Serie 16 de Marzo #3

Cleopatra 4 AD. Linda Crist Índice Sinopsis Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo

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Cleopatra 4 AD.

Linda Crist

Índice Sinopsis Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo12 Biografía de la autora Libros de la Serie

Sinopsis

D

espués de firmar el tratado de paz entre Roma y las Amazonas, Xena y Gabrielle tendrán que enfrentarse a la amenaza de que el traidor Marco Antonio se apodere a la fuerza del Imperio Romano que gobierna Octavio. Para eso, tendrán que recurrir a una vieja amiga: Cleopatra, reina de Egipto, que demostró una fuerte atracción por la Princesa Guerrera en el pasado.

Créditos Traducido y Corregido por Chakram Diseñado por Dardar Editado por Xenite4Ever 2015

Descargos: La mayor parte de los personajes que aparecen aquí pertenece a Renaissance Pictures, MCA/Universal, Studios USA, Flat Earth Productions y cualquier otro individuo o entidad que tenga derechos de propiedad sobre la serie de televisión Xena, la Princesa Guerrera y Los Viajes legendarios de Hércules. Violencia: Vamos a hablar de Xena, Marco Antonio, Octavio y Cleopatra. ¿Tú qué crees? Subtexto/texto explícito: Sí. Xena y Gabrrielle están enamoradas. Si eso te ofende, es posible que prefieras leer otra historia. Preguntas/comentarios/sugerencias: [email protected] Ambientación: Esta historia viene secuencialmente después de Un tratado de solsticio (en realidad, después del Sexo sentido, pero esta historia corta no aporta novedades a la trama, así que puedes saltártela si quieres). Me he tomado amplias libertades con la religión y la historia, así que quedas advertido. Gina Torres hizo de Cleopatra en varios episodios de Xena y Hércules, así que me inspiré en ella.

Capítulo 1 "¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. He aquí, yo huiría lejos, Me gustaría ir al desierto. Me apresuraría a mi lugar de refugio Del viento tempestuoso, de la tempestad". - Salmos 55: 6-8, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

A

quella fue, reflexionó, una de esas veces en las que deseó haberse quedado callada. Bueno, dije que lo haríamos lo mejor posible, ¿verdad? Se apartó con una mano diestra un mechón empapado de los ojos y agarró los bordes de la lona tratada con aceite bajo la que estaban cobijadas, en un vano intento de estirarla aún más alrededor de sus cuerpos empapados por la lluvia. Nunca dije que fuera a ser divertido. Al menos, no recuerdo haberlo hecho. Escupió con desagrado, mientras el balanceo del barco se intensificaba, deslizándose sobre una ola y enviando otra arcada de agua salada sobre su rostro, con una poderosa bofetada… Hasta el momento, el viaje a Egipto había sido un completo desastre. Y después de la semana que habían pasado en el paraíso de Zakynthos, el contraste había sido un shock para el que ninguna de ellas estaba preparada. El primer mal augurio llegó en los puertos de Pirgos. Xena había guiado su barco al puerto unas marcas antes del ocaso, y había pasado un rato hablando con su primo, poniéndose al día de los cotilleos familiares, antes de sacar de mala gana el mensaje de Octavio y releerlo. El trozo de pergamino sellado había llegado por paloma mensajera a Zakynthos cuatro días después de empezar sus vacaciones. Las cosas seguían tal y como las habían dejado: Marco Antonio y Cleopatra habían unido sus fuerzas, en un intento de desafiar a Octavio y tomar todo el Imperio Romano. Octavio necesitaría algún tiempo para desplazar sus tropas desde Roma hasta Alejandría, así que seguían necesitando los servicios de la guerrera para tratar de convencer a

Cleopatra para que reconsiderase su decisión. Con un poco de suerte, cuando llegasen las tropas, no las necesitarían. Y si las necesitaban…bueno, cruzarían ese puente cuando llegasen a él. Xena había recorrido todo el suelo de madera del puerto de Pirgos dos veces, intentando comprar un pasaje para ella y la bardo hacia Alejandría, pero no había. Cleopatra había enviado a su armada a las aguas del Mediterráneo, y ningún buque de pasajeros tenía permitida la entrada a los puertos egipcios. Solo los navíos mercantes tenían permiso para cruzar las fronteras que patrullaban los buques reales. Después de muchos regateos y otras tantas amenazas, la guerrera había conseguido encontrarles un sitio en un gran buque mercante espartano, cuya carga principal eran varias greyes de bueyes y ovejas. La comida o el agua no venían con la reserva, así que había enviado a Gabrielle a un apresurado viaje al mercado local para comprar provisiones para la travesía, mientras ella se hacía con varias bolsas de agua fresca. El barco tenía previsto hacerse a la mar a media noche, y habían subido a bordo después de oscurecer. La guerrera había echado un subrepticio vistazo a la tripulación de rufianes y matones que había en cubierta, percibiendo las miradas lascivas y los susurros que las seguían mientras hacían un recorrido por la cubierta principal. Quizá el barco sea espartano, reflexionó. Pero seguro que no han contratado a ninguno de los suyos para trabajar en él. Deben de haber ido a la prisión local para contratar presos recién liberados, más baratos. Los espartanos eran conocidos por ser los más disciplinados marinos, y esos hombres no eran espartanos. Tomó rápidamente la decisión de volver a sus aposentos inmediatamente. Que habían resultado ser una litera muy pequeña varias cubiertas por debajo del nivel del mar, sin ojos de buey y con un solo catre, diseñado para que durmiera en él una sola persona. Una persona pequeña. Y para hacer peores las cosas, estaba cerca del pozo de la escalera que guiaba a la bodega, y el olor de estiércol fresco y caliente de vaca y oveja permeaba el aire para llenar su pequeño nido. Mientras Xena estudiaba la puerta de sus aposentos, intentando decidir cuál sería la mejor forma de asegurarla, Gabrielle tiró de las sábanas del catre, levantando una nube de espeso polvo en el pequeño espacio y provocando que ambas mujeres se pusieran a toser y a estornudar. — Dioses—la bardo se frotó los ojos irritados y sorbió—Creo que no han lavado la manta nunca. Xena, esto es asqueroso.

—Sí—la guerrera sentía emerger el lado gruñón mientras usaba el dorso de su mano para quitarse algo de polvo que se había depositado en su mejilla, e hizo un esfuerzo consciente para intentar apartar el mal humor—Bueno, podría ser peor—abrió la puerta un momento para intentar ventilar un poco la habitación. Si es que podía denominarse aire fresco a lo que subía desde las entrañas del barco. —¿Cómo?—Gabrielle puso ambas manos en las caderas y empezó a oscilar la punta de un pie. Su irritación crecía en igual medida que el mal humor de su compañera. Justo en ese momento, Xena divisó una rata de tamaño considerable escurrirse por el pasillo, y cerró la puerta rápidamente, por temor a que su compañera la viese también. Tembló internamente e, inconscientemente, se frotó el vello erizado que tenía en un brazo, recordando una excursión por una tubería del castillo de Sísifo, y la evasión de la prisión de la Isla de los Tiburones. Ratas. ODIO las ratas. — Bueno, al menos no hay ratones aquí. Y…—tomó la asquerosa manta que la bardo había tirado al suelo y la inspeccionó cuidadosamente— …a pesar del polvo, no parece que haya piojos que nos hagan compañía—gruñó, mientras arrojaba la manta a un rincón. —Oh. Bueno, esto es genial. Gracias por hacerme pensar en eso antes de acostarnos. Ahora, probablemente imaginaré a esas cosas trepando encima de mí durante toda la noche—la bardo se giró y dio los tres pasos que le llevaba cruzar todo el compartimento, y se reclinó contra la pared, deslizándose lentamente hacia el áspero suelo de madera hasta estar agachada en el suelo, con sus rodillas contra su pecho y sus brazos envolviéndolas firmemente. Dejó caer su frente sobre las rodillas y un tembloroso y suave suspiro escapó de sus labios. —Eh—la guerrera se acercó y se arrodilló junto a su compañera, alzando una mano dubitativa para acariciar el cabello rubio—Lo siento. Un sorbetón le contestó, mientras Gabrielle hundía aún más su cabeza, poniendo sus antebrazos sobre sus rodillas. —Gabrielle—Xena continuó acariciando con vacilación—Tengo todos y cada uno de los nervios de punta, pero no es por tu culpa. Es el barco, la tripulación…me dan escalofríos. Sé que voy a tener que estar alerta durante todo el viaje, y después de la semana que acabamos de pasar, estoy un poco desentrenada.

—Fue una bonita semana, ¿verdad?—la bardo giró su cabeza a un lado, dejando un lado de su cara sobre sus brazos y exponiendo una mejilla cubierta de lágrimas a la vista de la guerrera. —¿Me tomas el pelo? Fue la mejor semana de mi vida—Xena limpió las lágrimas y deslizó sus dedos sobre la suave mejilla de su compañera. Gabrielle miró el estrecho compartimento y dejó escapar una irónica risotada—Qué diferencia con la noche de ayer. La guerrera sonrió. ¿Tan solo fue ayer? Parecía que había pasado una luna desde su última noche en Zakynthos. Habían decidido dormir en la playa en una cueva oculta que había cerca de la posada donde se hospedaban. Y habían…bueno, no había palabras adecuadas para describir lo que habían hecho. ¿Hacer el amor con desenfreno durante la mayor parte de la noche? Sí, pero fue mucho más que eso. Las cosas que hicimos…Lo ojos de Xena se cerraron un momento, recordando un momento de profunda conexión con su compañera, y haber alcanzado cotas de confianza que no había tenido con nadie antes. Habían pasado mucho tiempo juntas, inmersas en la otra, durante la semana que pasaron en la isla, conociéndose mejor de lo que habían hecho nunca, a diferentes niveles, y habían acabado mucho más cerca de la otra que cuando llegaron. Y esa última noche fue…simplemente…—Fue la segunda mejor noche de mi vida, amor. —¿La segunda mejor?—la voz de la bardo contenía algo más que una pequeña nota de inseguridad—¿C…cuál fue la primera? —La noche que te pedí que te unieras conmigo—los ojos de Xena relucían mientras alzaba el mentón de su compañera y su pulgar acariciaba sus labios llenos. —Oh—Gabrielle besó la punta del dedo—Diría que ambas noches fueron bastante increíbles—la bardo se sonrojó ante el aluvión de recuerdos—Xena, te quiero. —Yo también te quiero, cariño. Más que nunca—los dedos de la guerrera trazaron un camino rosado desde el mentón de la bardo, sobre su mandíbula y bajando por su cuello. —Siento estar un poco a la defensiva. Estoy asustada—Gabrielle parpadeó, enviando una última ráfaga de lágrimas sobre su rostro— Siempre me mareo en los barcos, y este parece ser el peor barco en el

que he estado. Creo que el barco de Cecrops estaba mejor que este. Por lo menos, olía mejor. La guerrera arrugó la nariz solidariamente—Si crees que aquí huele mal, mejor será que te den pena las vacas y las ovejas. Esto consiguió arrancar finalmente una carcajada sincera de la bardo, quién se recostó contra el costado de Xena—Supongo que dormir en cubierta no es una opción, ¿eh? Xena envolvió descuidadamente los hombros de la bardo con un brazo y la atrajo a un cálido abrazo contra su costado—Me temo que no. Si lo intentamos, quizá acabemos siendo la diversión de la noche. Creo que tenemos que mantenernos fuera de vista lo más posible durante este viaje. No me gustan las miradas de los demás…pasajeros. —A mí tampoco—Gabrielle sintió el barco balancearse un poco más que antes y miró sombríamente a su compañera—Supongo que será mejor que lo dejemos por hoy. —Sí. Mejor será—la guerrera se levantó y se acercó al montón de cosas que tenían cerca de la puerta, donde estaban sus petates, las bolsas de agua, armas, y las alforjas. Cogió el petate y se giró para estudiar la pequeña litera que cubría una de las paredes de la habitación. —Te diré lo que haremos—inspeccionó el colchón de paja y decidió que estaba bastante limpio antes de extender sus pieles de dormir sobre la cama—¿Por qué no te quedas la cama? Yo me sentaré en el suelo, donde pueda echar un ojo a la puerta. —Xena—protestó la bardo—No puedes estar sin dormir, amor. Podemos acurrucarnos. La guerrera sonrió—Me encantaría acurrucarme contigo, pero tengo la sensación de que, si lo hago, seguiré sin dormir nada—se acercó a la puerta y deslizó bajo ella un taburete, la única otra pieza de mobiliario de la habitación—Esto podría retrasar a quien intentase entrar, pero no creo que los detuviese. No si quieren entrar de verdad. —Bueno—Gabrielle se levantó y se acercó por detrás a la guerrera, envolviendo su cintura con los brazos—Eso es verdad. Pero con tus agudos sentidos, los oirás justo cuando intenten entrar. Si dejas la espada en el suelo, justo al lado de la cama, serás capaz de agarrarla antes de que nadie pueda entrar. Así, podrás dormir en el catre conmigo.

Hmmmmm. Xena inclinó la cabeza mientras pensaba sobre ello y después se inclinó un poco sobre su compañera—Podría funcionar—se giró en los brazos de la bardo y miró a los ojos verdes, brillantes por haber llorado—Eso quiere decir que vas a tener que estar apretada contra la pared. —Mientras tú estés del otro lado—Gabrielle se puso de puntillas y besó a la guerrera en la frente, y rio con deleite y sorpresa cuando la guerrera alzó la cabeza, encontrando sus labios e incitándola durante un largo momento antes de atraerla a un estrecho abrazo. Habían sacado una camisa a media rodilla para la bardo, mientras Xena escogió dormir con sus cueros, incluso negándose a sacarse la armadura hasta que Gabrielle apuntó que, quitándose la armadura, tendrían unos cuantos centímetros más de precioso espacio. Una vez que se cambiaron y se lavaron la cara con un trozo de lino empapado de agua de una de las bolsas, la bardo se estiró en la cama mientras Xena apagaba la única vela que quedaba en el candelabro fijado a la pared, cerca de la puerta. Se deslizó por el suelo y se sentó en el borde del catre, antes de tumbarse en su lado. La guerrera rio entre dientes al darse cuenta de que tendrían que acurrucarse, literalmente, ya que el catre parecía ser un poco escaso para su metro ochenta de altura. Gabrielle envolvió a su compañera con sus brazos, atrayéndola hacia su estómago, y sonriendo al oír a Xena dejar escapar un suspiro de contento. La bardo soltó una risita—Menos mal que no estás de humor esta noche. No hay espacio para maniobrar, incluso aunque quisiéramos. —Gabrielle—la voz de la guerrera era un ruido sordo contra el cuerpo de la bardo, presionado contra ella—Estoy…cansada. Pero no tienes ni idea de lo creativa que puedo ser si la situación lo requiere—. De repente, Xena se giró hacia ella de forma que quedaron cara a cara, con sus piernas enredadas juntas y sus ojos solo separados por sus narices. Giró la cara y dejó un provocativo beso en los labios de su compañera mientras deslizaba una mano sobre y bajo la camisa de dormir de la bardo, sin parar hasta que fue recompensada con varios gemiditos. Xena sonrió en la oscuridad y después se volvió a girar hasta que estuvieron abrazadas de nuevo. Rio entre dientes al sentir el pequeño cuerpo a su espalda suspirar pesadamente, mientras la respiración de Gabrielle volvía a la normalidad—…pero bueno, no estoy de humor esta

noche, así que tendrás que esperar. Además, creo que voy a invocar nuestra norma en este barco. Creo que me sentiría más segura durmiendo en medio de un campo abierto cerca de una hoguera para atraer a cualquiera a leguas a la redonda que aquí. —Sea donde sea, siempre que esté contigo, me siento segura—la bardo retomó su posición, dejando un suave beso sobre el hombro de la guerrera antes de cerrar los ojos.

Los ojos de la guerrera se abrieron de golpe en la oscuridad, y parpadeó un momento antes de sentir el balanceo del barco y recordar dónde estaba. ¿Qué me ha despertado? Escuchó atentamente y solo escuchó el agua chocando al otro lado del casco, cerca del compartimento. El pequeño cuerpo tras ella se revolvía y se dio cuenta de que Gabrielle hacía un vano intento de pasar por encima de ella sin molestarla—¿Qué te pasa? —Oh. Xena. Lo siento. Es que…tengo que levantarme. Necesito…puntos de presión—la bardo sintió entumecerse su mandíbula y respiró con alivio cuando sintió un par de fuertes dedos masajeando suavemente los puntos de presión del interior de su muñeca, que la ayudaban a controlar la náusea—Gracias. —¿Cuánto tiempo llevas mareada?—los ojos pálidos la miraron severamente en la ciega oscuridad. —No estoy segura. Quizá una marca. —Gabrielle—la amonestó Xena—La próxima vez, despiértame, ¿está bien? Cuanto antes empieces a aplicar los puntos de presión, más eficaces serán. —Pero estabas durmiendo tan profundamente. Me sentía mal. Normalmente tienes el sueño tan ligero que supuse que deberías estar realmente cansada para haber caído así—la bardo se mordió el labio inferior. —Quizás—la bardo continuó masajeando los puntos de presión—Pero no puedo permitirme caer así aquí abajo. Necesito estar más alerta. Es demasiado peligroso.

—Desearía poder dormir—Gabrielle miró hacia su compañera, casi sin ser capaz de distinguir los rasgos de Xena—Xena. ¿Podemos ir arriba, solo unos minutos. Necesito aire fresco. —Bueno—la guerrera tomó la mano de su compañera y envolvió los dedos de Gabrielle alrededor de su propia muñeca—Hazte cargo de esto un momento, mientras me pongo la armadura. —¿Eso quiere decir…? —Sí—Xena ya se estaba abrochando las últimas hebillas. Tomó la vaina de la espada y la colocó en su sitio y después colocó el chakram en su cadera—De hecho, podría ser el momento más seguro para estar arriba. Probablemente, la tripulación esté dormida. —Gracias a los dioses—la bardo se levantó y cogió un manto de sus bolsas localizándolo al tacto, y se puso las botas, poniendo los sais en su sitio. Xena apartó el taburete, observando el pasillo en ambas direcciones antes de tomar la mano de su compañera y guiarla en silencio por el oscuro laberinto y por las escaleras de peldaños oxidados hasta la siguiente cubierta. Aún tuvieron que atravesar otro pasillo y otras escaleras y salieron a una fuerte y salada brisa. La guerrera miró a su alrededor y vio aliviada que no había nadie en cubierta, salvo unos cuantos marineros ocupados con algunas fulanas y el capitán. Le dirigió un asentimiento y después condujo a su compañera enferma hacia la barandilla y miró arriba, inquieta, al cielo cubierto de nubes, que solo permitía brillar unas pocas estrellas. Giró la cabeza de nuevo, hacia el timón, donde el capitán del barco permanecía de pie, con una pierna sobre un cajón de madera mientras manejaba con las manos el timón. —Gabrielle. Vamos a hablar con el capitán un momento—envolvió con un brazo protector los hombros de la bardo mientras se acercaban a él. Se acercaron al corpulento hombre con pasos cuidadosos y la bardo se reclinó en su compañera mientras caminaban, con el agitando su manto en ondas alrededor de sus piernas y agitando los largos mechones oscuros de la guerrera en todas las direcciones—Buenas noches—pronunció Xena lentamente, en un esfuerzo de sonar amable. —Hola. Buenas noches, muchachas—el educadamente la punta del gorro.

capitán

se

tocó

—¿Se espera mal tiempo?—la guerrera hizo un gesto hacia la vela principal y al trinquete desplegado frente a ellos, los cuales ondeaban con la brisa. —Sí— el capitán se inclinó a un lado y escupió mascadura de tabaco en una pequeña lata, usando la mano para taparse del viento y evitar salpicar a su compañía, perdiendo la oportunidad rara de tener una charla nocturna. Y con dos mujeres atractivas como estas—Ha pasado otro buque de carga hacia Grecia hace como una marca. Dicen que hay borrasca ahí delante. —Me lo imaginaba—Xena miró a su alrededor—¿Eres el único capitán a bordo? —Sí. Ese soy yo—el anciano sonrió, con la cara arrugada bajo una larga barba blanca—Tomo el timón de noche y mi primer oficial lo toma durante el día. —Bueno—la guerrera continuó hablando lentamente—Si necesitas ayuda, yo misma soy un capitán con experiencia. —¿Lo eres?—el capitán apreció el cuerpo vestido de cuero antes de reír entre dientes—Pensaba que probablemente serías más un luchador, especialmente después de la forma en que me amedrentaste para meteros en mi barco—el timbre de su voz no contenía malicia, era más una burla amistosa. —Siento eso—Xena suavizó sus facciones—Tengo una importante misión que cumplir en Egipto. Estaba un poco desesperada. —¿Qué clase de misión?—una ceja poblada y blanca se alzó, en cuestión. —Ahí es donde podía entrar la parte del luchador—la guerrera esbozó una sonrisa fiera. —Así que eres guerrera y marinera—el capitán le devolvió la sonrisa con descaro—¿En qué más eres buena? —Tengo muchas habilidades—ronroneó Xena, alzando una evasiva ceja. —¿Sí, eh?—el capitán se giró para mirar a Gabrielle—¿Y qué hace ella? —Ella—la guerrera le guiñó un ojo—es mi primer oficial.

El capitán le devolvió el guiñó, comprendiendo, antes de estirar un brazo—Me llamo Ronan, ¿y vosotras? —Xena—la guerrera agarró el brazo ofrecido con un fuerte agarre y adelantó a su compañera ligeramente con el otro—Y esta debería ser Gabrielle. Ronan frunció el ceño—¿La Xena? ¿La princesa guerrera? ¿Esa Xena? Xena suspiró—Sí. Esa Xena. Él miró a Gabrielle con expresión seria—Entonces, tu deberías ser Gabrielle, la bardo, ¿sí?—la sonrisa descarada volvió a su rostro. ¿Eh? Los ojos de la bardo se abrieron de golpe con la sorpresa. Eso es un cambio. Estaba tan acostumbrada a que la gente se sorprendiera ante Xena sin darse cuenta siguiera de quién era ella —Um…sí. Lo soy— Gabrielle se sonrojó mientras una guerrera divertida la miraba, disfrutando la rara ocasión de intercambiar papeles, mientras su compañera experimentaba el recibimiento que normalmente recibía ella a dondequiera que fueran. —Sí. He oído algunas de tus historias por otro bardo. Dijo que estudió en la academia de Atenas mientras tú estuviste allí—Ronan se mesó los bigotes—Buenas historias, sí señor. Sobre aquí tu compañera, y sobre Hércules. —Oh. ¿Y dónde escuchaste esas historias?—Gabrielle sonrió, apretando inconscientemente más su agarre sobre la cintura de la guerrera. —Irlanda—los ojos de Ronan tomaron una mirada soñadora—Ese es mi hogar. Conocí a Hércules, sabes. Y a la señora de la que está enamorado. —¿Qué?—dijeron la guerrera y la bardo al unísono. Tengo que ponerme al día con Herc, reflexionó Xena. —Sí. Poquita cosa. Luchadora. Y diminuta. Pelirroja y pelo corto y unos brillantes ojos verdes, casi como los tuyos, muchacha—el capitán miró atentamente los ojos de la bardo—Morrigan, se llamaba. Hércules había ido a Irlanda por una…misión, lo llamó él. Yo capitaneaba el barco de vuelta a Grecia. Se despidieron en el muelle. Yo pensaba que nunca la dejaría ir, pero al final lo hizo. Creo que de hecho lo vi quitarse una lagrimita mientras salíamos del puerto. Después, unos meses más tarde,

Morrigan abordó mi barco para ir a Grecia. No estoy seguro de lo que pasó después de eso. Mmm. Definitivamente, tengo que ponerme al día con Herc. Me alegro de que haya encontrado a alguien, después de todo lo que pasó con Serena. —Así que, ¿cómo has acabado levando mercancía a Egipto?— Xena cambió de tema disimuladamente. —Solía hacer rutas regulares entre Grecia, Galia, Britania e Irlanda. Pasajeros, mercancía, ganado, cualquier cosa con la que ganar algún dinar. Entonces conocí a algunos espartanos y me contrataron para llevar mercancía ida y vuelta a Egipto. Tenían el barco, pero estaban cansados de hacerlo ellos mismos, así que llegué a un acuerdo con ellos que me hace ganar mucho más que los antiguos bolos. El barco es espartano solo de nombre. No hay espartanos a bordo. —Ya ve—asintió la guerrera. Me lo imaginaba. —Bueno, buenas noches. Solo hemos venido a respirar un poco de aire. —Sí. Y buenas noches a vosotras, muchachas—Ronan volvió a tocarse el gorro antes de inclinarse para escupir otra vez. La guerrera y la bardo volvieron a la barandilla, donde después de una media marca de aire fresco del océano, el estómago de Gabrielle se asentó considerablemente. Xena pasó el rato en reflexivo silencio, ojeando las murallas de nubes con creciente preocupación que hacían erizarse el vello de su nuca. Envolvió con más firmeza los hombros de Gabrielle con su brazo, cerrando el manto de la bardo sobre su pequeño cuerpo. La bardo sintió la tensión en el cuerpo de su compañera y observó los tensos rasgos de su compañera de perfil—Xena, ¿qué pasa?—Gabrielle seguía presionando con fuerza los puntos de presión de su muñeca. —No me gustan esas nubes—la guerrera acarició distraída el grueso material del brazo de su compañera—Las tormentas y la navegación no pegan bien. Hacen la navegación imposible, y…—dejó morir la frase mientras veía crecer el miedo en los ojos de Gabrielle. El tsunami. Maldita idiota. Ahí estás, matándola de miedo. No puedo creer que ninguna de las dos se haya subido a un barco después de sobrevivir a aquello. Hizo un esfuerzo consciente por aligerar su voz y formar una media sonrisa—Pero no hay por qué preocuparse. Solo significa que el viaje nos va a llevar un poco más de tiempo. Que será un poco más incómodo. A pesar de eso, llegaremos bien a Egipto. No hay problema.

—¿Estás segura?—la voz de la bardo temblaba. —Sí—Xena miró a su alrededor—Oye. Podemos pasar el resto de la noche aquí. La tripulación está bajo cubierta. Vamos—tiró del brazo de la bardo, guiándola hacia la proa del barco. La guerrera husmeó en los botes salvavidas que estaban atados a la barandilla, cogiendo un par de cojines que servían como flotadores, junto con una lona impermeabilizada. Poco sabía que la lona se convertiría en su mejor amiga los próximos días. Se dirigió hacia la parte delantera del barco, donde la proa se juntaba sobre sí misma, tirando los cojines al suelo y haciendo un gesto hacia la cubierta—Vuestra cama descubierta, majestad, tal y como pedisteis. Gabrielle sonrió y se desplomó sobre la superficie dura de madera, dejando su cabeza sobre uno de los cojines—¿Te pones conmigo?— palmeó el otro cojín. Xena esbozó una sonrisa torcida y se quitó la funda de la espada, dejándola a su lado mientras se estiraba al lado de su compañera, tirando la lona sobre ellas y metiendo los bordes bajo sus cuerpo para evitar que el viento la levantara—No es tan mullido como las pieles, pero tu estómago lo agradecerá. —Oh, sí. Seguro que sí—la bardo se acurrucó contra el costado de la guerrera, sin importarle siguiera la armadura que tenía contra ella mientras dejaba su cabeza contra el ancho hombro de su compañera—Ahí abajo, cada vez que intento tomar aire profundamente para sentarme el estómago, como me dijiste, acabo aspirando esencia pura de estiércol de vaca. No cumple su función. —Siento que te sea tan difícil—la guerrera besó la cabeza rubia. —Viviré. Son solo un par de días, ¿verdad? No hubo respuesta. —¿Xena? Oh, Tártaro. —Con buen tiempo, sí. Si hay tormenta…bueno, podríamos tardar un poco más—la guerrera sintió tensarse sus músculos de nuevo, anticipando la reacción de su compañera. No fue decepcionada. Gabrielle se sentó erguida, mirando a su compañera fijamente con una mirada asesina y pinchándola con el

dedo en el escote, justo encima de la armadura— ¡¿Cuántos…días…más?!—un pinchazo más, para mayor énfasis. —No lo sé seguro—la guerrera atrapó suavemente el dedo, tirando de él para mordisquearlo juguetonamente, y observar con alivio cómo su compañera sonreía, a pesar de sí misma. —Ven aquí—tiró de Gabrielle hacia ella de nuevo—Vamos a dormir un poco, ¿de acuerdo? Quizás sea la última noche decente que tengamos en un tiempo, pensó con remordimiento. —Xena—la bardo dejó lentamente su cabeza contra su almohada humana—La próxima vez que tengas que coger un barco, átame para que no pueda seguirte, ¿vale? —¿Me estás tomando el pelo?—rio Xena entre dientes—¿Y enfrentarme a tu furia cuando vuelva? Oh, no, bardo mía. Te prometí que nunca volvería a dejarte atrás, y yo no rompo mis promesas. Si te quedas atrás, será por tu propia voluntad. Aunque atarte podría ser divertido—unos largos dedos hicieron cosquillas en el torso de la bardo. —¡Eh!—la bardo se retorció hasta que las cosquillas cesaron—Pensaba que no te iba eso. —Dije que no me iban las cadenas y los látigos—gruñó la voz grave—Me gusta el placer, no el dolor. —¿Atarse puede dar placer?—las cejas rubias se fruncieron por la confusión en la oscuridad. Una profunda carcajada fue su respuesta, mientras la guerrera la besaba fugazmente en los labios. Hummm. Supongo que sí. Quizá lo descubra algún día. Gabrielle se acurrucó—El balanceo no es tan fuerte aquí arriba. —Eso es porque estamos en un extremo del barco. Es más compacto aquí, y no lo sientes tanto como al final, o abajo. De hecho, cuanto más bajes, más sentirás el balanceo. —Oh—la bardo cerró los ojos—Buenas noches, Xena. —Buenas noches, cariño—la guerrera besó la cabeza rubia una vez más y permitió, de mala gana, vagar a la duermevela, entre el sueño y la consciencia, con parte de su cerebro teniendo constancia permanente de lo que pasaba a su alrededor.

—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?—una risa grave y sonora resonó por la cubierta del barco. Los ojos de Xena se abrieron de golpe, e inmediatamente fueron golpeados por la luz del amanecer. Maldita sea. Me he quedado dormida. Obligó a sus ojos a abrirse de nuevo y vio la cara del fornido marinero que las miraba lascivamente, con sus mejillas y mentón cubiertos por una barba de una semana, y sus dientes, o los pocos que tenía, de un feo tono amarillo. —Eh, chicos, tenemos un par de bellezas a bordo. Parece que vamos a divertirnos un poco—se movió un poco, inclinando la cabeza para tener un mejor ángulo de visión de la aun profundamente dormida bardo. — Excelente—se lamió los labios mientras un poco de baba le caía por la barbilla. —Igual que como tú deberías comportarte—la guerrera apartó la lona y estuvo de pie al instante, con la espada fuera de la vaina mientras la giraba un par de veces en la muñeca para asumir una posición de defensa. —Xena…qué…oh—Gabrielle retrocedió todo lo que pudo antes de ponerse de pie y coger los sais de donde los había dejado, para evitar pinchar a su compañera mientras dormía. También adoptó una pose defensiva tras la guerrera, con los pies bien separados para mantener el equilibrio frente al balanceo del barco, mientras sus ojos miraban con tiento la espalda de Xena, esperando a ver qué pasaba. —Oh. Queréis pelear antes de pasarlo bien. Muy bien—el marinero desenfundó su propia espada, un alfanje—Podemos hacerlo así—. Embistió de frente, sorprendido ante la fuerza del mandoble de la guerrera, que le obligó a retroceder a espacio abierto. —Luchando es como yo me divierto—sonrió Xena con maldad, obligándole a retroceder más y haciendo círculos a su alrededor, con su espada aquí y allá, y la otra mano extendida mientras observaba al resto de los marineros por su visión periférica desplegarse a su alrededor, mientras mantenía su atención en su principal atacante. El marinero avanzó de nuevo, esta vez blandiendo la espada por abajo, y perdiendo el equilibrio cuando la guerrera saltó sobre el filo y dio una

voltereta sobre él, aterrizando a su espalda. Cayó de rodillas y se giró rápidamente, sorprendido, mientras Xena sacudía la cabeza de un lado a otro y reía profundamente—Vas a tener que hacerlo mucho mejor. El rostro barbudo adquirió una expresión iracunda—¡Ayudadme, chicos!—bramó mientras se ponía de pie, con sus mejillas rojas infladas por el esfuerzo de blandir la espada a ciegas, avanzando, mientras los otros seis o siete se le unían con sus espadas, dagas o garrotes, o cualquier cosa que pudieran coger como arma. La guerrera se encontró rodeada, y miró arriba, atrapando una cuerda que colgaba del mástil. Envolvió las manos con la cuerda y alzó el vuelo, sujetándose con fuerza y balanceándose formando un amplio arco mientras pateaba la iracunda multitud, enviando a varios de ellos volando en todas direcciones, con las armas desperdigadas por la cubierta mientras sus cuerpos aterrizaban con un ruido sordo sobre los tablones de madera. El primer atacante volvió para vengarse, y ella cayó sobre él, obligándole a retroceder y rodear la cubierta mientras pasaba al ataque, ejecutando con precisión estocadas nacidas de años de entrenamiento, imaginándose cualquier escenario de lucha posible mientras practicaba, de manera que, una vez en materia, pudiera estar preparada para cualquier cosa. Rio de nuevo, obviamente disfrutando, y miró hacia atrás para ver a su compañera deshacerse fácilmente de otro atacante con sus sais, golpeando tan rápido que la pequeña daga era un borrón en manos de la bardo. Esa es mi chica. Xena sonrió y se centró, dándose cuenta de que uno de los marineros se había recuperado y se le acercaba por un lado. Sin perder detalle de sus pasos, giró sobre sus rodillas justo cuando él la embestía, y él salió disparado de espaldas por encima de la barandilla, aterrizando con un sonoro estallido en el agua de abajo. La guerrera puso los ojos en blanco. —¡Hombre al agua!—su voz resonó mientras continuaba atacando. Mientras subía y bajaba, paraba y embestía, pateaba y giraba, se dio cuenta de que estaba mano a mano con los marineros que había ahuyentado anteriormente, mientras continuaba luchando con el hombre más grande que había iniciado todo el asunto. Al girarse de nuevo, siguió escuchando los rápidos golpes metálicos de los sais de Gabrielle mientras luchaba contra su oponente, quién atacaba a la bardo con un pequeño sable. Xena se giró para plantar una patada giratoria en la garganta de su atacante, y miró de nuevo para ver otro marinero acercándose peligrosamente a su compañera,

deslizándose por detrás de la bardo con una daga de aspecto sanguinario y filo serrado en la mano. Con horror, la guerrera se dio cuenta de que la bardo estaba tan concentrada en el hombre que tenía enfrente que no tenía ni idea de que estaba a punto de ser atacada por detrás. En un instante, Xena pateó la ingle de su atacante y, al mismo tiempo, sacó el chakram y lo lanzó, cortándole la cabeza limpiamente al hombre que estaba detrás de Gabrielle, enviando una riada de sangre caliente sobre su sorprendida compañera y el hombre contra el que luchaba. Gabrielle aulló al sentir la pegajosa y cálida sustancia golpear su espalda y hombros, y el barco se balanceó, haciendo rodar la cabeza decapitada entre sus piernas, hasta que se detuvo con un golpe sordo a los pies del hombre que la atacaba. Miró hacia abajo, aullando, y después se desmayó. Su espada cayó con un repiqueteo en la cubierta y después se deslizó por los tablones de madera hasta detenerse a un costado del barco. Los demás marineros miraron a su amigo muerto y, lentamente, uno por uno, comenzaron a bajar las armas y retroceder hasta que solo el primer atacante quedó dispuesto. Continuó intentando luchar con la guerrera, quién decidió que ya había tenido suficiente. Se lanzó a una experta combinación de maniobras y, finalmente, consiguió fintar la espada de su adversario, colando su hoja bajo la suya y cayendo sobre una rodilla. Lanzó la espada hacia arriba sobre su hombro, con todas sus fuerzas mientras completaba el giro, golpeando el arma, haciendo que él girara el brazo y obligándole a soltar la espada o rebanarse a sí mismo. El sable voló por el aire, convirtiéndose en una ofrenda silenciosa a Poseidón. Xena se levantó, y esta vez no sonreía. Avanzó lentamente, apuntando al gran marinero con la punta de la espada mientras la agitaba frente a su cara—¿Has tenido suficiente o quieres acabar con ese amigo tuyo de ahí?—la guerrera inclinó la cabeza hacia la parte principal de la cubierta, donde ahora corría libremente la sangre. —Pr…por favor…N…no…yo…No quería haceros daño. En serio—el aterrorizado hombre cayó de rodillas y juntó sus manos en su pecho— Solo quería divertirme un poco, es todo—la mandíbula cubierta de rastrojo temblaba de miedo. —Sabes—Xena se inclinó hasta que su cara estaba a milímetros de la del marinero, oliendo su aliento, pensándoselo mejor y echándose

hacia atrás. Le puso la punta de la espada en la garganta, lo justo para aplicar una leve presión—No es divertido, a no ser que todos los implicados en el juego quieran jugar. Ahora…—se giró, haciendo un lento círculo, mirando fijamente a los testigos con una mirada letal, sus labios curvados en un gruñido—…mi compañera y yo no tenemos intención de jugar a nada con ninguno de vosotros…o, en resumen, estar cerca de cualquiera de vuestros apestosos y repugnantes pellejos. Así que…tenéis dos opciones: O nos dejáis en paz, o acabáis como el camarada. ¿Me captáis? Un coro de mudos asentimientos afirmó que los marineros comprendían, mientras la mayoría de ellos encontraban repentinamente muchas razones para dirigirse a la popa del barco o bajo cubierta. La guerrera suspiró con silencioso alivio mientras se permitía relajarse un poco. Volvió al centro del barco y recuperó la vaina, asentándola a su espalda antes de deslizar la espada dentro. Desde allí, se dirigió en silencio a un bote salvavidas, al cual había ido a parar el chakram, astillando la madera y atravesándolo de parte a parte. Con un tirón y un gruñido, sacó el arma del hueco y limpió la sangre distraída con un trozo de lino que había dentro del bote. En lugar de ponerlo en su sitio, se dirigió a la barandilla, inclinándose sobre ella con un pie contra la misma mientras dejaba su peso contra sus antebrazos, estudiando el chakram mientras lo sostenía con ambas manos. Descuidadamente lo giró entre sus manos hasta sentir una pequeña mano en su hombro. Sin pensar, se apartó del contacto y lo lamentó inmediatamente. —Lo siento—no pudo mirar a los ojos verdes. Aún no. Gabrielle tomó aliento profundamente y apartó el dolor que esa pequeña acción había causado. No es por ti. —¿Estás bien? Su primera muerte desde… —Ese bote salvavidas era la única cosa entre esto y el mar—Xena continuó mirando el brillante objeto—Me alegro de que estuviera ahí. Odiaría perderlo. —Habrías ido detrás de él—la bardo sonrió mientras una tímida sonrisa aparecía en el atormentado perfil. —Sí—la guerrera, finalmente se giró para mirar por encima del hombro de Gabrielle, al agua—Supongo que sí—. Dejó escapar un suspiro que contenía un matiz de risa antes de obligarse a mirar al rostro de su

compañera. Que estaba cubierto de sangre. —Oye. Vamos a buscar un cubo de agua y a limpiarte eso—empezó a moverse y fue detenida por la misma mano pequeña de su hombro. Esta vez no se apartó. —Xena. Me has salvado la vida. No tienes que sentirte mal por eso—la bardo acarició dubitativa el firme bíceps que sostenía. La guerrera bajó la mirada, a sus pies, y se inclinó de nuevo contra la barandilla, colocando el chakram en el proceso. —Es justamente eso— miró rápidamente la cara preocupada de su compañera antes de bajar la mirada de nuevo—No me siento mal en absoluto. Vale. Los engranajes mentales de Gabrielle comenzaron a girar—Sí, sí lo haces. —No—la voz de Xena era tenaz. —Sí. Sí que lo haces. Te sientes mal porque no te sientes mal—la bardo continuó el leve movimiento de sus dedos contra la piel suave de la guerrera. ¿Eh? Dioses. Tiene razón. Xena metió la cabeza entre sus manos alzadas. —Xena. Crees que yo espero que te sientas culpable, o mal, por matar a ese hombre, ¿verdad? Un silencioso asentimiento de reconocimiento de la cabeza morena, que seguía oculta entre los largos dedos. —Bueno, pues no lo hago—Gabrielle sonrió mientras los ojos azules miraban tímidamente hacia ella. —¿No?—una ceja oscura se arqueó con descrédito. —No. Si le hubieras matado a sangre fría, sí. Pero te conozco—la bardo ahuecó una mano contra la torneada mejilla, acariciando con su pulgar la piel bronceada—Incluso en medio de tu propia pelea, me estabas cuidando. Y a pesar de eso, miraste, me viste en peligro, evaluaste la situación y lanzaste el chakram, sabiendo que tú único blanco claro era su cuello, porque si hubieras intentado darle en cualquier otro sitio, me podrías haber dado a mí. Y si no le hubieses matado, probablemente él me hubiese matado a mí. ¿Tengo razón? Los ojos de Xena se entornaron mientras repasaba la escena en su cabeza y, de repente, una sonrisa genuina cruzó su rostro—Sí. Eso fue exactamente lo que pasó.

—Entonces no deberías sentirte mal por eso, y yo no espero que lo hagas. Al contrario, me alegro de que lo hubieras parado. Tal vez no estaría aquí si no lo hubieras hecho—. Se inclinó y besó la frente de la guerrera—Ven aquí—tomó una de las largas manos y llevó a su alma gemela a la parte más adelantada del barco, donde habían dormido, tirando de ella hasta que ambas estuvieron sentadas una al lado de la otra, con sus piernas estiradas frente a ellas mientras se recostaban contra el casco mientras sus hombros se tocaban. La guerrera alzó la vista brevemente y apreció que los marineros estaban ocupados fregando la cubierta, mientras uno de ellos arrojaba ceremoniosamente el cuerpo decapitado sobre la barandilla antes de agarrar la cabeza a regañadientes y tirarla tras él. Uuugh. —Me alegro de que hayamos zafado de limpiar. Gabrielle arrugó la nariz—Sí. Xena—. La bardo entrelazó sus dedos con los de su alta y severa compañera—Cuando morimos, fue una experiencia muy profunda. Y nos cambió, en parte. Como esto—sonrió y sostuvo sus manos entrelazadas antes de dejarlas caer entre ellas de nuevo—Y como el hecho de que, a cierto nivel, ya no tengo miedo de morir porque sé qué esperar. Excepto que no quiero dejarte atrás. O que me dejes atrás—sonrió de nuevo. —Yo tampoco—la guerrera apretó la mano pequeña que sostenía. La bardo le devolvió el apretón—Pero hay cosas que no han cambiado. Tú y yo seguimos siendo, básicamente, las mismas personas que éramos antes. Sigues siendo una guerrera. Y yo sigo siendo una bardo. No te sentías mal por las muertes inevitables antes de morir, y no deberías castigarte porque eso no haya cambiado. Una vez me dijiste que, como guerrera, si no conseguías las muertes estrictamente necesarias cuando se presentaban, entonces tenías que encontrar otra cosa que hacer. ¿Quieres dejar de ser una guerrera? —Um…no. Creo que es una parte integral de mi camino en la vida— Xena miró a su compañera—Es una segunda vida, supongo pero yo la siento como si fuera una continuación de la primera, así que mi camino seguiría siendo el mismo, en esencia. Excepto que mi camino principal ahora eres tú. El camino del guerrero es secundario. Pero a veces es como si fueran juntos. —Entonces sé una guerrera, Xena—Gabrielle alzó sus manos y plantó pequeños besos en los nudillos cubiertos de cicatrices de su

compañera—Y sé mi amante. Porque estoy enamorada de ti. Y de todo lo que eres. Así que si eres una guerrera, te quiero. Y si llega el día en que dejes la espada, seguiré queriéndote. Xena se inclinó para besar el hombro que tenía contra el suyo. Su corazón se sintió repentinamente más ligero, redimido una vez más de una forma que solo su alma gemela podía lograr. —Te quiero—Se sentó de nuevo y apreció el cuerpo cubierto de sangre de su compañera— Ahora, vamos a lavarte—. Se levantó y le ofreció a su compañera una mano para levantarse. La guerrera recogió un cubo atado a una cuerda y lo tiró por la borda, llenándolo de agua salada y alzándolo de nuevo. Encontró unos cuantos trapos relativamente limpios en uno de los botes salvavidas y trabajó rápidamente para eliminar la sangre seca de las partes expuestas de la espalda, hombros, brazos, piernas y rostro de la bardo. Dio un paso atrás. —Creo que esta túnica es historia. Vamos abajo a que te cambies. No sé qué podemos hacer con tu pelo a no ser que me dejes echarte el cubo de agua por encima. Quizá tengamos que esperar hasta que podamos bañarnos de verdad—justo en ese momento, un ruidoso trueno resonó en el cielo, seguido de varios rayos que formaban telarañas en las nubes. De repente, los cielos se abrieron y se encontraron en medio de una lluvia torrencial—Supongo que vas a acabar duchándote, después de todo. —Oye—la bardo miró abajo y se dio cuenta de que su camisa de dormir se estaba empapando rápidamente. Y transparentando—Creo que tengo que ir a cambiarme. Rápido. —No sé—Xena inclinó la cabeza mientras una sensual sonrisa jugaba en sus labios—Unos cuantos minutos y creo que voy a disfrutar de las vistas mucho más que ahora. —Quizás sí—Gabrielle sonrió con coquetería—Pero ellos también— Inclinó su cabeza sobre su hombro, hacia la abigarrada tripulación contra la que acababan de luchar. —Buen punto—la guerrera se inclinó y recogió el manto de su compañera del banco donde lo habían dejado la noche anterior— Toma, ponte esto. —¿Te da miedo que esos marineros echen un vistazo mientras andamos?—rio la bardo.

—Y que lo digas. No me gusta compartir. Ni siquiera las vistas de las que disfruto tanto cuando estamos solas—Xena colocó el manto alrededor de su amante y envolvió un brazo protector a su alrededor, dirigiéndola hacia las escaleras que llevaban a la cubierta de abajo y ayudando a la bardo a mantener el equilibrio por la resbaladiza cubierta, que también se balanceaba bastante más que antes; y guiándola por los peldaños metálicos descendentes hacia la oscuridad interior. Cuando alcanzaron su camarote, la guerrera abrió la puerta y miró atentamente dentro, para asegurarse de que nadie había invadido su espacio en su ausencia. Entró y la bardo la siguió, deshaciéndose del manto y de la camisa empapada de lluvia en cuanto se cerró la puerta. Gabrielle fue hasta sus bolsas y sacó una pequeña toalla para secar su cuerpo húmedo. Y se encontró envuelta desde atrás en unos largos brazos que comenzaron una concienzuda exploración de su torso desnudo mientras la guerrera mordisqueaba y besaba su nuca. —Mmmmmmm—la bardo cerró los ojos y se inclinó hacia atrás, frunciendo el ceño al notar la fría armadura contra sus omóplatos. Se giró y empezó a desabrochar la armadura, esperando que Xena invocase su norma. Las manos de la guerrera continuaron vagando y tentando la piel desnuda de su parte delantera mientras Gabrielle quitaba la armadura y después desataba los cueros y los dejaba caer. Sonrió y después se enterró contra el musculoso y alto cuerpo, inhalando profundamente la esencia especiada que era Xena— ¿Suspendes tu norma? Cuando empezaron a desarrollar un contacto físico más íntimo, a comienzos de su relación, la guerrera había decidido que en situaciones potencialmente peligrosas podrían hacer el amor, pero solo Gabrielle podría desnudarse, y básicamente sólo Gabrielle podría recibir la mayoría de las atenciones. Xena arguyó que sí eran atacadas durante una situación comprometida, si al menos ella estaba vestida y tenía los sentidos razonablemente despejados, podría ser capaz de protegerlas a ambas. La bardo a veces intentaba tentar los límites de esa regla, pero como mucho, conseguía que la guerrera se aferrase firmemente a su norma. —Bueno—Xena deslizó sus manos suavemente sobre la musculosa y suave espalda mientras inclinaba su cabeza y mordisqueaba un lóbulo convenientemente colocado—Me imagino que después de la demostración que acabamos de hacer ahí arriba, probablemente nos dejarán en paz un rato—la guerrera se estiró por detrás de su

compañera, cogiendo sus pieles de dormir del pequeño catre y tirándolo al suelo. —¿No me vas a enseñar cuán creativa puedes ser en una cama pequeña, eh?—la bardo se burló de ella mientras probaba una extensión salada del hombro de la guerrera, y después se movía hacia arriba, compartiendo un largo y exploratorio beso con su compañera. —No—la voz de Xena vibraba con gravedad en su pecho—Voy a enseñarte lo creativa que puedo ser en el suelo de un barco balanceándose—la bardo jadeó cuando un fuerte muslo se deslizó entre sus piernas, y la guerrera la urgió a tumbarse sobre las pieles— Nunca has hecho el amor en un barco, ¿verdad, Gabrielle? —Um…no—la voz de la bardo rechinó mientras se hundía en las suaves pieles y los labios de su compañera se cerraban alrededor de una zona particularmente sensible. —Es…um…—Xena rio sensualmente mientras envolvía sus brazos alrededor de su compañera y besaba su camino descendente por el torso de Gabrielle, sintiendo los firmes músculos del estómago de la bardo contraerse ante su tacto—…una de las cosas que más pueden incrementar el placer de las que hablábamos en aquella cueva. Tiene que ver con el movimiento del barco. —Ya…veo—suspiró la bardo y después se estremeció, cuando la guerrera se puso manos a la obra. Sería su último momento agradable antes de llegar a Egipto.

Xena se despertó inmensa en un placentero enredo de cuerpos y extremidades. Sonrió y besó el hombro desnudo que tenía presionado contra el pecho, y la bardo murmuró incoherencias en sueño, acurrucándose más contra la larga figura de la guerrera. Xena agudizó los sentidos y entonces frunció el ceño, al darse cuenta de lo mucho que había aumentado el movimiento del barco desde que habían bajado. Con cuidado se deshizo del agarre de los brazos y las piernas de su compañera y se puso de rodillas, tomándose un momento para estabilizarse, y entonces decidió que sería mejor vestirse lo más posible antes de ponerse de pie.

—Hola—dos ojos verdes se abrieron lentamente y Gabrielle se giró para sentarse. —¡Eh!—se cayó de espaldas justo cuando el barco se inclinaba bruscamente hacia un lado, y los ojos se ensancharon por el miedo—Xena…¿qué pasa? —Shhh—la guerrera se inclinó para acariciar la rubia cabeza en un movimiento tranquilizador—La tormenta ha empeorado un poco, es todo—. Xena se sentó de nuevo, atándose las botas y acoplando la armadura de las piernas detrás de las rodillas antes de levantarse y atarse la vaina de la espada con una mano mientras se sujetaba a un poste para mantener el equilibrio con la otra. —Vístete lo mejor que puedas. Voy a subir para comprobar que todo está bien y después volveré. Em…ponte algo más grueso que una túnica, por si acaso tuviéramos que salir deprisa o algo así. La bardo asintió con entendimiento mudo y se sentó, estirándose para alcanzar sus bolsas y sintiendo un agarrón familiar en las tripas—Xena. —¿Sí?—la guerrera se estaba dirigiendo cuidadosamente hacia la puerta del camarote. —Si encuentras alguna, mejor será que traigas una palangana o algo así. —¿Eh?—Xena estudió el rostro de la bardo y se dio cuenta de que se estaba volviendo de un tono ligeramente verde. —Oh. Usa los puntos de presión. Y sigue poniéndotelos mientras vuelvo. Toma—le alcanzó los sais que estaban sobre el petate—Úsalos si es necesario. —Está bien—Gabrielle alzó la vista y se mordió el labio—Xena. Ten cuidado. —Siempre—la guerrera sonrió y después desapareció, cerrando la puerta firmemente tras ella. Le llevó un rato llegar a cubierta, ya que se veía empujada de un lado a otro del pasillo, hasta que se acostumbró al balanceo del buque y pasó de una pared a otra hasta que alcanzó el último tramo de escaleras que tenía que superar para subir a la luz del día. O lo poco que pudo atisbar por el ojo de buey encima de ella. Agarró el peldaño que tenía a la altura del pecho mientras posaba vacilante el pie en el escalón más bajo, y sintió una ráfaga de agua golpearla en la cara. Emergió en una cubierta arrasada por el agua y la lluvia, con las olas rodeando el barco a cuatro y hasta seis metros de altura. Los marineros

se azuzaban entre ellos en varias posiciones por toda la cubierta, mientras trabajaban con las poleas, cubos y las velas, mientras el capitán gritaba órdenes regularmente para dar bordadas, intentando mantener el rumbo con el viento cambiando de dirección constantemente. El primer oficial había trepado con valentía hasta la cofa, donde estaba asegurado con una cuerda y oteaba el horizonte cubierto de agua agitada, en busca de algún peligro u obstáculo. La guerrera consiguió esbozar una sonrisa internamente, incluso frente al peligro. Al menos, Ronan parece saber lo que hace. Se dirigió al centro del barco, golpeando la cubierta mientras la voz del capitán resonaba mientras ordenaba bordar, y el estrepito del trinquete ondeando pasaba a centímetros de su cabeza. Xena reptó a cuatro patas el resto del camino hasta estar segura, y se levantó cerca del capitán. —¿Qué pasa?—entrecerró los ojos para protegerlos de la lluvia. —Sí. Las he visto mejores—Ronan se giró y sonrió—Pero también las he visto mucho peores, muchacha—. Giró con destreza el gran timón— ¡Bordad!—los marineros se lanzaron a la acción ante la orden firme. —¿Alaguna idea de dónde estamos?—Xena se estremeció, recordando los días en los que vagaba sin rumbo en su propio barco, acabando a leguas de distancia de donde quería ir cuando finalmente conseguía ver el sol o las estrellas para guiarse. Ronan sonrió mostrando todos sus dientes, escupiendo mascadura sin molestarse en usar la lata con el fuerte viento y la lluvia. Se giró de nuevo—Sí. Tengo un juguete nuevo—señaló un aparato de latón, grande y redondo, que estaba sujeto a un pequeño atril cerca del timón. La guerrera se acercó, sujetándose a un poste cercano para mantener el equilibrio mientras observaba con curiosidad el objeto. La parte de arriba era redonda y planta, cubierta de cristal. Limpió una capa de gotas de lluvia y vio una esfera que giraba de aquí allá. La esfera tenía una flecha en un extremo y varias letras pintadas en la superficie a la que apuntaba—¿Qué es esto?—una ceja negra y curiosa se alzó en cuestión. —Lo llaman compás—el capitán giró el timón de nuevo—Lo compré en Egipto hace tiempo. ¿Ves la flechita? —¿Sí?—Xena estudió la superficie del instrumento de nuevo.

—Siempre apunta al norte. —¿En serio?—la guerrera estaba intrigada—¿Cómo? —No sé exactamente cómo funciona, pero aún no me ha fallado nunca—la sonrisa se ensanchó. —Tiene alguna clase de metal dentro que guía a la flecha hacia el norte. No me gusta depender de las máquinas, y me guiaré por las estrellas y el sol en cuanto tenga oportunidad, pero me alegro de tener este pequeño lujo de vez en cuando, eso te lo puedo asegurar. —Vaya—Xena continuó estudiando el instrumento durante largos momentos. Tengo que hacerme con uno de estos. Se irguió de nuevo, agarrándose al poste—¿Sabes si va a ponerse peor, o cuánto va a durar? —No, muchacha—Ronan escupió de nuevo—No nos hemos cruzado con más barcos desde anoche. Pero llevamos así casi una marca. Ni mejor, ni peor. Mejor será que vayas abajo y salgas de este desastre. —Sí—Xena se giró e hizo una pausa—No lo olvides. Si necesitas un par de manos más, ya sabes dónde encontrarme. —Sí. Entendido, muchacha. Ve a cuidar de tu amiga. Te buscaré si te necesito—el capitán le guiñó un ojo y se irguió para gritar de nuevo— ¡Bordad! Xena buscó en varios camarotes bajo cubierta y encontró un cubo en un armario. Siguiendo el movimiento del barco, se dirigió lentamente a su camarote y abrió la pequeña puerta para encontrar a su compañera vestida con su armadura ligera y acurrucada en una bola sobre el catre, con los ojos cerrados y las manos agarradas con fuerza sobre los puntos de presión en la muñeca, mientras sujetaba firmemente las rodillas contra el pecho. —Hola—la guerrera se arrodilló rápidamente junto al catre y limpió un par de gotas de sudor de la frente de su compañera. Las pestañas rubias se movieron y los ojos se abrieron—Dioses. —Toma. He encontrado esto, por si lo necesitas—Xena dejó el cubo en el suelo, cerca de catre, y después se sentó en el borde, atrayendo el cuerpo pequeño hasta que la cabeza de Gabrielle estuvo en su regazo. Apartó la mano de la bardo de los puntos de presión y se encargó de

hacerlo ella misma, mientras acariciaba lentamente el corto pelo rubio con la otra mano—No vas muy bien, ¿eh? —Um…—la bardo hizo un gesto de dolor mientras otra oleada de náusea pasaba por su vientre. —No—dejó escapar el aliento lentamente mientras pasaba. Xena se inclinó y cogió una bolsa de agua de un gancho en la pared, que había colgado la noche anterior—¿Puedes beber un poco? El agua fresca te haría sentir mejor. Gabrielle casi no bebió ni tres sorbos mientras la guerrera sostenía la bolsa junto a sus labios. —Ugh—su estómago se rebeló y tragó varias veces, manteniendo el agua dentro de su cuerpo por pura fuerza de voluntad—¿Qué hora es? —No estoy segura. Es difícil decirlo sin el sol. Parece que es media tarde, o así—Xena se dio cuenta de repente de que no habían comido nada desde que llegaron al barco la noche anterior. Tenía intención de que comiese algo cuando volvimos después de la pelea. Maldición. Me distraje. —Gabrielle, cielo. ¿Crees que puedes comer algo? La cara de la bardo se volvió gris como un espíritu ante la sola mención de la comida, y su estómago se volvió un poquito más pesado. —Está bien—la guerrera pudo ver la reacción de su compañera— Aunque tienes que intentar comer algo en un rato. Ya hemos hablado de las arcadas secas, y créeme, no es divertido. —Xena—la voz de Gabrielle casi no se oía—Puedo intentarlo, pero no se va a quedar ahí, ya te lo digo ahora. Xena suspiró y se reclinó hasta que sus hombros tocaron la pared del camarote, recolocando con cuidado el cuerpo de la bardo, de forma que su cabeza descansaba sobre el regazo de la guerrera. Continuó aplicando los puntos de presión y acariciando la cabeza de Gabrielle, confiando en que su compañera se quedase dormida. Fue después de anochecer cuando la guerrera aceptó la derrota. Había intentado, sin éxito, que Gabrielle comiese algo. Ella misma se había cambiado a una túnica seca, y había consumido tres raciones de marcha y media botella de agua, mientras la bardo solo había conseguido darle diez sorbitos al agua durante ese tiempo. Xena tenía miedo de que, si la bardo no comía nada, se iba a poner peor, por la debilidad y la deshidratación. Para hacer peores las cosas, Gabrielle no

había dormido, y había pasado el tiempo con pequeñas conversaciones mezcladas con lapsos más largos de tiempo en los que Xena observaba, impotente, a la bardo luchar contra su convulso estómago. No había vomitado, lo que era bueno, pero se sentía fatal. —Gabrielle—la guerrera deslizó su mano suavemente por el brazo bien definido de la bardo—Si pudieras elegir entre sentirte así y estar mojada y al frío, ¿qué elegirías? La bardo se puso de espaldas, con la cabeza aún apoyada sobre el muslo de su compañera, y miró atentamente los ojos azules, confusa. Una pregunta rara. —Mojada y al frío. —Es lo que suponía—Xena se escurrió despacio fuera del catre, reemplazando su pierna por una almohada—Esto es lo que vamos a hacer. ¿Recuerdas dónde dormimos anoche? —Ajá—Gabrielle se puso de lado y observó a su alta compañera, mientras la guerrera comenzaba a ponerse de nuevo sus cueros mojados y su armadura, seguidos de sus botas y armas—Xena, no deberías ponerte eso hasta que no esté seco. —A donde vamos, eso no importa—la guerrera esbozó una meda sonrisa mientras recogía sus bolsas, tirando dentro varias cosas que encontró en un bolsillo de su cinturón, que llenó de raciones de marcha. Se puso una bolsa de agua llena al hombro y después recuperó el manto de la bardo. —¿Xena, qué estás haciendo, en el nombre de Artemisa?—Gabrielle estaba casi segura de que la guerrera había perdido la cabeza—¿Me estás diciendo que vas a ir arriba otra vez? Puedo decirte, por cómo se mueve el barco, que hay tormenta. —Lo sé. Y vamos a ir arriba—la guerrera se acercó y se arrodilló cerca del catre, dejando una mano sobre la frente de su compañera— Gabrielle. Creo que te sentirás mucho mejor arriba. Podemos volver aquí cuando haya cesado el movimiento. Probablemente acabaremos empapadas, pero vamos a intentarlo, aunque sea un rato, para ver si puedes comer algo. Venga. Vamos a ponerte las botas y el manto. Después de unas pequeñas protestas, la bardo obedeció y pronto estuvieron de camino por el oscuro pasillo, con la guerrera sujetando a su fláccida compañera mientras el barco oscilaba y bamboleaba. Cuando llegaron arriba, prácticamente treparon hasta la proa por

insistencia de Xena, que tenía miedo de que Gabrielle perdiera el equilibrio y cayese por la borda. Unos cuantos marineros las miraron, seguros de que se habían vuelto locas, pero las dejaron tranquilas, ya que estaban demasiado ocupados trabajando en el barco. Cuando alcanzaron la proa, la guerrera usó algo de cuerda para atarlas contra el costado del barco, enlazando la cuerda en unos nudos diseñados para eso. Se aseguró de tener los mantos bien colocados sobre ellas, y después echó la lona impermeable sobre ellas, intentando dejar fuera la mayor cantidad de agua posible. Se acurrucaron juntas durante lo que pareció una vida entera, pero solo fueron un par de marcas, y finalmente Gabrielle sintió una mejoría en su estómago. —Xena—la bardo se inclinó, buscando a tientas la cintura de la guerrera—Creo que puedo probar con una de esas raciones de marcha. —Buena chica—Xena hundió la mano en el bolsillo y sacó una, desenvolviéndola y tendiéndose. Estaban totalmente cubiertas por la lona, solo había un pequeño agujero cerca de sus caras para poder ver y respirar. La guerrera estaba segura de que pasaba de la media noche, y sorprendentemente, estaban casi secas. Había tenido la clarividencia de agarrar algunos de los flotadores para sentarse, así que incluso sus posaderas estaban casi secas. Solo sus pies asomaban un poco y se estaban mojando mientras las olas sobrepasaban la proa. La bardo mordisqueó la barra en silencio, una mezcla casera de granos, nueces y uvas pasas que se mantenían juntas gracias a una masa de miel mezclada con trigo que se endurecía para darle forma. Suspiró de contento mientras la muy necesitada comida empezaba a aliviar parte de la debilidad de su cuerpo. Un rato después de haber terminado, se acurrucó con su cabeza sobre el pecho de la guerrera, sus brazos envueltos alrededor del brazo de la guerrera. Su respiración se hizo más profunda y Xena se dio cuenta de que su compañera, finalmente, había conseguido quedarse dormida. Rio entre dientes. Solo Gabrielle podría dormir en una tormenta como ésta. La guerrera se agachó más, sosteniendo firmemente a la bardo contra su cuerpo, e intentó dejarse ir. Después de una marca, reconoció que dormir no era una opción, y besó la cabeza pálida antes de dejar su mejilla sobre ella, permitiéndose al menos hundirse en la calidez y cercanía que sentía de su compañera.

Intentaron varias veces volver al camarote, y cada vez, la bardo vomitaba cualquier comida que hubiera conseguido comer en cubierta. La guerrera finalmente se rindió, y pasaron las siguientes noches y días acampadas en la proa del barco, mientras la tormenta seguía azotando sin remitir un ápice. Estaban empapadas y congeladas, pero por lo menos Gabrielle no se mareaba mientras estuviesen allí arriba. Xena abandonaba de vez en cuando su empapado nido para hablar con el capitán, y siempre volvía poco después para compartir su calor corporal con su compañera, temiendo que la bardo cogiese la enfermedad de la tos por tener demasiado frío. …Y aquí estaban. Xena había empezado a preguntarse si Poseidón se estaba vengando de ella por ayudar a Cecrops. Reflexionó sobre ello y entonces se preguntó si, simplemente, Poseidón se estaría vengando de ella por superar aquel tsunami cuando rescataron a Autólicus de ser vendido como esclavo. Quizás era mi hora y Poseidón está enfadado porque conseguí escapar. O quizás está enfadado porque ayudé a Ulises a escapar de las sirenas. Quizá es por eso que esta tormenta no acaba. —Xena—una mano pequeña trazó círculos sobre el torneado estómago de la guerrera—Siento que estés pasando esto por mi culpa. —No pasa nada—Xena acarició la espalda de su compañera—He estado peor—. El barco se balanceó violentamente de nuevo, y una gran ola pasó sobre ellas. La guerrera escupió un gran trago de agua salada y gimió, bajando la vista—¿Estás bien? —Todo lo seca que puedo—la bardo estaba totalmente bajo la lona, prácticamente acurrucada sobre el regazo de Xena, y la mujer más alta se estaba llevando lo peor de la lluvia y las olas. Un largo grito, seguido de un chapuzón interrumpió sus solemnes pensamientos—¡Hombre al agua!—el grito llegó a ellas con el viendo, y alcanzó los agudos oídos de la guerrera con claridad, mientras que la bardo solo alcanzó a escuchar un zumbido bajo la lona. —Ahora vuelvo—una mano firme envolvió la muñeca de Xena mientras intentaba levantarse. —Xena. No te atrevas a ir al agua detrás de lo que fuera eso, ¿por favor?—el tono de la bardo contenía una nota de súplica—Por favor. —Pero, Gabrielle, yo…

—Me lo prometiste. El bien supremo ha cambiado. ¿Recuerdas?—la mano reforzó su agarre y sacudió el brazo de la guerrera. —Sí. Lo recuerdo—Xena sabía que sería una locura lanzarse al agua, que se levantaba sobre ellos a probablemente dos metros de altura. Quienquiera que hubiese caído, probablemente ya estaba muerto— Déjame por lo menos ver qué ha pasado. Ahora vuelvo. Te lo prometo— . La guerrera besó la cabeza clara y se levantó, teniendo cuidado de ceñir la lona sobre su compañera para mantenerla seca mientras estaba fuera. Caminó hacia el timón, donde el capitán había estado dirigiendo el barco desde hacía tres días, cuando la tormenta estalló—¡Súbete ahí, pedazo de cobarde!—Ronan estaba gritándole a la cara a otro marinero tan grande como él, quién miraba a la cofa mientras sus rodillas temblaban visiblemente. —No, señor, capitán. Déjeme en Egipto si quiere, pero no voy a subir ahí. La guerrera se sujetó a un poste y miró la cofa vacía. —¿Dónde está tu contramaestre?—miró atentamente al capital, cuya cara estaba profundamente marcada por la falta de sueño. —Ese maldito idiota desató el arnés para bajar a comer. No pudo esperar a que yo le mandase algo en un cubo. Perdió piel y cayó. Está muerto. No hay forma de poder rescatarlo en medio de este desastre— Ronan señaló al cielo—Ahora ninguna de estas nenazas quiere subir a reemplazarlo. Xena estudió la cofa durante un largo momento. Entendió el peligro. En un abrir y cerrar de ojos, podrían chocar contra otro barco, o rocas. La visibilidad era demasiado limitada para el capitán para ver el peligro desde la cubierta, a distancia suficiente como para evitarlo. Se giró y miró al preocupado hombre—Yo subiré. —Gracias a los dioses—refunfuñó Ronan a su tripulación—Mirad. Mujeres más valientes que todos vosotros juntos. Debería daros vergüenza— escupió una gran mascada de tabaco para más énfasis, casi rozando los pies del marinero más cercano. —Sí. Pero no es como la mayoría de las mujeres—un comentario zumbado de uno de los marineros que pasó desapercibido para todos, salvo para Xena.

—Déjame hablar con Gabrielle un minuto y después subiré—la guerrera volvió con cuidado a la proa del barco, pasando de un agarre a otro hasta que se agachó al lado de su encogida compañera. —Gabrielle—una cara pequeña apareció en la abertura de la lona—El contramaestre ha caído de la cofa. Nadie quiere subir, así que voy yo. —No—la mandíbula de la bardo se disparó hacia arriba, desafiante. —Gabrielle. Tengo que ir—la guerrera bajó la mirada al suelo, incapaz de afrontar los tercos ojos verdes. —No. Podrías caer y morir. Y, por los dioses, Xena, no vas a morir y dejarme aquí sola, en este barco dejado de la mano de los dioses— Demasiado tarde. Los ojos entraron en contacto. Xena sintió caer sus defensas e intentó resistirse, por algo que sabía que tenía que hacer—Pero, Gabrielle, cariño…—la guerrera dejó una mano en el exterior de la lona, donde suponía que estaba el brazo de su compañera—No tengo elección. Si no subo, podríamos chocar y moriríamos igualmente. Tengo que ir. La lona se retiró hacia atrás y la bardo se puso de rodillas, desatando la cuerda con la que estaba sujeta, tan rápidamente que empapó a su compañera. —¿Qué puñetas haces?—Xena se revolvió, intentando poner la lona de nuevo alrededor de la bardo, consiguiendo únicamente un palmetazo en las manos. —Voy contigo—la expresión de la bardo se había endurecido. Hasta un punto que la guerrera reconoció como un desafío contra el que no cabía discusión. —No. Es demasiado peligroso—ojos azules resplandecieron con furia. —Si es demasiado peligroso para mí, también lo es para ti—los ojos verdes centellearon con la misma ira. Libraron una batalla silenciosa entre voluntades hasta que Xena se levantó y caminó a grandes zancadas hasta el mástil principal. Y se dio cuenta de que la estaba siguiendo su terca compañera, quien medio caminaba medio se arrastraba por la resbaladiza cubierta, tras la guerrera. —Gabrielle. Voy…a…subir. Y…tú…no. Ahora, coge tu culo terco y mojado y llévatelo a la proa de nuevo ahora mismo, antes de que te dé un azote delante de todo el mundo—la guerrera se apartó un

mechón empapado de la cara y puso una mano firme sobre el hombro de la bardo. La bardo se giró, con cuidado de apoyar una mano en el mástil para apoyarse, hasta darle la espalda a su compañera. —Adelante—sacudió su trasero—Acaba con esto, porque no voy a ir a ningún sitio que no sea ese mástil, contigo. Xena no pudo evitar reírse antes de tragarse rápidamente su regocijo. — Está bien—. Dioses. Es más persistente que Hera persiguiendo a Hércules. Remató el trasero cubierto de cuero que se le ofrecía con una aguda palmada, antes de envolver la esbelta cintura de su compañera con una cuerda. —¡Au!—saltó Gabrielle—Eso ha dolido. Oh…—la bardo se dio cuenta de lo que estaba haciendo la guerrera—¿Significa eso que he ganado?—. Sonrió sobre su hombro, mientras Xena terminaba de hacer unos nudos, atando firmemente a Gabrielle a su propia cintura. —Sí—la guerrera suspiró, exasperada, antes de encontrar su sentido del humor—Tú ganas. Te he atado, después de todo, aunque estoy segura de que hubiera preferido hacerlo bajo otras circunstancias—. Agitó una ceja antes de ponerse seria de nuevo—Escúchame bien. Yo voy primero. Tú me sigues y coges los mismos agarraderos que yo. Cuando lleguemos arriba, voy a atarnos al arnés que sigue allí, y tú vas a sentarte pegada a mi pecho, entre mis piernas. Y una vez que estemos allí, no te vas a atrever a moverte siquiera. ¿Me captas? —Te capto—la bardo observó vacilante a su compañera, que se agarraba a un asidero, mientras pisaba uno más bajo con el pie. Los peldaños eran escalas de metal, similares a las que usaban en los pasillos del barco, que habían sido clavados profundamente en el mástil de madera a intervalos adecuados para la guerrera, pero ligeramente alejados para su compañera, más baja. Xena empezó a discutir de nuevo al darse cuenta de esto, pero decidió que no tenía sentido. —Ten cuidado. Y tómatelo con calma. Yo misma iré más despacio para darte tiempo. —Está bien—la bardo siguió a la guerrera mientras avanzaba lenta pero segura por el mástil, mirando hacia debajo de vez en cuando para asegurarse de que iba bien. Por su parte, la bardo mantenía los ojos firmemente aferrados a los peldaños que tenía enfrente, negándose a

bajar la vista para no ponerse nerviosa. Estaban a mitad de camino y era demasiado tarde para echarse atrás. Estaban casi en la cofa, y la guerrera estaba empezando a relajarse un poquito. Se estiró para alcanzar el siguiente peldaño cuando el barco se agitó de repente, inclinándose a un lado. El peldaño, se dio cuenta demasiado tarde, estaba suelto, y se le escapó de las manos justo cuando los pies le resbalaron en los peldaños cubiertos de lluvia. Se encontró colgando de una mano, con los pies sobre el vacío, cuando el barco se inclinó profundamente hacia el otro lado, y de repente, cayó, sobrepasando a su temblorosa compañera, quién no encontró tiempo siquiera para gritar. Gabrielle había sentido los inicios de los temblores del barco, y simplemente se había agarrado a los peldaños con más fuerza, presionando su cuerpo contra el mástil y apretando los ojos firmemente al darse cuenta de los problemas de Xena. Pasó muy rápido, pero parecía pasar a cámara lenta, mientras la guerrera gritaba y caía, pasando a la bardo. Gabrielle redobló sus esfuerzos al agarrarse, al sentir a la guerrera parar con un latigazo, sostenida únicamente por la cuerda que estaba firmemente atada a la cintura de la bardo. La guerrera sobrepasaba fácilmente el peso de su compañera en casi veinte kilos, y Gabrielle sintió la presión cuando su cuerpo gritó por la repentina adición de peso a su ya sobreexcitada figura. —Gabrielle—la guerrera se balanceaba para intentar agarrar alguno de los peldaños. Después de varios intentos fútiles, se rindió, sacando la daga del pecho—Voy a cortar la cuerda, así podrás bajar de ahí. —La bardo miró abajo, obligándose a no mirar más allá de la aterrorizada cara de su alma gemela. —No…te…atrevas. —Peso mucho, y al final, acabaremos cayendo las dos—los ojos de Xena suplicaban a su compañera. —No. No lo haremos—Gabrielle se agarró con más fuerza aún a los peldaños, y se obligó a ignorar la punzante cuerda que le oprimía la cintura. —Xena. Guarda esa daga y súbete a este mástil ahora mismo. Porque no me voy a mover hasta que lo hagas. Puedes soltarte, yo iré detrás. Y mi espíritu dará caza a tú espíritu y te atormentará durante toda la eternidad. La guerrera consiguió esbozar una sonrisa torcida y volvió a guardar la daga. Hizo acopio de todas sus reservas y, con el siguiente bamboleo

del barco, osciló hasta el mástil y consiguió agarrarse a dos peldaños justo bajo los pies de la bardo. Trepó hasta tener los pies plantados sobre dos peldaños más y miró hacia arriba—Vale. Trepa. Gabrielle sintió aligerarse el peso de su cintura, y con las piernas sacudiéndose como gelatina, terminó de recorrer la distancia entre ellas y la cofa, arrastrándose a la plataforma y tendiendo una mano para izar a Xena por el borde. La guerrera entró en un humor repetitivo, desatando rápidamente nudos y hebillas, atándolas a ambas al barandal metálico que las rodeaba y después derrumbándose sobre él mientras sentía a la bardo acurrucarse en el lugar señalado, entre las piernas de Xena. La guerrera envolvió su cuerpo sin pensar con sus brazos y piernas, alrededor del pequeño y tembloroso cuerpo, al sentir a Gabrielle rodear su cintura firmemente. —Está bien— el propio cuerpo de Xena temblaba por el esfuerzo y el miedo residual. —Te tengo—la bardo sollozaba contra su pecho. —Te tengo. Todo está bien. Lo hemos conseguido. —Durante un minuto pensé que te perdía—Gabrielle dejó escapar un largo y tembloroso suspiro. —Xena, si no hubiera venido contigo, podrías haber muerto. —Lo sé—la guerrera reforzó su agarre y sintió encogerse de dolor a su compañera—Eh. ¿Estás herida?—testó suavemente los músculos de la espalda de su compañera y Gabrielle gritó de dolor. —Creo que voy a estar muy entumecida mañana—sonrió con remordimiento mientras Xena completaba su examen. —Gracias a los dioses—la guerrera retomó su abrazo sobre su compañera—Tienes los músculos entumecidos, pero la columna está bien. Todo sigue en su sitio. Estoy sorprendida, la verdad, teniendo en cuenta que has tenido mi robusto trasero anclado a ti. —No pasa nada—Gabrielle sorbió—Casi no he notado nada. —Sí. Claro—Xena besó la cabeza rubia. —Creo que te has ganado un súper-ultra masaje completo. Un masaje de verdad. Rieron juntas por la pequeña broma entre ellas. La mayoría de sus masajes acababan siendo preludio de otras actividades placenteras.

—Xena—la bardo alzó la vista, al cincelado rostro—Cuando alcancemos tierra, ¿podemos quedarnos un tiempo antes de volver a Grecia? No creo que mi estómago aguante otro barco tan pronto. —El mío tampoco—la guerrera alzó la vista y se dio cuenta de que la tormenta empezaba a ceder. Miró atentamente al frente, hacia donde asumía que estaba el horizonte, y se dio cuenta que, en la distancia, las olas parecían estar mucho más calmadas. —Oye. Creo que la tormenta está remitiendo. La bardo se limpió la cara con una mano y se movió hasta tener su espalda contra el pecho de Xena. Los largos brazos se doblaron sobre su cintura y las piernas de Xena se recogieron a los lados de los costados de su compañera, sosteniéndola firmemente en su lugar mientras observaban el agua oscura y el cielo sobre ellas. —Qué cerca está aquí arriba, ¿verdad?—Gabrielle se relajó un poco contra el cálido cuerpo que tenía detrás de ella. —Sí—la guerrera besó la pálida cabeza de nuevo. —Solía gustarme sentarme en la cofa de mi barco. Me sentía libre y poderosa aquí arriba. Como si pudiera hacer cualquier cosa—inclinó su cabeza y besó a la bardo en la mejilla—Por cierto, gracias por salvarme la vida. Gabrielle giró la cabeza y le dio un pico a la guerrera en los labios— Después de todas las veces que tú me has salvado a mí, considéralo un pago. La guerrera reflexionó un momento, recordando una vez en que Gabrielle estaba bajo los efectos del beleño, algo que había consumido sin darse cuenta al zamparse una hogaza entera de pan de nueces que había sido envenenada con la hierba. Xena había tenido que rescatar a la bardo de un pozo, y se había convertido en una cuerda humana mientras Gabrielle trepaba por su cuerpo para ponerse a salvo. Me lo pasé bien entonces. Y Gabrielle estaba graciosísima ese día, pensó, y rio suavemente. —¿Qué es tan gracioso?—la bardo giró la cabeza ligeramente hacia un lado. —Estaba pensando. —¿En qué? —En el pozo de Icus.

—Oh—Gabrielle sonrió—Supongo que acabo de probar una dosis de lo que sentiste aquel día. Sabes, Xena…nunca te lo he dicho, pero fue muy dulce por tu parte decirme que disfrutaste de cada minuto de aquello. Debí haberte hecho daño, especialmente en sitios donde tuve que poner las manos para salir. —No. No me hizo daño—la guerrera sonrió ampliamente— Yo…um…disfruté realmente de cada minuto de ello. Especialmente, la vista que tenía por encima. —¿Eh? ¡Oh, Xena!—la bardo palmeó de broma uno de los muslos que tenía alrededor de su cuerpo. —A veces eres incorregible. —Así soy yo—Xena mordisqueó un hombro de su compañera—Me inspiras. Vamos a ver. Gabrielle pensó un momento. Fue nuestro primer año juntas. ¿Así que ya me miraba así entonces? Dioses. No puede ser. — ¿Incluso entonces? —Oh, sí—la guerrera dejó salir una risa malvada. —Después de esa pequeña ojeada justo debajo de tu falda, creo que debí decir docenas de gracias a cualquier dios que nos hubiera puesto en esa posición, incluso si fuese el Dios Único de Icus. —Por amor de dios, Xena. ¿Cuánto tiempo te torturaste así? ¿Y por qué Hades no hiciste nunca nada al respecto?—la bardo se recostó de nuevo, dejando su cabeza sobre un fuerte hombro. —Bueno, si recuerdas, la primera vez que te vi perdí la concentración y acabé con un chichón en la cabeza por ello. Y después estuvimos nadando juntas, después de dejar Anfípolis, así que conseguí verte desnuda bastante pronto. Al principio, me permitía mirarte, y me imaginaba que era inofensivo. Por lo que a mí respectaba, eras una niña inocente y no tenía intención de dejarme llevar por mis pensamientos. —¿Qué clase de pensamientos?—la voz de la bardo era suave. —Ese primer año, a veces fantaseaba contigo…ya sabes—Xena sonrió. —Entonces, cuando te fuiste a la Academia a Atenas, sabía que te iba a echar de menos, pero no tenía ni idea de cuánto. Y entonces volviste. Y te volviste a ir. Y luego volviste otra vez. Por entonces, ya no podía negar que eras mi mejor amiga. O mi única amiga, para el caso. Así que continué dejándome ir, de vez en cuando, con mi pequeña fantasía,

pero te habías convertido en mucho más que eso, sin que yo me diese cuenta. Hasta que casi te pierdo en Tesalia. Fue ahí cuando supe que no podía vivir sin ti. —Oh, Xena—Gabrielle sabía que le había llevado mucho más alcanzar ese punto. Había tenido que casarse con Pérdicas antes de darse cuenta de su error. —Creo que pensaba en ti como mi mejor amiga solo unos días después de empezar a andar juntas. Y también tenía algunos pensamientos. Pero…yo…no tenía referencias. No entendía el concepto de mujeres que amaban mujeres hasta que hicimos varias visitas a las amazonas. —Lo sabía—Xena comenzó a acariciar suavemente el torso de la bardo—Y también sabía que yo sí tenía esos sentimientos. Pero por entonces me importabas tanto que dejé que se perdieran. No quería perder tu amistad. Ahora miro atrás y a veces me pregunto por qué nadie me dio una buena colleja. Tú y yo actuábamos como amantes mucho antes de reconocer que estábamos enamoradas. Simplemente, no habíamos abordado la parte física. Al menos no completamente, porque nos tocábamos todo el tiempo. —¿Así que seguías fantaseando, pensando que no iba a pasar nada, nunca?—la bardo frunció el ceño. Eso debió haber sido muy difícil. —No—la guerrera frunció los labios—Empecé a sentirme culpable. Así que me obligué a dejar de lado esos pensamientos. No podía seguir así. Tú y yo empezábamos a estar realmente cerca y hacíamos demasiadas cosas que podrían acabar llevando las cosas demasiado lejos. Y tú no estabas preparada para eso. Piensa en alguna de las cosas que hemos hecho, Gabrielle. La bañera de Aiden. La sesión de mehndi en la India. Fueron momentos increíblemente eróticos, en cierto sentido, pero eran completamente inocentes en la superficie. —Sí. Lo sé—Gabrielle giró la cabeza, acariciando el cuello de Xena con la nariz—Cuando estábamos pintando con el mehndi, recuerdo esas miradas que intercambiamos. Había una química increíble entre nosotras y me moría de miedo, porque no entendía lo que estaba sintiendo. ¿Lo sentiste entonces, Xena? —Sí. Y menos mal que teníamos un tiempo limitado entonces. Porque lo estaba pasando bastante mal conteniéndome—la guerrera dejó su mejilla contra la cabeza de su compañera. —Creo que sentí esa química casi cada día de la última estación hasta que César nos

crucificó. Así que me obligué a concentrarme en el amor que sentía por ti. El amor fraternal que hacía que quisiera protegerte y cuidarte. Era mucho más fácil lidiar con eso. —¿Qué te hizo dar el paso?—Gabrielle besó la piel suave de la clavícula de su compañera. —Tú—Xena inclinó la cabeza y besó brevemente a la bardo en los labios antes de continuar. —Supongo que es más complicado que eso. En los Campos Elíseos, ya no había duda de cómo me sentía. O cómo te sentías tú. Así que cuando volvimos a la vida, decidí que seguiría adelante con ello y no lucharía más. Creo que en ese punto estaba tan sobrepasada y tan agotada emocionalmente para hacer otra cosa al respecto. Ese primer día después de que Eli nos trajese de vuelta, era como si no pudiese soportar que me separasen de ti, ni siquiera unos centímetros. Solo quería acurrucarme contigo y sostenerte y no dejarte ir nunca. Seguíamos dando vueltas, aun así era demasiado obvio hacia dónde íbamos, al menos a mí me lo parecía. Esperaba que lo fuera. Y entonces, esa mañana cuando te despertaste y empezaste a preguntarme todo aquello sobre sentirte diferente, me imaginé que tú pensabas igual. Me moría de miedo la primera vez que te besé, pero pensaba que habíamos pasado tantas cosas juntas, que incluso aunque estuviese completamente equivocada, lo superaríamos y seguiríamos siendo amigas. La bardo mordisqueó suavemente los labios de su amante, devolviéndole pequeños besos y suspiró—Y yo sabía cuando volví de los Campos que quería volver a sentir lo que habíamos compartido allí. Me alegré tanto cuando me di cuenta de que ibas a besarme, porque intentaba controlar mis nervios para besarte yo. —Sabes…—sonrió la guerrera—Nunca fue mi intención llevar las cosas tan lejos y tan rápido como lo hicimos esa mañana. Yo…um…pensaba que probablemente pasaría mucho tiempo antes de consumar las cosas. Y habría estado dispuesta a esperar. Pero…tu…solo…—Xena sacudió la cabeza y sonrió de nuevo, incapaz de encontrar palabras para sus sentimientos. —En fin, cuando empezamos, ya no pude contenerme más. No pude. Todo lo que había estado sintiendo durante tanto tiempo emergió de donde lo había enterrado, y no pude negarlo más. Una parte de mí seguía pensando “¿Qué Hades estás haciendo?”, mientras que la otra pensaba “¿Por qué Hades has tardado tanto?”.

Gabrielle rio—Recuerdo tener la mente a cien por hora, delante de mí, y todas esas ideas revoloteando en mi cabeza, miedo, amor, preocupación, por si no sabía qué hacer. O si no lo hacía bien. Y entonces, de repente, dejé de pensar y dejé que mi cuerpo se hiciese cargo de esas sensaciones entre nosotras, y después fue todo fácil. Como si hubiéramos estado juntas durante mucho tiempo. ¿Tiene sentido? —Completamente—la guerrera cerró los ojos. —Esa fue la primera vez más cómoda que tuve jamás. Es como si las dos ya nos conociésemos, supiésemos como satisfacernos. Fue, de lejos, uno de los momentos más bellos y más profundos de mi vida. Me sentí en casa. —Yo también—la bardo se movió ligeramente, hasta que se miraron profundamente en los ojos de la otra, y sonrió al ver el amor reflejado en las órbitas azules de la guerrera. Xena acortó la distancia y compartieron un largo y dulce beso, uno que reafirmaba esos sentimientos de los que habían hablado. Gabrielle se apartó y alzó una mano, deslizando las puntas de sus dedos sobre el rostro de su compañera—Supongo que deberíamos poner más atención al agua, ¿eh? —¿Agua? ¿Qué agua?—rio Xena, y besó a su compañera una vez más antes de relajarse, sentadas en silencio, juntas, y mirando al horizonte en busca de obstáculos. Después de otra marca, la tormenta cesó finalmente, y todos liberaron un suspiro de alivio cuando cesó. Otra marca de vela, y las nubes empezaron a despejarse, y una marca antes del amanecer el cielo estaba completamente despejado, mientras cientos de centelleantes estrellas refulgían sobre ellas. La guerrera alzó la vista y estudió su distribución, y se dio cuenta con gran alivio de que parecían estar bien encaminados. Definitivamente, tengo que hacerme con uno de esos compases. Un tirón sobre las tiras de su hombro la devolvió a la tierra y bajó la vista para mirar a su compañera—Xe…—la voz de la bardo temblaba de miedo. —Xena. ¿Qué Tártaro es eso?—Gabrielle señaló con un dedo tembloroso una bola gigante de fuego en el cielo, justo delante de ellos. La guerrera sonrió. Por fin. —Eso, bardo mía, es el faro de Alejandría. —¿¡El qué!?—los ojos de la bardo se ensancharon mientras un lamento grave resonaba sobre el agua, desde la dirección de la luz.

—Es una torre muy alta, construida a las afueras de la ciudad—Xena acarició la pierna de su compañera en un movimiento de consuelo. — Por la noche, hacen una hoguera en la parte de arriba, para advertir a los barcos para que no choquen con las rocas. El lamento resonó de nuevo—¿Qué es eso? —El cuerno de carnero—la guerrera continuó con la suave caricia—Lo tocan de vez en cuando como advertencia extra. —Oh—Gabrielle se relajó de nuevo, mirando fijamente hacia delante. — Es realmente bonito, ¿verdad? —Sí, lo es—la guerrera se giró y miró a la parte trasera del barco. — ¡Capitán, tierra a la vista! —Lo veo, Xena—Ronan sonrió ampliamente mientras seguía girando el timón, guiándolos al este del faro. —Gabrielle, bienvenida a Egipto—Xena dejó su mentón sobre la cabeza rubia mientras veían el faro crecer sobre el horizonte.

Capítulo 2 Has hecho que mi corazón lata más rápido con una sola mirada de tus ojos... - Cantar de los Cantares 4: 9, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

E

l barco atracó en el puerto justo al salir el sol, pintando las suaves olas de tintes rojos y naranjas, creando un paisaje de belleza tranquila que se oponía a la agitación nocturna. Gabrielle estaba inclinada sobre la barandilla mientras echaban anclas en el muelle central del puerto de Alejandría. Observó con leve interés cómo bajaban la pasarela del barco, mientras las cadenas rechinaban con el peso, y los marineros empezaban a desembarcar lentamente las aturdidas vacas y ovejas. Mugidos y balidos se entremezclaban mientras los confundidos animales eran conducidos a tierra firme, hacia la zona del mercado. La bardo miró a su alrededor, admirando la visión del gran faro que tenía justo detrás de ellos y las innumerables construcciones del puerto, junto con otros barcos mercantes que estaban anclados más allá del centro del puerto. Inhaló profundamente, percibiendo la esencia de la brisa salada mezclada con la fragante esencia del humo de la madera que llegaba de los edificios más allá del puerto, mientras los ciudadanos de Alejandría despertaban para recibir otro día. La nariz de Gabrielle se agitó al detectar el olor residual de lana y cuero. La bardo cerró los ojos y puso en práctica algunas de las técnicas de meditación que Eli le había enseñado, intentando vaciar su mente y espíritu del estrés continuo al que había estado sometida los tres días anteriores, esperando reemplazar la energía negativa con parte del calor y la belleza que la rodeaban. Xena había ido abajo a recoger sus cosas y a escribir una breve nota para Cleopatra, para hacerle saber que estaban en Egipto y de camino al palacio, recordándole a la reina de Egipto que había dejado en sus manos una invitación abierta para visitarla, y esperando que Cleopatra lo interpretase como una demanda social. Al menos, hasta que la guerrera tuviese oportunidad de trabajar el terreno con la pasional e impredecible reina. Se echó las bolsas al hombro y echó un último vistazo a la habitación. No puedo decir que vaya a echar este lugar de

menos No es que hayamos pasado demasiado tiempo aquí, tampoco. Excepto… Sonrió para sí y se giró, cerrando la puerta sonoramente tras ella. Recorrió el estrecho pasillo por última vez, junto con varios miembros de la tripulación que estaban tan ansiosos como ella por tocar tierra firme. No podía evitar percibir que la mayoría de ellos procuraban dejarle espacio de sobra, y sacudió la cabeza con ironía. Algunas cosas nunca cambian. Mientras su cabeza aparecía por el último peldaño, el capitán se acercó a ella y le tendió la mano—Xena, muchacha, te estaba buscando. Tu compañera dijo que estabas ahí abajo. La guerrera aceptó el brazo que se le presentaba—¿Cleopatra está en el palacio de verano de El Cairo, o está aquí? —La reina está actualmente en El Cairo—el capitán se inclinó a un lado y escupió mascadura por encima de la barandilla. —Me lo imaginaba—Xena encogió los hombros, redistribuyendo el peso de las bolsas. —¿Has tenido la posibilidad de averiguar dónde está el palomar local? —Sí. Al final del puerto, cerca de la primera taberna. Tienen varias palomas que hacen la ruta regular al palacio de la reina en El Cairo— Ronan estudió la alta figura durante un largo momento. —Me gustaría que me hubieras dicho que estás llevando a cabo una misión que requiere ver a la reina. —¿Me habrías aceptado a bordo con menos reparos?—sonrió la guerrera. —Sí. Quizá hasta os habría dado mejores aposentos—el capitán bajó la vista, puliendo la punta de una de las botas con la pantorrilla de la otra pierna. —Ronan. Me gusta que mis asuntos sean eso, cosa mía. No siempre puedo distinguir a mis amigos de mis enemigos a primera vista—los ojos azules miraron fija e inquebrantablemente hasta que el hombre de barba blanca le devolvió la mirada. —Ya veo—la cara del anciano se transformó con una sonrisa vacilante. —Siento lo de la tripulación, y los problemas que os han causado. Yo no los escogí, puedo asegurártelo. Venían con el barco.

—Eso me hace sentir un poco mejor—Xena frotó ausente su pulgar sobre el borde suave y afilado de su chakram. —No disfruto matando gente. Por lo menos ya no. Pero si alguien se mete con mi compañera y está entre ella o ellos, por supuesto, ellos llevan las de perder si yo puedo hacer algo al respecto. —Nadie puede culparte por eso, Xena—Ronan alzó una mano para cubrirse los ojos del sol naciente. —Um…¿te has ocupado de la otra cosa que te pedí?—la voz de la guerrera bajó de volumen mientras sus ojos observaban atentamente los alrededores. —Sí. Cuando supe que estaba en El Cairo, me puse a buscar inmediatamente. Aunque me temo que habrá que esperar un día más—la voz de Ronan cruzó todo el barco, y Xena hizo un gesto de dolor. Por favor, habla bajo. La guerrera miró a su compañera, que estaba a bastante distancia al otro lado del barco, en lo que Xena esperaba que fuese un profundo estado de meditación—¿Por qué tenemos que esperar? —Solo hay un barco cada día de aquí a El Cairo, y el de hoy ha zarpado esta mañana. Pero os he conseguido un pasaje a ti y a tu amiga en el de mañana—la voz del capitán se hizo más sonora, complacido consigo mismo por ayudar a la guerrera, a quién había llegado a admirar durante el viaje. Xena gimió internamente y volvió a mirar, para encontrarse apuñalada por un par de ojos verdes furibundos. La bardo estaba prácticamente echando humo por las orejas. Maldición. Demasiado tarde. Lo ha oído. Se acabó la meditación. —Oh…Xeeeeenaaaaa—la voz de Gabrielle era baja y regular. Demasiado regular. Forzada. —¿Puedo hablar contigo un momento, por favor?—la bardo curvó un dedo, señalando a su taimada compañera para que se acercase a ella. —Discúlpame un momento—Xena se giró para mirar a la mini tempestad que se le venía encima. —Gabrielle—la guerrera expuso su sonrisa más sexy y encantadora—¿Te he dicho lo preciosa que estás esta mañana?—caminó lentamente hacia su enfurecida compañera.

—No va a funcionar. Cielo—la última palabra fue escupida con gran jocosidad. —¿Qué, Gabrielle? ¿Qué no va a funcionar? No sé de qué estás hablando. Intento hacerte un cumplido y… —Basta—la bardo puso las manos en las caderas y miró fijamente a su alta compañera, quién se había apartado un paso hacia atrás. —Antes de que digas nada más, déjame preguntarte algo. ¿He escuchado decir a Ronan que tú y yo tenemos pasaje para viajar mañana en BARCO? —Gabrielle…déjame explicarte…—la guerrera retrocedió otro paso y sostuvo las manos con las palmas hacia fuera delante de ella. —¿¡¡LO HE OÍDO!!?—la bardo estampó el pie en el suelo, haciendo botar a Xena. Dioses. Está enfadada de verdad. La guerrera puso una mano dubitativa sobre el hombro de su compañera, inclinando su cabeza arrepentida—Sí. Lo has oído. Pero, Gabrielle, nuestra otra única opción es ir a pie o en camello, y eso nos llevaría varios días, que no tenemos. Por no mencionar acampar en el desierto bajo el calor del verano. —No…me…importa—Gabrielle estampó los dos pies en el suelo. La primera reacción de Xena fue reírse, ante la visión de su pequeña compañera teniendo un arrebato temperamental que era, de hecho, bastante mono, pero la conocía bien y desplazó la idea, adoptando en su lugar una expresión suplicante. —Gabrielle. Cariño, por favor. Tenemos que coger el barco. No hay otra manera de llegar a tiempo— continuó acariciando suavemente el hombro de la bardo mientras hablaba, haciendo una mueca para sí al sentir los tensos músculos bajo la superficie de la piel de su compañera. —¡¡Xenaaaa!!—Gabrielle apartó la mano y empezó a pasear de aquí allá—¿Cómo has podido? Por los dioses, si no viera nunca jamás en mi vida un barco de nuevo, no sería tiempo suficiente—agitaba las manos mientras hablaba y murmuraba, permitiendo que varios juramentos saliesen de sus labios en el proceso. Vaya. Nunca la había escuchado hablar así. Xena reconoció varias de las expresiones que usaban las amazonas de la aldea, y decidió retroceder un paso más, a una distancia segura, y esperar a que su agitada compañera se calmase.

—Muchacha, podría, si no te importa…—Ronan dio un paso hacia la guerrera y señaló a la iracunda bardo. —Por favor—la guerrera sofocó una sonrisa—Adelante—. Xena se sentó en un banco para observar el resultado. —Gabrielle, muchacha—el capitán esperó hasta que la bardo se giró y le miró, obligándose a sí misma a adoptar una posición civilizada. —El barco a El Cairo no es como este. —No…¿no?—unos ojos serios estudiaron al capital. —No. No va por mar abierto. Recorre el río Nilo. ¿Has estado alguna vez en un crucero fluvial?—los ojos del capitán, también verdes, resplandecieron con la luz del amanecer. —Em…—Gabrielle recordó brevemente un viaje rápido en canoa rio abajo, mientras Xena y ella intentaban escapar de las Hordas. Pomira, se corrigió rápidamente. Probablemente no se refiere a eso. —La verdad es que no. Al menos, creo que no. —Es una gran aventura. El barco es abierto y mucho más pequeño. Y el Nilo es transparente como un cristal, con mucha orilla y cosas que ver. —¿Sí? Sigue hablando—la bardo misma se sumergía en el relato. —Hay fuentes de queso y olivas y otras chucherías para picar, y botellas de vino dulce. Y a veces hay tañedores de lira o bardos cantantes para entretenerte en el viaje. Solo lleva medio día. No tienes que pasar la noche en el barco. ¿Bardos cantantes? Gabrielle se permitió regodearse en su fantasía. — Bueno—miró a su silenciosa compañera—No suena tan mal. Está bien, princesa guerrera, supongo que te has librado—sonrió a la guerrera, quien se levantó lentamente y le sonrió con alivio. —Gracias, Ronan—Xena palmeó al capitán en el hombro—Yo tampoco he estado nunca en un crucero como ese, pero he oído hablar de ellos. Lo has explicado mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho. —No hay problema, muchacha—el capitán miró alternativamente a la bardo y a la guerrera. Vaya contraste. Me pregunto cómo han acabado juntas. —Sois bienvenidas a dormir en el barco esta noche, y tenemos incluso una balsa extra para que podáis subir y bajar como os plazca. Estaremos anclados aquí unos cuantos días, y solo estaré yo a bordo. Mi tripulación probablemente estará en el burd…—miró a

Gabrielle con suspicacia, no queriendo ofender a lo que él percibía como unos oídos delicados. —…posada. En la posada. —Qué cosas—la bardo adoptó su tono más inocente—Podría jurar que he oído a algunos de tus marineros decir, mientras bajaban, que iban a ir probando todas y cada una de las exóticas egipcias del burdel de Alejandría. Ronan se sonrojó. —Sí—murmuró—Bueno. No estarán a bordo esta noche, así que hay espacio de sobra si queréis quedaros. De hecho, podéis usar el camarote del contramaestre—señaló la puerta de un gran camarote que estaba a nivel de cubierta. —Gracias—Xena alzó una inquisitiva ceja hacia su compañera, quién asintió afirmativamente. —Creo que aceptaremos tu oferta. No he estado aquí desde hace mucho tiempo y no sé si hay sitios seguros a las afueras para acampar. No estoy segura de poder encontrar una zona protegida para dormir. Estaba preparada para gastar algunos dinares, pero eso nos ahorrará algo. —Sentíos como en casa—sonrió el capitán—La lancha está por ahí— señaló un pequeño bote que estaba atado sobre un lado de la barandilla.

La guerrera había decidido rápidamente que un paseo por el mercado de Alejandría podría ser la mejor manera de hacer las paces con una compañera aun ligeramente irritada y permaneció obedientemente al lado de la bardo durante varias marcas de vela, mientras ojeaban interminables puestos de linos, cueros, herramientas, menaje y variadas delicias culinarias. Comprar no estaba a la cabeza de la lista de las cosas favoritas de Xena, pero la divertía observar a Gabrielle, mientras los ojos de la bardo se ensanchaban y varias exclamaciones de deleite emergía de sus labios con cada novedad. La guerrera observaba con pena el puesto donde se exponía una amplia variedad de espadas y dagas, solo para ser arrastrada de nuevo hacia un puesto lleno de aperitivos. —Gabrielle—rio Xena—¿Cuántas más cosas puedes comer? ¿O es una pregunta estúpida? —¡Eh!—la bardo la palmeó de broma en el estómago.

—Uff—gimió Xena—No tan fuerte. He probado todo lo que tú, ¿recuerdas? Un poco más fuerte, y a lo mejor sale todo fuera. —Oh. Lo siento—Gabrielle acarició la tripa de su compañera antes de girarse y observar detenidamente los objetos que tenía frente a ella, para acabar reparando en unos trozos de una sustancia marrón que parecía estar cubierta de uvas pasas y nueces. Le gustaban las pasas y las nueces. Era la cosa marrón la que la tenía despistada. —¿Qué es eso?—señaló al plato de la extraña sustancia. —Eso, bella señorita, es chocolate—el mercader negro rompió la esquina de un trozo y se la tendió a la escéptica bardo. —No parece estar muy bueno—tomó el pequeño trozo y lo sostuvo bajo su nariz, olisqueando cuidadosamente. —Mmm. Pero huele bien. ¿Qué lleva? —Nata, miel y semillas de cacao. Créeme, te va a gustar—sonrió el mercader, encantado por el pelo rubio y los ojos verdes de la encantadora mujer con la que estaba hablando. Es tan diferente de las mujeres egipcias. —¿Xena, qué son las semillas de cacao?—Gabrielle se giró hacia su compañera morena con una expresión curiosa, percibiendo que los ojos de la guerrera se iban hacia el puesto de armas del otro lado de la estrecha calle. —¿Eh?—se giró hacia la bardo. —Oh, no estoy segura. No lo había escuchado nunca. —¿Dónde crecen?—la bardo alzó una ceja rubia al mercader, obviamente encantado. —En los bosques del sur de Egipto. —¿En los bosques del sur de Egipto?—la atención de Xena había vuelto súbitamente al puesto que tenía frente a ella. —No sabía que había bosques al sur de aquí—la guerrera tenía un mapa del mundo conocido, pero la mayoría de la zona de Egipto y Sumeria era un misterio. Había oído hablar de oscuras junglas y extrañas criaturas, que nunca había visto, pero tenía la certeza de que las historias eran ciertas. —Oh, sí—el mercader apartó su atención del objeto de sus anhelos y se encontró mirando a los ojos más azules que jamás había visto. De hecho, los únicos ojos azules que había visto. Parece egipcia, pero esos

ojos…una diosa. Quizá una hija de Ra. —Los bosques se extienden durante leguas. Tengo familia que vive allí y cultivan estas semillas. Mmmm. Xena atesoró esa información mientras observaba a su compañera estudiar la sustancia marrón con atención. —Tártaro, Gabrielle. Pruébalo. Si no te gusta, puedes escupirlo. —Bueno…—la bardo miró a su compañera—Vamos a ello—. Tocó la sustancia ligeramente con la punta de la lengua, que se derritió inmediatamente ante el contacto. Sus ojos se abrieron de golpe. Por los dioses. Se lo metió en la boca y abrió rápidamente su monedero. Tragó.—¿Cuánto? —Un dracma por barra—el mercader observó a Gabrielle mientras contaba ocho dinares—¿Quieres la bandeja entera? —Sí. ¿Aceptas dinares griegos? El mercader inspeccionó una de las monedas de oro y la mordió, comprobando su autenticidad—Sí, valdrán—. Estudió la moneda más atentamente. Amazonia. ¿Dónde está Amazonia? Después observó la cara estampada en la moneda, que era de una semejanza sorprendente a la mujer que tenía enfrente, salvo porque la cara de la moneda tenía el pelo largo. ¿Reina Gabrielle?, leyó en la impresión de la moneda. Interesante. —Genial. Envuélvemelo. Salvo dos trozos, dámelos ahora—la bardo los cogió y partió una de las barras por la mitad—Dioses, Xena, tienes que probar esto—le tendió una mitad a la guerrera, quién se encogió de hombros y lo tomó, mordisqueándolo con los dientes. —Guau—una sonrisa iluminó los labios de Xena mientras masticaba y tragaba, con la dulce sensación recorriendo su lengua, mezclada con el sabor más familiar de las nueces y las uvas. —Es muy bueno. —Sí. Casi tan bueno como…—la bardo dejó la frase sin acabar y se sonrojó, mirando el firme cuerpo que tenía a su lado. Nah. —¿Mejor que qué?—una ceja oscura se elevó hasta la línea del cabello de la guerrera. —Pan de nueces—sonrió Gabrielle avergonzada. Sí, eso es. Pan de nueces. —Es mejor que el pan de nueces, y sé en qué estabas pensando—una sonrisa provocativa jugó sobre los labios de la guerrera.

—Um…¿sí?—las orejas de la bardo se tiñeron de rosa—Lo siento. —Oh, no—Xena se inclinó hasta que sus labios estuvieron cerca de una de las orejas. —No lo sientas. Esta cosa es genial. Pero, sabes…— mordisqueó el lóbulo—Por cómo se derrite, creo que podríamos combinar las dos y pasar un muy buen rato. —¿Combinar las dos?—rechinó Gabrielle al sentir los labios cerrarse sobre la sensitiva piel. —Creo que puedo pensar en unos cuantos sitios de los que sería muy divertido quitar esta cosa a lametazos—ronroneó la guerrera mientras las orejas pasaban del rosa al rojo. —Oh—. Supongo que podría ser divertido. La bardo aceptó apresuradamente el paquete del intrigado mercader, quién no había escuchado los susurros que habían intercambiado, pero había visto el intercambio. Gabrielle dejó cuidadosamente el resto del chocolate con las demás piezas. —¿No te lo vas a comer ahora?—Xena estaba confundida, conocía la debilidad de su compañera por los dulces. —Um…no—Gabrielle alzó la vista, tímidamente. —Creo que me lo comeré más tarde. ¿Eh? Oh. Me alegro que también le parezca divertido. La guerrera cogió la indirecta de su compañera, mientras reía para sí y se veía arrastrada al puesto de las armas—No me digas que quieres ver espadas, Gabrielle. —No—la bardo sonrió dulcemente—Pero tú sí—. Dejó una mano pequeña contra la espalda baja de Xena, empujando suavemente a su compañera hacia la selección de metal bien pulido, cuero engrasado y suave madera. Gabrielle observó con fascinación iluminarse el rostro de la guerrera, con los ojos azules pasando de espadas a dagas a arcos. Es como una niña en la tienda de Senticles. Guerreros. La bardo suspiró y puso los ojos en blanco. Mientras Xena probaba varias dagas, girándolas de aquí allá en la muñeca mientras sus expertos dedos testaban los filos, Gabrielle vagaba con la vista hasta el siguiente puesto, lleno de joyería, con brillantes collares y brazaletes sujetos con pinzas, mientras que una caja de anillos, diademas y pendientes seducían a mirar más de cerca. Miró a la guerrera, que estaba muy ocupada discutiendo el precio de una daga

de mango de marfil con el mercader, y tocó a su compañera en el brazo. Xena bajó la mirada brevemente mientras la bardo señalaba el puesto de joyería, y la guerrera sonrió y asintió—Estoy ahí en un minuto. Gabrielle fue hacia allí y pasó la vista de un objeto a otro, hasta que sus ojos se detuvieron sobre un gran aro de oro que llevaba engastada una sola piedra azul. Frunció el ceño—¿Es un collar?—señaló la pieza, que la mercader sacó inmediatamente de su pinza para dejarla en una bandeja, a la libre inspección de la bardo. —No. Es una diadema. Se lleva el aro de oro en la cabeza y el conjunto cae hasta el medio de la frente. Es precioso, ¿verdad?—la mujer morena dio un paso atrás para dejar que el sol iluminase el objeto—Lo he hecho yo. —Sí. Es un muy buen trabajo—la mercader inclinó la cabeza graciosamente mientras Gabrielle alzaba el objeto y miraba a su compañera—¿Qué clase de piedra es? —Aguamarina—respondió la mercader, siguiendo la mirada de la bardo. Justo en ese momento, la guerrera alzó la vista y sonrió directamente a la bardo, con sus ojos iluminados durante un breve segundo antes de tomar el paquete del mercader de armas y caminar hacia ellas. Ah. —Va a juego con sus ojos—susurró la mujer morena, mientras Gabrielle continuaba inclinada sobre la bandeja. La bardo alzó la vista y sonrió—Sí. Si lo hace—se giró, justo cuando Xena apareció a su lado—¿Qué has conseguido?—Gabrielle deslizó un dedo ligeramente sobre el paquete marrón que la guerrera llevaba en la mano. —Una daga, nada más—la guerrera desenvolvió el paquete para que la bardo pudiera ver su adquisición. Era una hoja de acero, no muy larga, con un mango de marfil tallado. Xena se mordió el labio inferior mientras veía cómo su compañera la cogía y la estudiaba fijamente. La figura tallada era una cascada y un pequeño estanque, con un pequeño sauce tallado al lado del estanque. —Oh—Gabrielle miró a su alma gemela—Es precioso. Es demasiado bonito para usarlo, Xena. —No pretendo usarla, a no ser que esté desesperada—se inclinó y la guardó en la bota.

—Entonces, ¿por qué la has comprado?—la bardo sabía por qué, pero quería oírlo de los labios de la guerrera. —Porque me hace feliz. Y cada vez que la mire, voy a sonreír y a recordar el momento en el que todo encajó y entendí finalmente por qué vivo y para qué estoy aquí—Xena tomó discretamente la mano de su compañera mientras se giraba para inspeccionar el contenido de la bandeja—¿Qué tenemos aquí? Gabrielle dudó antes de alzar la pieza, esperando aprovechar el buen humor de la guerrera—Es una diadema. Mira—comenzó a colocarla sobre los oscuros mechones y se detuvo al ver a su compañera fruncir el ceño. —Gabrielle—Xena atrapó suavemente una de las muñecas de la bardo—No llevo cosas así, y tú lo sabes. —Por favor. Déjame ver cómo te queda—unas pestañas rubias se batieron sobre los ojos verdes y la guerrera gimió. —Oh. Está bien. Pero date prisa, antes de que nadie me vea—la guerrera consintió a su compañera mientras la bardo colocaba la pequeña joya egipcia, atusando los mechones de ébano y recolocando el conjunto hasta que estuvo listo, haciendo que las órbitas azules pareciesen más azules aún, si era posible. —Xena. Te queda realmente bien—el afecto del rostro de la bardo era bastante evidente mientras retrocedía para admirar a su compañera— Vamos, déjame comprártelo, ¿por favor? —Gabrielle… —¿Recuerdas la India, cuando dijiste que teníamos que integrarnos con la gente?—Gabrielle sacó a relucir sus tácticas de negociación y las desempolvó. —Sí. ¿Y?—la guerrera frunció el ceño, soplándose un mechón de la frente, agitando el cabello. La piedra colgante era un poco molesta, ya que la podía ver por el rabillo del ojo y se cruzaban, mareándola. —Para—rio la bardo—No es tan malo, ¿a que no? —Bueno…—la guerrera miró a un puesto de ropa, localizando un conjunto de falda blanca y corpiño. Una sonrisa fiera apareció en su bronceado rostro—Si yo te consiento, tú me consientes a mí también. Y voy a comprarte algo a ti, ¿trato?

—Trato—Gabrielle sonrió. Se giró e indicó que se llevaría la diadema, comenzando a regatear con la mercader, mientras la guerrera echaba un vistazo al resto de joyería. Xena esperaba encontrar algo de igual belleza para su compañera, quizás algún collar o unos pendientes, cuando sus ojos se centraron en dos anillos. Se quedó sin aliento cuando los miró más detenidamente. Eran dos bandas idénticas, hechas de tres hebras entrecruzadas de metal, cada una de diferente color. Eran simples pero preciosas. — Em…—la guerrera captó la atención de la mercader—¿Puedo verlos?— indicó su recipiente. La mercader se acercó y sacó una pequeña llave de un bolsillo de su cadera, abriendo el cofre desde atrás y levantando el cristal. Tomó uno de los anillos, el más pequeño, y se lo tendió. La guerrera lo tomó entre su pulgar y su índice, sosteniéndolo a la luz del sol—¿Qué clase de metal es? Gabrielle se acercó a mirar el objeto y emitió un pequeño sonido, medio suspiro, medio grito; al darse cuenta de lo que sostenía su compañera. La mercader le dirigió una mirada confundida—Son tres bandas de oro. —¿Las tres son de oro?—Xena bajó el anillo para que la bardo pudiera verlo bien. —Sí. Es una alianza—la mercader señaló las bandas—Una banda de oro amarillo por la mujer, porque es cálida y suave; una banda de oro blanco por el hombre, porque es fuerte y frío,; y una banda de oro rosa que representa el amor que los une—la mercader estudió a la alta guerrera y sonrió—Sabes, el oro amarillo queda bien con los reflejos del cabello de tu amiga…compañera—asintió a la bardo al atisbar la naturaleza de su relación—….y el oro blanco casa con los reflejos del tuyo. Con dedos temblorosos, la guerrera se giró hacia su compañera y alzó una mano pequeña, deslizando la fría banda de metal sobre el dedo anular de la mano izquierda de Gabrielle. Encajaba perfectamente y Xena sonrió de lado al observar a su compañera doblar los dedos y mirar el extraño objeto—¿Qué te parece? La bardo alzó la vista con los ojos anegados de lágrimas y alzó la mano del anillo, ahuecándola sobre una mejilla cincelada—Es perfecto.

La guerrera limpió una lágrima del rostro de su compañera, sin que sus ojos perdiesen en ningún momento contacto con los de Gabrielle— ¿Puedo ver el otro anillo? La mercader lo tomó y lo tendió hacia Xena. —No—Gabrielle se giró y lo cogió, cerrando la mano a su alrededor— Déjame a mí—. Tomó la mano izquierda de Xena en las suyas y la sostuvo, besando cada nudillo antes de colocar el anillo en un largo y elegante dedo. También encaja perfectamente. Qué raro. Después de comprometerse, habían buscado por todo Zakynthos y por cada ciudad de los alrededores de la aldea amazona, y no habían sido capaces de ponerse de acuerdo para escoger las alianzas. Habían descubierto que, cuando se trataba de joyas, tenían gustos opuestos, porque la guerrera prefería piezas simples mientras que a la bardo la atraían diseños más intrincados. Finalmente habían dejado de buscar, decidiendo que resolverían el problema cuando su ceremonia de unión se acercase, esperando encontrar algo. La guerrera había sugerido cuidadosamente que quizás no tendrían por qué llevar anillos iguales, algo que había llevado a la bardo a un buen rato de llanto hasta que Xena le aseguró que seguirían buscando hasta ponerse de acuerdo. Y aquí estaban. Esos anillos eran una perfecta combinación de lo que ambas querían. —¿Hemos terminado de buscar?—los ojos de la guerrera sonreían al estudiar el anillo de su dedo y después al mirar el rostro de su alma gemela. —Sí—la voz de Gabrielle era muy suave. —Creo que no tenemos que buscar más. Hemos encontrado exactamente lo que estábamos buscando—el doble sentido de sus palabras no pasó desapercibido para su compañera. Al quedarse absortas en los ojos de la otra, el mundo se desvaneció a su alrededor, y el sol rebotó sobre la mano derecha de Gabrielle y la mercader frunció el ceño—¿Puedo?—señaló la mano de Gabrielle. —Oh. Claro—la bardo se giró y le tendió la mano derecha mientras la mercader estudiaba cuidadosamente el anillo que llevaba en el anular derecho. —Es muy inusual. ¿Quién lo ha hecho?—sostuvo la mano de Gabrielle en la suya.

—Yo…um…la verdad es que no lo sé—la bardo dejó que la mercader continuase estudiando el anillo. —¿Qué significa?—la mercader reconoció el blasón como de la realeza, y sus ojos se estrecharon un poco, mientras se alzaban lentamente hasta el rostro de Gabrielle. —Um…es un sello—la bardo miró a su compañera, que parecía un poco intranquila. —¿De dónde eres, niña?—los ojos de la mercader miraban fijamente a la bardo y a la guerrera, reflejando curiosidad y algo que Xena reconoció como miedo. —Potedaia—suspiró Gabrielle—Está en Grecia. —¿Eres…eres la reina de Potedaia?—unos grandes ojos negros se volvieron aún más grandes. La bardo resopló, recordando su existencia desapercibida en su aldea natal. —Ni de lejos. No. Potedaia no tiene reina. Soy la reina de las amazonas griegas. —¿Amazonas?—la mercader la miró con expresión confusa—¿Quiénes son las amazonas? —Llevaría mucho explicar eso—sonrió Gabrielle. A veces yo también me lo pregunto. Mis súbditas viven en doce aldeas diferentes, repartidas por Grecia. Supongo que podrías decir que estoy muy lejos de casa. —Ya veo—la mercader dejó ir la mano de la bardo—¿Queréis los anillos? —Sí—dijeron guerrera y bardo al unísono. Contaron cuidadosamente los dinares que habían guardado para los anillos y abandonaron el puesto sin decir palabra, sin apreciar la conversación en susurros que había a sus espaldas, entre la mercader de joyas, el armero y el vendedor de dulces. Habían estado de acuerdo, al comprometerse, que cuando encontrasen los anillos que les gustasen, empezarían a llevarlos inmediatamente, sin esperar a la ceremonia de unión, porque en sus corazones ya estaban unidas. La ceremonia era una mera formalidad, una manera de hacer legal algo que era ya verdad entre ellas, a ojos de su familia y amigos. Xena tomó la mano de su compañera y

entrelazó sus dedos, deslizando ociosamente un dedo contra la figura poco familiar de metal que se cerraba sobre el dedo de Gabrielle. Sonrió y guio a la bardo hacia el puesto de ropa. Sonrió más ampliamente al señalar la falda corta y el corpiño que había visto antes, observando sonrojarse a Gabrielle mientras el mercader sacaba el traje y lo envolvía. Continuaron comprando unas cuantas marcas más, y cuando acabaron, cada una había conseguido seleccionar un traje completo con accesorios para la otra. Decidieron que guardarían la ropa nueva hasta que, con suerte, tuvieran una cena oficial con Cleopatra. Recorrieron la calle y giraron una esquina hasta llegar a la plaza principal. Los ojos de la bardo se ensancharon mientras pasaban por un gran edificio ornamentado. —Templo de Isis. ¿Xena, quién es Isis? —Um…esto es trabajo de bardos, pero lo intentaré—la guerrera se detuvo frente al templo y puso en orden sus ideas. Isis, explicó Xena, era la mujer de Osiris. Osiris era un legendario dios egipcio que eligió convertirse en mortal y vivir como un hombre, civilizando Egipto al enseñarles el arte, la literatura, la caza y el vino. Isis era su hermana, y era común en sus tiempos, entre los miembros de la realeza casarse entre ellos, así que Isis, cuando tuvo la edad, se casó con Osiris. Osiris acabó siendo asesinado por su celoso hermano, Seth, quién lo enterró vivo en un ataúd y lo arrojó al Nilo. Isis acabó encontrando el cuerpo de Osiris y lo llevó de vuelta a Rhakotis, el nombre por el que era conocida Alejandría hasta que Alejandro Magno conquistó Egipto y le cambió el nombre. Seth robó el cuerpo de Osiris y lo cortó en catorce trozos, que arrojó al Nilo. Isis recuperó trece, que volvió a unir; pero, ay, su pene fue devorado por un pez y nunca se recuperó, así que ella añadió un falo y conservó el cuerpo, creando la primera momia. Horus, el hijo de Osiris e Isis, creció y vengó la muerte de su padre, y garantizó la inmortalidad de su padre alimentándole de uno de sus ojos, algo que era símbolo de resurrección. Debido al sacrificio de Horus, Osiris se convirtió en el juez de las almas muertas que querían ir al cielo. Sin embargo, la pobre Isis estuvo de luto hasta su muerte, inconsolable por la pérdida de su marido. —Es bastante raro, especialmente la parte del ojo. Como dije en Britania: y yo pensaba que nuestros dioses eran raros—la bardo sonrió a

su compañera—Lo sé, lo sé. Por lo menos, son nuestros raros—miró a la gran columna erigida frente al templó y se acercó, entrecerrando los ojos para leer la inscripción tallada en la piedra. Estoy buscando el amor: miradme vivir en la ciudad; grandes son sus muros. Estoy de luto por tu amor. Ven tú, ahora que has partido. Mira a tu hijo, quién hizo retractarse a Seth por su destrucción. Oculta estoy tras las plantas, cada una de ellas contiene peligro por tu hijo. Mirad. Yo, una mujer, frente a todo. —Es muy triste—Gabrielle se giró para mirar a su compañera, quien tenía una mano en la boca, retorciéndose en silencio por la risa. —¿Qué?—la bardo alzó una ceja rubia. —Um…Gabrielle. Ven aquí conmigo—Xena continuó riendo mientras ponía una mano sobre la espalda baja de la bardo. —Ahora, mira la columna. La bardo se fijó en la columna de caliza, sobre la cual había tallado un pájaro sobrevolando. —Sí. Es una columna con un pájaro al final. ¿Qué es tan divertido? Los costados de la guerrera empezaban a dolerle, y tomó aliento profundamente para calmarse antes de señalar el final de la columna— ¿Ves la cima? Cómo está formado. ¿No te recuerda a nada? Gabrielle miró más de cerca y Xena la observó, mientras una ola de rojo comenzaba a cubrir su cuello y su pecho. —¡Oh, dioses! ¡Xena! ¿Es eso lo que yo creo que es? —Sip—la guerrera finalmente estalló en carcajadas. —Parece que la única parte del viejo Osiris que nunca encontró fue la que más echaba de menos. —¿Podemos volver al barco?—la bardo echó una última mirada a la columna y sacudió la cabeza. —Sí. Creo que sí. De repente, Gabrielle empezó a reír incontrolablemente—¡Gran Artemisa?—palmeó el muslo de Xena.

—¿Qué?—la guerrera se detuvo y esperó hasta que su compañera recuperó el control de sí misma. —Acabo de tener una visión—la bardo miró el rostro de su compañera y después bajó los ojos hasta el pecho de Xena—Algún día, como un testigo a tu memoria y a nuestra relación, voy a hacer construir una estatua de dos pecheras gigantes de bronce con una pequeña pluma metida en el escote. —¡Gabrielle! No tiene gracia—la guerrera sintió un pequeño tirón en las esquinas de la boca, muy a su pesar. —Déjame adivinar. La pluma te representa a ti porque eres bardo. —Cierto. Esa era fácil—Gabrielle continuó riendo—Y es muy divertido. —Sabes, Gabrielle—Xena sonrió con malicia—Los bardos, según la tradición, cuentan sus historias oralmente, no escribiendo. Quizás deberías hacer poner una escultura de una lengua en el escote, en vez de la pluma. —Oh, dioses—la bardo rio con más fuerza mientras volvía a cachetear el mulso de su compañera—Eres muuuuy mala. —Cierto—Xena dejo un brazo sobre los hombros de Gabrielle mientras volvían a caminar. —Pero has empezado tú, bardo mía. Además, creo que la lengua sería un símbolo mucho más adecuado de tus muchos talentos, más que la pluma. —¿Sí?—unos dedos pequeños hicieron cosquillas en la base del cuello de la guerrera. —Bueno, piénsalo. Eres bardo, así que cuentas historias. Eres reina, así que haces muchas negociaciones. Eres una buena amiga, así que sueles hablarles para confortarles. Todo esto requiere que uses la lengua. Y ha habido unas cuantas veces en las que habría caído de rodillas para adorar una estatua de esa parte en concreto de tu cuerpo—una sonrisa mucho más lasciva apareció en el rostro de Xena. —¿Sí, eh?—las cosquillas se convirtieron en un movimiento provocador. —Definitivamente, sí—Xena agitó una ceja oscura. —Bueno…—unos dedos pequeños peinaron el cabello que caía sobre los hombros de la guerrera. —Quizás más tarde debería poner en práctica algunos de mis talentos, ¿no crees? Porque la práctica hace al maestro, por lo que he oído.

—Así que…necesitas a alguien para poner a prueba esas habilidades mientras…practicas, ¿no?—la voz de Xena sonaba justo encima de la cabeza de la bardo, enviando aire caliente sobre su cuero cabelludo. —¿Te ofreces?—un dedo bárdico y solitario se deslizó por la columna de la guerrera hasta la costura de sus cueros, enviando escalofríos por toda su espalda. —Si estás buscando a alguien… Gabrielle miró el perfil bronceado y sonrió—Será mejor que te asegures de en qué te estás metiendo. Hay requisitos bastante duros. El trabajo necesita un compromiso de por vida. ¿Estás preparada para poner a prueba mis habilidades durante el resto de tu vida? —Oh, sí—Xena inclinó la cabeza y besó fugazmente a su compañera. —Um—la bardo deslizó la punta de su lengua por sus labios, saboreando el tenue resto del chocolate que la guerrera había dejado—Creo que estás contratada. Mientras cruzaban el concurrido mercado para volver al puerto, donde habían dejado la barca, la bardo se acurrucó contra su compañera, enterrándose en el costado de la guerrera. —Oye—Xena deslizó una mano por un brazo desnudo—¿Alguna vez te has tirado al agua clavando? —¿Tirado cómo?—Gabrielle miró a la guerrera con una expresión vacía en el rostro. —Supongo que no—rio Xena—Es muy divertido—. Miró más allá del sol, que indicaba que pasaban varias marcas de la tarde—Cuando lleguemos al barco, te lo enseño.

—¡Vamos, Gabrielle!—la cabeza brillante de la guerrera flotaba en el agua junto a la proa del barco, mientras sonreía a su reticente compañera. —Te prometo que te gustará. —De eso nada, Xena—la bardo se sentó en la barandilla y miró al agua azul turquesa con más que un poquito de miedo en los ojos. —No voy a lanzarme así en el aire. No quiero morir. —Tú te lo pierdes—Xena nadó hasta el costado del barco con largas brazadas y se aupó a un cabo que colgaba del costado del barco.

Ataviada solamente con la ropa interior y una camisa sin mangas, ahora pegada a conciencia a su piel, caminó hacia el mástil principal y cogió la botavara, arrastrándola hacia babor. Ronan había terminado de descargar el barco y ahora estaba anclado cerca de la península donde estaba el faro. Había reunido un pequeño grupo de observadores que, pegados a la base del faro, habían empezado a interesarse a media tarde por la guerrera que había soltado completamente el trinquete del mástil y liberado la botavara de las cuerdas, dejándola flotar libremente al aire. Con un alarido salvaje, saltó del barandal de babor y se agarró a la botavara, saltando de la cubierta y corriendo por los tablones de madera descalza lo más rápido que pudo, encogiendo las piernas bajo ella, sosteniéndolas mientras la botavara se balanceaba hacia estribor sobre el agua. Cuando estuvo sobre el agua, gritó de nuevo y dejó la botavara, encogiéndose en una bola y ejecutando dos saltos mortales antes de extender brazos y piernas, entrando en el agua de cabeza limpiamente. Cuando emergió por décima vez, su audiencia rompió de nuevo en aplausos. Desoyó los elogios, mirando en su lugar a una cara triste, la de su compañera, quién seguía sentada, pensativa, sobre la barandilla. No se lo está pasando muy bien. Xena trepó de nuevo por la cuerda y fue hacia la bardo, inclinándose sobre la barandilla cerca de su compañera, con su peso sobre los antebrazos, de forma que estaban cerca pero mirando a direcciones opuestas. Miró hacia ella y le levantó el mentón—Sabes nadar, ¿cuál es el problema?—la mano descendió hasta un suave muslo, donde la guerrera comenzó a acariciar suavemente la piel calentada por el sol. —Yo…la altura, primero—los ojos de Gabrielle se fueron hasta el faro—Y esa gente mirando. ¿Y si hago el ridículo? Aah. Xena trepó sobre la barandilla y saltó, cruzando el aire y golpeando el agua para cruzarla en arco antes de empezar a nadar rápidamente hacia la costa. Alcanzó la península y vadeó hacia la orilla, con decididas zancadas hacia la multitud, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolos lentamente con una mirada letal—¿No hay ningún sitio donde tengáis que estar? ¿Hmmm?—su rostro se endureció. De repente, el grupo comenzó a dispersarse, mirando a cualquier parte menos a la amenazadora figura que dejaban detrás, hasta que la

guerrera quedó sola al pie del faro. Hmmm. Eso está mejor. Nadó de nuevo hacia el barco a buen ritmo y trepó al agua, retomando su posición anterior contra la barandilla, e inclinándose para besar suavemente a su compañera en los labios—Ala. Se han ido todos. ¿Quieres intentarlo ahora? —Bueno…—la bardo miró primero al agua, después la botavara, y después a su alta compañera, sonriendo con timidez—¿Vienes conmigo? —Claro. Ven aquí—Xena guio a la bardo por el costado de babor y recuperó la botavara, arrastrándola hasta quedar de nuevo al lado de la bardo. —Um…—inclinó la cabeza, pensando y estudiando el agua— Ponte detrás de mí y agárrate a mi cuello—. La guerrera se agachó hasta que sintió las manos pequeñas alrededor de sus hombros—Ahora, envuélveme la cintura con las piernas—Gabrielle obedeció y Xena se puso de pie, envolviendo sus grandes manos alrededor de la botavara de madera. —Ahora…—miró sobre su hombro—Agárrate fuerte hasta que estemos sobre el agua. Cuando me deje ir, sigue sujetándote. Vamos a caer directamente al agua, primero los pies. Nada sofisticado. Solo acuérdate de coger aire cuando empecemos a caer. ¿De acuerdo? —Vale. —¿Lista?—la guerrera se movió ligeramente, compensando el peso adicional de su espalda. —Todo lo lista que voy a estar—Gabrielle apretó los ojos muy fuerte mientras sentía a su compañera empezar a moverse. El aire rugía contra su piel y sus ojos se abrieron de golpe cuando sobrepasaron la barandilla y Xena gritó de alegría. Oh, dioses. Comenzaron a caer y la bardo cogió aire profundamente, y sintió un tirón de alegría en el estómago al caer al agua. Se separaron bajo el agua y después emergieron, la guerrera nadando hacia su compañera hasta que establecieron contacto, sosteniendo a la bardo a distancia de sus brazos—¿Qué tal? —Vaya. ¡Ha sido genial!—una sonrisa plena decoraba el rostro de Gabrielle—¿Podemos hacerlo otra vez? —Claro—Xena rio y tomó la mano de la bardo, guiándola hacia la cuerda.

Continuaron jugando, con Gabrielle envalentonándose más a medida que saltaba, hasta que reunió el valor suficiente para saltar sola mientras la guerrera la animaba desde el agua. Después de unos saltos sola, le pidió a Xena que la enseñara a clavar. La guerrera sonrió y le dio algunas lecciones sobre la plataforma baja en la parte trasera del barco, primero. Cuando le enseñó eso, se trasladaron a la cubierta del barco y continuaron hasta que Gabrielle estuvo cómoda lanzándose desde esa altura. Xena le enseñó entonces cómo girar en el aire, y rio con exuberancia ante la expresión del rostro de la bardo cuando consiguió hacer su primera voltereta. Al final cogieron la botavara juntas y saltaron al agua. Xena gritó— Ahora. Gira como has hecho en la cubierta—la bardo obedeció, golpeando el agua primero. No había sido un salto perfecto, pero no estaba mal, y cuando emergió se encontró en el abrazo de una guerrera muy orgullosa—Ha estado genial, cielo. —Xena. ¡Lo he hecho!—Gabrielle tiró sus brazos alrededor del cuello de Xena y la besó profundamente. —Mmmm—la guerrera atrajo más cerca a su compañera y profundizó el beso, sosteniéndolas a ambas mientras se mantenía a flote con las piernas. Sonrió contra los labios de la bardo y giró de espaldas, poniéndose a la bardo encima y pateando de vuelta al barco mientras continuaba probando los labios, el rostro y el cuello de la bardo. El sol había empezado a ponerse cuando alcanzaron la cuerda. Xena besó a su alma gemela con ternura y acunó el pequeño cuerpo contra ella mientras tomaba los brazos de Gabrielle y se los ponía alrededor del cuello—Agárrate—. La guerrera cogió la cuerda y trepó con la bardo aún envuelta a su alrededor. Había algo de posesivo en llevar a su amante a su cama, y la guerrera permitió que esa idea flotase sobre ella, llenándola con una pasión que era primaria y primitiva. Llegó al camarote del contramaestre y entró, cerrando la puerta tras ellas y dejando a Gabrielle cerca de la cama. Era una habitación mucho más grande que la que había compartido abajo, con una cama mucho más grande, y con ojos de buey en tres de los lados y una escotilla que podía abrirse para mirar las estrellas, que empezaban a aparecer en el cielo nocturno. La guerrera abrió la escotilla y se quitó rápidamente la ropa interior y la túnica. La bardo, con parecido atavío, empezó a hacer lo mismo—Ah,

ah—. Xena evaluó la tela mojada que se pegaba al cuerpo de su amante—Déjame. —Está bien—Gabrielle dejó los brazos a los lados y jadeó, sintiendo cómo su propio pecho se hacía pesado y su corazón palpitaba con rapidez, mientras la guerrera reducía la distancia entre ellas y atrapaba las muñecas de la bardo, sosteniéndolas a la espalda de Gabrielle con una mano mientras se inclinaba y besaba la frente de la bardo, y después sus párpados, seguido de un beso en los labios y después un camino de besos que acababan en el hueco de su garganta. Con la mano libre, Xena desabotonó rápidamente la túnica mojada y la apartó de los hombros de su amante, dejándola caer al suelo mientras soltaba las muñecas de la bardo y besaba su camino descendente por el firme cuerpo, arrodillándose para deslizar la ropa interior de Gabrielle por sus piernas, y sintiendo las pequeñas manos sobre sus hombros y las uñas cortas clavándose en su piel. Xena se puso de pie lentamente y miró los ojos verdes, oscurecidos por el deseo, durante un largo momento, antes de inclinarse y besar a su compañera mientras la conducía de espaldas hasta la cama, empujándola suavemente sobre el colchón cuando las pantorrillas de Gabrielle chocaron con las mantas frías que había sobre los bordes. El cabecero estaba acolchado y cubierto de cuero, y justo debajo, justo encima del colchón, había una barra de madera. Perfecto. La guerrera se sentó a horcajadas sobre las rodillas de su amante y atrapó las manos de la bardo, llevándolas hacia atrás hasta que la bardo sintió sus nudillos acariciar la suave y redondeada superficie. —Agárrate—la voz de Xena era un gruñido grave, templado por el profundo amor que reflejaban sus ojos azules, junto con la pequeña sonrisa que se retorcía en sus labios. La bardo obedeció, envolviendo sus manos firmemente alrededor de la barra y asumiendo una postura totalmente abierta y vulnerable mientras miraba el rostro de la guerrera con total confianza. —Hazme lo que quieras, Xena—la voz de Gabrielle era un suave susurro. La guerrera agarró la barra con una mano, mientras dejaba su peso sobre el antebrazo libre y besaba y mordisqueaba lentamente su camino por el brazo de Gabrielle, mientras se bajaba hasta que sus cuerpos estuvieron totalmente en contacto. Inclinó la cabeza y besó a su compañera con renovada decisión, mientras sus manos vagaban de arriba abajo por los costados de la bardo, provocando zonas familiares

y sensibles y arrancando pequeños gimoteos de la garganta de Gabriele. Xena se apartó y acarició suavemente la mejilla de su amante, lamiéndose los labios al darse cuenta de que estaban cruzando una línea. Habían cruzado varias durante su estancia en Zakynthos, derribando un montón de barreras entre ellas, y su forma de hacer el amor se había vuelto mucho más creativa. Pero había sido añadida una nueva dimensión, mientras los juegos que habían caracterizado su tiempo juntas en el camino se extendían a su vida amorosa. La guerrera se había ido dando cuenta, lentamente, de que la bardo era capaz de manejar la naturaleza más agresiva y aventurera de Xena, y le había ido mostrando a su amante unas cuantas cosas, disfrutando del placer mutuo que se daban mientras exploraban esta faceta aún en desarrollo de su relación. Pero esto, de alguna manera, era nuevo, otro lugar en el que aún no habían estado juntas. No era exactamente sumisión, porque Gabrielle podía soltarse cuando quisiera, y Xena sabía, por la expresión de la cara de la bardo, que ella lo entendía. Pero mientras estuviese sujeta, no podía moverse mucho, dejando a la guerrera todo el trabajo por hacer. Continuó tocando el rostro de su compañera y se inclinó, probando un cuello bárdico. Se echó hacia atrás con una pregunta en los ojos— Gabrielle, te quiero. —Yo también te quiero, Xena—el rostro de la bardo le concedía permiso para continuar. Gabrielle entendía que esto era algo que su alma gemela necesitaba. No era cuestión de dominación, si no de confianza. Mientras estuvieron en Zakynthos, Xena había vacilado al contarle a la bardo parte de su pasado sexual, y había expresado que Gabrielle era la única persona con la que había compartido su cama en la que realmente confiase, o, para el caso, la única persona con la que se había acostado la guerrera sabiendo que podía confiar en ella. Este pequeño acto simbolizaba algo muy importante entre ellas, y era una manera para la bardo de demostrarle a la guerrera que incluso totalmente desnuda y vulnerable, no tenía miedo, y que tenía fe plena en el amor de Xena hacia ella. —Dioses, eres preciosa—la guerrera compartió un largo y ocioso beso con su compañera y entonces se presionó firmemente contra el pequeño y musculoso cuerpo, comenzando una acalorada exploración hasta sentir cómo su amante temblaba—¿Tienes frío, amor?

—No—susurró la bardo en una oreja cercana—Mucho, mucho calor. —Bien—Xena continuó con sus atenciones hasta que los temblores se incrementaron y se disiparon, y sintió dos manos pequeñas dejar la barra de madera y envolverse alrededor de su cuello—Eres increíble, cariño— rodó a un lado y deslizó una mano sobre la espalda de la bardo. —Igualmente—Gabrielle sonrió y se acurrucó, envolviendo sus piernas y amoldando su cuerpo al cuerpo de Xena, dejando su frente sobre la de la guerrera mientras miraba profundamente los ojos azules que se habían vuelto de plata con la luz de la luna que entraba por el ojo de buey, enviando sombras plateadas a las esquinas de la habitación. Los ojos azules parpadearon casi con timidez—Gracias. Yo…um…tú…Lo siento. No estoy segura de dónde ha venido eso—las pestañas bajaron y un leve sonrojo apareció en las mejillas. —Xena. No tienes que disculparte—la bardo acarició suavemente los largos mechones que caían alrededor de sus hombros—¿Recuerdas cuando luchamos con aquellos romanos, a las afueras de la fortaleza? —Ajá—la guerrera atrapó la mano que tenía en la cabeza y la trajo al frente, besando los dedos de su amante. —Y esa noche que acampamos cerca del monte Olimpo, y tú tuviste ese pequeño ataque de…um…lujuria del combate—Gabrielle sonrió. Se había convertido en uno de sus recuerdos favoritos, y, de hecho, se había convertido en algo bastante suave comparado con las cosas que habían compartido desde entonces. —Si—los ojos cayeron de nuevo. Unos dedos pequeños empujaron el rostro bronceado hasta que sus ojos se encontraron—¿Recuerdas lo que te dije? —Que…si necesitaba lidiar con ello estabas ahí para mí—Xena atrajo más a la bardo hacia sí, guarneciendo las caderas de Gabrielle con una de sus piernas. —La oferta sigue en pie. No te avergüences de lo que necesitas. Y no tengas miedo de decírmelo. O de enseñármelo—una mano bajó y acarició perezosamente la pierna firme que tenía sobre la cadera. —Te quiero. Me haces más feliz de lo que jamás soñé posible y quiero hacerte feliz a ti. ¿Entiendes que disfruto tanto de lo que acabamos de hacer como tú?

—¿Sí? —Sí. No eres la única que obtiene placer al darlo, Xena. A veces, me gusta pensar que puedo hacerte sentir bien. La guerrera contuvo la respiración de repente. Por supuesto que quiere devolvértelo, guerrera tonta. —Gabrielle—Xena besó los suaves labios de su compañera. —No lo creo. Lo sé. Cada vez que estamos juntas…así—sonrió—siempre me siento bien—. Juntó sus manos izquierdas y las alzó hacia la escotilla, permitiendo que la luz de la luna se reflejase en las bandas de oro gemelas. —Siempre, Xena. —Y para siempre. Pasaron la siguiente marca de vela simplemente abrazadas, juntas, envueltas en los brazos de la otra, hablando tranquilamente sobre el día, las compras, los saltos, y admirando sus nuevos anillos. Un golpe sordo interrumpió su conversación. Ronan. —Un minuto—. Xena gimió y salió de la cama de mala gana, y se puso una túnica por la cabeza, deslizando sus dedos por su pelo alborotado antes de abrir la puerta y asomar la cabeza. —¿Sí? —Xena—el capitán estaba de pie frente a ella con una gran fuente de pescado asado—¿Interrumpo? —No exactamente—Solo te lo has perdido. Una sonrisa fiera apareció— ¿Qué pasa?—Miró la comida mientras el olor flotaba dentro de la habitación y escuchó rugir el estómago de la bardo. —Uno de mis viejos compañeros marinos lleva una taberna al final del puerto. Ha cocinado una gran remesa de pescado y verduras y me ha enviado algunos aquí. Sería mucho para mí solo. ¿Os importaría, a ti y a tu encantadora compañera, uniros a mí para cenar? —Sí. Nos encantaría—la voz de Gabrielle llegó de la habitación oscura. Xena rio—Eso sería un voto afirmativo de Gabrielle, y cuando su estómago está involucrado, no me atrevo a discutir. ¿Nos das un cuarto de marca, más o menos? —Sí—el rostro barbudo se contrajo en una sonrisa—Os veo ahora.

La guerrera se giró y cerró la puerta, y encendió una vela de una mesa baja junto a la cama, para que su compañera pudiera vestirse—Creo que es bastante solitario—. Gabrielle se abrochó un cinturón de lana alrededor de su túnica sin mangas, además de los zapatos, ya que solo iban a cruzar la cubierta. —Sí—Xena había peinado sus cabellos aún húmedos, deshaciendo nudos. —Toda su vida es llevar este barco de Pirgos a Alejandría. Él guía en el barco mientras la mayoría de su tripulación duerme, y duerme cuando ellos están despiertos. Y luego, cuando llega a puerto, todos lo abandonan para ir a la ciudad. Tengo la sensación de que él no es de ese tipo. La guerrera seleccionó una piel de vino de las dos que habían llevado consigo y le tendió un brazo a su compañera. La mano de Gabrielle se deslizó alrededor del musculoso antebrazo y salieron del camarote, localizando a Ronan en una mesa iluminada por una pequeña antorcha, cerca de la popa del barco. Comieron fuera, compartiendo la comida y el vino. La bardo sacó a relucir sus habilidades sociales, sacando a relucir la vida del capitán con preguntas cuidadosas y miradas ocasionales que ponían al hombre en predisposición. Ronan había nacido y se había criado en Irlanda, en una gran familia de pastores, con una infancia no tan distinta de la de la guerrera y la bardo. Había tenido él mismo una familia dedicada al pastoreo, se había casado joven. —Sí. Mi Katy. Era una muchacha encantadora, con un largo pelo rojo y la cara más bella en la que jamás he puesto los ojos. Una mirada, y todo estaba escrito. —Conozco la sensación—Xena sonrió al sentir una mano pequeña descansar sobre su muslo, bajo la mesa. —¿Dónde está ella ahora?—la bardo dejó la otra mano sobre el brazo del hombre. —La fiebre se la llevó, y a nuestros dos bebés—sus ojos se llenaron de lágrimas y sorbió antes de continuar. —Fue un invierno endiabladamente frío, ése fue. El sanador más cercano estaba demasiado lejos para llegar a tiempo. La cuidé a ella y a los pequeños lo mejor que pude, pero no había mucho que hacer por ellos. —Lo siento—la voz de Gabrielle era muy suave y apretó el brazo, mientras la guerrera se levantaba abruptamente y se acercaba a la barandilla, mirando al agua mientras seguía escuchando de espaldas.

—Eres muy amable, muchacha. Tienes buen corazón, lo sé—Ronan sonrió tristemente. —En fin, la enterré a ella y a los bebés en la ladera de una colina, mirando al verde valle que fue mi casa. Pero cuando acabé, me levante y miré aquella tierra y me di cuenta de que ya no podría volver a sentirme así. Vendí la granja y me uní a la armada en Britania. Pasé varios años allí y cuando me licenciaron volví a Irlanda y me uní a la tripulación de un mercante. Una cosa llevó a la otra y aquí estoy. El mar es mi amante ahora. Pero no te sientas mal por mí, muchacha. He visto cosas y lugares con las que la mayoría de la gente solo puede soñar. Mi vida no está tan mal—. Se levantó—Es tarde, y vosotras, muchachas, tenéis que levantaros temprano por la mañana, así que os deseo buenas noches. —Buenas noches, Ronan—la bardo lo abrazó impulsivamente y le besó en la mejilla—Gracias por la cena. —Sí—Xena se giró y miró al capitán con ojos tristes—Gracias. Quizás podamos coger tu barco cuando volvamos a Grecia. —Sí—Ronan se tocó el gorro—Me alegraría de teneros a bordo. Os daré un bonito camarote si volvéis conmigo. —Gracias—la guerrera continuó recostada contra la barandilla—Lo tendré en cuenta—. Observó cómo el anciano volvía abajo, a los aposentos del capitán, y después se giró de nuevo, mirando las oscuras profundidades del agua que había bajo el barco mientras sus demonios internos se agitaban dentro de su cabeza. Gabrielle estudió la agarrotada espalda durante largos momentos, antes de ponerse de pie y caminar suavemente hacia la barandilla, reclinándose contra su compañera y acariciando los anchos hombros con la mano plana—Eh. ¿Estás bien? —Sí. Estoy bien—aunque Xena no levantó la vista, y un largo suspiro escapó de sus labios. —¿Quieres hablar de ello?—la mano de la bardo empezó a vagar y comenzó un masaje sobre los tensos músculos del cuello. —Dioses, eso está genial—la guerrera dejó caer la cabeza hacia delante—Yo…solo estaba pensando. —¿En Solan?—la voz de Gabrielle contenía una profunda nota de tristeza, igual que siempre que hablaba del hijo de Xena, porque, a

muchos niveles, la bardo nunca podría perdonarse del todo por el papel que ella jugó en su muerte. —No—la guerrera se medio giró y sostuvo las manos más pequeñas de su compañera en las suyas, estudiándolas y sonriendo un poco a las alianzas. Va a llevar algo de tiempo acostumbrarse. —Al menos, no de la manera en que estás pensando. La bardo levantó una palma grande y callosa y la besó—Habla conmigo, cielo. ¿Qué te pasa? —Solo estaba escuchando a Ronan—Xena cerró los ojos reflexivamente mientras pequeños besos viajaban por su antebrazo—Gabrielle. He perdido a tanta gente. Mi padre, o al menos, al hombre que yo creía era mi padre. Liceus. Lao Ma. Borias. Marcus. Solan. Incluso a Esperanza, en cierto modo. La bardo contuvo el aliento bruscamente por la sorpresa, y su frente cayó hacia delante, contra el pecho de la guerrera. Habían hablado y hablado de Solan, Esperanza y Dahak, de China y Ming Tien, y de esa época de sus vidas cuando la oscuridad llegó y ninguna de las dos creyó que viviría suficiente para ver la luz de nuevo. Pero nunca, en ninguna de esas charlas, Xena había hablado de la muerte de Esperanza como una pérdida personal. —Qu…—Gabrielle tragó saliva, intentando poner en orden sus ideas—¿Qué te hace decir eso? Por Esperanza, me refiero. Xena cerró los brazos alrededor de su compañera, cuyo cuerpo temblaba. Besó la cabeza clara—Porque era tuya. Y tú eres mía. Así que, de alguna manera, ella habría sido mía también. Pero nunca supe cómo habría sido porque nunca, jamás, consideré la posibilidad de que algo tan bueno como tú, quizás, habría sido capaz de marcar la diferencia en ella. Los dioses saben lo que hiciste conmigo. Y me siento una hipócrita. Especialmente ahora, que sé quién es mi padre. Con todo, Esperanza y yo no éramos tan distintas. La bardo miró arriba y tomó el rostro de Xena entre sus manos—No lo hagas—. Su pulgar acarició una mejilla—Xena, no podemos volver atrás. Solo podemos ir hacia delante. Y hay una gran diferencia entre Ares y Dahak. Ares es el dios de la guerra, pero bajo todo ese fuego, en alguna parte, hay un corazón. Dahak es pura maldad. Vimos a Esperanza en acción. Creo…—Gabrielle agarró suavemente las manos de su compañera, guiándola a un banco bajo que había en cubierta, contra

la barandilla—No. Sé que nos habría matado, si hubiera tenido tiempo. Lo intentó. Así que no te tortures. No creo que pudiéramos haber hecho nada para hacer algo que la cambiase. No era buena. En absoluto. ¿Sabes qué he llegado a creer, Xena? —¿Qué?—la guerrera atrajo la cabeza de su compañera contra su hombro y deslizó sus dedos por el pelo corto y rubio. —Esperanza no era parte de mí—Gabrielle tomó aliento profundamente y jugó con los lazos de la túnica que estaban justo frente a su rostro, girándolos entre sus dedos mientras hablaba. —Era la semilla de Dahak. Solo usó mi cuerpo para traerla al mundo. Yo…sé que era un bebé precioso, pero era capaz de tomar cualquier forma que quisiese. Dahak la hizo parecer un bebé humano para que yo la amase y quisiera protegerla. Y más tarde, escogió parecerse a mí para que me sintiese culpable y creyese que era mi hija, quizás así no intentaría detenerla para que no llevase a cabo el plan de Dahak. O quizás solo quería hacerme sentir mal, porque es lo que hace el mal. Hace sentirse mal a la gente sin razón. Pero no era mía. Hubiera…hubiera sido casi imposible quedarme embarazada cuando Dahak me violó. Piénsalo. Las cejas de Xena se fruncieron y después se alzaron con la revelación. Había sido un día miserable. Había rescatado a Gabrielle de la cruz y casi no habían hablado. Después abandonó a la bardo en brazos de Krafstar, pensando que jamás volvería a ver a su mejor amiga, y después había ido a reunirse con Boadicea. Y para rematar las cosas, su ciclo había comenzado aquella tarde. Y si yo empecé, eso significa que Gabrielle…—¿Estabas…? —Justo a tiempo—la bardo se acurrucó más cerca del cuerpo caliente contra el que estaba sentada. —Bueno, entonces tienes razón. Maldita sea, es casi imposible que te hubieras quedado embarazada ese día—la guerrera sintió súbitamente aligerarse el peso que llevaba en los hombros. —Yo…esto va a sonar muy egoísta, pero no tienes ni idea de lo bien que me hace sentir esto. —No, no es egoísta—Gabrielle dejó su mano sobre la tripa de Xena, acariciando distraída los firmes músculos sobre la túnica de la guerrera. —A mí también me hace sentir bien, aunque sea un poco. Ni siquiera pienso en ella como una niña ya. —¿Por qué no me dijiste esto del ciclo antes? Por supuesto, si yo hubiera podido pensar con claridad, lo habría descubierto yo hace tiempo.

—Es eso. Ninguna de las dos fue capaz de pensar muy bien durante mucho tiempo después de ese día. Ni siquiera se me ocurrió a mí hasta hace poco—los ojos verdes miraron fijamente hacia arriba. —¿Pequeño detalle, eh? En fin, iba a decírtelo cuando encontrase el momento adecuado. No era algo que quisiera traer a colación tan a la ligera, especialmente desde que hemos sido tan felices, últimamente. —Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho. —Yo también—Gabrielle suspiró—Y aunque no pienso en ella como mía, gracias. —¿Por qué?—dos cejas oscuras se fruncieron. —Por hacerme saber que piensas en ella como una pérdida para ti también, y no solo mía. —Oh. Bueno, eso también me quita algunos pensamientos bastante extraños—la guerrera rio suavemente, intentando aligerar el ambiente. —A veces se me da por entrar en ese círculo. En plan, Ares es mi padre y ha tenido un hijo con Esperanza, el Destructor. Así que eso hace a Esperanza mi madrastra y al Destructor mi medio…lo que sea, en nombre de Zeus, que fuera el Destructor. ¿Lagarto gigante y cornudo? ¿Monstruo marino? Y las cosas se ponen realmente extrañas si sigo por ahí y me doy cuenta de que si Esperanza era mi madrastra, tú serías mi abuelastra. —Euuuggh—Gabrielle arrugó la nariz. —Sí—la guerrera imitó el gesto de su compañera. —No me permito ir por ahí demasiado a menudo. Es como pensar en el hecho de que me he acostado con Hércules, y que es el hermano de Ares. —Uggh. Xena, eso es casi peor. —Ya. A mí me lo vas a decir. —Um…Xena. —¿Sí? —Odio decirte esto, pero aunque Esperanza no fuera mi hija, el Destructor seguiría siendo tu medio hermano…o hermana…o lo que fuera.

—¿Eh?—Xena lo consideró un momento. —Oh, dioses. Es verdad. Asumiendo que el Destructor fuera realmente el hijo de Ares y Esperanza. Creo que no quiero saberlo. —Yo tampoco—Gabrielle pinchó suavemente el estómago que estaba acariciando. —Xena, el Destructor debiera ser prueba suficiente de que Esperanza no era mía. Era un hijo de bacante feísimo. Odiaría pensar que esa cosa tiene parte de mí en él. Si Ares era su padre, entonces debe haber sacado esa apariencia de Dahak, a través de Esperanza. Ares es un montón de cosas, pero feo no es una de ellas. Y está demostrado que produce niños preciosos. —Vaya, gracias—la guerrera agitó el pelo de su compañera. —Y es bien cierto que no se parecía a ti, amor. Así que lo que dices tiene sentido. Esperanza, obviamente, no heredó ninguno de tus genes, eso seguro. —Así que quizás Esperanza sea solo obra de Dahak, y el Destructor sea solamente obra de Esperanza. Quizás Ares no haya tenido nada que ver en crear al Destructor, así que eso significaría que no estás emparentada con él, después de todo… —Eso es solo…una esperanza. Auch. Pésimo juego de palabras, guerrera. Gabrielle hizo un mohín—Sabes, pensándolo bien…creo que no fuiste bardo en otra vida. —Ya te lo dije. En fin…Nos estamos yendo del tema. Pero me alegro mucho de que lo hayamos hecho. La guerrera alzó a la bardo y la colocó en su regazo, y la sostuvo con fuerza—Cuando estaba escuchando a Ronan hablar de cuando perdió a su esposa y como miró a su alrededor y supo que ya no había lugar en la granja para él…Gabrielle, si algo te pasara, no creo que pudiera haber lugar en el mundo al que pudiera escapar y dejar de sentir que me falta algo. —Xe…—la bardo miró atentamente los ojos tristes y azules. —¿Por qué te torturas? ¿Y qué harías? —¿Cuándo has arrepentida.

visto

que

no

me

torture?—la

guerrera

sonrió

—Vale, buen punto, ¿pero y la otra pregunta? —Bueno. Que Artemisa me ayude, sé que tengo tu rito de casta. Probablemente, haría a Chilapa regente permanente y después

escaparía con las Amazonas del norte de nuevo, y esperaría a morir. O quizás me quedaría por Grecia hasta que alguna de tus amazonas me retase, y la dejaría ganar. —Esperaría que siguieses intentando seguir viva—Gabrielle besó suavemente el hombro de su compañera. —Pero no importa, Xena. Si yo me voy primero, te estaré esperando debajo de aquel sauce. Te lo prometo. —¿Me lo prometes? —Te lo prometo. —Yo también. Compartieron un largo y poco exigente beso antes de que la guerrera se levantase y llevase el pequeño cuerpo de vuelta a su camarote. Dejó a su compañera suavemente sobre la cama y después se acurrucó detrás de ella. Gabrielle giró boca acabo y Xena dejó su cabeza entre los omóplatos de la bardo, guareciendo el cuerpo de su compañera con su larga figura. Estiró las ligeras mantas por encima de ellas y pronto se quedaron dormidas.

—Esto es vida—la bardo cerró los ojos y se reclinó sobre un banco gruesamente acolchado mientras se palmeaba la tripa llena y sentía el sol calentar su rostro. Había sobrepasado la mitad de su viaje por el Nilo, y había resultado ser como Ronan había descrito. Bajo cubierta, un pelotón de sudorosos y musculosos remeros conducían diestramente el barco río arriba, pero sobre cubierta había un paraíso flotante. Solo había diez pasajeros, aparte de la tripulación, y todos estaban reclinados, estirados sobre bancos bajos y dobles, acolchados, que recorrían ambos lados de la cubierta. Sirvientes caminaban constantemente, llevando bandejas con todo tipo de comida, y sus tazas nunca bajaban de la mitad antes de ser rápidamente rellenadas con cualquier libación que deseasen. Los tocadores de lira rasgueaban mientras los bardos cantores cantaban los mitos de Egipto. La guerrera estaba sentada, con un brazo envolviendo protectoramente el torso de su compañera, quién estaba acurrucada contra ella, y se deleitaba observando a Gabrielle, sabiendo que la bardo estaba absorbiendo las historias para llevárselas a Grecia con

ella. Estiró con pereza un largo brazo mientras un sirviente pasaba, y enganchó un racimo de uvas de la bandeja que llevaba. Arrancó una de las jugosas frutas y se la tendió a su compañera, poniéndosela delante de la cara, riendo cuando Gabrielle la tomó con la boca, junto con parte del dedo de Xena—Me alegro de que te lo estés pasando bien. —Oh, sí. Esta tierra es increíble. Nunca he visto algo así—la bardo continuó mirando la orilla del río, girándose con frecuencia para preguntarle a su culta compañera sobre las cosas que veía en la orilla y en el agua. El impertérrito valle del Nilo comenzaba verde y fértil cerca de Alejandría, pero al acercarse a El Cairo, el terreno se iba volviendo árido y daba lugar a largas llanuras de desierto abierto, con algún oasis. —¿Xena, qué es eso? —¿El qué?—la guerrera se alzó, mirando más allá del agua, a la orilla, sin ver nada más que arena y maleza maltratada por el sol. —No. Eso. En ese cuenco de ahí—Gabrielle señaló un cuenco lleno de objetos grandes y redondos, que parecían ser ásperos y eran de un color raro, como de puesta de sol. Me lo imaginaba. Comida. —Son naranjas. No las he visto en años— Xena cogió una de las frutas maduras. La bardo observó con fascinación como la guerrera la pelaba con cuidado, descartando la piel. —¿Esa parte no es buena?—Gabrielle miró con curiosidad el agua, donde flotaban las pieles de la naranja. —Es de un color mucho más bonito que el interior. —Sí, pero es amarga—acabó y separó los gajos carnosos, quitando cuantas más hebras pudo durante el proceso, y tirándoselas al torso de su compañera. —¡Oye!—Gabrielle agarró una de las hebras—¿Esto a qué viene? —Solo es porque eres muy mona y me encanta meterme contigo—la bardo llevaba el atuendo favorito de Xena, el de cuero rojo, y la guerrera había pasado la mayoría del tiempo observando a su compañera, en lugar del terreno de su alrededor. —Toma—le tendió un gajo de naranja como ofrenda de paz y la bardo se inclinó, tomándolo entre los dientes y mordiéndolo.

—Ooooh—su boca se hizo agua ante la combinación de dulce y agrio que explotó en su boca. —Está bueno. Más, por favor—abrió la boca y una guerrera riente la alimentó con otro gajo. Dos figuras ocultas, sentadas a buena distancia de ellas, observaban con fascinación—No lo entiendo—murmuró un hombre barbudo a su compañero. —¿Es la más alta algún tipo de sirvienta de la pequeña? Parece como si estuviese entrenada para alimentar a su compañera y mimarla. —Pero fíjate en la postura de la más alta—replicó el más orondo. —¿Ves lo protectora que es? Creo que es un guardaespaldas. Mira todas las armas que lleva. —Cierto. Pero la de la realeza también está armada—el hombre barbudo señaló los sais metidos en las botas de la bardo. —Espera un minuto. Se besan. Quizás la más alta sea una especie de esclava sexual de la pequeña reina. —Ni idea—el más corpulento se encogió de hombros, mientras continuaban observando. Justo al atardecer el barco viró al oeste, sobre el agua clara, hacia un pequeño puerto. Uno de los miembros de la tripulación, un hombre de piel oscura, vestido con un caftán blanco, se levantó y proyectó su voz—¿Quién de vosotros sois Xena y Gabrielle? Los ojos de la guerrera se estrecharon y deslizó una mano hasta el chakram, pero por lo demás permaneció inmóvil. —Yo soy Xena, y ella es Gabrielle—mantuvo su agarre firme alrededor de la cintura de su compañera—Y este maldito barco debería estar virando al este, hacia El Cairo, en lugar de al oeste. —Os ruego que disculpéis—el hombre se aclaró la garganta nerviosamente, mientras permanecía a una distancia prudencial de la guerrera amenazante, quien lo estaba mirando peligrosamente en esos momentos—Pero tengo un mensaje para vosotras—. Se acercó lo necesario, sosteniendo un trozo de pergamino ante la figura cubierta de cuero. Xena tomó la nota y la estudió. ¿Eh? —Cleo dice que sabe que estaríamos en este barco y que quiere encontrarse con nosotras en Guiza antes de ir a su palacio de El Cairo—miró al marinero, quien

estaba esperando a que terminase de leer—¿Es este el puerto de Guiza?—hizo un gesto hacia el destino aparente del barco. —Sí. Tenía el mensaje de la reina para parar aquí antes de ir a El Cairo, y tenía órdenes de darte el mensaje antes de llegar a Guiza. No dijo por qué—el hombre estaba empezando a tener un tic nervioso en el párpado y se frotó distraído la cara con una mano. Cuando Xena había estado en Egipto, en sus días de señora de la guerra, no había ido mucho más al sur de Alejandría. Solo había parado allí lo suficiente como para reaprovisionar su barco y quizás disfrutar de una buena comida en una taberna antes de continuar. La clave eran los Ptolemaicos, la dinastía de reyes que precedieron a Cleopatra, alguien a quien no debía molestarse. Respetando esa advertencia, la guerrera había permanecido alejada de Ptolomeo XIII, el hermano de Cleopatra y su marido ante la ley, solo entrando y saliendo de su país de vez en cuando, y siempre por necesidad. Había asumido que si conseguía conquistar el mundo, al final tendría que enfrentarse con él, pero decidió dejarlo en paz hasta que el fuese un obstáculo verdadero. —¿Qué hay en Guiza?—alzó una ceja en cuestión. La bardo se giró y tironeó rápidamente de uno de los flecos de su falda de combate. —Um…Xena. Eso es lo que hay en Guiza—Gabrielle se levantó y señaló la orilla. —¿Qué Hades…?—la guerrera miró en la dirección en la que señalaba una bardo sin palabras. En la distancia, tres gigantescas formaciones triangulares se alzaban sobre el desierto. Frente a ellas, había una estatua que parecía ser mitad hombre, mitad león. Esparcidas por la base de las cuatro gigantescas estructuras, había docenas de pequeños edificios que parecían ser templos. Nada humano ha podido hacer esto. No es posible. Xena sintió erizarse los pelos de su brazo y un escalofrío recorrer su piel. —Nos bajamos aquí. —Como deseéis—el marinero hizo una apresurada agradecido de conservar todos sus apéndices.

reverencia,

Los dos observadores estaban demasiado lejos como para escuchar la conversación, aparte de los nombres de sus presas, que el marinero había gritado. Uno de los nombres ya era conocido. Pero el otro…—Así que el nombre de la esclava es Xena. Es bastante inusual. Nunca lo había oído antes—el hombre más alto se movió en el sitio y se secó su

frente empapada de sudor con la manga de su túnica, esperando poder alejarse del sol pronto. —Yo sí—el hombre barbudo se acarició suavemente el pelo del mentón y compuso una mirada lejana. No puede ser. Tiene que ser una coincidencia. —Pero la que yo conocía era una leyenda. O si era real, seguro que debe de estar muerta a estas alturas. Diez veranos atrás, cada provincia a cada lado del Mediterráneo ofrecía una recompensa por la cabeza de una señora de la guerra llamada Xena. Alguien debió capturarla. —¿En serio?—el hombre corpulento se giró hacia su compañero. — Háblame de ella. —Era una guerrera en tierra y un pirata en el mar, y no respondía ante nadie. No se inclinaba ante ningún rey, y solo adoraba a un dios, al dios griego de la guerra, Ares. Saqueó cada aldea y barco que se cruzó en su camino, y tomó todo lo que fuese de valor. La muerte y la destrucción formaban su estela. Ningún hombre sobrevivió a su espada, y ningún reino en el que hubiese fijado su vista permaneció en pie durante mucho tiempo. Lo último que escuché es que estaba cerca de conquistar Atenas. Pero más pronto o más tarde dejé de oír hablar de ella, y después de un tiempo, la mayoría de nosotros en Alejandría imaginamos que nunca existió. Creemos que fue creada para explicar hechos que fueron cometidos por un puñado de diferentes señores de la guerra y espadachines. —Bueno. Incluso aunque fuese real, esa mujer no podría ser ella. La persona que tú describes nunca habría sido capturada y vendida como esclava por alguien tan pequeño e indefenso como esa reina Gabrielle. —No. Tienes razón. Quienquiera que sea esa Xena, no es una guerrera, eso seguro—rio el hombre barbudo. —Pero no creo que la pequeña sea incapaz de defenderse. ¿Has visto los músculos que tiene? No desarrollas eso sentada todo el día, comiendo uvas. —Mira, se van. Los dos hombres esperaron hasta que la reina y su “esclava” desembarcaron, y en el último minuto se levantaron y bajaron del barco rápidamente, justo antes de que saliese del puerto para continuar cruzando el río hasta El Cairo. Mantuvieron una distancia prudencial, siguiendo a su presa por las calles y caminos de Guiza, sin perder jamás a la reina de vista.

—Xena, esto es increíble—Gabrielle estaba parada en medio del templo de la Gran Esfinge, pasando de una pared a otra, admirando las raras figuras y los jeroglíficos con curiosidad, mientras trazaba con sus dedos algunos de los relieves. —Mira los ojos. ¿Por qué crees que los pintan así? Mira cómo los ojos siempre miran hacia delante, aunque la cabeza no. —Sí, ya veo. Y no, no tengo ni idea de por qué los pintan así. Quizá el artista no tenga talento—una guerrera muy aburrida estaba sentada en un banco cerca de la puerta del templo, con las largas piernas estiradas frente a ella mientras lanzaba continuamente una daga, incrustándola en la pared de enfrente y levantándose para retirarla. —¡¿Quieres estarte quieta?!—la bardo interceptó a su compañera y quitó la daga de la pared, sujetándola tras su espalda y palmeando el suelo con el pie. —Eh. Dámela—una guerrera inquieta alzó la voz, pero no hizo el menor movimiento para ir tras el arma, por temor a que su compañera se hiciese daño en el intento. —Por favor—el tono cambió a uno de súplica—Vamos. Me estoy muriendo de aburrimiento aquí, y si veo una pintura más, creo que voy a vomitar. Al menos, déjame divertirme hasta que aparezca Cleo. Cuando desembarcaron, buscaron a Cleopatra durante una marca de vela, sin suerte, y una bardo impaciente había decidido empezar a recorrer la ciudad sin la reina egipcia. Ya había arrastrado a su compañera por el templo del Valle, que estaba cerca del templo en el que estaban ahora. Había seguido a su alma gemela pacientemente mientras estudiaba cada panel del templo del Valle, y en cuanto a Xena, el templo de la Gran Esfinge no era diferente del anterior. El rostro de Gabrielle se suavizó y le tendió la daga de vuelta—Toma, cielo. Sigo olvidando que no eres muy aficionada a las artes. —¿Eso es alguna clase de insulto subrepticio?—los ojos de Xena se estrecharon mientras estudiaba la sonrisa de suficiencia que tenía enfrente. —No—la bardo le palmeó el estómago—Es un hecho. Me doy cuenta de que estás tan interesada en estos templos como yo lo estaba en las

armas del mercado ayer. Pero Xena, estos paneles representan la historia. —Hmmmpf—la guerrera aceptó la daga y la giró en la palma de la mano—Estas pinturas absurdas quizás representen la historia, pero con esto…—lanzó de nuevo la daga a la pared y sacó la espada, girándola con orgullo—…con esto los hombres forjan la historia, bardo mía. Gabrielle se limitó a poner los ojos en blanco y a dirigirse al siguiente panel. —¿Gabrielle?—Xena deslizó la espada de nuevo en la funda. —¿Sí?—la bardo sonrió sobre su hombro pero no se giró. —Si no te importa, voy a salir afuera a echar un vistazo. A ver si Cleo está cerca. —Claro. Tómate tu tiempo. Aún me quedan como cinco paneles que ver. Xena dedicó un minuto a dedicarle una mirada afectuosa a su pequeña compañera, reclinándose contra una columna y estudiando algo por su cuenta, apreciando las gráciles curvas y firmes músculos de la espalda y las piernas de Gabrielle. La mañana había sido divertida para ambas, y había visto destellos de la Gabrielle más joven que había viajado con ella durante los primeros años. Egipto era ahora para Gabrielle lo que había sido la mayoría de Grecia cuando se conocieron. Un lugar lleno de magia y maravillas. La bardo había planteado interminables preguntas y hecho cientos de comentarios durante la mayor parte del viaje por el Nilo y el recorrido de los dos templos. Xena había observado a su compañera absorber la información y los detalles como una esponja de mar absorbía el agua, y se le ocurrió, no por primera vez, que estaba observando a una mente brillante en acción. Por qué alguien como ella quiere estar con una ex señora de la guerra marcada y gruñona como yo es algo que nunca entenderé. Podría ir a cualquier lugar que desease. Hacer lo que quisiese. Estar con cualquiera que eligiese. La guerrera había respondido las preguntas, en su mayor parte, de una forma mucho menos gruñona que hace cuatro años. Se dio cuenta, para su sorpresa, que aparentemente había desaparecido el balbuceo incesante que había sido la regla general durante sus primeros viajes juntas. Hmmm. Era igual en Chin y la India. Espero que consiga un

montón de poemas con esto. La guerrera sacudió la cabeza y salió del templo, al brillante sol. Estaba a medio camino de la estrecha calle cuando se detuvo e inclinó la cabeza, escuchando. Ignoró rápidamente los ruidos de los peatones y los cascos de los camellos sobre la arena suave que cubría la mayor parte del suelo, hasta que se centró en lo que había llamado su atención. Ahí estaba de nuevo. Un grito amortiguado, esta vez acompañado del sonido del metal chocando contra el metal. Gabrielle. Xena se giró y corrió al templo, saltando los escalones de dos en dos. Cuando cruzó la ancha puerta, barrió rápidamente la zona y se dio cuenta de que estaba vacía. Al mirar hacia la puerta de atrás, localizó uno de los sais de la bardo tirado en el suelo. Maldición. No puedo dejarla sola un minuto. La guerrera se agachó y atrapó el arma antes de salir por la puerta de atrás y localizar a su compañera a unos cuantos metros, siendo arrastrada hacia la base de la gran Esfinge. Sus manos estaban atadas a su espalda y parecía tener una mordaza en la boca. Dos hombres, con la bardo en el medio, la obligaban a avanzar pinchándola con una lanza, mientras un tercer hombre, delante de ella, la guiaba por una cuerda que tenía atada al cuello. Era obvio que Gabrielle no se lo estaba poniendo fácil, ya que intentaba patear a sus captores y se giraba continuamente, intentando gritar a través de la mordaza. Hades, Gabrielle. La guerrera se tomó un segundo para valorar la distancia y el ángulo, antes de lanzar el chakram con toda la fuerza que pudo, enviándolo a rebotar a uno de os edificios. Entonces cortó la cuerda que se extendía desde el cuello de la bardo. Desde allí, el chakram rebotó sobre otro edificio bajo y salió disparado hacia arriba, cortando la punta de las dos lanzas. Tan pronto como Gabrielle se dio cuenta de lo que estaba pasando, se tiró al suelo y se alejó de sus tres captores, y después se puso de pie de nuevo, intentando sacarse la mordaza de la boca, con sus manos aún atadas firmemente tras su espalda. Xena comenzó a correr, lanzando su grito de guerra y desenvainando la espada, aún observando su chakram mientras continuaba volando, aparentemente atrapado en alguna clase de corriente ascendente y ganando impulso a medida que volaba. La guerrera llegó al lado de su compañera y miró hacia arriba mientras escuchaba un atronador crac. Oh, oh. —¡Agáchate!—la guerrera tiró su cuerpo sobre el de Gabrielle y

cubrió su cabeza mientras el chakram impactaba contra la nariz de la Esfinge, que se partió inmediatamente por la mitad y comenzó a deshacerse en pedazos, que cayeron sobre ellas. El polvo se asentó justo cuando Xena estiró el brazo para atrapar el chakram. Se puso de pie y miró a los tres potenciales secuestradores, los cuales estaban aturdidos y atrapados bajo pequeños fragmentos de roca, pero ilesos. Un sonido amortiguado y un golpe contra sus piernas la hizo girarse hacia su compañera. —Oh. Lo siento—Puso a la bardo de pie y sacó su daga de pecho, liberando rápidamente a Gabrielle de la mordaza y sus ataduras. —Bueno, bueno—una voz profunda y rasgada cruzó el espacio entre ellas y la Esfinge. —Xena. ¿No haces más que luchar? ¿Y qué le has hecho a mi Esfinge?—la risa cordial de Cleopatra resonó mientras reducía la distancia, deteniéndose a centímetros de la alta guerrera y poniendo las manos sobre sus caderas, mirando atentamente al ahora monstruo desnarizado. —Sabes, Xena, has destruido un monumento milenario. Ups. La guerrera sonrió avergonzada —Lo siento. Estos chicos intentaban secuestrar a Gabrielle y mi chakram perdió un poco el control. Cleopatra miró a los tres hombres de ojos como platos, que habían salido lentamente de su prisión de roca y no habían sido capaces aún de encontrar sus voces. —¿Esta es la Gabrielle que vosotros tres me traíais? Chicos, no podéis hacer nada bien. Esta Gabrielle es…¿Una rubita molesta? No puedo creer que Xena siga con esta chiquilla pegada a los talones. Cleopatra puso freno rápidamente a su opinión. —…es la compañera de viaje de mi buena amiga Xena, la princesa guerrera de Grecia. El hombre rechoncho y su compañero barbudo se miraron uno a otro, conmocionados, pero no dijeron nada; mientras el tercer hombre, quién se les había unido en el puerto, se limitó a rascarse la cabeza, confuso. —Espera un momento—la guerrera frunció el ceño—¿Son secuaces tuyos? —Sí—la egipcia suspiró. —Pero aparentemente me traían a la persona equivocada. Me llegó el rumor de que una reina extranjera llamada Gabrielle había sido vista en el mercado de Alejandría, y después se dirigiría hacia El Cairo para tomar mi reino. Se suponía que estos chicos iban a capturarla y a traérmela, pero obviamente se han equivocado.

Guerrera y bardo intercambiaron una mirada sin palabras que hablaba por sí sola. —Um…Cleopatra—Gabrielle dio un paso al frente, sacudiéndose el polvo de la falda—Ha habido un error, pero no de parte de tus hombres. —¿Qué quieres decir?—la egipcia miró primero a la bardo y después a la guerrera. —Cleopatra—Xena se puso al lado de su compañera—Sé que tú y Gabrielle os conocéis, pero probablemente no habéis sido presentadas de acuerdo a la costumbre real. Déjame intentarlo otra vez. Te presento a Gabrielle, la reina de las amazonas griegas. La boca de la egipcia se abrió y se cerró, mientras aceptaba en silencio el brazo extendido de la bardo. —Te aseguro—sonrió Gabrielle—que no tengo intención de tomar tu reino. Seiscientas amazonas son más de lo que puedo manejar. —Ya veo—Cleopatra se había relajado visiblemente. —Tengo una tienda asentada en el otro lado de la segunda pirámide. Vamos a comer algo y a arreglar todo. —Eso suena maravillosamente, gracias—Gabrielle inclinó su cabeza lo justo, como gesto de cortesía hacia su real anfitriona. —Chicos—Cleopatra miró al trío de guardas—Volved a lo que estabais haciendo antes de que pasase esto. —Sí, alteza—los tres se inclinaron profundamente antes de escabullirse de vuelta al río. La reina egipcia gruñó y después se giró hacia sus invitadas. —¿Vamos, señoras?—las guio hacia la pirámide de Kefrén. Mientras caminaban, la guerrera echó una última mirada sobre su hombro a la Esfinge—De verdad que siento lo de la estatua. —No te preocupes por eso—Cleopatra le quitó importancia con un gesto de la mano. —Lo haré reparar en menos de una semana. Nadie se dará cuenta de que no está.

Capítulo 3 Ahora, pues, oye esto, sensual uno, Que habita de forma segura, ¿Quién dice que en tu corazón, Yo soy, y no hay otro fuera de mí. Siéntate en silencio y entra en tinieblas ... Para usted nunca más te llamarán La reina de los reinos. - Isaías 47: 8, 5, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

L

a pirámide de Kefrén era la más grande de las tres gigantescas estructuras, y la última que exploraron. Gabrielle siguió adelante sin el resto del grupo, adentrándose con valentía en el largo y oscuro túnel que llevaba a la cámara mortuoria principal, con su antorcha arañando casi nada de la oscuridad casi palpable. Hacía frío dentro y era un bienvenido respiro del intenso calor del desierto que las había abatido sin misericordia cuando abandonaban la sombra de los edificios o la hospitalidad de la tienda. Caminó con agilidad, con sus pasos haciendo un ruido sordo sobre el duro suelo de piedra, mientras desaparecía en un recodo y ponía una gran distancia entre ella, Xena y Cleopatra, quienes estaban a varios metros detrás de ella, con sus cabezas juntas, inmersas en una conversación sobre estrategias defensivas. El humor de la bardo iba rápidamente en descenso, y se metió en una pequeña cámara cuadrada y cerró la puerta tras de sí con un clic, segura de que no la echarían de menos en unos minutos. Puso la antorcha en un arbotante de la pared y se reclinó sobre la áspera y fría arcilla, con las palmas apoyadas en la pared, tomando aire profundamente para estabilizar sus erizados nervios. Vamos, Gabrielle.

Contente. Estás aquí, en una misión muy importante, así que aguántate y apártate del medio. Habían compartido una comida ligera en la que habían concluido que la presencia de Gabrielle en el mercado de Alejandría había sido uno de esos acontecimientos que se habían salido de madre cuando las noticias llegaron finalmente al palacio de El Cairo. Xena se había reído de ello, preguntándose cómo se sentía su compañera al ser objeto de chismes exagerados. Era algo que normalmente le pasaba a la guerrera, con regularidad. Si rescataba a algún viajero en el camino y ahuyentaba a, digamos, cinco o seis atacantes, cuando alcanzaban la siguiente aldea escucharían historias de que ella sola había derrotado a treinta o cuarenta hombres. En este caso, su paseo totalmente inocente se había convertido en objeto de especulación por parte de mercaderes aburridos que tenían mucho tiempo que matar y nada mejor que hacer. La mercader de joyería sabía a ciencia cierta que Gabrielle era una reina, ya que ellas se lo habían dicho, y las cosas habrían de progresar desde ahí. Mientras mordisqueaban olivas saldas, pan de hierbas, queso de cabra y naranjas, se había hecho patente que Cleopatra estaba muy complacida con la visita de Xena, y que le molestaba que la bardo estuviese con ella. Durante la comida, la egipcia se colocó entre Gabrielle y Xena, centrando su atención completamente en la guerrera y dejando a la bardo fuera de la conversación. Cleopatra se inclinaba con frecuencia, tocando el brazo de Xena o su pierna brevemente, riendo ante cualquier cosa que dijese la guerrera que fuese remotamente graciosa, y posando sus ojos frecuentemente sobre la alta figura de la guerrera, haciendo obvio que había más que intenciones amistosas hacia su preciosa invitada. La guerrera había declinado comentar su relación con Gabrielle, llegando incluso a quitarse el anillo y deslizarlo en el bolsillo de su cinturón cuando solo la bardo estaba mirando. Había sido un picotazo que envió pinchazos hasta el mismo centro de su alma, pero Gabrielle no dijo nada, rechazando incluso establecer contacto visual con Xena y metiéndose en sí misma mientras estudiaba sus manos entrelazadas en su regazo, y dejando de lado cualquier intento de unirse a la conversación. Entendía que su compañera tenía que ganarse la confianza de Cleopatra antes de revelarle la verdadera razón de su visita. La bardo se había preguntado brevemente cuán lejos iba a llegar Xena para ganarse esa confianza, y sintió una sensación de

mareo en sus entrañas, algo que obligó con todas sus fuerzas a retroceder mientras continuaba mordisqueando su pan y sonriendo en los lugares apropiados de la conversación entre su compañera y la egipcia. Después de la comida había recorrido algunos de los edificios pequeños y templos, y las dos pirámides, y Gabrielle se había lanzado a estudiar las obras de arte y jeroglíficos, y maravillándose ante algunos maravillosos objetos que habían dejado en las cámaras mortuorias de los faraones. Los guardas de las pirámides habían sido llamados para acompañarlas, mientras las entradas principales eran bloqueadas. Las cámaras principales eran el lugar donde yacían los faraones mientras eran selladas, y Cleopatra explicó que se creía que cualquiera que entrase en esas habitaciones sería maldito. Las cámaras pequeñas eran el lugar de descanso de esposas, sirvientes y los miembros de la familia de los faraones que se enterraban con ellos. La bardo sintió una lágrima caliente deslizarse por su mejilla, seguida de varias más y sorbió, limpiándose con enfado con el dorso de la mano. Genial. Lo que me faltaba. Que me pillen llorando. Tomó varias inspiraciones profundas y deslizó sus dedos sobre su cabello empapado de sudor, que estaba pegado a la parte de atrás de su nuca, el precio a pagar por pasar la tarde bajo el sol egipcio. Tragó y escrutó cautelosamente el sarcófago de madera oscura que yacía sobre una mesa baja, cerca del centro de la habitación. Con creciente curiosidad, se movió dubitativa hacia delante, hasta que estuvo cerca del pequeño ataúd ornamentado. Deslizó las puntas de los dedos por toda su longitud, y después trazó las incrustaciones de oro que decoraban los rasgos tallados de lo que parecía ser una niña. Qué triste. Sabía que cada sarcófago solía reflejar la imagen de la persona que contenía, y que los faraones muertos solían dejar instrucciones para que cierta gente fuera asesinada y enterrada con ellos. Se creía que cualquier cosa que el espíritu necesitase en la próxima vida debía estar con él en su lugar de último descanso. Por tanto, ropa, joyas, dinero, muebles, objetos decorativos, comida y agua, mujeres, sirvientes y niños eran enterrados en cámaras contiguas, comunicados por largos túneles que partían de la cámara principal. Se desplazó a una esquina de la pequeña cámara y se arrodilló. Sus sospechas de que el cuerpo momificado era una niña fueron confirmadas al explorar una pila de juguetes de madera, una pequeña mesita con cuatro sillas y varias urnas que contenían retratos de una

pequeña niña egipcia de largos mechones negros y ojos grandes y oscuros. Gabrielle apartó cuidadosamente una espesa capa de polvo de una de las urnas y se inclinó hacia delante, girando la cabeza hacia un lado para estudiar el rostro que le devolvía la mirada. La niña parecía feliz y había sido retratada sentada en un jardín sosteniendo una muñeca. Un gran perro negro yacía a los pies de la niña, y la bardo se preguntaba si el can habría corrido un destino semejante, y estaría enterrado en algún lugar de la pirámide. Pobre niña. No debía estar en la línea de sucesión al trono. Muchas veces, los faraones se llevaban a su familia con ellos, exceptuando al heredero inmediato, generalmente el hijo más mayor, quién debía continuar con el linaje. Gabrielle se puso de pie y se dio cuenta de que la antorcha ondeaba salvajemente, como si estuviese siendo agitada por una fuerte brisa. Pero aquí no hay aire. Sintió un escalofrío helado, y puso jurar que sintió algo acariciar la parte trasera de sus piernas, como unos dedos ondeando, provocando una súbita descarga de adrenalina recorrer sus sistema mientras que cada pelo de su cuerpo se ponía de punta. Cogió la antorcha y se retiró apresuradamente de la pequeña habitación, lanzándose inevitablemente a una colisión con un sólido cuerpo de metro ochenta que estaba a centímetros del suyo. —Arrf—dejó caer la antorcha mientras sus manos iban, instintivamente, a parar contra dos espirales cobrizas de la armadura, en un esfuerzo por evitar el choque total. —Eh. Aquí estás. Um…—Xena miró los pequeños dedos, que estaban firmemente enredados alrededor del borde superior de su armadura, casi tocando la piel de la curva de sus pechos. —Yo también me alegro de verte—rio mientras agarraba suavemente las manos de su compañera y las apretaba. Las órbitas de azul pálido brillaron a la luz tenue de la antorcha, mientras la guerrera se agachaba para recuperar la estaca ardiente que chisporroteaba contra el suelo, amenazando con apagarse. Palmeó ligeramente la curva de la pantorrilla que tenía justo enfrente de los ojos antes de levantarse sosteniendo la antorcha, para poder ver el rostro de Gabrielle—Me preguntaba donde habías ido. Estamos a punto de salir hacia El Cairo. Nos…—Xena se detuvo, percibiendo los restos del camino que habían recorrido las lágrimas por el rostro de la bardo. —¿Qué pasa? ¿Estás bien?—usó la mano libre para acariciar suavemente la piel húmeda y pegajosa. —Estás fría, cariño. ¿Qué hay ahí?—hizo un gesto hacia la habitación.

—Una…—la bardo suspiró y cerró los ojos, inclinándose instintivamente hacia el tacto de Xena. Por alguna razón, no estaba lista todavía para hablar de su experiencia sobre natural—…niña pequeña. Me ha puesto triste. —Oh—unas pestañas oscuras parpadearon. —¿Por eso has llorado? Dos ojos verdes se abrieron de golpe. Maldición. Me ha pillado. No más mentiras. —No. —Eso me parecía—la guerrera miró a su alrededor, y convencida de que estaban solas, inclinó la cabeza, mirando profundamente a los ojos de su amante mientras acortaba la distancia entre ellas, acariciando los labios de su amante con los suyos varias veces antes de apartarse y poner la mano libre de la antorcha contra el costado de Gabrielle, justo sobre su cadera. Largos dedos acariciaron suavemente la piel desnuda mientras Xena besaba la coronilla de la cabeza rubia—Siento mucho cómo están yendo las cosas. Sé que no es mucho consuelo, pero lo estás manejando maravillosamente. Si yo estuviese en tu lugar, ya habría molido a palos a la vieja Cleo—la guerrera sonrió al ver que su pequeña declaración era recompensada por una pequeña risa. —Te quiero. No lo olvides. Hablaremos de esto más tarde, cuando tengamos un poco más de privacidad, ¿de acuerdo? Siempre sabe exactamente qué decir. —Vale—Gabrielle se reclinó contra el fuerte torso y enterró la cara en el pecho de Xena, inhalando profundamente la esencia del cuero calentado al sol y el almizcleño aroma que era Xena, mientras envolvía con sus brazos a la guerrera, dándole un pequeño apretón antes de apartarse de mala gana, a una distancia algo más platónica. Caminaron fuera de la oscura cámara al abrasador sol, y ambas mujeres se detuvieron al unísono, tomándose un momento para permitir a sus ojos acostumbrarse al cambio extremo. Una pequeña comitiva y…camellos estaban esperándolas al final del camino que iba de la pirámide hasta el Nilo. La bardo frunció el ceño al observar las grandes y rojizas criaturas, cuyas grandes pestañas fluctuaban sobre unos grandes ojos negros y líquidos mientras miraban curiosamente las dos figuras que se acercaban a ellos. —Um, Xena—Gabrielle tironeó de la vaina a la espalda de su compañera. —¿Síii?—la guerrera continuó caminando hacia el grupo.

—¿Vamos a montar en ESO?—la voz de la bardo subió varios tonos, hasta un chillido. —Eso parece—el tono de Xena era ligero, mientras sus largas piernas la llevaban hacia su meta, y Gabrielle se detenía de golpe y se limitaba a mirar fijamente, antes de echar a correr para alcanzar a su alta compañera. La guerrera miró a su aparentemente asustada compañera—No te preocupes. —Pero yo nunca he ido en camello. Vamos, Xena. Me llevó tres veranos acostumbrarme a Argo. Dame un respiro. Yo…ooofff—una mano grande cubrió la boca y lanzó sus ojos hacia un lado, intentando remedar una mirada. —He dicho que no te preocupes—la mano cayó al costado de la guerrera. Se acercaron al expectante grupo donde todos estaban ya montados en sus animales, salvo varios sirvientes, quienes, por protocolo, iban a caminar; y dos camellos cuyas sillas estaban vacías, junto con un lacayo que sostenía pacientemente las riendas de las bestias. Xena miró a los animales y frunció el ceño—¿Qué clase de camellos son, Cleopatra? Los únicos que he visto tenían dos jorobas. ¿Qué son estos? ¿Estaban rebajados?—rio la guerrera, indicando que su comentario no pretendía ser ofensivo. —No, Xena—la egipcia puso los ojos en blanco. —Son dromedarios que hemos importado de Arabia. Están especialmente entrenados para cabalgar en el desierto—Cleopatra estaba sentada a la amazona y se arregló su larga falda blanca. Miró directamente a los ojos de Xena y se lamió los labios, asegurándose de exponer una larga porción de una torneada y firme pierna oscura a la guerrera. Xena gruñó internamente. No estaba deseando llegar a la noche y a los continuos avances de la reina egipcia, que había empezado esa tarde. Poco a poco, Cleopatra se había metido en el espacio personal de la guerrera, acercándose peligrosamente, sin saberlo, a sus afiladísimas defensas. Cada vez que la tocaba, Xena había tenido que reunir todas sus fuerzas para no apartar físicamente a la reina y lanzarla a varias leguas de distancia. A pesar del hecho de que la guerrera no había hecho ningún movimiento para indicarle reciprocidad, la egipcia estaba dejando muy claro lo que quería, y Xena seguía intentando averiguar cómo declinar amablemente y seguir manteniendo la

camaradería que se había desarrollado entre ellas durante el almuerzo y el recorrido que lo siguió. Se acercó a uno de los camellos, ignorando la mano que le ofrecía un sirviente en ayuda, y tomó ágilmente las riendas, poniendo un pie sobre un alto estribo y deslizando una pierna sobre la alta espalda, aterrizando sobre la ornamentada silla en una pose experta. Observó a su compañera avanzar a pasitos hacia el otro camello y tomó rápidamente una decisión. —Gabrielle, ¿por qué no montas aquí conmigo? Un par de cejas rubias se alzaron y una tenue sonrisa asomó a los labios de la bardo—Está bien—. De repente, sintió cómo veinte quilos de peso se retiraban de sus hombros y caminó hacia ella, agarrando firmemente el brazo estirado de su compañera mientras Xena se inclinaba desde la alta espalda, alzando a Gabrielle a la silla detrás de ella con negligente facilidad. La guerrera se giró hacia Cleopatra—Nunca ha montado en camello, y quiero asegurarme de que no se cae. —Como desees—la voz de la egipcia contenía una nota de molestia mientras tomaba las riendas del dromedario, guiándolo frente al camello de Xena. La guerrera sonrió al sentir el familiar cuerpo acercarse a su espalda y los brazos de Gabrielle rodear su cintura. —¿Mejor?—la voz grabe retumbó contra el pecho de la bardo. —Oh, sí—Gabrielle se inclinó a un lado hasta que pudo ver la espalda de Cleopatra, y sacó la lengua a la egipcia antes de acurrucarse otra vez contra el cuero y la armadura con un largo y feliz suspiro. Chúpate esa, zorrón arruinahogares. —Sé buena—Xena recriminó juguetonamente la acción de su compañera, leyendo los pensamientos de la bardo, si no sus palabras exactas. Envolvió las riendas alrededor del arzón de la silla y bajó los brazos, atrapando dos firmes muslos que tenía a cada lado de sus caderas y tirando de ellos hacia delante, hasta que una sorprendida bardo estuvo pegada tan firmemente contra su espalda que no quedaba espacio entre ellas. Se tomó su tiempo acariciando las piernas de Gabrielle provocativamente antes de tomar de nuevo el control de las riendas—Sujétate, y déjame a mí el balanceo. No te tenses. Solo moldéate a mí y sigue los movimientos de mi cuerpo—. Una sonrisa fiero

apareció en el rostro bronceado—Creo que has demostrado que eres más que capaz de hacer eso. —Apuéstalo, compañera…¡Uoo!—el camello se sacudió mientras empezaban a moverse, y Gabrielle sintió tensarse su cuerpo durante un breve segundo, antes de recordar las instrucciones de Xena y permitirse relajarse en el extraño y bamboleante movimiento de la gran pero dócil bestia mientras caminaba. —¿Vas bien?—la guerrera miró sobre su hombro. —Sí. Es un poco raro, pero no es malo. De hecho…—unos dedos pequeños hicieron cosquillas sobre un firme estómago cubierto de cuero—…creo que me gusta. —A mí también—Xena estaba disfrutando del muscular cuerpo de su compañera moviéndose con ella en un balanceo rítmico que le era vagamente familiar. Sonrió. —Um…Xena—la bardo miró hacia delante—No es por señalar lo obvio, pero hay un río entre esto y El Cairo. ¿Cómo vamos a llevar los camellos al otro lado? —En ferry. —Oh. ¿Qué Tártaro es un ferry?

Cuando los camellos se arrastraron del ferry para desembarcar, la primera cosa que vieron sus jinetes fue un gran templo que había sido construido de piedra caliza rosada y soportado por una larga hilera de columnas. Tenía un techo plano elevado hacia el exterior con una gran puerta justo en el centro. Y el exterior del edifico estaba ricamente ornamentado con relieves y símbolos, algunos de los cuales Gabrielle reconocía y otros no. Mientras pasaban por su lado, estudió la escritura que había sobre el frontón. Templo de Isis. —Xena, ¿cuántos tempos de Isis hay? —Trece—respondió Cleopatra secamente, respondiendo la pregunta antes de que la guerrera tuviese oportunidad, algo que estuvo bien, ya que la guerrera no sabía la respuesta de todas formas. La Egipcia se contuvo, esperando a que el camello de la guerrera y la bardo llegase a la altura del suyo, para poder cabalgar juntos. —Uno por cada parte del cuerpo de Osiris que fue recuperada.

Hmmm. Gabrielle inclinó la cabeza a un lado y estudió las columnas con atención. Empezó a sacudirse, riendo en silencio, al darse cuenta de que algunas de las columnas tenían talladas pájaros sobrevoladores en ellas, y vio un montón como el que tenía la columna frente al templo de Alejandría. Se sacudió con más violencia al recordar la ociosa conversación sobre la armadura y la lengua. La guerrera sintió vibrar el cuerpo contra su espalda y giró la cabeza, siguiendo la mirada de su compañera—¿Qué es tan…? Oh— inmediatamente supo lo que la bardo estaba pensando y se le unió, mientras compartían un momento de alegría silenciosa hasta que se dieron cuenta de que estaban siendo escrutadas atentamente por su anfitriona. Xena inclinó la cabeza brevemente, sacándose la sonrisa de la cara e intentando parecer seria, sin mucho éxito, mientras sentía a Gabrielle riendo aun y notaba como sus propias mejillas se hinchaban, en un esfuerzo de no reír en voz alta. —¿Qué es tan divertido, señoras?—una ceja perfectamente definida se alzó en cuestión mientras Cleopatra fingía ignorancia, asumiendo que sabía exactamente de qué se estaban riendo. Finalmente, sonrió— Isis…como la mayoría de la realeza egipcia…disfrutaba plenamente de los placeres de la carne…—los ojos de la egipcia recorrieron todo el cuerpo de Xena por centésima vez aquella tarde—…y lamentó profundamente su pérdida. Apartó su mirada de la guerrera y miró al frente, hacia un edificio de una sola planta, de caliza blanca y mármol que parecía extenderse en todas direcciones en varios acres, y estaba rodeada de una valla de hierro forjado con sus barras a escasa distancia unas de otras, para mantener alejados a los intrusos. —Esta es mi casa de verano. No es de lejos tan grande como mi palacio de Alejandría, pero lo encuentro bastante confortable y adecuado para mis necesidades. Desafortunadamente, mis aposentos de invitados no tienen baño privado, así que una vez que os haya enseñado vuestras habitaciones, enviaré a algunas de mis criadas a atenderos a mis baños comunitarios, ya que estoy segura de que querréis refrescaros después de nuestra tarde al sol. Habitaciones. Gabrielle empezó a protestar cuando la guerrera se giró y susurró las dos palabras que se convertirían en su mantra durante el viaje—No te preocupes.

Xena sintió el pequeño cuerpo relajarse contra ella y se dio cuenta de que su propio cuerpo se relajaba como respuesta. —Voy a tomar un baño en mis cuartos privados y después necesito pasar algo de tiempo revisando papeles durante el resto de la tarde— continuó Cleopatra, no habiendo oído el consuelo de la guerrera a su compañera. —Tengo planeado un pequeño banquete para esta noche, así que ¿por qué no os cambiáis y descansáis, o si lo preferís, tomaos la libertad de pasear por mis jardines? La cena se servirá una marca de vela después del ocaso, y tendré a alguien preparado para ir a buscaros y escoltaros a mi salón principal. La egipcia se giró y, por primera vez en el día, centró su atención plenamente en la reina de las amazonas—Gabrielle. He oído que eres una bardo una bardo consumada. Supongo que no querrás entretenernos esta noche, después de la cena, con algunas historias de Grecia. Algunos de mis cortesanos no han estado nunca fuera de Egipto, y estoy segura de que disfrutarían escuchando algunos cuentos de vuestro país. Solo un discreto apretón en su pierna de la guerrera evitó que Gabrielle se cayese del camello por la sorpresa. Se había acostumbrado a ser ignorada por Cleopatra, y el repentino reconocimiento de su existencia la había cogido con la guardia totalmente baja. Tragó saliva con fuerza antes de girarse y sostener la cabeza erguida, cuadrando los hombros mientras le dirigía a su anfitriona su mejor y más diplomática sonrisa— Sería un honor. Los ojos de la egipcia apreciaron rápidamente la postura orgullosa del cuerpo de la bardo y fue su turno de sorprenderse, mientras los músculos de su mandíbula se agitaban ligeramente antes de recuperar la compostura. Qué ojos tan intensos. Hay algo más en esta chica de lo que yo recuerdo. Algo ha cambiado en ella. Hay una confianza que no estaba ahí la última vez. —Muy bien, pues. Lo estoy deseando. —Al igual que yo—replicó la bardo, mientras sentía la pierna de Xena, la que estaba al otro lado del camello, acariciar ligeramente la suya; y sonrió.

La guerrera hizo su mejor intento para ignorar las dos sirvientas que la seguían como sombras hacia la sala de baño común. Era un gran espacio abierto con varias bañeras de mármol y un recorte en el techo

que permitía entrar la luz del sol. Fue hacia la única bañera que estaba llena e inhaló el vapor caliente que olía a sándalo y mirra. Pétalos de flores flotaban en la superficie del agua y una colección de urnas altas llenas de más agua caliente estaban situadas a un lado. Qué bonito. Con su habitual falta de pudor, Xena dejó caer al suelo la túnica que llevaba, revelando su alta figura recubierta de polvo a las dos doncellas. Rio para sí ante las conmocionadas caras de las sirvientas, mientras caminaba hacia el borde de la bañera y descendía al baño. La guerrera suspiró con carnal placer y cerró los ojos, reclinándose contra el costado de la pequeña piscina y estirando sus largas piernas, disfrutando de la sensación del agua caliente sobre su piel sucia. Era el primer baño caliente que tomaba desde que dejaron Zakynthos, y casi se había olvidado de lo mucho que los disfrutaba. Me he acostumbrado demasiado a nuestra bañera de casa, reflexionó. He pasado cuatro veranos bañándome en arroyos de agua helada desde Britania hasta Chin, pero dame una sola estación en la aldea amazona y me echo a perder despreciablemente. Me estoy volviendo demasiado blanda. Unos pasos silenciosos interrumpieron sus pensamientos, y se giró para ver a su compañera cruzar la puerta, también seguida de cerca por dos doncellas más. Gruñó con irritación. —Hola—una sonrisa involuntaria se esparció por el rostro de Xena. —Hola—Gabrielle inclinó la cabeza a un lado y sonrió un poco insegura, mientras se sentaba al otro lado de la bañera, sumergiendo sus musculosas piernas en el agua y jugueteando en ella con sus dedos. — Esto es tan bonito como los baños de Aiden. Y probablemente mucho menos peligroso—. De una forma mucho más recatada que la guerrera la bardo se quitó rápidamente la túnica y se metió en la bañera, permitiendo que sus piernas se enredaran con las de Xena bajo el agua. —Definitivamente mucho menos peligroso—la guerrera deslizó uno de sus pies por la pantorrilla de su compañera. —¿Lo es, Xena? Menos peligroso, me refiero—Gabrielle torció una ceja rubia en cuestión mientras intentaba no distraerse con las actividades acuáticas de la guerrera. La voz de la bardo era determinantemente fría. Oh, chico. —Te prometí que hablaríamos, ¿verdad?—Xena bajó la mirada e hizo pequeños círculos en el agua con los dedos.

—Sí. Lo hiciste—la bardo miró a las sirvientas, quienes estaban sentadas a un lado, esperando con paciencia para atender sus necesidades. —Ven aquí, tú—la guerrera intentó sonreír y atrapó los tobillos de su compañera, tirando de ella hacia delante, envolviendo las piernas de la bardo alrededor de su cintura y cerrando los brazos a su alrededor en un abrazo flojo. —Xena—Gabrielle le dirigió a su compañera una mirada severa y sacudió la cabeza, mirando de nuevo a su audiencia de doncellas, cuyos ojos estaban ahora fijos en ellas. —Oh—la guerrera se levantó, con el agua por la cintura, y las sirvientas apartaron rápidamente la mirada mientras el agua caía en cascada por las curvas y planos del cuerpo de Xena, y pequeños remolinos de agua dibujaban figuras sobre su piel bronceada. —Podéis dejarnos. —Tenemos órdenes de la reina de atender vuestras necesidades durante vuestro baño—dijo una de las sirvientas, aún sin mirar directamente a la guerrera. —No necesitamos atención—la voz de Xena era un gruñido controlado. —Desobedecer una orden tiene como resultado el castigo—siguió hablando la misma sirvienta por sus camaradas mudas, su voz algo menos segura. —Yo hablaré personalmente con Cleopatra y le diré que no os castigue—la guerrera puso ambas manos en sus caderas y puso los ojos en blanco. Los ojos de la doncella acabaron por encontrarse con los azules de Xena, y la guerrera leyó verdadera duda en ellos. La chica miró a las demás sirvientas y se agruparon juntas, mientras susurros preocupados emanaban del medio del grupo y varias manos ondeaban en varios gestos. Finalmente, se apartaron y la misma portavoz miró a la guerrera con renovada convicción. —Seguiremos las órdenes de la reina. —Vosotras mismas—la guerrera se giró y se metió de nuevo en el agua, retomando su posición anterior, poniéndose cómoda con su compañera mientras sentía acelerarse el corazón de la bardo. Gabrielle miró los traviesos ojos azules. Oh, oh. Xena puso una mano tras la cabeza de su compañera, atrayendo a Gabrielle hacia ella, y dejó un ardiente beso en los labios de la bardo. Continuó el meticuloso asalto

mientras la otra mano se sumergía en el agua y comenzaba una provocativa y suave exploración de varios puntos sensibles del cuerpo de la bardo, arrancando unos cuantos gritos ahogados de la bardo contra su boca. La guerrera escuchó con satisfacción cómo, una tras otra, las doncellas abandonaban rápidamente la habitación hasta que estuvieron solas. —Eres mala—la bardo tomó aire e hizo cosquillas en una parte descubierta de la piel desnuda del brazo de Xena, haciéndola botar. — Acabas de escandalizar a esas pobres chicas. Probablemente, nunca han estado cerca de dos mujeres como nosotras. —Apuesto a que sí. Este es el palacio de Cleopatra, y sus gustos abarcan una alta gama. Y si no lo han hecho, no les hará daño ampliar sus horizontes un poco. Además, de verdad quería estar sola contigo un rato, para poder hablar. En privado. ¿Es eso un crimen?—la guerrera agitó el corto pelo rubio. —Supongo que no—Gabrielle se recolocó sobre el regazo de Xena y dejó descansar sus manos con despreocupación sobre los anchos hombros de la guerrera. —Xena—deslizó un dedo a lo largo de la parte superior del pecho de la guerrera. —Sé que estás acostumbrada a usar todo lo que tengas a tu alcance para conseguir lo que quieres. La guerrera simplemente dejó colgar la cabeza, incapaz de encontrarse con los ojos verdes que sabía estaban llenos de dolor. Suspiró pesadamente mientras sentía unos dedos peinar suavemente el pelo de un lado de su cabeza. —Xena, es así cómo siempre hemos hecho las cosas. Actuamos, nos disfrazamos, asumimos nombres diferentes y hacemos lo que los dioses quieran que tengamos que hacer para alcanzar nuestro objetivo. Eso es lo que estás haciendo ahora. Cleopatra se siente atraída por ti y tú estás aprovechándote de ello. Lo entiendo. Así que cuando te quitaste el anillo, sabía que realmente no significa nada. Yo… —No debí de haberlo hecho. Gabrielle, en el momento en que vi tu cara, supe que cometí un error. Pero pensé que sería demasiado obvio si me quitaba el anillo y luego me lo ponía otra vez. Y tienes razón. Estoy usando su atracción por mí para congraciarme con ella. Sabía que podría ser una posibilidad cuando llegamos aquí, y debería haberlo hablado contigo. Lo siento—Xena puso su mano sobre una de las que tenía sobre los hombros.

—No tenías por qué. Recuerdo cómo reaccionó ante ti la última vez que la vimos. Xena, es morena, exótica, sensual, preciosa, culta, segura de sí misma…Todo lo que yo no soy. Casi no podría culparte si tú…—los ojos de la bardo cayeron y de repente encontró la membrana entre los dedos de su mano izquierda muy interesante. —¿Culparme si qué?—Xena alzó el mentón de su compañera y deslizó su pulgar por la piel clara. —Si te acostases con ella—murmuró Gabrielle. —Debió de haber sido genial la última vez. —No lo hice—sonrió la guerrera de lado. —¿Recuerdas? Te dije que, hasta estar contigo, no había estado con nadie desde Marcus. —Oh, sí—la bardo consiguió sonreír brevemente. —Me había olvidado de eso. Solo recuerdo cuando estuvimos aquí con Cleopatra la última vez, asumí que quizás lo habrías hecho. No estaba segura, porque no pasaste demasiado tiempo con ella, y cuando volviste compartiste la habitación de la posada conmigo aquella noche—Gabrielle miró seriamente el rostro cincelado de su compañera—Xena, ¿por qué no lo hiciste? —No pude—la guerrera sonrió avergonzada. —¿Por qué no? Ella se te tiraba a los brazos. Te fuiste durante mucho tiempo, y sabía que habías compartido placeres con ella. Es tan bella. ¿Cuál es el problema?—la bardo bajó la mirada de nuevo. —No eras tú. ¿Eh? Dos sorprendidos ojos verdes se encontraron con unos azules centelleantes—No lo entiendo. —Yo…ya sentía cosas por ti. No sabía qué iba a pasar, y aún seguía en esa etapa en la que intentaba con todas mis fuerzas enterrar esto lo más profundo posible. Estaba tentada por Cleo, y hablamos un rato, mientras ella hacía prácticamente lo mismo que está haciendo ahora. Pero cuando llegó el momento, me sentí mal. Como si te estuviese engañando o algo así. Es una locura, ¿verdad? No estábamos juntas entonces, pero en ese momento, pensé que quizá algún día lo estaríamos. Supongo que tenía razón, ¿eh?—Xena tomó ambas manos de su compañera en las suyas y sonrió con timidez.

—Sí, tenías razón, y me alegro mucho—Gabrielle alzó una palma callosa y dejó un casto beso en ella. —Y no, no es una locura. Creo que es una de las cosas más dulces que he escuchado nunca. No mucha gente en la misma situación sería fiel a esa posibilidad. Supongo que no tengo que preocuparme, después de todo. La bardo alzó la vista y vio el dolor en el rostro de su compañera, mientras Xena alzaba su barrera emocional, eliminando el brillo de sus ojos. —¿Es eso lo que piensas? ¿Qué incluso ahora, después de todo lo que tú y yo hemos pasado para llegar hasta aquí, me acostaría con ella para que retirase su apoyo a Antonio? —Xena, lo siento. No puedo evitarlo. Es mi estúpida inseguridad. La miro y veo a una mujer poderosa, de mundo, quién tiene tanto que ofrecer, y me miro y a veces solo veo a una simple aldeana de Potedaia. Hay veces que no entiendo por qué elegiste estar conmigo—la voz de Gabrielle suplicaba el perdón de su compañera. —Gabrielle—la voz grave acariciaba el nombre mientras Xena atraía más a su compañera y sacudía la cabeza ante la ironía de su relación— Justo esta mañana, cuando estabas mirando esas pinturas en el templo de la Gran Esfinge, yo pensé exactamente lo mismo. Me preguntaba cómo alguien como tú, que eres tan bella y talentosa, y encantadora, inteligente, querría pasar su vida conmigo. Vaya par estamos hechas, ¿eh? —Sí—la bardo dejó su frente contra la de la guerrera—Creo que es, en parte, por qué estamos juntas. Nos vemos la una a la otra como nos gustaría que nos viesen. Lo que quiero decir es que yo te veo cómo te gusta que te vean y tú me ves de la forma en que a mí me gustaría que me viesen. Y quizás no seamos realmente todas esas cosas, hasta que la otra las saca a relucir. Sé que tu sacas lo mejor de mí, y me gustaría pensar que yo saco lo mejor de ti… —Lo haces—Xena mordisqueó la fina nariz que tenía a centímetros de la suya. —…así que eso es lo que nos lleva a ser almas gemelas, y a completarnos. Pero siento mucho haber herido tus sentimientos. Debería haber aprendido a no dudar de tu fidelidad hacia mí—la bardo deslizó sus labios sobre un pómulo cincelado y sintió unas largas pestañas aletear contra la suya.

—Si te hace sentir mejor, me pondré el anillo y me sinceraré con Cleo esta noche—la guerrera puso a su compañera de lado, acunándola contra su cuerpo. —No te lo habría propuesto si no tuviese intención de serte fiel, y es parte de mi código moral. Sé que las amazonas son un poco liberales, pero ése no es mi estilo. No quiero que jamás dudes de mi amor por ti. Nunca. —No dudo de ti. Y me parece bien que sigas haciendo lo que has estado haciendo con Cleopatra—Gabrielle se derritió en su cálido nido, con sus músculos como gelatina. —Me siento mejor ahora. No tiene sentido arruinarlo ahora, Xena. Parece que has avanzado bastante con ella. ¿Por qué no sigues manteniendo este juego lo más que puedas hasta que tengas oportunidad de hablar con ella sobre Antonio y Octavio? —¿Y a ti te parece bien?—Xena besó la cabeza clara. —Sí. Sobreviviré—Gabrielle sonrió y se puso de espaldas, acurrucándose contra el pecho de Xena y suspirando mientras los largos brazos se cerraban sobre ella desde atrás. —Gabrielle, eres todo para mí—la guerrera dejó su mentón sobre el hombro de la bardo, permitiendo que sus mejillas se tocaran. —Nunca quiero hacer nada que te haga daño. Te quiero. Cleopatra no se te puede comparar. Nadie puede, a mis ojos. No hay nadie en la tierra que llegue a acercarse a lo que tú significas para mí, y no habrá nadie más que tú para mí nunca. Tan pronto como esto acabe, tengo intención de hablarle a Cleopatra de nosotras, y si sigue siendo una aliada, invitarla a nuestra ceremonia de unión. —Guau—la bardo se giró y miró a su compañera. —Tenemos mucho que hacer cuando volvamos a casa. Acabo de darme cuenta de que, como reina, tendré que seguir el protocolo para asegurarme de que cada realeza de las provincias colindantes es invitada. Hay muchos planes que hacer. La ceremonia de unión amazona para la reina es un poco más elaborada que la de una ciudadana normal de la nación. Mucha más parafernalia, por decirlo de alguna manera. —¿En serio? ¿Puedo ayudar?—Xena se sintió, de repente e inexplicablemente, casi deseando tanto la ceremonia como el tiempo a solas en la cabaña posterior a la unión de las amazonas. Casi. —Por supuesto—Gabrielle sonrió ante el aparentemente renovado interés de su compañera en las festividades. No es que la guerrera se

preocupase mucho de cosas como aquélla, y sus comentarios al respecto no iban más allá de “dime qué llevar, dónde, y cuándo tengo que estar allí”. —Es nuestra unión, Xena. Quiero que sea tan especial para ti como para mí. —Sabes, nunca pensé que fuera a tener algo así. Después de que Petracles y yo lo suspendiésemos, supuse que el matrimonio no era para mí. Que era para los demás. Pensé que los hados no me iban a permitir el placer de participar en las actividades normales que vive la mayoría de la gente—. Los ojos de la guerrera tomaron una mirada lejana— Después de todo lo que he hecho, será genial hacer algo tan normal y casero. —Um…Xena. Amazonas. Casero. Eso es un contrasentido, amor—rio la bardo suavemente. —Sí. Probablemente tengas razón. Pero será genial estar frente a nuestra familia y amigos y decirles lo mucho que te quiero. Y que quiero estar contigo para siempre. Y…—Xena deslizó más prietamente sus brazos alrededor del torso de su alma gemela—Ya tengo unas ideas geniales para la cabaña. —¿Las tienes, eh?—la bardo sintió dos muslos presionar firmemente contra sus caderas. —Sí. Va a hacer que Zakynthos parezca un espectáculo pregladiadores. Quiero que esa noche sea perfecta para ella—. La guerrera se inclinó hacia delante y probó provocativamente un lóbulo con la punta de su lengua, antes de mordisquearlo. —Oye. ¿Te vas a poner ese traje blanco que te compré en Alejandría esta noche? Estarías genial con él, seguro. —Con dos condiciones—Gabrielle se estremeció, a pesar del agua caliente. —Dímelas—Xena se desplazó a la otra oreja, prodigándole las mismas atenciones. —Primero, me lavas el pelo y la espalda—la bardo jadeó mientras la guerrera lamía su nuca. —No hay problema—ronroneó una voz profunda en su oído. —Y…tú te pones el traje que yo te compré a ti—Gabrielle tuvo que obligarse a concentrarse.

—Está bien. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?—las manos de la guerrera acariciaron en provocativos círculos la tripa desnuda de su amante mientras besaba sus hombros. —Después de este baño…—Gabrielle se giró en los brazos de Xena y deslizó sus dedos lentamente por los largos mechones oscuros mientras se echaba hacia delante, estudiando el punto del pulso que latía en la garganta de la guerrera, antes de acercarse más y mordisquearlo— …llévame a tu habitación y recuérdame otra vez lo mucho que me quieres. —Tus deseos son órdenes…mi reina—la guerrera tomó una fragante pastilla de jabón y un paño de baño del borde de la bañera y se apresuró a cumplir las condiciones de su compañera.

Xena se miró en el espejo había sobre la jofaina de su habitación, y se peleó con la diadema que había empezado su del mercado unos días atrás. Para mantener las apariencias respecto a la treta de la guerrera y Cleopatra, habían acordado que mantendrían las habitaciones separadas en el palacio, excepto para dormir. Habían pasado una tarde muy placentera, mimándose mutuamente con parte del rico chocolate del mercado alejandrino, probando la teoría de Xena sobre los muchos usos que la sustancia viscosa tenía. Después de haber gastado la mitad del suministro que la bardo había comprado, Gabrielle había dejado ir de mala gana a su compañera para ir a vestirse para la cena. Aunque ahora mismo la guerrera estaba ansiosa por disfrutar de la presencia de su compañera, no solo por la compañía, también para ayudarla para colocar la extraña pieza de joyería en buen lugar sobre su cabeza. Un golpe en la puerta la apartó del espejo mientras cogía su chakram y se acercaba a responder—¿Quién es? —Soy yo—dijo la voz de Gabrielle suavemente, y la guerrera dejó rápidamente el chakram de nuevo sobre la mesa. —Pasa. Necesito que me ayudes con…—Xena abrió la gruesa puerta de madera y se detuvo. Y se quedó mirando fijamente la atractiva visión que estaba delante de ella—Dije que estarías guapa, pero creo que me equivoqué. El rostro de Gabrielle, que se había iluminado momentáneamente a la vista de su propia compañera, cayó—¿Tiene…tiene algo mal? Me he

puesto todo lo que compraste. Puedo volver y cambiarme a otra cosa si… —No. No—la guerrera metió a su compañera en la habitación, envolviéndola en un abrazo flojo y besando suavemente los labios llenos—No estás guapa. Voy a morir de lo preciosa que estás—ojos azules pálido brillaron con afecto. Y deseo. —No puedo creer que vaya a tener que tener las manos apartadas de ti durante la cena. La bardo sonrió, bebiendo del cumplido de Xena. Gabrielle levaba una falda blanca plisada que caía hasta medio muslo y estaba atada a sus caderas con una cadena de oro que se unía dejando caer los dos extremos por un lado de la falda. El corpiño era una pieza simple que dejaba el vientre y los brazos al descubierto, con una tira que rodeaba uno de los hombros. Sus pies estaban calzados con sandalias planas de tiras de oro y llevaba brazaletes de oro en ambos brazos, en las muñecas y los bíceps. Alrededor de su cuello había una gargantilla de oro sencillo y unos pequeños pendientes de oro se agitaban en sus lóbulos—Gracias. Tú tampoco estás mal. El atuendo de Xena consistía en unos pantalones bombachos en azul francés que caían sueltos por sus piernas y se ceñían en los tobillos. La cintura tenía forma de V justo bajo el ombligo, y el corpiño también dejaba a la vista el vientre, de un color azul francés por debajo de los hombros con unas mangas simples, también azules. Llevaba unas sandalias parecidas a las de la bardo, y la única pieza de joyería que Gabrielle había escogido para ella era la diadema, que estaba ligeramente ladeada sobre el pelo de la guerrera. —Guerreras—resopló Gabrielle, mientras toqueteaba el objeto aguamarina, que caía con descuido sobre la ceja izquierda de la guerrera. —Puedes quitarles los cueros, pero por debajo de eso siguen siendo guerreros. —¿Y eso qué se supone que quiere decir?—frunció el ceño Xena. —Ven aquí. Déjame arreglarte esto—la bardo guio a su compañera hasta el espejo y recolocó la diadema hasta que estuvo colocada correctamente, con la piedra azul colocada con precisión en el centro de la frente. —Gracias, cariño—Xena se acercó a la mesa que estaba junto a la pared cercana a la cama y miró su arsenal de armas, que ella había dejado allí después del baño. —Supongo que la funda está

descartada—puso la daga de pecho en su sitio. —Y no aquí no hay gancho para el chakram. A menos que…—miró la cadena de oro de su compañera—¿Puedes…? Um…—se agachó y desabrochó el cinturón, enlazando el arma redonda con él antes de abrocharlo otra vez. —Bueno…—la bardo miró el chakram plateado y dorado que tenía junto a la cadera, trazando el dibujo de las gemas engastadas con las yemas de los dedos—…por lo menos combina. Xena revolvió en sus bolsas y sacó una pequeña daga que tenía una vaina de cuero y pequeñas tiras con ondas. —No he llevado esto en mucho tiempo—se agachó y desabrochó una de las piernas de los pantalones atando el arma en el tobillo exterior antes de atar de nuevo el puño. Se puso de pie justo cuando otro golpe resonaba en la puerta. —¿Quién va?—se acercó al alto dintel. —Vuestra escolta para el banquete—tembló una voz aterrorizada. Xena abrió la puerta y vio las cuatro doncellas que las habían acompañado al baño anteriormente. Sonrió con malicia y las cuatro mujeres dieron un paso hacia atrás involuntariamente. —Estamos listas— le hizo un gesto a Gabrielle y la bardo la siguió fuera de la habitación. Mientras caminaban por el largo pasillo iluminado por antorchas, las sirvientas se aseguraron de permanecer detrás de ellas, fuera de su alcance. —Tsssh—regañó amablemente Gabrielle a su compañera. —Te dije que no las escandalizases. —Primero les pedí que se fuesen. Fue cosa suya quedarse—la guerrera resistió la urgencia de envolver a su compañera con un brazo, mientras se aproximaban a una habitación bien iluminada de la cual podían escuchar llegar música, y una mezcla de seductores aromas. —Mmm—la bardo inclinó la nariz y olisqueó el aire. —Sea lo que sea, quiero repetir. Xena se limitó a reír entre dientes y sacudir la cabeza con diversión. Cuando entraron en el gran salón del banquete, se encontraron escoltadas hasta la cabecera de la mesa. —Xena, Gabrielle. Venid a sentaros conmigo—Cleopatra se puso de pie y señaló la cabeza de la mesa de madera oscura, donde había colocadas pequeñas tarjetas, indicando que la guerrera iba a sentarse justo a su izquierda y que la bardo se sentaría a la izquierda de la Xena. Esperó hasta que sus

invitadas tomaron asiento en las sillas de respaldo alto y cuero tapizado antes de sentarse ella misma. —Bueno, señoras, ¿cómo habéis pasado la tarde? —Durmiendo una siesta—respondieron Xena y Gabrielle al unísono, mientras dos sonrisas gemelas cruzaban su rostro rápidamente y después desaparecían. —Oh. No habéis tenido oportunidad de ver las maravillosas vistas de mis jardines. Deberíais verlas mañana por la mañana. El sol del amanecer les hace más justicia, y hace mucho más fresco que durante el día— sonrió la egipcia. —Tenía una vista maravillosa en mi habitación…eeeh, desde mi habitación—la guerrera se aclaró la garganta mientras escuchaba una risita familiar a su izquierda. —Sí, una vista muy estimulante—se giró lo justo para guiñarle el ojo a su compañera si que Cleopatra lo viese. —Bien. Me alegro de que os gusten vuestras habitaciones. Hacemos lo mejor que podemos para que nuestros huéspedes estén cómodos— presumió la egipcia un poquito. —Hasta ahora lo he disfrutado. Ha sido….un placer…estar en tus aposentos para invitados—Xena intentó no botar al sentir un dedo pequeño pincharla en las costillas del lado izquierdo. —¿Y qué tal tu habitación, Gabrielle?—Cleopatra hizo un esfuerzo para incluir a la bardo en la conversación. Después de todo, había accedido a entretenerlos más tarde, y la egipcia aún estaba tratando de desvelar ese aire de misterio que parecía rodear a la muchacha más joven. —Sabes…estaba muy ocupada…durmiendo…No he podido apreciar las vistas de mi habitación todavía, pero puedo decir que tiene un tocador muy bonito—fue el turno de la bardo de retorcerse mientras su compañera intentaba devolverle el pinchazo sin que Cleopatra lo viese. La egipcia dirigió su mirada a la guerrera, mientras sus ojos se desplazaban lentamente de los pies casi desnudos a un abdomen totalmente desnudo, hasta la bella diadema que brillaba sobre el cabello de ébano. Detectó un tenue aroma de mirra que se alzaba de la piel bronceada y ungida con aceite, y se lamió inconscientemente los labios. —Vaya, vaya. Debo decirlo, Xena. Estás impresionante cuando te arreglas—Cleopatra alzó un brazo y agitó la tela transparente que cubría los brazos de la guerrera.

—Gracias. Gabrielle ha escogido la ropa. Y la joya—Xena sonrió con toda la gentileza que pudo, y recorrió la habitación con la vista, tomando nota mentalmente de los guardias, las salidas, el número de armas que había en la habitación y otros datos estadísticos que solía recopilar en cada nueva situación, algo que se había convertido en una segunda naturaleza para ella. —¿Se nos unirá Antonio esta noche?—los ojos de la guerrera terminaron su recorrido de la habitación, centrándose en la piel morena del rostro de Cleopatra. Era la primera vez que hablaban de Marco Antonio, y solo la más leve traza de sorpresa apareció en los ojos de la egipcia antes de relajar sus facciones. —Me temo que no. Está en Arabia, reclutando más tropas para su ejército. Debería estar de vuelta mañana. No sabías que Antonio y yo estábamos reuniendo un ejército, ¿verdad? —Había oído rumores, sí—el rostro de Xena permaneció impasible, esperando que no se le requiriesen más detalles. —Sabes, Xena, tus conquistas como guerrera son legendarias. Deberías considerar el unirte a nosotros. Intentamos recuperar el Imperio Romano de manos de ese engendro de sobrino-nieto de César, Octavio. Contigo a nuestro lado, seríamos imparables—la voz de Cleopatra también era impasible, intentando leer la reacción de su huésped. —Ya no lidero ejércitos, Cleopatra. Y nunca fue mi intención ser parte de una infantería. No se me da muy bien aceptar órdenes—unos dientes blancos refulgieron en una sonrisa fiera. —Lo siento, mis prioridades han cambiado—permitió que su mano izquierda se deslizase bajo la mesa sin ser vista, para recaer sobre el muslo de su compañera, acariciando la piel suave justo debajo del borde de la falda de la bardo. —Qué pena. Habrías sido una buena ventaja para nosotros—la egipcia dio dos palmadas, y dos sirvientes trajeron bandejas con jarras de vino, dejando tres grandes jarras de peltre frente a ellas—Es una pérdida para nosotros. Gabrielle jadeó casi inaudiblemente al sentir la banda de metal alrededor del dedo de Xena, mientras se deslizaba por su pierna. Se lo ha puesto de todas formas. Sonrió y dejó caer su mano derecha, entrelazando suavemente sus dedos, deslizando la yema de sus dedos sobre el frío anillo.

—He decidido que si se da cuenta, así sea. Ya no me importa—la guerrera se inclinó y susurró al oído de su alma gemela, antes de alzarse de nuevo y levantar su jarra, tomando un largo sorbo y paladeando el vino tinto y seco antes de tragar. Dioses, es fuerte. Será mejor que tenga cuidado con esto. Dejó la jarra de nuevo y escogió en su lugar una jarra de agua, vaciando la mitad antes de devolverla a la mesa. Sus ojos se le salieron de las órbitas y casi escupió el agua por toda la mesa al sentir una mano apretar su muslo derecho. —¿Cuándo podré pasar algo de tiempo contigo, a solas?—la profunda y rica voz de Cleopatra ronroneó a milímetros del oído de la guerrera. —Yo…em—Xena miró a su compañera, quién había apartado la mano de debajo de la mesa y estaba ocupada saboreando una selección de aperitivos fríos que le habían puesto enfrente. —¿Qué tal mañana, después del desayuno?—la guerrera pinchó varias olivas con un pequeño tenedor. Y aquí viene la charla número dos. La guerrera hizo una mueca mentalmente. Espero que vaya tan bien como la primera. —¿No puedes encontrar algo de tiempo para mí esta noche?—la mano vagó hasta el costado desnudo de Xena y un dedo se enganchó dentro de la cintura de los bombachos azules. Las defensas de Xena estaban en su grado de máxima alerta y engulló rápidamente las aceitunas, una detrás de la otra, mientras luchaba contra el impulso de coger el chakram de la cintura de Gabrielle y cortar el ofensivo apéndice. —Estoy muy cansada. No he dormido mucho antes—la guerrera escuchó un bufido cerca de ella y se dio cuenta de que la bardo había captado, por lo menos, parte de la conversación. —Pero has dormido una siesta—Cleopatra alzó una ceja oscura, aún sin apartar la mano. Maldición. —Um…sí. Pero hemos pasado un viaje bastante duro—Xena procedió a describir la tormenta que atravesaron la mayor parte del viaje desde Pirgos hasta Alejandría, hasta que estuvo casi segura de que la egipcia se tragaba su excusa. —Como puedes ver, estoy molida. Después de esta comida y el entretenimiento, estoy casi segura de que estaré lista para irme directamente a la cama—. Ups. Se dio cuenta demasiado tarde de que Cleopatra podría interpretarlo como una invitación subliminal para unirse a ella. Vio una mirada conocida en el rostro de la egipcia. Oh, dioses. Parece que lo ha hecho.

—Bueno—Cleopatra deslizó su mano desde el costado de Xena por la curva de su cadera y por su pierna antes de dejarla de nuevo sobre la mesa y tomar su copa de vino. Se la llevó a los labios y miró sensualmente sobre el borde—Pretendo pasar el resto de la velada intentando convencerte para posponer tu hora de dormir—. Tomó un sorbo, con sus grandes ojos marrones sin abandonar ni un momento el rostro de la guerrera. Xena cogió su propia copa y se bebió su contenido de un solo trago. — ¿Qué tal la comida?—se giró rápidamente hacia su compañera, quién estaba atacando un plato de cordero asado y verduras hervidas. El cordero flotaba en una salsa espesa y picante que llevaba curry y jengibre, y a un lado del plato había un pequeño cuenco con pan de pita y una salsera con aceite de oliva, vinagre balsámico y un pimentero. —Oh, Xena. Esto está fabuloso. Tengo que hablar con la cocina y ver si puedo conseguir la receta para llevársela a Daria—la bardo tragó y miró el plato aún lleno de la guerrera. —No has tocado el tuyo. Se va a enfriar, cielo. —Me he distraído un poco—Xena partió en dos un trozo de pan y lo hundió en el aceite antes de metérselo en la boca. Empezó a comer con su estoicismo habitual, y haciendo un esfuerzo para ponerse a la altura de su voraz aunque pequeña compañera. Durante el resto de la comida varias personas se acercaron a la mesa a saludar a Cleopatra, y la egipcia les presentó a Xena y Gabrielle. A juzgar por su comportamiento, la guerrera suspiró al darse cuenta de que la mayoría de ellos eran gente que buscaban obviamente poder, posición, prestigio, o las tres y que probablemente harían casi lo que fuese para conseguirlo. Estaba demasiado familiarizada con ese tipo de gente. Sus observaciones fueron momentáneamente interrumpidas por un sirviente que apareció a su izquierda, y sonrió cuando los platos de postre fueron colocados frente a ella, un platillo de cerámica que contenía unas natillas ligeras cubiertas de salsa de chocolate. Miró a su izquierda y se encontró con un par de traviesos ojos verdes que compartían unas placenteras memorias secretas de la tarde anterior. Después de que Gabrielle terminase de repetir, tanto el cordero como el postre, los sirvientes empezaron a despejar la mesa de platos vacíos y se sirvieron más rondas de bebidas, mientras la bardo se levantaba finalmente para contar historias. No podía recordar la última vez que

había hablado frente a una multitud como aquella. Había, fácilmente, cien personas en la habitación, entre varios cortesanos y ciudadanos prominentes de El Cairo, todos engalanados con sus mejores galas veraniegas. La decoración de la habitación era escasa pero elegante, con varios tapetes monocromáticos desperdigados por las paredes, y estatuas de mármol de varios dioses egipcios y faraones pasados en las esquinas, contra las paredes. El alto techo estaba cubierto de retazos de oro y el suelo estaba cubierto de juncos frescos. La mesa principal donde habían comido estaba alzada sobre un podio que sobresalía sobre largas hileras de mesas perpendiculares al podio. Gabrielle se acercó a uno de los extremos de la mesa principal, donde podía ver a su compañía real y al resto de invitados que estaban sentados por debajo. Se aclaró la garganta con nerviosismo mientras los ojos verdes pasaban de un rostro a otro que estaba en las primeras hileras de sillas. Dioses. Si esta es su idea de un banquete pequeño, odiaría ver uno grande. Encontrando su voz, sonrió y comenzó a hablar—Ésta es, probablemente, la habitación más bella en la que he actuado—. Tomó aliento profundamente, relajándose y poniendo en orden sus ideas, y entonces empezó con su primera historia, captando fácilmente la atención de su audiencia como sólo la bardo podía hacerlo, usando sus ojos, sus expresiones y los gestos de sus brazos, junto con las variaciones en el tono y el volumen de su voz, para darle vida a su historia ante sus cautivados oyentes. La bardo había pasado un buen lapso de tiempo intentando decidir qué historias contar, queriendo expresar el mensaje de que, a veces, la nobleza era dejar de lado los deseos egoístas, a favor de actuar a favor del bien supremo. Un mensaje que esperaba no pasase desapercibido a Cleopatra. Finalmente, se decidió por tres historias: la primera era en la que Hércules y Xena hacían un largo viaje en el interior de la montaña para liberar a Prometeo, cuando ambos pensaban que, una vez hecho, uno de ellos seguramente estaría muerto. La segunda era aquella en la que Xena escogía la posibilidad de permanecer ciega por rescatar a Gabrielle de una muerte segura. La tercera era la historia en la que Gabrielle era alcanzada por una flecha envenenada y Xena tenía que elegir entre quedarse y luchar sola contra un ejército entero de persas que amenazaban con tomar Atenas y, en última instancia, toda Grecia; o huir a tiempo de encontrar un antídoto para su amada alma gemela, tomando la difícil decisión de salvar el mundo en lugar de salvar a su mejor amiga.

Gabrielle consiguió mantener la atención de la reina durante la primera historia, pero en la segunda, la bardo se enfureció silenciosamente al observar a Cleopatra prácticamente acurrucarse sobre el regazo de Xena, intentando obtener el afecto y atención físicas de Xena. Sin embargo, mientras la bardo se sumergía en la tercera historia, vio aguarse los ojos de su compañera, y le hizo el signo que tenían para decir “te quiero” a la guerrera, mientras sonreía directamente a Xena, sabiendo que esa historia siempre tocaba una cuerda en el aún torturado corazón de su alma gemela. Con gran irritación, Xena combatió las deambuladoras manos de la egipcia y consiguió devolverse el gesto. Cleopatra parecía mosqueada pero, no obstante, se retiró, percibiendo que había cambiado algo en el comportamiento de la guerrera. Una confusa reina egipcia devolvió su atención a la historia de Gabrielle. Cuando la bardo terminó la última historia, se quedó aturdida por un repentino y atronador aplauso, que recibió mientras volvía a su sitio en la mesa. Pero se sorprendió incluso más cuando percibió una mirada de entendimiento en el rostro de Cleopatra, mientras la bardo pasaba tras la silla de la reina para ocupar su lugar. Gabrielle no era segura si era comprensión sobre el bien supremo o comprensión respecto a su relación con Xena, pero fuera como fuere, sintió que había logrado algo. Recuperó su lugar al lado de la guerrera y sonrió cuando una mano grande cayó de nuevo sobre su pierna, bajo la mesa. —No sé si el mensaje ha calado en nuestra amiga o no, pero has hecho un gran trabajo, cariño—se inclinó Xena y susurró en el oído de su compañera, soplando en el pequeño orificio antes de apartarse, sonriendo ante los escalofríos que aparecieron en el cuello de Gabrielle como respuesta. Se quedaron en el banquete un rato más, y observaron a un grupo de bailarinas del vientre que tomaban el centro de la habitación, dando vueltas sugestivamente siguiendo un ritmo exótico. Mientras las bailarinas se movían en un gran círculo, cada una se inclinó ligeramente, haciendo un respetuoso homenaje a su reina al pasar frente a la silla de Cleopatra. La bardo se dio cuenta de que su compañera estaba inmersa en una intensa observación del espectáculo, y la palmeó en el hombro. —¿Ves algo que te guste por ahí?—la voz de Gabrielle contenía un tono de burla. —Oh. Em…—un poco característico sonrojo apareció en los altos pómulos. —Solo intentaba imaginarme cómo consigue mover las

caderas…—la guerrera inclinó la cabeza hacia la bailarina más cercana—…hacia un lado mientras mueve…em…los pechos hacia el otro. —Bueno…—la bardo rio ligeramente. —Es casi como algunas de las coreografías de las amazonas. Quizás pueda enseñártelo más tarde. —¿Eso es una promesa?—Xena deslizó un dedo seductor por la parte interna del muslo de su compañera. —Solo si prometes observar mi baile tan de cerca como el suyo—la bardo apretó sus piernas juntas, atrapando momentáneamente la mano de su compañera entre ellas. —Oh. No temas, bardo mía. Te prometo que tendrás mi completa y total atención—la guerrera consiguió extraer su mano y la subió más, dejándola sobre el estómago plano de Gabrielle. —¿Estás lista para irnos? Unos ojos verdes guiñaron, comprendiendo—Sí. Hablaron brevemente con Cleopatra e hicieron planes para encontrarse con ella en la terraza del jardín para desayunar. Mientras se despedían y salían de la habitación, una reina pensativa las observaba desaparecer por la gran puerta. La egipcia sonrió.

Llegaron primero a la habitación de la bardo, y mientras Gabrielle se giraba para abrir la puerta, se encontró inmersa en el abrazo desde atrás de un cuerpo cálido y dos largos y fuertes brazos. —Date prisa y trae tu lindo culito a mi habitación—un par de labios húmedos dejaron un rastro de besos por el hombro derecho de la bardo—No quiero estar mucho tiempo sola allí. La bardo se estremeció y se echó hacia atrás, girando la cabeza para encontrarse con los exploradores labios de su compañera, mientras compartían un largo y ocioso beso. —¿Tienes alguna petición? —Um…¿petición?—una confusa guerrera se echó hacia atrás y miró el rostro de su alma gemela con desconcierto. —Por si me pongo algo—Gabrielle sonrió mientras la expresión confusa se transformaba en una de lujuria.

Oh. Esto es nuevo. Nunca hemos hablado de lo que nos gustaría que la otra llevase puesto. Al menos, no para hacer el amor. —Desnuda estás bien—Xena sonrió ampliamente. —Sí. Es cierto—la bardo se giró a medias e hizo cosquillas en el estómago desnudo de la guerrera. —Pero tengo que ir desde aquí a tu habitación primero. Eso sí que es una visión. Xena gimió con deleite ante la visión. —¿Y qué me quieres decir con eso?—la sonrisa creció hasta lo imposible. —¡Xena!—Gabrielle palmeó el estómago con el dorso de la mano duro como una roca con fingida vergüenza. —Te diré qué hacer. ¿Por qué no me sorprendes?—la guerrera deslizó un dedo sobre la mandíbula de la bardo y bajo su mandíbula, subiéndole la cara para darle otro beso. Después de unos momentos, los ojos verdes se abrieron lentamente. — ¿Sorpresas, eh? Creo que puedo hacerlo—. Se puso de puntillas y besó fugazmente los labios de Xena rápidamente una última vez antes de meterse en su habitación y cerrar la puerta. Gabrielle fue hacia sus bolsas y lanzó su contenido sin reparos sobre el medio de la cama, tomando varias prendas y apreciándolas, y después dejándolas una por una sobre una mesa con un suspiro contrariado. Al final, encontró lo que estaba buscando, el negligé verde que se había puesto por primera vez para Xena cuando visitaron Anfípolis justo después de la crucifixión. Sonrió con satisfacción y se acercó al espejo, sosteniendo la prenda de satén frente a ella. Esto servirá. Decidió que seguramente debería dejarse lo que ya llevaba puesto y llevarse el revelador traje con ella para cambiarse después de llegar a la habitación de Xena. Se acercó a la jofaina y se lavó la cara, secándose con una mullida toalla antes de peinarse el corto pelo rubio. Después tomó un frasquito de fragante aceite de sándalo y mirra que parecía ser básico en el palacio egipcio y lo inclinó sobre la palma de su mano. Alzó primero una pierna sobre el colchón y después la otra, frotando la mezcla sobre la piel seca por el sol de sus muslos y pantorrillas. Mientras se erguía para comenzar con sus brazos desnudos, la lámpara de aceite que ardía sobre un pedestal cerca de la ventana empezó a agitarse rápidamente, casi a latidos. La bardo frunció el ceño y se

acercó para cerrar la ventana, pero cuando llegaba a ella, sintió cerrarse su garganta y humedecerse las palmas de sus manos al darse cuenta de que la ventana ya estaba cerrada. Miró rápidamente por toda la habitación, buscando la causa, y sintió descender brusca y repentinamente la temperatura de la habitación, provocando escalofríos sobre su piel desnuda. La misma sensación que había sentido en la pirámide comenzó a acometer sus piernas y su espalda. Mientras se le erizaban los pelos de la nuca, sintió un susurro audible. —Ayúdame. Gabrielle tomó sus sais del tocador y se acercó lentamente a la puerta, barriendo la habitación con los ojos. —¿Quién está ahí? No hubo respuesta. La bardo sintió que su corazón se le iba a salir del pecho, y gritó al sentir algo frío presionar sobre la piel expuesta de su espalda. Se giró de repente y se dio cuenta de que era el picaporte de la puerta. Lo agarró y lo giró bruscamente, abriendo la puerta de un tirón y corriendo por el pasillo todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Solo consiguió dar unos cuantos pasos hasta que Xena salió disparada de su propia habitación con la espada en la mano. —¿Qué pasa? Gabrielle se estampó contra el lado opuesto a la espada y enterró su cara en la tela azul que aún llevaba Xena puesta, casi tirando a la guerrera de espaldas. —S…h..hay…He….h…he oí…do… El brazo de Xena se cerró cómo reflejo alrededor de la espalda de su compañera y comenzó a hacer suaves círculos sobre los pequeños hombros mientras bajaba lentamente la espada al suelo, para envolver a la bardo con el otro brazo. —No pasa nada. Te tengo. Cálmate, cariño. Te he oído gritar. ¿Qué ha pasado? Tomando grandes bocanadas de aire, la bardo alzó la cabeza y miró los preocupados ojos azules antes de mirar sobre su hombro, hacia la habitación, a donde, con las prisas, había dejado la puerta abierta de par en par. —Gabrielle—la guerrera apartó los mechones de la frente de su compañera y sintió los escalofríos recorrer el compacto cuerpo. —Por favor, dime qué Tártaro está pasando. Parece que has visto una banshee. —A lo mejor sí. Bueno. No la he visto. He escuchado y he sentido una. Creo—. Gabrielle miró una vez más a su compañera, leyendo cierto

grado de duda. Genial. Piensa que estoy loca. Se lamió los labios y le contó rápidamente a Xena lo que había pasado en su habitación. —No me crees, ¿verdad?—seguía viendo cierto grado de escepticismo en el rostro de la guerrera. —No. Creo que ha pasado algo. Solo que no estoy segura de que haya sido una banshee. Vamos. Vamos a comprobarlo—se agachó para coger la espada, y comenzó a guiar a su aún temblorosa compañera hacia la habitación de la bardo. Gabrielle clavó los talones en el suelo. No…voy…a…volver…allí—se cruzó de brazos tercamente.

—Xena.

—Está bien. Quédate en la puerta y yo entraré—la guerrera cogió a la bardo por la muñeca y la dejó pegada a la pared junto a la puerta. Xena entró en la habitación y miró a su alrededor, mirando detrás del biombo, comprobando las cerraduras de las ventanas y poniéndose de rodillas para mirar debajo de la cama. A parte de éstos, no había muchos más lugares en la habitación para que alguien se escondiese. La habitación no estaba fría y se encogió de hombros, perpleja. Recogió rápidamente toda la ropa de Gabrielle y recogió todas sus demás cosas, colgándoselas al hombro. Sonrió brevemente al coger la última cosa, el traje verde esmeralda que estaba tirado en el suelo, hecho una pelota cerca del espejo. Buena elección, amor. Pero me da la sensación de que ahora no estás de humor. Metió el negligé en una de las bolsas y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. —¿Y bien?—el rostro de Gabrielle seguía pálido y miró cautelosamente a su compañera mientras Xena salía de la habitación. —No he podido encontrar nada—los ojos de la guerrera estaban llenos de compasión y puso las yemas de sus dedos en el rostro de la bardo. Gabrielle se inclinó hacia el cálido contacto y después frunció el ceño al ver sus bolsas colgadas del ancho hombro de Xena. —¿Qué haces con mis cosas? —Tú, bardo mía, no te vas a quedar más en esa habitación. Te quiero segura conmigo en mi habitación—. La guerrera puso una mano sobre la espalda baja de la bardo y la dirigió suavemente por el pasillo hacia su habitación. —Gracias—Gabrielle abrió la puerta y se acercó a las puertas de la terraza, una carencia de su habitación. Las abrió y salió fuera,

reclinándose sobre los antebrazos contra la pared que cerraba el patio, dejando que la brisa fresca de la noche y los suaves sonidos nocturnos del desierto calmasen sus nervios de punta. Sintió un alto cuerpo presionarse contra su espalda, mientras Xena se reclinaba sobre ella y sus manos iba a parar a la pared, a cada lado de los brazos de la bardo. —Hola. —Hola—la guerrera tiró hacia atrás de su compañera, en una postura protectora y dejó su mentón sobre la cabeza pálida. —¿Estás bien? —Sí. Es que…—su voz falló un momento. —La primera vez que pasó pensé que había sido por estar al sol mucho tiempo. Pero… —¿La primera vez?—el cuerpo de Xena se puso rígido. —¿Qué quieres decir? Ups. Maldita sea. Me olvidé. Quería decírselo. —Cuando estábamos en la pirámide, esta tarde, me pasó algo parecido, pero no hubo voces. —¿Por qué no me lo dijiste?—la guerrera luchó contra la punzada de dolor, intentando centrarse en consolar a su evidentemente asustada compañera. —Acabo de hacerlo—suspiró la bardo. —No es lo mismo—murmuró Xena, bajando la cabeza, pero no se apartó de su alma gemela. —Lo siento, Xena. Iba a decírtelo. En ese momento…—Gabrielle hizo una pausa y guio a Xena hacia un banco bajo, similar al que tenían en su patio trasero, en su casa de la aldea amazona. Sonrió vacilante. — Siéntate. Ahora vuelvo. Una ceja oscura se alzó, pero la guerrera no dijo nada y se sentó, estirando las piernas y esperando mientras Gabrielle se metía en su habitación. La bardo reapareció al momento con una botella de vino dulce. Separó las largas piernas de Xena, metiéndose entre ellas y sentándose de costado contra el torso de la guerrera, con su cabeza sobre la clavícula de Xena. —Toma, bebe un sorbo—Gabrielle destapó la botella y se la tendió. Xena envolvió laxamente a su pequeña alma gemela con los brazos y aceptó la oferta, tomando un sorbo pequeño para mojarse la boca, y después uno más largo para calmar sus turbulentas emociones. Supéralo, guerrera. Por lo que sea, no confiaba en ti. Asúmelo. No es la

primera vez que te haces tan inaccesible que ella tiene que resolver cosas sola, se regañó mentalmente y cerró los ojos. —En la pirámide seguía herida por todo lo que estaba pasando entre Cleopatra y tú. Cuando salí de la habitación en la que pasó todo, allí estabas tú, ye empezamos a hablar de ella y de ti. Me sentí tan bien cuando me besaste y me dijiste que me querías, que me olvidé de todo. No estaba segura de cómo iba a decírtelo, pero sabía que al final lo haría. Solo quería esperar hasta saber qué era. Y cuando llegamos aquí, hemos estado tan ocupadas desde entonces, que no he tenido tiempo de pensar en ello. Pero iba a decírtelo. Por favor, créeme—Gabrielle tomó un sorbo de la botella y besó a su compañera en el pecho. —Te creo—Xena sintió aflojarse la presión que sentía en su corazón mientras la tensión se evaporaba de sus hombros, y tomó otro trago del dulce vino caliente que la bardo sostenía para ella. Besó la frente de su compañera y suspiró cuando Gabrielle inclinó más la cabeza y sintió a la bardo relajarse contra su cuerpo. La guerrera tomó el rostro de su compañera en sus manos; y lentamente, casi con reverencia, acarició los labios de la bardo con los suyos una y otra vez, profundizando lentamente el beso solo un poco. Era un intercambio cómodo, sin pedir nada, y sin querer nada, simplemente destinado para expresar amor. Y protección. Y comprensión de que no habría más resentimientos entre ellas, sobre nada de lo que había pasado desde que llegaron a El Cairo. —Eres tú, amor—Xena besó a su compañera de nuevo. —¿Qué soy? —La razón por la que me levanto por la mañana. La razón por la que vivo. Sigues siendo mi corazón, y siempre lo serás. No te preocupes, Gabrielle. Descubriremos qué está pasando con esas cosas raras que te han pasado, y le meteremos algo de sentido común en la cabeza a Cleo, y entonces saldremos a escape de aquí, de vuelta a casa y a la normalidad—la guerrera trazó unos labios llenos y húmedos con su pulgar. Gabrielle rio—Xena. Contradicción, ¿recuerdas? Amazonas. Normal. —Sí. Pero seguro que es más normal que Egipto, sin duda. Al menos, las amazonas tienen el sentido común de mantener sus sucias garritas lejos de mí—la guerrera hizo un gesto de dolor, recordando los constantes sobeteos que había soportado durante las últimas marcas.

La bardo inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando el juego de la tenue luz de la luna del desierto sobre las órbitas azules—Mejor así, o van a tener que responder ante mí. —Eso debería ser suficiente, amor—rio Xena y se puso de pie, llevándose consigo a su compañera en el proceso, y volviendo a la habitación. Cuidadosamente puso a la bardo de pie cerca de la cama y ayudó a Gabrielle a quitarse la ropa y las joyas, antes de quitarse su traje azul y sentarse al borde de la cama, llevándose a la bardo consigo, separando sus piernas para hacerle sitio a Gabrielle hasta que estuvo suficientemente cerca como para que Xena pudiese besar la tripa de su compañera. —Ven aquí, tú—se recostó en la cama, llevándose a Gabrielle con ella. —Xena. Sé…que te prometí bailar y ponerme algo sexy y eso, pero…um…estoy muy cansada. Ha sido un día muy largo. Lo siento. Yo… —Shhh—la guerrera puso a Gabrielle de espaldas contra su estómago hasta que estuvieron acurrucadas juntas. Xena envolvió la cintura de su compañera prietamente con los brazos, y estiró una pierna sobre los muslos de la bardo. —Ya lo sé. No te preocupes. Tenemos el resto de nuestras vidas. Solo quiero tener tu piel cerca de la mía, y abrazarte mientras duermes. ¿Te parece bien? —Más que bien—Gabrielle dejó una mano sobre la pierna que tenía sobre ella y acarició los finos pelos con la palma de su mano. —Te quiero, Xena. —Yo también te quiero. Ahora, duerme. Yo te protegeré del coco—la guerrera besó a su compañera en el cuello y escuchó como la respiración de la bardo se profundizaba gradualmente hasta llegar al familiar ritmo del sueño. Suspiró de contento, y recordó la primera vez que durmieron juntas, desnudas. Hacía un frío endemoniado. Acababan de dejar el cuasi-paraíso de la costa oeste de Grecia, donde habían ayudado a Salmoneus con los misteriosos acontecimientos que rodearon el certamen de Miss Mundo Conocido. Iban camino de Anfípolis, cubriendo el largo camino hacia el norte de Grecia para comprobar que Cyrene estuviese bien, y habían decidido tomar un atajo por los altos puertos de las montañas centrales, en lugar de rodearlas, esperando ahorrarse varios días de viaje.

Estaba terminando el otoño, y una inesperada tormenta de nieve las pilló por sorpresa a mitad de paso. Xena maldijo para sí, pero solo era nieve, no una ventisca; y escogió tenazmente seguir adelante, esperando, contra toda esperanza, no escuchar demasiados lloriqueos de su amiga, aunque sabía que odiaba el frío. Para sorpresa de la guerrera, Gabrielle no dijo una palabra. Xena había mirado hacia atrás, a su compañera de viaje, de vez en cuando, percibiendo que aunque la bardo permanecía regularmente varios pasos por detrás de ella, no parecía quedarse atrás. —¿Vas bien? Gabrielle solo había asentido, y ceñido el manto con más firmeza a su alrededor como respuesta. La guerrera gruñó con satisfacción y siguió avanzando, hasta que se dio cuenta de que era tarde y necesitaban encontrar refugio. Pero no había nada en las proximidades. Ni una cueva, o incluso un nicho en la pared de la montaña apareció en la siguiente marca, y Xena redujo el ritmo, esperando a que Gabrielle la alcanzase. Miró sobre su hombro mientras la bardo se acercaba. —¿Puedes seguir un poco más? Gabrielle no respondió, pero en su lugar se abrió paso hacia ella y después se derrumbó sobre un montón de nieve, que llevaba cayendo con regularidad durante todo el día. A Xena le llegaba por la mitad de las pantorrillas, lo que significaba que la bardo estaba cubierta hasta las rodillas, haciéndole muy difícil y agotador caminar todo el día, porque tenía que levantar las piernas hasta casi el pecho para completar los centenares de arduos pasos que habían dado aquel día. —¿Gabrielle? ¿Estás bien? ¿Me oyes? ¿Puedes seguir un poco más?— Xena se arrodilló para ayudar a la bardo a ponerse de pie. —Sí—. La voz de la bardo no era más que un susurro. —Claro. No hay problema. —¿Gabrielle?—. No satisfecha con el tono de la bardo, la guerrera apartó la capucha verde oscura del manto de la bardo para tener una mejor visión de su rostro. Jadeó con ira al ver lágrimas congeladas en la cara pálida como la nieve de la bardo, junto con escarcha en sus pestañas. —Maldita sea, Gabrielle. ¿Por qué no me dijiste que estabas herida? ¿Qué pasa? ¿Estás cansada? —S…sí—los dientes de la bardo empezaron a incontrolablemente. —Frío. Mis pies…no puedo sentir…

castañetear

—¡Malditos sean los dioses!—Xena arrastró a la muchacha medio congelada hasta un gran árbol caído y la sentó en el tronco, poniéndole los pies en alto y tirando de las botas de la bardo, las cuales tenían las suelas agujereadas. Debí darme cuenta de que necesitaba botas nuevas. Maldita sea. ¿Por qué no me lo dijo? Maldiciones en varios idiomas escaparon de sus labios mientras alzaba a Gabrielle lo suficiente para alzar sus caderas del tronco y quitarle las gruesas medias de lana. —Xena. No. Hace mucho frío. Por favor. Déjalas—la bardo empezó a llorar de nuevo al sentir el aire congelando sus piernas desnudas, enviando lanzadas de dolor a los agarrotados músculos. —Lo siento. Pero ya están inservibles de todas formas. Parece que las suelas se han mojado y te han congelado los pies—la guerrera inspeccionó los pies de Gabrielle, que estaban fríos como el hielo y totalmente blancos, salvo las uñas, que eran azules. Un miedo verdadero se ancló en el pecho de Xena mientras continuaba inspeccionando las piernas de la bardo, y se daba cuenta de que estaban tan frías como los pies, hasta el borde de las caderas. Alzó suavemente el bajo de la túnica de invierno de Gabrielle y examinó su torso. No estaba tan frío, pero tampoco estaba caliente. —¿En qué Hades estabas pensando?—. Se puso de pie y se alejó unos cuantos pasos, apretando los puños fuertemente, esperando que se le pasase la irracional necesidad de abofetear a Gabrielle. —No quería causar problemas—. Pequeños sollozos convulsionaban el cuerpo de la bardo, junto con la tos. —Lo siento. Tenía miedo de que si era débil, me enviarías de nuevo a Potedaia. —Eso es exactamente lo que voy a hacer tan pronto como salgamos de estas condenadas montañas y de esta maldita nieve—. Xena vio la desesperanza demasiado tarde en el rostro de su mejor amiga. Se arrodilló de nuevo en la nieve y puso los pies aun descalzos de la bardo sobre su regazo, envolviéndolos con su manto mientras buscaba en las bolsas de Gabrielle un par de medias secas. —Gabrielle. No quería decir eso. Yo…me estás dando un susto de muerte. Podrías…—dejó morir la frase, conteniéndose antes de decirle a la joven que, en su condición, corría riesgo de morir. —¿Podría qué?—los ojos verdes estaban abiertos de par en par y enrojecidos.

—Coger la gripe—se corrigió la guerrera rápidamente. Otra ráfaga de tos sacudió el pequeño cuerpo. —Creo que es demasiado tarde para avisarme de eso. Los labios de Xena eran una severa línea continua mientras sacaba la ropa seca de su amiga y tocaba su frente, la única parte caliente de su cuerpo. Está muy caliente. Maldición. Maldición. Maldición. La guerrera aupó a Gabrielle en sus brazos, acunándola contra su cuerpo y envolviendo su manto mucho más grande alrededor de ambas. Empezó a atravesar la nieve con su relativa ligera carga de bardo, petate y bolsas, cuando escuchó un murmullo de protesta desde dentro del manto. Lo levantó un poco, mirando dentro. —¿Qué? —No puedes cargar conmigo. Es demasiado—susurró la bardo, y después una tos profunda la dejó sin habla. —Puedo y lo haré—dejó el borde del manto de nuevo en su sitio. — Además, tus botas ya no valen. Éste es el único par de medias secas que tienes, y tienen que permanecer así—siguió murmurando hasta que se dio cuenta de que Gabrielle se había quedado dormida en sus brazos. Después de otra marca, finalmente encontró una cueva. No era muy profunda y la boca era tan grande que no iba a ser de mucha ayuda contra el frío, aunque al menos las mantendría a salvo del viento y la nieve. Estaba oscureciendo, y la guerrera depositó con gratitud a su compañera de viajes en el suelo de la cueva, mientras extendía las pieles de dormir y después dejaba a la bardo sobre ellas. Comenzó un riguroso masaje al cuerpo congelado, esperando hacer fluir algo de sangre caliente por las venas de Gabrielle mientras Xena intentaba encender un fuego. Salió fuera y encontró algunas ramas secas enterradas en la nieve. El frío extremo tenía una parte buena, en cierto sentido, y es que hacía tanto frío que la nieve no se humedecía, e incluso las ramas que estaban cubiertas de ella, no estaban tan empapadas como ella había temido. Volvió a la cueva y encendió rápidamente un fuego, y después cogió varios paquetes de hierbas de sus bolsas, haciendo un potente té contra la fiebre y la tos de la baro, junto con algo para ayudarla a dormir mejor. Devoró una ración de marcha y se hizo una taza de té normal, dándose cuenta de que a pesar de tener la sangre caliente,

incluso ella sentía escalofríos después de estar todo el día caminando por la nieve. Se acercó a las pieles de dormir y alzó los hombros de su amiga sobre uno de sus brazos, sacudiéndola suavemente. —Gabrielle. Despierta. Tienes que beberte esto. La bardo abrió un ojo, atontada, y olisqueó la pequeña taza que tenía justo debajo de la nariz. —Arg. Uh-uh—sacudió furiosamente la cabeza y se apartó del asqueroso vapor. —Vamos—Xena la levantó un poquito más. —Sé que es desagradable, pero no tengo miel para suavizarlo. Estás enferma, Gabrielle. Tienes que beberte esto para ponerte mejor. Por favor. Incluso en la niebla febril, la bardo detectó la nota desesperada en la voz de Xena, algo que no estaba presente habitualmente. Probablemente, no lo había oído desde la guerra de Tesalia. Fue esa voz la que la trajo de nuevo a la vida desde los Campos Elíseos, para encontrarse en los brazos de una guerrera histérica, mientras una muy preocupada Ephiny la observaba desde uno de los camastros, sosteniendo a su recién nacido hijo centauro contra ella. —Está bien—la bardo arrugó la nariz y se tragó toda la poción. —Esto debería meterle miedo a la gripe—rio débilmente, algo que le provocó otro nuevo espasmo de tos. Xena también se acordó de Tesalia, y recorrió con la mirada la exigua caverna. Hacía tanto frío, incluso con las tres paredes y el techo para cobijarlas. La oscuridad y el viento parecían cerrarse sobre ella, y no se había sentido tan sola y desamparada desde que dejó a Hércules para encontrar su camino. Sostuvo a la bardo erguida hasta que se le pasó la tos y tomó una rápida decisión. No había madera suficiente para mantener el fuego toda la noche, y estaba demasiado oscuro para encontrar más. Incluso aunque hubiera un montón de madera, eso solo no iba a ser suficiente para mantener caliente a Gabrielle. Avivó el fuego y comenzó a quitarle con cuidado la ropa a Gabrielle, y después envolvió a la bardo prietamente en las pieles mientras se quitaba sus medias, su cuero y armadura, jadeando ante el contacto del viento cargado de nieve que entraba por la boca de la cueva, cortando como un cuchillo. Una vez que ambas estuvieron completamente desnudas, arrastró el petate, con Gabrielle dentro, tan cerca del fuego como se atrevió, antes de acurrucarse entre las pieles

con ella. Tomó aliento profundamente, y al hacerlo, inhaló la esencia de lo que, se dio cuenta de repente, era el olor de la piel de su compañera. Lo había olido antes, por supuesto, pero nunca tan cerca. Era casi embriagadora, algo que la sorprendió. Gabrielle se sintió atraída hacia una cálida y suave superficie y después sintió largas extremidades envolverse a su alrededor. —¿Qué estás haciendo?—estaba medio inconsciente, pero se daba cuenta de que ninguna de las dos llevaba ropa y que, obviamente, estaban muy, muy juntas. —Yo…em…estás casi congelada, y la mejor manera de calentar a un congelado es desnudarse con él bajo las pieles y compartir el calor corporal—Xena terminó de colocar sus cuerpos y estuvo satisfecha cuando cubría la mayor parte del cuerpo de Gabrielle con el suyo. — Relájate, te prometo que no muerdo. —Mmmm. Puedes, si quieres—la voz de la bardo era tan débil que solo los agudos oídos de la guerrera captaron sus palabras. ¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? Nah. Incluso si fuese así, debe de ser la fiebre. La guerrera suspiró, notando que su cuerpo estaba reaccionando a la cercanía. Una sensación muy cálida y placentera, y a la vez, muy frustrante. Sabía desde hacía mucho que se sentía atraída por su compañera de viaje, y se habían visto desnudas cientos de veces. Se bañaban juntas, se lavaban el pelo y la espalda, y había dormido juntas muchas veces para conservar el calor. Pero nunca tan cerca. Y nunca sin ropa. Admitió, a regañadientes, que quería a Gabrielle. Se lo habían dicho antes, también. Era todo muy complicado, pero mucho más fácil mantener esos sentimientos bajo control a la luz del día. Mucho más complicado desnuda en la fría oscuridad. Por favor, cariño. Xena se permitía usar ese término afectuoso, aunque solo en su cabeza. Tienes que superar esto, por mí. No quiero pensar qué pasará conmigo si no lo haces. Te necesito. Eres mi mejor amiga. Mi familia. Te quiero. Durante los tres días siguientes, la nieve cayó regularmente y Gabrielle luchó contra la gripe. La guerrera escuchaba la respiración irregular y superficial que salía de la boca de la bardo, y expulsaba flemas teñidas de rojo, lo que indicaba que la enfermedad se le había anclado en los pulmones. Cada vez que levantaba las pieles, el cuerpo de Gabrielle

temblaba de frío, mientras sus dientes castañeteaban y los escalofríos recorrían su pequeño cuerpo, que ardía de fiebre. Xena se vestía y desvestía varias veces al día, para avivar el fuego, recoger más leña o hacer más té para la bardo o ella misma. Incluso consiguió cazar un pequeño conejo y cocinar un caldo, que hizo beber a su compañera. Usó la piel del conejo para hacer unos parches temporales en las botas de Gabrielle, para poder ponérselas hasta llegar a una ciudad y comprarle unas nuevas. Y por los dioses que va a sobrevivir para salir de aquí y usar esos parches. Las manos de Xena temblaron al dar el último punto y cortar el hilo. Cada vez que terminaba su tarea, se quitaba de nuevo la ropa y volvía al petate para mantener caliente a la bardo. Finalmente, la tarde del tercer día, se despertó para ver brillar el sol en la boca de la cueva. Tocó la frente de Gabrielle y, con mucho alivio, notó que no tenía fiebre. Un saludable tono rosado había vuelto a la piel de la bardo y respiraba tranquila. Xena se retiró con cuidado del petate y se vistió. No quería que la bardo se despertase y se sintiese incómoda por su cercanía. Cuidadosamente, le puso algunas prendas a la bardo, metiéndole una cálida túnica seca por la cabeza y las medias por debajo. Los ojos verdes de la bardo se abrieron lentamente, justo cuando Xena se ocupaba arreglando sus bolsas y avivando el fuego con algo más de leña. —Hola—la voz de la mujer más pequeña estaba ronca por el sueño. —Hola. ¿Cómo te sientes?—la guerrera se acercó rápidamente al lado de su compañera de viaje. —Débil, pero mucho mejor—Gabrielle tenía vagos recuerdos de un cuerpo cálido cubriendo el suyo. —Gracias. —¿Por qué? —Por cuidarme—la bardo alzó la vista con timidez. —No hay problema—los ojos azules hicieron un guiño. —Es lo que hacen los amigos, ¿no? —Claro. Amiga—Gabrielle pronunció cuidadosamente la última palabra, preguntándose cuántos significados podrían leerse en su voz.

Se quedaron en la cueva un día más, hasta que Gabrielle recupero la fuerza suficiente como para retomar el camino que quedaba hasta cruzar la montaña. Xena intentó hablar de sus sentimientos con la bardo, pero su propio miedo la contenía, y cayeron fácilmente en la camaradería que caracterizaba su relación desde el primer día en el camino juntas. Fue antes de Krafstar y Meridian, antes de Velasca, antes de Dahak y Esperanza, Ming Tien y Najara, y tantas otras cosas y gente que habían amenazado con separarlas definitivamente. Poco después de aquello, Gabrielle haría un viaje muy diferente a través de la nieve, y Xena se le aparecería en el pasaje de los sueños, y besaría tiernamente a la bardo, expresando físicamente los sentimientos que tenía por su amiga, y que pensaba que nunca tendía el valor de explicar a la luz de la realidad. Y ahora, ahí estaban, llevando alianzas y durmiendo juntas en la cama que, anteriormente, había servido para expresar, sin inhibiciones, sus sentimientos más profundos por la otra, compartiendo y jugando juntas de una forma que, ni en sus sueños más salvajes, habría imaginado dos veranos atrás. ¿Cómo hemos sobrevivido a todo esto, amor? Xena presionó sus labios contra un hombro desnudo y se quedó clavada en el sitio, al sentir abrirse la puerta de la habitación. Escuchó el suave clic de la puerta al cerrarse desde dentro, y se estiró con sigilo para atrapar el chakram, que estaba colocado sobre uno de los postes de la cama. Se concentró e inclinó la cabeza, escuchando los pasos silenciosos que cruzaban la habitación hacia la cama. Cleopatra. Ahí va el plan A. Creo que ya sabía que iba a tener que usar el plan B, después de todo. Plan A: ser amable y ganarse la confianza de Cleopatra. Plan B: ir de frente, como solo Xena podía hacerlo. La guerrera gimió internamente y extendió suavemente la sábana sobre ella y la bardo, pero dejándola bajo sus brazos, dejando los hombros al descubierto para poder seguir sosteniendo el chakram. —Cleopatra—la voz de Xena era baja. —Enciende una vela que hay en la mesa, pero estate callada. —Oh, Xena. Eres buena. No puedo creer que me hayas oído—la egipcia comenzó a reír. —He dicho…que estés callada—la voz de la guerrera era imponente, y gruñó todo lo alto que se atrevió, sin despertar a su profundamente dormida compañera.

—Está bien, Xena. Como tú digas—. Pervertida, musitó Cleopatra para sí, pensando que Xena estaba jugando a algún tipo de juego con ella. Yo también puedo jugar. Dio la espalda a la cama mientras manejaba con torpeza el pedernal en la oscuridad. La vela volvió a la vida cuando la llama chupó con hambre la cera del gran candelabro, enviando un tenue resplandor por la habitación. —Pero, de alguna forma, me pareces el tipo de mujer que le gustan las cosas un poco ruidosas—dejó el pedernal sobre la mesa. —Lo soy—concedió Xena en voz baja, dándose cuenta de que, gracias a los dioses, Gabrielle estaba fuera de juego. —Bien, entonces…—la egipcia se dio la vuelta—¿Por qué todo este silencio? Oh…—sus ojos repararon rápidamente en los dos cuerpos, encajados juntos y evidentemente desnudos, si los dos pares de hombros eran una indicación fiable. El brazo derecho de Xena estaba enganchado bajo y rodeando el cuerpo de Gabrielle, con su mano extendida sobre el estómago de la bardo por fuera de la sábana. Inconscientemente, atrajo aún más a su compañera, en un gesto muy posesivo, y alzó una amenazadora ceja mientras los dedos de su mano izquierda tamborileaban sobre el chakram, que descansaba sobre la cadera de la guerrera por encima de la sábana. —Me gusta que ella sea ruidosa. Pero ahora está durmiendo. Ha sido un día realmente duro para ella, así que me gustaría dejarla descansar, si no te importa—. La guerrera permitió que parte de su lado oscuro emergiese, saboreando la centelleante y cálida energía que corría por sus venas. El regalo de Ares. —Y menos mal que mi oído sea tan bueno como suele y que estuviese despierta. Esto…—sostuvo en alto el chakram—…podría haberte arrancado la cabeza si me hubieses despertado. No me preocupa mucho la gente que se mete a hurtadillas en nuestra habitación en medio de la noche. Cleopatra, cuya boca se había abierto de par en par, la cerró lentamente. —Tranquila, Xena—bajó la vista y colocó su ropa en su lugar. Se sonrojó un poco, dándose cuenta de que la guerrera estaba apreciando su traje, una pieza larga que dejaba bastante poco a la imaginación. —No quería molestar. Solo pensaba que quizás tú y yo podríamos divertirnos un poco. Pero ya veo que estás ocupada. —Sí. Lo estoy—unos fríos ojos azules centellearon con algo de maldad. —Bonito traje.

—Gracias. Quizás mañana por la noche podríamos… —¿Dónde lo has conseguido? Me gustaría comprarle uno a Gabrielle. Creo que estaría muy sexy con él, ¿no crees? Por supuesto, podría estar cubierta de sudor y arena y una de esas malditas mantas de las sillas de vuestros camellos y seguiría pensando que es la persona más bella en la tierra de Zeus—la guerrera interrumpió a Cleopatra a mitad de la frase y una sonrisa muy fiera apareció en sus labios. —Ya veo—los vellos de la nuca de la egipcia comenzaron a erizarse al darse cuenta de que había mucho más en la pareja que una simple relación física. —Así que, ¿así son las cosas? ¿Me estás diciendo que estás enamorada de ella? —Eso lo resume bastante bien, sí—Xena mantuvo un ojo fijo en Cleopatra mientras inclinaba la cabeza y besaba suavemente a su dormida compañera en la mejilla. Gabrielle suspiró de felicidad en su sueño y se giró hacia Xena, acurrucándose contra el cuerpo de su alta compañera. La guerrera sonrió con más que una pizca de orgullo animal, y alzó ambas cejas en un gesto de reto. —Bueno—Cleopatra se sentó en el borde de la cama. —Eso explica tu reacción hacia mí hoy. O la falta de ella, para el caso—Se inclinó, tocando descaradamente el frío chakram de metal, deslizando un dedo por la superficie plana. —Pero aún hay algo que ha quedado sin explicar. Me prometiste algo de tiempo a solas mañana por la mañana, y he oído que la princesa guerrera cumple sus promesas. Así que, Xena, voy a dejarte en paz de momento, pero mañana por la mañana hay algo que quiero saber. Es evidente que esto no es una visita social, así que, ¿qué es, exactamente, lo que habéis venido a hacer aquí? Piensa cuidadosamente tu respuesta, porque eso podría suponer la diferencia entre dejar Egipto en barco o en una caja de madera. —Oh…qué miedo tengo—Xena se encogió, burlándose de la egipcia. —Mira, estoy temblando dentro de mis botas. Oh. Espera un momento. Pero si no llevo botas—sonrió con malicia mientras Cleopatra se levantaba echa una furia y salía de la habitación, sin dar un portazo, pero tampoco en silencio. No juegues conmigo, Cleopatra. No vas a ganar. Gabrielle se revolvió en su sueño. —¿Qué ha sido eso?

—Una rara criatura del desierto haciendo algún ruido, nada más. No te preocupes. La he ahuyentado. No creo que vuelva esta noche. Vuelve a dormir, amor—la guerrera acarició la cabeza rubia. —Mi héroe—murmuró la bardo, enredando sus piernas con las de Xena y acariciando con la nariz el pecho de la guerrera antes de quedarse dormida de nuevo. Xena miró pensativa la suave luz de la vela. Oh, Cleo. Las venganzas son una mierda, ¿verdad?

Capítulo 4 He aquí, os digo un misterio... todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos... - 1 Corintios 15: 51-52, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

U

n cosquilleo, como hormigas rojas corriendo por su muñeca y su mano, despertó a la guerrera, y retorció el brazo mientras abría los ojos. Aaah. Debemos de haber dormido así toda la noche. Un sedoso cabello rubio estaba a milímetros de su nariz, embotando sus sentidos con la terrosa esencia del sándalo, y seguía con ambos brazos envueltos prietamente alrededor del cuerpo lacio de Gabrielle. La bardo dormía sobre el brazo de Xena, cortándolo la circulación. Estaba mirando a Xena, con la mejilla descansando felizmente sobre el pecho de la guerrera, y la suave respiración de la bardo se hacía cosquillas en la piel con un calor sensual que enviaba pequeños y placenteros temblores por su cuerpo. Se debatió consigo misma, una parte de ella queriendo besar a su compañera, despertarla y hacerle de todo, y la otra aceptaba la desgraciada realidad de que tenía pendiente una cita para desayunar; y que abusar de la bardo sería difícil con un brazo totalmente muerto. Cuidadosamente, para no despertar a su compañera profundamente dormida, la guerrera deslizó de mala gana su brazo de debajo del cuerpo de Gabrielle y salió en silencio de la cama. Bostezó y se estiró, y se sacudió vigorosamente el brazo hasta que sintió la sangre volver a correr por sus arterias, y entonces despachó una larga mirada, llena de deseo, a su dormida compañera sobre la cama. Dioses, me pregunto si llegará el día en que la mire y no quiera…No, no, no, no, no. Se abofeteó mentalmente y cruzó la habitación para echarse agua fría en la cara, y deslizó un peine por su cabello, deshaciendo los nudos que habían aparecido durante la noche. Se puso su cuero y armadura y después tomó las botas, acercándose a la terraza donde el amanecer recorría el borde del desierto del este, coloreando el cielo despejado con tonos dorados diferentes a los púrpura y rosa que la guerrera estaba acostumbrada a ver en casa. Debe ser el polvo del desierto. Se

sentó en un banco bajo y comenzó a atarse las bocas. Acababa de terminar con una y estaba alcanzando la otra cuando sintió algo cálido y peludo rozar la parte de atrás de su pierna. ¿Qué dem…? Xena sacó la daga del pecho y miró atentamente bajo el banco, esperando encontrar una gran rata. O quizás es la banshee de Gabrielle. Al no ver nada, se puso de rodillas para poder mirar mejor bajo el banco. Sonrió cuando dos ojos grandes y dorados-verdáceos le devolvieron la mirada desde su oscuro escondrijo y parpadearon inseguros. Bueno. Hola. —¿Miau?—un gato atigrado emergió de debajo del banco y caminó hacia la pared. Miró a Xena y después a la pared de piedra, antes de tomar impulso sobre sus patas traseras y saltar grácilmente sobre la pared de piedra. Se sentó mirando a Xena, y meneó regularmente su cola de punta blanca con ritmo regular, parpadeando un par de veces, que en lenguaje felino indicaba que no tenía intención de hacer daño y sería sumiso. —¿Miau? —Hola. ¿Y tú quién eres, eh?—la guerrera terminó de atarse la otra bota y se levantó, caminando cuidadosamente hasta que estuvo a un brazo de distancia. —¿Has estado ahí toda la noche?—Xena estiró vacilante una mano y rascó al gato debajo del mentón. Inmediatamente, empezó a ronronear sonoramente, y giró la cabeza hacia un lado, frotando las orejas y los lados de su cara contra los brazales de la guerrera. —Chico. Vaya ronroneo que tienes ahí—rio Xena. —Oh, te gusta eso, ¿eh? Tienes mucho en común con esa amiga mía de ahí. A veces, cuando la acaricio así, también puedo hacerla ronronear. —Ejem. Ronronear, ¿eh?—una voz divertida resonó mientras la cabeza despeinada de la bardo aparecía desde la puerta. Desde donde estaba, la guerrera bloqueaba la vista de Gabrielle del gato, y todo lo que podía ver era que su compañera arrullaba y hablaba con algo que estaba sobre el muro. —Xena. ¿Con quién estás hablando sobre nuestra vida íntima, con el hada invisible del desierto egipcio? —Oh. Buenos días—el borde de las orejas de la guerrera parecían estar repentinamente muy calientes, y agradecía el pelo largo que las cubría, estando segura de que tenía un bonito sonrojo entre manos. Se giró, apartándose para revelar a su nuevo y peludo amigo, y miró con timidez a su compañera, que sonreía con suficiencia y una ceja alzada en cuestión. —Solo es…

—¡Aaaaah!—Gabrielle miró al extraño animal y saltó encima del banco. Desde su encuentro con el conejo asesino, había sido un poco precavida respecto a las criaturas nuevas, incluso las que, en apariencia, parecían ser relativamente inofensivas. —Xena, ¿qué Hades es esa cosa? Es demasiado pequeño para ser una pantera, además, no son de ese color. El cerebro de la bardo repasaba rápidamente el catálogo de gatos salvajes que conocía de Grecia, intentando identificar al pequeño animal que su alma gemela estaba acariciando sin miedo. Parece estar domesticado. —Es un gato—la guerrera continuó rascando y acariciando la criatura en la cabeza y por el cuello, obteniendo un ronroneo aún más alto por parte del extasiado gato. —Eso ya lo veo. ¿Qué clase de gato es? Nunca he visto ninguno como este antes—Gabrielle reunió algo de valor y se bajó del banco. —¿Y por qué te gruñe? —No lo sé. Es solo un gato. Y no está gruñendo. Está ronroneando. Quiere decir que está contento. Lao Ma tenía algunos en Chin. Eran muy buenos cazando ratones y bichos y cosas así. No sabía que los habían llevado tan al oeste, aunque eran bastante prolíficos, si no recuerdo mal. Parece que tienen cuatro o cinco crías en cada camada, y es casi imposible matarlos por accidente. No importa lo que les pase, parece que salen airosos de casi cada situación peligrosa. Lao Ma solía decir que tenían nueve vidas, y que traían buena suerte. Recuerdo que había uno pequeñito, tostado, en Chin. Tenía las garras y la punta de las orejas negras, y los ojos amarillos, y un maullido muy triste—los ojos de Xena adoptaron una mirada lejana. —Xena, ¿qué es un maullido?—la bardo dio un paso más cerca, aun mirando cautelosamente al extraño felino. —Es el ruido que hacen. Bueno, además de ronronear, claro—sonrió al gatito atigrado, quién seguía aceptando felizmente cualquier atención que la guerrera le prodigase, con los ojos medio cerrados mientras seguía emitiendo el estruendoso sonido. —Ya sabes. Los lobos aúllan, los caballos relinchan y las vacas mugen. Los gatos maúllan—pinchó a la pequeña criatura en un intento de hacerle producir el sonido, y solo consiguió un golpe rápido con una garra. —¡Eh!—la guerrera apartó la mano—Cuidado con esas garras, chaval. Gabrielle saltó y después decidió mantenerse alejada. ¿Garras?

—En fin, aquel gato que había en el palacio de Lao Ma solía dormir en mi cama por las noches. Seguía fingiendo que me molestaba, pero la verdad es que probablemente era el único amigo que tuve durante un tiempo. Aún no estaba dispuesta a reconocer a Lao Ma como una amiga, mucho menos algo más, y aquella pequeña bola de pelo conseguía meterse dentro de mis defensas. Me encontraba recolocándome en la cama y dejándole dormir donde quisiera, incluso si quería dormir encima de mí. Hmmmm. Algo más que los gatos tienen en común con Gabrielle. Los ojos de la guerrera resplandecieron un poco ante sus pensamientos privados. —¿Tenía nombre?—la bardo dio unos cuantos pasos más, vacilando, hasta estar cerca del gato. Alzó una mano y acarició suavemente una parte de piel blanca que tenía en el pecho. Vaya. Mucho más suave de lo que parece. —Sin Nombre. —¿Por qué no le pusiste nombre? Se lo pusiste a Argo—Gabrielle sonrió cuando el gato cerró los ojos y se inclinó hacia ella, frotando su nariz vigorosamente contra el dorso de su mano. —Ése era su nombre. Sin Nombre era su nombre. Seguí hablando con él cada noche y diciéndole que no se acercara, porque no iba a ser su amiga, ni siquiera me gustaba. Pero creo que él sabía con dos piernas rotas no estaba en muy buena forma para perseguirle, y seguía volviendo cada noche. Era difícil hablar con él sin llamarle de ninguna manera, así que cuando me dirigía a él, le llamaba Sin Nombre—rio Xena ante el recuerdo. —Um…Xena—la bardo miró atentamente a su compañera con ojos verdes divertidos. —Si alguna vez tenemos un niño, vamos a asegurarnos de discutir bien los nombres y llegar a un acuerdo, ¿vale? —Eres una niña malcriada—la guerrera le hizo cosquillas a su compañera en las costillas, a través de la tela ligera de la camisa de dormir que Gabrielle se había puesto antes de salir a la terraza. —¡Para!—la bardo se apartó astutamente, fuera del alcance de los largos dedos de su compañera antes de que se le ocurriese otra maldad. —¿Has icho que se les da bien cazar ratones? —Sí. A veces creo que debe ser eso para lo que han sido creados. Y para recibir mimos. Le gustan los lugares cálidos y muchos de ellos se

acurrucarán contigo mientras los acaricies. Y pueden ser bastante exigentes cuando tienen hambre—Xena miró a su compañera. Hmmm. A lo mejor ha sido gato en otra vida. —¿Qué?—Gabrielle frunció el ceño, ante la sonrisa conocida que aparecía en el rostro de su alma gemela. Xena consideró rápidamente que “ven, gatita, gatita” no sería una respuesta adecuada. Guerrera mala. Guerrera muy, muy mala. —Nada. Ya, claro. Gabrielle decidió dejarlo pasar. —Podríamos llevarnos un par de gatos a la aldea amazona. Uno para el almacén y otro para la cocina. Los ratones están empezando a apoderarse del lugar. Daría tiene que inventarse cada vez más cosas para almacenar la comida y mantenerla alejada de los ratones. Y hace menos de una luna te quejabas por haber encontrado restos de ratones cerca del arcón de la comida del almacén. Ya sabes, Xena, apuesto que Cleopatra tiene uno o dos gatos que pudiera darnos. Especialmente a ti—la bardo aleteó inocentemente con las pestañas hacia su compañera. —Oh, no. No voy a cargar con los gatos por todo el Mediterráneo en un barco. Además, después de esta noche, no creo que Cleopatra vaya a estar de humor para dar nada, en lo que a mí respecta—Xena sostuvo un dedo delante del gato, esperando a que lo tocase con la garra. —¿Qué quieres decir? Parecía estar bien cuando dejamos el banquete—la frente de la bardo se arrugó con confusión y se olvidó temporalmente del gato. Que Zeus me dé fuerza. Aquí vamos. —Bueno. Digamos que se metió en nuestra habitación esta noche, mientras estabas durmiendo, y tuvimos una pequeña charla—. La guerrera se tensó inconscientemente, anticipando la reacción de su compañera. No estaba muy lejos de acertar. La frente se arrugó en sentido opuesto, mientras las cejas rubias se disparaban hacia la línea del cabello de Gabrielle. —¿¿¡¡QUÉ!!?? ¿Por qué no me despertaste? Dime que no nos vio…em… —¿Durmiendo desnudas y juntas? Sí. Y no te desperté porque estabas durmiendo tan tranquilamente que no quería molestarte. Además, aproveché cierta ventaja mientras estabas durmiendo. Oh, oh. Xena vio venir la siguiente pregunta. —¿Cómo?—los ojos de Gabrielle refulgieron con algo más que irritación.

—Yo…em…te besé en la mejilla y tú…em…hiciste uno de esos ruiditos tan monos que haces, y te giraste y te acurrucaste contra mí—la guerrera inclinó un poco la cabeza y parpadeó, asumiendo parte del lenguaje felino. —Xena. Dioses. ¡Qué vergüenza!—la bardo puso ambas manos en las caderas y miró a su compañera. —Gabrielle. Por lo menos, ha captado la idea. Me he asegurado de ello. —Ya no tiene dudas sobre la naturaleza de nuestra relación. Y ha valido la pena. En serio—la guerrera aprovechó la oportunidad y dio un paso adelante, recortando la distancia entre ellas y llevando a su compañera a un abrazo flojo. —Apuesto a que sí—la bardo no pudo resistir la totalmente encantadora mirada de su compañera, y se inclinó hacia delante, besando la pequeña cicatriz que tenía Xena sobre el pecho derecho. —Solo por eso, esta mañana en el desayuno, debería hablarle de esa mirada que tienes en la cara justo antes de que…ooomph…—Gabrielle se encontró con que sus palabras fueron tragadas por un abrasador beso de su alma gemela. Te la enseñaré más tarde, bardo, te lo prometo. En algún lugar del placentero beso, la palabra “desayuno” apareció en algún lugar del cerebro de la guerrera, y se apartó con un gemido. —Tenemos que hablar. Le hice una promesa a Cleopatra esta noche y no creo que vaya a dejármelo pasar. —¿Qué clase de promesa?—los ojos verdes miraron a su alta compañera con una expresión de dolor que a Xena le hizo doler el corazón. No es una cuestión de confianza, es cuestión de inseguridad, se recordó la guerrera mientras leía la familiar pregunta en los ojos de su alma gemela. Era la misma mirada que tenía cuando conocieron a Tara. La misma que tenía cuando dejó a Gabrielle en el muelle para ir a Chin. Incluso la había visto en el barco de Ulises, tanto tiempo atrás. Xena sabía que su joven amante solo necesitaba saber que, por encima de todo, era la cosa más importante de la vida de la guerrera. —Oh, cariño. No es nada trascendental—tomó la mano de Gabrielle y la guio hacia el banco, empujando suavemente los hombros de la bardo hasta que estuvo sentada contra el respaldo acolchado con las piernas estiradas. Xena se arrodilló sobre la loseta de la terraza y puso

una mano sobre la pierna más cercana de la bardo, y la otra en su brazo. Los ojos azules miraron seriamente al rostro de su amante. —Lo que dije ayer, lo decía en serio. Tú, bardo mía, lo eres todo para mí. Por favor, créeme. Necesito saber que lo haces. Gabrielle tomó la mano que tenía en la pierna entre las suyas. —Xena, ven aquí—. Abrió las piernas y palmeó el espacio entre ellas. Los ojos de la guerrera se ensancharon y después sonrió, trepando hasta el familiar lugar y acurrucándose contra el pecho de la bardo, rodeando con ligereza la cintura de Gabrielle con sus largos brazos. Xena suspiró felizmente, mientras dejaba su cabeza contra el hombro de su alma gemela, absorbiendo el calor y la cercanía. La mayoría de las veces, cuando estaban así de cerca, era normalmente la guerrera la que sostenía a Gabrielle, en parte por el hecho natural de la diferencia de altura, y porque, en muchas formas, la guerrera era más agresiva que su joven compañera, y no dudaba a la hora de buscar el contacto físico cuando lo ansiaba. Pero la bardo sabía que bajo todo ese exterior de “soy la guerrera más dura del lugar”, a Xena le encantaba que la abrazasen y la mimasen un poquito, algo a lo que Gabrielle estaba más que dispuesta. La guerrera apreciaba los raros momentos como ese, cuando podía, simplemente, dejarse ir y permitirse sentirse cuidada. Xena abrió los ojos y miró distraída sobre el muro, al sol naciente, mientras explicaba a su compañera toda la conversación entre ella y Cleopatra, tanto durante el banquete como más tarde en la habitación. Mientras la guerrera hablaba, Gabrielle sostenía a su compañera, acariciando los largos mechones oscuros y dejando ocasionales besos sobre la cabeza de Xena, mientras intentaba escuchar objetivamente a su evidentemente angustiada compañera. —…así que, como ves, le prometí pasar algo de tiempo a solas después del desayuno, aunque ya sabe que vamos a hablar, y nada más. Por alguna razón, no te tolera. Probablemente esté celosa—la guerrera hizo una pausa y se giró, besando el borde de los pechos de la bardo sobre el borde de la camisa de lino y sonrió con satisfacción mientras sentía un breve escalofrío recorrer el cuerpo que la sostenía. —Sé que yo lo estaría si estuviese en su lugar. Incluso después de descubrir lo nuestro, intentó recordarme que le había hecho una promesa y no creo que vaya a colaborar hasta que la tranquilice. Y, desafortunadamente, tengo la sensación de que estará más dispuesta a escucharme si tú no estás alrededor.

—Probablemente tengas razón—la bardo tomó aliento profundamente y trazó el diseño dorado de un brazal cercano. —Sigue echándome esas miradas tan extrañas. Eso, claro, cuando me mira. Es como si no supiese qué hacer conmigo. —Lo siento mucho, amor. Preferiría que estuvieses allí conmigo, créeme. Si le doy un par de marcas de mi tiempo, ¿te parece bien?—Xena alzó la vista y buscó en los amados ojos verdes. —Sí. Iré a la ciudad y haré algunas compras mientras vosotras habláis— sonrió Gabrielle. —Ha pasado mucho tiempo desde que compré en un mercado grande. Quizás encuentre alguna de las cosas que necesitamos para nuestra unión. O quizás algunas cosas bonitas que llevar en la cabaña, después. —Oye, esa es una muy buena idea—la guerrera parecía visiblemente aliviada ante la aparente falta de preocupación de su compañera por tener que estar a solas con Cleopatra. —Justo después del desayuno, me acercaré hasta allí contigo y podemos fijar un sito donde podamos encontrarnos después. Entonces, volveré aquí, le diré a Cleo lo que hay, y volveré al mercado para encontrarme contigo mientras le doy la oportunidad de sosegarse y pensar en todo esto. De hecho, a lo mejor quieres ver si puedes encontrar una posada. Tengo la sensación de que quizás Cleo necesite unos días para pensar las cosas. Oh. Y tengo que localizar un palomar para ver si Octavio me ha enviado algún mensaje. Le dije que no enviase nada directamente a palacio. —A mí me parece un plan—la bardo empezó a levantarse para cambiarse de ropa, y se encontró con que las posiciones cambiaron rápidamente, ya que la guerrera la cogió y giró sobre su espalda, y Gabrielle se sintió atrapada por dos fuertes muslos y que se cerraron sobre su cintura y la dejaron quieta en el sitio. —Eh, ¿dónde está el fuego?—dos ojos azules la miraron tras las pestañas. —El sol está en alto. Creo que mejor será que nos preparemos para el desayuno—Gabrielle deslizó un dedo sobre un musculoso muslo y parpadeó inocentemente a su alma gemela. —Aún no me has dado un beso de buenos días—un labio inferior hizo un puchero, haciendo reír a la bardo.

—Te he dado muchos—el dedo viajó más arriba y pinchó a Xena sobre el pecho para más énfasis. —Te he besado—el puchero se hizo más pronunciado. —No cuenta. —Oh, dioses. Esa mirada no. Por favor—la bardo se puso de rodillas y se inclinó hacia delante, besando tiernamente el cuello de la guerrera, ascendiendo lentamente por la mandíbula de Xena antes de alcanzar los expectantes labios de Xena. Gabrielle suspiró y presionó aún más su cuerpo contra ella, mientras sentía los brazos de la guerrera atrayéndola, demandando más contacto. —Mmmm—Xena profundizó el beso, deslizándose lentamente hacia abajo y tomándose su tiempo mientras exploraba concienzudamente los recovecos de la boca de su compañera. —Dioses, qué bien sabes. Tú repetiste anoche, pero yo no. —Xena. Había muchísima comida. Si querías más, podrías haberlo pedido. No tuvieron problemas en traerme más platos—Gabrielle se apartó y mordisqueó ociosamente la nariz de la guerrera. —Podemos ir a desayunar si tienes hambre. La guerrera se lamió los labios seductoramente. —No estaba hablando del banquete. —Bueno, entonces…?—la confusión se convirtió en entendimiento. — Oh—la bardo se sonrojó, recordando una larga sesión de pasión mezclada con chocolate. Se inclinó y suavemente probó de nuevo los labios de la guerrera, y gimió cuando un par de fuertes manos cubrieron sus caderas, y Xena se reclinó sobre el banco acolchado, alzando a Gabrielle y poniéndola encima de ella. —Xena. No tenemos tiempo…— el pensamiento coherente se volvió imposible mientras las manos se deslizaron por debajo de su camisa de dormir y acariciaron piel sensible. —Ya lo sé—la guerrera templó de mala gana sus atenciones. —Solo me gustaría que la mañana ya hubiese pasado y que estuviéramos comprando juntas en el mercado. O mejor aún, en la posada que nos vas a encontrar. —Vamos a pasar la mañana primero—Gabrielle rodó a un lado de su compañera y acarició el estómago de Xena mientras hablaba. — Mientras hablas con Cleopatra, recuerda que te estoy esperando. Y…— se inclinó y besó a la guerrera de nuevo—Planeó asegurarme personalmente de que no te quedas con hambre esta noche.

—¿Ya te he dicho esta mañana que te quiero? Porque te quiero—Xena se sentó y se llevó a la bardo con ella, abrazándola con fuerza. —Te quiero muchísimo. —Yo también te quiero—Gabrielle le devolvió el apretón. —¿Miau? La bardo se giró hacia la pared, donde el gato estaba estirado panza arriba, estirando perezosamente su cuerpo para captar los rayos tempranos del sol. —Qué bonito sonido. Xena, ¿estás segura de que…? —No—la guerrera se levantó y empezó a dirigirse a la habitación. —Pero es pequeño. No ocupará mucho en el barco—Gabrielle fue detrás de su compañera, decidida a exponer sus argumentos. —Yo lo cuidare, incluso cuando estemos en casa. No te darás cuenta de que están allí. —No—Xena se obligó a no hablarle bruscamente a su compañera. —Ya tenemos suficientes animales de los que encargarnos. Gabrielle detectó el tono de la voz de Gabrielle y la sorprendió. Caray. ¿Cuál es el problema? Ni que le estuviera pidiendo llevarnos un par de camellos. Además, podrían sernos de utilidad contra los roedores en casa. Es una solución perfecta para el problema y ella solo se pone agresiva. Rumió sobre ello mientras se acercaba a sus bolsas y sacaba algo para ponerse durante el desayuno. Miró a su compañera, quién estaba sentada al borde de la cama dándole la espalda, peleándose con la armadura de las piernas. Los hombros de Xena estaban encorvados un poco, en una postura que la bardo había aprendido a reconocer como agitación interna. De repente, se le ocurrió una idea. —Espera. Déjame ayudarte—caminó en silencio hacia ella y se sentó en el suelo, a los pies de Xena, quitando suavemente las manos de la guerrera y atando la armadura en su lugar. Alzó la vista y estudió la máscara que cubría el cincelado rostro. —Xena, ¿te puedo preguntar una cosa? —No. Nada de gatos—la profunda voz estaba a penas bajo control. —Cielo. No era es lo que te quería preguntar—. Está bien. Es hora de llegar al fondo de este asunto. —Oh. Lo siento—unos ojos tristes y azules parpadearon. —¿Qué pregunta?

—¿Qué le pasó a Sin Nombre?—Gabrielle puso una mano sobre la pierna de Xena y acarició suavemente los firmes músculos que había bajo la piel. La guerrera sintió el dolor retorcerse en sus entrañas durante un segundo, y entonces lo liberó completamente. —¿Cómo has aprendido a conocerme tan bien?—suspiró pesadamente y se deslizó hasta el suelo. Gabrielle se acercó rápidamente contra la cama y, por segunda vez esa mañana, Xena se acurrucó contra ella y dejó la cabeza contra el hombro de la bardo. Sintió unos dedos pequeños aun acariciando su muslo. —Cuando Ming Tzu vino al palacio de Lao Ma, cuando trajo a Ming Tien con él, cuando aún era un niño…un día…—se detuvo y tomó aliento temblorosa. Dioses. Le duele mucho. —Xena, no pasa nada. No tienes que contármelo si no quieres… —No, quiero contártelo—la voz de la guerrera temblaba ligeramente y tragó varias veces antes de continuar. —Una tarde, estaban en el campo de detrás del palacio, haciendo prácticas de tiro. Ming Tzu era bastante bueno con el arco. Muy bueno, de hecho. No…sé si se aburrió de los blancos fijos…o…por qué…pero… No. Las propias entrañas de la bardo se retorcieron y atrajo con más fuerza a Xena hacia ella. —Sin Nombre. Estaba fuera haciendo cosas de gatos, supongo. Cazando ratones, o lo que fuera. En fin. Corría por el campo de tiro…yo estaba sentada en la terraza, haciendo de sirvienta solícita. Ming Tzu le vio, ya sabes, y miró a Ming Tien y dijo: “Mira”. Levantó el arco y le disparó. Solo porque estaba allí—resolló temblorosamente de nuevo. —Cielo, lo siento—la bardo besó la cabeza morena. —Yo…sabía que Sin Nombre seguramente no supo qué le golpeó. Tan pronto como se marcharon, fui hacia donde estaba tumbado y lo recogió. Seguía caliente, pero era demasiado tarde. Ming Tzu había ejecutado un tiro perfecto al corazón—la voz de Xena era amarga ante el recuerdo. —No sé cuánto tiempo estuve allí sentada, llorando. Me sentía tan estúpida, era solo un gato, por el amor de los dioses. Pero…era mi amigo, ¿sabes? Y Lao Ma me encontró allí y me dijo que tenía que dejarlo estar. Que no podía pedirle cuentas a Ming Tzu. Y el hecho es que me dolió por un tiempo, pero entonces me hizo cerrarme a todo y permanecer insensible. Es lo que tenía que hacer. Dolió

demasiado perderle. Tenía que aprender…—la guerrera dejó la frase sin terminar y se levantó, poniendo una mano contra el rostro de Gabrielle y acariciando la mejilla con sus dedos. Aprendió a no preocuparse de nada ni de nadie, porque siempre la traicionaban, la dejaban o morían. La bardo completó mentalmente la frase de Xena y cerró los ojos durante un largo momento. Los abrió y miró seriamente el rostro de su compañera. —Xena. Fue una cosa terrible. Especialmente, después de todo lo que pasaste. Pero no puedes ir por la vida rechazando todo lo que amas solo porque puedas acabar herida. El amor a veces duele, Xena. Si no te importase, no dolería. Y te perderás un montón de cosas realmente buenas si sigues cerrándote a toda persona o animal que intente acercarse a ti. Yo…— Gabrielle bajó los ojos y parpadeó para apartar unas cuantas lágrimas—…yo me alegro mucho de que no lo hicieras conmigo. —Lo intenté—Xena volvió a alzar el rostro de su compañera—Pero tú no me dejaste. Como Sin Nombre tampoco me dejó—. Miró pensativa a la terraza, donde el gato se había quedado dormido al sol sobre el muro. Volvió a mirar a su compañera y consiguió sonreír. —Tienes razón. Necesitamos un par de gatos en casa. Si todo va bien hoy, le pediré el favor a Cleo. Si no, encontraremos un par de gatos en alguna parte antes de volver a casa. —Gracias—Gabrielle alzó la mano de Xena y besó suavemente sus nudillos. —Vamos a quitarnos ese desayuno de encima, ¿eh?

La plaza del mercado estaba abarrotada por multitud de camellos, monos y riadas de gente pululando por las estrechas callejuelas de arena, algunas de las cuales parecían no haberse encontrado con una pastilla de jabón durante la última estación. Gabrielle arrugó la nariz ante la combinación de olor corporal y excremento animal, y se aproximó al siguiente puesto. El calor de media mañana ya se estaba volviendo opresivo, y solo servía para incrementar el acre hedor que la rodeaba. Uno de los mercaderes le había explicado a la bardo que aquel era un día especial para el comercio que se sucedía una vez cada estación, el día en que se recibían nuevas mercancías que venían desde Alejandría, junto con la llegada de sus vecinos de Arabia a través del Sinaí.

La bardo ya había hecho algunas compras, algunas prácticas y otras frívolas, y con sus habituales habilidades de regate, había conseguido varias rebajas de los agobiados mercaderes, convenciéndolos para rebajar precios ya bastante rebajados, hasta casi la nada. Había encontrado algunas velas aromáticas que pensó serían perfectas para su baño en casa, algunos frasquitos de aceite de sándalo y mirra que se había llegado a convertir en algo semejante al aceite de lavanda que llevaba usando tanto tiempo, unos cuantos paquetes de especias egipcias para cocinar y varias hierbas medicinales que Xena había mencionado se le estaban acabando. También encontró un carrete de hilo médico, y suspiró, pensando en las muchas veces que había tenido que coser a su compañera, sabiendo que al final acabaría usando todo el carrete. Había una de las compras de la que estaba especialmente orgullosa, un par de copas de plata grabadas que servirían para que Xena y ella bebiesen en su ceremonia de unión. Parte de la ceremonia implicaba que la pareja compartiese sorbos de vino de la copa de la otra, como un símbolo de promesa para cuidar siempre de las necesidades de la otra, y como un símbolo para compartir todo lo que tuvieran con la otra. Sonrió y palpó la bolsa, trazando las frases grabadas que el mercader había grabado en el metal de ambas jarras. —Siempre y Para siempre. Gabrielle estudió los puestos que tenía delante de ella y al final localizó el que estaba buscando, una pequeña y discreta tienda que estaba montada detrás de una caseta llena de ropa. Apartó la entrada de la tienda y metió la cabeza, mirando a su alrededor. La pequeña tienda estaba llena de ropa nocturna de mujer y ropa interior. Con una sonrisa tímida, la bardo se metió dentro y empezó a toquetear los delicados materiales, en una amplia gama de colores oscuros y otros de tonos más pálidos, preguntándose cuál de ellos le gustaría más a Xena. Además de mi piel, claro, rio internamente. Las únicas piezas de lencería que poseía eran el negligé verde de la India, y un par de braguitas y corpiño de satén, sin mangas y de color melocotón con las que la guerrera la había sorprendido en Zakynthos. —¿Puedo ayudarte?—una anciana egipcia interrumpió pensamientos de Gabrielle. —¿Estás buscando algo en especial?

los

—Yo…em…voy a uni…casarme. Voy a casarme. Estoy buscando un par de cosas—tartamudeó la bardo y se sonrojó.

—Aaah—la mujer localizó la alianza de Gabrielle. —Tengo lo que necesitas—la mujer se agachó bajo una mesa durante un largo momento y volvió con un largo camisón blanco de manga larga y un cuello alto que se ataba bajo el mentón con un lazo de satén. El camisón estaba cubierto con una amplia variedad de lazos y nudos, y el material, aunque suave, era bastante grueso. —Em…—Errrg. Xena lo odiaría. Casi más que yo. —No estoy segura de que sea eso lo que estoy buscando. —Es el atuendo de noche de bodas tradicional egipcio—sonrió la mujer. —Todas las novias vírgenes llevan un camisón similar a éste en su noche de bodas. La bardo camufló un bufido con una tos. ¿¡Virgen!? —Yo no soy…egipcia. —Oh. Pero te casas con un hombre egipcio, ¿no?—la anciana sonrió complacida y continuó sosteniendo el horrible camisón. —No. No exactamente—la bardo bajó la mirada hasta su anillo. —¿No es egipcio?—la mujer parecía confusa. —No. Griego—Gabrielle comenzó a retroceder despacio. Y no es un hombre. —Um…parece ser que tenemos costumbres diferentes en Grecia. La bardo miró a su alrededor durante un momento y sonrió. Caminó hacia una mesa y tomó una selección de pequeñas y reveladoras prendas, y otro camisón blanco. Era completamente transparente y llegaba a media pantorrilla, y estaba abierto a ambos lados, con finas bandas de satén blanco que mantenían el frente y la espalda del camisón juntos, algo que dejaba piel desnuda que ojear a ambos lados. No tenía mangas y era escotado hasta el ombligo, por delante; y hasta las lumbares por detrás. —Éste sería perfecto para mi noche de bodas. —Oh, mi madre—fue el turno de la anciana de sonrojarse. —¿Estás segura, niña? ¿Alguien te ha explicado lo que pasará en tu noche de bodas? —Em…—¿Qué hay que explicar? Aunque estoy segura de que Xena estaría feliz de enseñarme con gran detalle, si tengo alguna pregunta. Reprimió una risita. —No.

—Niña, mejor será que hables esto con tu madre o tu hermana mayor, antes de comprar nada—la mujer egipcia palmeó a Gabrielle en la cabeza. Gabrielle sintió un pinchazo en el corazón. Mi madre. Quizá nunca supere esto. Si es que se preocupa por mí siquiera. Se dio cuenta de que no había visto a su madre desde que Esperanza llevó al Destructor a Potedaia. Dos veranos. De repente, la bardo se sintió mucho más mayor que solo veintiún veranos, y no pudo soportar más el trato condescendiente que recibía. —Con todos los respetos, señora…—la bardo configuró su expresión más inocente—…probablemente haré cosas en mi noche de bodas que harían que a mi madre le diese un ataque. Y yo soy la hermana mayor. Así que, si me disculpa, me gustaría terminar de escoger para poder ir a encontrarme con mi prometida. Ella me espera en unas marcas más. La anciana abrió la boca y después, tan rápido como antes, la cerró. — Mis disculpas. Por favor. Pareces saber lo que quieres, así que estaré arreglando unas cosas hasta que estés lista—. La mujer se alejó cortésmente hacia un banco y entonces se giró—¿Has dicho…? ¿Ella? …No importa—se sentó con debilidad. Sí que deben de tener costumbres distintas en Grecia. La bardo se limitó a alzar una ceja y después paseó entre varias mesa, tomando varias prendas de varios colores y estilos, y sonriendo para sí. A Xena le gusta la variedad. Inclinó la cabeza hacia un lado, pensando. Y me va a chinchar para ver todo esto si no cojo algo para ponerme de aquí a la ceremonia de unión. Gabrielle acabó escogiendo un par de piezas más. Una era un corpiño simple, negro, de seda; con finos tirantes y un pequeño par de braguitas a juego, si es que unos cuantos hilos y trozos de tela podían considerarse como ropa interior. La otra era una pequeña pieza de encaje roja que tenía varios nudos de satén en los lugares convenientes. Oh. Éste le va a gustar. Gabrielle pagó los objetos y aceptó los paquetes de la aún perpleja anciana egipcia, y volvió al mercado. Al salir, atisbó varios trajes más, algo que llevar durante el día, y sin dudar ni un momento, los compro. Definitivamente, esto le va a gustar. Se iba pasando la bolsa de un hombro a otro, y con movimientos corteses pero efectivos apartaba a la alegre multitud que llenaba el área central, que rebosaba de gente. Después de un rato, localizó un puesto que vendía zumo de naranja recién exprimidas, y se compró una

jarra llena, para sentarse sobre un banco de madera áspera cerca del puesto. Sorbió vacilante el líquido agridulce y chasqueó los labios apreciativamente. Me gustaría tener naranjas en casa. Gabrielle cerró los ojos durante un momento y escuchó su propia respiración, dándose cuenta de que su cuello y sus hombros estaban tensos por la ansiedad. Se preguntó qué estaría haciendo Xena en su charla con Cleopatra, y en silencio le deseó suerte a su compañera. Sobre todo, amor, ten cuidado. Decir que el desayuno había sido extraño era un eufemismo. Categóricamente gélido sería una descripción más adecuada. Habían estado sentadas en silencio, salvo varias afiladas ocurrencias, intercambiadas entre Xena la extremadamente molesta egipcia. Respecto a Gabrielle, había permanecido en silencio, tomando su desayuno sin comentarios y deseando desesperadamente haberse saltado la comida y haber ido al mercado directamente. Sus pensamientos fueron interrumpidos abruptamente y sus ojos se abrieron de golpe, mientras se le caía la jarra de las manos y era violentamente sacada del banco, aterrizando con fuerza de rodillas en la arena. Se estiró y cogió los sais de las botas, girándose en una postura defensiva con ambas armas frente a ella, las puntas hacia fuera. Y se encontró mirando fijamente una desgreñada cara blanca con grandes manchas marrones, y ojos negros y líquidos. Gabrielle parpadeó y sacudió la cabeza, pero la imagen no cambió. Lentamente, bajó un sai y extendió una mano temblorosa para acariciar el hocico sedoso. —¿Tobias? Recibió un fuerte empujón en su torso desnudo como respuesta, y rio maravillada. —¿Qué Hades estás haciendo aquí? Pensaba que te había entregado a aquella pareja de Grecia. Aquella que viajaban con el bebé—la bardo intentó ponerse de pie, pero las patas de Tobías estaban a cada lado de las piernas de Gabrielle, reteniéndola. Sonrió y puso un dedo en cada lado de la boca y silbó. El burro se apartó obedientemente, dándole espacio para levantarse. Mientras se sacudía la falda, un hombre alto y con barba de mediana estatura y piel olivácea se acercó a ellos. —Aquí estás, pequeño terco…—el hombre se detuvo y estudió a Gabrielle durante un largo momento. Qué familiar. ¿Es…? El pelo es más

corto, pero seguro que se parece…—Oye. ¿No eres tú la chica que me dio esta bestia? La bardo le devolvió el examen, y sintió una repentina agitación interior, recordando un tiempo en que su vida era tan simple, y su mundo consistía en fuertes convicciones de las que siempre había estado tan segura. Un tiempo en lo que todo lo que importaba era hacer el bien, cuando estuvo segura de que podía cambiar el mundo con sus ideas amables e idealistas. Esperaba cada día con anticipación y maravilla, y deseaba tanto ser como Xena. Juntas superarían cada obstáculo del camino. Dioses, era tan joven. Y estaba tan equivocada. Vamos, Gabrielle, espabila. ¿De verdad querrías seguir siendo como eras entonces? Y una respuesta honesta llegó, inesperadamente, desde algún lugar de su interior. No. Una parte de ella sabía que había una razón para todo, y que Xena y ella habían tenido que pasar por todo lo que habían sufrido para llegar a donde estaban ahora. Cada paso del camino que habían recorrido juntas las había acercado más hacia el fuerte amor que compartían hoy. Incluso el día en que se desprendió de Tobias, la guerrera le había dicho a Gabrielle que ella era un regalo para ella. Si solo hubiera sabido…Consiguió sonreír. —Sí, soy yo—. La bardo se agachó y recuperó el sai que estaba en el suelo, metiendo ambas armas de nuevo entre las trenzas de cuero del exterior de sus botas. —Yo…siempre me pregunté quién eras. De dónde venías—. Como un ángel del cielo. El hombre le tendió la mano como saludo—Quería agradecértelo, pero, con las prisas, nuca supimos tu nombre. La bardo tendió el brazo y aceptó el de él—Gabrielle. De Potedaia. El hombre sonrió ampliamente ante el firme agarre. —José, de Nazaret, en el camino de Belén. —Perdóname. Creo que no sé dónde están esos lugares—Gabrielle frunció el ceño. —Belén está en Judea, y Nazaret está en Galilea—José podía decir, por la expresión de la bardo, que los nombres no le decían nada. Suspiró. — Al este del Mediterráneo. Soy descendiente de los israelitas. —¿En serio? Si no te importa que te pregunte, cuando nos conocimos, ¿qué hacíais tan lejos de casa? De hecho, ¿qué haces aquí?—Gabrielle

acarició distraída la cabeza de Tobias, que el burrito había metido debajo de su brazo mientras hablaban. José sonrió—Cuando nos conocimos, mi familia y yo veníamos hacia aquí. Y mi respuesta es que el resto es una larga historia. Yo podría decirte lo mismo. —Y mi respuesta sería la misma que la tuya—la bardo leyó la preocupación en las líneas de su rostro. Es muy joven para tener tantas preocupaciones. —¿Cómo están tu mujer y tu hijo? ¿Están aquí contigo? José dudó. Durante tanto tiempo, hemos intentado permanecer en el anonimato, entremezclándonos aquí. Hasta que ese profeta dejado de la mano de Dios llegó hace unas cuantas lunas. Y ahora esta joven aparece de repente. Aún así…Había algo en los sinceros ojos verdes que le incitaban a confiar en ella. —Sí. Vivimos aquí ahora. Y mi bebé ya no es un bebé. Casi tiene cuatro veranos. Y tiene un hermano pequeño. De hecho, ¿por qué no vienes a comer con nosotros? Sé que María…mi mujer…querría darte las gracias personalmente por el burro. Fue de gran ayuda. —Oh. Me encantaría, pero tengo que encontrarme aquí con alguien, dentro de poco. ¿Recuerdas a la mujer con la que viajaba? Alta, con pelo negro y largo. Su nombre es Xena, y aún seguimos viajando juntas. La espero dentro de una marca o así—Gabrielle se apartó el pelo sudoroso de la frente, haciendo que el anillo reflejase la luz y deslumbrando a José. El hombre estudió el anillo, reconociéndolo como una alianza de matrimonio, y empezó a decir algo, pero luego se lo pensó mejor. — Bueno, ¿por qué tu compañera y tú no os unís a nosotros para cenar esta noche? —Es muy amable de tu parte—la bardo miró a Tobías y sonrió. —Hablaré con ella, pero estoy segura de que le parecerá bien. Espero. José le dio a Gabrielle las señas de su casa y después tomó la cuerda atada al dogal de Tobias, guiando al terco animal. Mientras caminaban hacia el extremo este del mercado, el burrito miró sobre su hombro y dejó escapar un largo rebuzno de contrariedad por la separación.

La guerrera permaneció bajo el arco de entrada al jardín, y tomó aliento profundamente. Guiñó los ojos ante el sol de la mañana tardía y estudió a su presa. Cleopatra estaba sentada en un silla de estilo real, ornamentada y con cojines en el asiento y contra el respaldo. Sobre su cabeza había un dosel de grueso lino, y dos sirvientes estaban colocados a ambos lados de la reina, agitando el aire con grandes plumas de pavo real. Hizo una pausa en el pergamino en el que estaba escribiendo y dejó la pluma sobre la mesa. —Acércate, Xena. Quizás tú resuelvas esto. Xena se sobresaltó, sorprendida de que la egipcia hubiera detectado su presencia. Entonces localizó al guardaespaldas, quién salió de detrás del muro bajo que rodeaba el patio, cruzando los brazos sobre su pecho desnudo y mirándola con expresión vacía. Aaah. Él debe haberla avisado de que yo estaba aquí. La guerrera cuadró los hombros y se acercó con zancadas decididas a la reina, sentándose frente a la egipcia mientras Cleopatra señalaba el lugar con una floritura de la muñeca. —Bueno, ¿te has ocupado de tu noviecita?—la reina puso los ojos en blanco y retorció sus trenzas morenas entre sus dedos. Los ojos azules de Xena se cerraron de golpe. —Vamos a dejar una cosa clara. Gabrielle es la cosa más importante del mundo para mí. No me gusta cuando la gente se muestra irrespetuosa con ella, o no la toman en serio. O actúan como si estuviese en segundo lugar. O como si no valiese tanto como yo. Qué mal humor. —Xena. Lo siento. Aunque debo decir que estoy bastante decepcionada. No tenía ni idea de lo que pasaba entre vosotras, y supongo que fui demasiado obvia al esperar que quizás tuviéramos una oportunidad de llegar a conocernos más íntimamente, tú y yo. Sabes que quería eso la última vez que nos vimos, y entonces también huiste de mí. ¿Es ella la razón? ¿Ya estabais juntas entonces?— unos ojos negros apreciaron la alta figura de porte imponente que estaba sentada frente a ella. —No, no estábamos juntas entonces, no como amantes. Pero ella es la razón por la que hui, porque por entonces ya estaba enamorada de ella. No hubiera estado bien—Xena gimió con irritación cuando dos sirvientes más aparecieron en la terraza con dos plumas de pavo más, y se pusieron a cada lado de ella, abanicándola con la misma persistencia que los criados que cuidaban de Cleopatra.

—Bueno, qué noble por tu parte—la voz de Cleopatra era sarcástica. — ¿Cómo de serias son las cosas entre vosotras?—la reina chasqueó los dedos, y los sirvientes aparecieron con bandejas de jarras de peltre, dejando dos cerca de Cleopatra y dos para la guerrera. —Suficientemente serias como para hacer un compromiso de por vida—. Y un poco más, añadió Xena en silencio, alzando la mano izquierda y meneando el dedo, mostrando la alianza. —Pero no he venido a Egipto para hablar de mi vida amorosa. La guerrera sonrió para sí al ver la conmoción cruzar brevemente la cara de la egipcia al apreciar el anillo por primera vez. La reina recobró rápidamente la compostura y consiguió parecer casi aburrida. —Muy bien, entonces. Eso nos lleva de vuelta a mi pregunta de anoche. ¿Por qué estás aquí, Xena?—Cleopatra alzó una ceja morena y se llevó una copa de zumo de naranja mezclada con vino blanco a los labios. —Tengo una respuesta. Pero, primero, déjame hacerte una pregunta— la guerrera olisqueó el contenido de las dos copas que había cerca de ella, descartando el alcohol a favor de una llena de agua fría. —Puedes preguntar, y yo decidiré si te contesto—la egipcia se recostó en la silla y dejó los brazos sobre los reposabrazos de la silla. —¿Por qué eres aliada de Marco Antonio?—Xena se obligó a permanecer calmada. El simple hecho de invocar el nombre del romano hacía que se le subiese la bilis a la garganta, al pensar en la cuasi-violación de su compañera. —Es una pregunta complicada. Y creo que es justo que te diga que conozco tus últimas negociaciones con Octavio—Cleopatra esperó a que apareciese la sorpresa en la guerrera, y se decepcionó cuando nunca llegó. —He venido asumiendo que lo sabías. Sé que tienes informadores en Roma, y tenía que contar con la posibilidad de que algunos de ellos conocieran el tratado de paz griego. Puedo entender por qué querrías tener una buena relación con Roma. Es por eso que las amazonas y otras aldeas involucradas estuvieron de acuerdo en preparar el concilio. Pero, Cleopatra, ¿por qué Antonio?—el desagrado era legible en el rostro de Xena. La egipcia se levantó y se puso a pasear por la zona, mirando pensativa al desierto. Los dos sirvientes se apresuraron a seguirla unos pasos por

detrás con las plumas, casi tropezando en el proceso. —Dejadnos— Cleopatra se giró y señaló a los cuatro sirvientes y al guardaespaldas, los cuales se marcharon rápidamente, desapareciendo dentro del palacio. —Gracias—la guerrera inclinó la cabeza respetuosamente. —Estaba bastante incómoda por tener esta conversación delante de gente. —No lo he hecho por ti, pero de nada, igualmente—la egipcia suspiro y se sentó de nuevo. —Nadie en Egipto se alegra de mi alianza con Antonio. No siempre sé en quién puedo confiar. Incluso en mi propio personal doméstico. —Sobre Antonio. ¿Es una venganza contra César?—la voz de Xena contenía cierto matiz espinoso al pronunciar el nombre del romano muerto, casi como si estuviese escupiendo un trozo de comida podrida. —En parte sí. Pero no solo por eso—Cleopatra dobló las piernas debajo de sí, en una postura informal poco común. —Xena, cuando Ptolomeo I asumió el trono después de la muerte de Alejandro Magno, Egipto estuvo bajo el gobierno de los egipcios por primera vez en siglos. Eso pasó hace casi trescientos años. Yo soy descendiente del primer Ptolomeo, y mi hermano, debilucho como es, es el octavo Ptolomeo. Yo soy su esposa ante la ley, aunque no hemos consumado el matrimonio. El matrimonio es un simple contrato que se asegura de que el linaje continúe. La ley nos exige que engendremos niños de otros compañeros. Y es de común conocimiento que yo soy la verdadera gobernante de la nación. Yo, como mis padres antes que yo, he conseguido controlar nuestros territorios, a pesar del avance de los romanos al norte y de los Khan de Chin desde el este. No ha sido fácil. —Y ahora temes perder todo por lo que has luchado—una declaración, no una pregunta, ya que Xena entendía demasiado bien de dónde venía la egipcia. —Sí. Mi padre casi pierde ante Roma. Cuando murió, yo era muy joven. Solo tenía catorce veranos. Mi hermano era pocos veranos más mayor. César se movía rápido, tomando todas las tierras alrededor del Mediterráneo. Observé sus progresos y cuando tomó los territorios israelíes del norte de Arabia, sabía que tenía que hacer algo. Egipto estaba a solo un país de la dictadura romana. Mi hermano no tenía verdadero poder. Ni fuerza de voluntad. Así que utilicé el único valor que podría ofrecer en una negociación: mi cuerpo—. Cleopatra miró a

su regazo un momento, y después alzó la vista de nuevo, con vergüenza pintada en la mirada—Hice lo que tenía que hacer. —Créeme. Lo entiendo—la voz de la guerrera estaba llena de simpatía. —Yo he hecho lo mismo. Más de una vez. Somos mujeres, Cleopatra, y vivimos en un mundo donde la mayoría de los hombres nos consideran propiedades. Tú y yo somos más fuertes que la mayoría, pero hemos tenido que luchar para ser así. No estoy orgullosa de algunas de las cosas que he hecho, pero cuando las hice, no estoy segura de haber tenido otras opciones. No sin renunciar a más dignidad de la que ya perdí. Los ojos negros se humedecieron brevemente, y la egipcia giró la cabeza discretamente para limpiarse las lágrimas. Su pecho se alzó y descendió con un suspiro tembloroso, y continuó. —Parece que tú y yo no somos tan diferentes. No lo sabes tú bien. Xena permaneció en silencio, recordando su volátil relación con César. —En fin…—Cleopatra tomó un largo trago del zumo y el vino—…ahí estaba yo, con catorce años, sabiendo que recaía sobre mis hombros salvar a mi país del fuerte brazo de Roma. Así que conseguí un pasaje para Roma, y cuando llegué a la ciudad, hice que mis sirvientes me bañasen y me ungiesen. Trencé mi pelo, me maquillé y me puse mis mejores joyas, solo las joyas, y después me envolví en una alfombra persa. Luego hice que le enviasen la alfombra a César como regalo personal. Deberías haber visto su cara cuando desenrolló la alfombra en medio de su gran salón y yo salí rodando de ahí en pelotas. La guerrera estaba bebiendo en ese momento, y jadeó involuntariamente, tosiendo violentamente. Cleopatra se acercó a ella, palmeándola en la espalda. —¿Estás bien? —Sí—la voz era ronca, y se tomó un momento para calmar su espasmódico diafragma. —Lo siento. Ha sido la imagen. Pero tengo que reconocerte el estilo. Y las agallas. —Gracias—la egipcia recompensó a la guerrera con la primera sonrisa genuina del día. —No es necesario decir que César también lo reconoció, y comenzamos un romance que duró hasta hace cinco veranos. Él fue mi primera vez. Y durante mucho tiempo, el único. Era diez veranos mayor que yo, y a mis ojos, tenía en sus manos el poder de doblegar a la vida y a la muerte. Nunca se me ocurrió que se estuviese

aprovechando de mi edad y mi inexperiencia. Estaba salvando Egipto, y eso era lo único que me importaba. La mente de Xena se puso en marcha. Así que, más o menos cuando conocí a Gabrielle, Cleopatra se revolcaba con César. Dioses. Soy diez veranos más mayor que Gabrielle. —Cleopatra, ¿puedo preguntarte qué edad tienes? La egipcia se quedó un poco sorprendida, pero contestó igualmente. — Treinta y un veranos. ¿Por qué lo preguntas? —Solo curiosidad. Tenemos la misma edad, ¿lo sabías? —¿En serio? —Sí, en serio—el rostro de la guerrera se volvió reflexivo. Tenía catorce veranos cuando Cortese atacó su aldea, y dieciséis cuando capturó a Julio César por primera vez. De repente, se le ocurrió que cuando ella se relacionaba con el romano, Cleopatra ya llevaba dos años con él. No era un secreto que César se acostaba con quién quisiera, y que había estado casado durante la mayor parte de su mandato sobre Roma, y no con Cleopatra. La misma Xena había sido una de sus víctimas. Xena estaba bastante segura de que no se debía al placer de la compañía de la egipcia. —¿Cuándo nació tu hijo? —Cuando tenía diecisiete veranos. Ahora tiene catorce—¿Por qué todas estas preguntas sobre mi edad, amiga mía? La egipcia estudió a su huésped en silencio. La misma edad que Solan hubiera tenido si...Los ojos azules se volvieron tristes. —¿Amabas a César? —¿Qué es el amor, Xena?—el rostro moreno tenía una expresión dura. —¿Alguien sabe realmente qué es el amor? ¿Existe? ¿No nos usamos todos, y si obtenemos algo de placer en el proceso, mejor? La guerrera sintió pena por la egipcia. Nuestras historias son tan parecidas. Hasta este punto. —Sí. El amor existe. Lo sé. Lo he probado. Y lo experimento cada día de mi vida. —Te engañas a ti misma. O te engañan. Ten cuidado, Xena. Incluso con tu compañerita rubia. Al final, querrá algo de ti. Siempre quieren algo— Cleopatra se templó, dándose cuenta de que había tocado una fibra. Xena sintió alzarse su ira, y se obligó a remitirla. No puede entenderlo, porque nunca ha sido amada. —No. Eres tú la que se engaña—la

guerrera se levantó y empezó a pasear por la terraza. —Dime, Cleopatra. Si no amabas a César, ¿por qué estuviste tanto tiempo con él? Estoy segura de que sabías que se acostaba con la mitad del mundo conocido durante todo el tiempo que estuvisteis juntos. Incluyéndome a mí. —Sí, lo sabía. Pero yo no era su esposa. No estaba en posición de discutir con él por sus devaneos con otras mujeres, al menos no al principio. él por sus devaneos con otras mujeres, al menos no al principio. Yo era una de esas mujeres. Al principio, me quedaba con él para asegurarme de que Egipto permanecía independiente de Roma. Y funcionó. Nuestra relación fue la razón por la que César nunca quiso Egipto. Y, a la inversa, la razón por la que mi armada nunca detuvo las naves romanas en el Mediterráneo. La fuera de Roma estaba en su ejército. La mía, en el agua. Más tarde, después de que naciese Cesarión, de repente tenía algo para retenerlo. Le había dado un heredero. Algo que su esposa estéril no podía darle. Así que entonces me quedé con él porque me prometió que, algún día, mi hijo gobernaría Roma. Incluso después de que nuestro romance terminase, permanecimos civilizados y siguió asegurándome que la posición de Cesarión como su único hijo seguía intacta—la amargura se derramaba de la boca de la egipcia. —César era muy bueno haciendo promesas—comentó la guerrera en voz baja. —Sí. Sí lo era—Cleopatra se levantó y fue al lado de Xena. —Pero piensa en ello, Xena. Si mantenía su promesa, mi hijo estaría algún día sentado sobre los tronos de Roma y Egipto. Sería la mejor convergencia de reinos que el mundo jamás habrá conocido. Y Egipto tendría asegurada su independencia, probablemente para siempre. —Pero no mantuvo su promesa—la guerrera puso una mano vacilante sobre el brazo de la reina. —Cleopatra, ¿no se te ha ocurrido nunca que César te utilizó durante diez veranos para controlar tu armada? Él sabía que, mientras creyeses que Cesarión iba a tener Roma y Egipto, tú nunca harías nada para perturbar la relación entre los dos países. —Créeme. Esa idea nunca se me pasó por la cabeza—los ojos negros se entornaron mientras ponderaba la traición. —Cuando descubrí que había adoptado a Octavio póstumamente como su heredero, me puse furiosa. Mi hijo es el legítimo heredero. Haré lo que tenga que hacer para asegurarme que Cesarión obtiene lo que le corresponde.

—¿Aliándote con Marco Antonio?—la guerrera se inclinó y su voz era sucinta. —Estás saliendo de la sartén para caer en las brasas, amiga mía. No dejes que tu ira y tu deseo de venganza contra un hombre muerto te consuman. —¿Y tú qué sabes de venganza, Xena?—rio Cleopatra sarcásticamente. —Más de lo que te puedas imaginar—la guerrera suspiró y fue hacia el muro, descargando su peso contra los antebrazos que apoyó sobre él. —Cleopatra. Yo fui una de las muchas…um…conquistas de César. —¿En serio?—las cejas oscuras se dispararon. —Esto tengo que escucharlo. —Estaba en mis primeros días de señora de la guerra. Estaba equivocada entonces, pero aún no me había vuelto totalmente malvada. Era un cachorrillo, pero me creía muy importante. Invencible. César y yo teníamos cosas importantes entre manos. Ambos teníamos la costumbre de tomar cualquier cosa que quisiésemos. En un asalto a unos barcos romanos, algunos de mis hombres consiguieron secuestrarle, aunque yo no sabía quién era entonces. Incluso como prisionero, nunca perdió ese aire de dignidad, de liderazgo, y me atrapó en su red. Sus ideas sobre el destino me tenían intrigada, y su poder era seductor. Podía decir que me tenía en sus manos, y utilizó eso en su provecho. Si lo hubiera sopesado más cuidadosamente, lo habría visto en sus ojos. Aunque en justicia yo le deba poco a César, yo le seduje, por decirlo así. Era mi prisionero y lo hice llevar a mi camarote. Por supuesto, no le obligué a nada. Solo era lo suficientemente inocente para creer que significaba algo para él. Debería haberme dado cuenta de que estaba haciendo conmigo lo que yo hice tantas veces antes. Haciendo cualquier cosa que tuviese que hacer para arreglármelas y salir adelante—la guerrera miró al cielo y dejó escapar un suspiro exasperado. —Dioses, qué joven y estúpida era. —Creo que pasamos algunos buenos momentos desde que lo capturé hasta que recibí su rescate de Roma. Pensé que le había hecho enamorarse de mí, y por eso le dejé marchar. Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, le habría rajado su maldita garganta. Honestamente, creía que se iba a aliar conmigo. Pensaba que Julio César quería que fuese su compañera. Fue tan fácil atraparme…Ni siquiera tuvo que perseguirme. De hecho, yo me acerqué a su barco y le invité a subir al mío. Mi increíble ego sobrepasó mi sentido común. La historia de mi vida.

Xena miró a su amiga con profunda tristeza. Continuó contándole a Cleopatra la historia de su captura por César, la crucifixión fallida, la muerte de M’Lila y sus consecuentes catorce años de venganza. Omitió la crucifixión más reciente, porque no estaba segura de cómo explicarle el regreso a la vida desde los Campos Elíseos que Gabrielle y ella habían experimentado. —…así que permití que mi odio por él me convirtiese en una furiosa y asesina señora de la guerra, y herí a cientos, quizás miles de personas inocentes porque dejé que mi corazón se volviese de piedra. Estaba loca por conquistar el mundo antes que él. Y estaba dispuesta a ir a donde fuese, a robar lo que fuese y a matar a quien se interpusiese en mi camino. Incluso después de conocer a Hércules y comenzar a reformarme, a Gabrielle y a mí nos pasaron muchas cosas malas por el rencor que le guardaba. Cada oportunidad que tuve para atraparle, la aproveché, sin importar el coste. No quería dejarlo escapar. —Era tan esclava de mi propio odio que casi pierdo a Gabrielle, más de una vez, por su culpa. Y le he hecho daño tantas veces. Es un milagro que aún siga conmigo. Y Antonio. Él…—. La guerrera se detuvo para poner en orden sus pensamientos. Aquí hay que tener cuidado. —¿Antonio qué?—los vellos de la nuca de Cleopatra se erizaron. —Cleopatra. Vamos a sentarnos—Xena volvió a su silla y decidió que quizás se imponía un copa de vino. Tomó un par de largos tragos de él, deseando tener en su lugar una jarra de oporto. Trago y alzó la vista. — Antonio no es un buen hombre. Es débil. E inestable. Se ha pasado la vida a la sombra de César y ahora intenta sacar partido de ello. Ni siquiera tiene la fuerza suficiente como para sacar a Octavio de Roma. Nunca será nada, a no ser que tenga a alguien más fuerte que él a su lado. —¿Y por qué está mal que yo sea esa persona?—el tono de Cleopatra contenía una nota defensiva. —Porque tú eres mejor que él. Es un hombre malvado, Cleopatra—rogó la guerrera. —Es un alcohólico, un mujeriego y un violador. —Vale, ahora espera un minuto—la egipcia se levantó de su silla y se paró frente a Xena. —Sé que bebe más de lo que debería. Y si es un mujeriego, ¿qué? Lo viví también con César. Eso no es nada nuevo. Además, yo busco mis placeres en más de un lugar también, así que eso

sería como que la sartén le pidiese cuentas al cazo. Pero no consentiré que acuses a mi amante de ser un violador. —No tengo que acusarlo—la guerrera se levantó, sobrepasando súbitamente a su adversaria, aprovechando su considerable estatura. — Pregúntale a mi amante. Ella te lo contará. —No te creo—Cleopatra se giró y se sentó enojada, agarrando la copa de vino y vaciándola antes de estamparla con furia sobre la mesa. Xena suspiró pesadamente y volvió a sentarse. Se sumergió en la historia de la batalla con Boadicea y el intento de violación de Antonio a Gabrielle. —…sé que él me recuerda, aunque yo no lo conocí entonces. Él me mencionó mientras hablaba con Gabrielle, cuando la hizo llevar a su tienda. Él la acusó de ser mi furcia. Ve y pregúntale. Apuesto a que se acuerda de Gabrielle. Y no le dejes que te diga que Gabrielle lo quería. Creo que, por lo poco que sabes de ella, sabes que eso no es cierto. Tiene un corazón puro. Por los dioses, solo ha estado con una persona además de conmigo, y era su marido. No es de las de una noche y nada más. —Sigo sin creerte—los ojos oscuros contaban una historia diferente que los labios llenos de la egipcia. —E incluso si fuese verdad, ¿qué voy a hacer? ¿Dejar que Roma tome mi país, después de todos los años que he trabajado para que permanezca libre? —Cleopatra. ¿Qué impide que Antonio haga lo mismo que hizo César? Él se volvió contra César. De acuerdo con Bruto, él fue uno de los asesinos de César, levantó el primer puñal contra él y una vez dijo ser el mejor amigo de César. Es un aprovechado, igual que lo era César. También te está usando—la guerrera mantuvo ambas manos en alto, en un gesto suplicante. —No seas idiota. Él tomará lo que quiere de ti y después de despachará. —¿Y mi hijo?—Cleopatra sonaba rendida. —Sí. ¿Y tu hijo?—la guerrera vació la jarra. —Tiene catorce veranos. ¿En serio crees que es capaz de liderar el Imperio Romano? Si le pones en el trono ahora, alguien lo sacará. Y quizás sea alguien menos abierto y misericordioso que Octavio. Vamos. He hablado con Octavio. Es un buen hombre. Es muy joven, pero es sabio, a pesar de los años. Solo tiene en mente el bien de la gente. Y es razonable. Tu hijo no es rival para él. Pero apuesto a que si tú le das tu apoyo, él quizás esté

dispuesto a hacerte ciertas concesiones. Él es, después de todo, pariente de sangre de tu hijo. —No es como su tío, ¿eh?—los rasgos de la egipcia se suavizaron. —No. Ni siquiera habría entrado en el tratado de paz con él si pensase que es remotamente parecido a César—Xena se levantó y miró al sol, calculando el tiempo. —Tengo que ver a Gabrielle. Y sé que necesitas algo de tiempo para pensar en todo esto. —Sí, lo necesito—Cleopatra también se levantó y caminó con su amiga fuera de palacio. —Xena, estaba dispuesta a escucharte porque una vez salvaste mi vida, y confiaba en ti. Pensaba que eras mi amiga. —Soy tu amiga—la guerrera miró severamente las oscuras facciones. — Y estoy intentando evitar que comentas un error terrible. Cleopatra, el imperio romano se extiende deprisa. No hay quien lo pare. Probablemente, no en esta vida. Lo más que podemos esperar es caerle en gracia a Roma y a recibir un trato favorable como resultado. —¿Aún puedo confiar en ti?—unos ojos oscuros buscaron otros azules. —Tengo que ser honesta contigo—Xena rompió el contacto visual y bajó la vista, estirando arrugas imaginarias de su falda de cuero. —Si continúas apoyando a Antonio contra Octavio, me veré obligada a enfrentarme a ti. No puedo permitir que alguien como Antonio controle Grecia. No sería la primera vez que estoy en una situación semejante. No es agradable, y no me gusta luchar contra un amigo, pero si creo realmente que alguien se está equivocando, tengo que permanecer en el lado del bien supremo, de corazón—los ojos azules se ensombrecieron por el breve recuerdo de su amigo Goliath, el gigante. —Ya veo—llegaron a la entrada del palacio. —Xena, ¿Gabrielle y tú vais a volver esta noche? —No. Hemos hablado de ello, y hemos decidido que nos apartaremos de tu camino hasta que hayas tomado una decisión. De hecho, ya he empaquetado nuestras cosas y las he dejado en tu establo. Voy a por ellas ahora, y me pongo en marcha—. La guerrera cerró una de sus manos sobre el hombro de la egipcia—No sé aún dónde estaremos. Puedes enviarme un mensaje al palomar local. Gabrielle irá con regularidad a buscar mensajes de sus amazonas—escogió no añadir que esperaba noticias de Octavio.

—Muy bien—Cleopatra le tendió una mano. —Hasta que nos veamos de nuevo. Xena tendió una mano vacilante y agarró el antebrazo cubierto de oro. —Sí. Esperemos que en circunstancias más agradables—giró sobre sus talones y se dirigió al centro de la ciudad.

La posada parecía limpia, y el aroma que provenía de la cocina era embriagador, una mezcla placentera de especias, pan recién horneado y cordero asado. Gabrielle asomó la cabeza y observó a los ocupantes, una mezcla de lo que parecía ser parroquianos almorzando, visitantes y mercaderes que estaban en la ciudad para comerciar en el mercado. Era la cuarta posada que comprobaba, y estaba perdiendo la esperanza de encontrar un lugar para ellas. Parecía que todas las habitaciones de la ciudad estaban ocupadas, por la inusual afluencia de comerciantes y compradores que estaban en la ciudad, con motivo del día de mercado más largo del verano. La bardo se acercó con cansancio a la barra y esperó con algo de impaciencia hasta que el tabernero acabó de servir una ronda de bebidas y se giró hacia ella. —¿Puedo ayudarte? —Eso espero—Gabrielle forzó una sonrisa que no sentía. —¿Tienes alguna habitación libre? —De hecho, has tenido suerte—el posadero, un hombre egipcio de mediana edad, miró un trozo de pergamino que tenía sobre la barra, rasgando algo escrito. —Tengo una de unos comerciantes que se han marchado esta mañana temprano. Parece que tenían que atender cierta urgencia en casa. ¿Cuántos ocupantes y cuántas noches? —No estoy segura de cuánto vamos a quedarnos—Gabrielle echó mano a su bolsa de monedas. —¿Cuánto por día por la habitación, dos comidas y un baño para dos? —¿Dos?—el hombre de piel oscura miró sobre el hombro de ella, hacia la entrada, como si esperase que una segunda persona se apareciese mágicamente. —¿Te acompañará tu marido?—el hombre miró a la mano de la bardo, admirando en silencio su anillo. —No—Gabrielle se dio cuenta de que, si llevase puesto sus plumas de amazonas, habrían empezado a ondear. —Mi compañera se reunirá conmigo más tarde. Tiene una cita antes.

—¿Ella? Mire, señorita. Con todo respeto, no me encuentro cómodo teniendo a dos mujeres sin compañía en mi posada. No quiero ser responsable de vuestra seguridad—el hombre se levantó y se alejó de ella. Los ojos de la bardo giraron rápidamente con ira desde el hombre hasta la puerta, mientras se agachaba para coger los sais de las botas. Suspiró mientras se echaba lentamente hacia atrás. Está bien, Xena. Tengo tu maravilloso ejemplo para echarle la culpa de esto. Miró con maldad al hombre, girando los sais en las manos, y después lanzándolos a volar por la habitación, golpeando un melón que había en una mesa lejana y acertando justo en el centro, enviando ráfagas de la fruta fresca contra la pared cercana. La habitación se quedó en silencio y unos ojos miedosos siguieron sus movimientos mientras cruzaba la habitación a zancadas, recuperaba las armas, las metía de nuevo en las botas y volvía a la barra, mirando amenazadoramente al posadero mientras se acercaba a él. —Tengo las espaldas cubiertas, y mi compañera es aún más diestra con las armas que yo—. Metió la mano en la bolsa del dinero y sacó medio dracma, dejándolo en la mesa—Por el melón. ¿Algún problema más, o puedo quedarme la habitación? El ojiplático posadero se apartó de ella, alzando ambas manos. —Oye. No quiero problemas. En absoluto. Quédate la habitación. Diez dracmas por noche. Dos comidas y un baño sin cargo extra. —¿Diez?—una ceja rubia se agitó. —Está bien, está bien. Ocho. Pero no puedo bajarlo más sin obtener beneficio—el hombre flaco estaba deseoso de alejar de sí esa pequeña imitación de un volcán, a cualquier precio. —Me parece bien—Gabrielle metió la mano en el monedero de nuevo, sacando el equivalente al depósito por una noche, y dejándolo sobre la superficie humedecida de la barra. —Si quisieras…—el posadero se lamió los labios, nervioso—…describirme a tu compañera, cuando llegue la enviaré directamente a tu habitación. —No será necesario—la bardo recordó de repente que después de examinar cuidadosamente la concurrida plaza de la ciudad, Xena y ella habían decidido que, como la guerrera tenía que parar en el

palomar de todas formas, Gabrielle le dejaría allí un mensaje con la habitación en la que estaría. —Necesito que un mensajero lleve un mensaje al palomar—Gabrielle sacó un trozo de pergamino de su bolsa y tomó prestada la pluma del posadero de la barra, garabateando unas palabras y doblando el papel. Tomó una vela del centro de la barra y derramó cera para sellarla, y después presionó su sello sobre la suave y cálida sustancia. Ahí está. Esto debería hacerlo parecer lo suficientemente oficial para los parroquianos como para dejarlo pasar. El aún intimidado egipcio tomó vacilante la nota y se la tendió a un muchacho, quién salió con prontitud por la puerta y echó a correr. El hombre se agachó bajo la barra y reapareció con un juego de mullidas toallas. —Toma. La última habitación a la derecha, subiendo las escaleras. El baño está al otro lado del pasillo. Tendréis que acarrear el agua, pero estará caliente para vosotras. —Gracias—la bardo sonrió con suficiencia y cogió las toallas, después se giró hacia las escaleras. Varios parroquianos siguieron su camino mientras pasaba. Hmmm. Así que esto es ser como Xena. Mientras subía las escaleras de madera áspera, reflexionó sobre su mal humor y contó mentalmente. Síp. Debo estar lista para el ciclo en unos cuantos días más. Una marca de vela más tarde, salió de un muy necesario baño, sintiéndose mucho más en su ser. Se secó rápidamente y se puso una túnica para caminar desde el baño hasta la habitación. Una vez que entró, sacó su nuevo traje y sonrió. Era un corpiño de cuero entretejido con un par de pantaloncitos anaranjados, hechos de una tela elástica, y un ancho cinturón marrón de cuero con anchas solapas de cuero que colgaba al frente y por detrás de los pantalones, lo que le daba la apariencia de ser una falda. Sería totalmente perfecto para las patadas y giros que había empezado a incorporar a sus tácticas de lucha, y con un extra añadido: sabía que a Xena le encantaría. Terminó de vestirse y se ajustó cuidadosamente el cinturón y ajustó varias veces las tiras cruzadas del corpiño hasta que estuvo segura de que nada se saldría fuera de su sitio, y luego se metió los sais en las botas. Se ató unas nuevas bandas de cuero sobre los bíceps y colocó las muñequeras metálicas sobre sus manos, completando el conjunto. Retrocedió y sonrió, disfrutando de la imagen que le devolvía el espejo. Sí. Xena va a pasarlo realmente mal para mantener los ojos apartados de esto. Heh.

Gabrielle frunció el ceño cuando el espejo se empañó. Se acercó para limpiarlo cuando se dio cuenta, de repente, de que la temperatura de la habitación había caído en picado, y los escalofríos comenzaron a recorrer su piel. Dioses. Por favor. Otra vez no. Tragó saliva con fuerza. A lo mejor si actúo con normalidad…Usó la esquina de una de las toallas para limpiar el cristal y jadeó. En el espejo, sobre su hombro en una de las esquinas de la habitación, atisbaba una figura. Casi parecía estar hecha de vapor, y las paredes que tenía detrás podían verse a través de su forma lechosa y translúcida. Lentamente, Gabrielle se dio la vuelta y la figura permaneció, flotando sobre el suelo. Su rostro no tenía unas facciones definidas, pero parecía tener pelo largo y llevar alguna clase de túnica larga, de donde salían unos brazos delgados en un gesto abierto. La bardo luchó contra la urgencia de salir disparada de la habitación. Está bien, Gabrielle. Has conocido al dios de la guerra, has estado dos veces en los Campos Elíseos, has sobrevivido a una caída en un pozo de lava del Tártaro, y has sido crucificada. ¿Qué es una banshee diminuta? Dejó sus manos sobre el borde del tocador y se inclinó contra el borde, adoptando lo que esperaba fuese una pose casual. —¿Qué…quién eres? ¿Qué quieres? La figura vaporosa comenzó a menearse lentamente, y la habitación se volvió aún más fría. La aparición comenzó a flotar hacia ella y uno de sus brazos se extendió como si la llamase. —Para—la bardo extendió una mano frente a ella y, para su sorpresa, la aparición obedeció. Es un comienzo. —Um… no te ofendas, pero si eres la misma de hace unos días, prefiero de verdad que no me toques. No nos hemos presentado correctamente. Por no mencionar que estoy muerta de miedo. —Bien. Vamos a empezar por el principio. ¿Quién eres y qué es lo que quieres? —Soy Saqqara—la debilísima voz contenía un tono agudo, de niño, que hizo hormiguear la piel de Gabrielle. —Ayúdame, Gabrielle. La bardo ignoró el sudor frío que le cubría la frente y deseó desesperadamente tener una bolsa de agua para su garganta completamente seca. —C…¿cómo puedo ayudarte?—consiguió soltar finalmente. —Conoces a quien puede aliviar mi sufrimiento—la figura se volvió menos nítida.

—No lo entiendo—Gabrielle, a pesar de su miedo, se encontró llena de compasión por el ser. —Te escojo a ti porque eres capaz de amar de la forma más pura, de dar todo y de no esperar nada a cambio. Pareces digna de confianza—la tenue aparición se acercó un poco más. Las alarmas explotaron en el cerebro de la bardo, y retrocedió. — Escucha. Si tienes algo que ver con Dahak, no me interesas tú ni tus problemas. La última vez que se me distinguió por mi pureza…bueno…no tengo intención de pasar otra vez por algo así. —No. No tengo que ver con Dahak—la figura se volvió casi invisible. — Debo irme. Todo se revelará a su debido tiempo. —¡Oye!—Gabrielle se lanzó hacia delante, atrapando el aire cuando la visión se desvaneció. —Espera…—se sentó en el borde de la cama y se dio cuenta de que estaba temblando. Dejó descansar los codos en los muslos y se acunó la cabeza con las manos, deseando con todo su ser que Xena estuviese allí. —Maldición. Nada es nunca fácil, ¿no? Se levantó y deslizó una mano temblorosa por su cabello, y decidió que no quería estar más tiempo sola en la habitación. Recorrió el pasillo y bajó las escaleras, sentándose con rigidez en uno de los taburetes de la barra, mirando de vez en cuando por encima de su hombro como si esperase ver aparecer una banshee o un fantasma, o lo que fuera que la seguía. El posadero se giró y sus ojos casi se le salen de las órbitas ante la figura cubierta de cuero que tenía tras él. Es suficientemente escalofriante con el corpiño y la falda roja. —¿Puedo ayudarte, señorita? —Sí. ¿Mi mensaje se ha entregado?—los ojos de Gabrielle miraron fijamente al final de la barra, donde el mensajero estaba sentado, tallando un palo con una navaja. —Sí, s…señora—el chaval la miró tímidamente antes de retomar sus actividades, con las pequeñas virutas de madera que caían al suelo alrededor de las patas del taburete. —Bien—la bardo devolvió su atención al posadero. —Un chupito doble de ouzo. —¿Perdón?—el posadero, que también hacía de tabernero, miró al cuerpo pequeño, seguro de que el fuerte licor sería la perdición de la

muchacha. —¿Estás segura de que no puedo traerte una rica jarra de sidra? Aún no es mediodía. —Mira. Si quiero sidra, te pediré sidra. Caray. Ya he tenido suficiente condescendencia por hoy. —Ahora, ¿tienes ouzo o no? Porque si no tienes, tendré que echar un vistazo a lo que tienes y ver qué quiero en su lugar. —No. Tenemos ouzo. Espera un momento—el posadero sacó un pequeño vasito de peltre y la botella correcta y vertió el licor claro y aromático con una floritura. Gabrielle observó hasta que terminó y entonces cogió el vaso, vaciándolo de un trago, dejando el vaso sobre la barra y después, sin mediar palabra, salió derecha a la plaza del mercado, consciente de que la mayoría de los ojos de la habitación la observaban mientras se retiraba. Localizó un cenador unos metros más adelante y decidió que sería un buen lugar para esperar a Xena. Encontró un sitio vació y se sentó lentamente, suspirando al sentir el fuerte licor quemándole su camino descendente por las tripas y calmando sus excitados nervios.

La alta y morena figura se detuvo en el umbral de la puerta y miró a su alrededor con desagrado el mogollón de clientes que había en la sala principal de la posada. A la guerrera nunca le habían gustado las multitudes, y el cúmulo de gente con el que había luchado para salir de él había dejado sus instintos defensivos disparados. Para empeorar las cosas, había recibido un mensaje de Octavio. Se retrasaba: la armada de Cleopatra mantenía un control tan férreo sobre las aguas del Mediterráneo que para entrar en Egipto sin ser detectados, se había visto obligado a rodear Chipre por el norte y dirigir sus barcos al extremo este más alejado de la península del Sinaí, teniendo que marchar a pie por el desierto durante varios días. Xena se quitó las bolsas del hombro, dejándolas en el suelo con un golpe seo contra las polvorientas tablas de madera del suelo, antes de acercarse a la barra, buscando por la habitación para localizar a quién estaba al mando. —Disculpa—se reclinó sobre la barra y llamó la atención de un hombre de mediana edad con un mandil, tocándole en el hombro—Estoy buscando a una amiga mía. El hombre giró la cara y ajustó su mirada hacia los pálidos ojos azules— Perdona. ¿Qué decías?

—Estoy buscando a mi amiga. Se supone que teníamos que encontrarnos aquí…—Xena dejó la frase sin terminar cuando los ojos del hombre se ensancharon por el miedo, y retrocedió lentamente hacia la pared. —¿Qué?—la guerrera dejó escapar un suspiro exasperado. Gran Hera. Pero si ni siquiera he sacado ningún arma. No puede estar tan asustado. Estaba a punto de intentarlo otra vez cuando se dio cuenta de que la atemorizada mirada no era dirigida a ella, si no a algún punto situado detrás de ella, hacia la puerta. Con un rápido movimiento, sacó la espada de la vaina a su espalda y se giró, con ambas manos envueltas firmemente alrededor de la empuñadura, sosteniendo el afilado instrumento frente a ella al nivel de su cadera. —¿Gabrielle?—la guerrera localizó a su compañera, quién estaba caminando tranquilamente hacia ella. Xena miró atentamente tras la bardo con confusión, intentando encontrar a cualquier monstruo que había provocado tal reacción en el posadero. —Por favor. No quiero más problemas—tembló la voz del posadero. —Mira—la guerrera se giró para mirar al hombre de piel oscura. —No te he hecho nada, a ti o a tu posada. No creo que sea justo asumir eso solo porque lleve armadura y un arma, como si planease hacerte daño. —No te estaba hablando a ti. Hablaba con ella—el hombre apuntó a Gabrielle con un dedo tembloroso. Xena rompió a reír. —¿Ella? Tienes que estar de broma. Gabrielle no mataría una mosca. A menos que se la ataque primero—la guerrera se detuvo al darse cuenta de que la habitación se había quedado totalmente en silencio. Lentamente, recorrió con la mirada todo el grupo y vio que todos los ojos iban a parar a la musculosa figura de la bardo. Esto sí es una novedad. Xena se acercó a su compañera hasta que estuvo a centímetros de ella y se inclinó, susurrando por la comisura de la boca—¿En nombre de Ares, qué le pasa a esta gente? ¿Qué les has hecho? La bardo bajó la mirada y pateó distraída una tabla suelta del dedo con el dedo gordo del pie—Yo…digamos que me cabreé y lancé los sais por la habitación, apuñalando un melón. —Dioses. ¿Por qué?—las cejas de la guerrera se fruncieron con confusión.

—No lo sé. Él me trató como si estuviese indefensa, y no quería darnos una habitación solo porque somos dos mujeres—Gabrielle miró a su compañera, desesperada por atisbar algo de aprobación en los conmocionados ojos azules. Xena sonrió—¿Así que hiciste lo que tenías que hacer para probar que podías defenderte? —Sí, algo así—Gabrielle se sonrojó y sonrió de modo encantador. —Bueno. No puedo culparte. Probablemente, yo habría hecho lo mismo—Xena permitió rápidamente que sus ojos hicieran una panorámica desde la cabeza de la bardo hasta sus pies, apreciando el nuevo atuendo de cuero. —Bonito traje—ronroneó tan bajo que solo Gabrielle pudo oírla. —¿Te gusta, eh?—la bardo sonrió e hizo un guiño a su evidentemente embelesada compañera. —Oh. Mucho más que gustarme. No puedo esperar para verlo mejor. De una forma más cercana y personal—la guerrera ondeó una ceja y se enderezó, girándose para dirigirse al posadero. —No te preocupes. No habrá más problemas. A no ser que alguien empiece algo que nos obligue a defendernos—atravesó con la mirada a los curiosos con una mirada malvada, provocando que la mayoría de ellos estuvieran repentinamente muy interesados en cualquier comida o bebida que tuvieran delante. —Vamos, Gabrielle. Necesito una comida y un baño. Y no necesariamente en ese orden—Xena recuperó las bolsas del suelo y guio a su compañera por las escaleras. —¿Estás bien?—unos dedos amorosos acariciaron la piel de la expuesta espalda de la bardo. Definitivamente, voy a disfrutar de esta nueva ropa. —Eso creo—la bardo sintió cómo se relajaba un poco en presencia de su compañera. —Creo que voy a empezar con el ciclo. La guerrera pensó durante un momento—Sí. Las dos. En tres días, más o menos. Gabrielle se debatió consigo misma sobre de qué debería hablar con Xena primero. ¿Tobias? ¿La cena con José y su familia? ¿Mis compras en el mercado? Suspiró. Venga. Tienes que contarle lo de Saqqara. Lo que sea que sea Saqqara.

—Oye—Xena se detuvo y alzó el mentón de su compañera para ver mejor sus ojos verdes. Que no se encontraron con los suyos. —Hay algo más además de la tensión pre menstrual, ¿verdad? Gabrielle levantó lentamente los ojos y miró a su alma gemela con algo de aprensión. —¿Por qué no te das un baño mientras nos consigo antes de comer y te veo en la habitación? Tenemos cosas de las que hablar. —Va…le—la guerrera observó curiosa a su compañera, que hizo un giro de 180 grados y desapareció por la escalera.

Xena estaba sentada en un banco acolchado bajo la ventana de su habitación, mirando a la multitud que había abajo, sin ver realmente lo que había. Habían compartido una larga comida, durante la cual Gabrielle le había hablado de todo lo que le había pasado ese día, empezando por su encuentro con Tobías y acabando con el extraño espíritu que se había aparecido en la habitación. La guerrera, por su parte, le había contado su conversación con Cleopatra y el mensaje que había recibido de Octavio, y después recondujeron la conversación a la críptica charla de la bardo con Saqqara. El nombre cosquilleaba en alguna parte de la mente de la guerrera, pero no podía decir exactamente por qué le era familiar. Miró a su regazo, donde descansaba la cabeza de Gabrielle, y deslizó ligeramente sus dedos por la suave piel de la mejilla de la bardo. Xena había accedido de buen grado a cenar con la familia de José, parte por curiosidad por Tobías y por qué estaba tan lejos de su hogar, y parte por sacar a la bardo de la habitación durante un rato. Incluso había empaquetado algunas de sus cosas para acampar esa noche en el desierto, en lugar de volver a su habitación, decidiendo actuar según cómo se sintiese Gabrielle respecto a pasar la noche en la habitación donde Saqqara había contactado con ella. Gabrielle se agitó y murmuró inconsciente—¿Ya es hora de levantarse? —No—la guerrera bajó más los dedos, acariciando el brazo desnudo de su compañera. —Descansa, amor. Has tenido una mañana bastante estresante. —Está bien—la bardo rodó de costado, estirándose en toda su estatura sobre el banco, con la cara hacia el estómago de Xena. Envolvió un brazo alrededor de una cintura cubierta de cuero y maulló de

contento. —¿No quieres echarte una siesta también?—la mano pequeña acarició suavemente las curvas que comenzaban justo debajo de la base de la columna de la guerrera. —Podríamos acurrucarnos en esa gran cama de ahí y tú podrías dormir un poco conmigo. —Gabrielle—la guerrera pronunció el nombre en más de tres sílabas. —Si sigues acariciándome ahí, voy a estar más que lista para irme a la cama contigo, pero no para dormir una siesta. La mano se detuvo un momento, presionando la carne firme, como si intentase identificarla. Ups. No me había dado cuenta de dónde tenía la mano. Un ojo verde se abrió de golpe. —Lo siento—Gabrielle cerró el ojo de nuevo y quitó la mano amenazadora, envolviéndola en su lugar sobre una conveniente pierna, y estableciendo contacto involuntariamente contra el interior de un muslo. —Gabrieeeeelleeee…—la frustración crecía en la grave voz. —¿Qué?—la órbita verde apareció de nuevo. —Oh—. Je. La mano se desplazó hacia una cadera neutral antes de que la bardo se quedase gradualmente dormida de nuevo. La guerrera empezó a rascar suavemente la espalda de su compañera mientras volvía a mirar por la ventana, repasando algunos de los acontecimientos de la mañana. En la esquina de la habitación, una presencia invisible observaba con fascinación.

Capítulo 5 ...Fuera de Egipto llamé a mi hijo. Oseas 11: 1, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

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uerrera y bardo atravesaron la última cuesta de la polvorienta y estrecha carretera que las llevaba al este, a las afueras de El Cairo. Pequeñas chozas de barro con techos de paja se esparcían a ambos lados de la calle, y muchas de las cuales no tenían más que un trozo raído de arpillera para cubrir la puerta, con un par de pollos pequeños corriendo, y, de vez en cuando, podían verse parejas de ancianos sentados en rudos bancos, en el lado de sus casas que mejor protegía del ardiente sol. La zona hacía un contraste abrumador con la belleza y el lujo del palacio de Cleopatra. Aquí era donde vivían los súbditos pobres, analfabetos y más pisoteados de Egipto, aquellos que trabajaban en los campos y mercados de la ciudad, ofreciendo su espalda como contribución a la salud del reino, aunque sin ser recompensados por ello con los privilegios de la ciudadanía. Gabrielle no pudo evitar fijarse en algunos de los desafortunados niños, la mayoría de los cuales estaban sucios y desnudos, y estaba segura de que si se acercaba, podría contarles las costillas que se les notaban contra la piel, comprimiendo con fuerza sus pequeñas tripas. —Xena. ¿Cleopatra sabes que alguna de su gente vive así? —De sobra—la guerrera tenía una de sus manos reposando ligeramente contra la espalda baja de su compañera, y trazaba distraída pequeños círculos consoladores contra la piel desnuda, justo encima del cinturón de cuero. —Es una de las maldiciones de ser pobre en una ciudad grande. Al menos, si eres pobre en una ciudad pequeña o en el campo, normalmente tienes a tu disposición una gran extensión de tierra para cultivar, y quizás mejorar tu situación. Éstos, al estar tan cerca del núcleo de una gran área de mercado, están a merced de la economía de El Cairo para determinar su subsistencia. —Es muy triste—la bardo miró discretamente a una chiquilla, que no tendría más de dos veranos. Estaba sentada en el barro frente a su

casa, sin llevar puesto nada más que un pequeño taparrabos, y estaba llorando desconsolada, tirándose de una oreja con una mano mientras se chupaba el pulgar de la otra, entre gritos de protesta. Una mujer que Gabrielle podía suponer que era su madre, estaba sentada frente a la casa, acunando a lo que parecía ser un exigente niño de corta edad. Y era evidente, por el estado de la cintura de la mujer, que el siguiente bebé nacería de un día para otro. —¿No se puede hacer nada por ellos? —Desafortunadamente, muchos de ellos probablemente vienen de otros países, como José y su familia. Son refugiados, de una u otra manera, quizás escapan del largo brazo de Roma. A lo que respecta al gobierno egipcio, si no están bien aquí, pueden coger sus cosas y volver por donde han venido—Xena alteró el movimiento de su mano, deslizando sus dedos distraídamente por toda la columna vertebral de su compañera, deteniéndose de vez en cuando para trazar el extraño entramado de cuero que mantenía el corpiño de Gabrielle en su sitio, y disfrutando de la sensación del suave material contra las puntas de sus dedos. —Quizás si Octavio retoma el control, podamos hablarle de algún tipo de programa para mejorar sus condiciones de vida. A ti se te daría bien especificar los detalles de algo así. —Oye. Eso sería genial, Xena. Podríamos ayudarles a poner en marcha un programa de cuidado de la infancia, para que así las mujeres pudiesen ir a la ciudad a trabajar y traer más dinero a casa. Oh…—los ojos de la bardo se iluminaron, mientras los engranajes de su mente se pusieron en marcha. —Podríamos enseñarles a plantar huertos más eficientes. Quizás ayudarles a poner en marcha algún tipo de mercado para vender verduras frescas y cosechas entre ellos. Y ver si alguien que sepa leer y escribir estaría dispuesto a enseñar a los niños, para hacerles la vida mejor, algún día. La bardo sonrió a su compañera, cuya alta figura creaba una sombra increíblemente larga sobre la carretera frente a ellos, mientras los últimos rayos del sol de la tarde bañaban sus espaldas con un calor abrasador. Mientras el calor fue intenso, ya era obvio que el desierto permanecía silencioso e inmóvil, casi conteniendo el aliento ante la promesa del frío de la noche que, finalmente, seguro, ganaría la batalla contra la torturadora bola de fuego que dominaba los largos días egipcios. —¿Ves? Ya sabía yo que tenías algunas ideas geniales—Xena alborotó el corto pelo rubio con afecto evidente, antes de devolver su mano a su lugar, en la espalda de Gabrielle.

Al salvar la cuesta y comenzar a descender una pequeña colina, la bardo miró al último recodo del camino, a donde, si habían seguido bien las indicaciones de José, se dirigían. Estudió el lugar con curiosidad, apreciando que no era como las demás casas que habían dejado atrás; estaba en una mejor condición, con una capa de cal blanca sobre las paredes de barro, y una robusta puerta de madera y contraventanas, junto con un techado de tablas de madera que se inclinaba sobre la puerta, proveyendo de sombra a ambos lados de la casa. Se apreciaba un jardín bien cuidado a un lado de la pequeña estructura, y detrás de ella, a unos cuantos metros, habían un establo más grande con un corral de madera. La bardo rio y señaló el establo. —Mira, ahí está Tobías—el burrito estaba cerca de la pared del establo, rumiando alguna hierba que sacaba de un comedero. Dos mulas más también disfrutaban de su cena, junto con otro burro gris. Xena echó un vistazo a la casa, observando todo con su ojo guerrera, estudiando las cercanías, salidas disponibles y cualquier flora cercana que podría usarse para ocultar intrusos, que en este caso era escasa, salvo por algunos matojos del desierto. Mientras se acercaban, vieron varios caballetes detrás del establo, y un edificio pequeño y bajo junto al establo que tenía un gran montón de madera pegado a uno de sus costados, compuesto de troncos demasiado grandes y gruesos para ser destinados a leña; y otro haz de tablones recién serrados de madera pálida, algo que su sensitiva nariz apreció con gran deleite. El olor le recordó a casa. Hmmm. Un carpintero. Interesante. Los árboles eran una rareza en El Cairo, y la mayoría de la madera tenía que traerse en barco, desde el más fértil delta del Nilo. Llegaron a la puerta de madera y Gabrielle llamó, mientras Xena sacaba conscientemente la mano de la espalda de la bardo, adoptando una postura más platónica a su lado. De repente, se abrió la puerta y apareció José, sonriendo ampliamente mientras extendía su mano. —Gabrielle, me alegro mucho de que hayáis podido venir. Y, Xena…—miró a los intensos ojos azules—…sí. Te recuerdo. La guerrera aceptó el brazo extendido, percibiendo la callosa palma y mirando sobre su hombro, deslizando sus ojos lentamente por la recia puerta, que tenía unos grabados desconocidos pero bellos sobre su superficie, algo que parecían ser letras extranjeras junto intrincados diseños. —Bonito trabajo. ¿Es tuyo?

—Sí—José inclinó la cabeza en un gesto humilde. —Gracias. Fui aprendiz de carpintero de mi padre, al igual que lo fue él de su padre antes que yo. Y como espero que sean mis hijos. Pasad, por favor—se apartó y señaló el interior de la casa. Pasaron dentro y parpadearon, al encontrarse en pequeña pero prolija habitación principal, que contenía pocos objetos, salvo una mesa de madera bien hecha y sillas, junto con otra mesa de trabajo para preparar comida. Un alto conjunto de estanterías servían para guardar más comida y loza de barro cocido, y un gran banco bajo y acolchado estaba apoyado contra una pared, junto con dos sillas acolchadas más pequeñas estaban situadas en ángulo, para crear un rincón de tertulia. Dos entradas a otras habitaciones estaban bloqueadas por suaves cortinas, y había otra puerta labrada que daba a la parte de atrás de la casa, junto al establo. José las acomodó en el banco y una mujer más pequeña, de cabello largo y negro, les trajo tímidamente unas copas de rico vino tinto. —Soy María. Bienvenidas a nuestra casa—la mujer se inclinó ligeramente. Su voz contenía, al igual que la de José, un acento que la guerrera no era capaz de situar. El griego llevaba siendo, desde hacía mucho tiempo, la lengua más hablada en Egipto, desde los días de Alejandro Magno, y era obvio que no era el lenguaje materno de la mujer de piel olivácea. —Encantada de conocerte, María. Gracias—la bardo se levantó y, mientras saludaba a la mujer, Xena se levantó junto a ella y se limitó a sonreír y a asentir. María hablaba vacilante con una voz baja. —He querido daros las gracias desde hacía mucho tiempo, por el regalo de Tobías. No pensé que fuera a tener la oportunidad—mientras hablaba, un niño pequeño, de más o menos dos veranos, asomó la cabeza por un lado de la falda larga de lino azul; mientras otro, unos veranos mayor, las miraba fijamente desde el otro lado. —Bueno, ¿a quién tenemos aquí?—Gabrielle se arrodilló para ponerse a la altura de los ojos de los niños, y sonrió de modo alentador a los dos chicos. El más alto se acercó valientemente y se detuvo frente a ella, inclinando su cabeza hacia un lado. —Eres una señora amable. Amable con todo el mundo—la palmeó suavemente en la rodilla.

La guerrera rio disimuladamente hasta que se encontró sometida al escrutinio de unos profundos ojos castaños—Y tú eres muy fuerte y valiente. —Perdonadle—María se sonrojó y atrajo al niño de nuevo a su lado. — Éste es mi hijo mayor, Yeshuá. Le llamamos Jesús. Y este pequeño es su hermano pequeño, Yameh. Jesús es el bebé que llevaba en mis brazos cuando os conocimos y nos disteis a Tobías. Ha resultado ser…algo precoz—. Sus ojos se tornaron pensativos—Si me perdonáis, tengo que terminar de hacer la cena. —Déjame ayudarte—se ofreció Gabrielle, levantándose, olisqueando la deliciosa y picante esencia del aire, satisfecha de que el gruñido de su estómago fuese, por una vez, inaudible. —Oh, no—la mujer sacudió la cabeza y frunció el ceño. —Sois mis invitadas. No podría… —Por favor. Quiero hacerlo—los cálidos ojos verdes atraparon a María, y se encontró dudando. Con respecto a Gabrielle, se encontraba inexplicablemente atraída a aquella mujer, y sintió una afinidad instantánea que no había sentido con nadie desde hacía mucho tiempo, quizás desde que conoció a Xena. Es cierto que había estado unida a Ephiny, pero no habían empezado siendo amigas. La bardo sentía como si María y ella se conociesen desde hacía mucho más que un cuarto de marca, desde que se habían presentado. —Bueno. Está bien—la mujer guio a Gabrielle hacia la esquina donde estaba trinchando algo de carne de borrego. Le tendió a Gabrielle un gran cuchillo y una hogaza de pan recién horneado. —¿Por qué no me cortas esto en rebanadas? —Claro—sonrió la bardo. —Todo huele estupendamente—Gabrielle se encontró salivando ante la esencia del pan crujiente y caliente, que captaba la plena atención de sus papilas gustativas. —Gracias—María también sintió la conexión inmediata, y tocó brevemente a la bardo en el hombro antes de volver a su tarea de colocar el borrego sobre una fuente de servicio. Echaba miradas robadas a su nueva compañera, preguntándose cómo sería vestir tan libremente, especialmente en el calor del verano egipcio. Ella iba vestida con una falda larga y una túnica con mangas, y el pesado velo

que cubría normalmente su cabeza en público estaba colgando con ligereza de sus hombros, permitiendo flotar a su largo y espeso cabello oscuro y ondulado, casi hasta su cintura. Era la ropa tradicional que había llevado desde la infancia, y José era reticente a permitirle adoptar algunos de los atuendos más reveladores que eran tan famosos en las calles de El Cairo. A veces, echaba de menos sentir el sol y el viento en su piel sofocada. —Xena—José se levantó y vació su copa de vino. —¿Por qué no te enseño mi taller mientras esperamos a que nos llamen para cenar? No tiene sentido estar aquí dentro. La guerrera sentía crecer su incomodidad, cuyo foco aún no podía identificar, y agradeció tener oportunidad de centrar su atención en algo más concreto y técnico, y salir a tomar un poco de aire. Miró a Gabrielle y reconoció la muda aprobación en los ojos de la bardo, entendiendo que su compañera estaba de acuerdo en estar sola un rato, antes de seguir al hombre barbudo por la puerta trasera, inclinando la cabeza para evitar el dintel de poca altura, que se quedaba algo corto para su metro ochenta. Jesús se pegó a ellos como una lapa, agarrándose al bajo de la larga toga de su padre mientras estudiaba a Xena con unos ojos inteligentes que no dejaban escapar nada.

La cena había sido algo agradable, y la atmósfera se había relajado bastante, mientras conversaban sobre cultivos, política, Grecia, Belén, Nazaret y la vida en Egipto, mientras devoraban el festín que María les había preparado. Ni a Xena ni a Gabrielle se le escapaba que, probablemente, la pequeña familia no comía carne cada día, y que era más que seguro que habían hecho un pequeño sacrificio para proveerse de esa comida. Inicialmente, tanto la guerrera como la bardo se habían quedado un poco de piedra cuando la familia entera inclinó sus cabezas y José rezó a su dios en un lenguaje desconocido. Para ambas mujeres era un concepto desconocido, pero imitaron amablemente los actos de sus anfitriones, inclinando sus cabezas pero sin cerrar los ojos, escogiendo en su lugar atisbar por el rabillo del ojo a la otra, preguntándose en silencio qué estaba pasando. Después del rezo, José explicó que había hablado en el antiguo lenguaje de su padre, el hebreo, y que daban las gracias a su dios por la comida.

Finalmente, cuando sus estómagos estuvieron llenos y se trasladaron a la zona de conversación, la guerrera tomó un gran sorbo de la que probablemente era su tercera copa de vino, y miró por encima del borde a José. —Bueno, ¿qué os ha traído a Egipto y qué hacíais en Grecia cuando os conocimos? —Ah, Xena—el hombre barbudo se puso en una posición más cómoda mientras bebía de su copa. —Desde que recorrimos la carpintería, sabía que estas preguntas iban a llegar. Estudias todos los ángulos, te quedas con todo, ¿verdad? —Sí—Como parece hacer tu hijo mayor, añadió en silencio, recordando su recorrido anterior por la carpintería y varios comentarios inquisitivos de Jesús, cuyo contenido parecía ser demasiado avanzado para un niño de solo cuatro veranos. La guerrera sonrió. —En mi trabajo, se paga para aprender lo más posible de la gente y los lugares en los que estás. A veces, puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. —Ya veo—el hombre se movió a un lado, haciendo sitio a su mujer a su lado en el largo banco mientras maría terminaba en la cocina y se les unía. Xena y Gabrielle estaban sentadas en las dos sillas más pequeñas que flanqueaban el largo banco, mirándolos. —Huíamos para proteger a nuestro hijo. Los ojos verdes de Gabrielle refulgieron con ira—¿Quién querría hacer daño a un bebé? No podría tener más de nueve lunas cuando nos conocimos, ¿verdad? —No, tienes razón. Tenía exactamente nueve lunas. Y huíamos del rey Herodes, el hombre designado por Julio César para supervisar Judea, la provincia donde vivíamos entonces. Él…tenía órdenes de César de asesinar a todos los niños menores de doce años. Los profetas le dijeron a César que nacería un nuevo rey en la provincia de Herodes, y para asegurarse de que su rival desconocido no llegaba a la madurez, César decidió eliminar a todos los niños que nacieron durante el intervalo de tiempo que predijeron los profetas. —¡Cabrón!—Xena escupió el improperio sin pensar. —Perdonadme. Conozco bien a César. Que arda en el Tártaro. Sabía que asesinaba, pero no pensé que lo hiciera con niños. Ni siquiera en mis días más oscuros se me hubiera ocurrido…—se detuvo de repente, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir, y cerró la boca, intentando controlar su agitación interna.

Gabrielle miró preocupada a su compañera, recordando la historia de Xena en la que rescató a un bebé de su ejército. Ese simple acto de misericordia había dado lugar al pasillo de la guerrera, la expulsión de su propio ejército y, en última instancia, su asentamiento firme en el camino de la redención. La bardo había escuchado la historia de su alta compañera, pero también de un radiante Salmoneus, quién había sido privado de observar la transformación de Xena en una señora de la guerra despótica en la campeona de la justicia. José alzó una ceja en cuestión, pero no hizo comentarios respecto a la frase incompleta de la guerrera. —No te preocupes—apretó brevemente los puños en su regazo antes de alzar la vista de nuevo y continuar. —Habíamos estado viviendo en Belén desde que nació Jesús. Tres hombres vinieron y nos avisaron de que teníamos que irnos. Que nuestro hijo estaba en peligro—miró a su esposa. María tomó suavemente su mano. —Esos hombres—su voz era suave y tímida, como si no estuviese acostumbrada a hablar en presencia de gente, incluso si su marido era el único hombre en el grupo. —Todos habían tenido el mismo sueño y se encontraron en el camino. Habían sentido la necesidad de viajar a donde nosotros estábamos. Sus amigos y familias pensaron que estaban locos. Algunos de ellos venían desde muy lejos. De hecho…—miró a la guerrera y a la bardo y después miró a su marido—…uno de ellos era de Grecia. ¿Cómo se llamaba, José? —Iolaus. Sí. Era griego—José se detuvo al ver los conmocionados rostros de sus invitadas. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Conocemos a Iolaus—los ojos de Gabrielle estaban abiertos de par en par. —¿Era bajo y musculoso, con pelo corto, rizado y rubio? —Bueno, sí—María estudió a su nueva amiga. —Ese debe ser él. Qué hombre tan amable. Estaba al borde de las lágrimas cuando le presentamos a Jesús. Dijo que su viaje estaba completo y que podía regresar a Grecia en paz. —Entonces también debéis de haber conocido a Hércules—los ojos de la bardo se arrugaron con una sonrisa. —¿Hércules?—la mujer se dirigió de nuevo a su marido. —¿Era uno de los otros tres? —No—José palmeó su mano. —Pero estaba allí. No entró, pero estaba fuera, esperando a su amigo. Salí a tomar un poco de aire y a fumar mi

pipa y hablamos un rato. Parecía dudar sobre si unirse a nosotros. Dijo que estaba allí por Iolaus, pero que él no tenía esos sueños. Parecía un poco abrumado, como si entendiese más su compañero sobre lo que estaba pasando que él. —¿Qué quieres decir?—la voz de Xena era grave y estable, ocultando su curiosidad. —Nuestro hijo…—José se detuvo y miró profundamente los pálidos ojos azules, y después al rostro oliváceo de su mujer. —José—María miró a sus huéspedes. —Confío en ellas. Creo…Yahvé las ha enviado por alguna razón. Nos bendijo con ellas una vez. Quizás las ha enviado para ayudarnos a cumplir su voluntad. —¿Yahvé?—la guerrera interrumpió y alzó una ceja oscura. —Yahvé es nuestro dios—la mujer se giró para mirarla más directamente. —Él…nos bendijo con Jesús. Hay…profecías que se refieren a nuestro hijo. Ha sido elegido por nuestro dios por algún motivo especial. No lo comprendemos del todo todavía. Simplemente, lo aceptamos. —¿Qué clase de motivo?—los ojos de Gabrielle centelleaban ante la promesa de una historia, quizás algo que podría añadir a su repertorio para llevarlo de vuelta a Grecia, junto con las leyendas egipcias que había memorizado durante su viaje por el Nilo. —Antes de que empiece, dejadme advertiros de algo—María miró ansiosa en los ojos verdes tintos de oro. —Hay mucha gente que ha oído nuestra historia, y que ha creído que estamos locos. O peor. —Pruébame—la bardo miró intensamente a la mujer y sonrió cálidamente, preguntándose qué pensarían sus anfitriones si escuchasen su propia historia. La nazarena se dio cuenta de que se relajaba, y sentía como si conociese a Gabrielle de toda la vida, por lo que empezó a contarle la historia, empezando por el tiempo anterior al nacimiento de Jesús. José y ella estaban comprometidos cuando un ángel vino a ella y le dijo que daría a luz a un niño que traería amor y esperanza al mundo, y que tendría la capacidad de librar al mundo de sufrimiento. Se quedó embarazada y se casó con José poco después. Cuando estaba a punto de parir, Julio César emitió un decreto en el que se les llamaba a inscribirse en un censo de impuestos, y todos los hombres tendrían que

viajar a sus aldeas natales para registrarse a ellos y a sus familias. José y ella viajaron de Nazaret a Belén, la aldea de José, y María se puso de parto durante el registro. No encontraron habitación en ninguna de las posadas o casas de huéspedes, y se vio obligada a dar a luz en un establo. La guerrera y la bardo intercambiaron una mirada dolida, recordando la vez en que Gabrielle se había visto obligada a dar a luz en un establo. La bardo vio caer el rostro de Xena, y sufrió por acercarse a consolar a su amante. Sabía que la guerrera aún albergaba fuertes emociones, en su mayor parte culpa, por las circunstancias que rodearon el nacimiento de Esperanza y sus consecuencias, al igual que Gabrielle. Parecía que, sin importar las veces que pensaran que lo habían dejado atrás, las cosas seguían trayéndolo a colación. Gabrielle siguió observando a Xena hasta que, al final, la guerrera alzó los ojos, que fue cuando la bardo hizo la seña que significaba “te quiero” en su regazo, y vio los ojos de Xena aguarse ante el simple gesto. La bardo pronunció muda la palabra “después”, y la guerrera asintió, comprendiendo, esbozando una pequeña sonrisa. Desde una esquina cercana, Jesús estaba pintando en un pergamino con una pluma mientras las miraba pensativo, quedándose con todo y valorando, procesando la mezcla de palabras y emociones que caían sobre él. No era suficientemente mayor para entender todo lo que su madre decía, pero ya tenía una fuerte percepción de las emociones humanas, una madurez que iba más allá de los años, y podía decir que sus dos huéspedes sufrían, y lo ponían triste. María continuó con la visita de Iolaus y Hércules, junto con un grupo de pastores, los cuales se habían sentido extrañamente atraídos por visitar a Jesús cuando nació. Habían decidido quedarse en Belén durante un tiempo, ya que no eran bien recibidos en Belén desde que María se quedó embarazada. Su religión prohibía estrictamente las relaciones sexuales extramatrimoniales, y una mujer soltera y embarazada bien podría ser asesinada por su condición. Xena se enfureció ante aquello, y se planteó la hipocresía de matar a una mujer y a su hijo no nato por el acto de amor que creó a ese niño. Rumió esa idea, pero la dejó pasar, reservándola para hablarlo más tarde con su embelesada compañera. La guerrera prestaba su atención a Gabrielle, observando sus reacciones ante la historia y a María, mientras dejaba que la historia misma se colase en su mente como una actividad secundaria para leer las emociones de su amante.

La noche posterior a que Iolaus y sus compañeros les avisaron de que Jesús estaba en peligro, José tuvo un sueño, en el que un ángel le dijo que se llevara a su familia a Egipto. Primero intentó air al sur, pretendiendo atajar por Arabia y la península del Sinaí, pero todas las carreteras que llevaban al sur estaban fuertemente vigiladas por legionarios romanos. En su lugar, se habían visto obligados a ir al norte, por el Mediterráneo, para ir a Atenas a coger un barco a Egipto, y fue cuando se encontraron a Xena y a Gabrielle en el camino. Tobías había sido un regalo misericordioso a ojos de María, ya que estaba exhausta, y temía no llegar a coger un barco. Aunque, finalmente, llegaron a Alejandría, con Jesús, Tobías, y sus pocas posesiones. José había instalado su carpintería, y vivían en el exilio, esperando una señal de su dios que les indicase que era seguro volver a Nazaret. —Sabéis que Julio César está muerto, ¿verdad?—intercedió la guerrera cuando murió la historia de María. —Sí—José miró a Jesús, quién seguía sentado en la esquina, bien despierto. Yameh estaba acurrucado en el suelo a sus pies, profundamente dormido. —Pero hemos oído que ha habido revueltas contra la autoridad que ha ocupado su lugar, así que hemos decidido quedarnos aquí hasta que el gobierno romano sea más estable, y recibamos una señal clara de Yahvé de que es hora de movernos. —Es por eso que Gabrielle y yo estamos aquí—la guerrera miró brevemente a su compañera. —Hemos conocido a Octavio, el heredero de César, y es un buen hombre. Pretendemos ayudarle a derrotar a Marco Antonio y mantener el control sobre Roma. Si triunfa, creo que podréis volver a casa, y probablemente, pronto, si lo deseáis. —¿En serio?—la sonrisa de José iluminó su rostro. El hogar parecía a veces un sueño lejano. Jesús y Yameh no conocían a sus abuelos, y José no estaba seguro de que sus padres y los de María siguiesen vivos. Había pasado mucho. —Xena. Tengo una botella de oporto añejo. ¿Te importaría unirte a mí fuera y contarme más sobre Octavio mientras compartimos un trago? Tengo también pipa y tabaco. —Voy a dejar pasar la pipa, pero el oporto es mi vicio favorito—la guerrera rio internamente, reconociendo que a pesar de lo que parecían unos valores muy tradicionales, José la estaba tratando

inconscientemente como al varón de la pareja visitante. —Gabrielle, ¿quieres venir afuera con nosotros? La bardo estaba muy introspectiva, perdida en sus pensamientos, y le llevó un momento alzar la vista. —Um…no. Pero ve tú. Estoy segura de que a José le gustaría escuchar tu enfrentamiento con Octavio, y me encantaría hablar con María un poco más sobre las cosas que nos ha contado. Si le parece bien, claro. ¿Te parece bien?—se giró hacia su anfitriona. —Sí—parpadearon los ojos oscuros. —Me encantaría. Ha pasado mucho tiempo desde que sentí que podía hablar con otra mujer de todo esto. A veces es un poco abrumador. Tenemos miedo de decir demasiado. Preferimos ocultarlo. Es más seguro así. —Lo entiendo—Gabrielle se levantó. —Si nos disculpáis, tengo que hablar un momento con Xena en privado. —Por supuesto—José señaló la puerta principal. —Sentíos libres de salir afuera. Voy a ocuparme de mis animales y después volveré con la botella—caminó cortésmente a la puerta de atrás y desapareció por el jardín que había justo detrás de la casa. La guerrera se levantó y siguió en silencio a su compañera hasta la puerta principal, y se encontró gratamente sorprendida cuando Gabrielle la atrajo en un estrecho abrazo y se puso de puntillas, envolviendo una mano detrás de cuello de Xena y atrayéndola para darle un largo y dulce beso. —Um—la guerrera se apartó y se lamió los labios, disfrutando del persistente hormigueo— ¿Alguna razón en particular para eso? No es que no lo haya disfrutado—le guiñó un ojo a su alma gemela. —Solo quería asegurarme de que estabas bien—la bardo acarició una mejilla bronceada, apartando un mechón rebelde de cabello negro en el proceso. —Sí—los ojos azules se encontraron con los verdes. —Yo….solo estaba pensando en todo lo que pasó en Britania, otra vez. Marco Antonio, Dahak, Esperanza, y todo eso. Su historia se parece mucho a la nuestra. Especialmente, cuando empezó a hablar de bebés, profecías y establos.

—Xena, cielo—la bardo alzó los largos dedos y besó suavemente las yemas de una en una mientras hablaba. —Sabes que te he perdonado ya por eso, ¿verdad? Como sé que tú me has perdonado a mí. —Sí—la guerrera miró abajo, incapaz de mirar a su compañera a la cara. Aunque perdonarme a mí misma es mucho más difícil. —Entonces, ¿qué compañera.

pasa?—Gabrielle

levantó

el

mentón

de

su

—Me siento tan egoísta, que casi me da vergüenza decírtelo—tomó aliento profundamente para calmase. —Yo…te estaba observando ahí dentro, y puedo decir que entendías todo lo que te estaba diciendo. Me hace sentir mal. Sé que necesitas hablar con ella. Y ella parece necesitar hablar contigo. Tenéis una conexión muy fuerte. Puedo verlo. Y sé que ella va a ser capaz de darte algo muy profundo. Algo que yo no puedo darte, y eso me está matando—las pestañas oscuras se batieron. —Xena. Escúchame—Gabrielle guio a la guerrera a un banco bajo que había cerca de la puerta principal. —Nadie va a ser capaz de acercarse a darme todo lo que tú me has dado. Intenta verlo…bueno…como cuando Pony y tú habláis de armas, o estrategia, batallas o cualquier cosa que ambas entendáis bien. Cosas que yo no entiendo. Yo nunca envidiaría tu amistad con Pony, porque sé que ella enriquece tu vida de una forma que yo no puedo. Y a veces, yo también me beneficio de la información que tú te traes contigo de tus charlas con ella, porque ella está inmersa en las amazonas de una forma que me ayuda mucho. —Sí—la guerrera envolvió sus piernas alrededor de una pierna alzada. — Pero no es lo mismo. Yo no hablo con Pony de mis sentimientos y esas cosas. —Sí que lo haces—Gabrielle sonrió y palmeó a su compañera en la rodilla. —No lo hago—una mandíbula tozuda se disparó. —Xena. Raella y yo también hablamos—la bardo sonrió ante las cejas conmocionadas de su compañera. —Sé que, a vuestra manera, Pony y tú tenéis vuestras charlitas sensibles. Oh, a lo mejor lo hacéis cuando estáis echando un pulso alrededor del fuego por la noche, o mientras estáis sentadas en la armería arreglando cosas, o lo que Hades hagáis

los guerreros cuando estáis juntos. Pero…el tema…tienes una amistad muy especial con Pony, y compartís cosas. —Pe…—la guerrera se encontró silenciada por dos pequeños dedos contra sus labios. —No he acabado—le riñó Gabrielle suavemente. —Sé que le has dicho cosas muy dulces de mí, porque ella se las dice a Raella y a Raella me lo dice a mí. Y sé que a veces también hablas con ella de…bueno…como poner esto…—la bardo sintió un suave sonrojo nacer en su cuello y su mandíbula—…como complacer a una mujer. —¡Gabrielle!—Xena frunció el ceño profundamente. —Nunca daría detalles de lo que pasa en nuestra habitación con nadie. —Ya lo sé, cariño, y lo aprecio. No he dicho que dieras detalles—la bardo pinchó a su compañera en la punta de la nariz. —Quería decir que a veces discutís…técnicas. Me ha pillado. —Oh, dioses—fue el turno de la guerrera de sonrojarse, con un tono oscuro que embellecía notablemente la complexión de bronce. —No te preocupes—Gabrielle se inclinó y besó fugazmente a su compañera en los labios. —Es una cosa más de la que me beneficio, por tu amistad con Pony. Aunque estoy segura de que ella ha aprendido más de ti que tú de ella. —¿Eso crees, eh?—una sexy sonrisa apareció en la boca de la guerrera. Ojalá Pony pudiera escucharla decir eso, rio entre dientes. —Oh. Lo sé—la bardo inclinó de nuevo su cabeza, dejando una pierna sobre las de Xena mientras la guerrera cerraba sus brazos a su alrededor y la besaba a conciencia, profundizando gradualmente el contacto y tomándose su tiempo, hasta que ambas mujeres se olvidaron de dónde estaban. Unas respiraciones pesadas y manos deambulantes se detuvieron abruptamente cuando una voz pequeña apareció por la puerta. —Las chicas no se besan con chicas. —Jesús—Xena recuperó la voz primero, dándole a su acalorada compañera tiempo para normalizar su relación. —Los niños pequeños no espían a los adultos. —No espiaba—el chico se acercó. —Venía a ver si todo estaba bien.

—¿Por qué?—Gabrielle estaba intrigada, no habiendo tenido tanto contacto con el pequeño prodigio como su compañera. —¿Por qué pensabas que no estábamos bien? —Porque estabais tristes ahí dentro—los grandes ojos de Jesús reflejaron simpatía. —Sí. Parte del tiempo, sí—la bardo miró a Jesús con algo de asombro. — ¿Cómo lo sabías? —Lo sentí—Jesús puso su puño sobre su corazón. —Aquí. —Tienes razón—Xena le tendió la mano al chico, quién la aceptó sin dudar. —Me sentía bastante mal ahí dentro. Pero Gabrielle me hace sentirme mejor. —¿Besándote?—Jesús inclinó su pequeña cabeza en cuestión. La guerrera rio fuertemente. —En parte, sí. ¿Te han enseñado que está mal que las chicas besen a otras chicas? El chico pareció pensarlo un momento, buscando la verdad en su corazón. —No me han enseñado nada sobre eso—ciertamente, no era un tema de conversación entre sus padres, como para discutirlo con un niño de cuatro años. —Jesús—Xena levantó al chico para sentarlo en su pierna, la que no estaba ocupada por la de Gabrielle, y lo sentó entre ellas para que la bardo pudiera verle la cara. —Tu padre y tu madre se quieren, ¿verdad? —Sí. —¿Y se besan?—Xena inclinó su cabeza para poder mirarle a los ojos. Jesús soltó una risita—Sí. A veces los veo, pero ellos no lo saben. —Así que sí espías a los mayores—la guerrera le palmeó amistosamente la cabeza. —No—frunció el ceño Jesús. —Ellos no tienen cuidado de besarse cuando yo no puedo verlos. La guerrera rio de nuevo—¿Crees que está mal que tus padres se besen?

—No—el chico miró a Xena como si estuviera loca. —No está mal que se besen. —Bueno…—la guerrera envolvió con un brazo los hombros de la bardo, atrayéndola más hacia ella. —Gabrielle y yo nos queremos como se quieren tu padre y tu madre. De hecho…—sostuvo la alianza en alto para que Jesús la inspeccionase—…vamos a casarnos, como hicieron tu padre y tu madre—. Técnicamente era una unión, pero decidió no confundir al chico, ya que era en esencia la misma cosa. Y, ciertamente, no estaba preparada para discutir sobre amazonas con el pequeño genio. —Eso es genial—el chico trazó el recorrido de las bandas entrelazadas de oro con su pequeño dedo. —Qué bonito—miró a la mano izquierda de Gabrielle—Tú también tienes uno. —Sí—la bardo le ofreció el anillo. —Xena y yo nos los compramos, como un símbolo de amor. —Así que…—Jesús señaló a Xena. —…¿tú la quieres?—el dedo cambió de dirección, señalando a Gabrielle. —Sí. Mucho—la guerrera sonrió cuando la bardo se reclinó sobre ella. —¿Y tú…—miró a Gabrielle—…la quieres?—miró de nuevo a Xena. —Más que a nada—la bardo sintió unos largos dedos acariciar su hombro desnudo. —¿Así que os besáis porque os queréis?—Jesús estaba resolviendo este nuevo misterio. —Sí—Xena apretó el pequeño cuerpo por la cintura por la que lo sujetaba. —¿Hay algo malo en eso? Jesús suspiró y cerró los ojos, ya sin buscar, sabiendo la verdad que estaba enterrada profundamente en su corazón. Los abrió de nuevo y sonrió cálidamente. —No. El amor no está mal. Es algo bueno. Gabrielle miró seriamente el pequeño y sabio rostro, estudiando los grandes e inteligentes ojos, el enmarañado cabello negro y la piel olivácea. —Jesús, ¿puedo pedirte algo? —Vale—los ojos oscuros se abrieron en anticipación.

—Tengo la sensación de que, algún día, crecerás y serás alguien a quién la gente siga. Prométeme que no olvidarás lo que hemos hablado hoy. Que no está mal que dos personas se quieran. Aunque sean dos mujeres. O dos hombres—Gabrielle palmeó al chico en la rodilla y dejó su mano ahí. —¿Podrás acordarte, por mí? —No lo olvidaré—Jesús se inclinó y besó a la bardo en la mejilla, y después besó fugazmente también a Xena, antes de bajarse de su regazo y correr al interior de la casa.

Gabrielle dejó a su compañera segura en los brazos de José, sacudiendo la cabeza divertido cuando les escuchó entablarse en una animada discusión sobre tipos de madera y diversos usos, mientras destapaban la botella de oporto. El olor dulce y almibarado del humo del tabaco de José le hacía cosquillas en la nariz haciéndola estornudar, y se alegraba de que fuera un hábito que Xena no hubiese adoptado. Volvió rápidamente a la pequeña cabaña y vio a María poner a levar algo de masa de pan, dejándola sobre el poyo de una ventana abierta. —¿Siempre estás ocupada, verdad? María se giró y le sonrió con timidez. —Supongo que sí. Creo que ya no pienso en elo. Solo hago lo que tengo que hacer para cuidar a mi familia. La bardo le dio vueltas a la idea. —Supongo que es lo que Xena y yo hacemos, también. Si puedes llamar familia a una aldea llena de amazonas y una aldea llena de anfipolitanos. La nazarena pareció pensativa durante un momento. —Vosotras…estáis juntas, ¿verdad? —¿Te molesta?—Gabrielle esperaba que no. Quería desesperadamente hablar con María, y no quería que se sintiese incómoda con ella. —Yo…me han enseñado que está mal—la nazarena paró y tragó saliva. —Pero nunca he conocido a nadie como tú. Jesús…me ha contado vuestra charla de antes ahí fuera. Parece pensar que tu relación con Xena está bien. Incluso ha empezado a preguntarme cosas sobre mi boda con José, y quería saber si la boda entre dos mujeres sería como la nuestra. Aunque sospecho profundamente que ninguna de las dos estáis embarazadas, y estoy casi segura de no estar preparada para hablar de ese detalle con él, todavía.

—Oh—la bardo caminó hasta el banco bajo y se sentó pesadamente. —Lo siento. No…quería entrometerme en cómo crías a tu hijo. —Mi hijo…—María se unió a Gabrielle, girándose y doblando las piernas bajo ella sobre el cómodo cojín. —…a veces me pregunto quién está criando a quién. —Es muy personal para su edad—ofreció la bardo, animando a su nueva amiga a explayarse. —Sí. Empezó a hablar con dos veranos. Y absorbe todo lo que tiene alrededor como una esponja—. Había una nota de orgullo, mezclado con tristeza, en los ojos castaños. Miró a una pila de pergaminos que había sobre una estantería en el rincón—Ya puede leer la mayoría de las enseñanzas de Yahvé, y está lleno de preguntas. Estamos llegando a un punto en que ya no tengo respuestas. —¿Puedo hacerte una pregunta personal?—Gabrielle había estado dándole vueltas a algo que María había dicho antes, suponiendo que había algo que la nazarena y ella tenían en común. —Yo…supongo que sí—la mujer de piel oscura parecía casi asustada, preparándose para cualquier comentario hiriente o pregunta que había sufrido a manos de su familia antes de su partida a Belén. —Antes dijiste que un ángel, y creo que no entiendo bien qué es un ángel, pero eso es una pregunta diferente…—la bardo se mordió el labio inferior—…este ángel te dijo que te quedarías embarazada, te quedaste embarazada y luego te casaste. Pero entonces dijiste que las mujeres que quedan embarazadas fuera del matrimonio pueden ser asesinadas, allí de donde tú vienes. Es…José…¿es el padre de Jesús? —José es su padre en la tierra, sí—Va a pensar que estoy loca si se lo cuento todo. María dudo, y después se lanzó a pesar de sus miedos. — Poco después de que el ángel me visitase, un espíritu…creo que era el espíritu de Yahvé, nuestro dios, vino a mí. Estoy casi segura de que quedé embarazada entonces. José y yo…no nos conocíamos íntimamente hasta después de que Jesús nació. —¿Crees que Yahvé te violó?—Gabrielle no pudo evitar preguntar, recordando un altar y unas llamas que la invadieron, probándola, abrasando su interior y cambiando para siempre la forma en la que veía el mundo y los dioses que jugaban con sus vidas como si fuesen juguetes.

María parecía conmocionada. Era una pregunta inesperada. No había previsto la rápida aceptación de su historia, ya que nadie lo había hecho antes, aparte de José; incluyendo a sus propios padres. Pero nunca había pensado en esa experiencia como una violación. —Oh, no. Fue la experiencia más profunda de mi vida. Fue más allá de la dicha. —¿Pero tuviste oportunidad de elegir? ¿Pudiste decidir si llevar a su hijo?—la bardo intentó apartar la amargura de su voz. —Nunca he considerado una opción rechazar la bendición de Yahvé. El ángel me dijo que había sido elegida, y me ofrecí rápidamente. Es algo que mi gente lleva esperando miles de años, que algún día nacería el mesías entre nosotros—María miró el desolado rostro que tenía enfrente. —Creo realmente que Jesús es el elegido. No es cuestión de elegir. Fue un honor. —Oh—la voz de Gabrielle era muy suave. —Yo no tuve elección. —¿Qué quieres decir?—la nazarena estaba perdida. La bardo sorbió un poco, a pesar de sí misma, y se lanzó a contar su historia de Dahak, empezando con la traición de Krafstar, incluyendo la muerte de Solan a manos de Esperanza, y el final de un largo camino que Xena y ella habían caminado juntas hasta donde estaban hoy, y su creencia de que después de todo lo dicho y hecho, Esperanza no era realmente su hija, ella fue un simple objeto usado para traer el mal al mundo. Cuando acabó, Gabrielle lloraba abiertamente. No le había contado la historia a nadie antes, aparte de Xena; y, de alguna manera, ni siquiera se la había contado a Xena entera, porque había partes que ambas conocían, pero nunca hablaban de ello. Cuando terminó la historia, la bardo miró a su amiga con ojos enrojecidos—Siempre me pregunto “¿por qué yo?” Ahora sé que estaba llena de orgullo, de ideales sobre el asesinato. Creía que era invencible. Estaba tan segura de que mis manos nunca iban a estar manchadas con la sangre de alguien. Pero, ¿tan horrible era mi orgullo que tuve que pasar por todo aquello para eliminarlo? ¿Era necesario ser torturada y humillada, y desprenderme de la mitad de mi alma para librarme de mis ideales? —¿Has pensado todo este tiempo que hiciste algo para merecer lo que te pasó?—María palmeó vacilante la pierna de Gabrielle, sintiendo las lágrimas en sus propios ojos.

—Sí—la bardo sorbió y se limpió los ojos con el dorso de la mano. — Durante mucho tiempo, culpé a Xena por no protegerme. Por llevarme a Britania. Pero después de un tiempo me di cuenta de que fui yo la que apuñaló a Meridian, perdiendo mi inocencia de sangre y preparando el camino a Dahak. —Gabrielle—María se acercó más, por instinto, envolviendo un brazo alrededor de los hombros de la bardo. —No creo que fueras castigada. Pasaste por unas experiencias horribles. Pero, a veces, las cosas pasan porque sí. Fuiste terriblemente utilizada por ese Dahak, pero no hiciste nada para merecer el modo en que te trató. Parece ser un demonio de Satán. Eres humana. Por lo que has dicho, este maligno parece ser capaz de cruzar océanos, y no conoce barreras. ¿Honestamente crees que podrías haber hecho algo para detener a ese mal, si hubiera tenido intenciones de usarte como lo hizo? —Supongo…que no—la bardo sintió súbitamente alzarse la última piedra de un enorme peso que llevaba sobre los hombros. —Gracias— sus espíritus comenzaron a alzarse—He pasado mucho tiempo intentando descubrir qué había hecho mal, nunca se me ocurrió que no habría forma de detenerlo, y que no importa lo que hiciese o lo que no, tenía ese propósito en mente e iba a usarme. Yo...estaba fuera de mi control, ¿verdad? —Eso creo—María sonrió cálidamente y se levantó para ofrecerle a Gabrielle un trozo de lino para sonarse la nariz. Mientras estaba de pie, se llevó a Jesús y Yameh a la cama, ya que ambos niños se habían quedado dormidos en una esquina mientras jugaban. La bardo ayudó a llevar a Jesús mientras María cargaba con Yameh, y dejaron los cuerpecitos cálidos en una cama tallada de una de las habitaciones de atrás. Cada mueble de su hogar había sido hecho por José, y la cama de los niños no era una excepción. La nazarena abrió las contraventanas para dejar pasar el aire nocturno y volvieron a la salita. Las dos mujeres continuaron hablando durante otra marca de vela, María compartiendo sus esperanzas y miedos sobre su hijo, y Gabrielle hablando de su vida con Xena y las amazonas. Incluso tomó coraje para contarle a María su crucifixión y la resurrección a manos de Eli, y una sombra oscura apareció en los ojos de la nazarena. —¿Qué pasa? —No lo sé—María se frotó los brazos, ante el súbito escalofrío. —Cuando hablas de la crucifixión, tengo una sensación oscura, como si se me hiciese un nudo en el pecho—la sensación remitió, y consiguió sonreír.

—¿Estás bien?—la bardo miró a su amiga con preocupación. —Eso creo—se sentó, acurrucándose de nuevo en una esquina del banco. —Sabes, Gabrielle, supongo que estoy un poco abrumada. Eres la primera con la que he hablado de mi historia y me ha creído, sin juzgarme. —Yo también—sonrió la bardo. —Excepto por ese profeta—la nazarena retorció las manos sobre su falda. —¿Qué profeta? —Ese hombre. Predica junto al banco del Nilo. Vino a nosotros hace unas lunas y dijo que había sentido la necesidad de venir a El Cairo. Dijo algunas cosas sobre Jesús que también habían dicho los profetas hebreos. Parecía simpático, y creo que fue enviado para reafirmarnos en nuestras creencias sobre el destino de Jesús, pero casi me asusta— María alzó la vista. —Sus ojos están llenos de amor, pero es muy intenso. Yo…creo que soy una cobarde. A veces no quiero saber nada de lo que se ha dicho sobre mi hijo. —¿Te importa si voy a verle y hablo con él?—Gabrielle quería saber más de las profecías y el concepto de destino, algo en lo que se había interesado mucho desde su viaje a la India. —No, supongo que no. Predica cerca del lugar donde atraca el ferry que viene de Guiza—María alzó la vista, mientras una cabeza morena se asomaba por la puerta. —Hola—Xena apreció inmediatamente las mejillas arrasadas en lágrimas de su compañera, y sintió botar su corazón. —Es bastante tarde—hizo una pausa y tragó saliva—No sé si quieres volver a la posada. José dice que podemos dormir en el establo si queremos. O en el almiar que hay detrás, si prefieres estar fuera. Sus ojos se encontraron en silencioso entendimiento ante las recientes actividades paranormales de la vida de la bardo. —La verdad es que no quiero volver a la posada. Fuera estaría genial—Gabrielle se levantó. —Um…puedes quedarte hablando un rato más si quieres—la guerrera se miró los pies un momento, intentando ocultar la tristeza en sus ojos, y después alzó la vista de nuevo. —Iré a colocar los petates, y puedes salir cuando estés lista.

—¿Estás segura?—la bardo miró ansiosa a su sumisa alma gemela, dividida entre la necesidad de consuelo y el deseo de aprender tanto como pudiese durante el corto periodo que podría estar con la nazarena. —Sí. Tómate tu tiempo—y la guerrera volvió a fuera antes de que Gabrielle pudiese preguntar. Pasaba de la media noche cuando María fue a unirse a un ya dormido José en su habitación, y Gabrielle deseó buenas noches a su amiga para dirigirse tras el establo.

La guerrera yacía en su lado de las pieles de dormir, donde las había acomodado formando una cómoda cama de paja cerca del establo de José. Como solía hacer cuando dormían fuera, se había quitado la armadura y las botas, pero seguía con los cueros puestos, y la espada y el chakram estaban a su alcance. Había echado por encima una manta ligera hasta su cintura, como barrera contra el aire frío nocturno que proporcionaba mágico alivio contra el calor abrasador del desierto durante el día. Gabrielle reptó detrás de ella y buscó sus cosas. Maldición. Odio despertarla. Pero…la bardo estudió el movimiento de las costillas de su compañera. No está dormida. Gabrielle se arrodilló cerca de la guerrera y puso una mano sobre un hombro desnudo. —Hola. ¿Sigues despierta? —Hola, preciosa—Gabrielle se sonrojó ligeramente mientras Xena rodaba sobre su espalda y tomaba la mano de la bardo entre las suyas, llevándosela a los labios y besándola suavemente. —Te estaba esperando—alzó la otra mano y trazó la mejilla de la bardo, recordando las lágrimas secas que había visto antes. —¿Está todo bien? La bardo capturó la mano de Xena, sosteniéndola firmemente contra su rostro. —Sí. Las cosas se han puesto un poco intensas por un momento, pero ahora estoy bien. —¿Quieres hablar de ello?—la guerrera parpadeó, con sus ojos azules reflejando el resplandor de plata de la luna en cuarto creciente, que brillaba sobre el suelo del desierto casi de forma etérea, haciendo las antorchas innecesarias. —Xena—la bardo giró la cara y acarició con sus labios la palma de su compañera, provocando placenteros escalofríos por toda la columna

de la guerrera. —¿Podemos esperar hasta mañana? De verdad quiero contártelo, pero estoy un poco exhausta, mentalmente hablando. Aunque es bueno. La guerrera suspiró con alivio y sonrió. —Claro. Yo también tengo algunas cosas de las que hablar contigo. Creo que he averiguado quién es Saqqara. —¿En serio?—súbitamente, Gabrielle era toda oídos. —Sí. José dice que cree que fue una princesa egipcia, hace mucho tiempo. No estoy segura de qué significa exactamente, en orden a lo que te está pasando, pero probablemente podamos comprobarlo mañana—Xena se sentó—¿No crees? —Oh, definitivamente—la bardo miró a su alrededor—¿Dónde están nuestras bolsas? —En el establo, en una mesa detrás de la puerta—la cabeza morena señaló hacia la pared de barro que tenían al lado. —Voy a cambiarme a una camisa de dormir—Gabrielle bajó la vista, a su nuevo traje. —No estoy segura de que sea cómodo dormir con esto. —¿Necesitas ayuda?—Xena agitó una ceja y deslizó un dedo por la cintura expuesta de su compañera. —No—la bardo se inclinó y besó rápidamente a la guerrera. —Solo tardaré un minuto. Quédate aquí y guárdame el sitio. —Tú, mi amor, siempre tendrás un sitio a mi lado—Xena tiró de la bardo, atrayéndola para darle otro beso. —Tienes una reserva vitalicia. —Dioses—Gabrielle cerró los ojos, derritiéndose ante la cálida y sensual invasión de su boca. —Las cosas que me dices…son tan dulces. —Tengo una inspiración muy dulce—Xena la miró con deseo tácito en los ojos, mientras su compañera se levantaba de mala gana. —Vuelvo en un minuto—la bardo se giró y caminó a zancadas hasta quedar fuera de la vista. Reapareció en un momento con una camisa de lino a medio muslo, y sonrió cuando Xena le hizo señas, palmeando el espacio que había a su lado en las pieles. Gabrielle se hundió en su calor y sintió unos largos brazos rodearla.

—Ahora—ronroneó la guerrera en su oído. —¿Dónde estábamos? ¿Hmmmm?—lamió y mordisqueó su recorrido por la mandíbula de Gabrielle hasta sus labios. —¿Aquí?—Algo le pasó a Xena y se apartó, dejando su peso sobre un antebrazo mientras deslizaba sus dedos por el corto cabello rubio. —Lo siento. A veces solo pienso en una cosa—vio la sonrisa burlona en el rostro de su compañera—Está bien. La mayoría de las veces—. Una sonrisa fiera apareció, pero fue reemplazada rápidamente por una expresión de amorosa preocupación—Acabas de decirme que estás cansada, y ahí voy yo…uffffffg.. La bardo atrajo bruscamente el rostro de Xena hacia el suyo de nuevo, besándola intensamente, permitiendo que su lengua saliese y explorase la boca de la guerrera con abandono. Hasta que estuvo segura de que su compañera iba a morir por la falta de oxígeno no la dejó ir, retirándose meros milímetros de los labios de Xena, sintiendo la cálida respiración agitar la mullida pelusilla sobre su labio superior. —Xena. He dicho que estaba mentalmente exhausta. Ahora, a menos que lo que vamos a hacer requiera pensar mucho, prefiero disfrutarlo, y no parar. —Nop—la guerrera puso a Gabrielle de espaldas con cuidado, colgando por encima de ella y mirando atentamente a os ojos verdes, cuyas pupilas estaban dilatadas considerablemente. —No se necesita pensar. Solo es un revolcón automático en el pajar con la chica de mis sueños. —Qué dulce, Xena—la bardo juntó sus manos tras los fuertes hombros, urgiendo a su compañera a descender. —Cállate y bésame. La guerrera obedeció, empezando suavemente, y profundizando gradualmente el contacto hasta que escuchó pequeños gemidos salir de la garganta de su amante. —Dioses, me encanta como sabe tu boca—Xena gimió mientras continuaba complaciendo los labios de su compañera, deslizando suavemente un poderoso muslo entre las piernas de la bardo, presionando hacia arriba. Rompió el beso con sorpresa y sonrió—¿No llevas ropa interior, bardo mía? —Bueno…—el pecho de Gabrielle respiraba con gran esfuerzo— …supuse que no tenía sentido, porque probablemente no se iba a quedar ahí mucho tiempo. —Supones bien—la guerrera se movió, deslizando su cuerpo sobre el de su compañera y agarrando el bajo de la camisa de dormir, subiéndola lentamente mientras dejaba pequeños besos sobre el pétreo abdomen

de Gabrielle. Llegó hasta su torso, deteniéndose ombligo, y disfrutando de la danza de los músculos Gabrielle justo bajo la superficie de su pie. —Me reaccionas a mi contacto, Gabrielle—el nombre se lengua de Xena como una suave caricia.

para probar su estomacales de encanta como deslizó sobre la

—Oh, dulce Artemisa—la bardo sintió un fogonazo de calor viajar desde su torso hasta su ingle, e inconscientemente enredó sus dedos en el largo cabello de la guerrera, urgiéndola a subir. Xena continuó sus atenciones hasta que la camisa de dormir era una pelota de tela envuelta alrededor del pecho de Gabrielle, que no podía subir más por su cabeza y sus hombros. La guerrera gruñó con frustración y se movió ciegamente, buscando bajo el chakram hasta que encontró la daga de pecho. Se detuvo, preparada para cortar el ofensivo material, cuando la bardo rio suavemente. —Xena, cariño. Cálmate—Gabrielle notó el fuego en los ojos de su compañera—Bueno, solo un poco. Aprecio el entusiasmo, y si estuviéramos en casa, te diría que la cortases, pero solo me he traído dos camisas de dormir, así que, ¿podemos sacarla de la forma convencional? —Aguándome la fiesta, ¿eh?—la guerrera sonrió, no obstante, y alzó cuidadosamente los hombros de su amante, quitando la camisa y tirándola a un lado mientras era finalmente recompensada con una vista de la cremosa y suave carne que anhelaba. —Eres increíble y condenadamente preciosa, mi amor. Soy la persona más afortunada de todo el universo—. Xena descendió, lamiendo con voracidad la curva superior e inferior de los pechos de la bardo y moviéndose hacia el interior en pequeños círculos. Mientras sentía alzarse la pasión de su compañera, la guerrera continuó tocando el cuerpo de su amante como un instrumento bien afinado. Se deslizó hacia arriba, y la bardo gimió ante la increíblemente excitante sensación del cuero cálido contra su piel desnuda. Xena presionó sus labios justo detrás de la oreja de su amante. —Te tengo, amor. Estás aquí en mis brazos, y voy a sostenerte el resto de mi vida. Déjate ir, Gabrielle. Por mí. Por favor—acarició con su rostro el cabello de olor a mirra y gruñó gravemente al escuchar a su compañera liberarse, mientras las primeras olas de placer surgían con gran intensidad.

Mientras Gabrielle volvía lentamente a la tierra, Xena se puso de espaldas y acunó a su compañera contra su pecho, sintiendo los pequeños temblores que seguían sacudiendo el pequeño cuerpo que sostenía. —Me encanta sentirte contra mí, cariño. Me encanta sentir tu cuerpo temblando contra el mío—besó la cabeza pálida y jadeó cuando la bardo se puso encima de ella. —Xena, te quiero—la bardo apartó cuidadosamente una tira de cuerpo de un ancho hombro. —Estamos seguras aquí fuera, ¿verdad?—Se movió para hacer lo mismo sobre el otro hombro. —El desierto es casi plano. Podemos ver a cualquiera a leguas, ¿verdad?—. Se inclinó para besar la piel expuesta, mientras una mano se escurría bajo la espalda de la guerrera, desatando los lazos de cuero con dedos expertos. — Necesito tocarte, cariño. —Unnnggg—Xena sintió deslizarse lentamente el cuero por su cuerpo, liberando sus pechos de su confinamiento. —Yo…dioses…tú…está bien—la guerrera se rindió cuando los labios llenos de su compañera descendieron a su boca, mientras una mano pequeña se colaba debajo de la mana y comenzaba a hacer su trabajo bajo el vestido de combate. Sí. La bardo besó su camino descendente por el cuello de Xena, y mordisqueó el hueco de la garganta de su compañera, mientras sus dedos se envolvían alrededor del borde del blúmer marrón que la guerrera llevaba bajo el cuerpo, preparada para desvestir a su compañera; cuando de repente se encontró apartada. —Gabrielle, quita—Xena mantuvo a raya a su compañera con sus fuertes manos. —A eso voy—la bardo luchó contra el agarre férreo de su compañera con confusión. —Ahora te toca. —La guerrera rompió a reír. Es buena. —No, no ese “quita”. Quítate tú, viene alguien. —Sí. Tú. Si me dejas…—intentó, sin éxito, apartar las grandes manos de su cintura, aún cuando se encontró sentada tras su compañera con total frustración. La bardo frunció el ceño mientras Xena se inclinaba y la besaba, mientras se colocaba rápidamente el cuero en su sitio. —Dioses.

Gabrielle. ¿Qué te ha entrado?—la guerrera estaba disfrutando del recién descubierto lado agresivo de su amante. —Tú. En mí. Hace unos minutos, si no recuerdo mal—la bardo dejó escapar un suspiro exasperado cuando su camisa de dormir la golpeó en la cara con excelente puntería. —Ahora, me gustaría de verdad estar en ti. Gran Zeus. No la llaman bardo por nada. Las juguetonas palabras de la bardo jugaban con sus sentidos de una forma que casi la hacía ignorar la amenaza que se aproximaba, y volver a su interrumpida actividad. — Ponte eso—la guerrera inclinó la cabeza, escuchando—José estará aquí en un par de segundos. —Oh. Ooooh—la bardo se puso rápidamente la camisa por la cabeza y consiguieron separarse un poco bajo la manta mientras José rodeaba la esquina desde el otro lado del granero. —¿Todo bien por aquí?—miró a las dos mujeres con preocupación. —Sí—replicó Gabrielle, preguntándose qué Hades había hecho que el hombre se levantase de su cálida cama y viniese afuera, solo para preguntar eso a una marca del amanecer. —¿Por qué lo preguntas? —Creo que he oído gritar a alguien—miró a su alrededor, en busca de alguna amenaza. —¿Eh?—la guerrera se sentó, manteniendo la manta bajo sus brazos. Un balbuceo desde la garganta de su compañera la aclaró súbitamente mientras recordaba los apasionados gritos de su amante unos momentos antes. —Oh. Una araña—Xena cogió una convenientemente situada daga de pecho, que seguía sobre la paja, y la sostuvo en alto. —Una araña de arena. Encima de Gabrielle. —Bueno, ¿y dónde está?—José buscó a su alrededor. —La maté—la guerrera hizo un mandoble en el aire con el cuchillo. —La tiré por ahí. Lejos—señaló más allá del establo, a la oscuridad. —Muy, muy lejos. —Sí—metió baza Gabrielle. —Tiene buen brazo. Ni te digo lo lejos que la ha lanzado. —Oh—José se relajó—Bien entonces. Siento molestaros. Que descanséis bien el resto de la noche…—miró a la manta de estrellas del desierto— …o de la mañana, ya puestos.

—Igualmente—sonrió Xena graciosamente. —Buenas noches. —Sí—José se retiró a su casa. Cuando estuvieron seguras de que su anfitrión estaba de vuelta en la cama, la bardo rio entre dientes y rodó para ponerse encima de su compañera. —Que…—besó a Xena sonoramente—…descanses bien…—apartó ágilmente los cueros con un rápido movimiento— …durante el resto de la mañana—. Los blúmer marrones fueron historia. —Ahora—copió las palabras de su compañera—¿Dónde estábamos? —Algo como…dioses—unos dedos pequeños comenzaron a explorar. — Quitar. —Y…alguien viniendo. Unnngg—la mano alcanzó piel muy sensible en la parte trasera del muslo de Xena, provocándola sin compasión con un movimiento de sus uñas cortas. —Ajá—un toque de lujuria teñía la voz de la bardo. —Y…oh…dioses…—la guerrera sintió unas manos cuidadosas separar sus piernas. —Metiéndose. —Cieeerto. Gracias por refrescarme la memoria—Gabrielle rio y empezó a descender sobre el cuerpo casi desnudo de su compañera. Se sentó un momento, quitándose la camisa por la cabeza y dejándola a un lado. —¿Disfrutas de la vista, bardo mía?—ronroneó Xena. La bardo tiró su cabeza hacia atrás y miró la abundancia de estrellas, que parecían estar tan bajas en el cielo que juró que podría estirar una mano y sacar una del cielo. —Es una noche preciosa, ¿verdad?— coqueteó. —Oh, sí—la guerrera deslizó sus manos por las costillas expuestas, obligando a Gabrielle a centrarse de nuevo en la tarea que tenía entre manos. —Muy, muy bonita—ahuecó amorosamente las manos sobre los pechos llenos. —Sí. Mucho—la bardo expelió sensualmente ante el contacto, y se lamió los labios, tomándose un momento para apreciar su vista. —Pero no es por eso por lo que me he quitado la camisa. Creo que podrías necesitarla en un momento—la bardo deslizó sus dedos por el estómago plano.

—¿Por qué?—la guerrera frunció el ceño. —Para taparte la boca. No estoy segura de cuántas arañas podemos conjurar en una noche—Gabrielle acortó la distancia entre ellas, situándose sobre el torso de Xena. —Creo que soy capaz de controlarme, Gabrielle—a pesar de sus palabras, la guerrera gimió cuando la piel desnuda se encontró con piel desnuda. —Sí, ¿eh?—la bardo aceptó el reto, encontrando rápidamente varias zonas erógenas de su compañera, prestándoles atención de una a otra, volviendo a Xena loca de pasión en un corto periodo de tiempo. —Oh…dioses…nena…yo…—Xena agarró la camisa, metiéndosela voluntariamente en la boca, derritiéndose ante las experimentadas atenciones de Gabrielle. —¿Te rindes, princesa guerrera?—la bardo lamió un lóbulo con la punta de su lengua. —Mmmmpfh…. —Lo tomaré como un sí. No durmieron mucho más.

La guerrera se despertó y abrió los ojos, y los cerró inmediatamente, mientras el sol pleno asaltaba brutalmente sus pupilas. Era ligeramente consciente de un movimiento a su lado, y sonrió ante los recuerdos recientes mientras tomaba aliento profundamente, inhalando la dulce y cálida esencia que era su amante. Se puso de lado permitió que sus ojos se abriesen lentamente, y su vista quedó prendada inmediatamente de una pantorrilla levantada. Se inclinó mordisqueando la carne musculosa con los labios, sacando ligeramente la punta de la lengua para probar la salada piel. —Buenos días, dormilona—Gabrielle se había vuelto a poner la camisa de dormir, y estaba reclinada contra la pared del establo con un pergamino desenrollado sobre su pierna, garabateando en él con una afilada pluma. Su tintero estaba en una bala de paja a su lado, y desde la altura de Xena, parecía que había conseguido recuperar un par de bragas de sus bolsas. —Es bastante tarde para que te levantes ahora.

—Sí. Bueno—la guerrera se acercó más, metiendo la cabeza y los hombros bajo el brazo de la bardo, levantando sin vergüenza el bajo de la camisa de dormir para plantar una serie de húmedos besos por la tripa de Gabrielle. —Alguien me mantuvo despierta hasta tarde ayer por la noche. —Tschhh—la bardo disfrutó la sensación de vuelvo que sintió en su estómago, y chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza con gravedad fingida. —Aguante, Xena. Tenemos que trabajar tu aguante. —¿Oh, en serio? ¿Ahora?—apareció una sonrisa malvada, exponiendo una fila de brillantes y blancos dientes, y Gabrielle se encontró de repente con que le arrancaban el pergamino y la pluma de las manos mientras Xena pegaba un bote, aterrizando entre sus piernas y sujetando su espalda, mientras continuaba su asalto a la suave piel, alcanzando lugares que hacían gritar a la bardo ante el ataque a su sensible carne. —Ahora…Xena. ¡Aaauu!—la bardo se retorció, sin éxito. —Vamos. Es pleno día. —Como si no hubiésemos hecho esto de día antes—la guerrera se deslizó lentamente hasta una sabrosa clavícula. —Yo te enseñaré resistencia, bardo mía. Especialmente, desde que parece que crees que necesito trabajar en ello. ¿Cómo se dice en estos casos, la práctica hace al maestro?—rio con malicia. —Oh…dioses—Gabrielle pensó rápidamente en su último recurso, mientras sentía su camisa a punto de desaparecer, y sus defensas desvaneciéndose rápidamente. —Xena. ¿Y si José aparece por aquí? Por favor, cielo. Sabes que solo me estaba metiendo contigo. La guerrera escuchó la nota desesperada en la voz de la bardo y aminoró, acurrucándose contra su alma gemela y acariciando los labios de la bardo con los suyos. Alzó la cabeza y sonrió con timidez. —Está bien. Ayer me agotaste de verdad. —¿En serio?—Gabrielle parecía bastante sorprendida, y complacida consigo misma al mismo tiempo. —Oh, sí—Xena la besó de nuevo, mordisqueando suavemente los suaves y llenos labios. —¿He mencionado lo increíble que eres? ¿O lo mucho que te quiero?

—Bueno—la bardo recuperó la pluma y mordisqueó distraída su extremo. —Quizás. Recuerdo que me hablaste en varias lenguas diferentes anoche, aunque no estoy segura de qué estabas diciendo exactamente, especialmente con esa camisa metida en la boca la mitad del tiempo—soltó una risita, recordando el pequeño reto de Xena, y su victoria final. —Cantando tus alabanzas, amor—Xena se giró en la paja al lado de su compañera, acabando boca abajo con los codos levantados y la cara entre sus manos. Cruzó las piernas sobre los tobillos, con las piernas en alto y batió sus pestañas, con una mirada en sus ojos de pura adoración. —Y agradeciendo a los dioses por tus muchos…um…talentos—. La guerrera cogió la esquina del pergamino en el que Gabrielle había estado trabajando y tiró de él hacia ella. Lo miró atentamente y estudió la siempre clara escritura—¿Qué escribes? La bardo cogió el pergamino rápidamente y releyó rápidamente las líneas en silencio—Puede que no tenga mucho sentido hasta que te cuente mi conversación con María. Pero le he escrito un pequeño poema. Hay muchas profecías sobre Jesús, e intento captar algunas de ellas aquí. —Léemelo. Por favor—Xena se puso de espaldas y dejó su cabeza sobre el regazo de Gabrielle, cruzando las manos sobre su estómago. La bardo se aclaró la garganta, y su voz leyó suavemente: María, sabías que tu pequeño algún día caminará sobre el agua María, sabías que tu pequeño salvará a nuestros hijos e hijas Sabías que tu pequeño ha venido para hacerte otra Este niño que tú trajiste al mundo pronto te liberará a ti María, sabías que tu pequeño calmará tormentas con sus manos Sabías que tu pequeño ha caminado por donde pisaron los ángeles Y cuando besas a tu pequeño, besas el rostro de Dios. —Hmm. Es precioso, amor—Xena parecía pensativa. —¿Todo esto está en las profecías? —No. Parte sí, pero en el resto he usado mi imaginación y me lo he inventado, con mis emociones sobre lo que me contó María.

—¿La crees?—la guerrera sintió una mano pequeña que iba a parar a su estómago, y envolvió las suyas a su alrededor. —No lo sé—Gabrielle dejó el pergamino aparte. —Pero ella parece creerlo. Me…me gustaría. Si es verdad, es bastante interesante. Una persona nacida en el mundo para librar del sufrimiento al resto. Seguro que tiene mucho más sentido que lo que algunos de los dioses griegos tienen que ofrecer. —Pero, ¿es el sufrimiento del mundo, o solo de la gente?—la guerrera acarició distraída la mano de la bardo con su pulgar. —¿Y es todo el sufrimiento, o solo el sufrimiento intelectual? ¿Significa eso que no habrá más enfermedad, o muerte o dolor, y si lo es, el mundo no acabaría bastante abarrotado, si nadie muere para hacer sitio a los que nacen? ¿No sería como cuando la muerte fue encadenada, y la gente muerta no podía librarse de su sufrimiento? —No lo sé—suspiró Gabrielle, recordando su búsqueda espiritual por la India, mientras que Xena luchaba con sus demonios personales con sus constantes pesadillas sobre la crucifixión, y sus dudas sobre su camino en la vida. —Pero una de las cosas que aprendí al morir contigo es a prestar atención a las profecías y las visiones. El rostro de la guerrera se nubló y cerró los ojos. Y siento tanto que hayas tenido que aprender eso, mi amor. —Ojalá pudiera haberte librado de todo eso. —Xena. Déjame contarte lo más importante que descubrí ayer durante mi charla con María, anoche—Gabrielle deslizó sus dedos por los largos mechones oscuros que tenía desperdigados en su regazo y sobre la paja. —Hay cosas en la vida sobre las que no tenemos control. Dahak, si estaba decidido a hacerme llevar a su hijo, no hay nada, nada, que tú o yo pudiéramos haber hecho para detenerlo. Piénsalo. No estaba confinado en Britania. Apareció también en Grecia, y sospecho que puede aparecer donde quiera. Y usar a quien quiera para lo que quiera, contra su voluntad. Creo que si tú y yo nunca hubiéramos dejado Grecia, él habría venido a por nosotras, si es lo que realmente quería. Era pan comido para él aprovechar las circunstancias y conseguir que nos culpásemos entre nosotras, poniéndonos en contra de la otra. Cada vez que intentó desatar el caos entre nosotras, también consiguió hacernos sentir culpables, y socavar nuestra fe y nuestro amor. Podría

haber llegado a su objetivo más directamente. No nos necesitaba. Es simplemente maligno, así que decidió usarnos y destruirnos en el proceso. —Dioses—la guerrera sintió una férrea mano liberar lentamente su agarre sobre su alma. —Nunca lo había pensado así. —Yo tampoco. Hasta que María me ayudó a verlo así—continuó jugando con el pelo de su compañera, disfrutando de la textura sedosa contra sus dedos. —Y lo mismo se aplica a Calisto y a Satán. Si tú y yo estábamos destinadas a ser crucificadas para satisfacer sus propósitos, creo que no podríamos haber escapado. Tú y yo, especialmente tú, hizo todo lo que estaba en su mano para evitar la nieve, las montañas y los romanos, porque era lo que veías en tu visión. E incluso aunque lo intentamos con todas nuestras fuerzas, Roma vino a nosotras. La montaña nevada nos encontró. Era nuestro destino. —Destino—Xena paladeó la palabra, y no pudo decidir si le gustaba el sabor que dejaba. —El destino puede cambiar, bardo mía. Mira lo que pasó con César. Y a mí, para el caso. —Quizás sí, quizás no—ponderó la bardo. —Quizás César y tú estabais equivocados respecto a vuestros destinos. —Quizás—la guerrera empezaba a darle vueltas a la cabeza de la guerrera. —Y hablando de destino. María me habló de un profeta que predica en la orilla del Nilo, que tiene mucho que decir sobre el destino de Jesús— Gabrielle estudió el precavido rostro que tenía en su regazo. —Xena, me gustaría verlo. Por favor, por favor, por favor. La India otra vez no. No creo que pueda soportarlo. La guerrera suspiró pesadamente—Si es lo que quieres. No se le escapó el tono resignado de la profunda voz—Xena, ¿qué pasa? Vale. Hay que tener cuidado. —Gabrielle. Sabes que te apoyaré en casi todo lo que quieras hacer. O explorar. Por lo que a mí respecta, puedes hacer cualquier cosa que te plazca, y yo te apoyare, a no ser que me engañes, o me dejes… —Xe. No voy a engañarte. O a dejarte—el pecho de la bardo se hizo pesado. —Jamás.

—Lo siento. Ya lo sé. Era solo un ejemplo de lo que haría falta para que no te apoyase—. Xena sonrió tristemente—Pero algunas de las cosas que explorar, a veces son difíciles para mí. Tú lo sabes y hemos hablado de eso. La India fue realmente difícil para mí. No sabía con qué Gabrielle iba a despertarme cada mañana. Me sentía tan desequilibrada la mitad del tiempo. Pero te conozco, y sé que las cosas espirituales son importantes para ti. Tienes un ojo soñador, y me encanta eso en ti. Me ayudas a ver cosas que, de otra manera, nunca sería capaz de ver. Pero no voy a mentirte. Si necesitas buscar algo más de significado en la vida, estaré ahí, a tu lado, pero no será fácil para mí. Yo…—la garganta de Xena estaba muy seca, y los músculos de su cuello trabajaban mientras tragaba saliva—…he encontrado mi camino, mi significado, y supongo que espero que tú también lo hagas…—dejó la frase sin terminar, temiendo que si decía algo más, iba a quedarse sin palabras, algo impropio de una guerrera. El significado tras las palabras de su compañera golpearon a Gabrielle con la fuerza de una bofetada en la cara. Oh, dioses. Piensa que no es suficiente. —Xena. No, no, no. Cariño. He encontrado mi camino, y eres tú. Soy más feliz que nunca en mi vida, y creo que te lo dije el otro día. Y no importa por donde me lleve la vida, o lo que me enseñe, sé que mi lugar en la vida es a tu lado. Solo tengo curiosidad, es todo. Quiero entender, más por el bien de María que por el mío. —Oh—la guerrera sintió destensarse los músculos de su estómago. No se había dado cuenta de que se habían tensado. —Sí. Xena, no tiene amigos aquí. Creo que soy la primera persona con la que habla de verdad, además de José, desde que llegaron aquí, y de eso hace tres veranos. Ha estado asustada durante mucho tiempo. Creo que, quizás, si escucho lo que ese profeta tiene que decir, puedo volver con ella e intentar calmar parte de su miedo—. Gabrielle miró a la distancia—La otra noche dijo que le daba mucha pena que fuera a volver a Grecia. Tiene mucho camino por delante, especialmente después de que vuelvan a casa. —Entonces, ¿por qué no se quedan aquí?—preguntó la guerrera prudentemente. —Parece que José se desenvuelve bien en El Cairo. Por lo que puedo decir, no hay demasiados carpinteros buenos por estos lares.

—Porque creen que, al final, su dios los guiará de vuelta a casa—la bardo pensó en su propio sentido del deber para con las amazonas— Creen que la vida de Jesús debe ser vivida entre su gente. —Oye—Xena se sentó y se quitó hebras de paja dorada de los cueros, mientras Gabrielle se divertía quitándoselas del pelo. —Vamos a desayunar algo y después a visitar a ese profeta. —Gracias—Gabrielle se inclinó hacia delante y besó un hombro desnudo antes de levantarse y dirigirse al establo para cambiarse. Al entrar en el oscuro establo, fue bienvenida por el olor a humedad de la paja almacenada, junto con un agudo rebuzno. —Hola, Tobías— caminó hacia la casilla del burro y le rascó la pelusilla detrás de las orejas y bajo las cuerdas del dogal. —Me alegro de verte. Siempre me pregunté qué había pasado contigo. Me alegro de que tengas una buena familia que te cuide—. Comenzó a apartarse y el terco animal atrapó con los dientes parte de su camisa, atrapándola cerca de la pared. —Vale, Tobías—rio. —Tengo cosas que hacer. No puedo quedarme aquí contigo. Lo siento—acarició la nariz blanca y tiró suavemente del dogal hasta que el burro la soltó. Se puso su ropa de cuero nuevo y mientras se cargaba con las bolsas y abría la puerta del establo, Tobías soltó un triste rebuzno, seguido de un bufido desaprobador. La bardo rio entre dientes y salió para encontrarse con su compañera.

Declinaron amablemente la oferta de María para tomar un gran desayuno, y cuando insistió, acabaron cediendo, permitiendo que les envolviese algunos huevos y varios rollos de hojuelas rellenos de pimientos verdes para tomarlos en el camino. José les ofreció alojamiento permanente mientras estuvieran en El Cairo, pero declinaron cortésmente, alegando que ya habían pagado el depósito de la habitación de la posada, y que deberían aprovecharlo. Ambas querían utilizar las ventajas del baño, junto con la privacidad de la habitación. Gabrielle abrazó a María, y le prometió que volvería antes de marchar a Grecia. Mientras se giraban para marcharse, Jesús corrió tras ellas, deteniéndolas hasta que pudo envolver sus piernas con sus pequeños brazos. Miró arriba solemnemente y sonrió—No me olvidaré.

Xena lo subió en brazos, cargando su poco peso sobre su cadera— Jesús. Volveremos en unos días. Esto todavía no es un adiós—. Le revolvió el pelo, y durante un breve momento, sintió un pinchazo ante el recuerdo de Solan, preguntándose cómo fue su hijo a la edad de Jesús. A él no le pasó desapercibida la mirada triste, y apartó cuidadosamente una lágrima solitaria que se deslizó por el rostro de la guerrera antes de que pudiese detenerla. Intercambiaron una mirada de comprensión, y ella le devolvió suavemente al suelo, para entrelazar su mano con la de Gabrielle y descender por el camino que llevaba a El Cairo y al Nilo. Habían estado de acuerdo en buscar primero al profeta y después pasar por la biblioteca de El Cairo, para descubrir quién fue Saqqara. Era una filial más pequeña de la famosa biblioteca de Alejandría, que era una de las colecciones más grandes del mundo. La bardo percibió el humor sombrío de su compañera, y miró al perfil enmascarado. — ¿Necesitas hablar? —Es lo de siempre—suspiró Xena. —Los niños pequeños me hacen pensar en él. Gabrielle sabía a quién se refería con “él”, y apretó la mano más grande que contenía la suya. —Xena. Sé que nunca podría devolvértelo, o reemplazarlo. Pero, algún día, tendrás una segunda oportunidad. Y vamos a tener al niño más precioso y afortunado de toda Grecia. —¿Eso crees?—la voz de la guerrera contenía claramente su incredulidad. —Qué…¿Y si lo fastidio otra vez? No he tenido mucha suerte con los niños. —Tú…—Gabrielle detuvo a su compañera e hizo que Xena la mirase— …vas a ser una madre maravillosa. No eres la misma persona que eras entonces, Xena. Tienes mucho que darle a un niño. Eres muy buena con Jesús. De hecho, parece que los niños revolotean a tu alrededor. Yo tengo que contarles historias para que me hagan caso. Imagina cómo será tener uno tuyo. —Mío—la voz dudaba. —De una manera o de otra, Xena…—la bardo se giró y puso su mano sobre un bíceps cubierto por un brazal mientras seguían andando— …cualquier hijo mío será total y plenamente tuyo también.

La guerrera no dijo nada, pero envolvió un brazo alrededor de los hombros de Gabrielle, acercándola más hacia ella. Xena estaba inmersa momentáneamente en sus recuerdos oscuros cuando un olor dulzón flotó hacia ella en la brisa que llegaba de un campo cercano. Se estremeció, y pensamientos de otra clase permearon su memoria, llenando su mente con turbulentas imágenes. La bardo sintió el temblor y siguió la mirada de su compañera hasta una vasta extensión de flores rojas y naranjas que ondeaban al viento, cuya belleza añadía un bonito color a las arenas marrones del desierto tras ellas. —Qué bonitas son esas flores—Gabrielle inhaló profundamente el olor espeso y dulzón que casi hacía difícil respirar. —Nunca he olido nada tan fuerte, al menos viniendo de flores. —Sí. Parecen inofensivas, ¿verdad?—la guerrera frunció el ceño. —¿Qué quieres decir? ¿Flores peligrosas? Gabrielle le dirigió una mirada confusa a su compañera, esperando. —Son colitas. Son un tipo de amapola que crece en zonas secas. La primera vez que las vi fue en Chin, justo antes de conocer a Lao Ma—. Volvió a aquellos días, justo después de que César hiciese romper sus piernas, y su irritante búsqueda de cualquiera, cualquier cosa, que aliviase el dolor de sus extremidades palpitantes. —Se recogen las hojas y se secan. Después, las convierten en polvo y las ponen en esas pipas de agua para fumarlas. —¿Por qué?—la bardo estudió las flores con ojos nuevos. —El humo se te mete en los pulmones y en la sangre. Llega hasta tu cerebro y te da sueño. Hace que no te importe nada. Y alivia el dolor— sintió otro escalofrío recorrer su piel, y al mismo tiempo, un leve destello de deseo, que apartó rápidamente. —En china, hay fumaderos donde la gente se tira todo el día fumando. Viven sus vidas en una realidad alternativa. —Suena bastante deprimente—. Gabrielle tenía miedo de hacer la siguiente pregunta, porque ya sabía la respuesta. —Has estado en esos fumaderos, ¿verdad? —Sí—la guerrera pateó una piedra del suelo polvoriento, haciéndola aterrizar a varios metros por delante de ellas. —Sí, he estado. La primera vez fue después de que César me rompiera las piernas, tenía dolores todo el tiempo. Pensé que iba a morir de dolor. Me quedé en uno de

esos lugares una semana antes de decidir que realmente quería vivir. Sabía que sobrevivir implicaba enfrentarme al dolor, así que salí de allí. Poco después de aquello, Lao Ma me encontró y me enseñó cómo curarme. —¿La primera vez?—las entrañas de la bardo se retorcieron ante este nuevo aspecto de su compañera. Gabrielle nunca había conocido a nadie que tomase drogas extrañas, pero sí había conocido a alcohólicos, y se preguntaba si era una adicción similar. —Gabrielle—Xena sentía de nuevo esa sensación, la aprensión de su compañera en su propio vientre. —Lo hice varias veces durante mis días de señor de la guerra. Y…cuatro veces desde que conocí a Hércules. Tres de ellas, desde que te conozco a ti. —Oh, dioses—Gabrielle abrazó con fuerza la cintura de su compañera. —¿Querías morir todas esas veces? —No lo sé—alcanzaron la roca de nuevo, y Xena la pateó con un golpe salvaje que partió la roca, enviando esquirlas en varias direcciones. — Vamos a decirlo así: no tenía mucha voluntad de vivir. Yo…encontré un pequeño antro en Atenas justo después de que mi ejército me hiciese el pasillo. Tenía dolor, como la primera vez, e intenté engañarme pensando que eso me ayudaría. Solo lo hace hasta que las drogas se expulsan del sistema. La siguiente vez fue cuando fui a Chin, justo después de dejarte en el muelle en Grecia. Supuse que iba a matar a Ming Tien y que luego encontraría un lugar para fumar hasta olvidar. Me imaginé que me daría un pequeño empujón para ir al palacio de Ming Tien. —Y…las…las otras dos veces?—el nudo se apretó más, y la bardo temió vomitar. —Después de que Solan muriese. Antes de ir a por ti a la aldea amazona. Volaba como una cometa cuando cabalgaba hacia allí. El lugar al que fui estaba en Atenas, pero parece ser que mezclaron algo más con la colita sin que yo lo supiese. En lugar de sumergirme en un olvido placentero, me puso al límite, con la sangre corriendo por las venas y la piel hormigueando. Seguía viendo cosas, y me pusieron en un estado de furia desatada. Y entonces, Ares vino a mí y plantó el odio en mi corazón, que fue todo lo que hizo falta para que perdiese el control. Estaba al borde de la locura, en parte por la pena y la ira, y en parte por la mezcla de hierbas y droga en mi cuerpo.

—Sabes, es raro, pero de alguna manera, eso me hace sentirme mejor por todo aquello—Gabrielle tomó aliento profundamente, intentando calmar su estómago rebelde. —Me alegro de que me lo hayas contado. Al menos, ahora sé que no eras totalmente tú cuando hiciste aquello. ¿Pero y la última vez? Es la única que no me has contado aún. —Después de que cayeras al pozo de lava con Esperanza. Pasé un par de semanas en una pequeña choza, de camino al territorio de las amazonas del norte. Quería olvidar mi miserable existencia, y que había perdido a la única persona que me había apoyado. Y la oportunidad de amar que se me había escapado entre los dedos, otra vez. Esa vez, sí quería morir—la guerrera hizo una pausa, mientras sintió a su compañera agarrar firmemente su brazo. —¿Gabrielle? Puntitos negros bailaban frente a los ojos de Gabrielle, y su cuerpo entero hormigueaba. —Xena. Creo que me voy a tumbar un momento—la bardo se desplomó en el camino y cerró los ojos, mientras el mundo se oscurecía. Estuvo fuera de combate unos segundos, y cuando abrió los ojos, se encontró sujeta entre un par de fuertes brazos sobre el regazo de Xena, y sintió una sensación fría y húmeda sobre su frente. —Q…—parpadeó con confusión—¿Qué ha pasado? —Te has desmayado—la guerrera acarició con sus dedos la pálida mejilla, aliviada de ver que el color volvía lentamente al rostro de su compañera. —Y me has dado un susto de muerte. —Lo siento—Gabrielle se puso la mano en la cabeza y sintió un trozo de lino mojado. —Creo que no me ha pasado nunca. —Debe de ser el calor—Xena quería creer eso. —Quizás deberíamos ir a la posada y descansar un poco. Ya iremos con ese profeta después. —No—la bardo se sentó despacio, a pesar de las protestas de la guerrera sobre que debería descansar unos minutos más. —Estoy bien. Además, esta es la parte más fresca del día, antes del mediodía. —¿Estás segura?—Xena sujetó a su compañera mientras se ponía de pie. —Sí. Estoy bien—Gabrielle se balanceó brevemente, antes de estabilizarse y después cerrar sus manos sobre los hombros de la guerrera y mirar intensamente a los preocupados ojos azules. —Xena, necesito que me prometas algo. —¿Qué?—la guerrera sabía que no había sido el calor.

—Prométeme que nunca volverás a fumar esa cosa—las uñas romas se clavaron en su piel inconscientemente. —Gabrielle. No veo por qué iba a… —No—la voz de la bardo era dura y sus ojos eran fríos. —Prométemelo. No hay opciones en esto. Prométemelo, porque sé que cumples tus promesas. —Está bien, vale. Te lo prometo—Xena intentó atraer a su obviamente enfadada compañera hacia ella, y se sorprendió cuando la bardo la empujó violentamente y salió a grandes zancadas por el camino, varios pasos por delante de ella. ¿Qué Tártaro le pasa? La guerrera siguió a su compañera, intentando decidir si ponerse a su altura o esperar hasta que Gabrielle se le pasase ele enfado y viniese a ella por propia voluntad. Siguió caminando lentamente, observando el devaneo alicaído de la espalda y los hombros de la bardo. Xena no estaba segura de si era por lo que acababa de ocurrir, o si había algo más detrás que la historia de las drogas. Le he contado cosas mucho peores que lo de las colitas. No lo entiendo. Después de un cuarto de marca, Gabrielle se detuvo y se giró, y entonces empezó a caminar de vuelta, vacilante, a donde estaba la guerrera. La cabeza de Xena estaba baja y murmuraba para sí. —Xena. Lo siento. Unos confusos ojos azules se encontraron con unos verdes afligidos. —No pasa nada. Me estás matando de preocupación. ¿Puedes decirme qué pasa, por favor? —Yo…tú…—la bardo se permitió un minuto para poner sus ideas en orden. —¿Has fumado tabaco como el de José? Después de lo que acababa de ocurrir entre ellas, Xena lo tenía complicado para responder, temiendo que su respuesta provocase otro arrebato inexplicable en su compañera. La guerrera sintió levantarse sus barreras emocionales. —Sí. A veces disfrutaba de una pipa alrededor del fuego con mi ejército, por las noches. Pero era solo tabaco. Era para relajarme, y para ser uno más. No altera tus sentidos, solo te da tos cuando fumas por primera vez. Sigo pudiendo pensar con claridad cuando fumo tabaco. —Pero ya no fumas. ¿Por qué?

La guerrera estudió el dolor que contenían los ojos verdes y se dio cuenta de que su respuesta era, de alguna manera, muy importante para su compañera. —En parte porque me di cuenta de que, cuanto más fumaba, más me costaba respirar cuando me esforzaba. Algo que, como sabes, estoy haciendo todo el rato, así que supuse que me estaba haciendo mal. Y en parte…porque en cierto momento, antes de conocer a Hércules, decidí que no quería fumar más colita. Es…me sentí igual que con respecto al alcohol. Cuando era una guerrera, no necesitaba una razón para fumar. No después de la primera vez, antes de conocer a Lao Ma. No necesitaba aliviar dolor. Lo hacía a veces para sentirme bien. Y decidí que no era bueno para mí dejarme ir hasta ese punto. No con toda la gente ahí afuera a la que le habría encantado atraparme con las defensas bajas, o matarme para exponer mi cadáver y obtener una recompensa. Así que dejé las colitas. Y, al mismo tiempo, dejé el tabaco; porque, psicológicamente, el fumar tabaco era demasiado parecido a fumar colita. —Pero entonces…—la bardo intentó resolver este nuevo rompecabezas—…¿por qué fumaste colitas otra vez después de haber decidido que no lo ibas a volver a hacer? —Pasé por varios momentos de mucha debilidad. Recaí—Xena suspiró. —Hasta que no has pasado por algo semejante, no sé si puedes entenderlo. —Oh. Lo entiendo. Demasiado bien—la voz de Gabrielle era amarga, un ataque a los oídos de Xena. —¡¿Podrías decirme, por favor, qué pasa?!—la guerrera consiguió a duras penas contenerse para no agarrar a su de repente enigmática compañera y sacudirla. —¿Has tomado drogas? —¡No!—la bardo cruzó los brazos sobre su pecho y se plantó firmemente en el medio de la carretera. —Bueno, entonces, ¿qué pasa? ¿Has conocido a alguien que sí las haya tomado, aparte de mí, es eso?—la paciencia de Xena se agotaba rápidamente, y tenía miedo de tener que permanecer apartada de la bardo durante un rato si no resolvían esto pronto. —No—el mentón de Gabrielle tembló, y miró al suelo. —Drogas no… El enfado de Xena se disolvió ante esto, y estiró una mano, elevando firmemente la cara de su compañera mientras veía las lágrimas

derramarse de los ojos de la bardo. —Cariño. Te quiero. ¿Por favor, pooor favooor, quieres decirme qué Tártaro te está haciendo tanto daño? Me gustaría ayudarte, si me dejas. —Alcohol—murmuró Gabrielle. —Me asusta. La gente que toman cosas, beben o fuman algo que les hace cambiar y herir a la gente. Las colitas, cuando empezaste a hablar de ellas, me hicieron pensar en gente que bebe demasiada cerveza o vino hasta estar tan borrachas que ya no saben lo que hacen. La guerrera atrajo al pequeño cuerpo contra ella mientras la bardo se daba a las lágrimas, y acarició la cabeza rubia con una mano, susurrando naderías mientras dejaba llorar a su compañera. Xena frunció el ceño profundamente. Aah. El alcohol. Y Marco Antonio…Sintió empezar a bullir la sangre y, entonces, se le ocurrió una idea. —Cariño. ¿Alguien, además de Marco Antonio, te ha hecho daño después de beber mucho? Gabrielle sorbió y miró a Xena. —Xena. No puedo hablar de eso ahora, ¿vale? No he pensado en ello desde hace mucho tiempo. Muchísimo tiempo. Hasta hoy. —Gab… —Xena, por favor. Una crisis por vez, ¿vale? Te prometo que te lo contaré. Muy pronto. Cuando ordene mis ideas. No aquí, ni ahora. No en el medio de un camino del desierto cuando intentamos encontrar a un profeta—la bardo enlazó sus brazos con los de su compañera y la urgió a seguir andando, disfrutando de la sensación del sol mientras secaba su cara, y deseando sacarse todo de la mente durante un rato. —¿Gabrielle? No hubo respuesta. —Cielo, cumplo mis promesas. —Sé que lo haces—la bardo consiguió sonreír. —Cuando estés preparada, sabes que estoy aquí. —Pronto, Xena…um…¿Xena? —¿Sí? —¿Cuántos días más faltan hasta que empecemos el ciclo?

—Dos. —Arggh. —Sí. Argggh. Caminaron tranquilamente en silencio hasta el puerto de Guiza, ambas perdidas en sus pensamientos, intentando centrarse en la tarea entre manos. Después de varias preguntas, se dirigieron hacia el sur del puerto, hacia un pequeño oasis a la orilla del río. Una gran multitud estaba reunida, y se abrieron paso en silencio para ver al profeta. Al final, lo localizaron cerca del agua, con la espalda hacia ellas y su largo cabello negro sobre sus hombros, sobre una larga toga rayada. Sus brazos estaban estirados a sus costados, en un gesto de súplica, y todos los ojos estaban puestos en él mientras hablaba con confianza y autoridad. Se detuvo de repente en medio de la frase, sintiendo una presencia familiar. Se giró lentamente, con sus ojos verdeazulados ensanchándose con maravilla, antes de que una lenta sonrisa cubriese su rostro, alzando la barba hasta las orejas en el proceso. Gabrielle se olvidó de todos sus problemas mientras su corazón saltaba en su pecho—¿Eli?

Capítulo 6 A través de presunción sólo viene la contienda, Pero con los que reciben consejo es sabiduría. - Proverbios 13:10, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

G

abrielle se había quedado clavada en el sitio, incapaz de mover los pies, mientras su corazón latía salvajemente en su pecho. Rio y, entonces, las lágrimas se derramaron de sus ojos mientras se llevaba una mano temblorosa a la boca y la otra se estiraba para abrazar a Eli, que caminaba a grandes y rápidas zancadas hacia ella, con los brazos abiertos de par en par. Ancló sus manos en la áspera y colorida tela que envolvía su espalda y se estremeció, en parte por la felicidad y en parte por sus recuerdos del último encuentro con el Devi. Se la debo a él. No podría haberla traído de vuelta sin él. Y estaría sola. Y perdida. —¡Gabrielle! Estás estupenda—la sostuvo entre sus brazos para mirar mejor a su amiga, quién había estado bastante más pálida la última vez que la vio. Supongo que permanecer muerto dos días le hace eso a una persona. Se alegraba de ver que estaba morena, sana y…¿Feliz? Pero había otras emociones mezcladas nadando en los ojos verdes, mezcladas con el destello que era la felicidad. Mmmm. Algunas cosas nunca cambian. Miró por encima de los hombros de la mujer hacia la guerrera, quién se había quedado unos pasos atrás y miraba atentamente al suelo. Sí. Hay cosas que nunca cambian. —Y, Xena. Me alegro de verte. La cabeza morena se alzó lentamente, y unos angustiados ojos azules estudiaron sombríamente el rostro del Devi, insegura de qué debía esperar. —Hola, Eli—. En muchos aspectos, el hombre sagrado era amigo de Gabrielle, y no suyo. Sabía la opinión que él tenía de ella. Su espíritu había estado flotando en la esquina de la habitación de aquella posada mientras él intentaba traerla de vuelta, y fracasaba porque era incapaz de invocar la profundidad de los sentimientos que eran necesarios.

No puede verte delante…Se detuvo y se corrigió mentalmente. No, Xena. Sabía que, a cierto nivel, Eli se preocupaba por ella, pero era la preocupación que se siente por una muy querida, pero bien sabida causa perdida. Eso es lo que yo soy para él. La causa perdida que pasa los días…y las noches…con la protegida que se le escapó de entre los dedos. La guerrera se rompió los sesos intentando recordar cuándo fue la última vez que pasó más de unos minutos con él. Cierto, después de la crucifixión, trajo a la bardo de vuelta de la muerte y después la ayudó a encontrar el valor para traer también a Xena. Pero la guerrera había estado fuera de combate esa noche, con poca energía para discutir, y después Eli despareció a la mañana siguiente, así que no habían tenido oportunidad para hablar de todo aquello. Y antes de eso…ah, sí, la prisión del monte Amaro. Xena solo había visto a Eli lo suficiente como para liberarlo de sus cadenas, antes de dirigir sus atenciones a luchar contra las fuerzas romanas hasta que el Devi y sus seguidores escaparon. Nop. No había tiempo para hablar. Así que la última vez que hablamos de verdad fue…Indragit. Qué gracioso. Tuve que convertirme en un demonio pateaculos para salvarle el cuello a alguien que no quería luchar, y a otro que estaba decidiendo si iba a luchar. Y cuando todo está dicho y hecho, me da las gracias pero se muestra reacio. Y Gabrielle tomó su decisión poco después de aquello, convirtiéndose al camino de Eli de la paz y el amor, y lanzando su vara amazona al Ganges, poniendo en marcha una etapa de sus vidas que, en algunos aspectos, fue casi tan difícil para Xena como toda la historia de Esperanza. La habría consentido para siempre. Xena sabía que esa afirmación era verdad. Ambas sabían que eran almas gemelas, y que haría falta mucho para separarlas, pero eso fue todo lo que hubo entonces: un mimo. La guerrera no podía ni abrazar ni entender el pacifismo de Gabrielle, y había trabajado doblemente duro para mantenerlas seguras a ambas. Nunca quiso que su mejor amiga matase, pero saber que la bardo era suficientemente hábil con la vara para valerse por si misma si lo necesitaba era un consuelo para Xena. Gabrielle había recorrido un largo camino desde la niña inocente e indefensa que, al principio, se escondía detrás del tronco más cercano cada vez que la guerrera luchaba contra los malos. Durante la primera etapa de su viaje a la

India, la bardo había demostrado sus mejores habilidades de combate hasta ese punto, y había mostrado una confianza y seguridad en sus habilidades con la vara que hacía a Xena estar orgullosa. Cuando Xena vio la vara flotar en el río, sintió que parte de su alma se iba con ella, y una sensación de pérdida infinita se asentó en ella, como si algo fundamental hubiese cambiado entre ellas para siempre. La guerrera observó, con descrédito, como después de tres veranos luchando codo a codo, Gabrielle se veía obligada a correr y a buscar refugio mientras Xena luchaba contra los asaltantes que pretendían herirlas. Casi no pudo contener la risa cuando la bardo apareció con su maquinita de humo. Había intentado explicarle que todo lo que hacía falta era un golpe de viento mal dirigido para hacer inservible el aparato, pero se lo pensó mejor cuando el rostro alicaído de Gabrielle le dijo que su mejor amiga hacía todo lo posible para seguir ayudando a Xena, sin atentar contra las nuevas creencias que abrazaba tan firmemente. Rápidamente intentó decir algo positivo sobre la ingenuidad de su amiga, pero las palabras sonaban vacías en sus labios, y ambas sabían que el cumplido venía de un deseo de apaciguar, no de la sinceridad. Las primeras peleas después de volver de la India fueron surrealistas, ya que la guerrera olvidaba momentáneamente que Gabrielle ya no iba a luchar, y ambas se llevaron varios golpes de bastón y culatas de espada antes de que Xena cogiese el concepto. Una vez más, luchaba sola para protegerlas a ambas, y mejor sería que se acostumbrara, o la bardo o ella acabarían muertas. A regañadientes, admitió que echaba de menos tener a su mejor amiga cuidando su espalda, aunque Gabrielle continuaba avisándola verbalmente, o de otras maneras no violentas. Dioses, estaba furiosa. Recordó su renovada ferocidad en la lucha, y de repente se dio cuenta de que parte de su enfado probablemente iba dirigido a Gabrielle. Esa lucha en el templo, antes de encontrarnos con Najara otra vez…Había luchado con venganza y sin misericordia, con el lado oscuro aflorando y tomando el control, bloqueando todas las demás emociones. Apuesto a que Ares sonreía aquel día. A cierto nivel, se sentía abandonada por la bardo, aunque intentaba con todas sus fuerzas dejarlo pasar, sabiendo que Gabrielle estaba haciendo lo que creía que tenía que hacer. O no, para el caso.

Después de un tiempo, casi se acostumbró al nuevo estilo de vida de Gabrielle, y pasaron varias noches junto al fuego, intentando averiguar cómo hacer que las cosas siguiesen funcionando entre ellas. Cómo una pacifista absoluta podría acompañar a una guerrera que tenía las manos manchadas de sangre de cientos, quizás miles de inocentes, y no tan inocentes. Había muchas incertezas y preguntas sin resolver, mientras Gabrielle confesaba que no sabía exactamente a dónde iba a llevarla su nuevo camino. Pero, con calma, aseguró a Xena que creía que ambas debían estar juntas. Eso, al menos, parecía estar claro. Las cosas se fueron suavizando entre ellas de nuevo, y se transformó en algo casi fácil. Xena se dio cuenta, con sorpresa, que aunque no siempre entendiese a su amiga, sentía un nuevo respeto por la bardo, y por su tenacidad al mantenerse fiel a sí misma. Los nervios se calmaron y su amistad se volvió más profunda, al convertirse en iguales. Por primera vez desde que los hados las reunieron a las afueras de Potedaia, la guerrera se encontró escuchando, escuchando de verdad a su amiga, y guardando sus sabias palabras en su corazón. Gabrielle ya no era una niña cegada por la admiración. Cuando miraba a Xena, la guerrera ya no veía el deseo de ser como ella. Era un deseo de otra clase…un afecto descarnado y tranquilo que irradiaba de los ojos de la bardo. En los días que siguieron a la desafortunada aparición de Amarice en el banco del río, la guerrera y la bardo habían estado más cerca que nunca, con su relación cimentada firmemente en el conocimiento de que eran mejores amigas y almas gemelas, y que permanecerían juntas, incluso llevando diferentes filosofías de vida. Pero cuando todo estuvo dicho y hecho, y Xena yacía indefensa en el suelo de la fortaleza romana, Gabrielle había escogido el camino de la amistad, y se acogió a la única opción real que tenía, proteger a su alma gemela lo mejor que pudo, incluso si eso significaba matar a siete u ocho soldados romanos con la espada de Xena. Al final, había ganado la amistad. Ambas ganamos. Nosotras. El sabor de esa idea era dulce, y la saboreó como el precioso regalo que era. Los pensamientos de la guerrera volvieron al presente, y estudió los músculos bien definidos de la espalda de su compañera y las firmes curvas de la parte trasera de sus muslos y pantorrillas, acabando finalmente en los fuertes bíceps. Incluso los antebrazos de la bardo mostraban signos de unos marcados músculos bajo la superficie de su piel ligeramente bronceada. ¿Cuándo ha desarrollado todo eso? Xena recordó vagamente una chiquilla flacucha bañándose en un lago

cerca de Anfípolis. De repente, se vio en otro lago, en otro lugar, durante una lección de pesca seis meses después, y descubrió que, en algún punto del camino, los músculos del estómago de Gabrielle se habían vuelto más definidos; y, en general, parecía más capaz y, de alguna manera, más robusta. Y ahora…La guerrera finalmente sonrió. Es una reina amazona que se ha defendido de un reto solo hace unas cuantas lunas. La respiración de Xena quedó atrapada en su pecho. Por los dioses. Gabrielle se ha convertido en una guerrera también. Y yo soy menos propensa a matar. La sonrisa se hizo más grande. Ella tenía razón, en el monte Amaro. Después de todo este tiempo, hemos conseguido encontrarnos en el medio. —¿Xena?—la voz de su amante la sobresaltó, sacándola de su tranquila cavilación. —¿Estás bien?—una mano pequeña la palmeó suavemente en el hombro. —Sí. Lo siento. Me he distraído un poco—la guerrera entrecruzó los antebrazos con el Devi. —Eli, ¿cómo te va? El hombre santo sintió la rigidez en el brazo que sostenía y vio la incerteza en los ojos de Xena. —Bastante bien, amiga mía. ¿Y tú? La guerrera cruzó la mirada con su compañera, apartando momentáneamente su callejón sin salida del camino, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios. —Mejor que nunca. —Me alegro. Lo he deseado mucho. Siento no haberos enviado un mensaje. Sé que las cosas quedaron algo incompletas entre nosotros…—miró a su alrededor, al grupo de treinta seguidores a los que había estado enseñando justo antes de su llegada. —He estado bastante ocupado desde que dejé la posada del monte Amaro esa mañana. —Nosotras…—Gabrielle flaqueó, recordando la incapacidad de Eli para sentir amor suficiente de Xena como para traerla de vuelta, al igual que a la bardo. —…nos gustaría mucho escucharlo. —Vamos a un lugar más privado y hablaremos—el Devi les dio la espalda, encarando a la multitud. —Perdonadme. Estas son unas amigas muy queridas que no he visto en mucho tiempo. Volveré mañana por la mañana. Que Abba os dé paz para el resto del día—Eli

se disculpó con sus discípulos y devolvió su atención a las dos compañeras griegas. —Eli, no puedo creer que seas tú—la bardo enganchó una mano sobre el codo doblado del profesor, mientras observaba con curiosidad el grupo mixto de hombres, mujeres y niños dispersarse en varias direcciones. —Hemos oído que había un profeta enseñando cerca del río, pero nunca se me ocurrió preguntar su nombre. Me gustaría haberlo hecho. Podría haber venido antes. —Bueno, ahora estás aquí—el Devi sonrió ampliamente y miró a Xena, quién se había retrasado unos pasos, inmersa en sus propias reflexiones. —¿A dónde, señoras? —¿Por qué no volvemos a la posada?—Gabrielle podía sentir la incomodidad de su compañera, y miró de reojo a la guerrera, quién caminaba en silencio a su lado. —Podemos comer algo y tener una larga y buena charla. ¿Qué te parece, Xena? —Por mí, bien—la guerrera entrelazó su mano en silencio con la de su compañera, recordando su discusión en el camino, y necesitando estar físicamente conectada con ella. —¿Aún quieres ir por la tarde a la biblioteca? —Oh, dioses—Gabrielle apretó la mano cálida y familiar que sostenía. — Me había olvidado. Sí. Definitivamente, tenemos que ir. —¿Biblioteca?—el Devi vio cómo se cogían de la mano, pero decidió guardarse sus preguntas para más tarde, al menos en ese aspecto, recordando la necesidad de la guerrera y la bardo de estar cerca una de la otra después de haber vuelto de los Campos Elíseos. Su último recuerdo de las dos era de Xena envolviendo a la joven antes de caer en un profundo y muy necesario sueño. Era un nuevo progreso, al menos por lo que él sabía, pero por alguna razón no le sorprendió demasiado. —Es una larga historia—suspiró la bardo. —Te la contaré durante la comida. —Hablando de historias, ¿qué os trae a Egipto, y quién os dijo que yo predicaba en el río?—Eli se cubrió los ojos con la mano para protegerse de los intensos rayos del sol, que estaba casi directamente sobre sus cabezas.

—Estamos aquí para evitar que Marco Antonio y Cleopatra se apoderen del Imperio Romano—declaró Xena, mientras entrecerraba los ojos y divisaba a varias figuras acercándose a ellos desde la orilla del río. —Lo de siempre, entonces, ¿eh?—bromeó el Devi, intentando aligerar el ambiente. —Me alegro de oír que no es nada sobre lo que deba preocuparme. —Ja, ja—dijo Gabrielle con sarcasmo. —Eli, creo que has desarrollado sentido del humor en algún momento. —Siempre he tenido sentido del humor, Gabrielle—amonestó el Devi. — Es solo que nunca he tenido muchas oportunidades de mostrarlo con vosotras dos cerca. Parece que siempre estamos ocupados escapando de deidades furiosas o tiranos cada vez que nos encontramos. Me temo que eso no deja mucho tiempo para bromear. —Buen punto—la bardo sintió de repente la mano de Xena abandonar la suya, y se giró para mirar a su compañera. —¿Xe…? —Problemas—la guerrera desenvainó la espada y se detuvo, midiendo la distancia y apreciando el terreno mientras se hacía evidente que el grupo que se aproximaba era un regimiento romano, que acosaban a los seguidores de Eli mientras intentaban sobrepasarlos para dirigirse a la ciudad. Eli observó cómo Gabrielle se inclinaba para coger los sais de las botas con un movimiento eficiente, siguiendo la mirada de Xena con sus ojos, sin ni siquiera bajar la mirada para coger las armas, como si fuese algo que fuera casi automático para ella. Definitivamente, las cosas han cambiado entre estas dos. En más de un sentido. Instintivamente, retrocedió unos pasos. El Devi había aprendido de pasados encuentros con la guerrera que no había discusión posible con ella respecto a la lucha para protegerle, o sobre la lucha en general. A él no le gustaba, y no estaba de acuerdo con ella, pero tenía que admitir que, sin ella, estaría muerto. Suspiró pesadamente. —¿Lista?—la guerrera miró a su compañera, quién respondió con un leve asentimiento antes de que ambas saliesen corriendo hacia el río. — Eli, volvemos ahora. No te muevas—gritó Xena sobre su hombro, y luego emprendió una rápida carrera que convertía sus piernas en un mero borrón. Cuando alcanzó al grupo de soldados y discípulos, se lanzó en el aire, haciéndose una prieta bola y soltando su grito de guerra mientras aterrizaba en medio del grupo.

—Chicos, ¿siempre atacáis a mujeres indefensas y niños?—se burló la guerrera de los soldados, antes de mirar a los atemorizados discípulos, la mayoría de los cuales estaban abrazados juntos, muertos de miedo, con las madres sosteniendo a sus hijos contra ellas en un gesto protector. —No sé quién eres, señora, pero esto no es asunto tuyo—uno de los soldados se adelantó para apartar a Xena del camino, y se sorprendió cuando, en lugar de eso, acabó tirado en el suelo, limpiándose la sangre del labio roto donde la guerrera le había dado un puñetazo. —Has cometido dos errores—la guerrera quedó de pie sobre él, con las manos sobre las caderas. —Primero, no soy una señora—sonrió amenazadora. —Segundo, es asunto mío proteger a gente inocente de los que son como tú. —¡Cogedla!—farfulló el soldado, escupiendo más sangre mientras se daba cuenta de que el puñetazo también le había arrancado un diente. —¡Gabrielle!—la bardo acababa de alcanzar al grupo. —¡Pon a la gente de Eli a salvo! —¡Vamos!—Gabrielle apresuró a los discípulos mientras intentaban apartar su atención de los amenazadores romanos. Los guio hacia unos árboles cerca del oasis. —Sentaos y esperad aquí—la bardo vio acercarse a Eli, y ella señaló al grupo—Eli, quédate con tu gente. La bardo se unió a su compañera, quién ya estaba procediendo a moler a palos a varios soldados a base de puñetazos, patadas y culatazos con la empuñadura de la espada; luciendo una sonrisa satisfecha, evidenciando que disfrutaba. Gabrielle cruzó los sais con la hoja de una espada y, al mismo tiempo, ladeó el cuerpo, plantando una sólida patada en las tripas del romano, enviándolo a rodar por el suelo de arena. Se enderezó justo a tiempo de encontrar a tres soldados más echándosele encima. Oh, oh. Sostuvo los sais en posición defensiva, apartando espadas que venían de todas direcciones y, al mismo tiempo, echó las piernas hacia delante, intentando empujar al romano y dar una voltereta hacia atrás con el impulso. Era un movimiento que había visto hacer a su compañera miles de veces, pero se dio cuenta de que verlo y hacerlo eran dos cosas diferentes. Tuvo éxito a medias, envió a volar al soldado pero no dio la vuelta entera, y aterrizó de espaldas en el suelo, viendo cómo las dos espadas se dirigían a su cuello con rapidez.

Se revolvió desesperada para repeler el ataque, apuñalando a uno de los soldados en la pantorrilla con el sai, haciendo un gesto de dolor cuando gritó de dolor y cayó al suelo, agarrándose la pierna y rodando sobre el suelo. Se giró hacia el otro soldado y, de repente, la empuñadura de una espada apareció de la nada y se clavó en medio de su pecho. La sangre se derramó por su torso mientras sus manos soltaban la espada y caía al suelo, mientras que él caía cerca de ella, sobre la arena, con un ruido sordo. Alzó la vista, confusa, y vio el alivio en unos ojos azules, dándose cuenta de que Xena le había apuñalado. Una sombría mirada de comprensión pasó entre la guerrera y la bardo, antes de que Xena se girase y continuase luchando. Había conseguido herir o asustar lo suficiente a la mayoría de los soldados, y algunos yacían muertos en el suelo, con su sangre empapando la arena marrón, tiñéndola de bermejo. Destripó a un romano que se acercaba por su espalda, girando su espada para clavarla en su estómago con un giro de la empuñadura, y luego sacándola con un giro amplio, desarmando a otro soldado que la atacaba de frente, enviando al aire su espada. Él miró a las fieras profundidades azules y emitió un aullido de sorpresa y miedo antes de girar sobre sus talones y echar a correr. Finalmente, solo quedaba uno en pie, aquel que la guerrera había pegado al principio. Con un rápido movimiento, se coló en sus defensas y estampó dos dedos a los lados de su cuello. El hombre jadeó y un camino de sangre cayó de su nariz, uniéndose a la sangre que seguía manando de su labio roto. Cayó de rodillas y alzó la vista con una mirada salvaje, incapaz de identificar qué le había hecho. —Ya estamos con lo de siempre—Xena consiguió parecer casi aburrida. —He cortado el flujo de sangre a tu cerebro. Tienes treinta segundos de vida, a no ser que te libere. Ahora…—se arrodilló sobre una pierna, dejando sus antebrazos con descuido sobre la rodilla alzada, y miró directamente al soldado a los ojos, que empezaban a ponerse en blanco—Sé que eres romano. ¿Quién te ha enviado, y por qué? —M…m…An…Antonio—gimió el hombre, llevándose las manos a la garganta con una mirada suplicante, sintiendo que su cerebro estaba a punto de explotar. —Eso responde a mi primera pregunta—esperó Xena, sabiendo que iba a conseguir lo que quería.

—Po…por…favor…—resolló él, mientras la mentalmente veintinueve segundos y lo soltaba.

guerrera

contaba

—¿Por qué?—mantuvo los dedos en posición, lista para volver a aplicarle los puntos de presión si se resistía. El hombre captó su dilema y se rindió. —Quiere al profeta. Dice que es una amenaza para sus planes. —¿Cómo puede ser una amenaza un hombre desarmado que predica la paz?—farfulló Xena y se levantó. —Solo seguíamos órdenes—el soldado se apartó del alcance de la guerrera. —Eso fue lo que me dijeron. —Tengo un mensaje para Antonio. Dile que Xena ha dicho que, la próxima vez que oiga que ordena atacar a gente inocente, me aseguraré personalmente de que nunca o vuelve a hacer—se acercó y se agachó, justo frente al rostro del aterrorizado romano. —¿Me captas? —S…ssíi—el hombre se levantó lentamente, con las dos manos extendidas frente a él. —Se lo diré—el romano retrocedió marcha atrás varios pasos, sin girarse hasta estar seguro de que la guerrera no iba a seguirlo. Xena se giró y llegó al lado de su compañera. —¿Estás bien?—unos dedos experimentados exploraron el cuerpo de la bardo, buscando heridas, y suspiró con alivio cuando solo encontró algunos rasguños y los inicios de algún moratón, junto con la sangre seca del soldado muerto esparcida sobre el torso de la bardo. —Dioses…—atrajo como reflejo a su alma gemela hacia ella, mientras liberaba un tembloroso suspiro. — Cuando le vi sobre ti con la espada, no estaba segura de llegar a tiempo. Yo…lo siento. …Ojalá… —Shhh—Gabrielle acarició las espalda cubierta de cuero. —Está bien. Has hecho lo que tenías que hacer, igual que en el barco. —¿Y los otros?—la profunda voz estaba desolada, casi inaudible. Igual que en el barco de Ronan, estaba más mortificada porque su compañera la hubiese visto matar que por haber matado. —Xena, cariño—unos ojos verdes se encontraron con los azules. —Debía de haber por lo menos veinte de ellos. Creo que no tenías muchas opciones. No es como si pudieras haberlos herido. Me sorprende que no hayas tenido que matar más. Amor, cuando llegan cuatro o cinco de

una vez, creo que vas a tener que eliminar a varios. Es el camino del guerrero, ¿recuerdas? Xena miró a su alrededor, a los cuatro cuerpos que seguían en el suelo, ya que los heridos había conseguido alejarse con ayuda de sus compañeros ilesos. Besó la cabeza rubia. —Te quiero—susurró suavemente. Gabrielle cerró los ojos y se recostó contra el fuerte cuerpo que la sostenía, descansando segura en los brazos de quien le había salvado la vida más veces de las que pudiera contar. —Y yo te quiero a ti. Más que nunca. Permanecieron así durante largos minutos, permitiendo que la cercanía calmase sus erizados nervios, hasta que fueron siendo conscientes de que tenían público. —Um…—la bardo miró con timidez a su compañera y enterró su cara en el cuero de Xena. —Supongo que hemos respondido a algunas de las preguntas de Eli. —Probablemente—rio la guerrera y miró sobre la cabeza de su compañera, hacia el Devi y sus seguidores. —Perdonadnos. Teníamos que resolver un par de cosas. —¿Mejor ahora?—un jocoso Eli se mesaba la barba y sonreía. Xena miró a su alma gemela, quién seguía con su cara escondida contra su pecho. —Eso creo. En su mayor parte. Gab, cariño. Ya puedes salir. —Lo siento—una bardo colorada se apartó a regañadientes de su compañera y se giró para mirar a Eli. —Xena…Gabrielle—el Devi se aclaró la garganta. —Gracias. Una vez más, os debo la vida. —Considéralo un favor devuelto—dos pares de expresivos ojos se encontraron y de repente las barreras cayeron. —Nunca tuve la oportunidad de agradecerte…por…Gabrielle. Si no fuera por ti, ambas seguiríamos…—se detuvo, y lo consideró un momento. ¿Qué? ¿En los Campos Elíseos, enamoradas como ahora, pero sin todos los problemas que conlleva vivir? Ella sabía que todo pasaba por una razón. No era nuestra hora. —En fin. Te agradezco lo que hiciste por nosotras. —Bueno. Seguimos sin estar a la par—sonrió el Devi. —Yo salvé vuestra vida una vez. Vosotras habéis salvado la mía…¿Cuántas, cuatro?

—Esperemos que no tengas oportunidad de ponerte a ese nivel—rio Xena. —Eli—la guerrera envolvió con un brazo la espalda baja de Gabrielle—¿Por qué no nos das una marca para limpiarnos, y después nos encontraremos en la posada para comer?—. Le dieron las señas de la posada al Devi y después se dirigieron a la parte central de la ciudad, sin separarse de la otra hasta que llegaron a la habitación.

Xena sostenía contra sí a su bienoliente compañera mientras la bardo dormía plácidamente con su cabeza sobre el pecho de la guerrera. Se habían bañado y Gabrielle se había cambiado a su traje rojo, mientras el nuevo colgaba, secándose. La guerrera había enjabonado sus cueros y se los había vuelto a poner, junto con ropa interior limpia. Yacían sobre las mantas, en la cama de su habitación, aprovechándose de la cura emocional que parecía derivarse de su contacto físico. La bardo se removió y acarició con su rostro la piel limpia y almizcleña. —Mmmm. ¿Ya es hora de levantarse? —Casi—la guerrera besó la frente de su alma gemela. —Oye. ¿Te importaría mucho si me escaqueo de ver a Eli? Gabrielle giró sobre su estómago, medio tumbada sobre su larguirucha compañera, y sonrió adormilada. —¿Gallina? —En parte. Quizás—Xena agitó el pelo de la bardo. —Pero he estado pensando en esos soldados. Tengo que hablar con Cleopatra y ver si ella lo sabía. Apuesto a que no, que Antonio tomó la decisión sin su consentimiento. Por lo que yo sé, Egipto, técnicamente, sigue siendo su país, y sus soldados solo están aquí porque ella da su permiso. —¿Y si ella lo sabía?—Gabrielle trazó una mandíbula firme con la punta de su dedo. —Entonces mi trabajo con Cleopatra está hecho y podemos salir de aquí para encontrarnos con Octavio a medio camino—atrapó el dedo, sosteniendo la mano de su compañera contra su pecho. —No voy a aliarme con alguien que ataca a mujeres desarmadas y niños de esa manera. —Xena, Antonio ha vuelto a la ciudad—Gabrielle sintió un escalofrío en la boca de su estómago ante la sola mención del nombre del romano. —Es más que probable que esté en el palacio. ¿Cómo vas a

encontrarte con Cleopatra sin que te vea?—las pestañas de la bardo se cerraron, olvidando el escalofrío, cuando la guerrera besó sus nudillos. —Escabulléndome—sonrió la guerrera. —El sigilo es una de mis muchas habilidades. —Sí. Lo sé—Gabrielle le devolvió la sonrisa. —Ten cuidado, ¿de acuerdo? —Siempre—Xena alzó la cabeza de su compañera, acariciando suavemente con su pulgar los labios llenos. —Tú y yo tenemos algunos asuntos pendientes, bardo mía. ¿Recuerdas? Gabrielle bajó los ojos. —Lo sé—su voz era muy suave. —Aún no estoy preparada. Aquí no. No en medio del día, cuando estoy a punto de encontrarme con Eli. Es demasiado para una sola vez—sus palabras eran casi las mismas excusas del camino. —Está bien—los ojos azules estaban mucho más que un poco preocupados. —Es que no soporto verte sufrir. —Yo…quiero hablarte de ello cuando tengamos tiempo. Esta noche, quizás. O no, si puedo distraerla. —Xena. No eres la única que ha hecho cosas de las que no está orgullosa. —Escúchame—la guerrera atrapó firmemente el mentón de su compañera, reestableciendo el contacto visual. —No hay nada que puedas contarme de tu pasado que me haga pensar nada malo de ti. ¿Lo entiendes? —Es muy duro—tragó Gabrielle, mientras sentía las lágrimas agolparse en sus ojos. Maldita sea la promesa de no tener más secretos. —Cariño. Recuerda con quién estás hablando, ¿de acuerdo?—Xena estaba empezando a imaginarse varias maneras en las que podría torturar a quienquiera que causase el dolor que veía en los ojos de su compañera. El desmiembre le parecía un castigo adecuado. O arrancar las uñas, una por una. —Sería muy hipócrita por mi parte juzgarte, ¿verdad? Después de todo lo que te he contado yo. —Supongo que sí—la bardo se agachó y besó la mejilla de la guerrera, antes de enterrar su rostro de nuevo en el hombro de Xena y suspirar mientras los largos brazos la abrazaban con fuerza. —Dame un poco más de tiempo, ¿por favor?

—Tómate todo el tiempo que necesites, amor—Xena acarició el fino cabello y continuó sosteniendo a su compañera, frunciendo el ceño ante los ligeros temblores que detectaba, hasta que un golpe en la puerta, de uno de las sirvientas, indicaba que Eli había llegado y que las esperaba escaleras abajo.

La guerrera evaluó la valla de hierro forjado y los barrotes puntiagudos que discurrían horizontalmente muy juntos hasta sus extremos hasta donde la guerrera podía ver, a un lado o al otro. Mmmm. Corrió a grandes zancadas hacia la parte de atrás del palacio, sabiendo que la barrera no iba a ser diferente, pero no era eso lo que buscaba. Aquí. Un pequeño bosquecillo de naranjos crecía cerca de la verja, y varios de los árboles eran bastante más altos que la imponente valla. Xena ya había comprobado que Cleopatra no parecía tener muchos guardas situados a lo largo de la valla, y solo podía asumir que la egipcia confiaba en los altos y puntiagudos barrotes y el amplio espacio abierto que rodeaba la mayoría del palacio para mantener alejados a los intrusos. Mala suposición. La guerrera sonrió con malicia. Miró momentáneamente al cálido sol de verano, que apaleaba la tierra con su mayor potencia. Se pasó la mano por una sudorosa frente y se la limpió contra sus cueros. Agarrando una de las ramas bajas de un naranjo, dio un salto, aterrizando y manteniendo el equilibrio como un gato sobre el precario apoyo; antes de estirarse, agarrarse firmemente y subir a la siguiente. Después de varias maniobras similares, acabó sobre una robusta pero delgada rama que estaba, al menos, a un metro sobre la parte más alta de la valla. Botó ligeramente unas cuantas veces, probando la elasticidad de la hojaldrada rama, y sonrió con satisfacción. Estudió el patio interior de la parte de atrás del palacio, y no vio nadie a la vista. Con una inspiración profunda, saltó y plantó ambos pies en la rama, dejando que el rebote de la plegable madera verde la propulsara en el aire, sobre la valla. Dio varios giros en el aire y aterrizó sólidamente antes de dar un giro más sobre el suelo para frenar el impulso y aminorar el impacto sobre sus piernas. Una vez de pie de nuevo, corrió rápidamente hacia el edificio más cercano, manteniéndose lo más cerca del suelo posible mientras corría.

Presionando su cuerpo contra la cálida piedra caliza, recorrió lentamente el camino hacia la esquina más cercana y miró alrededor, aún sin ver a nadie. Con cautela, torció la esquina y se quedó pegada de nuevo al edificio, caminando despacio hasta llegar a una puerta. La abrió con cuidado y muy poquito, y miró dentro para encontrar un amplio pasillo parecido al que había entre el comedor principal y los aposentos de huéspedes en los que habían estado Gabrielle y ella. Xena inclinó la cabeza y cerró los ojos, extendiendo sus sentidos. Se dio cuenta de que, con toda probabilidad, este pasillo estaba en el lado opuesto del palacio de donde habían estado alojadas, y que era bastante posible que llevase a los aposentos privados de Cleopatra. Se introdujo con pasos de predador, agudizando los sentidos para detectar cualquier signo de vida mientras recorría lo que parecía ser otra intersección en el pasillo. Bingo. El cruce estaba enmoquetado de lo que parecían pieles de camello teñidas de rojo, y había candeleros con incrustaciones de oro en las paredes. Parece el pasillo de una reina. Miró a ambos lados y pensó un momento. Si yo fuera reina, tendría mis aposentos hacia el exterior del edificio, donde tuviera buenas vistas. Instintivamente, giró en dirección a la parte exterior del palacio. Al acercarse al final de pasillo, tomó aliento profundamente y recorrió la distancia que la separaba de una gran puerta, ligeramente entreabierta. Se puso a cuatro patas y la abrió un poquito más, preparada para saltar si fuese necesario. Al no oír nada se envalentonó, reptando en la habitación y acabando en los que, estaba segura, eran los aposentos de la reina. Grandes ventanas, del suelo al techo, se alineaban a un lado de la habitación, y una cama de gran tamaño flanqueada por cuatro postes bendecía el centro de la habitación, con el cochón oculto tras largas cortinas que colgaban desde los postes y envolvían la cama por todos lados. Xena se encogió de hombros y reptó hasta la cama, quedándose congelada cuando escuchó un ligero ronquido. Escuchó atentamente hasta estar segura de que el ocupante de la cama estaba profundamente dormido, respirando con fuertes sonidos nasales. Continuó su camino hacia la cama y se puso de rodillas, apartando vacilante el material unos cuantos centímetros, lo justo para atisbar el interior. Un musculoso hombre desnudo yacía en la cama, cara arriba, con los brazos y las piernas esparcidos. Xena dejó rápidamente la cortina y se sentó en el suelo. Miró bajo la cama y vio

una pila de ropa y una armadura al otro lado. Rodeó la cama silenciosamente hasta que llegó al traje. Una capa roja y una armadura de plata, junto con un traje de cuero y un par de grandes sandalias de hombre. Alzó la capa y debajo encontró un negligé blanco y un par de bragas de satén blanco. Xena estudió la capa con atención y, sobre las solapas que sujetarían las charreteras, vio unas iniciales bordadas. MA. Por los dioses, el que está en la cama es Marco Antonio. Sintió bullir su sangre mientras la ira se alzaba y saboreaba lo fácil que sería degollarlo, justo aquí y ahora. Nadie sabría nunca que yo estuve aquí, o quién lo hizo. Y no podría herir nunca a nadie más. Sacó una daga de la bota, deslizando el pulgar sobre el suave filo plano de la hoja, mientras un siseo de placer escapaba de sus labios. De repente, la imagen de unos ojos verdes centelleantes llegó a su mente espontáneamente. En silencio, sacó otra daga y miró el sauce tallado sobre el mango de marfil. Lo siento, Gabrielle. Deslizó de mala gana las dos dagas en su sitio. No puedo hacerlo. Pero si me provoca lo más mínimo…Oh, dioses, ojalá lo haga… Con renovada curiosidad, se levantó y separó las cortinas con audacia, apreciando el musculoso cuerpo, el suave rostro y pecho, el pelo rizo y castaño y algo más pequeño de lo normal…Oh, dioses. Xena rio disimuladamente en silencio y se sentó de nuevo. Bueno, ahora sé que Cleo no está con él por la satisfacción. No me pregunto por qué busca el placer en más de un sitio. Por Hades que yo lo haría si fuera esto lo que tuviera que esperar cada noche. Mejor será acabar con esto. Xena tenía que hablar con Cleopatra, y no necesitaba que Antonio se despertase y las encontrase a mitad de la discusión. Metió la mano en su cinturón y sacó un pequeño frasquito de hierbas de olor desagradable, y se acercó a la cabecera de la cama. Con un movimiento fluido, puso una almohada sobre los ojos del romano, abriéndole los labios y vertiendo el contenido del frasco en su garganta; para luego aplicar un par de puntos de presión que lo obligaron a tragar. Se revolvió un poco, con sus músculos retorciéndose mientras se retorcía contra su firme agarre, antes de quedar fuera de juego de nuevo. Eso lo tendrá ocupado un par de marcas. De mala gana, miró a las dos dagas que llevaba en las botas, con sus dedos aún hormigueantes por tomar venganza contra el hombre indefenso por lo que le había hecho

a su compañera. La vieja Xena lo hubiera hecho en un abrir y cerrar de ojos. Suspiró con remordimiento. A veces, ser un buen guerrero apesta. Xena se sentó sobre una silla acolchada y esperó. No tuvo que hacerlo mucho tiempo. Después de un cuarto de marca, Cleopatra entró en la habitación con el cabello recién lavado, envuelta en una bata de seda y oro. Dos sirvientas la seguían de cerca. Parpadeó al ver la silueta de la guerrera, quién se había levantado para quedar cerca de la ventana al oír los pasos de la egipcia en el pasillo, los rayos del sol extrayendo reflejos bermejos de su cabello casi negro. —Xena—la sonrisa de Cleopatra era forzada. —Hago un gran esfuerzo para meterme en tu habitación, y ahora mira dónde estás. Y ni siquiera he tenido que seducirte primero. Aunque tengo la sensación de que no estás aquí para hacer un trío—se giró en parte para mirar a sus doncellas. —Dejadnos. Las sirvientas, ambas las cuales habían atendido a Xena y Gabrielle en los baños hacía unos días, quedaron con los ojos como platos antes de escabullirse rápidamente, desapareciendo por el pasillo con suaves pasos sobre la gruesa alfombra. La egipcia se giró de nuevo, centrando toda su atención en el amenazante metro ochenta de guerrera, cuya presencia colmaba casi una ventana entera. —Bien. ¿Por qué estás aquí y qué le has hecho a mi amante?—Cleopatra miró preocupada al profundamente dormido Antonio sobre la cama, donde las cortinas habían sido apartadas por Xena, envolviéndolas sobre los postes para tener una buena vista. La guerrera se limitó a acercarse, cruzando los brazos sobre su pecho, e hizo un solo ruido, un cruce entre un gruñido y un bufido de disgusto.

Gabrielle estudió el borde de su taza con una intensidad que la taza de peltre no justificaba. Decir que las cosas entre Eli y ella se habían torcido en la pasada marca era un eufemismo, y la incomodidad venía, en su mayoría, por su parte, reconoció con remordimiento. Sorbió la sidra fermentada y disfrutó la sensación del fuerte y frío líquido mientras se deslizaba por su garganta reseca. —Bueno, Gabrielle—el Devi también estaba disfrutando de una taza de la misma cidra alcohólica que la bardo bebía. —Me has contado vuestra visita a Anfípolis, que te has mudado a la aldea amazona y vuestro tratado de paz con Octavio. Siento como si hubiera seguido

paso a paso tus actividades de la última estación. Lo que aún no he escuchado es qué está pasando aquí—Eli golpeó con un puño sobre su corazón. —Sí—la bardo tragó y miró sobre la mesa, a su mentor. —Lo sé. Porque tengo miedo de decepcionarte—. Y piensas que lo has escuchado todo. Que los dioses me prohíban hablarte de Zakynthos, o del reciente descubrimiento de los orígenes de Xena. —Tú nunca podrías decepcionarme—la sonrisa del Devi era cálida como para derretir el hielo. —Yo…Eli, en la fortaleza romana, yo…em…es decir…—. Dioses, ¿cómo voy a explicarle que maté a ocho soldados romanos con la espada de Xena? ¿O que lo volvería a hacer sin pensarlo, si eso significa salvar su vida? —Gabrielle, ya lo sé—su mano grande palmeó suavemente la suya, más pequeña. —¿Lo sabes?—la bardo no había contado con eso. —Sí. Amarice me lo dijo antes de traerte de vuelta—la compasión ardía en los ojos del Devi. —Me entristeció, pero no me sorprendió. Xena y tú tenéis un vínculo muy fuerte. Era obvio, desde el primer día en que te conocí. Sabía que habías matado a esos soldados antes de intentar traerte de vuelta de la muerte. —Y…¿me trajiste de todas formas?—dos ojos verdes se ensancharon ante la información. Me trajo de vuelta. Aun cuando maté. —Gabrielle, descubrí algo al ver tu alma aquella noche—Eli envolvió las manos de su amiga con las suyas. —El camino de la paz no es el único camino. Hay un camino individual para cada uno de nosotros. Incluso aunque no hubieses matado a aquellos hombres, tu camino y el mío no están destinados a ser idénticos, porque no hay dos caminos iguales. —¿En serio?—la bardo sintió alivio. —Sí. Fue una revelación para mí, pero cuanto más lo pienso y medito sobre ello, más reconozco su verdad—. Bajó la vista—Siento haber intentado tanto moldearte a mi propia imagen. Eso estuvo mal. Creo que al principio estaba tan inseguro de mí mismo que me confortaba saber que alguien creía en mí. Tú fuiste mi primera conversa. Pero debí haberte animado a explorar tu propio potencial.

—Entonces hay algo más que tienes que saber—la bardo tomó varios tragos rápidamente de la sidra, sintiendo secarse sus labios. —Creo que me hago una idea—el Devi sonrió suavemente y tocó la alianza de Gabrielle. —Quizás deberías empezar por esto. —Eli, cuando Xena y yo estuvimos en los Campos Elíseos, descubrimos que estábamos enamoradas desde hacía mucho tiempo—sonrió tímidamente. —Eso podría habértelo dicho yo, amiga mía—el tono del Devi era alentador, esperando sacar a su amiga de la concha en la que se recluía. Recordó la desesperación en la voz de Xena cuando le suplicó, no le ordenó, que sacase a Tataka del cuerpo de Gabrielle, y el alivio lloroso de la guerrera cuando sostenía a su amiga después de darse cuenta de que la bardo iba a estar bien. Gabrielle rio—Todo el mundo sigue diciéndonos eso. Es como si nosotras fuésemos las últimas en darnos cuenta. En fin, mi camino es estar Xena. Siempre ha sido estar con Xena, creo. Ella…es…mi camino. Y eso significa que, a veces, lucho; y mato, para protegerla. Eli se encogió ligeramente al pensar en la pacífica bardo tomando más vidas. —He notado lo eficiente que te has vuelto con esos sais que llevas a todas partes. —Shhh—Gabrielle se inclinó mientras sus ojos recorrían la habitación. — Espero que los posaderos y los clientes de la posada se olviden de mis sais. Ya me tenían miedo, y luego llego hace un rato bañada en sangre. No es una visión agradable. —¿Eh?—el Devi miró a su alrededor con confusión. —No lo entiendo. —Otra larga historia de la que no pretendo ocuparme ahora—la bardo tomó aliento profundamente. —Respecto a las armas, trabajo regularmente con Xena y Po…Eponin, la maestra de armas de las amazonas. Entre las dos, mantengo mis habilidades con la vara, y sigo mejorando con los sais y un poco con la espada. Xena dice que tengo talento natural para los sais. Ella… El rostro de Eli era una mezcla entre el horror y la fascinación. No podía recordar ver a Gabrielle enorgullecerse de sus habilidades de lucha. Lo entristecía, pero reconocía la necesidad de esas habilidades en la vida que la bardo había escogido seguir. Inconscientemente, bajó la

cabeza, incapaz de encontrarse con la mirada exuberante de su amiga. —Lo siento—reculó Gabrielle, templando su emoción. —Aquí estoy, entusiasmándome con todas las cosas que intentas borrar de la faz de la tierra. —No pasa nada—sonrió el Devi con cansancio. —Tú, amiga mí, has pasado por mucho desde Marzo pasado. Más de lo que puedo entender. Dime, Gabrielle…aún no has respondido a mi pregunta. Sé que Xena y tú estáis enamoradas. Pero hay más que felicidad en esos preciosos ojos tuyos. ¿Qué te está pasando? —Yo…—las lágrimas permearon sus ojos y suspiró con frustración. —Eli. Por una parte, es muy difícil. Y por otra, nunca he sido tan feliz. Xena y yo no somos una combinación fácil, ¿sabes? El Devi rio entre dientes—Me lo puedo imaginar. —Pero, sin ella, seguramente me habría vuelto loca estas pasadas lunas—la bardo sorbió, preguntándose cuántas veces podría llorar en un solo día. —La crucifixión. Eso…me cambió para siempre. Y ella. Sigo teniendo pesadillas a veces. Lo que le hicieron. Le arrancaron su dignidad a tantos niveles. Y casi me mató verlo. Ambas estábamos completamente indefensas. Y el dolor…no puedo describirlo. Y no fue solo el dolor, si no el saber que Xena estuvo mirando todo el tiempo que clavaron esos clavos. Eli, mantuve la boca sellada, porque no iba a obligarla a escucharme gritar. No quería que su última sensación antes de morir fuese la culpa sobre lo que me estaba pasando. Pero, ¿sabes qué pasó? —¿Qué?—los ojos de Eli estaban también llenos de lágrimas. —Sus últimas palabras fueron: “Gabrielle, tú has sido lo mejor de mi vida”. Y entonces…cuando clavaron mis manos, ella fue la que gritó. Eli, fue el sonido más doloroso que he escuchado nunca—. La bardo se estremeció, recordando los angustiosos gritos que salían de la garganta de Xena. —Ella sentía mi dolor. Lo sé. Y…desde entonces, ha habido varias veces en las que he sentido una intensa emoción, especialmente si sentía miedo o dolor, y ella me ha dicho después que también lo ha sentido. —¿En serio?—el Devi estaba fascinado.

—Sí—la voz de la bardo era un suspiro ronco. —Algo cambió entre nosotras en los Campos Elíseos. Descubrimos que estábamos completamente enamoradas. Fue la paz más increíble que experimentamos nunca. Deberías haber visto a Xena allí. Toda la culpa y la oscuridad desaparecieron. Era como una niña pequeña, feliz y sonriente todo el tiempo. Y, de repente, estábamos vivas de nuevo, y todo a nuestro alrededor seguía, como si nada hubiese cambiad. Parece que nos encargamos de una crisis tras otra desde entonces. —¿Así que, por fuera, tienes tu vida igual que antes, pero por dentro todo es diferente?—Eli se acercó rápidamente, tomando de nuevo la mano de su compañera. —Exactamente—Gabrielle consiguió sonreír. —Y Xena ha sido tan buena conmigo. Creo que se lo toma todo con filosofía, y que todo esto no la ha afectado a ella como me ha afectado a mí. Es la misma Xena de siempre, excepto que está enamorada de mí y que me lo demuestra de muchas formas. Los ojos del Devi centellearon mientras un ligero rubor cubría la cara de la bardo—Ya veo. —No...solo de esa forma—el sonrojo se hizo más oscuro y Gabrielle tomó otro sorbo de sidra. —Eli, siempre lleva el peso del mundo sobre los hombros, o por lo menos, el peso de Grecia. Pero me pone a mí primero. Todo el tiempo. Renunció a todo por venir a la aldea amazona conmigo, porque era lo que yo quería. A veces, es casi como si se hubiesen cambiado las tornos. —¿Cómo es eso?—dos cejas oscuras se fruncieron. —Cuando Xena y yo nos conocimos, estaba tan segura de quién era, y ella era la que vagaba de aquí allá buscando su camino. Y yo fui la que renunció a todo para seguirla a donde quisiera ir—sonrió ante el recuero de su yo pasado. —Ahora…Xena está muy asentada. Dice que yo soy su camino. Sigue siendo una guerrera, pero dice que está en segundo lugar. Es muy protectora conmigo, algo que siempre ha sido, pero hay más que la fiereza de la protección, y creo que, en parte, es culpa, porque se siente responsable por lo que sufrimos a manos de César. Parece decidida a que nadie vuelva a hacerme daño de nuevo. —Algo imposible, ¿correcto?

—Sí. Ella…Eli, es incluso más reacia a matar, algo que es bueno—sonrió Gabrielle. —Algo muy bueno—. Quizás he juzgado mal a la princesa guerrera, reflexionó el Devi en silencio. —Aunque—rio la bardo—Creo que tiene más miedo de herir mi sensibilidad que por matar. Hemos hablado de ello. No quiere hacer nada que me decepcione. Ah, bueno, así que las motivaciones de Xena no son totalmente puras. Si que Xena esté enamorada de Gabrielle la hace pensarse dos veces matar, lo consideraré como un paso en la dirección correcta, sean cuales sean las razones. Eli casi, casi pudo aceptar que el camino de Gabrielle podría incluir la voluntad de matar para proteger a alguien a quien amaba. Aún era difícil aceptar matar cuando las razones no eran tan claras. Y al asesino que parecía disfrutar matando. Apartó sus pensamientos un momento, apreciando la mezcla de emociones del rostro de su compañera—¿Y qué es lo que tú quieres, Gabrielle? —Yo…quiero ser una buena reina para las amazonas, y una buena compañera para Xena—los ojos de la bardo reflejaban una profunda tristeza. —¿Hay algo que te haga sentir que no lo eres?—Eli estudió el rostro consternado con simpatía. —Sí. Me da la sensación de que no soy suficiente—la bardo deslizó una mano temblorosa por su cabello rubio. —Parece que sigo lidiando con cosas. Mi pasado. La crucifixión. Intentar descubrir quién soy, cómo servir a las amazonas. Y ella me aguanta, Eli. No lo merezco. —Gabrielle—la voz tranquilizadora del Devi calmaba los nervios de la bardo. —¿Crees que Xena espera de ti que seas perfecta? —Bueno…no. Yo…yo no quiero molestarla. Ha pasado por mucho también. —¿Crees que espera que, solo porque estáis enamoradas, no vas a tener que enfrentar ningún problema de nuevo? —Por supuesto que no. —Entonces sé. Solo sé. Y no tengas miedo de dejarla entrar. Completamente—Eli sonrió. —Por lo que he visto hoy, y por lo que sé de tu pasado, creo que la razón por la que Xena esté tan asentada es

gracias a ti. Después de todo lo que ha buscado, al final ha encontrado a alguien que la quiere, sin importar nada más. Pero el tema es que ella también te quiere a ti, sin condiciones, ¿verdad? —Sí—Gabrielle sonrió al sentir un cálido aleteo en su pecho. —Es tan dulce y tan increíblemente generosa. Me dijo que todo lo que quería era que fuese feliz. Y probablemente se moriría de la vergüenza si supiese que te lo he dicho. —Gabrielle, Xena quiere sentirse necesaria. Especialmente, por ti. Por naturaleza, eres una persona reservada. Xena lo sabe. Tendría que ser ciega, sorda y tonta para no saberlo. Finalmente, la bardo rio—Es cierto. —Creo. No. Sé que Xena quiere algo más que “aguantarte”. Quiere ser fuerte por ti. Quiere que te apoyes en ella cuando lo necesites—. El Devi buscó en el rostro de su amiga—¿No es eso lo que tú quieres de ella? —Sí—Gabrielle sonrió. —Supongo que he intentado tanto ser fuerte. Creo que tenía esa idea estúpida de que sí ella me cuidaba mucho, eso acabaría por gastarse o algo así. —¿Qué edad tienes? —Veintiún veranos. —Bastante joven para haber gastado tu asignación, de cualquier cosa, ¿no crees? —Supongo que sí—rio la bardo, y entonces su rostro se tornó triste, dándose cuenta de que necesitaba tener una larga charla con su alta y morena amante en algún momento, pronto. —Eli. Gracias. —De nada—el Devi le apretó la mano. —Gabrielle, tú fuiste una de las primeras en creer en mi causa. Tampoco has gastado nada conmigo. Siempre estaré aquí para ti, si me necesitas. —Lo aprecio. —Nunca me lo dijiste—Eli decidió que se imponía un cambio de tema. —¿Cómo supiste que predicaba en el río? —Oh—la voz de Gabrielle se volvió más animada. —Conocimos a José y María. Y a Jesús. De hecho, los conocimos en Grecia hace tiempo,

cuando Jesús era un bebé, y les hicimos un favor. Así que cuando llegamos aquí, nos invitaron a cenar. —¿En serio?—el Devi estaba confuso. —Intenté acercarme a ellos, pero María, especialmente, era reacia. —Eli. Piénsalo—la voz de la bardo era suave. —Por lo que me ha contado, tú y los demás profetas creen que Jesús va a cambiar el mundo, pero con un coste personal muy alto. Para ella es su hijo. Quiere protegerlo. Los ojos de Eli se volvieron muy tristes—No hay manera de protegerlo de su futuro. —¿Qué quieres decir?—los ojos de Gabriele adoptaron un ligero brillo de ira. —Es un niño. ¿Quién querría hacerle daño? César está muerto. No entiendo tanto odio y miedo por un niño inocente. —No va a ser un niño siempre. Y, un día, va a presentar unas ideas muy radicales a su gente y, en última instancia, al mundo. Creo que su propia gente, al final, se volverá en su contra porque no serán capaces de aceptar su mensaje—el Devi bajó la vista, cruzando las manos sobre su regazo. —¿Y cuál es ese mensaje? —El amor. Incluso por aquellos que son diferentes. Incluso por aquellos que no siguen sus enseñanzas, que escogen su camino por razones distintas. Amor generoso e incondicional. No es tan distinto de lo que creo que Xena y tú compartís—. Eli sonrió—Ves, Gabrielle, parte del amor es reconocer que cada uno de nosotros somos diferentes, y que cada uno de nosotros vive una vida única. Y saber que cada uno de nosotros merece paz y amor, y ser tratados con dignidad. —¿Qué es tan terrible en un mensaje de amor para que la gente lo odie por eso?—los ojos de la bardo reflejaban mucha preocupación. Gabrielle no podía imaginar que algo tan maravilloso como lo que Xena y ella compartían causase división entre la gente. —No todos en este mundo tienen un corazón puro, Gabrielle—el Devi alzó la vista de nuevo. —El mensaje de Jesús se tergiversará. Los hombres lo usarán para controlar a otros hombres. Lo usarán para llenar el corazón de la gente buena de miedo, haciéndoles vivir su vida con duda, culpa y dolor. Muchas, muchas cosas buenas se harán en

nombre de Jesús. Pero tantas como malas se harán también en su nombre. Y eso le romperá el corazón. Y el corazón de su Dios. —¿Su dios?—la bardo se estremeció, recordando la conversación de Xena con Ares en el monte Olimpo sobre el único dios opuesto a Satán, el dios que había ordenado sus muertes. —Suena muy parecido a algo que hablamos con Ares hacie tiempo. —¿Ares?—Eli frunció el ceño. —¿El dios griego de la guerra? ¿Le conoces? —Sí—suspiró Gabrielle, pensando en los demonios internos de Xena respecto a su vínculo con el dios de la guerra. —¿Mencionó al dios único? —Sí. Y se parecía mucho a lo que me estás contando, o, al menos, a la forma en la que hablas de sus seguidores. La culpa, el miedo y todo eso—la bardo se inclinó hacia delante pesadamente, dejando sus antebrazos sobre la áspera mesa de madera. —¿Entonces, por qué? ¿Por qué Jesús debería cumplir su destino si lo que está por venir es dolor y miedo para tanta gente? —Porque, para muchos, será una fuente de esperanza. Y valor. Y amor. Y sin ese espíritu de amor en el mundo, todos estamos condenados. Algunos encontrarán su fuente de amor a través de su mensaje, otros lo encontrarán de otras maneras; y otros, desgraciadamente, no lo encontrarán jamás—Eli dejó su cabeza entre sus manos. —Pero no habrá paz para su familia. Ellos serán los que harán mayor sacrificio. —Oh—Gabrielle se volvió pensativa. —Eli, había esperado que hablar contigo me daría algo de consuelo para María. Supongo que estaba equivocada. —Gabrielle—el Devi estaba animado, al darse cuenta de que, a pesar de sus decisiones sobre la violencia, su amiga seguía siendo igual en muchos aspectos. —Con María y José llevará tiempo. No hay nada que se pueda decir a un padre que sabe que la vida de su hijo contendrá gran dolor. Ellos pueden saber, en sus corazones, que la vida de su hijo será sacrificada en nombre del bien común, pero eso no significa que su tristeza se aplaque al saberlo. Tú, de todos, debería saberlo. Los ojos de la bardo se ensancharon al pensar en todos los sacrificios que Xena y ella habían hecho por el bien común. ¿Dejaría yo de luchar por el bien supremo, renunciaría a mis principios, si supiese que Xena y

yo no volveríamos a enfrentarnos al dolor otra vez? Lo pensó un largo momento, dándose cuenta de ese compromiso traería un dolor diferente, al no ser fieles a sí mismas. Aunque no renunciaría a mi vida con ella, aun sabiendo que siempre me enfrentaré a obstáculos, y sabiendo que, algún día, quizá no tengamos la suerte que hemos tenido hasta ahora. Algún día, la muerte puede separarnos, aunque sea solo por un tiempo. —¿Entonces lo que le puedo decir es que el amor que siente por su hijo vale la pena frente al dolor? ¿Es lo que la consolará? —Tú, amiga mía, eres sabia a pesar de tus años—. Eli sacudió la cabeza—Sí. Si hay algún con suelo para ella, es ese. Llévaselo, Gabrielle. No creo que ella lo aceptase de mí, pero quizás sí de ti.

—De verdad que necesitas replantearte la seguridad de este sitio— sonrió imparcialmente la guerrera. —Oh, créeme—Cleopatra imitó la postura de Xena, cruzando sus brazos sobre su pecho y dio golpecitos con el pie sobre el suelo de baldosas. — Mi jefe de seguridad tiene muchas cosas de las que responder, y planeo preguntarle tan pronto como acabe de hablar contigo. Ahora, una vez más. ¿Qué le has hecho a Antonio?—la egipcia podía ver que el romano estaba dormido y no muerto, porque su pecho se alzaba equitativamente con su profunda respiración, pero más allá de eso, no estaba segura de por qué dormía durante su conversación, de intensidad creciente. —Tu llamado “amante” estará bien—Xena se acercó a la silla acolchada y se sintió como en casa, recostándose sobre ella y estirando una pierna sobre uno de los brazos. —Le he dado hierbas para dormir. No me ha visto nunca y, cuando se despierte, no recordará el pequeño forcejeo que tuvimos cuando se las daba. Lo necesito fuera de juego un rato. —¿Por qué?—una perturbada reina egipcia se acercó, sentándose frente a la guerrera. —Cleopatra, ¿sabías que hay un profeta llamado Eli predicando en las orillas del Nilo?—el rostro de Xena era una máscara tenue, que no revelada nada. —He oído hablar de él. De hecho, Antonio lo ha mencionado alguna vez. No parece gustarle mucho, pero a mí me parece inofensivo. No he

oído que ese profeta haya amenazado mi gobierno, y por eso le he dejado en paz—la egipcia miró al romano dormido, y se levantó para taparle antes de sentarse de nuevo. La guerrera borró la sonrisa de su cara mientras Cleopatra volvía a su sitio. Me pregunto si lo ha hecho por él o por ella. Rio internamente. — ¿Eras consciente de que Eli y sus seguidores creen en el pacifismo total? No llevan armas e, incluso bajo amenaza, no ejercerán la violencia física para defenderse. —Entonces, mis instintos eran correctos. No es una amenaza para mí—la egipcia sentía la agitación crecer. —¿Por qué no vas al meollo, amiga mía? ¿O ya no eres mi amiga? La mayoría de la gente que se ha ganado mi amistad no tiene necesidad de colarse en mi habitación para hablar contigo. —Sí—suspiró Xena, fatigada mentalmente. —Sigo siendo tu amiga. Solo necesitaba asegurarme de algo, y tenía que llegar a ti sin que nadie me viese, especialmente Antonio. —¿Por qué tenías que «asegurarte» de eso? ¿Y qué tiene Antonio que ver con esto?—el fuego de la ira brillaba en los ojos oscuros. —Antes de contestarte, déjame hacerte otra pregunta. Por favor—la guerrera esperaba que su ligero tono de súplica disipase la tormenta. Lo hizo. —¿Qué? —¿Antonio tiene autoridad para ordenar a sus tropas efectuar acciones militares en Egipto? Es decir, ¿sin tu permiso?—Xena observó el rostro de su amiga, notando cómo crecía la sospecha. —No—Cleopatra se levantó y caminó hacia la cama, de espaldas a Xena, mientras estudiaba a su amante dormido. —Sus tropas están aquí solo para protegerle, y no tienen otras órdenes. Sigo a cargo de Egipto, y las únicas acciones militares las lleva a cabo el ejército egipcio. Y solo bajo mis órdenes. Xena, habla claro. Me estoy cansando de este juego. —¿Te interesaría saber que el que tú conoces como «tu amante» ordenó a algunas de sus tropas atacar a Eli y a sus seguidores esta mañana?—la guerrera notó la súbita rigidez en la espalda y los hombros de Cleopatra. La egipcia dio media vuelta—¿Estás absolutamente segura de eso?

—Yo estaba allí. Y ahora, algunos de sus soldados están muertos—la guerrera también se levantó y se acercó a la ventana, mirando al sol de media tarde, y echando de menos la protección de los árboles de la que gozaba Grecia. —Y si no lo ha hecho todavía, uno de sus soldados le está trayendo un mensaje de mi parte. No voy a tolerar ese trato a gente pacífica, y se lo he dejado meridianamente claro a los soldados de Antonio esta mañana. Mmmmm. Cleopatra frunció el ceño, recordando un críptico encuentro temprano entre Antonio y uno de los miembros de su guardia. Insistieron en la privacidad, y ella había meditado un poco sobre ello en el momento, asumiendo que se trataba de un asunto personal del soldado, no de su amante. Se situó en el lado opuesto de la ventana, percibiendo el contraste entre las baldosas frías en sus pies y el abrasador sol que le daba en la cara. —¿Así que has venido aquí para ver si yo estaba detrás del ataque? —Sí—la voz de Xena era grave y uniforme. —Las respuestas a mis preguntas me han dejado bastante claro que no. —¿Y si lo estuviese? —Tú y yo estaríamos en guerra, amiga mía. —Xena. Ahora necesito que te marches. Cuando Antonio se despierte, voy a tener una conversación con él, pero tengo que pensar en cómo. Y lo que voy a decir—. La egipcia se giró hacia la ventana, entrecerrando los ojos contra el brillo del sol. —Si lo que me has dicho es cierto, eso lo cambia todo para mí. Tampoco toleraré ataques a ciudadanos desarmados. Y, ciertamente, no toleraré la usurpación de mi autoridad en mi país. Especialmente, por parte de mi amante. Solo dame un poco de tiempo, ¿de acuerdo? Tendré una respuesta para ti mañana al atardecer. —De acuerdo—la guerrera rio de pronto. —Oh. Las hierbas. No te sorprendas si Antonio se levanta un poco…em…cariñoso. Es un efecto secundario, por suerte o por desgracia. Depende de a quién se las des. —En el nombre de Ra, Xena. ¿Tenías que hacerme eso? Una vez por hoy ya es suficiente—Cleopatra se puso una mano en la frente. La risa disimulada se convirtió en una carcajada mientras Xena se sacudía de júbilo. —Tengo que admitirlo. Después de echarle un vistazo a tu hombre, mi respeto por ti y la longitud de tu voluntad de proteger a

tu país se ha visto renovado. O quizás «longitud» no es la palabra adecuada—se sacudió con más fuerza. —Dioses, Xena. Vete ya—la egipcia suspiró pesadamente, preguntándose con cuánta rapidez podría fingir los síntomas de un dolor de cabeza. —Yo…em…me iré por dónde he venido—la guerrera se detuvo antes de salir por la puerta. —Cleopatra, ten cuidado. Quizás estés durmiendo con el enemigo. Vigila tu espalda. Los dioses saben que yo he cometido el mismo error muchas veces. —Lo haré. Y Xena…—los ojos de Cleopatra reflejaban una decisión que estaba prácticamente tomada. —Gracias. La guerrera bajó la vista, estudiando las motitas doradas de las baldosas del suelo, casi sin poder contener una sonrisa. Olía la victoria. —De nada. Hasta mañana al atardecer, pues—. Y se fue.

El olor rancio del polvo y los pergaminos antiguos hacía cosquillas a Gabrielle en la nariz, haciéndola estornudar, produciendo una reverberación sobre las paredes de la habitación superior, totalmente silenciosa, de la biblioteca de El Cairo. Xena estaba inclinada sobre una mesa cercana, examinando metódicamente una pila de pergaminos, hasta que una bibliotecaria gruñona les trajo otro montón más de pergaminos, que dejó sobre la mesa de la bardo. —Éstos son los últimos. Y tenéis una hora hasta que cerremos, así que, sea lo que sea lo que busquéis, daos prisa. —Gracias—la bardo sonrió encantadora. —Lo haremos. La bibliotecaria se limitó a poner los ojos en blanco y se dio la vuelta, pateando el suelo mientras salía abruptamente de la habitación. —Em…—Gabrielle estudio la alta figura cubierta de cuero y armadura, junto con todo el arsenal de armas, y sonrió. —¿Qué?—unos ojos azules se ensancharon mientras dos cejas se fruncían con irritación. —Cielo—los ojos de la bardo hicieron un último recorrido por la muscular y bronceada figura. —Creo que un metro ochenta de alta, morena y mortífera abriéndose paso hasta la colección privada es un problema para ella. Esta habitación está fuera del alcance de la mayoría de los

ciudadanos egipcios, mucho más para extranjeros. Creo que habría apreciado que se le preguntara amablemente primero. O quizás haber traído permiso escrito de Cleopatra hubiera ayudado. —Se lo pedí amablemente—la guerrera hizo un puchero. —Xena—Gabrielle serpenteó entre las mesas hasta llegar al lado de su amante. —Se lo pediste amablemente al principio, y cuando te dijo que no, sacaste el chakram y empezaste a darle vueltas mientras murmurabas algo sobre lo bien que lo habías afilado esta mañana. —Solo estaba haciendo una puntualización sobre el estado de mis armas. ¿Qué puedo hacer yo si ella saca conclusiones sobre mis intenciones?—una sonrisa malvada jugueteó sobre los labios de la guerrera mientras un brillo malicioso centelleaba en sus ojos. —Xenaaaaa…—la bardo pinchó a su compañera en las costillas. —Oh, vamos…—la guerrera envolvió de súbito a su compañera más pequeña con los brazos. —Tenemos prisa, y no había forma en el Hades de que nos fuera a dejar pasar. No puedo volver a ver a Cleopatra hoy, así que no íbamos a obtener permiso. Tenía que hacer algo. ¿Estás enfadada conmigo? —No—Gabrielle mordisqueó la piel expuesta sobre un brazal. —Solo te explico por qué la bibliotecaria no está exactamente del mejor de los humores ahora mismo, es todo. —Oh. Bien—Xena bajó la vista hasta la mesa. —¿Ha habido suerte por aquí? —No—suspiró la bardo. —No he encontrado ninguna mención a Saqqara. ¿Estás segura de que José dijo que fue una princesa egipcia? —Sí. No estaba seguro de dónde lo sacó, pero le resultaba muy familiar. Su nombre también me da vueltas en la cabeza a mí, pero no sé por qué—. De mala gana, dejo ir el firme cuerpo que sostenía y se giró hacia la mesa. —¿Nos ponemos? —Supongo—Gabrielle volvió a su montón y pasaron otra media marca en silencio, revisando. —Media marca—gruñó la bibliotecaria mientras asomaba la cabeza por la puerta.

—Está bien, gracias—suspiró la bardo y volvió a mirar a lo que parecía el centésimo pergamino que había revisado aquella tarde. Al menos Alejandro Magno hizo traducir todos los textos antiguos al griego. Esto hubiera sido mucho más lento aún si tuviéramos que depender de la maldita piedra Rosetta. —Oh…—releyó rápidamente un párrafo. — Xena, creo que la he encontrado. —¿Sí?—la guerrera saltó sobre dos mesas con una voltereta, aterrizando cerca de su alma gemela. —Presumida—la bardo se lanzó a pincharla de nuevo, pero Xena consiguió apartarse y el dedo de Gabrielle hizo contacto sólidamente con el borde de un pecho cubierto de cuero, la parque no estaba cubierta por la armadura. —¡Auch!—Xena se encogió de dolor. —¿Auch?—una ceja se alzó en confusión. —Te llevas varios puñetazos y culatazos esta mañana, y los menosprecias como si no fuesen nada; ¿y yo casi ni te toco y dices “auch”? —Es casi el tiempo, ¿recuerdas?—una sonrisa tímida apareció en los cincelados rasgos. —Estoy un poquito sensible por aquí. —Ops. Lo siento—Gabrielle se inclinó, besando la piel expuesta de la parte superior de la, supuestamente, zona herida. —¿Mejor? —Mmm—los ojos azules se cerraron brevemente. —Sí. De momento—. Hizo un guiño y se obligó a prestar atención a los pergaminos—Bueno, ¿qué has encontrado? —Parece que Saqqara fue una de las hijas de Kefrén—la bardo pensó durante un momento. —La última pirámide en la que estuvimos. ¿No era la tumba de Kefrén? —Sí—los ojos de Xena se estrecharon mientras pensaba. —Y allí fue donde Saqqara se puso en contacto contigo por primera vez. Apuesto a que aquel sarcófago que había en la habitación era suyo. —Me pregunto qué quería decir al saber que yo podría ayudarla—. Gabrielle se sentó, dejando los codos sobre la mesa y el mentón sobre sus manos levantadas—¿Ayudarla a qué? —No lo sé, amor—Xena dejó sus manos sobre los hombros más pequeños, masajeándolos suavemente. —Quizás tengamos que preguntarle.

—Pre…¿preguntarle?—la voz de la bardo contenía una nota de miedo. —¿Cómo pretendes hacer eso? —Bueno…—la guerrera utilizó un nudillo para trabajar sobre un nudo de un músculo tenso. —Dioses, cariño. Estás muy tensa—palmeó el hombro de su compañera antes de seguir trabajando en el nudo. —Supongo que tengo muchas cosas en la cabeza—murmuró Gabrielle. Xena sintió tensarse de repente sus propios músculos ante el comentario, y sintió un tenue lazo cerrarse sobre su corazón. El que sentí siempre que temía las implicaciones de cualquier cosa que le pasase a su compañera. Tragó saliva y trató de concentrarse. Le dijiste que se tomara su tiempo. —Em…—. Contacto. Saqqara. Céntrate, guerrera. — Podemos volver a las pirámides. O, si tuviera que apostar, diría que Saqqara volverá a ti, especialmente si sabe, de alguna forma, que has descubierto quién es. —¿Eso crees?—rechinó la voz de la bardo. —Es una suposición. Pero creo que tendría sentido. —Xena—la voz de Gabrielle era muy suave. —Por favor, no me dejes sola hasta que hayamos resuelto todo esto. ¿Por favor? —Oye—la guerrera detuvo el masaje y se arrodilló cerca de su compañera, girando la silla de Gabrielle para ponerla de frente. Se abrió paso con cuidado entre las rodillas de la bardo y dejando sus manos sobre los muslos de su compañera, apretando suavemente los firmes músculos. —No se me ocurriría. —¿Incluso aunque tengas que volver a hablar con Cleopatra?—unos dedos pequeños encontraron su camino entre los largos mechones oscuros. —No importa lo que pase, Gabrielle—la guerrera envolvió sus manos alrededor de la compacta cintura. —Estaré a tu lado, todo el tiempo, hasta que lleguemos al fondo de este asunto. —Gracias—la bardo dejó escapar un tembloroso suspiro, y atrajo a Xena hacia delante hasta que la frente de la guerrera descansó sobre su pecho. —Significa mucho para mí. —Gabrielle—la guerrera besó la clavícula que estaba convenientemente situada debajo de sus labios. —¿Por qué no me

dices por qué te da miedo estar sola? Podría haber hecho algo esta tarde. A lo mejor pedirle a Cleopatra que viniese. —Yo…sabía que tenías que ocuparte de cosas, y no quería molestar—la bardo mantuvo un firme agarre sobre la cabeza de Xena. —Cariño—la guerrera besó la suave piel de nuevo. —Tu nunca me molestas. ¿Me captas? —Parte de mí lo sabe—ahuecó el rostro de Xena entre sus manos, para así poder mirarse. —Pero una parte de mí quiere ser autosuficiente. Sentir que puedo manejar las cosas sin tener que ir corriendo siempre a que cuides de mí. —Gabrielle—la guerrera giró la cabeza y mordisqueó ligeramente la muñeca de su compañera. —Tengo toda la fe del mundo en que, si las cosas se ponen feas, tú vas a ser perfectamente capaz de cuidar de ti misma. Y de mí, si lo necesito. Pero el caso es que nos tenemos la una a la otra. No tenemos que enfrentarnos a las cosas solas. Quiero cuidar de ti. ¿No te gustaría? —Lo sé—la bardo se inclinó y besó la coronilla de la cabeza morena. — Eli me ha ayudado a darme cuenta. —¿Eli ha hecho eso?—unas cejas oscuras se dispararon hasta la línea del cabello de Xena. —Pensaba que iba a decirte que salieses corriendo y te alejases de mí lo más rápido y más lejos que pudieses. —A lo mejor lo hubiera hecho en algún momento—Gabrielle acarició el brillante cabello oscuro, algo de lo que sus dedos no se cansaban nunca, y sabiendo que era algo que Xena, secretamente, le encantaba. —Pero él y yo hemos hablado de un montón de cosas esta tarde, y le he dejado algo muy claro. —¿El qué?—la guerrera cerró los ojos ante las placenteras sensaciones de su cuero cabelludo. —Que estoy perdidamente enamorada de ti—la bardo acarició en círculos la nuca de Xena con las puntas de sus dedos. —Y…que mi…camino…es contigo. Y haré todo lo que tenga que hacer para protegerte. Xena suspiró ante la sincera declaración y sintió de nuevo aflojarse el nudo en su corazón y desaparecer. Sabía que volvería, en algún momento, y probablemente varias veces a lo largo de su vida, pero

empezaba a entender que Gabrielle siempre iba a decir o hacer algo para desvanecerlo otra vez. De repente, se dio cuenta de que había un pequeño demonio en su cabeza que había intentado hacerla creer que Eli podría convencer a su amante de que estaría mejor separadas, y que Gabrielle podría considerarlo. Abrió los ojos y se levantó, alzando a la bardo con ella y dejándola sobre el borde de la mesa, antes de inclinarse sobre ella con una mano sobre la suave madera pulida y tocando el rostro de Gabrielle con la otra. Sus dedos se deslizaron por los labios llenos, rodeándolos—Qué suave…—. Se inclinó aún más, y reemplazó sus dedos por sus labios, besando a la bardo ligeramente varias veces, sin incrementar el ritmo ni el contacto, pero aún así sintiendo acelerarse la respiración de su compañera. —Gabrielle—otro beso, y después otro—Te quiero. Con todo mi corazón. Los suaves besos continuaron hasta que un carraspeo las interrumpió. — Buscaos una habitación. Estamos cerrando—el disgusto de la bibliotecaria era evidente en su rostro. Mientras la guerrera y una ligeramente avergonzada bardo salían del edificio, la mujer no pudo evitar soltar la última pulla—Degeneradas. —¿Perdón?—Xena se detuvo y se dio la vuelta lentamente. —¿Qué acabas de decir? —He dicho que vosotras dos sois un par de degeneradas—se mantuvo firmemente en su lugar a pesar del chakram, que estaba a pena vista. La guerrera estudió a su atacante, quién no era mucho más mayor que Xena, y dejó pasar su primer impulso: estampar a la mujer contra la pared y estrangularla—Señora. Si lo que tengo con ella es una perversión—inclinó la cabeza hacia atrás, señalando a Gabrielle— …todo lo que tengo que decir es gracias a los dioses que me hayan pervertido. Ahora, si nos disculpa, creo que seguiremos su consejo. —¿Qué consejo?—la bibliotecaria alzó la nariz un poquito. —Volver a nuestra habitación y terminar lo que hemos empezado aquí—una sonrisa fiera apareció y después se giró, tomando a la bardo de la mano mientras volvían a la posada, mientras una conmocionada bibliotecaria tartamudeaba incoherencias a su espalda.

Cuando llegaron a la posada, Xena puso una mano en la parte baja de la espalda de la bardo y la escoltó hasta la puerta—¿Eli cenará con nosotras? —No. Tiene que reunirse con sus seguidores. Dijo que volvería mañana, después del desayuno—la bardo podía sentir la energía que emanaba su compañera. —Bien—ronroneó Xena. —Vamos a cenar. Y después…—se inclinó y susurró en una oreja pequeña, que se volvió de un rosa brillante. Guio a su compañera en una mesa, en la esquina de la habitación y, mientras se acercaba un sirviente, pidió dos platos del especial de la casa, sin dejar que sus ojos abandonasen nunca los pasionales ojos verdes que le devolvían la mirada desde el otro lado de la mesa. —¿Queréis beber algo?—insistió el sirviente, a pesar de que estaba siendo ignorado. —Tenemos varios tipos de vinos, cerveza de la casa y dos buenos oportos de importación. —¿De dónde es el oporto…?—Xena dejó morir la frase y miró al sirviente, con la frente arrugada. —Ah…da igual. Yo quiero una copa de sidra. —Excelente elección. Es de temporada y es potente—sonrió, tomando notas en un trozo pequeño de pergamino. —No. Esa sidra no—le corrigió antes de que terminase de escribir. —Sidra de manzana, ya sabes, zumo. —Está bien—el sirviente rasgó algo y anotó de nuevo antes de girarse a una muy confusa bardo. Gabrielle estudió el perfil cincelado de su compañera. Hmmm. —Lo mismo para mí. El sirviente las dejó solas, pero antes de que la bardo tuviera tiempo de preguntar a su compañera, sintió unos fuertes dedos envolverse sobre su pierna bajo la mesa, mientras Xena la tentaba en el interior del muslo, justo encima de la rodilla. La pregunta se perdió mientras compartían una cena rápida, intercambiando ardientes miradas mientras se intercambiaban bocados en la mesa, con sus ojos comunicando claramente que se consumirían más cosas aquella noche, además de la comida. Ninguna de ellas recordaba qué plato era, o cómo llegaron a la habitación después, o exactamente cómo toda su ropa acabó formando una pila revuelta sobre el suelo, a los pies de la cama.

Xena colgó sobre sus antebrazos por encima de su compañera, antes de descender, besando a la bardo pasionalmente antes de bajar más, mordisqueando una parte especialmente sensible. —Oh, dioses—el cuerpo entero de la bardo se sacudió. —¿Te he hecho daño?—la guerrera se retiró y trazó delicadamente la piel que había estado saboreando. —No, no exactamente. Es…bueno, ¿recuerdas cuándo te pinché en la biblioteca?—Gabrielle tocó delicadamente la parte del cuerpo a la que se refería. —Mmm—Xena sonrió. —Lo siento. Supongo que tú también estás un poco sensible. —Sí—la bardo jadeó mientras la guerrera corregía su acción, cambiando el mordisco por suaves besos y pequeños lametazos. —¿Qué tal ahora?—murmuró Xena contra la dulce y salada piel. — ¿Mejor? —Oh, sí—Gabrielle cerró los ojos, sintiendo que algo había cambiado desde la mañana, y permitiéndose perderse en las atenciones extremadamente delicadas de su compañera. Nunca se había sentido tan amada. La guerrera continuó trabajando en el cuerpo pequeño que sostenía hasta que su compañera se vio reducida a una masa estremecida y contenta que abrazó fuertemente contra ella. —¿Estás bien?—Xena deslizó los dedos por una cadera expuesta y después descendió, desplegando una mano protectora sobre la tripa de su alma gemela. —Um-um. Es que ha sido un poco intenso—sonrió contra la clavícula, donde sus labios habían ido a parar. —¿Esto te va a mantener feliz durante unos días? —Creo que la antigua escala de felicidad ha quedado sobrepasada, ¿por qué?—la guerrera acarició la piel del estómago de su compañera. —Porque el patio va a estar cerrado durante unos días a partir de mañana. —¿Eh?—Xena frunció el ceño. Oh, sí, el ciclo. Yupi. —Gabrielle—la guerrera tiró del pequeño cuerpo hasta que la bardo estuvo totalmente estirada sobre ella, vientre con vientre. —Una mirada. Una caricia. Una

palabra tuya me da más satisfacción que nada que haya hecho antes de estar contigo. Solo abrazarte me da toda la felicidad que puedo querer o necesitar. —¿Y un beso?—provocó la bardo, mientras probaba como respuesta a su pregunta. —Um…—Xena se apartó y sonrió. —Inténtalo otra vez. —Liante—Gabrielle besó a su compañera otra vez, y gimió cuando la guerrera profundizó el contacto. —Sí—sonrió Xena cuando se separaron. —Besos también. La bardo sonrió soñadora y se lamió los labios, saboreando los restos del zumo de manzana de la boca de su compañera. Frunció el ceño. —Oye—la guerrera alzó una mano para suavizar la frente de su amante. —¿Y esto? —Xena. Tú siempre has disfrutado de un buen oporto, ¿verdad?—sintió tensarse el cuerpo de la guerrera bajo ella. —Sí—los ojos azules bajaron ligeramente. —De hecho, te he visto recorrer una aldea de arriba abajo si pensaras que tendrías la posibilidad de probar un nuevo oporto de importación— Gabrielle se mordió el labio inferior. —Sí. Es cierto—Xena bajó la cabeza rubia, apartando los dientes de la bardo con cuidado con sus dedos y envolviendo sus labios alrededor del inferior de Gabrielle, succionando despacio hasta apartarse, liberándolo. —Hay otra pregunta por ahí, ¿verdad? —Ajá—la bardo obligó a su cuerpo a resistir la renovada excitación causada por su compañera. —¿Por qué no has tomado oporto esta noche? —Yo…em…desde que sé averigüé esta mañana en el camino que te pasaba algo, decidí que tendría que mantenerme lejos del alcohol—. Xena se mordió su propio labio—No quiero hacer nada que te haga daño. Oh, Xena. Gabrielle suspiró. De cualquier otra persona, podría entenderse como una manipulación, una manera obligarla a sentir culpa. Pero de Xena…la bardo sabía que era una decisión totalmente

desinteresada. Y el hecho de que Xena no le diese explicaciones hasta que Gabrielle le preguntó lo probaba. Si no le hubiese preguntado, habría seguido sin beber hasta que yo me decidiese a hablar. Sin importar cuánto tardase. Gabrielle sonrió con tristeza y rodó hasta darle la espalda a la guerrera—Abrázame, Xena. Tengo que contarte una larga historia. —Está bien—Xena envolvió con su cuerpo el de su compañera, envolviendo con sus largos brazos el torso de la bardo y echando una de sus piernas por encima de las caderas de la Gabrielle, solo para asegurarse. Besó un hombro desnudo y echó por encima de ellas la ligera sábana hasta tenerla debajo de sus brazos. —Recuerda, Gabrielle. No importa lo que pase, te quiero. ¿De acuerdo? —Sí—la bardo entrelazó sus dedos con los que tenía sobre su estómago, y acarició distraída una palma callosa con el pulgar. —Cuando éramos pequeñas, Lila y yo, mis padres solían ir al mercado cada otoño, justo después de la cosecha, para vender el grano, y cada primavera después de esquilar para intercambiar lana por semillas. Normalmente, se iban una semana. Los últimos años, antes de conocerte, nos llevaban con ellos. Yujo. De hecho, tenía que ir a la ciudad de al lado. Mi oportunidad anual de salir de Potedaia—la bardo rio nerviosa. —Debía de ser divertido—Xena se tragó un gran nudo que tenía en la garganta. —Sí. No era Atenas, pero algo es algo—Gabrielle agarró firme pero inconscientemente la mano de su compañera. —En fin, cuando éramos pequeñas, no nos llevaban. Supongo que dos niñas pequeñas eran demasiado problema. O a lo mejor disfrutaban de un respiro de vez en cuando. —No puedo imaginarme a nadie tomándose un respiro de ti—la guerrera acercó más el cuerpo de su compañera. —Vamos, Xena—se buró Gabrielle. —Esas primeras lunas que viajamos juntas, apuesto a que morías por tomarte un respiro de mí. —Pero solo porque no estaba acostumbrada a viajar con nadie, no porque fueras tú—hizo un puchero la guererra. —Ya, ya. Lo que sea—la bardo tomó aliento profundamente, reuniendo valor. —Por la razón que fuese, hasta que yo tuve catorce años nos dejaron con mi tío Petras y mi tía Arta. La tía Arta era la hermana de mi

padre. Vivían en una granja, a unos kilómetros a las afueras de Potedaia. —¿Algún primo para jugar?—Xena dejó su mentón sobre la cabeza de la bardo. —No. Tía Arta no podía tener hijos. Era bastante delicada. Siempre estaba enferma. Guardaba cama con mucha frecuencia y el tío Petras tenía bastante con llevar la granja él solo, excepto por algunos jornaleros que le ayudaban de vez en cuando. Era un hombre resentido. No sé por qué, exactamente, o al menos no lo sabía entonces. Solía beber. Mucho. Todas las noches—la bardo se estremeció. —Cariño, te tengo—Xena sintió el cuerpo tembloroso y algo en su propio vientre. El miedo de su compañera. Maldita seas, Lao Ma. Yo no te pedí este «regalo». El poder de aquello hacía que su estómago atravesase una repentina ola de náusea, que doblegó rápidamente. —Cuando bebía, se ponía muy agresivo. Él…Lila y yo aprendimos a apartarnos de su camino. Una vez que empezaba a beber, nos íbamos a jugar al granero, o al estanque. En primavera estaba bien. Pero a veces, en otoño, hacía mucho frío. Podíamos estar en el granero un rato, pero después de unas marcas, hacía mucho frío. Yo intentaba hacer fuego, pero no sabía bien cómo, y Lila tenía miedo de que quemase el granero—Gabrielle sintió las primeras lágrimas caer de sus ojos. —Así que, al final, teníamos que escabullirnos a la cama. Pero siempre nos atrapaba. Y…—dejó la frase sin terminar y tragó con fuerza. —No era muy divertido. —¿Qué…te…hizo?—las palabras de Xena estaban cuidadosamente medidas, mientras luchaba contra su propia ira, que se estaba mezclando rápidamente con el miedo de su compañera. Gabrielle sorbió sonoramente. —Nos pegaba. Por cualquier cosa—. Tomó aire profundamente un par de veces—Si no habíamos lavado bien los platos. O si no habíamos colocado bien la ropa. O si no habíamos llenado bien el abrevadero. Por cualquier razón nos pegaba unas cuantas veces. A veces con las manos, otras con los puños. Otras, nos daba con el cinturón. Intenté contárselo a mi padre, pero no quería creerme. Dijo que debía estar equivocada y que debíamos haber hecho algo para que nos castigase. Incluso le enseñé los moratones, pero después de que le preguntase al tío Petras, le dijo a mi padre que me había caído del pajar. Así que, después de eso, Lila y yo trabajamos

el doble de duro para permanecer lejos del camino de tío Petras. Pero siempre nos atrapaba. Al final íbamos a nuestra habitación y yo miraba por un agujero de la puerta hasta que tío Petras se desmayaba. Lila se quedaba en la cama y lloraba hasta que era seguro irse a dormir. Normalmente, se bebía cinco o seis jarras de vino o cerveza. Em…Xena. Vas a partirme por la mitad. —Dioses. Lo siento—la guerrera aflojó su agarre. —¿Podemos cambiar de posición?—Estaba desesperada por ver el rostro de su compañera, mirarla a los ojos y consolarla. —Aún no—Gabrielle hipó antes de sentir nuevas lágrimas caer por sus mejillas y empapar la almohada. —Hay más. Xena jadeó mientras su estómago se contraía de golpe. —Oh, dioses— se encogió, separándose brevemente de su compañera para doblarse sobre su estómago. —Xena, ¿estás bien?—la bardo rodó de lado, dejando una mano preocupada sobre la frente de su compañera. La guerrera consiguió reír con dolor ante la ironía de la situación. —Sí. Um…¿recuerdas la cosa esa emocional que hablamos? ¿Lo que Lao Ma me enseñó sobre sentir mis emociones negativas? —Ajá—Gabrielle se acercó más, acariciando el brazo de Xena suavemente. —¿Qué tiene eso que ver…? Oh… —Sí—la guerrera tomó aliento profundamente hasta que consiguió enderezarse. —Lo que pase aquí…—Xena puso la palma de su mano suavemente sobre el estómago de la bardo—…es como el Vesubio en erupción, por lo menos en lo que a mí respecta. O eso, o que los calambres llegan temprano esta vez y con ganas de venganza. —Xena, no voy a terminar… —Oh, no—antes de que la bardo supiese lo que estaba pasando, Xena volvió a ponerlas como estaban. —¿Es esta la postura que prefieres para hablar de lo que Tártaro sea que vayas a hablarme?—la guerrera intentó aligerar el ambiente, pero no pudo, optando en su lugar por atraer a la bardo tan cerca que podía jurar no saber dónde empezaba la piel de Gabrielle y dónde acababa la suya. —Te tengo, cariño. Sé que estás herida, pero yo estoy aquí. Te sostendré para lo que quieras, y cuanto tiempo quieras. ¿Está bien?

—Siempre—Gabrielle sabía que la presa estaba a punto de romperse. —Sujétame para siempre—su voz era un susurro ronco y lleno de dolor. —Hecho—los ojos de Xena empezaban a humedecerse. Cuánto dolor. ¿Cómo ha soportado esto, lo que sea, durante tanto tiempo? —La última primavera que nos quedamos con el tío Petras y la tía Arta fue muy mala. Prácticamente nos apaleó durante tres noches. Como dije, yo tenía casi catorce años y Lila debería tener casi once. Lloraba hasta dormirse todas las noches, y yo seguía intentando descubrir qué hacer. Y entonces, la cuarta noche…él…oh, dioses—Gabrielle empezó a sollozar incontrolablemente. —Gabrielle—la guerrera estaba intentando con todas sus fuerzas respetar el deseo de su compañera de hablar sin mirarse a la cara. — ¿Él…? No hubo respuesta. —¿Gabrielle?—Xena estaba a punto de alzarse, con el corazón amenazando con salírsele del pecho. —No. Sí. Él…él…—cayeron más lágrimas y la guerrera espero, intentando averiguar qué significaba «si y no». —Lo siento—la bardo recuperó la voz. —Vino a nuestra habitación, estaba muy borracho. Se tropezó y se sentó en la cama. Lila y yo…compartíamos la cama cuando estábamos allí. Empezó a pasarme la mano por la pierna, por encima de las mantas, y yo me quedé allí, petrificada. Decía tonterías, que no había tenido relaciones con mi tía en años, y que no podía más. Después me miró y dijo que era demasiado mayor…que probablemente podría quedarme embarazada. Él…em…—Gabrielle lloró sonoramente. —Oh, dioses. Me tiró al suelo y fue a por Lila. Salté encima de él e intenté apartó, pero me agarró y me tiró contra la pared. Salí corriendo de la habitación y de la casa. No sabía a dónde ir. No había casas cerca. Quería ir a pedir ayuda, pero no sabía qué hacer. —Gabrielle, estabas… —¡No!—la furia de la bardo silenció a la guerrera, mezclándose con las lágrimas. —Al final, volví a la casa. Estaba oscuro y en silencio, y fui a la habitación donde estaba Lila. Estaba acurrucada en una esquina y estaba tan asustada que intentó pegarme cuando la encontré. La abracé mucho tiempo. Dijo que lo había intentado, pero no había

podido…entrar. Le dolía mucho lo que le había hecho. Dijo que la había obligado a tocarle. No entendí lo que quiso decir y ella no me quiso decir exactamente qué le había hecho hacer—Gabrielle se agitó mientras la pena salía de su interior. —Lila y yo nos escapamos aquella noche, y volvimos a Potedaia. Mis padres no iban a volver en tres días, pero tío Petras no intentó venir a por nosotras. Cuando mis padres llegaron a casa, les dijimos que nos habían dejado allí temprano, para que no tuviesen que venir a por nosotras—. La voz de la bardo vibraba con furia casi incontenible—Se lo tragaron, de la primera a la última coma y no dejaban de decir lo atento que era el tío Petras. Al año siguiente, les convencí de que era suficientemente mayor para cuidar de Lila si querían llevarnos al mercado con ellos. Nunca dijimos nada a nadie, y cuando venía, el tío Petras actuaba como si no hubiese pasado nada. —Gabrielle—Xena acarició la cabeza rubia. —Me alegro tanto de que… —¡¡NO!!—la bardo se sentó y sostuvo los bordes de la sábana con fuerza entre sus puños. —Xena, no lo entiendes. Debí haber sido yo. Fue mi culpa. Yo soy la hermana mayor, y no protegí a Lila. Todo fue culpa mía…—Gabrielle se llevó las manos a la cara, cubriéndolas mientras se estremecía derramando lágrimas silenciosas de auto odio. —Cariño—la guerrera se acercó con cuidado a su compañera, atrayéndola lentamente hacia su cuerpo y abrazándola. Xena sabía que más tarde intentarían averiguar cómo ayudar a Lila, quién era casi seguro aún cargaba con las cicatrices de la experiencia. Pero ahora, ahora era momento de convencer a Gabrielle de que todo aquello no había sido culpa suya. —Eras una niña. ¿Qué, exactamente, piensas que podrías haber hecho para pararle? —Podría haberme tomado a mí en su lugar—sorbió la bardo contra la piel de un cuello cálido. —¿Y eso de qué habría valido?—Xena apartó la imagen de su mente, antes de que se enfadase demasiado como para concentrarse. —Podría habérselo evitado a ella—susurró Gabrielle. —No—la guerrera susurraba bajito para calmar a su compañera antes de continuar. —Gabrielle. Algunos de los hombres de mi ejército eran violadores. No lo permitía, pero no siempre era capaz de detenerlos

hasta que era demasiado tarde. Déjame decirte lo que hubiera pasado si no hubieras escapado cuando lo hiciste. —¿Q…qué?—unos ojos enrojecidos y aguados miraron a los azules, esperando encontrar la salvación a su dolor. —Podrían haber pasado varias cosas—Xena quitó con una mano las lágrimas de las mejillas de su compañera. —Si hubieras insistido en que te tomara a ti, hubieras sido violada, porque eras más mayor y probablemente habría podido…entrar. Y te hubiera dolido como el Hades. En más de un sentido. Y Lila habría tenido que verlo. Y no hay garantías de que él no hubiera ido a por Lila después de acabar contigo. O, si hubieras intentado luchar con él, borracho como estaba, podría haberos matado a las dos. O, si te hubieras quedado allí y él hubiera ido a por Lila y no hubiera sido capaz de conseguir lo que quería, casi seguro habría ido a por ti para terminar. —¿Eso…eso crees?—Gabrielle cerró los ojos ante los primeros síntomas de un dolor de cabeza. —Lo sé, porque es lo que los violadores borrachos hacen. Atacan a ciegas y obtienen el placer como quieren. Y me alegro mucho de que no hayas tenido que pasar por una violación, amor—Xena besó suavemente la frente de su compañera. —Hiciste lo más inteligente que podrías haber hecho. —Pero Lila—la bardo sorbió en silencio. —Xena, ella rechaza cualquier intento de mi padre de comprometerla con alguien. Sé que tiene miedo de dejar que alguien la toque. Lo sé. Tiene dieciocho veranos. No puede aplazarlo para siempre. Tú y yo no creemos que una mujer necesite necesariamente a un hombre para sobrevivir, pero en el mundo en el que Lila vive, va a tener que casarse o acabará desposeída. Tendrá que salir de Potedaia para seguir soltera. —¿Y todo aquello de la carta de amor de Joxer el año pasado?— murmuró la guerrera para sí, preguntándose por las implicaciones de aquello. —¿Recuerdas tu fiesta de cumpleaños? —No lo sé, porque Lila y yo no hemos vuelto a hablar de aquella noche. La noche del tío Petras. Y no tengo ni idea de que pensaba en Joxer hasta mi fiesta de cumpleaños—. Gabrielle sonrió brevemente—Pero sospecho que pensaba que Joxer, al menos, la alejaría de todo. Xena, tú y yo sabemos que Joxer era un pobre tontorrón, pero era un tontorrón amable. Creo que Lila lo vio, y pensó que sería amable con ella.

—A lo mejor—Xena esbozó una sonrisa por su amigo caído. —Aunque tiene cierta reputación entre las chicas de la taberna de Meg. Nunca imaginé que sería de esos. —Xena—la bardo consiguió reír. —Joxer me confió una vez que había empezado él esos rumores. Nunca estuvo con ninguna de esas mujeres, aparte de con Meg. —¿En serio?—la guerrera torció una ceja. —Qué mal que las cosas se torcieran tanto. Meg y él podrían haber sido muy felices juntos, si hubiese sido capaz de superar el flechazo que le había dado contigo. —Euuu. Xena—Gabrielle arrugó la nariz. —Joxer con alguien que es exactamente igual que tú. No puedo pensarlo demasiado tiempo—la imagen mental era demasiado. —Oh, dioses—Xena se encogió ante la idea. Sacó las piernas de la cama y sintió un fuerte agarre sobre su brazo. —No te vayas—el mentón de la bardo temblaba. —No me voy—la guerrera se giró y envolvió con sus brazos a su compañera, bajando suavemente el cuerpo afligido hasta el colchón. —Voy a traerte algo para que duermas bien. Vuelvo ahora mismo. Vas a verme todo el tiempo, te lo prometo. —Está bien—unos ojos tristes y verdes siguieron cada movimiento mientras Xena se acercaba a sus bolsas y cogía una bolsa de agua y un paquete de hierbas. Espolvoreó un puñado de hierbas en una taza y la llenó con agua. Olisqueó la mezcla y cogió un frasco de miel, echando una generosa cantidad en la mezcla de hierbas y ganándose con ello una sonrisa cansada pero agradecida de la cara arrasada en lágrimas que descansaba en la cama. —Ahí vamos—la guerrera volvió al lado de su compañera y le ofreció la taza a la bardo, quién se sentó y la tomó. —Buena chica—Xena dejó la taza vacía a un lado y apagó la vela antes de acomodarse sobre la cama. —Ven aquí—atrajo a Gabrielle a sus brazos, sosteniéndola con fuerza mientras la bardo dejaba su cabeza contra el hombro de Xena y suspiraba. —Cariño, no pretendo que una sola charla te convenza de que no fue tu culpa lo que le pasó a Lila. —Me conoces bien, ¿eh?—Gabrielle bostezó mientras las hierbas hacían efecto.

—Eso espero—la mano de Xena hacía círculos sobre la piel desnuda de la espalda de su compañera. —Pero te prometo que no pararé hasta convencerte de que no hiciste nada malo. Y voy a ayudarte a ayudar a Lila. —Xena. Te quiero—los párpados de la bardo se cerraron lentamente, luchando contra el sueño que la reclamaba. —Yo también te quiero, cariño—la guerrera permaneció despierta mucho tiempo, pensando en los golpes que había sufrido su compañera, la casi violación de Lila y que, sin importar nada, no iba a probar el alcohol de nuevo.

Capítulo 7 No me ruegues que te deje o me aparte de ti; por donde vayas, yo iré, y donde Lodge, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, moriré y allí seré sepultada. Así que el Señor hacer para mí, y lo peor, si algo, pero tú y yo la muerte los separe. - Ruth 1: 16-17, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

E

l cálido y soleado prado estaba perfumado por la fragancia de la hierba fresca del estío y las flores. Estaba recostada sobre una mullida cama de tréboles verde claro, con Gabrielle acurrucada a su lado, y ambas estaban desnudas. Acababan de hacer el amor y su compañera estaba profundamente dormida, sus ligeros ronquidos acunaban a la guerrera en un placentero letargo. Acarició con la cara la cabeza rubia, inhalando profundamente la esencia de su compañera y suspiró, llena de contento. Simplemente, no había nada mejor que aquello. Se estaba sumergiendo en una nube de felicidad plena cuando una brisa fría acarició su brazo, el que no estaba envuelto alrededor de Gabrielle. El vello de su brazo se erizó y se movió ligeramente, intentando ponerse más cómoda. Murmuró y su piel se retorció con irritación, aún con los ojos cerrados, mientras el viento se intensificaba y se hacía más frío. De hecho…frunció el ceño…la temperatura caía en picado…pero solo a un lado. ¿Qué Tartaro…? Xena se giró hacia la fuente del frío y abrió los ojos. Y casi no pudo evitar caerse de la cama con el impulso y aterrizar en el suelo de madera. Porque era eso lo que era, y estaba oscuro. Y no estaba fuera, seguía en su habitación de la posada de El Cairo. Cierto, estaba desnuda y sí…miró brevemente a su espalda, donde sentía el cuerpo laxo de la bardo, también, tirando de ella firmemente, atrayéndola a su cuerpo

gracias a los brazos de Gabrielle, que rodeaban su cintura en un abrazo flojo que la llenaba de un calor vertiginoso. Maldición…Se frotó el mentón y estiró las piernas. Qué bonito sueño. Hubo un tiempo en que eran escasos y poco frecuentes. Excepto por…¿por qué sigo teniendo frío en un lado? Se sentó a medias, deshaciéndose suavemente del agarre de su amante antes de estirarse para coger la manta de lino que había a los pies de la cama. Habían estado durmiendo bajo la sábana por el verano del desierto, que aún con las ventanas abiertas no permitía circular demasiado aire en la habitación. Hacía más frío por las noches, pero no lo suficiente como para necesitar demasiadas mantas, al menos no con condiciones climáticas normales. La guerrera estaba a punto de caer de nuevo sobre la gruesa almohada cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo, atrapando su atención. Instintivamente, se estiró y agarró el chakram del poste de la cama, y en un movimiento fluido, se dio la vuelta y se sentó en el borde del colchón de plumas, arma en mano y con Gabrielle aun profundamente dormida en la cama, detrás de ella. Xena hizo una cuidadosa panorámica por la espeluznante y silenciosa habitación, buscando lo que había puesto sus defensas en alerta, sintiendo sus músculos tensarse y flexionarse bajo su piel en inquieta anticipación. ¿Qué dem…? Una ligera nube de luz gris flotaba sobre la esquina de la habitación, arremolinándose y cambiando de forma mientras se volvía más clara y, lentamente, se acercaba a ella con un movimiento irreal que le hizo preguntarse a Xena si seguía soñando. Quizás las visiones de Gabrielle están invadiendo mis sueños. Se pellizcó en la pierna. Au. Vale. Estoy despierta. La boca de la guerrera se abrió y cerró unas cuantas veces, pero no salió ningún sonido de ella mientras intentaba decidir si era apropiado hablar a…¿qué es esa cosa, de todas formas? Inclinó la cabeza a un lado y sus ojos se estrecharon mientras consideraba la aparición que tenía delante. —Déjame adivinar. Saqqara. —Correcto—la figura adoptó una apariencia más humana y se acercó a la, aparentemente, intrépida mujer, oscilando y contoneándose en la habitación en penumbra. La luna se había puesto hacía mucho, y la única luz que entraba por la ventana provenía de la espesa manta de estrellas que colgaban en el cielo del desierto. —¿No me tienes miedo?

El rostro de la guerrera permaneció impasible. —Lo siento. He visto muchas cosas más aterradoras que tú en mi vida…vamos a ver…Todo aquello del pasadizo de los sueños…Velasca…Calisto, a muchos niveles…Draco enamorado de Gabrielle…Gabrielle enamorada de Joxer…el mensajero…Dahak…mi compañera suspendida sobre una lengua de fuego mientras era violada por un dios…Esperanza…Gabrielle con la flecha envenenada en su hombro…Gabrielle cayendo al pozo de lava…Alti…el Destructor…preguntarme si iba a perder a Gabrielle por culpa de Najara…mi compañera colgando de una cruz…dos veces…ver a Gabrielle volver a la vida y preguntarme si yo iba a poder seguirla…mi madre pillándome desnuda en la cama con mi compañera…la hermana bacante de Kallerine, Kama, mordiéndola en el cuello…Joxer en un camisón rosa…la cocina de Joxer…Joxer, en general…todo eso es definitivamente más aterrador que tú, así que, si lo que quieres es asustarnos, coge número y ponte a la cola. —Ya veo—Saqqara se alegraba de encontrar a alguien que no le tuviera miedo. Le había llevado mucho, mucho tiempo. —No es eso por lo que estoy aquí. —¿Eres la hija de Kefrén?—Xena estaba agradecida por haberle dado a su compañera una dosis de fuertes hierbas. No parecía que la bardo fuera a despertarse en unas cuantas marcas más, incluso aunque hubiera alboroto en la habitación. La figura translúcida se detuvo, colgando totalmente inmóvil en el aire durante largos momentos, antes de acercarse aún más a la guerrera, a quién ahora podía sentir como alguien que no era totalmente mortal. — Sí. ¿Has visto a mi padre?—la voz tenía una nota aguda e infantil. —Em…—A Xena la pregunta la cogió totalmente por sorpresa. —No. —Le he estado buscando. Incluso en ese templo tan divertido al que llevaron todas nuestras cosas. Estaba casi segura de que su tumba estaba allí—. La figura fantasmal se convirtió en una forma más humana, al aparecer en su cara una expresión resignada y alicaída. — Fuimos tantos…No les creí al principio, cuando me dijeron que éramos espíritus, porque aún podía ver todo, como siempre, pero…—dos ojos vacíos miraron a la guerrera. —¿Cuánto tiempo llevo muerta? Sé que han pasado varias décadas, pero no sé cuántas.

—¿Qué?—Xena sacudió la cabeza, intentando despejarse de restos de sueño. Pensó un momento, intentando descubrir cómo responder. ¿Cómo explicarle que han sido mil veranos a esta…niña? —¿Por qué no me dices lo que recuerdas…lo que sabes? Y después yo rellenaré los huecos. No puedo creer que esté teniendo esta conversación. Saqqara consiguió transmitir que después de que su padre, el gran faraón Kefrén, muriese; la última cosa que recordaba con claridad era comer una fantástica comida con el resto de miembros de su familia. Después de aquello, se fue a la cama y se despertó en un sitio parecido al limbo, donde estaba suspendida alrededor de su propia tumba, en una confusa existencia donde el tiempo no tenía significado. No entendió, hasta mucho después, que estaba muerta. Había intentado, sin éxito, cruzar al otro lado, pero cada ver era rechazada por una fuerza invisible. Intentó hablar con la gente que entraba en la pirámide, pero ellos parecían no verla o escucharla. Había vagado sola y confusa hasta que, al final, encontró a otros como ella, y le dijeron que también estaban muertos, pero ninguno había cruzado al paraíso de Ra. Habían permanecido juntos para consolarse mutuamente e intentar encontrar una manera de romper los lazos que ataban sus almas a la tierra. Una vez que supo que estaba muerta, desarrolló lentamente el poder de mostrarse a los mortales y hablar con ellos, como había hecho con Gabrielle y Xena, pero siempre con resultados muy parecidos a los que había obtenido con la bardo en sus dos primeras interacciones…terror, seguido de un escape. Cuando Gabrielle entró en la tumba, había sentido la compasión y la solidaridad de la bardo, y su habilidad de amar con un corazón puro, y tuvo la impresión de que Gabrielle estaba conectada con alguien que podría ayudarles a cruzar. —…ahora, creo que tú eres la persona que puede ayudarnos—el fantasma se había ido transformando en algo muy parecido a una niña de diez veranos, con largo cabello negro y una túnica suelta y blanca; aunque mucho más translúcida. —Has ayudado a otras almas a alcanzar la eternidad, ¿verdad? Xena tenía suficiente información como para determinar que la niña había sido envenenada en su última comida, seguramente con el resto de su familia, para así poder ser enterrados con su padre para unirse a él en la vida futura. Respecto a las costumbres mortuorias egipcias, o sus experiencias con Cyane y las amazonas de la tierra de los muertos…— Saqqara. Fui capaz de ayudar a las amazonas atrapadas en el limbo porque estoy muy familiarizada con su cultura y sus rituales mortuorios.

Mi desavenencia con Alti es, en parte, la razón por la que no podían cruzar. No sé lo suficiente sobre vuestras costumbres religiosas como para tener una idea de por dónde empezar. No sé casi nada sobre Ra. Lidiar con los dioses griegos es suficiente, junto con algunos indios, orientales y celtas. ¿Cuántos más hay como tú? —Cientos. Todos moran en la zona de las «pirámides», creo que les llaman. Algunos de nosotros hemos esperado mucho por la salvación—. Una voluta de humo grisáceo en forma de brazo se estiró y pasó a través de la mano de la guerrera, ya que la niña olvidó por un momento que ya no era capaz de tocar a la gente viva. —No solo has ayudado a las amazonas. Eres una semidiosa, ¿verdad? —Sí—Xena bajó la vista con un casi imperceptible temblor en su cabeza, antes de alzar sus ojos, tristes por el secreto que guardaban. — Pero me temo que esa parte sea menos capaz de ayudarte que la mortal. Yo…sé muy poco sobre esa parte de mí, o cómo utilizar algún poder que pueda tener. Intento ignorarlo la mayor parte del tiempo. No me ha tocado la mejor parte de los genes divinos en la herencia—. Ares. La sola idea de ser parte de él le provocaban sentimientos de vergüenza y auto odio. Consideró brevemente a los demás dioses, y se dio cuenta de que, probablemente con la excepción de Afrodita o Cupido, los demás tampoco eran unos padres aceptables. O quizás he conseguido al mejor de ellos. Por lo menos, Ares no intenta ser otra cosa que lo que es, el dios de la guerra. Este pensamiento la sorprendió, y lo dejó reservado para considerarlo más tarde. —Oh—la forma de Saqqara se hundió un poco. —Había esperado que siendo una semidiosa fueras capaz de abrir el puente para nosotros. Hmmm. —Así que necesitas a alguien que pueda comunicarse con Ra para que os deje entrar en el paraíso—. Eli. —Creo que conozco a alguien que sea capaz de hacer eso. —¿En serio? ¿Dónde? ¿Podemos ir ahora?—al haber muerto siendo una niña muy pequeña, Saqqara conservaba su entusiasmo y la impaciencia infantiles, y su forma etérea prácticamente saltaba en el sitio, haciendo movimientos de alegría alrededor de la cabeza de la guerrera. —¿Quién es? ¿Está muy lejos? ¿Cuánto tiempo crees que le llevará averiguar cómo ayudarnos? —No, no quiero molestarle ahora. Cálmate. Es de noche. Le veré mañana por la mañana. Ahora, por favor, vuelve a la pirámide de

Kefrén y espera a que yo vaya mañana…—. La guerrera indicó la ventana abierta—…Y, por todos los dioses, no asustes más a mi compañera. Ya tiene bastante, sin añadir más terror a su lista. —Lo siento—Saqqara no quería molestar a la guerrera. Xena era el primer aliado que encontraba entre los mortales después de morir. —Me iré. No molestaré a Gabrielle de nuevo. No quería asustarla, es que sentí que tenía buen corazón, y que quizás podría ayudarnos. Xena sonrió y miró sobre su hombro, a su compañera dormida, contenta de que Gabrielle siguiese durmiendo durante su encuentro con lo que ella llamaba banshee. —Tiene buen corazón, y ayudaría a cualquiera que pudiese. Es solo que ha pasado por muchas experiencias traumáticas con seres sobrenaturales, y se asusta fácilmente por eso. —Eres muy protectora con ella…—Saqqara miró tras la guerrera, a la forma doblada de Gabrielle. —…muy amable. Debes de quererla mucho. —Más que a la vida misma—la guerrera se giró para mirar a la chica. — Ella es todo para mí. Yo…no sé qué haría si le pasase algo. Estaría completamente perdida. —Mi padre me quería y me cuidaba. Siempre soñé con que, algún día, me casaría con un hombre que me querría y me trataría con la misma amabilidad que mi padre. Le echo de menos. Me gustaría que no hubiera muerto. Habría sido bonito crecer primero—. El fantasma se dirigió a la ventana y al calor exterior. —Tú…¿intentarás ayudarnos? —Haré lo que pueda—Xena se sintió agotada de repente, con los hombros hundidos bajo esta nueva responsabilidad, en un mapa de circunstancias complicado de por sí. —Gracias—Saqqara se alejó flotando en la noche, pero no sin una última mirada a la alta y pensativa figura que seguía sentada en la cama, deslizando sus dedos sobre su largo y enredado cabello con agitación y molestia. Xena observó hasta que no pudo ver a la chica fantasma. Sí, pequeña. Tu padre te quería tanto que te hizo asesinar para poder llevarte con él. Hace que las costumbres religiosas griegas parezcan íntegras. El cuerpo apaleado de Gabrielle apartó su atención de la ventana, y se giró para se puso por encima de su afligida compañera, poniendo una mano sobre el costado de la bardo y acariciándola lentamente. El

rostro de la bardo estaba contraído profundamente, y sus brazos y piernas se agitaban mientras gemía frases inconexas en su pesadilla. — No…Duele…No. Dioses. Xena apartó los mechones sudorosos que se aplastaban sobre la frente de su amante. Debe estar soñando con su tío. Cabrón. Comenzó a golpear el colchón con furia, pero entonces lo pensó mejor, dándose cuenta de que podría despertar a su compañera. A veces, era mejor dejar que una persona pasase por una pesadilla en lugar de despertarlos, siempre que no hicieran nada para hacerse daño. Era una herramienta de la mente para procesar cosas demasiado desagradables para lidiar con ellas despierto. —Xena—las manos de Gabrielle formaban unos puños apretados y todo su cuerpo se estremecía violentamente antes de acurrucarse en posición fetal. —No…los clavos no…por favor…le hace daño…no. La guerrera atrajo instintivamente a su amante contra ella, y Gabrielle se acurrucó contra su cuello y hombro. Xena sintió que el cuerpo de la bardo se relajaba gradualmente, mientras unas cuantas lágrimas saladas salían de los ojos de Gabrielle y se deslizaban por la clavícula de la guerrera. La crucifixión. Ha pasado un tiempo desde que no soñaba con esto. —Lo siento, cariño—susurró la guerrera, y acarició la mejilla de su compañera con los labios. Solo podía asumir que toda la charla sobre el tío de Gabrielle había suscitado otros recuerdos dolorosos en el subconsciente de la bardo. Yació con ella, rascando suavemente el cuello de la bardo y mirando por la ventana hasta estar segura de que las pesadillas habían remitido. Mirando a las estrellas, consideró que aún tenía dos marcas más hasta el amanecer para descansar. Besó la frente de la bardo dormida y se rindió, finalmente, a su propio sueño afligido.

Gabrielle sintió una respiración cálida haciéndole cosquillas en la piel y obligó a sus ojos a abrirse, sonriendo al reconocer el rostro de su amante mirándola. La mejor manera de despertarse, reflexionó en silencio. —Buenos días—Xena le devolvió la sonrisa y se inclinó, ahuecando su mano sobre su mejilla y besándola fugazmente en los labios. No me voy a cansar nunca de tocarle la cara.

—Buenos días—la bardo se estiró con un gato, sintiendo un alivio instantáneo de la tensión mientras su cuerpo volvía a la vida. Giró los ojos y estudió el rostro que tenía tan cerca del suyo. La guerrera la estaba mirando con flagrante adoración. —Xena, ¿qué haces? —Algo de lo que nunca me voy a cansar—la guerrera apartó las mantas y deslizó una mano desde el hombro de su amante hasta su cadera desnuda, atrayendo a Gabrielle más cerca de ella y besándola de nuevo, más profundamente que antes, hasta que pudo sentir fluctuar los músculos del estómago de la bardo contra los suyos, que reaccionaron como respuesta, produciendo un calor cosquilleante en su ingle. —Verte dormir—trazó el rostro de su compañera con la yema de un dedo. —Eres preciosa. —Te quiero, Xena—Gabrielle frotó su torso mientras subía, estableciendo pleno contacto con el cuerpo de su amante, y envolviendo distraída una pierna alrededor de la cintura de Xena, anclándola más cerca de ella y mirando en las profundidades de los ojos azules durante un largo momento, antes de comenzar una concienzuda exploración de la boca y el cuello de la guerrera, sintiendo acelerarse sus pulsaciones y su respiración. —Mmmm—el cuerpo de la guerrera comenzó a moverse sensualmente contra ella, y Gabrielle ronroneó de felicidad. —Qué bien. Te deseo, Xena. Quiero sentirte más. Comenzó a descender cuando una fuerte oleada de dolor atravesó su abdomen. —Oh—se apartó y se encogió levemente, tragando grandes bocanadas de aire. —¿Qué pasa?—Al instante, la guerrera estaba llena de preocupación, apartando de mala gana el breve instante de pasión desatada mientras tocaba a Gabrielle en el brazo y miraba preocupada el rostro distorsionado de la bardo. —Uau. Esos calambres. Ya sabes…como los que tengo justo antes…— sintió disolverse el dolor y una capa de sudor apareció en su frente. — Esta vez son bastante duros. —Oh. Probablemente porque tienes los músculos tensos por haber hablado ayer por la noche—. Xena se sentó a medias y pasó sus dedos por su cabello desaliñado, intentando calmar su reacción a lo que casi había pasado entre ellas. Maldita sea. Sus muslos aún se agitaban ante el placer residual. Todo a su puñetera hora. Está bien. Céntrate, guerrera. Aquí tu amante tiene dolores. —Vamos a que te des un baño caliente. Sé que hace bastante calor fuera, pero vamos a probar todo lo caliente que soportes. Tú te remojas y yo voy abajo a buscarnos algo

de desayunar y lo llevo al baño. Te daré algunas hierbas suaves ahora, y algo más fuerte cuando nos vayamos a dormir esta noche. ¿Qué te parece? —Lo siento—la bardo leía la evidente frustración de la guerrera. —Te lo compensaré, te lo prometo. —Oye—Xena sonrió y sintió su piel enfriarse, al menos en comparación con su temperatura minutos antes. —No me debes nada. Pero, dioses. Me encanta cuando te haces cargo así. Me hace sentir…mmmm…mejor dejemos de pensar en ello por ahora, ¿de acuerdo?—. La guerrera sonrió y le hizo un guiño—Hay asuntos más importantes que atender ahora mismo. —Qué bien me cuidas—Gabrielle sonrió tristemente, recordando su charla de la noche anterior, y retazos de su pesadilla. —Es un honor cuidarte. No hay nada que no haría por ti. Di lo que sea, si está en mis manos, lo haré—. La guerrera se sentó bien y tomó a la bardo entre sus brazos, abrazándola holgadamente, con cuidado de no apretar su torso sensible. —Te quiero mucho y, al final, eso es lo que importa cariño. Gabrielle cerró los ojos y se centró en el calor curativo, permitiendo que aliviase sus nervios tensos y se llevara algunos de los recuerdos dolorosos que había revelado antes de irse a dormir. —No quería tener a nadie más. Eres mi vida, Xena. Espero que lo sepas. Unos ojos azules se encontraron con unos verdes, con renovada maravilla ante el amor que, de alguna manera, habían conseguido encontrar en la otra. A veces era una sorpresa, aquello que en cuatro años había pasado a ser una camaradería entre compañeras de viaje, a mejores amigas, a amantes eternas. Esto, reflexionó Xena sobre su sueño en el prado. No hay nada mejor que esto. Esto es muy, muy real. Finalmente, la guerrera dejó ir de mala gana a su amante, y fue a por las hierbas a la mesa donde las había dejado, que mezcló y se las dio a la bardo, que hizo una mueca. Se disculpó profusamente por no haber endulzado primero la mezcla, y luego guio a su compañera a la habitación del baño. Insistió en que Gabrielle se sentase en un banco de madera en la esquina mientras Xena llenaba la bañera, echando algo del aceite de sándalo que la bardo había comprado en el mercado de El Cairo, y alteraba la calmada superficie del agua mientras usaba su brazo entero para mezclarla con el aceite, llenando

la habitación con la terrosa fragancia. Dejó una pila más que suficiente de toallas cerca de la bañera y se acercó al banco, sonriendo. Ambas se habían puesto unas ligeras túnicas para ir de su habitación al baño, y tiró juguetona del bajo de la prenda de su amante. —A ver. Déjame ayudarte con esto—. Se tomó su tiempo, deslizando provocativamente la túnica sin mangas sobre su cabeza y parando para admirar las vistas, mientras Gabrielle conseguía sonrojarse. Entonces, levantó a su compañera y la llevó al lado de la bañera, bajándola lentamente en el agua mientras el cuerpo de Gabrielle se acostumbraba al agua más caliente de lo normal. La guerrera se arrodilló junto al borde curvo y perdió la noción del tiempo al masajear el cuero cabelludo y los hombros de la bardo, mientras Gabrielle se limitaba a recostarse contra la gran estructura de madera. —Xe… —¿Hmmm?—asintió Xena en voz baja, con los ojos cerrados, y una mirada soñadora en la cara, perdiéndose en la sensación del sedoso cabello de su amante contra las yemas de sus dedos. —¿Qué te ha dado esta mañana?—la bardo estaba entretenida, a pesar del dolor de su abdomen. Es tan atenta cuando sabe que tengo dolor. Dioses, amo a esta mujer. Unos ojos azules se abrieron lentamente—Tú—. La guerrera se levantó y se recostó desde atrás sobre los hombros de Gabrielle, depositando un ocioso beso sobre los labios de su compañera antes de dirigirse a la puerta. —Siempre estás en mis pensamientos. En el mejor de los sentidos. Y espero que siempre lo estés. Vuelvo en un minuto con vuestro desayuno, majestad. Gabrielle rio mientras su compañera desaparecía. Le encantaba este humor de Xena. Bueno…Amaba a Xena todo el tiempo, pero esas miradas de cachorrito de la guerrera, y las amorosas atenciones, especialmente cuando Xena sabía que no habría sexo como resultado…Había veces, como éstas, en las que Gabrielle entendía lo especial que era lo que tenían, y la suerte que tenían de tenerse. La parte física de su relación…era genial…Alucinante, de hecho…Pero lo que había crecido entre ellas iba mucho más lejos, era mucho más profundo. Sonrió, imaginándolas viejas y canosas, aún totalmente locas una por la otra, persiguiéndose por la aldea amazona y escandalizando a sus demás hermanas. Recordó su conversación sobre el maestro de

yoga en la India. Tengo que conseguir que empiece a trabajar en eso conmigo. La quiero flexible durante mucho tiempo. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Xena abrió la puerta y entró, con una gran bandeja llena hasta arriba de cualquier desayuno imaginable. —¿Esperas a alguien, amor?—la bardo abrió los ojos desmesuradamente con una sonrisa divertida, y una sacudida de cabeza. —No. Solo quería asegurarme de que, pase lo que pase, traiga algo con lo que congraciarme con esa linda barriguita tuya—. La guerrera dejó la bandeja en el banco y cogió un cuchillo plano y cortó una rebanada de pan multicereal, dándole una generosa pasada de mantequilla junto con un poco de miel. Encadenó sus ojos a los de Gabrielle, y se inclinó sobre la bañera, ofreciéndole el alimento a su compañera, quién tomó un bocado y miró juguetona a Xena, antes de lamer una gota de miel del pulgar de la guerrera y después besar los largos dedos. Una sexy sonrisa cruzó el rostro de Xena mientras alimentaba a su compañera, robándole trozos de jamón, queso, pan, melón y huevos; por no mencionar pequeños mordiscos a la bardo mientras Gabrielle masticaba. No paró hasta que la bardo alzó una mano, insistiendo en que si comía algo más, explotaría. Xena decidió que una bardo explosiva no era una buena idea, y dejó la bandeja a un lado, quitándose la túnica y metiéndose en el agua cerca de su compañera. —¿Quieres que te frote la espalda?—le robó un beso más y cogió un trapo y una pastilla de jabón, hundiendo el lino bajo la superficie del agua antes de enjabonarlo. —Sí—. Gabrielle se giró lentamente en el agua caliente, echando una seductora mirada sobre su hombro mientras ofrecía ese lado en cuestión a su compañera—Gracias. Se bañaron entre ellas lentamente, mientras intercambiaban suaves besos y términos cariñosos, junto con contactos más sensuales en zonas sensibles, sabiendo que, durante unas marcas, solo estaban ellas. Xena estaba enjuagando el sedoso cabello de su compañera cuando un puño golpeó la puerta. —Eh—una voz irritada gritaba. —¡No es un baño privado, hombre ya! —Piérdete—Como si fuese un chakram, la guerrera arrojó un plato vacío por la habitación, golpeando la puerta en el medio y provocando que

Gabrielle se encogiese cuando tintineó sonoramente sobre el suelo, con una abolladura en el borde. El persistente hombre golpeó de nuevo la puerta, añadiendo esta vez una patada. —¡He dicho que me toca! —Gabrielle, quédate ahí—. Xena saltó por encima de la bañera, agarrando la espada que tenía en una esquina cerca del banco y pisando fuerte hasta llegar a la puerta. La abrió de golpe, estampándola contra la pared y dejando un hueco en la pared de barro. —Hay alguien por aquí que no tiene paciencia. ¿No te enseñó tu madre a coger turno? —Pe…—el hombre de barba negra abrió la boca al mirar fijamente al metro ochenta de guerrera enfadada, mojada y desnuda. Una guerrera con una espada muy grande que chorreaba agua por el afilado filo hasta formar un charco en el suelo. Xena miró al hombre, extremadamente sucio, y su labio se torció hacia un lado, mientras olisqueaba delicadamente el aire y casi siente arcadas ante el tufo que permeaba el aire alrededor del peludo mastodonte. —Diría que no has visto el interior de un baño en bastante tiempo. No te matará esperar otra marca. Pero quizás yo sí, si no lo haces—gruñó. —Ahora, una vez más: saca tu apestoso pellejo de mi vista antes de que haga algo que te avergüence de verdad. El hombre se dio la vuelta sin una palabra más y salió disparado pasillo abajo, hacia la escalera, que bajó a trompicones en un intento de poner distancia entre él y la amenazante figura que seguía observándole. Satisfecha, Xena cerró la puerta y se giró, para encontrarse con su compañera enterrando la cara en una mano. — ¿Qué pasa?—inclinó la cabeza hacia un lado, intentado parecer inocente. Sin éxito. —No tienes vergüenza, ¿verdad?—Gabrielle alzó la vista y sonrió con apreciación a su resuelta compañera. Seguía quitándole el aliento ver a Xena permanecer de pie, en toda su desnuda gloria, con los músculos firmes cubiertos de pequeñas gotas que solo servían para realzar su apariencia. Gabrielle no quería otra cosa que abusar de la guerrera, y odiaba las circunstancias físicas que iban a posponer esas actividades durante unos días. —Vuelve aquí, cielo, y mantenme caliente. La guerrera dejó la espada en la esquina y se metió de nuevo en el agua, sentándose y moviendo un dedo para llamar a la bardo, con una

sonrisa malvada en la cara que se suavizó a medida que Gabrielle se acercaba. Xena atrapó las muñecas de su amante, ayudándola en los últimos centímetros de espacio que le quedaban por recorrer. —Ponte a horcajadas sobre mí, amor, mirándome. —Xe…—Gabrielle se mordió el labio inferior, preocupada. —Un día más y…Yo…pero no me siento bien. Lo siento. De verdad que no estoy…—. Se vio alzada igualmente, y después colocada suavemente donde la guerrera la quería, y miró a los ojos azules que estaban llenos de amor y deseo. Xena estaba temblando, de hecho, sus piernas temblaban ligeramente bajo Gabrielle y el agua. La guerrera suspiró y mordisqueó la mandíbula de la bardo, deteniéndose en su oído. —No es por sexo esta vez, cariño. Aunque creo que sabes que te deseo siempre. Voy a intentar ayudarte con parte de la tensión y el dolor de la espalda. Cuélgate de mi cuello y abrázate a mí. Necesito las dos manos. —Oh—. Gabrielle envolvió ambos brazos alrededor de los anchos hombros, juntando las manos tras la guerrera, y sintió unos fuertes dedos trabajar en los músculos alrededor de la base de su columna, hundiéndose en los duros nudos que había desarrollado allí. Al principio le dolió, y Gabrielle intentó no gritar, pero se fue fundiendo en las atenciones y cerró los ojos, dejando la cabeza contra el pecho de Xena. Jadeó cuando la guerrera movió una mano sobre su cadera y volvió al frente, hasta su tripa, donde Xena trabajó con la mano plana, mientras que la otra mano continuaba trabajando en su espalda, buscando cualquier zona dolorida con experta precisión. Después de unos largos momentos, las manos se detuvieron, descansando suavemente sobre la piel suave de su compañera bajo el agua, mientras Xena acariciaba con sus labios el cabello húmedo. — ¿Qué tal los calambres? No hubo respuesta. —¿Gabrielle?—la guerrera miró hacia abajo y se dio cuenta de que su compañera se había quedado frita, con sus brazos aún rodeándole el cuello y el pequeño cuerpo alzándose y descendiendo en la profunda respiración del sueño. —Deben de ir mejor—. Sacudió suavemente a la bardo dormida—Gabrielle. Amor, tenemos que salir de aquí antes de que el agua se enfríe, o los calambres volverán. Además, la piel se me está empezando a parecer a una fruta seca.

—¿Calambres?—. Una bardo confusa alzó la vista. —Oh. Sí. Se han ido todos—. Besó una clavícula cercana con ociosos mordiscos de sus labios. —Dedos mágicos al rescate. Xena rio y alzó a su compañera para salir de la bañera, envolviendo a Gabrielle en una gran toalla mullida antes de sentarla en el banco. — Espera un momento—. Se secó rápidamente su largo cuerpo, se puso la túnica y agarró la espada y la túnica de Gabrielle antes de coger a la bardo, aún metida en la toalla, y llevarla de vuelta a la habitación. Depositó a su compañera en la cama y abrió la sábana, metiéndola bajo los brazos de Gabrielle antes de sentarse cerca de su compañera e inclinarse para hablar suavemente en el oído de la bardo. —Descansa un poco. Voy a ir a esperar a Eli. ¿Quieres verle o le digo que no estás bien? —Mmmm—los ojos de la bardo ya estaban cerrados, y se estiró, acariciando distraída el muslo de su amante, disfrutando de la sensación de la piel suave bajo sus dedos. —No. Le prometí que hablaríamos hoy. Ven a por mí cuando llegue. —Está bien. Duerme, cariño. Estaré abajo si me necesitas—. Xena se inclinó y besó la cabeza de su compañera antes de levantarse y dejar la habitación, cerrando la puerta en silencio tras de sí.

Cleopatra había estado callada y pensativa durante el desayuno, observando al hombre tan complicado que estaba al otro lado de la mesa, quién, en muchos aspectos, era un extraño para ella. De acuerdo a la predicción de Xena, Antonio se había despertado de su sueño inducido por las drogas de un humor especialmente retozón, sin recordar un solo detalle de su encuentro con la guerrera. La Egipcia le había satisfecho durante unas cuantas marcas antes de terminar por fingir un dolor de cabeza y conseguir escapar a una cama más pequeña anexa a la habitación principal. Cuando salió para ver si era seguro hablar con él, el romano había consumido varias botellas de vino y se había desmayado por la borrachera sobre la gran cama de la habitación principal, su estado normal durante las noches. De hecho, se había alegrado de tener la oportunidad de pensar, pensar realmente en lo que le iba a decir a su todavía amante. Sabía que Xena hablaba en serio, y que no tenía razones para creer que la guerrera le había mentido sobre su encuentro con los hombres de Antonio. La

decisión que estaba casi segura de tener que tomar entristecía a la egipcia, la de retirar su apoyo a la causa de su amante por Roma, y devolvérselo a Xena y Octavio, algo que detestaba hacer, aunque fuera solo por el bien de su hijo. Por no mencionar que, a cierto nivel, casi había esperado que su relación con el romano acabara en algo más real y duradero que una simple relación de conveniencia. Cuando no pudo retrasarlo más, tomó un último sorbo de vino blanco y zumo de naranja y reunió valor contra las mariposas que ejecutaban una elaborada danza en sus tripas. A pesar de su intimidad, no había duda de que dormía con un hombre peligroso y poderoso. —Así que Xena, la princesa guerrera, está en la ciudad—Supo inmediatamente que estaba caminando sobre terreno peligroso. Antonio dejó a medio camino el tenedor con el que se llevaba a la boca un trozo de esponjosa tortilla, y miró a la mujer con suspicacia, preguntándose de dónde había venido el comentario—¿Cómo sabes tú eso? —Oigo cosas—. Cleopatra escogió sus palabras cuidadosamente—No es que pase desapercibida—. El personal del palacio de la egipcia tenía estrictas órdenes de no divulgar la visita de la guerrera a la reina unos cuantos días atrás, ni a Antonio ni a ninguno de sus hombres. Confiaba en su gente. Eran descendientes de los mismos sirvientes que habían vivido y trabajado en palacio desde los tiempos antiguos. Nacían y eran criados con la discreción como lema, y renunciarían a sus vidas, si fuese necesario, para proteger a la reina a la que habían jurado servir. —Cierto—sonrió el romano falsamente. —Sí. Está aquí, y mis hombres le han estado echando un ojo desde que supimos de su presencia ayer. Es una vieja amiga tuya, ¿verdad? —Meras conocidas. Me ayudó una vez—Cleopatra se reclinó hacia delante, sobre los codos que dejó en la mesa de ébano pulido, alzando los dedos. —Le debo mi vida. —¿Ah, sí?—Antonio acabó por masticar y tragar los huevos y se ayudó con un largo trago de una jarra de vino tinto puro, su único remedio para la resaca. El punzante dolor de cabeza y el torbellino que tenía en el estómago había empezado a remitir antes del desayuno, al comenzar el día y terminar la noche anterior con una botella de vino y un puñado de hierbas medicinales.

—Sí—. Cleopatra miró directamente a los ojos de su amante, intentando leer los verdaderos sentimientos del romano por la princesa guerrera. — Mis fuentes me dicen que algunos de tus hombres han tenido una pequeña escaramuza cerca del río, ayer por la mañana—. Me han dicho que les pateó el culo a todos y los hizo salir corriendo de vuelta a ti con los rabos entre las piernas, rio para sí. —¿Es eso cierto? Si lo es, ciertamente tus hombres tienen deseos de morir. Por lo que he oído, Xena casi nunca pierde una pelea, incluso aunque esté sola contra varios. ¿Sabías que derrotó a una división entera de persas ella sola hace unos años? El romano se quedó congelado durante un segundo, y recobró rápidamente la compostura. —Sí. Había oído hablar de las habilidades legendarias de la princesa guerrera. No estoy convencido. Y sí, es verdad que se enfrentó a un regimiento de mis hombres ayer. Esa maldita perra mojigata mató a varios de mis mejores hombres. —A mí me habían dicho que esos soldados atacaron a los seguidores de Eli, el profeta, siguiendo tus órdenes—. La mirada acorralada de su amante le dijo todo lo que necesitaba saber—¿Qué tienes contra Eli? ¿No es él un mensajero de la paz? —Es una amenaza a nuestros planes. Se mete en la cabeza de la gente, haciéndoles pensar más allá de su día a día. Hace que crean que pueden estar mejor de lo que están ahora, y que no es necesario obedecer a la religión o a la política—. La voz de Antonio se volvió dura y fría—Debe ser eliminado, o devuelto a la India, de donde vino. Podría hacer mucho daño, y ésta es una época crítica para Egipto. —Lo primero…—Cleopatra estuvo de pie en un instante, junto al rostro de su amante—…tú no tienes autoridad para desplegar tus tropas ni para atacar a nadie en Egipto. Sigo gobernando yo, en caso de que te hayas olvidado de ese pequeño detalle. Yo decido qué es lo mejor para los ciudadanos de este país, no tú. Y te he entregado mi ejército y mi armada porque creo que eres mejor opción que Octavio para gobernar el Imperio Romano. No me hagas reconsiderar esa decisión. —Pero nuestros países se unirán cuando le derrote—. Los ojos negros intentaban apaciguarla—Serás mi reina… —Aún no has ganado—le cortó la furiosa reina. —No consentiré que me traiciones o usurpes mi poder. Somos un equipo, o eso pensaba yo. Y, segundo, Eli está desarmado y habla de paz. ¿Cómo puede ser una

amenaza para ti? Seguro que no tiene intenciones de reunir un ejército o algo con lo que pueda hacerte frente. —Predica la no-violencia. No quiero que eso afecte a mis soldados. Y habla del gran rey que está por venir, quién gobernará el mundo a través del amor. Yo voy a ser el único gobernante, además de ti, por supuesto…—se corrigió rápidamente. —…Además, no me gusta y punto. No creo en la paz. Creo en que el más fuerte ganará y el más débil está destinado a servir. Las cosas de las que habla son sandeces, y no me gusta eso. —Deja…a Eli…en paz. Y a su gente también—. Cleopatra sacudió un dedo frente al rostro del sorprendido romano. No habían discutido mucho el tiempo que llevaban juntos, y prefería que siguiese siendo así. —Y algo más. He oído que, una vez, intentaste violar a la compañera de Xena, Gabrielle—. Sus cejas se fruncieron en un gesto de ira y se apartó de él con una mano en la cadera, esperando una respuesta mientras tamborileaba con las uñas en la mesa, haciendo un ruido que disparaba los nervios del romano y amenazaba con hacer resurgir su dolor de cabeza. —Oh. Eso—. Antonio desestimó sus actos con un distraído capirotazo. — Agua pasada. Y consiguió escapar. Peor para ella. Podría haberle enseñado un par de cosas. Habría aprendido a disfrutar mis atenciones después de un rato, si me hubiera dado una oportunidad. —¿Tú…consientes la violación?—la voz de la egipcia se elevó una octava, con la rabia y la decepción claramente presentes en su tono y su lenguaje corporal. —No es violación cuando es una esclava o una prisionera. Se consideran propiedades. Ella fue un botín de la guerra entre César y Boadicea. Se espera que las prisioneras aporten ciertas…diversiones…cuando son capturadas. No hace falta decirlo—. El romano se estaba aburriendo con el interrogatorio—Tú ya deberías saberlo. —Siempre es violación cuando una de las partes no lo desea— Cleopatra estampó la palma de su mano sobre la mesa, con un chasquido de la piel contra la madera que resonó e hizo botar a Antonio de su silla. —Tú…deberías saberlo—espetó la egipcia a su amante, su rostro contraído con incredulidad y disgusto por si actitud.

—Cariño, cálmate, por favor—el romano cambió de táctica, y acarició vacilante la piel olivácea de su brazo, esperando ganarse a su amante con encanto y diplomacia. —Lo siento. Dejaré a Eli en paz, si es lo que quieres. No es nada dentro del gran esquema de las cosas. Y, por si hay alguna duda, no ha habido otras mujeres, esclavas o libertas, desde que tú y yo estamos juntos. Y te prometo mantener las manos alejadas de las prisioneras durante la próxima guerra con Octavio. No tienes nada de lo que preocuparte—. Mintió descaradamente, con un brillo en los ojos y una sonrisa que enmascaraba rápidamente el creciente descrédito que sentía, al observar deshacerse rápidamente ante sus ojos su relación con la reina de Egipto. Lástima, reflexionó. Ha sido agradable. —Muy bien, entonces—la egipcia se inclinó y depositó un beso casto en la mejilla de él. —Estás perdonado. Tengo asuntos de los que ocuparme. ¿Nos encontramos en la terraza para comer? Tengo varias minucias que atender esta mañana, así que estaré ocupada hasta entonces. —Como desees—. Antonio alzó una mano elegante, devolviéndole el beso, y observando a su amante abandonar la habitación, con más que un viso de irritación. Ambos sabían lo que tenían que hacer.

La guerrera se sentó al final de la larga barra, bebiendo una jarra llena de sidra de manzana, estudiando en silencio a los demás clientes de la taberna. Era la parte calmada del día, entre el desayuno y la comida, y solo había unas cuantas personas ocupando la habitación; la mayoría de ellos, vecinos, desperdigados por las mesas redondas, la mayoría de ellos cerca de las ventanas desde donde podían ver el bullicio del mercado que descendía después de agitación. Su agudo sentido del oído captaba retazos inconexos de conversación, y recogió de una mesa de comerciantes locales cercana a ella que había sido un periodo de intercambio exitoso para la mayoría de emprendedores que había viajado a El Cairo para comprar y vender sus mercancías. En otra mesa, una madre con dos niños parecía estar esperando a su marido. Sus hijos estaban inquietos, retorciéndose en sus sitios y lanzando interminables preguntas sobre las cosas que veían desde la gran ventana, cerca de su sitio. Y en la mesa de la esquina más alejada…la guerrera sonrió y sacudió la cabeza, divertida…un

joven intentaba desesperadamente obtener la atención de una atractiva muchacha, para llevársela a su habitación con él. Mal momento del día para eso, chaval. Después de casi una marca, Eli asomó la cabeza vacilante a la oscurecida habitación y sonrió cuando sus ojos entraron en contacto con la guerrera. —Xena—. Cruzó la habitación con confianza, ahora que había divisado un rostro familiar que le recibiese. No pasaba demasiado tiempo en tabernas, y se sentía completamente fuera de su ambiente. No es que la estoica presencia de Xena le produjese mucha comodidad, pero eso era mejor que estar completamente solo. — ¿Dónde está Gabrielle? —Arriba, en nuestra habitación—la guerrera inclinó la cabeza hacia las escaleras. —Me temo que no se siente muy bien. —Oh—el Devi parecía preocupado. —¿Puedo hacer algo para ayudar? —No, Eli—rio Xena por lo bajo. —No es nada que no se pase en un día o dos. Cosas de chicas. Y ni una palabra de esto. Se moriría de vergüenza si supiese que te lo he contado. Las orejas de Eli se volvieron rosas. —No hay problema. No diré una palabra. Puedo volver mañana, o esperar a que me enviéis un mensaje, o… —No. No está incapacitada totalmente. Quiere que vaya a buscarla cuando llegues—. La guerrera balanceó una pierna dejando el pie en el suelo, preparada para levantarse. —Además, tengo algo que hablar contigo y me retorcería el cuello si lo compartiese contigo antes de hablarlo con ella. Hemos estado lidiando con algo de misterio últimamente, y creo que tengo todas las piezas del puzle. —¿Qué clase de misterio?—. La curiosidad del Devi se despertó, junto con una sana dosis de precaución. Había estado involucrado en algunos de los misterios de la guerrera y la bardo, y sabía que eso, con ellas, solía tornarse también en algo mortalmente peligroso. Por no mencionar las numerosas oportunidades de observar a Xena cometiendo incontables actos de violencia, todo en pro de defenderle a él, algo que iba contra sus convicciones personales pero que no podía controlar ni detener. —Vamos a dejarlo en que creo que tú puedes ser la pieza que falta. Vuelvo en un momento. No te vayas—. Xena sonrió con malicia y le

palmeó la espalda antes de salir de la habitación, dejando a Eli rumiando las cosas con una gran dosis de turbación. ¿En qué me está metiendo esta vez? Abrió silenciosamente la puerta de su acogedora habitación y se deslizó dentro, desplazándose hasta la cama y poniéndose sobre su dormida compañera a cuatro patas, tomándose un momento para admirar las tranquilas facciones del rostro de su amante y deseando poder dejar dormir a Gabrielle. Aunque se lo pensó mejor y se inclinó, besando lentamente su camino ascendente por el cuello de Gabrielle hasta que alcanzó sus labios. La guerrera realmente deseaba poder quedarse allí y meterse bajo las mantas con su amante, y dejar que el poder curativo de su conexión física resolviese los espasmos internos de su compañera. Rio cuando la bardo se despertó y atrajo su cuerpo cubierto de cuero sobre el suyo, recortando la pequeña distancia entre ellas y alentándola en sus atenciones con pequeños murmullos de placer que solo servían para prender el fuego en el centro de la guerrera. —Mmm. ¿Eli está aquí?—Gabrielle peinó con sus dedos el cabello de su compañera y sonrió cuando Xena se inclinó sobre ella, aumentando el contacto entre ellas y moviéndose contra ella sugestivamente, algo que causó que el cuerpo de la bardo reaccionase y se presionase contra su amante. —Dioses. Tenemos que parar, ¿verdad? —Sí—. Xena besó a la bardo profundamente, a pesar de su respuesta, y entonces dejó escapar un profundo suspiro tembloroso. —Y sí, Eli está abajo. ¿Cómo te sientes?—la guerrera tocó con la palma de la mano el estómago de su amante, acariciando suavemente la piel aterciopelada. Dioses. No puedo creer lo mucho que la deseo ahora mismo, suspiró con remordimiento, sabiendo que tendría que esperar unos días. —Mucho mejor, gracias a ti—. La bardo dejó una de sus manos sobre la de Xena, guiando sus movimientos sobre el estómago plano y llevando la mano más abajo, sobre su muslo, guiando gradualmente los largos dedos hacia el interior, mientras miraba a su amante con la pasión reflejada en sus ojos que expresaban su deseo en términos inequívocos. —Me gustaría… —A mí también—. Con gran esfuerzo, la guerrera se obligó a ignorar el cuerpo caliente que sentía reaccionar ante su tacto, y sacó delicadamente su mano de entre ellas, llevándola a acariciar el rostro

de Gabrielle. —¿Qué pasa cuando no puedes tener algo, que te hace desearlo aún más? —¿Más que de costumbre?—bufó la bardo de risa. —Como si eso fuera posible. —Oye—Xena adoptó su mejor mirada ofendida. —¿Te lo estás pasando bien a mi costa? —Jamás. Tu…em…apetito…es una de las muchas cosas que adoro de ti—rio Gabrielle de nuevo. —Además, está bien echarle algo de humor a todo esto. —¿Y qué es esto?—la guerrera hizo cosquillas en las costillas de su compañera. —Oh. Para—la bardo palmeó la mano de su amante. —Estoy un poco sensible ahora mismo, ¿recuerdas? —Perdona—. Xena se sentó sobre sus talones, con el trasero sobre la tripa de Gabrielle pero soportando su peso con las piernas. —Me portaré bien. ¿Qué decías? —Por lo menos debería echarme unas risas, porque tú estás a punto de empezar el ciclo, pero nunca tienes dolor—la bardo hizo un puchero. — Es muy injusto, Xena. —Bueno…—la guerrera se movió mientras Gabrielle se sentaba. — Siempre le he exigido tanto a mi cuerpo que normalmente paso la mitad del año sin tener el ciclo. He pasado por varias falsas alarmas por eso, créeme. Pero después de llevar contigo un par de veranos, al final mi cuerpo se ha sincronizado con el tuyo. Por alguna razón, suele pasar con las mujeres que viven muy cerca de otras. Y tú…—Xena tocó el hombro de su amante—…nadie ha estado tan cerca de mí como tú. —¿Yo he hecho eso?—. La bardo sonrió y palmeó la mano que su amante tenía sobre su brazo, y después se levantó y empezó a revolver en sus bolsas, buscando una túnica floja para ponerse, decidiendo que se sentía demasiado hinchada para exponer su torso, aunque Xena le asegurase siempre que su estómago siempre parecía plano, independientemente del momento de la luna que fuese. —Sí. Es todo culpa tuya—. Xena se acercó a ella por detrás y la ayudó a colocarse la ropa, y después envolvió con sus brazos la cintura de Gabrielle, atrayendo su espalda hacia ella y dejando su mentón sobre

la cabeza de la bardo. Dioses. No voy a aguantar mucho más. La guerrera obligó a sus pensamientos lascivos a desvanecerse, esperando poder dejar de torturarse unos cuantos días más. Me siento tan cerca de ella. Más cerca que nunca. Es tan condenadamente injusto. —Me alegra servir para algo—. La bardo se giró y besó a su compañera en la mejilla, leyendo los pensamientos de su amante mientras notaba un ligero sonrojo surgir en los rasgos de bronce de Xena. —Vamos a hablar con Eli. Probablemente se estará preguntando por qué tardamos tanto.

Cleopatra deambuló discretamente por una esquina, cerca de la pared cercana a la habitación donde Antonio estaba reunido con sus más leales consejeros militares. Mientras una de sus sirvientas pasaba con una bandeja llena de jarras y un cántaro de agua, atrapó a la sorprendida muchacha por el brazo y tiró de ella hacia un lado, casi derribando su carga. —Meleah, necesito tu ayuda. —Soy tu humilde servidora, alteza—. La muchacha se inclinó ligeramente y bajó sus oscuras pestañas. —Estoy aquí para cumplir tus órdenes, mi reina. ¿Qué necesitas de mí? —Tómate tu tiempo ahí dentro. Sirve las bebidas lentamente. Pregunta si necesitan que se las rellenes. Lo que sea, para retrasar tu marcha. — Miró por la esquina, hacia la puerta cerrada, deseando poder disfrazase y meterse ella misma en la habitación. —Escucha atentamente todo lo que digan, y cuando no puedas retrasarlo más, vete lo más en silencio posible y ven a mis aposentos. Quiero un informe completo de todo lo que oigas. Cada pequeño detalle, ¿entiendes? —Sí, mi reina—. La chica continuó su camino, llevando la bandeja sobre su cabeza, en perfecto equilibrio sobre su mano extendida mientras usaba la otra para llamar a la puerta. Su larga falda siseaba entre sus piernas mientras caminaba lentamente hacia la gran mesa de madera de ciprés, acercándose sobre el hombro derecho de cada hombre para poner una jarra frente a cada uno. Después se acercó a la barra lateral, alzando un gran cántaro de agua fría, con rodajas de limón y naranja flotando en ella. Hizo una pausa, girando lentamente la cabeza para oír mejor, mientras usaba un pequeño cuchillo para cortar más naranjas que estaban apiladas en cuenco bajo de cerámica.

—Mis fuentes me dicen que las tropas de Octavio han desembarcado en la costa de la península del Sinaí, y que marchan hacia aquí cruzando el desierto—. Antonio miró por la mesa—¿Está todo en su lugar? —Tus hombres están preparados, señor—. Casca, uno de los capitanes de Antonio, respondió; alzando su jarra vacía y mirándola con desagrado. —Muchacha—se giró hacia la sirvienta—Date prisa. Estoy seco. Esta vida del desierto no es para mí. La muchacha terminó apresuradamente su tarea y alzó el cántaro grande, equilibrándolo sobre la palma de su mano para estabilizarlo. Llenó primero la jarra de Casca y después dio otra vuelta a la mesa, tomándose su tiempo para llenar las demás tazas mientras los soldados continuaban hablando de Octavio. —¿Y la armada de Cleopatra? ¿Está preparada para mover sus barcos a aguas de Suez?—. Casca sorbió el agua afrutada antes de beber con apreciación, sintiendo el bienvenido líquido empapar sus labios agrietados y su boca. —Maldito desierto. No estoy acostumbrado a este aire seco. No puedo esperar para volver a Roma. —La armada ya está siendo dirigida Nilo arriba, donde cogerá el afluente hacia el golfo de Bur Safaga—. Antonio tomó algunas notas mientras miraba el mapa que tenía en la mesa, frente a él. —La reina egipcia ya ha prometido su apoyo total en la batalla contra Octavio. Él solo tendrá tropas de infantería. Cualquier intento de cruzar el canal de Suez hacia tierra firme dará como resultado la aniquilación de su ejército. Se verá obligado a marchar por la estrecha costa norte del Mediterráneo; y, cuando lo haga, le rodearemos. —Espléndido—. Casca entrechocó sus manos y se frotó las palmas, en anticipación a la victoria que estaba por venir. Qué dulce sería ver a ese indigno engendro alcanzar la muerte que se merecía. Sus ojos se estrecharon de repente. —¿Y qué hay de nuestro otro plan? —Todo está listo—. Antonio habló en voz baja deliberadamente—. Una vez que haya derrotado a Octavio, se pondrán en marchas ciertos engranajes. Hay quienes tienen…ciertas órdenes. Saben lo que tienen que hacer. —¿Cómo quién?—. Casca se inclinó distraído sobre su silla acolchada, inclinando la cabeza para apurar la jarra antes de chasquear los dedos y sostenerla en alto para que fuese rellenada.

—Déjame eso a mí—. Antonio miró a la sirvienta, quién se había detenido a media tarea. La observó con tiento y continuó. —Es suficiente decir que no tengo intención de compartir mi reino con nadie—. Vio que los ojos de la chica se ensanchaba, pero no hizo más movimiento que recoger la bandeja y salir de la habitación. Un poco rápido para su gusto. —Perdonadme. Tengo que ocuparme de algo—. El romano se levantó de su sitio. —No reuniremos de nuevo después de la cena. Quiero repasar nuestros planes de transporte del ejército que estará detrás de las tropas de Octavio cuando llegue a la zona angosta. Los hombres empezaron a hablar entre ellos mientras Antonio dejaba rápidamente la habitación, sus ojos rebuscando en los pasillos laterales para no perder de vista a Meleah. Siguió el largo corredor que llevaba a las cocinas de palacio y localizó a la sirvienta mientras desaparecía en el jardín después del vestíbulo, donde estaba construido el pozo privado de la reina—¿Has aprendido algo ahí dentro?—. La atacó por detrás y agarró su brazo con fuerza, girándola para mirarla a la cara. La voz del romano y su contacto sobresaltaron a la chica, que dejó caer el cubo que estaba subiendo. Cayó por el oscuro y gran hueco, mientras la cuerda de cáñamo se deslizaba rápidamente por la polea, y al final el cubo golpeó el agua con un estallido sordo. —No sé de qué estás hablando—los ojos de Meleah se habían ensanchado por el miedo al sentir un hormigueo cálido, y bajó la vista para encontrarse con una pequeña daga contra su caja torácica. —Nos estabas espiando, ¿verdad?—Antonio incrementó el contacto de la afilada hoja y la giró ligeramente, deslizándola sobre la tela del vestido de la muchacha y arañando su piel, derramando una sangre que empapó rápidamente la tela blanca. —No—. Meleah hizo un gesto de dolor y retrocedió hasta quedar contra la pared de piedra construida alrededor del pozo. Estaba atrapada, sin tener a donde escapar. Tragó con fuerza, dándose cuenta de que el furioso romano sabía la verdad. —Oh, yo creo que sí—. Antonio empujó la daga, sintiendo cómo atravesaba el cartílago hasta alcanzar el corazón de la muchacha. Jadeó y sus ojos se cerraron, mientras sus rodillas empezaban a doblarse y ponía ambas manos sobre la herida, con la cálida sangre fluyendo entre sus dedos hasta la arena marrón y la piedra sobre la que estaba. Lentamente, casi como si fuera un sueño, se derrumbó en el suelo.

El romano sacó la hoja afilada y se agachó para limpiarla sobre la tela empapada de la chica. Miró a su alrededor y después se movió, gruñendo mientras levantaba el cuerpo lacio y muerto y se levantaba, recorriendo una vez más el jardín antes de alzar a la chica sobre la pared del pozo, tirándola al agujero. Rompió la superficie del agua con un sonoro salpicón. Antonio miró abajo, a la oscuridad, y observó con satisfacción cómo el cuerpo se hundía en las turbias profundidades, fuera de la vista. Tomó nota mentalmente de no consumir más agua de pozo mientras permaneciese en palacio.

Eli y Xena bajaron de sus camellos y la guerrera se giró con los brazos en alto mientras Gabrielle tomaba aire profundamente y se deslizaba a ellos, sintiendo las fuertes manos frenar su caída sobre la suave arena. Miró a la pirámide de Kefrén y cuadró los hombros, preguntándose qué les tenía reservado, pero decidida a ocultar su miedo, no fuera que Xena y Eli se distrajesen de la tarea que tenían entre manos. Se puso una ligera bufanda alrededor de la cabeza, sintiendo el abrasador calor del sol de la tarde golpeándola y calentando la tela que tenía sobre su pelo. La guerrera ya se había acercado al Devi, y sus cabezas estaban inclinadas juntas sobre un conjunto de notas que habían tomado en la posada durante varias rondas de sidra de manzana. Gabrielle recorrió arduamente la corta distancia que la separaba de sus amigos, hundiendo sus botas en la arena que se metía entre ellos a cada paso, ralentizándola. En su cinturón llevaba un gran manojo de llaves que Xena había afanado de un gancho al final de la barra de la posada. La guerrera había determinado que podrían ser útiles para abrir la puerta que llevaba a la pirámide, por no mencionar el grueso sello de la cripta que contenía el cuerpo del gran Kefrén. —¿Y ahora qué hacemos?—la bardo se detuvo al lado de su compañera, sintiendo un largo brazo deslizarse distraído sobre sus hombros. —Vamos a hablar con Saqqara. Y los demás—Eli había observado la interacción entre las dos durante la charla anterior, y el viaje desde El Cairo hasta Guiza; y había quedado fascinado por la cercanía y la sensible comunicación que fluía entre las dos, en palabras y en acciones. Él sabía que Gabrielle no se sentía bien, y la preocupación de Xena y las atenciones que le prodigaba a su compañera habían

encandilado al Devi, mientras la veía bajo una nueva luz. El lado frío, sereno y peligroso seguía ahí, sin duda. Pero cuando se trataba de Gabrielle, el rosto de la guerrera se suavizaba notablemente, y sus acciones contenían un profundo amor y una fiera naturaleza protectora por su amante. Durante su reunión en la posada, Xena había estado tocando constantemente a Gabrielle, en el brazo, la pierna, la mano, la cara…Y se había asegurado de que la bardo estaba lo más cómoda posible. Durante su repaso al encuentro con Saqqara la pasada noche, la guerrera se había estado levantando constantemente, asegurándose de que la jarra de sidra de Gabrielle permanecía llena, consiguiéndole un cojín para sentarse y trayéndole un pequeño aperitivo a la siempre hambrienta muchacha. En cierto momento, Xena había llegado a abandonar la habitación para llevarle una dosis de las hierbas contra el dolor, mezclándolas en un vaso alto de zumo de naranja para enmascarar el sabor amargo. La bardo puso los ojos en blanco con ligera vergüenza, y le contó a Eli que, aunque Xena era normalmente atenta, la guerrera era ultra-mega cariosa cuando no se sentía bien. Gabrielle consideró brevemente contarle a Eli su charla con Xena sobre su tío y Lila, pero decidió que, por mucho que quisiese a Eli, no se sentía cómoda hablando de ello con cualquiera que no fuese su compañera. Cuando la guerrera volvió a la mesa, la bardo permaneció callada, acurrucándose al lado de su amante y escuchando a Xena hablar con Eli mientras acariciaba con suavidad los finos pelos del brazo de Gabrielle. La bardo se había quedado un poco traspuestas mientras las hierbas alcanzaban su torrente sanguíneo, actuando sobre las terminaciones nerviosas de su abdomen, que gritaban de dolor. De vez en cuando abría un ojo verde y miraba a Xena o Eli, y después el ojo se cerraba de nuevo, al darse cuenta de que, en esta misión en particular, su presencia era bienvenida pero no tenía que hacer nada más que estar presente. Durante el viaje en camello a las pirámides, Xena había mantenido un brazo firmemente agarrado a los de Gabrielle, que tenía envueltos con fuerza alrededor de su cintura. —Xena—la bardo hacía su mejor intento de seguir el balanceo de la bestia peluda sobre la que estaba subida. —¿Sí?—la guerrera giró la cabeza ligeramente, mientras acariciaba distraída la mano de su amante.

—Estás…em…¿cómo tengo que tomarme esto?—Gabrielle permitió que su pulgar se uniese al baile con los dedos de Xena. —Estás muy tocona hoy. —¿Te quejas?—Xena giró aún más sobre la silla de cuero, en un intento de establecer contacto visual. —No—. La bardo besó a su compañera en los labios mientras la guerrera se inclinaba para escucharla mejor. —Está realmente bien. Solo me preguntaba si había alguna razón en particular. —¿Te refieres a otra, aparte de que te quiero más que a nada en el mundo y que estoy contando los minutos que faltan hasta que pueda acurrucarme en una cama contigo?—rio la guerrera, y besó a su compañera antes de ponerse más seria. —Gabrielle. Es solo…hoy me siento muy cercana a ti. Odio cuando tenemos que ocuparnos de tantas cosas cuando lo único que realmente quiero es estar a solas contigo y abrazarte. Me gustaría…poder hacer algo. Quiero decir…sobre lo que me contaste anoche sobre Lila y tu tío. —Solo contártelo lo mejora un poco—la bardo sintió lágrimas calientes empapar sus ojos y bajó la vista rápidamente, limpiándose la esquina de un ojo. —Para mí lo es todo que te preocupes, Xena. Éste no ha sido el viaje más fácil para mí. Aunque creo que ya lo sabes. —Oye. Espero que sepas que siempre me preocupo. Siempre—. El abrazo sobre la cintura de Xena se estrechó hasta lo imposible. —Lo siento, amor. Y lo sé. Por si fuera poco con el viaje en barco, los secuaces de Cleo intentando secuestrarte y luego Cleo intentando meterse en mi cama, parece que han salido a la luz un montón de cosas personales sobre ti. Dahak y Esperanza, y ahora tu tío y Lila. Supongo que enfrentarte a Eli tampoco ha sido fácil para ti. —No—. Gabrielle sonrió. —No lo ha sido. Tú…em…te has vuelto mucho más perceptiva, Xena—. Estiró una mano para acariciar el rostro de su compañera, solo un roce con las puntas de sus dedos sobre una mejilla, que extrajo una sonrisa triste. —Hay un montón de cosas, Gabrielle, que he notado en ti en el pasado. Quiero decir, antes de la crucifixión. Solo…a veces no sabía cómo expresarme. No sabía exactamente qué decirte—. La guerrera sintió una mano pequeña acariciar su estómago en pequeños círculos— Después de que volviésemos, nos hicimos un montón de promesas. No

todas a la vez, pero mientras iban surgiendo las cosas. Como que no haya más mentiras. Ni más secretos. —Me alegro de eso, Xena—. La bardo se dio cuenta de que Eli, aunque no estaba justo a su lado, estaba suficientemente cerca como para captar una buena parte de su conversación. Miró brevemente a su espalda y fue recompensada con una sonrisa de comprensión. Ella le devolvió la sonrisa antes de devolver su atención a su amante. —Nos han pasado muchas cosas en el pasado solo por no hablar entre nosotras. —Sí—. La guerrera bajó la mirada, hasta el arzón de la silla y a los brazos que tenía a su alrededor, y sacudió la cabeza ligeramente. Y sintió que sus ojos se humedecían. Maldición. Odio esto. Sorbió, intentando amortiguar el ruido y sabiendo que no lo había conseguido por el suave beso que recibió en su hombro. Después de todo por lo que ha pasado por mi culpa, sigue queriéndome. Suspiró y miró al frente, calculando la distancia a las pirámides con la vista borrosa. —Yo hice otra promesa de la que no quería hablarte, porque no quería que lo supieses en caso de que fracasase miserablemente. —¿El qué, cariño?—. Gabrielle mordisqueó la piel que acababa de besar, y continuó acariciando con sus manos la tripa de Xena. —Que intentaría con todas mis fuerzas escucharte. No solo lo que dices. Quiero entenderte y escuchar lo que dices, lo que sientes…yo…¡Oh, mierda de centauro!—. La guerrera luchó con sus emociones y su forma de expresarlas, sintiéndose flotar en una piscina sin saber nadar. —No me estoy explicando, ¿verdad? —Xena—. El mentón de la bardo tembló ligeramente mientras tomaba aliento profundamente, ante la creciente sensación de ahogo que crecía en su pecho y su garganta; intentando contener la riada que amenazaba con desbordar sus ojos. —Nunca te has explicado mejor en toda tu vida. Yo…te quiero. No puedo siquiera empezar a decirte cuánto. Especialmente cuando dices cosas así. Y nunca me has fallado. —¿Pero y…?—. Un solitario dedo bárdico se presionó contra sus labios y ella lo besó en silencio. —Nunca—. Dioses, me gustaría estar en cualquier parte menos en este estúpido camello, en el medio del desierto, a punto de encontrarnos con un fantasma que nos ha escogido como guardaespaldas hacia la eternidad. La bardo quería desesperadamente estar cara a cara con su

amante. —No digo que tú…nosotras…no hayamos cometido errores. Pero, al final, siempre has estado ahí para mí. Respecto a tu promesa, has ido más allá de mis expectativas más salvajes. La guerrera permaneció en silencio un largo momento, mientras al final permitía descender a las lágrimas por su rostro. No gemía ni sollozaba. Solo se entregaba agradecida al alivio del miedo que le provocaba pensar que nunca sería capaz de ser lo que Gabrielle necesitaba, a nivel emocional. A lo mejor puedo hacerlo, después de todo. Sonrió y pasó una pierna por encima del arzón, consiguiendo girarse un poco más para encarar a su compañera, quién también había soltado alguna lágrima. —Míranos—. Xena deslizó el pulgar bajo la mandíbula de la bardo, recogiendo la humedad que empapaba la piel clara antes de que cayese y se uniese a las otras que ya empapaban la túnica verde de Gabrielle. —Somos un desastre—. El pulgar se deslizó más abajo, por el cuello de la bardo y trazando la curva de su clavícula, antes de bordear el borde de la túnica, delineando la parte superior de un pecho sobre el suave material que separaba la piel de la piel. Consciente de que Eli estaba cerca, Xena se detuvo y suspiró, frustrada, girándose de nuevo para encarar a las pirámides. La bardo rio y sonrió entre lágrimas, dejando su mejilla sobre la espalda de Xena. —De verdad que me gustaría… —A mí también—las palabras eran las mismas que las que se habían dicho en la taberna. —¿Estamos un poquito sensibles?—Gabrielle mordisqueó juguetona una porción de piel desnuda, justo encima del borde del vestido de combate. —Y que lo digas—. Xena sintió cómo la piel de su espalda se estremecía de placer, en respuesta a las atenciones de su amante, e hizo todo lo que pudo para mantenerlas a las dos sobre el camello. —¿Puedo hacer algo para ayudar?—la bardo liberó una de sus manos del agarre de su compañera para apartar la larga y oscura melena y dejar que sus dedos emprendiesen una danza sensual sobre el cuello expuesto de la guerrera. —Oh, no vayamos ahora por ahí, ¿de acuerdo?—. Xena no quería otra cosa que coger a su compañera, bajar del camello y correr detrás de la

duna más próxima para seguir los instintos que estaban guerreando dentro de sí. Gabrielle rio y volvió a envolver con el brazo la cintura de Xena. Durante las cuatro lunas que habían pasado desde que llevaron su relación al terreno físico habían aprendido un montón de cosas sobre la otra. Una de aquellas revelaciones fue que la libido de la guerrera surgía de pleno cuando pasaban el ciclo, incrementando su energía sexual aún más de lo normal. Esto resultaba en algunos jocosos y frustrantes intercambios, por no mencionar algunas experiencias extremadamente satisfactorias una vez pasado el ciclo. Ahora esa energía, combinada con el profundo intercambio emocional que experimentaban, llevaba ciertas necesidades a unos puntos que ninguna de las dos era capaz de controlar. —Unos cuantos días más, y te prometo que me encargaré de ti—. La bardo sonrió y permitió que sus labios acariciasen un musculoso hombro una vez más. Obtuvo un gemido gutural como respuesta, junto con un apretón sobre su muslo desnudo. Gabrielle se limitó a reír otra vez. Lo poco que les quedaba de viaje lo pasaron intercambiando sutiles toques y palabras que pasaron desapercibidos para Eli, pero que comunicaban claramente promesas de las cosas que estaban por venir entre la guerrera y la bardo. Cuando se acercaban a la pirámide y Xena y Eli entablaron una animada conversación sobre Saqqara y la mejor forma de proceder, Gabrielle era consciente de los dedos que se deslizaban de arriba abajo por su brazo desnudo, dando muchas pistas sobre a dónde se dirigía gran parte de la atención de Xena. Era su pequeño secreto, y una pequeña parte de sí misma disfrutaba sabiendo que ella era el objeto de la primaria necesidad sexual de la guerrera, que bullía bajo la aparente calmada superficie. En algún momento, Xena la miraría por encima del hombro, con una pequeña sonrisa en los labios, y Gabrielle sabría que Xena sabía que era consciente de los pensamientos de la guerrera. Aquello solo servía para acrecentar la química entre ellas. Al final acordaron entrar en la pirámide sin más, y dirigirse a la cámara donde descansaba el sarcófago de Saqqara. Xena resolvió rápidamente el problema de los dos guardas custodios de la entrada, usando la empuñadura de su espada con eficiencia y casi sin provocar dolor, para gran alivio de Eli. La guerrera se agachó para comprobar el pulso de los dos hombres. —Vivirán—rio por lo bajo. —Pero van a tener

un dolor de cabeza del Tártaro después de despertarse—. Los ató juntos, espalda con espalda por si acaso, y después tomó las llaves de mano de Gabrielle. Eli y la bardo quedaron rezagados, observando, mientras la guerrera cogía el candado de la gruesa puerta, con una oreja presionada contra ella para escuchar los chasquidos de la cerradura al introducir cada llave. Cuando no pasó nada, gruñó con frustración y estampó el llavero contra la pared inclinada de ladrillo, deteniéndose para observar cómo se deslizaba hasta la arena. —¿Dónde está Autólicus cuando se le necesita?—bromeó, sacando de nuevo la espada de la vaina. Gabrielle hizo una mueca de dolor cuando Xena blandió la espada rápidamente de atrás adelante, golpeando el candado de metal en el centro exacto con la empuñadura, aflojándolo. La guerrera recolocó el arma y, de una fuerte patada, consiguió romper el candado y el revestimiento de la puerta. Sonrió con satisfacción y abrió la puerta, emitiendo un zumbido sordo de aire frío procedente de la tumba sellada. Xena se hizo con una de las antorchas que colgaban de un soporte justo al lado de la puerta y sacó con una mano el pedernal del cinturón, manejando hábilmente las herramientas con su pulgar y el índice para encender la antorcha. Hizo un gesto a Gabrielle y a Eli para que la siguiesen, y se adentraron en silencio en el oscuro túnel, siguiendo la fuente de luz danzante mientras Xena abría el camino, dolorosamente consciente de cada ruido que hacían por culpa de las frías y elevadas paredes de ladrillo, que amplificaban y reverberaban cada sonido. La guerrera hizo una pausa y dirigió su mirada a un pasadizo lateral, inclinando la cabeza. —La tumba de Saqqara está por ahí abajo, ¿verdad? —Sí—. Gabrielle sintió una mano grande cerrarse sobre las suyas en la oscuridad, y la apretó brevemente. —¿Lista?—. La guerrera miró preocupada a su amante, a sus ojos verdes abiertos por el miedo bajo la tenue luz de la antorcha. —Todo lo que voy a estarlo—. La bardo sonrió en la profunda oscuridad y después se giró hacia Eli. —Un poco más por aquí. No está mucho más lejos.

El Devi se limitó a asentir y siguió al par, sus sentidos en armonía con los lloros silenciosos de muchas almas torturadas, produciendo que los vellos de su nuca se erizasen. Abba. ¿En qué me he metido? Había aprendido mucho sobre sus poderes de Devi durante el año y poco que había pasado desde que conociera a Xena y Gabrielle. Cierto, podía sanar la enfermedad, y había traído de vuelta a algunas personas de la muerte, incluyendo a Gabrielle. Y había expulsado espíritus malignos y había sentido la llamada para abrir el camino hacia una forma de vivir basada en el amor. Pero aunque había traído espíritus de la muerte, no les había ayudado a encontrar la paz de la muerte. Si tenía éxito, sería un comienzo. Se aproximaron a la cámara secundaria con precaución y Xena abrió la puerta, mirando por toda la silenciosa habitación. Al no encontrar nada más que el sarcófago y la pila de objetos depositados tras la muerte de Saqqara, la guerrera se encogió de hombros y entró en el pequeño cuarto con una ansiosa Gabrielle y Eli escoltándola. Dejó la antorcha en un soporte de la pared y atrajo instintivamente a la bardo hacia su costado, envolviendo su cintura con un brazo para mantenerla cerca. —Bueno—la bardo miró a la caja dorada de la momia. —¿Y ahora qué? —Esperamos, supongo—. La guerrera miró a Eli, alzando una ceja en cuestión ante la pensativa expresión del rostro del Devi. —A menos que Eli sepa algo que nosotras no. El Devi cerró los ojos y se acercó al ataúd de Saqqara, dejando sus manos delicadamente sobre la superficie de madera suave. —Aquí hay una gran agitación por no encontrar descanso. Muchas almas confusas. Y…—se detuvo, lamiéndose el labio superior, nervioso—…creo que hay ciertos espíritus…o una presencia…que no está contenta con nuestra visita. —¿Qué clase de presencia?—Xena sintió tensarse el cuerpo de su compañera, y a Gabrielle aferrarse con más fuerza a ella. —No puedo decirlo con seguridad—. Eli se giró para mirarlas—Puede ser un dios. O posiblemente un demonio. Quizás incluso sea un alma humana. —Genial—. La guerrera miró a la bardo, e incluso bajo la poca luz podía decir que su compañera tenía miedo. Gabrielle temblaba ligeramente, y su respiración comenzaba a acelerarse. —Gabrielle. No tienes que quedarte. Puedo llevarte afuera, si quieres.

—No—. La bardo alzó una mano para recorrer la mandíbula de Xena con las puntas de los dedos. —A donde tú vas, yo voy, ¿recuerdas? —Sí—. La guerrera se inclinó, besando la cabeza rubia. —Lo recuerdo. Gabrielle sintió una brisa fría y un cosquilleo familiar en la parte de atrás de las piernas, y su corazón comenzó a palpitar en la garganta. — Xe…—miró a su alrededor con temor—…está aquí. Xena también sintió el cambio de temperatura de la habitación, y Eli se acercó a ellas, con sus sentidos repentinamente sobrepasados por una gran melancolía que provenía del espíritu que había en la habitación. Una tenue niebla gris creció en la esquina más alejada, y Saqqara comenzó a hacerse visible lentamente, adoptando una forma familiar a la que tendría a la hora de su muerte. —Habéis venido, tal y como dijisteis—el alma en pena flotaba en el aire a varios centímetros de la guerrera. —Sí—la guerrera resistió la necesidad de apartarse cuando el brazo de la joven hizo un intento de tocarla y la atravesó. Xena sintió una extraña sensación fría sobre su torso cuando el espíritu la atravesó. —Saqqara. He traído a la persona que te dije que podría ayudarte. Éste es Eli—dejó una mano en la espalda del Devi, empujándole hacia delante unos cuantos pasos, contra su voluntad. —Eli. Te presento a Saqqara. —Sé quién es—la voz de Saqqara era un siseo agudo. —Ellos me dijeron que venía. —¿Ellos?—los ojos de Xena se entrecerraron e, inconscientemente, deslizó sus dedos sobre el borde del chakram, con sus nervios a pleno rendimiento. —Hay algunos inmortales…y almas mortales…por aquí—interrumpió Eli. —Dos fuerzas opuestas, en guerra entre sí. —Correcto—Saqqara flotó más cerca de Eli. —Puedes sentirnos, ¿verdad? —Sí—. Eli sintió que el espíritu era inofensivo. —Muchos de vosotros intentáis liberaros y cruzar. Algo os retiene aquí. —Seguidme—. Saqqara se contoneó hasta la puerta y flotó en el sitio hasta que Xena cogió la antorcha y salió primero, aún sosteniendo a Gabrielle mientras Eli la flanqueaba al otro lado. Con pasos medidos, recorrieron el oscuro pasadizo hasta que la fantasmal figura

desapareció por la puerta que sellaba la cámara principal de la pirámide, la tumba de la momia de Kefrén. La guerrera se detuvo y puso la mano libre sobre su cadera. —Sería un detalle por su parte que nos dijese cómo entrar—pateó el borde de la pesada barrera con el pulgar de una de las botas. —Ni que nosotros pudiésemos atravesar paredes—. Xena puso ambas manos sobre la madera recubierta de metal de la puerta y deslizó sus palmas por ella, buscando puntos débiles. Había un candado, pero las jambas de las puertas parecían estar encajadas en la propia puerta. —Supongo que siempre podemos ir a buscar algunas hachas y deshacerla—se puso de puntillas para comprobar la parte superior. —Xena…—Gabrielle tironeó de la falda de la guerrera—…a lo mejor quieres apartarte de la puerta. Creo… De repente, una ráfaga opaca de luz que la bardo había visto brillar desde dentro se hizo más grande, atravesando la oscuridad con un destello. El suelo comenzó a temblar bajo sus pies y la guerrera apartó instintivamente a Gabrielle y a Eli, poniéndolos detrás de ella, y separando las piernas para mantener el equilibrio sobre el inestable suelo de la pirámide. Sacó la espada y se puso en cuclillas ligeramente, preparada para salir corriendo en cualquier dirección mientras la gruesa puerta de madera y el marco de madera se rompían y astillaban. — Tengo que tener más cuidado con lo que pido…—murmuró Xena en voz baja. —Xe…—. Los ojos de la bardo se ensancharon por el miedo, mientras se agarraba firmemente a un brazo cubierto por un brazal, enganchando inconscientemente un dedo debajo de él y tirando con nerviosismo. —Cariño—la guerrera apartó con cuidado los dedos de la armadura— Me lo estás clavando en la piel. —Oh. Lo siento—. Gabrielle lo soltó y sintió unas manos más grandes agarrar las suyas, Xena a un lado y Eli al otro. —¡Al suelo!—la guerrera gritó con todas sus fuerzas, retrocediendo y cubriendo el cuerpo de Gabrielle con el suyo mientras la puerta sellada explotaba hacia fuera, propulsando cientos de astillas de metal y hierro por el pasadizo. El atronador ruido retumbó por la caverna, disminuyendo gradualmente mientras el polvo se asentaba a su alrededor.

Cuando cesó todo ruido o movimiento, Xena alzó lentamente la cabeza y escupió una bocanada de arena. —Pfjlsfnsaah. Ugh. Debo de haberme dejado la boca abierta cuando estalló esa cosa—. Miró al cuerpo que tenía debajo—¿Gabrielle? —Estoy bien, pero me estás aplastando—. La bardo se impulsó hacia arriba, enganchando una mano en la parte de la armadura que cubría un pecho mientras intentaba quitarse un metro ochenta de guerrera de encima. Xena sonrió y se apartó. —Tenemos que dejar de encontrarnos así. —¿Qué?—Gabrielle se dio cuenta de dónde tenía la mano y se sonrojó.—Oh—sonrió, recordando el primer encuentro con Saqqara y la subsecuente colisión con su compañera. —Eli, ¿estás bien?—la guerrera tendió un brazo al Devi, que lo usó para sentarse. —Sí—. Miró a la ahora puerta abierta. Seguía habiendo un leve resplandor que llegaba de la cámara principal, junto con algunos siseos casi inaudibles. Eli sintió hormiguear su piel de nuevo, y estaba seguro de que no era por la fina capa de polvo que cubría su pelo y ropas. Xena siguió su mirada y luego miró al Devi, levantando a Gabrielle y atrayéndola hacia ella en un gesto protector. —Em…Eli. Estás percibiendo algo en especial, de una manera u otra; porque, te lo digo así de claro, si esa gente muerta está buscando mi ayuda, no están haciendo mucho por convencerme de que soy bienvenida. —No han sido las almas las que han causado la explosión—. El Devi hizo un barrido con el brazo, señalando su alrededor. —Al menos, no creo que hayan sido ellas. Hay alguna clase de fuerza aquí, que las retiene. No estoy seguro de poder decir qué o quién es… ¿Quién? La bardo encontró fuerzas para hablar y miró con temor a la guarida de la momia. —Como si…hubiese una persona ahí…o un dios…o algo… —Gabrielle—. Xena retiró pequeños fragmentos de escombros del cabello rubio. —Déjame llevarte fuera. No tienes que estar aquí si tienes miedo. No quiero…

—No—. La bardo le devolvió el favor, quitando astillas de madera de los mechones oscuros de su compañera. —Es que…situaciones como éstas…me recuerdan a Dahak. Es todo… —No voy a convencerte de que te vayas, ¿verdad?—la guerrera sonrió torciendo la boca, deseando internamente que su compañera escogiese estar en un lugar seguro, en vez de a su lado. Otra vez, pensó. Yo no la enviaría ahí dentro sola. ¿Por qué debería esperar que ella me dejase entrar sin ella? —No—. Una sola palabra, inquebrantable y cierta, mientras Gabrielle reafirmaba una de las promesas que habían aceptado recientemente: ninguna de las dos volvería a dejar atrás a la otra, a menos que fuese decisión de una de ellas quedarse atrás. Eli se puso de pie y se sacudió el polvo de la ropa, haciendo volar el polvo hasta su rostro, haciéndole estornudar. Xena le palmeó la espalda varias veces. —Gracias—el Devi le indicó que podía detenerse—Estaré bien—. Se limpió la cara con el dorso de la mano y deslizó los dedos por su barba desenterrando varios trozos de hierro y astillas. Gabrielle se levantó del suelo con una mano y recorrió el resto del camino bajo el fuerte agarre de su compañera bajo sus brazos. Dejó escapar un largo y tembloroso suspiro y la siguió a Xena en silencio cuando la guerrera se acercó a la cámara abierta. Eli las siguió de cerca mientras entraba con precaución en la tranquila cámara. La guerrera miró a su alrededor, buscando la fuente de la luz y los siseos, y no vio nada más que un gran sarcófago ornamentado y varios montones enormes de joyas y dinero que llenaban las cuatro esquinas de la habitación hasta el techo. —Vaya—. Los ojos de la bardo se ensancharon, maravillados. —Xena, qué desperdicio. Mira todo esto. Podría usarse para ayudar a tanta gente—. Empezó a moverse hacia uno de los montones de gemas brillantes cuando el siseo retumbó en las paredes de la habitación. —Gabrielle—la guerrera la retiró hacia atrás de nuevo con el brazo estirado—Quédate cerca, ¿de acuerdo? Podemos ver todo esto cuando hayamos arreglado el asunto—. Miró a su alrededor y suspiró con disgusto—Está bien. Quienquiera que seas, puedes dejar ya el rollo del palo y la zanahoria e ir directo al grano. He tratado antes con dioses. Y demonios. Y gente muerta. Y el inframundo. Los sustos no

suelen funcionar conmigo, y estoy empezando a saber qué es lo que tienes en mente exactamente. Saqqara se materializó frente a ellos, sacudiendo la cabeza violentamente. —No deberías hablar así. Le estás enfadando mucho. —¿Quién, en el nombre de Zeus, es ese “él” o “eso” que está causando esta conmoción del Hades?—Xena cruzó los brazos sobre su pecho—Y tú, Saqqara. Viniste a pedirme ayuda. No tenía que escucharle y, ciertamente, no tenía que arrastrar a mi compañera y a mi amigo aquí y ponerlos en peligro. ¿Por qué no me dices qué está pasando aquí? Porque me estoy empezando a cansar de tus mentiras y excentricidades. —Yo…—. La forma grisácea de la muchacha se encogió sobre sí misma—…lo siento. Tenía miedo de que, si te decía la verdad, no vendrías. Todo el mundo se asusta. ¿Por qué tú ibas a ser diferente? —He sido diferente toda mi vida. ¿Por qué iba a cambiar ahora?—sonrió Xena sombría. —Vamos, acabemos con esto, o me voy de aquí y tú puedes quedarte flotando por toda la eternidad, a mí me da igual. A lo mejor piensas que me necesitas, pero poco puedo hacer por ti en este punto. —Mi padre—. La voz del espíritu era grave y temblorosa. —No dejará cruzar a nadie. Está furioso porque falta su cuerpo. —¿Qué?—dijeron Xena y Eli al unísono, mirándose entre ellos, y después mirando al gran sarcófago que yacía sobre una gran plataforma de madera de ébano. —Está decidido a no dejar entrar a nadie en el reino de Ra hasta que su cuerpo sea recuperado. Dijo que si él no puede cruzar, nadie lo hará. No le he visto desde hace mucho, mucho tiempo, hasta hoy. Siento haberte mentido. La explosión. Fuimos nosotros, para permitirte entrar. Ha costado tanto porque él quería mantenerte fuera. No le gusta que los vivos entren aquí. —¿Quiénes son “nosotros”?—la guerrera miró escepticismo. —Exactamente, ¿cuántos sois?

al

fantasma

con

—Nadie ha cruzado desde que murió mi padre. Hay cientos de miles de nosotros—. Saqqara volvió a flotar de aquí allá entre Xena y Eli, subiendo y bajando mientras gesticulaba salvajemente. —Estamos en todas

partes, pero la mayoría de nosotros mora en las pirámides, incluso los que no han sido enterrados aquí. —Espera un maldito minuto—. La guerrera empezó a pasear en pequeños círculos. —Me estás diciendo que ni una sola persona ha muerto en Egipto desde que Kefrén murió? —Correcto—. Saqqara empezó a seguir a la guerrera, colgando a unos centímetros del suelo. —¿Puedes ayudarnos? ¿O tú?—. Hizo un pase alrededor de la cabeza de Eli antes de volver detrás de Xena. —No lo sé—. Xena se acercó al sarcófago. —Sabía qué tenía que hacer con las amazonas. Pero tengo la sensación de que esto va a requerir de algo más que beber sangre y girar alrededor de una hoguera. —¿Eh?—. Tanto Gabrielle como Eli habían escuchado partes de la historia de Xena sobre la tierra de los muertos de las amazonas, pero Xena había omitido la información relativa al sacrificio de sangre. —Lo siento—la guerrera se giró hacia su compañera—Te lo explicaré más tarde. Lo sé. No más secretos. No te lo dije porque pensaba que te haría enfermar pensar en ello. A mí me pasa a veces—. Hizo una mueca, recordando haber bebido la sangre del caballo y la lucha con Alti. Fue la primera vez que vio la visión de la crucifixión. A veces se preguntaba si la chamana había deducido de alguna forma sus muertes, o si solo había sido el conector que hizo a Xena consciente de su perdición. Y a veces pensaba si, quizás, cada vez que había tenido esa visión, Alti no había sido responsable de ella. Se estremeció. Naiyima había sido clara al respecto. Su alma y la de Gabrielle estaban unidas eternamente, pero también lo estaba la de Alti. No era una cuestión de si aparecería. Era cuestión de cuándo. Xena sacudió la cabeza para aclararse las ideas y continuó caminando alrededor del sarcófago de Kefrén hasta que se inclinó sobre él, con las manos sobre la superficie. —Bueno—sacó una daga de su bota y comentó a levantar las trabillas de metal que mantenían el sarcófago cerrado. —Si no hay cuerpo, me gustaría asegurarme de qué hay aquí. —Yo no haría eso si fuera tú—. Saqqara flotó frente a la guerrera. —Mi padre declaró que cualquiera que violase su tumba sufriría las consecuencias. —¿Qué consecuencias?—. Xena aflojó la última pieza y, con gran esfuerzo, abrió la tapa. Miró dentro para encontrar la caja vacía. —

Bueno, estaré maldita. Me pregunto qué le paso—se encogió de hombros—Parece inofensivo. —Xena—. La voz de Gabrielle era una octava más aguda de lo habitual, sus palabras saliendo en un aullido de terror. —¿Qué?—. La guerrera se dio la vuelta y jadeó cuando, una por una, las antorchas de la pared volvieron a la vida con unas llamas salvajes que llenaban la habitación de sombras fantasmales. —¿Qué Tartaro…?—. De repente, un gran torbellino se agitó en la habitación y una ráfaga de luz emergió del centro. Xena miró al techo de la cámara, intentando ver de dónde procedía la luz. Sin previo aviso, fue alzada y lanzada fuera de la habitación en una corriente de aire ascendente, elevándose más sobre el suelo. Sus brazos y piernas se agitaban mientras intentaba agarrarse a cualquier cosa que detuviese su rápido ascenso. Miró abajo y gritó. —¡Gabrielle! —¡Xena!—. La bardo se lanzó a por los pies de la guerrera, que se le escaparon de las manos. —¡Xena!—gritó Gabrielle, mientras su compañera flotaba más y más alto y después desaparecía con un estallido de luz. Tan rápido como llegó, el viento cesó y las antorchas brillaron con menos intensidad. La habitación permaneció bajo un silencio de muerte durante un momento, mientras Eli y Gabrielle miraban a su alrededor, confusos, intentando averiguar qué había pasado. La guerrera se había ido. Se había desvanecido en el aire sin dejar rastro. —¡¡¡¡NOOOOOO!!!!—. El sonido rasgó la garganta de la bardo, atravesando la oscuridad mientras caía de rodillas al suelo, llorando. Eli se quedó mudo, conmocionado, mientras Gabrielle miraba desconsolada al espacio vacío sobre sus cabezas, donde la guerrera había desaparecido, con las lágrimas derramándose por su cara mientras sus manos se abrían y cerraban con rabia y desesperación.

Capítulo 8 "...El amor tiene fe inquebrantable, espera en todas las circunstancias, aguanta sin límites. El amor nunca deja de existir..." -1 Corintios 13: 7-8, la Biblia, Moderna Versión del lenguaje, el derecho de autor por Dios.

E

ra como volar. Flotó hacia el cielo en una infinita corriente de oscuridad, sintiéndose ingrávida y completamente indefensa para apartarse del agarre de la fuerza desconocida que la arrastraba. De vez en cuando, unos rayos de extraña luz naranja derretían la oscuridad, y unos extraños truenos vibraban contra sus sensibles tímpanos. Después de lo que pareció una eternidad, el impulso cesó y, tan rápido como había volado, empezó a caer, dibujando una espiral hacia el suelo, que se acercaba a ella demasiado rápido para su gusto. —¡¡OOOOOHHHHAAAAAAHHHH!!—. No pudo evitar gritar cuando sus pies establecieron contacto con una superficie suave y dura, haciéndola retener el aliento en los pulmones. Se hizo una bola rápidamente y dio una voltereta, brincando hasta quedar de pie de nuevo. Hmmm. La guerrera evaluó rápidamente su estado físico, flexionando los músculos y haciendo un par más de volteretas, para asegurarse. Todo parece estar en su sitio. Botó levemente sobre los talones un par de veces y sintió la sensación familiar de la vaina rebotando sobre su espalda. Y mis armas siguen conmigo. Bajó la vista y localizó el chakram, la daga de la bota y la del pecho. Sacudió la cabeza ligeramente y deslizó los dedos por su pelo, apartando un mechón oscuro de delante de los ojos. Dioses. Sentía palpitar sus sienes y la boca seca como una cesta de mimbre. Se tanteó los costados y descubrió, con disgusto, que en algún momento del viaje había perdido la bolsa de agua. Supongo que tendré que buscar agua en alguna parte. Recorrió con la vista sus alrededores. Donde Tártaro quiera que esté. Su morada parecía ser una cueva de alguna clase, con paredes rugosas que se alzaban hacia un techo rocoso. Alzó la vista y entornó los ojos antes las abruptas estalactitas que guerreaban por el reducido espacio, intentando dilucidar si habría alguna entrada encima de su

cabeza, por la que pudiera haberse caído para acabar…Aquí. No tenía ni idea de cómo había entrado en la misteriosa caverna, o dónde “podría” estar. Se abrían tres entradas hacia unos pasadizos oscuros que giraban y se retorcían hasta donde alcanzaba la vista. ¿Cómo, en el nombre de Ares, he acabado en este lugar? Se giró lentamente en un círculo completo. ¿Y por qué? La guerrera rodeó la gran cámara, deteniéndose en cada una de las entradas y mirando los tres túneles, intentando recordar la secuencia de eventos anteriores a ser transportada a ese lugar, y preguntándose si debería quedarse donde estaba o seguir alguna de las salidas desconocidas. Vamos a ver. Estaba en la tumba de Kefrén, abrí el sarcófago, estaba vacío; y luego Gabrielle me advirtió lo de las antorchas que empezaron a encenderse. Gabrielle. Oh, dioses. Xena se sentó pesadamente sobre el frío suelo de la cueva, cruzando las piernas y dejando su cabeza reposar sobre sus puños levantados, con los codos apoyados en los muslos. Su último recuerdo nítido era escuchar gritar a Gabrielle mientras la alejaban de ella. La he dejado atrás. Imaginó el rostro de Gabrielle, sus cálidos ojos verdes, y sus dedos se flexionaron involuntariamente, como si tocase la suave piel que casi podía sentir. Lo siento, amor. No quería irme a ninguna parte. Aguanta. Descubriré cómo volver a ti. Te lo prometo. Otra idea la hizo temblar, provocando una breve pero intensa descarga de adrenalina. ¿Y si a Gabrielle también le ha pasado algo? ¿Y si me necesita…y no estoy ahí? Por favor, cariño, estate bien. Volveré contigo tan pronto como pueda. Bueno. Se levantó abruptamente. Ya está. No voy a ir a ninguna parte con el culo sentado. Se acercó al centro de la caverna y cerró los ojos, inclinando la cabeza para escuchar atentamente, dirigiendo su agudo oído hacia cada pasadizo. El primer túnel emitía un tenue goteo, como si un pequeño reguero de agua cayese sobre piedra. Podría ser una buena opción. Se giró un poco y se concentró de nuevo. El siguiente pasadizo permanecía en completo silencio. Era de una tranquilidad espeluznante, y un inexplicable escalofrío recorrió la columna de la guerrera. Hmmmm. Mientras se centraba en el último túnel, escuchó un leve crujido, que podría ser de un fuego o de algo escurriéndose entre las sombras. Esperemos que no sean ratas. Un segundo escalofrío recorrió su espalda. Finalmente, ya que tenía tanta sed, escogió el túnel del ruido de agua, esperando encontrar algo para calmar su castigada boca y garganta.

Maldición. Debería tener más sentido común. De repente, se dio cuenta de que ese día no había bebido demasiada agua, ni siquiera durante el camino en camello hasta las pirámides. Apuesto a que me estoy deshidratando. Continuó con pasos vacilantes sobre el sorprendentemente plano suelo del túnel y calculó mentalmente, determinando que había consumido tres o cuatro jarras de sidra de manzana en la posada. Eso debería contar algo, intentó convencerse. Mientras se acercaba a la fuente del goteo, se le ocurrió que, aunque estaba oscuro y, a pesar de que no había una fuente de luz a la vista en la cámara principal, no estaba totalmente a oscuras. De hecho…se giró en redondo y se dirigió a la habitación principal. Desde donde estaba ahora, la habitación se había iluminado un poquito. Puedo ver condenadamente bien aquí dentro. Me pregunto de dónde viene la luz. Sintió erizarse los vellos de sus brazos y cerró una mano sobre uno de sus bíceps para calmar el escalofrío que la recorría. Está bien. Necesito agua. Vamos a seguir y esperemos que sea agua lo que me encuentre ahí abajo. Su reloj interno le decía que había pasado algo más de un cuarto o media marca de vela desde que comenzó a andar, y el olor del agua se hizo más fuerte, asaltando su nariz con una esencia mineral que la hacía ser aún más consciente de su boca seca. Se lamió los labios agrietados y gimió. Dioses, lo que no daría por una bebida ahora mismo. Estaba prácticamente a oscuras ahora, y disminuyó considerablemente el ritmo de sus pasos, moviéndose lentamente y parpadeando con frecuencia, intentando centrarse en algo delante de ella. Escuchó un chapoteo y crecieron sus esperanzas de encontrar ciertamente una fuente de agua no muy lejos de allí. Ojalá Kallerine estuviera aquí. La cazabacantes amazona tenía los ojos más agudos que la guerrera se había encontrado jamás. Combinados con el afilado sentido del oído de Xena, hacían un equipo formidable en las pocas partidas de caza en las que ambas habían participado desde Gabrielle y la guerrera se habían mudado a la aldea amazona. Atrapada en los recuerdos de su hogar y su compañera, la guerrera dejó de prestar atención momentáneamente al camino. Sin previo aviso, perdió pie al pisar gravilla suelta y resbaló por una empinada pendiente, rodando cabeza abajo hasta que cayó de nuevo por el aire. Después de una caída de veinte pies, golpeó el agua, zambulléndose en las heladas profundidades hasta que sus pies tocaron el fondo. Se agachó y tomó impulsó, con poderosas brazadas y

patadas para resurgir con un chapoteo, sacándose el agua de la nariz y la boca con una poderosa bocanada de aire. —¡¡Malditos sean los dioses!!—maldijo en la oscuridad que la rodeaba. —¡¡Pero cuántas veces más me voy a caer hoy!! El agua estaba tan fría que quitaba el aliento. Dije que tenía sed. Consiguió sonreír y olisqueó el agua helada, buscando rastros de alguna sustancia que pudieran impedir beberla. Un suspiro y un ligero jadeo agradecido, y metió la cabeza en el agua, bebiendo a grandes tragos hasta que tuvo que parar por culpa de las punzadas heladas en sus sienes. Dioses, chasqueó los labios. Esto sabe mejor que la cena de la noche del Solsticio. Una cosa buena. Empezó a nadar hacia donde, esperaba, estaba el barranco por el que había caído. Esta agua está demasiado fría para que algo viva en ella. Al menos no tengo que preocuparme de que algo me muerda. O me coma. Pero de todas formas, la hipotermia podría ser un problema si no salgo de aquí deprisa. Entonces…pensó en la extraña forma en la que había llegado a la cueva...No sé dónde Hades estoy. Por lo que llevo visto las leyes naturales que conozco no se aplican aquí. Quizás haya criaturas extrañas por aquí. Alcanzó un punto de apoyo sólido y tanteó durante unos cuantos pasos. Por lo que podía decir, no había visibilidad y, por su sentido del tacto, la pared era prácticamente vertical. Está bien. Suspiró y metió una mano en el agua, toqueteando su cintura y agradecida por encontrar el chakram en su sitio. Con uno poderoso golpe, incrustó el arma en la sólida roca para señalar su posición y comenzó un meticuloso recorrido del perímetro de la charca, tanteando con la mano su camino mientras vadeaba el agua hasta que fue demasiado profunda para mantener la cabeza fuera del agua. Pasó lo que pareció una eternidad antes de que volviese a tocar el chakram y darse cuenta de que había rodeado la charca por completo. —Genial. ¿Y ahora, qué?—dejó la pregunta en el aire. Por lo que podía decir, estaba en lo que parecía ser una charca de una cantera, un depósito de agua rodeado totalmente por altas paredes de roca que no podía escalar. Al menos no sin correr un gran peligro de caer, por la profunda oscuridad. —¡¡Arrrrgggghhhh!—su grito de frustración resonó en las paredes de la caverna a su alrededor. —Estoy cansada, tengo frío y quiero irme a casa—Y quiero estar con Gabrielle. Estampó con furia su puño contra la pared y después se lo frotó arrepentida, sabiendo que se podía hacer daño de nuevo.

Piensa, guerrera. Hundió la cabeza en el agua, en un intento de aclararse las ideas, y tuvo la feliz idea de abrir los ojos. Y vio el más tenue resplandor de luz unos cinco metros más al fondo de donde estaba. Qué raro. Recuperó rápidamente el chakram y se hundió en el agua, nadando regularmente hacia la pared opuesta sin perder de vista la fuente de luz. Alcanzó la pared más alejada y tomó aliento antes de tomar impulso y hundirse de cabeza hasta alcanzar la entrada luminosa, un agujero en la pared rocosa que era suficientemente ancho para pasar por él. Un chorro continuo de luz refulgía desde las profundidades de la roca. Lo estudió y volvió a subir a la superficie hasta que su cabeza estuvo de nuevo sobre el agua. Cerró los ojos durante un largo momento. Si se concentraba lo suficiente, aún podía sentir la sensación del desastre inminente, su corazón bombeando con fuerza ante la ilusión de que el agua se cerraba a su alrededor, rompiéndola mientras nadaba más y más adentro en las profundidades de las oscuras y desconocidas aguas del lago, tan desoladas como para estar despojadas de toda vida. Aún podía recordar cada detalle de su viaje al inframundo para visitar a Marcus y ayudar a Hades a recuperar su casco de invisibilidad. Había dejado marchar, de mala gana y de una vez para siempre, al amor que sabía, en las profundidades de su corazón, que no podía ser. Y había vuelto para contemplar a un amor creciente por una amiga de la que ya había empezado a depender más de lo que había estado dispuesta a admitir en ese momento. Fueron la primera y la segunda vez que Gabrielle tuvo que sentarse a esperar pacientemente a que volviese de un viaje que ambas sabían que podría matarla primero. Ambas veces la bardo había intentado convencerla de que nadar hasta el fondo de un lago era una locura, y ambas veces había perdido la discusión, limitándose a abrazar a Xena con fuerza y pedirle que tuviese cuidado. No la he hecho pasar una vez por eso, han sido dos. Dioses. Nunca pensé lo difícil que podría ser para ella. Cada vez que Xena había vuelto de las profundidades de un turbio lago, Gabrielle había estado allí, agarrándose en silencio a una intensa esperanza y una fe en la guerrera que Xena ni siquiera comenzaba a entender. Seguía sin entenderla, a veces. No sé qué ves en mí, cariño, pero espero que nunca dejes de verlo. Ahora se enfrentaba a una decisión semejante, pero esta vez no intentaba llegar al fondo del lago, intentaba llegar al final de un túnel

que podría, o no, llevarla a la superficie y al oxígeno de nuevo. Estoy loca. Sabía que lo que pretendía hacer era una imprudencia, y que si Gabrielle estuviese allí, le soltaría un rollo sobre lo estúpido que era lo que pretendía hacer. —No tengo elección, cielo—suspiró suavemente, casi como si rezase. —Si no salgo de esta, te estaré esperando bajo ese sauce, como te prometí. Cerró los ojos e imaginó el rostro de du amante, recordando algunos de sus momentos juntas en rápidos destellos…Subiendo a una jovencita aldeana sobre Argo, sin saber que eso lo cambiaría todo…Diciéndole adiós cuando Gabrielle se marchó a la Academia, sintiéndose más vacía de lo que nunca había estado…Diciéndole adiós de nuevo, cuando Gabrielle se fue a Potedaia…Más feliz de lo que había sido en toda su vida, cuando la bardo volvió las dos veces…Viéndola en su lecho de muerte mientras el veneno le arrebataba la vida, más orgullosa de Gabrielle que nunca cuando la bardo estaba dispuesta a sacrificar su vida por el bien supremo…Insuflando desesperada aire en los pulmones de su amiga cerca de Tesalia, y derramando lágrimas de alegría cuando funcionó…Entendiendo, por primera vez, que su decisión de luchar había marcado la diferencia entre la libertad de Gabrielle y su esclavitud…Rezando en un claro iluminado por la luna para que Gabrielle no tomase la espada…Besando a su futura amante en sueño, sabiendo que las dos estaban sin aliento…Sacando a Gabrielle de un ataúd ardiendo, y abriendo sus ojos ciegos, viendo el rostro de la bardo y dándose cuenta de que quería ver esa cara para siempre…Lanzándose por un acantilado, haciendo un giro imposible, incluso si eso significaba acabar en un barco maldito de por vida, todo mientras pudiese pasar su vida con su mejor amiga…Viendo como su mundo y su amistad se deshacían lentamente por un conjunto de elecciones mal tomadas y la falta de comunicación, rompiéndole el corazón…Abriendo los ojos en una playa con Gabrielle en sus brazos, dándose cuenta de que no quería soltarla jamás…Vertiendo el antídoto sobre la boca de una bardo moribunda, dándose cuenta de que, si Gabrielle viviría, ella también quería seguir haciéndolo…Observando cómo su mejor amiga caía en un pozo de lava y ella se volvía loca por la pena, en un intento desesperado de encontrarla, sin importar dónde estuviera…La agridulce sensación de descubrir que Gabrielle estaba viva, pero que iba a morir en un futuro cercano…Llorando mientras abrazaba a su futura amante en un bosque a las afueras de Potedaia…Preguntándose si el camino de la paz las separaría…Observando impotente como Gabrielle tomaba la espada

para defenderla en la fortaleza romana…Observando, en su agonía, cómo su mejor amiga era crucificada…Sentadas bajo el sauce en los Campos Elíseos, descubriendo que eran mucho más que amigas…Un beso en la posada cercana al monte Amaro, que acabó siendo mucho más que un beso, y la mirada maravillada en los ojos de su nueva amante mientras se llevaban a un lugar donde nunca habían estado antes…Observando, con orgullo y miedo, cómo la bardo defendía por sí misma su máscara de reina, y ganaba…Cayendo de rodillas en una cueva de cristales, pidiéndole a Gabrielle que pasasen el resto de su vida juntas…Su alegría cuando la respuesta fue “sí”. Bueno. La guerrera abrió los ojos y fue sumamente consciente de la suave y fría superficie del anillo sobre su anular izquierdo. No estoy lista aún para dejar de hacer nuevos recuerdos con ella, y lo primero que tengo que hacer es salir de aquí. Con gran determinación, tomó aliento profundamente y se sumergió en el agua. Cuando llegó al pasadizo iluminado, se agarró a los bordes de la entrada y usó su fuerza para propulsarse en su interior, nadando con poderosas brazadas y apartando el agua con sus manos. La luz se hizo más intensa, estimulándola a avanzar. Sus pulmones comenzaron a arder y luchó contra la casi irresistible necesidad de respirar. Podía sentir su sangre recorriendo su cuerpo, y cuando pensó que iba a explotar, salió del túnel y emergió, rompiendo la superficie del agua de otra laguna desconocida y clamando por el oxígeno que tanto necesitaba. Le llevó un momento calmar sus sentidos, pero cuando su cuerpo se estabilizó, se dio cuenta de que la charca en la que estaba ahora, aunque estaba rodeado por tres lados de más acantilados rocosos, tenía una bahía navegable de cien metros de largo, en el lado opuesto a donde ella estaba. En un abrir y cerrar de ojos estaba reptando por un suelo rocoso y casi no pudo evitar besar el suelo, riendo disimuladamente al recordar su primer paseo en barco con su compañera. Gabrielle había caído de rodillas en la playa a cuatro patas, besando la oscura arena y alzando la cabeza, para revelar una cara llena de tierra que Xena encontró totalmente irresistible. Incluso cubierta de barro es condenadamente preciosa. El peligro inmediato había pasado, y la guerrera se dio cuenta de que estaba totalmente exhausta. Con cuidado, se puso de pie y sintió empezar a formarse algunas contusiones. Esto me va a doler mañana. Pero prefiero que me duela en El Cairo que aquí, y si es así, recordaré no quejarme. Bajando la vista, descubrió que tenía varios arañazos en las

piernas y brazos, por haber caído en la charca. Se preguntó si había conseguido cabrear a alguno de los dioses…otra vez. Quizás…Pensó en Saqqara y sus advertencias sobre el sarcófago de la momia, y su maldición. Ra. Sería simplemente genial. Podría tener dioses de los tres continentes persiguiéndome. O Kefrén. ¿No dijo Saqqara que Kefrén estaba enfadado porque su cuerpo estaba desaparecido? Xena empezó a temblar cuando el aire frío de la cueva empezó a secar su cuerpo totalmente empapado, y sus cuerpo se pegaron a ella con un agarre húmedo y desagradable. Uuuugh. Su cabeza seguía matándola, sus rasguños empezaban a escocer, su cuerpo entero parecía haber sido apaleado varias veces y, por si fuera poco, ahora se estaba congelando. —Este día va a estar en el primer puesto de mis días favoritos—murmuró en voz baja. Dio varios pasos vacilantes e hizo un gesto de dolor cuando las botas llenas de agua hicieron un ruido acuoso con cada paso que daba. —Caray—murmuró—Si mi suerte sigue así, voy a coger hongos. Recorrió la habitación con la vista. Aunque era un poco más grande, no era muy diferente de la primera en la que había acabado, con la excepción de la charca de esta última, y que esta vez solo parecía haber una salida, una pequeña abertura en la pared más alejada de la cámara. Bueno. Al menos esta vez no tengo que elegir. Junto con el tenue y bamboleante resplandor que podía ver salir del pasadizo, pudo oler el acre olor del fuego. Olisqueó el aire y el humo despertó una parte de su mente. Lo pensó un momento y se dio cuenta de que ese fuego olía como el que siempre acompañaba a Ares cuando aparecía o desaparecía. A lo mejor todo esto solo es una pesadilla. Sabía, por todo el dolor que sentía, que estaba bien despierta. Y viva. Supongo que debería dar las gracias por eso. Sacudió su cuerpo, recolocando la armadura y cogiendo el chakram, alzándolo en una postura defensiva. Está bien. Miró a la única salida con una mezcla de precaución y curiosidad. Vamos a ver qué hay al otro lado de la puerta.

Un golpe en la puerta de sus aposentos privados sobresaltó a la egipcia, y se frotó los ojos soñolientos con culpabilidad. Se había sentado en uno de los muchos bancos bajos acolchados por lo que debían ser solo unos minutos, mientras esperaba noticias de Meleah. No había querido quedarse dormida. Al mirar por las altas ventanas, se dio cuenta de que

habían pasado, por lo menos, dos marcas de vela. Qué extraño. Me pregunto por qué tarda tanto. —Pasa—su voz recorrió la habitación con autoridad y confianza. Se sorprendió cuando al no ver entrar a Meleah, tal y como esperaba, si no a su jefe de cocina. —Majestad—el hombre de piel oscura se lamió nervioso los labios. —Os ruego me perdonéis. Pero ha ocurrido un…accidente. —¿Qué clase de accidente?—Cleopatra se enfureció y se levantó para cruzar la habitación. —Nosotros…es que…em…Meleah ha muerto—. Los ojos del cocinero reflejaban tristeza. Había trabajado con Meleah desde que era una niña. Había pasado horas enseñándole a la muchacha el fino arte de la cocina, y cómo combinar especias y condimentos para crear los deliciosos platos que la reina le encantaban. —¿¡Muerta!?—la egipcia se tambaleó ante la noticia. —¿Cómo? ¿Qué ha pasado? —No volvió de llevarle las bebidas a Antonio y a sus hombres. Empezamos a buscarlas, y alguien encontró sangre en el suelo, cerca de vuestro pozo privado. Buscamos por los alrededores y descubrimos que el cubo y la cuerda habían desaparecido. Entonces alguien vio la bandeja que llevaba Meleah en un banco del patio. Una cosa llevó a la otra y…—el hombre se estremeció—…encontraron su cuerpo en el pozo. Ha sido apuñalada en el corazón. Ra, perdóname. Cleopatra estaba abrumada por la culpa y el remordimiento. De alguna manera, sabía instintivamente que su sirvienta podría ser asesinada por seguir sus órdenes y espiar a Antonio. — Escúchame bien—la egipcia caminó decidida hacia un pequeño escritorio, sacando una hoja de pergamino en blanco y una pluma. Hundió la pluma en un tintero y comenzó a escribir furiosamente mientras hablaba. —No le digas a nadie todavía que sé que Meleah ha muerto. Di a quién te pregunte que llamaste aquí y yo te despaché. ¿He sido clara? —Por supuesto, alteza—El hombre asintió ligeramente. —Bien—. Cleopatra terminó la nota y sopló sobre ella para secar la tinta. Después lo enrolló, asegurándolo con un lazo de satén rojo y su sello personal. —Ahora. Necesito que lleves esto al palomar de la ciudad.

Asegúrate de que nadie te sigue. Dile al encargado que es un mensaje para Xena, la princesa guerrera. No le hables a nadie de esta nota. —Sí, majestad—. El cocinero hizo una profunda reverencia, aceptando el pergamino y el encargo con gentileza. Miró rápidamente alrededor para asegurarse que no había nadie a la vista antes de abandonar la habitación y escabullirse del palacio por la entrada de servicio. Con una sana dosis de temor, cubrió rápidamente la distancia entre el palacio y el palomar, con cuidado de dar el mayor rodeo posible. Una vez que el mensaje estuvo entregado, respiró con alivio y empezó a recorrer con más calma el camino de vuelta al palacio, dándole vueltas al menú de la cena en su cabeza, y dedicando un momento de nostalgia a la muchacha muerta que no le ayudaría en sus tareas. No llegó a ver el brazo que salió de una esquina, arrastrándolo a un callejón mientras una daga le abría la garganta con un eficiente movimiento. Su cuerpo golpeó el suelo con un ruido sordo mientras la sangre caliente empapaba rápidamente su túnica, deslizándose por su cuello para crear un charco en la arena, tiñendo los finos granos de un color bermejo. El soldado romano se agachó hábilmente para registrar el cuerpo, buscando el pergamino. Había estado vigilando detrás de una puerta entreabierta los aposentos de la reina, y había rastreado cautelosamente al cocinero mientras abandonaba el palacio con un trozo de papel enrollado bajo el brazo. Desafortunadamente, un soldado egipcio le había detenido, interrogándole sobre la razón que le llevaba a vagar solo por las calles de Egipto. Sin saberlo Marco Antonio, después del ataque a Eli, Cleopatra había puesto en alerta a toda la guardia de la ciudad para que interrogase a cualquier soldado romano que pareciese sospechoso, y las tropas extremaban sus esfuerzos para obedecer a su reina. Cuando el soldado le dejó marchar, el romano ya le había perdido la pista al rechoncho cocinero, y decidió esperar escondido en el camino que seguro recorrería el hombre para volver a palacio. No tuvo que esperar mucho. Sabía que la oportunidad de interceptar el pergamino se había desvanecido y maldijo en voz baja, frustrado. El calor del desierto lo sobrepasaba, y estaba deseando volver a Roma, a la cómoda familiaridad de su jergón en el barracón militar que compartía con sus camaradas.

Salió del callejón y miró calle abajo, en la dirección por la que había venido el cocinero. Lentamente, comenzó a seguir la estrecha carretera, estudiando los negocios que se repartían a ambos lados de la calle y descartándolos mentalmente hasta que llegó al palomar. Hmmm. Entró en la pequeña oficina y parpadeó mientras sus ojos se ajustaban al cambio de luz. —Discúlpame—sonrió con encanto a la joven que había tras el mostrador, mostrando una fila de largos dientes. —¿Un hombre regordete acaba de entregar un mensaje? ¿Con el sello de la reina, posiblemente? La chica le sonrió tímidamente. —Sí, señor. ¿Éste?—se giró hacia un grupo de ranuras abiertas en la pared y recuperó el pergamino enrollado. —Dijo que era para Xena, la princesa guerrera. El romano tomó la nota, permitiendo que sus dedos tocasen brevemente los de la muchacha. Ella rio disimuladamente y batió sus pestañas como respuesta, mientras el sonrojo coloreaba sus mejillas. Al soldado le gustaba lo que veía, y decidió que tendría que hacer otra visita después de trabajar. Rompió rápidamente el sello real de cera con un crujido, y desenrolló el papel. Alzó la vista antes de empezar a leer— ¿Has dicho que esto es para Xena? —Sí—respondió la muchacha, enamorada hasta las trancas. —La princesa guerrera. Ha estado aquí un par de veces en los últimos días. —¿En serio?—las cejas del romano se dispararon hacia arriba. —Qué interesante. ¿Estás segura de que era Xena? —Eso fue lo que dijo ella—. La chica quería serle útil a aquel apuesto soldado. —Ella también trajo mensajes aquí. —Bueno, gracias—. El soldado se metió la nota en el cinturón y se tocó el borde del casco con los dedos para despedirse de la chica. —Quizás podríamos vernos esta noche, para cenar. Quizás en la posada que hay en la carretera, digamos…¿una marca después del ocaso? —Oh, sí—sonrió la muchacha. —Me encantaría. —Hasta esta noche, entonces—. El romano sonrió y dejó el palomar. Y se encontró dando la vuelta y con la cara estampada contra el muro, con la punta de un arma desconocida justo bajo su yugular, mientras una rodilla presionaba entre sus piernas, amenazando con provocarle un dolor extremo si hacía algún movimiento extraño. —¿Qué dem…?

—Lo siento. Esta noche no cenas—. Una mano se deslizó entre su pecho y la pared, cogiendo la nota. —Me llevo esto. Y no te molestes en intentar pelear. He tenido un día muy, pero que muy malo, y no dudaré en usar esto si tengo que hacerlo. Sintió el arma hundirse un poquito más, pero la voz que tenía detrás era fácilmente identificable como de mujer. Sonrió y empezó a coger su espada al costado, cuando la rodilla se retiró repentinamente para volver a subir ágilmente, entrando en contacto con su virilidad. Vio las estrellas y se agarró la zona en cuestión con ambas manos, gimiendo en voz alta. No estuvo dolorido mucho tiempo, ya que algo le golpeó con fuerza en la base del cráneo, y la oscuridad le reclamó rápidamente. Gabrielle suspiró y giró ambos sais en las palmas de las manos antes de devolverlos a su sitio, entre las botas. Idiota. Arrastró al hombre inconsciente dentro del palomar y atravesó con la mirada a la joven, cuyos ojos se ensancharon y dejó escapar un jadeo. —Una palabra de esto—unos ojos verdes helados se clavaron en la chica—Una palabra en absoluto. A cualquiera. Y volveré para hacerte lo mismo a ti. Te prometo que no voy a hacerle daño—. Salió al callejón y puso los dedos en los labios, silbando. Tobías apareció desde una esquina y paró frente a la puerta de atrás. La bardo se alegraba de haber pedido prestado a su amigo de cuatro patas. Sacó varios cabos gruesos de cuero sin curtir de una alforza y ató los tobillos del soldado y las muñecas. Vale. ¿Y ahora qué hago con él? Se asomó a la puerta de nuevo, al callejón desierto. —Eli. Vamos. Sé que es difícil, pero te necesito—. El Devi salió de la misma esquina que Tobías, con sus hombros hundidos por la derrota. Una vez más, Xena y Gabrielle habían conseguido arrastrarle a actividades que iban contra sus principios. Como cada vez anterior, una parte de él reconocía que las acciones de sus amigas eran necesarias. En silencio, ayudó a Gabrielle a cargar al soldado sobre la espalda del burro y consiguió sonreír. —¿A dónde, amiga mía? —Em…—la bardo repasó sus opciones. —…llévalo a tu campamento, ¿puedes?—. Gabrielle sonrió agradecida cuando el Devi asintió. Eli y ella había discutido la presente situación, y él la había informado de que sus seguidores más cercanos tenían una pequeña comuna de tiendas cerca del río, casi al límite su r de la ciudad, con casi veinticinco fieles viviendo en comunidad. —Sé que vuestra gente le tratará bien. Le he atado bien. Toma—metió la mano en la alforja—Amordázale—. Le

tendió al Devi un paño de lino. —No podemos arriesgarnos a que haga ningún ruido si se despierta antes de salir de la ciudad. Escoge los callejones siempre que sea posible, busca una manta o algo para echársela por encima. Tenlo vigilado por mí, ¿por favor? Te mandaré un mensaje cuando puedas liberarlo. —Claro. Os debo mucho a Xena y a ti. Pero, ¿qué vas a hacer?—. Eli puso una mano sobre el hombro de la bardo. —No me gusta la idea de que vayas sola allí. —Eli—. Gabrielle miró a su amigo con los ojos inyectados en sangre. Se preguntaba si aún le quedaba alguna lágrima, y rápidamente se dio cuenta de que las tenía, pero que las guardaba cuidadosamente, evitando por poco que se derramasen ante la más mínima provocación. —Las situaciones raras no me son desconocidas. Necesito que vigiles a este hombre hasta que solucione las cosas. Tengo que leer ese mensaje, y mandar una respuesta si es necesario, y después tengo que volver a Guiza. —Gabrielle—el Devi le apretó el hombro. —Es peligroso. —No…tengo…otra…opción—. Gabrielle remarcó cada palabra—Tengo que creer que encontrará la manera de volver de donde esté. Ya que se marchó allí, creo que debería esperarla allí. No puedo explicarlo. Es una sensación. Además, si fuera yo, ella haría lo mismo. —Muy bien—. Eli se inclinó y la besó en la mejilla. —Ten cuidado, amiga mía. —Lo tendré—. La bardo observó cómo su amigo guiaba al burrito calle abajo, hacia el río, junto con dos dóciles camellos. Había sido una tarde muy larga. Una vez que superó la conmoción inicial por ver desaparecer a su compañera, registró la pirámide entera, buscando alguna pista de dónde podría haber acabado Xena. No encontró nada. Después de aquello, se tiró en el suelo de la cámara principal y lloró ríos de lágrimas, esta vez sin gritar. Lágrimas de frustración y miedo por el destino de su amante. Eli había intentado consolarla e incluso había intentado usar su conexión para ver si sentía algo de lo que le había pasado a Xena. Pero como siempre que se trataba de la guerrera, no sintió nada. No podía sentir nada más que el abrumador dolor de Gabrielle. Convocó a Saqqara, que parecía reacia a compartir más información, hasta que dijo simplemente que Xena no estaba muerta, y que la guerrera era

necesaria en otro lugar. El fantasma se desvaneció, y no volvieron a saber de ella. Levantarse y salir de la pirámide, cuando cada fibra de su alma clamaba por quedarse y esperar, al igual que había hecho siempre cada vez que Xena y ella se separaban; fue una de las cosas más difíciles que había hecho jamás. Pero habían hablado muchas veces del bien supremo, y Gabrielle sabía que su amante tenía una agenda, y ya que Xena no estaba presente para llevar a cabo sus planes, la responsabilidad caía sobre la bardo. Gabrielle dedicó una última plegaria a su compañera para que volviese pronto, y después se obligó a salir de la pirámide. Les habían prometido a los soldados atados y amordazados que custodiaban la pirámide que enviarían a alguien para liberarlos, y la bardo le había pedido al Devi que la ayudase a arrastrarlos a una de las antecámaras, fuera de la vista. Ella le había pedido disculpas profusamente a los soldados, tanto como a Eli por pedirle algo que iba contra sus principios. Después, el Devi y ella habían hecho un largo y ardoroso camino hasta el ferry, porque la bardo descubrió que era incapaz de montar en camello sola. Xena la había ayudado las últimas dos veces. Desde entonces, Gabrielle se hallaba en una disyuntiva. No conocía a nadie en Egipto, salvo Cleopatra, María y José. Había decidido hacerles una visita a estos últimos, y les suplicó que le prestasen a Tobías para no tener que andar por el ardiente desierto. También quería al burrito por si, impensablemente, tenía que abandonar El Cairo rápidamente, con sus pertenencias y las de Xena a cuestas. José estuvo más que dispuesto a cederle lo que fue de Gabrielle antes que suyo, y le dijo que podía tenerlo tanto tiempo como lo necesitase. María la abrazó y le pidió que tuviese cuidado. La bardo le dio el poema que le había escrito, y le pidió que no lo leyese hasta haberse ido. Jesús salió fuera y le dijo que estaría bien. Esto trajo al rostro de la bardo la única sonrisa sincera durante toda la espantosa tarde. Con el corazón doliente, dirigió a Tobías al palomar mientras Eli iba en camello, con el animal restante atado tras él. Gabrielle sabía que Xena esperaba un mensaje de Cleopatra, y estaba decidida a interceptarlo. Por consiguiente, solo tuvo que quedarse en el umbral de la pequeña oficina mientras escuchaba entrar al soldados, flirteando con la

empleada mientras hablaban del mensaje que, obviamente, iba dirigido a Xena. Estaba sorprendida por lo rápido que había entrado en modo protector, decidida a no fallarle a su alma gemela en su ausencia. Ni siquiera recordaba haber sacado los sais, mucho menos sabía de dónde había sacado la fuerza para retorcerle el brazo al romano y estamparlo contra la pared. Pero había funcionado. Había visto a Xena hacerlo cientos de veces. Ojalá lo hubieras visto, amor. Una pequeña parte de la bardo aún anhelaba la aprobación de la guerrera, aunque, a un nivel mayor, sabía que no contaba solo con la aprobación de Xena, sino con todo lo demás, el paquete entero que formaba la misteriosa, enigmática y complicada persona que Gabrielle amaba con toda su alma y su corazón. La bardo se sentó con cansancio en un banco en la plaza de la ciudad, y desenrolló el pergamino, escaneando rápidamente la escritura manual, que, gracias a los dioses, estaba en griego. Bueno, se mordió el labio, pensando. Cleopatra está de nuestro lado, por lo que sea. Gabrielle sintió dispararse una alarma interna, insegura de por qué. La egipcia quería reunirse con Xena en la posada a la hora de la cena. La nota decía que la reina ya sabía dónde se hospedaban, ya que sus fuentes la habían informado de sus actividades. Muy bien. El alma de la bardo no había estado tan agitada desde hacía mucho tiempo, en parte por su largo camino a Guiza y en parte por saber que tenía trabajo que hacer. Supongo que será mejor que vuelva a la posada y espere a Cleo. ¿Cómo voy a explicarle la ausencia de Xena, y lo que hacíamos en la cámara prohibida? No es como si confiásemos la una en la otra. Está bien. Soy bardo. No puede ser tan difícil entretenerla hasta que Xena vuelva. Si es que vuelve. No. Va a volver. Se regañó a si misma y se limpió varias lágrimas que corrían por sus mejillas. Miró al sol, que corría bajo por el cielo, preparando su descenso final tras el horizonte. Sus ojos tristes recorrieron las pirámides, que casi no distinguía en la distancia. Se iba a retrasar un poco en volver, y era profundamente consciente, a un nuevo nivel, de lo mucho que perdería si su compañera estaba perdida para siempre. No puedo perderte. Ahora no. Nuestra vida juntas está empezando. Era demasiado para ella, y un suspiro tembloroso escapó de sus labios mientras su pecho se encogía ante las nuevas lágrimas. —Xena, ¿dónde estás?

La guerrera se puso de pie con la espalda presionada fuertemente contra la pared cercana a la mesa, mientras escuchaba atentamente unas voces graves y un siseo que revelaba, sin lugar a dudas, un fuego. O dos. Miró al chakram que sostenía al nivel del hombro y, pensándolo mejor, lo dejó de nuevo en su sitio y se apartó de la pared para desenvainar la espada. Se encogió cuando la vaina de cuero empapada emitió un ruido similar al de sus botas cuando andaba. Dioses. Espero que lo que sea que hay ahí dentro no hayan escuchado eso. Se centró completamente en la conversación, y consiguió identificar dos voces, una bastante enfadada y otra un poco petulante. Xena contó hasta tres y se plantó en medio de la puerta para revelar su presencia a quienquiera que estuviese en la habitación. Dos bocas dejaron de moverse en medio de la conversación mientras los hombres se giraban para mirarla, sin que ninguno de ellos diese muestras de sospecha ante su presencia. —Xena—. Un hombre de piel oscura con una perilla de chivo, largo pelo oscuro y una túnica roja la miró con cierta diversión. —Ya veo que has salido del túnel de una pieza, más o menos—sus ojos recorrieron la extensión del cuerpo lleno de moratones y arañazos. —Aunque debo decir que si hubieras escogido el otro túnel, el de los crujidos, habrías tenido que caminar más pero habrías llegado directamente aquí, sin nadar o bucear—hizo un gesto, señalando otro pasadizo al otro lado de la habitación. —¿Ah, sí?—la guerrera fulminó con la mirada a los dos hombres. — Bueno…sabéis mi nombre, eso es evidente. Así que deberéis saber algo sobre mí, lo suficiente para saber cómo he llegado aquí por accidente y contra mi voluntad. E, incluso aunque hubiese sabido lo del otro túnel, generalmente me gusta tomar atajos, incluso si tengo que esforzarme un poco para pasar por ellos. Prefiero ahorrarme tiempo a trabajar de más. Así que…—sus ojos pasaron de un hombre a otro—…¿quiénes sois y por qué estoy aquí? ¿Y por qué Hades estás encadenado?—. Dirigió su atención al otro hombre, el que estaba sentado en un gran trono al que parecía estar encadenado por varias cadenas brillantes de plata. —Lo siento—el hombre que estaba de pie se acercó, deteniéndose fuera del alcance de su espada. —Permíteme que me presente. Soy Kefrén, y mi amigo es Osiris.

Xena bufó con descrédito. —¿Osiris? ¿El señor “Un cocodrilo del Nilo me ha quitado a mi amiguito”? ¿Ese Osiris?—Rompió a reír a carcajadas. — Ere un dios, y él un simple hombre muerto. No me digas que ha conseguido encadenarte. —Es una larga historia—el dios egipcio que guardaba la entrada al mundo de los muertos se había sonrojado. —Bueno—. La guerrera se dirigió al borde de la plataforma del trono, poniendo un pie sobre el borde y dejando sus antebrazos sobre su muslo alzado, con la espada colgando despreocupadamente en una mano. —Soy toda oídos. No tengo ni idea de dónde estoy, y ni siquiera sé por dónde empezar a buscar la salida de este sitio. ¿Por qué no me contáis vuestra sórdida historia, o mejor aún, por qué no me mandáis de vuelta a Guiza, a menos que me necesitéis para algo? Kefrén paseó hasta ellos, flanqueando el otro lado de la plataforma. —A mí no me mires. Él te ha traído aquí. Yo iba a bajar para estamparte contra la pared por allanar mi tumba, pero él se aprovechó de mi ausencia y del portal que creé, y te trajo aquí. Si de mí dependiese, os habría ahuyentado, a ti y a tu amiga rubita. Antes de saber cómo, el antiguo faraón se encontró tirado en el suelo cubierto de oro con una guerrera muy enfadada y su espada presionada contra su garganta. —Deja a Gabrielle en paz, o… —¿Qué?—la provocó Kefrén. —¿Me matarás? Ya estoy muerto. —No soy estúpida—parpadeó Xena. —Es obvio que tienes un resentimiento contra aquí mi amigo Osiris desde hace mucho tiempo, y si tuviera que ser una invitada con educación, diría que algo tiene que ver con ello el hecho de que estés muerto y no tengas cuerpo para demostrarlo. Te dieron todas esas baratijas y la mayoría de tu familia, incluso tu perro, están en esa madriguera de pirámide; pero, a pesar de todo lo que tienes, él no te dejará cruzar al otro lado hasta que hayas encontrado el cadáver, ¿me equivoco? Dos pares de ojos oscuros parpadearon brevemente antes de que el faraón y el dios asintiesen atónitos ante su perspicacia. —Lo que yo pensaba—. Hombres. Dioses. Que Ares me proteja de convertirme en cualquiera de los dos. La guerrera se apartó de Kefrén y comenzó a pasear de aquí a allá. —Así que…llegaste aquí, o a donde te manden cuando morís, y él no te dejó cruzar. Entonces tú te largaste,

encontraste unas cadenas y conseguiste, de alguna manera, capturarlo. Es por eso que hay tantas almas confusas vagando en Egipto, porque Osiris está encadenado y nadie puede cruzar al otro lado hasta que esté libre—. Se detuvo súbitamente cerca del trono y tocó con el dedo los gruesos eslabones de las cadenas. —Lo único que no puedo entender es cómo consiguió capturarte y mantenerte atrapado todo este tiempo. Y por qué…—pasó sus ojos de uno a otro de sus espectadores—…no sois suficientemente listos como para llegar a un acuerdo. —¿Acuerdo?—dos pares de ojos negros la cuestionaron. —Sí—su voz rezumaba sarcasmo. —Como, caray, digamos…si Osiris hiciese una excepción y te dejase pasar sin cuerpo, tú le dejarías libre—. Xena exhaló un suspiro cansado que había estado conteniendo. —¿Y cómo es que Ra no ha intervenido todavía? —Oh. Esa es fácil—rio el faraón—. No le importa. Tiene un montón de almas de las que preocuparse, así que un par de cientos de años no representan nada. Es menos trabajo para él, nada más. Nos dijo, un año después de llegar a este punto, que lo resolviésemos entre nosotros. —¿Y por qué no hay acuerdo entre vosotros?—la guerrera estaba empezando a cogerle cariño a los Olímpicos a cada minuto que pasaba. —Porque no confío en él—dijeron el faraón y el dios al mismo tiempo, señalándose. Durante la conversación, Xena había continuado su examen a las cadenas que aprisionaban a Osiris, estudiándolas con ojo experto. — ¿Quién ha hecho esto?—se giró de repente para espetarle esto a Kefrén. —Vamos a decir que hice un pequeño viaje por el Mediterráneo cuando no me dejó cruzar—miró Kefrén a Osiris. —No tenía nada mejor que hacer. Hice algo de montañismo. Conocí a un amigo tuyo—sonrió con maldad a la guerrera. —Hefesto— gruñó Xena—No es amigo mío—. Ojeó las cadenas con sigilo de nuevo, forjadas con el único metal que podía retener a un dios. Está bien, Ares, dijo para sí, negándose a considerarlo una plegaria. Espero tener razón en esto. Con un giro de muñeca, sacó el chakram de su sitio y cortó limpiamente las cadenas que envolvían el torso de Osiris.

Je. Siempre sospeché que añadió un pequeño extra a esto cuando lo arregló. La guerrera sonrió triunfante, acariciando el filo del arma con el pulgar. Al dios le llevó un momento darse cuenta de lo que estaba pasando, mientras los eslabones se deslizaban por su cuerpo y caían al suelo con un estrépito metálico, mientras saltaban chispas del trabajo de Hefesto. Al mismo tiempo, unos fuegos bajos que ardían en varias urnas a cada lado del trono se avivaron de repente, alzándose a varios metros de altura, y un sonoro rugido resonó en la caverna. Osiris se puso de pie casi a cámara lenta, mientras un rugido nacía en su vientre y salía expelido a unos decibelios que obligaron a Xena a taparse los oídos. Oh, oh. Sostuvo la espada en un gesto defensivo y se inclinó mientras cientos de figuras fantasmales aparecían en la gran habitación, contoneándose y gimiendo en voz alta, antes de desvanecerse rápidamente por un portal invisible, similar al que había transportado a Xena. …Vaya. Dioses. Sigo sin tener ni idea de dónde estoy. Observó desvanecerse a las apariciones y, con cautela, volvió a erguirse. —¡Por las pelotas de Ares! ¿Qué ha sido eso?—frunció el ceño al recién liberado dios. —Eran almas que estaban esperando para cruzar, al menos, algunas de ellas—suspiró Osiris. —Un montón de almas se han perdido. Creo que han sido rechazadas tantas veces que tienen miedo de acercarse esta vez. Las que tú has visto han pasado por la gran puerta al otro mundo, donde yo me uniré a ellas en breve para decidir si pueden entrar o no. —No si yo puedo evitarlo—Xena sintió un brazo rodearla por detrás, y fue arrastrada hacia atrás mientras una gran hoja de sable presionaba su garganta. —Kefrén—escupió ella el nombre. Y rápidamente estampó su cabeza contra la cara del faraón. Aunque no podía hacerle daño permanente, él parecía sentir dolor, mientras se caía al suelo sujetándose la nariz. —¡Auch!—gritó con rabia—Si tuviera sangre, tendría la nariz chorreando. —Y rota—la guerrera blandió su espada en un gran arco. —Vamos a acabar con esto. De verdad que quiero volver a Egipto. —Por mí, bien—. Kefrén se levantó y adoptó una postura similar, lanzando el primer mandoble con su sable, y complacido cuando Xena retrocedió un paso. La sonrisa desapareció pronto cuando la guerrera

retrocedió y se giró, el filo de su espada golpeando sólidamente su sable y haciéndole perder el equilibrio durante un momento. —Que empiece el juego—la risa de Xena resonó en la caverna casi vacía, y se lanzó al ataque. Lanzando mandobles y parando estocadas, pateando y golpeando, obligaba al faraón a retroceder por la habitación mientras él intentaba desesperadamente ganar posiciones. —¿Qué pasa?—se burló la guerrera. —¿No sabías que era una semidiosa? —¿Una…semidiosa?—los ojos de Kefrén se ensancharon cuando la comprensión caló en él. —¿Quieres decir…? —Sí—continuó luchando ella. —Podrás estar muerto, y a lo mejor no puedo matarte, pero podría decidir ver qué puedo hacer contigo. ¿Quién sabe?—sonrió—La verdad es que nunca he explorado mis poderes. Podría empezar ahora, ¿eh? —Yo…eh…—el faraón estaba mudo, y redobló sus esfuerzos para desarmar a su nueva némesis. Oh, sí. Xena vio el miedo en sus ojos, y llamó a algo que había enterrado profundamente hacía mucho tiempo, cuando enterró su espada y su chakram en el claro a las afueras de Potedaia. Cerró los ojos y se dejó ir, permitiendo a la parte de sí que era Ares tomar el control, sintiendo el poder oscuro surgir de las profundidades de su alma, consumiéndola con la fuerza más poderosa y una ira que no había sentido desde la crucifixión. Casi había olvidado lo que era alimentarse del miedo de otro. Kefrén vio el cambio en su oponente y supo que la batalla estaba perdida. Continuó, en un esfuerzo valiente, pero la guerrera se había transformado en una máquina de guerra gracias a un don de nacimiento, y al final él comenzó a perder terreno, viéndose obligado a esquivar mandobles, saltar, o a apartarse fuera de su alcance. Mientras que al principio estaba seguro de la victoria, ahora no solo estaba seguro de perder, sino que ya no las tenía todas consigo respecto a si podría morir. ¿Qué le pasa a un alma muerta? Tembló ante la idea. La guerrera lo observaba y le vio perder la concentración. Su grito de batalla salió disparado de su garganta y estampó el filo de su espada contra su sable con toda su fuerza, sacándoselo de la mano. Voló por la habitación y se estampó contra la pared más alejada, partiéndose en pedazos. Ella lo apuntó rápidamente con su hoja, pero esta vez sus ojos

refulgían con algo entre la locura y la posesión, y dejó su espada con la parte plana contra su garganta. —Ríndete, y esto acaba aquí. —¿Y si no lo hago?—Kefrén se tiró un farol. —No lo sé—. Xena miró a una de las urnas ardientes. Lo cogió con facilidad y lo sostuvo sobre su cabeza agarrándolo por el cuello, sus pies a centímetros del fuego. —Me pregunto qué te pasará si ardes en estas…¿llamas eternas?—miró de reojo a Osiris, y adivinó la respuesta. Sí. Las llamas eternas pueden matar un alma. —Está bien, está bien—chilló el faraón. —Me rindo. Por favor. Déjame ir. Dioses. La guerrera sabía que su lado oscuro estaba muy lejos de ser controlado. Quería, de verdad que sí, tirar a ese espíritu egoísta al fuego y verlo arder, y asegurarse que, después de mil años, pagaba por el dolor que había causado a todos los muertos inocentes de Egipto. Por no mencionar el haber hecho matar a toda su familia para que fueran con él. Pero ésa es su religión, recordó. Respecto a los demás…ponderó, y se dio cuenta de que si a ella la hubiesen obligado a dar la vuelta ante las puertas de la eternidad por haber perdido su cuerpo, probablemente se habría comportado igual que él. Lentamente, como si estuviera fuera de su cuerpo, observándose a sí misma, le liberó y retrocedió, sacudiendo la cabeza en un esfuerzo fútil por recuperar la cordura. Se giró en medio de su niebla para mirar a Osiris. —Mira…yo…em…conozco a alguien que podría estar dispuesto a quedarse por las pirámides un tiempo para intentar comunicarse con todos los espíritus que no quieren volver a intentar cruzar. Me gustaría mucho irme a casa, si puedes hacer algo al respecto—. Jadeó en silencio. Estaba necesitando de toda su fuerza para luchar contra la rabia residual y concentrarse en tener una charla civilizada con Osiris. Ares, tenemos que tener una charla. —Por supuesto—asintió él graciosamente. —Te debo al menos eso. —¿Y él?—Xena inclinó la cabeza hacia Kefrén, que yacía encogido de miedo. Sus manos ardían por ocuparse ella misma de él. —Creo que podría dejarle cruzar, aunque solo sea para evitar que cause más problemas—sonrió Osiris, con pequeñas chispas brillando en sus ojos. —Además, creo que va a ser suficientemente castigado. Voy a enviarle al otro lado con todas las almas que retuvo durante los últimos mil años. Estoy seguro que ellos se encargarán de él.

—Buen punto—rio levemente la guerrera, aun sintiendo la oscuridad de la energía tentar su mente. —Mi amigo se llama Eli. Sé amable con él. Es un Devi indio, pero aún está aprendiendo sobre sus poderes—. Igual que yo, añadió en silencio. —Lo tendré en cuenta—Osiris hizo una pausa y extendió sus brazos a los lados. —Gracias, Xena. Es muy probable que nunca nos volvamos a ver, pero nunca olvidaré lo que has hecho por mí. Si alguna vez necesitas algo…bueno…no dudes en… —Gracias. Ahora mismo, lo que necesito es volver a…—sintió un remolino de aire contra su cuerpo y en un segundo estuvo de pie, de vuelta en la tumba de Kefrén. Tumbada en una esquina, encogida en una bola, aparentemente ilesa y profundamente dormida, estaba…— Gabrielle—susurró la guerrera en voz baja. ¿Ha sido un sueño? Miró a sus piernas y sus brazos, y los largos arañazos con fragmentos de roca incrustados en ellos. Las heridas palpitaban levemente. No. Ha ocurrido. Su corazón latía contra sus costillas y tomó varias bocanadas de aire polvoriento, recordando la batalla contra Kefrén y la furia que había permitido que la consumiese. ¿Y por qué, exactamente, dejé que pasase? ¿De verdad necesitaba esa parte de mí misma para ganar? ¿O me estoy volviendo débil, bajando la guardia demasiado ante Ares? Miró a su dormida compañera durante mucho tiempo, temiendo moverse. ¿Qué pasa si algún día no puedo controlarlo cuando esté con ella? ¿Qué pasa si tenemos que luchar y me arrastra y…Oh, dioses. Sus pies, por voluntad propia, ya la estaban llevando hacia delante hasta quedar junto a su compañera. La necesito tanto. Cada día. ¿Ella siente lo mismo? Y, aunque lo hiciese, ¿es bueno para ella necesitar a alguien como yo? Se arrodilló y, dudando, puso una mano temblorosa en el costado de la bardo. —Oye. Unos ojos verdes se abrieron lentamente, casi imposible distinguir el color a la luz de la única antorcha que ardía en la pared. —¿Xena?— titubeó—. —¡Xena!—Gabrielle se sentó y se lanzó a los brazos de su amante, en un agarre que amenazaba con cortarle la respiración a la guerrera. O el flujo sanguíneo. O los dos. La bardo sollozaba en voz baja mientras permitía que la realidad de los brazos que la rodeaban calase lentamente en ella. Xena permaneció en silencio, temiendo hablar y no poder expresar correctamente sus emociones. Y en ese instante recordó la razón por la

que vivía, y todas las dudas se disiparon ante el poder de lo que había entre ellas. Estoy aquí por ella, y para ella, y eso es todo lo que importa. Lo asumió y se limitó a sostener al cuerpo tembloroso que encajaba con el suyo tan perfectamente, empapándose de su calor, permitiendo que el puro amor que solo Gabrielle podía darle apartase el resto de la oscuridad a los rincones oscuros de su ser, hasta que los necesitase de nuevo. Unas cuantas lágrimas ardientes salieron de sus ojos mientras acunaba el precioso regalo que había temido no volver a ver. —Está bien—consiguió susurrar la guerrera. —Todo está bien—. Ahora. Miró a su alrededor mientras seguía sosteniendo a su compañera— ¿Estás aquí sola? ¿Dónde está Eli?—la voz de la guerrera estaba ronca por la emoción. —Está…—sorbió la bardo, mientras unas cuantas lágrimas más caían de su nariz. —…custodiando a mi prisionero, así yo puedo estar aquí y esperarte. —¿Tu prisionero?—Xena se echó hacia atrás y estudió el rostro de su compañera. —¿Qué está pasando? ¿Cuánto tiempo he estado fuera? —Oh—. Gabrielle sintió nuevas lágrimas llenar sus ojos—Medio día. Lo suficiente para volverme loca por el miedo y la pena. Xena…—la bardo atrajo de nuevo a su compañera contra ella y acarició con su rostro la piel de aroma picante, inhalando profundamente y dejando que el olor familiar permease sus sentidos y apartase los restos de su miedo— ¿Dónde has estado? —No estoy segura—bajó una mano para limpiar las lágrimas del rostro de Gabrielle, revelando la suave piel. Una piel que nunca se cansaría de tocar. —Es una larga historia. No creo haber estado en este mundo. Creo que he estado a las afueras de la tierra de los muertos egipcios. Yo…me he caído un par de veces, he rescatado a un dios, luchado contra un espíritu furioso y después he vuelto. —Lo de siempre, ¿no?—la bardo consiguió reír. —Sí. Nada especial. Excepto…—su voz se perdió, mientras decidía dejar a un lado su discusión sobre la lucha hasta después de haber dormido un poco—…estoy muy cansada. Y necesito un baño. Y…sigo teniendo que averiguar qué es lo que quiere hacer Cleo. Tengo que ir al palomar y…

—Xena. Yo tengo tu mensaje. Cleo está con nosotras—Gabrielle habló contra la suave piel contra la que estaba enterrada, sin querer moverse del seguro abrazo. —Me he encontrado con ella. Otra larga historia. Pero todo está bien, y está preparada para luchar con nosotros contra Marco Antonio. —Bien—la guerrera sintió los músculos que habían estado tensos durante horas empezar a relajarse. —¿Gabrielle? —¿Hmmm?—la bardo besó suavemente a su compañera en el hombro. —¿Podemos volver a la posada y hablar de todo esto mañana después de desayunar? —Em…—la bardo se apartó de mala gana y deslizó sus dedos por el cabello oscuro de su compañera. —Depende. —¿De qué?—una ceja se arqueó en confusión. —De si prefieres volver andando a El Cairo durante una marca larga, o montar en Tobias—Gabrielle sonrió tímida. —Me he olvidado de traer otro camello. —¿Tobías?—la ceja desapareció bajo los oscuros mechones. —Otra parte de una larga historia—uno de los seguidores de Eli había traído de vuelta al burrito después de que el Devi instalase al soldado prisionero en el campamento. —Oh—.

Casi dos marcas de vela más tarde, dos cuerpos agotados emergían del baño caliente en la posada de El Cairo con sus camisas de dormir puestas, y caminando en silencio por el pasillo hasta su habitación. Ambas habían optado por caminar desde las pirámides, y habían acabado compartiendo las vivencias del tiempo que habían pasado separadas, hablando tranquilamente o escuchando en silencio, compartiendo de vez en cuando una risa u ofreciendo un hombro para llorar. Ahora, al entrar en la habitación iluminada por la luna, ya pasada la medianoche, ninguna de las dos recordaba la última vez en la que la visión de una cama tentaba tanto para solamente dormir. Todo estaba encima de la mesa entre ellas, todo salvo una cosa. La guerrera seguía reticente a contarle a su compañera su encuentro con

su lado oscuro. No era tanto su resignación ante sí misma, era más acerca de que se sentía inquieta sobre cómo reaccionaría su compañera ante ello. Xena se hundió pesadamente en una silla mientras dos manos pequeñas la obligaban a sentarse. Gabrielle había hecho prometerle a la guerrera que la dejaría limpiar sus heridas tan pronto como saliesen del baño. La guerrera sonrió débilmente y alzó sus brazos para que la bardo le sacase la camisa, y comenzase con la rutina que se había vuelto tan familiar para ellas como preparar un campamento o prender una hoguera. Xena se inclinó hacia delante mientras la bardo comenzaba por aplicar hierbas medicinales a los arañazos que tenía en los hombros y los brazos. —Dioses—unos dedos pequeños examinaron brevemente uno de los cortes, quitando suavemente restos de roca y deshechos. —¿Tan dura fue la caída? —¿Cuál de ellas?—la guerrera rio ligeramente. —¿Te caíste más de una vez?—Gabrielle se detuvo lo suficiente como para cambiar de posición, moviéndose hacia el otro hombro y repitiendo toda la operación. —No me caí exactamente la primera vez—Xena se inclinó sobre sus muslos, con los antebrazos apoyados en ellos. —Me encogí y rodé. Pero la siguiente…estaba muy oscuro. Ni siquiera estoy segura de cuánto estuve dando tumbos hasta que empecé a caer. Llegar al agua me pareció una eternidad. Creo que de ahí viene toda la suciedad. Aunque haber estado en el agua debe haber limpiado la mayor parte. —Tienes restos metidos en la piel, cielo. El agua no se los ha llevado—la bardo usó la punta de una fina aguja de hueso para hurgar en las heridas y sacar pequeños fragmentos de roca, con cuidado de no pinchar la piel bronceada. —Está bien, he acabado con tus hombros—. Se movió para rodear la silla y puso una mano sobre el pecho de su compañera. —Ahora siéntate hacia atrás—Gabrielle observó a su compañera reclinarse en la silla, y los ojos azules no se encontraron con la mirada de la bardo, escogieron deambular antes de que Xena los cerrase. La bardo se sostuvo por encima de la guerrera, limpiando meticulosamente los brazos arañados mientras estudiaba el rostro cansado y la postura hundida. Le pasa algo. Lo sabía, y frunció el ceño.

Hay algo que se está guardando porque tiene miedo a lo que yo pueda pensar. Sin darse cuenta, Gabrielle suspiró suficientemente algo mientras terminaba con los brazos de la guerrera y se arrodillaba para comenzar a ocuparse de las largas piernas. Los ojos azules se abrieron lentamente y Xena observó la cabeza rubia que se inclinaba sobre ella durante largo tiempo, mientras sentía las experimentadas manos de la bardo ocuparse de ella, al igual que había hecho Gabrielle durante cuatro veranos, casi cinco. La bardo no era consciente de la observación de la guerrera, y se movió en silencio de una pierna a otra. Continuó mirando regularmente las piernas de su compañera, sintiendo los ocasionales espasmos de los músculos que provocaba el escozor de las hierbas. Al llegar al último rasguño, aplicó el ungüento y después dejó un pequeño beso justo debajo de la rótula de Xena, y suspiró de nuevo. —Oye—la voz de la guerrera rompió el silencio, y los ojos verdes se alzaron para mirar a unos azules, antes de que la bardo se girase rápidamente, ocultando el dolor, mientras doblaba el paño de lino y lo dejaba sobre una silla y recuperaba la camisa de dormir de Xena. — Gabrielle—la grave voz insistió—¿Qué pasa? —No lo sé—la bardo se levantó y se inclinó sobre ella, haciéndole un gesto a la guerrera para que levantara los brazos mientras ella le ponía la camisa de nuevo por la cabeza. —No tienes que contestarme ahora si no quieres, pero estaba pensando que yo podría preguntarte lo mismo—besó la morena cabeza y, sin previo aviso, se vio arrastrada al regado de Xena, mientras la guerrera la sostenía con fuerza contra ella. —¿Xe?—Gabrielle extendió una mano e inclinó hacia arriba la mandíbula de la guerrera, obligándola a mirarla, solo para encontrarse con dos párpados cerrados. —Sea lo que sea, no cambia nada. Mírame. ¿Por favor? Dos órbitas azules aparecieron lentamente. —¿Tienes agua por ahí? —Claro—la bardo recorrió la habitación y recuperó una bolsa de agua llena. Cuando se giró, la guerrera se había desplazado hacia la ventana y estaba reclinada sobre ella, mirando distraída las estrellas y encubriendo enigmáticamente sus miedos y dudas a Gabrielle. — Toma—la bardo sostuvo la piel frente a ella, y mientras Xena la destapaba y comenzaba a beber, la guerrera sintió uno de los brazos de su compañera deslizarse en torno a su cintura.

—Xena—. Gabrielle se apretó contra el costado de su alta compañera—Vamos, cielo. Vamos a la cama. Sé que estás cansada. Puede esperar. Vamos. La guerrera sonrió con tristeza y permitió ser conducida a la cama. Se hundió en el suave colchón y, con un brazo en alto, invitó a Gabrielle a unirse a ella, algo que la bardo no tardó en hacer, acurrucándose prietamente contra el costado de Xena y dejando un brazo sobre su estómago. —Te quiero, Xena. Hoy…yo…—se detuvo, mientras las emociones resurgían y sentía el miedo de la pérdida. La guerrera sintió las lágrimas mojar su clavícula, y atrajo por instinto más a la bardo, deslizando una mano sobre la camisa de lino de su amante y masajeando ligeramente la espalda de Gabrielle. —Cariño, las dos estamos muy cansadas. Es solo que yo me siento igual. Tenía tanto, tanto miedo de no poder volver. Y no estaba preparada para dejarte. Yo…—Xena deshizo varios nudos en las lumbares de su amante y gruñó. Oh dioses. Soy una idiota. —Oye, ¿cómo van los calambres? —No he tenido mucho tiempo de pensar en ellos, la verdad—sorbió Gabrielle. —Me duelen un poco. No mucho, la verdad. —¿Necesitas las hierbas?—la guerrera continuó masajeando lentamente los músculos tensos, sintiéndolos relajarse contra su tacto. —No—la bardo sonrió y besó a su compañera en un lado del cuello. — Tú eres medicina suficiente. La guerrera procesó eso, y lo guardó en su colección de recuerdos, y sopesó sus siguientes palabras, agradecida de que Gabrielle se hubiese acostumbrado a sus silencios hacía mucho tiempo ya. Acabó el masaje y envolvió con ambos brazos a su compañera, atrayendo más a la bardo. —Gabrielle, ¿alguna vez te ha asustado que Ares sea mi padre, la mitad de lo que soy? Así que ese es el problema. La bardo rodó sobre su estómago hasta que estuvo estirada sobre la guerrera, y se alzó sobre sus codos para poder mirar a su compañera a la cara. —Xena, he sospechado que Ares estaba relacionado contigo desde que las furias intentaron volverte loca. Tu historia sobre que él era tu padre me sonaba a verdad. Siento no haberte dicho nada nunca. Pensé que si quisieras hablar de ello lo harías, pero no estaba segura, así que…

—¿Pero te asusta? ¿Te asusto yo? Buscó en la mirada de su amante una confirmación, y encontró una silenciosa y tranquila fe brillando en ellos. —Gabrielle—apartó los mechones oscuros y deslizó sus dedos por su frente. —Te he visto luchar. Sé de lo que eres capaz. La primera vez que te vi estabas luchando. —Y me seguiste de todas formas—la guerrera frunció el ceño al darse cuenta. —Sí. Yo…—Gabrielle se detuvo, evitando traer a colación varios recuerdos dolorosos para las dos. He sido víctima de tu lado oscuro, amor. Recordó un tortazo en una celda, ni siquiera un año después de haberse conocido. Ella había corrido entonces. Había escapado. ¿Quién necesita ser tratado así? Había pensado en aquello con su tío. Bueno…pensó entonces. No debería ser así con alguien que se suponía era su amigo. Pero se dio cuenta de que la guerrera estaba bajo la influencia de algún tipo, y descubrió más tarde que así era. Había vuelto para ayudar como pudiese, y la misma Xena consiguió engañar a Ares, usando su promesa en su provecho. Y después todo lo que pasó en la aldea amazona después de Esperanza matase a Solan. Xena ya sentía bastante culpa por todo aquello sin que Gabrielle lo sacase a relucir de nuevo. Lo habían debatido muchas veces, y cada vez todo se aclaraba un poco más. Incluso unos días antes, su compañera le había dicho, por primera vez, que estaba bajo los efectos de las drogas cuando lo hizo. Cada nueva revelación curaba más. Aun así, ese no era el momento de hurgar en aquello. Siempre estaría entre ellas, y tanto la bardo como la guerrera sabían que Xena tenía la capacidad de perder el control si permitía a su oscuridad tomar el mando. Lo que necesitas, Xena…se permitió reflexionar la bardo, deseando que Xena lo viese reflejado en su rostro…necesitas saber que te seguí, y sigo siguiéndote, porque te quiero, sin importar nada. —Sí. Te seguí de todas formas—. La bardo intentó suavizar las arrugas de la piel de su compañera. —Lo que sé…—Gabrielle hizo una pausa, midiendo cuidadosamente sus palabras, sabiendo que era importante para su amante—…es que la parte de ti que lucha para ayudar a los demás, la parte de ti que se pone en peligro para protegerme…si descubres que ese lado de ti misma viene de tu conexión con Ares, entonces doy gracias por esa parte de ti. Estoy enamorada de ti. De todo.

—¿Pero y la India? Sentí que me juzgabas después de aquel viaje, cada vez que levantaba la espada… —No—. Dos dedos acariciaron los labios de la guerrera, acallándola. — Nunca quise que cambiases. Lo que sentiste era tu propia inseguridad, Xena. Porque yo estaba cambiando, y tú tenías miedo de tener que cambiar también, o de perderme. ¿No es cierto que lo pensaste? —Yo…—. Por todos los dioses, nunca me pidió que cambiase, ¿verdad? Xena recordó su conversación a orillas del Ganges, justo después de que la bardo lanzase su vara al agua. Gabrielle había reconocido entonces que el camino de Xena era el camino del guerrero. —…Sí. Lo siento, Gabrielle. No sé por qué no lo he visto hasta ahora. —Está bien—la bardo se inclinó y la besó fugazmente. —Me di cuenta, pero era algo que tenías que descubrir tú sola. Algo que, de hecho, creo que tienes que seguir trabajando tú sola. —Eso es verdad, ciertamente—Xena atrajo a su amante para besarla de nuevo y después se movió, hasta que la bardo estuvo de nuevo acurrucada contra su costado con los brazos de la guerrera rodeándola. —Yo…cuando luchaba con Kefrén, dejé que la oscuridad tomase el control, Gabrielle. No estoy segura de por qué. Ha pasado mucho tiempo desde que hice eso conscientemente. Creo que, probablemente, cada vez que lucho, está ahí, a cierto nivel, pero esta vez lo agradecí, ni siquiera intenté luchar contra ello. Después me asusté. —¿Por qué?—. La bardo trazó dibujos indefinidos sobre el abdomen de su amante, haciendo que sus dedos cosquilleasen placenteramente sobre el fino lino que cubría su piel. —Porque cuando acabé de luchar, esos sentimientos no se fueron. Se quedaron conmigo durante un rato—. Hizo una pausa, intentando encontrar una manera de explicarse. —Creo que tenía miedo porque no podía controlarlo. Es como, si una vez fuera, eso me controlase a mí. Y los dioses saben que no soporta perder el control. La bardo sonrió irónicamente en la oscuridad. —¿Pero ya se han ido, verdad?—la mano de Gabrielle vagó más abajo, colándose bajo la camisa de dormir para tocar la piel desnuda, con sus dedos disfrutando del ligero movimiento de los músculos mientras retomaba sus actividades.

—Sí. Em…—Xena rio—…me estás poniendo muy difícil concentrarme, ¿sabes? —Oh. Lo siento—. La mano de la bardo se posó plana, haciendo círculos lentamente con la palma de la mano, y sintió los músculos relajarse, el cosquilleo sustituido por la subida y la bajada de la caja torácica de su compañera. —Xe…A lo mejor deberías pensar en ello como en respirar o en el latir del corazón. —¿Qué quieres decir?—la guerrera miró a la cabeza clara que tenía contra su hombro, incapaz de ver los ojos de Gabrielle. —Bueno…—la mano de la bardo se quedó quieta y sonrió cuando Xena bajó la suya y la instó sin palabras a seguir acariciándola. Volvió a hacerlo y se giró ligeramente, besando a la guerrera sobre el pecho izquierdo, sintiendo el fuerte latir del corazón bajo la superficie. — Cuando te esfuerzas, tu respiración y tu corazón van más rápido, ¿correcto? —Sí—las cejas oscuras se fruncieron. —¿Y? —Así que, después de una pelea, ¿eres capaz de respirar o de hacer latir el corazón justo igual que antes?—. Su mano vagó más allá, descansando plana y quieta sobre el diafragma de la guerrera, donde cada respiración profunda enfatizaba su explicación. —Bueno, claro que no—bufó Xena. —¿Qué clase de pregunta es esa? Tengo que esperar hasta que se aminora poco a poco. No puedo controlarlo…—. Se detuvo de repente, cuando sus propias palabras cobraron significado. —Oh. —Sí—. Gabrielle volvió a rodar sobre su estómago, mirando a los ojos plateados bajo la luz de la luna—Oh—. La bardo sonrió —Xena, no te preocupes tanto. Te he visto después de una batalla. A veces te alimentas de adrenalina durante varias marcas. Te he observado. No hay nada de malo en ello. Si es eso lo que hace falta para mantenerte a salvo, si es lo que has necesitado para volver a mí esta noche, entonces espero que nunca pierdas ese lado oscuro. No tengas miedo de aceptarlo, Xena. Yo no lo tengo. —¿No?—la guerrera sonrió juguetonamente, moviendo una ceja e inclinando su cabeza hacia un lado sobre la almohada. —No—. La bardo sintió unas manos fuertes pero delicadas ahuecarse sobre su rostro, y frunció los labios antes de devolverle la sonrisa con una

mueca maliciosa. —De hecho…desde que empezamos…bueno…ya sabes…—miró a su cuerpo, extendido sobre el de Xena—…parece que muchas veces consigues focalizar esa energía residual en unas direcciones muy creativas, no sé si sabes a lo que me refiero. —Yo…—Xena atrajo hacia sí el rostro de la bardo, hasta que sus bocas estaban tan juntas que las palabras cosquillearon en los labios de Gabrielle—…sé exactamente…—besó a su amante rápidamente—…a qué te refieres—. La besó de nuevo, profundizando el contacto y explorando suavemente la dulce boca, como si fuera la primera vez, sin parar para buscar aire hasta sentir el cuerpo de Gabrielle amoldarse al suyo, y las manos de la bardo comenzaron una lenta e inquisitiva exploración que prendió la piel de Xena. La guerrera gimió y se movió, alzando una rodilla y deslizando un pie por la parte trasera de una pantorrilla mientras apretaba su agarre alrededor del cuerpo de su amante y comenzaba a moverse suavemente contra Gabrielle. En algún punto las dos camisas de dormir desaparecieron y el pecho de Xena se hizo pesado al sentir el sensual contacto de piel contra piel, algo que solo servía para incrementar su pasión, junto con los talentosos labios de su amante, que emprendían una danza lenta por su cuerpo. Después de varios minutos, suspiró con frustración, dejando caer la cabeza sobre el colchón, ya que la almohada había desaparecido en algún momento. —Maldición. No podemos…por lo menos, no hasta dentro de varios días. —Lo sé—. Gabrielle obligó a sus manos a detenerse, y subió por el largo cuerpo hasta colgar directamente sobre la guerrera, cara a cara. Se lamió el labio superior, intentando olvidar el sabor salado de la piel que había estado probando, y consiguió sonreír mientras trazaba el rostro de Xena con los dedos. —Xena, hoy, ¿pensaste en lo que sería perder esto? ¿Perdernos? —Sí. Era en lo único en lo que podía pensar—. Cerró los ojos y disfrutó la cercanía, física y emocional. —¿Recuerdas ese túnel bajo el agua que tuve que atravesar? —¿Tienes que recordármelo?—se estremeció Gabrielle. —Es una imagen mental que no me importaría perder. No quiero tener pesadillas en las que te ahogas. —Yo tampoco—. La guerrera rio entre dientes y abrió los ojos de nuevo, mirando profundamente los serios ojos verdes que le devolvían la

mirada. —Justo antes de hundirme para nadar por ahí, pensé en todos nuestros momentos juntas, los mejores y los peores. Aquellos que siempre significarán todo para mí, y supe de nuevo que quiero pasar el resto de mi vida haciendo recuerdos nuevos contigo. Y quiero que sea una vida muy, muy larga, para crear tantos recuerdos que te permitan llenar miles de pergaminos. No quiero perder…perdernos. La bardo se estremeció de nuevo, pero esta vez fue un escalofrío de gozo que la recorrió mientras se acomodaba de nuevo contra el costado de la guerrera, suspirando de contento mientras un largo brazo se envolvía a su alrededor, atrayéndola más cerca al lugar más seguro en el que había estado, a ese lugar que no quería abandonar nunca. Sintió los dedos de Xena deslizarse por su cuero cabelludo e inclinó su cabeza para encontrarse con los labios de Xena en un largo beso. — Xena, yo tampoco quiero perdernos nunca. —¿Sabes qué es lo que quiero?—la guerrera permitió que sus dedos viajasen rumbo sur, deslizándose lentamente por la espalda de Gabrielle. —Paciencia—rio la bardo. —Unos cuantos días más. —Eso no—Xena consiguió parecer indignada, y sintió una mano pequeño palmearla en el estómago. —Está bien, sí. Eso también. Parece mentira, aquí estoy yo, intentando ponerme seria, y tú quitándole importancia. ¿Qué hay de malo en eso? —Lo siento, cielo—. Gabrielle besó la piel desnuda contra la que estaba acurrucada. —Te escucho. ¿Qué es lo que quieres? —Quiero más que nada, acabar con esto y volver a Grecia, y unirme a la chica con la que espero envejecer—. Xena rodó, poniendo suavemente a la bardo de espaldas. —Eso, Gabrielle, es lo que quiero. Quiero hacerte sonreír, y reír. Quiero que tu cara sea lo primero que vea cada mañana y lo último antes de dormir—. Puso una mano sobre el abdomen de su compañera—No puedo esperar para verte llevando a nuestros hijos. Sé que vas a estar preciosa, más incluso de lo que eres ahora, si es que eso es posible. —¿Y qué pasa si tú llevas a los niños?—se burló Gabrielle, intentando hacer un esfuerzo por no llorar ante las dulces palabras que se derramaban sobre su alma.

—Quizás lo haga, finalmente. Pero, desafortunadamente, eres tú la que tienes que dar una heredera a la máscara amazona—. La guerrera se inclinó y besó primero una y después la otra curva de los pechos de la bardo. —Nunca pensé en que podría tener una familia propia. Tú me has mostrado posibilidades que nunca pensé que fueran una opción para mí. Si alguien me hubiese dicho hace un año que estaría en la cama, acurrucada contigo, hablando de uniones, y niños, y el futuro, habría pensado que estaban locos. —Sí, yo también—. La respiración de la bardo se entrecortó mientras los labios de la guerrera descendían, esta vez un poco más abajo. —Dioses, qué bien. Xena sintió el pequeño cuerpo arquearse contra ella mientras dos manos pasaban a descansar sobre su cabeza, y ella deslizó una de las suyas bajo la espalda de Gabrielle, atrayéndola hacia su cuerpo. —Te deseo—Xena se alzó brevemente—Mucho—. Dejó un rastro húmedo sobre el pecho y la garganta de su amante, hasta llegar a atacar con hambre sus labios llenos, y presionó un poderoso muslo entre las piernas de su compañera. —No sé si puedo esperar. —Xe…—las defensas de la bardo se desmoronaban rápidamente. —Por favor. —Lo siento—. Con una gran capacidad de autocontrol, la guerrera consiguió apartarse y colocarse de manera que su compañera quedó boca abajo antes de colocarse sobre ella, con su mejilla entre los omóplatos de Gabrielle, mientras deslizaba de arriba abajo la mano sobre el brazo de la bardo, preparándose para dormir en una de sus posiciones favoritas. Gabrielle podía sentir la respiración irregular contra su espalda, junto con los pequeños besos que la guerrera dejaba sobre su piel, y se sintió mal por su frustrada amante. —Xena—habló suavemente, con su rostro contra la almohada. —¿Alguna vez…es decir, cuando estabas…? Incluso en la oscuridad, la guerrera se podía imaginar el sonrojo que sabía estaba cubriendo las mejillas de su recatada compañera, y estiró una mano para confirmarlo al tocar la piel caliente—Si te refieres a si he hecho el amor mientras tenía el ciclo, sí. —No es…como... ¿asqueroso?—las mejillas de la bardo se tornaron aún más calientes.

—Depende—. La guerrera volvió a acariciar los firmes bíceps de la bardo. —Algunas cosas están totalmente descartadas, y depende de…el momento y todo eso. Pero no, no siempre es, como tú dices, “asqueroso”. Pero es algo que yo nunca comencé y la mayoría de las veces ha sido porque estaba con alguien impaciente, y tenía que darle algo para apaciguarlo. Como muchas otras cosas, había un compromiso por mi parte, algo que estaba dispuesta a hacer para conseguir algo a cambio. Normalmente, algo que no tenía que ver con el amor o el sexo, algo para mantener mi sensación de poder y control. —Oh—. Gabrielle se medio giró en su abrazo. —Xena, si de verdad quieres, podemos. —Dioses, cómo te quiero—. La guerrera besó un hombro desnudo. — Pero no quiero hacerlo, no así. No quiero ser como un perro. Ni siquiera se me ocurriría hacer algo que te incomodase, y puedo decirte que no estarías cómoda con esto. Te deseo, casi todo el tiempo, y no creo que sea un secreto entre nosotras—rio Xena, un rico y profundo sonido que atravesó la oscuridad. —Pero más allá del deseo físico, te quiero. De verdad te quiero. No solo con mi cuerpo, también con mi corazón y mi alma. Me he pasado la vida intentando encontrar algo, lo que fuera, para llenar un gran vacío dentro de mí. Al principio con dinero y riquezas, después con poder y control; y, más tarde, después de conocer a Hércules, intentando ayudar a la gente. Pero no funcionó nada. Solo había una cosa que encajase en ese agujero perfectamente. ¿Quieres saber qué es? —¿El qué?—la voz de Gabrielle era muy suave y se movió rápidamente hacia atrás, presionándose contra el estómago de su amante. —Tú—. La guerrera extendió una mano sobre el torso de la bardo en un gesto protector. —Tú te colaste dentro, te extendiste en ese vacío hasta llenar el último rincón. No tuve opción, cariño, me enamoré de ti. Así que creo que puedo esperar unos cuantos días hasta que las dos estemos listas para expresar eso físicamente. Te conozco, y tu corazón me conoce. Eso es suficiente. Eso hace dulce la espera, sabiendo lo especial que será cuando las dos seamos capaces de llegar juntas otra vez. —Xena…—Gabrielle se giró en los brazos de su amante hasta mirarse a los ojos, sonriendo mientras sentía una de las largas piernas de la guerrera envolver sus caderas, atrayéndola. —…¿tienes idea de lo que

me haces sentir? Cuando dices esas cosas…Mi cerebro se vuelve gelatina. No puedo respirar. No puedo pensar. ¿No hay alguna manera de embotellar esto, para que no importe donde esté, o lo que pase, pueda sacarlo de mi bolsillo y recordar cómo es…como eres…? Solo quiero acurrucarme dentro de ti y sentirme siempre así. —Ya estás dentro de mí—Xena besó la cabeza rubia. —Y nunca voy a dejarte ir. Y te lo prometo, mi amor. Daré lo mejor de mí, cada día durante el resto de mi vida, para hacerte feliz, para protegerte y amarte. Gabrielle, cuando llegue el fin de mis días no va a importar nada, nada más que esto…nosotras… La bardo sintió desbordarse sus emociones, formando un nudo en su garganta, y enterró su cara en el pecho de Xena. Después de tomar aliento profundamente varias veces, se dejó ir, y permitió derramarse las lágrimas de felicidad, empapando la suave piel contra la que estaba acurrucada, mientras sentía a la guerrera atraerla más cerca, sosteniéndola con fuerza. —Xena—gimoteó—. Yo…—no terminó la frase, incapaz de hablar, las palabras no se acercaban a lo que quería expresar, de lo que su corazón estaba tan lleno. —Shhh—la guerrera besó la cabeza clara de nuevo. —No tienes que decir nada, amor—sostuvo el tembloroso y pequeño cuerpo, y dejó llorar a su compañera hasta que sintió que su compañera quedaba inmóvil—¿Estás dormida? —No—. La bardo besó la piel salada de su compañera. —Solo disfruto de estar entre tus brazos. Xena sonrió, presionando sus labios sobre la frente de Gabrielle. — ¿Quieres decir que todo este tiempo, todo lo que tenía que hacer para dejarte sin palabras era declararte mi amor y devoción? Caray, podría haberlo hecho hace años si hubiera sabido que solo hacía falta esto. —Eres mala—la bardo la palmeó en la cadera. Se quedó inmóvil de nuevo, a pesar de sí misma, reflexionando sobre aquel tiempo, no hacía mucho, cuando ella era la que no paraba de hablar cada noche, mientras Xena se sentaba a un lado del fuego, asintiendo y gruñendo como formas de respuesta a casi cada pregunta que Gabrielle hacía. —¿Sabes, Xena? Si sigues así, ya no tendré que volver a leerte la mente. —No puedes leerme la mente—la guerrera sonaba indignada.

—Sí que puedo. Por lo menos, a veces—. Gabrielle echó la cabeza hacia atrás y reprimió una risa ante la expresión incrédula de su compañera. —¿Ah, sí? ¿Cómo por ejemplo?—la guerrera se separó ligeramente, lo suficiente como para mirarla a los ojos. —Bueno…Sé cuándo te duele algo, porque tus labios son finos y los aprietas, y caminas como rígida. Y sé cuando estás enfadada, porque tus ojos son como la plata, y tu mandíbula se tensa, aquí…—la bardo trazó la parte de la mandíbula en cuestión. —¿Qué más?—Xena se olvidó de permanecer impasible, su curiosidad crecía ante la perspicacia de su compañera. —Y cuando quieres jugar tu postura se relaja, y tus ojos brillan, y se te pone la sonrisa más mona en la cara—unos dedos pequeños acariciaron los labios de la guerrera. —Y cuando estás triste es como si subieses al Olimpo y lo gritases, Xena. Cuando estás triste, lo único que tengo que hacer es mirarte a los ojos y puedo ver el fondo de tu alma. Y, oh…—la bardo cambió de tercio—Cuando disfrutas de la lucha, se te pone una sonrisa malvada en la cara, y se te echa el pelo para atrás, y tus ojos ríen. —Muy bien, señorita sabelotodo. ¿En qué estoy pensando ahora mismo?—Xena esperó, haciendo su mejor esfuerzo por ponerse la máscara que había perfeccionado. —Tienes curiosidad, pero intentas ocultarlo porque no quieres que sepa que, de hecho, te interesa aprender sobre estas cosas—Gabrielle sonrió cuando los ojos de la guerrera se ensancharon un instante, confirmando su respuesta. Te pillé. La bardo rio y se acurrucó contra la alta figura de su compañera. —Así que…¿qué tenemos planeado para mañana? —Tengo que enviarle un mensaje a Cleopatra para encontrarme con ella. Ella y yo tenemos que hablar de un montón de cosas. Después tú y yo tenemos que encontrar un par de camellos para ir a encontrarnos con Octavio—. La guerrera sintió su cuerpo gritar de extenuación, incluso su mente iba por libre, y sabía que la mañana iba a llegar pronto. —¿Un par de camellos?—Gabrielle sacó el labio inferior, haciendo un puchero. —Xena, no tengo ni idea de cómo se monta en esas cosas.

—No vas a montar sola—rio Xena. —Vas a montar conmigo. El otro camello es para llevar algunas reservas que necesitamos, tienda incluida. —¿Una tienda? —Sí. Tenemos que pasar por territorios que está totalmente desiertos. Demasiado arriesgado dormir sin algún tipo de refugio, y quizás nos lleve un par de días alcanzar a Octavio—sonrió la guerrera, sabiendo que su compañera se estaba quedando dormida, ya que la respiración de la bardo se aminoraba y su cuerpo quedaba laxo en su abrazo. — Además, cuando alcancemos a Octavio, quiero asegurarme de que tú y yo tengamos algo de privacidad mientras dormimos. No me hace mucha gracia que durmamos al aire libre con un ejército de hombres desconocidos alrededor. —A mí tampoco—Gabrielle bostezó, sintiendo que su mandíbula estallaba al colocarse en su sitio. —Au—sintió unos fuertes dedos examinar el punto dolorido, justo bajo la oreja. —¿Qué tal el cuello?—la guerrera continuó explorando, bajando por su hombros y por los músculos a cada lado de la columna. —Un poco entumecido, ahora que lo dices—la bardo se quedó quieta mientras Xena aplicaba varios puntos de presión, lo que le provocó un dolor que se disparó por los brazos y las piernas. —Dioses. Haber dormido en el suelo de la pirámide no ha sido una buena idea. —Sí. Está todo un poco fuera de sitio. No puedo creer que no me haya dado cuenta antes. Tengo que estirarte en el suelo un momento. —Está…bien—Gabrielle obedeció y después sintió a su compañera montarla a horcajadas, con el peso de la guerrera sobre sus rodillas. —Toma aliento profundamente y contenlo—Xena puso sus manos sobre cada lado de la columna de su compañera. —Ahora, suéltalo—al sentir exhalar a la bardo, rápidamente aplicó presión, provocando que las vértebras se colocasen en su sitio. —Dioses—un dolor que no se había dado cuenta de que sentía desapareció rápidamente de su cuerpo, reemplazado por una sensación de alivio. —Ha sido genial. —Ahora, date la vuelta—la guerrera se movió hasta arrodillarse en el suelo sobre la cabeza de su compañera. —¿Confías en mí?

—Por supuesto—rio la bardo. —Especialmente, si vas a seguir poniendo cosas en su sitio. Xena rio. —Sí. Ahora…—agarró firmemente la cabeza de Gabrielle entre sus manos. —Relájate. Piensa en algo tranquilo. Nuestra terraza, o estar bajo el sol, o…—el cuerpo de la bardo se volvió fláccido. Supongo que lo tiene. —Está bien. Sigue con eso en mente—. Xena giró la cabeza de la bardo de un lado a otro, y el cuello de Gabrielle se realineó solo con sonoros crujidos de hueso rozando hueso. —Mmmm—los ojos de la bardo estaban cerrados. —¿Puedo dormir aquí? No estoy segura de poder moverme ahora mismo. —No hay problema—la guerrera la levantó y cargó a su compañera, dejándola sobre la cama y después acurrucándose a su lado, agarrándola por la cintura y atrayéndola hacia su cuerpo. —Duerme, cariño. Mañana nos espera un largo día. —Xena—murmuró la voz de la bardo medio inconsciente. —¿Dónde has aprendido a hacer eso? —Mmmm—la cara de la guerrera acariciaba el dulce y bien oliente cabello rubio. —Lao Ma. —Oh—Gabrielle bostezó de nuevo, esta vez, sin dolor. —Me lo imaginaba—sus ojos se cerraron. —Oye—Xena besó a su compañera entre los omóplatos. —¿En qué estabas pensando, antes de que te colocase el cuello?—se movió hacia arriba, besando la parte en cuestión. —¿Mmmm? —¿Para relajarme, quieres decir? —Sí—la guerrera mordisqueó un hombro salado. —Em…—Gabrielle sonrió, sabiendo que su compañera no podía verle la cara. —Estaba pensando en lo que es estar entre tus brazos, como ahora, solo…bueno…más bien justo después de que…nosotras…bueno… —Sigue—ronroneó la voz grave. —Has empezado tú. —Permíteme que difiera—rio la bardo. —Tú has preguntado. —Cierto—Xena mordisqueó suavemente un lóbulo. —Pero ahora quiero oír el resto de la respuesta.

—A veces…—Gabrielle colocó sus manos sobre aquellas que tenía envueltas a su alrededor, dejándolas sobre su estómago—…cómo me tocas, Xena. Dioses, me llevas tan arriba, y cuando vuelvo…Se está tan bien…como flotando en una nube. En fin…en eso estaba pensando…en cómo es. —Bueno…encantada de ayudarte—sonrió la guerrera con suficiencia. —Me alegro…oye, espera un momento—. Una idea llegó a su mente— ¿Solo “a veces”? No hubo respuesta. —¿Gabrielle? Un ligero ronquido llegó a sus oídos. Maldición. ¿A veces? Xena se quejó internamente, su ego herido. ¿Qué ha querido decir con eso? Ya le daré yo “a veces”. Espera…Finalmente la guerrera se encogió de hombros. Oh, bueno, supongo que siempre hay tiempo para improvisar. Sonrió con malicia en la oscuridad. Oh, Gabrielle. El reto que acabas de empezar sin querer. Xena besó la cabeza rubia una vez más antes de cerrar los ojos. Por supuesto, creo que vas a disfrutar tanto como yo.

Capítulo 9 "Ven, oh amado mío, salgamos al campo... ... No voy a darte mi amor ". —Cantar de los Cantares 7: 11-12, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

L

a guerrera permanecía de pie sobre una duna de arena, con los brazos cruzados sobre el pecho, midiendo la distancia que las separaba de la nube de arena que se dibujaba en la distancia, y que esperaban fuera el ejército de Octavio. Se levantó la brisa, apartando su manto ligero de su alta figura y golpeándole las piernas con granos de arena y otros deshechos del desierto. Golpeó la tela con disgusto, recolocándola sobre su cuerpo a pesar del constante azote del viento y el sol. Echó un vistazo a su espalda, calibrando el ángulo bajo de la brillante órbita sobre el suelo. Solo les quedaba una marca hasta la puesta de sol, y se debatió entre aprovechar el resto del día para acercarse a Octavio o acampar y levantarse temprano al alba. Sus ojos descendieron hasta su tienda, donde Gabrielle esperaba pacientemente con sus caballos y sus cosas al alcance. La bardo y los animales se estaban refugiando de los elementos, y el cansancio se reflejaba en el rostro de Gabrielle, sus normalmente abiertas facciones luchaban constantemente contra el viento que las había golpeado durante la mayor parte del día. Xena escrutó el rostro de su compañera más atentamente, y frunció el ceño al notar un tinte rosado en la nariz y las mejillas de la bardo. Por lo menos tenemos caballos. La guerrera consiguió sonreír. Llevaban viajando tres largos días, un día más de lo que ella había pensado les llevaría alcanzar a Octavio, y al menos les quedaba otro día más. Cabalgar sobre el duro terreno había sido una de las cosas más difíciles que habían hecho en mucho tiempo, mucho más difícil que cabalgar a través de la nieve o incluso a través de las montañas de Grecia. El suelo no era sólido, y a pesar de que conocían el terreno que pisaban, los caballos árabes que Cleopatra les había prestado eran cautos, temiendo resbalar y caer.

Para empeorar las cosas, en una arena que se movía constantemente era difícil medir las distancias solo con la vista, y el intenso sol complicaba las cosas jugándole malas pasadas. Aborrecía suponer cuánto tiempo les llevaría alcanzar la manchita que, esperaba, fuera su destino; diciéndose a sí misma que, ciertamente, llegarían allí antes del día siguiente, especialmente ya que Octavio se acercaría desde el oeste mientras que Gabrielle y ella lo hacían por el este. —¿Gabrielle?—. Xena llamó a su compañera, quién la estaba mirando, pero su voz se la llevaba el viento. Gimió y ahuecó sus manos alrededor de su boca y su nariz, obligando a salir al nombre de su amante desde el fondo de la garganta. —¡Gabrielle! La bardo se giró y alzó la vista, con una pregunta en el rostro, esperando a lo que la guerrera tuviese que decir. Hablar era demasiado esfuerzo y, además, cada vez que abría la boca, se le llenaba de arena. Había desarrollado un instintivo disgusto por la arena, especialmente por la manera en que acababa colándose entre sus dientes. —Creo que veo al ejército de Octavio al este de aquí, pero están demasiado lejos, no estoy cien por cien segura de que sean ellos—. La guerrera vio hundirse los hombros de su compañera en una postura de derrota. —Eso es bueno—. Gabrielle intentó parecer emocionada, pero su tono era plano, y bajó la vista hasta la punta de sus botas, que estaban casi enterradas en la arena. También había descubierto cómo odiaba la sensación de la arena entre sus dedos húmedos de sudor. Uuuugh. Su nariz se arrugó. Vale, está muy cansada. Xena recorrió la zona con la vista, haciendo una panorámica de trescientos sesenta grados, buscando un buen lugar para montar una tienda. Ah. A unos cientos de metros al sur había una zona de abundante maleza que parecía ser suficiente como para que los bordes de la tienda pudieran anclarse a ella con algo de cuerda. Miró a su compañera y sus ojos cansados se encontraron. — ¿Ves los arbustos y aquellos arbolillos de allí?—señaló a su descubrimiento. Gabrielle cubrió sus ojos con la mano y miró en la dirección que le indicaba la guerrera. —Sí—. Por favor, por favor, por favor. Vamos a parar. Los labios de la bardo se presionaban en una línea fina y ceñuda.

—¿Qué me dices si acampamos aquí y salimos mañana al amanecer?—la guerrera puso las manos en las caderas y sonrió ante la emoción de la bardo. —¡Te diría que nos movamos antes de que cambies de opinión!— Gabrielle sonrió y tomó las riendas de los caballos, sosteniéndolas para Xena mientras la guerrera daba un giro en el aire para bajar de la duna. —Gracias—. Xena ayudó a la bardo a subir al caballo, ayudándola a someter cuidadosamente los bordes del manto de Gabrielle bajo sus piernas para que no volasen mientras cabalgaban. Palmeó una pantorrilla musculosa y sonrió en silencio, agradecida de ver un tenue brillo en los ojos verdes. —¿Lista? —Sí—. Gabrielle azuzó a la yegua blanca que llevaba y ya se había adelantado un poco cuando Xena consiguió montar su garañón negro. Hizo un esfuerzo por frenar al animal, dándole tiempo a Xena para alcanzarla. Cleopatra les dijo que los dos caballos habían estado juntos desde que eran potros, y que habían nacido con marcas de vela de diferencia en las casillas contiguas, de dos yeguas preñadas que habían salido de la misma madre. Era difícil de creer que dos animales estuvieran emparentados, pero la egipcia les explicó que la pareja favorecía a sus machos en lugar de a las hembras. Como los dromedarios, esos caballos eran especialmente criados para soportar la vida en un clima árido, en el que habían nacido. Llegaron a su destino y Xena estuvo complacida al descubrir que algunos de los árboles eran suficientemente altos como para cobijar a los caballos. En una carrera contrarreloj contra el sol, montaron rápidamente la tienda y extendieron sus petates dentro del refugio de tela. La guerrera desensilló a los caballos y los cepilló mientras Gabrielle revolvía en sus alforjas en busca de comida. Hacía demasiado calor para encender un fuego y una comida caliente no era lo que más les apetecía. Llevaban subsistiendo durante tres días de tiras de carne seca de cordero, pan de pita y fruta seca y nueces. La guerrera esparció avena en las bolsas de los caballos y después cogió una de las bolsas de agua que llevaban, llenando con cuidado dos bolsas para no desperdiciar ni una gota del líquido vital. Sostuvo los cuatro contenedores con ayuda de unas ramas bajas y se apartó, observando divertida a los animales. Ante el olor del agua, las orejas de los caballos se aguzaron y relincharon suavemente antes de hundir sus hocicos aterciopelados en las bolsas, bebiendo ávidamente.

Envolvió las sillas en unas mantas, usando el peso del cuero bien trabajado para mantener los bordes bajo ellas, y después recorrió el corto espacio hasta el campamento. Gabrielle no estaba a la vista, y la guerrera asomó la cabeza en la tienda para encontrar a su compañera espatarrada boca abajo en el petate. Cariño mío. Está exhausta. La guerrera se puso de rodillas, acurrucándose sobre su alma gemela. — Oye—tocó una mejilla quemada por el sol con el dorso de sus dedos. — ¿Quieres comer? —No—. La voz de Gabrielle quedaba amortiguada por la manta de lino sobre la que estaba tumbada. —Quiero dormir, si te parece bien. Te he dejado comida para ti. Está en un platito, en esa esquina—una mano fláccida se alzó y señaló la ofrenda poco apetecible. Tanto la guerrera como la bardo estaban más que dispuestas a una comida, cualquier comida, que no consistiese en algo seco y arrugado. Dos cejas oscuras se fruncieron. Gabrielle no se perdía una comida, incluso aunque eso supusiese comer lo mismo durante tres días. El metabolismo de su compañera corría demasiado rápido como para pasar demasiado sin comer, y después del día de viaje que habían pasado, era importante que Gabrielle recuperase fuerzas. —Cariño, tienes que levantarte y comer un poco. —No tengo hambre—. La bardo rodó sobre su espalda, manteniendo los ojos cerrados, y tomó la mano de Xena de su mejilla, sosteniéndola contra su estómago bien torneado. —¿Ves? No gruñe. La bestia está contenta. La guerrera sonrió y acarició suavemente el torso expuesto de su compañera. —No importa. Tienes que comer algo. Mañana nos espera un día duro. No quiero que te desmayes en medio de la nada. —Entonces átame al caballo—murmuró Gabrielle. atraviésame con una flecha y líbrame de mi dolor.

—O

mejor,

—Lo siento—. La mano de Xena quedó inmóvil sobre la piel dorada. —No es culpa tuya—. La bardo obligó a sus ojos a abrirse—Pude haberme quedado en El Cairo. Y gracias, por cierto, por no sugerirlo. —He aprendido—la guerrera retomó el movimiento de sus dedos. — Además, esta es una de las veces en las que, a pesar del peligro, prefiero que estés conmigo, incluso durante la batalla. Si algo ocurre en

el palacio de Cleopatra y Antonio averigua lo que planeamos, no quiero que estés cerca de él. —Oh, dioses—rio Gabrielle. —Xena, se tirará de los pelos cuando llegue aquí y descubra que la armada de Cleopatra no lo respalda. ¿No dijiste que las tropas de Octavio superan a las de Antonio en dos a uno? —Sí—. Los ojos de Xena adoptaron una mirada lejana—Y una vez que la infantería de Cleopatra cambie de bando, será cuatro a uno. Y la armada estará a un lado del istmo, pero solo para mantener a Antonio dentro, en lugar de ayudarle—. Xena y Gabrielle ya habían viajado por el estrecho pasaje de tierra que conectaba Egipto y la península del Sinaí, y la guerrera había tomado notas mentales, observando cuidadosamente el terreno y la distancia de un lado a otro. En cierto punto había solo un kilómetro y medio de anchura, y Xena había calculado que el punto más estrecho era el mejor lugar para enfrentarse a Antonio. Había llegado incluso a pedirle prestada la pluma a Gabrielle y un trozo de pergamino, y había quedado despierta hasta tarde esa noche, haciendo garabatos sobre el terreno y anotando los posibles lugares para ataques frontales y laterales, ambos que planeaba emplear para enfrentarse al confiado Antonio. Ya había discutido planes de batalla con Octavio, su última paloma mensajera había salido justo antes de dejar El Cairo. Su mente táctica se había impuesto y ya tenía planeados sus argumentos para convencer al honesto heredero del Imperio Romano de que necesitaban su liderazgo si querían trabajar eficientemente con los egipcios. Cleopatra y ella habían acordado un conjunto inicial de maniobras y se habían inventado un sistema de señales con banderas. Cleopatra no tomaría parte en la confrontación, pero iba a encontrarse en secreto con los generales de sus tropas para discutir estrategias con ellos. Seguirían a Antonio por el desierto, dejándole creer que iban a secundarle. En realidad, luchaban bajo el estandarte de Xena y tenían órdenes de ir con cualquier color que ella llevase. Llevaba un mástil y cinco banderas diferentes en sus alforjas, esperando ondear la azul, aquella que indicaría que las tropas egipcias se retiraban y cortaban la retirada a Antonio, mientras que las tropas de Octavio se lanzarían a un ataque frontal. Los demás estandartes indicaban varios planes alternativos que incluían algunos ataques laterales y una división poco precisa de la armada egipcia.

—Entonces vamos a ganar—Gabrielle interrumpió los pensamientos de su compañera, trayéndola de nuevo al presente. —Vamos a hacer todo lo posible, cariño—los ojos de la guerrera se volvieron muy serios. —Si no ganamos…si Antonio se hace con el control del Imperio, me inclinaría a volver a casa, coger a tu familia y a la mía y a cuantas amazonas y amigos estuviesen dispuestos a seguirnos; y salir de Grecia. —Xe…—la bardo se levantó sobre los codos. —...¿es tan malo? ¿A dónde iríamos? —Sí—. Unas pestañas oscuras parpadearon lentamente. —Por lo que he oído de Antonio, no podría…no querría vivir bajo su mandato. Si tengo que volver a la India o a Chin, o al territorio de las amazonas del norte, o a los territorios desconocidos al sur del Nilo, lo haría. Aunque…lo más seguro es que si Antonio gana la batalla contra Octavio, y ya estaré muerta, porque será la única manera en que él gane. Los ojos de Gabrielle se ensancharon y apretó la mano de la guerrera con sorprendente fuerza. —¿Vamos a ganar, verdad? —Por supuesto que sí—. No hay otra opción. Xena se obligó a formar una sonrisa que no sentía, y ahuecó sus manos sobre el rostro de su compañera. Le estoy dando un susto de muerte, y sin motivo. Si todo va como creo que lo hará, en quince días estaremos de vuelta en Grecia. —Gabrielle—la guerrera se estiró hacia la esquina y recuperó el plato de comida. —Comparte esto conmigo, ¿por favor?—sostuvo un higo seco bajo la nariz de la bardo, que se agitó como respuesta. De mala gana, la bardo tomó la ofrenda y lo masticó con desgana, tragando y casi atragantándose mientras la bola bajaba por la garganta. Xena continuó alimentándola con su mano, comiendo distraída hasta dejar el plato vacío. Observó a su compañera dejarse caer de nuevo en el petate y cerrar los ojos. La bardo seguía con las botas puestas y su falda de cuero rojo y su corpiño, demasiado cansada como para cambiarse cuando entró en la tienda. La guerrera salió en silencio de la pequeña morada y se puso de pie, estirando su espalda de lado a lado y estudiando la posición del sol, que ahora colgaba sobre el horizonte, pintando la tierra con largas sombras y una luz dorada y rojiza. Volvió a los árboles donde estaban atados los caballos, y se encorvó sobre una de las plantas de aloe que había allí. Se desvió después hacia un pequeño toldo que cubría sus

pertenencias y cogió una de las bolsas de agua. Sonrió y volvió a entrar en la tienda. La bardo no se movía, pero su respiración superficial y el movimiento de los ojos bajo los párpados indicaban que seguía despierta. Xena cogió un trozo de lino de una alforja y se sentó, con las piernas cruzadas, al lado de su compañera; y empezó a quitarle las botas y la ropa a Gabrielle. Mientras levantaba a su compañera para quitarle el corpiño por la cabeza, los ojos verdes se abrieron lentamente. —Xeeeena—la voz de la bardo era exasperada. —Por favor. Esta noche no. Estoy muy cansada. La guerrera rio. —No te preocupes, te prometo que te va a gustar. Gabrielle mantuvo un ojo abierto, observando a Xena mientras utilizaba la bolsa de agua para empapar el trapo. La guerrera acabó de quitarle la ropa a su compañera, ignorando las fútiles protestas, y comenzó a lavar cuidadosa y concienzudamente el cuerpo cubierto de arena y suciedad de Gabrielle. —Dioses—suspiró la bardo. —Qué bien. —Te dije que te gustaría—continuó Xena, asegurándose de llegar entre los dedos de su compañera y detrás de sus orejas, al igual que en otras zonas más íntimas, quitando arena de sitios donde no debería de estar. Acabó y no necesitó secar la piel de la bardo, ya que el aire del desierto había hecho ese trabajo por ella. —Ahora, la parte buena de verdad. Los ojos de Gabrielle se abrieron de golpe mientras la guerrera extendía el aloe frío sobre su piel quemada. —Supongo que no me he tapado muy bien. —Sí—Xena trabajó con la sustancia fresca y pegajosa sobre la piel de su compañera. —Casi cada vez que te miraba tenías el manto volando y abierto. Pero…—acabó su tarea y tiró las pieles de aloe fuera de la tienda—…no estás muy roja. Estarás morena en unos días. —Mmmm. Bien…Yo…oh…—unos labios llenos mordisquearon su camino ascendente por el torso desnudo de Gabrielle y encontraron su boca en un largo y ocioso beso. Xena, finalmente, se apartó y acarició los mechones rubios, apartándolos de la frente de su compañera. Ayudó a la bardo a ponerse una camisa floja para dormir y después besó sus

labios una vez más. —Duerme, cariño. Voy a recoger ahí fuera y después vengo contigo. —Xena. La guerrera se giró antes de salir de la tienda—¿Sí? —Gracias, por cuidarme—Gabrielle se estiró y tocó un firme muslo que tenía al alcance. —Siempre te cuidaré—Xena apretó la mano de su compañera. — Vuelvo en un rato, lo prometo—. Cogió la bolsa de agua y un trozo de lino y salió fuera.

El sol se había puesto y el aire era apreciablemente más frío. La guerrera emitió un suspiro de alivio y se quitó la ropa, trabajando rápidamente para lavar su cuerpo marcado por la suciedad del viaje y la arena del desierto. Se acercó a su bolsa de reserva y sacó una camisa limpia y se la puso por la cabeza, para luego sentarse en un tronco seco y desteñido. En menos de una semana, estarás luchando en la batalla de tu vida, guerrera, pero esta vez el destino del Imperio Romano y de Grecia está sobre tus hombros. Xena dejó sus antebrazos sobre sus muslos y se miró los pies, suspirando pesadamente. Su mente vagó a la lucha con Pompeyo y César, cuando Gabrielle y ella lideraron a las amazonas en una batalla con unas expectativas similares. Y, al final, acabé colgando de una cruz. Se estremeció. Igual que ella. Caminó sin prisa hasta los caballos y pasó largos minutos mimándolos y arrullándolos, antes de dejar su mejilla contra el hombro del garañón negro. —No te ofendas, chico, pero ojalá fueras Argo—. Odiaba entrar en batalla con un caballo extraño. Argo la conocía, tan bien que el caballo de guerra solía anticipar sus movimientos sin que ella tuviese que dirigir a la bien entrenada yegua. Ponderó la próxima confrontación, dándole vueltas a las circunstancias en su mente. No era cuestión de enfrentarse al ejército más grande que había combatido jamás, ni por la inteligencia de la mente militar ni por las dificultades tácticas. En comparación, había guiado ejércitos mucho más grandes en terrenos mucho más difíciles. Ya que las proximidades del desierto no eran fácilmente navegables, la zona del istmo donde esperaba enfrentarse a Antonio era verde y fértil, con vegetación

cubriendo ambos lados de la orilla. Y era bastante llano. No, razonó. Si fuera por los hechos en sí, esto sería pan comido. Pero esta vez…Bueno, suspiró. Esta vez el listón estaba mucho más alto. ¿Dónde está mi valor? Odiaba dudar de sí misma. Una guerrera que teme entrar en batalla…a lo mejor encuentro una nueva forma de trabajar. Y así había sido. Una parte de ella reconocía, de mala gana que a cierto nivel, quizás, solo quizás; ya no era una guerrera. Soy una protectora, es cierto. Nunca dudaría en defender a Gabrielle, a su familia o a las amazonas, o a cualquier persona que la necesitase. ¿Pero soy una guerrera? —No lo sé. ¿Lo eres?—Ares se materializó en la oscuridad, y Xena sacó en reflejo una daga de su bota, maldiciéndose por no haberse llevado la espada o el chakram con ella.. ¿Pero quién habría pensado que los necesitaría allí, en el medio de la nada, donde cualquier amenaza podría verse venir a kilómetros? Maldición. No puedo creer que no haya sentido su presencia. Se relajó ligeramente cuando se dio cuenta de quién la visitaba, y metió de nuevo la daga en su sitio. —No sabía que las ratas podían vivir en el desierto—su labio superior se curvó en una mueca. —Oh, vamos, Xena, ¿qué te pasa?—el dios de la guerra la rodeó y se reclinó con despreocupación sobre uno de los grandes árboles del bosquecillo. —En un momento me llamas pidiéndome ayuda, y al siguiente actúas como si fuera tu peor enemigo. —¿No lo eres?—permaneció de pie, con ambas piernas separadas, y sus brazos cruzados sobre su pecho, el mentón disparado hacia arriba. —No puedes hablar en serio cuando dices que soy peor que Calisto, Alti, o Dahak. O César—Ares parecía herido. —Eres mi padre—la voz de la guerrera tembló ligeramente. —Podrías haberme ahorrado a mí y a mi compañera el daño que nos hicieron los cuatro, o cualquier otro que nos haya herido. Pero no lo has hecho. Simplemente, te quedaste mirando cada vez que nuestras vidas casi se destruyen. —¿Cómo sabes que no fue cosa mía que las cosas no fueran peor de lo que fueron?—el dios de la guerra se movió, cruzando las piernas por los tobillos y reclinándose más contra el áspero tronco del árbol.

—Si hubieras intentado ayudar, ¿por qué siempre aparecías en el peor momento?—Xena estudió la oscura aparición, escrutándolo para descubrir si veía algo de sí misma en sus ojos. —Soy un dios, Xena, no soy perfecto—Ares comenzó a moverse, pero se detuvo y retomó su posición cuando vio encogerse a su hija. —Zeus no me permite ejercer el libre albedrío. Me ves como una interferencia en tu vida, ¿verdad? —Francamente, sí—los ojos azules se cerraron de golpe con dolor e ira. —Bueno, no todo lo que tú ves como una intromisión fue por obtener una ganancia personal, me creas o no—el dios oscuro se aclaró la garganta. —Mira Dahak, y Britania, por ejemplo. No se me permitía proteger a Gabrielle, pero fui capaz de crear una tormenta para indicar el templo en el que estaba, así que tú te dirigirías allí. —Yo…em…—Xena encontró súbitamente interesante el lino de su camisa, mientras jugueteaba nerviosa con el bajo. —No lo sabía. —Ya lo sé. Y Chin. Si no hubiese ayudado a Gabrielle a llegar allí, estarías muerta, Xena—. Los ojos castaños parpadearon con tristeza—Me doy cuenta de que provoqué una gran discordia entre vosotras, pero la alternativa hubiera sido peor. E Ilusia. ¿Quién crees que ayudó a Solan a crear ese lugar? —¿T..tú?—la guerrera se acercó unos pasos a su padre, y se detuvo cerca de la yegua blanca, deslizando sus dedos por el pelo claro. — ¿Por qué? —¡Es mi nieto, por el amor de Zeus! Odiaba veros a Gabrielle y a ti separadas tras su muerte. Os quería a las dos. Y odiaba no haber aclarado las cosas contigo antes de morir—. Ares se acarició la barba, distraído. —Supongo que estaba en plan abuelo aquel día, pero vi tanto de ti en él. Ayudé al chico a arreglar las cosas entre la rubita y tú. No le prometí nada, solo le dije cómo montar todo para que vosotras dos tuvierais una oportunidad, si es que deseabais realmente arreglarlo. Sentí que se merecía eso por mi parte. Los ojos de Xena se estrecharon y señaló a su padre, con la rabia bullendo en sus ojos. —Pero viniste a mí en la cima de aquella montaña y me convenciste de que Gabrielle era mi peor enemigo. Y después de aquello, yo…yo…estaba en mi peor momento, Ares, y tú me espoleaste.

—Tenía que hacer algo para acercarte a ella. Era seguro que no ibais a poneros a enrollaros nada más veros, así que hice lo que tenía que hacer. Enfadarte era la clave—. El dios de la guerra inclinó su cabeza, mirándola intensamente. —Por supuesto, no estaba convencido de que fuese a funcionar. Podrías haber vuelto a mí. No tenías a nadie más. Me sorprendió que la rubita y tu consiguieseis salir de allí. Me pegué durante varios días después de que volvieseis juntas. —Pero…—la voz se detuvo. —Tengo que admitir que, hasta ese día, deseaba que aún liderases un ejército, y que aún dependieses de mí para ganar. Pero los dioses tenían planes distintos para ti, y me vetaron—. Vacilante, se puso al otro lado del caballo. —Es por eso que he venido. Puedo oír tus pensamientos, incluso a través del Mediterráneo. Esta es mi oportunidad para verte hacer lo que mejor sabes hacer. Si quieres mi ayuda para esta batalla, la tienes. Déjame cabalgar contigo, Xena. Lucha conmigo, y te garantizo la victoria. La guerrera se erizó de repente. —No—paseó furiosa de un lado a otro, gesticulando y provocando que los caballos se agitasen. —¿Es para lo que has venido? ¿Me vendes una sarta de mentiras e intentas hacerme parecer en deuda contigo, para engañarme y que luche contigo? Ah, ah. Nada de eso. Tengo algo que decirte, papi. Esta no es tu lucha, ¿comprendes? Es por el bien de Grecia. No es por el botín, ni por la gloria, ni el poder. Es por algo mucho más simple, por los derechos humanos y la libertad. Y no necesito que me ayudes a luchar. Soy una guerrera por derecho propio, y soy perfectamente capaz de hacer esto sin ti—. Se marchó furiosa y jadeando, sin molestarse siquiera en asegurarse de que él se iba. Así que Xena, te denominas guerrera después de todo. Me alegro de que hayas solucionado eso. El dios de la guerra observó a su hija con diversión y cierto orgullo. Quizás me lo agradezcas después. Tu ira de ha devuelto tu confianza, y, dioses, eres tan bella cuando te muestras tan confiada. Ares se tornó más pensativo. Y, te guste o no, nunca has alzado tu espada sin mí, porque yo soy parte de lo que eres. Y…alzó una mano, preparado para volver al Olimpo…No era una sarta de mentiras. Giró su muñeca, y desapareció entre una nube de humo rojo.

El desayuno transcurrió prácticamente en silencio, desmontaron el campamento en más silencio aún y ahora cabalgaban, por lo menos desde hace cuatro marcas, sin haber intercambiado una palabra. La adusta expresión de Xena comunicaba claramente su deseo de estar sola, y Gabrielle tenía demasiado calor y estaba demasiado cansada como para hacer su esfuerzo habitual para sacar a la reticente guerrera de su concha. Cada resalto les daba una visión más clara de la polvorienta marca en el horizonte, que se parecía cada vez más al ejército de Octavio. Y entonces volvieron a descender de nuevo, y de repente fue como si estuvieran solas en la inmensidad abisal del desierto. El terreno había ido variando gradualmente, y ahora era una mezcla entre vegetación muerta y seca, intercalada con zonas de arena y polvo. Parecía que la lluvia no había pasado por allí en lunas. La bardo se había caído unos cuantos pasos atrás, y se conformó con quedarse allí, permitiendo al caballo de Xena avanzar un poco entre la arena y la maleza para allanarle el camino. Repasó los acontecimientos de la noche anterior, intentando descubrir qué había pasado para poner de tal mal humor a su compañera. La guerrera estuvo animada, casi con ganas de jugar, cuando dejó la tienda tras la sesión de aplicación de áloe. Gabrielle se había ido quedando dormida, tan profundamente que no escuchó a Xena volver a la tienda. En cierto punto de la noche, la bardo se despertó escuchando a su compañera murmurar en sueños, obviamente presa de una pesadilla. Gabrielle rodó sobre su estómago y empujó suavemente a la guerrera hacia sí, antes de acurrucar su cuerpo más pequeño contra el de Xena, acariciando la musculosa espalda y susurrando palabras de consuelo en el oído de la dormida guerrera hasta que sintió relajarse a su compañera. Ella misma había vuelto a quedar dormida rápidamente, sin despertarse hasta que escuchó a Xena fuera de la tienda, trastabillando fuera de la tienda y recogiendo cosas, en uno de los peores humores que Gabrielle podía recordar desde hacía mucho tiempo. En cierto momento la guerrera lanzó el chakram por el campamento, murmurando cosas en voz baja sobre dones con segundas intenciones. Oh, chico. La bardo había decidido mantenerse a una distancia prudencial. Bueno…la bardo intentó animarse. Hasta donde yo sé, yo no tengo la culpa. Así que…estudió los hombros tensos que implicaban una nube oscura oscilando sobre la cabeza de su compañera…¿Quién la tiene?

Gabrielle suspiró y alzó la vista al cielo casi blanco, completamente impotente ante la situación. Al llegar a la siguiente duna, Xena iba muy por delante de ella, ya a medio camino de la siguiente duna. La bardo miró a la distancia y parpadeó. No, no puede ser. Detuvo al caballo y cerró los ojos durante largos minutos y después los abrió de nuevo, pero la visión no cambió. —Xena, ¿puedes volver aquí, por favor?—gritó contra el viento constante. —¿Por qué?—la voz de la guerrera estaba ronca por haber estado callada tanto tiempo, y la irritaba bastante que le pidieran retroceder en un terreno tan complicado. —Maldita sea, Xena, ¿te importaría olvidarte un momento de ti misma y hacer esto, nada más, y luego te dejaré en paz con tu mala leche el tiempo que quieras, de acuerdo?—Gabrielle se sintió mal por la dureza de las palabras justo después de pronunciarlas, pero cumplieron el efecto deseado cuando dos cejas oscuras se dispararon hacia arriba y entonces, sin una palabra, giró al caballo y retrocedió hasta llegar a su compañera. —¿Qué pasa?—Xena hizo un esfuerzo consciente por ser civilizada. —Creo que un sanador tiene que revisarme los ojos—la bardo miró a su compañera con más que un poco de confusión en sus ojos verdes. —¿Qué tienes?—la guerrera se olvidó de sus problemas, repentinamente preocupada por su amante, y bajó del garañón al instante, mirando a Gabrielle. Dioses. El sol. Debería haberle hecho llevar algún sombrero o algo así. —¿Te duelen? Te has quemado o… —No, no es eso—Gabrielle rio, dándose cuenta del miedo de Xena. —Es que creo que veo cosas. —¿Eh?—la guerrera inclinó la cabeza en cuestión, esperando más información. —Te juro, salvo que esté loca, que hay un lago con árboles allí delante— señaló a la distancia. En un único y ágil movimiento, Xena montó de nuevo en el caballo y lo guio al lado de su amante, mirando a dónde la bardo señalaba. Sonrió por primera vez durante ese día. —Tus ojos están bien, amor, y no estás loca. Soy yo la que estaba tan ocupada pensando que no presté

atención. Eso, bardo mía, es un oasis. Cleo me habló de él, pero no pensé que llegaríamos antes que Octavio. Y maldito sea, no vamos a avanzar más por hoy. Además, estoy segura de que él también lo verá y vendrá en esta dirección. —¿Un oasis?—Gabrielle se giró a medias en la silla para mirar a su compañera, percibiendo una expresión algo más familiar en la contención de su alma gemela. —¿Qué es eso? —Una charca en medio del desierto que se alimenta de algún manantial subterráneo. Abastece a los animales a kilómetros de distancia, incluyendo a los de dos patas. —¿De dos patas?—la bardo parecía más confusa aún. —Nosotras, cielo. Vamos, apuesto a que podemos estar allí en menos de media marca—. Arreó al garañón, sintiéndose más ligera en la silla de lo que había estado desde que dejaron El Cairo. Habían pasado casi dos marcas cuando por fin llegaron a lo que resultó ser un lago pequeño, rodeado de altos árboles, frondosa hierba verde y flores. Xena rodeó la zona, buscando algún animal peligroso, y se alegró de no encontrar ninguno. —Supongo que llegarán por la noche. Tendremos que tener cuidado con eso, pero, de momento, estamos a salvo. Vamos a acercarnos a ese grupo de árboles y a armar el campamento, y luego a dar un chapuzón. ¿Qué te parece? —¡Me parece genial!—Gabrielle azuzó ligeramente a la yegua blanca y el caballito dio un brinco. En un tiempo récord tenían montada la tienda y despejada una buena zona para acampar. La guerrera desensilló a los caballos y se puso a cepillarlos. No había necesidad de sacar avena o agua, pues los animales serían capaces de alimentarse libremente de la espesa hierba y del agua del lago. Xena se giró y no vio a la bardo. —¿Gabrielle? —miró dentro de la tienda y no encontró nada más que las pieles de dormir. Mmmm. Sonrió con malicia. —¡Gabrielle!—gritó, esperando sacar a su compañera de donde se hubiese escondido. —Te echo una carrera al lago. La última es un trozo de…—un sonoro salpicón cortó sus palabras, y se giró para ver el rastro que habían dejado las prendas desperdigadas de su amante hasta el agua. Maldita sea…esa pequeña… La guerrera se deshizo rápidamente de sus botas y se peleó con la armadura, dejándolo todo en un montón en el suelo y con un estridente

grito, echó a correr y se lanzó al agua al alcanzar la orilla. El agua nunca le había sentado tan bien. Localizó a su compañera y nadó hacia ella, deteniéndose para imitar su postura boca arriba, justo hasta lanzar un chorro de agua con su boca que golpeó a Gabrielle en el centro del estómago. La bardo también flotaba boca arriba, unos metros más allá, con los ojos cerrados, e ignorándola deliberadamente. Oh, oh. Las alarmas se dispararon y Xena repasó los acontecimientos de la mañana para intentar averiguar qué estaba mal. Vamos a ver…levantarse, fruta y pan de pita…campamento fuera…cabalgamos aquí…vio el oasis…y…dios, soy imbécil. La guerrera recordó claramente a su amante diciéndole que cortase el rollo y que la dejaría en paz todo el tiempo que ella quisiera. Xena, pedazo de idiota. No le has dicho siquiera una palabra decente desde anoche. De hecho…ni siquiera has hablado con ella. Y ese día no había sido uno de esos de silencios cómodos, que compartían con frecuencia. Incluso esos días estaban salpicados con pequeños comentarios, especialmente por parte de Gabrielle, pero esa mañana la bardo había permanecido extrañamente callada. La guerrera había estado dándole vueltas a su encuentro con Ares desde el amanecer. Por supuesto, ¿cómo iba a saberlo, guerrera, ya que tú no te has molestado en decírselo? Está bien. Es hora de arreglar las cosas. —Oye—. Xena nadó hacia su compañera y vadeó el agua, escogiendo cuidadosamente sus palabras. —Gracias por encontrar este lugar. Estaba tan a lo mío que habría pasado sin darme cuenta. —Hmppfmmm—la bardo se dio la vuelta y nado hacia aguas menos profundas, echando sus brazos por encima de una roca que sobresalía del agua y dejando su frente sobre ellos, dejando que su torso y sus piernas flotasen detrás de ella. Es evidente que la he liado más de lo que pensaba. La guerrera observó cómo Gabrielle se alejaba y suspiró. Vio unas cuantas flores creciendo en un banco alejado de allí y sonrió. Caminó hacia ellas y salió del agua, cogiendo algunas de las olorosas flores, con cuidado de mantener las flores fuera del agua, y nadó hasta donde la bardo estaba tomando el sol. —Hola. Te he cogido esto, para ti. Un ojo verde se abrió y se posó descuidadamente en la ofrenda. La nariz de la bardo olisqueó las flores rojas y amarillas, captando su dulce

esencia. —Son bonitas—el ojo se cerró con indiferencia, y volvió a colocarse sobre la roca. Va…le. Xena dejó el ramo cuidadosamente sobre la roca, y se alegró de que su compañera no lo tirase al agua. —¿Gabrielle? No hubo respuesta. —¿Tienes hambre? Comida, con eso seguro que acierto. —Ya ha pasado la hora de comer, pero es pronto para cenar. Puedo hacerte un tentempié o algo. —Fruta y cordero—las palabras de la bardo iban dirigidas a sus brazos. —No, gracias. Intentaré que me apetezca para cenar. —Estaba pensando más bien en…naranjas y cocos—la guerrera localizó varios árboles frutales no muy lejos de su tienda. —Bueno…—Gabrielle giró la cabeza para mirar a su compañera esta vez. —Eso podría estar bien—. En realidad, a la bardo le sonaba como un banquete, pero no iba a dejar que Xena escapase de aquello dándole cosas o haciéndole favores. No es que no lo apreciase, hasta cierto punto, y era encantador ver a su compañera intentándolo, pero esta vez no era suficiente. Su enfado había ido madurando lentamente toda la mañana, y las flores y las naranjas no iban a aplacarlo. Dioses. Me siento tan… —Cariño, lo siento—la guerrera se acercó a ella, adoptando una posición similar sobre la roca. —No…quiero que me dejes en paz, ¿vale? —Es un comienzo—Gabrielle levantó la cabeza, moviéndose hasta que su mentón estuvo sobre sus manos. —Te escucho. —No estaba pensando. Yo…bueno, estaba pensando, pero no prestaba atención a cómo te estaba tratando—unos ojos azules y tristes se encontraron con unos verdes, repentinamente interesados. Eso está mejor. —Anoche, después de dejar la tienda, Ares apareció en el campamento. —Bueno, ¿y por qué Hades no me lo dijiste?—la bardo dejó escapar parte de su ira y cerró los ojos un momento. Los abrió de nuevo y parpadeó para mantener a raya las lágrimas. —Xena, toda la mañana me he sentido otra vez como esa chiquilla inútil de Potedaia. Ni tu compañera, y desde luego, no tu amante. Ni siquiera tu amiga. He sido

un objeto, preguntándome por qué tenías la necesidad de estar tan…tan… —¿Ensimismada?—ofreció Xena, alzando una mano para limpiar las lágrimas que aparecían en las esquinas de los ojos de su amante. Están ahí por mi culpa. La guerrera se sintió llena de culpa. —Sí, si quieres decirlo así—Gabrielle consiguió sonreír. —Xena, los dioses saben que te quiero. Pero odio cuando me dejas fuera de esa manera. No espero un discurso. Tienes todo el derecho a tener tiempo para pensar. Pero ya no eres tú sola, somos nosotras. Tu humor me afecta, cielo, más de lo que creer. Siempre lo ha hecho, pero al ser amantes todo se magnifica. Me gustaría haber tenido una pequeña explicación de lo que pasaba. Es lo único que hacía falta. —Podrías haber preguntado—se lamentó Xena. —Xena—la bardo levantó una mano para acariciar el labio que hacía el puchero. —No quiero tener que preguntar siempre. A veces, me gustaría que tú pensases en venir a hablar conmigo. Además, estabas tan enfadada que casi me daba miedo acercarme. —Lo siento—la guerrera atrapó su dedo y atrajo hacia sí la mano de la bardo, besando los nudillos. —Es Ares…ya sé que no es excusa, pero es que es así. Me siento tan desequilibrada con él. —¿Porque es tu padre?—Gabrielle se acercó hasta que sus hombros se tocaron. —Sí. Es como si estuviese intentando reconciliarse conmigo—Xena frunció el ceño. —Pero entonces siempre cambia de opinión y pide algo a cambio. —¿Qué quería esta vez? —Quería luchar conmigo, ayudarme a derrotar a Antonio—la voz de la guerrera se agitó con ira. —Xena, en apariencia, ¿por qué eso sería malo?—la bardo acarició con su hombro aquel en el que estaba apoyada. —Porque me soltó un montón de mentiras antes, intentando hacerme sentir que le debía algo—Gabrielle leyó el dolor en los ojos de su compañera, y deseó tener el poder de patearle el culo a cierto dios de la guerra.

—¿Qué mentiras?—la bardo apartó los mechones mojados del rostro de su amante y permitió que una mano se deslizase lentamente por la mejilla bronceada. —Intentó hacerme creer que cada cosa mala que nos ha pasado no ha sido peor gracias a él—Xena cerró los ojos y suspiró. —¿Cosas malas?—Gabrielle cambió de postura y se metió bajo un largo brazo, deslizándose entre su compañera y la roca. —Sí. Dahak, Chin, todo eso—la guerrea sintió las piernas de su amante envolverse alrededor de su cintura y atrajo más a Gabrielle hacia sí. —¿Crees que estaba diciendo la verdad?—la cabeza de Xena estaba inclinada, y la bardo se echó hacia delante hasta que sus frentes se tocaron. —¿Qué quieres decir?—resopló Xena—Por supuesto que no. Solo dijo esas cosas para intentar que luchase con él, y ha usado un golpe bajo para conseguirlo. —Cariño—la bardo resituó su peso sobre las caderas de su amante. — Yo soy la primera en admitir que Ares ha jugado bastante sucio desde que lo conozco. Todo para conseguir que volvieses a su lado. Así que puedo ver por qué tiendes a desconfiar de él. —Perh…—Gabrielle la besó rápidamente, callándola. —Déjame acabar, ¿por favor?—la cabeza morena asintió. —Pero desde que Eli nos trajo de la muerte, no ha estado mucho a la vista. Y cuando lo hace…es…diferente. Creo que de verdad, a su manera perversa, intenta ser un padre para ti. —¿Estás hablando en serio?—una ceja morena se arqueó por la sorpresa. —Sí—Gabrielle frunció los labios, pensando. —No voy a decir que confío en él. Es solo que estoy dispuesta a darle un voto de confianza para que demostrarte que ha cambiado, si es lo que quiere. ¿Qué estaba pasando antes de que apareciese? —Oh—. Estaba hablándole a los caballos y pensando que no tenía opciones en batalla porque estaba asustada. El orgullo de la guerrera se resintió al admitirlo. —Estaba con los caballos, intentando definir cómo me sentía por tener que luchar con Antonio.

—¿Y cómo te sentías?—la voz de la bardo se volvió más suave, e inconscientemente, deslizó sus manos sobre los brazos de su compañera. —Insegura. Preguntándome si tendría el valor para luchar, y odiándome por dudar, sabiendo todo lo que está en juego—el rostro de Xena enrojeció ligeramente, sintiendo algo de vergüenza ante su debilidad. —Me enfadó tanto. Como todas esas veces que aparece e intenta jugar conmigo… —¿Y cómo te sentiste cuando se fue?—Gabrielle tocó suavemente la cara de su amante. —Enfadada. Lista para luchar—al hablar, la guerrera parpadeó al comprender. —¿Entonces?—Gabrielle sonrió, observando cómo las palabras de su compañera calaban en ella. —¿Decías algo de unas naranjas y unos cocos? Xena se alegraba de cambiar de tema, y tomó la mano de su amante, guiándola a la orilla. —No te muevas—. Dejó a Gabrielle sobre la hierba y cogió rápidamente dos toallas de sus bolsas, lanzándole una a su compañera. Mientras Gabrielle se secaba, Xena cogió una manta y un trozo de cuerda, y se las apañó para construir una hamaca entre dos árboles, para después ir hasta la bardo y llevarla a su invento, bajándola hasta quedar cubierta del sol por las ramas más bajas. —Descansa, majestad, mientras yo te preparo tu real aperitivo—le guiñó un ojo a su alma gemela y desapareció de la vista de la bardo, que no era más que cielo azul y ramas. Está aprendiendo, rio Gabrielle entre dientes, mientras sus oídos captaban a Xena poniéndose los cueros. Y es tan mona cuando sabe que estoy enfadada con ella, que no puedo estarlo mucho tiempo. —Oye—Xena volvió minutos después y dejó cuatro naranjas grandes cerca de su compañera. —¿Puedes empezar a pelar estas? Hay un par de cosas que tengo que hacer y después volveré. —Xena…—la guerrera desapareció de nuevo y Gabrielle escuchó un distintivo sonido de agua. —Xena, te acabas de secar, ¿qué haces?—la bardo intentó sentarse en la inestable hamaca, pero no pudo ver qué había ido a hacer su compañera. Lo que sea. Cogió una naranja y pensó un momento, recordando cómo Xena las había pelado en el

barco mientras viajaban por el Nilo. Oh, sí. Creo que… La bardo hundió el pulgar en la gruesa piel y comenzó a apartarla de la carne de la naranja. —Tengo una sorpresa para ti—la guerrera apareció de repente, con una sonrisa que revelaba que estaba a punto de estallar en carcajadas. —Estaba cogiendo las naranjas y vi por el rabillo del ojo el reflejo del sol sobre algo plateado que había en el agua—Xena sacó lentamente las manos de detrás de la espalda, para descubrir dos grandes peces— ¿Qué te parecería dejar el cordero seco por esta noche? —¡Eres una diosa!—los ojos de Gabrielle brillaron con anticipación ante el festín. —Nop—sonrió Xena. —Solo la mitad… Era una de las pocas veces que Gabrielle escuchaba a su compañera bromear sobre su estado de semidiosa, y prefirió no hacer ningún comentario. —Podría besarte ahora mismo—. La bardo se encontró de repente con sus labios cubiertos por la boca de su amante, mientras la guerrera le tomaba la palabra. Xena provocó lentamente a su compañera durante unos minutos antes de apartarse, y permitió que la pasión soterrada se mostrase plenamente en su rostro. —Espero, mi amor, que hagas más que besarme. Más tarde, me refiero. Después de cenar y eso… Al Hades con la cena. —Xena—Gabrielle deslizó un dedo por el borde superior del traje de combate de la guerrera. —¿Por qué no vas al agua y dejas los peces hasta que haya que cocinarlos, y después vienes aquí para acurrucarte conmigo en esta hamaca, mientras nos comemos estas naranjas? ¿Hmmmm?—enganchó el dedo bajo el borde del cuero y atrajo más a su amante, alzando una provocativa ceja antes de besarla de nuevo. —Creo que puedo arreglarlo—la guerrera sonrió y devolvió su reciente pesca al agua en una velocidad record. Al volver a Gabrielle, se detuvo y vio un cocotero. Alzó la vista y sonrió, sacudiendo el tronco con fuerza para enviar dos cocos al suelo. Abrió uno contra una roca y después volvió a la hamaca. —Espera, siéntate un poco. Tengo otra sorpresa. Gabrielle sonrió y se alzó sobre un hombro. Xena sostuvo una de las mitades del coco frente a ella y la bardo se apartó, mirando el extraño alimento con algo de aprensión. —¿Qué es eso?

—Coco. Prueba la leche. Es dulce. Te gustará—apretó la cáscara peluda contra los labios de la bardo y Gabrielle sacó la punta de la lengua para probar el espeso jugo. Sus ojos se iluminaron y tomó la ofrenda con una mano, sorbiendo. —Vaya. Está bueno—acabó la sustancia afrutada mientras Xena bebía de la otra mitad. La bardo observó a su alta compañera, disfrutando de la vista, apreciando el musculoso cuerpo y las curvas tentadoras con cierto brillo en la mirada. —Oye—susurró—¿me acompañas o no? La guerrera notó el sonrojo de la piel de su compañera, esperando que no fuera solo por el sol. Su libido se despertó furiosamente, y con un rápido giro de muñeca se deshizo de la cáscara de coco. —No puedo pensar en nada mejor ahora mismo—. Bajó la mano para acariciar los labios de Gabrielle con el pulgar, y después cogió con cuidado el borde de la hamaca y rodó sobre ella, encantada cuando la operación las obligó a apretarse juntas. Gabrielle le ofreció un gajo de naranja, que Xena atrapó ociosamente entre sus dientes, mordisqueando los dedos de la bardo en el proceso. —Mmmm. Dulce—la guerrera se lamió los labios—La naranja muy buena, también. La bardo se sonrojó en respuesta y después puso otro gajo entre sus dientes, agitando las cejas como invitación mientras la guerrera se acercaba, mordiendo la mitad y dejando que sus labios merodeasen sobre los de Gabrielle antes de apartarse. Continuaron intercambiando gajos de naranja hasta comerse tres de las piezas redondas de fruta, y la guerrera acabó inclinándose sobre su amante y besándola a conciencia, sin naranja de por medio. —Dioses, te quiero—Xena deslizó las puntas de sus dedos por el rostro de Gabrielle. —Siento mucho haberte tratado mal esta mañana. No quiero hacerte daño. Nunca. —No pasa nada. Estás perdonada—la bardo se dejó ir al tacto de su amante. —Sé que no querías hacerlo. Creo…—Gabrielle se mordió el labio inferior—…estamos tan unidas que de vez en cuando nos hacemos daño. Si no importase, no dolería tanto, ¿verdad? —Supongo que no—la mano de la guerrera se desplazó más arriba, peinando con sus dedos el cabello rubio y corto. —Tú y yo tenemos sentimientos muy profundos. Y estamos tan cerca, que supongo que eso hace que duela más cuando hay malentendidos.

—Sí—la bardo estaba disfrutando el ligero masaje, y cerró los ojos. —Ha sido un Hades de viaje, ¿verdad? —Y que lo digas—Xena rio entre dientes y se movió, deslizando la mano por el torso de su compañera y después bajo su camisa, estableciendo contacto con la suave carne del estómago de Gabrielle—Ha sido una detrás de otra. —Y no creo que ninguna de las dos quiera estar realmente aquí—los músculos de la bardo se contrajeron por el placer ante los dedos de Xena, y se presionó inconscientemente más contra el largo cuerpo estirado a su lado, con una mano ansiosa por entrar en contacto con un firme muslo la otra enredada en el cabello oscuro. —Nop—los labios de Xena lamieron sensualmente el cuello de su compañera, y su respiración se entrecortó cuando unos dedos pequeños tentaron la parte interna de su muslo, separándole las piernas. Se puso de espaldas, poniendo a Gabrielle encima de ella, y deteniéndose hasta que el bamboleo de la hamaca cesó. — Bueno…ahora mismo…aquí no se está tan mal. Los ojos verdes se oscurecieron, revelando el deseo de la bardo, y sintió derretirse bajo el tacto de Xena, mientras los largos dedos conseguían quitarle la camisa por la cabeza y comenzaban a deslizarse sobre su espalda y sus costados. —Se está genial—los labios de la guerrera la silenciaron y Gabrielle dejó de pensar, dejándose ir. Oh, sí. Xena lo necesitaba. Lo necesitaba desesperadamente. Han pasado…¿cuántos, cinco días? Demasiado tiempo. Oh, Tártaro, ¿quién malgasta neuronas para contar algo así? La guerrera gruñó profundamente al sentir a su amante reaccionar a ella, y deslizó una mano entre las dos, moviéndose provocativamente por el torso de Gabrielle. —Mmmm—sus dedos experimentados alcanzaron zonas sensibles y bien conocidas del cuerpo de la bardo mientras descendía lenta y dolorosamente. —Me encanta tocarte así. Sentirte contra mí. —Xena, por favor. Te necesito—Gabrielle gimió mientras un largo brazo la rodeaba, atrayéndola con más fuerza contra la guerrera mientras la otra mano de Xena hacía su magia, evocando sensaciones que comenzaron como una tenue palpitación y acabaron explotando en su interior, esparciendo oleadas de placer desde su centro. —Dioses, Xena…yo…—cerró los ojos, y se permitió perderse en la placentera sensación que los dedos y los labios de su amante estaban provocando.

—Te tengo, cariño—la guerrera atrapó de nuevo los labios de su amante, justo cuando la bardo gritaba. —Te quiero tanto, Gabrielle. Eres un regalo para mí. Largos minutos después, Gabrielle se encontró envuelta en una manta viviente, mientras Xena la acogía contra su hombro y su costado, y la rodeaba de brazos y piernas. Trazó figuras contra el pecho sudoroso de la guerrera y fue consciente de su respiración mientras su cuerpo volvía de las alturas a las que su amante la había llevado. Mientras su corazón aminoraba su marcha, se giró, mordisqueando la nariz de Xena antes de que sus labios iniciaran una lenta exploración de la boca y los labios de la guerrera. —Te quiero, Xena. —Yo también te quiero—la guerrera suspiró cuando una mano pequeña empezó a desatar los lazos de sus cuerpo, y se sentó ligeramente para permitir a Gabrielle trabajar bien sobre los cordones de cuero que cruzaban su espalda. La bardo terminó de desatar los lazos de cuero y empezaba a bajar un tirante por el brazo de Xena cuando una mano grande apareció de pronto en medio de su espalda. —¡Ay!—saltó Gabrielle, hasta que se dio cuenta de que era la mano de su compañera. No, no, no, no, gritó la guerrera internamente. Malditos sean los dioses. No puedo creer que esté pasando esto. Otra vez. —Em…Gabrielle. Tenemos que vestirte. —¿Eh?—la bardo inclinó la cabeza, y después ella también lo escuchó. A lo lejos, el sonido inequívoco de un ejército acercándose. —Déjame adivinar, Octavio ha encontrado el oasis. —Eso parece—la guerrera saltó de la hamaca y apretó los cordones, y después se agachó para recoger la armadura del suelo, junto con las botas. —Por los dioses, Xena. ¿Es que no vamos a tener un momento nunca?— Gabrielle se sentó y se puso de mala gana la camisa por la cabeza. —Bueno…—la guerrera echó una apreciativa mirada a la figura de su amante, justo antes de que la camisa ocupase su sitio. —Una de nosotras lo ha tenido—rio entre dientes. —Oh, sí—. La bardo se puso de pie y atrajo a Xena, besándola lentamente. Se apartó y miró los pálidos ojos azules. —Yo. Ahora…— retomó el punto de partida, deslizando su dedo por la curva superior de

los pechos de su amante, observando cómo despertaba la piel bronceada a su paso—…a ver qué puedes hacer para mantener sus tiendas alejadas de aquí y esta noche…después de cenar…me aseguraré de que tú también lo tienes—se inclinó, besando la clavícula de su compañera. —No he acabado contigo. La guerrera gimió y puso los ojos en blanco, frustrada. —Con una promesa así, amor, cuando acabe de hablar con Octavio, ni te vas a dar cuenta de que los romanos están aquí. Yo me encargo de eso— besó rápidamente los labios de la bardo y montó en el garañón negro, sin molestarse en ensillarlo o ponerle las riendas, al usar sus poderosos muslos para dirigir al caballo hacia Octavio y sus hombres. Los ojos de Gabrielle guiñaron al ver a su compañera alejarse, echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír.

—¡Dioses!—Xena volvió al campamento unas cuantas marcas más tarde, sudada y frustrada. A varios niveles diferentes. —Estoy empezando a acordarme de las cosas que no me gustaban de dirigir un ejército. Son tan…tan…—se detuvo y olisqueó detenidamente el aire. —Gabrielle, eso huele estupendamente. A bardo se giró a medias desde el fuego frente al que estaba arrodillada, adobando los filetes de pescado en una mezcla de jugo de naranja y coco. La fibrosa carne se cocía en pieles de coco y naranja, mezcladas con trozos de pan de pita y un poco de aceite de oliva. — Espero que sepa tan bien como huele. Es una especie de experimento. Hoy he visto el coco por primera vez, no estoy segura de cómo se cocina. —Cariño—la guerrera se dejó caer en una piedra panca, cerca del fuego. —Todo lo que cocinas está bueno. De hecho…tú estás buena— sonrió cuando el sonrojo respondió a su comentario, y después se puso a quitarse las botas y la armadura. El sol empezaba a ponerse y estiró las piernas, agitando los dedos de los pies ante el aire fresco mientras se liberaban del confinamiento del cuero. —Hablando de olor, mejor será que me meta otra vez en el lago. —¿Y qué has estado haciendo, por cierto?—Gabrielle se acercó a un pequeño cuenco que había llenado de gajos de naranja, que también había empapado de coco. Se metió uno en la boca y sus ojos se iluminaron ante el sabor que inundó sus papilas gustativas.

—Primero he tenido que inventarme unas excusas bastante pobres sobre por qué Octavio y su ejército deben permanecer al otro lado del lago—la guerrera dejó sus armas cerca de la roca. —Y al final he tenido que llevarme a Octavio a un lado y tener una charla con él. —No—la bardo se puso roja. —¡Xena! No voy a poder mirarle a la cara. —No he sido tan clara. Solo le he dicho que tú y yo queríamos privacidad para bañarnos en el lago, cambiarnos de ropa y cosas así sin preocuparnos de que nadie nos vea—. Por supuesto, he tenido que guiñarle el ojo varias veces mientras le decía esto, pero creo que mejor no le cuento esa parte. La guerrera consiguió poner una expresión inocente. —Oh. Supongo que está bien—la bardo volteó el pescado con un fino palo y después agitó los troncos al rojo que había debajo de la sartén. —¿Qué más has hecho? —Les he ayudado a asentarse, y he hablado con Octavio sobre los planes para mañana. Hemos examinado algunos mapas y discutido varias estrategias que creamos Cleo y yo. Le he dicho qué clase de cifras y maniobras esperamos por parte del ejército de Antonio—el rostro de Xena resplandecía ligeramente, inmersa en el tema. Había pasado algún tiempo desde que tuvo que planear una batalla con un ejército real. —Hemos decidido que mañana haremos algunos ejercicios, antes de que el calor sea demasiado, para que sus hombres se acostumbren a mi estilo. Después de comer, organizaremos a los hombres por rango y nos aseguraremos de que las armas y todo lo demás está en condiciones. Y guardaremos todo lo posible, exceptuando lo que haga falta para cenar y dormir. Entonces, cenaremos y nos recogeremos temprano. Al día siguiente, partiremos para encontrarnos con Antonio. ¿Acostumbrarse a su estilo? Gabrielle frunció el ceño y apartó pescado del calor para que no se quemase. Se sentó al lado de compañera y dejó una mano sobre el muslo de Xena, reclinando cabeza contra el hombro de la guerrera. —Xena, ¿vas a liderar ejército de Octavio en batalla?

el su su al

—Em…sí. Hemos hablado de ello y decidimos que sería lo mejor, ya que yo estoy más familiarizada con lo que nos encontraremos. Tiene poca experiencia en batalla—. Alzó la otra pierna, envolviéndola con sus brazos. —Escucha. No pretendo decirte qué hacer. Me gustaría, mucho, que te quedases en la retaguardia.

—Donde estaré más segura—era una declaración, sin enfado ni ofensa en el tono. —Sí—Xena giró la cabeza a un lado, dejando su mejilla contra la rodilla que tenía alzada y estudiando a su compañera con ojos cautos. —Si algo te pasase, no estoy segura de si sería capaz de seguir. —Pero, Xena, ¿no lo ves?—Gabrielle acarició el cabello sedoso. —Si algo te pasase a ti, y yo no estuviese a tu lado para intentar ayudarte, también sería difícil para mí lidiar con eso. —Yo solo…—los ojos azules se cerraron mientras la guerrera libraba una batalla más personal en su interior. —…después de la crucifixión. No puedo dejarte estar en esa posición de nuevo—. No sobreviviría a verla morir de nuevo. —Xena—la bardo se giró y cruzó las piernas holgadamente, para mirar a su compañera. —Cuando…—hizo una pausa y tragó saliva, contra el repentino nudo que se le había formado en la garganta—…cuando te vi caer en el patio de la fortaleza, si no hubiera cogido tu espada y dar mi maldito mejor intento para salvarte, quizás también habría caído, de todas maneras. Tanto habría dolido verte morir sin que yo hiciese nada para intentar detenerlo. Si aquel tipo hubiera conseguido apuñalarte, al que ensarté con la lanza, o si me hubieran hecho mirar mientras te crucificaban mientras yo vivía…Xena…no podría…—dejó de hablar y se enjugó unas lágrimas que caían por sus mejillas. La guerrera la atrajo rápidamente a un fiero abrazo, y besó la cabeza de su amante. —No lo sabía. Quiero decir, hemos hablado de ello, pero me sentía tan culpable por haber sido la causante de tu muerte. Nunca se me ocurrió…no me di cuenta de que sentías así. Supongo que debería haberlo hecho, pero… —Ya te he visto morir, ya me quedé atrás una vez, Xena. Fue suficiente entonces. Ahora…ahora estoy enamorada de ti—la bardo sorbió contra su cuero. —Espero que algún día, cuando ambas seamos muy viejas, podamos dejar este mundo en la paz del sueño. No quiero que me dejes atrás nunca más. En ningún sentido. Ni en batalla. Ni en la vida. Ni en la muerte. Quiero estar a tu lado, luchando por el bien. Prefiero morir a tu lado, Xena, que vivir sola. ¿Me entiendes? Unos labios llenos acariciaron el cabello rubio de nuevo. —Sí. Porque yo me siento exactamente igual.

Permanecieron juntas y en silencio durante un cuarto de marca de vela. Las naranjas se olvidaron, el pescado quedó olvidado, Octavio, las batallas y cualquier cosa aparte de ellas dos. La guerrera reflexionó de nuevo sobre lo que podría haber hecho para merecer el amor de Gabrielle y, finalmente, se encogió de hombros, atrayendo más a su compañera y acariciando suavemente la espalda de la bardo. —Oye— aclaró su garganta, rompiendo el silencio. —Sigo necesitando un baño, y probablemente deberíamos comernos ese delicioso pescado que has cocinado antes de que se enfríe. —No quiero moverme—murmuró la bardo contra el hombro de su compañera, antes de besarlo. —Pero tienes razón. Además, quiero cumplir unas cuantas promesas que te he hecho antes—. Sus uñas cortas trazaron la pierna de Xena antes de apartarse de una guerrera que gemía. —Esto me lo vas a pagar más tarde—la mujer más alta alzó una ceja y después se puso de pie, estirándose en su totalidad, levantando los brazos por encima de la cabeza y mirando a Gabrielle, que disfrutaba del espectáculo. —Ahora vuelvo—cogió una toalla y se dirigió al agua. Cuando volvió, Gabrielle había servido dos platos de pescado, adornándolos con varios gajos de naranja y coco. También había abierto otro coco para poder beber su dulce leche junto con la cena. Había reflexionado brevemente, y al final decidió cambiarse la túnica verde por una blanca, más corta y sin mangas con un lazo al frente, y pensó en permanecer descalza. El aire era agradable, algo más fresco mientras caía la noche, y el borde del cielo del oeste se teñía de los restos de luz que delineaban las dunas lejanas de bermejo y polvo. —Una noche preciosa, ¿no crees?—Xena colgó la toalla sobre una rama y sacó una camisa clara de su alforja, poniéndosela y abrochándola al frente rápidamente; en un tono que resaltaba su bronceado. —Absolutamente precioso—la voz de Gabrielle quedó atrapada en su garganta, y la guerrera se giró y sonrió, dándose cuenta de que su compañera la miraba a ella en lugar de al cielo. Los ojos de Xena brillaron al fuego de la hoguera. Nunca nadie me ha mirado así, antes que ella. No era solo lujuria, aunque se leía claramente en el rostro de la bardo. Era un deseo que nacía del más puro y desinteresado amor. Gabrielle no quería nada de ella ahora mismo.

Todo lo que su amante quería era darle. La guerrera se estremeció, aunque no hacía frío. Dale el mando, guerrera, es lo que quiere. Caminó lentamente hasta la roca donde estaba la comida, con los ojos clavados en todo momento en los de Gabrielle mientras se sentaba muy cerca de la bardo. —Solo tu podrías tomar un par de peces y algo de fruta en el medio del desierto y hacerlo parecer la mejor taberna de Atenas. Unas pestañas rubias parpadearon con timidez ante el cumplido y Gabrielle le tendió a Xena uno de los platos. —Solo pensaba…posiblemente no tengamos otra oportunidad de estar solas en varios días. Quería que esta noche fuese especial. Solo tú y yo y todas esas estrellas, Xena. —Es especial. Porque tú estás conmigo. Eso es lo único que he necesitado siempre, amor—. La guerrera se inclinó y besó tiernamente a su compañera y después recuperó la posición, cogiendo un tenedor y pinchando un trozo de pescado. Se lo llevó a los labios y lo introdujo en su boca, saboreándolo lentamente. —Por los dioses, que sabe mejor de lo que parece. —¿En serio?—la bardo disfrutó del cálido halago, y se lanzó a su plato. —Mmmm. Está bueno, aunque yo lo diga. Oh, sí. Toma. Casi me olvido— . Recuperó las dos mitades del coco, junto con unos junquitos que había sacado del agua. —Piensas en todo, ¿eh?—Xena chasqueó los labios después de dar un largo sorbo al jugo. —¿Debo preguntar por el postre? —Para ti, más naranjas. Las he metido con algo de coco y miel—la bardo señaló el cuenco que había en una roca. —¿Y tú?—las cejas de la guerrera se fruncieron con confusión. Gabrielle se limitaba a deslizar sus ojos por el cuerpo de Xena, y permitió que una pequeña sonrisa asomase a sus labios. Cuando estuvo segura de haber dejado claras sus intenciones, volvió a su plato, saboreando el momento casi más que la comida. Oh. Una cálida y hormigueante sensación comenzó a bullir en el centro de la guerrera. Creo que no he sido el postre de nadie hasta ahora. Acabó al mismo tiempo que Gabrielle apartaba su plato y sonrió cuando la bardo se movió, sentándose en la roca e indicándole a Xena que debía sentarse en el suelo entre sus rodillas.

La guerrera retiró su plato vacío y se sentó rápidamente en la posición señalada, reclinándose hasta que su cabeza estuvo cómodamente apoyada contra el estómago de Gabrielle y las rodillas de la bardo la rodeaban. Ambas miraban al lago, y la bardo comenzó a alimentar en silencio a Xena con la naranja, quitándole algún trozo de vez en cuando, pero disfrutando básicamente de su vista de la cabeza morena que acariciaba con su mano libre, permitiendo a su mano de vez en cuando bajar algo más por el cuello de la guerrera, sus hombros o su pecho. —Me encanta tu piel, Xena. Es tan suave. —A ella le encanta lo que le haces—la guerrera cerró los ojos cuando Gabrielle comenzó a masajear sus hombros. —No me había dado cuenta de que tenía nudos ahí hasta ahora. —Ya te digo—la bardo usó sus nudillos para deshacer uno particularmente duro. —Estás muy tensa. Claro que hay muchas formas de relajarte. —¿Muchas?—Xena inclinó la cabeza hacia atrás para encontrarse con el rostro de Gabrielle muy cerca del suyo. —Sí, pero algunas son más placenteras que otras—. La bardo redujo la distancia entre ellas, mordiendo suavemente los labios de su compañera, saboreando el dulce sabor de la miel y el coco. Profundizó gradualmente el beso, usando su boca y su lengua para prender la llama que sabía se gestaba bajo la superficie. —Te deseo, desde hace mucho. —Mmm—la guerrera se giró, poniéndose de rodillas para mirar a su amante, disfrutando de la sensación de los pequeños pero fuertes brazos que rodeaban su espalda. —Yo también. Intenté llevar la cuenta antes. Creo que, hasta esta tarde, han pasado como mínimo cinco días. —Más—Gabrielle pasó de la boca de la guerrera hasta una zona sensible bajo su oreja. —¿Más?—a Xena le estaba resultando difícil concentrarse, y se apoyó con una mano sobre la rodilla de Gabrielle mientras la otra se deslizaba por el corto cabello rubio. —Mi vida entera—la respiración de la bardo era caliente sobre la piel de la guerrera. —Te he deseado durante toda mi vida, Xena. Es solo que no lo sabía—susurró Gabrielle, y después mordisqueó. —Hasta ti…no

sabía cómo podía ser—se movió más abajo, besando la garganta de Xena. —Desear tanto a alguien hasta explotar si no la tocas. —Gabrielle…—la guerrera consiguió seguir hablando. —En nuestra próxima vida, espero que sigas siendo bardo. O juglar. O algo así. —Si estoy contigo, amor, esa es la única inspiración que necesito— atrajo más a Xena, presionando con firmeza sus piernas contra las caderas de la guerrera, y comenzó a desabrochar la túnica de su amante mientras sentía unos largos dedos ocuparse de los lazos de su camisa. Un extraño crujido las hizo parar mientras miraban hacia el agua. —Oh, Xena, mira. —¿Eh?—la guerrera se dio la vuelta de mala gana. —Oh—sonrió. Al borde del lago, una pequeña manada de órix bebían del agua, una mezcla de adultos y crías que jugaban entre ellos hasta que sus madres los conducían suavemente hacia el agua. —¿Son bonitos, verdad?—Gabrielle se deslizó hasta el suelo, y se encontró de repente sentada entre las piernas de Xena cuando la guerrera la atrajo hasta su pecho y unos largos brazos rodearon su cintura. —Sí—la guerrera dejó su mandíbula sobre el hombro de Gabrielle y señaló a las sombras. —Mira allí. —Oh—. Un par de gatos manchados participaban del festín del agua fresca, con los ojos brillando a la luz de la luna. Entre la alta hierba, tres pares de ojos más pequeños miraban maravillados, una camada de cachorros que esperaban que sus padres los llevasen al agua. —¿Qué son? —Guepardos—Xena miró a los caballos, que corcoveaban nerviosos al localizar a los felinos. —Odio abandonar esta pequeña seducción, pero creo que será mejor mover a los caballos para que el fuego esté entre ellos y el lago. No quiero que intenten convertirlos en su cena. De hecho, probablemente debería hacer un fuego más, y dejar a los caballos rodeados. Estos animales salvajes no se acercan a las llamas. —No tardes mucho—. Gabrielle se movió a un lado para que su compañera pudiese ponerse de pie. —Hay una estrellas estupendas ahí arriba que están suplicando ser contempladas—. Pero ninguna puede competir con el brillo de sus ojos. La bardo sonrió a su compañera con franco afecto y parpadeó cuando los ojos en cuestión la volvieron a

cautivar. —Oye, ¿me traes un pergamino y una pluma, ya que estás de pie? —Claro. Volveré antes de que se me enfríe el sitio—Xena se acercó rápidamente a los caballos y los recolocó, amarrando sus riendas cerca de la tienda, entre el fuego que ya ardía y otro que había prendido a un lado, de manera que la tienda y los dos anillos de fuego creaban un triángulo protector con los caballos en el medio. Gabrielle continuó observando crecer la multitud alrededor del lago cuando un par de camellos se acercaron al borde del agua, con dos pequeños potrillos siguiéndolos vacilantes. Oh. La bardo estaba fascinada, observando la interacción de las madres con sus pequeños, protectoras pero juguetonas, ojos alerta en busca de cualquier peligro. Pero, por alguna razón, lo que ella pensaba que serían enemigos, compartían el gran cuenco de agua manteniendo respetuosas distancias, cada especie cerca de los suyos, pero tolerando la presencia de los demás. Xena volvió con la bolsa de pergaminos de la bardo colgada de un hombro y limpiándose las manos al bajo de su túnica antes de sentarse de nuevo, atrayendo a Gabrielle a su anterior posición. —Ya está. Esto debería mantenerlos seguros—observó a los caballos, ahora tranquilos, con satisfacción. —Xena, hay algo que no entiendo—la bardo giró la cabeza hacia un lado y miró al rostro de su compañera. —¿El qué?—la guerrera sonrió aprovechándose de su posición.

y le dio un

pico a Gabrielle,

—Um—la bardo hizo una pausa, al saborear de nuevo el coco. —Esos animales. ¿Dónde están durante el día? Parece demasiado desierto como para vivir. —Creo, si he interpretado bien los mapas, que, a pocos kilómetros de aquí hay una especie de pantano. Probablemente vienen desde allí—. Se movió, dejando su mentón sobre el hombro de Gabrielle, hablándole bajito al oído. —Cleo me dije que están pasando por una sequía bastante fuerte. Sospecho que las fuentes de agua de las que viven los animales se están secando, y se ven obligados a viajar más y más lejos de sus territorios para encontrar agua.

—Qué triste—la bardo miró a la oscuridad, donde los guepardos y los órix bebían, aún manteniendo una distancia prudencial entre ellos. — ¿Por qué los guepardos no atacan a los órix cuando los tienen tan a mano? —En tiempos de sequía, los animales que normalmente serían enemigos mortales se ven obligados a compartir. No se comportan según su naturaleza, y se preocupan más de saciar su sed que de cazar constantemente—. Xena estudió a los animales con más atención—Es una especie de código sagrado del agua, o algo así. Gabrielle rio y entrelazó sus dedos con aquellos cuya mano se deslizaba por su estómago, izándola y besando la parte interna de la muñeca de la guerrera—O a lo mejor los guepardos están engañando a los órix para que se sientan seguros. —Quizás—la guerrera se tornó pensativa. —Es una estrategia que yo he usado—. Sus sentidos se alzaron de repente mientras ligeros temblores sacudían el suelo bajo ellas. Lentamente, casi como en un sueño, de entre la oscuridad apareció la mole de unos animales gigantescos, caminando hacia el agua con una presencia y un porte que era casi abrumador. —Xe…Xena—los ojos de Gabrielle se abrieron como platos. —¿Eso son…elefantes? —Sí. Shhhh—presionó sus dedos contra los labios de su compañera, y se inclinó para hablarle al oído. —Probablemente sean inofensivos, pero estos africanos son más grandes y menos predecibles que los que vimos en la India. —Y están mucho más cerca—siseó la bardo. —Oh. Xena, mira. Uno de ellos tiene una cría—. El elefante más grande caminaba un poco alejado del resto de la manada, hocicando al pequeño con ligeros toques de su flexible trompa. La manada, compuesta de cinco hembras adultas, alcanzaron el agua y se agruparon protectoras alrededor del miembro más pequeño. Las majestuosas criaturas permanecieron a la orilla del agua, usando sus largas trompas para beber y salpicarse entre ellas, bañándose y divirtiéndose, un ritual ante el cual la guerrera y la bardo rieron en silencio. La madre elefanta prestaba especial atención a su cría, salpicando al escandaloso animalito con una fina lluvia salida de su hocico.

—Me recuerda a ti, esta tarde—susurró Gabrielle—Cuando me lanzaste agua. —Oye—Xena le pegó en la musculosa pierna. —Mi nariz no es tan grande, ni de lejos. —No sé…—la bardo se giró y fingió medir la perfectamente proporcionada nariz de su compañera, antes de darle un mordisquito y gritar cuando, una vez más, la guerrera aprovechó para besarla. Suspiró y volvió a colocarse para observar las actividades del lago. —La madre elefanta…—señaló Xena—…está embarazada, de bastantes lunas, además. Apuesto a que parirá en pocas lunas. La otra cría tendrá un año, más o menos. Les lleva mucho tiempo alcanzar la madurez. Tiene tiempo de sobra para quedarse embarazada otra vez. Llevan a sus crías casi un año. —Ugghh—Gabrielle arrugó la nariz. —Me alegro de que los humanos no tardemos tanto. —Ooh. Yo también—la guerrera hizo una mueca, recordando su problemático embarazo de Solan. —Si alguna vez vuelvo a hacerlo, preferiría que pasase lo más rápido posible, en menos de nueve lunas si es posible. Eso sería…—de repente se calló, pegándose mentalmente, al recordar un establo en Britania, y el terror y la confusión de los ojos de su amante al dar a luz a un niño que había descubierto que llevaba en sus entrañas unas marcas antes. —Gabrielle. Lo siento—. Hablando de no pensar. —No quería traer… —No—. La bardo se giró completamente, besando a su compañera para silenciarla. Se retiró y capturó el rostro de la guerrera entre sus manos. —Esta noche es perfecta, Xena. No la arruinemos con culpa, o trayendo cosas que ya están solucionadas, al menos en gran parte. No me he tomado a mal lo que has dicho. —Bien—. La guerrera atrapó el bajo trasero de la camisa de Gabrielle, urgiéndola a volver a su sitio hasta que la bardo estuvo acurrucada de lado entre los brazos y las piernas de Xena. —Son muy protectores con los pequeños—la bardo observó a los elefantes, percibiendo que, mientras se movían, al menos uno de los adultos estaba siempre pendiente del más pequeño.

—Sí—. La guerrera dejó su mejilla contra la cabeza de su compañera— Viven en manadas, con varias hembras y crías. Y una de las hembras es la líder. —Como las amazonas—rio Gabrielle. —Exacto—Xena besó la frente de su compañera. —Pasan su vida con el mismo grupo. He oído que son capaces de demostrar emociones, como la gente. Como cuando uno de ellos muere, los otros se reúnen a su alrededor y parecen llorarle. Incluso con lágrimas, al igual que los humanos. —¿En serio?—. La bardo observó la manada con más respeto incluso. — Eso es increíble, Xena. —Recuerdo…—la guerrera sonrió con tristeza. —El tiempo que pasó entre que dejé a Hércules y te conocí a ti. Argo y yo, solas. Le hablaba, más o menos, si es que hablaba en esa época. Y podría jurar que me entendía. Sabía cuándo estaba triste o contenta. A veces me acariciaba con el hocico, como si intentase hacerme sentir mejor. Fueron unos días duros para mí. No tenía ni idea de lo que iba a hacer a continuación. Siempre he respetado a los animales. Pero Argo me enseñó que hay seres vivos que tienen sentimientos. Muchos más de los que nosotros les reconocemos. —Siempre he pensado que los tienen, pero elefantes llorando…Vaya. ¿Quién lo hubiera dicho?—. La bardo sonrió, observando a uno de los elefantes adultos incitando suavemente al pequeño vagabundo a volver a la manada. —Xena, creo que nuestros hijos van a ser muy afortunados. Van a tener a una aldea entera de amazonas cuidándolos, no solo nosotras. —Dioses—la guerrera dejó escapar una gran carcajada. —¿Te imaginas a Pony cogiendo un bebé? —Eso sí que es una buena imagen mental—rio Gabrielle con ella. — ¿Crees que Raella y ella tendrán niños? —No, a menos que encuentren un donante y hagan todo eso del tubo que hemos hablado tú y yo—la guerrera se imaginó el sonrojo que sabía que estaba creciendo en las mejillas de su compañera. —Porque ningún hombre se acerca a Raella con esas intenciones escapa a su destino, al final de la espada de Pony. Y respecto a Pony, creo…bueno, vamos a

decir que hay más posibilidades de que yo me acueste con Callisto y críe a un niño que de que Pony se quede embarazada. —¿Callisto? Como si eso fuese a pasar—rio la bardo. —A veces pones ejemplos muy raros, Xena. ¿De dónde ha venido eso? —No lo sé. Siento haberlo dicho—rio. —Debe de haber salido de algún rincón enfermo de mi mente. —Y que lo digas—. Euuugh. Gabrielle se estremeció, intentando sacar esa imagen de su cabeza. Quedaron en silencio otra vez, ambas reflexionando sobre la dulce escena que tenía lugar en el lago, mientras los animales y sus crías interactuaban. La bardo cerró los ojos, reclinándose sobre la guerrera e inhalando la seductora esencia de la piel limpia de la piel de su compañera. Pensó en el modo de vida de los elefantes, y el sentido de comunidad que tenían. Gabrielle siempre había sabido que quería tener hijos…algún día. Pero ahora…acarició con la nariz el cuello de Xena y sintió los brazos de la guerrera estrecharse a su alrededor. Ahora esa visión era mucho más clara en su cabeza. De repente no fue solo una vaga imagen de un niño sin rostro, en algún lugar desconocido de un futuro incierto. El futuro estaba con ella allí mismo, sosteniéndola con la misma fiereza y amorosa protección que sabía que Xena tendría por su familia. Nuestra familia. Vaya. La bardo intentó imaginar a sus hijos, una tribu mixta de pequeños rubios y morenos, con diferentes tonos de azul y verde en sus ojos. Lo habían hablado anteriormente, en términos generales, y sabía que, no importaba cómo, sus hijos serían una mezcla a partes iguales de ambas. Gabrielle abrió los ojos de nuevo y miró a su estómago, intentando visualizar a un niño creciendo en su interior. Jadeó en silencio cuando Xena escogió ese preciso momento para dejar caer una mano sólidamente sobre su abdomen. La guerrera acarició en silencio la tripa de su amante, intentando imaginar cómo sería la bardo cuando decidiesen tener hijos. La próxima vez estaré ahí para ella… y para nuestros hijos. Nuestros hijos. Xena se dio cuenta de que una parte de ella había aceptado finalmente que cualquier niño que cualquiera de las dos tuviese pertenecería totalmente a ambas, sin importar quién lo concibiese. Después de largos minutos, la bardo dejó su mano sobre la de su compañera y sus ojos se encontraron, en silenciosa comprensión. La

guerrera atrajo a Gabrielle más hacia ella e inclinó a cabeza a un lado, mientras compartían un lento y tierno beso. Se apartó para coger aire y dejó pequeños besos por la mandíbula de la bardo hasta llegar a la oreja de Gabrielle. —Cuando estés lista, amor…—besó una zona sensible que envió escalofríos por la columna de la bardo—…yo también los quiero. Una lágrima solitaria se deslizó por la mejilla de Gabrielle, y la guerrera la besó suavemente. Sin decir una palabra, la bardo rodeó a su amante y cogió un trozo de pergamino y una pluma de su bolsa de pergaminos, que estaba en el suelo a su lado. Se movió, recostándose contra el pecho de Xena, y alzó las rodillas, colocando el papel virgen contra sus piernas. Sonrió cuando unas manos grandes acabaron sobre sus caderas, y la guerrera miró sobre su hombro. —¿Te ha venido la inspiración de repente, amor?—la guerrera acarició una de las mejillas de Gabrielle con su cara. —Sí. Lo siento. Tengo que…—dejó la frase sin terminar cuando la punta de la pluma comenzó a rasgar el material poroso, y Xena vio nacer las palabras de su alma gemela ante sus ojos: Cúpula de cielo espolvoreado de diamantes Brillantes puntos chispean ante nuestros ojos Todo queda inmóvil. Formas mágicas, una gran joroba aparecen lentamente Más allá de la orilla del agua. Reflejos de familias pintan sombras en el polvo Órix del desierto marcan la tierra con delicadeza, Grupos beben del agua, El guepardo manchado acecha a un lado, sus ojos amarillos Brillan con paciencia Todos los tamaños, todas las edades, mezcla y fusión Bebiendo y bebiendo La fascinación calla mi mente y mis ojos se agrandan cuando un

Gran cuerpo gris rocía con ternura a su pequeño reflejo, Con cristales empañados. Cubiertas de anhelo por envolver a nuestra propia pequeña imagen Cerca de nuestros corazones, Anido mi cabeza en su cuello, sus brazos me atraen más cerca. Ella siente lo que quiero. La guerrera sintió posarse un nudo en su pecho cuando las emociones brotaron en su interior, y besó la cabeza clara, bajando los labios lentamente hasta que sus labios estuvieron, una vez más, muy cerca de la oreja de Gabrielle. —Tú, mi amor, estás envolviendo mi corazón. Quiero sentirte ahí siempre. Y te prometo que te amaré y protegeré a ti y a nuestros hijos mientras viva—. Tan pronto como Gabrielle dejó el pergamino aparte, sus brazos envolvieron automáticamente la cintura de la bardo. —Gabrielle. Espero…cuando los tengamos, que se parezcan a ti. —A nosotras, Xena. Quiero que tengan lo mejor de las dos—alzó una de las manos de la guerrera y la besó, y después la dejó sobre su tripa. —Tú y yo, Xena, vamos a formar una familia. Juntas. —Sí—Xena sonrió a la oscuridad. —Juntas. Continuaron observando las actividades alrededor del borde del agua y fueron pasando, gradualmente de eso a una observación silenciosa de las tiendas y pequeños puntos de luz de las hogueras al otro lado del lago, donde el ejército de Octavio estaba preparándose para acostarse. Gabrielle se reclinó contra su confortable almohada guerrera y miró a las estrellas, estudiando sus dibujos, bastante similares a los que veía en Grecia. La guerrera respondió pacientemente varias cuestiones que tenía Gabrielle, dándole algunas lecciones de navegación y medida del tiempo de carácter básico, basadas en la localización de las estrellas. De ahí, pasaron a un divertido juego de adivinar formas en el cielo nocturno, y la bardo se movió un poco, hasta estar de nuevo recostada de lado sobre Xena. Distraída, desabrochó los botones de la túnica de la guerrera mientras hablaban tranquilamente, y después deslizó una mano dentro de ella, alcanzando piel caliente y empezando un

movimiento lento y provocador con las puntas de sus dedos, algo que atrajo rápidamente la atención de su amante. —¿Quieres llevar esto a la tienda?—la voz de la guerrera estaba llena de una repentina riada de deseo, y una sonrisa disoluta apareció en su rostro. —Sí, será mejor—. Gabrielle hizo una pausa cuando sus labios se encontraron y las manos de Xena se movieron por su cintura, moviéndola a una posición más accesible. Cuando pararon para respirar, la bardo dejó su frente sobre el pecho de la guerrera. — Vamos—. De repente, el mundo se puso del revés y se encontró alzada en unos fuertes brazos, y, tan rápido como empezó, acabó tumbada sobre las pieles de dormir con un par de fieros ojos azules a centímetros de los suyos—¿Cómo haces eso? —¿Hacer el qué?—las manos de la guerrera estaban ocupadas desatando los lazos de la camisa de Gabrielle. —En un momento estoy allí fuera. Ahora estoy aquí. Y no me acuerdo del viaje entre ambos—sintió que su camisa desaparecía por su cabeza, mientras Xena mordisqueaba su camino por el abdomen de la bardo mientras se revelaba ante ella. —Creo…—un beso sobre su estómago—…que estaba…—otro sobre su ombligo—…distrayéndote…—varios mordiscos sobre su torso—…con un beso—. Se situó al lado de la bardo, usando sus labios y sus manos. —Mmmmphf—Gabrielle la apartó suavemente. —Como estás haciendo ahora—. Con su propia magia, la bardo se giró, dejando a su amante debajo de su cuerpo. —Xena—abrió la túnica desabrochada—Dioses. Me dejas sin aliento—. Sus ojos se suavizaron ante la visión que tenía enfrente. —¿Tienes idea de lo mucho que te deseo ahora mismo?—. Lentamente, la bardo descendió hasta que sus cuerpos estuvieron totalmente en contacto. —Por favor—su boca encontró la cumbre de un pecho y la besó, sintiendo cómo los pulmones que había debajo se expandían con fuerza. —Xena, déjame amarte. ¿Está bien? —De acuerdo—la guerrera se permitió seguir el liderazgo de su amante, en lugar de tomar el control, algo a lo que tendía por naturaleza. —Soy toda tuya, cariño. ¿Puedo…puedo tocarte?—deslizó un dedo por el costado desnudo de la bardo.

—Absolutamente—Gabrielle trazó los labios llenos con sus propios dedos. —Tócame todo lo que quieras. —Bien—Xena comenzó a acariciar lentamente la espalda de su amante, usando ambas manos, mientras sentía moverse contra ella el cuerpo de la bardo, y Gabrielle la reivindicaba de una forma en la que solo ella podía hacerlo. La bardo sintió el cambio cuando el cuerpo de debajo de ella se relajaba y después se tensaba, y el palpitar del corazón de la guerrera se aceleraba. —Quiero sentirte mientras te amo, Xena—las manos de Gabrielle vagaron más abajo mientras capturaba con los suyos los labios de su amante. Xena gimió al sentir a su amante tocarla donde la necesitaba más. Cuando las intensas olas de placer se alzaron y rompieron en ella, sus ojos quedaron prendados, mientras la guerrera compartía abiertamente su placer con su compañera. Fue un momento muy profundo para las dos, y algo nuevo de alguna forma para la guerrera, quien se encontró derribando una barrera más entre ellas, al permanecer emocionalmente desnuda ante la única en la que confiaría jamás para sostener su corazón. —Te quiero, Xena—. Gabrielle continuó usando sus labios y sus dedos para despertar el placer de la guerrera—Está bien, amo. No hay nada de ti que puedas mostrarme que cambie eso. Si acaso, te amaré aún más—. Finalmente los ojos azules se cerraron mientras unas cuantas lágrimas se formaban en ellos. Sintió a su compañera besarla, y lentamente, casi con timidez, abrió los ojos. —Hola—los ojos verdes seguían mirándola, conociéndola. —Tú…alzó una mano, tocando el familiar rostro—…eres increíble, mi amor. Gabrielle, nunca había…al menos, no así. No con nadie. La bardo sonrió. —Lo sé. O lo suponía. Tus ojos. Son tan bellos cuando estás así. Brillantes, y oscuros, y profundamente azules. Gracias, Xena, quería sentirlo, pero me has dejado verlo también. —Gabrielle. No quiero mirarte nunca y no encontrarme en tus ojos— atrajo a la bardo a su lado, para que la cabeza de Gabrielle quedase sobre su hombro y sus brazos envolviesen el cuerpo de la bardo. —Y quiero que seas capaz de verme y verte en mí. Eres la mejor parte de mí. Cada día, me das el valor para mostrarte algo más de mí.

—No importa lo que pase en el futuro, Xena…me has dado un regalo— la bardo besó tiernamente el pecho de la guerrera. —Siempre recordaré esta noche, y lo cerca que me he sentido de ti. Es algo a lo que aferrarse. —Tú, mi amor, eres algo a lo que aferrarse. Yo no hago virguerías con las palabras como tú, y nunca he escrito un verso en mi vida. Pero tengo uno que me gustaría compartir contigo. No es mío, pero describe cómo me siento cuando me tocas—. La voz de Xena susurró suavemente en el oído de su amante: Viniste cuando te estaba esperando. Y para el sufrimiento ardiente de mi corazón fuiste delicioso hielo. —Xena—la bardo se alzó sobre un antebrazo. —No sabía que habías memorizado a Safo. —No la he memorizado, amor. La conozco—sonrió la guerrera. —Vive en Lesbos, ¿recuerdas? —Oh, sí. Me había olvidado—Gabrielle estudió los pálidos ojos, que la miraban intensamente. —Yo también tengo uno suyo para ti: No, mi corazón nunca puede Cambiarte, tú, que eres tan hermosa. La bardo fue recompensada con un suave beso, y Xena llevó sus labios contra su oído de nuevo: Ahora puedo ver claramente En mi corazón un rostro resplandeciente, Grabado por el amor. —Oh, sí. Ese es muy bonito—. Así que eso es sentirse rodeada de amor. La bardo estaba disfrutando profundamente del inesperado cambio. — Y luego está ese que siempre me hace reír, llegado cierto punto. Por Eros… Xena sonrió y lo terminó por ella …me quemas.

Ambas se echaron a reír, y sus costillas vibrando juntas solo incrementaban la hormigueante sensación. Después de varios minutos, consiguieron calmarse, sabiendo que necesitaban dormir. —Hmmmm— musitó Gabrielle. —Xena, poeta guerrera. Te queda bien el título, ¿verdad? —Gabrielle—el tono de la guerrera cayó a su registro más grave. —Ni una palabra fuera de esta tienda, ¿me captas? Especialmente a ninguna de tus amazonas. —¿Ni a Pony?—se burló la bardo. —Especialmente a Pony. —Jooo, pero Xena… —No—enfatizó la guerrera. —Como vayas contando esto por ahí, voy a tener que empezar a patear culos por toda la aldea para mantener mi reputación. —Vale—hizo un puchero Gabrielle, de broma. —Es tan encantador. —Solo para ti, amor—besó Xena la cabeza rubia. —Y preferiría que siguiese siendo así. Cuando ya se quedaban dormidas, la bardo reflexionaba profundamente. Qué curioso, cómo un día que ha empezado tan mal ha terminado siendo uno de los mejores días de mi vida. Sonrió al sentir la mano de su amante extenderse sobre su vientre, en un gesto que solo podía asumir como algo que Xena iría adoptando más y más frecuentemente. Qué bien, rio en silencio. —Xena, cielo. Aún no hay bebés ahí dentro. —Lo sé—la bardo sintió los labios acariciar de nuevo su cabeza. —Solo los imagino ahí dentro. Creo que cuando sea de verdad, tendrás mi mano pegada a tu estómago durante nueve lunas. —No podría quererlo de otra manera—Gabrielle se acurrucó más cerca, dejando un brazo sobre la cintura de Xena. —Gabrielle…—había un ligero temblor en la voz de la guerrera. — Yo…ya los quiero ahora. Las palabras de Xena fueron recibidas en silencio, y pensó que su compañera ya se había quedado dormida. Pero el pequeño cuerpo que sostenía en sus brazos rodó en ellos, y un par de ojos brumosos y

verdes aparecieron sobre su rostro. —En toda mi vida, Xena, cuando intentaba imaginarme cómo sería la persona de la que me enamoraría, nunca llegué a…Tú…tú eres mucho más de lo que nunca llegué a soñar—. Besó a la guerrera y deslizó sus dedos sobre una de sus mejillas—Mucho más. Lentamente, volvió a deslizarse contra el costado des u amante, y la suave música nocturna se asentó a su alrededor, acunándolas a un pacífico sueño, envueltas en los brazos de la otra.

Capítulo 10 Disfruta de la vida con la mujer que amas... porque esta es tu parte en la vida, y en el trabajo con que te afanas bajo el sol. —Eclesiastés 9: 9, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

L

a luz grisácea comenzó a penetrar lentamente las gruesas paredes de tela de la tienda, delineando gradualmente con forma y color las pocas posesiones desperdigadas en su interior, tanto como a sus ocupantes tumbadas. La guerrera abrió un ojo, solo una rendija, y gimió internamente, sabiendo que quedaba poco para tener que levantarse. Ahora, sin embargo, estaba feliz de quedarse justo donde estaba, con su cuerpo ceñido protectoramente alrededor de Gabrielle, quién seguía profundamente dormida. Xena atrajo más a su compañera hacia su cuerpo, y dejó pequeños besos por el reverso de un hombro salado. Tú, cariño, pudiste haber imaginado de quién ibas a enamorarte, pero yo intentaba imaginarme que alguna vez me enamoraría. No eres la única que has obtenido más de lo que soñaste jamás. Acarició con su cara el corto pelo rubio, inhalando profundamente el aroma limpio del sol y el agua del lago que vivía allí, junto con la propia y única esencia de Gabrielle, que provocaba un placentero hormigueo en el centro de Xena. Nunca pensé que nadie podría llegar a significarlo todo para mí. Espero reaccionar siempre así a ella. La guerrera llevaba despierta cerca de una marca, parte de ella disfrutando, simplemente, del placer de sostener a su amante; y otra parte preparándose para la sesión de entrenamiento con el ejército de Octavio. Había superado su encuentro con Ares, y había reconocido a regañadientes que su subrepticia provocación como lo que era, o, al menos, como lo que ella quería creer. Cierto, podría tener una parte negativa, pero los resultados habían sido positivos, en general, ya que le había dado una muy merecida patada en el trasero. Por supuesto que soy una guerrera. No puedo creer que

haya dudado de mí. Soy su hija, es mi don de nacimiento. ¿Puedo usarlo para ayudar a la gente, en lugar de hacerle daño? Después de darle muchas vueltas, se dio cuenta de que el eslabón perdido en la cadena de su motivación había sido la parte personal. No es que luchar para salvar Grecia y el Imperio Romano fueran una batalla que no valiese la pena; pero, en el pasado, siempre había detrás unos motivos personales, más poderosos, para hacer cada cosa que hizo, más allá de que beneficiase a otros. Su guerra inicial contra Cortese había sido para salvar Anfípolis, pero, más importante, para proteger a su familia. En sus días de señora de la guerra, había sido por su poder y riqueza, y para exigir restituciones a todos aquellos que alguna vez la ofendieron. Durante los últimos cinco veranos, había sido por una necesidad interminable de expiar los pecados de su pasado, esperando siempre que, si hacía el bien suficiente, conseguiría borrar la oscuridad que emborronaba sus días y la perseguía por las noches. Pero había tenido lugar una transformación múltiple en ella, que había comenzado en un bosque a las afueras de Potedaia. En una gran almacén, tres veranos atrás, se solidificó firmemente mientras veía a Gabrielle rozar la muerte con los dedos por una herida envenenada de flecha. Había tomado una decisión consciente de cambiar de rumbo, de luchar siempre por el bien de otros para pasar, primero y más importante, por proteger y cuidar de aquella que se había convertido en su mejor amiga y compañía constante. Ese había sido uno de los mayores puntos de inflexión de su relación, al comenzar Xena a permitir, cada vez con más frecuencia, que la bardo tomase el timón. Al final, esto desembocó en el viaje a la India y en el descubrimiento de sus almas estaban destinadas a estar juntas, en el presente y el futuro. La oscuridad y la luz, la guerra y la paz, la cabeza y el corazón, unidas a través de dos personas opuestas; quienes, juntas, hacían un conjunto equilibrado. En su última confrontación con Callisto, Xena había declarado, con audacia, que había asumido su culpa, y había aceptado que el camino del guerrero era el que debía seguir. Y en un increíble momento de claridad, supo que lo decía en serio. Ya no importaba si ella y su compañera tenían diferentes caminos para hacer las cosas. Juntas, formaban un equipo imbatible.

La entrañable amistad que habían desarrollado entre ellas se había formado en el largo camino que tendía puentes entre el abismo de sus diferencias. Mientras yacía en una cruz, su cuerpo vencido e indefenso, sabiendo que la muerte era inevitable; pronunció las palabras más sentidas y verdades que nunca dijo: Gabrielle, has sido lo mejor de mi vida. Esa había sido la llave que cerraba su pasado, para vivir su vida usando sus habilidades para luchar por el bien, para permitirse amar y ser amada por aquella que la completaba. Si alguna vez he hecho algo bien en mi vida, fue permitirla que me siguiese en este viaje, aunque fuese contra todos los instintos que tenía. Qué cosas, tenía nobles aspiraciones para enseñarte cómo sobrevivir. Pero tú, mi amor…Xena besó de nuevo la suave piel…tú me has enseñado a vivir de verdad. Mientras reflexionaba sobre la noche anterior, y las promesas susurradas de cosas por venir, encontró una motivación muy personal por la que necesitaba liderar la batalla contra Antonio. Su atención estaba centrada profundamente en lo que era más importante, y cuando desgranaba todos los detalles, solo encontraba una verdad, simple y llana. Para bucear en las profundidades de sí misma y encontrar la fuerza que no sabía que tenía, para durar más que el cansancio y la desesperación; para eso, no tenía más que mirar al precioso regalo que sostenía entre los brazos. De igual manera que Gabrielle había redimido su alma por el daño del pasado, la bardo la entretejía fuertemente con el futuro. Por primera vez en lo que parecía ser una vida entera, Xena no solo quería vivir, esperaba con impaciencia el futuro. Quería, más que nada, construir una vida con su compañera, y ser el apoyo de Gabrielle, al igual que la bardo lo había sido para ella desde el primer día en que se conocieron. Esto es algo por lo que vale la pena luchar, reflexionó con una sonrisa temblorosa. Gabrielle, nuestra vida juntas, y la vida que vamos a construir. Quiero envejecer con ella, y malcriar a nuestros nietos juntas. Y no voy a permitir que un pedazo de mierda seca como Antonio me arrebate eso, o arruine el mundo en el que viviremos jutas. O el mundo en el que nuestros hijos vivirán después de que nosotras ya no estemos. —Gracias—susurró suavemente. —¿Por qué?—una voz raspada sorprendió a la guerrera.

—Oh. Lo siento—. Xena deslizó sus dedos por el cabello de Gabrielle. — No sabía que estabas despierta. —Estaba teniendo un sueño muy bonito, en donde me besabas en el hombro, y entonces me desperté y me di cuenta de que no era un sueño—la bardo se giró, acurrucándose en el cuerpo que tenía al lado, y se dedicó a besar el hombro que tenía a mano. —¿Necesitas algo? ¿Mmmm?—Gabrielle envolvió con su brazo la cintura de la guerrera, y acarició provocativamente la espalda de la guerrera con suaves toques de sus dedos, sintiendo acelerarse el corazón de su compañera. —Mmmm—la resolución de salir para entrenar cuando el sol saliese fue descartada rápidamente. —Siempre, siempre te necesito—Xena envolvió sus manos sobre dos sólidas caderas, y atrajo a la bardo hasta que estuvieron cara a cara. Miró a los aún soñolientos ojos verdes, y después se inclinó hacia delante, mordisqueando suavemente los labios de Gabrielle, perdiéndose en los sonidos de su acelerada respiración, el dulce sabor de la boca de su amante y los pequeños gimoteos que indicaban que Gabrielle estaba disfrutando tanto como ella. Lentamente, se fundieron entre ellas y continuaron con el sensual intercambio, mientras los besos se profundizaban. Finalmente, la guerrera se apartó de mala gana para respirar, su pecho respirando pesadamente para poder hablar. —Yo…em…no quiero parar—Xena atrajo más a su compañera, hasta que no quedó espacio entre ellas, y lentamente metió su rodilla entre las piernas de Gabrielle, mientras una mano se deslizaba de arriba abajo por su espalda y la otra recorría la curva de una cadera hasta un firme muslo, acomodando a su compañera contra ella. —Entonces no lo hagas—la bardo situó su mano alrededor de la nuca de una cabeza morena, atrayendo la boca de su amante para encontrarse con la suya, dejando que sus manos y sus labios urgiesen a su compañera a continuar. Puede que este sea nuestro último momento de privacidad antes de volver a El Cairo…dioses, qué bien. Los pensamientos coherentes huyeron de su mente mientras Gabrielle sentía a su compañera comenzar a moverse contra ella a conciencia Media marca más tarde, estaban tumbadas de lado, de nuevo intercambiando suaves caricias, tan cerca que compartían el mismo aire. Aún no habían recuperado las palabras, así que simplemente se miraban, dejando que sus ojos dijesen lo que sentían sus corazones. Xena pasó un silencioso momento tocando el rostro de su compañera,

memorizando la curva de una mejilla y la suavidad de su piel, y al final habló. —Eres preciosa, mi amor. —Te quiero, Xena—la bardo sintió que había algo más detrás de los ojos celestes, que solo deseos de unos cuantos mimos más. Estiró una mano y apartó el largo pelo oscuro del cuello y los hombros de Xena. —¿Por qué me dabas las gracias? —¿Las gracias?—la guerrera estaba centrada en las caricias que las uñas romas provocaban en su nuca, y sus ojos parpadeaban como reflejo ante la placentera sensación. ¿Le he dado las gracias? Creo que le he dado las gracias a unos cuantos dioses hace un rato, pero…—Oh. Te refieres a cuando nos despertamos, antes de…—sonrió ampliamente. —Hay tantas cosas que podría decir, porque lo siento a tantos niveles… Gabrielle observó los ojos azules volverse pensativos, mientras Xena reflexionaba. —Xena, cielo, ¿estás bien?—. La bardo dejó la palma de su mano contra la alta frente, tomándole la temperatura, y se dio cuenta de que, ya que estaban en el desierto, y las cosas seguían bastante calientes entre ellas, era un esfuerzo inútil por su parte. —Sí. Más que bien—Xena apartó suavemente la mano pequeña, y la dejó contra su corazón, cubriéndola firmemente con su mano más grande. —Gabrielle, ¿recuerdas cuando luchamos contra los persas? —Tú luchaste contra los persas—la bardo corrigió en voz baja a su compañera. —Gabrielle—la voz grave envió escalofríos por toda la columna de la bardo. —En el momento en que vi la botella de antídoto y supe que tenías una oportunidad, yo también quise vivir, así que no te quites mérito. Ganamos porque sobreviviste. La guerrera enlazó sus manos y las sostuvo entre ambas, donde ambas podían ver las bandas entrelazadas de oro de sus alianzas. —Te daba las gracias por algo que te dije entonces, y que sigue siendo cierto. —¿El qué?—Gabrielle besó los nudillos cubiertos de cicatrices, uno a uno. —Tú eres mi luz, ahora más que nunca—una pausa, mientras dos corazones conectados por la comprensión. —Te daba las gracias por eso.

—Xena—la bardo cerró los ojos y tragó saliva, y después los abrió de nuevo, permitiendo que el amor que sentía por la guerrera resplandeciese en ellos. —Vamos a patearle el culo a Antonio y a volver a Grecia. Tenemos una unión que planificar y, en algún momento, no muy lejos, bebés que hacer. La guerrera jadeó, sin aliento de repente, y después liberó el aire contenido lentamente, mientras deslizaba una mano por el brazo de Gabrielle hasta su espalda, atrayéndola más y besándola profundamente. —A mí me parece un plan, amor—. Xena se sentó lentamente, llevándose a su compañera con ella, y la sostuvo en un prieto abrazo, mientras hablaba al oído de la bardo—Nada me gustaría más que acurrucarme aquí contigo toda la mañana, pero creo que cuanto antes nos levantemos y nos pongamos en marcha, antes podremos volver a Alejandría y partir hacia casa. —Entonces, vamos—Gabrielle se levantó de golpe, y sostuvo ambas manos frente a ella para levantar a su compañera.

—¡Muy bien!—la guerrera se apartó el pelo que el viento le ponía delante de la cara, y gritó desde la cima de un promontorio. Acababa de dejar la primera línea, galopando sobre la pendiente arenosa para tomar ventaja de la altura y observar mejor las maniobras. —Que todo el mundo se reagrupe. Esta vez, voy a mirar—tiró de las riendas, llevando al garañón blanco fuera del campo de práctica, y observó con gran satisfacción a los soldados obedecer rápidamente. Si yo hubiera tenido un ejército así en mis días de señora de la guerra, nada habría podido detenerme. Hubiera sido…hizo una pausa y miró a Gabrielle, quién permanecía unos pasos atrás sobre la yegua blanca, observando los ejercicios con pura fascinación, su manto errante flotando tras ella….Habría sido el gobernante del mundo conocido más solo y miserable que el Hades, y probablemente, ella sería una esclava. Gracias a los dioses que no tuve un ejército así. —¡Ahora! ¡Vamos, vamos, vamos! ¡No os detengáis hasta haber penetrado sus líneas principales y la retaguardia!—Xena había dividido a las tropas de Octavio en dos grupos, y los había instruido en una serie de maniobras militares básicas, tanto a la caballería como a la infantería. Los hombres habían demostrado rápidamente ser más que

capaces con los ejercicios básicos, y la guerrera había ido subiendo de dificultad. El nivel actual implicaba un hipotético escenario en el que legarían al istmo donde la batalla iba a tener lugar, y donde Antonio se decantaba por un ataque por ambos flancos, con un ataque frontal secundario. Esto asumiendo que, por alguna razón, Octavio y Xena no ganaban la ventaja al ataque, y se veían obligados a adoptar una posición defensiva. Tenía a la caballería desperdigada en un amplio arco, que servía para defender ambos flancos y el frente simultáneamente, además de proporcionar protección a la infantería que iba detrás. De mutuo acuerdo habían decidido que ella lideraría la caballería en primerísima línea, y que Octavio quedaría a cargo de la infantería. El romano estaría a caballo justo detrás de la caballería e inmediatamente delante del pelotón de tropas a pie. Habían decidido que los soldados a pie serían más capaces de verle y oírle si tenía la ventaja de la altura sobre la silla. —Xena—Gabrielle guio a la yegua cerca de su compañera. —¿No debería participar en algo de esto? Nunca he luchado a caballo antes. ¿No crees que debería practicar?—Xena le había dicho a su compañera que observase los ejercicios e intentase memorizar algunos movimientos, ya que la bardo tenía poca experiencia de combate, al menos no con un ejército de la magnitud del que Octavio había traído consigo. —Sí—la guerrera observó a los hombres por el rabillo del ojo y centró su atención en la bardo. —Supongo que deberías. Había esperado que solo cabalgases detrás de mí y no tuvieras que luchar demasiado, con la cabeza baja y sirviéndome de ojos extra. —Puedo hacerlo—Gabrielle hizo una pausa y se mordió el labio inferior, observando a los hombres mientras resonaban gritos de júbilo, algo que significaba que la segunda línea había sido neutralizada. —Pero Xena, si voy a cubrirte la espalda, tengo que ser capaz de defenderme. —Cierto—Xena miró a su compañera, quién había venido totalmente equipada, con los sais en las botas, la espada de Ephiny en la vaina sobre su cadera izquierda y su vara a la derecha, colgada de la silla. — Y a caballo, tu vara va a ser el arma adecuada. —¿Por qué?—la bardo bajó la vista, deslizando la sólida madera entre sus manos. Los callos que había desarrollado eran de haber entrenar

trabajado constantemente durante cuatro veranos, tanto entrenando como luchando. —Los sais son demasiado cortos como para hacer daño sin correr el riesgo de caerte, y no has practicado suficiente con la espada. Sería raro. Tienes que contar con el caballo, con su movimiento y su cabeza. No me gustaría que le rebanases la cabeza, o peor, que te hicieses daño si la yegua se revuelve. La guerrera estiró un brazo, sacando una vara desmontada de una alforja y colocando las piezas en su sitio con movimientos expertos. Hizo un par de giros con ella en las manos. —Con la vara, tienes el mayor alcance manteniendo al oponente a la mayor distancia posible. —Ya veo—Gabrielle dio un par de giros vacilantes a su propia vara, acostumbrándose rápidamente al ritmo familiar y al movimiento. —Sí. Es bastante cómodo. La bardo continuó los fluidos movimientos mientras Xena la observaba con afectiva aprobación. —Me había olvidado de lo buena que eras con eso. Te diré qué hacer. Es hora de comer. Después de que los hombres coman, haremos unas cuantas rondas más donde yo los lideraré. Algunos de ellos siguen atrás, esperando órdenes de Octavio. Al mismo tiempo, puedes quedarte detrás y practicar con la vara y el caballo en movimiento. —Espera un segundo—Xena se giró y le gritó a los soldados, quienes deambulaban a la espera de instrucciones. —Id a comer. Haremos los últimos ejercicios dentro de una marca—los hombres empezaron a dispersarse, y ella volvió a centrar su atención en su compañera. —Bien—Gabrielle sonrió—Me sentiré mucho más segura durante una batalla real si practico un poco antes. Llevo un tiempo sin usar la vara. —Verdad—los ojos de Xena recorrieron rápidamente el cuerpo de su compañera, percibiendo los músculos que, de alguna forma, le eran más familiares al tacto que la vista. A veces, en su mente, seguía viendo a la chiquilla escuálida de Potedaia, de cara redonda y largo cabello rubio. El rostro más anguloso era el de una joven mujer, el cabello corto era algo en lo que amaba pasar el rato, deslizando sus dedos entre él, y el cuerpo era capaz y fuerte. —Eres la mejor con los sais. Mucho mejor que yo. No lo sabías, ¿verdad?

La bardo sonrió ante el elogio de su compañera, recordando una ronda de ejercicios en su primer día en la aldea amazona. —Xena, no creo que un golpe de suerte entrenando pueda considerarse como ser mejor que tú. —No hablo de eso. Y no fue suerte, fue habilidad, simplemente—la guerrera guio al caballo hasta que su pierna acarició la de Gabrielle. — Te he observado. Eres excelente, y, además, tienes más experiencia con ellos que yo. —¿En serio?—los ojos verdes se ensancharon con incredulidad. —Sí, aparte de unas cuantas rondas en Chin, no los elegí nunca para luchar. —Pero tú me enseñaste a usarlos. —Sí, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces—Xena bajó una mano y tocó el filo de una de las armas, que salían de las botas de la bardo—Tienes un talento natural para ellos, amor. —Gracias—Gabrielle sonrió. —Está bien tener que hagas un cumplido sobre algo a lo que sé que le tienes mucho respeto. —De nada. Vamos a buscar una sombra y a comer—. Xena dirigió al caballo, girándolo hacia el agua mientras la bardo seguía sus pasos. Mmm, la guerrera frunció el ceño, considerando las últimas palabras de su compañera. Creo que tengo que trabajar más en hacerle saber que respeto y aprecio las cosas que se le dan bien. Quiero decir, alabo lo bien que cocina y las historias que cuenta, y esas cosas de bardo, y los dioses saben que le digo lo mucho que me gusta cómo me hace el amor, pero quizás puedo hacer algo más que darle las gracias… Miró sobre su hombro y sonrió a Gabrielle, recibiendo una brillante sonrisa en respuesta. —Sabes, cariño, me sorprende constantemente cómo haces comidas que sepan tan bien. —¿Eh?—el comentario no venía a cuento. —Em…gracias. —No. Lo digo en serio—Xena aminoró el paso hasta cabalgar a la par, con los cascos de sus caballos resonando ahogadamente sobre el suelo cubierto de arena y polvo. —Antes de conocernos, comía porque tenía que sobrevivir, pero nunca deseé hacerlo. Deberías habernos visto, a Hércules, Iolaus y a mí, discutiendo sobre quién tenía que cocinar. Es una habilidad que no he dominado nunca.

—Bueno—la bardo sabía lo que estaba haciendo su compañera, y sintió su cuerpo llenarse de un suave calor que no tenía nada que ver con el sol abrasador que pendía sobre sus cabezas. —Supongo que fue buena cosa que apareciese. —Eso es un eufemismo con mayúsculas—la guerrera se complacía en ver a Gabrielle aceptar el cumplido. —Y tus historias. Solía sentarme sola, después de engullir la cena insulsa, y mi principal distracción era afilar la espada y arreglar mi armadura. Tú cambiaste eso para mí. Tu imaginación es increíble. La mía no llega ahí, ni de lejos. Gabrielle rio, pensando en varias maneras en las que su amante era extremadamente imaginativa. —Xena, gracias. Pero, cielo, no tienes que intentarlo tanto, ¿de acuerdo? —Oh—la guerrera paró al caballo cuando llegaron a un gran árbol, cerca del cual alguno de los hombres de Octavio estaban sentados en una pendiente cubierta de hierba, cerca de agua, comiendo raciones de marcha y fruta fresca, una comida parecida a la que Gabrielle y ella iban a compartir. Desmontó y mantuvo los brazos en algo, ayudando a la bardo a bajar de la yegua. —Gabrielle, es que no quiero que pienses que creo que mis habilidades son más importantes que las tuyas, o que no aprecio lo que aportas a nuestra relación. Somos un equipo. Te necesito tanto como tú me necesitas a mí. La bardo puso ambas manos en los hombros de su compañera y miró larga y profundamente al rostro bronceado, estudiando los ojos serios y la pequeña, casi imperceptible, tensión en la mandíbula de la guerrera. —¿Quién eres tú y que has hecho con Xena?—sonrió, indicando que estaba bromeando, en parte. —¿Qué quieres decir?—la guerrera apartó una ligera oleada de dolor, ya que era evidente que su compañera no estaba preocupada. Era obvio por el tono ligero de la voz de la bardo. —Quiero decir…—Gabrielle miró alrededor y, satisfecha por la protección que ofrecían los caballos, besó rápidamente a Xena en los labios—…quiero decir que, durante mucho tiempo, la Xena que conocía no podía hilar suficientes palabras como para hacer una frase entera. Te has vuelto muy habladora últimamente. Por no mencionar la parte filosófica y sensible. —¿Eso es malo?—la guerrera parecía confundida. —¿Tengo que volver a jugar la carta de señora de la guerra temible?

—No—Gabrielle acarició a su amante en la mejilla. —Es muy bueno. Mantenlo. Lo prefiero así. Y guarda esa carta. También me encanta esa parte de ti. —Está bien—Xena sonrió y se inclinó, también aprovechando la ventaja de su refugio durante un largo momento. —Oye, yo voy a por unas naranjas si tú sacas las raciones de marcha. —Hecho—la bardo empezó a revolver en las alforjas mientras su compañera se dirigía hacia un árbol frutal.

Gabrielle estaba sentada con la espalda apoyada en un árbol, pelando una fragante naranja y disfrutando del breve respiro del intenso calor bajo el refugio de las gruesas ramas verdes. Xena había comido rápidamente y después se había excusado para ir a hablar con Octavio de los planes de la tarde. La bardo había sacado un pergamino y una pluma, y entre mordisco y mordisco de jugosa naranja, rasgaba el pergamino, recogiendo con precisión sus aventuras desde que llegaron a Egipto. Habían estado tan ocupadas que no había tenido tiempo de poner al día su diario. —¿Qué escribes?—una voz profunda la hizo dar un bote, y alzó la vista para ver a un soldado rubio de pie ante ella, con el casco del ejército romano bajo uno de sus brazos y su capa ondeando al viento. —Creo que no nos conocemos—Gabrielle sonrió mientras el hombre se arrodillaba para ponerse a su altura. —Perdona—el soldado le tendió el brazo, que la bardo atrapó. —Soy Gregorias. ¿Y tú debes de ser…? —Gabrielle—la bardo soltó su brazo y enrolló el pergamino, metiéndolo en su bolsa. —Por favor, no te interrumpas por mí—Gregorias se sentó y cruzó las piernas, poniéndose cómodo. —No pasa nada. Estaba acabando de todas formas—Gabrielle alzó las rodillas, envolviendo sus piernas con los brazos. —Seguramente empecemos con las maniobras pronto. —¿Empecemos?—rio el soldado. —¿Tú luchas?

—Sí. Cuando tengo que hacerlo—la bardo sintió desmoronarse su buen humor. Odiaba que la prejuzgaran—Estaré en los ejercicios esta tarde. —Si no te importa que te pregunte—Gregorias sonrió encantador, y tomó su mano izquierda sin permiso, admirando su anillo. —¿Qué hace una chica guapa como tú por aquí? Si yo estuviera casado, seguro que no dejaba que mi mujer viajase por el mundo con una vieja señora de la guerra. Y mucho menos la dejaría luchar contra Marco Antonio. —No estoy casada… —Oh. Bien—el soldado la interrumpió, su voz traicionaba el deleite que le producida su estado civil. —Estoy comprometida—Gabrielle desplegó su propia sonrisa sarcástica, y extrajo su mano de entre la suya. —Ya veo—Gregorias se estiró con osadía y dejó una mano sobre la rodilla alzada de la bardo. —Casi peor. Seguro que no te apartaría de mi vista si estuviera comprometido contigo—. Dejó que uno de sus dedos se deslizase por una suave pierna. —No sé quién es tu prometido, pero debe estar loco. Seguro que puedes encontrar a alguien mejor que un hombre tan descuidado con tan raro tesoro. Gabrielle sonrió al sentir dos manos cálidas y familiares posarse sólidamente sobre sus hombros. —¿Todo bien por aquí?—la voz apenas controlada de Xena causó escalofríos sobre la piel de la bardo. —Sí—Gabrielle miró sobre su hombro a su compañera arrodillada y sonrió. Ahora. Añadió en silencio. —Bien—la guerrera estiró una mano y cubrió la mejilla de su compañera con su mano izquierda, dejándola allí el tiempo suficiente como para que el soldado viese la alianza en su dedo. —Solo me aseguraba. Gregorias apartó lentamente la mano de la pierna de Gabrielle. Su mandíbula estaba cerrada con fuerza, y sus ojos perforaban a Xena con un aire de desafío que ella reconocía como un reto. Escogió ignorarlo, por el momento. Con las cosas claras, Xena se levantó lentamente, sus ojos sin abandonar en ningún momento los del soldado. —Empezaremos las maniobras en unos minutos. Solo pensaba en avisarte, amor—puso especial énfasis en la última palabra.

—Gracias—la bardo rio entre dientes mientras su alta compañera caminaba con confianza hacia los caballos, con el sol de la tarde delineando su figura. —¿Estás comprometida con ella?—la voz del soldado estaba teñida de disgusto. —Ni siquiera es legal. —Sí lo es para las amazonas—la bardo esperó, contando mentalmente los segundos, observando cómo calaba la información. —¿Eres una amazona?—Gregorias parecía incrédulo. —No pareces una amazona. —Sabes—Gabrielle recogió los restos de su comida. —Las apariencias engañan. No soy solo una amazona, soy la reina de las amazonas. Y como puedes ver, es mi prometida, no mi prometido. Es casi imposible estar fuera de su vista, y sacrificaría su propia vida para protegerme. Y…estoy firmemente convencida de que podría recorrer el mundo entero y no encontrar nada mejor—la bardo se puso de pie y se inclinó, cogiendo la bolsa de pergaminos. —Pero has dado en el clavo en una cosa. —¿En qué?—ahora Gregorias se había levantado, entrometiéndose tercamente en el espacio personal de la bardo. —Si la provocan, puede volverse loca—la bardo se limpió las manos en la falda y le dedicó una sonrisa helada que se transformó rápidamente en una mirada sensata, antes de girar sobre sus talones para seguir a su compañera. —Ya veremos—murmuró el soldado en voz baja, mientras observaba al objeto de sus deseos alejarse.

Gabrielle cabalgaba con dificultad, su cabeza inclinada hacia un lado contra el viento y la arena, y su agarre sobre la vara era tan fuerte que estaba convencida de que la partiría a la mitad. Había sido una larga tarde, y lo que había empezado como una corta sesión de entrenamiento se había transformado en unas agónicas maniobras. Una vez inmersa entre las tropas, la guerrera había advertido algunas grietas peligrosas que necesitaban arreglarse, y se había retrasado en su plan de perfeccionar sus técnicas.

La bardo se había caído de la yegua dos veces, soltando la vara y rodando tan pronto como tocaba el suelo, tal y como Xena le había enseñado a hacer. Cada vez que se caía, la guerrera se giraba inmediatamente y se lanzaba al suelo, reconociendo cuidadosamente a Gabrielle por si tenía huesos rotos, a pesar de las protestas de la bardo ilesa. Secretamente, sospechaba que tendría moratones bastante feos por la mañana, pero estaba decidida a no quejarse lo más mínimo. —Xena, durante la lucha, si me caigo del caballo, no puedes parar para asegurarte de que no me he hecho daño—Gabrielle palmeó suavemente el estómago de su compañera la última vez que se había caído. —Sigue. No tendré problemas para subir al caballo. Obviamente, ha sido entrenada para luchar como para saber cuándo parar. ¿Ves?— señaló a la yegua blanca, quién esperaba pacientemente allí cerca, esperando a ser montada de nuevo. —Cierto—se quejó la guerrera. —Pero aún no estamos en batalla. Yo estoy a cargo, y si quiero parar y cuidarte, lo haré. La bardo sacudió la cabeza, reconociendo que discutir no iba a servir de nada. Cogió la vara del suelo y volvió a montar, decidida a quedarse allí esta vez. Y, de momento, lo había conseguido. Prestó especial atención a agarrarse con fuerza a los costados del caballo con sus fuertes muslos, y reconoció con pesar que, junto con los moratones, iba a andar un poco raro los próximos días. Sus pensamientos volvieron al presente, cuando su vara entró en contacto con la hoja de una espada romana. La fuerza del golpe vibró en los huesos de sus antebrazos, pero aguantó tenazmente, girando la vara hacia atrás y golpeando ligeramente al soldado en la espalda al pasar. En la batalla, el movimiento llevaría impreso toda su fuerza, y el hombre estaría en el suelo. En los entrenamientos, se descartaban los golpes y los ataques se hacían con los filos romos. Era demasiado peligroso ir a por todas, como en un uno-contra-uno. Gabrielle sonrió a la espalda cubierta de cuero de su compañera, que cabalgaba delante, su grito de guerra resonando libremente en el desierto. La guerrera estaba en su elemento, sus ojos brillando con deleite al comprobar que la mayoría de los problemas que había detectado estaba corregidos. La espada de Xena era un borrón constante de precisa actividad, mientras mentalmente contaba los muertos que habría provocado en una batalla real.

La guerrera desarmó metódicamente a cada soldado que se encontró, dejando un rastro de armas a su paso junto con un buen número de cuerpos y caballos sin jinete. Había conseguido sacar a varios soldados de la silla, quienes habían recogido sus armas y vuelto a montar. Cuando Gabrielle los pasó, escuchó murmullos y maldiciones, la mayoría de hombres que no podían creer haber sido derrotados por “una maldita mujer”. La bardo sonrió. Conocía lo suficiente a su compañera como para saber que si esos hombres estaban en el suelo, era porque Xena así lo había querido. Las habilidades de Xena estaban demasiado perfeccionadas como para que lanzase un golpe o una patada “sin querer”. Gabrielle sospechaba que la mayoría de los soldados caídos habían sido preseleccionados, porque no sabían seguir órdenes, por no respetar la autoridad de Xena, o por cualquier otro problema de actitud que la guerrera había escogido “ajustar” por ellos. —Tch. Enséñales, cielo—la bardo observó mientras escuchaba la inconfundible risa de Xena y otro sorprendido soldado salía volando por encima de la cabeza de su caballo, aterrizando directamente frente a ella. Sus ojos se ensancharon como platos y su cabeza se debatió rápidamente entre prestar atención a la carga de Gabrielle o a su propio caballo, quién se encabritaba. Por suerte, la yegua blanca tenía unos reflejos tan rápidos como los de Gabrielle, y ya estaba esquivando el obstáculo, poniendo tierra de por medio entre ellos antes de que la bardo tuviese oportunidad de tomar la dirección. Octavio se detuvo al lado de la bardo, y aminoró un poco cuando sus caballos comenzaron a pastar. —Hola, Octavio. ¿Qué tal?—había sido una larga tarde, y se alegraba en silencio de tener una excusa para parar y recuperar el aliento. —Reina Gabrielle—el romano asintió respetuoso. —Eres muy buena con tu vara. —Gracias. He aprendido la mayoría de los movimientos de Xena o de Eponin, la maestra de armas de nuestra aldea—. La bardo rio—Y, por favor, Octavio, vamos a dejar el título tranquilo. Gabrielle, simplemente. —Muy bien—Octavio se llevó el puño al pecho, como saludo. —Pero no hay nada simple en ti. —Gracias—Gabrielle reconoció que no había dobles intenciones en los comentarios del romano, más que un cumplido sincero. De hecho,

estaban cerca de tener la misma edad, si recordaba correctamente, y era completamente posible que sus experiencias vitales sobrepasasen las del joven romano, al menos en términos que los preparasen para el próximo encuentro con Antonio. Intentó imaginar cómo sería gobernar la mayor parte del mundo conocido, y se estremeció. Creo que me quedo con las amazonas. Son suficiente. —Así que, ¿cuáles son tus planes después de vencer a Antonio? —Pareces bastante segura de que vayamos a ganar—el romano parecía aliviado ante la fe sólida de su amiga. —Sé que vamos a ganar—la bardo miró más allá de él, hasta localizar a su compañera, quién giraba de aquí allá para supervisar a los hombres. —Xena ha prometido que lo haríamos, y ella no rompe sus promesas. —Ya veo—fue el turno de Octavio de estudiar a la guerrera, quién alzó brevemente la espada hacia él como muestra de respeto. —Ya que la victoria es cosa hecha, entonces, cuanto antes volvamos a El Cairo, espero llegar a un acuerdo con Cleopatra para que continúe gobernando Egipto en mi nombre. —Será un largo camino que tendréis que recorrer para arreglar las cosas entre vosotros—Gabrielle estaba impresionada ante la voluntad del joven gobernante para convertir a un enemigo en aliado. —Gabrielle, me preguntaba…—las palabras del romano quedaron atrancadas en una garganta seca, e hizo una pausa, tomando un largo trago de agua. —Hiciste un excelente trabajo con el tratado de paz entre tus amazonas y Roma, junto con las otras entidades. Esperaba que quisieras prestar tus habilidades de negociación para mi encuentro con Cleopatra. Hay un montón de detalles que tenemos que resolver, además de quién dirigirá a los egipcios. Podríamos resolverlo todo en El Cairo. Quizás retrase vuestro regreso a Grecia una semana, o así. Pero si no quieres, yo… —Me encantaría—la bardo interrumpió a Octavio antes de que suplicase. —Claro, siempre que Xena acceda a quedarse más tiempo. No veo por qué no habría de hacerlo. No por algo como esto. —Genial—el romano suspiró con alivio. El tratado con las amazonas fue el primero que negoció, y esperaba en secreto volver a trabajar con Gabrielle, y aprender de ella antes de enfrentarse a futuros tratados por sí mismo. Ésta sería una excelente oportunidad.

Había empleado una táctica similar para liderar un ejército, observando cada movimiento de Xena, tomando notas mentales para las batallas que, seguro, tendría que librar en el futuro. De hecho…se giró para escrutar la imponente presencia morena con un ojo más objetivo. —¡Muy bien!—la voz de la guerrera resonó por el falso campo de batalla. —Es suficiente. Que todo el mundo se agrupe para reportar—las tropas formaron rápidamente varias filas por toda la zona, y Xena quedó nuevamente impresionada por la disciplina que imperaba en los romanos. Gabrielle y Octavio cabalgaron y la flanquearon. —Escuchad—Xena miró a los soldados, que aparecían cubiertos de sudor junto con una buena capa de mugre. —Empaquetad todas las cosas que podáis antes de que el sol se ponga. Y, para todos va, las infecciones son muy fáciles de coger bajo este sol con tanta armadura. Quiero que cada uno de vosotros se lave a conciencia, vuestras armas y vuestra armadura. Gabrielle y yo prometemos no mirar—esto obtuvo una risa colectiva de los hombres, junto con algunos gemidos de aquellos que no se bañaban a no ser que fuesen obligados. Por la expresión del rostro de la guerrera, el baño no era una opción. —A tus órdenes, capitán. Mira lo que quieras—un soldado atrevido gritó desde la retaguardia, algo que provocó una nueva ronda de risas. La guerrera sonrió, ignorando el comentario. Había desarrollado una camaradería con los líderes de cada pelotón, todos los cuales habían empezado a respetar rápidamente su liderazgo y su juicio, durante el curso de un día muy largo. —Después de recoger y bañaros, que cada uno tome una buena cena y se retire temprano. Quizás sea vuestra última cena caliente en unos cuantos días. Partiremos al amanecer. Quiero puestos de guardia situados cerca del istmo en dos días, así que cabalgaremos del amanecer al anochecer, e incluso de noche si es necesario, para llegar a tiempo. Es todo. Habéis trabajado bien. Descansad. Xena emprendió el camino hacia el otro lado del lago hasta que se dio cuenta de que Gabrielle no la seguía. Se giró y frunció el ceño al ver a su compañera y a Octavio inmersos en lo que parecía una conversación seria. El rostro era una mezcla de emociones mientras escuchaba atentamente lo que el romano decía.

Gabrielle alzó la vista y sus ojos se encontraron y el corazón de la guerrera se encogió ante el dolor evidente que detectó en los rasgos de su amante. —Xena—gritó la bardo, en un esfuerzo consciente por mantenerse entera. —Ve. Iré en un rato, ¿de acuerdo? —¿Estás segura?—la guerrera venció la necesidad de galopar al lado de su compañera lo más rápido posible. —Sí—la bardo vio la duda en el rostro de Xena. —En serio. Estoy bien. —Está bien. Si tú lo dices—la guerrera se giró lentamente y volvió a su tienda, mirando hacia atrás de vez en cuando para asegurarse de que Gabrielle no necesitaba su ayuda. —Así que—Octavio podía decir que la reina amazona estaba nerviosa, pero no estaba seguro de por qué. Se encogió de hombros mentalmente y continuó—¿Crees que aceptaría un cargo? La bardo podía sentir retorcerse sus entrañas y luchó contra la bilis que le crecía en la garganta. —No lo sé. Justo al romper filas, el romano se la había llevado rápidamente a un lado, y le dijo que quería pedirle a Xena que fuese la comandante en jefe del ejército romano. No había nombrado todavía a nadie para el cargo, había preferido esperar pacientemente hasta encontrar al mejor candidato para el puesto. Estaba convencido de que lo había hecho. —¿Y Bruto?—Gabrielle había notado la ausencia del antiguo general que había servido con Julio César. —Bruto ha sido desestimado—declaró Octavio rotundamente. —Estaba demasiado unido a mi tío, y quería comenzar desde cero. Además, he revisado su hoja de servicios, y ha demostrado ser un cobarde. —Eso es cierto—la bardo se estremeció, recordando la crucifixión, antes de obligarse a apartar ese recuerdo de su mente. —No hay nada de malo en que se lo pida a Xena, ¿verdad?—el rostro del romano tenía una expresión infantil, que Gabrielle reconoció vagamente como algo proveniente del culto al héroe que una vez sintió por su amante. —No. Preguntar nunca es malo—la bardo permaneció en calma, conteniendo su agitación interior. Sería malo para mí. Acabaría con nuestros planes de formar una familia en la aldea amazona. Tendría que renunciar a ser reina en activo. Estaríamos lejos de nuestras familias.

Gabrielle quería llorar, pero en su lugar, se giró a medias con la yegua y después se detuvo. —Estoy segura de que se sentirá honrada. —Te diré qué haremos. Para suavizar el trato, si acepta, te ofreceré un puesto como mi escriba personal. Tus habilidades me serían bastante útiles durante cualquier negociación. Ya está, eso debería basta. Seguro que prefiere vivir en mi palacio que en esa pequeña aldeílla en la que viven ahora. Y tendría mucho más prestigio sirviéndome a mí que liderando a esa panda de patéticas y renegadas mujeres. Observó el rostro de la reina amazona con velada anticipación. —A dónde va Xena, voy yo—Gabrielle tragó saliva y trató de sonreír. — Así que sería genial tener algo que hacer si ella está fuera todo el tiempo—. La bardo sabía que la oferta de Octavio no incluiría la opción de viajar con su compañera. Ninguno de los demás soldados tenían a sus mujeres con ellos. Simplemente, no se hacía así. Solo los soldados viajaban con el ejército, y Gabrielle no era un soldado. —Genial—Octavio sonrió, malinterpretando la amabilidad de la bardo. —Tan pronto como la batalla acabe y lleguemos a El Cairo, le ofreceré algo que espero no rechace. Buenas noches, Gabrielle. —Sí. Para ti también—la bardo decidió desmontar y caminar, en un esfuerzo para ganar algo de tiempo y pensar. Sería el sueño de Xena hecho realidad liderar un ejército como este. Gabrielle había visto la mirada en los ojos de su compañera durante los ejercicios. La guerrera había amado cada minuto de ellos. Vamos, Gabrielle. Sería la oportunidad de su vida. Tendría una forma honrada de hacer lo que mejor hace. Y viviríamos bien en Roma. Sus propios argumentos le sonaban vacíos. El corazón de la bardo estaba con las amazonas, al menos en cuanto a vivir. Está bien. No importa lo que pase, no voy a ser egoísta. Si Xena quiere ir a Roma, vamos a Roma. Y punto. Hizo el resto del camino al lago caminando, observando cómo algunos romanos empezaban a prepararse para la noche, mientras otros levantaban sus tiendas. Un pequeño grupo de raras aves de agua estaban posados en la superficie del lago, agitando las plumas y hundiéndose de vez en cuando en el agua para cazar algún pez o comer plancton. Gabrielle suspiró. De repente, el mundo había perdido toda su belleza y maravilla. Acabó su paseo con la cabeza baja, concentrada en la tarea de poner un pesado pie delante del otro.

—Oye—unos cautos ojos azules la recibieron cuando llegó a su campamento, y la guerrera forzó una sonrisa que no sentía, mirándola desde el fuego que había prendido. —¿Por qué caminabas? —Me duele un poco el trasero—la bardo hizo el paripé de frotarse la zona en cuestión, aunque no se estiró mucho. Ya podía sentir los comienzos de lo que sabía serían unos fuertes dolores por la mañana. —¿Necesitas un masaje?—Xena se movió, cogiendo algo de pescado que había atrapado en el agua y poniéndolo al fuego. —Uno de verdad, me refiero. Por el pelo húmedo de la guerrera y la camisa limpia, Gabrielle podía decir que su compañera ya había tomado un baño, seguro que durante su sesión de pesca. —Sería genial—Gabrielle se acercó al juego y miró al pescado blanco que había en la sartén, que parecía estar libre de condimentos. —Te lo cambio. Tú te ocupas del caballo y yo acabo la cena. Y voy a darme un baño rápido antes de comer. Mi piel está asquerosa. —Me parece bien—la guerrera se levantó y tocó brevemente el hombro de su compañera. —¿Todo bien? —Sí—la bardo sabía que estaba a punto de llorar, y tragó con fuerza contra el fuerte nudo que tenía en la garganta, parpadeando con fuerza varias veces. —No—los propios ojos de Xena reflejaron un dolor semejante. ¿Por qué no es sincera conmigo? —Xena—Gabrielle miró al suelo, pateando el polvo con la punta del pie. —Ve con el caballo, ¿por favor? —Como quieras—la guerrera permitió que sus defensas internas se alzasen. Guio a la yegua en silencio, con los hombros caídos como único indicio de sus verdaderas emociones. La cena transcurrió en silencio total, mientras Xena llevaba a cabo un meticuloso estudio del contenido de su plato, rechazando mirar a su compañera. Pinchó hábilmente otro trozo de pescado, que normalmente sabía bien, pero por alguna razón hoy se deslizaba por su garganta como serrín. Un sorbetón la hizo levantar la vista. Al otro lado del fuego, Gabrielle tenía la cabeza entre las rodillas, su cuerpo sacudido por sollozos silenciosos.

—Oye. Ven aquí—el dolor y la ira de la guerrera se disiparon inmediatamente, y estuvo al lado de la bardo en un instante, envolviéndola en un abrazo de consuelo. —Gabrielle, ¿qué te ha dicho Octavio? Porque, por los dioses, estoy a punto de ir allí y a ensartarlo con mi espada. —No—la bardo levantó la vista, sintiendo unos largos dedos limpiar las lágrimas de sus mejillas. —No ha hecho nada para merecer eso. —¿Entonces qué pasa?—Xena se sentó contra la misma roca que habían compartido la noche anterior, situando a su compañera contra ella mientras acariciaba el sedoso cabello rubio. —Xena, hoy, ahí fuera, has disfrutado, ¿verdad?—Gabrielle sorbió de nuevo. La guerrera sintió crecer su frustración. —Gabrielle, sí. Sabes que disfruto luchando, y disfruto liderando un ejército. No lo he hecho en mucho tiempo, y ha sido bonito saber que, esta vez, voy con los buenos. Esto es la guerra. No sé qué decirte. Esa parte de mí que necesito perder. Si no sé si puedo… —Shhh—la bardo presionó dos dedos contra los labios de su amante. — No tienes que disculparte. Era una observación, no una acusación. —Oh—Xena sintió un palpitar sordo en sus sientes, y rezó para que no fuese una migraña. —Entonces, ¿por qué lloras? ¿Por qué no hablas conmigo? Gabrielle se giró hasta que estuvieron sentadas juntas, y se reclinó contra la suave piedra, que seguía caliente por el sol diurno. Sintió el brazo de su compañera deslizarse sobre sus hombros y una caricia de sus labios en su frente. La bardo sacó un brazo, tomando la mano izquierda de la guerrera, observando el brillo de la alianza de oro mientras el ocaso tenía lugar. A donde vaya ella, iremos juntas. Siempre. —Un dinar por tus pensamientos, amor—Xena entrelazó sus dedos. —Xena, ¿si pudieses dirigir un ejército como este todos los días? ¿Lo disfrutarías?—la bardo vio el brillo en los ojos de su compañera, y obtuvo su respuesta. —Sí, probablemente—la guerrera asumió que hablaban hipotéticamente. —Desde que conocí a Hércules y después a ti, he luchado yo sola durante cada día. Hay una parte de mí que realmente

disfruta planeando e interactuando con los soldados, y con la emoción de la victoria. Pero, en el pasado, mis ejércitos no trajeron más que dolor a miles de personas. Sería genial liderar uno que hiciese el bien, que protegiese a gente que no puede protegerse. Esas cosas. —Cielo, a lo mejor no debería decirte esto, pero Octavio va a pedirte que seas el comandante de su ejército—observó la conmoción en el rostro de su compañera, mientras seguía hablando. —Xena, sería tu sueño hecho realidad. La oportunidad de tu vida. Podrías… —No—fue el turno de la guerrera de callar a su compañera. —Lo primero, liderar este ejército para continuar conquistando territorio sería algo muy distinto de la batalla que vamos a librar contra Antonio. La batalla contra Antonio, esa es la causa en la que creo. Liderando esa clase de ejército, es con lo que disfrutaría. Pero Octavio planea expandirse. Es por eso por lo que entramos en el tratado, ¿recuerdas? Para que nos dejase en paz. No estoy de acuerdo con la expansión y ni siquiera la toleraría, excepto que garantice el trato humano al pueblo que conquiste. Pero sigue tratándose de arrebatar la libertad de la gente. No quiero ser parte de eso. Gabrielle sintió retirarse una pesada losa de sus hombros, y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. —¿Estás segura? —Gabrielle, tú eres la oportunidad de mi vida y mi sueño hecho realidad—inclinó el mentón de la bardo, viendo los ojos verdes perder su duda al leer la sinceridad en los suyos. Las esquinas de la boca de la bardo se retorcieron cuando una vacilante sonrisa decoró sus rasgos, y se inclinó, besando a su compañera en la mejilla. —Quiero que seas feliz, Xena. —Soy feliz—la guerrera acarició con su pulgar los labios de Gabrielle. — Tú me haces feliz. No quiero ir a vivir a Roma. Nunca volvería a ver a mi madre o a mi hermano. Sería apartarte de tu familia. Y las amazonas te necesitan. Por no mencionar que tenemos niños en los que pensar, cuando sea que los tengamos. —¿Roma no sería un buen lugar para los niños?—la bardo inclinó su cabeza hacia un lado, curiosa. —Ya temo que cualquier hijo mío se convierta en objetivo por culpa de mi pasado. Aunque estoy empezando a pensar que puedo relajarme, un poquito. Pero si estuviera en una posición visible, como comandante

del ejército romano, temería por su seguridad cada día de sus vidas—. Xena tomó ambas manos de su compañera, estudiándolas. Tan delicadas y, aún así, tan fuertes. Quiero sostener estas manos para siempre. —Prefiero criarlos en Grecia, con las amazonas, y con tu madre y la mía cerca, si las necesitamos. —No quiero que algún día mires atrás y te arrepientas de no haber cogido este camino—Gabrielle también miraba las manos entrelazadas. Esto es la seguridad absoluta. Estas manos, que trabajan cada día para protegerme y proveer para mí. —Eso no es posible—una cálida sonrisa adornó el bronceado rostro. —Tú eres mi camino. No podría lamentar eso jamás. —Y tú eres mi árbol en el bosque—ambas compartieron el recuerdo de las palabras de una inocente Gabrielle, en la que parecía ser otra vida. Técnicamente, era otra vida. Los sueños de una niña muy joven. Sueños que, a pesar de todo lo que habían pasado, habían sobrevivido para convertirse en realidad. —Da igual donde quieras estar, Xena, estaré a tu lado—la bardo apretó sus amadas manos con sorprendente fuerza. —La promesa que te hice cuando nos mudamos a la aldea amazona sigue en pie. Si llega el día en que no puedes soportarlo más, me iré contigo, a donde vayas. —¿Sabes qué?—sonrió la guerrera con timidez. —Cuando nos mudamos a la cabaña de la reina…nuestra cabaña…hubo un momento en que me senté en la cama, miré alrededor y me pregunté qué Hades estaba haciendo allí. —Lo sé—sonrió Gabrielle cuando su compañera nombró sus aposentos como “nuestra cabaña”. —Lo vi en tu cara varias veces durante la primera luna. —Es, más que nada, casi toda mi historia con ellas. Las amazonas del norte, y todo el desastre después de la muerte de Solan, romperle el brazo a Ephiny y sacarte a rastras de allí. Me sorprendió que no me dieran caza y me ejecutasen por crímenes contra la Nación. Y entonces, todo el rollo con Maniah. Estaba absolutamente preparada para cargarte al hombro y salir corriendo de allí—los cincelados rasgos se apretaron, antes de suavizarse una vez más. —¿Qué ha cambiado?—la bardo trazó ligeros dibujos con su dedo sobre el dorso de la mano de Xena.

—Te observé crecer allí. Y, un día, me di cuenta que, por primera vez desde que me echaron de Anfípolis, me sentí parte de una comunidad. De que podía contribuir. Se volvió cómodo, y empecé a sentirme en casa—. Los ojos azules centellearon—Y me gusta sentirme así. —A mí también—. Otro peso desapareció de los hombros de Gabrielle. —Me preguntaba si ibas a aburrirte de estar siempre en el mismo lugar. —¿Aburrirme?—jadeó la guerrera. —Gabrielle—la voz grave y melódica alargó el nombre. —Llevamos viviendo allí menos de dos estaciones. ¿Nos hemos aburrido en algún momento? —Supongo que no—rio a bardo. —Y, si es por eso, aquí estamos; así que supongo que no siempre estamos en el mismo sitio. —Nop—Xena disfrutaba de las atenciones de su compañera, e, inconscientemente, flexionó las manos, palmas abajo, dándole a la bardo mejor acceso. —Creo que la gente nos pedirá ayuda durante mucho tiempo. Preveo algunos viajes más en el futuro, dentro y fuera de Grecia. —Y no te olvides que has prometido un viaje a Lesbos—una malvada sonrisa jugó sobre los labios de Gabrielle. —Oh, no te preocupes. Ése es un viaje al que planeo llevarte conmigo, definitivamente—una sonrisa igual de lasciva reflejó la de la bardo. — Eso no me lo perdería por nada del mundo. De hecho, podemos ir hacia allí desde aquí, si quieres. —Puede—la bardo sintió de repente un poco de reparo, recordando su charla sobre Lesbos la noche que Xena se lo propuso. —Podría necesitar descansar un poco después de todo esto. —¿Descansar?—Xena casi no consiguió contener una carcajada ante su, aún a veces, inocente compañera. —Cariño, Lesbos no es un lugar para descansar. Puedo quemar más calorías en una semana en Lesbos que en un mes frente a un ejército—. Observó cómo Gabrielle procesaba su declaración y después rio por lo bajo mientras un sonrojo subió por el pecho de la bardo, sobre su cuello y, finalmente, sobre sus mejillas. —Ven aquí, cariño—la guerrera atrajo a su sonrojada compañera a su regazo y envolvió sus largos brazos alrededor de la sólida figura. —Te quiero muchísimo. No quería burlarme. No puedo esperar para llevarte a

Lesbos. O a cualquier lugar a dónde quieras ir. Podría pasarme cien vidas contigo y nunca, nunca, aburrirme. Gabrielle sintió la verdad de sus palabras, y sonrió contra el lino limpio y fragante contra el que estaba recostada. —Hagámoslo, Xena—la bardo alzó la vista y tocó el rostro de su compañera con las puntas de sus dedos, observando los ojos de la guerrera iluminarse. —Después de que acabe todo esto, quiero que me lleves allí. —Está bien—. La guerrera sintió que su compañera empezaba a relajarse, y se reclinó contra la roca de nuevo, sosteniendo a la bardo en silencio. Permanecieron sentadas durante una marca, de nuevo observando los animales llegar al agua para beber y compartiendo en silencio sueños de futuro. Más tarde, escucharon tenues salpicones desde el otro lado, mientras los hombres de Octavio comenzaban a tomar el baño ordenado. —Está demasiado oscuro para ver nada, pero ya que les prometí no mirar, quizás es hora de que vayamos dentro. Además, tenemos que dormir bien esta noche. —Sí, y me prometiste un masaje—la voz de la bardo estaba apagada, y su cuerpo luchaba por permanecer despierto. Podía sentir los músculos de sus piernas y su espalda empezar a ponerse rígidos después de cabalgar toda la tarde, y sabía que por la mañana sería peor. —Lo he hecho—al igual que la noche anterior, Xena alzó a Gabrielle y se la llevó a la tienda. Más tarde aún, una divertida guerrera se acurrucaba contra su dormida compañera, con cuidado de dejar una suave manta sobre sus hombros. Gabrielle se había quedado profundamente dormida antes de terminar el masaje, dejando a Xena sola con sus pensamientos, en parte agradecida por la muy necesitada estabilidad que la bardo había traído a su vida. Otra parte de ella, esa que siempre se despertaba antes de una gran batalla, repasaba mentalmente todas las cosas que tendría que hacer al llegar al istmo. Desde allí, sería una carrera contrarreloj para llegar a su destino y tomar ventaja a Antonio; quién la guerrera sabía estaba ya en marcha.

Xena paseaba de aquí allá frente a un gran sistema de trincheras, ladrando órdenes secamente y saltando de vez en cuando a las casi

terminadas zanjas para ayudar personalmente, o para hacer más claras sus peticiones. El sol del mediodía era su enemigo, ya que parte de ella percibía, más que saber, que en algún punto del día de mañana se enfrentarían al ejército de Antonio. Habían llegado al istmo en tiempo record, y habían pasado la mayor parte del día anterior llevando a cabo más maniobras. El océano cercano, que los rodeaba por ambos lados, templaba el calor sofocante, ofreciéndoles una constante y bienvenida brisa, y una fuente de frescor para sus cuerpo sudorosos al final del día. Incluso habían ideado un sistema de nasas en una tienda cubierta, y podrían disfrutar de pescado fresco durante la misión. Más de una vez la guerrera había tenido que ignorar los comentarios puntuales de “negrera” y “perra implacable” que captaban sus agudos oídos. Mientras los quejicas trabajasen, escogía dejarlo pasar. Sabía que los hombres estaban cansados, y si desahogarse echando sapos y culebras por la boca a su costa de forma inofensiva les hacía sentirse mejor, estaba dispuesta a aguantar el chaparrón. Xena estaba plenamente metida en su papel de guerrera, su mente totalmente centrada en la tarea que tenía entre manos. Desde su llegada a su destino, Gabrielle había asumido rápidamente el humor de su compañera, y había echado un vistazo silencioso a las notas manuscritas de la guerrera, intentando determinar cómo podría ayudar. La bardo había sonreído al darse cuenta de que aunque Xena había previsto cada paso de las maniobras y registrado cada arma de su arsenal, así como todo lo que tenía que ver con la lucha; se había olvidado de las necesidades y comodidades básicas. —Xena—la bardo tocó suavemente a su compañera en el hombro la primera tarde de preparativos. La guerrera estaba dentro de la tienda de oficiales, inclinada sobre un juego de mapas, intentando descubrir qué ruta tomaría Antonio. Se giró agitada, preparada para arrancarle la cabeza a Gabrielle hasta que se dio cuenta de quién era. El rostro de Xena se suavizó visiblemente. —¿Qué pasa? —Um…¿has pensado en dónde vas a colocar la tienda del sanador?— Gabrielle sabía que su compañera no pensaba en nada más que en la batalla desde que dejaron el oasis.

—Maldición—Xena se rascó la cabeza y miró sus notas. —Ha pasado mucho tiempo. Supongo que he perdido práctica. ¿No podrías encargarte de eso por mí? —Me encantaría—sonrió la bardo. —Em. Cielo, mientras estoy con ello, ¿quieres que me ocupe también de colocar la cantina? —También me mortificada.

he

olvidado

de

eso,

¿eh?—la

guerrera

sonrió,

—Sí—. Gabrielle tomó una pluma y la giró entre sus dedos, y después cogió un trozo de pergamino en blanco. Hizo rápidamente su lista de pendientes. —¿Y el suministro de agua? ¿Debería hacer colocar esos filtros de agua salada? La guerrera gruñó y tomó la lista de su compañera, sus ojos escaneándola rápidamente. —Gabrielle. Si te encargases de todas estas cosas, te estaría extremadamente agradecida. —Sin problema, capitán—bromeó la bardo, lo que le valió un cachete en el trasero. —¿Qué haría sin ti?—Xena recompensó a su amante con una mirada de completa admiración. —Beberías agua salada, comerías tasajo de cordero y tus heridos tendrían que cruzar el desierto para curarse—Gabrielle consiguió componer una de sus sonrisas más inocentes, saltando rápidamente hacia un lado para esquivar un segundo azote. —Ve—rio la guerrera. —Parece que ambas tenemos trabajo que hacer. Eso había sido ayer por la tarde. Ahora, mientras Xena estaba fuera construyendo varias trincheras y trampas que quería situar a lo largo del campo de batalla, Gabrielle estaba dentro de la tienda del sanador, sumergida hasta las rodillas en las vendas de lino recién hervidas. Varios asistentes del sanador estaban corriendo de un lado a otro, colocando hileras de camastros a ambos lados de la tienda. —Está bien—estudió sus notas. —Tenemos nuestro suministro de hierbas en esa mesa de allí…—señaló a una rudimentaria estructura que habían montado por la mañana—…las agujas de hueso y el hilo de tripa cerca de esas hierbas….y probablemente tengamos que buscar algún cubo para meter estas vendas.

—Sí, alteza—el sanador jefe del ejército de Octavio recogió rápidamente el montón limpio de telas y las metió en un barril pequeño que había en una esquina. “Sanador jefe” era un título optimista. El hombre había servido en una única batalla antes de la que estaban por librar. —¿Aquí están bien? —Sí. Es perfecto—suspiró Gabrielle. Se había cansado de corregir a los romanos para que no se dirigieran a ella por su título. El rumor se había extendido rápidamente, una reina amazona estaba entre ellos. Más de un soldado había encontrado una excusa para hablarle, o pasar cerca de ella. Muchos de ellos creían que las amazonas eran un mito, igual que Octavio creyó alguna vez lo mismo de los centauros. —¿Crees que debería hacer algo para que no estén tan decepcionados?—. La bardo había compartido un tranquilo momento con su compañera, acurrucadas juntas junto al fuego la noche anterior—Llegan, miran, y se van. ¿Qué esperaban? —Cuero—rio Xena. —No esos trapitos de lino que llevas. Quizás podríamos perforarte la nariz con un hueso o algo así. —Euugg. Xena, qué asco. Por no mencionar que es doloroso y horrible— Gabrielle había golpeado sonoramente a la guerrera en la pierna. — Durante la batalla, me pondré la armadura que me hiciste. Es cuero, en parte. ¿Y qué les pasa a los hombres con las amazonas, de todas formas? —Es una fantasía que tienen—la guerrera se frotó la pierna, como si la bofetada le hubiese dolido. —¿Cómo?—la bardo estaba realmente confusa, y miró a su alta y sabida compañera en busca de una explicación. —Em…—Xena frunció los labios, buscando las palabras adecuadas. —A algunos les gusta mirar. —¿Mirar qué?—Gabrielle frunció el ceño. —Ya sabes. Mirar—la guerrera reprimió una risa, esperando a que la información calase. —¡Xena! Me estás tomando el pelo. ¿Por qué Hades nadie querría mirar mientras nosotras…nosotras…Por el amor de los dioses, es algo privado—la bardo estaba indignada y súbitamente cohibida, mirando

cautelosamente a su alrededor, a los demás pequeños fuegos cercanos, preguntándose si alguien las estaba observando. —Y después están lo que quieren unirse—susurró la guerrera cerca del oído de su compañera, que se volvió inmediatamente roja. —Oh, dioses—Gabrielle casi se atraganta con un sorbo de zumo de naranja. —La gente no hace en serio esas cosas, ¿no? —Absolutamente—Xena se inclinó más y mordisqueo juguetona la oreja. —¿Tú alguna vez…? —Absolutamente ninguna—rio la guerrera, haciendo cosquillas con su aliento en la mencionada oreja. —No me gusta compartir, ¿recuerdas? —Gracias a los dioses por eso—Gabrielle aún seguía procesando la idea de que alguien quisiera ver algo que, para ella, era lo más hermoso y más privado que dos personas que se amaban podían compartir. — Xena, si tres personas…ya sabes…eso implica que no pueden estar enamorados. —Cierto. La bardo se giró en los brazos de su compañera, mirando seriamente el rostro de la guerrera, que brillaba suavemente a la luz del fuego—No lo entiendo. —Bien—el abrazo de Xena sobre su cintura se hizo más fuerte. —Espero que nunca lo entiendas. —Reina Gabrielle—una profunda voz la trajo de nuevo al presente. — ¿Necesitamos algo más? —Sí—Gabrielle miró a su alrededor. —Necesitamos un gran barreno de agua y un cucharón. Y prenderemos inmediatamente un fuego fuera de la tienda. Necesitaremos una cazuela para hervir vendas sucias y el fuego deberá estar permanentemente encendido para esterilizar cuchillos. Eso significa que necesitaremos una buena provisión de madera y astillas. —Me pondré a ello ahora mismo—el jefe de sanadores la saludo y salió de la tienda, dejándola sola durante un bendito momento de silencio. Que acabó cuando Gregorias apareció y se metió en la tienda.

—Hola, reina Gabrielle—su tono estaba lleno de sarcasmo, y rápidamente recortó la distancia entre ellos hasta quedar cara a cara, a menos de un paso de distancia. Varias maldiciones tentaron los labios de la bardo al darse cuenta de sus sais y su vara estaban en la tienda que compartía con Xena. Se había cambiado a una túnica ligera después de comer, en un intento de permanecer fresca en lo que prometía ser otra tarde abrasadora. Durante el cambio, había dejado todas las armas atrás. Varias veces después de su encuentro en el lago, se había dado cuenta de que el romano la observaba con una expresión ilegible en su rostro. Dioses. Vale, calma. —Hola, Gregorias. ¿Hay algo que pueda hacer por ti, o has venido para ofrecerte voluntario en la tienda del sanador?—Gabrielle retrocedió ligeramente mientras hablaba, pero el osado soldado la imitó. —Oh—sus ojos no mostraban una pizca de amabilidad. —Hay algunos servicios que quiero ofrecer, y la privacidad de la tienda podría ser perfecta para llevarlos a cabo—alzó una mano y trazó la línea de su mandíbula y descendió hasta su clavícula, hasta el cuello abierto de su túnica. La bardo agarró su muñeca, apretándola con una firmeza que le hizo encogerse de dolor. —¿Estás loco?—los ojos de Gabrielle recorrieron su alrededor, buscando desesperadamente algo que pudiera usar como arma. —Porque no me hago responsable de lo que Xena te haga si llevas esto más lejos. —¿Ella?—se burló Gregorias. —No lo parece en absoluto. —Así que estás loco—jadeó la bardo cuando el romano la agarró de repente, y la giró, atrayéndola hacia él con la espalda contra su pecho, su brazo agarrado a su espalda con fuerza en un ángulo que hacía que, si intentase moverse, le provocaría un intenso dolor. —Quizás—Gregorias presionó sus labios contra su oreja. —Estoy firmemente convencido de que no te pasa nada que el hombre adecuado no consiga arreglar. ¿Sabes a lo que me refiero? —No te pasa nada que yo no pueda arreglar con un rápido viaje al tajo—una furiosa voz le interrumpió y Gregorias cayó al suelo, agonizando de dolor al sentir un agudo dolor en el dorso de su pierna.

La guerrera zanqueó hacia delante y le golpeó la cara contra el suelo, estirando un brazo para recuperar la daga de pecho que tenía clavada en el muslo, donde la había incrustado al entrar en la tienda y ver lo que estaba haciendo. Mi puntería con esto sigue intacta. Sonrió y limpió la sangre de la hoja, usando el bajo de su capa como trapo y después metió el pequeño cuchillo en su sitio. Xena aupó a pulso al hombre para ponerlo de rodillas y después incrustó rápidamente dos dedos en cada lado de su cuello. Gregorias tosió y después se agarró la garganta mientras sus ojos se salían de sus órbitas y un reguero de sangre caía de su nariz. — No…puedo…respirar. —¿No me digas?—la guerrera se inclinó de pie sobre él, con los brazos cruzados sobre su pecho. —He cortado el flujo de sangre a tu cerebro. Estarás muerto en sesenta segundos a no ser que te libere. Ahora…voy a darte el beneficio de la duda y a asumir que no había segundas intenciones en esto. Así que…voy a ser lo más clara que pueda. Xena tendió una mano, indicando que Gabrielle debía tomarla. La bardo alzó una ceja y obedeció, y se encontró fuertemente envuelta por el costado de su amante. —¿Ves los anillos?—la guerrera sostuvo sus manos izquierdas frente al rostro desesperado del romano, quien asintió afirmativamente cuando sus ojos empezaban a ponerse en blanco. —Bien. Estos anillos significan que Gabrielle y yo nos vamos a casar. Entre nosotras. No está en el mercado. Así que…—la guerrera se inclinó hasta que sus ojos estuvieron a centímetros del rostro de Gregorias—…Si alguna vez vuelvo a verte tocándola, te cortaré todos los dedos…así como tus otros once apéndices, y los usaré como cebo para pescar. Y después me llevaré tus restos patéticos en un barco para pescar con cebo vivo. Ha pasado mucho tiempo desde que no como un buen filete de tiburón. Creo que tú atraerías a un buen ejemplar, visto lo mucho que te pareces a ellos. Presionó de nuevo sus dedos contra su cuello. —¿Nos estamos entendiendo? —S…sí…P…por favor…—la guerrera quitó los puntos de presión y el agradecido hombre cayó en posición fetal, tosiendo y jadeando en busca de aire.

—¿Estás bien?—Xena miró preocupada a los ojos verdes, mientras examinaba cuidadosamente el brazo de la bardo en busca de alguna herida. —Sí—Gabrielle seguía mirando cautelosa al romano, quién consiguió finalmente levantarse y escabullirse de la tienda. —No puedo creer que me haya metido aquí desarmada. —Mmm—la guerrera terminó su examen y acarició suavemente el pelo de su compañera. —Ha estado cerca. La sangre había escapado del rostro de Gabrielle y parecía que fuera a vomitar. —Xena, ¿crees que habría…? —No lo sé, amor—la guerrera se sentó en un camastro, arrastrando a su compañera con ella y abrazándola. —Creo que solo intentaba intimidarte. Yo humillé su hombría hace unos días, y creo que podría sentir que tenía algo que demostrar. Tendría que ser demasiado estúpido como para violar a una mujer en el medio de un campamento a plena luz del día. Xena sintió a su compañera empezar a temblar ligeramente y decidió que se imponía un cambio de tema. —¿Qué tal por aquí?—la guerrera miró a su alrededor, agitando la nariz ante la fuerte esencia de las hierbas que permeaba el espacio. —Todo está casi listo—Gabrielle se relajó visiblemente, y escaneó el interior de la tienda con satisfacción. —La cantina ya está preparando la cena, y algunos de los hombres han ido a comprobar las nasas. —Buen trabajo, cariño—la guerrera acarició el hombro de su compañera, aquel que Gregorias había retorcido. —Las trincheras están terminadas y tenemos que camuflarlas con ramas, y tengo algunas piras grandes con picas en el fondo. —Xena…no sé. Espero que nuestros hombres no se caigan por accidente—Gabrielle apartó distraída algo de suciedad y astillas del cabello enredado de la guerrera. —Si están atentos, no deberían. Tenemos las zonas marcadas con algunas rocas que no son reconocibles a no ser que sepas lo que estás mirando. De hecho, por la mañana, quiero llevarte para que veas dónde están. Aunque espero que te quedes detrás de mí todo el tiempo.

—Xena, cariño. No te ofendas, pero estás echa un asco—Gabrielle apartó un brazal, revelando piel limpia que se detenía abruptamente ante la capa de suciedad que se extendía por la piel de la guerrera. — ¿Por qué no vamos al agua a tomar un baño, y después vemos cómo va la cena? Además, después de que Gregorias me pusiese las manos encima, tengo un deseo repentino de frotar bien para lavarme. —Está bien. Creo que no hay nada más que hacer antes de que se ponga el sol—la guerrera tomó la mano de su compañera y la guio fuera de la tienda del sanador, hacia la suya, la cual se habían preocupado de montar bastante alejada de las del resto de los romanos. —Les he dicho a los hombres que se relajen esta noche, y se diviertan. Mientras no tengan resaca por la mañana, quiero que se lo pasen bien. Lucharán mejor por la mañana si no están toda la noche preocupándose por ello—Xena se paró junto a su tienda, mientras Gabrielle se agachaba y entraba dentro. —¿Quieres que cuente alguna historia?—Gabrielle revolvió en sus bolsas, lanzándole a la guerrera algunas toallas y una pastilla de jabón, junto con dos camisas sin mangas limpias y un peine para desenredar el enmarañado cabello de su compañera. Volvió a salir de la tienda y sintió dos fuertes brazos levantarla. —Solo si tú quieres—Xena parecía dubitativa. —Los soldados…suelen tener sus propias historias. Algo procaces, me permito añadir. —Oh. Bien—la bardo no parecía decepcionada en absoluto, para gran alivio de la guerrera. —Preferiría sentarme junto al fuego y escuchar. —Está bien. Pero estás avisada. No sé si has escuchado alguna vez historias como ésas—Xena comenzó a caminar por el camino que llevaba a la cala. Gabrielle salió detrás de ella. —Oh, vamos Xena. ¿Tan malo sería aprender algo sobre esos tríos? Je. La guerrera sonrió y siguió andando.

Varias marcas más tarde, Xena se recostaba cómodamente contra un tronco, con Gabrielle sentada entre sus piernas. Sus manos estaban apoyadas sobre los hombros de la bardo, y escuchaban a un joven soldado recitar algunas quintillas extravagantes. El simpático muchacho

había explicado que eran poemas que había escuchado en Eire, la isla más allá del mar que había cerca de Britania. —De ahí vino Ronan—se giró la bardo y susurró a su compañera. —Sí—la guerrera estaba disfrutando plenamente. Había pasado mucho tiempo desde que había pasado una noche en compañía de un ejército que ella liderase. Mientras las rimas del joven pasaban por encima de ella, cosquilleando placenteramente sus oídos, rio internamente. Parte de la diversión personal de la guerrera venía de la mano de Gabrielle. Muchas de las bromas e historias salían de la imaginación de la bardo. La primera historia la había confundido totalmente, y le preguntó rápidamente a Xena por qué era tan divertido jugar con un gato. La guerrera había estallado en carcajadas y le explicó amablemente, suficientemente bajo para que nadie más escuchase, que la historia no tenía nada que ver con un gato, y bastante con cierta parte de la anatomía femenina. —Oh—la bardo había asimilado eso y después se giró hacia ella. —Creo que me guardaré as preguntas para cuando estemos solas. —Buena idea—. Xena pasó parte del tiempo observando las reacciones de su compañera ante las historias, sabiendo exactamente cuáles entendía Gabrielle y cuáles no, mayormente según si la bardo se reía en los lugares adecuados. Un soldado se arrodilló cerca de la guerrera, interrumpiendo sus pensamientos. —¿Capitán, te gustaría fumar?—sostuvo una pipa llena de oloroso tabaco. —Las hojas se importan desde la India. Xena había observado que varios hombres fumaban durante la velada, pero ni siquiera había estado tentada. Era algo que no había hecho lo suficiente como para engancharse. Y no lo habría hecho en presencia de Gabrielle, a ningún precio. Aquella discusión seguía muy presente, y todavía no estaba totalmente resuelta. —No, gracias. —Bien—el romano lleno de admiración sostuvo una botella. Era obvio que el joven estaba ansioso por complacer a la guerrera. —¿Algo de oporto, quizás? Xena dudó, solo un segundo. —No, yo…

—A mí me gustaría—interrumpió Gabrielle, y con cuidado tomó la botella de manos del soldado. —Gracias. —De nada, alteza—el soldado inclinó la cabeza educadamente y se alejó. La bardo destapó la botella y arrugó la nariz antes de tomar un sorbito. —Gabrielle—la voz de la guerrera contenía una nota de advertencia. — Tú y yo sabemos que no te gusta el oporto. —Pero a ti sí—la bardo estaba decidida a dejar este punto claro. Había observado en silencio a su compañera, percibiendo que Xena no había consumido una sola gota de alcohol desde su discusión en El Cairo. Se giró, mirando a su compañera mientras sostenía la botella bajo su nariz. —No voy a… —Xena. No pasa nada—Gabrielle tocó con la boca de la botella el labio de la guerrera. —Tú no eres mi tío. No me asusta que bebas. Nunca te he visto borracha. Sabes cómo controlarte. —¿Estás segura?—la guerrera tenía verdaderas ganas de compartir su libación favorita, pero aborrecía hacer algo que pudiese herir a su vulnerable compañera. En respuesta, la bardo inclinó la botella y observó cómo Xena tomaba un par de sorbos. —Gracias, amor—la guerrera deslizó el dorso de su mano sobre su boca y tomó la botella suavemente, dejándola cerca de su cadera. Atrajo de nuevo a la bardo hacia sí y envolvió con sus brazos la cintura de Gabrielle. Continuaron escuchando las historias y las canciones que vinieron después, disfrutando la inusual noche de diversión. Xena tomaba de vez en cuando algún sorbo de la botella, sintiendo un leve calor extenderse desde su torso. Era en parte por el alcohol y por lo que reconocía claramente como deseo, en su nivel más básico. Había experimentado la sensación cientos de veces, antes de cientos de batallas, una crispación natural que se traducía de un modo plenamente físico. Ante, siempre había sido capaz de encontrar a alguien que la ayudase a resolverlo, por decirlo así. Suspiró, sabiendo que era mucho más inteligente que entonces. Esta noche, no iba a ser satisfecha. Los hombres estaban demasiado aturdidos, y tendría que invocar su regla. No solo por su seguridad, por si

acaso Antonio llegase al amparo de la noche. Ya había enviado a la patrulla nocturna, que tenía que volver con el informe. Probablemente, no volverían hasta unas marcas antes de la mañana. Había también varios puestos de guardia que mantendrían vigilancia durante toda la noche. Tendría que estar preparada al momento, y eso significaba mantener los sentidos alerta. La guerrera agarró en silencio los bordes de la manta sobre la que estaban sentadas y la envolvió alrededor de sus cuerpos, fingiendo la necesidad de protegerse de la brisa fresca que traía el océano. Una vez cubiertas, jugueteó con los delicados lazos, aflojándolos distraída, y después deslizando una mano dentro de la túnica de la bardo. Unos largos dedos acariciaron la piel del estómago de Gabrielle, disfrutando la sensación de los músculos contrayéndose ante su tacto. —Xena…—la bardo cerró los ojos y se recostó, dejando su cabeza contra el hombro de la guerrera. —Relájate—no estaban justo a la luz del fuego, simplemente estaban parcialmente en sombras, justo fuera del círculo de hombres. Aunque no estaban totalmente fuera de la vista, alguien podría quedarse mirando atentamente y saber lo que estaba pasando bajo la manta. — No voy a hacer nada que te avergüence. Solo quiero tocarte. ¿Vale? —De acuerdo—Gabrielle bajó una mano para encontrar tentadora piel bajo sus dedos, y comenzó a acariciar suavemente el exterior del muslo de la guerrera, permitiendo de vez en cuando que su mano vagase más allá, obteniendo casi inaudible gruñidos de su compañera cada vez que se adentraba demasiado. Qué bien. Xena acarició con sus labios la cabeza de su amante y alzó la vista, justo a tiempo para pillar a Gregorias estudiándolas atentamente desde el otro lado del fuego. Sus ojos se mantuvieron clavados en los de él mientras atraía a Gabrielle fuertemente contra ella, y comenzaba a morder y besar el dorso del cuello y los hombros de la bardo. Dioses. Podría tomar ahora mismo, bajo esta manta, a diez metros de una legión entera de soldados. En otro tiempo, en otra vida, lo habría hecho. Pero ya no era esa persona, y sabía que eso heriría a su compañera. Suspiró e inclinó su cabeza, susurrando en el oído de su amante— Bésame, Gabrielle. La bardo, que tenía dificultades para controlar su necesidad de hacerlo, giró la cabeza y se encontraron en un sensual duelo de labios y

lenguas. Gabrielle, finalmente, se apartó y se medio giró, acurrucándose en el cálido cuerpo que la envolvía, enterrando su rostro en los cueros de la guerrera. Suspiró de contento y cerró los ojos, todo su cuerpo oculto por la manta salvo la cabeza. —Gracias, amor—largos brazos y piernas se resituaron alrededor de la bardo, y Xena retomó las ligeras caricias sobre la piel del torso de su compañera. —Mmmm. Cuando quieras—Gabrielle estaba cansada y extremadamente letárgica. Decidió que quería quedarse donde estaba para siempre, y estaba lejos de preguntarse por el comportamiento anormal de su compañera en público. La guerrera besó de nuevo la cabeza rubia y sus labios formaron una mueca de suficiencia mientras miraba a los ojos a Gregorias una vez más. Mía. Sus ojos se estrecharon y esperó, sabiendo que él apartaría primero la vista. Rio por dentro cuando así fue y se levantó del fuego, dejándose caer en otro grupo de hombres cerca de la playa, cojeando de la pierna que ella le había abierto con la daga. Xena sabía que, a cierto nivel, sus acciones eran parecidas a reclamar a su compañera de su propiedad. No era distinto de la actitud de muchos aldeanos de su época, quienes reclamaban a sus mujeres y sus hijas como parte del mobiliario de su casa, algo que tenía poco más valor que un buen garañón o un toro. Algo menos, si el toro o el caballo servía para semental. No pensaba en Gabrielle de esa forma, pero tenía que admitir que ver a Gregorias tocando la pierna de su compañera en el oasis había llamado a algo muy profundo en su interior. Y lo que hizo aquella tarde…tenía suerte de que no lo hubiera dejado en el sitio. Era un fiero instinto protector que creía que todos los animales y humanos tenían por sus compañeros y sus hijos. Era capaz de matar para proteger a su compañera, y lo había probado varias veces. Pero esto era una protección distinta. Para proteger lo que compartían las dos, que solo les pertenecía a ellas. Y era algo que nunca permitiría a nadie arrebatarles. Gregorias había cruzado una línea, una línea sagrada, y ella le había comunicado en términos inequívocos que nunca tendría posibilidad de intentar cometer esa infracción de nuevo. El castigo para cualquier intento futuro sería rápido y doloroso. La primera ofensa podía atribuirse a la ignorancia. La segunda se anotaba

como estupidez. Pero una tercera…si llegaba a suceder, solo podría interpretarse como ansia suicida.

En la oscuridad que caía sobre la tierra a media noche, la guerrera yacía despierta en su tienda, escuchando los ruidos nocturnos y el ronquido tranquilo de su compañera. Nunca había sido capaz de dormir bien la noche anterior a una batalla, y esta noche no era una excepción. Esta vez, sin embargo, sus preocupaciones eran de naturaleza diferente. La cabeza de Gabrielle descansaba sobre el estómago de Xena, usándola de almohada, y la guerrera acariciaba su corto cabello, casi inconscientemente. Bueno. Así que esto es lo que hay. Algo había estado haciéndole cosquillas en la mente, abriéndose paso hasta su plena atención como una verdad irrefutable. Mañana libraré la que puede ser mi última batalla contra Roma. Xena había emprendido una guerra personal contra el Imperio Romano durante la mitad de su vida. En muchos niveles, esto la había formado y moldeado en la persona que era hoy. Antes de César, había estado un poco perdida. Después de su traición, todo cambió. Luchaba por rabia y por venganza, y sin importar todo lo que hiciese para negarlo, cada oportunidad que se le presentaba para perseguir a César la aprovechaba. Sin importar lo que costase. Y ella ha pagado ese precio, una y otra vez. La guerrera miró a su compañera, cuyo rostro en el sueño contradecía el conocimiento y la experiencia que sobrepasaban los pocos años que había vivido Gabrielle. Casi la pierdo en Britania. Y después de aquello, la perdí durante un tiempo. ¿Y por qué fui a Britania? Para luchar contra César. ¿Dónde estaba yo cuando casi es violada por Antonio y era engañada para perder su inocencia de sangre? Planeando luchar contra César. La dejé en un puerto de Grecia y nunca pensé en volver, porque pensaba que mi pasado con Lao Ma era más importante que mi futuro con ella. Ella me traicionó en Chin. Fui a saldar una deuda que tenía con Lao Ma. ¿Y cómo conocí a Lao Ma? Mientras huía de César. La siguiente vez que fuimos a Roma la obligué a tomar la decisión de provocar la ejecución de Craso. Y sé que ella lo considera como su tercer asesinato, aunque no tocó jamás el hacha que le arrancó la

cabeza. Lo hizo por mí. ¿Y por qué estábamos en Roma? De nuevo, luchaba contra César. Lideró un ejército contra dos legiones opuestas de Roma, mientras yo luchaba en un pozo con Pompeyo y César. Gabrielle…liderando…un ejército. Porque yo no podía…no…porque no quise…estar allí. ¿Qué Hades estaba pensando? Gabrielle nunca había liderado un ejército antes. Pudo haber muerto. Lágrimas calientes cayeron de los ojos de la guerrera y las apartó con enfado. La rabia era dirigida contra sí misma, mientras se obligaba, de mala gana, a aceptar el hecho de que cada vez que había seguido su necesidad de venganza contra César, Gabrielle había pagado el precio. Una por una, pequeños trozos del corazón y el alma de la bardo habían servido de sacrificio a la inextinguible ansia de Xena de ganar. Y después de la última batalla contra Pompeyo, al final hizo el sacrificio supremo. Mi dulce y pura Gabrielle pagó con su vida. Porque la dejé atrás. Para matar a César. César no sólo moldeó mi vida. También moldeó la suya. Oh, dioses. ¿Qué le he hecho? ¿Y por qué, en el nombre de todo lo decente que hay en este mundo, sigue conmigo? Y hoy, si no hubiera entrado en esa tienda cuando lo hice… Cariño, esto termina mañana. Ganaremos, y nos iremos a casa. Y no volveré a levantar una espada contra Roma nunca más. El precio es demasiado grande. Con esta última motivación firmemente sujeta, la guerrera se deslizó en un sueño intranquilo.

Capítulo 11 No hay temor en el amor; sino que el perfecto amor echa fuera el temor... -1 Juan 4:18, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

—Capitán—una voz grave, de hombre, despertó a la guerrera. Abrió los ojos y parpadeó en la oscuridad, brevemente desorientada sobre dónde se encontraba. Podía sentir las gruesas pieles de dormir bajo ella, pero no había estrellas. Oh, sí. Tienda. Antonio. Ugh. ¿Por qué me siento tan pesada? —Un segundo—susurró, y agudizó sus sentidos, intentando determinar qué hora era y por qué tenía problemas para moverse. Aaah. Podía oler la esencia del sándalo del jabón que usaban muy cerca de su nariz, y sonrió con afecto. Gabrielle estaba espatarrada encima de ella, su cabeza metida en el hueco de su cuello y su sedoso cabello hacía cosquillas en la mejilla de la guerrera. Sus brazos rodeaban completamente el torso de Xena y tenía una pierna estirada sobre los muslos de la guerrera, manteniéndola en el sitio sobre el petate. ¿Cómo ha pasado esto? Debo de haberme dormido más profundamente de lo que pensaba. Uno a uno, se desenredó cuidadosamente de los brazos y piernas de su amante y se puso de lado. La bardo frunció el ceño, semiinconsciente, y estiró un brazo, atrapando el bajo de la camisa de dormir de Xena para intentar devolverla a su lugar. —Oscuro—murmuó Gabrielle. —Dormir. —Cariño—Xena desenredó los pequeños dedos de su camisa. —Tengo que levantarme. —Guerrera mala—la bardo intentó agarrar por última vez a su compañera y fracasó al intentar establecer contacto con algo sólido,

por lo que expiró agitadamente y después volvió a dejarse caer sobre el petate, profundamente dormida de nuevo. La guerrera rio entre dientes mientras cogía sus botas y se ponía los cueros. Debería dejarla dormir hasta que pase la batalla. Sería más seguro para ella de esa manera. Y duerme tan profundamente que probablemente no se enteraría de que los hombres se marchan, y ya sería demasiado tarde. Xena se volvió solemne, una parte de ella deseaba seriamente poder hacer eso. Los dioses saben que si lo hiciese, incluso aunque sobreviviese a la batalla, ella me mataría al volver. Xena reptó fuera de la tienda y salió rápidamente de la tienda, poniéndose de pie y estirando sus músculos rígidos por el sueño. A un lado de la estructura de la tienda, reconoció a uno de los hombres que había enviado al puesto de guardia más cercano la noche anterior. Él se cuadró ante ella, provocando que ella hiciese un gesto de dolor para sí ante su rígida disciplina. Maldita sea, es demasiado temprano para formalidades. Miró a las estrellas que quedaban en el cielo y determinó que faltaban dos marcas hasta el amanecer. —Al grano. ¿Qué pasa? Los hombros del hombre se relajaron y cruzó distraído las manos a su espalda. —Capitán, Antonio y su ejército han sobrepasado los dos puestos de guardia más alejados. Está a tres marcas del istmo, si sigue moviéndose a este paso. Así que lucharemos al alba. Xena se permitió un pequeño momento de optimismo. Quizás podamos finiquitar esto antes de comer. Miró a su alrededor, al campamento carente de movimiento, mientras sus sensibles oídos detectaban ronquidos de varios tonos y decibelios. Una de las ventajas de estar con una mujer. Sonrió. Los ligeros sonidos nasales de la bardo de hecho la arrullaban al suelo, y casi eran melódicos en comparación con los profundos ruidos que emanaban del ejército cercano. La guerrera volvió a mirar las estrellas y después hacia el este. El único signo del sol naciente era una fina capa de luz púrpura en el horizonte del este. Lentamente, dirigió su mirada hacia el oeste, desde donde cargaría Antonio. Una hora rara para atacar. Estaba confusa. Estará de cara al sol. Eso le dará desventaja. A menos que…Pensó en una batalla contra un amigo

reconvertido en enemigo, un gigante que ella y el israelita David habían derrotado reflejando el sol en espejos para cegarle. Gracias, Goliath. —Despierta a Octavio, y dile que se encuentre conmigo en la tienda de oficiales lo más rápido posible. Saca de la cama a los encargados de la cocina y diles que el desayuno debe servirse rápidamente. Después despierta a los demás y diles que deben estar listos para moverse en una marca—. Echó un último vistazo al terreno llano, esta vez percibiendo el tenue rastro rosa en el borde del cielo azul oscuro. —Que los hombres se aseguren de colocar una visera en los cascos. —Sí, capitán—el soldado saludó con un exagerado puñetazo en el pecho y se apuró a llegar al otro lado de la marea de tiendas, donde estaba instalada la de Octavio. Xena encendió una antorcha cercana a los soportes de la tienda y abrió una de las solapas, para que la luz penetrara en la oscuridad interior. Después se metió dentro de nuevo y se reptó hasta su compañera. —Gabrielle, es la hora. —Hora—repitió la bardo, frunciendo los labios con irritación, rodando sobre el petate de forma que se alejaba de esa voz molesta que intentaba despertarla. —Vamos—la guerrera sacudió suavemente un hombro cubierto de lino hasta que fue recompensada con un ojo medio abierto. —Ga-bri-eeellee. Levanta—. Xena se estiró para coger su armadura y los brazales con una mano mientras que la otra continuaba en el brazo de la bardo. Oh, Hades. La guerrera tiró la armadura fuera de la tienda, pieza por pieza, junto con sus armas; y se reclinó sobre su compañera. Sonrió y plantó un gran beso de vacaen la mejilla de Gabrielle. —Mmmm. Bardo. El desayuno de los campeones. —Beehjjj. ¡Xena!—Gabrielle tiró la manta hacia atrás y se sentó, guiñando los ojos ante la luz de la antorcha. Se deslizó el dorso de la mano por la mejilla húmeda y gruñó. —¿Qué haces? Aún está oscuro. —Ya lo sé—apartó los desordenados mechones rubios de los ojos de su compañera. —El ejército de Antonio estará aquí en menos de tres marcas. Es hora de prepararse. —Oh—Gabrielle se frotó los ojos con los puños y después observó cómo la guerrera salía de la tienda. —Eh. ¿A dónde vas?

La cabeza morena se asomó dentro. —Voy a ver a Octavio a la tienda de oficiales. Ven cuando te vistas, ¿vale?—. La guerrera desapareció de nuevo y Gabrielle escuchó los sonidos metálicos de los cierres de la armadura. El siguiente sonido fue el familiar siseo de la hoja de la espada de Xena deslizándose en la vaina. —Está bien—Gabrielle se arrastró a la esquina de la tienda donde había dejado sus armas y su armadura antes de irse a la cama. Hizo una pausa, sopesando las gruesas placas de cuero que protegerían su torso, y después deslizó las puntas de sus dedos por la hoja de la espada de Ephiny. Así que esto es. Sabía que una dosis razonable de miedo era normal. Saludable, incluso. Sería una tontería lanzarse a la batalla totalmente confiado. El sentido del peligro nos mantenía alejados de hacer movimientos innecesarios. Por supuesto, pensó irónicamente, nuestra vida juntas ha sido una larga sucesión de riesgos, calculados o no tan calculados, ¿verdad? No habían participado en una gran batalla desde que las amazonas lucharon contra Bruto y Pompeyo. Muchos de sus amigos dieron su vida por esa causa. Cada vez que luchamos contra Roma, muere alguien que me importa. Este viaje había sido un poco diferente a los demás. Su compañera y ella habían pasado mucho tiempo separadas del resto del ejército, intentando de todas las formas posibles robar algunos minutos para pasarlos a solas y juntas. La bardo sonrió. Ese tiempo juntas había sido muy bueno. Incluso cuando no era una novedad para ellas ser amigas, sí era una relativa novedad conocerse como amantes. Como en cualquier relación, aún seguían conociéndose a este nuevo nivel. Los últimos días las habían acercado mucho más, pero como resultado, Gabrielle no había llegado a conocer a ninguno de los hombres de Octavio. Odiaba la muerte y el horror que iban de la mano de una guerrera. Pero era incluso más difícil hacerle frente en Grecia. Allí conocía mujeres e hijos, y se hacía amiga de los hombres junto a los que luchaba. Le rompía el corazón ver morir a un amigo. Incluso uno al que no conociera desde hacía mucho. Los hombres de Octavio eran prácticamente extraños para ella.

Lo siento por la gente que va a morir hoy, pero al menos esta vez no lo sentiré a un nivel personal. La única persona con la que me siento cercana es Xena. Hizo una pausa, y contuvo el aliento, mientras sus pensamientos calaban. —¿Xena? —¿Qué?—la guerrera se metió a medias en la tienda con una expresión molesta en la cara. —Nada—la bardo se mordió el labio inferior, intentando ignorar el frío dedo de hielo que había recorrido su columna. —Te quiero. Es todo. Dos ojos azules parpadearon y después el bronceado rostro se suavizó en una sonrisa. —Eso…—Xena acabó de meterse en la tienda y eliminó la distancia entre ellas, atrayendo a su compañera hacia sí. Inclinó su cabeza y besó sin prisa a su compañera durante un largo momento. — …lo es todo. Trazó la línea de la mandíbula de su compañera con un dedo, levantándole la cara por el mentón. —Gabrielle, yo también te quiero…yo…em…—la guerrera eludió dar ora respuesta y después se desabrochó un lado de la armadura, y sacó una tira de cuero, seguida del lado izquierdo del corpiño de cuero, revelando un retal de tela dorada que había sido cuidadosamente cosido en el interior del suave material. —Tú…—la bardo tocó con los dedos el mullido material, reconociéndolo a la luz tenue de la antorcha. —Esto es de mi falda. La que llevaba en la India. Lo llevaba cuando… —Lo llevabas cuando intentabas salvarme la vida, amor—Xena miró el deshilachado trozo de tela, y la bardo pensó que había visto un tenue temblor en la fuerte mandíbula. —En aquella prisión, cuando me dijiste que habías escogido del camino de la amistad. Yo…después, cuando encontré esto, quería recordar siempre que hubo alguien dispuesto a sacrificar su vida por mí. Quería llevar esta parte de ti sobre mi corazón, para tenerla siempre conmigo. —Xena—. Gabrielle ayudó a su compañera a recolocarse la armadura. Cuando estuvo satisfecha y todo estuvo colocado en su sitio, alzó una gran mano y la llevó a sus labios, presionándolos un breve momento. — Siempre estaré contigo.

—Lo sé—la guerrera ahuecó su mano libre sobre el rostro de su compañera, dejando que sus dedos se deslizasen sobre ella suavemente, mientras salía de la tienda. —Te veo ahora. —Sí—Gabrielle sacudió su cabeza para aclarársela, y se metió rápidamente en su propia armadura.

Una suave brisa oceánica agitaba los mechones oscuros de Xena, y olisqueó el aire con apreciación, disfrutando la esencia fresca y salada. Gabrielle y ella habían cabalgado hasta el extremo norte del istmo, mientras Octavio y uno de sus centuriones se dirigían al sur, para asegurarse de que la armada de Cleopatra estaba en posición. Lo estaban, y los largos mástiles de los barcos de guerrera sobresalían en el cielo antes del amanecer. Y Antonio piensa que están bajo su mando. Idiota. —Perfecto—ronroneó la guerrera con placer fiero. Dioses, me encanta que los planes salgan bien. Los guerreros designados para ocupar las trincheras más alejadas ya estaban en posición. El resto de los hombres, caballería e infantería, estaban distribuidos estratégicamente por toda la extensión del istmo. Estaban bien escondidos por una gruesa capa de algas y arbustos que cubrían las capas superiores de las dunas, a ambos lados del mar. Ahora lo único que tenían que hacer era esperar. Por lo que a ella respectaba, los hombres de Octavio serían indetectables para las tropas de Antonio hasta que los romanos sediciosos estuviesen rodeados por todos lados. Si todo iba como ella esperaba, ni siquiera tendrían que hacer uso de las maniobras defensivas, y estarían al ataque durante toda la batalla. Qué bonita es la vida. Gabrielle había estado callada la mayor parte de la mañana, un estado anormal que no había pasado desapercibido, incluso para una Xena inmersa en preparativos. La bardo montaba al caballo a horcajadas, varios pasos alejada, mirando fijamente al Mediterráneo. Su boca era una línea firme y continua, y daba vueltas a la vara entre las manos, en un gesto de nervios inconsciente. —Oye—la guerrera azuzó con las pantorrillas al garañón negro y recorrió la duna hasta llegar a su compañera. —¿Estás lista?

—Todo lo lista que puedo estar—la bardo se giró para mirar a su amante. El comportamiento de Xena exigía respeto. Había colocado las piezas extra de la armadura que normalmente guardaba en una alforja. Un conjunto de brazales más anchos rodeaban sus bíceps, junto con una fina cota de malla que caía desde sus hombros, su espalda y pecho. Había tomado prestado un casco romano, con la visera metálica retirada hacia atrás para revelar un par de inteligentes ojos azules que no dejaban escapar un detalle. Gabrielle pensaba que nunca había parecido más regia. Una verdadera princesa guerrera. —En momentos como éste, entiendo por qué los hombres te siguen a la batalla sin preguntar. Ciertamente, yo la seguiría al Tártaro. —¿Qué se supone que quiere decir eso?—Xena frunció el ceño y se movió, sus botas recién limpiadas crujían sobre el cuero bien engrasado de los estribos. —Nada—. La bardo jugueteó de nuevo con la vara, mirando atentamente las tallas de la madera, junto con la cabeza bífida de pájaro que adornaba uno de los extremos. —Estás muy guapa. La guerrera rio entre dientes ante el adjetivo, típicamente masculino— Gracias—. Me alegro que no haya dicho “mona”. Recolocó la cota de malla con un toque distraído. —Me alegraré cuando pueda quitarme esto. Porque eso significará que podemos volver a casa. —Sí—Gabrielle consiguió esbozar una sonrisa, guiñando los ojos ante los primeros rayos del sol mientras reptaban sobre el océano, creando una paleta de vibrantes colores sobre la superficie del agua. Una bandada de gaviotas gritaban sobre sus cabezas, cayendo en picado de vez en cuando para pescar pececillos y otros animales. El agua rompía contra la orilla creando espumosos charcos y las hierbas que las rodeaban en las dunas se agitaban suavemente por la brisa. Salvo por la ominosa presencia de los navíos de guerra, casi podía imaginarse otra vez de vacaciones. —Esto es tan bello. Es difícil creer que al final del día, estaremos lanzando cuerpos al mar. —Estás un poco lúgubre, bardo mía. No esperaba que estuvieses bailando de alegría, ahora mismo—. Xena reflexionó sobre las palabras de su compañera. Todas ellas, que no eran muchas a contar desde el desayuno. Un tema rápido de solucionar había sido, mientras la

guerrera miraba los mapas por última vez y Gabrielle daba las últimas instrucciones al jefe de sanadores. —Gabrielle. Tú no me sigues ciegamente, ¿verdad?—la simple idea hizo temblar a la guerrera por dentro. —Porque…yo…espero que no lo hagas. A veces dependo de ti para no hacer cosas realmente estúpidas. —No. Ya no—Gabrielle, finalmente, le ofreció una sonrisa genuina. — Creo que cuando empezamos a viajar juntas, habría sido cierto. Entonces sí te seguía a ciegas. Ahora, escojo seguirte, Xena, con los ojos bien abiertos. Al principio no tenía elección, más que hacer lo que me dijeses tú, o lo que tú querías que hiciese, porque no conocía lo suficiente del mundo como para tomar decisiones bien fundadas. Ciertamente, ha tenido algunas lecciones muy duras y rápidas de cómo funciona el mundo. Los ojos de Xena se apartaron de la cara de su compañera, encontrando de repente un retazo de una alforja que tenía que coser. Gracias a mí. —Me gustaría haberte evitado muchas cosas por las que hemos pasado. —Xena. No. Yo también solía pensar así. Pero me he dado cuenta de una cosa—la bardo hizo una pausa, esperando a que los ojos azules volviesen a encontrarse con los suyos. —¿El qué?—murmuró la voz grave, insegura de si quería saberlo. —Todo lo que nos ha pasado ha servido para moldearme. Empecé a pensar por mí misma. Primero quería ser una guerrera, como tú. Después fui en la dirección totalmente opuesta, y no quería luchar en absoluto. Ahora vuelvo a estar en el medio—Gabrielle agarró con más firmeza la vara de madera. —Hay cosas por las que vale la pena luchar, Xena—. Incluso matar. —Odio que hayas tenido que aprender eso—la guerrera a veces echaba de menos la mirada inocente y maravillada con la que su amante miraba al mundo. —Pero te alegras de que pueda defenderme, ¿verdad? —Sí. Si vas a estar conmigo, eso es esencial—unos ojos azules y tristes reconocían la verdad. —Bueno. Ya que no pretendo estar con nadie más, entonces tienes que creer que todo…incluso lo malo, pasa por una razón, Xena. No voy a

mentirte y decirte que todo por lo que hemos pasado ha sido bueno. Algunas cosas, muchas, han sido realmente muy difíciles. Pero no cambiaría ni una sola de ellas. ¿Sabes por qué? —¿Por qué?—. ¿Quiero saber por qué? —He escogido creer que si no hubiéramos dado todos los pasos que hemos dado, a lo mejor hoy no estaríamos juntas—. Gabrielle giró la alianza den su dedo. —Si era necesario morir…que tu murieses conmigo…para que encontrásemos el amor que compartimos, entonces nuestra muerte no fue en vano, y valió la pena cada momento de dolor, si eso fue lo que hacía falta para que acabásemos juntas…para descubrir que estábamos enamoradas. Incluso lo peor tiene algo de bueno, Xena. Tiene que tenerlo. Un leve destello de niña incapaz era evidente en las palabras de Gabrielle, y la guerrera sonrió. A veces, cuando tienes mucha suerte, obtienes lo que deseas. Después de todo lo que habían dicho y hecho, la bardo de Potedaia seguía formando parte del conjunto. —Nosotras…em…—Xena se acercó, hasta que los caballos casi se tocaron—…mejor volvamos al campo de batalla. Antonio llegará pronto. —Supongo que sí—la bardo estiró una mano y tocó un muslo desnudo, acariciándolo con sus dedos. —Xena, prométeme que tendrás cuidado. —Siempre—. La guerrera cubrió la mano más pequeña con la suya. —La cabeza baja. Y detrás de mí, ¿de acuerdo? —Por supuesto—. Gabrielle tomó su casco de un gancho de a silla y se lo colocó sobre el cabello rubio. —Vamos—. Xena apretó brevemente la mano antes de liberarla y tomar las riendas, dirigiendo al garañón negro hacia el medio del istmo.

Un alazán color caoba llegó galopando desde el oeste, su cola negra agitándose detrás y resollando con espuma en los hollares, mientras su jinete espoleaba al veloz animal para ir aún más rápido. La guerrera se levantó en la silla, sosteniendo su peso en los estribos, observando aproximarse al mensajero. —Antonio está aquí.

El jinete, casi en pánico, detuvo al caballo a varios pasos de refugio de gruesa hierba de Xena. —Capitán, los hombres de Antonio han pasado la primera línea. —Gracias. Vuelve allí y dile a los hombres que, tan pronto como vean mi estandarte, sigan el plan—. La guerrera se sentó y levantó el estandarte azul francés, el que esperaba tener que llevar. Dejó el extremo del mástil en una de las ranuras de la silla, atándolo bien para tener ambas manos libres. El material crujió con la brisa, sobresaltando a Gabrielle hasta identificar la presencia del sonido. El plan era simple. Xena lideraría a la caballería por la península, con la infantería detrás. Mientras se acercaban a Antonio, todos los hombres y caballos que estarían escondidos a cada lado se les unirían. Cuando llegaran al ejército de Antonio, los soldados ocultos emboscarían a Antonio por ambos lados. Al mismo tiempo, los hombres de Cleopatra cubrirían la retaguardia, deteniendo a los que tratasen de escapar. Las naves de guerra servirían de apoyo para esa cobertura. Y para trasladar prisioneros y heridos a Alejandría. —Gabrielle—la guerrera hizo una pausa, esperando a tener toda la atención de su compañera. —Por lo que a mí respecta, eres tan buen soldado como cualquiera que esté ahí abajo, si se trata de tus habilidades. Pero no eres un soldado. No perteneces a ningún ejército. Yo…solo quiero que sepas que no hay deshonra si decides retirarte. Nadie pensará mal de ti. Especialmente yo. ¿Entiendes? —¿Quieres que me retire?—Gabrielle sintió una punzada de dolor, temiendo que su compañera le estuviese pidiendo, subrepticiamente, que se quedase atrás. —No puedo decirte lo que tienes que hacer. Sabes que si por mi fuera, estarías en la aldea amazona—. Sonrió—Pero no es cosa mía. Lo que quiero, en última instancia, es que esta batalla acabe contigo sana y salva. —Es mutuo, Xena—la bardo echó un último vistazo a sus armas, asegurándose de que sus sais estaban bien amarrados y que la espada de Ephiny estaba a su alcance. Dio un par de giros con la vara y tomó aliento profundamente. —Estoy lista, cuando tú lo estés.

—Está bien—. La guerrera le guiñó un ojo, y se colocó la visera del casco sobre los ojos. —Si nos separamos, nos vemos en nuestra tienda cuando todo acabe. —Bien—. Gabrielle se apretó la tira del casco sobre el mentón y se colocó su visera, siguiendo a la guerrera al centro del campo de batalla. Xena miró a su alrededor mientras la caballería la seguía en silencio. En un abrir y cerrar de ojos, mientras sacaba su espada de la vaina, el sonido del metal contra el cuero fue el único sonido que resonó en la intranquila calma del desierto. Por un momento, nadie se movió o se atrevió a hablar. La guerrera cerró los ojos, permitiendo que su lado oscuro, la parte de ella que vivía para la gloria de la batalla, saliese a la superficie. Aceptó el lento calor corriendo por sus venas, sabiendo que pronto comenzaría a hervir. Abrió los ojos, tomó aliento profundamente y alzó la espada, gritando tan alto como pudo. —¡A la carga! Se rompió el silencio cuando los caballos y los hombres volvieron a la vida, y cientos de atronadores cascos de caballos golpeaban el suelo bajo ellos, como si un terremoto estuviera a punto de suceder. Gabrielle apretó con fuerza sus muslos contra los costados de la yegua blanca y azuzó al animal, manteniéndose cerca de la espalda de la guerrera pero no tanto como para estar en medio. Otros miembros de la caballería estaban distribuidos detrás de ella, algunos incluso cabalgaban a su lado, pero le daban tanto a Xena como a Gabrielle un amplio abanico de movimiento. Justo como habían paneado, mientras cabalgaban otros hombres aparecían por entre los arbustos de los laterales y se les unían en la carga. La infantería también se descubrió, esperando a las tropas no montadas para marchar. Gabrielle se giró, rotando el cuello hacia atrás. Tras los caballos, parcialmente ocultos por una nube de polvo, había cientos de hombres corriendo, lanzas y espadas enhiestas para la acción. Finalmente, en la siguiente colina, vieron acercarse el ejército de Antonio. Xena echó un vistazo a la línea de vanguardia y rio para sí. Debería saber ya que Antonio es demasiado cobarde como para encabezar su propio ejército. Redobló sus esfuerzos, y exhibió su grito de batalla, medrando con la sensación del viento en la cara y su cabello echado hacia atrás, por debajo del casco.

Al acercarse aún más vio el reflejo del sol en los escudos de metal bruñido, justo como esperaba. Aún tenéis mucho caldo que comer para atraparme. Aficionados. Miró sobre su hombro con satisfacción, percibiendo que todos los hombres tenían su cara cubierta con las viseras bajadas para evitar el reflejo del sol. Xena se contuvo al recorrer los últimos metros. El primer hombre al que encontró, el que parecía liderar las tropas de Antonio, frunció el ceño al darse cuenta de que el truco del sol no funcionaba. El romano dejó caer el escudo y alzó la espada, cruzándola con la de la guerrera en un arco mientras ella le pasaba a caballo. Rápidamente dio la vuelta, volviendo para el segundo ataque. Sus hojas se encontraron con un audible tintineo metálico y ambos retrocedieron el arma antes de blandirla de nuevo. Después de varios intercambios, la guerrera blandió la hoja desde abajo arriba, usando la fuerza de su poderoso hombro y su espalda para desarmar al inexperto romano. Xena sonrió con maldad y ensartó la espada en el vientre del romano, pateándolo después para tirarlo del caballo. Se giró justo cuando un soldado con una lanza cabalgaba hacia ella. Ella se limitó a disminuir el paso y esperar. Mientras él se acercaba, ella atrapó el asta del arma y tiró al sorprendido romano de la silla, volando por el aire como si fuera un palo. Golpeó el terreno irregular con un ruido sordo y entonces gritó, cuando su propia lanza lo empaló, ensartando su cuerpo sin vida al suelo. Xena cargó hacia delante, blandiendo la maza de batalla que zumbaba en el aire de forma que lo escuchaba con claridad. Se giró y observó a un hombre cabalgar hacia Gabrielle. La bardo usó la culata de la vara, golpeando al hombre en la tripa y tirándolo del caballo. La guerrera sonrió cuando el hombre cayó hacia atrás, aterrizando tras los cascos de su caballo, quién se encabritó y salió corriendo. Ahí está, Gabrielle. La bardo captó la expresión de aprobación en los ojos azules de su compañera, incluso bajo la visera protectora. Gabrielle sonrió y después se volvió a centrar en la tarea que tenía entre manos, despejando los costados de la guerrera. Hizo un gesto de dolor mientras un cuerpo decapitado pasaba por su lado, provocando que el caballo caminase de lado para esquivar el horripilante obstáculo.

Había pasado una media marca, y la batalla iba progresando. El ejército de Octavio había rodeado con eficacia a las tropas de Antonio, y los hombres del sedicioso estaban boquiabiertos mientras los planes de Xena iban resultando. Los hombres de Octavio atacaban por todos lados, y solo permitían que algunos caballos y varios hombres atravesaran la barrera humana que formaban. Marco Antonio estaba a salvo, lejos de la línea de ataque, aprovechándose de la protección de un grupo de soldados armados hasta los dientes que lo custodiaban de cualquiera que amenazase la integridad del aspirante a emperador de Imperio. Blandía su espada con cierta habilidad, habiendo hecho uso de las enseñanzas de uno de los mejores instructores de Roma antes de partir para Egipto. También había estudiado pergaminos llenos de tácticas de batalla y estrategia, aunque dejaba que la toma de decisiones recayese sobre sus más experimentados generales. Un mensajero llegó atronando y se detuvo cerca del séquito de Antonio. —Señor. Los egipcios nos han traicionado. Parece que tienen órdenes de la reina de respaldar a Octavio y a la princesa guerrera. El romano miró atentamente al mensajero. —Cabalga al frente y diles a los generales lo que está pasando. —Sí, señor—el soldado desapareció entre la turba de hombres luchando. —¡Xena!—rugió Antonio con rabia. —Por los dioses, voy a ocuparme de ella yo mismo, aunque sea lo último que haga. Y después voy a darle una sorpresita a Cleopatra cuando vuelva a El Cairo. ¡Vamos, moveos!—ladró a los hombres que tenía alrededor. Cabalgaron hacia delante, mientras el romano estaba centrado, única y exclusivamente en una guerrera de metro ochenta con cabello negro y centelleantes ojos azules. La bardo fue rápidamente consciente de que tres soldados cargaban hacia ella, y se dio cuenta de que estaba a punto de ocuparse de tres jinetes a la vez. Uno de los caballos se adelantó a los otros dos, y ella dio un giro completo con la vara, golpeándolo en la nuca al pasar a su lado. Escuchó el crujido del hueso al romperse, y el hombre se desplomó del caballo, aterrizando laxo en el suelo con los brazos y las piernas en ángulos raros respecto al cuerpo.

Dioses, ¿le he matado? Pensó que había visto moverse los brazos, y después se giró para ocuparse de los dos soldados que quedaban. Se acercaban deprisa, y sostuvo la vara con fuerza en medio de los dos, con las dos culatas saliendo a cada lado suyo. Azuzó a la yegua a caminar entre los dos caballos y apretó los dientes cuando la vara golpeó a los dos hombres en el estómago. Logró su objetivo a medias, tirando a los dos hombres de la silla. Desafortunadamente, el peso de los dos sobrepasaba mucho al de ella y, de repente, sintió que sus piernas perdían agarre y caía del caballo. Golpeó el suelo y rodó a un lado, habiendo perdido la vara cuando los dos hombres cayeron cerca. Gabrielle se puso de pie de un salto y tomó una decisión rápidamente, sacando los sais de las tiras de las botas. Uno de los soldados estaba herido, acurrucado en una bola en el suelo agarrándose el estómago mientras gemía de dolor. El otro gruñía, como un animal, desde la garganta; y se lanzó al ataque con la espada en alto. En la siguiente colina, Xena aseguraba las inmediaciones y tomaba la decisión voluntaria de desmontar. Había penetrado la mayor parte de la caballería de Antonio, y ahora se enfrentaba a la barrera de infantería que la seguía, casi igual que Octavio y ella habían dispuesto a sus hombres. Le estaba resultando difícil asestar ataques efectivos desde tan arriba, y su caballo era una facilidad para convertirla en objetivo. Dejó escapar un grito capaz de cuajar la sangre y dio un salto, girando en el aire sobre la cabeza del garañón blanco y aterrizando en el medio de un grupo de soldados muy sorprendidos. La guerrera comenzó, sistemáticamente a rajar y patear, desarmando a todos sus oponentes uno por uno hasta que solo dos de ellos sostenían categóricamente su espada. Xena cogió el chakram con la mano izquierda y lo lanzó a uno de los hombres, con la espada en la derecha. Observó con satisfacción y cierto desinterés cómo el brazo de la espada del soldado caía al suelo, y sangre caliente chorreaba libremente de la herida abierta, empapando las piernas de Xena y su torso con el oloroso y cobrizo líquido. Antes de poder girarse, sintió una punzante sensación en el brazo izquierdo, entre la cota de malla y el brazal. Se giró salvajemente para encontrar un corte reciente sobre su bíceps. Maldición, eso duele. ¿Por qué siempre van al mismo sitio? Miró al responsable y sus ojos se estrecharon. Con un rápido arco del

chakram, la cabeza del hombre salió volando y su cuerpo sin vida cayó como un saco al suelo. Los sentidos de Xena estaban sobrepasados, al ser atacados por todos los flancos. El sol golpeaba sin misericordia y podía sentir el pelo empapado de sudor bajo el casco. Su nariz captó la esencia de la sangre y la hierba calentada por el sol, que llegaba desde el suelo y se juntaba en una rara mezcla que gustaba y repulsaba al mismo tiempo. A su alrededor, escuchaba los sonidos del metal y la madera entrechocando, los gritos de los hombres heridos, y los relinchos de los caballos aterrorizados. Escaneó el terreno y se dio cuenta de que no veía lo único que necesitaba ver. —¡Gabrielle!—miró a su alrededor, frenéticamente, y se dio cuenta de que un gran grupo de hombres de Antonio estaban cercándola. No había tiempo de buscar a su compañera hasta que la amenaza actual fuese neutralizada. Cuídate, amor, dondequiera que estés. A lo mejor ha huido. Xena deseó fervientemente que su compañera hubiese buscado refugio, fuera del fragor de la batalla. —¡Necesito refuerzos!—gritó la guerrera fieramente, y después vendió cara a su vida, conteniendo la violenta arremetida con la espada y puñetazos, lanzando de vez en cuando alguna patada. Contó al menos dos docenas de hombres, y era consciente de la ejecución de sus órdenes detrás de sí, que se ocupaban de los que ella no podía ver. Xena consiguió matar o herir a la mayoría de sus atacantes frontales, y observó cómo los otros comenzaban a retirarse. Aún era consciente de que los soldados luchaban tras ella, y continuó enfrentándose a los que quedaban frente a ella. Rajó y pateó rutinariamente, a veces saltando de sitio y otras reculando directamente. Sonrió malvadamente, permitiendo que el lado oscuro saliera a jugar, disfrutando la descarga de energía que bullía cada vez que su espada entraba en contacto con otra arma o cuerpo. —¡No! ¡Atrás!—una voz de hombre resonó en el campo de batalla. —¡Es mía! Antonio. La guerrera vio como sus atacantes renunciaban, permitiendo que el romano tomase su presa más codiciada. Continuó sosteniendo su espada en una postura defensiva, y sintió que su labio superior se torcía en una mueca. Antonio se detuvo a pocos metros, justo fuera de su alcance.

—Xena. Al final nos vemos cara a cara—sonrió, sarcástico. —No es tu estilo, ¿verdad?—la guerrera comenzó a caminar en círculos, rodeando al romano. —Eres un cobarde. Normalmente dejas que otros te hagan el trabajo sucio. ¿Para qué querrías mancharte estas manitas blancas tuyas, eh?—miró la suave y blanca piel de los dedos del hombre y el dorso de sus manos. Ni una sola cicatriz. Apuesto a que esta es su primera batalla. Resopló. —Ah, pero Xena. ¿Para qué ponerme en peligro cuando puedo tener a otros que me protejan?—Antonio estudió las manos de la guerrera, que estaban ampliamente cubiertas de cicatrices y callos. —Pobrecita Gabrielle. ¿Usas esas garras para darle placer? Qué pena. Eran tan preciosa cuando se desnudó para mí…qué piel suave, y dioses, huele bien. Se merece algo mejor. Qué mal que saliera corriendo. No sabe lo que se pierde. Xena escuchó un grave y profundo rugido, y casi no fue consciente de que era un gruñido que salía del fondo de su garganta. Salió disparada hacia delante, atacando al sorprendido soldado como venganza, usando estocada tras otra para obligarle a retroceder y rodear el pequeño promontorio donde estaban posados. —¿Qué pasa, Marco? ¿Has estado tomando lecciones de esgrima? He visto más talento para la lucha en aldeanitas de diez años. —Grandes palabras para alguien que consiguió colgarse de una de las cruces de César. Dos veces—sonrió Antonio, viendo que había tocado fibra. —¿Qué tal está Gabrielle? ¿Te ha perdonado por arrastrarla contigo? Apuesto a que tiene pesadillas. Y tú también. Dioses. ¿Este tipo ha estado aprendiendo de Alti para meterse en mi cabeza? Xena se obligó a pasar por alto los comentarios, sabiendo que su enfado estaba cerca de sobrepasar la línea a partir de la cual no tomaría decisiones inteligentes. Mal. Céntrate. —Sabes…—la guerrera apretó los dientes, mientras sus espadas continuaban cruzándose—…puedes seguir intentando matarme con palabras todo el maldito día, y seguiría sin funcionar. Así que…—dio un salgo, mientras el romano barría la espada a la altura de las espinillas— …¿por qué no te callas y luchas como un hombre? Aunque…—dirigió una mirada obvia y directa a la entrepierna de Antonio, recordando la repulsiva visión del hombre durmiendo desnudo en los aposentos de Cleopatra—…a juzgar por las herramientas que llevas, a lo mejor no eres

un hombre. Si Gabrielle decidiese que necesita uno de esos, puedo comprar uno más grande en cualquier aldea de aquí a Chin. Y, de hecho, sé cómo usarlo. Al contrario que tú, termino lo que empiezo. Te pillé. Observó el rostro de Antonio retorcerse por la ira. La momentánea pérdida de concentración fue todo lo que necesitó, mientras le golpeaba desde encima de la cabeza, arrancándole al romano la espada de la mano, enviándola a volar a varios metros. Esto es por cada mujer a la que has hecho daño. No solo Gabrielle, también por todas aquellas que no pudieron escapar. Xena no dudó un segundo al aprovechar el impulso del golpe, redirigiéndolo hacia un lado, decapitando limpiamente a Antonio. A efectos prácticos, con ese mandoble, la batalla terminaba. Pero las noticias tardarían un rato en viajar por el campo de batalla y, hasta entonces, las maniobras defensivas se imponían. Se giró para ayudar a terminar con el resto del grupo, que parecía que necesitaban seguir luchando para defender el honor del romano asesinado. Justo cuando se giraba, uno de sus propios hombres retirarse y permitir que tres de los hombres de Antonio saliesen corriendo. La confusa guerrera se ocupó del más cercano con una puñalada en el pecho. Se giró y jadeó por la sorpresa, mientras sentía la piel de su pierna izquierda separarse del músculo. Era consciente del temblor de sus piernas, y cayó lentamente al suelo, aterrizando sobre la rodilla sana. Observó con fascinación cómo la sangre brotaba libremente de una ancha raja que corría desde el borde del vestido de batalla hasta la rótula izquierda. Me tendría que haber puesto la armadura en las piernas. No se la había puesto porque le dificultaba cabalgar y hacer las piruetas que eran parte de su repertorio. Podía sentir su cuerpo debilitándose, y puntitos negros nublaron su visión. Miró a su alrededor salvajemente y arrancó la capa de Antonio de sus hombros, usándola rápidamente para atar un torniquete sobre su pierna, que disminuyó notablemente el flujo de sangre. La guerrera escuchó levemente a alguien corriendo detrás y se giró, preparada para defenderse. Sacudió la cabeza con vigor y agarró la culata de la espada con la palma cubierta de sudor. Los músculos de su antebrazo temblaron, y se obligó a aguantar. Pero su cuerpo ganó y su única pierna sana no la siguió sosteniendo de rodillas. Xena aterrizó de espaldas y miró de un lado a otro. Solo vio un par de sandalias romanas a la altura de sus ojos, y rezó para que fuera

uno de los hombres de Octavio. Las sandalias agitaron la hierba y se detuvieron a su lado. Con un gran esfuerzo, alzó la vista y vio a Gregorias, con una mirada amenazadora. —Tú…has dejado a esos hombres llegar a mí, ¿verdad?—a Xena le estaba costando hablar, y su voz llegaba a sus oídos como si viniera de algún lugar muy lejano. —¿Por qué? —Anoche decidí cambiar de bando—Gregorias se desprendió de su sonrisa, su voz grave en un susurro. —No puedo dejar que Octavio gobierne Roma. No si va a entrar en tratos con una degenerada como tú. La guerrera frunció el ceño un momento, su confuso cerebro intentaba comprender la declaración del traidor. —¿Cambias de lado porque estoy con Gabrielle?—sus palabras salieron de una garganta súbitamente seca. El romano se arrodilló a su lado y dejó una mano sobre la pierna herida. Con una sonrisa malvada, apretó la herida. Xena gritó de dolor, y la sonrisa se hizo más grande, al darse cuenta de que, para todo el que estuviera alrededor, parecía que estaba atendiendo su herida. —Sí. La guerrera sintió las lágrimas formarse en sus ojos, y odiaba el signo evidente de debilidad. —Vamos a ver si lo entiendo—a pesar de la herida, lo absurdo de la situación la obligaba a sonreír con ironía. — ¿Tienes un problema con mi relación con Gabrielle porque somos las dos mujeres? —Eso lo resume, sí. —Así que…si fuera un hombre, ¿no te importaría? —Cierto. —Entonces, nada cambia; salvo que si de repente me sale pene, ¿te parecería bien?—Xena podía sentir que la consciencia la abandonaba, y se obligó a mover la pierna herida, esperando que el dolor la devolviese a un estado algo más coherente. Hizo un gesto de dolor cuando punzadas recorrieron su lado izquierdo. —Correcto, porque entonces serías un hombre. —Es la estupidez más grande que he escuchado en mi vida—rio Xena débilmente. —Además, aunque me creciera uno, puedo asegurarte que seguiría siendo igual por dentro, una mujer enamorada de ora. Mi

género no es más que un montón de mierda de centauro, Gregorias. El amor es el amor. Aunque creo que tú no puedes entender eso. —No importa si te entiendo o no, porque ya no importas—. Gregorias vio el cuerpo de Antonio unos metros más allá—Antonio, obviamente, ya no va a gobernar el Imperio Romano, pero maldito sea el Tártaro si dejo que Octavio gane. Y sin ti, está bastante perdido. Eso es bastante evidente. Será un placer para mí presentarles tu cabeza a los sucesores de Antonio. Xena vio al hombre ponerse de pie, vio como alzaba su espada, e hizo un valiente esfuerzo por levantar su propia espada. Se le deslizó de entre sus dedos con un golpe sordo mientras caía al suelo, a su lado. Dioses. Me quedo sin tiempo. Otra vez. Gabrielle, te quiero. Te estaré esperando debajo de ese árbol, como te prometí. Se obligó a mantener los ojos abiertos, casi como si flotase fuera de sí misma, mientras Gregorias disfrutaba de la magnitud de la pieza que estaba a punto de cobrarse. La guerrera se encogió cuando un sai llegó volando y se clavó en la garganta de Gregorias. Su boca se abrió de golpe, como si gritase, pero ningún sonido salió de sus cuerdas vocales. Él soltó el arma y cayó, golpeándole en los pies con la empuñadura. Lentamente, cayó de rodillas cerca de Xena, con los ojos en blanco antes de caer hacia atrás. La guerrera sabía que estaba muerto, sabía a manos de quién, y rezó a los dioses para no unírsele demasiado pronto. Por favor, cariño. Ven rápido. Tengo algunas cosas que decirte, mientras pueda. —¡Xena!—los angustiosos gemidos de Gabrielle resonaron en la distancia que las separaba. La bardo corrió con pies de plomo, sobre la lona y hasta la forma inmóvil de la guerrera, que estaba estirada en el suelo entre dos cuerpos sin vida. Gabrielle se dejó caer al lado de la guerrera, poniendo la cabeza y los hombros de Xena en su regazo. Los ojos de la guerrera estaban cerrados y su pecho se alzaba levemente. —¡Que alguien me ayude! —¡Despierta!—las lágrimas empapaban el rostro de Gabrielle mientras acunaba a su compañera. —No te atrevas a dejarme. No te atrevas. Aún no es hora, Xena. —Hola—una muy leve voz rasgada. —Has venido—los ojos azules se abrieron con dificultad y la guerrera sonrió con tristeza. —Me alegro. —Xena—. Gabrielle sacó el casco metálico de la cabeza de su compañera y desató la cota de malla y la armadura. Con cuidado,

levantó el cuerpo de su compañera y saco las pesadas piezas, esperando facilitar la respiración de su compañera. La fea herida hizo contraerse el estómago de Gabrielle, y tragó bilis que se le subía a la garganta. Era obvio que la guerrera había perdido un montón de sangre en muy poco tiempo, y la bardo estaba aterrorizada, su corazón latía a doble velocidad y amenazaba con explotarle en el pecho. —Cariño—susurró Xena—Intenta calmarte. Yo…—la guerrera puso una mano sobre su propio corazón. —Puedo sentir tu miedo. Tan cerca…a ti. El don de Lao Ma. —Lo siento—. Gabrielle tomó aliento profundamente varias veces y deslizó distraída sus dedos por el cabello oscuro. —Dime qué hago. ¿Cómo puedo ayudarte? La guerrera giró la cabeza—Coge uno de tus sais y mételo entre el torniquete y mi piel, y úsalo para apretarlo más. Cuando ya no puedas girar más, que alguien lo mantenga en su sitio para que no se afloje— Xena tosió débilmente. —¿No te dolerá?—dos cejas rubias se juntaron con preocupación. —Ya me duele—la guerrera levantó la cabeza, intentando verse mejor la herida. —Pero un torniquete más apretado ayuda a que la sangre no fluya. No puedo perder mucha más—. Aunque probablemente ya he perdido más de la que debería. Xena luchó para mantener la compostura. Tengo que hablar con ella. La guerrera sintió a su compañera comenzar a trabajar con el sai. — Gabrielle. Escucha. No tengo mucho, pero en Anfípolis…en una de las cuevas de las colinas, donde pastan las ovejas en invierno. Tengo un arsenal de armas que no han sido usadas nunca. Se venderán bien en el mercado. —Xena—Gabrielle había empezado a apretar el torniquete, y observaba a su compañera hundir las uñas en el suelo a su lado, mientras su cara se retorcía de dolor. —¿De qué estás hablando? No tiene sentido, cielo. —Solo…pensaba…—la guerrera se dio cuenta de que no podía continuar con la cabeza levantada, y se dejó caer de nuevo sobre la hierba. —…siempre puedes quedarte con las amazonas si quieres. Pero las armas darán lo suficiente para que estés más segura…si decides volver a la academia de Atenas a acabar el curso…o si quieres viajar o

algo. Tendrías los fondos para hacerlo. Y no te olvides de que mi madre te dijo que siempre tendrás un hogar con ella, si lo deseas. Hércules y Iolaus…puedes llamarlos también, cuando quieras, si los necesitas. Iolaus siempre se ha portado bien contigo—los labios de Xena temblaron en una sonrisa. El rostro de Gabrielle se volvió gris con el horror al entender por dónde iba su compañera. —Xena—luchó contra el impulso de meter algo de sentido en su amante herida. —No te atrevas a hablar así. Lo único que quiero oírte decir es cómo ocuparme de esta herida. Nada más. —Cariño. No sé si puedo… —No—espetó la bardo a su compañera. —Ni una palabra. No se te permite morir hoy, ¿me captas? —Sí, señora—susurró la guerrera, pero sonreía. —Oye. Hemos ganado. —¿Eh?—. Gabrielle miró a su alrededor, y solo unos cuantos soldados seguían en guardia. Repasando el campo de batalla, pudo ver pequeños grupos de hombres de Antonio, obviamente rodeados por los centuriones de Octavio. —Sí, cielo. Creo que sí—la bardo se limpió una lágrima de su mejilla. Se suponía que todo el mundo iba a ganar hoy. Menos nosotras. Octavio vino corriendo desde detrás de la loma y localizó a la guerrera y a la bardo en el suelo. Se acercó rápidamente al lado de Gabrielle y se arrodilló a su lado. Reprimió su reacción ante la amplia raja y el copioso sangrado que empapaba el suelo alrededor de la pierna de la guerrera. Estaba seguro de que la herida le llegaba al hueso. Nadie sobrevivía a una herida así en el campo de batalla. —Xena—el romano se obligó a sonar alegre—Vaya corte, ¿eh? —Sí—la guerrera giró la cabeza hacia su voz. Sus ojos empezaban a nublarse de nuevo. —Un rasguño. Nada grave. Las he tenido peores—. Por supuesto, morí todas esas veces, añadió en silencio. —Oye—intentó señalar a Antonio—Tengo un regalo para ti. La cabeza de Antonio. —Ya veo—Octavio miró al regalo ofrecido, que yacía cerca de su cuerpo. —Es una buena pieza. Gracias. —El Imperio es ahora tuyo—Xena se estremeció, la pérdida de sangre hacía que su temperatura cayese en picado. —Todo tuyo. —Tengo que darte las gracias por eso. Yo…

—Siento interrumpir—interrumpió Gabrielle suavemente. —Pero tengo que ocuparme de la pierna de Xena. Cariño, por favor. Dime qué hago. Octavio y la guerrera intercambiaron una mirada cómplice y Xena sacudió la cabeza, de la forma más ligera. No necesito decirle que se rinda aún. Vamos a dejarla que piense que puede intentar algo. —Está bien. Escucha, porque no sé cuánto tiempo más voy a ser capaz de estar sin desmayarme. Necesito que prendas un fuego, ahí—vio que Octavio despejaba inmediatamente la zona en cuestión, mientras gritaba órdenes a los soldados cercanos para que buscasen leña o hierba seca. —Gracias. Ahora, ve a mis alforjas y trae mi botiquín y una botella de vino. Gabrielle le pasó el extremo del sai a otro soldado que pasaba por allí. —Ten esto, y que no se mueva—corrió hasta el garañón negro y cogió todo lo necesario, volviendo rápidamente al lado de su compañera. — ¿Qué más? —Ponme la botella en los labios, cariño. Tengo que beberme la mitad. —Xena, está llena. No… —Ya lo sé—la guerrera intentó sentarse, pero no pudo. —Voy a necesitarlo por favor. Gabrielle obedeció y miró como su compañera bajaba hasta la mitad el contenido rojo oscuro de la botella. Era obvio que tragaba por el obvio gesto de dolor de la guerrera. La bardo sintió lágrimas nuevas crecer en sus ojos y sorbió mientras parpadeaba, intentando mantenerlas a raya. Al final, Xena giró la cabeza, indicando que estaba llena. La guerrera empezó a sentir que el vino atontaba un poco sus sentidos, y dejó una mano sobre las de Gabrielle, que tenía sobre el estómago de Xena. —Lava el corte con el vino y después llénalo de hierbas. Si grito, ignórame. El alcohol va a doler como el Hades, pero ayuda a limpiar la herida. La bardo se mordió el labio y alzó la botella. Los ojos azules y los verdes se encontraron mientras Gabrielle vertía sin miramientos el vino sobre la amplia herida. Vio que los ojos azules se aguaba y que el pecho de Xena se comprimía por el esfuerzo de intentar controlar su necesidad de gritar. —Xena, suéltalo, cariño. Por favor. No te hagas más daño.

Con el permiso de su compañera, la guerrera finalmente gritó alto y fuerte, cerrando sus puños en la tierra mientras las lágrimas caían sobre su rostro. El dolor era insoportable. Mejor será contenerse. Sintió a su compañera espolvorear la herida con las hierbas. Aún no ha terminado. —Cielo—la bardo acabó con las hierbas y corrió de nuevo a acomodar la cabeza morena en su regazo. —Dioses, odio estar haciendo esto. ¿Qué más? Vas a odiar esto aún más. Unos dedos débiles se doblaron sobre unos más pequeños que tenía Xena en el hombre. —Cariño. Tienes que ser fuerte por mí. Um…¿recuerdas cuando cautericé la herida de flecha de tu hombro? Oh, dioses. Gabrielle cerró los ojos. —Sí. Fue la tercera experiencia más dolorosa de mi vida. La crucifixión fue lo primero, y el hecho de sacar la flecha del hombro la segunda. Dar a luz a Esperanza estaba entre medias, musitó para sí. —Tenemos que detener el sangrado dentro de la herida. Ve a por el otro sai…—Xena se detuvo y tragó saliva, sabiendo donde estaba el otro sai. Miró a los ojos verdes, firmes, que brillaban con amor y preocupación. —El camino de la amistad, Xena—Gabrielle consiguió sonreír. —No hay lamentaciones. Ni ahora ni nunca. ¿Qué hago? —Calienta la punta del sai hasta que esté al rojo. Después clávalo aquí. No importa lo mucho que grite, tienes que asegurarte de cerrar toda la herida—la guerrera consiguió apretar la mano de su compañera. —Que algunos hombres te ayuden a sujetarme los brazos y las piernas. Y…dame un trozo de cuero o algo para morder. —Está bien—la bardo cuadró los hombros inconscientemente, preparándose para la tarea entre manos. —¿Qué hago después? —Después de cauterizar la herida interior, límpialo con hierbas otra vez y cósela. Cúbrela y compruébala cada marca. Probablemente esté desmayada durante un tiempo. Si ves salir sangre o líquido, tienes que abrir los puntos y drenar más profundamente. —Está bien. Puedo hacerlo—Gabrielle apartó los mechones oscuros empapados de sudor del rostro y el cuello de la guerrera. A pesar del sudor, la piel de Xena estaba fría. —¿Tengo que darte hierbas para la fiebre o el dolor?

—Sí. Las dos. Como siempre. No hay nada distinto—los ojos azules subieron, y Xena se centró en el rostro ansioso de su compañera. — Gabrielle, si se me infecta la pierna, infectada de verdad. Pus, hedor o estrías rojas por la pierna, tienes que encontrar a un sanador que la corte. —Xena. Oh, dioses, cariño. No sé si puedo hacerlo—Gabrielle empezó a llorar de nuevo, y la guerrera intentó subir una mano y tocar la cara de la bardo. Su brazo cayó sin fuerzas antes de llegar a su destino. —Oye—Xena decidió sostener la mano sobre su estómago. —Confío en ti, cariño. Es una medida drástica, si no funciona nada más. Una infección podría matarme. Es mejor tener una pierna que morir, ¿no? —Sí—sorbió Gabrielle. —¿Cómo puedo intentar evitar la infección? —Tienes que tener la herida lo más limpia posible. Cambia las vendas con frecuencia y lavar la herida con agua y hierbas de cada vez. Aparte de eso, no hay mucho más que hacer—la guerrera era consciente de que Octavio se movía a su alrededor mientras hablaban, y se dio cuenta de que había prendido la hoguera que necesitaban. — Gracias. —No hay de qué—los ojos del romano traicionaban su comprensión de la grave situación de Xena. —Tengo a uno de mis hombres construyendo una litera para ti para poder llevarte de vuelta al campamento. Además, tendremos que usarla cuando marchemos mañana hacia El Cairo. —Em…gracias—-. Maldición. La guerrera se había convencido de que, a lo mejor, podría sobrevivir, pero los tres días de viaje a El Cairo, en pleno desierto, significaban en su mente el último clavo de su ataúd. Con este calor, no hay manera. Incluso en barco, el viaje llevaría al menos dos días. —Gabrielle—se obligó a establecer contacto visual, y sonrió a su llorosa amante. —Parece que está todo listo. Mejor ponerse a trabajar antes de que pierda más sangre. —Está bien—la bardo comenzó a moverse y sintió una mano sorprendentemente fuerte cerrarse sobre su muñeca. —Gabrielle. Te quiero—Xena consiguió llevarse los nudillos de su amante a sus labios. —Lo que te dije cuando estuve a punto de perderte, sigue siendo cierto. Incluso en la muerte, Gabrielle, jamás te abandonaré.

—Creo que lo has probado ya—la bardo se inclinó y, con labios temblorosos, dejó un casto beso en la mejilla de su compañera. —Pero no vas a morir, Xena. No ahora. Ni mañana. No voy a dejar que pase. Te quiero. Y tengo intención de estar de pie, a tu lado, en nuestra ceremonia de unión y prometerte, delante de todos nuestros amigos y familias, amarte para siempre. Para siempre aún no ha llegado, Xena. Acaba de empezar. Octavio observó en silencio la conmovedora escena, y caminó hacia Gregorias, sacando con cuidado el sai de la garganta del hombre. Volvió y lo dejó junto al fuego, viendo como las llamas azuladas lamían el metal, calentándolo al rojo. Au. Hizo un gesto de dolor, sabía para qué iba a usarse el arma. Nunca había estado en una carnicería como aquella, y tenía poca experiencia en el arte de sanar. Gabrielle convocó a cuatro soldados y les indicó que sujetasen cada uno una extremidad de la guerrera. —Sostenedla con fuerza. Puede que sea una mujer, pero es tan fuerte como cualquiera de vosotros—la bardo vio a su amante hacer un puchero, a pesar del dolor—Más fuerte—fue recompensada con una tenue sonrisa. Vale. Tengo que cortar un trozo de cuero o algo. Se arrodilló cerca de Xena y buscó la parte trasera del vestido de combate de su compañera, cogiendo la daga de pecho del escote de su compañera. —Lo siento, cariño—se burló Xena débilmente. —No es que no seas increíblemente atractiva, pero, me creas o no, por primera vez desde que volvimos de los Campos Elíseos, no estoy de humor. Mira después. La bardo se sonrojó furiosamente, sabiendo que los hombres habían escuchado el comentario de su amante. —Eres muy mala. —Y te encanta—la guerrera sonrió brevemente, y después hizo un gesto de dolor cuando un agudo dolor atravesó su pierna. —Sí, me encanta—Gabrielle cortó un trozo cuero de su armadura. Miró a su alrededor, buscando a Octavio, quién le indicó con la cabeza que el sai estaba listo. —Xena—la bardo se inclinó sobre el rostro de la guerrera, mirando a los nebulosos ojos azules—El sai está listo. Yo… —Confío en ti completamente, cariño—Xena ya estaba sujeta y no podía tocar a su compañera, quien lloraba abiertamente. —Gabrielle. Bésame. Y acaba con esto. Y, por favor, no llores.

—No puedo evitarlo—la bardo se deslizó la mano sobre sus ojos. —Odio hacerte daño. Incluso aunque sea por tu bien. —Y yo odio verte llorar—la guerrera sonrió con tristeza. —Pero es una petición egoísta. Si lloras, no ves bien y preferiría que no cauterizases nada que no necesite ser cauterizado. Una risita patética escapó de los labios de Gabrielle. —Tienes razón—se inclinó y acarició suavemente con sus labios los de su compañera. Al alzarse, deslizó su pulgar sobre los labios llenos y agrietados y después le ofreció con cuidado el trozo de cuero a su compañera, quién lo mordió y cerró los ojos. —Te quiero, Xena. La bardo aceptó el sai que le ofrecía Octavio, tomó aliento profundamente y lo clavó profundamente en la herida. Su estómago se revolvió ante el olor de la carne quemada y temió vomitar antes de terminar. Sentía como si la estuvieran despellejando vida, empezando por la pierna. La guerrera mantuvo los ojos cerrados mientras las lágrimas caían. Gimió en agonía contra el trozo de cuero, segura de que lo iba a partir en dos. Podía saborear la sangre en la boca, y sus pulmones dolían en un bramido silencioso. Tenía todos los nervios de punta y, finalmente, el dolor se le acumuló en algún lugar del vientre, entre el ombligo y la ingle. Sus brazos y piernas lucharon inconscientemente contra los hombres que la sostenían, y su cuerpo se estremeció una y otra vez mientras sentía la punta caliente recorrer el corte. Lo que parecieran horas resultaron ser segundos, y Gabrielle dejó rápidamente el sai a un lado. Incapaz de contenerse más, se giró y se arrastró unos cuantos metros, echando el desayuno. Se recuperó rápidamente y tomó un sorbo de vino para enjuagarse la boca. — Apartaos. Fuera de mi camino—quitó a los hombres que sostenían los brazos de Xena y recuperó su lugar a la cabeza de Xena. Continuó acariciando el cabello negro para consolar a su compañera mientras las lágrimas caían junto con las de Xena sobre su rostro. —Lo siento mucho, amor. Lo siento mucho. Xena escupió el trozo de cuero, que tenía los agujeros de los dientes. — Dioses—le dolía la mandíbula de morder tan fuerte, y de repente se sintió exaltada, al permitir que su cuerpo se relajara. —Gabrielle— acarició su cara mientras un largo y tembloroso suspiro escapaba de sus labios—Cóselo.

—Sí—la bardo se estiró y cogió una aguja y algo de hilo de tripa del botiquín de la guerrera. Cuando empezó a dar pequeños puntos, sintió retorcerse la piel que tenía bajo los dedos. —Supongo esto no es nada después de cauterizar, ¿eh? No hubo respuesta. —¿Xena?—Gabrielle levantó la vista. —Creo que se ha desmayado—Octavio estudió el fuerte rostro, que ya no se retorcía de dolor y preocupación. —Gracias a los dioses—. La bardo terminó de ocuparse de la pierna de su compañera y la espolvoreó con hierbas. Envolvió la herida con suaves vendas de lino y después se acercó al brazo izquierdo de Xena. —Quizás tenga que ocuparme de esto también—limpió el corte mucho más pequeño del bíceps de la guerrera y después lo cerró. Trazó suavemente otras cicatrices en las inmediaciones de la nueva y sacudió la cabeza. —Siempre van al brazo derecho. Si me dieran un dinar por cada vez que he cosido aquí, sería tan rica como Midas…—la voz de Gabrielle se rompió y cayó su cabeza, cubriéndose la cara con una mano. Octavio se acercó a ella y, vacilante, envolvió con un brazo los hombros de la bardo. —Gabrielle. Has hecho buen trabajo. Ahora todo lo que puedes hacer es esperar y cuidarla. —No puedo perderla—la bardo se reclinó sobre la figura cubierta de armadura del romano y comenzó a gimotear. —Es todo para mí. Todo. —Es la persona más fuerte que he conocido nunca. Si alguien puede salir de ésta, es ella—Octavio continuó consolando a la bardo. —Vamos a llevarla a la tienda del sanador. Gabrielle se sentó y reflexionó. Parte de ella quería llevarse a su amante de vuelta a su propia tienda, pero la tienda del sanador estaba mejor equipada para los cuidados que requerirá Xena durante las próximas marcas. —Está bien. Necesito a alguien que vaya a por nuestro petate y junte dos camastros en la tienda del sanador. Me quedaré allí con ella. No quiero que se despierte sola en un lugar extraño, donde no conoce a nadie. —Como desees—el romano se levantó, y ayudó a subir a la guerrera a la litera.

Gabrielle se despertó por el sonido de gemidos incoherentes que venían de su lado. Rodó para encontrar a la guerrera luchando débilmente con uno de los ayudantes del sanador, quién intentaba desesperadamente administrar una dosis de hierbas contra el dolor. — Oye—la bardo frunció el ceño con enfado e irritación—Dame eso. El intimidado sanador obedeció y retrocedió un par de pasos. Había intentado varias veces ocuparse de la guerrera herida, y cada vez, Xena había evitado que la tocara. Gabrielle había estado durmiendo tan profundamente que eran reticentes a pedirle ayuda. —Xena—la bardo se alzó sobre un antebrazo y acarició la mejilla pálida de su compañera. Frunció el ceño ante el calor que irradiaba el cuerpo de su compañera. —No pasa nada, cariño. Soy yo. —¿Gabrielle?—unos vidriosos ojos azules se abrieron brevemente y después se cerraron de nuevo, mientras el cuerpo de la guerrera se relajaba visiblemente. La bardo dejó una mano sobre la frente ardiente. Dioses. —¿Qué hay ahí?—miró la taza cautelosamente y olisqueó su contenido, deseando tener la habilidad de su compañera de identificar sustancias por el olor. El sanador recitó una breve lista de hierbas, todas usadas para aliviar el dolor. —Llévatela y añade de esas hojas para bajar la fiebre. Y tráeme un cuenco con agua fría y trapos limpios—Gabrielle vio al sanados salir corriendo con sus tareas. La bardo se frotó los ojos con los puños y se sentó, mirando confusa las velas que iluminaban el interior de la tienda. Más allá de la entrada era noche cerrada, sin estrellas. —¿Qué hora es? —Unas cuantas marcas después de medianoche—el sanador volvió a su lado y le tendió la taza. —Iré a por el cuenco y los trapos. —Gracias—suspiró Gabrielle. Había sido una tarde muy larga. Al principio, había limpiado la herida y cambiado los vendajes una vez cada marca. Xena había ido y venido en la inconsciencia y era obvio que luchaba contra un gran dolor, a pesar de las grandes cantidades de hierbas que le habían dado. La guerrera no había recuperado la consciencia desde que volvieron del campo de batalla. Y para hacer

peor las cosas, en sus delirios, se negaba a dejar que nadie a parte de Gabrielle la cuidase. La bardo había hecho un valiente esfuerzo para permanecer despierta, pero su fatigado cuerpo al final sucumbió a Morfeo. Había estado durmiendo durante cuatro marcas, consideró Gabrielle, y entonces se estremeció. Cuatro marcas en las que, sospechaba, la herida de su compañera no había sido atendida. Maldita sea. —Xena, cariño—alzó los hombros de su compañera y sostuvo la taza contra los labios de la guerrera. —Bebe esto, amor. —Ugh—la guerrera arrugó la nariz y tocó el borde de la jarra de peltre con la lengua. —Vamos—insistió Gabrielle—No tenemos miel para que sepa mejor. Por favor, Xena. Por mí. —Tú—murmuró Xena y frunció el ceño, pero esta vez cedió y tragó la amarga dosis de hierbas, sorbo a sorbo. Sus ojos permanecieron cerrados y pareció sumergirse en un sueño irregular tan pronto como Gabrielle bajó su cuerpo a las pieles otra vez. La bardo dejó la taza vacía a un lado y dispuso las telas limpias y las hierbas que necesitaría para ocuparse de la herida de Xena, aún esperando por el agua. ¿Dónde Hades ha ido el sanador? Miró por la tienda, a los numerosos heridos alineados por la pared de la estructura de tela. La mayoría parecían estar durmiendo, algunos gemían de dolor. Otro sanador se movía en silencio de soldado en soldado, dándoles hierbas, arropándolos, comprobando puntos y haciendo lo que fuese necesario para tratar de aliviar el dolor de los hombres heridos. Al final llegó el cuenco con agua y Gabrielle desenrolló que cubría la herida de la guerrera. La última capa de vendaje se negaba a salir, pegada a la herida, y la bardo jadeó al percibir una costra sea empapando el suave material. No. Empapó el lino con agua y tiró lentamente, haciendo que Xena gritase una vez más por el dolor que le causaba el material tirando de los puntos. La bardo jadeó con dolor. Una espesa secreción amarilla supuraba del corte, junto con sangre fresca. Cogió una vela de una mesa y la acercó. Feas líneas rojas habían empezado a surgir de los lados de la herida, trazando telarañas por los bordes. La piel de alrededor de los

puntos estaba inflamada y la tripa hilada a su alrededor tirante. No. Dioses. No. Con manos temblorosas, Gabrielle deslizó la daga de pecho de Xena por la llama de la vela varias veces, y después abrió los puntos. Con el último punto libre, la mayoría de la secreción se derramó, deslizándose a las pieles por la pierna de la guerrera. Cogió una manta limpia de una alforja cercana y la envolvió en el muslo de Xena. La bardo se pegó mentalmente. Debería haberme quedado despierta y cuidado de ella. —Necesito más agua—gritó Gabrielle al asistente del sanador. El hombre desapareció fuera de la tienda y volvió con otro cuenco de agua. Jadeó de conmoción ante la fea infección. —Esa pierna hay que cortarla. —¡No!—gritó la bardo, suficientemente alto como para despertar a varios pacientes. —Vete a despertar al sanador. Ahora. El hombre se quedó clavado en el sitio. Gabrielle se levantó iracunda y lo sacó de la tienda. —¡Vamos!—se giró sobre sus talones y escapó de la furiosa muchacha. La bardo se hundió de nuevo en el catre y retomó un paquete entero de hierbas antisépticas de la alforja de Xena, que mezcló con agua fresca. Empezaba a lavar el corte cuando el sanador jefe apareció a su lado, aun llevando una larga camisa de dormir. —¿Qué problema hay aquí?—miró sobre su hombro. —Oh. Hay que amputar esa pierna. Iré a hacer un fuego para esterilizar… —No—unos fríos ojos verdes estaban, de repente, a centímetros de la cara del hombre. Junto con un sai clavado dolorosamente en su garganta. —Le tocas la pierna y te abro en canal. —Está bien, está bien—el sanador retrocedió, ambas manos por delante. —No tiene que ser ahora. Tiene unas cuantas marcas más. —Tiene más que unas cuantas marcas—la voz de Gabrielle era grave y regular, ajena a sus propios oídos. —Dile…—hizo un gesto señalando al asistente—…que me traiga un cuenco de agua limpia cada vez que éste esté vacío. Y necesito cada paquete de hierbas antisépticas que puedas conseguir. Y trapos limpios. —Sí. Lo que sea—el sanador vio como la bardo se giraba hacia su compañera y empezaba a apretar con un paño empapado de agua con hierbas toda la herida, repitiendo la operación una y otra vez. —

Haz lo que te diga—murmuró discretamente a su ayudante—Voy a despertar a Octavio—. El sanador jefe emprendió la tarea con poco entusiasmo, dejando a un tembloroso asistente tras él. Había visto a la bardo en acción. Estaba obligado a tenerla en cuenta. En una esquina, un invisible dios de la guerrera observaba con grave preocupación. Gruñó y chasqueó los dedos en silencio, transportándose a los salones del Olimpo. —¡Zeus!—su voz atronó, seguida de sus pasos decididos, hasta los aposentos de su padre. —Ares—un dios muy irritado se levantó de la cama—¿No ves que estoy durmiendo? ¿No puede esperar hasta mañana? —No—centellearon los ojos negros. —No puede. Tu nieta se está muriendo. Tenemos que hablar. Ahora.

El alba estaba cerca cuando Octavio decidió visitar a Xena y Gabrielle. El sanador había ido a verle antes, insistiendo en que la bardo se había vuelto loca y que debería estar lejos cuando le amputasen la pierna a la guerrera. El romano escuchó atentamente y puntualizó algunas cosas, hasta que el sanador admitió finalmente que Xena necesitaba unas cuantas marcas más antes de tomar una decisión definitiva de lo que habría que hacer. —Bien entonces. ¿Por qué me molestas?—se quejó Octavio. —Que Gabrielle haga lo que tenga que hacer. Xena es una experimentada sanadora. Es de donde Gabrielle ha aprendido el arte de curar. ¿Quieres sufrir la ira de la reina de las amazonas cuando le quitemos una pierna y después la soltemos? —N…no—tartamudeó el sanador. —Yo tampoco. Es furiosamente protectora con la princesa guerrera. Ay del hombre que intente hacerle daño. Viste la herida que le hizo a Gregorias, ¿no? —Sí, mi señor. —Es buena con las armas. Casi tanto como su compañera—Octavio sonrió. —He oído historias sobre la complicada personalidad de Gabrielle. No mata. A menos que sea para proteger a Xena. Pero cuando tiene que hacerlo, lo hace a conciencia. Mantén eso en mente.

—Yo…lo haré, mi señor—el sanador se inclinó ligeramente y salió de la tienda del romano. Así que, con gran temor, Octavio hizo una pausa a la entrada de la tienda del sanador, suspiró, y entró. Lo que vio le estrujó el corazón. Una Gabrielle casi delirando seguía arrodillada al lado de Xena, sus exhaustas manos y brazos lavaban el corte por centésima vez. Su cuerpo temblaba por la fatiga y el sudor mantenía los mechones rubios pegados a su cabello. —Gabrielle—el romano se detuvo a su lado. —¿Cómo está? La bardo miró a su alrededor, con manchas de lágrimas secas por todo el rostro. —Creo…que está un poco mejor. La herida supura limpio…las estrías están desapareciendo…la fiebre ha bajado un poco…también la inflamación. —Oye. Ven aquí—Octavio llamó al sanador jefe, que acababa de entrar en la tienda. —Échale un vistazo a esto. El sanador miró sobre sus hombros, mientras Gabrielle le daba espacio. Sus ojos se ensancharon y los frotó, temiendo que le estuviesen engañando. Todos los signos de infección habían desaparecido. — Increíble. Es…es como si no fuese la misma pierna. ¿Cómo…? —He seguido limpiándola hasta que la infección ha desaparecido—le interrumpió la bardo, sabiendo que no había explicaciones médicas que pudiesen justificar la condición de su compañera. —No puedes lavar una infección—la voz del sanador era incrédula. — No lo entiendo. Octavio estaba pensativo. El vínculo entre Xena y Gabrielle era fuerte. Haría falta ser tonto para no verlo. Pero algo sobrenatural había tenido lugar durante la noche. —Creo que nadie puede entenderlo—el romano sonrió a Gabrielle—menos dos personas claramente implicadas. La bardo se sentó un poco, dejando finalmente el trapo en la mezcla de hierbas sobrante—Estoy muy cansada. —¿Por qué no duermes un poco…? —No—Gabrielle era tajante. —La última vez que dormí cogió la infección. Tengo que estar despierta.

—Ve a por algo para que desayune—Octavio se dirigió al sanador. — Apuesto a que no has comido nada desde ayer por la mañana, ¿a que no? Gabrielle deslizó sus dedos por el pelo. —No—tomó hilo limpio y aguja y espolvoreó hierbas secas por el corte, antes de coserlo cuidadosamente otra vez—¿Cuándo nos vamos? El romano permaneció en silencio durante un largo momento. La guerrera no estaba en condiciones de viajar, eso era evidente. —Si quieres, Gabrielle, puedo dejar un pequeño contingente atrás unos cuantos días. Puedes quedarte aquí hasta que Xena esté mejor. —Te lo agradecería—los ojos verdes se nublaron. —Gracias. —No hay de qué. Tenemos a otros por aquí que, probablemente, no sobrevivirían al transporte hasta los barcos. Quizás haya que dejar a los que estén realmente mal unos cuantos días para…—se detuvo, percibiendo el dolor en el rostro de la bardo. —Gabrielle. Lo siento. No quería insinuar que Xena esté muy grave. Yo… —Pero lo está—la bardo bajó la cabeza y miró a su compañera, quién dormía en relativa paz por el momento. —No ha estado tan mal desde…un año y medio después de conocernos, fue herida. Por proteger a un niño—Gabrielle sonrió—Murió. —¿Unos minutos?—el romano había escuchado historias de gente que era declarada muerta y después volvía a respirar otra vez. —No. Unos días—Gabrielle miró atentamente al sorprendido rostro. —No preguntes. Es demasiado complicado. Eso…casi me mata a mí. Si no hubiera vuelto, no sé lo que habría hecho. —¿Y ahora?—la pregunta era muy suave. —Tengo responsabilidades. Con las amazonas—la bardo miró su vara, que yacía en el suelo, cerca de los camastros. —Seguiría adelante. Al menos mi cuerpo seguiría adelante. Pero perderla a ella sería como perder mi corazón y mi alma. No creo que me matase, pero pasaría el resto de mis días esperando morir para poder unirme a ella. La muerte sería un aliado. —Vuestro amor es muy fuerte para dos personas que no llevan juntas mucho tiempo. Bruto me dijo, en vuestra aldea, que antes de la crucifixión erais amigas, no amantes.

—¿Amigas?—la bardo sonrió ante el término. —Mejores amigas. Almas gemelas. Compañeras de vida. Xena y yo estuvimos en la India el año pasado. Conocimos a un místico que nos dijo que nuestras almas habían estado juntas en el pasado. Y que estarían juntas en el futuro. Nuestro destino es estar juntas. Incluso aunque no estuviéramos enamoradas, estaríamos juntas durante toda nuestra vida. Enamorarnos ha sido un regalo a mayores. —¿Crees en los místicos?—Octavio era escéptico. Gabrielle decidió que su viaje al futuro para luchar contra Alti, mucho menos el futuro de Xena como madre de la paz, a lo mejor sería demasiado. Suspiró. —Sí. Sin reservas. Xena y yo llevamos juntas mucho tiempo. Y da igual si nacemos en cuerpo distintos después de esta vida o si al final acabamos en los Campos Elíseos permanentemente, nos encontraremos. —Ya veo—el romano se acarició el mentón, pensando, mientras llegaban dos bandejas de desayuno. La bardo aceptó la comida con un “gracias” murmurado, y cogió con desgana el pescado y el pan sin levadura, junto con algunas uvas que adornaban el plato. Octavio la observó sin comentar nada, limpiando rápidamente su plato. La frente de la bardo estaba surcada por profundas arrugas de preocupación, y los bordes de su boca, cuando no masticaba, apuntaban hacia abajo. Sus ojos estaban inyectados en sangre y su cara estaba extremadamente pálida. —Gabrielle. Estás muy cansada. ¿Y si yo me quedo aquí mientras duermes? Te prometo que te despertaré cada marca para que puedas cambiar las vendas. —¿Lo prometes?—una chispa de esperanza apareció en los ojos agotados. —¿No te irás? —Te lo prometo—el romano se reclinó sobre la silla, cruzando sus tobillos mientras dejaba las manos sobre su estómago. La bardo dejó a un lado el resto de la comida y se acurrucó inmediatamente cerca de su compañera, dejando con cuidado su oído contra el pecho de Xena para poder oír el corazón de la guerrera. En menos de un minuto estaba dormida. Octavio observó, fascinado, cómo dos largos brazos se envolvían alrededor del pequeño cuerpo, y Xena suspiró de contento, inconsciente de sus actos.

Gabrielle se sentó en el camastro, su corazón galopando en su pecho salvajemente. Ya empezamos otra vez. Truenos. Sobre su cabeza, caían chuzos de punta sobre la lona que hacía a las veces de techo de la tienda. Miró a Octavio, quién seguía vigilando, tal y como había prometido. —Por favor, dime que eso no es lo que yo creo que es. —Me temo que sí—el romano se movió, acercándose rápidamente. — Parece que al final ha terminado la sequía, y el monzón ha llegado una luna antes. Es por eso por lo que no vi estrellas la noche anterior. Estaban cubiertas de nubes. La bardo olió el aire, captando la fresca y empañada esencia de la tierra empapada, que gozaba de la muy necesaria lluvia. Muy necesaria a menos que estuvieras gravemente herida, y a punto de ser transportada por campo abierto durante tres días. —Xena— Gabrielle se recostó a su lado y alisó la tela de su camisa de lino con la mano—¿Qué vamos a hacer?—la silenciosa guerrera continuó durmiendo, casi en paz. —¿Aún no es hora de cambiarle las vendas?—Gabrielle miró atentamente a la pierna de su compañera, que estaba ligeramente elevada en las pieles. —No. Solo has dormido media marca. —Bueno. Tengo que cambiarla de ropa. Y yo también—la bardo tironeó de la tela empapada que cubría su cuerpo. —Creo que ha pasado la fiebre mientras estábamos durmiendo. Estamos sudadas por todas partes. —Está bien—Octavio se giró para darles algo de privacidad. —Volveré en un rato—enrolló su capa con eficacia sobre su cuerpo y se puso una capucha, saliendo de la tienda a la lluvia. Gabrielle se cambió rápidamente a ropa limpia y después cambió a su compañera. Estudió los cincelados rasgos y el cabello negro y empapado que estaba desparramado por las pieles de dormir. Al final, terminó por cambiarle las vendas, aunque era un poco pronto. Percibió, con cierto alivio, que no había más signos de infección. Después recogió sus cosas, que les habían traído a la tienda del sanador, y las dejó en una esquina. No tenía ya ningún sentido retrasar la marcha. Podrían partir con el ejército, a los que oía fuera, guardando sus cosas. Gritos de hombres

mientras corrían de un lado a otro, sus pies salpicando en los charcos que se formaban rápidamente por toda la zona. Las lluvias del monzón, que caían durante varios días, descartaban encender fuego. Eso significa que no habría más vendas esterilizadas y que de ninguna manera se podría calentar agua para mezclar hierbas. De repente, era crucial llegar a El Cairo o a Alejandría lo más pronto posible. Finalmente, con sus posesiones guardadas y la herida de Xena limpia, la desesperanza asomó su fea cabeza, y Gabrielle se sentó sobre una alforja. Alzó las rodillas, dejó sus brazos envolviéndolas y bajó la cabeza para romper a llorar. Ya está. Sabía que la condición de su compañera inclinaba la balanza, y las tijeras de los hados se acercaban peligrosamente al hilo de la vida de Xena. Viajar bajo las lluvias torrenciales no solo las retrasarían, si no que dejarían a Xena expuesta a otra infección, o a la tisis. En unas condiciones de debilidad tales, su cuerpo no podría luchar contra cualquier otro ataque. Incluso viajar en barco sería un gran riesgo con tan mal tiempo. —Xena—. La bardo alzó sus ojos preocupados y miró tristemente a su dormida compañera—Me estoy quedando sin ideas. No sé qué hacer para llevarte de vuelta a casa. No puedo hacer milagros. —Yo sí—el dios de la guerra apareció en la tienda entre una nube de humo. —Ares—Gabrielle escupió el nombre. —¿Vienes a regodearte? ¿Como no ha luchado contigo, vienes a verla morir? —No—dijo el oscuro dios. —No es así. —Entonces cúrala—rogó la bardo. —No puedo hacerlo—la garganta del dios se comprimió. —No me digas—murmuró Gabrielle en voz baja. —Oye, rubita, te he oído—gruñó Ares. —No puedo curar a nadie sin el permiso de Zeus. No me lo permite, le he preguntado. —¿Lo…lo has hecho?—la bardo inclinó la cabeza, incrédula. —Sí, pequeña, noble y pesada…—el dios de la guerra se acarició la barba. —Oh, no importa. Podemos discutir esto después. —Si no puedes ayudar, ¿a qué has venido?—Gabrielle cruzó los brazos sobre su pecho.

—Yo no he dicho que no pueda ayudar. He dicho que no puedo curarla—Ares se detuvo junto a ella y deslizó sus dedos por el cabello de su hija. —Puedo llevaros a El Cairo. Instantáneamente, a una cómoda cama y a los mejores cuidados médicos. —¿En serio?—la voz de la bardo casi chirría de la esperanza. —Dilo, rubita, y estarás de vuelta en el palacio de Cleopatra—su gran mano fue a parar a la frente de Xena. Los ojos verdes se estrecharon—¿Y a cambio qué? —No hay nada a cambio—la voz de Ares casi era un rugido de ira. — ¿Por qué no confías en mí? La mente de la bardo se llenó de imágenes sobre constantes traiciones, peligro y cuchilladas que el dios de la guerra había intentado colocar entre Xena y ella desde que comenzaron a viajar juntas. Ares leyó sus pensamientos y sacudió lentamente la cabeza. —Está bien. Me lo merezco. —¿Qué te mereces?—las cejas rubias se fruncieron. —Oh. Mis pensamientos. Se me sigue olvidando eso. —Mira, Gabrielle, puede que no me creas, pero me preocupo por Xena—. Se lamió los labios y tragó—Es mi única hija. Vale, la bardo estudió la oscura cabeza inclinada. Eso responde una pregunta. —Em…Ares. Dame un minuto para hablar con Octavio. —Estará aquí en seguida—el dios oscuro señaló la entrada de la tienda con la cabeza, justo cuando aparecía el romano. —Oye—Octavio desenvainó la espada. —¿Quién eres tú y cómo has entrado en mi campamento? —Apareciéndome—sonrió Ares. —Octavio. No pasa nada. Es…no puedo creer que vaya a decir esto…un amigo. —Oh—el confuso romano tendió la mano, que un divertido dios tomó, agarrando su antebrazo firmemente. —Soy Octavio. —Sé quién eres—sonrió Ares ampliamente. —Permíteme que me presente. Soy Ares, el dios griego de la guerra.

—¿Eh?—el romano dejó el brazo del dios como si quemase, y retrocedió. —Otra larga historia—explicó Gabrielle. —Xena y él tienen…una relación especial. Ha venido para llevarnos a El Cairo. —Q…¿q…?—Octavio intentaba captar las palabras de la bardo. — ¿Cómo? —Cosas de espectáculo.

dioses—Ares

estaba

disfrutando

plenamente

del

—Gabrielle—el romano se acercó a ella y tocó ligeramente su hombro. —¿Estás segura de esto? Unos ojos verdes miraron intensamente a Octavio, conectando con los negros de él en un raro momento de comprensión mutua. —Sí. Es su única posibilidad de vivir. Tú y yo sabemos bien que no sobreviviría a un viaje bajo la lluvia. Y un viaje en barco podría ser un Tártaro bajo el monzón. —Cierto—Octavio hizo una pausa, y después se encontró bajo un cálido abrazo. —Gracias por todo—la bardo lo sostuvo con fuerza. —Te veré en El Cairo en unos días, ¿de acuerdo? —Ten cuidado, amiga mía—el romano palmeó su espalda antes de soltarla. —Tú también—Gabrielle se acercó al lado de Ares y le miró. —Estoy lista. Llévanos a El Cairo, Ares. E dios de la guerra puso los ojos en blanco e hizo una floritura con la mano, sobre sus cabezas. En un instante desaparecieron, dejando un leve rastro de humo tras de sí. Octavio caminó en silencio hacia el lugar donde habían estado momentos antes. Xena, Gabrielle, alforjas, armas, pieles y Ares habían desaparecido, como si nunca hubiesen estado allí. Se habían desvanecido sin dejar rastro. Se sentó en el medio del camastro vacío, con la cabeza entre las rodillas, seguro de que, si seguía de pie, se desmayaría.

Capítulo 12 Ponme como un sello sobre tu corazón... Porque el amor es fuerte como la muerte. —Cantar de los Cantares 8: 6, la Biblia, Nueva Versión Estándar Americana, el derecho de autor por Dios.

E

ra principalmente consciente del dolor que se detenía al límite de unos sueños intranquilos. Al bordear la consciencia, pudo sentir sábanas frías de satén contra su piel y una suave almohada bajo su cabeza. Finalmente, abrió los ojos y vio un alto techo cubierto de tapices bordados en pastel, enmarcados en bordes blancos. Después oteó los postes de la cama de madera que se alzaban dentro de su campo de visión y supo que no estaba en su cama, en la aldea amazona. ¿Dónde estoy? ¿Y cómo he llegado aquí? Tenía la boca seca y la lengua se le pegaba al cielo de la boca. Intentó tragar y casi se atraganta. Dioses. Me siento tan débil como un recién nacido. Sus pensamientos eran confusos y todo parecía lejano y fuera de sí. Su pierna palpitaba constantemente en un dolor sordo, que se volvía de vez en cuando agudo y punzante. Recordaba vagamente la batalla y su herida. Escuchó un tenue rasgueo y se concentró antes de girar la cabeza hacia la fuente del sonido. Gabrielle. Su compañera estaba sentada en un escritorio al otro lado de la habitación, inclinada sobre un pergamino e inmersa en sus pensamientos, mientras una sola vela iluminaba la mesa. Varias velas sobre candelabros repartidas a lo largo de las cuatro paredes proveían de una luz adicional. ¿Gabrielle? ¿Por qué no me responde? ¿Gabrielle? Oh. Espera. No lo he dicho en alto, ¿verdad? —Gh…Gh…—. Malditosseantodoslosdioses. Los sonidos se le atrancaban en la garganta. Tomó aire profundamente y obligó a sus pulmones a expulsar el nombre de su amante. —¿Ghbll?—vio caer la pluma de los dedos de la bardo y flotar hasta el suelo, mientras la cabeza de Gabrielle se giraba apresuradamente para mirarla y dos ojos verdes se ensanchaban por la sorpresa. Xena intentó levantarse, usando los músculos del estómago y las piernas en el proceso, y sintió un insufrible dolor propagarse por su pierna izquierda—Auggh.

—Despacio, amor—Gabrielle estuvo a su lado al instante, acariciando su cabeza y mirándola atentamente con una expresión aliviada pero aún preocupada. —Intenta no moverte mucho. —Agua—susurró la guerrera, y fue recompensada con una bolsa de agua que su compañera sostuvo junto a sus labios. Sorbió el refrescante líquido con voracidad, disfrutando la sensación del fresco líquido contra su lengua. —Con cuidado. No te vaya a sentar mal—la bardo retiró el agua y sonrió brevemente ante el gruñido que recibió, indicando que la guerrera estaba suficientemente consciente como para expresar desagrado. —¿Cómo te sientes?—se sentó con cuidado en el borde de la cama, dejando una mano sobre el abdomen cubierto de lino de su compañera. —Me duele—la voz grave estaba ronca. —¿Dónde…?—alzó una mano y señaló débilmente la habitación antes de que se desplomara de nuevo sobre las mantas. —En la habitación del palacio de Cleopatra, en El Cairo. ¿La reconoces?—dos ojos azules escanearon lentamente la habitación, lo mejor que pudo tumbada en la cama como estaba. Se centró de nuevo en su compañera y asintió, sacudiendo la cabeza ligeramente. —¿Qué hora es?—las pestañas oscuras parpadearon en cuestión. —Casi de noche. El sol se pondrá pronto—la bardo se levantó y abrió la puerta de la terraza, dejando que entrase la brisa fresca permeada de lluvia, junto con la esencia de la tierra mojada que llegaba del desierto. Volvió a la cama y retomó su posición. —¿Cuánto…?—Xena tenía problemas en formar frases completas, y agradecía que su compañera pareciera seguirla. —Llevas herida varios días, cielo—suaves ojos verdes se nublaron, mientras la vela brillaba en las lágrimas no derramadas. —Llevamos aquí tres días—Gabrielle vio los engranajes ponerse en marcha tras los ojos azules y esperó. La guerrera intentaba comprender el lapso de tiempo que su amante acababa de exponerle. Pensaba que estábamos a tres días de viaje de aquí. Pero…arrugó la frente con confusión. —No puedo pensar con claridad ahora mismo. ¿Tengo una herida en la cabeza?

La bardo vio pasar el miedo por el rostro de su compañera. —No, amor. Solo en la pierna. Bueno… y un rasguño en el bíceps derecho—esto le consiguió una débil risita, mientras Xena se miraba los puntos del brazo. —¿Entonces por qué tengo la cabeza tan revuelta?—Xena parpadeó y después cerró los ojos mientras la bardo le acariciaba distraída el estómago. —Por un montón de hierbas contra el dolor, amor—Gabrielle deslizó su mano bajo la camisa de dormir para acariciar la suave piel del bien torneado abdomen de su amante. Esto siempre parecía confortar a la guerrera. —Los sanadores de palacio te han dado cosas muy fuertes. Te mantenían fuera de juego veinticuatro marcas al día. Hemos empezado a bajarte la dosis esta mañana. Estabas muy malherida. —Aún lo estoy—la guerrera abrió los ojos, un poquito. —Cansada. —Xena, vuelve a dormir—la bardo continuó acariciando el firme abdomen de su amante. —No creo que estés lista para despertarte aún. —Quédate—insistió la rasgada voz, mientras Xena luchaba contra la fatiga. —No me voy a ninguna parte, amor—Gabrielle se acurrucó en la manta cerca de su amante, tendida sobre un costado y envolviendo con un brazo el torso de la guerrera. —Estaré aquí cuando te despiertes. —¿Lo prometes?—la cabeza morena se giró hacia su compañera. Una expresión de vaga aprensión verbalizaba su profunda confusión, dadas las circunstancias. —Te lo prometo—Gabrielle sintió una mano grande cubrir la que tenía sobre el estómago de Xena. —Bien—los ojos azules se cerraron y la respiración de Xena se profundizó. Gabrielle vigiló hasta que supo que su compañera estaba totalmente fuera de combate. Solo entonces permitió que se derramasen las lágrimas acumuladas, empapando la funda de la almohada bajo su mejilla. Vas a estar bien, Xena. Tienes que hacerlo. Era la primera vez que la guerrera recobraba plenamente la consciencia desde la batalla. Unas cuantas marcas más tarde Xena abrió los ojos, con la cabeza mucho más despejada. Lentamente, giró la cabeza hacia un lado y

estudió el rostro de Gabrielle. La bardo seguía tumbada a su lado, su frente arrugada por la preocupación, incluso dormida. La guerrera estiró una mano y acarició suavemente la mejilla de su compañera con el dorso de sus dedos, frunciendo el ceño ante el rastro de las lágrimas que encontró allí. Ha llorado mucho durante este viaje. ¿Cuántos sacrificios vas a hacer por mí, amor? Gabrielle sintió el tacto de su amante y se acercó inconscientemente, envolviendo su brazo con más firmeza sobre la cintura de Xena y enterrando su rostro en el hombro de la guerrera. Xena dejó su propio brazo sobre el de Gabrielle y acarició distraída su cabello rubio con la otra mano. Sonrió al ver relajarse la cara de la bardo. Eso es, cariño. Deja de preocuparte. La guerrera aún podía sentir el dolor sordo de su pierna, y alzó la cabeza, intentando verse la herida, para encontrar solamente la parte baja de su cuerpo cubierta por una manta ligera. Su cabeza cayó de nuevo sobre la almohada y suspiró. ¿Por qué tengo la sensación que es más que un rasguño? Gabrielle se estiró y respiró profundamente, inhalando la esencia de la piel de su amante con vago placer. ¿Xena? Lentamente, fue consciente del cuerpo que tenía rodeado y abrió los ojos. Alzó la vista para encontrarse con dos ojos azules que la miraban profundamente. — Xena, estás despierta—la bardo se sentó. —¿Cómo te sientes, cielo? —Menos confusa—la guerrera intentó sentarse, pero fue detenida por la suave presión de la mano de la bardo sobre su estómago. —Quiero verme la pierna. —Con cuidado—Gabrielle se movió rápidamente y puso una mano bajo los hombros de su compañera. —Espera, déjame ayudarte. La guerrera permitió que la bardo sostuviera el peso de su cuerpo mientras se sentaba lentamente. Sintió un mareo momentáneo mientras su equilibrio se reajustaba al estar de pie por primera vez en cuatro días. Xena vio desaparecer los puntitos negros y después, vacilante, levantó la manda, preparándose para lo peor. Varias capas de vendas estaban envueltas sobre su muslo izquierdo. —¿Puedes…em…? —Claro. Déjame…—Gabrielle cogió todas las almohadas de la cama y las usó para mantener erguida a su compañera. Comenzó entonces a desatar los vendajes, alzando con cuidado la pierna de Xena a cada vuelta. La guerrera observó en silencio, decidida a no estremecerse ni a

reaccionar ante el extremo dolor que esas simples acciones le estaban causando. La bardo alcanzó la última venda y alzó la vista. Los músculos de la mandíbula de Xena estaba firmemente apretados y sus manos apretadas. —Oh, dioses, Xena. Cariño, lo siento. Debo haberte hecho daño. —No pasa nada—la guerrera se obligó a relajarse. —Ni lo he notado. —Ah ah—Gabrielle sacudió la cabeza. Es más terca que una mula. Que los dioses le prohíban reconocer que le duele. —Xena…antes de quitarte esto… —Gabrielle, puedo sentir que probablemente esté bastante mal, ¿de acuerdo?—la guerrera tocó suavemente la rodilla de su compañera, que estaba presionada ligeramente junto a su cadera. —Acabemos con esto, ¿por favor? La bardo no dijo nada y lentamente retiró la última capa de vendaje. Se giró y miró al rostro estoico que no pudo leer. —¿Xena? La guerrera estudió la herida con gran cantidad de desapego, como si no fuese suya. Una larga cicatriz de puntos recientes se extendía por casi toda la parte superior de la pierna, desde la cadera hasta la rótula. La piel a su alrededor parecía sana, y no parecía supurar. De hecho, la superficie de la herida estaba comenzando a sanar, como evidenciaba una membrana rosada que recorría el corte. Un tenue aroma de hierbas emanaba de la superficie, testigo del diligente cuidado de Gabrielle. —Em…¿cuántos puntos? —Casi cincuenta, creo—Gabrielle frunció los labios. —Buen trabajo—. La guerrera intentó levantar la rodilla e, inmediatamente, lo lamentó—Maldición, cómo duele. ¿Cómo es de profunda? —Xena—la bardo se acercó a la cabeza de su amante. —La verdad es que no me paré a medirla. Creo que llega hasta el hueso, pero no estoy segura. Había muchísima sangre. Y esa era nuestra principal preocupación, cerrarla antes de que te desangraras. —Mmmm—. Estaba empezando a recordar. El pinchazo de la espada cuando le abrió la pierna…su miedo a morir…la valentía de Gabrielle al

ocuparse de ella… el insoportable dolor cuando la bardo cauterizó la herida…la traición de Gregorias…el sai volando sobre su cabeza…sus ojos se ensancharon. Gabrielle ha matado a alguien para salvarme la vida. Otra vez. —Tú…Gregorias…Gabrielle, siento haberte puesto en esa situación. —Xena, vamos a dejar esta conversación para más tarde, ¿de acuerdo?—la bardo trazó el contorno del rostro de su amante con las puntas de sus dedos. —¿Hasta que te sientas un poco mejor? —Está bien—la guerrera se sentía extremadamente fatigada. — Podemos hacerlo. —Solo has de saber que no lamento lo que hice—Xena giró la cabeza y Gabrielle sintió el ligero beso de la guerrera sobre la palma de su mano mientras se reclinaba contra ella. —Y no quiero que tú lo lamentes. —Intentaré no hacerlo—sonrió la guerrera. —Em…supongo que no podrás conseguirme algo para comer. Tengo un pozo en el estómago. —No se me ocurre por qué—Gabrielle le agitó el pelo moreno. —Creo que puedo buscar algo. Ahora vuelvo. No te vayas. —Ja-ja-ja—Xena hizo un laxo intento de palmear a su compañera en el brazo, quien consiguió esquivarla. Observó desaparecer a la bardo por el pasillo y se tornó reflexiva. Vale. Estoy viva. A partir de aquí es cuesta abajo. La guerrera barajó esta idea durante unos minutos, recordando su propio miedo cuando vio la herida y observó la sangre derramarse en el suelo. No puedo creer que haya sobrevivido a esto. Nadie…nunca…ninguno de los soldados de mi ejército…Nunca había visto a nadie con una herida tan severa vivir para contarlo. Dioses. Me va a llevar toda la vida recuperarme de esto. No voy a ser capaz de caminar. Ni correr, ni saltar, ni dar volteretas. Solo los dioses saben cómo voy a ser capaz de defenderme…Lo pensó un momento y sonrió con tristeza. Tienes a Gabrielle…murmuró una vocecilla en la parte de atrás de su conciencia, obligándola a reconocer que la bardo era, de hecho, capaz de cuidar de las dos si tenía que hacerlo. Hubo un tiempo en que, si esto hubiera pasado, la habría obligado a dejarme porque sería demasiado peligroso estar conmigo. La habría mandado de vuelta a Potedaia. Porque tenía que protegernos a las dos. La pequeña voz se echó a reír. Guerrera, sabes que no te hubiera

dejado, incluso entonces. Está pegada a tu lado después de haberte visto morir dos veces. ¿Qué te hace pensar que una pequeña banda de puntos la iba a asustar? No es tan malo como tener las piernas rotas. Estudió los puntos descubiertos y se estremeció, recordando uno de los episodios más oscuros de su vida. Una vez cuando una pequeña e insignificante decisión le habían traído años de ira, dolor y destrucción irreparable. Años que parte de ella sabía que no podría reparar jamás. Destruí más que la propiedad. Arruiné miles de vidas. Y todo empezó cuando César me rompió las piernas y me traicionó. ¿Cómo podría haber sido todo diferente si hubiera tenido una Gabrielle en mi vida cuando César me crucificó la primera vez? ¿El amor de Gabrielle habría sido más fuerte que el amor de Lao Ma? Los dioses saben que Lao Ma lo intentó. Quizás tenía que llegar al final de la cuerda antes de aceptar el amor en mi vida. Quizás es bueno que no hubiese conocido a Gabrielle entonces. ¿La habría rechazado, o habría querido ser mi amiga? ¿O eso que ambas tenemos, la parte que nos hace almas gemelas, habría superado a toda la ira? Por supuesto que ha sido algo bueno tener en mi vida a Gabrielle hace cuatro días. Maldición. Me pregunto cómo se siente realmente por haber matado a Gregorias. Brevemente se preguntó qué habría pasado durante el tiempo que estuvo inconsciente, y frunció el ceño de nuevo ante la confusión, sabiendo que el número de días que supuestamente hacían falta para llegar a El Cairo no aparecían por ninguna parte. Anotó mentalmente la necesidad de preguntarle a Gabrielle cómo había pasado y después volvió al problema de su pierna izquierda. Bueno, vamos a ver qué puedo hacer. Miró con culpa a su alrededor, por si su compañera estuviese espiando detrás de la puerta para asegurarse que se comportaba debidamente. Su rostro reflejó concentración y, suavemente, deslizó las dos piernas hacia un lado hasta que la buena colgó hasta tocar el suelo y la herida quedó derecha, apoyada sobre el talón en la gruesa alfombra que cubría el suelo. Toda la pierna le palpitaba al ritmo de cada latido de su corazón. Xena sostuvo su peso sobre sus brazos y se deslizó hasta el borde del colchón. Vamos allá. Se levantó, cargando todo su peso sobre la pierna derecha. La izquierda gritó de dolor, solo por el esfuerzo de mantenerse erguida. Después de tomar aire varias veces, dio un par de saltos a la pata coja hasta pasar la alfombra y llegar al suelo. Ganando confianza

e sostenida por el impulso, continuó cruzando la habitación, saltando sobre una pierna hasta llegar al hogar al otro lado de la habitación, reclinándose con esfuerzo contra él mientras recuperaba el alieno. Se giró para volver a la cama, esperando que su compañera no regresase demasiado rápido, y de repente la pierna de apoyo se volvió fláccida como un espagueti. —¡Uaa!—cayó de culo, sentada sobre la chimenea, y examinó con preocupación los puntos, suspirando de alivio cuando comprobó que no se había abierto ninguno. —¿Miau?—el pequeño amiguito felino apareció de repente, y se detuvo a mitad de camino hacia la puerta del patio para frotar su cuerpo desde la nariz hasta la cola contra la jamba de la puerta. El exquisito animal recorrió la distancia y se detuvo cerca de la guerrera, dejando una garrita sobre el pie de la pierna herida. —Hola—sonrió Xena, a pesar de la situación. —¿Has venido para reírte de mí? —¿Miau?—el gato procedió a frotar su cara contra la pierna baja de la guerrera. —Ha sido bastante estúpido, ¿verdad?—Xena se recostó contra la pared que tenía detrás, estirando la pierna izquierda totalmente, apartando delicadamente al felino. —Cuidado ahí, colega. Ya tengo bastantes problemas. Si no llevo mi culo a la cama antes de que vuelva Gabrielle, a lo mejor duermo sola esta noche. El gatito la miró atentamente y después giró sobre el suelo, panza arría, rogando que le rascase la tripa mientras agitaba sus patitas en el aire— ¿Miau? —Oh. No eres él. Eres ella, ¿verdad?—la guerrera echó su primer vistazo en condiciones a las partes bajas del animal, percibiendo claramente la falta de atributos masculinos. —Oh, oh—estudió el vientre ligeramente abultado del gato, inclinándose ligeramente y obviando el dolor que le provocó—Y tienes una barriga llena de pequeñines, ¿a que sí? —¡Xena!—la guerrera había estado tan ocupada hablando con el gato que no había oído las suaves pisadas de su compañera en el pasillo, ni tampoco había oído la puerta abrirse. —¿Qué, en el nombre de Artemisa, estás haciendo? —¿Sentarme? ¿Descansar la pierna?—Xena fingió inocencia. —Oye, ¿sabías que no es gato, que es una gata, y que está preñada?

—Estás en graves problemas, princesa guerrera—Gabrielle echaba chispas mientras dejaba la bandeja de comida sobre una mesa y descargaba su ira. —Y no me importa una mosca del higo que el gato…¿has dicho “preñada”? —Sí—la guerrera señaló al profundamente alegre felino, quién se había acurrucado alrededor del tobillo derecho de Xena y le hacía cosquillas en la piel con su poderoso ronroneo. —Empieza a notarse. —Oh, qué bonito—la bardo olvidó momentáneamente su enfado y bajó hasta el suelo, acariciando suavemente el corto pelo marrón, gris y negro. —¿Podemos llevárnosla a casa? ¿Por favor? Dada la situación, Xena no estaba en condiciones de negarle nada a su compañera. —Sí—suspiró—Si Cleo está dispuesta—. Miró a Gabrielle y compuso su sonrisa más encantadora—¿Me levantas el castigo? —Ni lo sueñes—la bardo se acercó a ella rápidamente sobre el hogar y dejó una mano sobre un ancho hombro. —Xena, ¿en qué estabas pensando? —Solo quería ver si podía andar por ahí—la guerrera hizo un puchero. —¿Y no podías esperar a que volviese?—Gabrielle pinchó con suavidad a su compañera en las costillas. —¿Y si te hubieses caído y se te hubiese abierto el corte? —No ha pasado nada—murmuró Xena en voz baja, acariciando distraída al gato, quién, sintiendo la discusión, había saltado sobre su muslo bueno, aparentemente tomando posiciones a su favor. —Pero podría. Xena, no sé qué haría si te pasase algo. Yo…—dejó los codos sobre las rodillas y enterró su rostro sobre sus manos alzadas. — Casi te pierdo hace unos días. Dos veces en un mismo día…—sorbió— …pensaba que ibas a dejarme, Xena. No puedo con esto. Es demasiado. —Cariño—la guerrera observó la pequeña figura de su compañera estremecerse con las lágrimas silenciosas y envolvió con un brazo su cuerpo, atrayéndola contra su costado. —Nunca te dejaré, Gabrielle, incluso aunque…estemos físicamente separadas durante un tiempo…Planeo sentarme bajo ese árbol y echarte un ojo.

—No es lo mismo—la bardo se enterró con más firmeza en el costado de Xena, incómoda ante las palabras de la guerrera. —No puedo abrazar a un fantasma. —Gabrielle, lo siento. No quería preocuparte—Xena besó la cabeza rubia. —Mira. Me haré con un par de muletas. No lo haré más. —Lo harás igualmente—Gabrielle sonrió ante la esencia picante de la piel caliente. —Te conozco, Xena. Si se supone que tienes que esperar una luna para andar, lo estarás intentando en dos semanas. Si debe pasar una estación antes de que corras, saldrás a dar un paseíto en menos de una luna. Si las volteretas están fuera de discusión durante seis meses, las estarás haciendo durante el Solsticio de invierno. En el clavo. La guerrera miró a los ojos verdes que, finalmente, se alzaron para mirarla. —¿Soy tan mala enferma? —Sí—la bardo acarició los mechones oscuros para apartarlos del rostro de su compañera. —Y sé por qué acabas de intentar levantarte cuando yo no estaba por aquí. —¿Ah, sí?—dos cejas oscuras se alzaron. —¿Por qué? —Orgullo—dijo Gabrielle con una sonrisa de suficiencia. —Eso no es verdad—protestó Xena. —Sí que lo es—sonrió la bardo y palmeó la parte superior del pecho de su amante. —Tenías que estar sola la primera vez que intentases levantarte, porque en tu interior, profundamente, tienes miedo de fallar. Y no podías hacerlo delante de mí. O de cualquiera, para el caso. Dioses. La guerrera parpadeó, admitiéndolo. Tiene toda la razón. — Supongo que eso viene de crecer con dos hermanos. Ellos…siempre era mejor que ellos…físicamente, quiero decir. Gabrielle soltó una risita y agitó las cejas sugestivamente. —Oye—Xena le hizo cosquillas en el torso. —No había probado esas habilidades físicas. Aún no. Pero cuando se trataba de saltar, o correr, o trepar, o cualquier cosa que requiriese fuerza o velocidad o destreza, podía ganarles casi siempre. Desde que tuve unos pocos veranos. Así que cada vez que hacía el tondo o perdía, me lo recordaban constantemente. Durante días.

Fueron unos veranos realmente duros. Siempre he sido alta, pero cerca de los once veranos, empecé a dispararme hacia arriba. Un día llegaba a la altura del hombro de mi madre y al día siguiente tenía que bajar la cabeza para hablar con ella. Me llevó algún tiempo acostumbrarme para no tropezarme con mis propios pies, que cada día eran más grandes. Lo conseguía, la mayoría de las veces, pero Lyceus y Toris eran bastante crueles cuando se burlaban. Oh, dioses, y cuando me crecieron los pechos y las caderas, me lo hicieron pasar mal, maldita sea. Estuve totalmente desorientada durante un tiempo. La bardo acarició suavemente una de las caderas en cuestión y besó la parte superior de un pecho a través de la cálida tela de la camisa. — Me alegro de que te crecieran, cariño—sonrió. —Sí. Yo también—rio la guerrera entre dientes. —Pero entonces…a veces trepaba al pajar y lloraba, rogando a los dioses que me hicieran un chico. Odiaba sentirme tan rara y tan consciente de mí misma. Supongo que aún lo sigo haciendo. No soporto que la gente esté pendiente de verme fallar. O de la gente a la que no le importa, llegado el caso. —Xena—Gabrielle envolvió con un brazo la cintura de su compañera y la apretó distraída. —Sabes que yo nunca me reiría de ti si te cayeses, a menos que estemos jugando, peleando o jugando a pilladas o algo así. Seguro que no me haría gracia si te cayeses mientras te recuperas de esta herida. Si acaso, me darías un susto de muerte. Tu cabeza tiene que recorrer mucho camino hasta el suelo. Odiaría ver cómo te haces más daño. —Gracias—la guerrera acarició con sus labios la frente de su compañera. —No puedo prometerte no seguir intentándolo, pero intentaré no ser tan terca. —Es lo único que puedo pedir—Gabrielle sonrió y olisqueó el aire, apreciando la esencia del cordero que había traído de la cocina de palacio. —¿Quieres intentar ir hasta la mesa? —¿Me ayudas?—Xena sonrió y dejó su brazo bueno sólidamente sobre los brazos de la bardo. —Vale, esto va a ser un poco difícil porque tengo la pierna y el brazo izquierdo un poco tocados. Solo…vamos a tomárnoslo con calma e intentaré dejar la mayor parte de mi peso sobre la pierna derecha y usarte para mantener el equilibrio. Tengo que

saltar a la pata coja, así que ten paciencia conmigo. Tienes un montón de paciencia en eso. —Cierto—sonrió la bardo con suficiencia. —¡Oye!—una larga mano la golpeó con rapidez en el estómago. —Flojucha—Xena acarició la zona que acababa de golpear. —No más que tú—Gabrielle le sacó la lengua y gritó cuando Xena aprovechó la oportunidad para inclinarse y besarla, cubriendo sus labios durante unos momentos. Después de varias paradas, la guerrera aterrizó finalmente en una silla con la pierna izquierda alzada sobre otra silla al otro lado de la mesa. Su estómago gruñó sonoramente mientras Gabrielle servía dos cuencos llenos de estofado de cordero, junto con unas piezas de pan especiado sin levadura que era base de la dieta egipcia. —Gracias, cariño—Xena mojó un trozo de pan en el bol y lo mordió con hambre. —Dioses, qué bueno está. Creo que estaba famélica. —Fue en parte por eso por lo que empezamos a retirar las hierbas—la bardo habló con la boca llena de estofado y verduras. —Era un cara o cruz entre el dolor y el hambre. No habías comido nada sólido desde el desayuno el día de la batalla. Decidimos que si tenías que recuperarte bien, tu cuerpo necesitaba gasolina. —Buena decisión—la guerrera se volvió pensativa. —Gabrielle, si luchamos hace cuatro días, ¿cómo hemos podido estar de vuelta en tres? Debería haber llevado tres días traer de vuelta al ejército desde tan lejos. —Xena, estabas a punto de morir—los ojos de la bardo tomaron una mirada lejana. —El primer día tuviste una infección horrible. Y justo después de pasar por eso, empezó a llover, llegó el monzón—Gabrielle señaló afuera, a través de la terraza, donde continuaba lloviendo con regularidad. —Estaba quedándome sin ideas. Me senté a tu lado y comencé a prepararme para la posibilidad real de que fueras a morir. —¿Entonces cómo…? —Ares—la bardo vio estrecharse los ojos azules y casi pudo ver a su compañera erizarse ante la mención del nombre de su padre.

—¿Qué quieres decir con “Ares”?—la guerrera luchó para mantener el control de su voz. —Gabrielle, por favor, dime que no le pediste ningún favor. —Se ofreció él—la bardo apartó una oleada de furia. —Xena. Estaba desesperada. Me senté en la tienda del sanador, llorando y despidiéndome de ti. Y él…apareció. Me dijo que le había pedido a Zeus que le dejase curarte, pero que Zeus no se lo permitió. Así que se ofreció a hacer lo segundo mejor, transportarnos de vuelta aquí, donde al menos tendrías una oportunidad de sobrevivir. Por favor, no te enfades conmigo por eso. Estoy segura de que no se va a aprovechar. Tú habrías hecho lo mismo, y lo sabes. —Lo siento—el comportamiento de Xena se suavizó sensiblemente. —Es que no querría que volviese a reclamarte nada. Es bien conocido por contar cuentos. Pero si se ofreció libremente, eso es distinto. Me pregunto por qué lo hizo. —Xena, me dijo que se preocupaba por ti. Y estoy empezando a creerlo. Cuando llegamos aquí, nos materializó en esta habitación. Te llevó hasta la cama él mismo, y pasó varios minutos viéndote dormir. Creo que realmente temía por tu vida. Después de eso, fue personalmente a hablar con Cleopatra, se presentó, le dijo lo que había pasado y la trajo aquí—Gabrielle hizo una pausa para ordenar sus ideas. —Xena, cielo, Ares me dijo que tú eras su única hija. —¿En serio?—la conmoción era evidente en los ojos azules. —Me pregunto si tiene hijos. —Debería haberle preguntado—la bardo se mordió el labio inferior. —En ese momento, no estaba en la cabeza de mi lista. —Comprensible—la guerrera dejó la información aparte para sopesarla después. —¿En fin, dónde está Cleo? —Ha estado fuera durante varios días—Gabrielle miró al escritorio donde había estado escribiendo. —Está muy preocupada por ti, y extremadamente agradecida por cómo se han desarrollado las cosas gracias a Octavio y a ti. Hemos pasado algo de tiempo discutiendo tratados y otros asuntos. Les hice venir aquí. No quería separarme de ti. —Dioses. Espero no haber roncado o haber hecho algo vergonzoso— Xena se cubrió la cara con una mano.

—Cielo, tú no roncas—rio la bardo—¿Ves el biombo doblado de la esquina? Mientras estuvieron aquí, lo puse a los pies de la cama para darte algo de privacidad. —Gracias—la guerrera sonrió agradecida a su compañera. —¿Y qué clase de planes has hecho? —Cosas básicas. Querían esperar a que estuvieras levantada para reunirse contigo antes de que terminase todo. Aparentemente querían tu contribución. He estado trabajando en un esbozo de lo que ya hemos hablado sobre la relación de Roma y Egipto, como otros planes para los ciudadanos de Egipto, algunas de las cosas que hablamos cuando íbamos a ver a María y José la primera vez. —¿Por qué quieren hablar conmigo?—Xena frunció el ceño. —Tú eres la que tiene experiencia guiando una nación, yo solo he liderado un ejército. —Xena, mi experiencia se limita a dos estaciones. Tú lideraste un ejército casi diez veranos. Respetan tu opinión—Gabrielle acarició el antebrazo que estaba sobre la mesa. —Em…hablando de Octavio, me dijo que querían venir a verte cuando te sintieses mejor. María y José, Eli, Cleo…han estado muy preocupados por ti. —¿Cómo saben lo que ha pasado?—la voz de la guerrera contenía una nota de burla. —Les envié mensajes para contarles lo que pasaba—Gabrielle se sonrojó. —María vino a visitarte una vez. Eli ha estado aquí todas las mañanas, como apoyo moral, más que nada. Planea quedarse en Egipto durante un tiempo y ayudar a Saqqara a localizar a los muertos egipcios que aún no han cruzado. Y dijo que después de eso pretende ir al sur con algunos de sus seguidores. Dijo que hay tribus que viven en las junglas inexploradas que quizás necesiten su ayuda. Le hice prometer que estaría en Grecia para nuestra ceremonia de unión. Oh, dioses. Xena se había olvidado de la unión, que estaba a menos de una estación. Quizás aún no sea capaz de caminar. —Gabrielle…—. Por favor, cariño, no te pongas furiosa. —Sobre la ceremonia… Dos ojos verdes se ensancharon con recelo—¿Te…te lo has pensado mejor? —No. Oh, no, cariño. Quiero unirme contigo más que nada en el mundo. Pero me gustaría tener bien las dos piernas. Hay algunas cosas

que tengo pensadas para la ceremonia en las que necesito estar completamente sana—la guerrera le hizo un guiño a su compañera. —¿Qué clase de cosas?—Gabrielle deslizó su pulgar sobre los finos pelos del antebrazo de la guerrera, observando pequeños escalofríos alzarse a su paso. —Em…—Xena disfrutó la placentera distracción. —Es un secreto, bardo mía. Pero nada vergonzoso, te lo prometo. Solo cosas que lo harán mucho más especial para nosotras. ¿Te molestaría mucho que lo pospusiésemos un tiempo? —Hmmm. No me importa, pero después del festival de la cosecha el tiempo se enfría bastante rápido. Odiaría pedirles a nuestros amigos y familiares que viajasen a través de la nieve—Gabrielle dejó un codo sobre la mesa y dejó su mentón sobre la mano. —Tendremos que esperar hasta el equinoccio de primavera en lugar del de otoño. Los ojos azules brillaron con esperanza. —¿No te importa esperar tanto tiempo? —Xena—la bardo tomó la mano de su amante entre las suyas. —En mi corazón, ya estamos unidas. Empecé a pasar el resto de mi vida contigo hace cuatro veranos. Quiero una ceremonia para hacer legales las cosas, más que nada. Pero esperar unas estaciones más no disminuirá lo más mínimo lo que compartimos. La guerrera levantó las manos de su compañera y las besó. —Mi amor…mi vida…mi luz. Gracias. Quiero, sobre todas las cosas, que la ceremonia y que el tiempo que pasemos en nuestra habitación después sea perfecto. Tú te mereces lo mejor. —Ahora mismo, estoy feliz porque estés viva, cielo—la bardo parpadeó para apartar lágrimas de felicidad. —Tú…¿de verdad tienes pensado algo para hacer tú en nuestra ceremonia de unión? No durante el tiempo que pasemos después en la habitación. No tengo ninguna duda de que ya has hecho planes para eso. ¿Pero para la ceremonia? —Gabrielle—Xena sonrió. —Mejor será que sepas que tengo planes para la habitación. Pero sí, he pensado en algunas cosas que me gustaría hacer en la ceremonia. Solo tengo pensado enamorarme una vez. Quiero que sea algo que recordemos durante el resto de nuestras vidas. Además, eres una reina amazona. Creo que eso requiere algo más que solo leer lo que está escrito en los pergaminos.

Esto tocó el punto más hondo del alma de la bardo, que su compañera estuviese pensando en algo más que en los votos básicos que era preciso intercambiar. —¿Quién iba a decir que te ibas a volver una romántica?—sintió más lágrimas caer de sus ojos y sonrió cuando Xena las limpió. —Solo por ti, amor—Xena se sintió anormalmente tímida por sus planes para su ceremonia de unión y decidió que se imponía un cambio de tema. —Gabrielle, estoy bastante cansada. ¿Crees que estamos a salvo de sanadores o alguien que pueda aparecer por aquí? —Sí—Gabrielle sonrió—Cuando fui a por la comida, le dije a Cleopatra que estabas despierta, pero que no nos molestasen hasta mañana a la hora del desayuno. Le dije que necesitabas descansar antes de ver a nadie. —Estoy…exhausta—la guerrera sintió el esfuerzo de su pequeña sesión de ejercicio anterior, una debilidad total que se instaló de repente en su cuerpo. —¿Te acurrucarías aquí conmigo mientras me duermo? ¿Y me contarías una historia, quizás? —Me encantaría—Gabrielle ayudó a su compañera a levantarse, ayudándola a volver a la cama, a lavarse un poco y a ponerse una camisa de dormir limpia y cambió el vendaje de la pierna. Al final se acurrucó en la cama cerca de la guerrera y se acomodó delicadamente al lado derecho de la guerrera, sintiendo un largo brazo que la atraía más cerca. —¿Qué historia quieres oír? —Algo alegre, creo—la guerrera bostezó y cerró los ojos mientras la bardo se lanzaba a una historia sobre una joven aldeana que perdía su corazón y una fuerte y valiente guerrera. Xena sonrió en el sueño, reconociendo a los dos personajes principales inmediatamente. Mientras la voz familiar de su compañera calaba en ella, se dio cuenta de que no tenía fuerzas para luchar contra el sueño que la llamaba. Gabrielle acabó la historia sabiendo que su compañera ya estaba profundamente dormida. Suspiró, trazando dibujos sobre la piel suave del pecho de su compañera. —Esa es la historia más feliz que conozco. Y la vivo cada día de mi vida. La bardo se separó del agarre de su amante para recorrer la habitación y apagar las velas, dejando una encendida para posarla sobre la mesilla de noche. Se giró hacia la cama y sonrió al ver al gato acurrucado a los pies del colchón. —Vale. Supongo que puedes dormir

ahí. Pero no me hago responsable si la señorita Piernas Largas te da una patada y te tira en mitad de la noche. —¿Miau?—el gatito alzó la cabeza y parpadeó en la oscuridad. —Sí. Date por avisado—se acostó con cuidado al lado de su compañera y sonrió cuando Xena la volvió a atrapar. Era un movimiento totalmente inconsciente por parte de la guerrera, y algo que había hecho durante las noches de dolor, buscando inconscientemente la única fuerte de alivio que había conocido durante su vida adulta. La bardo se inclinó para besar la mejilla de su amante. —Bienvenida, Xena. Te he echado mucho de menos—se acurrucó más cerca y se unió a su compañera en la primera noche de buen sueño que había tenido en días.

Gabrielle se despertó con un ligero camino de besos que recorría su frente y su mejilla. Abrió los ojos para encontrar dos ojos azules y divertidos mirándola desde muy cerca. —Buenos días, preciosa—la profunda voz de Xena era rasgada. —Mmm. Buenos días. Debes de sentirte mej…—las palabras de la bardo duraron poco cuando la guerrera inclinó la cabeza y mordisqueó suavemente sus labios. —Dioses, he echado de menos despertarme así. —¿Sí?—Xena sonrió y la besó otra vez. —No sé si estoy para mucho más, pero está bien, ¿verdad?—envolvió sus brazos alrededor de la bardo y la atrajo hacia sí hasta que la mejilla de la bardo estuvo apoyada en el pecho de la guerrera. —Está más que bien—la bardo mordisqueó la garganta expuesta de la guerrera y después se movió más arriba, cautivando a su compañera en una larga exploración de sus labios que las dejó a ambas sin respiración. —Ahora tengo un incentivo para recuperarme—rio Xena. —No querría que pensases que he perdido mi toque. —De eso nada—sonrió Gabrielle. —Sospecho que cuando nuestros hijos sean mayores y nos den nietos, seguirás persiguiéndome. —Cuenta con ello—la guerrera deslizó sus dedos por el corto cabello rubio. —Puedo verlo ahora mismo…iré balanceándome de un lado a otro con un bastón a toda velocidad, y tú intentarás ahuyentarme con tu vara.

—Nop—la bardo capturó su mano y besó los nudillos llenos de cicatrices. —Querría que me atrapases—. Sus ojos se volvieron verde oscuro con la pasión acumulada—No puedo imaginarme un día en que no tenga ansias de me toques. —Oh, mi amor. Siempre lo tendrás—Xena deslizó sus manos bajo la camisa de dormir de su amante y le acarició la espalda. Sonrió cuando Gabrielle prácticamente ronroneó, y eliminó la distancia entre ellas, compartiendo otro beso. —Te daré más muy pronto, te lo prometo— susurró la guerrera en el oído de su amante. —Vale la pena esperar—murmuró la bardo en el cuello de su compañera, acariciando con su nariz la suave piel. —Creo que estoy eliminando esas hierbas—Xena continuó acariciando distraída la parte superior de la espalda de la bardo. —Tengo la cabeza mucho más despejada esta mañana. Estoy pensando que a lo mejor puedo echarle buen humor y dejar las hierbas durante un tiempo. —--Xena, solo ten cuidado, ¿de acuerdo?—Gabrielle frunció las cejas por la preocupación. —Si necesitas dormir unos días más para evitar el dolor, no voy a protestar. —Cariño, quiero irme a casa—la guerrera acarició el ceño de la bardo hasta que las arrugas desaparecieron. —Y para eso necesito activarme lo antes posible. No puedo dejar que mi cerebro esté atontado. —¿Has pensado en cómo vamos a llevarte a casa?—la bardo frunció los labios. —Cogeremos un barco por el Nilo y después encontraremos otro barco que vaya a Grecia. Igual que vinimos aquí—el tono de Xena era sensato. —Sí, pero Xena, hay un largo camino de aquí al puerto. Y otro largo viaje desde el delta del Nilo al puerto de Alejandría. Al menos lo será para alguien que no pueda caminar—. Gabrielle miró atentamente la pierna herida—Y tampoco puedes cabalgar, quiero pensar. Probablemente no sería buena idea que estirases la pierna. —Contrataremos una carreta o algo así—sonrió la guerrera. —Cielo—la bardo no pudo evitar devolverle la sonrisa. Se había olvidado de cómo brillaban los ojos de Xena cuando estaba feliz. — Cuando lleguemos a Pirgos, seguiremos teniendo un largo camino por

delante hasta la aldea amazona. Y Argo y Estrella están en los establos de tu primo en Pirgos. ¿Cómo vamos a hacer esa parte del camino? —Supongo que tendremos que buscar alguna carreta en Pirgos. O comprar una, si no es muy cara—. La guerrera se movió, apoyándose sobre los codos—No te preocupes, amor. Estoy decidida a ir a casa, de una manera u otra. —Confío en que encontraras la manera—Gabrielle dejó ir a su compañera de mala gana y se estiró, antes de rodar sobre la cama y levantarse. —¿Y qué te parece si nos encuentro algo de desayunar? —Suena genial. Y después me gustaría bañarme, si puedes ayudarme a llegar allí—la guerrera se sentó con cuidado y dejó ambos pies en el suelo. —Me pregunto si Cleo podría enviar a un mensajero al mercado a por un par de muletas. —Se lo pediré mientras estoy fuera—la bardo se inclinó y besó a la guerrera en la cabeza. —Ahora vuelvo. Sé buena. Xena puso los ojos en blanco—Estaré aquí sentadita hasta que vuelvas. —Ya…—Gabrielle se quitó la camisa de dormir y se puso una túnica verde oscura. —No me preocupa eso. Me preocupa que estés ahí sentada pase lo que pase mientras yo estoy fuera. —Me conoces demasiado—rio la guerrera. —Sí—la bardo se detuvo en la puerta. —Y te quiero igualmente—le mandó un beso a su compañera y se alejó pasillo abajo.

Una semana después Gabrielle estaba sentada en una mesa de mármol en el patio central del palacio de Cleopatra. El cálido sol de la mañana brillaba sobre las páginas de su diario, que estaba desperdigado frente a ella, recogiendo los sucesos y pensamientos sobre todo lo que les había pasado recientemente. De vez en cuando tomaba sorbos de un vaso alto de zumo de naranja, y alzaba la vista con frecuencia para captar la belleza de los jardines que la rodeaban o para observar a su compañera, que estaba ocupada dando vueltas a la amplia extensión vallada con sus muletas.

—Gabrielle, mira—dijo en voz alta la guerrera desde el otro lado del patio. Oh, dioses, ¿y ahora qué? La bardo dejó de escribir y alzó la vista con gran agitación. En la semana que llevaban con ellas las muletas, había aprendido rápidamente a temer a su compañera cuando decía “mira”. Cuando estuvo segura de tener la completa atención de su compañera, Xena sostuvo su peso sobre las muletas, alzó la pierna herida, dobló la derecha y después se catapultó al aire, con las muletas pegadas a sus costados, dando un giro antes de aterrizar sobre la pierna derecha de nuevo, dejando en el suelo rápidamente las muletas a su lado. —¿Qué tal?—sonrió ampliamente. Gabrielle sintió que su corazón volvía a latir y soltó el aliento que había contenido. —Muy bien, cielo—respondió sarcásticamente. —Como sigas así, voy a esconderte las muletas. —¿Oh, sí?—la guerrera giró en el sitio para encarar a su compañera y después cruzó el jardín con bastante rapidez, maniobrando con eficacia a través de la arena y la hierba hasta que estuvo de pie frente a la mesa, enviando una larga sombra sobre los pergaminos de Gabrielle. —Sí—la bardo alzó la vista y frunció el ceño, cubriéndose los ojos del sol con su mano. —Bueno, si me las quitas, tendré que hacer esto—Xena tiró las muletas al suelo y procedió a saltar sobre su pierna derecha todo el camino de vuelta al otro lado del patio. Cuando llegó al alto muro de arenisca, miró con malicia sobre su hombro a su compañera y después emitió su grito de guerra, haciendo que la bardo diese un bote sobre el banco ante el inesperado sonido. La guerrera se puso de pie de un salto, apartándose poderosamente de la pared con la pierna derecha, dando un salto mortal hacia atrás y aterrizando sobre la pierna derecha de nuevo, botando ligeramente hasta recuperar el equilibrio. —¿Sigues queriendo esconderme las muletas? —Por favoooor—Gabrielle se cubrió los ojos—Ven a por ellas. Vas a acabar matándome—sonrió a su pesar, y volvió a inclinarse sobre su diario, girando la pluma entre sus dedos mientras releía. Han pasado once días desde que Xena fue herida. Si la vieras ahora, nunca creerías cuánto dolor sufrió durante un tiempo. No es que me

queje. Está siendo…bueno, está siendo Xena, como yo ya sabía que sería. Juró que va más rápido con muletas que con los dos pies sanos. Sus brazos son tan largos que puede correr y adelantarme antes de que se dé cuenta siquiera. Mañana nos vamos a casa, o al menos nos dirigiremos a Alejandría y después embarcaremos, finalmente, hacia Grecia. Parece que hemos estado aquí un año, cuando solo ha pasado una luna y media, si cuentas el viaje a Zakynthos. Ha pasado mucho y hemos aprendido mucho una de la otra en este viaje. Sigue habiendo un montón de cosas sobre las que hablar. Creo que piensa que me he olvidado de ese críptico comentario sobre beber sangre cuando estuvo con las amazonas del norte. No lo he hecho. Es que todavía no he tenido el valor de preguntarle. He visto suficiente sangre para un tiempo y no tengo ganas de hablar de ello. Pero al final tendré que hacerlo. Hay muchas cosas que tenemos que resolver…sus problemas con las colitas…el abuso a manos de mi tío...cómo ayudar a Lila a recuperarse de todo aquello, y mi propio sentimiento de culpa. Xena sugirió pedirle que viniese a vivir con nosotras durante un tiempo, y creo que es una buena idea. Y una oferta generosa por parte de Xena, teniendo en cuenta su historia con mi familia. Creo que quizás la invite a viajar a la aldea una luna antes de nuestra unión, para que me ayude con los últimos preparativos. Eso nos dará tiempo para hablar y volver a conectar. Lila y yo no hemos pasado tiempo juntas desde que me marché de casa para seguir a Xena. Xena ha estado tan atenta conmigo e intenta con tanto ahínco pasar tiempo conmigo en medio de todo lo que hemos tenido que hacer. Conseguimos pasárnoslo bien. Me enseñó a clavar. Hemos descubierto las maravillas del chocolate. Y encontramos nuestras alianzas. Son perfectas. A veces me miro las manos y olvido que está ahí hasta que la veo. Me hace sentir calor por dentro. Un recuerdo constante de que pertenezco a alguien a quien amo. Y que me ama. He pillado a Xena mirando la suya también. Entonces alza la vista y sonríe, a veces me hace un guiño. O si estamos sentadas cerca, bueno, puede llegar a otro tipo de cosas. He estado tan cerca de perderla. Mi mano aún tiembla cuando escribo esto. Casi no recuerdo luchar contra el último soldado que me atacó. Pude oír a Xena luchar sobre la siguiente colina, fuera de la vista. Su

grito de guerra es difícil de ignorar. Pero entonces hubo demasiado silencio y supe que algo iba terriblemente mal. Cuando vi toda aquella sangre…dioses. Lo pude ver en sus ojos y en los de Octavio. Ambos sabían que estaba desahuciada. Yo no pude aceptarlo. Entonces, aquella infección. Y sentí que era mi culpa por quedarme dormida y no cuidar de ella. Honestamente, no sé qué hubiera hecho si hubiese muerto. No es que alguna vez vaya a estar preparada para eso. Y siempre es una posibilidad, con el tipo de vida que llevamos. Pero ahora, cuando estamos preparando nuestra ceremonia de unión…y cuando al final ambas tenemos una oportunidad de amar y ser felices, y de tener todas esas cosas que siempre hemos sido reacias a desear…Cuando estábamos tan cerca una de la otra y soñábamos con nuestros hijos. El futuro nunca ha estado tan cerca de las dos. No puedo soportar la idea de que todo eso se nos arrebate. Hemos pasado por demasiado. Es nuestro turno de tener algo de felicidad. Hemos hablado antes de tener hijos, pero siempre pensé que ella estaba de acuerdo porque era algo que yo quería…ya que se me exige que dé una heredera a mi máscara de reina. Pero ahora Xena también los quieres. Eso me hace sentir mucho mejor, saber que realmente vamos a ser una familia, que serán nuestros hijos, no mi hijo con ella para ayudarme. No es algo que planee hacer en breve, pero está bien saber que compartimos ese deseo. Espero con fuerza que podamos encontrar una manera de tener un niño que sea físicamente parte de las dos. Quiero que sean parte de Xena. Quiero llevar en mi interior algo que pertenezca a las dos, y quiero verla cuando los mire. Sé que eso necesitará de pedir algún favor a alguno de los dioses, o que Xena encuentre la manera de usar sus poderes como semidiosa. Ella amaría a cualquier hijo mí, incluso aunque tenga que usar a algún chico para que done su semilla. Pero puedo soñar con un milagro, ¿verdad? Ahora mismo tenemos que concentrarnos en que Xena se recupere totalmente, y en planear nuestra ceremonia de unión. Hemos pospuesto la ceremonia hasta la primavera. Tiene algunas cartas bajo la manga que no me contará, y tiene la sonrisita más mona en la cara cuando me meto con ella por eso. Me pregunto si debería preocuparme. De hecho, estoy aliviada de que tengamos el invierno para consolidar nuestros planes y tomarnos tiempo con ellos.

Espero que sea un invierno tranquilo. Sería estupendo llegar a casa y tener algo de vida normal durante un tiempo. Al menos, todo lo normal que puede esperarse cuando Xena y yo estamos metidas en el asunto. Me encantaría pasar algo de tiempo acurrucada con ella frente al fuego. Lo deseo con todas mis fuerzas. Sería feliz si nevase durante todo el invierno, siempre que estuviésemos juntas. Y nuestro viaje a Lesbos está pendiente, por razones obvias. Bueno, razones obvias para Xena, en cualquier caso. Le dije que por lo que a mí respectaba podríamos ir directamente desde aquí, como habíamos planeado, y pasar una semana vagueando en la playa mientras se recupera. No la he visto reírse tanto en mucho tiempo. Cuando le pregunté qué era tan divertido, se rio más fuerte aún. Al final me dijo que no tenía intención de perder un maravilloso viaje a Lesbos quedándose tirada en la playa. Después me besó y me dijo que quería estar en plena forma cuando visitásemos el lugar. No puedo creer lo rápido que está sanando. Los puntos debe mantenerlos otra semana más, al menos, y deberá llevar las muletas durante un tiempo mientras se cura el interior, pero el corte está completamente cubierto de piel nueva. Estoy un poco preocupada por cómo le afectará a largo plazo. Ha sido el corte más profundo que ha tenido nunca, creo. Pero jura que solo siente un poquito de dolor de vez en cuando. Su resistencia al dolor es increíble, así que no tengo manera de medir qué quiere decir con “un poquito”. Y me había olvidado de lo rápido que se aburre. Gracias a los dioses que hemos encontrado esas muletas. Ha pasado un montón de tiempo corriendo con ellas por ahí, intentando inventarse nuevos trucos con ellas, y provocándome algún que otro infarto en el proceso. Creo que le he contado cada historia que conozco por lo menos dos veces, intentando mantenerla ocupada. Las noches han estado bien. Hemos pasado cada noche, antes de dormir, acurrucadas y hablando de todo y de nada. Xena ha compartido sus sueños conmigo. Sí, la princesa guerrera tiene sueños y esperanzas para el futuro. ¿Quién iba a decirlo? Xena hablando del futuro es un concepto nuevo para mí. Me dijo que hasta hacía poco nunca pensó en el futuro porque no creía que fuera a vivir tanto. Eso me hizo llorar. Entonces me abrazó y me dijo que le había dado una razón para hacerse vieja. Lo que me hizo llorar aún más.

Un par de noches hemos ido a la sala de juegos de Cleo y Xena me ha enseñado a jugar a algunos juegos de mesa. Nunca he jugado a juegos como esos antes. Incluso he conseguido ganarle unas cuantas veces, y Xena ha resultado tener muy buen perder. Eso ha sido otra sorpresa. Le pregunté si había desaparecido su naturaleza competitiva y me dijo que era difícil exhibirla. Dijo que ya que me enseñaba a jugar, consideraba que el hecho de que la ganase era un cumplido. Es una payasa. Nos lo hemos pasado tan bien que Xena planea comprar o hacer los tableros y las piezas para algunos de los juegos para tenerlos en casa. Eso sería divertido en las noches de invierno. Juegos, jarras de sidra, un buen fuego y Xena. ¿Qué más podría pedir? Eli vino ayer a decirnos adiós. Ha acabado con los espíritus de las pirámides de Guiza, y él y su gente se van a las junglas del sur de Egipto. Ha terminado en las pirámides mucho más rápido de lo que yo pensé. Dijo que Saqqara se quedó con el todo el tiempo y actuó de intérprete entre él y los muertos. Me da escalofríos si lo pienso mucho. Saqqara fue la última en cruzar. No volvió a darnos las gracias personalmente, pero le dijo a Eli que nos comunicase lo agradecida que estaba. Creo que tiene miedo de Xena después de habernos engañado. Me alegro que pudiésemos ayudar, pero no me gustaría repetir la experiencia. Ayudé a Octavio y a Cleopatra con el último borrador del tratado entre Roma y Egipto. Xena estuvo presente en parte de las negociaciones, aunque creo que no quería estar realmente allí. Sus aportaciones fueron buenas, pero tengo la sensación de que a ella le gusta luchar y dejar que alguien más se ocupe de los pactos de después. Dadas las circunstancias, Octavio y Cleo se llevan bastante bien. Egipto será parte del Imperio Romano, pero Cleo seguirá manteniendo el mando a expensas de Roma, y se le ha dado permiso para mantener el título de reina. Los ciudadanos egipcios pagarán impuestos a Roma, pero, por lo demás, sus vidas continuarán como hasta ahora. Octavio es un buen hombre. Octavio ha conocido a Cesarión, el muchacho que sería gobernante del imperio como único heredero directo de César, si no fuese por las directrices post-mortem de César. Se llevaron bien enseguida. Son primos, después de todo. Esa fue, posiblemente, la negociación más larga de todas. Creo que Cleopatra está sola. No es una sorpresa para mí desde que no parece haber amado de verdad en toda su vida. Eso

es triste. Pero la única persona que ha querido es a su hijo, así que estuvo bastante emocionada durante esa parte de las negociaciones. Octavio ofreció que Cesarión volviese a Roma con él para apuntarlo a la mejor academia de la ciudad. Cesarión se educaría para llegar a ser un diplomático del Imperio Romano, más un embajador de Egipto. Podría decir que Cleo es reacia a dejarlo marchar tan lejos de casa. AL mismo tiempo, eso le da lo que quiso en primera instancia, una posición digna para su hijo como retoño de César. Después de precisar los detalles de la relación entre Roma y Egipto, traje cuidadosamente a colación las condiciones de vida de la gente a las afueras de El Cairo. Cleo se erizó al principio, e insistió en que esas gentes son extranjeros, y que si no les gustaba su situación, podían irse a casa. Eso fue exactamente lo que Xena me dijo que diría. Pero gracias a los dioses Xena estaba allí para habar. Entre las dos, conseguimos convencerla de que verdaderamente querían quedarse y, aunque quisieran irse a casa, no disponían de los medios para ello. Le sugerí que probablemente fuesen más productivos y menos un problema para ella si se ponían en marcha algunos programas para educarlos y darles la oportunidad de trabajar y estudiar para convertirse en ciudadanos de Egipto si lo deseaban. Cleo lo pensó largamente y accedió finalmente a dejarme encontrar una manera de elaborar una propuesta. Trabajé en ello durante un par de días, y con unos cambios menores, aprobó el conjunto. Xena me dijo que estaba realmente orgullosa de mí, y que había conseguido mejorar la vida de cientos de personas. Dioses, aún puede hacerme sonrojar cuando expresa su aprobación. Las partes de la conversación que captaron la atención de Xena fueron los planes de Octavio para lidiar con los hombres que lucharon del lado de Antonio. La verdad era que el triunvirato cayó mientras él estaba fuera de Roma, con nosotras y las amazonas, durante las negociaciones del tratado. Quizás no fue lo más inteligente por parte de esos hombres seguir a Antonio, pero él era parte del consejo que gobernaba el imperio. Habría sido, en cierto modo, traición. Después de mucho discutir, Octavio decidió perdonar a todos los soldados, excepto a los generales de Antonio. Incluso planea darles la oportunidad de recuperar su rango en el ejército. Y para aquellos que fueron reclutados fuera de Roma, planea dejarlos marchar a casa.

Planea lidiar con los generales de Antonio uno por uno, y desafortunadamente tendrá que encarcelarlos hasta que pueda hacerlo. Lo cierto es que no lo culpo. Su principal preocupación es determinar dónde está su lealtad, ahora que Antonio ha muerto. Xena parece complacida con su decisión. Y, finalmente, él le hizo la proposición de la que me había hablado, y le pidió que se mudara a Roma para comandar su ejército. Estaba sentada cerca de ella cuando se acercó, y no dudó ni un segundo en rechazar su propuesta. Y entonces lo apartó para que no pudiese oírlos. Por la mirada en su rostro, pude ver que le estaba cantando las cuarenta. Cuando volvió, le pregunté qué le había dicho. Dijo que, primero de todo, le dijo que era una tontería ofrecerle plenos poderes a alguien con su pasado. Dijo que esa clase de poder en sus manos sería algo muy peligroso. Entonces me dijo que le había dicho que, como gobernante del Imperio Romano, tenía que ir de frente. Que era una cobardía hablar conmigo primero sobre su decisión antes de haber hablado con ella, y que si volvía a hacer algo para preocuparme así de nuevo, patearía personalmente su trasero en un reto formal en el Coliseo. Más tarde vino a mí y se disculpó, y me agradeció mi ayuda con las negociaciones. Frente a Xena. Y entonces le agradeció profusamente su ayuda. Intentó ofrecerle dinares, pero ella le indicó que los guardase. Dijo que solo estaba haciendo su trabajo y que no merecía ninguna recompensa especial por proteger su propio país. Dijo que habría ido detrás de Antonio, con o sin el apoyo de Octavio, y dijo que, de hecho, era ella la que le daba las gracias por prestarle su ejército. Es tan espontánea con lo que ha logrado. Es, a efectos prácticos, la responsable de salvar una buena parte del mundo civilizado de la tiranía de un codicioso, egoísta e inepto bastardo. Antonio casi consigue salirse con la suya con una última estratagema. Parece que descubrió antes de morir que Cleo no lo apoyaba completamente, y consiguió enviarle una cesta llena de áspides mortíferos. Los áspides son serpientes venenosas que matan casi al instante con un solo mordisco. Xena visitaba a Cleo cuando le fue entregada la cesta. Su oído ultra sensible detectó los siseos de la serpiente cuando nadie más podría haberlo oído. Apartó la cesta justo antes de que Cleo la abriese. Dejemos la cosa en que los áspides fueron víctimas del chakram.

Anoche Cleopatra organizó un banquete en honor de Octavio, Xena y mío. Xena odia estas cosas. AL menos este ha sido mucho menos tenso que el que celebramos cuando llegamos aquí. No actué y fui capaz de sentarme y pasármelo bien. Tuvimos oportunidad de despedirnos de Octavio. Él y sus hombres marcharán mañana por la mañana antes de que rompa el alba. Fue una comida estupenda, y varios juglares egipcios actuaron para nosotros. Y, por supuesto, Cleopatra mantuvo sus manos alejadas de Xena esta vez. Ahora, que Xena mantenga sus manos alejadas de mí es otra historia. Es tan sutil que nadie más puede saber qué está pasando. Empezó durante la cena, provocándome sin misericordia bajo la mesa. Más tarde, cuando casi todos se levantaron para bailar, encontró un hueco en un banco bajo en una esquina donde podríamos mirar, ya que bailar no era una opción por su pierna. En fin, estaba bastante…de humor. Supongo que es una buena palabra para describirlo. Se inclinó sobre la pared y me atrajo hasta ella, para que me recostara sobre su estómago con sus piernas a mi lado, estiradas sobre el banco. Me sostuvo con firmeza y siguió besando mis hombros y mi cuello. Y susurrándome al oído lo mucho que le gustaba mi cuerpo y describiendo algunas de las cosas que quería hacerme. Con gran detalle. No hace falta decir que ambas acabamos con hambre. Es buena. No es que no lo disfrute, y acabamos excusándonos, fingiendo agotamiento. Creo no engañamos a nadie. No sé me dio. Siempre he estado dispuesta a tocarla y a abrazarla, pero parece que ahora es peor. No estoy completamente satisfecha hasta que estemos envueltas en brazos de la otra. Me siento tan cálida y segura, y en paz, cuando me abraza. Y cuando hacemos el amor…guau. Puede prenderme fuego con la más ligera de las caricias. Necesito sentirla cerca como necesito el aire, la comida y el agua. Ella también es bastante insaciable desde que descubrimos que estábamos enamoradas. Pero esta última semana ha estado un poco tímida. Tímida respecto a ella misma. Anoche fue la primera vez que hicimos el amor desde que resultó herida. Estos primeros días no se sentía suficientemente bien y no habría sido una buena idea, por su herida, pero al empezar a sentirse mejor, pobre Xena, creo que tenía miedo de no tener su aguante normal. Viéndola ahora, no creo que tenga que preocuparse más por eso. Me cansa solo mirarla.

Y anoche…dioses. El aguante no fue un problema. Y fue tan increíblemente dulce. Se tomó su tiempo, y me dijo que quería volver a memorizar cada centímetro de mi cuerpo. Creo que pasamos una marca solamente besándonos y tocándonos antes de ir más allá. Estaba temblando. ¡Xena! No dudaba tanto desde nuestra primera vez. La abracé fuerte y le dije lo mucho que la amaba y la necesitaba, y lo mucho que deseaba sentirla, lo que quería que me hiciese, repitiendo algunas de sus anteriores sugerencias. Y fue todo lo que necesitó oír. Después de aquello estuvo mucho más centrada. Tuvimos mucho cuidado con su pierna, pero fue bastante creativa para salvar ese obstáculo. Después, me abrazó durante mucho tiempo, y hablamos un poco sobre la muerte de Gregorias. Tiene gracia. Antes de la crucifixión, maté tres veces. Maté a Meridian y maté a Esperanza. Y considero la muerte de Craso como mi responsabilidad. Escogí quedarme el anillo después de prometer que se lo devolvería, y escogí no revelar su identidad cuando le apresaron para decapitarlo. Me sentí extremadamente culpable por esas tres muertes. Puedo echar la vista atrás y pensar en lo que cambiaría si volviese a repetirse la situación. Pero los hombres que maté antes de que César nos crucificase, y matar a Gregorias…siento la pérdida de sus vidas, pero no culpa. Fueron decisiones rápidas y simples, que significaron la diferencia entre la vida y la muerte para Xena. Cuando las recreo en mi mente, no hay nada que pudiera haber hecho de otra forma. Supongo que esto debería asustarme, que bajo ciertas circunstancias, soy capaz de matar sin remordimientos. Pero no lo hace. Creo que esto asusta mucho a Xena. Es casi como si ella llevase mi culpa. Se culpa y cree que, por mi vida con ella, me he visto obligada a traicionar mis valores. Yo también lo he pensado. Quizás si me hubiera quedado en Potedaia, a lo mejor nunca habría sabido lo que es tener sangre en las manos. Pero lo que sé ahora…si alguien viniese a mi aldea e intentase matar a Lila o a mis padres, no creo que dudase en matar para salvarles. Le expliqué esto a Xena y espero que haya entendido. No soy una asesina. No lo disfruto. Lo lamento. Pero cuando se trata de la gente que quiero, si sus vidas están en peligro y la única manera de salvarles es tomando la vida de aquel que intenta matarlos, no dudaré. No puedo. Es el mal menor. La culpa sobre convertirme en una asesina o la culpa

por no hacer nada si puedo evitarlo. Cuando es mi elección, es muy fácil de tomar. Y después de que tengamos hijos, esto también se les aplicará a ellos. Dioses. Yo, Xena, las amazonas…lamento la suerte de la persona que sea suficientemente estúpida como para intentar hacer daño a nuestros hijos. Pero es ahí donde empiezan y terminan mis instintos asesinos…solo para salvar las vidas de aquellos a quién quiero. Xena parece aceptarlo, y admite que se siente mejor sabiendo que ya he decidido bajo qué circunstancias tomaré o no la vida de otra persona. Estuvo bastante callada después de esto, y entonces me di cuenta de que estaba llorando. Si quieres matarme de un susto, todo lo que tienes que hacer es que Xena llore. Volvió a disculparse por todo ese montón de cosas que ambas sabemos ya que son agua pasada. Pero la dejé hacerlo porque parecía necesitarlo. Y dijo que aunque me entiende, lo odia, que sea capaz de tomar una vida. Cuando terminó de sacarse todo eso del pecho, la abracé durante un rato. Y entonces terminamos besándonos, y eso llevó a…bueno. Habían pasado casi dos semanas, así que supongo que una vez no es suficiente, ¿sabes? Xena es una persona muy física, al menos conmigo, y he llegado a entender que a veces expresa con el contacto físico cosas que no puede expresar verbalmente. Hubo una intensidad en sus caricias la segunda vez que me dijo que necesitaba la conexión física en ese momento para mantenerla anclada al suelo. Era su manera de reafirmarse en la idea de que íbamos a estar bien, después de todo lo dicho y hecho. Debíamos estar muuuy cansadas esta mañana, y dormimos hasta tarde. Pero estaba de muy buen humor esta mañana y eso es una buena señal, de que ha dejado pasar las cosas que le molestaban la noche pasada. Ha estado muy traviesa, sonriéndome todo el tiempo. No sé si ha sido la charla o el sexo, pero sospecho que han sido ambas. Y el hecho de que, finalmente, nos vayamos a casa y que hayamos ganado la batalla. Hemos salvado Grecia y podemos descansar. Hasta que pase algo más que tengamos que solucionar. Ayer por la tarde, antes del banquete, José y María vinieron a visitarnos con Jesús y Yameh. María envió un mensaje, diciendo que tenía una sorpresa para nosotras. No tenía ni idea de lo que podía ser. Sabía que le había gustado mucho el poema que le escribí. La hizo llorar, pero dijo que eran lágrimas de felicidad, porque ya no se sentía sola en el

mundo. No puedo imaginar lo que es creer en las cosas que cree sobre su hijo. Lo que debe de dolerle el corazón, y qué increíble carga debe de ser. No sé si yo puedo volver a tener ese tipo de fe. He seguido ciegamente tantas veces. Meleaguer, Krafstar, Eli, incluso a Xena. Ciertamente, sé que los dioses griegos tienen sus defectos. No puedo imaginar creer en un dios sin tacha. Especialmente aquel que enseña que no todas las personas son iguales. Duele pensar que haya gente que crea que el amor que Xena y yo nos tenemos es algo malo. No lo entiendo. No hacemos daño a nadie. Pero aparte de eso, estamos verdaderamente enamoradas. Ella me completa. Soy mejor persona con ella que sin ella. Y creo que ella diría lo mismo de mí. Si me dices hace cinco veranos que me enamoraría de Xena y que me comprometería con ella, y que hablaríamos del futuro y los hijos, habría pensado que estarías loco. Ha pasado. Xena y yo no buscábamos el amor. Lo encontramos casi por accidente y ha pasado entre nosotras. ¿Cómo algo que es tan bueno puede ser malo? ¿Y por qué a la gente le importa tanto, maldita sea, a quién amen los demás? Vivimos en un mundo muy difícil. Sí, en el medio del horror que aparece con tanta frecuencia en nuestras vidas, conseguimos encontrar una pequeña porción de felicidad en la otra, ¿por qué se nos habría de negar? Si encuentras el verdadero amor y la felicidad, deberías aferrarte a ello, sin importar su procedencia. En fin, José y María llegaron y, ¿cuál era la sorpresa? Tobias con un ronzal y un carrete amarrado a él. María nos había visitado unas cuantas veces mientras Xena estaba inconsciente, y recordó que le había hablado sobre mis temores de cómo íbamos a volver a casa ya que Xena no podía cabalgar o caminar. María habló con José y le hizo el carrete, y nos dijo que nos devolvía a Tobías, que les había servido bien, y que era hora de que siguiera haciendo bien. Así que parece que no tendremos que comprar un carromato, después de todo. Podría decir que Xena estaba sobrepasada. No suele ser normal que la gente haga cosas por ella. Inspeccionó el carromato de dos ruedas e hizo varios comentarios acerca del buen trabajo. José amplió un poco el carromato para que ambas cupiésemos en él. Y construyó una

pequeña cama en la parte trasera para poder cargar las bolsas. Es perfecto. Les invitamos al patio y pude ver que estaban incómodos. No creo que hayan estado nunca en el interior de un palacio. Nos sentamos aquí fuera, donde yo estoy ahora, y compartimos varias jarras de zumo de naranja. Jesús y Yameh corrían y jugaban e incluso consiguieron liar a Xena para que jugara con ellos. Algo que, por supuesto, me dio más de un dolor de cabeza. Debería saber ya que tengo que vigilar esas muletas. María y José hablaron conmigo sobre mi pasado, y el pasado de Xena. Me sorprendió, porque me hicieron preguntas bastante personales. No sobre sexo ni nada de eso, pero sí sobre mis sentimientos por Xena y cómo nuestra relación había progresado. José estuvo muy pensativo durante todo esto. Entonces dijo algo bastante increíble. Me dijo que le había impresionado mucho Xena la noche en que nos invitaron a visitarles, y que, al contrario, nadie había sido tan amable con María como yo. Dijo que incluso en su aldea natal, Nazaret, la gente había tratado a María muy mal después de quedar embarazada de Jesús, y que nadie creía que Jesús fuese alguien especial. Ambos dijeron que les había hecho replantearse algunas cosas que les habían enseñado sobre las relaciones de personas del mismo sexo, porque dijeron que, a lo que a nosotras respectaba, Xena y yo éramos un gran ejemplo del amor que su dios enseñaba. José dijo que no entendía cómo un dios que se supone es todo amor, y que creía que había dispuesto todo para condenar a gente como Xena y como yo, y que ahora creía que dos personas que se amaban tanto como Xena y como yo debían estar bendecidas por un amor que solo podía ser regalo de su dios. Entones dijo que, a pesar de las enseñanzas de la religión, pretendían enseñar a Jesús y Yameh que la gente como Xena y como yo no era nada malo, que su dios no nos condenaba. Que nuestro amor está igual de bien que el amor entre un hombre y una mujer. Guau. Al menos estamos de acuerdo en que nuestro amor es un regalo. Pero no puedo creer que estén dispuestos a contradecir las enseñanzas de miles de años.

Están pensando en volver a Nazaret ahora que el asunto de Antonio está resuelto. Es un viaje muy largo, por lo que deduzco. Puedo ver que tienen miedo. No por el viaje en sí, pero por la recepción que les darán cuando lleguen. Miro a Jesús, al alegre y vivaz muchacho que es, y no entiendo cómo hay gente que puede tratarlo mal solo por la forma en que creen que fue concebido. Finalmente tuvieron que irse, y María me abrazó. Y Jesús fue tan dulce. Se agarró a la pierna de Xena, la sana, e hizo como si no quisiese irse. Justo antes de marchar, Jesús vino corriendo y le pidió a Xena que se agachase. Le susurró algo al oído, algo bastante largo, y ella se volvió blanca como una banshee. No dijo nada, pero lo abrazó con fuerza como si no quisiese dejarle ir jamás. Después de marcharse, estuvo bastante callada hasta que nos preparamos para el banquete. Al principio pensé que estaba cansada después de jugar con los chicos, pero luego recordé el intercambio con Jesús. Cuando le pregunté qué le había dicho, solo sacudió la cabeza y salió a la terraza, mirando al sol ponerse durante largo rato. Finalmente, salí y me paré a su lado, rascándole la espalda mientras resolvía lo que le preocupase. Tragó saliva y podría decir que estaba a punto de llorar. Se giró y dijo que Jesús le había dicho que sabía que había hecho cosas muy malas en el pasado. Le pregunté cómo era posible que él supiera eso, y dijo que no lo sabía. Déjame decirte que me dieron escalofríos cuando dijo eso. Entonces tuvo la mirada más lejana y feliz en sus ojos, y estaba prácticamente flotando. Me atrajo en un abrazo y temblaba como una hoja cuando me dijo: “Gabrielle, me dijo que estaba perdonada. Yo…quiero creerle, más que nada. ¿Crees que debería?”. Le dije que sí, absolutamente. Y espero que lo haga. No sé cómo un niño de cuatro años tienen tanta sabiduría, o cuando se ha convertido en un oráculo, pero si le da a Xena esperanza o incluso una pequeña pizca de paz, no voy a cuestionarlo. No puedo imaginármela pensando que ha pagado totalmente por su pasado, pero si una pequeña chispa de esperanza para creer en las palabras de Jesús va a hacer que baje un poco el ritmo, y creer que tiene un lado bueno, le estaré eternamente agradecida a un pequeño de Nazaret al que nunca volveré a ver.

—Has escrito mucho esta mañana—Xena se sentó en el banco a su lado y miró sobre el hombro de Gabrielle, sin leer, pero estudiando la longitud de los escritos de su compañera. —Supongo que tenía muchas cosas en la cabeza—la bardo dejó la pluma a un lado y pasó una pierna por encima del banco, montándolo a horcajadas y girándose para mirar a su amante. —¿Estás bien?—la guerrera inclinó la cabeza y miró profundamente a los ojos de Gabrielle. —Sí—la bardo se movió rápidamente hasta estar suficientemente cerca como para acariciar suavemente el brazo derecho de Xena. —Ahora sí. El brazo se dobló a su alrededor y la atrajo hacia ella, dejando su cabeza firmemente contra el hombro de la guerrera. —¿Estás lista para guardar nuestras cosas y decirle adiós a Cleo? —Xena, estoy lista para volver a casa—Gabrielle cerró los ojos y suspiró pesadamente. —A casa—repitió la guerrera—No puedo recordar la última vez que una palabra sonó también como esa.

—Ueugh—Gabrielle se tiró de espaldas sobre la cama y se puso un brazo sobre los ojos. —Estoy muerta. Creía que Cleo no nos iba a dejar marchar nunca. —Solo quería mostrarse agradecida, Gabrielle, y creo que también está avergonzada por su comportamiento cuando llegamos aquí—la guerrera apoyó las muletas contra el hogar y después fue saltando a la pata coja hasta sentarse cerca de su amante y quitarse las botas. —¿Eso qué fue? ¿Escabullirse del banquete, parte dos?—la bardo se sentó y ayudó a su compañera a desatar la armadura. —Sí. Un banquete privado para tres—rio Xena. —Contigo como entretenimiento. —Nunca pensé que diría esto, pero casi me quedo sin historias, Xena—la voz de Gabrielle se resintió ligeramente. —¿Cuánto tiempo me ha tenido hablando? ¿Tres marcas?

—Casí—sonrió la guerrera. —Creo que quería asegurarse de que sabías que te respeta. —Ojalá lo dijese claramente, en lugar de rogar por otra historia—la bardo comenzó a desatar los lazos del cuerpo de su amante y se le ocurrió una cosa. —Oye—su voz rasgada adquirió un tono más nublado—Casi me olvido. Te compré un par de cosas cuando estuvimos en el mercado, la mañana que te quedaste hablando con Cleo a solas. Xena se espabiló inmediatamente—¿Qué clase de cosas?—. Se encogió cuando su compañera apartó las tiras de cuero de sus hombros. —Levanta—Gabrielle se movió, quitando el vestido de cuerpo del largo cuerpo mientras su compañera sostenía su peso sobre sus manos y levantaba las caderas del colchón. La guerrera se había acostumbrado a la ayuda extra que la bardo le había dado desde su herida, y no encontró nada sexual en que Gabrielle la desvistiese. Hasta que alzó la mirada y vio un brillo familiar en los ojos de su amante. —¿Me va a gustar?—sonrió. —Oh—. La bardo apreció el casi desnudo cuerpo de su amante, permitiendo que su deseo se reflejase en su rostro. —Creo que te va a encantar—Gabrielle empujó despacio a la guerrera hasta que quedó tumbada y después deslizó con sensualidad la prenda interior por las piernas de Xena. —No te muevas—. La bardo se levantó y cogió una de las bolsas de la mesa del centro de la habitación. Volvió rápidamente a la cama y se inclinó provocativamente sobre su compañera hasta que sus labios casi se tocaban. Sonrió y susurró—Ahora vuelvo. Xena empezó a sentarse y fue empujada de nuevo al colchón. Jadeó, disfrutando de la provocación de su compañera. Miró firmemente a la bardo, mientras alzaba lentamente los brazos y los dejaba detrás de su cabeza, recostándose hasta que el cabello negro se desparramó sobre la almohada. —No voy a ir a ningún sitio. —Recuerda, si te mueves de donde estás, no verás tu sorpresa— Gabrielle sacudió el dedo índice frente al rostro de Xena, con una expresión de falsa seriedad en los ojos, y después se paseó hasta el biombo de la esquina, con la bolsa al hombro. Antes de desaparecer

completamente, se giró una última vez y alzó una ceja tímidamente a su amante, sonriendo con malicia. La guerrera empezó a inmediatamente a sentir calor, a pesar de estar desnuda, y observó con excitación creciente mientras las botas de la bardo salían desde detrás del biombo, una a una, aterrizando en el suelo con un golpe sordo. Siguiendo rápidamente a las botas, la falda y el corpiño de Gabrielle volaron por la habitación. Apareció la mano de la bardo, con la ropa interior colgando de un dedo. —Coge un color, rojo o negro—la provocó Gabrielle, aún oculta. —Em…—evitó responder Xena, deseando poder elegir ambos, suponiendo qué clase de objetos podrían ser rojos o negros. —¿Cuál enseña más? —Hmmm. Muy astuta, Xena—concedió la voz de su amante. —Vamos a dejarlo en que los dos son muy, muy pequeños. Dioses. —¿Intentas matarme?—la imaginación de la guerrera cobró vida, junto con su embravecida libido, mientras imaginaba el bien torneado cuerpo de su amante en varios estados de desnudez. —¿Y si me enseñas los dos, y yo decido? —No. Uno ahora y otro otro día—rio la bardo. —Vamos, Xena, ¿no te gustan las sorpresas? La guerrera suspiró dramáticamente. La única cosa que la tenía en el sitio, que evitaba que se levantara y tomara a la bardo, eran las divertidas amenazas de Gabrielle si se movía. Incluso la más ligera posibilidad de que la bardo fuese en serio no valía la pena. —Gabrielle, me he pasado la mayor parte de mi vida evitando las sorpresas. No ha habido muchas buenas, y la mayor parte han sido bastante dolorosas. —Te prometo que esta no te morderá—Gabrielle continuó tentando a su compañera. —A menos que implores de buenas formas. Dioses. Se está volviendo muy buena en esto. —Vale, rojo. —¿Rojo?—la prenda interior salió volando hasta aterrizar en la almohada cerca de la cabeza de Xena. —¿Estás segura? —Gabrielle, si no te das prisa, voy a ir y…por todos los dioses…—los ojos de la guerrera se ensancharon mientras se olvidaba por un momento de hablar, al ver a su compañera salir lentamente de detrás del biombo,

ataviada en un diminuto, rojo y satinado…No sé qué es, pero no puedo esperar a descubrir cómo quitárselo. —¿Qué te parece?—la bardo se sintió súbitamente tímida, buscando brevemente la mirada atontada de su compañera y después bajando sus ojos para observar su propio cuerpo. Llevaba puesta la prenda roja que había comprado en el mercado de El Cairo, que consistía en una pieza de tela de suave satén que contenía su cuerpo y dejaba muy poco a la imaginación. Quedaba flojo al frente, se alzaba alrededor de las piernas y se ataba sobre los hombros con dos lazos. Dos fuegos gemelos ardían en los ojos azules, que captaban con hambre la visión que había frente a ellos. —¿P…puedes darte la vuelta?—tragó saliva Xena cuando recuperó la voz. Gabrielle se giró lentamente, para revelar la parte trasera del invento, que poco era. Las tiras rojas cruzaban su espalda, juntándose sobre sus omóplatos en una única tira que desaparecía en un tanga entre sus piernas. —Aún no me has contestado—se giró de nuevo y se acercó a la cama. Xena estaba tomada por la pasión pura, por un deseo de tomar a Gabrielle entre sus brazos y dejar salir el hambre que súbitamente había tomado las riendas. Quería saborear a su amante, tocarla profundamente, reducirse a cenizas contra Gabrielle y hacerla sentir lo que ella estaba sintiendo ahora mismo…llevarla a un lugar donde todo lo que podían hacer era sostenerse y dejar que sus emociones las barriesen. Se alzó sobre uno de sus codos y llamó con un gesto a su compañera—Lo que no daría por dos piernas y un arnés ahora mismo. —¿Eh?—dos cejas rubias se fruncieron con confusión. —Nada—Xena sonrió, conteniendo un poco el fuego. Otra cosa que enseñarle. Otro día. —Ven aquí, amor—palmeó el colchón a su lado. La bardo avanzó con gracia felina, y se hundió lentamente en la cama cerca de su amante, quién la atrajo inmediatamente. —Gabrielle, estás para comerte—la voz grave y excitada hizo cosquillas en su oído mucho más profundamente que su piel. —Y es exactamente lo que pretendo hacer. La bardo se estremeció, una sensación que se instaló en su centro y demandaba atención. —¿Es mi turno de ser el postre?—Gabrielle rio, mientras sus manos empezaban a explorar la piel de Xena con ligeras y

provocativas caricias que añadían combustible al fuego, buscando el contacto con el cálido cuerpo que ya se movía en ella, clamándola de una forma que era imposible de resistir. —Oh, sí—. La guerrera deslizó una mano tras la cabeza de su amante y la atrajo más cerca, besándola lenta y sensualmente, profundizando gradualmente el contacto mientras sus lenguas se encontraban en una danza que era promesa de las cosas por venir. —Mmmm. El postre más dulce que he probado nunca—. La otra mano de Xena inspeccionaba con curiosidad el suave satén que cubría el torso de su amante, ansiosa por descubrir qué ocultaba debajo, y después se deslizó por la cadera de la bardo, atrayéndola más hasta que el cuerpo de Gabrielle estuvo firmemente asentado sobre toda la extensión del lado derecho de la guerrera. El estómago de Gabrielle daba botes mientras se presionaba contra el hueso de la cadera de Xena, y envolvía con una pierna la extremidad sana de la guerrera. —Xena, tú…tú…—la respiración irregular de la bardo la traicionó, y pudo sentir la sangre correr por sus venas. —¿Qué, amor?—la mano de la guerrera encontró un agarre en la parte trasera del muslo de su amante, provocando ligeramente una piel muy sensible con las uñas romas. Xena vio separarse los labios de su amante mientras escapaba de ellos un pequeño gemido, y el cuerpo de Gabrielle reaccionaba ante sus caricias. —¿Qué necesitas? —Oh, dioses, qué bien—los botes se situaron mucho más abajo, mientras los labios de la bardo se movían gradualmente motu proprio por el pecho de la guerrera, probando la piel salada, y después por su garganta hasta que sus bocas se encontraron de nuevo, esta vez en un rápido intercambio ansioso que demandaba un contacto más íntimo. —Te deseo tanto…oh… Gabrielle sintió unas manos fuertes alzarla, recolocándola de forma que colocase sus piernas a cada lado del estómago de Xena. Fue vagamente consciente de los largos dedos desatando los lazos de sus hombros y de la prenda de satén rojo apartarse de su cuerpo, y después una cálida sensación inundó sus sentidos mientras esos mismos dedos trazaban sus pechos y su amante la atraía hasta que la piel encontró piel. —Quiero estar tan cerca de ti, cariño—susurró la voz de Xena en su oído mientras sus manos recorrían los costados de Gabrielle, tocando a su

amante en lugares familiares que sabía que volverían a la bardo loca de pasión. —Tan cerca…quiero estar dentro de ti, Gabrielle…mostrarte cómo me haces sentir—la guerrera se movió, alzando la rodilla sana para separar suavemente las piernas de su amante. La bardo enterró el rostro en la dulce y almizcleña piel, mordisqueando la clavícula de Xena y después perdiéndose en emociones demasiado profundas para las palabras, mientras sus cuerpos comenzaban a moverse juntos en una danza rítmica y sensual. —Oh, dioses—una mano bajó más y Gabrielle sintió la tira entre sus piernas aflojarse. La guerrera suspiró profundamente cuando la última barrera entre ellas desapareció. Empezó a moverse, deseando desesperadamente girar a su amante y tomar el mando, y casi lo hace, deteniéndose al recordar los puntos. Sus manos se deslizaron sobre el trasero de Gabrielle y después más abajo, envolviendo el dorso de las piernas de la bardo. — Sube, cariño. La bardo se detuvo y alzó la vista, los ojos verde oscuro mirando a los azules en cuestión. —¿Xena? —Quiero…no puedo moverme mucho…la pierna—Xena tragó saliva y, con manos temblorosas, urgió a su compañera a subir—Agárrate al cabecero, Gabrielle. La bardo contuvo el aliento al entender finalmente las intenciones de su amante. Se sintió de repente sola y vulnerable, suspendida sobre su amante, la pérdida de contacto físico en contraste feroz con los deseos que agitaban su cuerpo. La sensación murió pronto cuando unas manos fuertes se envolvieron alrededor de sus caderas y la atrajeron hacia abajo, y la sensación de los labios de su amante besando y mordisqueando el interior de sus mulsos provocó que agarrase con fuerza el cabecero. —Sabes…tan bien—la guerrera deslizó una mano sobre el torso de Gabrielle para trazar la parte inferior de los pechos de su amante, mientras la otra mano se extendía sobre el trasero de la bardo, guiando los movimientos de su compañera mientras exploraban una nueva e íntima experiencia juntas. Alzó la vista y observó el sonrojo de la piel de su compañera intensificarse mientras la bardo cerraba los ojos y se rendía completamente a las sensaciones que la guerrera creaba con su lengua y sus labios.

—Xena…—gimió la bardo mientras los besos de Xena se ralentizaban, dolorosamente, al alcanzar su meta. La boca de Gabrielle estaba tan seca que le sorprendía que pudiese hablar. —Te…necesito…oh, dioses—las caricias de la guerrera se volvieron más profundas y Gabrielle sintió sus músculos internos agitarse, preparados para explotar. —¿Qué necesitas, amor?—susurró la guerrera suavemente, deslizando habilidosos dedos por la carne cálida, llevando más cerca de su liberación a su compañera con cada caricia, con cada beso. —Estoy aquí contigo, Gabrielle. Córrete por mí, cariño—Gabrielle arqueó la espalda, y gritó mientras las caricias de su amante la llevaban por el precipicio de un placer casi doloroso. Largos minutos después Xena bajó el musculoso cuerpo de la bardo contra el suyo, sintiendo la necesidad de su amante de un contacto más sólido. Gabrielle cubrió su pecho y su rostro con pequeños besos mientras sus manos continuaban explorando el cuerpo de la guerrera, disminuyendo gradualmente mientras volvía a la tierra. —Xena… La bardo se encontró con una poco habitual falta de palabras, mientras la realidad de dónde estaba y con quién la sobrepasaba. Mi alma gemela…el amor de mi vida…casi la pierdo. Se acurrucó firmemente contra su costado y la guerrera envolvió ambos brazos a su alrededor, acariciando distraída su espalda y susurrando en el oído de Gabrielle. —Me encanta mirarte—la guerrera besó la cabeza rubia. —Eres preciosa. —Dioses, Xena—la bardo rio temblorosa, aún sin aliento mientras sus dedos trazaban figuras por la fina capa de sudor que cubría el torso de su amante. —Tu reputación no te hace justicia. —¿Cómo es eso?—la guerrera agitó ambas cejas y sonrió, libertina. —Consigues prender el fuego en mí, me subes hasta las nubes y me haces explotar, y solo con una pierna y un brazo. Xena besó su frente. —Déjame que te cuente un secreto. Tú eres la única…Siempre he tomado, Gabrielle. Tú eres la única a la que he querido darle todo. Gabrielle suspiró y se acurrucó más cerca, estudiando la piel bronceada y la cuantiosa cantidad de cicatrices que cubrían el cuerpo de la guerrera. De repente, la bardo se alzó sobre un codo y se inclinó sobre

la guerrera, estudiando atentamente los sorprendidos ojos azules. — Xena, ¿qué es un arnés? Maldición. Pensaba que se le había olvidado. La guerrera sonrió—No puedo creer que te acuerdes de eso. Em…ven, siéntate, sobre mis caderas, y te lo explicaré. La bardo arqueó una ceja y después obedeció, montando a su amante a horcajadas, con cuidado de evitar la pierna herida mientras dejaba sus piernas contra los costados de la guerrera. —A ver. Explícamente— Gabrielle dejó las palmas de sus manos sobre el torso de Xena, justo bajo sus pechos. —Es un aparato que se coloca en las caderas…aquí…—rodeó la cintura de su amante y deslizó sus dedos por los huesos de las caderas de la bardo—…y que rodea las piernas…por aquí—los dedos jugaron sobre la parte interior de los muslos de Gabrielle y sobre su zona lumbar. —Y luego se amarra por detrás. —No lo entiendo… —Espera. Hay más—. Xena hizo una pausa y después sonrió—En el medio, por aquí…—la guerrera trazó la parte superior de los muslos de su amante y después se detuvo justo entre ellos, disfrutando el casi imperceptible estremecimiento que obtuvo a cambio…—hay unas hebillas donde se coloca un dildo. —¿Eh?—la bardo estaba disfrutando plenamente de la lección, pero era una palabra que no había oído nunca. —¿Qué es eso? —Es…em…un modelo del miembro masculino—Xena sonrió ante la expresión incomparable del rostro de su amante. —A veces están hechos de marfil, de madera, de esteatita, y se hacen de todos los tamaños y…anchuras, pero creo que te haces una idea. —Oh—Gabrielle procesó la información y después miró seriamente a los brillantes ojos azules. —Así que, antes, ¿deseabas tener uno de esos? —Ajá—la guerrera acarició ligeramente la zona donde tenía posados sus dedos, y observó cerrarse como reflejo los ojos de su amante. —¿Los has usado antes?—los ojos verdes se abrieron y se centraron. —Mmm mmm—los dedos continuaron sus caricias. —¿Y lo disfrutaste?—. No vas a distraerme, princesa guerrera.

—Mucho, sí—. Dioses, la deseo de nuevo. —¿Por qué?—la bardo intentaba conciliar esta nueva revelación con todas las cosas que Xena y ella ya habían compartido. —Yo pensaba… —Te estás preguntando si es por la falta del miembro del hombre, ¿verdad? —Sí—Gabrielle estuvo aliviada al no tener que articular sus confusos pensamientos. —No, cariño, no es por eso—la guerrera sonrió y usó la mano libre para alzar la de su amante, besando suavemente sus nudillos. —Es para ser capaz de hacerte el amor, de estar dentro de ti, y aun así tener las dos manos libres y de mirarte cara a cara, cuerpo a cuerpo contigo, y mirarte a esos preciosos ojos tuyos mientras estamos juntas. —Oh—la bardo se mordió el labio inferior con aprensión. —Gabrielle, ¿qué pasa?—Xena alzó una mano y trazó la mandíbula de su amante. —Xena, yo…—se detuvo y suspiró con frustración. Gabrielle podía decir que esto era algo que su compañera deseaba realmente…al final. — Cuando…estuve con Pérdicas…no sé si puedo… Oh, dioses. A veces soy una idiota insensible. La guerrera cerró los ojos, pegándose mentalmente. Anteriormente, después de convertirse en amantes, Gabrielle le había hablado a Xena de su noche de bodas. No había sido totalmente placentero para la bardo. De hecho, había sido bastante doloroso. —Gabrielle, sé que Pérdicas te hizo daño. Y también sé que no tenía intención de hacértelo—. Atrajo a la bardo hasta que yació sobre ella, y sus caras estaban a centímetros. —No importa lo que te dijera sobre que había estado con otras mujeres. Quizás lo estuvo, pero obviamente no aprendió mucho de ellas. Solo…no se tomó el tiempo suficiente contigo, eso todo. Hemos hablado de esto, ¿verdad? —Sí—las pestañas rubias parpadearon tímidamente cuando un ligero sonrojo cubrió las mejillas de la bardo. —Me gustaría mucho, algún día, hacerte el amor con un…juguete— Xena sonrió, tratando de relajar el ambiente. —Pero nunca haría algo que te hiciese daño. Me crees, ¿verdad?

—Por supuesto que sí—Gabrielle se acercó más, acariciando con sus labios los de la guerrera. —Primero, me aseguraría de encontrar uno adecuado para ti—. Largos dedos acariciaron la parte interna de los muslos de su amante. — Y…nunca lo usaría hasta pasar tiempo asegurándome de que estás lista. Hablaría contigo todo el tiempo, como la primera vez que…—Xena se detuvo y se lamió los labios, recordando la conversación sobre Pérdicas y los nuevos lugares en que al final desembocó. —No te hice daño entonces, ¿verdad? —Oh, no—Gabrielle se inclinó y besó a su compañera de nuevo. —Fue la primera vez que alguien me tocó así, Xena—. Unos labios suaves se presionaron contra la oreja de la guerrera—Nadie me había hecho sentir así…tan profundamente en mi interior. Fue la primera vez que entendí por qué eso era parte de amar a alguien. Me sentí tan cerca de ti. —Y yo me sentí muy cerca de ti, amor—Xena soltó el aliento que no se había dado cuenta de que retenía, al sentir el ritmo cardiaco de su amante acelerarse mientras Gabrielle empezaba a besar y mordisquear la piel del lado de su cuello. —Xena…—la bardo se movió más abajo. —No tenemos juguetes aquí ahora mismo…—una mano pequeña pero fuerte separó suavemente las piernas de la bardo—…pero creo que puedo improvisar para ti hasta que consigamos uno…—Gabrielle sintió un firme agarre sobre su cintura, deteniéndola. —Gabrielle—unos ojos azules y serios reclamaron su plena atención. — Tus caricias nunca serán un compromiso o una sustitución para mí. —¿De qué estás hablando?—la bardo frunció el ceño y se movió rápidamente, sosteniendo su peso a cada lado de los hombros de la guerrera. —Esto…—Xena sostuvo el rostro de su compañera entre sus manos y acarició con su pulgar los labios de Gabrielle. —Los juguetes serían geniales, pero solo porque los compartiría contigo. Cuando siento tus labios en mi piel, y tu cuerpo contra el mío, y a ti…dentro de mí…eso es lo más real, cariño. Tú me excitas. Todo lo demás es relleno. No quiero ir a Lesbos por lo que haya allí. Quiero ir a Lesbos porque tú estarás allí conmigo.

—Bueno…—el rostro de la bardo brilló suavemente a la luz de la vela— …vamos a ver a dónde puedo llevarte ahora, Xena. La guerrera se recostó y cerró los ojos, rindiéndose ante las caricias de su amante mientras Gabrielle usaba sus labios y sus dedos para hacerla elevarse y, después, hablando suavemente, pronunciando palabras para traerla de vuelta. Y mucho más tarde, acurrucada en los brazos de Xena. Mientras la guerrera sentía el cuerpo compacto amoldarse a ella, reflexionó sobre el regalo que sostenía. Eso. Esto es lo que he venido a proteger a Egipto.

La tarde siguiente Xena y Gabrielle llegaron a Alejandría en barcaza, y se encontraron con Ronan en la taberna. El marinero de Eire estaba, de hecho, preparándose para volver a Pirgos, y estaba extasiado por recibir de nuevo a sus amigas a bordo de su barco. Incluso les dijo que podrían disponer del camarote del primer oficial todo el viaje, ya que maniobrar bajo cubierta sería una dificultad para la guerrera. Más tarde, por la noche, una guerrera en muletas, una aliviada bardo, un Tobías extrañado y dos gatas preñadas embarcaban en el buque de Ronan y emprendían el largo viaje de vuelta a casa. Ni una gota de lluvia cayó en todo el viaje.

Fin

Biografía Linda Crist es la autora de la serie de Kennedy y Carson, que comienza con The bluest eyes in Texas, y es la finalista de los premios Goldie de 2006. Ha sido la receptora de numerosos premios a las escritoras online, incluyendo los Royal Academy of Bards, los Hall of Fame, los Xippy, y los Bard´s Challenge. También participó en la temporada virtual de Xena con subtexto. Empezó a escribir a una corta edad componiendo historias con los boletines de la iglesia. Tiene una carrera como Periodista de la Universidad de Texas. Después de la universidad, trabajó durante dos años en la sección de Edición en el periódico Dallas Times Herald. Se describe a sí misma como una Xenite, y en general una friki de la ciencia ficción/fantasía. Es una apasionada del medio ambiente y el bienestar de los animales. Le gusta montar en bici, excursionismo, hacer piragüismo, submarinismo, viajar, la fotografía, la música, la buena conversación con un buen café, y por supuesto, escribir. La web de Linda es http://texbard.com http://www.facebook.com/texbard

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Serie 16 de Marzo: —First Solstice (historia corta precuela de la serie) —The Families We Make (historia corta precuela de la serie) —#1 March the 16th/16 de Marzo —#2 A Solstice Treaty/Un Tratado de Solsticio —#3 Cleopatra 4 A.D. —#4 Divinity —#5 The Eyes of Fire —#6 Beyond Sight —#7 Loaves and Fishes —#8 Right of Cast

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