PIAGET Y SU APORTE A LA PSICOPEDAGOGIA

APRENDIZAJE HOY N° 35 Juan Carlos Reboiras Jean Piaget y su concepción del Hombre Responder a la pregunta: ¿Qué es el h

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APRENDIZAJE HOY N° 35 Juan Carlos Reboiras

Jean Piaget y su concepción del Hombre Responder a la pregunta: ¿Qué es el hombre? Desde Jean Piaget, supone una tarea de hacer hablar al autor, seleccionando aquellos textos donde pudiera encontrarse dicha respuesta, pero además exige un trabajo de repensar a Piaget desde la propia perspectiva personal, rescatando aquello que el autor sugirió y que se convirtió en revelador estímulo de nuevos espacios reflexivos para que podamos transitar por ellos. Comenzaremos pues, desarrollando uno de los aspectos más conocidos de su teoría, la noción de sujeto epistémico.

EL SUJETO EPISTÉMICO

Piaget ha descripto en una gran cantidad de trabajos la dinámica cognitiva que supone el pasaje de un estado de menos conocimiento a otro de mayor conocimiento. Su concepción, encuadrada dentro de un constructivismo psicogenético, supone un modelo estructural funcional explicativo de esta dinámica. Al sujeto representante de este paradigma explicativo, con aspiración a una validez universal, es al que llamamos sujeto epistémico. La descripción que hace de él es la siguiente. En el devenir cognitivo es posible diferenciar dos aspectos, uno funcional y otro estructural. El primero se refiere al modo de funcionamiento de la inteligencia, esto es asimilación y acomodación. Estos dos fenómenos bipolares y solidarios, permiten por un lado integrar el objeto a conocer en la organización cognitiva del sujeto; por otro lado aseguran la consideración de las propiedades de dicho objeto, el respeto por sus características. Esta dinámica funcional se produce desde que el sujeto nace hasta que muere. El otro aspecto, el estrutural, tiene que ver con las propiedades organizativas del sistema. Durante la evolución de la inteligencia, a medida que se avanza se va produciendo una cada vez mayor organización de las acciones y, como consecuencia, cada momento del desarrollo va revelando distintas formas de organización: “estas formas de organización son

pensadas por Piaget como estructuras de conjunto, que al organizar las acciones les otorgan significado, integrándolas en un todo coordinado y estructurado. De ahí que la tarea inmediata se haya convertida en especificar qué estructura de conjunto posibilita los logros cognitivos característicos de cada etapa del desarrollo de la inteligencia y, de esa manera, comprender qué es lo que un niño puede hacer y qué es lo que no puede hacer, y qué, sin embargo sí podrá lograr en una eta posterior de desarrollo” (Castorina, 1981). Pero aquí no se agota el análisis del fenómeno cognitivo. Piaget trató de completar su modelos explicativo desarrollando el cómo de las formaciones y superaciones de cada estructura en su obra La equilibración de las estructuras cognitivas (1978), y que valga como anécdota, la discusión sobre la obra fue excusa “para celebrar convenientemente el octogésimo aniversario del maestro, (pues) sus antiguos y actuales colaboradores debían elegir una formula apropiada para la persona que querían honrar” (homenaje a Piaget; 1978). Sin embargo, no vamos a utilizar ese texto sino el artículo sobre “Epistemología del sujeto humano” (1972), donde con claridad y precisión, el autor suizo desarrolla su concepción sobre el sujeto epistémico. Allí afirma que hay tres tipos de realidad que se hallan implicadas en proporciones variables en la constitución del individuo: Las predeterminaciones, el azar y las construcciones dirigidas. Todo comienzo supone estructuras iniciales, pues, como es obvio no hay comienzo absoluto. De las estructuras lógicas, producto de las equilibraciones sucesivas anteriores, podemos regresar a estructuras cada vez más simples: “Podemos remontar las estructuras lógicas hasta las formas generales de la coordinación de las acciones, pero también éstas están precedidas por la estructura de las coordinaciones neurónicas, que son, desde luego, isomorfas a los principales factores de la lógica de las proposiciones. Se pueden buscar los elementos de ciertas estructuras espaciales en los datos elementales de la percepción, pero éstas suponen a su vez un mundo de organización neurológica, por lo demás aún muy mal conocido. Las estructuras iniciales desempeñan, claro está, un papel cuando menos parcial de predeterminación en las posteriores construcciones. El problema fina entonces, en establecer hasta dónde se extiende” Como vemos, Piaget nos lleva a considerar la organización bioneurológica como factor predeterminante de las estructuras posteriores. Digamos que como factor inicial posibilita o imposibilita el acceso a otros niveles: por ejemplo, un niño con una lesión cerebral amplia tendrá seguramente ocluído su acceso al pensamiento reversible, y sin duda al pensamiento formal. Lo aleatorio tiene para el autor suizo una destacado lugar en su concepción del la evolución cognitiva. Pero aquí establece una diferencia importante en cuanto al peso que tiene en los distintos niveles evolutivos: “… en todo el desarrollo humano intervien un conjunto más o menos considerable de procesos aleatorios. En ciertos campos de

conocimiento, como el de la percepción, esos procesos llegan a dominar toda estructuración en todos los niveles de formación: toda percepción deriva efectivamente, de una especie de muestrario del objeto percibido, lo cual arrastra una serie de errores sistemáticos; las estructuras perceptivas que parecen exentas de éstos (como las buenas formas o gestalts geométricas) sólo parcialmente lo están, y ello gracias a un juego de comparaciones momentáneas” (1972). Afirma además, que en las estrategias preoperatorias la centración o descentración en determinados aspectos son asunto de simple decisión con posibilidad de pérdida tanto como de ganancia. Por último, ¿a qué se refiere Piaget cuando habla de construcciones dirigidas? La predeterminación y el azar no agotan la realidad del sujeto epistémico. El autor observa en la evolución cognitiva un proceso de complejización de estruturas que manifiestan un progreso real, entendiéndose por tal, un equilibrio más sólido, una mayor autonomía y una creciente apertura del sistema con respecto al medio. Este devenir dinámico de estructuras que van de las menos complejas a las más complejas es denominado “vección”, que se logra por la construcción de estructuras mejorantes. El sujeto es protagonista de estas construcciones, tanto en el orden externo como en el interno: “Respecto del primer caso, pueden ser las sucesivas aproximaciones que habrán de caracterizar las conductas de un experimentador frente a una realidad a explorar… El segundo caso queda ilustrado por las construcciones operatorias de índole deductiva, tales como las hemos descripto en el desarrollo intelectual del niño y del adolescente, en los cuales no está todo predeterminado y la parte de lo aleatorio disminuye de manera progresiva con la edad” (1972). Pero la descripción de Piaget no termina allí; también explica el proceso evolutivo a través de un sistema de autorregulaciones; cada estructura construida supone un equilibrio móvil en un determinado nivel, pero el pasaje a una estructura superior implica un desequilibrio con ganancia final al construirse una estructura mejorante. En todo esto juega un papel fundamental una propiedad de la inteligencia que es la que permite realizar las compensaciones frente a los desequilibrios del sistema, esto es, la reversibilidad operatoria: “una estructura operatoria constituye pues, al mismo tiempo que una forma de equilibrio móvil (en el sentido que en física un equilibrio puede ser a la vez estable y móvil), un prototipo de sistema autorregulador susceptible no sólo de nuevas combinaciones, sino además de autocorrección, pues la composición de los elementos se regula gracias a la reversibilidad (que asegura la no contradicción p. no p=0)” (1972). Pero no podría preguntarse qué es lo que determina el pasaje de una estructura de menor complejidad a una de mayor complejidad y que en una visión diacrónica, le hace afirmar a Piaget que se trata del paso de un proceso temporal a un sistema de conexiones intemporales, pues si bien implica un orden temporal en la sucesión de construcciones, cada

una de las cuales depende de la precedente, el equilibrio alcanzado implica una estructura intemporal, pues que un equilibrio consiste en una compensación general de todas las transformaciones virtuales del sistema, es decir, el conjunto de las operaciones posibles. Las estructuras nuevas son engendradas por la equilibración como proceso de construcciones dirigidas, pero, aclara Piaget, por un proceso teleonómico. Esto quiere decir que el proceso no es guiado por la finalidad exterior asignada a priori, sino tan sólo por las exigencias internas de equilibración. Esto se da en el modo de conocimiento inherente a las estructuras logicomatemáticas; pero, en cuanto a la adquisición de los conocimientos experimentales o empíricos, se trata de construcciones semidirigidas o con dirección parcialmente exterior, “ya que el problema estriba en alcanzar una realidad independiente del sujeto, gracias a una serie indefinida de crecientes aproximaciones” (1978). Estas últimas afirmaciones, como puede observarse, trascienden el mero marco cognitivo, y sus consecuencias tienen que ver con el problema acerca de la libertad del hombre. ¿Quiere esto decir que el hombre está predeterminado, que sólo es una pasivo receptor de sus propias transformaciones, y que su voluntad resulta ajena a dichas transformaciones? La noción de teleonomía no supone una ausencia de decisión del hombre. El juego de las equilibraciones solamente predispone y facilita caminos, abre posibilidades y novedades que el hombre termina por completar con sus elecciones vitales. A Piaget no se le escapa las consecuencias que podría traer si afirmación. En “La equilibración de las estructuras cognitivas” (1978) afirma: “si la novedad a construir se encuentra sugerida por las realizaciones precedentes, ¿no hay en ello una simple predeterminación? La respuesta es que el mundo de los posibles nunca se encuentra acabado ni, por lo tanto, dado de antemano. Dicho de otro modo, cada realización abre nuevas posibilidades que no existían como tales en los niveles anteriores. Si en un momento dado se impone una posibilidad nueva, abierta por el sistema inferior, en cuanto superación necesaria que compensa un desequilibrio virtual, no es que porque se encuentre preformada ni porque surja al azar de las invenciones espontaneas del sujeto, sino en virtud de la multiplicación de los subsistemas independientes por los que está compuesto el sistema total de sus conocimientos actuales”. Como vemos, su posición no niega ni la posibilidad de elección, ni la originalidad de la misma, sino que afirma que todo comportamiento supone una organización estructural, de cuya riqueza depende la riqueza de proyectos. Así como cada estructura somática determina las posibilidades físicas del sujeto, la estructura cognitiva determina las posibilidades comportamentales, pero con una gran diferencia entre ambas; la segunda es un sistema abierto, usina de novedades, en la que toda mejora se orienta en la dirección de una coherencia o necesidad interna más avanzada.

EL HOMBRE COMO ESTRUCTURA ABIERTA

De lo anterior se rescata una consecuencia importante. En la medida en que el hombre construye sus estructuras, se le van abriendo posibilidades de construir nuevas estructuras. El equilibrio se logra por una tensión hacia equilibrios más complejos, y estos estados más complejos posibilitan mayores complejidades. El sistema no se cierra en sí mismo, sino que se hace cada vez más abierto. Podría decirse que de acuerdo con esta concepción, el hombre cuanto más sabe más puede saber, (y por extensión cuando más hace más puede hacer, y cuanto más ama más puede amar). ¿Cuál es el límite de esta evolución indefinida? Es difícil saberlo, porque el hombre va creando instrumentos aliados de su evolución que van acelerando la misma día a día. Tenemos el ejemplo de las computadoras, que realizan operaciones que el cerebro humano no puede realizar, pero que son creadas por dicho cerebro, y funcionan como auxiliares de éste. La realidad nos muestra también sistemas evolutivas ocluídos que se encuentran en el área de la patología: un oligofrénico tiene cerrado su sistema intelectual, y su proyecto constructivo resulta dependiente de otros, limitado y pobre. Del mismo modo un medio que estimula poco o nada el sujeto termina amputándole sus posibilidades.

HOMO SAPIENS, HOMO FABER

La dicotomía entre acción y pensamiento desaparece en la concepción piagetiana. El planteo constructivista supone una filiación de estructuras, y en esa secuencia, lo primero es la acción. Sobre ella se apoyan las construcciones posteriores, de tal manera que aun en las estructuras más formales, la acción se encuentra presente como conducta virtual, como acto internalizado. Esto lo vamos a ir describiendo mientras recordamos lo que aparece en los distintos períodos evolutivos. En el sensoriomotor, el sujeto utiliza sus conductas reflejas, en un primer momento, y luego acciones explicitas ya que aún no construyó sus posibilidades de simbolización. El mundo pues, será una realidad arrojable, chupable, mirable, golpeable, etc. Las estructuras cognitivas son únicamente sensoriables y motrices, por lo menos hasta que el niño tenga la posibilidad de reemplazar un objeto o una acción por su significante, es decir, ejercer una actividad semiótica. Es esta posibilidad de manejar símbolos y signos la que indica la aparición del pensamiento y el ingreso en el segundo periodo, el preoperatorio. La conducta eminentemente sensoriomotora se reconstituye en el plano de la representación, adquiriendo más y nuevas relaciones. Al principio la representación es fragmentaria y demasiada literal; el niño no hace otra cosa que repetir en su cabeza las acciones que ha ejecutado o que está por ejecutar.

Progresivamente estas acciones internalizadas se van complejizando, adquiren un mayor alcance, comienza a conformar sistemas de transformaciones no totalmente reversibles y, posteriormente adquieren reversibilidad completa. Es el comienzo del período de operaciones concretas. La definición que da Piaget de operación revela cómo la acción nunca se abandona en su concepción: “acción interiorizada o interiorizable, totalmente reversible y coordinada en estructuras totales” (1970). Este sistema de acciones interiorizadas, en un primer momento sólo tiene posibilidades de aplicarse sobre objetos concretos. La construcción de nuevas estructuras en la secuencia evolutiva intelectual determina el acceso a un nuevo nivel: no solamente le será posible operar con los objetos, sino también con proposiciones acerca de los objetos. Entramos pues, en el periodo de operaciones formales (coincidiendo con la adolescencia). Podría pensarse que en estos niveles el pensamiento se va independizando de la acción, que este territorio es patrimonio sólo del homo sapiens; sin embargo Piaget se interesa por poner énfasis en la presencia de la acción en este ámbito logicomatemático: “el pensamiento matemático es fecundo porque al ser un asimilación de lo real a las coordinaciones generales de la acción, es esencialmente operatorio. Es fecundo, antes que nada, debido a que las composiciones de operaciones constituyen nuevas operaciones, y a que estas composiciones, cuyas estructuras son develadas por el pensamiento matemático, se confunden en su fuente con la coordinación de las acciones”. (1975) También la acción se encuentra presente en el aspecto figurativo más importante del pensamiento: la imagen mental. Piaget afirma que ésta es imitación interiorizada, es decir movimientos imitativos incompletos o no realizados efectivamente. La imagen mental, que uno cree ingenuamente que es ajena a la acción, sin embargo también echa sus raíces en ella. Insistimos, Piaget plantea una concepción no disociativa entre acción y pensamiento. El dialogo practico con la realidad, mediatizado por el instrumento de la acción, es el fundamento y textura de la realidad cognitiva del sujeto epistémico.

CONTINUIDAD BIOLOGICA INTELECTUAL

Lo cognitivo es para Piaget una extensión más compleja de los mecanismos de autorregulación característicos de los procesos biológicos: “Los procesos cognoscitivos se nos manifiestan entonces, simultáneamente como la resultante de la autorregulación orgánica, cuyos mecanismos esenciales reflejan, y como los órganos más diferenciados de esta regulación en el seno de las interacciones con el seno de las interacciones con el exterior, de manera que terminan con el hombre, por extender éstas al universo entero” (1969).

Los procesos biológicos elementales nos permiten una adaptación limitada en espacio y tiempo, esto es, que con los instrumentos adaptativos exclusivamente biológicos no existe posibilidad de trascender nuestras circunstancias actuales: no hay posibilidad de prever, de anticipar. La homeostasis biológica está asegurada en el aquí y el ahora gracias a los instrumentos adaptativos del sujeto en su relación con el medio: es necesario incorporar constantemente oxígeno en rítmicas respiraciones para poder mantener los niveles de alcalinidad o acidez del medio interno compatible con la vida. No hay posibilidad de posponer esa actividad previendo respirar en un medio más rico en oxigeno. No es posible tampoco pensar que el organismo puede reemplazar su respirar real por un “respirar simbólico”. Para el biológico urge el equilibrio presente. Las funciones cognitivas comparten con la organización viviente el proceso de autorregulación, pero trascienden la dinámica exclusivamente biológica, ésta se limita a intercambios fisiológicos con el exterior, que tiene como sustento materia y energía; pero en el ascenso evolutivo la organización cognitiva prolonga la organización vital e introduce pues, una equilibración en los sectores donde el equilibrio organico resulta insuficiente, “[…] pero las regulaciones y el equilibrio cognoscitivo difieren precisamente de la equilibración vital en que tienen éxito allí donde ésta es incompleta” (1969). La organización intelectual, como decíamos más arriba, es un sistema abierto; de su mismo funcionamiento emergen intereses nuevos, que son distintos a los de partida y que a su vez determinan una mayor apertura. Esta apertura cada vez más amplia incorpora la posibilidad de cada vez más experiencias y correlativamente una mayor extensión del medio con más posibilidades adaptativas. El sistema abierto tiende al cierre, en el sentido de lograr equilibrios más estables y autosuficientes, pero éstos suponen sin embargo, una nueva apertura en un nivel más complejo que abre nuevamente el sistema. Por esta razón Piaget expone de la siguiente manera la hipótesis fundamental de su libro Biologia y conocimiento: “si lo que acabamos de ver es cierto, el desarrollo de las funciones cognoscitivas se manifiesta, según nuestra hipótesis directriz, como la constitución de órganos especializados de regulación en las reglas de los intercambios con el exterior, intercambios fisiológicos primero, que tienen como objeto materia y energía; después intercambios puramente funcionales, es decir, que interesan esencialmente al funcionamiento de las acciones o del comportamiento” (1969) Es interesante observar el status que más adelante da a los aspectos logicomatemáticos. Afirma que la evolución en este ámbito es el único ejemplo en el mundo de un desarrollo deductivo sin roturas, de tal manera que ninguna estructuración nueva elimina las precedentes, sino que se van integrando progresivamente en equilibrios sucesivos. Y aquí Piaget arriesga “una interpretación que parecerá atrevida”, dice él, y es la siguiente: la fuente primera de las coordinaciones de las acciones de donde se sacan las matemáticas, han de buscarse en las leyes generales de la organización; más aún, el

equilibrio logrado por las estructuras logicomatemáticas, dinámico y a la vez estable, es una estado “vanamente” perseguido por las sucesión de las formas, al menos de comportamiento, en el curso de la evolución de los seres organizados. Es como si Piaget afirmara que lo orgánico es un preanuncio, un vano intento por alcanzar ese equilibrio más perfecto que reposa en lo cognitivo, y que en un salto cualitativo de la “noosfera” – diría Teilhard de Chardin – llega a su objetivo. “Esta victoria se debe a otro carácter especifico de las funciones cognitivas comparadas con las formas de la organización viviente: es la disociación posible de las formas y los contenidos” (1969). Una forma orgánica no puede separarse de la materia que organiza, y su pertenencia es a cada caso particular de materia; como también todo cambio de forma acarrea un cambio de materia. Por el contrario, la evolución intelectual independiza la forma del contenido, cuyo ejemplo más claro se da nuevamente en el campo logicomatematico, donde se “ dan formas de organización dispuestas a organizarlo todo, pero que momentáneamente no organizan nada en la medida en que se las disocia de su aplicación” (1969). Piaget encuentra la explicación de la continuidad entre las formas orgánicas y racionales precisamente en el hecho de que esta creación perpetua de formas nuevas con repercusión sobre los elementos anteriores no hace más que expresar los caracteres esenciales propios de todo desarrollo biológico (orgánico o mental): la diferenciación y la integración complementarias. Así, al reflejarse sobre los elementos anteriores, cada nueva construcción los enriquece con propiedades nuevas.

EL HOMBRE Y SU IDENTIDAD

¿Tiene algo que decir Piaget sobre la construcción de la propia identidad? ¿Cómo interviene en el proceso de construcción de la propia identidad esta secuencia ascendente de la inteligencia? Hasta ahora hemos apreciado de qué manera la organización viviente prolonga sus órganos adaptativos en las funciones cognitivas del hombre, y esto hace posible liberarse de una absoluta esclavitud del aquí y del ahora. ¿Pero qué ocurre con el paso hacia la obtención de la singularidad, en el que cada hombre es algo irrepetible y único? ¿Lo cognitivo tiene algo que ver en ese proceso? Piaget sostiene por supuesto que sí, y en su trabajo “epistemología y psicología de la identidad” (1971), afirma que una de las fuentes de ese proceso de diferenciación yo – no yo, de aprehensión de una continuidad interna, con conciencia y conocimiento de los rasgos personales, reposa en esa dinámica cognitiva propia del sujeto epistémico: “Nos pareció hallar la fuente de la identidad, en efecto, en la asimilación de los objetos a los esquemas de la propia acción…; la identidad proviene de la

misma asimilación, es decir, el proceso constitutivo que condiciona la acción y la conciencia que de ella se adquiere”. Como vemos, afirma Piaget que el fundamento cognitivo de la identidad se encuentra en la misma asimilación, y sabemos por lo dicho más arriba, que ésta es una invariante funcional que se da como una constante del desarrollo intelectual, cuya construcción tiene un protagonista: el sujeto en su interacción con la realidad, en el cual la evolución sedimenta en niveles de complejidad y conciencia cada vez más profundos.

MORALIDAD E INTELIGENCIA

También en el ámbito moral de la inteligencia juega un importante papel, ya sea como instrumento crítico de la norma internalizada, ya sea, en el marco de la asimilación, como constitutiva del juicio moral. Todo el mundo ha observado, dice Piaget, la similitud que existe entre las normas morales y las normas lógicas: “La lógica es moral del pensamiento, como la moral es la lógica de la acción”. Ni las normas lógicas, ni las morales son innatas en la conciencia individual. Ambas son construidas en un proceso de evolución secuencial que tiene características parecidas. Así como el egocentrismo infantil lleva implícito una especie de alogismo, pues existe también algo similar a una situación de anomia. Esta irá cediendo progresivamente bajo la presión de las reglas lógicas y morales colectivas, ya que la interacción con los otros debilita los egocentrismos. En la evolución de la noción de la verdad, en una primera etapa, el vínculo con el adulto se sostiene en una relación de respeto; ya no afirma lo que le gusta, sino que se adapta a la opinión de los que lo rodean: lo cierto es lo que está de acuerdo con la palabra del adulto. Como vemos, esto no es suficiente para decir que estamos ya en presencia de un criterio de certeza racionalmente fundamentado. Podría decirse, haciendo una analogía con lo moral, que nos encontramos en presencia de una verdad heterónoma. El arribar a una verdad autónomamente elaborada supone una activa gestión de la razón, y que ésta pueda controlar el acuerdo o desacuerdo de estos juicios con la realidad. Estos aspectos relacionados con la evolución intelectual son similares en el ámbito moral. Así como en un principio el niño cree en la omnisciencia del adulto, cree también en los imperativos recibidos de éste. De esta manera se constituye la conciencia elemental del deber y el primer control normativo. Claro que a esta altura, totalmente contaminado de la heteronomía. No hay aún una conciencia que tienda hacia la moralidad como un bien autónomo, ni que sea capaz de apreciar el valor de las reglas que se le proponen. El acceso a la adolescencia, con los cambios intelectuales y afectivos característicos, conforma también un cuadro cualitativo en la construcción del sujeto ético. En el ámbito cognitivo se llega a

un fenómeno de descentración que concluye en una autonomía de las ideas respecto del estar encarnadas en una persona, es decir, hay una adherencia a la idea por la idea misma y, por lo tanto, aparece una superación de la necesidad de la referencia del ideal a lo concreto. Mientras tanto, en el campo de la moral, la norma, como reguladora de las relaciones entre los hombres, es analizada independientemente de la conducta concretamente realizada, y es objeto de una sistemática y organizada reflexión. Son las estructuras formales del pensamiento las que permiten, por un lado, la construcción de una ética independiente de la singularidad circunstancial, y por otro lado, es gracias a estas estructuras que el sujeto puede reflexionar sobre dichas normas. Como vemos, lo cognitivo tiene que ver con la constitución de la ética, como así también con los aspectos críticos a la misma. ¿Se desprende de lo anterior que todo sujeto que accede al pensamiento formal cumplirá con una conducta enmarcada por normas inviolables? Evidentemente, dicho acceso no garantiza una conducta éticamente coherente, pues los aspectos morales trascienden el campo de la inteligencia. Hay un plus no contenido en lo cognitivo y que compromete al sujeto total. Lo que sí podemos afirmar, es que una cierta complejidad de pensamiento es condición necesaria para lograr una complejidad ética (un moral autónoma), aunque no es condición suficiente.

SOCIALIZACIÓN E INTELIGENCIA

La socialización no es ajena a lo intelectual. Si entendemos a aquella como interacción con el otro, en los vínculos con nuestro prójimo subyacen una red de instrumentos comunes de pensamiento que organizan y le dan un estilo determinado a dichas interacciones. Se puede observar que el sujeto pasa del egocentrismo social a la cooperación, esto es, al co-operar u operar en común. Este pasaje se va logrando por una intensa actividad constructiva y de acuerdo con una coherente secuencia de fenómenos que tienen que ver con la evolución intelectual. Haciendo un breve repaso de esta evolución, observaremos que la socialización se inicia desde el nacimiento, pero en estás primeras etapas sólo hay respuestas reflejas y poco organizadas con respecto a los estímulos externos. Posteriormente, al acceder al pensamiento intuitivo, aparecen más claros esbozos de socialización, pero con características intermedias entre la naturaleza individual del periodo anterior y la cooperación del tercero. El discurso egocéntrico expresa claramente esa indiferenciación entre el punto el vista ajeno y el propio. Aproximadamente entre los siete y los once años hay un claro progreso de la socialización; pueden coordinarse y discutirse puntos de vista, y se hace posible exposición

de ideas concretas y ordenadas. La acción en conjunto para lograr un fin puede plasmarse con ciertas interferencias subjetivas. Existe la posibilidad de conservar datos que fundamenten afirmaciones posteriores. Todo esto facilita la puesta en correspondencia, relaciones e integraciones con afirmaciones de otros. El pensamiento lógico proposicional, último escalón evolutivo intelectual, favorece un análisis de las formas de las interacciones, pero además “[…] por su propia naturaleza, la lógica de las proposiciones es un sistema de intercambios, tanto cuando las proposiciones intercambiadas son las del dialogo interior como cuando el intercambio se produce entre varios sujetos diferentes. Ahora bien, el intercambio de las proposiciones es sin duda más complejo que el de las operaciones concretas, ya que este último se reduce a una alternancia o a una sincronización de acciones que tiene un fin común, mientras que el primero supone un sistema más abstracto de evaluaciones recíprocas, de definiciones y de normas”. (1971) No se puede alcanzar el equilibrio cuando los dialogantes no lograr coordinar puntos de vistas a causa del egocentrismo intelectual. Es justamente el pensamiento proposicional el que permite que se cumplan las condiciones para el equilibrio: 1.- Tener una escala común de valores 2.- Conservar dichos valores o las significaciones o las reglas de interacción 3.- Reciprocidad, en el sentido de realizar el camino de descentración saliendo del egocentrismo. Piaget establece además, un diferencia entre intercambios cooperativos e intercambios desviados por un factor de egocentrismo o de coacción. Los primeros conducen a un estado de equilibrio real, los segundos a un falso equilibrio. Es decir, que el equilibrio real implica “una situación social de cooperación autónoma basada en la igualdad y la reciprocidad de los participantes y liberada tanto de la anomia característica del egocentrismo como de la heteronomía característica de la coacción” (1971) Cabe aquí una distinción importante establecida por el autor entre intercambio cooperativo e intercambio espontaneo o libre dejar hacer. Mientras que este último es pasivo, el primero es activo, es conquista frente al egocentrismo y a las coacciones e implica un sistema de normas y no ya de simples regulaciones. Piaget señala: “en efecto, quien dice autonomía, por oposición a la anomía y a la heteronomía, también dice actividad disciplinada o autodisciplinada, a igual distancia de la inercia o de la actividad forzada. En relación con ello, la cooperación supone un sistema de normas, a diferencia del así llamado libre cambio cuya libertad es ilusoria debido a la ausencia de tales normas. Y por ello también la verdadera cooperación es tan frágil y tan poco frecuente en un estado social en el que cuentan tanto los intereses como las sumisiones; de la misma forma que la razón es tan frágil y tan rara en relación con las ilusiones subjetivas y el peso de las tradiciones”

(1975). Nuevamente se nos revela que la cooperación, como ideal de interacción, apoya su posibilidad de concreción en la existencia de estructuras intelectuales que son las que hacen posible la reciprocidad, aunque nuevamente como condición necesaria, pero no suficiente.