Primeros Cuatro Concilios

UNIVERSIDAD CATÓLICA DE COSTA RICA ESCUELA DE CIENCIAS TEOLÓGICAS CRISTOLOGÍA HISTÓRICA MONOGRAFÍA PBRO. LIC. JAIRO F

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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE COSTA RICA

ESCUELA DE CIENCIAS TEOLÓGICAS CRISTOLOGÍA HISTÓRICA

MONOGRAFÍA

PBRO. LIC. JAIRO FRANCISCO CORDERO ARTAVIA

ERNESTO EDUARDO CHAJÓN LUTÍN

SEDE CENTRAL, MORAVIA ABRIL, 2017

Introducción Al hablar de concilios ecuménicos nuestro referente más cercano es el Vaticano II, cuyos aportes trajeron una gran renovación a la Iglesia, sin embargo, anterior a este muchos otros han traído luz, desde las realidades de su época, para la fe y la vida de los creyentes.

Aunque es posible identificar, a principios de la era cristiana, la celebración de sínodos particulares en las iglesias de oriente y occidente, podemos hablar de concilio ecuménico hasta el acontecimiento de Nicea, cuya convocatoria estuvo motivada en favor del fortalecimiento de la unidad eclesial de aquel tiempo, tanto manera estructural como teológica, así mismo, aunque en el presente documento nos centramos en los temas puramente cristológicos, el trabajo de los padres conciliares también se extendía a los asuntos de organización y liturgia.

Al hablar del trabajo cristológico es posible identificar que a pesar de que el término herejía ha tomado una connotación negativa, en los primeros concilios se trataba en principio de interpretaciones diferidas entre los mismos pastores y sus escuelas teológicas, y en lugar de pensar en ataques contra la fe, podemos ver la intención que se buscaba: clarificar mediante la reflexión los misterios de la fe.

Si bien existen diversos concilios a lo largo y ancho de nuestra era, estos cuatro resultan de vital importancia por su trabajo en favor de la profundización en torno al fundamento de nuestra fe, el mismo Jesucristo, cuya buena noticia sigue guiándonos hasta el día de hoy, pero, para reafirmar nuestro seguimiento, es necesario responder con acierto a su interrogante: Y vosotros ¿Quién decís que soy yo? (Mc 8,29).

Concilio de Nicea Este primer concilio, realizado en Nicea en el año 325 d. C. y convocado por el emperador Constantino, tuvo como uno de los problemas centrales a resolver el cuestionamiento de la divinidad del Verbo, ante la proposición del presbítero Arrio, originario de Libia, cuyo principal opositor fue el obispo de Alejandría, Alejandro. Según Amato (2006) “para Arrio, solamente el Padre es el ingénito. El Hijo es creado, tiene principio y ha sido creado de la nada” (p. 184). Postura, de fondo helenista, con la cual negaba la divinidad del Hijo y lo relegaba, junto al Espíritu Santo, superior a las demás cosas creadas pero a un nivel inferior del Padre. Con ello también negaba la preexistencia y la naturaleza que comparte en esencia con el Padre, además de esto rechaza al Verbo como creador y lo concibe subordinado a la mutación física y moral.

A dicha postulación responde el primer concilio ecuménico, en Nicea, apoyado en la propuesta de Alejandro y de los diversos padres reunidos, con la formulación del Símbolo de Nicea, cuyo contenido va dirigido a reafirmar la divinidad del Hijo y contrarrestar las confusiones en relación a la misma, así mismo anatemiza a todos los que rechacen la enseñanza, incluidos los del partido arriano.

Aunque en cierta forma existió resistencia a la creación del Símbolo por su aparente distanciamiento del lenguaje bíblico, al final se adhirieron al mismo ya que incluso los textos bíblicos eran usados por los arrianos a su favor. De allí la necesidad de ser más específicos en la explicación de los misterios de la fe, respondiendo a las necesidades de la época. Por otra parte, para la creación del Símbolo pudo tomarse como base la profesión de fe de alguna de las Iglesias representadas en el concilio.

La primera parte del Símbolo está conformado por varias afirmaciones sobre Jesucristo, las cuales son antiarrianas en consecuencia. Estás son: unigénito engendrado del Padre; es decir de la substancia del Padre; Dios verdadero de Dios verdadero; Consubstancial al Padre. El término engendrar no debe ser entendido desde el plano físico o mental, más bien, aclara González (2001) “Dios en la resurrección, a la vez que reveló al Hijo, se reveló a sí mismo con una relación eterna

respecto de él, que es connatural con su ser y que por tanto no tiene comienzo” (p. 231). En cuanto al término consubstancial (homooúsios) nos encontramos con una novedad en la profesión de fe, el cual, con claras raíces griegas, fue el que más se adecuó para resolver la controversia en torno a la divinidad del Hijo. Aun así, más adelante, surgirían interpretaciones equívocas por el origen del término y su relación con los conceptos de ousía e hypostasis.

Finalmente cabe resaltar que la introducción de terminología griega no significó una rendición de la fe frente a la cultura griega, como podría creerse, más bien el esfuerzo fue en favor de hacerlo más exacto, tomando elementos griegos sí, pero con una significación enteramente teológica y no filosófica.

El símbolo de Nicea dejará un precedente que será respetado por los demás concilios y que en la esencia de su formulación reafirma que “la salvación humana se fundamenta en la persona divina y encarnada del Hijo. La consustancialidad con el Padre y su participación en nuestra humanidad fundan la potencia redentora del Hijo” (González. 2001. p. 235)

Concilio de Constantinopla Frente a la tesis de la divinidad de Cristo, reafirmada en Nicea, fueron surgiendo detractores con diversas proposiciones, así mismo, se fue haciendo necesaria una mayor aclaración en torno al Espíritu Santo, cuya identidad divina era negada por los macedonianos. En este contexto aparece Apolinar, obispo de Laodicea, Siria, quien proponía la cristología logos-sarx (Verbo-carne), con antecedentes en Alejandría, la cual “negaba la presencia en Cristo de un alma racional humana, sosteniendo que el Logos desempeñaba las funciones de guía y ocupaba por tanto el lugar de ese alma humana” (Alberigo. 2004. p. 53).

Para apolinar solo la voluntad proveniente del Verbo era capaz de bondad, mientras que del alma humana concebía oposición e inclinación al pecado, por ello, negaba desde su propuesta la humanidad completa de Cristo, ya que así defendía, a su parecer, una verdadera unidad y santidad en Él. En esta propuesta se distingue la influencia de la definición neoplatónica del ser, que más adelante también fue reinterpretada desde la definición aristotélica (nous, alma, cuerpo).

Con este preámbulo el emperador Teodosio convoca el sínodo oriental de Constantinopla (381), cuya validez como concilio ecuménico será dada en Calcedonia (451). En las sesiones se hace valiosa la participación de Gregorio Nacianzo, Gregorio de Nisa, Cirilo de Jerusalén y Diodoro de Tarso, entre otros teólogos, que orientaron una respuesta efectiva contra las diversas herejías.

La formulación que se generó a partir del Concilio confirmó la primacía de Nicea, ya que aunque se podía creer que se trataba de un nuevo símbolo de fe, probablemente se trabajó sobre un fundamento con raíces nicenas y se le sumaron los puntos en respuesta contra las herejías, por lo cual se habla “del símbolo niceno-constantinopolitano” (Amato. 2006. p. 2011). Aunque éste contiene mayor extensión literaria y teológica, en el fondo se conserva lo propio de la fe nicena, así mismo, contra la herejía apolinarista, se destacan las afirmaciones: se encarnó del Espíritu Santo y de María Virgen, y su reino no tendrá fin.

Como se explicaba al inicio, en este concilio no se trataron temas cristológicos, ya que el auge de creencias desembocó en diversas herejías de diferente índole. Así pues el Símbolo inicia,

a semejanza del de Nicea, afirmando la fe en Dios Padre, después, el segundo artículo desarrolla la fe en Jesucristo y su misterio salvífico, y en el cual están incluidas las afirmaciones antes mencionadas; y concluye con el contenido referente al Espíritu Santo que no había sido desarrollado en el concilio anterior. Esta vez no se finaliza con anatemas, los cuales, en rechazo a las numerosas herejías, se incluyeron en los cánones conclusivos del concilio.

Así pues, se ratifica la encarnación de Cristo como acontecimiento relacionado con el Padre, y más aún al incluir el Espíritu Santo y la Virgen María, puesto que “si él no es Dios verdadero y hombre completo, no hay salvación humana” (Gonzáles. 2001. p. 245). Así mismo la inclusión de lo referente al Espírito estableció la correcta comprensión de su lugar en la Santísima Trinidad, ya que sin ello se caía en un error similar al de los arrianos: disminuirle a un lugar inferior al del Padre, y en este caso, también del Hijo.

De acuerdo a las fuentes este símbolo sufrió de gran desconocimiento hasta su ratificación en Calcedonia, sin embargo adelantó gran camino en la reflexión de la verdadera y completa humanidad de Cristo, y también, de la divinidad del Espíritu Santo.

Concilio de Éfeso El ambiente previo a este concilio estuvo marcado por diversas controversias, con historia de por medio, entre las corrientes cristológicas alejandrina, antioquena y la occidental latina, siendo mayores las diferencias entre los representantes de las dos primeras.

La cristología que será depuesta en el concilio efesino será la antioquena, la cual afirmaba la unidad de las dos naturalezas en Cristo por medio de la conjunción. Éste el último término es el que resultaba controvertido para los contrarios. Así mismo, como representante de esta escuela teológica aparece Nestorio, patriarca de Constantinopla, consecuente con la propuesta anterior, y el cual marca conflicto con su Iglesia ya que “no podía llamar a María madre de Dios, sino sólo madre de la naturaleza humana, no madre del Logos sino madre de Cristo” (González. 2001. p. 255), pues a su parecer María había dado a luz al hombre, mas no al Creador.

En torno a la cristología anterior se intentaba dar su lugar a la naturaleza humana, a veces disminuida teóricamente por los partidarios de la preminencia del Logos, entre los cuales se encontraba Cirilo de Alejandría, contrario a Nestorio, quien afirmaba cristológicamente una sola naturaleza de Dios Logos encarnada, la cual “significa que en el único sujeto subsisten de manera íntegra e inconfusa las características de la humanidad y de la divinidad” (Amato. 2006. p. 232). Así mismo se inclinaba hacia la afirmación de María Madre de Dios, explicando que su maternidad no consiste en dar origen al Logos sino por haberle engendrado en la carne.

En medio de este conflicto, Teodosio II convoca a concilio a realizarse en Éfeso en el año 431. Éste mismo estuvo marcado por conflictos partidarios entre ambas escuelas teológicas los cuales se acentuaron con el desarrollo del concilio y, más aun, al inclinarse el mismo hacia la representación alejandrina, puesto que los partidarios de Nestorio no lograron llegar a tiempo a las sesiones iniciales donde se rechazó su enseñanza.

Ya que el problema en cuestión se había centrado en las propuestas de Cirilo y Nestorio, ambas fueron confrontadas a la luz del credo De Nicea, inclinándose la asamblea a favor de Cirilo y acusando de anatema a la enseñanza del antioqueno, el cual, a pesar del rechazo que provocó con

sus partidarios más adelante, no logro revocar las decisiones tomadas por los representantes del concilio, hecho que también provocó el distanciamiento de esta parte de las iglesias.

En este concilio no se realizó una fórmula dogmática como tal, pero se centró teológicamente en la propuesta de Cirilo, contenida en la segunda carta que dirigió a Nestorio, en la cual desarrolla la cristología antes mencionada “que afirma la «unión según la hipóstasis» del Lógos con la sárx… el único sujeto en Cristo, la integridad y perfección de las dos naturalezas, la communicatio idiomatum, el título de theotókos atribuido a María” (Amato. 2006. p. 237).

Consecuentemente con el concilio, en el año 433 se realizó la Fórmula de Unión, la cual contenía de mejor manera las cristologías en conflicto y preparó así el camino para el concilio de Calcedonia.

Como fruto de este concilio las aclaraciones ontológicas en torno a Cristo confirmaron la salvación por medio de él, en consecuencia esto iba ligado con el papel de María en la encarnación, de allí que ambos temas necesitaban aclaración. Y aunque el concilio llegó a un consenso en favor de la ciriliana, aun iban quedando confusiones lingüísticas que resultaban muy ambiguas, en el uso de hypóstasis y physis, las cuales se aclararían en el concilio de Calcedonia.

Conclusión La reflexión cristológica acontecida en los primeros siglos ha significado la profundización y la clarificación de los misterios de la fe sin dejar de lado su fundamento bíblico, sino más bien confirmándolo para evitar el error de interpretación del que fueron presa los diferentes postuladores de las herejías. Si bien, esto significó la separación de diversas Iglesias de la época, también fue causante de una correcta comprensión de la cristología.

La reafirmación de la completa y perfecta unidad de la humanidad y divinidad en Cristo es la validación también de los alcances soteriológicos que dichas afirmaciones tienen, puesto que al caer en los extremismos, o erróneas interpretaciones, siempre se ve puesto en duda la redención obrada por Jesucristo. Esto cobra vigencia para el momento actual en donde aún se pueden reconocer, por desconocimiento o falta de formación, deficiencias interpretativas y reflexivas que entran conflicto con el misterio de la salvación, obviando todo el trabajo de los primeros siglos.

Así pues, desde los diversos carismas de los que goza nuestra madre Iglesia, se debe comprender la necesidad de reafirma la centralidad de Cristo en la espiritualidad de cada cual, y de la misma, una correcta comprensión y conocimiento, ya que los equívocos solo dan espacio a las divisiones y contradicciones que debilitan nuestras experiencia y servicio comunitario. Así mismo, nuestro seguimiento no se puede fundar en el desconocimiento, es necesario el contacto y el acercamiento a los misterios de la fe, lo cual se válida desde los inicios con la invitación que Jesús hace a Juan y Andrés, “Venid y lo veréis” (Jn 1, 37-39).

Referencias Alberigo, G. (2004). Historia de los concilios ecuménicos. Ediciones Sígueme. Salamanca, España.

Amato, A. (2006). Jesús el Señor. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, España.

González, O. (2001) Cristología. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, España.