Sarah Kane

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Sarah Kane: una poética de la soledad Carolina Reznik Resulta difícil ubicar al teatro de Sarah Kane en los casilleros convencionales. Sus textos resultan provocadores, no solo por la temática que abordan sino por la estructura formal que poseen. Dramaturga, actriz y directora inglesa, se quitó la vida a principios de 1999, a los 28 años, en el hospital en donde estaba internada víctima de una fuerte depresión. Su producción escrita está compuesta por 5 obras de teatro (Phaedra´s love, Cleansed, Crave y 4.48 psychosis) y un guión escrito para televisión (Skin). Todo su trabajo, excepto su última obra, fue estrenado mientras Kane vivía. De hecho, Crave fue escrita bajo pseudónimo debido al revuelo que había causado su obra anterior. Fue estrenada en los escenarios argentinos por primera vez en el 2006 y casi simultáneamente varios de sus textos fueron traducidos y publicados. No existe acuerdo entre los críticos respecto de Sarah Kane y su poética. Ha sido ubicada dentro del llamado “teatro de la violencia”, tendencia dentro del teatro inglés que reflexiona acerca de la violencia sexual como desencadenante de una violencia pública de la que son víctimas, principalmente, las mujeres. Se la ha proclamado, también, como defensora de una “dramaturgia del actor” en lo formal que se convierte, por la temática abordada, en una “dramaturgia de la barbarie”. Lo cierto es que, más allá de su ubicación en casilleros, el teatro de Kane gira en torno a una problemática desgarradoramente actual: la violencia y la soledad, y la desesperación como consecuencia. Desesperación que nos puede llevar a variados desenlaces. No importa si la soledad es consecuencia de la violencia en la cual vivimos o si esta última es generada por la primera, su teatro no se encarga de aclararlo. Los textos dramáticos están despojados de cualquier referencia, ya sea en los diálogos o en acotaciones escénicas (que los textos no poseen). Kane renuncia al psicologismo y a la construcción del personaje en favor de la construcción de roles, los cuales son transitados, muchas veces, por un mismo sujeto. Además, la carencia de acción, causalidad explícita y situación pone en relieve a la palabra, la rescata del desprestigio de la que es víctima en el teatro actual y retorna a su dimensión material como productora privilegiada de sentido. En consecuencia, el actor se ubica en el centro y es el mayor responsable de la elaboración del sentido. Y el espectador (o lector) debe completar o elegir uno de los muchos sentidos posibles.

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El teatro de Sarah Kane, despojado, carente de un sentido único, que deja libre tanto al espectador como a los responsables de llevarlo a escena y que aborda temáticas que atañen al sujeto y a su terrible situación en un mundo hostil es heredero directo de la vanguardia teatral (Ionesco, Beckett, entre otros). Posee referencias intertextuales que exceden el ámbito propiamente del teatro y que van desde la utilización de frases provenientes de canciones contemporáneas a alusiones a la cultura pop, por ejemplo. De esta manera desafía los límites convencionales del teatro. Justamente por esto, se convierte en un claro exponente de la posmodernidad teatral. En ella, el teatro – y el arte en general- ya no se ajustan a los parámetros convencionales y posee límites difusos. Provocador desde su estructura formal, desafía tanto a la producción como a la recepción. Actual en su temática, propone una reflexión desgarradora sobre la realidad en la que vivimos. Un desafío para la escena Llevar un texto dramático a escena no es tarea fácil. Siempre implica una decisión, una toma de posición. El director puede optar entre seguir al pie de la letra el texto con sus acotaciones y reforzar el sentido que éste propone o revertirlo, problematizarlo y generar sentidos diferentes. En el caso de obras como las de Sarah Kane en donde el sentido no es unívoco, el texto no posee acotaciones ni referencias excepto el diálogo mismo, el desafío es distinto. Tomemos, como ejemplo, las dos primeras puestas en escena que se hicieron en Argentina para observar cómo sus directores asumieron la escenificación. Veremos cómo organizaron los distintos sistemas significantes en base a una semántica rectora: la soledad. Crave se estrenó en Lavapies Teatro bajo la dirección de Cristian Drut. Pisocis 4.48, dirigida por Luciano Cáseres, fue presentada en No avestruz y El Kafka1 Ambas estrenadas en el 2006, casi simultáneamente, en teatros no convencionales y llevadas a escena por jóvenes directores emergentes. Pero estos no son los únicos puntos de contacto. Las dos propuestas tienen como eje central el despojamiento escénico que en el plano temático se manifiesta como soledad. En Crave cuatro actores están sentados en sillas de madera. No se miran entre sí sino que están enfrentados con el público. Esta falta de contacto visual entre ellos potencia la falta de comunicación y la soledad. Los diálogos (si es posible llamarlos así) se encuentran fragmentados, cortados, interrumpidos, repetidos o completados por más de un actor. La comunicación entre ellos, y con el espectador, no se ajusta al esquema 2

convencional. Esto plantea un desafío para la recepción. Se declara enemiga de la pasividad del espectador y lo somete a un trabajo exhaustivo y agotador. Dentro de su labor, el espectador tiene dos opciones: o bien puede, lo que implicaría un gran esfuerzo, unir los fragmentos y armar historia y personajes, o bien tiene la posibilidad de abandonarse al ritmo y a la musicalidad de los diálogos, a su juego sonoro, a su semántica fragmentada y unitaria, y transitar una experiencia que no se ajusta a los parámetros convencionales. En lo que respecta al espacio éste se encuentra (aparentemente) vacío. La escenografía se construye con proyecciones computarizadas editadas en vivo. Ellas no son figurativas y con su luz contaminan el espacio y el cuerpo de los actores. Además funcionan como un factor sorpresa y problematizan la noción misma de escenografía. Psicosis 4.48 nos presenta, también, una escena vacía. Una única actriz se ubica en el centro sobre una silla de peluquería. Aquí es sólo la luz, y una lluvia de pastillas de colores al final, los únicos elementos que acompañan al personaje en su soledad. La iluminación, que evoca la fría luz de la morgue, produce un interesante juego entre lo que se muestra y lo que se oculta. La sombra del cuerpo femenino -en el piso o en la pared- multiplica, fragmenta o deforma a la mujer angustiada, funcionando, tal vez, como espejo de sus más profundos sentimientos. Los efectos de sonido remiten a tortuosos electroshock. Ambos espectáculos ponen al actor en el centro. Él y su parlamento son los productores privilegiados de sentido. Sentido que, al igual que el propuesto en el texto, no es unívoco. Es el espectador el encargado último de cerrarlo. Él debe optar por uno de los muchos sentidos posibles que propone la escena. Pero la soledad, central en los diálogos y reforzada por las puestas, lo inunda todo. Es el marco de acción en el que se mueven los personajes. Marco que determinará el desenlace, desenlace que bien puede ser el pasaje a otra cosa o bien la continuidad con lo mismo, lo inmutable, el no poder escapar de una situación eterna. Cualquiera de las dos opciones, y todas sus variantes intermedias, son posibilidades. Pero en todas ellas la soledad sigue estando presente. El actor, el personaje y el espectador están atrapados en una situación en donde, en última instancia, toda posibilidad de acción se reduce a lo mismo. El cambio, si es posible, siempre está acompañado –valga la contradicción- por la soledad. El teatro de Sarah Kane construye una realidad desgarradoramente insoportable. Problematiza no solo aspectos referentes a la realidad contemporánea al lector3

espectador sino también relativos al hacer teatral mismo. Ineludible para los amantes del teatro, es un claro exponente del campo teatral actual en donde la innovación y el desafío a la norma son la poética dominante.

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Fichas técnicas: Crave: Actores: Javier Acuña, Carolina Adamovsky, Gaby Ferrero y Javier Lorenzo. Ambientación digital: Andrés Colubri, Fabricio Costa y Esteban Ulrich. Diseño de vestuario: Mariela Berenbaum. Diseño sonoro: Javier Cano. Psicosis 4.48: Actriz: Leonor Manso. Iluminación: Eli Sirlin. Diseño de escenografía: Agustín Garbelloto. Diseño sonoro: Gabriel Barredo.