RESUMEN ETICA y Deontologia Profesional Ues21

1. Una aproximación genealógica e histórica a la constitución del discurso ético 1.1 Análisis genealógico e histórico de

Views 128 Downloads 4 File size 107KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

1. Una aproximación genealógica e histórica a la constitución del discurso ético 1.1 Análisis genealógico e histórico del discurso ético. La Ética como filosofía práctica tendiente a especificar y fundamentar el mundo de la vida No existe una única historia posible acerca de la Ética, ni una única manera de definir cuáles son las fronteras entre el discurso ético y otros discursos con los que está relacionado, a partir de los cuales la Ética se constituye y reconstituye. Para los griegos la Ética consistía fundamentalmente en la búsqueda de la vida buena o la felicidad, para los modernos, en cambio, y de acuerdo con los postulados de Immanuel Kant, la Ética se ocupaba de todo aquello vinculado con nuestros deberes u obligaciones, independientemente de la felicidad o placer que tal cumplimiento nos reporte. Por su parte, para la filosofía anglosajona contemporánea, el campo de la Ética se reduce al estudio del lenguaje moral (Guarilgia y Vidiella, 2011) ¿De qué hablamos cuando nos proponemos un análisis genealógico e histórico del discurso ético? De acuerdo con Albano (2004), “el método genealógico procura describir los funcionamientos del poder, sus dispositivos, el complejo espesor de relaciones que surgen a partir de su práctica efectiva” (pp. 25-26). Y es inseparable del método arqueológico, esto es, aquel que procura “establecer el espacio preciso de la producción discursiva en el marco mismo del discurso, es decir, sin apelar a ninguna formación meta-discursiva” ¿Qué es un discurso? Llamamos discurso al “conjunto de todos los enunciados en tanto dependen de una misma formación discursiva” Formación discursiva conjunto de reglas, enunciados y objetos que responden a un régimen propio de formación, emergencia, aparición y constitución. La formación discursiva no es inmóvil, sino que se encuentra expuesta a una permanente transformación, fruto de la interacción e intercambio con otros discursos con los que establece un sistema de intercambio, interconexión, atravesamiento, superposición y ruptura.

¿Por qué considerar a la Ética como un discurso?

Porque al igual que otros discursos normativos, como la Moral y el Derecho, la Ética apela al lenguaje como “el intermediario mediante el cual se formula públicamente aquello en que consisten las obligaciones de cada uno”. Por lo tanto, Ética, Moral y Derecho tienen que ver con nuestras obligaciones compartidas, es decir, con aquellas obligaciones que derivan de nuestra vida en común y apelan al lenguaje como intermediario para la transmisión de estas obligaciones entre los miembros de un grupo social y entre generaciones. De acuerdo con Maliandi, reservamos el término Ética para referirnos a la “tematización sobre el ethos” (2009, p. 17), mientras que la Moral refiere a lo tematizado (el ethos en sí mismo) ¿qué es el ethos? en el lenguaje filosófico general, se usa hoy ‘ethos’ para aludir al conjunto de actitudes, convicciones, creencias morales y formas de conducta, sea de una persona individual o de un grupo social” es un fenómeno ineludible de la vida humana; forma parte de lo que Maliandi llama la “facticidad normativa”. A diferencia de los animales, que sólo pueden obedecer a sus instintos, los seres humanos tenemos voluntad y libertad, podemos hacer, como sostiene Bauman (2007), las cosas de otro modo, y en este sentido somos productores de cultura. Ahora bien, no todos los seres humanos hacemos las cosas del mismo modo. Tenemos nuestras propias pautas culturales para satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación, vestimenta y afecto. Entre los elementos ineludibles del ethos se encuentran las normas y los valores, entendiendo por normas a “las reglas y expectativas sociales a partir de las cuales una sociedad regula la conducta de sus miembros” (Macionis y Plummer, 1999, p. 112); y valores a los “modelos culturalmente definidos con los que las personas evalúan lo deseable, bueno o bello, que sirven de guía para la vida en sociedad” Esta facticidad normativa, expresada en normas y valores, es un hecho fácil de verificar en nuestra vida diaria, como así también lo es su diversidad y las divergentes maneras que existen de juzgar una misma conducta como buena o mala, correcta o incorrecta, dependiendo del contexto social y cultural de que se trate. De esta pluralidad fáctica del ethos surgen la duda y la reflexión, sostiene Maliandi (2009). Cuando se advierte que no todos opinan unánimemente sobre lo que se “debe hacer”, surge la duda, la pregunta básica acerca de qué se debe hacer, y –en caso de que se obtenga para ello alguna respuesta- la de por qué se lo debe hacer. Con este tipo de preguntas se inicia entonces la ética filosófica, que representa la continuación sistemática de la tematización espontánea: en ella

se procura explicitar (“reconstruir”) los principios que rigen la vida moral, es decir, se intenta fundamentar las normas. (Maliandi, 2009, p. 23). Mientras la Moral nos brinda una respuesta a la pregunta ¿qué debo hacer? Sobre la base de las costumbres, normas y valores vigentes en una sociedad en un momento determinado de su historia, por su parte, la Ética reflexiona acerca de los fundamentos de la Moral, es decir, procura dar respuesta a la pregunta ¿por qué debo obedecer? El discurso ético busca no sólo afirmar, consolidar, sostener y legitimar nuestros principios morales, sino también cuestionar, develar y esclarecer tales principios. Es por ello que la reflexión ética es inseparable de la crítica. Fundamentación y crítica son, en opinión de Maliandi (2009), tareas opuestas pero complementarias, en la medida que la consolidación de las normas y valoraciones morales será mucho más fuerte cuantos más embates por parte de la crítica pueda resistir. los autores Guariglia y Vidiella (2011) distinguen las fronteras entre la Ética y la Moral apelando a la diferenciación conceptual entre moral positiva, moralidad y moral crítica, entendiendo por moral positiva al conjunto de preceptos y reglas de conducta que afectan a un grupo humano determinado. En este sentido, el término moral estaría restringido al ámbito de un grupo o institución social. Por moralidad, en cambio, entienden nuestra capacidad para juzgar acerca de la adecuación o no de una acción determinada a la concepción moral del grupo. Finalmente, por moral crítica comprenden el conjunto de principios y normas universalmente válidos a partir del cual juzgamos dichas conductas. Es decir que la moral crítica, a diferencia de la moral positiva, sería aquella que apela a ciertos criterios objetivos y universalmente válidos y que exceden los marcos restrictivos de las distintas morales positivas. En tal sentido, podríamos concluir que la moral crítica es equivalente a la Ética, en tanto esfuerzo por fundamentar racionalmente las normas y valores morales. En un sentido similar, Aranguren (1994) distingue entre moral vivida, lo que aquí hemos llamado moral a secas o moral positiva, y moral pensada que sería el término equivalente al de la Ética como reflexión acerca de lo moral. Podríamos concluir que la Ética es aquella disciplina filosófica “que pretende acceder de modo discursivo y reflexivo al fenómeno moral” (Guariglia y Vidiella, 2011, p. 23). Trata de reflexionar sobre nosotros mismos, es decir, mirarnos a nosotros mismos, nuestras prácticas y costumbres más arraigadas con una actitud crítica. Cuando nos planteamos este tipo de preguntas desde el punto de vista de la Ética, deberemos pasar del nivel prereflexivo del ethos al nivel reflexivo. En el primero, nos dice Maliandi (2009), “nos encontramos con la normatividad pura, no cuestionada aún, la conducta ajustada a determinadas normas, simplemente y las maneras de juzgar tal conducta, especialmente cuando ésta se aparta de aquellas normas” (p. 47). Mientras que en el nivel reflexivo, en cambio, que es el propio de la Ética normativa, nos encontramos con el esfuerzo racional y sistemático por esclarecer qué es el ethos y explicitar cuáles son sus fundamentos. En este sentido, Maliandi (2009) afirma que la Ética es la encargada de realizar una reconstrucción normativa, ya que se trata del esfuerzo sistemático por explicitar un saber pre-teórico o prefilosófico que toda persona ya posee por el simple hecho de constituirse como un ser racional. En definitiva, la Ética parte de un tipo de saber pre-reflexivo, el saber moral, y como éste ya es parte del ethos, la Ética con su tematización reconstruye al ethos. Ahora bien, si todos, en tanto seres racionales, conocemos de manera intuitiva cómo debemos comportarnos en sociedad, ¿qué sentido tiene la Ética? ¿Vale la pena este esfuerzo reflexivo? Maliandi (2009) apelando a Kant responderá que sí, dado que “el saber ingenuo del deber puede ser víctima por parte de las naturales inclinaciones” (p. 30). Los seres humanos tendemos a racionalizar y justificar nuestras conductas. Y muchas veces tendemos también a autoengañarnos. Por lo tanto, es tarea de la razón domar nuestras inclinaciones naturales y convertirlas en aliadas del deber. En definitiva, la razón no sólo cumple una función teórica, a saber, conocer el mundo de los fenómenos, sino también práctica, ya que nos ayuda a determinar cómo nos debemos comportar en sociedad. Es por ello que el ámbito propio de la Ética es el de la “filosofía práctica” (Maliandi, 2009, p. 30). ¿En qué sentido la Ética es normativa y práctica a la vez? Tal como veremos a continuación, al referirnos a los niveles de la reflexión ética, la Ética normativa es “la búsqueda de los

fundamentos de las normas y valoraciones” (Maliandi, 2009, p. 54) y corresponde al segundo nivel de reflexión ética, luego de la reflexión moral (que es pre-filosófica). Sin embargo, la Ética es normativa sólo de un modo indirecto, ya que ella misma no prescribe las normas morales sino sólo reflexiona acerca de ellas. Dicho en términos de Hartmann (citado por Maliandi, 2009) “la Ética no establece los principios éticos, sino que ayuda a descubrirlos” (p. 19). En cuanto a su sentido práctico, ya en el siglo IV a. C. Aristóteles ubicaba a la Ética entre las ciencias prácticas junto a la Economía y la Ciencia Política, diferenciándolas de las ciencias teóricas, entre ellas la Metafísica, la Física y la Matemática. Las ciencias prácticas son aquellas que: Se preocupan por el hombre, en su capacidad de autoconocimiento o como fuente de acción; Su método es el dialéctico (parte de premisas que forman parte de la opinión común de los hombres acerca de la acción y busca mejorarla por medio de la argumentación); y Su propósito es mejorar la acción o praxis. Mientras que las ciencias teóricas: Tienen como objeto las cosas que no cambian o cuyo principio de cambio se encuentra en ellas mismas; Se método es el análisis de los principios o causas de estas cosas; y Su propósito es el conocimiento demostrativo o teórico (Lord, 1996)

Sin embargo, es necesario ir un poco más allá en nuestra argumentación, ya que la aplicabilidad de la Ética como filosofía práctica es un poco más compleja. Así, como dijimos que la Ética es normativa sólo de un modo indirecto, ya que ella no determina las normas sino que se pregunta por su fundamentación, del mismo modo la Ética “no se ocupa de aplicar las normas sino de determinar cómo y cuándo esa aplicación es válida” (Maliandi, 2009, p. 64). En definitiva, la Ética es práctica no porque indique lo que hay que hacer en una situación concreta sino porque ayuda al hombre a orientar racionalmente su acción. En síntesis, podríamos concluir que la Ética tiene tres funciones primordiales: 1) Aclarar qué es el ethos, indagando acerca de su estructura general, es decir, aquello que es común a los distintos tipos de ethos. 2) Fundamentar las normas (o cuestionar su fundamentación) mediante argumentos racionales. 3) Aplicar “a los distintos ámbitos de la vida social los resultados de las dos primeras” (Cortina, 2000, p. 28)1. En su intento por aclarar qué es el ethos, Maliandi (2009) identifica ciertas dicotomías que están siempre presentes, más allá de la variabilidad espacial y temporal del ethos y que revelan su estructura peculiar. Particularmente, el autor identifica dos dicotomías intraéticas: la “dicotomía deontoaxiológica (horizontal)” (p. 35) y la “dicotomía axiológica (vertical)” (p.

35); y una extraética, la “dicotomía ontodeóntica” (p. 35). La dimensión deontoaxiológica comprende las normas y valores y busca dar respuestas a dos preguntas esenciales para la Ética “¿qué debemos hacer? y ¿qué es lo valioso en sí mismo?” (Maliandi, 2009, p. 36). Por lo tanto, los opuestos binarios norma-valor, deber-bien, imperativo-juicio de valor, right-good (correcto-bueno en la filosofía anglosajona) y conciencia moral-conciencia de lo moral, forman parte de esta dimensión horizontal del ethos. Por su parte, a diferencia de la anterior, la dimensión axiológica es una dimensión vertical porque tiene como característica distintiva que: Separa lo mejor de lo peor (jerarquía) y lo positivo de lo negativo (polaridad axiológica). La ley por la cual a todo valor positivo se le opone un valor negativo (disvalor) –a lo bueno se opone lo malo, a lo bello lo feo, a lo sagrado lo profano, a la salud la enfermedad, etc.- es lo que se conoce como polaridad axiológica. (Maliandi, 2009, p. 39). Finalmente, Maliandi (2009) se refiere a una tercera dimensión que no es interna a la Ética, sino que da cuenta de la bipolaridad entre lo ético y lo extráetico y que el autor denomina ontodeóntica. De esta dimensión destacaremos la oposición entre el carácter normativo, prescriptivo y evaluativo del discurso ético, frente al carácter descriptivo o neutral del discurso de la ciencia2.