nuevas tecnologías. El proyectado Campus de Ciencias de la Salud, aunque no avanza al ritmo que todos 123
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r deseamos, es el baluarte del cambio científico y el que nos empujará al siglo XXI. La transformación que tocamos con la yema de nuestros dedos y que condiciona el normal desenvolvimiento diario no puede encararse aisladamente. Requiere la participación activa de todas las instituciones de la ciudad, de los agentes económicos, sociales y culturales, del Gobierno español y de la Junta de Andalucía. Para caminar juntos es preciso que Granada recupere el espíritu emprendedor carolino, el orgullo ciudadano propio de una urbe curtida por el barniz de los siglos, que enlace con la trayectoria ilusionante y solidaria de etapas que están en la memoria de todos, que asuma el mensaje de unidad y universalidad que jalona nuestra estela renacentista. Pensando en el interés general, estamos condenados a entendernos. De ahí las propuestas lanzadas que intentan soslayar la confrontación partidista y eludir la polémica estéril. El pacto por la viabilidad de la candidatura de Granada a la Olimpíada de Invierno abre un camino de trabajo cómplice y riguroso. La voluntad tácita expresada por el conjunto de la corporación municipal demuestra, más allá de un reconocimiento a la capacidad de diálogo, que el bienestar de Granada es un objetivo común. Los valores olímpicos de unidad, fraternidad, solidaridad y universalidad conectan con nuestro pasado carolino. Creo, modestamente, que la senda trazada en pos de la consecución de un sueño compartido nos coloca en una situación inmejorable para abundar en nuestras potencialidades desde la más escrupulosa defensa de la identidad paisajística. El desarrollo armónico es viable si somos capaces de aparcar los postulados economicistas y aplicar modelos sostenidos. Pérez de Hita nos aclara que sin Carlos V Granada hubiese sido otra. «Granada florecía tan altamente que bien se puede decir que en España no había ciudad, por populosa y grande que fuese, que hiciese ventaja en tratos y comercios y grandes bastimentos y soberbios edificios». Invito, después de haber padecido con especial crudeza los siglos aciagos de la postración y la decadencia de España, a mirarnos en aquel espejo y a imitar las acciones positivas de esa rotunda lección histórica. 124
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Mujeres en la vida del emperador Esteban de las Heras Balbás
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Muchas obras de teatro han tratado las empresas del emperador, aunque, como personaje, en la escena destacan sobre todo dos momentos por su seducción para los dramaturgos: la guerra de las comunidades de Castilla y su retiro final al monasterio de Yuste Los caprichos de la muerte dieron a Carlos el mayor imperio hasta entonces conocido y los caprichos de la sangre portuguesa le envolvieron en el mundo mágico de la melancolía. La muerte se llevó a su tío el príncipe Juan, el heredero de los Reyes Católicos, aquel que había sido armado caballero en 1490 junto a la Acequia Gorda de Granada; el que casó con Margarita de Austria y murió en Salamanca a causa de los excesos de la vida marital. La muerte se llevó a su tía Isabel, la que había sido jurada princesa de Asturias en las Cortes de Madrigal en 1476, antes de que naciese Juan. La que casó con Alfonso de Portugal y, a la muerte de éste, con su cuñado Manuel el Afortunado. Isabel murió al dar a luz a su hijo Miguel, que fue jurado sucesor de las tres coronas de Aragón, Castilla y Portugal. También la parca arrebató la vida del pequeño Miguel. Su cuerpo está enterrado junto a los de sus abuelos en la Capilla Real de Granada. Pasan los derechos dinásticos a Juana, la tercera hija de los Reyes Católicos, casada con Felipe, el hijo de Maximiliano de Austria, nominado emperador del Sacro Imperio. Otra vez la muerte. Fallece repentinamente en Burgos Felipe el Hermoso y Carlos, su hijo, recibe su herencia borgoñona y, más tarde, los derechos dinásticos de sus abuelos de Castilla y Aragón. Antes de esta herencia, Carlos ha recibido otra muy diferente. Aquella que viene en la sangre portuguesa que circula por sus venas. La sangre de aquellas princesas, que a finales del siglo XV, eran consideradas una especie de hadas, bellas, ricas y temibles. Unas princesas cuya belleza había atraído a los herederos de casi todas las dinastías reinantes, cuyos descendientes volvían a buscar esposas de la misma sangre. Se llegó así a mezclar sangre de Avís con sangre de Avís y los hijos nacidos de un primo y una prima llegaban a formar una familia tan homogénea que parecían frutos del incesto. El atractivo de las infantas crecía a la par que su poder de seducción, al tiempo que en sus mentes –según Philippe Erlanger– surgían fantasmas y en ellas se encendía el fuego que podía llevarlas lo mismo a la genialidad que a la locura. Portuguesa era Isabel, la madre de Carlos el Temerario, duque de Borgoña; portuguesa era Leonor, la madre de Maximiliano (el abuelo de Carlos) que se casó con la hija del Temerario. Los Trastamaras castellanos también habían emparentado reiteradamente con las princesas de la Casa de Avís. Isabel la Católica era hija de una princesa portuguesa, Isabel, a la que las crónicas la 126
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r describen como una ardiente belleza, que después de enviudar cayó en una suerte de divagaciones y manías, lo que obligó a encerrarla en el castillo de Arévalo. De Portugal, pues, le vino a Carlos la genialidad como a su madre le había venido la locura. Y a Portugal fue a buscar la madre de su heredero, tras renunciar al matrimonio con su prima María Tudor, hija de su tía Catalina y de Enrique VIII, que después se casaría con Felipe II. Isabel, la emperatriz Con Isabel vino el amor y el flechazo. Carlos había acabado ya con la revuelta comunera, había sido coronado emperador en Aquisgrán y sus tropas habían capturado a Francisco I, rey de Francia. Carlos se encuentra en Sevilla con Isabel, que además de una dote de 900.000 doblas de oro (unos 5.000 millones de pesetas en la actualidad, según Manuel Fernández Alvarez) aporta su belleza. Tiene 23 años, tres menos que el novio. Carlos la ha hecho esperar en Sevilla una semana. El sábado 10 de marzo entra el emperador en la capital hispalense. Ya de noche conoce a la que va a ser su esposa. Tras cambiarse de ropa, vuelve a donde la emperatriz estaba y –según el cronista Fernández de Oviedo– se desposó con ella. Aun faltaba la misa de velaciones para que el matrimonio se consumara y cuando todos se han retirado a descansar, se apareja un altar en la cámara de la emperatriz a medianoche y el arzobispo de Toledo celebra la misa. Fueron padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Asisten como testigos muy pocos caballeros. Acabada la misa, Carlos da tiempo a que su mujer se acueste «e desque fue acostada, pasó el Emperador a consumar el matrimonio, como católico príncipe». Respiran amor por todos los poros de su cuerpo. El embajador de Portugal, Azevedo Continho dice: «en cuanto están juntos, aunque todo el mundo esté presente, no ven a nadie... ambos hablan y ríen, que nunca hacen otra cosa...» Por mayo, el emperador decide trasladarse a Granada, pasando por Córdoba. Granada cautiva a la pareja imperial, donde viven una prolongada luna de miel, hasta finales de 1526. Aquí, Carlos e Isabel engendrarían a mediados de agosto, a su primer hijo y heredero, el futuro Felipe II. Su madre Juana, la reina loca En agosto de 1496, una flota de 120 barcos había zarpado desde Laredo rumbo a los Países Bajos. Juana, la tercera hija de lo Reyes Católicos, con 16 años, se va a casar con Felipe, el hijo de Maximiliano. También aquí, el novio hace esperar a la novia. Cuando por fin, al cabo de un mes, se encuentran en Lille el enamoramiento –como después ocurriría entre Carlos e Isabel– fue instantáneo. Felipe pide un sacerdote para que les case en el acto y ya pasan la primera noche juntos. La boda solemne podía esperar a mañana, la pasión no. Siguen los días de vino y rosas; aparecen los primeros celos; llegan los niños, Leonor, Carlos; Isabel... y la vuelta a España, porque el azar les ha convertido en los 127
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r herederos de la Corona de Castilla. Aquí nace Fernando, el nieto preferido del Rey Católico, el que se cría en Alcalá de Henares, el que con el tiempo será emperador de Alemania. Tras la tragedia burgalesa de septiembre de 1506, comienza el largo viaje de dona Juana hacia su destrucción, paseando el cadaver de su marido por los campos de Castilla. Da a luz a Catalina en enero de 1507 en Torquemada y sigue su deambular hasta Tordesillas. Y comienza el largo encierro en el castillo, con la sola compañía de su hija Catalina, bajo la odiosa guardia de mosén Ferrer. Allí la encuentra Carlos cuando viene a España con 17 años. Poco antes en el to rreón de la casa‐palacio han abierto un hueco para que la niña Catalina pueda ver, al menos, el cielo desde su habitación. Otras ocho veces visitaría Carlos a su madre. En 1522, tras la derrota de los comuneros, que habían intentado ponerla al frente de la rebelión. En 1524, cuando, por fin, se entera del maltrato que los marqueses de Denia infligen a la reina de Castilla y su hija. Ni la más siniestra madrastra de los cuentos infantiles se hubiera portado peor que la marquesa de Denia con Catalina...La despojaba de los vestidos que la enviaba el emperador, la escondía sus joyas, la menospreciaba en público, posponiéndola detrás de sus propias hijas... ¡y era la hermana del emperador! Juana, en la nube de sueños heredada por su sangre portuguesa, vivió las más hermosas Navidades en 1536, en compañía de su hijo y la emperatriz. Luego siguió enhebrando en el humo de los sueños el paso de los días y se durmió definitivamente el 12 de abril de 1555. Durante toda su vida, en todos los documentos oficiales, figuró por delante de su hijo como reina de Castilla. Germana de Foix, el remedio de las penas Había encomendado Fernando el Católico, en su última carta a su nieto Carlos, que no abandonase a su viuda, Germana de Foix, «pues no le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos...» y le encarecía que le fuesen satisfechas las rentas del reino de Nápoles que le habían sido asignadas. El Católico había muerto en Madrigalejo el 23 de enero de 1516, por tomar –se dijo– unas hierbas con la esperanza de lograr sucesión de Germana; otros apuntan que no fueron las hierbas sino el abuso carnal con su joven esposa lo que le llevó a la tumba. Cumplió fielmente el buen nieto las recomendaciones del abuelo y ya en la primera entrevista mantenida con la viuda en Valladolid se mostró muy afable con doña Germana. Las comadres pronto empezaron a murmurar que el nuevo rey estaba prendado de una dama de alta alcurnia. Según cuenta Laurent Vital en su Relación del primer viaje de Carlos V a España –y que recoge Manuel Fernández Alvarez en su reciente libro Carlos V, el César y el Hombre–, el palacio del Rey y la casa en la que habitaba doña Germana estaban fronteros y Carlos ordenó que se construyese entre ambos edificios un puente de madera «para poder ir en seco y más cubiertamente a ver a la dicha Reina... y también la dicha Reina iría por él al palacio del Rey...». Aquellos encuentros entre el joven belga de 17 años y la viuda de su abuelo, Germana de 29, dieron como fruto una 128
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r niña que recibió el nombre de Isabel. En 1519 doña Germana, que había acompañado a Carlos y a su hermana Leonor a Zaragoza y Barcelona para celebrar Cortes y ser jurado como rey, se casó en la ciudad condal con el marqués de Brandemburgo. Era la manera de poner fin a los amores del futuro emperador con su abuelastra. Viuda ya del marqués, el emperador ordenó una nueva boda de Germana con el duque de Calabria, haciendo a los dos virreyes de Valencia. Para entonces doña Germana había engordado enormemente. El embajador polaco, Dantisco, comenta sobre el particular: «este buen Príncipe (el duque de Calabria), que cuenta entre sus antepasados ochenta reyes de la Casa de Aragón, forzado por la penuria, ha venido a caer con esta corpulenta vieja, y a dar en un escollo tan famoso por sus naufragios...». La ʹtitaʹ Margarita de Austria Margarita de Austria, que había estado destinada a ser la reina de España por su boda con el príncipe Juan, aquel que murió de los excesos maritales, había nacido en 1480, un año después que su cuñada Juana la Loca. Tras la muerte de su marido y de su hija póstuma en un mal parto, pasó unos años en Saboya donde estuvo casada con el duque Filiberto. De nuevo viuda y sin hijos es reclamada por su padre el emperador Maximiliano para hacerse cargo de los hijos de Felipe el Hermoso, que acaba de fallecer, y de Juana, que ya ha comenzado a dar señales de su locura congénita. Carlos siempre la recordaría como su tita preferida (ʺMa bonne tanteʺ). Margarita se encargó de educar, en su corte de Malinas, a los pequeños sobrinos Leonor, Carlos, Isabel y María. Leonor tiene entonces nueve años, Carlos siete y la pequeña María dos. Margarita es también gobernadora de los Países Bajos. Amiga de Inglaterra y enemiga de Francia –una galofobia que le venía desde que con tres años fue llevada a la Corte francesa como prometida del Delfín y de donde fue devuelta cuando contaba trece años porque aquel se casó con Ana de Bretaña– los cronistas de su tiempo la conocen como la desventurada. Fue hasta 1530 la gran colaboradora de su sobrino en la política internacional. Tomo parte activa en los manejos para la designación de Carlos como emperador, en lo que gastó 850.000 florines, más de la mitad prestados por los Fugger, banqueros que obtienen por ello las rentas de las Ordenes Militares españolas durante tres años. Fue artífice, con la reina de Francia Luisa de Saboya, de la Paz de las Damas en 1529, el periodo más importante de paz durante el reinado de Carlos V. María, la reina viuda de Hungría Mientras Carlos V y la Emperatriz viven su idilio en los jardines de la Alhambra, a 3.000 kilómetros al Este el joven rey de Hungría y cuñado del emperador, Luis II, al frente de 20.000 hombres a caballo, todos los disponibles, se enfrenta al poderoso ejército turco de más de 100.000 combatientes con 300 cañones que avanza Danubio arriba rumbo a Budapest. Es la batalla de los campos de Mohacs del 28 de agosto de 1526. Todo el ejército húngaro y su rey 129
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r quedaron tendidos en el campo de batalla. Luis II tenía 20 años; su mujer, María, la hermana del emperador, 21. Cuando el correo enviado por Fernando, el hermano de Carlos y María, desde Viena dando cuenta del desastre llega a Granada, Carlos ordena que todos los predicadores y confesores prediquen a los pueblos el peligro de la cristiandad. Hungría se había perdido; el siguiente destino para el invasor sería Viena. María, la reina viuda de Hungría, sustituyó cuatro años después a su tía Margarita en el gobierno de los Países Bajos. Menos cultivada que Margarita, que había hecho de su corte de Malinas un centro cultural del primer orden, María, que en principio fue receptiva a las ideas luteranas, se plegó a los deseos de su hermano y fomentó la orientación tradicional. Defendió las tierras de Flandes contra los franceses y fue el alma de los acuerdos de Aubsburgo de 1551, que suponían que Felipe II accedería en su día al trono imperial a la muerte de Fernando. Dejó el poder al tiempo que su hermano y le acompañó a en su viaje a España en 1556, una tierra que desconocía. Murió en Cigales el 18 de octubre de 1558 poco después de conocer la muerte de su hermano y cuando se disponía a volver a los Países Bajos, porque así se lo había pedido su sobrino Felipe. Catalina, niña pobre, reina rica Aquella niña que en sus primeros años ni siquiera podía ver la luz del sol desde su habitación, que sufrió vejaciones sin cuento por parte de los marqueses de Denia, aquella niña que su hermano encontró pobremente vestida cuando llegó por vez primera a ver a su madre en Tordesillas, sirvió a Carlos para consolidar sus alianzas con Portugal y la casó con Juan III. Catalina, la hija póstuma de Felipe el Hermoso, siempre estuvo agradecida a su hermano, de quien se dice «humilde servidora», por haberla sacado de aquel triste encierro y haberla elevado al trono portugués, uno de los más ricos de entonces. Su hijo Juan – casado con la hija de su hermano Carlos, Juana– murió antes de llegar a reinar. Carlos V la valoraba tanto que en la crisis sobrevenida a esta muerte la apoyó para que se encargase de la regencia durante la minoría de su nieto Sebastián, aquel rey en el que el fruto de las reiteradas uniones consanguíneas desataron los fantasmas de la mente y le empujaron a un místico afán de gloria, que acabaron con su vida en la batalla de Alcazarquivir. Leonor, la hermana preferida, la reina abandonada Si había fijación entre los castellanos por las princesas portuguesas, otro tanto podría decirse de los herederos de la Corona portuguesa respecto a las españolas. Aquel Manuel O Venturoso (El Afortunado) –que se había casado sucesivamente con dos hijas de los Reyes Católicos, Isabel y María– volvió a contraer nupcias cuando ya tenía 50 años con la sobrina de éstas, Leonor, la hija mayor de Juana La Loca y hermana del emperador, aquella con la que mejor se lleva en la corte de Malinas de su tita Margarita. Se quedó viuda a los dos años de la boda (1521) y abandona la corte lisboeta, dejando allí a su hija María, que 130
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r tiene sólo un año. Esta repentina marcha desata una catarata de rumores en los mentideros de Lisboa. El embajador polaco Dantisco se hace eco de ellos: «el nuevo rey, Juan III, se ha enamorado de su madrastra y está embarazada...» De vuelta a España, Carlos la casa con Francisco I, rey de Francia –fue uno de los acuerdos del Tratado de Madrid con el monarca francés preso–. La boda no se celebra hasta 1530. Nunca tuvo el aprecio de su esposo; asistió a las aventuras galantes de éste, ensimismada en lecturas piadosas y en la añoranza de su hija María, que quedó en Portugal. Acompañó a Carlos a su retiro de Yuste, desde donde se acercó a Badajoz para ver a la hija abandonada. Tras la dolorosa entrevista entre madre e hija cayó enferma y murió pocos días después. Isabel, breve reinado en Dinamarca Tenía un año menos que Carlos. Cuando cumplió los 14 se casó con Cristian II, rey de Dinamarca, Noruega y Suecia. Durante su reinado, tras el baño de sangre de Estocolmo, el noble Gustavo Vasa se subleva y en 1523 se proclama rey de Suecia. Al tiempo la nobleza danesa proclama rey a Federico, el tío de Cristian. Este y su esposa buscan refugio en Flandes, donde Isabel muere poco antes de la boda del emperador con Isabel. Cristian regresa a Dinamarca, donde es encarcelado y permanece en prisión hasta su muerte en 1559. Tuvieron tres hijos: Juan, que murió al poco de nacer; Dorotea, que casó con el conde palatino Federico, y Cristina, casada con Francisco María Sforza, último duque de Milán. 8 María, hija de Madrid, reina de Bohemia La primera de las hijas de Carlos V e Isabel de Portugal vino al mundo en Madrid el 21 de junio de 1528. En las tormentosas sesiones familiares de Aubsburgo, en las que Carlos V pretende que a su hermano Fernando le suceda en el trono imperial el futuro Felipe II, se acuerda el matrimonio de María con su primo el hijo de Fernando, Maximiliano, y reciben el título honorífico de reyes de Bohemia. Mientras Felipe se encuentra con su padre en Flandes, María y Maximiliano se encargan del gobierno de España entre los años 1548 y 1551. El carácter de bon vivant de Maximiliano chocó fuertemente con la pacata María, dada al misticismo. Maximiliano fue nombrado emperador a la muerte de su padre en 1564. Tuvieron 16 hijos, de los que sobrevivieron ocho, entre ellos Rodolfo (el futuro Rodolfo II, mecenas de Tico Brahe y Kepler). Ya viuda, regresó a Madrid, donde entró en el convento de las Descalzas Reales. 8 Juana, la reina viuda Fue la última de las hijas de Carlos e Isabel (24‐6‐1535). Quedó huérfana a los cuatro años y se casó a los 17 con su primo Juan, hijo de Juan III de Portugal y de su tía Catalina, aquella que había sufrido el encierro de Tordesillas con la reina loca). Quedó viuda estando encinta de Sebastián, el príncipe visionario muerto el Alcazarquivir. Dejó a su tía de regente en Lisboa y se volvió a Madrid, su ciudad natal, para hacerse cargo del gobierno entre 1554 y 1559. Ejerció de viuda, vistió de negro el resto de su vida y no dejó ver su rostro ni a los embajadores con los que tenía que despachar. Fundó el monasterio de las Descalzas Reales. Reprimió con severidad la herejía: presidió en Valladolid el 131
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r auto de fe de 21 de mayo de 1559, e impuso la severidad y la devoción en la corte de su hermano Felipe II. Murió en El Escorial el 7 de septiembre de 1573. Margarita, la hija del tapicero, duquesa de Parma Entre 1521 y 1522, tras la Dieta de Worms, aquella en la que el emperador se entrevistó con Lutero y desde la que lanzó el edicto contra los comuneros de Castilla, tuvo Carlos tiempo de dedicarse al ocio, a los paseos fluviales por el Rhin, a la reunión de los caballeros de la Orden del Toisón de Oro... y tuvo también tiempo de entablar relaciones amorosas con Juana Van der Gheyst, hija de un tapicero de Audenarde. Fruto de estos amores fue Margarita, la que había de ser gobernadora de los Países Bajos durante el reinado de Felipe II. Se educó con Margarita de Saboya en la corte de Malinas. Estuvo casada con Alejandro de Médicis, duque de Florencia, y, asesinado éste, contrajo nuevas nupcias con el nieto del papa Paulo III Octavio Farnesio, duque de Parma y Plasencia, por lo que se la conoce como Margarita de Parma. Juana de Austria, la niña novicia Peor suerte tuvo otra hija natural, la niña Juana de Austria, nacida en 1522 de los amoríos que entonces tuvo Carlos V con una joven de la clientela del conde de Nassau. Nació en los Países Bajos y murió siendo novicia en el convento agustino de Madrigal de las Altas Torres, bajo la custodia de la madre abadesa doña María de Aragón, hija natural de Fernando el Católico. Apenas vivió tres años. Carlos V donó a la congregación agustina el antiguo palacio regio de Madrigal, donde había nacido su abuela Isabel la Católica, gesto de generosidad que bien pudo tener que ver con que dicho convento albergara a su pequeña. Tadea, la niña romana Ursolina della Penna, la bella di Perugia, era una hermosa italiana que en 1522 acompañaba a su marido en la corte de Bruselas. Enviudó al poco tiempo y el emperador se interesó por ellas. «Tuvo conversación» –dicen algunos documentos– y fue tan íntima que la bella perugina «quedó preñada». De vuelta a su tierra dio a luz una niña, Tadea, por la que Carlos V mostró con cierta frecuencia interés, sobre todo durante su estancia en Roma en 1536 después de la victoriosa campaña en Túnez. Cuando el emperador supo que Tadea se había casado le envió 3.000 escudos y una fuerte reprimenda por haberlo hecho sin su consentimiento. Poco más se conoce de esta Tadea, salvo que tuvo unos hermanos broncos y violentos que la hicieron padecer mucho; que perdió pronto a su madre, al parecer envenenada, y también a su marido. Vivió a partir de entonces en Roma llevando una vida muy recatada. En 1562 envió un emisario a Felipe II pidiéndole que reconociera que era hija del emperador. 132
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Bárbara de Blomberg, el amor de otoño Bárbara de Blomberg conoció al emperador, ya viudo, en Ratisbona, durante la época que algunos historiadores conocen como la etapa aflictiva. En 1945, poco después de firmarse la paz de Crépy, Bárbara da a luz un niño, el futuro Don Juan de Austria, que fue encomendado a otros cuidados. Bárbara no pudo conocer a su hijo hasta la mayoría de edad de éste. Bajo la protección de la reina María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, se trasladó Bárbara de Blomberg a Flandes y allí se casó en 1548 con Jerónimo Kege, que a cambio de un empleo se comprometió a cubrir el desliz de su esposa. Tuvieron dos hijos; el primero se ahogó en un pozo y el segundo sirvió en el ejército español con el apellido Pyramus, donde llegó a coronel. Barbara enviudó en 1569. El duque de Alba, entonces gobernador de los Países Bajos le propuso que viniese a España, pero prefirió los 4.944 florines de pensión que le señaló el rey Felipe II y siguió allí llevando una vida, que las crónicas más conservadoras señalan como disipada. Cuando su hijo don Juan de Austria es nombrado gobernador de los Países Bajos se impone el traslado a España, ya que su vida demasiado alegre comprometía la autoridad de su hijo. Don Juan consigue con engaños que su madre embarque y es recibida en Laredo por doña Magdalena de Ulloa, la viuda de don Luis Quijada, la que había hecho las veces de madre de don Juan (Jeromín). Posteriormente se trasladó al castillo que unos hermanos de Magdalena, los marqueses de la Mota, tenían en San Cebrián de Mazote, en Valladolid. A la muerte de don Juan de Austria, Felipe II destina una renta de 3.000 ducados a la madre de su hermano y accede a que se traslade a Colindres, en Santander, donde al final de su existencia llevó una vida más reposada. 133
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La política con el morisco Manuel Barrios Aguilera
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Cuando nace el emperador Carlos V en Gante, el 24 de febrero de 1500, el
término ‘morisco’ es prácticamente inexistente; cuando muere en Yuste, el 21 de septiembre de 1558, ese término no sólo es de uso común, sino que preludia amenazante su conversión en grave problema de Estado «Nosotros somos los tiempos» (Ag.) Han transcurrido algo menos de sesenta años de densa historia, en que se ha pasado de la creencia en una razonable convivencia entre dos comunidades tradicionalmente irreconciliables a mucho más que la sospecha fundada de una imposible coexistencia. Apenas seis décadas, las primeras de un período de siete que en el Reino de Granada solemos nombrar como «época morisca». Un período demasiado breve como para explicar por sí mismo un deterioro tan acelerado –el tiempo de una vida humana relativamente longeva de aquellos tiempos; por más que no olvidemos que en la perspectiva cronológica del Antiguo Régimen en que se desenvuelve el siglo XVI, sesenta años era algo menos del doble de la expectativa media de vida de un hombre, y que el tempo histórico distaba de parecerse al nuestro». En su sentido más propio, «morisco es cristiano nuevo de moro». Es figura histórica que nace a raíz de la Conversión general y las Capitulaciones subsiguientes producidas en 1500‐1502. Anteriormente, el término morisco sólo había sido utilizado en alguna ocasión pero en un sentido lato de alusivo a moro, sin mayor precisión connotativa. Los hechos bélicos finiseculares cuatrocentistas, una nueva derrota de los musulmanes, con la constatación del fracaso de un Estado con dos religiones, alumbrarán una realidad bien distinta, que se percibirá como problema cuando morisco se convierta, en la opinión gobernante, en sinónimo de cripto‐musulmán. Para ello no habían de pasar muchos años: desde el momento mismo de la Conversión general, todo apuntaba a que la actitud del cristiano viejo no iba a ser muy diferente respecto de los «nuevamente convertidos» de la que había sido cuando eran mudéjares, es decir, «moros tolerados»: presión, asechanza, resignación difícil ante la decepción del «botín» de su victoria. La realidad de la vida cotidiana armaba la razón de los dominadores: los conversos de moros seguían siendo tan moros como antes. Para que se evidenciara la necesidad de un planteamiento político unitario y orgánico de asimilación‐aculturación radical de la civilización morisca, en tanto que declaradamente islámica, se necesitaron veinticinco años; es decir, alcanzar 1526, en que el joven emperador, en Granada, entre en contacto con la cruda realidad de este Reino distante y exótico. Cuando Carlos V llega a la capital del último Al‐Andalus, en nuestra percepción actual, era poco más que un adolescente, abrumado por el peso de un inmenso y complejísimo imperio; empero, la realidad era la de un gobernante curtido en una intensa y ardua experiencia política, pues había 135
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r pasado ya por grandes pruebas, como la propia consecución de la dignidad imperial, la revolución comunera y la fractura reformadora germánica. En un horizonte que eran presencia actuante la enconada enemiga de Francia (Francisco I), el peligro bifronte de la Sublime Puerta (Solimán el Magnífico), el cada vez más inquietante, irreversible, curso de la Reforma (Lutero)... Ante tales magnitudes, el problema morisco granadino no debía parecer gran cosa: era sin duda una cuestión menor, local y marginal; de ninguna manera perceptible como hecho global hispánico, pues en Castilla los largos siglos del período mudéjar habían operado de efectivo motor asimilador; los Reinos de Aragón y Valencia ni siquiera rozaban el año de estatus morisco y, en todo caso, antes y después, los antiguos musulmanes permanecían sujetos por los poderes señoriales. Las informaciones que recibe el joven emperador in situ son inquietantes. Los métodos evangelizadores de fray Hernando de Talavera han quedado en poco más que un bienintencionado testimonio, tan distante ya, devenido en dolorosa frustración; de la acción enérgica del cardenal Cisneros, aparte del nuevo estatus, sólo restan ácidas cenizas –las de las quemas de Alcoranes en Bib‐Rambla– antes que promisorios frutos. Crispación y desengaño. Abuso e intolerancia de los cristianos viejos; rechazo y encastillamiento de los moriscos en su irrenunciable ley. Todo son quejas. El emperador activa un aparato informativo preciso y cualificado: oficiales civiles y eclesiásticos del máximo rango ponen manos a la obra de compilar datos y opiniones que fundamenten acciones futuras, serias y ponderadas. El resultado dista mucho de tan buenos propósitos; son los acuerdos de la Congregación de la Capilla Real. La cédula real de 7 de diciembre de 1526 que los contiene es un corpus sistemático de medidas aculturadoras orientadas a borrar hasta el menor rasgo de las señas identitarias del pueblo morisco. Cuando se repasan los nombres de quienes de una u otra forma participaron en su gestación, ora en las visitaciones previas, ora en las sesiones propiamente dichas, se es presa de la perplejidad. La mayoría son grandes dignatarios de la Iglesia o del gobierno de la Monarquía: Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla; Juan Tavera, arzobispo de Santiago; Pedro Ramiro de Alba, arzobispo electo de Granada; Gaspar de Avalos, obispo de Guadix; Fernando de Valdés, del Consejo de la Inquisición; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal, consejero real; el predicador fray Antonio de Guevara, el comendador Francisco de los Cobos..., llamados incluso a mayores responsabilidades y honores futuros. ¿Cómo es posible que hombres tan doctos y versados elaboraran unas medidas tan extremadamente duras? Algunos eran reputados humanistas, además de servidores de la Iglesia y el Estado, otros dignos vástagos de aquel árbol promisorio que fue el primer arzobispo de Granada, «el santo alfaquí», hombres de probada virtud. Sin embargo, cuando nos acercamos un poco a sus biografías comprendemos en seguida que la invisible barrera que separaba a cristianos viejos de moriscos no se había erigido sólo con la ignorancia o el
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r recelo de las gentes del común o del fanatismo de frailes y curas de escaso rango... Unos ejemplos. El franciscano fray Antonio de Guevara, el autor de Relox de príncipes y Menosprecio de corte y alabanza de aldea, obispo de Guadix entre 1528 y 1539 y de Mondoñedo luego, veía a los moriscos, a todos los moriscos, como «agudos, astutos, resabidos, disimulados y versutos» y entre las medidas represivas que propuso en su pontificado accitano estaba rapar las cabezas a las moriscas díscolas. El doctor Galíndez de Carvajal, reputado jurista, hábil hombre de negocios y autor de unos merecidamente célebres «Anales breves de los Reyes Católicos», en su «Informe redactado con ocasión de la Junta de la Capilla Real de Granada» propone un plan aculturador de una brutalidad cuyo detalle produce pavor: uso de «mordaza a la lengua» (y no es metáfora) para reprimir la algarabía; «pena de muerte y perdimiento de bienes al que se hallase quitar el óleo santo o fregar la crisma a los niños». Gaspar de Avalos, arzobispo de Granada de 1528 a 1542, en que pasa a serlo de Santiago de Compostela, reconoce que «por ser hombre de letras no me sé poner llanamente a la altura de los nuevamente convertidos» y la carta a su sucesor en la sede granadina, Fernando Niño de Guevara, es un modelo de incomprensión y rechazo de los moriscos... Cabe también preguntarse cómo el emperador pudo firmar esa real cédula, en que de forma sistemática condenaba y reprimía «las cosas que parecen que traen inconveniente y daño», que eran no ya las prácticas religiosas islámicas, lo que se daba por supuesto siendo los moriscos formalmente cristianos, sino cualquier costumbre diferencial de las véterocristianas (lengua, comida, vestido, baños...) a la vez que ordenaba la instauración de un tribunal inquisitorial en Granada. ¿En qué quedaba su relativismo erasmiano, su alabado irenismo? ¿Aceptaba sencillamente la sórdida evidencia de que el problema morisco era insoluble por otros medios? ¿Había hecho ya tanta mella en su imperial ánimo el cisma luterano, la dolorosa ruptura de la unidad cristiana? Para referirse al período carolino en la cuestión morisca granadina se ha usado la expresión «modus vivendi». Expresa una realidad no del todo dramática, que el devenir cotidiano aleja mucho de la apacibilidad. No está mal, siempre y cuando se le compare con la compulsión brutal de su hijo Felipe II y de sus fanáticos «bonetes», el cardenal Espinosa, en Madrid, y don Pedro de Deza, en Granada, que acabaron en la trágica guerra de las Alpujarras y el destierro masivo de la comunidad morisca. Cabe, sin embargo, al emperador el dudoso honor de haber alumbrado un documento terrible, que sirvió de base e inspiración a los corpus represivos que jalonan su propio reinado y el de su hijo. Sería ya suficiente cargo la evidencia reiterada de que en él bebieron, y así se expresa siempre, el Sínodo de Guadix de 1554, el Concilio Provincial de 1565, la Junta de Madrid de 1566 y su feroz y definitiva secuela, la Pragmática de 1567. (También el desgarrado grito del viejo morisco, esforzado adalid de una 137
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r causa perdida, Francisco Núñez Muley, en su célebre «Memorial» vindicativo, en tiempo ya imposible.) Atenúa a duras penas su grave responsabilidad el hecho de que las disposiciones de la Congregación de la Capilla Real quedaron en suspenso por cuarenta años a cambio de una cuantiosa suma satisfecha por los moriscos, y que la Inquisición, «instrumentum regni», apenas si se ocupó de los moriscos durante el reinado carolino. A quienes gustan de personalizar los hechos históricos puede consolarlos saber que la voluntad del emperador quedó lejos del lema filipino «más fe y menos farda», áspero enunciado del peor de los propósitos; que antes de dejarse ir por esa pendiente, agobios financieros al margen, prefirió legar a su hijo el grave problema. Quizá no sea improcedente recordar, que Carlos V, paralelamente, había impulsado un programa cultural y docente de notable ambición, mediante la creación de instituciones de fundación regia.Y que ese programa, corolario inmediato de la Congregación de la Capilla Real, era la vertiente positiva de su actuación. Se componía de un Estudio General, «para mejor doctrina e enseñamiento de los cristianos», que a no mucho tardar sería la Universidad de Granada, y una instrucción general para los nuevamente convertidos, «por donde sean enseñados en las cosas de la fe», que en poco tiempo originaría el colegio para morisquillos, luego de San Miguel (léase la Instrucción del emperador a fray Pedro Ramiro de Alba, arzobispo electo de Granada, de fecha 10 de diciembre de 1526). El historiador sabe, y así lo enseña cuando puede, la inconveniencia de imputar a un sólo hombre la servidumbre o la gloria de los hechos históricos de su tiempo. (¡Ah de la historia heroística!) Se acoge a la excusa de tal dislate haber querido responder, por la vía de la urgencia memorativa, y periodística, a un enunciado concreto, «Carlos V: la política con el morisco». Pero no es suficiente. Por ello, permítasele a modo de colofón el recurso brechtiano: cuando Carlos V signaba aquella cédula oprobiosa del 7 de diciembre de 1526, ¿qué hacía el pueblo alto y bajo; moriscos, ricos y pobres, colaboracionistas y refractarios; el artesano capitalino y el labrador distante; frailes, beneficiados, curas y sacristanes; oficiales concejiles y recaudadores de impuestos..., todos los que desde siglos habían contribuido a levantar la barrera invisible del rencor y del odio, de la incomprensión y la intolerancia, de la imposible convivencia? 138
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El palacio del Emperador José Manuel Pita Andrade
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Carlos V quiso tener en Granada un punto de reposo y para ello ordenó
la construcción de un emblemático palacio en el corazón de la Alhambra, llamado a convertirse en la Casa Real Nueva, yuxtapuesta a la Casa Real El 20 de julio de 1500 moría en Granada un nieto de los Reyes Católicos, el príncipe Miguel (su féretro yace en la cripta de la Capilla Real), que hubiera heredado las coronas de Portugal, de Castilla y Aragón; con su muerte fracasó la unificación de todos los reinos de la Península Ibérica. Pero unos meses antes, el 24 de febrero, había nacido en Gante otro nieto que lo era además de Maximiliano de Austria e iba a recibir una vastísima herencia, convirtiéndose en el más grande monarca de Europa: Carlos iba a ser primero de este nombre (desde 1517) como rey de España y quinto (desde 1520) como emperador de Alemania; un azar quiso que cambiara de signo nuestra Historia. Y he aquí que este ser excepcional, que no pudo hallar en su existencia (hasta que abdicó) un punto de reposo, quiso alcanzarlo en Granada ordenando la construcción de un emblemático palacio en el corazón de la Alhambra, llamado a convertirse en la Casa Real Nueva, yuxtapuesta a la Casa Real Vieja de los reyes nazaríes. Tras casarse en Sevilla, en marzo de 1526, con su prima Isabel de Portugal, acarició esta idea en los felices meses (entre junio y diciembre) de una luna de miel que pasó al pie de Sierra Nevada, en aposentos levantados entre los cuartos de Comares y de los Leones; en ellos fue seguramente concebido Felipe II. Sorprende que la emperatriz, al parecer sintiéndose incómoda, acabara trasladándose al flamante monasterio de San Jerónimo. En nuestra ciudad el emperador vivió un largo semestre, gozoso en lo que concierne a sus relaciones con la exquisita Isabel, pero denso y tenso en actividad política, afrontando graves asuntos. Nunca habían coincidido en Granada tantas personas relevantes. Aquí se reunieron embajadores de los más diversos Estados (desde Polonia a los de Italia, pasando por Inglaterra y Francia), humanistas, cronistas y grandes poetas. Interesaría sobre todo poder calibrar la huella que pudo dejar en Carlos V el encuentro con gentes que se habían asomado a ese maravilloso movimiento artístico que alumbró la Edad Moderna, que tuvo su epicentro en Roma y que llamamos Renacimiento. Es difícil medir el alcance de sus relaciones con algunos de estos personajes; con los diplomáticos italianos no debieron ser muy cordiales; con el nuncio, el refinado Baltasar de Castiglione, debieron ser malas, porque con el Papa Clemente VII eran pésimas. La realidad es que hasta entonces la mentalidad del emperador había estado mucho más cerca del mundo nórdico que del mediterráneo. Hay que preguntarse cómo se gestaría la idea de plasmar, en un edificio erigido en el corazón de la Alhambra, ideales artísticos de Occidente, en un escenario donde pervivían las más ricas esencias de Oriente. 140
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Pensando en la empresa que nos interesa, habrá que valorar como decisivos los contactos que hubo de tener Carlos V con el gobernador de la Alhambra, don Luis Hurtado de Mendoza, destacado miembro de una familia que había contribuido decisivamente a la introducción del Renacimiento en España. Su padre, don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, tras sus actividades diplomáticas en Roma, había iniciado la presencia de este linaje en Granada al frente del recinto palatino, desarrollando una fecunda labor en la transformación de la ciudad, fomentando la llegada de artistas y obras desde Italia. Don Luis le sucedió en 1512 y es muy probable que quedara en sus manos la concreción del proyecto. Su realización corrió a cargo de Pedro Machuca, arquitecto y pintor de estirpe hidalga, cuyos ascendientes habían estado ya al servicio de los Mendozas. Se había formado en Italia (allí, en 1517, firmó un cuadro, hoy en el Prado, llamándose español, toledano) y desde 1520 se documenta en Granada. Nos asomaremos a un interesante diseño suyo de 1527. Se trata de un plano grande en el que destaca un sólido edificio de planta cuadrada, con crujías compartimentadas, en el que se inscribe un patio circular disponiéndose además, en un ángulo, una pieza octogonal destinada a «capilla». En este gran plano se preveían además, frente a tres de las fachadas del Palacio, amplias plazas rectangulares, porticadas en los lados de Poniente y Mediodía, a las que que se abrían aposentos, dando vida a lo que llamaríamos «casas de oficios». Se respetaba, por el lado oriental, la zona ocupada por la iglesia, pero teniendo en cuenta que por esta parte arrancaba una crujía, con cinco piezas entre las que resaltaba la destinada a «cocina». El amplio espacio que se reservó en el recinto de la Alhambra para dar vida a este vasto conjunto afectaba, obviamente, a calles (entre ellas la llamada Real) y casas de poca entidad. Sólo una mínima parte de las residencias reales nazaríes quedó dañada por la nueva construcción, situada al Sur de aquéllas y tangente por sus lados Norte y Este con los cuartos de Comares (del que pudieron destruirse algunas piezas) y de los Leones. Partiendo de cuanto se intuye en el gran plano, hemos de reconocer que aquel ambicioso proyecto acabó frustrándose. El emperador pudo contemplar, en 1532, una maqueta en madera del palacio, desgraciadamente perdida. Las obras se iniciaron al fin al año siguiente, financiándose gracias a una fuerte contribución de los moriscos que, merced a ella, podían conservar parte de sus costumbres, lengua e indumentaria. No es posible seguir aquí el proceso de la construcción, ni adentrarnos en los múltiples problemas que planteó su estudio. Las obras fueron avanzando con lentitud. En 1539, con la muerte de la emperatriz, se frustró la esperanza de Carlos V de volver con ella a Granada, aunque aquí llegaron sus restos. Cuando murió Pedro Machuca, en 1550, estaban concluidos los muros de la capilla y la admirable bóveda estrellada de su cripta, así como buena parte de las fachadas meridional y occidental y sólo sacado de cimientos el bellísimo patio circular, que completó su hijo Luis con dos cuerpos de nobles columnas y una bóveda anular, también admirable. Pero 141
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r el emperador, que tenía entonces que hacer frente a graves «negoçios forçados», ya había perdido interés por aquellas obras, condenadas a quedar inacabadas, como otras empresas suyas. El profesor Cepeda supo expresarlo en emotivas páginas: el inconcluso palacio acabó siendo «símbolo de una frustración» más, entre las muchas que hubo de afrontar, con resignado heroísmo, en su vida. Con palabras de Quevedo recordemos su «retirada más valiente» cuando «se retiró a sí mismo/el postrer día» en el monasterio de Yuste, donde murió, dos años después, en 1558. En tiempo de Felipe II los trabajos continuaron, quedando al frente de ellos, después de Luis Machuca y tras un paréntesis, otros maestros como Juan de Orea y Juan de Minjares, sin olvidar la intervención de diversos escultores. El monarca, con su gran arquitecto Juan de Herrera, impuso algunos cambios. Todavía tuvieron lugar diversas actuaciones entre los siglos XVII y XIX. Pero el destino quiso que el edificio llegase hasta el XX sin cubrir, quedando (hasta los años treinta) sus cuatro desnudas fachadas, los muros y paredes maestras interiores, el octógono de la capilla y el limpio anillo del patio con su doble columnata, como la más noble y bella ruina del Renacimiento de dentro y de fuera de España. Numerosos investigadores se interesaron por esta obra; seleccionaremos los nombres de los Gómez‐Moreno, Gallego Burín, Rosenthal (autor de una admirable monografía sobre el edificio), Tafuri y Galera Andreu. Asomémonos, fugazmente, al impresionante conjunto tal como llegó a nuestro siglo. Tendríamos que fijarnos, sobre todo, en sus cuatro fachadas y en el patio circular. Pero nos detendremos sólo en dos de aquéllas: en la occidental y en la meridional, con sus bellas portadas. Bastan para ver en ellas el triunfo del Renacimiento que llamaremos «purista», en oposición al «plateresco» del período anterior, donde la decoración impedía valorar los elementos ropiamente arquitectónicos. En el cuerpo bajo, los sillares almohadillados dan una sensación de reciedumbre, que se pierde en el cuerpo superior con las pilastras jónicas que flanquean los balcones. En los centros destacan las dos bellas portadas, con columnas adosadas entre las que se distribuyen los huecos. Tienen enorme interés los relieves (debidos a Niccolo da Corte y otros maestros), repartidos en pedestales, clípeos, tímpanos y frontones, con asuntos históricos y mitológicos, alegorías, emblemas y temas heráldicos. Se desarrolla así un complejo programa iconográfico, con trasfondo simbólico, en el que se percibe el designio de enaltecer la figura de Carlos V, heredero del «Sacro Romano Imperio». 8 Concluyamos aludiendo a los trabajos de restauración realizados en nuestro siglo. Pueden inscribirse en tres etapas: antes de 1936, durante el franquismo y en la última década; en todas hubo grandes aciertos y algunos desaciertos; a veces se hizo y se deshizo más de lo necesario. Por constituir una grave agresión al «decoro» (que tanto preocupaba a los hombres del Renacimiento) nos limitamos sólo a considerar como aberrante y distorsionante la decisión de arrancar la carpintería de las ventanas en el cuerpo bajo y de sustituirlas por vidrios que contrastan con la que, por fortuna, subsiste 142
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r en el superior. A pesar de los errores (que deberán remediarse) la rehabilitación del edificio consiente que pueda cumplir diversas funciones, sobre todo de carácter museográfico. Celebremos que en su planta noble perviva (desde 1958 y en su marco adecuado, que merece potenciarse con la mayor generosidad) el Museo Provincial de Bellas Artes y que en la baja (como fruto de los trabajos realizados a partir de 1994), el llamado Museo de la Alhambra se haya instalado espléndidamente, aunque, por decisión miope, sustituyese en 1986 al titulado Museo Nacional de Arte Hispano‐Musulmán, creado en 1962 y concebido para cumplir unos fines mucho más amplios en espacios mayores. 143
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Granada, centro de la monarquía hispana Antonio Luis Cortés Peña
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mportantes fueron las razones por las que la conquista de Granada se convirtió en un símbolo para toda Europa desde el mismo día 2 de enero de 1492. Buena prueba de ello fue la repercusión que la noticia tuvo en las principales ciudades de la cristiandad Occidental; los repiques de campanas, la celebración de Tedeums y de distintos actos litúrgicos de acción de gracias, las fiestas organizadas, las manifestaciones literarias... se extendieron por doquier y la alegría fue denominador común para unos europeos que sólo medio siglo antes había visto caer en poder de los turcos otomanos la mítica Constantinopla. El potencial peligro que esta acción representaba pronto se iba a percibir como una realidad con el avance de sus ejércitos a través del territorio de los Balcanes, vía de acceso directo al corazón del continente. La otra vía era el Mediterráneo y también muy pronto hicieron peligrosamente su aparición las naves turcas; la conquista de Otranto (1480), en el sur de Italia, despertó la alarma en la misma Roma y no dejó de ser contemplada por la astucia política de Fernando de Aragón como una auténtica cabeza de puente para intentar el dominio de la península italiana y el control del Mediterráneo occidental, algo totalmente opuesto a los intereses de la Cristiandad y, también, a los suyos propios, pues no en vano aspiraba a ser el amo y señor de ese espacio estratégico; de ahí su empeño en la reconquista de la ciudad italiana (1481). Si con anterioridad existía alguna vacilación, desde ese preciso momento y solucionados los problemas sucesorios y las alteraciones sociales de los primeros años de su reinado, la decisión de emprender la guerra de Granada, último bastión del Islam hispánico y, por tanto, posible aliado del imperio turco, arraigó profundamente en el ánimo de los Reyes Católicos, hasta el punto de emprender de inmediato una costosa y larga contienda en la que no cejaron hasta verla culminada con la toma de la capital del reino nazarí. Por otro lado, la conquista granadina también iba a suponer un acontecimiento trascendental en la recién inaugurada Monarquía hispánica al convertirse en una firme base en la consolidación de la misma. Y esto sucedió no sólo porque la Corona de Aragón ayudó y se solidarizó con la de Castilla en el desarrollo bélico –diez años–, sino porque el éxito de la empresa fue el que en verdad permitió la ambiciosa política exterior iniciada a continuación por los monarcas, aunando el ímpetu expansivo castellano con los tradicionales intereses catalanoaragoneses en la cuenca mediterránea. Fueron estas tareas comunes las que propiciaron el inicio de un proceso de formación de un Estado que aún había de atravesar una singladura procelosa; por ello, entre otros motivos, que estuviera plenamente justificada la inclusión del símbolo del último reino incorporado al escudo de la Monarquía.
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r Fernando e Isabel eran conscientes de la gran importancia que había supuesto adueñarse de Granada. Significaba el fin de una frontera peninsular con el Islam y, junto a ello, obtener un prestigio internacional tal que los convertía en uno de los más firmes puntales de la defensa de la Cristiandad frente a los turcos, logrando, además, que su voz se escuchase cada día con mayor respeto en las diversas cortes europeas, particularmente en las italianas. De hecho esto llevaba consigo desempeñar un nuevo papel de protagonismo en el panorama político internacional, para el que, entre otras actuaciones, parecía obligado asentar su soberanía o, al menos, su supremacía en los territorios del norte de Africa, pues todavía el Mediterráneo, con su centro en Italia, era el eje fundamental sobre el que giraban las relaciones de poder entre las principales potencias de la época. En todo este complicado juego de alta política, Granada era una pieza de alto valor estratégico, valorada así por los propios monarcas y, como consecuencia, destinada a ser uno de los puntos neurálgicos de la Monarquía; de ahí que los monarcas dedicaran especial atención a la organización del reino, tarea que emprendieron ya antes de finalizar la guerra, dotándola de una serie de organismos que hicieron de la capital la más importante ciudad político‐ administrativa al sur del río Tajo. El establecimiento en ella de la Capitanía General del reino, de la Real Chancillería y de un Arzobispado se completó con la representación en Cortes que se le otorgó, así como el puesto privilegiado que en las mismas se le concedió. Esta actitud de considerable reconocimiento manifestada por los reyes culminó con la elección que hicieron de ella como lugar de su enterramiento; quizás no quepa mayor prueba que ésta en cuanto a su afecto por la ciudad y, sobre todo, de la trascendencia que concedían a la antigua capital nazarí por ellos conquistada como centro de esa Monarquía hispánica nacida con ellos, una nueva potencia, posiblemente destinada en sus sueños a ejercer un papel hegemónico en el mundo mediterráneo. Sin embargo, a lo largo de la historia, se ha visto en numerosas ocasiones cómo aquellas predicciones que se imaginaban sucesos ciertos para el futuro, no se cum‐ plían ante la aparición de otros hechos que invalidaban los supuestos pensados en el pasado. En el caso de Granada, uno de estos hechos iba a tenerla como primer escenario; me refiero al descubrimiento de América, cuya gestación tuvo lugar en estas tierras con la culminación de la firma de las capitulaciones de Santa Fe que posibilitaron la empresa colombina. Otro fue la inesperada llegada a la cabeza de la Monarquía de una nueva dinastía, la Casa de Austria, que sólo la fatalidad, la muerte de los primeros herederos, un Trastámara y un Avís, la hizo posible. Las posibilidades abiertas por los asombrosos descubrimientos determinaron que, paulatinamente primero, con acelerada rapidez después, el Mediterráneo cediera su protagonismo al Atlántico de un modo incontestable; la llegada de los Habsburgo (Casa de Austria) al trono hispánico, con sus marcados intereses en el centro y el norte de Europa, también sirvió para desviar las prioridades 146
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r hacia otros lugares no previstos en un principio. La conjunción de ambos acontecimientos resultó definitiva para el porvenir de una Granada surgida de un pasado islámico medieval y que conocía en aquellas décadas un proceso traumático de incorporación al Occidente europeo. No obstante, la ciudad de la Alhambra, de momento, mantuvo su rango como capital emblemática del inicio de una nueva andadura política. Como un ejemplo más de los azares de la historia, iba a ser precisamente el segundo de los monarcas de la nueva dinastía, Carlos I, ya emperador, quien por seis meses asentara aquí su Corte y, en consecuencia, los más importantes instrumentos de su gobierno, convirtiéndola de este modo en centro indiscutible de la Monarquía hispánica y núcleo de particular atención para todos los integrantes del Imperio carolino y, en realidad, de todo el occidente europeo. La razón del viaje, como se explica con más detalle en otras colaboraciones de estas páginas, estuvo en el matrimonio del joven monarca con doña Isabel de Portugal, celebrado en Sevilla durante la primavera de 1526. El acontecimiento determinó una larga estancia de la pareja regia en Andalucía, con breves escalas en algunas de sus más importantes ciudades –Córdoba, Archidona, Alcalá la Real, Ubeda, Baeza...–, que incidió de modo especial en Granada, donde se instaló la Corte durante medio año –junio a diciembre de 1526–. La realidad es que tan larga permanencia no estaba prevista, ya que, en principio, se había proyectado una visita de no excesiva duración en su camino hacia el Mediterráneo con objeto de embarcar hacia Roma, donde Carlos esperaba, con verdadera ansiedad, ser coronado emperador por el papa Clemente VII. Los acontecimientos internacionales fueron los que variaron este. A lo largo de seis meses la ciudad de la Alhambra pasó a ser uno de los principales focos de la política europea. La alta diplomacia y los forcejeos carolinos frente a las alianzas que se fraguaban contra el vencedor de Pavía –no se olvide que en enero había sido puesto en libertad el rey francés Francisco I– tuvieron a Granada, en el lado hispánico, como escenario fundamental. El 22 de mayo se había formado la Liga de Cognac o clementina, auspiciada por el pontífice –una nueva Santa Liga–, falsamente dirigida contra los otomanos, pero en realidad creada para frenar el ascendente poder del emperador; es en esta ciudad donde Carlos V recibe un breve, fechado el día 23 de junio, en el que el Papa le conmina a aceptar las imposiciones de los aliados –en contra del tratado de Madrid, firmado por el rey francés– o atenerse a las consecuencias, es decir, la guerra. Y en ella también donde se produce la enérgica respuesta imperial –memorial de 17 de septiembre– rechazando la actitud del pontífice como poco acorde con su papel de cabeza de la Cristiandad y proclamando la necesidad de un concilio reformista, lo que originaría la expresión de Valdés, hace poco recordada por el hispanista francés Joseph Pérez de que el Papa daba la impresión de ser «no padre, sino parte, no pastor, sino invasor». Mientras tanto, se había producido el desastre de Mohacs, que, con la muerte de Luis II
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C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r de Hungría, había ocasionado el dominio de gran parte de este reino por las fuerzas turcas. Quizás en ningún otro momento de su historia la ciudad ha desempeñado un mayor protagonismo en la esfera internacional. No se trataba sólo de las importantes decisiones que desde ella tuvieron que ser tomadas por Carlos y sus consejeros, sino del trasiego permanente del alto personal que se vio obligado a visitarla y que encontró en su abigarrado paisaje urbano, incluidas sus gentes, una tierra insólita que comenzaba a aglutinar, no siempre con acierto, el exotismo islámico con el naciente Renacimiento europeo. El mundo variopinto de la Corte, en el que se mezclaban políticos, militares, eclesiásticos, diplomáticos..., muchos de ellos a la vez representantes del mundo de la cultura, se acomodó dentro de su recinto, no sin plantear algunas dificultades dadas las numerosas viviendas que fue necesario habilitar. No faltaron las incomodidades, pero, a la vez, Granada se transmutó en fragua en la que se iban a forjar no pocos sueños de todo tipo, algunos de gran trascendencia para la posteridad. Con ser importantes estos sucesos, la presencia del emperador en nuestra ciudad aún tuvo mayor relevancia para el futuro cultural de la misma. El motivo esencial radicó en la dirección política que imprimió al principal problema, aún sin resolver, de la sociedad granadina, el problema morisco, lo que fue determinante para el desarrollo de un ambicioso programa educativo que tuvo como piedra angular la fundación de la Universidad granadina, un inapreciable legado carolino para la posteridad. No quisiera terminar sin aludir a uno de los tópicos de la historia de la ciudad más extendidos entre los granadinos; me refiero a la creencia de que Carlos V tuvo la intención de hacer de Granada la capital de su Imperio por lo que ordenó la construcción del palacio que lleva su nombre en la colina de la Alhambra. Pienso, aunque puedo estar equivocado –y, por tanto, dispuesto a rectificar si se me demuestra lo contrario–, que esta afirmación en su estricto sentido no deja de ser más que una manifestación bienintencionada, que contiene un cierto espíritu de chovinismo local, pero que está alejada de la realidad del momento histórico. Las razones de mi postura son diversas, aunque sucintamente se pueden sintetizar así: En primer lugar, capital del Imperio, nunca, ya que los territorios hispánicos no formaban parte del Imperio propiamente dicho, en cuyo suelo, por otra parte, durante aquel período ninguna ciudad tenía el rango de capital. Podía haberlo sido de la Monarquía hispánica, pero tampoco lo fue, dado el carácter itinerante que todavía tenía la Corte, entre otras razones por la creencia que se tenía de la necesidad de que los reyes fuesen vistos, visualizados, por la mayor parte posible de sus súbditos; además, en unos momentos en los que aún conservaban una fortísima personalidad cada una de las Coronas que la integraban e, incluso, la autoridad de los monarcas todavía debía de moverse con ciertos cuidados y sutilezas, difícilmente se podían dar los pasos necesarios para fundar una capitalidad. El argumento de la construcción del palacio no tiene fuerza, ya que eran varias las 148
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r ciudades que se embellecían con la existencia de alguna residencia real. Lo evidente en este caso es, por un lado, la fascinación que Granada debió ejercer sobre el emperador; por otro, el posible deseo de reafirmar plásticamente el nuevo poder por él representado sobre el pasado exótico tan visible en su fisonomía. Ahora bien, todo ello no es incompatible con el hecho de considerar que Carlos V viera la ciudad de Granada de un modo especial. Nos inclinamos a pensar que la contemplara como clave –pilar y cierre– de la Monarquía fundada por sus abuelos, base indudable de la posterior hegemonía española en Europa, aunque de un modo bien diferente al pensado por don Fernando, auténtico manipulador de las relaciones internacionales de su época. Por ello, la decisión de Carlos de no sólo respetar la voluntad de sus abuelos, sino de proyectar aquí el panteón de su dinastía entraba dentro de la más pura lógica política y sentimental, por el papel que había representado Granada como primer centro aglutinante de la Monarquía hispánica. 149
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La iglesia española en tiempos de Carlos V Francisco Martín Hernández
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El propósito que tuvieron los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, abuelos
maternos del emperador Carlos V, fue el de llevar a cabo sus empresas a la sombra de la cruz y lograr en España la unidad política y religiosa: unión de los pueblos hispanos, conquista de Granada, descubrimiento y primera evangelización de América, reforma del clero y promoción de la cultura, de la ciencia y el arte. Carlos I de España y V de Alemania (1500‐1558) trataría de conseguir también los mismos ideales. Educado en el ambiente caballeresco cristiano de la corte borgoñona, sueña con renovar el Imperio o el reino católico universal de la Edad Media. Identifica catolicismo con sentimiento nacional, por lo que defender a la Iglesia es para él como defender la unidad de España, que creía amenazada tanto en el interior como en el exterior por los herejes. Esto configuraría también a la Iglesia española de su tiempo. 1. Cuando en 1517 comienza a reinar en Castilla y Aragón, la Iglesia había conocido ya en España sus primeros movimientos de reforma, que continuarán en la época siguiente: reforma de las órdenes religiosas, reforma del clero, reformas llevadas a cabo por Cisneros y los mismos monarcas; medidas que se toman contra los moriscos y judaizantes; consolidación de la jerarquía eclesiástica con obispos dignos y bien preparados, atención especial que se presta a la formación del clero; apertura del campo misionero en América y Filipinas, en las que se establecen nuevas diócesis, colegios, universidades, centros de catequesis, etc. y a las que acuden numerosos clérigos y seglares para llevar a cabo la obra de evangelización. Las Universidades de Salamanca y de Alcalá se convierten en el emporio de la cultura y de la ciencia. La Biblia Políglota alcalaína (que se acaba en 1517 y se completa en 1520) nace alrededor del complejo cultural que para estudios de filosofía y teología establece Cisneros en Alcalá: el Colegio de San Ildefonso y su célebre Universidad, los cuales se convierten en centro de Humanismo cristiano, de reforma y de formación del clero. Uno y otra se unen a los demás centros y colegios de formación, que ilustrados eclesiásticos establecen por España: en Valladolid, Salamanca, Sevilla, Granada, etc. Salamanca aporta la tradición y la madurez de la nueva Escolástica y de ella saldrán las grandes ideas de Humanismo y de evangelización para América. 2. Puestos los ojos en América y desde su cátedra de Salamanca, el dominico Francisco de Vitoria proclama a todos los vientos el derecho internacional y los 151
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r derechos humanos. Su hermano en religión Antonio de Montesinos clama, en la catedral de Santo Domingo, contra los abusos de los colonos; y en las Juntas que se tienen en Burgos y Valladolid son los religiosos quienes defienden la libertad de los indios. Conocida es la labor que el P. Las Casas hace en defensa de ellos. Don Vasco de Quiroga, del cuerpo de abogados del Emperador, dedica buena parte de su vida de seglar, y más tarde como primer obispo de Michoacán, a defenderlos, protegerlos y educarlos en sus Pueblos Hospitales de México, «teniendo siempre en cuenta la dignidad humana de los indios». En 1555 se celebra en el mismo México el primer concilio provincial de América, de gran resonancia para la primera evangelización americana. Años antes, en 1551, se promulgan las Reales Cédulas por las que se fundan las Universidades de México y de Lima, a cargo principalmente de obispos, clérigos y religiosos. El colegio de Tlatelolco, de franciscanos, es el primero que se crea en Nueva España; los agustinos levantan otro en Tiripitío y Vasco de Quiroga, tata Vasco, uno más para formación de clérigos en Pátzcuaro de Michoacán. Grande es la labor misionera que llevan a cabo los franciscanos (los Doce que salen de Belvís de Monroy y llegan a México en 1524; Zumárraga, Bernardino de Sahagún...), dominicos (Las Casas, Julián Garcés, Tomás de San Martín, Domingo de Betanzos, San Luis Beltrán...), agustinos (Alonso de Veracruz, Andrés de Urdaneta...), jesuitas (José de Acosta, San Pedro Claver) y clérigos seculares (Vasco de Quiroga, Santo Toribio de Mogrovejo...), a la cual se une la obra legislativa que llega de la Corona, de inspiración claramente cristiana. 3. En el campo más amplio de la cultura aparece por doquier un Renacimiento o un Humanismo cristiano, que desde las aulas universitarias de Salamanca o de Alcalá se extiende a la ciencia, al arte y a las manifestaciones mismas de la vida humana. Si Luis Vives, pedagogo de Europa y maestro del Emperador, recoge su humanismo y su filosofía de las esencias del viejo cristianismo, Francisco de Vitoria se convierte en maestro del Derecho de Gentes y del estudio y entendimiento de una nueva teología. Tanto de Salamanca, como de otros Estudios y Universidades de España, salieron los obispos y teólogos que iban a iluminar con su doctrina el Concilio de Trento. Mucho trabajó Carlos V para que se iniciaran las primeras sesiones conciliares en l545, y al esfuerzo de los embajadores imperiales Hurtado de Mendoza, Francisco de Toledo o el conde de Luna se debió que éstas pudieran seguir adelante. De los 200 Padres que participaron en el concilio, 66 eran españoles y unos 110 teólogos, sobre los algo más de 200 que llegaron de las demás naciones. Siempre adictos a la Santa Sede, no dejaron de mostrarse firmes en cuestiones de importancia para la Iglesia, como, por ejemplo, la residencia y la autoridad de los obispos. Ninguno confundió el verdadero espíritu de reforma con tendencias cismáticas o peligrosos impulsos de disidencia, sin que por ello dejaran de mostrarse inflexibles a la hora de clamar contra los abusos de la curia 152
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r romana o de reparar la caída disciplina de la Iglesia. No fueron pocos los obispos y teólogos españoles que se distinguieron en las primeras etapas del concilio, de tiempos de Carlos V: Antonio Agustín, Martín Pérez de Ayala, Andrés de Cuesta, Melchor Cano y Bartolomé de Carranza, Domingo y Pedro de Soto, Diego Laínez y Alfonso Salmerón, Andrés de Vega, Alfonso de Castro. Nuestros teólogos dejaron en Trento una impronta universal no sólo de fe, sino también de sabiduría. De los muchos legados que pudo ofrecer entonces España a la humanidad, por lo menos tres se los debe a la Iglesia de entonces: la España teológica, la España mística y la España misionera. 4. Si en el Concilio se propugnaba la reforma, ya se venía actuando ésta en España merced a personajes como San Juan de Ávila, Santo Tomás de Villanueva, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, San Juan de Dios, San Ignacio de Loyola. La reforma se extiende a las diócesis, a las parroquias, a los conventos y monasterios y hace que el mismo pueblo conozca un nuevo renacer de la vida cristiana. Se pretende eliminar abusos anteriores relativos, por ejemplo, a las indulgencias, veneración de imágenes, reliquias y santuarios, y se da más importancia a las fiestas litúrgicas y a nuevas prácticas de piedad como el rosario, la celebración del Corpus y la Adoración al Santísimo, el Vía crucis, los Ejercicios espirituales, a la vez que se dan misiones al pueblo y se imparte la catequesis a niños y a adultos. Cada vez se hace más entusiasta el movimiento en defensa del privilegio de la Inmaculada Concepción. Las Universidades, los Colegios, las Instituciones, las ciudades, los monarcas y las personas particulares hacen voto especial de defenderlo incluso con su propia vida. La catolicidad había triunfado en el concilio, tan deseado y propiciado por el Emperador. Hasta en la literatura y en el arte se nota, exultante, el sentimiento religioso: plateresco y Renacimiento cristiano, Arias Montano, Fray Luis de León, Luis Vives, Garcilaso, Gil de Hontañón, Berruguete, Juan de Juni. Daba la sensación de que se había tomado en serio, por fin, la reforma de la Iglesia. 5. Este sentido de catolicidad explica la postura española, en tiempos de Carlos V, frente al protestantismo y a otras desviaciones doctrinales que se presentaron en España. Cuando aquél se extiende por Europa, Carlos propicia el diálogo entre católicos y protestantes; así en la dieta de Worms de 1521, aunque todos estaban convencidos de que era difícil, si no imposible, cualquier intento de reconciliación. No sólo entraban en juego las ideas religiosas, sino los distintos modos que ya había entonces de concebir la sociedad: o al viejo estilo de un Imperio universalista e integrador, como quería Carlos V, o en la línea del individualismo renacentista, que lo mismo pedía Iglesias nacionales ‐en este caso protestantes‐ que naciones soberanas e independientes. Mientras Carlos se 153
C a r l o s V . R e y y E m p e r a d o r ve obligado primeramente a promulgar el edicto de Worms, en el que se condenaba a Lutero y se mandaba que fueran quemados sus escritos, por la paz de Augsburgo de 1555 se llega a una especie de transacción impuesta por las necesidades políticas del momento, pero que marca uno de los avances más sobresalientes del protestantismo y deja sellada la división religiosa de Alemania. Carlos V deja las riendas del gobierno para retirarse más tarde al monasterio de Yuste. Como consecuencia de la paz, las dos confesiones, la católica y la protestante, quedaban en completa libertad para profesar su doctrina dentro del Imperio Los príncipes de los diversos territorios podían elegir entre la religión católica o la protestante e imponérsela a sus súbditos, con lo que la Iglesia quedaba mediatizada de este modo al Estado. Los súbditos tenían que someterse a esta elección; o emigrar en caso de no estar conformes. Lo que Carlos no pudo conseguir fuera, hizo lo posible por alcanzarlo dentro de España, donde el protestantismo estuvo a punto de echar raíces. En Valladolid se descubrió un primer grupo de luteranos; otro se dio en Sevilla y contra ellos se actuó en los Autos de fe que se celebraron en ambas ciudades. En adelante no se presentarán en España sino casos aislados, contra los cuales siguió actuando la Inquisición. También se dieron grupos de erasmistas y de alumbrados o iluminados. Los primeros predicaban un cristianismo más puro y sencillo, «evangelismo» íntimo y lleno de unción al estilo paulino. Erasmista de pro fue Juan de Valdés, hermano de Alfonso de Valdés, secretario de Carlos V y aficionado también a la misma causa. Los alumbrados o iluminados formaban grupos de visionarios, que apelaban a un conocimiento superior, a nuevas profecías y revelaciones particulares y no se cuidaban mucho de la jerarquía. En ocasiones tuvo que ver con ellos la Inquisición por creerlos sospechosos de herejía. Fuera de esto casos, la Iglesia española en tiempos de Carlos V muestra una grandeza pocas veces conocida, siendo considerada como una de las más importantes de la Cristiandad de entonces. 154
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Carlos V y la abolición de la esclavitud de los indios. Causas, evolución y circunstancias. Jesús María García Añoveros
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El problema de la licitud de la esclavitud de los indios siempre estuvo gravando sobre la Corona de Castilla. A Carlos V le correspondió dar una solución definitiva al complicado y delicado asunto. Y lo hizo concienzudamente, pues se fundamentó en los argumentos de los mejores teólogos y juristas de España, que unánimemente condenaron como ilícita tal esclavitud, para declararla ilegítima y desterrarla de las Indias; y no solamente la esclavitud por parte de los españoles sino también la que se daba entre los indios. PALABRAS CLAVES: Carlos V, esclavitud, abolición, indios.
I. LA ACEPTACIÓN DE LA INSTITUCIÓN DE LA ESCLAVITUD: CAUSAS O TÍTULOS QUE LA ORIGINAN Y JUSTIFICAN
Antes de entrar en la materia específica de este artículo es conveniente traer a la memoria algunas consideraciones acerca de la esclavitud o servidumbre –son términos sinónimos en la época a que nos referimos– en el momento en que los españoles descubren y se posesionan de las Indias Occidentales en nombre de la Corona de Castilla y León. El fenómeno de la esclavitud –institución antiquísima que estaba vigente en muchos pueblos del orbe– en Occidente había recibido unánimemente legitimidad teórica y legal. Había sido admitida por el Antiguo y el Nuevo Testamento, por la filosofía griega, por el Derecho Romano y por los Santos Padres y teólogos de la Iglesia, que la aceptaban como castigo del pecado, y considerada de derecho de gentes. Todo un cuerpo doctrinal y jurídico se había elaborado en Europa sobre esta institución, en vigor, lógicamente, en España. *
Trabajo realizado dentro del Proyecto de Investigación PB96-0898 (DGES).
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Tres eran las fuentes principales que podían dar origen a la esclavitud: la guerra, el nacimiento de mujer esclava y la compra y rescate. Me voy a detener en la guerra, pues ésta, no fue solamente la causa principal que justificó el hacer muchísimos esclavos indios durante los años que siguieron al Descubrimiento y los cuarenta primeros del siglo XVI, sino el principal motivo de enfrentamiento en esos años entre los partidarios de la esclavitud de los indios y de los que la rechazaban, y origen de muchas discusiones doctrinales que pusieron los fundamentos de una sólida doctrina común que rechazó dicha esclavitud como injusta e ilícita. Se consideraba la guerra justa si se cumplían tres condiciones: que se declarase por el príncipe o la autoridad legítima competente, que se diera causa justa, que no era otra sino la violación de un derecho, y que hubiera recta intención. Los autores admitían unánimemente que los capturados en guerra justa, excepto los apresados entre guerras entre repúblicas cristianas, podían ser hechos esclavos en lugar de matarlos. En cuanto a las causas justas o títulos legales que podían originar una guerra, nos vamos a fijar en aquéllos que, de una manera u otra, con mayor o menor fuerza, se utilizaron para justificar las guerras justas contra los indios. Título de la servidumbre natural: el bárbaro es naturalmente esclavo del civilizado. Este aserto, enunciado por primera vez por Aristóteles1, fue asumido ampliamente en Occidente por pensadores y filósofos griegos, romanos y cristianos, y formulado e interpretado de diversas maneras. Su raíz filosófica provenía del principio, comúnmente admitido por los autores, del gobierno y dominio de los sabios, prudentes y mejores sobre los ignorantes, necios y rudos. La mayoría de los autores opinaron que el título de la servidumbre natural no era, por sí mismo, causa de guerra justa del civilizado sobre el bárbaro y menos todavía de esclavizarlo, pues interpretaban que Aristóteles se refería a una esclavitud en sentido lato, no estricto, y que el dominio del sabio sobre el ignorante debía realizarse voluntaria y libremente; aunque no pocos admitieron que sería lícita la guerra en casos muy especiales con pueblos que vivían salvajemente como fieras. De los muchos significados que en la antigüedad se dieron al término bárbaro, acabó imponiéndose el de carente de razón y de comportamientos inhumanos. Título de los pecados contra la ley natural. Se preguntaron los autores si, tratándose de gravísimas transgresiones contra lo establecido por la ley natural, como podían ser el comer carne humana, los sacrificios humanos, la muerte de inocentes, la idolatría, el incesto, la sodomía, el gobierno tiránico y la rebelión contra la autoridad legítima, se podría declarar la guerra a los pueblos que las practicaban. La mayoría de los autores negaron la licitud de la guerra por dichos motivos. No obstante, fueron muchos los que la consideraron legítima si se trataba de salvar inocentes, porque, tanto la ley natural como la divina (Proverbios 24,11), obligaba
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ARISTÓTELES, Política, Madrid, Gredos 116, 1994, lib. I, cap. 2, p. 47, cap. 3, p. 54, cap. 4, p. 56, cap. 5, pp. 56-59, cap. 6, pp. 60-61, cap. 8, pp. 66-67, cap. 13, p. 84. lib. VIII, cap. 10, p. 247, cap. 13, p. 84,
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a liberar al inocente del verdugo, aunque exigían una serie de condiciones que limitaban la intervención armada. Título del poder universal del Romano Pontífice sobre todo el orbe. Algunos autores, los menos, afirmaban que el Papa, por ser Vicario de Cristo, cuya potestad se extiende sobre toda la creación, poseía poder espiritual y temporal sobre todos los reinos y príncipes del mundo, tanto fieles como infieles, y podía, en consecuencia, por motivos espirituales, transferir esos reinos a príncipes cristianos y conferirles su dominio. Si los infieles se resistieran se les podría declarar la guerra con todas sus consecuencias. Sin embargo, la casi totalidad de los teólogos, y entre ellos los mejores, encabezados por Santo Tomás, negaron tal poder a la Iglesia y a su cabeza, el Pontífice. Título de la infidelidad. Discutieron los autores si era lícito hacer la guerra a los infieles por el hecho de serlo, es decir, por no profesar la fe de Cristo. Aunque algunos lo admitieron, la doctrina que acabó siendo prácticamente común era que tal guerra era ilícita e injusta, pues la infidelidad no podía considerarse delito y, en cualquier caso, ni los príncipes cristianos ni la Iglesia poseen potestad alguna sobre los infieles. Título de la predicación y conservación del Evangelio. Que la Iglesia poseía pleno derecho a la predicación del Evangelio y que nadie podía oponerse a este derecho, era doctrina que no admitía duda alguna. Como se trataba de un derecho irrenunciable y que no podía dejar de ejercerse, surgió muy pronto la duda de si se podría utilizar la fuerza frente a aquellos pueblos infieles que se oponían y obstaculizaban dicha predicación. Aunque en principio se admitía la licitud de la guerra por tal motivo pues se trataba de defender un derecho legítimo, sin embargo, en la práctica, se evitaba y desechaba si la guerra impedía la conversión de los infieles, era origen de conversiones ficticias o causaba odio a la fe cristiana. El derecho a la predicación del Evangelio no suponía la aceptación forzada del mismo, ya que la Iglesia siempre defendió y buscó la aceptación libre y voluntaria de la fe2. No obstante, se admitía la licitud de la guerra contra el príncipe infiel que pusiera en peligro la fe de los convertidos, bien poniendo medios para provocar la apostasía, bien impedimentos para su libre ejercicio. También se admitía que la Iglesia podría sustraer de la jurisdicción de los príncipes paganos a los convertidos al cristianismo y, si llegaran a ser mayoría, ponerles bajo el dominio de un príncipe cristiano para asegurar la fe recibida. Pero, en cualquier caso, habría que ponderar las graves consecuencias que se podrían derivar de la intervención armada.
2
La difícil cuestión del derecho de la predicación de la fe y de la libertad del acto de fe fue cuidadosamente tratada por Cristóbal DE CABRERA (1533-1598), «De sollicitanda infidelium conversione, iuxta illud Lucae 14, Compelle intrare», Communio, vol. 5, Sevilla, 1572, pp. 23-186. Véase tambien el excelente estudio y comentario de dicha obra de Eduardo MARTÍN ORTIZ, Communio, vol. 5, Sevilla, 1572, pp. 23-186 y 165-411.
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Otras formas muy comunes de llegar a la esclavitud, no como consecuencia de la guerra, eran el nacimiento de la mujer esclava y la compra o rescate. Ambas estaban perfectamente reguladas por el Derecho Romano, derecho que estuvo en buena parte en vigor en Occidente durante siglos, admitido por la legislación española cuando se inicia el dominio español en las Indias. II. LA APLICACIÓN DE LOS TÍTULOS JUSTIFICATIVOS DE LA ESCLAVITUD A LOS INDIOS La duda acerca de la licitud de la esclavitud de los indios surgió en el momento mismo del descubrimiento de las Indias. Partidarios a favor o en contra de la esclavitud los hubo desde el principio, aunque, de hecho, antes de que se discutiera y resolviera la duda, ya comenzaron a hacerse esclavos indios. Pronto, la discusión, fue creciendo, tanto en las Indias como en España. En las Indias, fundamentalmente promovida por los religiosos evangelizadores. En España, por profesores universitarios en sus cátedras de teología y derecho, especialmente en las cátedras desempeñadas por los maestros dominicos en las universidades de Salamanca, Alcalá de Henares y el Colegio de San Gregorio de Valladolid; por los influyentes consejeros reales, particularmente los del Consejo de Indias; y por expertos invitados a participar en las Juntas ordenadas por el Rey. El fruto de estas discusiones y de los intercambios entre los religiosos con experiencia en las Indias, los consejeros reales y, sobre todo, la profunda reflexión teórica realizada por los mejores teólogos y juristas, se concretó en un sólido y acabado cuerpo doctrinal, que definió decisivamente el marco filosófico, teológico, jurídico y ético referente a la licitud de las guerras contra los indios y de su servidumbre. En cuanto a la esclavitud, los autores y maestros que trataron del tema, de un lado, profundizaron y analizaron los títulos clásicos de la esclavitud, incluso, en algún caso, buscando nuevos cauces y, de otro lado, y aquí es donde nos encontramos con aportaciones doctrinales innovadoras, estudiaron escrupulosamente la medida en que dichos títulos podían ser aplicados a los indios. De este modo, se encontró una respuesta eficaz y doctrinalmente segura a la pregunta de si los indios podían o no ser reducidos legítimamente a la esclavitud. He escogido los, a mi juicio, mejores autores y sus más significativas obras, que trataron del asunto de las guerras y de la esclavitud de los indios. Mi propósito es ofrecer una síntesis apretada y concisa de su pensamiento, brevedad que espero compensar con las citas exactas de las fuentes, las cuales pueden ser examinadas y contrastadas por los interesados. Acerca de los apuntes bibliográficos de los autores, casi todos nacidos en España, y de su valía e importancia, me remito a la antigua y prestigiosa Bibliotheca Nova Hispana de Antonio Nicolás y a modernos estudios y enciclopedias recientes. Felizmente poseemos buenas ediciones de las obras que citamos, bastantes de ellas escritas o traducidas al español, y el resto en su versión latina.
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Los autores elegidos pertenecen aproximadamente a dos generaciones. La primera la integran aquellos que fueron contemporáneos del Emperador Carlos V en su período de reinado (1516-1556), los cuales fueron también los primeros que trataron el tema de la servidumbre y guerras a los indios y elaboraron el cuerpo doctrinal definitivo. A ellos les debemos la respuesta cabal y decisiva a la duda suscitada. Son los siguientes, por orden de importancia, cuyas obras citamos en la nota adjunta: Francisco de Vitoria (1492-1546), Bartolomé de las Casas (14741566), Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), Domingo de Soto (1494-1560), Melchor Cano (1509-1561), Juan de la Peña (1513-1563), Pedro de Sotomayor (siglo XVI), Gregorio López (1496-1560), Pedro Mártir de Anglería (1457-1526), Marquardo Susannis (siglo XVI), Alfonso Azevedo (?-1598), Alfonso Álvarez Guerrero (?-1577)3. A la segunda generación pertenecen un conjunto de autores que hacen suyo el cuerpo doctrinal recibido, lo someten a nuevos análisis, profundizan en el mismo, lo matizan y llegan, en ocasiones, a novedosas conclusiones, exigidas por una rea-
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Francisco DE VITORIA, Relectio de Indis, Madrid, CSIC, Corpus Hispanorum de Pace (CHP) 5, 1967. Relectio de iure belli, Madrid, CSIC, CHP 6, 1981. Bartolomé DE LAS CASAS, Apología, Madrid, Alianza, l988. Tratado comprobatorio del imperio soberano y principado universal que los Reyes de Castilla y León tienen sobre las Indias, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles (BAE) 110, 1958, pp. 350-423 (1). Carta al Maestro fray Bartolomé de Carranza, Madrid, BAE 110, 1958, pp. 430-450 (2). Tratado sobre los indios que se han hecho esclavos, Madrid, BAE 110, 1958, pp. 257-290 (3). Apologética Historia, Madrid, BAE 105, 106, l958 (4). Juan Ginés DE SEPÚLVEDA, Demócrates Segundo o de las causas justas de la guerra contra los indios, Madrid, CSIC, 1984. Epistolario, Madrid, Cultura Hispanica, 1979. Domingo DE SOTO, De iustitia et iure libri decem, Salmanticae, 1542. Commentariorum in Quartum Sententiarum, Methymnae a Campi, 1579. Relectio, an liceat civitates infidelium seu gentilium expugnare ob idolatriam, Madrid, CSIC, CHP 9, 1982, pp. 586-592. Melchor CANO, De dominio indorum, Madrid, CSIC, CHP 9, 1982, pp. 555-581. Juan DE LA P EÑA , De bello contra insulanos, Madrid, CSIC, CHP 9-10, 1982. Pedro DE S OTOMAYOR , Utrum homo homini dominus esse possit, Madrid, CSIC, CHP 9, 1982, pp. 605-612. Gregorio LÓPEZ, Las Siete Partidas del sabio Rey Don Alonso, nuevamente glosadas por el licenciado Gregorio López, Salamanca, l555. Pedro Mártir DE ANGLERÍA, Décadas del Nuevo Mundo, Madrid, Ediciones Polifemo, 1988. Marquardo SUSANNIS, Tractatus de Iudaeis et aliis infidelibus, Venetiis, 1563. Alfonso AZEVEDO, Commentariorum iuris civilis in Hispaniae regias constitutiones tomi sex, Madrid, 1612. Alfonso ÁLVAREZ GUERRERO, Thesaurus christianae religionis, et speculum sacrorum romanorum pontificum, imperatorum, ac regum et sanctissimorum episcoporum, Florentiae, 1563. A esta lista hay que añadir: fray Alonso DE LOAYSA. Matías DE PAZ, «De dominio Regum Hispaniae super Indos», Archivum fratrum praedicatorum 3, Roma, l933, 133-181. Juan LÓPEZ DE PALACIOS RUBIOS, De las islas del Mar Océano, México, Fondo de Cultura Económica, 1954. Martín FERNÁNDEZ DE ENCISO, Memorial que dio el bachiller Enciso de los ejecutado por él en defensa de los reales derechos, en la materia de los indios, Madrid, CDIAO 1, 1864, pp. 441-450. A los que hay que sumar: Bernardo DE MESA, Licenciado GREGORIO y Juan DE QUEVEDO, todos ellos citados por Bartolomé DE LAS CASAS, Historia de las Indias Madrid, BAE 95,96, 1957,1961. Cfr. Antonio GARCÍA Y GARCÍA, Iglesia. Sociedad y Derecho. La ética de la conquista en el pensamiento español anterior a 1534, Salamanca, Bibliotheca Salmanticensis, Estudios 74, Universidad Pontificia de Salamanca, 1985, pp. 341-371.
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lidad indiana que ofrece nuevas perspectivas. El peso y sustancia doctrinal es el heredado, aunque enriquecido con innovadoras aportaciones. Destacan: José de Acosta (1539-1600), que conjuga una sólida doctrina y una valiosísima experiencia en Indias, autor de dos obras ya clásicas en los temas que trata; Juan de Solórzano y Pereira (1575-1653), el cual resume admirablemente todo el cuerpo doctrinal elaborado, apoyado en una asombrosa erudición; y, en menor medida, Alonso de la Veracruz (1507-1584), el teólogo novohispano más importante del siglo XVI, que escribió su obra en México. A estos nombres hay que añadir: Domingo Bañez (1528-1604), Pedro de Ledesma (?-1616), fray Juan de Torquemada (15571624), Antonio de Herrera (1559-1625), Francisco Suárez (1584-1617), Miguel Bartolomé Salón (1539-1620), Pedro Calisto Ramírez (1556-1627), Juan Botero (1540-1617), Serafín Freitas de Amaral (ss. XVI-XVI), Hugo Grocio, (15831645), Mandelli de Alba (ss. XVI-XVII), Jaime Antonio Marta (1559-1623)4. 1. Título de la servidumbre natural o del dominio de los civilizados sobre los indios bárbaros Antes de entrar en el analisis del título y de su aplicación a los indios conviene hacer unas reflexiones sobre las clases de bárbaros que distinguen algunos autores, del lugar que ocupan en ellas los indios y del discurso que hacen de las costumbres bárbaras y civilizadas de los indios. Las Casas distingue cuatro clases de bárbaros; solamente entiende como bárbaros en sentido estricto a los que se com-
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José DE ACOSTA, De procuranda Indorum salute, Madrid, CSIC, CHP 23-24, 1984. Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, BAE 73, 1954 (l). Respuesta a los fundamentos que justifican la guerra contra China, Madrid, BAE 73, 1954 (2). Juan DE SOLÓRZANO Y PEREIRA, De Indiarum Iure, lib.II, De Indiarum acquisitione, Lugduni, 1672. De Indiarum Iure, lib.III De retentione Indiarum, edic. bilingüe latino-castellana, Madrid, CSIC, CHP 1 segunda serie, 1994. Politica Indiana, 6 lib., Madrid, BAE 252,256, 1972. Alonso DE LA VERACRUZ, De iusto bello contra Indos, Madrid, CSIC, CHP 4 segunda serie, 1997. Domingo BÁÑEZ, In II II S. Thomae, Salmanticae, 1584. Pedro DE LEDESMA, Segunda parte de la Summa, en la cual se summa y cifra todo lo moral y casos de consciencia que no pertenecen a los sacramentos, con todas sus dudas con sus razones brevemente expuestas, Zaragoza, 1611. Fray Juan DE TORQUEMADA, Monarquía Indiana, 3 t., México, Editorial Porrúa, 1975. Antonio DE HERRERA, Historia General de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del Mar Océano, Madrid, 1726, 1728, 1730. Francisco S UÁREZ, Opera omnia, 27 t., Parisiis, a D. M. André, 1856-1878. Miguel Bartolomé SALÓN, Commentariorum in disputationem de iustitia, quam habet D. Thomas secunda sectione secundae partis suae Summae Theologicae, Valentiae, 1591. Pedro Calisto RAMÍREZ, Analyticus tractatus de lege regia, Cesaraugustae, 1616. Juan BOTERO, Le Relationi Universali, Venetia, 1596. Serafín FREITAS DE AMARAL, De iusto imperio lusitanorum Asiatico, Vallisoleti, 1625. Hugo GROCIO, De la libertad de los mares, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1956. MANDELLI DE ALBA, Consiliorum libri quattuor, Venetiis, 1609. Jaime Antonio MARTA, De iurisdictione, per et inter iudicem ecclesiasticum et saecularem exercenda, Avenione, 1669.
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portan como bestias; los indios en modo alguno pertenecen a esta clase; en consecuencia, los indios no son bárbaros. Peña los clasifica en tres clases; considera bárbaros a los que se comportan como animales; no hay nación india alguna que se comporte de esa manera. Acosta, en una famosa división que se hizo clásica, los reparte en tres clases e incluye en la segunda y tercera a los indios occidentales. Para Botero hay cinco clases por referencia a su religiosidad y fiereza y en ellas habría que incluir, de una manera u otra, a los indios5. Son numerosos los autores que hablan de las costumbres bárbaras de los indios, como también de usos y comportamientos que corresponden a pueblos civilizados. Así lo hacen detalladamente Acosta y Herrera. Las Casas, que niega costumbres bárbaras en los indios, escribió un extensísimo tratado para demostrar la civilidad de los indios frente a la barbarie de los españoles en particular y de los antiguos pueblos europeos en general6. Primera proposición. La frase de Aristóteles de que los bárbaros son naturalmente siervos de los civilizados debe entenderse en un sentido lato, pues, por naturaleza, nadie es propiamente esclavo, ni pierde su libertad y dominio. En ningún caso, por tanto, los indios, si es que son bárbaros, son esclavos. Así opinaron Vitoria, Sotomayor, Soto, Casas, Cano, Acosta Suárez, Salón y el resto de autores citados en las notas anteriores7. Segunda proposición. Consideraron algunos –Sepúlveda, Susannis, Ramírez– que, aunque fueron justas las guerras hechas contra los indios para sacarles de su barbarie y reducirlos a una vida humana, pues fue beneficiosa para ellos, venía exigida por el derecho natural y, en definitiva, fue necesaria ya que no había otro camino; sin embargo, no por ello, y como resultado de la guerra, pudieron los indios ser reducidos a la esclavitud8. Tercera proposición. La gran mayoría de los autores –Casas, Cano, Sotomayor, Soto, Salón, Peña, Ledesma, Freitas, Torquemada– afirmaban que era injusta la guerra que se hacía contra los indios bárbaros con la finalidad de introducirlos en una vida civilizada, pues su situación de barbarie no les quitaba sus derechos de
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CASAS [3], 1988, pp. 83-123. PEÑA [3], vol. 9, pp. 247-253. ACOSTA [4], 1984, vol. 23, pp. 6169. BOTERO [4], parte IV, lib. III, pp. 43-47. 6 ACOSTA [4], 1954 (1), relata costumbres bárbaras en los lib. I, cap. 25, lib. II, cap. 6, 44, lib. III, cap. 13, lib. V, cap. 2, 7-9, 15-22, 27, 30; describe costumbres civilizadas en el lib. VI, cap. 1-23, 26-28. HERRERA [4], década I, lib. III, cap. 3-4, década II, lib. I, cap. 8, lib. II, cap. 3, 15, lib. IV, cap. 3-5, década III, lib. II, cap. 18-19, lib. VIII, cap. 10, década IV, lib. VI, cap. 11, lib. X, cap. 1, década V, lib. IV, cap. 2-3. CASAS, [3], 1958 (4). 7 VITORIA [3], 1967, parte I, cap. 1, pp. 22-29. SOTOMAYOR [3], p. 618. SOTO [3], 1542, lib.IV, quaest. 2, art. 2, p. 281. CASAS [3], l988, pp. 83-123. CANO [3], pp. 558-563. ACOSTA [4], 1984, vol. 23, lib. II, cap. 5, pp. 61-69. SUÁREZ [4], 1858, t. XII, Tractatus de charitate, disp. 13, sect. 5, n. 5, pp. 745-746. SALÓN [4], T. I, quaest. 2, art. 2, col. 331, 354-355. 8 SEPÚLVEDA [3], 1984, pp. 22-29. SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, n. 1, f. 47v-48r. RAMÍREZ [4], &. 32, nn. 5-6, pp. 346-347.
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gobierno, dominio y bienes; a nadie, además, se le podía obligar por la fuerza a llevar una vida más humana; y ninguna república puede ser sometida por otra con la excusa de la civilidad9. Cuarta proposición. Aunque hay autores que aceptan –Sotomayor, Soto, Acosta, Susannis, Suárez, Solórzano, Torquemada, Ledesma, Botero, Peña, Casas– que podría darse una guerra justa contra los indios bárbaros, que viven bestialmente, dispersos y errantes por los montes, sin normas ni gobierno, para reducirlos a una vida humana, sin embargo, habría que hacerla para liberarlos de su barbarie, pero sin privarles de sus bienes y menos, todavía, reducirlos a esclavitud10. Conclusión. De la doctrina expuesta se deduce con claridad que el título de servidumbre natural aplicado a los indios no justifica en modo alguno su esclavitud, y que, por tanto, los españoles no los pudieron hacer lícitamente esclavos con el pretexto de su barbarie. Sepúlveda, a quien se le suele citar mal y entender peor, dice: yo no mantengo que los bárbaros puedan ser reducidos a la esclavitud, sino solamente ser sometidos a nuestro mandato, sin privarles de sus bienes, sin cometer actos de injusticia contra ellos, que nuestro dominio sea útil para ellos11. 2. Titulo de los pecados cometidos contra la ley natural Nos referimos fundamentalmente, como arriba se indicó, a pecados o faltas, consideradas gravísismas, cometidas contra el orden natural: comer carne humana, sacrificios humanos, muerte de inocentes, idolatría, incesto, sodomía, la tiranía y la rebelión contra la autoridad legítima. Primera proposición. Algunos autores –Sepúlveda, Anglería, Susannis, Alvarez Guerrero, Ledesma– defendían la justicia de la guerra contra los indios que cometían dichos pecados para castigarlos y erradicar esas transgresiones. El Papa y cualquier príncipe legítimo podría declararla. Para estos autores, dichos pecados fueron motivo de las guerras justas realizadas por los israelitas contra los canane-
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CASAS [3], 1988, pp. 82-123. CANO [3], pp. 558-563. SOTOMAYOR [3], p. 610. SOTO [3], 1542, lib. IV, quaest. 2, art. 2, p. 281. SALÓN [4], t. I, quaest. 2, art.1, col. 343-349. PEÑA [3], vol. 9, pp. 247-253. LEDESMA [4], Tratado VIII, cap. 3, pp. 219-222. FREITAS [4], lib. III, cap. 3, n. 4, f. 14v-15r. TORQUEMADA [4], t. II, lib. XIV, cap. 28, pp. 587-589. 10 SOTOMAYOR [3], p. 610. SOTO [3], 1579, t. I, dist. 5, quaest. unica, art. 10, p. 272. ACOSTA [4], 1984, vol. 23 cap. 5, pp. 283-285. SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, n. 1, f. 47v-48r. SUÁREZ [4], 1858, t. XII, Tractatus de charitate, disp. 13, sect. 5, n. 5, pp. 745-746. SOLÓRZANO [4], 1994, cap. 7, n. 72, p. 447. TORQUEMADA [4], t. II, lib. XIV, cap. 29, pp. 589-591. LEDESMA [4], Tratado VIII, cap. 3, pp. 219-222. BOTERO [4], parte IV, lib. III, pp. 43-47. PEÑA [3], vol. 9, pp. 247-253. CASAS [3], 1988, pp. 83-123. 11 SEPÚLVEDA [3], 1979, lib. VI, carta 53, p. 193.
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os. No obstante, afirmaban que de estas guerras los indios en modo alguno podían ser reducidos a la esclavitud12. Segunda proposición. Para la mayoría de los autores, entre los que se encontraban los que gozaban de mayor valía doctrinal –Vitoria, Casas, Soto, Cano, Bañez, Peña, Acosta, Lopez, Suárez–, ni el Papa ni príncipe alguno, por causa de los pecados cometidos contra la naturaleza, podían declarar la guerra contra los indios, al ser ilícita e injusta. El castigo de esos pecados sólo corresponde a los propios gobernantes y magistrados, al poder público de la propia comunidad, pues ellos, y sólo ellos, poseen la jurisdicción necesaria para hacerlo. Lo contrario, además, traería gravísimos inconvenientes y sería el camino más fácil para promover guerras en el mundo. Es mejor dejarlo todo, en este caso, al juicio de Dios. En cuanto a las guerras de Israel, sólo fueron justas para recuperar la tierra de Canaán que era suya13. Tercera proposición. Cuestión muy debatida fue el asunto de la licitud de la guerra contra los indios para salvar inocentes. Afirmaron que dicha guerra en principio era justa Vitoria, Suárez, Sepúlveda, Veracruz, López y Ramírez. Aun admitiendo la licitud de dicha guerra, Peña, Ledesma, Cano y Bañez ponen algunas condiciones: que haya previa advertencia, que no se produzcan males mayores, que no se maten más inocentes de los que se quieren rescatar, que se agoten todas las vías posibles y que, en opinión de Cano, los inocentes vayan forzados al sacrificio. Pero, aunque la guerra, por el motivo alegado, pueda ser justa, los indios vencidos no pueden ser reducidos a la esclavitud14. Algunos autores, sin embargo, opinaron que la guerra con los indios no dejaba de ser injusta e ilícita, aun tratándose de salvar inocentes. Las Casas, sin duda el más decidido defensor de esta opinión, dice que dicha guerra estaba prohibida por ley divina y humana, porque siempre se originaban mayores males que los que se querían evitar, se solían matar a otros inocentes y, en definitiva, la muerte y sacrificio de inocentes era una costumbre admitida por ellos, a la que se podía conceder una razonable probabilidad. Soto insiste en este último punto al decir que los 12
SEPÚLVEDA [3], l984, pp. 40-42, 58, 61, 121-122. ANGLERÍA, [3], Década Séptima, cap. 4, p. 440. SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, n. 1, f. 47v-48r. ÁLVAREZ GUERRERO [3], cap. 31, p. 80. LEDESMA [4], Tratado I, cap. 5, pp. 22-23. 13 VITORIA [3], 1967, parte II, pp. 101-109. CASAS [3] 1988, pp. 129-135, 151-153, 217-219. SOTO [3] 1982, pp. 586-592. CANO, [3], pp. 559-562. BÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Ex his sequitur, col. 623. PEÑA [3], vol. 9, pp. 257-263. ACOSTA [4], 1984, vol. 23, lib. II, cap. 3, pp. 265271, cap. 5, pp. 287, 29l, 293; 1954 (2), pp. 334-336. LÓPEZ [3], glosa a la Partida 2.32.2, f. 83v. SUÁREZ [4], 1858, t. XII, Tractatus de charitate, disp. 13, sect. 5, n. 5, pp. 745-746. 1859, t. XXIV, Defensio fidei catholicae, lib. III, cap. 23, n. 22, p. 321. 14 VITORIA [3], 1967, parte II, pp. 101-109. SUÁREZ [4], 1858, Tractatus de charitate, disp. 13, sect. 5, n. 5, pp. 745-756. SEPÚLVEDA [3], 1984, pp. 40-42. VERACRUZ [4], Cuestión VI, pp. 299-305. LÓPEZ [3], glosa a la Partida 2.23.2, f. 83v. RAMÍREZ [4], & 32, nn. 5-6, pp. 346-347. PEÑA [3], vol. 9, pp. 219-253. LEDESMA [4], Tratado I, cap. 5, pp. 22-23. CANO [3], pp. 559-562. BÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Secunda et tertia conclusio, col. 623-624.
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indios ignoraban que fuera un crimen tan horrendo. Veracruz dice que las guerras hechas contra los mejicanos fueron injustas por no haber sido requeridos previamente, los sacrificados eran malhechores y los españoles mataron más indios que los sacrificados. Acosta afirma que, hablando moralmente, jamás podría alegarse la defensa de los inocentes como causa justa de guerra contra los indios15. En cuanto a la licitud de la guerra emprendida contra los gobiernos tiránicos, Veracruz la admite como justa, ya que si la razón de ser del rey o gobernante es el pueblo y no gobierna para su bien, el Romano Pontífice o cualquier príncipe legítimo podría derrocarles por la fuerza, aunque nos advierte que el gobierno de Moctezuma no fue despótico sino autoritario. Opinión rechazada por la mayoría de los autores, pues, como señalan Peña y Cano, los tiranos sólo pueden ser derrocados por la propia república o magistrados16. Conclusión. La doctrina defendida unánimamente por los autores es que por causa de los pecados cometidos por los indios contra la ley natural no se les puede hacer esclavos. 3. Título de la infidelidad de los indios La casi totalidad de los autores –Vitoria, Casas, Cano, Susannis, Suárez, Grocio, Mandelli–, fuera de alguno de escasa importancia, afirman que a los indios, por el hecho de ser infieles, no se les puede declarar la guerra y menos arrebatarles sus dominios y bienes y reducirlos a la esclavitud; pues, ni el Papa, ni los príncipes cristianos, poseen autoridad alguna sobre los indios infieles, al no pertenecer a la Iglesia y no haber causado daño alguno a la Iglesia ni a esos príncipes. Ledesma, aunque admite en principio la legitimidad de dicha guerra, dice que de hecho sería ilícita, pues hace odiosa la fe. En consecuencia: del título de la infidelidad no se deriva esclavitud alguna para los indios17. 4. Título de la predicación y conservación del Evangelio Primera proposición. Es sentencia común de los autores que los indios infieles no pueden ser obligados, ni a escuchar a los predicadores, ni a aceptar la fe que se 15
CASAS [3], 1988, pp. 363-407, 423-427. SOTO [3], 1982, pp. 586-592. VERACRUZ [4], p. 225. ACOSTA [4], 1984, vol. 23, lib. II, cap. 6, pp. 296-297. 16 VERACRUZ [4], pp. 295-297. PEÑA [3], vol. 9 pp. 261-263. CANO [3], pp. 561-562. 17 VITORIA [3], 1967, parte I, cap. 2, pp. 43-54; 1961, p. 123. CASAS [3], 1988, p. 141; 1958 (1) p. 387; 1958 (4), cap. 247, pp. 445-446. CANO [3], p. 559. SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, n. 1, f. 47r. SUÁREZ [4], 1859, t. XXIV, Defensio fidei catholicae, lib. III, cap. 23, n. 22, p. 321. GROCIO [4], cap. 2, pp. 72-73. MANDELLI DE ALBA [4], lib.VI, consilium 796, nn. 24, 25, 100, f. 82, 84. LEDESMA [4], Tratado I, cap. 5, pp. 21-22.
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les predica, y, en consecuencia, no se les puede declarar la guerra por esos motivos. Así se expresan Vitoria, Casas, López, Acosta y Ledesma. Aunque Susannis opina lo mismo, sin embargo, dice que hubiera sido imposible predicarles el Evangelio, a no ser que previamente hubiesen sido sometidos por las armas18. Segunda proposición. Es doctrina común de los autores el reconocimiento del derecho divino y natural de la Iglesia a predicar libremente el Evangelio a los infieles y el derecho de éstos a escuchar voluntariamente a los predicadores. Como se trata de un derecho irrenunciable, si los indios se opusieran por la fuerza a dicha predicación, se les podría declarar guerra justa, aunque, como indican Vitoria, Soto y Bañez, tal guerra se convertiría en ilícita, si la fe, por la guerra, se hiciera odiosa a los indios o fuera ocasión de rechazo. Nunca, de tales posibles guerras, se podría derivar la esclavitud de los indios19. Tercera proposición. Sería lícita la guerra hecha a los príncipes infieles que instaran por la fuerza a los indios convertidos a la fe cristiana a retornar a la idolatría. La Iglesia, por motivos de defensa de la fe de los convertidos, podría sustraer a dichos fieles de la autoridad de sus príncipes paganos, así como también, si no se sigue escándalo, cuando un número considerable de infieles se han hecho cristianos, podría sustituir a los principes infieles por príncipes cristianos. Así pensaron, entre otros, Vitoria, Suárez, Ledesma y Bañez. Este último añade que la potestad que Alejandro VI otorgó a los Reyes de España sobre los indios hay que entenderla en el sentido de un dominio concedido para tutelar la fe de los indios convertidos. Pero ninguno de estos motivos puede dar origen a la esclavitud de los indios20. Conclusión. Por una posible guerra originada por la conculcación por parte de los indios del derecho de la Iglesia a predicar el Evangelio, nunca podría derivarse la esclavitud de los indios, pues, ni el gran beneficio de la trasmisión de la fe puede compensarse con la imposición de la esclavitud, ni la soberanía concedida por Alejandro VI a los reyes de España para convertir a los indios implicaba expoliación o esclavitud alguna, como bien señalan Solórzano y Bañez. Por otro lado, dice Acosta, la predicación de la fe no casa bien con las armas y hay que utilizar el método evangélico de la persuasión, paciencia, sufrimiento y buenos ejemplos21.
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VITORIA [3], 1967, parte I, cap. 2, pp. 54-67. CASAS [3], 1988, pp. 248-249. LÓPEZ [3], glosa a la Partida 2.32.2 f. 79-83. ACOSTA [4], 1984, vol. 23, lib. II, cap. 16, pp. 357-361. LEDESMA [4], Tratado I, cap. 5, pp. 17-19. SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, n. 1, p. 48r. 19 VITORIA [3], l967, parte I, cap. 3, pp. 89-91. SOTO [3], 1579, t. I, dist. 5, quaest. unica, vers. Secunda conclusio, p. 267. BÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Ex his sequitur tertio, col. 622-623. 20 VITORIA [3], 1967, parte I, cap. 3, pp. 89-92. SUÁREZ [4], 1859, t. XXIV, Defensio fidei catholicae, lib. III, cap. 23, n. 22, p. 321. LEDESMA [4], Tratado I, cap. 5, p. 24. BÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Arguitur tertio, col. 619, vers. Quarta conclusio, col. 624-625. 21 SOLÓRZANO [4], 1994, cap. 7, n. 34, pp. 430-431, nn. 94-96, p. 455. B ÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Arguitur tertio, col. 619. ACOSTA [4], l984, vol. 23, lib. II, cap. 16, pp. 357-361.
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5. Título de compra En general, los autores apenas si tocan el tema de la compra o rescate de esclavos indios hechos por ellos mismos, aunque fue prácticada en no pocos lugares. Es Solórzano, quien emite una opinión válida al decir que tampoco se encontraría una mayor justificación en el eventual derecho de esclavitud respecto de aquellos indios en poder de algunos que alegaban su compra conforme a derecho, bien porque se hubieran vendido a sí mismos, bien porque se compraban de los capturados en guerras justas entre ellos, ya que nunca, o rara vez, se llevaban en la práctica este tipo de guerras y de regímenes jurídicos de esclavitud22. Conclusión. Al estimarse que las guerras entre los indios no eran justas y que los sistemas de esclavitud entre los indios no cumplían los requisitos jurídicos necesarios necesarios para originar una esclavitud legal válida, los indios esclavos que se compraban a los señores y principales indios no lo eran tales, no obstante la observación de Herrera de que el más ordinario servicio entre ellos era de esclavos, que tenían muchos23. 6. Título de rebelión Por lo general, las rebeliones de los indios no pudieron ser motivo de esclavitud, pues, como afirma Solórzano, tampoco es pretexto para para hacerles guerra justa que alguna vez se hayan rebelado contra los españoles y reducirles a la esclavitud24. Nos quedan dos títulos por considerar: el de sociedad y comunicación natural y el de la donación pontificia. Ambos fueron de especial aplicación en las Indias y tuvieron mucho que ver con las situaciones y circunstancias allí originadas. 7. Título de sociedad y comunicación natural Como fue Vitoria el que elaboró y mejor analizó este título, nada más oportuno que guiarnos por sus propias palabras: porque los españoles tienen derecho a recorrer estos territorios y a permanecer en ellos mientras no causen daño a los bárbaros y comerciar con ellos sin perjuicio de su patria, ningún príncipe indio puede impedirlo. Como se trata de derechos que provienen de derecho de gentes, deben los españoles convencerles. Si no se avienen pueden los españoles construir fortificaciones y, si son atacados, poner en práctica los derechos de la guerra,
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SOLÓRZANO [4], 1944, cap. 7, nn. 94-96, p. 454. HERRERA [4], Década III, lib. IV, cap. 17, p. 139. SOLÓRZANO [4], l994, cap. 7, nn. 73-74, p. 449.
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pero sin excederse, ni matarlos, ni ocupar sus ciudades, pues los indios son miedosos y temen con fundamento. Y podría ser una guerra justa por ambas partes, pues de una parte está el derecho y de otra la ignorancia invencible. Si, no obstante, los indios, con mala voluntad, maquinasen la muerte de los españoles, éstos podrán defenderse y reducirlos a cautiverio. Este es el primer título por el que los españoles pudieron ocupar sus territorios, a condición de que se hiciera sin dolo y fraude y no se busquen pretextos de guerra. Solórzano, que es el único autor que retoma este título, acepta el planteamiento de Vitoria y dice que podría ser causa de guerra contra los indios, aunque no fuente de esclavitud. Solórzano cita una real cédula de de Carlos V de l de mayo de 1543, en la se dice que es uso común de las gentes los comercios y contrataciones entre los pueblos, por el que se conocen y hermanan entre sí, y admite el uso de la fuerza si algunos señores indios lo estorbaran25. 8. Título de la donación pontificia El título es un aplicación del arriba citado del poder universal del Romano Pontítice sobre todo el orbe. Hubo autores –Vitoria, Casas, Soto, Bañez–, en consonancia con la doctrina que se consideraba casi común, que negaron que Alejandro VI tuviera potestad para hacer la donación de las Indias a los Reyes de Castilla y León al no poseer poder temporal alguno sobre los indios. Interpretan las Bulas pontificias en el sentido de que en ellas sólo se concedió a los Reyes Católicos el cuidado y protección de los indios y no derecho alguno para conquistar y posesionarse de sus tierras26. Otros autores –Susannis, Mandelli, Botero, Marta, Alvarez Guerrero, Anglería– aceptaron la donación de Alejandro VI y la consideraron válida, pues admitían el poder universal temporal de la Iglesia sobre los infieles y, en concreto, sobre los indios. Solórzano se convirtió en un decidido defensor de este título al que dedica tres extensos capítulos de su obra De acquisitione Indiarum. Se fundamenta en la lectura literal de las Bulas, de cuyo contenido se deduce abiertamente la donación pontificia de las tierras y dominios de las Indias a los Reyes Católicos. De hecho, fue el título más valorado y utilizado por la Corona española para hacer valer sus derechos. La guerra, por tanto, estaba justificada, pues los Reyes y sus sucesores no hacían otra cosa que ocupar y hacer suyo lo que se les había entrega25
VITORIA [3], 1967, parte I, cap. 3, pp. 77-87. SOLÓRZANO [4], 1672, cap. 20, nn. 34-56, pp. 294-301. 26 VITORIA [3], 1967, parte I, cap.2, pp. 43-54. CASAS [3], 1958 (1), pp. 366-374. SOTO [3], 1579, dist. 5, quaest. unica, art. 10, pp. 266-270. BÁÑEZ [4], quaest. 10, art. 10, vers. Arguitur tertio, col. 16.
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do legítimamente. No obstante, aun tratándose de una guerra justa, nunca, por este título, los indios pudieron ser reducidos a la esclavitud27. Conclusión general. La duda de la que hicimos mención al principio de este apartado recibió una respuesta unánime de los autores que trataron el tema: la esclavitud de los indios fue ilícita, ilegítima e injusta, pues no existió causa o título que la avalara o justificara. Las razones que utilizan los autores en sus argumentaciones son de tres tipos: jurídicas, ya que de ninguno de los títulos que se alegaban se podía deducir legitimidad alguna de la esclavitud de los indios; éticas, pues los indios, por un lado, por derecho natural eran libres y poseían dominio legítimo sobre sus reinos, patrimonio y bienes, y, por otro lado, el posible dominio de los Reyes de España sobre los indios era para integrarlos en una vida social civilizada, lo cual se oponía moralmente a su esclavitud; religiosos, pues si el motivo principal que tuvo Alejandro VI para entregar las Indias a los Reyes Católicos, tal como aparece con claridad en las Bulas, fue el de evangelizarlos, era una contradicción demasiado evidente el querer compaginar evangelización y esclavitud, pues ésta no solamente impedía o estorbaba aquélla, sino que hacía odioso el Evangelio para los indios. Solórzano lo expresa claramente al afirmar que las guerras hechas contra los indios justificativas de su esclavitud, nunca o rara vez fueron justas, pues no procedían de una recta intención, sino más bien del provecho de los conquistadores; ni se llevaban a cabo de ordinario con la licencia de la autoridad legítima, ya que con frecuencia se ordenaba lo contrario. Por tanto, no pudieron los indios por semejantes guerras ser reducidos a esclavitud legítima. Aunque hubo dudas al principio sobre si se podían hacer esclavos a los indios occidentales, la opinión errónea de algunos que juzgaron que los indios podían hacerse esclavos, ocasionó muchísismos daños28. III. CONTENIDO, CAUSAS Y EVOLUCIÓN DE LA LEGISLACIÓN REAL ACERCA DE LAS GUERRAS Y ESCLAVITUD DE LOS INDIOS DURANTE EL REINADO DE CARLOS V (1516-1556).
1523. Instrucción a Diego de Velázquez. 1/ Si los indios no quieren venir a nuestra obediencia: 2/ se les puede hacer la guerra y esclavizar: 3/ siempre que ellos sean los agresores: 4/ con la condición de que antes se les hagan los requerimientos ordenados cuantas veces sean necesarias29.
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SUSANNIS [3], parte I, cap. 14, f. 47-48. MANDELLI DE ALBA [4], lib. IV, consilium 769, nn. 40-86, f. 82-84. BOTERO [4], parte II, lib. IV, p. 117. MARTA [4], parte I, cap. 24, nn. 9-43, pp. 51-54. ÁLVAREZ GUERRERO [3], cap. 31, p. 80. ANGLERÍA [3], Década I, cap. 3, p. 32, cap. 10, pp. 88-89. SOLÓRZANO [4], 1672, cap. 22-24. 28 SOLÓRZANO [4], 1994, cap. 7, nn. 1-2, pp. 419-421, nn. 56-57, p. 441, n. 72, p. 447, n. 80, p. 451. 29 Cedulario Indiano de Diego de Encinas, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1945-1946, lib. IV, pp. 361-362.
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26 junio 1523. Instrucciones a Hernán Cortés. 1/ Aunque se ha de escoger preferentemente la vía pacífica, si falla ésta, se puede hacer la guerra la guerra a los indios y esclavizarlos: 2/ siempre que se les hagan los requerimientos prescritos: 3/ y se eviten los abusos de los soldados, que suelen mover la guerra por la codicia de hacer esclavos30. 17 noviembre 1526. Provisión general para todas las islas y tierras descubiertas. 1/Informados de los muchos abusos que cometen los soldados, que promueven guerras injustas contra los indios sin hacerles los debidos requerimientos con la finalidad de esclavizarlos y sin que den motivo para ello, provocando sangrientas rebeliones: 2/ quedan suspensas las licencias dadas hasta la fecha: 3/ se castigue a los promotores de esas guerras y los indios, así esclavizados, queden en libertad: 4/ de ahora en adelante, los capitanes, en sus expediciones, llevarán dos sacerdotes y sólo podrán hacer la guerra a los indios en defensa propia y con la condición de que los dos sacerdotes den permiso por escrito: 5/ y esclavizarlos si resisten con mano armada a nuestra obediencia o a la búsqueda de oro o de otros metales31. 20 noviembre 1528. Provisión a la Audiencia y prelados de México. 1/ Informados de que a los indios, nuestros súbditos naturales, se les han causado muchos daños por las injustas guerras que han padecido, con el resultado de muchos indios reducidos ilegítimamente a la esclavitud y huidas masivas de indios y rebeliones: 2/ se ordena que se examinen si esas guerras fueron realizadas con las debidas licencias y requerimientos: 3/ y si no resultaren justas se proceda a liberar a los indios esclavos resultantes32. 4 diciembre 1528. Ordenanzas para la Audiencia y prelados de la Nueva España. 1/ Urge el cumplimiento de la anterior Provisión: 2/ ya que en esa guerra se han tomado como esclavos a los que no lo son33. 1530. Instrucción a la Audiencia de México. 1/ Al haber sido informado que los indios tienen por costumbre hacer esclavos por guerras entre ellos, por hurtos y otras causas: 2/ se ordena que la Audiencia se informe detalladamente de todo ello y proceda según justicia y razón34. 20 agosto 1530. Provisión para todas las islas y tierras descubiertas. 1/ Aunque fue permitido por los Reyes Católicos que a los indios que se opusieran con mano armada a recibir a los predicadores de la fe católica se les podría
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Silvio ZAVALA Las Instituciones jurídicas de la conquista de América, México, Editorial Porrúa, 1971, cap. 7, p. 92. 31 Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 222-226. 32 Ibidem, pp. 363-364. 33 Ibidem, pp. 258-252. 34 Ibidem, p. 364.
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declarar guerra justa y hacerlos esclavos, proceder que luego fue tolerado por cosa conforme a las Leyes del Reino y sin cargo a nuestra conciencia, así como obtener esclavos de los que procedían de sus guerras, leyes y costumbres: 2/ sin embargo, al ser informados que la desenfrenada conducta de los conquistadores y otros han originado considerables daños a los indios y guerras injustas para esclavizarlos: 3/ se manda que, de aquí en adelante, no se pueda hacer esclavo indio alguno, ni por guerra ninguna, justa o injusta, ni por rescate, compra o cualquier otro modo: 4/ y se ordena a las justicias que obliguen a los dueños a manifestarlos y exhibir los títulos justos de posesión para que se sepa los que realmente son esclavos35. 8 marzo 1533. Provisión a Francisco de Pizarro. 1/ Se le permite hacer la guerra y esclavizar a los indios caribes alzados del Perú: 2/ y para ello se le envía el texto del Requerimiento que debía hacer a dichos indios, cuyo pertinaz rechazo les llevaría a la esclavitud36. 20 febrero 1534. Provisión para todas las islas y tierras descubiertas. 1/ Hemos sido informados por cartas y relaciones de muchas y principales personas, que de la aplicación de la Provisión del 2 agosto de 1530, que prohibía hacer esclavos de guerras justas y por otros motivos, se han seguido graves inconvenientes, como el seguirse más muertes de los naturales, el rebelarse los indios contra los cristianos y matarlos, el perderse haciendas y casas por no tener esclavos que las sustenten; y, al no poder comprar esclavos, éstos siguen idolatrando con sus antiguos señores, privándoles de hacerse cristianos con dueños españoles: 2/ y, en consecuencia, la tierra no se podrá poblar y se perderá: 3/ a tenor de lo cual, platicado con nuestro Consejo de Indias, hemos decidido que los indios capturados en guerras justas puedan de nuevo ser reducidos a esclavitud: 4/ pero con estas condiciones: que las mujeres y los niños de catorce años abajo no puedan ser hechos esclavos; que los esclavos de Tierra Firme no puedan ser llevados a las islas; que la guerra no pueda ser iniciada sin el permiso del gobernador de la Provincia y de dos religiosos; que los indios así capturados se tengan como naborías libres hasta que las Audiencias den sentencia sobre si son esclavos o no; que, al ser informados que los caciques y principales indios hacen esclavos por causas injustas y livianas, hagan las autoridades averiguación de si lo han sido justamente a tenor de las leyes de nuestros reinos37. 11 enero 1536. Cédula para la provincia del Perú. 1/ Porque de sacarse indios esclavos de esa Provincia se siguen morirse muchos: 2/ se ordena que en ningún modo se puedan sacar38.
35
Ibidem, pp. 364-366. Ibidem, pp. 226-227. 37 COLECCIÓN de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de Ultramar, t. X, 1868, pp. 192-203. 38 Manuel Josef DE AYALA, Diccionario de Gobierno y Legislación de Indias, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1990, t. VII, p. 237. 36
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28 enero 1536. Cédula a la Audiencia de la Nueva España. Que se pongan en libertad todas las mujeres y los niños de catorce años abajo que habían sido hechos esclavos39. 24 febrero 1536. Cédula a la Audiencia de la Nueva España. 1/ En cumplimiento de la Provisión de 20 de febrero de 1534 referente a que los caciques sujetos a nos hacen injustamente indios esclavos: 2/ se ordena que los dichos caciques no hagan esclavos a indios algunos, pues no poseen derecho para hacerlos40. 26 octubre 1541. Provisión para el Perú. 1/ Han llegado informes de que los caciques y principales del Perú tienen por costumbre hacer esclavos de sus naturales por causas livianas y los venden con facilidad a los españoles, originando grandes desórdenes y excesos: 2/ ordenamos que ningún español pueda comprar dichos indios, ni los caciques puedan hacerlos ni venderlos: 3/ pues, en tales casos, los damos por libres al ser nuestros súbditos y vasallos41. 21 mayo 1542. Provisión al gobernador de la Provincia de Santa Marta. 1/ Hemos sido informado de que estando por nos proveído que no se hagan indios algunos esclavos en nuestras Indias [se refiere sin duda a la prohibición de la esclavitud 2 de agosto de 1530; contradice a la Provisión de 20 de febrero de 1534 que la permitía; y es un anticipo de la prohibición definitiva de las Leyes Nuevas de 20 de noviembre de 1542], no obstante se siguen haciendo: 2/ con el resultado de que los indios huyen, se alzan y se estorba su conversión a la fe católica: 3/ por lo que, platicado con los del Consejo de Indias, prohibimos que, de ahora en adelante, nadie ose hacer indios esclavos, ni de guerra justa, ni de rescate, ni de cualquier otro modo, so pena de darlos por libres y castigar a los autores42. 20 noviembre 1542. Nuevas Leyes y Ordenanzas. El Emperador reconoce públicamente que su principal preocupación ha sido la conservación y aumento de los indios, su conversión a la fe católica y buen tratamiento, como personas libres y vasallos nuestros como lo son: 2/ al tratarse de un asunto de gran trascendencia, lo ha encomendado al estudio y reflexión de personas de todos los estados, prelados, caballeros, religiosos y a los del Consejo de Indias, negocio que diversas veces había sido discutido y platicado ante el Emperador: 3/ éste estima que, al estar suficientemente maduro y para descargo de su real conciencia: 4/ ordena y manda que, de aquí en adelante, por ninguna causa de guerra ni otra alguna, aunque sea so título de rebelión, ni por rescate, ni de otra manera, no se puedan hacer esclavos indios algunos, y queremos que sean tratados como vasallos
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AYALA [38], t. VII, p. 238. Ibidem, p. 239. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 366-367. Ibidem, pp. 368-369.
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nuestros de la Corona de Castilla, pues lo son: 5/ y también se ordena que, de los hechos hasta la fecha, sin tela de juicio, sumaria y brevemente, sean puestos en libertad si sus dueños no mostraren los títulos legítimos de posesión: 6/ y porque, a falta de personas que soliciten su libertad, para que no queden esclavos injustamente, se manda a las Audiencias que pongan personas que sigan por los indios esta causa43. 3 septiembre 1543. Provisión para todas las Indias. Que nadie ose hacer esclavos indios so pena de muerte y pérdida de todos su bienes44. 1545. Carta a la Audiencia de Santo Domingo. 1/ Se den por libres a todas las mujeres y los niños de catorce años abajo que se hicieron esclavos aunque lo fueren por justos títulos: 2/ con referencia al resto, se examinen si fueron hechos en guerra justa y se guardaron las condiciones exigidas: 3/ los indios tienen a su favor la presunción de libertad, ya que son libres como vasallos de su Majestad45. 28 septiembre 1545. Cédula a la Audiencia del Perú. 1/ Que se comunique a los indios de las Provincias de Guatemala y Nicaragua cómo los indios son libres y pueden líbremente volver a sus tierras: 2/ y así haréis ponerlos en libertad46. 1546. Junta de México. 1/ Reunidos en el Convento de Santo Domingo los prelados de la región, entre ellos las Casas, y las autoridades reales: 2/ se acepta que los indios que se habían rebelado por segunda vez en la Nueva Galicia puedan ser reducidos a la esclavitud47. 16 mayo 1548. Provisión a la Audiencia de México. 1/ Al existir graves cargos contra Hernán Cortés y sus capitanes, acusados de haber hecho muchos esclavos indios sin causa: 2/ se ordena que los hechos por el Marqués del Valle sean puestos en la libertad de la que gozan el resto de nuestros súbditos naturales48. 28 octubre 1548. Carta a la Audiencia de México. 1/ Que se pongan en libertad a todas las mujeres y a los niños de catorce años abajo que se habían hecho esclavos: 2/ porque estos indios tienen a su favor la presunción de libertad como vasallos naturales de su Majestad49.
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El texto completo en PEÑA [3], vol. 10, pp. 102-119. TORQUEMADA [4], t. III, lib. XVII, cap. 19, p. 254. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 371-372. Ibidem, p. 283. ZAVALA [30], cap. 16, pp. 194-195. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 369-370. Ibidem, pp. 372-373.
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14 enero 1549. Cédula a la Audiencia de México. 1/ Que deben ser puestos en libertad todas las mujeres y los niños de catorce años abajo esclavizados; 2/ así como el resto de los indios esclavos, cuyos dueños no prueben los títulos legítimos de posesión50. 1550. Carta al Virrey Mendoza de México. 1/ Que se pronuncien por libres a todas las mujeres y a los niños de catorce años abajo esclavizados: 2/ daréis también por libres a los hechos en guerra justa, si el poseedor no tiene los títulos parta probarlo y aunque el indio no pueda probar cosa alguna, ya que, como vasallos, tienen a su favor la presunción de libertad: 3/ y en cuanto a los esclavos hechos por vía de rescate u otros medios, convocadas ambas partes, haréis justicia brevemente, según las leyes del Reino, y mostrando los dueños los títulos de posesión correspondientes51. 1550. Carta a la Audiencia de Santo Domingo. 1/ Ya que en las tierras del Rey de España no deben hacerse indios esclavos algunos, sean todos libres: 2/ aunque sean de la demarcación del Rey de Portugal52. 1550. Carta a la Audiencia de México. 1/ Que se nombre una persona de calidad y buena conciencia por Procurador General de Indios: 2/ para que promueva y pida la libertad de los esclavos indios53. 20 febrero 1550. Cédula al Virrey de la Nueva España. Si todavía hay indios esclavos, que en la verdad sean libres54. 7 julio 1550. Carta a los prelados de la Nueva España. 1/ Se encarga a los religiosos dominicos que tomen cuenta de los indios que todavía siguen esclavos: 2/ y avisen al Procurador General para que promueva su libertad55. 7 julio 1550. Carta al Procurador General de los Indios de México. 1/ Pues que todavía siguen muchos indios esclavos al no haberse visto sus causas: 2/ se le exige que actue de oficio para que consigan su libertad56. 7 julio 1550. Carta a los franciscanos de la Nueva España. 1/ Para dar cumplimiento a las Nuevas Leyes se les pide que hagan relación de los indios todavía esclavos: 2/ para que sean declarados libres por el Procurador General57. 50 51 52 53 54 55 56 57
AYALA [38], t. VII, p. 253. ZAVALA [30], cap. 16, pp. 195-196. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 373-374. Ibidem, p. 375. Ibidem, p. 147. Ibidem, pp. 337. Ibidem, p. 376. TORQUEMADA [4], t. III, lib. XVII, cap. 19, pp. 254-255.
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21 marzo 1551. Provisión al gobernador de la Provincia de Castilla del Oro. Que al igual que se ha hecho en otros lugares, ponga en libertad a todos los indios esclavos que al presente hay en esa Provincia58. 7 julio 1551. Cédula a la Audiencia de la Nueva España. 1/ Que el Procurador General de Indios pida públicamente la libertad de los indios en todos los pueblos: 2/ y así los naturales puedan acudir a su protector en sus desconsuelos59. 1553. Instrucción al fiscal de la Audiencia del Nuevo Reino. 1/ Que el Presidente y oidores de esa Audiencia se afanen, hasta las acabar, en las causas de la libertad de los indios: 2/ y que las hagan de oficio sin que los indios las pidan60. 17 marzo 1553. Cédula a la Audiencia de la Nueva España. 1/ Que todas las mujeres y los niños de catorce años abajo esclavos sean puestos en libertad: 2/ que se pongan también en libertad todos los indios esclavos si sus dueños no prueban los títulos justos de posesión, y, tratándose de guerras, que se pruebe que fueron justas: 3/ que se pongan personas que sigan, en nombre de los indios, estas causas: 4/ que, aunque los indios no aporten prueba alguna, se den por libres, pues tienen la presunción de libertad a su favor por ser vasallos nuestros61.
1. Las leyes y normas que aparecen en las cédulas, provisiones, cartas e instrucciones citadas, tienen una peculiaridad que les añade un valor especial: no se limitan a una declaración estricta de la norma, sino que, en la mayoría de ellas, se ofrecen la razones y motivos, dentro de un contexto histórico y doctrinal, que las explican y justifican. 2. La norma y principio general fue que la presunción de la libertad está siempre a favor de los indios, al ser considerados vasallos naturales de la Corona y, por tanto, libres, expresiones que se repiten habitualmente en la legislación. En consecuencia, la esclavitud de los indios es la excepción, que las leyes toleran en situaciones muy concretas, pues, la regla común es que los indios sean y vivan libres, y, lo singular, es que su estado sea el de la esclavitud. Como bien señala Solórzano, las normas siguieron general y fielmente las pautas establecidas por la Reina Isabel, la cual, consideró desde un principio a los indios vasallos libres de la Corona, dentro del mismo régimen jurídico de los demás vasallos, respetando su libertad natural62.
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Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 277-278. AYALA [38], t. VII, p. 255. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 374-375. Ibidem, pp. 370-371. SOLÓRZANO [4], 1972, t. I, lib. II, cap. 1, n. 13, p. 135; 1994, cap. 7, nn. 56-57, p. 441.
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3. En el tema que nos concierne se detecta claramente una evolución en la legislación. Hay una primera fase, en que la esclavitud se permite si se dan una serie de títulos o causas que la legitiman, y que dura hasta la primera prohibición general de hacer esclavos a los indios en la Provisión del 2 de agosto de l530. La segunda fase, favorable a la libertad de todos lo indios, se extiende desde la Provisión anterior hasta la Provisión de 20 de febrero de 1534. Esta última norma origina una tercera fase favorable a la esclavitud de los indios, pero ya, como bien especifica la Provisión, con nuevas exigencias y condiciones que hacen más difícil la esclavitud, y la diferencia con claridad de la laxitud en esta cuestión de la primera fase. Las Nuevas Leyes de 20 de noviembre de 1542 inauguran una cuarta y última fase, ya insinuada en la Provisión de 16 de mayo de ese mismo año, en la que definitivamente se opta por la libertad de los indios y se prohibe terminantemente su esclavitud. A partir de esa fecha, la legislación se multiplica para hacer efectiva la prohibición y responder a las situaciones creadas. Se trata de un período que duró aproximadamente diez años. 4. Las Nuevas Leyes asestaron el golpe definitivo a la permisión de la esclavitud, pues, por un lado, se exige a los dueños de los esclavos que exhiban los títulos justos de posesión ante las autoridades reales y, por otro lado, a éstas, sin tela de juicio, sumaria y brevemente, que pongan inmediatamente en libertad a los indios, caso de que los títulos no existan o sean ilegítimos, tanto a los esclavos provenientes de guerras, como a los comprados, o a los que estaban en posesión de los caciques indios. Tres años depués, en 1545, se ordena poner en libertad de un modo absoluto a todas las mujeres y los niños de catorce años abajo que habían sido hechos esclavos anteriormente. La Corona urge una y otra vez lo establecido por las leyes y, para facilitar su cumplimiento, ordena se cree un Procurador General de Indios para que asuma sus causas e insta a los prelados y religiosos a que las promuevan sin descanso. No sin superar muchas dificultades y vencer la fuerte resistencia ofrecida por conquistadores y pobladores a dejar en libertad a sus esclavos indios y que desembocaron, en ocasiones, en graves rebeliones armadas, logró finalmente la Corona devolver la libertad perdida a los indios esclavos. La inteligente claúsula de que los dueños exhibieran sus títulos legítimos de posesión abocaba necesariamente a su libertad, pues, de hecho, no los tenían. Además, como bien indica Azevedo, el juez, incluso antes de que el dueño pudiera probar su posesión, debía declarar libres a los indios, pues se consideraba que lo eran por nacimiento63. La liberación, por tanto, de los indios esclavos fue un proceso irreversible, con comienzos tímidos, que desembocaron en la liberación total. Acierta Solórzano al decirnos que, durante el reinado del Emperador, se mandó en general que los indios fueran establecidos en su libertad64. Esta voluntad de Carlos V apa-
63 64
AZEVEDO [3], t. IV, lib. VI, titulum 4, lex 20, nn. 4-5, p. 81 SOLÓRZANO [4], 1994, cap. 7, n. 58, p. 441.
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rece con mayor evidencia en la carta que, en 1550, envió a la Audiencia de Santo Domingo, al exigir a las autoridades que declararan por libres a los indios esclavos procedentes de la demarcación del Rey de Portugal, que llegaran a sus dominios de las Indias, pues, en sus tierras, no cabía indio esclavo alguno65. 5. En la legislación aparecen algunos de los títulos justificativos de las guerras contra los indios: negar la obediencia debida al Emperador, quien se consideraba señor legítimo de las Indias, resistir por la fuerza a los predicadores de la fe católica, las rebeliones de los indios y, en una ocasión, la idolatría. A estos fundamentos hay que añadir los motivos que aparecen en la Provisión de 20 de febrero de 1534: las muchas muertes que resultan de los indios al no poder esclavizarlos, el perderse haciendas y casas y el despoblarse la tierra por falta de esclavos. Todos estos títulos y motivos, en la mente del legislador, eran suficientes para promover guerras a los indios. 6. En cuanto a las guerras habidas con los indios, la misma legislación las analiza y certeramente, si no todas si la mayoría, las considera ilegítimas por faltar en ellas alguna de las tres condiciones exigidas para que pudieran ser consideradas justas. Muchas de las guerras emprendidas se llevaban a cabo sin el debido permiso de las autoridades reales y sin cumplir otras condiciones estipuladas, como era el caso del preceptuado Requerimiento66, el cual, dejando aparte la valoración que pueda hacerse de dicha institución, era requisito totalmente necesario para declarar la guerra válidamente. En otras ocasiones, las guerras se hacían sin tener en cuenta los títulos justificativos de las mismas, con lo que la segunda condición de toda guerra justa, que era la conculcación de un derecho, no se daba; por otra parte, las normas reales reclamaban que hubiera siempre resistencia armada de los indios, actitud que frecuentemente no existía, así como agotar todas las vías pacíficas antes de iniciar la guerra. Los más de los conquistadores iniciaban las guerras sin cumplir estas condiciones. Finalmente, solía faltar la tercera exigencia para que una guerra fuera justa, que era la recta intención, ya que los soldados las provocaban más por codicia que por justicia: pretexto y ocasión de arrebatar los bienes y dominios de los indios y reducirlos a la esclavitud. 7. A más de las guerras justas, uno de los cauces de hacerse con esclavos indios provenía de los que habían sido reducidos por los caciques y principales indios, los cuales, o bien los retenían para su servicio, o bien los vendían a los españoles. Los legisladores pronto se percataron de que los señores hacían esclavos a sus súbditos por causas livianas, como hurtos, o por las guerras entre ellos, las cuales se consideraban por naturaleza injustas, pues se encontraban lejos de cumplir las condiciones exigidas: los esclavos así resultantes no lo eran. Ya en 1530, en la Instrucción a la Audiencia de México, se ordena que se informe de este
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Ibidem, cap. 7, nn. 115-116, p. 461. El texto oficial del Requerimiento se puede encontrar en la Provisión enviada a Francisco Pizarro el 8 de mayo de 1553. Cedulario, [29], 1946, lib. IV, pp. 226-227. 66
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asunto y que proceda conforme a justicia y razón. Pocos años después, en la Cédula enviada a la Audiencia de la Nueva España el 24 de febrero de 1536, se prohíbe a los caciques hacer esclavos indios y venderlos a los españoles, pues lo habían sido en contra del derecho y de las leyes de los reinos de la Corona. 8. La fuente inspiradora de la legislación indiana en el tema que tratamos tuvo su origen en los numerosísimos informes, cartas, memoriales, tratados y escritos que se elaboraron indistintamente en España y en las Indias. En el capítulo anterior tratamos del cuerpo doctrinal que fueron forjando los autores de la época. De las Indias llegaba un flujo continuo, que fue aumentando con el tiempo. Son muchísimos los documentos, que todavía podemos encontrar en los archivos. Religiosos, oficiales reales, obispos, doctrineros, presidentes y oidores de las Audiencias, conquistadores y pobladores enviaban sus informes y opiniones acerca de la esclavitud de los indios. La legislación expuesta es el mejor testigo. La primera prohibición de hacer esclavos indios de 2 de agosto de 1530 se fundamenta en los informes recibidos. La permisión de hacer otra vez esclavos indios de 20 de febrero de 1534 tiene como cimiento los informes que llegan de las Indias de personas respetables. Y la prohibición definitiva de las Nuevas Leyes de 20 de noviembre de 1542 se apoya en más y mejores informes. La legislación no fue, por tanto, fruto del capricho y de la improvisación, sino de informes de primera mano. Estos informes forman un sorprendente catálogo de denuncias y revindicaciones67. Con el paso de los años, los informes a favor de la libertad de los indios crecieron en número y calidad y acabaron imponiéndose definitivamente sobre los que abogaban por su esclavitud. 9. Papel fundamental fue el desarrollado por los informantes, tanto directos como indirectos, del Emperador, a través de los Consejos reales, en especial del Consejo de Indias, de las Juntas y de otras reuniones y consultas que se hicieron sobre el tema. El cuerpo de consejeros reales lo integraban obispos, nobles, teólogos, juristas y humanistas, muchos de ellos de reconocido prestigio, que estudiaban los asuntos de gobierno y daban sus opiniones al Rey, que solían acabar plasmados en leyes e instrucciones. A ellos hay que añadir los teólogos y juristas, los sabios de la época, que solían impartir sus cátedras en las universidades, a quienes no pocas veces se les consultaba, y de los cuales dimos una extensa relación en el capítulo anterior. Es esclarecedora, en este sentido, la afirmación de Zavala de que la posición legal de la Corona, en cuanto a las guerras contra los indios, varió en forma parecida a la evolución de los autores68. Hay que advertir que no siempre los consejeros y personas consultadas informaban al Rey en conciencia, ni todos los informes recibidos eran veraces, pues algunos de ellos ocultaban y distorsionaban la realidad. Actitud que ya fue advertida por Torquemada, cuando nos dice
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PEÑA [3], vol. 9, pp. 23-134. ZAVALA [30], cap. 7, p. 92.
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que a los Reyes les fueron ocultadas no pocas veces los abusos de conquistadores y pobladores por fiarse de sus criados y consejeros69. 10. Carlos V, ante el grave problema de la esclavitud de los indios, cuya solución se le exigía, lógicamente tuvo que recurrir a los autores que escribieron sobre el tema, a los informes recibidos y, sobre todo, a la opinión de sus consejeros y personas consultadas. La espinosa duda de si era lícito hacer esclavos a los indios había que resolverla, pero para ello había que hacer una profunda reflexión jurídica, teológica y filosófica, sin olvidar los aspectos puramente políticos y económicos, pues, unos y otros, de una manera u otra, debían ser considerados. Se trataba de un delicado asunto con implicaciones, de un lado, en el campo de los grandes principios éticos y jurídicos en que se sustentaba la Monarquía, y, de otro, en las repercusiones prácticas que necesariamente iban a ocurrir, como así sucedió, en el gobierno político y la organización económica de las Indias. La primera prohibición general de reducir a la esclavitud a los indios, si analizamos la Provisión de 2 de agosto de 1530, observamos que en su origen se barajan argumentos de tipo moral y jurídico. Creía el Emperador que la permisión de los Reyes Católicos de hacer guerras a los indios y esclavizarlos era legítima si los indios se oponían con mano armada a los predicadores de la fe católica, así como también se presumía legítima la compra de los esclavos hechos por los indios: todo lo cual fue tolerado por cosa conforme a las leyes del Reino y sin cargo a la conciencia real. Pero cuando comienzan a llegar los informes que narran los muchos abusos cometidos por conquistadores y soldados en las guerras y en las formas de reducir a los indios a la esclavitud, el Emperador no ve posible salida, ni jurídica ni ética, a la esclavitud de los indios y la prohibe terminantemente. La Provisión de 20 de febrero de 1534 anuló sustancialmente la Provisión anterior, aun imponiendo condiciones que la hacían más difícil, y, en este caso, con argumentos de tipo político y económico: las rebeliones de los indios, lo inútil de matar indios en lugar de esclavizarlos, el despoblarse la tierra, el perderse haciendas y casas, con el sesgo religioso de la persistencia de la idolatría en los indios. Finalmente, las Leyes Nuevas de 20 de noviembre de 1542, que suprimieron definitivamente la esclavitud, se fundamentan en argumentos éticos, jurídicos y religiosos. Reconoce el Emperador que su principal preocupación y cuidado ha sido la conservación, aumento y buen tratamiento de los indios y su conversión a la fe católica; que, sin duda alguna, los indios son personas libres y vasallos de la Corona; que la resolución tomada la hace para descargo de su propia conciencia. La prohibición, por tanto, de la esclavitud, ordenada por Carlos V, procede exclusivamente de motivaciones de buen gobierno y de principios éticos y religiosos, que se colocan por encima de razones políticas y económicas, las cuales inclinaban a seguir con la permisión. De hecho, la aplicación de la prohibición provocó en las Indias revueltas, airadas protestas, algunas graves rebeliones y no pocas 69
TORQUEMADA [4], t. III, lib. XVII, cap. 19, pp. 253-254.
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resistencias, que duraron cerca de diez años. En la conciencia del Emperador privaron los argumentos morales sobre otros cualesquiera, los cuales provenían, sin duda, de la madura reflexión y estudio que, como dice la Provisión, y de nuevo recordamos, había encomendado a personas cualificadas de todos los estados, prelados, caballeros, religiosos, juristas y teólogos y a los del Consejo de Indias, negocio que, en diversas ocasiones, había sido discutido en su presencia. Aunque la decisión y prohibición fueron del Emperador y él signó la ley, sin embargo, las raíces y el árbol que la hicieron posible ya estaban bien arraigados y asentados. 11. En efecto, y a modo de conclusión general, durante años los teólogos y juristas, principalmente, habían construido un cuerpo doctrinal seguro y firme, ya expuesto en el segundo capítulo, que excluía del todo la esclavitud de los indios, pues de los títulos que se alegaban en modo alguno se podía deducir su servidumbre, y, por tanto, se convertía en ilegítima, injusta e ilícita. La Corona, por su parte, siempre admitió el principio del natural libre de los indios vasallos, lo cual, difícilmente se compadecía con la posibilidad de esclavizarlos. Para los religiosos que predicaban la fe católica a los indios, la amenaza de la esclavitud dificultaba notablemente su cometido y hacía odiosa la fe, con la consecuencia de que la obligación ineludible asumida por los Reyes de promover la propagación de la fe, condición impuesta en las Bulas pontificias, no se cumplía. Los consejeros del Rey y las numerosas personas consultadas, la mayoría de ellas de buen prestigio y probada conciencia, acabaron inclinándose por condenar la esclavitud de los indios. Ante este cúmulo probatorio argumental, Carlos V tomó la única resolución que debía moralmente asumir, cual fue la supresión de la esclavitud, fundamentada en razones éticas, jurídicas y religiosas. IV. LA INTERVENCIÓN DE LA SEDE APOSTÓLICA En los años 1537 y 1538, Paulo III emitió tres documentos, una Bula y dos Breves, en los que trató del asunto de la libertad y esclavitud de los indios: La Bula Veritas ipsa (también citada Sublimis Deus o Excelsus Deus) de 2 de junio de 1537: 1/ comienza haciendo una alusión a ciertos satélites del infierno, que tratan a los indios como brutos animales, incapaces de la fe: 2/ declara que los indios son seres racionales, verdaderos hombres, libres, capaces de recibir la fe: 3/ afirma que los indios, aunque no sean cristianos, no puede ser privados de su libertad y bienes, ni ser reducidos a la esclavitud: 4/ y que todo lo realizado en este sentido es írrito y de ningún valor70.
70
AMERICA PONTIFICIA primi saeculi evangelizationis, Città del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1991, t. I, documentum 84, pp. 364-366. Francisco Javier HERNÁEZ, Colección de Bulas, Breves y otros documentos relativos a la Iglesia en la América y Filipinas, Vaduz, 1964, t. I, pp. 102103.
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El Breve Pastorale officium de 29 de mayo de 1537, dirigido al Cardenal de Toledo, Tabera: 1/ Al Papa se le ha hecho saber la prohibición del Emperador de reducir a los indios a la esclavitud: 2/ El Pontífice afirma que los indios, aunque no sean cristianos, no pueden ser privados de su libertad y dominios, que son hombres capaces de recibir la fe y que no pueden ser hechos esclavos: 3/ y para dar más valor a lo dicho, ordena al Cardenal Tabera que, por sí o por otros, conmine con excomunión latae sententiae ipso facto incurrenda, cuya absolución queda reservada al Romano Pontífice, a todos aquellos que se atrevieren a reducir a los indios a la esclavitud, amenazando con medidas más severas a los que desobedecieren71. El Breve Non indecens de 19 de junio de 1538: 1/ El Pontífice ha recibido las quejas del Emperador referentes al contenido de unas letras pontificias ( se trata del Breve Pastorale officium arriba citado), las cuales reconoce que le habían sido arrancadas (litteras extortas): 2/ y que han ocasionado perjuicios al Emperador y a sus súbditos, alterando el buen orden y quietud de las Indias: 3) El Pontífice, que nunca quiso perjudicar al Emperador y menos estorbar la difusión de la religión cristiana, estimando oportuno hacer la debida rectificación: 4/ declara nulo e írrito lo establecido en dicho Breve72. Con relación al contenido, gestación y la importancia de dichos documentos pienso que es oportuno hacer algunas precisiones. 1. De las tres declaraciones pontificias, sin duda alguna, la principal es la Bula Veritas ipsa, pues en ella se contiene la doctrina que el Papa desea proclamar solemnemente. El Breve Pastorale officium, aunque emitido unos días antes que la Bula, tenía como finalidad el reforzar con gravísimas penas la prohibición que el Papa, presume, había hecho el Emperador de esclavizar a los indios. El Romano Pontífice, sin embargo, no había sido bien informado, pues, si es cierto que el Emperador había suprimido la esclavitud el 2 de agosto de 1530, el 20 de febrero de 1534 la había permitido de nuevo. Por este motivo, atendiendo a las quejas del Emperador, publica el Breve Non indecens de 19 de junio de 1538, dejando sin efecto las penas del Breve Pastorale officium, pues reconoce que hubo algún malentendido y estima oportuno el rectificar. Por supuesto, el Breve Non indecens no invalida en modo alguno la doctrina papal de la Bula, sino solamente las penas impuestas en el Breve Pastorale officium, y así se hace constar por las palabras del Pontífice que aparecen escritas al margen del Breve Non indecens73. 2. Es interesante conocer cómo se gestionó la Bula. En 1537, enviado por fray Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, llegó a Roma, procedente de México, el fraile dominico fray Bernardino de Minaya, con una carta del obispo para conseguir del
71 72 73
Ibidem, t. I, documentum 82, pp. 359-360. HERNÁEZ [70], t. I, pp. 101-102. Ibidem, t. I, documentum 89, pp. 373-375. Ibidem, p. 374.
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Pontífice una declaración doctrinal que asentara que los indios eran hombres libres, capaces de la fe cristiana y, por tanto, no susceptibles de ser reducidos a la esclavitud. Indudablemente, se trataba de un loable deseo y esfuerzo del obispo, que expresaba el sentir de otros obispos y de los religiosos, para conseguir la supresión definitiva de la esclavitud de los indios. La carta, escrita en latín, fue leída por Paulo III y, en ella, se alababa la racionalidad y la capacidad de los indios para aprender los oficios de los españoles y comportarse como buenos cristianos, a la vez que se reprochaba el mal comportamiento de no pocos españoles con los indios, y se rechazaba la diabólica opinión de algunos que decían que los indios no eran criaturas racionales, sino bestias y jumentos. En la carta se le suplicaba al Pontífice una intervención a favor de la libertad de los indios74. El Papa accedió a la petición, cuyo resultado fue la emisión de la Bula Veritas ipsa. El Papa, por tanto, emitió la Bula porque le fue pedida por un obispo y religiosos españoles residentes en las Indias. 3. La declaración papal de que los indios son seres racionales, libres, capaces de recibir la fe cristiana, quienes, por tanto, en modo alguno, podían ser reducidos a la esclavitud era doctrina que no añadía nada nuevo a lo que muchos habían opinado desde un principio en España y en las Indias, a pesar de que algunos, más movidos por intereses que por convencimiento, se empeñaran en decir lo contrario. La Bula pontificia, que, por cierto, se emitió casi cincuenta años después de ser descubiertas las Indias, reforzó, por la autoridad del Pontífice y por la forma solemne en que se hizo, la doctrina que, muchos años ha, era comúnmente aceptada. La Bula fue llevada por fray Bernardino de Minaya a México a finales de 1537 y no tardó en ser conocida y difundida por todo el continente. 4. No parece que la declaración pontificia influyera en la decisión final de la prohibición de la esclavitud. No hay ninguna prueba que lo avale. Es cierto que Carlos V y sus consejeros conocían los documentos papales, los cuales el Emperador ordenó retirar por no haber pasado el acostumbrado pase regio y contradecir a la permisión de la esclavitud de los indios, todavía en vigor en esos años, lo cual, como hemos indicado, provocó las quejas del Emperador a la Sede Apostólica75.
74
El texto latino y la traducción de la carta del obispo Garcés en Agustín DÁVILA PADILLA, Historia de la Fundación y discurso de la provincia de Santiago de México de la Orden de Predicadores, México, Editorial Academia Literaria, 1955, lib. I, cap. 43, pp. 129-149. La obra de Dávila fue publicada por primera vez en Madrid en 1596. 75 Son varias las reales cédulas que ordenan que no se use de Bula ni de Breve en las Indias, que no fueren primero vistos por el Consejo de Indias y que se retiren los que se hayan llevado a las Indias sin haberse presentado al Consejo. Cfr. Cedulario, [29], 1945, lib. II, pp. 43-48. La que nos interesa es la dirigida al Virrey de la Nueva España, D. Antonio de Mendoza, el 6 de septiembre de 1538: 1/ Fray Bernardino de Minaya, movido de buena intención, había impetrado al Santo Padre unas Bulas y Breves, tocantes a los naturales de esa tierra y a su instrucción y libertad, en derogación de nuestra preeminencia real, que nos con tanto cuidado tenemos ordenado: 2/ y así le mandamos a fray Bernardino retirarlos: 3/ a la vez que informamos de ello a su Santidad para que mandase revo-
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Ni las Nuevas Leyes de 1542, ni los informes que fluían al Consejo de Indias hacen alusión alguna a la Bula, ni tampoco encontramos la más mínima referencia en las leyes posteriores, que urgieron la inmediata aplicación de la prohibición. Y no deja de llamar la atención que los autores que hemos citado y estudiaron el tema, ni siquiera los de la segunda generación, fuera de Solórzano76, mencionan, al parecer, la declaración pontificia. Hemos de concluir que, con o sin la Bula, la decisión de prohibir la esclavitud de los indios ya era asunto lo suficientemente reflexionado y madurado, que no tardaría mucho tiempo en hacerse realidad.
The problem of the justness of Indian slavery was a key issue for the Castille Crown. It was Charles V who gave a definite answer to this complicated and delicate matter. To that end he based himself on the arguments given by the best Spanish theologists and jurists who were unanimous in the condemnation of such slavery as unjust; they declared it ilegitimate and outlawed it from America –not just the slavery of Spaniards over Indians, but also the type of slavery practised among the Indians themselves. KEY WORDS: Charles V, slavery, abolition, Indians.
carlos, y su Santidad lo proveyó así: 4/ y porque somos informado que el dicho fray Bernardino había sacado muchos traslados de ellos y dado a muchas partes: 5/ se ordena que sean recogidas todas las copias y las enviéis a los de nuestro Consejo: 6/ y comuniquéis dicha revocación a todos los superiores religiosos. Cedulario, [29], 1945, lib. II, pp. 43-44. 76 SOLÓRZANO [4], 1672, Bula Veritas ipsa, cap. 8, n. 78, p. 98; 1994, Breve Pastorale officium, cap. 7, n. 54, pp. 437-441.
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La historia natural en los tiempos del emperador Carlos V: la importancia de la conquista del nuevo mundo. Raquel Álvarez Peláez
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A lo largo del siglo XVI se produjo un significativo desarrollo científico en Europa y en los reinos de España. El humanismo y el descubrimiento de América fueron factores esenciales en el impulso dado al estudio de la naturaleza, que se manifestó en las publicaciones de muchos de quienes viajaron al Nuevo Mundo y, entusiasmados con su naturaleza, describieron su flora y su fauna. Algunos de estos autores fueron especialmente importantes para el desarrollo de la ciencia, tanto por la calidad de sus aportaciones como por la difusión de sus trabajos. En este artículo nos referiremos, esencialmente, a la primera mitad del siglo, al período correspondiente, aproximadamente, a la vida del Emperador Carlos V. PALABRAS CLAVES: Historia de la ciencia, historia natural, flora, fauna, América, España, siglo XVI.
HUMANISMO, CIENCIA Y RENACIMIENTO El nacimiento del futuro regidor de los reinos de España y Emperador de los reinos europeos, Carlos I y V, coincide con un momento cumbre del Renacimiento y del movimiento humanista. Puede decirse que 1500 es una fecha central en el desarrollo de ambos procesos tan estrictamente entrelazados, además, en estos años, en este período del Renacimiento, tal como lo analiza Peter Burke1. El futuro emperador Carlos se crió y educó en pleno triunfo y difusión del humanismo, lo que no quiere decir, como es lógico, que los valores llamados «medievales» no existieran y mantuvieran su importancia, y a menudo se señala la existencia de
1
Peter BURKE, El Renacimiento europeo. Centros y periferias, Barcelona, Crítica, 2000.
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algunas de estas actitudes en las biografías más al uso del Emperador2. Pero Carlos creció en los tiempos de la recuperación de los textos clásicos originales, de las transformaciones en las artes y las ciencias, y en los tiempos del descubrimiento de América, que significa, entre otras cosas, un cambio en la perspectiva del mundo, en la extensión y amplitud de la naturaleza en todas sus dimensiones. Digamos que durante los siglos XV y XVI se produjeron importantes y profundos cambios en el conocimiento y en la forma de conocer, transformación que se incluye en ese proceso denominado «Renacimiento»3. Las transformaciones que se dieron en España4, tanto desde el punto de vista estrictamente humanista, como se reflejó, por ejemplo, en la constitución de la Universidad de Alcalá de Henares y en la labor de Antonio de Nebrija en todos los campos –incluso la edición de una Biblia trilingüe–, como desde otros puntos de vista, se integran en el movimiento renacentista que se desarrolló en toda Europa –y en sus etapas más tardías también en América– y lo mismo puede decirse del desarrollo de la ciencia en general, así como de los aspectos a los que vamos a referirnos concretamente, la historia natural. Rasgos esenciales de ese Renacimiento, como el uso de textos clásicos recuperados desde su lengua original –Dioscórides, Teofrasto, Plinio–, así como la valoración de la experiencia propia y la crítica, a partir de ella, de esos clásicos, pueden observarse en las obras de quienes escribieron y describieron la naturaleza americana. El descubrimiento del Nuevo Mundo fue esencial para el desarrollo de las nuevas concepciones sobre filosofía natural y para las observaciones concretas de la flora y la fauna, y repercutió en toda Europa, como puede comprobarse consultando la correspondencia científica de los siglos XVI y XVII. 2
En este punto están de acuerdo sus biógrafos. No voy a citar todos los trabajos sobre Carlos V, simplemente las más al uso en este momento, como las inevitables de Manuel FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Carlos V. Un hombre para Europa, Madrid, Austral, 1999, o la de Joseph PÉREZ, Carlos V, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1999. Siempre es imprescindible la obra de Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1949. 3 Pueden consultarse algunos libros clásicos: Eugenio GARÍN, Medioevo y Renacimiento, Madrid, Taurus,1981 y El Renacimiento italiano, Barcelona, Ariel, 1986; Paul O. KRISTELLER, El pensamiento renacentista y sus fuentes, Madrid, FCE, 1982; Marie BOAS HALL, The Scientific renaissance, 1450-1630, New York, Harper Torchbooks, 1966; Juan Antonio MARAVALL, Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Madrid, Siglo XXI Eds., fundamentalmente en su «Introducción» y en su primer capítulo, «El pensamiento utópico y el dinamismo de la historia europea»; José Luis ABELLÁN, El erasmismo español, Madrid, Las Ediciones del Espejo, 1976; Alexandre KOYRÉ, Estudios de historia del pensamiento científico, Madrid, Siglo XXI Eds., 1983; A. RUPERT HALL, La Revolución Científica, 1550-1750, Barcelona, Crítica, 1985; A. C. CROMBIE, Historia de la Ciencia. De San Agustín a Galileo, 2 vols., Madrid, Alianza Editorial, 1983; J. M. LÓPEZ PIÑERO, Ciencia y Técnica en la Sociedad Española de los Siglos XVI y XVII, Barcelona, Labor, 1979; y más reciente y muy interesante, de A. BELTRÁN, Revolución científica, Renacimiento e historia de la ciencia, Madrid, Siglo Veintiuno de España Editores, 1995. 4 Siempre son imprescindibles las obras de José Antonio MARAVALL, Antiguos y modernos, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1966, y la de Marcel BATAILLON, Erasmo y España, México, FCE, 1950.
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El conocimiento se desarrolló de forma muy importante y esencial durante el Renacimiento, tanto por sus características esenciales, propicias al desarrollo de las ciencias, como por la circunstancia de los viajes y descubrimientos tanto hacia Oriente como Occidente. La navegación oceánica y todas las ciencias teóricas relacionadas con ella, como la cosmografía, astrología y geografía, y las artes prácticas de la cartografía y la construcción de instrumentos, así como la construcción de naves, fueron focos importantes de progreso en el conocimiento científico. Portugal y España fueron los centros esenciales de ese conocimiento, y en la Casa de Contratación de Sevilla se constituyó la primera institución de formación de Pilotos mayores5, pilotos de naves transoceánicas, de elaboración sistemática de cartas de navegar, de mapas y planos de las nuevas y viejas tierras, incluyendo determinaciones tan importantes como la latitud y longitud de las regiones; de construcción de instrumentos como astrolabios, ballestillas, brújulas, etc. y, por lo tanto, de encuentro entre los conocimientos teóricos y prácticos. Fue una escuela de pilotos a la que acudieron personajes de diversos sitios de aquella Europa que iba tomando conciencia de sí misma, e, incluso, fueron pilotos mayores personajes de otros reinos, como Amerigo Vespucci y Sebastian Caboto6 o el portugués Francisco Faleiro. Faleiro vino para incorporarse a los preparativos del viaje de Magallanes, pero por fin no lo hizo y se quedó en Sevilla como cosmógrafo. Los más importantes cosmógrafos participaron en la elaboración del «Padrón Real», la carta oficial de navegación y muchos en las reuniones de la Junta de Límites, que tenía que solucionar el problema de los límites de los territorios de ultramar entre España y Portugal. Los libros de navegación publicados por las gentes de la Casa de Contratación eran utilizados universalmente para la navegación en los océanos Atlántico y Pacífico, los mares del Norte y del Sur de la época7. Así el Arte de marear en que se contienen todas las reglas, (1545) de Pedro Medina8, que tuvo gran éxito en Euro5
José PULIDO RUBIO, El Piloto Mayor. Pilotos mayores, catedráticos de cosmografía y cosmógrafos de la Casa de Contratación de Sevilla, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1950. 6 Sebastiano Cabot o Sebastián Gaboto, (Venecia, 1474-1557, Inglaterra), fue explorador y cartógrafo, y en 1518 fue nombrado Piloto Mayor de la Casa de Contratación. En 1533 Carlos V le encargó un mapa que, por las explicaciones de Cabot, parece haber sido una esfera y en 1544 apareció un importante mapamundi, que fue modelo de muchos otros. Los datos biográficos de este y otros estudiosos han sido tomados de la obra de José María LÓPEZ PIÑERO y colaboradores, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, Ediciones Península, 1983. 7 Alonso de Chaves (Trujillo, ca.1493-1587, Sevilla) fue nombrado Piloto en 1524. Fue cosmógrafo y maestro de la manufactura de los instrumentos náuticos de la Casa de Contratación. En 1552 le nombraron Piloto Mayor en lugar de S. Cabot, puesto en que se mantuvo hasta 1586. Permaneció, pues, 63 años en la Casa de contratación. Fabricó instrumentos –brújulas, astrolabios, ballestillas, cuadrantes– y cartas del mapa padrón de la ruta atlántica y el Padrón Real. Sus documentos son fiel reflejo de la labor científica de la Casa de Contratación. 8 Pedro de Medina (1493-1567, Sevilla) creció en la residencia de los duques de Medina Sidonia. En gran medida autodidacta, alcanzó una sólida formación literaria y científica. En ciertos
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pa, pues en un siglo tuvo 15 ediciones en francés, cinco en holandés, 3 en italiano y 2 en inglés. En 1552 se publicó una edición abreviada en castellano, el Regimiento de navegación, libro en el que se suprimía la mayor parte del material teórico sobre la esfera. También fue muy utilizado el libro de Martín Cortés9, Breve compendio de la Sphera y de la arte de navegar con nuevos instrumentos y reglas exemplificado con muy subtiles demonstraciones, (1551), que fue reimpreso en 1556 y tuvo 8 ediciones en inglés entre 1561 y 1630. Y las nacientes «arquitectura» e «ingeniería» surgieron con fuerza, y así aparecieron innovaciones tanto estructurales como decorativas. El arte militar fue otra de las tareas prácticas importantes. La artillería tuvo un gran desarrollo práctico, así como la ingeniería hidraúlica y la balística, que contribuyeron al desenvolvimiento de nuevas nociones físicas teóricas. Actividades, pues, en las que se fueron conjugando práctica y teoría. Existían, además, una serie de actividades prácticas ligadas, por ejemplo, a las minas y los metales, en las que influyó también en gran medida el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, el descubrimiento de las importantes minas de oro y, sobre todo, de plata. Se desarrollaron, pues, el beneficio de minerales, el ensayo de metales y la destilación. Se buscaban soluciones a los problemas conaspectos se le podría comparar con Fernández de Oviedo. Como sucedió también con Hernán Cortés, eran personajes cercanos a la nobleza, o hidalgos algo acomodados. Algunos iban a la Universidad, como Cortés, otros buscaban el ascenso social por medio de una formación autodidacta. Hacia 1520, Pedro de Medina era tutor de Juan Carlos, heredero del 6º duque de Medina Sidonia, don Alfonso de Guzmán y Ana de Aragón. Ésta posiblemente influyó para que Medina tomara las órdenes sagradas. Pero su pasión le hizo dedicarse a los problemas de la navegación, principal ocupación de la ciudad de Sevilla. Cuando finalizó su tutoría en la casa ducal presentó una solicitud para ser nombrado cosmógrafo, entregando un texto que la acompañaba: Libro de cosmografía, 1538. En 1539 fue admitido como examinador de pilotos en la Casa de Contratación. Autorizado, entonces, para hacer instrumentos náuticos para la venta y dibujar cartas de marear. Y en 1539 obtuvo el permiso para consultar el Padrón Real. Como «maestro» se dedicó a trabajar y especialmente a enseñar a los pilotos que preparaban el examen. Publicó, en 1545, el Arte de marear en que se contienen todas las reglas, en Valladolid. Posteriormente realizó una reelaboración de su anterior libro de cosmografía, en el que reunía los saberes que se enseñaban en la Casa de Contratación a quienes querían ser pilotos. Alonso de Chaves, el cosmógrafo mayor en ese momento, explicó que la obra era eso, una recopilación. 9 Martín Cortés de Albacar, (Bujalaroz, Zaragoza ?-1582, Cádiz) publicó Breve compendio de la Sphera y de la arte de navegar con nuevos instrumentos y reglas exemplificado con muy subtiles demonstraciones, Sevilla, A. Álvarez, 1551. Reimpreso en 1556, tuvo 8 ediciones en inglés entre 1561 y 1630. Enseñó a los pilotos del puerto de Cádiz la ciencia y las técnicas de la navegación astronómica, reuniendo sus enseñanzas en un libro que presentó a Carlos V como el primer tratado de náutica. Pero ya estaba a la venta el Arte de navegar de Pedro de Medina. El de Cortés está mejor sistematizado y tiene un enfoque más avanzado que el de Medina, que se hizo rápidamente famoso. Stephen Borough, gran admirador de la escuela sevillana de náutica, convenció a un grupo de comerciantes de Londres para que financiaran la traducción y publicación en inglés del libro de Cortés en 1561, The Art of Navigation, traducción con la que comenzó su carrera Richard Eden, calificada como «uno de los libros más importantes jamás impresos en idioma inglés» (...) «supuso el dominio del mar». El libro contiene tres partes: 1. Resume el universo ptolemaico, 2. Expone las leyes generales de la astronomía y de la física aplicadas a la navegación. 3. descripción geográfica de mares y tierras. El tratado refleja ampliamente el estado de la náutica española en esos años.
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cretos de extracción que planteaban las minas. Desde el punto de vista teórico, estas experiencias contribuían al desenvolvimiento de la filosofía natural –la ciencia, la filosofía científica, la reflexión sobre el conocimiento de la naturaleza– y de la alquimia, precursora de alguna manera de la química actual. Muy importante fue, desde el punto de vista profesional, la medicina. La medicina siempre ha sido una actividad que aúna, a diferencia de otras, los conocimientos teóricos con la práctica. Actividad práctica esencial, de fundamental relevancia para el ser humano, es, además, la profesión con una tradición histórica más sólida, y la primera tekhné, arte, si queremos traducirlo así, que cristalizó en el mundo clásico. Alcanzó a lo largo del tiempo una gran autonomía social y mostró una enorme importancia numérica en el conjunto de la actividad científica de la época. Y necesitaba del conocimiento del hombre en la salud y la enfermedad, conocer al hombre en su naturaleza física, animal, y también, para sus tratamientos, conocer la naturaleza en general, plantas, animales, minerales; y era necesario, también, saber cómo utilizar estos elementos; la medicina necesitaba de la «historia natural», de la «filosofía natural» y de la alquimia, de la «cosmografía», e incluso conocer la geografía y las matemáticas. También las tareas relacionadas con la medicina, como la teoría y práctica de boticarios se desarrollaron especialmente en estos años; primero, con la llegada de nuevos productos orientales, pero mucho más con la llegada de los procedentes de las Indias Occidentales, que generaron la práctica de recolección, transporte, aclimatación, elaboración, prueba y comprobación y comercio en general de los productos medicinales. Otras áreas de actividad profesional bien delimitadas fueron la albeitería y el arte de la caballería, la agricultura y la caza, ésta llevada a cabo fundamentalmente con perros y halcones, siendo los encargados de los animales, generalmente, quienes los conocían y sabían cómo entrenarlos y también cómo curarlos en caso de necesidad. EL CONOCIMIENTO DE LA NATURALEZA Indudablemente el hombre se aproximaba a la naturaleza, la vivía, la soportaba y la utilizaba porque era absolutamente necesario para su supervivencia. Ese era el sentido esencial de su relación con ella, el utilitario, comprendiendo en ello también el placer estético, las explicaciones cosmogónicas y cosmológicas y las actividades mágicas, las actividades alimenticias, medicinales, etc. Sólo un distanciamiento posterior, en el que, por diversas razones socio-económicas y culturales, pudo desarrollarse el placer del estudio de la naturaleza por sí mismo, así como el desarrollo propio de los saberes específicos, permitió el establecimiento de ciencias como la botánica no medicinal, la zoología y posteriormente la biología. En principio eran los médicos quienes se interesaban por la llamada «historia natural», y la descripción de los elementos todos de la naturaleza, incluido el hombre, eran parte de lo que les era necesario conocer para la práctica de su tarea de tratar al individuo enfermo. El descubrimiento de nuevos mundos al Este y al Oeste, y
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por encima de todo del Nuevo Mundo, fueron esenciales para el desarrollo del interés por la naturaleza, aunque siempre ligado a la utilidad de los productos. Pero a lo largo de los siglos XVI y XVII irán, poco a poco, desligándose la botánica y la zoología de la medicina. Incluso en este período que vamos a tratar, en la primera mitad del siglo XVI, encontramos descripciones de la naturaleza que, aunque por un lado hacen hincapié en el lado útil de lo que se describe, también intentan, simplemente, llamar la atención sobre las nuevas maravillas de una naturaleza que desde el comienzo se describe como paradisíaca. Y no sólo los conquistadores y viajeros la describen así, sino los cronistas europeos, que buscaban noticias de los recién llegados, y que contemplaban con admiración las plantas y animales, o minerales, que se traían de las Indias Occidentales. Desde el punto de vista humanístico, el período que nos ocupa fue de enorme riqueza en cuanto a la historia natural, de la que incluso se ocupó, en su afán, Antonio de Nebrija. Desde el siglo XV se daba una recuperación de los textos fundamentales de la historia natural griega y latina: las obras de Aristóteles sobre los animales, la Historia de las Plantas de Teofrasto, el Dioscórides sobre «materia médica», plantas medicinales, y la gran Naturalis Historia de Plinio. Algunas de estas obras, además, fueron traducidas a las lenguas vernáculas, en nuestro caso al castellano. El Dioscórides fue traducido, primero por Antonio de Nebrija, en 1518, y después por el médico Andrés Laguna, gran humanista español, como Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal..., publicado por primera vez en Amberes en 1555. La obra de Plinio tuvo gran cantidad de ediciones desde el siglo XV y fue traducida al castellano, aunque no editada, en tiempos de Felipe II por el médico Francisco Hernández, el enviado por el rey al Nuevo Mundo para hacer un estudio de las plantas medicinales americanas y de su naturaleza en general. Desde el descubrimiento, como podemos ver en textos del propio Cristóbal Colón, se habló en términos maravillados de la naturaleza americana. Los Reyes Católicos recibieron en Barcelona a Colón y sus presentes, entre los que se encontraban algunos animales como los deslumbrantes papagayos, demostrando gran interés por la naturaleza americana. El interés se manifestó también en muchos cronistas, tanto en los que viajaron como conquistadores y descubridores a América, como en humanistas como Pedro Mártir de Anglería, que, siendo cronista del rey Fernando, y después de Carlos I de España, relataba los problemas de la política, pero a quien el apasionamiento por las noticias de los nuevos descubrimientos le hizo escribir unas cartas o «Décadas» dedicadas exclusivamente a sus noticias y novedades, e incluso ingresar en el Consejo de Indias. Desde el descubrimiento hasta su muerte fue escribiendo pequeños relatos, las Décadas del Orbe Novo, y así bautizó a las Indias Occidentales como Nuevo Mundo. En sus escritos, además de sucesos y costumbres de los indígenas, se refirió a innumerables animales y plantas, algunos de los cuales consiguió ver cuando llegaban a España. Los relatos de Colón y de muchos de los personajes que viajaron con él incluían también, mejores o peores, descripciones de la naturaleza, en algunos casos muy detalladas. En el segundo viaje acompañaron al Almirante una serie de personas que demos-
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traron un interés especial por esa nueva y sorprendente naturaleza: el médico Diego Álvarez Chanca, Guillermo Coma, el florentino Simón Verde, el saonés Miguel de Cúneo, culto y crítico. Todos describen el largo viaje con sus escalas en diversas islas, canarias primero y antillanas después, y describen las impresiones que les causaban tanto la naturaleza como los indígenas y sus costumbres. Posiblemente el mejor y más completo relato de las especies naturales que se encuentran en las islas es el que realiza Miguel de Cúneo. Cúneo partió con el Almirante en 1493 hacia la Española, y residió allí hasta 1495, en que regresó con las naves de Torres. En carta dirigida a un compatriota y amigo, describe, además del viaje a través del Atlántico y de las islas que van tocando, el encuentro con Guacanaguari y la fundación de la Isabela, hitos fundamentales del viaje, «los frutos que nacen comunmente en todas las dichas islas». Entre la larga lista de productos que cita, están, por ejemplo, los siguientes: «En las dichas islas hay también tallos como de rosa, que tienen el fruto largo como avena, llenas de unos granillos que pican como la pimienta; los dichos cambalos y los indios los comen como nosotros las manzanas. Nace también en las dichas islas un tallo de yerba alto como la espadaña, que desenredan, curten e hilan y del que hacen redes para pescar, y las tienen gruesas y finas como les place, y es un hilo muy fuerte y hermoso; a dichas redes en lugar de plomo les ponen piedras, y en vez de corchos les ponen leños livianos. Las dichas islas producen todavía muchísimas raíces como nabos, muy gruesas y de muchas clases, blanquísimas, de la que hacen pan de esta manera: a saber, rallan los dichos nabos como hacemos nosotros con el queso, sobre algunas piedras que parecen parrillas; después tienen una piedra larguísima puesta al fuego, sobre la que colocan dicha raíz rallada y hacen a modo de una hogaza y les sirve de pan, dura en buen estado quince y veinte días y muchas veces a los nuestros les ha sacado de apuros; esta raíz es el más principal de sus alimentos, y la comen cocida y cruda»10.
En esta breve descripción nos encontramos con tres de los elementos esenciales para la vida de los habitantes isleños y también productos actualmente esenciales, el pimiento, el henequén y la yuca. Sigue después de sus explicaciones sobre los productos autóctonos de las islas con la explicación de los que sucede con los productos que se llevan desde España: «Para vuestro conocimiento, trajimos con nosotros desde España semillas de todas clases, las cuales hemos sembrado todas y probado cuáles se dan bien y cuáles mal». Hay que pensar que la alimentación era un problema de vida o muerte para los europeos, y que había muy pocos animales que pudieran comer. Y así continúa Cúneo, refiriéndose a la fauna, y diciendo, como todos repetían, que de los «animales cuadrúpedos y terrestres» se
10
«Relación de Miguel de Cúneo», en Cartas de particulares a Colón y Relaciones coetáneas, edición de Juan GIL y Consuelo VARELA, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 247.
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encuentran poquísimos: «perros que no ladran y conejos de tres clases». Se sabe hoy que eran jutías, de los pocos mamíferos que habitaban las islas. Habla después de los pájaros, de los muchos que por allí pasan, de los «infinitos papagayos de tres especies, a saber, totalmente verdes pero no muy gruesos, verdes manchados de rojo no demasiado grandes y otros gruesos como gallinas picados de verde, rojo y negro», de las palomas, golondrinas y gorriones; y después se refiere a los peces, entre los que coloca, claro está, a los manatíes, «como puercos, negruzcos, largos gruesos y muy gruesos, de veinticinco a cincuenta libras, ecelentes por todos los conceptos y casi de naturaleza de esturión»11. Es este, pues, uno de los primeros y más completos relatos que se hicieron en los primeros años del descubrimiento sobre la flora y la fauna de las islas. El esquema general de las descripciones, el orden, se repetirá siempre, con pequeñas variaciones, pues responde a la pauta de los clásicos, y fundamentalmente de Plinio. En el caso de los médicos, el modelo solía ser Dioscórides, y cuando se trataba de descripciones más detalladas de las plantas, de sus características de hojas, tallos, etc., o del cultivo, se utilizaban los escritos de Teofrasto. Plinio era modelo de la «historia natural», de la descripción general de la naturaleza, del universo, donde podía encontrarse desde la geografía y la corografía, hasta las costumbres de los hombres. Dioscórides permitía la valoración de los productos vegetales, pero también animales y vegetales, en cuanto a su capacidad terapéutica. Pero la primera obra importante, y, además, exclusivamente dedicada a la naturaleza –y no a los productos medicinales– fue la redactada por el también cronista –como Pedro Mártir y Alonso de Santa Cruz– Gonzalo Fernández de Oviedo. Personaje inquieto, perteneciente a un grupo social en ascenso que surgía de una clase intermedia, en este caso cuyo origen se situaba en pequeños hidalgos campesinos del norte, de Asturias. Su familia emigró a la corte y allí se situaron como funcionarios o sirvientes, no se sabe exactamente cómo. Pero lo cierto es que Fernández de Oviedo, después de formarse cerca de la nobleza culta, consiguió ser paje o criado, que semejante era la situación, del príncipe don Juan, como los hijos de Colón. Comenzó muy pronto a escribir –y a recortar figuras con las tijeras, arte que llamó mucho la atención incluso de Leonardo da Vinci– y la prematura muerte de su amo el príncipe le lanzó a viajar por Italia, donde se relacionó, también allí con nobles y bien situados personajes. A su regreso, después de diversos avatares, volvió a relacionarse con la Corte, fue notario independiente y de la Inquisición, intentó viajar con Gonzalo Fernández de Córdoba, pero la expedición fue suspendida, y decidió entonces buscar su futuro en América. No podemos contar aquí toda su azarosa biografía, pero sí decir que en 1514 pasó al Darién con Pedrarias Dávila, que viajó por América Central hasta Nicaragua, donde residió algunos años y que terminó sus días como Alcaide de la fortaleza de Santo Domingo en
11
Ibidem, pp. 248-249.
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1557, a los setenta y nueve años. En esos años viajó numerosas veces a la península, pero lo importante es que, además, empleó su prolífica pluma en describir la naturaleza en la que vivía y a la que observaba con magnífica agudeza12. El primer libro dedicado exclusivamente a la descripción de la naturaleza fue el Sumario de la natural historia de las Indias de Fernández de Oviedo, publicado en Sevilla en 1526, en uno de los viajes del autor a la península13. Las obras europeas modernas más tempranas se publicaron en la década de los años cuarenta del siglo XVI, como la botánica de Leonardo Fuchs. El Sumario, dedicado por Oviedo a su Cesárea Majestad Carlos V para demostrar su valía y su capacidad de cronista, dice haberlo escrito de memoria. Estaba ya preparando su gran Historia General y natural14, cuya primera parte aparecería en 1536. Pero el gran mérito de los escritos de Oviedo no radica solamente en lo temprano de su aparición –insisto en que no hay ningún libro «moderno» anterior dedicado enteramente a la naturaleza, y menos con gran predominio de la zoología– sino en la calidad de sus descripciones. El gran botánico Standley, el gran conocedor de la flora centroamericana, señala en su texto sobre la zona del canal de Panamá, refiriéndose a algunas de las especies que describe Oviedo: «For the first treatise upon the natural history of the New World we are indebted to Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), the versatile Historiographer of the Indies. In classic reports made to the Spanish Governement by the earliest explores
12
Para una biografía de Fernández de Oviedo, Cfr. José AMADOR DE LOS RÍOS, «Vida y juicio de las obras de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés», Introducción a Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias, islas y tierra Firme del mar Océano, Madrid, Real Academia de la Historia, 1851-1855; José PEÑA Y CÁMARA, «Contribuciones documentales y críticas para una biografía de Gonzalo Fernández de Oviedo», Revista de Indias, nº 69-70, 1957; José PÉREZ DE TUDELA, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», Estudio preliminar en Historia general y natural de las Indias, Madrid, Atlas, 1992, pp VII-CLXXV; Manuel BALLESTEROS, Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1981; Antonello GERBI, La naturaleza de las Indias Nuevas, México, Fondo de Cultura Económica, 1978. 13 Existe una edición, con un estudio introductorio, de Enrique ÁLVAREZ LÓPEZ, Sumario de la natural historia de las Indias, Madrid, 1942. 14 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO fue cronista e incluso novelista, con su Claribalte: libro del muy esforzado e invencible caballero de Fortuna..., Valecia, 1519. Escribió continuamente a lo largo de su vida, y tiene, además de las obras que aquí nos interesan, otras también importantes desde el punto de vista histórico, como Las Quincuagenas de los generosos e illustres e no menos famosos reyes, príncipes, duques, marqueses, y condes e caballeros e personas notables de España, tres volúmenes en folio que no fueron publicados hasta el siglo XIX. Lo mismo sucedió con la totalidad de su obra Historia general y natural de las Indias, islas y tierra Firme del mar Océano, cuya primera parte apareció en 1536 (hasta el libro XIX), pero cuyas segunda y tercera no fueron publicadas hasta que lo hizo José Amador de los Ríos en 1851-1855. Posteriormente fue editado por Juan Pérez de Tudela Bueso, cuya edición citamos: Historia General y Natural de las Indias, 5 vols., Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1992.
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there are occasional references to the strange productos of the New World, but Oviedo was the first who attempted to give a collective account of them»15.
Y nos explica, además, «Oviedo has given us a vivid account of the Indians of Panama and of their surroundings. In the botanical section of the work there are constant references to the flora of Panama. There are mentioned such plants as the xagua tree (Genipa americana), the soapberry (Sapindus saponaria), the ceiba trees (Bombacaceae), the membrillo (probably Gustavia superba, now known by that name, although the description is not altogether conclusive), the avocado, the spiderlily (Hymenocallis americana), and Chaptalia nutans, an insignificant composite used medicinally by the natives. It is worthy of note that one tree, the tempisque, described at length by Oviedo and so well known in Central America that in Costa Rica there is a river named for it, was not known to modern botanical science until described by Pittier in 1912, under the name Sideroxylon tempisque»16.
Las descripciones de Fernández de Oviedo contrastan singularmente con las de otros escritores que se refirieron a la naturaleza, que describieron plantas, animales y minerales del Nuevo Mundo, a pesar de su nula formación como naturalista, y cuya única inspiración fue, según propia declaración, la Historia Natural de Plinio. La calidad de sus descripciones está a la misma altura –y en muchos casos es superior–, a la de las realizadas por Francisco Hernández, un especialista en botánica, por Bernardino de Sahagún, informado por los indígenas, o a las de Bernabé Cobo, cien años después. Por otra parte, muchos autores posteriores utilizaron las descripciones de Oviedo, en algunos casos literalmente, como el mismo Cobo o el padre jesuíta Juan Eusebio Nieremberg en su Historia Natura Maximae Peregrinae, ambos en el siglo XVII. Oviedo, además, aprovechó su viaje a Italia estableciendo relaciones con personajes como el médico y poeta Gerolamo Fracastoro, el cardenal y humanista Pietro Bembo y Giovanni Battista Ramusio 17. Éste último, especialmente interesado en los viajes y descubrimientos publicó una extensa obra, Delle Naviagatione et Viaggi18, en la que incluyó el Sumario de Oviedo traducido quizás por el, en aquel entonces, embajador en España, Andrea Navagero19. En general la calidad de las descripciones es tal que hoy en día se
15
P. C. STANDLEY, Flora of the Panama Canal Zone, New York, Verlag von J. Cramer, reprint, 1968, p. 40. 16 Ibidem., p. 41. 17 José PARDO TOMÁS, «Obras españolas sobre historia natural y materia médica americanas en la Italia del siglo XVI», Asclepio, vol. XLIII, (1), 1991, pp. 51-94, y Las primeras noticias sobre plantas americanas en las relaciones de viajes y crónicas de Indias, (1493-1553), 18 Giovan Battista RAMUSSIO, Navigationi et viaggi, 3 vols., Venezia, 1550, 1556, 1560. 19 Amada LÓPEZ DE MENESES, «Andrea Navagero, traductor de Gonzalo Fernández de Oviedo», Revista de Indias, XVIII , 1958, pp. 63-72.
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puede identificar el género de casi todas de las especies por él descritas. En cuanto a su forma de agrupar y ordenar las especies –que no estaban ni siquiera definidas como tales– era, siguiendo en cierta medida la orientación de Plinio, fundamentalmente utilitaria, separando las plantas cultivadas de las «salvajes», las americanas de las traídas de otros sitios, las alimenticias de las medicinales. Los animales se clasificaban, como se hacía desde Aristóteles, y siguiendo a Plinio, en animales terrestres, acuáticos, aves e insectos. Por otra parte, no existía en ese momento una nomenclatura específica de las ciencias naturales, ni un sistema de clasificación, más que la ordenación de las plantas de forma alfabética. Reproduciremos alguna de sus descripciones como ejemplo de su forma de hacer, por ejemplo, la descripción del «níspero» o «munonzapot», Achras zapota. Habla de él en un par de capítulos, brevemente en uno de ellos, sólo para citarlo: «En Nicaragua llaman los indios, al mamey, zapot, e a otra fructa que allí hay, que los cristianos llaman nísperos, llaman los indios de Nicaragua munonzapot; la cual yo tengo por la mejor de todas las que he visto en las Indias e fuera dellas»20. Y en el capítulo XXII del Libro VIII describe el árbol y su magnífica fruta: «Munonzapot es un árbol grande como un nogal y de muy linda y recia madera, y la fruta es tan grande o mayor que camuesas21, y de aquel talle, prolongada y también redonda; y las colores como pardo o leonado, algo asperilla, pero delgada como de una manzana, y así de monda. La carne es leonada y tiene las pepitas leonadas, y tamañas o mayores que las de la calabaza. La hoja del árbol es como de peral, más puntiaguda y algo menor. Esta fruta llaman los españoles, nísperos, sin lo ser, porque parescen algo, en la color, al níspero22. En el árbol nunca maduran, y cógenlos cuando están grandes, tan duros como piedras, y maduran como las servas23, poniéndolos sobre paja, y aun sin ella, metiéndolos en un cántaro o en una olla de barro, y desde a ocho o diez días maduran. Esta fructa es la mejor de todas las fructas, a mi juicio, y otros muchos dicen lo mismo; porque es el del más lindo sabor y gusto que se puede pensar, y yo no hallo cosa a que se pueda comparar ni que se le iguale. En metiéndola en la boca, tan presto como el diente la siente, en cuanto que entre la dentadura se comienza a partir, al momento sube un olor a las narices y cabeza, que el algalia o almizcle no se le iguala, y este olor ninguno le siente ni huele sino el mismo que come la fructa. Tiene tal digestión, que aunque se coman muchos destos nísperos o fructa desta, ningún empacho ni pesadumbre dan más que si no los hubiesen comido. En aquella provincia de Nicaragua esta fructa está en poder de los indios de la lengua de los chorotegas. En fin, con esta fructa, ninguna de las que yo he visto en
20
Ibidem, p. 260. Camuesa: «Es una especie de manzanas, excelentísima, aromática, sabrosa y suave al gusto, sana y medicinal», en Sebastián COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española, ed. Martín de Riquer, Barcelona, Alta Fulla, 1993. 22 Se refiere al níspero europeo, el Mespilus germanica. 23 Servas, del latín sorbo, sorbus. 21
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las Indias ni fuera dellas en toda mi vida se le iguala en el gusto y en lo que tengo dicho de esta fructa; y la misma fructa y árboles hay en la gobernación de Honduras, que es en la costa del Norte24 en la Tierra Firme25.»
Indudablemente en este caso Oviedo se centra en la fruta, que le parece lo que es más interesante de este árbol, por demás conocido en la zona. Pero quiere que quienes le lean en Europa se maravillen de una fruta que tiene unas cualidades organolépticas tan llamativas como las que describe. En el caso de describir un «árbol salvaje», un árbol no frutal, bueno por su madera o por alguna otra propiedad, detallará más las características referentes a esa su utilidad y al árbol en sí mismo. En el caso, por ejemplo, del mangle, dice, entre otras cosas, que vale para «varazones de buhíos y estantes o postes para las casas, y para alfarjías y guarniciones de puertas y ventanas y otras cosas menudas, es de las mejores maderas que hay acá.». Explica Oviedo que se crían en «ciénagas y en las costas de la mar y de los ríos y aguas saladas y en los esteros o arroyos que salen a la mar y cerca de ella», y que son muy extraños y admirables por su forma, que describe así: «Su hoja es algo mayor que la de los perales grandes, pero más gruesa y algo más prolongada. Hácense, innumerables, juntos, y muchas de las ramas se tornan a convertir en raíces. Porque, no obstante que tienen muchas para arriba con sus hojas, y que no declinan para abajo y están altas y distintas unas de otras –como en todos los árboles están– desas mismas ramas proceden otras muchas gruesas y delgadas y sin hojas que derechamente declinan y van al agua, pendientes desde lo alto o mitad del árbol, y bajan hasta en tierra penetrando el agua, y llegadas al suelo, se encepan en la tierra o arena, y tornan a prender y echan otras ramas, y están tan fijas como el mismo pie principal del árbol; de forma que paresce –y es así– que tiene muchos pies, y todos asidos unos de otros. Echan por fructa unas vainas de dos palmos26 y más largas y tamañas como los cañutos de la cañafístola; y aquellas son de color leonado y dentro dellas hay una médula a manera de cogollo –o tuétano– que los indios comen cuando no hallan otro manjar –porque este es asaz amargo– y dicen ellos que es sano27.»
Es una descripción ejemplar, que ningún manual de campo de hoy en día superaría. Porque esa es la comparación que puede hacerse. En esos momentos sólo se describía, lo mejor posible, las características observables de las especies, incluyendo sus usos, sus comportamientos y sus relaciones con otras especies conocidas, sus semejanzas y diferencias. Oviedo eran tan consciente, en muchos casos, de las dificultades que había para poder transmitir lo que deseaba que expresaba la
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Se refiere a la costa del Caribe, la costa del mar del Norte. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, I, 1992, p. 262. Un palmo es una medida de longitud que equivale a unos 21 centímetros. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, I, 1992, pp. 285-286.
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necesidad de hacer pinturas, dibujos de esas especies, que en algunos casos, como el de la piña, fruta que le parece un magnífico manjar, él mismo realiza. Pero muchas veces dice echar de menos la presencia de algún gran dibujante o pintor, como Leonardo da Vinci, para reflejar las espléndidas plantas y frutos que contempla y degusta. Las descripciones de Fernández de Oviedo responden a lo que un observador interesado, deseoso de transmitir lo que está contemplando, intentaría hacer. Pero sorprende, realmente, su capacidad de fijarse en las características más importantes de los vegetales –nunca fáciles de observar y describir– sabiendo, además, y explicando, que las especies vegetales cambian según el terreno y el clima donde se crían, e intentando diferenciar, justamente, la zona en que las ha contemplado. Siempre, sistemáticamente, –con mayor o menor precisión– indica el sitio, el lugar geográfico al que pertenece la planta, o los lugares en que pudo contemplarla, y si existían diferencias entre las de un sitio y otro. Oviedo, en la mayoría de los casos aporta abundante información que permite, como si una guía de campo se tratara, reconocer los géneros con bastante aproximación. Aspecto general del árbol, características del tronco y las ramas, porte, tipo de sombra, tamaño, forma y color de las hojas, además de otras características que pudieran llamar la atención; flores, color, forma, olor, tamaño, etc.; habla del exterior de los frutos, con su tamaño color y forma e interior con sus características: semillas, cuescos o pepitas, carne y su sabor, etc. Frecuentemente indica si los árboles son caducos –repite que es muy extraño que así sea– o perennes, la calidad y usos de la madera, y frecuentemente nos describe los usos de todos las partes del árbol o planta, quiénes los utilizan, indígenas, españoles o ambos, y de que zona geográfica son tanto las especies como los usuarios. En muchos casos relata con mucho detalle el uso y la elaboración de productos como el cacao, la yuca o el maíz, señalando las diferencias en su tratamiento en una zona u otra geográfica o cultural. Muchas veces le preocupa tanto la dificultad para explicar cómo es un árbol o fruto, una hoja o una hierba, que la dibuja, la pinta deseando completar o hacer real ese conocimiento. Él mismo lo explica, y muchos han estudiado su relación con las imágenes28. Es el caso de la piña, a la que , maravillado por sus características de todo tipo, dedica un larguísimo capítulo29 en el que dice:
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Los dibujos de Oviedo fueron, como sus escritos, de las primeras representaciones de especies americanas tanto animales como vegetales. En su interesante trabajo sobre las ilustraciones de Oviedo dice Kathleen A. MYERS: «But Oviedo’s work is one of the few early series of on-the-scene drawings of the New World’s natural and man-made wonders in the early sixteenth century», «The Representation of New World Phenomena. Visual Epistemology and Gonzalo Fernández de Oviedo’s Illustrations», en Early Images of the Americas. Transfer & Invention. eds. J. M. Williams, R. E. Lewis, Ver también, de W. C. STURTEVANT, «First Visual Images of Native America», en First Images of America, ed. Fredi Chiappelli, Berkeley, Univ. of California Press, 2, pp. 813-825. 29 Ibidem, 1992, I, Cap. XIV, «De las piñas, que llaman los cristianos, porque lo parescen; la cual fructa nombran los indios yayama, e a cierto género de la msima fructa llaman boniama, e a otra
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«No pueden la pintura de mi pluma y palabras dar tan particular razón ni tan al propio el blasón desta fructa, que satisfagan tan total y bastantemente que se pueda particularizar el caso sin el pincel o debujo, y aun con esto, serían menester las colores, para que más conforme (si no todo, en parte), se diese mejor a entender que yo lo hago y digo, porque en alguna manera la vista del lector pudiese más participar desta verdad»30.
Él, Oviedo, está transmitiendo «verdades», está dando testimonio de la Creación, e intenta hacerlo de la mejor manera posible, tanto para los demás como para él mismo. Si los escritos modernos –con esto quiero decir, libros publicados a partir de herborizaciones directas en los territorios propios, y láminas y descripciones originales, no tomadas de los clásicos– sobre la flora eran todavía escasos en ese primer tercio del siglo, no digamos los referentes a la fauna, casi inexistentes hasta las descripciones de los peces de Pierre Belon31 o Guillermo Rondelet. Veamos, como ejemplo de cómo era capaz de hacerlo Fernández de Oviedo32, una magnífica descripción del perezoso: «Perico ligero es un animal el más torpe que se puede ver en el mundo, y tan pesadísimo y tan espacioso en su movimiento, que para andar el espacio que tomarán cincuenta pasos, ha menester un día entero. Los primeros cristianos que este animal vieron, acordándose que en España suelen llamar al negro Juan Blanco porque se entiende al revés, así como toparon este animal le pusieron el nombre al revés de su ser, pues siendo espaciosísimo, le llamaron ligero. Este es un animal de los extraños, y que es mucho de ver en Tierra Firme, por la disconformidad que tiene con todos los otros animales. Será tan luengo como dos palmos cuando ha crecido todo lo que ha de crecer, y muy poco mas de esta mesura será si algo fuere mayor; menores muchos se hallan, porque serán nuevos; tienen de ancho poco menos que de luengo, y tienen cuatro pies, y delgados, y en cada mano y pie cuatro uñas largas como de ave, y juntas; pero ni las uñas ni manos no son de manera que se pueda sostener sobre ellas, y de esta causa, y por la delgadez de los brazos y
generación dicen yayagua, como se dirá en este capítulo, non obstante que en otras partes tiene otros nombres», pp. 239 y ss. 30 Ibidem, p. 240. 31 Pierre BELON (1517-1564) publicó su De aquatilibus en 1553. Guillaume RONDELET su Histoire naturelle des poissons en 1554-55, los mismo años en que publicó H. SALVIANI Aquatilium animalium historiae. Y tambien fue en los años cincuenta cuando comenzó a aparecer la gran enciclopedia de los animales de Konrad GESNER (1516-1565), Historia animalium, basada fundamentalmente en recopilar amplia información de todo lo escrito hasta el momento sobre los animales. No es un trabajo de campo, como en el caso de los estudios sobre los peces, o como en el caso de las descripciones de Fernández de Oviedo. 32 Sobre la fauna en Fernández de Oviedo puede consultarse, además de la introducción ya citada de Álvarez López, de Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ, «La descripción de las aves en la obra del madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo», Asclepio, vol. XLVIII, (1), 1996, pp. 7-25.
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piernas y pesadumbre del cuerpo, trae la barriga casi arrastrando por tierra; el cuello de él es alto y derecho, y todo igual como una mano de almirez, que sea de una igualdad hasta el cabo, sin hacer en la cabeza proporción o diferencia alguna fuera del pescuezo; y al cabo de aquel cuello tiene una cara casi redonda, semejante mucho a la de la lechuza, y el pelo propio hace un perfil de sí mismo como rostro en circuito, poco más prolongado que ancho, y los ojos son pequeños y redondos y la nariz como de un monico, y la boca muy chiquita, y mueve aquel su pescuezo a una parte y a otra, como atontado, y su intención o lo que parece que más procura y apetece es asirse de árbol o de cosa por donde se pueda subir en alto; y así, las más veces que los hallan a estos animales, los toman en los árboles, por los cuales, trepando muy espaciosamente, se andan colgando y asiendo con aquellas luengas uñas. El pelo de él es entre pardo y blanco, casi de la propia color y pelo del tejón, y no tiene cola. Su voz es muy diferente de todas las de todos los animales del mundo, porque de noche solamente suena, y toda ella en continuado canto, de rato en rato, cantando seis puntos, uno más alto que otro, siempre bajando, así que el más alto punto es el primero, y de aquél baja disminuyendo la voz, o menos sonando, como quien dijese, la, sol, fa, mi, re, ut; así este animal dice, ah, ah, ah, ah, ah, ah. Sin duda me parece que así como dije en el capítulo de los encubertados, que semejantes animales pudieran ser el origen o aviso para hacer las cubiertas a los caballos, así oyendo a aqueste animal el primero inventor de la música pudiera mejor fundarse para le dar principio, que por causa del mundo; porque el dicho perico ligero nos enseña por sus puntos lo mismo que por la, sol, fa, mi, re, ut se puede entender. Tornando a la historia, digo que después que este animal ha cantado, desde a muy poco de intervalo o espacio torna a cantar lo mismo. Esto hace de noche, y jamás se oye cantar de día; y así por esto o porque es de poca vista, me parece que es animal nocturno y amigo de oscuridad y tinieblas. Algunas veces que los cristianos toman este animal y lo traen a casa, se anda por ahí de su espacio, y por amenaza o golpe o aguijón no se mueve con más presteza de lo que sin fatigarle él acostumbra moverse; y si topa árbol, luego se va a él y se sube a la cumbre más alta de las ramas, y se está en el árbol ocho y diez y veinte días, y no se puede saber ni entender lo que come; yo le he tenido en mi casa, y lo que supe comprender de este animal, es que se debe mantener del aire; y de esta opinión mía hallé muchos en aquella tierra, porque nunca se le vido comer cosa alguna, sino volver continuamente la cabeza o boca hacia la parte que el viento viene, mas a menudo que a otra parte alguna, por donde se conoce que el aire le es muy grato. No muerde, ni puede, según tiene pequeñísima la boca, ni es ponzoñoso, ni he visto hasta ahora animal tan feo ni que parezca ser más inútil que aqueste»33.
Pensemos que esta descripción pertenece al Sumario, publicado en 1526 –y en Italia en 1534–, algo absolutamente sorprendente para la época. Pero además, podemos decir que ni siquiera hoy puede encontrarse en una guía de campo unos detalles tan específicos como, por ejemplo, el «canto» de los perezosos, que ape33
Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Sumario de la natural historia de las Indias, edición de Manuel Ballesteros, Madrid, Historia 16, 1986, pp. 103-105.
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nas está insinuado en esas guías, que dicen, por ejemplo, que, aunque considerado un animal silencioso, algunas veces lanza algunos silbidos34. La observación sobre su alimentación no es tan disparatada como podría parecer, pues el bajo metabolismo de estos animales hace que puedan mantenerse ingiriendo unas pocas hojas de los árboles en los que habitan. En realidad puede parecer que no comen. Pero es evidente la observación cuidadosa a la que sometió Oviedo al animal, haciendo incluso pruebas con ellos. Aunque las obras de Oviedo fueron publicadas y leídas, lamentablemente no tuvieron ninguna repercusión institucional, ni universitaria ni de los poderes políticos, ni de tipo mecenazgo, por lo que, algo que podría haber sido la primera piedra que impulsara a construir un grupo, una institución que estudiara la naturaleza americana –así como sucedió con la navegación y la Casa de Contratación, uniendo práctica y teoría– tal cosa no se produjo. Tampoco sucedió con las aportaciones posteriores, ni siquiera con las de Francisco Hernández, enviado por el propio Felipe II a México, cuyo trabajo fue, en la práctica, ignorado y no pudo ni siquiera ser desarrollado por el propio autor35 –quizás por la muerte, anterior a su regreso de América, de Juan de Ovando, su real impulsor. Realmente ni siquiera ese magnífico adelanto en las técnicas y teoría de la navegación, las estupendas realizaciones e intuiciones sobre la medición de las coordenadas de latitud y longitud y sobre la desviación de la aguja de marear, de la brújula, tuvieron la continuidad y repercusión que podían haber tenido si hubiera habido en España un desarrollo socio-económico diferente. Debemos citar, como aportaciones importantes al conocimiento de la naturaleza en este período, la obra creada en el colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, en México, por un médico indígena allí formado, Martín de la Cruz y posiblemente traducido al latín por otro médico allí formado, Juan Badiano36. Es el único texto de botánica médica indígena que se conoce. Estaba dedicado al Virrey Antonio de Mendoza, en 1552, pero se consideró un regalo y un alegato frente a Carlos V, demostrando la importancia del colegio y lo que se podía conseguir con la educación de los indios, pues el colegio estaba en peligro de desaparecer. La obra es
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Fiona A. REID, A Field Guide to the Mammals of Central America and Southeast Mexico, New York, Oxford, Oxford University Press, 1997, p. 57. 35 Puede consultarse, sobre el conocimiento de la naturaleza americana a lo largo del siglo XVI, de Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ, La conquista de la naturaleza americana, Madrid, CSIC, 1993, así como el «Estudio introductorio» en la obra de Nardo Antonio RECCHI, De Materia Medica Novae Hispaniae, Libri Quatuor. Cuatro libros sobre la materia médica de Nueva España. El manuscrito de Recchi, Aranjuez, Ediciones Doce Calles y Junta de Castilla y León, 1998. 36 Martín DE LA CRUZ (fl México 1552), Libellus de medicinalibus indorum herbis, 1552. Botánica. Médico indio mexicano, formado en el colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco. Autor (junto a Juan Badiano, otro médico indio, quizás conocedor del latín) del Libellus de medicinalibus indorum herbis, único texto de botánica médica indígena que se ha conocido. Dedicado al Virrey Antonio de Mendoza en 1552, fue considerada como un regalo para Carlos V.
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un verdadero recetario, que cita las enfermedades y explica el tratamiento más adecuado que se debe dar para curar las diversas afecciones. Los tratamientos suelen ser mezclas de productos vegetales y animales e incluso minerales, y en el texto se explica cómo se deben preparar y cómo se deben aplicar. El orden del libro es el clásico en los textos, comenzando por las enfermedades de la cabeza, hasta llegar a las de las extremidades. Lo más magnífico de esta obra son las ilustraciones de las plantas que se citan, ilustraciones de estilo mexicano de colorido extraordinario. La aportación de fray Bernardino de Sahagún fue una enorme cantidad de manuscritos en diversas lenguas y muy desperdigados, recogidos por orden de Felipe II antes de que hubiera terminado de ordenar y preparar su trabajo. Su labor fue importante en muchos terrenos, pues su intención era realmente conocer a fondo la lengua y el mundo indígena en todos sus aspectos. Las aportaciones con respecto a la historia natural son enormemente interesantes y están magníficamente expresadas en su Libro XI, «Que es bosque, jardín, vergel de lengua mexicana», perteneciente a su Historia General de las cosas de Nueva España. Es un libro amplio y detallado, de casi ciento cuarenta páginas, en las que demuestra la profundidad de sus conocimientos sobre la cultura nahua y sobre el entorno en que vivía. En la obra de Sahagún la fauna se clasifica en «animales», que por el contenido se ve que son cuadrúpedos, terrestres, «aves», «animales de agua», «animales de agua no comestibles» y por último «serpientes y otros animales de tierra». Utiliza una mezcla de las clasificaciones más corrientes, incluyendo algunas diferenciaciones según el valor alimenticio y, seguramente, según la importancia de ciertos animales en su medio, como las serpientes, que en Europa son escasas y no hubieran merecido un apartado, pero en América son abundantes y muy importantes tanto desde el punto de vista práctico como mágico. Podemos decir que la obra de Sahagún está en la frontera del período que nos hemos marcado. En los años setenta se produjo el importante cambio en el Consejo de Indias que llevó a la elaboración y envío de cuestionarios con una serie de preguntas en las que se incluían temas de historia natural, y el envío del médico y naturalista Francisco Hernández para conocer las plantas medicinales y la naturaleza americana en general, tarea que sólo pudo cumplir con respecto a México. Muchos viajeros y conquistadores realizaron descripciones de la naturaleza que contemplaban –Pigafetta, Cieza de León, G. Benzoni, Hernán Cortés–, pero su interés reside simplemente en la mención de especies, con muy escasa riqueza en las descripciones. Otros, muy conocidos, relataron lo que tomaban de las descripciones de otros, como Pedro Mártir o López de Gómara, que utilizó a éste último y a Fernández de Oviedo o los productos medicinales y las plantas que recibían y después probaban y cultivaban en España, como Nicolás Monardes. Yo me he referido a quienes, viajeros y observadores directos, fueron un poco más allá y llegaron a describir, más o menos someramente, las especies que contemplaban.
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EL INTERÉS DE LA CORONA El descubrimiento de América generó, inmediatamente, un gran volumen de documentación oficial. Dentro de esa documentación hubo abundantes referencias a la historia natural, puesto que, desde el punto de vista utilitario era muy importante conocer los productos alimenticios y medicinales, así como la realidad con la que era necesario enfrentarse. Hay que señalar que, en general, hay mucho realismo en las preguntas y en las respuestas, relatos y crónicas de los españoles, que en este aspecto parecen haber perdido, muy rápidamente, más que el resto de Europa, el medievalismo con respecto a monstruos y cosas semejantes. En el libro La conquista de la naturaleza americana, citado en la nota 35, puede comprobarse la abundancia de documentación oficial en la que se preguntaba sobre esa naturaleza. Alonso de Santa Cruz37, cosmógrafo y cronista de los Reyes Católicos primero y de Carlos después, elaboró ya una memoria e instrucciones para descubridores y conquistadores, el Memorial de Santa Cruz, que serviría de base a los trabajos
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Alonso DE SANTA CRUZ (Sevilla, 1505-1567), nacido en un ambiente acomodado, obtuvo una educación completa, tanto en la ciencia como en los clásicos, en historia y literatura de su tiempo. Su padre, activo armador de barcos para viajes de ultramar, fue alcalde del Alcázar de Sevilla. Entre 1526 y 1530 Alonso, con 20 años, se apunta como tesorero y tenedor de libros del viaje de S. Cabot en busca de una ruta más corta hacia el Pacífico, en busca de Ofir y Tarsis. Conoció bien las costas americanas, inlcuído el golfo de México. Mostró pericia en la construcción de instrumentos y cartas marinas y regresó convertido en un experimentado cosmógrafo. Fue invitado a la junta para preparar otro viaje de exploración, con Hernando Colón, Fco. Faleiro y Cabot. Colaboró con el diseño de instrumentos y mapas para el viaje que debía realizar Gaspar Revelo y que no se llegó a realizar. Pero Santa Cruz estaba considerado entre los primeros expertos consejeros para el Consejo de Indias. Entre 1537 y 1539 permaneció en la Corte, donde conversó con el emperador sorbre materias de filosofía, astronomía y cosmografía, entreteneiendo, según parece, al monarca que sufría uno de sus ataques de gota. Ganó prestigio y fama, y nombramientos administrativos pagados irregularmente a lo largo de su vida, como se ve por las reclamaciones. En 1540 parece que se apartó de la Corte y realizó una serie de viajes. En Lisboa trabó relación con Joâo de Castro, cartógrafo y cosmógrafo de gran experiencia en las Indias Orientales, que se comportó de forma muy abierta con él. Trabajó como historiador, realizando Crónicas de los Reyes Católicos (1490-1516) y de Carlos V (hasta 1551). En 1554 fue llamado a la Corte para la Junta que debía examinar un instrumento presentado por Petrus Apianus para el problema de medir las longitudes en el mar. Probó que era igual a uno diseñado por él mismo. Instruyó al futuro Felipe II en filosofía moral, escribiendo un ABCdario virtuoso y construyendo astrolabios, cuadrantes y brújulas. Ofreció muchos memoriales y servicios al Consejo de Indias, pero nunca solicitó nada. Sus bienes pasaron a disposición del cosmógrafo del Consejo de Indias, López de Velasco. Dejó una inapreciable colección de trabajos que se han perdido en su mayor parte. Se conservan: mapas, cartas de marear y textos. Hay 218 piezas cartográficas. Su Islario general, del que quedaron cuatro manuscritos fue publicado en 1918. El Libro de las longitudes se publicó en 1921. Santa Cruz señaló algo muy imortante, que sólo medidas exactas del tiempo podían resolver el problema de la medición de las longitudes, problema crucial para la navegación que no se solucionó hasta que en el siglo XVIII se comenzaron a fabricar relojes mecánicos. Además de muchos otros instrumentos, Santa Cruz inventó un método empírico para la proyección y trazado de los mapas.
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posteriores, de los años sesenta y setenta, de Juan López de Velasco38, primer cosmógrafo-cronista del Consejo de Indias, nombrado en 1571 por Juan de Ovando, Visitador primero y Presidente después del Consejo de Indias, y gran impulsor de su labor. Sin embargo pensamos, a la vista de las biografías y trabajos sobre Carlos V, y a las actividades y vidas de los propios estudiosos que hemos consultado, que el rey y emperador, a pesar de sus entrevistas con Hernán Cortés, de su relación con Alonso de Santa Cruz y de su pasión por los ingenios, fundamentalmente los relojes, y su amistad, por esta razón, con Juanelo Turriano, tuvo pocas implicaciones en las cuestiones de la ciencia y las Indias Occidentales. Indudable es su relación y toma de posición con respecto al problema de los indios americanos y las polémicas sobre ellas, con la elaboración, en la línea de Las Casas, de la Leyes Nuevas promulgadas en 1542. Pero, digamos, su indudable conocimiento de una parte tan importante del Imperio no debía ser suficiente para que, rodeado de tan innumerables guerras y problemas políticos en Europa, tuviera un acercamiento especial a ciertos aspectos de la realidad americana.
Along the XVI century a significant scientific development took place in Europe and Spain. Humanism and the discovery of America were essential factors in the impulse given to the study of nature showed through the publications of many of those who traveled to the New World and, delighted with the nature they found, described its flora and fauna. Some of the authors were specially important for the development of natural science, so much for the quality of their contributions like for the diffusion of their works. In this paper we will refer, essentially, to the first half of the century, the corresponding period, approximately, to the Emperor’s life. KEY WORDS: History of Science, Natural History, Flora, Fauna, America, Spain, 15th Century.
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Juan LÓPEZ DE VELASCO (Vinuesa, Soria, ca 1530-1598, Madrid), en 1571 fue nombrado primer Cosmógrafo-cronista de Indias del Consejo de Indias. En.1574 presentó una Geografía y Descripción Universal de las Indias.
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La propaganda Carolina. Arte, literatura y espectáculos al servicio del Emperador. Ángel L. Rubio Moragas
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RESUMEN En el siglo XVI la propaganda va a desempeñar un papel esencial en la configuración y consolidación de las diferentes monarquías europeas. El caso de Carlos V no va a ser una excepción. Muy al contrario, el Emperador hará uso sistemático de las más diversas técnicas propagandísticas, desde todo tipo de formas artísticas (literatura, pintura, teatro, etc.) hasta las más populares y cercanas a sus súbditos (fiestas, desfiles, conmemoraciones) con el objetivo principal de consolidar su imagen y de la de su dinastía frente a un pueblo, el español, que no aceptó de buena gana la imposición de una familia extraña en el venerado trono de los Reyes Católicos. Palabras claves: Propaganda, Monarquía, Imprenta, Comunicación, Siglo XVI, Carlos V, España.
The Propaganda of Charles V. Art, Literature and Spectacles at the Service of the Emperor ABSTRACT In the 16th Century the propaganda is going to perform an essential paper in the configuration and consolidation of the European monarchies. Charles V is not an exception. The Emperor will do systematic use of more various propaganda techniques, from all manner of artistic forms (literature, paint, theater, etc.) to the more popular and close to his subordinates (parties, parades, commemorations) with the principal objective to consolidate his image and of the one belonging to his dynasty in front of his people, the spanish, the fact that he did not accept willingly the imposition of a strange family in Kings Catolics’ venerated throne. Keywords: Propaganda, Monarchy, Printing, Communication, 16th Century, Charles V, Spain.
SUMARIO: 1.Introducción. 2. Aspectos de la propaganda Carolina. 3. Arte, literatura y espectáculos. 4. La consolidación de la imagen imperial. 5. Elementos y tipología de las fiestas carolinas. 6. Pintura y escultura. Herramientas propagandísticas imperiales. 7. Tiziano y la imagen “oficial” del Emperador. 8. Conclusión. 9.Bibliografía.
1. INTRODUCCIÓN La invención y desarrollo de la imprenta convertirá a los estados absolutistas en grandes generadores de propaganda, los cuales se servirán de la invención de
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Gutenberg y de las publicaciones periódicas que van surgiendo para dar lugar a un complejo sistema de información y propaganda estatal, cuyo ejemplo más patente lo encontramos en la Francia del siglo XVII, aunque también existió y de forma notable en la España de Carlos V y, sobre todo, de Felipe II. La gestación del Estado Moderno es igualmente deudora de todo tipo de actos propagandísticos. Ya en la Edad Media se produce un formidable desarrollo de la propaganda real contra el Imperio, contra la Iglesia, contra los señores feudales, etc., lo cual va a contribuir a que el poder real se haga cada vez más absoluto y se vea libre de la tutela imperial, del Papado o de la sumisión a la nobleza. “Cuando este poder absoluto se consolide en muchos Estados en el siglo XVI, es porque ha habido ya en los siglos anteriores una acción continuada político-propagandística que ha elaborado toda una doctrina y que la ha hecho plausible en la sociedad”1
Esa actividad propagandística del Estado moderno va a tener un doble carácter, ofensivo y defensivo. Este último se basa en el establecimiento y control de las licencias, la censura y la represión tanto en publicaciones periódicas, libros, espectáculos, arte y otras manifestaciones. En cuanto al carácter ofensivo, este viene determinado por el hecho de ser el Estado el sujeto mejor informado cuantitativa y cualitativamente, por lo que puede articular su propaganda en multitud de frentes distintos: mecenazgo de escritores y artistas, prensa periódica, publicaciones de libros, espectáculos públicos, propaganda de la acción, etc2. Así pues, si el estado es el sujeto mejor informado, la calidad y eficacia de su actividad propagandística va a depender del manejo adecuado de la información que posee y de su previo almacenamiento; una información que procede tanto del interior como del exterior y que se devuelve matizada en ambas direcciones. Sin duda, Carlos V velaría cuidadosamente por cumplir ambas premisas, ya que la propaganda carolina se mostraría altamente eficaz, con algunos matices, en la práctica totalidad de los dominios del Emperador. 2. ASPECTOS DE LA PROPAGANDA CAROLINA La información procedente del exterior que llegaba a manos del Emperador lo hacía a través de los canales básicos, es decir, la vía diplomática, las embajadas, sin faltar la que proporciona el espionaje, que con frecuencia es la tarea de los embajadores y de su equipo, en especial en aquellos países de dudosa amistad, como lo era la Francia de Francisco I para Carlos V; y sabemos que esa fue la acusación del rey galo contra Nicolás Perrenot de Granvela, cuando ordenó su encarcelamiento en 1527. La dificultad mayor estaba, sin duda, cuando no existía ese enlace diplomáti1
PIZARROSO QUINTERO, Alejandro: Historia de la Propaganda. Madrid, Eudema Universidad, 1990, p. 82 2 ALVAREZ, Jesús Timoteo: Del Viejo Orden informativo. Madrid, Editorial de la Universidad Complutense de Madrid, 1985, pp. 74-76
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co, como le ocurría a la Monarquía Católica con Turquía; laguna que se remediaba pagando muy bien esos servicios a Venecia, de donde procedían los avisos, que en tan gran número custodia el Archivo General de Simancas, y que era la mejor fuente para saber si el Turco preparaba alguna ofensiva, por tierra o mar, contra los dominios de Carlos V. En cuanto a la información interior, principalmente de tipo ideológico, es evidente que esa era una de las misiones de la Inquisición, si bien no tiene particular actividad, salvo a finales del reinado, y aun más cuando Carlos V ya se ha retirado a Yuste. Más interés tiene el comprobar de qué forma procede aquella Monarquía a la devolución de esa información que recibe, o a difundir aquellas noticias de que ella misma es la principal protagonista. En ese sentido, lo relacionado con la política exterior se lleva la palma, aunque también se aprecia la forma en que se aprovechan los sucesos de la dinastía para fortalecer los lazos con la sociedad, dando esa satisfacción a la opinión pública. Por lo tanto, puede afirmarse que existe un mecanismo de propaganda, a cargo preferentemente del Consejo Real, si bien el propio Emperador lo tomará, en ocasiones, a su cargo. Los grandes éxitos del exterior, como victorias o paces resonantes, serán glorificados por los cronistas a sueldo, como Pedro Mexía o Alonso de Santa Cruz. Pero no sólo en las crónicas, pensadas más bien para la posteridad, pues también se hará uso de las hojas volanderas, impresos rápidos de una o dos páginas, que a modo de la prensa posterior —si bien de forma esporádica—, daban cuenta de esos sucesos extraordinarios, tales como la victoria de Pavía y la prisión del rey de Francia. Y a su modo, Carlos V prepararía la perpetuidad del acontecimiento, como cuando llevó consigo a la campaña de Túnez al pintor Juan Vermeyen, del que hablaremos más adelante. De igual modo vemos al propio Emperador dar cuenta de los principales sucesos al Reino, a través de las cartas compuestas en su secretaría, llevando su firma y mandadas a la alta nobleza, al alto clero y a las principales ciudades y villas —y, por supuesto, a sus embajadores—; de ese modo se informa a la opinión pública de los diversos acontecimientos, ya venturosos, como el nacimiento de su hijo, el príncipe heredero de la Corona, ya desventurados, como la muerte de la emperatriz Isabel, su esposa. Pero, sin duda alguna, mayor efecto propagandístico van a tener las fiestas y espectáculos celebrados con motivo de los diversos acontecimientos antes citados y de otros de diverso talante, así como las representaciones, imágenes y retratos que se constituirán como auténticos iconos imperiales y a cuyo estudio dedicaremos los siguientes apartados. 3. ARTE, LITERATURA Y ESPECTÁCULOS. LA CONSOLIDACIÓN DE LA IMAGEN IMPERIAL Durante el Antiguo Régimen la fiesta, más allá del actual concepto de evasión pasajera, de solaz y regocijo, fue un eficacísimo instrumento al servicio de la monarquía, del estado y de la iglesia. Con su capacidad para crear un tiempo y un espacio utópicos, fue un utilísimo recurso para hacer visible, aunque fuera tempo207
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ralmente, conceptos y principios reguladores de la sociedad estamental. La noción de fiesta estaba entonces íntimamente unida a la idea de lo sagrado, del rito y de la ceremonia, de la gloria personal y dinástica. El conjunto de actividades efímeras que la integraban dio lugar a un arte exquisito y deslumbrante, en el que todo resultaba maravilloso y fascinante. De estas singulares manifestaciones hoy solo conservamos algunos vestigios y testimonios fragmentarios, aunque resulta innegable su capacidad de evocación. La variedad y vastedad de los dominios del Emperador y sus incesantes viajes por sus posesiones europeas sirvieron para difundir la recuperada mitología imperial, expresada por los humanistas mediante unos nuevos postulados. Si bien en un principio predominó el ideal caballeresco, de tradición medieval de la corte borgoñona, con el paso del tiempo se fueron acentuando, hasta resultar triunfantes, los ideales del clasicismo. De todo ello son magníficos testimonios los deslumbrantes espectáculos organizados con motivo de sus coronaciones y de sus grandes hazañas bélicas. De la primera de aquellas, celebrada en Aquisgrán en 1520, se conserva el testimonio de Alberto Durero, quien en su diario escribió no haber visto con anterioridad festejos de tal magnificencia. Frente a la ausencia de representaciones de tales celebraciones, las de Bolonia, que tuvieron lugar en febrero de 1530, cuentan con una amplia iconografía. Especial interés tienen las imágenes de las cabalgatas, resultando singularmente atractivas las calcografías debidas a Nicolás Hogenberg, que sirvieron de base a creaciones plásticas coetáneas e incluso posteriores. De aquellas cabe mencionar el friso que adorna la fachada del Ayuntamiento de Tarazona. De éstos, los lienzos pintados por Juan de la Corte a comienzos del siglo XVII, prueba de la mitificación de la persona del Emperador en el ámbito de la corte hispana. La faceta militar y los grandes triunfos del Emperador se recogieron en numerosos y variados textos, caso de la La Alamanna, compuesta por Oliviero y de los Comentarios a la Guerra de Alemania, debidos a Luis de Ávila y Zúñiga. Sin embargo, fue su victoriosa campaña en Túnez en 1535 la más empleada con fines propagandísticos, dando lugar a creaciones artísticas tan sobresalientes como la serie de tapices de La conquista de Túnez, realizada en Bruselas entre 1548 y 1554, en los talleres de Wilhelm Pannemaker, sobre cartones de Peter Coeck van Aelst y Jan Cornelisz Vermeyen, quien fue cronista gráfico de esta campaña africana del emperador. Tras su victoria tunecina, Carlos V realizó un triunfal recorrido por diversas ciudades de Italia, en las que se erigieron retóricos y monumentales arcos triunfales, en cuyo diseño intervinieron los artistas más destacados del momento. El mismo lenguaje clásico y el mismo concepto de virtud heroica en ellos desplegado se empleó en los arcos de otros ingresos italianos de Carlos V, como los erigidos en Milán en 1541, recogidos en las xilografías de la obra de Albicante Trattato de l’intrar in Milano de Carlo V. Menor envergadura ofrecieron los levantados en Mallorca con motivo de la llegada del emperador en ese mismo año, mientras alcanzaron singular importancia los construidos en Amberes durante la visita realizada en 1549 por el todavía príncipe Felipe, recogida en el conocido libro de Calvete de Estrella El Felicísimo Viaje. Buena prueba de la importancia política y artística de estos solemnes recibimientos fue el tributado a Cosme I de Medicis en Siena, 208
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que incorporó, junto a otras decoraciones, cinco arcos triunfales. Tales entradas también sirvieron para plantear reivindicaciones o para expresar la esperanza de un justo gobierno por parte de los habitantes de las distintas ciudades. De hecho, estas felices entradas en las villas flamencas se consideraron una alianza entre gobernante y gobernados. Estos acataban la autoridad del monarca, quien se comprometía a actuar según la ética cristiana. Prueba de ello es la pintura de Lucas de Heere La visita de la reina de Saba al rey Salomón, perteneciente a la catedral de Gante, escena alegórica sobre el buen gobierno que los Países Bajos, identificados con la reina, esperaban de Felipe II, representado como el sabio rey de Israel. También los hitos vitales del Emperador y de su familia, especialmente los relacionados con nacimiento, matrimonio y muerte, fueron ocasión propicia para el desarrollo de fastuosas fiestas que llegaron a vivirse como un rito colectivo. Plenas de simbolismo y revestidas de extraordinaria solemnidad, fueron programadas para dejar una huella indeleble en la sociedad, sirviendo para expresar la mitología de la monarquía y del Imperio. También sirvieron para poner de relieve la idea de linaje, de unión entre los miembros de la familia, así como la noción de sucesión. Tal es el caso de algunas de las miniaturas del llamado Cortejo Triunfal, realizadas a instancias del emperador Maximiliano I entre 1513 y 1515. El eco de muchos de esos festejos imperiales, tanto alegres como luctuosos, se aprecia claramente en las celebraciones que siguiendo sus pautas organizaron algunos príncipes y altas dignidades de la Europa del Quinientos, en su afán por acercarse a la magnificencia y gloria del Emperador. Si bien no se cuenta con representaciones de las fiestas organizadas con ocasión del matrimonio de Carlos V, sí se han conservado las de otros esponsales principescos, sirviendo tales imágenes para ilustrarnos sobre este tipo de celebraciones. Especialmente valiosas son las trece miniaturas integrantes del llamado Álbum de Bruselas, que recogen las fiestas organizadas en 1565 para las bodas de Alejandro Farnesio y María de Portugal. Fueron realizadas por un artista flamenco del círculo de Frans Floris I y actualmente son propiedad del Gabinete de Estampas de la Biblioteca de la Universidad de Varsovia. Algunas escenas reflejan episodios del torneo que tuvo lugar en la Gran Plaza de Bruselas, mientras una de las más llamativas se titula Torneo a pie de los hombres salvajes en la gran sala del Palacio Real de Bruselas, el 18 de noviembre de 1565. De otra importante boda, la celebrada entre Fernando I de Médicis y Cristina de Lorena, son testimonio el libro de Raffaello Gualterotti Descrizione del regale aparato..., y una pequeña pintura sobre tabla atribuída a Ventura Salimbeni, que presenta el desarrollo de la entrega de los anillos nupciales ante un imponente escenario arquitectónico, reflejo de los elementos efímeros que adornaron toda la ciudad de Florencia. Episodio importante en la vida del Emperador fue el de su abdicación como soberano de los Países Bajos, recogido en dos grabados de Franz Hogenberg. Con tal ceremonia se inició su apartamiento de las cuestiones de gobierno que le llevaría a su retiro de Yuste, en donde fallecería. De las honras fúnebres que en su honor se programaron en los territorios del Imperio, son bien conocidas las visualizadas mediante la representación de los imponentes catafalcos. Así ocurre con el erigido en la iglesia de San Benito de Valladolid, que ilustra el libro de Calvete de Estrella El túmulo imperial. 209
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Por el contrario, han sido escasamente divulgados los proyectos elaborados por Vicenzo Seregni para la catedral de Milán. A pesar de la grandiosidad de estos y otros túmulos y de la complejidad de muchas de las exequias por Carlos V, ninguna alcanzó el boato y la magnificencia de las celebradas en Bruselas, supervisadas y presididas por el propio Felipe II. Estas fueron recogidas en una serie de 37 estampas abiertas por Johannes y Lucas van Doetechum, a partir de dibujos de Hieronymus Cock. Otras honras fúnebres de especial trascendencia fueron las celebradas en la iglesia de San Lorenzo de Florencia por Felipe II, de las que se han conservado algunas pinturas sobre lienzo y varios elementos del aparato fúnebre. 4. ELEMENTOS Y TIPOLOGÍA DE LAS FIESTAS CAROLINAS Las ocasiones para las fiestas fueron múltiples, resultando difícil establecer tipologías claramente diferenciadas entre las que venían determinadas por motivaciones sagradas y las que obedecían a razones profanas. Las fiestas de corte, en sus variadas y sorprendentes formas, fueron siempre expresiones de riqueza y magnificencia. En ellas fueron habituales los torneos y justas, espectáculos de prestigio, en los que se enfrentaban los caballeros reviviendo los modelos y mitos de las novelas de caballería. En muchas de estas celebraciones participó el propio Carlos V, especialmente en sus años juveniles. En otros casos se convirtió en espectador privilegiado, como demuestran la Fantasía caballeresca en Túnez y otros dibujos relacionados con la victoriosa campaña africana de 1535. Otros conocidos torneos de la época fueron los programados en los Países Bajos durante la visita del futuro Felipe II en 1549. Entre ellos destacó el que tuvo por escenario Tervueren que, como las restantes celebraciones del viaje, fue preparado por María de Hungría, tía del monarca. No obstante, el más famoso de todos los torneos fue el celebrado en París el 26 de julio de 1559, pues durante la celebración del mismo resultó herido Enrique II de Valois, falleciendo a consecuencia de las heridas. De este episodio da testimonio la estampa de Jean Tortorel y Jacques Perissin. Para evitar similares situaciones de peligro, con el paso del tiempo los torneos se programaron como verdaderas obras teatrales en las que estaba garantizada la victoria del soberano. Elementos consustanciales con este tipo de celebraciones fueron las armas y armaduras de parada, de extraordinaria riqueza y decoradas con temas alegóricos, de las que el Emperador llegó a poseer algunas de las más hermosas, realizadas por Filippo Negroli y Desiderius Helmschmid. En cuanto a calidad y belleza no le van a la zaga las realizadas para otros ilustres personajes por el afamado artista milanés Lucio Picinino. El esplendor y la grandeza de las celebraciones principescas, además de ser refinadas creaciones artísticas, sirvieron para transmitir de manera sutil y atractiva la teoría política de la época. En buena medida el éxito y la eficacia de los programas se basó en el desarrollo de un riguroso ceremonial o etiqueta. Estaba integrado por un conjunto de normas o de comportamientos formales reiterados que, entre otras cosas, servían para poner de manifiesto el rango y la calidad entre los participantes. 210
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De hecho, la etiqueta regulaba de forma minuciosa el comportamiento de las elites en su estructura jerárquica. De ello son buena muestra los bailes de corte y mascaradas, punto culminante de las fiestas cortesanas, cuyas geométricas coreografías estaban siempre cargadas de simbolismo, tal y como se recoge en el libro de Cesare Negri Le gratie d’amore. De esas celebraciones de corte constituyen un magnífico testimonio las imágenes debidas a Nikolaus Solis, correspondientes a las fiestas celebradas en Munich en 1568 con ocasión de la boda del príncipe Guillermo, duque de Baviera, con Renata de Lorena. Otro tanto puede decirse de los intermedios de la comedia titulada La Pellegrina, representada en Florencia como culminación del festival organizado para la boda de Fernando de Médicis y Cristina de Lorena, de cuya escenografía se conservan varios bocetos de Bernardo Buontalenti. La danza y la música, en general, eran el complemento de los grandes banquetes. En ellos los placeres de la vista, el oído y del paladar se sucedían, conforme a un complejo ceremonial que embelesaba a los asistentes ante el hechizo de tan magnífico espectáculo. Ninguno más espléndido y deslumbrante que el preparado por María de Hungría en su castillo de Binche para agasajar al Emperador, al príncipe Felipe y a la reina Leonor de Francia. Al artificio y asombro que caracterizaba estos banquetes se sumaba el lujo de las piezas, cuya función no era únicamente la de integrarse en el discurso simbólico, sino también la de expresar la idea de riqueza3. Aunque con idénticos comportamientos expresivos y categorías perceptivas que las celebraciones profanas, las fiestas religiosas presentaban rasgos y formas particulares en razón de su propia naturaleza. La celebración de los oficios divinos se expresaba mediante la liturgia, entendida como conjunto de ritos para el culto público. Con el paso del tiempo se fue acentuando la diferencia entre el ceremonial litúrgico y la etiqueta cortesana. El proceso diferenciador se acentuó con la Contrarreforma, al elaborarse un nuevo proyecto católico en el que a la fiesta, como tiempo profano, se contrapuso la fiesta religiosa como tiempo litúrgico. El culto ganó en boato y fastuosidad. Las ceremonias litúrgicas se acompañaron de un renovado ajuar de claros valores teológicos, cuya riqueza y suntuosidad, más el acompañamiento de la música y el perfume del incienso servían para atraer la atención de los fieles y dirigir sus mentes, mediante tales signos visibles, hacia los inextricables misterios de la fe. Especial significado alcanzaron las festividades de la Semana Santa y sus oficios de tinieblas, para los que se construyeron monumentales tenebrarios, como el de la catedral de Sevilla, y sobre todo las celebraciones destinadas a combatir las herejías protestantes, sobresaliendo las triunfales procesiones de la festividad del Hábeas Christi. En ellas, además de carros alegóricos, cantores, danzantes y figuras grotescas, caso de la Tarasca, figuraban representaciones de los gremios, el clero y las autoridades civiles. Este séquito acompañaba a las reliquias de los santos y a la Eucaristía, que era públicamente manifestada gracias a custodias procesionales. 3
MORALES, Alfredo J.: “La fiesta en la Europa de Carlos V” en Descubrir el Arte. Año II, número 20, octubre de 2000, p. 54.
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5. PINTURA Y ESCULTURA. HERRAMIENTAS PROPAGANDÍSTICAS IMPERIALES Carlos V entendió muy pronto que era necesario revolucionar el papel del arte, la forma y la función del retrato celebratorio. A pesar de ello, el Emperador no era un mecenas. No podía serlo. Constantemente de viaje por necesidades del Estado, no tenía un palacio real para llenarlo de tesoros y bellas artes en sus ratos perdidos. Sin embargo, desde pequeño había aprendido, gracias a las lecciones de Erasmo, cuán importante era dar al soberano una imagen vigorosa y fuertemente ética. Las indicaciones de su humanista-preceptor son claras. En la Institutio principis christiani que en 1515 Erasmo dedicó al joven Carlos, está escrito de manera explícita: “Quizá a alguno le parecerá una pequeñez sin importancia pero tiene alguna, pues importa mucho que los artistas representen al príncipe con la seriedad y el traje más digno de un príncipe sabio y grave”.
Estas ideas acerca de la representación del príncipe chocaban de plano con las desarrolladas en ambientes artísticos italianos e italianizantes volcados en torno al concepto de la magnificencia. El conflicto surcaría los primeros años de la política imperial y encontraría su manifestación más dramática en el Saco de Roma de 1527, de manera que influirá de forma decisiva en el tema de las artes plásticas y su función a lo largo de todo el siglo XVI. Los primeros retratos de Carlos V revelan muy a las claras estas contradicciones. Junto al sentido claramente dinástico que muestran tanto las series de estampas encargadas por su abuelo Maximiliano I como el Arco triunfal o el Carro triunfal, en las que siempre aparece el joven Carlos, las primeras imágenes del príncipe oscilaban entre una manera muy sencilla y directa de presentación, como revelan los relativamente abundantes retratos del Maestro de la Leyenda de Santa Magdalena, y otra, como la que demuestran los retratos de Van Orley (la primera imagen “oficial” del príncipe) en la que tratan de resaltarse a toda costa los rasgos del poder. El conflicto entre sencillez representativa y magnificente grandilocuencia se revela, como decimos, en las páginas del tratado erasmista: “Existe otro más blando y disimulado linaje de adulación en los retratos, en las esculturas, en los títulos y en los tratamientos. De esta guisa, Alejandro Magno fue adulado por Apeles, que le pintó blandiendo en la diestra un rayo justiciero, Octavio complaciéndose en ser pintado con los atributos de Apolo. A este mismo objeto tienden los descomunales colosos que la Antigüedad erigió a los emperadores por muy encima del grandor humano...”.
Hay, pues, en Erasmo una crítica a la idea del retrato de “aparato” que, sin embargo, al cabo de unos pocos años, será uno de los temas favoritos del arte al servicio de la corte carolina. Pero la dinámica de los hechos militares y políticos de Carlos V, su necesaria glorificación, su activa integración en el mundo europeo del siglo XVI cada vez más culturalmente italianizado, harán imprescindible la elaboración de una auténti212
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ca imagen mítico-heroica del Emperador. Así sucederá con la primera gran victoria imperial, la de Pavía en 1525, que será glorificada en la gran serie de tapices, obra de Van Orley, conservados en el museo de Capodimonte, y en la Chimenea del Franc de Brujas, obra de Lanceloot Blondel. Sin embargo, para alcanzar una auténtica imagen heroica había que recurrir a otro tipo de lenguaje artístico como era el del Renacimiento italiano y a un soporte ideológico distinto del erasmista. Personajes como Castiglione, Maquiavelo o Aretino estaban planteando una imagen muy distinta de la corte y del poder, en la que la resurrección dell’antico resultaba fundamental. En todo ello, la figura y los hechos de Carlos tuvieron una importancia capital. El episodio ya comentado de la campaña imperial contra el dominio turco en Túnez (1525) constituyó no sólo uno de los momentos más brillantes de la carrera político-militar de Carlos V, sino un punto de inflexión en la elaboración de la imagen retórica, artística y literaria del Emperador. A partir de este momento, las menciones a Carlos V como sucesor de los romanos en general y de Escipión el Africano en particular, se hacen más frecuentes y coherentes, y las alusiones al mundo clásico se convierten en habituales. La serie de tapices elaborados por Vermeyen y Pannemaker para conmemorar la conquista de Túnez se convirtió en uno de los emblemas plásticos imperiales y nos sitúa ya ante la elaboración de una imagen clásico-heroica en torno a Carlos V, que se realiza conscientemente desde su misma corte, de profundas consecuencias para el futuro. Poco a poco el miles Christi pasaba a ser un Hércules cristiano y se abandonaba definitivamente cualquier “timidez” erasmiana en torno a su representación. Así, en la década de los treinta el Emperador entra en contacto con algunos de los principales artistas, intelectuales, nobles y militares inmersos en el ambiente y la moda del Renacimiento all’antica: Parmigianino, Aretino, Hipólito de Medici, Alejandro Farnesio, Ferrante y Federico II Gonzaga, los duques de Urbino, Ávila y Zúñiga, Diego Hurtado de Mendoza, Leon Leoni y Tiziano, cuyo papel de retratista y responsable de la imagen oficial del Emperador merece un análisis más detallado en un apartado posterior. La retratística de Tiziano y las esculturas y medallas de Leon Leoni supusieron un cambio no sólo de tipo estilístico en la evolución de la imagen imperial con la incorporación plena de las maneras del Renacimiento italiano, sino una modificación sustancial de las relaciones del ambiente de la corte imperial con respecto a las imágenes artísticas: se trata ya de la aparición de la idea de lo solemne y monumental en el campo del retrato cortesano y de la incorporación al mismo de ese mundo de lo colosal y grandioso que tanto criticaba Erasmo en los primeros años del siglo. 6. TIZIANO Y LA IMAGEN “OFICIAL” DEL EMPERADOR El encuentro entre el soberano y el pintor tuvo lugar en Bolonia, en 1530, y aunque la leyenda ha tratado de convertir dicho encuentro en gesto de nobleza y humil213
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dad por parte del Emperador, no es cierto que Carlos llegara a inclinarse para recoger un pincel de Tiziano, frente al pasmo de sus cortesanos. No es verdadero, pero es verosímil. Porque de su correspondencia emerge una relación de igual a igual: de espíritu, si no de rango. Tiziano trastocó el destino mismo de Carlos V en imagen. En el retrato ecuestre que se exhibe en el Museo del Prado, pintado en 1548 para celebrar la victoria en contra de la liga de los príncipes protestantes en Mülhberg, el Emperador está sólo, con la lanza en la mano, «el rostro pálido pero imperturbable, una expresión de resolución inamovible grabada en la desgarbada boca y los grandes ojos dirigidos hacia un punto lejano como para no ver y no percibir nada», como lo describe el gran historiador de arte Erwin Panofsky. Cuando Tiziano inicia esta obra, ya habían pasado más de quince años desde su encuentro en Bolonia, años cargados de acontecimientos protagonizados por Carlos V y que han dejado asombrada a Europa entera: campaña de Túnez, en 1535, con la victoria sobre el fiero Barbarroja; entrevista con el papa Paulo III en Roma, en 1536, con la solemne declaración de Carlos (¡en español!) de que su mayor deseo es la paz de la Cristiandad; desastre de Argel en 1541, que a punto estuvo de costarle la vida al César; guerra relámpago en Clèves de 1543, en la que rebrota la fama de invencible de Carlos V, bien asistido por sus tercios viejos; irrupción triunfante sobre Francia, un año más tarde, obligando a Francisco I a pedir la paz y, por último, las brillantes campañas de 1546 y 1547 contra la temible fuerza de los Príncipes alemanes, doblegados en la brillante batalla de Mülhberg, que hace a Carlos V árbitro de Europa. Y es ese instante el que ha de recoger Tiziano. Ahora bien, Tiziano en 1548 se encuentra con un Emperador inmóvil en su sillón, aherrojado por la gota. Es un Emperador envejecido, tal como podemos ver en el cuadro que guarda la vieja Pinacoteca de Munich y del que hablaremos más adelante. No es, ciertamente, el modelo para dar el testimonio del vencedor de Mühlberg, el testimonio del Emperador invicto de la Cristiandad. Sin embargo, Tiziano consigue reflejar en magnífica soledad al jinete vencedor, a Carlos V cabalgando lanza en ristre sobre la campiña germana, sin ninguna otra imagen de guerrero cualquiera, entre los vencedores o entre los vencidos, y sin ni siquiera ninguna señal de la guerra habida: ni ruinas, ni soldados, ni el fuego y los humos de la batalla. Sólo aparece el Emperador victorioso, como símbolo, no de una concreta y determinada batalla, sino de la victoria pura, de una victoria que no hubiera de empañarse jamás. La gran victoria para un solo vencedor. Y ese es Carlos V. Un vencedor sin rastro de polvo, barro o sangre, como si su victoria fuera algo milagroso. Tiziano consigue pintar un Emperador lleno de energía que se convertirá en la imagen inmortal del soberano más poderoso de la historia. Con esta obra, Carlos V entra de lleno en la leyenda, haciendo la mejor propaganda de su obra. Carlos V en la batalla de Mülhberg es un verdadero icono imperial, algo que es patente si observamos la desconcertante expresión del rostro de Carlos V y la paralización y congelación de la expresión temporal que encontramos en la obra. En el retrato ecuestre de Tiziano, el Emperador se nos muestra como un miles christi en defensa de una cristiandad atacada ahora desde su propio interior. En esta obra, el 214
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artista veneciano resume tanto los tempranos ideales caballerescos a la borgoñona de su protagonista como las abundantes referencias al mundo clásico que hemos comentado y crea, de esta manera, el mejor resumen de una imagen de construcción tan compleja como fue la de Carlos V. Bien distinto, pero no menos monumental se ve a Carlos en el retrato de Múnich, del mismo año 1548. Carlos V está nuevamente solo, sentado en el fondo de una galería, vestido sobriamente, sin ninguna insignia real: un gentilhombre apartado, melancólico, silencioso y, sin embargo, igualmente poderoso, con la misma mirada perdida, concentrada en el pasado, en el futuro, en el control total de sí, de los otros, del mundo. Y, finalmente, en el retrato de pie en el Museo del Prado (1532-1533) que le hizo Tiziano, donde, como sigue diciendo Panofsky, “inclusive el perro tiene alma”. Un retrato más nórtico que italiano, por la postura erguida del soberano, la figura estrecha y alargada, el fondo oscuro, que probablemente Tiziano retomó de su colega alemán Jakob Seisenegger (aunque sobre eso se sigue discutiendo). Arcaico y tradicional en la visión, que sólo Tiziano pudo trastocar, pero completamente nuevo en su resultado, pues otorga al soberano esa dignidad más bien sobrehumana, en la mirada y en el rostro apenas a tres cuartos de perfil. En definitiva, la unión perfecta entre el papel histórico del soberano y la iconografía que lo acompaña, explica también la persistencia de su imagen siglo tras siglo. El año en que se celebraba el quinto centenario de su nacimiento, su ciudad natal, Gante, acogía una exposición que, bajo el título de “Mise en scène”, fue dedicada a su mito en la posteridad: vida, batallas, imágenes vistas por los neoclásicos, transformadas en escenas teatrales por los simbolistas, narradas al pueblo inclusive en las figuritas del consomé Liebig y en los textos de secundaria, una “fotonovela” pintada al óleo sobre tela, narrada entre los siglos XIX y XX en el Salón de París y en las cortes de media Europa, donde se ve a Carlos enamorado, Carlos en el taller de Durero o inclinado frente a Tiziano, Carlos en batalla y durante las fiestas, Carlos solo, triste, todo de negro encerrado en el monasterio de Yuste en los últimos años de su vida, e inclusive Carlos obteniendo (como quiere una de las tantas leyendas) el permiso papal para celebrar, pocos días antes de su muerte, su misa fúnebre. Y en todas partes, el más grande emperador de la cristiandad es alto, imponente, hermoso. 7. CONCLUSIÓN Carlos V fue protagonista excepcional y figura clave en el desarrollo de las artes propagandísticas durante la época del Renacimiento. Sobre él, los humanistas y artistas de la época vertieron todo el repertorio de las formas e ideales de la redescubierta Antigüedad clásica. El conjunto de las variadas celebraciones públicas que se organizaron en su honor resultó decisivo para propagar su imagen heroica, para fijar su condición de emperador y para difundir la iconografía del Imperio. Tales festejos sirvieron también de referente modelo para los programados por buena parte de los príncipes y nobles de la Europa del Quinientos. 215
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Por otra parte, el encuentro entre Carlos V y Tiziano se convertirá en un punto irreversible que hace del siglo XVI el punto de partida del nacimiento del retrato moderno y de una nueva imagen del poder, la misma que Carlos V hará suya con una rara mezcla entre la tradición flamenca y la grandeur de la Roma de los césares. No es casual que el 5 de abril de 1536 Carlos V haya organizado para su entrada a Roma un recorrido triunfal digno de un emperador romano: partió de la vía Appia y pasó bajo el Arco de Constantino hasta llegar a la basílica de San Pedro. Tampoco es casualidad que gran parte de las esculturas de bronce que se le hicieron, e incluso su monumento fúnebre, lo representen con cuerpo y aplomo tomados por completo de la escultura clásica. Esas imágenes heroicas y pensativas del soberano empezaron a circular en toda Europa y también en el Nuevo Mundo. En un reino tan vasto, Carlos V comprendió la importancia de la propaganda. 8. BIBLIOGRAFÍA ÁLVAREZ, Jesús Timoteo: Del viejo orden informativo, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1985. BOUZA, Fernando: Imagen y Propaganda. Capítulos de Historia Cultural del reinado de Felipe II, Madrid, Akal Ediciones, 1998. CHAUNU, Pierre: La España de Carlos V. Las estructuras de una crisis, Barcelona, Península, Serie Universitaria, 1976. CHAUNU, Pierre: La España de Carlos V. La coyuntura de un Siglo, Barcelona, Península, Serie Universitaria, 1976. FERNÁNDEZ, Manuel: La España del Emperador Carlos V (1500-1558). El hombre, la política española, la política europea, Madrid, Espasa-Calpe, 1982. MEXÍA, Pedro: Historia del Emperador Carlos V, Madrid, Espasa-Calpe, 1945. MORALES, Alfredo J.: “La fiesta en la Europa de Carlos V” en Descubrir el Arte. Año II, nº 20. Octubre, 2000. PIZARROSO, Alejandro: Historia de la Propaganda. Madrid, Eudema Universidad, 1990.
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Toledo en las Cortes de Carlos I: cuestiones de interés general para el Reino María del Pilar Estebes Santamaría
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SUMARIO: 1. Objeto de estudio y estado de la cuestión. 2. Persona del Rey. 3. Servicios al monarca. 4. Asuntos económicos. 5. Asuntos judiciales. 6. Materia eclesiástica. 7. Asuntos varios. 8. Concordancias entre las peticiones de Toledo y las contenidas en los cuadernos generales. 9. Conclusiones.
1. Objeto de estudio y estado de la cuestión Con la realización del presente trabajo nuestra intención ha sido completar el estudio editado en el número anterior de esta misma publicación bajo el título “Los cuadernos particulares de Toledo en las Cortes de Carlos I: cuestiones municipales”1; en el mismo realizamos un análisis de parte de las peticiones presentadas por la ciudad de Toledo en las sesiones de Cortes convocadas por dicho monarca, en concreto aquellas cuyo contenido hacía referencia a cuestiones municipales, a asuntos que afectaban al devenir cotidiano de la ciudad. Ya entonces dejamos indicado nuestro deseo de realizar también el estudio de las demás peticiones, aquellas cuyo contenido pudiera considerarse de interés general para todo el Reino. Éste es precisamente el objetivo de este trabajo. Para ello nuevamente nos hemos basado en los cuadernos de peticiones presentados por Toledo que se encuentran en el Archivo Municipal de la ciudad2. De las trece sesiones de Cortes que tuvieron lugar durante el reinado de Carlos I, no se conservan en el Archivo los cuadernos correspondientes a cuatro de ellas: Valladolid 1518, Santiago 1520, Madrid 1551 y Valladolid 1555. Hemos estudiado los cuadernos correspondientes a todas las demás después de haber realizado una labor de datación que no siempre ha resultado sencilla3. Además para completar el trabajo hemos com-
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En Cuadernos de Historia del Derecho, 2004, nº 11, pp. 179-225. Municipal de Toledo, en adelante A.M.T, Fondo Histórico, Caja “Cortes. Años 1542-1655”, Caja 895, 1ª pieza. 3 No todos los cuadernos de peticiones se encuentran datados ni en ellos aparece siempre reflejado el lugar donde se iban a celebrar las Cortes para las que iban destinados. A través de los diferentes datos en ellos contenidos conseguimos hacer la siguiente datación: Valladolid 1523 (fols. 47r-48v), Toledo 1525 (fols. 15r-16r y 53r-53v); Madrid 1528 (fols. 41r-45v); Segovia 1532 (fols. 30r-34v); Madrid 1534 (59r-62v); Valladolid 1537 (fols. 35r-38v y 63r-67r); Toledo 1538 (fols. 4r-6r y 8r-10v); 2 Archivo
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parado el contenido de estos cuadernos con los Cuadernos generales de las mismas Cortes, para comprobar si los asuntos que Toledo presentaba al monarca coincidían con los que todas las ciudades convocadas consideraban de interés general. Cuando comenzamos el estudio de estos cuadernos particulares de la ciudad de Toledo, teníamos la idea de que en ellos íbamos a encontrar mención de las grandes cuestiones políticas que entonces afectaban a Castilla, tanto de índole interna como externa. Así mismo, pensábamos que las peticiones municipales coincidirían en su temática como las contenidas en los Cuadernos Generales que se confeccionaron para cada una de las Cortes, es decir, que los asuntos que preocupaban a Toledo serían, en gran medida, los mismos que afectaban al resto de ciudades con representación en Cortes. Por último, ya hemos señalado que entre los cuadernos estudiados para la realización de este trabajo no se encuentra el correspondiente a las Cortes de Santiago de 1520; lamentamos no haberlo podido consultar, pues en el enfrentamiento de Toledo con el rey ocurrido en estas Cortes tenemos el origen de la Guerra de las Comunidades, que tan importante y decisiva fue para la ciudad. Pensamos que en cierta manera podíamos compensar la falta con el cuaderno correspondiente a las Cortes que tuvieron lugar tras finalizar el conflicto armado; en el mismo esperábamos hallar alguna referencia a los importantes sucesos que habían tenido lugar y a las consecuencias de los mismos. A lo largo de estas páginas tendremos ocasión de comprobar como esto no siempre ha resultado ser cierto. La temática de las peticiones incluidas en los cuadernos de Toledo es muy heterogénea; para una exposición más ordenada hemos optado por hacer seis grupos: persona del rey, servicios al monarca, asuntos económicos, judiciales, materia eclesiástica y asuntos varios. No siempre ha resultado fácil decidir en cuál de dichos apartados debíamos de incluir alguna de las cuestiones, puesto que podían tener encaje en más de uno, decantándonos en estos casos por lo que nos parecía lo más relevante del asunto. Además algunas de las cuestiones que ya se trataron en la primera parte de este estudio por considerar que su contenido era eminentemente municipal, vuelven en cierta medida a mencionarse ahora, eso sí, relacionando la petición expuesta por Toledo con otras que afectaban a todo el Reino; este es el caso de las súplicas relativas a la obligación de Aposentamiento. 2. Persona del rey Varias eran las cuestiones que sobre la persona del monarca inquietaban a las ciudades, preocupaciones que, lógicamente, irán evolucionando con el paso del tiempo. La primera referencia la encontramos en el Cuaderno de peticiones de las Cortes de 1525; en éste, se le pide al rey que contraiga matrimonio por el grand bien y merValladolid 1542 (84r-93v) y Valladolid 1544 (18r-28v). Una explicación más detallada sobre el procedimiento seguido para la datación se encuentra en el artículo arriba citado, Cuadernos de Historia del Derecho 2004, 11, pp. 180-182.
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çed questos sus reynos y generalmente toda la religion cristiana resçibiria dello4. La necesidad de que el monarca contrajera matrimonio era evidente, hacía falta un heredero legítimo que ocupara el trono en el momento que quedara vacante. Además Toledo, como luego se haría en los Cuadernos generales, realiza un pronunciamiento favorable sobre la infanta Isabel de Portugal, la candidata que contaba con más posibilidades de llegar a convertirse en reina. En Cortes anteriores, las de Valladolid de 1523, ya se había realizado esta misma petición y el rey había contestado que lo tendría en consideración5; ahora se le insiste sobre ello, y en los Cuadernos generales se recoge la petición prácticamente en los mismos términos que la había hecho la ciudad de Toledo6. El rey respondió que el Gran Canciller ya había dado relación del estado en que se encontraban las cosas con el rey de Inglaterra sobre esta cuestión; a priori la respuesta puede parecer poco relacionada con la petición que le habían elevado los procuradores, pero tiene su explicación. En Junio de 1522, Carlos I había confirmado su amistad con el rey de Inglaterra en contra del de Francia; para ratificarlo el rey prometió casarse con doña María, hija de Enrique VIII y doña Catalina, y nieta de los Reyes Católicos. El emperador consideró después mejor candidata a la infanta Isabel de Portugal y abrió una negociación con el rey de Inglaterra para poder liberarse del compromiso contraído sin ofenderle. A este hecho alude el rey en su respuesta a los procuradores7. Finalmente el monarca contraería matrimonio con Isabel de Portugal, en el Alcázar de Sevilla el 11 de marzo de 1526. Apenas un año después, el 21 de mayo de 1527, nacería en Valladolid el tan ansiado heredero, el futuro Felipe II. Este fue el único matrimonio que contrajo Carlos I, tras la muerte de la reina en 1538 permanecería viudo hasta el momento de su muerte. Atendiendo a un requerimiento incluido en el cuaderno de peticiones de 1544, todavía entonces se llevaba luto por la muerte de la emperatriz; en ésta se le suplicaba al rey “que sea servido de hazer merçed a estos reynos de quytarse el luto porque de traelle es causa de gran tristeza a sus subditos e naturales”8.
En este mismo Cuaderno de las Cortes de Valladolid de 1544 encontramos otra petición cuyo contenido hacía referencia a la persona del rey. Estas Cortes se habían convocado para tratar de la guerra contra Francisco I de Francia y con el imperio y para pedir un servicio extraordinario. Por hallarse el rey fuera de la Península
4 A.M.T.,
fols 15r y 53r. C.L.C., IV, 1, p. 365. 6 C.L.C., IV, 1, p. 405. 7 M. Colmeiro, Cortes de León y Castilla, Introducción, vol. II, p. 132. 8 A.M.T., fol. 18r. 5
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las sesiones fueron presididas por su hijo, el príncipe Felipe9; esta ausencia del rey no gustaba a sus súbditos, por este motivo se le suplicaba que regresase lo más pronto posible y que en adelante residiera en estos territorios, imitando lo que ya hicieron sus abuelos los Reyes Católicos10. En los Cuadernos generales se incluyó la misma petición, añadiendo que para que su permanencia en Castilla fuera posible intentara hacer la paz con los reyes y príncipes cristianos11. Ya en ocasiones anteriores los procuradores se habían expresado en términos parecidos: en 1537, el Emperador acababa de regresar después de una ausencia de dos años solicitándosele que permaneciera para siempre en sus reinos y pidiéndole que nombrase procuradores que gobernasen por su persona como ya habían hecho los Reyes Católicos12; en 1542, se insistió en pedirle que reposase en sus Reinos no exponiendo su persona a más trabajos y peligros, haciéndole llegar noticia de la tristeza de su pueblo por su ausencia13. En todas las ocasiones la respuesta del monarca fue parecida, agradecer la preocupación que sus súbditos demostraban por su seguridad y señalar que su deseo era volver lo más pronto posible porque era el lugar donde más le gustaba estar y reposar y que todas sus salidas habían sido forzosas y necesarias. El deseo de que se llegase a alcanzar una paz que permitiese a sus súbditos vivir una época de tranquilidad no era la primera vez que se manifestaba en las súplicas que la ciudad de Toledo incluía en sus Cuadernos. Así, en 1528 se le agradecía sus esfuerzos para llegar a alcanzar la paz entre los Príncipes cristianos, para que teniendo paz entre ellos todos pudieran emplearse en “hazer guerra a los infieles porque se derrame la sangre de los cristianos en serviçio de quien la derramo por la redençion de todos”14.
3. Servicios al monarca 3.1. Servicios monetarios A lo largo de todo su reinado Carlos I siempre tuvo grandes necesidades económicas, el sostenimiento de los ejércitos reclutados para participar en tantos conflic-
9 En abril de 1543 Carlos I había partido para Barcelona donde le esperaba Andrea Doria con las galeras que
les conducirían a Italia. Antes de su partida el monarca había nombrado a su hijo gobernador de los reinos. A.M.T., fols. 18r-v. En su petición Toledo le hace ver al rey como en sus reinos tiene muchos subditos con quyen con entera sufiçiençia sastifagan a qualesquier nesçesidades o empresas que fuera dellos ocurrieren o convinyere proveher, haciéndole entender que no había necesidad de que fuera él mismo quien se ocupara de ese tipo de empresas. 11 C.L.C., V, 1, p. 304. 12 C.L.C, IV, 1, p. 635. 13 C.L.C., V, 1, p. 223 y 224. 14 A.M.T., fol. 41r. 10
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tos bélicos en los que se vio inmerso, los gastos diarios de la Corte, las vicisitudes de los distintos territorios que conformaban su imperio, su elección como emperador, todo ello requería el desembolso de fuertes cantidades de moneda, superior de la que podía disponer habitualmente. Como es bien sabido, en el siglo XVI los tributos, al menos los directos, recaían básicamente en el estado llano, y cuando en 1539 se intentó imponer una sisa general para todo el Reino la nobleza y el clero manifestaron su oposición de forma que el rey prescindió de ambos estamentos en las siguientes convocatorias que realizó. Esta es la prueba más palpable de que el único objetivo de la convocatoria de Cortes era el ingreso de nuevas cantidades de dinero, bien mediante la prórroga del servicio habitual antes de que éste cumpliera (lo que sucedía cada tres años), bien mediante la petición a las ciudades de servicios extraordinarios que permitieran hacer frente a gastos más o menos imprevistos. Habitualmente no eran los oficiales pertenecientes a la Hacienda Real los que se encargaban directamente de la recaudación de los tributos, sino un intermediario mediante el sistema de arrendamiento. Por el mismo el cobro de las rentas se había adjudicado, mediante subasta, a una persona o grupo que se encargaba de su recaudación a cambio de un precio pagado al monarca, corriendo el arrendador con todas las ventajas y desventajas que de ello se seguían. Ambas partes resultaban beneficiadas con el arreglo: la ganancia del arrendador consistía en la diferencia entre lo que se había comprometido a pagar y lo que efectivamente recaudaba; para el monarca era la forma de obtener seguridad, e incluso ingresos anticipados, a cambio de renunciar a una parte de lo que podría haber obtenido si hubiese organizado directamente el cobro de la renta. Todo arrendamiento partía de una situación previa: la Contaduría Mayor tenía que conocer el valor aproximado que podía pedirse por la renta15. La percepción del servicio se realizaba habitualmente por el sistema de repartimiento, distribuyendo la cantidad total de la carga entre las provincias, ciudades y aldeas, y éstas a su vez entre sus vecinos. De esta forma al final eran los Ayuntamientos los encargados de recaudar el tributo entre sus vecinos y el sistema resultaba así menos impersonal que si aquel fuera gestionado por recaudadores; el rey al final recibía íntegro el importe del servicio, que para él era lo fundamental. En las Cortes de 1525, con la guerra de las Comunidades todavía muy reciente, la ciudad de Toledo pedía que no se hiciera novedad en la receptoría del servicio, que no se quitara a las ciudades puesto que haciéndose así el rey siempre había sido bien pagado y sus pueblos menos molestados16. En los cuadernos generales de estas mismas Cortes se incluyó una petición en este mismo sentido; en ella se pedía que
15
M. A. Ladero Quesada, La Hacienda Real de Castilla en el siglo XV, La Laguna, 1973, pág. 22. fols. 15v y 53v.
16 A.M.T.,
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las receptorías se diesen a las villas, provincias, partidos y miembros a los que se había otorgado el servicio, porque dándose a otras personas se producía mucho daño a los pueblos y antes nunca se había hecho en el pasado. En esta ocasión el rey respondió que tanto para este servicio como para los otros que se hicieren se guardase lo contenido en la súplica17. Por una petición contenida en el cuaderno que los procuradores toledanos presentaron en las Cortes de Toledo de 1538 sabemos que el rey se quiso informar de aquellos pueblos del Reino que se sentían agraviados por el repartimiento del servicio; para ello envió jueces que le “llevaron relaçion de todos los que estan cargados y de los que estan descargados”. Se pidió al rey que mandase hacer el repartimiento conforme a la información que había recibido18. En efecto, a partir de las Cortes de Toledo de 1525 Carlos I había mandado algunos representantes suyos a las ciudades, provincias y partidos de sus reinos, para saber cómo los Concejos se sentían cargados y agraviados con los servicios que se estaban pagando, y así los que se hicieran en adelante estuvieran repartidos más justamente. A la vista de la información conseguida, y después de tratar el asunto con el Consejo y con los Contadores mayores, el rey había dispuesto que el pago de los servicios posteriores se hiciera de una forma muy concreta. En las cartas de receptoría que recibieran las ciudades enviadas desde la Corte ya se encontraría diferenciado lo que tenía que pagar cada ciudad y sus arrabales por sí, de la cantidad que correspondía a los lugares que conformaban su tierra. Se establecía también como debía procederse para repartir la cantidad que les hubiera correspondido: en las ciudades tenían que juntarse el Corregidor o el Juez de residencia con las personas designadas por los pecheros para distribuir el servicio entre los vecinos pecheros, sin eximir a ninguno; para hacer el repartimiento de lo que correspondiere a los lugares de la tierra, se juntaría el mismo Corregidor o Juez de residencia con los representantes de los dichos lugares para dividir el servicio de la forma más justa posible, teniendo en consideración los vecinos que había en cada uno, y sus haciendas y caudales. Una vez realizado el reparto se comunicaría los Receptores del partido y éstos a los Contadores mayores del rey19. Además si en alguna de las ciudades existiese la costumbre de que los regidores y otros oficiales del Concejo se hallasen presentes en el momento de hacer el reparto, el Corregidor o el Juez de residencia tenían que nombrar a uno o dos de ellos para que estuviesen presentes aunque sin tener voto en ello.
17
C.L.C., IV, 26, p. 418. fols. 4r y 8v. 19 Esta provisión fue dada por Carlos I en Valladolid en 1532 pasando posteriormente a formar parte de la Nueva Recopilación (6, 14, 4). 18 A.M.T.,
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Para la administración del encabezamiento la ciudad nombraba receptores a los que pagaba el salario correspondiente, justo y moderado. Este hecho dio lugar a una reclamación del Ayuntamiento presentada en las Cortes de Valladolid de 1542: algunos particulares habían interpuesto pleito ante los contadores mayores diciendo que se les tenía que dar la receptoría del servicio porque se obligaban a servirlo por menos salario; se pedía al rey que no se hiciera novedad alguna y la ciudad pudiera poner el receptor que quisiere dándole un salario justo como hasta el momento se había hecho, no consintiendo que sobre esto hubiera pleitos ni litigios20. Otro tipo de renta existente en la Edad Moderna, esta vez de carácter general para todo el reino, era la alcabala, derecho que, como parte del precio de un bien vendido o cambiado, se pagaba al rey o a otro en su nombre21. Al principio fue el vendedor o permutante el que quedaba sujeto al pago de la alcabala, sin embargo en un momento dado, parece que fue durante el reinado efectivo de Enrique III, se efectuó un fenómeno de traslación del impuesto. Por el mismo tiempo la alcabala se transformaría en renta fija y ordinaria ya que antes era un impuesto extraordinario que las Cortes concedían a los monarcas cuando éstos lo solicitaban. Desde 1495 se extendió el sistema de encabezamiento para el cobro de las alcabalas y tercias de numerosas localidades, que se encabezaban en una cantidad global a repartir entre todos los habitantes del lugar. Sin embargo, con los encabezamientos la Corona dejaba de percibir importantes ingresos por el aumento de los precios y de las transacciones realizadas; por este motivo, Carlos I intentó revisar las condiciones de los encabezamientos, la idea era suprimirlos por completo y ofrecer la recaudación de la totalidad de las alcabalas al mejor postor22. En una petición contenida en el cuaderno de las Cortes de Valladolid de 1523, Toledo manifestó su desacuerdo con el cambio haciendo una férrea defensa del sistema del encabezamiento.
20 A.M.T.,
fols. 87v-88r. Con el nombre de alcabala se designaba el impuesto más importante de la Hacienda castellana entre los siglos XIV y XIX. Sobre el origen de este impuesto no hay unanimidad entre los autores. Señala el prof. Moxó, La Alcabala, Madrid 1963, p. 31, que por menciones del término alcabala conocemos la existencia de este impuesto en el siglo XII, siendo el monarca Alfonso XI quien terminara por perfilar y extender la imposición. Hubo dos circunstancias que ayudaron a la implantación de este impuesto, por un lado la crítica situación financiera de la Monarquía, por otro la expansión comercial en Castilla y el auge de sus ferias. Este impuesto contó con la oposición tanto de la nobleza, que se veía constreñida al pago de un tributo cuando hasta el momento había estado exenta, como del estado llano que veía añadir una nueva contribución a las que ya tenía, ésta además especialmente gravosa porque recaía en bienes de primera necesidad. Por su parte M. A. Ladero Quesada, La Hacienda Real de Castilla en el siglo XV, La Laguna, 1973, pág. 61, propone otra hipótesis; la alcabala sería, en sus orígenes, un impuesto urbano de raíz islámica, ya que en las rentas que integraban el almojarifazgo de Córdoba y Écija aparecía una alcabala antigua gravando con un 5 por 100 la compraventa de determinados productos. Era pues una “veintena” y con este nombre aparece un impuesto municipal en algunos lugares del señorío de Arcos. 22 J. Pérez, op. cit., pp. 134-135. 21
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En ella se pide que se mande proveer sobre el encabezamiento siendo notorios los intereses que con el sistema del arrendamiento se seguirían a las personas encargadas del cobro, pero no al rey, ni al reino, especialmente a las personas menos favorecidas económicamente, “lo qual todo çesaria sy el dicho encabeçamiento se siguyese”. En unas Cortes anteriores se había apuntado que “las çibdades que tienen voto en Cortes tomasen toda la masa de las rentas de su magestad sobre sy e hiziesen otras cosas”, pero Toledo ve este hecho muy difícil de realizarse teniendo en consideración la diversidad de circunstancias existente en cada una de estas ciudades y, además, porque muchas de ellas estaban regidas por personas con muy poco interés en sus oficios, dedicados a otros asuntos, de modo que no tenían ni tiempo ni manera para dar cobro a esta carga. Este sistema no convenía al interés de Toledo, aunque se reconociese la posibilidad de que sí pudiera interesar a alguna de las ciudades que tenían voto en Cortes. En definitiva, pedían al rey que se concediese a Toledo un nuevo encabezamiento por 15 ó 20 años, que les hiciese alguna merced a la baja y que la renta no se ejecutase sobre los bienes propios de la ciudad ni sobre las personas y bienes de los regidores, jurados u otros oficiales, “pues ellos no entienden en ello por fin ni ynteresse particular suyo sino por el bien publico de la çibdad”23. En términos muy semejantes a los manifestados por Toledo, la súplica de que se volviese a imponer el encabezamiento se recogió también en los cuadernos generales de estas mismas Cortes, en la petición 87. En ella se informaba a Carlos I de que los arrendadores que tienen el arrendamiento de las rentas hacían múltiples vejaciones, agravios y daños a los pueblos, lo que no convenía al rey porque atraía sobre él el descontento de sus súbditos y porque con el tiempo pudiera haber “quiebra en las rrentas”; por ello se le pedía que a las villas y lugares que así lo solicitaren se les dieran las rentas reales por encabezamiento perpetuo, o por diez años, o como se concertare, en el precio que estaban al tiempo de la muerte de Fernando el Católico24. A esta petición el rey respondió que estaba conforme en dar el encabezamiento a las ciudades y villas, junto con sus provincias, con voto en Cortes, en el precio que ahora se encontraba, por un tiempo máximo de quince años, siempre y cuando se cumplieran una serie de condiciones: que se tomaran por encabezamiento todas las rentas reales, sin dejar ninguna fuera; que éstas se hicieran efectivas en tres pagos anuales; que asumieran las costas, peligros y riesgos para hacer los tres plazos; que tuviera lugar tanto con las rentas que se encontraban en realengo como con las que estuvieran en señorío o abadengo; que se pagaran los derechos acostumbrados por razón de las dichas rentas; que finalizado el tiempo del encabezamiento
23 A.M.T., 24 C.L.C.,
fols. 47r-47v. IV, 87, pp. 394-396.
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cada una de las ciudades y villas aportaran informes detallados de lo que las rentas habían alcanzado cada año; que se tuviera respeto con los lugares encabezados en cada partido para que no se les agraviara pidiéndoles más de lo que pudieran aportar. Haciéndose así, y aunque las rentas siempre creciesen, el rey las mantendría sin hacer una nueva puja por ellas en el tiempo que durare el encabezamiento. Con esta medida las ciudades consiguieron que se mantuviera bajo su competencia la recaudación del impuesto de alcabala, añadiéndose a la recaudación que ya se realizaba de los servicios ordinarios y extraordinarios, puesto que el rey había ordenado que las ciudades tomasen bajo sí todas las rentas reales sin hacer distinción de ellas y que éstas se pagaran en tres plazos conjuntamente. Entendemos, por tanto, que la provisión antes vista dada por Carlos I para el cobro del servicio pasaría también a ser de aplicación en la alcabala. Así se demuestra además por el tenor de otra petición realizada por Toledo, en esta ocasión en las Cortes de Valladolid de 1542. Parece que en la cédula de encabezamiento dada al Ayuntamiento se estableció que su reparto y el cobro de las rentas que no se encabezasen se hiciese por dos personas nombradas por los tratantes de la ciudad junto con dos regidores y dos jurados. Este sistema no estaba funcionando como debiera y se estaban sucediendo pleitos y diferencias entre el Ayuntamiento y dichos tratantes. Por todo ello se pedía al rey que, atendiendo al hecho de que el gobierno de la ciudad se hallaba en manos de la Justicia y un Ayuntamiento donde existían 42 jurados representantes de los vecinos, y que desde que el encabezamiento existía las personas nombradas por ellos habían tenido cuidado de esto sin haber intervenido tratantes ni otra persona, mandase que se hiciese como hasta el momento había tenido lugar y que en caso de que esto no fuera posible, mandase que los dos tratantes fuesen dos de los jurados elegidos por el Corregidor, como ya se hacía en la ciudad de Sevilla25. En las Cortes de Toledo de 1538 se prorrogó por otros diez años el encabezamiento general y para ello se dio una cédula conforme a la cual los procuradores del reino habían hecho las diligencias y averiguaciones que se les mandó; por ello en las Cortes de Valladolid de 1544, los procuradores de Toledo “piden y suplican a su majestad mande dar sus cartas e provisiones nesçesarias a las dichas çibdades e villas para efetuarlo”26.
25 A.M.T.,
fols. 86v-87v. fol. 27r. En la petición 19 de los cuadernos generales de estas Cortes de 1544 se suplicaba al rey que mandase a sus Contadores mayores y oficiales de la contaduría que asentasen en los libros la carta que se dio en las Cortes de Toledo de 1539 por la que se hizo merced de prorrogar el encabezamiento general por otros diez años, desde 1547 a 1556, por el mismo precio y con las mismas condiciones que estaba. Carlos I respondió que estaba proveído como se suplicaba. C.L.C., IV, 19, pp. 312-313.
26 A.M.T.,
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El rey respondió a esta petición afirmativamente, indicando que se hiciese conforme a todo el reino. 3.2. Aposentamiento Como hemos visto, la necesidad de importantes sumas de dinero con que financiar sus empresas fue una constante en el reinado de Carlos I. Aunque fueran los más importantes, los servicios monetarios no eran los únicos que las ciudades tenían que prestar al monarca, éstas se veían obligadas a otras prestaciones que les ocasionaban no menos perjuicios. En concreto nos estamos refiriendo al Aposentamiento, obligación de dar posada y alimento a todos los miembros de la Corte por parte de los habitantes de la ciudad donde se encontrase instalada. Durante la Alta Edad Media, dado el carácter itinerante de la Corte, esta obligación no había sido demasiado gravosa para las ciudades, puesto que las estancias no eran muy prolongadas en el tiempo y las molestias de los vecinos se veían recompensadas con las ganancias obtenidas por los gastos que se realizaban para el mantenimiento de los miembros del séquito real. Sin embargo, a partir de los Reyes Católicos, se tendió a distanciar en el tiempo el traslado de la Corte, puesto que el aparato que acompañaba a la misma era cada vez más complicado; la consecuencia fue que el aposentamiento pasó a convertirse en una carga importante para las ciudades. A este respecto no olvidemos que fueron quince las veces que Carlos I visitó Toledo. Tal y como hemos dicho, los beneficios económicos que se seguían para los vecinos también eran importantes de manera que las ciudades castellanas no se negaron nunca a cumplir esta obligación, si bien continuamente intentaron en lo posible mitigar sus efectos. Para ello, para que los perjuicios fueran del menor calibre posible, se había dispuesto que los Aposentadores fueran acompañados de uno o dos Regidores de la ciudad o villa que les informase tanto de la calidad de las casas como de las personas que las habitasen27. En los cuadernos de Cortes, tanto en los particulares de Toledo como en los generales de los procuradores del Reino, encontramos numerosas peticiones relativas a este aposentamiento. En 1523, Toledo suplicó al monarca que quitara la obligación de dar posada y ropa y que a cambio se impusiera en Castilla el sistema que se seguía en Zaragoza donde se servía al rey con una suma de dinero, y en este caso Toledo se ofrecía a pagar lo que le cupiera “aunque no es de las que se fatiga de huéspedes como otras, pero ayalo por byen por ver redemida la vexacion dellos a otros naturales e vezinos destos Reynos y
27
N.R., 3, 14, 8. Esta ley fue dada por primera vez en 1515 por Fernando el Católico y su hija Juana en Burgos en 1515 y fue reiterada posteriormente por el emperador en varias ocasiones: Toledo 1525, Madrid 1528 y Segovia 1532.
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no ver en ellos aragoneses e otros estrangeros que en sus tierras lleuan tantos dineros por las posadas y ropa que dan a los castellanos que van en serviçio de su magestad y en su Corte las lleuan de balde en Castilla”28.
Si ninguna de estas cosas pudiera ser se le pedía que proveyera según su conciencia, pero teniendo en cuenta que la costumbre de dar posada en Castilla se empezó a hacer cuando los reyes sólo lo eran de Castilla, pero ahora el reino había crecido mucho; y también que si se diese posada sólo a la persona del rey y casa real, y a los otros castellanos que las dan en sus tierras cuando allí iba la Corte, no sería tanto el trabajo, pero que era “cosa de mucha conçienia que a los estrangeros que no las dan en sus tierras gelas demos en Castilla”29. En los cuadernos generales de estas mismas Cortes de Valladolid de 1523 se trató también la cuestión del aposentamiento aunque en términos distintos de los expuestos por Toledo30. Los procuradores intentaron que se fijaran unas normas concretas para cumplir con la obligación de dar posada. Se quería que el señor de la casa escogiera la mitad que quería para sí y la otra mitad fuera para el aposentado, pagando por la mitad del alquiler de la casa y si ésta no estuviera alquilada aquello en lo que se calculara que valía el alquiler. Sin embargo, los aposentados no tendrían que pagar por la posada sino cuando la Corte permaneciese en un lugar por más de diez días; además antes de que la Corte abandonase dicho lugar, sus diputados tenían que comprobar los daños que se habían producido en las casas para que fueran satisfechos y pagados. Se intentó limitar a cien el número de posadas que debía prestarse a la Casa real y a los oficios que tenían que estar cerca de palacio. Por último, se fijaba como debían ser las camas que tenían que darse a los caballeros, escuderos o mozos31. A todas estas medidas el rey respondió que como éste era un tema que tocaba a su preeminencia real y a todos los Reinos, y ser cosa tan grave y de tanta importancia, mandaba que se hablara sobre ello. Los daños causados a los vecinos por el aposentamiento no cesaron y pocos años después, en 1528, el Ayuntamiento de Toledo volvió a quejarse al rey de ello: “Yten informareys a su magestad de los grandes daños e agravios que sus suditos e naturales an resçibido e resçiben en dar posadas y ropa a los guespedes que les dan, de cuya cabsa demas del mal tratamiento de sus casas e ropas e perdida de hazienda, se syguen grandes ynconvinyentes a la honrra de los unos y a la con-
28 A.M.T.,
fol. 48r.
29
Idem. C.L.C., IV, 86, pp. 393-394. 31 El caballero debía recibir cama con dos colchones, colcha, sábanas, mantas y un par de almohadas por cuatro reales; los escuderos, cama con un colchón, dos mantas, sábanas y una almohada por tres reales; para los mozos cama con tres cabezales, sábanas y alfamar (manta o cobertor encarnado) por dos reales. 30
228
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çençia de los otros, de que Dios nuestro señor es deservido y magestad asi mismo segund lo que se conosçe de su real voluntad e conçencia. Suplicareys a su magestad los mande proveer e remediar y aya por bien que proveyda su Casa e Consejo, los demas se aposenten a voluntad de los dueños de las casas porque mandandolo asy demas de hazer su magestad gran merçed e limosna a estos sus Renos, çesarian los dichos daños y ynconvinyentes e a qualquier lugar donde su magestad fuere avra abundançia de posadas y se contentaran con lo agora no se contentan”32.
Fueron dos las peticiones que relativas al aposentamiento se incluyeron en los cuadernos generales de dichas Cortes. En la primera de ellas se explicaba que en la ropa y seda del aposentamiento de la Corte se hacía mucho daño, porque se rasgaban, cambiaban, perdían y no se pagaban al dueño; se suplicaba que no se tuviese que dar la dicha ropa, sino que cada uno se contentase con la posada o que la buscase alquilado. La respuesta del rey fue que siempre había tenido la intención de sus súbditos fueran relevados de todo trabajo, porque entendía que así cumplía a su servicio, y así pedía que se tuviese toda la moderación posible33. En la segunda se volvía a pedir que las posadas se pagasen como se hacía en otros reinos y que diera orden de cómo tenía que ser el aposentamiento, tanto de la casa como de la ropa, y que se dejase a los dueños de la casa lo necesario, y que faltando algo lo sufriera el huésped antes que el dueño; en caso de que esto no se mandase se le pedía que la posada se hiciese con un regidor o dos del pueblo para que no se dé a quien no corresponde y no hubiera desorden. En esta ocasión se respondió lo mismo que en Cortes anteriores y que en los aposentos que se hicieran en adelante estuvieran regidores de la ciudad que informasen de la calidad de la casa y de sus dueños para que se hiciera menos agravio34. Todavía en 1538 se insistía en que se pusiese en obra todo lo dispuesto por el rey en lo relativo al aposentamiento, ropa, carruaje, aves y otras cosas, porque así cumplía al servicio de Dios y del monarca y al bien de sus súbditos para redimir las vejaciones que en esto se hacían. El número de camas que se debían reservar para los guardas a caballo y a pie se había fijado en 1537 en ciento veinte35, pero en las Cortes de Valladolid de 1544 la 32 A.M.T.,
fol. 42v. Cortes de Madrid de 1528. C.L.C., IV, 25, pp. 462-463. 34 C.L.C., IV, 51, pp. 471. 35 C.L.C., IV, 53, p. 652. En esta petición se hace saber al rey como en Cortes anteriores se le había suplicado que mandase que las posadas se pagasen según lo dispuesto en el capítulo 87 de las Cortes de Valladolid de 1523, antes visto, para que así la Corte fuera mejor aposentada y cupieran todos los que vinieran, tanto extranjeros como naturales. Además se pedía que se proveyera que habiendo personas que pudieran alojarse en las posadas existentes en los pueblos, que fuera el huésped el que escogiera, y que en lo relativo a la ropa se guardase lo proveído por la reina en Burgos en 1515 porque la ropa que se tomaba se devolvía rota y perdida, y las personas a quien se daba la podían pagar mejor 33
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ciudad de Toledo denunciaba que no se respetaba esta medida y que allí donde el rey iba se tomaban más de dos mil camas, lo que era muestra del desorden de las posadas que tantas veces se había denunciado. Se le suplicaba ahora que no consintiese en una cosa tan desordenada “porque la paga de las posadas que el reyno pide a los que las an de hazer para sus haziendas es poco dañosa e para sus conçiençias es neçesaria porque si la costumbre permyte el no pagar el perjuyzio del proximo contradize la execuçion desta costumbre, e los provechos que trayan la provisión desto serian muchos y entre ellos que çesaria la vexacion desto de la ropa porque en las posadas la ternian para dar e çessaria mucha parte de la vexacion de carretas e bestias de guia porque los cortessanos no trayrian tanta ropa, mesas, sillas, vancos e otras cosas sabiendo que en las posadas lo hallarian”36.
En lo tocante a las camas se suplicaba que se mandase guardar la pragmática hecha por el rey católico en las Cortes de Burgos de 1515. Esta provisión se dio como consecuencia de una de las peticiones, la número 2, incluida en el cuaderno general de estas Cortes de 1515; en ella se hacía saber al rey cómo a causa de los huéspedes que se daban en los lugares donde estaba la Corte se hacían muchos excesos en contra de los naturales y se suplicaba que allí donde el rey estuviere, dos regidores, nombrados por el Ayuntamiento de la ciudad, o bien por nómina del rey, aposentasen a los miembros del Consejo y oficiales de la Casa Real. Ya hemos tenido ocasión de señalar como los Reyes Católicos, si bien no concedieron que los aposentos fueran señalados por los Regidores de la ciudad, si ordenaron que éstos acompañasen a los Aposentadores informando de la calidad de las casas37. En los cuadernos generales de 1544, se recoge también una petición relativa a las posadas, suplicando al rey que éstas se paguen allí donde el rey y su Corte residiese y que no se tomase ropa de las posadas; en caso de que esto no fuere posible, tal y como ya había Toledo, pedían que se guardase lo mandado en Burgos en 1515. Se respondió que cuando el emperador volviese se ordenaría lo más conveniente38. 4. Asuntos económicos Las peticiones que hemos incluido en este apartado son muy diferentes entre sí, aunque todas tienen en común que el fondo de las mismas es una materia económique aquellos a quienes se tomaba y con todo ello los pobres serían remediados y no perderían sus haciendas. A esto el rey respondió que para que cesaran los inconvenientes no se trajese ropa de las aldeas y si se traía se pagase por ella el alquiler que fuese tasado, reservando para sus guardas de pie y de caballo hasta 120 camas. 36 A.M.T., fols. 22v-23v. 37 N.R., 3, 14, 5 38 C.L.C., IV, 32, p. 320.
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ca. Empecemos con las que propiamente hacían referencia a la moneda como medio de pago. En esta materia preocupaba enormemente a las ciudades, y a Toledo entre ellas, la ley con que se estaban fabricando las monedas en Castilla, y su pérdida de valor frente a las monedas extranjeras que se estaban introduciendo en Castilla por el séquito que Carlos I trajo consigo procedente de los Países Bajos. En este sentido, no debemos olvidar que la quiebra de la ley de la moneda era un recurso que utilizaban los monarcas para obtener más ingresos. Así, en las Cortes de Valladolid de 1523, la ciudad de Toledo pedía a Carlos I que no se hiciesen cambios en la ley de oro, plata y vellón39 que los Reyes Católicos habían fijado para los ducados y reales, y que se pusiese orden en esta materia, porque estaban informados de que se encontraba fuera de la ley; se pedía también que se impusieran mayores penas para evitar que se volvieran a hacer modificaciones40. Dos años más tarde, en 1525, lo que se le suplicó al monarca es que mandase “labrar moneda de vellon porque ay nesçesidad de ella e que sea de mejor ley que la que agora se ha hecho”41. En el cuaderno general que corresponde a estas Cortes de Toledo de 1525, se pidió al rey que cumpliese lo que había prometido en las Cortes pasadas de impedir la circulación de placas42 y tarjas43 y toda la moneda de vellón extranjera, mandando que para estos reinos se labrase buena moneda de vellón, de ley y buena facción, y que en la moneda de oro y plata se ejecutasen las penas previstas para los que habían sacado y sacasen dichas monedas del reino. Carlos I respondió que sobre la moneda extranjera, placas y tarjas, se habían dado las provisiones necesarias; y en lo de labrar nueva moneda, se había intentado tratar en Valladolid pero como los procuradores de las ciudades no habían recibido poder adecuado para ello se dejó sin tomar ninguna decisión, no obstante si veían que convenía al bien de los reinos que tratasen la orden que se debía de tener44. El asunto de la moneda de vellón no acababa de solucionarse a gusto de las ciudades y así, en las Cortes de 1528, se insistió de nuevo con peticiones relativas a 39
Conocemos por vellón la liga de plata y cobre con que antiguamente se labraba la moneda. Posteriormente se empezó a llamar así a la moneda de cobre que se usó en lugar de la fabricada con liga de plata. 40 A.M.T., fol. 48v 41 A.M.T., fol. 16r. 42 La placa era una moneda de los Países Bajos que corrió en los demás dominios españoles; valía aproximadamente la cuarta parte de un real de plata vieja. 43 La tarja era otro tipo de moneda de vellón, con cinco partes de cobre y una de plata. En esta petición se está haciendo referencia a moneda extranjera, puesto que en Castilla la tarja todavía no existía, ya que comenzó a acuñarse por orden de Felipe II y equivalía a un cuartillo de real de plata. 44 C.L.C., IV, 12, p. 410.
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ello, tanto en el cuaderno particular que Toledo presentó a las mismas como en el cuaderno general de todos los procuradores. En primer lugar, y volviendo a la composición de las monedas, Toledo puso en conocimiento del rey que en la moneda de vellón que se estaba haciendo en las casas de la moneda del reino, se estaba echando “cierta cantidad de plata çendrada” que se perdía porque la moneda se carcomía y gastaba, y que aunque se quisiese sacar la dicha plata de la moneda su coste sería el doble que el provecho; por ello se le suplicaba que proveyera como fuera conveniente para que la plata no se perdiera45. El acendramiento era el proceso por el que se depuraba y purificaba el metal de la plata por la acción del fuego; el problema en este caso es que una capa de ceniza se quedaba mezclada con la plata. El hecho de que la plata no fuera completamente pura hacía que la moneda fuera de peor calidad y que la carcoma cogiese en ella con mayor facilidad, por lo que al final no sólo se perdía la moneda en sí misma sino también la plata con la que estaba hecha. En términos muy parecidos se manifestaron los procuradores de las Cortes generales. Carlos I respondió que mandaría al Consejo que lo trataran con los tesoreros y oficiales de la casa de la moneda, para mandar lo que conviniera46. A continuación se recordó la petición hecha en las Cortes anteriores para que diese orden en lo referente al precio y valor de la moneda de oro porque a causa del valor que tenía se estaba sacando del reino, quedándose éste pobre47. Lo mismo que en el caso anterior, en el cuaderno general encontramos el requerimiento hecho en los mismos términos. En esta ocasión el monarca respondió, igual que en la súplica anterior, que por ser de mucha importancia lo que se suplicaba había mandado que el Consejo tratase con los tesoreros y oficiales de la casa de la moneda para mandar lo que más conviniera48. La buena moneda de vellón labrada no era lo único que se sacaba del reino con perjuicio para todos los súbditos. En 1528 Toledo presentó dos peticiones sobre esta materia. En una de ellas se suplicaba al rey que no permitiera que se sacara mone45 A.M.T.,
fol. 45r. C.L.C., IV, 119, p. 505. 47 Ya los Reyes Católicos habían dado disposiciones para impedir que la buena moneda se sacase del Reino. Podemos comprobarlo en las pragmáticas dadas por ellos: “Porque muchas personas sin temor de las penas que estan puestas por leyes de nuestros Reynos, y quadernos de sacas, y ordenanzas de las Casas de las Monedas contra los que sacan oro, y plata y vellón o moneda amonedada de nuestros reynos… prohibimos y defendemos, que persona ni personas algunas no sean osadas de sacar ni saquen de aquí adelante oro ni plata ni vellon, ni en pasta ni en vaxilla, ni moneda otra alguna fuera destos nuestros reynos; so pena que si el oro y plata o vellón, o la moneda de oro y de plata o vellon que sacare, fuere de doscientos y cincuenta excelentes, o de quinientos castellanos abaxo, o de su estimacion, que por la primera vez que haya perdido y pierda todos los bienes, y sea la mitad para nuestra Cámara, y la ora mitad se parta en dos partes, la una para el que lo acusare, y la otra para el Juez que lo juzgare y executor que lo executare” (N.R. 6, 18, 1). 48 A.M.T., fol. 45v y C.L.C., IV, 120, p. 505. 46
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da, ni pan, ni ganados, ni caballos de estos reinos porque por haberse hecho esto se habían causado muchos inconvenientes y se causarían todavía mayores por la necesidad de estos bienes en que se encontraban los reinos49. La segunda era más concreta, en ella se explicaba a su majestad como por haberse sacado mucho estambre de los reinos, había aumentado enormemente el precio del calzado y otras cosas hechas con dicho material; por eso se le suplicaba que mandase proveer y remediar de modo que en adelante no se sacase, estableciéndose graves al que incumpliera esta disposición, para evitar dichos inconvenientes50. Esta segunda petición presentada por Toledo se recogió también en el cuaderno general de estas mismas Cortes, pidiendo los procuradores que no se sacase del reino cuero de bueyes, ni vacas, ni cordobanes, ni corambre alguna, porque por esto se había encarecido mucho el calzado51. El rey respondió los procuradores diesen a conocer de que parte del reino se sacaban los dichos cueros y donde se llevaban, para mandar al Consejo que tratase sobre ello con los contadores mayores y proveyeran como fuera conveniente52. Diez años después, se insistía en lo mismo: “Yten suplicar a su magestad mande cunplyr y executar su rreal prematyca para que no se trate en pan ny den liçençia para sacarlo del rreyno, y los mysmo en la moneda carnes y lanas y que den para ello executores que proçedan contra los culpados”53.
En las Cortes de Valladolid de 1544, se cambió el objeto de la petición: en esta ocasión Toledo pidió al rey que se cumpliese la prohibición dada en las Cortes pasadas de que se sacase del reino la vena de hierro que de tanta utilidad era para el
49 A.M.T.,
fol. 41v. fol. 42v. 51 En esta petición se hace referencia a materiales necesarios para la elaboración del calzado y de otros objetos de piel: por corambre se entiende el conjunto de cueros o pellejos, curtidos o sin curtir, de algunos animales (toro, buey, vaca); el cordobán es la piel curtida de macho cabrío o de cabra. La buena calidad del trabajo en piel procedente de España, hacía que estos materiales fuesen sacados del reino para comercializarse en el extranjero; esto daba lugar a un aumento de precios que precisamente tenían que sufrir los castellanos. 52 C.L.C., IV, 70, pp. 479-480. 53 A.M.T., fols. 4r y 8r. Finalmente, se hizo una disposición sobre este asunto a raíz de la petición presentada en el mismo sentido en las Cortes de Valladolid de 1548: “Mandamos, que no se saquen fuera de estos reynos cueros, de ninguna calidad que sean, a pelo ni adobados, ni en obras fechas; ni badanas curtidas ni por curtir, ni en otra manera; y lo mismo corambre cervuna ni de corzos ni gamos, curtida ni á pelo, ni en otra manera; ni lo puedan dar ni vender a ningun extranjero ni natural de estos reynos para lo sacar ni llevar fuera de ellos; y lo mismo mandamos, que no se puedan sacar cordobanes de nuestros reynos, curtidos ni en otra manera” (N.R., 6, 18, 47). 50 A.M.T.,
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reino54. En efecto, en las Cortes de 1542 se suplicó al monarca que mandase que no se pudiera sacar fuera de estos reinos la vena del hierro, ni acero, ni carnes, ni se diese licencia para sacar pan. Carlos I contestó que ya estaba proveído lo que sobre esto se debía hacer55. Fue en las Cortes de 1537 donde parece ser que este tema se planteó por primera vez y donde mejor podemos apreciar la importancia que el mismo tenía para los castellanos; en la petición número 58 se exponía como el metal más necesario que había en los reinos era el hierro y el acero, y en Vizcaya y en las montañas donde había mayor abundancia de ellos se estaban acabando los mineros porque se sacaba mucha vena para Francia y otras partes, de manera que si no se ponía remedio en diez años se acabarían los mineros y entonces costaría mucho dinero comprar el hierro y el acero; además por sacarse vena se dejaban de mantener muchos naturales del reino que se sostenían de labrarla y hacer carbón para ello; por último, en el fuero de Vizcaya se proveyó que no se sacara del reino. Por todo esto se suplicaba al rey que se guardara este fuero y se pusieran mayores penas contra los extranjeros de él. Carlos I respondió entonces que había mandado que durante la guerra no se sacara vena y en adelante hasta que otra cosa se dispusiera se hiciese lo mismo56. En este apartado de asuntos económicos hemos incluido todas aquellas peticiones referentes a distintos aspectos relacionados con los salarios que se debían cobrar, cómo debían hacerse efectivos o quien tenía que abonarlos. En 1528, Toledo pedía que las libranzas de acostamientos, salarios y otras cosas de la misma calidad se mandaran librar a las personas que tenían que cobrarlos en sus propias comarcas para que así se excusaran las costas en su cobro57. Lo mismo se volvió a reclamar en las Cortes de Toledo de 153858. En las Cortes de Segovia de 1532 se reclamaba el pago de un salario de 30.000 maravedís para el alcalde que fuere también juez de alcabalas encargado de cobrar las rentas relativas al encabezamiento, como ya lo habían recibido los alcaldes mayores pasados y como habían concedido los contadores reales59. Dos años después la reclamación de Toledo se hacía a favor del alguacil mayor perpetuo que tenía por merced la vara, para el que se reclamaba un salario de 80.000 maravedíes al año. Este salario ya lo estaba cobrando, aportando cada uno de los alguaciles menores 500 maravedís al mes hasta completar la citada cantidad, lo que 54 A.M.T.,
fol. 27r: “Assy mysmo suplicareis a vuestra mestad mande que la proyvicion de sacar vena que tiene proveyda en las Cortes ultimas de Valladolid se guarde e vaya adelante por la notoria utilidad que dello a estos reynos se sygue”. 55 C.L.C., V, 75, p. 250. 56 C.L.C., IV, 58, p. 654. Esta disposición quedó recogida en la N.R., 6, 18, 51. 57 A.M.T., fol. 42r. 58 A.M.T., fols. 4r y 8v. 59 A.M.T., fols. 31r-31v. En el cuaderno de Toledo correspondiente a estas Cortes la petición se encuentra tachada por lo que parece que finalmente no se elevó al monarca.
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disminuía los ingresos de éstos considerablemente. Por eso ahora se pedía que la paga se sacase de las penas de la Cámara, de forma que el corregidor estuviera encargado de pagar los 80.000 maravedís cobrándolos a su vez de dichas penas. Para que esto tuviera efecto se pedía también que ningún libramiento ni merced que recayese sobre estas penas, se pagase hasta que la cantidad no estuviese completa60. En el cuaderno de las Cortes de 1538 que se celebraban en su misma ciudad, el Ayuntamiento de Toledo hacía relación de cómo los cuatro cuentos de maravedís que además del servicio se repartían para salarios y mercedes del presidente, personas y oficiales de las Cortes era en daño y perjuicio de los pueblos que lo pagaban; se suplicaba al rey que lo mandase proveer y remediar61. Posteriormente, en las Cortes de Valladolid de 1544, el salario se pidió a favor de los agentes de la guarda de su majestad, porque hasta el momento no recibían paga de donde se seguía daño para los pueblos donde las dichas guardas estaban aposentadas, porque además de las cargas que suponían los aposentos tomaban y comían las haciendas de los vecinos poniendo como excusa que por no pagárseles ellos tampoco podían pagar por lo que tomaban62. En este caso no sólo se buscaba el beneficio del favorecido con la paga sino también el de todos los vecinos. 5. Administración de justicia El caótico estado del derecho castellano en el siglo XVI, con legislación dispersa y generalmente asistemática, tenía su paralelo a nivel institucional: un conjunto de juzgados y tribunales de justicia muy desordenado de forma que los pleitos se perdían en una confusión judicial. La justicia real, por ejemplo, estaba organizada en tres niveles jerárquicos distintos: tribunales de los corregidores del rey, audiencias regionales y el Consejo Real de Castilla63. En el siglo XVI, el Corregidor era el máximo representante real en los Ayuntamientos; se encontraba investido de grandes poderes, precisamente para contrarrestar la autonomía municipal64. Los Reyes Católicos, conscientes de que para conseguir un estado fuerte era necesaria una justicia fuerte, se preocuparon de regu-
60 A.M.T.,
fols. 61v-62r, Cortes de Madrid de 1534. fols. 5v y 10v. 62 A.M.T., fol. 25r. 63 R. Kagan, op. cit., pp. 54-116. 64 La figura del Corregidor ha sido ampliamente analizada en numerosos e importantes trabajos. Entre ellos podemos destacar los estudios de A. Bermúdez Aznar, El Corregidor en Castilla durante la Baja Edad Media (1348-1474), Murcia, 1974; el de E. Mitre, La extensión del régimen de corregidores en el reinado de Enrique III de Castilla, Valladolid, 1969; y el de B. González Alonso, El corregidor castellano (1348-1808), Madrid, 1970. Parece, pues, que fue Enrique III el primer monarca que intentó generalizar la presencia de esta figura en las ciudades y villas de Castilla, sobre todo en aquéllas donde la nobleza era más influyente, sin embargo, la figura no prosperó por ser demasiado prematura. 61 A.M.T.,
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lar el régimen jurídico de los Corregidores que culmina con la Pragmática de 9 de julio de 1500, en la que se contenían los Capítulos para Corregidores y jueces de residencia; a partir de este momento, el Corregidor había quedado convertido en el juez real por antonomasia65. Entre sus competencias tenían amplios poderes judiciales que les permitía conocer de causas civiles y criminales como tribunal de primera instancia. También funcionaban en segunda instancia revisando las apelaciones de los alcaldes del pueblo. A mediados del siglo XVI el reino se hallaba dividido en cinco regiones judiciales (Valladolid, Galicia, Granada, Las Palmas y Sevilla), cada una de ellas gobernada por una Audiencia que tenía tareas administrativas pero también grandes responsabilidades judiciales. Valladolid y Granada eran además Chancillería, encargadas del examen de los pleitos en que estuvieran envueltos un Concejo, un señor de vasallos, un oficial real o municipal, clasificados como “caso de corte”; a comienzos de siglo, la Chancillería de Valladolid era el tribunal más antiguo, respetado y con mucho el más importante de Castilla66. Por último, el Consejo Real de Castilla era el último recurso del litigante, sus sentencias eran definitivas, aunque el pleiteador descontento siempre podía pedir la intervención del propio monarca, aunque en sentido estricto, sin embargo, ésta no era una petición de justicia, sino de merced67. 65
J. Sánchez-Arcilla Bernal, La Administración de justicia Real en León y Castilla en la Baja Edad Media (1252-1504), Madrid, Universidad Complutense, edición reprografiada, 1980, p. 173. 66 También la institución de la Audiencia ha sido ampliamente estudiada en la historiografía española. Debemos mencionar los trabajos de L. V. Díaz Martín, Los oficiales de Pedro I de Castilla, Valladolid, 1975; A. García Gallo, Las Audiencias en Indias: su origen y caracteres, Caracas, 1975 ; C. Garriga, La Audiencia y la Chancillería castellanas (1371-1525), Madrid, 1991; D. Torres Sanz, La Administración Central castellana en la Baja Edad Media, Valladolid, 1982; G. Villapalos Sala, Los recursos contra los actos de gobierno en la Baja Edad Media: su evolución histórica en el reino castellano (1252-1504), Madrid, 1976. Entre estos autores no hay acuerdo acerca del origen histórico de esta institución; así, mientras el prof. Villapalos (op. cit., pp. 257-260), ha visto en la Audiencia una continuidad con el Tribunal de la Chancillería, pues considera que ambos funcionaban con los mismos elementos, el prof. García-Gallo consideró que era un órgano nuevo desgajado del antiguo Consejo Real. En la misma línea de considerar que se trata de una nueva realidad se encuentra J. SánchezArcilla, op. cit., p. 392, para quien la Audiencia surge “por el reconocimiento general por parte de toda la comunidad de la suprema jurisdicción, o mayoría de justicia, del Rey, que hace que, con independencia de que se pueda acudir a los alcaldes en la Chancillería, cualquier miembro de la comunidad pueda presentarse directamente ante el monarca solicitando el restablecimiento de acuerdo a derecho de una situación jurídica que considera lesionada, ya sea por el Rey o sus oficiales, o por cualquier otro miembro de la Comunidad”. 67 Aunque originariamente el Consejo Real apareció como un órgano colegiado y de carácter técnico al que fundamentalmente le habían sido encomendadas competencias de gobierno sin funciones judiciales, paulatinamente fue avocándoselas hasta convertirse en un auténtico órgano de la jurisdicción ordinaria. Así, a mediados del siglo XV el Consejo se había convertido en el máximo Tribunal del Reino en detrimento de la Audiencia que había entrado en una profunda crisis debida, precisamente, a la importancia creciente del Consejo en el conocimiento de pleitos entre partes. J. Sánchez-Arcilla, op.
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A esta complicada organización judicial habría que añadir lo dilatado del sistema procedimental utilizado en este momento, con recursos y estratagemas que las partes interesadas podían utilizar para dilatar la finalización del pleito. En las Cortes son numerosas las peticiones que se presentaban pidiendo solución a todos estos problemas judiciales, especialmente a la finalización de todos los pleitos que se hallaban pendientes. En las Cortes de Madrid de 1528, el Ayuntamiento de Toledo incluyó en su cuaderno de peticiones hasta cuatro súplicas relativas a esta materia. Según la primera, como los jueces sólo recibían cuatro maravedís por cada sentencia definitiva de un proceso, y esta cantidad era poca, retardaban los procesos con el consiguiente daño para las partes litigantes; por ello se pedía al rey que se subiesen los derechos de la sentencia definitiva por lo menos en cuantía de un real para que los jueces actuaran con mayor diligencia68. En otra se suplicaba al rey que mandase “guardar y executar la ley que hizo en las Cortes de Toledo para que los pleitos que las çibdades e villas e lugares destos Reynos tratan en el Consejo e Chançillerias se vean e se termynen, pues que son para conservar el señorio e jurediçiones y termynos, que todo es para su serviçio e conservaçion de su patrimonyo real”69.
Se estaba haciendo referencia a la petición 29 de las Cortes de Toledo de 1525 en la que se pidió que se señalase un día a la semana para que se viesen los pleitos relativos a la conservación de jurisdicciones y términos, y que a ellos asistiesen fiscales del rey. La respuesta del monarca en esta ocasión fue que por hacer bien y merced a los reinos, cada mes se viesen dos pleitos de los que las ciudades tenían pendientes70. En los cuadernos generales de estas Cortes de Madrid de 1528 se recordó también esta medida y el monarca volvió a ordenar que se guardase lo en ella contenido71. Todavía diez años más tarde, en las Cortes de Toledo de 1538, se volvía a pedir que los pleitos pendientes en el Consejo, Audiencias y Chancillerías tocantes a las ciudades y villas se viesen antes que otros puesto que tocaban al patrimonio real72. cit., p. 676. Sobre el Consejo Real, debemos destacar el trabajo S. de Dios, El Consejo Real de Castilla (1385-1522), Madrid, 1982. 68 A.M.T., fol. 43r. 69 A.M.T., fol. 43v. 70 C.L.C., IV, 29, p. 419. 71 C.L.C., IV, 36, p. 466. A pesar de la respuesta dada por el rey a esta petición su cumplimiento no debió ser efectivo puesto que en las Cortes de Valladolid de 1537 se volvió a pedir que se cumpliese la ley de Toledo en la que se disponía que cada mes se viesen dos pleitos de los que las ciudades, villas y lugares del reino tenían en las Audiencias tocantes a jurisdicciones y bienes propios de ellas. C.L.C., IV, 59, p. 655. 72 A.M.T., fols. 4v y 8v.
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En la tercera de sus peticiones la ciudad de Toledo se quejaba de que en muchos pleitos que se tratan en el Consejo y Chancillerías o ante otros jueces, se concedían muchos términos ultramarinos cuando lo pedían las partes; se pedía que sólo se pudiese conceder uno de estos términos, y que a la parte a quien se concedió se le condenase si finalmente no pudo probar aquello que se propuso cuando se pidió73. También en el cuaderno general de estas Cortes de Madrid de 1528 se incluyó una petición, la número 122, en este sentido, respondiendo el rey que se guardasen las leyes del reino sobre esto74. El término ultramarino al que hacen referencia estas peticiones no es más que un plazo más largo concedido a las partes durante el transcurso de un pleito cuando las pruebas que querían presentar para defender sus intereses se encontraban allende los puertos. Según el capítulo 12 de las Ordenanzas de Madrid otorgadas por los Reyes Católicos en 1502 si las pruebas se encontrasen aquende los puertos el plazo para presentarlas sería de ochenta días, para las que se encontrasen fuera éste se alargaría hasta los ciento veinte días, sin que en ningún caso fuera posible alargar estos plazos75. El hecho de concederse varios de estos términos durante la tramitación de un pleito haría que éste se alargase considerablemente con el consiguiente perjuicio para una de las partes; además debía darse la circunstancia de que en ocasiones se pidiese únicamente con el propósito de dilatar los procesos, y ello a pesar de que la parte a quien se concedía tenía que depositar las expensas correspondientes para disfrutar del mismo. Este era el motivo por el que se requería al monarca para que limitase a una esta concesión. No se solucionó en esta ocasión el problema y nos lo volvemos a encontrar en las Cortes de Segovia de 1532, donde se volvía a hacer referencia a la malicia de las partes que en los pleitos importantes preferían pagar cualquier pena con tal de contar con este término; en esta ocasión se pedía al rey que para abreviar los pleitos los términos ordinarios y extraordinarios de prueba comenzasen a correr simultáneamente de forma que transcurrido el plazo de prueba ordinario no se pudiese después pedir el ultramarino. Así se concedió, ordenándose que ambos plazos se pidiesen conjuntamente y de no hacerse así no se pudiese después conceder el término ultramarino76. En la cuarta y última de las peticiones relativas a pleitos pendientes que se incluyeron en el cuaderno particular de Toledo para las Cortes de 1528 se pedía que se pusiese otra sala de oidores en las Chancillerías de Valladolid y Granada para que se despacharan más rápidamente los pleitos porque había mucho atraso77. En los cuadernos generales también se pedía la creación de esta nueva sala de oidores porque como eran pocos los que había no se podían terminar los pleitos sin dilación y había
73 A.M.T.,
fol. 44r. C.L.C., IV, 122, p. 506. 75 Nov. R., 11, 10, 1 76 C.L.C., IV, 12, p. 532; Nov. R., 11, 10, 4. 74
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algunos pendientes desde hacía 15 ó 20 años, de forma que muchos ya ni siquiera reclamaban sus derechos por la pérdida de tiempo y hacienda que suponían estos retrasos. El rey respondió que mandaría tratar sobre ello a los del Consejo para que proveyera como fuera más conveniente78. Pocos años más tarde, en el cuaderno de las Cortes de Segovia de 1532, Toledo pedía lo siguiente: “Yten suplicar a sus magestades sean servidos de mandar dar a esta çiudad çedulas para que cada mes se vea un pleito de los que les tocan y penden en las Chançillerias, como se han dado a otras ciudades y al Conçejo de la Mesta”79.
Esta misma petición se repitió en el cuaderno presentado en las siguientes Cortes que se celebraron, las de Madrid80 de 1534, tal y como hemos visto que ocurrió con todas las peticiones hechas para las de Segovia, pero también en el de las Cortes de Valladolid81 de 1537. Por último, y respecto a los pleitos pendientes en las distintas instancias judiciales existentes en el reino, la ciudad de Toledo tenía en el Consejo Real un litigio sin concluir sobre el nombramiento del escribano mayor del Ayuntamiento. En las Cortes de Segovia de 1532, y de Valladolid de 1537 y 1542 se pidió al rey que lo mandase ver y terminar”82. Otro asunto que preocupaba enormemente a los procuradores presentes en las Cortes, tanto a los de Toledo como a los de las otras ciudades, eran las apelaciones que debían hacerse a las Audiencias y Chancillerías. El gasto que debían hacer los particulares cuando querían llevar sus casos ante la Audiencia o Chancillería eran muy elevados (coste del letrado, de los desplazamientos y estancias en las sedes de los tribunales, etc.), sobre todo debido a la larga duración que, como hemos visto, tenían los pleitos. En las propias ciudades existían varias instituciones judiciales encargadas de entender en primera instancia, incluso en segunda en algunos casos, de los pleitos presentados por sus vecinos. En Toledo, y a tenor de una petición pre77 A.M.T.,
fol. 45v. C.L.C., IV, 62, p. 477. 79 A.M.T., fol. 30r. 80 A.M.T., fol. 59v. 81 A.M.T., fols. 35r-35v y 63v: “Yten suplicar a sus magestades sean seruidos de mandar dar a esta çibdad çedulas para que cada mes se vea un pleyto de los que le tocan e penden en las Chançillerias de Valladolid e Granada, como se an dado a otras çibdades e al Concejo de la Mesta”. 82 A.M.T., fol. 61v, Cortes de Segovia de 1532; fols. 38v y 66v, Cortes de Valladolid de 1537; y fol. 90v, Cortes de Valladolid de 1542: “Yten que porque esta çibdad de Toledo trata pleyto pendiente sobre la escribanya mayor de Ayuntamiento ante los del Consejo de su magestad, porque esta çibdad estava en costumbre de proveer e nombrar escribano, e de la dicha posesyon esta despojada; pide e suplica a su magestad mande ver e determynar brevemente este pleyto y entre tanto que se determyna mande que esta çibdad sea amparada en su posesyon”. 78
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sentada en las Cortes de Valladolid de 1542, esta instancia era el alcalde de alzadas; el problema con que se encontraba el Concejo era que aquél era nombrado por el corregidor con lo que su libertad para conocer libremente en apelación de las causas o para inhibir al corregidor o alcalde mayor quedaba ciertamente limitada “por ende pide e suplica a su magestad mande proveer por juez de alçada a letrado que sea persona de letras e conçiençia e que le provea su magestad de aqui adelante con conpetente y salario”83. Sin embargo, cuando la calidad de los asuntos tratados lo hacía recomendable por su importancia, para ello se atendía a la cuantía de las sentencias impuestas, necesariamente tenían que recurrirse en las instancias superiores. En las Cortes las ciudades intentaron una y otra vez que esta cuantía se aumentase de modo que sus vecinos pudieran apelar de sus sentencias en los propios Ayuntamientos. Así, en el cuaderno general de las Cortes de Madrid de 1528 se suplicó que las sentencias de 6.000 maravedís abajo que se dieren en las ciudades y villas se apelasen en el propio regimiento, porque debiendo hacerse en las Audiencias muchas causas se quedaban sin apelar, y así quedaban sin castigos y las ciudades eran mal gobernadas. El rey respondió que ordenaría al Consejo tratar sobre esto y con su acuerdo proveería según conviniese84. En esta ocasión se hizo caso de la súplica de los procuradores y se dispuso que en los pleitos de cuantía inferior a esos 6.000 maravedís se recurriese ante las ciudades. Años después, en 1532, Toledo pedía que se elevase esta cuantía hasta los 12.000 maravedís, porque en la ciudad “ay justiçia hordinaria e alcalde de alçadas e çiudad donde se pueden dar tres sentençias en esta cantidad por tres juees diversos” y porque la ciudad estaba lejos de las Chancillerías y los litigantes que tenían que recurrir allí recibían mucho daño y les suponían muchas costas85. Los procuradores de las Cortes fueron aún más allá y después de indicar que la medida tomada en 1528 había resultado muy beneficiosa, se precisaba que lo sería aún más si la cuantía se incrementase hasta 15.000 maravedís. En esta ocasión el monarca respondió que no convenía que de momento se hiciese novedad alguna en este aspecto86. Una vez más se intentó que se elevase esta cuantía en las Cortes de Valladolid de 1544. En esta ocasión Toledo habló de 10.000 maravedís y además se pedía que tuviera por bien que
83 A.M.T.,
fol. 85v. C.L.C., IV, 37, p. 467. 85 A.M.T., fol. 32v. 86 C.L.C., IV, 23, p. 537. 84
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“en las çibdades de Granada e Valladolid tengan los regimientos la dicha prehemynençia porque se da mas lugar a los negoçios de mas calidad que penden e se tratan en las Abdiençias Reales que en ellas resyden que se ocupan con estos negoçios de pequeña cantidad”87.
En el cuaderno general de estas mismas Cortes se pidió una cantidad superior, 15.000 maravedís o por lo menos hasta 12.000, porque se había visto el provecho de la medida tomada y este provecho sería mayor porque así las apelaciones de poca cantidad no irían a las Audiencias, ni las partes tendrían necesidad de gastar para seguir sus causas o de perderlas por no apelarlas. El rey volvió a responder que sobre esto no se hiciese novedad88. Por el contenido de una petición incluida en el cuaderno particular de Toledo para las Cortes de Madrid de 1534 podemos deducir que esta apelación en causas inferiores a los 6.000 maravedís sólo se había concedido para las causas civiles, de forma que en esta ocasión se pedía que se extendiese también esta medida a las causas criminales. La respuesta del rey fue negativa89. Lo mismo se pidió en las Cortes de Toledo de 1538, con el mismo resultado90; y en las de Valladolid de 1544 donde los procuradores de las Cortes generales se manifestaron en el mismo sentido91. Además las causas civiles tenían otra apelación cuando superasen 1.500 doblas y al rey se le había pedido anteriormente que ordenase su terminación y expedición por la gran dilación, daño y perjuicio que se hacía a las personas demandantes92. El rey había tenido voluntad de proveerlo así, mandando a los Presidentes y oidores que dieran su parecer sobre ello. Se suplica al rey que mandase que las costas y dila-
87 A.M.T.,
fol. 21r. C.L.C., IV, 13, p. 311. 89 A.M.T., fol. 62v. 90 A.M.T., fols. 5v y 9v: “Yten que su magestad sabe como por leyes de sus Reynos se permyte que aya apelaçiones de los juezes e justiçias de las çibdades e villas y lugares de sus Reynos para ante los Conçejos e Regymyentos dellos, y esto en las cabsas que son de contya de seys myll maravedis, o dende abajo, y ansy se a platicado y platica en las cabsas çeviles y no en las cryminales, de que reçiben dapno las partes a quyen toca, y no es dello servido su magestad. Suplicarle que conçeda que tanbyen aya lugar el apelaçion en las cabsas crymynales hasta en la dicha contya de seys myll maravedis o dende abaxo que se condenaren de penas pecunyarias”. Al margen pone una sola palabra: no. 91 A.M.T., fol. 21r. En la petición 14 del cuaderno general (C.L.C., V, 14, p. 311) se suplicó al rey que concediese lo que ya se había pedido en Cortes anteriores de que en las causas criminales livianas en que las condenas fuesen pecuniarias, ya fueran puestas por la ley ya por las ordenanzas del pueblo, las apelaciones fueran ante el Concejo para cuantías inferiores a los 6.000 maravedís por excusar las molestias, vejaciones y costas que se hacían a las partes. El monarca volvió a responder que no se hiciese novedad. 92 J. Sánchez-Arcilla, op. cit., p. 687. El conocimiento de esta segunda suplicación de las “mill e quinientas” era competencia del Consejo; se podía interponer de sentencias sobre pleitos civiles que habían sido dictadas por la Audiencia en grado de revista y alguna de las partes se consideraba agraviada del fallo de la dicha Audiencia. 88
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ciones cesasen y que se nombrasen jueces “que no entiendan en otra cosa syno en el despacho de los dichos pleytos y se haga sala formada dellos”93. Esta última suplicación de las 1.500 doblas no existía en las causas criminales, donde después de la revista de la sentencia de los alcaldes no había recurso alguno, aunque la pena fuese la muerte o mutilación de algún miembro del acusado, ni aunque la condena en bienes fuese por cuantía superior a esta cantidad necesaria para la suplicación civil. Y porque en las causas de más peso e importancia debía haber más cautela, diligencia y examen parecía a Toledo que convendría que en estas causas criminales hubiese otra instancia en que concurriesen oidores. Así, se suplicaba al rey en estas mismas Cortes de 1544 que lo mandase tratar entre personas suficientes y proveerlo como mejor fuese servido94. Algunos de los diversos órganos encargados de la administración de justicia que, según hemos visto, existían en este momento en Castilla también fueron objeto de atención por parte de Toledo, entre ellos el propio Consejo Real, del que hemos dicho era la máxima instancia judicial, respecto del cual en las Cortes de Valladolid de 1544 se suplicaba que se mandase que “aquellas tardes que en el Consejo estas diputadas para leher petiçiones, se lean publicamente en presençia de las partes, de que se escusaran muchos agravios que los litigantes reçiben por dexar los secretarios de leher muchas dellas por no llevarlas sacas en relaçion, tanbien e con la instançia que la petiçion lo dize, e pues a la vista de los proçesos se llaman las partes a quyen toca es justo tanbien que sean llamados al leher de las petiçiones”95.
También las Audiencias fueron objeto de atención por parte de la ciudad. El rey había ordenado que se hiciesen visitas a las Audiencias de Valladolid y Granada y el resultado de las mismas se había llevado ante el Consejo Real. Ahora, otra vez en 1544, se suplicaba que el rey mandase que se viesen y que si pareciere haber necesidad de volver a visitarlas, esta visita se haga por personas de letras y conciencia, celosas de justicia96. Otro ejemplo lo encontramos con el Concejo de la Mesta97. El cargo más importante de este Concejo era el de Presidente; los Reyes Católicos asignaron este oficio al miembro más antiguo del Consejo de Castilla. Entre sus obligaciones se encon-
93 A.M.T.,
fol. 19v. fols. 22r-22v. 95 A.M.T., fol. 20r. 96 A.M.T., fols. 19v-20r. 97 El Concejo de la Mesta ha sido objeto de importantes trabajos; entre ellos hay que destacar el estudio de Julius Klein, La Mesta, publicado por primera vez en 1920 (nosotros hemos manejado la versión española de C. Muñoz, publicada en Madrid en 1979). Los años transcurridos desde la elaboración de esta obra hacen que la misma haya sido revisada en trabajos posteriores, así, la obra conjunta 94 A.M.T.,
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traban el atender las quejas contra los entregadores98 y oficiales de la Mesta, vigilar su gestión y cubrir las vacantes de los puestos subalternos99. Existían cédulas y provisiones reales para que el Presidente del Concejo pudiera citar, por medio de su procurador, a cualquier persona para que compareciese en el lugar donde el Concejo se hallase en aquel momento, lo que en ocasiones motivaba que los así citados tuvieran que desplazarse lejos de su casa, “quarenta e çinquenta leguas e mas”, con el consiguiente gasto y molestias que esto producía. Puesto que según el derecho castellano el actor tenía que seguir el fuero del reo100 y ninguno podía ser sacado de su fuero y jurisdicción se pedía al rey cédula y provisión real “para que de aquí adelante los tales presydentes no puedan dar mandamiento para que las tales personas sean sacadas de su fuero e jurisdicion e que vuestra majestad no les de comysyon para ello”101.
Los pleitos podían comenzarse de oficio por parte de los jueces o mediante promotores fiscales que acusaran de los delitos siempre que faltara un particular que plantease la correspondiente demanda102; parece que en 1534 este medio se había generalizado demasiado y en vez de reservarse para los delitos de más importancia se empleaba en causas livianas de donde se seguían las correspondientes costas para los vecinos. Por este motivo, la ciudad de Toledo pedía al rey que coordinada por Felipe Ruíz Martín y Ángel García Sanz, Mesta, Trashumancia y Lana en la España Moderna, Barcelona, 1998. Parece que el Concejo de la Mesta tuvo un origen popular, se fue formando de forma espontánea en Castilla en el siglo XIII, de forma que cuando Alfonso X el Sabio le concedió unos privilegios en 1273 no hacía más que dar reconocimiento oficial a algo que era un hecho. Los Reyes Católicos vinieron a dar la configuración definitiva a esta institución; así, entre 1474 y 1516 completaron su formación jurídico-institucional. Aparte de confirmar de forma reiterada los privilegios otorgados por monarcas anteriores hicieron importantes aportaciones: crearon el cargo de Presidente de la Mesta, vinculado al miembro de mayor antigüedad del Consejo de Castilla, garantizado desde entonces la relación directa y permanente entre la corona y la Mesta; codificaron sistemáticamente todos los privilegios y ordenanzas mesteñas en la Compilación de todas las Leyes y Ordenanzas del Honrado Concejo de la Mesta General de Castilla y León (1501); establecieron y regularon el derecho de posesión sobre las hierbas a favor de los ganados trashumantes. A. García Sanz, Mesta, trashumancia y lana..., p. 78. 98 Entre el personal de la Mesta figuraban los alcaldes entregadores, cuya misión era la de defender los privilegios de los mesteños contra infractores extraños. 99 J. Klein, op. cit., p. 66. 100 Part. 7, 1, 15. 101 Esta petición fue realizada en dos ocasiones, la primera en las Cortes de Valladolid de 1542 (A.M.T., fols. 85v-86r) y la segunda en las de Valladolid de 1544 (A.M.T., fols. 26r-26v), ambas con idéntica redacción. 102 Part. 7, Proem.: “E porque la verdad de los malos hechos, que los omes fazen, se puede saber por los Judgadores en tres maneras; assi como por acusacion, o por denunciacion, o por oficio del Judgador faziendo ende pesquisa”.
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“sus justiçias no usen los tales promotores syno en causa de muerte o mutilaçion de miembro o perdimiento de bienes o de mytad dellos o en hurto y en lo demas los juezes proçedan de ofiçio”103.
La existencias de varias instancias judiciales en las propias ciudades, unas de origen real y otras municipales planteaba, en ocasiones, conflictos de competencia por el tipo de delitos que a cada una correspondía juzgar; esto ocurría cuando la Corte se encontraba en Toledo, momento en que se daba una jurisdicción concurrente, ya que los vecinos podían optar libremente por acudir ante las justicia real o la municipal. Un ejemplo lo encontramos en la petición que en 1544 Toledo planteaba al monarca. En ella se indicaba que a tenor de la ley 26 del título de los alcaldes y alguaciles de las Ordenanzas reales y de la ley 20 del título de los Emplazamientos, de los pleitos de alcabalas y rentas reales debían conocer los jueces ordinarios y no llevar en caso de rebeldía más de cuatro maravedís de pena104. Sin embargo, los alcaldes de la Corte estaban conociendo de estos casos llevando además penas superiores a las dispuestas, en ocasiones incluso superiores a la cantidad que había dado origen al proceso. Por este motivo se le suplicaba que mandase “que los alcaldes de su corte dexen el conosçimiento desto a los hordinarios cuyo es e que los tales hordinarios lleven las dichas rebeldias conforme a las dichas leyes y en caso que los alcaldes de vuestra casa y corte devan conosçer de los dichos casos, vuestra majestad mande que lleven las rebeldias segun e como las llevan las justicias hordinarias de las çibdades de vuestros reynos y no mas cresçidas”105.
En este mismo cuaderno se incluía otro requerimiento relativo a los daños y molestias que los alcaldes de Corte producían a los labradores y personas miserables por las cantidades que imponían en caso de rebeldía. Se pedía que en las causas inferiores a 500 maravedíes no se llevasen estas rebeldías o, en su caso, se moderasen106. 103
A.M.T., fol. 62r. La misma petición inicialmente se iba a incluir en el cuaderno de las Cortes de Toledo de 1538 aunque posteriormente tachada (A.M.T., fol. 10r). 104 O.O.R.R., 2, 15, 26: Tenemos por bien, que los pleitos de las alcavalas, y monedas, que los oyan, y libren los Alcaldes ordinarios: y que no los oya otro Alcalde apartadamente. O.O.R.R., 3, 2, 20: Ordenamos, que los nuestros Arrendadores de las nuestras alcavalas puedan emplazar a qualquier persona contra quien hovieren demanda ante un Alcalde de los ordinarios del lugar qual los dichos nuestros Arrendadores mas quisiesen para que libren sus pleitos de alcavalas, y que tome el Alcalde por pena del emplazamiento al que en el cayere quatro maravedis, segun se contiene en la ley antes desta. 105 A.M.T., fols. 20r-20v. 106 A.M.T., fols. 20v-21r: “Yten q muchos labradores e personas myserables resçiben mucho daño e molestias en las rebeldias que llevan los alcaldes de vuestra corte, mayormente quando los casos son de pequeña cantidad; suplicareis a vuestra majestad tenga por bien e mande que en las causas que fueren de quinientos maravedis e dende abaxo no lleven las dichas rebeldias o se moderen como vuestra majestad fuere servido”.
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De nuevo en las mismas Cortes Toledo elevó una queja relativa a los pesquisidores y jueces de comisión. Los jueces de comisión eran nombrados por el Consejo para intervenir en aquellas causas que no se comenzasen en las Audiencias, siendo dotados de facultad para determinar y sentenciar estos pleitos; aunque también eran enviados por el Consejo, los jueces pesquisidores se diferenciaban de los comisarios en que no tenían facultad para determinar y su misión era simplemente la de realizar la pesquisa o información que posteriormente era enviada al Consejo para que en él se fallara y dictara sentencia conforme a derecho. Las Ordenanzas no especificaban en qué casos podían nombrarse estos jueces, lo cierto es que el carácter extraordinario con que debió surgir este medio de control quedó convertido en la vía ordinaria de actuación del Consejo y en un valioso instrumento para ampliar su jurisdicción avocándose el conocimiento de todo tipo de pleitos107. Al ser representantes de la jurisdicción real dichos jueces debieron chocar frecuentemente en el seno de los municipios con los órganos de justicia locales; además, y a tenor del contenido en esta petición realizada por Toledo, debían de abusar de su posición cometiendo vejaciones contra los vecinos de la ciudad. Ya en Cortes anteriores se había instado al monarca a poner remedio a esta situación; ahora añadían a su queja el hecho de que se hubieran añadido muchos salarios a estos jueces. Por todo ello se suplicaba: que hubiera un número cierto y señalado de tales jueces y que no fueran pagados a costa de los culpados, como se había ya mandado proveer en Cortes pasadas, y que fueran nombrados por el Presidente y Consejo que tenían información sobre las personas adecuadas para desempeñar el cargo; que dieren residencia por las injusticias que hubieran podido cometer; que se suprimiesen, por lo menos allí donde ya existiesen corregidor o juez de residencia; y si esto no fuera posible que se mandase moderar los salarios de los alcaldes de Corte, alguaciles y otros jueces de comisión108. Y otra vez en 1544 se pidió a Carlos I que mandase que los jueces inferiores que condenaban con la entrega de los frutos de un bien, declarasen la cuantía de estos frutos para evitar la celebración de otro nuevo pleito que habitualmente tenía lugar sobre la liquidación de los mismos, porque conociéndolo antes las partes podrían proceder según conviniere a su derecho109. También se quejaron en otra ocasión de los receptores, escribanos que tenían que practicar las diligencias judiciales por comisión de los alcaldes o tribunales. En las Cortes de 1544, Toledo pedía que se proveyese sobre lo tratado en las últimas Cortes de Valladolid sobre haber un número cierto de receptores y extraordinarios para que se acabasen los inconvenientes existentes110. En efecto, en el cuaderno general de las 107
J. Sánchez-Arcilla, op. cit., pp. 688-692. fol. 24r. 109 A.M.T., fol. 21v. 110 A.M.T., fol. 20r. 108 A.M.T.,
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Cortes de 1542 los procuradores expusieron como el buen discurrir de los pleitos dependía en buena medida de la fidelidad y habilidad de los receptores ante quienes pasaban las pruebas, sin embargo muchos de éstos eran extravagantes, criados y allegados de los oidores y alcaldes de las Chancillerías y algunos de corta edad. Por ello se pidió que los receptores extravagantes no fueran admitidos ni proveídos en adelante y que solamente hubiesen receptores del número, aumentándose el número de los existentes en ese momento si no eran suficientes. Carlos I únicamente respondió que este asunto estaba largamente tratado y proveído111. Respecto a los comportamientos que podían ser considerados objeto de delito encontramos peticiones relativas a mujeres acusadas de amancebamiento, a los juicios por palabras livianas y al delito de alzamiento de bienes. Por amancebamiento se entendía el trato ilícito y continuado de hombre y mujer; este término podía englobar distinta situaciones en función del estado civil que tuvieran el hombre y la mujer que estaban manteniendo este trato y a cada una de ellas se le daba un trato penal diferente. Así, el hombre casado que tuviese manceba perdía el quinto de sus bienes cada vez que fuese hallado con ella independientemente de cual fuera el estado y condición de la mujer; esta pena se elevaba a la mitad de los bienes cuando se trataba de un hombre casado y viviese en una casa con su manceba dejando a su mujer112. Si el amancebado fuese clérigo o fraile debe sufrir las penas impuestas por el Derecho canónico. Respecto las mujeres, si eran solteras, recibían la pena a que eran condenados los hombres casados si decidían casarse, entrar en un monasterio o hacer vida honesta en el plazo de un año113; si eran casadas se les condenaba a un marco de plata y destierro de un año la primera vez, a otro marco y destierro de dos años la segunda, y a otro marco, cien azotes y otro año de destierro, la tercera vez114. Es fácil comprender que lo más habitual es que estas situaciones de amancebamiento fuesen conocidas por los vecinos más próximos, por ello en las leyes, para alentar el que se pusiese en conocimiento de la Justicia estas situaciones, se hallaba previsto que el que realizase la acusación se quedase con el tercio del marco en que las mujeres fuesen condenadas. Así mismo se establecía que los Alcaldes y Justicias de la Corte, y de las ciudades, villas y lugares, bajo pena de perder sus oficios, hiciesen pagar esta pena cuando supiesen de la existencia de estas situaciones, y para alentar también estas actuaciones, les concedía este mismo tercio del marco115. En la ciudad de Toledo, y a tenor de una petición incluía en el cuaderno de las Cortes de 1534, esta competencia correspondía al alguacil mayor, oficial encargado
111
C.L.C., V, 32, p. 238 N.R., 8, 19, 5 y 6. 113 N.R., 8, 19, 5. 114 N.R., 8, 19, 1. 115 Idem. 112
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de ejecutar las acciones judiciales. Parece que se había llegado a la situación de que algunos alguaciles infamaban a mujeres honradas y las prendían en sus casas por su propia autoridad sabiendo que estas mujeres, con tal de no ir presas y verse infamadas, confesaban estar amancebadas aunque no fuese verdad, con lo que recibían las condenas en marcos, de los que el correspondiente tercio iba para los alguaciles que les habían acusado. Se pedía que en adelante ningún alguacil pudiese prender por propia iniciativa a mujer amancebada sin que previamente se hubiera recabado la información pertinente y mediase mandato del corregidor o alcalde mayor para prenderlas116. En las Cortes de Toledo de 1538, el Ayuntamiento planteaba la siguiente petición: “Yten porque sus magestades han dado y dan provisyones para que sus juezes no proçedan por palabras lyvyanas ny desto se lleven costas, mayormente no aviendo partes querellantes, y algunos juezes hazen las palabras lyvianas graves por manera que no ha efeto lo que ansy han mandado sus magestaes; suplicarles heys que manden declarar que palabras lyvianas se entyendan las que no sean o fuesen de las çinco palabras que la ley del fuero declara”117.
En esta petición se estaba haciendo referencia a varias disposiciones existentes en el derecho castellano. Una era la ley del Fuero Real (4, 3, 2) en que se declaraba qué palabras debían entenderse como injurias (gafo, sodomético, cornudo, traidor y hereje) y las penas que debían imponerse a aquel que las manifestaba (1.200 maravedís), todos los demás insultos, según la ley siguiente, serían palabras livianas castigadas con 200 maravedís o pena mayor según la calidad de las personas las injurias118. Para completar lo dispuesto por estas leyes Carlos I, con ocasión de las Cortes celebradas en Valladolid en 1518, 1523 y 1537, declaró que en los casos de palabras livianas en que no intervinieren armas, o hubiese sangre o demanda de parte dañada, o aunque hubiera habido tal demanda posteriormente se hubiera desistido de ella, no se pudiese intervenir de oficio ni se pueda llevar pena por ellos119. Parece ser que esta disposición no siempre era respetada por las justicias de Toledo y por eso la ciudad reclamaba su cumplimiento.
116 A.M.T.,
fols. 60v-61r: “Yten por quanto los marcos de las mugeres amançebadas pertenesçen a los alguaziles mayores desta çibdad, que por esto algunos alguaziles infaman a mugeres honrradas y las prenden en sus casas por su propia abtoridad, e las tales mugeres por no yr presas e ynfamadas confiesan ser amancebadas no lo seyendo, y las condenan en los marcos, y despues de condenarlas les sueltan parte dellos; que de aquy adelante nyngund alguazil por su propia atorydad pueda prender a ninguna muer por amançebada syn que preçeda ynformaçion de ser amançebadas e mandamiento del corregidor o de alcalde mayor para las prender”. 117 A.M.T., fols. 4v y 8v. 118 Ambas disposiciones pasaron posteriormente a formar parte de la N.R.(8, 10, 3 y 4). 119 N.R. 8, 10, 4. C.L.C. IV, 32, p. 270; IV, 64, p. 384; IV, 50, p. 651.
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En las Cortes de Valladolid de 1544, se pidió que se tuviese en consideración la pragmática dada por los Reyes Católicos en Toledo en 1502 según la cual todo aquel que cometiese alzamiento de bienes sería tenido por ladrón120. Parece que muchos mercaderes, cambistas, tratantes y otras personas hacían fraude de esta ley y permanecían en sus casas, o incluso iban a la cárcel diciendo a sus acreedores que no tenían con que pagar, que tomasen sus haciendas; se pedía que estos cambistas, mercaderes o tratantes fueran obligados a probar que ellos a su vez eran acreedores de otras personas por la misma cantidad que debían, y que en caso de no probarlo fuesen habidos por públicos ladrones recayendo sobre ellos lo dispuesto en la dicha pragmática. En caso de que no puedan probar que son a su vez acreedores pero sí que verdaderamente han perdido sus bienes por caso fortuito, que en este caso queden infames y no puedan desempeñar oficio público121. La redacción de esta petición queda un poco confusa siendo mucho más clara la manifestación que se incluyó en el cuaderno general de estas mismas Cortes. Según la misma los mercaderes, cambistas y tratantes habían hallado una nueva manera de alzarse con las haciendas ajenas y defraudar la pragmática de los Reyes Católicos, pues ocultaban dineros, joyas, plata y oro después de haber hecho grandes excesos y vivido con lujo, aunque no huían y respondían con su persona declarando cuando se les reclamaba sus deudas que estaban en quiebra, personándose en las cárceles con libros preparados para este fin y diciendo que sus acreedores podían tomar sus bienes y deudas porque ellos no tenían con qué pagar. Así consiguen que sus acreedores pierdan buen parte de sus deudas permaneciendo ellos ricos. Por eso se suplicaba que mandase que también con estas personas que acudiesen a las cárceles respondiendo con sus personas se guardase la pragmática y se les condene en la forma allí prevista. El rey respondió que en el Consejo se había tratado lo que convenía proveer en lo que se suplicaba y que cuando se tomase alguna resolución se proveería en el sentido adecuado122. Una importante materia judicial que dio origen a varias peticiones de la ciudad de Toledo planteadas en distintas Cortes celebradas bajo el reinado de Carlos I fue la de los juicios de residencia a que debían someterse cuando cesaban en sus cargos algunos oficiales municipales para responder de los daños y perjuicios que hubieran podido cometer en el desempeño de los mismos; no podían volver a ocupar un nuevo cargo antes de que hubiese concluido el proceso que contra ellos se hubiese iniciado. En las Cortes celebradas en su propia ciudad en 1525 se propuso el nombramiento de personas que únicamente tuvieran a su cargo la celebración de estas residen-
120 Ya
en 1480 los Reyes Católicos establecieron que los cambiadores y mercaderes que recibían mercaderías fiadas para pagar a cierto término, y después salían del reino con caudales ajenos fueran tenidos por “robadores publicos”, incurriendo en la pena prevista para estos ladrones (N.R., 5, 19, 1). 121 A.H.M., fols. 27r-28r. 122 C.L.C., V, 48, pp. 325-326.
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cias y deshacer los agravios que los jueces y pesquisidores hubieran podido cometer para conseguir que se hiciera justicia en el menor tiempo posible123. En el cuaderno general se incluyó esta misma petición explicándose que en las residencias nunca se alcanzaba realmente a saber como los corregidores y oficiales administraban sus oficios, ni como los regidores gobernaban en sus pueblos, porque aquellos que les tenían que denunciar no lo hacían por amistad o temor, ni querían ser testigos contra ellos. Por esto se pedía que el rey mandase dos caballeros honrados, de buen entendimiento y conciencia, para que visitaran todas las ciudades y provincias informándose de este asunto, poniendo aparte los nombres para que las justicias y regidores no conocieran quién les acusaba y con esta libertad se encontrasen los testigos necesarios. Carlos I respondió que le parecía bien aquello que se suplicaba y que nombraría a dos personas que hiciesen estas visitas como era conveniente124. Posteriormente, en las Cortes de Valladolid de 1544, se pediría que fuese una sala del Consejo la encargada de ver y determinar estos juicios de residencia125. En las Cortes de Madrid de 1534 la petición relativa a los juicios de residencia afectaba a los alcaldes de hermandad, alcaldes que se nombraban cada año en los pueblos para conocer de los delitos y excesos conocidos en el campo: “Yten que por quanto los alcaldes de las hermandades viejas y nuevas hazen a las partes que ante ellos litigan algunos agravios y nunca se les toma resydençia; que su magestad cometa a los corregidores que acabando los dichos alcaldes de las hermandades sus ofiçios les tomen resydençia cada uno en su jurydiçion”126.
Cuatro años más tarde, en las Cortes de Toledo de 1538, se iba más allá y se pedía que cada dos años se diese a todos los pueblos residencia contra sus justicias, aunque no se pidan, por los inconvenientes que hay de pedirlas y no proveerlas127. Por último se insistía en la idea de que los tenientes, alguaciles y otros oficiales de justicia a quien se había tomado residencia de sus cargos no fueran proveídos en otros oficios hasta que éstas fueran concluidas, pues en esto no había diferencia de lo que estaba previsto para los corregidores. Así mismo se pedía que se mandase que ningún corregidor ni otro oficial de justicia sea vuelto a proveer en el oficio que hubiese tenido hasta que pasasen por lo menos cuatro años entre
123 A.M.T.,
fol. 15v. C.L.C., IV, 27, p. 418. 125 A.M.T., fol. 27r: “Yten se pide e suplica a su majestad que porque aya mejor yspidiçion en la vista de los proçesos de residençia mande diputar en su Consejo una sala que entiendan en ver los dichos proçesos e determyinarlos”. 126 A.M.T., fol. 61r. 127 A.M.T., fols. 5v y 10v: “Yten que se suplique a su magestad que conforme a las leyes de estos reynos se provea que se de resydençia a dos años a todos los pueblos contra las justiçias, no enbargante que los pueblos no la pydan por los ynconvenyentes que de pedilla y no provehellas ay”. 124
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ambas provisiones para que nadie tuviese temor de quejarse de los agravios que hubiesen podido recibir de ellos128. 6. Materia eclesiástica El Primado de Toledo era el más rico de toda España, en el siglo XVI EL Arzobispado comprendía las actuales provincias de Toledo, Madrid, Ciudad Real, parte de Guadalajara, Albacete, Cáceres y Badajoz, además de algunos enclaves en Jaén (Cazorla) y Granada (Huéscar) y la plaza de Orán en el norte de África. Tan extensa diócesis se dividía en los arcedianos de Toledo, Calatrava, Guadalajara, Alcaraz, Madrid y Talavera, que a su vez se repartían en arciprestazgos129. El arzobispo era asistido en sus tareas por un Consejo de la Gobernación, con un presidente y cuatro oidores, y por dos vicarios generales, uno en el propio Toledo y otro en Alcalá de Henares. Cada uno en su circunscripción conocía de las causas eclesiásticas, tanto civiles como criminales, despachaba las dispensas matrimoniales, proveía de beneficios curados y asistía a los autos de fe. Así pues, para los asuntos relacionados con la Iglesia eran los jueces eclesiásticos los encargados de conocer de los pleitos que se planteasen, y aunque en principio las materias de que ambas justicias, eclesiástica y seglar, debían conocer parece que se hallaban claramente separadas lo cierto es que también en este punto se plantearon conflictos de competencias tal y como hemos visto que pasaba con las diferentes instancias judiciales seglares. En las Cortes celebradas en la propia ciudad de Toledo el año de 1525, el Ayuntamiento pedía al rey que el cumplimiento del “capitulo que fue en las Cortes pasadas tocante a los conservadores y juezes eclesiasticos que usurpan la jurisdiçion real y fatigan a los legos”130.
Al final de los cuadernos generales de estas mismas Cortes se incluyó una provisión real que no respondía a ninguna de las peticiones que los procuradores le habían elevado en estas Cortes. En ella se decía que algunos procuradores le habían hecho saber que los Reyes Católicos mandaron que ni los jueces eclesiásticos ni sus oficiales pudieran prender a persona lega, ni hacer ejecución sobre ellos ni sobre sus bienes, sino que cuando lo tuvieran que hacer pidieran ayuda al brazo real. Sin embargo, prendían legos y hacían estas ejecuciones de donde se seguía a los vecinos mucha molestia y daños. Por ello se rey mandó que sobre esto se guardaran las leyes del ordenamiento de Juan II y de los Reyes Católicos que sobre esto trata,
128 A.M.T.,
fol. 21v. F. Martinez Gil, op. cit., p. 274. 130 A.M.T., fol. 53r. 129
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ordenando que los fiscales, alguaciles y ejecutores de los jueces eclesiásticos no pudieran prender persona lega ni hacer ejecución sobre ella, y que ni los escribanos ni los notarios firmaran mandamiento para esto, sino que dichos jueces pidieran ayuda al brazo real de la justicia seglar. En caso de incumplimiento, los vicarios y jueces eclesiásticos perderían la naturaleza y temporalidad de que gozaban en estos reinos, siendo desde entonces habidos por extraños, y a los fiscales, alguaciles, ejecutores, escribano y notarios les serían confiscados sus bienes y serían desterrados131. En las Cortes de Madrid de 1534, y posteriormente en las de Toledo de 1538, se suplicaba al rey “porque ansy cumple a su serviçio e a la admynystraçion de su justicia, mande proveer como los juezes eclesiasticos en lo que toca a los clerigos de corona no ynyban a la justiçia syn que prymero conste a ambas justiçias e vean e examynen los titulos de corona origynales e averiguen que son çiertos e verdaderos, e quando se apelare dellos que otorgue las apelaçiones para sus superyores y que el un juez y el otro no ynoven hasta que la causa se determyne”132.
Sin duda, estamos ante un nuevo conflicto de competencia entre los jueces eclesiásticos y seglares, en este caso para todo lo que afectara a los clérigos que servían a la corona. Un último ejemplo lo encontramos en una petición presentada en 1537. Algunas personas cuando pronunciaban blasfemas contra el nombre de Dios, y sabiendo que las penas impuestas por este delito en las leyes del reino eran más duras, acudían a los jueces eclesiásticos para que les impusiera la penitencia que considerase conveniente. Si posteriormente las justicias seglares procedían contra estos delincuentes para castigarles según las leyes civiles, el juez eclesiástico procedía contra la justicia seglar, motivo por el cual muchas veces la ciudad había estado en entredicho. Por ello se suplicaba que los reyes que mandasen que los jueces eclesiásticos no procediesen contra los seglares por castigar las blasfemias133. En las Cortes de Valladolid de 1544, los procuradores que representaban a Toledo se quejaron de que algunos provisores y vicarios de los obispados por causas livianas que trataban ponían “çesaçioti divinys” de que el pueblo cristiano recibía gran desconsuelo. Se suplicaba que hasta que esto se remediara con lo que el reino tenía suplicado, se mandase amonestar y exhortar a los prelados de los reinos para que proveyeran esto y otros desórdenes que en las censuras y procesos se hacían y que cesasen los pleitos, costas y vejaciones que se hacían a las partes134. Además de ser juzgados por jueces eclesiásticos, las partes que intervenían en este tipo de pleitos tenían que ser asistidos por notarios apostólicos, escribanos que 131
C.L.C., IV, pp. 445-446. fol. 60v, Cortes de Madrid de 1534 y fol. 6r, Cortes de Toledo de 1538. 133 A.M.T., fols. 38r y 66r-66v. 134 A.M.T., fols. 19r-v. 132 A.M.T.,
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se encargaban de este tipo de procesos; muchas veces los mismos escribanos reales o del número, pertenecientes a las ciudades, eran también notarios apostólicos, lo que nos indica que estos no eran religiosos sino personas legas que desempeñaban esta función. Del tenor de una petición presentada por la ciudad podemos deducir que, en ocasiones, estos notarios apostólicos y de las audiencias de los prelados cobraban derechos excesivos por las escrituras y procesos que antes ellos pasaban, lo que producía gran daño y perjuicio a las partes; por ello se suplicaba al rey que mandase que llevasen los derechos conforme al arancel real y que se ejecutasen contra ellos las penas contenidas en este arancel para que los que se excediesen, puesto que eran legos y no religiosos135. Años después, en las Cortes de Valladolid de 1544, se volvía a insistir en esta petición pidiendo de nuevo que el arancel eclesiástico se conformase con el real136. En esta ocasión la petición también se recogió en los cuadernos generales, en la petición 31, donde se plantearon diversos asuntos relacionados con la materia eclesiástica, entre ellos que se remedie “sobre los derechos de los notarios apostolicos que lievan desaforados y sin ninguna horden”. El rey respondió que sobre lo suplicado se había tenido cuidado y que sobre lo demás se proveería137. En las Cortes de Toledo de 1538 la ciudad planteó a Carlos I el problema que se seguía de que las apelaciones de las sentencias dadas por los conservadores, jueces apostólicos dados por el Papa a las iglesias, monasterios y hospitales, tuvieran que hacerse directamente a su Santidad, lo que hacía que las partes no las pudiesen seguir por las grandes costas que esto suponía. Por ello se le suplicaba que escribiese al Papa para que nombrase dos prelados en Castilla, “uno de los puertos aliende y otro de los puertos aquende”, ante quienes se pudiera plantear las apelaciones de estos conservadores. Además se pedía que estos conservadores fuesen “dignidades e canonigos seglares e no religiosos, porque como los religiosos no tienen bienes e son exemptos haen muchos agravios a los que ante ellos litigan” 138.
Aunque el gran auge del tribunal de la Santa Inquisición se vivió en la segunda mitad de este siglo XVI, ya bajo el reinado de Felipe II, el mismo existía con anterioridad y ya lo encontramos mencionado en una petición que Toledo presentó en las Cortes de 1525. En una de las versiones que conservamos de este cuaderno, la que parece ser un borrador, únicamente se pedía al monarca que se cumpliera el
135 A.M.T.,
fols. 5r y 10r. fols. 5r, 10r. 137 C.L.C., V, 31, pp. 319-320. 138 A.M.T., fols. 5r, 9r y 9v. 136 A.M.T.,
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capítulo de las Cortes pasadas que favorecía a la Inquisición139. En el segundo cuaderno la petición es algo más completa: “Yten besar los pies y manos a su magestad por la graçiosa respuesta que dio a lo que se le suplico tocante al Santo Ofiçio de la Inquisiçion y se le suplique que syenpre tenga esto mucho en memoria como cosa que tanto importa al servicio de Dios y suyo y conservaçion de nuestra fee catolica como su magestad syenpre lo ha hecho y faze”140.
Se estaba haciendo referencia a una petición que se había incluido en el cuaderno general de las Cortes de Valladolid de 1523 en la que se había suplicado al rey que proveyera para que en la Inquisición se procediese de manera que se guardase enteramente justicia, que los malos fueran castigados y los buenos no padeciesen; que los jueces que pusieran fueran de buena fama y generosos; que se diesen salarios al Santo Oficio pagados por el rey; que los testigos falsos fueran castigados conforme a las leyes de Toro; que sobre los bienes confiscados y que se confiscaren no hubiese debates; y que se limitase el tiempo en que se habían de pedir a los poseedores que fueren católicos, según ya se había prometido en las Cortes de Valladolid de 1518, sin que nunca se cumpliera. Carlos I respondió que ya había suplicado al Papa que proveyese el oficio de la Inquisición general al arzobispado de Sevilla, por ser la persona a la tenían especialmente encargado que en este Santo Oficio la justicia fuera correctamente aplicada141. En el cuaderno general de estas mismas Cortes de Toledo de 1525 se ponía en conocimiento del rey cómo los jueces de la Inquisición se metían en cosas que no era de su jurisdicción y sentenciaban y ponían penas a muchas personas sin tener jurisdicción. Le pedían que diera provisiones para que no pudieran entender de ningún delito que fuera de herejía y moderase las armas que podían llevar. El monarca respondió que encargaría al inquisidor general que no consintiese que sus oficiales conocieran más causas de las que les correspondían142. Buena parte de las amplias rentas económicas de que disfrutaba este arzobispado procedían del diezmo, recaudado y administrado por medio de las Contadurías Mayores de Rentas. Este tributo gravaba todas las producciones de la ganadería y de la agricultura y pesaba sobre todas las categorías de campesinos, independientemente de su estatus personal o su condición. No era una renta estrictamente ecle139 Recordemos
que del cuaderno de estas Cortes de 1525 se conservan dos ejemplares entre la documentación analizada. Uno de ellos (fols. 53r-53v) parece un borrador que está sin concluir; en el segundo (fols. 15r-16r), las cuatro primeras peticiones coinciden con el anterior pero es más extenso, este parece ser el definitivo. 140 A.M.T., fol. 15r. 141 C.L.C., IV, 54, p. 381. 142 C.L.C., IV, 19, p. 415.
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siástica ya que con la cantidad obtenida de esta recaudación se hacían tres partes: una correspondía a la fábrica de la Iglesia y al rey en concepto de tercias reales, la segunda era propiedad del arzobispo, con pequeñas cantidades para el arcediano y los canónigos, y la tercera era disfrutada por los curas y clérigos de las parroquias143. Los ingresos procedentes del diezmo no debían ser suficientes para cubrir las grandes necesidades que tenía el arzobispado y continuamente se intentaban aumentar las cantidades percibidas, lo que constituyó un motivo de queja continuo en las Cortes de Castilla. Ya en 1525 Toledo suplicaba al rey que mandase dar provisiones concedidas en Cortes anteriores para que los conservadores y personas que usurpaban la jurisdicción real, fatigando a los legos imponiéndoles penas mayores de las dispuestas en las leyes, cesasen en este comportamiento; en lo que tocaba a los rediezmos y otros censos que estaban pidiendo los eclesiásticos a los legos y que en Toledo no solían pagarse, el rey no lo permitiese y si de hecho se pidieran se hiciese ante jueces sin sospecha y no ante jueces eclesiásticos144. En los cuadernos generales de estas mismas Cortes encontramos una petición cuyo contenido, si no parecido al de Toledo, también nos informa de la costumbre de pedir nuevos tributos eclesiásticos: en ella se hacía saber al rey que muchas ciudades y villas no pagaban diezmo de las rentas de las hierbas, pan y otras cosas, y ahora algunos obispos y cabildos lo pedían fatigando al pueblo ante los jueces eclesiásticos y conservadores; se suplicaba al rey que lo mandase remediar de forma que no se pidieran cosas nuevas y se guardara la costumbre sobre esto. Carlos I respondió que le parecía bien y cosa justa lo que se le suplicaba, y mandaba al Consejo que tratara sobre esto y proveyera lo que fuera conveniente; entre tanto que no hiciera novedad y que se dieran las cartas y provisiones necesarias, tanto para los prelados como para los cabildos, conservadores o jueces que conocen de ello145. En las siguientes Cortes, las de Madrid de 1528, se volvió a pedir que se cumpliera lo ordenado en las Cortes de Valladolid de 1523 y de Toledo de 1525 sobre los diezmos y rediezmos que pedían los prelados y cabildos, y que para que se cumpliera los corregidores pudieran intervenir en los procesos que sobre ello se encontraban pendientes o se iniciaran146. De nuevo en Toledo, Cortes de 1538, se suplicó: “que su magestad mande dar sobrecartas con mayores penas para que los eclesiasticos no pydan ny lleven rrediezmos como los pyden y llevan contra razon y derecho”147.
143
F. Martínez Gil, op. cit., pp. 275-276. fol. 15r. 145 C.L.C., IV, 14, p. 411. 146 A.M.T., fol. 42r. 147 A.M.T., fols. 4r y 8r. 144 A.M.T.,
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Parece que en un momento dado, en 1541, incluso el monarca cargó al reino de Toledo y su provincia con dos diezmos además de lo que solían pagar, por una circunstancia muy concreta, “porque descargaron los dichos dos diesmos en los reynos de Leon e de Galizia y en Campos e en otras çibdades allende los puertos”, porque al tiempo que realizaron el reparto hallaron que las ciudades de Castilla la Vieja y Campos estaban pobres, necesitadas y despobladas por la esterilidad y enfermedades que en ellas hubo. Como ya había cesado esta causa y las dichas ciudades estaban proveídas y remediadas se pedía que los contadores mayores descargasen a la provincia de Toledo de lo que se le cargó148. Finalmente, la petición más detallada relativa a esta materia de diezmos y rediezmos la encontramos en las Cortes de Valladolid de 1544. En ella se informaba al monarca cómo en Cortes anteriores se había dado traslado del agravio que en muchos lugares del reino los súbditos recibían del estado eclesiástico en razón de los diezmos de hierbas que como innovación intentaban llevar, y de los décimos que llevaban contra derecho y otros que también de nuevo pretendían recaudar al quitar censos de por vida y otras cosas; y a pesar de lo que su majestad había proveído en aquellas Cortes todavía se insistía en ello citando a personas pobres y viudas ante los jueces eclesiásticos. Por ello se requería el cumplimiento del capítulo 55 de las Cortes de Valladolid de 1518, y en lo de hierba a censo y otras cosas nuevas que se pedían se mandase efectuar lo proveído en el capítulo 14 de las Cortes de 1525 antes visto, y que se diesen cautelas que proveyesen de remedio suficiente para que en el presente y en lo venidero cesase el agravio e molestia que los súbditos recibían; por último, que de todo esto conociesen y fuesen jueces de la justicia seglar y no los eclesiásticos por el interés que a ellos se siguen del asunto149. En los cuadernos generales de estas mismas Cortes de 1544 se pedía al rey que proveyese sobre varias cosas que “tocan al estado eclesiastico y a la deshorden y desolucion que ay entre las personas eclesiasticas especial entre los que tienen exenciones”; entre estas cosas se pedía remediar sobre “los diezmos de las yervas y rediezmos que nuevamente se piden”. El monarca respondió que sobre todo lo pedido se había tenido cuidado y se había escrito a su Santidad y de lo demás tendría cuidado para verlo y proveerlo150. Por último, y para finalizar con los asuntos de materia eclesiástica, en varios cuadernos particulares de los que Toledo presentó en las Cortes celebradas bajo el reinado de Carlos I, hay peticiones relativas a las numerosas iglesias y monasterios existentes en la ciudad y a la acumulación que éstos habían hecho de gran cantidad de bienes raíces.
148 A.M.T.,
fols. 93r-93v. fols. 25r-26r. 150 C.L.C., V, 31, pp. 319-320. 149 A.M.T.,
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Mediante donaciones, mandas, incluso compraventas, las iglesias y monasterios de todo el reino –este problema no era en absoluto exclusivo de Toledo– habían acumulado grandes propiedades en bienes raíces que una vez que entraban en su propiedad quedaban fuera del comercio de los hombres. En algunos lugares, allí donde las instituciones eclesiásticas eran más importantes, la situación era especialmente grave porque los campesinos no podían disponer de nuevas tierras para adquirir, ya que éstas eran escasas y las que pocas que se encontraban habían alcanzado un precio excesivamente alto. Por este motivo en las Cortes los procuradores planteaban las quejas de sus ciudades, tanto en los cuadernos generales como en los particulares, y pedían al rey que se pusiese remedio a esta situación prohibiendo que las instituciones religiosas pudiesen adquirir nuevos bienes raíces, ya fuera por compra, ya por donación, y que los que tuvieran en su poder fueran puestos en el comercio general después de cierto plazo de tiempo. Así lo pidió Toledo en las Cortes de Madrid de 1528: “Yten suplicar a su magestad mande que se den provysyones para que las yglesias e monesterios e ospitales guarden lo que se proveyo en las Cortes de Valladolid sobre el conprar de los bienes rayzes y para que vendan lo que ovieren por mandamientos o por qualquier titulo oneroso o lucrativo dentro de çierto tienpo a personas seglares, lo qual no se ha guardado ny cuplido ni executado, antes an adquerido e adquyeren por los dichos titulos e qualquiera dellos muchos bienes rayzes, y por erençias que les vienen por muchas maneras, çerca de lo qual conviene que se ponga remedio porque de otra manera la mayor parte de los bienes rayzes destos reynos en breve tiempo seran de las dichas yglesias e monesterios e ospitales, que se executen en todo las leyes e provisyones questan hechas en las dichas Cortes de Valladolid y de Toledo”151.
En las Cortes de Valladolid de 1523 la petición 45 es la que trata de esta materia; en ella se decía que, según lo que compraban las iglesias y monasterios y las donaciones y mandas que les hacían, en pocos años podía ser suya casi toda la hacienda del reino, y suplicaban que se pidiera al Papa que las haciendas, patrimonios y bienes raíces no se enajenasen a iglesias ni monasterios y que nadie las pudiera vender, y si las obtuvieren por título lucrativo, se les pusiera término en que las vendieren de nuevo a legos y seglares. El rey respondió que se hiciera así y que se dieran las provisiones necesarias para ello, además de prometer que escribiría al Papa para recibir su confirmación152. Posteriormente volvemos a encontrar la misma petición en las Cortes de Toledo de 1525, donde se suplicaba al monarca que se cumpliera lo previsto en las Cortes de Valladolid y que si de Roma había llegado ya la bula pertinente se diera a los pro151 A.M.T., 152
fol. 43v. C.L.C., IV, 45, p. 379.
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curadores o se enviara por ella. Se añadía además que se nombrasen dos visitadores, uno lego y otro clérigo, para que visitaran monasterios e iglesias y aquello que les pareciere que tuvieren de más lo vendieran y les señalaran que bienes tenían que dejar para la fábrica y gastos de las dichas iglesias y monasterios, y cuántas monjas o frailes podían tener según su renta. Carlos I respondió que de lo concedido en Valladolid se mandaron provisiones y ahora se escribiría a Roma sobre ello; respecto a los visitadores que mandaría al Consejo que lo examinara y proveyere como fuere conveniente153. Por fin, en los cuadernos generales de estas mismas Cortes de 1525 se incluyó una petición en la que se informaba al monarca de que las provisiones y cartas que había dado no eran suficientes y se suplicaba que se diesen más fuerzas y penas, tanto contra los legos para que no vendieran ni dejaran por mandas ni otros títulos, como contra iglesias y monasterios, y se pidiese al Papa que las iglesias y monasterios vendiesen lo que tuvieran de más y para ello se nombrasen visitadores que lo tasaran y moderasen. Una vez más se respondió que sobre esto se escribiría a Su Santidad154. En 1532, Toledo personaliza esta petición aludiendo a la situación existente en sus propios términos, había muchas iglesias y monasterios en la ciudad de modo que la mayor parte de sus bienes raíces se hallaban incorporados a ellos de modo que de no atajarse sería un daño para el patrimonio real; se pedía que se proveyese a su remedio mandando que no pudiesen incorporar salvo que lo que así adquiriesen lo pudiesen luego recobrar por el mismo precio los legos en el plazo de un año, y que para ello se diesen cartas y provisiones como se habían dado a otras ciudades155. En los cuadernos generales de estas mismas Cortes se insistió en la materia, suplicándose de nuevo que se proveyese para que no se les dejase en herencia ni se les vendiese bienes, y en caso de que se vendiere los parientes del vendedor, u otras personas en su defecto, lo puedan volver a comprar por el mismo precio dentro de cuatro años, y si fuera donación se tasase su valor. La respuesta del monarca fue la misma que ya hemos visto, que mandaría a los del Consejo que lo vieran y escribiría al Papa sobre ello156. Todavía en las Cortes de Madrid de 1534 y en las de Valladolid de 1544, la ciudad de Toledo tuvo que volver a insistir sobre el mismo asunto, pidiendo que no se incorporasen nuevos bienes en el estado eclesiástico, salvo que en un año los legos los pudiesen recuperar por el mismo precio157.
153
C.L.C., IV, 18, pp. 413-414. C.L.C., IV, 31, p. 465. 155 A.M.T., fols. 30r-30v 156 C.L.C., IV, 51, pp. 555-556. 157 A.M.T., fols. 59r-59v, Cortes de Madrid de 1534; fol. 18v, Cortes de Valladolid de 1544. En los cuadernos generales de las Cortes de Madrid de 1534 también se incluyó una petición, la 9, sobre esto; como novedad en ella se pedía que como la pena prevista en caso de incumplimiento de la ley era muy 154
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7. Asuntos varios En este apartado hemos incluido todas aquellas peticiones que por su objeto no han tenido cabida en los grupos anteriores. Su contenido es muy variado, pero en general muestran la preocupación que la ciudad tenía por la situación económica en que se encontraban sus vecinos: dotes, gastos en el vestir, juegos, etc... En primer lugar queremos hacer referencia a una petición que encontramos en cuatro de los cuadernos que presentó Toledo a las Cortes generales, pero que aparece con mucha más frecuencia en los cuadernos generales, nos estamos refiriendo al cumplimiento de los capítulos que se habían otorgado en Cortes anteriores. La primera vez que la ciudad hizo esta súplica fue en las Cortes de 1525: “Yten hazer relaçion a su magestad que en las dichas Cortes pasadas se le suplicaron por todo el reyno muchos capitulos que paresçieron y paresçen cumplidores al servicio de Dios y suyo, y bien y pro comun destos sus reynos y buena governaçion dellos y su majestad los proveyo y hizo leyes sobre ello, de las quales algunas no se executan y syguese perjuisyo al bien de la republica de todo el reyno, paresçe que se deve suplicar a su magestad mande proveer como se guarden e cumplan ponyendose en execuçion, especialmente lo que fue suplicado e proveydo sobre lo contenydo en los capitulos syguentes”158.
Fueron treinta y cinco los capítulos que aparecieron relacionados en esta petición y de los que se suplicaba su cumplimiento. Posteriormente en las Cortes de Madrid de 1528 se volvió a pedir que se cumpliese todo lo que se había proveído en las Cortes pasadas de Valladolid y Toledo159. En el cuaderno general elaborado para estas mismas Cortes, el primer requerimiento que se hacía era que se viesen los capítulos generales y particulares de las Cortes pasadas, que se mandasen ejecutar, que se proveyesen los que todavía no se habían proveído, y que se aclarasen los que tuvieren necesidad de ello. Carlos I respondió que había mandado ejecutar y guardar las leyes hechas en Cortes pasadas y que el Consejo viese y proveyese las que estaban por proveer o aclarar160. En el mismo sentido encontramos sendas peticiones en los cuadernos que Toledo elaboró para las Cortes de 1538, celebradas en la misma ciudad161, y de 1544; en esta última, la redacción fue más extensa, enumerándose los asuntos, todos ellos de materia eclesiástica, que estaban pendientes de provisión: se recordaba al rey que en Cortes pasadas, señaladamente en las de Madrid, Segovia y Valladolid, se había baja no se había guardado la misma, por ello se suplicaba al rey que se elevase la pena, fijada en un quinto, hasta un tercio, la mitad para el juez y la mitad para el acusador, y que cualquiera del pueblo lo pudiese denunciar y pedir (C.L.C., IV, 9 p. 584). 158 A.M.T., fol. 15v 159 A.M.T., fol. 44v 160 C.L.C., IV, 1, p. 448. 161 A.M.T., fol. 9r.
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suplicado que se diese orden en el remedio de algunas cosas que debían reformarse; y en las de Madrid y Toledo se suplicó que se diese orden para que las iglesias y monasterios no comprasen bienes raíces, que los aranceles eclesiásticos se conformasen con los reales, que los religiosos no fuesen arrendadores, que los provisores no fueran naturales del lugar donde residiesen, que se pusiera remedio en el asunto de los conservadores y otras muchas cosas. Aunque el rey había respondido en dichas Cortes que mandaría proveer sobre ello a su Santidad y encargaría a su embajador en Roma la solicitud del despacho, hasta ahora no se había visto resultado. Se suplicaba de nuevo que tenga por bien que esto se proveyese y se consiguiese el remedio necesario162. A lo largo de este trabajo hemos tenido oportunidad de comprobar como efectivamente estas peticiones se habían presentado varias veces a la consideración de Carlos I recibiendo la respuesta de que se tomaría en consideración y se atendería a lo suplicado. Sin embargo, reiteradamente se incumplía el compromiso adquirido por el monarca, quien una vez conseguido el servicio económico buscado se olvidaba de los compromisos adquiridos. Únicamente a base de constancia iban consiguiendo las ciudades concesiones reales para sus requerimientos. En tres cuadernos de Cortes sucesivos, los de Madrid de 1528, Segovia de 1532 y Madrid de 1534, Toledo incluyó un requerimiento solicitando al rey que proveyese para la moderación de las dotes porque éstas habían alcanzado cantidades muy elevadas y los padres tenían problemas para pagarlas y esto tanto si las hijas iban a contraer matrimonio como si optaban por ingresar como religiosas en algún monasterio. En el primero de ellos, Cortes de 1528, se pidió que se moderasen las dotes que los padres tenían que entregar para casar a sus hijas, porque muchos no las podían pagar y podía suceder que si las hijas no tenían voluntad de ser religiosas “buscasen nuevo camyno para casarse el qual podria ser en ofensa suya e de sus padres”163. Prueba de que éste era un problema general en todo el reino es que en el cuaderno general de estas Cortes se presentó por parte de los procuradores una petición en el mismo sentido: se suplicaba la moderación de las dotes porque los caballeros y personas de poca hacienda no podían casar a sus hijas y éstas podían buscar otros caminos poco decentes para conseguirlo; con la moderación de las dotes se conservaría limpia y noble la sangre de los reinos porque los padres tendrían mayor cuidado de casar bien a sus hijas. El monarca admitió que lo que se suplicaba era cosa que importaba mucho al bien universal del reino y por eso mandaba al Consejo que tratasen sobre ello informando al rey para que se proveyese lo que fuere conveniente164. Si en esta ocasión preocupaba a los procuradores la excesiva cuantía de las dotes que tenían que pagarse con motivo del casamiento de las hijas, años después, en las 162 A.M.T.,
fols. 18v-19r. fol. 41r. 164 C.L.C., IV, 118, p. 504. 163 A.M.T.,
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Cortes de Segovia de 1532 y posteriormente en las de Madrid de 1534, la queja se extendió a las dotes que pedían los monasterios para que las muchachas con vocación religiosa entraran en ellos: “Yten por quanto en esta çibdad ay muchos monesterios de monjas, e se hazen cada dya, e todos estan dotados de haziendas de legos e muchas cantidades, e no quyeren resçebyr monjas syn grandes dottes que provean que los tales dottes sean moderados e pagados en dyneros e no en byenes rayzes”165.
Igualmente las ciudades veían con inquietud como sus habitantes cada vez gastaban más dinero en el vestir, no solo por el encarecimiento general que habían sufrido los materiales textiles, sino sobre todo porque el esfuerzo por figurar entre la aristocracia urbana obligaba a los vecinos a vestir con brocados, sedas, bordados de oro, lujos, en fin, materiales que frecuentemente se hallaban por encima de sus posibilidades. Esta circunstancia llegó a tal extremo que los procuradores de Toledo, en las Cortes celebradas en su ciudad en 1525, pidieron al rey que se cumpliese el capítulo otorgado con anterioridad en lo que tocaba “al no traer de los brocados y telas de oro y de plata y dorados y bordados y oro de martillo porque son cosas que no traen provecho syno mucho daño al reyno”166.
Esta petición ya se había presentado con anterioridad en las Cortes de Valladolid de 1523, informándose en esta ocasión al rey del desorden existente en materia de vestir en tiempos de tanta necesidad, porque todos querían llevar los mejores materiales en sus ropas y el reino se estaba empobreciendo por cosa de tan poco provecho. Por ello, se le pedía que mandase alguna moderación en el uso de brocados, dorados, hilos tirados, telas de oro, etc. Carlos I respondió que se guardasen las pragmáticas hechas sobre este asunto, que los oficiales y menestrales no usaran la seda salvo para jubones, caperuzas, gorras o bonetes y sus mujeres lo mismo, además de que se guardara las leyes existentes sobre la importación de seda. Lo mismo se incluyó en el cuaderno general de las Cortes de 1525 dando el monarca idéntica respuesta167. No fue suficiente esta disposición y pocos años más tarde, en 1528, se volvió a requerir al rey que proveyese sobre el excesivo gasto que todos los estados hacían en el vestir porque se había producido un aumento muy grande en el precio de los materiales que iba en perjuicio de todos168. 165 A.M.T.,
fol. 32v, Cortes de Segovia de 1532; fol. 60v, Cortes de Madrid de 1534. fol. 15v. 167 C.L.C., IV, 53, p. 381, Cortes de Valladolid de 1523; C.L.C., IV, 53, p. 381, Cortes de Toledo de 1525. 168 A.M.T., fols. 41r-41v. Cortes de Madrid de 1528. 166 A.M.T.,
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A tenor de una petición incluida en las Cortes de Valladolid de 1544 parece que los castellanos no se resignaron a dejar de usar la seda para sus vestidos, y como ésta era cara empezaron a introducir del extranjero tejidos de seda más económicos aunque de peor calidad; ello a pesar de las prohibiciones existentes que, con afán proteccionista, impedían introducir seda de fuera del reino, salvo de Valencia. Sin embargo, en 1530 la emperatriz había dado licencia para que se pudiese traer seda de Portugal, de donde ella era natural; desde ese momento fue continua la entrada de telas en cedazos, hechas con seda de Calabria y Yucatán, que costaba muy barata pero era de mala calidad, lo cual al fina, se quejaban los toledanos, hacía que las prendas saliesen caras porque duraban y se estropeaban en poco tiempo. Por todo ello, se pedía al monarca que en adelante mandase guardar la pragmática sobre las sedas169. También un trasfondo económico tenía la petición, reiterada en diferentes Cortes, relativa al precio del trigo, ingrediente básico en la dieta diaria de los castellanos del siglo XVI. En el cuaderno general presentado por los procuradores en las Cortes de Valladolid de 1523 se informaba al monarca de la costumbre que se había extendido por todo el Reino de vender el trigo por adelantado antes de su cosecha, lo que era en perjuicio de los vecinos y de los labradores que lo daban por mucho menos de lo que en realidad valía, y además era una especie de usura que ejercían los que realizaban su compra antes de tiempo; se le pedía que lo mandase prohibir bajo grandes penas. En este momento se respondió que se hiciese así y que se diesen las provisiones necesarias para su ejecución170. Sin embargo, una vez más tenemos ocasión de comprobar cómo a pesar de la respuesta positiva de Carlos I el problema seguía latente, al menos en Toledo. Esta ciudad en las siguientes Cortes, las de 1525, le pidió que mandase que ninguna persona, de ningún estado, arrendase pan fiado para que no se encareciese171. El problema queda más claro en la redacción que de esta misma súplica se hace en las Cortes de Madrid de 1528:
169 A.M.T., fol. 28r-28v: “Yten por pramaticas destos reynos esta proveydo e mandado que no se pueda
meter en ellos seda de fuera dellos eçebto del reyno de Valenyia so graves penas, en la qual proybyçion se entiende que no puedan traer seda de Portugal, ny en toqueria ny en tela de çedaços ny en otra manera, la qual prematica su magestad confirmo en las Cortes de Toledo el año pasado de quinientos e veynte e çinco, despues de lo qual la serenysyma enperatriz nuestra señora, que es en gloria, el año de treynta q agora paso dio liçençia para que pudiese entrar del reyno de Portogal la dicha seda texida en telas de çedaços, por quanto fuese su volunta, a cabsa de lo qual vienen a estos reynos muchas telas de çedaços, las quales son falsas e las hazen con seda de Calabria y de Yucatan, que cuesta muy barato y no se puede hazer dellas obra que sea buena, a aunque lo dan muy barato sale mas caro porque no dura nada e como esto no se sabe comúnmente pierdese el trato e negoçiaçion destos reynos; por ende se pide e suplica a su magestad mande que de aqui adelante la dicha permatica se guarde y cumpla en todo y por todo como en ella se contiene so las penas en ella conthenydas”. 170 C.L.C., IV, 48, p. 380. 171 A.M.T., fol. 16r.
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“Yten ynformareys a su magestad como ay muchas personas destos sus reynos y señorios que an tenydo e tienen por trato e negoçio de conprar e arrendar pan en grano y de vendello fiado a presçios mas subidos por razon de fiallo a mas de lo que vale y de aqui viene que se encaresçe el presçio del pan que se vende al contado, de lo qual redunda mucho daño e perjuyzio e carestia generalmente del dicho pan que se vende en estos reynos”.
Por ello se suplicaba al rey que lo mandase proveer y remediar de manera que en adelante no se vendiera el pan fiado y que cualquier persona que lo comprase fiado pudiera elegir entre pagarlo o no sin que por ello pudiera ser convenido o ejecutado por las justicias, porque proveyéndose así habrá más pan y será más barato172. También hace referencia al pan otra petición hecha por Toledo en las Cortes de Valladolid de 1544; en esta ocasión se pedía al rey que ordenase que la unidad en las medidas del pan y el vino para todo el Reino, que se había conseguido anteriormente, se extendiese también a Galicia, donde no se guardaba; y así mismo que la medida del aceite también se igualase en todo el Reino porque existía gran confusión de medidas173. Otro gasto para el que se pidió moderación fue para el procedente de las postas existentes en los caminos. Así, en las Cortes de Valladolid de 1544 se informaba al monarca como los “ostes de correos”, aprovechándose de la necesidad en que se encontraban los viajeros, les llevaban demasiados derechos y les obligaban a llevar guías, aunque fuese de día y personas conocidas, además tenían caballos y aderezos muy malos, por lo que muchas veces hacían el viaje incómodos y fatigados. Por ello se pedía que ordenase que los ostes de correos tuviesen un arancel público de lo que podían llevar por las postas; que siendo de día si el caballero o gentilhombre que por allí pasase no quisiera guía no se la diesen; que tuviesen buenos caballos, sillas y aderezos; que se mandase a las justicias que lo hiciesen guardar así y que cuando se visitasen por ellos los mesones, se visitasen también los tales ostes de correos174. Esta misma petición ya había sido presentada en el cuaderno general realizado para las Cortes de Toledo de 1538, respondiendo en esta ocasión el monarca que mandaría proveerlo como fuere más conveniente175. Preocupaba al Concejo de Toledo, y también al resto de ciudades con representación en Cortes a tenor de lo contenido en el cuaderno general, el número de creciente de personas que ejercían como físicos, cirujanos, boticarios sin haber realizado los diez años en los Estudios Generales, porque tenían para ello cartas de examen de los protomédicos del rey o de otras personas a quien éstos habían dado poder para examinar, de donde se seguía peligro para la salud y vida de las gentes. En las Cortes 172 A.M.T.,
fols. 42v-43r. fol. 24v. 174 A.M.T., fols. 24v-25r. 175 C.L.C., V, 97, p. 147. 173 A.M.T.,
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celebradas en Madrid en 1528 se pidió que en adelante los protomédicos hicieran el examen personalmente, que no se diere carta de examen a ningún físico, cirujano, ensalmador ni a otra persona para que curaran enfermos si no constase que eran graduados en Estudios Generales; que los boticarios no pudieran poner tiendas ni boticas ni usar de sus oficios sin que primero fueran examinados y tuvieran experiencia bastante para hacer medicinas, y que no pudieran usar los físicos, cirujanos o boticarios de los oficios sin que primero hubieran mostrado los testimonios que tuvieren en los ayuntamientos o concejos donde quisieren usar estos oficios bajo pena de quedar inhábiles en adelante para su desempeño176. Esta materia ya había sido tratada en las Cortes de Valladolid de 1523, quejándose los procuradores de que los protomédicos daban por muy poco precio las cartas de examen a personas que no eran hábiles para ejercer y de poca experiencia. Se pedía que el rey ordenara que estos protomédicos fueran examinados de nuevo por la justicia y regimiento donde ejercieren, y que para mayor seguridad cuando los protomédicos quisieran visitar los físicos, boticas y cirujanos fuesen acompañados de una persona nombrada por el regimiento y no pudiesen subdelegar en otros visitantes. Carlos I respondió que le placía que los protomédicos examinasen por sí mismos sin poner sustitutos en la corte y cinco leguas alrededor, y fuera de este término no se pudiese llamar a persona alguna, que la visita a las boticas las hicieran por sí mismos y pasadas cinco leguas, mandase que el corregidor o justicia ordinaria, con dos regidores y un físico del lugar, haga el examen de las dichas boticas177. En las Cortes celebradas en Madrigal en 1476, los Reyes Católicos, tal y como un siglo antes había hecho ya Juan I, prohibieron el juego de dados o naipes en cualquier parte de su reino, “en publico ni escondido”, bajo severas penas, por los daños que se derivaban para los pueblos y sus súbditos178. A tenor del contenido de una petición presentada por los procuradores en las Cortes de Valladolid de 1523, esta norma no debió respetarse y el rey Carlos I tuvo que recordar la prohibición hecha por sus abuelos179. Posteriormente, en las Cortes de Madrid de 1528 se dispuso que no procediese condena por juego cuando se hubiera jugado hasta en cuantía de dos reales “para cosas de comer”, y no mediando fraude o engaño180. 176 A.M.T.,
fols. 44v-45r; C.L.C., IV, 124, pp. 506-507. A esta petición el rey respondió que mandaría al Consejo tratar sobre esto y proveer lo que fuera conveniente. 177 C.L.C., IV, 46, p. 379. 178 Nov. R., 12, 23, 1. 179 C.L.C., IV, 61, p. 383. Posteriormente esta decisión pasó a formar parte de la Nueva y Novísima Recopilación (Nov. R., 12, 23, 6). 180 C.L.C., IV, 116, p. 502. En esta petición los procuradores solicitaron al monarca que en sus Reinos no se pidiese pena de juego si la justicia no sorprendiese jugando o si no fuera a petición de parte. En su respuesta Carlos I dispuso que no se “llevasen penas por jugar hasta en quantia de dos rreales” y que no se hiciera “pesquisa alguna sobre juegos q se hayan jugado o jugare por los vezinos desa dicha çibdad habiendo pasado dos meses despues que jugaron, no aviendo sido demandado ni penados por
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Con estas medidas no acabó de solucionarse los problemas que se derivaban del juego y en las Cortes que se sucedieron volvemos encontrar peticiones de las ciudades relativas a este asunto. Así, en las Cortes de Madrid de 1534, los procuradores de Toledo se quejaban de que muchas personas eran emplazadas por haber jugado sin que previamente se hubiera recabado la debida información; cuando posteriormente las justicias les tomaban juramento sobre si habían jugado, como no se habían hecho averiguaciones, cometían perjurio, por ello pedían “que nynguno pueda ser enplazado ni prendido por juego syn que prymero preçeda ynformaçion de aver jugado juegos vedados e mandamiento de las justicias para los prender”181.
Así mismo se informaba al rey como a pesar de su provisión para que no se pidieran penas de las personas que jugaren hasta en cuantía de dos reales para cosas de comer, las justicias condenaban por pena de juego alegando que luego no se comía lo que se jugaba. Se le pedía que no se penase por ello ni aun cuando lo que se jugare no se comiese, no excediendo de dicha cantidad. A raíz de esta petición esta circunstancia de que la cantidad jugada fuese para comer fue suprimida, quedando desde ese momento el juego permitido siempre que no se superase esta cuantía de dos reales182. Sin embargo, y a pesar de las distintas disposiciones otorgadas por Carlos I, el mismo asunto volvió a ser planteado por Toledo en las Cortes celebradas en su ciudad en 1538, quejándose de que el montante de las costas que se derivaban de los litigios superaba la cantidad por la que se estaba celebrando el juicio183. La apertura de la norma en el sentido de permitir el juego hasta en cuantía de dos reales desembocó en desórdenes, daños y ofensas como se deduce del tenor de la petición presentada en las Cortes de Valladolid de 1544; en ella se quejaba Toledo de que las decisiones de las leyes y pragmáticas sobre este asunto concedidas beneficiaban a los oficiales de justicia que las ejecutaban en lugar de remediar los males que se producían. Por ello se pedía que se proveyese para que cesasen los daños aconsejando que quizás sería menos inconveniente prohibir del todo el juego de dados y naipes como ya se había hecho en Portugal, que permitirlo no remediando los males existentes184. ello, e por aver jugado los vezinos desta dicha çibdad hasta contia de dos reales para cosas de comer, no aviendo en ello fraude, ni enganno, ni encubierta alguna”. Nov. R., 12, 23, 9. 181 A.M.T., fol. 61r. 182 A.M.T., fol. 62r y C.L.C., IV, 43, p. 599. Esta petición ya se había presentado con anterioridad en las Cortes de Segovia de 1532, (C.L.C., IV, 71 y 72, pps. 559 y 560); Nov. R., 12, 23, 10. 183 A.M.T., fol. 10r. 184 A.M.T., fol. 22v. El tenor de esta petición es muy ilustrativo sobre la intención de la ciudad: “Otrosi dezimos que ay tanta desorden e rotura en los juegos de naipes e dados que no se pueden numerar los daños e ofensas de Nuestro Señor que desto se rrecresçe, y las disiçiones de las leyes e prematicas destos reynos que çerca desto disponen mas obra de aprovechar a los ofiçiales de la justicia que las eje-
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Parece que los males a que la petición se refiere tenían que ver con la decisión del monarca de que cesara la limitación de que la venta de naipes se hiciese mediante concesión, como estancos concedidos a una sola persona, tal y como se desprende de la petición incorporada en los cuadernos generales de estas mismas Cortes; se había ordenado quitar todos estos estancos y para ello se había proveído a jueces. Los procuradores señalan que si estos estancos no se quitasen, los grandes y caballeros del reino y las ciudades podrían tomar ejemplo e imponerlos sobre otros productos para incrementar sus rentas. Así se pedía que en caso de que fuera servido de que hubiera y se vendieran naipes en el reino, se quitase la prohibición y todos los que quisieren los pudieran contratar y vender. A esto se respondió que se hicieron los estancos por gran necesidad y que sus ingresos estaban destinados a obras y reparos de San Sebastián y Fuenterrabía y arcas de Logroño, pero que se consultaría con el emperador, que como ya hemos señalado no presidió estas Cortes, como se podría solucionar el problema185. Por último, queremos hacer mención de una curiosa petición realizada en las Cortes de 1528 y contenida tanto en el cuaderno particular de Toledo como en el general de los procuradores de las ciudades: “Yten hareys relaçion a su magestad como muchos grandes destos reynos an casado y casan sus hijas, a quyen vienen sus mayorazgos y casas, con hijos de los otros grandes destos reynos y señorios, y de doss casas prinçipales se haze sola una porque con el casamiento consume la una de las dichas casas, de lo qual viene deserviçio a su magestad e mucho daño e perjuyzio a los cavalleros y hijosdalgos y escuderos, e a las dueñas e doncellas e otras personas que se criavan en una de las dichas casas y no tienen en donde se puedan criar ni donde les hagan merçedes como se solia y acostumbrava haçer; suplicareys a su magestad que lo mande proveer e remediar como viere que mas conviene al servicio de Dios e suyo”186.
A esta petición Carlos I únicamente respondió que tendría atención en lo que se debía proveer en adelante. 8. Concordancias entre las peticiones de Toledo y las contenidas en los cuadernos generales Al comenzar este trabajo señalamos que una de las cuestiones que nos habíamos planteado era hasta donde llegaba la coincidencia entre la problemática vivida por cutan que de remediar los casos e sus ynconvinyentes. Suplicamos a vuestra majestad lo mande platicar e proveer como çesen los dichos daños porque nos paresçe que seria menor ynconvinyente vedar del todo el juego de dados e naipes como se a hecho en el reyno de Portugal que permytirlo no remediando los ynconvinyentes que de aquesto se syguen y sobre todo le encargamos su real conciencia”. 185 C.L.C., V, 4, 306. 186 A.M.T., fol. 44r; C.L.C., IV, 123, p. 506.
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la ciudad de Toledo, reflejada en las peticiones que esta ciudad había incluido en sus cuadernos particulares, y la del resto de ciudades que tenían representación en Cortes, ésta a partir del contenido de los cuadernos generales. Para poder obtener una visión más clara de esto hemos elaborado un cuadro, editado al final de este trabajo, en el que aparecen recogidos los asuntos sobre los que trataban las peticiones de Toledo, señalando en qué Cortes se planteó la cuestión y cuándo la misma aparecía también reflejada en los cuadernos generales187. El análisis de ese cuadro nos sugiere varias ideas. Al comenzar este trabajo expusimos nuestra hipótesis de coincidencia entre la temática de las peticiones presentadas por Toledo y las contenidas en los cuadernos generales elaborados para las Cortes convocadas por Carlos I; a la vista del cuadro esta idea queda completamente descartada. En efecto, nos encontramos con que solamente la tercera parte de las súplicas toledanas encuentran un paralelo en los cuadernos generales; en concreto, la media de todas las Cortes supone el 33’75% del total188. Pero es que esta media, siendo ya baja, resulta engañosa, pues hubo sesiones en que el paralelo fue mucho menor. En las primeras Cortes cuyos cuadernos hemos estudiado para la realización de este trabajo, las celebradas en Valladolid en 1523, Toledo 1525 y Madrid 1528, la coincidencia entre los cuadernos particulares y generales es alta, hasta de un 71’42% en las sesiones de 1525; posteriormente desciende vertiginosamente hasta llegar a una coincidencia de sólo el 5’5% en las Cortes 1538, precisamente celebradas en la ciudad de Toledo. Finalmente, vuelve a subir en las Cortes de Valladolid de 1542 y 1544, ya al final del reinado de Carlos I. ¿Significa esto que, en determinados momentos, las cuestiones que tenían relevancia para Toledo no tenían concordancia con las que importaban al resto de ciudades con representación en Cortes? ¿Quizá en estas ocasiones los cuadernos particulares se centraban precisamente en los asuntos municipales sabiendo que las cuestiones de interés general quedarían recogidas en los cuadernos generales? Creemos que ninguna de estas hipótesis responde completamente a la realidad y que para entender los resultados obtenidos hay que tener en cuenta la historia de Toledo. Al finalizar la Guerra de las Comunidades, la ciudad está deseosa de congraciarse con el monarca y de que su participación en la misma quede cuanto antes olvidada; esta revuelta había significado una traición y el Concejo no iba a recordar 187
Las peticiones de Toledo no aparecen recogidas una a una sino agrupadas por temas siempre que las semejanzas en su contenido nos parecía suficiente, por ejemplo, bajo la rúbrica “Apelaciones” aparecen recogidas las súplicas en que se pedía que se elevase la cuantía de las apelaciones que podían hacerse ante las autoridades municipales, tanto las de carácter civil como municipal; bajo el título “Moneda” se han agrupado las peticiones relativas a la ley de la moneda, las que solicitaban que se impidiese la circulación de moneda extranjera, o las que pedían que no se sacase moneda del reino. 188 La media resultante en cada una de las Cortes que se han estudiado para la realización de este trabajo es la siguiente: 1523-66%, 1525-71’42%, 1528-55’5%, 1532-23’1%, 1534-14’3%, 1537-7’7%, 1538-5’5%, 1542-21%, 1544-39’3%.
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al rey su enfrentamiento en las sesiones celebradas inmediatamente después. En los cuadernos particulares presentados para estas primeras Cortes (1523, 1525 y 1528) es precisamente donde encontramos una concordancia mayor entre las peticiones municipales y las generales. Con el paso de los años, la relación entre Toledo y Carlos I se hizo más fluida, fueron varias las ocasiones en que el rey visitó la ciudad, durante una de ellas, en 1539, se produjo el fallecimiento de la emperatriz en el palacio de los Ayalas, lo que motivó un retiro del emperador durante casi dos meses en el monasterio jerónimo de la Sisla189. Precisamente es en estos momentos cuando la coincidencia entre los cuadernos particulares y los generales es menor; Toledo ya no tenía que demostrar su adhesión al rey, por eso podía centrarse en aquellos asuntos que de verdad afectaban al desarrollo diario de la vida de sus vecinos; seguramente lo hacía a sabiendas de que cuando los procuradores de todas las ciudades con representación en Cortes se hallasen en reunión conjunta para elaborar los cuadernos generales ya se tendría cuidado de comunicar al rey las cuestiones más importantes para el reino. No hemos examinado cuadernos particulares de otras ciudades hechos para estas mismas Cortes, pero creemos probable que en ellos nos encontráramos situaciones parecidas, en ellos predominantemente aparecerían incluidas peticiones de contenido municipal, dejando los grandes temas para los cuadernos generales. Respecto a cuáles son los asuntos que en mayor número de ocasiones están presentes tanto en los cuadernos generales como en los particulares debemos destacar tres: los problemas que el aposentamiento de la Corte causaba a los vecinos, que coincide en tres ocasiones (Toledo además lo planteó otra vez más); el acaparamiento de bienes, sobre todo raíces, por parte de las iglesias y monasterios que por pasar a sus manos salían de la circulación y estaba empezando a notarse por las ciudades la falta de tierras disponibles; y la solicitud de cumplimiento de capítulos otorgados en Cortes anteriores que todavía. Como puede comprobarse todos ellos son de interés general para todo el Reino, se trata de cuestiones que no sólo afectaban a la ciudad de Toledo sino a toda Castilla. En el polo opuesto nos encontramos las peticiones que nunca tuvieron un paralelo en los cuadernos generales, atendiendo a su temática es fácil comprender el por qué: que se suprimiese el impuesto sobre terneras y carneros destinado a la Capilla del Rey Sancho, que se finalizase el pleito que la ciudad tenía con los Condes de Belalcázar o que se respetase el privilegio para no pagar portazgo que tenían los vecinos de Toledo. 9. Conclusiones Varias son las conclusiones que podemos extraer de todo lo expuesto anteriormente. A la primera de ellas ya hemos hecho alusión: como es sabido, y así se con189
F. Martínez Gil, “El Antiguo Régimen”, Historia de Toledo, obra coordinada por J. de la Cruz Muñoz, Toledo, 1997, p. 284.
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firma nuevamente a la vista de la documentación examinada, el principal, y casi único, objetivo que tenía el monarca para convocar a las ciudades del Reino en Cortes era el económico. La propia dinámica de funcionamiento de las Cortes facilitaba este hecho; sólo cuando se había aprobado el servicio, ordinario o extraordinario, solicitado por el monarca, se procedía a la lectura de las peticiones elevadas por las ciudades. Sin embargo, una vez que el monarca había conseguido las sumas monetarias necesarias para financiar su política, se desentendía de los distintos asuntos que le proponían las ciudades. Las respuestas a las peticiones presentadas eran, demasiado frecuentemente, lacónicas, el monarca no daba respuestas concretas a las cuestiones planteadas, limitándose a señalar que ordenaría al Consejo que se ocupase de ello. Pero el Consejo tampoco daba solución a los problemas y así vemos como las ciudades reincidían una y otra vez en los mismos temas, o bien solicitaban de forma general el cumplimiento de los capítulos de Cortes anteriores que no habían tenido respuesta. Ya en el estudio de las peticiones de contenido municipal presentadas por Toledo llegamos a esta misma conclusión190. Si esta actitud por parte del rey puede ser más o menos comprensible en el caso de peticiones de índole particular, puesto que en realidad podían tener una repercusión social menor, parece tener una menor justificación cuando los asuntos tratados resultaban de interés general para todo el Reino. Encontramos una segunda coincidencia en las conclusiones de ambos trabajos: la escasa referencia a los importantes hechos políticos que tuvieron lugar durante el reinado de Carlos I. Entonces destacamos sobre todo la ausencia a menciones referentes a la Guerra de las Comunidades, donde Toledo desempeñó un importante papel; una vez más reseñamos la falta de mención a cualquier aspecto de esta confrontación, ni los sucesos del conflicto ni las consecuencias que éste tuvo para la propia ciudad y sus habitantes aparecen reflejados. Con todo no es esto lo que más nos ha llamado la atención puesto que la ciudad estaba interesada en que su participación en el conflicto quedase cuanto antes olvidada. En esta ocasión debemos incidir en la falta de referencias a otros importantes hechos políticos que ocurrieron, tanto en el interior de la Península, como, sobre todo, en el exterior. Continuos enfrentamientos bélicos con el rey de Francia, Francisco I, de los que no siempre consiguió salir vencedor, la lucha contra el peligro turco y Solimán el Magnífico, los problemas religiosos en los territorios germánicos, en fin, asuntos de tremenda importancia de los que no aparece la más mínima mención en los cuadernos de Cortes presentados por Toledo, salvo para pedir al rey que permanezca más tiempo en la Península. Por lo tanto, de los cuadernos de peticiones no podemos deducir cuál era la opinión que la ciudad tenía sobre estas cuestiones y sobre la gestión que de ellos estaba realizando Carlos I.
190 Op.
cit., p. 225.
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Respecto a la hipótesis también planteada al comienzo de este trabajo de la concordancia entre las peticiones de los cuadernos particulares y los generales, acabamos de resaltar como no se ve totalmente confirmada. Esta coincidencia sólo se da en algunos temas, probablemente en los más importantes, es cierto, pero gran número de los requerimientos presentados por Toledo no encuentran su paralelo en los cuadernos generales. Por lo demás vemos como eran los asuntos económicos y judiciales los que constituían las mayores preocupaciones para el Ayuntamiento de Toledo. En la materia económica preocupaba sobre todo el valor de la moneda y la depreciación que ésta estaba sufriendo con la entrada de moneda extranjera; también los gastos que ocasionaban los servicios que pedía el monarca y el aposentamiento y manutención de la Corte. En materia judicial, el contenido de las peticiones revela el mal estado en que se encontraba la justicia castellana, el atraso en la resolución de los pleitos, el coste de las apelaciones que impedía a los perjudicados recurrir las sentencias ante el perjuicio económico que esto podía ocasionarles y los abusos que cometían algunos oficiales en el desempeño de sus funciones.
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El Peloponeso en el marco de la política mediterránea de Carlos V Yanis Yasiotis
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Cultura e ideología en los orígenes de Carlos V Luis de Llera
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Como español de sangre, nacido y crecido en su historia cultural y en medio del fluir de una tradición renovada pero permanente, y como italiano recrecido en sus ciudades y universidades, desde las situadas en el milanesado hasta las ubicadas en el Reino de las Dos Sicilias, siento que soy deudor de la obra política, cultural e ideológico-religiosa del gran emperador Carlos V. Creo que también lo sería si mis cimientos vitales se encontrasen en los Países Bajos, o aquí en Malta, isla vigía y vigilante de tanta historia, grabados en sus tierras y en sus costas los hechos y los pensares de inumerables centurias provenientes de las dos orillas del Mediterráneo. Si se me permite una analogía diría que así como los europeos no podrán olvidar nunca la cultura, la legislación, la fuerza estructurante y unificadora del Imperio Romano, tampoco podrán olvidar el doble proceso de unificación europea y, paradójicamente, de acentuación de las distintas naciones (o nacionalidades) de Europa. Pues bien: unidad y diversidad, imperio y estados independientes deben mucho a la evolución fáctica de la idea imperial del gran Carlos V. La Europa de hoy, orgullosa de sus tradiciones, agrupada en torno a un proyecto común que va más allá de lo puramente económico, cuenta entre sus precedentes con la obra de los primeros años de la política imperial, especialmente los comprendidos entre 1517-37. Dos décadas inolvidables y casi mágicas que se concretaron en el imperio mayor de la Edad Moderna: Europa y América, el viejo y el nuevo mundo unidos bajo el mismo cetro, bajo la misma idea y también participando de idéntica crisis. Crisis, sí, indisolublemente engarzada a la idea de imperio, pues los proyectos no siempre caminaron paralelos con las realidades, con los éxitos del gigante borgoñón. Los hechos, repetimos, no coincidieron con el proyecto de Carlos V. Por un lado-tesis defendida recientemente por Philippe Erlanger- no resulta fácil verificar si el emperador tuvo pretensiones hasta 1530 de aumentar los territorios de Borgoña, supeditando a esa corona los otros reinos heredados, y si a partir de esa fecha y hasta 1554 abrigó la esperanza de un imperio universal. 1
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Tampoco creemos apostar en modo total, a pesar de los origenes de quien escribe, por un Carlos V que, desilusionado del Imperio e, incluso, de sus mismos territorios paternos, hubiese reconocido en Castilla el embrión y el centro del proyecto imperial2. Lo que en cambio queremos subrayar es que el imperio de Carlos V, sobre todo en su primera época, consiguió factualmente - las intenciones las dejamos a los psicohistoriadores - limitar más los confines de la Europa occidental y proporcionar a los pobladores del continente conciencia explícita de pertenecer, a pesar de todas las diferencias ideológicas y nacionales, a una cultura, a una geografía común. La oposición tenaz a las invasiones turcas, utilizando soldados provenientes de numerosos estados del continente, así como las nuevas conquistas en la inmensa América, desde el Yucatán a la Florida, las defensas de las costas africanas con las conocidas operaciones contra Argel y Túnez, ayudaron a delimitar los perfiles geográficos del continente y la idea de pertenecer a una civilización diferente y, desde luego, más culta, más rica y polifacética, no obstante los elogios que los arabistas puedan hacer a la civilización árabe en cantidad temporal, espacio vital y calidad y sutileza cultural. El emperador, no obstante la fuerza de voluntad por sacar adelante la idea de Europa, encontró entre 1537-39 serias dificultades que lo empujarían al desánimo y a la depresión. La Europa imperial era también la de la afirmación de las nacionalidades. La Inglaterra anglicana se aparta cada vez más del continente; la cristianísima Francia proyecta alianzas con el sultán turco para impedir la primacía de Carlos V, y con un sultán que ocupa ya parte de Europa y sigue amenazando la otra. En Alemania los luteranos se compactan y refuerzan a pesar de la liga católica preparada por don Fernando, hermano del emperador. Quizás Carlos V no se daba cuenta de que su ideal europeo, grandioso y en los orígenes de la conciencia europea actual, además de piedra inamovible para comprender nuestra historia y la de los progresos hacia la integración continental, tenía límites intrínsecos; algunos hundían sus raíces en la tradición y en los ideales medievales, otros se asemejaban en su modernidad a los pretendidos egoísmos de Francia, Inglaterra y Alemania. Me explico: la idea imperial de unidad europea bajo una misma fe e idéntica autoridad temporal no resultaba totalmente innovativa respecto a las concepciones medievales. Por supuesto las circunstancias se presentaban muy diferentes. Europa en la aurora de la Edad Moderna había evolucionado con rasgos muy propios de su época y, por tal, inconciliables evidentemente con los de la Edad Media. Sin embargo mucho quedaba aún de ella; sobre todo la imagen de un imperio católico unificado por una misma fe y un mismo proyecto. Y 310
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además, decíamos, los límites intrínsecos a la humanidad de Carlos V, borgoñón de nacimiento y crianza y con el tiempo cada vez más inclinado a Castilla; es decir un emperador que a parte de tal se sentía rey de España y de Flandes, o, mejor, de Flandes y de España. No obstante, y a pesar de las simpatías mayores a favor de algunas áreas del imperio sobre otras, no cabe duda de que la biografía de don Carlos, y sus continuos viajes, lo distancian de otros soberanos de la Edad Moderna, como Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia o de su mismo hijo Felipe II. 3 Su carácter, en fin, tiene que ser tomado en cuenta a la hora del balance final acerca de su idea imperial y de sus resultados. No cabe duda de que don Carlos sufrió depresiones evidentes4, desánimos inexplicables y desilusiones paralizantes, junto a, y es verdad también, una voluntad de hierro y a un sentido de la obligación como pocos monarcas de su tiempo, más dados, como buenos ejemplares del Renacimiento, a las fiestas y a las diversiones. A los 25 años comentó que se sentía ya viejo para gobernar. Pudo ser el desahogo de un momento, pero en 1537 era aún muy joven para desilusionarse siendo todavía el dueño de los dominios más extensos que hasta entoces civilización humana había conocido. Dos años más tarde (1539) cuando el 1 de mayo la emperatriz moría después de haber dado a la luz, muerto, a su quinto hijo, don Carlos no sólo se encierra en el convento de San Gerónimo de Lisla, cerca de Toledo, sino que sería acosado por los males del alma, en este caso bajo la tentación de abandonarlo todo5. Cuando el deber le obliga de nuevo a cargar con la resposabilidad imperial , Carlos V es un anciano prematuro, sofocado por la gota y por los dolores. A partir de ahora vestirá siempre de negro, espejo de los males del cuerpo y del espíritu. Carlos V y el primer Renacimiento Durante los primeros años del imperio se despertó en Europa un movimiento cultural, el Humanismo o Renacimiento, del que participaron, con sus ricas particularidades, las naciones del continente. Movimiento que significó, entre otras cosas, un cambio radical de perspectiva en todos los campos del ser y del quehacer y, por supuesto, del saber. La teología, la filosofía, la literatura, la filología y las ciencias se transformaron en la intensa dialéctica de cambio de siglo, en la conciencia de una nueva era superadora de la Edad Media, y en una dialéctica ideológica, que se extendió a la política y a la religión, entre Reforma y Contrarreforma6. La Europa de 1517-37 tiene ya planteados los problemas ideológicos de toda la era imperial, pero sin embargo Carlos V, en líneas generales y dependiendo mucho de los consejeros de turno y del Papa reinante, se muestra más tolerante, más conciliador ideológicamente y menos súcube de los problemas caracteriales. 311
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Como ha escrito Pierre Chaunu, modificando de un lustro las fechas propuestas por nosostros, "entre 1532 y 1560 España rehusó la via media que había seducido durante quince años, de 1517 a 1532, a una fracción de élites [...]. De un modo algo más simplista, cabrá decir que la sociedad de los estatutos de pureza de sangre impuso su ideología a la élite en un movimiento de abajo arriba. Sería también exacto constatar que la raíz de este rechazo se deriva de los retrasos acumulados en el plano de la historia intelectual de los siglos XIV y XV. Lo que le faltaba a la España del siglo XVI era una parte de la lenta maduración que preparaba, al nivel de la evolución del pensamiento escolástico, las rupturas y los rebosamientos del periodo XV-XVI, en Italia primero y en la Europa del Norte a continuación [...]. De todos modos el rechazo no se produjo hasta después de una amplia aceptación"7. Hemos elegido los primeros 20 años del Imperio, aun a sabiendas de que el período posterior fue más determinante para los destinos de las naciones y, por supuesto, más rico de acontecimientos; existe un motivo: me refiero a que hasta esa fecha Carlos V se muestra más universal, menos hispanizado y más abierto a las nuevas culturas que la Edad Moderna empieza a consolidar. En fin, 1517 ya plantea dos de los grandes problemas ideológico-políticos del Imperio: el luteranismo como ruptura interna de la Europa católica y el fuerte avance de los turcos que, desde el exterior, amenazaron esa misma unidad. El luteranismo culmina en cierto modo un proceso de reforma religiosa iniciada en Europa años antes y que será el eje teológico-cultural alrededor del cual girarán las preocupaciones de Carlos V y de la Europa fiel a la ortodoxia definida más tarde en el Concilio de Trento. Por su parte el peligro turco hará coincidir los intereses de España con la idea imperial8. El Renacimiento tomó fuerza en España con posterioridad a Francia, y, por supuesto, a Italia y a otros países del Imperio. No es éste el lugar adecuado para explicaciones pormenorizadas, pero sí podemos aludir, en el campo del pensamiento, a la débil escolástica del siglo XIII. La labor de los traductores españoles sirvió a las grandes polémicas de la Sorbona entre averroístas y tomistas, pero la filosofía española no supo capitalizar el esfuerzo realizado en Toledo9. Por otra parte España recibió débilmente la influencia del inglés Guillermo de Occam (1295-1350), privando a la península de una gnoseología intimista que dejaba atrás, superándola o no, el racionalismo tomista o neoaristotélico10. Igual habría que decir del alemán Eckart (1260-1320), denunciado y perseguido por la inquisición romana, acusado de predicar en lengua vulgar doctrinas contrarias o peligrosas para la fe. En 1329 fueron condenadas 18 proposiciones. Las dudas sobre su inocencia doctrinal siguen en pie hoy como ayer. Hay dos hechos de su producción que quisiéramos destacar. Parece ser que El libro del consuelo divino lo escribió para la reina de Hungría, hija del rey Alberto y 312
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esposa de Andrés III que estaba en relación con el círculo de los místicos. "El hecho de que el maestro Eckhart [sic] dedique a la alta dama una obra de tan difícil comprensión nos habla del alto nivel espiritual que se había logrado en aquella época"11. Hay otro hecho importante que resaltar, junto con la afirmación de una cultura de élite de la época pre-imperial en Europa, y es de tipo más teológico-filosófico. Nos referimos a la plataforma conceptual y cognoscitiva que el pensamiento de Eckart prepara para los futuros desarrollos del misticismo en todos los campos del saber humano. Muchos de sus pasajes sobre el Corpus Christi mysticus se prestaron a interpretaciones teístas, panteístas y ontologistas. La igualdad entre naturaleza divina y humana, el hecho de que la existencia de las criaturas dependa exclusivamente de Dios y, por tal, deseen la vuelta al origen de lo creado, constituían problemas de difícil solución para la tradicional explicación de la creación del mundo. De aquí que su filosofía se aparte en este punto de la ideología del futuro Renacimiento donde el teocentrismo dará en cierto modo paso al antropocentrismo12. Sin embargo la exaltación del alma y de sus capacidades cognitivas - más allá del orden racional - resultarán elementos válidos para el erasmismo y para las corrientes místicas o mistificantes del Renacimiento español y europeo. El platonismo de Eckart, que proclama la existencia de ideas superiores al mundo y procedentes del Verbo, lo acercan también al neoplatonismo italiano y alemán. Estos factores culturales unidos a los del aislamiento político durante los últimos años de la Edad Media retrasaron la explosión del Renacimiento en España, pero no impidieron que ya durante los dos decenios imperiales aquí considerados estallase en toda su magnificencia13. Al finalizar el siglo XV las cortes renacentistas de Mantua, Milán, Florencia resplandecen como la del Papa en Roma y como la de la ciudad de la cuna imperial, Gante, centro urbano en puja permanente por su comercio y por sus tesoros artísticos. "Estamos en el corazón de la sociedad más refinada de la Europa nórdica, que está viviendo aún los últimos años del siglo XV [...] Eran tiempos nuevos, una época distinta [...] Muchos leían ya - gran maravilla - los libros impresos, gracias al invento de Gutenberg [...] Otros signos hablaban de mutaciones profundas"14. Los libros de caballería aumentaban la imaginación y los deseos de nuevas fronteras y descubrimientos. Se empezaba a creer más en la astrología que en la astronomía, en la alquimia más que en la química. La confianza en la iglesia de Alejandro VI disminuía. Muchos defendían al fraile Savonarola por haber denunciado los pecados de Roma. En las artes destacaba Signorelli y se anunciaba el genio insuperable de Leonardo da Vinci. Los sueños de Colón se habían convertido en 313
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realidad. Un mundo inmenso se abría a las ambiciones políticas y a las intenciones religiosas. En esas circunstancias vivía Europa cuando en 1500 nacía el futuro emperador. Formación flamenca, con algún profesor español, ya en 1517 el encuentro con Castilla y con los demás reinos de la península, para pasar después a ocuparse de la elección imperial en el corazón de Europa. Pues bien, esa Europa de don Carlos que empieza a formarse en 1517 y termina alrededor de 1537, a pesar del luteranismo, de los choques dogmáticos y de los peligros exteriores, concedió a la cultura y al pensamiento una libertad de expresión superior a la que conocería el continente durante todo el resto del siglo XVI y XVII. Tomaremos como ejemplo a España por descubrirse en aquellos inicios de XVI, quizás, la fuerza motriz más importante del Imperio. La reforma ideológica y religiosa: Cisneros Para esa fecha la reforma del clero regular y secular tomaba pie gracias a la actuación del cardenal Cisneros. La actuación del cardenal determinó en buena parte los preparativos de esa España a caballo entre el siglo XV y XVI, capaz de crear los fundamentos de la Reforma y de la Contrarreforma en campo religioso-político, y del Humanismo y del Renacimiento en el cultural. Son hechos sabidos pero imprescindibles para comprender, al menos en parte, el milagro español del siglo XVI. Hay acontecimientos en la historia casi imposibles de encasillar o de esclarecer, en parte por la dificultad de la trasversalidad de las concausas y en parte, quizás, también por la acción providencial que actúa, para no alterar regularmente la libertad humana, cuando encuentra el camino preparado, para que se produzca la acción conjunta que, siendo toda Suya, comparte en la cotidianidad del fluir histórico Dios con los hombres15. Ya desde 1484 Cisneros se había ido incorporando espiritualmente a la reforma del clero y de la Iglesia española al ingresar en la Orden de los Franciscanos Observantes, entregándose a la meditación y a la purificación interior. En 1492 se produce un cambio de ruta importante en su vida cuando Isabel la Católica lo nombra su confesor, convirtiéndolo, a su pesar, en un verdadero cortesano. Dos años después el gran salto en la jerarquía del catolicismo: arzobispo de Toledo en 1495. El Papa Alejandro VI lo exhorta a emprender con fuerza la reforma del clero regular y secular, mediante visitas pastorales y convocación de sínodos, convirtiéndolo en un auténtico reformista, anticipador de la Contrarreforma y del mismo Concilio de Trento. No obstante, y a pesar de su participación en la Inquisición, el famoso cardenal no quedó atado por los brazos de la intolerancia cultural, pues en modo diferente no hubiera llegado a alcanzar la talla de gran humanista. Como ha escrito G. 314
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Fraile, "el espíritu reformista y ecléctico de Cisneros se revela en la fundación de tres cátedras de teología, conformes a las tres vías de aquel tiempo: una de Santo Tomás, cuyo primer regente fue Pedro Ciruelo; otra de Escoto, encomendada al P. Clemente Rodríguez, y otra de nominales, cuyo primer regente fue el maestro Gonzalo Gil"16. La amplitud de miras culturales la demostró también financiando numerosas traducciones de San Buenaventura y de San Agustín, así como la Vita Christi de L. de Sajonia. Resultó la fundación de la universidad de Alcalá (1508) su obra cultural de mayor alcance, en cuanto rival y, al mismo tiempo, complemento de la de Salamanca, esfuerzo, si cabe, superior al de preparación y publicación (1517) de la llamada Biblia Complutense, culmen de los trabajos de traducción y erudición de la época. Su espíritu independiente se hizo patente ya en juventud, por ejemplo, contraponiéndose al arzobispo Carrillo. Actitud que pagó con varios años de cárcel. Sus dotes reformistas las reconoce un intelectual laico de la talla de Alberto Jiménez Frau: "Jiménez [Cisneros] reunía en grado máximo todas las virtudes de un reformador y, apoyado por la reina, logró mejorar en tan alto grado la moral y la disciplina monásticas que los pasados abusos fueron olvidados ante la ejemplaridad de la nueva conducta". En cuanto a la finalidad de la nueva universidad prosigue así el famoso institucionalista y director de la Residencia de Estudiantes: "No trataba Jiménez de crear una nueva universidad que hiciera competencia a la de Salamanca, donde él mismo había hecho sus estudios. La nueva universidad tenía un carácter esencialmente eclesiástico y venía a llenar una función muy importante según la mente del reformador: levantar el nivel espiritual y cultural del clero regular y secular español, mediante un organismo completo de enseñanza elemental y superior17. Cuando la Universidad de Salamanca quiso impedir, por normales celos académicos, la nueva fundación universitaria, Cisneros replicó que dejaría los estudios jurídicos a la ciudad del Tormes, pero no la exclusiva de los teológicos, religiosos y filosóficos. El peso concedido al escotismo, en alternativa - no en contraposición - al tomismo y al estudio de las lenguas clásicas y semíticas ejemplifica el humanismo de Cisneros y de la universidad de Alcalá. Como en tiempos de Alfonso X el Sabio, el gran rey tolerante de nuestra Edad Media, volvieron a trabajar juntas razas diferentes. Entre los traductores de la Biblia al latín emergía la figura de los hermanos Vergara. Pues bien, uno de ellos, Juan, tuvo relaciones de amistad, a parte de coincidencias ideológicas, con Erasmo, terminando en las cárceles de la Inquisición después de la muerte de Cisneros. Desgraciadamente las relaciones entre el gran emperador Carlos V y Cisneros dan un resultado más bien negativo. El cardenal, a la muerte de Fernando el Católico en 1516, tomó la regencia de Castilla y de Aragón, a 315
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pesar de vivir aún doña Juana, madre del futuro emperador, y el hermano de don Carlos, el infante Fernando. Sin embargo los esfuerzos y los éxitos políticos de Cisneros no obtuvieron la recompensa, ni el agradecimiento del emperador, pues "una vez en Castilla, el cortejo regio demora la entrevista con Cisneros. Era una táctica política, impuesta posiblemente más por el castellano Mota, obispo de Badajoz, que por el flamenco Chièvres. Ante la grandeza de Cisneros, Mota temía que sus servicios se eclipsasen. Y así aquel rey, que no había dejado de ser un adolescente, escribió la carta que relegaba a Cisneros a segundo plano; cierto que el anciano cardenal, que agonizaba en la villa de Roa, no llegó a leerla, gracias al cuidado que pusieron en evitarle tal pena sus más fieles colaboradores, como el obispo de Ávila. Por otra parte, no era la afrenta al cardenal lo que andaba en juego, sino a la vieja España, heredera del testamento de los Reyes Católicos. Eso fue lo que no supieron valorar ni Chièvres, ni Mota, cuando dejaron en Roa a Cisneros, sin empujar a Carlos a que lo visitase en su lecho de muerte"18. La España de Cisneros estaba echando los cimientos para la obra que completaría el nieto de los Reyes Católicos. La unidad de los reinos paralela a la explosión cultural prepararon el trampolín a don Carlos, fusionándose la cultura flamenca y centroeuropea de Erasmo con la mediterránea de Cisneros. La unión resultó reforzativa para ambos, y el milagro se produjo en los lugares que fueron testigos de la fusión entre lo meridional y lo septentrional,como en España y, por supuesto, también aquí en Malta. A los orígenes de la Reforma A pesar del retraso español hacia 1500 nuevas inquietudes religiosas, fruto del nuevo espíritu, habían hecho su aparición. Los historiadores, unánimes, destacan tres corrientes religiosas, que en aquellos tiempos, por la falta nítida de fronteras, resultaban ideológicas e incluso, y en ciertos casos, políticas y sociales: "El alumbradismo entre los devotos, el erasmismo entre los intelectuales y el luteranismo entre los eruditos pertenecientes al clero, a profesiones liberales y a la clase media. Las tres corrientes surgieron con el mejor deseo de despabilar la vida cristiana de su medieval rutina; las tres tuvieron la pretensión de promover una reforma más o menos universal en la Iglesia y las tres tropezaron con la tenaz resistencia de la estructura tradicional, de algún modo encarnada por la inquisición española. La Iglesia tomó en sus manos las riendas de la inmediata acción pastoral, sustituyendo con un programa, no siempre ni radicalmente contrario, los propósitos y los fines de aquellos tres movimientos19". El movimiento de los alumbrados hizo su aparición más o menos alrededor de 1519 en la zona de Castilla la Nueva. Dejaron poco escrito20, 316
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por lo que resultan difíciles o imposibles los análisis dogmáticos o filosófico-culturales. La difusión reducida del movimiento contrasta, al menos aparentemente, con la gran preocupación de la Inquisición española que en 1525 publicó un Edicto de Fe donde se condenaban 47 proposiciones. Probablemente el artículo del Santo Oficio en fecha tan prematura, es decir mucho antes de la oposición al luteranismo, incluso al erasmismo, parece tener sus causas en el miedo a una difusión y a las inevitables conclusiones que podía causar la actuación de la reforma española, iniciada antes por Cisneros. En efecto, algunos de los alumbrados no sólo fueron hombres religiosos sino que además salieron indemnes de los procesos inquisitoriales. En cierto sentido respondían a la reforma del cardenal de Toledo acerca de una mayor espiritualidad y religiosidad de la Iglesia española. Alumbrado quiere decir iluminado por Dios a través de una oración mental e interior que espera en quietud la aparición de signos sobrenaturales, prestando poca atención a los medios normales de santificación proclamados por la Iglesia, en especial modo la oración vocal y los actos litúrgicos. Sin embargo el problema de fondo parecía radicar en que algunos alumbrados declaraban el contacto directo con Dios Padre sin la mediación de la segunda persona encarnada. Por otra parte los raptos, éxtasis y otras experiencias de santidad o misticismo hacían temer la influencia del diablo como padre de la mentira, del engaño. Además la pretendida presencia real de la divinidad en el alma creaba sospechas de ontologismo, es decir, que el conocimiento humano estaba seguro de su sabiduría gracias a tal tipo de presencia, no considerando, pues, necesaria la mediación de la Iglesia y de sus pastores. El problema de fondo es la separación de una tendencia natural en la Iglesia, el recogimiento piadoso, con una desviación, el abandono, que, como decíamos, prescinde de la autoridad de la Iglesia, de su mediación entre Dios y el hombre, siguiendo la vida y la acción de Cristo. Por aquellas fechas llegaba la noticia de la reforma luterana, de la ruptura con Roma. Ahí se concretaba el mayor peligro para los inquisidores. Difícil distinguir la ortodoxia de la heterodoxia, la piedad intensa de la reforma de los desvíos conscientes o causados por la ignorancia. Piénsese en Pedro de Osma, profesor de Nebrija, que defiende, con la Biblia en la mano, la procedencia humana - y no divina - del sacramento de la penitencia. "Habría que esperar hasta Trento para hallar una respuesta salvadora de la tradición. El tiempo de la reforma propone dos soluciones equivalentes: la Escritura sola y una concepción evolutiva, dinámica, creadora de una Revelación confiada, a partir de la Escritura, al cuerpo de la Iglesia. 317
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Recuérdese, sin embargo, que es la concepción católica la que es nueva, paradójicamente, al rebasar el pasado; la concepción protestante es tradicional, aunque en la práctica estuviera destinada a convertirse, más que la concepción católica, en introductora de novedades. Osma sería llamado al orden en 1478. Entre Lutero y Erasmo La tendencia hacia una piedad menos popular y, por tal, menos gestual no se debe sólo a Erasmo y al erasmismo. En España, por motivos trasversales, se estaba llegando a un tipo de espiritualidad parecida a la erasmista, donde la teología por falta de filosofía, dejaba su puesto al derecho, confiando la interioridad al espíritu religioso. En este sentido Alcalá representó por una parte la base de los debates de escuelas, pero conservando la teología y la ortodoxia en el centro de la vida espiritual. Por eso Cisneros precede a Trento y por el mismo motivo a veces lo moderno es tradicional y viceversa. Los ecos de Savonarola, y, a través de él, de Pico de la Mirandola, llegaron a España. Por su parte la Inquisición no pudo controlar una ebullición espiritual de raigambre y evolución también hispana. "España tuvo sus llamadas de milenarismo y 1512 fue uno de los años de prueba. Tuvo sus profetas: el misterioso fray Melchor, Juan de Cazalla, sor María de Santo Domingo, beata de la Orden Tercera Dominicana. Marcel Bataillon ve en estas manifestaciones un tanto confusas de los últimos años del reinado de Fernando V, a los que se mezclan los medios judíocristianos, el punto de partida de la corriente iluminista, es decir, ese misticismo heterodoxo que constituye una de las características de la vida religiosa española bajo el reinado de Carlos V. Tales eran las estructuras de recepción de la vida espiritual española cuando, junto con el príncipe extranjero, se produjo en 1517 la llegada de un conjunto jamás igualado de corrientes y de influencias exteriores21". Entre ellas, la principal, por lo menos por calidad, resultó ser la de Erasmo, sin que tal pensamiento superase en precisión al de los ambientes selectos de la España de Cisneros y de Carlos V. Por ejemplo la Biblia Políglota de Alcalá resulta un trabajo filológica y teológicamente de una categoría insuperable en España y en Europa. La superioridad de Erasmo no se refiere, pues, ni a la mayor erudición ni a la superior precisión teológica. Su fama se debe a la novedad y a la influencia ejercida en una España preparada para recibirle. Por paradójico que pueda parecer en ciertas corrientes historiográficas la primera invitación de Erasmo en la península la recibió de Cisneros poco antes de la muerte del cardenal, para que fuese a enseñar a Alcalá. El humanista no retuvo atrayente lo que se hacía en la Complutense. Por otra parte el primado de Toledo no era el único personaje importante en la península atraído por el Novum instrumentum. "Erasmo podía contar con el apoyo incondicional del emperador y los personajes más influyentes de la corte 318
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y la jerarquía eclesiástica: el canciller Gattinara, el arzobispo de Compostela, don Alonso de Fonseca, el obispo de Palencia, don Pedro Ruiz de la Mota, el inquisidor general, don Alonso de Manrique, etc."22. Sus obras se tradujeron a la lengua vulgar, gozando de mayor éxito el Enchiridion, traducido con el subtítulo del Manual del caballero cristiano (1526). Quizás el período de mayor apogeo fueron los años siguientes, hasta 1532-34, con El triunfo de la locura. Su teología cristológica, fruto de la reforma cristiana, influyó en toda la literatura religiosa del Renacimiento español: Juan de Ávila, fray Luis de León, fray Luis de Granada, Luis Vives y, ¿por qué no?, San Juan de la Cruz. Quisiéramos apuntar para evitar equívocos que la afirmación del erasmismo no implicó siempre desviaciones heterodoxas y precedentes al luteranismo. El verdadero significado hay que buscarlo en una amplitud de puntos de vista capaces de unificar el clasicismo con las novedades de la Edad Moderna, superando definitivamente los modelos de la última Edad Media. Lógicamente estas novedades produjeron escándalo precisamente allí donde las cuestiones teológicas y filosóficas gozaban de mayor consideración: Alcalá. En efecto, en 1519 Diego López de Zúñiga publicó Annotationes contra Erasmus in defesionem translationis novis testamenti (1519). "Apenas llegada a Alcalá la edición grecolatina del Nuevo Testamento, hecha por Erasmo, López de Zúñiga hizo alarde de despreciar la obra admirada por todos, y de asombrarse de verla en manos de Jiménez. Muerto éste, Zúñiga publicó sus opúsculos contra Lefevre, traductor de San Pablo, y Erasmo, editor e intérprete del Nuevo Testamento. La participación de López de Zúñiga en los trabajos de la Biblia Políglota le permitió juzgar el trabajo exegético de Erasmo, y su voz de apasionado adversario y de exaltado patriota despreciador de la ciencia de los hombres del Norte, la elevaba estridente contra el Sabio de Rotterdam, contrastando con el silencio que guardaba Nebrija y el comendador Griego, verdaderos maestros complutenses"23. Además de orgullo nacional existían luchas entre teólogos puros y escrituristas, que basaban sus conocimientos en un estudio directo de la Biblia y de las Sagradas Escrituras y como utensilios el aprendizaje de las lenguas y de las artes. Todas estas contraposiciones trasversales o verticales entre las diferentes escuelas de teología, entre los escrituristas y los canonistas ejemplifican el ambiente de contraste, libertad y reforma de la cultura en los territorios carolingios. Por ejemplo en Alcalá los escrituristas y los teólogos eclécticos fueron por lo general favorables a Erasmo; no así los teólogos puros y los juristas de Valladolid y Salamanca. Pero a estas razones se mezclaron las políticas, los grupos de poder entre Gattinara y Cobos, entre fieles al emperador y simpatizantes de los Comuneros de Castilla. Contra Erasmo dictaron sentencias críticas 319
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Francisco de Vitoria, Alonso de Córdoba, Bernardino Vázquez de Oropesa (todos profesores en la ciudad del Tormes). "El revuelo producido por sus doctrinas fue causa de que el inquisidor general Alonso Manrique convocara en 1527 las juntas de Valladolid, a las que asistieron 29 teólogos, entre ellos Francisco de Vitoria"24. Como escribe R. García Cárcel, demostrando la influencia y el atractivo del humanista nórdico en España: "El inquisidor Manrique decidió suspender las sesiones de la congregación librando así a Erasmo de las provisiones adversas que le hubieran venido encima"25. No cabe duda de que la difusión de Erasmo contribuyó a crear un ambiente de libertad frente a la autoridad y a la tradición, pero también representa una llamada a la religiosidad auténtica, en un momento de contrastes donde la profanización de la vida, empezando por la Ciudad Eterna, era cada vez más una realidad. Como escribió el filósofo catalán Joaquín Xirau, en esta época coinciden la Roma papal y las herejías más extremadas. "Lo sagrado tiende a disolverse en lo profano. Es la afirmación de la vitalidad frente a todos los valores que tienden a coartarla. La belleza y la vida se sobreponen a la conciencia moral y religiosa, el ímpetu de las fuerzas espontáneas rompen la valla de la ley. La espontaneidad de la vida se expande en la luz de la razón y en el esplendor del arte. Frente a Italia se levanta el Norte. En el ejercicio de la libertad funda su protesta. A la espontaneidad vital, a la razón y a la sensibilidad dependientes y despreocupadas es preciso oponer los imperativos sagrados de la conciencia moral y religiosa, a la Roma pagana, la pureza de la vida cristiana. Mediante el contacto directo con la palabra divina revelada en los libros sagrados la conciencia humana, independiente y libre, entra en contacto con Dios"26. Notas 1
Según Philippe Erlanger hacia 1537 Carlos V se concentró en organizar los territorios españoles, dejando por el momento las tierras movedizas de Italia, acechantes de conflictos demasiado entrecruzados. El segundo paso sería la coronación imperial en Roma y, finalmente, someter a los príncipes alemanes. Efectivamente el César providencialista seguía manteniendo su vitalidad en lo íntimo de sus entrañas, pero un mayor sentido de la realidad lo había aprendido de las circunstancias y de las ilusiones del pasado. "El espíritu de aventura no desapareció, pero cesó de poner su marca en el gobierno. Fue creada una policía, la justicia fue administrada según unas reglas fijas, garantizando una especie de seguridad hasta entonces desconocida. El bandidaje, que era una institución, desapareció casi completamente, las familias nobles tuvieron 320
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que renunciar a sus tradicionales vendetas. La Inquisición conservó su temible poder, sin por eso entorpercer el del rey, como iba a producirse más tarde" (Carlos V, Madrid, Ediciones Palabra, 1999, p.120; traducción de la edición francesa de 1980 a cargo de Librairie Academique Penin). Sin embargo el esfuerzo de los imperiales chocaba con su propia grandeza. Los ideales resultaban demasiado para unas finanzas en crisis y permanentemente insuficientes. Se sucedieron los éxitos a los fracasos, pero con la idea de fondo de que el César de Europa era él, a pesar de Francisco I, del sultán turco, de los protestantes alemanes, de las oposiciones internas en España y los Países Bajos, del avispero italiano, de los celos de sus consejeros y de una Iglesia que alternaba la admiración por emperador creyente con una rabia no menor contra el nuevo jefe de Occidente; es decir, a la mano derecha de la providencia divina en la Tierra, en el campo político y, cuando convenía, en el religioso. Pero efectivamente en 1537 la situación empeoró. "Todo iba mal. Un informe de Held anunciaba el completo fracaso de su misión en Alemania. El sultán, que estaba detenido hasta entonces militarmente, podía volver a emprender la ofensiva, había perturbaciones en Flandes, los protestantes se negaban a asistir al concilio porque iba a celebrarse en Italia, y, sobre todo, las arcas estaban, una vez más, vacías, aunque Pizarro había encontrado montones de oro en los Incas. Se había tenido que proceder a una devaluación, el ducado español fue sustituido por la corona, que contenía el 11% menos de oro y el Tesoro no permitía contratar ni un solo mercenario. En cuanto a los bancos, que seguían prestando por miedo a que una bancarrota les hiciera perder sus créditos anteriores, estaban esta vez reticentes [PE, op cit, p 130] 2 El emperador llegó por primera vez a España en 1517. Al año siguiente muere el gran canciller Sauvaje que será sustituido por Mercurino di Gattinara mientras las Cortes aragonesas lo reconocen como rey. Al año siguiente los catalanes lo proclaman en Barcelona. En fin, en 1520 se reúnen las Cortes castellanas en Santiago de Compostela. El 22 de mayo Carlos sale de España para su coronación imperial, dejando como regente a Adriano de Utrecht y un gran descontento en Castilla. Cuando vuelve, ya proclamado emperador, encuentra una Castilla pacificada tras la derrota de los Comuneros. Residirá en España desde 1522 a 1529, nombrando a Margarita de Austria regente de los Países Bajos. Esta larga estancia cambió la actitud del emperador en relación con sus territorios uroccidentales de Europa. Se casó con la princesa Isabel de Portugal. Un español guió los designos de la península a pesar del cargo preminente de Gattinara. Según J. H. Elliott "a partir de 1522 se desarrolló una lucha entre estos dos hombres para asegurarse el control de la máquina de gobierno, batalla que Cobos ya había ganado cuando Gattinara falleció en 1530 [...]. El gobierno de España se deslizó tan llanamente bajo la dirección de Cobos que casi parece como si durante veinte o treinta años 321
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no hubiera habido historia interna española [...] donde las reiteradas quejas de las cortes por las largas ausencias del emperador y los enormes gastos que acarreaba su política, eran prácticamente los únicos signos externos del desasosiego ante el futuro que había provocado la revuelta de los Comuneros" (ver: La España imperial 1469-1716, Barcelona, VicensVives, 1965, p. 175). Para los españoles, sin embargo, la política imperial en Francia, Italia etc. - no coincidía con los intereses patrios. "Para Tavera y sus amigos, la intervención española en Italia era una perpetuación de la política exterior aragonesa de Fernando y había de arrastrar a Castilla a los conflictos europeos, cuando los intereses castellanos requerían paz en Europa y la continuación de la cruzada contra los infieles en la costa africana" (Elliott, ob. cit., pp. 177-178). 3 El prestigioso historiador de Carlos V Joseph Pérez abre su último libro con la pregunta que nos ocupa: " ¿ fue su reinado el último destello de la Edad Media o el primer esbozo de la modernidad?" . Para el ex-rector de la universidad de Bordeaux la respuesta la encuentra, sin radicalismos interpretativos, en la primera parte de la pregunta: " [No] parece muy moderno el empeño que puso Carlos V, por lo menos hasta 1530, en reconstituir, entre Francia y el Imperio germánico, una nación borgoñona que ya por aquellas fechas era cosa del pasado. Lo mismo cabe decir de su concepción patrimonial y dinástica del poder". Además los inmensos territorios gobernados "nunca fueron sometidos a una administración y una política comunes; cada uno de ellos siguió más o menos su suerte como si fuera independiente". Por otra parte hablar de imperio español tampoco tendría sentido en cuanto los castellanos no se sintieron identificados con las empresas de Carlos V. (Carlos V, Madrid, Temas de Hoy, 1999, pp. 9 y 11). Historiadores alemanes como Peter Rassow, Karl Brandi sostuvieron que el emperador siguió totalmente al canciller Gattinara en su proyecto de restaurar, bajo el mando supremo y absoluto de Carlos V, la unidad política del mundo cristiano. Por su parte Ramón Menéndez Pidal intentó demostrar que la idea política de Carlos V, aparte de tener raíces españolas, se concretaba en dos principios: paz entre las naciones cristianas y oposición tenaz contra los infieles. A este propósito J. Pérez comenta que el emperador no pronunció nunca la palabra Europa y sí la de cristiandad o res publica christiana, es decir una unidad orgánica que procede de la comunidad de fe, pero que deja casi intacta la soberanía de cada reino particular". Sin embargo "dicha comunidad de fe tiene implicaciones intelectuales, culturales y morales: una misma concepción de la vida inspira a todos los que forman parte de esta comunidad por encima de las diferencias y variedades nacionales o regionales. Se trata en realidad de lo que hoy llamaríamos un área cultural o una civilización que tiene sus caracteres propios" (op.cit., p. 63). Civilización que, en el fondo, se extiende más allá de lo espiritual y cultural. Y si esto es verdad 322
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también lo es que la idea imperial no se identifica con monarquia imperial; es decir no existe homologación conceptual entre un emperador super-partes y un soberano decidido a catapultar una nación o dos naciones en detrimento de las otras. 4 Manuel Fernández Alvarez, Carlos V. Un hombre para Europa, Madrid, Espasa-Calpe, 2000, p.52, y el ya clásico manual de José Luis Comellas, Historia de España moderna y contemporánea 1474-1965, Madrid, Rialp, 1972. 5 En carta a su hermana María le confiesa: Yo estoy con la angustia y tristeza que podéis pensar por haber tenido una pérdida tan grande y tan extremada y nada me puede consolar si no es la consideración de su buena y católica vida y el muy santo fin que ha tenido. (Carlos V a María. Toledo, 2-5-1539). No era para menos, pues como ha escrito P. Erlanger, cuando la soberana se da cuenta de la proximidad de su muerte se amordaza sola y llama a su Carlos para tranquilizarle acerca de sus creencias en el más allá. "La más bella soberana del mundo muere a los 37 años, apretando entre sus manos un pequeño crucifijo de marfil y los ojos puestos en su esposo [...]. Carlos se retira al monasterio de San Gerónimo en Lisla, cerca de Toledo. Permanecerá allí hasta el 27 de junio, apartado de los ruidos del mundo, entregado a la oración y a la meditación. La tentación de desprenderse de su carga lo acosa con fuerza. ¿Merecen los mortales que se entable un combate del que, cediendo a viles pasiones, ni siquiera comprenden el sentido?" (Carlos V, op. cit., p.36). 6 Nos parece fundamental el tomo VI, coordinado por Valentín Vázquez de Prada, de la Historia General de España y América, del título La época de plenitud 1517-1598, Madrid, Rialp, 1991. 7 Pierre Chaunu, La España de Carlos V. La conyuntura de un siglo, vol. 2, Barcelona, Ediciones Península, 1976, p.155, trad. de la edición original francesa, París, 1973 (L'Espagne de Charles V). 8 Si antes dijimos que los proyectos políticos de Carlos V no coincidieron durante el período aquí tratado (1517-1537) con los de las cortes castellanas o aragonesas, a partir de este momento se va a producir una coincidiencia no total, pero sí análoga en muchos aspectos, que terminará con la aceptación de Carlos V por parte de sus súbditos españoles y, recíprocamente, con el encariñamiento del emperador con las tradiciones y la idiosincrasia de los peninsulares. Naturalmente no se puede hablar de luna de miel, pues al año siguente, en 1538, se produjo un fuerte contraste entre el emperador y las Cortes de Castilla (ver: José Sánchez Montes, Franceses, protestantes y turcos. Los españoles ante la política imperial de Carlos V, Madrid, 1951). Sin embargo, las aristas se van limando. Cuando abandona España en 1539 nombra regente durante su 323
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ausencia a su hijo Felipe. En fin, su retiro en Yuste en 1556 resulta revelador de su voluntad de meditar y morir en España. 9 Ver: Guillermo Fraile, Historia de la filosofía española, vol. I, Madrid, B.A.C., 1985, 2 ed.. 10 Ver: Sergio Rábade Romeo, Guillermo de Ockham y la filosofía del siglo XIV, Madrid, C.S.I.C., 1966. 11 Alfonso Castaño Piñar, Prólogo a Eckhart, El libro del consuelo divino, Buenos Aires, Aguilar, 1963, p.12. 12 Como ha escrito Alfonso Castaño:"Las criaturas tienen su existencia en Dios: de ahí que las criaturas, en cuanto criaturas, no sean nada. Amar a las criaturas en cuanto tales, es amar a la nada; suspirar por los bienes creados es anhelar una sombra falaz del ser. Las criaturas reciben su actualidad de Dios y por eso puede decirse que toda criatura siente una insaciable sed de retorno a Dios, a la unidad ideal de su ser, del que todas proceden. Tal retorno se hace posible mediante la actividad cognoscitiva del alma humana, que es la más notable entre todas las criaturas" (Introducción a Eckhart, Ob. cit., pp.13-14). A la reacción de Roma no le faltó dureza pues el papa Juan XXII publicó una bula el 27-31329 donde entre otras condenas emerge la siguiente: En verdad, con dolor hemos de hacer constar que en este tiempo un habitante del país alemán, llamado Eckardus, que se dice Doctor en las Sagradas Escrituras y profesor de la Orden de Predicadores, quiso entender más de lo que fuera necesario y con inmodestia y sin someterse al módulo de la Fe, apartó su oído de la verdad, entregándose a la ficción [...] esparciendo afanosamente por los campos de la Iglesia espinas y malas hierbas, ha expuesto numerosas doctrinas que en muchos corazones han envuelto en tinieblas la verdadera Fe. Las proposiciones condenadas fueron 26. Entresacamos las siguientes: 4ª) En todas las obras, incluso en las malas, en el castigo de la pena tanto como en el castigo de la culpa, se revela y resplandece igualmente la magnificiencia de Dios; 6ª) Asimismo: Incluso quien ofende a Dios, lo alaba; 8ª) En los hombres que no aspiran a nada, ni al honor ni al provecho, ni a la interna abnegación, ni a la santidad, ni a la recompensa, ni al cielo, en los hombres que han renunciado a todo esto, incluso a lo que es Suyo, en tales hombres es Dios honrado (ver: El libro del consuelo divino, ob. cit., pp. 83-86). No resulta difícil deducir que tales argumentos creasen por un lado desconcierto en la tradición escolástica e inmantaran el ambiente de ataques y polémicas, en Europa y en España. Aquí, entre otros, el gallego Gonzalo de Balboa, profesor en París y favorable al escotismo polemizó con Eckhart (ver: G. Fraile, Historia de la filosofía española, ob. cit., p.176). No sólo polémica despertó El libro del consuelo divino. Ayudó a preparar el ambiente, teológico, filosófico y religioso que llegaría a su máxima 324
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expresión con Erasmo primero, y después con los grandes místicos españoles, en especial San Juan de la Cruz. No cabe duda que tal ambiente abría los caminos del conocimiento a modos no racionales, capaces de descubrir otras funciones del aprendizaje y de la sabiduría humana. Entre otras cosas porque el abandono del intelecto agente y paciente de la tradición aristotélico-tomista no quería decir solamente conocimiento por donación divina o total pasividad, camino favorable para mistificaciones, alumbramientos, y otras heterodoxias. El progreso en la verdad conlleva humildad, pero también libertad, y esta última, de aquí su grandeza, lleva aparejada la posibilidad intrínseca del riesgo y de la desviación, aun cuando es acompañada por la resporsabilidad. Sin embargo no debemos olvidar la constancia de los místicos en explicarnos las vías pasivas, sin que por ello el sujeto se deje arrastrar por los delirios de la imaginación o por la tentación de la inacción y por la creencia en la predestinación. Por paradoja - y la paradoja resulta constante del ser y del quehacer humano - la pasividad significa el conocimiento místico, acción de concentración, voluntad de escucha, memoria como actividad recuperadora del recuerdo, y éste vehículo de ilaciones futuras a partir de las pasadas. Difícil sería comprender algunos pasajes de los 4 Evangelios, especialmente el de San Juan, o algunos escritos de San Pablo sin la concepción de una pasividad "activa" del alma, fruto de una trabajo de preparación meticuloso y constante, para alcanzar un tipo de conocimiento más elevado del racional. La presencia de la luminosidad del Verbo se consigue con la ausencia progresiva de la razón y voluntad humana, a veces prepotente, otras engañosa. 13 Como escribe Chaunu, "el período 1507-1525 fue el de la España en el centro, la España bruscamente puesta en contacto, a nivel de sus élites, con las corrientes de pensamiento del resto de la cristiandad, al margen de las cuales había vivido en parte". Sin embargo, "España preparaba su aportación a otra manera de entender la reforma. Engendraba lentamente, y con dolor, la experiencia mística que iluminaba todo el encadenamiento religioso de Europa en el apogeo de 1560-1570 al finalizar el siglo XVI, preparaba a la vez una buena parte de la civilización de la Contrarreforma y del Barroco" (ob. cit., pp. 156-157). 14 Manuel Fernádez Álvarez, Carlos V. Un hombre para Europa. Madrid, Espasa-Calpe, 2000, p.20. 15 Sobre el cardenal y su labor cultural y reformista-religiosa ver, entre la inmane bibliografía: F. Dominic: "Ximenis creatéur du mouvement thelogique espagnol", en Etudes franciscaines, n.19, 1908, pp. 640-650; V. Beltrán de Heredia, "Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá", en Ciencia Tomista, n. 16, 1917, pp.346-360; Ibidem, n. 17, 1918, pp. 143-156; L.Mª. Cabello Lapiedra, Cisneros y la cultura española, Madrid, Imprenta de Fontana y Marín, 1919; M. García Mercadall, La España imperial. Cisneros (1436-1517), Madrid, Biblioteca Nueva, 1941; J. García Oro, 325
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Cisneros y la reforma del clero español en tiempos de los Reyes Católicos, Madrid, C.S.I.C., 1971; del mismo autor, Cisneros y la Universidad de Salamanca, Madrid, C.S.I.C., 1981. 16 Ob. cit., p.225. 17
Ver Historia de la universidad española, Madrid, Alianza, 1970, p.161-162. M. Fernández Alvarez, Carlos V..., ob. cit., p. 39. 19 José Luis González Novalín, "Las reformas y las corrientes espirituales de la Iglesia española" en AA.VV., La época de plenitud (1517-1598), ob. cit., p. 357. 20 Parece ser que dos libros llegaron a ser la mejor expresión de los alumbrados más cultos: Tercer abecedario espiritual, 1527-1530, de Francisco de Osuna y el Enchiridion, publicado en latín en 1511 y el 1519 en inglés, en alemán en 1520, en holandés en 1523, en 1524 se traduce al castellano y poco más tarde al francés. Después de un gran éxito en la Europa central, lo alcanzó aún más en la península ibérica. El historiador Chaunu lo explica así: "El iluminismo es una sensibilidad, más que un dogmatismo. Los textos inquisitoriales le otorgan, sin duda, una estructura dogmática que él no poseía. Escribe Bataillon que no podemos reducir a doctrinas estas corrientes. Para todo el que lea el Edicto Inquisitorial formulado en 1525 contra los alumbrados del reino de Toledo, es evidente que las 18 proposiciones condenadas en el mismo no son otros tantos artículos de un credo confesado por todos los adeptos de una secta; cuando se procede a examinar los procesos que proporcionan materia al edicto, es posible observar que tales proposiciones son, en realidad, unas frases atribuidas a tal o cual persona determinada. El iluminismo se manifiesta casi siempre por una técnica de la plegaria, de la comunicación con lo divino. Se manifiesta, casi siempre, ya sea por el recogimiento, ya sea por el abandono. El primero procede de la mística franciscana - aislarse del mundo y hacer el silencio en el propio interior para encontrar a Dios en él -, y halla su expresión perfecta en Francisco de Osuna [...] La técnica del recogimiento tiene demasiado arraigo en la meditación mística que la Iglesia ha tenido, tradicionalmente, que soportar e integrar [...] Pero no ocurría lo mismo cuando se pasaba del recogimiento al abandono, y este paso se producía con relativa frecuencia del uno al otro en los años 1520-1525. Contra el abandono, que, de simple técnica de plegaria reservada a una élite que calcaba sus gestiones de las del medio monástico llegaba al rechazo de la vida sacramental, al rechazo del hecho del canal necesario de la Iglesia institución, forzosamente había de alzarse la Inquisición" (ob. cit., p. 177178). 21 Chaunu, ob. cit., p.174. 22 Ricardo García Cárcel, Las culturas del Siglo de Oro, Madrid, Historia XVI, 1999, p. 28. 18
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A. Jiménez Frau, La Universidad..., ob. cit., p. 170-171. Ob. cit., p. 227. 25 Ver: La cultura del Siglo de Oro, ob. cit., p.31. 26 Ver: "Luis Vives y el Humanismo" en Educación y cultura (México), n. 5, mayo 1940; hoy en Obras completas II, Barcelona, Anthropos, 1998, p. 505. 24
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INDICE
Carlos V. Rey y Emperador
Presentación
• Semblanza de Carlos de Gante Antonio Domínguez Ortiz
• El gobierno de España en la época de Carlos V María Inés Carzolio
• Las «Españas» de Carlos V María Luz González
• La identidad de un dirigente hegemónico. Carlos V y Europa Ángel Rodríguez Sánchez
• El proyecto europeísta de Carlos V José Luis de las Heras • Carlos V y Solimán el Magnífico: dos soberanos en lucha por un poder universal Özlem Kumrular
• El arte español durante el reinado de Carlos V María José Redondo Cantera
• La literatura española en tiempos del emperador Carlos V Javier San José Lera
• Quinientos años de Carlos V Varios autores
• La visión universalista de la política Carolina Antonio Domínguez Ortíz
• El reto de la HISTORIA José E. Moratalla • Mujeres en la vida del emperador
Esteban de las Heras Balbás
• La política con el morisco Manuel Barrios Aguilera
• El palacio del Emperador José Manuel Pita Andrade
• Granada, centro de la monarquía hispana Antonio Luis Cortés Peña
• La iglesia española en tiempos de Carlos V Francisco Martín Hernández
• Carlos V y la abolición de la esclavitud de los indios. Causas, evolución y circunstancias. Jesús María García Añoveros
• La historia natural en los tiempos del emperador Carlos V: la importancia de la conquista del nuevo mundo. Raquel Álvarez Peláez • La propaganda Carolina. Arte, literatura y espectáculos al servicio del Emperador. Ángel L. Rubio Moragas • Toledo en las Cortes de Carlos I: cuestiones de interés general para el Reino María del Pilar Estebes Santamaría • El Peloponeso en el marco de la política mediterránea de Carlos V Yanis Yasiotis • Cultura e ideología en los orígenes de Carlos V Luis de Llera