Tema Guerra Cristera

Tema: La Guerra Cristera en México (1926-1929) Delimitación del tema: La guerra cristera en Aguascalientes, 3 años de

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La Guerra Cristera en México (1926-1929)

Delimitación del tema: La guerra cristera en Aguascalientes, 3 años de lucha, la iglesia contra el estado. El problema: Con la promulgación de la constitución de 1917 se vio amenazada la iglesia en México, la cual había tenido un desarrollo expansivo en los años de la revolución. La implementación del artículo 130 de la constitución se pudo implementar formalmente hasta que Álvaro Obregón reformo el artículo constitucional y lo llevo a cavo dando inicio a la guerra cristera, lo cual se llevo a los ciudadanos más desprotegido e ignorantes del pueblo de México “los pobres” que creían fervientemente en la iglesia católica. Hipótesis: la iglesia aprovecho la revolución mexicana para su expansión económica y política en el país y su desarrollo se vio frenado después de la reforma de la constitución de 1917 por Álvaro Obregón. Objetivos: informar al lector las causas, el desarrollo y consecuencias que tuvo la guerra cristera en el la capital.

Alumno: DAVID RUBIO TORRES

INDICE



Introducción



Ejército Cristero



Reclutamiento de los Cristeros



¿Quiénes conformaban el Ejército Cristero?



Los Jefes Cristeros



Sustento de los Cristeros



Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco (BB)



La vida Religiosa en el Campo de Batalla



La guerra cristera en Aguascalientes



Asociaciones civiles en Aguascalientes



Los cristeros en Aguascalientes



Conclusión



Bibliografía

La Guerra Cristera en México (1926-1929)

Introducción

La guerra cristera en México consistió en una lucha que duró 3 años entre el Gobierno y la Iglesia, de la cual se prohibió hablar durante mucho tiempo en México y también se tienen muy pocos documentos que hablen de ella. En la actualidad ya hay informes de que se han estado estudiando expedientes que se encuentran en el archivo secreto vaticano. Los Cristeros, fue un movimiento armado que, desde 1926 hasta 1929, combatió la política laica del presidente Plutarco Elías Calles y por su sucesor, Emilio Portes Gil, en cuyo mandato se puso fin al conflicto religioso. La denominada "Guerra Cristera", estalló en agosto de 1926, principalmente en los estados de Jalisco, Nayarit, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas. Su origen fueron las medidas adoptadas por el gobierno de Calles, encaminadas a

disminuir las actividades educativas de la Iglesia y, sobre todo, a eliminar por completo el culto religioso. El ejército cristero estuvo compuesto básicamente por peones y aparceros rurales, dirigidos por antiguos militares revolucionarios, ex partidarios algunos de ellos de Pancho Villa, Emiliano Zapata y participaron también algunos sacerdotes. La original Constitución Mexicana de 1917 establecía una política que lejos de separar al Estado de la Iglesia, negaba la personalidad jurídica a las iglesias, subordinaba a éstas a fuertes controles por parte del Estado, prohibía la participación del clero en política, privaba a las iglesias de su derecho a poseer bienes raíces, desconocía derechos básicos de los así llamados "ministros del culto" e impedía el culto público fuera de los templos. Algunas estimaciones ubican el número de personas muertas en un máximo de 250 mil personas, entre civiles y efectivos de las fuerzas cristeras y el Ejército Mexicano. En 1926, el presidente Plutarco Elías Calles, general revolucionario y conocido masón, promovió la reglamentación del artículo 130 de la Constitución a fin de contar con instrumentos más precisos para ejercer los severos controles que la Constitución de 1917 estableció como parte del modelo de sujeción de las iglesias al Estado aprobado por los constituyentes. Estos instrumentos buscaban limitar o suprimir la participación de las iglesias en general en la vida pública, pero--dadas algunas características de la legislación, como el hecho que se obligaba a los ministros de culto a casarse y se prohibía la existencia de comunidades religiosas--es posible afirmar que tenían un claro sesgo anticatólico por ser esta confesión la única que en México cuenta con ministros solteros y con comunidades en las que personas deciden convivir. La ley reglamentaria del 130 constitucional facultaba, siguiendo el dictado de la Constitución, a los gobernadores de los estados de la República a imponer cuotas y requisitos especiales a los "ministros del culto". Tal fue el caso de los gobernadores más radicales, como Tomas Garrido Caníbal (1890-1943 fue un político y reformador. Como gobernador de Yucatán y de Tabasco, incentivó el desarrollo social por medio de políticas agropecuarias y sociales, el voto a la mujer, generalizar la educación general y con fines específicos) quien decretó normas que iban incluso más lejos, pues obligaban a los "ministros del culto" a casarse para poder oficiar, mientras que en estados como Chihuahua se pretendió forzar a la Iglesia católica a operar con un número mínimo de presbíteros, mientras que en Tamaulipas se prohibió oficiar a los sacerdotes extranjeros. Es de 1925, con apoyo de a Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), se creó la Iglesia Católica Nacional Mexicana, dotándola de edificios (tomados de la Iglesia Católica), recursos y medios para romper con El Vaticano. Confrontada con esta situación, la Iglesia intentó reunir dos millones

de firmas para proponer una reforma constitucional. La petición de los católicos mexicanos fue rechazada. Los católicos llamaron y realizaron un boicot para no pagar impuestos, minimizar el consumo de productos comercializados por el gobierno, no comprar billetes de la Lotería Nacional, ni utilizar vehículos a fin de no comprar gasolina. Esto causó severos daños a la economía nacional, al tiempo que sirvió para que las posiciones de distintos grupos dentro de la propia Iglesia católica en México se radicalizaran. La radicalización hizo que en zonas del Bajío, en la Ciudad de México, y en la península de Yucatán creciera un movimiento social que reivindicaba los derechos de libertad de culto en México. La dirigencia del movimiento, cercana pero autónoma respecto de los obispos mexicanos, creyó viable una salida militar al conflicto. En enero de 1927, empezó el acopio de armas; las primeras guerrillas estuvieron compuestas por campesinos. El apoyo a los grupos armados fue creciendo, cada vez se unían más personas a las proclamas de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe! lanzadas por quienes fueron conocidos como los cristeros. El origen del sustantivo cristero es disputado. Hay quienes consideran que fueron ellos mismos quienes utilizaron el nombre primero para identificarse, pero hay investigadores del fenómeno, como Jean Meyer, quienes consideran que, en sus orígenes, era una expresión despectiva, usada por agentes del gobierno federal, derivada de cristiano. En todo caso, los así llamados cristeros fueron capaces de articular rápidamente una serie de descontentos locales con las consecuencias de la Revolución Mexicana, así como de aglutinar en torno suyo a grupos que, por distintas razones, se oponían a lo que ya para entonces se conocía como el "Grupo Sonora", nombre creado por el origen sonorense de los presidentes Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. No sólo eso, la Cristiada, como también se le conoce, logró un uso muy eficaz de símbolos religiosos profundamente arraigados en las prácticas colectivas en México. Este uso de símbolos como la Virgen de Guadalupe unen, por cierto, a grupos tan disímiles en la historia de México como los primeros insurgentes encabezados por miguel Hidalgo y Costilla, el líder revolucionario Emiliano Zapata y más recientemente grupos vinculados al EZLN. Los alzamientos comenzaron en Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán luego se sumó casi la totalidad del centro del país. El conflicto tuvo un carácter fundamentalmente rural aunque la dirección de la Liga fue eminentemente urbana. Los cálculos más optimistas consideran que hacia1927, las fuerzas cristeras rondaban los 12 000 efectivos y dos años después, en1929, habían alcanzado los 20 000. Semejantes números son dignos de consideración por varias razones.

En primer lugar, los obispos mexicanos, con muy contadas excepciones se distanciaron rápidamente del movimiento armado, desconocieron a la Liga y trataron de negociar la paz con el gobierno de Calles con la mediación del gobierno de Estados Unidos. En segundo lugar, porque México recién había superado un prolongado y muy costoso conflicto armado que ensangrentó durante poco más de siete años buena parte del país. No sólo eso, los cristeros eran un ejército irregular, que no esperaban recibir pago y que no contaban con mecanismos formales de aprovisionamiento, reclutamiento, entrenamiento, atención a sus heridos o cuidado de los deudos. A diferencia de otros grupos armados en la historia de México no practicaron la así llamada "leva" (una práctica por la que se obliga a personas a sumarse a un ejército). Finalmente, a diferencia muchos grupos armados durante la revolución y antes durante el siglo XIX, el mercado estadounidense de armas estuvo cerrado para este grupo, por lo que no pudieron adquirir armas o municiones y debían depender de armamento anticuado (mucho de él excedentes de la Revolución de 1910) y operar con muy escasa munición. Después de haber terminado la Guerra de Reforma en 1859 (durante la cual se enfrentaron dos grupos políticos en México: los conservadores que estaban en contra de la Constitución de 1857 contra los liberales) y la intervención Francesa en 1867 los gobernantes de México llevaron a la práctica una serie de medidas que proclamaban la separación entre la Iglesia y el Estado, al igual que disminuyeron el papel social de la primera ya que se sancionaba a los funcionarios que asistían a actos religiosos, se confiscaron todas las propiedades eclesiásticas y abolieron las órdenes monásticas. Durante la dictadura del general Porfirio Díaz (1876-1910), el conflicto entre la Iglesia y el Estado se calmó un poco. Y durante este tiempo la iglesia aprovechó de realizar en México una "segunda evangelización", desarrollando numerosos movimientos de acción cívica y social que fue hecha por órdenes del Papa León XIII que pretendía renovar la Iglesia. La Iglesia estaba en plena expansión cuando comenzó la Revolución de México, siendo los primeros tres años de esta favorables para la Iglesia. El General Heliodoro Charis y sus hombres recuperaron la Ciudad de manzanillo dejando cuantiosas bajas a los Cristeros En 1928, luego de una tortuosa reforma de la constitución de 1917 y a pesar de que la Revolución mexicana había iniciado al grito de "sufragio efectivo, no reelección", el ex presidente Álvaro Obregón contendió como candidato virtualmente único en las elecciones presidenciales. El Grupo Sonora, se pensaba en ese entonces, repetiría la fórmula seguida 40 años antes por el grupo Oaxaca, encabezado por Díaz, para reformar paulatinamente la

Constitución. Se decía, sin embargo, que Obregón no tenía interés en continuar con el conflicto, por lo que llegaría a un acuerdo para acabar con la guerra. Obregón, sin embargo fue asesinado por José de León toral en el restaurante "La Bombilla" Al llegar a la presidencia interina Emilio Portes Gil, comenzó una larga negociación, en la que participó como mediador, el recién llegado embajador estadounidense Dwight Morrow. Se logró un acuerdo de amnistía general para todos los levantados en armas que quisieran rendirse. Se acordó devolver las casas curales y episcopales, y evitar mayores confrontaciones en lo sucesivo. Sin embargo, para ese entonces existía una profunda división en el seno de Iglesia en México. La fractura afectaba desde la cúpula episcopal hasta los laicos. Entre los obispos, la mayoría estaba a favor de un acuerdo con el gobierno, pero habían tres, muy combativos, opuestos al acuerdo. El más decidido de los obispos en contra del acuerdo fue monseñor Leopoldo Lara, obispo de Tacámbaro en Michoacán. En el otro extremo, presionando para que se lograra un acuerdo con el gobierno, se encontraban los obispos de la Ciudad de México José Moral y del río y de Tabasco pascual Díaz Barreto. Como consecuencia de la ruptura entre la Liga Nacional para la Defensa de las Libertades Religiosas y los obispos mexicanos, estos últimos desarrollaron una política de creciente centralización y control de las actividades de los laicos católicos mexicanos por medio de la Acción Católica Mexicana. En todo caso, la Liga y la mayoría de los efectivos de los ejércitos cristeros no aceptaron el acuerdo, así que estimaciones de personajes cercanos a la Liga señalan que de unas 50 mil personas involucradas, directa o indirectamente en las acciones militares, sólo 14 mil depusieron las armas, aunque estas cifras han sido motivo de debate. En 1910 tras la victoria de Carranza y Obregón se promulga de la nueva constitución, la cual establece una política de intolerancia religiosa y privó a la Iglesia de toda personalidad jurídica, entre sus puntos están: la prohibición de los votos religiosos, la prohibición a la Iglesia para poseer bienes raíces. Pero la nueva Constitución fue más lejos, se prohibió el culto público fuera de las dependencias eclesiásticas, a la vez que el Estado decidiría el número de iglesias y de sacerdotes que habría; se negó al clero el derecho de votar, a la prensa religiosa se le prohibió tocar temas relacionados con asuntos públicos, se señaló la educación primaria como laica y secular, y las corporaciones religiosas y los ministros de cultos estarían impedidos para establecer o dirigir escuelas primarias. Los católicos no ofrecieron una respuesta violenta cuando la Constitución entró en vigor, y se optó por iniciar una lucha pacífica para modificar aquellas partes que les afectaban directamente.

Ejército Cristero El gran alzamiento de enero del 1927 fue más civil que militar. Y por aquellos días apareció un referéndum que, a partir de aquel momento, no había más remedio que la guerra. No pocas veces, la Cristiada comienza por las provocaciones, por detenciones de sacerdotes, por el armamento agrarista, la llegada del ejército y la inspección de las armas. Desde la suspensión del culto se había hecho penitencia, peregrinaciones, novenas pero no se disminuyo la oleada antirreligiosa. Los combatientes se dispersaban a pie, armados de piedras y garrotes. Después de las explosiones aisladas de 1926, vino la reanudación lenta y general en la primavera de 1927, que la represión se extendió hasta los años de 1928-29. Sin planes, sin organización, sin jefes, los cristeros se levantaron, y con una entereza comenzaron por desarmar al enemigo para procurarse fusiles.

Sin un uniforme, sin equipo estandarizado, reconocible en los comienzos por su brazalete negro, signo de duelo y luego por su brazalete blanco y rojo, de los colores de Cristo, pasaron de la partida al escuadrón, del escuadrón al regimiento, del regimiento a la brigada, y cuando se llegara a las divisiones de varios millares de hombres, la carencia de municiones limitaría la guerra a operaciones de guerrilla. La base seguiría siendo siempre la unidad local, el pueblo o los pueblos sostenían los combatientes, a los que se volvían después del combate y la dispersión, para permanecer en ellos hasta la próxima concentración. Cuando inicio el movimiento se juntaban en pequeños grupos para ocupar los ayuntamientos de los pueblos y para abrir una que otra de las iglesias, tomadas por el gobierno. Estos combatientes y el pueblo que los sostenía se reclutaban en todos los grupos rurales y urbanos, por debajo de determinada cifra de ingresos. La gente del campo suministraba a la vez los soldados y sus aliados civiles; la gente de las ciudades trabajaba en la organización, en la propaganda y en el aprovisionamiento. Ciudades y campos se hallaban comunicados constantemente. Se ha dicho que en la guerra, como un arte técnico es necesario que haya normas, conocimientos, mentalidad de guerrero, maniobras de disciplina, exactitud de horarios; pero en tres años, los cristeros pasaron del ejército desorganizado, al ejercito constituido que, por poco que tuviera para disparar, derrotaba en igualdad a las fuerzas federales mejor preparadas.

El partido gubernamental no era lo bastante fuerte para controlar el campo, por lo cual, después de la huida, el ejército federal tuvo que hacer la guerra a los cristeros. Debilitado, desmoralizado por la guerra de guerrillas para lo cual no se hallaba preparado, ejercito de invasión al que se oponía una población entera que sostenía a unos combatientes apoyados en su propio territorio, fue el ejercito quien propago la violencia. Pero aunque este ejército federal hubiera sido mejor y misericordioso, no habría podido vencer. Los Cristeros enardecidos formaban el movimiento armado, solidarios hasta la muerte a su causa, obedientes a los jefes que les daban, fiel a su promesa de vencer o morir para que reinara Cristo. Reclutamiento de los Cristeros Se presenta a los cristeros como a pequeños propietarios que defendían sus tierras contra los agraristas o como a proletarios agrícolas utilizados por sus patronos para proteger el latifundio contra la reforma agraria, o finalmente como candidatos al reparto de tierras, del cual no se beneficiaron. Pero en verdad los cristero ignoraban la propiedad territorial en su mayoría, los combatientes eran rurales no todos eran trabajadores agrícolas. El 60% vivía del trabajo de sus manos. En Jalisco existía, un problema agrario, lo cual explica la presencia de 25 mil agraristas concentrados en los sectores, en los Altos había pequeños propietarios que alcanzaban un cifra del 25%, masivamente cristeros, pero no representaron más que el 10% de los efectivos rebeldes; y en los volcanes de Colima dieron un contingente igualmente numerosos cuando los caracteres étnicos y las estructuras agrarias son muy diferentes. El reclutamiento de cristeros se hizo indiferentemente en todas partes: indios "comuneros", despojados, peones y apareceros, siguieron el movimiento en masa, al igual que los marginaos y los salitreros. Así pues, los cristeros no pueden ser identificados a los propietarios territoriales. La presencia entre ellos de rancheros y de hacendados es la excepción de la regla, todos los grupos campesinos, los rurales, con excepción de los agraristas, participaron, por bajo de determinados nivel de fortuna, en el movimiento cristero. La participación armada en la insurrección correspondió, pues, a todo género de campesinos y todo género de rurales, a los cuales no se puede atribuir una motivación económica común o uniforme. Los habitantes de las ciudades, con excepción de algunos obreros todavía próximos al campo, y de algunos estudiantes (entre ellos muchos seminaristas que habían nacido en pueblos) se mantuvieron ausentes de los campos de batalla. Esta ausencia se debe por un aislamiento en la ciudad, no tiene la misma significación negativa que la de los

ricos propietarios y comerciantes, fundamentalmente hostiles al movimiento, y que dirigían con frecuencia la oposición local, con ayuda del gobierno. Las comunidades rurales con denominación campesina, donde reclutaban los cristeros, variaban según las regiones. Se ha subrayado bastante el papel de los factores económicos y de las estructuras territoriales para no ser tachados de idealismo, pero el hecho es que no existe modelo de homo economicus para explicar al cristero, yo los considero hombres y mujeres necesitados de expresar a Dios su amor por medio del culto. ¿Quiénes conformaban el Ejército Cristero? La participación en la guerra cristera fue, sociológicamente hablando, excepcional, ya que no respetó nada, ni el sexo, ni la edad, ni la situación familiar, se podría decir que se derribaron todas las barreras que no permitieran la unión de los guerreros. Jean Meyer afirma: "aquel que no toma parte en la "bola", en la trifulca, el hombre muy joven, el encargado de familia, así como los ancianos, la esposa, que reprueba siempre la aventura, que reprocha al marido su afición a la violencia, y que no desempeña ya su función estabilizadora de la historia, comunica al movimiento cristero una amplitud notable, que puede compararse, en la escala nacional, a cierto zapatismo en los primeros años".

De esta manera el movimiento de la cristiada, fue diferente de los bandidos villistas y de las tropas carrancistas; es un movimiento que reúne sin distinción a la gente, a los antiguos revolucionarios y a todos aquellos de quienes el sexo, la raza, la sociedad o la cultura hacían unos excluidos. Quiero retomar la participación de la mujer en este trabajo ya que, el autor Meyer exalta su trabajo dentro de la cristiada, y como estamos acostumbrados siempre a la figura del hombre, hoy doy paso a algunas mujeres valientes de nuestra Iglesia y patria. Muchos de los hombres que participaron en la cristiada como en muchas guerras, han sido impulsados por sus esposas, madres, hermanas, sino que además no hubieran podido mantenerse sin la ayuda constante de espías, de las aprovisionadoras, de las organizadoras, sobre las que recaía todo el peso de la logística y de la propaganda. En agosto de 1926, eran las más decididas en montar guardia afuera de las iglesias, y en todas partes los hombres se limitaban a desempeñar un papel secundario, no enfrentándose al gobierno y a sus soldados más que para defender a sus mujeres. El centro de la resistencia en Huejuquilla fue María del Carmen Robles, que supo resistir al general Vargas, y cuyo martirio le valió una fama de santidad. María Natividad González, llamada la "generala Tiva" era

tesorera de la Brigada Quintanar, mientras que la infatigable doña Petra Cabral, no contenta con dar a sus hijos a la causa, aprovisionaba a los cristeros. Hablar de las Brigadas Femeninas y de sus 25 mil militantes, es hablar de que en todas partes había una mujer capaz de reemplazar al jefe civil que había sucumbido. Este feminismo repentinamente permitido (por los machistas) condujo incluso a querer dirigir la guerra, colocando a cada jefe de regimiento bajo la protección y padrinazgo de una coronela. Gorostieta refreno este ardor, limitándolas a las actividades de limpieza, economía, propaganda y aprovisionamiento; pero se vieron algunos grupos femeninos que preparaban explosivos, y enseñaban a los hombres el arte de sabotaje. Los Jefes Cristeros En los archivos históricos se cuenta con más de 200 nombres de hombres y mujeres que encabezaron a los cristeros. Los jefes tenían que ser reconocidos o elegidos por sus soldados, antes de confirmar el título las autoridades superiores; los primeros jefes fueron simplemente hombres que tomaron en su región la iniciativa del movimiento o aquellos a quienes un grupo de rebeldes invitaba a ponerse a su cabeza. La elección siempre se hacía democráticamente, por voto y aclamación, un jefe del que la tropa estuviera descontenta no podía mantenerse largo tiempo en el puesto y había que volver a las filas o marcharse. La cualidad más reconocida en los jefes era el valor personal y la experiencia militar. De los 200 oficiales, 40 conocían poco más sobre las armas, por haber participado en el villismo, en el zapatismo o en los grupos de autodefensa y de estos 12 pertenecieron al ejército federal. Pero no sólo soldados raso sino también algunos generales del ejército disuelto por los tratados te Teoloyucan ofrecieron sus servicios. Por otra parte hubo algunos escobaristas que permanecieron entre los cristeros después de que inicio esta guerra en la primavera de 1929. a) Algunos rasgos de los dirigentes: • El 70% de los jefes no eran militares, solamente se requería que supieran montar a caballo o manejar las armas, pues cabalgar y disparar formaba parte de la vida común de los campesinos, en ciertas regiones. Es decir, profesionalmente no se distinguían los jefes de los soldados: rurales eran en su mayoría un 92%, raro era encontrase a un rico o acomodado pues más de la mitad de ellos trabajaban como peones o como artesanos. • Determinadas actividades preparaban a estos campesinos para ejercer el mando: el arriero por ejemplo, siempre en los caminos, conoce a mucha gente; los comerciantes y mineros, estos eran de fiar de todos pues confiaban su dinero, sus convoyes, su ganado. Algunos empresarios como Toribio Valdez

que era representante de las maquinas de coser Singer y dicen que conocía a todo el mundo por su nombre, y muchos recordaban que en enero del 27 llego a Atotonilco, encontró el pueblo destrozado y en ruina, con mujeres y niños solos decidiendo tomar las armas. • Esta no entraba en cuenta: la de los jefes se escalonaba de los 18 a los 70 años. Se distribuían por terceras partes entre menores de 30 años, hombres maduros de 30 a 50 y de más de 50. Era a fin de cuentas las tropas los que reconocían a sus jefes, y la eficacia militar no bastaba a explicar su elección. La capacidad de los jefes y su fuerza se procedía de su capacidad para hacerse obedecer y poner a su servicio los talentos de aquellos hombres o mujeres de guerra de cualidades peligrosas. Entre los jefes, había choques también pero, estaban sujetos por sus superiores y vigilados por sus soldados que no solían seguirlos en sus querellas o insubordinaciones. Se hallaban unidos por una historia común y sobre todo por un sentido de combate. Sustento de los Cristeros Todos los generales federales estaban de acuerdo en denunciar el apoyo que les dieran a los cristeros. Meyer dice que, "eran vistos como una de las principales fuerzas rebeldes, porque la gente sostuvo al movimiento, la de todos los pueblos, en relación constante con los combatientes y haciendo posible la lucha de éstos". Esto llegó a tal punto que no se distinguía entre civiles y cristeros, de esta manera se dio una represión para toda la población. Las redes urbanas trabajaban con gran eficacia, facilitada en las grandes ciudades del centro oeste por la afluencia de refugiados. En Guadalajara, Durango, León, Querétaro, Oaxaca, Saltillo, Guanajuato y hasta México, los cristeros entraban y salían sin dificultad, e incluso era de allí donde se refugiaban cuando la presión era demasiado fuerte en el campo. Los comités urbanos imponían tributaciones y realizaban colectas, los obreros trabajaban en la "reforma" de los cartuchos para obtener el calibre requerido o para hacer otros, utilizando los casquillos vacíos. En algunas regiones la logística era muy modesta y correspondía a la ayuda espontánea de la población. En el oeste se organizó un comité destinado a coordinar las actividades de los numerosos grupos y de las Brigadas femeninas, nacidas en esta época. Algunos autores hablan de que nunca les falto la comida, pues los pueblos se organizaban muy bien. El problema principal eran las municiones. La carencia de cartuchos lo obligo a correr durante los primeros 6 meses de batalla en 1927. a) Faltaban Municiones

En los pueblos la base urbana suministraba, ya que los combatientes necesitaban cosas indispensables pero en primer lugar las municiones. Uno de los personajes importante era el P. Ayala, quien, con uniforme, papeles militares oficiales y armados, circulaba por Guadalajara llevando municiones a los cristeros. En las regiones menos aisladas las redes de aprovisionamiento eran más eficaces. Los soldados recibían sus cartuchos de la fábrica de México, cuyos obreros las hacían llegar a comerciantes que transitaban por Iztapalapa y Xochimilco, donde los indios, arrieros y carboneros de la sierra las recogían. Otro método consistía en expedir cajas enteras por el ferrocarril con la etiqueta exterior de jabones, medicinas, clavos, etc. b) Los cómplices La complicidad de los funcionarios y de las autoridades era manifiesta, a tal grado que el gobierno tuvo que intervenir. Ya en 1926, el gobernador de Jalisco informaba al presidente Calles de este hecho inquietante que no iba a cesar en los 3 años de la guerra. En abril de 1929 decidió el gobierno proceder con la mayor severidad contra los empleados servidores del gobierno que cooperaran con los alzados, por tratarse no solamente de un caso de rebelión, sino de traición. La complicidad era activa; algunos militares estaban de corazón con los rebeldes, los protegían y los aprovisionaban. Otro lugar donde se podían aprovisionar los cristeros era el ejército federal. Oficiales y soldados se dedicaban al tráfico de municiones, a tal punto que la organización tenía establecidos lugares en los que estratégicamente hacían el negocio. Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco (BB) En el origen de esta organización predominantemente femenina, en cuanto a sus tropas y a sus jefes, que realizó de manera ejemplar la síntesis de todos los problemas logísticos de los combatientes y ordeno la indispensable cooperación de los civiles, se encuentra a dos hombres: Luis Flores y Joaquín Camacho, y un sindicato, la UEC, Unión de Empleadas Católicas de Guadalajara. El 21 de junio de 1927 se fundó en Zapopan la primera Brigada Femenina, compuesta por 17 muchachas. Esta era una organización militar destinada a procurar dinero, aprovisionar a los combatientes, suministrar municiones, uniformes y refugios, a curarlos y esconderlos, la BB, organización secreta, imponía a sus miembros un juramento de obediencia y de secreto. La organización se extendió a todo el país. En enero de 1928 se fundaba la primera BB en el D.F. En marzo las BB contaban con más de 10 mil militantes. Las militantes eran jóvenes solteras de 15 a 25 años, dirigidas por jefes de los cuales ninguno tenía más de 30 años.

Se reclutaban en todas las clases sociales, y la gran mayoría procedía de las capas proletarias: barrios populosos de las ciudades, mujeres del campo. Si en sus orígenes, el encuadramiento lo suministraba la pequeña clase media y las jóvenes de las escuelas católicas, los grados fueron ocupados rápidamente por muchachas del pueblo, en un porción de un 90%, que no hacía sino reflejar la composición de la tropa. Al nivel de las generales, el origen socio profesional se mantenía modesto: mecanografía o empleada. Estas mujeres tomaron muy enserio su papel nunca dudaban en acudir a la violencia, al rapto, a la ejecución, para obtener rescates, proteger a los combatientes y castigar a los espías. Utilizaban todos los medios, organizaban bailes en los pueblos para obtener la confianza de los oficiales, desvanecer sospechas y obtener información. Por otra parte, el cuidado de los heridos escondidos en los pueblos o en la ciudad incumbía a las BB, así como la dirección de los rudimentarios hospitales de campaña. Una muchacha nunca trabajaba en el mismo lugar o por mucho tiempo en la misma rama. En cuanto alcanzaba cierto grado de responsabilidad, las jefes cambiaban constantemente de identidad y de domicilio. Las transportadoras de municiones hacían un viaje cada tres semanas como mínimo. La vida Religiosa en el Campo de Batalla No por todas las dificultadas había disminuido el fervor de aquel pueblo cristero. Algunos soldados hacían capillas, de varas y de zacate. También los sacerdotes hacían sus casas ahí junto a los campamentos cristeros, esto con el fin de llevar los sacramentos a los incansables guerreros de Dios. Todos los días escuchaban la Santa Misa y, por las tardes rezaban el rosario y cantaban algunas alabanzas. La multitud de aquellos soldados ayunaban en especial los miércoles y los viernes, desde las esposas y los hijos, como signo de unión entre los hermanos guerreros. Se procuraba guarda la abstinencia de carne los viernes. Los libertadores recibían los sacramentos por lo menos una ves al mes y antes del combate, cuando había tiempo se les reunía y, después de una exhortación del sacerdote procurando alentarlos y motivarles, se ponían de rodillas, hacían un acto de contrición y el Padre capellán, con las manos extendidas pronunciaba la formula de la absolución sacramental. La guerra cristera en Aguascalientes Aguascalientes al tiempo de la Cristiada. En Aguascalientes el reparto de la tierra fue tardío, pues llegó hasta 1923 a pesar de haberse estipulado desde la Convención de Aguascalientes de 1914. La causa era que el gobernador Rafael Arellano Valle, hacendado e hijo de un

gobernador porfirista, siguió protegiendo el latifundio. Después llegó al poder, apoyado por la CROM, José María Elizalde, agrarista de Tepezalá, quien aceleró el reparto aunque también su corto gobierno de 10 meses se distinguió por la violencia anticlerical. Muchos campesinos que nada habían tenido se hicieron pronto de algunas parcelas. En contraste, los hacendados, al perder sus latifundios, organizaron la ofensiva mediante repentinos fraccionamientos de terrenos, reales y simulados, que atrajeron las sospechas de las comisiones agrarias y el abastecimiento de armas para los agraristas por parte del gobierno. De esta época data el famosísimo corrido El Barzón, compuesto por Miguel Muñiz en Viudas de Oriente, hoy Villa Juárez, en el municipio de Asientos, en el año de 1920. En sus versos se advierte la situación del campesino durante su pertenencia a la Hacienda y la forma en que su vida cambia después de acercarse al agrarismo, pero para este tema, destaca también la denuncia de la manipulación del clero disuadir la aceptación de las parcelas otorgadas Uno de los aspectos de la Guerra Cristera que ha sido poco tocado es precisamente la relación entre los curas de hacienda y los grandes propietarios, pues mientras que el reparto de la tierra era visto por los agraristas como una conquista social y sintieron la guerra como propia por defender su tierra, para otros significaba un robo: sobre esta asunto era común escuchar desde los púlpitos sermones en contra del reparto. Así, en todo el país las familias quedaron divididas, unos por el cierre de cultos, otros por la entrega de parcelas, pero todos católicos al fin y al cabo. Las principales movilizaciones de agraristas para la guerra tuvieron lugar en San Luis Potosí, por la influencia del general y cacique Saturnino Cedillo. Asociaciones civiles en Aguascalientes. Como en todas partes, la participación del pueblo se dio tanto en el ámbito rural como en el urbano, y en este se pueden apreciar también diferentes matices. Desde el ataque los cismáticos al templo de San Marcos, los católicos se mantuvieron alerta y organizados, así pues, nace en mayo de 1926 la Unión Popular de Aguascalientes (UPA), fundada por Juan B. Codina y que funcionaba como una delegación regional de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa. La dependencia de la UPA a la Liga no significaba sumisión, pues aquella siempre hizo patentes sus diferencias, en especial contra el boicot. La UPA también mantuvo contacto con la ACJM, de la que obtuvo los medios para editar su propaganda, impresa clandestinamente en las casas de sus miembros. Además de la propaganda, la UPA contaba con una Comisión de Culto, encargada de proporcionar los servicios religiosos en los hogares, y

quien comandaba estas acciones era la Señora Dolores Collazo, en calidad de Jefa General. Los hombres solteros pertenecían a la ACJM y los casados a los Caballeros de Colón. Esta asociación fue vista por el gobierno como los autores intelectuales del boicot y por ello fueron perseguidos, sin embargo, su actividad continuó en la clandestinidad, pues existían dos grupos hermanados: el Agustín de Iturbide en Aguascalientes, dirigido por Demetrio Rizo y otro en Encarnación de Díaz, Jalisco, por Jesús Alba. Quienes apoyaron en Aguascalientes la causa de los cristeros mediante el acopio de armas, comida y dinero, así como curación y escondite, provenían de un extracto humilde, pues en su mayoría eran obreros y costureras, algunas de ellas pertenecientes a la UPA, de ellas destacan las señoras Otilia del Socorro López Jiménez, quien actuaba bajo el seudónimo de Rosa Lara, cuya aportación fue tan grande que a ella acudió Victoriano Ramírez “El Catorce” y José Velasco, el jefe del movimiento en Aguascalientes. Otra importante protectora de los combatientes fue Josefa López Velarde, quien nunca manejó armas, pero prestó su hogar para la protección de cristeros y sacerdotes. Ambas fueron capturadas hacia 1929. Entre los hombres se cuenta a Petronilo Juárez, obrero del sindicato católico León XIII, quien se dedicaba a conseguir armas y municiones y fue aprendido por un soldado con el que intentó negociar la venta de parque. También cayó preso su amigo Jesús Pedroza por el robo de parque el los talleres del Ferrocarril. Los cristeros en Aguascalientes. En Aguascalientes los primeros en tomar las armas fueron los campesinos del municipio de Calvillo, y más adelantes siguieron los brotes en San José de Gracia y Jesús María. Entre los principales jefes pueden nombrarse a Norberto López, Pedro Flores, Zenón Bárcenas, Lucas Díaz, Juan de la Cruz, Enrique Nieto, Inés Rojas y Anatolio Martínez, aunque la figura principal fue José Velasco Delgado. Nacido en 1902, según algunos en Piedras Chinas aunque hay quien señala que fue en Chiquihuitero, municipio de Calvillo. Entró a trabajar como caporal a la hacienda de La Cantera. Con el estallido de la guerra, decide levantarse en armas en Calvillo junto con su hermano Antonio, Norberto López y otros más la madrugada del 11 de noviembre de 1926; para la navidad Velasco asaltó la oficina de correos y se enviaron tropas federales a combatirlo, pero al ser sorprendidas tuvieron que refugiarse en el interior del Palacio Municipal hasta el cese del fuego. Como se ha visto, los cristeros nunca pudieron retener una plaza por mucho tiempo y también los federales eran reforzados

constantemente. Así, Calvillo padeció un verdadero estado de sitio, pues se sabía de la simpatía del pueblo hacia los alzados. Velasco se apoderaba de la correspondencia para localizar los partes militares así como otras informaciones de utilidad; frecuentemente eran asaltados los mensajeros pero se les extendía una constancia del percance para no perjudicarlos. Hubo victorias en Calvillito, Bahía de Rangel y Cieneguilla, y poco a poco los ataques se extendieron a esas regiones vecinas de Jalisco y Zacatecas, como Teocaltiche, Villa Hidalgo, Encarnación de Díaz, Jalpa, Juchipila y Tabasco. En la capital se libraron combates en las afueras, cerca de la Fundición. Una ocasión robó en pleno día 100 caballos del ejército federal, paseaba por San Marcos y comía en el Mercado Terán, de donde obtenía información de los soldados al hacerse pasar por un comensal. En San José de Gracia, donde el presidente municipal simpatizaba con los cristeros también hubo importantes incursiones, y que muchas veces estas regiones quedaban aisladas del control del gobierno. En aquel municipio interfirieron constantemente con la construcción de la Presa Plutarco Elías Calles. Algunos de los combates más famosos fueron el de La Labor, en Calvillo y el de Santa Rosa, en Rincón de Romos y El Epazote, en Asientos. Para 1927 la violencia en todo el país se incrementaba, y la Secretaría de guerra y Marina decidió enviar al General Genovevo de la O para pacificar la región y más adelante fue sustituido por Maximino Ávila Camacho. Así comenzó la instrucción militar de los agraristas y la formación de las defensas rurales. También se incrementó la actividad en la región oriente del estado, principalmente en El Llano, Viudas de Oriente (Villa Juárez) y Real de Asientos, con su lógica expansión hacia los poblados zacatecanos de La Monteza y Los Campos. Los principales líderes de las defensas rurales que combatieron a los cristeros fueron los hermanos Teodoro y Epifanio Olivares Calzada y Telésforo Colis en Pabellón, Antonio y Martín Ventura en San José de Gracia, José Delgado en El Llano, Jesús Marmolejo y Rafael Reyes en Viudas de Oriente, entre muchos otros. La razón por la que no existieron agraristas en Calvillo era la inexistencia de grandes propiedades y por tanto de reparto alguno. La Semana Santa de 1928 fue interrumpida por un hecho sin precedente en el Estado. Once cristeros fueron sorprendidos por el ejército mientras dormían y se les ahorcó en el acto, pero también fueron descuartizados y sus restos exhibidos como escarmiento en el atrio de la parroquia de Calvillo. En ese mismo año las operaciones cristeras en Aguascalientes se integran al mando supremo de Enrique Gorostieta. Hacia una forma de vida

Mientras los cristeros y el ejército seguían combatiendo sin cuartel en la provincia mexicana, obispos y políticos actuaban de otra forma. Desde la llegada del embajador Morrow, las relaciones con Estados Unidos dejaron de ser tan hostiles como en los años anteriores, principalmente porque aquel país le convenía la pacificación de México para lograr un acuerdo sobre el petróleo. Para 1929 la cantidad de vidas humanas perdidas en el campo de batalla era alarmante y la guerra no indicaba un triunfador definitivo: las plazas tomadas por unos, eran rescatados por los otros. El Vaticano, por su parte, vio con buenos ojos las intenciones conciliadoras de Morrow y envió a J. J. Burke, S. J., a entrevistarse con él y los obispos desterrados en La Habana a principios de 1928. El embajador comenzó a escribir a Calles para manifestarle la voluntad de los religiosos para terminar con la violencia, y concertó una reunión secreta en el castillo de San Juan de Ulúa en Veracruz entre el presidente y el enviado de Roma. El obispo de Tabasco, Pascual Díaz, sin tener conocimiento de este encuentro, publicaba en los periódicos norteamericanos una serie de notas contra el gobierno, pero Morrow supo conciliar las partes e insistió en la necesidad de una nueva entrevista ahora con los obispos. La invitación por parte del gobierno se dio el 15 de abril durante un acto oficial en Celaya en el que se llamaba a lograr la paz. Díaz finalmente cedió, pero Liga, protestó enfurecida, y caía de la gracia del episcopado. Obregón, quien fue reelegido el 1° de julio de 1928, tenía la voluntad de terminar con la guerra de una vez por todas, pero para ello el 17 de julio a las 5 de la tarde se entrevistaría con Morrow, cita a la que no pudo llegar, pues horas antes fue asesinado por José León Toral y la oportunidad de lograr la paz se perdió por un año. Como autores intelectuales del atentado fue señalada la CROM, pues para todo el país era obvia la intención de Morones de llegar al poder; los obregonistas también culparon a Calles, pero éste, en su informe presidencial el 1° de septiembre se mostró moderado, dejó en claro que no se reelegiría, que debería construirse en México una democracia incluyente y terminar con la era de caudillos e iniciar la de instituciones. Ante esta postura, los católicos influyentes volvieron a proponer las reformas deseadas a los artículos que limitaban la acción clerical, cuestión a la que Roma condicionaba la reinicio de las negociaciones. Los obispos, por su parte, publicaron una pastoral en la que elogiaron el discurso del presidente y manifestaban su deseo de “una amistosa separación entre la Iglesia y el Estado”. El 1° de diciembre de 1928 tomó posesión Emilio Portes Gil, secretario de Gobernación, como presidente provisional. Este intentaba mostrarse conciliador ante el problema religioso, aún en su cargo anterior reprochó a

Calles la política represiva que condujo a la guerra fratricida pero aún aquel era quien en la realidad Calles seguía manteniendo el poder. La rebelión escobarista. Entre febrero y marzo de 1929, los generales Francisco Manzo y José Gonzalo Escobar se rebelaron en contra del gobierno de Portes Gil y Calles con 25 mil hombres en el noroeste de México y Veracruz, pero a pesar de la magnitud de sus tropas, no contaron con apoyo de ningún otro estado y sus esfuerzos por lograr la ayuda de los Estados Unidos fue en vano, por ello buscaron congraciarse con los católicos y abolieron la legislación de Calles en las zonas que ocupaban, además se pusieron en contacto con Enrique Gorostieta para allegarse a los cristeros, pero estos nunca los vieron con buenos ojos al juzgarlos unos oportunistas carentes de ideología. Calles se hizo nombrar secretario de Guerra y Marina en sustitución de Joaquín Amaro; el primero se dirigió a Veracruz y el segundo partió hacia el norte. Esta movilización del ejército federal provocó el repunte del movimiento cristero, pues los soldados fueron reemplazados por los batallones de agraristas de Cedillo además de enviarse también presos, desempleados y obreros sindicalizados: un contingente numeroso, poco incapaz de enfrentar a las huestes experimentadas de los cristeros quienes triunfaron hábilmente en abril en la batalla de Tepatitlán. En junio, cuando los escobaristas estaban liquidados, los generales cristeros Enrique Gorostieta y Jesús Degollado se reunieron en Los Altos de Jalisco, siendo prácticamente dueños del centro y occidente mexicano, aunque cada vez con mayor escasez de parque, pero a la llegada de Calles esa la zona, las acciones cristeras descendieron. El general Lázaro Cárdenas tomó Guadalajara el 20 de mayo y Gorostieta ordenó actuar sólo a la defensiva. Cedillo dejó atrás los métodos “feroces” y comenzó a amnistiar y ofrecer garantías a los que se rindieran, pues en el fondo estaba descontento con esta guerra y se asumía como creyente católico. Fue en estos momentos cuando una solución pactada entre el episcopado y el gobierno estaba a las puertas. Muerte de Gorostieta. Gorostieta se enteró que Lázaro Cárdenas avanzaba hacia Michoacán con un enorme contingente, para hacerle frente, decidió nombrar a Alfonso Carrillo Galindo jefe militar de la región y se dirigió con una pequeña escolta a darle posesión del cargo. Durante el camino, sufrió una fuerte infección en los ojos que le hacía insoportable la luz solar, pero aún así continuó. El 2 de junio llegó a la hacienda del Valle, a 30 km de Atotonilco, Jalisco, pero mientras descansaban, se aproximaba una partida federal que no estaba enterada de la presencia de los cristeros.

Al entrar los federales a la hacienda fueron recibidos a tiros, pero Gorostieta, consciente de su desventaja numérica y material, ordenó la retirada. Los cristeros quedaron rodeados, pudiendo escapar solamente Heriberto Navarrete, secretario de Gorostieta, Rodolfo Loza Márquez y un soldado llamado Jesusillo. Gorostieta se abría paso a tiros, pero cayó muerto en el intento. El combate continuó por dos horas hasta que los jefes sobrevivientes Alfonso Carrillo y Rodolfo Loza Márquez decidieron entregarse. El mayor Plácido Nungaray, quien mandaba la tropa federal, nunca imaginó que en ese encuentro perdería la vida el general de los cristeros, pues nadie se atrevía a descubrir la identidad del cadáver. Al fin alguien lo confesó y el cuerpo junto con los prisioneros fueron remitidos a Atotonilco para ser interrogados. La muerte de Gorostieta ha despertado muchas interpretaciones, pues ya los mismos federales no comprendían como aquel gran adversario se le había “dormido el gallo”; se corrió el rumor de una traición de Rodolfo Loza Márquez, pues fue él quien preparó el recorrido, también se ha dicho que fue una emboscada del gobierno, pues el candidato a la presidencia, Pascual Ortiz Rubio había tratado de ganárselo para llegar a un arreglo. Otra versión es la traición de su amigo Antonio Garmendia, quien fue capturado en el encuentro; ninguna de ellas se ha podido comprobar. De cualquier forma, la desaparición del jefe supremo de los cristeros fue conveniente tanto para el episcopado como para le gobierno, pues siempre fue evidente el absoluto rechazo de Gorostieta a cualquier arreglo, más aún cuando a los cristeros, que eran quienes verdaderamente habían hecho la guerra, se les excluyó de toda negociación. Después de estos hechos, el mando de la Guardia Nacional recayó en Jesús Degollado, el de Los Altos que cambió su nombre por Brigada Gorostieta, quedó a cargo del padre Aristeo Pedroza y la división de sur de José Gutiérrez, pero a pesar de todo, la moral de los cristeros ante la pérdida de su líder estaba decaída, aunada al inminente armisticio en los más deshonrosos términos para ellos entre quienes nunca pisaron el campo de batalla. Si “arreglos” pueden llamárseles El presidente Portes Gil manifestó en la prensa con que no consideraba que la Iglesia católica tuviera nexos con la rebelión escobarista al contrario de los cristeros. Estas palabras fueron interpretadas por el episcopado como un gesto de buena voluntad y los obispos decidieron entablar las negociaciones. Nombraron a Leopoldo Ruiz y Flores, obispo de México como Delegado Apostólico y aunque mantenían la solicitud de la modificación de las leyes anticlericales, no impusieron condiciones. Esta situación fue lo que determinó la ruptura entre la Liga, los cristeros y el clero. Pascual Díaz llegó de Roma a los Estado Unidos luego de obtener el beneplácito del Papa para solucionar la cuestión religiosa en México. En Saint

Louis Missouri se reunió con Leopoldo Ruiz y el embajador Morrow y partieron en el mismo tren hacia México a principios de junio de 1929. En el campo de batalla, Cedillo proponía a Pedroza un cese al fuego en lo que se tenían noticias definitivas. Entre los días 12 y 14 se llevó a cabo una primera entrevista con Portes Gil en la residencia oficial del Castillo de Chapultepec en la que el presidente declaró que los cultos podrían reiniciarse en el momento en que los sacerdotes así lo dispusieran, siempre y cuando se sujetaran a la ley vigente, situación que en nada variaba la postura anterior del gobierno. Ruiz y Flores dijo que sobre esa base no podría negociarse nada, pero cedió ante la insistencia de Morrow. Se pidieron instrucciones a El Vaticano y la respuesta fue pactar una solución pacífica. Morrow recogió las posturas de las partes y redactó finalmente los términos en que se lograrían los arreglos: 1° Amnistía general para todos los levantados en armas que quisieran rendirse. 2° Que se devolvieran las casa curales y episcopales y 3° Que de alguna manera se garantizara la estabilidad de estas devoluciones. El día 21 de junio de 1929 se dio a conocer la noticia de la solución entre la Iglesia católica y el Estado mexicano. A los “arreglos” no se le dio ningún carácter oficial, pues el gobierno no podía negociar con una institución a la que no reconocía personalidad jurídica; la constitución no fue modificada, sino que sólo verbalmente, Portes Gil se comprometió a aplicar la ley “sin tendencia sectarista”, pero además, exigió el destierro de los obispos de Guadalajara, Durango y Huejutla, Francisco Orozco y Jiménez, José María González y Valencia y José de Jesús Manríquez Zárate. Tanto para la Liga como para los cristeros, los arreglos resultaron indignantes, pues la cúpula episcopal nunca consultó su parecer. Ante los primeros eran unos traidores y los segundos reaccionaron de varias formas: la mayoría, al ver que los cultos se reanudaban (motivo de inicial de la guerra), regresaron a su vida anterior sin tomarse la molestia de licenciarse, otros se consideraron vendidos por los obispos. De 50 000 combatientes, sólo 14 000 se entregaron las armas. Una paz no consolidada. El modus vivendi concertado entre las autoridades políticas y eclesiásticas pronto se transformó en lo que los cristeros llamaron el modus moriendi, pues en los meses siguientes al licenciamiento de la Guardia Nacional murieron más jefes que en los tres años de guerra anterior, principalmente por el extermino sistemático de los amnistiados por parte de algunos militares a manera de una venganza personal, aunque también hubo jefes militares que avisaron a los

cristeros del peligro que corrían sus vidas para que tomaran todas las providencias. De esta forma cayó al poco tiempo de los arreglos el P. Aristeo Pedroza, así como Pedro Quintanar, quien se había retirado del combate para dejar en su lugar a Aurelio Acevedo Robles; los que huyeron tomaron diferentes rumbos: unos a Estados Unidos, otros se perdieron en las grandes ciudades y hubo quienes fueron protegidos en San Luis Potosí, verdadero feudo del general Saturnino Cedillo, quien se hartó de la persecución religiosa y las traiciones y asesinatos de los cristeros. El nombramiento de Pascual Díaz como arzobispo de México también despertó el descontento entre la Liga y los cristeros, pues además de ser obligados a retirarse del combate cuando tenían una posición más ventajosa, Díaz prohibió toda crítica o simple comentario sobre los arreglos y amenazó con la excomunión a quienes siguieran en armas. El presidente Portes Gil, anunciaba triunfante en un banquete ofrecido por la masonería el sometimiento de la Iglesia católica a la ley sin que la Constitución sufriese modificación alguna. En el ambiente político todo era revuelo, pues se acercaban las próximas elecciones presidenciales en las que contendían el candidato oficial Pascual Ortiz Rubio y José Vasconcelos, antiguo secretario de educación obregonista, filósofo y de ideas católicas cada vez más manifiestas. Al parecer, su triunfo en las elecciones de 1929 fue rotundo, aunque desposeído de él e investido su contrincante, llamó a la rebelión, a la que acudieron pocos cristeros, pero su intento fue en vano. Con este pretexto, se ejecutaron a varios combatientes acusados de ser vasconcelistas. Otra de las consecuencias de los arreglos fue la aparición de más logias y sectas por la desilusión provocada por la actitud de la Iglesia católica, principalmente en el estado de Michoacán. Nuevos levantamientos, aunque muy reducidos en número si se les compara con los años anteriores se dieron en diversas regiones, los principales cabecillas fueron Florencio Estrada, Trinidad Mora, Aurelio Acevedo y José Velasco. El gobierno no cambió su política con respecto a estos grupos y ante lo que aparecía como una nueva persecución, El Vaticano lanzó la encíclica Acerba Amini como condena al incumplimiento de los arreglos de 1929; los alzados justificaron así sus acciones. En la teoría, el gobierno ordenó a las autoridades locales aplicar la ley pero sin intervenir en la vida interna de la Iglesia y llamó a considerar la proporción de feligreses antes de fijar el número de sacerdotes, aquella, a cambio se inclinaba a favor de Ortiz Rubio para las elecciones presidenciales al grado que en la Catedral metropolitana se cantó un Te Deum cuando el aquél se repuso de las heridas sufridas en el atentado el día de su toma de posesión; también se abrió una cátedra de Teología en la Universidad Nacional, pero a pesar de

las buenas intenciones, aún persistía la sombra del anticlericalismo en varias regiones, como en Tabasco, donde el gobernador Tomás Garrido Canabal enviaba a sus batallones llamados “camisas rojas” a entrar por la fuerza a las casas para apoderarse de los objetos religiosos, de igual forma, las campanas de las iglesias eran fundidas para levantar estatuas a Obregón; la Iglesia, para no afectar la frágil paz lograda, llamaba a no generalizar estas actitudes con el gobierno. La educación socialista. En 1932 la Secretaría de Educación Pública, dirigida por Narciso Bassols, se propuso aplicar el laicismo vertido en la Constitución y para ello, hacia 1934 fue modificado el artículo tercero para la implantación de la educación socialista, de esta forma, la ley quedaba de la siguiente manera: La educación que imparta el Estado será socialista, y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social. Esta nueva medida que encerraba los últimos resquicios del anticlericalismo callista, pues de inmediato el arzobispo de México, Pascual Díaz emitió una carta pastoral en la que ordenaba a los padres de familia “abstenerse de enviar a sus hijos a las escuelas laicas”, situación que provocó la ausencia de maestros y alumnos al grado que el gobierno tuvo que recurrir a cualquier persona mínimamente alfabetizada para hacer las veces de profesor. Otras asociaciones como la Unión Nacional de Padres de Familia se manifestó mediante cartas, desplegados en el periódico y manifestaciones públicas, pero hubo quienes llegaron a las agresiones físicas a maestros y empleados de la SEP. Su principal reclamo era la supresión de los grupos mixtos, el ateísmo y de la educación sexual. El nuevo presidente Abelardo Rodríguez, aunque no estaba de acuerdo con la reforma educativa, amenazó con una nueva ocupación de los templos para convertirlos en escuelas y talleres para el proletariado de continuar la “actitud altanera y desafiante” del clero, además, expulsó mediante el artículo 33 al obispo de Morelia Leopoldo Ruiz, en su calidad de delegado apostólico de El Vaticano. La presión de los católicos opositores a estas medidas lograron finalmente la destitución de secretario Narciso Bassols, pero éste pasó a la Secretaría de Gobernación y la Constitución permaneció intacta. En 1934, en un discurso conocido como “El grito de Guadalajara”, Calles anunciaba que: La Revolución no ha terminado… Es necesario que entremos en un nuevo periodo revolucionario, que yo llamaría el periodo revolucionario psicológico;

debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, por que son y deben pertenecer a la Revolución … No podemos entregar el porvenir de la patria y el porvenir de la Revolución a las manos enemigas. Con toda maña los reaccionarios dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; ésta es una doctrina egoísta, porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad… Desde el exilio, Leopoldo Ruiz y Flores se manifestaba contra lo que consideraba una educación pecaminosa, indecente, pervertidora y generadora del odio de clases y que quien aceptase, incurriría en pecado mortal y sería excomulgado, paralelamente, algunos sacerdotes predicaron en contra del reparto agrario, los que los hizo aparecer como partidarios del latifundio. A su salida de la presidencia, Calles, el llamado Jefe Máximo de la Revolución, fue sucedido por tres breves periodos de gobierno que, por haber estado subordinados en términos reales a él, se les llamó en conjunto Maximato, y hacia 1934 aparecía en la escena política de 1934 un joven militar, experimentado en la Guerra Cristera y ex gobernador de su natal Michoacán, subestimado por muchos a causa de su edad y por no tener una carrera política cercana a las poderosas élites: Lázaro Cárdenas. Cardenismo contra Callismo. El nuevo presidente simpatizaba con los principios de la escuela socialista como una forma de integración social y cultural en la que tuvieran cabida todos los sectores de la sociedad, principalmente los obreros y los campesinos, donde se enseñaran los fenómenos naturales de manera técnica y científica y donde se forjara una economía de beneficios colectivos; aunque en sus primeros discursos denunciaba la influencia del clero sobre la mentalidad del pueblo, sus acciones fueron mucho más moderadas que los gobiernos anteriores. Ya desde la Cristiada, se sabía de sus amistades previas con varios combatientes y sacerdotes de Michoacán. Cárdenas recibió un país cuya política aún se encontraba fuertemente sometida a Calles, comenzando por su propio gabinete, por lo que se decidió a remplazar a los sonorenses con personajes de los grupos revolucionarios relegados: carrancistas, villistas y zapatistas y también ordenó que cuando se hable o se escriba de Calles, se le quite el título de “Jefe Máximo de la Revolución”. De los personajes anteriores solamente el general Cedillo permaneció a cargo de la Secretaría de Agricultura, y Joaquín Amaro fue sustituido en la Secretaría de Guerra y Marina, por Andrés Figueroa y tras su repentina muerte por otro combatiente de los cristeros: Manuel Ávila Camacho. Garrido Caníbal, responsable de las matanzas y disturbios contra católicos al mando de sus “Batallones Rojos”, fue enviado de la Secretaría de Agricultura como embajador a Costa Rica y Calles es exiliado el 9 de abril de 1936.

Los cristeros de nuevo. Aquellos sobrevivientes de las matanzas de 1929 y nuevos combatientes se rebelaron desde 1932 en contra del nuevo anticlericalismo y de la educación socialista sin importarles las condenas de la Iglesia católica, que ahora los llamaba bandidos y rebeldes, pero también sin el apoyo popular de que antes gozaron. Ellos mismos llamaron a su causa “La Segunda”, pero no se atrevieron a llamarle Cristiada, pues ahora uno de sus enemigos era el clero que antes defendieron. Estos pocos alzados, cerca de 7500, se enfrentaban a un ejército mejor organizado que ya dominaba la aviación y que contaba con sistemas de radio. Aunque este nuevo periodo de violencia tuvo duró con combates aislados hasta 1940. El desprestigio de “La Segunda” empeoró cuando el gobierno ordenó la devolución de templos y varios generales llevaban a sus tropas a escuchar la misa, además, con el pueblo en contra, no contaron con ninguna asociación como las extintas Brigadas Femeninas, la ACJM o la Liga. Solamente permanecían fieles a su pensamiento Miguel Palomar Vizcarra, vicepresidente de la Liga o Aurelio Acevedo, quien vivía miserablemente escondido en un terreno baldío de la ciudad de México desde donde esporádicamente publicaba un periódico clandestino llamado DAVID, en el que reproducía las tácticas de Gorostieta en espera de ser útil a los alzados. Una vez consolidado en el poder y sin el obstáculo de la influencia callista, Cárdenas se decidió a actuar sobre el persistente conflicto religioso que aún era señala de la inestabilidad social del país. Aunque no se modificó nada con respecto a la educación socialista, si desmanteló los elementos anticlericales de la política de Estado y en 1936 declaró: El gobierno no incurrirá en el error cometido por las administraciones anteriores, de considerar la cuestión religiosa como problema preeminente… No compete al gobierno promover campañas antirreligiosas En este año tiene lugar también la oportuna muerte de Pascual Díaz, Arzobispo de México, y en su lugar queda el michoacano Luis María Martínez, quien de muchos años atrás era amigo personal del presidente. Cárdenas ordenó la apertura de más escuelas rurales y el cese en ellas de toda campaña antirreligiosa. Las zonas geográficas de “La Segunda” fueron los mismas pero los contingentes rara vez superaban los 400 guerrilleros y el cambio de política logró la paz que las armas no pudieron, pues el movimiento perdió su razón de ser y cayeron la mayoría de los jefes, entre ellos Lauro Rocha, líder de Los Altos de Jalisco. Para estas fechas, los rebeldes ya no se manifestaban en contra del reparto agrario, pero desgraciadamente sus acciones contra los maestros rurales, así como la presencia de bandoleros escondidos tras el

movimiento, habían dejado secuelas de odio entre la población. Varios de estos grupos, diciéndose justicieros, practicaron un terror selectivo en el que eran asesinados los ricos y los caciques, pero en el caso de los maestros las cosas fueron peores, pues a quienes dejaban vivos les mutilaban orejas y labios y genitales. La Segunda en Aguascalientes. Desde los arreglos, en todo el Estado apenas se podía oficiar misa en dos templos, lo que hizo proliferar la práctica de los cultos clandestinos. Con respecto al problema de la educación socialista, el responsable educativo en la entidad, Edmundo Games Orozco envió comunicados a todas las escuelas en los que trataba de explicar los nuevos planes de estudio, pero los profesores católicos, y en especial las maestras, según las condena del arzobispo Díaz y del nuevo obispo José de Jesús López y González, renunciaron en masa y boicotearon así los proyectos educativos. Detrás de la decisión de las “renunciantes”, como fueron llamadas, estaban sus propias convicciones, atizadas con la amenaza de la excomunión y llegaron a ser 128 de un total de 200 docentes en la entidad. Con profesores solicitantes de otros estados se cubrieron los puestos abandonados aún cuando no estuviesen titulados y desconocieran los nuevos programas, lo que sirvió para que las autoridades eclesiásticas pusieran en duda hasta su reputación, pero la situación económica de varias renunciantes, las llevó a solicitar su reincorporación al cabo de un año. La Unión Nacional de Padres de Familia en el estado fue la organización encargada de boicotear la escuela socialista en el medio rural, y llegaron al extremo de expulsar a los maestros de las comunidades hasta con cuchillos, palos y piedras. En Calvillo se tuvieron que cancelar 20 escuelas oficiales por la oposición de la gente, pues la ignorancia de los contenidos de la educación socialista llevaba a sus opositores a creer que el gobierno enviaría a los niños a la URSS para matarlos y hacerlos jabón. La información de estos hechos procede de diferentes fuentes y en algunos casos el sentido de la misma está encontrado, pues existen documentos que citan un ejemplo de los ataques a los profesores en los que se menciona como principal agitador en varias comunidades del municipio de Asientos a P. Genaro Hernández, sin embargo, diversas personas quienes lo conocieron, aseguran que, al contrario de muchos otros sacerdotes, Hernández alentaba a los jóvenes a prepararse en la cercana Escuela Normal Rural de San Marcos, Zacatecas, una de las escuelas socialistas peor vistas por los detractores. También existen hechos lamentables como la ya mencionada mutilación de maestros y aún se recuerdan los casos del asesinato del joven maestro David Moreno Ibarra de Santa Inés, Aguascalientes, y de la maestra María Rodríguez

Murillo, de la comunidad de Huizolco, en Tabasco, Zacatecas, hecho recordado en el Romance de la Maestra Mancillada. Para 1937 los conflictos en tanto en Aguascalientes como en el resto del país disminuyeron notablemente, pues el gobierno dispuso la devolución y apertura de la mayor parte de los templos. Pronto cayeron los últimos cabecillas: Ramón Aguilar, Florencio Estrada, Martín Díaz, Trinidad Mora, David Rodríguez, Lauro Rocha y José Velasco. Esta último desde 1935, cuando el 29 de agosto fue emboscado en el centro de la ciudad de Aguascalientes junto con su compañero Plácido Nieto. Durante la persecución por las calles del centro de la ciudad ambos fueron muertos por la policía y sus cadáveres se exhibieron en la Presidencia Municipal hasta que sus familiares trasladaron el cuerpo a Calvillo donde quedó sepultado en una tumba de segunda clase del Panteón de los Dolores. Cuando los hombres que son personajes de la historia se vuelven leyenda, circulan en torno a su figura numerosas versiones sobre sus vidas; en el caso de José Velasco se dijo que su muerte era falsa, pues el cadáver expuesto no guardaba parecido alguno con él, otros dijeron que se fue para Estados Unidos, donde murió en un accidente automovilístico en California en el año de 1969. Lo cierto es que desde 1935 desaparecieron los cristeros en Aguascalientes. Conclusión La paz iniciada por Cárdenas no pudo ser consolidada en su periodo a causa de los problemas que aún generaban los enfrentamientos entre los sectores conservadores y la política educativa y agraria. En las ciudades eran también frecuentes los conflictos entre las asociaciones de trabajadores y obreros abanderadas en el comunismo y los grupos de derecha que comenzaban a conformarse políticamente. El asunto religioso dejó de ser un problema nacional con el desvanecimiento del anticlericalismo como política de estado, y al irse normalizando la impartición de cultos, motivo que generó los alzamientos cristeros desde 1926, los reducidos combatientes de “La Segunda” cayeron uno a uno vistos como bandoleros y condenados por la Iglesia. En los últimos dos años del gobierno de Lázaro Cárdenas tuvieron lugar otro tipo de rebeliones tanto rurales como urbanas con motivo del reparto agrario y de la próxima sucesión presidencial, donde quedó electo el ex secretario de Guerra y Marina Manuel Ávila Camacho, quien puso fin a la cuestión de las hostilidades entre la Iglesia católica y el Estado mexicano al declarar en 1940 “Yo soy creyente”. Sobre el conflicto cristero pueden surgir una infinidad de interpretaciones: para algunos se trata de un evento glorioso, para otros el levantamiento resulta reprobable. Puede hablarse de ideologías encontradas ya sea por convicción o por manipulación, pueden mencionarse nombres de hombres y mujeres

martirizados por uno y por otro bando, puede reprobarse o justificarse esta guerra, pero nunca ser indiferentes, pues al final, quienes que cayeron en combate y los que les sobrevivieron, fueron todos mexicanos.

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