Ulises de James Joyce

El primer capítulo correspondería a la “Telemaquiada”, sucede a las 8 de la mañana del día 4 de junio de 1904, el arte r

Views 178 Downloads 71 File size 83KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

El primer capítulo correspondería a la “Telemaquiada”, sucede a las 8 de la mañana del día 4 de junio de 1904, el arte referido es la teología, tema de discusión y de parodia, el color el blanco y el oro, el símbolo es el heredero, y la técnica narrativa, la presentación objetiva alternada con vetas de palabra interior en la mente de Stephen. Tres jóvenes, el citado Stephen Dedalus, un oscuro Haines, estudiante inglés interesado en la cultura vernácula irlandesa (una de las líneas que se tejerán a lo largo de todo el libro) y Malachi Buck Mulligan, desayunan. Buck Mulligan hace una parodia de la misa. La figura de Mulligan es una venganza literaria de un pseudo escritor con quien Joyce no se llevaba nada de bien. El libro está lleno de esas claves. Ya no importan. Todo lo real ha sido transformado en arte. El segundo capítulo se podría llamar “Néstor” (el sabio anciano a quien visitó Telémaco pidiendo consejo), sucede en el colegio donde hace clases Stephen Dedalus, a las 10 de la mañana, el arte referido es la historia, el color el castaño, el símbolo el caballo y la técnica, aunque similar al anterior, prefiere el catecismo personal. Stephen da clases de literatura en un colegio de muchachos ricos. Luego visita al director, anciano reaccionario y antisemita. El tercero es “Proteo”, el ser cambiante de forma como el mar y también como la mente de Stephen. Aquí aparece la experimentación narrativa de Joyce mucho más manifiesta. Su escenario es la costa, son las 11 de la mañana, está dedicado a la filología, su color es el verde, su símbolo la marea. Primeras señales escatológicas en el pañuelo con que se hurga la nariz el joven Dedalus. Un velero de tres palos, tres cruces llega al puerto. Con el episodio intitulado, en la versión original, “Calipso”. Son las 8 de la mañana del 16 de junio de 1904. Mister Bloom le prepara el desayuno a su casquivana mujer. Un gato lo sigue. Preparará sus célebres riñones asados para su propio placer. Pensará en los 16 años de matrimonio. En una hija que parece llevar el camino de su madre, en un hijo muerto hace diez años, tras lo cual no ha vuelto a intentar el coito con su mujer. El órgano de este capítulo son los riñones, el arte la economía, el color el naranja y el símbolo la ninfa, pero casi como una broma. Ulises, en verdad, es una broma sobre la Odisea. En el quinto capítulo el señor Bloom vaga por Dublín, va a buscar correspondencia de una posible amante con la que se escribe con un nombre falso, hay escenas callejeras, se mete en una iglesia, reflexiona sobre la eficacia de la liturgia desde un punto de vista publicitario, apuesta sin querer a un caballo que ganará veinte a uno y se va a los baños. La referencia homérica es tangencial, los lotófagos. Se habla largamente de flores. El órgano, los genitales. El símbolo la eucaristía. El sexto capítulo es memorable. Podemos percibir todo el ruido de Dublín, quedan en la memoria el traqueteo del carricoche, las voces, las imágenes. Es el viaje al cementerio, al entierro de Paddy Dignam. Son las 11 de la mañana y el órgano es el corazón, el arte la religión, el color el negro y la referencia homérica, Hades. La meditación es profunda y dolorosa, la

muerte, el sentido de la vida, en plan grotesco. Ruidoso, zigzagueante, se lee como viendo cine desde la primera fila de butacas. El séptimo capítulo es “Eolo”, su escenario el periódico donde trabaja Bloom, es mediodía, el órgano son los pulmones, el arte la retórica, el color el rojo. Joyce mezcla titulares de prensa y el estilo del periodismo con la anotación objetiva, reproduce conversaciones insustanciales, son los vientos circulando inútiles. También transmite una sensación cinematográfica de cámara al hombro, de montaje febril. James Joyce tuvo una cercana relación con el cine. En el octavo capítulo, Bloom se dirige a almorzar. Como siempre, impulsos elementales arrastran con todo. De lo visceral a lo espiritual, sin deslinde alguno. Es el capítulo de los lestrigones. Cambia de idea y toma un tentempié. Su mente vaga por comidas varias, observaciones fluctuantes, la técnica es la palabra interior y los datos fragmentados son innumerables. En su bolsillo lleva el jabón junto a su arrugada patata-talismán de la que no se separa nunca. “Escila y Caribdis” es el noveno capítulo. Sucede en la biblioteca entre 2 y 3 de la tarde, el órgano es el cerebro y el arte la literatura. Stephen, sin almorzar pero con algunos tragos en el cuerpo, expone sus teorías sobre Shakespeare. Todo el libro parece escrito con varios tragos en el cuerpo. Predomina el diálogo en esta sección y se abre, a través de la revisión de Hamlet, el mito “padre-hijo”, tan fundamental en esta novela. Bloom aparece sólo fugazmente. El Judío Errante según el mal hablado Mulligan. Como un personaje de fondo. El debate, uno de los debates, es entre los platónicos auditores y el aristotélico Stephen. No se llega a acuerdo alguno. El capítulo 10, dentro de la particular complejidad de la arquitectura de Ulises, ofrece una peculiaridad más. La obra entera es como un retablo, como las pinturas primitivas italianas que no manejan el tiempo secuencial y muestran a la par en distintos cuadros diversos momentos. Las rocas errantes sería su equivalente homérico, sucede en las calles, entre 3 y 4 de la tarde y muestra dieciocho episodios cortos unidos al final por el paso del virrey a través de Dublín a manera de coda. El órgano es la sangre, la circulación, el arte la mecánica, y la técnica la lacónica descripción organizada de manera laberíntica de estos breves episodios, con diversos personajes. El capítulo 11 ofrece una de las estructuras más llamativas, ya que comienza con una suerte de obertura operática sumando fragmentos de todos los temas que luego se irán describiendo. Las sirenas es su equivalente homérico y se refiere a las dos camareras del bar, de las que vemos solamente medio cuerpo (sobre el mesón, tan elegantes, y por debajo en chancletas) y que señala por el color de su pelo, bronce y oro. Sucede entre 4 y 5 de la tarde, el órgano es sin duda el oído. Bloom se cruza con Blazes Boylan, el amante de su mujer, escucha comentarios sobre ella, se habla de cantantes y de canciones. Intenta escribirle a la mujer que pretende como amante. Mezcla otra vez lo sublime con lo vulgar.

El capítulo 12, el de los cíclopes, es una parodia irritante y cáustica del nacionalismo irlandés. Los gigantes son los patriotas. El órgano es el músculo y el arte la política. Son ya las 5 de la tarde y el escenario es nuevamente una taberna. Se bebe mucho en el Ulises. Es una novela ebria y da altura literaria a cierta conciencia alterada, la borrachera como inspiración. Pero también es una novela del habla, del discurso, de la vociferación, del canto y el susurro. En este capítulo el gigantismo es parodiado en los estilos retóricos más variados intercalados con conversaciones de bebedores. Se pasa de tema en tema, con este juego estilístico. Lo conduce un Narrador sin nombre, en interpolaciones constantes con El Ciudadano, obseso patriota. Bloom queda en medio de este debate. El capítulo 13 tal vez sea uno de los más delicados. Por supuesto ambiguo, traza una extraña línea entre lo romántico y lo humorístico. Es la Nausícaa. Son las 8 de la tarde, el órgano es el ojo o la nariz, el arte la pintura, sucede en la playa. Presenta a la muchachita Gerty Mc Dowell a la manera de la barata literatura sentimental y luego se mete en la mente de Bloom que la observa sentada en las rocas. El estilo flota entre la novela rosa y la mente de Bloom, quien comprobará que la bella muchacha tiene un pie lisiado y se aleja cojeando. Esta era una de las pocas escenas logradas. El ruido en off de la conciencia, la muchacha, su cojera. La ilusión y la decepción. “Los bueyes del sol”, el capítulo 14, ha sido uno de los capítulos más discutidos. Complejo, hermético, para algunos, gratuitamente difícil, describe el encuentro entre Bloom y Stephen Dedalus. Bloom ha ido a la maternidad para saber sobre el difícil parto de Mrs. Breen. Los estudiantes de medicina beben, irrespetuosos, entre ellos Buck Mulligan, siempre burlón, y el joven Dedalus. La conversación es francamente obscena y llena de alusiones a la fertilidad y a la obstetricia. Para hacerlo más complejo, el desarrollo del capítulo se hace a través de una historia paródica de la literatura inglesa desde sus orígenes más primitivos hasta fines del siglo XIX, cambiando de estilo párrafo a párrafo. Esto lo sobrecarga y lo hace pesado pero al mismo tiempo memorable. El órgano es el vientre y el arte, claro, la medicina. El estilo joyceano ya ha roto todos sus límites, ya ha apostado todas sus bazas, no ha dejado nada sin comentar de la literatura en habla inglesa. “Circe”, el capítulo 15, es la cumbre absoluta del libro. No llega acá todo el mundo. Ya todo está demasiado de cabeza y ahora el festival de pirotecnia será total y definitivo. Mégalo-explosivo-mastodóntico, lo llamó Pound. Tal vez de muchos libros, acaso una de las más altas cimas literarias de todos los tiempos. Propongo comenzar una posible lectura del Ulises por este capítulo. O leerlo como si fuese un libro aparte. Dialogado en forma teatral, pone en escena las irrepresentables fantasías de Bloom y Dedalus. Sucede en la Ciudad Nocturna, el barrio de los prostíbulos. Es medianoche, el órgano es el aparato locomotor, el arte es la magia y la técnica dramatúrgica está al servicio de la alucinación y el delirio. Bloom ha seguido a Dedalus hasta el burdel. Cuando salen, Dedalus es golpeado por un militar y Bloom lo recoge sintiendo que algo tiene el malherido Stephen de su fallecido hijo Rudy.

“Eumeo”, el capítulo 16, primero de la tercera parte, la que podría ser el regreso a Ítaca en el paralelo homérico, es una pausa en la composición. La narración es más anticuada y el ritmo se frena. Puede a algunos lectores parecer incluso aburrido. Es aburrido. Al leerlo en voz alta hace reír por su ampulosidad. Bloom y Dedalus esperan un cochero que no llega. Es el amanecer del día 17. La una de la madrugada. El órgano son los nervios y el arte la navegación. Todos los recursos estilísticos tienden a crear una atmósfera de tedio, con grandes circunloquios y vueltas sobre muchos de los temas tocados en la novela. Por supuesto que el capítulo termina con los frescos excrementos de un caballo. El capítulo 17, que James Joyce consideraba el patito feo de la obra, podría considerarse como Ítaca, y ha sido despojado de toda carne, de todo adorno estilístico hasta el punto de quedar convertido en menos que un esqueleto. Conserva, de todas formas, un extraño encanto. Todo lo sucedido en la cocina del número 7 de Eccles Street, la casa de Mr. Bloom, esa madrugada, está convertido en un juego de preguntas y respuestas que finaliza con ambos orinando bajo la noche estrellada. Bloom se despide de Dedalus y queda a solas con Molly. Capitulo 18: Penélope era su advocación en contraste por su fidelidad con Molly. De dos a tres de la madrugada es el soliloquio adormilado de la Sra. Bloom, tras acostarse su marido son ocho larguísimas frases de la mente de Molly, nada inhibida moralmente en su obsesión erótica alternada con cuestiones domésticas de cocina y ropa. Sigue muy presente la visita del promotor Boylan, el retozo con èl, en el suelo, porque las arandelas de latón de la cama tintineaban demasiado y su promesa de volver dentro de uno días. Con todo Bloom no queda mal, en comparación, y ahí pasa la mente de Molly al recuerdo de sus primeros amores en Gibraltar. En ese final el lenguaje de Molly adquiere una tensión poética que no había tenido antes, hasta concluir con lo que Joyce llama la palabra femenina “SI”. Molly es el símbolo de la Madre Tierra, es adúltera en su cuerpo, pero no en su pensamiento.