Tema II El Estado Como Objeto de Conocimiento

CAPITULO II EL ESTADO COMO OBJETO DE CONOCIMIENTO SUMARIO 1. LA REALIDAD DEL ESTADO Y EL CONOCIMIENTO DEL ESTAD0.2. EL C

Views 194 Downloads 1 File size 208KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

CAPITULO II EL ESTADO COMO OBJETO DE CONOCIMIENTO SUMARIO 1. LA REALIDAD DEL ESTADO Y EL CONOCIMIENTO DEL ESTAD0.2. EL CONOCIMIENTO; SU NATURALEZA; SUS MANIFESTACIONES; SUS DIVERSOS GRADOS.3. EL CONOCIMIENTO APLICADO AL ESTADO.4. CARACTERISTICAS DE TODO CONOCIMIENTO CIENTIFICO DEL ESTAD0.5. PROBLEMAS ESENCIALES QUE PLANTEA

1. Al tratar de conocer un objeto cualquiera que nos interesa es preciso, ante todo, tener una idea de él o, si es posible, una imagen del mismo, que despierte nuestra actividad intelectual. Tenemos que tener una noción, aunque sea vaga e imprecisa, o por lo menos vulgar, para que nos sirva de punto de arranque. De otra manera estaríamos especulando en el vacío. En el presente caso el objeto que deseamos conocer es el Estado. Y para lograr nuestro propósito es evidente que tenemos que saber, primeramente, qué clase de realidad es. Por lo menos en su aspecto exterior, fenoménico, que es el que de inmediato atrae nuestra atención y nos da los datos de hecho sobre los que más tarde se ejercitará nuestra actividad cognoscitiva intelectual. Es necesario tener a la vista ese objeto para poder determinar su naturaleza, sus funciones, su utilidad. Pero tratándose del Estado ocurre un fenómeno singular y curioso. Cuando buscamos su realidad exterior, visible, no la encontramos por ningún lado. No hay ningún objeto concreto, en el mundo físico o biológico, perceptible a nuestros sentidos, que corresponda a la realidad del Estado y pueda llamarse con ese nombre. Y sin embargo, es indudable que la palabra Estado provoca en nuestro espíritu muy hondas resonancias. Nos trae a la mente la idea de algo muy cercano a nosotros, de algo que influye decisivamente en nuestras vidas. Algo que nos mueve, incluso, a las más variadas reacciones, de aceptación o repulsa. Nos recuerda actos de autoridad y obediencia, de regulación y planificación, de protección y abuso, de persuasión y coacción. El Estado resulta así, antes que otra cosa, una vivencia en nuestro ser espiritual. Algo que "está allí" muy dentro de nosotros mismos. Algo que nos habla de una dimensión de nuestra existencia humana como lo son la artística, la económica, la científica o la religiosa, y la determina a actuar. Lo político es, pues, como dirían los psicólogos, un "dato inmediato de la conciencia", que conocemos por la simple introspección.

Asentado esto, tenemos que buscar qué es lo que provoca o mueve o determina esa vivencia del Estado en nuestras conciencias. Sabemos ya que no hay ningún ser externo, concreto, físicamente tangible que corresponda al Estado. Pero hay, sin duda, manifestaciones exteriores de ese ser que nos dan a conocer su existencia y dan la llamada de alerta a nuestra actividad psíquica, ya sea intelectual o emocional. Esas manifestaciones son, desde luego, de tipo social. Se dan en la convivencia humana, en las sociedades de nuestros días. Consisten, ante todo, en la creación, conservación y defensa de un orden exterior sin el cual no podría darse una convivencia armónica y pacífica entre los hombres. Como muestra de ese orden está la regulación del tránsito de peatones y de vehículos en las calles, avenidas y carreteras. La presencia de agentes de tránsito y de policía en sitios estratégicamente distribuidos. Las actividades de los soldados en sus cuarteles y en las maniobras que periódicamente realizan. La vigilancia en estaciones, puertos y fronteras. A ese orden exterior corresponde una actividad interna, profunda, de regulación normativa: el orden jurídico. De él proviene toda una serie de actos -leyes, decretos, reglamentos, sentencias, negocios jurídicos, contratosque se manifiestan en múltiples formas y pueden ser fácilmente reconocidos. Así, las labores de las asambleas legislativas, de los órganos del poder ejecutivo, de los tribunales en todas sus escalas, competencias y jerarquías. Desde las discusiones parlamentarias en la Cámara de Senadores o la de Diputados hasta el embargo practicado por el actuario de un juzgado en un juicio ejecutivo civil o mercantil hay toda una gama de actividades que pueden ser observadas directamente y reconocidas por la experiencia sensible. Y a esto podemos añadir la inmensa variedad de servicios públicos que el Estado presta a la comunidad y por la cual hace visible su existencia. Servicios por los cuales coordina la actividad de los particulares, la suple cuando es deficiente o no existe, o bien realiza lo que a él le corresponde como promotor principal del bien común. La pavimentación de las calles y plazas, el alumbrado público, el servicio de agua potable, la construcción de escuelas, la dotación de parques y jardines a las ciudades, la construcción de caminos y carreteras para que haya comunicaciones fáciles entre todas las regiones del país, la atención de los servicios hospitalarios, la promoción y ayuda a los institutos de cultura superior, son otras tantas muestras de lo que el Estado hace positivamente, visiblemente, en beneficio de la colectividad. En otro aspecto el Estado manifiesta su existencia por medio de los actos que periódicamente realiza para la renovación de los funcionarios que ocupan los puestos públicos. Especialmente en los países democráticos tal renovación, determinada de antemano por las leyes en cuanto al modo, tiempo

y lugar en que debe hacerse, da lugar a múltiples manifestaciones externas que ponen de relieve la importancia de lo político en la vida social. Pocas veces se palpa tan de cerca la realidad del Estado como cuando la propaganda de los partidos políticos y las agitaciones del día en que tienen lugar los comicios populares remueven hasta lo más hondo el mundo de nuestros intereses y preocupaciones vitales. Más todavía. Las conmemoraciones cívicas y patrióticas, con su despliegue de banderas, sus himnos y discursos; las visitas, cada vez más frecuentes, de los Jefes de Estado extranjeros; los movimientos de opinión pública ocasionados por las noticias de carácter político, nacional o internacional, que transmiten a diario los periódicos y las estaciones de radio y televisión, y otros movimientos de este tipo nos hablan, con toda claridad y elocuencia, de esa gran realidad, que no podemos soslayar o desconocer, y que llamamos Estado. Puede incluso esa organización herir profundamente nuestra existencia y nuestros intereses. Como cuando nos impone los mayores sacrificios personales y patrimoniales en el caso de una guerra. O simplemente cuando nos impone la prestación del servicio militar o el pago de altos impuestos para sostener los crecientes gastos públicos. O cuando invade la esfera de nuestra intimidad personal o familiar con leyes o disposiciones que lesionan nuestras convicciones morales o religiosas, ya sea en materia de culto divino o de educación de los hijos o matrimonio. En todos estos casos sentimos gravitar pesadamente sobre nuestras vidas la existencia del Estado. Nos mueve a repugnancias o rebeldías. Nos determina incluso a defendemos, ya sea por vías jurídicas o de hecho. Nos enfrenta al Estado en una lucha por la existencia. Y así, de una manera o de otra, por los servicios que nos presta o por los sacrificios que nos exige, por su actuación benéfica, o molesta o aun maléfica, el Estado es una realidad de inmensa trascendencia en nuestra vida. No podemos desconocerla aunque queramos. Tenemos que contar con ella para la realización de nuestro programa individual y social. Para el cumplimiento de nuestro destino en el mundo. No es de llamar la atención, por ello, que una realidad tan importante en el orden sensible, exterior, y en el orden vivencial, interno- constituya un auténtico reto para nuestra capacidad de conocimiento. Que nos mueva a averiguar cuál es su naturaleza, sus causas, sus finalidades. Cuál es la función social que desempeña y si tiene o no una función jurídica. O sea, si tiene alguna justificación frente a un orden superior de valores.

Y lo primero que nos provoca a conocer es qué clase de realidad es esa tan curiosa y extraña, que por un lado no aparece por ninguna parte en el mundo físico, sensible, y por otro tiene tan variadas, complejas e importantes manifestaciones. Esa realidad a la que usual, convencionalmente, llamamos Estado, sin saber todavía qué es. Esa realidad que se acerca a nosotros en tan múltiples formas y que llega a crear una verdadera "atmósfera" en la que respiramos y vivimos. Pero el árbol se conoce por sus frutos. Y unos cuantos de ellos nos bastan para poner en movimiento nuestra actividad intelectual. Para calentar el motor de nuestra inquietud cognoscitiva. Para determinar qué hay más allá de lo meramente exterior y fenoménico en el Estado. ¿Será un ente de razón? ¿Será un mero centro de imputación normativa? ¿Será un ser social con amplias conexiones reales? Eso es lo que trataremos de averiguar. Y para ello comenzaremos desde el principio.

2. El hombre es un ser que conoce.

Que anhela conocerlo todo, desde lo más grande hasta lo más pequeño. Que se inquieta ante el enigma del universo y de sí mismo, y trata de desentrañarlo. Que busca la razón íntima de las cosas por debajo y más allá de su mera apariencia fenoménica. En esto se distingue esencialmente el hombre de todos los demás seres que le rodean: en que no se conforma con vivir en el mundo y aprovechar lo que le brinda para su satisfacción y deleite, sino que trata de conocer y transformar esa realidad circundante. Incluso quiere conocerse a sí mismo y encontrar una explicación adecuada de sus propios fenómenos de conciencia, tanto intelectivos como volitivos y emocionales. Conocer es para el hombre algo tan natural como moverse o respirar. Pero desde muy antiguo el ser humano no ha quedado satisfecho con darse cuenta de que conoce sino que ha querido explicarse más íntimamente ese conocimiento. Ha tratado de describir el proceso cognoscitivo, de buscar su origen, su esencia, su posibilidad, sus límites, su grado de certeza. Y así ha nacido, en el campo de las investigaciones filosóficas, una rama especial que se consagra a esta tarea y que se denomina Teoría del Conocimiento. Modernamente, después de muchos siglos de animadas controversias acerca de estos puntos, dicha Teoría se ha ido concretando en una serie de disciplinas especializadas, que conviene distinguir cuidadosamente para poder precisar mejor su contenido, su alcance, su función y su metodología. Esas disciplinas son las siguientes: la Epistemologia; la Gnoseología;

la Criteriología; la Crítica; y la Metafísica del Conocimiento. Aunque muchas veces se han tomado estas expresiones como sinónimas y con frecuencia se les usa para designar el conjunto de investigaciones teoréticas acerca del conocimiento, un análisis más detenido nos revela que -si se juzga con rigor- cada una de ellas tiene su campo específico bien diferenciado. Así, la Epistemología, por sus raíces griegas (episteme, ciencia, lagos, tratado o discurso), viene siendo una teoría de la ciencia, una Wissenschaftslehre, en el lenguaje de Fichte. Su función consiste en indagar los principios y normas a que deben ajustarse las ciencias para que sus afirmaciones sean verdaderas y obligatorias. Busca, pues, los fundamentos críticos de las ciencias, la validez teórica de sus investigaciones y resultados. La Gnoseología, del griego gnosis, conocimiento, etimológicamente significa el tratado o la teoría del conocimiento. Pero en un sentido más estricto se ha restringido su función al mero estudio del origen y confía fundamental, que tiene por objeto formal la elucidación del conjunto problemático suscitado por la relación "sujeto-objeto", es decir, sobre el origen, esencia, validez y límites del conocimiento".2 (2 Oswaldo Robles, Propedéutica Filosófica, Editorial Porrúa, S. A., México, D. F., 5, edición, 1967, pág. 92.)

Pese a lo anterior hemos de decir que, por razones prácticas, utilizaremos en adelante los términos "gnoseología", "gnoseológico" y "gnoseológica", en su acepción más amplia -que coincide, por lo demás, con su etimología- para indicar todo lo relativo al conocimiento en sus diversos aspectos. Cuando sea necesario precisar con mayor rigor, emplearemos el término adecuado. Y ahora que ya señalamos cuál es la parte del saber humano, organizado y sistemático, que se ocupa del conocimiento vamos a determinar, brevemente, qué es ese conocimiento y cuáles son sus especies y grados. No vamos a hacer, naturalmente, una investigación exhaustiva. No es ése el propósito de este libro. Recogeremos, nada más, los datos esenciales de la Teoría del Conocimiento, en la medida en que nos sean necesarios y útiles para la finalidad que perseguimos, que es llegar a conocer el Estado. El mejor camino para explicar el conocer humano es el de la observación y descripción del fenómeno mismo de conocimiento. Esto tiene la gran ventaja de que se puede partir de lo real, con objetividad e imparcialidad, y sin que los prejuicios de una determinada posición filosófica oscurezcan la visión de las cosas. En el proceso fenomenológico del conocimiento se nos presenta, desde luego, un cuadro muy característico. Una relación actual entre dos términos irreductibles: un alguien, que conoce, y un algo, conocido, o como también

pudiéramos decir con otras palabras, un sujeto cognoscente y un objeto conocido. De estos dos términos, el que denominamos "sujeto" es siempre un ser espiritual, consciente y libre, capaz de adueñarse mentalmente del objeto y de reproducir, dentro de sí, su imagen. El conocimiento implica, pues, ante todo, un darse cuenta de algo, un apropiarse, un introducir al interior lo que estaba fuera, o sea, un volver inmanente lo trascendente, pero de tal suerte que lo trascendente no pierda su existencia propia. Siguiendo la descripción hecha por el filósofo alemán contemporáneo Johannes Hessen, de la Universidad de Colonia.3 ( Johannes Hessen, Tratado de Filosofía. (Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez.) Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1959, t. I, págs. 234 y ss.) podemos señalar los siguientes pasos fundamentales en el proceso del conocimiento: 3

1. Todo acto de conocimiento implica siempre una dualidad y una polaridad esenciales. Frente a frente se hallan un sujeto que conoce y un objeto conocido. Esta confrontación sujeto-objeto no es necesariamente externa. Puede ser también interna, y entonces la conciencia cognoscente se vuelve sobre sí misma para conocer sus propios contenidos. 2. El entendimiento cognoscente, en el acto de conocimiento, no adopta una actitud activa sino pasiva, contemplativa. No trata de modificar o transformar el objeto sino de recibirlo tal como es, sin cambiar o desfigurar ninguna de sus características. 3. Al ponerse en contacto el sujeto cognoscente con el objeto conocido se realiza una misteriosa operación espiritual. El sujeto toca íntimamente al objeto, lo asume, lo hace suyo. Lo asimila, en el sentido etimológico del término: lo hace semejante a él. Pero a su vez recibe la semejanza del objeto y lo reproduce con absoluta fidelidad. 4. En ese contacto íntimo entre el sujeto y el objeto hay, sin embargo, una curiosa peculiaridad. Ninguno de los dos pierde su independencia. Ninguno sale de su propia esfera. El objeto sigue siendo siempre trascendente al sujeto, o sea, queda fuera de él. Y esto es verdad no sólo tratándose de objetos materiales sino aun de los propios contenidos de la conciencia o de los seres ideales, producto del pensamiento. El yo mismo se desdobla en sujeto y en objeto en el acto de la introspección. 5. Lo más hondo del fenómeno del conocimiento está en que el sujeto cognoscente, al ponerse en contacto íntimo con el objeto, recibe todo su sello. Se deja impresionar por él, marcar por él. Es determinado por el objeto y llega a participar ontológicamente de su contenido. 6. Hay que notar, finalmente, que el objeto conocido no es aprehendido por la conciencia cognoscente de un modo material, como lo hace el hombre al

apoderarse sensiblemente de una cosa, sino de una manera intelectual (llamada también intencional), ya sea mediante su imagen, si se trata de un objeto sensible, o de su concepto, si se trata de un ser suprasensible, o bien por una intuición inmediata de orden espiritual, como cuando se conocen los propios fenómenos de la conciencia o los primeros principios del ser o de la razón. La anterior descripción fenomenológica nos da una luz decisiva para comprender el fenómeno del conocimiento y apreciar mejor la definición concisa y profunda- que nos da el pensador mexicano Oswaldo Robles y que hacemos nuestra: "Conocer es volver inmanente lo trascendente, sin que lo trascendente abandone el círculo de su existencia propía.”4 (4 Op. cit., pág. 26.) El conocimiento siendo, en sí mismo, un acto único, por el cual la conciencia cognoscente se da cuenta de un objeto y lo hace suyo, tiene, con todo, diversas especies. Hay diferentes maneras de aprehender el objeto. Hay, primeramente, un conocimiento sensible o sensorial en el que intervienen directamente los órganos de los sentidos, ya sea exteriores (corporales) ya sea interiores (conciencia), y en el que sólo se aprehenden los meros fenómenos, o aspectos mostratorios del ser, en oposición a la esencia de las cosas. Esta clase de conocimiento se caracteriza. por su singularidad (lo sensible aparece siempre circunscrito por un aquí y ahora determinados), su mutabilidad (el aspecto cambiante y transitorio del ser), y su accidentalidad (lo sensorial se encuentra siempre vinculado a un sujeto de inhesión, depende de un ser sustancial). En oposición a éste -o mejor dicho, complementándolo y perfeccionándolo- tenemos el conocimiento intelectual, que no se queda en la superficie de las cosas sino que se refiere necesariamente al ente en sí mismo, en su realidad más profunda. Las características de esta clase de conocimiento son inversas a las del conocimiento sensorial. La aprehensión intelectual se caracteriza por su universalidad (capta la esencia del ser, que es igual para todos los de su especie), su permanencia (la esencia es lo que no varía en medio de los cambios), y su irreductibilidad (la esencia es el constitutivo último del ser, que no puede ser sustituido por otro). Es también importante considerar otras dos especies de conocimiento que provienen del diverso modo como la facultad cognoscente aprehende su objeto: el conocimiento intuitivo y el conocimiento discursivo. El primero es aquel en que el sujeto cognoscente ve inmediatamente su objeto, lo capta sin la ayuda de ningún otro conocimiento, o sea, de ninguna mediación dialéctica. En cambio el discursivo es aquel en que se llega a la aprehensión de un objeto mediante la intervención de un conocimiento previamente adquirido. Así, en algún raciocinio lógico o en un teorema matemático.

Estas diferentes especies de conocimiento intervienen, de una manera más o menos decisiva, en la integración gnoseológica y metodológica de las diversas ciencias, y son de importancia fundamental para la Teoría del Estado. Pero no es esto todo. Todavía es necesario dar un paso más y ver cómo el conocimiento, en el proceso de su evolución dialéctica, va manifestándose en diversos planos o niveles de perfección o bien adquiriendo características especiales según el objeto que pretende captar. Con ello se originan los llamados grados del saber y se da lugar a los diferentes tipos del saber. Oswaldo Robles, inspirándose en el filósofo francés contemporáneo Jacques Maritain, señala seis tipos de saber, que clasifica de la manera siguiente: "a) Saber empiriológico vulgar o de apreciación fenoménica. b) Saber empiriológico científico o de explicación causal inmediata. (Saber de la ciencia natural.) c) Saber perinoético o de esencias realizadas. (Saber de la filosofía de la naturaleza.} d) Saber dianoético o de relaciones ideales cuantitativas. (Saber matemático.) e) Saber de comprobación pretérita de lo singular sucesivo. (Saber histórico.) f) Saber de reflexión fundamental, noético o saber de las esencias. (Saber filosófico.") 5 (5 Id., pág. 36.) El propio Boblés nos da una explicación de cada uno de estos tipos de saber que vamos a exponer en resumen porque la consideramos muy interesante e instructiva. El saber empiriológico vulgar es un saber que procede de la experiencia individual o social y que se aplica a la resolución de los problemas prácticos planteados por nuestras propias vidas. Es un saber limitado a señalar el suceder del fenómeno, el acontecer de algo, sin preocuparse por explicarlo en función de sus causas productoras. Es el conjunto de conocimientos que tiene un hombre sin formación especial. Un hombre común y corriente que conoce un mundo circundante material en el que se encuentra y un cierto número de hombres, sus semejantes, con los que vive en sociedad; sus propios fenómenos anímicos, interiores, tales como su percepciones, sus ideas, sus sentimientos; y el cambio de la naturaleza y el cambio de sí mismo con su ritmo y regularidad propios. El saber científico se distingue del saber vulgar por ser un tipo de saber explicativo. Es verdad que en nuestros tiempos la palabra ciencia no tiene ya una connotación tan amplia como en la época aristotélica, en la que significaba, genéricamente, "el conocimiento de las cosas por sus causas", y se entendía por cosa la esencia misma del objeto. En la actualidad el saber empiriológico

científico se refiere a la ciencia natural o positiva, y es un saber explicativo de los fenómenos atendiendo a sus causas productoras inmediatas. No se ocupa, pues, de las esencias ni de las causas primeras o últimas de los seres. Así, la Química, la Biología, la Astronomía, la Sociología. La ciencia positiva es un saber explicativo de los fenómenos y no meramente comprobatorio. Pero se ocupa tan sólo de explicar lo dado inmediatamente en la experiencia externa o interna. El saber perinoético o de las esencias realizadas va más allá de la ciencia positiva. Trata de completar y verificar el análisis empírico científico con un análisis de tipo ontológico. Busca, en el fondo de los fenómenos, lo que los sostiene, explica, fundamenta y da unidad. No se conforma con la mera mostración fenoménica sino que inquiere las causas más profundas. Y así en la Biología y en la Física, en la Psicología y en la Antropología, se va formando una verdadera filosofía de la ciencia o filosofía de la naturaleza, que corresponde a los antiguos estudios filosóficos acerca del "ser vinculado a la materia sensible y al cambio". Se trata, en suma, de un estudio de las esencias, y con esto se entra en el campo filosófico; pero de las esencias realizadas, y con esto se indica que se trata de un primer paso en ese terreno. Como ejemplo de este tipo de estudios tenemos el libro de Hans Driesch, biólogo y filósofo alemán, Ciencia y Filosofía de los Organismos, y la magnífica obra de Max Scheler, pensador alemán contemporáneo, titulada El puesto del hombre en el cosmos. El saber dianoético, llamado también de las relaciones ideales cuantitativa, es el saber propio de las matemáticas. Éstas trabajan con seres ideales o de razón. Se ocupan de la magnitud mensurable, es decir, de la cantidad considerada -bajo el aspecto - del número y de la figura. El saber matemático recibe sugerencias de los cuerpos y figuras que se dan en la Naturaleza, pero en sí mismo es un saber de objetos ideales y de realidades ideales; presupone principios que da por demostrados y saca consecuencias deductivamente, con un método propio que difiere del de la Lógica formal. El saber histórico es un tipo de saber sui generis que rompe los moldes intelectuales de los anteriores. Su objeto es el mundo de la historia que está integrado por el conjunto de acontecimientos que han pasado o sucedido. Esos acontecimientos -a diferencia de los fenómenos científicos- son únicos, irrepetibles, pretéritos, sucesivos. Por eso se ha definido acertadamente al saber histórico como el saber de comprobación pretérita de lo singular sucesivo. Con esto queda claro que este tipo de -saber no es científico ni filosófico porque no explica ni trata de reducir a la unidad lo que se repite indefinidamente en una misma línea (repetición unívoca), sino que comprueba meramente -en la forma más fehaciente posible- acontecimientos que jamás se repiten, aun cuando se

parezcan ( repetición análoga). La historia es, pues, lo sucesivo y no lo repetido; lo único y singular, y no lo general; lo pretérito y no lo presente. Da lugar a un saber especial, pero no a una ciencia, aun cuando se ayude -de un conjunto de ciencias auxiliares. Finalmente viene el saber filosófico, llamado también saber de reflexión fundamental, noético o de las esencias. Es el saber más alto y profundo que puede alcanzar el hombre con la luz de su razón natural. Consiste en conocer todas las cosas -el mundo, el hombre y Dios- por sus causas primeras y últimas. La Filosofía, que etimológicamente significa "amor a la sabiduría", ha sido una ocupación constante del hombre, el cual nunca se ha conformado con conocer la apariencia de las -cosas sino que ha indagado siempre por lo más hondo y radical. El saber filosófico tiene cuatro caracteres distintivos: es un saber de principios ( o sea, se remonta hasta las fuentes primarias de donde proceden los seres o los conocimientos: principios ontológicos o principios gnoseológicos); es un saber total (abarca en una visión integradora y radical la universalidad de las cosas, que las ciencias sólo estudian fragmentaria y superficialmente); es un saber rector (a la Filosofía toca señalar límites, métodos y criterios de validez a los demás tipos de saber); y es un saber último (más allá de la filosofía no existe sino la revelación divina, sobrenatural, o la visión iluminada del místico). Hasta aquí la explicación dada por Robles. Una explicación muy clara y ordenada, muy sistemática y precisa. Sin embargo, podría aclararse y precisarse aún más la naturaleza del conocimiento y la perfección que llega a adquirir en el proceso de su transformación dialéctica, si se distingue, con mayor rigor lógico, entre los grados del saber y los diferentes tipos del mismo. Los grados del saber hacen alusión al proceso espiritual por el cual la mente humana, partiendo del dato concreto, sensible, individual, va llegando poco a poco hasta lo más íntimo y radical del ser, o sea, su esencia. Para obtener ese resultado aprovecha como medio la abstracción, que es la operación mental por la cual va considerando separadamente las diversas notas o características del ser y lo va despojando de ellas hasta llegar a su esencia pura. En ese proceso abstractivo, llamado formal porque pretende privar al ser de todo lo que no es esencial y reducirlo a su forma más simple, podemos distinguir tres fases. En la primera de ellas, que corresponde a la antigua abstracción física de la tradición filosófica aristotélico-tomista, se eliminan las notas individuantes y se dejan las cualidades sensibles generales; en la segunda, que corresponde a la abstracción matemática, se hacen a un lado las cualidades sensibles y se deja la cantidad; y en la tercera, que era denominada abstracción metafísica, se despoja finalmente al ser de toda cualidad sensible y

de toda cantidad y se le considera como esencia pura, como ser en tanto que es ser. De este modo el intelecto humano alcanza lo último y más radical del ser, lo que sirve de base y fundamento a todo lo demás. Siguiendo los pasos de este proceso abstractivo podemos, entonces, clasificar el saber, conforme a su grado de perfección, de esta manera: 1. Saber empiriológico vulgar o de apreciación fenoménica. "Éste es el escalón más bajo. Aquí no hay más que una mera comprobación de los datos ofrecidos por los sentidos y un obrar en consecuencia. No hay ningún proceso abstractivo. 2. Saber empiriológico científico o de explicación causal inmediata. Aquí comienza ya la mente a hacer su trabajo propio: buscar las causas de las cosas. Es un saber que explica, ordena y sistematiza. Pero se queda todavía en la superficie, en la mostración fenoménica. No penetra hasta el fondo. La tarea de abstracción es aún elemental y primaria. Busca generalizaciones de lo dado en la experiencia. 3. Saber perinoético o de las esencias realizadas. Con él comienza ya propiamente la actividad filosófica. Se busca lo permanente por debajo de lo cambiante; lo sustancial por debajo de lo accidental. Se trata de investigar las esencias de las cosas y explicar de esa manera los fenómenos en su apariencia exterior. Pero se trata todavía de las esencias realizadas, o sea, de las que se dan en un ser concreto, sensible, como en un ente físico, en un organismo biológico o en un ser humano. En este saber se realiza el primer grado del proceso abstractivo propiamente tal: la abstracción física. 4. Saber dianoético o de las relaciones ideales cuantitativas. Aquí el entendimiento va más allá en su penetración del ser: lo despoja de su cualidad sensible, de su carácter de ser móvil, vinculado a la materia, y se queda sólo con la cantidad. Trabaja con seres ideales, pero todavía referidos al número y a la figura. Corresponde al segundo grado de abstracción que es la matemática. 5. Saber noético o de las esencias puras. Este es el paso supremo y final del entendimiento humano con el cual alcanza lo más profundo, radical y misterioso del ser: la esencia pura, sin ninguna especificación de cualidad sensible o cantidad. Corresponde al tercer grado de abstracción, al más perfecto: la abstracción metafísica. Aquí se mueve la mente en su elemento propio: las realidades espirituales que están en la base de todos los seres, sin distinción alguna. Explora el dominio del ser como tal, del ens ut sic, de su trascendencia, de su analogía, de sus propiedades, de sus categorías, de sus relaciones, de sus primeros principios. Es el saber que denominó Aristóteles

Prima Philosophia y que la tradición posterior hasta nuestros tiempos ha llamado Metafísica u Ontología. Es el conocimiento del ser en tanto que es ser. Para caracterizarlo no basta decir que es un saber filosófico o de reflexión fundamental -porque también lo son el saber perinoético y el dianoéticosino que es menester aclarar que es el saber radical, supremo dentro de la Filosofía: el que llega hasta la entraña misma de todo ser, y por ello mismo constituye el cimiento de toda explicación acerca de él. Si consideramos esta clasificación del saber atendiendo a su perfección ontológica, vemos que no encuentra aquí cabida el saber histórico. Es, en realidad, un saber sui generis, que no busca lo común a todo ser sino lo individual y específico de los acontecimientos humanos. Por ello podemos completar la anterior clasificación con una consideración relativa a los tipos de saber, que atiende a los campos a que se aplica el conocimiento. Tenemos así una nueva clasificación que en realidad coincide en muchas partes con la anterior, pero que la amplía. Atendiendo, pues, a este nuevo criterio de los campos a que se aplica el conocimiento, y haciendo una depuración y simplificación de los términos, más en conformidad con el estado de las ciencias en nuestros días, podemos establecer los siguientes tipos de saber: 1. El saber empírico (equivalente al empiriológico vulgar) que se aplica al campo de la experiencia inmediata con una mera función comprobatoria, sin ningún intento de explicación causal. 2. El saber científico (equivalente al empiriológico científico) que trabaja en el mismo campo empírico, pero busca ya una explicación causal inmediata de los fenómenos. Se toma el término científico en su acepción restringida de ciencia positiva. 3. El saber filosófico (equivalente al perinoético, y noético) que se aplica al campo de las esencias, ya sea realizadas o puras, y busca una explicación fundamentamental, por las causas primeras y últimas. 4. El saber matemático (equivalente al dianoético) que se aplica al terreno de las relaciones ideales cuantítatioas entre los seres y estudia en especial el número y la figura. 5. El saber histórico o de comprobación pretérita de lo singular sucesivo, que se aplica al campo de los acontecimientos humanos en su sucesión temporal, desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días. A estos cinco tipos de saber podríamos añadir el más elevado y trascendental para el ser humano: el saber teológico o saber de salvación, como

le llama Max Scheler. Pero por moverse en un terreno que va más allá de la simple luz de la razón natural -el de la revelación divina y el de la experiencia místicalo consideramos en un campo especial que no entra dentro de los límites de una investigación puramente racional.

3.

Después de esta exploración por el campo del conocimiento en general vamos a examinar ahora el problema del conocimiento aplicado al Estado. Nos interesa ver y determinar qué tipos de conocimiento pueden conducimos, con mayor seguridad y eficacia, a captar o aprehender intelectualmente esa realidad tan importante que es el Estado. Para ello es evidente que hay que determinar, primeramente, qué clase de ser es el Estado. Así veremos qué tipo de conocimiento le conviene. Verdad es que no tenemos todavía una idea exacta, rigurosa del mismo, porque aún no hemos podido precisar científica y filosóficamente sus caracteres. Pero ya tenemos una noción vulgar, inmediata, empírica -una vivencia existencial- que nos permite darnos cuenta bastante aproximadamente de lo que es el Estado. Sabemos, desde luego, que el Estado es algo humano, algo que corresponde al hombre que vive en sociedad con sus semejantes, algo que le toca muy de cerca en su vida de relación con otros seres humanos. El Estado es una agrupación de hombres que viven de un modo estable y permanente en un territorio determinado y que están ligados entre si mediante múltiples vínculos de solidaridad: morales, culturales, religiosos, económicos, raciales. Esos vínculos se expresan en leyes, reglamentos, ordenaciones que dan a la vida social un cauce ordenado y pacífico y permiten resolver sin violencia los conflictos que surgen. Hay una autoridad o poder público que unifica, armoniza, coordina, dirige e impulsa los trabajos e iniciativas de los miembros de esa agrupación hacia una meta común. Esa autoridad da normas, presta servicios, protege y ayuda, castiga a los transgresores de las leyes. Y hay, como coronamiento, una voluntad constante de buscar en común un fin superior al de cada uno de los hombres en particular. Un fin que mejore a los hombres y les permita alcanzar con mayor facilidad su propio destino. Todo esto sabemos acerca del Estado. Más aún, lo sentimos, en carne propia, como parte de nuestra experiencia vivida. El Estado es una actividad humana permanente. Un quehacer humano incesantemente renovado. Una tarea de dominación suprema y de servicio constante. Una unidad de propósitos, de decisiones, de acciones, que tiene fuerza definitiva y que no puede ser superada por la de ningún otro grupo o sociedad. Y así -a reserva de irlas confirmando y precisandopodemos ya señalar las siguientes notas características de esa realidad humana que llamamos Estado:

1. Es una agrupación humana estable y permanente, basada en múltiples lazos de solidaridad. 2. Asentada en un territorio preciso y delimitado. 3. Dotada de un orden jurídico que puede imponerse aún por la coacción física. 4. Regida por una autoridad que supera a todas las que puedan tener los grupos sociales inferiores. 5. Unificada en torno a un fin común, distinto y superior al de cada uno de los miembros de la misma. No discutimos, por ahora, acerca de la importancia y jerarquía de cada una de esas notas. Nos basta saber que aunque las hemos considerado aisladamente para precisarlas mejor, aparecen en la realidad como formando un todo o completo existencial que llamamos el Estado. Y ello nos ayuda enormemente a realizar la labor de penetración intelectual que intentamos en esta parte de nuestro estudio. ¿Qué tipos de conocimiento aplicaremos, pues, para captar esa realidad estatal? Después de haber visto cuáles son esos diversos tipos de conocimiento y cuál es la realidad, por lo menos inmediata, del Estado, la respuesta a esta pregunta no es difícil. Podemos, en primer lugar, aplicar sin ninguna dificultad al Estado el tipo de conocimiento empiriológico vulgar o de apreciación fenoménica. Es la actividad cognoscitiva que realizamos de inmediato al ponernos en contacto con el Estado y sus diversas manifestaciones. Lo hemos explicado ya ampliamente en la primera parte de este capítulo al hablar de la vivencia del Estado. Y no tenemos más que subrayar aquí que ese conocimiento empírico es de suma importancia porque nos abre las puertas para la aprehensión intelectual del Estado. Nos pone en contacto inmediato con él. Nos suministra los materiales de hecho que necesitamos. Es aplicable asimismo al conocimiento del Estado el saber empiriológico científico o de explicación causal inmediata. No es más que el siguiente paso que damos cuando, después de comprobar de hecho la existencia del Estado y sus notas características, pasamos a explicar esa realidad fáctica por sus causas inmediatas. Nos movemos todavía en el terreno de los fenómenos exteriores, pero tratamos de ordenarlos, sistematizarlos, medirlos y buscar el porqué de su aparición y de sus efectos en un terreno positivo. Este saber es el que da lugar a la llamada modernamente Ciencia Política, en sentido estricto. Puede utilizarse también -y de un modo decisivo- para un conocimiento más amplio y profundo del Estado el saber filosófico o de reflexión fundamental.

No basta conocer los fenómenos estatales, clasificarlos, computarlos matemáticamente, buscar sus causas inmediatas. Hay que investigar lo que está más allá de las apariencias fenoménicas, lo que explica su persistencia y unidad, lo que les da un puesto en la jerarquía de los valores humanos. Y para ello debe intervenir la Filosofía que examina las causas eficientes primeras y finales últimas. El saber filosófico estudia al Estado como esencia realizada y averigua los principios de donde se origina, las características que presenta y los valores hacia los cuales apunta. Nace así la Filosofía Política con sus múltiples ramas. Siendo en cambio el Estado una realidad humana, que se da en el terreno de la convivencia social, es evidente que no puede ser objeto del saber dianoético o matemático, ya que éste se ocupa, por definición, de las relaciones ideales cuantitativas. El Estado no es número ni figura, ni ninguna otra de las abstracciones de segundo grado que son propias del estudio matemático. A lo más podría decirse que las Matemáticas, sobre todo en su moderno aspecto social, constituyen un tipo de saber que auxilia a la Ciencia Política para hacer la medición o computación de los materiales de hecho que recoge en sus observaciones empíricas. Pero si el Estado no es objeto directo del saber dianoético, sí lo es, y plenamente, del saber histórico o de comprobación pretérita de lo singular sucesivo. El Estado es, en efecto, una organización humana o estructura que va sufriendo transformaciones a lo largo del tiempo. Va evolucionando y dando lugar a diversas formas que pueden ser reconocidas, con más o menos facilidad, en el tiempo y lugar en que aparecieron. Así la Polis griega, el Imperio Romano, las poliarquías feudales, el Estado moderno. El estudio correspondiente da lugar a la Historia Política. De este modo podemos concluir diciendo que al estudio directo del Estado son aplicables el saber empírico, el científico, el filosófico y el histórico. No así el matemático. Ésta es la afirmación gnoseológica fundamental tratándose del Estado. Más adelante veremos con mayor detalle cuáles son las disciplinas que se ocupan del estudio el mismo y cómo se clasifican y subdividen.

4.

De todo lo que hasta aquí hemos venido exponiendo se desprende con evidencia que al Estado, como realidad con la cual estamos en íntimo contacto, podemos acercamos de diferentes maneras: una puramente empírica, pragmática, que nos conduce a la acción; otra de carácter especulativo, teórico, que no, conduce al conocimiento, a la verdad. Con la primera actitud tomamos posición frente al Estado. Nos colocamos en el plano del ciudadano, del político práctico. Con la segunda penetramos en su realidad para captarla intelectualmente. Nos ponemos en el terreno del pensador, del hombre de ciencia.

Esta segunda actitud, que podemos llamar científica, en el sentido más amplio de la palabra (ciencia, en la clásica definición aristotélica, es "conocimiento de las cosas por sus causas"), nos lleva a una tarea fundamental de observación detenida de los hechos de la experiencia; de reflexión; de ordenación y sistematización; de interpretación y valoración crítica de los mismos. Esto es lo que hace el investigador de lo estatal a fin de poder llegar a conclusiones que sean universalmente obligatorias. Independientemente, pues, de cuál sea el grado de abstracción en que se coloque el sujeto que trata de conocer científicamente al Estado, es indudable que su actividad tiene una serie de características que permiten reconocerla con certeza. Adolfo Posada, maestro largos años de Derecho Político en la Universidad Central de Madrid, nos las da a conocer con insuperable claridad. "La calidad científica surge en la política -dice el catedrático español- y se constituye su ciencia, desde el momento en que el conocimiento del Estado alcanza los caracteres de científico, o sea, cuando se trata de un conocimiento reflexivo, objetivo, metódico y sistemático, mediante un esfuerzo encaminado a realizar la interpretaci6n racional de los fenómenos políticos."6 (6 Adolfo Posada, Tratado de Derecho Político, 5ª. edición revisada, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1935, t. I, pág. 26.)

Analicemos brevemente cada una de estas características para conocerlas mejor. Se trata de un conocimiento reflexivo. Esto quiere decir que no se contenta con la mera observación directa, inmediata de los hechos, sino que hace una meditación más detenida de los mismos, en la que los examina en sus causas productoras y los compara entre sí. El entendimiento no se conforma con percibir inmediatamente los fenómenos sino que vuelve sobre sí mismo para ver cómo realizó esa percepción y cómo se encuentran los objetos conocidos en la conciencia. Y allí busca sus principios productores, sus conexiones, sus efectos, sus finalidades. Es también un conocimiento objetivo, o sea, que va directamente al objeto, que lo toma como medida y criterio, que prescinde de toda actitud subjetiva, de toda idea preconcebida, de todo prejuicio. Para que haya verdadera ciencia se requiere siempre objetividad, imparcialidad. Que el científico reciba los hechos tal como son, sin deformarlos de acuerdo con sus particulares convicciones o gustos. Es un conocimiento metódico. Y esto significa que el descubrimiento de la verdad no se hace al azar o por casualidad, sino siguiendo los caminos que la Lógica señala al entendimiento para que proceda correctamente, eficazmente y sin error en su investigación. Toda ciencia genuina presupone una estricta metodología, fuera de la cual no puede cumplir su función.

Y es asimismo un conocimiento sistemático, lo cual quiere decir que los resultados que se van obteniendo de la observación y reflexión se han de ir relacionando entre sí, conectando y articulando hasta formar un todo armónico, según un criterio o idea directriz. El sistema, como dicen muy bien los teóricos del conocimiento, "nace sólo por conexión y ordenación, según un común principio ordenador, gracias al cual a cada parte se le asigna en el conjunto su lugar y función impermutables".7 (7 Cfr. Walter Brugger, Diccionario de Filosofía. (Traducción castellana por José María Vélez Cantarell.) Editorial Herder, Barcelona, 1969, 6ª. edición, artículo

Es aquí en donde vemos que se cumple el aforismo filosófico "saber es relacionar". Sin relacionar y conectar, conforme a una norma directiva, no hay verdadera labor científica. "Sistema".)

Estas cuatro características del conocimiento científico del Estado suponen, como dice Posada, un esfuerzo encaminado a realizar la interpretación racional de los fenómenos políticos. Esta es también su meta, su finalidad. Hacer una "interpretación racional" no es otra cosa que buscar el sentido íntimo, el significado profundo de los fenómenos políticos. Lo cual supone que se les considera como fenómenos 'humanos, esto es, como proyecciones del espíritu del hombre, en las que se revelan sus intenciones, sus propósitos, sus deseos. Y a desentrañarlos debe encaminarse la actividad del científico del Estado.

5. En este plano científico de las consideraciones acerca de lo político el investigador se encuentra, a poco que reflexione sobre el Estado como objeto de conocimiento, con una serie de problemas que despiertan su inquietud y que le piden urgente resolución. Son problemas objetivos, reales, que nacen del objeto mismo y no del capricho o arbitrariedad del sujeto cognoscente o de sus personales preocupaciones. El primero de esos problemas es el de la naturaleza misma del objeto que se trata de conocer. El entendimiento se pregunta: ¿Qué clase de ser es el Estado? ¿A qué tipo de realidad corresponde? ¿En qué región del mundo de los seres se le localiza? Y después: ¿De qué partes se compone ese ser que llamamos Estado? ¿Cuáles son sus elementos y sus notas características? ¿En qué se parece y en qué difiere de otros seres semejantes? El examen de estas cuestiones es el que obviamente se impone a todo investigador del Estado tan pronto como se pone en contacto con él. La respuesta tendrá que ser distinta en amplitud y en profundidad según cuál sea el tipo de conocimiento a que se recurra: en el plano empírico será puramente superficial; en el científico será más honda y completa; y en el filosófico alcanzará su máxima intensidad. Pero en todos ellos se logrará un

esclarecimiento de la primera y fundamental pregunta de todo saber teórico: ¿Qué es el Estado? Viene después una indagación más minuciosa acerca del modo de ser del Estado. Se preocupa el entendimiento por conocer la estructura interna del Estado, su funcionamiento, sus relaciones, las vicisitudes de su vida a través del tiempo, las diferentes formas que adopta para cumplir sus funciones. Es una exploración por terrenos científicos, históricos y jurídicos para descubrir el comportamiento del Estado en cada uno de ellos, sus actividades como ser que vive y que actúa. Y con eso se satisface a la pregunta: ¿Cómo es el Estado? La investigación, empero, encuentra que el Estado no es el único de los seres sociales con los que tiene que ponerse el hombre en contacto. Hay, además, otros, y quizá más inmediatos y naturales a él: la familia, el municipio, la organización profesional, las agrupaciones económicas, culturales y religiosas. ¿Cuál es entonces el papel que el Estado desempeña en el seno de la convivencia humana? ¿Por qué nació y surgió el Estado y por qué se prolonga su existencia hasta nuestros días? ¿Cuál es la función social que le toca cumplir?

En otras palabras: ¿Cuál es la función que le corresponde a lo político -como lo propio y específico del Estado- entre lo familiar, lo económico, lo jurídico, lo cultural, lo religioso?

Este es el problema del sentido o significado del Estado en la vida social, y responde a la pregunta: ¿Por qué existe el Estado? ¿Cuál es la función social que le da su razón de ser?

A este problema, que de suyo es de hecho y cae en el campo de la investigación histórica y científica inmediata, corresponde otro de mayor profundidad y trascendencia. Cuando la mente sigue examinando la cuestión del significado del Estado y de la función que le toca desempeñar, en la sociedad, se encuentra con que no basta con saber que existe esa función sino que es menester indagar si cumple ciertos requisitos valorativos fundamentales. En otras palabras, si es justa, si responde a los fines supremos de la comunidad, si satisface las exigencias de la conciencia moral y jurídica del ser humano. Y esto plantea el grave problema de la justificación del Estado, que no es otro que el de por qué debe existir el Estado, si es que hay alguna razón fundada para ello. Y así el entendimiento que desea conocer el Estado viene a otro problema decisivo e íntimamente relacionado con el anterior. El de para qué existe el Estado, el de cuáles son sus fines. Este problema puede ser examinado también en diferentes planos de profundidad: el empírico, el científico, el filosófico. Pero en todo caso lleva al investigador a una de las cuestiones cruciales de todo conocimiento teórico del Estado. Si no se responde

adecuadamente cae por su base no sólo el saber teórico de la realidad estatal sino la realidad misma, en cuanto pierde su razón de ser. Estos son, pues, los problemas básicos que se ofrecen al estudioso del Estado en cuanto se pone en relación con su objeto de conocimiento. No son cuestiones artificiales y ficticias, inventadas a gusto del investigador, sino interrogantes que brotan inmediatamente del objeto mismo. Es la realidad estatal problemática la que hace nacer las dificultades y se las lama al investigador como un desafío. Y éste debe responder adecuadamente si quiere cumplir -con garbo y autenticidad- a su misión de teórico del Estado. Resumiendo y esquematizando para facilitar la comprensión de esos problemas podemos decir que son los siguientes: 1. Problema de la naturaleza del Estado. Responde a la pregunta ¿Qué es el Estado? Pide un tratamiento científico y filosófico. 2. Problema de la organización y funcionamiento del Estado. Responde a la pregunta ¿Cómo es el Estado? Pide un tratamiento científico, histórico y jurídico. 3. Problema de la función social del Estado (sentido, significado). Responde a la pregunta ¿Por qué existe el Estado? Pide un tratamiento científico e histórico. 4. Problema de la justificación del Estado (valor jurídico y moral). Responde a la pregunta ¿Por qué debe existir el Estado? Pide un tratamiento fundamentalmente filosófico. 5. Problema de la finalidad o de los fines del Estado. Responde a la pregunta ¿Para qué existe el Estado? Pide un tratamiento científico y filosófico. Utilizando una formulación todavía más honda y ceñida, podemos decir que al teórico del Estado le preocupan los siguientes problemas: El ser del Estado. El modo de ser del Estado. El sentido del Estado. El valor del Estado. La finalidad del Estado. Y estos problemas los trata desde distintos ángulos y perspectivas usando los distintos tipos de saber que están a su disposición y que son aplicables al Estado. A reserva de examinarlos más de cerca diremos que parecen abarcar adecuadamente la realidad estatal. BIBLIOGRAFlA SELECTA ARISTOTELES. Metafísica, México, D. F., Editorial Porrúa, S. A. Colección "Sepan Cuantos ... ", número 120, 1969.

BRUGGER WALTER. Diccionario de Filosofía, Barcelona, Editorial Herder, 1969, 6ª. edición. GARCÍA MORENTE, MANUEL. Lecciones Preliminares de Filosofía, México, D. F., Editorial Porrúa, S. A. Colección. “Sepan Cuantos...”, número 164. 1971. HARTMANN. NICOLAI. Rasgos fundamentales de una Metafísica del Conocimiento, Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 1957. HELLER. HERMANN. Teoría del Estado. México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1963. 5, edición. HESSEN, JOHANNES. Tratado de Filosofía, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1959. KLIMKE, FEDERIC0 y COLOMER, EUSEBIO. Historia de la Filosofía, Barcelona, Editorial Labor, 1961. KULPE, OSWALD. Introducción a la Filosofía, Buenos Aires, Editorial Poblet, 1939, 2ª. edición. MARITAIN, JACQUES. Les degrés du savoir (distingue, pour unir), Bruges, Desclée de Brouwer, 1958, 6ª. edición. POSADA, ADOLFO. Tratado de Derecho Político, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1935, 5, edición. RECASÉSS SICHES, Luis. Estudios de Filosofía del Derecho. (Publicados junto con la Filosofía del Derecho de Giorgio del Vecchio), México, D. F., U.T.E.H.A., 1946. ROBLES, OSWALDO. Propedéutica Filosófica, México, D. F., Editorial Porrúa, S. A., 1967, 5ª. edición. SÁNCHEZ AGESTA, LUIS. Teoría y Realidad en el Conocimiento Político, Granada (España), Universidad de Granada, 1944. -----. Principios de Teoría Política, Madrid, Editora Nacional, 1966. SCHELER, MAX. El Puesto del Hombre en el Cosmos, Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 1957, 3ª. edición. VRIES, JOSEPH DE, Pensar y Ser, Madrid, Editorial Razón y Fe, 1953, 2ª. edición. ZAFRA VALVERDE, JOSÉ. Teoría fundamental del Estado, Pamplona, Universidad de Navarra, 1967.