Teatro Para Minutos - Juan Mayorga

Teatro para minutos (Veintinueve piezas breves) 1 Teatro para minutos La importancia de un cuadro no se mide por la

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Teatro para minutos (Veintinueve piezas breves)

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Teatro para minutos

La importancia de un cuadro no se mide por la cantidad de pared que ocupa, sino por la fuerza con que tensiona esa pared. La de una escultura o la de una composición musical, por su capacidad de dar plenitud al espacio o al tiempo, más allá de lo que ese espacio o ese tiempo midan. Tampoco el valor de una obra teatral depende de su extensión, sino de su intensidad. Depende de su capacidad para recoger y transmitir experiencia. De la generosidad con que enriquezca en experiencia a sus espectadores. Cada uno de los textos que constituyen este “Teatro para minutos”, escritos a lo largo de los últimos veinte años, quiere ser juzgado no como esbozo o boceto de un texto más amplio, y mucho menos como los restos de un largo texto fallido. Cada una de estas piezas quiere ser leída como una obra completa. Ello no excluye que un lector o una puesta en escena descubran pasadizos que comuniquen unas piezas con otras. Quizá algunos de esos pasadizos entre textos sean menos secretos para el lector que para quien los ha escrito. Al fin y al cabo, un texto siempre sabe cosas que su autor desconoce. Juan Mayorga

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Concierto fatal de la viuda Kolakowski El hombre de oro La mala imagen Legión El Guardián La piel Amarillo El Crack La mujer de mi vida BRGS La mano izquierda Una carta de Sarajevo Encuentro en Salamanca El buen vecino Candidatos Inocencia Justicia Manifiesto Comunista Sentido de calle El espíritu de Cernuda La biblioteca del diablo Tres anillos Mujeres en la cornisa Método Le Brun para la felicidad Departamento de Justicia JK La mujer de los ojos tristes Las películas del invierno 581 mapas

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Concierto fatal de la viuda Kolakowski

Alrededor del teatro, ruido de guerra. En el escenario, los instrumentos de la orquesta. El Instrumentista entra en escena. Busca su instrumento, pero, cuando está frente a él, se detiene. Se acerca al instrumento con ansiedad y temor. Al fin toca una nota. Le sorprende la voz de la viuda Kolakowski, a la que no había visto. Kolakowski- Está afinado. Silencio. Los he afinado cada noche, como si cada mañana fuesen a sonar otra vez. Nadie les ha puesto la mano encima desde que os fuisteis. Silencio. No debisteis iros sin acabar el concierto. Aunque todos los espectadores huyesen, no debisteis iros sin acabar. Silencio. ¿Dónde están los demás? Instrumentista- Los de cuerda creyeron que podrían escapar yendo hacia el Norte. Los de viento corrieron hacia el Oeste. Los de percusión buscaron una salida al Sur. Todos se equivocaban. Sólo quedo yo. Silencio. Kolakowski- ¿Por qué callé al oír los disparos? Debí jugármelo todo a una canción. Pero aún no sería demasiado tarde, si supiera cantar. Si de verdad supiera cantar, podría parar la guerra. Silencio. La Kolakowski toma las manos del Instrumentista y las lleva a su propia garganta ¿La sientes? Está aquí. La Kolakowski lleva las manos del Instrumentista al instrumento. Pausa. El Instrumentista toca. La Kolakowski intenta cantar. No puede. El Instrumentista deja de tocar. Va a irse por donde vino. Pausa. El Instrumentista vuelve a su instrumento y toca. La Kolakowski intenta cantar. No puede. El Instrumentista sigue tocando. Con un gesto, la Kolakowski le pide que deje de tocar. Pero el Instrumentista no obedece. La Kolakowski se tapa los oídos, desesperada. El Instrumentista deja de tocar. Silencio. Crece el ruido de la guerra.

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Si de verdad supiera cantar, podría parar la guerra. El Instrumentista toca una nota, otra, otra. Sigue tocando hasta que la Kolakowski empieza a cantar. Pero su canto no detiene la guerra. La Kolakowski calla. El Instrumentista deja de tocar. Silencio. Si de verdad supiera cantar, podría parar la guerra. Silencio. El Instrumentista toca. La Kolakowski empieza a cantar, pero su canto no detiene la guerra. La Kolakowski calla. El Instrumentista deja de tocar. Silencio. Si de verdad supiera cantar, podría parar la guerra. El Instrumentista mira sus manos con vergüenza. Toca. La Kolakowski canta. La guerra cesa. La Kolakowski muere.

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El hombre de oro

Prólogo La Mujer danza en un espacio lleno de luz. Hasta que la sombra de un soldado invade el espacio de la Mujer. La Mujer huye como un gato sobre una tapia sembrada de vidrios. Pero la sombra del soldado se la lleva en brazos de una danza macabra. En lugar de la Mujer, la sombra pone en pie un maniquí: un hombre de acero.

Epílogo El espacio es una sastrería. En su corazón, el maniquí de acero. La Mujer -que ya no debería ser llamada Mujer, sino Muñeca Rotapuede estar en primer plano, pero no existe para los dos hombres. El Mayor observa el maniquí como el escultor un trozo de granito: lo mira desde todas las posiciones y distancias; da vueltas a su alrededor y cierra los ojos ante él como si quisiera forzar un sueño. Con los ojos cerrados ensaya posturas que sólo más tarde reconoceremos como de torero en plaza. El Mediano, mientras come, observa el esfuerzo del Mayor. Al igual que éste, es muy elegante. A veces mira hacia la puerta con impaciencia: espera a alguien. El Mayor va hacia un papel blanco que pende de un tablero tan vertical que parece caballete. Hay otros muchos papeles, arrugados, rotos, por el suelo. Está a punto de trazar una línea; pero se arrepiente, aleja la mano del papel. Lo mira como si fuese el centro del vacío. Ruido de aviones en el cielo. Los dos hombres miran hacia arriba. El Mayor, irritado, porque el ruido quiebra su concentración. Mayor- ¿No podremos trabajar en paz? Mediano- ¿Será de los nuestros? 6

Mayor- ¿De los nuestros? El ruido de los aviones se aleja. La escena se recompone: la mirada del Mayor se abisma en el papel; el Mediano, comiendo, lo mira. Silencio. ¿Después de cuánto tiempo el Mayor, por fin, traza una línea? Luego otra, y otra. Da un paso atrás para contemplar el dibujo. El Mediano también lo contempla, aliviado. Pero el Mayor dice: No. Desgarra el boceto, lo arroja al suelo. El Mediano intenta recomponer el dibujo, lo mira. Mediano- ¿Por qué? Mayor- ¿Por qué? ¿Cómo se doblaría la cintura en la verónica? (Compone una verónica.) Y la manga, ¿obedecería en el brindis? (Compone un brindis.) Y el pecho, ¿sería lo bastante generoso en el volapié, al inclinarse sobre la muerte? (Compone la pose de un torero en la suerte suprema.) Y en la cornada, ¿qué dibujo trazaría la mancha de la sangre? (Pausa.) Ni siquiera he encontrado el eje de la prenda. Todo esto es nuevo para mí: los falsos, las entretelas, los frunces, las taleguillas... ¿Cuánto pesa al sol una muleta? ¿Cómo vuela en el silencio una capa roja? ¿Qué costura exige el quiebro ante el animal, el recorte ante el hocico de la bestia? El Mediano, frustrado, mira hacia la puerta. Mediano- Lo conseguirás en cuanto él haya vuelto. Cuando él esté aquí, las ideas volverán a circular claras por tu cabeza. Mayor- Ya debería estar aquí. Mediano- En seguida lo tendremos de vuelta. Mayor- ¿No dijeron que lo habían cazado en Zamora? Ni que lo trajesen de los mismísimos infiernos. Mediano- No se puede pedir puntualidad, en los tiempos que corren. Mayor- ¿Y si se hubiesen equivocado? ¿Y si lo han confundido con otro? Un ruido de pasos y voces les hace mirar hacia la puerta, que se abre. El Menor, con una venda en los ojos, es empujado al interior de la sastrería. La puerta vuelve a cerrarse tras él. Aunque su ropa de soldado está tan sucia que podría pertenecer a cualquier ejército, este hombre no es menos elegante que los otros dos. Al quitarse la venda, el Menor descubre que el Mediano lo habría pegado si el Mayor no lo hubiese impedido.

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Mediano- (Al Menor.) ¿Sabes que tu chiquillada a punto ha estado de bien jodernos? ¿Sabes que mil colegas estaban rezando para que no aparecieses, por ocupar nuestro puesto? Mayor- Basta. (Aleja al Mediano del Menor.) No perdamos más tiempo. Mañana cumple el primer pedido. (Mira al Menor. Observa cómo va vestido.) Quítate esos andrajos, haz el favor. Y vuelve a su papel blanco. El Mediano aún mira hostilmente al Menor, pero se afana en preparar sus agujas y alfileres, a los que trata como objetos sagrados. Ante un espejo de cuerpo entero, el Menor se contempla vestido de soldado. Se va quitando la ropa militar, y observa cada prenda con nostalgia. Quiere hablar al Mayor, pero no se atreve a hacerlo y, al fin, es al Mediano a quien habla. Menor- Si supierais lo que he vivido con estas ropas, por dónde me han acompañado... Mediano- (Irónico, sin interrumpir su afán.) ¿Has visto mucho? Menor- Del Pirineo a Gibraltar, de Almería a Finisterre. Mediano- ¿Por tantos sitios estaba el gran aventurero? Con razón no lo encontraban en ninguna parte. Menor- Os juré que me enrolaría en el primer batallón que me admitiese. Mediano- De crío, también a mí me gustaba correr aventuras. No tenía quince años cuando... Menor- (Interrumpiéndole, dirigiendo su voz al Mayor, que no lo oye.) Fui tan feliz con esos comunistas, marchando por los montes de Asturias al ritmo de "La Internacional"... (Tatarea y hace como que marcha con el fusil al hombro.) Habría pisado el frente si no caigo en la tentación de remendar a un camarada media manga en la guerrera. El capitán, un ruso no tan tonto, no más me vio menear los deditos, me identificó. Me metió en un convoy, muy vigilado. Mediano- Favor más grande no te han hecho en la vida. Da gracias a que él (Señala al Mayor.) se negó a que te reemplazaran. ¿Sabes a cuántos trajeron para hacer tu tarea? Menor- Hay más de cien cortadores sólo en el gremio de Madrid. Mediano- Pero él siempre respondía que en España no hay tijeras que se igualen a las tuyas. Que sólo tú puedes interpretar sus ideas. Menor- ¿Ah, sí? Pues tuvo suerte, porque habréis de saber que del convoy...

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Un ruido de pasos al otro lado de la puerta le interrumpe. El Mediano le explica: Mediano- Cambio de guardia. Menor- ¿Cómo? Mediano- El reemplazo. Nos defienden por turnos: tres horas los republicanos, tres horas los nacionales. El Menor comprende. Recuerda en qué punto dejó la narración. Menor- ... El convoy, sí. Salté a descuido del sargento que allí mandaba, ruso también, pero más lerdo. Eché a correr sin freno hasta que, afueras de Zamora, tropecé un escuadrón que marchaba a unirse al grueso de nacionales. Y habría alcanzado el frente si no es por un gesto en que me sorprendió el oficial, capitán de Alemania, al verme doblar los pantalones, que en el mucho acariciar la tela debí de traicionarme. Pero os juro que fue superior cantar el "Cara al Sol" por los campos del trigo, codo a codo con esos falangistas. Tatarea y hace como que marcha con el fusil al hombro, cargándose de entusiasmo. El Mediano se divierte parodiándolo. Hasta que la mirada del Mayor congela la bullanga. Silencio. El Mediano vuelve a sus afanes. Mayor- (Viendo desnudo al Menor.) Tu ropa está donde siempre. (Vuelve a su papel blanco.) El Menor camina hacia ese lugar donde siempre ha estado su ropa. Mientras se viste, observa la sastrería. Menor- Mi ropa, donde siempre. Mis tijeras, donde siempre. Todo parece igual que siempre. Y sin embargo... (Pausa.) ¿No se os hace raro no ver a ninguna mujer? Antes, siempre había mujeres en nuestra sastrería. (Al Mayor.) ¿Os acordáis de aquel vestido de encaje gris en taffleta estampada? ¿Quién nos iba a decir entonces...? Nuestro último vestido de Nochevieja: con la capa en moiré, y la ciberlina en crepe marocain. Y el cinturón fucsia de seda salvaje bordada en plata. Y el abrigo echarpe, que descubría el pie... Mediano- (Interrumpiéndole, sin cesar en su afán) Ni hablar de capa en moiré. Fue una túnica gazar en crepe de lana, con cocas en cinta de raso. Que completaba un tres piezas en cloqué de seda: blusón semientallado en hilo cálido, falda tornasol en otomán y piqué de algodón gris marengo en matelasse rematado en raso, de falla y terciopelo bordeado de visón. Y nada de abrigo echarpe, sino chaquetón en colqué con bolero bordado y fieltro... Menor- (Interrumpiéndole.) ¿Vas a decirme que no era una capa en moiré? Y la falda tampoco era de línea tonel en crepe de lana negro con tocado en 9

cintas de fibra vegetal, ¿verdad? Y el vestido no era de cuello alto en doupion satinado, con brocado ciré en lamé verde... Mediano- (Interrumpiéndole.) En marquesitte negro. Menor- Pero si lo estoy viendo. Un dos piezas manga murciélago… Mediano- No tenía mangas. Mayor- (Interrumpiendo la discusión, muy irritado.) ¿Dejaréis de cotorrear como modistillas? Pausa. El Mayor intenta recobrar la concentración. Menor- (Al Mayor.) No puedes haberla olvidado. Bailaste con ella horas y horas la víspera de Nochevieja. Siempre has dicho que no se puede dar el visto bueno a una confección sin probarla en el baile, que sólo en el baile se prueba si el vestido ha cobrado vida propia. Bailabas con ellas horas y horas, midiendo el peso de la manga, la caída de la falda... Te he visto bailar con ellas día y noche, hasta encontrar el corte perfecto, la costura exacta... Pero el Mediano, con cierta violencia, lo aleja del Mayor. Mediano- (Al Menor, procurando no molestar la meditación del Mayor) ¿Quieres dejarlo tranquilo? Necesita paz. Más vale que encuentre pronto una solución. Si el traje no está listo mañana, a las cinco en punto de la tarde… Menor- ¿Qué ocurrirá? Mediano- Perderemos este destino, nos... Menor- ¿Qué? Mediano- Mira a tu alrededor. (Le hace mirar la sastrería.) ¿Ves la guerra en alguna parte? No ha entrado aquí, no existe para nosotros. Ni siquiera nos daremos cuenta, cuando acabe. Le ofrece una fuente de comida. Menor- ¿Cómo puedes pensar en comer cuando al otro lado de esa puerta...? Mediano- ¿Cuando al otro lado de esa puerta se pasa hambre? En cambio, aquí tiramos la comida. (Arroja la comida al suelo.) Nos traerán más, en cuanto chasquemos los dedos. Nos traen telas preciosas a través de caminos poblados de harapientos. Nos darán cuanto pidamos. Y nuestro taller prosperará mientras los colegas pierden el tiempo, si es que no pierden algo más que tiempo... ¿Te enteraste de lo de Marcos Dors, el primer cortador de Balenciaga? Seis dedos le soplaron en Brunete. ¿De verdad prefieres que nos metan dentro de esos ásperos uniformes?

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Menor- Sabes que es ahí donde deberíamos estar, dentro de esos ásperos uniformes. Mediano- A nuestro modo, también nosotros luchamos por el pueblo. A los toros los llevan en trenes militares desde Salamanca, escoltados hasta la arena. El pueblo necesita fiesta. Piensa en toda esa gente que estará mañana llenando la plaza. Menor- A mí no me la pegas. Te sudan las manos de vergüenza. Mediano- No me seas primavera. Anteayer trajeron al Niño de Triana a que lo midiésemos. El valiente contó que los tienen concentrados en el balneario de Cestona y que de allí los llevan de una plaza a otra, y suena un clarín por donde pasan como señal de que la guerra debe parar, no le alcance un tiro al maestro. ¿Crees que lo refirió con vergüenza? Cada cristiano aprovecha sus bendiciones. Menor- Cuando seas viejo, ¿qué contestarás si te preguntan qué hiciste en la guerra de España? Escucha, sé cómo salir de aquí. Vente conmigo a la guerra. Mediano- ¿No escarmientas? Ya has sido rechazado de los dos frentes. Ellos nos prefieren aquí. Ningún ejército nos quiere como soldados. Menor- Un solo hombre no vale el precio de un disparo, pero dos hacen batallón. Acompáñame y no habrá mejor batallón en esta guerra de España. Mediano- ¿Un batallón, tú y yo? Menor- Tú y yo, ¿qué más necesitamos? Mediano- ¿Y él? Señala al Mayor con la cautela con que se habla del sonámbulo cuya fantasía es peligroso interrumpir. El Menor mira al Mayor. Éste contempla el papel blanco con la mirada obsesiva del matemático que medita el problema más complejo. Menor- Tú y yo nunca miraríamos así un cacho de papel. ¿No ves cómo se pierden sus ojos por ese agujero blanco? Ni siquiera se dará cuenta de que nos vamos. Mediano- Él dibuja, tú cortas, yo coso: siempre ha sido así. No vamos a dejar que la guerra nos separe. Menor- Esta vez, no encontrará la solución. Mediano- ¿Por qué todos intentan imitarlo? Porque sólo él es capaz de hallar la espalda perfecta, el delantero cabal, el tejido exacto. Y yo coseré con puntadas invisibles la tela que tú cortarás. Y te advierto que me encargaré

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de que lo hagas como sabes. El más pequeño fallo se paga caro en estos tiempos. Menor- Esta vez, fracasará. Ni siquiera él puede sacarse de la cabeza el ruido de la guerra. Está intentando arrastrar al Mediano a la escapada cuando el Mayor, con enorme tensión, traza una línea. Luego, con mano muy firme, dibuja trazos rectos y curvos hasta componer el dibujo de una chaquetilla de torero. Da un paso atrás para contemplar el patrón. Luego dice: Mayor- Tabaco y oro. Aún con la tensión del sueño, camina hasta descubrir telas color tabaco, aparentemente iguales. Las observa, las sopesa, las acaricia. Puede pasar horas hasta encontrar el tejido buscado. El Menor y el Mediano contemplan fascinados el patrón. Entre dientes, el Menor lo lee como si descifrase un jeroglífico: "Centro delantero sin costura... Centro espalda pleno bies... Mitad delante pleno bies...". Sólo aparta los ojos del patrón cuando el Mayor le pone en las manos la tela escogida. El Mediano le ofrece varias tijeras, para que elija. Pero el Menor no empieza a trabajar. Observa la tela. Se encara por primera vez al Mayor, aunque no sepa qué decirle. Se aleja de la tela magnífica y toma sus ropas de soldado. Obliga al Mayor a mirarlas. Menor- Si al menos hiciéramos uniformes... Mayor- Ésa es tarea para modistillas: telas toscas que la pólvora echará a perder. Nuestros tejidos no los desgarrará la metralla, sino asta noble de toro español. Menor- Ningún hombre debe quedarse fuera de esta guerra. Es nuestra patria. Mayor- Nuestra patria es nuestro arte. (Va hacia un armario.) ¿Recuerdas aquella seda de que nos habló una noche de lluvia un judío de Ávila? (Abre ante el Menor el armario, que contiene una seda magnífica.) Movilizaron diez regimientos para encontrarla. ¿No tenemos entre nuestras manos las mejores telas, aquéllas con las que nunca nos atrevimos a soñar? ¿Sabes de dónde han traído estos hilos de oro? Y esas tijeras, y las agujas... Obliga al Menor a acariciar la seda. El Menor la toca con codicia. Pero se aparta de ella como si fuese pecado. Menor- ¿Ya no lo recuerdas? Te he visto bailar diez días y diez noches con una mujer para vestirla de novia. Siempre había mujeres aquí. Bailaban con nuestros vestidos.

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Mayor- Volverán. Cuando la guerra acabe, sólo querrán bailar para nosotros. Porque ¿qué valdrán ellas sin nuestras manos? Y los hombres... Los hombres aborrecerán sus uniformes. (Le hace mirar el maniquí.) Desnudos, nos implorarán que les demos cuerpos nuevos. De nuestras manos saldrán sus cuerpos. Algún día, tú los engendrarás en tu alma. Pero todavía tienes tanto que aprender... Si un ingeniero estudia años para levantar un puente, ¿cuánto tiempo no será necesario para construir un cuerpo? Yo te enseñaré a ser pintor del color, arquitecto de la medida, escultor de la forma. Te enseñaré a escuchar la llamada de la materia, su mensaje, a hacerla dócil a tu idea. A vencer su inercia, a acariciarla hasta que reviente en vida nueva, te enseñaré a prever todos sus pulsos. Te enseñaré la ley de las proporciones, la armonía entre el corte y el hilo y entre el hilo y su brillo, los secretos de la geometría. Te enseñaré a ocultar la costura en que se esconde la idea. Te enseñaré a que tus vestidos parezcan hechos de una tela que nunca hubiese sido tocada. Te enseñaré a crear aquello que está más allá de la moda, aquello que jamás perecerá. Te enseñaré a coser en mármol. Te enseñaré que no es el vestido lo que nos importa. Que lo que nos importa, lo único que nos importa, es el espacio entre el vestido y el cuerpo. Porque nosotros, es hora de que lo sepas, nosotros creamos los cuerpos. Y es en el aire donde los creamos. Pausa. El Menor toma las tijeras. Acaso albergue una última tentación de mutilar la tela. Sin embargo, guiado por el patrón, la corta. El Mediano observa la operación como si se tratara de un parto peligroso. Las tijeras rompen el silencio con su mordisqueo metálico. Cuando el Menor acaba de cortar la pieza, el Mediano enhebra el hilo y la cose -quizá se pinche y sus manos se tinten de sangre-. El Mayor examina la pieza: una chaquetilla de torero. Los otros dos la observan en silencio, agotados por la tensión. Ruido en el cielo. El Mayor es el último en levantar la cabeza. Irritado, porque el ruido le ha sacado de su concentración. ¿Nunca trabajaremos en paz? Pero consigue no oír las bombas, que caen muy cerca. El Menor teme una tempestad de acero. Mira a los otros, asustado. El Mediano se burla de su susto. Menor- Si nos encuentran muertos con estas telas entre las manos, ¿qué pensarán de nosotros? Mediano- No podemos morir. Saben que no deben hacernos daño.

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El Menor se tapa los oídos, pero no deja de escuchar el estruendo de las bombas. El Mediano come compulsivamente. El Mayor se hunde en un vértigo ciego y mudo, febril, ante el maniquí. Dicen que los toros pastan en las praderas de Salamanca. Allí engordan en paz. Allí hay paz, y la hierba más verde que nunca se haya visto en España. El Mayor coloca al maniquí la chaquetilla. Vive la embriaguez sublime de la Obra de Arte. En su felicidad, desconoce el horror de la Mujer.

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La mala imagen

1 Lola- Sólo quieren... Tocar un par de frases... Poner un poco de orden, es todo. Lee una vez más el papel. No consigue entenderlo. Estas palabras... No tienen relación unas con otras. No se pueden cantar, Edi, no se entiende. Edi- ¿No lo entienden ellos o no lo entiendes tú? Lola vuelve al papel. Lo que lee le parece absurdo. Lola- No se puede cantar. Se aparta del papel.

2 El espacio, vacío; el fondo, blanco. El Modelo se acostumbra a la ropa que le acaban de poner. La Fotógrafa lo observa desde diversos ángulos y distancias. Modelo- Antes no le daba importancia, pero últimamente no paro de darle vueltas. En esta profesión tienes todo el tiempo del mundo para pensar. Entre flash y flash, parece que no pasase el tiempo. Estás como colgado en el tiempo. Así que te pones a darle vueltas: qué hago yo aquí vestido de cura o de hombre rana, qué coño hago yo aquí. La Fotógrafa no lo oye. Ha encontrado el ángulo y la distancia. Mide la luz. Observa al Modelo como a un muñeco de goma.

3 Edi- ¿Y la foto? ¿También han decidido ponerle un poco de orden?

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Lola.- ¿No te gusta esta foto? A mí me parece cojonuda. Edi- Salta a la vista que es un modelo. Lola.- ¿En qué se lo notas? Edi- Salta a la vista. No es verdad. Un modelo en un decorado. Lola- Es como la que tú hiciste, pero mejor. La luz, los contrastes. Lo importante es la idea que llega a la gente. ¿Qué hay en esa foto? ¿Y en ésta qué? La misma idea. Edi- Al mío le falta una falange. Lola- ¿Qué? Edi- Mira bien. El pulgar de la derecha. Le falta la falange.

4 La Fotógrafa trata como un muñeco al Modelo. Pero el cuerpo de éste siempre le ofrece una última resistencia. Modelo- La gente dice: qué suerte vivir tantas vidas, transformarse. Y en parte es verdad: me cuelgo aquella ropa, compongo aquella pose y ya está: soy otro hombre. Pero no exactamente. Porque cuando clavas un clavo delante de una cámara... La Fotógrafa no lo oye. De vez en cuando se aleja de él, para observarlo. Lo que ve nunca le gusta.

5 Edi- Seguro que hemos hablado de ello. No recuerdo cuándo, pero seguro que lo hemos discutido. Nos hemos sentado a discutirlo, ¿verdad?, aunque yo no lo recuerde. Espera una respuesta de Lola. Lola- ¿De qué te quejas? Han tragado, les he hecho tragar. Sé cómo manejar a esos tíos. Van de listos: "Os conviene esto, os conviene lo otro". Han hecho una inversión y quieren mangonear: "La portada es cosa nuestra. Nosotros sabemos hacer que una canción entre por los ojos". Querían un dibujo. Me abrieron una carpeta llena de dibujos.

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Edi- ¿Dibujitos? No me jodas. Lola- Hay grupos que tienen un dibujo que todo Dios conoce. Un símbolo. Edi- Con colorines. No jodas. Lola- También hablaron de sacarnos una foto. Edi- ¿Una foto nuestra? ¿Tú y yo? Lola- ¿Qué tiene de raro? Cantidad de grupos salen en sus portadas. Edi- Tíos cascándosela mirando tu foto. Te gusta la idea, eh? Lola- Bueno, vale ya de dar por culo. Han tragado, ¿no? Edi- Dime cuándo lo hablamos. El cambio de foto. ¿Cuándo fue? No me acuerdo. Lola- No te falla la memoria, Edi. No estabas allí cuando se decidió. (Pausa.) Tu memoria funciona. Es sólo que tomamos la decisión sin ti. (Pausa.) Prefieren hablar estas cosas conmigo. Se sienten más cómodos conmigo. Pausa.

6 Modelo- Es lo que se me hace raro de este oficio: que estás haciendo algo y, al mismo tiempo, no estás haciendo nada. Porque cuando clavas un clavo delante de una cámara, estás clavando un clavo y, al mismo tiempo, no estás haciendo nada. Nada de nada. Es lo que me resulta extraño de esta profesión. Que cuando clavas un clavo... Fotógrafa- ¡Cállate! ¿No puedes cerrar la boca? Pausa. No quiero saber quién eres, qué has hecho hasta hoy. Si eres un hijodeputa o un ángel, me da igual. La vida de la gente no es mi trabajo. Por eso, nunca hago fotos fuera del estudio. Por eso, sólo fotografío modelos. Profesionales. Cuerpos. Sólo fotografío cuerpos. Quiero tu cabeza vacía. Vacía tu cabeza o márchate. El Modelo entrega el cuerpo. 7

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Edi- No les gusto. Lola.- Me lo estoy currando por los dos, Edi. Por ti y por mí. Edi- Vamos, suelta. ¿Qué tienen contra mí? Lola no quiere contestar. Pero Edi sostiene la pregunta. Lola- Hablaron de tu imagen en escena. Edi- Mi imagen en escena. ¿Qué pasa con mi imagen en escena? Lola- Opinan que a la gente le cuesta identificarse contigo. Demasiado mal rollo. Demasiada energía negativa. Edi- No me quieren ni en pintura, ¿eh? Lola- Se lo he dejado bien clarito: "Yo no canto sin Edi". Edi- Nueva etapa, nena. Nueva imagen, nuevas canciones. Pesos muertos, fuera. Lola- Estoy currándomelo por los dos. ¿Dónde estás tú, mientras tanto? ¿En el parque? Edi- No tienes que darme explicaciones, Lola. Somos amigos. Lola- Claro que somos amigos. Edi- Sin explicaciones. Más vale así, a palo seco. Nadie tiene la culpa, no te eches la culpa. Somos amigos, ¿y qué? Suele pasar. Al principio, mientras todo va mal, ¿qué importa que el colega toque con el culo? Hasta que las cosas empiezan a ir bien. Entonces sí que se hace jodido que el colega toque con el culo, por muy colega que sea. Lola- ¿De qué coño hablas? Sabes que no hay manos como las tuyas, Edi. Edi- Esos tíos te encontrarán otras manos. Ya las habrán encontrado. ¿Ya te han dicho quién? No me digas quién. Lola- Anoche tocaste como nunca. Edi- Tú, en cambio, cantaste con el culo. Lola- A ellos les gustó. Edi- Cantaste para ellos. Pero ellos no entienden. Lola- Han visto algo en nosotros. No vas a joderlo, Edi. Esa gente sabe lo que hace. Tienen olfato, esos tíos sólo apuestan ganador. ¿Has visto cómo nos tratan? Les gustamos. Edi- No entienden nada. Ni una palabra. Lola- Los mejores trabajan para ellos. Letristas cojonudos, músicos de puta madre. Pero con nuestras ideas, sin renunciar a lo nuestro. Deja que yo me entienda con ellos, soy más lista que ellos, no voy a tragar. 18

Edi- Ya has tragado. Lola- Son ellos los que han tragado. No querían ni oír hablar de una foto del parque. "¿Por quién queréis que os tomen? ¿Por tíos que se lo hacen con los patos del estanque?". Les hice ver lo importante que era para ti, para nosotros. Que tienes fotografiado cada rincón, toda la gente del parque. "No es un parque cualquiera", les dije. "Es el parque del barrio, nuestro parque". Edi la mira como a un charlatán.

8 Fotógrafa- Los ojos, aquí. Señala un punto en el vacío. Modelo- ¿Qué hay ahí? Fotógrafa- Nada. Sin emoción. Ninguna emoción en tu mirada. Se mueve en torno al Modelo. Corrige su boca. Modelo- ¿Qué fondo me vas a poner? Fotógrafa- Olvídate de la cámara. Como si no hubiera cámara. Modelo- ¿Qué fondo? Fotógrafa- Un parque. Columpios. Un niño. No está satisfecha con la boca. La corrige una vez más. Modelo- ¿Un niño? ¿Qué niño? Inmóvil, el Modelo intuye el fondo blanco, el vacío que lo envuelve. Está en el vacío. Fotógrafa- Hay que hacerles daño en los ojos. Shock. Una imagen que no puedan olvidar. Modelo- ¿Por qué un niño? ¿Qué significa? No lo entiende. ¿Qué debe pensar la gente cuando vea esta foto? La Fotógrafa enciende un foco sobre él. El Modelo parece entrar en un hechizo o salir de él. La luz le hace daño.

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Lola- No me mires así, ¿vale? Yo no trago, ¿vale?, yo nunca trago. (Pero Edi sostiene su mirada incrédula.) A tomar por culo, Edi. Al parque, con los patos. Ya me has jodido bastante. Estás jodido y la gente lo nota, vas a acabar mal, eres como un fiambre con una guitarra. Un muerto tocando, eso pareces sobre el escenario. Edi- "Un muerto tocando". (Se le pasa por la cabeza convertir esa imagen en canción, inventar a esas palabras una melodía.) Un muerto tocando. Lola- Te estás jodiendo, Edi. Demasiado parque. Edi- Me gusta hacérmelo con los patos. Los patos no me dan por culo. Lola- No vayas de víctima conmigo. Edi- Tranqui, somos amigos, ¿no? Lola- Vale ya, ¿eh? Fueron ellos los que tragaron, les hice tragar. La misma foto, pero mejor. El chaval, el tobogán. La misma puta foto siniestra. Edi- ¿Siniestra? ¿A quién le parece siniestra, a ellos o a ti? Lola- Un tío que se lleva a los niños. Que los mete en un saco. Edi- Los lleva a otro lugar. A un lugar menos jodido. A un lugar mejor. Lola- ¿A un lugar mejor? ¿Se los lleva a un lugar mejor? Edi- ¿Quién tiene miedo al hombre del saco? "No te alejes, que se te llevará": nunca lo tomé como una amenaza. Decían que se llevaba a los niños que se quedan solos. A mí me gustaba quedarme solo en el parque. Se está mejor allí, cuando no hay ni Dios. Pausa. Lola mira a Edi como si un mundo los separase. Llevas razón, la foto es una mierda, nunca he sabido. Cientos de fotos desenfocadas, desencuadradas. Una cámara barata y un fotógrafo temblón. Pero ahí está, entre los columpios, tapándome el sol. Estoy buscando una portada cuando lo veo con su gran saco, saliendo de entre los árboles. Toda la vida esperándolo y ahí está. Lola- Vamos, Edi, no me jodas. Ese tío es un pirao. Uno de esos piraos del parque. Edi- ¿Has oído hablar de niños que desaparecen? Se van con él. La canción lo dice. Lola- ¿La canción? Edi señala el papel.

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10 El Modelo está congelado bajo la luz del foco. La Fotógrafa le hace cargar con un saco descomunal. Modelo- ¿Qué llevo en el saco? ¿No vas a decírmelo? Ella no lo oye. Fotógrafa- ¿Oyes el viento entre los árboles? ¿Tus pisadas sobre la hierba? ¿Las voces de los niños? La Fotógrafa echa algo en falta. No sabe qué. Lo descubre. Tus labios se separan, estás cantando. Canta algo. Lo que se te ocurra.

11 Lola- La canción es suya, ¿eh?, se le cayó del saco. Vamos, Edi, es tu letra, tu jodida letra de temblón. ¿Cuánto te habías metido? Edi- Lo de siempre. Lo de todos los días. Claro que es mi letra, Lola, pero la canción es suya. Lola toma el papel, incrédula. Lo lee con desgana. Lola- ¿Te la dictó porque sí? ¿A cambio de nada? Edi- No me la dictó. Se la estaba cantando al crío del tobogán. Lola- Estas palabras... (Abandona el papel como si las palabras en él escritas la quemasen.) Estás jodido, Edi. Estás puteado y me sales con esa historia del hombre del saco. Edi- Por la canción supe que era él. La habré oído un millón de veces, desde chico. Aunque, cuando volvía la cabeza, nunca había nadie cantándola. Pero si la oía es que él estaba cerca. Es la canción con que los llama. A los que se quedan solos. Escucha: Va a leer la canción en voz alta. Lola se lo impide. Léela y dime que la he escrito yo. (Pausa. Le pone delante el papel.) Dime si yo escribiría una canción como ésta. Haz memoria: de niña, en el parque, ¿nunca oíste esta canción? Lola rompe el papel. Lola- Sólo sonó en tu cabeza, Edi. No se puede cantar.

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Edi no replica. Pausa. ¿Con qué música la cantaba él? No hay respuesta. Lola coge los trozos de papel, lo recompone. Aún pide una respuesta que Edi no le da. Vuelve a leer. No se puede cantar. No hay música para una letra así. (Tatarea una melodía. La desecha. Prueba con otra, que también desecha.) No se puede cantar. (Sigue buscando la melodía. No ve que Edi se despide con un raro gesto que también podría ser un saludo de entrada.) Nadie puede cantar estas palabras. (Sólo entonces se da cuenta de que Edi la ha dejado sola.)

12 El Hombre del Saco llama a Edi con su extraño canto. ¿Sólo él puede oírlo? Flash.

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Legión

I El General es ciego. De su mano penden docenas de correas que deben de acabar en cuellos de perros. Las correas están tensas, acaban en bufidos de animales que ansían lanzarse hacia delante. Del cuerpo del General parte una gran correa. A ella debe de agarrarse su ejército, que respira y murmulla como masa inerte. El General arenga a la Tropa. General- Me presenté ante el parlamento y dije: "Dejad que nosotros nos encarguemos de ellos. Si no se dejan ver, entonces son asunto nuestro". ¿Dije bien? De la respiración pesada de la Tropa se despegan murmullos de aprobación y algún "Sí, señor" muy blando. "¿Cuántas divisiones necesitas?", me preguntaron. "¿Cuántas divisiones? Todo lo que necesito es un batallón de ciegos". Así les dije, ¿dije bien? Tropa- (Casi animada, casi unánime.) Sí, señor General- Se lo prometí en vuestro nombre: "Donde vuestros tanques fracasaron, triunfarán mis ciegos". ¿Dije bien? Tropa- (Una sola voz, enardecida.) ¡Sí, señor! General- ¡Ninguna frontera se ha sostenido sin sangre! Palmo a palmo, recuperaremos todo el territorio. Somos depositarios de una enorme esperanza. Salvar la nación, ésa es nuestra alta tarea. Cuando estéis en el campo de batalla, pensad: "No estamos solos. La nación nos está mirando". Euforia de tropa y de jauría. El ejército se pone en marcha.

II

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Muy deteriorado, el General se deja conducir por las correas de los perros. Pero de la que parte de su cuerpo sólo se sujeta el Soldado, también deshecho, que sostiene la bandera. Otros soldados muertos o trozos de hombre penden de la correa; al final de ella, el cañón. Súbitamente, la tensión de las correas cae como si los perros se hubiesen detenido. General- ¡Aaaaaltooo! Se detienen. El mapa, pronto. Tiende su mano hacia atrás. Inútilmente. ¿Dónde tiene la cabeza, asistente? Silencio. Extrañeza del Soldado. No lo habrá extraviado. No habrá perdido nuestro mapa. Silencio. El Soldado, perplejo, avanza por la correa. A lo largo de ella, sólo encuentra el vacío. Apenas se atreve a hablar. Soldado- Señor... General- Carne de paredón. Soldado- Señor, yo no... General- ¡Inmediatamente! Soldado- A sus órdenes, mi general. Apresuradamente, entre los cuerpos muertos, el Soldado busca y encuentra un mapa en Braille, que despliega ante el General. Éste lo palpa. General- ¿Oye el río, capitán? Silencio. ¿Lo oye o no lo oye? Soldado- Señor, yo... General- Hemos llegado al valle. Así que éste es el lugar en que el enemigo se esconde. Quiere aprovechar esta hora, en que cambia el viento, para confundir el olfato de mis perros. Pero nada puede engañar a mis perros. Donde los radares han fracasado, mis perros triunfarán. Mueve las correas como el cazador que busca un rastro. Hasta que la tensión de las correas y los bufidos de los perros marcan una dirección. Tres disparos por segundo. ¿Está preparado, artillero?

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Silencio. ¿La responsabilidad le estrangula la voz? Más vale que se temple, la nación pende de su pulso. Soldado- Señor, yo no... General- ¿Está dispuesto a disparar cuando yo le diga? Soldado- Sí, señor. General- ¿A disparar donde yo le diga, en la dirección que yo le marque? Soldado- Sí, señ... Le interrumpen los aullidos de los perros, de los que se aleja receloso. General- ¿Qué os pasa, chatitos, qué tenéis? Se acerca a los perros. Qué raros os siento. ¿Les ha dado comida, asistente? Le dije que no les diese de comer. Soldado- No, señor. General- Artillero, no les habrá dado de su rancho. Soldado- No, señor. General- Asistente, le he ordenado que no les deje comer hasta después de la batalla. Se habrá distraído y habrán encontrado alguna rata. Mal nos guiarán con la panza llena. ¿Imagina qué suerte correríamos si el enemigo lograse envenenarlos? El General calma a los perros. El Soldado hace tres intentos antes de atreverse a abrir la boca. Soldado- Mi general, con el debido respeto... Continúo sin oír el río. ¿Está completamente seguro de que sus perros...? General- Conozco a mis perros, capitán. Durante los años del pudridero, sólo ellos me guardaron fidelidad. Soldado- Qué gran injusticia, señor, si me permite decirlo. La nación lo abandonó en una clínica, entre lisiados, a usted, el estratega genial, el héroe de tantas guerras. Me da miedo pensar qué harán con nosotros cuando ésta acabe. Cuando ya no nos necesiten. General- Esta guerra no es el final, sino el principio. La nación formó un flamante ejército que ni siquiera fue capaz de encontrar al enemigo. Nosotros, en cambio, volveremos como salvadores. Al vernos regresar victoriosos, la nación sabrá que ha llegado nuestra hora. Soldado- ¿Nuestra hora, señor?

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General- Nos corresponde frenar la gran angustia que ahoga a la nación. Hoy la defendemos en el campo de batalla. Pero muy pronto tendremos que desalojar al enemigo que se ha escondido en el alma de la nación, el que se ha hecho fuerte en nuestras fábricas, en nuestras escuelas, en nuestras familias... Lo supe el día en que me dieron audiencia esos diputaditos, charlatanes temblones incapaces de tomar una decisión. Ese día supe que nos corresponde frenar el viento de la guerra civil. Al lado de esa guerra que ha de venir, ésta es un juego de niños. Pausa. Perplejidad del Soldado. Soldado- Quiere decir... ¿Habrá un gobierno de ciegos? General- Hace demasiadas preguntas, asistente. Más le valdría concentrar sus pensamientos en la bandera. El General se dirige a la Tropa; el Soldado, angustiado, a sí mismo. Defended esos colores y recordad: "No estamos solos. La nación nos está mirando". Soldado- Nunca pensé que la guerra sería así. General- La nación ha depositado sobre nuestros hombros una esperanza infinita. Soldado- Cuando leí aquel bando reclutando ciegos, no pensé que la guerra sería esto. Éramos un gran ejército cuando salimos de nuestros cuarteles. General- Palmo a palmo, recuperaremos todo el territorio. Soldado- El enemigo nunca acude al combate y, sin embargo, hemos tenido tantas bajas... General- Los desobedientes, los pusilánimes... Soldado- Enviamos a tantos por refuerzos y no volvieron... General- Volverán. Soldado- Hemos fusilado a tantos de los nuestros... General- Ninguna frontera se ha sostenido sin sangre. Pausa. El General traza estrategias sobre su mapa. El Soldado pone su atención en el ruido de los perros. Soldado- Quizá muchos estén perdidos, sin los perros. Quizá vaguen por el campo de batalla, sin los perros. General- Aún nos queda el cañón. Aún somos un ejército. Soldado- Pero, ¿y si, llegado el momento, no funciona? ¿Y si se atasca? General- Con él he ganado mil batallas, artillero. Dispara tres veces por segundo. 26

Soldado- Quizá deberíamos volver a nuestros cuarteles y esperar allí al enemigo. General- ¿Una retirada? ¿Está sugiriendo eso, capitán? Soldado- Sólo quise decir... Es el lugar que conocemos, nuestra patria. General- "Retirada" es palabra que no debe aprender el soldado. Y si la aprende, merece el paredón. Nunca hacia atrás, siempre hacia delante... Le interrumpe una súbita tensión de las correas, que a punto están de arrastrarle. Pero él aguanta como titán que contuviese una tormenta. ¡Todos a sus puestos! ¡Asistente, toque zafarrancho! El Soldado encuentra la corneta, pero no consigue hacerla sonar. El General grita hacia delante, ebrio de felicidad. ¿Pensabais que nunca llegaría la hora del combate? ¡Os hemos encontrado! Capitán, con el segundo batallón, cubra el río. ¡Uno y tres, a los flancos! Mantenga los ojos bien abiertos, asistente: va a ser testigo de una ocasión histórica. El enemigo se aproxima. Lo tenemos a menos de un kilómetro. El General está atento a la tensión de las correas. Pero le molestan los movimientos del Soldado, que, lleno de angustia, esperando el momento de disparar, reconoce el cañón como si nunca antes lo hubiera tocado: comprueba el cargador, las balas, busca el gatillo... ¿Qué demonios hace? Soldado- Preparo mi cañón, señor. General- ¿"Su" cañón? No será suyo hasta que apriete el gatillo. Entonces sí, entonces podrá grabar en él el nombre de su novia. ¿O no tiene novia, artillero? ¿No la tiene? Quinientos metros, ¿los oye acercarse?, aún no sé si vendrán de frente o si intentarán rodearnos. Ojalá fuese la vida tan fácil como disparar un cañón, ¿verdad?, tres veces por segundo. Doscientos metros, ¿puede olerlos? Me gusta que mis soldados tengan novia, ¿qué será de usted cuando la guerra acabe? Cien metros, se han dividido en tres grupos. Los dedos le abrasan de ganas de disparar, ¿no es cierto?, lleva tanto tiempo conteniéndose, esperando el momento de apretar el gatillo... ¿A cuántos será capaz de acertar, con un solo disparo? El enemigo no nos dará una segunda oportunidad. Terribles aullidos; las correas transmiten la angustia de los animales. Ladridos de perros que amenazan y de perros amenazados. La nación lo está mirando, artillero. Soldado- Siempre, señor.

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General- Que su pulso no la traicione. Soldado- Nunca, señor. Ladridos de riña. Ruido de cuerpos en lucha, de mordiscos. General- ¡Fuego! Soldado- ¿Contra qué, señor? General- ¡Ahí está, el enemigo! ¡Ataca a mis perros! Soldado- Están locos de hambre, los perros. General- ¡Abra fuego, sin cuartel! Una correa cae como si un animal hubiese muerto; fragor de perros que luchan por devorar al caído. El Soldado abandona el cañón, quisiera separar a los perros, pero no se atreve a cercarse. Soldado- Se devorarán. Ya no nos llevarán de vuelta a casa, nunca volveremos a casa. General- ¡Vuelva al cañón, dispare! Soldado- El cañón es mío. El General toma el cañón y dispara frenéticamente contra el vacío -en el que flota el Soldado, que cae muerto-, hasta que el cargador se agota. En el silencio sólo se oye la agonía de los perros, cuyas correas pierden la tensión de la vida. General- Asistente, escriba. (Dicta.) "Parte de guerra: En el día de hoy, en este lugar. El ejército se ha batido valerosamente con el enemigo. Punto y aparte. Habiendo incurrido el artillero en desobediencia y puesto en peligro a su general en jefe, se le abre juicio sumarísimo, se le encuentra culpable de alta traición y se le condena en este acto a ejecución por fusilamiento. Fecha, lugar y firma". Capitán, busque un muro. Cae la última correa. Las correas penden de su mano en el vacío. Constituya pelotón, proceda. Ninguna frontera se ha sostenido sin sangre. Palmo a palmo, recuperaremos todo el territorio. Siempre hacia delante. Somos depositarios de una enorme esperanza. La nación nos está mirando. No estamos solos.

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El guardián

En el límite. La Niña cae en la trampa: queda suspendida entre cuerdas, perdiendo una espada ensangrentada. El Guardián la rodea sosteniendo ambiguamente la suya, limpia de sangre. La Niña intenta escapar, mas descubre que la trampa es como una telaraña por la que se puede mover pero de la que no puede salir, así como no puede alcanzar su espada. El Guardián la observa en silencio. Guardián- No eres el ángel. Niña- ¿? ¿Dónde estoy? ¿Dentro o fuera de la ciudad? Guardián- No hagas preguntas tontas. ¿No ves las marcas? Estás precisamente en el límite. Debes de haberte desviado. (Observando los pies de la Niña, que sangran.) Tus pies sangran. Has corrido mucho hasta llegar aquí. Te confundí con él, viéndote correr de esa manera. Como vienes de la ciudad, traerás noticias frescas. Conque ha regresado, ¿eh? Puedes estar segura de que no por esta posición. ¿Qué nuevas traes? Niña- Dime lo que sabes tú y te diré lo que sé. Guardián- Los que cruzan por aquí no hablan de otra cosa. Ya hace meses pasaron dos anunciándolo, un viejo que traía un pan y un niño con pez. Los eché a patadas. Parecía cosa de charlatanes, pero ha resultado ser verdad, ha dormido con una mujer, y luego ha dejado mensaje a otros muchos. ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo es que no estás con los otros, dándole caza, si no eres el ángel? La observa en silencio. ¿No eres el ángel? Niña- Claro que no. ¿No ves mi espada? Intento mantenerlo lejos de mí. Guardián- Debiste escoger una de tu tamaño. Ésa, ni levantarla puedes. Niña- Sólo hoy ya la he levantado tres veces. Primero se me apareció como un enano; al rato, como una puta; luego, como mi hermana que murió hace diez años. Puede tomar cualquier cuerpo. Pero yo no dejo que me diga lo que quiere decirme. Yo soy más rápida. Guardián- (Observando la sangre de la espada.) ¿Cuántas lenguas has cortado?

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Niña- ¿Animales aparte? (Cuenta con los dedos.) Merezco la cárcel o la muerte. No me importaría ir allí, si allí no pudiese entrar su voz. Te habla y no puedes decir no. Es así, la anunciación, no puedes decir no. Suéltame, aun no estoy lo bastante lejos. Guardián- Si te soltase, tiempo te faltaría para cortármela. (Le saca la lengua.) Niña- No te haré daño. Sé que no eres él. Déjame ir. Guardián- No puedo soltarte sin estar seguro de que no eres él. No puedo dejar que pase por aquí. Nadie pasará por aquí. Nadie entrará ni saldrá por aquí. Niña- ¿Quién te ha asignado tan extraño trabajo? Guardián- La ciudad, ¿quién si no? Hace años, la ciudad confió a mi padre esta posición. Hace años… Un ruido hace que el Guardián calle y la Niña vuelva la cabeza, asustada. Ese gesto interesa mucho al Guardián. Viene detrás de ti. Te persigue, ¿es eso? El Guardián refuerza la trampa. Niña- De poco te servirá la trampa, ocupada por mi cuerpo. (Intenta estorbar el trabajo del Guardián.) Harías mejor tu trabajo si me soltases. Si me sueltas, volveré a la ciudad a contar qué bien defiendes esta posición. Guardián- No es eso lo que he dispuesto para ti. Eres justo lo que me faltaba: un buen cebo. Al oír esto, la Niña intenta romper la trampa para liberarse. Grita. Más alto. Cuanto más grites, antes reparará en ti. Monta guardia, vigilando todas las direcciones. Pausa tensa. Niña- Pareces cansada. ¿Por qué no vas a tu casa a echarte un rato? ¿O es que duermes de pie? Guardián- Duermo cuando estoy seguro de que él no va a pasar. Nunca estoy seguro. Niña- ¿No te sientes un poco sola? ¿O es que tienes más gente en tu trampa? Guardián- Es la última pregunta que te consiento. Niña- Yo podría ayudarte a conseguir un trabajo en la ciudad. ¿No preferirías vivir allí?

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Guardián- ¿No has oído que tengo una orden? La heredé de mi padre y no puedo desperdiciarla. Una orden, ¿hay algo más precioso en estos tiempos? Algo concreto y claro por lo que levantarse cada día. Defiendo una posición que puedo abarcar con los ojos. Niña- Pero él ya ha entrado en la ciudad. Guardián- Yo soy el guardián de esta posición. Si hay otros guardianes en otras posiciones, no es asunto mío. Si otra posición fue rebasada, no es asunto mío. Niña- Si no te importa que él haya pasado, suéltame y vete. Guardián- No tengo nada contra él ni a favor suyo. Si es bueno o malo para la ciudad, eso nada tiene que ver con mi orden. No tengo tiempo que perder preguntándome si hubiese sido mejor recibir una orden distinta. Niña- Pero fue tu padre quien recibió la orden. ¿Dónde está él? El Guardián señala un punto del suelo. ¿Qué pensarán en la ciudad cuando sepan que la hija del guardián ha tomado su espada? Guardián- ¿Por qué tendrían que saberlo? Y si lo supiesen, ¿por qué tendrían que pensar en ello? El arma que la ciudad le dio, él la puso en mis manos. Pausa tensa. El Guardián vigila. Niña- Estoy pensando. Guardián- ¿A quién le importa? Pausa. ¿Qué piensas? Niña- Pienso en tu padre, que murió esperando. Guardián- ¿Qué te importa a ti? Niña- Tu hijo, ¿defenderá esta posición? ¿Pasó un hombre y le pediste que te engendrase otro centinela? ¿Cuántos hijos, cuántos hijos de los hijos serán necesarios para cumplir la orden? Guardián- Primero te metes en mi trampa, ahora insultas a mi padre. ¿Sabes lo que falta en tu vida? Una orden, eso es lo que falta a la gente como tú. Niña- Abandona tu posición, antes de que seas demasiado vieja. Guardián- No puedo suspender la orden. Sólo soy el guardián.

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Niña- Morirás abrazada a tu espada. ¿Es así como duermes, abrazada a la espada? Cuando hace frío, ¿te cubres con tu vieja orden? Guardián- ¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? Aún no has comprendido nuestra relación: tú estás en mi trampa para el ángel. Niña- La ciudad puso guardianes para el ángel, pero muy pronto... Guardián- Todo lo que soy se lo debo a la ciudad. Niña- La ciudad se ha olvidado de ti. Es la ciudad quien lo ha llamado. Esperan una legión. Le están preparando una gran fiesta. Guardián- Mientes. Niña- Todavía no se atreven a decirlo en voz alta, pero les da miedo que no quiera quedarse. Son débiles y piensan que, junto a él, ya no estarán huecas sus almas ni secos sus corazones. Piensan que por fin amarán la vida. Guardián- No puede ser. Es una orden muy clara. Niña- Es orden vieja, de los años del miedo. Muy pronto, la ciudad se abrirá para él. Muy pronto habrá paz con el ángel. Calla al sentir sobre sus labios la espada del Guardián. Éste va a matarla, pero se arrepiente. Va a romper la trampa para liberarla. Se arrepiente otra vez. Guardián- Ojalá pudiera matarte o liberarte. Me haces daño, pero ¿cómo saber quién eres realmente? Sólo la ciudad podría decirme qué debo hacer contigo. Sabes hacerme daño, pero valdría la pena, si eres el ángel. Ojalá me libre de ti algún día.

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La piel

El jardín al atardecer. La piscina en que pronto flotará la luna. Al fondo, la casa, encendida. La Menor está sentada frente al público, al borde de la piscina, sin tocar el agua. La Mayor llega de entre el público, al que no deja de mirar. Silencio. Mayor- ¿Desde cuándo están ahí? Menor- No estaban cuando desperté. Fueron llegando uno a uno. Mayor- Deberíamos echarlos a latigazos. Menor- ¿Por qué? No nos han hecho daño todavía. Mayor- Antes, ni siquiera se atrevían a acercarse. Menor- Todavía tienen miedo. Podrían derribar la verja, pero tienen miedo. Se han apartado para dejarte pasar. Tienen miedo. Todavía. Mayor- ¿Cuánto tiempo he pasado fuera esta vez? Menor- No sé. Con el pie, escribe algo en el agua. La Mayor intenta leerlo. No lo consigue. La Menor vuelve a escribir en el agua. La Mayor lee. Mayor- “Si tuviese un hijo, lo tendría dentro del agua”. Menor- Jamás tendré un hijo. Mayor- Ven conmigo a casa. No dejes que te miren. Menor- Tienen derecho. Antes tenían a mamá. Volvían cansados a sus casas, les esperaban sus mujeres terribles, pero podían, de camino a sus casas, volver sus cabezas hacia aquí y mirarla. Ahora, ¿qué les queda? Tienen derecho. Mayor- ¿También los niños? ¿Incluso los niños tienen derecho? Deberíamos plantar árboles, deberíamos cubrirlo todo de árboles. Menor- Mamá nunca quiso. Escribe en el agua. La Mayor lee. Mayor- ¿Tú recuerdas cómo iba vestida? Menor- Claro. 33

Silencio. Mayor- Entonces, ¿tú recuerdas aún el último día? Menor- Es el único que recuerdo. Escribe en el agua. La Mayor lee. Mayor- “¿Desde cuándo no está nuestro padre con una mujer?”. No lo sé. ¿Lo sabes tú? Menor- Deberíamos buscarle una mujer. La Mayor va hacia la casa. Pero la voz de la Menor la detiene. Todavía no puedes entrar. Mayor- ¿Todavía no? Menor- Nuestro padre ha salido hoy. Mayor- ¿Por qué le dejaste salir? Menor- Yo le pedí que lo hiciese. Se había sentado a esperar, un día más, que llegase la noche. Cuando vi a esos hombres, le dije: “Ve y háblales”. Mayor- ¿Lo acompañaste? Menor- No. Mayor- Hay luz en la casa. Menor- Volvió. Mayor- ¿Cuánto tiempo estuvo fuera? Menor- No sé. Quizá él sepa. Pero todavía no puedes entrar con tus preguntas. Escribe en el agua. La Mayor no lee, va hacia la casa. La voz de la Menor la detiene. No está solo. Mayor- ¿Quién? Menor- Uno cualquiera. Mayor- ¿Por qué le dejaste entrar? Menor- Nuestro padre lo trajo. Es su invitado. Mayor- Nunca debió salir a hablar con ellos. Ni en mil años conseguiría hacerse entender. Menor- Le dije: “No intentes hablar a todos. Habla a uno solo. Escoge a uno”. Mayor- ¿Cómo es? Menor- Como cualquiera. Mayor- ¿Te ha traído regalos? 34

Menor- No. Mayor- ¿Cuánto tiempo llevan ahí dentro? Menor- No sé. Quizá nuestro padre sepa. Todavía no puedes entrar con tus preguntas. Mayor- Nuestro padre necesitará ayuda con ese hombre. Ya no recuerda dónde están las botellas. Si las encuentra, temblará al llenar las copas. En cuanto a la conversación, ¿de qué puede hablar ya nuestro padre a nadie? Entremos antes de que ese hombre se asuste. Menor- Tienes razón: por mucho que hable, no puede hacerse entender. No puede explicar lo que no entiende. Mayor- Cuando ese hombre pasó ante ti, ¿trataba a nuestro padre con respeto? ¿Te miró con respeto? Menor- Es un hombre impaciente. Mayor- Es lo peor, la impaciencia. Menor- Le di un trapo para que se limpiase los zapatos. Dijo algo, pero no entendí sus palabras. Nunca había estado tan cerca de ninguno de ellos como para oírlos. Nunca había visto su piel desde tan cerca. Sus ojos. Miraba como si los abriese por primera vez, como si por primera vez estuviese antes cosas que merecen ser miradas. Sus manos. Abría todas las puertas y ponía sus manos en las cosas, reía a las cosas al tocarlas. Yo seguía sus pasos, devolvía a su sitio lo que él tocaba. Entró en nuestro cuarto. Encontró la ropa blanca. La acarició. Mayor- Tocó nuestra ropa blanca. ¿Nos está mirando? Menor- Tiene derecho. Escribe en el agua. Silencio. Mayor- ¿Y si nuestro padre se ha equivocado de hombre? ¿Y si ese hombre ya tiene una verdadera mujer? Menor- No tengas miedo. Empieza a desnudarse. Mayor- ¿Qué ganas haciéndote odiar por sus mujeres? ¿Qué ganas provocándolas? Deberíamos tapiar. Menor- Mamá nunca quiso. Mayor- Entonces no necesitábamos tapiar. Menor- Entonces nadie se atrevía a venir sin regalos. Mayor- Cuando ella se bañaba desnuda, él la golpeaba. Menor- Nunca se atrevió a tocarla. 35

Mayor- Él la pegaba y ella, para castigarlo, se bañaba desnuda. Menor- No lo hacía para herirlo. Lo hacía por ellos. Mayor- Si lo hacía por ellos, ¿por qué se fue? Menor- Se bañaba desnuda para protegerlo. Para que ellos no se acercasen. Hasta que dejó de tener miedo. La Mayor mira el agua. Mayor- Está fría, de noche. Menor- No es la noche. Es que nadie ha entrado en el agua desde que ella se fue. Salpica a la Mayor, que no se aparta de las salpicaduras. La Mayor seca las manos de la Menor. Mayor- Se fue de noche porque hasta el final tuvo miedo. Menor- Se fue de noche para que todos supiesen. Mayor- No voy a entrar en casa. Esta noche, no. Menor- No tienes dónde ir. Mayor- Me esconderé hasta que ese hombre se vaya. Menor- No tienes dónde esconderte. Mayor- Me subiré a un árbol para que no me vea. Menor- Verá tu reflejo en el agua. Mayor- Aunque esté fría, entraré y no saldré hasta que se vaya. Menor- ¿Recuerdas qué era nadar? Mamá te enseñó. Mayor- Siempre olvido cómo se hace. Tantas veces aprendí, ¿para qué? Menor- No tengas miedo. Mayor- ¿Cómo sabes que será suficiente? ¿Cómo sabes que se conformarán? Menor- No son animales. Mayor- ¿Es idea de nuestro padre? No puede ser idea suya. Menor- Él no lo sabe aún. Ni ese hombre, tampoco él lo sabe. Mayor- (Mirando su propio reflejo en el agua.) Puede que me encuentre fea. Ojalá me encuentre fea. Menor- Eres muy bonita, aunque tu piel sea tan distinta de la piel de mamá. Mayor- ¿Y tú? ¿No eres bonita tú? ¿Y si se fija en ti? Menor- Yo debo quedarme con nuestro padre. Mayor- Se fijará en ti. 36

Menor- Yo debo cuidar de la casa y de nuestro padre. Mayor- Yo lo haré, si ese hombre se fija en ti. Le hablaré de ti. Le diré que eres mejor que yo, le pediré que te toque. Deja que escoja él. Menor- Porque soy mejor que tú, por eso debo quedarme. Mientras nuestro padre envejece y la casa se arruina. Hasta que nuestro padre muera y la casa se hunda. Porque soy mejor que tú, y ese hombre no debe saberlo. Silencio. Mayor- ¿Y yo? Silencio. Menor- Siempre deseaste que llegase este momento. Por eso te vas, aunque siempre vuelves. (La toca.) Te avergüenza no ser como ellos. Te avergüenza tu piel. Cada noche sueñas que sus mujeres te castigan por su piel, te arañan con las uñas sucias. (La abraza.) Siempre soñaste esto. Ha llegado. (La besa.) No tengas miedo. Mayor- La casa se os hará grande. Acabaréis haciéndoos daño. ¿Podré venir a veros? Menor- Esta vez, no volverás. Mayor- ¿Me avisarás cuando nuestro padre muera? La Menor niega. Acaba de desnudarse. Cuando seas vieja, ¿te bañarás desnuda? Menor- Mientras ellos miren. Para ellos estoy aquí. Si yo no estuviese aquí, ¿qué les quedaría? Va a lanzarse al agua. Vacila. Mayor- No tengas miedo. Mamá te enseñó. Muchas veces. Va hacia la casa. Menor- Si mamá me enseñó, no tendré miedo. Pero tiene miedo cuando va a lanzarse al agua.

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Amarillo

Un hombre de luto y un niño. El hombre es ciego. Tantea en el vacío hasta encontrar un objeto. Reconoce su textura, su forma. Hace una señal al niño. Niño- Azul. El Ciego encuentra otro objeto. Reconoce su textura, su forma. Hace una señal al Niño. Verde. El ciego encuentra otro objeto. Intenta reconocer su textura, su forma. En vano. Hace una señal al niño. Amarillo. Pausa. Ciego- Ella odiaba el amarillo. Desde que mi padre le regaló aquellos zapatos amarillos y bailando se torció un pie. (Silencio.) Mira bien y dime. Niño- Amarillo. Pausa. Ciego- Ven. El Niño se acerca. Pausa. Para ella, amarillo era igual a mala suerte. Cuando a mi padre lo echaron de la fábrica, ella culpó al águila amarilla que había en el emblema de su cerveza favorita. (Pausa.) Inténtalo otra vez. Niño- Amarillo. Pausa. El Ciego le da un capón. Ciego- Puedo verlos ahí enfrente, en el sofá, ella cosiendo y él viendo la tele con una cerveza en la mano. Cosía muy lento, le llevó años esa colcha de flores que cubre la cama de matrimonio. Asómate a la alcoba y verás casi todos los colores del mundo en esa colcha. Todos menos uno, ni una pizca de ese color. (Pausa. Pone ante el Niño el objeto.) No digas nada hasta estar seguro. Niño- Amarillo.

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Pausa. El Ciego le da un cachete. Pausa. El Ciego coge al Niño del pelo y tira de él gradualmente. Ciego- Cuando mi padre se largó de casa, ella echó la culpa a una carta en papel amarillo que él había recibido el día anterior. El amarillo era para ella el mismísimo demonio. La mañana de mi accidente, me advirtió: "No salgas a la calle. He soñado que un tigre te comía los ojos". (Pausa. La cabeza del Niño casi toca el suelo.) Tómate todo el tiempo que necesites. No tenemos prisa. El Niño apenas puede mover la cabeza. Lo justo para mirar el objeto. Niño- Amarillo. El Ciego libera al Niño. Pausa. Ciego- ¿Quieres hacerme creer que, en cuanto me vio salir por esa puerta con mis maletas, empezó a cambiar y a cambiar, hasta volverse loca por el amarillo? ¿Que se pintaba los labios de amarillo, los ojos de amarillo, es eso lo que quieres hacerme creer? ¿Que, si yo hubiese vuelto a tiempo, me habría abierto la puerta una desconocida, una extraña vieja vestida de amarillo? Pausa. Niño- Rojo.

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El Crack

Vestuario privado del Crack, con portón directo a la cancha. La agitación allí es la del box de Ferrari en un gran premio. Ponen a punto al Crack el Manicura, el Maquillador, el Peluquero. Los Parásitos tantos cuantos el Crack sea capaz de mantener- meten baza. Parásito- Las patillas. Súbalas un dedo. Parásito- Redondéeme ese flequillo. Parásito- ¿No le he dicho que le aclare las mejillas? Desde la cancha, el Avisador asoma la cabeza para gritar. Avisador- ¡Quince minutos! El Manicura, el Maquillador y el Peluquero rematan su trabajo. El Crack se pone en pie. Está precioso. Parásitos- ¡Bárbaro! El Manicura, el Maquillador y el Peluquero se retiran cuidándose de no dar la espalda al Crack. Como si le colocasen la armadura para una gran batalla, los Parásitos le ponen la camiseta del número nueve. Luego el pantalón, las medias, las botas de tacos terribles. Sobre ellas se mueve el Crack como pantera enjaulada. Hasta que los Parásitos colocan ante él un gran espejo. Parásito- Protesta al árbitro por fuera de juego mal pitado. Ante el espejo, el Crack ensaya la postura. Los Parásitos la aprueban. Parásito- Celebración de gol en libre directo por la escuadra, dedicándolo al fondo Sur. Posturita del Crack; aprobación de los Parásitos. Parásito- Ofrenda de copa a la afición desde los balcones del ayuntamiento. A los Parásitos no les convence la posturita del Crack; la corrigen. Parásito- Palabras mágicas. Crack- (Con dificultades, en un acento que no es de ningún país.) "Quiero ser un modelo para los niños de esta ciudad". Parásitos- ¡Bárbaro!

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Los Parásitos premian al Crack llevándole terrones de azúcar a la boca. Sin balón, ante el espejo, el Crack prosigue su precalentamiento. Parásito- Taconazo. El Crack posa. Parásito- Cabezazo en plancha. Pose del Crack. Parásito- Tijereta. Magnífica pose del Crack. A besos se lo comen los Parásitos, hasta que el Avisador se asoma para gritar "¡Cinco minutos!". Los Parásitos abren al Crack el portón de la cancha. Los alegres cánticos de la Afición invaden el vestuario. Parásito- Muéstrales quién eres. Parásito- Un titán. Parásito- Un Di Stefano. La Afición enloquece cuando el Crack salta al campo. Desde el umbral, los Parásitos observan sus movimientos y lo jalean. Suena el pitido inicial. Los gestos de los Parásitos y el clamor de la Afición reflejan lo que sucede en la cancha. Al rato, bronca grandísima: la Afición reclama penalti. Euforia mayor cuando el árbitro concede. Expectación de pena máxima. Súbitamente, la Afición enmudece. Los Parásitos se miran sin entender; abren paso al Crack, que vuelve. El Crack se duele de la pierna izquierda. Parásito- ¿Tirón? Parásito- ¿Pisaste mal? Parásito- ¿Contractura? El Crack renquea. Los parásitos insisten: "¿Tirón?; "¿Pisaste mal?"; "¿Contractura?". La entrada del Presidente los hace callar. Presidente- (A los Parásitos.) ¿Se trata de dinero? Ni un céntimo más. (Silencio.) ¿Cuánto? (Silencio.) Cincuenta millones, de ahí no subo. (Silencio.) Cien millones, es mi última palabra. Los Parásitos vuelven sus ojos hacia el Crack. Éste intenta doblar la zurda. En vano. Gran momento. Uno de ésos en que se miden los hombres. Millones de ojos sobre tu número nueve, el mismo que Di Stefano llevaba. Di Stefano se crecía en momentos como éste. Ahí eran el toque de cuarenta metros, la vaselina diabólica, el pase de la muerte. En un momento así, tú...

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¿Pisaste mal? ¿Tirón? ¿Contractura? Da igual lo que te duela. Millones de niños están mirándote. Millones con tu camiseta. No olvidan aquella noche de Agosto, cuando, entre focos de colores, tu helicóptero se posó en el centro de la cancha. "Quiero ser un modelo para los niños de esta ciudad". Ahí están, tus niños, con tu camiseta. Y el balón en el punto de penalti, esperándote. El Crack pone en hielo su pierna izquierda. El Presidente contiene sus ganas de agarrarlo por el cuello. Pero, si no estrangularlo, ¿qué hacer? Ni frío ni calor, como a ti te gusta: doscientos noventa y tres grados Kelvin; presión atmosférica: seiscientos setenta milibares; humedad relativa del aire: cero punto seis; los rivales, asustados; el árbitro, a favor. ¿Qué más precisas? Se conformarán con verte tocar dos veces la pelota. ¡Una sola vez! Se conformarán con verte tirar ese penalti. Luego, te das tres carreras y, al menor contacto, caes como segado por un hacha. Así de fácil. Un par de carreritas y, no más te soplen... El Presidente finge la caída. El Crack se sopla la rodilla como si le ardiese. Nadie te ha tocado. No tenías nadie cerca, ni amigo ni enemigo. ¿Te lesionó el portero sacándote la lengua? Les vendo tu camiseta a cien veces su valor de fábrica, son gilipollas, pero les jode que los tomen por gilipollas. A mí también me jode. Que me tomen por gilipollas, me jode. ¿Sabes cuánto me cuestas por minuto? Que pongas un pie sobre esa hierba, ¿sabes cuánto me cuesta? ¿Cuánto me cuesta que tires ese penalti? Te pago para que lo tires. Ellos han pagado para que lo tires. ¿Has visto a esa gente de cerca? Han velado tres noches a pie de taquilla, habrían matado por una entrada. Sal y explícales. (Pone su mano sobre la pierna izquierda del Crack.) Te vieron llegar en helicóptero. Sal y explícales lo que sientes. (Acaricia la rodilla del Crack.) ¿Qué sientes? (Aprieta la rodilla del Crack.) ¿Crees que te entenderán? Arrancarán de cuajo los asientos, pegarán fuego a la hierba, nos colgarán de un larguero. Que nos cuelguen de un larguero, ¿eso quieres? El Presidente espera una respuesta del Crack. Crack- "Quiero ser un modelo para los niños de esta ciudad". Silencio. Presidente- (A los Parásitos.) ¿Se está riendo de mí? (Al Crack.) ¿Te estás riendo? Vas a jugar, aunque sea en camilla. O juegas o te cuelgo de un foco por los huevos. (A los Parásitos.) O sale o lo hundo para siempre. Y del contrato, ni un céntimo. (Al Crack.) Las radiografías probarán que esa pierna está limpia. ¿Un nuevo Di Stefano? O sales a tirar ese penalti o ya

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puedes buscarte otro oficio. Ni para Tercera. Ni para recoger pelotas. Ni de utilero. Los Parásitos rodean al Crack. Parásito- No puedes hacernos esto. Parásito- ¿Así nos pagas todo lo que hemos hecho por ti? Parásito- Piensa en esos niños. Parásito- Te vieron llegar en helicóptero. El Crack no reacciona. Los Parásitos insisten, pero ahora su mensaje es también para el Presidente. Parásito- ¿Has oído hablar de Chembeleke? Parásito- Once años. Le da con las dos piernas. Parásito- Pisa la bola si hay que calentarla, la revienta si hay que aligerar. Parásito- Si hay que sufrir, sufre. Parásito- Tenemos la firma de su viejo. Parásito- Un par de años cuajándolo y nos lo traemos para Europa. Parásito- Para entonces, habremos hecho de él un hombrecito. Parásito- Juega con el nueve, como Di Stefano. Recuerda a Di Stefano a su edad. Parásitos y Presidente aún esperan una reacción del Crack. Éste va a posar la zurda sobre el suelo. Pero un dolor eléctrico parece recorrerle la columna. No sin violencia, el Presidente despoja al Crack de la camiseta del nueve. Hermanados, Presidente y Parásitos salen dando la espalda al Crack. El último Parásito en salir se vuelve y dice: Parásito- Pudiste ser el nuevo Di Stefano. A ratos fuiste. El portón se cierra violentamente. El Crack se queda solo. Se pone en pie ante el espejo. Sitúa un imaginario balón sobre un imaginario círculo blanco. A once metros, con los pies clavados en la raya, presto a saltar como un muelle: así imagina el Crack al guardameta. ¿Qué hacer, darle un punterazo o colocarla? El Crack todavía duda cuando, imaginándose jaleado por la Afición, avanza hacia el esférico. Le pega con la zurda. El invisible balón se va a la grada. Una pesadilla de abucheos inunda los oídos del Crack. El alegre clamor de la Afición se ha convertido en gemido de un gran animal moribundo.

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No se reconocen palabras en él. Es un estertor que se hincha e hinchado se cuela en el cráneo del Crack. ¿O nace en el cráneo del Crack? El Crack se retuerce de dolor, ante el espejo.

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La mujer de mi vida

Suena el teléfono. Ella contesta. Ella es fea, pero tiene una voz bellísima, la voz de la mujer de nuestra vida. Bebe café tras café, pero a duras penas consigue mantener los ojos abiertos. Ella- Hola. Él- Hola. Ella- ¿No puedes dormir? Él contesta, pero tan bajo que no podemos entenderlo. ¿Puedes acercarte un poco más? Él- ¿Mejor ahora? Ella- Mucho mejor. (Bebe de la cafetera la última gota de café.) Él- Te he visto esta mañana. Ella- (Haciéndose otro café. Se le cierran los ojos, pero su voz no denota cansancio ni aburrimiento.) ¿Me has visto? ¿Dónde? Él- En el paseo marítimo. Subimos al mismo autobús. Ella- ¿Estás seguro de que era yo? ¿Cómo iba vestida? Él- De rojo. Muy elegante. Ella- Esta mañana abrí el armario y dije: rojo. No lo dudé. Él- Toda de rojo. Muy mujer. ¿Te gustan los niños? Ella- ¿A ti te gustan? Él- No puedo tener. No creo que te importe. Mirándolo bien, los niños quitan mucha independencia a una pareja. Ella- Y casi siempre acaban sirviendo de conflicto. Él- Eres tal como yo te imaginaba. Ella- ¿Cómo me imaginabas? Él- Abierta de ideas. Y muy mujer. Exactamente como eres. Ella- ¿Por qué no me hablaste? Él- No me dio tiempo. Iba a hacerlo cuando te bajaste del autobús. Ella- ¿Por qué no me seguiste? 45

Él- Te seguí. Sé dónde vives. Silencio. Ella- Entonces, quizá mañana... Él- Mañana, sí. Ella- Entonces, hasta mañana. Él- Hasta mañana. Sonido de fin de llamada. Silencio. Ella tiene un momento de emoción. Pero se rehace. Se dedica a sus cosas hasta que vuelve a sonar el teléfono. Puede seguir con sus cosas mientras habla. Ella- Hola. Él 2- Te llamo desde el curro. No tengo mucho tiempo. No sé si te has fijado, esta tarde en el parque, donde los columpios. Uno que te ha pedido fuego. Ella- Claro que me he fijado. Sobre todo en tus manos. Él 2- Lo del fuego era una excusa. Para hablarte. Pero al final he pensado... No me gusta entrarle de sopetón a la gente. Ella- ¿Y mañana? ¿Me hablarás mañana? Él 2- De mañana no pasa, porque al otro me cambian el turno y si no es mañana... Vengo en cercanías y subo atravesando el parque. Me llamó la atención cómo vistes. Te gusta vestir cómoda, se ve que eres gente sencilla. Ella- Gente sencilla, como tú. Él 2- Siempre te veo jugando a la pelota con un crío. Un sobrino, supongo. Se ve que te gustan los niños. A mí también me gustan. Viene el jefe, tengo que cortar. Sonido de fin de llamada. Ella sigue con sus cosas. Suena el teléfono. Ella- Hola. Él 3- … Ella- Hola. Él 3- … Ella cuelga. Vuelve a sus cosas. Suena el teléfono. Ella- Hola. Él 2- Se ha ido, pero en seguida volverá. Me gustan mucho los críos. Nosotros éramos cinco. Tengo que cortar. Sonido de fin de llamada. Ella sigue con sus cosas. Suena el teléfono.

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Ella- Hola. Él 4- Estoy tirado en la hierba, en la hierba del Santiago Bernabeu, en pelotas, en el punto de penalti, en pelotas esperándote… Ella- Espera, espera. Te has equivocado de número. Él 4- ¿Qué? Ella- Prueba con un nueve al final. Él 4- Perdona. Ella- Nada, nada. Sonido de fin de llamada. Ella sigue con sus cosas. Suena el teléfono. Hola. Él 5- Hola. Silencio. Ella no esperaba la voz de un niño. Ella- ¿No puedes dormir? Él 5- Es que tengo que empollar. Silencio. No me gusta el ambiente de la piscina. ¿A ti te gusta? Ella- Para nada. Él 5- Yo veo que tú también te aburres. No lo puedes disimular. Ella- Como una ostra. Él 5- ¿Cuánto tiempo llevas casada? Ella- Una eternidad. Él 5- Tu marido es un gilipollas. Ella- Lo has calado. Él 5- Y tus hijos, perdona que te lo diga, pero han salido a él. Ella- Todo el mundo lo dice. Silencio. Él 5- ¿Has oído ese caso en Estados Unidos, esa maestra que se enamoró de su alumno? Ella- La edad no tiene ninguna importancia. Él 5- En noviembre cumplo catorce. Ella- Aparentas más. Él 5- Pero yo quiero seguir estudiando. Quiero acabar el instituto.

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Ella- Y tienes que hacer una carrera. Yo quiero que hagas una carrera. Él 5- Pero tú, ¿me esperarás? ¿Me esperarás tanto tiempo? Ella- Todo lo que haga falta. Silencio. Él 5- Mañana, me voy a tirar del trampolín para ti, voy a hacer un doble en tu honor. Ella- Y, cuando estés en el aire, prométeme que vas a pensar en mí. Él 5- Te lo juro. Él lanza un beso. Sonido de fin de llamada. Ella sigue con sus cosas hasta que suena el teléfono. Ella- Hola. Él 6- Buenas noches. Ella- Buenas noches. ¿No puedes dormir? Él 6- Me pasa siempre, cada vez que voy a la ópera, me meto tanto que luego me cuesta conciliar el sueño. Extraordinario barítono, ¿verdad? Ella- Qué timbre. Todavía tengo la piel de gallina. Él 6- Te he oído llorar. Cuando él descubre que está muerta. Ella- Es tan emocionante… Él 6- Es mi favorita: “Tosca”. Ella- No hay otra como “Tosca”. Él 6- Pero ha habido un momento, al arrancar el segundo acto, en que te has movido en la butaca como incómoda. Ella- La escenografía. Él 6- A veces es una suerte no ver. No sé si me gustaría tanto la ópera, si la viese. Silencio. ¿No te has dado cuenta? De mi defecto. Ella- ¿Quién no tiene defectos? Él 6- Me manejo bien. Tengo un buen trabajo. Hago deporte. ¡Hasta bailo! Ella- Yo hace mucho que no bailo. Me encantaba. Silencio. Él 6- En septiembre ponen “Madame Butterfly”. Ella- No es tan intensa como “Tosca”, pero… 48

Él 6- Yo estaré allí. Sexta fila, asiento cinco. Ella- Yo también estaré allí. Sonido de fin de llamada. Pausa. Ella busca algo; es un disco; lo pone: “Tosca”.

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BRGS

Jorge- Usted puede ayudarme. Luis- ¿Yo? Jorge- Ese libro. ¿Me lo presta?... Sólo por unas horas... Sólo una hora. Luis- No podrá leerlo en una hora. Jorge- En menos de una hora lo tendrá de vuelta en su pupitre. Luis- Menos de una hora... ¿No lo quiere para leerlo? ¿Para qué lo quiere? Jorge- Media hora, será suficiente. Luis- Mire, no puedo ayudarle. Incluso aunque fuese usted capaz de leer este libro en un cuarto de hora. Le aseguro que no es nada personal. Simplemente, no me gusta interrumpir una lectura. De la primera palabra hasta la última, es así como me gusta leer. Pero le prometo que, en cuanto lo haya acabado, antes de devolverlo al bibliotecario, le avisaré a usted, a fin de que nadie se le adelante. Jorge- ¿Se está burlando? Lo he visto leer. Aún está en la primera página, después de veinte años. ¿Cuántos más necesitará sólo para acabar el primer capítulo? Luis- ¿No puede hablar más bajo? Para no molestar a los otros. Jorge- ¿Qué otros? Luis- Los que entren. Jorge- ¿Desde cuándo no ve a nadie por aquí? Aparte de usted y yo, quiero decir. Luis- Me refiero a los que eventualmente pudieran entrar. Igual que usted o yo, a cualquier otro ciudadano de Buenos Aires puede ocurrírsele... Hay miles de libros en la Biblioteca Nacional, ¿por qué se ha encaprichado precisamente de éste? No irá a decirme que ya ha leído todos los demás. Jorge- Sí. Luis- ¿Sí? Jorge- Éste es el último que me falta. El resto, los he leído todos. Luis- Supongo que dice la verdad. Lo he visto leer. Lo confieso: sabía que llegaría este momento. Lo aguardaba con temor.

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Jorge- También yo lo temía. Luis- En cuanto lo he visto dirigiéndose hacia mí, he sabido cuál era su intención. Jorge- Me he dirigido a usted con la mejor voluntad, pensando sinceramente que quizá querría ayudarme. Luis- ¿Ha comprobado que no hay otro ejemplar? Jorge- Usted sabe que no hay otro ejemplar. ¿Cómo podría haberlo, de un libro así? Luis- En ese caso, creo que ha llegado el momento de consultar al bibliotecario. Jorge- ¿Para qué? A ese hombre le es indiferente nuestra suerte. Jamás nos dirige una mirada. Luis- Tiene usted razón. Le importamos tan poco que a veces tengo la impresión de que no está, de que nos ha dejado solos. Jorge- A pesar de todo, deberíamos agotar esa vía. Deberíamos intentar consultarle. Luis- ¿Acerca de si un lector puede requerir un libro a otro directamente? Jorge- Acerca de si un lector puede retener un libro hasta su muerte. Luis- Hay un reglamento. Usted debería conocerlo. Jorge- ¿Lo conoce usted? Luis- Lo conocería si supiese dónde está. Jorge- No recuerdo haberlo visto en ningún sitio. Luis- El bibliotecario debe de saber dónde se encuentra. Jorge- Por cierto, ¿dónde está? Luis- ¿El reglamento? Jorge- El bibliotecario. Hace tiempo que no lo veo. Desde que me hizo la última entrega, no he vuelto a verlo. Luis- Es cierto, ¿dónde se habrá metido? Jorge- Parece que vamos a tener que solucionar esto solos. Luis- Si es así, hablemos con franqueza: usted está perdiendo el tiempo en este lugar. Ahí fuera hay sol o lluvia, el tipo de cosas que interesan a la gente como usted. Jorge- ¿Sol? ¿Lluvia?

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Luis- Se lo diré claramente: usted no se merece este libro. Usted no es hombre para este libro. Para usted todos los libros son iguales. Igual lee el Corán que un recetario de cocina. Igual se traga un Chesterton que una novelucha de quiosco. Igual un Adolfo Bioy que un Ernesto Sabato. Usted lee con el estómago. Jorge- Todos los libros que he leído son para mí el prólogo de éste. Luis- No consentiré que ponga sus sucias manos sobre él. Jorge- Entonces, no es posible un acuerdo. Luis- Mejor no perder más tiempo. Jorge- ¿No podríamos solucionar esto de otra manera? Luis- No perdamos más tiempo. Comienzan a golpearse.

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La mano izquierda

Chico- Un niño viene hacia nosotros frotándose un ojo. Al fondo pasa un tren. Pausa. Viene por un camino recto que divide en dos un terreno removido. Ciego- ¿Removido? Chico- Es como si hubiesen removido la tierra con un hazadón, para sembrar. Ciego- ¿Quiénes? Chico- No hay nadie más. Pero es un terreno de cultivo, es lo que quiero decir. Ciego- ¿Por qué se frota el ojo? ¿Está llorando? Chico- Creo que sí. Se frota con la mano derecha. La izquierda no se ve. Ciego- ¿No se ve? ¿Puede ser manco? Chico- Creo que no. Ciego- Y al fondo está pasando un tren. Chico- No estoy seguro. Puede que esté parado. No estoy seguro. Ciego- Dijiste que estaba en marcha. Chico- Se me ocurrió que era lo normal. Ciego- ¿Se te ocurrió? Chico- Pensé que era lo normal, que estuviese en marcha. Pausa. Lo siento. Ciego- Será mejor que volvamos a empezar. Pausa. Chico- Un niño se frota un ojo. Viene por un camino que divide en dos un campo dispuesto para la siembra. Al fondo hay un tren, parado o en marcha, de al menos seis vagones. El niño es rubio, del Este de Europa quizá. Le echo unos siete años. Va vestido con ropa estilo americano de los noventa: camiseta, pantalón vaquero y cazadora. No se ve la mano izquierda. Pausa.

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Ciego- ¿Eso es todo? Chico- Es todo. Pausa. Ciego- ¿Está mirando al tren? Chico- Está de espaldas al tren. Nos mira a nosotros. Se frota un ojo y con el otro nos mira. Ciego- Está mirando a la cámara. Chico- El tren está a su espalda, al final del camino. El camino es perpendicular al tren. Ciego- Está mirando al fotógrafo. Sabe que le están fotografiando. Pausa. El camino y el tren componen una T. Ese tipo de cosas llaman la atención a los fotógrafos: diagonales, círculos, rombos... La foto está partida en dos por el camino y el niño está en el centro, al pie de la foto. El tren limita el horizonte. Parece un fotograma de una película. Podría ser el cartel de una película. Pausa. Chico- ¿El fotógrafo puso allí al niño? Ciego- No sé. Chico- ¿Lo escogió en un catálogo, entre otros niños? “Tú, el rubito, ponte ahí, mira a la cámara, frótate un ojo, piensa algo triste”. ¿Fue así? Ciego- No sé. Pausa. El niño debe de saber que el tren está allí, aunque no lo esté mirando. Pausa. ¿El niño viene de allí? Chico- Puede ser. Ciego- Supongamos que viene de allí, de la estación. En ese caso... Chico- No es una estación. Sólo he dicho que me parece que el tren está parado, pero desde luego no es una estación. No estoy seguro de que esté parado. Tampoco sé si el niño viene hacia nosotros o si está parado. Pausa. Ciego- No hay gente en el tren. Chico- ¿Qué? 54

Ciego- Dijiste que no había más gente en la foto. No hay nadie en el tren. Chico- No se ve a nadie. Pausa. Ciego- El niño trabajaba en el campo cuando vio al tren detenerse. Hace años, este niño ayudó a su padre a abrir la tierra, pero no tuvieron tiempo de sembrarla. El padre se fue en un tren como éste, puede que en este mismo tren. Desde entonces, este tren o trenes parecidos han pasado cada día sin detenerse. El niño ha mantenido la tierra abierta. Al ver que esta vez el tren se detenía, ha salido corriendo, ha subido al tren. Pero todos los vagones están vacíos. No hay nadie en el tren. Se oxidará en la vía. El niño crecerá viendo cómo el tren se oxida. La tierra fue abierta para nada. El niño se hará hombre, el tren se oxidará y la tierra quedará abierta para nada. Pausa. ¿Podemos irnos ya? Chico- ¿No hay nadie en el tren? Ciego- Estoy cansado. Chico- ¿No hay conductor? Pausa. Ciego- Tienes razón: un conductor llevó el tren hasta allí. Chico- ¿El conductor abandonó el tren? ¿Por que precisamente en este lugar? ¿Una avería? Pausa. Ciego- Tiene que haber una razón más importante que una avería. Pausa. El tren se detuvo y el niño corrió hacia él al ver que un hombre iba a bajar. Desde lejos, parecía ser el hombre que se había ido. Pero, visto de cerca, era un hombre distinto. No era el hombre que el niño esperaba. Este hombre venía de perder una guerra y, al ver al niño, volvió al interior del tren, avergonzado. Pausa. Llévame a casa. Chico- Aquí estás bien. Ciego- Estoy muy cansado. Chico- ¿Por qué oculta la mano izquierda?

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Ciego- !¿Puede alguien ayudarme?! !¿Puede alguien ayudarme a volver a casa?! Chico- No te canses. Nadie te está escuchando. Ciego- Quiero irme de aquí. Quiero volver a casa. Silencio. ¿Estás ahí todavía? ¿Dónde estás? Silencio. ¿Estás ahí? Silencio. Chico- Estoy aquí. Vamos, un esfuerzo más. Pausa. Ciego- El niño no sabe dónde está. Es un mensajero. Viajaba en el tren y se quedó dormido. Al despertar, ha descubierto que está solo en el tren. Por la ventana ha visto un campo abierto para la siembra. Entonces, ha tirado del freno de emergencia. Tiene miedo porque es la primera vez que lleva un mensaje. Y porque no sabe dónde está. Pausa. Chico- Apoya tu mano en mi hombro. Nos vamos a casa. Ciego- Yo me quedo aquí. Chico- ¿"Aquí"? ¿Qué es "aquí"? Ni siquiera sabes dónde estás. Silencio. ¿Quieres que te lleve a algún sitio? Ciego- Estoy bien aquí. Vete. Pausa. Chico- ¿Por qué esconde la mano izquierda? ¿Lleva ahí el mensaje? Ciego- Él es el mensaje.

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Una carta de Sarajevo

El Ciego entrega al Joven la carta. El Joven la abre y la traduce en voz alta. Lo hace con la inseguridad que suele entrañar una traducción. Joven- “Sarajevo, 6 de abril de 1995. Estimado colega: Como ve, no he olvidado la petición que me hizo usted años atrás. Es posible que, al no recibir respuesta hasta hoy, haya usted pensado que yo me había desentendido de su ilusión y de su desengaño...”. No, más bien “de su desesperación y de su esperanza”. Eso es: “Posiblemente, al no recibir respuesta hasta hoy, haya usted pensado que yo me desentendía de su desesperación y de su esperanza. Nada más incierto. Cada día he recordado su carta, y lo que usted me demandaba... lo que usted me rogaba en ella. Ni por un instante he olvidado las palabras con que me informó sobre su afecto hacia el señor Sukic. Usted me hizo saber que, aparte de su esposa, el señor Sukic había sido la persona más importante en su vida. Llegó usted a confesarme que, desde la muerte de su esposa...”. Silencio. El Ciego se remueve, incomodado por ese silencio. Por primera vez, sus movimientos revelan que es ciego. Ciego- ¿Por qué no sigues? Joven- Esto es penoso para mí. Preferiría no hacerlo. Ciego- No conozco a ningún otro que entienda esa lengua. Y aunque otro supiera leérmela, ¿podría confiarle el contenido de esa carta? Silencio. Joven- “Llegó usted a asegurarme que, desde la muerte de su esposa, la felicidad del señor Sukic era lo único que todavía le importaba. En su carta, usted decía no saber nada de él desde el 3 de julio de 1992, fecha en la que el señor Sukic le había telefoneado desde Sarajevo. No conociendo a nadie en esta ciudad, usted dirigió una carta desesperada. Su carta no llevaba dirección. Sólo decía: “Al bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Sarajevo”. El cartero hizo bien su trabajo y puso aquella carta en mis manos”. Silencio. Pensé que nunca llegaría a su destino. Por eso acepté traducirla. Hice mal. No debí intervenir. No era asunto mío.

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Ciego- ¿No era asunto tuyo? Era tu única oportunidad. Por eso me ayudaste. Por eso me estás ayudando ahora. Continúa. Joven- No voy a leer ni una palabra más. Darko y tú, los dos, por mí os podéis ir al diablo. Devuelve la carta al Ciego. Pausa. Ciego- ¿Quieres que la rompa? ¿La rompo y nos olvidamos de Darko para siempre? Amenaza romper la carta. Pausa. El Joven la toma y vuelve a traducir. Joven- “Usted apelaba a mis buenos sentimientos para que buscase a su amigo. Me imploraba cualquier noticia sobre él. El nombre de su calle, el nombre de un lugar al que usted pudiese dirigir sus pensamientos. Una prueba de que el señor Sukic aún vivía. Jamás olvidaré la última frase de su carta: “Necesito pensar que aún vive alguien a quien yo pueda querer””. Ciego- “Necesito pensar que aún vive alguien a quien yo pueda querer”. Te he juzgado mal. Al no llegar respuesta, te culpaba a ti. Pensaba que no habías transmitido bien mi mensaje. “Necesito pensar que aún vive alguien a quien yo pueda querer”. Joven- “Lo cierto es que, en contra de lo que usted previó, el señor Sukic ha tardado años en entrar en mi biblioteca. Confieso que, durante este tiempo, mil veces me sentí tentado de abandonar la vigilancia. Sólo aquella carta en que usted describió su afecto hacia el señor Sukic, sólo aquellas líneas conmovedoras, me han mantenido alerta. Durante estos años he descuidado mi trabajo, como si encontrar a su amigo se hubiese convertido en el gran objetivo de mi vida. La espera me ha robado el sueño. Pero esta noche voy a descansar. Tres años después de haber recibido aquella carta a la que por fin doy respuesta. Le escribo, créame, intentando medir el efecto de mis palabras. Pero sabiendo que mis palabras no pueden llevarle sino dolor”. Silencio. Ciego- Por favor, continúa. Silencio. Joven- “Esta mañana, por fin, alguien ha pedido el manuscrito que usted me señaló: los poemas del Abad de Dubrovnik a su amante, el monje Vlado”. Ciego- ¿Los poemas del Abad de Dubrovnik? No recuerdo haber mencionado ningún libro concreto. Joven- “Tal y como había ensayado durante años, yo le he hecho entrar en mi despacho con la excusa de mostrarle un carta autógrafa del monje. Tan

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pronto como he podido, le he mencionado su nombre, apreciado colega. La reacción del señor Sukic ha sido muy violenta. Le ahorraré detalles que sólo añadirían pesadumbre a la pesadumbre. Estimado colega, el señor Sukic no quiere que entre usted y él haya otra relación que el olvido. Tras arrojar a mis pies los poemas del abad, me ha jurado que nunca volvería a la biblioteca y me ha rogado que no le siguiese. Crea que desearía tener otro mensaje para usted. Pero éste es el único mensaje que tengo. Por lo demás, espero que la enfermedad que amenazaba a sus ojos no se haya agravado durante estos años. Afectuosamente”. Y firma. Pausa. El Ciego se levanta para salir. Reclama la carta. Hay una posdata. Ciego- ¿Una posdata? Joven- La letra es aquí más angulosa. Crispada. Se diría que ahora escribe con la mano izquierda. El Joven ya no lee. Finge traducir. “Después de firmarla... después de firmarla he dejado esta carta sobre la mesa de mi despacho, esperando encontrar fuerza... a la espera de encontrar valor para meterla en un sobre y enviársela. Me doy cuenta de que ha caído la noche cuando oigo a los bedeles invitando a la gente a salir de la biblioteca. No se extrañan de que la luz de mi despacho siga abierta, pues muchas noches me han visto quedarme embebido... concentrado... enfrascado en el examen de un documento. Les oigo apagar las lámparas de la sala y echar los cierres. Creo que estoy solo, pero alguien llama a mi puerta. Es el señor Sukic. Le invito a entrar. Habla sin límite, con un tema único: los últimos días de la vida de su esposa. En cierto momento, descubre esta carta sobre mi mesa. Reconoce la dirección en el sobre. Le pido que no se acerque a la carta, pero él la toma, la abre, la lee.” Pausa. El Ciego va a salir. Pide al Joven la carta. Espera. Hay algo más. Una tachadura y una anotación al margen. El Ciego vacila, pero vuelve a pedir la carta. Ha tachado: “El señor Sukic no quiere que entre usted y él haya otra relación que el olvido”. En su lugar, al margen, ha escrito: “El señor Sukic siente que no ha sido justo con usted. Reconoce que sólo la desesperación le llevó a hacerle responsable de la desgracia. Todavía no se siente preparado para volver, pero sabe que algún día lo hará. Mientras tanto, que entre usted y él no se imponga el olvido. Le pide cualquier noticia de su vida. El nombre de un lugar al que dirigir sus pensamientos.

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Necesita pensar que aún vive alguien a quien pueda querer”. Esta última frase está escrita por otra mano. Es su letra. La letra de Darko. Silencio. El Ciego se va sin la carta.

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Encuentro en Salamanca

De noche. El Hombre 1 da la vuelta a un reloj de arena. Pero no es un reloj de verdad, sino de papel. Al rato, vuelve a invertir el reloj. Aún lo hará otra vez antes de que llegue el Hombre 2. Hombre 1- ¿Dónde te habías metido? Te he buscado en cada rincón. ¿Dónde estabas? Hombre 2- No me atrevo a contártelo. Hombre 1- ¿Por qué? Hombre 2- Porque no me creerías. Hombre 1- No te creeré, pero no por falta de voluntad. Me gustaría oír algo convincente. ¿No habíamos previsto venir juntos hasta aquí? ¿No convinimos encontrarnos a medianoche junto al toro de piedra? Hombre 2- Allí estuve desde mucho antes de las doce, viendo pasar el río. Reflejada en el agua, Salamanca parecía flotar en el tiempo. Estaba mirando la ciudad, o más bien su doble, amodorrado por la espera, cuando escuché voces en la sombra. No erais vosotros, sino un ciego y un niño. El ciego dijo: “Llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él”. Cuando el niño arrimó la cabeza al toro, el ciego, a traición, le pegó tal golpe contra la piedra que hasta yo vi las estrellas. Iba a salir en defensa del chico cuando comprendí que aquel golpe encerraba una enseñanza, pues el ciego añadió: “Aprende, necio, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo. Yo oro ni plata te puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré”. Por oír más, fui siguiéndoles un rato. Cuando quise darme cuenta, me había alejado tanto que, por mucho que corrí, ya os habíais ido. Viéndome perdido, me ofreció ayuda un estudiante que presumía de conocer cada piedra de Salamanca. Andaba por el centro de la calle, mirando a lo alto, temeroso de que le cayese teja encima. Afirmaba ser de vidrio de los pies a la cabeza. No me consintió acercarme a él, por miedo a que de un abrazo lo quebrase. Pisábamos la Plaza Mayor cuando salió corriendo al reconocer a unos chavales que dieron en seguirlo. Los chicos, piedra en mano, querían comprobar si de verdad era de cristal. Ahí lo perdí de vista. Me quedé sin guía, pero no cejé de buscaros. No hay calle por la que no haya pasado esta noche. Hasta que me pareció veros entrando en una casa grande con patio, a la sombra de la catedral.

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Hombre 1- No éramos nosotros. Hombre 2- Ya sé que no. Pero yo, pensando que allí estabais, rondé un buen rato, por ver si había modo de saltar al patio. Ese rondar en la noche debió de ser mal entendido, porque una vieja se acercó a preguntarme cuánto llevaba encima. “¿Por qué me pregunta eso, señora”, le dije a la desdentada. Ella contestó: “Todo lo puede el dinero. Las peñas quebranta, los ríos pasa en seco, no hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba”. “¿Quién es usted que me habla así”. “Quien no supiere mi nombre, tenlo por extranjero. No hay virgen en esta ciudad que haya abierto tienda de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. En naciendo la muchacha, la escribo en mi registro, para saber cuántas me salen en la red”. Ésa era su hacienda, de eso comía y bebía la vieja. Señalando hacia el patio, añadió: “No será ésta la primera a quien yo haga caer. Confía en mí, que una mujer puede ganar otra. No sabes bien lo que yo puedo”. Hombre 1- No digas más. Ya está entendido qué te impidió faltar a nuestra cita. Hombre 2- ¿Sólo yo falté? ¿Dónde está nuestro amigo? Hombre 1- Me gustaría saberlo. También yo llegué demasiado pronto. Y también yo, por hacer tiempo, me perdí en la piedra dulce y blanda de Salamanca. Allí tuve un encuentro inesperado. Hombre 2- ¿Un encuentro inesperado? ¿Faldas también? Hombre 1- Faldas, sí. Las de un fraile tan desorientado como yo. Acababa de salir de la cárcel. A prisión le había llevado la mala costumbre de pensar. Había compuesto un poema sobre tan severa experiencia: “Aquí la envidia y la mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre mesa y casa en el campo deleitoso con sólo Dios se compasa, y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso”. Hombre 2- “Ni envidiado ni envidioso”.

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Hombre 1- Así vive, según él, el hombre más feliz. “El fundamento del saber es la humildad”, me explicó. Volver junto a sus estudiantes, nada más quería el fraile. Pero había olvidado el camino a la universidad, y yo me ofrecí a ayudarle a encontrarlo. No le ayudé bien: sólo conseguí que nos perdiésemos los dos. “Tengo prisa”, me recordaba a cada rato, “Mis alumnos llevan demasiado tiempo esperando”. Pero se le veía feliz de volver a pisar las calles de Salamanca. Y, sin embargo, de vez en cuando miraba hacia atrás, como temiendo que lo prendiesen de nuevo, o algo peor. ¿Por qué será que los mejores son casi siempre amados demasiado tarde? Al llegar a un alto desde el que se divisaba campo abierto, me recitó otro poema que acababa de urdir: “!Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! ¡Oh monte, oh campo, oh río, oh secreto seguro, deleitoso! Roto casi el navío a vuestro almo reposo, huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de quien la sangre ensalza o el dinero.” Hombre 2- ¿Habrá un tiempo en que los hombres no sean medidos por su dinero o por su sangre? Hombre 1- Al menos mi fraile llegó a tiempo de dar su clase, la primera después de tanta soledad. Años de cárcel, pero ni un segundo para el resentimiento. El aula estaba llena. Los estudiantes le abrieron paso. El fraile saludó diciendo: “Decíamos ayer...”. Sentado en un banco de madera, escuchando al sabio, me pareció estar entre gentes que, desde distintas épocas, habían llegado a Salamanca para oír aquella lección. Al salir, volví al puente romano y me senté junto al toro. Desde allí vi el sol levantarse. ¿O vi el sol ponerse? No sabría decirlo.

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Hombre 2- Así pues, ¿no sabes nada de nuestro amigo? Hombre 1- Nada. Hombre 2- ¿Qué haremos si no llega? Hombre 1- Paciencia. Tenemos tiempo. Da la vuelta al reloj de papel. Me lo dio el fraile. Hombre 2- Mira qué me vendió a mí la alcahueta. (Le muestra otra figura de papel: una llave.) Me aseguró que abre todas las puertas. Hombre 3- Un reloj, una llave, un barco que navega hacia otro mundo. Muestra un barco de papel. Hombre 2- (Al Hombre 1.) ¿Quién es? ¿Por qué habla con nosotros? Hombre 1- No lo conozco. Hombre 3- No me conocéis todavía. Pero también yo he visto la noche cubrir al toro de piedra, y también yo vengo de perderme en Salamanca. El frío me hizo saltar por la primera ventana abierta que encontré. Me eché a dormir en un escaño y no supe dónde me había metido hasta que un murmullo de voces me despertó. Un marino de acento genovés discutía con unos frailes no sé qué números y dibujos. Me costó comprender que se trataba de un gran viaje. Una expedición hacia las Indias siguiendo la ruta de Occidente. Hombre 2- ¿Alcanzar las Indias viajando hacia Occidente? Parece el sueño de un loco. Hombre 3- Al principio, el marino fue escuchado con incredulidad. Luego, armados de cartas náuticas y de brújulas, los frailes empezaron a hacerle preguntas más y más difíciles, para examinar la sensatez de su proyecto. En esa discusión los he dejado. Hombre 1- Siempre me asombra Salamanca. Te cuelas por una ventana e igual encuentras un matemático que un gramático, igual un arquitecto que un místico. Hombre 4- Una nueva ruta hacia las Indias. Un sueño. Hombre 1- Al fin. Empezaba a temer por ti. Hombre 4- Os estuve esperando junto al toro. Viendo que pasaba el tiempo, decidí buscaros, pero me perdí en la noche. Sabe ser oscura Salamanca. Por suerte, vi luz en una ventana. Al otro lado del cristal, sentado a una mesa, un hombre hacía figuritas de papel: un barco, una llave, un reloj de arena… Su despacho era un universo de papel. Di unos golpes en el cristal. Él se levantó de mal humor, como si le hubiese sacado de un 64

trabajo importante. Le pregunté por vosotros y se ofreció a guiarme hasta aquí. Pero antes, me dijo, tenía que ir a la Universidad. Hacia allí nos encaminamos. “¿Sabes qué es lo me enamora de esta ciudad?”, me dijo, ya en la calle. “Que en Salamanca se oye pensar. Escucha”. Y era verdad, los pensamientos se oían. Hombre 1- Conozco ese sonido. Lo escuché en mi paseo con el fraile. Hombre 4- No era nacido en Salamanca, según quiso contarme, pero sabía la historia de cada una de sus piedras: el convento de las Úrsulas, la casa de las Conchas, el Patio de Escuelas... De todo ello fue hablándome hasta que llegamos al Paraninfo. Estaba lleno de soldados. Hombre 2- ¿Soldados? Yo no he visto ninguno. Hombre 3- Tampoco yo. Hombre 1- Ni yo. Y acabo de estar allí. Hombre 4- Los manda un general al que falta un brazo, con un parche en un ojo. El general gritó: “!Viva la muerte!”. Entonces mi amigo dijo, de modo que todos pudieran oírlo: “Acabo de oír un grito necrófilo e insensato: “Viva la muerte”. Yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas, he de deciros, como experto en la materia, que ésta me parece repelente”. Luego miró al general manco y tuerto para expresarle su temor de que hombres como él se convirtiesen en conductores del pueblo, porque sólo valdrían para extender el número de inválidos de guerra: “Es de esperar que un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, encuentre alivio viendo cómo a su alrededor se multiplican los mutilados”. En ese momento, el militar gritó: “!Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”. Muchos lo siguieron en sus gritos. Pero mi amigo no se arrugó: “Éste es el templo de la inteligencia, y yo su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”. A esas palabras siguió un enorme silencio y un fusil apuntó contra mi amigo. Silencio. Mas, por una vez, lo peor no sucedió. Aquel fusil no disparó, y los soldados, uno a uno, se fueron alejando. El general inválido fue el último en marcharse. No encontramos soldados cuando volvimos a la calle. Amanecía. La gente salía de sus casas hacia el trabajo, los niños iban al colegio, las plazas estaban llenas de músicos y de saltimbanquis. Todos nos saludaban como si nos conociesen. Mi amigo les sonreía. A uno le dio un gallo de papel. A otro, una rana. A otro, un toro. A mí me ha dado esto. 65

Muestra un globo terráqueo de papel. Hombre 2- Trae algo escrito. El Hombre 4 deshace el globo. Los otros descubren que también sus figuras están escritas; las deshacen y las leen en silencio. Hombre 1- Todos hemos llegado a tiempo. Es hora de irse. Y de volver. Hombre 2- Nos encontraremos en el toro de piedra. Hombre 3- Desde allí caminaremos juntos. Hombre 4- A medianoche. Hombre 1- Hasta entonces. Hombre 2- Hasta entonces. Hombre 3- Hasta entonces. Hombre 4- Hasta entonces.

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El buen vecino

Hombre bajo- ¿Puedo sentarme con usted? Hombre alto- Precisamente estaba a punto de pedir la cuenta. Bajo- ¿No me reconoce? No me ha reconocido. Alto- ¿? Bajo- Nos vemos todos los días. Alto- ¿¿?? Bajo- Cada mañana, en la escalera. Yo salgo cuando usted regresa. Alto- Ah, sí. Sí. Bajo- “Bueenoos diíaas”. ¿Reconoce mi voz? Alto- Sí, ahora sí. Bajo- Aunque no suena igual a estas horas, y en domingo, que a las seis de la mañana un día de trabajo. Alto- Perdone que no lo haya reconocido. Bajo- No hay nada que perdonar, es comprensible. Con su permiso, voy a tomar asiento. Es comprensible. Vuelve usted hecho una sombra y otra sombra se le cruza en la escalera. “Bueenoos diíaas”, oye que le dicen, y usted contesta, “Bueenoos diíaas”, pero no es más que eso, el cruce de dos sombras en una escalera. Alto- Es verdad. Bajo- Tiene que ser duro. Trabajar de noche, me refiero. Como tener la vida cabeza abajo, ¿no? Alto- Me va a perdonar, pero tengo un poco de prisa. Bajo- Acabo de pedir esta botella, y dos copas. Me gustaría compartirla con usted. Alto- Lo siento, no bebo. Bajo- Tengo algo que celebrar y había pensado que querría acompañarme. Alto- Me están esperando. Bajo- Sólo una copa, hombre. Alto- Ya le he dicho que no bebo. 67

Bajo- ¿No va a tener ni un ratito para mí? Sólo diez minutos. Tengo algo que celebrar y no quiero hacerlo solo. Alto- Diez minutos, está bien. Si tiene algo que celebrar, no puedo negarme. Bajo- Cosecha del noventa y ocho. No me tome por un conocedor. Sólo es que me he informado para la ocasión. Me he preparado. Alto- Y dice que le ha pasado algo bueno. Algo que merece celebrarse. Qué suerte. Bajo- ¿No es formidable? Dos sombras se cruzan cada mañana en la escalera y, durante meses, no intercambian más que saludos mecánicos. “Bueenoos diíaas”; “Bueenoos diías”. De pronto, esas dos sombras comparten mesa, cara a cara, en una celebración. Alto- ¿Durante meses? ¿Nos conocemos desde hace meses? Bajo- No tengo queja, usted siempre ha sido amable conmigo, su saludo nunca me ha faltado, y no crea que puedo decir lo mismo de todos nuestros vecinos. Pero hasta hoy, no éramos más que dos sombras que se dicen “Buenos días” antes de volver a alejarse. Sin embargo, ahora estamos aquí, cara a cara, celebrando como si nos conociésemos de toda la vida. Alto- Pero todavía no me ha dicho qué estamos celebrando. Bajo- ¿No se lo he dicho? ¿No paro de hablar y todavía no le he dicho...? Alto- Todavía no. Bajo- Me resulta curioso estar aquí, con usted, pero dentro del bar. ¿Sabe a qué me refiero? Cada domingo, después de arreglar la cocina, salgo a dar una vuelta. Siempre lo veo a usted aquí, en esta mesa. Lo veo desde allí, desde la calle, desde el otro lado del cristal. Lo habré visto cien veces sentado en esta mesa. Usted, ¿no había reparado en mí? Alto- No. Bajo- No se lo reprocho. No suelo hacerme notar. Seguro que en la casa nunca habrá oído hablar de mí. No soy de esos vecinos que dan que hablar. Eso sí, tengo a gala ser un buen vecino. Cualquiera que llame a mi puerta sabe que yo siempre... Alto- No me gustaría irme sin saber qué he estado celebrando. Bajo- La ley tres siete cinco cuatro. Alto- ¿? Bajo- ¿No la conoce? Alto- ¿Ha dicho “ley tres cinco siete cuatro”?

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Bajo- Tres siete cinco cuatro. La llaman “Ley de extranjería”. Es así como la llama la gente. Alto- No me había dado cuenta de que usted... Bajo- No lo soy. No soy extranjero. Alto- ¿Entonces? Bajo- Usted sí lo es. Extranjero. Alto- ¿Yo? Bajo- No sé mucho de usted, pero eso sí lo sé, lo fundamental. Alto- Ahora sí me va a disculpar. No quiero que se me haga tarde. Bajo- No se levante, se lo ruego. Se lo ruego, siéntese. Gracias. Escúcheme, no tengo nada contra los extranjeros. Nada, vengan de donde vengan. No sé por qué ha venido usted a este país. ¿Trabajo? ¿Política? ¿Una mujer? Cualquiera de esas razones me parece buena. En cuanto a esa ley, yo no la redacté. Pero, tan pronto como oí hablar de ella, supe que iba a cambiar mi vida. No se me ocurrió de buenas a primeras, fui madurándolo poco a poco, y hasta hoy no me he decidido a poner en práctica mi idea. Pero le repito que no tengo nada contra ustedes. Tampoco es nada personal, simplemente he pensado que debía concentrarme en un solo caso, y el suyo es el que conozco mejor. Alto- No sé si le estoy entendiendo bien, me parece que no, pero tengo que advertirle algo: no soy extranjero. Bajo- ¿No? Alto- Claro que no. ¿Qué le ha hecho pensar que lo soy? ¿Sólo porque trabajo de noche? Mucha gente trabaja de noche. Bajo- ¿No es extranjero? Alto- Desde luego que no. ¿Parezco extranjero? Bajo- No, no parece extranjero. Alto- No tengo nada contra ellos, siempre y cuando no vengan a crear problemas. He conocido gente estupenda de todos los colores. Gente que no viene a darte lecciones sobre cómo vivir en tu propio país. Por desgracia, parece que abundan más los que... Bajo- No siga, es suficiente. ¡Aplausos! Le felicito. Su acento es mejor que el mío, y su modo de usar mi idioma. Y también el cuerpo, su modo de moverse... Qué disciplina. Admiro a la gente con autocontrol. No tema, no ha cometido ningún error, yo no habría sospechado, sólo fue una corazonada. Hice algunas indagaciones, cualquiera puede hacerlas, basta

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tener un poco de tiempo, y yo lo tengo. Mi corazonada se confirmó: no tiene usted papeles. Es un “sin papeles”. Alto- Eso es falso. Bajo- Muéstremelos. Sus papeles. Alto- ¿Que le muestre...? ¿Quién se cree que es? Ya le he aguantado bastante. Bajo- ¿Qué va a hacer? ¿Ponerse a chillar delante de toda esta gente? ¿Llamar a la policía? ¿Por qué no la llama? Relájese, hombre. No le he llamado “hijodeputa”. Sólo he dicho que es un extranjero sin permiso de residencia. Nada grave, salvo que, en aplicación de la ley tres siete cinco cuatro, usted podría ser devuelto inmediatamente a su país de origen. ¿O es la ley tres cuatro siete cinco? Alto- ¿Está borracho? Bajo- Todavía no he bebido una gota. No me gusta beber solo. No vuelva a levantarse sin mi permiso, por favor, no me obligue a hacer lo que no quiero hacer. Estoy intentando ser amable. No es nada personal, ya se lo he dicho. Yo no redacté esa ley, pero ella ha cambiado nuestra relación. Dos sombras se cruzan cada mañana en la escalera hasta que un día... Alto- Es una broma. Bajo- No me sobrevalore, yo no sé bromear. No es una broma. Como se dice vulgarmente... Si yo fuese alguien vulgar, se lo diría así: “Lo tengo por los huevos”. Alto- Está realmente borracho. Bajo- No me enfade, ¿no ve que estoy intentando ser respetuoso con usted? Podría insultarlo. Podría ponerlo de rodillas... Alto- ¿Qué quiere de mí? Suéltelo ya. ¿Dinero? Bajo- ¿Dinero? Alto- ¿Qué es lo que quiere? Bajo- Poca cosa. Alto- ¿Qué? Bajo- No lo sé todavía. En serio, todavía no lo sé. Por ahora, sólo que beba una copa conmigo. Será bastante por hoy. Mañana, quién sabe. Algo se me ocurrirá. Pero esté seguro de que nunca le pediré nada vergonzoso. Y, por supuesto, nada relacionado con el sexo. Usted ha tenido suerte conmigo. No voy a obligarle a trabajar para mí, ni a cometer ninguna fechoría, no voy a ponerle la mano encima. Un día le pediré un rato de conversación; otro, que me acompañe a dar una vuelta. Nada feo, nada humillante. Que me lea un poema, que me cuente un chiste... Nada 70

humillante. A veces le pediré algo incómodo o desagradable, pero no con ánimo de ofenderlo, sino para comprobar su disponibilidad. Eso es, en definitiva, lo que me importa: estar seguro de su disponibilidad. Algunos días dejaré que se olvide de mí, pero siempre reapareceré. Entonces le pediré que recite una oración o que me cante un canto de su tierra, no por molestarle, sino para recordarle la naturaleza de nuestro vínculo. Para humillarlo, nunca. Por otro lado, quizá usted consiga sus papeles algún día. Entretanto, vivamos. Mañana, a la misma hora que de costumbre, nos cruzaremos en la escalera y nos desearemos buenos días. Quiero que esté usted allí, no intente escapar, voy a estar vigilándolo. Y nunca intente nada contra mí, lo tengo todo dispuesto para esa eventualidad, soy un hombre detallista. No le pediré nada humillante, ya lo verá. Empezaremos ahora mismo. Empezaremos por compartir esta botella. Permítame que haga un brindis. Por usted. Por su vida en este viejo país. Pausa. El hombre alto bebe.

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Candidatos

1 Banquete de boda de la hija del Presidente. Sobre cada mesa hay una banderita con un número; los números no parecen seguir ningún orden racional. Entre divertidos e impacientes, los invitados juegan a buscar la mesa que les indica su tarjetón. También los candidatos a suceder al Presidente. El Candidato 1 por fin consigue encontrar la mesa número trece. A la misma llega el Candidato 2 con su tarjetón. Candidato 2- No me digas que... Candidato 1- Así que vamos a... El Candidato 1 y el Candidato 2 toman asiento. La silla del Candidato 2 cojea. Silencio tenso. Candidato 2- Precisamente yo estaba con ganas de tener unas palabras a solas, tú y yo. Candidato 1- ¿? Candidato 2- No sé cómo decirlo. Me da miedo que todo esto de la sucesión llegue a afectarnos. A nuestra amistad. Candidato 1- ¿? Candidato 2- Desde que él nos señaló, desde que él dijo “Tú, tú y tú”, la verdad es que te veo un poco... No sé, me parece que me miras de otro modo. Candidato 1- ¿Cómo puedes decir eso? Me duele que puedas pensar... ¡Fui tu primer amigo en Madrid! Candidato 2- Bueno, habrán sido imaginaciones mías. Silencio. Tensión. ¿De quién habrá sido la ocurrencia? ¿De él o de ella? Candidato 1- Fíjate en las combinaciones: Menganito con Zutanita, Fulanito con Perenganito, siempre con muy mala leche. Es cosa de ella, seguro. Mira al lado de quién han puesto a Federico. (Saluda a Federico.) ¿Y tu mujer?

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Candidato 2- Le ha tocado la mesa dieciocho, mírala, junto a ese guapetón de la tele, ¿cómo se llama ese tío? Candidato 1- Te veo mala cara. Candidato 2- ¿Sí? Candidato 1- No pegas ojo, ¿verdad? Te quita el sueño la incertidumbre. Candidato 2- Qué va. Candidato 1- A mí también. Candidato 2- A mí ya no. Ya no me importa, lo único que quiero es que se acabe. Dicen que hoy va a señalar al elegido, y te juro que me trae sin cuidado si soy o no soy. Que te señala a ti, pues te felicito. Que señala al Sonrisas, pues no le felicito, pero me aguanto. Me da igual, con tal de que se acabe. Candidato 1- Por cierto, ¿y el Sonrisas? Con la última encuesta, estaba que no cabía en la iglesia. ¿Dónde lo habrán sentado? Se calla por un gesto que le hace el Candidato 2. Es que se aproxima el sombrío Candidato 3 con su tarjetón. Toma asiento. Candidato 3- Preciosa ceremonia. Candidato 2- Preciosa. Candidato 1- Preciosa. Candidato 3- Inteligente homilía. Candidato 2- Inteligente. Candidato 1- Inteligente. Candidato 3- Los panes y los peces. Tuvo que ser espectacular. Candidato 2- Espectacular. Candidato 1- Metafórico. Candidato 2- ¿Metafórico? Candidato 1- Es una forma de decir que a la gente se le pasó el hambre al escuchar la palabra del líder. Eso es el milagro: la palabra del líder. Él empezó a hablarles y a la gente se le pasaron las ganas de comer. Candidato 2- A mí me ocurre. Cuando él habla, se me pasa el hambre. Candidato 3- Brindemos por ella. Por la palabra del líder. Los candidatos chocan sus copas. Ese pulso. Estás nervioso. Candidato 2- No estoy nervioso. Es que la silla cojea. 73

Candidato 1- ¿Te han puesto una silla coja? ¿Y tú qué interpretación le das?

2 Silencio. Más silencio. Candidato 3- Qué buena idea, ¿no? Lo encuentro genial. Sentarnos a los tres juntos. De una forma muy sutil, se envía una señal a la militancia. Candidato 2- ¿Una señal? Candidato 3- De unidad. Para acallar las especulaciones. Candidato 2- ¿Qué especulaciones? Candidato 1- Hay quien dice que hay problemas entre nosotros. Candidato 2- ¿Dicen eso? ¿Quién lo dice? Candidato 1- Gente con ganas de encizañar. Envidiosos. Como hemos sido designados por él los candidatos a sucederlo, algunos se creen que nos hacemos la vida imposible. Candidato 2- Qué tontería más grande. Candidato 3- Él es el primero que está harto de tantos dimes y diretes. En cualquier momento va a poner punto y final a esta situación. Candidato 2- Eso dicen. Que lo mismo hoy... Candidato 3- No me extrañaría. Que hoy, aprovechando la solemnidad del momento, tome la palabra para anunciarnos que no se retira. Que sigue cuatro años más. Silencio. Candidato 1- ¿Tú es que sabes algo? Candidato 3- ¿No habéis oído el rumor? Lo del negrito. Candidato 2- ¿Qué? Candidato 3- Que van a adoptar un niño negro. Candidato 1- ¿Quiénes? Candidato 3- Me lo ha dicho mi chófer, que habla mucho con el suyo. Van a adoptar a un negro. Silencio.

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Candidato 2- ¿Y tú qué interpretación le das? Candidato 3- No parece el gesto de un gobernante que prepare su retirada. Es un gesto político. Candidato 2- Un gesto electoral. Candidato 3- Yo no he dicho eso. Silencio. Candidato 2- Yo también. Candidato 1- ¿Qué? Candidato 2- Yo también voy a adoptar un niño negro. Candidato 1- Tú un negro. Tú vas a adoptar un negro. Candidato 2- Mi mujer y yo lo hemos hablado y estamos de acuerdo. Candidato 1- Ha sido idea de tu mujer. Candidato 2- ¿Qué pasa con mi mujer? ¿Pasa algo con mi mujer? Candidato 3- Calma, chicos, calma. La gente os está mirando. Os miran como si os fueseis a pegar. Y tampoco es eso, ¿no? Silencio. A él estas cosas le disgustan. Vernos reñir, enredados en peleas que sólo benefician al enemigo, eso le entristece. Y más en un día como hoy. En lugar de tirarnos los trastos a la cabeza, deberíamos enviar un mensaje de armonía. No podríamos hacerle mejor regalo de bodas. Candidato 2- ¿Un mensaje de armonía? Candidato 3- Sería bonito, ¿no?, aprovechar la ocasión para hacer algo juntos. Los tres, como un solo hombre. Candidato 2- Sí, pero ¿qué? Candidato 1- Podríamos cantarle algo a la novia. Candidato 2- Sí, pero ¿qué? Candidato 1- Yo me sé una muy bonita.

3 Los Candidatos cantan a la Novia. Candidatos-

Ámame como te amo yo.

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Quiéreme como te quiero yo. Mírame y no me dejes de mirar, que el amor es como un sueño y no termina jamás.

4 Los candidatos han vuelto a la mesa número trece. Parecen deprimidos. Candidato 2- No le ha gustado. Ha puesto mala cara. Ha sido una mala idea. Candidato 3- Tendríamos que haber ensayado. Para evitar que alguno desentonase. Candidato 2- ¿Yo he desentonado? Candidato 1- La verdad es que sí, has desentonado. Será por los nervios. Candidato 2- ¿Qué nervios ni qué nervios? Nervios ¿de qué? Candidato 3- La última encuesta te da por los suelos. Si quieres remontar, necesitas un buen golpe de efecto. No sé si adoptar un negro va a ser suficiente. Como no adoptes trillizos... Candidato 2- ¿Qué encuestas ni qué encuestas? Ya sabemos cómo se hacen las encuestas. Candidato 3- Seguro que ésta no está bien hecha. A mí me da una ventaja tremenda en las preferencias de los militantes. Os saco un porrón de puntos, una bestialidad. Seguro que está mal hecha, no os preocupéis. Candidato 1- ¿Quién se preocupa? Sabes que eso, las preferencias de los militantes, no tiene la menor importancia. Lo único que importa es qué prefiera él. Candidato 3- Pero él lee las encuestas. Ya lo creo que las lee. El viernes, a la salida del Consejo, me dice: “Fíjate, los militantes no lo encuentran carismático, con lo que se esfuerza, el pobrecillo”. Lo decía por ti. Candidato 1- Antes de que mandase, ¿quién lo encontraba carismático a él? Todos opinábamos que era el tipo más aburrido del mundo. También tú. Y tú, tú decías de él que... Candidato 2- Cómo se pone éste, porque le dicen que no es carismático. Te dicen que no eres carismático y como si te hubieran mentado a la madre. Pues no, no eres carismático. Te aguantas, no eres carismático.

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Pausa. El Candidato 1 deja caer el vino de su copa sobre el Candidato 2. Candidato 1- Perdón. El Candidato 2 vacía su copa sobre el Candidato 1. Luego se van echando encima otras cosas: canapés, croquetas, langostinos, mignardises... Y, por último, la tarta nupcial.

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Inocencia

1 Banquete de boda de la hija del Presidente. Sobre cada mesa hay una banderita con un número. Volpone localiza la mesa número seis. En ella come Bermúdez. Volpone le tiende la mano. Volpone- Volpone. Benedetto Volpone. Bermúdez- Bermúdez. Daniel Bermúdez. Da la mano a Volpone, que toma asiento. Volpone- Una boda bellísima. La novia es preciosa. La imagen misma de la inocencia. Y el novio es encantador. Bermúdez- Extraordinaria homilía. Volpone- Extraordinaria. Los curas españoles no se andan con medias tintas. Al pan, pan, y al vino, vino. Bermúdez- Sin familia no hay sociedad. La familia es el secreto. Volpone- Al pan, pan, y al vino, vino. (Saca de no sé dónde un catálogo. Lo hojea ante Bermúdez.) Si algo le interesa, no dude en preguntarme. Tecnología punta. Familia es un hombre, una mujer y unos hijos que saben a quién llamar papá y a quién llamar mamá. Tenemos de todo, desde minas antipersonales hasta misiles tomahawk. Y todo a muy buen precio. Qué bien lo ha expresado usted, amigo Bermúdez: “La familia es el secreto”. Bermúdez- Un catálogo completísimo, sí señor. Volpone- Pregunte, Bermúdez, pregunte. Bermúdez- La verdad es que no andamos muy sobrados de efectivo en estos momentos. Volpone- Eche un vistazo a los scuds. Scuds de la guerra del Golfo a precio de saldo. Bermúdez- Lo que necesitamos más bien es un golpe de efecto. Algo baratito, pero que impresione a la opinión pública. Los españoles no se toman en serio a su propio ejército. Volpone- Tampoco en Italia, desde el Duce. 78

Bermúdez- En España hay mucho pacifista de boquilla. Mucho bla-bla-bla y luego que el tío Sam nos saque las castañas del fuego. Los presupuestos de Defensa son de echarse a llorar. Dentro de un mes celebramos el Desfile de la Fiesta Nacional y tendremos que exhibir la misma chatarra de todos los años. Así es difícil que el mundo le respete a uno. Silencio. Volpone medita. Volpone- Tengo lo que ustedes necesitan. Toma el catálogo y pasa páginas hasta encontrar la que busca. La pone ante Bermúdez. Leopard 2E. Fabricado por la empresa alemana Krauss Maffei. Tan ágil como el Leopard A4, y eso que pesa siete toneladas más. Cañón de cincuenta y cinco milímetros. En la foto no se aprecia, pero el blindaje es cerámico. ¿No es una monada? Bermúdez- Bonito es bonito. ¿Y a cómo sale? Volpone- Muy asequible. Acabo de cerrar un acuerdo con Turquía sobre la base de ciento setenta unidades. Con repuestos, munición y cursillo de manejo, sale por... Hace cálculos en una servilleta y se la pasa a Bermúdez. A éste la cifra le hace resoplar. Precio por unidad. Sale mucho más barato a partir de una docena. Hombre, Bermúdez, no me diga que España no puede permitírselo. Pero si hasta los turcos, que son unos muertos de hambre... Bermúdez- Lo siento, Volpone, qué más quisiera yo. ¿Se cree que a mí no me duele? ¿Se cree que no me avergüenza que seamos el hazmerreír del Mediterráneo? Qué más quisiera yo, Volpone, pero lo que no puede ser no puede ser. Silencio. Volpone se levanta. Pero vuelve a sentarse. Volpone- Me sabe mal que se queden con las ganas. Por un francés no lo haría, ni por un inglés, pero por un español... Estoy pensando en ese desfile, el Día Nacional, con lo que disfrutan los críos... ¿Ha dicho dentro de un mes? Bermúdez- El doce de octubre. Volpone- Escuche mi propuesta, Bermúdez. Tengo uno de éstos en Milano, en una feria de armamento que se clausura el día siete. No tengo que devolverlo a Frankfurt hasta el veinticinco. En cuanto se acabe la feria, les mando el Leopard a España vía marítima. Se lo presto por quince días. No tiene aire acondicionado, y no dispara, pero para un desfile... Ustedes lo pasean por Madrid y luego nos lo devuelven. Quince días.

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Podemos hacerlo por... (Hace sus cuentas en la servilleta.) Podemos cerrarlo en ciento doce mil euros. Bermúdez- ¿Ciento doce mil euros, por sólo quince días? Volpone- Piense en los niños, Bermúdez. Quince días de ilusión por sólo ciento doce mil euros. Y luego, que quieren quedárselo, pues pagan el resto. Que no lo quieren, me lo devuelven y que les quiten lo bailao. Bermúdez- Perdone, Volpone, ¿qué me decía? Me he distraído, viendo la sonrisa de la novia. ¿No es un ángel? Volpone- La imagen misma de la inocencia.

2 Volpone encuentra la mesa número doce. En ella negocian Brown y Nekrasov. Volpone- ¿Farmacia? Brown- (Con acento inglés.) Farmacia es la quince. Esta mesa es combustibles. Volpone- ¿Combustibles? También dispongo. Brown- Tome asiento, por favor, en seguida estoy con usted. Volpone se sienta mientras Brown y Nekrasov continúan negociando. Cuchichean de modo ininteligible hasta que Nekrasov da un puñetazo en la mesa y se aleja maldiciendo en ruso. Brown tiende su mano a Volpone, que la estrecha. John T. Brown, para servirle, mister... Volpone- Volpone, Benedetto Volpone. Mi especialidad es la industria farmacéutica, pero hoy en día, ya se sabe, la globalización, todo está mezclado con todo. Sales por trigo y vuelves con un portaaviones. Brown- ¿Viene con la delegación italiana o va por libre? Volpone- Free lance. Brown- Y bien, mister Volpone, ¿en qué podemos ayudarle? Volpone saca de no sé dónde una botellita y se la ofrece a Brown. Éste cata el líquido.

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Es bueno, muy bueno. Como que viene de donde viene. Porque no hay duda acerca de su procedencia. Lo siento, Volpone: sin permiso de los americanos, no hay nada que hacer. Volpone- ¿Quiénes son los americanos? Nosotros somos los americanos. (Canta a lo Renato Carosone.) Tuo vu´fa l´americano/ mericano/ mericano…”. Brown- Precisamente, Volpone, la opinión pública no entendería... La opinión pública norteamericana, quiero decir. Volpone- Es la base de nuestra democracia: la opinión pública norteamericana. El transporte se hace en barriles kuwaitíes en un barco de bandera... ¿Panameña? ¿Griega? Lo que convenga. Y, por supuesto, la opinión pública norteamericana es tenida en cuenta al establecer el precio. Si yo digo... cincuenta mil toneladas, ¿cuánto dice usted? Brown- Cincuenta mil toneladas... Brown echa otro trago a la botellita, reflexiona y anota una cifra en una servilleta. Se la pasa a Volpone, que la estudia. Volpone tacha la cifra, escribe otra y devuelve la servilleta a Brown. Y así sucesivamente, hasta cerrar el trato. Lo que más me gusta de España es que no se ha perdido el sentido de comunidad. Bodas como ésta ya sólo se ven en España. Volpone- Se casa la hija del jefe del Estado... digo del presidente del gobierno... se casa la hija del presidente y todo el país se vuelca. Brown- Gentes de todos los gremios, de todas las lenguas, de todas las regiones... Es mucho más que una boda. Es una fiesta de la democracia. Me perdona ese pico y trato hecho. Volpone- Hecho. Con un apretón de manos, sellan el pacto. Brown- Por cierto, el novio, ¿lo conoce?, es muy simpático. Volpone- La imagen misma de la inocencia. ¿Alguna cosita más? ¿Biopac? ¿Tranzom? ¿Arpadrina? ¿Informática? ¿Futbolistas? Tengo argentinos a precios de risa.

3 Volpone otea buscando alguna mesa por la que todavía no haya pasado. El Primo le habla desde la noventa y ocho. 81

Primo- ¿Café? Volpone se sienta junto al Primo. Volpone- Precisamente tengo un cargamento en puerto, esperando orden de destino. Dos mil toneladas del mejor cafetal de Colombia. En tres días se lo pongo donde usted me indique. Primo- No, si digo si le apetece un café. Es que como lo veía ahí de pie, indeciso, he pensado: “Éste está tan perdido como yo”. Y se me ha ocurrido si le apetecería tomar un café. Porque en las bodas a veces te encuentras que no conoces a nadie. No sólo en ésta, en las bodas en general, cuando entablas una relación ya estás en los postres. También es cierto que yo no tengo conversación. A mí, sacándome del fútbol... Volpone- ¡Futbolistas! (Le enseña un catálogo.) Nigerianos, brasileros, argentinos... Mire qué tres pibes, catorce años, juegan en el infantil de Boca Juniors, la pegan mejor que Maradona a su edad. Si me compra los tres se los dejo a buen precio. Primo- Lo siento, pero es que yo... Yo no... Volpone- ¿Usted no compra ni vende? Primo- Nada de nada. Volpone- ¿Y entonces? ¿Qué hace aquí? Primo- Pues ya ve, yo es que soy primo del novio. Pero de la rama pobre, me han invitado en representación de la rama. Y claro, como soy soltero y no conozco a nadie... Pero no crea que lo estoy pasando mal. Se entretiene uno viendo a los famosos. Y mirando a las tías. Hay cada tía... Fíjese en esa morenaza del brazo de ese carcamal. Es algo que no me explico. ¿Cómo esos vejestorios se echan unas novias tan buenas, y yo en cambio...? Volpone- Lleva usted razón, a las mujeres no hay quien las entienda. Yo pienso que las chicas buscan en esos caballeros al hombre de experiencia, al consejero, al padre. No deje que las mujeres le amarguen la fiesta. Ya que está aquí, aproveche. Yo tengo de todo, y para todas las economías. (Saca varios catálogos.) ¿Alfombras? (Le enseña un catálogo.) De todos los tamaños y colores. ¿Viajes a Roma? (Le enseña un catálogo.) Vuelo de ida y vuelta, tres noches de hotel con desayuno y primera línea en la ceremonia de beatificación, por sólo quinientos euros. Y le regalo el kit del peregrino: misal, visera y banderita vaticana. Primo- Uff, con lo que me impresiona a mí viajar. Si es en autocar y siempre devuelvo. Volpone muestra el forro de su chaqueta, lleno de relojes.

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Volpone- ¿Rolex? ¿Duward? ¿Longines? (Le muestra el otro forro.) ¿Teléfonos móviles? (De un bolsillo de la chaqueta saca unos compactdisc.) ¿Flamenco? ¿Hip-hop? ¿Raphael? Primo- Yo lo que quiero es echarme novia. Silencio. Volpone muestra otro catálogo al Primo. Volpone- Las tengo para todos los gustos: guineanas, rusas, japonesas... Japonesas casi no me quedan, es que me las quitan de las manos. Pero el Primo no parece convencido. Volpone le muestra una foto de su cartera. Francesca. Quince años. Dulce, limpia, cocinera estupenda... La misma sonrisa de su madre cuando la conocí.

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Justicia

Banquete de boda de la hija del Presidente, en la cocina. Mari y Petra cumplen allí una monótona tarea: Mari pasa un plato sucio a Petra, quien, ayudándose de un cucharón, vuelca los restos de comida en una bolsa de basura. La maniobra se repite un millón de veces. Mari y Petra sólo interrumpen su tarea cada vez que se llena la bolsa. Entonces, Mari la cierra y abre otra bolsa ante Petra, y vuelta a empezar. Los platos – vacíos, semillenos o llenos- van llegando en el orden previsto en el menú, a saber: Jamón y lomo ibérico de bellota, canapés de foie con Oporto, brochetas de jamón de pato con piña, crudités de verduras, tomatitos rellenos, ensalada de langostino en tartaleta, rollitos de salmón, crepes de crema de caviar, crepes de berro con queso, rollitos de primavera, brik de morcilla, montaditos de tortilla española, muslitos de codorniz con salsa de soja, revueltos de hongos en tartaleta, brocheta de sepia, tartaleta de bacalao, ensalada de lubina con langostinos, perdiz estofada al aroma de frambuesa, mignardises y, para finalizar, milhojas de almendras caramelizadas con cremas de mascarpone. Petra- Un día un corderito se presenta ante Dios para quejarse de su suerte: “Señor, todos los seres de la Creación quieren hacer de mí su alimento. ¿Te parece justo?”. Dios le contesta: “¿Que si me parece justo? ¿Qué quieres que te diga, corderito? Soy yo y, nada más mirarte, se me hace la boca agua”. Es un cuento popular indio. También es un cuento popular chino. Y un cuento popular judío, y un cuento popular árabe. Es un cuento popular de todas partes, en todas las partes del mundo se cuenta la historia de Dios y el corderito. ¿Y sabes por qué? Porque en todas partes la gente es igual, la gente es lo mismo en todas partes. Tú dices: “Qué injusticia, tirar comida, con la de hambre que hay en el mundo, qué injusticia tanto jamón a la basura con la de niños que pasan hambre, qué injusticia”. El mundo pasa hambre y tú y yo aquí, tirando a la basura platos medio llenos, raciones sin tocar, mira estas cigalas, mira estos langostinos. A ti este despilfarro te parece injusto. Claro que es injusto. El mundo es injusto. La vida es injusta. Pero así es la vida. La diferencia entre tú y yo, la diferencia entre los de izquierdas y los de derechas es que nosotros, los de derechas, en lugar de quejarnos, decimos: “Así es la vida”. A ti te llama la atención que yo sea de derechas. A veces me sueltas: “Qué cosa más gilipollas, una pobre de derechas”. Tú me tienes 84

por tonta, porque soy pobre y de derechas, pero yo no tengo un pelo de tonta. Tú sí que eres gilipollas. Todos los de izquierdas sois gilipollas. No sabéis lo que es la vida. O sí, lo sabéis, pero miráis para otro lado. Yo soy de derechas porque sé lo que es la vida y no miro para otro lado. Yo sé como es la gente. La gente se come a la gente. La gente es peligrosa. La gente es mala. Aquí y en todas partes. Por eso en todas partes entienden la historia del corderito, hasta los niños la entienden. Es un cuento de derechas y lo entienden en todas partes. Porque, en el fondo, todo el mundo es de derechas, aunque algunos no lo quieran reconocer, porque queda muy bien lamentarse de lo injusto que es el mundo. Pero, en realidad, todos somos de derechas, también tú. ¿Sabes qué es ser de derechas? Ser de derechas es saber que la gente es mala y que el mundo se divide en dos: tus amigos y tus enemigos. Tú dime: ¿quiénes son tus amigos? Si hubiese una guerra, ¿tú quién querrías que ganase, ésos que están ahí dentro tirando comida, o los hambrientos del mundo, que quieren quitarte lo poquito que tú tienes? Yo lo tengo claro: mis amigos son ésos que están ahí dentro tirando comida. El mundo está en guerra y hay que saber distinguir: o amigos o enemigos. Eso es ser de derechas, y yo soy de derechas. Y en el fondo tú también, pero la señora queda mejor yendo de triste por la vida, indignándose por cómo va el mundo, sobre todo en días como hoy, hoy la señora está muy enfadada. “Sólo hoy hemos tirado comida para alimentar un pueblo entero. Mira qué solomillo, mira qué muslos de codorniz”. “Es un crimen”, dices. No es un crimen, idiota, es una demostración de fuerza. Tiran la comida porque mandan, y el día que no la tiren ya puedes empezar a acojonarte. Tú y todos los de izquierdas. Porque el día en que éstos dejen de tirar la comida es que nuestro mundo se va a la puta mierda, con todos nosotros dentro, y con todos vosotros también, los de izquierdas. ¿Tú quién prefieres ser, Dios o el corderito? El cuento del corderito lo entienden en todas partes, y en todas partes se ríen del corderito, que el pobre va a pedir a Dios una pizca de justicia y Dios se descojona. Dios es de derechas. El mundo es de derechas. La vida es de derechas. Yo soy de derechas. Tú eres de izquierdas y mira para qué te sirve. ¿Para estar toda la tarde que si mira estos pasteles, que si mira esta tarta, que la estamos tirando enterita a la basura, con la de hambre que hay? ¿Para estar todo el día amargá, para eso te sirve ser de izquierdas? Si te hicieses de derechas, te ahorrarías más de un disgusto. Todos los de izquierdas sois gilipollas. Y unos amargaos. Eso es lo que sois los de izquierdas, unos gilipollas amargaos. Yo al menos me río de vez en cuando. Y, de vez en cuando, me como una gamba. Coge una gamba, la pela, se la come y sigue vaciando platos con su cucharón.

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Manifiesto comunista

Banquete de boda de la hija del Presidente, en el cuarto de baño de señoras. Una mujer bellísima se arregla ante el espejo. Entra otra mujer muy hermosa, que también empieza a arreglarse ante el espejo. Bella y Hermosa no se miran. Hermosa- ¿Cómo está Titín? Lo he visto un poco apagadito. Bella- La próstata, que le trae a mal traer. Hermosa- Qué cruz, la próstata. A Curri lo mismo. Bueno, qué te voy a contar. Bella- Estuve a punto de llamarlo el martes, que me acordé, pero al final me arrepentí. Como lleva fatal lo de cumplir años... Hermosa- Pues ya debería haberse acostumbrado, ¿no? El sábado me dio un buen susto. De pronto lo veo que no habla, que no habla, que se pone morao. Luego sólo era una descompensación, que la alta la tiene muy alta y la baja muy baja. Bella- Entonces hice bien en no llamarlo. Hermosa- Pero si quieres saludarlo ahora, aunque yo esté delante, salúdalo, por mí no te cortes. Y por él menos. Ya te ha perdonado que lo dejases por Chiti. Y si no te ha perdonado, que se fastidie. Bella- Por cierto, Chiti, ¿con quién sale ahora? Hermosa- ¿Chiti? Con Mónica. Bella- Pensaba que Mónica salía con Pepón. Hermosa- Con Pepón sale Virginia. Pero ésos no llegan a Navidad. Bella- Sí, la verdad es que el pobre está que da pena verlo. Hermosa- Lo digo por Virginia. ¿Has visto cómo miraba a Lolo? De ser yo Patricia, no me fiaba un pelo. Bella- La estaría bien empleado. Quien a hierro mata... Hermosa- Donde las dan, las toman. Silencio. Bella ha acabado de arreglarse. Bella- ¿Qué te parece el novio? Hermosa- Muy majo. Muy sanote. Muy buen chaval. 86

Bella- Y muy mono, ¿no? Muy buen mozo. Hermosa- La verdad es que a esa chica le está saliendo todo de película. Bella- Una boda de cuento de hadas. Hermosa- El día resplandeciente... Bella- ... el monasterio precioso, la homilía... Entra en un váter. Hermosa- Preciosa, la homilía. Qué bonito ese pasaje, ¿no? “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Qué lírico. Desde el váter, Bella lanza una exclamación de asombro. ¿Te pasa algo? Voz de Bella, desde el váter- Una pintada. Un grafiti. Alguien ha escrito algo en la pared, con un lápiz de labios. Hermosa- ¿Alguna obscenidad? ¿Algún chiste de mal gusto? Silencio. ¿No me dices qué pone? Voz de Bella- Estoy leyendo. Hermosa- ¿No puedes leerlo en voz alta? Voz de Bella- Es que no se entiende. Hermosa- ¿La letra? Voz de Bella- Es muy extraño. Muy raro. Escucha: (Leyendo.) “La burguesía nos acusa de querer colectivizar a las mujeres. El burgués, al oírnos proclamar que los instrumentos de producción serán explotados colectivamente, imagina que el régimen colectivo se hará extensivo a la mujer. No”. Silencio. Impaciencia de Hermosa. “No. Los comunistas no tenemos que molestarnos en implantar lo que ya existe. Nuestros burgueses, no bastándoles con disponer de las mujeres y de los hijos de sus proletarios, sienten un grandísimo placer en seducirse unos a otros sus esposas. El matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas. Sólo al abolirse el régimen capitalista, desaparecerá con él el actual sistema de comunidad de la mujer, que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta”. Y entre paréntesis: “Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Sección tres”. Silencio. Suena el ruido de la cadena del váter. Hermosa, que se había quedado paralizada escuchando a Bella, vuelve a su tarea frente al espejo, pero de un modo mecánico, como si no supiese lo que hace. Bella 87

sale del váter muy deprimida. Bella y Hermosa se miran por primera vez. Silencio. Hablan al espejo. Bella- Titín fue comunista de joven. Hermosa- ¿Puta yo? Bella- Pero comunista comunista. Y me ha explicado que el comunismo empezó como una gran ilusión, pero poco a poco fue degenerando. Hermosa- Pues claro que sí, puta, como todos. Bella- Para Titín fue una decepción terrible. Hermosa- ¿O es que hay alguien que no se venda? Bella- Como todos eran funcionarios, nadie tenía iniciativa, y había mucha corrupción. Hermosa- ¿Hay alguien que no se venda? ¿Lo hay? Bella- No había libertad. Hermosa- Pues si no se vende, que pruebe a bajarse el precio. Bella- A los disidentes los metían en un manicomio. Hermosa- ¿Puta yo? Como todos, pero yo, de las caras. Bella- O los mandaban a Siberia. Hermosa- Puta, pero cara. Bella- El comunismo resultó ser una gran mentira. Hermosa- Todos tenemos un precio, pero el mío lo pongo yo. Bella- La mayor estafa de la historia. Hermosa- Y por ese precio, me hago hasta la tonta. Bella- Quedó demostrado cuando el muro se vino abajo. Hermosa- Porque además de guapa soy más puta que nadie. Bella- ¡El muro de Berlín! Hermosa- ¿Puta yo? Porque puedo. Remata poniéndose más rojo en los labios. Te veo luego. Besazos a Titín. Bella- De tu parte. Y tú dale un achuchón a Curri. Hermosa sale. Bella se queda sola ante el espejo. Y Stalin... ¡Stalin mató tanta gente como Hitler o más! Se pone más rojo en los labios.

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Sentido de calle

Banquete de boda de la hija del Presidente, en la cocina. Mari pela gambas; el Chófer chupa las cabezas. Chófer- Es mucha carretera juntos. Muchos kilómetros, mucha curva peligrosa, algún pinchazo. Ya casi no necesitamos hablar para entendernos. El otro día, viniendo de Barcelona, me sentí mal y él lo notó. Sin que yo le dijera nada, él notó que yo me estaba sintiendo mal. Y va y me dice: “Venga, deje que conduzca yo”. De usted, porque él me habla de usted. Paré el coche, intercambiamos posiciones y así llegamos a Madrid, él al volante y yo explicándole cómo resolvía yo el tema Cataluña. Pero al principio no era así. Al principio, conmigo era como con todo el mundo. Frío. Distante. Al principio, ni me miraba. Ahora no toma ninguna decisión sin consultarme. Dicen que no consulta las cosas con nadie, que no escucha a nadie. Ja. Yo sé con quién las consulta. A menudo me dice: “Yo tengo sentido de Estado, pero usted tiene sentido de calle”. Sentido de calle. Fue él quien, por así decirlo, dio un volantazo a nuestra relación. De pronto, me dijo: “Usted, ¿cuál cree que es el problema que más preocupa en la calle?”. Siempre me hace la misma pregunta: “Usted, ¿cuál cree que es el problema que más preocupa en la calle?”. Yo le digo lo que pienso, y a los pocos días oigo en la radio lo que él ha dicho aquí o allá y me doy cuenta de que le influyo. Pero no voy a darme toda la importancia, porque yo sé que en política también cuenta cómo se dicen las cosas, y eso, el estilo, eso tengo que reconocerlo, el estilo es todo suyo. Yo le doy una idea y él la expresa a su modo. Y luego, la pone en práctica, que también eso es difícil, poner la idea en práctica. Como cuando le dije: “La gente no entiende que un tío que lo han cogido robando un coche a los dos días esté en la calle“. Al poco de decirle esto, Reforma del Código Penal. Eso me hace sentirme responsable. No es como hablar en el bar, es hablar sabiendo que lo que digas acaba haciéndose. Hay una sintonía entre él y yo. Cada día compartimos más cosas: un libro, un consejo, una confidencia. Ni su mujer lo conoce como lo conozco yo. Cuando lo noto tristón, sé cómo hacerle sonreír. Y conmigo sonríe como no sonríe con nadie. Bueno, con el americano, con ése también está a gusto. Y eso que al principio a él le pasaba con el americano lo que a mí con él. Al principio, el otro ni lo miraba. Pero ahora, el americano no toma ninguna decisión sin consultarle. Y así es como se va imponiendo mi modo de ver el mundo.

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O sea, yo le digo un concepto a él, él se lo dice al americano y al poco tiempo la cosa está hecha. “Usted, ¿cuál cree que es el problema que más preocupa en la calle?”. Yo reflexiono y le digo: “La calle se está llenando de gentuza. Cualquier día, la chusma se nos va a meter hasta la cocina. El tema se resolvía dando un par de hostias bien dadas, para dejar claro quien manda. Anticiparse. Pegar antes de que te peguen. Yo le llamo hostia preventiva. Es un concepto mío”. Él me escucha muy atento y me dice: “Si por mí fuera... Pero usted sabe que en este país la gente no se aclara. Por un lado, piden la calle bien limpita; por otro, fronteras abiertas, y vivienda y voto para todos. Tocas a un inmigrante ilegal, uno que lo más seguro es que se va a meter en problemas, le tocas un pelo y se arma la de Dios”. Entonces yo reflexiono y le digo: “Adopte un negrito”. Él en seguida capta la idea. En seguida entiende que se trata de enviar un mensaje a la gente. El mensaje es: no vamos a consentir que la gente honrada de este país tenga miedo de salir a la calle, pero tampoco vamos a consentir que nadie nos llame racistas, porque no somos racistas. Todo eso lo deduce él en cuanto yo le digo: “Sin complejos, presidente. Adopte un negrito”. Hay una sintonía entre él y yo. Por eso, cuando oigo que su sustituto debería ser éste o el otro, yo me meo de risa. Porque el sustituto natural soy yo. Y no lo digo con resentimiento, porque yo ya no aspiro a nada, yo ya he cubierto un ciclo, lo que yo tenía que hacer en política ya lo he hecho. Yo no hago política para salir en los libros de historia, ni para que me pongan una calle, ni para que me hagan una estatua. Yo no necesito que la gente me dé las gracias. Lo que yo he hecho por este país es un secreto entre el Presidente y yo.

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El espíritu de Cernuda

1 Banquete de boda de la hija del Presidente. En una mesa marginal, el Poeta, solito y tristón, no participa de la fiesta. Apenas come y sólo bebe agua. En cierto momento, el Presidente se le ha acercado y le ha dicho algo al oído. Entonces, el Poeta ha sacado papel y boli. De vez en cuando escribe unas cuantas palabras.

2 El Poeta sigue escribiendo. El Joven Ministro, algo achispado, se le acerca sin abandonar su gin-tonic. Joven Ministro- Yo a ti te conozco. Yo a ti te conozco. Nos conocemos y no sé de qué. Déjame, déjame, no me lo digas. ¿El gimnasio? No. ¿El ministerio? No, de antes. ¿El máster? ¿La facultad? ¿El colegio? Eso es, el colegio. Los curas. Claro que sí, los curas, ahora caigo. Tú eres... El modo en que agarras el boli... Claro que sí, coño, tú eres... Claro, hostia, claro... ¡El Poeta! Poeta- Es verdad. Así me llamabais en el colegio. Joven Ministro- ¡El Poeta! Pero si te hemos mencionado un millón de veces. Cada vez que nos juntamos, te mencionamos: “¿Qué será del Poeta?”. Nos seguimos juntando cada tanto a cenar, con las mujeres, y siempre te mencionamos. “¿Qué será de éste?”. Porque con unos y con otros vas coincidiendo, pero de ti nadie sabía nada. Tú es como si se te hubiese tragado la tierra. Eras un tío raro, ¿eh? Pero lo que nos reíamos con tus ocurrencias. Y mira que ir a encontrarnos aquí, en la boda de la hija del Presidente. Cuando se lo cuente a los chicos no me van a creer. ¿Te acuerdas de Paquito? Está de embajador en La Haya. ¿Y Nacho? Jefazo de Coca-Cola. Es que éramos un grupo de la hostia. Aquel COU del ochenta y dos, de la hostia. Pepón, director general de HWH; Borja, coronel en la OTAN; yo, ministro antes de cumplir los cuarenta... Un grupo de la hostia. Y nadie nos ha regalado nada, ¿eh? Nos lo hemos 91

currao. ¿Y tú? Cuenta, hombre: ¿Qué fue de ti? ¿Qué has hecho en todos estos años? Silencio. Poeta- Bueno, no sé por dónde empezar... En el ochenta y nueve publiqué un libro de poemas. Joven Ministro- ¿Un libro de poemas? Poeta- “Cuerpo y exilio”. Joven Ministro- Pero me refiero a... Algo habrás hecho. Si no, no estarías aquí. Aquí no está ningún cualquiera. Aquí está lo mejor de cada casa. Aquí sólo hay campeones. Mira aquella mesa: el seleccionador nacional, el Rey y miss España. ¡El Dream Team! Aquí no hay ningún pringao. Aquí sólo están los mejores. Seguro que tú eres el mejor en algo. Vamos, no seas modesto. Poeta- Entre el ochenta y ocho y el noventa y tres trabajé en una tesis doctoral sobre “Experiencia de la pérdida en el teatro de Max Aub”. Pero no llegué a leerla. No me sentía satisfecho. Joven Ministro- “Experiencia de la pérdida...”. Siempre fuiste un tío raro. Te mencionamos a menudo. A las mujeres les hace mucha gracia cuando les hablamos de ti. “El Poeta. ¿Qué habrá sido de él?”. Tenías cada ocurrencia. Cuando el cura aquél, ¿cómo se llamaba?, aquel al que dijiste... Poeta- El Padre Molina. Joven Ministro- Lo recordamos a menudo, las mujeres se mean de risa. El cura nos está describiendo con pelos y señales las penas del infierno y tú levantas la mano y dices: “Padre, si hay que ir al infierno, se va, pero, por favor, no nos acojone”. Se troncha. El Poeta no. Silencio. Poeta- Me echaron por aquello. Me expulsaron del colegio. Joven Ministro- ¿Te echaron? No me acordaba. Oye, pero ¿qué es eso? ¿Qué estás bebiendo? ¿Agua mineral? ¿Estás enfermo? Poeta- Es que estoy trabajando. Joven Ministro- ¿Trabajando? ¿Eres guardaespaldas? No tienes pinta de guardaespaldas. Anda, Poeta, no te chachondees. Poeta- Estoy escribiendo. Joven Ministro- Sí, eso ya lo veo. Pero ¿qué coño escribes? Poeta- Escribo para el Presidente.

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Joven Ministro- ¿Para él? Eres asesor. Le escribes informes. Poeta- No exactamente. Le ayudo a... Le ayudo a dar forma a sus ideas. Joven Ministro- Ah, así que te dedicas a eso. Eres de los que le escriben los discursos. Claro, hombre, se puede decir, no hay de qué avergonzarse. Hay un equipo. El Presidente no puede escribir todos sus discursos. Ningún presidente del mundo lo hace. ¿Te imaginas a George Bush escribiendo? Oye, pero qué honor, ¿no? Dar forma a las ideas del Presidente. Poeta- Bueno, yo estaba replanteándome... enviando mi curriculum aquí y allá, cuando me dije: ¿Y por qué no? Y a los pocos días suena el teléfono y ... Joven Ministro- Un discurso magistral el del domingo. (Imita al Presidente.) “Vamos a barrer las calles de delincuentes. Vamos a barrer”. Magistral. Poeta- Ése no era mío. Yo no intervengo en política. Lo mío es lo que llaman “discursos especiales”. Joven Ministro- ¿Discursos especiales? Poeta- Inauguraciones de museos, centenarios... Arte, cultura, republicanos... Lo del centenario de Cernuda, por ejemplo. ¿Lo leíste? Joven Ministro- ¿Cernuda? ¿El chileno? Ah, no, Cernuda, sí, hombre, sí, claro que lo leí... Uff… Pensé: ¿No nos estaremos pasando? A ver si, de tanto viajar al centro, vamos a perder el norte. Porque a ese Cernuda no había por donde cogerlo, ¿no? Rojo, maricón... De modo que lo habías escrito tú. Yo sabía que no lo había escrito él. Bueno, todos lo sabemos, todos sabemos que él, en poesía, de Bécquer no ha pasado: “... no corta el mar sino vuela / un velero bergantín...”. Así que lo de Cernuda era tuyo. Poeta- Sí. Joven Ministro- Pero tú eso lo escribes como quien hace churros, ¿no? Que te dicen Cernuda, Cernuda. Que te dicen Pemán, Pemán. Tú no te crees eso que escribes. Porque tú eres de los nuestros, ¿no, Poeta? Poeta- Como quien hace churros. Que me dicen Pemán, Pemán. Silencio. Joven Ministro- Y a ti Lorca, ¿qué te parece? Sinceramente, entre tú y yo. Poeta- No es mi estilo. Lo encuentro un poco empalagoso. Joven Ministro- Empalagoso y maricón, porque ése sí que era maricón. Poeta- Sí. Joven Ministro- Oye, y Alberti, ¿qué me dices de Alberti?

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Poeta- Bueno, ése al menos no era maricón. Joven Ministro- Eso es verdad, eso hay que reconocerlo. (Pausa.) Oye, me estoy perdiendo. Me he perdido. Esto es una boda, ¿no? Una fiesta. No nos iréis a dar la murga, ¿eh?, murgas, no. ¿Qué demonios pintas tú aquí? Poeta- Es que también estoy para las improvisaciones. Al Presidente le gusta improvisar. Joven Ministro- Y la gente lo aprecia, la espontaneidad. Poeta- Él me da tres ideas y yo les doy forma. Por eso estoy aquí. Joven Ministro- ¿Tres ideas? Poeta- “Sangre. Tierra. Bandera”. “Bilbao. Unamuno. Marruecos”. Joven Ministro- Si lo he visto. Si he visto que se te ha acercado y te ha dicho algo al oído. Y he pensado: este tío es alguien. Este tío no es un primo del novio. Este tío es alguien. Poeta- “Familia. Amor. Amigos”. Joven Ministro- ¿Qué? Poeta- Me ha dicho: “Familia. Amor. Amigos”. Joven Ministro- “Familia. Amor. Amigos”. O sea, que va a hablarnos. “Familia. Amor. Amigos”. Me parece que voy a pedirme otro gin-tonic. “Familia. Amor. Amigos”. Manda huevos. Oye, pero no vayas a hacerte la idea de que a mí la poesía no me toca. A mí la poesía me toca como al que más. Yo leo poesía: “Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga”. Y Kipling. En el partido, todos leemos a Kipling. Tiene un poema que todos los versos empiezan por “si”. Por ejemplo: “Si engañado no engañas. Si tienes en ti mismo una fe que te niegan”. Y al final dice: “Entonces, todo lo de esta tierra será de tu dominio. Y mucho más: serás hombre, hijo mío”. Oye, ¿por qué no me llamas un día al ministerio? (Le da una tarjeta.) Me llamas y quedamos un día con los chicos. Y nos tomamos una copa por los viejos tiempos. ¡Por el COU del ochenta y dos! Nos reíamos muchísimo contigo. No se lo van a creer. Que he estado con el Poeta. Por cierto, ¿cómo te llamabas? Tu nombre de verdad. Es que como siempre te llamábamos así: el Poeta. Lo que se van a reír las mujeres: “Padre, si hay que ir al infierno, se va, pero por favor no nos acojone”. No se lo van a creer. Bueno, lo dicho, y a ver si me envías esa novela. Se aleja sin haber escuchado el verdadero nombre del Poeta. El Poeta rompe el papel en que estaba escribiendo, toma otro en blanco y escribe con mucha rabia.

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3 El banquete ha alcanzado ese nivel de simpática desinhibición típica de una boda española: chaquetas fuera, sobacos sudorosos, bailes irreconocibles, voces en grito. En su mesa, los Candidatos a suceder al Presidente están tirándose la tarta a la cara. Precisamente en ese momento, el Poeta pone punto y final a su escrito. Hace un gesto hacia la mesa presidencial y se le acerca un Guardaespaldas, que toma el papel. Este Guardaespaldas se lo pasa a otro, y éste a otro, hasta que el escrito llega al Presidente. Que hace un gesto. Candidato 1- Shsss. Candidato 2- El Presidente quiere decir algo. Candidato 3- El Presidente va a hablarnos. Candidato 1- Shsss. La orquesta deja de tocar. Todos los comensales vuelven precipitadamente a sus sillas. El Presidente se pone en pie. Silencio sepulcral. El Presidente lee el escrito del Poeta, pero haciéndolo suyo, con ese estilo de sus mejores mítines. Presidente- Hay momentos en la vida de un hombre. Hay momentos en la vida en que un hombre necesita abrir su corazón. Amigos que habéis venido a compartir mi alegría. Amigos venidos de Italia, de Inglaterra, de todas partes. Os estaba viendo bailar y reír y he sentido la necesidad de tomar la pluma y abriros mi corazón. Hay momentos en la vida de un hombre. A veces siento un impulso irrefrenable. A menudo me preguntáis: “Presidente”. “Presidente”, me preguntáis, “cuando ya no estés entre nosotros, ¿qué harás?”. Y yo guardo silencio. Queréis saber qué voy a hacer y yo guardo silencio. Pero hoy, hay momentos en la vida de un hombre, hoy quiero abriros mi corazón. A veces siento un impulso irrefrenable. Estoy despachando con un líder sindical, con un embajador, con un obispo, y siento un impulso irrefrenable. Incluso en el Consejo de Ministros. Hay momentos en la vida de un hombre. ¿He perdido una hija? Nooo. ¡He ganado un hijo! He-ganado-un-hijo. Hoy voy a abriros mi corazón. Han sido años importantes. Años decisivos. ¿Recordáis cómo era este país hace siete años? ¿Recordáis cómo era España hace siete años? Un país dividido en dos. Eso era España hace siete años: un país dividido en dos. Estuve varias horas meditando sobre ello el otro día, ante un retrato de Cernuda, en la exposición del Centenario, tenéis que ir, la hemos organizado nosotros, que no me entere yo que no vais, que yo no me entere. Hay un retrato en que Cernuda está en una playa, frente al 95

horizonte. Un retrato simbólico. Se le ve escribiendo, en la playa, frente al horizonte. Simbólico. Vosotros diréis: ¿Y qué verá el Presidente en ese retrato? Seguro que os lo estáis preguntando. Os lo voy a decir. Os voy a decir qué veo yo en ese retrato. Yo veo en ese retrato un hombre frente al horizonte, en la playa, escribiendo. Pero yo veo algo más. Yo veo algo más. El poeta está en la playa, pero mira el horizonte. ¿Qué es el horizonte? ¿Qué es el horizonte? El horizonte somos nosotros. El horizonte somos nosotros. Por eso el poeta está triste. “Donde habite el olvido”, “La realidad y el deseo”, si os fijáis, todos son títulos deprimentes. Pero eso era ayer, en el pasado, eso era antes. Hoy, Cernuda sonríe. Hoy, Cernuda es feliz. Cernuda ya no mira al horizonte. Cernuda ya está aquí, Cernuda ya está entre nosotros. Como Lorca. Como Alberti. Están entre nosotros, compartiendo nuestra alegría. No, no os asustéis, en espíritu, están en espíritu. Compartiendo nuestra alegría. Son parte de la familia. Hemos superado las viejas divisiones. Hoy podemos citar a Lorca, a Alberti, y a quien nos dé la gana. ¿Que no? ¿Cómo que no? ¿Me van a decir a mí a quién puedo citar y a quién no? “Verde que te quiero. Verde” (Federico García Lorca). “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos” (Rafael Alberti). Sin complejos. Estaría bueno. Algunos no se quieren enterar de que este país ha cambiado. Todos hemos cambiado, nosotros también, y yo el primero. El otro viernes, el ministro del Interior me pasa el borrador de la nueva Ley de Extranjería. Yo le echo un vistazo y le digo: “Falta sensibilidad. Falta poesía”. Y le pongo una metáfora por aquí, una alegoría por allá, dos metonimias, tres sinécdoques y cuatro hiperbatones. Sin complejos. Sin que nos tiemble el pulso. Y al ministro de Defensa se lo tengo dicho: “Si un día tenemos que declarar una guerra, que sea en octosílabos, que eso del verso libre no es ni chicha ni limoná”. Hemos sabido cambiar, dentro de unos principios, dentro de una coherencia, pero hemos sabido cambiar. A mí antes, la poesía, ni fu ni fa. Ahora, en cambio, cada vez más a menudo, siento un impulso irrefrenable. Incluso en el Consejo de Ministros, me olvido de lo que se está tratando y me pongo a escribir. Vosotros me preguntáis: “¿Qué vas a hacer, Presidente, cuando no estés entre nosotros?”. Y yo ya no puedo guardar silencio por más tiempo. Hay días en que el corazón quiere abrirse de par en par. Esta tarde, en El Escorial, mientras casaba a mi hija, rodeado de amigos venidos de todas partes, esta tarde he escrito para vosotros, mis amigos, estos versos: La expresión de mi ser contradictorio que se exalta por sentirse inhumano, que se embriaga por sentirse imposible, en esta piedra gris se simboliza.

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Mas tras de mí, ¿qué reserva el destino para mi obra? Subir más no es posible, sino quedar en el cenit, adonde como astro me vea, para pasmo y por gloria de los siglos futuros. Mi obra no está afuera, sino adentro. Yo no edifico piedra, sino historia. El futuro será lo mismo que el pasado. ¡Granítico Escorial, imagen de mi alma! Silencio. Perplejidad de los comensales, que se miran sin saber cómo reaccionar. Más veloz que los otros, el Tercer Candidato a la Sucesión se pone en pie y recita hacia la mesa presidencial. El Primer y el Segundo Candidatos hacen lo mismo. Sus voces se superponen, como las de sus partidarios, que los jalean. Tercer CandidatoA las siete de la tarde. Eran las siete en punto de la tarde. La novia vino vestida de blanco a las siete de la tarde... Primer CandidatoSi tu voz muriera en tierra, la llevaré junto al mar la dejaré en la ribera... Segundo candidatoVientos del pueblo te llevan vientos del pueblo te arrastran, esparcen tu corazón... Pero el Presidente hace un gesto hacia la orquesta, que ataca un pasodoble. Los Candidatos callan. El Presidente baila con la Novia.

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La biblioteca del diablo

En una casa grande, en la biblioteca. El Juez y el Secretario esperan. El Juez está en edad de comenzar su carrera; el Secretario, de acabar la suya. Juez- ¿Dónde demonios dijo que iba? Secretario- No dijo dónde iba. Juez- ¿Cuánto hace que se fue? Secretario- No miré el reloj. Pausa. El Secretario se acerca a la biblioteca. Lee los títulos de los libros. “El proceso”. “Guía de Nueva York”. “Corán”. “Reglamento de navegación aérea”. “Biblia”. “Moby Dick”... Juez- No parecen ordenados. Secretario- Alfabéticamente, no. Pero puede haber otro orden. Juez- ¿Otro orden? ¿Un reglamento de aviación después del “Corán”? ¿Una “Guía de Nueva York” después de “El proceso”? Secretario- Qué curioso. Los de Matemáticas están aparte. Juez- Me saca de quicio esa mujer. Secretario- En esa pared, los de Matemáticas. En ésta, todos los demás, desde el libro de Job hasta “Pesadilla”. Juez- ¿Qué hace? Deje eso ahí. El Secretario ha tomado el último libro de la biblioteca. Secretario- “Pesadilla”. Juez- Déjelo donde estaba. El Secretario abre el libro. Lo hojea. Secretario- Está escrito a mano. Juez- No creo que le guste que hurguemos en su biblioteca. Secretario- (Leyendo) “Al final del mundo hay una casa cuya sola arquitectura es malvada”. Juez- ¿Qué? 98

Ana- “Al final del mundo hay una casa cuya sola arquitectura es malvada”. El Secretario devuelve el libro a la biblioteca. No habían visto regresar a la mujer. ¿Qué edad tiene? Trae una fotografía. Se la muestra al Juez. Aquí estamos los cuatro. El del sombrero es César, el mayor. Y éstos, Dimas y Dámaso, los gemelos. Ana mira al Juez como esperando alguna reacción a la fotografía. Pausa. Juez- ¿Podemos volver donde estábamos? Ana acepta. Los tres toman asiento. Como le estaba diciendo, las excepcionales circunstancias que concurren en su persona me han llevado a adoptar una decisión asimismo excepcional. No consta causa médica o de otra índole que le impida acudir al juzgado. Sin embargo, el respeto a su apellido, el recuerdo de los altos méritos de su padre, la deuda moral que nuestra ciudad tiene contraída con su familia... En fin, tal y como su abogado solicitó, he resuelto tomarle declaración aquí, en su casa. Por lo demás, todo será como si estuviésemos en el juzgado. El señor secretario tomará nota de sus respuestas. Sé que esto es difícil para usted, pero no puedo ahorrárselo. No puedo ahorrarle ninguna pregunta ¿Preparada? Ana asiente. El Secretario transcribirá preguntas y respuestas. ¿Es usted Ana Harper Lemus? Ana asiente. Debe contestar con palabras. ¿Es usted Ana Harper Lemus? Ana- Sí. Juez- ¿Está informada de que tiene derecho a requerir la presencia de su abogado? Ana- Sí. Juez- ¿Renuncia a la presencia de su abogado? Ana- Sí. Juez- ¿Es usted hermana de César Harper Lemus? Ana- Sí. Juez- ¿Cuándo vio a su hermano por última vez? Ana- Cuando marchó de casa. Juez- ¿Puede ser más precisa? Ana- El año 1936.

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Juez- ¿Recuerda el día? Ana- Entre Navidad y Nochevieja. Ya no estaba con nosotros en Nochevieja. Juez- ¿Qué ha sabido de su hermano desde entonces? Ana- Nada. Juez- ¿Ha hecho algo por establecer contacto con él? Ana- Hace un año, siguiendo indicaciones de mi entonces abogado, hice publicar un anuncio en el diario “La Voz de Cuba”, de Santiago de Cuba. Se levanta. Va hacia la biblioteca. Toma una carpeta. De ella extrae tres recortes de periódico. Entrega uno al Juez, quien lo mira y lo pasa al Secretario, que toma nota. Juez- ¿Manifestó su hermano voluntad de viajar a Cuba? Ana- No. Juez- ¿Tiene usted algún indicio para pensar que su hermano viajó a Cuba? Ana- Seguí indicaciones de mi abogado. Pausa. Juez- ¿Es usted hermana de don Dimas Harper Lemus? Ana- Sí. Juez- ¿Cuándo vio a su hermano por última vez? Ana- En 1939. El día de Reyes. Juez- ¿Qué ha sabido de su hermano desde entonces? Ana- Nada. Juez- ¿Ha intentado restablecer contacto con él? Ana- Hace cinco años hice publicar un anuncio en el diario “Clarín”, de Buenos Aires. Mi abogado me lo aconsejó. Muestra un segundo recorte de periódico al Juez, quien lo mira y lo pasa al Secretario, que toma nota. Juez- ¿Tenía usted algún indicio de que su hermano hubiese viajado a la Argentina? Ana- Fue idea de mi abogado. Me dijo que mi reclamación no sería atendida si no cumplía con ciertos protocolos. Pausa. Juez- ¿Es usted hermana de don Dámaso Harper Lemus? Ana- Sí.

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Juez- ¿Cuándo vio a su hermano por última vez? Ana- El mismo día que a Dimas. Se fueron juntos. Juez- ¿Qué ha sabido de su hermano desde entonces? Ana- Nada. Hace cinco años hice publicar un aviso en el diario “Clarín”, de Buenos Aires. Por consejo de mi abogado. Pausa. Juez- No se sienta culpable. Es una situación más corriente de lo que pudiera parecer. Hay quien pretende mover un muro de su casa y no puede hacerlo. Gente que quiere vender un reloj y no puede. (Al Secretario) ¿Exagero? Hace unos meses intervinimos en un caso así, ¿verdad?, el del ciego. (A Ana.) Un hombre no podía vender el reloj de su padre, y bien que lo necesitaba. Su hermano había desaparecido en un naufragio, pero nadie se había molestado en darlo por muerto, así que el pobre ciego tenía que conformarse con oír cómo el reloj daba las horas. Soy el primero en pensar que las cosas deberían funcionar de otra manera. Hoy por hoy, con la ley en la mano, usted no puede vender un ladrillo de esta casa. Ana- No quiero vender. No he vendido nada en mi vida. No voy a vender mi casa. Pausa. El Juez hace una seña al Secretario. Éste saca un papel en blanco. El Juez dicta y el Secretario escribe. Juez- “Don Bartolomé Alix, juez de primera instancia del partido judicial de Ávila. Hago público: Que en este juzgado y a instancia de doña Ana Harper Lemus, vecina de Ávila, se instruye expediente para la declaración legal de fallecimiento de sus hermanos César, Dimas y Dámaso Harper Lemus, vecinos que fueron de Ávila y de donde se ausentaron, el primero para Cuba, en diciembre del año 1936, y los otros dos para la República de Argentina, el día 6 de enero del año 1939, desconociéndose sus actuales paraderos; lo que se hace público a los efectos de lo dispuesto en el artículo 2042 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. Dado en Ávila a 6 de abril de 1965”. El Secretario acaba de escribir. Relee el papel y lo tiende al Juez. El Juez lo lee. Va a firmarlo, pero no lo hace. Se dan todas las circunstancias para aceptar su reclamación: diez años sin noticias del ausente, publicidad de la búsqueda... Se dan todas las circunstancias.

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Pausa. No tiene de qué avergonzarse. Hay quien vive estos trámites como si estuviese matando a alguien. Es un procedimiento legal, no un homicidio. Va a firmar. No lo hace. Pausa. El Secretario vuelve a acercarse a la biblioteca. Secretario- Los tres primeros son “Job”, “Los hermanos Karamazov” y “Si esto es un hombre”. Los tres últimos, “Mi lucha”, “Teología política” y “Pesadilla”. ¿Hay un orden en esta biblioteca? Ana asiente. Ana- Del Bien al Mal. El Secretario observa la biblioteca. Secretario- No sabía que hubiese tantos libros malos. Ana- Hay libros malos y libros de los que se puede hacer una lectura maligna. El Secretario se acerca a la biblioteca, pero no se atreve a tocar ningún libro. Secretario- Del Bien al Mal. De “Job” a “Pesadilla”. Ana- “Pesadilla” no es exactamente un libro. Es mi diario. El Secretario abre “Pesadilla”. Secretario- “Al final del mundo hay una casa cuya sola arquitectura es malvada”. Ana- Es una cita de Chesterton. Secretario- Es la primera anotación. No tiene fecha. Ana- La escribí la noche en que se fue César. Secretario- La última anotación es del 6 de enero de 1939. Ana- El día en que Dimas y Dámaso se fueron. Secretario- ¿Desde cuándo no sale usted de esta casa? Ana- Desde entonces. Secretario- ¿Qué va a hacer con la casa? Ana- Haré que la derriben. Juez- ¿Derribarla? No puede hacer eso. Es la casa más bonita de la ciudad. La gente no nos lo perdonaría. Ana- Con la ley o contra la ley, la haré tirar. Esta casa es mala. Pausa. El Secretario firma. El Juez firma.

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Tres anillos

Hombre 1- “Un hombre poseía un anillo de valor incalculable. No era un anillo hermoso, pero se le atribuía una fuerza secreta: quien lo llevara sería amado por los otros hombres. Aquel hombre nunca reveló cómo el anillo había llegado a él, y antes de morir tomó la siguiente decisión: dejó el anillo al mejor de sus hijos y dispuso que éste, a su vez, lo legara al mejor de los suyos, y así sucesivamente. De hijo en hijo, llegó el anillo a un padre que tenía tres hijos, a los cuales quería por igual. Unas veces le parecía más digno del anillo el mayor, otras el mediano y otras el pequeño, de modo que tuvo la debilidad de prometer a solas el anillo a cada uno de ellos. Pero llega la vejez y el padre duda. Le duele herir a dos de sus hijos. ¿Qué hacer? En secreto, encarga a un artesano fabricar otros dos anillos tomando como modelo el suyo. “No escatimes ni en precio ni en esfuerzo para hacerlos iguales al original”. Años después, el artesano le presenta los tres anillos. Ni el padre mismo puede distinguir. Entonces llama a cada uno de sus hijos por separado. A cada uno le da la bendición y el anillo, y al poco tiempo muere. Apenas muerto el padre, cada hijo pretende ser dueño del anillo verdadero, pero nadie distingue entre los anillos que aquel padre quiso que no se distinguieran. Cada hijo demanda ante el juez a sus hermanos, cada uno jura haber recibido el anillo de manos de su padre, cada uno jura haber recibido antes promesa de heredar el anillo, cada uno jura que el padre no podía haber sido falso con nadie. Antes de dudar del padre, cada uno prefiere acusar de falsedad a sus hermanos. El juez dice: “No estoy aquí para resolver acertijos. Únicamente el verdadero anillo podría cerrar el litigio, pero tengo ante mí tres y los tres permanecen mudos. Sólo encuentro una solución: decís que el anillo tiene la fuerza de hacer a quien lo posee amado de los hombres. Sea esto lo que dicte sentencia. Porque los anillos falsos no tendrán ese poder. Veamos: ¿quién de vosotros es el más amado por los hombres? ¿Quién es el más amado por los otros dos? ¿Calláis? ¿Es que cada uno de vosotros a quien más ama es a sí mismo? Entonces, los tres sois unos estafadores. Desapareced los tres de mi vista. Pero si, en lugar de una sentencia, queréis un consejo, oíd esto: cada cual recibió del padre su anillo, cada cual viva como si su anillo fuese el auténtico. Esforzaos por manifestar la fuerza del anillo, y que lo mismo hagan los hijos de vuestros hijos. Quizá algún día, dentro de miles de años, podréis volver ante este tribunal. Entonces se sentará aquí alguien más sabio que yo. Marchaos”. Esto es lo último que dijo aquel juez”. 103

Silencio. Hombre 2- Los tres anillos son las religiones del libro. Las tres se basan en cuentos transmitidos de generación en generación. El cuento afirma que un judío, un cristiano y un musulmán pueden vivir conforme a la fe recibida y, al tiempo, aceptar que la fe del otro puede ser la verdadera. Y que, en todo caso, deben hacer el bien, de modo que su vida les haga amados de Dios y de los hombres. Sólo el buen obrar es indicio de la autenticidad de la fe, pero nadie puede estar seguro de que su credo sea el verdadero. Se trata, en fin, de un cuento sobre la tolerancia entre las tres grandes religiones. Y, en general, sobre la tolerancia entre distintas visiones del mundo. Silencio. Hombre 1- Tres anillos. Dices que cada uno representa a una de las religiones del libro. Por eso tres anillos, y no dos o cuatro. Pero quizá haya alguna otra explicación. Tres Reyes Magos. La Santísima Trinidad. Les gusta el número tres, a los inventores de cuentos. Por otro lado, las tres religiones son distinguibles, y los tres anillos no lo son ni siquiera para el padre del cuento. No, no es un cuento sobre la tolerancia. Es un cuento sobre la imposibilidad de conocer. Ni siquiera el juez, que es presentado en el cuento como un sabio, ni siquiera ese juez puede distinguir la verdad. Antes de despedirlos, les dice: “Quizá algún día, dentro de miles de años, podréis volver ante este tribunal. Entonces se sentará aquí alguien más sabio que yo”. De modo que sólo Dios podría decir la verdad, pero quizá nunca venga a decírnosla. Y aunque venga, si viene dentro de miles de años, ¿qué haremos mientras tanto? El juez dice a los desorientados huérfanos: “Vivid”. “Vivid”, les dice. Pero, ¿conforme a qué principios? ¿Es suficiente la norma de vivir de modo que nuestras acciones nos hagan amados de los demás hombres? Muchos idiotas han sido amados hasta el delirio. No, no es un cuento sobre la tolerancia, sino sobre la imposibilidad de conocer la verdad. Pero, si no hay verdad alguna, no es posible la tolerancia. Si no hay verdad, ¿por qué no vivir como animales? Si no es posible conocer la verdad, ¿por qué el más fuerte va a negar su instinto natural, que es el de imponer su fuerza sobre el más débil? Por ejemplo, yo sobre ti. Silencio. Hombre 2- Las tres religiones son distinguibles, pero sólo en lo superficial. En lo esencial, son tan semejantes como los anillos del cuento. Sin embargo, esas diferencias superficiales son decisivas en el siguiente sentido: tu diferencia es la mejor garantía de mi derecho a mi propia diferencia. Debo defender tu derecho a ser judío, cristiano o musulmán, porque eso fortalece mi derecho a ser lo que yo decida ser. Sin ningún género de 104

dudas, se trata de un cuento sobre la tolerancia. Afirma el derecho a la diferencia. También mi derecho a eso que tú llamas debilidad. ¿Y si pasamos a otro cuento? Éste es transparente, en el peor sentido de la palabra. No hay en él nada oculto, nada que interpretar. Silencio. Hombre 1- El libro está en mis manos. Si lo leyese en voz baja, ¿qué sería de ti? Si uno de los tres hermanos es más fuerte, y cuando digo más fuerte digo también más sabio, más astuto, más rápido... si uno de los tres hermanos es más fuerte, puede hacer de los otros sus esclavos. Incluso puede convencerles de que, sirviéndole a él, están haciendo su propia voluntad. Puede hablarles de tolerancia y los otros dos, los más débiles – más tontos, más lentos- le servirán felices. Silencio. Hombre 2- El libro está en tus manos. Puedes leerlo en voz baja. Pero nunca podrás leerlo como lo leo yo. Y nunca lo hubieras leído como lo has hecho, si yo no lo hubiera leído a tu lado. Puedes leerlo en voz baja, incluso puedes cerrarlo. Pero recuerda que aquel padre no quiso distinguir a uno de sus hijos frente a los otros. No quiso en su familia la tiranía del anillo único. Está claro en el cuento. Todo está claro en este cuento, cada frase. Demasiado claro. Y, como tú mismo has dicho alguna vez, “cuento claro” significa “cuento aburrido”. Silencio. Hombre 1- Aquel padre no quiso decidir. Prefirió que ellos decidiesen. No quiso verlos enfrentados. Prefirió verlos reunidos ante su lecho de muerte, eso le hizo sentirse bien, murió pensando que había sido un buen padre. En ese momento, cada hijo, creyendo que iba a recibir el anillo, se mostró amoroso con el moribundo y con sus hermanos. Sin embargo, al poco de morir el padre, cada hijo demandó a los otros. Débil como el padre, el juez tampoco quiso decidir, y los despidió muy satisfecho consigo mismo, pensando que era un juez justo. ¿Qué crees que pasó al día siguiente? La vida es difícil. La vida es más difícil que leer un libro. Si viviésemos en el paraíso, qué sencillo sería aceptar a los demás tal como son. Pero no vivimos en el paraíso, tú lo sabes mejor que yo. El que inventó el cuento también lo sabía muy bien, que no vivimos en el paraíso. De lo contrario, ¿por qué lo inventó? Quiero decir: ¿por qué tuvo necesidad de inventar un cuento así? Es un cuento inventado por alguien que se sabe débil. El fuerte nunca defiende la tolerancia, no la necesita. Hombre 2- Pero entonces, me estás dando la razón: es un cuento sobre la tolerancia.

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Hombre 1- No es un cuento sobre la tolerancia. No realmente. Realmente, es un cuento sobre la compasión. Cuando el débil reclama tolerancia, lo que está pidiendo es compasión. Probablemente, es un cuento judío. Me pregunto qué hace aquí. Me pregunto cómo ha llegado este cuento a este libro. Silencio. Nunca te lo he preguntado. Nunca te he preguntado si eres judío. Silencio. Hombre 2- Al menos, convendrás en una cosa conmigo: el padre amaba por igual a los tres hijos. No quiso favorecer a uno sobre los otros. Hombre 1- Esa manía de interpretar e interpretar. Hombre 2- El cuento nos dice: imitad el amor de ese padre. Hombre 1- Podrías pasarte la vida dándole vueltas a un solo cuento. Todo lo demás que haces, me refiero a comer, beber y dormir, todo lo demás sólo lo haces para continuar dándole vueltas a los cuentos, para rumiarlos en tu cabeza como en el vientre de una vaca. Cada vez que cierro el libro, me miras como si se apagase el mundo. Si no fuera porque el libro está en mis manos, ni me mirarías. Si el libro estuviera en tus manos, podrías prescindir del mundo entero, incluyéndome a mí. Hombre 2- ¿Quieres que lo dejemos por hoy? Hombre 1- Me pregunto cuánto tiempo podremos sostener esta situación. Tienes razón, no me sería fácil acostumbrarme a vivir sin ti. Me es grato escuchar tus interpretaciones, y reconozco que más de una vez me has hecho corregir mi punto de vista sobre un cuento. Me diviertes, pero ¿es eso suficiente? El placer que me da tu compañía, ¿compensa el miedo que siento hacia ti? Sé que deseas el libro en tus manos. Sé que sueñas con que llegue ese momento. El momento en que podrás leer los cuentos a la hora que quieras, durante el tiempo que quieras, en el orden que quieras. Hago bien en dormir con el libro bajo mi cabeza. Me pregunto qué no harías por arrebatármelo. Me pregunto si serías capaz de matarme, por este libro. Me pregunto si puedo seguir viviendo así, con este miedo que te tengo. Silencio. Hombre 2- Quizá todo fue una gran mentira. Desde que aquel hombre, en una noche de borrachera, empezó a hablar de su fabuloso anillo, que en realidad era un anillo vulgar y corriente. O quizá el anillo fuese auténtico, pero el padre lo perdió y mandó hacer tres para ocultar la pérdida. No se trata de un cuento sobre la tolerancia, sino sobre el vacío. Ese padre caprichoso y ese juez petulante conocían la verdad tan poco como la 106

conocían aquellos tres pobres tipos. El padre murió sin saber la verdad, y el juez, en lugar de dictar sentencia, se dedicó a dar consejos. Tienes razón, es un cuento sobre el vacío. Y sobre cómo llenar el vacío. Silencio. Hombre 1- “Un hombre llama a su hijo y le pide dos cosas: “Dos cosas te pido, hijo mío. La primera, que practiques la justicia todos los días de tu vida; la segunda, que vayas río arriba hasta encontrar a un hombre al que, hace muchos años, presté veinte talentos de plata””.

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Mujeres en la cornisa

La acción sucede en la fachada de un edificio de viviendas con muchas ventanas. Entre el piso cuarto y el quinto hay una estrecha cornisa. De una ventana del quinto sale en pijama la Mujer 1. Se queda de pie en la cornisa, entre dos ventanas. Al rato, por la cornisa, en ropa interior, la Mujer 2 dobla una esquina y avanza hasta encontrarse con la Mujer 1. La Mujer 2 tiene vértigo; la Mujer 1, no. Mujer 1- ¿Qué horas son éstas? Mujer 2- Es que me he quedado dormida. ¿Llevas mucho aquí? Mujer 1- No tanto. Hoy le ha dado por hablar. Está comunicativo, el caballero. Se jubila el jefe de sección y él piensa que esta vez le toca. Mañana se anuncia. Ya verás qué berrinche. No tiene la menor oportunidad. Menudo disgusto se va a llevar. Ya te contaré mañana. Mujer 2- Por cierto, mañana... He estado pensando... Mujer 1- ¿Sí? Mujer 2- Mañana no sé si voy a venir. Mujer 1- ¿Y eso? Mujer 2- Es que luego me paso el día adormizada. Mujer 1- Lo que pasa es que en el fondo no estás convencida. Mujer 2- Sí estoy convencida. Mujer 1- Te parece mal. O una pérdida de tiempo. Mujer 2- Es que no rindo. Es que me van a echar del trabajo. Mujer 1- Tienes tantos complejos... De todo te sientes culpable. Mujer 2- (Señalando hacia abajo.) Oye, ¿no es ése el del segundo izquierda? Mujer 1- Sí, el estudiante. Mujer 2- Camina como sonámbulo. Mujer 1- De día camina igual. Pero ¿qué está haciendo? Mujer 2- Está... Está... Con lo seriecito que parecía.

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Mujer 1- La gente cada día está más rara. Ya no puedes fiarte de nadie. Ya no hay gente normal. Descolgándose por una cañería, en camisón, llega junto a ellas la Mujer 3. Está embarazada. Ya pensábamos que tampoco venías esta vez. Mujer 2- Un rato más y te lo pierdes. Mujer 3- Es que no se dormía. Es que cuando bebe se le revuelve el sueño. Pero qué bonito se ve todo desde aquí. Mujer 2- Pues esto no es nada. Ya verás, ya. Mujer 3- Se ve todo mejor, se ve como aplastado. El mundo entero, de aquí al horizonte. Pero hace frío. No me dijisteis que hacía tanto frío. Y qué viento. Parece que se te va a llevar, el viento. Mujer 1- Mañana te pones algo. Y te vienes antes, que las cosas no son así, aquí te pillo y aquí te mato. Mañana te vienes antes. Mujer 2- Para ver cómo cambian los colores. Mujer 1- Y para charlar con las amigas, que cada día hay menos comunicación. Mujer 3- Qué chiquitito se ve desde aquí el camión de la basura. Y qué bonito. Tiene como una luz especial. Como si supiese que se lleva lo peor de cada casa. Las cáscaras de las naranjas, las latas de sardinas en aceite. Sus revistas de motos, su colección de revistas de motos, se la he tirado enterita, sus medallas de natación de cuando niño, las fotos de su madre. Ojalá se llevase también su mal humor, su aburrimiento, su cuerpo frío. Mujer 2- (Mirando hacia abajo.) Y a mí que me daba pena ese muchacho. Porque me lo encuentro mucho en el ascensor, y siempre ojeroso, y yo pensaba: “Pobrecito, toda la noche estudiando”. Un día se me echó a llorar, allí, en el ascensor, y me dijo que no podía soportar más la tensión. Porque sus padres creen que estudia Derecho, pero estudia Ingeniería de Caminos, aunque su vocación es la Veterinaria. ¿Cuántas habrá arrancado ya? Mujer 1- Tres docenas por lo menos. Mujer 2- ¿Para qué las querrá? Mujer 1- Hará colección. Mujer 2- ¿Colección de matrículas de coche? Mujer 1- Hay gente para todo. Mujer 3- Ahora veo cuánta razón teníais. Los semáforos. El olor a vainilla. Las hileras de hormigas. El brillo de los gatos. La voz, que es como que 109

pesase menos. El aire, tan transparente. Yo quiero ser astronauta o tener un hijo astronauta. Mujer 2- Shsss. Mujer 1- Ya viene. Ahí está. El amanecer. El amanecer cubre de luz sus cuerpos, como un orgasmo. Silencio. Sin decir palabra, con leves gestos, se despiden y se van por donde vinieron.

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Método Le Brun para la felicidad

Le Brun- Mi nombre no es Le Brun. Le Brun era un hombre del siglo diecisiete y yo soy un hombre de este siglo. Le Brun era un idealista y yo trabajo por dinero. Le Brun nunca salió de París y yo actúo en cualquier lugar donde me paguen, excepto en París. Durante diez años, he aplicado el método Le Brun en todo el mundo, pero nunca en París. En París, ni por todo el oro del mundo. En París, jamás. Hace diez años, en un experimento que el tiempo reconocerá como histórico, ensayé por primera vez el método Le Brun. En un sótano de Berlín, sobre tres pacientes: los hermanos Walter, Wilhelm y Wolfgang Grosz. Como ustedes, aquellos tres enfermos acudieron atraídos por un anuncio en el periódico, en la sección deportiva: “Gaudium in una ora. Le Brun via”. Desde hace diez años, ese mismo anuncio ha atraído a gentes de todo el mundo. También ustedes se han sentido llamados por él: “La felicidad en una hora. Método Le Brun”. Por eso están aquí. Están aquí y, sin embargo, sus miradas expresan recelo. No les reprocho su desconfianza, les han engañado demasiadas veces. Temen perder el tiempo. Temen ser objeto de burla. Temen ser humillados. Han venido en secreto, avergonzados de que sus familias puedan enterarse. En realidad, sólo han venido porque ya han intentado todo lo demás. Sé lo que están pensando: “Otro charlatán”. No. Yo no. Yo no soy un charlatán. Soy un científico. Soy un científico y mi trabajo se basa en un método científico. Abril de mil seiscientos diecisiete, en París. Después de una vida consagrada a la observación de la naturaleza humana, Charles le Brun pronuncia su conferencia “Sobre la expresión de las pasiones”. Le Brun demuestra que hay diecinueve pasiones humanas, ni una más ni una menos, que corresponden a diecinueve expresiones faciales. Le Brun las encontró, y fue capaz de dibujarlas ante un asombrado público. Aquellos dibujos, los diecinueve dibujos de Le Brun, se convirtieron en pasto de la leyenda. ¿Los quemó al final de su conferencia? ¿Hizo que los enterrasen con él? ¿Qué fue de los dibujos de Le Brun? Aquí están, en esta carpeta. Las diecinueve posibilidades del rostro humano. Las diecinueve posibilidades de la vida de un hombre. La Humanidad.

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La Humanidad, sí, de eso se trata. Eso es lo que está a punto de hacerse presente aquí, ante ustedes, hoy. En esta mujer. La llamaremos Margarita, si bien ése no es su nombre. Ella prefiere ocultar su identidad. No acaba de comprender que éste es un trabajo honrado. Tales escrúpulos, sin embargo, no la impiden aceptar su cuarenta y nueve por ciento. Cincuenta y uno / cuarenta y nueve, así lo pactamos hace diez años. Hace diez años, yo vagaba sin rumbo con esta carpeta, a la que no sabía dar utilidad. No supe qué hacer con estos dibujos hasta que me encontré con Margarita. En Amsterdam, en un escaparate. El ser más falso que he conocido nunca. Durante unos minutos, desde el otro lado del cristal, consiguió hacerme creer que me amaba. ¡Que me amaba! ¡A mí! Ella no había oído hablar de Le Brun. “¿Sería usted capaz de poner estas caras, señorita?”, le pregunté. Margarita- “Diez dólares por cara”. Entonces, todo el mundo pagaba en dólares. Le Brun- “¿Sería usted capaz de poner estas caras?”. Fue como pedir a Pitágoras que sumase dos más dos. Margarita podía expresar cualquier emoción y pasar de una a otra con la sencillez de quien chasca los dedos. Pero Margarita no se limitó a poner caras. También sus manos, sus brazos, su cuerpo entero... Enseguida comprendí que era el cuerpo adecuado al método Le Brun. Margarita- Diez dólares por dibujo: ciento noventa dólares. Desesperación, tristeza, llanto, dolor, miedo, tedio, desprecio, cólera, odio, celos, amor, admiración, deseo, placer, sorpresa, risa, esperanza, alegría, felicidad. Felicidad. Yo nunca la había sentido. Salí del escaparate y caminé tras él. Le Brun- Ha llegado el momento de descubrir su rostro. Por favor, no se rían de ella, no se burlen. Es un monstruo, sí, pero también es la Humanidad. Toda la Humanidad. Ella va a guiarles, ella va a servirles de guía a lo largo de las etapas del viaje. Un viaje duro, peligroso, pocos llegarán hasta el final, pero merece la pena, recuerden cuál es la última etapa. Ya, ya sé lo que están pensando, y la respuesta es no. No, no pueden ahorrarse ningún paso, no pueden llegar a la felicidad sin pasar por todo lo demás. Así es el método; así es la vida. ¿Preparada, Margarita? ¿Preparados? Número uno: desesperación. No consiste en torcer la boca, no consiste en abrir mucho los ojos. Fíjense en Margarita. Les diré cómo lo hace, les revelaré su secreto. Ella utiliza su vida anterior. Busquen en su vida anterior. Allí está, en el

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pasado, la desesperación. Caballero, eso no es desesperación, eso es tristeza, que es el dibujo siguiente. Mejor, mucho mejor, eso es. Pasemos al número dos. Ahora sí: tristeza. Hagan memoria, todo está en la memoria. En la memoria del cuerpo. ¿Quién no ha conocido la tristeza? Dejen que su cuerpo haga memoria. Le Brun combatió el tópico según el cual el rostro es el espejo del alma. Descubrió que se trata de lo contrario: el alma es el espejo del rostro. Dedujo esta gran verdad a partir de las enseñanzas de Pascal. Pascal, pensamiento doscientos cincuenta y dos: “Somos autómatas tanto como espíritus. Es preciso convencer a nuestras dos partes. Al espíritu, por medio de razones; al autómata, por medio de la costumbre”. Lo que Pascal quiere decir es que, si rezas, acabas creyendo; si sonríes, acabas siendo feliz. Es la sabiduría del actor. Hasta el peor de los actores conoce esa verdad: todo está en el gesto. Vivir es poner caras. Número tres: llanto. Con todo el cuerpo, como Margarita, Margarita llora con todo el cuerpo. Sus ojos están secos, pero llora como una Magdalena. ¿No es formidable? Pues esperen a verla en el dibujo número cuatro. Número cuatro: dolor. Se lo advertí. ¿No es terrible? Esta emoción tiene dos grados. Observen los ojos de Margarita. Dolor físico. Dolor moral. ¿Se dan cuenta de que todo está ahí, en los ojos? La posición de las pupilas revela el movimiento interior del ser. En el siguiente dibujo van a verlo con toda claridad. Número cinco: miedo. Miedo. Número cinco. ¿Qué demonios te pasa, Margarita querida? Margarita- No puedo más. Le Brun- Claro que puedes. Siempre has podido. Número cinco. Observen este ángulo. Le Brun le llama “la cifra facial”. Le Brun dedicó su vida a desentrañarla. Mide el desarrollo moral de un ser humano. Permite distinguir a primera vista al bondadoso del maligno. Se obtiene trazando una línea que pasa por el extremo de cada ojo, línea la cual es interceptada por otras dos que van de cada oreja hasta la sien a través del extremo superior del párpado. Se determina así un ángulo cuya amplitud 113

mide el nivel de maldad, del cero al diez. Cero es la amplitud correspondiente a la santidad. Número seis: tedio. Siete: desprecio. Ocho: cólera. La cifra facial también puede ser determinada en animales. Le Brun descubrió que hay animales inteligentes y hombres bestiales. Las personas animalizadas se reconocen por la inclinación de los extremos interiores de ambos párpados. Dichos puntos forman un ángulo cuyo vértice se dirige hacia tierra. Ese ángulo se hace más agudo en el dibujo número nueve. Número nueve: odio. Número diez: celos. Número once: amor. Once: amor. Margarita- No puedo. Le Brun- Te sentirás mejor con un par de copas, cuando hayamos acabado el trabajo. Once: amor. Doce: admiración. Trece: deseo. Catorce: placer. Tiene dos grados. Placer moral. Placer físico. Quince: sorpresa. Sorpresa, Margarita. Vamos, Margarita, un esfuerzo más. Ya has hecho lo más difícil. Tienes un público. Te debes a tu público. Margarita- Sólo vienen degenerados. Enfermos. Le Brun- Precisamente. Tienes una responsabilidad. Tienes una misión. No te dejarán salir. Han pagado. Margarita- Cuatro perras. Devuélveselas.

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Le Brun- No lo hacemos por dinero. Lo hacemos por amor. Ayudamos a la gente. Ayudamos a la gente a sentir. La gente ya no siente nada. Nosotros les ayudamos a tener emociones. Margarita- Me voy. Le Brun- ¿Irte tú? Pobrecita. No podrás vivir sin la felicidad. Yo te la doy, todos los días una vez al día. Margarita- Número dieciséis: risa. Diecisiete: esperanza. Dieciocho: alegría. Lo más difícil es entender la diferencia entre alegría y felicidad. Adiós. Le Brun- ¿Dónde vas? ¡Margarita! Sesenta para ti, cuarenta para mí... ¡Setenta treinta!... ¡Ochenta veinte!... ¿Ya estás allí otra vez? El mundo a un lado, tú al otro y, en medio, un cristal, ¿es así como quieres vivir? No te necesito. Yo lo haré todo: las palabras y los gestos. No puedo hundirme. Tengo una misión. Número diecinueve: felicidad. ¿Crees que no podré hacerlo? Lo más difícil, ya lo sé, lo más difícil es entender la diferencia entre alegría y felicidad. Mi vida anterior. Mi pasado. Junto a ti, una mañana de domingo. Me gustaba tu modo de cortar el pan. Cómo mirabas las nubes. Margarita. La felicidad.

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Departamento de Justicia

Presidente- Que pase el siguiente. Entra un Niño. Es muy joven. ¿De qué se le acusa? Fiscal- En la mano trae el delito. El Niño pone el dibujo ante el Presidente. Presidente- Se me parece. Fiscal- Es usted, sin el menor asomo de duda. Presidente- Que hable el acusado. ¿Soy yo ése que ha pintado usted con cuernos y cola? Defensor- Protesto. Presidente- ¿De parte de quién estás? Deja hablar a tu cliente. ¿Me ha pintado usted como un demonio? Niño- Con acuarelas. Presidente- ¿Sabe usted quién soy? Niño- Usted es el presidente, señor presidente. Pausa. Presidente- ¿Tú no dices nada? Tu cliente se hunde. ¿Qué clase de abogado eres? Defensor- Cualquier cosa que diga lo perjudicará. Es causa perdida. Presidente- Llevas razón. ¿Qué propone la fiscalía? El Fiscal dice algo al oído del Presidente. El Defensor no puede oírlo, pero lo imagina. Defensor- No puede ser. Fiscal- Eso nunca ha sido un problema. Presidente- No se hable más. Caso resuelto. Que pase el siguiente. Defensor- Y con la familia, ¿qué hacemos? Los padres, los abuelos, la hermanita... ¿Podían ignorar las actividades del acusado? Una cosa así no puede ocultarse. Son tan culpables como él. Fiscal- Pero no podemos llevarlos a todos allí. 116

Presidente- Es verdad. Pero, al menos, ¿se puede evitar que voten? Sin violar la Constitución. Defensor- No podemos evitar que voten, pero podemos evitar que se cuenten sus votos. Podemos hablar con el Comité Electoral. Presidente- ¿Quién es el Comité Electoral? Niño- Su hermano, señor. Presidente- Ah, sí, él, ¿en qué estaré pensando? Esta tarde le hago una llamada. Que pase el siguiente. Sale el Niño. Entra un caballo.

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JK

Me enviaron a París con una lista de exiliados: judíos o comunistas. Junto a su nombre había una “J” y una “K” porque él era ambas cosas, judío y comunista. No me fue difícil encontrarlo. Era el tipo de hombre que, esté donde esté, pasa casi todo el día en la biblioteca. Durante varios meses, cada mañana hice lo mismo: pedir un libro y buscar un pupitre cerca del suyo. Visto allí, entre libros y papeles, parecía tan inofensivo como en las fotografías. Era el primero en entrar y el último en salir de la biblioteca. Vivía en una pensión, no lejos de la Biblioteca Nacional. La luz de su cuarto estaba encendida hasta muy tarde, porque él seguía leyendo y escribiendo. ¿Cómo se sostenía? Hacía pequeños trabajos para revistas suizas, que firmaba con seudónimos: Benjamin Schinpfening, Agesilaus Santander, Benedicto Valterio… Críticas, artículos, traducciones… Proust, Baudelaire… Pero eso no era suficiente ni para pagar la pensión. Su mujer, de la que se había separado, le enviaba dinero de vez en cuando. No recibía ayuda del partido, no tenía ningún contacto con el partido comunista francés, ni tampoco con comunistas alemanes del exilio. Cuando ocupamos Polonia, sus amigos, los que habían escapado a tiempo a América, intentaron convencerle de que se reuniese con ellos. Él contestó: “En Europa todavía hay posiciones que defender”. Siguió creyéndolo hasta que ocupamos Francia. Entre septiembre y noviembre de 1939 fue confinado en el campo provisional de Nevers. Allí, alguien debió de decirle que, siendo judío y comunista, su única posibilidad era el camino Fietkau. Lo llamaban así por Louisa Fietkau, que sabía cómo atravesar los Pirineos evitando los puestos fronterizos franceses. Sí, han oído bien, los puestos franceses, ¿hace falta recordar de qué lado estaba la policía francesa en aquella guerra? El 13 de marzo de 1940, cinco personas se presentaron ante la señora Fietkau: dos mujeres, el hijo de una de ellas, él y otro hombre. Ella les advirtió que era peligroso: un antiguo sendero de contrabandistas. Pero ellos sabían que el verdadero peligro era permanecer en Francia. La señora Fietkau les dijo que volviesen al atardecer de la primera noche con luna y que renunciasen a llevar equipaje, pero él apareció con un maletín negro, como de médico. Ella le pidió que dejase el maletín, pero él contestó que el contenido de aquel maletín era más valioso que su propia vida. Echamos a andar, porque no había tiempo para discutir. Cada pocos pasos, él tenía que pararse a tomar aliento, y la señora Fietkau le pedía que abandonase el maletín, pero al escuchar esto él volvía a caminar. La madrugada nos sorprendió en plena montaña, lo que les hizo temer que la policía 118

francesa los descubriese, pero, diez horas después de haber salido, llegamos al lado español. Lo más difícil, atravesar los Pirineos, estaba hecho. Aquellos siete kilómetros por la cordillera eran más peligrosos que los setecientos que los separaban de Lisboa, de donde cada semana salían tres barcos hacia América. Pero al llegar al final, descubrieron algo que no esperaban: la policía española había cerrado la frontera. No queriendo volver a Francia, ellos decidieron pasar la noche en una pensión del pueblo fronterizo de Port Bou. A la mañana siguiente, al no encontrarlo por ningún sitio, pedimos al dueño de la pensión que nos abriese su cuarto. Allí estaba, sobre la cama. Las mujeres se echaron a llorar, aunque apenas lo conocían, y el chico acabó llorando también. Yo estaba decepcionado. Cierto que llevaba siete años fuera de la Alemania que tanto amaba, y que en el exilio no había dejado de tener miedo como judío y como comunista, y que ahora, en aquel lugar entre Francia y España, más que nunca parecía no tener sitio en el mundo. Pero yo me preguntaba, me lo sigo preguntando: ¿tiene derecho al suicidio un verdadero revolucionario? ¿No es el suicidio un gesto egoísta que un revolucionario no puede consentirse? En el suelo estaba la ampolla de cristal, muchos llevaban ampollas de morfina o de cianuro en aquellos tiempos. Tuve que registrar todo el cuarto hasta dar con el maletín. Dentro de él encontré este manuscrito. La última anotación, que seguramente hizo aquella noche con su letra pequeña y apretada, dice: “Ni siquiera los muertos están a salvo del enemigo”. Al conocer la noticia de su muerte, la policía española decidió abrir la frontera, y las mujeres y el chico pudieron pasar. Sé que llegaron a Lisboa y dos meses después fueron vistos en Buenos Aires.

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La mujer de los ojos tristes (Homenaje a Miguel Mihura)

Pasillo de hotel de segundo orden en una capital de provincia. De izquierda a derecha, cerradas, las puertas de las habitaciones 13, 14 y 15. De la 13 y la 14 trasciende ruido de juerga. Por la derecha viene, leyendo los números de las habitaciones, vestida de novia, con seis lunares en cada lado de la cara, una mujer de veinticinco años: Margarita. Se detiene ante la puerta número 13. El jaleo que procede de ella sorprende a Margarita. No se atreve a llamar. Cuando por fin está a punto de hacerlo, se abre la puerta y por ella salen, entre carcajadas, la barbuda Frau Olga y un Guapo Muchacho. Frau Olga se corta un rizo de la barba y se lo regala a Margarita, tras lo cual se aleja del brazo del Guapo Muchacho. Margarita- ¡Ay! La puerta se cierra. Margarita queda perpleja. En esto, se abre la puerta 15. De ella sale, en pijama, con bloc y pluma, el Futuro Comediógrafo. Futuro Comediógrafo- Así no hay quien se concentre. ¿Quién puede escribir con este jaleo babilónico? Mañana debutamos en esta capital de provincia y no tengo escrito un solo sketche. El señor Alady me tiene dicho que no podemos debutar con los sketches del año pasado, la gente se sabe los sketches del año pasado, si hacemos los sketches del año pasado la gente quemará el teatro. Pero ¿de quién es la culpa que no haya sketches nuevos? ¿Tengo yo la culpa, señorita? ¿Quién puede escribir con este jaleo tunecino? Todas las noches acaban así, así estemos en Lérida o en Pontevedra. Y uno, que no tiene voluntad, se acaba sumando. Y cuando en el desayuno el señor Alady me pregunta cómo van esos sketches, le respondo que ya casi están, que estoy haciendo correcciones. Pero la verdad es, señorita, que mañana debutamos y no he escrito un solo sketche. Pero ¿quién puede escribir con este jaleo mayestático? ¿Quién puede resistir la tentación de sumarse? Cada vez que me asomo a este pasillo, cuando no veo un esquimal veo un tuareg. Aunque déjeme decirle que nadie ha sido tan ocurrente como usted. Qué original, disfrazada de novia de provincias, con ocho lunares simétricos. Margarita- No es disfraz. Futuro Comediógrafo- Ah, ¿no?

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Margarita- Yo es que mañana me caso. Yo es que soy de provincias. Y los lunares son de nacimiento. Futuro Comediógrafo- ¿En serio? Estudia un lunar. Margarita- Lo mío todo es de nacimiento. Yo nunca he estado en Madrid. Yo siempre he vivido en la paz de la provincia. En provincias se duerme muy bien. Yo duermo ocho horas de un tirón. Y mi novio más, mi novio duerme nueve horas cada noche. Por eso, no entiendo qué está pasando en esta habitación, que es número trece y por tanto suya. Cuando le he telefoneado para desearle buenas noches, le he notado rarísimo, como si… ¡Como si hubiera alguien con él en su cuarto! Futuro Comediógrafo- ¡Oh! Margarita- Y luego, cuando he vuelto a llamar… ¡No me ha cogido el teléfono! Futuro Comediógrafo- ¡Oh! Margarita- Así que, lógicamente, me he puesto histérica, lógicamente me he desmayado en el sofá malva, y lógicamente mis padres han pensado que me había muerto. Pero no, no estaba muerta, he abierto los ojos y mis padres lógicamente me han dado una tila, y yo he hecho como que lógicamente me calmaba, pero lógicamente no me he calmado y, sin que mis padres se enterasen, he salido de casa por la ventana y he venido a ver qué pasa en la habitación número trece, aunque hace un frío tremendo y llueve a cántaros. Y acabo de ver salir por esta puerta a un guapo muchacho y a una mujer barbuda que me ha dado… Agg, qué asco. Tira el rizo de la barba que le dio madame Olga. Futuro Comediógrafo- ¿No se habrá equivocado de número? Quizá ésta no sea la habitación de su novio. Margarita- ¡No! ¡De ninguna manera! Don Rosario siempre le aloja en la trece, porque desde la trece de noche se ven tres lucecitas rojas, y de día una vaca que se está comiendo la montaña. Futuro Comediógrafo- O quizá se haya equivocado de hotel. Quizá su novio esté en la habitación número trece, pero de otro hotel. Margarita- ¡No! ¡De ninguna manera! Siempre que viene a verme pernocta en este hotel, un mes al año desde hace siete años. Los domingos mi madre le invita a comer, y después de comer yo canto junto al piano “El cazador de perlas” y él me mira y me dice: “Eres tan inocente”. Y luego nos vamos al parque a dar vueltas alrededor del quiosco de la música, y a comer avellanas, y a silbar en la alameda “Las princesitas del dólar”. Él está pernoctando en esta habitación, con toda seguridad, la trece. Aunque 121

mi padre dice que en los hoteles sólo pernoctan estafadores centroeuropeos y vampiresas internacionales. Mi padre dice que ya es hora de que Dionisio pernocte en una casa de personas decentes, con muebles dorados y antiguos retratos de familia. Mi padre dice que sólo los asesinos no tienen cuadros por las paredes. Por eso Dionisio y yo vamos a tener las paredes llenas de cuadros. Pero eso será a partir de mañana. Esta noche Dionisio todavía tiene que pernoctar en este hotel, al otro lado de esta puerta, en la habitación número trece. Se abre la puerta 13 y salen un Viejo Lobo de Mar, un Indio con Turbante y un Árabe, los tres cantando “Marcial eres el más grande”. Detrás, un Coro de Viejos Extraños entonando, en plan de orfeón, “El relicario”. ¿Cuánta gente cabe en esa habitación? Futuro Comediógrafo- Francamente, no lo sé, señorita. Yo sólo respondo por mis compañeros del Ballet Alady. Los otros son eventuales, cambian en cada ciudad y cada noche. El Ballet Alady no tiene nada de ballet, pero ¿verdad que el nombre es bonito? Las chicas no saben bailar, pero tienen piernas preciosas. Y Frau Olga, la de la barba marxista, lleva consigo una serpiente de seis metros que cada noche se zampa dos gallinas y un plato de leche y que se entiende con la Frau en alemán. Además tenemos un viejo bailarín de Charlestón y las Siamesas del Puerto, el último fichaje del señor Alady. Yo les escribo los sketches. Cobro cinco pesetas por sketche, además de tren de tercera, hotel de segunda, café, copa y puro. Pero todavía no he escrito ni un sketche. ¿Quién puede escribir con este jaleo patagónico que se desencadena cada noche? Margarita- ¿Y por qué no escribe de día? Futuro Comediógrafo- Es que de día tengo sueño, señorita. Por el pasillo llegan las Siamesas del Puerto. Una quiere entrar por la puerta 13, otra por la 14. Se lo acaban echando a los chinos y entran por la 14. Margarita- A lo mejor no está en la habitación. A lo mejor le dolía la cabeza y ha salido a la calle a pasear, aunque haga un frío tremendo y llueva a cántaros. Mi padre dice que las personas decentes no salen por la noche a pasear, pero es que a Dionisio le dolía la cabeza, y como es muy descuidado, se ha dejado la puerta abierta, y unos bohemios le han ocupado la habitación y le han llenado el suelo de latas de sardina. Don Rosario le echará la culpa a Dionisio, pero Diniosio no es culpable, a Dionisio le dolía la cabeza y ha salido a pasear en vez de ponerse dos rodajas de patata en las sienes, porque no tendría patatas, aunque papá dice que las personas decentes siempre llevan patatas en los bolsillos.

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Dionisio no está en el hotel, pero que no se descuide, porque a las doce menos cuarto vendrá el coche para llevarlo a la iglesia. Sí, ésa es la explicación: Dionisio ha salido porque le dolía la cabeza y por eso no me ha cogido el teléfono, porque no estaba allí, o sea, aquí. Se abre la puerta 13 y se ve a Dionisio haciendo el caballo rodeado por cinco”girls” con faldas de plátanos. La puerta se cierra. Me ha parecido ver a mi novio haciendo el caballo. Futuro Comediógrafo- ¿Está segura de que era su novio ese joven con el espantoso pijama de raso con el pájaro bordado sobre el pecho? Margarita- Completamente segura. El espantoso pijama de raso con el pájaro bordado sobre el pecho se lo regalé yo. Silencio y perplejidad. Si me lo tiene dicho mi madre, que Dionisio es bueno, pero que es un muchacho sin voluntad. Seguro que esos bohemios, que son todos unos liantes, seguro que lo han liado al pobre. Seguro que no le dejaban dormir y la criatura ha llamado a la puerta de los bohemios y les ha dicho: “Señores bohemios, no me dejan dormir, y yo necesito dormir, que mañana me caso”. Pero ellos, claro, le han liado. Futuro Comediógrafo- Seguro que ha sido así. Margarita- Es tan bueno… Fíjese que esta tarde me enfadé con él a santo de los sombreros, porque el sombrero que él quería ponerse a mí me parece que le hace cara de salamadra. Pero esta noche, antes de acostarse, me ha llamado y me ha dicho “Bichito mío, yo me pongo el sombrero que tú mandes, Caperucita Encarnada”. Y ha añadido: “Nos debíamos haber casado esta tarde. Esta noche sobra. Ojalá pase pronto esta noche que me falta para ser feliz”. Así me ha dicho. Si no fuera porque sería hacer un feo a los invitados, que son quinientos, mañana se casaba Rita. Y si no fuera por mis padres, que les daba un disgusto que se morían. Mis padres que le quieren tanto, que son tan buenos con él, que han sido para él los padres que perdió, que en paz descansen. Mi madre, que le invita a comer todos los domingos. Mi padre, que le ha regalado el sombrero de copa de cuando era alcalde. Mi padre, que es tan estricto, tan decente. Mi padre, que me quiere tanto que es capaz de venir a matarlo por no cogerme el teléfono. Mi padre, que es tan humilde a pesar de tener tanto dinero. Es por eso, ¿verdad?, por el dinero, por eso se casa. ¿Qué le parece a usted? Futuro Comediógrafo- No sé qué decirle, señorita. Margarita- ¿No sabe qué decirme? ¿No sabe qué decirme? Menudo escritor de sketches, no se le ocurre nada. (Mira hacia la derecha.) ¡Don Rosario! ¡No debe verme! ¿Qué dirá la gente si se enteran de que estoy aquí? Yo

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debería estar en mi casa, durmiendo mis ocho horas, y no en un pasillo de hotel. ¿Qué dirá mi padre si se entera? Se esconde en la habitación del Futuro Comediógrafo. Llega Don Rosario, ese viejecito de las largas barbas blancas, tan bueno y con tan mala vista. Don Rosario- Me había parecido ver una novia. Futuro Comediógrafo- ¿Una novia? No he visto ninguna. Don Rosario- ¿Y una serpiente de seis metros? ¿La ha visto? Futuro Comediógrafo- Eso todavía menos. Don Rosario- Han llamado a recepción avisando que hay una en esta planta. Y en esas estoy, buscando una serpiente de seis metros en lugar de atender a mis queridos clientes, en lugar de arroparles por si se destapan, en lugar de acostarme con los que están constipados para darles calorcito, en lugar de asistir a los que se desvelan… A propósito, ¿qué hace usted aquí, carita de dalia? ¿No puede dormir? ¿Quiere que le toque una nana con mi cornetín de pistón? Futuro Comediógrafo- No se moleste. Don Rosario- Si no es molestia, carita de pistacho. A mí todo me parece poco para mis huéspedes de mi alma. Yo quiero ser un padre para todos, ya que no lo pude ser para mi pobre niño. Mi niño, que se asomó al pozo para coger una rana, hizo “!Pin!” y se acabó todo. Hizo “!Pin!” y… Se interrumpe al ver salir de la 14 a las Siamesas del Puerto. Una lleva al brazo al Anciano Militar –con la pechera llena de condecoraciones y de cruces-; la otra, al Cazador Astuto -pendientes del cinto tres conejos, cada cual con una etiqueta en la que va marcado su precio-. Los cuatro se alejan por el pasillo. La puerta, antes de volver a cerrarse, deja adivinar una fiesta de campeonato. ¡Qué escándalo en la catorce! Al pobre de la trece no lo van a dejar dormir. Y él necesita dormir, que mañana se casa. Un chico estupendo. A mí todos mis clientes me parecen estupendos. El amor que le habría dado a mi pobre niño se lo entrego a mis clientes de mi alma. Por ellos he hecho tantas reformas. Teléfono y extintor en todas las habitaciones. Las moscas me las llevé de los cuartos al comedor, del comedor a la cocina y de la cocina al campo. Y he suprimido aquella carne de membrillo que hacía mi hermana. Y he barnizado el suelo, fíjese qué brillo. Enciende una cerilla, con la que ilumina. Los dos, tirados en el suelo, comprueban la calidad del brillo. De pronto, Don Rosario se alarma. ¡La serpiente! Por ahí va.

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Se aleja por el pasillo, reptando. Margarita se asoma. Margarita- ¿Ya se ha ido? Futuro Comediógrafo- Por allí. Margarita- Casi me pilla. Qué peligro. Qué emocionante. Qué… Se interrumpe al ver a Buby bailando un charlestón. Buby sale por la 13 y entra por la 14 sin dejar de bailar. Lleva puesto un sombrero de copa. El sombrero de copa que le regaló mi padre. ¡El sombrero de cuando fue alcalde en la cabeza de ese… de ese…! ¿Ha visto cómo bailaba? ¿Cómo movía los pies? Se le van los pies a una de mirarlo. Futuro Comediógrafo- Ganas me dan de arrancar esa cortina y sumarme disfrazado de Calígula. Pero esta noche me he jurado no sumarme y no me sumo. Esta noche voy a escribir cien sketches, para que el señor Alady tenga donde elegir. Y cuando los haya acabado, aprovechando la inercia, de un tirón voy a escribir una comedia. Porque sepa que yo, señorita, no quiero pasarme toda la vida escribiendo sketches. Yo estoy harto de escribir sketches. Yo, señorita, soy un futuro comediógrafo. Yo de esta tournée no vuelvo a Madrid sin una comedia bajo el brazo. Por mi cabeza bullen apasionantes argumentos y formidables personajes. Sólo me falta encontrar el tono. En cuanto encuentre el tono, vendrá la primera frase, y las demás llegarán en cascada. Lo que yo quiero es escribir una obra en que se citen lo inverosímil y lo desorbitado, lo incongruente y lo absurdo, lo extremo y lo arbitrario. Lo que yo quiero escribir es un esperpento con corazón. Lo que yo quiero… Se abre la puerta 13. Por ella sale Paula, una maravillosa rubia de dieciocho años. Paula se arregla el maquillaje con un espejito y un pañuelo. Cuando sus ojos se encuentran, Paula y Margarita se observan con una rara mirada. Con el maquillaje reparado, Paula vuelve a la habitación y cierra la puerta. Margarita se echa a llorar. Futuro Comediógrafo- Vamos, vamos, señorita. Margarita- Ese pañuelo... ¡Ese pañuelo se lo regalé yo cuando sacó las oposiciones! Y él se lo ha dado a esa… a esa… a esa chica maravillosa…. Odio a las chicas maravillosas. Ellos se casan con nosotras, pero las quieren a ellas, a las chicas maravillosas. Yo pensaba que Dionisio era distinto. ¡Qué engañada he estado! ¿Quién es ese hombre con el que he paseado siete años alrededor del quiosco de música? Esta misma tarde me ha dicho que estaba harto de los hoteles. “Ésta es la última noche que pasaré solo en el cuarto de un hotel. Pero mañana todo eso acaba y empiezas tú”. O sea, yo. “Mañana empieza para mí una nueva vida, ángel mío. Y esta noche, para soñar contigo, voy a dormir con tu retrato bajo mi almohada”. ¡Hipócrita! Siete años pelando 125

avellanas y resulta que no lo conozco. ¿Cuántas mentiras no me habrá contado? ¿De verdad le encantan mis tartas de frambuesa? A lo mejor no es funcionario, sino malabarista. “Se ha equivocado de habitación. Aquí no hay ningún Dionisio. Mi nombre es Tonini, el malabarista”. Dijo que sus padres habían muerto, pero lo mismo no han muerto, lo mismo son artistas de circo. Lo mismo su padre no era Comandante de Infantería, sino tragasables. “Bichito mío, Caperucita Encarnada…”. ¡Hipócrita! “Esta noche sobra, esta noche está vacía…”. Futuro Comediógrafo- ¡Hipócrita! Margarita- Si ya tenía yo la mosca detrás de la oreja. Si ya tenía yo la impresión de que se aburría conmigo. Las avellanas, las vueltas alrededor del quiosco de música… Más de una vez lo sorprendí bostezando, al muy falso. Si ya le veía yo pocas ganas de casarse. Éste es de los que se casan porque todos se casan a los veintisiete años. De los que piensan que casarse es una desgracia inevitable. De los que piensan que casarse es engordar bajo la lámpara del comedor. De los que piensan que casarse es un gato, un niño, otro gato, otro niño… De los que piensan que casarse es tener hijos horribles y criar el ácido úrico, como mi padre. A lo mejor, cuando me decía “Qué inocente eres”, lo que quería decir es “Qué sosa eres, Margarita, qué rematadamente sosa, Margarita, qué requetesosa”. Futuro Comediógrafo- Y qué cursi. Con razón se llama Margarita. Margarita- Soy cursi, sí. Pero no es aposta, es de nacimiento. Ya me gustaría a mí ser menos cursi. Muchos domingos me hubiera gustado decirle: “Hoy no comemos con mi madre. Hoy nos vamos tú y yo solos a la playa a pelar patas de cangrejo y nos las comemos allí mismo, con el mar enfrente, y luego hacemos un castillo de arena con un puente bajo el que pase el agua, y un volcán, y metemos papeles dentro y los quemamos para que salga humo”. Pero nunca me he atrevido a decírselo, por miedo a que pensase que yo no era una mujer decente. Por eso él cree que me gusta cantar junto al piano “El pescador de perlas”, cuando la verdad es que “El pescador de perlas” es una canción horrorosa. ¡Y no me gustan las avellanas! ¡¡Y estoy harta de dar vueltas alrededor del quiosco de música!! ¡¡¡Yo también me aburro!!! Llegan del brazo el Anciano Militar y el Cazador Astuto. El Cazador lleva algunas de las condecoraciones del Militar; el Militar, alguno de los conejos del Cazador. Cada uno lleva una botella en la mano; el Militar deja la suya en manos del Futuro Comediógrafo; el Cazador, la suya en la de Margarita. Desaparecen por la puerta 14. Futuro Comediógrafo- ¿Y si nos vamos a la playa a comer cangrejos? Podemos construir castillos y volcanes, y bañarnos donde no hagamos pie, y hacer el muerto, y coger del fondo diez céntimos con la boca. Y 126

bebernos estas botellas esperando el amanecer, y después tirarlas vacías al mar, sin mensaje, que eso de los mensajes en las botellas es de cursis. Y luego, si amanece, ya verás qué haces con tus quinientos invitados y con tus papás y con lo que quede de tu novio. Margarita- ¿No te importa que sea cursi? ¿Y los doce lunares? ¿Y que me llame Margarita? Futuro Comediógrafo- Sí que me importa, pero es que yo soy un fatalista terrible. Es mi carácter. Margarita- ¿Eres fatalista? Futuro Comediógrafo- Pero de Madrid. Y si te pones de perfil sólo te veo seis lunares. A ti es cosa de cogerte el punto. Tienes los ojos tan tristes… Tienes unos ojos tan encantadoramente tristes… Margarita- ¿Y tus sketches? ¿Cuándo vas a escribirlos? Futuro Comediógrafo- Copiaré los del año pasado. Seguro que nadie se da cuenta. Margarita- ¿Y tu comedia? Futuro Comediógrafo- Tardaría veinte años en estrenarse. Y cuando se estrenase, el público no la entendería. Y cuando por fin fuese un éxito, yo ya no estaría para cobrar los derechos de autor. Al diablo las comedias. (Tira el cuaderno y la pluma.) ¿Vamos? Margarita- ¿Así, en pijama? Futuro Comediógrafo- En pijama. Y se van de la mano, entre melancólicos y alegres, hacia la playa. Mientras las puertas 13 y 14, al abrirse, nos dejan ver a Dinosio bailando un pasodoble con las Siamesas del Puerto. Cada cabeza tiene un sombrero de copa.

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Las películas del invierno

En verano, en el campo. Cecilia viene corriendo. Señala en el suelo la boca de una cueva apenas visible por la zarza y la maleza. Cecilia- ¡Por aquí! ¡Se ha metido por aquí! Damián llega jadeando. Damián- ¿Por dónde? Cecilia- Por aquí. Damián- ¿Estás segura? Cecilia- Lo he visto bajar por esta cuerda. Lo he visto atarse la cuerda y bajar. Damián- Está tonto. ¿A quién se le ocurre? Cecilia- ¿Vamos? Damián- Yo ahí no me meto. A saber qué habrá ahí abajo. Esa cuerda estará ahí por algo. Un mendigo o alguien. ¿A qué huele? Cecilia- Entonces, ¿no vamos por él? Damián- (A la cueva.) ¡Ya puedes salir! ¡Has ganado! ¡Eres el mejor! Silencio. Bueno, majo, ahí te quedas. ¡Cecilia y yo nos vamos a nadar! Cecilia- No pensarás dejarlo ahí. Silencio. Damián- Nada, a esperar que el señorito se decida a salir. Se sientan a esperar. Damián canturrea. ¿Sabías que Elvis era en realidad una mujer? Cecilia- Ni idea. Damián- Todas sus letras estaban escritas en clave. Aquélla de la cárcel, por ejemplo. Se refiere a cómo se sentía bajo una identidad de hombre siendo tía. Cecilia- ¿En serio? Damián- Lo trataban con hormonas. Por eso, en los últimos conciertos parecía inflado como un globo. Le inyectaban hormonas masculinas, para invertirlo. En los últimos conciertos… (Mira hacia algún lado.) Éste es 128

capaz de salir por otro lado y estar mirándonos desde una peña, partiéndose el culo. Silencio. ¿A qué hora te vas? Cecilia- Mi padre quiere salir pronto, para no coger atasco. Damián- ¿Vendrás algún fin de semana? Cecilia- Está muy lejos. Damián- Entonces, ¿no te vemos hasta el próximo verano? Cecilia- Ya veremos qué pasa el próximo verano. Damián- ¿No te ha gustado esto? Cecilia- No depende de mí. Mi madre se aburre. Y cuando se aburre, está de mal humor. Pero a mi padre le viene bien este clima. Duerme mejor aquí. Así que ya veremos. Damián- Algo tendrás tú que decir, si te lo has pasado bien. Cecilia- Yo no pinto mucho. Silencio. ¿Antonio tiene padre? Damián- ¿Antonio? Cecilia- Como nunca se le ve… Damián- Es que es diplomático. Siempre está de aquí para allá. Cecilia- Ah, diplomático. Silencio. Damián canturrea la canción de antes. Damián- Se sentía muy desgraciado. Era el ser más desdichado del mundo. Cecilia- ¿Antonio? Damián- Elvis. Le obligaron a casarse con una mujer para disimular. Cecilia- ¿Quién le obligó? Damián- La casa discográfica. Cecilia- ¿No estás preocupado? ¿Cuánto lleva ahí abajo? Se puede haber dado un golpe. Se puede haber mareado. Huele a… ¿A qué huele? (A la cueva.) ¿Antonio? ¿Me oyes, Antonio? ¡Antonio! Silencio. Damián se incorpora y empieza a tirar de la cuerda. Damián- Le voy a dar una hostia… Qué hostia le voy a dar. Cecilia le ayuda. Les cuesta mucho. 129

Cecilia- Como se rompa… Damián- Como se rompa, nos vamos a nadar y que le den por culo. Por fin, sale el extremo de la cuerda, y con ella Antonio. Damián y Cecilia lo tumban en el suelo. Comprueban que no está muerto, sino dormido. Se está haciendo el dormido. (A Antonio.) Anda, déjate de chorradas, que se nos va el sol. Le da tortitas en la cara, pero Antonio parece profundamente dormido. Damián y Cecilia no saben qué hacer. Todavía no lo han decidido cuando Antonio despierta. Se incorpora, mira a su alrededor con asombro, se despeja. Antonio- Al bajar unos metros, la cueva se ensancha un poco y no es tan oscura, por algún sitio debe de entrarle luz. Ahí estuve sentado un rato, imaginándome las caras que estaríais poniendo aquí fuera. Hasta que te oí decir: “!Has ganado! ¡Eres el mejor!”. Pero al intentar subir vi que no tenía fuerza. Di voces, pero no debisteis de oírme. La verdad es que me puse un poco nervioso, porque ni siquiera sabía si me habíais visto entrar, y empezaba a sentir frío. En éstas, me doy cuenta de que, al fondo de la cueva, hay tres puertas. Se me ocurre que quizá alguna me puede llevar a la superficie. El caso es que elijo la de la izquierda. Detrás de ella hay un pasillo. Al fondo del pasillo, un hombre viejo, con barba, me hace una seña para que le siga. Señala un reloj y me dice: “Rápido, que va a salir el tren”. Corro detrás del viejo y llego a una gran estación de la que está a punto de salir un tren. Lo hubiera perdido si una mujer no me ayuda a subir. Una mujer muy elegante, que me dice: “Tengo un billete de sobra, porque mi hijo se ha negado a acompañarme. ¿Quiere usted venir conmigo? No me gusta viajar sola”. Acepto, aunque la voz de la mujer me desagrada. Por suerte, ella está en silencio todo el tiempo, mirando por la ventanilla. Yo también miro por la ventanilla, pero no consigo reconocer el paisaje, aunque me es muy familiar. Como si me adivinase el pensamiento, por fin la mujer dice: “Llevamos seis horas de viaje. Tendrá usted hambre”. Yo le digo que sí, que tengo hambre, y la sigo hasta el vagón restaurán. Ella se enfada porque ningún camarero viene a atendernos. El mantel de la mesa es de cuadrados blancos y negros. En la mesa de al lado, usando el mantel como tablero, dos hombres juegan al ajedrez. Conozco bien al hombre que juega con blancas: es mi padre. Al otro jugador no lo conozco, pero me da pena, porque sé que mi padre juega muy bien, y porque se están jugando una mujer muy guapa cuya foto han colocado en el centro del tablero. De pronto, cuando mueve el caballo, me doy cuenta de que mi padre está haciendo trampas: no es así como se mueve el caballo. Yo quisiera avisar al otro hombre, pero no 130

puedo traicionar a mi padre. Cierro los ojos para no ver lo que está pasando. Cierro los ojos. Con los ojos cerrados, oigo que mi padre dice: “Jaque mate”. Desearía abrirlos, para comprobar si es cierto que ya no hay nada que hacer. Pero no me atrevo a abrirlos. Cuando por fin los abro, estoy aquí, fuera de la cueva. Silencio. Damián aplaude. Damián- Muy bien, muy bonito. Muy poético. ¿Vamos a nadar? Silencio. Cecilia se ata la cuerda a la cintura. Cecilia- ¿Me echáis una mano? (A Damián.) ¿Me haces un nudo aquí? Damián- ¿Estás majara? ¿No has visto cómo ha salido éste, que lo hemos sacado medio muerto? Cecilia- Quiero ver qué hay ahí abajo. Damián- ¿No lo has oído? Tres puertas, una estación muy grande, un tren… Anda, vamos antes de que se nos vaya el sol. Cecilia- Si sentís tres tirones, tiráis. O si en cuarto de hora no he salido. Si en cuarto de hora no salgo, tiráis para arriba. Damián- ¿Cuarto de hora? En cuarto de hora da tiempo a que se te coman todos los bichos que debe de haber ahí abajo. Cecilia- Cuarto de hora. Antonio- En cuarto de hora te sacamos. Antonio le ayuda a atarse la cuerda. Cecilia entra en la cueva. Silencio. Damián- Pero qué hijodeputa eres… Primero te las das de gran explorador. La cuerda, ¿fue de casualidad o la tenías preparada? Y luego, te tiras el rollo con todo eso del tren. Lo del ajedrez te ha quedado cojonudo. ¿De quién es el cuento? Porque ese cuento no es tuyo. Eso del ajedrez para jugarse a una guapa no se te ha ocurrido a ti. ¿Cuánto te ha llevado aprendértelo de memoria? Antonio- ¿Crees que me estaba quedando con vosotros? ¿Eso crees? Damián- O sea, que lo has soñado. Antonio- Y yo qué sé. ¿No has oído que antiguamente había brujas por aquí? Mi madre me ha contado muchas historias de brujas y de magos. Damián- Eso te ha faltado: meter un mago. ¿O el mago era el viejo de las barbas? Cuando vuelvas a contarlo, mete a Merlín. Si quieres impresionar de verdad a Cecilia, dile que el viejo es Merlín. Antonio- ¿Crees que quería impresionar a Cecilia? ¿Me imaginas a mí con Cecilia?

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Damián- No. La verdad es que no. No. Tres puertas, un viejo, un tren, un ajedrez… ¿Cómo era esa peli polaca que te gustó tanto? Sí, hombre, ésa tan cursi que estuviste un mes hablando de ella. Ha sido como un refrito de todas las pelis que has visto este invierno. Todas las películas del invierno las has echado ahí. (Coge la cuerda.)¿Me ayudas? Antonio- No han pasado ni diez minutos. Damián- ¿Me ayudas o no? Antonio- Hemos quedado en cuarto de hora, pues cuarto de hora. Sin la ayuda de Antonio, Damián tira de la cuerda. Con el final de la cuerda sale Cecilia, dormida. La tienden en el suelo y dejan que se despierte. Cecilia se troncha de risa, hasta contagiar a Damián y Antonio. De repente, se echa a llorar. Tiene frío. Damián se quita la camiseta y se la ofrece. Antonio lamenta no haber estado tan rápido. Cecilia se pone la camiseta de Damián. Cecilia- Las tres puertas. Elijo la del centro, que da a una biblioteca. En las mesas hay niños leyendo, pero no son libros infantiles, no son libros para niños. Hay un viejo barbudo ordenando los libros. El viejo trata con mucho cuidado los libros y riñe a los niños cuando arman jaleo. Me doy cuenta de que no ordena alfabéticamente. “¿Cuál es el orden?”, le pregunto. “Del Bien al Mal”, me contesta. Yo pienso: “Entonces, el último será el peor de todos”. Como si me hubiera leído el pensamiento, el viejo me dice: “El último es el peor libro del mundo. Si quieres leerlo, tendrás que ponerte esos guantes. Pero no tienes por qué leerlo si no quieres”. Me pongo los guantes con dificultad, porque los dos son de la mano izquierda. El libro no tiene título, y está escrito a mano con una letra pequeña y redonda, como de niño. La primera frase es muy divertida, me hace mucha gracia, y los niños me miran y se contagian con mi risa. Pero la segunda frase es triste, y la tercera es peor. No quiero seguir leyendo, doy tres tirones a la cuerda, pero no sirve de nada y los niños se ríen de mí. Cuanto más leo, más frío tengo y más se burlan los niños. No quiero seguir leyendo. Cierro los ojos. Hasta que una niña me dice al oído: “Ya puede usted abrir los ojos, señora. El viejo ha devuelto el libro a la estantería”. Pero yo no me atrevo a abrirlos. Cuando por fin los abro, estoy fuera de la cueva. Silencio. Damián- Podríamos montar un negocio. Nos compramos este terreno, ponemos ahí una taquilla y cobramos por entrar. Aquí, un rótulo luminoso. ¿Qué tal “La cueva mágica”? ¿“La cueva de Merlín”? ¿Mejor “La gruta de Merlín”? (Se ata la cuerda.) Ya sabéis: quince minutos. Se mete en la cueva. Silencio. Cecilia canturrea la canción. 132

Cecilia- ¿Tú habías oído que Elvis era en realidad una chica? Que le ponían hormonas. Antonio- Eso que estabas cantando no era de Elvis. Era de aquella negra, ¿cómo se llamaba? Aquella negraza. Silencio. Cecilia- ¿Por qué vistes así? Antonio- ¿Me está mal? Cecilia- No es muy de moda que digamos. Es ropa de viejo. Antonio- Como que es de mi padre. Mi madre la iba a tirar, pero yo la cogí. ¿No me está bien? Cecilia- ¿Y tu padre? Antonio- ¿Mi padre qué? Cecilia- Que qué le parece que uses su ropa. Antonio- No sé. Cecilia- Lo ves poco, ¿no? Por su trabajo. Antonio- Y tan poco. Silencio. ¿Te lo ha dicho Damián, que mi padre es camionero? Cecilia- No. Damián- Seguro que te lo ha dicho. Es un bocazas. Es mi mejor amigo, pero habla demasiado. Silencio. Cecilia- Eres raro. Antonio- No tanto. Cecilia- Eres zurdo. Antonio- Eso sí. Silencio. Se te ha manchado el pelo. De tierra. Cecilia- ¿Dónde? Antonio- Aquí. Le quita tierra del pelo. Silencio. Cecilia- ¿A qué hora ha entrado? Antonio- A y diez. 133

Cecilia- ¿Lo sacamos? Antonio- Venga. Cecilia y Antonio tiran de la cuerda. Sacan a Damián, dormido. Esperan a que se despierte. Le duele la tripa y tiene náuseas. Tarda un rato en sentirse bien. Cecilia- Vamos, di. Antonio- Hay que contarlo. Tienes que contarlo. Silencio. Damián- Voy a abrir la puerta del centro, pero de la derecha viene una música muy animada, de orquesta. Delante de la puerta hay un fortachón con una lista de nombres. Encuentra el mío, lo tacha, me da un cartón con el número cinco y me abre la puerta diciendo: “Tenga cuidado con la diez. Son unos tramposos”. La puerta da directamente a una pista de baile, pero nadie baila, los hombres están en el centro y las mujeres alrededor, hasta que un viejo, un viejo barbudo que va vestido como maestro de ceremonias, dice por el micrófono: “Uno – Dos – Tres”, y hace una seña a una imitadora de Elvis para que empiece a cantar. Entonces, las mujeres corren a buscar pareja. La imitadora de Elvis lo hace muy bien, canta como él, se mueve como él, le hace a uno dudar, aunque claro, no puede ser el auténtico Elvis. La chica que tiene el número siete está en una esquina, mirando. No es guapa, pero es la única chica que no tiene pareja, así que me acerco a ella y le pregunto si quiere bailar. Ella me dice: “Él me prometió que vendría. Será que ha perdido el tren”. No es la chica más guapa del mundo, pero baila bien, y tiene una sonrisa muy bonita. Cada rato, el maestro de ceremonias dice un número y entonces una pareja deja de bailar y se va de la pista. Hasta que sólo quedamos dos parejas: la nuestra y la diez. Yo veo que mi chica está muy cansada, y yo también estoy muy cansado, hace mucho calor, siento que me fallan las piernas. El de la pareja diez se da cuenta, sabe que si ahora entra una rápida tendremos que retirarnos. Sin dejar de bailar, el tipo se acerca a la imitadora de Elvis y le dice algo al oído, al tiempo que le desliza por el escote un billete de cien. Mi chica me dice: “Está haciendo trampas delante de todo el mundo. ¿Es que nadie va a hacer nada?”. Pero entonces la imitadora de Elvis me guiña un ojo y empieza a cantar “Loving you”. Como si me leyese el pensamiento, mi chica me dice: “!Tu canción favorita!”. Y yo le digo: “Vamos a ganar. Tú sígueme”. Y cuando el maestro de ceremonias dice “Diez” y la otra pareja se retira de la pista, cierro los ojos y mi chica me da el beso más grande del mundo. Y seguimos bailando toda la noche, con los ojos cerrados. Baila con los ojos cerrados. Los abre. Silencio.

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¿Vamos a nadar o qué? Antonio- Ya casi no hay sol. Cecilia- Aunque no haya sol. Damián, Cecilia y Antonio caminan juntos.

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581 mapas

Lezcano- 16: “Domicilios de los árbitros de fútbol residentes en Madrid”. El color del circulito indica la categoría en que pita el colegiado. Muñoz- Hay otro con domicilios de jueces, ¿no? ¿El 31? Hermida- El 35. Lezcano- Aquí está. Las viviendas también están marcadas por categorías. Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Audiencia Nacional… Muñoz- ¿Cómo ha obtenido las direcciones particulares de todas esas personas? Hermida- No las he obtenido. Los datos me los suministran. Yo sólo les doy expresión gráfica. Muñoz- Es una de esas personas quien ha puesto en nuestro conocimiento la existencia de sus mapas. Considera que la publicación del lugar donde vive le pone en peligro. Hermida- ¿Un juez? Muñoz- Un árbitro. Hermida- Dudo que quien me encargó ese mapa tenga nada contra los árbitros. Muñoz- También se ha quejado una asociación vecinal. Están molestos con ése sobre embriaguez. Hermida- 89: “Número de alcohólicos por cada mil habitantes”. Muñoz- Los de ese barrio se sienten estigmatizados. Hermida- Lo siento. Muñoz- ¿Por qué en naranja? ¿Por qué la máxima concentración de borrachos en naranja? Hermida- El naranja tiene la particularidad de que… Lezcano- ¿Acepta cualquier mapa que le encarguen? Hermida- De Madrid. Sólo de Madrid. No osaría hacer un mapa de otro lugar. Muñoz- Le gusta Madrid.

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Hermida- No. Pero es la ciudad que tengo en la cabeza. Puedo decirle el camino más corto entre Usera y La Vaguada y cuántos quioscos se va a encontrar de aquí al Museo del Prado. Lezcano- Usted hace cualquier tipo de mapa de Madrid. No importa sobre qué. Hermida- Es la clave del negocio. Fue idea de mi hermana mayor, cuando perdí mi empleo en una editorial de libros escolares. Mi hermana me hizo ver que se hacen muchos mapas, toneladas de mapas, pero la mayoría no tienen nada que ver con los auténticos intereses de la gente. ¿De qué te vale la ubicación de los monumentos cuando lo tuyo es la filatelia? ¿Qué importan las zonas verdes si lo que te interesa es la pornografía? Fue mi hermana la que me dio la idea de los mapas personales. Yo no lo veía claro, pero pensé: ¿Qué tengo que perder? Mi hermano pequeño, que es informático, dio forma a la idea: www.mipropiomapa.com. Lezcano- Son ustedes una familia muy unida. Hermida- La diferencia con hacer mapas para libros es que lo puedes modificar continuamente, conforme vas teniendo nuevos datos. Muñoz- Éste fue el primero, ¿no? “Tiendas de mascotas”. Hermida- Sí. Lezcano- Trecientos doce mapas. Parece mentira que los haya hecho todos una sola persona, en menos de un mes. Hermida- En realidad he hecho más. Sólo se cuelga un mapa si así lo quiere el cliente. He hecho quinientos setenta y nueve. Si el negocio sigue creciendo, voy a tener que meter gente. Silencio. Lezcano- Quinientos setenta y nueve mapas en veintiséis días. Hermida- En veintitrés. Los domingos paro. Lezcano- ¿Podemos hacer una prueba? Hermida- ¿? Muñoz- Una demostración. Nos gustaría ver cómo lo hace. Hermida- Claro. Muñoz- ¿Qué necesita? ¿Folio?, ¿cartulina?... Hermida- Din A-3. Muñoz- Din A-3. ¿Lápices? ¿Ceras?... Hermida- Lápices. Faber del 17. Muñoz- ¿Algo más? ¿Un café? 137

Hermida- Gracias. Con leche, sin azúcar. Muñoz- ¿Te traigo algo a ti? Lezcano niega. Muñoz sale. Silencio. Lezcano- De modo que los datos se los suministran. El trabajo de campo, por así llamarlo, lo hace el cliente. Hermida- Así es. Lezcano- 245: “Lugares donde ha estado el diputado Flórez desde el 1 de junio y tiempos que ha pasado en esos lugares”. Usted no ha seguido al diputado Flórez. Usted no ha estado en su despacho del Parlamento. Hermida- No, no. Lezcano- El mapa lo firma “Colibrí”. Hermida- Debe de ser un alias. Lezcano- Probablemente. Silencio. Algunos de sus clientes son auténticos enfermos. Hermida- La gente tiene problemas. Lezcano- La mayoría de sus mapas son basura. Hermida- Muchos no tienen valor científico, ya lo sé. Algunos son pura fantasía. 48: “Refugios de hadas, duendes y gnomos”. 77: “Lugares por los que he caminado sonámbulo”. 142: “Mujeres con las que me he acostado”. Pero hay otros que… Lezcano- La mayoría son mierda. Hermida- No digo que alguno no lo haya dibujado a disgusto. Pero ¿quién soy yo para decidir si un mapa debe hacerse o no? Silencio. Hasta que vuelve Muñoz, que pone ante Hermida todo lo que éste pidió. Y un listado con palabras y cifras. Muñoz- Alijos requisados en Madrid en los últimos cinco años. Ahí tiene todo: puntos de venta, sustancias, cantidades y fechas. Hermida se pone a trabajar. Muñoz mira el reloj. Silencio. Hermida- Lo más difícil es establecer el código. Lo difícil no es decidir si utilizas colores o sombreados o figuras geométricas. Lo difícil es expresar de la forma más sencilla posible la imagen que el cliente tiene en la cabeza. El mapa tiene que hablar a primera vista. Sigue trabajando. Silencio. Lezcano- 113: “Lugares donde se puede abuchear el himno nacional”. 138

Muñoz- Es un negocio. El señor Hermida lo hace por dinero, no tiene una implicación ideológica en el asunto. Otra cosa es que se le pueda haber ido de las manos. Pero reconocerás que hay algunos mapas buenos, mapas útiles. 206: “Madrid para mendigos”. Dónde comer de gorra, dónde dormir gratis… Fíjate: puntos donde pedir limosna clasificados por colores. Hermida- El Madrid de los mendigos no es el mismo que el Madrid de los banqueros o el de los que hablan latín. Muñoz- 159: “Hoteles baratos limpios”. Me hubiera venido muy bien cuando el divorcio. Hermida- No es lo mismo Madrid cuando tienes quince años que cuando has cumplido cuarenta. Tu mapa cambia con tu vida. Muñoz- Con el divorcio, mi mapa de tiendas se transformó. Ya sólo entro donde haya ofertas. ¿Tú te acuerdas de cómo vestía yo antes? Hermida- “Comercios chinos”. “Dispensarios de metadona”. “Hombres estatua”. Hay quien cuelga su mapa porque puede ayudar a otros. “Tiendas donde el vendedor es agradable”. “Probabilidad de ser atracado en función de día de la semana y hora”. Silencio. Hermida da por terminado el mapa. Muñoz mira el reloj. Lezcano y Muñoz observan el mapa. Muñoz- Es muy elocuente. Usted debería trabajar con nosotros. Hermida- En el colegio, es lo único que se me daba bien. Lezcano- Algunos de estos mapas son útiles, desde luego. Pero útiles ¿para qué? Muñoz- Mi amigo piensa que algunos de sus mapas representan otra cosa de la que dicen representar. Por ejemplo, el 71: “Graffitis”. Lo que mi amigo ve aquí… ¿Por qué no se lo explicas tú mismo? Lezcano- La mayoría de sus mapas son hojarasca, una cortina de humo para distraer de los importantes. Los importantes pueden ser los en apariencia más tontos. “Graffitis”, por ejemplo. Muñoz- Qué retorcido. Qué manía no conformarse nunca con la explicación más sencilla. Lezcano- En lo que mi amigo y yo estamos de acuerdo es en que hay aquí material de sobra para ponerlo a usted ante un juez. Muñoz- Pero discrepamos sobre el precio que ese juez le haría pagar por haber dibujado estos mapas. Yo soy de la opinión de que la responsabilidad debe recaer en quien se los ha encargado.

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Lezcano- En todo caso, el juez apreciará que nos revele sus fuentes. Localizaremos igual a todos estos tipos, pero lo haremos antes si usted nos dice lo que sabe de ellos. Muñoz- Dando por sentado que la mayoría de estos mapas, y por tanto sus inspiradores, son absolutamente inocentes. Lezcano- ¿Tendría gracia, no? Que nos dibujase un mapa con los domicilios de sus clientes. Silencio. Hermida- No puedo hacerlo. A la mayoría no los conozco. Cara a cara, quiero decir. La mayoría manda la información a través de correo electrónico, abonan la cuota en un número y ya está. Algunos sí, algunos quieren explicarse personalmente. Hay quien cree que sabe cómo hay que hacer su mapa, te vienen con esbozos que da risa verlos. Otros quieren verte porque necesitan aclararse, porque hay quien no sabe lo que quiere. Muchos vienen cargados de prejuicios. La gente desconfía de los mapas. ¿Para qué están hechos, el noventa por ciento de los mapas? Para hacer circular a la gente, para llevarte de un sitio a otro. Los mapas deberían ayudarte a saber dónde vives. Casi siempre se usan para lo contrario, para confundirte. Lo que la gente busca es un mapa que les diga la verdad. A veces es difícil, pero nadie ha quedado descontento, nadie ha pedido nunca que le devolvamos la cuota. Por primera vez en mi vida me siento útil. Ayer se lo decía a mi hermana: “Antes trabajaba para un jefe. Ahora trabajo para la gente”. Silencio. Lezcano- 71: “Bares donde no dejamos entrar moros”. 83: “Lugares donde puedo decir lo que pienso sobre los homosexuales”. 111: “Inmuebles vacíos okupables, clasificados por tiempo de desokupación”. 173: “Escenarios de la próxima guerra civil”. Muñoz- ¿Sabe que insultar, incitar al odio, marcar objetivos a los violentos, son delitos que se pagan con la cárcel? Lezcano- Un mapa que señala dónde viven los jueces, ¿a quién puede interesarle? Muñoz- Si el diputado Flórez nunca ha estado en “El búho de Minerva”, nos encontramos ante una calumnia. Si ha estado en “El búho de Minerva”, se trata de un seguimiento ilegal, una violación de la intimidad, quizá un caso de chantaje, de espionaje o de terrorismo. Esos cargos recaerán sobre usted a menos que nos ayude a localizar a “Colibrí”. Silencio.

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Hermida- Podría ser un taxista, tengo varios clientes taxistas. O alguien a quien interesa la política y ha elegido a Flórez como podía haber elegido a cualquier otro. Es lógico que a un votante le importe en qué emplean su tiempo los diputados. O quizá sea alguien que quiere ayudar a Flórez. Si Flórez ve este mapa, quizá decida corregirse, ampliar sus movimientos. “Colibrí” podría ser la esposa de Flórez, o el propio Flórez. Muchos mapas son autobiográficos. “Mis puestos de trabajo”. “Dónde desearía estar y nunca he estado”. “Dónde no tengo miedo”. “Dónde he visto a la chica pelirroja”. “Dónde me he cruzado con gente que leía a Dostoievski”. “Dónde yo, hombre negro de veintisiete años, he estado una hora sin que viniese a molestarme la policía”. “Lugares en que la palabra “Atalaya” causa extrañeza”. “Lugares donde me han hecho sentir como una mierda”. “Lugares donde he sido feliz”. Hay clientes que los utilizan como un diario, como una confesión. El mapa de los jueces… El mapa de los jueces quizá quiera hacernos ver que casi todos ellos viven en unos pocos barrios. Y que hay barrios donde no vive ninguno. Quizá quiera mostrar que gente que vive en unos barrios juzga a gente que vive en otros barrios. Si ustedes se fijan, los árbitros de Primera División también suelen residir en unos pocos barrios. Si se comparan los mapas de oficios –por ejemplo, el de banqueros y el de maestros de primaria-, pueden extraerse conclusiones. Quizá el que me encargó ese mapa tenga ese tipo de cosas en la cabeza. O no, no lo sé. Muchas veces, cuando dibujo un mapa, me cuesta entender los intereses que hay debajo. 232: “Lugares donde se reúnen comunistas”. ¿Lo ha hecho un comunista o uno al que no le gustan los comunistas? 253: “Mapa de mi madre”. Dónde se cortaba el pelo, dónde conoció a su marido, dónde está enterrada… También las casas de sus amantes y el lugar donde él la vio por última vez. ¿Un mapa de amor o de odio?... Se ve que muchos intentan decir cosas que nunca han podido decir. Yo sólo soy el traductor. Los colores, las flechas, no son más que eso, traducir lo que ellos tienen en la cabeza. A mí siempre me ha sido más fácil dibujar que hablar. Cuando salga de aquí y cuente a mi hermana todo esto, lo que ha sucedido aquí desde que entré por esa puerta, no diré nada. Haré un mapa. Lezcano- ¿Un mapa de qué? Hermida- De este lugar y de nosotros en él. De dónde y cómo se ha movido cada uno. De lo que ha hecho y dicho cada uno en cada momento en cada lugar. En el suelo, dibuja el mapa.

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