Resumen - Pedro Salinas (1961)

Pedro Salinas (1961) EL “HÉROE” LITERARIO Y LA NOVELA PICARESCA ESPAÑOLA SEMÁNTICA E HISTORIA LITERARIA Acepciones de “

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Pedro Salinas (1961) EL “HÉROE” LITERARIO Y LA NOVELA PICARESCA ESPAÑOLA SEMÁNTICA E HISTORIA LITERARIA

Acepciones de “héroe” El diccionario de Oxford suministra cuatro acepciones de la palabra héroe. La última de ellas se refiere a la persona que sirve de tema a un poema épico; el personaje, varón principal o protagonista de un poema, una obra dramática o una narración, aquel en quien se centra el interés del argumento o del relato. En esta acepción toda idea de valoración acorde con el repertorio de valores tradicionalmente admitidos ha desaparecido. La palabra designa, pura y simplemente, una situación dentro de orbe particular que toda obra literaria construye; el héroe es el individuo que ocupa la posición central de la obra, y nada más. La figura del héroe, circundada a lo primero por un aura de sobrehumanidad , distinguida luego por rasgos propios y de alta dignidad, es ahora figura impersonal y neutra que no requiere de ninguna calificación. Conceptos: el autor entiende por héroe al que se adapte a cualquiera de las definiciones que incluye el Diccionario de Oxford. Héroe literario es el del sentido restringido, el personaje principal de un poema, novela u obra dramática. Personaje literario es cualquier persona que aparezca en una obra literaria, en tanto que no ocupa el centro de la acción.

El héroe de la Antigüedad y de la Edad Media Parece evidente que los protagonistas, los héroes literarios de los poemas épicos de la antigüedad clásica y de la Edad Media pertenecen a la suma categoría de héroes. Sólo un héroe podía ser elegido por el poeta para el papel de héroe literario. La poesía épica griega y romana lega su concepción de héroe literario a la edad heroica de la Edad Media, a los largos poemas épicos en verso, y estos a su vez, se la transmiten al protagonista del nuevo genero de romance en prosa surgida más tarde en la misma Edad Media y progenitor en gran parte de la novela moderna. Los héroes parecen cada vez menos productos naturales de la vida, a diferencia de los hijos de la edad heroica, y cada vez más, resultados de una operación mental, de la abstracción. Si bien existía una categoría de literatura narrativa que insistía en los aspectos antiheroicos o extra-heroicos de la existencia. Pero lo personajes vulgares, son personajes literarios, sí, pero no se elevan a la categoría de héroes literarios. Los autores de esta literatura realista sacaban a la vida esas criaturas o las inventaban para distracción nuestra, sin pretensión ninguna de revestirlas de ejemplaridad. Y sobre todo, esos personajes son personajes episódicos. No hay ninguno a quien el autor haya convertido en el centro mismo de la acción de un poema extenso o de una larga novela.

La degeneración del héroe La tesis de Salinas es que en los siglos XVI y XVII ocurre una verdadera revolución en el concepto de héroe literario: que en el torbellino de acciones, conflictos, errores y triunfos de esa época, toma forma una nueva idea de héroe literario, iniciando su carrera hacia lo iba a ser el héroe literario de nuestro tiempo. Tan importantísima transformación tuvo lugar en el campo de la novela y más concretamente en la novela española de esta época. Las gentes del siglo XVII percibían esa degeneración del héroe con extrañeza y dolor. En Francia, Boileau, hacia 1665, escribió un breve diálogo, titulado Le héros de roman y emplea la palabra héroe en el sentido de protagonista. Boileau percibía ya, además de la diferencia entre las dos significaciones de la palabra, la tradicional y la moderna, algo mucho más esencial, la importancia de esa diferencia: implicaba una fundamental contradicción entre dos significaciones, puesto que dice que los héroes de las novelas obran en completa oposición a los rasgos de carácter y a la heroica dignidad de los antiguos héroes romanos. En lo referente a la semántica, afirma que la palabra héroe a fines del siglo XVII iba cobrando la nueva acepción de protagonista, héroe literario; y en cuanto a la historia del concepto de héroe, testimonia la decadencia del tipo, que de su antigua altura degenera hasta mudarse en un personaje sentimental y falso. Siete años después de aparecer el diálogo de Boileau se publicó en Ámsterdam un libro de Charles Sorel. En éste, se extiende Sorel sobre las distintas clases de literatura de imaginación y lo hace con todo género de precauciones. Sale en su libro la palabra héroe una y otra vez, en ambas significaciones, y en un ejemplo, añade al nombre de héroe un adjetivo: le héros principal. En ese caso, héroe es tan claramente sinónimo de personaje que lleva el mismo adjetivo principal. Ejemplo de cómo en el siglo XVII se da una completa asimilación de héroe y personaje literario; tan completa que el adjetivo que se aplica a una palabra se traslada exactamente a la otra. La conclusión permisible de todos estos testimonios es que en el siglo XVII se había agotado la capacidad para sentir auténticamente a los héroes y a lo heroico en la novela y hasta los personajes disfrazados de héroes y que se figuraban serlo, no pasaban, según Boileau de ser burgueses. Lo que se aprecia es, de una parte, la decadencia del antiguo tipo de héroe, de otra, el advenimiento a la novela de personajes de una nueva estofa, la realista; pero ninguno de estos advenedizos puede presumir de personalidad bastante para alzarse con el papel de principalía indiscutible, y llamarse héroe literario.

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La revolución en el concepto de héroe. La novela picaresca En el mismo centro del escenario novelesco se afirma, bien plantado, un personaje nuevo, el pícaro. La primera novela picaresca es el Lazarillo de Tormes, publicada en 1554. Era un nuevo héroe, hechura de una nueva posición general ante lo humano, tomada en un país particular, España. ¿Y quién era este hombre que con tanta celeridad se encumbró desde las oscuridades de la baja clase donde vivía, a la plena luz del favor literario? El pícaro es una mezcla de vagabundo, criado y ladronzuelo. No se adapta el pícaro a ninguna clase de trabajo regular, ni a las convenciones del ambiente social. De esta incapacidad derivan su nomadismo y su Wanderlust. Por las páginas de las novelas picarescas más típicas, va y viene, una gigantesca sombra fantasmal, que empuja al pícaro a la caída, y luego se mofa de su desdicha, personaje incorpóreo, motor constante de las acciones: el hambre. Un pícaro se lanza a la ventura porque siente subir, del vacio de sus entrañas, la decisión desesperada que el hambre ordena. El proceso inventivo del que nace el pícaro es un proceso de contradicción, de definición por los contrarios. El nuevo personaje era una contradicción deliberada del héroe, lo mismo en su personalidad total que en los detalles de sus actos. Ideales son los que mueven al héroe. El pícaro carece de ideal y únicamente responde a estímulos inmediatos y materialistas. Naturalmente, y en correspondencia con la oposición entre héroe y pícaro, la aventura de caballería y la de picardía están en violento contraste. Es innegable que los novelistas españoles del Siglo de Oro, auparon a este vulgar e innoble tipo humano a las alturas que hasta entonces habían sido reservadas para personas de nobleza y virtud. La originalidad, la audacia de este cambio estriba, no en la admisión a la literatura de figuras de gentes pobres, humildes o apicaradas, sino en la elección para héroe literario de una de ellas.

Trascendencia y significación del nuevo héroe Es el ascenso del oprimido a la cima de los honores literarios. Sin pompa y en el mismo centro de un país en que la monarquía, la nobleza y honra imperaban todopoderosas, el novelista, mucho antes de la Revolución Francesa, lanza a la faz del mundo el reto que supone la heroificación literaria del pícaro. El orden de ayer se derrumba y queda abierto un nuevo camino por el cual accederán a la primacía de interés dentro de la obra literaria, no ya héroes y heroínas, caballeros y cortesanos, sino los pobres. [Pedro Salinas, “El “héroe” literario y la novela picaresca española”, en Ensayos de literatura hispánica, Editorial Aguilar, Madrid, 1961, pp. 57-72.]

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