Serie 16 de Marzo #3.5 - Deidad

Deidad Serie 14 de Marzo #3.5 Linda Crist Índice Sinopsis Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capít

Views 86 Downloads 63 File size 767KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Deidad Serie 14 de Marzo #3.5

Linda Crist

Índice Sinopsis Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3

Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Biografía de la autora Libros de la serie Libros de la Serie

Sinopsis

D

espués de terminar con la amenaza de Marco Antonio y volver de Egipto, Xena y Gabrielle están listas para embarcarse en un viaje largo tiempo planeado. En Lesbos, Xena se reencontrará con viejas amistades, mientras que Gabrielle entrará en contacto con la naturaleza más exótica de su compañera. Juntas vivirán una semana que ninguna de las dos olvidará jamás.

Créditos Traducido y Corregido por Chakram Diseñado por Dardar Editado por Xenite4Ever 2015

Descargos: La mayor parte de los personajes que aparecen aquí pertenece a Renaissance Pictures, MCA/Universal, Studios USA, Flat Earth Productions y cualquier otro individuo o entidad que tenga derechos de propiedad sobre la serie de televisión Xena, la Princesa Guerrera y Los Viajes legendarios de Hércules. Spoilers: minúsculos en la segunda parte de esta historia de El Oro del Rhinegold y el Anillo. Y un poco de explicación... Mi Xenaverso es fiel a la serie hasta el final de la cuarta temporada. Después de eso, me aparto de la serie, pero el pasado de Xena es parte de mi Xenaverso. Por lo tanto, existen también partes del Rhinegold y el Anillo que tienen que ver con el pasado de Xena en mi Xenaverso. Violencia: Nada que decir, excepto algunas miradas heladas de Princesa Guerrera. Subtexto/texto explícito: Sí. Definitivamente está presente. Es un viaje a Lesbos, por amor de Dios. Empieza lentamente, pero una vez que comienza no para. Ambientación: Esta historia cae secuencialmente después de Cleopatra 4 AD, y comienza aproximadamente cuatro meses después del final de esa historia. Se suponía que iba a ser una historia corta, un poco de pelusa, nada más que un cuento, pero por el camino tomó vida propia, desarrollando un poco la trama, y creció a unas100 páginas. Se ha convertido en la secuela de Cleo. Los Ojos de Eire será la secuela de Divinidad. Una nota sobre el estilo: Este es mi primer intento de escribir en primera persona en una historia completa. Se cuenta por completo desde el punto de vista de Xena. Algunas personas han preguntado acerca de cómo se conciben las historias, y mi respuesta habitual es que los personajes me dicen qué hacer, y que Xena, sobre todo está en mi cabeza. Por lo tanto, esto es lo que está en mi cabeza, gracias a los dioses no todo el tiempo, o tendría la necesidad de viajar con un cubo de hielo. Gracias especiales: Skylark, Skylark, Murphy, Tazflyer, Lesia, LJ Maas, DebK, Stacia, TLC, Mark, Kerry, Sue Rice, Mombard, Inspirado por Lor, Storybird y todos los ex-guardias que proporcionan retroalimentación continua y beta-lectura para esta historia, mientras está en modo borrador. Más gracias a los cachorros de Texas. Me tomó mucho tiempo encontrar un grupo de amigos locales que compartieran la obsesión por Xena. Es bueno no mirar solo nunca más. Sois los mejores. Nuevas listas de correo: http://groups.yahoo.com/group/Texbard/join http://groups.yahoo.com/group/TexbardUpdates

y

Capítulo 1 Me he colado en tu templo, He dormido sobre tu banco, He soñado con la divinidad, Dentro y fuera de ti, Lo quiero más que la verdad, Puedo saborearlo al respirar Te daría mi vida por una pequeña muerte.

* Melissa Etheridge, de Angels Would Fall. Si no entiendes la metáfora de "pequeña muerte", mándame un email privado y te lo explicaré. Todo lo que puedo decir es que la primera vez que escuché estas letras, yo sólo pensaba "Whoa". Gran doble sentido.

O

bservo al capitán guiar nuestro barco hasta atracar en el puerto de Lesbos. Ha sido un viaje placentero. El tiempo ha aguantado, solo hemos tenido que pasar una noche en el barco y Gabrielle no se ha mareado. Solamente por eso, el viaje ya sería un éxito. Gabrielle está inclinada sobre la barandilla, cerca de mí. Me encanta mirarla cuando llegamos a un lugar nuevo por primera vez. Sus ojos se hacen grandes y brillantes, y normalmente tiene un millón de preguntas que hacerme. Después de casi seis años, está bien saber que algunas cosas nunca cambian. Cuando la conocí, su charla incesante me molestaba infinitamente. Ahora la disfruto. Y a ella le gusta burlarse de mí, recordándome que, entonces, tenía problemas para formar una frase entera. Ahora hablo más y ella habla menos. Como en muchos otros aspectos de nuestra vida juntas, nos hemos compensado. Ya no es una niña. La he visto crecer frente a mis ojos. Y ha crecido muy bien, podría añadir. Pero de alguna forma ha conseguido retener su maravilla infantil a propósito de nuevos lugares y experiencias. Es una de las muchas cosas que adoro de ella. Ver las cosas a través de sus ojos, la belleza y la magia de las cosas, que de otra manera no percibiría en absoluto. Después de lo que parece una eternidad, bajan la pasarela y se nos permite desembarcar. Pongo una mano en la parte baja de su espalda, guiándola por la inclinada plataforma. Como si no pudiera hacerlo sola.

Es algo automático para mí, en ciertas circunstancias, hacer cosas así. Me gusta sentirme conectada a ella, aunque solo sea por el simple contacto. —¿Xena, y nuestras bolsas?—me mira, confundida, cuando se da cuenta de que no las llevo colgadas al hombro. —Yo…em…Gabrielle, suelo obtener un trato especial aquí en Lesbos. Y ha pasado mucho tiempo desde mi última visita. Cuando le mandé un mensaje a Safo diciéndole que planeaba venir, me respondió que prepararía la mejor cabaña de huéspedes para mí, y es lo que espero, si “el trato habitual” sigue siendo el mismo. —¿Qué quiere decir con eso?—llegamos al final de la pasarela y Gabrielle engancha su mano con mi brazo. Me encanta cuando hace eso. Puede significar muchas cosas, pero por la mirada que tiene ahora mismo, puedo decir que está un poco asustada. Insegura de qué esperar de este lugar. Planeo tranquilizarla. —Quiere decir que nuestras bolsas serán llevadas a la cabaña de huéspedes, que tendremos acceso a las tabernas más exclusivas de la isla, caballos, carruajes y conductores. Básicamente, amor, significa que nos van a mimar mucho mientras estemos aquí—. Le sonrió, reafirmándola. Ella me devuelve la sonrisa. Me inclinó y susurró en su oído. —Creo que la reina amazona se merece que la mimen, ¿no crees?—. Esto me recompensa con un ligero beso en el hombro. Puede besarme siempre que quiera. Por lo que a mí respecta, puede besarme en cualquier parte de mi cuerpo que quiera. No soy quisquillosa. De repente recuerdo parte del trato especial que solía recibir aquí, y me recuerdo mentalmente que tengo que encontrar a Safo y salirle al paso. Tengo una reputación, digámoslo así, en Lesbos. En mis días de señora de la guerrera, visité este lugar en cada ocasión que tuve. A veces traía a alguien conmigo, pero generalmente no, simplemente me dejaba caer por aquí. La gente que se encargara de esta isla siempre se aseguraba de encontrarme compañía. Podía tener a la misma chica todo el viaje o una distinta cada noche. Lo que yo quisiese. Era mi recompensa por gastarme ingentes cantidades de dinares aquí, en las tabernas y las salas de juego. A nadie le importaba que ni una sola moneda hubiera sido ganada de manera honesta. Los dinares son los dinares y podría comprar la gracia de quien quisiese.

Aunque normalmente no tenía problemas en absoluto en encontrar chicas por mi cuenta, después de mi primera noche en la isla. ¿Qué tiene ser un señor de la guerra, que atrae mujeres…y hombres…en leguas a la redonda? Solo puedo asumir que se sienten intrigados por el peligro, o el potencial de aventuras. Tendré que admitir que tengo un buen cuerpo, maldición, y que trabajo duro para mantenerlo. Luchar por toda Grecia es lo que tiene. Y se ha dicho que mi comportamiento en la cama es impecable. Sonrío para mí. Gabrielle no se ha quejado, ciertamente. Estoy intentando recordar si mencioné en mi mensaje a Safo que traía a mi prometida conmigo. Dioses. Seguro que lo he hecho. ¿Y si no? Decido, en ese momento, que será mejor ir a buscar a Safo directamente a su taberna privada. Es uno de esos lugares en los que siempre soy bienvenida. Tengo que tener unas palabras con mi vieja amiga. Lo último que necesito es ir a nuestra cabaña y encontrar a alguna dulce muchacha esperándome. Eso sería realmente malo, en varios modos. No es solo que probablemente Gabrielle saldría echando humo de la cabaña y que yo estaría castigada a los establos durante el resto del viaje. Sería vergonzoso, además. Ya me veo de vuelta en la aldea y puteada por Pony alrededor del círculo de guerreras. —Sí, fu a Lesbos y no me acosté ni una sola vez—. Una visita a Safo es, definitivamente, la primera parada. —¿Gabrielle, te gustaría conocer a Safo?—miro su cara, sabiendo que la décima musa es uno de sus ídolos. Su rostro se ilumina. Me encanta ser la responsable. —¿Ah…?—su voz tiembla. Es tan mona cuando se emociona. —¿Ahora? —Ahora—. La llevo a una fila de carruajes. La taberna privada de Safo está en la cima de la isla, en un acantilado sobre el mar del oeste. Como en Zakynthos, un brindis al ocaso es una tradición aquí. Ayudo a Gabrielle a subir al carruaje y me siento a su lado. Le digo al conductor quien soy y prácticamente se cuadra ante mí. Le pido que nos lleve a la cima. Eso significa la taberna, la cima de la isla. Ellos, de hecho, lo llaman “El final del camino”. Sé que, en el pasado, algunas de las actividades en las que participé allí casi son mi final. Él nos conduce por una sucesión de curvas y pendientes, y pronto dejamos atrás la línea de árboles que señala la cumbre de la isla. Gabrielle mira a su alrededor, captándolo todo. Puedo ver los poemas formarse ya tras sus ojos. En una curva en particular, dejamos atrás los

árboles y se abre ante nosotras la vista de kilómetros de mar abierto y playas de arena blanca. Ella me aprieta el brazo—Es incluso más precioso de lo que me imaginé. Envuelvo con mi brazo sus hombros y la atraigo más cerca—Espera a ver las vistas desde arriba—. Sus ojos brillan con anticipación y parece más feliz de lo que la he visto en días. Este viaje ya ha valido la pena por cada dinar, y aun no he quitado ni un solo hilo de ropa. Mía o suya. En un tiempo record el carruaje llega al final de un largo camino de tierra que lleva al Final del camino. Hay flores de tonos brillantes delineando el camino, junto con más árboles. Me siento engreída, pensando en nuestras amigas de la aldea amazona. El invierno acaba de comenzar, y probablemente verán las primeras nieves esta semana. Aquí no. Aquí, en el paraíso, es primavera todo el año, con algunos ramalazos de verano. Mientras nos dirigimos a la taberna, me pregunto por centésima vez qué hago aquí con Gabrielle. Mi dulce, pura e inocente Gabrielle. Vale, ya no es totalmente así, pero es así como era cuando yo la conocí. Por eso, a veces aún sigo pensando así en ella. Me digo a mi misma que estamos aquí para saciar su curiosidad. He estado aquí varias veces. Ella lo sabe, conoce la reputación de este lugar, y tiene curiosidad. Este viaje es por ella, no por mí. El tema es este. No necesito Lesbos para excitarme para estar con Gabrielle. Todo lo que tengo que hacer es mirarla y estoy lista. Hades, lo único que tengo que hacer es pensar en ella. Estoy pensando en ella ahora mismo. Camina a mi lado mientras pienso en ella. Oh, dioses. Estoy en Lesbos con una chica que puede mirarme y hacerme caer de rodillas. Estoy en serios problemas. Entramos en la taberna y parpadeo, ajustándome a la falta de luz. Nos lleva un ratito, porque Gabrielle tiene que parar para oler las flores. Literalmente. Ahora tiene varias colocadas en su pelo. Yo las he puesto ahí. Sigue siendo la flor más bonita de todas. —¿Xena?—mi bardo me tira del brazo y me giro para mirarla. Tiene una expresión extraña en la cara. Sigo su mirada hacia una mesa que está situada en una alcoba semi cubierta por una cortina de gasa. Puedo decir que detrás de la cortina hay dos mujeres, y ninguna de las dos tiene mucha ropa encima. Y ninguna de las dos está comiendo. Por lo menos, no la comida que hay encima de la mesa.

—Bienvenida a Lesbos, Gabrielle—. Inclino su cabeza hacia arriba, apartando sus ojos de las actividades de la mesa. —Recuerda que te dije que las cosas eran…un poco diferentes aquí. —Ajá—sus ojos se vuelven pensativos y puedo leer la pregunta en su rostro. —Cariño—le acaricio la mejilla. Es tan suave bajo mis dedos. —Nunca, en un millón de años, haría nada que te avergonzase. Y quitarte la ropa en público sería una de esas cosas. Bueno, a lo mejor las botas, para que estuvieras más cómoda, pero nada más. Estamos aquí para pasarlo bien. Si algo no es divertido para ti, no lo haremos. Parece aliviada por esto y consigue recorrer con la vista el resto de la habitación. Es bonita. Safo ha redecorado este sitio desde mi última visita. La barra y las mesas están construidas con una rica madera rojiza, y detecto la esencia del cedro, así que supongo que ha importado la madera del Líbano. La barra está bien aprovisionada con cada libación conocida por el hombre, y más estanterías de madera oscura acogen jarras de todos los tamaños. Tapices griegos cuelgan de las paredes, y en adición a los resquicios más privados, hay mesas y bancos agrupados juntos a través de la parte abierta de la habitación, como para fomentar la conversación entre las mesas. Una plataforma se alza a lo largo del extremo más alejado de la habitación, para actuaciones en público. A Safo le encantan la tertulia intelectual y el recital poético. Trago saliva cuando mis ojos siguen la intrincada espiral que guía hasta el segundo piso. Hay habitaciones allí arriba, de libre uso para cualquiera con suficiente categoría como para ser bienvenido en este establecimiento. Habitaciones para actividades que requieren de más privacidad que una cortina. Soy buena conocedora de esas habitaciones, y en silencio me permito imaginarme llevando a Gabrielle hasta allí arriba. Soy muy perra, en muchos sentidos. Pero no ahora. No todavía. Puedo comportarme. En lugar de eso me acerco a la barra y le digo al tabernero que le haga saber a Safo que estoy aquí, y que estaré esperándola en la terraza. Oye mi nombre y, sin mayor discusión, pone inmediatamente una jarra del mejor oporto de la casa delante de mí. Me complace enormemente. Miro hacia Gabrielle, pero ya ha desaparecido por la puerta abierta que conduce a las mesas del exterior. Le pido una bebida afrutada y me uno a ella.

Salgo a la terraza y, por un momento, me pierdo en la visión que tengo ante mis ojos. Gabrielle está cerca de la barandilla, mirando al mar. Lleva su traje blanco, el que le compré en Egipto. Se cambió justo cuando llegamos al puerto, porque pensó que sería bonito para llevarlo en las vacaciones. No podría estar más de acuerdo con ella. El sol brilla sobre su pelo, haciéndolo imposiblemente rubio, y la brisa juega con su falda levantándola un poco, por lo que disfruto de una bonita visión de sus piernas. Unas piernas increíblemente suaves, aunque firmes, y que saben increíblemente bien cuando las pruebo. Y, dioses, cuando las envuelve a mi alrededor…mejor para ahora, guerrera, antes de que tengas que usar esas habitaciones. Se gira y me mira. —Tenía razón. La vista es excitante. Asiento deslizando mis ojos muy lentamente desde sus pies hasta su cabeza, parándome un poco en su torso desnudo y las encantadoras curvas que tiene justo encima. —No te lo discuto. Mira a su alrededor y comprueba que estamos solas en la terraza. —Ven aquí, Xena—abre sus brazos y me los tiende. Dejo las jarras sobre una mesa antes de acercarme a ella, atraída como Ulises a las sirenas. Pronto estoy perdida en ella, besándola hasta que me doy cuenta de que soy lo único que la sostiene. Me aparto y está sin respiración, mirándome a los ojos. Quiere más y yo puedo dárselo. Deslizo mis dedos por su pelo y después por su nuca, atrayéndola hacia mí. Su boca es tan dulce, y siento mi pulso acelerarse cuando se abre, invitándome a entrar. ¿Quién podría rechazar semejante invitación? No hay nada más en el mundo que su cuerpo contra mí, sus manos deslizándose por mi espalda y sus deliciosos labios jugando con los míos. Hasta que oigo a alguien aclarar su garganta detrás de mí. Nos separamos y me giro para ver a Safo parada en la puerta, completamente divertida. Y siento a Gabrielle enterrarse en mi costado, profundamente avergonzada. Ups. —Vaya, vaya, Xena—la túnica de Safo ondea a su paso junto con su largo cabello negro, que sobrepasa su cintura. Está envejeciendo bien, y está exactamente igual a como yo la recordaba, desde la última vez que la vi. —Parece que no has perdido el ritmo en los seis años que llevamos sin vernos.

—Hola, Safo—. Se acerca y me besa en una mejilla y después en la otra. Esta acción trae consigo una mirada curiosa de Gabrielle desde su escondite en mis cueros. Me mira, y después a Safo, confusa. Sabe que nadie me saluda así. Soy más de un cruce de antebrazos, y evito el contacto físico siempre que me es posible, exceptuando a Gabrielle, por supuesto. Suspiro internamente. Aquí hay una historia, y estoy segura de que tendré que compartirla con ella. La décima musa se gira hacia Gabrielle y la recorre con la mirada. Después sonríe graciosamente. —Y tú debes de ser la famosa bardo, Gabrielle—también tiene una ronda de besos para ella. —Bienvenida a Lesbos. Es un honor tenerte aquí. —Gracias—Gabrielle encuentra su voz. —Entiendo que se impone una felicitación—Safo nos conduce a la mesa donde dejé nuestras bebidas. Veo que hay una tercera bebida, una taza de hidromiel. —Xena me dijo que se traía a su prometida a la isla. Doy gracias en silencio a varios dioses porque parece ser que si me acordé de incluir esa pequeña información en mi mensaje. —Gabrielle, estoy impresionada—la décima musa alza su jarra y nosotras la imitamos, entrechocándolas. —¿Por qué?—mi bardo aún se siente un poco tímida, y su voz es muy suave. —Porque se están rompiendo corazones a lo largo de todo el mundo conocido—Safo toma un largo trago de su jarra, dejándonos a medias. —El rumor en las calles es que la Destructora de Naciones ha sido conquistada por una bella reina amazona—. Se inclina más cerca de ella y le guiña un ojo—Ninguna mujer antes que tú puede afirmar que ha tenido a la Princesa Guerrera a sus pies—se gira hacia mí con una sonrisa malvada—Te has puesto de rodillas para ella, ¿verdad, Xena? Siento a Gabrielle enterrar su rostro contra mí de nuevo, mientras me atraganto con la bebida. Safo ríe entre dientes, nuestros actos son suficiente respuesta. —Gabrielle, lo siento. No quería avergonzarte. Xena y yo somos viejas amigas, y este cacareo ha sido un distintivo de nuestra amistad. —No pasa nada. Xena y yo también nos metemos la una con la otra— Gabrielle se sienta erguida, como la reina que es. Siempre me impresiona esta transformación. Es como si buscase muy profundamente dentro de

sí misma y sacase las reservas ocultas que tiene de coraje y dignidad. Siempre acaba brillando como una estrella fugaz. Sé que ha sido la luz de mi camino durante mucho tiempo. —Xena, ¿te importa si hablo un ratito en privado con tu maravillosa prometida? Las palabras de Safo me pillan con la guardia tan baja que todo lo que puedo hacer es aceptar. —Claro. Estaré dentro—mi bardo está tan sorprendida como yo, y siento su mano apretar mi brazo. —No pasa nada, amor—me inclino y susurro en su oído—No muerde. O al menos sabe bien que no debe morderte. Espero en el bar una eternidad. Bueno, al menos lo suficiente como para consumir otra jarra de oporto. Sorbo lentamente el vino mientras tamborileo con los dedos sobre la madera pulida y observo mi alrededor, impaciente. La tarde está muriendo y otros huéspedes distinguidos de la isla empiezan a llegar a la taberna para el brindis del ocaso. Localizo a parte de mi pasado atravesando la puerta. No recuerdo su nombre. Probablemente nunca lo supe. Pero la conozco, por así decirlo, de alguna de las habitaciones de arriba. Ella me ve y me sonríe, reconociéndome inmediatamente. Es hora de largarse de aquí. Le dejo propina al muchacho y salto del taburete. Odio ser pesada, pero tengo todos los nervios de punta. Mientras me acerco a la terraza, de repente se me ocurre que Safo está equivocada. He perdido el ritmo. Al menos, respecto a esta gente a y a la manera en la que solía pasar el tiempo aquí. Todo mi ritmo está orientado hacia una bardo rubia. No quiero sentarme sola en el bar sin ella. Estoy fuera del mercado de por vida. Me quedo en la puerta, observando. Gabrielle ha hecho una nueva amiga. No esperaba menos. Está inmersa en una animada conversación con Safo, y sus manos gesticulan mientras hablan. La décima musa está encantada por mi bardo. Pero no de una manera que podría resultarme amenazadora, o preocuparme. Gabrielle siente mi presencia y hace una pausa para mirarme y sonreírme. Es una expresión suave que me dice que está mucho más cómoda que hace un ratito. Vuelve a mirar a Safo y le coge la mano. — Gracias—besa a la musa en la mejilla y se levanta de la mesa. Safo la sigue rápidamente.

—¿Lista para ir a ver nuestras habitaciones?—la voz de mi bardo es tan inocente, pero reconozco una cantinela que pone mi cuerpo en ebullición inmediatamente. Esta noche voy a tener suerte. Alza una provocativa ceja y pasa de largo, y yo la sorprendo, envolviendo mis brazos sobre su cintura desde atrás. La beso a un lado del cuello, justo debajo de la oreja—Pensaba que no lo ibas a decir nunca—. La beso de nuevo y la libero. Miro por la habitación y la chica de antes está mirando. Nuestros ojos se encuentran y ella aparta la mirada rápidamente. Bien. Asunto resuelto sin un ápice de escándalo. Gabrielle se gira y pone una mano en mi cara. —Xena, iré a conseguirnos un carruaje. Creo que Safo quiere hablar contigo, un momento—antes de que pueda decir nada, ella ya está al otro lado de la habitación y la dejo marchar, observando su trasero moverse bajo la falda. ¿Conquistada? Oh, sí. —¿Estás atada, eh, Xena?—la mano de Safo acaba sobre mi brazo. —¿Atada?—sonrío con malicia. —Sabes bien que ése no es mi estilo. Esto me consigue una carcajada profunda de mi vieja amiga. —Xena, en serio. Gabrielle está completamente enamorada de ti. Y lo veo en tu cara. Te sientes igual. Solo puedo asentir ligeramente, y bajar la mirada al suelo. —Eres afortunada, amiga mía. El verdadero amor raramente llama a la puerta más de una vez en la vida. —Lo sé—. Levanto la mirada para encontrarme con los ojos negros de Safo—Lo que tengo con Gabrielle…yo…—No puedo hablar. Ella significa para mí más de lo que puedo expresar con palabras. Lo es todo. Siento que mi corazón salta en mi pecho y trago saliva. Safo parece entenderme. —El amor te sienta bien, Xena. Vamos, fuera de aquí. Le he pedido a Gabrielle que actúe alguna noche mientras estáis aquí. Sería un obsequio para mis huéspedes. Pero aparte de eso, espero de verdad no verte mucho por aquí. Mi casa de huéspedes debería satisfacer vuestras necesidades. Y deseos—Me mira con intención. —Por supuesto, me encantaría tener la oportunidad de ponerme al día contigo, tomar algo una tarde de estas.

—Está bien. Creo que puedo hacerte un hueco—. La beso en las mejillas. Viejas costumbres. —Gracias. Asiente, simplemente, y me empuja hacia la puerta.

Capítulo 2

E

stoy tumbada desnuda en la cama, esperando a mi bardo. Me ha dicho que me quite la ropa, me tumbe en la cama y no me mueva hasta que ella vuelva. ¿Quién soy yo para rebatir unas órdenes como ésas? Ha hecho este numerito para mí otras veces, antes de que viniésemos a Lesbos. Y nunca ha dejado de estar a la altura de las órdenes que da. Si Gabrielle me dice que me desnude y la espere en el abrevadero de Argo, lo hago. Es así de buena. Me he ganado unos cuantos puntos con ella desde que llegamos a esta cabaña de huéspedes. Creo que pasó una marca entera explorándola. No es que sea tan grande, pero es muy bonita. Como el Final del Camino, está sobre un acantilado, solo que asoma al mar del este, de forma que podremos ver el alba. Bueno, yo podré ver el alba. No estoy segura de que Gabrielle haya visto nunca uno. A mi bardo no le gusta madrugar. Hay un porche cubierto que rodea totalmente la casa, con balancines y bancos situados estratégicamente para que puedas sentarte en cualquier parte y tener una bonita vista. Y cada lado tiene, al menos, un banco acolchado más ancho para…em…ocio al aire libre. Espero conseguir acabar en los dos. Me encanta el aire libre. El interior está decorado con sencillez y buen gusto, como a mí me gusta. Creo que Safo ha quitado algunas obras de arte. Sabe que no me gusta entretenerme. A Gabrielle le encanta la sala de estar. Safo ha gastado en ella un montón de dinares, porque las paredes están formadas de vidrios que dejan unas vistas espectaculares al mar del este. El cristal no es fácil de encontrar en estos lares, y tiene que ser importado de Chin. Hay un hogar muy bien amueblado, con sillas, y una alfombra de piel de oso enfrente. Y otro banco alto y acolchado que mira a la ventana. Hay, incluso, una mesa en una esquina, para que Gabrielle escriba en sus pergaminos si quiere hacerlo. Creo que Safo la ha mandado poner especialmente para mi bardo. Tengo que acordarme de agradecérselo. En una esquina, bajo la ventana, hay una mesa donde podemos comer cualquier alimento que nos hagamos traer. Y creo que aquí Safo se ha superado a sí misma. Hay un montoncito de comandas en un estante con instrucciones para pedir lo que quieras, en cada comida del día. Lo único que tienes que hacer es leer la carta de, por ejemplo, el desayuno de

mañana, marcar lo que quieres, y dejar la lista en una cesta que hay en la puerta principal. Alguien viene durante la noche a recoger las listas, y por la mañana te dejan la comida en la puerta. También tenemos un baño bonito, muy bonito, con una bañera redonda, un hogar y una plataforma cubierta de pieles frente al fuego, suficientemente ancha como para ocios de interior. No puedo esperar para usar cualquiera de ellos. Creo que deberíamos darle el mismo tiempo al ocio exterior que al interior. Lo que es increíble del baño es que es como los que hay en Pompeya. El agua se calienta por el manantial que corre bajo el suelo, y ni siquiera tenemos que salir fuera, buscando arbustos, para acudir a la llamada de la naturaleza. Safo ha instalado algunos retretes, traídos desde Pompeya. Yo los había visto antes, pero Gabrielle no. Ha sido divertido verlo. Sigue tirando de la cadena para ver correr el agua. Cuando le expliqué finalmente cómo se usaba, la expresión de su rostro no tuvo precio. Tengo la sensación de que a lo mejor tendremos que añadir uno a nuestro baño en la aldea amazona. Pero lo que le ha llevado mucho tiempo de exploración a mi bardo han sido las dos habitaciones. Una es básicamente tradicional, con una gran cama de cuatro postes, otro hogar, un armario para colgar nuestras ropas y un biombo. Recuerdo el pequeño espectáculo que Gabrielle hizo para mí en Egipto, usando el biombo. Dioses, espero que repita la actuación aquí. Pero la otra habitación es algo único de Lesbos. La boca de Gabrielle se abrió de par en par cuando la vio por primera vez. También tiene una cama con cuatro postes, pero hay pequeñas argollas de metal engastadas en los cuatro extremos, para enganchar cuerdas o cadenas, o para atar a alguien en general. En el medio de la habitación hay un artilugio que puedes usar para atar a alguien de pie, si así lo prefieres. Creo que mi bardo casi se traga la lengua cuando le expliqué para qué era. Agradecí ver la estantería de pinzas vacías a lo largo de una pared. Esas pinzas normalmente contienen una variedad de látigos, cadenas y otros instrumentos de sadismo y sadomasoquismo. Safo me conoce bien, y las ha mandado quitar. No es algo que vaya conmigo, nunca lo ha sido, a pesar de los persistentes rumores acerca de lo contrario. Tengo que acordarme de darle las gracias a mi vieja amiga por esto. Creo que podría haber asustado a Gabrielle. No quiero, nunca, que tenga miedo

del aspecto físico de nuestra relación, y haré todo lo que pueda para asegurarme de que nunca suceda. Estaba bastante abrumada por todo esto. Esa habitación es lo que cualquiera puede desear para hacer juegos de rol, juegos en general o puro y simple placer. Hay una gran variedad de trajes y lencería, una repisa llena de frasquitos de aceites perfumados y muchos más juguetes de los que he visto juntos jamás. Tuve que explicarle a Gabrielle qué era cada juguete, y para qué se usaba. No la he visto tan roja en mucho tiempo. Aunque se ha tomado su tiempo cogiendo cada uno y estudiándolo. Después de aquello, tuve que tener una larga charla con ella. Creo que la habitación era un poco más de lo que se esperaba. La quiero mucho. No me importa si no pisamos esa habitación durante el tiempo que estemos aquí. No necesito ninguna de esas cosas para excitarme. Todo lo que necesito es el precioso rostro de Gabrielle, su increíble cuerpo, un lugar cómo para tumbarse y el amor que compartimos. Le hago el amor con el corazón, en primer lugar y más importante. Cierto, hay ciertas cosas en esa habitación con las que creo que podemos pasarlo bien, pero puedo tomarlas o dejarlas. Lo único que no puedo dejar es a ella. Para mí, es una parte imprescindible de hacer el amor. Después de hablar parecía mucho más relajada. Decidí que un poquito más de relajación se imponía, así que encontré una botella de hidromiel. Fuimos fuera y nos sentamos en uno de los balancines, mirando el agua, compartiendo el hidromiel y achuchándonos. Me encanta estar así con mi bardo. Podría besarla durante horas, sin hacer nada más. Y eso fue básicamente lo que hicimos, hasta que una sirvienta inesperada apareció con una cesta inesperada de picoteo para cenar. ¿Cuánta gente nos va a pillar besándonos mientras estemos aquí? Probablemente, que llegara la comida fue bueno, porque ya nos habíamos bebido casi toda la botella. Ahora, el picoteo se ha convertido en una de mis actividades favoritas. Nos trasladamos dentro y nos estiramos en la alfombra cerca del fuego. Prendo una hoguera, ya que el sol se está poniendo, y nos alimentamos de queso, fruta y pan. Creo que el hidromiel está empezando a afectar a Gabrielle. Tiene un brillo especial en los ojos cuando me desea. Vivo para ver ese brillo. Al final, apartó la cesta y me tumbó en la alfombra. Después trepó sobre mí. Siempre que lo hace es increíble. Encaja en mí perfectamente, como si nuestros cuerpos estuvieran destinados a estar juntos. Nos besamos algo

más y estaba empezando a meterme a fondo cuando, de repente, paró. Le encanta provocarme. En fin, fue entonces cuando me mandó a la habitación. La oigo revolver en la otra habitación. La que rápidamente hemos empezado a llamar la “habitación de juegos”. Es una buena señal. Usemos o no algo de lo que hay allí, me alegro de que no tenga miedo de entrar. Intento imaginarme lo que hace ahí dentro. ¿Se estará poniendo alguno de los disfraces? ¿Cogiendo un frasco de aceite perfumado, quizás? Ya estoy mojada, y ella ni siquiera está aquí. Estoy mirando la puerta, expectante, cuando llega. Parece un poco tímida. Está sonrojada, de hecho. Esto me derrite el corazón, cada vez que ocurre. Gabrielle quiere tanto complacerme, pero a veces no está muy segura de sí misma. Oh, mi amor. Me complaces solo con existir. Tiene algo en las manos. Miro más de cerca y me doy cuenta de que es un arnés. Y un falo. Doble. ¡Sí! Gabrielle quiere jugar, después de todo. Y ha cogido mi juguete favorito. Es mi día de suerte. —Xena—me mira con la cabeza inclinada, con ese gesto cohibido que me hace querer atraparla, besarla, abrazarla. O lo que sea. Con tal de hacerle saber que está bien. —¿Crees que puedes enseñarme a ponerte esto? Tengo la boca completamente seca. Estoy casi segura de saber a dónde ha ido a parar hasta la última gota de líquido de mi cuerpo. Trago y recupero la voz. —Eso creo. Ven aquí, amor. Me levanto y ella se acerca. Empiezo a tomar el arnés y ella me palmea las manos, envolviéndolo ella misma en mis caderas y mis piernas. Es una buena estudiante. Entonces me doy cuenta de que le tiemblan las manos y que jadea. No jadeos buenos, jadeos de miedo. —Gabrielle—le quito suavemente el falo de las manos y lo dejo sobre la cama. Termino rápidamente con el resto de hebillas del arnés y después dejo ambas manos sobre sus hombros, mirándola a los ojos—No tenemos por qué hacer esto. Ella me ofrece una sonrisa torcida y, en este momento, haría cualquier cosa, y quiero decir cualquier cosa, que me pidiese. Me está rompiendo el corazón. —Xena, yo…quiero hacerlo. Contigo. Quiero que me enseñes cómo se supone que tiene que ser.

La sostengo en mis brazos durante mucho tiempo. Recuerdo lo que me contó sobre su noche de bodas, Pérdicas fue tan desconsiderado. Hizo daño a mi bardo, y aunque no tenía intención de hacerlo, es bueno que ya esté muerto, porque podría matarlo si no lo estuviese. Durante su noche de bodas, se limitó a besarla un poco y después se puso al tema. A efectos prácticos la violó. Estúpido chico egoísta. Y mi pobre y dulce Gabrielle no conoció nada mejor. Hasta que ella y yo nos hicimos íntimas, pasó todo el tiempo pensando que era culpa suya no haber disfrutado de lo que le hizo Pérdicas. No hay ninguna maldita cosa mal en ella. Es la persona más sexy bajo el cielo azul de Zeus. Espero que esta noche pueda borrar los recuerdos de esa primera vez. Mi bardo debe ser saboreada despacio, como un buen vino. Tienes que disfrutarlo todo de ella…su sabor, su olor, su aspecto, y después tomarla en tu boca durante mucho tiempo, dejando que arrase tus sentidos antes de tragar. —Cariño—acaricio mi frente con la suya y la miro a los ojos. Ya no está tan asustada ahora. Dioses, la amo. —¿Te acuerdas de la primera vez que entré en ti? Asiente ligeramente y se sonroja. —Vamos a hacer esto igual, solo que esta vez usaremos el falo en lugar de mis dedos. Vamos a hacerlo muy despacio, y si te duele, me lo dices, ¿de acuerdo? —Está bien—. Se estira para tomar el falo y yo atrapo sus manos, besando cada uno de los nudillos y después el interior de sus palmas y sus muñecas. Después la dejo coger el juguete. Lo toma y se detiene, no muy segura de lo que tiene que hacer. —Cariño, tienes que introducir el extremo más corto dentro de mí antes de colocarlo en el arnés. —Xena—me mira preocupada de verdad. —¿Estás lista para eso? Sofoco una carcajada. —Oh, cariño. Nunca he estado más lista— entonces me sonríe y se acerca más a mí, bajándome para besarme. Desliza una mano entre mis piernas e inmediatamente le hago sitio. Entonces siento cómo me toca y casi me caigo cuando la siento usar sus dedos para probar la verdad de mi afirmación. —Dioses, Xena. Sí que estás lista, ¿eh?—chupa mi labio inferior y después me besa más. Y de repente siento el juguete en mi interior. Cada músculo de mi estómago se contrae con el intenso placer.

Tomo aliento profundamente para intentar relajarme y después agarro el falo con una mano y uso la otra para colocarlo en su sitio. Este juguete en particular está tallado en puro marfil, es casi plano, y con una suave superficie. Gabrielle observa atenta, y su cara es una mezcla de pasión y curiosidad. Hace una pequeña mueca, y sé que intenta acostumbrarse a la parte extra que yo, por naturaleza, no tengo. Finalmente, estira una mano y, vacilante, lo toca; deslizando primero sus dedos por él y después envolviéndolo con su mano. Me mira y veo una sonrisa de diablillo bailar tras sus ojos verdes. Lentamente, empuja más profundamente el juguete en mi interior y lo extrae, y yo gimo antes de que pueda evitarlo. Esto le da alas y repite su acción unas cuantas veces antes de que consiga pararla. Si seguimos así, acabaremos antes de empezar. Retrocedo, solo un poco, y hago un lujurioso viaje por todo su cuerpo usando mis ojos. Sigue llevando su conjunto blanco, y le quito el corpiño lentamente. Me encantan sus pechos. Son perfectos, y me encanta sentirlos en mis manos. La tomo de nuevo entre mis brazos y comienzo a besarla, lentamente, deslizando lentamente mi lengua en su boca. Puedo sentir sus pezones presionándose contra mi torso. Esto está bien. Mi bardo reaccionando a mí. Mis manos deambulan por su espalda y bajo su falda. Ella sonríe en mi boca cuando mis manos entran en contacto con su trasero desnudo. Ya se ha quitado la ropa interior. —Sorpresa—susurra, y después empieza a besar mi cuello. Echo la cabeza a un lado y dejo que se tome su tiempo conmigo, mientras disfruto de la sensación de la carne firme en mis manos. Sus labios vagan al sur y arqueo mi espalda hacia ella. Entonces las tornas cambian y capturo sus labios de nuevo, besándola durante un largo rato. Siente el juguete contra su estómago y noto una mano curiosa deslizarse entre nosotras de nuevo. Oh no. Corto de raíz y me deslizo por su cuello, comenzando un intenso viaje sobre su torso, besando y mordisqueando piel caliente hasta el borde de su falda, a donde finalmente llego y se la quito. Por fin Gabrielle está ante mí, desnuda. Es preciosa. Junto con una buena capa de músculo que ha ido desarrollando, está perfectamente formada. Bonitas curvas en los lugares adecuados. Ya no es el cuerpo de una niña, en ningún sentido. Es una preciosa mujer, y pretendo hacerle

saber lo mucho que me complace. —¿Tienes alguna idea de lo despampanante que eres? Se sonroja y se acerca a mí, besándome sobre uno de mis pechos. Recuerdo las anteriores palabras de Safo y, lentamente, me dejo caer de rodillas y la miro. Sus ojos son verde oscuro, muy bellos. Siempre son así cuando estamos juntas, como ahora. A veces aún no puedo creer que sea a mí a quién desea cuando está así. ¿Ponerme de rodillas para ella? Oh, sí. Dalo por hecho. Siempre que sea posible. Envuelvo mis manos en la parte trasera de sus piernas y me inclino sobre ella. Empiezo con sus pantorrillas, mordisqueando mi camino ascendente, dándole las mismas atenciones a cada una de las piernas. Cuando llego a la parte superior de sus piernas, las separo con la cabeza y muerdo la piel de sus muslos internos. Mi bardo tiembla cuando hago esto, y sonrío contra su piel. Al final me permito inhalar profundamente su esencia. Esto solo sirve para ponerme más húmeda. Mis besos se acercan regularmente hacia el interior, y la oigo gemir cuando me tomo mi tiempo en la zona en la que más me necesita. —Qué bien sabes—la miro y la beso entre las piernas una vez más, antes de ponerme de pie otra vez. Ya está lista. O, por lo menos, muy cerca de estarlo. La tomo y la dejo sobre la cama antes de acostarme a su lado, nuestros cuerpos tocándose en toda su extensión. Entonces estoy tan cerca de ella, tocándola en todas partes, disfrutando de la sensación de su cuerpo respondiendo ante mí, y escuchando esos pequeños ruiditos que me dicen que está disfrutando de lo que le hago. Sus manos están explorando impacientes mi cuerpo, y puedo sentir cómo nos fundimos. Nos presiono más juntas y comienzo a moverme hacia el precipicio. No puedo esperar para saltar. Ella me cogerá. Siempre lo hace. Nunca tengo suficiente de esto, y nunca me cansaré. Es lo que me ha hecho estar enamorada. No importa cuántas veces nos corramos juntas, cada vez es diferente. Y cada vez me enamoro más de ella, y me parece increíble que los sentimientos puedan profundizarse más. Ella sostiene mi corazón y mi alma, y me alegro de dárselos. Sé que los cuidará bien. Y ahora ella me está dando algo a cambio. Otro nivel de confianza mientras exploramos algo nuevo, juntas. Esta vez voy a sostenerla entre mis brazos mientras la amo. Puedo besarla si quiero, y ver sus ojos, ver lo que siente y reaccionar más rápido si necesita más. Es por eso por lo que quería usar el falo. Me deja libres la boca y las manos, y me da más formas de darle placer.

Hubo un tiempo en que un juguete así me ayudaba a sentirme poderosa. Con ella no. Su amor me da poder, pero no necesito controlarla. Todo lo que quiero es darle placer, hacerla sentir amada. Algo que es. Sé que no puedo esperar más, y creo que ella tampoco. Suavemente, ruedo para ponerme encima de ella, sosteniendo mi peso en mis antebrazos, a cada lado. Ella cierra sus ojos y le acaricio la cara, sus mejillas y su pelo. Me inclino, aún sobre mis codos, y la beso, lentamente al principio, profundizando gradualmente el contacto. Escucho acelerarse su respiración y me aparto para mirarla. —Xena—su cara es tan preciosa y sus ojos están nublados. Abre sus preciosas piernas y me atrae hacia abajo, entre ellas. Suspiro y me coloco contra ella. Este es uno de mis lugares favoritos. El falo presiona contra su estómago. Sus ojos se ensanchan cuando me muevo un poco y puede sentirlo contra su piel. Al mismo tiempo, lo siento presionarse en mi interior y gimo suavemente. Desciendo totalmente y comienzo a alimentarme con sus pechos. Me encanta la sensación de su carne en mi boca, y atrapo toda la que puedo. Puedo oír pequeños gemidos salir de su garganta, y voy de un lado al otro. Arquea su espalda contra mí y yo envuelvo con uno de mis brazos su espalda, sosteniéndola contra mí. Comienza a mover la parte baja de su cuerpo contra mí y yo tomo nota y muevo mis caderas un poco más abajo. Ahueco mis manos sobre su cara, acariciando sus labios con mi pulgar mientras la provoco con leves movimientos de mis caderas, casi sin tocarla con el dildo. Deslizo una mano entre nosotras y suspiro al alcanzar la sedosa humedad. Juego con ella un rato, acariciando su calor hasta que siento sus caderas empezar a empujar contra mis dedos. —Xena, por favor—. Me mira completamente frustrada, y casi me rio. Es totalmente adorable. Su piel está caliente, sus pupilas, dilatadas; y su voz tiene un tono de demanda. Aprovecho la oportunidad para deslizar el falo sobre su humedad, empapándolo. —Oh, dioses. —¿Está bien, cariño?—froto el juguete contra ella un poco más y ella se presiona contra él. Solo puede asentir e, instintivamente, abre más las piernas para mí. Lentamente, deslizo parte de él en su interior y siento el juguete más profundamente en mi interior al mismo tiempo. Contengo un gemido.

Tengo que concentrarme en el placer de Gabrielle. La miro y sus ojos están cerrados—¿Así está bien? —Más—susurra y abre los ojos. Bajo mi cabeza y comienzo a provocar sus pechos de nuevo, deslizando mi lengua lentamente sobre su pezón. Ella gime, frustrada, y entonces grita cuando muerdo su piel y, al mismo tiempo, entro totalmente en ella. —Oooh—gime en alto y yo me detengo para mirarla. —Cariño, ¿te he hecho daño?—Oh, dioses. De repente, tengo miedo de no haberme tomado todo el tiempo necesario con ella. Como Pérdicas. Acaricio su cara y espero a que me responda. Suspiro de alivio. Por la mirada de su rostro, definitivamente no siente dolor. —No—sus ojos brillan con pasión. —Qué llena. Sonrío y continúo tocando su rostro y su pelo, manteniendo mi cuerpo quieto mientras se acostumbra a la sensación del falo en su interior. Su rostro es precioso. No he visto esa expresión desde que hicimos el amor por primera vez. Yo le di a mi bardo su primer orgasmo. Parece casi igual que entonces. Como si no supiera que algo puede ser así de bueno. La siento relajarse e inclino mi cabeza para besarla, y comienzo a mover mis caderas, entrando y saliendo de ella con el juguete. He acabado en los Campos Elíseos. Estoy sosteniendo a Gabrielle en mis brazos mientras la beso y le hago el amor. —Cariño, he deseado esto desde hace tanto— susurro en su oído antes de besar la piel de su cuello. Puedo sentir sus manos en mi espalda y entonces envuelve mis muslos con sus piernas, lo que me hace llegar más adentro en ella y, al mismo tiempo, mete más profundamente el juguete en mi interior. Gimo y me reclino. Estoy a punto de besarla cuando abre los ojos—Xena, ¿estás bien? Yo sonrío y la sostengo por la espalda de nuevo, atrayendo su cuerpo contra el mío de nuevo—Oh, sí. Es…todo lo que tú estás sintiendo lo siento yo también. Parece confusa y no puedo evitar besarla. —Es doble, te acuerdas. —Oh, me había olvidado—parece muy complacida al saber que estamos compartiendo esto, juntas. Establecemos un ritmo y me alzo sobre las manos. Necesito nivelarme. Me coloco para establecer el máximo contacto y siento cómo se acerca más y más a la liberación. Sé que yo también lo estoy. Quiero permanecer

así, pero ella no me deja y, con una fuerza sorprendente, me atrae de nuevo hacia abajo. Esto es todo lo que hace falta, y las olas empiezan a alzarse—Oh, dioses, nena—. Es demasiado. Cada centímetro de nuestros cuerpos está tocándose, sus caderas se mueven con las mías, sus brazos y sus piernas están envueltos con fuerza a mi alrededor. Me deslizo entre nosotras y la acaricio, llevándola por el precipicio conmigo. Mantenemos los ojos abiertos, mirándonos, compartiendo el placer. Miro su cara, sabiendo lo que le estoy haciendo, y no puedo creer lo mucho que la quiero. Llegamos juntas esta vez. No puedo describir cómo me siento. Me lleva más allá que nadie, y estoy dispuesta a dejarla hacerlo. Miro su cara cuando salgo de su interior y se estremece de nuevo. Hay una parte de mi bardo que necesita algo más de cariño, y pretendo dárselo. Me deslizo por su cuerpo hasta que mis hombros presionan contra la parte trasera de sus muslos. Está completamente abierta para mí y la beso con ternura. Igual que haría con su boca, lentamente, profundizando el contacto. En el momento en que siente mi boca en ella gime y siento sus manos en mi cabeza. Y entonces grita cuando la llevo de nuevo por el precipicio. Cuando he terminado de rendir homenaje a esta parte concreta de su cuerpo, trepo de nuevo por su cuerpo y la beso sonoramente. Sé que puede saborearse en mis labios, y gimo suavemente en su boca— Gabrielle, te quiero. Eres mi corazón. Largos minutos después estoy tumbada sobre mi espalda, sosteniéndola en mis brazos. Su respiración sigue aún alterada, y puedo sentir su corazón martilleando en su pecho, contra mi costado. Beso su cabeza y mis manos acarician constantemente su espalda, tranquilizándola. Este es uno de mis lugares favoritos. Podría sostenerla así toda la eternidad, y sería completamente feliz. —Xena—muerde mi clavícula. —Sabía que tú podías hacer que estuviese bien. Se yergue y compartimos un largo y lento beso. Dioses, amo a esta mujer. Se deja caer de nuevo contra mí con un pesado y contento suspiro. La beso en la cabeza y susurro naderías en su oído. Le digo lo preciosa que es, y lo bien que me hace sentir. Sobre todo, le digo, muchas veces, que la quiero.

—Xena—está trazando dibujos con sus dedos sobre mi pecho, a veces bajando hasta mi estómago. Por alguna razón, siempre lo hace después de que hacemos el amor. Está realmente bien—Safo te besó en las mejillas. Suspiro y me muevo, y me doy cuenta de que aún llevo puesto el dildo. Lo quito rápidamente, junto con el arnés, y después la pongo de espaldas y me tiendo de costado, alzada sobre un brazo para poder mirarla mientras hablo con ella. Es mi turno de hacer dibujos en su piel. —Sí, lo hizo. —Normalmente, no dejas que la gente se te acerque tanto—frunce el ceño, pero no preocupada. Solo está confusa. —Gabrielle. Conocí a Safo justo después de dejar Anfípolis. Era joven, y muy arrogante. Acababa de empezar a formar mi ejército. Estaba en Atenas, actuando en el paladio. A mí no me iba la poesía. Fueron algunos de mis hombres los que me ofrecieron acompañarles para ir a verla. Mi bardo ser ríe—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿Una panda de soldados desaliñados? —Créeme, yo tampoco me los tomé muy enserio hasta que la escuché hablar. Su poesía, como ya sabes, es bastante sensual. Tiene, más o menos, quince años más que yo. Entonces, tenía la mitad de su edad. Aún sigue siendo muy atractiva hoy, pero entonces estaba en su clímax. Era despampanante. Ahí estaba esa mujer preciosa, sofisticada, cuya voz era como la miel. Pensé que tenía que tenerla—hago una pausa y veo que la garganta de mi bardo se mueve mientras traga con fuerza. —En fin, después del espectáculo conseguí colarme entre la multitud que la rodeaba hasta tomarla a un lado y hablarle—me río de mi propio ego juvenil. —Utilicé cada palabra que conocía, pero ella se resistía. Al final, acabé en la mejor taberna de Atenas con ella. Y déjame decirte algo. Entonces, yo no era nadie. La única razón por la que me permitieron entrar allí fue porque iba con ella. —¿Y qué pasó?—puedo decir que Gabrielle se siente insegura. No tiene que estarlo. —Nada—miro la habitación, recordando aquella noche. —Y de todo. —¿De todo?—las cejas de mi bardo se alzan y yo rio entre dientes.

—No eso, cariño—sigo acariciando su piel, y desplazo mis atenciones a su pelo. Me encanta la sensación mientras se desliza entre mis dedos. — ¿Gabrielle, cuánto tiempo estuviste hablando con Safo esta tarde? —No lo sé—frunce el ceño. —Probablemente, media marca. —Pero, en una marca, te atrajo completamente, ¿verdad? Te hizo sentir como la persona más importante del mundo—miro su cara y veo ensancharse sus ojos, mientras se da cuenta de que tengo razón. —Sí, lo hizo. —Imagínate así una noche entera—muevo mi mano más abajo, hasta su estómago, y lo acaricio con la palma. Es tan duro que podría hacer botar un dinar sobre él. —Gabrielle, Safo fue mi primera amiga de verdad, aparte de mis hermanos. Al crecer, los chicos de Anfípolis no me aceptaba porque podría derrotarlos, y a las chicas no les gustaba porque era demasiado ruda. Ése es el mayor don de Safo, aparte de su talento para la poesía. Querer sin juzgar. Sabía exactamente quién era yo. Sabía que estaba intentando meterme en su cama. Sabía que quería hacer de ella otra de mis conquistas, que volvería con mis hombres para vanagloriarme. Y mientras que esquivó todo aquello, al mismo tiempo, llegó a mí, y me hizo sentir que valía algo. —Xena, me alegro de que esté en tu vida—la voz de mi bardo es muy suave, y yo me inclino para besarla. Me atrae hacia abajo y es su turno para abrazarme. Dejo mi cabeza contra su hombro y puedo sentir sus manos acariciar mi pelo. Sabe que me encanta. Mi madre solía peinármelo todas las noches. Era una de las pocas veces durante el día en que se detenía el ajetreo de la posada y se centraba solamente en mí. Creo que es ese el por qué me gusta tanto que Gabrielle lo haga ahora. Me hace sentir querida. Pienso en Safo. Hay mucho más que no estoy preparada para compartir con Gabrielle. Lo haré, al final, porque nos hemos hecho la promesa de no tener más secretos, ni más mentiras entre nosotras. Fue eso lo que nos metió en problemas en el pasado. Eso, y el no comunicarnos. Pero tenemos un acuerdo respecto a los secretos. Podemos tomarnos el tiempo que necesitemos. La décima musa y yo nos separamos la noche en que nos conocimos, pero no antes de que ella me ofreciese una invitación abierta para visitar Lesbos cuando quisiese. Una invitación que nunca retiró. Y yo nunca me

aproveché de su hospitalidad. Aterroricé media Grecia pero, al estar en Lesbos, siempre fui un modelo de decoro. Y Safo siempre me aceptó sin juzgarme. Incluso cuando rompí su corazón, al ver en lo que me había convertido. Siempre que visité su isla, me trató como a un ser humano, y no como al monstruo que era. Intentó hacerme reflexionar sobre mi vida, pero nunca me presionó. Entonces conocía a César. Y perdí a M’Lila. Y conocí a Lao Ma. Y vi a Grinilda ponerse el anillo y convertirse en un monstruo. Y me uní a Borias. Visité Lesbos, justo después de volver de las islas del norte, antes de que Borias y yo nos echásemos al camino. Entonces estaba en una encrucijada. Lao Ma intentó colocarme en la dirección correcta, pero yo estaba inmersa en mi venganza contra César, y contra el mundo en general, por todo el dolor que permeaba mi vida. Desaparecí en las islas del norte durante un tiempo, pensando en robar el anillo del Rin y usar su poder para derrotar a César. Me llevó mucho tiempo ganarme la confianza de Odín, pero jugué con él cada engaño y cada treta que tenía. Y funcionó. Le robé el oro del Rin a las doncellas y forjé el anillo que me daría el poder supremo. Mis planes empezaban a funcionar. Justo cuando Grinilda apareció y me quitó el anillo. Pensé que la había encerrado, pero mientras la encadenaba en su tumba eterna ella me cogió el brazo y me quitó el anillo. Cuando lo hizo, mis planes se evaporaron. No podía luchar con ella como monstruo, mientras tuviera el anillo. Tuve que huir de las tierras nórdicas, por más de una razón. Grinilda estaba encerrada, pero Odín y el resto de las valkirias no. Solo era cuestión de tiempo, hasta que uno o más de uno de ellos viniera a por mí. Yo era el demonio de Chin, e iban a exorcizarme. Era hora de un plan beta, volver a Grecia y encontrar a Borias, y construir un ejército para derrotar a César. Sería mucho más difícil sin el poder del anillo del Rin, pero estaba decidida a derrotarle, de una forma u otra. Pero pasé por Lesbos primero. Necesitaba tiempo para pensar. Y descansar. Y reagruparme. Mi mundo se desmoronaba lentamente y tenía que averiguar cómo reconstruirlo. Esa visita a Lesbos fue diferente. No perseguí a ninguna mujer. No jugué en las salas de juego. Pasé un montón de tiempo sentada sola, en mi cabaña, o en la barra del Final del Camino, consumiendo lentamente jarras de oporto. Safo me encontró en la barra y me llevó a una de las habitaciones.

Tenía tanto dolor, y estaba lista para que me consolase de la única manera en que ella pensaba que podía hacerlo. Después de todo aquel tiempo, estaba lista para ofrecerme la cosa que yo había buscado en ella cuando nos conocimos. Recuerdo esa noche vívidamente. Me besó durante mucho tiempo y después nos desnudamos. Pero fue lo único que hicimos. Cuando todo estaba dicho y hecho, no pude seguir. Creo que Safo podría haberlo hecho, pero yo no. Una pequeña parte de mí se dio cuenta de que necesitaba su amistad más que lo que necesitaba de un breve intercambio físico. Recuerdo que me eché a llorar. Me llevó a la cama y me sostuvo toda la noche. Solo Gabrielle ha hecho eso, creo que es la única otra persona con la que me he acostado desnuda sin tener sexo primero. Me preguntó si amaba a Borias y le dije que no. Que solo era un medio para llegar a un fin, y que si tenía que acostarme con él como parte del trato, lo haría. Continuó hablando conmigo toda la noche. Me dijo que un día, me daría cuenta de quién era realmente, en mi interior. Y dijo que algún día, la preciosa alma de una mujer iba a robarme el corazón. Me dijo que no importaría cuántos hombres pasaran por mi vida, que me conocía, y que no estaba hecha para la compañía masculina, al menos cuando se trataba de asuntos del corazón. Necesitaba a una mujer que me completase. Al final, lloré hasta que me quedé dormida. Fue la última vez que lloré hasta que conocí a Hércules. Por la mañana, nos despertamos y mi resolución se había fortalecido. La besé una vez más y le dije que tenía que marcharme. Tenía cosas que hacer. Podía leer la decepción en sus ojos, pero incluso entonces no me juzgó. Me dijo que siempre sería bienvenida en Lesbos. Continuó recibiéndome con los brazos abiertos. Nos distanciamos un poco después de aquello, pero siempre dio lo mejor de sí para intentar hablar conmigo. Me convertí en alguien famoso, por las razones equivocadas, y acudiría a Lesbos para dispendiar mi ilícita fortuna. La última vez que estuve aquí fue justo después de dejar a Hércules, y justo antes de conocer a Gabrielle. Safo y yo hablamos durante mucho tiempo. Vio el cambio en mí, y puedo decir que estaba mucho más feliz de lo que podía expresar. No resolvimos mucho, porque no tenía absolutamente ninguna idea de a dónde ir. Y estaba aterrorizada.

Todo lo que sabía era que no podía volver a dónde había estado los últimos diez años. Cuando dejé el pasado atrás, me dijo que encontraría mi camino. Me dijo que me mantuviese alerta, buscando guía en los lugares en los que, normalmente, no la buscaría. Ella y yo tenemos que ponernos al día, aunque estoy segura de que ha oído muchas cosas de mi vida durante los últimos seis años. Las historias de Gabrielle se oyen ya por toda Grecia. No solo de su boca, también por otros bardos. Me doy cuenta de que Gabrielle se ha dormido, y beso su hombro mientras nos echo las mantas por encima. Ha pasado un tiempo desde la última vez que mi bardo me abrazó mientras dormimos. Secretamente, me encanta. Safo tenía razón. He encontrado mi camino. En una preciosa alma de una mujer que me ha robado el corazón. Y todo porque me permití ser vulnerable con una joven aldeana de Potedaia. Gracias a los dioses de que tuve el sentido común de guardar el consejo de Safo. Finalmente me rindo al sueño, rodeada de los brazos de la única otra persona que me acepta siempre sin juzgarme. Y que me ama sin medida.

Capítulo 3

E

stoy sentada en uno de esos bancos acolchados que hay en el porche, mirando el agua. Casi amanece ya. El cielo del este, junto al borde del océano, empieza a teñirse de rosa oscuro, y más arriba, el azul francés se combina con el azul oscuro, casi negro, del mar a esta hora de la noche. Es raro, pero no solía darme cuenta de estas cosas hasta que conocí a Gabrielle. Estoy bebiendo algo de té de menta, con un poquito de miel. No solía tampoco en usar la miel hasta que la conocí. Es algo que las dos bebemos cada mañana. Aunque ella sigue dormida y planeo dejarla dormir cuanto quiera. Mi bardo ha tenido una pesadilla esta noche. Las ha tenido varias veces durante la semana después de que volvimos de Egipto. Odio cuando tiene sueños, y me odio más a mí porque soy, en parte, responsable de ellos. Al final, ha llegado a un punto en el que ya no sueña con la crucifixión, y voy yo y casi me muero en sus brazos otra vez. Resulté muy malherida luchando contra Antonio. Uno de sus hombres me abrió la pierna de un tajo, casi hasta el hueso. Casi muero en el campo de batalla por la pérdida de sangre. Gabrielle se ocupó de mí y me llevó de vuelta a la tienda del sanador. Aparentemente, cogí una infección grave y casi muero de nuevo. De hecho, no recuerdo mucho de ello, porque me desmayé y permanecí inconsciente varios días. Ares nos llevó de vuelta a El Cairo. No le he visto ni he sabido nada de él desde entonces. Técnicamente, supongo que tampoco le vi entonces. Al final, estoy segura de que volverá. Es difícil para mí pensar en el hecho de que es mi padre. Ahora que lo sé, hay una nueva dinámica en nuestra relación. Es como si ambos intentásemos llevarnos bien, o algo así. Al menos, no ha intentado hacernos daño desde hace algún tiempo. Ni siquiera quiero explorar por qué solía actuar como si me sedujese. Sé que los dioses no rechazan el incesto, pero es bastante asqueroso pensar en ello, así que intento no hacerlo. Le agradezco que nos trajese de vuelta a El Cairo. Por lo que me dijo Gabrielle, cero que no habría sobrevivido al viaje. Pero, como siempre, me curé rápido. Y como dijo Gabrielle, estuve saltando de aquí para allá antes de lo que debería. No

puedo evitarlo. Me vuelve loca no ser capaz de moverme. Han pasado poco más de tres lunas, y básicamente estoy igual que estaba antes. Exceptuando la fina cicatriz que recorre mi pierna desde la cadera hasta la rodilla. Está bien definida, no es desagradable solo porque Gabrielle es muy habilidosa a la hora de coserme. Desde luego, tiene práctica. A veces me duele, especialmente si hace frío o humedad, pero me pasa en otras partes del cuerpo. Recuerdos de otras heridas del pasado. Anoche estuvo bastante mal. Me desperté escuchándola hablar en sueños, y aún seguía abrazándome, casi dejándome sin respiración. Me llevó algo de tiempo liberarme. En el proceso, se despertó y empezó a llorar. Odio cuando Gabrielle llora. Siempre me siento impotente. Conseguí intercambiar posiciones, para ser yo la que la abrazase. Se enterró en mi cuerpo y estiró un brazo para trazar la cicatriz de mi pierna. Sigo teniendo que asegurarle que estoy muy viva y muy bien. Creo que aún seguía confusa por el sueño. Al final consiguió calmarse y volvió a dormirse. Yo, sin embargo, me quedé en vela el resto de la noche, y al final me rendí completamente hace una marca. Me debatí entre quedarme en la cama con ella o salir aquí, pero aún puede estar dormida un rato. Decidí que, a lo mejor, un poco de té caliente me despejaría la cabeza. Solo desearía poder hacer algo por ella para evitarle las pesadillas. Supongo que, como con la crucifixión, será cuestión de tiempo. Me sorprendo cuando aparece en el umbral, envuelta en la manta de la cama. Su cabello está desordenado completamente y tiene una expresión en la cara que me dice que aún no está totalmente despierta. Me gruñe. Creo que es adorable. —Ven aquí, amor—palmeo el sitio junto a mí en el banco y la miro mientras, lentamente, se acerca a mí. Se detiene y se acurruca a mi lado, de costado hacia mí y con la cabeza en mi regazo. Acaricio su pelo, apartándole los mechones de los ojos. —Buenos días. —Aún no es de día, Xena—suspira. —No me gusta despertarme en una cama fría y vacía. —Lo siento, cariño. No podía dormir, y creía que ibas a estar fuera de juego durante bastante más—continúo acariciando su pelo. —Oye, ¿qué llevas ahí debajo?—la provoco, intentando hacerla sonreír. Lo hace, un poquito nada más.

—Tu traje favorito. Es mi turno de sonreír. Eso significa que no hay nada ahí debajo, salvo mi bardo y su preciosa piel. —Despiértame cuando salga el sol—siento su aliento cálido contra mi pierna mientras bosteza. —Está bien—deslizo una mano bajo la manta y le rasco ligeramente la espalda. Juro que cuando lo hago, si fuera un gato, ronronearía. Continúo hasta que siento disminuir el ritmo de su respiración y sé que se ha quedado dormida de nuevo. Puedo ver su rostro de perfil, suave y relajada. Parece una niña cuando está en brazos de Morfeo. Me encanta verla dormir. Me calma, por alguna razón. Parece en paz inocente, como la joven aldeana que yo conocí. Ha cambiado mucho desde que empezamos a viajar juntas, tanto en el interior como el exterior. A veces, si intento conciliar la Gabrielle que conozco ahora con la que conocí entonces, casi no lo consigo. Su cuerpo era suave entonces, ahora está lleno de firmes músculos. Sus pechos y sus caderas son más anchos, pero su cintura y sus brazos son más esbeltos, como su rostro. Entonces tenía cara de niña. Ahora no. Su aspecto es mucho más serio, y ya no ve el lado bueno de las cosas a la primera de cambio. Sigue siendo bardo, pero en muchos sentidos es también una guerrera, lista y capaz de luchar si tiene que hacerlo. A veces echo de menos a la Gabrielle más joven y más inocente. Pero todos tenemos que madurar, y ciertamente ella ha hecho mucho mejor trabajo del que yo lo hice a su edad. Ha estado conmigo casi un cuarto de su vida. Espero haber tenido, por poca que fuera, algo de influencia positiva en ella, a pesar de que, en mi interior, no puedo convencerme de creer en ello. No puedo evitar preguntarme qué diferente podría haber sido su vida si no hubiera escogido seguirme, y se hubiese quedado en Potedaia. Y junto con eso, a veces no puedo evitar sentir culpa. Ha sufrido mucho por mí culpa, directa e indirectamente. La gente le ha hecho daño solo por estar conmigo. Por no mencionar las veces que la he ignorado, o le he hablado mal, y ese par de veces, hace mucho tiempo, cuando le pegué. Me odio mucho por eso. No puedo evitar pensar en todo lo que le hice después de que Esperanza matase a Solan.

Ese fue mi momento más bajo. Incluso más que mis días de señor de la guerra. Casi mato a quién significa todo para mí. Y su amor por mí fue la fuerza motora de todas sus acciones. Sus ideas y sus actos no fueron perfectos, pero sus motivos fueron puros. Sé que me ha perdonado. También sé que no merezco su perdón. Y que los dioses me ayuden, hay una parte de mí que nunca me perdonará. Hace un año, o supongo que hace dos, cuando la encontré en el bosque a las afueras de Potedaia, después de que cayese en el pozo de lava con Esperanza, nunca había sido tan feliz en toda mi vida. Pero el resto de aquel año fue realmente difícil. La India, especialmente, incluso cuando descubrimos que éramos almas gemelas eternas. Yo con un alma gemela eterna. Imagínatelo. Me pregunto qué vidas compartimos en el pasado. ¿Fuimos amantes? ¿Amigas? ¿Y tuvimos una vida tan difícil como lo es esta a veces? ¿Será mejor en el futuro? Si nuestro pasado encuentro con Alti es un indicador, aparentemente no. Seguiremos luchando o al menos Gabrielle lo hará. En fin, durante el último año tuve las visiones de la crucifixión, e intenté dejar atrás a Gabrielle varias veces. No éramos amantes entonces, pero éramos las mejores amigas. Bueno, la mejor amiga que he sido de nadie. Pero ella no iba a dejarme. Seguía manteniendo ese amor terco y preocupado que me demostró en la posada de mi madre en Anfípolis. Fue unos días después de que la rescatase de los esclavistas el día que nos conocimos. Llegó justo a tiempo y me rescató cuando estaba lista para rendirme y dejar que los aldeanos me lapidasen. Luché mucho antes, durante y después del viaje a la India. Quería negar nuestro destino juntas, nuestra amistad, y el amor romántico y físico que sentía por ella que me negaba a reconocerlo. Tenía tanto miedo de que resultase herida o muerta por mi culpa que estaba dispuesta a renunciar a nuestra vida juntas. Y luché contra mis dudas sobre quién era y el camino que debía seguir. La crucifixión cambió todo eso. En los Campos Elíseos, ya no había nada por lo que luchar. Si Eli no nos hubiera traído de vuelta, no estoy segura de lo que habría pasado. No sé cuánto tiempo habríamos estado en los Campos, o cuándo habríamos empezado a compartir otra vida en otra tierra. Son cosas que no comprendo totalmente aún. Hemos tratado con tantos dioses y filosofías diferentes. No estoy completamente segura de cuáles intentarán venir a buscarnos la

próxima vez que muramos. No sé si nuestro destino ya está grabado o si cambia dependiendo de lo que hagamos en esta vida. Todo lo que sé con certeza es que, no importa cuántas vidas estén por venir, o a qué lugar iremos en la siguiente vida, nuestras almas tienen que estar juntas. No puedo negarlo más. Y no quiero seguir haciéndolo. Cuando volvimos a la vida, decidí dejar que pasase lo que tenía que pasar. Nos llevó dos días asumir que estábamos enamoradas y consumar nuestra relación. Eso fue una sorpresa. Una sorpresa muy buena. Nadie puede llenarme a tantos niveles como ella. Ha clamado mi corazón, mi cuerpo y mi alma. Esa es mi bendición y mi castigo. Pasar el resto de mi vida completamente enamorada de alguien a quién no me merezco en absoluto. Que los dioses me ayuden, ella es mi salvación, en esta vida y en el otro lado. Sé que esto es verdad. Sin ella, aún estaría muerta, pasando la eternidad en el Tártaro. O peor. Y amarla tanto a veces me asusta. No puedo evitar pensar en el día en que la muerte quizás nos separe, aunque sea por poco. Ella ha elegido estar conmigo, por razones que no puedo comprender. Así que estoy dispuesta, lo mejor que pueda, a asegurarme de que no lamente nunca esa decisión. Planeo pasar el resto de mis días con ella, haciendo todo lo que tenga que hacer para que sea feliz. Sé que hay cosas que no puedo controlar, y que hay obligaciones que tenemos que afrontar, pero mientras me incumba, quiero hacerla sonreír lo más a menudo que pueda. Quiero que sepa, cada día, que es amada. Se merece lo mejor que la vida puede ofrecer. Pobre, de alguna manera le he tocado yo con el conjunto. Cada día me recuerdo que mi única meta en la vida es esto, nosotras. Se lo dije en Egipto. Volver de la muerte lo cambió todo para mí. Sigo siendo una guerrera. Pero mi papel más importante es de amante y mejor amiga. Algún día seré demasiado mayor para luchar, si tengo suerte como para envejecer. Pero nunca la dejaré atrás. Quiere tener hijos. Y la ley amazona exige que dé una heredera a su máscara. Cuando lo supe, tuve sentimientos encontrados. Sabía que la apoyaría, pero tenía dudas sobre mis habilidades para ayudarla a criar a un hijo. Pero pasamos una noche mágica en Egipto, en un oasis en el medio de ninguna parte. De repente, deseé con todas mis fuerzas tener hijos con

ella. Mis sentimientos por ella esa noche se profundizaron más que nunca. Fue como si ya pudiese ver a nuestra familia y empecé a quererlos entonces, aunque aún no hayan nacido. Sigo queriéndolos, porque serán parte de las dos. Supongo que suena a locura, pero encontraremos una manera. Si tengo que acudir a Ares, lo haré, y no me gusta pedirle nada. Espero que Artemisa o Afrodita nos ayuden. Tiene que haber una manera para que Gabrielle y yo podamos tener un hijo juntas. Pero si tenemos que recurrir a un donante, estaré dispuesta. Seguiré amándolos y cuidándolos como si fueran míos. Serán suyos, y si ella es mía, ellos también lo serán. Nunca he deseado el futuro antes. Ahora sí. Tengo buenas razones, por primera vez en mi vida. Miro al frente y me doy cuenta de que el borde del sol ha comenzado a aparecer sobre el océano. Mi mano sigue bajo la manta, y tomo su hombro y la sacudo suavemente—Gabrielle, está saliendo el sol. Abre lentamente los ojos y mira al agua, y después a mí. Sonríe, llena de sueño, y puedo decir que, una vez más, no está totalmente despierta. Gira sobre su espalda, con la cabeza aún sobre mi regazo, y continúa mirándome atentamente. —Te lo vas a perder si no miras—acaricio su pelo y agarra mi mano para besarla. Esto me causa escalofríos. Rio y la cojo, colocándola sentada entre mis piernas, dejando la manta encima de las dos. Se reclina contra mi pecho y yo rodeo su cintura con mis brazos, con mis manos sobre su estómago. Me encanta abrazarla así, tan cerca. Puedo oler su dulce esencia y sentir su suave piel contra mis dedos. Dejo mi mentón sobre su cabeza y miramos salir el sol. —Oh, Xena. Es precioso—sus ojos están medio abiertos, mirando entrecerrados la brillante luz. Sé que está captando todos los colores del cielo y componiendo poemas en su cabeza. Si no me equivoco, éste es su primer amanecer. O, al menos, el primero que tiene tiempo de contemplar. Los poemas serán extraordinarios. —Claro que sí—. No estoy mirando el sol. Estoy mirando su rostro cuando echa la cabeza hacia atrás y me mira. Elimino la distancia y la beso, mientras sus manos hacen pequeños círculos sobre su estómago. Nos separamos y seguimos mirando mientras el sol aparece en el horizonte, y de repente ya es de día. El cielo es azul, justo así. Mis manos

siguen jugando con su piel, y ella suspira y se inclina más sobre mí y cierra los ojos. Siento que baja sus manos y coge las mías y la lleva para cubrir sus pechos. Estoy excitada inmediatamente, y recuerdo lo que hicimos anoche. — ¿Te he dicho ya lo increíble que estuviste anoche?—presiono mis labios contra su oreja mientras retomo el movimiento de mis manos, esta vez donde ha dejado bien claro que las quiere. Ella echa la cabeza hacia atrás y me besa, mientras toma una de mis manos y la pone entre sus piernas. Se abre para mí y yo suspiro mientras mis dedos entran en contacto con su cálida y sedosa humedad. Mi bardo me necesita, y no voy a negarme. Como si pudiese. Es dulce y simple. No es de la intensidad de anoche, pero es igualmente satisfactorio. Me reclino más sobre el cojín que tengo detrás y continúo besándola y acariciándola, escuchando acelerarse su respiración y sintiendo su cuerpo moverse contra mí. Rompe el beso y suelta aire rápidamente y siento su orgasmo, más que oírlo. Se estremece una vez más y se gira, poniéndose de lado, dejando su cabeza sobre mi pecho. Envuelvo mis brazos a su alrededor, sosteniéndola firmemente entre mis piernas y mi cuerpo. —Te quiero, Xena—siento sus labios acariciar mi hombro. Entonces siento sus manos trazar mi cicatriz de nuevo. Beso su cabeza y la atraigo aún más. —Gabrielle, te quiero. No voy a ir a ninguna parte, cariño. Planeo estar contigo durante mucho tiempo. —¿Lo prometes?—su voz tiembla y eso hace que mi corazón pese en mi pecho. —Te lo prometo—. Dioses. ¿Cómo puedo mantener una promesa como esa? Le he dicho que le prometo no morirme durante mucho tiempo. Lo pienso, y me doy cuenta de que eso va a requerir de algunos cambios. No estoy segura de estar preparada para pensar tan temprano, en la isla de Lesbos. Una marca más tarde seguimos fuera, en el banco. Está dormida, acostada de lado, y yo estoy detrás de ella, abrazándola, cubiertas por las mantas. Oigo pasos y me incorporo un poco. Aparece una sirvienta por la esquina, con una cesta en el brazo. Recuerdo que pedimos el desayuno para esta mañana.

Me llevo un dedo a los labios, indicándole que no haga ruido. Hago un gesto con mi cabeza hacia un lugar detrás del banco. La chica sonríe y deja la cesta rápidamente, y desaparece antes de que tenga posibilidad de darle propina. No es que tenga dinares encima ahora mismo. Tomo nota mental para que se la compense después. Las sirvientas de Lesbos han visto de todo. Gabrielle y yo acurrucadas debajo de una manta no es nada comparado con lo que, estoy segura, han visto estas chicas. Aún así, me alegro de que Gabrielle no se haya despertado mientras la chica estaba aquí. Mi bardo, se crea o no, es bastante modesta. Aunque esté cubierta, se avergonzaría de que un extraño nos viera así. Yo, por otra parte, no tengo ningún problema. Tengo que admitir que cuando se trata de ella me vuelvo posesiva. No es una cuestión de ego. Bueno, a lo mejor un poco. Es más el conocimiento de quién soy, y el hecho de que ella está conmigo. Mis acciones posesivas son más un aviso que otra cosa. Una manera de decirle a quién pudiese querer hacerle daño de que se lo piense dos veces antes de meterse con ella. Porque si alguien le hace daño tendrán que rendir cuentas ante mí. Me reclino y me acurruco con ella. El aire de la mañana sigue siendo fresco y voy a quedarme aquí, manteniendo caliente a Gabrielle mientras duerme. Durante todo el tiempo que me necesite.

Capítulo 4

A

cabamos durmiendo hasta media mañana, algo que no he hecho desde hace mucho tiempo. Por entonces mi bardo se muere de hambre, así que compartimos el contenido de la cesta de desayuno, que se compone de jamón, pan, fruta y queso. Y nos hago un poco más de té. Después de esto, decidimos que se impone un baño, y durante el proceso probamos la plataforma cubierta de pieles del baño. ¿Qué le voy a hacer yo si Gabrielle decide devolverme el favor de esta mañana? Es una chica muy generosa. Por suerte para mí. Después de que consigamos bañarnos, nos damos cuenta de que tenemos por delante un día entero sin nada que hacer. Sin clases de rastreo para mí, sin discusiones de amazonas para Gabrielle. No estamos acostumbradas a no tener obligaciones. Nos sentamos fuera e intercambiamos ideas sobre qué hacer. Es una mañana muy bonita y, para ser francos, no tenemos prisa para ir a ningún sitio. Después de un rato, Gabrielle mira hacia el agua y dice, casi decisivamente, que quiere ir a la playa. Así que vamos a la playa. Recogemos un par de cosas y caminamos por el camino principal para coger la calesa. Otra maravillosa idea de Lesbos es que varios carruajes hacen circuitos constantes por las carreteras principales de la isla. Si quieres ir a algún sitio, todo lo que tienes que hacer es parar uno que vaya en la dirección a la que te dirijas. Es como estar en Atenas o Roma, solo que mucho menos concurrido y más pintoresco. Ya es medio día, y estoy sentada en una manta, mirando a mi bardo. Mi escenario favorito de todos. Está paseando lentamente por la playa, al borde del agua, buscando conchas. Ya tiene una buena colección. Cada vez que tiene las manos llenas, me trae sus tesoros y las deja en la esquina de la manta. Cuando no estoy mirándola a ella, me contento con reclinarme y observar a las pocas personas que están en la playa. Doy gracias porque ninguna me resulte familiar. Aunque eso no significa necesariamente que ellas no me conozcan a mí. Eso es lo que me asusta de esta isla. He estado aquí mucho, y por decirlo así, he conocido a mucha gente. Hay docenas de mujeres como la que me encontré anoche en la taberna. Bonitas, sin nombre, caras con las

que pasé algunas marcas de placer sin importancia. Algunas de ellas vivían aquí, y es posible que sigan viviendo aquí ahora. Muchas de ellas como empleadas de Safo. Gabrielle viene corriendo a la manta con una gran concha. —Mira, Xena—tiene una sonrisa enorme en la cara. Podría estar mirando esa sonrisa durante todo el maldito día. —Es una de esas conchas que puedes ponerte en la oreja y escuchar el océano—la sostiene contra su oído y después se inclina para ponerla junto al mío. Escucho durante un momento, disfrutando más de la felicidad de Gabrielle que de la experiencia de escuchar ruidos raros en la concha. Asiento y le devuelvo la sonrisa—Esta hay que guardarla—no menciono que parece ser que cada concha que se encuentra tiene que ser conservada. A lo mejor necesitamos un caballo extra solo para llevar las conchas a la aldea amazona. Ya se ha llevado unas cuantas de vuelta al mar. Aquellas que empezaban a reptar por la manta. Aparentemente, seguían ocupadas. Deja la concha en la manta como si fuera una pieza de porcelana fina de la India, y después se va otra vez, esta vez en dirección opuesta. Me recuesto en la manta y miro al cielo. Es de un azul brillante, con nubes esponjosas y blancas desperdigadas. No son nubes de lluvia, solo quitan el sol de vez en cuando. No me he relajado así desde hace mucho tiempo. Me encanta oler el mar. La brisa es muy suave, y las olas siguen rompiendo en la orilla con una música constante. Debo de haber cerrado los ojos, y supongo que me he quedado dormida, porque lo siguiente que sé es que siento un beso contra mi mejilla, y abro los ojos para ver a Gabrielle colgando sobre mí, con una familiar sonrisa malvada en la cara. —No he podido resistirme—su sonrisa se suaviza—Xena, eres preciosa mientras duermes. —¿Solo cuando duermo?—la provoco, recordando haber pensado algo parecido esta mañana sobre ella. Me da un golpe de broma en el brazo y atrapo su mano. Pretende luchar, y yo doy la vuelta y la pongo de espaldas, sujetando ambas manos por encima de su cabeza mientras la monto y sostengo sus piernas con firmeza entre mis rodillas. —¿Te rindes? —Oh, sí—sus ojos tienen esa mirada que me dice que está excitada, caída y casi entrecerrados sus ojos, como si estuviesen cubiertos de rocío.

Es difícil de explicar. Lo único que sé es que me deja aturdida cada vez que la veo. La miro y siento una placentera y palpitante sensación correr en dirección sur. Sé que solo estamos jugando a esto de la sumisión, y me digo a mí misma que no, NO voy a hacerle el amor en plena playa, a plena luz del día, para que cualquiera pase y se siente a mirar. No es que no esté permitido. Y no es que otras lo hayan hecho, yo incluida. De hecho, estoy un poco sorprendida porque aún no hayamos visto algún encuentro sexual en público esta tarde. Debe de ser un día flojo. Pero creo que no sería algo de lo que mi bardo disfrutaría. De hecho, sé que se sentiría humillada, y eso es lo último que quiero que sienta si yo le hago algo. Maldigo en voz baja en sumerio y Gabrielle frunce el ceño— ¿Qué pasa, Xena? Me doy cuenta de que aún la estoy agarrando por las muñecas y la suelto, aflojando mi agarre sobre sus piernas. —Nada—le sonrío—Es que…dioses…te deseo—me muerdo el labio inferior para más énfasis. Ella me sonríe y me tumba hasta estar echada a su lado. —Xena—desliza las puntas de sus dedos por todo mi brazo. No me está ayudando nada— Paciencia, cielo. Creo que te va a gustar mucho lo que tengo pensado para esta noche. Sé qué mis cejas se disparan ante su afirmación. ¿Tiene planes para esta noche? Y yo pensando que este viaje era pura improvisación. ¿Quién iba a decirlo?—¿Eh? —Ya me has oído—sus dedos encuentran mi clavícula y después trazan el hueco de mi garganta. Trago saliva con fuerza. —Anoche…—sus dedos viajan por mi escote. No, no me está ayudando—…cuando estaba en la habitación de los juguetes…—traza la curva de ambos pechos. Llevo puestos mis cueros, sin armadura, y engancha sus dedos en el interior del borde, provocándome sin misericordia—…encontré más juguetes de los que podemos usar en una sola noche. No puedo evitar tocarla, acariciar su estómago desnudo con la palma de mi mano. Lleva su traje rojo, el que le compré en la aldea de Manolie. Agradezco varias cosas ahora mismo, entre ellas, el hecho de que a mi bardo le encante exponer su torso; y, principalmente, que parece que está ganando algo de intrepidez cuando se trata de jugar en nuestra cama. Casi no puedo esperar hasta esta noche. Vamos, ocaso.

Sus dedos viajan hacia arriba y trazan la línea de mi mandíbula, atrayéndome sobre ella. Está bien, supongo que un poco de exhibición con ropa le parece bien. Capturo sus labios y los mordisqueo, y me presiono contra ella, cabalgando las olas de la sensación que me recorre cada vez que la beso. Siento su mano en mi cabeza, manteniéndome en el sitio, y no puedo evitar deslizar una rodilla entre sus piernas. Gime y se presiona contra mi pierna. Dioses. Por propia voluntad, una de mis manos se cuela debajo del borde de su corpiño rojo, y acaricio su pezón con mi pulgar, sintiendo cómo se endurece rápidamente. El sonido se convierte rápidamente en un gemido grave y nuestros besos se vuelven más hambrientos. Presiono mi pierna hacia arriba y la froto contra ella. Casi me olvido de que estamos en la playa. Después de no sé cuánto tiempo, me obligo a apartarme de ella. Un poco más, y no creo que ninguna de las dos se preocupe de dónde estamos. Pero ella lo hará más tarde, y, por tanto, yo también. Ambas respiramos con dificultad y sus ojos tienen ese bello color verde oscuro. Acaricio su frene con la mía y le doy un beso en la nariz—Lo siento, amor. —Mmmm—desliza sus dedos por mi pelo. —No te disculpes, Xena. Ha estado bien. ¿Bien? Vale, sea. Además de excitante, maravilloso y completamente frustrante. —Sí—le doy un pico en los labios. —Te diré qué haremos—ahueca sus manos sobre mi rostro. Me encanta cuando lo hace. Me hace sentir especial, por alguna razón. —Por qué no me acerco a ese puesto de bebidas de ahí…—señala un pequeño tenderete que está a unos cuantos metros de donde nosotras estamos— …y nos consigo un par de vasos de zumo, mientras tú te tranquilizas un poco. Luego, cuando vuelva, podemos relajarnos un poco, abrazarnos un ratito, dormir una siesta. ¿Qué te parece? —Sí—aparto un mechón de delante de sus ojos. —Creo que me he puesto en marcha tan rápido por lo que has dicho. Ya sabes, sobre esta noche. —Ya lo sé—me besa rápidamente y después la veo alejarse. Ese movimiento de caderas que tiene es tan mono, y se pronuncia por el esfuerzo que hace al caminar entre la arena suelta y descalza. Esto

tampoco me está ayudando. Gimo y me echo de espaldas sobre la manta. Lo que necesito…no puedo tenerlo ahora mismo. Así que mi siguiente opción es…sentarme y mirar al mar. Sí. Eso necesito. Me levanto y corro a zancadas hacia el agua, lanzándome, nadando hasta que es suficientemente profunda y estoy totalmente cubierta. Emerjo, sintiendo que mi sangre hierve un poco menos. Agua fría. Síp, esto ayuda. Me giro y veo a Gabrielle hablando con un par de mujeres en el puesto. Está de espaldas a mí, y las mujeres sonríen. Después toma los dos vasos del mercader y empieza a volver a nuestra manta. Salgo del agua y también me dirijo a la manta. Llego yo primero y la miro. Oh, oh. Esa no es una cara de felicidad. Regresa y me tiende un vaso, sin decir nada. —Gabrielle, ¿qué pasa?— sus ojos no se encuentran con los míos, en primer lugar. Lentamente, me mira. —Nada, Xena—sus ojos cuentan una historia diferente. Veo el dolor en ellos y quiero saber de dónde ha venido. —Gabrielle—intento tocarla y me aparta. Vale, eso ha dolido. —Vale— dejo el vaso lleno en la arena y me alejo a grandes zancadas, dirigiéndome decidida a algunas rocas que hay por la playa. Camino hasta el final y me siento, colgando con los pies en el agua, dejando que la fría salinidad me enfríe más. Sé que estoy siendo infantil, y ahora mismo no me importa. Odio cuando hace eso. Somos más que amantes. Somos amigas. Me parte el alma cuando me deja fuera de esa manera. Me hace sentir que he hecho algo mal. Tengo que admitir que ha habido muchas veces en las que sí he hecho algo mal. Pero, malditos sean los dioses, esta vez no he tenido tiempo de hacer nada, entre lo que ha tardado en ir y volver. Entonces me doy cuenta. Algo ha pasado en el puesto. Es la única explicación lógica. ¿Pero, el qué? Fue, compró el zumo, habló con las mujeres y volvió. ¿Qué ha podido pasar en ese corto periodo de tiempo? A menos que…me giro y miro a la playa, y localizo a las dos mujeres, sentadas juntas en una manta a unos metros de donde está Gabrielle. Alguna ha dicho algo que ha molestado a mi bardo. Sonrío amargamente, ante la ironía. ¿Cuántas veces me he enfadado por algo y la he dejado que averigüe sola lo que pasaba? ¿Cuántas veces me ha preguntado si había hecho algo mal, cuando no había

hecho nada? Siempre me sorprende cuando lo hace, porque normalmente no me doy cuenta de que estoy actuando como una completa imbécil. Vale, estoy probando de mi propia medicina. Me levanto y vuelvo, agradeciendo que la arena me ralentice, algo que me da más tiempo para pensar en lo que quiero decirle. Ha sacado su diario de las bolsas y está tumbada boca abajo, escribiendo, con las piernas levantadas y cruzadas en los tobillos. Su pluma se mueve furiosamente. Tengo que andarme con cuidado. Obviamente, está procesando lo que le molesta. —Gabrielle—sigue escribiendo y me ignora, algo que ya esperaba. —Lo siento. La pluma se detiene y entonces se sienta, abrazándose las rodillas contra el pecho. Mira al suelo. —Yo también. —¿Puedes decirme, por favor, qué pasa?—me siento enfrente, con cuidado de no tocarla hasta que sea bienvenida. —No—sacude la cabeza y sigue mirando hacia abajo. —No tiene caso. —Gabrielle—me acerco rápidamente y le levanto la cara. Dioses, ha estado llorando. —Cariño. No me importa si crees que pueda ayudar. Lo que me preocupa es que hay algo que te hace daño y no tengo ni idea de qué es. —No puedo decírtelo—sus labios tiemblan. —¿Por qué no?—le acaricio el labio inferior con el pulgar. —Porque no quiero hacerte daño—su voz no es más que un susurro. Sumo dos y dos y huelo a chamusquina. A dos, concretamente. Una, o las dos, de esas mujeres del puesto le deben de haber dicho algo sobre mí que le ha hecho daño, y ella cree que me hará daño si me lo dice. — Gabrielle. Tengo la espalda muy ancha. Me han llamado cosas horribles, en varias lenguas distintas, y he aprendido a dejarlo pasar siempre que puedo. —Lo estábamos pasando tan bien, Xena—se estira y enrolla su pergamino mientras habla, lo que asumo como un esfuerzo para evitar mirarme. — No quiero arruinarlo. —Gabrielle—dudando, toco una de sus rodillas y agradezco que no me aparte otra vez. —Tener algo así entre nosotras ya lo está arruinando.

Ahora me mira, y sé que entiende lo que acabo de decir. Suspira y toma mis dos manos, sosteniéndolas en su regazo. —Esas mujeres de ahí…— mira sobre su hombro—…cuando estaba en el puesto, una de ellas me preguntó cuánto cobraba, y si podía ir ella después de que tú acabases conmigo. Dijo que debía ser endiabladamente buena en la cama si me seguías teniendo después de desayunar. —Gabrielle—aparto la necesidad imperiosa de coger mi chakram y arrancarles la cabeza a las dos mujeres—No las escuches—. La miro e intento estimar si el humor puede hacerla sentir mejor. Decido arriesgarme—Tenía razón en una cosa. Eres endiabladamente buena en la cama. Pero sabes que no es por eso por lo que sigo contigo. No sonrío, y ahora mismo podría darme un buen golpe a mí misma— Xena, hay más. Veo una lágrima deslizarse por su mejilla y libero una de mis manos para limpiarla. —Lo siento, cariño. ¿Qué más te ha dicho? —Les enseñé mi anillo, intentando decirles que estamos comprometidas. Se rieron de mí—. Mi bardo está ya llorando en serio—Dijeron que eso no significa nada. Que le has dado joyas a otras mujeres. —Oh, dioses. La gente tiene una memoria demasiado buena, maldita sea. —Gabrielle. Es cierto. En el pasado, si alguien me agradaba, les compraba cosas. Tenía dinares para derrochar. No significaba nada. Estos anillos…—junto nuestras manos, entre nosotras—…lo significan todo. Simbolizan una promesa entre las dos, cariño. Te prometo amarte a ti, y solo a ti, durante el resto de mi vida. Y dentro de unas lunas voy a hacer esa promesa de nuevo frente a todos nuestros amigos y familia. —Lo sé. Xena. Lo entiendo. Significa todo para mí—acaricia con su dedo mi anillo, trazando las bandas de oro. —Es que…—traga saliva con fuerza y me mira, y sus ojos están llenos de un increíble dolor. —¿Qué? Por favor, Gabrielle… —Ellas…—toma aliento temblorosa y mis dedos me duelen por no poder agarrar el chakram. —…preguntaron si íbamos a terminar el espectáculo—. Baja la vista y tengo que acercarme para escucharla— Dijeron que había pasado mucho tiempo desde que la princesa guerrera le tiró a una puta en esta playa. Ahora mismo desearía no haber traído a Gabrielle a Lesbos. Tengo una reputación aquí, y fui una tonta al pensar que la gente se olvidaría de mí

después de seis años. No puedo negar nada de lo que han dicho esas mujeres. Usaba a las mujeres y las tiraba después de desayunar, y he tenido sexo con algunas de ellas en público. Alimentaba mi ego. Ya no soy así, pero lo que me mata es que alguien piense que el amor de mi vida tiene un precio. —Gabrielle—limpio más lágrimas y vuelvo a subir su rostro. —Yo…no sé qué decirte para que te sientas mejor. Por favor. Lo que hacemos en nuestra habitación…está muy lejos de cualquier cosa que haya hecho en el pasado. Te quiero, y cuando lo expreso físicamente, es lo que es…hacer el amor. Y es algo que solo he hecho con una persona, y es contigo. —Xena—atrapa mi mano y la besa. —No me importa lo que piensen de mí. Bueno, no mucho—finalmente, me sonríe un poquito. —Odio que piensen que aún eres así. Aparto la mirada, dándome cuenta de que ya entiende que lo que le han dicho esas mujeres es la verdad. Siento unos dedos cuidadosos levantarme la cara, y es su turno de obligarme a mirarla. —Xena, ya sé que no eres así ahora, pero no soy tan inocente como para negar la verdad. Sé que has cambiado. Y quiero que todo el mundo lo sepa. Me duele que la gente diga esas cosas de ti. —Y yo odio que alguien piense que eres mi puta—siento una pesada sensación en mi pecho, y me doy cuenta de que yo misma estoy al borde de las lágrimas. —Déjame pensar un poco sobre esto—tomo sus manos y las acaricio con mis pulgares. —¿Sabes que nunca he sacado una espada en Lesbos? Hades, ni siquiera he dado jamás un puñetazo aquí. Sus ojos se ensanchan por la sorpresa y continúo. —Sí, todo el tiempo que fui una señora de la guerra, nunca tuve una sola pelea aquí. Odiaría empezar ahora. Especialmente, si consideramos lo que intento demostrar. —Cierto—me sonríe completamente. —¿Por qué no nos tumbamos, Xena? Creo que estábamos pensando en acurrucarnos un poco juntas antes de que esto pasase. —¿Aún quieres que te vean conmigo después de lo que han dicho?— estoy aliviada. Tenía miedo de que se alejase tres metros de mí en público.

—Xena, nunca me ha avergonzado que me vean contigo—sus palabras me hacen sentir calor por dentro. No calor sexual, solo el que me hace enamorarme mucho más de ella. —Estoy tan orgullosa de que me vean contigo, que a veces creo que voy a explotar. Esto me hace sentirme casi imposiblemente caliente. —Me alegro, cariño—aunque no lo merezca. —Porque yo siempre me alegro de que me vean contigo. Solo puedes mejorar mi reputación. Se ríe y yo le sonrío y me recuesto, escogiendo una posición en la que puedo tener un ojo sobre las dos mujeres. Palmeo mi estómago y ella se echa de espaldas, perpendicular a mí, usándome de almohada. Echo un brazo sobre su torso y siento sus brazos posarse sobre el mío. —Duerme, cariño, mientras yo pienso en una manera de resarcir esto. Después de un rato el ritmo de su respiración me dice que está dormida. Aún así, sujeta firmemente mi brazo y espero que no tenga pesadillas. Con los ojos entrecerrados, estudio a las dos mujeres. Sé que parece que estoy dormida desde allí. De vez en cuando nos miran y a veces las escucho reír. Esto hace que me hierva la sangre y tengo que concentrarme para permanecer calmada. Veo el sol moverse por el cielo. Después de una marca, las dos mujeres se levantan y comienzan a dirigirse a la casa de baños comunes. Todas las playas públicas de Lesbos tienen una. Le hago cosquillas a Gabrielle en el estómago y se despierta, con el ceño fruncido. —Oye, que estoy durmiendo. —Lo sé, pero creo que tenemos que ir a quitarnos toda esta arena y el salitre—me siento, obligándola a sentarse conmigo, y señalo la casa de baños. —Gabrielle, ¿confías en mí? —Con mi vida—frunce el ceño de nuevo, esta vez preocupada. —¿Por qué? —¿Puedes seguirme la corriente en los baños?—sonrío, en parte para mantener mi fachada de mala persona en su sitio. —Por supuesto, ¿pero por qué tenemos que ir a bañarnos en este preciso instante?—está un poco gruñona cuando se levanta, pero sigue siendo encantadora. —Porque tus dos amigas acaban de entrar, y me gustaría poner algún punto sobre alguna i con ellas—me echa una de esas miradas. La que

quiere saber si planeo lavar sus cabezas una contra la otra. —Sin violencia, te lo prometo. Sonríe. —Genial. ¿Para qué me necesitas?—se pone de pie y se limpia algo de arena de la falda, y después me ayuda a sacudir la manta y a doblarla. Me echo al hombro las bolsas y las armas, y tomo su mano, llevándola hacia los baños. —Todavía, para nada—aprieto su mano. —Solo prepárate para que te mime un poco ahí dentro, ¿de acuerdo? —Oh—su voz es alegre. —Va a ser duro, pero si insistes, supongo que tendré que aguantarme—. Levanta un pie y me da una patada en el culo desde atrás. Yo se la devuelvo y casi nos tiro. Así que, para hacer mejores las cosas, entramos en la casa de baños riéndonos, lo que no estaba planeado pero es perfecto. Hay varias bañeras hundidas en el suelo, y es una habitación bastante grande. Casi del tamaño de uno de esas pistas cubiertas de Atenas. En el medio de la habitación hay una piscina enorme de agua fría, y las bañeras de agua caliente están espaciadas a su alrededor. Las dos mujeres están en una de las más cercanas a la puerta. Por lo tanto, escojo una de las más alejadas de ellas, al otro lado de la piscina. Pueden vernos bien, pero sigo queriendo privacidad para que no puedan oírnos. No suelto la mano de Gabrielle hasta que localizo un banco bajo cerca de nuestra bañera, para dejar las bolsas sobre él. Después tomo una bata y unas toallas, junto con una pastilla de jabón de una estantería. —Xena—me susurra Gabrielle. —Esas mujeres pueden vernos. Ya sabes…desnudas—dejo a mi bardo recalcar lo evidente. Los dioses saben que a mí se me ha escapado lo evidente más de una vez. Estar enamorada de ella, por ejemplo. —Lo sé. Confía en mí, ¿recuerdas?—deslizo mis dedos por su pelo, confortándola. Me sonríe y la ayudo a quitarse la ropa, cubriéndola con mi cuerpo de la vista de las dos mujeres. Después envuelvo rápidamente la bata sobre sus hombros y la ato bien en su cintura. La única persona que va a ver el precioso cuerpo de mi bardo voy a ser yo. Empieza a desvestirme, y lo único que permito es que desate los cordones de mis cueros. Después, suavemente, dejo clareo que quiero hacerlo yo.

Me quedo desnuda y omito la bata. Hay dos razones para esto. Simplemente, nunca he sido recatada y no lo soy ahora, y quiero que esas mujeres vean que seis años solo han conseguido mejorar mi forma y mi tono muscular. No es una cuestión egoísta. Todo lo que hago está calculado para comunicar que Gabrielle no es ninguna puta. Nadie muestra deferencia hacia una puta, o la ayuda a desvestirse en una casa de baños pública. Y, al contrario, si hubiese contratado a Gabrielle, se habría esperado que me desnudase a mí. La única razón en la que me mostraría deferente frente a una puta sería si fuera poco atractiva, y necesitase tratarla con un exceso de gracia para ganarme algún favor sexual a cambio. —Cariño, ¿por qué no te metes en la bañera, y te lavo la espalda?—me mira y se mete lentamente en la bañera. Yo me coloco detrás de ella, entre ella y las mujeres, y la ayudo con la bata, ofreciéndole mi mano después para que se sujete mientras entra. Cuando está en el agua, me siento al borde de la bañera y le hago un gesto para que se acerque a mí. —Relájate, cariño—me inclino y la beso en la cabeza. —Déjame mimarte—sé que las mujeres no pueden oírme, pero pueden ver. Y están mirando. Uso una esponja de mar para frotar la espalda de mi bardo y después le lavo el pelo. Solo después de que sus necesidades estén totalmente satisfechas, me deslizo con ella en el agua. Le dejo que me lave la espalda y el pelo. Estamos a punto de terminar cuando Safo entra en la casa de baños. Esto se pone mejor por momentos. La mejor manera del mundo para ganar credibilidad en Lesbos es estar en buenas relaciones con la décima musa. Solo hay una razón por la que ella vendría a este lugar, y es si estuviese buscando a alguien específicamente. Sobrepasa a las dos mujeres, cuyas bocas están abiertas de par en mar. Sonrío y me siento en un repecho bajo el agua, y atraigo a Gabrielle contra mí de manera que esté sentada contra mis piernas y con su espalda sobre mi pecho. Envuelvo mis manos alrededor de su torso y miro a Safo mientras se acerca a nosotras. —Xena, Gabrielle—se quita las sandalias y se remanga la falda, sentándose en el borde de la bañera con los pies colgando en el agua. Ahora es obvio para las dos mujeres que tenemos suficiente relación con la décima musa para que esté así de cómoda. Se aparta su largo cabello

sobre uno de sus hombros—Uno de los conductores me dijo que os había traído a esta playa. Me alegro de encontraros aún aquí. —¿Qué pasa?—estoy acariciando el estómago de mi bardo bajo el agua y sonrío, sintiendo los músculos reaccionar bajo mis manos. —Me preguntaba si os gustaría uniros a mí esta noche en el Final del Camino para cenar. Y, quizás, si nos contarías alguna historia, Gabrielle. Espero que haya bastante gente, y me encantaría proporcionarles el mejor entretenimiento de la isla—Safo juega distraída con el agua. Gabrielle me mira, sobre su hombro—Me encantaría, si a Xena le parece bien—. Mi bardo tiene una sonrisa enorme en la cara. Safo acaba de hacerle un gran cumplido. —Por supuesto. Estaremos allí—beso su mejilla. —Safo, ¿podrías hacerme un gran favor? —Lo que sea, Xena. Lo sabes—ve la mirada malvada en mis ojos y sus ojos hacen un guiño como respuesta. La décima musa siempre ha tenido sentido del humor. —¿Ves a esas dos mujeres al otro lado de la habitación?—miro a un lado, sabiendo que han estado observando todo el intercambio, y sabiendo también que se mueren por escuchar la conversación. Y que no pueden. —Sí—los ojos de Safo se estrechan. —No me importa quién son, ¿pero puedes asegurarte de que son invitadas a cenar esta noche? No a tu mesa, solo para que escuchen a Gabrielle—mi bardo me mira de nuevo, y esta vez está totalmente sorprendida. —Claro, por supuesto—Safo se acerca un poco. —¿Puedo preguntar por qué? —Parece que no han tratado a Gabrielle con el debido respeto. No parecen entender quién es—la beso en la otra mejilla, solo para más énfasis. —Cuando la presentes al público esta noche, ¿puedes asegurarte de que saben que no solo es mi prometida, sino que también es la reina de las amazonas griegas? Safo me da una sonrisa de reconocimiento y hace un guiño a Gabrielle. —Quedaos tranquilas…—mira directamente al otro extremo de la habitación—…al final de la noche, no habrá ninguna duda de quién sois.

—Gracias—siento los músculos de mi espalda y mis hombros relajarse. No me había dado cuenta de que estaba tensa. —Sí. Gracias—Gabrielle también se relaja. Me alegro de ser parcialmente responsable de eso. —Safo, si tú te aseguras de dejar claro quién soy, yo me aseguraré de hacer saber quién es Xena. —No tengo ninguna duda de que lo harás—Safo se estira y entrelaza su antebrazo con el de Gabrielle. Veo a las dos bardos sellar una especie de trato que a mí se me escapa. Y eso me reconcome. Gabrielle tiene su propio plan. —Gabrielle…—gruño internamente. —Ni una palabra, Xena—hablan las dos a la vez, y me callo. Eso da miedo. Estaba tan ocupada preocupándome por su reputación que se me ha olvidado la mía. Pero ella no. Va a redimirme con sus historias. Oh, dioses. Odio eso. Bueno, vale, me encanta, que ella piense que soy una especie de héroe. Solo odio estar ahí sentada mientras otra gente en la habitación me mira cuando está hablando. Siempre hay un momento en que se dan cuenta de que yo soy el objeto de la historia, y me recompensan con un repaso visual colectivo. Me hace querer meterme debajo de la mesa, cada vez que pasa. —Ahora, si me disculpáis, tengo una cena que preparar—Safo se levanta y se dirige a la puerta. Hace una pausa y se inclina para hablar con las dos mujeres, y parecen increíble y endemoniadamente engreídas cuando se levanta y se va. Bien. Mi madre siempre dice que el orgullo va antes que la caída. No puedo esperar a verlas en el suelo. Terminamos el baño y estamos listas para volver a la cabaña a vestirnos para la cena. Ni siquiera me molesto en mirar a las dos mujeres mientras nos vamos. Aunque ellas no nos pueden quitar la vista de encima. Je.

Capítulo 5

E

ntramos en el Final del Camino y somos inmediatamente escoltadas hasta la parte exterior. Safo está dando un cóctel antes de la cena aquí fuera. El sol se acaba de poner y los sirvientes encienden unas antorchas para iluminar el lugar. Nos hemos perdido la puesta de sol pero no pasa nada. Ya habrá más noches para eso. Esta noche es para Gabrielle. Y está lista para hacer la boca agua. A mí me está provocando esa sensación, desde luego. Lleva puestos sus cueros de amazona. Ese conjunto de corpiño diminuto y falda a juego, con una estupenda y gran parte del estómago expuesto entre medias. Casi no quiere traérselos, pero yo se lo pedí. Creo que es mi traje favorito, de todos los que tiene. Además de su piel desnuda, claro está. Se está dejando crecer el pelo, porque quiere tenerlo más largo para nuestra unión, o al menos suficientemente largo como para ponerse algunos complementos especiales de las amazonas. Cosas que no se me permiten ver hasta el momento de la ceremonia. Todavía no lo tiene por los hombros. Le he ayudado a trenzar en él algunas plumas y algunos abalorios, y parece totalmente la reina amazona que es. Tiene los sais prendidos en las botas, e incluso lleva una de mis dagas en la cadera. La que compré en Alejandría, con el mango de marfil tallado con la forma de un sauce y una cascada. La llevo conmigo siempre. Nos unimos a una docena de huéspedes que están conversando sobre el gran porche de madera que sale hacia el oeste de la taberna. Una sirvienta nos ve y nos trae inmediatamente una jarra de oporto y un vaso de hidromiel para Gabrielle. Toma un par de grandes tragos. Mi bardo está nerviosa. —Relájate—me inclino y le susurro al oído, mientras dejo mi mano sobre la parte baja de su espalda, guiándola hacia una zona vacía, cerca de la esquina de la barandilla. —Lo vas a hacer bien. —No sé por qué estoy tan nerviosa—me mira y puedo ver el miedo en sus ojos. —Normalmente, me emociona contar historias. —Cariño—la estoy mirando, jugando con las plumas de su pelo mientras hablo. —Si estás preocupada por defenderme, no lo hagas. Mira a tu alrededor.

Mira sobre mi hombro y suelta una risita. —Nos estaban mirando hasta que se dieron cuenta de que yo miraba. Entonces apartaron la vista. —Sí—trazo su clavícula con los dedos, deteniéndome en el punto del pulso. —Eso es porque he llegado aquí con la criatura más despampanante de toda la isla. Creo que, después de eso, no voy a necesitar mucha defensa. —Xena—la expresión ansiosa aparece de nuevo en su precioso rostro, y no puedo evitar acariciar su mejilla y su cabello de nuevo, intentando suavizar la preocupación de su rostro. —Esas mujeres están al otro lado del porche. —Déjalas que miren—bajo mi mano de su cabello hasta su cintura, sobre su cadera, y la atraigo hacia mí. Me inclino más para hablarle. Huele a madreselva, por el jabón del baño, y tengo que obligarme a concentrarme. —Ya saben quién soy, es obvio por lo que te dijeron esta tarde. Pero supongo que ahora mismo están empezando a preguntarse por ti. —¿Tú crees?—mi bardo, finalmente, me sonríe. Es tan preciosa bajo la luz de la antorcha. —Oh, lo sé—no puedo resistirme a darle un beso rápido, y percibo que sabe mejor de lo que huele. —Estoy casi segura de que eres la primera amazona que está en Lesbos. Tengo que preguntarle a Safo para asegurarme, pero quizás seas la primera en la historia. A Safo le gusta mantener la paz en este lugar y, bueno…ya conoces a las amazonas. Gabrielle se ríe. Me encanta oír eso. No es un sonido flojo. Mi bardo tiene una profunda risa que sale de su pecho. Es completamente espontáneo. —Buen punto. Xena, ¿te imaginas a Pony aquí? —Oh, dioses—es mi turno para reír. —Ninguna mujer bella estaría a salvo. Estaría persiguiendo hasta a la última de ellas y se metería en un montón de problemas con las compañeras de las que ya estuviesen comprometidas. —Xena—Gabrielle se pone muy seria de pronto. —¿Cómo crees que se siente Raella por eso? Creo que Pony y ella se quieren de verdad. Y Raella es tan bella, tan inteligente y dulce. ¿Por qué Pony querría experimentar con cualquier otra? A veces no entiendo a las amazonas. —Yo tampoco—vuelvo a jugar con su pelo. Yo también tengo una bella, dulce e inteligente. Sería una idiota si arriesgase eso por una juerga que

solo me daría alivio físico, en el mejor de los casos. —Pony, y todas las demás egoístas emplumadas, son un poco imbéciles. —Sí. Sí lo son—cierra los ojos un momento y los abre de nuevo. —Sé que dicen que solo es diversión inocente y que nadie resulta herido, pero a mí me haría mucho daño si te acostases con alguien más. Aunque no significase nada. —Gabrielle, cuando te pedí que te unieras a mí, te prometí darte todo lo que tengo. Todo lo que soy. Nunca me acostaría con nadie más. Ya no es mi cuerpo, para poder darlo. Te pertenece a ti. He aprendido que tener sexo no significa nada si no hay amor detrás. Es algo vacío—. Sonrío—Pero, por los dioses, cuando estás enamorada… —Rayos y truenos—dice, describiéndolo mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho. —Sí. Para qué querría estar con alguien más, cuando contigo puedo tener…—dejo mi jarra sobre la ancha barandilla y la beso de nuevo, esta vez despacio—…rayos y truenos—. Me aparto y siento parte de ellos en este preciso instante, y recuerdo las provocativas explicaciones de mi bardo sobre sus planes para esta noche. —Oye—deslizo un dedo desde su torso hasta su mentón—¿Sigues teniendo una sorpresa para esta noche? —Mmm—inclina la cabeza y me muerde el dedo. —No tengo ninguna duda de que te sorprenderás—sus ojos me dicen que planea devorarme. Gimo en anticipación—Me vas a acabar matando—. Pone los ojos en blanco, pero sonríe—Gabrielle, algún día me encontrarán muerta, completamente frustrada. —Xena, cielo—Gabrielle también deja su vaso y pone las manos en mis caderas, atrayéndome hacia ella. —Si eso fuera causa de muerte, habría estado frente a tu pira funeraria un ciento de veces por lo menos—se pone de puntillas y me besa en el cuello, justo bajo la oreja. —Eres bastante insaciable. ¿Lo sabías, verdad? —Sabes, es culpa tuya—le hago cosquillas en las costillas y yo me río cuando grita y pega un salto para apartarse. —¿Y eso por qué?—me esquiva cuando intento volver a hacerle cosquillas.

—Porque eres endiabladamente preciosa—la acorralo lentamente contra la pared, detrás de ella. —Me haces desearte todo el tiempo—la beso y empiezo a deslizar mis manos sobre sus costados, cuando escucho murmurar contra mi boca. Me aparto y frunzo el ceño. Estoy…frustrada, y se lo estoy demostrando. Todo lo que quiero hacer es cogerla y llevarla a una habitación. —Xena, por favor—parece más frustrada incluso que yo, y tiene un sonrojo intenso en la piel. —Estamos en un porche lleno de gente, ¿recuerdas? —Lo siento—Es divertido, cuando estoy con ella tiendo a olvidarme de todo lo que hay alrededor. Me pongo derecha y trato de parecer digna. —Intentaré comportarme. —Lo sé—me sonríe y ahueca su mano sobre mi cara. —¿Quieres saber un secreto? —¿El qué?—sé que me brillan los ojos. Tengo esa sensación maravillosa, cálida y confusa que solo ella puede provocarme. Solía intentar ocultarla, pero finalmente me he rendido. Me ocurre con demasiada frecuencia y en los lugares más extraños. Como en un porche lleno de gente que no conocemos. —Me encanta que te sientas atraída por mí, Xena—baja la vista. Tengo la sensación que hay algo más detrás de esa declaración. Espero. Vuelve a mirarme y hay una pizca de tristeza en sus ojos. —Toda mi vida he tenido grandes sueños. Pero me decían que solo podía tenerlos pequeños. A veces, que no podía soñar siquiera. Y me sentía como si nadie me viese realmente. Era invisible para todos. Solo otra chica más, viviendo en una aldea más. Nadie me hizo sentir especial nunca. Hasta que llegaste tú. Cuando me miras, Xena, me siento tan especial. Y amada. Y deseada. Ya no soy invisible. Tú reconoces mis sueños, Xena. —Cariño—alzo una de sus manos hasta mis labios y beso sus nudillos. — Nunca dejaré de verte. O de desearte. Gabrielle, tú eres mi sueño. Oigo una garganta aclararse detrás de mí y tengo una extraña sensación de dejà vû. —Safo—me giro y siento que Gabrielle se pone detrás de mí. Envuelvo un brazo a su alrededor de sus hombros y mis dedos empiezan a jugar con la piel desnuda de su hombro.

La décima musa se ríe entre dientes y sacude su cabeza, divertida—¿Es que estáis permanentemente pegadas? Os he visto ya tres veces en la misma posición en los dos días que lleváis aquí. Yo me limito a alzar una ceja. No tiene caso. Nunca ha quedado impresionada ante mis payasadas. —Si vosotras dos, de todos mis huéspedes, os aburrís y empezáis a buscar diversión por vuestra cuenta, entonces es hora de entrar a cenar—nos acompaña hasta la mesa que está justo en el centro, frente al escenario. Mientras entramos, miro a mi alrededor y localizo a nuestras dos perras favoritas en otra mesa, justo a un lado del escenario. Ha sido cosa de Safo asegurarse que tienen un asiento en primera fila para su propia humillación. Me miran fijamente y puedo decir que están confusas ante que Gabrielle y yo nos sentemos en la mesa de Safo. Saben quién soy, pero obviamente no sabían nada de mi amistad con la décima musa. Idiotas. Alzo una ceja de nuevo. Esta vez funciona, ya que ambas encuentran repentinamente interesante el tapiz que hay tras la pared, junto a la mesa. Estoy complacida, y entonces redirijo la vista cuando llegamos a nuestra mesa. Es una estructura rectangular de una rica madera oscura. Al má puro estilo de Lesbos, no hay sillas, pero hay bancos acolchados donde puedes sentarte, pero que también son suficientemente anchos como para reclinarse. Espero a que Safo tome el mando y yo la sigo. Se reclina sobre el banco. Ya esperando en la mesa está su compañera de toda la vida, Athis. Han estado de aquí allá, entre amigas y amantes, durante muchos años. Atis se mueve y se estira tras Safo, envolviendo con su brazo su cintura. Vale. Aparentemente, a condición actual es la de ser amantes. Me estiro en mi lado del banco, frente a la mesa y ellas, y sonrío confortando a mi bardo, mientras le tiendo la mano. Ella la toma y yo la coloco delante de mí, asumiendo una posición similar a la de nuestras compañeras de cena. Gabrielle nunca ha comido de esta guisa, y puedo decir que está un poco fuera de lugar. La acaricio, haciendo ligeros círculos en el estómago y le doy un besito en el hombro. —Xena—Athis me sonríe. —Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?

—Casi siete años—miro a mi bardo. —Gabrielle, ella es otra vieja amiga mía. Athis, la compañera de Safo—con alivio, puedo decir por la mirada de los ojos de Safo que no he juzgado mal la naturaleza de su relación. Mi bardo sonríe y asiente, graciosamente—Encantada de conocerte. —Oh, no—Athis sonríe más encantadora aún. —El placer es todo mío. Estaba ansiosa por conocerte desde que Safo vino a casa anoche. Gabrielle parece confusa. Mi bardo sigue sin entender las muchas razones por las que podría ser fuente de curiosidad. Mira a su alrededor, hacia mí, y yo le sonrío, reforzando mi agarre sobre su torso. Puedo sentir su cuerpo presionado contra el mío, y esto causa una hormigueante y placentera sensación en mi vientre. Tengo que obligarme a concentrarme en el momento presente, cuando todas y cada una de las hormonas de mi cuerpo quieren pensar en un poco más tarde, cuando obtenga mi sorpresa. —¿Por qué?—Gabrielle se reclina contra mí ligeramente. Estoy segura de que ni es consciente de ello. Parte de mi mente sigue vagando, preguntándose qué sorpresa será. Me doy cuenta rápidamente de que me estoy yendo por las ramas, y me doy un tortazo mental. Tengo que parar, o va a ser una noche muy larga y dolorosa. —Safo ha ido contando cosas, ayer y hoy. Se emocionó cuando Xena le escribió que se había comprometido contigo, y la alivió conocerte. Debo decir, Gabrielle, que tienes unas credenciales impresionantes. Bardo de talento, reina amazona, y por algunos de los rumores que he escuchado en algunas historias, eres bastante hábil con la vara—Athis hace una pausa para tomar un sorbo de una copa de hidromiel, y Gabrielle se gira para mirarme con la confusión pintada en la cara. Yo me encojo de hombros. Sé que otros bardos cuentan historias de nuestras aventuras, pero, hasta ahora, había asumido que repetían historias que habían oído a Gabrielle. Pero mi bardo raramente se incluye como personaje en sus historias, y nunca expone sus habilidades de lucha. Aparentemente, las leyendas han crecido. Alguien debe habernos visto en acción y está contando historias propias. Athis deja la copa en la mesa. —Casi no puedo esperar para escuchar tus historias sobre nuestra amiga Xena. Algunos bardos han venido a Lesbos y han contado historias sobre la reformada princesa guerrera en los últimos seis años, pero ninguno de ellos ha viajado con ella

diariamente. Seguro que tienes intimidades que serán de los más interesantes. Mientras Athis está hablando, las sirvientas han traído platos con tentempiés a nuestra mesa. Casi me atraganto con una gamba ante su última declaración, y Gabrielle consigue darme un tortazo en la pierna. —Compórtate—me sisea—Sabes bien que no voy a compartir esas intimidades con ellas. Mi bardo se vuelve de color rojo al darse cuenta de que ha hablado suficientemente algo para que nuestras compañeras la escuchen. La siento ponerse rígida y, entonces, en lugar de seguir su habitual costumbre de cubrirse la cara, se echa a reír. El hielo se rompe cuando Safo y Athis se le unen. Después de esto, la conversación es fluida y llena de una cháchara informal. He echado esto de menos durante mucho tiempo. He pasado muy buenos momentos en esta taberna en el pasado, y parte de ello fue por compartir una buena conversación con las poquísimas que, en mi vida, he podido llegar a llamar amigos. De vez en cuando echo un vistazo a las mujeres de la playa. Cada vez parecen más y más incómodas. Bien. Alterno las expresiones que les dirijo, de aburrimiento, maldad o asesinato. Una de las reglas de la guerra: mantén a tu enemigo despistado, preguntándose siempre cuál va a ser tu siguiente paso. Gabrielle comienza a compartir algunas historias con Safo y Athis, las que deduzco no va a contar en el escenario después. Sonrío para mí. Está usando las historias, de una forma indirecta, para llenar los huecos de Safo sobre lo mucho que he hecho desde la última vez que la vi. La décima musa la anima, haciéndole unas cuantas buenas preguntas, que estimulan a mi bardo. Estoy aliviada. Está haciendo un muy buen trabajo contándoles a mis amigos mi vida de lo que yo podría haberlo hecho. Tiendo a dejarme atrás detalles importantes. Cosas como haber salvado el mundo de Antonio, derrotar al ejército Persa sola o resucitar de la muerte. Dos veces. Finalmente se sirve nuestra comida, una gran pierna de cordero asada con un montón de verduras cocidas, adornando los costados del plato. Dadas nuestras posiciones recostadas, Gabrielle y yo terminamos dándonos de comer. Algo que es, en parte, para lo que está pensada la postura y la forma de comer. La otra parte es para acurrucarse un poco

en púbico. Consigo robarle unos cuantos besos en el proceso, y me complace que mi bardo no se avergüence por ello. Parece estar disfrutando bastante de toda la experiencia. En cierto momento, nos olvidamos totalmente de la comida y pasamos unos largos minutos alimentándonos de la otra. Durante el intercambio, se me ocurre alzar la vista y veo a las dos mujeres de la playa mirándonos. Casi me separo, no quiero añadir más leña al fuego de sus suposiciones sobre mi relación con Gabrielle. Pero a una parte de mí no le importa. No somos las únicas en la habitación que siguen la misma línea. Estamos en Lesbos, después de todo. Además, están a punto de darse cuenta de lo equivocadas que estaban. En lugar de separarme, la atraigo más hacia mí, cierro los ojos y profundizo nuestro beso, tomándome mi tiempo al saborear cada centímetro de su boca. Puedo sentir una de sus manos en mi cadera y su respiración hacerse más rápida. —Xena—mi bardo se separa y me mira a los ojos. Oh, dioses. Sus ojos son oscuros y suaves. —Tenemos que parar ahora, o no voy a ser capaz de contar historias. La beso una vez más y miro al otro lado de la mesa, donde aparentemente hemos servido de inspiración a Safo y Athis. Sonrío. Esto es lo más cerca de una orgía de lo que espero estar, pero estoy empezando a apreciar la sensación. Supongo que será diferente con cada persona. Para algunos sé que es porque disfrutan de saber que la gente los está mirando, o porque les gusta intercambiar parejas. Pero también puedo entender a quienes se olvidan de que hay nadie más en la habitación, aparte de su pareja. Una sirvienta se acerca a nuestra mesa y nos rellena las copas. Safo y Athis se separan y las cuatro rompemos a reír a carcajadas. Safo está sin aliento. Su rostro brilla, y puedo decir que está muy enamorada de Athis. Espero que esta vez permanezcan juntas. Es una buena a miga, y merece ser feliz. —Xena, ¿por qué tengo la sensación de que vosotras dos estáis así todo el rato, y no solo en mi isla? —Vivimos con las amazonas, ¿recuerdas?—sonrío y agito las cejas. — Imagínate cincuenta mujeres desinhibidas durante el festival de Dionisos. —Oh, dioses—ríe la décima musa. —¿Y todas van vestidas como tu preciosa prometida esta noche?

—No exactamente, pero sí, más o menos—Gabrielle está inspeccionando su propia ropa mientras hablo, y sus cejas se fruncen por la confusión. Es tan mona. No tiene ni idea de lo deseable que es. —Vaya, eso sí que es una imagen—Safo se sienta. —Gabrielle, ¿estás lista para contar algunas historias, o quieres esperar un poco más? —Creo que estoy lista—observo a mi bardo. Ya se está transformando. Se sienta y cuadra los hombros, y su mentón se alza un poquito. Me siento y me sitúo a horcajadas, detrás de ella, dejando mis manos en sus brazos y acariciándola ligeramente. Puedo ver los pequeños músculos de su cuello y su espalda retorcerse por la anticipación. Aparte de esto, parece estar mucho menos nerviosa de lo que lo estaba en la terraza. —Muy bien, entonces—Safo se pone de pie y se alisa la falda. —Déjame presentarte. He hecho poner un vaso de agua detrás del atril. He oído que tiendes a moverte por el escenario cuando hablas, pero recuerda que está ahí si lo necesitas. —Gracias—mi bardo se ha relajado de repente. Tiene el don de la musa. Me encanta ese aspecto suyo. Es tan fuerte, tan animada y tan segura de sí. Cuando la escucho contar historias, me recuerda constantemente qué compleja y brillante persona es con la que voy a pasar el resto de mi vida. Ella aún puede atraparme con sus historias, hasta que olvido que es ella quien habla. Safo remonta los escalones y se acerca al centro del escenario. Se aclara la garganta y da un par de palmadas para captar la atención de unas pocas personas, al fondo de la habitación, que aún no le están prestando atención. —Señoras. Bienvenidas a otra maravillosa noche en El Final del Camino. Esta noche es muy especial para mí. Mi querida y cercana amiga, Xena, nos está visitando por primera vez en seis largos años—hace una pausa y establece contacto visual con una de esas perras. Tengo que morderme el labio para no reírme cuando ambas mujeres se hunden un poco en su asiento. —Y Xena se ha traído con ella un regalo inusual y muy especial para nosotras. Sí, la Princesa Guerrera ha caído, finalmente. Con ella está su prometida, la reina Gabrielle de las Amazonas Griegas, mejor conocida para vosotras como Gabrielle, la bardo—observo a las mujeres durante la presentación. Ambas nos miran directamente antes de que puedan evitarlo. Les dirijo una mirada que espero que haya hecho que su ropa interior se marchite. Puedo ver que ambas tragan saliva.

Devuelvo mi atención a Safo, quién está elaborando la presentación más interminable que puedo recordar. Escanea la habitación y sonríe. — Muchas de vosotras disfrutáis del arte y la literatura, y muchas de vosotras habéis escuchado a algunos bardos errantes actuar aquí. Orión y Eurípides. Lo que quizás no sepáis es que, hace cinco años, Gabrielle participó en una competición de bardos con ellos en la famosa Academia para Bardos de Atenas. Gabrielle ganó la competición. Estudio de nuevo a las dos putas. Esta vez simplemente bajan la vista. Y tiemblan. Que no se atrevan a marcharse. Sería el insulto definitivo a Gabrielle y a Safo. Marcharse sería decir adiós a su estatus social. Si es que no se ha marchado ya. Mi atención es atraída por mi bardo. Sigo sentada tras ella. Su cuello y sus hombros están sonrojados. No está acostumbrada a las loas que está recibiendo. Me inclino y la beso en la cabeza, y la siento relajarse contra mí. —Vas a hacerlo muy bien—le susurro en el oído y le beso el cuello. Finalmente, Safo señala a Gabrielle y ella sube al escenario, mientras un estruendoso aplauso la recibe. Me siento y tomo un sorbo de oporto. Una de las mujeres de la playa me está mirando y sonrío, agitando una ceja. Se sonroja. Puedo decir que no sabe qué pensar de mí. Es la primera vez que creo que voy a disfrutar verdaderamente de escuchar a Gabrielle contar historias sobre mí. Y entonces mi bardo empieza a hablar. Ah. Nuestro buen amigo, el rey Gregor, y el pequeño príncipe Gabriel. Interesante. Pienso en ello. Gabriel era un bebé abandonado en una cesta, en un río. Gabrielle y yo le rescatamos y, al final, el rey Gregor lo adoptó como su heredero. Por supuesto, no tenía nombre cuando lo encontramos. Le dije a Gregor y a Pandora que le llamasen Gabriel. Gabrielle y yo no llevábamos mucho viajando juntas entonces. Recuerdo acampar aquella noche. Estuve despierta un buen rato, preguntándome qué me había dado para decirles que llamasen al bebé como esa estrafalaria aldeana que, de mala gana, había empezado a llamar amiga. Rescatar a Gabriel fue una de las primeras veces en las que me salí del camino para ayudar a alguien, solo porque me necesitaba. No hubo nada en la situación que me impulsase a ello. Fue el comienzo del camino en nuestra vida en el camino juntas, donde, una y otra vez, ayudaríamos a la gente solo porque nos necesitaban.

Los bebés parecen marcar puntos de inflexión para mí. Pienso en el bebé que perdoné justo antes de que mi ejército me diese la espalda. Gabrielle me sonríe mientras sigue contando la historia. Ambas sabemos que ese bebé que salvé de mi ejército fue el principio del camino de mi redención, y que, indirectamente, fue la razón por la que acabé, de alguna manera, rescatando a Gabrielle y a sus vecinos de los esclavistas a las afueras de Potedaia. Y ahora, ella y yo estamos pensando en tener un bebé. O varios. Al final, nos uniremos dentro de poco. Hablando de puntos de inflexión. Mi bardo termina su historia y me doy cuenta de que estamos entre un público sofisticado. No recibo la mirada colectiva que suelo ganarme cuando todos entienden que yo soy la guerrera que salvó al bebé. Me uno a ellos en el aplauso, y tomo otro sorbo de oporto. Las mujeres de la playa evitan mirarme deliberadamente. No pueden correr y no pueden esconderse. Están pegadas a sus asientos. Ahora Gabrielle se vuelve más sombría. La escucho describir su propio miedo y su desesperación al encontrarse a bordo del barco maldito de Cecrops, condenada a vagar por los mares durante el resto de su vida. Y después describe mi salto desde el borde de un acantilado hasta la cubierta del barco. Juro que, cada vez que cuenta la historia el salto se vuelve más largo. Y alto. Y las volteretas se incrementan. A mí no me pareció gran cosa en su momento. La alternativa, una vida separada de mi mejor amiga, era impensable. No tenía otra opción. Tenía que ir a por ella, así que lo hice. Fue así. Dejo de mirar a esas perras. Me aburren. Mi bardo es mucho más interesante. Acaba la segunda historia y espero. Normalmente, cuenta tres historias, y me pregunto qué se ha guardado para el final. Se aclara la garganta y se acerca al atril, cogiendo el vaso de agua. Bebe despacio y la veo frotarse la mano libre en la falda. Mi bardo está nerviosa. Estoy confusa. Ya ha entrado en calor. Reflexiono sobre esto. Debe estar preparando una historia nueva. Me mira y le sonrío de la forma más alentadora que puedo. Su pecho se alza, calmándose. —Esta es una historia sobre elecciones—traga saliva, acallando un pequeño temblor en su voz. —Compromisos y sacrificios que se hacen en nombre del amor—Comienza a describir nuestro viaje a la India y nuestro segundo encuentro con Eli, y su decisión de arrojar su vara al Ganges.

Vale, esto es totalmente nuevo. Mi bardo contando su propia historia. Me siento y escucho realmente, preguntándome a dónde quiere llegar. Estoy extasiada mientras describe nuestro último año juntas antes de la crucifixión, incluida la batalla entre las amazonas y Pompeyo. Esperaba que terminase aquí, pero sigue. Mi bardo está frotando, distraída, el mango de marfil de la daga mía que lleva a la cadera. Miro más atentamente y detecto un ligero temblor en sus rodillas. Me quedo sin respiración cuando comienza a describir su captura a manos romanas y el tiempo que pasó en prisión, escuchando cómo construían las cruces en el patio de la prisión. Habla de la inmensa alegría que le provocó que yo apareciese para intentar rescatarla. Finalmente, describe la última batalla en el patio de la prisión. Siento una lágrima correr por mi mejilla, y la aparto rápidamente, mirando a mi alrededor. Safo lo ve, y me sonríe temblorosa, con sus ojos cerrados para evitar abrir la presa. Gabrielle y yo hemos hablado de esa lucha muchas veces, y de su decisión de tomar la espada y de tratar de defenderme. Pero nunca lo he oído así, contado a través de los ojos de un narrador. Las emociones son, de alguna manera, más crudas, las descripciones más vívidas. Termina su historia poco antes de la crucifixión, pero queda claro que la crucifixión tuvo lugar. El final es realmente decisivo. Describe a dos amigas en una prisión, que saben que van a morir juntas en breve. No comparte los detalles íntimos de nuestra conversación en aquella celda, pero describe la abrumadora emoción, y el reconocimiento de que, al final, la pacífica bardo comprendió que la amistad y el amor son algo por lo que vale la pena luchar, e incluso morir. Toma aliento profundamente y se inclina ligeramente, indicando que ha terminado. Cuando se yergue, se limpia sus propias lágrimas. Mientras Gabrielle abandona el escenario no hay aplausos, pero un increíble silencio toma el lugar. El aplauso parece inapropiado, aunque escucho algunos sorbetones apagados por la habitación. Mi bardo vuelve a nuestra mesa y se sienta. Inmediatamente, la tomo en mis brazos y la abrazo con fuerza, sintiendo su cuerpo temblar contra mí mientras la acuno ligeramente. Al final, pequeñas conversaciones vuelven a surgir por la habitación, y dejan de centrarse en nosotras. Gabrielle me mira y lleva sus labios a mi oído. —¿Estás enfadada conmigo? —No—. La abrazo con más fuerza aún—¿Por qué iba a estar enfadada contigo, cariño?

—Son cosas muy personales—alza una mano y la desliza entre mi pelo. —Sí. Y tú eres muy valiente por contar esa historia—. Estudio su rostro. Sigue muy pensativa. —Gabrielle, ¿puedo preguntarte por qué? —¿Por qué he contado esa historia?—se muerde el labio inferior. —Sí. Sé que es difícil para ti hablar de eso. Estoy sorprendida, más que nada. —Es la historia más poderosa en la que podía pensar que ilustrase lo mucho que nos queremos, y lo que estamos dispuestas a sacrificar por la otra—toma mi mano izquierda y la cubre con la suya, entrelazando nuestros dedos de forma que las alianzas queden juntas. —Nadie, Xena…nadie me dice que esto no significa nada y sale impune. Siento un pesado nudo atascarse en mi garganta y no puedo hablar. Creo que mi bardo acaba de defender mi honor. Nadie lo había hecho antes. Miro a esas dos perras, y veo que están inclinadas sobre la mesa, intentando fundirse con la madera. Mi ira se despierta. Gabrielle acaba de mostrar una cantidad increíble de coraje, y ha dejado su alma desnuda ante una habitación llena de extraños. Por culpa de ellas. Sé lo que tengo que hacer. —Ahora vuelvo, cariño—me pongo de pie y la beso en la cabeza. —No te vayas. —¿A dónde vas?—me coge del brazo. —Tengo que hacer una puntualización—miro a las dos mujeres, quienes aún me están mirando. —Xena—sigue sosteniendo mi brazo. —Sin peleas, ¿por favor? —Solo con palabras, amor—la beso de nuevo y me aparto, mirando brevemente a Safo y Athis, quiénes nos han estado observando con una gran fascinación. Me había olvidado momentáneamente de que estaban en la mesa con nosotras. Mientras me acerco a esas perras ambas me miran, después se miran entre ellas, y después a su alrededor, y asumo que intentan buscar una salida para escapar. Les doy mi sonrisa más fiera, permitiendo que la más ligera capa de mi lado oscuro salga a jugar. Odio admitir esto, pero estoy disfrutando de verdad de la expresión de puro terror de sus rostros. Las tengo acorraladas. Son mías.

—Señoras—. Dejo mis manos sobre la mesa y me reclino sobre ella, captando sus miradas. —Entiendo que esta tarde, teníais algunas preguntas para mi encantadora prometida. ¿Es cierto? Ambas se miran y después me miran a mí, y observo que, simultáneamente, la sangre abandona sus rostros. —Nosotras…em…eso es… —Silencio—espeto. —Antes de que me hagáis enfadar de verdad—. Alzo mis manos y hago crujir mis nudillos, y después recupero la postura. —Su precio. Creo que queríais saber su precio. Yo puedo contestaros. No tiene precio. Su valor para mí no puede medirse. He matado más de una vez para protegerla. Soy perfectamente capaz, y estoy más que dispuesta a hacerlo de nuevo si tengo que hacerlo. ¿Está claro? Ambas asienten y se hunden en sus asientos. —Y creo que una de vosotras quería saber cuándo iba a “acabar” con ella. También puedo contestar esa. Acabaré con ella cuando los cerdos vuelen y el Tártaro se congele. ¿Alguna de vosotras ha estado en el Tártaro? Ambas sacuden la cabeza, negativamente. Creo que se han olvidado de hablar. Sonrío y saco una silla, girándola y sentándome a horcajadas con los brazos cruzados sobre el respaldo. Ellas también están en sillas. Safo no les ha dado una mesa con bancos. —Yo he estado en el Tártaro. Unas cuantas veces—siento torcerse mi labio superior y mis fosas nasales ensancharse. —Hace mucho calor allí. Ni una pizca de hielo. Así que…¿responde eso a vuestra pregunta sobre cuándo “acabaré” con ella?—otro asentimiento me confirma que me han entendido. —Ahora…—me inclino y permito que mi rabia se muestre en mis ojos— …vamos a hablar de la insolencia que habéis mostrado esta tarde. Podéis decir cosas malas sobre mí durante todo el maldito día, y no me importará un culo de rata. Vuestras insignificantes opiniones sobre mí no me importan nada, porque para mí no sois nada. Ella, por otra parte, lo es todo para mí. Estoy enamorada de ella. Si decís cosas sobre ella, me cabreo. Tiene de puta lo que yo de lechera. Hoy le habéis dicho cosas que la han hecho llorar. Puedo prometeros que, si la hacéis llorar otra vez, me aseguraré de que aprendáis lo que es llorar vosotras también. —Lo sentimos, Xena. De verdad—una de ellas, morena de cabello claro, encuentra la voz. —No teníamos ni idea…

—¿Sí?—me inclino hasta que sé que puede sentir mi aliento en su rostro. —Sí—ella retrocede. —Entonces, id a decírselo a ella—señalo a mi bardo, quién está hablando con Safo y Athis, mientras intercambia miradas ansiosas hacia mí. — Ahora. Me pongo de pie y espero que ellas hagan lo mismo. Lentamente, se ponen de pie y me siguen sumisamente a nuestra mesa. Gabrielle deja de hablar a mitad de frase y se acuerda de cerrar la boca. Athis y Safo no. —Gabrielle, éstas dos señoritas tienen algo que decirte. —G…Gabrielle…—habla la morenita. Aún espero alguna palabra de la otra mujer, una pequeña zorra pelirroja que se echó a temblar cuando Gabrielle subió al escenario. Le doy un toque a la castaña. —Es un miembro de la realeza, ¿recuerdas? —Oh—la castaña queda petrificada durante un momento. —Alteza— estoy disfrutando de esto—Ambas estamos muy arrepentidas de las cosas que te dijimos en la playa. Rogamos tu perdón. Mi bardo se pone de pie y parece que está a punto de echarse a reír, y yo no estoy muy lejos de ella tampoco. —Ambas estáis perdonadas—se acerca a las dos mujeres y el júbilo abandona su rostro. —Sabéis, no deberíais juzgar tan rápido a la gente. He aprendido que debéis conocer a alguien antes de hacerlo. Como Xena, por ejemplo. Si solo hubiera hecho caso a las historias que se cuentan sobre ella…si no me hubiera tomado el tiempo necesario en conocerla…me habría perdido un montón de cosas buenas. —Sí…alteza—dicen las dos mujeres a la vez, y mi bardo se sienta. Yo me muevo y me siento a su lado, y la atraigo a mi lado. Safo, sin embargo, se levanta. —Señoras, me gustaría hablar con vosotras un momento, si no os importa—. Ahora están más asustadas que cuando me acerqué a la mesa. Ambas han cabreado a la décima musa y lo saben. Las veo seguir Safo hacia la puerta, y me rio entre dientes. —Xena, eso no ha tenido precio—Athis deja los codos sobre la mesa, y se inclina hacia nosotras. —Les está bien empleado. Mientras hablabas con ellas, Gabrielle nos contó lo que le dijeron esta tarde. Idiotas. —¿Quiénes son, de todas formas?—tomo un sorbo de oporto y lo saboreo antes de tragar. Mi bardo sigue muy callada, y me pregunto si sigue

pensando en su historia. La miro y sonrío y aparto algún pelo suelto de sus ojos. —Safo lo comprobó después de hablar contigo en los baños. Parece que son dos mujeres casadas, esposas de algunos funcionarios de alto rango—Athis sonríe con malicia y sé que lo que viene va a ser bueno. — Vienen aquí tres o cuatro veces al año de vacaciones, como clientes de pago, no como invitadas de Safo. Sus maridos no ponen objeción, porque asumen que sus mujeres estarán perfectamente seguras en una isla llena de mujeres. Lo que los mariditos no saben es que estas dos están enrolladas desde hace diez años. Un silbido se me escapa. —¿En serio? —Sí. Y los rumores dicen que, en algún momento en el pasado, tuvieron una pequeña pelea mientras estaban aquí—Athis hace una pausa para beber y se desliza el dorso de la mano por los labios. —Aparentemente, después de la pelea, la morena decidió buscar consuelo por ahí, y acudió a ti durante una gran fiesta que teníamos aquí montada. Dijeron que le diste un buen corte delante de todas sus amigas. —Ah—me estrujo los sesos y no puedo recordar el incidente. Algo que no me sorprende, la verdad. Pero explica muchas cosas. —Sí. Ambas tenían razones para hacerte daño. La morena, porque la rechazaste; y la pelirroja porque su amante te escogió para vengarse de ella—Athis hace una pausa y ve a Safo volver a la mesa. —Bueno—se sienta con un resoplido. —Ya está arreglado. —¿Qué les has dicho?—Gabrielle la mira, ansiosa. —Les he dicho que recojan sus bolsas y que estarán en el primer barco que salga por la mañana. Ya no son bienvenidas en mi isla—la décima musa parece un poco más que molesta. Si yo fuera Athis, daría lo mejor para mantener a Safo feliz. Odiaría ser la que se llevase las broncas. Sé de esas cosas. A veces la pólvora viene en paquetes pequeños. Continuamos hablando con Safo y Athis durante otra marca más, y gradualmente, la alegría vuelve a la mesa. Entre Safo y Gabrielle, siento que voy a conservar pocos secretos cuando acaben conmigo. Aunque estoy de buen humor, y permito que la mayoría de las burlas pasen de largo.

Sigo pensando en más tarde. Durante todo el tiempo que hemos estado hablando, mi bardo ha estado deslizando, distraída, sus dedos por mi pierna bajo la mesa. Es más que una pequeña distracción. Nuestra conversación comienza a desvanecerse, y hago planes para encontrarme con Safo mañana por la tarde. Para ponernos al día. Safo y Athis, finalmente, se excusan para reunirse con el resto de huéspedes, y me encuentro a solas con mi bardo. —Gabrielle—me inclino más cerca y mordisqueo mi camino desde su cuello hasta que llego a su oído. —Llévame a nuestra cabaña y a la cama—. Toma mi cara entre sus manos y me da un dulce y largo beso, enviando rayos y truenos por todo mi cuerpo. Se aparta y me coge de la mano, poniéndome de pie. —Vamos.

Capítulo 6

A

fuera de la taberna, me acerco a uno de los conductores de carruajes. Gabrielle está en la puerta de la taberna, diciéndoles adiós a Safo y Athis. Meto la mano en mi bolsillo y cojo una moneda de veinte dinares. —¿Ves esto?—la dejo en el asiento, cerca del conductor. —Si consigues tener los ojos pegados al frente durante todo el viaje hasta nuestra cabaña, sin mirar atrás, es tuyo. El conductor asiente estoicamente, pero detecto una diminuta sonrisa de suficiencia en sus labios. Toda la gente que trabaja o sirve en Lesbos está entrenada con la discreción como lema. Conocen secretos que podrían arruinar vidas y hacer caer reinos. Mis razones para darle un incentivo extra son mucho más simples. Quiero tener un paseo romántico con mi bardo, y no quiero que sienta que ningunos ojos la estén observando. Al final se me une y le doy la mano para subirla al carruaje. Trepo tras ella y extiendo las cortinas a nuestro alrededor. Sopla una ligera brisa. Me alegro. El conductor mantiene su promesa. No se da la vuelta mientras le doy indicaciones para llegar a nuestra cabaña. Al momento en que nos alejamos de la taberna, estoy sobre ella. Y ella está haciendo muy buen trabajo devolviéndomelo. Dioses, necesito más manos. Tomo aliento profundamente para tranquilizarme, y entonces atrapo sus labios, probándola primero con la lengua y después cubriéndolos, disfrutando la sensación de su cuerpo relajándose en el mío mientras exploro su boca. Sabe al dulce hidromiel que ha estado bebiendo. De mala gana, dejo su boca para conquistar nuevo territorio. Beso mi recorrido descendente por su garganta y sobre su clavícula, y aparto la tira de cuero a un lado. Dudo un momento. Hay un tercer implicado, a pesar de que ha mantenido la promesa de no mirar. Alzo la vista y, aún en la oscuridad, puedo ver que sus ojos relucen, sus labios están ligeramente abiertos, en anticipación. Bajo mis labios y aparto el resto de la tira de cuero, y dejo una serie de besos cálidos y húmedos en su casi totalmente expuesto pecho. Gime ante esto, y siento una de sus manos en la parte trasera de mi cabeza, animándome. Yo suspiro y meto la mano debajo de la manta, apartando su falda y abriéndole las piernas. Las puntas de mis dedos bailan sobre el interior de

su muslo y la provoco, una promesa de las cosas que están por venir. Devuelvo mi atención a su pecho y siento que su cuerpo tiembla ante mi tacto. —Dioses, qué bien, cariño. Muevo mis labios a su oído, besando una zona muy sensible bajo él. Mis dedos avanzan hasta alcanzar una tela cálida e increíblemente húmeda. —Quiero hacer que te corras—susurro en su oído y continúo tocándola, con ligeras caricias, pidiendo permiso. Siento su mano envolverse sobre mi muñeca y me aparta suavemente, hasta dejarla de nuevo sobre su muslo. Negado. —Xena—susurra, sin aliento. Puedo decir que le está llevando una gran cantidad de autocontrol poder hablar. —Aquí no. Por favor. —Está bien—templo el movimiento de mis manos, y la beso en los labios suavemente. Puedo esperar. —Te quiero, Gabrielle. Mucho. Me sorprende trepando a mi regazo, a horcajadas sobre mí y mirándome, y siento su aliento, cálido, contra mi oreja, provocando placenteros escalofríos que recorren mi columna. —Xena—sus manos juegan con mi pelo y besa mi cuello—Esta noche, no vas a hacer que me corra hasta que yo te lo haga a ti primero—siento varios grupos de músculos agitarse, en anticipación, mientras capto sus palabras. La miro y agito las cejas—Eso puede arreglarse—. Capturo una de sus manos y la llevo entre nosotras, invitándola a demostrar su afirmación. Me sonríe y libera su mano. —Compórtate—me muerde el lóbulo de la oreja y entonces desabrocha las hebillas de mi armadura y me la quita, dejándola a nuestro lado. La manta ha caído hace ya mucho al suelo. Siento sus labios en mi piel, moviéndose sobre mi pecho y por mi clavícula. Mi cuerpo está muy confundido. Me dice que me comporte, ¿y después hace esto? Quizás ha quedado algo de Tataka por ahí dentro. —Xena…—para para respirar—…voy a darte el orgasmo de tu vida…— ahueca sus manos sobre mis pechos, por encima del cuero—…pero no va a pasar en este carruaje—. Se inclina hasta que sus labios están presionados contra mi oreja—Aguanta, princesa guerrera. Cuando este carruaje se detenga, empieza tu paseo. —¿Quién eres tú, y qué has hecho con Gabrielle?—miro a esos ojos verdes, que brillan a la luz de la luna, y se ríe de forma encantadora, mientras baja sus labios hasta mi pecho. Síp. Debe de ser Tataka. Es mala, y es obvio que está intentando matarme. Gimo y alcanzo mi bolsa de

dinares, esta vez buscando una moneda de diez. La tomo y la dejo con un golpe junto a la de veinte. El conductor ni siquiera se mueve. —Si llegas en la mitad de tiempo, este también será tuyo. Juro que puedo escucharlo reír entre dientes. Pero el artefacto dobla la velocidad y suspiro aliviada cuando nuestra cabaña aparece a la vista. “Alivio” debería ser la palabra fundamental ahora mismo. Durante el resto del paseo, Gabrielle ha desabrochado mis cueros, ha bajado ambas tiras de los hombros, me ha quitado el resto de la armadura y, en general, me ha torturado sin misericordia. No voy a sobrevivir a lo que quiera que tenga planeado cuando lleguemos adentro. Tiro las diversas piezas de mi armadura al suelo, y, de alguna forma, consigo sacarnos del carruaje. Ni siquiera escucho marcharse el carruaje. Estoy demasiado ocupada llevándola de espaldas por el camino a la puerta, besándola constantemente. —Xena—de hecho, se está riendo de mí. Maldad pura. —Las cosas irían mucho más rápido si me dejases girarme y entrar. —¿Oh, sí?—la atraigo rápidamente hacia mí, poniéndole las piernas alrededor de mi cintura. —¿Y si yo te llevo de paseo a ti?—recorro rápidamente la distancia hasta la puerta principal y entro en la cabaña. Tomo pedernal de una mesa a la entrada y enciendo un candil a una sola mano, sin dejarla ir. Las llevo a ella y al candil a la habitación, y la dejo sobre la cama. Dejo el candil sobre la mesita de noche y me detengo, le guiño un ojo, y doy un lento espectáculo al quitarme las botas y los cueros, dejándolos resbalar por mi cuerpo. Puedo decir que lo está disfrutando, el hambre en sus ojos es bastante evidente. Siento un pequeño escalofrío cuando siento posarse esos ojos en mí. Cuando estoy finalmente desnuda, trepo a la cama y cuelgo sobre ella, apoyada en mis manos y mis rodillas. —Bien, Xena—da a mi cuerpo una mirada de aprobación y desliza una uña roma desde mi ombligo hasta mi nariz. Esto causa aún más escalofríos—Solo hay un problema. —¿Problema?—miro a mi alrededor. Cálida cama, guerrera desnuda, bardo desnuda en breves. No veo ningún problema. Ninguno en absoluto. —¿Qué pasa? —Habitación equivocada—me sonríe con suficiencia y observa mi reacción.

—¿Habitación…equivocada?—Oh, por todos los dioses. Gabrielle quiere probar la cama de la habitación de juegos. Me inclino y la beso lenta y tiernamente, y me retiro, acariciando su rostro con el dorso de mi mano. —Eso puede arreglarse. Tomo sus manos y la levanto, cogiendo la linterna. Pero es ella quien me guía a la otra habitación. Sus ojos no abandonan los míos durante el cambio. Ni siquiera puedo describir lo que leo en ellos, pero me hacen sentir una maldita caldera prendida en todo mi centro. Toma el candil de mis manos y lo deja aparte, empujándome sobre la colcha. Es como la otra cama, y estoy confusa acerca de sus intenciones. La única diferencia entre esta cama y la otra es que esta tiene…trago con fuerza…anillas. —No te muevas—me ordena su voz, y sus ojos están oscurecidos por la pasión. No soñaría siquiera con moverme de donde estoy. Me muero por ver lo que tiene en mente. Se desliza hasta el armario y revuelve. Se gira y me sonríe sobre su hombro, y después vuelve. Está sosteniendo unas tiras de colores, de seda. Trago aún más fuerte. —Xena—. Se sienta al borde del colchón e, inmediatamente, me acerco a ella, envolviendo una mano sobre un convenientemente colocado muslo—¿Confías en mí? Como respuesta, alzo los brazos y los dejo sobre mi cabeza, palmas hacia arriba, y estiro mis piernas en toda su longitud. Repito mis palabras de estar tarde en la playa—Con mi vida, cariño—. Soy la imagen de la sumisión. Trepa sobre mí y me da el más dulce de los besos, y entonces siento que mi bardo empieza a atarme las muñecas y los tobillos a las anillas de hierro. La observo, lo mejor que puedo, y de vez en cuando se detiene para sonreírme, con un toque de timidez en sus labios. Ata las tiras en las anillas hasta que estoy totalmente abierta a ella. —Xena—termina y se sienta sobre mis caderas, como si fuera un mueble—No están atadas con fuerza. Sé cómo te sientes sobre el control. Recuerda que, no importa lo que pase, todo lo que tienes que hacer es tirar con fuerza y serás libre. Asiento. Aún estoy procesando lo que está pasando aquí. Tengo que admitirlo, ya estoy tremendamente excitada. No hay nada más que amor brillando tras esos ojos, y confío en ella. Me sonríe y sale de la cama, y me da el mismo espectáculo que yo le he dado a ella. Algo que aprecio enormemente.

Cuando ha terminado, toma una tira más del final de la cama. No me había dado cuenta de que estaba ahí hasta ahora. Se sienta de nuevo y se muerde el labio inferior. Dioses, es preciosa. Todo lo que lleva encima son un par de plumas y unos cuantos abalorios, y su sonrisa. —Xena, ¿puedo taparte los ojos? —Yo…em…—estoy en shock. No en un mal shock. Solo…en shock. Nos hemos llegado a conocer bien a nivel físico. Aunque aún seguimos aprendiendo nuevas formas de darnos placer. Constantemente me sorprende. Y nadie ha sido capaz de meterse bajo mi piel como ella. En el mejor de los sentidos. Hemos recorrido un largo camino desde aquella primera vez en la posada del monte Amaro. No es que aquel no fuese uno de los momentos más dulces de mi vida. Pero hemos perdido muchas inhibiciones desde entonces. Y eso es bueno. Porque nuestra forma de hacer el amor se renueva constantemente. Una venda en los ojos no es algo que hubiera esperado de ella, pero si es lo que quiere hacer, por todos los dioses, que lo haga. Le sonrío—Cariño, puedes hacer lo que mejor te parezca. —Dioses, te quiero—traza mis labios con las puntas de sus dedos, y se inclina para besarme. Cuando se sienta de nuevo, me mira a los ojos durante un largo momento. Bebo de su vista. El amor en sus ojos y la suave pasión que expresa su rostro me hace sentir como si fuera a disolverme. Y entonces el mundo se oscurece mientras me ata suavemente la venda en los ojos, alzándome la cabeza para asegurarla. El resto de mis sentidos se ponen en marcha inmediatamente, y escucho el suave murmullo de sus movimientos contra la colcha, y el olor del hidromiel en su piel, junto con un leve toque de su dulce y almizclada esencia que me hace la boca agua. Siento que me besa suavemente y entonces la cama se mueve, mientras se levanta. —Xena, ahora vuelvo— de hecho, puedo escuchar sus pies descalzos contra el suelo de madera, fuera de la habitación. Me quedo allí tumbada, escuchando. Tengo, de todas formas, un oído muy agudo, pero con la venda percibo cada pequeño sonido. Las ramas de los árboles agitadas por la brisa. Un búho ululando. Incluso puedo escuchar el agua romper contra las rocas, abajo, en el acantilado sobre el que está construida nuestra cabaña. Y puedo escuchar a Gabrielle en la estancia principal, haciendo unos ruidos que no puedo identificar.

Pongo más atención, y escucho el sonido del metal contra la madera, y un goteo. Es difícil calcular el tiempo, pero no pasa demasiado. La escucho volver y dejar uno…dos…objetos en la mesa, junto a la cama. Un poco de aire, y el peso de su cuerpo sobre la cama, y entonces puedo sentir su respiración en mi rostro, y el olor abrumador de la miel. Entonces me besa y el sabor de la miel explota en mis labios y mi lengua. —Oh, dioses—. No puedo evitarlo. Sabe tan bien. —Más—hago un puchero cuando se aparta. Entonces la siento sentarse, con su trasero desnudo sobre mis caderas. —Xena—la escucho hacer algo con las cosas de la mesa, una de las que supongo es miel. Tomo aliento y puedo oler…fruta. —Vamos a jugar a un juego. Rio por lo bajo ante esto. —Cariño, ¿me estás queriendo decir que no estábamos jugando ya? —Oh, no—traza mis pechos con ligeros toques de sus uñas, y estoy húmeda inmediatamente—Esto ha sido el calentamiento. La siento moverse y entonces sus labios están en mi oído. —Vamos a empezar el juego—gimo suavemente ante el ronroneo de su voz. —Éstas son las reglas—se sienta de nuevo y detecto una nota burlona, familiar, en sus palabras. —Voy a sostener piezas de fruta empapadas en miel bajo tu nariz. Tienes que adivinar qué fruta es antes de comértela. Asiento, entendiendo, y hago botar mis caderas, sintiendo que pierde el equilibrio por un momento. Yo también puedo jugar. —Oye—me palmea el estómago suavemente—Para, o no tendrás fruta. —¿Quién ha dicho que quiero comer fruta ahora mismo?—permito que mi voz caiga hasta su registro más bajo, haciendo mi deseo claro y patente. —Oh, Xena—el ronroneo del gato ha vuelto. O de Tataka. —Hay muchos tipos de fruta. Mi boca se hace agua. No voy a sobrevivir a esto, pero al menos me gustará jugar lo suficiente como para obtener mi fruta favorita. Siento que se inclina hacia la mesa de nuevo y entonces huelo…—Muy fácil, amor. Manzana.

—Muy bien—siento la fruta contra mis labios y la tomo, saboreando el dulce zumo de manzana y la miel, que barren mi lengua mientras la muerdo. La escucho morder el sobrante, y la oigo masticar y tragar. —¿Y esto qué es?—inhalo y pienso un momento—Pera. —Esa no era tan fácil, ¿eh?—se ríe y me ofrece una rodaja de pera. —Nop—sonrío con mi pedazo en la boca. —Es bastante parecida a la manzana—trago y huelo miel de nuevo. Y—…fresa. —Mi favorita—se mueve y se inclina más cerca, y cuando acepto la fruta, consigo llevarme las puntas de sus dedos, también. Me complace escucharla tomar aliento bruscamente. La sostengo suavemente entre mis dientes y después chupo, antes de liberarla para poder tragar el trozo de fresa. —Muy bien, Xena—se mueve de nuevo y sus caderas se apartan de mi estómago. —Esta va a ser un poco más difícil. Huelo el aire. Y todo lo que capto es miel. Y la propia piel caliente de Gabrielle. De repente me doy cuenta de que su voz viene de por encima de mi cabeza, y supongo qué tipo de fruta me está ofreciendo. Sonrío y abro la boca, deslizando mi lengua sobre una zona de piel arrugada. —Ah. La fruta más sabrosa de la tierra. Pezón bárdico empapado en miel—se ríe, y entonces la escucho tomar aire bruscamente mientras tomo la ofrenda entre mis labios y la saboreo lentamente, como la delicatesen que es. Por supuesto, pienso, si cualquier otra persona intentase probar esta fruta en particular, encontrarían la muerte inmediata al final de un ágil golpe de chakram. Se aparta de mí y se sienta sobre mi estómago de nuevo. Oh, dioses. Está tan mojada. Gimo, apreciándolo. —Te gusta, ¿verdad?—me provoca, moviendo su proporcionado trasero en pequeños círculos contra mí. Todo lo que puedo hacer es asentir con la cabeza y gemir un poco más, pero gracias a los dioses ha llegado a comprender el lenguaje de guerrera. Toma nota y comienza a deslizar sus exquisitas caderas sobre mi torso, dejando un rastro húmedo y cálido sobre mi piel. Se mueve un poco más fervientemente, y escucho pequeños gimoteos. Lenguaje de bardo. Qué bien. No hablamos exactamente el mismo lenguaje, pero nos entendemos perfectamente.

La deseo desesperadamente. Quiero saborearla, sentirla, poseerla y hacerle sentir cosas que solo yo le he hecho sentir. La quiero tanto que estoy segura de que mi corazón explotará algún día. —Ponte encima, cariño—consigo escupir, finalmente. —Por favor. —Todavía no—se inclina y muerde el lóbulo de mi oreja. Me besa y entonces la siento moverse…dioses…está utilizando esa dulce boca con mis pechos. Siento rayos y truenos dispararse desde mis pezones hasta mi centro. Escucho un gemido y me doy cuenta de que he sido yo. Me olvido por un momento de que tengo los tobillos atados e intento juntar las piernas. Oh, dioses. Voy a morir. De repente, me doy cuenta de que ésta es la primera vez que está haciendo esto cuando no puedo verla. Siempre disfruto de observarla, pero por los dioses, el resto de sensaciones se intensifican cuando la vista no está en juego. Puedo sentirla, ciertamente, pero también puedo oírla y olerla. Su esencia es intoxicante. Tengo que luchar contra la urgencia de liberarme de mis ataduras. Quiero tocarla con tanta ansia que podría gritar, y estoy segura que el dolor entre mis piernas va a acabar por matarme. —Gabrielle, por favor—fuertes pero suaves dedos apartan mi pelo, como para tranquilizarme, y siento sus labios en mi boca. Dioses, sabe bien y quiero más. Me está provocando de nuevo, besándome, pero apartándose cada vez que intento profundizar el beso. —Xena—muerde su camino descendente por mi mandíbula y entonces me besa el pecho. —Dioses, te quiero tanto. Relájate para mí. Por favor. —¿Qué me relaje?—río, irónicamente. —Cariño, me duele todo por ti, ¿y tú quieres que me relaje? —No tienes que hacer nada, cielo—se mueve más abajo, y siento que deja un cúmulo de besos por mi ombligo. Los músculos de mi estómago se contraen fuertemente con cada toque de sus labios contra mi piel. — Déjame amarte, Xena. Déjame aliviar tu dolor. Ambas sabemos que habla más que de la palpitación que tengo entre las piernas. Ella es la única que puede ver el fondo de mi alma. Conoce la oscuridad que vive allí, y me quiere igualmente. Es una verdad que raramente discutimos. He cometido inenarrables actos contra miles de personas inocentes. Ha habido varias veces en las que he dirigido mi ira contra Gabrielle. Me

gustaría creer que eso no va a volver a pasar jamás. Y no creo que pase. Que los dioses me ayuden, no quiero que pase. Pero siempre hay una remota posibilidad de que suceda. Ella también lo sabe. Y, aun así, me ama. Y me perdona por el dolor que he causado en el pasado, y los crímenes que he cometido. Incluso aunque yo no sea capaz de perdonarme del todo. La oscuridad me ha torturado desde que vi caer a mi hermano Lyceus contra Cortese. Y ha habido veces en las que he temido que el dolor me superase. Es una batalla sin fin por el control. Yo contra mí misma. Es una oscuridad de la que estoy segura no me libraré completamente. Nadie lo sabe, más que ella. Lo ve. Vive con ello, cada día de su vida. Durante mucho tiempo, ha sido la única que ha llegado a mis lugares más vergonzosos, y ha sido capaz de sacarme a la luz que ella y su amor son para mí. Es la que ilumina mi camino. Y, al mismo tiempo, es mi camino. Me rodea y aparta a los demonios que me tientan. No podrían sobrevivir en su presencia. Ella es todo lo bueno y puro de mi mundo. Me ha dado un respeto y una dignidad que no merezco. Cree en mí. Eso me obliga a trabajar duro para estar a la altura de esa fe. Y a veces, cuando me siento especialmente bien, casi puedo hacer acopio de un poco de respeto por mí misma. Nunca habría sido capaz de hacerlo si no fuera por ella. Ella es la mejor parte de mí. El mundo nos mira y me ven como su protectora. Y lo soy. A veces ven a mi bardo como débil. No podrían estar más equivocados. Ella es la persona más fuerte que he conocido. Mucho más fuerte que yo. La verdad es que yo la necesito más que ella a mí. Si lo dijese en alto, lo negaría. Pero, en los largos silencios de la noche, cuando la abrazo contra mí, ambas sabemos la verdad. —¿Aliviar mi dolor?—repito sus palabras. Siento que me rindo a ella, y mi cuerpo entero se relaja en el calor que está creando con sus labios y sus manos. Trago saliva y siento que se me escapa una lágrima, rodando hasta que la venda la detiene. Sé que puede escuchar mi voz tomada. Nunca me he sentido más desnuda o vulnerable que en este momento, y aun así nunca me he sentido más amada. —Gabrielle, tú eres la única que podrías. —Te quiero, Xena—se desliza más abajo y besa el interior de mis muslos. Como si estuviera besándome en los labios—Siempre te querré. Sin importar nada.

Siento sus manos deslizarse debajo de mí y atrapar mi trasero, obligando a mis caderas a levantarse un poco. Y entonces me besa de nuevo, mucho más cerca de donde la llevo deseando tanto tiempo. El primer contacto hace que todo mi cuerpo se estremezca, y no puedo contener el gemido que esto causa. Entonces profundiza el contacto y cada terminación nerviosa que tengo se pone en marcha. Hay algo totalmente erótico en estar tumbada, desnuda completamente, cegada y atada, con tu chica haciendo magia entre tus piernas con su boca. Creo que me he olvidado de respirar. Cada fibra de mi ser se ha centrado en las sensaciones que me provoca. No hay nada más en el mundo que sus labios y sus dedos, y una necesidad que solo ella puede satisfacer. No puedo hablar y, gracias a los dioses, no necesita ninguna indicación por mi parte. Hemos compartido una relación física desde hace casi ocho lunas ya. A estas alturas, estoy casi segura de que conoce mi cuerpo casi mejor que yo. Y, ahora mismo, está haciendo un maldito buen trabajo demostrándolo. Sé que no voy a durar mucho, y casi puedo sentir el principio de mi orgasmo. Entonces siento que me penetra, acariciándome lenta y sensualmente, mientras continúa usando sus labios y su lengua. Siento todas las sensaciones a la vez, corriendo demasiado deprisa como para luchar contra ellas. Siento que mi cuerpo convulsiona y, vagamente, escucho gritar a alguien. Y entonces me doy cuenta de que soy yo. Y ahí está ella, desatando mis muñecas y mis tobillos, quitándome la venda. Inmediatamente la atraigo a mis brazos. Estoy llorando. Ella me consuela, mirándome a los ojos para traerme de nuevo a la tierra, susurrando palabras que no comprendo. Funcionan, igualmente, y comienzo a volver al suelo lentamente. Me besa y se tumba sobre mí, trazando esos pequeños dibujos sobre mi piel. —Tú…em…Gabrielle…—intento hablar y ella me besa de nuevo para callarme. —Lo sé—dos palabras, pero es todo lo que necesito escuchar. Ella me entiende. No tengo que decir nada. —Xena, te quiero tanto—mi bardo está temblando. —Me gustaría que tú pudieras quererte, aunque fuera un poquito.

—No te rindas, cariño—Ya está. He encontrado palabras que tienen sentido. —Si alguien puede enseñarme a querer, eres tú. —Nunca me rendiré contigo, Xena—se alza sobre uno de sus brazos y me mira a los ojos, apartando algunas lágrimas de mis mejillas. —¿No lo sabes ya? Refuerzo mi agarre y me pongo suavemente encima de ella. Paso las siguientes marcas mostrándole a mi bardo lo mucho que significa para mí. En la manera que más le gusta. Lenta y concienzudamente, con ligeros toques donde me necesita, y más firmes en otros lugares. Mi amante tiene un montón de bonitos botones, y quiero asegurarme de pulsarlos todos. Y mucho más tarde está tumbada sobre su estómago. Casi está dormida y yo estoy mimando su espalda y sus hombros con pequeños besos. Finalmente, me obligo a dejarla dormir, y me tumbo con la cara sobre sus omóplatos. Echo un brazo sobre el suyo. Me encanta dormir con ella así, cubriéndola con mi cuerpo. Mientras mi oído descansa sobre su espalda, puedo oír su corazón. Es el lugar más pacífico donde he estado jamás.

Capítulo 7

E

stoy sentada en una mesa, en la terraza del Final del Camino, esperando a Safo. Durante tres días, he estado aquí tres veces. Rio entre dientes. No me pega para nada. Lo he dejado atrás. Y he pasado a otras cosas que significan mucho más para mí. Gabrielle está en el mercado de Lesbos. No he visto unos ojos tan grandes en mucho tiempo. Probablemente, desde el mercado de Alejandría. No es como nada que haya visto antes, incluso en Atenas. No hay un embrollo de puestos abiertos. Son todas lujosas tiendas cerradas, donde cada una ofrece bebidas y refrigerios para sus clientes, y cada uno con mercaderes a pie de calle dispuestos a adular a cualquier mujer que pase por su puerta. Su despedida fue decirme que me tomase mi tiempo con Safo. Rezo a los dioses para que, cuando el día acabe, aún nos queden dinares para comprar el pasaje de vuelta. Es una tarde preciosa. Mi bardo y yo hemos pasado la primera parte de la mañana en la cama, abrazadas. Entonces desayunamos y pasamos al porche, pasando la segunda parte de la mañana abrazándonos un poco más. No sé qué tiene que decir ella, pero a mí me parece estupendo sentarme y abrazarla, y mirar la vida pasar. Hablamos un poco. Sobre nuestra pronta ceremonia en primavera, y algunas de las cosas que tenemos que hacer antes de ella. Su hermana Lila va a venir a quedarse con nosotras una luna antes de la ceremonia. No literalmente con nosotras. La pondremos en una cabaña de huéspedes cercana a la nuestra. Gabrielle no ha pasado mucho tiempo con ella desde que se marchó de Potedaia para seguirme, hace casi seis años. Cuando eran pequeñas, Lila casi es violada por su tilo, y mi bardo se culpa por no protegerla. Me lo contó mientras estuvimos en Egipto. Hemos aprendido un montón la una de la otra durante aquel viaje. Su tío no vendrá a nuestra ceremonia de unión. Mi bardo no lo quiere allí, y, francamente, si aparece, probablemente tenga que matarlo. No es que solo intentase violar a Lila, solía emborracharse y molerlas a palos cuando se suponía que tenía que cuidar de ellas. Cabrón. Puedo imaginarme a la pequeña y dulce niña que debió de ser Gabrielle. Tan confiada y optimista. La sola idea de alguien haciéndole daño a una

dulce niña como ella me hace hervir la sangre. Mucho más tratándose de Gabrielle. Gabrielle piensa que Lila tiene miedo de casarse o de dejar su casa por culpa del abuso de su tío. Quiere pasar la última luna antes de nuestra unión recuperando la relación con su hermana. Creo que es una buena idea. Además, así Lila podrá estar allí para ayudar a Gabrielle con los detalles de última hora. No soy buena con esas cosas. Es mejor que mi bardo tenga a alguien alrededor que comparta su buen gusto. Lila y yo nos llevamos bastante bien. Ella se portó realmente bien conmigo en la fiesta de cumpleaños de Gabrielle en Anfípolis, hace dos años. Creo que Lila tiene un poco de la sangre aventurera de mi bardo. Al menos, no tiene miedo de viajar. Parecía sentir algo por Joxer. Supongo que no cuenta como atracción. Desafortunadamente, Joxer no parecía devolverle sus atenciones. Y también desafortunadamente para Joxer, está muerto. Recuerdo cuando descubrí que Joxer estaba enamorado de Gabrielle. Fue cuando el hijo de Cupido, el pequeño Bliss, disparó sin control algunas de las flechas de Cupido. Yo me enamoré de Draco. Draco se enamoró de Gabrielle. Gabrielle se enamoró de Joxer. Lo divertido es que casi fui yo la primera a la que ella vio. Joxer se metió en medio en el último momento. Lo hablábamos el otro día. Cada vez que le pasa algo a Gabrielle que la pone bajo la influencia de ciertas sustancias, o la obligan a desprenderse de sus inhibiciones, siempre parece gravitar hacia mí. Pasó hace mucho tiempo, con un pan de nueces aderezado con beleño, y de repente pensó que era preciosa. Y cuando Tataka tomó su cuerpo, admitió más tarde que se había sentido atraída hacia mí. Intentó echárseme encima y lamerme en la cara. Y cuando la flecha de Cupido la golpeó, mi nombre fue la primera palabra que salió de su boca. A veces me pregunto si habríamos resuelto las cosas muchísimo antes si ella me hubiese visto primero a mí. O sí yo hubiese querido que Cupido deshiciera el hechizo sobre ella. En fin, la noche después de que Cupido volviese cada cosa a su lugar, acampamos y Gabrielle se echó unas buenas risas sobre su encaprichamiento pasajero con Joxer. Pero yo vi el dolor en sus ojos. Y supe que tenía problemas. No iba a pasar. Quizás con alguien más, pero no con Joxer.

Pronto hubo algunos jóvenes de los que pensé que acabarían por ser la razón por la que Gabrielle me dejase. Y, al principio, no me preocupaba mucho. De hecho, lo esperaba. No fue hasta que se casó con Pérdicas y él murió que me di cuenta de que, quizás, mis sentimientos por ella eran un poco más profundos de lo que yo estaba dispuesta a admitir. Lo sentí por su dolor, pero había una pequeña parte de mí que no estaba tan triste por su desaparición. Sé que es egoísta, pero es así como me sentía. No sé exactamente cuando dejó de fijarse en cada chico mono que aparecía. Y no sé cuándo dejé de pensar en Marcus, o Hércules, o en cualquier otra persona de mi pasado. La experiencia de Gabrielle era realmente limitada. Solamente Pérdicas. Yo había estado con mucha gente, hombres y mujeres. Podrías pensar que yo sabía lo que pasaba entre nosotras, pero por alguna razón, cuando se trata de ella, estuve ciega durante mucho tiempo. Creo que es porque nunca he estado realmente enamorada antes, y por eso no lo reconocí como lo que era. Y pasó de una forma muy gradual, durante un gran periodo de tiempo. No puedo señalar el momento preciso en el que me enamoré de ella. Todo lo que sé es que llevo enamorada de ella mucho tiempo. Bueno, antes de que fuéramos crucificadas. Solo hizo falta la muerte para admitirlo. Como la primera vez que la besé, estaba muerta. Qué cosas, ella tiene que desinhibirse para admitir sus sentimientos y yo tengo que estar muerta. Vaya par estamos hechas. Alzo la vista y veo a Safo de pie sobre la mesa, sacudiendo la cabeza y sonriendo. Ni siquiera la he oído acercarse. —Ni te molestes en explicarme esa mirada, Xena. Solo hay una persona en la que podrías estar pensando para tener esa cara. —Oye…—empiezo a protestar, y ella se ríe de mí. —Ahórratelo. Te vi anoche. Y antes de ayer—se inclina y me besa en las mejillas para después sentarse. —Si tuviera alguna duda sobre vuestros sentimientos, quedaron resueltas anoche. Ambas brilláis en presencia de la otra. —¿Sí?—me siento y sé que estoy medio gruñendo, medio sonriendo. — Bueno, anoche tú también parecías brillar un poco, si no recuerdo mal. Observo como la décima musa se sonroja. Se aparta el pelo de la cara y se mueve en su silla. He hecho retorcerse a Safo. —Athis—se le pone esa mirada soñadora en los ojos. —Sí, la cosa ha estado bastante estable

desde hace dos años, Xena. Creo que, finalmente, ambas hemos admitido que estamos mejor juntas que separadas. ¿Gabrielle y tú os habéis separado alguna vez? Esto es como un martillo golpeándome en el pecho. Pienso en el mensajero y en Dahak, Esperanza. Y en la muerte de Solan y las cosas horribles que le hice después de eso. Safo no sabe nada de Solan, y no estoy preparada para compartir esa parte de mi vida con ella. Es demasiado doloroso. Sé que mis ojos se apartan por el dolor de ella. También sé que no se le ha escapado. —No exactamente—la miro y me obligo a centrar mi mirada en sus ojos—No como pareja. Pero hace un tiempo, cuando aún seguíamos siendo amigas, pasamos tiempos difíciles, que casi nos separan. —Tu Gabrielle ha pasado mucho en la vida a pesar de ser tan joven, ¿verdad?—Safo alza la vista cuando un sirviente nos trae unas jarras de cerveza dulce. —Sí—suspiro pesadamente y sé que mi amiga puede leerme el alma. Siempre lo ha hecho—La mayor parte, por mi culpa. —Xena—Safo se estira y toca mi brazo sobre la mesa. Se lo permito—No seas tan dura contigo. Ella te quiere. Muchísimo. No tienes ni idea de lo mucho que quiere complacerte. —Sí—trago algo de cerveza. —Lo sé. —No—acaricia mi brazo con sus dedos. —No lo sabes. Alzo mis ojos. No por sus actos. Sus acciones son familiares para mí, y sé que son porque es una buena amiga y nada más. Estoy confusa por sus palabras. —¿Qué quieres decir? —Xena, ¿por qué crees que estáis aquí?—se sienta y se cruza de brazos. —Porque Gabrielle sabe que he estado aquí, y tenía curiosidad—es cierto, razono conmigo misma. Hablamos la noche en que le pedí que se uniera conmigo. Y lo hemos hablado varias veces desde entonces. Siempre tiene un montón de preguntas sobre lo que he hecho aquí. —¿Así que piensas que todo este viaje es por Gabrielle?—Safo me perfora con la mirada, y de repente me pregunto qué me he perdido. —Yo…creo que sí, sí—tomo un largo trago de cerveza, agradecida por el calor que me distrae al caer por mi garganta. —Ella fue la que quiso venir.

—Piénsalo otra vez—se inclina sobre la mesa y me toca el brazo de nuevo. —Xena, ¿te gustaría saber lo que hablamos cuando tú estuviste ahí dentro, hace dos días? —Normalmente, no me meto en las conversaciones privadas de Gabrielle—me encuentro a la defensiva, y no sé por qué. —Y es admirable de tu parte—me sonríe. —Pero creo que esto es algo que tienes que saber. —¿El qué?—tomo otro trago para calmarme. —No le pregunté por vosotras. No lo necesité. Fue obvio que estáis enamoradas para mí desde el primer momento en que os vi juntas. Y no le pregunté sobre tu vida los últimos seis años. He oído suficientes historias para saber que has cambiado. Y te has convertido en todo lo que yo sabía que podrías ser. Incluso has encontrado a alguien como Gabrielle para guiarte. —Gracias. Significa mucho, viniendo de ti—sus palabras me humillan y me complacen al mismo tiempo, y sé que lo ve en mi cara. —¿De qué hablasteis? —Le pregunté cuáles eran sus expectativas sobre este lugar—Safo me mira mientras bebe de su jarra. —Lo que quería sacar de su viaje, por ser su primera visita y eso. Por su tono y su expresión, tengo la sensación de que la décima musa está a punto de decirme algo que no me va a gustar. —¿Y? —No tiene expectativas para sí, Xena. No hay una sola cosa que quiera hacer mientras esté aquí—Safo parece incluso triste, y continúa hablando. —Incluso le hice una lista de fantasías que podría evocar, y ella las rechazó todas. Casi escupo la cerveza. ¿Mi dulce y tímida Gabrielle discutiendo sobre fantasías sexuales con Safo? ¿Después de conocerse? —Safo. Me conoces. Y sabes que mi paciencia tiene un límite. ¿Quieres llegar a algún sitio? —Sabes que sí—toma otro largo sorbo de cerveza, creo que para hacerme sufrir. —¿Quieres saber cuál es su fantasía? Esta vez me atraganto. Después de toser y escupir durante unos momentos, me disculpo y me alejo, recostándome sobre la barandilla para mirar el mar y recobrar la compostura. Estoy herida. Y enfadada.

Gabrielle tiene alguna fantasía privada que comparte con Safo, ¿pero no conmigo? No lo entiendo. Siento a Safo moverse tras de mí, y me frota la espalda. —Xena, puede que ahora estés luchando del lado del bien, pero es obvio que tu orgullo sigue firmemente intacto. Giro la cabeza y le pongo mi mejor mueca arisca. Me palmea la mejilla. —Deja eso, Xena. No funciona, y nunca lo ha hecho conmigo. Antes de que te enfades con Gabrielle, pregúntatelo a ti misma. ¿Le has preguntado por sus fantasías? —Bueno, por supuest…—paro. Y pienso. Aunque es cierto que a veces la he dejado llevar el mando al hacer el amor, es solo eso. La he dejado. No ha tomado sin preguntar primero. Anoche, por ejemplo. Pero nunca me ha salido preguntarle que quería, o qué necesitaba. Siempre he asumido que lo sabía. —No—bajo la vista—Supongo que no. —Yo sí. Y me contestó—Safo me guía hacia un cómodo banco y yo me dejo caer sobre él. —Xena, Gabrielle me dijo que quería venir a Lesbos para que pudieras hacer nuevos recuerdos aquí. Recuerdos en los que estuviese ella, y no la cantidad de mujeres con las que has estado anteriormente—la décima musa se gira y me mira. Oh, dioses. —Hay más. —Continúa—creo. —Xena, quiere saber que es suficiente para ti. Me dijo que su experiencia se limita a lo que tú le has enseñado. Tiene miedo de no ser capaz de competir con tu pasado. Me pidió que le contase algo. Miro a Safo y me da un golpe en el brazo. Sin fuerza. —Para. No le he dicho nada específico sobre lo que has hecho aquí. Hades, Xena. Ni siquiera sé todo lo que has hecho aquí. ¿Quién podría llevar la cuenta? Eso es cosa tuya. Pero conozco tu reputación, y eso es a lo que tiene miedo Gabrielle. Le dije que siguiese a su corazón. Y que no tuviese miedo de experimentar contigo. Sé que eres conocida por ser una amante atenta y receptiva. Estoy muy segura de que no hay nada que Gabrielle pudiera proponerte a lo que no estuvieras dispuesta. ¿Tengo razón?

—Sí—sonrío con timidez. —Y me ha sorprendido unas cuantas veces ya. Si quiere ayudarme a hacer nuevos recuerdos, lo está consiguiendo. —Bien por ella—Safo parece complacida consigo misma. —Ahora, amiga mía, sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? —Quitarle el miedo, de una vez por todas—miro al mar, deseando estar ya con ella. Le he dicho, muchas veces, que ella es todo lo que puedo necesitar. Supongo que nunca se lo he demostrado. —Safo, odio hacer esta visita tan corta, pero hay una bardo que tengo que encontrar. —Eso creo—Safo me escolta hasta la puerta de la taberna. —Xena, sabes que estoy aquí si me necesitas, ¿verdad? —Lo sé—la beso ligeramente en los labios. Ambas sabemos que es un gesto de afecto entre amigas. —Gracias. Me dirijo a un carruaje y salto dentro—Llévame al mercado—. Mientras salimos a toda velocidad, se me ocurre que estoy haciendo las cosas al revés. Nunca he cortejado a Gabrielle. Eso está a punto de cambiar.

Capítulo 8

E

l carruaje me deja cerca de la puerta principal del mercado, un gran arco que es más decorativo que funcional. Voy a cruzar la calle cuando localizo una pequeña taberna, al otro lado de la calle, situada directamente hacia la playa. No sé si es nuevo o viejo. Todo lo que sé es que si ha estado ahí siempre, ha pasado tanto tiempo que no la recuerdo. Cambio de dirección y me detengo en la entrada, mirando a mi alrededor, intentando deducir si se sirven comidas o solo bebidas. No encuentro a nadie dentro, que es bastante simple, una barra con algunas mesas. Hay un escenario muy pequeño enquistado en una esquina. Ciertamente, nada como El Final del Camino. Recorro la habitación hasta la puerta de atrás y salgo fuera. Es precioso. Un buen porche de madera sobre la playa y el agua verde aguamarina. No está sobre un acantilado, si no sobre una suave loma que desciende hasta el borde del agua. Las mesas están dispuestas sobre el poche y hay otra barra exterior y una gran parrilla abierta en el centro del porche. Me recuerda vagamente a la taberna en la que parábamos en Zakynthos. En una acogedora esquina, apartada de todo, hay una mesa para dos cerca de un hogar exterior, una pira abierta, construida con grandes fragmentos de roca. Es perfecta. Vuelvo al exterior y llamo hacia las escaleras, lo que asumo que es la residencia de quienquiera que lleve la taberna. —¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —Un momento—una voz femenina y rasgada me responde. Al final, una anciana, robusta y de pelo gris, desciende por las escaleras. —¿Puedo ayudarte? —¿Servís la cena ahí fuera?—señalo la puerta abierta hacia el porche. —Sí, cada noche, una marca antes del ocaso—me mira sin miedo o curiosidad, y asumo que sabe quién soy. —¿Pescado? —¿Qué si no?—la mujer ríe y sus ojos centellean.

—Cierto—esto es una isla, y el pescado es esencial aquí. —Me gustaría reservar la mesa del hogar para esta noche. —No hacemos reservas—me mira y sus ojos pasan de mis ojos a mi bolsa de dinares. Vale. Sé cómo se juega a esto. Meto la mano en mi bolsa y saco diez dinares. —Vamos a intentarlo otra vez—le muestro mi sonrisa más encantadora. —Me gustaría reservar la mesa del hogar para esta noche, para dos. Toma la moneda de mi mano y la estudia. —¿Reina Gabrielle de Amazonia? —Sí. Ahí es donde vivo—intento permanecer amistosa. —¿Valen aquí mis dinares o no? —Sí, sí. Valen—me mira y baja la vista de nuevo. —¿Mesa para dos, eh? —Sí—. ¿Esta mujer está sorda o sin memoria? O simplemente es insufrible. —Otros diez hacen una vela, una botella de mi reserva especial de vino de la Galia y una serenata de mi tañedor de lira—me sonríe. —¿Y qué me dices de las flores?—meto la mano en el bolso de nuevo. — Margaritas. Tienen que ser margaritas. No las blancas y amarillas. Las que son de muchos colores—son las favoritas de mi bardo. —Puedo arreglarlo, sin cargo adicional—me observa. —Por cinco más, tienes otro extra. —¿El qué?—hago una pausa y mis ojos se estrechan. Está empezando a ponerme de los nervios. —Dos entradas para el espectáculo al aire libre en la playa. Empieza una marca después de la puesta de sol—. Se inclina hacia mí—Por lo que he oído, es algo así como romántico. Suspiro. —Está bien—necesito toda la ayuda que pueda conseguir, y si tengo que tragarme una obra, así sea. Encuentro quince dinares más y se los tiendo. No tengo ni idea si acabo de hacer un depósito para nuestra cena o lo he pagado todo. Ahora mismo no me importa. Solo quiero salir de aquí y encontrar a Gabrielle. —Bueno, entonces ya está, ¿no?—ya me estoy moviendo hacia la puerta.

—Sí. Te veré una marca antes del ocaso—vuelve a las escaleras y la escucho murmurar para sí mientras sube. —Espera a que le diga a la vieja Eloise que la Princesa Guerrera cena en mi taberna esta noche. Sacudo la cabeza y gimo internamente, mientras cruzo la calle hacia el mercado. Hay un buen grupo de compradores desperdigados, pero no está tan concurrido como para sentir claustrofobia. Algo a lo que tiendo, por alguna razón, cuando se trata de mercados. No tengo ni idea de dónde puede estar Gabrielle. Quedamos en encontrarnos en el arco al ocaso, así que estoy segura de que no me espera a media tarde. Comienzo a andar hacia el centro de la plaza, entre los puestos. Han pasado dos marcas desde que la dejé aquí, así que estoy segura de que ya ha pasado por estas tiendas. Las estudio, intentando decidir si puede haber pasado por aquí o no. Con excepción de un par de lugares, probablemente ha pasado por todas. Una ventana capta mi atención, y me atrae como la luz a una polilla. Una gran selección de armas. Estoy casi segura de que mi bardo no ha pasado por aquí. Recorro cada objeto de la ventana y me rio ante una inscripción. —Todas las hojas son tan duras como si hubieran sido forjadas por Hefaístos—rompo a reír. Claro que sí. Entro en la tienda y tomo una de las dagas de la ventana. Saco el chakram de la cadera y miro a mi alrededor, a ver si alguien está mirando. Satisfecha de no ser observada, deslizo el borde de mi chakram por el filo de la daga, dejando un fino surco. Dejo el chakram en su sitio y saco la daga del pecho, haciendo otro rasguño. Fuerte como Hefaístos mi culo. Acero del barato, y gracias. Dejo la mercancía ligeramente dañada en su sitio. No considero mis acciones carentes de escrúpulos. Me aseguro de que cualquier guerrero que vaya a comprar una hoja nueva no sea engañado al comprar esa baratija. La hoja podría romperse muy pronto. Y eso puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. De repente recuerdo que necesito una nueva piedra de afilar. Con un poco de suerte, no todo en esta tienda será penoso. Por supuesto, estoy en Lesbos, y no es exactamente un lugar de manufactura armamentística. Me acerco a una mesa en la parte de atrás de la tienda, donde encuentro una selección variada de piedras de afilar, trapos de gamuza, broches de armadura y otros pequeños juguetes de guerrero. El dueño de la tienda sale de una puerta. —¿Qué puedo hacer por ti?

—Necesito una piedra de afilar—tomo una y deslizo mi pulgar por la superficie rugosa y granulada. Saco mi espada y hago una pausa antes de probarla. —¿Puedo? —Adelante—empiezo a afilar mi espada, complacida con el resultado. —Debe ser mi día de suerte—comenta el hombre, distraído. —¿Por?—le miro, con cuidado de no cortarme. —Eres la segunda mujer bella en varias marcas que viene a preguntar por una piedra de afilar—me sonríe, dándome una segunda apreciación visual. Genial. Otro que quiere ligar. —¿Oh, sí?—coloco la espada en su sitio y dejo la piedra en la mesa, preparada para pagarla. —Sí. Una piedra exactamente igual a la que compró esa pequeña rubita tan mona, hace menos de dos marcas. Me detengo. —¿Con el pelo por los hombros, una falda y un corpiño blancos, de esta altura, más o menos?—sostengo mi mano al nivel de mis hombros. —Sí—levanta las cejas, sorprendido. —Parecía que podía apañárselas en una pelea. Llevaba un buen par de sais. Los usó para probar la piedra. Pero dijo que no era para ella. Era una sorpresa para su prometida. Oye— me mira la mano, que aún tengo en el aire. —Llevaba un anillo exactamente igual a ese. —Lo sé—le sonrío. —Em…lo siento, pero creo que no voy a llevarme la piedra, después de todo. —¿No?—parece decepcionado. —¿Hay algo mal? —No—le sonrío de nuevo. —Es perfecta. Es que acabo de acordarme que tengo ya una igual a esta. —Vale—me mira como si hubiese perdido la cabeza. —Oh—me giro desde la puerta. —A lo mejor querrías buscarte un nuevo proveedor. El que tienes ahora te está vendiendo baratijas. —Oye—me grita, pero le ignoro y vuelvo a la plaza. Me sigo diciendo que cuando me dé la piedra tengo que sorprenderme. Puedo sorprenderme. Voy…a…sorprenderme. Eso lo asienta. Sigo

andando, mirando cuidadosamente en cada tienda a ver si Gabrielle está dentro. Sigo sonriendo como una idiota. No puedo creer que se haya acordado de que necesitaba esa piedra. O de que supiera exactamente cuál comprar. No nos hemos regalado nada desde Alejandría. Exceptuando este viaje. Fue nuestro regalo del Solsticio. De hecho…pequeña tramposa. Nos prometimos que no habría más regalos aparte del viaje. Muy bien, bardo, has roto las reglas, yo también puedo. De repente, me encuentro convertida en un comprador más. Localizo una tienda llena de volantes, tomo aliento profundamente y me meto dentro. Una marca y varios paquetes más tarde, decido que tengo que dejar de comprar y concentrarme más en el esfuerzo de encontrar a mi compañera. Llevo una cesta. Yo. Una cesta de la compra. El mercader de la última tienda sintió lástima por mí porque tenía los brazos a rebosar, y me la dio. ¿Cómo Hades le voy a explicar una cesta de la compra llena de cosas envueltas? Se me ocurre una idea. Realmente quiero esperar y darle todo esto más tarde, cuando estemos solas. Paro a una sirvienta. —Oye, ¿sabes dónde está la casa de huéspedes del acantilado al este? —Sí—la chica me mira con reverencia. Genial. ¿Es que todo el mundo sabe quién soy? —Te daré diez dinares si llevas esta cesta hasta allí—saco una moneda de mi bolsa. —Está bien—me sonríe. —Ahora mismo. Gracias. Saco un paquete pequeño de la cesta y lo guardo yo, y la veo marchar. Ahora tengo las manos libres y puedo concentrarme en encontrar a Gabrielle. Después de varias visitas a unas cuantas tiendas más, encuentro su rastro. Finalmente, doy la vuelta a una esquina y la veo, en lo que parece ser un puesto de comida. Debería haber mirado ahí en primer lugar. Sonrío y ralentizo mis pasos, decidiendo la mejor aproximación. Me agacho y me escabullo, parando justo detrás de ella. Estoy tan cerca que puedo oler el aceite de sándalo que se puso en la piel esta mañana, después del baño. Dioses, qué bien huele. Sacudo la cabeza para aclararme las ideas.

Está a punto de darle un mordisco a una tarta de manzana. Justo cuando se la lleva a los labios, yo estiro la mano y se la quito. —¡Oye!—se gira en redondo y entonces sonríe. Y entonces frunce el ceño—¡Xena! Dame eso. Oh. Tiene hambre. Detecto ese brillo gruñón en sus ojos. Y el ligero rugir de su estómago. Sonrío y se lo tiendo, indicándole que lo muerda. Me sonríe con timidez y obedece. —Hraa shridho unrha rvrihsitha corhfhta. Por suerte he compartido comida y conversación con ella muchas veces, y entiendo perfectamente. —Decidí que prefería pasar la tarde comprando contigo. Se estira y hace un gran esfuerzo por encontrarme la fiebre, tocándome la frente. Y traga el trozo de tarta. —Hmmm. No pareces estar muy caliente. —Todavía no. Pero si te estás ofreciendo a calentarme, juego—le ofrezco una sonrisa lasciva. Ella me pega en el estómago con el dorso de la mano. —Supongo que no. —Más tarde—se pone de puntillas para ronronear en mi oído. Dioses. Quiero…me obligo a concentrarme en este momento. Esto se trata de cortejar a Gabrielle, no de tumbarse. Sonrío internamente. Bueno, no ahora, por lo menos. —Te tomo la palabra—agito mis cejas y le tiendo un brazo. —Bueno, ¿compramos? Me mira con una expresión curiosa, y después desliza su mano por mi antebrazo. Me doy cuenta de que lleva una bolsa sobre su otro hombro. —¿Quieres que te lleve eso? Sus ojos muestran un pánico casi absoluto. —Em…no. Xena. No pesa. Estoy bien. Ah. Debe ser ahí donde está escondida la piedra de afilar. —Vale. Si te cansas de llevarlo, a mí no me importa. Me mira de nuevo y sacude la cabeza ligeramente, con una pequeña sonrisa en los labios. Me doy cuenta de que acabo de ofrecerme a llevar su bolsa. Yo nunca llevo bolsas. No es de guerreros.

Pasamos la mayoría de la tarde mirándolo todo, y comprando casi nada. Aunque probablemente he comprado más esta tarde que durante todo el año pasado. Ella no parece tener ganas de comprar más, y me doy cuenta de que hay varios bultos en la bolsa. Mmmm. Estoy disfrutando la compañía. Nos reímos mucho de las mismas cosas. Sombreros graciosos. Gente con aspecto divertido, aunque intentamos no reírnos tan alto como para que nos oigan. La mirada de niña de ojos como platos ha vuelto con fuerza, y tiene que explorarlo todo. Yo veo a través de sus ojos, mientras vemos joyas, pinturas, alfarería y ropa. Se para para admirar una pintura que parece ser un paisaje muy similar al que vemos desde el porche de nuestra casa de huéspedes. Es un amanecer tras los acantilados. Puedo decir que le gusta mucho. —Esto quedaría muy bien sobre el hogar de nuestra habitación en la aldea— ofrezco, y ella me recompensa con una brillante sonrisa. Creo que acabo de comprarnos una pintura. La observo regatear con el artista, un maestro en acción. Gabrielle es el maestro, eso es. Al final, llegan a un acuerdo sobre un precio razonable para los dos y abro mi bolsa de dinares para sacar algunas monedas de diez. Conseguimos a un mensajero que lo lleve a nuestra cabaña y miro el sol. Ha sido una tarde larga pero agradable, y casi pasa una marca antes del ocaso. —Gabrielle, he hecho una reserva para cenar ahí delante, si te apetece—. Dioses, espero que no diga que no tiene hambre. Como si eso pudiera pasar. —Y…em…hay…un espectáculo después. No sé mucho más, pero venía con la cena. Sus ojos se iluminan y se pone enfrente de mí, mirándome, y tomando mis dos manos en las suyas. —¿Acabo de oírte decir que me vas a llevar a cenar y a una obra? —Sí—aprieto sus manos. —Quiero decir…si quieres, claro—. ¿Por qué Hades me siento tan rara con la mujer con la que estoy comprometida? Me siento como una niña pidiéndole a una chica que venga conmigo al primer baile de la cosecha. —Me encantaría—se estira y me baja la cara, dándome un pequeño beso en los labios. Está bien. Puedo saborear la manzana en sus labios. La escolto por la carretera hasta la taberna, y por el interior hasta salir a la terraza. Me alivia encontrar la mayoría de las mesas ocupadas. Bien.

No he escogido una mala taberna. La dueña de antes me reconoce y nos lleva inmediatamente a la mesa que he reservado. Fiel a su palabra, hay un ramo de margaritas multicolores en un jarrón, a un lado de la mesa, y un candelabro con velas en el centro. Al otro lado hay una piel de vino y dos jarras de cerámica. Le sostengo la silla a Gabrielle y, después de que se siente, me deslizo en mi sitio, frente a ella. Gabrielle parece estar aturdida, y mira a su alrededor, captándolo todo. El sol está ya cerca del horizonte en el cielo, y un alegre fuego danza en la pira, cerca de nuestra mesa. El olor del pescado asándose llega vagando desde la parrilla, y la conversación en voz baja de los demás clientes crea una atmósfera festiva. Lentamente, la mirada de mi bardo vuelve a la mesa. —Margaritas—. Me mira—Xena, ninguna de las otras mesas tiene flores. —Ése es su problema—sonrío y destapo la piel de vino, vertiendo el dulce y oscuro líquido en nuestras jarras. —Tú…¿has hecho…todo esto…tú sola?—parece incrédula. Me sonrojo. —Sí. Yo solo…quería hacer algo especial…para ti. ¿Te…te gusta? —Me encanta—se estira y toma mi mano, y la lleva a sus labios, dándome un suave beso. Uso mi mano libre para tenderle una jarra y después alzo la mía, brindando con ella. —Por la preciosa chica con la que quiero pasar el resto de mi vida. Ella parpadea, abre la boca, y después la cierra. Tomo un sorbo de mi vino y trago—Te quiero, Gabrielle. —Yo también te quiero—susurra, y después toma un sorbo de su jarra. Pasamos unos largos minutos mirándonos a los ojos. Son tan preciosos. Ahora mismo, son casi del color de la turquesa, como pequeñas hebras doradas flotando en ellos. Está resplandeciente, y creo que es por algo más que por el fuego cercano. Es increíble lo que un poquito de adoración puede hacer con la autoestima. —¿Xena, te encuentras bien?—frunce el ceño y aprieta mi mano, la que sigue sosteniendo.

—Mejor que nunca, ¿por qué?—Dioses. Debo de haber resbalado en la sección de sexo desenfrenado Tomo nota mental para enviarle unas flores a Safo mañana. —Por nada—me sonríe y parece relajarse un poco. —Es realmente bonito, cielo. ¿Cuánto nos ha costado esta mesa? —Para ti, lo mejor—esto me consigue un bonito sonrojo. Un sirviente nos trae dos platos de comida y pasamos el resto de la cena alimentándonos mutuamente, hablando de la tarde, y mirando el agua. Cuando el sol se pone, todo el mundo en el porche se levanta con sus copas y brinda, como en El Final del Camino. Gabrielle ríe alegremente, durante este brindis colectivo, y sus mejillas están sonrojadas. Probablemente por un toque de vino y, espero, que por un reflejo de sus sentimientos por mí. Me doy cuenta de que lleva la pulsera granate que le compré en la aldea de Manolie y me estiro, tocando la delicada cadena de plata. Ella me sonríe. —¿Te acuerdas de cuando me diste esto? —Sí—. Pienso en aquellos días, después de que Eli nos trajese de la muerte. Ella necesitaba ropa nueva, y por capricho, salí una mañana mientras ella dormía y le compré un traje nuevo, el rojo, junto con la pulsera. Le di la pulsera aquella noche, después de que actuara para los clientes de Manolie. Una cosa llevó a la otra y terminamos compartiendo un beso bastante intenso frente a todo el mundo. Y después la llevé arriba y le hice el amor durante la mayor parte de la noche. —Creo que aún hay algunas señoras mayores en esa aldea con las cejas pegadas al pelo. Suelta una risita ante esto. —Xena, ¿qué tienes, que con solo mirarte me olvido de todo lo demás? —No lo sé—sigo jugando con su pulsera. —Pero, sea lo que sea, debe de ser contagioso, porque a mí también me pasa. Mientras hemos estado hablando, el tañedor de lira ha ido de mesa en mesa, tocando diferentes canciones para las parejas. Llega a nuestra mesa y se detiene para estudiarnos. Sonríe y comienza a interpretar una canción instrumental, tradicional de las bodas. Gabrielle se sonroja e inclina la cabeza. Yo estiro una mano y le levanto el mentón, deslizando mi pulgar por sus labios. Labios llenos y suaves. Y que me gustaría besar ahora mismo. El tañedor termina la canción y le

doy una propina. No puedo recordar la última vez que gasté tantos dinares en un día. Ha valido la pena cada uno de ellos. Ella se gira y mete la mano en su bolsa. —Xena, tengo algo para ti—me tiende un pequeño paquete. —Sé que no tendría que hacerlo, pero lo vi…y…lo quería para ti. Tomo el paquete y casi no consigo evitar fruncir el ceño. No tiene el peso adecuado para ser una piedra de afilar. Ahora tengo curiosidad. La miro y abro el paquete, que contiene una caja pequeña que también abro. Acurrucada en la cajita hay una tira de cuero tejida, del mismo color que mis cueros. Tiene un pequeño aro de cuero en un extremo y una perilla de latón en el otro. —Es una pulsera—Gabrielle la toma y alza mi muñeca. —¿Puedo? —Por supuesto—la observo atarla alrededor de mi muñeca, justo bajo mi brazal. —Es muy bonita, cariño—. La estudio más detenidamente cuando termina. —Sé que no te van mucho las joyas—se muerde el labio inferior—pero pensé que parecía algo que podría llevar un guerrero. No espero que te lo pongas siempre ni nada de eso. Solo pensé que, a lo mejor, para ocasiones especiales… —Me encanta, Gabrielle—y lo hace. No solo porque haya sido regalo suyo. Es una pieza realmente bonita. —Gracias—miro a nuestro alrededor. Nuestros platos ya han sido retirados y algunas personas parecen estar desplazándose hacia la zona donde va a tener lugar el espectáculo. —¿Quieres ir yendo hacia allí?—señalo el agua con la cabeza. —Sí—. Me levanto y tomo su mano. Ella toma las margaritas del jarrón y caminamos sobre unos escalones de madera hasta la suave arena. Envuelvo con mi brazo sus hombros, y siento su brazo deslizarse alrededor de mi cintura. —Bonita noche—alza los ojos y me mira, con los ojos brillantes. —Sí—me detengo y atrapo una pequeña cajita en mi bolsillo. —Yo también tengo algo para ti—le tiendo el paquete y paramos mientras lo abre. Sigue mirándome con esa bonita sonrisa en la cara. Al final, lo abre y saca un pasador de marfil. Tiene pequeñas flores grabadas en él. —Xena—me mira con los ojos como platos. —Es precioso—intenta ponérselo en el pelo con la mano libre, pero le queda ladeado.

—Espera—lo tomo yo. —Déjame ayudarte—acaricio un lado de su pelo con mis dedos y después coloco el pasador en su sitio, dejando su pelo sobre una de sus orejas. Deslizo mis dedos al revés y ahueco la mano sobre su rostro—Preciosa. Mi bardo se sonroja—Gracias. Me inclino y la beso, acariciando sus labios unas cuantas veces. Puedo sentir la brisa del océano en mi espalda y una de sus manos en mi hombro, con sus dedos clavándose ahí ligeramente. Puedo sentir su otra mano contra mi brazo, sosteniendo el ramo de margaritas. Sabe como el vino dulce que hemos estado bebiendo, y yo profundizo el contacto un poquito, deslizando mis manos sobre sus caderas y acercándola a mí. Podría quedarme así toda la noche, pero me aparto de mala gana y vuelvo a echarle un brazo por encima, retomando nuestro camino hasta el teatro al aire libre. Llegamos a la zona donde está montado el escenario y un acomodador nos tiende unos cojines y dos mantas. Qué práctico. La colina que se alza desde el escenario ha sido abancada, así la gente puede reclinarse sin rodar colina abajo; y aún así seguirá viendo a la gente que tenga enfrente. Nos encuentro una zona bastante lejos de la cuesta. Es una cuestión de guerreros. No me gusta tener un montón de extraños a la espalda durante largos periodos de tiempo. Me quito la armadura y extiendo mi manta, dejando el cojín, y tomo la almohada de Gabrielle y la dejo junto a la mía. —Podemos usar tu manta para cubrirnos de la brisa—le sonrío. —A no ser que prefieras no sentarte tan cerca de mí. Ella me devuelve la sonrisa y se deja caer en la manta, tendiéndome una mano. La tomo y me coloca a su lado. Pasamos unos momentos colocándonos, y acabamos abrazadas, mirando el escenario, con mi bardo recostada frente a mí. Extiendo la manta sobre nosotras y echo un brazo sobre su cintura. Ella se acurruca contra mí, justo cuando un actor aparece en el escenario. Esta es una obra nueva, sin título, por Orión. Gabrielle jadea y mie mira para recordarme que Orión es uno de sus amigos de la Academia de Atenas. Miramos mientras varios actores toman el escenario y comienzan a contar la historia de Ulises y las sirenas. Gimo. Y después me complace comprobar que, aparentemente, se han olvidado de meterme en la

historia. Gracias a los dioses. No captaron bien los hechos. Puedo vivir con ello si significa ver la obra en paz. A Gabrielle no le hace ninguna gracia. —Xena—sisea—Si la obra sigue así, va a terminar sin que aparezcas tú. Sonrío y palmeo el estómago donde tengo la mano. —Gabrielle, no pasa nada. No me importa. De verdad. —Tengo que escribirle a Orión sobre la importancia de captar bien los hechos—murmura mi bardo en voz baja. Finalmente, la siento relajarse contra mí. Cuando la obra termina, otro actor sube al escenario y anuncia que el espectáculo para adultos va a comenzar. Gimo internamente. He visto muchas de estas producciones en Lesbos. Cabarets compuestos por casi, por no decir totalmente, desnudas bailarinas. Si no recuerdo mal, varias mujeres desnudas salían al escenario a bailar. Me aburre el espectáculo, pero estoy bastante entretenida al mismo tiempo, porque creo que Gabrielle no ha visto nada como esto antes. No es una danza vulgar, se supone que es “arte”, como Safo lo llama. Sonrío, observando a mi bardo mientras mira. Tengo su pelo bajo mi nariz, y huele a jabón y a salitre. Entierro mi cara en su pelo e inhalo profundamente. Me olvido del escenario y comienzo a explorar su piel salada. Lleva su corpiño blanco, el que le compré en Alejandría, con un solo tirante. Beso una extensión totalmente descubierto de su hombro y cuello, tomándome mi tiempo hasta llegar a su brazo. Ella me mira y frunce el ceño. —Xena, ¿no vas a ver el espectáculo? —Prefiero mirarte a ti—murmuro contra su nuca, y después mordisqueo la zona, haciéndola estremecerse. —¿En serio?—ella se gira más para mirarme, algo que me deja la zona de juegos fuera de mi alcance temporalmente. —En serio—vuelvo a atraerla hacia mí y retomo mis actividades. —Xena—está mirando el espectáculo mientras habla. —Hay seis mujeres, preciosas, totalmente desnudas, bailando en ese escenario de ahí. —¿Y?—comienzo a hacer círculos con la mano que tengo sobre su estómago desnudo, y la beso bajo la oreja.

—¿Me estás diciendo que prefieres mirarme a mí?—su voz queda atrapada y los músculos de su estómago se contraen con fuerza mientras la muerdo provocativamente en el cuello. Estiro una mano y le giro la cabeza suavemente por su mentón, para mirarla a los ojos. —Siempre. Ella se gira completamente y me coge la cara para darme un largo y dulce beso. Yo la tumbo sobre la manta y me pongo casi encima de ella. Abre su boca, invitándome a entrar. Yo acepto, permitiendo que mis dedos recorran su costado y la parte superior de sus piernas, mientras exploro sus labios y su boca con ocioso abandono. Dioses, qué bien sabe. Siento su cuerpo moldearse contra el mío. Estamos en Lesbos, está oscuro y la mitad de las parejas de nuestro alrededor están inmersas en actividades similares en este momento. Realmente quiero llevar las cosas más lejos, un montón más lejos. Pero la conozco. No es una buena idea. Me obligo a apartarme de su dulce boca y la miro, deslizando mis dedos por su cabello y acariciando su cara. —Xena, ¿quieres ver el resto del espectáculo?—su pecho se alza con jadeos irregulares, y sus dedos siguen jugando en la piel sobre mis cueros, enviando placenteros escalofríos por toda mi columna vertebral. —Cariño, no lo estaba viendo, ¿recuerdas?—le doy un pico en los labios y sonrío. —Oh, sí—desliza un dedo hasta mi ombligo, localizándolo a través del cuerpo, y haciendo círculos a su alrededor. —¿Y si volvemos a nuestra cabaña y te doy un espectáculo privado? —Me gustaría mucho—me inclino y la beso lentamente, disfrutando de la sensación que me provoca que me devuelva el beso. La sostengo para levantarla, recojo nuestras cosas y pronto estamos en un carruaje hacia nuestra cabaña en los acantilados del este.

Capítulo 9

E

ntramos en nuestra cabaña y enciendo un candil. Me detengo y me apoyo en la pared, observándola. Dioses, es preciosa. Inconsciente de mi observación, camina delante de mí hacia la cesta que está sobre la mesa, cerca de la ventana. Casi me había olvidado. Se detiene a mitad de camino y se gira, mirándome. —¿Xena?—vuelve a mí y toma mis manos entre las suyas. Sus manos están calientes. Probablemente porque las he sostenido durante el paseo. — ¿Estás bien? Le sonrío. Me siento como una chiquilla tímida otra vez. —Sí—alzo una de sus manos y la beso. —Has estado muy callada—alza una mano y toca mi cara brevemente, y después se dirige a mi pelo, causando un placentero cosquilleo sobre mi cuero cabelludo. Pienso en el paseo en carruaje. Básicamente la he sostenido contra mí, entre mis brazos, acurrucándome con ella. Nada como el viaje a casa de anoche. He sentido un amor diferente. De tipo protector. Y “por favor, no me dejes nunca”. La quiero en mi vida, para siempre. —Sí. Ella frunce el ceño. —¿Me dices qué hay en la cesta? —Sí—la llevo hasta la piel de oso que hay frente al hogar. —Siéntate—me mira completamente confundida y después obedece, y me observa mientras recupero la cesta y me uno a ella, sentándome frente a ella, donde pueda ver su rostro. Le tiendo un paquete. —Ábrelo. Ella me sonríe y desenvuelve su regalo, una brillante pluma de plata. La gira en la mano y la estudia. —¿Qué es? —Es una pluma, salvo que está hecha de metal, así no tienes que afilarla—toco la punta de metal—Mujas esta parte en la tinta y luego escribes, como si fuera una pluma de ave, aunque el trazo es un poco más fino. Vio a un mercader hacer una demostración con ella en una tienda esta tarde. Las hacen en una tierra más allá de Chin. La llamó el país del sol naciente.

—Gracias—sus ojos brillan como estrellas. —Xena. Es increíble. Nunca he visto nada como esto—mira sobre mi hombro, al resto de paquetes. — ¿Qué celebramos? —Feliz Solsticio—le sonrío y le doy el resto de sus regalos. —Has roto las reglas—me sonríe y sacude su dedo frente a mi cara. Yo lo capturo y lo muerdo antes de soltarla. —Tú también—apoyo mi argumento sacudiendo mi muñeca, donde danza la pulsera. —Supongo que sí—. Está preciosa a la luz del candil. Su pelo suelta todos esos destellos de oro blanco. —Es que seguí viendo cosas que quería comprarte—. Se lleva las manos a la boca al darse cuenta de que acaba de desvelar el hecho de que tiene más regalos para mí. Lo sospechaba, por los bultos de su bolsa. Y por la aún ausente piedra de afilar. —No pasa nada—le muestro una sonrisa sugestiva. —Ya que ambas hemos hecho trampa, creo que podemos dejar estar el trato. —Por mí bien—se lanza a desenvolver el resto de sus regalos. La observo para ver si he hecho un buen trabajo. Aparte de la pluma de metal, le he comprado un tintero de cristal con un corcho, un cinturón de lana, un monedero de piel de conejo y una camisa de dormir verde oscuro, con lazos verdes de satén, para el invierno. —Xena—su voz es muy suave. — Es demasiado. Yo nunca… —¿Nunca qué?—su cabeza está inclinada, y sostiene sus regalos en el regazo. Temo que esté llorando. —Cariño, ¿qué pasa? Ella me mira y sus ojos aún brillan por las lágrimas no derramadas. —Nada. Es que…cuando yo era pequeña, no teníamos muchos dinares. Normalmente solo tenía un regalo de Solsticio cada año. Y como era la mayor, mis regalos siempre eran bastante prácticos. Un par de botas, o un vestido. Casi no tuve ningún pasador para el pelo o juguetes bonitos. Aquella oveja de madera fue uno de los pocos juguetes que tuve. Lila siempre tenía regalos más atractivos. Una vez le regalaron una muñeca. Madre siempre me apartó y me dijo que tenía que madurar. La atraigo hacia mí y echo un brazo por encima de ella. —Lo siento, cariño—tomo el último paquete de la cesta. No hay duda de por qué le gustó tanto el taller de Senticles. Estaba viviendo la infancia que nunca tuvo. Y siempre pensé que revivía recuerdos felices. Debería haberme

dado cuenta. —Toma—le doy su último regalo—Un detalle totalmente frívolo y absolutamente innecesario. Ella me sonríe y abre la caja. Y su sonrisa se hace mucho más grande. — Oh, Xena. Qué bonito. Em…¿qué es? —Una cadena para el vientre—tomo la delicada cadena de oro de entre sus manos y la ayudo a ponerse de pie. Envuelvo la cadena alrededor de su cintura y la aseguro, de manera que varias piezas de oro caen desde el frente, justo sobre su ombligo. —Me encanta—pasa sus dedos por la cadena y me mira. —Y a mí me encantas tú—me inclino y la beso castamente. Ella suspira y me da un beso mucho menos casto. Aún sigue sabiendo al dulce vino de la cena, y siento mi cuerpo responder a ella. Quiero más. Pronto. Intercambiamos unos cuantos besos más antes de que ella se retire. —Yo también tengo algo para ti—camina para recuperar su bolsa, donde la ha dejado frente a la puerta. —Aunque no son tantos, me temo. —Gabrielle—la veo dejar algunos paquetes en la alfombra. —No es un concurso. Me encanta el hecho de que hayas pensado en mí. Es eso lo que hace los regalos especiales. No importa lo que sean. O cuántos. —Ya veremos—me sonríe, ocultándome un secreto, y se despierta inmediatamente mi curiosidad. —Siéntate. Me siento en la alfombra y cojo una caja. Sonrío. Es del tamaño y el peso exactos para ser—…una piedra de afilar. Gracias, cariño—. Consigo parecer sorprendida mientras le doy un par de vueltas en mi mano. — Exactamente la que habría cogido yo. —¿En serio?—parece complacida. —En serio. Y necesitaba una, además—. Esto es absolutamente cierto. Paso a los dos siguientes regalos, revelando un paquete ropas de gamuza y una vaina de cuero para la daga de mango de marfil que compré en Alejandría. Siempre la llevo metida en la bota, y mi bardo teme que acabe cortándome con ella. Tomo la última caja y veo que se sonroja. Oh. Creo que me va a gustar lo que hay en esta. Desenvuelvo el paquete lentamente, a propósito, para prolongar el suspense. Es más grande que las demás cajas, y dentro hay un arnés y tres falos de marfil, uno de doble borde, uno simple y otro simple más grande que los otros dos. La miro sugestivamente y alzo una ceja.

—Es…una tienda…especial…La mercader…me ayudó…—Gabrielle está profundamente colorada. Estoy disfrutando inmensamente. —Dijo que el doble está bien, pero que a veces uno simple es mejor. —Tiene razón—sonrío a mi bardo. —Con el doble, a veces me distraigo por la estimulación que recibo. El simple permite que te concentres totalmente en tu compañera. —Oh—Gabrielle se acerca rápidamente. —Ya veo. —Ella…em…dijo que sabía con quién estaba…tú, contigo…—mi bardo tartamudea. —Dijo que, algún día, quizás querría usar uno contigo…y que si lo hacía…este podría ser algo que…em…te gustaría—mira a su regazo, casi como cuando abrió sus propios regalos. —Quizás estaba equivocada…tenía miedo de que a lo mejor no quisieses que…en fin…no tenemos que…a menos que quieras… —Gabrielle—levanto el mentón de mi bardo y acaricio sus labios con mi pulgar. —¿Disfrutaste la otra noche, cuando utilicé el falo? —Sí—sus ojos caen. —Mucho. Me inclino y la beso. —Eso pensaba. Yo también. Muchísimo. Cariño, si alguna vez quieres usarlo, me gustaría mucho—dejo los falos a un lado y la atraigo a mis brazos, besándola un poco más hasta que escucho gemidos satisfechos salir de su garganta, y siento su cuerpo temblar contra el mío. Me pongo en pie lentamente, llevándola conmigo, y guiándola hacia la habitación. Hace una pausa y mira a la alfombra. —Xena, ¿quieres usarlos…? —No. Pronto—agito mis cejas y le sonrío. —Pero esta noche no—. Alzo ambas manos y se las beso. —Esta noche, quiero tus manos…—la aprieto más fuerte contra mí—…tu cuerpo…—la beso sonoramente—…tus labios. Nada más, y nada menos. La guío hacia la habitación y nos desnudamos mutuamente. Tengo cuidado de dejarla marcar el paso. Quiero que se comunique conmigo, lo que quiere y lo que necesita. Me mira a los ojos mientras desliza los cueros por mi cuerpo y se detiene para besar mis pechos mientras se revelan ante ella, enviando ráfagas de placer a mi centro. Mi vestido de batalla cae al suelo y ella desliza mi ropa interior por mis piernas, y después se arrodilla para quitarme las botas. Dejo mis manos sobre sus hombros mientras me aparto de ellas.

Mi bardo besa su camino ascendente por mis piernas y mi torso, y finalmente vuelve a mis labios. Se ha vuelto muy buena buscando todos mis puntos. Atrapo una de sus manos y la dejo de plano sobre mi pecho, sobre mi corazón—¿Lo sientes? —Ajá—me besa de nuevo. —Es tu corazón latiendo. —Tócame, Gabrielle—tomo su otra mano y la dejo sobre mi pecho derecho. Envuelvo mis brazos a su alrededor y la presiono contra mí. Me quedo sin respiración mientras desliza la palma de su mano sobre mi pezón. —¿Lo sientes?—consigo decir. —Tu corazón va más rápido—sonríe y continúa acariciándome. —Sí—me echo hacia delante y repaso el lóbulo de su oreja con mi lengua, y después le susurro al oído—Solo tú tienes ese efecto en mí. —¿En serio?—se estremece ante mi contacto y ahora yo la estoy sujetando. —En serio—me apoyo en la cama y me la llevo conmigo, sentándonos. Y entonces me recuesto y la miro. —Ámame, cariño. ¿Por favor? Te necesito mucho. Mi bardo trepa encima de mí y se sienta sobre mis caderas. Sus dedos me hacen cosquillas ligeramente sobre el estómago y siento los músculos danzar en respuesta. Me mira y sus ojos brillan, verdes oscuros por la pasión. —Xena. Has sido tan dulce conmigo todo el día. ¿Qué es lo que quieres? Haré lo que quieras. Mi mente juega brevemente con esa oferta y me doy un tortazo mentalmente por algunas de las cosas que se me ocurren. Dejo mis manos sobre sus caderas y resitúo su peso sobre mí. —Gabrielle. Quiero que me hagas el amor. Como tú quieras. Tú eres lo único que necesito y tu contacto es lo único que ansío. Tu amor me satisface completamente. Me gustaría hacértelo entender. Sus ojos se llenan de lágrimas y veo una lágrima deslizarse por su mejilla hasta su mentón. Alzo una mano y la limpio—Cariño, no llores. —Xena—mi bardo se baja y acurruca su cuerpo contra mí. Envuelvo mis brazos a su alrededor y beso su cabeza, que está sobre mi hombro. — Xena, a veces tengo tanto miedo.

—Lo sé—beso su cabeza de nuevo y empiezo a deslizar mis dedos por su cabello. —No tienes por qué—tomo una de sus manos y la dejo sobre mi corazón de nuevo—¿Lo sientes? Asiente en silencio contra mi hombro, su pelo me hace cosquillas. —Eres tú. Tú eres mi corazón—deslizo mis dedos por su brazo y siento los escalofríos despertar a mi paso. —Mi vida comenzó el día en que te conocí. Mis pasiones se encendieron la primera vez que nos besamos. Nunca habrá nadie más que tú. Por favor, Gabrielle. No quiero que tengas miedo. Siento pequeños besitos sobre mi pecho y mi bardo se pone encima de mí. —Lo intentaré con todas mis fuerzas—murmura contra mi piel y después se mueve más abajo, tomando uno de mis pezones en su boca. Cada músculo de mi cuerpo se contrae mientras siento sus labios y su lengua hacer su magia. —Gabrielle—su nombre es una plegaria en mis labios y mis manos acaban en su espalda, animándola a continuar con lo que está haciendo. Cambia de lado y suspiro, abriendo mis piernas y sintiéndola situarse entre ellas, con sus caderas ondulando contra mí mientras comienza a besar su camino descendente por mi torso. —Xena—mi bardo está besando mi estómago, justo bajo el ombligo. — ¿Tienes idea de lo mucho que disfruto besándote así? ¿O lo bien que sabe tu piel? —Mmm—el pensamiento coherente es mucho para mí en este momento, mientras siento su boca moverse más abajo, besando mi centro mientras usa sus manos para separarme más las piernas. —Oh, dioses—usa su muy talentosa lengua para llevarme por el precipicio, y entonces explota mi orgasmo. Grito y siento sus manos sujetando firmemente mis muslos. Aparentemente no ha terminado conmigo. Tan pronto como subyacen las olas, rápidamente vuelve a provocarlas otra vez. Soy vagamente consciente de su cuerpo trepando por el mío de nuevo, y se sitúa entre mis brazos, dejando una mano sobre mi corazón otra vez. —Qué rápido—se alza para mirarme a los ojos, y aparta los mechones de mi frente. Estoy segura de que mis ojos están un poco vidriosos ahora mismo—Te quiero, Xena. Solo quiero hacerte feliz. —Me haces feliz—consigo decir, y siento que mi respiración se tranquiliza. —Siempre.

La abrazo no sé cuánto tiempo, sintiendo de vez en cuando que besa mi cuello y los hombros, mientras una de sus manos hace círculos sobre mi vientre. Finalmente, giro hasta ponerme encima de ella y la beso, trazando sus labios con mi lengua antes de explorar más allá, probando suavemente el interior de su boca de manera similar a cómo me gustaría probar otras partes de su cuerpo. Ella gime en mi boca y deslizo una mano hasta sus pechos, acariciando con mi pulgar un pezón y sintiendo cómo se endurece. —Me encanta sentir cómo tu cuerpo responde a mí, cariño. Beso mi camino por su mandíbula y su cuello, mordiendo su piel, con cuidado de no dejar marcas. Voy más abajo y chupo su otro pecho, y siento una de sus piernas deslizarse entre las mías. Gimo y comienzo a frotarme contra su pierna, mientras encuentro su oído con mis labios— ¿Qué quieres, cariño? Dime lo que quieres. O enséñamelo. Toma una de mis manos y la guía entre nosotras hasta que está ahuecada contra ella. Empiezo a acariciarla, profundizando gradualmente el contacto. Siento que sus caderas empiezan a moverse contra mis dedos, y muevo mi cuerpo contra ella, siguiendo su ritmo. Sus manos agarran mis nalgas, atrayéndome hacia ella con más fuerza, y estoy segura de que cuando ella se corra, yo estaré justo detrás. —Gabrielle—aparto una de sus manos y la llevo entre nosotras, dejándola sobre la mía, dejando que sienta el movimiento de mi mano contra ella. —Cariño. Enséñame cómo hacerte sentir bien. —Xena—mi nombre es un gemido sin aliento en mi oreja. Guía mi mano, templando mis movimientos, alterándolos un poquito. Deja su mano ahí hasta que está satisfecha al saber que sé lo que quiere. —Sí—sisea—así, Xena. Oh, dioses. Continúo acariciándola, y envuelvo mi brazo libre bajo ella, atrayéndola con fuerza hacia mí. Está haciendo unos soniditos, maullidos, y puedo sentir que está cerca—¿Está bien así, cariño? —Mmm—muerde la piel de mi hombro—Sabes que sí. Ahora nos movemos juntas, y siento que nos fundimos. Es una unión espiritual y emocional, y evidentemente física. No puedo decir dónde empieza ella y donde acabo yo. Éste es uno de esos momentos en los que, si pudiera, me acurrucaría dentro de su alma, para estar rodeada de la luz que vive en ella. Esto es lo más cerca que estaré. Siento que comienza su orgasmo, y el mío lo sigue pronto.

—Está bien, cariño—la abrazo y pasamos el precipicio juntas. —Te tengo—sus manos están enterradas en mi espalda, y sus uñas causan una dolorosa y placentera sensación. Volvemos a la tierra y me tumbo sobre mi espalda, atrayéndola a mí entre mis brazos. Siento que traza esas familiares figuras sobre mi pecho y mi estómago. Espero sentirlas normalmente durante el resto de mi vida. — Xena—suspira y besa mi pecho, que está convenientemente cerca de su boca. Siento su lengua en mi pezón, algo que causa una serie de estremecimientos. —Qué bien, cariño—la animo a continuar, preguntándome si estamos metiéndonos de lleno en un tercer asalto, o si es que aún no ha tenido suficiente. Francamente, no estoy segura de estar lista para un tercer asalto, pero estoy dispuesta a dar lo mejor de mí si es lo que quiere. Incrementa el ritmo y gimo cuando sus manos comienzan a explorar. Vale. A lo mejor sí estoy lista después de todo. Largas marcas después, la sostengo mientras duerme. Está tumbada de costado, casi en posición fetal, y yo estoy acurrucada a su espalda. En algún momento he perdido la cuenta de cuándos asaltos hemos pasado. Ahora nuestra relación física tiene muchos aspectos. Normalmente es solo divertido, a veces es rápido, caliente y hambriento, y a veces es lento y perezoso. A veces hay necesidad. Esta noche ha sido dulce, lleno de ternura y emociones. No siempre soy buena con las emociones, pero me siento muy cerca de ella ahora mismo. Creo que hemos llegado a un nuevo nivel de comprensión, uno del que estoy segura que hablaremos, seguramente mañana. Esta noche ha sido la de la libertad para Gabrielle. Ha estado mucho más relajada y parecía entender que está bien que me pida lo que necesita. Espero que lo mantenga. Por muy aterrorizada que esté por mi experiencia, normalmente yo estoy igual de asustada por su inexperiencia. No es que me gustaría que se hubiera acostado con un montón de gente antes que yo. Ni de lejos. Me alegro de que no esté curtida, y que nunca conozca el sexo como un arma para manipular a la gente o como algo que solo da alivio físico. A veces me asusta ser yo la única que le enseña todo esto. Sé que no siempre me comunico muy bien. Normalmente, no lo hago, sigo adelante asumiendo que está todo bien hasta que algo me pilla por sorpresa o alguien, como Safo, me señala mi error. En muchos niveles, Gabrielle no

tiene reparos para decirme lo que piensa. Pero a este nivel, a veces tengo que sacárselo. Está insegura de sí misma. Y tan dispuesta a complacer. Esto parece estar cambiando, lentamente, con el tiempo. Seguimos creciendo en nuestra relación, y sospecho que eso continuará durante el resto de nuestras vidas. Quiero que sea feliz, pura y simplemente. No quiero que esté incómoda conmigo. Quiero que entienda que es la parte más duradera de mí. Mis ojos, finalmente, se hacen pesados y beso su cuello. Murmura, dormida, un pequeño gemido de felicidad, y se acurruca con más fuerza contra mí. Eso está bien. Pongo la manta sobre nosotras y acaricio su pelo con mi cara, dejando que Morfeo me lleve.

Capítulo 10

E

s temprano por la mañana y estamos viendo el sol salir. Estoy sentada, totalmente estirada en uno de los bancos acolchados con un montón de cojines detrás de mí. Gabrielle está recostada sobre mí, entre mis piernas y tenemos una gruesa manta sobre nosotras. Una niebla baja emerge del océano cerca de la orilla. En casa, en la aldea amazona, está terminando ya la primera semana de invierno, que las ancianas han predicho como extremadamente duro. Y aquí también es invierno, aunque eso significa alguna que otra noche refrescante. Es nuestro último día en Lesbos. Hemos estado aquí durante una semana. Mañana por la mañana cogeremos un barco hacia la península. Nuestros pasajes se chequearon ayer por la tarde. Tengo los ojos cerrados, y me estoy permitiendo soñar despierta, algo inusual. Puedo oír cantar a los pájaros en los árboles y siento el cuerpo de mi bardo contra mí, y el sutil movimiento de su respiración. Inhalo y percibo su fragancia, o más concretamente, una esencia compuesta de lo que somos ella y yo juntas. Permea su piel desde anoche. Suspiro y envuelvo mis brazos con más fuerza a su alrededor. Cada día la quiero más. No sé cómo puede ser posible, pero es cierto. Siento sus dedos en mis antebrazos, trazando los músculos que hay allí. —¿Un dinar por tus pensamientos?—se gira en mi abrazo hasta que está acurrucada de lado contra mí. —Mmm—abro los ojos y la miro, encontrando su cara muy cerca de la mía. La beso y la veo sonreír. —Lo siento—deslizo una mano sobre su costado y bajo su camisa de dormir, dejándola sobre su cadera—Estos pensamientos valen más que un dinar. —Vale—se recoloca hasta tener su cabeza apoyada contra mi pecho. —Debe de ser algo bueno. —Sí—beso su cabeza y mi mano se mueve desde su cadera hasta su vientre. —Lo mejor—hago círculos sobre su estómago—Son sobre ti. Sobre nosotras. Solo estaba pensando en nuestra ceremonia de unión. —Ya está planeada, Xena—su voz vibra contra mi piel. —Chilapa me ayudó a contemplar todos los requisitos legales para una ceremonia de

unión real. Presidirá ella, y casi que se limitará a los votos escritos en los pergaminos. —Pero nosotras podemos añadir los nuestros, ¿no? ¿Y añadir otras cosas a la pre-ceremonia?—tengo algunos planes para mi bardo. Cosas que le convienen a una reina amazona. Esta será una unión que las amazonas tendrán en la boca durante generaciones, si yo puedo hacer algo al respecto. —Por supuesto—está trazando ligeros dibujos sobre mi muslo con las puntas de sus dedos, y yo continúo haciendo círculos en su tripa. Siento placenteros escalofríos donde me toca. —¿Me sigues guardando secretos? —Síp—la beso y después sonrío contra sus labios. —Te prometo que te gustará. —No tengo dudas sobre eso—me besa de nuevo y exploramos los labios de la otra durante largos minutos. —Xena—se aparta y comienza a acariciar mi cabeza—¿Has pensado quién estará a tu lado como testigo? —Sí—cierro los ojos, disfrutando de sus dedos deslizarse entre mi pelo. — Pony. —Es lo que yo pensaba. Estaba pensando en que Raella estuviera a mi lado. —¿Y Lila?—pensaba que mi bardo querría tener a su lado a su hermana. —Tiene que ser una amazona—Gabrielle frunce el ceño. —¿Crees que Lila lo entenderá? —Siempre puedes hacerla una amazona—rio, intentando imaginar a la conservadora hermana de Gabrielle llevando cueros y plumas. —Mmm—mi bardo frunce los labios y yo resisto la urgencia de besarlos. —No sé por qué, pero no creo que pegase. Ella o mis padres. —Buen punto—me encojo internamente, preguntándome cómo sería tener a los padres de Gabrielle de testigos en una unión amazona. O conociendo a mi madre. Oh, chico, no estoy segura de qué será peor. Mi madre no tiene miedo de decir lo que piensa. Y acepta totalmente la relación que tengo con Gabrielle. Cuando le dije que pensábamos tener niños, empezó a tejer patucos y mantitas.

Dioses. Me pregunto si correrá detrás de mi bardo cuando se quede embarazada. Conociendo a mi madre, se mudará temporalmente a la aldea amazona. O permanentemente. Nota mental. Asegurarme de que lo último no suceda. Gabrielle embarazada. Dejo que mi mente repase esa imagen y sonrío. No tengo dudas de que será la mujer embarazada más bella en el mundo conocido. Es natural, considerando que ya es la mujer no embarazada más bella del mundo conocido. En unas pocas lunas he pasado de estar insegura de tener niños a casi no poder contener la emoción al respecto. Antes de Cortese, había pensado que algún día me casaría, me asentaría y tendría niños. Es lo que la mayoría de las chicas aldeanas sueñan. Cierto, yo no era una aldeana normal en ningún sentido. Y muy pronto descubrí que me atraían tanto las chicas como los chicos. Es solo que era mucho más difícil encontrar chicas en Anfípolis dispuestas a explorar esa atracción conmigo. Los chicos eran mucho más receptivos. Así que parte de mí supuso que ya que podría ir por ese camino, también podría acabar siguiendo la tradición. Chico, incluso Safo me tomó la medida. No puedo imaginarme compartiendo con un hombre las cosas que comparto con Gabrielle. No tenía ni idea del camino que estaba empezando a recorrer cuando lideré a mi aldea contra Cortese. Cuando me alié con Borias, me había deshecho de la idea del matrimonio, la familia o de asentarme. Los guerreros no se asientan, luchan hasta que un día, al final, pierden ante alguien mejor que ellos. Incluso después de conocer a Gabrielle, nunca esperé llegar a vivir para ver mi trigésimo verano. Suponía que llevaría mucho tiempo muerta para entonces. Cuando me quedé embarazada de Solan, tenía miedo. Realmente asustada por primera vez en mi vida. Sabía que si alguno de los hombres lo descubría, intentarían aprovechar la ventaja de mi debilidad. Por no mencionar a mis enemigos. Ni siquiera iba a decírselo a Borias. Iba a ocultarlo hasta el último minuto posible. Cuando conocí a Alti por primera vez y ella soltó mi secreto delante de él, podría haberla matado. Mirando atrás, debería haberlo hecho. No por esa trasgresión en particular, pero por todo el dolor que me traería después.

Pero entonces estaba tan furiosa. Había sido mi pequeño secreto. Y Borias estuvo tan delicado conmigo, preparado para dejar la vida que llevábamos e intentar formar una familia. Pero no le amaba, y nunca lo hice. No sabía qué iba a hacer. Consideré tomar las hierbas para terminar con el embarazo. No sé por qué no lo hice. Creo que en parte fue porque sentí a Solan moverse dentro de mí y, simplemente, no pude hacerlo después de eso. Después de todo, parte de mí se preguntaba si quizás un bebé cambiaría las cosas para mí. Quizás podría tener una familia. Pero cuando Borias murió, toda la esperanza murió con él. Me odié completamente, incluso mientras entregaba a Solan. Y justo cuando estaba a punto de recuperarle, Esperanza lo matón. Intento no obsesionarme con ello. Gabrielle y yo nos herimos entonces de formas inimaginables. No hay nada más que podamos hacer que perdonarnos y seguir adelante. Y Solan está en un lugar mejor ahora. Y Esperanza está muerta. Definitivamente, espero. No quiero que mi bardo vuelva a estar herida. Y ahora tenemos una segunda oportunidad. En la vida. En el amor. En la maternidad. En la familia. Siento que se humedecen mis ojos y antes de que pueda detenerla se me escapa una lágrima y desciende por mi mejilla hasta el brazo de mi bardo. Ella la aparta y me mira con preocupación, mientras caen el resto de las lágrimas, espontáneamente. —¿Xena, qué pasa? —Solo estaba preguntándome algo—mi voz está tomada por la emoción. —¿Qué?—acaricia mi mejilla con su pulgar y la otra mano descansa sobre mi pecho. —¿Cuándo crees que podemos empezar a pensar en formar nuestra familia?—abro los ojos y parece genuinamente confusa. —Xena, por las lágrimas, no sé si eso significa que deseas una familia o que te lo estás pensando mejor—se muerde el labio y me mira con una expresión de dolor que me parte el corazón en dos. La atraigo con fuerza contra mí y entierro mi rostro en el lino de su camisa de dormir, inhalando la dulce esencia. —Los quiero más que nunca—me duele todo lo que nos hemos quitado. Nuestros hijos. Se supone que no debes de sobrevivir a tus hijos.

—Bueno…—me acaricia la espalda y besa mi cabeza—Bien. Porque estaba pensando que podríamos empezar con el primero en el solsticio de verano. —¿En serio?—me siento de repente y me siento atolondrada. —Eso será una estación después de nuestra unión. —Sí, exactamente. Xena, matemática guerrera—su voz se burla de mí. — Me alegra que aún sepas contar. —Vaya—mi mente está entumecida. —Eso significa que en nuestro primer aniversario ya podríamos tener un hijo o una hija. —¿Es demasiado pronto?—ella me mira a los ojos con gran gravedad. —No—sonrío, una sonrisa gigante que amenaza con partirme la cara en dos. —Gabrielle, si quisieras empezar ahora, no sería demasiado pronto. —Xena—se ríe y me revuelve el pelo, para después volver a jugar con él otra vez. —Vamos a unirnos primero, ¿vale? —Vale—hago un puchero antes de que la sonrisa de tonta vuelva a mi cara otra vez. Entonces recuerdo que, no hace tanto, ella pensaba que pasaría algún tiempo antes de querer quedarse embarazada. — Gabrielle, no te lo tomes a mal, porque estaré preparada cuando tú lo estés. Pero tú eres la que llevará a nuestros hijos. Y les dará a luz. ¿Estás segura de que quieres empezar tan pronto? Eres muy joven. Tienes mucho tiempo. —Sí—se acurruca contra mí y yo envuelvo mis brazos sobre ella de nuevo. —Lo he pensado una y otra vez, desde que vimos a aquellos animales en el oasis de África. Tengo tanto amor dentro, Xena. Para ti. Para nuestra vida juntas. Estoy cansada de la violencia y la muerte. Quiero dar vida, y alimentarla. Quiero compartir eso con un niño que pertenecerá a las dos. Quiero saber qué es tener un bebé en mis brazos y saber que ambas vamos a quererlo y a protegerlo, y verlo crecer. Bueno. Así que ella también ha estado pensando en Solan y en Esperanza. —Cariño, lo siento—la acuno lentamente. —Por todo lo que te ha hecho daño. —Xena. No—me mira y ahora sé que está llorando. —Sé que no podemos evitar pensar en ellos a veces, y en todos los “y si”. Pero no quiero sentirme mal por eso, ya no. No podemos volver atrás y cambiar nada. Te perdoné hace mucho tiempo. Como sé que tú me has perdonado a mí. De

verdad, de verdad quiero nuestro futuro, y a nuestros hijos. No puedo empezar para comenzar, porque quiero un montón de ellos. —¿Un…un montón?—me atraganto, a mi pesar. —¿Cuántos son un montón? Ella suelta una risita y yo libero el aire que había estado conteniendo. Creo que ha pasado el humor oscuro. —Una docena. —¿Una…docena?—empiezo a contar mentalmente los dioses olímpicos, intentando recordar cuáles me deben un favor. —Te pillé—se ríe y muerde la piel de encima de mi pecho. —A lo mejor tres o cuatro. —Oh—siento que la sangre vuelve a mi cara. —Creo que puedo con ese montón—. Y, a lo mejor, conjurar otros tantos milagros. —Xena—la voz de mi bardo se vuelve seria. —¿Vas a hablar con Hércules en nuestra ceremonia de unión, ya sabes, sobre tus poderes y eso…? —Quieres decir, si él cree que como semidiosa puedo dejarte embarazada—suspiro internamente. Ambas queremos tanto crear un niño que sea físicamente parte de las dos. Es solo que no estamos seguras de cómo hacerlo sin intervención de los dioses. Estoy casi segura de que si pudiese hacerlo por medios convencionales, ya seríamos madres. Como si no estuviésemos como conejos, cada vez que tenemos oportunidad. —Sí—me mira y leemos pensamientos no verbalizados. —Estoy preparada para llamar al rey Gregor, si lo necesitamos. Lo he pensado, y de todas las personas que conocemos, probablemente él sería la opción más lógica para donar su semilla si le necesitamos. Le dimos al pequeño Gabriel como heredero. Estoy segura de que estará más que dispuesto a devolvernos el favor. —Sí—beso su mejilla. —Yo también he pensado en él. —Xena, ¿dolerá?—su agarre sobre mi bíceps se refuerza. —Si tenemos que usar uno de esos tubos… —No. La cánula es más estrecha que un falo—mi mano vaga bajo su camisa de nuevo, y mis dedos danzan sobre los músculos de su estómago antes de que situarse en un dibujo circular. —Conseguiríamos la cánula, y un embudo, y la…donación del rey, y las colocaríamos cerca de nuestra cama. Entonces empezaría a hacerte el amor. Te llevaría a un

nivel donde estarías…lista para la penetración. Después insertaría la cánula en ti, dejaría el embudo en el otro extremo y depositaría la semilla. Entonces sacaría la cánula y…—beso su frente y mi mano vaga más abajo, ahuecándola entre sus piernas. Oh, dioses. Me había olvidado. No hay ropa interior esta mañana. —…te llevaría al orgasmo. No habría dolor por ningún lado. —A mí me suena más a placer—se gira en mis brazos y nuestros labios se encuentran, y la acaricio ligeramente, besándola lentamente con gran intención. —Mmmm. Sí. Placer…—abre sus piernas y yo incremento el contacto con mis labios y mis dedos. Siento fuego líquido en mis dedos y presiono mis labios contra su oído. — Cariño…—la pongo sobre mi regazo, a horcajadas sobre mí, y levanto su camisa, sacándosela por la cabeza. La mía la sigue rápidamente, y siento nuestros pechos tocándose. Dioses, qué bien. —Gabrielle, qué bien— murmuro contra sus labios, y la llevo a su liberación, sintiendo su cuerpo convulsionar contra el mío. —Xena—suspira y se hunde contra mí. Me encanta cuando somos espontáneas. Incluso aunque sea temprano por la mañana. Nunca me canso de ella. La sensación de tenerla entre mis brazos es increíble, y me encanta darle placer. Es la compañera más receptiva que he tenido nunca. Y la última que tendré. El amor entre nosotras lo magnifica todo. La caricia más ligera me vuelve loca de pasión. Siento más que una caricia ligera cuando su cabeza desaparece bajo la manta y sus labios comienzan un camino descendiente por mi torso. — Oh, sí—mis manos se hunden bajo las mantas y localizo sus hombros, dirigiéndola ligeramente más abajo, y abriéndome con ansiosa invitación. —Nena, por favor…sssí…—ha encontrado su meta, y mi cuerpo se arquea contra ella. Usa con buen tino su talentosa boca, y mi orgasmo me golpea casi con dolor. Estoy cubierta de sudor, facilitándole el lánguido desliz de su cuerpo sobre el mío. Llevo su cara hasta mí y encuentro su boca, gimiendo al saborearme en sus labios. —Mmm—me aparto y la envuelvo en un cálido abrazo. —Qué bonita sorpresa—beso su hombro y continúo abrazándola—Gracias. —Me pregunto si esto va a pasar siempre que hablemos de tener bebés— ríe y lo siento, más que lo oigo.

—Si es así…—muerdo su cuello—…planeo hablar de tener bebés a cada ocasión que tenga. —Como si te hiciese falta una excusa—se alza y me mira a los ojos. Brillan con humor. Besa mi nariz y después se coloca de nuevo en mis brazos. Abro mi boca para protestar y después la cierro. Tiene razón. Le dije una vez que lo único que tenía que hacer era mirarla, y estaba lista. Es tan cierto como la primera vez que la toqué con intención de darle placer. Era, de algún modo, verdad incluso antes de la crucifixión. Pero entonces, simplemente aparté esos sentimientos. Y entrené mucho con la espada. Y corrí. Y luché. E hice más ejercicios con la espada. Recuerdo el paraíso de Aiden, haciendo abdominales mientras pensaba que algo se me estaba rompiendo por dentro. Aiden pudo ser un mentiroso, pero una cosa era cierta sobre aquel lugar, y es que incrementaba tus miedos y los convertía en realidad. Y uno de mis mayores miedos era, entonces, que iba a revelarle accidentalmente mis sentimientos por ella y que la perdería por eso. Me obligué a no caer en eso. Así que…abdominales, esperando quemar el exceso de energía. No estoy segura de a dónde nos hubiera llevado aquel masaje si mi nariz no hubiera empezado a sangrar. Aiden usó mi miedo a herirla contra mí. Casi la dejo allí. Dondequiera que fuese. —¿Xena?—su voz me trae de vuelta al presente. Un cálido lugar. —¿Sí?—beso su cabeza y dejo mi mejilla contra ella. —Cuando volvimos de Ilusia, ¿pensaste que conseguiríamos ser tan felices?—acaricia mi cuello con su cara, y entiendo lo buena que es la vida. —No—refuerzo mi agarre. —Entonces, solo me impresionaba que siguiésemos juntas. Si no nos amásemos, sé que no habríamos sobrevivido. —¿Crees que siempre será así? Desearía con todo mi corazón poder decir que sí, pero sé que no es realista. —Gabrielle, la vida nos ha lanzado muchas sorpresas y obstáculos. Dudo al contestar esa pregunta. Lo que creo es que, aunque tengamos que enfrentarnos a malos momentos, hemos aprendido a hablar de ello, y nuestro amor es muy, muy fuerte. —¿Lo suficientemente fuerte como la sobrevivir a todo? Busco en mí durante un largo momento y sé la verdad—Sí.

—¿Lo prometes? ¿Puedo responder a eso? Sí, puedo. —Lo prometo. Parece contenta con mi respuesta y guardamos silencio de nuevo, observando mientras el ángulo del sol naciente hace resplandecer la superficie del océano. Las gaviotas gritan, hundiéndose en la superficie de las olas para pescar. En la playa, dos amantes caminan cogidas de la mano, cerca del borde del agua. Miro con más atención y me doy cuenta de que son Safo y Athis. Como si fuera una señal, nuestro desayuno llega. Me doy cuenta brevemente de que podríamos haber sido pilladas en una posición comprometedora. De hecho, aún seguimos desnudas bajo la manta. Recoloco la manta y asiento a la sirvienta que deja la cesta cerca del banco. Mi bardo no parece desconcertarse por nuestro estado, y me doy cuenta de que realmente ha perdido inhibiciones esta semana. Espero hasta que la sirvienta desaparece y me pongo de nuevo la camisa. —Oye. Safo y Athis están abajo, en la playa. ¿Quieres que les pregunte si quieren desayunar con nosotras? —Claro—Gabrielle sonríe y se pone su camisa. —Pero, además de estas camisas, a lo mejor deberíamos usar alguna de esas batas antes de que lleguen. —Sí. Probablemente—me levanto y me llevo los dedos a los labios, silbando como si llamase a Argo. Safo me oye y levanta la vista. Sostengo la cesta en alto y le grito—¿Venís a desayunar? Las veo hablar y Safo levanta la mirada de nuevo. —Sí. Danos un cuarto de marca para llegar. —Os veo ahora—grito de nuevo, y sigo a mi bardo dentro de la cabaña.

Capítulo 11

E

stamos en la bañera, tomándonos nuestro tiempo con el baño. Afuera está oscuro y hemos compartido una maravillosa cena en privado para dos en nuestra cabaña. Ha sido un día genial. Hemos pasado la mayor parte de la mañana en el porche, hablando con Safo y Athis. Tienen pensado venir a nuestra ceremonia de unión. Safo con las amazonas. Eso debe ser interesante. La tarde nos encontró en la playa, aprovechando las últimas marcas que teníamos tomando el sol. No volveremos a jugar en la arena y el agua durante mucho tiempo. Estaría demasiado fría. Mi bardo ha estado flirteando conmigo desde el desayuno. Es tan mona. Incluso Safo me llamó aparte y me comentó que Gabrielle finalmente parecía cómoda en su piel. Sé que su piel se siente genial cuando está contra la mía. Incluso nuestro baño ha sido divertido, y hemos pasado tanto tiempo salpicándonos y jugando que lavándonos. Incluso he tenido que salir una vez y añadir más agua caliente. Mi bardo ha dado lo mejor de sí para calentarme en el proceso. Ambas hemos tenido bastante poca compasión al provocarnos, y mi cuerpo es ahora un grave y constante zumbido. La deseo. Ella me desea. Y ambas lo sabemos. Esta dulce tortura solo sirve para magnificar nuestra anticipación. Ella sale de la bañera y la observo caminar hasta la plataforma cubierta de pieles y coger su toalla. Hemos estado jugando a este provocador juego de la seducción toda la tarde, y no estoy segura, en este momento, de quién va a ganar. Espero que ambas. Ella mira sobre su hombro y me sonríe, provocándome, antes de secarse. Muy lentamente. Asegurándose de que tengo una buena vista de sus más encantadores recursos. A este juego pueden jugar dos. Estiro una pierna y coloco el pie en el borde de la bañera, usando una esponja de mar para lavarla, rozando mi pierna mientras ella me observa. Gabrielle me dijo una vez que le encantaban mis piernas. Y por los dioses, a ellas les encanta enrollarse a su alrededor.

Voy a asegurarme de darle un buen espectáculo a mi bardo. Le dirijo lo que ella llama cariñosamente “la mirada”. Es una expresión privada que reservo solo para ella. Una en la que converge tanta energía sexual como puedo reunir. Ella intenta parecer fría, pero puedo ver trabajar los músculos de su garganta mientras traga saliva con fuerza. Ella se gira, dándome la espalda, y se pone su bata de satén verde. Una que le compré en el mercado de Alejandría, justo antes de volver a Grecia. Es el mejor color para mi bardo, sin duda. Hace sus ojos de un verde casi imposible, más de lo que ya son, y pega muy bien con su pelo rubio. Ella continúa dándome la espalda mientras rodea la plataforma y aviva el fuego. No es el único fuego que está avivando. Mientras rodea de nuevo la plataforma revela que no ha atado firmemente la bata. Se está abriendo, y volviéndome loca en el proceso. Ella se limita a sonreírme y se ocupa en recoger la habitación. De un fluido movimiento, trepo por la bañera y me envuelvo en una toalla. Ella ha vuelto convenientemente a mi lado frente al fuego mientras me seco. De hecho, está parada delante de mí dándome la espalda, calentándose al fuego. Quiero calentarla yo. Y hacerla bullir, para el caso. Me muevo detrás de ella y envuelvo su cintura con mis brazos. Inmediatamente cubre mis antebrazos con sus manos y le beso el cuello. Varias veces. —Dioses, hueles bien—no estoy hablando de la esencia del jabón que hemos usado. Cuando Afrodita repartió sus feromonas, le dio a mi bardo una dosis extra. Lamo su cuello hasta su base y después muerdo su piel. Me recompensa con un pequeño gemido. Dioses, adoro ese sonido. No puedo creer, aún, lo mucho que responde a mí. Mis manos vagan más arriba, cubriendo sus pechos, y puedo sentir sus pezones endurecerse a pesar de la seda. Ya estoy mojada por ella. —Xena—gira la cabeza y compartimos un lujurioso beso, mientras le aparto la bata de los hombros y la dejo caer al suelo. Rompo el beso para prestar atención a sus hombros, dándoles igual atención con mis labios. Lentamente deslizo mis manos planas sobre su pecho y estómago hasta la parte superior de sus muslos y después por la parte de atrás. Hago una pausa sobre sus nalgas antes de llevarlas sobre su espalda para masajear sus hombros.

Su espalda y su trasero son dos de sus más hermosas características. Está tan torneada. Muy musculosa, realmente. Creo que es por eso, en parte, por lo que me encanta que duerma boca abajo. A veces solo la observo, acariciando su espalda mientras se queda dormida. Y normalmente la despierto por las mañana besando sus hombros y la parte superior de su espalda. Es una parte de ella con la que debería pasar más tiempo. Estoy arrasada por el deseo, y atraigo su espalda con fuerza contra mí. Mi pecho está presionado contra sus omóplatos. Mis pezones están muy contentos con esta postura, y me lo hacen saber enviando un fogonazo a mi centro. —Eres increíblemente preciosa—juego con sus pechos, provocándola ligeramente, mientras beso un poco más la parte trasera de su cuello. —Gabrielle. Deseo…—me paro. No puedo creer lo que estaba a punto de decir. Y de repente me avergüenza lo que quiero. Yo. La que se ha pasado toda la semana animándola a sentirse libre conmigo. Y ahora no puedo decirle lo que deseo. —Xena—cubre mis manos con las suyas y las trae arriba, besando cada uno de mis nudillos. —¿Qué quieres, cielo? Me alegro de que no pueda verme la cara ahora mismo. Miro a mi alrededor y localizo uno de los falos simples, en una estantería cerca de nosotras. No el grande. Aún tenemos tiempo para usar ese. Hay mucho tiempo cuando estemos en casa. Cuando esté preparada. Este es el más pequeño que compró para mí. Lo hemos usado un par de veces esta semana. El último lugar en que lo usamos fue en esta plataforma. Hemos disfrutado realmente de este particular regalo suyo. Si alguien me hubiera dicho hace un año que algún día usaría juguetes sexuales con Gabrielle; no solo no le hubiera creído, si no que probablemente le habría dejado sin sentido por ser irrespetuoso con mi bardo. Aparto una de mis manos y atrapo el falo, llevándolo frente a ella y presionándolo contra su tripa. Beso su hombro y después su cuello, para después susurrar en su oído—Te deseo. Así—. Quiero tomarla desde atrás. No sexo anal. No me va eso. Mi miedo es que lo encuentre impersonal o humillante, si le hago el amor así. Gracias a los dioses ya he hablado con ella del sexo anal, así que al menos no me entenderá mal. La mirada en su rostro cuando tuvimos esa charla en particular no tuvo precio. Fue otra revelación para ella. Me miró

incrédula, y me costó un rato convencerla de que algunas personas disfrutan de ese tipo de cosas. —Quiero hacerte el amor, cariño, contra tu preciosa espalda—la atraigo incluso más hacia mí. —Te quiero, Gabrielle. Nunca te obligaría a hacer nada que no te gustase. No lo olvides, ¿está bien? —No lo olvidaré—se gira en mi abrazo y muerde su camino ascendente desde el valle de mis pechos hasta mis labios, clamándome como solo ella puede. Gimo en su boca mientras ella explora la mía con su lengua. Sus labios son tan suaves que juro que se derrite contra mí. De alguna manera, mientras nos besamos, consigue recuperar el arnés de la estantería y, de repente, la siento amarrarlo a mi alrededor. Ya lo hace tan bien que puede hacerlo sin mirar. Continúa besándome y mantiene sus ojos en mi rostro. —¿Así?—palmea mis caderas y después envuelve sus brazos a mi alrededor, besándome de nuevo. Me aparto para tomar aliento—Perfecto—. Sonrío y después la observo mientras retrocede hasta la plataforma y se sienta en el borde. —Ven aquí, Xena—abre sus piernas y me deslizo entre ellas, aún de pie frente a la plataforma, mirándola. Me inclino para besarla y siento sus pies deslizarse sobre mis pantorrillas. Bueno. Esta es su forma de decirme que quiere las cosas cara a cara. Está bien. Le haría el amor colgada boca debajo de un árbol si lo quisiese. Solo mientras no llegue el día en que no me desee, estaré perfectamente contenta con cualquier cosa que quiera. Aún sostengo el falo, y la siento tomarlo de entre mis manos. La observo mientras lo coloca en su sitio en el arnés. Por alguna razón encuentro esto sumamente erótico. Dioses, la deseo tanto que siento mis rodillas estremecerse por la expectación. Termina y me mira, haciendo una pausa para mirarme a los ojos durante un largo momento. —Xena—me acaricia la cara con los dedos y después los labios, y muerdo sus dedos cuando pasa. —Pones mi cuerpo a arder, Xena. ¿Lo sabías?—sacudo la cabeza, insegura de la respuesta correcta. —Siempre dices que me miras y estás lista—desliza uno de sus dedos por el centro de mi torso y se detiene, su mano plana contra mi tripa. Su otra mano continúa en mi rostro y mis labios. —Yo también me siento así, Xena. Con más frecuencia de lo que te puedas imaginar. No estoy hecha exactamente igual que tú. Pocos lo están.

Sonrío y ella me devuelve la sonrisa. —Pero, Xena, ¿sabes cómo me hace sentir el saber que me deseas? ¿Tienes una idea?—sacudo otra vez la cabeza como una idiota. Mi corazón está botando en mi pecho, solo con escucharla. —Me hace sentir como si caminase en las nubes, Xena. Como si mi corazón fuese a explotar. Como si me pudiese morir de felicidad y deseo. Como si simplemente fuese a arder si no me alivias con tu tacto. Siento una fina capa de sudor sobre mi frente y ella estira una mano para retirarla. —Te quiero, Xena. Y te deseo. Casi tanto como tú me deseas a mí. Lo creas o no. Se baja de la plataforma y vuelve a mis brazos. La atraigo y la beso sonoramente. Quiero consumirla, ahora mismo. Siento hambre de su piel contra la mía, quiero escuchar esos ruiditos que hace cuando la toco, sentir su pasión. De repente, sin previo aviso, se aparta. Y se gira. Extiende sus brazos contra la plataforma y me sonríe sobre su hombro, ofreciéndose a mí. Justo como la deseaba. —Te quiero, Gabrielle—me muevo detrás de ella, y rodeo su cintura con mis brazos, presionando mis labios contra su oreja— ¿Estás segura de esto? —Tócame—alza una de sus manos y toma una de las mías, guiándome hasta su pecho. —A veces, cuando estamos tumbadas juntas de noche, y tú estás acurrucada detrás de mí…—consigo distraerla y ella grita. —Sonrío contra su omóplato y la beso. —¿Decías? —Dioses…—captura mis manos y las lleva a terreno neutral, sobre su estómago—…cuando estás acurrucada contra mí, Xena, a veces me pregunto cómo sería si me hicieses el amor así. —¿Sí?—me inclino hacia delante y me acurruco contra su espalda. — ¿Así? —Sí—libera mis manos y yo vuelvo a sus pezones, extrayendo un siseo de placer de su boca. —Siempre me haces sentir tan bien, cariño. Tan segura. Y amada. Xena, no hay casi nada que puedas desear con lo que no estaría de acuerdo. Y me lo dice ahora. Después de nueve lunas de andar pisando huevos. O de mencionar cada nueva faceta de nuestra vida amorosa como si fuera algo que diese miedo. O repulsión. O incluso dolor. Aunque le he dejado abundantemente claro que no mezclo dolor con placer.

Muevo una mano más abajo y acaricio su muslo, moviéndola hacia el interior y separando sus piernas un poco más. Alcanzo cálida humedad y suspiro—Todo lo que quiero, Gabrielle, es amarte—. Muerdo su espalda mientras uso mi otra mano para guiar el falo a su lugar, provocándola con él, deslizándolo por sus muslos internos. Me detengo ante su entrada y observo temblar los músculos de su espalda en anticipación. Dioses, es preciosa. —Relájate, cariño—susurro en su oído, añadiendo varias sugestivas frases mientras acaricio su vientre, moviendo mi mano más abajo, acariciándola hasta sentir disolverse su tensión. —Xena…—dirige mi mano al frente para darle placer, algo que hago. Ambas gemimos al mismo tiempo. Es seda líquida y ardiente contra mis dedos. Continúo mis movimientos y, al mismo tiempo, la penetro lentamente. Escucho un grave y gutural sonido, y tengo miedo de haberle hecho daño. —Cariño, ¿estás bien?—presiono mis labios suavemente contra su cuello y deslizo mi mano libre sobre su espalda suave. —Sí…—jadea—Solo apresuradamente.

es

diferente.

En

el

buen

sentido—rectifica

—Te quiero—beso su cuello de nuevo y envuelvo ambas manos sobre su cintura para anclarme. Comienzo a moverme dentro y fuera, y ella se mueve contra mí. Me presiono contra su espalda y mis pezones se endurecen ante el contacto. Nos movemos juntas, al ritmo perfecto, y ella vocaliza su placer, haciendo ruiditos constantes mientras la amo. Me coloco ligeramente, de manera que con cada embestida sé que hago contacto con esa zona sensible en su interior que siempre la lleva al clímax cuando la acaricio. —Oh, dioses, Xena—tiene los nudillos blancos por agarrar el borde de la plataforma, e incrementa sutilmente el ritmo de nuestros movimientos. —Córrete por mí, cariño—deslizo mi cuerpo firmemente contra su espalda y siento su cuerpo comenzar a convulsionar contra el mío. —¡Xena!—grita mi nombre y me corro con ella, sosteniéndola mientras mi propio cuerpo reacciona con salvajismo. —Me van a fallar las piernas—le muerdo el hombro y salgo de ella. Ella gime y entonces trepa a la plataforma y rueda sobre su espalda. La sigo,

quitándome el arnés, y después me tumbo a su lado, sintiendo su fuerte respiración contra mí y el calor que irradia su piel. Está temblando y parece estar sin palabras. —Gabrielle—acaricio su cara y después deslizo mi mano por sus piernas, metiéndola entre ellas para presionar su calor. —Qué bien, cariño—me inclino para besarla y comienzo a explorar suavemente su boca y su mandíbula. Siento su mano cubrir la mía. —Xena—toma dos dedos—Por favor—los presiona con más firmeza contra ella. Mi bardo sigue necesitando sentirse llena. Lentamente, los meto dentro y siento sus músculos fluctuar a su alrededor—Mmm—gime suavemente y cierra los ojos. Uso mi pulgar para provocarla y su cuerpo entero se estremece. — ¿Más?—le sonrío, toco su cara y después la beso. —Sí—comienza a mover sus caderas contra mí, y yo tomo nota y la llevo de nuevo a lo más alto. —Xena—sus ojos se abren y yo tengo el placer de observarlos—¿Ves lo que me haces, Xena? Ella se estira y toma mi mano de su mejilla y se lleva uno de mis dedos a su boca chupándolo, poniéndose a la par de los movimientos de mi otra mano. Mi propio cuerpo vuelve rápidamente a la vida y ella me pone a su nivel. Deja ir mi dedo y me atrae hacia abajo, envolviéndome fuertemente con los brazos mientras su orgasmo la toma. Siento sus piernas rodear la parte trasera de mis muslos y una de sus manos se desliza hasta mis nalgas, presionándome con fuerza contra ella. —Mira, Xena. Miro su rostro y nunca he visto nada más precioso. Sus mejillas están sonrojadas y sus ojos son verde oscuro bajo los párpados medio cerrados. Se muerde el labio inferior y entonces su boca se abre ligeramente, liberando un largo trago de aire mientras su cuerpo se calma lentamente. Se mueve, y su mano se desliza entre nosotras. —Gabrielle. Te necesito…—me penetra y me estremezco—…ahí—. Ya estaba al borde y con lo que me está haciendo ahora, no duraré mucho. —Me encanta sentirte dentro de mí, cariño. Tan cerca de ti. Me da una dulce liberación, y soy yo la que finalmente se derrumba, laxa, en las pieles cerca de ella. Soy vagamente consciente de cuando se pone sobre mí, apartando el pelo de mi cara y dejando suaves besos en mi mejilla. —Lo creo, Xena.

Me obligo a abrir los ojos y a centrarme. —¿Creer?—mi pobre cerebro está intentando valientemente seguirla, pero sé que me he perdido algo. —Que soy suficiente—rueda sobre su espalda y me coloca entre sus brazos, y encuentro mi cabeza apoyada sobre su hombro. —Suficiente para ti, físicamente, quiero decir. —¿En serio?—sonrío y me alzo para mirarla. —¿Qué te ha convencido?— tomo su mano y la presiono contra mis labios. Me sonríe y vuelve a tirar de mí hacia abajo. Siento sus manos jugar suavemente sobre mi espalda, haciendo los pequeños dibujos que me encantan—Tú. Bueno, ya sabes. He hecho algo bien. No estoy segura de qué, exactamente, pero algo de esta semana ha funcionado. Necesito agradecérselo a Safo si llegamos a verla mañana. —¿Cómo? —Cuando tú y yo empezamos a tener intimidad, Xena, simplemente no sabía qué pedir. O cómo pedirlo. Confiaba en que tú me enseñarías. Me mostrarías cómo ser tu amante. Y rezaba cada vez que llegábamos juntas para satisfacerte. —Siempre—beso su clavícula. —Me ha llevado algo de tiempo, pero ahora lo entiendo, Xena. Has sido tan atenta conmigo esta semana. No solo en la cama, todo el tiempo…— usa sus uñas para rascar ligeramente mi espalda. Dioses, qué bien—…y me encanta. Pero no es eso lo que ha cambiado las cosas. —¿El qué, entonces?—me froto contra ella, como un gato haría, disfrutando de lo que me hace mientras hablamos. —Eres muy mimosa—se ríe y desliza sus dedos entre mi cabello. —Y es por eso por lo que, en parte, lo he entendido todo. Estás tan cómoda conmigo, Xena. Lo siento. Y lo veo. No eres así con nadie más. —Confío en ti—es tan simple como eso. —No tienes ni idea de lo mucho que eso significa para mí. Y las cosas que acabamos de hacer…el hecho de que, aunque hayas dudado, lo has pedido igualmente. Y siempre me das una salida. No pides, y no tomas. Siempre me tratas con el mayor de los respetos. Las cosas que haces, Xena, las cosas que me dices, la manera en que lo haces y lo dices, me dice lo mucho que me quieres.

—Tienes ese derecho—me deslizo hasta que nuestras caras están a la misma altura y compartimos un dulce beso. —Y tú…em…—mi bardo se está sonrojando—…la mayoría de las veces, cuando yo llego al orgasmo, tú también, Xena. Aunque yo no esté haciendo nada para…em…ayudarte. No lo entiendo, supongo porque parece que hace falta estimulación directa. Pero he pensado en ello, y me he dado cuenta de que debo de estar haciendo algo para tener ese efecto en ti. Por los dioses, amo a esta mujer. —¿Hacerme algo?—la beso de nuevo. —Eso no empieza ni a describirlo, cariño. Darte placer, sentir como respondes a mí, es toda la estimulación que necesito. Tu tacto…me pone en marcha. ¿Quieres saber por qué? —¿Por qué?—su voz es un susurro expectante. —Porque nos queremos—miro sus ojos, intentando expresar cosas que no siempre digo bien. —¿Por qué no ibas a ser suficiente? Eres la única que amo, Gabrielle. Veo humedecerse esos preciosos ojos verdes. Presiona su rostro contra el hueco de mi cuello y escucho pequeños sorbetones. —No pasa nada, cariño—mi bardo, quién normalmente es tan elocuente, a veces me responde así, sin decir nada; y, al mismo tiempo, hablando a gritos. He llegado a entender que a veces todo lo que necesita de mí es que la abrace, algo a lo que siempre estoy felizmente dispuesta. —Oye, ¿quieres dormir aquí? Siento que asiente contra mi pecho. —Sí—su voz queda amortiguada por el hecho de que su cara sigue presionada contra mi pecho. —A veces echo de menos dormir en las pieles contigo. Cerca del fuego. —Yo también—cojo el borde de una gruesa manta doblada al final de la plataforma, y la pongo sobre nosotras. El fuego tienes suficientes troncos para arder unas cuantas marcas más, lo suficiente para quedarnos dormidas. Acaricio su espalda hasta sentir su respiración profundizarse. Dejo un beso sobre su cabeza y suspiro, hundiéndome en el calor de nuestros cuerpos unidos bajo la manta. —Créelo, cariño—susurro en su oído mientras duerme. Juro no darle nunca una razón para no hacerlo. Varias marcas más tarde, estamos dirigiéndonos hacia los muelles de Lesbos. Acaba de amanecer y mi bardo todavía está medio dormida.

Safo, de hecho, ya está allí para despedirnos. Intercambia con nosotras la típica ronda de besos. Gabrielle abre los ojos completamente y consigue sonreír para decir adiós. —Xena, voy a bajar a buscar nuestro camarote. La veo embarcar y después me giro hacia la décima musa. —Gracias. —¿Por qué?—Safo sabe bien por qué, pero va a hacerme decirlo. —Gabrielle y yo estábamos cerca cuando llegamos aquí. Y creo firmemente que no hay nada que pueda separarnos, excepto la muerte…y no estoy segura de que pueda—. Safo estudia mi rostro y veo una profunda tristeza en ella. Ha escuchado nuestra historia. Sobre la crucifixión, la vuelta de Gabrielle gracias a Eli. Y mi bardo trayéndome de vuelta. —Pero tú, amiga mía…—aprieto su hombro con una mano—…me has ayudado a abrir los ojos. Las cosas están incluso mejor ahora entre nosotras, y te lo debo a ti. —Lo has hecho tu sola, Xena—Safo mira sobre mi hombro y yo sigo su mirada hasta donde está Gabrielle de pie, hablando con el capitán. — Todo lo que hice fueron unas cuantas sugerencias, y decirte algunas cosas que tenías que oír. Tus acciones fueron voluntarias. Pero ya que tienes la sensación de que me la debes, lo tendré en cuenta en el futuro. —Hecho—atrapo su antebrazo y después nos abrazamos. —Te quiero, Xena—se aparta y me sonríe. Asiento, incapaz de decir las palabras, pero sabe que las siento. Nos queremos. No como Gabrielle y yo nos queremos, o como ella y Athis se quieren. Somos muy buenas amigas. Si hubo un tiempo en que podríamos haber estado juntas, ya pasó hace mucho, y no hay lamentaciones entre nosotras. —No tardes tanto en volver—me toca la cara y entonces la veo partir. Después de unos minutos, me giro y subo por la pasarela hasta el barco. Dejo nuestras bolsas en nuestro camarote y después me uno a Gabrielle sobre cubierta. Encontramos un lugar sobre la barandilla para mirar al mar abierto. Los muelles están en el lado este de la isla, y mientras nos alejamos de la orilla, nuestra vista del agua nos permite apreciar la isla por última vez. Localizo nuestra cabaña sobre los acantilados, con la luz del sol refulgiendo sobre el cristal de la ventana.

Mi bardo está reclinada sobre la barandilla y yo estoy detrás de ella, con mis brazos rodeando sus hombros. Nos vamos a casa, en más de un sentido. Este viaje se suponía que iba a ser una diversión. Una oportunidad para satisfacer la curiosidad de Gabrielle sobre parte de mi pasado. Y una oportunidad para nosotras para experimentar y jugar en un entorno seguro. Se ha convertido en mucho más, al traer cura y entendimiento a niveles que ni siquiera sabíamos que necesitábamos. Pienso en nuestras últimas vacaciones, cuando fuimos a Zakynthos. Esa fue un ocasión para descubrirnos. Este viaje ha sido para acercarnos más. No solo acostumbradas, sino cómodas. Pienso en el invierno que se acerca. Nuestra aldea está sobre las colinas de las montañas, y hará frío cuando lleguemos a casa. Las amazonas han pasado la última parte del verano y el otoño preparándose para estas lunas. Los almacenes de comida están llenos, detrás del comedor, y todas las cabañas se han aislado del agua y el frío. También los establos. Argo, Estrella y Tobías ya comenzaban a desarrollar el pelaje de invierno cuando nos marchamos. Las gatas y los gatitos han hecho cálidos nidos en el pajar. Aunque normalmente tenemos al menos un gato al pie de nuestra cama cada noche. Antes de marcharnos, cargué leña hasta que mis hombros no pudieron levantar el hacha. Está almacenada, en un gran montón fuera, en nuestro patio trasero. Salmoneus vino a la aldea hace tiempo con su carro de comerciante, después de dejar Anfípolis. Mi madre envió un nuevo edredón de plumas con él, y ahora preside nuestra cama. La hizo ella misma, en tonos borgoña y verde. Estaremos calientes, a pesar de todo. Doblemente, porque nos tenemos. Quiero pasar este tiempo tranquilamente, cuando el mundo duerme, inmersa en ella. Alimentando el fuego y hablando. Hablando de verdad. Y jugando a algunos de los juegos de mesa que nos hice después de volver de Egipto. Quiero que entienda que me encanta estar con ella, sin importar lo que hagamos. El barco vira de nuevo. La abrazo con más fuerza y ella suspira, recostándose contra mí. No necesitamos palabras en este momento. Nos dirigimos a mar abierto, hacia Grecia y al futuro. Un futuro con ella. Te diré, algo que es para desear.

Biografía

Linda Crist es la autora de la serie de Kennedy y Carson, que comienza con The bluest eyes in Texas, y es la finalista de los premios Goldie de 2006. Ha sido la receptora de numerosos premios a las escritoras online, incluyendo los Royal Academy of Bards, los Hall of Fame, los Xippy, y los Bard´s Challenge. También participó en la temporada virtual de Xena con subtexto. Empezó a escribir a una corta edad componiendo historias con los boletines de la iglesia. Tiene una carrera como Periodista de la Universidad de Texas. Después de la universidad, trabajó durante dos años en la sección de Edición en el periódico Dallas Times Herald. Se describe a sí misma como una Xenite, y en general una friki de la ciencia ficción/fantasía. Es una apasionada del medio ambiente y el bienestar de los animales. Le gusta montar en bici, excursionismo, hacer piragüismo, submarinismo, viajar, la fotografía, la música, la buena conversación con un buen café, y por supuesto, escribir. La web de Linda es http://texbard.com http://www.facebook.com/texbard

y

su

Facebook

Serie 16 de Marzo:

—First Solstice (historia corta precuela de la serie) —The Families We Make (historia corta precuela de la serie) —#1 March the 16th/16 de Marzo —#2 A Solstice Treaty/Un Tratado de Solsticio —#3 Cleopatra 4 A.D. —#4 Divinity —#5 The Eyes of Fire —#6 Beyond Sight —#7 Loaves and Fishes —#8 Right of Cast