Sobre el concepto de la doctrina de la ciencia. Johann Gottlieb Fichte

JOHANN GO TTLIEB FICHTE SOBRE EL CONCEPTO DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA Seguido de tres escritos sobre la misma discipli

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JOHANN GO TTLIEB FICHTE

SOBRE EL CONCEPTO DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA Seguido de tres escritos sobre la misma disciplina

T r a d u c c ió n : B e r n a b é N a v a r r o B.

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN FILOSOFÍA MÉXICO 2009

Q175 F5218 2009

Fichte, Johann Gottlieb, 1762-1814 Sobre el concepto de la doctrina de la ciencia : seguido de tres escritos sobre la misma disciplina / Johann Gottlieb Fichte ; traducción: Bernabé Navarro B. — México : UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas : Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía, 2009. 92 p. — (Colección cuadernos Instituto de Investigaciones Fi­ losóficas ; cuaderno 11 ) Traducción de: Über den Begriff der wissenschaftslehre ISBN 978-607-02-1127-0 1. Ciencia — Filosofía. I. Navarro B., Bernabé, tr. n. t. ID. Ser.

Título original: Über den Begriff der Wissenschaftslehre

(Im Verlag des Industrie-Comptoirs. Weimar, 1794) Primera edición en español: 1963 D.R. © 1963, Universidad Nacional Autónoma de México Primera reimpresión: 15 de diciembre de 2009 D.R. (c) 2009 Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán C.P. 04510, México, Distrito Federal Tels.: 5622 7437 y 5622 7504; fax: 5665 4991 Correo electrónico: [email protected] Página web: http://www.filosoficas.unam.mx PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN FILOSOFÍA Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C.P. 04510 México, Distrito Federal Tel.: 5622 1820 Todos los derechos reservados Impreso y hecho en México ISBN 978-607-02-1127-0

L os e s c r i t o s reunidos en el presente Cuaderno pretenden ofrecer la posibilidad de un primer acceso y contacto inm ediatos con la filosofía de Fichte. Sólo en este sentido guardan una cierta unidad. En cambio, unidad externa, cronológico* o circunstancial, no la tienen. Fueron seleccionados bajo la orientación del especialista que abajo se menciona. E l relativamente corto tratado que da titulo al Cuaderno fue la primera exposición, sumaria, que hizo Fichte de su sistema. D e él aparecieron dos ediciones originales, una en 1794 y otra en 1797. E l texto reproducido en la presente versión es el de la primera y se tomó directamente de un ejemplar original proporcionado por el maestro R . Lauth, especialista en la filosofía fichtiana. Siendo el prólogo y las variantes de la segunda edición de secundaria importancia, se prescindió por completo de ellos bajo sugerencia del citado maestro. Ediciones posteriores existen también dos, una en las Obras completas, publicadas por I. H . Fichte —hijo del filósofo— en 1845 y otra en las Obras publicadas por Fritz M edicus en la Biblioteca Filosófica de F élix M einer en 1 9 1 5 (y 1925, 1962); ambas reproducen el texto de la segunda edi­ ción original, indicando las variantes de la primera. E l segundo escrito fu e publicado originalmente en 1797, en el Diario filosófico —editado por el mismo Fichte y por F. Im m anuel Nietham m er, Jena y Leipzig—, tomo \ 11, Cua­ derno 1, páginas 1-20. La traducción se hizo directamente de un ejem plar original proporcionado por el citado profe­ sor Lauth. Este opúsculo es también reproducido en las dos ediciones posteriores de las Obras, citadas poco antes. E l artículo ofrecido en tercer lugar fu e publicado origi­ nalmente en el Diario Universal, B erlín 1801, A n exo N o . 1. A¡o lleva titulo alguno; el que se le da aquí responde al con­ tenido. L a única reedición conocida fu e hecha bajo el titu lo

Un desconocido artículo de Fichte, en respuesta a los deseos

con ocasión del 18 de octu b re de 1921, L eipzig, Friedrich Meyer (sin fecha). N o existen más ediciones. L a traducción se hizo sobre un ejem plar de la últim a proporcionado por el mismo profesor R . L a u th . E l cuarto escrito es una carta de F ic h te a un tal Appia suizo de nación, según parece—, fechada en B erlín el 23 de junio de 1804. F u e publicada p or prim era vez en los Kantstudien, 2, 1898, pp. 100-103, de donde fu e tomada para la Correspondencia de J. G . Fichte, q u e preparó Hans Schulz, Leipzig, 1925, tom o 2, páginas 386-390. L a traducción se hizo sobre un ejem plar de esta últim a. E l titulo puesto es, como podrá verse, una expresión contenida en las primeras palabras de la carta. La fijación del texto alemán en pasajes dudosos o con erra­ tas se hizo siem pre en consulta con el profesor citado. Todas las características externas de presentación del texto fueron respetadas al máxim o; los pocos cam bios se indican en notas al pie de página. Dichas notas son en general aclaración de circunstancias o hechos; unas pocas aluden a conceptos básicos de la filosofía de Fichte. Las referencias a estas notas aparecen en el texto mediante números arábigos. L os números al margen y las barras en el renglón correspondiente rem iten a la división de página en las ediciones tomadas como base e indicadas antes. La traducción castellana aquí ofrecida es la primera hecha a una lengua cualquiera. Ella fu e g en til y pacientemente cotejada paso por paso con el original alemán por el profe­ sor doctor Reinhard Lauth, quien lee corrientem ente el castellano (e italiano y francés). Séale a qu í manifestado nues­ tro agradecimiento. É l enseña filosofía trascendental en la Universidad de M unich y es editor en je fe de la primera edi­ ción critica de las obras de F ichte p or encargo de la Acade­ mia de las Ciencias de Baviera.

SOBRE EL CONCEPTO DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA O

DE LA LLAMADA FILOSOFÍA como Programa para sus lecciones sobre esta ciencia

por JU A N T E Ó F IL O F IC H T E designado Profesor ordinario de Filosofía en la Universidad de Jena.

Weimar En la Im prenta del Industrie-Comptoir i

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PREFACIO E l a u t o r de este tratado quedó con la lectura de nuevos escépticos, especialmente del Enesidem o1 y de los excelen­ tes escritos Maimonianos? plenamente convencido de algo que ya antes le había sido sumamente verosímil: que la filo­ sofía, aun por medio de los más recientes esfuerzos de varones sagacísimos, no se ha elevado todavía al rango de una ciencia evidente. Él creyó haber encontrado la razón de esto y haber descubierto un fácil camino para satisfacer perfectamente a aquellas mucho m uy fundadas requisiciones de los escépti­ cos a la filosofía crítica, y para poner de acuerdo el sistema dogmático y el crítico en general en sus discrepantes pre­ tensiones, así como fueron | puestas de acuerdo por la filo­ sofía crítica las discrepantes pretensiones de los diversos sis­ temas dogmáticos.* N o acostumbrado a hablar de cosas que

• La verdadera disputa que impera entre ambos, y en la cual los escépti­ cos se batieron con razón al lado de los dogmáticos y con ellos del sano sentido común, el cual ciertamente viene muy bien a consideración, no como juez, sino como un testigo al que hay que examinar conforme a la ley, bien podría ser la ^ e la conexión de nuestro conocimiento con una cosa en si; y la disputa bien podría ser decidida por una futura doctrina de la ciencia, en el sentido de que nuestro conocimiento, por cierto no inmediatamente a través de la representación, pero sí mediatamente a través ds la sensación,' se conecta con la cosa en sí; de que las cosas ciertamente sólo como apariencias son representadas, que en cambio como cosas en si son sentidas; de que sin sensación no sería posible absolutamente ninguna representación; pero que las cosas en sí son conocidas sólo subjetivamente, esto es, sólo en cuanto que obran sobre nuestra sensación^ 1 El escrito aludido es el siguiente: Aenesidemus oder über die Fundamen­ te des von H erm Professor Reinhold in Jena gelieferten Elementar-Philosophie. Nebst einer Vertheidigung des Skepticismus gegen die Anmassungen der Vernunftkritik. 1792 . — Apareció anónimo. Su autor es G ottlob Ernst L u d w ig S c h u l z e .

• Se alude sin duda, especialmente, al escrito: Streifereien im Gebiete der Philosophie, Berlín, 1793 ; y también a la obra: Versuch über die Transscendentalphilosophie, mit einem Anhang über die symboltsche Erkenntnts, • De acuerdo con las líneas fundamentales de su sistema, para sensación, la palabra Empfindug —que implicaría un co

^terior

aún tiene por hacer, habría él llevado a cabo su plan o callado para siempre sobre él, si la ocasión presente4 no le pareciei^ ser una invitación para rend ir cuenta de la aplicación de su musa hasta ahora y de los trabajos a los que piensa dedicar el futuro. L a siguiente investigación no ha de pretender ninguna otra validez que una hipotética. D e ahí em pero no se sigue en m odo alguno que el autor no sea capaz de poner como 5 | fundam ento a sus asertos absolutam ente ninguna otra cosa que indemostradas suposiciones, y que éstas no puedan ser a pesar de todo los resultados de un más profundo y sólido sistema. Ciertam ente sólo después de años se promete él po­ der presentarlo al público en una form a digna del mismo; pero la justicia de que n inguno lo rechazará antes de haber examinado el todo, la espera él ya desde ahora. El prim er propósito de estas hojas era el de poner a los jóvenes estudiantes de la A lta Escuela a la que el autor ha sido llam ado,5 en condición de juzgar, si debían confiarse a su dirección en el cam ino de la prim era entre las ciencias, y esperar que él fuera capaz de d ifu n d ir tanta luz sobre la misma, cuanta ellos necesitan, a fin de andarlo sin peligroso traspiés. El segundo, para recoger los juicios de sus protec­ tores y amigos sobre su empresa. Para aquellos que no figuran ni entre los primeros ni entre los segundos, sean las siguientes advertencias, por si este es­ crito pudiera llegar a sus manos. Hasta ahora el autor se halla íntim am ente convencido de que ningún entendim iento hum ano puede avanzar más allá 6 del lím ite en el que K ant se detuvo, especialm ente | en su Critica del ju icio „e \ cual él sin em bargo nunca nos deter­ minó ni señaló com o ú ltim o lím ite del saber finito. Él sabe que nunca podrá decir algo a lo q u e K ant no haya ya apun­ tado, inmediata o m ediata, clara u oscuram ente. Él deja a las edades futuras el ahondar en el gen io del hom bre que, guiado frecuentem ente com o por una inspiración superior,

el En ,9 3- Ppss.) ^ a la designación como profesor en la Universidad de Jena, lo cual se indica en la portada de la o b ía . Alta Escuela: Universidad de Jena. lb id .

afectante—, sino térm ino Gefühl, con el cu al acen tú a lo in te rn o de la ope­ ración. castellano p u ed e servir p ara la in telig en cia e l térm in o sentim iento. { u e consultarse la clara ex posición d e H . H e im s o e th , F ich te . M iinchen, 2 123

arrastró tan poderosamente el juicio filosófico desde la situa­ ción en que él lo encontró hacia su última meta. - Él está también íntimamente convencido de que después del genial espíritu de Kant, no se pudo hacer otro más alto dón a la fi­ losofía que mediante el espíritu sistemático de Reinhold, y cree conocer el honroso puesto que la Filosofía elemental6 del último siempre mantendrá a pesar de todo en los ulterio­ res progresos que la filosofía, esté ello en manos de quien fuere, necesariamente debe hacer. No está en su manera de pensar el desconocer intencionadamente cualquier mérito o querer empequeñecerlo; él cree entender que cada pelda­ ño que la ciencia ha ascendido necesitó ser ascendido prime­ ro, antes de que pudiera ella subir a uno más alto;(él no con­ sidera en verdad como mérito personal ser llamado al trabajo por una feliz casualidad después de eminentes trabajadores, y sabe que | todo mérito que pudiera tal vez en ello realizarse no estriba en la fortuna del hallazgo, sino en la probidad de la búsqueda, acerca de la cual sólo cada uno puede juzgarse a sí mismo y recompensarse.)Él dijo esto no por aquellos grandes hombres, ni por causa de los que les son semejantes, sino para otros no del todo tan grandes hombres. Quien en­ cuentre superfluo que él haya dicho esto, el tal no figura entre aquellos para quienes lo dijo. Además de aquellos varones graves, los hay también bro­ mistas, que previenen al filósofo para que no se ponga en ridículo mediante exageradas esperanzas de su ciencia. Yo no voy a decidir si todos ríen rectamente por motivos since­ ros, porque la jovialidad les es simplemente innata; o si hay algunos entre ellos que se esfuerzan por reír solamente, a fin de quitar al investigador no experimentado el gusto de una empresa que ellos por comprensibles razones no miran con agrado.* Puesto que yo, en cuanto me es consciente, no he dado hasta ahora todavía ningún pasto a su humor mediante exteriorización de tales altas esperanzas: por eso me es per-

• Malis rident alienis.7 * No se trata propiamente del título de una obra, sino de la denominación del sistema de dicho filósofo. Las obras principales en que fue expuesto son: Beitrage zur Berichtigung bisheriger Mipverstándnisse der Philosophte 1, 1790 1704, Ueber das Fundament des philosophischen Wissens, 1791 — Versuch einer neuen Theorie des menschlichen Vorstellungs -

; II, Jena, .

Jena. —

Tena, 1789. Cita ligeramente modificada del verso Horaciano: cum ridentem alienis. Sat. II, 3 » 72,

vermógens, 7

. . .

».

raptes 1n tus malts

mitido quizá prim eram ente pedirles, no por bien de los filó­ sofos y aun menos de la filosofía, sino de ellos mismos, que aguanten la risa hasta que la em presa esté | formalmente fracasada y abandonada. Q u e se b u rlen entonces ellos de nuestra confianza en la hum anidad, a la q u e ellos mismos pertenecen, y de nuestras esperanzas en las grandes aptitudes de la misma; que repitan entonces su sentencia consolatoria: la humanidad es algo que ya no tiene rem edio; así fue y será siempre — cuantas veces necesiten de consuelo.

PR IM E R A SECCIÓN

SO BR E EL C O N C E P T O DE L A D O C T R IN A DE L A C IE N C IA EN G E N E R A L § i. Concepto de la doctrina de la ciencia hipotéticamente establecido a r a u n i f i c a r partidos divididos, se parte, en la forma más segura, de aquello sobre lo cual están acordes. La filosofía es una ciencia; sobre ello convienen todas las descripciones de la misma, así como se separan unas de otras acerca del objeto de esta ciencia. Y ¿cómo, si la separación hubiera provenido precisamente de que el concepto de la ciencia misma no estaba enteramente desarrollado, y si aque­ lla única característica bastara completamente para determ i­ nar el concepto de la filosofía mism a?^ Una ciencia tiene forma sistemática; todas las proposicio­ nes en ella están trabadas a una única proposición funda­ mental y se unifican en ella para un todo — tam bién esto es concedido en general. Pero, ¿está ya agotado el concepto de la ciencia? Si alguien, sobre una proposición infundada e indem os­ trable, por ejemplo sobre la de que en el aire existieran creaturas con inclinaciones, pasiones y conceptos humanos, y cuerpos etéreos, construyera una historia natural de estos es­ píritus del aire, tan sistemática como se quiera, lo cual en sí es muy posible — ¿reconoceríamos nosotros un tal sistema, por más rigurosamente que sea deducido en sí mismo, y por más íntimamente que pudieran estar ligadas entre sí cada una de las partes? Por el contrario, si alguien enuncia un teorema aislado o un hecho —por ejem plo, el obrero mecá­ nico la proposición de que sobre una línea horizontal el per­ pendículo tiene a ambos lados ángulos rectos; o el campesino

P

no instruido el hecho de que el historiador judío Josefo vivió en la época de la destrucción de Jerusalén—, en tal caso cualquiera confesará que el mismo posee ciencia de lo dicho, por más que el primero no pueda desarrollar sistemáticamen­ te la prueba geométrica de su proposición a partir del primer principio de esta ciencia, ni el otro probar metódicamente la credibilidad histórica de su aserción, sino que ambos acep­ taron la cosa por fe y creencia. (¿Por qué, pues, no llamamos nosotros ciencia a aquel sólido sistema que se basa en una proposición indemostrada e indemostrable; y por qué llama­ mos ciencia al conocimiento | de los segundos, el cual en el entendimiento de éstos no está trabado con ningún sistema? Sin duda por el hecho de que el primero en toda su metó­ dica forma no contiene sin embargo nada que se pueda saber; y los últimos sin ninguna forma metódica dicen algo que ellos realmente saben y pueden saber. X,a. esencia de la ciencia consistiría según esto en la cualidad de su contenido; éste tendría que ser cierto, por lo menos para el que debe tener ciencia; tendría que ser algo que él pudiera saber: y la forma sistemática sería para la ciencia pu­ ramente accidental; aquélla no sería el fin de ésta, sino sólo el medio para el fin.) En efecto, si es que el espíritu humano por una causa cual­ quiera pudiera conocer con certeza sólo muy poco, todo lo demás, en cambio, sólo opinarlo, conjeturarlo, sospecharlo, admitirlo arbitrariamente, y sin embargo, también por una causa cualquiera no se pudiese por cierto contentar con este conocimiento tan estrecho o inseguro, no le quedaría entonces otro medio para extender y asegurar el mismo, que com­ parar los conocimientos inciertos8 con los ciertos, y de la igualdad o desigualdad de los primeros con los últimos con­ cluir la certeza o incertitud de los mismos. Si fueran iguales a una proposición c i e r t a , podría él adm itir con seguridad que son también ciertos; si fueran opuestos a aquélla, enton­ ces sabría él desde luego que eran falsos y estaría seguro de no ser engañado más tiempo por ellos. Él habría ganado, si no verdad, por lo menos liberación del error. V oy a hacerme más explícito. — U na ciencia debe ser algo 8 Las expresiones conocimiento inseguro, conocimientos inciertos entenderse sólo en el sentido de faltos dé fundamento explícito y consc e según se explica antes con los ejemplos del obrero y del campesino.

uno, un todo. La proposición de que el perpendículo forma la línea horizontal dos ángulos rectos, o de que Josefo v iv ió en la época de la destrucción de Jerusalén, es sin duda, para aquel que no posee un conocim iento sistemático de la geometría o de la historia, un todo y en cuanto tal una ciencia. Pero nosotros consideramos también la geometría entera y la historia como una ciencia, ya que ambas sin duda contie­ nen a d e m á s algo diverso de aquellas proposiciones — ¿cómo y mediante qué, pues, una m ultitud de proposiciones en sí s u m a m e n te diversas llegan a ser una9 ciencia, uno y preci­ sa m e n te el mismo todo? Sin duda porque cada una de las proposiciones no serían en absoluto ciencia, sino que sólo llegan a serlo en el todo, mediante su puesto en el todo y mediante su relación con el todo. Ahora bien, mediante simple unión de partes nunca puede resultar algo que no deba hallarse en una parte del todo. Si absolutamente ninguna proposición entre las propo­ siciones enlazadas tuviera certeza, tampoco tendría ninguna el todo originado m ediante el enlace. Por tanto, al menos una proposición tendría que ser cierta, la cual comunicara a las demás su certeza; de tal modo que si, y en cuanto esta primera debe ser cierta, también tiene que ser cierta una segunda; y si, y en cuanto esta segunda debe ser cierta, también una tercera, y así en adelante. Y así, 13 muchas y en | sí quizás m uy diferentes proposiciones tendrían en común sólo una certeza, precisamente porque todas ellas — tendrían certeza, y la misma certeza, y por ello vendrían a ser sólo una ciencia. La proposición cierta —hasta ahora hemos supuesto sólo una como cierta— no puede obtener su certeza sólo por medio del enlace con las restantes, sino que necesita tenerla previa­ mente al mismo, pues por unión de muchas partes no puede resultar lo que no está en ninguna de ellas. T odas las restantes, empero, tendrían que recibir la suya de aquélla. Ésta tendría que ser cierta y segura previam ente a todo enlace. N i una sola de las restantes, en cam bio, tendría que serlo antes del enlace, sino llegar a serlo sólo por m edio de aquélla. D e aquí se aclara al mismo tiem po que nuestra hipótesis sobre

9 Fichte emplea algunas veces en el adjetivo uno y en ordinales la mayúscula para dar un énfasis ligero. En castellan dejar ese uso, por tener valor muy distinto.

po»

anterior es la única correcta, y que en una ciencia sólo n haber una proposición que previamente al enlace sea ' y segura. Si se dieran varias proposiciones semejantes estarían en absoluto enlazadas con la otra, y entonces no ^ fenecerían al mismo todo, sino que constituirían uno o varf^ todos separados; o estarían enlazadas con ella. Las propo ciones, sin embargo, deben estar enlazadas no de otro modo que mediante una e igual certeza. Si una proposición es cieña entonces debe tam bién ser cierta la otra, y si la una no es cierta, entonces tampoco la otra debe ser cierta. Esto no po­ dría valer de una proposición que tuviera una certeza inde­ pendiente de las restantes proposiciones; si su certeza ha de ser independiente, entonces ella es cierta, | aun cuando las otras no sean ciertas. Por ende, ella no estaría en absoluto enlazada con aquéllas mediante certeza. Una tal proposición cierta previamente al enlace se llama proposición fundamen­ tal. T o d a ciencia necesita tener una proposición fundamental; sin duda podría ella muy bien, conforme a su carácter inter­ no, estar constituida por una sola proposición en sí cierta - la cual, empero, no podría ciertamente llamarse luego propo­ sición fundamental, puesto que no fundaría nada. Sin embar­ go, tampoco puede tener ella más de una proposición fun­ damental, pues de otra manera no integraría una sino varias ciencias. U n a ciencia puede comprender, además de la proposición cierta previamente al enlace, aún varias proposiciones, que sólo m ediante el enlace con aquélla pueden ser reconocidas como ciertas. El enlace consiste, como precisamente se ha recordado, en que se muestre que, si la proposición A es cierta, tiene que ser cierta también la proposición B — y si ésta es cierta, tiene que serlo también la proposición C, y así en adelante; y este enlace se dice la forma sistemática del todo, que resulta de cada una de las partes. — Y ¿para qué este enlace? Sin duda, no para hacer un truco del enlazar, sino para dar certeza a las proposiciones, que en sí no tendr a ninguna; y así, la forma sistemática no es fin de la ciencia» sino que es el medio accidental —sólo bajo la condición de qu^ la ciencia deba estar constituida por varias proposiciones-aplicable para el logro de su fin. A q u élla no es la esencia ^ la ciencia, sino una cualidad accidental de la misma. — P° 10

Guiones añadidos para facilitar la lectura.

que la ciencia es un edificio; que el fin principal de la misma es la solidez. Los cimientos son sólidos, y I una vez que éstos han sido colocados, se habría alcanzado el fin. Mas como no se puede habitar en los puros cimientos, y con ellos solos nadie puede protegerse ni contra el voluntario ataque del enemigo, ni contra los involuntarios ataques del clima, por eso sobre aquéllos se construyen paredes y encima de éstas un techo. Todas las partes del edificio son enlazadas con los cimientos y entre sí mismas, y por ello resulta sólido el todo; mas no se construye un edificio sólido, para que se pueda enlazar, sino que se enlaza, para que el edificio resulte sólido; y es sólido en cuanto que todas las partes del mismo descan­ san en sólidos cimientos. Los cimientos son sólidos y no están cimentados sobre nue­ vos cimientos, sino sobre la tierra sólida. — ¿Sobre qué vamos, pues, nosotros a construir los cimientos de nuestro edificio científico? Las proposiciones fundamentales de nuestros sis­ temas deben y tienen que ser ciertas previamente al sistema. Su certeza no puede probarse dentro del ámbito de los mis­ mos, sino que toda posible prueba en ellos la presupone ya. Si ellos son ciertos, lo es también indudablemente todo lo que de ellos se deduce: pero, ¿de qué, pues, se deduce su propia certeza? Más aún — vamos a argumentar así en la construcción de nuestro edificio doctrinal: Si la proposición fundamental es cierta, luego otra determinada proposición es también cierta. ¿En qué se funda, pues, ese luego? ¿Qué es lo que funda el necesario nexo entre ambas, en virtud del cual debe corresponderle a la una precisamente la certeza que a la otra le corresponde? ¿Cuáles son las condiciones de este nexo y de dónde sabemos nosotros que ellas son las condiciones, y las | condiciones exclusivas y las únicas condiciones del mismo? Y ¿cómo llegamos nosotros en suma a admitir un nexo nece­ sario entre proposiciones diferentes, y además condiciones exclusivas, aunque exhaustivas de las mismas? Brevemente, ¿cómo es posible fundar la certeza de la pro­ posición fundamental en sí; cómo es posible fundar la legiti­ midad de deducir de ella, de una determinada manera, la certeza de las otras proposiciones? A quello que la proposición fundamental misma debe tener y comunicar a todas las restantes proposiciones que en la ga m o s

ciencia ocurren, lo llamo yo el contenido interno de la pro. posición fundamental y de la ciencia en general; la manera como debe aquélla comunicar lo mismo a las otras proposi. ciones, la llamo yo la forma de la ciencia. L a cuestión plan. teada es por ende ésta: ¿cómo es posible en general contenido y forma de una ciencia, es decir, cómo es posible la ciencia misma? Algo, en donde esta cuestión fuera respondida, sería por cierto una ciencia, y precisamente la ciencia de la ciencia en general. Previamente a la investigación no se puede determinar si la respuesta a aquella cuestión será posible o no, es decir, si nuestro saber total tiene un sólido fundamento, o si, por más estrechamente que puedan estar eslabonadas entre sí cada una de las partes del mismo, al fin, empero, se apoye sobre nada. Mas si nuestro saber ha de tener un fundamento, entonces tiene que poderse responder aquella | cuestión, y tiene que darse una ciencia en la que sea contestada; y si se da una tal ciencia, entonces tiene nuestro saber un fundamento. Por tanto, no se puede decir nada sobre lo fundado o infundado de nuestro saber previamente a la investigación; y la posibi­ lidad de la ciencia postulada se puede demostrar sólo por medio de su realidad. La denominación de una ciencia tal, cuya posibilidad es hasta ahora sólo problemática, es arbitraria. Sin embargo, si debiera mostrarse que el terreno que, después de toda la experiencia anterior, es utilizable para la construcción de ciencias está ya ocupado por las que le corresponden, y que sólo se ofrece aún un pedazo de tierra no construida, a saber, el propio para la ciencia de las ciencias en general; si, además, bajo un nombre conocido (el de la filosofía) se encon­ trara la idea de una ciencia, que por cierto pretende ser o llegar a ser ciencia, y la cual no puede ponerse de acuerdo consigo sobre el sitio donde debe ella establecerse: en tal caso no ser a inconveniente asignarle el sitio encontrado vacío. Si asta ahora se ha pensado bajo la palabra filosofía precisaton C CS0 °- n° ’- n° ^ace abs° l utamente n»da al caso; y ena cien .esa c*enc*a’ siempre que hubiera llegado alguna vez hast ^ no sin razón un nombre que ha llevado ern rívx°ra C° n n? exaSerada modestia — el nombre de una 1 n superficial, de una afición, de un diletantismo. La

nación que la descubra sería perfectampnf» a : , nombre de su propia lengua;* I y podría simplemente la ciencia, o la doctrina de la ciencia ahora llamada filosofía sería por tanto la ciencia de cía en general.

, ^arle UI» L aT T una c£ ? una Clen'

§ 2. Desarrollo del concepto de la doctrina de la ciencia De definiciones no es lícito hacer inferencia: esto quiere decir, o que del hecho de que se haya podido pensar sin con' tradicción una determ inada característica en la descripción de una cosa, la cual existe totalmente independiente de nues­ tra descripción, no se debe inferir sin ulterior fundamento que aquella tiene que poderse encontrar en la cosa real; o que respecto de una cosa, que precisamente sólo por medio de nosotros debe ser producida según un concepto formado de ella, el cual expresa el fin de la misma, no se debe aún concluir de la pensabilidad de ese fin a la factibilidad de la misma en la realidad: pero nunca jamás puede significar que no debe uno proponerse ningún fin en sus trabajos espiritua­ les, o corporales, ni tratar, por cierto, de hacerse claro el mismo aún antes de que se vaya al trabajo, sino dejarlo al juego de su fantasía o de sus dedos, resulte lo que resultare. El inventor de los globos aerostáticos pudo muy bien calcular el tamaño de los mismos y la relación del | gas encerrado dentro respec­ to del aire atmosférico, y el grado de su velocidad: más aún, antes de que él supiera si inventaría una especie de gas que según el grado exigido fuera más leve que el aire atmosférico; y A rquím edes pudo calcular la máquina mediante la cual quería m over de su sitio el globo terráqueo, aunque sa a con seguridad que no encontraría ningún ugar uera e a fuerza atractiva del mismo, desde el cua pui íe_a actuar. — A sí igualm ente nuestra ciencia escn . * tal, no es algo que exista indePe^ ¿ ^ s e r producido sólo de nuestra intervención, sino que arril?nte según una m ediante la libertad de nuestro esp ri^u,^ ^ 1¡bertad_como determ inada dirección — si es que a • «o Hp darle de su propia lengua • Tam bién sería ella perfectamente dig ^ ^ ,a nación qUe los demás términos técnicos; y la f ^ Hí>ridida preponderancia sobre las hablara aquélla, lograría por ello un otras lenguas y naciones.

nosotros igualm ente aún no podem os saber. iDeterminemos nosotros previam ente esa dirección; form ém onos un concepto distinto de lo que nuestra obra debe llegar a ser! Que si nosotros podemos producirla o no, eso se manifestará sólo del hecho de que realm ente la produzcam os. Por ahora la cuestión no es sobre ello, sino sobre lo qu e propiamente vamos a hacer; y esto lo determ ina nuestra definición. 1. L a ciencia descrita debe ser ante todo una ciencia de la ciencia en general. T o d a ciencia posible tiene una propo­ sición fundam ental, que no puede ser dem ostrada en ella, sino que tiene que ser cierta previam ente a ella. ¿Dónde, pues, debe ser demostrada esa proposición fundam ental? Sin duda en aquella ciencia que ha de fun dar a todas las ciencias po­ sibles. — L a doctrina de la ciencia tendría que hacer en este | aspecto dos cosas distintas. En prim er lugar, fundar la posi­ bilidad de las proposiciones fundam entales en general; mos­ trar cómo, hasta dónde, bajo qué condiciones y quizá en qué grados puede algo ser cierto, y en general, qué quiere decir — ser cierto; después, tendría especialm ente que demostrar las proposiciones fundam entales de todas las ciencias posi­ bles, las cuales no pueden ser demostradas en ellas mismas. T o d a ciencia, si no ha de ser una única proposición aislada sino un todo constituido por varias proposiciones singulares, posee form a sistemática. Esta form a, la condición de la depen­ dencia de las proposiciones derivadas respecto de la propo­ sición fundam ental, y la razón legítim a de concluir de esa dependencia el que las primeras tienen que ser necesaria­ m ente tan ciertas com o la últim a, no se pueden tam poco pro­ bar en la ciencia particular, si es q u e debe tener unidad y no ocuparse de cosas ajenas, que no le pertenecen, sino que es presupuesta ya para la posibilidad de su form a. U na doctrina general de la ciencia, por tanto, tiene sobre sí la obligación de fun dar la form a sistemática para todas las ciencias posibles. 2. L a doctrina de la ciencia es ella misma una ciencia. Por lo mismo, tam bién necesita tener ante todo una proposición fundam ental, que no puede ser dem ostrada en ella, sino que es presupuesta al efecto de su posibilidad. P ero esta proposi­ ción fundam ental tampoco puede ser dem ostrada en ninguna otra ciencia superior, pues entonces esta ciencia superior sería la doctrina de la ciencia, y aqu ella | cuya proposición funda­ mental necesitase prim ero ser dem ostrada no lo sería. Esa

proposición fundam ental de la doctrina de la ciencia y, por su mediación, de todas las ciencias y de todo saber, n0 es, por tanto, en absoluto susceptible de demostración alguna! es decir, no puede ser reducida a ninguna proposición supe­ rior, por com paración con la cual se manifestara su certeza. Sin embargo, ella debe dar la base de toda certeza; necesita por tanto ser cierta, y precisam ente en sí misma, por causa de sí misma y m ediante sí misma. T od as las otras proposiciones serán ciertas, porque se puede mostrar que en algún aspecto son iguales a ella; esta proposición tiene que ser cierta, sim­ plemente porque es igual a sí misma. Todas las otras pro­ posiciones tendrán sólo una certeza mediata y derivada de ella; ella tiene que ser inm ediatam ente cierta. Sobre ella se funda todo saber, y sin ella ningún saber en absoluto sería posible; mas ella no se funda sobre ningún otro saber, sino que es el p rin cip io 11 del saber en cuanto tal. — Este principio es absolutamente cierto, es decir, es cierto, porque es cierto. Él es el fundam ento de toda certeza, es decir, todo lo que es cierto, es cierto, porque é l es cierto; y nada es cierto, si é l no es cierto. Él es el fundam ento de todo saber, es decir, se sabe Jo que él afirma, porque se sabe simplemente; se sabe eso inmediatamente, en cuanto que se sabe algo cualquiera. Él acompaña a todo saber, está contenido en todo saber y todo saber lo presupone. La doctrina de la ciencia necesita, en cuanto que ella mis­ ma es una ciencia, y si debe estar constituida no sólo por su simple principio fundam ental, sino por varios principios —y que así será, se puede | prever por el hecho de que ella debe establecer principios fundam entales para las otras ciencias—, necesita, repito, tener form a sistemática. A hora bien, ella no puede tom ar esta form a sistemática de ninguna otra ciencia en cuanto a la determ inación o rem itirse a ésta en cuanto a la validez, porque ella mism a debe establecer para las otras cien­ cias no sólo principios fundam entales y por m edio de ellos su contenido interno, sino tam bién la form a y mediante ella la 11 El térm ino alem án Satz, en el lenguaje filosófico, responde ordinaria­ mente al castellano proposición; en ciertos casos responde claramente al de principio -siem pre en sentido lógico-; en otros muchos -com o en casi todo lo que sig u e- podría igualm ente vertirse por uno o por otro. En genera vamos a preferir el de principio, destacando así el sentido dinámico a , positivo- y evitando el puram ente formal y hasta gramatical del de p p

sición.

posibilidad del enlace de varios principios en ellas. Aquélla necesita, por tanto, tener en sí misma esa forma y fundarla me­ diante sí misma. Nosotros necesitamos analizar esto sólo un poco, para ver qué se dice propiamente con ello. — A qu ello de lo que se sabe algo, llámese entretanto el contenido, y lo que se sabe de ello, la forma de la proposición. (En la proposición: oro es un cuerpo, aquello de lo que se sabe algo es el oro y el cuerpo; lo que de ellos se sabe es que en un determinado aspecto son iguales, y en tal sentido podría uno ser colocado en el lugar del otro. Es una proposición afirmativa, y este respecto es su forma.) Ninguna proposición es posible sin contenido o sin forma. Tiene que haber algo, de lo cual se sabe, y algo, que se sabe de ello. El primer principio de toda doctrina de la ciencia necesita tener por lo tanto ambos, contenido y forma. Ahora bien, él debe ser cierto inmediatamente y por sí mismo, y esto no puede significar otra cosa, sino que el contenido del mismo determina su forma, y viceversa, la forma del mismo deter­ mina su contenido. Esta forma puede convenir sólo a aquel contenido, y este contenido puede convenir sólo a | aquella forma; toda otra forma para este contenido anula el principio mismo y con él todo saber, y todo otro contenido para esta forma anula igualmente el principio mismo y con él todo saber. La forma del principio fundamental absolutamente primero de la doctrina de la ciencia, por tanto, no sólo es dada por él mismo, sino además establecida como absoluta­ mente válida para el contenido del mismo. Si además de este único absolutamente-primero debieran darse aún varios prin­ cipios fundamentales de la doctrina de la ciencia, los cuales han de ser sólo en parte absolutos, pero en parte condiciona­ dos por el primero y supremo, pues de otra manera no se daría ni un único principio fundamental: — entonces lo absoluta­ mente-primero en los mismos sólo podría ser o el contenido o la forma, y lo condicionado igualmente solo el contenido o la forma. Suponed que el c o n t e n i d o sea lo Acondicio­ nado: entonces el principio fundamental absolutamente-pri­ mero, que tiene que condicionar algo en el segundo, pues de otro modo no sería principio fundamental absolutamenteprimero, condicionaría la forma del mismo; y según eso, su forma sería determinada en la doctrina misma de la ciencia,

y por ella y por su primer principio fundamental; o suponed al contrario que la forma sea lo incondicionado: entonces el contenido de esta forma será necesariamente determinado por el primer principio fundamental, y con ello mediatamen­ te también la forma, en cuanto que debe ser forma de un contenido; luego también en este caso la forma sería deter­ minada por la doctrina de la ciencia, y justamente por su prin­ cipio fundamental. — Un principio fundamental, empero, que ni en cuanto a su forma, ni en cuanto a su contenido fuera determinado por el principio fundamental absolutamenteprimero, no puede darse, si es que debe darse simplemente un principio fundamental absolutamente-primero, y una doc­ trina de la ciencia, y un sistema del saber humano. | Según eso, tampoco podrían darse más que tres principios funda­ mentales: uno, determinado absoluta y simplemente por sí mismo, tanto en cuanto a la forma, como en cuanto al con­ tenido; otro, determinado por sí mismo en cuanto a la forma, y otro, determinado por sí mismo en cuanto al contenido. — Si se dan más principios en la doctrina de la ciencia, tienen que ser determinados todos por el principio fundamental, tanto en cuanto a la forma, como en cuanto al contenido. Una doctrina de la ciencia, según esto, tiene que determinar la forma de todos sus principios en tanto que son considerados separadamente. Una tal determinación de cada uno de los principios, sin embargo, no es posible de otra manera que determinándose ellos a sí mismos recíprocamente. Ahora bien, cada principio tiene que estar perfectamente determinado, esto es, su forma tiene que convenir sólo a su contenido y a ningún otro, y este contenido tiene que convenir sólo a la forma en la que él está, y a ninguna otra; pues de otra manera el principio no sería igual al principio fundamental, en tanto que es cierto (ver arriba), y por lo mismo no sería cierto. — Si, pues, todos los principios de una doctrina de la ciencia deben ser en sí diversos —como efectivamente tienen que serlo, pues de otra manera no serían varios principios, sino uno y siem­ pre el mismo principio varias veces—: entonces ningún prin­ cipio puede recibir su perfecta determinación de otra manera que por medio de uno solo entre todos; y por este medio es, pues, determinada perfectamente toda la serie de los prin­ cipios, y ninguno puede mantenerse en algún puesto de la serie diverso de aquel en que está. En la doctrina de la ciencia

cada principio recibe determinadamente su puesto por medi de otro determinado. La doctrina de la ciencia según esto s° determina por sí misma la forma de su todo. 25 Esta forma de la doctrina de la ciencia tiene validez nece saria para el contenido de la misma. Pues si el principio fun­ damental absolutamente-primero era inmediatamente cierto esto es, si su forma convenía sólo a su contenido, y su contenido sólo a su forma - p o r él en cambio son determi­ nados todos los posibles principios siguientes, inmediata o mediatamente, en cuanto al contenido o la forma, si se halla­ ban ya en cierto modo contenidos en é l- , entonces tiene precisamente que valer de ellos, lo que vale de aquél: que su forma conviene sólo a su contenido, y su contenido sólo a su forma. Esto concierne a los principios aislados; la forma del todo, en cambio, no es otra cosa que la forma de los prin­ cipios aislados pensados en uno, y lo que vale de cada uno ais­ lado tiene que valer también de todos, pensados como uno. La doctrina de la ciencia, sin embargo, debe dar su forma no sólo a sí misma, sino también a todas las demás ciencias po­ sibles, y establecer seguramente la validez de esta forma para todas. Ahora bien, esto no se puede pensar de otra manera que bajo la condición de que todo lo que debe ser principio de una ciencia cualquiera esté ya contenido en un principio cual­ quiera de la doctrina de la ciencia, y por tanto establecido ya en ella en su forma correspondiente. Y esto nos abre un fácil camino para volver al contenido del principio funda­ mental absolutamente-primero de la doctrina de la ciencia, del cual ahora podemos decir algo más de lo que pudimos antes. Admítase que saber ciertamente no quiere decir otra cosa que tener inteligencia de la inseparabilidad de un determi­ nado contenido respecto de una determinada forma (lo cual 26 | no debe ser algo más que una aclaración nominal, mientras es absolutamente imposible una aclaración real del saber), de ese modo se puede ya ahora aproximadamente comprender cómo por el hecho de que el principio fundamental absoluta­ mente-primero de todo saber determina su forma simplemen te por medio de su contenido, y su contenido simplemente por medio de su forma, puede serle determinada su forma a to o contenido del saber: si en efecto todo contení o posi e s halle en el suyo. Por c o n s ig u ie n t e , si nuestra suposición ha

de ser correcta y ha de darse un principio fundam ental absolutamente-primero de todo saber, el contenido de este prin­ cipio fundamental tendría que ser aquel que contuviera en sí todo contenido posible, él m ism o em pero no estuviera con­ tenido en ningún otro. Sería el contenido simplemente, el contenido absoluto. Es fácil de notar que en suposición de la posibilidad de una tal doctrina de la ciencia en general, así como especialmente de la posibilidad de su principio fundam ental, siempre se presupone que en el saber hum ano existe realm ente un siste­ ma. Si debe existir en él un tal sistema, entonces se puede demostrar, independientem ente de nuestra descripción de la doctrina de la ciencia, que tiene que darse un tal principio fundamental absolutamente-primero. Si no ha de darse un tal sistema, entonces se pueden pensar sólo dos casos. O no se da en absoluto nada inmediatamente cierto: nuestro saber forma varias o una serie infinita, en la que cada principio es fundado por uno más alto, y éste a su vez por otro más alto, y así en adelante. Nosotros construimos nuestras casas habitación sobre la tierra, ésta descansa sobre un 27 | elefante, éste sobre una tortuga, ésta — quién sabe sobre qué, y así sucesivamente hasta el infinito. — Si nuestro saber fue simplemente dispuesto así, nosotros no podemos induda­ blemente cambiarlo; pero entonces tampoco tenemos saber só­ lido alguno: quizá nos hemos remontado hasta un determi­ nado miembro en la serie y hasta ése hemos encontrado todo aún sólido; pero, ¿quién puede respondernos de que, si hubié­ ramos de ir un poco más a fondo aún, no encontraremos el sinsentido del mismo, y tendremos que abandonarlo? Nuestra certeza ha sido obtenida a ruegos y no podemos nunca estar seguros de ella para el siguiente día. O —el segundo caso— nuestro saber está constituido por series finitas, pero por varias. Cada serie se termina en un principio fundamental, que no es fundado por ningún otro, sino simplemente por sí mismo; mas hay varios de tales prin­ cipios, suDuesto a u e todos se fundan a sí mismos e indepen entre sí ningún nexo, sino que están tota tal vez en nosotros varias verdades inm son igualmente innatas, y en cuyo nexo i el mismo se encuenesperar una ulterior penetración, ya que

tra más allá de las verdades innatas; o existe en las cosas f de nosotros un m ú ltiple simple, que nos es comunicado la impresión que aquéllas causan en nosotros, en cuyo n*** empero no podemos penetrar, porque más allá de lo simn]0 císimo en la im presión no puede darse algo aún más simple íi — Si esto así sucede, si el saber hum ano es en sí y según s naturaleza una | tal imperfección, como el saber efectivo de tantos hombres; si originariam ente se hallan en nuestro es­ píritu una m ultitud de hilos que no están enlazados entre sí en ningún punto, ni pueden ser enlazados, en tal caso no esta­ mos en posibilidad de luchar tampoco contra nuestra natu­ raleza; nuestro saber, hasta donde se extiende, es sin duda seguro, pero no es un saber único, sino que son muchas ciencias. — Nuestra casa, entonces, se mantendría sin duda sólida, pero no sería un único edificio coherente, sino un agregado de cámaras, de ninguna de las cuales podríamos pasar a otra; sería una casa en la que siempre nos extravia­ ríamos y nunca nos aclimataríamos. N o habría luz en ella, y en medio de todas nuestras riquezas permaneceríamos pobres, puesto que jamás podríamos calcular las mismas, jamás con­ templarlas como un todo, jamás saber lo que propiamente poseeríamos; nunca podríamos emplear una parte de las mis­ mas para el mejoramiento del resto, ya que ninguna parte se relacionaría con el resto. A ún más, nuestro saber no estaría nunca perfecto; tendríamos que aguardar diariamente a que se manifestara en nosotros una nueva verdad innata, o que la experiencia nos diera un nuevo simple. Tendríamos que es­ tar siempre preparados para construimos en donde fuera una nueva casita. — Entonces ninguna doctrina general de la ciencia sería necesaria para fundamentar otras ciencias. Cada una estaría fundada sobre sí misma. Existirían tantas ciencias cuantos principios fundamentales inmediatamente ciertos hubiera. Si es que, por el contrario, no debe existir simplemente uno o varios fragmentos de un sistema, como en el primer caso, o muchos sistemas, como en el segundo, sino que debe haber en el espíritu humano un perfecto y único sistema, entonces tiene que darse un tal principio fundamental supremo y absoluta-

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111 Con los términos múltiple simple y simplicisimo en la impresión se seña­ la en el lenguaje fichtiano los últimos elementos irreductibles de la lidad.

mente-primero. Por más que nuestro saber se extienda desde él aún en tantas series, de cada una de las cuales salgan series a su vez, y así sucesivam ente, sin em bargo, todas tienen que estar sujetas sólidam ente en un único círculo que no esté afian­ zado a nada, sino qu e por su propia fuerza se sostenga a sí mismo y a todo el sistema. — Tenem os, pues, un globo terres­ tre que se sostiene a sí m ism o por su propia fuerza gravitatoria, cuyo centro atrae om nipotentem ente todo lo que hemos construido realm ente sólo en la superficie del mismo y no aca­ so en el aire, y sólo perpendicularm ente y no acaso oblicua­ mente, y que no se deja arrebatar de su esfera ni un polvito. Si se da un tal sistema, y —lo que es la condición del mis­ mo— un tal principio fundam ental, sobre ello no podemos, previamente a la investigación, decidir nada. El principio fundamental no se puede demostrar no sólo como simple prin­ cipio, él no se puede demostrar tampoco como principio fun­ damental de todo saber. E llo depende del intento. Si encon­ tramos un principio que tenga las condiciones internas del principio fundam ental de todo saber humano, probemos en­ tonces si tiene también las externas, si todo lo que nosotros sabemos o creemos saber se puede reducir a él. Que lo logra­ mos, habremos demostrado m ediante el establecimiento real de la ciencia, que ésta era posible, y que existe un sistema del 30 saber hum ano cuya exposición ella es. Q ue no | lo logramos, entonces, o no existe en absoluto un tal sistema, o simplemente nosotros no lo hemos descubierto, y tenemos que dejar el des­ cubrimiento del mismo a más afortunados sucesores. Afirmar sin más que no se da en absoluto ninguno, porque nosotros no lo hemos encontrado, es una arrogancia cuya refutación está por debajo de la dignidad de una seria consideración.

E xponer

científicam ente un concepto —y es claro que aquí no puede hablarse de ninguna otra, sino de ésta la más alta de todas las exposiciones—, llam o yo aquello, cuando se indica el lugar del mismo en el sistema de las ciencias humanas en ge­ neral, esto es, cuando se muestra qué otro concepto le deter­ mina a él su puesto, y a cuál otro le es determ inado éste por el mismo. Ahora bien, el concepto de la doctrina de la ciencia puede tener en general en el sistema de todas las ciencias un lugar, tan poco como el del saber en sí en el sistema del saber en general: más bien es él mismo el lugar para todos los con­ ceptos científicos, y les asigna a ellos sus puestos en sí mismo y por sí mismo. Es claro que aquí sólo se habla de una exposi­ ción hipotética, es decir, la pregunta es ésta: suponiendo que se dan ya ciencias y que hay | verdad en ellas (lo cual no se puede saber en absoluto previamente a la doctrina general de la ciencia), ¿cómo se relaciona la doctrina de la ciencia por establecer respecto de estas ciencias? T am bién esta pregunta ha sido ya respondida m ediante el puro concepto de la misma. Las últimas se relacionan con la primera, como lo fundado a su fundam ento; éstas no le asig­ nan su puesto a aquélla; pero aquélla sí les asigna a todas éstas sus puestos en sí misma y por sí misma. Según esto, aquí hay que habérselas sim plem ente con un ulterior desarrollo de esta respuesta. La doctrina de la ciencia debería ser una ciencia de todas las ciencias. A q u í ocurre ante todo la pregunta: ¿cómo puede garantizar ella que funda no sólo todas las ciencias conocidas y descubiertas hasta ahora, sino tam bién todas las descubrí-

bles y posibles, y que ha agotado perfectam ente la región en­ tera del saber humano? Ella debería en este respecto dar a todas las ciencias sus principios fundamentales. T od os los principios, por tanto, que en una ciencia particular cualquiera son principios fundamen­ tales, son al mismo tiem po tam bién principios natos de la doc­ trina de la ciencia; uno y el mismo principio debe ser consi­ derado desde dos puntos de vista. La doctrina de la ciencia concluye del principio, como de uno contenido en ella; y la ciencia particular concluye también del mismo principio, co­ mo de su principio fundam ental. Por tanto, o se infiere en ambas ciencias lo mismo: todas las ciencias particulares están 33 contenidas no sólo en cuanto a su principio fundamental, | sino también en cuanto a sus principios derivados, en la doc­ trina de la ciencia, y no se da absolutamente ninguna ciencia particular, sino sólo partes de una y siempre la misma doctrina de la ciencia; o se concluye en ambas ciencias de modo dife­ rente: lo cual tampoco es posible, ya que la doctrina de la ciencia debe dar a todas las ciencias su forma; o a un principio de la pura doctrina de la ciencia tiene que añadirse aún algo, que naturalmente no puede ser tomado de ninguna otra par­ te que de la doctrina de la ciencia, si es que ha de convertirse él en principio fundamental de una ciencia particular. Se ocurre la pregunta: ¿qué es lo que añade, o —puesto que eso que se añade integra la distinción— cuál es el límite determi­ nado entre la doctrina de la ciencia en general y cada ciencia en particular? La doctrina de la ciencia debería además bajo el mismo respecto determinar su forma a todas las ciencias. Cóm o puede suceder esto, fue ya señalado arriba. Pero se nos interpone en el camino otra ciencia, bajo el nombre de la lógica, con las mismas pretensiones. Entre ambas tiene que decidirse; tiene que investigarse cómo se relaciona la doctrina de la ciencia con la lógica. La doctrina de la ciencia es ella misma una ciencia, y lo que ha de rendir en este respecto, fue ya arriba determinado. Pero en cuanto que es pura ciencia, es ciencia de algo cualquiera; ella tiene un objeto, y resulta claro de lo anterior que este 34 objeto no es ningún otro que el sistema del | saber humano en general. Se ocurre la pregunta: ¿cómo se relaciona la cien­ cia, como ciencia, a su objeto, en cuanto tal?

§ 4. ¿Hasta q u é p u n to p u ed e la doctrina de la ciencia estar segura de haber agotado el saber humano en general? El hasta ahora verdadero o im aginario saber humano, no es el saber h um an o en general. Suponiendo que un filósofo pudiera haber abarcado realm ente el mismo, y mediante una inducción com pleta sum inistrar la prueba de que aquél está contenido en su sistema, no por esto habría él aún cum pli­ do con su tarea ni con m ucho: pues, ¿cómo pretendería él me­ diante su ind ucción de la experiencia precedente demostrar que aun en el fu tu ro no puede hacerse ningún descubri­ miento que no cuadre con su sistema? N o sería fundado el subterfugio de q u e él tal vez sólo quiso agotar el saber posible en la esfera actual de la existencia humana; porque si su filo­ sofía vale sólo para esta esfera, entonces no conoce él ninguna otra posible, no conoce tampoco, según esto, los límites de aquella que debe ser agotada por su filosofía; ha trazado ar­ bitrariam ente un lím ite, cuya verdad apenas puede él demos­ trar con otra cosa que m ediante la experiencia precedente, la cual siempre podría ser refutada por una experiencia futura, aun dentro de su esfera prefijada. El saber humano en general debe ser agotado significa: debe determinarse incondicionada y absolutam ente lo que el hombre puede saber, no simple­ mente en el J grado actual de su existencia, sino en todos los grados posibles y pensables de la misma.* Esto es posible sólo bajo las condiciones siguientes: en pri-

• Contra una posible objeción, la que sin embargo sólo podría hacer un filósofo vulgar. - Las tareas propias del espíritu humano son en verdad, tanto por su núm ero, como por su extensión, infinitas; su solución sería posible sólo m ediante una perfecta aproximación a lo infinito, la cual en sí es imposible: pero ellas lo son, porque son dadas desde un p n n a p o como infinitas. Son infinitam ente muchos los radios de un círculo infinito cuyo centro ha sido dado; y asi como el centro ha sido dado, ha sidc. d ato ciert^ mente el circulo infinito entero y los infinitamente muc os r Uno de lo, extremos de ésto, se halla sin duda en e .nfim.o. pero * • e ,ti en el centro, y el mi,m o es comün a todo,. H - » ^ dirección de las líneas está también dad . p crure el número luego todo, los radios están dados pItsionM del No-Yo. como infinito de los mismos, son determ inados P , , P Jtaban ¡uiuamente con el realmente por trazarse; pero no son dados, ^ infinito, pero en cuanto centro). El saber hum ano, en cuanto a los gr ’ permite ser agotado al m odo está completam ente determinado por totalmente.

mer lugar, que se pueda mostrar que el principio fundamental establecido ha sido agotado; y luego, que no es posible ningún otro principio fundamental que el establecido. Un principio fundamental está agotado, cuando se ha cons­ truido sobre él un sistema perfecto, esto es, cuando el princi­ pio fundamental conduce necesariamente a todos los principios 36 establecidos, y todos los principios establecidos | se reducen a su vez necesariamente a él. Si en el sistema entero no se pre­ senta ningún principio que pueda ser verdadero, cuando el principio fundamental es falso, o falso cuando el principio fundamental es verdadero, esto es la prueba negativa de que ningún principio de más fue acogido en el sistema; pues aquel que no perteneciese al sistema podría ser verdadero cuando el principio fundamental fuera falso, o falso cuando a su vez el principio fundamental fuera verdadero. Si el prin­ cipio fundamental está dado, entonces tienen que estar dados todos los principios; en él y por él está dado cada principio singular. De lo que arriba dijimos sobre el eslabonamiento de cada uno de los principios de la doctrina de la ciencia, resulta claro que esta ciencia suministra inmediatamente en sí misma y por sí misma la prueba negativa señalada. Mediante ella se demuestra que la ciencia es sistemática, que todas sus partes están enlazadas en un único principio fundamental. — La cien­ cia es un sistema, o está completa, cuando ningún principio más puede ser deducido: y esto da la prueba positiva de que ningún principio de más fue acogido en el sistema. La cuestión es sólo ésta: cuándo y bajo qué condiciones no puede ningún principio más ser deducido; pues es claro que la característica puramente relativa y negativa: yo no veo qué más pueda se­ guirse, no prueba nada. Bien podría venir después de mí otro que viera algo ahí donde yo no vi nada. Necesitamos una ca­ racterística positiva de que absoluta e incondicionadamente no pueda deducirse nada más; y ésta no podría ser ninguna otra, sino que el principio fundamental, del que hubiéramos partido, sea el último resultado. Entonces sería claro que no podríamos ir más adelante, sin hacer otra vez el camino que 37 ya una vez habíamos | hecho. En una futura formulación de a ciencia se mostrará que ella consuma realmente este círcuo, y que deja al investigador exactamente en el punto del que partió juntamente con él; que ella, por tanto, ofrece

igualmente la segunda p ru eb a positiva en sí misma y por sí misma.* Pero, aun cuando el p rin cip io fundam ental establecido ha­ ya sido agotado y se haya construido sobre él un sistema per­ fecto, aún no se sigue de ello en absoluto que con su agota­ miento ha sido agotado el saber hum ano en general; a no ser que se presuponga ya lo qu e debía probarse: que aquel prin­ cipio fundamental es el prin cipio fundam ental del saber hu­ mano en general. A aquel consum ado sistema no se le puede evidentemente hacer nada más, ni añadir, ni quitar; sin em­ bargo, ¿qué impide, pues, que quizá en el futuro, aunque hasta ahora no se haya podido m anifestar ningún indicio de ello, a través de la experiencia acum ulada no debieran llegar a la conciencia humana principios que no se funden en aquel principio fundam ental, que presupongan, por tanto, uno o varios otros principios fundam entales: brevemente, por qué no habían de poder existir ju n to a aquel consumado sistema 38 además uno o | varios otros sistemas en el espíritu humano? Ellos no tendrían evidentem ente el más exiguo nexo, el mí­ nimo punto común ni con aquel primero, ni entre sí mismos: pero esto no lo deben tener tampoco, si es que no deben for­ mar un único, sino muchos sistemas. Luego, si debiera ser probada satisfactoriamente la imposibilidad de tales nuevos descubrimientos, tendría que demostrarse que sólo puede ha­ ber un único sistema en el saber humano. — Como este prin­ cipio, de que el sistema es uno solo, debería ser precisamente una parte integrante del saber humano, por eso no podría él fundarse sobre otra cosa que sobre el principio fundamental de todo saber hum ano, y no ser demostrado por ningún medio que por él mismo. Con esto, pues, por lo pronto al menos, se habría ganado tanto, que otro principio fundamental que lle­ gara quizá alguna vez a la conciencia humana tendría que ser, no sim plemente otro y diverso del principio fundamenta establecido, sino además uno directamente opuesto al mismo. Pues bajo el supuesto anterior, en el principio fun amen^ establecido tendría que estar contenido el principio, en

* La doctrina de la ciencia tiene, por tanto, ‘otahdad üa^ lu¿*ncia que conduce uno a todo y todo a uno. Ella es, con . car¡jcter distintivo, puede ser consumada; consumación es, según e o, ^ scr ^sum adas. Todas las otras ciencias son Infinitas, y no p»e| doctrina de la porque no retornan a su vez a su principio fun • (o ciencia ha de demostrar esto para todas y dar la r

ber humano existe un único sistema. T o d o principio, pues, que no debiera pertenecer a este ú n ico sistema, sería no sim­ plemente diverso de este sistema, sino además, en cuanto que aquel sistema debería ser el único, opuesto a él, y tendría que basarse sobre un principio fundam ental, en el cual se hallara el principio: el saber hum ano no es un único sistema. Se tendría que llegar, mediante una deducción inversa ulte­ rior, a un principio fundam ental directam ente opuesto al primer principio fundamental; y si el primero, por ejemplo, fuera: Yo soy Yo, el otro tendría que ser: Y o soy No-Yo. De esta contradicción, pues bien, no debe ni puede infe­ rirse directamente la im posibilidad de un tal segundo princi­ pio fundamental. Si en el primer principio fundamental se halla el principio: el sistema del saber humano es único, en­ tonces se halla evidentemente también ahí el de que a este sistema único no tiene que oponerse nada; pero ambos prin­ cipios son tan sólo consecuencias de él mismo, y así como es admitida la validez absoluta de todo aquello que se sigue de él, así es admitido ya que él es principio fundamental absolutamente-primero y único, y que domina absolutamente en el saber humano. Luego hay aquí un círculo del que el espíritu humano no puede salir jamás, y se hace muy bien en confesar expresamente este círculo, para que no se caiga quizá alguna vez en confusión a propósito del inesperado descubrimiento del mismo. Es el siguiente: Si el principio X es primer prin­ cipio fundamental supremo y absoluto del saber humano, en­ tonces existe en el saber humano un único sistema: pues lo último se sigue del principio X; ahora bien, puesto que en el saber humano debe existir un único sistema, por tanto el prin­ cipio X , que es el que realmente (al tono de la ciencia esta­ blecida) funda un sistema, es el principio fundamental del saber humano en general, y el sistema fundado sobre él es aquel único sistema del saber humano. Ahora bien, no se tiene razón en haber pasado por sobre este círculo. Exigir que sea suprimido, significa exigir que el saber humano sea totalmente infundado, que no deba darse nada absolutamente cierto, sino que todo saber humano deba ser sólo condicionado, y que ningún principio deba valer en ) sí, sino cada uno | sólo bajo la condición de que valga aquél, del que él se sigue. Quien tenga aliento para ello, que inves-

tigue siempre qué sabría él, si su Y o no fuera Yo, esto es, si él no existiera, y n in gú n N o-Yo pudiera distinguirse de su Yo. § 5. ¿Cuál es el lim ite que separa la doctrina general de la ciencia de la ciencia particular por ella fundada? Hallamos arriba (§ 3) que uno y siempre el mismo prin­ cipio no puede ser en el mismo respecto un principio de la doctrina general de la ciencia y un principio fundamental de alguna ciencia particular; sino que tiene que añadirse aún algo si es que él ha de ser lo últim o. — L o que tiene que aña­ dirse 110 puede ser tomado de ninguna otra parte que de la doctrina general de la ciencia, ya que en ella está contenido todo posible saber humano; pero no tiene que hallarse ahí precisamente en el principio que ahora mediante la adición del mismo debe ser elevado a principio fundamental de una ciencia particular [2* ed.; doctrina de la ciencia (sic i ? ed.)] pues de otro modo sería ya ahí principio fundamental, y no tendríamos ningún lím ite entre la ciencia particular y las partes de la doctrina general de la ciencia. T ien e que ser, por tanto, un principio particular de la doctrina de la ciencia, que sea unido con el principio que debe convertirse en el principio fundam ental. Puesto que aquí no hemos de contes­ tar a un reparo tomado inmediatamente de los conceptos de la doctrina misma de la ciencia, sino a uno procedente de la su­ posición de que además de ella se dan realmente aún otras ciencias separadas de ella, por eso no | podemos contestarlo de otro modo que tam bién mediante una suposición; y por lo pronto habremos hecho suficiente, si al menos manifestamos una posibilidad cualquiera de la limitación exigida. Que e a suministra el verdadero lím ite —aun cuando bien pu íera ser el caso—, no podemos ni debemos demostrarlo aquí. Supóngase, por tanto, que la doctrina de la ciencia contiene aquellas determinadas operaciones del espíritu humano, o a las cuales él realiza, sea condicionadamente o incon icio » forzosa y necesariamente; sin embargo, ella P °n®* ^ c e s a r í a s ral, como suprem a razón explicativa de aque eraj operaciones, una facultad de aquél de determinar ^ a sí mismo a obrar absolutam ente sini vio < e ^ un obrar así, sería proporcionado por la ^ °ctn necesario y uno no necesario o libre. ^

operaciones del espíp

ritu humano, en cuanto que él obra necesariamente, estarían determinadas por ella, mas no en cuanto que obra libremente. — Supóngase además: que aun las operaciones libres, por una razón cualquiera, debieran ser determinadas; en tal caso no podría ello suceder en la doctrina de la ciencia, pero sí lo ten­ dría que ser —puesto que el asunto es sobre determinación—13 en ciencias, y consiguientemente en ciencias particulares. Aho­ ra bien, el objeto de esas operaciones libres no podría ser otro que lo necesario proporcionado por la doctrina de la ciencia en general, ya que no existe nada que ella no haya proporcionado, y no proporciona nada en ninguna parte, ex­ cepto lo necesario. Según esto, tendría que ser determinada en el principio fundamental de una ciencia particular una 42 operación que la doctrina | de la ciencia hubiera dejado libre: La doctrina de la ciencia daría al principio fundamental lo necesario y la libertad en general; la ciencia particular, en cambio, daría a la libertad su determinación, y entonces ha­ bría sido encontrada la exacta línea divisoria, y tan pronto como una operación en sí libre recibiera una determinada dirección, avanzaríamos del dom inio de la doctrina general de la ciencia más allá al campo de una ciencia particular. — Voy a hacerme claro con dos ejemplos. La doctrina de la ciencia proporciona como necesarios el espacio y el punto en calidad de límites absolutos; pero deja a la imaginación completa libertad para situar el punto donde le agrade. T an pronto como esta libertad es determinada, por ejemplo, para adelantarlo con vistas a la limitación del es­ pacio ilimitado y mediante ello trazar una línea,* no esta­ mos ya en el dominio de la doctrina de la ciencia, sino en el terreno de una ciencia particular, que se llama geometría. 43 La | tarea en general de lim itar el espacio según una regla,

• |Una pregunta a los matemáticos! — ¿No se halla ya el concepto de lo recto en el concepto de la línea? ¿Se dan otras líneas que las rectas? Y, ¿n es la llamada línea curva otra cosa que una sucesión enlazada de punt infinitamente muchos, infinitamente próximos? El origen de los mismos, co** línea divisoria del espacio infinito (del Yo como punto central son tra** infinitamente muchos infinitos radios, a los cuales, empero, nuestra hmi imaginación tiene que poner con todo, un punto terminal; estos puntos mínales, pensados como uno, son las líneas circulares originarias), me pai garantizar en su favor; y de ahí resulta claro que y por qué la tarea c e m ^ mediante una línea recta es infinita, y sólo en una perfecta aP*°x‘ u¿ a lo infinito podría ser cumplida. — Igualmente resulta claro de anl, pt la línea recta no permite ser definida. 11 Guiones añadidos para facilitar la lectura.

ola construcción en el m ism o, es p rin cip io fundam ental de la geometría, la cual por ello está rigurosam ente separada de la doctrina de la ciencia. Por la doctrina de la cien cia están dados com o necesarios un No-Yo absolutam ente in d epen d ien te de las leyes de la pura representación, y las leyes según las cuales debe y tiene que ser observado; * pero la facultad ju d icativa conserva ahí su completa libertad de aplicar en general o no estas leyes, o de aplicar, frente a la variedad tanto de las leyes como de los objetos, la ley que ella quiera a un objeto cualquiera, por 44 ejemplo, de considerar el cuerpo hum ano com o | materia inerte, o como organizada, o com o vivida animalmente. Pero tan pronto como la facultad ju d icativa toma la tarea de ob­ servar un determ inado objeto según una determinada ley, para ver si y hasta dónde conviene aquél con la misma o no, ya no es ella libre, sino que está bajo una regla; y ya no estamos, por consiguiente, en la doctrina de la ciencia, sino en el campo de otra ciencia, que se llama ciencia de la natu­ raleza. La tarea en general de mantener todo objeto dado en la experiencia bajo toda ley de la naturaleza dada en nuestro espíritu, es principio fundam ental de la ciencia natural: ésta consiste totalmente en experim entos (y no en la actitud pa­ siva frente a las desordenadas influencias de la naturaleza so­ bre nosotros), que uno se plantea arbitrariamente, y a los que la naturaleza puede corresponder o no: y por ello, pues, la ciencia natural está en general suficientemente separada de la doctrina de la ciencia. Luego se ve ya aquí —lo que nosotros recordamos simple­ * Por más singular qu e pueda aparecer esto a algún físico, se manifes­ tará no obstante, a su tiem po, q u e es posible estrictamente demostrar: que mismo in trodujo prim ero en la naturaleza las leyes de la misma, que él cree aprender de ella m ediante observación, y que aquéllas, la más pequeña como la más grande, la estructura del más insignificante tallo de hierba. así como el m ovim iento de los cuerpos celestes, pueden previamente a tot a observación ser deducidos del p rin cip io fundam ental de todo saber húm a­ lo . Es verdad que ninguna ley natural y en general ninguna ey eg» a conciencia, si no es dado ningún objeto, al cual p u e d a aquéHa ^ r aphcada; « verdad que no todos los objetos tienen que convenir con ella '"•■■nte, y todm en cl misnlo grado; es verdad que ni una sola r e ™ * ™ "Olal y com pletam ente con ellos, ni aun puede convenir. “ f tón Por esto es verdad que nosotros no las aprendem os ni' “ |lo Iln ,ó *>n Ue las ponemos como fun dam en to de toda observa . y q _ ley«* para la naturaleza independiente de nosotros, cuanto loe» |> otros mismos sobre cómo hemos de observar la natura t

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m ente de p a s o - p o r q u é sólo la d o ctrin a de la cien cia tendrá absoluta totalid ad , y en ca m b io todas las cien cias particulares serán infinitas. L a d o ctrin a de la c ie n c ia co n tien e sólo lo ne­ cesario; si esto es necesario b a jo tod a con sid eració n , es tam­ b ién lo m ism o en a ten ció n a la can tid ad , es d ecir, es necesa­ riam en te lim itad o . T o d a s las restantes ciencias se rem iten a la lib erta d , tan to a la de n u estro esp íritu , com o a la del N o

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Y o ab so lu tam en te in d e p en d ien te de nosotros. Si esto ha de ser real lib e rta d , y si no ha de estar abso lu tam en te b ajo ninguna ey, n o se le p u ed e p rescrib ir tam poco n in gu n a esfera de acción, lo cu al ciertam en te | ten d ría q u e suceder por m edio de un a ley. Su esfera de acción es, po r consiguien te, infinita. — A sí pues, n o hay q u e preocuparse po r n in g ú n peligro de par­ te de un a exh au stiva d octrin a de la cien cia para la perfectibili­ dad d el esp íritu hum ano, p e rfe ctib ilid a d q u e avanza hacia lo in fin ito; ella no es derogada po r esto en absoluto, sino más b ien situada com pletam en te segura y fuera de duda, y se le va a asignar u n a tarea, q u e no podrá term inar en la eternidad. § 6. ¿Cóm o se relaciona la doctrina general de la ciencia especialm ente con la lógica?

L a d octrin a de la cien cia debe establecer la form a para to­ das las ciencias posibles: conform e a la op inión ordinaria, en la q u e sin d uda puede haber tam bién algo de verdad, la lógica hace lo m ism o. ¿Cóm o se relacionan estas dos ciencias, y cóm o se relacion an especialm ente a propósito de aquella em presa q u e am bas se atribuyen? T a n pronto com o se re­ cuerda q u e la lógica debe dar a todas las ciencias posibles sim ple y solam ente la form a, la doctrin a de la ciencia en cam­ b io n o solam ente la form a, sino tam bién el contenido, se ha a b ierto un fá cil cam ino para penetrar en esta sumamente im­ portan te investigación. En la doctrin a de la ciencia jamás está separada la form a d el conten ido, o el contenido de la forma, en cada u n o de sus principios ambas cosas están unidas hasta lo más íntim o. Si en los principios de la lógica debe hallarse la pura form a de las ciencias posibles, mas no el c o n t e n i d o , en tal caso no son ellos al m ism o tiem po principios de la doctrina de la ciencia, sino q u e son diferentes de éstos; y c o n s i g u i e n t e m ente, aun la ciencia entera n o es ni la doctrina misma