Perdon

© 2019 Vanny Ferrufino. Todos los derechos reservados. Tu perdón. Edición: Kenfers Pérez. Todos los derechos están reser

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© 2019 Vanny Ferrufino. Todos los derechos reservados. Tu perdón. Edición: Kenfers Pérez. Todos los derechos están reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo del autor.





Agradecimientos

A todas las personas que me tuvieron paciencia y se quedaron a mi lado por más de tres años, mientras escribía la historia de Daniel y Aria. A mis amigos, quienes incluso sabiendo que podría dolerme, tuvieron el valor de corregir mis errores y hacerme ver que no siempre tendré la razón.

A ti, por estar aquí, siendo parte de mi sueño.





PD: Daniel Montaño pertenece a M. G.

Prólogo DANIEL. Los errores estaban hechos para que uno aprendiera de ellos, eso era algo que siempre tuve claro a lo largo de mi vida. Sin embargo, nunca creí que llegaría a cometer el error de perder algo tan importante por dinero, por una posición que quizás nunca sería adecuada para mí y por lo tanto no debía ambicionar. Hace más de cuatro meses que no había vuelto a saber nada de Aria, había contratado a alguien para que la buscara en Miami pero con los escasos datos que tenía de ella —su nombre y aspecto físico, porque sí, nunca me interesé en saber un poco más de su vida—, fue imposible que diera con ella. En un principio mi intención había sido informarle que no estaba sola, que a pesar de no estar de acuerdo con muchas cosas, ella tendría mi apoyo económico, sólo eso porque nunca le ofrecí nada más. No obstante, con el pasar de los días, semanas y meses ellos se habían convertido nuevamente en mi obsesión y ya no estaba seguro si estaba haciendo lo correcto. Cuando partí a Miami hace varios meses, lo hice con la intención de

prepararme para lo inevitable, pero desde el primer día, Aria se había puesto en mi camino poniendo mi mundo patas arriba, haciendo que recordara lo lindo que era sentirse feliz. Ella había sido la frescura que mi vida necesitaba después de tantos años de trabajo; y yo... Le había arruinado la vida y roto el corazón sin detenerme a pensar un solo segundo en ella, o mejor dicho en ellos. En ese momento, para mí, mi única familia estaba en Londres; mis padres y mis hermanos, los que siempre habían sido mi prioridad, por lo que fue tan fácil darles la espalda y salir huyendo que ahora recordarlo sólo hacía que me diera vergüenza y ganas de vomitar. La consideré poca cosa, alguien que era vulgar e ignorante sólo porque sabía sonreír y verle el lado positivo a la vida; y la última vez que la vi, la había considerado una horrible piedra en mi camino que debía patear y enviar lejos si quería triunfar. Y ahora... Ahora sabía que esa mujer podía aplastar todos mis años de trabajo con un simple chasquido y aun así no podría odiarla porque la amaba con cada fibra de mi ser y me merecía lo peor. Los aplausos hicieron que regresara a la realidad y me apoyara en la mesa de bebidas viendo como todo el mundo admiraba a la hija menor de los Rivers; la mujer que enamoré, rechacé y abandoné hace más de cuatro meses cuando entre los dos ya existía un lazo que jamás podría romperse.

Capítulo 1 ARIA. Sólo existía una palabra para describir como me sentía en este preciso momento y era: ansiosa. ¿O no...? Quizás emocionada, eufórica y a punto de abrazar a cualquier persona que se sentara a mi lado. Definitivamente era una mujer de muchas palabras que jamás podría usar sola una para definir algo en concreto. Lo que estaba a punto de hacer era una locura y no podía dejar de pensar en todo lo que podría suceder en los próximos tres meses de libertad que tendría lejos de Londres. Al ser una Rivers, mi vida siempre había estado llena de obligaciones hasta que cumplí los dieciocho años, cuando las cosas se aligeraron sólo un poco para mí, puesto que decidí salirme de la casa de mis padres y empezar a tener mayor independencia. No era que mis padres estuvieran todo el día en su casa, a decir verdad ellos tenían cosas más importantes que hacer; como viajar, trabajar y preocuparse de su imagen, pues eran dueños de una de las mejores cadenas hoteleras a nivel mundial y ahora mismo mi hermano, Andrés, estaba construyendo un nuevo imperio para la familia en el mundo del modelaje y la moda. Sí, esas personas amaban el dinero y por ello debían trabajar sin descanso; sin embargo, mis planes eran algo... diferentes. Comprendía que una vez que regresara tendría que ponerme a trabajar en los hoteles de mi padre —ese fue el trato que hice con Diego, mi progenitor—, había estudiado administración de empresas sólo porque él lo quiso y lo hice bien, fui la mejor de la clase y una de los muy pocos egresados por excelencia. Me habían criado para ser la niña perfecta y a veces quería vomitar por ello. Odiaba los números, odiaba los hoteles de mi padre y odiaba ser una Rivers.

Hasta ahora estuve manejándome con el apellido de mi madre, Johnson, para evitar que existiera una preferencia hacia mi persona. Todo el mundo quería caerle bien a un Rivers y yo era el tipo de Rivers que no quería que todo el mundo le besara los pies; y sí, era la única de la familia que pensaba así. Muchas veces Andrés me había dicho que por eso no tenía amigas, dado que a nadie le interesaría ser amiga de un donnadie. Mi hermano era taaaan adorable. Aunque debía admitir que con ayuda de mi hermano fue que evité ser presentada ante los medios como una Rivers a mis dieciocho, por lo que todos sabían que había una Rivers, pero aún no tenían el placer —porque sí, ver mi hermoso rostro debería ser un placer para cualquiera— de conocerme. Mis días de libertad estaban llegando a su fin, Diego me lo advirtió, pronto todos sabrían quién era y ya no podría seguir escondiéndome de ese mundo que no era de mi agrado. No podría moverme de un lugar a otro sin ser observada porque obviamente todos querrían saber qué tan perfecta era la hija menor de Diego Rivers. —¡Devuélveme mi libro! —Respingué al escuchar el lloroso grito de una niña y vi que un niño corría en mi dirección con un libro en la mano mientras una pequeña corría tras de él, persiguiéndolo. Quitárselo fue fácil, y satisfecha entregué el libro a su dueña. El niño gruñó con tristeza, claramente se le había acabado la fiesta mientras esperábamos nuestro vuelo, y la pequeña sonrió con felicidad. Ella se fue corriendo y el chiquillo la siguió regalándome una última mirada de enojo. Eran hermanos y lo cierto era que me costaba entender ese jueguecillo de torturar a la hermana menor. Andy jamás hizo algo igual, al contrario, si alguien se atrevía a molestarme era carne muerta. Pero... Andrés nunca fue un niño normal, ni siquiera ahora era una persona normal porque mi padre lo tenía atado a todas las responsabilidades familiares. Ese pensamiento hizo que quisiera huir, no deseaba convertirme en alguien

como Andrés, quien sólo pensaba en el dinero y quedar bien ante los ojos de los demás. El imperio Rivers no era para mí, sabía que era mi hogar pero por alguna extraña razón me sentía ajena a él. Observé el pasaje que tenía en la mano y sin pensarlo lo presioné como si mi vida dependiera de ello. Miami sería mi lugar de escape, tendría tres meses para saber qué querré hacer con mi vida para mi regreso. A pesar de vivir sola, a mis veintitrés años eso ya no me bastaba; mientras más lejos estuviera del control de mi padre y hermano, mejor. Y, por supuesto, con lejos me refería a otro país, otro estado y otro continente. Era una lástima que no pudiera irme a otro planeta. Al darme cuenta de la dirección que estaban tomando mis pensamientos, esa que me llevaba a analizar a la poderosa familia Rivers, reí silenciosamente ladeando la cabeza. Nada arruinaría mis vacaciones. Al escuchar el llamado a todos los pasajeros de mi vuelo, no pude evitar emocionarme más de lo normal, cualquiera pensaría que era la primera vez que me subía a un avión —cosa que no era cierta porque ya había viajado con mi familia en reiteradas ocasiones, recibiendo el apoyo de Andrés porque ciertamente los vuelos me daban miedo—, y di un salto, entusiasmada. ¡Al fin abandonaría Londres! Toda la multitud se puso de pie ante el llamado de la asistente de vuelo y me froté las manos sudorosas con nerviosismo. Nada malo pasaría, ya no era una niña, supuestamente el tiempo debería haber mejorado aquel miedo que siempre me carcomía cuando estaba en un avión, por lo que tenía la fe que nada malo sucedería durante las siguientes nueve horas de viaje que me quedaban. Arreglé mi blazer rojo con torpes movimientos y tragué saliva al darme cuenta que esto me estaba inquietando más de lo normal; no obstante, sólo

llegaría a Miami lo antes posible por este medio de transporte por lo que no podía quejarme. La gente se movía con prisa y yo aún no era capaz de dar un solo paso. Inhalé y exhalé con fuerza y asentí con tranquilidad, la última vez que vomité en un avión fue a mis nueve años, ¿qué tan mala suerte podría tener para repetir una escena tan bochornosa como esa? Nuevamente volvieron a llamar a los pasajeros de mi vuelo y sobresaltada, consciente que si quería libertad debía avanzar, di un paso hacia la puerta, lamentando al instante mi decisión. —¡Maldita sea! —bramó el hombre que tuvo la mala suerte de ponerse en mi camino y abrí los ojos de par en par al ver como el café —que seguramente estaría muy caliente— se deslizaba por el costoso saco del rubio. —Lo siento tanto —dije al instante, utilizando la manga de mi blazer para limpiar un poco del desastre que ocasioné en el susodicho de la mala suerte, y con un gruñido él apartó mi brazo de una manera muy poco caballerosa y hasta cierto punto violenta. Tal vez ya no lo sentiría tanto. —Sólo está empeorando la mancha. Me fijé en el resultado de mi arduo esfuerzo e hice una mueca dándole toda la razón. Lo mejor habría sido que me quedara quieta. Desde un principio, claro está. —Lo siento —susurré verdaderamente apenada y levanté la mirada encontrándome así con el hombre más atractivo en la faz de la tierra que fácilmente podría hacer de doble para el actor que interpretaba a Thor. O quizás mejor a uno porno, esos que salían con sus montañas de músculos y piernas fuertes presumiendo su... Un momento, yo no veía porno, ¿cómo sabía que salían así? ¿O quizá lo hice alguna vez? Bueno, sería un misterio que jamás podría ser resuelto. Aunque... imaginándome a ese hombre en paños menores, estaba a poco de replantearme la idea de añadir un nuevo género cinematográfico a mis preferencias.

Le di una rápida inspección de pies a cabeza —porque no podía darle una vuelta y analizar hasta su retaguardia—, y contuve un suspiro al comprobar que efectivamente se parecía un poco a mi actor favorito. Rasgos firmes, una hermosa piel besada por el sol y profundos ojos celestes, ¡era un muñeco Ken en la versión del dios del trueno! Evité exteriorizar lo mucho que me afectaba su aspecto físico mientras me preguntaba una y otra vez que tal se vería en un traje de baño. Con un chasquido de dedos el rubio me hizo regresar a la realidad y me vi obligada a dar un paso hacia atrás al detectar el enojo en su mirada. Claro, ¿cómo pude olvidarlo? Acababa de arruinarle un muy costoso traje. —¿Me estás escuchando? Arrugué el entrecejo. Su voz también era linda, pero su carácter era una mierda. Recordé que mi imprudencia posiblemente no podría hacer feliz a nadie y toleré su tono de voz haciendo acopio a mi buena personalidad. Miré a los alrededores, siempre fui una persona algo torpe pero nunca pensé que el no corregir ese insignificante defecto —que todos tenían uno, o dos, o quizás un poco más como en mi caso— me llevaría a conocer a un hombre tan guapo y gruñón en estas circunstancias. Adiós a la posibilidad de encontrar al amor de mi vida en el hermano perdido de Thor. Guiada por mis instintos femeninos acaricié mis ondas rubias como señal de nerviosismo y esperé que el hombre me dejara ir; no obstante, él me miró con fijeza esperando que dijera algo y no tuve más remedio que pensar en mis siguientes palabras. —Le pagaré. No adoraba ser una Rivers, pero el orgullo lo llevábamos en la sangre y emitir una disculpa era un trabajo muy duro para nosotros, más cuando ya me

había disculpado con el imbécil y él me había tratado de manera desagradable. El susodicho se rio sin humor alguno y estoy segura que no dije ningún chiste. —¿Tú? —No me gustó el tono despectivo que utilizó ni mucho menos como me miró de pies a cabeza con desprecio—. Sí, cómo no. Apártate de mi camino, muchacha, no estoy para perder el tiempo. Lo miré con incredulidad, ¡nadie le hablaba a un Rivers en ese tono y se salía con la suya! —Puedo pagarle. Con el dinero de mi padre, pero podía hacerlo y eso era lo importante en ese momento. El hermoso rubio que ahora esperaba fuera el doble de Thor para las escenas más peligrosas —quizás una donde casualmente el dios del trueno cayera en un mar lleno de tiburones—, me pasó de largo golpeándome con su fuerte brazo en el hombro para que me apartara. Al ser una mujer de estatura pequeña, salí disparada hacia un costado y tardé unos segundos en ganar estabilidad. Contando hasta tres, conseguí regularizar mi respiración y luego fulminé con la mirada al hombre que avanzaba hacia una de las puertas de embargue. Atrevido, malcriado y animal, eran apelativos humildes para ese salvaje. Sujetando mi bolso con seguridad y agradeciendo llevar zapatillas planas, salí disparada en su dirección y me clavé delante de él por segunda vez en esta noche. Mi paciencia había llegado a su fin y un Rivers enfadado no era una persona muy agradable para nadie. —¿Qué quieres? —ladró el animal de dos patas, dispuesto a empujarme otra vez. Sin darle una respuesta alcé la mano, golpeando el vaso de café que él aún tenía en la mano y salí disparada huyendo a toda prisa, mezclándome entre la

multitud mientras escuchaba los gritos amenazantes del hombre al que ahora, estaba segura, le había arruinado su costoso traje de corte italiano. ¡Eso era para que aprendiera a respetar a las mujeres! Una vez que me encargué de mi bolso, froté mis manos con suficiencia al no sentirme tan intimidada dentro del avión y me deslicé en mi lugar —que lastimosamente estaba junto a la ventana—, y me puse el cinturón de seguridad. Aún faltaba media hora para que el avión partiera, pero eso era lo de menos; seguridad ante todo. Adoraba viajar en primera clase, el espacio era cómodo y contaba con todo lo necesario en caso de que el viaje se volviera un poco tedioso. Observé la pantalla de mi celular, su batería estaba llena así que podría escuchar música por un buen tiempo hasta que decidiera ver algo por la tableta del avión. Los asientos eran espacioso y eso era grandioso porque lo menos que quería era dormir junto a un extraño cuando convirtiera el mío en una cama. Si bien tenían sus divisiones, estaban lado a lado. Arreglé el profundo escote de mi blusa y me recliné sobre el asiento para sujetar una de las revistas. Como era de esperarse mi hermano estaba en la portada y en el encabezado decía que era el empresario del año —otra vez— y sonreí con orgullo, ni siquiera mi padre era capaz de bajarlo de aquel pedestal. Chasqueé la lengua. Amaba a Andrés, pero ese hombre requería de unas largas vacaciones y con urgencia. Recordé que me había dicho que un amigo suyo iría a Miami, junto a la sugerencia de que me quedara en su casa porque él podría cuidarme, y tirité. La sola idea de estar junto a un amigo de mi hermano era escalofriante, si mi hermano con sólo veintiocho años era todo un dictador, no quería ni imaginarme el tipo de amistades que tendría ni mucho menos como sería su mejor amigo. No pude evitar reírme. Seguro la pasaría en "grande" con un tipo así. ¿Cómo sería?, ¿un hombre obsesionado con su trabajo y dinero que en vez de

cuidarme se la pasaría contando los millones que ganaría en un mes? —Te doy cinco libras por tus pensamientos. Al escuchar aquella voz desconocida me giré rápidamente en su dirección, mirando ceñuda al hombre que me veía con cara de mendiga. Al menos me habría ofrecido unas diez, ¿no? Mi indignación se fue con prisa al percatarme de que me sonreía como si me conociera de toda la vida y lo escudriñé sin vergüenza alguna. Era guapo. Su cabellera oscura tenía un contraste maravilloso con sus ojos color cielo y su piel clara, pero no era eso lo que llamaba más mi atención, si no la hermosa curvatura de sus labios. ¿Dónde lo había visto? —¿Qué dices? —insistió, dado que me había quedado callada y pestañeé varias veces. Regresé la vista hacia la revista que tenía en las manos y miré fijamente al hombre que estaba junto a Andrés. Volví a mirar al castaño que tenía a unos metros de distancia. ¡Era Alex Ojeda! El modelo estrella de la agencia de modelaje de mi hermano, un hombre con más de veinte millones de seguidores en sus redes, adorado por todo un séquito de mujeres dado que por milagros de la vida seguía soltero. Había escuchado hablar de él en reiteradas ocasiones, pero tenía que admitir que las fotos no le hacían justicia, era como un dios hecho para derretir bragas y robar sonrisas. —Oh por Dios —susurré, enderezándome—. ¡Soy tu fan! —mentí. Sin embargo, mis antiguas compañeras de universidad lo eran y se morirían de envidia si descubrían que me tomé una foto con ese hombre. De más estaba decir que muchas me odiaban porque sus hombres tenían cierta afición a ganarse mi corazón, algo difícil porque definitivamente ninguno era lo que buscaba. Esa foto la publicaría en mi Facebook, Instagram y luego bloquearía a mi

hermano para que no me ordenara quitarla. A pesar de que Alex era exitoso y oro puro, Andrés me comentó que él no era dócil a la hora de seguir sus órdenes; y por ende eso lo convertía en su empleado menos favorito. La sonrisa de Alex creció y por unos segundos me costó respirar con regularidad. Tal vez sí me haría una fan después de todo. —¿Puedo tomarme una foto contigo? ¡¿Por qué no podía ser él mi compañero de asiento?! ¿Quién sería la afortunada que ya estaba descansando junto a él? —Claro —espetó e intenté levantarme. Por alguna extraña razón no pude hacerlo y lo intenté nuevamente lanzando un gruñido al tiempo que Alex reía a carcajadas. Me señaló el cinturón de seguridad. Oh. Claro, casi lo olvido. Rápidamente lo desabroché y me quité el blazer que estaba un poco sucio para tener una mejor foto con Alex. Me puse de pie y él hizo lo mismo. No me pasó desapercibida la intensidad de su mirada y por un momento me pregunté cómo sería enrollarme con un hombre como él; no obstante, toda idea se fue de mi cabeza cuando me imaginé al pobre modelo desempleado. Andrés no lo dejaría vivir tranquilo. Alex evitó mirar mi escote y me pareció muy caballeroso de su parte, en la universidad este había sido un punto muy observado por mis compañeros, pues mis pequeñas no pasaban desapercibidas jamás. Me pidió mi celular y se lo entregué, ambos posamos para tomar una selfie. —Y yo que creía que las cámaras sólo me querían a mí —comentó Alex en voz baja, rodeando mi cintura, y alisté mi mejor sonrisa. Era normal que no me conociera, mi padre me había mantenido bastante alejada de los medios y por eso adoraba tener esta vida tan tranquila. Era cierto que también me gustaba tener dinero; es decir, no conocía a ningún mortal que no lo necesitara ni quisiera, pero había cosas que me quedaban de más. Nos tomamos más de tres fotos en diferentes poses pero una voz femenina,

algo asustadiza, junto a unos gruñidos, captaron mi atención. —Si nos permite, nosotros podemos encargarnos de su prenda hasta que lleguemos a nuestro destino. —No. Ay no, no podía estar pasándome esto a mí. No, no, ¡no! No podía ser él, estaba segura que el chasquido de Thanos lo había borrado del mapa junto a la otra mitad del mundo. O al menos eso quería creer yo, que sentía como las piernas me temblaban ante la idea de encontrarme con aquel hombre que alteraba mis sentidos.

Capítulo 2 Agradeciendo el hecho de que no fuera fácil para mí sacar mis emociones a flote, pues mi infancia no había sido del todo sencilla, endurecí mi semblante y me giré hacia el amargado y la asistente de vuelo. La garganta se me cerró al ver como su camisa blanca se marcaba sobre sus fuertes músculos y más que sonrojarme, creo que palidecí. El rubio, que muy a mi pesar me parecía el hombre más hermoso que había conocido, dirigió su mirada hacia adelante, como si sintiera mi presencia, y pronto estuvo avanzando amenazadoramente en mi dirección. Realmente era un gruñón de primera. —¡Tú! No sentir un poco de miedo fue inevitable, sus ojos destilaban odio e ira total. Vamos... era un simple traje, mi hermano tenía miles de esos en su enorme vestidor. —Yo... —Me sentí molesta conmigo misma al sentirme tan nerviosa. Alex me puso detrás de él, usando su cuerpo como un excelente escudo, y lo acepté sin remedio. El rubio era intimidante cuando se lo proponía. Estiré el cuello, curioseando un poco el duelo de miradas que se desataba entre ellos y parpadeé varias veces cuando el rubio conectó su mirada con la mía. Esta bajó, observando cómo me aferraba al brazo de Alex y luego regresó a mis ojos. —Arruinaste mi traje —farfulló, mirándome con rencor porque seguramente era más débil que Alex y no se atrevía a pasarlo por encima— ¡Y a propósito! Odiaba que me gritasen, a decir verdad detestaba que me trataran mal, por lo que no me tomé muy bien su actitud.

—Ofrecí pagar la tintorería —dije con molestia y el individuo, que al parecer era bipolar, enarcó su ceja castaña. —Dijiste que pagarías el traje —me recordó. —Pero tú rechazaste mi oferta así que cambié de opinión justo ahora. — Esponjé mi cabellera con una sonrisa traviesa, manteniéndome tras de Alex. Él no tenía la menor idea de con quien se estaba metiendo, sólo necesitaba hacerle una llamada a Andrés y decirle que un idiota me estaba molestando para que él averiguara su nombre, dirección y quienes eran su familia para hundirlo. El amargado me observó con fijeza, enderezándose aún más, y me fijé en la prenda que tenía en la mano. Salí de mi escondite y sin pedirle permiso le quité su saco para inspeccionarlo. Lejos de decirme algo o amenazarme, él guardó silencio. Evité hacer una mueca de desagrado al observar la pobre prenda que había estropeado. Era un hombre de dinero, eso estaba claro. Podía decirle que era una Rivers y seguramente me dejaría tranquila, pero... no usaría mi apellido durante todo el viaje y actuaría como cualquier otra mujer común y corriente. —Te daré unos dólares para la tintorería. No regresaré a Londres por un tiempo así que un segundo encuentro será imposible. Estoy segura que en Miami te harán el favor de arreglarlo. El rubio se dio unos segundos para escudriñarme, recorriéndome el cuerpo de los pies a la cabeza con sus penetrantes ojos azules y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. ¿Por qué? En nuestro primer encuentro no había sentido nada de esto con su escrutinio. —Gracias por la foto. —Lo dejé de lado y me dirigí a Alex. Él me guiñó el ojo y me devolvió mi celular para después regresar a su lugar—. Bien, ¿en qué quedamos tú y yo? —pregunté con indiferencia, evitando exteriorizar lo mucho que ese hombre me alteraba los sentidos. Él me quitó la prenda, entregándosela a la asistente de vuelo y, dejándome

perpleja, volvió a ignorarme para sentarse en su lugar, uno que estaba... junto al mío. —¡No! —Todas las miradas cayeron sobre mí—. Es decir —carraspeé, inclinándome sobre el rubio—, ¿estás seguro que este es tu lugar? Mirándome nuevamente con desprecio, no me dio una respuesta. ¡Qué bonito! Ese hombre necesitaba un poco de educación. Resignada ante la idea de que sería mi compañero de vuelo, ingresé por el pequeño espacio y me dejé caer junto a él acariciando mis sienes. —¿Qué demonios? —¡Bravo! Al parecer sí hablaba—. Sal de aquí. Aléjate de mí. —Es mi lugar —farfullé sin humor alguno, clavando la vista en la revista. —¿Cómo? —Preguntó con incredulidad, poniéndose de pie al instante—. Pediré un cambio, esto es inaudito. No me sentaré con alguien de tu clase. ¿De mi clase? Como no quise decirle que los de mi clase aplastaban a las cucarachas como él, sólo le alcé el pulgar con aprobación y luego lo despedí con el corazón. —Te deseo suerte, si necesitas refuerzos llámame, encantada lucharé por otro lugar. El rubio desapareció por el pasillo y con un suspiro me peiné un moño alto. No podía creer que tuviera tan mala suerte de encontrarme con ese hombre en el avión, ¿qué haría durante nueve horas con ese individuo? Dormir. ¡Una idea maravillosa! Aunque pocas veces lograba conciliar el sueño en un avión. Con los auriculares puestos, a los veinte minutos me encontré junto al amargado, ambos haciendo el mayor esfuerzo posible para ignorarnos. Como era de esperarse, no había nada qué hacer, estábamos destinados a vernos por más de ocho horas continuas.

Me puse el cinturón con las manos temblorosas cuando anunciaron que pronto partiríamos e inhalé y exhalé pesadamente tratando de despejar mi mente. Pronto conectaría mi celular a la tableta que tenía en frente y convertiría mi asiento en una cómoda cama para disfrutar de un sueño profundo. —Ah —jadeé ahogadamente cuando el avión se puso en movimiento y rápidamente sujeté la mano de mi eterno enemigo. Haría las paces con él por unos segundos. Él me miró al instante, tenso por mi acción. Quizás detectó la capa de sudor que perlaba mi rostro y sintió algo de pena por mí, porque no me dijo nada al respecto y dejó que me aferrara a su mano como si de eso dependiera mi vida. A medida que el avión iba más rápido, comencé a temblar sin control alguno y empecé a hablarle. —¿Cuál es tu nombre? —¿Te dan miedo los aviones? —Qué original —susurré con nerviosismo, ahora sujetando su brazo, uno que por cierto era muy fuerte. —¿El tuyo? —¡Ah! —respingué cuando el avión se elevó y él asintió. —A tus padres les encanta ahorrarse los problemas. Esta vez me reí. Si bien tenía un semblante duro y distante, claramente estaba bromeando conmigo para relajarme. —¿En serio no me dirás tu nombre? —pregunté, ajena a lo que sucedía a mi alrededor y él me miró de reojo. —Daniel. Un nombre bonito. —Mucho gusto, soy Aria. —Extendí mi mano, pero como era de esperarse él no la aceptó. —Ya puedes soltarme —espetó con frialdad y así lo hice, extendiendo las

manos para indicarle que no volvería a suceder. Al menos no por ahora. —¿A qué vas a Miami? —curioseé. —No dije que podías hablarme. Pero necesitaba hacerlo, sólo así me olvidaría de la tensión que el viaje provocaba en mi cuerpo. Antes era Andrés quien se encargaba de ello, pero ahora había decidido viajar sola y tenía que apañármelas. —Pero tampoco dijiste que no podía hacerlo —agregué con diversión y, dejándome claro que no tenía la menor intención de formar una amistad conmigo, se puso los cascos y clavó la vista en su tableta. —Aburrido —farfullé y me enderecé en mi lugar, observando mis uñas por un largo rato. No se me apetecía ver una película por ahora, era un poco temprano para hacerlo. Las siguientes dos horas fueron las más aburridas de mi vida, todos ya estaban descansando y los únicos despiertos éramos Daniel y yo, el hombre no había desprendido la vista de la pantalla de su tableta ni por un segundo y con lo poco que pude ver, él estaba revisando unos documentos de trabajo. —¿Por qué estás yendo a Miami? —indagué con suavidad, otra vez, acercándome un poco para así no hablar muy fuerte. —Vacaciones. Reí por lo bajo, ladeando la cabeza y captando su atención. —¿Y si estás de vacaciones por qué trabajas en el avión? —Es mejor que escucharte. —Endureció su semblante y me llevé una mano al pecho con fingida indignación, tenía que admitir que adoraba que alguien me hablara con tanta insolencia. —Mi voz es hermosa. Si bien hablé de mi voz, él le dio una rápida ojeada a mi cuerpo y descansó en mi escote por unos segundos. —Si tú lo dices —Regresó la vista a su tableta, ignorándome.

—¿Vemos una peli? No me gustaba la idea de ver una sola, ¿por qué no entablar una amistad con Daniel? No me respondió. —Daniel... —insistí con voz melodiosa. Nada. —¿Daniel? Nada. Arrugué el entrecejo, ni siquiera estaba con sus cascos. —Daniel. —Le di un toque con el dedo índice en el brazo. El muy cabrón me estaba ignorando. —Si no me miras seré mala. Él ladeó la cabeza en modo de negación, como si implorara por un poco de paz. —Tú lo pediste —siseé y sin previo aviso me abalancé sobre la tableta usando mi dedo para mover el documento en diferentes direcciones. Forcejeamos, el archivo iba de arriba, abajo, arriba, abajo y ups... Se cerró. —¡No lo había guardado! —ladró con rabia, fulminándome con la mirada, y sonreí. —Tienes unas largas vacaciones para ponerte en eso después. —Aleteé mis largas pestañas con inocencia. —¿Por qué no me dejas tranquilo? Porque era lo único que tenía durante este vuelo. Dios, debí haber traído a alguien, pero... no tenía amigos, así que no podía reprocharme nada. Me costaba confiar en las personas y como nadie se esforzaba en conocerme, las cosas terminaban con prisa. —Veamos una peli —repetí como una niña pequeña, abrazándolo por el

brazo y apoyando mi mejilla en el mismo. Su loción era costosa y me encantaba, la tentación de hundir la nariz en la carne bronceada pronto hizo que algo en mi vientre bajo revoloteara. —Suéltame —ordenó con un tono de voz más ronco de lo normal y la piel se me erizó. ¿Y si no quería qué? Nadie le decía que «no» a un Rivers. —¿Veremos una peli? Daniel se frotó el puente de la nariz con resignación y me hizo una seña para que la pusiera. —Sabía que en el fondo eras agradable. Él me miró con disgusto y agregué: —Muy en el fondo. Daniel rodó los ojos, inclinando su asiento para conseguir su propia cama e hice lo mismo, quitándome el cinturón que ajustaba mi jean negro con rapidez. —¿Qué haces? —me preguntó exaltado. —Aflojo mi ropa, requiero de un poco de comodidad —respondí con obviedad. No era como si fuera a hacerle un striptease aquí mismo, o en cualquier otra parte. Indeciso guardó silencio y nos recostamos sin prestarnos atención, o bueno, al menos yo no lo hice porque estaba muy entusiasmada viendo qué película veríamos. Era una fiel fanática de Marvel, pero dado que me gustaba fastidiar a Daniel, pondría una comedia romántica. Él farfulló algo así como: «siempre es lo mismo» cuando seleccioné Propuesta en año bisiesto y lo ignoré olímpicamente. Era una película muy bonita, él no podía quejarse de mi buen gusto. —¿No podríamos ver algo más interesante, emocionante o sangriento? — preguntó con ironía, acomodando su brazo bajo su nuca para obtener una

posición más cómoda y se acercó a mi cuerpo, poniéndome un poco nerviosa. —Esto es muy emocionante. —Recuperé la compostura y soné lo más tranquila posible. —¿Qué fue lo que hice para merecer esto? —susurró para sí mismo, como si lamentara estar a mi lado, y le guiñé el ojo con coquetería. —Seguro salvaste al mundo en tu anterior vida y por eso tienes la dicha de conocerme en esta. Él guardó silencio, otra vez, observándome con una intensidad escalofriante. Sus ojos eran de un color celeste profundo que a veces me hacían creer que me perforaba el alma con una simple mirada. —Eres algo irritante —comentó mientras empezaba la película. —Es lo más lindo que me han dicho. Eso consiguió callarlo y en lo que la película avanzaba, me percaté que su cercanía no me resultaba tan inquietante como lo había imaginado. No era un hombre que tuviera malas intenciones, hasta ahora no había intentado seducirme y eso... Alto ahí. ¡¿Por qué carajos no intentaba seducirme?! Era una mujer hermosa y elegante, quizás un poco parlanchina pero hermosa después de todo, ¿no era eso en lo que los hombres se fijaban? En el instituto y en la universidad muchos anhelaron ganarse mi corazón, ¿por qué él no parecía estar afectado con mi belleza? Lo miré de reojo, algo no andaba bien con ese hombre. —¿Por qué me miras como si fuera un terrorista a punto de explotar el avión? —preguntó sin mirarme y parpadeé varias veces. —No te miro así —espeté ofendida, para luego decir—: pero no eres uno, ¿verdad? Para mi sorpresa y desconcierto él se rio roncamente, ladeando la cabeza.

Mmm... Se veía muy guapo cuando sonreía. —¿Eres casado? Daniel se tensó levemente, perdiendo todo rastro de diversión. —No. —Pero tienes novia. Silencio. —Tampoco. —Ya veo. Seguro era gay. —¿Y tú? —Nuestras miradas se encontraron, ya ninguno le prestábamos atención a la película. —Soltera. Y posiblemente disponible para ti, bombón. Quise bromear con él. Aunque… en el fondo Daniel no estaba mal, siempre había querido tener un ligue y esta parecía ser una oportunidad de oro. —¿Qué edad tienes? —Tú primero. —Veintiocho. —Veintitrés. Él arrugó el entrecejo mirándome con verdadera sorpresa. —¿Te sorprendí? —Seguro me veía más jov... —Tu cerebro es el de una quinceañera. Cabrón. —Qué graciosito —espeté con ironía, haciéndole gestos graciosos con el rostro y él regresó la vista a la pantalla—. El tuyo parece el de un cincuentón — contraataqué incapaz de quedarme callada y él gruñó. —¿No duermes, Aria?

—¿Por qué? ¿Quieres hacerme algo mientras estoy inconsciente? —Dudo que alguien abra una puerta del avión sólo porque necesite librarme de mi compañera de asiento. Era un... —Ahora no dormiré. —Lo provoqué y él juntó los párpados, reacomodando su cabeza en su almohada. —Pues yo lo haré. La película terminó, anunciándome que era demasiado tarde. —¿No tienes miedo que te haga algo? —En lo absoluto, mi sueño es ligero, soy capaz de sentir todo lo que sucede a mi alrededor. —Fanfarrón. —Buenas noches. —Daniel. —¡¿Qué?! —bramó con voz baja, haciéndome sonreír. —Sueña conmigo. Las fosas nasales de Daniel aletearon y dándome la espalda dio por terminada la conversación. Aburrida por la reciente partida de mi compañero, miré el techo y gané una gran bocanada de aire. Nunca dormía en otro lugar que no fuera mi cama, me costaba mucho adaptarme a los nuevos lugares. Me giré hacia Daniel, admirando su amplia espalda y me pregunté qué pensaría si cruzaba la línea que separaba nuestros asientos que en ese momento eran grandiosas camas. Una turbulencia hizo que regresara a la realidad y me sobresaltara de golpe terminando sentada en mi lugar. Empecé a respirar con dificultad y sin ser dueña de mis sentidos mi cuerpo se sacudió en violentos temblores. Estiré mi mano decidida a poner otra película usando mis cascos para no molestar a Daniel y el

avión volvió a sacudirse. Contuve el aliento y antes de que consiguiera prender la tableta, una cálida mano retuvo mis movimientos. Suspiré con alivio al saber que aún estaba despierto y me giré hacia él. Estaba serio y podría jurar que se veía un poco preocupado por mí. —¿Por qué tiemblas? —Sujetó mis manos—. Estás muy pálida. —Por nada —traté de sonreír, pero terminé haciendo una mueca. Otra turbulencia sacudió el avión y lanzando un gritillo lo abracé, enterrando el rostro en su pecho. Mis temblores se intensificaron y contuve el aliento cuando él me respondió el abrazo e hizo a un lado el posa brazos que dividía nuestros lugares. —Recuéstate. Aferrada a él terminé recostada entre sus brazos y lo rodeé por la cintura con mi mano. Sé que no soy de su agrado, pero sólo él podía ayudarme a superar el tiempo que aún nos quedaba de vuelo. —Con esto estoy pagando todos mis pecados —dijo con voz aterciopelada y me acurruqué contra él, me estaba dando su aprobación para aprovecharme de él esta noche. —Gracias. —Sólo hazme el favor y duérmete. Lo intentaría. Definitivamente intentarlo era algo y lograrlo era otra cosa muy distinta. Ya había contado hasta ovejas para poder conciliar el sueño y no lo conseguía; sin embargo, Daniel estaba de lo más cómodo y dormía plácidamente mientras yo lo observaba con curiosidad apoyada en su pecho. Ese hombre no tenía idea de lo que era un sueño ligero. Nuevamente acaricié su mejilla, donde la barba incipiente se sentía, y dibujé sus labios con la yema de mis dedos. Hasta de dormido era serio y eso lo

hacía un poco cómico, al igual que misterioso. Nunca me llamaron la atención los hombres como él, individuos muy parecidos a mi hermano en el ámbito laboral, pero tenía que admitir que Daniel era otro cantar. Me atraía y era una lástima que no pudiera obtenerlo tan fácilmente, pues Andrés a lo largo de mi vida me había demostrado que si yo quería algo, sólo debía pedírselo, pero... no podía llamarlo y decirle: «ey, hermano, quiero a Daniel con todo y moño incluido». Eso era imposible. Recordé lo grosero que había sido conmigo desde un principio y me pregunté qué demonios tenía en la cabeza para sentirme atraída por ese cavernícola con traje de corte italiano. Una cara bonita no era lo único que importaba. Recordando mi apellido y sintiendo como mi vena vengativa palpitaba, sujeté uno de mis mechones rubios y me acomodé entre sus brazos para obtener una posición más cómoda. La operación fue sencilla: Lentamente acerqué mi cabello a su rostro y con las puntas empecé a acariciarlo muy suavemente en la nariz. Retuve mi carcajada cuando él se dio un golpe con la palma de su mano y rápidamente simulé que dormía inocentemente acurrucada contra él. Sí... sueño ligero, eh. —¿Pero qué...? —Se incorporó un poco y me mantuve pasiva. Por sus movimientos deduje que se frotó el rostro con cansancio y se quedó mirándome. Muy suavemente me alejó de él y me recostó en mi lugar, cubriéndome correctamente con mi manta, seguramente porque estaba confiado de que no despertaría hasta que llegásemos a Miami; y por alguna extraña razón me sentí triste e indignada. Ahora quería otra venganza.

Capítulo 3 DANIEL. Ajusté mi cinturón de seguridad por segunda vez en menos de dos minutos y miré de reojo a la rubia de senos tentativos. Aria estaba nerviosa y estaba provocando que me sintiera igual. No se veía bien y desde que se había despertado no me había dirigido ni una sola mirada o palabra. Algo alarmante dado que esa mujer no conocía el significado de quedarse callada. Se había acurrucado a mi cuerpo con tal descaro que por un momento me sentí desconcertado. Sabía mucho de mujeres y esta no me había estado seduciendo en ningún momento; es más, creo que me tuvo como su payaso personal porque adoraba mofarse de mí. Sin embargo... había algo que no podía negar y era que fue extremadamente reconfortante tenerla en mis brazos, algo extraño porque en el pasado nunca había permitido a ninguna de mis novias abrazarme como lo hizo ella mientras dormía. Eso era... muy íntimo, pero con Aria —una loca que no tenía nada en la cabeza y se puso en mi camino para alterar mi paz en el momento menos indicado—, fue diferente. Me resultó tan cómodo que tuve que renunciar a su cercanía para volver a sentirme yo mismo. Lo único reconfortante de todo esto era que pronto estaríamos en Miami y nunca más volvería a saber de ella. No debería preocuparme verla tan callada, pero por alguna extraña razón lo hacía. Sentía que algo malo sucedería dentro de poco; y es que con esa mujer uno no sabía a qué atenerse. —¿Te encuentras bien? —quise saber. —No lo sé. —No alzó el rostro para mirarme. ¿Estaría apenada por haber babeado en mi camisa? Esa mujer ya había arruinado dos de mis prendas de vestir favoritas y todo

porque la señorita volvió a recostarse sobre mi pecho en algún determinado momento de la noche y fue cuando desperté que me percaté de ello. El anuncio de que pronto estaríamos en tierra hizo que me distrajera y miré a Alex Ojeda, el enemigo mortal de Andrés Rivers, mi mejor amigo. Era una coincidencia encon... Parpadeé varias veces. Con la extraña personalidad de Aria me había olvidado de que Andrés me dijo que su pequeña hermana estaría viajando a Miami en este vuelo. Miré hacia atrás, encontrándome con muchas rubias jóvenes y me encogí de hombros. Los asuntos de la hermana de Andrés no eran de mi incumbencia, a decir verdad me alegraba que la niña no hubiera aceptado mi compañía, lo menos que necesitaba era cuidar a una adolescente, pues sólo una necesitaría que Andrés le buscara una niñera de su confianza, en este caso: yo. No sabía mucho de esa joven; a decir verdad no sabía nada de ella. Aunque Andrés la adorara, estaba claro que trataba de mantenerla alejada de nuestro mundo. El avión empezó a descender y junté los párpados con satisfacción. Pronto estaría en mi casa, disfrutando de mi cama y luego podría trabajar un poco. No era como si tuviera algo más importante que hacer, mis vacaciones consistirían en trabajar desde mi casa lejos de Londres. —Creo que me siento muy mal. Al escuchar aquella vocecita abrí los ojos al instante, buscando rápidamente a Aria con la mirada. Estaba inclinada hacia adelante, abrazando su vientre con fuerza y respingué al reconocer esa pose fetal. Busqué por los alrededores en busca de ayuda. —Espera un poco, sólo un poco —le pedí mientras buscaba la bolsa de emergencias, ella la necesitaba con urgencia y yo también porque nada bueno podría salir de esto. Sin embargo, el avión se sacudió, haciendo que sucediera lo

inevitable. Sobre mis pantalones. Varios jadeos resonaron por el lugar junto a la noticia de que ya estábamos en tierra y, conteniendo el aliento, miré hacia el techo preguntándome qué demonios había hecho para merecer esto. —Daniel... Alcé la mano sin atreverme a mirarla para que se callara, ya tuve suficiente de esa mujer y sinceramente lo menos que quería era seguir escuchándola. —Solo sal de mi vista. No quiero verte, no quiero oírte; y es más, ni siquiera quiero sentirte. Esa estúpida acababa de arruinar toda mi ropa, ni siquiera mis zapatos se salvaron de la bestia con rostro angelical que tuve la desdicha de conocer. —Tengo que decirte algo, pero no lo recu... —Sólo vete, Aria. —Me froté el puente de la nariz con cansancio y gracias a los santos ella salió disparada del avión, recordándome a como huyó cuando me echó mi café por segunda vez cuando la traté con poca caballerosidad. Lección del día: siempre, pero siempre, debes tratar bien a una mujer. Son seres vengativos. Después de que la asistente de vuelo me ayudara a limpiarme, apenada, sin atreverse a mirarme a la cara. Me entregó mi saco y fui por mi maleta. Encontrarla fue fácil, era la única que seguía allí. Fui el último en salir y la ansiedad por llegar a casa empezó a carcomerme, deseaba olvidar las últimas horas vividas lo más pronto posible y para eso nada mejor que un buen baño. Agarré el primer taxi que se puso en mi camino y le di la dirección del condominio donde estaba mi casa. Ya hacía años que mi padre había decidido adquirir una propiedad en Miami porque era el lugar donde mis hermanos amaban vacacionar. Las casas del lugar no sólo era hermosas, si no bastante lujosas pero de tamaños discretos. La de mi familia era una propiedad de estilo minimalista de

tres pisos, la mayoría de las paredes eran de vidrio para tener vista al mar y jardines. Ni bien ingresé no me di tiempo para observar el lugar que no visitaba desde hace años, simplemente me dirigí a mi alcoba y entré al baño privado de la misma. Me deshice de mi asquerosa ropa que no pensaba conservar y abrí la regadera para después sacar unas toallas de la repisa. Cualquiera que viera esa casa pensaría que estaba habitada por toda una familia, pues siempre estaba limpia y tenía todos los utensilios necesarios. Cuando el vapor empezó a llenar el lugar, ingresé a la regadera y mis músculos se relajaron al instante robándome un suspiro de satisfacción. Apoyé una mano contra la pared de azulejos y junté los párpados buscando un poco de calma; no obstante, la imagen de cierta rubia me visitó y nuevamente estuve preguntándome como sería callarla con un beso. A primera vista me había parecido tonta y simple, pero luego... cuando detallé cada curva y facción de su rostro me di cuenta que esa mujer y simple jamás podrían ir de la mano. Era hermosa, quizás no muy alta pero iba por los uno sesenta y cinco con sus largas y esbeltas piernas. Era extraño, la rubias nunca habían sido mi debilidad, desde que era joven me gustaba disfrutar de las mujeres y las rubias no entraban en mis fantasías; no obstante, Aria era... simplemente preciosa. Si la hubiera conocido en otros términos, podría haberla seducido, pero ahora que sabía lo peligrosa que podía llegar a ser, no se me apetecía nada de ella. Enderecé la espalda tirando el rostro hacia atrás y me lo froté con fuerza, luego cerré la mampara al darme cuenta que la dejé abierta y mi cuerpo se reflejó en el espejo interno de la puerta corrediza dejándome perplejo. En lo absoluto, mi sueño es ligero, soy capaz de sentir todo lo que sucede a mi alrededor.

Tengo que decirte algo, pero no lo recu... Esa mujer... alcé el brazo dispuesto a darle un golpe al vidrio que tenía en frente, pero luego detuve toda intención y sin poder retenerlo me reí a carcajada limpia analizando lo que sea que ella hubiera intentado hacer en mi cara. ¿Acaso era un panda el día de hoy? Ingeniosa, Aria era única en su especie. Sujeté la pasta de jabón y me enjaboné el rostro imaginando como habría sido tener el cuerpo femenino en mi encima mientras ella reía traviesamente y hacía de las suyas. Veintitrés... no era una niña pero se comportaba como tal. Ese tipo de mujeres sólo servían para pasar un buen rato, ¿qué tipo de conversación podría tener con una chica tan inmadura? Después de retirar toda la pintura de mi rostro y el mal olor de mi cuerpo, salí de la ducha y me sequé el cuerpo con parsimonia para después atar mi toalla a la altura de mi cadera. Me cepillé los dientes sin prisa, ¿algún día volvería a ver a Aria? El sólo pensarlo era escalofriante pero a la vez reconfortante, ella era refrescante y hace mucho que no trataba con una persona así, a excepción de Carlos, mi hermano. Afeité mi barba incipiente sin tener nada mejor que hacer y volví a sonreír. Debería estar molesto con ella, no sólo arruinó mi ropa y me hizo parecer un estúpido en pleno aeropuerto, sino que cerró unos documentos que estaba editando para enviárselos a mi padre más tarde; no obstante, estaba relativamente feliz y divertido. Después de sacar todos los utensilios de limpieza que llevaba en mi bolso de mano, donde siempre iba mi laptop, tableta y cargadores, me desconcerté. ¿Por qué seguía pensando en la loca del aeropuerto?, ¿podría ser que me estuviera obsesionando con la idea de probar un poco de ella? No... Esas mañas las dejé en el pasado, ahora mi prioridad era trabajar y nada más que trabajar. Las mujeres eran una distracción, Andrés estaba donde estaba porque nunca se distraía con una más de lo necesario, sólo para satisfacer

sus necesidades. Una llamada entrante captó mi atención. Era Carlos, mi hermano menor y el más irritante de todos, pues Milenka era mi adoración a pesar de que era una adolescente malcriada y mimada. —Aló. —¿Disfrutando de tus vacaciones? Caminé hacia mi alcoba, deslicé la puerta de vidrio del balcón y tomé un poco de aire fresco mientras disfrutaba de la vista al mar que tenía. —Sí —confesé con una leve sonrisa en el rostro—. Este lugar es hermoso. Tal vez se debía a que hace mucho que no visitaba Miami, pero realmente me sentía feliz de estar aquí lejos de la tensión que me rodeaba en Londres y la empresa familiar. —Dime que no trabajaste. Me conoce muy bien y sabe que lo hice, pero dado que Aria echó todo a perder, quizás no contaba. —No, no hice nada. Silencio. —No te preocupes, hermano, dime dónde estás e iré por ti, ¿sufriste algún tipo de accidente y te golpeaste en la cabeza o te robaron tu equipo de trabajo? —Eres un idiota, dime qué quieres —ladré con enfado escuchando como se reía al otro lado de la línea. Carlos era uno de los pocos que me decían que trabajaba en exceso y merecía un poco de tranquilidad, pero yo sabía que no era así, si mi trabajo fuera así ahora mismo sería mejor que Andrés y no al revés. Tendí mi maleta sobre la cama para sacar unas prendas de vestir más cómodas y me irritó que mi hermano siguiera riéndose de mí. —¿Para qué me llamaste? —insistí. —Sólo quería saber si conocías el concepto de vacaciones, mucho juntarte

con Rivers te está sentando fatal. Gracias a Rivers estábamos donde estábamos y eso era algo que Carlos no sabía reconocer. O quizás no quería hacerlo, porque tiempo atrás me dijo que fue mi trabajo el que nos dio los buenos resultados, que no le diera todo el crédito a la influencia de Andrés; sin embargo, era imposible no hacerlo. Yo mismo vi como ese hombre conseguía lo que quería con sólo pedirlo. —Qué me guste mi trabajo no quiere dec... —No pude terminar lo que estaba diciendo porque lo siguiente que vi me dejó petrificado en mi lugar y lleno de incredulidad. —¿Daniel? ¿Qué pasó? —Se oía preocupado y no era para menos. Esto era muy malo. —Te llamo luego, estoy con la maleta equivocada y debo llamar al aeropuerto. ¡No podía tener peor suerte!

Capítulo 4 Corté la llamada y después de media hora de arduo trabajo para encontrar una solución, dado que estaba desnudo en medio de mi alcoba, conseguí la respuesta que quería: la persona que tomó mi maleta se estaba hospedando en el hotel Rivers —que estaba a unas calles del condominio—, por lo que pronto vendría con ella y haría el intercambio. Gracias a los santos no me hicieron ir al hotel, pues ropa era algo que no tenía en este momento; y aunque estuviera tentado, jamás abriría una maleta que no fuera mía, no tenía la menor idea de qué podría encontrarme allí dentro. A los quince minutos llamaron a la puerta y rápidamente bajé al primer piso para recibir al despistado que tomó la maleta equivocada, antes de abrir inspeccioné que la toalla estuviera en su lugar y abrí la puerta sin pensarlo, sintiendo un cúmulo de sensaciones en el cuerpo al ver a Aria allí con... mi camisa puesta y un ¿chihuahua? En brazos. —¡Daniel! —chilló emocionada, como si no recordara que me había vomitado en pleno avión, y sin que le diera permiso ingresó a mi casa arrastrando mi maleta. ¿En serio esa mujer jamás dejaría de meterse en problemas? ¿Y meterme a mí en ellos? Cerré la puerta generando un fuerte estruendo y ella no se inmutó, dado que estaba muy ocupada estudiando la estancia con admiración. El único alterado era la rata blanca que tenía en brazos ¡pegada a mi camisa favorita! —Qué casa más bonita —comentó con aprobación, asomándose a las puertas de vidrio que tenían vista al mar. —¿Se puede saber cómo fue que tomaste mi maleta? —pregunté con un rugido, quitándole el objeto con brusquedad y Aria respingó, clavando por leves segundos la vista en mi cuerpo desnudo al igual que el animal de cuatro patas.

Arrugué el entrecejo cuando el chihuahua dejó de ladrar y me cubrí el torso cuando se pasó la lengua por el hocico. ¡Lo que me faltaba! —No me di cuenta. Era una estúpida sin remedio. —¡¿Por qué la abriste?! —Exigí saber—. Esa camisa es mía, no deberías llevarla puesta. —¿No sabes que es lo último en moda según JLo? —indagó mientras ponía al perro en el piso y me exalté. ¡A la mierda JLo, quería mi camisa de regreso y ahora! Pero antes... —¡Levanta a esa cosa! ¡Llévatelo contigo, odio a los animales! ¡Y devuélveme mi camisa! Aria puso las manos en jarras, sin obedecer ninguna de mis órdenes. —¿Qué parte de no me di cuenta no entendiste, eh? —preguntó con desdén, malhumorada. La miré con incredulidad, ¡¿cómo se atrevía?! ¿Quién carajos se creía para hablarme así en mi propia casa?; es que no se daba cuenta que me tenía harto con sus estupideces. —En el momento que viste que no era tuya debiste dejarla cerrada — farfullé conteniendo las ganas que tenía de echarla y el color trepó por sus lindas mejillas, haciendo que mi mente perversa despertara. —Es que no recordaba qué candado le puse, no me di cuenta. Entonces cuando vi que no se abría lo rompí y el código que puse funcionó. —Se rascó la nuca con nerviosismo, asumiendo su culpabilidad. Debí haber cambiado de código cuando compré la maleta, pues dejé que se quedara con el dichoso 0000 que sólo los idiotas utilizaban. —¿Y por qué tocaste mi ropa? —Estaba desnuda. —La piel se me erizó ante la descarada información—.

La única forma de llegar aquí era vistiéndome, ¿no te parece? Fue para el beneficio de ambos, no puedes enojarte. La escudriñé con la mirada, admirando lo pequeña que era dado que la prenda la cubría hasta la mitad de los muslos. El cinturón que la vi utilizando durante el viaje se ajustaba en su pequeña cintura, dándole un aire más femenino a la holgada prenda. —Espérame aquí, iré por tu maleta. Alza a tu mascota, no quiero que ensucie nada. —No es mía —soltó de pronto, haciendo que me quedara quieto en mi lugar—. Préstame tu celular, Sisi tiene un collar, llamaré a su dueña. El mío está en el hotel. Paciencia. Una virtud que yo no poseía. Molesto le tendí mi celular y esperé que enviara unos mensajes y luego hiciera una llamada diciéndole a la dueña del animal que lo había encontrado en la calle. —Eres un buen chico. —Me entregó mi celular para después esponjar su reluciente cabellera—. Ya puedes ir por mi maleta. —Quédate aquí y vigila al animal —ordené y me dirigí escalera arriba con mi maleta. Una vez que estuve en mi alcoba, ladeé la cabeza mirando el candado color rosa de la maleta de Aria. ¿Cómo pudo olvidarse que usó un candado de niñas para su equipaje? Antes de bajar me vestí con una bermuda, un polo a juego y me calcé con unas zapatillas deportivas. Llegué a la sala y me encontré con ese tipo de regalos que detestaba y una rata blanca recostada en mi sofá. —¡Aria! —ladré y el chihuahua hizo lo mismo, brincando en mi dirección. —¿Sí? —La muy descarada salió por la puerta de la cocina con un vaso de limonada en la mano.

Sabía que los empleados de mi padre equiparon la casa para mi llegada, pero no podía creer que ella hubiera tocado algo que no era suyo así como así. ¿Es que acaso no tenía modales? Su comportamiento me estaba dejando descolocado. —Te dije que vigilaras al perro. —Y lo hice —le dio un sorbo a su limonada. —¿Y qué es esto? —Señalé la mancha café del piso y ella no se mostró sorprendida. —Es el popó de Sisi. Iba a matarla. Aria estaba colmando mi paciencia. —¡¿Y por qué dejaste que lo hiciera?! —No podía interrumpirla, estaba muy concentrada en su labor. Hice lo que me pareció más lógico y conté hasta diez. Todo acabaría pronto y por el bien de ella esperaba que no volviera a ponerse en mi camino nunca más, no era un hombre violento ni mucho menos grosero pero ella me estaba hartando. —No te daré tu maleta si no limpias lo que Sisi —la última palabra la farfullé con desprecio— hizo. —Supongo que podemos comer juntos, o quizás hasta podría quedarme aquí y dormir contigo. Mi cuerpo reaccionó imaginándose lo glorioso que podría ser terminar enredado entre las largas y suaves piernas de la rubia, pero luego ladeé la cabeza y me mantuve firme y distante. Nunca me enrollaría con Aria, esa chica significaba problemas en todos los sentidos habidos y por haber. —Te largarás. —Pero con mi maleta. —Sonrió con suficiencia, desafiándome. Ella no iba a limpiar el popó del animal. —Tú...

El timbre sonó y después de lanzarle la maleta de manera poco amigable, me encaminé hacia la puerta para que la dueña de Sisi se la llevara y limpiara el regalito del animal. Aria me siguió y cuando abrí la puerta supe que jamás podría tratar mal a una mujer como esa. La dueña de Sisi era una morena que tenía las curvas de infarto y llevaba un muy diminuto traje de baño. Su piel bronceada era linda, en otras circunstancias podría haberla invitado a hacer muchas cosas, pero ahora... —Lamento tanto que mi pequeña los haya molestado —dijo la morena, aferrando al animal entre sus pechos y Aria se rio. —Sólo no la ahogues. —¿Perdón? —inquirió la morena sin darse cuenta de la broma de Aria. —Que espero que la añores y no vuelvas a perderla de vista. Era una... —Oh, veo que Sisi ensució la casa, si me permite limpiaré el desastre — musitó con inocencia y me puse delante de ella. —No te preocupes —farfullé con una sonrisa sobreactuada, no pensaba poner a un extraño a limpiar mi casa—. Yo me encargaré de todo. Despaché a la chica y a Sisi con rapidez y una vez que estuve solo con mi dolor de cabeza personal, me giré hacia ella, quien sonreía con diversión. Está bien, admito que me dejé guiar por la belleza de la morena, pero vamos... los hombres teníamos maneras extrañas de actuar de vez en cuando, más cuando de mujeres hermosas se trataba. —¿Debería caminar semi desnuda para que así me trates mejor? —bromeó Aria, dándose golpecitos en el mentón, y me froté el rostro, exasperado. No, si ella caminaba semi desnuda por mi casa nada bueno podría salir de eso. —Sólo quítate mi camisa y lárgate.

—Ahora es mía. ¡¿Qué?! Endurecí mi semblante y la poca amabilidad que me quedaba se esfumó. Eso sí que no, esa camisa me la regaló Milenka y no pensaba dársela a una extraña sólo porque la chica así lo quería. —Es mía y me la devolverás. —Entonces préstame tu baño. —Nada. Imagina que eres la mamá de Sisi y cámbiate aquí. ¿O es que no usas trajes de baño? Lo menos que quería era que esa mujer anduviera paseando por mi casa. —No traigo bragas. —Se rascó la nuca ruborizada y no sé cómo lo hice, pero terminé junto a la puerta de mi casa con la mano sobre la manija. —Lárgate, quédate con mi camisa —mi favorita—, pero sal de mi vista. —Vi un auto en el garaje —dijo como si no le hubiera dicho absolutamente nada y la miré con desconfianza. Ese mercedes lo trajeron los empleados de mi padre para que pudiera moverme por la ciudad durante los tres meses que me quedaría aquí. —Llévame, ¿sí? El hotel está algo lejos y vine arrastrando tu maleta todo el camino. —No. —Ese no era mi problema, taxis existían a montones fuera del condominio, Aria sólo tendría que caminar unas cuantas calles. —Daniel, por favoooor... ¿Estaba tarareando mi nombre? Dios, ¿era un mohín lo que me estaba haciendo? —Ya perdí mucho tiempo contigo, creo que lo mejor es que nos separemos aquí. —¿Si te muestro menos ropa como la mamá de Sisi me tratarás mejor?

—¡Largo! Esa mujer era exasperante, ¡¿es qué nunca se callaba?! —Ay —farfulló, sujetando su maleta—, pero qué amargado. —Mi mandíbula se desencajó mientras me pasaba de largo y salía de mi casa. ¿Amargado?, ¿esa loca sin cerebro me había dicho amargado?—. ¡Con suerte y no volveré a verte! ¡Era yo quien tendría suerte si no pasaba algo así! ¡Ella fue un grano en el culo desde que la encontré en el aeropuerto! —¡¿Y sabes algo?! —Giré hacia ella, quien gritaba como loca en media calle—. ¡Tu traje de ayer era afeminado! Era carne muerta. Sin perder el tiempo avancé peligrosamente hacia ella y Aria me regaló una sonrisa traviesa sin ni siquiera inquietarse cuando estuve frente a ella, mirándola con rencor. —Espero no verte nunca más. —Me tendió una mano y un extraño sentimiento me invadió al oír aquellas palabras de una persona cuyo rostro estaba lleno de ternura y felicidad. Ahogué un gruñido, no me gustaba sentirme tan idiota frente a ella y que sus palabras me afectasen tanto. Yo tampoco quería verla otra vez, así que el deseo era mutuo. —Voy a llevarte. Nuevamente rechacé el contacto físico que me ofrecía y entré a la casa para sacar el auto del garaje. Ella no se marchó, seguía de pie allí, observando sus uñas como si no tuviera nada más interesante que hacer. Cuando me detuve junto a ella me propuse a bajar del auto para subir su maleta, pero Aria ya lo había hecho en los asientos de atrás con mucho entusiasmo. Se subió al asiento de copiloto encantada y curioseó el auto con sorpresa. —Es muy lujoso, debe costar una fortuna —musitó más para sí misma.

Sí, era un hombre rico y cada día mi fortuna se iba multiplicando más y más gracias a mi arduo trabajo con los centros comerciales de mi familia; y pronto, conseguiría algo que haría que los Rivers quedaran en segundo lugar sin tener oportunidad alguna de pasar sobre un Montaño. Su manera de admirar el auto hizo que me percatara de algo: su clase social. Por más que ella pareciera de una familia adinerada, su educación y facilidad en sorprenderse con pequeñas cosas me decían que no era así. En definitiva: Aria sólo servía para pasar un buen rato, no era el tipo de mujer que pudiera ofrecerle algo valioso a un hombre de negocios como yo. —No debiste preocuparte —dijo cuando salimos del condominio y rodé los ojos sin humor alguno. —Quiero asegurarme de que te alejarás de mi casa y mi vida para siempre —contesté con egoísmo y desprecio. —Qué bueno, creí que tenías el síndrome de Estocolmo. La fulminé con la mirada, planteándome la idea de llevarla a un desierto y dejarla abandonada. ¿Por qué no? Tenía el tanque de gasolina lleno. Seguro le haría un favor a la humanidad, una parlanchina menos a cualquiera le sentaría bien. —Piénsalo —me sacó de mi hermoso sueño y la miré mal, estaba loca si creía que padecía de esa enfermedad—. Te traté bien desde que nos conocimos. —¿Segura? —Enarqué una ceja, sin quitar la vista del camino. —Casi bien. —Al menos era sincera—. Y ahora que te grité en la puerta de tu casa decidiste ser caballeroso. Lo lamentaba por ella, pero había algo que me impedía ser más bueno con su persona. Simplemente no me agradaba, algo me decía que debía alejarme de esa mujer si no quería meterme en problemas. —No estoy siendo caballeroso —lo mejor para ambos era que las cosas

terminaran mal entre nosotros—. Ya te dije por qué te estoy llevando: te quiero lejos de mi vida. —Y te lo agradezco —respondió, mirando por la ventana—. Ya no estaba segura qué dirección debía tomar. Era una especialista en ignorar mis comentarios hirientes. —¿Por qué estás en Miami? —Sólo lo preguntaba para que tuviéramos de qué hablar mientras llegábamos al hotel, ella no me interesaba en lo absoluto. —Vacaciones, acabo de culminar mis estudios en administración de empresas por lo que quise darme unos meses de descanso antes de empezar a trabajar. ¿Esa mujer; una empresaria? No divertirme en silencio fue inevitable. ¿A cuántas empresas llevaría a la quiebra? Ni siquiera sabía distinguir cuál era su maleta. Evité lanzarle un comentario despectivo, pronto nos despediríamos y no necesitábamos otra pelea. —¿Por cuánto tiempo? Dijiste que no volverías a Londres en mucho tiempo. —Tres meses. Otra casualidad, con que no me pusieran en el mismo vuelo de regreso con ella al lado, todo estaría bien. —¿Y te quedarás en el hotel Rivers los tres meses? Entrarás en quiebra — comenté cautamente, deseando saber cómo estaba pagando su hospedaje en el hotel de los Rivers. Era el más lujoso de la ciudad al igual que costoso. —Veo que eres un poco susceptible en cuanto al dinero. Al menos en el aeropuerto eso fue lo que me hiciste ver. —Sólo lo digo porque no pareces una mujer que posea una gran fortuna para gastar. Mis palabras no iban destinadas con la intención de herir, sino de ser sinceras y recabar un poco de información respecto a la rubia. Sólo para pasar el

rato, pues ella no me interesaba en lo absoluto. Aria no se inmutó con mi comentario, al contrario, por un momento me pareció ver un deje de diversión en sus ojos. Era curioso, pero ella me hacía sentir que era su bufón personal y no me gustaba. —Puedes pensar lo que quieras. —Estaba claro que ella tampoco quería compartir información conmigo—. Te daré tres posibles respuestas: primero, que soy millonaria —Estaba seguro que esa no era—; segundo, que me gané un concurso. —Tenía más lógica—. Y tercero, y no menos importante, que tengo un sugar daddy esperando por mí en el hotel. Mis manos se presionaron sobre el volante y con una mueca de disgusto le ordené que guardara silencio. Sabía que estaba jugando, Aria tenía un humor negro que me encantaba, pero de todas formas la sola idea de imaginarla con otro hombre me encabronaba. Aunque si era realista, ella habría viajado con su acompañante de ser así, por lo que creería que estaba sola; sí, eso haría, ese pensamiento era mucho más reconfortante para mí. Cuando llegamos al hotel vi una gran afluencia de personas saliendo de él, ¿podría algún día volver a ver a Aria con sólo desearlo? El lugar era enorme y los empleados no daban ningún tipo de información sobre sus huéspedes, ni siquiera Andrés tocaba esa información por respeto a sus clientes. Frené al auto para que una pareja pasara y sentí como el estómago se me encogía al ver que eran una mujer joven y un anciano viejo verde. Esperaba, de verdad, que Aria no tuviera ese tipo de relación con ningún tipo. No le convenía, quizás con el tiempo encontraría un buen partido si pulía su comportamiento tan vulgar. Vulgar... quizás no era el término correcto para describirla, era una buena mujer y estaba siendo un idiota al referirme a ella de esa manera. —Muchas gracias por traerme. —Parpadeé varias veces al verla fuera del auto con su maleta en mano. Iba a irse y a diferencia mía, ella no estaba en lo

absoluto angustiada con la idea de no volver a verme. ¿Y qué esperaba?, ¿atraerla con mi mal humor? —¿Cuál es tu apellido? —Con ese dato podría hacer muchas cosas para encontrarla. —Ugh. —Hizo una mueca de disgusto—. No necesitamos llegar a ese extremo. Sé feliz, Daniel, y deja de trabajar, debes disfrutar de tus vacaciones. En cuanto a lo que dijiste en el camino, tranquilo, no volveré a ponerme en tu camino. —Me guiñó el ojo y se marchó con paso seguro contoneando sus caderas con suficiencia. Entrecerré mis ojos, esa mujer era una rencorosa de primera. Sorprendido por el primer rechazo que recibí en la vida, seguí mi marcha y una vez fuera del hotel ladeé la cabeza con indignación. ¿Ella me había rechazado cuando era yo quien debería rechazar a alguien como ella? Las piernas me picaron y unas locas ganas de volver al hotel en su búsqueda me carcomieron. Sin embargo, haciendo acopio a mi cordura, clavé la vista en mi camino y seguí hacia adelante. Mi vida no estaba hecha para mirar hacia atrás y Aria había preferido quedarse justo allí, donde pertenecía. Las mujeres era un tema serio y no tenía la paciencia suficiente como para preocuparme por una, bastante tenía con la que dejé en Londres, una de las causas por la que estaba pensando cambiar de número durante tres meses. Una llamada entrante me puso alerta pero mi cuerpo se relajó al ver que era de Andrés, me puse las manos libres mientras conducía. ¿Por qué me llamaba? Andrés no era el tipo de persona que se preocupara por alguien más que no fuera su pequeña hermana. Con que no me pidiera que hiciera de niñero o guardaespaldas todo estaría bien. No quería saber de una mujer por los siguientes noventa días que me quedaban aquí.

—Aló. —Giré en la intercepción que me tocaba y me dirigí al super mercado más cercano, recordaba que había uno por aquí. —Oí que ya estás en Miami. Carlos... —Hola a ti también, Andrés —le dije con ironía, estaba claro que iba a pedirme algo y yo no podría decirle que no porque lo estimaba mucho y Andrés jamás me negaba nada cuando le pedía un favor; es más, hacía que todo se cumpliera tal cual yo quería. —De acuerdo, estoy bien, gracias por preocuparte. Solté una carcajada, era un caso perdido. —¿A qué se debe el honor de tu llamada? —Sé que Alex está en Miami, hay una sesión de fotos en el hotel Rivers y se quedará unos meses por allá para tomar unas vacaciones, tiene dos habitaciones reservadas a su nombre en el hotel. ¿Por qué Andrés se preocupaba por Alex? Había esperado que me hablara de su hermana, no del modelito que por cierto me caía muy mal. —Vaya, al parecer todo el mundo eligió estos meses para alejarse del trabajo —comenté con disgusto—. ¿Cuándo te unes? —jugué con él, Andrés no conocía el significado de vacaciones. —Quiero que lo vigiles. —No —respondí ceñudo, una cosa era cuidar a su pequeña hermana y otra muy distinta a un hombre de veintiséis años. Estacioné en el parqueo del súper y me quedé conversando con él—. Estoy de vacaciones y no soy tu detective privado. —Está con una mujer. —Lancé una maldición por lo bajo, había olvidado que los Rivers no aceptaban un «no» por respuesta—. Quiero que consigas los datos de ella y averigües cuál es su relación con Alex. Una mujer... ¡¿Andrés estaba vigilando a una mujer?!

Por un momento creí que estaba locamente enamorado de mí porque nunca le conocí una novia formal ni mucho menos una aventura de una noche. Recordé a la hermosa —pero muy hermosa— castaña de piel trigueña clara y ojos color esmeralda que estuvo junto a Alex durante el vuelo y sonreí con malicia. —¿Te gusta? —¿La viste? —No era normal que Andrés gruñera, él solía hablar más como un robot sin emoción alguna en la voz. Interesante. —Sí, el idiota viajó en los asientos colindantes y ella estaba con él. Déjame decirte que es muy hermosa y eso que no llevaba ni una gota de maquillaje. Silencio. —¿Acaso Alex no puede tener una novia? —curioseé, no entendía qué tenía de malo que estuviera con una mujer, yo que sepa Andrés nunca se puso en plan de conquista con ninguna. —Haz lo que te pedí, por favor. Casi me atraganté con mi saliva y abrí los ojos de par en par, mirando mi celular con incredulidad, ¿quizás era un virus el que me hizo escuchar mal?, ¿Andrés acababa de decir «por favor»? —Veré qué puedo hacer por ti. Sólo dame unos días, me encontré con una loca en el avión y siento que necesitaré un poco de paz para recuperar mi energía física y mental. —Me froté el cuello con verdadero cansancio, deseando que mi primera semana en Miami sólo fuera para dormir. Gracias a los santos, Andrés dijo que me tomara mi tiempo. Como no vi qué tenía en el refrigerador, sólo compré un jugo y comida precalentada para tener que almorzar. La cocina y yo nunca nos llevamos bien y tampoco lo haríamos en un futuro, mi padre me prohibió tocar cualquier cosa que requiriera gas y fuego, por lo que el microondas era perfecto para mí.

—¿No cocinas? —Escuché una voz conocida tras de mí y miré sobre mi hombro. Era la mamá de Sisi y empujaba su carrito en mi dirección. Era una mujer hermosa pero creo que lo sería mucho más si usara un poco más de ropa. —¿Nos conocemos? —pregunté con fingida sorpresa y ella se sorprendió. —Nos vimos como hace media hora en tu casa, tu novia tenía a mi perro. ¿Mi novia? —Ella no es mi novia —le dije ceñudo y ella sonrió. —Me llamo Carol. —Daniel. —Regresé la vista a los vinos del estante—. ¿Y Sisi? —pregunté al ver que no tenía intención de irse. —En casa, la dejé con mi hermano. Sujeté el vino dulce que buscaba y me despedí con una inclinación de cabeza. De verdad Carol era hermosa y sería fácil enredarme con ella, pero no se me apetecía, mi cuerpo no sentía absolutamente nada cuando estaba con ella. —¿Puedo irme contigo? —Se puso junto a mí—. Vivimos en el mismo condominio y ya terminé las compras. —De acuerdo. No le diría que no, suficiente tendría ella con mi rechazo como para hacerle otro desplante. —¿Cuándo tiempo te quedarás en Miami, Daniel? —inquirió una vez que estuvo en mi auto. —Tres meses. —No recuerdo haberte visto antes, recuerdo a Carlos y a su joven hermana. Entonces obviamente ella ya se habría acostado con mi hermano, Carlos era un mujeriego de primera. —Son mis hermanos y no me viste antes porque no suelo venir a Miami,

somos de Londres. —Eso lo sé, tu hermano me lo dijo. Definitivamente ella no sería una conquista mía. La dejé en su casa que quedaba a unas calles de la mía y regresé a la mía deseoso de comer y luego dormir. Había sido un día de mierda y todo por culpa de Aria. Cuando entré ahogué una maldición al recordar que no había recogido el regalo de Sisi y abrí las ventanas para que mi casa se ventilara un poco. Limpié el desastre y preferí dormir antes que comer después de aquello que tuve que hacer. Una llamada entrante hizo que parara en seco y al ver de quien se trataba, la desvié y terminé apagando mi celular. Hoy no estaba de humor para nadie.

Capítulo 5 ARIA. —Algo me dice que eres difícil de convencer. —No pude evitarlo y ladeé la cabeza quitándome los lentes de sol para observar a Alex. —Y tú insistente —respondí con diversión y él asintió. —En realidad no quiero que tu color de piel esté disparejo, es importante que ponga bronceador en tu espalda —insistió con coquetería y me la pensé un poco. Era un hombre atractivo y divertido, desde que me lo encontré la primera noche en el hotel no había dejado de acompañarme en mis caminatas y comidas junto a Melody, quien según yo era su novia y no me tragaba ni un poquito porque apenas y me dirigía la palabra. —Tienes novia, Alex, no pienso aceptar tus galanterías —confesé entretenida y volví a ponerme los lentes de sol. —No tengo novia, yo no veo a ninguna novia por aquí —respondió buscando con la mirada y ambos reímos. —Melody nunca se acerca a la piscina, llevo una semana observándola y me di cuenta que le tiene miedo al agua. —No es mi novia —dijo con una pequeña sonrisa en el rostro y un deje de tristeza lo invadió. ¿Era su amor imposible? No me sorprendería, la mujer parecía una muñeca andante, ni siquiera yo que me creía la mujer más bella en la faz de la tierra me animaría a comparar nuestras bellezas. —¿Por qué no le agrado? —quise saber y me recosté boca abajo dándole la oportunidad de que me pusiera el bronceador. —Mel es un poco asocial, le cuesta inmiscuirse con nuevas personas. Empezó a regar el bronceador en mi espalda y le agradecí los masajes que

me regaló en silencio. Eso tenía mayor lógica, pues si pensaba bien ella no hablaba con nadie, ni siquiera a Alex solía tratarlo muy bien. —¿Y por qué está contigo? Como no me dio una respuesta deduje que no era un tema que pudiera tocar con tanta facilidad. Me concentré en sus caricias y fue imposible no imaginarme cómo sería encontrar a un hombre que me hiciera estremecer con su simple toque. A lo largo de mi juventud llegué a tener dos novios y con ninguno llegué a nada en concreto, sólo simples besos fáciles de olvidar. Con Alex me pasaba algo similar, sus manos eran amables y agradables, mi cuerpo reaccionaba a él pero no mi corazón ni mi alma, no sentía que el aire me faltara ni mucho menos locas ganas de invitarlo a mi alcoba. —El sábado hay una fiesta en la playa, ven conmigo —pidió con voz aterciopelada y lo pensé un poco. —No te convengo. Andrés lo dejaría en la calle si llegaba a enrollarse conmigo. —Tu hermano no me preocupa. Rápidamente me incorporé y me giré sobre mi lugar para conectar nuestras miradas. Miré a los alrededores y me acerqué a él con una mirada fría y distante. —Vaya... —susurró—. Eres una Rivers después de todo, esa mirada sólo la vi en tu hermano. —¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo dijo? —pregunté con rudeza. ¿Era por eso que estaba siendo tan amable conmigo?, ¿esperaba sacar provecho de nuestra amistad? —Te vi con Andrés hace dos años y dado que el hombre nunca sonríe con nadie, deduje que eras su hermana. Además se parecen un poco. ¿Hace dos años?, ¿quién demonios se acuerda de un rostro que vio sólo una vez después de dos años? —¿Quién más lo sabe?

—Mel —dijo ceñudo y sujetando mi toalla me puse de pie—. Aria... —Nada Alex, no deseo hablar de esto con nadie y menos contigo. Si quieres ayudar, mantén la boca cerrada y guarda este secreto. No debería sentirme molesta con él, Alex no tenía la culpa de que fuera una Rivers, pero odiaba que alguien lo supiera, lo menos que quería era que alguien se aprovechara de mí por aquel hecho. Andrés ya me había advertido que mucha gente se acercaría a mí para usarme, algo que no pensaba tolerar jamás. Me dirigí a la playa dejando la alberca del hotel y caminé por largos minutos hasta que decidí descansar en la arena y mirar a un grupo de niños que construía un castillo de arena. Nunca había hecho algo así, todos esos juegos eran desconocidos para mí porque nunca tuve a nadie que pudiera jugar conmigo. Mentira. Andrés se había esforzado por hacerlo, hasta había dejado que lo maquillara cuando era una niña y él aún estaba en el instituto; sin embargo, él partió a la universidad y yo quedé totalmente sola, bajo el cuidado de niñeras y profesores privados. Una vida del asco. Sonreí con nostalgia y me sentí una estúpida al anhelar esas cosas a esta edad. Ya no era niña, esa etapa de mi vida había quedado en el olvido al ser desperdiciada por unos padres adictos al dinero y al trabajo. —Si quieres hacemos un castillo. Alcé la mirada, sorprendida de que Melody se hubiera acercado por voluntad propia, y observándola con fijeza la vi sentarse a mi lado. —Ni se te ocurra mencionar que soy una Rivers —solté con prepotencia. —Te estoy hablando porque estoy tratando de olvidar ese hecho —contestó con desdén y por primera vez me sentí como un insignificante insecto. Ella tenía carácter. Me agradaba—. Oí tu pelea con Alex y me quedó claro que odias ser quien eres.

—Me pongo muy susceptible cuando toco ese tema, no quise tratarlo mal. —Él nunca se enoja, así que ten por seguro que te hablará como si nada en la cena. Eso esperaba, era un buen chico y me gustaba como amigo. Lo sentía por él, pero ya estaba en la friendzone. —¿Sabes hacer castillos de arena? —indagué con curiosidad, ella no desprendía la vista de los niños. —Los hice hasta mis diez años. —¿Y recuerdas? —Mi voz fue perdiendo fuerza al darme cuenta que algo la tenía afectada. —No. ¿Traes tu celular contigo? —Me sonrió por primera vez desde que nos conocimos y supe la razón por la que Alex la toleraba y traía con él siempre. ¡Esa mujer era preciosa! Y lo más llamativo era su cabellera castaña, totalmente poblada de risos rebeldes que brillaban como el cobre bajo la luz del sol. —No, ¿para qué lo querías? —Supongo que en Youtube habríamos encontrado buenos tutoriales — bromeó y no pude evitar lanzar una risotada abrazando mi vientre descubierto. —Creo que si les pedimos permiso nos dejarán jugar con ellos. —Me puse de pie y ella hizo lo mismo, haciendo que me sintiera un minion, pues mi bikini era amarillo—. Eres muy alta —susurré. —Uno setenta y ocho, es un desastre —respondió con indiferencia, me sacaba quince centímetros con facilidad. —¿Quieres trabajo? Mi hermano tiene una agencia de modelaje. —Tu hermano es el jefe de Alex y por lo poco que me contó, sé que no quiero involucrarme con él ni con un Rivers. —Oh —jadeé—. Soy una Rivers. —¿De verdad? Juraría que tu apellido es Johnson. —Sonreí con

satisfacción y me guiñó un ojo antes de salir hacia donde estaban los niños y pedirles que nos dejaran jugar con ellos. Fue fácil, sólo nos pusieron una condición y era que al final debíamos ser las princesas de su castillo. Durante las siguientes dos horas nos la pasamos jugando con niños de cinco a siete años como si nosotras tuviéramos cuatro, muchos hombres nos habían observado con incredulidad porque las mujeres guapas estaban en el agua tratando de atrapar un galán de fin de semana, mientras que nosotras estábamos planeando enterrar el cuerpo de una como la gente lo hacía en las películas. Regresamos al hotel al atardecer y por fin pude garantizar que tenía una amiga de verdad. Ella me prefería como Aria Johnson y no me juzgaba por ser una Rivers, me había equivocado con Alex porque estaba segura que ambos pensaban igual respecto a mi persona, por lo que tendría que hablar con él para disculparme por mi odiosa actitud. —¿Irás a la fiesta del sábado? —le pregunté, mientras ella observaba mi habitación con curiosidad y asintió con una mueca. —Alex no me dejará quedarme. —¿Es tu novio? —Él ya te dijo que no. —Se rio y serví dos vasos con zumo. —¿Entonces?, ¿qué relación tienen? —Le entregué el vaso y ella tomó asiento en el sofá. —Se puede decir que es el único hombre del que puedo tolerar su cercanía. Sus palabras generaron un escalofrío en mi espina dorsal y fingí tranquilidad mientras mi vena dramática se imaginaba lo peor. Era una mujer arisca y reservada a pesar de ser hermosa y llamativa, no toleraba la cercanía masculina y esos casos eran muy especiales, tan especiales que escucharlos a veces dejaba a uno con el corazón en la boca.

Capítulo 6 A pesar de que llegamos a la fiesta relativamente temprano, mucha gente ya se encontraba allí compartiendo unos tragos y bailando con sus amigos. El ambiente era agradable y la tarima estaba de espalda a la playa entre los pilares que tenían grandes parlantes y juegos de luces. En frente el bar también estaba en una tarima de tres pisos, donde las personas podían circular y apoyarse en el barandal para observar el escenario. Era la primera vez que asistía a una fiesta y todo me parecía tan nuevo y alucinante que me sentí una estúpida en medio de gente muy experimentada, ni siquiera Melody estaba intimidada por toda la multitud que se desplazaba con seguridad por el lugar. Alex nos guio a una mesa que estaba en uno de los laterales frente a la barra y tomamos asiento sin hacer mucho revuelo. Yo aún sorprendida por toda la gente hermosa que había allí y Alex y Melody hablando de algo en voz baja, estaban discutiendo y no sabía el por qué, por lo que no pensaba meterme. Un camarero se acercó a nosotros, llevaba una banda naranja en el brazo que hacía que fuera fácil distinguirlo entre la multitud y Alex se pidió un trago y a nosotras dos jugos. Antes me preguntó qué prefería y le pedí algo sin alcohol, a Melody no le hizo ningún comentario y eligió por ella. Me sentí aliviada de haber aceptado el vestido que Alex me regaló. Todas las mujeres caminaban prácticamente en trajes de baño blancos o diminutos vestidos, por lo que me habría sentido fuera de lugar con la prenda puritana que pensaba ponerme. El vestido de Mel era de dos piezas y su vientre quedaba al descubierto, pues al ser tan alta Alex prefirió elegir una prenda de dos piezas; en cambio el mío era un vestido traslucido totalmente blanco que sólo se ataba a la altura del cuello por detrás dejando un gran escote en mi espalda. Demás estaba decir que él eligió los trajes de baño de igual manera y Mel llevaba uno de color esmeralda

mientras que el mío era de un rojo intenso que resaltaba maravillosamente bajo mi vestido. Estaba expuesta y lo sabía, mi hermano se habría dado un tiro de verme vestida así, pero con Alex y Melody me sentía segura, ellos eran mis amigos y él hasta me había pedido perdón por tocar un tema que no le incumbía. Al final tuve que pedirle que olvidara todo y las cosas siguieran con normalidad. Varias chicas se acercaron a Alex y al final este fue raptado por una morena bastante atractiva, Melody no mostró señas de celos ni mucho menos enojo, ella estaba sumergida en sus pensamientos mientras bebía de su zumo. —Vamos a bailar —dije para que pudiéramos ser parte de la fiesta y ella hizo una mueca—. ¿No te gusta? —la miré sorprendida y un brillo nostálgico iluminó su rostro. —Me encanta hacerlo. —Entonces no se diga más —tuve que gritar para que mi voz se escuchara y me puse de pie—. Esta noche no me iré tranquila si no termino en esa tarima. Dado que Alex no regresaría por su vaso en un buen rato, no tuve reparos en tomarlo y beberme todo el contenido del mismo. Mi cara debió ser un poema por todos los gestos que hice, pero no me interesó; tenía tres meses para vivir y en estos días descubriría todo lo que una mujer de mi edad hacía. —Aria —Mel me tomó del brazo—. No hombres —pidió con seriedad y asentí. ¿Quién necesitaba hombres para pasarla en grande? La noche dio inicio y poco a poco me fui familiarizando con la bebida amarga que había bebido hace poco, Alex se unió a nosotras y bailó con Melody dándole la confianza de que podía hacerlo y él estaría allí para ella. Fue entonces cuando ambas nos soltamos y empezamos a bailar sin control alguno captando la atención de varios ojos masculinos que nos deseaban.

¿Deseo? Yo quería sentirlo, quería desear a un hombre de verdad y besarlo con pasión. El alcohol podría ayudarme, después de tres horas de disfrute ya me había dado cuenta que muchas parejas disfrutaban más cuando bebían y era más fácil para ellos ligar entre sí. Unas manos masculinas se apoyaron en mi cintura por detrás y sonreí al ver que se trataba de Alex, Melody estaba con las nuevas amigas que hicimos y se veía muy contenta, al parecer no pensó que la pasaríamos tan bien. —Bailas muy bien —susurró en mi oído y reí tontamente cuando besó mi hombro desnudo. —¿Estás coqueteando conmigo? —pregunté posando la mano en su mejilla y él conectó nuestras miradas. —Busco seducirte esta noche —confesó con voz ronca y tragué saliva. No era una romántica empedernida por lo que nunca consideré que mi primera vez tenía que ser con un chico que me gustase de verdad, pero Alex... era mi amigo, estar con él sería una razón de sobra para no volver a toparme con él en un futuro por Andrés. Sin embargo, ¿podría pensar en un novio una vez que estuviera bajo el poder de mi padre? Pronto me sentí tensa y acorralada, no quería perder la oportunidad de sentir a un hombre de manera tan íntima; no obstante, tampoco me tentaba la idea de acostarme con un amigo y empleado de mi hermano. La imagen de cierto rubio llegó a mi cabeza y un escalofrío recorrió mi espina dorsal haciéndome temblar de placer, algo que sólo me trajo problemas porque Alex pensó que mi reacción fue debido a él y se abalanzó para unir sus labios contra los míos. De alguna manera, haría que él olvidase esa tonta idea de llevarme a su cama esta noche.

*** DANIEL. —Te pedí encarecidamente que dejaras de llamarme, acordamos algo antes de mi viaje y no contestaré a otra llamada tuya, creo que he sido más que claro contigo. Lo siento mucho, pero debo colgar. Corté la llamada con un humor de perros y lancé mi celular a la cama. Me sentía cansado de seguir recibiendo esas llamadas incesantes y sabía que a pesar de haberle dejado claro que no quería que me llamara, ella continuaría. Me observé nuevamente en el espejo de cuerpo completo que estaba frente a mi cama y abrí los tres primeros botones de mi camisa blanca. Hoy había una fiesta en la playa, la cual quedaba tan cerca de mi casa que casi podía escuchar el revuelo que había por allá, y pensaba asistir. Carol había querido que la llevara; sin embargo, tuve que decirle que no solía compartir mujeres con mi hermano para que ella dejara de insistir y guardara la distancia necesaria para que no me hiciera un mal concepto de ella. Era un hombre posesivo y celoso. Aunque nunca tuve esos sentimientos hacia una mujer en concreto, siempre los tuve con mis familiares, por lo que sospechaba que no me sentiría nada bien ante la idea de acostarme con una mujer que mi hermano ya había probado. Quedé satisfecho con el resultado y agradecí haber tomado un bronceado estos últimos días, verme bien me inflaba el ego y yo era el tipo de persona que amaba alimentar al mismo. Esta noche me enrollaría con una mujer y nada ni nadie me detendrían, estaba preparado para conocer a una linda morena y traerla a mi morada para disfrutar de su cuerpo, hace mucho tiempo que no le prestaba atención a mis necesidades físicas y quizás la tensión de mi cuerpo se iría encontrando una faena de una noche. En un principio mi plan no había sido asistir, pero como Andrés me

informó que la castaña y Alex irían a esa fiesta aproveché la ocasión para distraerme y conseguir la información que él requería. Sospechaba que esa morena estaba fuera de juego por lo que no podría coquetear con la mujer que Andrés quería para él, así que sería rápido con mis investigaciones y me dedicaría a lo mío en lo que quedaba de la noche. Llevaba casi dos semanas en Miami y me sentía relativamente bien, aunque me alarmaba el hecho de no tener concentración alguna para ponerme a trabajar. Sólo quería salir y encontrarme con cierta rubia que no me dejaba dormir en paz, ¡Aria se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza crónico! Bueno, seguro que hoy que encuentre un reemplazo para ella mañana todo quedaría en el olvido y podría regresar a mi rutina laboral que ya me hacía falta. Aunque mi padre y mi hermano me hubiesen pedido que no lo hiciera, que nadie me necesitaría mientras estuviera de vacaciones. Salí de mi casa por la puerta trasera, cerrando todo sin tener mucha prisa y me puse en marcha hacia el lugar del cual provenía la música y el alboroto. Era un poco más de las once por lo que seguramente la gente ya estaría bastante prendida; ya sea por la bebida o las drogas que estarían ingiriendo. En la universidad yo también fui parte de esa locura, esa aventura de conocer nuevos mundos y probar nuevas cosas. Las mujeres fueron mi vicio y gracias a mi aspecto físico fue fácil tener a la que quería. Sin embargo, cuando vi como Andrés se preparaba para su negocio familiar, supe que tenía que dejar toda la diversión si quería alcanzarlo. Ni siquiera cuando intenté arrastrarlo a ese loco mundo de diversión él se dejó llevar con facilidad, por lo que lo tomé como un ejemplo a seguir y decidí abandonar todo aquello que me quitaba tiempo y energía. Eso fue lo que hizo que Diego Rivers pusiera los ojos en mí y me ayudara a forjar mi propio imperio, los Rivers eran la razón por la cual estaba donde estaba y tenía lo que tenía. Los apreciaba y respetaba, pero en el fondo también deseaba ser más que ellos.

Una vez en la barra pedí un whisky decidido a olvidar mis problemas y todo lo que tenía en Londres y estudié a la muchedumbre con pericia. La mayoría de las mujeres se encontraban en trajes de baño y estaban con alguien. Encontrar a Alex fue una tarea sencilla porque se podía decir que era la persona más sobria de la fiesta y reía tranquilamente mientras aplaudía hacia el escenario que tenía en frente. Seguí la dirección de su mirada porque la castaña no estaba con él y cada célula de mi cuerpo vibró enviándome una punzada de dolor a mi anatomía al ver a Aria en la tarima, estaba bailando y cantando con la castaña que bien podría pasar como modelo con facilidad. Mi ojos se clavaron en la rubia que cantaba hermoso y bebí de mi copa imaginando como sería tirar del lazo que unía su vestido traslucido a la altura de su cuello. Ella se había vestido para tener una noche de placer y la ropa fácil de quitar me lo confirmaba. Sus largas piernas tenían una tonalidad más bronceada al igual que su espalda, debo admitir que se veía bastante bien con ese nuevo tono; sin embargo, pronto me sentí ardiendo en rabia al ver que todos los hombres devoraban con la mirada a las mujeres que se movían con gracia en la tarima. —Está con Alex, no pierdas el tiempo. —Carol se puso a mi lado, mirando con envidia a Aria, la mujer que rescató a su horrible rata, y apreté la mandíbula. —Alex está con la castaña —dije con seguridad. —Entonces está con las dos porque hace menos de dos minutos estuvo besando a la rubia como si de eso dependiera su vida. La imagen de Aria siendo besada por otro hizo que mi visión se volviera rojiza. La había visto de una manera tan inocente y torpe que no me había puesto a pensar que era una mujer atractiva cuya vida sexual sería bastante entretenida tomando en cuenta lo hermosa y encantadora que era. Las ganas de subirme a la tarima y alejarla de todas las miradas depravadas me invadieron con fiereza; no obstante, ella no era nada mío y me vería como un psicópata si lo hacía. No me gustaba sentirme tan celoso, más cuando Aria me

rechazó primero cuando intenté tener una aventura con ella. —Qué bueno —solté con rencor y Carol respingó—, porque a mí me interesa la castaña. Era por ella que estaba aquí, para encontrar la información que Andrés requería. Dejando a la morena junto a la barra me encaminé hacia la mesa de Alex, sabía que no era un hombre grosero por lo que buscaría entablar una conversación con él y ver si me brindaba algún dato de la castaña. Él captó mi presencia cuando estuve a pocos pasos de su mesa y sonrió amigablemente al percatarse que iba hacia él. —¿Te puedo ayudar en algo? —inquirió con esa amabilidad de la cual los medios siempre hablaban y me sentí incómodo, hubo un tiempo donde yo también tuve la capacidad de sonreír de aquella manera. —Ciertamente puedes. —Dejé de lado la tensión de mi cuerpo y me senté junto a él—. ¿Ves a esa morena? —Señalé a la castaña de rizos rebeldes y Alex se puso rígido al instante. Interesante. Si tanto le afectaba esa mujer, ¡¿por qué carajos se besaba con Aria?! —¿Quién no? Es la más hermosa de la fiesta. Error. Aria era la más hermosa, pero como no pensaba discutir con él, mejor le seguía la corriente. —¿La conoces? Te vi hablando con ella. En el aeropuerto dado que recién llegué a la fiesta, quise agregar pero me guardé ese dato para mí mismo. —La conozco. —Presen... —¡Daniel! Al tener uno de los pilares que portaba tres parlantes de manera vertical

junto a la mesa, no pude evitar encogerme junto a Alex ante el estridente grito que Aria lanzó utilizando el micrófono. Rojo de la rabia me giré hacia ella y la fulminé con la mirada deseoso de ahorcarla por pretender dejarme sordo en menos de cinco segundos, pero cuando la vi corriendo en mi dirección el aire se me cortó, ¿por qué estaba feliz de verme otra vez? Ella había dicho que no quería hacerlo nunca más. Alguien la detuvo haciendo que yo regresara a la realidad y viera como le pedía el micrófono y rápidamente me giré hacia Alex, quien tenía la mandíbula apretada y los ojos fijos en la rubia. —Preséntame a la mujer, me parece preciosa. —Con suerte ella me diría su nombre completo y así podría darle a Andrés esa información para que él hiciera lo que sea que tuviera en mente hacer. Con una sonrisa sobreactuada recibí el abrazo de Aria poniéndome tenso por su euforia, dado que no éramos ni amigos. Ella se frotó contra mi pecho como si fuera un gatito sin hogar y me deleité con la caricia de sus senos contra mi pecho. Estaba un poco borracha, sobria jamás me habría tratado así. —Creí que no te volvería a ver. Yo también esperé lo mismo y lo cierto era que estaba levemente feliz de que no se hubiera cumplido. —Veo que no tengo suerte —contesté con sorna y ella se llevó una mano al pecho con fingida indignación. —¿No estás feliz de verme? ¿Feliz? Excitado era un término más apropiado. —En lo absoluto —mentí terminando el contenido de mi copa y pedí una botella de tequila para la mesa. Si quería información debía entra en confianza con Alex y la castaña. —¿Quién es él? Perfecto, la mujer ahora estaba a mi lado mirándome con recelo.

—Melody, Alex; les presento a Daniel, es mi amigo, el hombre del aeropuerto. Ambos sonrieron retorcidamente y por un momento me parecieron parecidos. —¿Al qué le vomitaste y pintaste el rostro mientras dormía? Aria se puso colorada al instante y me miró con una ternura que casi provocó que le acariciara la coronilla. Demonios, ese demonio de rostro angelical era una manipuladora. —Me perdonaste, ¿verdad? Y su mohín una peligrosa arma. —Sí, eso quedó en el olvido. El camarero trajo la botella de tequila y con ella cuatro pequeños vasos y otros dos: uno tenía sal y el otro traía varias rodajas de limón. —Mel no bebe —dijo Alex cuando le tendí un chupito a Melody y esta miró el vaso con atención. —No, está bien —respondió ella, observando a la gente del lugar—. Puedo hacerlo. Aceptó el vaso y Aria se pegó a mí, esperando que le sirviera a ella también. —¿No bebiste mucho por hoy? —le pregunté con preocupación, si ella se emborrachaba no podría dejarla sola. —No, además nunca probé nada de esto y siempre salen en las películas, sírveme uno. Dos mujeres que no estaban acostumbradas al alcohol... No debí haber comprado una botella de tequila, les habría invitado a ir por un helado de saber que eran tan inocentes. —Debes ponerte la sal en la mano, llevarla a la boca, beber el contenido de la copa y luego chupar el limón. —Empezó a explicarle Alex mientras ella

parecía muy entusiasmada por empezar a beber y me acerqué a Melody con cautela, quien claramente sabía perfectamente lo que debía hacer porque ingirió el líquido con facilidad deformando sus hermosos rasgos al instante. —Bebe conmigo. —Fui directo. —Si quieres —dijo con indiferencia, mirando de reojo a Alex y a Aria. ¿Estaría celosa? ¿Serian amigos con derecho a roce? A medida que compartía unos tragos con ella, me di cuenta que mi cercanía le afectaba cuando pasaba cierta distancia, por lo que preferí mantenerme al margen mientras le robaba unas cuantas sonrisas. Traté de concentrarme en ella y olvidar a la pareja que estaba junto a nosotros y reía con entusiasmo, pues en más de dos ocasiones Alex se había pasado de mano larga con Aria. —¿Con qué estás en las redes? —Me aventuré a preguntar con mi celular en la mano y ella hizo una mueca con la rodaja de limón entre sus labios. —No tengo. ¿Podía creerle algo así? Ella no parecía mentirme, por lo que me conformaría por ahora. —¿Eres inglesa? —Española. —Hablas muy bien el inglés —dije con sinceridad y ella asintió—. ¿Entonces Alex es tu pareja? Su cuerpo adoptó una pose defensiva. —No es de tu incumbencia. A Andrés no le gustaría saber que la mujer que le gustaba era tan fierecilla como el modelito que no podía controlar. —Simple curiosidad. —Alcé las manos en señal de paz y ella se rio. Estaba claro que le estaba agradando, pero ni siquiera así cayó a mis encantos y eso me parecía extraño. ¿Es que las mujeres que estaban con Alex carecían de buen gusto?

Alex y Aria se unieron a nosotros y fue fácil percatarme que los recién llegados perdieron todo el humor que tenían hace unos segundos. Alex se posicionó junto a Melody y Aria se sirvió otro chupito haciendo que la mitad del líquido se fuera a la mesa y la otra a su vaso. —Ya no deberías beber —musité con seriedad, olvidándome por completo de mi objetivo principal. —No te metas —me respondió con brusquedad, sorprendiéndome. ¿Tenía la capacidad de ser odiosa? —Bebe conmigo —pidió de pronto y me serví un trago, ambos llevamos la sal a nuestras manos y seguimos los pasos para poder acabar el contenido de nuestras copas—. Uno más. —Aria, nos vamos —dijo Alex, sujetándole la muñeca de manera autoritaria, y ella respingó. —No, yo me quedo —respondió con tosquedad y pronto me encargué que Alex le quitara la mano de encima. —Debo llevar a Mel al hotel, está un poco mareada —explicó el castaño y entrecerré los ojos con reconocimiento. Él quería dejar a Melody en su alcoba y llevar a Aria a la suya. ¡Era un cabrón de primera! —No te preocupes, me quedaré con Daniel. Estuve a punto de objetar, no me parecía buena idea enrollarme con Aria dado que tenía cierta manía de generarme problemas, pero guardé todo comentario cuando ella me abrazó por el vientre. La rodeé por la cintura con un brazo y miré a Alex con sequedad. —Ella se queda conmigo. Estaba claro que él quería quedarse con Aria, pero Melody se veía demasiado cansada y aturdida con todo lo que estaba ocurriendo, por lo que diciendo un suave: «volveré», se fue con la castaña en dirección al hotel Rivers.

No me sentó bien saber que estaba hospedado en el mismo hotel que Aria, pues a nadie le costaba mucho tomar un ascensor para visitar a una mujer que deseaba. Aria ganó mayor distancia una vez que estuvimos solos y se sirvió otra copa. La acompañé, bebí con ella entre risas hasta que no tuvimos más tequila y ella me llevó hacia la pista de baile. Restregando su cuerpo contra el mío y abrazándome por el cuello mientras que yo sujetaba su cintura para arrimarla a mi cuerpo siguiendo el son de la música, nuestras miradas se prendieron en fuego puro y fue fácil saber lo que ella quería y lo que yo, muy a mi pesar, también quería. —¡Están aquí! —Ambos rompimos el glorioso momento y nos giramos hacia Carol, quien estaba con un hombre de piel oscura bastante exótico y musculoso. —Oh, es la mamá de Sisi —musitó ella y no me gustó ver el brillo malicioso en la mirada de la morena. —Daniel, creí que ya te habías ido. —¿Daniel? —preguntó Aria, soltándome—, ¿se conocen? —Llevamos días viéndonos, vivimos en el mismo condominio. Aria hizo una mueca y la rodeé por la cintura para atraerla hacia mí. —Es un ligue de mi hermano —le dije con suavidad y eso bastó para que ella supiera que no me había acostado con Carol. —Creí que tu objetivo era la castaña, la vi yéndose con Alex, es una lástima que tuvieras que conformarte con ella. —La señaló y fue entonces cuando supe que todo avance de la noche se había ido al tacho porque Aria me empujó por el pecho para ganar mayor distancia. —¿Estás conmigo sólo porque Alex se llevó a Melody? —La indignación que vi en su rostro hizo que me sintiera una basura, era como si ella odiara la idea de sentirse usada o un plato de segunda mesa.

—No, no es así —respondí con seguridad—. Melody no me interesa. —¿Por qué te enojas? —Se metió Carol, mirando a Aria—. Yo creí que tú terminarías con Alex, bien que te lo estuviste besando antes de que Daniel llegara. Y nuevamente los celos me consumieron; no obstante, Aria enderezó la espalda y mirando despectivamente a Carol se rio con malicia. —Aún no es tarde. —Empuñé mis manos a ambos lados de mi cuerpo—. Si tanto te interesa ser la zorra de Daniel, adelante. Y dichas esas palabras se alejó de la pista de baile con un paso firme que haría pensar a cualquiera que ella estaba muy sobria. Era orgullosa y bastante segura de sí misma y pronto me sentí atraído hacia ella como un imán, nunca había conocido a una mujer como Aria. —Qué mal humor. —Se rio Carol y diciéndole algo al moreno hizo que este se alejara hacia la barra—. Si gustas puedo hacerte compañía esta noche — musitó con voz seductora y la miré con desagrado. —Lo siento, pero yo me enredo con mujeres, no con zorras envidiosas. Salí tras de Aria, estaba muy equivocada si pensaba que la conversación y noche llegarían hasta aquí. Nosotros la estábamos pasando muy bien hasta que Carol llegó, por lo que no me parecía una razón relevante para renunciar a la compañía del otro ni mucho menos para permitir que ella fuera en busca de Alex. —¡Aria! Aceleré mi paso al ver que no pretendía detenerse ni mucho menos esperarme, estábamos a pocos metros de mi casa. Cuando logré alcanzarla la sujeté de la muñeca y ella se zafó de mi agarre con brusquedad volviéndose en mi dirección. —¿Qué? —Estaba demasiado molesta y esa faceta me resultaba algo nueva y encantadora, pero también inquietante.

—No le creas, Carol está empeñada en tener algo conmigo. —¿Te gusta? —No —hice una mueca de asco. —No la mamá de Sisi, lo digo por Mel, desde que llegaste te la pasaste con ella desde un principio, ignorándome. No podía decirle que mi mejor amigo deseaba saber algo de la castaña, por lo que suspiré con cansancio y repetí la misma respuesta de hace un rato. —No me gusta Melody. Seguía molesta y me miraba con tal frialdad que por un momento sentí frío. ¿Qué era esa aura tan poderosa que desprendía?, por un momento hizo que pensara que estaba frente a Andrés. —Vete al diablo, Daniel. —Se volvió sobre su lugar para seguir su camino pero está vez la rodee por la cintura y la giré en mi dirección, pegándola contra mi pecho—. ¡Suéltame! —Estás celosa —afirmé con diversión y lejos de alterarla, ella guardó silencio y me miró sin expresión alguna en el rostro—. Maldición, ¿qué te pasa? —La solté con inquietud—. Era una broma. —No pasa nada —me respondió con un hilo de voz y supe que su determinación estaba mermando al igual que su enojo. Seguro su actitud era resultado de todo el alcohol que ingirió. —Estás actuando extraño —musité cautamente, acercándome a ella. —¿Por qué no te agrado? —Su pregunta me confundió—. A Melody y a la mamá de Sisi las trataste muy bien, no importa si son amables o groseras contigo, pero desde que nos conocimos no has dejado de verme como si fuera lo peorcito que se puso en tu camino. Y lo era, porque era algo que no podía tener como realmente quería. —Yo me alegré mucho de verte otra vez pero tú fingiste tu sonrisa, ¿qué fue lo que hice mal?

—Estás exagerando —respondí con insensibilidad, toda esta escena me parecía muy emotiva para nosotros, éramos dos extraños que se deseaban mutuamente, ¿por qué añadir más drama a mi vida?—. Lamento informarte que tú y yo no tenemos nada, es normal que no me alegre de verte porque si mal no recuerdo tú vomitaste en mi traje y ni siquiera te preocupaste en pagar la tintorería. —Me crucé de brazos, alzando una barrera entre los dos, y lamenté cada una de mis palabras al ver la barbilla femenina temblando. —Eres muy cruel. Me asusté al ver las lágrimas acercándose a la comisura de sus ojos. Esto no estaba bien, ¡yo no hacía llorar a mujeres! —Oye, no te dije esto para que te pusieras a llorar. —¿Cómo carajos habíamos terminado así?—. Fui sincero, eres un poco irritante y... ¡Oye! —grité cuando me empujó por el pecho, provocando que cayera de trasero, y ahogué miles de juramentos viendo como salía disparada huyendo de mí. —¡Ojalá y el chasquido de Thanos te mate, cabrón! —gritó sin mirar hacia atrás y de un salto me puse de pie, saliendo tras de ella. ¿Thanos? Evité reírme, así que ella también pensaba que tenía cierto parecido con el dios del trueno. —¡Bájame idiota! —Chilló cuando la alcé a volandas y empezó a golpearme en los brazos, era una lástima que sólo me hiciera cosquillas—. Suéltame, no tenemos nada de qué hablar. Lo sé, ¡lo sé maldita sea pero yo quería hablar con ella de lo que sea! No estaba listo para dejarla ir, no sabía cuándo volvería a generarse un cuarto encuentro. Al percatarme que Aria no se calmaría, hice lo que me pareció más prudente y avancé hacia adelante. Efectivamente, ella dejó de moverse solamente cuando la lancé al agua sin remordimiento alguno. —¡Eres un maldito cabrón! —gritó fuera de sí, frotando su rostro empapado y enderezándose.

—Te lavaré la boca con lavandina, mocosa —farfullé, mirándola entre molesto y divertido, y todo mi cuerpo se estremeció cuando ella se puso de pie. La noche era oscura, pero aun así la luz de la luna me permitía apreciar las curvas que ahora eran víctimas de la transparente y empapada tela. Sus senos rebotaron cuando ella pateó el piso provocándome una sequía en la boca, ¡ese cuerpo estaba hecho para el pecado! Sólo salí de mi letargo cuando ella se abalanzó sobre mí, tirándome nuevamente al piso esta vez dentro el agua. —¡Estás loca! —bramé tiritando levemente por el frío de la noche y Aria intentó incorporarse para salir huyendo; no obstante, fui más rápido y la inmovilicé por la cintura volviéndola sobre su lugar para ponerla boca arriba debajo de mí. Las olas golpeaban, pero ni siquiera eso podía separarnos mientras forcejeábamos. —Apártate, estamos a mano —demandó y me presioné sobre ella. —Soy un hombre vengativo, nunca estaremos a mano —gruñí esquivando cada uno de los rodillazos maliciosos. La inmovilicé con las piernas—. Tú me quitaste más de tres prendas —espeté con voz ronca, consiguiendo que ella dejara de sacudirse—. Primero arruinaste mi saco, luego mi camisa, mi corbata y seguido mi pantalón. ¿Cuántos castigos crees que mereces? —Te pagaré, mentí cuando te dije que no tenía dinero, si es eso lo que te molesta... Chasqueé la lengua, acariciando su mejilla. El alcohol la había abandonado y al parecer la idea de estar a solas con un desconocido la estaba asustando. Para mi deleite ella tembló de placer mirándome con lujuria y humedecí mis labios con la punta de mi lengua. Conocía mucho de mujeres y esta mujer me deseaba tanto como yo la deseaba a ella. —Ya sé qué quiero —comenté manteniendo la calma y la cordura, y me miró expectante.

—¿Qué? —Estaba deseosa de salir de ese apuro y yo sólo quería llegar hasta el fondo. Me incorporé un poco, observando como el vestido no hacía nada por cubrirla y tomándola por sorpresa, le arranqué la tanga de su traje de baño para después salir corriendo como si fuera un niño pequeño. —¡Devuélveme mi tanga! No me detuve a mirarla ni mucho a cumplir su orden, sólo arranqué hacia mi casa para que ella me siguiera, pues sin su pequeña prenda no podría llegar muy lejos. Su vestido era tan transparente que no sería capaz de pasar por el lobby del hotel sin llamar mucho la atención. Nunca antes había actuado así, hace mucho que no sentía esa adrenalina que traía consigo la diversión, por lo que sin importarme nada me reí por todo lo que estaba pasando. —¡Daniel! Esa mujer era puro fuego. Otra estaría suplicándome y se habría quedado en el agua rezando para que me compadeciera de ella, pero Aria... ella no, ella venía tras de mí y si me atrapaba sería carne muerta. —¡Devuélveme mi tanga! Usé todo mi autocontrol para no reírme a carcajadas. Me estaba comportando como un chiquillo pero mentiría si dijera que no la estaba pasando en grande. Aria era tan refrescante que jugar con ella me parecía algo maravilloso; sin embargo, ahora mismo no estaba jugando, estaba en medio de una caza y pronto tendría al conejito en mi cueva. Ingresé por la puerta corrediza de vidrio sin problema alguno y rápidamente la cerré, riéndome en la cara de Aria cuando estampó sus manos sobre el vidrio. Me miraba con tal desprecio que por un momento me pareció que estaba molesta; no obstante, luego recordé de quien se trataba y supuse que se le

pasaría. —¡Ábreme! —Golpeó la puerta y sujeté el control apretando el botón adecuado para cerrar las cortinas—. ¡Daniel! Volví a abrirlas y agrandé mi sonrisa al verla ceñuda. Esto era muy divertido. Aria respingó y por mi salud mental evité mirar hacia abajo, no estaba seguro cómo reaccionaría si la veía desnuda allí abajo, un lugar en el que pronto me perdería. —¡Ábreme, imbécil! Tiempo atrás me habría indignado por sus palabras, pero ahora sólo podía reírme de ellas. Sabiendo que la pondría histérica, estiré la parte baja de su traje de baño y empecé a inspeccionarla con ella en frente. —¡Pervertido! —chilló golpeando el vidrio y me sorprendió que fuera una prenda tan sexy. ¿Así sería su lencería?—. Daniel, ábreme, por favor —suplicó con los dientes apretados y guardé la tanga en el bolsillo de mi pantalón. Se quedaría conmigo. —¿Qué me darás a cambio? —Me acerqué a la puerta y me crucé de brazos, apoyando uno en ella. Por sus movimientos supe que se estaba cubriendo su lindo monte de venus. —Pagaré tu traje. ¿Podía creer que contaba con ese dinero? —¿Qué tal algo mejor? —Podría besarte —bromeó, pero ese comentario me encendió los sentidos. La miré con seriedad, sabedor que un beso no me bastaría y ella se removió con inquietud—. Estoy jugando, sabes como soy y para variar consumí mucho alcohol. Olvidemos todo y regrésame mi braga, ¿sí? Era una lástima que me hubiera tomado a pecho su oferta. —Daniel, la gente empezará a regresar de la fiesta, no pueden verme así. —Se irritó dando brinquitos en su lugar y miré sobre su hombro.

Era verdad, pronto la multitud pasaría junto a mi casa y el lindo trasero de Aria sería expuesto si no la hacía entrar. —No eres tan llamativa, seguro pasas desapercibida —mentí con frialdad, puesto que cualquier hombre se volvería loco por tener un amorío con la rubia. Ese comentario la cabreó porque me fulminó con la mirada, dando un paso hacia atrás. ¿Qué?, ¿acababa de dañar el ego de mi peor pesadilla? —¿Sabes algo?; tienes razón —Asintió con decisión, generándome un poco de curiosidad—. Entraré al agua, esperaré por Alex, si mal no recuerdo dijo que volvería por mí —enfatizó las dos últimas palabras y las ganas de callarla con un beso empezaron a carcomerme—. Le pediré que me traiga algo de ropa. —Sólo perdiste tu braga —le aclaré y fruncí el ceño cuando ella chasqueó la lengua y se cruzó de brazos con suficiencia. —Ahora que lo pienso, con Alex como compañía ropa es lo que menos necesitaré. —Mi sangre empezó a burbujear y todo a mi alrededor se volvió rojo —. No quería regalarte nada porque él me obsequió estas prendas... Cabrón, ese modelito se la quería llevar a la cama. —Pero dado que eres un amargado y requieres de una solución, sólo puedo obsequiarte mi braga —Abrí los ojos de par en par cuando con un simple movimiento el vestido cayó a sus pies y tragué con fuerza— y mi sujetador para que te des la masturbada de tu vida. Debe de hacerte falta, estás muy gruñón. Y los pechos rebotaron anunciándome su libertad, algo que hizo que mi cuerpo despertara con fiereza porque ella estaba desnuda y una estúpida puerta era lo único que nos separaba. —Esperaré por Alex. Abrí la puerta con tal velocidad que Aria no lo vio venir, pero sí que jadeó cuando la agarré de la cintura y con un simple movimiento la metí dentro de mi casa dejando todas sus cosas afuera. Cerré las cortinas, haciendo que la oscuridad nos rodeara.

—Dejé mi ropa afuera —dijo con un hilo de voz, alarmada, y cuando se dispuso a avanzar hacia la puerta, la estampé contra el mesón con suavidad manteniéndola en cautiverio con ayuda de mi cuerpo. Ignorando si le gustaba o no, junté nuestras pelvis con descaro y cuando ella gimió aproveché para posar mis manos en sus caderas ascendiéndolas en una larga caricia hacia sus pechos. No tenía una imagen clara de su desnudez, pero era tan suave que mi miembro palpitaba con entusiasmo ante la idea de poseer a esa mujer. —Daniel... —Dudo que la necesites —solté con voz aterciopelada y bajé una mano con velocidad apresando su glúteo con poca delicadeza. —Ah... —Se sobresaltó y sujetándola del muslo hice que rodeara mi cadera con esa pierna. No protestó, por lo que me friccioné contra ella provocando que gimiera entrecortadamente y enterrara su rostro en mi pecho. —Dijiste que me darías un beso si te abría —solté con dificultad, tratando de no perder los estribos, me gustaba llevar el control de las cosas y no renunciaría a eso por Aria. —Yo... para —me pidió y la senté sobre la fría superficie con mis brazos alrededor de su cuerpo, una palma sobre un pecho y la otra en su nuca. —Entérate que un beso no será suficiente —decreté y antes de que ella pudiera protestar, estampé mis labios contra los suyos.

Capítulo 7 ARIA. ¿Por qué?, ¿por qué el beso de Daniel me parecía cien mil veces mejor que el de Alex? Esto era lo que quería, un beso capaz de hacerme temblar, volar y alucinar al mismo tiempo. Era tan glorioso que ya no me interesaba enrollarme con un extraño, porque muy en el fondo no sabía nada de Daniel, ni su apellido ni nada. Era un completo desconocido que quería conocer muy bien. —Estás celoso. —Sonreí contra sus labios, enterrando mis manos en su rubia cabellera. Daniel no quería que me fuera con Alex y lo cierto era que no iba a hacerlo, solamente busqué algún tipo de comentario que lo llevara a abrir la puerta, pero todo se había salido de control y ahora estaba totalmente desnuda ante él, rodeándolo con las piernas mientras nuestros sexos se rozaban con ansiedad y desenfreno. —Alex tiene novia —me dijo con voz aterciopelada, regando un camino de besos por mi mandíbula y cuello. Si de algo estaba segura era de que Alex y Mel no eran nada; no obstante, no pensaba decírselo ahora que sabía que le tenía celos a mi amigo. Cuando nos encontramos con la mamá de Sisi, que por cierto ahora me caía muy mal, había sentido tanta rabia que por un momento me sentí una estúpida dado que Daniel y yo no teníamos nada. Me puse celosa, no quise verlo ni mucho menos escucharlo al imaginar que le atraía Melody, una mujer con la que jamás me atrevería a competir porque un Rivers sabía cuándo podía ganar o perder y demás estaba decir que odiábamos perder. —Para, Daniel —le pedí al percatarme hacia donde iban sus besos. Esto no

estaba bien, él terminaría arrepintiéndose y lo menos que quería era eso, pues yo sí lo deseaba y un rechazo de ese tipo podría herirme más de lo imaginado—. ¡Daniel! —Arqueé la espalda cuando sus dedos acariciaron mis labios vaginales y empecé a respirar con dificultad. —¿Cómo te atreves a decirme que me detenga cuando estás tan húmeda para mí? La invasión de un dedo me hizo jadear de placer y me tumbé sobre él mesón mientras él lo giraba con suavidad. Una mano acarició mi pecho y pronto él estuvo jugueteando con mi pezón mientras su dedo hacia movimientos aniquiladores en mi interior. Sus ojos estaban sobre mí, mirándome con seriedad mientras yo me deshacía de placer. ¿Cómo pude haberme perdido de esto por tantos años?, ¿tanto fue mi miedo hacia Andrés y mi padre que decidí no tener un novio sin estar segura que lo quería? Dios, ¡era una gloriosa tortura! Y lo mejor de todo era que después de esta noche no volvería a saber de Daniel, porque sé que era lo que él quería, de ser diferente las cosas se habrían dado de una manera más convencional, ¿no? —Daniel... —lo llamé con voz temblorosa y él pellizcó mi pezón robándome un gritillo para luego abalanzarse sobre él y poseerlo con la boca. ¡Joder! ¡Qué placer! —¡Sí!, no te detengas —le rogué separando aún más las piernas y él retiró su dedo para sujetarme por las caderas y pegarme contra su erección, una que yo había provocado. Tendría sexo, conocería aquel acto que todo el mundo adoraba y en un futuro volvería a buscarlo meramente por puro placer. Mucha gente lo hacía, ¿por qué yo no? —¡Ah! —Me aferré a los laterales del mesón cuando él empezó a

mordisquear mi tierna piel y miré por la estancia. No sabía si eso estaba bien, terminar con un hombre entre las piernas en una cocina jamás había sido mi proyecto para una primera vez, pero este placer... tampoco había estado dentro, por lo que quizás lo compensaba todo. —¿Es verdad que Alex te besó? —Abrí los ojos sorprendida por su pregunta y me mordí el labio inferior mientras él rodeaba mi pezón con los dientes. —Sí. ¡Ah! —Me mordió—. Daniel, aquí no —le pedí con el poco de raciocinio que me quedaba y él se incorporó, su mirada era puro fuego y yo me moría por hacerme cenizas. —Abrázame con las piernas —musitó y así lo hice, dejando que me sentara en el mesón y luego me llevara en volandas escalera arriba. Usé ese tiempo para abrirle los botones de la camisa y él no protestó, estaba muy ocupado tratando de ver mi desnudez en la oscuridad—. Eres tan suave. —Lo sé —me jacté con voz seductora, abrazándolo por el cuello—. ¿Y tú, lo eres? —curioseé y su agarre se hizo posesivo. —Soy tan duro como una piedra —respondió con orgullo e ingresamos a una alcoba. —Prende la luz. —Eso lo desconcertó, por lo que tuve que darle una explicación—. No creerás que dormiré contigo y no te veré desnudo, ¿verdad? Daniel se rio con fuerza y ladeó la cabeza, divertido. —Muchas mujeres prefieren hacerlo en la oscuridad. —Bueno —solté con enojo—, yo no soy muchas, por lo que prende la luz —demandé y él no hizo otro comentario y siguió mi orden. Cuando la luz iluminó la alcoba masculina, yo lo solté con rapidez y mis pies tocaron el piso de mármol. Daniel me soltó, dejándome curiosear por la alcoba completamente desnuda y me acerqué a su balcón. —Es una vista preciosa.

—Lo es. Lo miré sobre mi hombro y sonreí con coquetería al ver que observaba mi trasero mientras se quitaba su camisa dejando a la vista su bien trabajado torso. Cerré las cortinas con rapidez y avancé hacia él, satisfecha de que no pudiera quitar los ojos de mi cuerpo. —Eres muy guapo —comenté caminando alrededor suyo y descubrí que no tenía ningún tatuaje en la espalda. Acaricié sus músculos sin vergüenza alguna y lleve mis manos a su vientre bajándolas hacia el botón de su pantalón, al estar tras de él, no podía ver su rostro pero podría jurar que tenía los ojos cerrados—. Desnúdate para mí —pedí con ternura y siguió mi orden sin rechistar dejando que sus perfectas nalgas quedaran a la vista, podría jurar que eran hasta más redondas que las mías. Con un poco de nerviosismo bajé mi mano hacia el miembro masculino y tratando de mostrarme serena lo acaricié, no me atrevía a ponerme frente a él porque lo menos que quería era que Daniel se percatara de que aún era virgen. Lo tenía erguido y mi tacto lo llevó a palpitar, Daniel puso su mano sobre la mía y me indicó que subiera y bajara de manera escueta para después acelerar el ritmo. En ese momento era yo quien llevaba el control y lejos de mostrarse disgustado parecía entusiasmado. Cuando me sentí lista para enfrentarle me planté frente a él y lo miré con fijeza. —¿Estás seguro que quieres hacerlo? —indagué y él me miró con una calidez que no pude reconocer—. No quiero que te arrepientas de nada. Me abrazó por la cintura, pegándome a su cuerpo de un simple tirón y me besó con ternura. —Eso debería decirlo yo; pero dado que te adelantaste: nunca he estado tan seguro de algo. —Lo abracé por el cuello y a traspiés llegamos hasta la cama, donde él me acomodó con delicadeza y yo me abrí a él, literalmente hablando, brindándole mi confianza—. Pero ambos estamos al tanto que esto es algo de

una noche, ¿verdad? Asentí. Suficientes problemas tenía con mi padre y hermano como para que Daniel convirtiera al dúo en un trio. Él se enderezó y admirando la fuerza de su cuerpo vi cómo se protegía el miembro con un condón. Justo estaba a punto de preguntar por ello, pero en ese tema él siempre estaría un paso por delante. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando con la yema de sus dedos acarició mi hendidura y no aparté la vista de sus ojos. No tenía miedo, al contrario de lo que cualquiera pensaría estaba entusiasmada por sentir todo lo que el buen sexo prometía. Muy sutilmente introdujo un dedo en mi interior y mis paredes vaginales lo apretaron con fuerza. Lo movió de la misma manera que lo hizo en la cocina sin apartar sus ojos de los míos. Estaba serio, la tensión era palpable, por lo que le sonreí para que intentara relajarse, ¿qué lo tenía así? —Eres virgen, ¿verdad? No supe qué cara puse, pero él asintió dándome a entender que comprendía mi situación. —Eres muy estrecha y una mujer que mantiene relaciones sexuales no se incomodaría ante la simple intromisión de un dedo. No me gustaba que me hablara de lo mucho que sabía del sexo por lo que gruñí con enojo. —Si quisiera saber de teoría buscaría en Google, Daniel —solté con brusquedad y él se rio con diversión. —Definitivamente no voy a retroceder —me informó y aturdida vi como retrocedía sobre el colchón y llevaba su cara a mi... —¡¿Qué haces? —Quise cerrar las piernas, pero no me lo permitió. —Sexo oral —dijo como si nada y me sonrió con malicia—. Luego puedes buscarlo en Google, o mejor en Youtube. —Me guiñó el ojo y lancé un gemido

cuando su boca aterrizó en mi vagina, llevándome a temblar de placer y conmoción. —¡Oh, Daniel! —Contoneé mis caderas y sujetándome de los muslos me hizo abrir las piernas sin vergüenza. Dios santo... su lengua era mágica, nunca creí que algo así podría hacerme sentir tan bien. Sentí como si mi cuerpo se incendiara y los pechos me ardieron, por lo que rápidamente empecé a amasarlos al tiempo que agradecía que la casa estuviera totalmente sola. No me creía capaz de guardar silencio en un momento así. No sé qué lo llevó a arremeter con fuerza contra mi centro, pero tuve que aferrarme a una almohada mientras me arqueaba. El sudor perlaba mi piel y la de Daniel, ya nada nos detendría porque ambos ignoramos el celular que sonaba en la mesita de noche. —Daniel... —gimoteé al sentir como oleadas de placer vagaban por mi vientre bajo y él se enderezó alzando mis piernas para posicionarse entre ellas. Rápidamente sujetó su celular y después de apagarlo la lanzó al piso sin pena alguna de lo que podría pasarle al artefacto. —Mírame —ordenó y así lo hice, me concentré en él sintiendo como su miembro se abría paso en mi pequeña cavidad con suavidad. Empuñé mis manos sobre las sábanas y él se detuvo—. Relájate —me pidió con suavidad, descendiendo a mis labios y me hizo probar mi sabor. Siguió entrando y enredé nuestras lenguas para buscar una distracción; no obstante, una punzada de dolor me atravesó de la cabeza a los pies y él se detuvo al tiempo que liberaba mis labios y gruñía con esfuerzo—. Lo siento, esto es inevitable —susurró en mi oído. —Lo sé. —No había nada que hacer, sabía que dolería incluso antes de ver su dotada anatomía—. Distráeme —le pedí con nerviosismo y él se rio roncamente como si no pudiera creer lo que acababa de pedirle. —Thor no sale afectado con el chasquido de Thanos.

No pude aguantarlo y carcajeé sin control alguno al recordar lo que le había dicho en la playa. Bueno, seguro no fui la primera que lo comparó con el dios del trueno. —¿Está funcionando? —preguntó y lejos de darle una respuesta lo besé, un roce suave que pronto ganó entusiasmo. Él se movió, robándome un gemido lastimero y muy lentamente se retiró de mi cuerpo para volver a ingresar con suavidad. Dolor más placer, ¿quién diría que juntos podrían sentirse tan bien? —¿Por qué yo? —inquirió con esfuerzo y gemí al sentirlo nuevamente dentro de mí. —Vine aquí por diversión y cada vez que te veo me la paso en grande. Ambos reímos, algo ilógico porque deberíamos estar gritando de placer. Con un suave vaivén mi cuerpo empezó a adaptarse a su longitud y pronto me encontré jadeando sin control, mientras él entraba y salía con movimientos cortos y certeros. Me aferré al cabecero de la cama separando aún más las piernas y Daniel perdió los papeles, dejó la delicadeza en el olvido y me tomó con tal entusiasmo que mi cuerpo convulsionó de placer. —Sí... más, no te deten... ¡Ah! Algo en mi interior explotó en mil pedazos y sin poder controlarme sentí como lo rodeaba con mis paredes vaginales haciéndolo gruñir de placer. Todo se liberó, mi cuerpo por fin encontró la calma después de unos segundos y aturdida vi como él apoyaba la frente sudorosa entre mis pechos y dejaba de moverse. Nuestras respiraciones se regularizaron a los dos minutos y con lentitud él se retiró de mi cuerpo robándome un último gemido y dejando que algo se deslizara entre mis muslos. Sin decirme nada se dirigió a lo que sería el cuarto de baño y a los segundos estuvo a mi lado pasando una toalla húmeda por mi intimidad. Era muy amable con sus movimientos y en su rostro había un deje de preocupación.

—¿Te dolió mucho? —deseó saber, dejando el paño de lado y me metió bajo las sábanas. —Fuiste un salvaje —contesté con voz ronca y él hizo una mueca—. Pero me encantó. —¿No te decepcioné? —Se recostó a mi lado y me estrechó contra su pecho, sorprendiéndome. —Quizás un poco. —Me miró ceñudo—. Dijiste que eras duro pero tu trasero parece el de un bebé. —Volvió a reírse y me acurruqué contra él haciendo que nuestros cuerpos encajaran a la perfección. —Descansa, ternura. Al menos no me dijo algo como: «nunca duermo con una mujer». Clara prueba de que él era todo un caballero en la intimidad de una cama, porque como compañero de vuelo... sólo provocaba ganas de matarlo.

Capítulo 8 DANIEL. "Como me considero una mujer bastante amable y agradecida, te dejo mi traje de baño como recuerdo; pero a cambio me llevo tu hermosa camisa lila porque según JLo le quedará genial a mi color de piel. Gracias por todo, Aria. PD: ¿Quién demonios trae tantas camisas a Miami?" No debería afectarme que se hubiera marchado sin despedirse, otro habría dado brincos en su cama de la alegría porque no le hubiera tocado una mujer que adoraba repetir. Pero... había esperado desayunar con ella y llevarla a su hotel como Dios manda; si bien en mi juventud había sido un mujeriego, ninguna mujer recibió un mal trato de mi parte. Si no todo lo contrario, mis padres siempre nos inculcaron una educación que desde mi perspectiva era privilegiada, pues el machismo era algo que mi hermano y yo no conocíamos dado que desde pequeños éramos nosotros quienes servíamos a mi madre y ahora cuidábamos a mi hermana. Ellas siempre serán primero. Era el lema de Pedro, mi padre. Quizás por eso nos gustaban las mujeres independientes capaces de valerse por sí mismas; una mujer como Aria que no tenía pelos en la lengua a la hora de hablar ni mucho menos se complicaba a la hora de tomar decisiones. Debía admitir que me equivoqué con ella, por un momento pensé que era una mujer de vida alegre y grande fue mi sorpresa cuando descubrí que era virgen. Sonreí al recordar que fui el primero. Nunca antes había estado con una, de joven siempre me enrollaba con mujeres un poco mayores y con experiencia, pues las adolescentes solían parecerme demasiado escandalosas y problemáticas.

Y hablando de adolescentes escandalosas y problemáticas, contesté la llamada entrante mientras veía el nombre de mi hermana en la pantalla de mi celular. —Mile. —Sonreí con ternura, demás estaba decir que adoraba a mi hermana. —¿Cuándo regresas, Daniel? —Enarqué una ceja. —¿Por qué lo preguntas? Por cierto, estoy bien, gracias por preguntar. —Tú siempre estás bien, hermano —dijo riéndose y ladeé la cabeza. —¿Qué sucede? —Carlos me tiene cansada, quiero que vuelvas. —¿Y eso? —Me serví un poco de café, mirando la nota de Aria por milésima vez. —No me deja salir de casa, dice que no puedo ver a Nicholas mientras trabaja. Farfullé una maldición. Nicholas Cranston era el mejor amigo de mi hermano y el asistente de Andrés. —Necesito que me ayudes. —Con esta llamada lo único que conseguirás es que refuerce la seguridad en la casa de nuestros padres —bromeé y ella lloriqueó del otro lado de la línea. —¿Sabías que irá a Miami? Hay una fiesta en el hotel Rivers a la que Andrés no podrá asistir por una pasarela que se efectuará aquí, e irá Nicholas. Genial, seguro Andrés me llamaría en cualquier momento para que yo también asistiera. —Ajá, ¿y qué quieres que haga? —Nada importante, sólo vigilarlo y evitar que se acueste con una zorra. —¡Milenka! —Estuve a punto de atragantarme con mi café—. ¿Quién te enseñó ese vocabulario? Además, ¡¿tú qué sabes de esas cosas?!

Dios, no era fácil asimilar que mi hermanita estaba creciendo. —Lo harás por mí, ¿verdad? Estaba loca si pensaba que vigilaría a Nicholas, además ese hombre no me gustaba para ella, Milenka podía aspirar a más; no sólo era una Montaño, era hermosa. —Necesito una invitación para ir a las fiestas del hotel y lo sabes. —Andrés me dijo que hoy te llegaría una, será en dos días y es de gala. Nicholas estará con un traje gris y será el más guapo de la fiesta. —¿Perdón? —Enarqué una ceja a pesar de que no podía verme y ella suspiró. —Después de ti. —Buena chica. —Sonreí con satisfacción—. No sé si lo sepas pero Alex está en Miami. —¡¿Alex Ojeda?! Tuve que alejar el celular de mi oído para no quedar sordo. —Seeee —respondí sin entusiasmo alguno, ¿por qué mi hermana tenía tan mal gusto? —Dios santo, llevo buscándolo por semanas, no sé cómo hizo para que le perdiera el rastro. Pídele una foto y envíamela, sabes que soy la presidenta de su club de fans... —Un momento. —Paré en seco interrumpiendo mi marcha hacia el sofá de la sala—. ¡¿Eres la presidenta de un club de fans que no es de tu hermano favorito?! ¿En qué demonios estaba metida esa adolescente problemática? —¿Qué? ¿Hola? ¡No te escucho! —Milenka... —farfullé sin humor alguno. —¡Ya voy, mamá! Hablamos otro día, tengo que ir al baño.

Esa niña necesitaba más vigilancia. Tanto Alex como Nicholas eran personas que no quería como cuñados ni hoy ni mañana ni nunca. Tal como lo dijo Milenka, a medio día me llegó una invitación para la fiesta del hotel Rivers y resignado fui en busca de un traje, el único que había traído conmigo estaba en un basural a causa de la rubia que me entregó su virginidad y se clavó en mi mente con fuerza y precisión. No tenía mucha esperanza de encontrarme con ella dado que si bien se hospedaba en el hotel, dudaba que pudiera entrar a una de las fiestas de Andrés, por lo que estaba seguro que en dos días tendría una noche aburridísima. Ese pensamiento me desconcertó, desde que conocí a Aria mis días me habían parecido aburridos y sin sentido, ya ni siquiera tenía ganas de sentarme a trabajar porque quería disfrutar de mis vacaciones. Compré todo lo necesario y en el camino me sentí inquieto al darme cuenta que lejos de olvidar a Aria, la noche anterior algo había salido mal y ahora no podía quitármela de la cabeza. Quería verla, escucharla hablar y reírme de sus ocurrencias; luego quería besarla, hacerle el amor y abrazarla por horas como lo había hecho ayer. Ladeé la cabeza. Definitivamente estaba loco, en vez de recibir una enfermedad de transmisión sexual me había contagiado de su insensatez. Bueno... mientras no fuera de su torpeza, creo que todo estará bien. Aria no era para mí, nunca lo sería porque yo aspiraba a más y ella jamás me daría todo lo que yo quería, por ende se convertía en un imposible; o bueno, me convertía a mí en un inalcanzable para ella. Ya me encontraba muy lejos como para retroceder a la altura de Aria, nunca tuve nada en contra de la gente humilde, yo también lo fui en su momento, pero eso no quería decir que quisiera inmiscuirme con una mujer como esa. Era agradable, divertida y hermosa, pero eso no me bastaba. Si había algo que había aprendido a lo largo de la vida: era que el poder y el prestigio te abrían

puertas, unas que te llevaban por los caminos correctos directamente hacia la felicidad. Y Aria no era una puerta, sino más bien un precipicio. Llegué a mi casa deseoso de disfrutar del aire acondicionado, pero una voz hizo que parara en seco y girara el cuerpo en su dirección. No me la pude creer, esa mujer era de armas tomar. —Lamento mucho lo que sucedió ayer —musitó Carol, mirando a su rata blanca con timidez y lancé un suspiro resignado. —No importa, igual solucioné todo con Aria —dije con indiferencia—. Estás perdonada, ahora debo dejarte. —Pero... Cerré la puerta sin ganas de seguir escuchándola. Si bien odiaba tratar mal a las mujeres, existían cierto tipo de víboras que eran mejor evitar. ¿Cómo pudo Carlos acostarse con esa mujer? Calenté el plato de comida que me tocaría ingerir hoy y luego tomé una larga siesta lamentando no sentir el elegante olor de Aria en mis sábanas. La mujer de la limpieza hizo todo un cambio y si alguien me decía que lo de ayer fue un sueño, le creería por idiota. El gran día llegó y sin mucho entusiasmo ingresé al salón que se seleccionó para la fiesta que organizaron los Rivers, donde se recaudaría fondos para los niños sin hogar, algo que a cualquiera le tocaría el corazón pero a mí no, porque eso sólo hacía que la gente creyera que Diego Rivers era un hombre amable y comprensible, nada más lejos de la realidad. Ese hombre siempre vería su beneficio y aunque le agradecía todo lo que tenía, sabía de primera mano el tipo de persona que era. Mi padre lo consideraba un amigo y lo cierto era que no podía comprender como dos hombres tan diferentes podían serlo. Me inmiscuí entre los invitados y fue fácil entablar una conversación, muchos ya habían dejado sus donaciones millonarias y en parte me sentí

contento por todos los beneficios que tendrían los niños sin hogar, al menos la gente tiraba una buena cantidad de dinero para quedar bien con su gente. —Es un viejo con suerte, Rodríguez no sólo tiene nietas lindas, siempre está acompañado de mujeres preciosas —comentó el dueño de uno de los mejores bares de Miami y lo miré con curiosidad. —¿Quién es Rodríguez? —desee saber. —Es dueño de un consorcio en España, está de paseo en Miami porque su hija se casó hace dos días. Lleva dos días en el hotel y ya tiene una hermosa amiga que me muero por seducir. Él la invitó esta noche y creo que si me acerco a ella podría convencerla para cambiar de galán. —Me hizo una seña hacia el frente y seguí la dirección de su mirada, quedándome perplejo al ver a un anciano sonriendo junto a Aria. ¡Mi Aria! Bueno, quizás no era mía pero... joder, ni siquiera sé porque me encuentro caminando hacia ella. Ese viejo no era competencia para mí, pero también estaba seguro que a ese viejo no le costaría nada comprar a una joven de escasos recursos con su fortuna. Dios... se veía hermosa en su vestido celeste, parecía un ángel en medio de puros demonios deseosos de devorarla —yo incluido—, su maquillaje era tan natural que cualquiera pensaría que iba de paseo a la playa. El vestido no era ostentoso ni mucho menos lujurioso, era de un corte imperial y tenía un escote en forma de corazón bastante discreto. Su peinado era una cola de caballo que dejaba caer ondas doradas por su espalda y sus joyas... ella no necesitaba esos pequeños zafiros para verse hermosa. ¿Se los habría regalado el anciano? —Buenas noches. Ambos dejaron de reír abruptamente y se giraron en mi dirección. —Daniel —dijo con verdadera sorpresa y por un momento me pareció

captar un deje de nerviosismo, o quizás pánico al verme allí. —¿Lo conoces, muchacha? Ella le sonrió al anciano como si se tratase de un niño pequeño. —Sí, es un amigo. —Entonces ahora que estoy seguro que no te dejaré sola en medio de tiburones puedo retirarme a mi alcoba, ya dejé parte de mi fortuna en la mesa de donaciones, sólo me queda dormir —espetó el anciano con diversión y Aria carcajeó elegantemente dejando que el señor Rodríguez se retirara—. Cuídala — me ordenó—, ya que la quiero como si fuera mi nieta. —Por supuesto, señor. El alivio me visitó con su último comentario, ella no era ese tipo de mujer que se vendía por dinero. —¿Qué haces aquí? —preguntó sonriente mientras aceptaba mi brazo y empezábamos a caminar por el salón. —Se puede decir que me invitaron. —Vaya, eres millonario —susurró y me preocupó que supiera ese pequeñísimo detalle. —¿Y tú también lo eres? —bromeé y ella me dio un suave golpe en el brazo, como si eso fuera imposible. —Por supuesto que no, Johan me invitó. Estuve comiendo con él desde ayer porque Alex y Melody se fueron a Alemania ayer a primera hora. Me dejaron sola. —En sus palabras no había resentimiento, sino más bien dolor—. Me dieron sus números para que estuviéramos en contacto una vez en Londres —contó con nostalgia. —Entonces estás sola —comenté con indiferencia. —Algo así, Johan es mi nuevo amigo pero se irá en unos días. Así que tendré que ir en busca de nuevas amistades, quizás aquí pueda hacer algunas. —No lo creo —solté con tosquedad y frunció el ceño—. Si no lo sabes, la

mitad de los invitados te están imaginando desnuda y en su cama. Lejos de alarmarse se rio con entusiasmo. —Es un efecto que causo en los hombres, no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Deberías sentirte halagado, más que imaginarme pudiste verme desnuda. No se me estaba insinuando, pero mentiría si dijera que mi cuerpo no respondió con entusiasmo. Era como si un niño pequeño en mi interior hubiera escuchado la frase: «vamos a jugar». Sujeté dos copas de vino de la charola que el mesero tenía en mano y le tendí una, Aria la aceptó sin problema alguno. —Te fuiste sin avisar —musité con voz aterciopelada y se encogió de hombros. —¿Qué se suponía que te diría? Gracias por el buen sexo, ten una buena vida. No lo creo, sólo nos ahorré una incómoda despedida. Cualquiera que nos viera pensaría que fui yo quien perdió la virginidad con ella, pues la muy descarada estaba de lo más tranquila mientras a mí me temblaba todo el cuerpo por la anticipación. —Me robaste otra camisa. Se rio, besando su copa. —Tienes ropa muy linda, ese ya no es mi problema. Ella estuvo a punto de decirme algo, pero unos invitados nos interrumpieron y demandaron mi atención. Aria pidió permiso y guiñándome el ojo se alejó de mí para conversar con los invitados. Para mi desgracia la perdí de vista por al menos media hora mientras hablaba con el primo de cierta mujer que me tenía encabronado, y luego me dispuse a buscarla. Salí al jardín al no verla por ninguna parte en el salón y paré en seco al verla junto a Nicholas, ambos hablaban con murmullos y reían como si se conocieran de toda la vida. El rubio la sujetó del brazo, rogándole algo con la

mirada y Aria agitó una mano para restarle importancia. El celular de Nicholas empezó a sonar y antes de contestar le regaló una última mirada a Aria, quien lo besó en la mejilla y se dirigió hacia la playa abandonando el hotel. Molesto por la reciente muestra de afecto, salí tras de ella aprovechando que el imbécil que me caía fatal se enfrascaba en una conversación, y vi como Aria se quitaba lo tacones y sujetándolos en la mano caminaba por la arena. Era de noche y el viento hacia que su vestido danzara por los aires. Parecía un alma que vagaba en la oscuridad, todo estaba desierto y si no la estuviera siguiendo, me habría enojado con ella por salir sola a caminar vestida de aquella manera. Abrí los ojos de par en par cuando lanzó sus tacones al agua, como si los odiara, y me acerqué a ella para hacerle compañía. —Siempre me dijeron que eran insoportables, pero ¿matarlos tan cruelmente lo justifica? —Póntelos por una hora y querrás quemarlos —respondió con un encogimiento de hombros y avanzó en mi dirección—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías ganarte el corazón de tus socios? Eso hace la gente con dinero, ¿verdad? Odiaba que supiera que tenía mucho dinero. —Quise seguirte, también acosamos a las mujeres que nos gustan. Enarcó una ceja con diversión y asentí. —Quiero repetirlo. —Fui sincero, no pensaba ocultar lo que realmente quería y menos cuando mi tiempo era tan escaso. Ella miró sobre mi hombro, el hotel estaba muy lejos de nosotros—. Te necesito, te ofrezco un trato: sé mía y yo seré tuyo durante el tiempo que nos quede en Miami. No podremos estar con otros mientras lo hagamos. Se dio unos golpecitos en el mentón y ladeó la cabeza como si algo no le

cuadrara. Estaba jugando conmigo, en ese momento me encontraba en sus manos. —Yo no soy de nadie, Daniel —aclaró con seguridad y tragué saliva. Esas palabras sólo hacían que mi anhelo hacia ella creciera—. Soy mía, y tampoco me interesa hacerte mío. —Clavó sus pies en la arena quedando muy cerca de mi cuerpo y la abracé por la cintura con posesión desmedida. La deseaba y volvería a tenerla. ¿Acaso no quería ser tan poderoso como los Rivers? Si era así mi primer lema debía ser que nunca aceptaré un «no» como respuesta. —Dime qué deseas y te lo daré. —¿Qué deseo? —Estiró sus manos rodeando mi cuello con pericia y sonrió con picardía—. No lo sé, es algo que tendría que descubrir. Pero ahora que lo mencionas; creo que deseo compañía, odio estar sola y no tengo con quien salir de compras, a comer o de paseo. Era una petición peligrosa, pasar tiempo juntos fuera de una cama podría generar lazos sentimentales, pero dado que estaba pensando más con la cabeza de abajo que con la de arriba, no analicé mi respuesta. —Lo que quieras, iré y haré lo que desees siempre y cuando me permitas hacerte el amor. Con sutileza se alejó de mí y la garganta se me secó cuando con un simple movimiento el vestido se deslizó hasta sus pies y terminó en una delicada braga color piel sin ningún sujetador que cubriese sus hermosos y erguidos pezones. —Hoy se me apetece nadar. —Se quitó la última prenda que le quedaba y rápidamente me desvestí mirando como entraba al agua. Sentí la euforia en mi interior. Nadar desnudo junto a esa mujer se me hacía algo maravilloso, por lo que en cuestión de segundos estuve tras de ella abrazándola por la cintura mientras se pegaba a mi pecho con deleite. Ya mañana usaría mi día para recuperar la cordura y dejar de perseguirla

como un perrito faldero, por ahora le daría a mi cuerpo lo que necesitaba. —Así que sabes divertirte —comentó entretenida y besé su hombro desnudo con ternura. Olía tan bien, una fragancia elegante que si bien no era un Chanel #5, de cierta manera era mucho mejor. Divertirme... hace mucho que no lo hacía y ahora todo era gracias a una completa desconocida. —Tócame —me imploró con un hilo de voz y pronto mis dedos buscaron abrirse paso en su cavidad. La noche era fresca pero ambos nos consumíamos en nuestro fuego interior que arrasaba con nuestros sentidos—. Convénceme, haz que esta noche quiera terminar desnuda en tu cama, que te suplique por más y no quiera volver a dejarte solo a la mañana siguiente. Te reto, Daniel, dame una razón para quedarme a tu lado. Acepté, tomé aquel reto como algo de vida o muerte y esa noche hicimos de todo, menos dormir.

Capítulo 9 ARIA. Era una locura, pero incluso así no podía dejar de mirar el rostro de Daniel mientras estaba dormido. Me encontraba en su casa, en su cama, desnuda y lo menos que quería era que alguien me sacara de aquí. Cuando me ofreció volver a acostarnos por un momento sentí que el corazón se me saldría por la boca porque había pensado justamente lo mismo el día de ayer por la mañana: quería volver a hacerlo, deseaba olvidar quien era y creer por al menos una noche que podría ser una joven de vida normal. No pensaba decirle que tenía planeado visitarlo después de la fiesta a la que mi hermano me obligó a asistir, fue casi un milagro que el señor Rodríguez se hiciera mi amigo porque le pedí el favor que dijera que era su acompañante y no una Rivers, pues de más estaba decir que el hombre me conocía porque fue amigo de mi abuelo antes de que este falleciera. Nicholas me había hecho una serie de preguntas que estaba segura Andrés se las ordenó, el muy idiota y amado de mi hermano me llamaba todos los días para conocer mis pasos y si no fuera porque yo tomaría el control sobre los hoteles en unos meses, todos los empleados estarían dándole información sobre mis movimientos. No obstante, yo podía ser tan mala como Andrés y se los dejé bien claro a los encargados del hotel. Lo mejor era que guardaran silencio. Mi hermano no aspiraba a quedarse con la cadena hotelera, él tenía su propia empresa que era todo un éxito por lo que los hoteles pasarían a ser mi responsabilidad en un futuro: él siempre me lo dijo y yo odiaba saber que pronto tendría una gran responsabilidad sobre mis hombros, pues no estaría trabajando sola, sino junto a mi padre. Me incorporé un poco y busqué aquello que la anterior noche llamó mi atención, Daniel tenía un tatuaje a la altura de la costilla derecha y ahora recién me percataba que eran dos palabras. Carlos y Milenka. Eran tan pequeños que

nadie podría leerlos a simple vista, era necesario acercarse a ellos. Aprovechando que su pecho era tan inmenso, me apoyé sobre él sin preocuparme por nada y acaricié los nombres. Debería tener sueño después de todo lo que hicimos la noche anterior pero lo cierto era que tenía mucha hambre. Recordé que lo había encontrado en una fiesta donde sólo gente con mucho poder sería invitada y las dudas surgieron en mí. ¿Quién sería?, ¿cuál era su apellido y a qué se dedicaba? Mi padre siempre me había pedido que buscara un buen novio y con eso se refería a un hombre con dinero, a Diego no le importaba si era feo, extraño o anciano; lo importante era su posición social. Daniel era excelente si mis sospechas no fallaban; sin embargo, no lo conocía y por ende no podía decirle quien era. Era justamente ese tipo de personas los que anhelaban estar con los Rivers y ya me había dado cuenta que mi nuevo amigo con derechos era un hombre bastante superficial. —Los nombres de mis hermanos menores. Lo busqué con la mirada y Daniel se frotó los ojos con cansancio mientras lanzaba un gruñido adormilado. Me estiré como pude para darle un beso fortuito y sonreí sobre sus labios cuando me abrazó por la cintura y me impidió retroceder. —No sé por qué no puedo dejar de abrazarte —confesó con voz aterciopelada y me reí. Ya me había hecho esa pregunta desde la primera vez que nos acostamos porque de igual manera que el día de hoy, desperté aferrada a sus brazos y pegada a cuerpo. Era agradable, estaba tan acostumbrada a dormir sola que la nueva experiencia me fascinó. —Tal vez soy irresistible —bromeé y me mordí el labio inferior cuando Daniel estiró el brazo para sujetar uno de los condones que estaban en su mesita de noche. Lo observé cubrirse sin prisa alguna y sin que me dijera nada me subí a

horcajadas sobre él, sintiendo su dureza entre mis labios vaginales. Lo deseaba tanto que prefería ignorar cualquier tipo de incomodidad antes que decirle que no. —Eres preciosa —susurró y muy lentamente me deslicé sobre su miembro. El ambiente era caliente, el sol iluminaba y calentaba la alcoba, pero ni siquiera así nos molestamos en prender el aire acondicionado. Tiré el rostro hacia atrás cuando lo tuve completamente dentro y las puntas de mi cabello acariciaron sus muslos. Empecé un suave vaivén y me aferré al cabecero de la cama mientras jadeaba sin pudor alguno. En ese momento era yo quien estaba haciendo todo el trabajo, Daniel sólo me miraba como si quisiera descifrar todo un misterio. Sonreí cuando sus manos se clavaron en mis caderas y apreté mis pechos con fuerza en lo que Daniel embestía una y otra vez haciéndome saltar sobre él. Estábamos locos, habíamos perdido el juicio al enrollarnos de aquella manera, éramos tan diferentes que a veces me asustaba, pero besarlo, tocarlo y sentirlo en mí hacia que la mente se me nublara. —¡Daniel! —grité cuando alcancé mi orgasmo y él me volteó sobre la cama quedando sobre mí para arremeter con mayor fuerza. Acabó, su gruñido así me lo informó, y besando mi frente empezó a regularizar su jadeante respiración sin salir de mí. —Estos dos meses y medio no me bastarán —musitó con voz ronca como si lamentara ese hecho y el sonido de su celular no me dio la oportunidad de contestarle—. Joder. Rápidamente se alejó de mí y salió de la cama de un salto sujetando su celular. Se puso un buzo de algodón con prisa y antes de salir por el balcón prendió el aire acondicionado. —Ahora vengo, ternura, debo contestar. Sin molestarme en cubrir mi desnudez le di permiso de marcharse mientras me estiraba. Él se fue y me habría concentrado en su conversación si mi celular

no hubiera empezado a sonar. Hermano. ¡Mierda! —Aló —contesté al instante y salí de la cama, en el piso encontré la camisa de Daniel de la noche anterior y rápidamente me la puse. —¿Todo en orden? Te escucho un poco ajetreada. Claro que estaba ajetreada, acababa de tener sexo salvaje y mi controlador hermano me había llamado al finalizar. —Para nada —respondí con tranquilidad y salí de la alcoba sin hacer ruido alguno, pensando en que también le robaría esa camisa a Daniel—. ¿Para qué me llamas? —Nicholas me dijo que donaste el monto que te pedí. —Sí, lo hice. Andrés quería que el día que todos los medios me conocieran, todos pensaran que era la mujer perfecta: y quizás lo sería si no fuera una Rivers, y por eso me pidió que me hiciera ver en la fiesta de ayer. Era una locura, usar a niños pequeños para que la hija de Diego Rivers empezara a entrar en escena. Bueno... al menos los niños sacarían algo muy bueno de eso. —¿Nuestro padre te llamó? Rodé los ojos abriendo la nevera y saqué una botella de agua, tenía mucha sed. —No me llama desde que tengo uso de razón, Andy. —Pero ahora es diferente, no estás bajo su control y estás algo lejos. —Mejor que ni me llame porque no pienso contestarle —gruñí y le di un largo trago a mi botella. —¿Entonces todo en orden? —Igual que hace doce horas cuando te dije lo mismo —jugué con él y mi

hermano se rio. —Me preocupo por ti. —Lo sé —dije con ternura—. Pero ya estoy grande, puedo cuidarme sola. —Sabes que te quiero, ¿verdad? —preguntó después de largos segundos de silencio en los que busqué algo para preparar un rico desayuno, pero a diferencia de lo que había esperado, todo en esa nevera era comida para recalentar. —Sí, lo sé, y sabes que yo te amo, ¿verdad? —Eres muy cursi. Me reí por lo bajo. —Hablamos luego, debo colgar. —No quería que Daniel saliera de la alcoba y me llamara. —Hablamos. Cuídate, ¿sí? —A la orden, besos y abrazos, te adoro. Corté la llamada y antes de poder hacer algo más, alguien me arrebató el celular de la mano y tuve que girar sobre mis talones para descubrir que Daniel estaba a dos pasos de distancia y su rostro estaba rojo de la cólera. —¿Qué te pasa? —le quité mi celular que ya tenía la pantalla bloqueada y él me miró con odio. —¿Tienes pareja?, ¿nos estás viendo la cara de imbéciles? Lo miré con incredulidad, ¿de verdad me creía ese tipo de mujer? En mi vida engañaría a alguien ni mucho menos aceptaría ser el segundo plato de nadie. Me sentí tan indignada por su comportamiento que lo pasé de largo y me dirigí hacia su alcoba. —¡Aria! Vino tras de mí pero lo ignoré, estaba muy equivocado si creería que dejaría que me tratase como se le diera la gana. Entré al cuarto y rápidamente recogí mi vestido y mis bragas. Tendría que regresar al hotel descalza porque

ayer se me ocurrió la grandiosa idea de lanzar mis tacones al agua. —Aria, espera —me pidió ahora mucho más tranquilo; sin embargo, para su mala suerte ahora la alterada era yo. —¡Vete al diablo, Daniel! —Quise salir del cuarto pero cerró la puerta para impedirlo y se puso delante de mí, sujetándome por los hombros. —Yo... no quise tratarte así ni mucho menos ofenderte —dijo con rapidez y nerviosismo—. Pero le dijiste que lo amabas, ¿cómo se supone que debo tomar algo así? —Apretó la mandíbula—. Joder, ¡ardí de los celos! No quiero compartirte —confesó con desesperación y ladeé la cabeza con resignación. —Amo a mi hermano y siempre se lo diré —farfullé y él abrió los ojos de par en par, sorprendido—. Sí, imbécil, ¡hablaba con mi hermano! —¡Ah! —bramó, soltándome, y me dio la espalda mientras alborotaba su cabellera—. Creí que tú... —Me miró avergonzado y entrecerré mis ojos con curiosidad— tenías un sugar daddy y era Rodríguez. Era consciente que en ese momento debí haberle gritado hasta de lo que se iba a morir, pero la situación me pareció tan cómica que sólo pude romper a carcajadas mientras él gruñía en su lugar y farfullaba un sinfín de maldiciones mientras pateaba el piso como si fuera un niño pequeño. —Es tu culpa, tú me insinuaste que tenías uno. Me limpié las lágrimas de diversión que emergieron de mis ojos y me abracé el vientre para seguir riendo. —Estaba jugando contigo, Daniel, recuerda que fuiste el primero —le expliqué un poco más tranquila y él sólo me abrazó por la cintura. —No quise ofenderte, me dejé llevar por los celos. Suspiré. Conocía ese sentimiento de remordimientos porque yo también lo era; no obstante, tendría que hablar con él sobre el hecho de que no podía tocar mi celular porque eso era algo muy íntimo. —Quiero bañarme —dije más tranquila y él me soltó—. Quería preparar

algo pero vi que no tienes nada para cocinar. —Pediré que traigan algo para comer. —No, iremos al súper, no me gusta la comida precalentada, ¿hay alguna tienda de ropa por aquí? Necesito unas sandalias talla siete. —Veré entre las cosas de mi hermana, ella suele venir con mis padres y siempre deja algo de ropa. —Te lo agradecería. Y dichas esas palabras, me metí al baño y tomé una larga ducha para relajar mi cuerpo. Podría haberme bañado con él, pero Daniel merecía un castigo y saber que conmigo las cosas no serían tan sencillas. Era una mujer orgullosa, lo llevaba en la sangre y no pensaba darle el gusto de tener todo al alcance de su mano.

*** —Sigues molesta —farfulló mientras ponía el tocino en nuestro carrito y lo miré de reojo. —¿Entonces por qué me hablas si ya lo sabes? —le dije de mala gana y él suspiró. —Perdóname, no volverá a suceder. —¿Te hubiese gustado que yo tomase tu celular e intentase ver quien te llamó? —Su silencio me desconcertó, pero decidí ignorarlo cuando él negó con la cabeza—. El celular es algo muy personal, Daniel, no vuelvas a tocar el mío porque dudo ser capaz de perdonar algo así. —De acuerdo —dijo con un mohín, mirándome como un cachorro abandonado, y le di un rápido beso en los labios. —Gracias por la ropa, me queda de maravilla aunque es un poco grande. —Mi hermana tiene diecisiete pero no lo parece, es bastante alta — comentó con nostalgia y supe que adoraba a la adolescente.

—¿Y Carlos? —Hace un mes cumplió veinticinco, es un excelente abogado. Estoy muy orgulloso de él. Su manera de hablar me hacía pensar que fue él quien cuidó de sus hermanos por años, parecía un padre orgulloso de sus retoños. Era encantador, pero no quería indagar mucho en su vida privada porque eso podría llevarlo a despertar curiosidad por la mía. —¿Querrás huevos? —Fue él quien desvió el tema al darse cuenta que estaba hablando de más. —Sí, deberíamos llevar un poco de jugo, vi que te queda muy poco. —No me di cuenta —confesó. —¿Por qué toda tu nevera tiene comida precalentada? —Soy pésimo en la cocina, a mis dieciocho casi incendio mi casa por intentar hacerle un poco de comida a mi hermana y mi padre nunca más me permitió entrar a una. —Wow. Seguro que traumaste a tu hermana y a tus padres. —No tanto, Milenka siempre se burla de mí al igual que Carlos y déjame decirte que ninguno sabe cocinar. —No puedo comer comida precalentada —confesé—. Desde pequeña mi hermano me acostumbró a comer cosas hechas en casa, él cocina bastante bien y me enseñó a hacerlo cuando cumplí quince a pesar de que su tiempo era muy escaso. Trabaja mucho, es su pasión. —Andrés quería demostrarle a Diego que no necesitaba de él para ser alguien en la vida—. Si quieres puedo enseñarte a hacerlo, dudo que incendies algo conmigo a tu lado. —Voy a pensarlo, primero tendría que probar tu comida para saber si quiero aprender de ti —espetó con sorna y lo fulminé con la mirada—. ¿Por qué no cenamos hoy? —No podré. —Aunque quisiera, no podía dejar el hotel por muchas

noches, eso levantaría rumores entre los empleados—. ¿Qué te parece pasado mañana? No se veía muy conforme con mi respuesta pero asintió. Era tomarlo o dejarlo, no podía hacer mucho por él. —¿Y no nos veremos hasta ese día? —No lo sé, todo depende si tengo algo en mente. Por ahora no necesito hacer mucho, quiero descansar. —¿Y qué pasa si yo quiero verte? —inquirió con suavidad, acariciando mi brazo. —Puedes visitarme en el hotel siempre y cuando lo abandones a las siete. Mientras no se quedara a dormir conmigo, todo estaría perfecto. —Te visitaré mañana, hoy terminaré unos balances que debo hacerlos lo antes posible para que llegado el momento no me pise el tiempo. —Perfecto. No podía olvidar que Daniel seguramente tendría una vida como la de Andrés. El dinero no llegaba del cielo y si él lo tenía era porque trabajaba arduamente para conseguirlo. Una vez que Daniel pagó todo lo que compramos nos dirigimos al estacionamiento y vi que la mamá de Sisi ingresaba al súper, antes de que ella nos notara lo sujeté del brazo y me acaramelé justo cuando la morena se topó con nosotros. Nos saludó de mala gana y sonrientes le respondimos el saludo para después dejarla atrás. —¿Qué fue eso? —preguntó. Yo también era una mujer celosa, pero él no tenía por qué saberlo. Preparé el desayuno en menos de quince minutos y Daniel se encargó del café y la mesa. Hice panqueques con tocino y huevo revuelto, algo rápido y sencillo que nos dejó satisfechos media hora después. —Me gusta, quiero que me enseñes a cocinar.

—Sólo hice huevos y tocino. —Me reí con diversión y fruncí el ceño cuando él dejó todo en el lavamanos—. ¿No los lavas? —La señora del aseo vendrá dentro de poco. Al parecer le sobraba dinero. —Ya veo. —Miré la hora en mi celular—. ¿Debes hacer algo el día de hoy? Él lo pensó un poco. —No. —¿Me llevas al hotel? —Aleteé mis pestañas e hizo una mueca. —¿No puedes quedarte? ¿Cuál es la urgencia de ir a un lugar donde estás sola? Ese era el problema, no estaba sola, había al menos cincuenta pares de ojos siguiendo mis pasos. Además, ¿por qué me quedaría? Si dejaba que me convenciera desde un principio, en la tarde haría lo mismo y en la noche terminaría entre sus brazos porque dudaba poder decirle que no a una noche de placer con él. —¿Debería tomar un taxi? —Sonreí con inocencia y pronto nos encontramos de camino al hotel Rivers, mi futura y enorme prisión.

*** Lo que debió haber sido en dos días, terminó convirtiéndose en dos semanas y aún no tenía noticias de Daniel. Era normal que no me escribiera porque no tenía mi número y tampoco pensaba dárselo; no obstante, él dijo que vendría a verme y hasta el día de hoy no lo había hecho y según la recepcionista nadie vino a preguntar por mí. No peleamos la última vez que nos vimos y cuando nos despedimos el beso que nos dimos dejó claro que estábamos de lo mejor, así que no pensaba seguir esperando y por eso compré la lencería más sexy y atrevida esta mañana.

Iría a visitarlo. Había algo que me impedía seguir esperando, lo extrañaba tanto que a veces el miedo me invadía ante la idea de generar lazos erróneos con Daniel. Lo deseaba, no veía la hora de volverlo a ver y sentirlo. Era un sentimiento desconocido y la forma de entremezclarse con el miedo, excitación y desasosiego era inquietante. Ya sólo me quedaba dos meses en Miami, no perdería otro día con Daniel, había pensado que podría encontrar a otro hombre que me hiciera sentir igual pero no funcionó, por más que muchos se me acercaran, ninguno llamaba mi atención como lo hacía Daniel. Desde hace una semana que hablaba con Mel, ella quería volver para pasar tiempo conmigo porque no se sentía a gusto con los tíos de Alex en Alemania, pero todo indicaba que Alex no la dejaría volver tan fácilmente. Nunca conseguiría entender qué tipo de relación tenían. De vez en cuando hacíamos video llamadas y Alex aprovechaba para sumarse a Melody y saludarme, definitivamente los buscaría una vez que estuviéramos en Londres, eran ese tipo de personas que no quería perder. A pesar de haber tratado muy poco con ellos, los apreciaba mucho. Las llamadas de Andrés eran una rutina diaria, aunque las últimas veces me percaté que traía un humor de perros encima y todo porque seguramente nuestro padre estaría sobre él. Alisé la falda de jean que traía puesta y até mi cabello en un moño desordenado, no me pondría nada formal, quería sentirme cómoda y la única forma de hacerlo era poniéndome una camiseta y mis converse. Sujeté las llaves del coche que pedí a mi hermano me hiciera conseguir y salí del hotel sin hacer mucho revuelo, podría jurar que nadie me había notado y eso me alegraba de sobremanera. En el camino compré sodas, pizza y helado, adoraba la comida chatarra y qué mejor que comerla con un amante atractivo. Pese a que no le daba mucho a la bebida, terminé comprando un vino por si a

Daniel se le apetecía beber un poco. Estacioné mi coche en su garaje y bajé con las bolsas y la caja de pizza en las manos, terminé haciendo malabares para poder cerrar todo y como cuando llegué a la puerta no tenía las manos libres, tuve que patearla con suavidad simulando que daba tres toques. Las luces de la sala estaban prendidas y arriba todo oscuro, seguro estaría viendo un poco de tele o pensando que plato recalentaría esta noche. Eran las siete, una hora perfecta para hacer una visita. La puerta se abrió y con una sonrisa saludé al rubio que tenía la cabellera alborotada, el torso descubierto y traía puesto unos lentes que le daban un aspecto intelectual. Dios mío, este hombre estaba mejor que cualquier pizza. —Aria —dijo sorprendido y rápidamente me ayudó con las bolsas que tenía en las manos. —Si te hubieras puesto los lentes desde el primer día te habría violado en el mismísimo avión —bromeé mientras entraba a su casa con la caja de pizza en mis manos y él carcajeó. —Eso suena mucho mejor a lo que realmente me hiciste. Me sonrojé, ya debería superar el hecho de que le vomité en los pantalones. —¿Hubo un terremoto y no me enteré? —comenté con diversión mirando todos los papeles que estaban por la sala y él suspiró. —Algo parecido, lo enviaron desde Londres y llegó por mi e-mail, ya te imaginarás la sacudida que sufrió mi casa —dijo con fingida desesperación, robándome una sonrisa. Vaya... él realmente tenía mucho trabajo. La escena me hizo un poco de gracia, Andrés también solía tenerlo pero ese hombre tenía una obsesión con la limpieza y el orden, difícilmente podría moverse en un lugar donde los documentos estuvieran por todos lados.

—Traje la cena. —Señalé la caja de pizza y con un movimiento de cabeza me indicó que fuéramos a la cocina—. ¿En qué trabajas? —Era una pregunta arriesgada, pero quizás podría ayudarle. Andrés en muchas ocasiones acudía a mí cuando ya no podía más por sí solo. —Mmm... Ahora mismo estoy haciendo unos balances. No quiso decirme su cargo ni donde trabajaba. —Estudié administración de empresas, puedo ayudarte, tengo experiencia con esto. Sirvió dos vasos de soda y sus labios danzaron como si la idea le hiciera gracia. —Estoy bien, no debes preocuparte. —¿No confías en mi capacidad? —Abrí la caja y tomé un pedazo de pizza. —No es eso... —Claro que lo era—. Es sólo que es un trabajo muy serio y no puede haber fallas. —Ya veo. Bebí de mi soda y él se sentó al lado mío. No pensaba insistir por ahora, por alguna extraña razón la idea de demostrarle que podía se clavó en mi cerebro y se convirtió en un reto personal. Iba a ayudarlo y a librarlo de todo ese trabajo en menos de tres días para que podamos disfrutar de nuestras vacaciones y amorío. —¿A qué se debe el honor de tu visita? —¿No soy bienvenida? —Vi como disfrutaba de su trozo de pizza—. ¿Hace cuánto que no comes? —Esta mañana, a veces el tiempo pasa volando. —Vine porque quise saber cómo estabas, hace mucho que no sé de ti y se me hizo raro. —No tengo como contactarte y el trabajo me visitó la tarde que tú te fuiste. Cada día llegan nuevas planillas pero ya no me queda mucho.

—¿Qué tipo de balances haces? —Centros comerciales. —Ya veo. Antes de que el sujetara un segundo trozo de pizza, me puse de pie y alcé la caja conmigo. Él me miró ceñudo. —Vamos a la mesa de la sala, trabajaremos mientras comemos. —Aria, no —advirtió con seriedad. —Trae mi vaso y la soda. —Le di la espalda y me dirigí hacia la sala. Puse la pizza en el único espacio que estaba vacío y le señalé la vitrina—. Pon aquí el refresco. ¿Tienes otra laptop? —Indagué un poco en las planillas que estaban impresas y sonreí con satisfacción. Tenía un programa en Excel que me daba todos los resultados con sólo pasarlos a la computadora y era perfecto, lo hice en mi tercer año de universidad y Andrés lo utilizaba todo el tiempo asegurando que era la solución a sus problemas. —Alquilé un coche hace unos días, iré al hotel por mi computadora. —No es necesario, Aria —dijo con cansancio y me acerqué a él para dejarle un beso en los labios. —Sólo espérame, te solucionaré la vida. Ya he hecho esto muchas veces. Su mano se posó en mi nuca y pronto sus labios estuvieron sobre los míos, besándome con necesidad. A pesar de estar agotado, él estaba desesperado por tener un poco de placer. A traspiés lo hice recostarse en el sillón, decidida a dárselo, y me incorporé rompiendo el beso con rapidez. —Duerme un poco hasta que regrese. Lanzó un suspiro y se cubrió los ojos con un brazo. —Las llaves están colgadas, sé que no me harás caso aunque te lo implore. —Buen chico —musité con ternura y acaricié su rostro donde la barba incipiente ya se sentía—. Estaré aquí en quince, descansa, no harás nada bien sin

las energías suficientes. —Besó mi mano y retiró su brazo para posarlo bajo su nuca. —Te extrañé mucho. —Pues tu ausencia hizo que no se notara —dije con ironía y abandoné la sala. No teníamos tiempo que perder, quería que Daniel se librara de ese estúpido trabajo que le estaban mandando. ¿Es que acaso su jefe no conocía el termino de vacaciones? Cuando regresé con el bolso que tenía mi laptop y cargadores, ingresé a la casa con las llaves que me ofertó y cerré todo sin hacer ruido alguno. Tal como lo había imaginado, él estaba profundamente dormido en el sillón y tuve que quitarle los lentes para que no les hiciera nada. Me acerqué a la mesa y observando bien las planillas hice un poco de espacio sin desordenarlas. Era fácil saber cuál iba con cual porque tenían una numeración exacta. Se estaba buscando un balance general y por ende manejaría el capital activo e inactivo. No tenía la menor idea de qué centro comercial se trataba pero movía muchos millones, demasiados para mi sorpresa. Me fijé en el sistema que él estaba manejando y ladeé la cabeza, Daniel no terminaría esto ni en una semana, era demasiado como para trabajarlo tan pasivamente. Observando todas las planillas que tenía en digital usé mi USB para copiármelas y las bajé en mi laptop. Tomaría unas horas pero para mañana los resultados estarían listos, lo bueno era que todos los datos ya estaban ordenados por sectores y sólo tendría que acomodarlos en mi planilla de Excel. A medida que el tiempo fue pasando, opté por ir por dos mantas al cuarto de Daniel y con una lo cubrí a él y con la otra rodeé mis piernas. Él estaba profundamente dormido y no pensaba despertarlo, sus ojeras eran señal de que estuvo durmiendo muy mal los últimos días. A las dos de la mañana calenté dos pedazos de pizza y los comí sin hacer mucho revuelo mientras seguía pasando los datos y dejaba que Excel hiciera lo suyo. No quise tocar las cosas de Daniel por lo que todo seguía tal cual estaba

cuando llegué, sabía que podría enojarse si me atrevía a tocar sus avances.

Capítulo 10 DANIEL. Llevaba dos semanas soñando con Aria y definitivamente este sueño había sido el mejor de todos: ella, visitándome y trayéndome algo para comer, ¿desde hace cuánto que alguien no se preocupaba así por mí? Ladeé la cabeza y muy lentamente separé los párpados. Nuevamente me quedé dormido en el sofá. Estaba retrasando trabajo importante y lo único que quería era ir por Aria. Me incorporé gruñendo en el proceso y ceñudo vi la manta que me cubría. No recuerdo haber traído esto conmigo. A mi mente llegaron las últimas imágenes de la noche anterior y de un brinco me puse de pie buscando por mi sala. Entonces la vi, ella estaba sentada en el sillón y dormía acurrucada contra él. ¡No fue un sueño! Avancé hacia ella con rapidez y la tomé en brazos para llevarla a mi alcoba; sin embargo, al ver que había impreso unos documentos tuve que recostarla donde había dormido para poder ver de qué se trataban. La cubrí correctamente y ella pareció mucho más contenta y cómoda con su nueva posición porque su ceño se relajó. Maldición, ¿a qué hora se habría acostado? Una laptop blanca estaba junto a la mía pero no me detuve en ella, sujeté todas las hojas que estaban bien acomodadas junto a la impresora y empecé a estudiarlas. Primero me invadió el desconcierto al ver que se trataban de unas tablas y luego me sorprendí al ver unos resultados que conocía muy bien. Me senté frente a mi computadora y sin perder el tiempo la prendí. Entré a los archivos que ya había terminado en estas dos semanas y anonadado comprobé con mis propios ojos como Aria había sacado los mismos resultados

de un trabajo que hice en varios días en tan sólo una noche. ¡¿Cómo demonios lo hizo?! La miré sobre mi hombro, era una verdadera sorpresa y me parecía bastante admirable. Seguí revisando los documentos y aturdido descubrí que había terminado todo mi trabajo sin ayuda, pues ni siquiera me despertó para que le indicara como iban las cosas. Observé su USB en su laptop y supuse que sacó los datos de la mía. Con la curiosidad carcomiéndome por dentro prendí la laptop de Aria, pero ahogué una maldición al ver que tenía clave. Ya habría tiempo para que me dijera como demonios hizo toda esta magia, sólo conocía a una persona capaz de hacer estos balances con tal rapidez y era Andrés. Esta vez llevé a Aria a mi alcoba y la metí bajo las sábanas para que pudiera descasar, seguramente estaría molida por todo el trabajo que hizo la noche anterior por ayudarme. No debí subestimarla, estaba claro que era una mujer capaz de sorprender a cualquiera. Su talento hizo que unas locas ganas de contratarla me invadieran, podría darle un buen sueldo y abrirle las puertas en el mundo de los negocios, pero lastimosamente no lo haría porque todo lo que sucediera en Miami tendría que morir en Miami, una vez que llegara a Londres me olvidaría de su rostro y todo lo que incluyese a Aria porque ella sólo me traería problemas para alcanzar mis objetivos. Ahora mismo me sentía obsesionado con ella, no debería gustarme tanto, en mi vida me había sentido así por una mujer y eso era demasiado peligroso desde mi perspectiva. Mi celular empezó a sonar y maldije entre dientes al ver que era Andrés, ¿qué parte de que la castaña se había ido a Alemania no comprendía? —¿Aló? —contesté una vez que salí de la alcoba y salí por la puerta trasera

de mi casa para caminar un poco. Era temprano pero se podía ver a varias personas ejercitándose y paseando a sus perros. —¿Es muy temprano? —Algo así. —No era tan temprano tomando en cuenta que me ejercitaba a esta hora, pero con Aria en mi cama la idea de recostarme junto a ella era muy tentadora. —¿Cuándo volverás? No creí que durarías tanto tiempo lejos de tu oficina. —Yo tampoco —confesé con una sonrisa—. Pero conocí a una mujer. — Fui sincero. —¿Una mujer? ¿Y Mariam? —me preguntó al instante y rodé los ojos con frustración. —No hablaré de ella ahora, gracias a los santos lleva tres días sin molestarme y lo único que harás será invocarla. Andrés se rio al otro lado de la línea, a él tampoco le agradaba la morena. —¿Y es bonita? —Preciosa —solté en un suspiro—, un poco vulgar pero hermosa. —¿Vulgar? —Por su tono de voz podría jurar que frunció el ceño—. ¿Qué, se viste feo o habla extraño? —No. —Gracias a Dios su estilo era maravilloso y hablaba bonito—. No pienso explicarte nada, sólo te diré que está bien para pasar un rato. Esas palabras siempre las había dicho en mi época de universitario y nunca me habían generado tal desasosiego emitirlas. Aria era más, pero jamás lo admitiría en voz alta. —Sólo cuídate. Recuerda que tienes... —De acuerdo, hablamos otro día. Cuídate. Corté sin ganas de escuchar lo que tenía para decirme y me senté en la arena, pensativo. No deseaba hablar de Mariam, lo único que quería era olvidarme de ella por esta corta temporada que podía respirar sin presión alguna

sobre mis hombros. Todo saldría bien siempre y cuando no olvidara que lo que pasaba en Miami tendría que morir en Miami. Regresé a mi casa sin detenerme a comer algo y poco después estuve recostado junto a Aria, acurrucándola contra mi pecho, dejando que el sueño también me venciera.

*** —¿Cómo lo hiciste? —deseé saber mientras masajeaba su cabello bajo la regadera y ella gimió inclinando la cabeza para que le besara el cuello. —¿Hacer qué? —Todo el balance en unas horas. —Le jaboné el cuerpo y luego Aria se giró para hacer lo mismo conmigo. —Ya te mostraré, necesito mi computadora para que me entiendas. —Debo agradecértelo, eso me habría tomado mucho tiempo. —Lo sé —acarició mi barbilla—. Después quiero afeitarte, no negaré que te ves sexy con barba pero prefiero que esté despejado —desvió el tema con facilidad y yo le seguí la corriente como si no me hubiera dado cuenta que me escondía algo importante. Una vez que estuvimos completamente vestidos —o bueno, yo lo estuve porque Aria no llevaba su braga porque decidió lavarla—, nos dirigimos a la sala y me mostró la plantilla que tenía de Excel. —La hice en la universidad hace unos años, estaba cansada de mis trabajos prácticos y junté todo lo aprendido para combinar formulas y sacarle provecho. Ni siquiera yo había pensado a lo largo de mi vida en hacer algo tan ingenioso y necesario. —Ten, bájala a tu computadora, en un futuro te solucionará la vida. No rechacé su regalo, esa plantilla era una joya. —No pienses en robármela porque está registrada y ya la he vendido a

varias empresas. —No soy un ladrón —farfullé, copiando el documento—. Felicidades, es un trabajo maravilloso. —Admiré su sabiduría y se encogió de hombros. —Gracias. —Te debo una. —Le devolví su USB y asintió. —Y me la pagarás, ya sé dónde quiero ir mañana. —¿A dónde? —entrecerré los ojos, esa sonrisa traviesa me fascinaba tanto como asustaba. —Te lo diré mañana. Limpiemos por hoy. Y por la siguiente hora nos dedicamos a recoger todo mi desastre y a comer la pizza que sobró el día de ayer. Adoraba la comida chatarra pero siempre trataba de evitarla porque me gustaba estar en forma; sin embargo, era tan divertido comer con Aria que por un día olvidé mi dichosa dieta. Recostado en el sillón mientras cambiaba de canal para encontrar alguna serie interesante, Aria permaneció sentada en el piso sobre un cojín junto al mueble con los brazos apoyados en la pequeña mesita. —Estoy aburrida —soltó en un suspiro—. Limpiamos todo el día, vamos al cine. —¿No te parece un poco tarde? Son las once. —Entonces tengo sueño. —Apoyó la mejilla en su brazo, mirándome, y quité la vista de la pantalla para concentrarme en ella, claramente estaba demandando mi atención después de ayudarme con todos los quehaceres de la casa dado que no llamé a la señora de la limpieza. —Vamos a la cama. —¡Ah! Ambos respingamos ante el fuerte grito femenino y ahogué una maldición al darme cuenta que me había quedado en un canal donde estaban pasando una película pornográfica. Escuchando obscenidades busqué el control, pero Aria no

me dejó apagar el aparato. —Nunca vi una película porno —soltó mirando la televisión como si estuviera viendo un documental. ¡Era tan extraña! —¿No se supone que a los hombres les gustan las mujeres delgadas? —Me observó con curiosidad y carraspeé con nerviosismo viendo a la voluptuosa mujer de la pantalla que cabalgaba a su amante. —Nos gusta tener de dónde agarrar y te puedo garantizar que cada hombre es un mundo totalmente distinto. Además, esos estereotipos de bellezas no los creamos nosotros, los crearon las mujeres cuando empezaron a creer que tenían muchos defectos. —¿Alguna vez te masturbaste viendo porno? —Sí —farfullé—, como todo hombre, es de lo más normal. —Mastúrbate ahora. —¿Qué? ¡No! —Me escandalicé, no lo haría delante de ella y menos con una película cuando podía hacerlo con ella. —¿Por qué? Es de lo más normal —citó mis palabras, risueña, y miré al cielo con desesperación—. Mira —dijo alarmada y rápidamente miré la pantalla. Sonreí con malicia. —Se llama sexo oral, ya te dije que puedes buscarlo en Google o Youtube. —Youtube lo censura —gruñó con enojo y reí con malicia. —¿Así que buscaste? —El rubor trepó por sus mejillas—. Es Youporn, por si te interesa encontrar buen contenido. —Esta vez fui sincero, pero ella no me prestó mucha atención. La imagen de Aria, viendo porno con tanta atención me excitó, y no sólo porque se veía demasiado inocente, sino porque la actriz le estaba dando sexo oral a su amante y esa etapa era una que Aria y yo aún no habíamos alcanzado. —Parece gustarle mucho. —Tragó con fuerza y asentí, clavando la vista en

la pantalla. La presión en mis pantalones se hizo palpable y tomé la palabra de Aria, rápidamente me abrí los pantalones y empecé a masturbarme. Ella me miraba de reojo, pero siempre regresaba los ojos a la pantalla. —Nos encanta que nos den sexo oral —gruñí con voz ronca, acelerando mis movimientos mientras el hombre embestía en la boca de la actriz. Aria se removió inquieta. —¿Te ayudo? —Se volvió hacia mí y se arrodilló entre mis piernas que estaban separadas. No sería la primera vez que me tocaría el miembro, por lo que liberando mi polla la dejé tener el control absoluto sobre mí. Empezó de cero y con eso me refería a que primero lo hizo con suavidad y poco a poco agarró un ritmo más rápido y entusiasmado. Lo hacía muy bien y eso se debía a que la película la había excitado tanto como a mí. Apoyé la cabeza en el espaldar del sillón con los ojos cerrados dejando que ella hiciera todo por mí, pero a los segundos abrí los ojos de par en par al sentir sus suaves labios alrededor de mi miembro. Me puse tan rígido que por un instante me costó respirar. —¿Qué haces? No es necesario, Aria. —Si bien nos gustaba el sexo oral, sabía perfectamente que habían mujeres que no lo toleraban. Lejos de apartarse o cohibirse, ella deslizó sus labios a lo largo de mi polla hasta tener la mitad del mismo dentro de su boca—. Usa saliva —pedí con la respiración entrecortada y tiré la cabeza hacia atrás cuando su lengua y saliva empezaron a moverse sobre mi piel. Tal como lo había hecho la actriz, Aria empezó a lamerlo con pericia chupando la punta con fuerza para luego volver adentrarlo en su boca. Enrollé su cabellera en una cola desordenada y arremetí contra su boca escuchando su arcada. No se retiró, siguió lamiendo como si estuviera besándome y yo seguí penetrándola guiado por el placer.

Cuando supe que iba a correrme, la obligué a levantar el rostro y aturdida me miró a los ojos con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. La giré con tal rapidez, que la hice jadear por la sorpresa, y terminé de rodillas tras de ella al tiempo que pegaba sus pechos contra le mesilla. Le separé las piernas con las rodillas y le subí la falda de jean hasta su cintura, ella no tenía su braga por lo que rápidamente me acomodé en su entrada. —Mierda, no traigo condón. —Tomo la pastilla —me informó con voz ronca y sonreí con satisfacción entrando con tal fuerza que ella gimió ahogadamente—. Sí... Al penetrarla por detrás la sensación era mucho más agradable. —Igual no me correré en ti —musité, embistiendo con fuerza, la mesa se sacudía en cada una de mis arremetidas. No me fiaba de ningún método anticonceptivo porque un amigo había embarazado a su novia a pensar que esta se inyectaba cada mes; aunque con el condón me había ido muy bien en los últimos años. Aria se aferró a los laterales de la mesa y sin control alguno la poseí como llevaba anhelando, con tal fuerza y pasión que pronto nos encontramos con los cuerpos sudoroso y ansiosos de una liberación. Estábamos completamente vestidos y no podíamos vernos a la cara, la posición no los impedía y eso no lo hacía menos erótico. —¡Sí! Más, Daniel, necesito más —me imploró entre lloriqueos y le separé aún más las piernas sujetando su cintura con precisión. Entonces arremetí con fuerza, sin control alguno y ella se arqueó con deleite contoneando su cola mientras el sonido de nuestros cuerpos impactando llenaba mis oídos—. ¡Daniel! —Se corrió con fuerza, apretando mi miembro con sus paredes vaginales y lejos de retirarme exploté en su interior, dejando que nuestras esencias se mesclasen. ¡Era maravilloso! Joder, poseerla así era algo de otro mundo.

Salí de ella viendo como mis fluidos se deslizaban por sus muslos y supe que mañana tendría que comprarle una pastilla del día siguiente. Mi padre ya me había dicho que ningún método anticonceptivo era cien por ciento seguro, así que no pensaba descuidarme por más que Aria estuviera en un tratamiento.

Capítulo 11 —Aria, no estoy para bromas —espeté con seriedad y se quitó las gafas de sol con fingida indignación. —¿Se puede saber por qué cree que estoy bromeando, señor Daniel? — Puso las manos en jarras y regresé la vista hacia el gran parque de diversiones. —No me gustan los parques, siempre están llenos de niños ruidosos que se caen o lloran porque se perdieron. No entraré. —Entonces regálame dinero y espérame en el auto, yo si quiero entrar y dijiste que me pagarías el favor que te hice. —Estiró su mano extendida y miré su palma con recelo, comprendía que estos parques de diversiones eran algo costosos pero me parecía injusto que me trajera a mí, ¡un hombre de veintiocho años!, a un lugar como este. —Vamos por las entradas. —No podía negarme, le prometí compensarla y ella se veía tan feliz con la idea de entrar que me era imposible decirle que no. —¡Ah! —dio un brinco en su lugar y aplaudió entusiasmada—. Vamos, no veo la hora de entrar a la montaña rusa. Pues entraría sola porque odiaba ese juego en particular. Por suerte Aria me había pedido que me vistiera normal, con unos jeans y un polo que me permitiera moverme libremente por cualquier lugar; una camisa habría quedado fuera de lugar en un lugar como este. Aria estaba con una falda negra y una blusa rosa que se ataba por encima de su ombligo, parecía una quinceañera con esa gorrita con dos orejas y un moño que estaba muy de moda dentro del parque; y para mi desgracia yo parecía su sugar daddy, o al menos así me sentía. Ni bien ingresamos, ella corrió hacia el carrito de algodón de azúcar y le compré uno, el más grande porque ella así lo quiso, y entrelazando nuestras manos me llevó a pasear por el lugar que era un rebosar de personas. —¿Quieres? —Apuntó la cosa rosada en mi dirección y la miré con recelo,

no era muy dado a comer cualquier cosa de la calle pero esta vez haría una excepción y lo probaría. —Rico. —Limpié el dulce pegajoso que quedó por mis labios y Aria se subió a una banca y me abrazó por el cuello. —Yo te ayudo. —Sus labios se posaron sobre los míos y me saboreó como si fuera una paleta. —Aún más rico —bromeé con el entusiasmo renovado, ella era tan fresca que lo único que consiguió fue que me sintiera a gusto a su lado. Hizo que jugara en distintos juegos, primero uno de puntería donde sólo gané un chupetín para ella y otro donde consistía en agarrar un martillo y golpear un punto preciso para ver qué tan alto llegaba el metal que salía disparado hacia arriba. La verdad no tenía la menor idea de los nombres de los juegos porque era la primera vez que asistía a un parque como este, o segunda... —¡Lo hiciste! —Saltó ella en su lugar, aplaudiendo, y todas las mujeres que estaban a nuestro alrededor suspiraron cuando me dieron el premio que era un peluche de color rosa. Al parecer alcancé la puntuación más alta. —Para su novia. —El encargado del juego me guiñó el ojo y sin hacer gesto alguno le entregué el peluche a Aria. —Esto no va conmigo. —La pasé de largo para pasar al otro juego. —¡Gracias! —jadeé cuando saltó sobre mi espalda y sonreí por lo bajo. Ella estaba muy feliz—. Llévame sí, estoy cansada, este lugar es inmenso. Era una aprovechada. Rodeé sus rodillas con mis brazos y por la siguiente media hora vagamos por el parque de diversiones observando a diferentes animales. Aria se bajó cuando llegamos al acuario y sacó su celular para grabar mientras caminábamos por el túnel. —¿Es tu primera vez en un parque de diversiones? —pregunté y ella asintió después de largos segundos de silencio.

Seguramente eran muy caros para ella. —¿Por qué no te gustan?, ¿alguna mala experiencia? Ahora mismo pareces muy feliz de estar aquí. Lo cierto era que cuando era niño, siempre quise venir a este tipo de parqués pero mi familia no contaba con los recursos para costearse ni siquiera las entradas. Cuando alcancé la mayoría de edad estuve tan ensimismado en mis estudios que olvidé mis sueños, por lo que cuando tuve dinero nunca pensé a venir a alguno hasta que Milenka me lo pidió y ambos subimos a la montaña rusa para terminar vomitando sin control alguno mientras Carlos se burlaba de nosotros junto a nuestro padre. Fue tal la humillación que no quise saber de ningún otro parque de diversiones. En la televisión se veían más entretenidos. —No son para mí. Aunque debo admitir que los juegos que estuve jugando me gustaron porque en todos pude conseguir algo para Aria y ella, por más pequeño que fuera mi presente, siempre me abrazaba o me regalaba un beso esporádico. Visitamos el acuario, fuimos a ver a los animales donde Aria se tomó un montón de fotos poniéndome histérico ante la idea de que esas bestias le hicieran algo y por último, antes de que la luz del día se fuera, me pidió ir a la montaña rusa. —No necesitas subir si no quieres hacerlo —me susurró con sinceridad al verme tan callado y miré de soslayo a todos los hombres que se habían comprado su pase y la miraban con curiosidad, como si estuvieran esperando verla sola para sentarse junto a ella y aprovecharse en caso de que se asustara. Vamos... pasaron cinco años desde aquel incidente, ya era un hombre adulto y no tenía que asustarme por esas tonterías. Ya lo hice una vez, podría hacerlo una segunda. —¿Quién dice que no quiero hacerlo? —Mi ego masculino se sintió herido.

—Estás pálido —comentó con preocupación y retiré la mirada. ¡No era una niña para asustarme por algo tan estúpido! Definitivamente subiría y le demostraría a Aria que esos absurdos juegos no eran nada para mí. Carlos los disfrutaba mucho, ¿por qué para mí tenía que ser diferente? —¿Daniel? —¿Qué? —bramé y ella me sonrió. —Es nuestro turno, compra las entradas. Maldición. Caminé hacia la boletería y ella se acercó a mí con un gesto preocupado. —Estás caminando como robot. —¡Ve a hacer cola! ¿Es que acaso no se daba cuenta de lo nervioso que me sentía? Aria me hizo caso y compré dos boletos para la montaña rusa, no me la podía creer, estaba subiendo a ese juego por una mujer, sólo para evitar que otro se sentara junto a ella. ¿En serio podía ser así de ridículamente celoso? Llegué a donde Aria se encontraba y la abracé por la cintura, mirando fijamente al idiota que se puso tras de ella, este respingó y se puso a hablar con su amigo claramente abordando la idea de acercarse a la rubia. Aria estaba muy concentrada mirando a la multitud y no era consciente de nada de lo que sucedía a su alrededor, de que si estuviera sola ya podría haber coqueteado con más de veinte hombres que estaban dispuestos a bajarle la luna, el sol y las estrellas. Llegó nuestro turno y quise darme un tiro allí mismo cuando nos enviaron al primer vagón, ¡al primero! Aria terminaría por sacarme canas verdes. No dije nada hasta que la maldita cosa empezó a moverse y el aire empezó a abandonar mis pulmones, estábamos subiendo con tal lentitud que por un

momento pensé que si gritaba me dejarían bajar. —¿Por qué te da miedo? —inquirió ella con tranquilidad. —¿Por qué te dan miedo los aviones? —contesté con otra pregunta y la tristeza invadió sus hermosos ojos. —De pequeña siempre me hacían viajar sola y no me gustaba, supongo que terminé traumada. Wow, eso era mucho más profundo que mi caso: que me daban miedo las alturas y me angustiaba la velocidad con la que esta cosa se movía siempre que iba de bajada. —Yo... —Daniel... —dijo ella con nerviosismo al ver que faltaba poco para llegar a la cima y me agarró del brazo—. Es mi primera vez en este juego y estoy asustada —soltó de pronto y supe que daríamos todo un numerito los siguientes tres minutos—. ¡Daniel! —Voy a matarte —farfullé antes de que los gritos empezaran y me viera obligado a cerrar los ojos y abrazarla mientras los vagones se movían con violencia y nos sacudían de igual manera en todo su recorrido. El que ella también tuviera miedo debió haberme hecho sentir mejor, pero como a medio camino Aria empezó a pasarla bomba mientras yo sólo quería vomitar, mi ego masculino estuvo listo para salir por mi garganta. —¡Fue maravilloso! —chilló Aria mientras salía del vagón y la seguí con movimientos escuetos—. Ay no, gracias Daniel, en serio siento que cada día te adoro más. Su comentario me desconcertó al mismo tiempo que alteró mis sentidos, pero cuando ella me miró no me dio tiempo de pensar mucho porque me sacó del juego y me llevó a la banca más cercana para que tomara asiento. —Iré por un poco de agua, te ves muy mal —soltó con preocupación y la vi salir corriendo hacia uno de los kioscos. No le había dado dinero por lo que

esperaba que tuviera un poco. ¿Ella me adoraba? Algo en mi pecho se infló con orgullo y las ganas de lanzar todo al tacho me invadieron. En Londres tenía todo lo que alguna vez quise esperando por mí, pero no era feliz ante la idea de culminar mis objetivos. En cambio Aria era el tipo de mujer que tiempo atrás, cuando el dinero y la posición no eran mi prioridad, había soñado tener como pareja. Las ganas de vomitar fueron cesando y acepté la botella de agua que Aria me cedió, consiguiendo que mi cuerpo se relajara una vez que ingerí todo el contenido. —Te mentí, no quería subirme y lo cierto es que siempre me llamaron la atención los parques de diversiones, pero la montaña rusa me dejó tan traumado que no fui nunca más a ningún parque de diversiones después de mi primera vez en uno. —Vaya, te dio un arranque de sinceridad. —Palmeó su regazo y usando el peluche que le regalé como almohada, me recosté unos minutos aceptando que acariciara mi cabellera. Ya era de noche y las luces se habían prendido dándole un aire más maravilloso al lugar. —Me gustaría subir al carrusel y a la rueda de la fortuna, ¿crees que podremos hacerlo? —inquirió con suavidad y suspiré. —Estamos aquí, ¿no? —Yo también te mentí —soltó de pronto y separé los párpados para mirarla —. No es la primera vez que vengo a un parque de diversiones. Cuando tenía ocho años fui a un viaje con mi familia y cerca del hotel en el que nos hospedábamos había un parque de diversiones, en las noches siempre podía verlo desde mi ventana y mi padre no quería que fuera, mi madre no me apoyaba y mi hermano no podía decir mucho porque era difícil ir en contra de nuestro

progenitor. Como ellos nunca estaban conmigo, un día tomé un dinero que mi madre dejó en su bolso y pidiendo ayuda en recepción hice que me llevaran al parque, estaba a dos calles del hotel. —Fue muy peligroso —espeté con dureza imaginándome a una hermosa niña vagando sola por un parque de diversiones. —Lo fue, pero todo era tan hermoso que valió la pena. —¿Pudiste subir a algún juego? —Estiré mi mano para acariciar su mejilla y ella ladeó la cabeza en modo de negación. —Cuando fue mi turno para el carrusel la gen... mi padre me encontró. Me castigó por cuatro meses de la peor manera posible, les prohibió a mi madre y hermano que me hablaran y desde ese momento nunca más me atreví a volver a un parque hasta hace unos días que dije que quizás contigo sí podría hacerlo y pasarla muy bien. Es extraño, nunca pensé en uno hasta hace unos días y sentí ganas de venir. Lamento si te ocasioné muchos problemas. No tenía la menor idea de cómo era su padre, pero estaba claro que era una mierda. —Vamos. —Me puse de pie y le tendí mi mano. —¿A dónde? —Aún nos quedan dos juegos. Con una sonrisa risueña aceptó mi mano y abrazados nos dirigimos a la boletería. En el carrusel las cosas fueron más calmadas y Aria me pidió que subiéramos al carruaje donde se apoyó en mi hombro y tomó una selfie con una cámara que sacó en último momento de su pequeño bolso y me pareció un poco anticuada. Estaba tan feliz que fue inevitable no sentirme satisfecho. Ser el causante de sus sonrisas me encantaba. Llegamos a la rueda de la fortuna y sentado frente a ella aproveché cada segundo para admirar su belleza. Era tan pura y hermosa que me dolía engañarla, hacerle creer que era un buen hombre. Ella merecía más y yo era tan egoísta que

quería quitarle los dos meses que nos quedaba de tiempo cuando ella podría estar haciendo algo mejor con alguien que realmente valiera la pena. Cuando llegamos a la cima, Aria se puso de pie e hice lo mismo admirando lo hermoso que se veía la ciudad desde donde estábamos, la abracé por los hombros atrayéndola hacia mí y besé su coronilla. —No deberías hacer esto —musitó con voz ronca—, podría llegar a gustarme. —Sé que serás lo suficientemente lista como para que eso no suceda. Lo esperaba de todo corazón. —¿Crees que por ser lista tengo dominio sobre mi corazón? —dijo con melancolía y suspiré. —Puedo darte dos meses, Aria, luego tú y yo no volveremos a vernos nunca más. Me abrazó de una manera posesiva que si bien me dejó fascinado, me preocupó. Por más que ella me encantase, jamás sería una opción para mí, tenía obligaciones y compromisos que no podía ignorar así como así. Ella era como mis vacaciones: la persona que me prometía felicidad, tranquilidad y diversión a corto plazo. Nunca algo a largo plazo. —Supongo que debo aprovecharlos muy bien, ¿verdad? —Sí, ternura, porque yo también haré lo mismo.

*** —¿Estás queriendo decirme que llevas dos meses en Miami y ya sabes cocinar y mi casa sigue completa y sin ningún rasguño? Rodé los ojos ante la pregunta capciosa de mi padre y probé la salsa de tomate que Aria me había enseñado a hacer. —Sí, en efecto —respondí satisfecho al saber que estaba deliciosa. —Felicidades —dijo con sinceridad y me sentí un hombre con suerte, si

bien mi padre siempre estaba lleno de obligaciones; tiempo para nosotros era algo que nunca le faltaría—. Y Daniel, ¿pensaste en lo que te dije? Creo que estás tomando una decisión equivocada. Una de las razones por las que estaba en Miami era mi padre, pues él había insistido en que necesitaba un poco de tiempo para descifrar que era lo que quería hacer con mi vida y replantearme ciertos objetivos. —Aún tengo tiempo, me queda un mes. —Aunque eso no me haría cambiar de parecer. —El tiempo no espera, hijo. Sé que estás viéndote con una mujer, dime que al menos fuiste sincero con ella. —Sí. Mi padre suspiró con cansancio. —Confiaré en que sabes lo que haces y no lastimarás a una inocente, siempre fuiste el más maduro y centrado de todos. —Confía en mí. —¿Te estás cuidando? —Sí —gruñí, no era un niño para que me tocara ese tema. —No te molestes, es sólo que ya te comenté que a tu madre ningún anticonceptivo le fue de ayuda y por eso nacieron ustedes; de ser diferente serías un niño de diez años y habrías estado planeado. Y aquí venía la historia de que mis padres por más que se cuidaron no pudieron evitar nuestro nacimiento. En mi caso, según mi padre, las pastillas no hicieron efecto; En el de Carlos, las inyecciones no hicieron efecto, y en el de Milenka, la pastilla del día siguiente no hizo efecto. —Lo sé, papá, somos sus mejores tres errores —repetí lo que siempre suelen decirnos en cada cena familiar. Sin embargo, yo había adoptado algo que si bien era deprimente, era lo mejor. Primero, Aria estaba con tratamiento y la mayoría de las veces entraba en

ella con condón y me retiraba antes de acabar. No era que no quisiera hijos, pero definitivamente Aria no podía ser la madre de los mismos por más que me encantara todo de ella. El timbre sonó y tuve que despedirme de papá y poner el fuego en mínimo para abrirle a mi adorada novia a corto plazo. —¿No te llevaste las llaves? —pregunté con curiosidad, cerrando todo. —Las olvidé, como sólo fui a la tienda. Desde hace tres semanas que Aria se había mudado a mi casa después de que le rogara por días para que lo hiciera. Eso nos brindaba más tiempo juntos y era maravilloso, porque si bien el sexo era espectacular entre nosotros no podía negar que las conversaciones también me excitaban de sobremanera. Era una mujer inteligente y admirable, si otra fuera mi situación le ofrecería un puesto en mis centros comerciales, pero dado que nadie de mi familia podía conocerla; no podía darle aquella oportunidad por más que quisiera. Nosotros éramos dos extraños que nos conocíamos muy bien. No sabía nada de ella, sólo que era de Londres, tenía veintitrés años y se llamaba Aria. Datos perfectos para un hombre que sólo quería disfrutar del cuerpo y compañía de una mujer. Yo tampoco le había dicho nada de mi vida privada por lo que ni siquiera en nuestras redes sociales nos habíamos agregado. Aria me dijo que iría a dormir un poco y no demandé su compañía mientras preparaba la cena; total, fui yo quien la tuvo despierta la mayor parte de la noche al no ser capaz de controlarme. Preparé una mesa en el jardín con vista al mar y me cercioré que las luces estuvieran en perfecto estado para no comer a oscuras. En mi vida había imaginado que sería capaz de preparar una cena para una mujer ni para nadie; pero no, Aria se había empecinado con que lo hiciera y ahora me tenía cocinando todas las cenas porque ella se encargaba de los almuerzos.

—Me encanta —comentó mientras se llevaba un nuevo pedazo de pasta a la boca y ladeé la cabeza con diversión. —Amas todo tipo de comida chatarra —aclaré y Aria se llevó una mano al pecho con fingida indignación. —Mentira, también me gusta la sana; menos, pero le tengo cariño —aclaró con diversión. Bebí un poco de vino y la rubia siguió comiendo con tal gusto que me sentí el mejor cocinero de todos los tiempos. La primera vez que había cocinado fue ella misma quien tiró todo porque le había parecido incomible, por lo que sabía que no me mentiría respecto a su preciada cena. —Estoy orgullosa, hoy tienes un diez de diez —me felicitó abrazando su suave vientre y la comisura de mis labios se alzaron. —Todo gracias a mi maestra. —Le guiñé el ojo y por primera vez desde que la conocí me miró con nerviosismo—. ¿Qué sucede? —¿Quién es esa persona que te llama todos los días? —preguntó, jugueteando con su copa de vino, y la piel se me erizó. No podía decirle que era Mariam ni mucho menos decirle quién era ella. —Una compañera de trabajo, está ocupando mi lugar por ahora —mentí, y si ella no me creyó, no me hizo notarlo. —Ya veo. —Bebió un poco de vino y se puso de pie—. Muchas gracias, estuvo delicioso. —¿Dónde vas? —la miré ceñudo y me señaló hacia el mar. —A caminar, necesito estar sola. Genial. Ella no me creía y no sé por qué tenía la leve sospecha de que Aria había intentado revisar mi celular; o bueno, había visto el nombre de Mariam en varias ocasiones mientras esta me llamaba. —Levantaré todo e iré por ti. —Ese era el único tiempo que podía regalarle a solas, no me gustaba que vagara sola por allí a estas horas.

—Como quieras. La vi marcharse y rápidamente saqué mi celular para bloquear el número de Mariam otra vez, sé que ella iba a alterarse pero no deseaba que mi tiempo con Aria se echase a perder por su culpa. Rápidamente recogí todo y me percaté que mi cena romántica se había ido al tacho por algo que Aria me escondía, nunca antes la había visto tan nerviosa en mi presencia y hoy evitó mirarme a los ojos en dos ocasiones. No era que la conociera de toda la vida pero era tan transparente que podía descifrarla con facilidad. Decidido a darle un poco de tiempo para que ordenara sus ideas, cogí la revista de Forbes que compré esta mañana y la abrí en las dos páginas que habían dedicado a Andrés en la sección de 30 antes de los 30 años. Estaba feliz por él; no todo el mundo ganaba treinta millones con tan sólo 28 años, pero también me sentía un poco derrotado y cansado, ¿sería capaz de alcanzarlo algún día? Encendí mi laptop y busqué noticias relacionadas sobre el tema, Andrés aún no había dado una entrevista sobre el tema y seguro no lo haría, esas cosas eran tan banales para él que a veces lo veía un poco estúpido. Un poco indignado decidí abandonar la sala y salí en busca de Aria, ya le había dado el tiempo necesario para que despejara su mente y me dijera qué demonios le estaba pasando. Su vestido floreado apareció en mi campo de visión y pronto descubrí que estaba nadando. Entré tras de ella, quitándome sólo el polo, y la abracé por detrás como aquella noche que la seduje en el agua para empezar toda esta aventura. Girándose con lentitud consiguió que nuestras bocas se encontraran y la besé con profundidad y lentitud, nada descontrolado ni salvaje. Ella no se veía bien y no pensaba aprovecharme de eso. Salimos del agua pero no nos preocupamos por llegar a nuestra alcoba, terminamos tumbados sobre la arena con nuestras bocas y cuerpos enredados.

Abriéndome camino entre la tela que me impedía llegar a ella conseguí acariciarla y Aria se dejó llevar, dejó que allí mismo le hiciera el amor. Todo se dio de una manera tan lenta e íntima que por un momento sentí que nuestros cuerpos estaban atravesando por una etapa, me sentí tan adherido a esa mujer que cuando todo culminó me di cuenta que la adoraba y ese sentimiento iba más allá de la admiración y el deseo, no lo conocía y ponerle un nombre me aterrorizaba. —He cometido un error —me confesó con un hilo de voz y la busqué con la mirada. Abandoné su cuerpo, prestándole toda mi atención mientras se arreglaba su braga y sujetaba su vestido. —¿Cuál? —pregunté con suavidad. Aria estaba en un debate interno y lo que sea que tuviera que decirme le estaba costando un montón. —Siento cosas muy fuertes por ti —soltó, haciendo que mi pulso se disparara—. Sé que no era parte del trato, pero creo que te quiero más de lo que debería. ¡Joder! Yo también la quería, la adoraba, pero incluso así sabía que no podía tenerla ni mucho menos decirle la verdad, eso sólo nos haría más daño. —Quizás nosotros en Londres podríamos... —No. —Mi voz salió más gélida de lo que hubiera querido, pero el miedo no me permitió pensar con claridad. —Me gustas —insistió. —Es pasajero. —Me puse de pie al instante, arreglando mi ropa, y ella siguió mis pasos—. El tiempo hará que me olvides, ternura. —La sujeté por los hombros con delicadeza—. No puedes quererme porque no sabes nada de mí, sólo viste el lado bueno. Aria analizó mis palabras y me dedicó una mirada llena de determinación.

—También sé lo malo. Eres aburrido, de ese tipo que se escriben en mayúsculas con estresante y terminan con insoportables como puntos suspensivos. Sé lo que siento, no trates de manipular mis sentimientos porque es algo que jamás se lo permitiré a nadie. Era perfecta y por eso mis siguientes palabras me partieron el corazón. —Lo siento, pero tú no me gustas como algo serio, desde un principio te dije que eras un pasatiempo. —La liberé de su cautiverio y con un suave asentimiento, ella se volvió para dirigirse a la que estuvo siendo nuestra casa. Era un imbécil, era la primera mujer que me gustaba con esta intensidad y la estaba rechazando porque no tenía lo que yo necesitaba: dinero y poder. En el mundo que deseaba estar se necesitaba contactos, influencia y buenas alianzas, algo que con Aria jamás tendría y por ende ella no me serviría para alcanzar mis objetivos. El dinero no te hará feliz, Daniel. Recordé lo que mi padre me dijo antes de que partiera a Miami y suspiré con cansancio. Claro que me haría feliz y también les haría feliz a mis seres queridos, yo sabía lo que era pasar necesidades y estaba seguro que no quería eso para mi familia. Con todo lo que tenía en mente Carlos se convertiría en un abogado muy reconocido y Milenka podría entrar a las mejores universidades, les solucionaría la vida ahora que podía hacerlo y por fin superaría a los Rivers, después de años de dedicación sería alguien en el mundo de los negocios. Ingresé a mi casa cerrando y apagando todo en mi camino y me detuve al inicio de las escaleras al ver que mi laptop seguía prendida en la sala. Me asomé para apagarla, pero paré en seco al ver que Aria leía la revista que había estado viendo hace un rato y vagaba la vista hacia la laptop donde también estaba la foto de Andrés y una nota sobre su nuevo logro. —¿Qué pasó con eso de no tocar las cosas del otro? —pregunté con más rudeza de la deseada y le quité la revista sin un poco de delicadeza. Ella respingó y cuando nuestras miradas se encontraron vi un cúmulo de

emociones: miedo, desconfianza y sorpresa. Todo estaba oscuro pero la luz que nos brindaba mi laptop delataba su incomodidad. —Las encontré de camino y me acerqué a ver —respondió recuperando la compostura y me sorprendió su indiferencia, si mal no recuerdo hace menos de cinco minutos le insinué que era una amante sin valor alguno. —¿Qué, te gusta? —escupí con rabia al ver que no podía quitarle los ojos de encima a la foto de Andrés. —No. —Conectó nuestras miradas—. Más bien creo que es todo lo contrario, el enamorado pareces tú porque lo estás estudiando. —No lo estoy estudiando —farfullé. —Entonces explícame por qué buscas reseñas sobre la nota que le hicieron en esa revista. —¡Esto no es asunto tuyo! —exploté y cerré la laptop con fuerza. Aria retrocedió como auto reflejo e inhalé con pesadez. No podía enojarme con ella —. No tengo porque darte ninguna explicación. Subí hacia mi alcoba y dejando la puerta abierta entré al baño y tomé una rápida ducha para poder recostarme. Adoraba a Aria pero no dejaría que conociera mis puntos débiles, lo único que quería era que todo regresara a la normalidad y este último mes que me quedaba con ella pasara con lentitud para que pudiera aprovecharlo. Cuando estuve recostado en la cama revisando mis redes por mi celular, Aria ingresó a la alcoba e ingresó al baño para darse una ducha. Esperaba, de todo corazón, que no se pusiera orgullosa, pues ya había pasado por esa etapa y recuperar su sonrisa me tomaba casi tres días llenos de helado, pizza y chocolate. Tardó aproximadamente media hora y apoyado en el cabezal de la cama la vi salir del baño rodeada en una diminuta toalla. Se acercó al vestidor y tomando una de las seis camisas que me robó, dejó que apreciara su desnudez y se la puso

sin mirar en mi dirección. No podía creer que mis camisas, que valían una fortuna, ella las usara como camisón. Aunque... se veía muy sexy con ellas. Para mi sorpresa no me dijo que dormiría en otra alcoba y se deslizó bajo las sábanas sin hacer mucho para llamar mi atención. Seguí cambiando de canal y al darme cuenta que me había dado la espalda apagué el televisor y me acerqué a ella. —Lamento haberte gritado —musité con arrepentimiento, cerniéndome sobre ella. —Quiero dormir. —De un manotazo retiró mi mano que intentaba acariciar su cadera y supe que por hoy no conseguiría calmarla. Primero la había rechazado y luego la traté mal porque tocó un tema muy frágil para mí. No estaba obsesionado con Andrés, simplemente admiraba toda la capacidad que tenía. Dios, ¡ese hombre tenía la vida resuelta! Todos los Rivers la tenían.

Capítulo 12 ARIA. Había pensado que el día de hoy mi mayor preocupación sería pedirle a Daniel que olvidara mi confesión; no obstante, ahora mismo caminaba de un lugar a otro por mi alcoba tratando de entender por qué él estaba tan obsesionado con mi hermano. Daniel había salido a hacer quien sabe qué y ahora que estaba completamente vestida no sabía si comunicarle a Andrés sobre lo ocurrido. No era que desconfiara de Daniel, pero algo no me cuadraba... ¿él sabría qué era una Rivers? No... Claro que no, siempre fui muy cuidadosa respecto a ese tema. Tenía que irme, no podía quedarme con Daniel porque la simple idea de que me tocase otra vez después de lo que me dijo ayer me desagradaba. Por un momento creí que entre los dos había algo especial, pero ahora comprendía que para los hombres cualquier vagina sería especial siempre y cuando esta les diera lo que quisieran. No servía para este tipo de relación, no negaría que fue divertido y mágico mientras duró; pero ya era hora de despertar y regresar al hotel. Una llamada entrante captó mi atención y fruncí el ceño al ver que era un número desconocido. —¿Aló? Normalmente era mi hermano quien me llamaba a esta hora. —¿Hablo con la señorita Aria Johnson? —Sí, ¿en qué puedo ayudarle? —Fruncí el ceño. —Le hablamos de Baptist Hospital para informarle que ha habido un error en la asignación de medicamentos. ¿Espera? ¿Qué? ¿Medicamentos? Para lo único que fui a ese hospital fue

para que una ginecóloga me receta... Mierda. —¿Qué tipo de error? —la voz me tembló y corrí hacia la mesa de noche para tomar el frasco que portaba los anticonceptivos. —Se le asignó vitaminas, señorita, se confundieron de paci... —¡¿Cómo puede decirme algo así?! —chillé fuera de mis cabales—. ¡¿Me dieron vitaminas para quedar embarazada?! —Los ojos me picaron, era una locura, no podía embarazarme de un completo extraño que me veía como su zorra personal y estaba obsesionado con mi hermano. —Le pido que por favor pase por el hospital lo antes posible, la doctora... —¡La doctora se puede ir a la mierda! ¿Cómo se le ocurre darme una noticia así de esta manera? No me lo puedo creer, Dios santos, ¿se da cuenta de lo que esto significa? —Lamento que todo haya terminado así, pero necesitamos hacerle los análisis. Corté la llamada y sujeté mi bolso con prisa, guardando las pastillas en el mismo. Tenía que ir y confirmar con mis propios ojos que no estaba embarazada; es decir, Daniel no solía terminar en mí y casi siempre se cuidaba, ahora mismo podría tomar una pastilla del día siguiente porque el día de ayer ninguno nos cuidamos. Contuve un sollozo, no puedo creer que la negligencia del hospital me estuviera poniendo en una situación así. Tratando de coordinar mis pasos sin permitir que mis temblores me hicieran perder toda mi estabilidad salí de la alcoba casi corriendo. No obstante, cuando llegué al primer piso Daniel me interceptó con el ceño fruncido mirando el bolso que tenía en mano. —¿A dónde vas? Actuaria con normalidad, lo mejor sería no decirle nada hasta estar segura. —A dar un paseo.

—Preparé el desayuno. —Me hizo un gesto con la barbilla para que fuera a la cocina y supe que no me dejaría ir hasta que comiera algo. El olor era magnifico, había preparado revuelto de huevo, tocino y salchichas con pan tostado y panqueques para que uno tuviera mayor elección. Comí lo que pude, él había mejorado en la cocina y en serio todo estaba muy rico, pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas ante la posibilidad de haber quedado embarazada. Mi padre me mataría y Andrés... de él no sabía qué esperar, en muchas ocasiones seguía las órdenes de Diego, pero ahora, con un niño de por medio... —Estás temblando. —Daniel se puso de pie haciéndome respingar y pronto sujetó mis manos con preocupación—. Estás muy pálida, lo mejor será que regreses a la cama. —No, tengo cosas que hacer. —Retiré mis manos y froté mi sien con cansancio—. Volveré en unas horas, no es nada grave. —Debo decirte algo —musitó con cautela y deduje que hoy recibiría otra mala noticia—. Me iré a Londres, he recibido una llamada muy importante y no puedo seguir quedándome. La sangre se me congeló y rápidamente me puse de pie mirándolo horrorizada. No era el mejor momento para que él se fuera, nosotros teníamos que confirmar si seriamos padres y hablar sobre el tema. —¿Volverás? —Quizás en lo que yo me encargaba de todo él... —Se acabaron mis vacaciones, ternura, fue un placer conocerte y me encantó cada minuto que pasé contigo. Ladeé la cabeza con rapidez, repentinamente alterada, y alboroté mi cabellera con nerviosismo. No podía haber una despedida porque posiblemente teníamos un bebé en camino. Estaba segura que Daniel desearía conocer esa verdad; es decir, adoraba a sus hermanos como si fueran sus hijos, jamás me perdonaría que no le dijera que posiblemente sería papá dentro de unos meses.

—Lamento que las cosas se dieran así, pero no puedo seguir retrasando un asunto que tengo pendiente. Esto era malo, muy pero muy malo. Él no quería volver a verme y yo estaba segura que un bebé sería una razón de sobra para que Daniel tuviera que ver mi cara por el resto de su vida. No era que tuviera que casarse conmigo, pero al menos tendría que reconocer a su hijo. —¿Pasó algo? —inquirió ceñudo y la garganta se me cerró. —Me llamaron del hospital esta mañana. —¿Hospital? —Se preocupó—. ¿Estás enferma y no me lo dijiste? —No —tragué saliva—. Hubo un error en la asignación de medicamentos y llamaron para que fuera a hacerme unos análisis. —No comprendo. —Se mostró ofuscado—. No estás con ninguna medicación. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mirándolo con frustración, y como si recién comprendiera todo, Daniel abrió los ojos de par en par mirándome con incredulidad. —No —espetó con dureza, avanzando peligrosamente hacia mí—. Tú no puedes estar embarazada porque me he cuidado a pesar de tu estúpido tratamiento —escupió con rabia, permitiendo que por primera vez desde que nos conocimos sintiera miedo de él. Era escalofriante, su tamaño y su cuerpo, tenso ante la posibilidad de un embarazo, lo hacían ver demasiado amenazador. Confieso que no esperaba una reacción amorosa ante la noticia, pero sí una mucho más comprensiva porque yo también era una víctima en este asunto. —Debo ir al hospital, me harán unos análisis porque me dieron vitaminas par... —¡Es que no puedes estar embarazada! —Gritó fuera de sí provocando que diera un salto hacia atrás y buscara implementar mayor distancia entre los dos. Empezó a vociferar cosas que preferí no escuchar y sólo vi cómo se movía con

desesperación por la cocina—. Lo hiciste a propósito —me acusó, volviendo a avanzar en mi dirección y esta vez no pude evitar que me sujetara del brazo y me acercara a él de un tirón—. Claro, dijiste que te gustaba y sabias que jamás me quedaría con alguien como tú, ¡fue por eso que abusaste de mi confianza! —Suéltame, Daniel, sabes que no es así. Yo tampoco quería que esto sucediera, estoy tan asustada como tú. —¡Me estás cagando la vida, Aria! ¡¿Tienes idea de lo que estás echando a perder con esta estupidez?! —¡Suéltame! —exigí al sentir que me hacía daño. Aligeró la presión, pero no me obedeció. —Dime la verdad, si esto es un plan para retenerme a tu lado no funcionará. Nada, escúchalo bien, nada de lo que hagas hará que arruine mi vida junto a una mujer como tú. —Me soltó con rudeza y una mueca de asco. —Puede que no esté embarazada, tú también solías cuidarte y... ¡Suéltame, maldita sea! —Volvió a sujetarme y esta vez tiró de mí hacia el garaje de la casa. Me metió dentro de su auto sin delicadeza alguna y preferí no quejarme al darme cuenta de lo peligroso que se había tornado esta situación. Él era un extraño y la noticia lo había puesto muy violento. La puerta del conductor se abrió y la tentación de saltar del auto me invadió, él estaba muy molesto, sabía que la noticia no iba a gustarle pero reaccionar así me parecía un poco exagerado. —Por tu bien, espero que estés equivocada —farfulló, saliendo del garaje sin cuidado alguno y con las manos temblorosas me puse el cinturón de seguridad. Le di el nombre del hospital en el que había sido atendida y le dio un puñetazo al volante. —Voy a demandar a esa mujer, haré que su carrera se vaya a la mismísima mierda.

Él tenía razón, yo no conocía nada de su vida y esta faceta que estaba conociendo era desagradable, lo único que generaba en mí eran ganas de vomitar. En él había encontrado a un hombre hogareño con deseos de proteger a los demás; pero ahora me daba cuenta que esos demás sólo eran su familia — padres y hermanos—. Yo jamás sería tan importante como para que él se detuviera a pensar en el miedo que estaba sintiendo ante la idea de estar embarazada. Llegamos al hospital y cuando nos dijeron que podíamos pasar al consultorio de la doctora, todo se salió de control. —¡¿Tiene idea del error que acaba de cometer?! —bramó Daniel abriendo la puerta de un trancazo y el miedo me invadió al ver a la doctora, la enfermera y seguramente la otra paciente con su esposo allí. —Señor, debe calmarse —dijo el único hombre de la estancia y Daniel lo miró con rencor. —¿Calmarme? ¡Su error puede salirme muy caro! —farfulló y los ojos me picaron, estaba pasando la peor humillación de mi vida. —Puede estar seguro que los culpables serán sancionados —dijo la ginecóloga y Daniel se volvió hacia ella. —¿Sancionados? —Preguntó con aborrecimiento—. ¿Y qué haré si ella está embarazada? —me señaló sin mirarme—. ¿Los sancionados se quedarán con la criatura? La sangre se me congeló y en ese preciso momento caí en cuenta de una cosa: Daniel no quería tener nada que ver con la criatura que probablemente ya estaría creciendo en mi interior. Mi mirada se encontró con la pareja que me miraba con pena y decidí ignorarlos. No necesitaba de la pena de nadie, todo era mi culpa por meterme con un hombre como Daniel. —¡Sáquenle los malditos análisis! Quiero los resultados ahora —demandó

—. Y entérese de algo, voy a demandarla. Ya no pude seguir escuchando la conversación de la doctora y Daniel porque fui llevada a una habitación donde me tomaron una muestra de sangre. Odiaba las agujas pero en ese momento dejé que una se clavara en mi brazo sin poner objeción alguna, estaba tan asustada que no sabía cómo debía actuar. Era la primera vez que hacía algo por mí misma y estos eran los resultados. Mi padre me mataría y Daniel... no estaba segura si podía confiar en él. Estaba fuera de sí y quizás las cosas se calmarían en unos momentos. Llegué nuevamente al consultorio de la doctora y no di más de un paso al ver que el hombre conversaba con un Daniel muy molesto y atento a sus palabras. La ginecóloga los miraba a ambos con disconformidad, como si no estuviera de acuerdo en algo. —Los análisis los tendremos esta noche, haremos que nuestra gente se mueva lo más rápido posible —dijo la doctora y el pelinegro, esposo de la otra paciente, asintió. —Dales tu número, Aria —ordenó Daniel y la piel se me erizó. —¿Para qué? —Los miré con recelo y la mujer se acercó a mí con una sonrisa maternal. Era una mujer de al menos treinta y cinco años, ambos señores se veían mucho más maduros que nosotros. —Nosotros empezamos el tratamiento porque no podemos tener hijos. — No me gustó sus palabras—. Su novio está dispuesto a dar a la criatura en adopción en caso de que los resultados sean positivos. Y como si me hubieran lanzado de un décimo quinto piso, algo dentro de mí se rompió en mil pedazos al escuchar las palabras de esa desconocida. —Lo siento —solté de pronto, sintiéndome muy mal, y retrocedí abandonando el consultorio. Había pensado en hacerme una ecografía pero ahora sólo quería salir huyendo—. Pero hay un error, él no es nada mío y si termino o no embarazada es asunto mío.

No me detuve a mirar a ninguno de los presentes y desee con todas mis fuerzas tener a Andrés aquí, me sentía tan desorientada que no sabía a quién acudir o qué hacer. Desde que tenía uso de razón no había dejado de renegar para mis padres por ser tan ajenos a sus hijos, por lo que jamás sería capaz de regalar un hijo mío por más problemas que este representara para los demás. —¡Aria! —Me sujetó del brazo con firmeza y nuevamente me vi siendo arrastrada hacia su auto—. ¿Qué carajos haces? ¿No ves que esos señores son nuestra salvación? —farfulló en mi oído y me metió a su auto con brusquedad. Él no me dejaría ir hasta que supiera si estaba o no embarazada. Se dirigió a una farmacia y compró dos pruebas de embarazo caseras y una botella de agua para después lanzar todo a mi regazo y ponerse nuevamente en marcha. —Bébelo, quiero que te las hagas al llegar. —No quiero —espeté con firmeza y él frenó de golpe, sin importarle provocar un accidente por su imprudencia. —¡¿Crees que esto es un juego?! —bramó, golpeando el volante, y tirité amedrantada—. Te harás estas pruebas y punto, puede que a ti esta noticia te caiga como anillo al dedo, pero si hay algo que debes saber: es que un niño no deseado no cambiará mis planes, ¿entiendes? ¿Qué planes?, ¿era esa la razón por la que estaba tan alterado? Empecé a beber el contenido de la botella y cuando estuvimos en su casa, me metió al baño de la primera planta anunciándome que estaría esperando. Los primeros quince minutos no pude hacer nada y cada cinco Daniel llamaba a la puerta; no obstante, ahora que veía como dos líneas se marcaba en el artefacto blanco no podía dejar de llorar. La puerta no había dejado de sonar desde que había tirado el agua y agradecía eternamente que se pudiera poner seguro desde adentro, lo menos que

quería era verlo. —Ábreme —ordenó del otro lado de la puerta y permanecí en mi lugar. Sabía que las pruebas podían fallar, pero no era partidaria de engañarme a mí misma. Tendría un bebé dentro de poco y esta noche los análisis sólo me confirmarían lo inevitable. —Aria... —Salió positivo, ahora lárgate. Y por las siguientes horas, hasta que la luz del día se marchó, permanecí estática en mi lugar mirando a la nada. Sólo me atreví a salir del baño cuando escuché como él se iba en su auto seguramente a recoger los análisis. Viendo las dos maletas totalmente iguales en medio de la habitación, me senté en la cama y esperé que él regresara. Daniel estaba listo para echarme y para huir, algo demasiado fácil para él porque yo no podía dejar la mitad de mi cuerpo aquí e irme contenta con la otra mitad. No supe cuánto tiempo transcurrió, pero él apareció bajo el umbral de la puerta y prendió la luz haciendo que mis ojos me ardieran. Ya no estaba alterado pero en su rostro no había emoción alguna mientras me tendía el sobre cerrado que trajo consigo. No tuve más remedio que abrirlo frente a él. No obstante, ni siquiera lo había desdoblado cuando él soltó una noticia que hizo que mi corazón se hiciera añicos. —Estoy prometido, tengo que volver a Londres porque la mujer con la que debo casarme me está esperando. Las ganas de vomitar me invadieron. Estaba prometido y se estuvo acostando conmigo poniéndome a mí como la otra, como un punto de desfogue mientras su novia seguramente estaría organizando su boda en Londres. Oh por Dios, ¿qué demonios estuve haciendo todo este tiempo? ¿Cómo pude ser tan inconsciente de enrollarme con un completo desconocido?, ¿por qué tuve que confiarme y enamorarme de un hombre como

él? Era un traidor, un mentiroso y un asqueroso sin corazón. Lo había puesto en un pedestal que no merecía sólo porque me dio toda la atención que llevaba anhelando desde que tengo uso de razón, me había comportado como una niña estúpida y terminé ilusionándome con el hombre equivocado. Él no era digno de nada, ni de mi confianza ni de mi amor, por lo que ya era hora de que despertara y empezara a mirar hacia adelante que bastantes pruebas me estaban esperando. Desdoblé la hoja sin prestarle atención y mi pulso se disparó al ver los resultados. Estaba embarazada, no tenía ni puta idea de lo que haría con mi vida y ahora debía pensar en la de mi hijo. Volví a cerrarla y me incorporé, en este lugar ya todo estaba dicho y no tenía tiempo ni energía para perder. Su mano apresó mi brazo con una delicadeza que me asustó. —Ten. —¿Una tarjeta? ¿Serían sus datos?—. Ahí está el número del señor que quiere adoptarlo. —Reí sin humor alguno. Claramente estaba esperando mucho de una basura como él—. Es lo mejor, Aria, eres muy joven y yo no puedo quedarme con él ni mucho menos contigo. Ellos tienen un trabajo estable, propiedades y le darán todo lo que tú no... —¿Lo que yo no puedo darle? —Pregunté con dureza deseando locamente decirle que era una Rivers y por su bien no volviera a ponerse frente a mí en su mísera vida—. ¿Y por qué no se lo das tú? Por lo visto tienes dinero de sobra. — No era como si fuera a entregarle a mi hijo a un hombre como él, pero quería saber hasta donde sería capaz de llegar Daniel. —Sabes que no puedo. —Suerte con tu boda. —Tiré de mi maleta, zafándome de su agarre, y los nervios se me pusieron de punta cuando me rodeó por la cintura con su brazo y su palma quedó sobre mi vientre—. ¡No vuelvas a tocarme! —vociferé fuera de sí, empujándolo con todas mis fuerzas y por primera vez en todo el día pude verlo más humano, la rabia lo había abandonado y en sus ojos sólo había

frustración. —¿Crees que es fácil para mí? Yo no quería esto. —Debiste pensarlo antes de ser tan cabrón y engañar a tu prometida — solté con rencor—. Me das asco, ¡me engañaste y la engañaste a ella! Dijiste que era tu compañera de trabajo. ¡Dijiste que eras soltero! —No tengo por qué darte ninguna explicación. —Endureció su semblante, indicándome que no me metiera en sus asuntos. —No te la estoy pidiendo —aclaré—. Lo último que quiero es escuchar tus lloriqueos. —¿Qué harás con... —dirigió una mirada recelosa a mi vientre— eso? ¿Eso? Vaya... al parecer él aún no asimilaba que había engendrado un bebé. —No es asunto tuyo. —No puedo mantenerte conmigo, Aria, tú... —¿Yo qué, Daniel? —Las lágrimas saltaron a la vista y la impotencia me invadió, ¡¿qué era lo que estaba mal conmigo?! —¡No eres nada! ¡No tienes nada! La mujer con la que voy a casarme me dará el poder que anhelo. Mariam tiene todo lo que necesito para superar a Andrés Rivers, ¿no lo entiendes? Yo quiero progresar, quiero crecer, anhelo darles una vida arreglada a mis hermanos y quedándome contigo lo único que conseguiré será retroceder todo lo que estuve avanzando por años. Y era aquí cuando agradecía no haberle dicho que era una Rivers. Daniel era un interesado, un hombre sin escrúpulos que se estaba uniendo a una mujer por su dinero sin importarle serle infiel desde un principio. —Lo menos que necesito es un hijo tuyo, Aria. Auch. Cada una de sus palabras era como un puñal directo al corazón, estuve muy equivocada al creer que era un hombre maravilloso. Esta persona... era igual de desagradable que mi padre. Y yo... era una mujer muy malvada cuando me lo proponía.

—Lo que tú necesitas, Daniel: es humildad, no algo que te infle ese ego que tienes porque ¿sabes algo? —Lo miré despectivamente de pies a cabeza—. Podrás generar fortuna, un imperio y todo lo que desees, pero siempre serás un muerto de hambre. —No retrocedí cuando me sujetó del brazo con brusquedad —. Porque aun teniendo todo lo que tienes, sigues buscando limosnas, nunca te bastará y te arrastrarás ante cualquiera con tal de conseguir lo que quieres. Hoy es dinero, pero mañana será amor, tenlo por seguro. Me zafé de su agarre y salí de esa casa sin saber exactamente como me sentía. No podía decir que me sentía vacía, en mi vida me había sentido tan llena y acompañada, por lo que al menos estaba segura que nunca más volvería a estar sola. Él tendría una boda y el niño que tenía en el vientre no formaría parte de la vida de su padre; pero sí que formaría parte de la mía porque no pensaba regalárselo a nadie. Mi hijo era mío y de nadie más. Subí en el primer taxi que hice parar y en el hotel di claras instrucciones de que nadie podía enterarse que estaba hospedada allí, ni siquiera mi padre. Necesitaba tiempo para pensar y ya pondría en marcha mi primer plan. Amaba a Andrés, pero no acudiría a él, me había equivocado respecto a la reacción de Daniel y no me creía capaz de soportar el rechazo de mi hermano también. Mirando a la nada desde la ventana de mi alcoba con el celular pegado al oído, aguardé porque alguien me contestara y una sonrisa se dibujó en mi rostro al oír aquella voz que tanto extrañaba. —Mel... Tenía que intentarlo, Melody y Alex eran las únicas personas que conocía y en las que podía confiar por ahora. Estaba dispuesta a luchar, pero no podía ocultar el terror que me daba la idea de hacerlo totalmente sola.

Vine a Miami por una aventura y había conseguido una que me acompañaría por el resto de mis días y me enseñaría mucho de la vida.

Capítulo 13 DANIEL. —Estás actuando extraño, desde que llegaste de Miami has estado evitándome incluso más que cuando te llamaba —refunfuñó la morena que tenía en frente con las manos puestas en jarras a la altura de su cintura y volví a clavar la vista en mi laptop. —Vete, Mariam, estoy trabajando. —¿Cuándo pedirás mi mano? —insistió y la cabeza empezó a dolerme sin control alguno—. Dijiste que cuando regresaras de Miami hablarías con mis padres y ha pasado un mes desde entonces. Un mes... un mes en el que no había obtenido noticia alguna de Aria y mi hijo. El detective que contraté no podía encontrarla y no podía culparlo por ello, ¡no sabía nada de Aria! Ni siquiera había visto con qué nombre estaban los análisis que recogí la última noche que la vi, cuando eché todo a perder al no darme cuenta que estaba dejando a mi hijo sin protección alguna. Ahogué una maldición cuando Mariam se sentó en mi regazo y con mucha delicadeza la obligué a levantarse. —¿Por qué no te gusta que te toque? Antes solías cooperar —farfulló irritada y me froté el puente de la nariz con frustración. —Terminamos el día que me fui a Miami y no recuerdo haberte dicho que quería volver —le recordé con molestia y ella se cruzó de brazos con suficiencia. —Ambos sabemos que te casarás conmigo, me necesitas para que mi empresa de textiles se una con tus centros comerciales y por fin tu fortuna esté valorada por encima de la de Rivers. Por algo volviste, ¿no? Si no fuera así te habrías quedado con la zorra que te conseguiste en Miami. —No es ninguna zorra. —Una mirada bastó para que no añadiera nada más en contra de Aria—. Y largo, te dije que aún no estaba seguro si quería casarme

contigo. Estaba en serios conflictos, una parte de mí sabía que debía casarme con Mariam en unos meses, pero la otra sólo quería encontrar a mi hijo y no aceptaba la idea de unirse a otra mujer hasta tenerlo a mi lado. Cuando me sentí mucho más tranquilo después de recibir la horrible noticia del embarazo no planeado de Aria —una semana después—, me di cuenta que no debí haber dejado a mi hijo con una joven que, para empezar, no tenía trabajo y sabía muy poco de la vida. Ahora sabía que lo mejor habría sido quedar con Aria en una mensualidad, así yo sabría que ambos estaban bien y que a mi hijo no le faltaría nada; no obstante, ahora sólo sabía que sería padre y si no me apresuraba nunca más volvería a saber de mi primer hijo. Mariam se fue y por el siguiente mes sus visitas fueron constantes y exigentes, quería que pidiera su mano y la respuesta siempre era la misma. No me casaría con ella, la idea de unirme a una mujer como esa me parecía escalofriante y más ahora que desde hace dos semanas Aria me visitaba en mis sueños con frecuencia. El tiempo no dejaba de pasar y tenía miedo, no quería que ella siguiera mi consejo y regalara a mi hijo. Lo quería conmigo, yo amaba a esa criatura y me arrepentía de cada una de mis palabras. Nunca debí verlo como un estorbo, fue un accidente lo que nos llevó a engendrarlo y tanto Aria como el niño eran inocentes. —No hay noticias, Daniel. Estuvimos toda la semana caminando por Miami y el único dato que conseguimos es que se llama Aria Johnson —espetó mi hermano, quien sabía lo que había hecho y se ofreció a ayudarme—. Pero Abel entró a una base de datos para poder encontrarla y ninguna de las Aria Johnson que encontramos coincide con las características físicas que nos diste. Ya te enviamos las fotos a tu correo y lo sabes mejor que nadie. —Lo sé. —Alboroté mi cabellera frustrado y bebí mi whisky de un solo

trago—. ¿Qué haré? Ya pasaron dos meses y tengo miedo, nunca me puse a pensar en que ella podría huir de Miami. Yo... —Creíste que te esperaría, que la necesidad la llevaría a esperar que te arrepintieras —agregó mi padre con voz dura y bajé la mirada—. Aún no me lo puedo creer que abandonaste a una joven embarazada, ¿qué demonios te sucedió? Carlos me miró con curiosidad, como si realmente quisiera saber sobre el tema, y mi padre se mantuvo inescrutable esperando mi respuesta. —Tenía que casarme con Mariam, ustedes saben que es... —¡Pues no necesitabas rechazar a mi nieto para casarte con Mariam! — Tanto mi hermano como yo bajamos la mirada. Pocas veces nuestro padre nos alzaba la voz y sólo lo hacía cuando actuábamos verdaderamente mal—. Tu eres libre de arruinar tu vida con quien se te dé la gana, pero no tenías el derecho de condenar a esa joven y al bebé. ¿Te pusiste a pensar en el miedo que ella atravesó al saberse embarazada de un idiota como tú? Sus palabras dolían, pero era normal que él estuviera tan frustrado conmigo. Le había fallado y en el fondo tenía razón, sólo me puse a pensar en Aria cuando esta empezó a aparecer en mis sueños. —Quiero encontrarla, les daré todo lo que necesiten. —Ellos necesitaban tu apoyo —farfulló—. He hablado de este tema con ustedes desde que son unos mocosos y todas mis palabras se han ido con el viento, Daniel. —Quise servirme un poco más de trago, pero mi padre me quitó la botella con enojo—. Deja de beber, mañana Milenka vendrá a verte aunque le hayas dicho que no y no quiero que mi hija vea a su hermano en un estado deplorable. Cierto... mi hermana llevaba semanas buscándome y ya no podía seguir escondiéndome. —Creo que empezaremos a buscar en Londres —dijo Carlos tratando de

aligerar el ambiente y mi padre suspiró. —Busquen donde quieran. —Me miró a los ojos—. Y por tu bien encuéntralos, porque tu chistecito va a arruinarte la vida. Se marchó sin despedirse de ninguno de los dos y Carlos me fulminó con la mirada. —Por tu culpa está molesto conmigo —se quejó como si fuera un niño pequeño y rodé los ojos con cansancio. —De pequeño provocabas lo mismo, así que aguántate —Me froté el rostro con cansancio—. ¿Crees que la encuentre? —¿Te vas a casar con la bruja de Mariam? —me contestó con otra pregunta y suspiré. —Aún no estoy seguro. —¿Por tu hijo? —Sí. —Fui sincero, pero no le dije que a medida que pasaban las horas, los días y mis noches, no podía dejar de pensar en la mujer que me hizo tan feliz en tan sólo dos meses. —Y si lo encuentras ¿crees que ella te lo entregará así como así? Por lo que me dijiste no tenía la más mínima intención de dar al niño en adopción cuando a ti te pareció la mejor idea. —El sólo recordar que fui yo él que sugirió tal cosa hacia que el pecho me ardiera—. O peor aún, ¿crees que Mariam lo aceptará?

*** —Cómprame esos tacones, Daniel —pidió Milenka señalando una cosa puntiaguda de quince centímetros y la miré horrorizado. —¿Para qué demonios quieres un arma punzante? —¡Daniel! —chilló histérica y seguí caminando por el centro comercial. —Elige otra cosa, no dejaré que te pongas esas cosas, eres una niña. Además si mi teoría era la correcta, esos tacones ya habían pasado de

moda. —Daniel, no seas malo, Carlos y papá tampoco quisieron comprármelos; anda, ¿sí? No seas malo. —Me sujetó del brazo con un tierno mohín en los labios y lancé un suspiro lleno de resignación. Odiaba decirle que no porque sabía cómo se sentía uno al querer algo y no poder tenerlo; y era justamente esa razón por lo que observaba como mi hermana se medía los tacones rojos con una radiante sonrisa en el rostro. Era una tienda de zapatos y por ende no pude evitar caminar por la sección que estaba asignada para los niños. Había de todos los colores pero era fácil saber cuáles eran para niñas y cuales eran para niños. Uno de los empleados me seguía en caso de que quisiera comprar algo y no tuviera que estar esperando, pues al ser el dueño del centro comercial todos los dueños de la tiendas procuraban atenderme con respeto y mucho cuidado. —Me gusta este. —Rápidamente busqué a la dueña de aquella vocecilla y me encontré con una niña de al menos cinco años sujetando un tenis blanco con detalles rosados y dorados a ambos lados. Junto a ella estaba su madre que no era tan adulta y un niño de unos ocho años, seguramente su hermano. —Déjame verlo —dijo la madre y empezó a buscar el precio del mismo. Reconocí su gesto a pesar de estar a varios metros de distancia. Mi madre lo había hecho por años en cada cumpleaños cuando Milenka debía escoger su regalo—. Este también es bonito. —Le mostró otro tenis, uno que era totalmente rosado y no tenía los detalles que seguramente tendrían encantada a la niña—. Este combina con tu vestido, con estos te verás muy mona en tu cumpleaños. Con disimulo observé una pequeña zapatilla celeste y miré de reojo al niño, quien estaba tan aburrido como lo estaría cualquier hombre en un día de compras. Claramente estaban allí sólo para comprarle un zapato a la pequeña por su fiesta de cumpleaños. En un determinado momento uno de los empleados sacó un modelo exclusivo de Nike para futbolistas y lo puso en la repisa que estaba frente a la

familia. Ver esa escena no me trajo muy buenos recuerdos porque ese niño sabía que por más que quisiera ese par de tenis no podría tenerlo y que lo más importante ese día era buscar el zapato perfecto para su hermana. Llamé al empleado con un gesto de mano y le ordené que sin hacer mucho revuelo le dijera a la señora que se había ganado un premio al ser el cliente número cien del mes y que todo lo que comprase sería gratis, que yo cubriría todos los gastos. El chico me miró con incredulidad pero siguió mi orden al momento, no sin antes decirle a la encargada de la tienda, y por los siguientes diez minutos me sentí realmente feliz al ver a los niños contentos corriendo por la tienda con diferentes pares de zapatos en la mano. La mujer tuvo que sujetarlos de las manos para que se quedaran quietos y aceptó llevarse los pares que se le ofrecieron junto a unas playeras para el niño. Pedí que le llevaran zapatos que a ella pudieran gustarle y la madre también escogió dos zapatillas planas que se veían bastante cómodas y sencillas. Toda esa escena me hizo recordar una cosa; si no encontraba a mi hijo, quizás Aria no podría darle todo lo que yo podría darle y él sufriría lo mismo que yo sufrí en mi infancia: necesidad. —Creo que mejor me regalas este lindo bolso. —Salí de mi ensoñación cuando Milenka se plantó delante de mí y enarqué una ceja al ver el bolso blanco. Era muy bonito. —¿No pudiste caminar con tus dichosos tacones? —pregunté con diversión dejando el pequeño zapatito en su lugar. —Ni un solo paso. Carlos tenía razón, son un intento suicida. —¿Por qué no me esperas en mi coche? —Le entregué la llave—. Estaré contigo en cinco —espeté observando como la señora recibía sus compras. —Te espero.

Cancelé mi cuenta sin objeción alguna y ladeé la cabeza al percatarme que el bolso de Milenka valía más que los tres zapatos que el niño se escogió. Esa niña era un caso perdido, posiblemente estaba creando un monstruo. Pero uno muy lindo. —Desde que llegaste de Miami has estado actuando extraño —comentó Milenka con cierto nerviosismo y la miré con curiosidad, ella jamás me hablaba en ese tono tan inseguro. —¿Por qué lo dices? —No estás yendo a trabajar, papá está molesto contigo y mamá se la pasa llorando todos los días, ¿qué hiciste? Normalmente sueles ser el orgullo de nuestros padres. Genial... ahora mamá también estaba enterada de que tenía un nieto en crecimiento en cualquier parte del mundo. Los había decepcionado y me dolía profundamente haberlo hecho. —Además te ves muy mal, pareces estar muy triste. —No es algo que pueda hablar contigo —contesté con cautela y Milenka retiró la mirada hacia la ventanilla. —¿Es por Mariam? —No. A decir verdad adoraba no tener que verla todos los días ni mucho menos tener que sentir su horrible perfume. —Qué bueno —suspiró mi hermana con verdadero alivio—. El otro día vino a casa y habló con nuestra madre por horas, asegura que estás confundido y no sabes lo que haces porque estás replanteándote la idea de casarte con ella. —¿Y qué dijo Anne? —No me sorprendía que Mariam hubiese llegado a esos extremos. —Que quizás debería aceptar que su relación no tiene futuro y que busque a un hombre que la quiera de verdad porque tú no eres ese. Le dijo, literal: Si yo

fuera tú, ya habría dejado a Daniel desde hace un año. ¿Puedes créelo? Y sólo llevan saliendo un año y dos meses. —Se rio con diversión y maldije entre dientes, mi madre estaba furiosa conmigo y no tomaría bien una visita mía por ahora—. Papá dijo que la evitáramos, que no tienes claro si quieres casarte con ella. ¿Con ella o con su dinero? Hace medio año la idea de un matrimonio con Mariam me había parecido espectacular, casi la mejor que pude haber tenido en años, pero ahora... sólo quería volver a ver a Aria y saber que estaba bien. —¿Papá te contó lo que pasó con los Rivers? Eso captó mi atención, hace meses que no sabía nada de Andrés y la última vez que hablamos me dijo que me buscaría cuando tuviera tiempo. —No, ¿qué sucedió? —Evité desprender la vista del camino. —La hermana menor de Andrés desapareció, la están buscando por todas partes pero no hay señal alguna de ella. Dice que Diego no quiere dar parte porque está seguro que es una rebeldía de su hija, según papá esa chica tendría que estar trabajando en el hotel desde hace mucho. Vaya... nunca me habría imaginado que la hermana de Andrés sería tan problemática. Según él: era un pan de Dios. —¿Sabes cómo se llama? Andrés nunca quiso darnos ese dato. Por muchos años él mantuvo muy bien oculta a su pequeña hermana. —No, pero papá dijo que a Diego no le gusta hablar mucho de su hija. Eso explicaba porque Andrés andaba tan desaparecido, él adoraba a su hermana y seguramente la estaría buscando como loco dado que al imbécil de su padre le estaría valiendo un comino el paradero de la joven. —Creo que mamá está molesta conmigo, ¿qué te parece si te dejo aquí? — pregunté con una sonrisa traviesa, aparcando el auto en la entrada de nuestra casa, y Milenka se burló de mí con un gesto divertido. Mi hermana no tenía la más mínima idea de independizarse, adoraba vivir

con mis padres y yo sabía que era por mera comodidad, pues papá le había dicho que el día que se fuera ella tendría que aprender a administrar su propio dinero tanto como a ganárselo. —Como quieras —dijo, mirando el gran portón, y antes de bajarse aferró sus manos contra su nuevo bolso donde ya había depositado sus cosas—. ¿Sabes…? Hay algo que debo decirte. Me preocupé, ¿podría ser que estuviera metida en algún tipo de problema? —Puse mi cámara entre tus cosas antes de que te fueras a Miami, quería que la usaras para sacar algunas fotos. —¿De verdad? —Fruncí el ceño—. ¿Y cómo es tu cámara que no recuerdo haberla visto? Milenka me miró con timidez y rápidamente sacó un estuche negro de su bolso. Era pequeña, no la cámara profesional que usaba en casa. —La compré hace poco, es antigua y no salió tan costosa. Es cómoda y pensé que podría servirte. —En realidad creo que mi celular podría tomar mejores fotos que esto — bromeé y ella rodó los ojos con molestia—. No la usé, ¿cómo la recuperaste? ¿La sacaste el día que llegué? Asintió con nerviosismo y guiado por la curiosidad, abrí el estuche encontrándome con algo que conocía muy bien, porque esa era la cámara que Aria estuvo usando en cada uno de nuestros paseos y que a mí me había parecido anticuada. —¿Es por ella que estás así?, ¿es esa rubia la que te hizo cambiar de parecer respecto a tu boda con Mariam? No me atreví a mirarla, lo menos que quería era que mi hermana descubriera que había engañado a dos mujeres, si bien cuando conocí a Aria yo había cortado con Mariam, en el fondo mi intención era volver para desposarla, por lo que simplemente me había tomado un descanso.

Prendí el pequeño artefacto y entré a galería sin importarme que Milenka estuviera a mi lado, estaba seguro que ella ya habría visto lo necesario y yo necesitaba con urgencia ver el rostro de Aria. No obstante, parpadeé varias veces cuando lo primero que apareció fue un video donde salía dormido en el... avión. —Ahí te pintó la cara, decía que eres un imbécil amargado. Que tanto café te estaba cayendo muy mal. Ah, y habló algo de que tu sueño era ligero con sarcasmo mientras te pintarrajeaba la cara —susurró mi hermana, azorada, y la nostalgia me invadió. Empecé a pasar las imágenes y mi pulso se disparó cuando ella empezó a aparecer, siempre con una radiante sonrisa y a veces conmigo a su lado sonriendo a la cámara—. ¿Por qué no sé nada de ella? —Quiso saber y no fui capaz de decirle que estuve usando a esa mujer, ni mucho menos que era la madre de mi primer hijo—. Es... tan hermosa. No podía negarlo, pero sí podía decir que ese adjetivo le quedaba corto. Ella había tomado la cámara y la había usado como propia para dejarme un recuerdo suyo y lo hizo cuando pensaba que era un buen hombre, alguien que valía la pena y con quien sería hermoso tener algo más que un simple amorío. Mis manos empezaron a temblar al darme cuenta que quizás estas fotos podrían ayudarme a encontrarla, que posiblemente con ellas podría llegar a Aria con mayor facilidad. Mi respiración se cortó al llegar a unas fotos mías donde estaba tumbado en la cama boca abajo y mis brazos desnudos a los lados. Tenía la cabellera alborotada y podría jurar que las tomó después de que hiciéramos el amor. Milenka carraspeó recuperando mi atención y haciendo que cambiara de foto con rapidez. —Hay más y también tienes unos cuantos videos —soltó con un hilo de voz y nervioso seguí pasando las imágenes, conocía a Aria y temía que hubiera hecho muchas travesuras con la cámara. Llegué a un video donde se podía apreciar la cama en un plano general y la piel se me erizó.

—Yo... no vi los videos porque... —Se rascó la nuca, ruborizada—. Ella... velo por ti mismo. —Abrió la puerta, saltando del auto para huir de mí. —¡Milenka! —la llamé desesperado y ella se acercó a la ventana. —Te juro que no vi nada malo, sólo las fotos —confesó sonrojada y lamenté haberla puesto en una posición tan incómoda. —Gracias —le dije con verdadera nostalgia y ella me sonrió. —Ella me agrada. Y fui un imbécil y la perdí. Milenka ingresó a la casa de nuestros padres y lejos de irme fui a la carpeta de videos. Necesitaba oír su voz, verla y, aunque sea así, sentir que la tenía cerca. —Mi sueño es ligero, soy capaz de sentir todo lo que sucede a mi alrededor. Me reí, admito que no debí haberme jactado de algo que no sabía. Aria hizo unos gestos hacia la cámara y mi pulso se disparó al recordar el primer día que la vi, quitándole un libro a un niño que estuvo molestando a su hermana por al menos veinte minutos. —Eres un fanfarrón. Amargado, el café se está filtrando por tus venas. Por cierto, no soy una ladrona —hizo un mohín—. Sólo quiero que sepas que eres un aburrido y como no nos volveremos a ver preferí usar tu cámara. Una turbulencia hizo que la imagen temblara y ella jadeó, angustiada. El video se cortó y me imaginé lo asustada que debió haber estado en ese momento abrazándome como si de eso dependiera su vida. No aceptaría sus palabras, nosotros nos volveríamos a ver y de ser preciso le rogaría para que me diera una oportunidad; porque sí, no pensaba seguir engañándome: la amaba, amaba a Aria Johnson y si tenía que gastar toda mi fortuna para encontrarla lo haría, sólo estaría en paz cuando tuviera a mi mujer e hijo a mi lado.

Podría subir en las redes que la estaba buscando, pero estaba seguro que a ella eso no le gustaría por lo que primero tendría que gastar todos mis recursos. Seguí observando los videos. —Hola, Daniel... —dijo Aria, sacudiendo la mano y barrió la alcoba con la mirada—. Cuando veas este video será una de dos: o querrás matarme o te reirás al recordarme. Sé que no quieres guardar nada de mí en tus recuerdos, pero... no sé, yo quisiera que me tengas presente —confesó apenada—. Sólo... no me odies, ¿de acuerdo? Recuerda que después de Miami no volveremos a vernos. —Guiñó el ojo. Empecé a respirar con dificultad al ver como respingaba y yo entraba a la alcoba. Ella llevaba una de mis camisas, esas que en mi momento de rabia se las había quitado para que ella no tuviera nada para recordarme. Sabía lo que vendría, primero la besaría, luego la desvestiría y me arrodillaría ante ella para empezar a beber de su elixir. Era un video bastante erótico y era por eso que ella en ningún momento dejaba que su rostro se viera en la cámara. Era un video para mí, para que yo pudiera ser testigo de lo dichoso que era estando entre los brazos de esa mujer, una mujer que se enamoró de mí y a la que le fallé de la peor manera posible. Ella había dicho que podría enojarme o reírme al ver este video, pero al parecer Aria no se imaginó que sólo conseguiría que más de una lágrima se deslizara por mi mejilla al darme cuenta del gran tesoro que había perdido por ir en busca de más oro.

Capítulo 14 —¿Es ella? —preguntó Carlos con los ojos abiertos de par en par y me miró con sorpresa. —¿Crees que sirva? —respondí con otra pregunta, estaba ansioso, necesitaba respuestas sobre el paradero de Aria. —Dios, es preciosa, ¿cómo pudiste hacerle tanto daño? —dijo con incredulidad, observando el hermoso rostro de Aria. —Carlos... por favor. —No necesitaba que me siguiera recordando lo imbécil que fui. —No sé por qué, pero se me hace familiar —musitó con recelo, detallando los rasgos de Aria. —¿La conoces? —La boca se me secó, ¿podría ser que fuera amiga de alguno de sus conocidos? —No directamente —ladeó la cabeza, desconcertado—, no soy tan idiota como para olvidar un rostro tan bonito —me acusó con la mirada y me froté el puente de la nariz con cansancio. —¿Sirve o no sirve? —exigí saber con molestia al ver que ese idiota sólo estaba admirando a la mujer de mi vida. —La información que tenemos es muy escasa, Daniel. Abel no puede hacer nada con un simple nombre, pero hablaré con él y le mostraré esta foto. Abel era el mejor detective de Londres, estaba seguro que esa foto sería de mucha ayuda. Me urgía encontrar a Aria, sabía que a partir de ese momento nada sería sencillo; ella era una mujer orgullosa y tenía todo el derecho del mundo de odiarme y desconfiar de mí; sin embargo, con paciencia y perseverancia podría demostrarle que aquel día las cosas se salieron de mi control, nunca fui un hombre violento ni mucho menos desapegado a los míos, fue el miedo que me llevó a consumir mi cordura en las llamas de la desesperación y por eso actué

como actué. Amaba al bebé que venía en camino y amaba a la mujer que lo portaba en su vientre, eran las personas más importantes de mi vida y no descansaría hasta dar con ellos y brindarles todo el apoyo que debí haberles dado desde un principio.

*** Alemania, Berlín. —¿Estás segura que estás embarazada? —inquirió Melody, ceñuda, y me reí por milésima vez en el día mientras asentía. —Sí. —Pero... —titubeó, pero luego continuó—. Tienes dieciocho semanas de embarazo y tu vientre sigue igual. —Eso no es cierto —acaricié mi pequeña barriguita y Melody parpadeó varias veces con irritación. ¿Es que acaso quería verme rebotar de una vez por todas? —Mel, el doctor ya nos explicó que no todos los embarazos son iguales y hay mujeres a las que el estómago les crece de un momento a otro —dijo Alex desde la cocina y asentí dándole toda la razón. Pronto se cumplirían cuatro meses desde que llegué a Alemania y Alex me abrió las puertas de su apartamento. Debo admitir que fue de mucha ayuda porque si bien en Miami saqué todos mis ahorros de mi cuenta de banco y un poco de dinero de las tarjetas de crédito de mi padre, no estaba segura si eso bastaría para cuidarme sola durante mi embarazo. Alex no sólo me había dado un hogar, sino compañía y protección; esa que anhelaba recibir de mi hermano pero no me atrevía a buscarlo. —Muy bien, siéntate en el sofá, Mel, pondré la pizza en la mesa —dijo Alex, trayendo consigo una caja y una soda para que podamos cenar mientras

veíamos una película. Mel le hizo caso al instante y se sentó a mi lado, entrelazando nuestros brazos, dejándome en medio de ambos hermanos. Fue una verdadera sorpresa enterarme de aquel hecho y me sentí un poco estúpida por no haberlo pensado con anterioridad. ¡Melody y Alex eran hermanos! Pero... ¿Por qué tenían diferentes apellidos? Alex sólo me dijo que los separaron cuando eran niños, después no quiso profundizar en el tema y yo no insistí con ello. —Muy bien, aquí tienen su cena. —Alex nos entregó unos platillos con un pedazo de pizza y contenta le di un buen mordisco a mi porción lanzando un sonoro gemido. —Me moría del antojo —confesé y él me miró con enojo. —¿Por qué no me lo dijiste? La habría comprado desde hace mucho, no puedo comer este tipo de comidas con frecuencia pero sí que te puedo comprar lo que quieras. —Gracias —musité sintiéndome muy sensible y Mel se rio por lo bajo. —Ya va a empezar. Alex, ten cuidado con lo que dices que luego Aria anda lloriqueando por el apartamento. —Es el embarazo. —La fulminé con la mirada, cambiando repentinamente de humor, y a los minutos nos encontramos viendo una comedia romántica en silencio. Como ya le había agarrado confianza y costumbre, para mí era de lo más normal apoyarme en el pecho de Alex mientras que Melody se apoyaba en mi brazo, ambas muy cómodas sin interesarnos el estado de Alex. La mano de Alex siempre se alojaba donde mi cuerpo iba perdiendo forma, pues efectivamente estaba perdiendo cintura, pero lejos de molestarme o incomodarme, me relajaba. A veces me preguntaba cómo habría terminado todo si me hubiera enamorado de Alex, quien descubrió sobre mi embarazo un día que Melody se iba paseando con la ecografía y él ingresaba al apartamento con

las compras. Había esperado que se molestara, creo que la susceptibilidad había podido conmigo por meses, pero él sonrió y me felicitó. Me preguntó cómo me sentía y también por qué no se lo había dicho y entonces Melody le contó lo de Daniel provocando que él quisiera matarlo. Desde ese momento Alex siempre iba con nosotras a las ecografías, a veces sentía miedo, no quería que él se hiciera falsas esperanzas; y otras... otras deseaba besarlo y descubrir si sería capaz de sentir con él todo lo que alguna vez había sentido con Daniel. Pero no... No usaría a Alex, él merecía algo mucho mejor y por eso lo había mandado a la friendzone de entrada y él lo había aceptado; sin embargo, el castaño era demasiado sobreprotector porque incluso así siempre cuidaba de mí y mi hijo. Cuando la película hubo terminado, Alex siguió la rutina de todos los viernes de películas y cargó e Melody en brazos para llevarla a su alcoba y luego volver por mí, que si bien estaba despierta prefería simular que dormía para que también me llevara en sus brazos. Era infantil, pero cuando Andrés había hecho eso en mi infancia siempre me había sentido muy feliz, por lo que ahora usaría a Alex para que ocupara ese lugar. —Sé que estás despierta —me dijo cuándo me dejó sobre el mullido colchón de mi cama y elevé la comisura de mis labios. —Gracias por traerme —solté con descaro, separando los párpados, y él ladeó la cabeza con diversión. —Vamos, ponte tu ropa de dormir y métete a la cama. —Dormiré así. No se me apetecía moverme e igual estaba con ropa deportiva, por lo que no sería tan incómodo. —Aria... te prohibiré juntarte con Melody, estás peor que ella.

Solté una ronca carcajada y me estiré, dejando que mi pequeño vientre quedara a la vista. —Estás huyendo de tu casa, quiero saber por qué. Toda diversión desapareció de mi semblante y rápidamente me incorporé, mirándolo horrorizada. Alex me miraba con seriedad y estaba cruzado de brazos, esperando una respuesta que valiera la pena. —Alex... yo... no sé cómo enfrentarlos —confesé con un hilo de voz y se sentó en la orilla de la cama—. Fallé, me dieron su confianza y mira como terminé. Seré madre de un niño en unos meses y no sé nada del padre de mi hijo, sólo que no lo quiso y deseó darlo en adopción. Volveré —dije con rapidez antes de que malinterpretara todo—, no pienso huir de ellos, pero no sé si estoy lista. No quiero llegar y que me pisoteen, soy una Rivers y pienso luchar contra mi padre y mi hermano. —Tu hermano está muy preocupado por ti, esta mañana hablé con Nicholas y se me ocurrió preguntar por él y fue ahí cuando me comentó sobre tu desaparición. Te seré sincero, Rivers podrá ser un dolor de cabeza para cualquiera; pero estoy seguro que él estará de tu parte siempre, eres lo que más ama, Aria. —Lo llamaré —le prometí con un hilo de voz, analizando sus palabras, quizá Alex tenía razón, Andrés nunca me había dado la espalda en nada, siempre fue un apoyo para mí y a pesar de eso, yo había desconfiado de él en esta etapa de mi vida en la que más lo necesitaba. —Tú estás lista para volver, Aria, es sólo que no quieres aceptarlo. Eres fuerte, inteligente y capaz de pisotear a cualquiera que desee perjudicarte, si no actúas ahora el tiempo te pisará, enséñale a tu padre de lo que estás hecha y ponlo en su lugar; no permitas que maneje tu vida como manejó la de tu hermano. —Tienes razón. —Mis ojos se cristalizaron y él me abrazó de manera fraternal—. ¿Puedo llevar a Mel conmigo?

—Sólo no permitas que nadie se entere de nuestra relación, ella es muy susceptible sobre el tema y cuídala mucho. —Lo haría, además sobre su secreto no debía preocuparse, sería una tumba hasta que ellos decidieran decir la verdad —. Igual estaré por allá en dos semanas, hay una fiesta en el hotel Rivers y creo que se me apetece conocer a la hija menor del idiota de Diego Rivers. Lancé una suave carcajada y retiré las lágrimas de mi rostro. —Ve con lentes de sol —sugerí y Alex frunció el ceño—. Me han dicho que es hermosa y deslumbrante. Ahora fue él quien lanzó una risotada y alborotó mi cabellera. —Descansa, mañana me encargaré de conseguir unos pasajes para ti y mi hermana, y llama a Andrés. Tu hermano podrá ser un cabrón de primera pero te ama, nunca lo dudes. —Lo llamaré.

*** Tal y como Alex lo había prometido, mi llegada a Londres fue casi inmediata; y como era de esperarse, Melody había aceptado venir conmigo, mi amiga estaba harta de depender de su hermano por lo que el viaje le había parecido la oportunidad del siglo para alejarse de él aunque sea por dos semanas. Aunque… estaba segura que con lo que tenía en mente Melody se libraría de esas cadenas que Alex estaba empeñado en sujetar por el bien de su hermana. Mel ya era una mujer adulta, era normal que le incomodara tener que vivir bajo el ala de su hermano; pero Alex no comprendía aquel hecho. Ni bien abandonamos el avión, Londres nos dio una bienvenida con una fuerte ráfaga de viento que nos hizo tiritar. Nos miramos con una sonrisa traviesa en el rostro. —Hogar dulce hogar. —Suspiró Mel, arreglando su voluminosa masa de risos color chocolate al igual que su lindo gorro de lana beige. El frio era infernal

por lo que ambas estábamos muy bien abrigadas con grandes blusones de lana. Lo menos que necesitaba ahora era pescar un resfriado. —¿Te gusta Londres? —No, pero supongo que la comida de la ciudad será mejor que la del avión —respondió con indiferencia y carcajeé por lo bajo mientras íbamos por nuestras maletas. Aún no estaba segura si mi hermano vendría a recogerme, cuando hablé con él había escuchado su preocupación, rabia y decepción por todos estos meses que anduve perdida, pero al final terminé diciéndole cual era mi vuelo y la hora prevista en la que llegaría a Londres. Iba a esperarlo, pero yo sabía que si no lo encontraba esperando por mí, no vendría ni en una ni en diez horas. Andrés nunca me dejaría esperando. El miedo me invadió, no quería perder a Andrés, él era lo más importante que tenía y lo cierto era que era la única persona a la que no deseaba enfrentarme. Había venido a Londres con la intención de tomar lo que me pertenecía y dejarle claro a mi padre que la única que decidía sobre mi vida era yo; pero si Andrés apoyaba a Diego... ¿qué demonios haría? —¿Todo en orden? Asentí con una sonrisa. Melody se quedaría a vivir en mi apartamento hasta que Alex llegara, por lo que esperaba de todo corazón que Andrés no me reclamara sobre esa decisión que había tomado. Comprendía que ese apartamento estaba a su nombre y si él quería podía usarlo para decirme que Melody no podía quedarse conmigo, pues de más estaba decir que él odiaba la idea de que compartiera piso con alguien. —No debes preocuparte. Ya te dije que si tu hermano no me deja quedarme contigo puedo irme al apartamento de Alex, él me dio las llaves sospechando lo mismo que tú. Sé que tu hermano es un poco... especial —convino con una mueca de disgusto y ladeé la cabeza restándole importancia.

—Déjamelo a mí. —Si quieres... —susurró no muy segura. Mi maleta fue la primera en aparecer y Melody la tomó por mí para evitar que hiciera un esfuerzo físico innecesario. Me sugirió que saliera primero para ver si mi hermano ya estaba aquí y le tomé la palabra encaminándome fuera de la sala y sintiendo como mi pulso se disparaba al verlo al final del pasillo hablando con su chofer. Se veía impecable, tan hermoso como de costumbre, y no pude evitar sonreír como una idiota, lo había extrañado tanto que recién era consciente de las lágrimas que bajaban por mis mejillas. ¡Maldito embarazo que me tenía peor que la llorona! Era fácil distinguirlo entre la multitud. Su cabellera dorada pulcramente peinada hacia atrás, su traje color gris acompañado de una camisa negra que combinaba a la perfección con sus zapatos le daban un aire de superioridad que captaba todas las miradas femeninas de la estancia. Era elegante y atractivo, un hombre difícil de ignorar tomando en cuenta que media uno noventa y sus ojos color cielo eran capaces de perforar el alma de cualquiera. Sus firmes rasgos nunca se aligeraban y eso hacía que muchas mujeres sonrieran tontamente en su presencia porque él era muy intimidante. Sus fríos ojos dejaron de mirar al chofer para centrarse en mi dirección y él se enderezó callando abruptamente al reconocerme. Había esperado muchas cosas de él, menos que caminara en mi dirección y me envolviera en un fuerte abrazo sin importarle que todo el mundo nos estuviera mirando. —Voy a matarte, Aria Rivers —susurró con su profunda voz aterciopelada y me aferré a él como si fuera mi único pilar de apoyo. —Lo siento, de verdad lamento haberte hecho pasar un mal rato. —Ya lo hablaremos. —Besó mi coronilla y le ordenó a su chofer que se encargara de mi equipaje—. Te extrañé tanto, por un momento pensé que no

volverías, vaciaste todas tus tarjetas de crédito. —Creí que no vendrías, estaba tan asustada. —Limpié mis lágrimas con rapidez y alcé el rostro para mirarlo, él tenía una leve sonrisa en el rostro que marcaba sus lindos hoyuelos. —Llevo esperándote dos horas. Gracias a los santos. Él no estaba molesto conmigo. —Vamos al apartamento, tenemos mucho de qué hablar. —Me hizo una seña para que avanzara y miré hacia atrás. —Espera, estoy con una amiga, vendrá con nosotros, no tiene a donde ir. —Mentí, una pequeñísima mentira que con suerte tocaría el congelado corazón de mi adorado hermano. —¿Amiga? —farfulló con desprecio—. ¿Podría ser la culpable de que huyeras? —¡No! —Lo miré espantada. ¿De dónde demonios había sacado esa conclusión? —¿Y qué esperas que piense? Tú no haces estas cosas y ahora me dices que no tiene a donde ir, ¿con quién te estuviste juntando? —Andy, tranquilízate. Ella no es la culpable de nada, me estuvo ayudando todos estos meses y quiero hacer lo mismo por ella. —Pues la llevaremos al hotel porque en mi apartamento no se quedará. —No, yo sé que te agradará, es muy divertida y hermosa —le dije con picardía y a él no le hizo ni un poco de gracia mi comentario. —Estoy siendo muy tolerante contigo, Aria, por lo que te pido que no abuses —susurró sólo para que yo lo escuchara y me reí en su cara, era tan divertido verlo molesto—. Perfecto, ¿quieres que yo le deje claro cuál es su lugar? Así será. El pánico me invadió al darme cuenta que no era una simple amenaza,

Andrés realmente trataría muy mal a Melody con tal de que no se quedara en mi apartamento. —¡Aria! Rápidamente giré el rostro, al tiempo que Andrés se enderezaba y giraba para decirle quién sabe qué barbaridad, y ladeé la cabeza mirando a Melody como señal de que no era un buen momento y que disculpara cualquier grosería que Andrés fuera a decirle. Ella me miraba a mí que estaba a unos pasos tras de mi hermano y pronto asintió sutilmente comprendiendo mi mensaje. Sujetó su maleta con fuerza y siguió avanzando en nuestra dirección. —Señor Rivers. —Hizo un leve movimiento de cabeza sin hacer contacto visual con Andrés y se dirigió a mí—. Debo irme, estaremos en contacto. Sinceramente me habría encantado que se quedara conmigo. —De acuerdo —siseé con resignación—. Mándame la ubicación del apartamento de Alex cuando puedas —ya ni caso tenía mantener mi mentira de que ella no tenía a dónde ir—, ahora es un poco tarde pero mañana pasaré por ti para que desayunemos juntas. Le prometí que estaría contigo estas semanas en lo que él regresa. Melody me sonrió y la abracé como despedida, no puedo creer que Andrés no me permitiera llevarla al apartamento. Ella respondió a mi abrazo soltando su maleta por unos segundos. —¿Acaso ella no viene con nosotros? Miré a Andrés, quien un poco rígido me miraba solo a mí. —Yo... —Me sentí confundida, ¿me estaba dando permiso para quedarme con Melody? —Melody, te presento a mi hermano. Andrés, ella es Mel. —Los presenté y Mel hizo una leve inclinación de cabeza hacia Andrés, quien la miró de reojo despectivamente. —Un gusto, señor Rivers.

—Igualmente, señorita... —Melody está bien. —Perfecto —dijo mi hermano con la mandíbula apretada y sin pedir permiso le quitó la maleta para llevarla al auto. Al menos no le dijo algo feo. —Nunca lo dije: pero tu hermano me parece aterrador —susurró Melody y no pude prestarle mucha atención porque mis ojos estaban clavados en el Rivers que arrastraba una maleta que no era suya por voluntad propia. ¿Qué demonios acababa de suceder? Era la primera vez que Andrés hacia algo así y era... un poco escalofriante. El camino lo hicimos en silencio. Andrés revisaba su tableta, ignorándonos; Melody, quien estaba junto a él, se encontraba neutra sin hacer comentario alguno o dirigirme una mirada. En cambio yo, miraba por la ventana sin emoción alguna en el rostro. —Hoy iremos a cenar —espetó Andrés de pronto, haciéndonos respingar. —¿A dónde? —Queda con tu amiga qué es lo que desean y yo las llevaré. Quise suspirar de alivio, ¡estaba invitando a Melody! Una clara señal de que no la molestaría por ahora. —¿Qué tal si cocinas para nosotras? Hace mucho que no como tus delicias —sugerí, risueña, ganándome una mirada fulminante por parte de mi hermano y me reí con malicia, él odiaba que los demás supieran sobre sus habilidades en la cocina. —Creo que es lo mejor, no es por nada señor Rivers, pero no me sentiría a gusto caminando con un hombre tan reconocido como usted —confesó mi amiga en tono conciliador, provocando una tensión inmediata en el cuerpo de Andrés. —Camina con Alex las veinticuatro horas del día, señorita Melody, estoy seguro que no le afectará caminar conmigo y mi hermana unas horas.

Debí sopesar que Andrés sabría algo de Melody y Alex, era por eso que estaba siendo amable con ella. No quería tener problemas con su modelo estrella. —Como sea —respondió Mel con disgusto dejándome perpleja por la poca importancia que le estaba brindando a mi hermano, dios de los ególatras y narcisista por excelencia. Andrés odiaba que no lo admiraran, de las veinte personas que lo veían al día, treinta tenían que decirle que era perfecto para que él pudiera sonreír de verdad. —¿Disculpe? —farfulló él. —¿Acaso hizo algo malo como para pedirme perdón? —¿Cómo? —¿Por qué no postergamos la cena? —sugerí, considerando la idea como mi único método de escape para que mi hermano no se la tomara contra Melody antes de que llegáramos al apartamento.

Capítulo 15 DANIEL. —Sólo quiero que sepas que Carol no me gusta para ti. Era una locura, en estos meses que mi hermano me estuvo ayudando con la búsqueda de Aria, no pudo hacer nada mejor que enrollarse con Carol y terminar en una relación formal haciendo que la mujer se viniera a vivir a Londres para trabajar con él como su secretaria. —Es una mujer muy cariñosa, sólo es cuestión de comprenderla. Me gusta, en serio, llevo meses viéndola y creo que lo nuestro puede ser algo... maravilloso. Iluso. Odiaba cuando mi hermano se enamoraba, la última vez que sucedió le robaron cincuenta mil libras y terminó casado con una fugitiva de la cual hasta el día de hoy no sabíamos nada. —Esta noche invito yo. Giré el rostro y sonreí al ver a Andrés con nosotros, hace meses que no sabía nada de él por lo que sospechaba que su hermana ya había aparecido y por eso accedió a reunirse esta noche con nosotros en el bar. Al menos él tuvo más suerte en su búsqueda. Pronto Aria cumpliría veinte semanas de embarazo y aún no conseguía dar con ella y la situación me estaba enloqueciendo. —¿Beberás, Rivers? —bufó Carlos con incredulidad y Andrés gruñó con molestia—. La última vez que bebiste tuvimos que cargarte como a un costal de papas, ¡y sólo fue un chupito! Me mordí el labio inferior para no romper a carcajadas por la cero tolerancia de Andrés al alcohol. —Lleva bebiendo una hora, compréndelo —le pedí con diversión y Andrés

se sirvió un vaso de whisky. Esto no terminaría bien—. ¿Algún problema? —En dos días Alex estará en Londres para la fiesta que habrá en el hotel, mi padre lo invitó. —¿Y eso es malo? —No quiero hablar de eso —ladró y empezó a consumir el líquido ambarino—. Hoy mi padre puso el ochenta por ciento de las acciones de los hoteles a nombre de mi hermana, pronto la conocerás —me dijo con voz muy suave y asentí hasta que algo me hizo mirarlo con incredulidad. —¿Ochenta? —Cuando era una niña le prometí que le regalaría todas mis acciones y desde que llegó hace casi dos semanas no ha dejado de recordármelo, así que hablé con mi padre e hice que todo estuviera listo antes de que fuera presentada a los medios. Extraño... eso dejaría a Diego con pocas acciones y la que tendría la facultad de decidir sobre los hoteles sería una chiquilla que estuvo huyendo por meses. Aunque… seguro habría una cláusula que respaldase a Diego. —¿Cómo va todo contigo? Oí que rompiste tu noviazgo con Mariam. —Antes de irme a Miami. —Le di un largo sorbo a mi copa de whisky y Andrés asintió. —¿La dejaste por la mujer vulgar que sólo sirve para pasar un buen rato? —Olvida todo lo que te dije, esa mujer es perfecta. Andrés siguió bebiendo y me preocupé por el cómo terminaría esta noche. —No quiero que mi hermana se dedique a esto —confesó de pronto—. Mi padre le quitará la libertad, la capacidad de disfrutar y la tendrá trabajando por años. —Pero será exitosa. ¿A quién le importaba lo demás? —El éxito no te asegura la felicidad, Daniel —soltó con la mirada clavada

en la nada y por primera vez en años no sentí envidia de Andrés. Él lo tenía todo, todo el mundo lo adoraba, pero su familia... su familia era una mierda completa. —¿Qué tal si consigo unos ángeles para ir directo al paraíso? —sugirió Carlos, mirando al grupo de mujeres que ingresaba al bar, y Andrés apretó la mandíbula. —Creí que tu corazón tenía dueña —bufé y mi hermano se llevó una mano al pecho con fingida indignación. —No pienso ceder mi corazón. No otra vez. —Me guiñó el ojo, dejándome claro que la fidelidad era algo que no pensaba usar con Carol, y me puse de pie. —Me largo. —El único ángel que quería estaba quien sabe dónde con mi hijo en su vientre. —Igual. —Andrés se puso de pie y rápidamente lo cogí de los hombros al ver que perdía el equilibrio. —Dios, y sólo fue medio vaso de whisky —exclamó Carlos, espantado, y lo fulminé con la mirada. —Cállate y ayúdame a llevarlo a mi auto. ¿Estás en auto, Andrés? —No —gruñó mi buen amigo y agradecí que así fuera—. Llévame al apartamento de mi hermana. —Y cómo carajos llegaré allí. Además, es media noche. Me dio la dirección y después de quitarle quince minutos a Carlos de su preciado tiempo, por fin me puse en marcha al dichoso apartamento de la Rivers menor. En el camino Andrés empezó a recuperar la compostura y se frotó el puente de la nariz en reiteradas ocasiones con cansancio. —¿Qué haces para seducir a una mujer que no tolera tu presencia ni cercanía? —¿Ah? —Lo miré confundido y luego me concentré en el camino—. No

comprendo. —Olvídalo. —Suspiró, y le tomé la palabra. ¿Quería seducir a una mujer que no lo toleraba? ¿Existía alguna mujer lo suficientemente idiota como para no querer nada con Andrés? Dios santo, si todas las modelos de la agencia soñaban con enredarse con Andrés. Llegué al lujoso edificio que Andrés me indicó y cuando me ofrecí a ayudarlo a llegar al apartamento de su hermana, este me dijo que podía solo y se despidió dándole un fuerte portazo a mi auto. Quise matarlo por eso, pero al verlo caminar tambaleante supuse que algún día cobraría venganza.

*** ARIA. —No daré marcha atrás y desde el lunes tú y yo iremos al hotel Rivers a trabajar —espeté con firmeza, caminando de un lugar a otro por la sala en pijama, uno que consistía en un buzo de algodón y un blusón poco atractivo. —Claro. Sólo hay un pequeñísimo problema —dijo Mel, terminando su cereal con leche y la miré con fijeza—. No sé nada del funcionamiento de un hotel, Aria. Lamento informarte que no tengo estudios, salí del colegio pero no ingresé a ninguna universidad. No seré una buena secretaria, tú necesitas calidad. —Pero aprenderás, Mel, no necesitas una carrera para triunfar. Además dominas el español, alemán e inglés, no te menosprecies. Hablas bien y eres muy hermosa, ya verás que serás una secretaria excelente. ¿Estás leyendo los libros que te di, verdad? —Sí, y me gustan mucho —confesó con las mejillas sonrojadas y supe que triunfaría, Melody era una persona proactiva que luchaba por salir adelante, sin mencionar que era muy lista y amena cuando se lo proponía. Yo me encargaría que se abriera mundo, ella llegaría muy lejos. Alex no seguiría controlando su vida, una vez que ella tuviera sus propios ingresos sería

libre de elegir por sí misma. El timbre sonó y Melody me miró confundida, eran las doce de la noche y si estábamos despiertas era porque nos habíamos sentido muy hambrientas hace unos minutos. —Ve tú —me pidió—. Yo estoy en paños menores —bromeó refiriéndose a su lindo pijama en miniatura que apenas y le cubría el trasero. Al menos la blusa le llegaba hasta el ombligo. Me dirigí hacia la puerta y por el intercomunicador observé de quien se trataba, abrí los ojos de par en par al ver a mi hermano tambaleante. —¡Andrés! —chillé sin abrirle y él respingó mirando en diferentes direcciones. Era un idiota, ¡por qué carajos había bebido si él ni siquiera toleraba el vino! —¿Qué pasó? —Mel apareció por el pasillo y abrí la puerta para que mi hermano pudiera entrar. —¡¿Por qué demonios bebiste?! —bramé con molestia y rápidamente lo abracé por la cintura para que pudiera mantenerse estable. —Mi apartamento está muy lejos, pasaré la noche aquí. Joder. Sólo había dos cuartos. —Llevémoslo a mi alcoba. —Alcé la vista y agradecí que Melody imitara mi acción y me ayudara con el peso de mi hermano. Sabía que lo estaba haciendo por mi hijo, porque si por ella fuera dejaría a Andrés durmiendo aquí mismo. —¡Oye! —chillé cuando mi hermano me soltó y se apoyó meramente en Melody provocando que ambos cayeran al piso. —Maldita sea —farfulló la castaña, quejándose por el peso masculino que tenía encima y Andrés se acurrucó contra ella como si fuera su colchón favorito. —¡Andrés! Estás aplastando a Mel. —Empecé a darle golpes en la espalda

y él se incorporó con lentitud, mirando fijamente a mi amiga—. Vamos a la alcoba, tienes que ayudarnos, eres muy pesado para nosotras. Melody salió del cautiverio de mi hermano y rápidamente se puso de pie. —Si no te mueves te dejaremos tirado aquí —le amenazó y con un semblante frío él se puso de pie recorriéndole el cuerpo con la mirada. Para mi sorpresa cooperó, tambaleando un poco, pero al final consiguió llegar a la alcoba que Melody estaba usando. —Venga, recuéstalo aquí —deshice la cama y Melody lo lanzó sin un ápice de delicadeza haciendo que mi hermano cayera boca abajo sobre el colchón—. Trátalo un poco mejor, es mi hermano —ordené con el ceño fruncido y ella asintió. —Para la próxima, quizás sea más amable. —Miró con enojo a Andrés y le quité los zapatos para poder acomodarlo en la cama. Él estaba tan tranquilo que por un momento me sorprendió que se aferrara a la almohada con tanta familiaridad. Él no dormía en cualquier cama, era un hombre muy quisquilloso respecto al tema. —Vamos a mi alcoba —musité sin hacer mucho ruido y Melody asintió mirando de soslayo a mi hermano. —Mañana tendré que desinfectar mis sábanas. —No seas mala —le di un golpecito en el brazo y ella se quejó como si le hubiera dado el puñete del siglo—. No suele emborracharse, en realidad él no bebe, su tolerancia al alcohol es nula. —¿Puedo dormir al lado derecho? De acuerdo, a ella no le interesaba hablar de mi hermano.

*** —Respira, inhala, exhala... —Siguiendo las instrucciones de Melody, traté de ejercer todo mi dominio sobre mi vientre para no vomitar todo el desayuno

que Andrés preparó como disculpa por habernos molestado pasadas las doce de la noche. —¿Qué demonios te sucede, Aria? —exigió saber el susodicho por milésima vez y nuevamente estuve vomitando. —¡Mira lo que ocasionaste, imbécil! —Hazte a un lado, la llevaré al hospital. ¿Es qué no dejarían de pelear jamás? —¡No! —chilló Melody cuidando mi espalda dado que no podía decir nada por ahora—. Dios, ¿es que no te das cuenta que tu comida la hizo vomitar? ¡Tampoco eso! La intención de Mel era buena, pero mi hermano odiaba que criticaran su deliciosa comida. —Estoy bien —susurré a las dos personas que ni siquiera me estaban prestando atención por estar muy enfrascados en su pelea y con ayuda de Andrés me incorporé. Tiré del agua y me lavé la boca mientras Andrés se encargaba de cuidarme como si fuera una niña pequeña. —Estás muy pálida —musitó—, déjame llevarte al hospital. —No. —¿Por qué? No creas que no me di cuenta que estás actuando extraño, algo te pasa. —No tiene nada —espetó Melody saltando en mi defensa. —No estoy hablando contigo, así que sal de mi vista. —No. Silencio. —Aria, dime qué tienes —insistió. —Nada —dijo Melody al mismo tiempo que confesaba la verdad con un simple—: un bebé. —Tengo que ir al baño. —Melody nos dejó completamente solos mientras

Andrés procesaba mi confesión. Sus ojos estaban fijos en mí, como si esperara que le dijera que era una broma, pero lastimosamente sólo pude mirarlo con seriedad esperando que dijera algo. —Seguro escuché mal. —No, estoy embarazada —solté con seguridad y levanté mi blusón para que pudiera ver mi pequeño vientre abultado. Abrió los ojos de hito a hito—. ¿Qué harás?, ¿correrás a decirles a nuestros padres? —¡No!, ¡claro que no! —vociferó fuera de sí—. Ellos jamás aceptarían algo así. Maldición, Diego se pondrá insufrible. —Se pasó la mano por el pelo con desesperación—. Encontraremos una solución. Dime quien es el padre, haré que responda. —No lo sé —mentí provocando que me mirara con incredulidad—. Un hombre con el que me vi en Miami, tuve sexo con él y al parecer el condón se rompió. Andrés se frotó el rostro con frustración, como si no pudiera dar crédito a todo lo que estaba escuchando. —Al menos no te contagió de algo —musitó con ternura y me envolvió en un tierno abrazo, diciéndome en silencio que no me juzgaba. Ese gesto, esa simple muestra de afecto, hizo que mi cuerpo empezara a temblar con violencia —. Dime que no vomitarás. —Estoy llorando, idiota —lo golpeé en el pecho y por varios minutos dejé que me consolara. Las cosas salieron mejor de lo pensado, ¡Andrés estaba de mi lado!—. No dejaré que Diego le haga daño. Es por eso que me encargué de que las acciones pasaran a mi nombre, mi intención no era traicionarte pero debo protegerlo. —¿Protegerlo? —Nuestras miradas se encontraron y la comisura de mis labios se alzaron—. ¿Desde cuándo lo sabes?, ¿cuánto tiempo llevas de embarazo?

—Pronto serán veinte semanas y la ginecóloga me lo dijo antes de llegar a Londres. Serás tío de un hermoso varoncito. —Acuné mi vientre y él lo miró con curiosidad—. Por eso hui, me escondí por unos meses para tomar una serie de decisiones —expliqué con tristeza y él acarició mi coronilla. —Eres una chica muy lista —me dijo de pronto, riéndose por lo bajo—. Mira que tomar el mayor porcentaje de las acciones para que Diego no se atreviera a quitarte nada ni a amenazar a tu hijo. Me encogí de hombros. —Soy hija de un león; nací para cazar. —Y vaya que lo cazaremos —susurró Andrés lanzando un suspiro cansado —. Mañana te presentaré a gente muy importante, debes agradarles y ponerlos de tu parte. ¿Cuándo planeas decírselo a nuestros padres? No se nota, pero no sé por qué presiento que mi sobrino crecerá de la noche a la mañana. —Veamos hasta donde puedo llegar. —Dime cómo es el hombre con el que te enrollaste y su nombre, pienso encontrarlo y partirle la cara. Como si yo fuera a permitir que mi hermano perdiera el tiempo con Daniel. Ese hombre no valía la pena —No hace falta. —Le resté importancia con un movimiento de mano—. No es tan atractivo —mentí—, así que sólo le harías un favor arruinando su rostro, te haría pagar la factura del hospital para arreglarse la vida. —No me digas que lo hiciste con la luz apagada —ironizó y asentí. —Y borracha —susurré en tono confidencial y me fulminó con la mirada —. Así que reza, Andy, reza para que saque nuestros hermosos genes —bromeé y él ladeó la cabeza con diversión. —Quiero que te recuestes, Melody se encargará de limpiar todo. —Pídeselo, quiero ver cómo te manda a volar. —Vamos, le estás haciendo un favor abriéndole la puerta de tu apartamento

. Puede limpiar. Y no era como si Melody fuera a quejarse por eso; sin embargo, no creo que tomase de buena gana una orden dirigida por Andrés. —Ella también asistirá a la fiesta del hotel. —No recuerdo haberla invitado y la entrada es con invitación. —Sus ojos echaron fuego y me encogí de hombros. —Tú no, pero Alex sí, ya le envió su vestido y todo lo que usará mañana en la noche. Sabes que es ella con quien estuvo en Miami, ¿verdad? —Él no me respondió—. Me costó mucho convencerla para que no se fuera a vivir con Alex —otra mentira piadosa—, no lo eches a perder —imploré con un mohín en los labios. —Ve y descansa, mandaré a alguien para que limpie todo. —Desvió el tema y evité comentarle que desde el lunes ella sería mi mano derecha en el hotel. —De acuerdo. —Y también pasaré por ti mañana en la noche, llegarás de mi brazo, ¿de acuerdo? —Me parece. ¿Nuestros padres estarán allí? —Es lo más probable, tu rostro saldrá a la luz y debemos posar como la familia perfecta y feliz que nunca fuimos ni seremos. Deprimirme fue inevitable, mi padre jamás cambiaría y por ende mi madre seguiría igual. —Yo sí quiero ser una familia feliz con mi hijo. —Y con su tío favorito. Nosotros somos diferentes, no te deprimas por Diego y Amelia, tarde o temprano terminarán aceptándolo. Si no lo hacían, el resultado seguiría siendo el mismo. No renunciaría a mi hijo, lo tendría a como dé lugar sin importarme lo difícil que podría resultarme todo en un inicio. Ya contaba con el apoyo de mi hermano y con el de mis

amigos, eso era más que suficiente para mí. Era verdad que muy en el fondo, en algún determinado momento, había anhelado el apoyo de Daniel; pero eso fue antes de que tomara mi lugar como una Rivers, ahora lo único que quería de ese imbécil era su arrepentimiento. Estaba segura que volvería a verlo, él estaba metido en el medio de mi hermano y disfrutaría con creces el día que descubriera que la don nadie que rechazó era más poderosa de lo que él habría podido imaginarse. Daniel no tenía la menor idea de a quien había rechazado y yo misma me encargaría de demostrarle que ni mi hijo ni yo lo necesitábamos en nuestras vidas.

Capítulo 16 —Bebe esto. Llamé a tu ginecóloga esta mañana y me dijo que te sentarían bien, pero debes buscar otra, Aria, ella se fue a Virginia, ya no puede seguir atendiéndote a distancia —espetó Melody, teniéndome unas pastillas y las tomé antes de que mi hermano llegara por mí. —Lo sé, no tuve tiempo, pero el lunes iré al hospital. —No puedes dejarlo para el lunes, desde el día de ayer has estado con náuseas y mareos poco comunes. Melody se había tomado muy a pecho el papel de tía favorita de mi hijo, pues todo el tiempo se la pasaba cuidándome y vigilándome para que no hiciera más esfuerzo del necesario. Era un milagro que no se llevara con mi hermano porque si no los dos me tendrían sin vida. —Mañana. Ella asintió mucho más conforme. —Te pondré el collar que tu hermano envió —me informó y abrió la caja de terciopelo que portaba un hermoso collar de diamantes—. Vaya... esto debe valer una fortuna. Hice una mueca, efectivamente el collar iba de maravilla con el vestido azul real que llevaba puesto, pero era demasiado ostentoso para mí. Sin embargo... eso era lo que Andrés quería, que todos supieran lo hermosa y poderosa que era, por lo que aceptaría llevarlo esta noche. —Dios santo, pareces una princesa —musitó Mel con emoción contenida, mientras me miraba en el espejo con satisfacción. Tenía el cabello recogido en un delicado moño que me permitía tener unas cuantas ondas acariciando mis mejillas y que mis hombros desnudos quedarán más expuestos. El color azul realzaba mi pálida piel y el escote en forma de corazón me daba un aspecto un poco juvenil por el corte imperial del vestido que me permitía tener el vientre

libre de presión alguna, pero la cintura muy bien marcada. —Y tú una reina. —Miré a Mel, que a diferencia mía llevaba un vestido color guindo que se ajustaba a cada una de sus curvas realzando su belleza y gran tamaño. El escote no era profundo ni vulgar, pero mostraba todo lo que cualquier hombre podría anhelar. Alex tenía un gusto excelente. —Nada de eso. —Observó su celular—. Iré a abrirle a Alex, acaba de llegar. Sujeté mi pequeño bolso de mano y me eché un vistazo por última vez en el espejo de cuerpo completo. Esta noche estaban en juego muchas cosas y no podía fallar, todo el mundo me conocería como Aria Rivers y ahora más que nunca estaba dispuesta a ocupar mi lugar en la empresa familiar. Salí a la sala y sonreí al ver como los hermanos discutían para que Mel se pusiera unas joyas que Alex traía en las manos. El timbre sonó y les informé a ambos que yo iría. Alex me saludó con un guiño y les di su espacio para que pudieran llegar a un acuerdo. —Te ves radiante —declaró Andrés ni bien terminó de analizar mi atuendo y asentí con aprobación al verlo tan elegante con su traje color negro pulcramente arreglado. —Tú no te quedas atrás. —¿Nos vamos? —Me tendió el brazo y antes de aceptarlo le pedí que me diera unos minutos. Sin cerrar la puerta ingresé al apartamento y le pedí a Melody que aceptara las joyas de Alex, explicándole que ella se debía ver tan bien como yo para que así pudiéramos atraer la atención de los socios de mi padre. Conocía las ventajas de ser una mujer y no pensaba desperdiciarlas. —Gracias —farfulló Alex y se dispuso a ponerle el collar de rubíes a su hermana cuando ella alzó su cabellera dejando su cuello expuesto, dado que

tenía una cola que iba de lado y permitía que su cabellera cayera como cascada sobre su hombro derecho. —Aria, ¿nos vamos? Maldición, Andrés ya estaba irritado. —¡Ya voy! —grité, pero cuando giré sobre mi lugar me di cuenta que no había sido necesario. Andrés estaba en la sala y miraba a la pareja con una intensidad que me asustó. —Rivers, no te ves tan mal —bromeó Alex, terminando su labor, y Mel arregló su cabello a su estado original—. Ponte los aretes y el brazalete, cariño —pidió con suavidad y ella así lo hizo. —No puedo decir lo mismo —farfulló Andrés y avancé hacia él. —Nosotros nos vamos, nos vemos en el ho... —No, llegaremos juntos —zanjó mi hermano y Alex enarcó una ceja con sorpresa. —Estoy en mi coche, no hace falta. —Hermano, sabes que nuestros padres nos esperarán en el hotel, creo que debemos ir solos. Consciente de que tenía razón, Andrés giró sobre sus talones y dejándome atrás se dirigió hacia el ascensor. ¡Genial! Ahora qué demonios fue lo que hice. —¡Oye, espérame, idiota! Mi grito lo hizo respingar y me fulminó con la mirada, furibundo. Él odiaba que le dijeran así y lo cierto era que pocas personas lo hacían, ese era un privilegio que sólo yo me podía dar. Nos dirigimos a su coche y el chofer nos abrió la puerta y me ayudó a ingresar. —Diego está muy molesto contigo —me informó en el camino. No era una novedad para mí, lo menos que esperaba era un buen recibimiento por parte de mi padre—. Cree que fue una rebeldía la que te llevó a huir y mañana quiere que almorcemos juntos. El domingo familiar que nunca tuvimos —ironizó.

—De acuerdo. Ahí le diré sobre mi embarazo. —Me parece lo correcto. Ahora que todo el mundo te conocerá él no te podrá esconder tan fácilmente y menos cuando eres la mayor accionista de los hoteles Rivers. Debes hablar con Anthony Scheider, es un Alemán y nuestro padre anda detrás de él desde hace tres meses porque quiere usar su terreno en Berlín para construir una nueva sucursal; no obstante, él no parece estar muy interesado en trabajar con Diego. —¿Lo conoces? —He cruzado palabras con él. Es soltero, tiene treinta y cinco años y es un abogado bastante prestigioso en Alemania. Podrás comunicarte fácilmente con él; sabe inglés, aunque tu alemán es muy bueno —agregó con despreocupación —. Es rico de nacimiento y parece que el dinero que su padre le dejó nunca se acabará. —¿Cómo sabré quién es? —Te lo mostraré después de la cena. —De acuerdo. —También quiero presentarte a alguien. —¿Otro pez gordo que Diego quiere cazar? —pregunté con sarcasmo y Andrés me dirigió una rápida mirada. —Me gustaría que lo tomaras como opción a un futuro esposo potencial. —¿Estás loco? —Lo miré con incredulidad y Andrés suspiró. —Adoro a mi sobrino pero necesitas un esposo, Aria. Ser madre soltera no será bien visto para los socios, a mí no me afecta pero... —Tendré un hijo, Andrés. Nadie acepta a una mujer con suvenir incluido así como así. Ni siquiera su padre lo había aceptado, ¿cómo demonios pretendía que lo hiciera un desconocido? —Yo... creo que si se lo pidiese él me ayudaría, es mi mejor amigo.

Además, no eres cualquier mujer, eres una Rivers, vales oro para cualquiera. Peor. Adoraba a mi hermano, pero casarme con un hombre como él no estaba en mis planes. Si algún día me uniría a alguien, ese hombre tendría que amarme a mí y a mi hijo más que a sus millones. Lo menos que quería era volverme a topar con un interesado como Daniel.

*** DANIEL. —No me lo puedo creer, de verdad no me lo puedo creer. Estoy tan emocionada, nunca creí que papá me dejaría venir. Y yo tampoco. Aún me costaba entender por qué papá aceptó traer a Milenka a la fiesta de los Rivers, habíamos acordado que ella empezaría a asistir a estos eventos cuando cumpliera los dieciocho y para eso aún quedaba un día y cinco horas. —Estas fiestas son aburridísimas —dijo Carlos con el ceño fruncido y una copa de vino en la mano. —Pero Alex vendrá, eso me dijo papá. Debo conocerlo, como presidenta del club de fans sería un gran avance. Por todos los cielos, ¿por qué tenía que ser fan de ese imbécil? —¿Y Nicholas? Creí que viniste a acosarlo a él —bromeó Carlos y lo miré con enojo, no me parecía en lo absoluto gracioso que mi pequeña hermana estuviera rondando a dos hombres que ya tenían demasiada experiencia. —No, Nicholas es el tipo de persona que puedo ver cuando quiera, pero Alex... ni siquiera Andrés me ayuda a verlo. La comisura de mi labio danzó. Eso era obra mía. Mientras mis hermanos parloteaban al lado mío, yo aproveché el momento para barrer el lugar con la mirada. Muchos de los invitados ya estaban en sus

lugares y los Rivers aún no habían hecho su entrada. La noticia de que la Rivers menor sería presentada había causado tal conmoción, que la entrada estaba llena de reporteros esperando por la "feliz" familia. Quería irme, no se me apetecía estar aquí pero Andrés había insistido en que debía asistir, por lo que no pude negarme. Aún no le había dicho nada sobre mi amorío en Miami y las consecuencias del mismo. Me daba vergüenza, el sólo recordar como traté a Aria aquel día hacia que mi pecho se encogiera. —Yo puedo ayudarte a que tu noche sea más divertida —susurró una voz muy conocida en mi oído. —Buenas noches, Mariam —saludé con voz gélida y ella se puso a mi lado. —¿En serio echarás todo a perder? Nuestra boda sería algo maravilloso. — Para cuando ella empezó a hablar, Carlos y Milenka habían cerrado el pico y la miraban con desprecio—. Piénsalo, no tengo ni un solo hermano, mi padre le dejaría todo a nuestro hijo porque es demasiado machista como para aceptar que yo soy su única heredera. Mi hijo... Maldición, lo menos que necesitaba era deprimirme en este lugar. Esa era la razón por la que había rechazado la idea de apoyar a Aria y reconocer a mi hijo, en ese momento estaba al tanto que si tenía un niño Mariam jamás lo aceptaría ni mucho menos su padre, Eugene Coleman. El miedo de perder la aceptación de Eugene hizo que actuara fuera de mis cabales y ahora sólo quería regresar en el tiempo y besar a Aria, decirle que todo estaba bien y que yo cuidaría de ellos. Como debió haber sido desde un principio. —Tú y yo hicimos un trato, Daniel, me estás fallando. —Puedes conseguirte a otro, Mariam, no sé si lo sepas pero hay miles de hombres que gustosos se casarán contigo y te harán un hijo. Y era aquí cuando ambos tocábamos por fin nuestra negociación. Entre

nosotros sólo hubo placer y una negociación que tiempo atrás me había parecido la mejor de mi vida, pero ahora no. Ella no quería que su padre le heredara la empresa a sus primos y por ende requería de un hijo, algo que habíamos quedado que haríamos juntos. —Pero yo quiero que seas tú. —Lo siento. Todo indicaba que la frívola morena había desarrollado sentimientos hacia mi persona, algo muy erróneo porque yo no sentía nada por ella. —¿Qué tramas, Daniel? ¿Es que acaso encontraste a un pez más gordo? —¿Estás loca? —bramé en voz muy baja y ella me desafió con la mirada. Odiaba que me recordaran lo interesado que fui, ¿es que nunca olvidaría lo equivocado que estuve todo este tiempo por querer usar a alguien para escalar socialmente? —¿Podría ser que el imbécil de Andrés te sugirió a su hermana? La única Rivers sería el mejor trofeo que podrías obtener. Por los santos, ni en mis más locos sueños se me habría ocurrido seducir a la hermana de Andrés. ¡Eso era impensable! —Tengo a alguien más, Mariam. Y no, no es ni una Rivers ni nada, es una mujer bastante común. —Esto, Montaño, no se quedará así —siseó y salió en dirección contraria con suficiencia dejándome claro que seguiría insistiendo. Estaba encaprichada con casarse conmigo y todo era mi culpa, aunque… si lo pensaba bien, nunca le ofrecí una relación amorosa, lo nuestro no fue más que una simple negociación. —Te hiciste un favor al no casarte con esa loca —espetó Carlos, captando mi atención, y Milenka asintió viendo como la morena se perdía entre la multitud. —Me agrada más la rubia de Miami —musitó con sinceridad, elevando sutilmente las comisuras de sus labios.

—¿Qué? —Carlos la observó sorprendido. —Fue Mile quien encontró las fotos en su cámara. —¿Lo sabe todo? —Su rostro se descompuso y ladeé la cabeza en modo de negación para tranquilizarlo. Por supuesto que no sabía que había dejado a Aria embarazada, Milenka se decepcionaría mucho si llegaba a enterarse y yo no quería partirle su inocente corazón. Se suponía que yo era su héroe. —¿Saber qué? —Nada —zanjé el tema con rudeza y me desesperé al ver que los Rivers no llegaban—. Maldición, quiero irme, ¿por qué tardan tanto? —revisé la hora en mi reloj. Era un poco más de las siete. —No creo que puedas irte ni bien lleguen ellos —acotó Milenka con tranquilidad—. Andrés quiere presentarnos a su hermana, se ofendería mucho si no tratas con ella aunque sea unos minutos. —No me interesa. —Lo menos que quería era que Andrés quisiera relacionarme con su hermana ahora que había terminado con Mariam. ¡Mi prioridad era Aria! —No seas cruel, Daniel. —Carlos bebió de su copa—. Es una joven que pronto será atacada por los medios, debemos ser amables con ella. No sentiría empatía por una mujer que no conocía por más que la familia Rivers me pareciera escalofriante. A decir verdad, lo menos que quería era seguir conociendo mujeres con poder, eso sólo haría más difícil mi lucha por Aria cuando la encontrase otra vez; ella ya tenía un concepto muy claro sobre mi persona y, lastimosamente, no era muy bueno. —Escucha el revuelo, seguro ya llegaron —dijo Milenka con el entusiasmo renovado y asentí sin girarme hacia la puerta del salón. Ya no me sentía de buen humor para conocer a una joven altanera y millonaria. Sujeté una copa de vino de la mesa de bebidas y antes de poder beberla de

un solo trago, fruncí el ceño al ver como mis hermanos palidecían por algo que se había puesto en su campo de visión. —Ay no… —susurró Milenka. —Mierda. —Carlos se puso tan tenso que me vi obligado a girarme hacia aquello que los tenía en completo estado de estupefacción. Los errores estaban hechos para que uno aprendiera de ellos, eso era algo que siempre tuve claro a lo largo de mi vida. Sin embargo, nunca creí que llegaría a cometer el error de perder algo tan importante por dinero, por una posición que quizás nunca sería adecuada para mí y por lo tanto no debía ambicionar. Hace más de cuatro meses que no había vuelto a saber nada de Aria, había contratado a alguien para que la buscara en Miami pero con los escasos datos que tenía de ella —su nombre y aspecto físico, porque sí, nunca me interesé en saber un poco más de su vida—, fue imposible que diera con ella. En un principio mi intención había sido informarle que no estaba sola, que a pesar de no estar de acuerdo con muchas cosas, ella tendría mi apoyo económico, sólo eso porque nunca le ofrecí nada más. No obstante, con el pasar de los días, semanas y meses ellos se habían convertido nuevamente en mi obsesión y ya no estaba seguro si estaba haciendo lo correcto. Cuando partí a Miami hace varios meses, lo hice con la intención de prepararme para lo inevitable, pero desde el primer día, Aria se había puesto en mi camino poniendo mi mundo patas arriba, haciendo que recordara lo lindo que era sentirse feliz. Ella había sido la frescura que mi vida necesitaba después de tantos años de trabajo; y yo... Le había arruinado la vida y roto el corazón sin detenerme a pensar un solo segundo en ella, o mejor dicho en ellos. En ese momento, para mí, mi única familia estaba en Londres; mis padres y mis hermanos, los que siempre habían sido mi prioridad, por lo que fue tan fácil darles la espalda y salir huyendo que ahora recordarlo sólo hacía que me diera

vergüenza y ganas de vomitar. La consideré poca cosa, alguien que era vulgar e ignorante sólo porque sabía sonreír y verle el lado positivo a la vida; y la última vez que la vi, la había considerado una horrible piedra en mi camino que debía patear y enviar lejos si quería triunfar. Y ahora... Ahora sabía que esa mujer podía aplastar todos mis años de trabajo con un simple chasquido y aun así no podría odiarla porque la amaba con cada fibra de mi ser y me merecía lo peor. Los aplausos hicieron que regresara a la realidad y me apoyara en la mesa de bebidas, viendo como todo el mundo admiraba a la hija menor de los Rivers; la mujer que enamoré, rechacé y abandoné hace más de cuatro meses cuando entre los dos ya existía un lazo que jamás podría romperse. El sonido de mi copa al romperse fue opacado por todo el revuelo que la gente estaba provocando y el aire abandonó mis pulmones al identificar esa sonrisa. Ella podría estar con mucho maquillaje, con el mejor peinado, joyas lujosas y el vestido más costoso del mundo; pero su esencia... jamás seria opacada por ninguna de esas nimiedades. —Aria... —susurré con un hilo de voz, sintiendo como mi pulso se disparaba. Jamás creí que volver a verla me generaría tal impacto, había imaginado un sinfín de escenarios menos uno donde me sintiera preso de su imagen. —¿Y dijiste que era vulgar? —preguntó Carlos con verdadera preocupación, y toda emoción o sentimientos encontrados se vinieron abajo al recordar mis palabras. ¡No eres nada! ¡No tienes nada! La mujer con la que voy a casarme me dará el poder que anhelo. Mariam tiene todo lo que necesito para superar a Andrés Rivers, ¿no lo entiendes? Yo quiero progresar, quiero crecer, anhelo darles una vida arreglada a mis hermanos y quedándome contigo lo único que conseguiré será retroceder todo lo que estuve avanzando por años.

—Yo... —Mi cuerpo empezó a temblar—. He dicho cosas peores. ¿Cómo llegaría a ella y a mi hijo ahora que sabía que era una Rivers y para ella sólo era un interesado?

Capítulo 17 ARIA. La multitud, los flashes y las preguntas hicieron que mi estado empeorara y me sintiera indispuesta antes de siquiera ingresar al salón donde se efectuaría la velada. Andrés me tenía muy bien sujeta del brazo y con una mirada hacia que todos se abrieran paso para que pudiéramos avanzar sin problema alguno. Mis padres iban por delante. Amelia me había saludado como una buena madre mostrando lo mucho que le había preocupado mi desaparición, pero Diego sólo me dijo que teníamos muchas cosas de qué hablar y que era yo quien debía dar las explicaciones. Ingresamos al salón y me sentí un poco más relajada al perder a los periodistas de vista. —Ya te acostumbrarás, son un poco tediosos —musitó Andrés muy cerca de mi oído y me causó ternura que intentara facilitarme la introducción a esta nueva etapa de mi vida. Si no estuviéramos rodeados de tantas personas, me colgaría de su cuello y le diría que es el mejor hermano del mundo. —Al menos Alex y Mel van a distraerlos. —Le guiñé el ojo y me sorprendió que mi comentario no le hubiera hecho gracia alguna. —Sigamos a nuestros padres. Y fue así como las presentaciones dieron inicio y me sentí abrumada de conocer tanta gente importante; dueños de hospitales, casinos, hoteles y muchos negocios que seguramente estarían valorados por millones. Mucha gente me observaba con admiración comentando lo hermosa que era, cosa que a mi padre lo dejó fascinado porque muchas miradas masculinas habían caído sobre mí y era justamente lo que él quería. —Hija, te presento a Pedro y Anne Montaño, son muy buenos amigos de la familia.

Había escuchado hablar de los Montaño una que otra vez por Amelia. No eran precisamente la familia más poderosa que un Rivers tendría entre sus amistades, pero mis padres los adoraban, siempre compartían viajes y cenas juntos, los Montaño pasaban más tiempo con mis padres que nosotros mismos. —Mucho gusto. Aria Rivers. —Les sonreí abiertamente y el pelinegro besó mi mano con elegancia para que luego su mujer acunara mis mejillas y me besara en la frente. Dios santo, ¡ni siquiera mi madre había hecho algo así en mis veintitrés años de vida! El color subió por mis mejillas y no quise ni imaginarme lo roja que estaría por el beso tan maternal de la rubia. Andrés curvó sus labios como un gesto de burla y supe que él había pasado por la misma escena tiempo atrás. —Eres tan hermosa, Amelia siempre me habla de ti. Te escondieron muy bien. ¿Podía creerle? Mi madre sólo caminaba con mi padre y hablaba de lo que él quería hablar. —Muchas gracias —susurré con nerviosismo, empuñando una mano en la falda de mi vestido, y la señora Anne me abrazó por los hombros. —Quiero que conozcas a mis hijos. Estoy segura que podrás llevarte bien con el del medio, es un par de años mayor que tú, pero es encantador. Adorarás a mi hija, la trajimos sólo para que pudieran hacerse amigas. No podía decir que era una mujer interesada porque era tan sencilla que a veces me hacía pensar que se coló en la fiesta sin invitación alguna. Además, su forma de mirarme era tan pura que sentía que podía confiar en ella. —Madre... —Alcé la vista y le sonreí a la castaña que me miraba con los ojos muy abiertos y me cubría el campo de visión porque era mucho más alta que yo. —Ho... —Mi voz murió y no sé qué gesto puse cuando Daniel apareció junto a la joven, acompañado de otro rubio de ojos verdes que me miraba con la

misma inquietud que la joven que seguramente respondía al nombre de Milenka. Daniel Montaño. Endurecí mi semblante mirando a las tres personas que tenía en frente y alcé el mentón con suficiencia. Me conocían y seguramente sabrían la historia que tuve con Daniel; no obstante, estaban muy equivocados si pensaban que me verían vencida. La boca de Carlos tembló en un intento de esconder su sonrisa y Milenka siguió mirándome como si fuera su cantante favorita. —Te presento a mi hija Milenka; Carlos, es el del que te hablé, quizás puedan salir uno de estos días. —Encantado —dijo el rubio oscuro y besó mi mano, mirándome con picardía. La retiré. ¿Otro mujeriego igual que el hermano mayor? —Y mi hijo mayor, Daniel. —Esta vez Anne no parecía muy satisfecha con la idea de nombrar ni mucho menos mirar a su hijo, por lo que yo imité su acción y le lancé una rápida mirada sin reparar mucho en él. Sin embargo, el muy sinvergüenza sujetó mi mano y se la llevó a los labios sin dejar de devorarme con la mirada. —Mucho gusto, señorita Rivers. —Puedes decirle Aria. —Respingué al darme cuenta que el grupo se dividió y Andrés estaba junto a mí mientras que nuestros padres se iban con los de Daniel. —O puede no decirme nada —solté con brusquedad, retirando mi mano. Andrés me miró con incredulidad ante mi grosería y Carlos se rio por lo bajo sujetando otra copa de vino y dejando la que estaba vacía en la charola del mesero. —Aria, él es mi mejor amigo. Traducción: compórtate.

—Pero no el mío —farfullé. —Yo... —Miré a Milenka—. Eres tan hermosa, pareces una muñeca — soltó con admiración, era una adolescente demasiado agradable y lo que más me gustaba era verla tan feliz y lejos de los problemas que la mayoría de las personas de este salón teníamos. —Gracias —le dije riendo. —¡Alex! —chilló haciendo que todos respingáramos y miré hacia atrás viendo como mis amigos ingresaban al salón—. Ay no, ¿estoy bien, Carlos? Voy a acercarme. Una fan... grandioso. —Si quieres puedes venir conmigo, es mi amigo. Necesitaba alejarme de Daniel antes de que perdiera los estribos e hiciera que lo sacasen de la fiesta a patadas. No pensaba hablar con él porque sabía que ahora las cosas eran muy diferentes. Aria nunca sería lo mismo que Aria Rivers para él. —Quédate aquí —ordenó Andrés con poca paciencia, claramente queriendo meterme a Daniel por los ojos. —Tú también, Milenka. Con razón eran buenos amigos; eran unos mandones de primera. Ignorando olímpicamente a mi hermano me giré sobre mis talones y me puse en marcha hacia donde Melody y Alex se encontraban. Ese era mi grupo, mi gente y donde me sentiría cómoda por el resto de la noche. Las cosas se habían complicado para mí, si a Daniel se le ocurría decir que era el padre de mi hijo, tanto Diego como mi hermano llegarían a la conclusión de que lo mejor sería casarnos, algo que por más que yo no quisiera, entre ellos dos podrían conseguirlo con facilidad. No obstante, aún me quedaba un recurso y era que el trato que Daniel me dio podría ser una razón de sobra para que Andrés lo aborreciera y, había que agregar, que Daniel estaba obsesionado con

mi hermano y supuestamente eran mejores amigos. —De acuerdo. —Miré de soslayo a la castaña que había seguido mis pasos —. Daniel va a matarme pero no me importa, soy muy fan de Alex y nunca me dejan acercarme a él. —Estás muy nerviosa —dije con diversión y ella asintió—. Actúa con normalidad, estoy segura que compartiremos mesa. —Gracias. Con suerte puedes ayudarme a que Daniel no se enoje conmigo, eres la mujer que lo tiene llorando desde hace meses. Evité trastabillar en el camino y clavé la vista hacia adelante. Esa niña no tenía la menor idea de lo cabrón que podía llegar a ser su adorado hermano. ¿Llorar? ¿Daniel se atrevió a llorar cuando la que quedó sola y con un hijo en el vientre fui yo? —Te adora, te estuvo buscando por meses. Pues ya me había encontrado, y para su desgracia lo detestaba tanto que lo menos que quería era volver a encontrarme con él. Por las palabras de Milenka, claramente Daniel estuvo pensando erróneamente todo este tiempo, dado que de mí no conseguiría nada más que mi desprecio. Me encargué de presentar a Milenka a Alex y a Melody y como todo hombre con dos ojos, mi amigo se había visto interesado en la joven hasta que descubrió que era menor de edad. Sin embargo, eso no impidió que conversara con ella sobre su carrera y todos los viajes que hizo gracias al modelaje. —¿De dónde salió esta parlanchina? —bromeó Mel en un susurro y me reí por lo bajo. —Es la hermana de Daniel. —¿Está aquí? —preguntó con un gruñido y asentí. —Es el mejor amigo de mi hermano, así que debemos ir con cuidado. —¿Y por qué no decirle a tu hermano la verdad para que lo mate a golpes? —escupió y la fulminé con la mirada.

—Nadie debe saberlo. Este niño es sólo mío. —De acuerdo, deja le mando un mensaje a Alex para que no pierda los estribos cuando vea al imbécil. No lo había pensado. Alex miró ceñudo su celular y cuando leyó el mensaje le regaló una rápida mirada a Milenka y luego a nosotras. Asintió, por lo que suspiramos aliviadas al saber que se comportaría. —Eres muy parecida a tu hermano. Ambas giramos el rostro hacia una voz totalmente desconocida y nos encontramos con una morena de labios gruesos y ojos color chocolate bastante atractiva. ¿Sería una de las modelos de mi hermano? —Lo tomaré como un cumplido. —Sonreí amistosamente. —Lo es. —¿De verdad? —bromeó Mel y la mujer reparó en ella. —¿Y tú eres…? —La miró despectivamente. —Justo estaba por hacer la misma pregunta —le corté toda intención de menospreciar a mi amiga y la morena me regresó toda su atención. —Mariam Coleman. —¿La prometida de Daniel? —pregunté sin siquiera pensar en mis palabras y ella apretó la mandíbula. —Nunca llegamos a prometernos, la relación terminó cuando él se fue a Miami y cuando regresó decidimos darnos un tiempo. Tu hermano es un chismoso de primera —farfulló, fastidiada— prefiero darte yo la versión de los hechos para que Andrés no los exagere. —¿Eso quiere decir que sigue soltero? —inquirió Melody, sorprendida, y Mariam le regaló una mirada llena de rencor. —Daniel y yo nos casaremos, ¿lo entiendes? —aclaró de manera posesiva y ambas respingamos por su violenta actitud—. Soy indispensable en su vida y

él lo sabe, sólo es cuestión de tiempo para que regrese conmigo. Estaba claro que era una mujer impulsiva, celosa y posesiva, ahora comprendía por qué lo llamaba todo el tiempo en Miami, aunque… considerando que Daniel era un mujeriego de primera, quizá Mariam tuvo razones de sobra para actuar de aquella manera. —Espero no le tome mucho tiempo decidirse. Creo que hacen una pareja maravillosa —dijo Melody con una sonrisa más falsa que los labios gruesos de Mariam, y una punzada en la sien hizo que tambaleara. —Necesito ir al baño —musité con un hilo de voz y Melody me regaló una mirada llena de preocupación, no quería ni imaginarme lo pálida que me habría puesto. —¿Te encuentras bien? —inquirió Mariam, titubeante, y usé todas mis fuerzas para sonreír. —Un simple mareo. —Ven, tomemos un poco de aire fresco —susurró mi amiga con nerviosismo y simulando tranquilidad, abandonamos el salón antes de que mi malestar llamara aún más la atención de los presentes. De todos los días que pude haberme sentido fatal, ¡este tenía que ser el elegido! Definitivamente mi hijo no estaba conforme con la idea de aventurarse en el mundo hotelero de la familia Rivers. Después de comer uno de los chocolates que Melody me entregó para recuperar un poco de energía, sin arruinar mi maquillaje acuné mis cálidas mejillas con ambas manos y Melody se apoyó en el lujoso lavamanos mirándome con curiosidad. Desde el día de ayer mi cuerpo me estuvo pesando más de lo normal y lo único que quería era estar en mi cama y dormir durante una semana. —¿Qué harás? Él la dejó y ambas sabemos que fue por ti y tu hijo. —Nada, no pienso hacer nada. —Inhalé profundamente.

—No se quedará tranquilo, querrá tener derechos sobre su hijo. Por reflejo mi mano voló hacia mi vientre y lo acaricié con suavidad. Lo cierto era que si Daniel quería formar parte de su vida yo no podía negarle ese derecho a mi hijo, un padre era algo fundamental, yo carecía de uno teniéndolo vivo y tan cerca y no quería que mi hijo sintiera la ausencia de uno. —Supongo que los tendrá —musité vencida, consciente que no podía ser egoísta con mi bebé—, pero no tiene ningún derecho sobre mi vida. No quiero nada con él, Mel —Fui sincera, él era el tipo de hombre que jamás querría como pareja. —Me alegra saberlo. No es por nada, pero Mariam me parece una mujer peligrosa, está obsesionada con Daniel y parece que tiene reacciones violentas. Yo también lo había notado, la manera en la que miró a Melody dejó mucho que desear, por un momento pensé que la agarraría de los pelos y la sacaría al jardín para dejarle claro que Daniel era suyo. —Él no me interesa, lo menos que quiero es que ese idiota perjudique mis planes en cuanto al hotel, estoy en una etapa muy difícil de mi vida y no puedo tener distracciones. ¿Viste a mi padre? Es escalofriante y mañana no será un día sencillo para mí. —Gané una gran bocanada de aire y la castaña se removió inquieta. —Te estás alterando más de la cuenta, Aria, eso no es bueno. —Lo que no es bueno es no haberme preparado para un reencuentro con Daniel, por un momento pensé que tomaría más tiempo volver a ve… La puerta del baño se abrió con fuerza y di un brinco en mi lugar al ver el reflejo de Daniel por el espejo. Era un cavernícola y muy equivocado estaba si pensaba que dejaría que me tratase como lo hizo la última vez. —Estás en el baño de mujeres —farfulló Mel y él reparó en ella. —Quiero hablar con Aria. —Se oía tenso y molesto, como si supiera que estaba en medio de un juego muy peligroso.

Melody me lanzó una mirada fortuita y asentí con lentitud, viendo como salía del baño informándonos que estaría afuera. Abrí mi bolso de mano tomando mi labial, e ignorando su peligroso andar retoqué mis labios con un poco de brillo. —¿Por qué me mentiste? —preguntó con dureza y ahora saqué mi polvo. —No recuerdo haberte dicho ninguna mentira —respondí con indiferencia. —¡Eres una Rivers! ¿Te parece poco? —Nunca me preguntaste mi apellido, no tenía por qué decírtelo. —Quise retocar mi maquillaje, pero Daniel me quitó todo lo que tenía en las manos y lo puso al otro extremo del lavamanos. —Tenemos muchas cosas de qué hablar. —Esta vez sus palabras fueron muy cuidadosas a pesar de estar muy molesto y algo en mi vientre se estrujó al ver su insistencia. Como era el interés… No obstante, era un milagro que supiera lidiar con ese tipo de personas. —¿Ahora que soy una Rivers? —Sonreí con sorna—. No lo creo. —Te estuve buscando como loco. —Ya me encontraste, ¿no? —Me giré para quedar frente a él y demostrarle que no me tenía intimidada—. Ahora lárgate, como puedes ver no me falta nada. —¡Todo sería diferente si me hubieras dicho la verdad! —explotó, encolerizado, y endurecí mi semblante. —Claro, felizmente te habrías hecho cargo de tus responsabilidades. —¡No! Ni siquiera te habría puesto un dedo encima —escupió rojo de la rabia y retiré la mirada, segura de que pretendería manipularme con un monologo falso de un hombre decente que no tocaría a la hermana de su mejor amigo. —Olvida todo y cásate con tu novia de una vez por todas. —Me dispuse a sujetar mis cosas, pero ahogué una maldición cuando me sujetó de la cintura con

precisión, juntando nuestros cuerpos sin pudor alguno. Por un segundo quise gritar, pero eso podría llamar la atención de los invitados y lo menos que quería era que me relacionaran con Daniel. Él abrió los ojos de par en par al sentir aquello que ya era un poco notorio y su agarre se aflojó al igual que su semblante. —No olvidaré nada, quiero estar con ustedes y no porque seas una Rivers. Mi hi... —Cállate. —Lo miré con rencor y lo empujé por el pecho para que me soltara—. Haz de cuenta que lo di en adopción, esa idea te fascinaba y libraba de culpas. —Me equivoqué —soltó y se alborotó su cabellera con desesperación—. Estaba asustado, mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados y no supe que hacer. —Lloraré por ti cuando tenga tiempo. —Intenté abandonar el baño, dejando mis cosas atrás, pero él se interpuso en mi camino y me obligó a retroceder. —Esto no tiene nada que ver con quien eres, dejé a Mariam por ti, te estuve buscando como loco todos estos meses. Cuando estuvimos en Miami yo no estaba con Mariam, es verdad que tenía en mente casarme con ella pero no la amo, nosotros teníamos un trato. —Apártate, a mí no me interesa lo que existe entre tú y Mariam. Lo único que tengo claro es que nosotros no tenemos nada. —Quiero estar con ustedes, quiero volver a tenerte entre mis brazos. —Un escalofrió recorrió mi espina dorsal al sentir como terminaba en cautiverio entre su cuerpo y el lavamanos. —Vete haciendo a la idea de que eso no sucederá. —¡Yo te amo, maldita sea! —Bramó con impotencia y rodeó mi cintura pegándome a su pecho de un simple tirón. Estaba desesperado—. Los amo,

quiero estar con ustedes. —Lo que hace un buen apelli… —¡No es por eso! —Posó una mano en mi nuca y de pronto me sentí mareada, desorientada y gobernada. Forcejeé con él, pero de nada me sirvió, Daniel no aflojó su agarre—. Llevo meses anhelando esto, la simple idea de no volverte a ver estuvo a punto de llevarme a la locura. —Rozó nuestras narices y mis ojos me picaron, odiaba sentirme tan débil entre sus brazos—. Perdóname por todo el daño que te he causado, te lo suplico. En serio no quiero nada de tu familia, sólo los quiero a ustedes. —Te perdono. —¿De verdad? —Su agarre se hizo más posesivo y el aire empezó a faltarme. —Sí, pero ahora déjame tranquila. No quiero tener nada que ver contigo. Si lo había puesto feliz hace un segundo, claramente ahora ya no lo estaba. No pensaba amargarme la vida por Daniel, una de mis metas era no dejar que el odio me consumiera y por eso no le guardaría rencor siempre y cuando él se mantuviera alejado de mí. —Estás equivocada si crees que no formaré parte de la vida de mi hijo — dijo con suavidad—. Pueden dejarme en la calle, quitarme todo lo que tengo pero diré la verdad. No me interesa lo que tu familia pueda hacer en mi contra. —No —susurré con un hilo de voz, nerviosa—. No puedes hacerlo, yo... La puerta del baño se abrió con violencia y gracias a los santos Daniel me sostuvo con fuerza porque no me sentía bien. Había ido al baño para conseguir un poco de tranquilidad y él acababa de robarme toda la que tenía en el cuerpo. —Es el baño de mujeres, Daniel. Maldición. Mariam estaba aquí y como cualquier otra ex, nos miraba con un odio voraz que si no fuera una Rivers, quizás me habría intimidado. Él no me soltó

incluso con la morena frente a nosotros, sino todo lo contrario, me acurrucó contra su pecho percatándose que efectivamente no podía moverme. —Te llevaré a una alcoba, no te encuentras bien —dijo con ternura y sin esperar que aceptara me tomó en brazos, cogió mis cosas y salió del baño ignorando a Mariam. —Llévame al jardín, sólo necesito un poco de aire fresco —le ordené y Melody se puso a nuestra altura. —Quise evitar que ingresara, pero esa mujer está endemoniada. —No importa —le dije sonriendo y la castaña hizo una mueca de disgusto. —¿Qué está sucediendo? —Daniel paró en seco al ver a mi hermano frente a nosotros, junto a Carlos, y antes de que pudiera hablar decidí adelantarme. —No me sentí bien y el señor Montaño me ayudó, hermano. Estiré mis brazos para que él me cogiera, pero la piel se me erizó cuando Daniel presionó su agarre. Él no podía hablar, aún no estaba lista para decirles a todos que estaba embarazada ni mucho menos para decir que él era el padre de mi hijo. Andrés lo mataría sin dudarlo por muy amigo suyo que fuera. —Hermano, creo que la señorita Rivers puede caminar. —Carlos se adelantó y puso una mano en el hombro de su hermano, y como si de una magia extraña se tratara, Daniel me bajó con mucho cuidado. —¿Te encuentras bien, Aria? —insistió Andrés, usando su cuerpo para que pudiera tener un apoyo. —Sí, regresemos a la fiesta, pronto servirán la cena. Mi estómago crujió ante la idea de comer algo rico y cuando nos encontramos en la mesa junto a Alex y Milenka, que al parecer congeniaron muy bien a pesar de su diferencia de edad, Mariam se unió a nosotros alegando que teníamos espacios vacíos y estaba aburrida en su mesa. Nadie objetó y por los siguientes veinte minutos sólo pude concentrarme en mi cena, desde la entrada hasta el postre. No obstante, tuve que ayudar a Melody

silenciosamente a elegir correctamente los cubiertos porque la mujer estaba más perdida que Dora la exploradora. Podía sentir la mirada de Daniel fija en mí e incluso así no le regalé un segundo de mi tiempo. La humillación que había sentido el día que nos separamos no se borraba con un simple perdón. Menos cuando eres una Rivers. Trataría con él, pero lo haría por mi hijo, porque él no merecía que mi egoísmo y orgullo le arruinaran una posible buena relación con su padre. —Avísame cuando estés lista, voy a presentarte a Scheider —musitó Andrés, inclinándose sobre Melody dado que ella estaba en el centro de ambos, e inspeccioné el lugar con la mirada. —¿Cuál es? —La mesa que está junto al jardín, ves al hombre de traje gris, el pelinegro de piel bronceada. —Es muy guapo —dije al unísono con Melody y Andrés rodó los ojos con aburrimiento. —Y está mayor para las dos, así que Aria concéntrate. —De acuerdo, estoy lista. No había tiempo que perder, mientras más rápido me ganara el estima del alemán, más rápido le demostraría a mi padre que conmigo no podría imponer su voluntad. Ambos abandonamos la mesa para dirigirnos hacia la de Scheider, quien ni bien conectó su mirada con la mía, se puso de pie y me sonrió con galantería. Como buena anfitriona, le respondí con una sonrisa idéntica a la suya y me preparé para lo que vendría a continuación. Ese hombre era un mujeriego de primera y, por suerte, gracias al padre de mi hijo, yo ya sabía lidiar con los de su tipo.

Capítulo 18 DANIEL. —Estás jodido, Daniel, si yo fuera tú me conformaría con que me dejara ser parte de la vida de mi hijo. Esa mujer es una Rivers al cien por ciento y jamás te perdonará lo que le hiciste. ¡Y una mierda! Tenía que existir una manera y no me importaba el tiempo que llegase a tomarme. Aria Rivers volvería a ser mía, volvería a enamorarla y la alejaría de todos los idiotas como Anthony Scheider que la miraban idiotizados queriendo desvestirla con los ojos. No tenía la menor idea de lo que Andrés buscaba presentándola a ese imbécil pero no permitiría que Aria estuviera con otro que no fuera yo. Ella me amaba y yo la adoraba con cada fibra de mi ser. Cometí un terrible error al no querer aceptarlo y ahora estaba pagando con creces mi idiotez; sin embargo, no por eso me haría a un lado. —… y cabe agregar que ella no parece estar muy interesada en ti y tus buenas intenciones. —Hablaré con los Rivers, les diré la verdad. No pensaba esconderme, si ellos tenían que descargar su rabia en mí lo aceptaría sin poner resistencia. —No seas imbécil —siseó mi hermano—, ¿crees que lo saben? Estamos hablando de Diego Rivers, Aria jamás llegaría y le diría felizmente: «estoy embarazada», y él mucho menos la presentaría de ser así. Date cuenta, Daniel, mira como esconde su vientre. Los Rivers no saben nada. Una nueva inquietud invadió mi pecho y recordé que Aria había huido por meses de su familia. Dios santo, yo había provocado que ella se alejara de su vida por miedo: porque sí, Diego Rivers era escalofriante y Aria no habría

permitido que le hiciera nada a nuestro hijo. Si me hubiera quedado... si la hubiera protegido... todo habría sido diferente para nosotros. —Debes darle su tiempo —dijo mi hermano muy cautelosamente como si pensara que pronto le partiría la cara—. Si fuerzas tu relación, Aria Rivers sólo te odiará más de lo que ya lo hace, lamento informarte que es ella quien tiene el control ahora. —Si hablara con Diego... —Ustedes tendrían que casarse para tapar el escándalo —terminó por mí —. Y ella te odiaría de por vida porque no la dejaste elegir. Maldición. Odiaba que tuviera razón. Por más que yo pudiera hacer feliz a Aria y a mi hijo, nuestra unión sería forzada y ella me detestaría por eso. —Debes conquistarla, empezar de cero y conocer a la mujer que al parecer es una completa desconocida para ti. No quieres perder la amistad de Andrés, ¿te has puesto a pensar cómo se pondrá cuando se entere? Y ese era otro problema porque yo le había hablado a Andrés de la mujer que conocí en Miami y no le había dicho cosas muy bonitas. —Yo.... La amo —solté con frustración, mirando con envidia como Anthony bailaba con ella. Me dejé llevar por la ambición y este era mi castigo, ahora la única mujer que quería conmigo creía que era un interesado y sólo buscaba responsabilizarme de nuestro hijo por su dinero y apellido. —Lo sé. —Palmeó mi hombro como muestra de consuelo—. Pero no puedes ir tan de prisa, Daniel. Deberías pensar en cómo les dirás a nuestros padres que embarazaste a una Rivers y la abandonaste diciéndole que no es nadie. No sé si lo sepas, pero es como un intento suicida. Sonreí levemente divertido. Eso era verdad, si Aria fuera como Andrés ahora mismo estaría en muchos problemas; pero ella... era diferente, y justamente por eso no pude asociarla a la

pequeña hermana de mi mejor amigo, porque esa mujer era luz pura, en cuestión de semanas me robó el corazón y me convirtió en un hombre común y corriente capaz de sentir y pensar en otra cosa que no fuera el trabajo y mi futuro. —Hoy iré a verla a su apartamento, gracias a Andrés sé don... —Varios jadeos horrorizados hicieron que alzáramos la vista y viéramos como la gente de la pista de baile se amontonaba alrededor de una pareja. —¡Aria! —Andrés empezó a abrirse campo e intenté salir corriendo hacia el gentío, pero Carlos me lo impidió. —Suéltame, maldita sea —le ordené rojo de la rabia y me entregó una mirada significativa. —Iremos con él, pero por favor, no seas tan obvio. Si él se entera, te la va a quitar por más que Diego quiera unirlos para toda la vida. Inhalando con pesadez me zafé de su agarre y tratando de controlar mis emociones, me acerqué a la multitud viendo salir a Andrés de la misma con Aria en brazos. Estaba pálida y se había desmayado, estuve a punto de ordenarle que me la diera. —¿Qué pasó? —Me puse junto a él, sintiendo como mi cuerpo temblaba, y salimos del salón de baile con Carlos y Melody pisándonos los talones. —No lo sé, pero la llevaré al hospital. Quiero que conduzcas. —Lo haré yo. —Se adelantó mi hermano y se lo agradecí en silencio, no estaba en condiciones para conducir un auto. ¡Mi cuerpo no dejaba de temblar! La había sentido un poco débil en el baño, pero no creí que fuera algo tan grave. Cometí un terrible error al ignorar aquel hecho. Tuve que conformarme con ir en el asiento delantero, dado que Andrés y Melody fueron en los asientos de atrás para atender a Aria, y viendo por el retrovisor la preocupación de mi amigo, supe que no le haría gracia saber que le había hecho tanto daño a su hermana. —¿Qué fue lo que ocurrió, Melody? —exigió saber Andrés y la castaña

titubeó. —Desde ayer no ha dejado de tener náuseas y mareos. Su ginecóloga se fue a Madrid hace tres días y ella no buscó a otra por falta de tiempo. Le di unas pastillas antes de salir porque ella me lo sugirió y... —¡Debiste informarme que estaba enferma! Mi cuerpo se sacudió con violencia. Un embarazo no era algo tan fácil de sobrellevar y Aria estaba sufriendo los altos y bajos del mismo. La culpabilidad me carcomió por dentro, la sola idea de imaginármela sufriendo todos estos meses hacia que algo en mi interior se desgarrara. Y yo, tan imbécil, en vez de preocuparme por su estado estuve a punto de besarla, de obligarla a sucumbir en el placer porque nuevamente había sido egoísta con ella. Cuando llegamos al hospital todo se dio de manera muy rápida, se llevaron a Aria en una camilla rodeada de doctores y enfermeras y nos dejaron muertos de angustia a la espera de nuevas noticias. Alboroté mi cabellera con desesperación y aflojé mi corbata de un tirón deseando quitarme mi saco y ese estúpido chaleco que traía encima. Estaba asustado, verla inconsciente sólo hizo que recordara lo mucho que la amaba y me aterraba perderla. Me puse tenso al ver como Melody lloraba en silencio y miré por los alrededores. No sabía consolar a una mujer, menos cuando esta debía odiarme por ser el causante del dolor de su amiga. Estiré mi mano para poder apoyarla en su hombro, pero el cuerpo de Andrés se interpuso en mi camino para envolverla en sus brazos. Era lo mejor. Yo estaba peor que Melody y lo único que conseguiría compartiendo su dolor sería derrumbarme aquí mismo, delatándome ante Andrés. —Debes calmarte —espetó Carlos en un suave murmullo, entregándome

un vaso de café. —No puedo, necesito verla —dije con desesperación. Llevábamos veinte minutos esperando y no teníamos noticia alguna de Aria, si las cosas seguían así terminaría perdiendo el control. Era un golpe de suerte que Melody tuviera muy ocupado a Andrés como para que este me prestara la debida atención. —Y lo harás, pero tranquilízate. Si Andrés se entera, no te dejará verla — susurró y todos mis músculos se tensaron. Por más que me doliera admitirlo, era verdad. Andrés no era un hombre fácil de tratar y menos cuando estaba molesto —. Recuerda que los rechazaste vilmente. De pronto quise gritar, darme de bruces contra la pared y maldecir una y otra vez por haber sido tan imbécil. Si algo llegaba a sucederles, jamás me lo perdonaría. —Mi Aria está en Londres —musité sin poder creérmelo. ¡La encontré, por fin sabía dónde estaba! —Tu Aria es una Rivers —soltó Carlos con un bramido—. Y la más orgullosa de todos. —¡Andrés! —¡Melody! Amelia y Alex acababan de llegar al hospital y se veían tan preocupados como nosotros. Melody se fue a los brazos del modelo y Andrés conversó con su madre en voz muy baja haciendo que esta atravesara por un cúmulo de emociones y terminara llorando silenciosamente. Diego no estaba. El muy desgraciado se había quedado en su fiesta para calmar a sus invitados, le había valido muy poco el estado de su hija. Nunca sería un padre como él, hombres como Rivers no merecían hijos como los que él tenía. —Familiares de la señorita Rivers. —Aquí. —Andrés y Amelia se acercaron al doctor—. ¿Cómo están mi

hermana y mi sobrino? ¿Sobrino, tendría un niño y ella no me lo había dicho? Los ojos me picaron y Carlos tiró de mi brazo para alejarme un poco de la multitud, todo indicaba que el estado de Aria era estable y sólo necesitaba descansar más, el estrés y exceso de trabajo la habían dejado agotada. —Debes calmarte, yo... no la conozco del todo, pero parece una mujer muy buena —espetó, brindándome su consuelo, y asentí cabizbajo frotando mis ojos, angustiado. —¿Puedes creer que fue a esa hermosa criatura a quien eché de mi casa cuando me enteré que estaba esperando un hijo mío? Un varón... mi primer hijo sería un niño. —Deja de atormentarte, no conseguirás nada si sigues así. Ya está hecho, Daniel, no hay marcha atrás, sólo te queda esperar y luchar por ella. —Nunca más volveré a dejarlos solos. —Lo sé. Como también sé que serás un buen padre. ¿Sería verdad? ¿Ella podría creer algo así después de que sugiriera entregarlo a otra familia? —Debemos irnos —susurró, mirando sobre mi hombro—. Andrés no tomará bien que nos metamos en los asuntos de su hermana, siempre fue muy receloso en cuanto la vida privada de Aria. —Volveré mañana. Estaba seguro que ella pasaría la noche en el hospital. —Y vendré contigo para no levantar sospechas, no te preocupes. —Me sonrió abiertamente—. Trata de calmarte, Andrés viene para acá. —Pueden irse, muchachos, gracias por ayudarme pero mi hermana pasará la noche en revisión. Mi madre se quedará con ella. ¿Amelia haría algo así?, ¿y qué pasaba con Diego? Él era el tipo de hombre que siempre tenía a su esposa junto a él, Diego podría olvidarse de todo un

mundo menos de su mujer. —¿Cómo se encuentra? —pregunté sin importarme una mierda lo que pudiera suceder y Andrés suspiró. —Tiene muchas responsabilidades encima y, como oyeron y espero sepan guardar el secreto, está embarazada. Debe descansar y será un reto hacerla entender ese hecho, Aria está empeñada en trabajar en los hoteles desde el lunes. —Podría ayudar a encontrar un buen ginecólogo —me ofrecí, deseoso de hacer algo por Aria y mi hijo. —Perfecto. Encárgate de eso, Daniel, te estaré muy agradecido. —Se dispuso a volver con su madre, pero paró en seco cuando escuchó mis palabras. —Vendré mañana. Su mirada se volvió recelosa y Carlos habló en el instante. —Queremos ser de ayuda. El rubio asintió no muy seguro. —No fueron del agrado de mi hermana —nos recordó con seriedad—. No sé si a ella le gustaría ver… —Milenka te tuvo miedo durante los primeros seis meses de nuestra amistad —le recordó Carlos en tono burlón y Andrés rodó los ojos con aburrimiento. Eso era verdad, con sólo ver al serio Rivers ingresar a nuestra casa, Milenka se lanzaba a llorar como si estuviera viendo a un asesino serial—. Somos amigos, casi familia, queremos ayudarte. —Por favor, Andrés —insistí, y lanzando un suspiro mi amigo terminó aceptando nuestra visita de mañana. Aunque… si él hubiera dicho «no», igual me habría presentado ante Aria. Nadie me impediría verla ahora que por fin sabía dónde estaba.

*** ARIA.

Las cosas se habían salido de control y mis planes tendrían que ser modificados. Mi madre ya sabía que estaba embarazada y lejos de reaccionar negativamente, ella esperaba que me creyera el cuento de: quiero ser una buena madre y pienso apoyarte. Una tontería. Andrés se lo había contado porque obviamente era un secreto que los doctores no nos ayudarían a ocultarle a mi padre. Cuando desperté esta mañana y vi a Amelia en mi alcoba, mi conmoción fue tanta que no me atreví a emitir palabra alguna. Ahora mismo a pesar de que ella me hablaba y trenzaba el pelo con mucho cuidado, no podía dirigirle ni la mirada. Nunca antes hizo algo así por mí. Lo cierto era que cuando había anhelado que alguien de mi familia me peinara para ir a la escuela había recurrido a Andrés y él hizo todo lo que pudo para que me sintiera feliz. Dios... ¿Dónde estaba mi hermano? —El doctor dijo que debes estar en reposo. No tenía tiempo para reposar, el lunes empezaría a trabajar en los hoteles, ahora menos que nunca podía bajar la guardia, estaba segura que Diego ya estaba al tanto de todo y pronto tendría que enfrentarlo. —Daniel fue muy amable con nosotros y se encargó de organizar una cita con uno de los mejores ginecólogos para mañana. Él vendrá desde España, ahora trabajará en Londres, será trasladado de hospital. —¿Y por qué ese señor tiene que meterse? —pregunté con brusquedad, detestando la idea de que Daniel quisiera conseguir mi perdón, y odié ver ese brillo esperanzado en los ojos de mi madre al oír mi voz. —Bueno... Él se ofreció a ayudar en la búsqueda de un nuevo doctor. Quiere mucho a Andrés y seguro te aprecia porque sabe que eres especial para él.

Por favor... A Daniel sólo le interesaba que fuera una Rivers y sobre su amistad con Andrés... Era un misterio que pensaba descifrar. Daniel estaba obsesionado con mi hermano. —No me agrada —sentencié sin ganas de seguir hablando de él. Quise ponerme mis zapatillas, pero quedé perpleja al ver como mi madre se inclinaba para hacerlo por mí—. Puedo sola, Amelia. Era la primera vez que era tan huraña con mi madre y era doloroso; sin embargo, no estaba en condiciones para ponerme a lloriquear y mostrarme débil. Lo difícil de esta lucha recién estaba dando inicio y algo me decía que Amelia terminaría yéndose tras de Diego, si había algo que no podía negar era el amor que mis padres se profesaban entre sí. Observé mi ropa, todo era nuevo. Seguro Melody tuvo que irse con Alex y no pudo traerme nada, pues era un vestido tan infantil que estaba claro que mi madre lo eligió por mí. ¿Es que acaso no sabía que tenía veintitrés años? Con este vestido floreado parecía una quinceañera, y ni hablar de la trenza que me hizo. Bueno... Al menos escondía mi vientre. Estaba segura que los reporteros estarían esperándome para tomarme unas fotos después de lo que ocurrió ayer en la fiesta. La puerta de la alcoba se abrió con tal brusquedad, que no necesité alzar el rostro para saber de quien se trataba. En cambio mi madre se puso tan nerviosa que se incorporó tambaleante. —Cariño, ¿y Andrés? Dijo que vendría contigo. No hubo una respuesta y dirigí la vista hacia mi padre, quien me miraba con una frialdad que quizás, si no supiera que tenía que luchar, me habría congelado hasta las venas. —Ya me enteré que seré abuelo. —Su tono fue neutral, pero mentiría si dijera que no sentí la brisa helada en la alcoba.

—Diego, no es momento de hablarlo —espetó Amelia con voz temblorosa. —Claro que lo es, dado que aún no me presentaron a mi yerno. Maldición. Mi padre iría por pasos, sin explotar de entrada pero sí amenazando en el camino. —Y no lo conocerás, papá —dije con parsimonia, manteniendo la calma—. Seguro está en algún lugar de Miami. —Te mandé a Miami para que te relajaras antes de ingresar a trabajar al hotel; no para que te comportaras como una zorra. Físicamente, Diego y Andrés eran una copia exacta, sólo que al primero se le notaba los años que traía encima. No obstante, mi hermano jamás me hubiera dicho algo así por más molesto que estuviera. —¡Diego! —exclamó mi madre y silenciosamente me puse de pie, sujetando mi bolso y celular que se había quedado sin batería. —Estás muy equivocada si crees que lo aceptaré. Te irás a nuestra casa en París y lo tendrás allí, luego lo daremos en adopción. Escuchar aquella orden provocó que mi mente recordara, que retrocediera meses atrás cuando Daniel había pretendido hacer lo mismo, y algo en mi interior se rompió. Eran iguales... El hombre del que me había enamorado era igual de cruel que mi padre. —Equivocado estás tú si crees que regalaré a mi hijo —escupí con desprecio, mirándolo con rencor, y me sentí satisfecha al ver su estupefacción. —Te quitaré todo, Aria, desde el apartamento hasta tu última tarjeta. Sonreí con sorna. —El apartamento es mío. —¡Es imposible! Yo lo compré. —Pero se lo diste a Andrés y él lo puso a mi nombre hace unos días. Mi padre inhaló con pesadez y me mantuve serena. Me había preparado

para este día desde hace meses y no me dejaría amedrentar por él. —No puedes ir en mi contra, sabes que nada bueno saldrá de todo esto. —Lo único que sé es que no permitiré que le pongas un dedo encima a mi hijo. Me dispuse a salir del cuarto, dejando a mi madre perpleja y a mi padre rojo de la rabia, pero Diego me sujetó del brazo con firmeza. —¿Por eso hiciste que te pasara tus acciones? ¿Esa fue la razón por la que presionaste a Andrés para que se moviera en todo el papeleo? —Sus ojos ardían en cólera y los míos en determinación. —Orgullosamente una Rivers —Fue mi única respuesta y me solté de su agarre avanzando hacia la puerta. —¡Aria! —me gritó como si fuera una niña pequeña y exploté, volviéndome hacia él. —¡¿Qué?! —Mis padres abrieron los ojos de par en par—. Déjenme tranquila. ¡Nunca han estado para mí!, ¡nunca los he necesitado! ¡Jamás seguiré su voluntad porque ustedes no se ganaron mi confianza para que quisiera hacerlo! ¿Y saben algo? —No me callaría, lo sentía por Amelia pero ella también me había fallado—. No quiero volver a verlos nunca más —mi voz murió y le mantuve la mirada a mi padre—. Aunque a ti tendré que verte en el hotel. Me giré sobre mis talones para poder abandonar la habitación y paré en seco al ver a Daniel y Carlos allí, mirando la escena con una tensión única en el cuerpo. —Ustedes salieron de mi vida desde hace mucho —musité con voz ronca y mirando a Daniel, deseando con todas mis fuerzas que él entendiera mis palabras —. No pretendan que los deje entrar otra vez. Eso no va conmigo. Los pasé de largo y agradecí a los santos al ver a mi hermano pagando la cuenta. Parecía ansioso y la enfermera no hacía mucho por hacer las cosas con

mayor rapidez. —Andy. —Corrí hacía él y lo abracé por el vientre. —Supongo que el tenerte aquí, intacta, es la clara prueba de que pusiste a Diego en su lugar —susurró con preocupación y asentí sin alzar la mirada. —Aquí tiene, señor Rivers —dijo la enfermera, entregándole su tarjeta y un montón de papeles. —Quiero que me envíe la medicación a la dirección que les entregué — ordenó—. Ven —me abrazó por los hombros—, vine con Diego por lo que hoy tomaremos un taxi. —Yo... —No hace falta, Andrés. ¡¿Es que acaso Daniel no había entendido lo que le dije a él y a mis padres?! —Están aquí —musitó mi hermano con sorpresa. —Pensamos que podríamos ayudar —agregó Carlos a mi espalda y yo seguí sin mirarlos. —Y sí que pueden, llévenla a su auto y yo iré por su medicación. Así no tendré que esperar y enojarme por la lentitud de las personas. Se dirigió hacia el mostrador donde estaba la enfermera y pronto lo vi irse con la joven para adquirir las vitaminas que tendría que tomar. —Aria... —No me toques —escupí con rencor al sentir su cercanía. —Señorita Rivers, déjenos ayudarla, por favor. —Carlos se había puesto delante de mí y me hacía un gesto con la mano para que lo siguiera. Quise dar un paso en dirección contraria para ir por donde mi hermano se había ido, pero de pronto todo tembló a mis pies y me vi aferrada a unos fuertes brazos que me rodeaban el cuerpo con una asombrosa delicadeza. —No me iré —susurró en mi oído, haciéndome sentir indefensa—. Podrás

ser una Rivers, y la más orgullosa de todos, pero tú no tienes idea de lo que un Montaño puede hacer por su familia. —Suél... —Menos lo que yo puedo hacer por la mujer que amo.

Capítulo 19 ¿Cómo se atrevía a decirme algo así cuando fue él mismo quien me rechazó diciéndome que sólo servía para calentarle la cama?, ¿de verdad Daniel me veía tan inofensiva, tan poca cosa y sin amor propio como para volver a aceptarlo en mi vida? —Come, no quiero que tomes tus pastillas con el estómago vacío. Retirando la vista de los dos hermanos que me miraban con fijeza, me concentré en el cueco de sopa que Andrés puso delante de mí y sujeté la cuchara haciendo una mueca de disgusto. Amaba su comida pero por ahora no me sentía deseosa de una sopa. —No quiero un «no» por respuesta, come todo —aseveró mi hermano y seguí su orden empezando con mi almuerzo. —¿El doctor dijo que debía iniciar con una dieta blanda? —indagó Daniel con verdadera preocupación. —No —respondió—. Pero esto es mil veces más sano que todo lo que come con su amiguita. De pronto sentí el antojo de un pollo frito con sus papas fritas y una gran gaseosa. Miré el caldo de pollo y usando la imaginación me repetí una y otra vez que en la cena podría comer lo que quisiera. —¡Aria! —La puerta del apartamento se abrió y me puse de pie buscando con la mirada a Melody. —No grites, Mel. Avancé hacia el pasillo y sentí un gran alivio al ver a mis amigos en casa con pollo frito y dos botellas de coca cola. Las lágrimas estuvieron a punto de traicionarme. Mel me abrazó y se puso algo tensa al ver a Daniel en el apartamento, la reacción de Alex tampoco fue muy amigable, pero incluso así saludaron a todos y anunciaron que trajeron un poco de comida.

—Esto no es saludable para ella —aseveró Andrés mientras Melody ponía toda la comida en dos cuencos para que cada quien pudiera servirse lo que quisiera. —Pero se ve más apetitoso que un simple caldo de pollo. —Sonreí un poco ante el comentario de Carlos que sin permiso de nadie ya estaba poniendo los platos y los vasos en la mesa. —Es que él quiere matarla antes de los veinticinco y de la manera más cruel que puede existir: de hambre —dijo Melody y todos se rieron a excepción de Daniel y Andrés. —No sólo eres hermosa, sino que también divertida —agregó Carlos con coquetería y tanto Alex como Andrés lo hicieron a un lado para que se mantuviera lejos de Melody. —Creo que debería comer algo más saludable, no sé... —Daniel se rascó la nuca con inquietud—. ¿Y si no le sienta bien? —Aria lleva comiendo y deseando este pollo desde su tercera semana de embarazo —agregó Alex con seriedad e ignoré la palidez en el rostro del padre de mi hijo al darse cuenta que todo ese tiempo que estuvimos separados estuve con Alex y Mel—. Siempre que decae quiere un poco, por lo que no comerlo le puede sentar peor. Andrés aceptó el argumento de Alex y retirando una silla me pidió que me sentara para comer un poco. Se me hizo extraño comer en una mesa con tantas personas, desde pequeña siempre había estado sola o con Andrés; no obstante, con los hermanos Montaño y Ojeda todo era diferente porque no sólo eran muy distintos a mi hermano y a mí, sino que ellos sí parecían estar acostumbrados a comer en compañía porque se les hacía fácil entablar cualquier tipo de conversación. Andrés recibió una llamada y por la tensión que apareció en sus rasgos deduje que se trataba de nuestro padre. Se alejó de la mesa para contestarle y pronto nos anunció que tenía que irse. Carlos se ofreció a llevarlo y él aceptó

porque perdería mucho tiempo llamando a su chofer. Terminamos de comer y Alex y Daniel se encargaron de levantar la mesa sin poner objeción alguna mientras nosotras conversábamos. —¿Debería despacharlo? —inquirió Mel con suavidad. —No hace falta —respondí en un suspiro—. Hablaré con él. Me gustaría que nos dejaran a solas por unos minutos, no tomará mucho tiempo. Ya me había dado cuenta que Daniel no se daría por vencido tan fácilmente y si no quería que metiera la pata y dijera que él era el padre de mi hijo, debía tener una seria conversación con él. Melody aceptó mi decisión y se encargó de llevarse a Alex al súper por unos minutos diciendo que nuestro refrigerador necesitaba ser llenado otra vez. El castaño comprendió la situación y no muy seguro se fue con su hermana, dejándome a solas con Daniel. Ni bien la puerta del apartamento se cerró, Daniel avanzó en mi dirección y pretendió abrazarme; no obstante, alcé mi mano y con una simple mirada le pedí que no lo hiciera. —Estoy desesperado —confesó con voz rota, frotándose el rostro con frustración—. Ayer… me asusté mucho, por un momento pensé que los perdería. —Daniel… —Junté los ojos con cansancio—. Agradezco tu preocupación y aunque no lo creas, me alegra que vayas a formar parte de la vida de mi hijo, no quiero que carezca de un padre; pero debo dejarte claro que no me tienes, que tú y yo no somos nada. —Aria… —Tendremos un bebé; no una relación de pareja. —Sé que no merezco perdón, pero quiero conseguirlo. Lamento todo el daño que te causé, no pensé las cosas con claridad, estaba asustado y me dejé llevar por el miedo y mi egoísmo. —Deja de pensar en mí —solté con sequedad—, mi vida no debe

importarte. Lo que yo piense o deje de pensar no debe afectarte porque no te quitaré el derecho de ser su padre, no seré egoísta con mi hijo. —Pero quiero estar contigo. —Pero yo no deseo eso. Él intentó acercarse otra vez y con suavidad retiré la mano que estiró para acariciar mi mejilla. —Te voy a pedir que dejes de tomarte ciertas libertades. —Enderezó los hombros ante la tensión que se alojó en su cuerpo—. Ayer no me sentía bien, pero hoy es diferente. Deja de tocarme, deja de creerte dueño de mi cuerpo, lo que menos quiero es sentir tu cercanía —solté con sinceridad, lamentando haber perdido esa chispa que antes me hacía sentir como una pluma en los brazos de Daniel. —¿No hay nada que pueda hacer para conseguir tu perdón? —preguntó vencido, con la tristeza destilando en sus hermosos ojos azules. —Ya te perdoné, no amargaré mi vida odiando a nadie. —Yo te amo, Aria, y nuestro hijo mere… —Merece la misma felicidad que tú y yo merecemos; no me sacrificaré por nadie, Daniel. Gracias por amarme, pero lamento informarte que empezaste a hacerlo en el momento equivocado. Justo cuando empecé a ser una Rivers. Quise agregar, pero preferí guardarme ese comentario. Lo menos que quería era profundizar en aquel detalle; dado que mientras más lo pensaba, más me desagradaba el hecho de que tarde o temprano se sabría que el padre de mi hijo era un Montaño. Él amaría que la gente lo asociara con los Rivers. —¿Ya no me quieres, maté el poco cariño que me tenías? Era una buena pregunta y por supuesto tenía la respuesta correcta. —El último día me mostraste una faceta tuya que no conocía y estoy segura que mis sentimientos hacia ti fueron erróneos. Tenías razón: mi amor no

estaba justificado porque no te conocía y ahora que lo hago puedo decirte que... —No lo digas —me pidió con los ojos sumidos en la desesperación—. Yo... nunca he sido más yo que cuando he estado contigo. Me encontraste cuando yo ya me había dado por perdido desde hace años. Ese hombre que viste fue uno completamente desconocido para mí, fue un momento muy duro y perdí los estribos. Déjame demostrarte que no soy así, que esa faceta mía nunca más volverá a salir. Por favor, Aria, quiero volver a ser ese hombre que es capaz de sonreír en un parque de diversiones y exteriorizar sus emociones con facilidad. Dame una oportunidad, te lo suplico. —La tienes —solté con suavidad, queriendo dar por terminada la conversación. Escucharlo y verlo en aquel estado hacia que sintiera pena por él, pues no había nada que él pudiera hacer para hacerme cambiar de opinión—. No te privaré de tu hijo, formarás parte de su vida, pe... —Quiero ser parte de tu vida también. Te amo y haré cualquier cosa para recuperarte. Quise reír con amargura, qué diferente habría sido todo si aquella noche en Miami él me hubiera dicho aquellas palabras; pero no, Daniel esperó que la tempestad cayera sobre nosotros y las cosas terminaran así para darse cuenta que era especial para él. Si es que lo era… porque aún quedaba el hecho de que Aria nunca sería lo mismo que Aria Rivers. —Es imposible, no hagas esto más difícil. —No caería en su trampa. ¡Él era el tipo de persona que siempre quise evitar en mi vida! —Aria, déjame intentarlo. Sé que tienes miedo, pero te doy mi palabra que esto no tiene nada que ver con que seas una Rivers, no quiero nada de tu familia. Nunca más volveré a ambicionar poder, por culpa del mismo estoy revolcándome en mi miseria. Si tan sólo pudiera creerle. Todo era muy raro, su repentino amor

acompañado del descubrimiento de mi apellido. —No nos conocemos. Lo que fuimos en Miami fue... —Fue real, fuimos nosotros mismos sin filtros ni apellidos. —Sonrió con ternura y me rehusé a sucumbir en sus lindas palabras—. Ahora sólo queda aceptarnos con nuestros defectos. —No sé si podré confiar en ti. —Dame una oportunidad, te lo suplico. La única oportunidad que le daría sería formar parte de la vida de nuestro hijo. Por ahora lo único que tenía que hacer, era mover mis cartas para que el día que saliera a la luz que Daniel era el padre de mi hijo, Diego no intentase casarme con él. —Nadie puede saber que eres el padre de mi hijo, no por ahora. Debo asumir mis responsabilidades en el hotel y no quiero más problemas —Lo mejor sería desviar el tema a lo que realmente importaba. Él asintió con prisa y cuando intentó acunar mis mejillas, la comprensión lo golpeó con fuerza y bajó las manos a cada lado de su cuerpo manteniendo su distancia. —Será como tú quieras, ternura. —Se rascó la nuca con nerviosismo, sin saber qué hacer con sus manos que deseaban tocarme—. Siempre y cuando ustedes estén bien, yo mantendré todo en secreto; pero no me alejes, quiero ir a tu cita con el ginecólogo y ser parte de esto. —Debemos ser cuidadosos. Nos veremos directo en el hospital, no puedes pasar por mí a ningún lugar, Daniel, ¿lo entiendes? —¿Y si me necesitas? —Creí que ya había quedado claro el hecho de que no eres indispensable en mi vida —comenté con tosquedad y lamenté mis palabras al ver la tristeza en su semblante—. Lo siento. —Me froté las sienes con cansancio—. Tú logras sacar lo peor de mí.

—Lo sé. —Sonrió con melancolía, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón—. Sé perfectamente que eres una mujer capaz e inteligente, fue absurdo creer que serías tú quien me necesitaría a mí cuando está más que claro que las cosas son al revés. Decidida a cambiar de tema y dar por terminada la conversación, avancé hacia mi bolso y rápidamente saqué una de las tarjetas que mandé a hacer. Ahora que trabajaría en el hotel serían necesarias. —Ten, ahí está mi número. Envíame un mensaje cuando puedas y guardaré el tuyo. Aceptó la tarjeta y sin esperar un segundo sacó su celular y me envió un mensaje. Vamos… en Miami ni siquiera le había preocupado tener un dato mío, ¿qué? ¿El ver la palabra Rivers en la tarjeta le generaba otro tipo de ansiedad? Tragué con fuerza y retiré la mirada, consciente de que si no olvidaba ese hecho, Daniel y yo no progresaríamos en lo absoluto en la labor de ser buenos padres. —Sobre Andrés… —Dame tiempo —le pedí angustiada, de pronto alterada al recordar que me había acostado con el mejor amigo de mi hermano, y Daniel suspiró. No era fácil, maldita sea. ¿Qué le diría a Andrés? Él ni siquiera era capaz de imaginarme en una relación estable, menos me pondría en el papel de vividora que se acostaba con el hombre sexy que conoció en el avión. —Te daré lo que desees, de verdad eres lo más valioso que tengo y no quiero perderte otra vez ahora que sé lo doloroso que es vivir sin ti. —Debes irte. Gracias a los cielos, él no objetó y se marchó silenciosamente brindándome el espacio que requería. No necesitaba seguir escuchándolo, lo único que quería era dormir y pensar cómo demonios enfrentaría el gran problema que había

surgido ahora que había caído en cuenta que la familia de Daniel y la mía se adoraban. Esto complicaba las cosas, y mucho. Melody y Alex llegaron con un sinfín de compras y disculpándome con ellos por no poderles ayudar a guardar todo, me retiré a mi alcoba para alejarme de mi dura realidad. Mañana sería un día difícil y lo menos que quería ahora era ver la noticia sobre la hermosa hija de Diego Rivers que se desmayó en plena velada. Los medios me tendrían sin vida y sólo esperaba que mi vientre se mantuviera en un perfil bajo por al menos unas dos semanas más; aunque sospechaba que sería mucho pedir. La noticia de mi embarazo explotaría tarde o temprano y sería yo misma quien se la diera a la mejor revista de la ciudad; otro aliado nunca estaría de más, ¿verdad?

*** —¿Hoy sólo conoceremos al personal del hotel? —inquirió Melody, disfrutando de su tazón de cereal mientras leía los nombres de los mismos, y reí por lo bajo. —Así es, aunque el miércoles será una junta con los socios, deben conocerme y acostumbrarse a mi presencia. —Tu padre… —Él también estará presente. —Lastimosamente Diego no me entregaría todas esas acciones sin antes asegurarse así mismo. Siempre existirán unas cuantas cláusulas que le favorecerán. La castaña se removió inquieta y deduje que su preocupación se debía a su falta de experiencia. —Andrés irá con nosotras, él nos respaldará. —Te respaldará —corrigió con enojo— y luego me despedirá.

—Él no hará eso. A mi hermano le agradaba Melody, de ser lo contrario ya la habría echado desde hace mucho. Estaba claro que él sería un apoyo para las dos. —Me agrada tu atuendo, esconde muy bien tu vientre. —Gracias, pero debo decirte que está creciendo y esto no ayudará por mucho tiempo. —Si bien había optado por usar un vestido holgado que me llegase hasta tres dedos por encima de la rodilla, acompañado de un blazer igual de largo, había momentos en los que mi vientre se marcaba si no era lo suficientemente cuidadosa. —Estamos sobre la marcha, ¿verdad? —En efecto. —Pero lo haremos bien. —Sonrió con positivismo y asentí. —Nadie pasará por encima de nosotras. ¿Mi padre quería verme a la cabeza de sus hoteles?, pues hoy se le cumplirá el caprichito. —Sonreí con suficiencia, qué diferente era todo cuando existía una razón poderosa para luchar. El timbre sonó y recordando que Andrés era exageradamente puntual, ambas corrimos a lavarnos la boca para luego dirigirnos junto a mi hermano al hotel Rivers. —Señorita Allen. —Andrés miró significativamente a Melody y se me hizo raro escuchar el apellido de la familia adoptiva de Mel, para mí ella era una Ojeda y según Alex ella ya tenía los papeles para usar ese apellido—. Aquí tiene su credencial para acceder a las áreas restringidas. Le cedió el objeto y Melody lo aceptó con entusiasmo. Era bueno saber que ella sí quería trabajar y poner de su parte para salir adelante. —En las noches irás a unos cursos de secretariado, Melody —esta vez él la llamó por su nombre—, no coincidirá con tus horarios de trabajo. Los cursos son de siete a once, el edificio está cerca del hotel. —Pero lejos de nuestro apartamento —repliqué con el ceño fruncido y él

asintió. —Le diré a mi chofer que se encargue de ella, no debes preocuparte. Ambos sabemos que Melody necesita preparación, los socios del hotel y la mesa directiva serán exigentes. —Está bien, Aria, quiero hacerlo —dijo mi amiga con seguridad y Andrés me regaló una sonrisa triunfante, al ver que por primera vez desde que se conocen, Melody le dio la razón. —Bueno… —Hice un mohín al darme cuenta que los siguientes meses estaría cenando sola: odiaba hacerlo ahora que me había acostumbrado a la compañía de Mel. Sin embargo, Andrés tenía razón, esos cursos eran necesarios y una excelente oportunidad para Mel. El recibimiento de los empleados en el hotel fue digno de la realeza, estaba claro que mi padre los tenía muy bien adiestrados. Ingresamos al ascensor únicamente del personal y nos dirigimos al último piso donde se encontraban las oficinas. Según la información que Andrés me brindó, la mesa directiva estaba luchando por el terreno de Scheider en Berlín, así que mi deber era conseguir ese contrato a como dé lugar para ganarme su confianza. —Es hermosa, Andy, me encanta —dije con satisfacción, observando cada extremo de mi oficina, y me paré junto al gran ventanal que tenía una maravillosa vista hacia la ciudad. —Sabía que sería así. —Se regocijó y pronto nos estuvo mostrando dónde se encontraba el baño y un pequeño espacio que sería mi lugar de descanso en caso de que me sintiera mal. Debí imaginarme que mi hermano sería capaz de instalar todo un cuarto en mi espacio laboral para que me sintiera más cómoda. No era una mala idea, el doctor me había pedido reposo y esa cama sería de excelente ayuda en caso de que no me sintiera bien. —¿Qué te dijo nuestro padre ayer? —desee saber mientras almorzábamos en el restaurante del hotel después de haber caminado por todo el lugar. Jamás me

había puesto a pensar en lo grande que era el hotel Rivers, ni en todos los lujos que poseía, realmente el trabajo de Diego era algo que se debía valorar. —El viernes será la primera junta con los directivos. —Nuestras miradas se encontraron—. Sé que te pediré mucho, pero debes encontrarte con Scheider lo antes posible, el que presentes un avance con él sería algo que te ayudaría a ganarte a todos los socios. —No te lo dije, pero ayer me envió un arreglo floral a mi apartamento con una nota donde expresaba su preocupación y deseos de mejora para mi persona. —Esas cosas debes informármelas al instante —farfulló Andrés, claramente irritado, y sonreí con diversión. —Ayúdame a cenar con él esta noche. Era la mejor excusa para no cenar sola. Melody empezaría sus cursos hoy y yo pondría en marcha mi plan para hacer de Anthony Scheider mi nuevo aliado. —Perfecto. Conseguiré una reserva en el mejor restaurante de Londres y haré que él se presente. Sé que tienes una cita con tu nuevo ginecólogo, una vez que termines allí no regreses al hotel, arréglate para esta noche. —¿Y yo qué haré? —preguntó Melody, confundida. —Te quedarás a trabajar conmigo —notificó mi hermano con seriedad—. Aria quiere ir sola a su cita, así que yo te pondré al corriente de cual será tu trabajo de ahora en adelante. Sola… Que extraño se me hacía saber que Daniel iría conmigo, lo cierto era que no imaginé que él llegaría a estar en esta etapa de mi embarazo. Ni en ninguna otra.

Capítulo 20 DANIEL. Tamborileando mis dedos sobre mi regazo, repiqueteando el pie contra el piso y mordisqueando mi labio inferior, contaba cada segundo que transcurría y en cada segundo me ponía más ansioso. —Sólo... no te pongas nerviosa, ¿sí? Estoy seguro que dentro de poco nos llamarán —musité con fingida calma, sin mermar mis movimientos, y Aria permaneció inmóvil en su lugar. —No lo estoy, así que tranquilo. —Por el rabillo del ojo vi como hojeaba una revista con total serenidad y miré el techo con desespero. Hace un minuto y doce segundos que debieron llamarnos. Ya se estaban tardando—. Sólo es una ecografía, Daniel, todo saldrá bien —siseó de pronto con irritación al reparar en que no dejaba de moverme. ¿Sólo una ecografía? Sería la primera vez que vería a mi bebé, para mí no se trataba de una simple ecografía. Había hecho traer al mejor ginecólogo desde Madrid sólo para asegurarme que Aria y mi hijo estuvieran en buen estado durante el tiempo que aún quedaba de embarazo. No quería confiarme ni mucho menos descuidarme más tiempo del que ya lo había hecho, porque aunque me doliera admitirlo: había perdido mucho del embarazo de Aria; no obstante, ahora todo sería diferente. Sabía que ella empezó a trabajar en el hotel, su ropa así me lo decía, y eso me inquietaba porque ella debería estar en reposo. Si no le comentaba nada era porque eso sólo me traería problemas dado que Aria tenía un carácter bastante feroz cuando se lo proponía. —¿Por qué no me dijiste que es niño cuando hablamos en el baño del hotel?

—Porque no me lo preguntaste. —Siguió sin mirarme. Me dolía ser ignorado por ella, pero no tenía más remedio que aguantarme sus desplantes. Nadie me dijo que esto sería fácil, el mismo Carlos no dejaba de reírse por mi situación. —¿Qué harás hoy después de la cita? —Tengo unos asuntos de trabajo que atender. ¿Qué asuntos? Quise preguntar, pero me tragué mis palabras. No podía pedirle explicaciones, eso a ella le disgustaría de sobremanera. —¿Andrés sabe que estoy contigo? —Debía saberlo; es decir, ¿cómo demonios hizo para venir sola? Ni siquiera Melody estaba con ella. —Por Dios, claro que no —exclamó con el ceño fruncido. —Ya veo… creí que quizás tú… —No, no se lo diré. Andrés respeta mis decisiones y le dije que quería venir sola, así que él no tiene por qué meterse en mis asuntos. No sé si era imaginación mía, pero el embarazo no le estaba cayendo muy bien a su temperamento. Aria se enojaba ante el más simple comentario y saltaba a la defensiva, refugiándose bajo su mal carácter. —Hoy es el cumpleaños de mi hermana. —Y lo mejor sería evadirlo en vez de alimentarlo, estaba claro que ella no toleraba mi presencia—. Le harán una cena en casa con sus amigos y me gustaría que vinieras. —Gracias por la invitación, pero no. —Dejó la revista de lado y sacó su celular para revisar la hora, repentinamente ansiosa por largarse y no verme más por el día de hoy. —Me gustaría presentarte a mis padres. —Ya los conozco. —Como la madre de mi hijo. —No es el momento, ya te lo había dicho, Daniel. —Una cosa son tus padres y otra muy distinta los míos, ellos respetarán tu

decisión, no dirán nada —garanticé con enojo, dado que no pensaba alejar a mis padres de su nieto, y Aria se puso de pie. —Así no me sentiré cómoda. —Se pasó la mano por el pelo con frustración —. Nuestras familias no pueden saber que estoy esperando un hijo tuyo porque querrán que nos casemos y no me siento preparada para enfrentar ese asunto justo ahora que estoy con el hotel. No me des más problemas, por favor —pidió pasivamente, casi rogándome para que olvidara el tema. —No es un secreto para ti el hecho de que aspiro a un matrimonio, ¿verdad? —Me incorporé, sin perderme la expresión de desconcierto de su rostro. —Eres un completo desconocido para mí, jamás te consideraría como un futuro esposo potencial. Eso dolía, pero sabía que se refería a mi comportamiento inhumano del último día que nos vimos en Miami. A decir verdad, ese hombre también fue un completo desconocido para mí y esperaba no volver a toparme con él nunca más. Aria suspiró, exteriorizando lo agotada que estaba de hablar conmigo del mismo tema de la noche anterior, y se frotó las sienes con cansancio. —Te seré sincera: Quiero que mi hijo sea feliz, pero no sacrificaré mi vida por él. El matrimonio no es algo que pueda tomarse a la ligera y la razón de uno nunca debe ser un bebé, por lo que no esperes mucho de mí ni te hagas falsas ilusiones. Si estoy aquí contigo es porque mi hijo merece un padre y nada más que eso, ¿de acuerdo? Asentí. Por más que sus palabras hicieron que algo en mi interior se rompiera en mil pedazos, no podía contradecirle porque ella tenía toda la razón del mundo. Existían parejas que ni con cinco años de noviazgo se animaban a dar el gran paso al altar, ¿cómo se me ocurría esperar algo así cuando nosotros ni siquiera llegamos a tener una relación formal?

—¿Cuándo podré presentarte a mi familia? —Una boda estaba lejos de mi alcance por ahora—. Mis padres tienen derecho a conocerte, pronto serás de la familia. Ella me obsequió una de esas miradas que mataban y enterraban en menos de un segundo, y le sonreí con ternura. —No recuerdo... —Casados o no, para mí eres alguien muy especial y querré que mi familia te ame tanto como yo te amo. Además —agregué antes de que me cortara y ella cerró su linda boquita—, mis padres querrán conocer a su nieto. —Me pareció ver un deje de tristeza en sus hermosos ojos azules, pero rápidamente se recompuso. —Señorita Rivers. ¡Hasta que por fin! Me urgía que nos atendieran, que me dijeran que mi hijo y Aria estaban bien y que me mostraran a mi bebé por esa pantalla que siempre salía en las series donde hablaban de embarazos. Seguimos a la enfermera y paré en seco al pasar por debajo del umbral de la puerta del consultorio del nuevo ginecólogo de Aria. Miré a los alrededores y Aria también detuvo su marcha pero no precisamente para mirar a los alrededores, sino porque sus ojos se clavaron sobre las muy perfectas nalgas del ginecólogo que al parecer acababa de llegar y recién se preparaba para usar su uniforme. Tenía que ser una broma, ese hombre salido de una revista porno no podía ser un ginecólogo, ¡menos el de Aria! —Vámonos, debe haber un error —farfullé cerca de su oído y el hombre se giró, dejando a la vista un rostro muy parecido al de un muñeco Ken. Tenía que ser un mal chiste. Estaba seguro que Aria se estaba vengando, ella planeó esto, sabía que era demasiado celoso y no me sentaría bien la idea de

que un hombre como ese la tocara cuando ni siquiera yo podía hacerlo. —Buenos días, señorita... —revisó su planilla— Rivers. Mi nombre es Adam Matthew, seré su nuevo ginecólogo. —Estiró la mano dejando su fuerte antebrazo a la vista. Aria la aceptó, totalmente idiotizada por la belleza del esbelto, musculoso y bronceado hombre —nada atractivo desde mi perspectiva— y ahogué una maldición para después romper el contacto metiéndome en medio. —Daniel Montaño, el padre del niño y... —El padre del niño —interrumpió Aria, empujándome para hacerme a un lado. El doctor le sonrió y quise sacarme los ojos para dejar de ver tanta perfección junta en el hombre que pronto estaría tocando la piel tersa y sedosa de Aria. ¿Por qué tenía que ser tan celoso? ¡¿Por qué ella tenía que despertar mis instintos más posesivos?! Después de que el hombre se pusiera su bata y le pidiera a Aria que se recostara, empuñé las manos a cada lado de mi cuerpo viendo como la cubría de la cadera para abajo con un pedazo de tela y subía el vestido de la mujer de mi vida. Tenía que tocarla, era necesario, sólo así sabríamos como iba el embarazo. —Sentirás un poco de frío —anunció el doctor y me tensé al instante. ¿Era una insinuación para brindarle calor? El gel tocó el vientre de mi pequeña y ella jadeó, enviándome una punzada de dolor directo a mi ingle. Quise ver si el doctor había sufrido el mismo efecto y fue una suerte que la bata lo cubriera porque no deseaba castrar a nadie este día. —¿Escuchas? —susurró el doctor en un tono tan bajo que el pánico me invadió. ¿Se dijeron algo y no los escuché?

Estuve a punto de protestar, pero el sonido de... ¿los latidos de un corazón? Hizo que mi pulso se disparara. Rápidamente busqué en la pantalla, escuchando las explicaciones del doctor y un calor acogedor acurrucó mi pecho, enviándome oleadas de satisfacción, orgullo y felicidad desmedida. Los siguientes minutos sólo sirvieron para aclarar mis dudas y comprobar que ese doctorcillo sabía lo que hacía. —Fue hermoso, gracias por permitirme esto —susurré y la ayudé a incorporarse mientras el doctor hacia lo suyo en su escritorio. Aria sólo asintió, aceptando el contacto de nuestras pieles, y una vez que estuvo con toda su ropa en su lugar, nos acercamos al escritorio de Adam. —Tu estado no presenta anomalías, pero efectivamente vi tu historial y necesitas reposo. Haz estado forzando a tu cuerpo a dar más de lo que debería, ¿no es así? —Aria, con un lindo rubor en las mejillas, asintió. Adam imitó sus movimientos—. Pediré un poco de paciencia, señor Montaño —Ahora el sonrojado fui yo, ¡ni siquiera la estaba tocando!—. Al menos por las siguientes tres semanas no pueden intimar; no en exceso —aclaró. —No somos pareja —agregó Aria entre apenada y enojada. —Ya veo… Entonces está al tanto, señorita Rivers. No era como si Aria fue a acostarse con ot… La realidad me golpeó con fuerza al comprender que Aria no tenía ninguna obligación conmigo y era totalmente libre de rehacer su vida con quien quisiera. No obstante, los celos que sentí con aquel pensamiento no me dejaron pensar con claridad. —No se preocupe, doctor, no tengo pareja ni pienso tenerla por ahora — dijo la rubia con seguridad—. Apenas tolero su presencia. —Me señaló y no sentirme ofendido fue inevitable. ¿Tanto me odiaba que no quería ni verme? —Es parte del embarazo, muchas mujeres suelen desarrollar un rechazo hacia el padre de la criatura.

¡¿Cómo se suponía que iba a conquistarla si ella no quería ni verme?! Frustrado por la reciente noticia que el doctor nos brindó, esperé que Aria se fuera en un taxi y recién salí del hospital con los ánimos por los suelos. Cabía la posibilidad de que parte de su rechazo fuera por su estado de gestación, pero incluso así Aria tenía razones de sobra para detestarme. Se suponía que al encontrarla muchos de mis problemas disminuirían, pero al parecer las cosas serían más complicadas de lo que había esperado. Aria no quería saber nada de mí y aunque no lo dijera, muy en el fondo temía que lo único que yo quisiera fuera aprovecharme de su posición social. Nunca creí que llegaría a ser víctima de mis propias palabras, si tan sólo aquel día me hubiera dado unos días para pensar, para analizar y ver qué sería lo mejor para nosotros: muchas cosas habrían sido diferentes. Una llamada entrante me sacó de mis pensamientos y al ver un número desconocido, fruncí el ceño. —¿Aló? —Tenemos que hablar. —Rodé los ojos con aburrimiento. —No hay nada de qué hablar, Mariam, fui lo más clar… —Mira, Daniel, ambos sabemos que la zorra que te estuviste tirando en Miami es la Rivers menor. —Mis músculos entraron en tensión—. Si no quieres que Andrés se entere de lo que estuviste haciendo con su preciada hermana, vendrás a mi apartamento y hablarás conmigo, ¿me entiendes? ¡Maldita fuera esa mujer! No era que le temiera a Andrés, a decir verdad en el fondo quería contarle la verdad, pero Aria no deseaba eso y mi deber era respetar su decisión y proteger nuestro secreto hasta que ella estuviera lista para contarlo. —¿A qué hora? —farfullé con ira contenida y ella se rio del otro lado de la línea. —Te espero en veinte.

—Allí estaré. Corté la llamada y la impotencia me invadió al sentirme chantajeado por esa mujer. Mariam no tenía límites, jamás comprendería qué demonios fue lo que hice para que ella se encaprichara así conmigo. Una vez en mi auto me dirigí al apartamento donde nos veríamos y, tal como lo había imaginado, el conserje me dejó ingresar diciendo que Mariam ya me estaba esperando. El ascensor se abrió en el apartamento indicado y cautelosamente estudié la sala, ella no estaba por ningún lugar pero como de costumbre la estancia estaba totalmente limpia. —Llegas a tiempo. —Salió del pasillo que conectaba a la cocina y me adentré en el lugar, llevaba un vestido tan pequeño que podría jurar que en el pasado fue simplemente una blusa. Su atuendo era provocador y estaba descalza, si mis cálculos no fallaban Mariam pensaba que me acostaría con ella esta tarde. La bilis trepó por mi garganta e hice una mueca al sentirme asfixiado, quería irme de una vez por todas. —Mientras más rápido acabe contigo, mejor —respondí con sequedad y Mariam se rio como si acabara de decir el mejor chiste del año. —¿Crees que será así de sencillo? —Su mirada se encontró con la mía y entrecerré los ojos al ver un deje malicioso en la misma—. Estoy aquí para advertirte que si no pides mi mano a más tardar este fin de semana, todo el mundo se enterará de la aventura que tuviste con la pequeña Rivers. Era una… —Y Andrés te hundirá. —Avanzó con paso seductor en mi dirección, mirándome como si fuera un jugoso pedazo de carne—. Te quitará todo lo que obtuviste con tu arduo trabajo. —Ciertamente —le di toda la razón, dado que su pensamiento era acertado. Mariam ensanchó su sonrisa y me abrazó por el cuello como si fuéramos la

más feliz pareja. —Entonces debes casarte conmigo. Con suavidad hice que me soltara y la obligué a retroceder unos cuantos pasos, demostrándole lo mucho que me desagradaba su cercanía. —En realidad no, debo casarme con Aria Rivers. Su rostro se descompuso y ahora fui yo quien sonrió triunfante. —Me harías un gran favor al exponer mi relación con Aria, ella aún no quiere aceptar que tenemos algo especial, pero si metes a Andrés y a su padre en juego, estoy seguro que su reputación y prestigio harán que obliguen a Aria a casarse conmigo. Mariam palideció y retrocedió unos cuantos pasos, claramente alarmada por no haber analizado ese factor tan importante antes de poner en marcha su plan para extorsionarme. —Si eso es todo lo que tienes para decirme, me voy. Tengo cosas más importantes que hacer y es el cumpleaños de Milenka. —Esto no se quedará así, Daniel —escupió con rencor, mirándome de la misma manera, y sin ganas de gastar mi tiempo y saliva, abandoné el apartamento y el edificio sin ponerme a pensar en el siguiente movimiento que ella podría efectuar. De camino a la casa de mis padres me comuniqué con Carlos, para ver si podíamos llegar juntos a la fiesta de Milenka, y gracias a los santos este aceptó mi oferta. Nos encontramos en el centro comercial, donde buscamos por más de una hora algo que pudiera gustarle a Milenka, y cuando estuvimos con nuestros regalos, partimos al dulce hogar de nuestros progenitores. A mi madre no le haría mucha gracia verme, pero de más estaba decir que no podía faltar al cumpleaños de mi hermana. Milenka jamás me lo perdonaría. Aprovechando los pocos minutos que me quedaban de recorrido, le enseñé a Carlos la copia de la ecografía de mi hijo. Necesitaba compartir esa noticia con

alguien y quien mejor que mi hermano. —Debiste sentirte muy emocionado —comentó con una sonrisa idiotizada y sonreí con orgullo. —Fue hermoso, escuché los latidos de su corazón y fue una sensación maravillosa. Pero te confieso que su ginecólogo no me gustó en lo absoluto. —¿No te dio mucha confianza? —inquirió, entregándome la primera foto de mi hijo, y la guardé en mi saco. —En lo absoluto. Ese hombre no parecía un doctor que trajera bebés al mundo, sino divorcios. —Busca a otro. Aria me odiaría, y sumándole el hecho de que me tenía muy poca paciencia con el embarazo, no quería arriesgarme a nada. —Ya hice que lo trasladaran de hospital, no puedo pedir más —dije con fingida indiferencia, restándole importancia—. Ella no quiere que nuestros padres sepan la verdad, dice que no está preparada y tiene miedo de verse presionada de alguna u otra manera. —Papá y mamá se molestarán mucho si no se los dices, puede que Aria no tenga a los mejores padres del mundo, pero nosotros sí y estos querrán cuidarla a ella y su nieto. —Lo sé, pero no quiero imponer mi voluntad, Carlos. Aria no confía en mí, para ella no soy más que un interesado. ¿Qué tal si llega a creer que todo esto lo hago para adelantar un matrimonio por conveniencia? No quiero algo así, pienso respetar su decisión. —Tienes razón, por ahora no puedes exigir mucho, recién acabas de encontrarla y ella fue muy amable al permitirte formar parte de la vida de un hijo que cometiste el error de rechazar. —Me pregunto si algún día podré olvidar aquello —susurré más para mí

mismo, percatándome que lo que hice siempre estaría clavado en mi consciencia. —Podrías decirle a nuestro padre —sugirió Carlos mientras aparcaba el auto y lo miré con curiosidad una vez fuera del mismo—. Papá es más discreto, pienso que si mamá se enterase iría a ver a Aria sin dudarlo. —No es mala idea. Nos encaminamos hacia la entrada y analicé la propuesta de Carlos. Papá estaría satisfecho al saber que había encontrado a la mamá de mi hijo y sería más prudente en cuanto a sus palabras porque no hablábamos de cualquier mujer, sino de una Rivers. Una vez que estuvimos en el recibidor, no me sorprendió ver toda la decoración juvenil del lugar. Tenía entendido que sería una pijamada por lo que el lugar dentro de poco estaría lleno de adolescentes ruidosas. —¡Daniel Montaño! —gritó mi madre y rápidamente me volví en su dirección viendo como bajaba las escaleras seguida de Milenka y papá. En mis veintiocho años de vida, nunca había visto a mi madre tan enojada. Avancé hacia ella, asustado porque se hiciera algo, y ni bien estuve a escasos centímetros de distancia, la mano de mi madre impactó fuertemente contra mi mejilla, provocando que Milenka jadeara y Carlos palideciera. Ella nunca, ni siquiera en las situaciones más difíciles de nuestra vida, nos había levantado la mano. —¡¿Cómo pudiste, Daniel?! —¡Anne! —Pedro la sujetó por los hombros, buscando calmarla, y busqué una explicación en la mirada de mi padre, quien al igual que mi madre estaba muy molesto. —¡Tú embarazaste a la hija de Amelia! ¡Atrévete a negarlo! —Lo hice. Ella es la madre de mi hijo —dije con seguridad, escondiendo lo mucho que me dolía haber decepcionado a mi madre. Anne sollozó, enterrando el rostro en el pecho de Pedro, y mi padre me

miró con impotencia. Todo indicaba que Amelia le había contado lo ocurrido con su hija a mi madre y Anne había atado por sí sola los cabos sueltos. —¿Cómo? —Recordé que Milenka estaba allí, mirando la escena con nerviosismo, y la busqué con la mirada. La tristeza me invadió al ver en ella un deje de esperanza, algo que la mantuviera sujeta a la idea de que seguramente había un malentendido. —¡Fue tu culpa! ¡Tú fuiste la causa de que esa pobre niña huyera! —chilló mi madre, nuevamente alterada, y mi padre la sujetó con fuerza para tranquilizarla. —¡Habla, Daniel! ¡¿Por qué mamá dice eso?! —Milenka explotó, buscando alguna explicación lógica a lo que estaba ocurriendo. Intercambié una rápida mirada con Carlos y supe que sería muy bajo de mi parte mentirle a mi hermana. —Tuve una relación con Aria en Miami y algo salió mal, en el hospital se equivocaron en la asignación de su medicación y terminó embarazada. —Pero desde ese viaje han pasado meses —musitó Milenka con un hilo de voz, tratando de mantenerse serena—, ¿recién te enteraste de su embarazo? En ese momento todos me miraron, mis padres y mis dos hermanos clavaron la vista en mí. Tres sabían que la abandoné, pero una no y si quería podía engañarla, quedarme en el pedestal que siempre tuvo para mí; pero estaba harto de mis mentiras. —No, me enteré de su embarazo el mismo día que regresé a Londres, Milenka —solté sin filtro alguno, deseando acabar con toda esta farsa de una vez por todas—. No quise hacerme cargo y… —¡Y ahora Diego quiere dar en adopción a mi nieto! —Mis ojos se abrieron de par en par y busqué a mi madre con la mirada, ¿cómo había dicho? —. Amelia me lo dijo, está decidido a hacerlo. Si tú hubieras obrado bien, si te hubieras hecho cargo, ¡nada de esto estaría ocurriendo! ¡¿Cómo pudiste,

Daniel?! Esa pobre chica no tiene la culpa de nada, y no sólo jugaste con ella, ¡también engañaste a Mariam! —Yo no tenía nada con Mariam en ese momento —me defendí ofuscado. —¡Pero la usaste! ¡Tu intención nunca fue tomarla en serio! ¡La usaste como tu zorra de turno y cuando la embarazaste decidiste abandonarla! ¿Por qué lo hiciste? Nosotros nunca te enseñamos algo así; sino todo lo contrario, tu padre te advirtió que tuvieras cuidado en reiteradas ocasiones. —Yo la amo, desde el primer momento que la tuve entre mis brazos supe que era para mí. Pero... tenía miedo, se suponía que Mariam nos daría felicidad. Con ella Milenka y Carlos habrían tenido su vida resuelta, yo quería... —¿Tú crees que el dinero hace felices a tus hermanos? —Preguntó con enojo—. ¡Ellos son felices porque tú les prestas atención! ¡No porque los llenas de lujos! ¿Acaso viste como son los Rivers? Andrés siempre está solo y esta joven apenas y ve a su familia una o dos veces al año. Diego ni siquiera piensa en sus hijos y Amelia debe estar con él para apoyarlo porque todo el tiempo se la pasa trabajando y estresándose y no es bueno para su salud. ¿Quieres eso para tus hermanos? —Yo... —no supe qué decirle, sabía que los Rivers eran una familia disfuncional pero nunca me atreví a ver más allá de su poder y fortuna. Aria me había contado cosas feas de su pasado, la falta de afecto que había tenido y Andrés... él siempre había sufrido desde su adolescencia porque de él dependía que su hermana fuera un poco más libre, todo lo que hizo lo hizo pensando en Aria para que Diego no pudiera torturarla de la misma manera que hizo con él. —¿Acaso tú, cuando eras pobre eras infeliz? —preguntó mi madre en un sollozo y algo en mi interior se rompió en mil pedazos. No. Nunca fui infeliz porque siempre tuve a mis padres conmigo, tal vez no tuve los mejores juguetes pero sí que tuve excelentes compañeros de juegos. Tuve un padre que me guio en mis primeras experiencias, una madre que me

enseñó qué cosas podrían gustarle a mis novias. Dos hermanos que siempre estuvieron conmigo y me hicieron pasar rabietas. Yo... siempre tuve todo y nunca quise aceptarlo porque vi en Andrés algo que no podía tener y era la facilidad de poder cumplir los deseos de los demás; él me había ayudado a crecer con sólo pedirlo. Y lo hizo porque él no podía cumplir sus sueños, pero le bastaba con ayudar a las personas que quería a cumplir los suyos. Porque sí, Andrés siempre me apreció y tal vez no era el hombre más cariñoso del mundo, pero sí el amigo más leal que tendría en la vida. Y yo lo había traicionado engañando a Aria, a la única persona que Andrés amaba con cada fibra de su ser y por la que perdería todo lo que tenía. —Lo siento. —Eso no alcanza —soltó mi hermana, retirando su mirada llorosa y al igual que mi madre se refugió en los brazos de mi padre. Acababa de romperle el corazón. —Hoy fui con ella al hospital; será un niño —susurré con voz queda, haciendo que los tres se sorprendieran, y me rasqué la nuca con nerviosismo—. Ella aún no quiere que nadie sepa que soy el padre de su hijo, quería traerla y presentarla, pero Aria no se siente preparada, espero que puedan guardar el secreto por unas semanas. Al no recibir una respuesta, hice lo que me pareció más prudente y abandoné la casa de mis padres. No era bien recibido y ellos necesitaban sentirse tranquilos para poder recibir a los invitados de Milenka. —¡Daniel! —Abandoné toda intención de subirme a mi auto y me volví hacia mi hermana, quien corría en mi dirección. Al igual que mi madre tenía lágrimas en los ojos. —Cierto, casi lo olvido. —Le tendí su regalo y sin esperar una respuesta la abracé con fuerza—. Feliz cumpleaños, Mile.

—Te amo, hermano —susurró con un hilo de voz y besé su frente con ternura. Al menos ella me había perdonado—.Harás lo correcto, ¿verdad? —Tenlo por seguro, cariño. Capítulo 21 ARIA. Anthony Scheider era simplemente el hombre más encantador que había llegado a conocer en mi corta vida de veintitrés años. Era un hecho que sabía cómo tratar a una mujer y eso, de cierta manera, lo hacía un hombre irresistible; y ni hablar de su labia a la hora de narrar sus experiencias laborales y personales. Si otra fuera mi situación, quizá habría caído rendida ante el alemán; no obstante, al comprender como se movían los hombres, sólo pude seguirle el juego y darle una conversación tan buena como la que él me estaba brindando. Era un hombre adulto e interesante, de eso no me cabía la menor duda, sin embargo… no sentía que él estuviera atraído físicamente hacia mí, al menos no hasta el extremo de pretender seducirme. —Eres maravillosa, jamás pensé que la pasaría tan bien junto a un Rivers —confesó el hombre con diversión, robándome una suave carcajada. —No todos los Rivers nos desvivimos por el trabajo, Anthony. —Él me había dicho que podía tutearlo, por lo que no pensaba rechazar su oferta. —Pero tú estás aquí por el mismo, ¿no es así? —Se llevó un pedazo de tarta de cerezos a la boca, y sonreí victoriosa. —Y tú también, ¿no es así? De ser diferente no habrías aceptado esta invitación. —La comisura de sus labios se torcieron con picardía y mi piel se erizó. Era demasiado guapo para mi propio bien, por un momento pensé que lo más lindo que vería hoy sería a mi nuevo ginecólogo, pero al parecer un ser divino me estaba premiando, por quién sabe qué, poniéndome a hombres hermosos en mi camino.

—No sé si se podría decir que el trabajo me trajo hasta aquí, pero efectivamente hay algo que deseo conversar contigo. Mi ceja se alzó como respuesta y lo miré con curiosidad. —Soy toda oídos. ¿De qué quería hablar conmigo? —Antes que nada, sé que quieres comprar mi terreno en Berlín para tu nueva sucursal. —Ciertamente. —No había razón para que fingiera ignorancia. —Me gusta tu sinceridad —acotó con satisfacción—. Pero regresando al tema principal, la venta de ese terreno es algo que llevo analizando por más de medio año y a tu padre lo tiene muy molesto, puesto que le dije que lo haría siempre y cuando me cediera cierto porcentaje de las acciones de esa sucursal. —Bueno, Anthony, comprenderás que si se te paga por el terreno no puedes pedir una sociedad —agregué con convicción, enderezándome—. En todo caso el precio del terreno debe reducirse y de acuerdo a eso podríamos ver la opción de cederte un porcentaje. —E ahí el problema. —Suspiró él, reclinándose hacia adelante—. No deseo reducir el precio y deseo un cinco por ciento de las acciones. No pude evitarlo y me reí con verdadera diversión. No tenía problema alguno con que los abogados tuviesen complejo de última Coca Cola en el desierto, pero de ahí a que quisieran verme la cara de idiota era otra cuestión. —Mira, Anthony —dijo entre risas, buscando un poco de calma—. Sé que tu terreno es muy bueno para la nueva sucursal, pero también estoy al tanto que tiene un precio estrafalario. Si tengo que viajar a Berlín y recorrer toda esa ciudad para encontrar un terreno que cumpla con nuestras expectativas, lo haré. Puede que mi padre se haya encaprichado contigo, pero conmigo las cosas no funcionan así y tengo que informarte que desde ahora soy yo la que tiene el control sobre los hoteles. —A medida que fui hablando, mi tono cada vez adoptó

mayor convicción y determinación, por lo que Anthony se removió inquieto al percatarse que no era el tipo de mujer que usaría artimañas para convencerlo. —¿Cuál es tu oferta? —preguntó con rigidez, levemente intimidado por mi actitud. —Si quieres un cinco por ciento de las acciones, el terreno debe disminuir un setenta por ciento de su costo actual. Si vamos a los hechos no harás inversión alguna sobre la construcción y levantamiento del hotel, por lo que debes poner un poco de tu parte. —Debo pensarlo. Era una buena señal, al menos no había rechazado mi oferta de entrada. —El viernes tendré una junta a primera hora con los socios del hotel, podría comentarles tu caso y oferta y ese día organizaría un almuerzo con ellos donde tú también podrías sumarte. Ambos sabemos que la oferta es buena, Anthony, venderías un terreno que jamás lo tendrás en uso y no sólo ganarías una buena suma, sino que serías accionista de la mejor cadena hotelera. —Voy a pensarlo —repitió, recuperando su galante sonrisa, y volvió a degustar de su postre—. Pero confieso que tengo una pequeña petición. —¿Cuál? —Tragué con fuerza. Él iba a aceptar mi propuesta, estaba segura de eso. —Tiene algo que ver con alguien que conoces. Le hice un gesto con la mano para que continuara y Anthony se limpió los labios con su servilleta, dando por terminado su postre. —Tu secretaria, quiero conocerla. Vaya… ¿de qué carajos me había servido quedarme con el estilista por más de dos horas, con el fin de verme bien para el maldito alemán, si el desgraciado estaba interesado en Melody? —A Melody le fascinará tratar contigo —expresé mi mejor mentira, analizando cómo demonios haría para que mi amiga accediera a tener una

relación amistosa con Anthony Scheider. ¡Melody a penas y toleraba la cercanía de Andrés! Cuando la cena hubo terminado, Anthony me dejó en mi apartamento y observé la hora, entrando repentinamente en depresión dado que aún quedaba una hora para que mi amiga regresara. Intenté esperarla, pero mi cuerpo me jugó una mala pasada y en algún determinado momento de la noche caí rendida y no supe nada más de lo que ocurría a mi alrededor.

*** —Oh por Dios —jadeé al ver las últimas noticias del momento mientras desayunaba y Melody salió de la cocina con su tazón de cereal en las manos para ver qué demonios había ocurrido—. No puede ser. Ayer me fotografiaron con Scheider y sólo necesitaron unas cuantas horas para crear toda una historia de amor —farfullé por lo bajo, frotándome el puente de la nariz con frustración, y mi amiga se rio. —¿Y eso es malo? ¿No crees que es bueno que los directivos sepan que tienes una relación cercana con Scheider? —Pero de trabajo, Mel, no amorosa. —Suspiré con cansancio—. Esto sólo me traerá problemas, ambas sabemos que dentro de poco anunciaré mi embarazo y lo menos que quiero es que los medios le pongan un nombre al padre de mi hijo por mera suposición. —Daniel se volverá loco —susurró para sí misma, generándome una nueva inquietud—. No creo que esta noticia sea muy relevante. —Trató de ser positiva. —Más tomando en cuenta que él está interesado en ti —solté la bomba, llevándome mi taza de café a los labios, y todo atisbo de felicidad se borró del rostro de la castaña—. No será nada serio, Mel, sólo necesito que me acompañes cada vez que tenga que verme con él.

—No lo sé, Aria —dijo con disconformidad—. Tú te reunirás con él por las noches y no quiero dejar mis cursos. Ya te dije que fue tu hermano quien me trajo ayer, ni siquiera su chofer. Me preguntó muchas cosas y aclaró algunas de mis dudas, no puedo fallarle. Es él quien me está dando la oportunidad de tener estos estudios. Melody tenía razón, no podía pedirle que dejara sus estudios cuando Andrés estaba empeñado en que ella los efectuara y aprendiera de los mismos. Lo cierto era que me pareció extraño que fuera él quien la trajera de regreso, pero no quería preguntarle sus razones. Sin embargo, ella estaba equivocada si creía que sin el apoyo económico de Andrés tendría que dejarlos; yo también podía pagárselos. —Trataré de verlo en horas de trabajo, él colaborará. —De acuerdo. No estoy muy conforme con tu plan —aclaró con rapidez—, pero estamos juntas en esto, ¿no? —Siempre. —Sonreí con emoción contenida, ahora sí podía decir que tenía una amiga de verdad. El día de hoy mi hermano no podría acompañarnos, por lo que fuimos al hotel en mi auto. Lo cierto era que no me sentía intimidada por los empleados, para muchos ya había quedado claro el día de ayer que yo sería su nueva jefa y que a pesar de mi corta edad no existirían jueguitos conmigo. Sin embargo, parte de mi paz interior se esfumó al ver a una fila de periodistas en la entrada. —Es por Scheider —dijo Melody con seguridad. —Entraremos por el estacionamiento. —Creo que es lo mejor. Ya en mi oficina, el supervisor del personal me informó que consiguieron despachar a los periodistas, pero que no descartara la idea de que algunos seguirían por el lugar. Fue casi un milagro que hubiera usado mi auto y no al

chofer de Andrés para llegar, ahí sí que hubiéramos llamado la atención. —Mira, creo que debemos calmar un poco el impacto de la noticia — comentó Melody, mirando lo que se decía en la televisión, y supe que tenía razón. No sólo nos habían fotografiado, sino que había videos donde ambos reíamos y disfrutábamos de la cena; por no hablar de las atrevidas caricias que a veces Anthony regaba por mi brazo. —Esto era lo que no quería, ahora jamás podré tener una vida normal. Los periodistas se las ingeniarían para perseguirme y saber cuál era mi rutina diaria, ahora comprendía por qué Andrés no tenía una vida común y corriente, con esa gente pisándonos los talones era algo imposible. —¿Tu hermano no te escribió? Era una buena pregunta, rápidamente busqué mi celular y tuve que quitarle el silenciador porque efectivamente tenía cuarenta y tres llamadas perdidas de Andrés y un mensaje al final de todas ellas. “Yo me encargo de todo. No respondas ninguna pregunta.” De acuerdo… por ahora me enfocaría únicamente en mi trabajo y dejaría que las cosas fluyesen de la manera que correspondía. No era como si enojándome o preocupándome más de la cuenta fuera a cambiar la situación. —Trabajemos. Apagué el televisor y tanto Melody como yo empezamos a memorizarnos las carpetas que Andrés nos entregó ayer, esas en las que estaban todos los accionistas, socios y clientes potenciales del hotel. No teníamos tiempo que perder; no obstante, a la hora y media me encontré con un nuevo obstáculo al recibir la llamada del supervisor del personal, informándome que alguien quería verme y no se iría hasta que lo recibiera. —¿Quién es? —Seguí tomando mis apuntes. —El señor Montaño. Mi lapicera dejó de escribir al instante y por alguna extraña razón la boca

se me secó. Melody no se percató de mi estado y, recuperando la compostura, me enderecé. —Déjalo pasar. Esas dos palabras llamaron la atención de la castaña, quien me miró ceñuda, y una vez que corté la llamada recibió la verdad. —Daniel está aquí. —Es muy riesgoso que venga a verte al hotel. —Lo sé —susurré con nerviosismo y me puse de pie—, pero él no se quedará tranquilo después de la noticia sobre mi romance con Anthony. —No son nada, no puede reclamarte nada. Eso era lo malo… Daniel no estaba dispuesto a aceptar el hecho de que ya me había perdido. Al percatarme que los nervios me estaban jugando una mala pasada, me quité el blazer y empecé a caminar de un lugar a otro. Él estaba poniendo de su parte para mantener un perfil bajo, pero era un hombre tan celoso que ahora mismo no sólo estaría enojado de que le hubiera rechazado su invitación a cenar el día de ayer por irme con el alemán, sino de que cabía la posibilidad de que mi padre pudiera pensar que Scheider es el padre de su hijo. —Iré a la cocina. Les daré su espacio, no volveré hasta que me llames, ¿de acuerdo? —Me enseñó su celular y asentí mientras ella se llevaba sus apuntes y el folder que estaba memorizando. Antes de que Melody diera un paso hacia la puerta, esta se abrió con fuerza y por ella apareció un Daniel bastante furibundo. La castaña salió con prisa del lugar, cerrando todo tras de ella, y fingiendo serenidad me apoyé en el borde de mi escritorio. —Creí que sólo nos veríamos cuando fuera necesario. —Me crucé de brazos y contuve el aliento cuando él avanzó en mi dirección. —Creí que ayer tenías asuntos de trabajo que atender, no una cita con el

imbécil de Scheider —bramó con rabia, acusándome con la mirada, y levanté la barbilla. —Me junté con él por trabajo, pero si no fuera así, ¿cuál es tu problema? —Me incorporé, encarándolo con una sonrisa maliciosa, y con paso relajado me alejé de él y mi escritorio. —Ese hijo es mío, Aria. —Nunca dije lo contrario. La idea de que asociaran al niño con otro hombre lo estaba enloqueciendo. De cierta manera se sentía bien saberlo tan molesto, pero también era inquietante, conocía a Daniel y sus arranques de celos a veces lo hacían perder el control. Las aletas de su nariz se dilataron y no retrocedí cuando con dos simples zancadas volvió a quedar muy cerca de mí. —Fuiste a una cita con él —me acusó y parpadeé varias veces. —Si ese fuera el caso no es asunto tuyo, soy libre de salir con el hombre que quiera. —¡Te estuvo tocando, maldita sea! Vi ese video más de diez veces y tú te dejaste —explotó, rojo de la cólera, y rodé los ojos con aburrimiento. —¿Cuál es tu problema, Daniel? —Me sentí levemente alterada, él no era quien para hablarme así. —¡Mi problema es que yo no puedo hacerlo pero cualquier otro sí! Su respuesta me tomó por sorpresa y recordé la petición que le hice respecto a nuestro acercamiento físico. —¿Crees que no quiero tocar tu vientre?, ¿crees que no me muerto por abrazarte?, ¿alguna vez te has puesto a pensar como me siento cada vez que te veo y no puedo besarte? —Basta, Daniel —le pedí al darme cuenta que por más que retrocediera, él no me permitía alejarme porque avanzaba a la par, y tragué con fuerza cuando

terminé acorralada contra la pared y su cuerpo. Sus manos se posaron a cada lado de mi vientre y el pulso se me disparó al sentir como sus palmas lo acariciaban. Guardé silencio, totalmente sorprendida por lo desconcertante que se me hacía la sensación, y lo miré de reojo mientras él detallaba el tamaño de mi vientre apretando la tela de mi vestido contra el mismo. Con un suave rubor sobre mis mejillas, retiré la mirada hacia el gran ventanal cuando él levantó la suya para observarme. —¿Te gusta Scheider? —deseó saber, pegándose aún más a mi cuerpo, y empecé a respirar entrecortadamente. —Fue un asunto de trabajo —susurré con un hilo de voz y tirité cuando las yemas de sus dedos acariciaron mi brazo, para posteriormente llegar a mi mejilla. Odiaba sentirme así, odiaba que sólo él pudiera hacerme temblar así. ¡¿Por qué no podía ser como Alex o Scheider cuyo tacto no me generaba cosquillas en el vientre ni temblores en las piernas?! —Perdón —musitó con voz ronca y nuestras miradas se encontraron. —Ya te perdoné. Él ladeó la cabeza y se inclinó hacia mi rostro. —Perdón por lo que haré ahora mismo —susurró, y antes de que pudiera procesar sus palabras, sus labios atraparon los míos y me besó sin restricción alguna haciéndome gemir con sorpresa por su dura invasión. Mi cuerpo despertó en el instante, traicionándome sin remedio alguno, y pronto dejé de empujarlo por el pecho para colgarme de su fuerte cuello y responder a su beso con pasión desmedida. Liberó mis labios, brindándome la posibilidad de respirar, y aturdida lo vi arrodillarse para después subir una de mis piernas sobre su hombro. Su mano se abrió camino entre mi pequeña braga y me mordí el labio inferior cuando sus

dedos llegaron a mi recinto, acariciándolo. —Tan húmeda —gimió él, abrazando mi muslo con fuerza, y pronto sus labios estuvieron sobre mi sexo brindándome un placer infinito. Sólo los abandonó unos segundos para sacarme mi pequeña prenda y esconderla en el bolsillo de su saco. Lo necesitaba… como pude estar tantos meses sin esto. Adam había dicho que no era recomendable excederme con encuentros sexuales, pero cómo podría contarle lo bien que me estaba sintiendo al sentir la boca de Daniel arremetiendo contra mi centro. Me aferré a su cabellera, alentándolo a seguir, y clavé la vista en la puerta. Nadie entraría, Mel no vendría hasta que yo le llamara, pero aun así… —¡Ah! —Me arqueé al sentir como alcanzaba un maravilloso orgasmo y contoneando mí cadera dejé que él me limpiara—. Hay un cuarto —susurré entre jadeos y bajé mi pierna temblorosa para encaminarme hacia el mismo. Él me siguió y supe que en media hora me odiaría a mí misma por haber sucumbido al placer; pero maldición, la carne era débil y yo necesitaba sentirlo en mi interior lo antes posible. Sujeté la manija de la puerta para abrirla, y en ese momento Daniel clavó sus manos en mi cadera y tirando de la misma hacia atrás la pegó contra su erección. Gemí con delirio y simulando una penetración, él se movió tras de mí. Se estaba encargando de reafirmar mis pensamientos para que no me echara hacia atrás en último momento. Sacando un poco de fuerza me giré sobre mi lugar y lo encaré sin pudor alguno, uniendo nuestros labios con brusquedad. Volvimos a sucumbir en un beso profundo y con torpes movimientos empecé a abrirle el chaleco. Daniel me metió dentro del cuarto de la oficina y cerró con llave una vez que estuvimos dentro. Sin pensarlo mucho tiré de su saco y chaleco hacia atrás dejándolo únicamente con su camisa y corbata.

Ya no me preocupé por ellos, bajé directamente a su cinturón y como si fuera toda una maestra lo despojé del mismo y le abrí los pantalones. —No quiero lastimarte —gimió entre beso, rodeando fuertemente mi cintura. Con hábiles movimientos lo tendí en la cama y me subí a horcajadas sobre él sin retirar mis labios de los suyos. No quería verlo, no quería escucharlo, lo único que necesitaba de él era su miembro en mi interior. No obstante, nada en la vida era perfecto. Me incorporé sobre el colchón y Daniel se bajó el bóxer y los pantalones a la altura adecuada para que yo pudiera sujetar su miembro y guiarlo a mi entrada. La invasión fue tan placentera que sentí como algo se deslizaba por mis piernas mientras lo recibía. Me arqueé, sonriendo con satisfacción al darme cuenta que necesitaba una buena ronda de sexo, y mi cuerpo recordó la presencia de Daniel cuando él se sentó y con rapidez me quitó el vestido dejándome únicamente con mi sujetador. Lo miré con fijeza, mientras ambos nos movíamos en sintonía, y pronto le arrebaté la corbata y camisa para poder acariciar su piel. —Sí… —gemí, acelerando mis movimientos, y él se deshizo de mi corpiño alojando su mano en mi pecho—. Necesito más, Daniel —musité en su oído, alborotando su cabellera, y él empezó a arremeter con mayor fuerza haciéndome gritar de placer. —Al fin… —dijo él, aferrándome a su cuerpo con la mano libre que tenía sobre mi glúteo—. Vamos, ternura, un poco más —susurró, bombeando una y otra vez, y pronto ambos nos corrimos con violencia al no ser capaces de seguir alargando el encuentro. Caímos rendidos, yo sobre su pecho y él mirando al techo de la habitación, y nos dimos varios minutos para regularizar nuestra respiración. Cuando me sentí lo suficientemente preparada, me incorporé haciendo que él saliera de mi interior y bajé de la cama para caminar hacia el vestido que

estaba junto al sujetador y una pequeña cómoda donde había puesto algo de ropa en caso de que fuera necesaria. —Scheider está interesado en Melody —dije aquello que debí haber mencionado desde un principio y me puse mi sujetador, mirando por el reflejo del espejo como él se incorporaba y arreglaba su bóxer y pantalón—. Ahora puedes irte. —¿Cómo? —Me miró con incredulidad—. No me iré —sentenció, caminando hacia mí, y decidí ignorarlo—. Acabamos de hacer el amor, se supone que ese es un gran paso para nuestra relación. —En realidad sólo pasé un buen rato contigo, ahora si tú hiciste otra cosa, ese es tu problema. —Me puse mi vestido por encima de mi cabeza y busqué mi braga por el suelo, a los segundos recordé que estaba en el saco de Daniel y me encaminé hacia el mismo para sacarla y ponérmela. —¿Esta es tu venganza? —preguntó con seriedad, mirándome con frustración, y le quité el cerrojo a la puerta. —¿Qué venganza? Quise sexo y apareciste en el momento adecuado, si mal no recuerdo: desde que empezamos esto no ha sido para nada más que pasar un buen rato. —Él mismo me lo había dicho, así que no había razón para sentirme arrepentida—. Vístete y luego vete, mi hermano vendrá dentro de poco para solucionar los rumores que surgieron por la cena que tuve con Scheider. Dichas esas palabras abandoné la habitación y me dirigí al baño para lavarme las manos y el rostro. Estaba muy nerviosa, tener sexo con Daniel era algo que no había estado en mis planes hasta hace menos de diez minutos. Gané un poco de aire una vez que estuve junto a mi escritorio y respingué en mi lugar al ver como la puerta se abría y por ella ingresaba nada más y nada menos que Mariam Coleman. ¿Cómo demonios hizo para llegar hasta aquí? —Fuiste tú quien estuvo revolcándose con Daniel en Miami, ¿no es así?

No me sorprendió que no me saludara, pero sí que abordara el tema con tan poco tino. Estaba molesta, cosa que me desconcertaba, ella no tenía por qué enojarse conmigo; el que la engañó fue Daniel, no yo. —Sí —respondí con sencillez, manteniéndome serena—. ¿Cómo llegaste hasta aquí? Esta área es sólo para el personal. —¿Y lo dices así, como si nada? Daniel estaba prometido, ¿cómo pudiste ser tan zorra y arruinar nuestra relación? Suspiré con aburrimiento. —En primer lugar: no soy una zorra. Y en segundo lugar: Daniel nunca me dijo nada de ti, yo también fui víctima de sus mentiras, así que si tienes un reclamo, díselo a él. —¡Por tu culpa él ya no quiere casarse conmigo! ¡Te ordeno que lo dejes tranquilo! Muy bien… una cosa era ser amable y otra muy diferente ser estúpida, por lo que no pensaba permitir que esa mujer me tratase así en mi propia oficina. —Ese no es mi problema —solté con frialdad, avanzando hacia ella—. Si él no quiere casarse contigo, por algo será, ¿no? —Sonreí con malicia. Ambas sabíamos que me prefería a mí—. Y para que quede claro, ¡yo no tengo nada con Daniel! —alcé la voz, irritada—. Te lo regalo si tanto te gusta y tan desesperada estás por casarte con él. Yo misma les cedo el salón del hotel para el gran día. Pero que quede claro que es él quien me busca a mí, desde Miami siempre fue así —finalicé con seguridad, desafiándola con la mirada. Tomándome por sorpresa, Mariam alzó la mano dispuesta a golpearme, y gracias a los santos Daniel llegó a sujetarla de la muñeca e interponerse entre nosotras. Maldita sea, no estaba en condiciones para pelear físicamente con nadie. —Ni se te ocurra tocarla —bramó Daniel, alejándola del lugar donde me encontraba, y Mariam miró a un desaliñado Daniel con incredulidad.

—¡Acaban de acostarse! —Lárgate, Mariam, y no vuelvas a molestar a Aria o te arrepentirás — amenazó Daniel, ignorando su comentario, y la morena me observó con rencor —. Lo nuestro terminó antes de que me fuera a Miami, así que deja de joderme la vida. ¡Búscate a otro! —Creí que no lo querías —escupió con desprecio y Daniel me miró por encima de su hombro. —Sigo sin quererlo, pero como puedes ver es él quien sigue aquí —solté con insensibilidad, viendo un deje de tristeza en los hermosos ojos del rubio. Lo sentía por él, pero yo no olvidaría el daño que me hizo con tanta facilidad. —¡Escúchala, Daniel! Ella no te quiere, ¡olvídala de una maldita vez! Yo puedo darte todo lo que necesitas. ¿Es que acaso no ves que es igual de desagradable que su hermano? —Por alguna extraña razón, la sangre me hirvió al oír cada uno de sus comentarios, mi hermano podría ser un hombre estoico y serio, pero jamás sería un mal hombre con sus seres queridos. —Vete, Mariam, ya te lo dije una vez y te lo vuelvo a repetir: no quiero tener nada contigo. —Se frotó el puente de la nariz con frustración—. Amo a Aria, simplemente pasó y debes aceptarlo. Vete antes de que termines siendo lastimada. Esta vez retiré la mirada sintiendo algo de pena por Mariam, pues sólo fue víctima de un amor no correspondido. —Esto no se quedará así —dijo con seguridad— Aria Rivers. ¡¿Qué?! ¿Por qué se la tomaba conmigo? Salió de mi oficina dejando la puerta abierta y bajo unos largos minutos de tensión, permanecí en mi lugar esperando que Daniel también se fuera. —Yo también me retiro —musitó sin atreverse a mirarme y deduje que de alguna manera mis palabras lo habían herido—. Estaremos en contacto.

Se marchó, haciendo que algo en mi interior se retorciera, y no muy feliz con los resultados de aquella breve reunión, me dejé caer sobre el sofá de mi oficina y enterré el rostro en mis manos. ¡¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?! —Ya se fueron —me informó Melody, cerrando todo, y levanté la mirada para que pudiera ver lo frustrada que me sentía—. No puede ser, ¿de verdad te acostaste con él? Debería haberme sentido molesta e irritada, pero el cómo desencajó su mandíbula sólo hizo que me lanzara a reír como una desquiciada. Sí, había cometido el terrible error de acostarme con Daniel, y algo me decía que con una vez no me bastaría.

Capítulo 22 DANIEL. Y para que quede claro, ¡yo no tengo nada con Daniel! Te lo regalo si tanto te gusta y tan desesperada estás por casarte con él. Yo misma les cedo el salón del hotel para el gran día. —Estás actuando extraño —comentó Carlos, terminando el contenido de su copa de whisky, y gruñí por lo bajo. Aria había hecho un excelente trabajo en hacerme sentir peor que una basura hace más de dos días, estaba más que molesto con ella y pese a todo seguía pensando en qué demonios haría el día de mañana para volver a verla. —No creo que Scheider y ella tengan algo serio. —A Scheider le gusta Melody, él no es un problema directo. Carlos silbó por lo bajo. —Dudo que Andrés lo deje llegar muy lejos, ayer me advirtió que me alejara de ella y créeme que pude sentir un escalofrío mientras me lo decía. —Mariam no deja de perseguirme, no me gusta su actitud —desvié el tema, incapaz de imaginarme a Andrés impidiéndome estar con Aria. —Debe aceptarlo. Ya elegiste, y lo hiciste desde hace mucho. —Todo es tan difícil. —Suspiré con cansancio y no quise seguir bebiendo —. Estoy tratando de mantener las cosas en paz, pero ella es tan… complicada. —Claro que lo es, quieras o no, Aria es una completa desconocida para ti. Puede que la hayas pasado muy bien con ella en Miami, pero el tiempo que estuvieron juntos no te mostró todo lo malo y bueno de ella. Es orgullosa, un poco difícil de tratar y bastante segura de sí misma; ¿sabes lo difícil que es conquistar a una mujer así? Además, no puedes culparla de nada, tú fuiste quien le dejó una mala impresión la última vez que se vieron en Miami. —Incluso así la amo, es inevitable.

—¿Pasó algo que no me hayas contado? Desde hace unos días que te veo extraño. —Creo que realmente perdí el amor de Aria. Mi hermano no tuvo una respuesta para mis palabras, por lo que lo mejor que pudo hacer fue guardar silencio y seguir bebiendo. Estábamos en mi apartamento, por lo que él no se pondría límites porque sabía que podría quedarse a dormir en el cuarto de visitas. —¿Y qué harás? —Recuperarlo. No tenía duda alguna, quería a esa mujer y no la perdería por mis estupideces. Ya habíamos hecho el amor otra vez, y eso quería decir que su cuerpo aún respondía a mí; nada estaba perdido. —Papá sigue viéndose con Diego y él no le comentó nada de su hija, dice que ni siquiera la menciona. Ese era otro tema que tenía que tratar. Diego había hecho la misma sugerencia que yo: entregar a mi hijo en adopción; y lo menos que quería era que Aria pensase que era igual a su padre, eso jamás. Mi celular empezó a sonar y confundido por la hora, dado que era un poco más de las once, me fijé quien podría ser. Mi pulso se disparó al ver el número de Aria. —¿Aló? —contesté al instante, deseando que no haya sido un error. —¿Daniel? —Preguntó ella con timidez del otro lado de la línea y fruncí el ceño—. ¿Estás dormido? —No. —Me enderecé y Carlos siguió bebiendo como si no estuviera pasando nada a su alrededor—. ¿Sucedió algo? —Verás… —dudó un poco en continuar—. ¿Podrías venir? —Sí, puedo.

—¿Y traer una pizza hawaiana con anchoas y aceitunas? Me dio mucha hambre. No olvides la soda, ¿sí? —Estaré allí dentro de poco. —Te estaré esperando —contestó y por el tono de su voz podría jurar que tenía una sonrisa en el rostro. Cortó la llamada y me puse de pie para tomar mi billetera y las llaves de mi coche. —Debo irme, Aria tiene un antojo. —¿Y por qué no lo pide por delivery? —preguntó ceñudo y me encogí de hombros. —Es una oportunidad para poder verla y ayudarla; no pienso desaprovecharla. —De acuerdo. No pienso esperarte. A la media hora toqué el timbre del apartamento de Aria y el verla en su pijama de dos piezas hizo que un nuevo remordimiento me invadiera. Ella amaba dormir con mis camisas y yo había traído todas conmigo, quitándoselas sin importarme nada más que mi futuro. —Oh, me salvaste la vida —dijo con emoción contenida, sujetando la caja de pizza, y me hizo una seña para que la siguiera—. Olvidé mi billetera en la oficina y no tenía una sola tarjeta para pedir algo. —Y yo soy pobre —agregó Melody, quien dejó unos libros de lado en la mesita del living, y se acercó a la mesa—. Gracias por traer nuestra cena. —No serías pobre si aceptaras una tarjeta —acotó Aria con enojo, poniendo la mesa. Decidí ayudarla, ella estaba de excelente humor. —Prefiero esperar mi primer sueldo —dijo la castaña con una mueca de disgusto. —Si algún día quieren algo no duden en llamarme. —Gracias, de verdad. No debí llamarte, es un poco tarde —dijo Aria,

mirando la hora, y me pidió que me sentara junto a ella—. Comamos, ¿o prefieres irte? —No, quiero quedarme —respondí con rapidez, sentándome junto a ella—. Y puedes llamarme para lo que quieras, no importa la hora. Ella sonrió y empezamos a comer, todo indicaba que ambas estaban estudiando para una presentación que Melody tendría el día de mañana de unos cursos que Andrés había conseguido para ella. —Pero ¿ya hiciste la presentación? —pregunté con curiosidad y ambas suspiraron. —La empezaremos recién —dijo Aria. —Vete a dormir, la haré yo. —Melody no se veía feliz con la idea de tener a Aria sentada junto a ella el resto de la noche. —No lo haré si tú no lo haces; estamos juntas en esto. —Puedo ayudarlas —me ofrecí con la idea de que Aria pudiera dormir un poco. —Sería grandioso —dijo la misma y una vez que terminamos de cenar, me explicaron cómo iban las cosas y qué tendría que tener la presentación. Ellas habían armado el bosquejo con todo lo estudiado. Aria y yo nos encargamos de la misma mientras Melody seguía estudiando, no fue difícil hacerla y debo admitir que valió la pena cada minuto invertido porque Aria terminó dormida contra mi pecho. Cuando terminé la presentación, me di cuenta que era un poco más de las dos de la mañana, por lo que busqué a Melody con la mirada. Seguía estudiando. —Es un poco tarde, necesitan dormir bien —susurré en voz baja y guardé todo lo avanzado. —Cierto —musitó Melody, poniéndose de pie, y miró a Aria—. Te diré cuál es su habitación.

Sin hacer mucho esfuerzo levanté a Aria y sonreí con ternura al ver que su vientre había ganado mayor volumen. Ella se removió inquieta y poco a poco fue separando los párpados. —¿Qué hora es? —preguntó con voz ronca, acurrucándose en mi pecho. —Un poco más de las dos. Melody me indicó la habitación y siendo golpeado por el delicioso olor de Aria, ingresé a la misma y esperé que la castaña deshiciera la cama para recostar a Aria. —Es todo por hoy. —Mil gracias, Daniel. Lamento que Aria y tú tuvieran que quedarse hasta tan tarde por mi culpa. —No pasa nada, Mel. —Sonreí amigablemente y respingué cuando Aria se sentó en la cama y se arrinconó hacia el otro lado. —Duerme aquí, Daniel —palmeó el espacio y entré en tensión. —No es necesario, volveré a mi… —Quédate, así mañana nos llevarás al hotel. Estoy sin auto, tuve que dejarlo en el mecánico ayer. Miré a Melody, esperando ver un deje de desaprobación, pero ella me sonrió y me hizo una seña para que obedeciera a Aria. —Está bien —musité y despaché a Melody, viendo como Aria volvía a tenderse en la cama. Me encontraba con ropa deportiva y la noche era fría, por lo que sólo me quité los zapatos y dejé mis cosas en la mesa de noche para poder recostarme. No quería incomodar a Aria. No obstante, grande fue mi sorpresa cuando fue ella misma quien se acurrucó contra mi pecho como solía hacerlo en Miami. Definitivamente trasnocharme junto a ellas había valido la pena, ahora tendría una de las mejores noches de mi vida. A la mañana siguiente, tanto Aria como Melody me despertaron con el

desayuno servido y con un humor muy poco común en ellas, puesto que estaban muy entusiasmadas. Aria me cedió un cepillo de dientes nuevo y traté de arreglarme lo mejor que pude en el baño de visitas. —¿No te afecta llevarnos al hotel? —preguntó ella, bebiendo un poco de su café. —En lo absoluto. —Sonreí. Según tengo entendido me había quedado para eso, ¿no? Cuando las dejé a ambas en la puerta del hotel, Aria se despidió de mí con un beso en la mejilla y a poco estuve de sujetarla del brazo y besarla en la boca; no obstante, sabía que aún no era el momento para hacerlo. Arranqué hacia mi apartamento y una llamada entrante llamó mi atención; era Andrés. —¿Aló? —¿Dónde estás? Era de lo más normal que él contestara así. —En mi apartamento —mentí, sintiéndome una basura por no poder decirle la verdad. No obtuve una respuesta inmediata y de alguna manera eso me inquietó. —Vamos al pub de siempre esta noche; sólo tú y yo, dejemos a Carlos para otro día —dijo con seriedad, haciendo que la curiosidad me invadiera. —De acuerdo, ¿a qué hora? —No tenía nada que hacer hoy, así que sí podría reunirme con él. —Que sea a las ocho. No puedo quedarme hasta muy tarde. —Me parece. —Perfecto. Cortó la llamada y mi ceño se arrugó ante lo ocurrido. No era muy normal que Andrés quisiera reunirse en un pub, por lo que no tenía la menor idea de lo que querría hablar conmigo.

Al llegar a mi apartamento descubrí que mi hermano no había ido a trabajar porque seguía tumbado en la cama y ladeé la cabeza, desconcertado, estaba seguro que Carlos tenía un problema con el alcohol y no quería aceptarlo. Tomé una larga ducha pensando en el extraño comportamiento de Aria y llegué a la conclusión de que todo se debía al embarazo, que la tenía un poco hormonal y de diferentes humores.

*** —¿Cómo va todo con Aria? —preguntó papá, entrando en mi oficina, y le regalé una sonrisa melancólica. —Será un proceso, pero se puede decir que vamos avanzando. —El rumor con Scheider llegó a su fin el mismo día que dio inicio gracias a Andrés, pero Diego cree que sería un buen padre para el hijo que ella espera. Sólo lo aceptará si Aria se casa antes de que todo salga a la luz, dice que no piensa permitir que su pequeña hija sea madre soltera. —¿Cuándo conseguiste que te dijera eso? Carlos me dijo que no quería hablarte de ella. —Esta mañana. Está un poco tenso, Amelia y él están teniendo muchos problemas. —Aria no quiere casarse, papá, ya me lo dijo y creo que en el fondo tiene razón. Soy un completo desconocido, ella no arriesgará su felicidad por la de su hijo. —Todo toma su tiempo, Daniel. Ciertamente muchas parejas prefieren conocerse, vivir juntos, casarse y luego tener un hijo; no es mi culpa que hayas alterado el orden de las cosas —respondió en tono burlón, robándome un gruñido, y papá enarcó una ceja con diversión. —¿Qué puedo hacer para hablar con mi madre? —Ella no quiere verte, creo que debes darle un poco de tiempo. Le

rompiste el corazón. Bajé la mirada, apenado, y me pasé la mano por el pelo con frustración. —No te deprimas, Anne te ama. —Lo sé. Mi mamá jamás me haría a un lado, pero sí que me pondría a sufrir por un largo tiempo. —Si mis cálculos no fallan, pronto se empezará a notar su embarazo, ¿ella tiene algo en mente para eso? Me gustaría que se dijera que eres el padre, debemos ser conscientes de que estas noticias pueden quedar marcadas para toda la vida y mi nieto en un futuro podrá leerlas por sí solo. —Lo hablaré con ella, el primero que debe saberlo es Andrés, no me gusta mentirle. —Y no lo merece, hijo, él está dando todo por su hermana y sobrino y Aria está siendo un poco egoísta al esconderle esa verdad, ¿no te parece? Asentí, no era justo para Andrés. —Quiero decírselo, papá, pero Aria… no quiero traicionarla, no sé qué es lo que pretende. Él meditó mis palabras y pensó muy bien en lo siguiente que diría. —Sabes que perderás a uno, ¿verdad? La cautela con la que me habló sólo hizo que la piel se me erizara. ¿No había la posibilidad de mantenerlos a ambos? Por años había envidiado a Andrés, y ahora que por fin me daba cuenta de lo tóxico que había sido en nuestra amistad, me encontraba a un solo paso de perderlo. —Prefiero creer que las cosas pueden arreglarse hablando. —Y yo prefiero prepararte para la realidad, hijo.

***

ARIA. Llevaba toda la semana preparándome para este día y de igual manera no podía controlar la ansiedad que me causaba ver a mi padre aquí, en mi oficina mirando todo como si estuviera en otro planeta. Como de costumbre, mi madre estaba con él, pero a diferencia de mi padre ella sí que tenía ojos para mí y algo me decía que quería acercarse. Esperaba, de todo corazón, que no lo hiciera. No me pondría sentimental frente a Diego, él no vería lo vulnerable que podía ponerme mi embarazo. —Andrés tiene buen gusto —emitió con serenidad, manteniendo un tono fuerte y seguro. Todo mi cuerpo entró en alerta cuando se acercó a Melody, quien con su impecable traje de dos piezas lo miraba con fijeza—. Me pregunto, señorita Allen, ¿qué hace usted trabajando de secretaria sin experiencia alguna si podría irle mejor en la agencia de mi hijo? —¡Diego! —chilló mi madre, sorprendida, y esta vez hablé yo. —Ya escuchaste todo lo que los directivos tenían para decirte: Scheider está analizando la negociación y están felices y conformes con nuestro trabajo, tanto el mío como el de Melody; así que ya puedes retirarte de mi oficina. —Hija… —musitó Amelia, queriendo avanzar hacia mí, pero Diego la sujetó del brazo. —Pensaba que podríamos almorzar y hablar del futuro del niño que llevas en el vientre —comentó mi padre con tal frescura que cualquiera podría pensar que diría algo bueno—. Scheider sería un excelente esposo para ti y padre para tu hijo. —Mi hermana no necesita casarse con nadie. El aire regresó a mis pulmones al oír la voz de Andrés, y podría jurar que hasta Melody se relajó un poco con su presencia. —Claro que lo necesita —respondió Diego con dureza—. No dejaré que mi hija sea madre soltera.

—Aunque encontremos al padre; si ella no quiere casarse no lo hará. — Andrés estaba demasiado serio y tenso, algo me decía que no tuvo una buena mañana. —¿Al padre? —bufó Diego—. Tu hermana hizo de su vida lo que quiso, ¿dónde demonios estará el hombre que la…? —¡Diego! —Amelia se zafó de su agarre, esta vez muy alterada, y mi padre selló sus labios en una fina línea—. Soltera o no es nuestro nieto —dijo con desesperación, sujetándolo del brazo de la misma manera. Le estaba suplicando por un poco de misericordia. —¡No es mi nieto! —Diego perdió el control, liberándose del agarre de mi madre, y Andrés reaccionó al instante para sujetar a Amelia al darse cuenta que esta se había sorprendido por el cómo mi padre le alzó la voz. Por primera vez en años sentí mucho, pero mucho miedo de mi padre. Él había sido estricto y desapegado con nosotros, pero nunca nos había levantado la voz, mucho menos a mi madre que, desde mi punto de vista, era lo único que él amaba. —Ese niño jamás será un Rivers. Y no lo sería, porque Daniel jamás me permitiría registrarlo sólo a mi nombre. Él sería un Montaño, y por alguna extraña razón eso me encantaba. —Creo que lo mejor será que te vayas, padre —pidió Andrés cautamente. —Hay muchas cosas que podrían ser mejores, pero ustedes no quieren obedecerme. —Suficiente —dije con sequedad, acercándome a mi padre—. Lárgate, a estas alturas del juego ya deberías saber que no tienes manera alguna de triunfar. Los socios me adoran, Scheider aceptará mi propuesta y mi hijo estará conmigo así tú no lo quieras y mueras odiándolo, ¿me entiendes? —Jamás comprenderé que vi en ti para confiarte mis hoteles —escupió con rabia, acercándose—. Debí suponer que sólo me traerías problemas, desde

pequeña no fuiste más que uno. Nunca había esperado que mi padre me dijera algo bonito, a decir verdad había creído que su cariño era algo que él prefería guárdaselo para sí mismo; pero oír aquello de su propia boca hizo que algo en mi interior se rompiera en mil pedazos. Un problema… para Diego Rivers no fui ni seré más que un severo problema. Amelia jadeó, al tiempo que Melody bajaba la mirada apenada y Andrés tiraba de mí hacia atrás para alejarme de Diego, a quien ya no pude verle el rostro porque mi hermano usó su cuerpo para impedírmelo. —Vete —soltó con rabia y por el rabillo del ojo vi como mi padre sujetaba a mi madre del brazo y tiraba de ella para sacarla de la oficina. Una vez que se fueron, Andrés se volvió hacia mí—. Aria, sabes que no es cierto —musitó tiernamente, guiándome al sillón, y me ayudó a sentarme mientras Melody me cedía un vaso de agua. —Esto se está haciendo un poco cansador. —Intenté sonreír, pero mis labios se torcieron en una mueca de disgusto. —¿Por qué no te retiras por hoy? Ve a descansar, yo me quedaré con Melody y me encargaré de que todo marche a la perfección. —Quiero que envíes la noticia de mi embarazo a los medios. —¿Cómo? —Abrió los ojos de par en par, tensándose al instante. —Si lo anuncio Diego andará con más cuidado, además mi vientre está creciendo, Andrés. Ya no queda mucho tiempo, prefiero darles la premisa y tener a un aliado en ellos. —Ella tiene razón —agregó Melody, dudosa, y mi hermano asintió a los segundos. —No aceptaremos entrevistas, sólo daremos la noticia. —De acuerdo.

—Vete a tu apartamento, en unas horas todo el mundo querrá contactarte.

*** DANIEL. Encontrar a Andrés fue demasiado sencillo, él estaba junto a la barra y se encontraba pulcramente arreglado con su chaleco de vestir y su camisa blanca, era raro no verlo con su saco. Era la única persona del lugar que no bebía y aguardaba con un vaso de zumo en la mano. —¿Todo en orden? —Me senté junto a él, pidiendo exactamente lo mismo que estaba tomando, y me preocupó verlo tan agobiado. —No —respondió con sencillez—. Nunca consideré a Diego un mal padre, tampoco uno bueno, pero el día de hoy creo que le rompió el corazón a mi hermana. —¿Cómo? —Me enderecé en el momento, sintiendo como la preocupación burbujeaba en mi sangre—. ¿Qué pasó? —Traté de mantener la calma, para que él no se percatara de lo mucho que sus palabras me estaban afectando. —¿Viste las noticias? —No. —Tragué con fuerza, si Diego le había puesto un solo dedo encima a Aria, iba a matarlo. —Mi hermana está embarazada. —Un incómodo silencio se instaló entre nosotros—. Y no sabe quién es el padre, ya podrás imaginarte como tomó Diego esa noticia. —Yo… —No podía decirle la verdad, ¡Aria jamás me lo perdonaría!—. Lo siento mucho. —¿Por qué? —Se rio sin humor alguno—. Tú no la embarazaste. La piel se me erizó y me arrepentí de haber pedido un zumo de manzana, un whisky me habría caído mejor. —Ese viaje a Miami sólo nos trajo problemas —continuó Andrés, mirando

al frente, y ladeé la cabeza sin saber qué decirle—. Cierto, ¿al final sabes algo de la mujer que conociste en Miami?, ¿volviste a verla? Fue por ella que dejaste a Mariam, ¿no es así? Las manos empezaron a sudarme frío y no muy seguro ladeé la cabeza en modo de negación. —No sé nada de ella. —¿Pero la sigues buscando? —Sí. Lo sentía por Andrés, pero aún no podía decirle la verdad, debía respetar la decisión de Aria. —¿Por qué dijiste que Diego le rompió el corazón a tu hermana?, ¿le hizo algo? —quise saber, no pensaba olvidar ese detalle de la conversación. —Le insinuó que para él siempre fue un problema y creo que mi hermana no se preparó para recibir un golpe tan bajo. Definitivamente Diego era un desgraciado. —Lamento que las cosas en tu familia no estén yendo bien. Andrés me dedicó una rápida mirada. —¿De verdad? No sé si lo sepas, pero nunca lo estuvieron. Tu familia es grandiosa, siempre te envidié al no ser capaz de tener una así; aunque creo que sólo estoy hablando de tus padres, tus hermanos son irritantes. Me reí por lo bajo. —Es porque amas a tu hermana, no la cambiarías por nada. —No… no lo haría. Ella es lo que más amo en la vida y odiaría saber que alguien le hizo daño. Me removí inquieto, ¿por qué me miraba de aquella manera tan penetrante? Me estaba incomodando como no tenía idea. —Me pasa lo mismo con mis hermanos.

Andrés retiró la mirada y lanzó una carcajada llena de amargura mientras ladeaba la cabeza y bebía de su zumo. —Debo irme. —Se puso de pie y pagó la cuenta rápidamente. —Andrés, sabes que cuentas conmigo, ¿verdad? —Ahora mismo me gustaría pedirle que se quedara para poder apoyarlo de alguna u otra manera con mi compañía, pero me urgía ir a ver a Aria para saber cómo estaba. —Claro, para eso están los amigos, ¿no? —Se dio la vuelta y antes de que pudiera decirle algo, abandonó el pub y se dirigió a quien sabe dónde. Nuestra reunión apenas y había durado unos cinco minutos. Esperé un corto lapso de tiempo para asegurarme que él se fuera y cuando lo creí conveniente abandoné el pub y me encaminé hacia el apartamento de Aria. Toqué el timbre sin control alguno y sólo me tranquilicé cuando ella me abrió; no obstante, ese sentimiento no me duró mucho porque rápidamente identifiqué el rojizo de sus ojos, clara prueba de que estuvo llorando. —Daniel —susurró, sorprendida—, ¿qué haces aquí? La abracé, lo único que realmente me interesaba en ese momento era consolarla y decirle que Diego no tenía razón, que ella jamás sería un problema. —Andrés me lo contó todo, cariño —solté con suavidad y ella empezó a temblar, por lo que la levanté en vilo y cerré todo para adentrarme a la sala—. ¿Dónde está Mel? —Sus cursos son hasta las once —musitó con voz llorosa y me senté en el sillón con ella sobre mi regazo—. Fue muy duro, nunca pensé que mi padre sería capaz de decirme algo así. No quiero admitirlo; pero me dolió, Daniel. Me abrazó por el cuello, usándome como su apoyo y pañuelo mientras rompía en llanto, y por la siguiente media hora sólo pude acariciar su coronilla mientras se desahogaba. —Estoy cansada, luché tanto por estar al mando de los hoteles y ahora

siento que no los quiero. La idea de tener algo de Diego Rivers me desagrada, él no merece mi apoyo, ni siquiera mi amor, siempre fue un mal padre. No sentir pena por ella fue inevitable. A pesar de todo, ella amaba a su padre y le dolía su rechazo. —Déjalo —susurré con ternura, y ella me buscó con la mirada—. Tú no necesitas nada de Diego Rivers para salir adelante, tienes todo lo necesario para triunfar. —Estoy embarazada, Daniel —sollozó ahogadamente—. Claro que necesito la fortuna de los Rivers, un bebé no es en lo absoluto económico y nadie me contratará embarazada. Si no lo estuviera… ahí sí que habría dejado a Diego de lado, pero ahora no puedo. —Tienes mi apoyo, jamás los dejaré solos. —Pero yo no quiero nada de ti, no me sentiré en deuda con nadie. —Retiró las lágrimas de su rostro y sorbió su nariz de manera muy poco femenina—. ¿Tú… realmente lo quieres? —Acunó su vientre con las manos temblorosas y volví a rodearla con mis brazos. —Nunca lo dudes; los amo a los dos más que a mi propia vida. —No quiero que lo consideres un problema —confesó con voz rota y me alejé un poco para poder mirarla a los ojos. —Si fuera así, sería un maravilloso problema. Volvió a romper en llanto, como si fuera una niña pequeña, y me abrazó por el cuello. —Tengo miedo. Todo esto es tan nuevo para mí, no sé si podré hacerlo sola. —No estás sola, mi amor. Odiaba verla así, no me gustaba saberla tan vulnerable. Ella era simplemente grandiosa: una mujer que en las mañanas debía vestirse con su fachada de mujer fuerte y enfrentar a un sinfín de enemigos para después llegar

por las noches y derrumbarse por todo el miedo que sentía respecto al futuro de nuestro hijo. ¿Cuándo podría darse cuenta de que siempre estaría para ellos?, ¿cuánto tiempo me tomaría demostrarle lo mucho que los amaba?

Capítulo 23 DIEGO. —¡Maldita sea! —bramé, tirando todo lo que estaba sobre la cómoda de mi alcoba, y regresé la vista a la pantalla donde la foto de mi hija con un vientre muy abultado salía. Ya había pasado una semana desde que Andrés anunció el embarazo de Aria y no había nada que yo pudiera hacer para sacar la noticia de los medios. Ahora todos sabían que mi hija sería madre soltera y era el tema más hablado en todos los canales de farándulas. —Diego, debes calmarte, ¿por qué te cuesta tanto aceptarlo? No hay nada que se pueda hacer, deja que… —Claro que se puede. Siempre hay maneras —escupí con desprecio, encolerizado de que toda nuestra reputación familiar se vaya a la basura por culpa de una estúpida aventura que Aria tuvo en Miami. —Es nuestro nieto, no puedes hacerle nada. Aria jamás te lo perdonaría. ¡¿Es que Amelia no pensaba dejar de llorar?! Odiaba verla así, pero más odiaba no poder comprenderla. No sentía nada más que repulsión por el niño que venía en camino. —Todo mi esfuerzo, todos mis años de trabajo se fueron al demonio por Aria. ¡Soy yo el que no piensa perdonarla! —¡Pero si no perdiste nada! —¡¿Cómo qué no?! Todo el mundo habla de nosotros, nos critican y se burlan de nuestra situación. Me importa un carajo que Aria y Andrés quieran proteger a ese niño, voy a darlo en adopción así me gane el odio de mi hija para toda la vida. —No te reconozco —susurró Amelia, bajando los hombros con cansancio, e inhalé con pesadez.

—Es lo mejor para todos, cariño. —Intenté abrazarla, pero ella retrocedió. —Estoy cansada, Diego. —Sí, es un poco tarde y mañ… —Desde que nos casamos no he hecho más que vivir para ti, te he apoyado siempre e incluso me he olvidado de mis hijos dejándolos con niñeras y tutores para no dejarte solo. —Y por eso siempre digo que eres una esposa maravillosa. —Pero soy una pésima madre y eso no me está dejando vivir tranquila. — Los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas y mis músculos entraron en una terrible tensión—. Mis hijos ya son grandes, tienen la capacidad de cuidarse solos y gracias a los santos son muy inteligentes; y todo lo consiguieron sin unos padres que los guiaran. —¡Los llenamos de lujos y educación! —Pero no de amor. —Por favor, Amelia, el día que el niño sea entregado a otra familia todo volve… —Quiero el divorcio. Un largo y tenso silencio se instaló en la habitación y me reí con incredulidad. Seguro de que había escuchado mal. —Lo mejor será que te acuestes, maña… —Mi abogado vendrá mañana, ya hablé con él hace unos días. —¡No pienso darte el divorcio! —El pánico, un sentimiento que desde hace años no sentía, me invadió—. Llevamos casados más de treinta años, no pienso terminar esto por los errores de Aria. —No pude ver crecer a mis hijos, pero no pienso cometer el mismo error con mi nieto. Todo este tiempo he intentado hacerte entrar en razón, pero estás empeñado en rechazar al hijo de tu propia hija. Aria no merece esto, ella necesita del apoyo de su madre.

—¿Y dónde irás una vez que te dé el divorcio? —Entrecerré los ojos con recelo, si era una escena para manipularme ella debería saber que eso no funcionaría—. Nos casamos por bienes separados, nada de lo que es mío te corresponde y tú, debo recordarte, no tienes nada. —Decirlo fue difícil, pero no pensaba permitir que ella se fuera. ¡Era mi mujer! —Estoy segura de que mis hijos tendrán el corazón que tú no tienes —soltó con voz rota, haciéndome entrar en razón, y antes de que llegara a la puerta de la alcoba la sujeté del brazo y la giré en mi dirección. —No te vayas, Amelia, si hay algo de lo que no puedes dudar es del amor que siento por ti. —Intenté besarla, pero ella retiró el rostro, dejándome petrificado en mi lugar. —No dudo de tu amor, Diego. —Se soltó de mi agarre con delicadeza—. Dudo del mío, no puedo reconocer en ti al hombre del que me enamoré. Y dichas esas palabras se fue, dejándome totalmente solo en medio de nuestra habitación. No se había llevado nada, su cartera estaba allí, burlándose de mí; Amelia simplemente se había ido tal y como le había insinuado que se iría si le cedía el divorcio, cuando lo cierto era que todo lo que tenía estaba a su nombre y al de mis hijos.

*** ARIA. —Creo que la causa de que mi vientre esté más grande no es mi bebé, sino todo lo que me traes para comer —dijo con una sonrisa risueña en el rostro y volví a darle un gran mordisco a mi hamburguesa. —Te traigo lo que me pides, así que no pretendas echarme la culpa — respondió con diversión, estirando la mano para acariciar mi mejilla. Era verdad, últimamente tenía demasiados antojos y estos implicaban ver la

cara de Daniel todo el tiempo, pues si bien podía pedirlos por delivery, prefería que él me trajera la comida y compartiera conmigo. No tenía a Melody y ya no me gustaba comer ni quedarme sola, por lo que Daniel siempre se quedaba conmigo hasta que mi amiga llegara. Eran noches maravillosas para recibir su compañía y ver una película mientras la tormenta se desataba en el exterior. Las yemas de sus dedos me enviaron un cosquilleo a mi vientre bajo y me relamí los labios, percatándome que desde el día que le dije que no servía para nada más que para pasar un buen rato, él no había intentado seducirme otra vez. Bueno… miré mi vientre con tristeza, tampoco era que estuviera en mi mejor forma, mi cuerpo no dejaba de crecer y Daniel seguramente se habría percatado de que cada día me veía menos atractiva. —¿Sucede algo? —preguntó mientras dejaba la mitad de mi hamburguesa en el plato. —Creo que debería hacer dieta. —No lo creo, menos en tu estado. —Su ceño se frunció con enojo—. Come, ¿sí? Luego veremos una película. ¿Quién podría hacer dieta con un hombre así a su lado? —Por no hablar del hambre que solía tener por las noches—. Con una fuerza de voluntad valorada en un gran cero, terminé mi hamburguesa sin remordimiento alguno y luego fuimos al sofá para ver una serie. Como de costumbre él se sentó cómodamente en el mueble y yo me recosté en el mismo usando su regazo como almohada. Después de unas cuantas horas, rodé sobre mi lugar para quedar boca arriba y poder ver su hermosa quijada. Era injusto, mientras yo me ponía más fea él cada día se ponía más guapo. —¿Crees que estoy gorda? —Acaricié mi vientre, sin prestarle atención a la pantalla, y él se rio. —Creo que estás muy embarazada.

—Ya no tengo cintura y mi estómago y mis pechos cada día se hacen más grandes —me quejé, gruñendo con cada palabra—. Ya no debo gustarte como antes, ¿verdad? Con ese comentario Daniel dejó de mirar la pantalla y dirigió toda su atención hacia mí. Apoyó un codo en el respaldar del sillón y se inclinó un poco para poder mirarme. —En realidad cada día me gustas más —susurró con voz ronca, acariciando mi mejilla. —No te creo —confesé con tristeza—. Sé que Mariam te sigue buscando, ¿no pensaste en volver con ella? Es decir, es muy guapa y tu cuerpo necesi… —Mi cuerpo te necesita sólo a ti y sobre esa mujer no pienso hablar, ¿de acuerdo? —Es que no me cuadra lo que me dices. —Fui sincera—. Dices que me deseas pero no haces nada por tenerme. Él me miró con ternura. —Es que no quiero tener sólo tu cuerpo, mi amor, quiero más; te quiero en cuerpo y alma. Retiré la mirada, aún no me sentía preparada para aceptar a Daniel como mi pareja. Todo se estaba dando muy rápido y me alarmaba saber lo que el amor podía hacer con una, jamás pensé que llegaría a sentirme tan vulnerable. —¿Y si te dijera que mi cuerpo necesita sentir algo? —Susurré, subiendo la falda de mi camisón, y él observó cómo mi braga quedaba a la vista—. A veces intento ayudarme, pero nunca se siente igual. —Junté los párpados con deleite cuando él acarició mi muslo interno con una mano y separé mis piernas para que pudiera llegar al punto que lo llamaba a gritos. —Sólo debes decírmelo. —Su voz aterciopelada me envió una oleada de placer y mi cuerpo se arqueó cuando sus dedos se abrieron paso retirando la braga para acariciar mis labios internos.

No sé cuánto tiempo duró, pero entre gemidos y jadeos, con los dedos de Daniel haciéndome el amor, conseguí encontrar esa liberación que tanto llevaba anhelando. Su mirada se encontró con la mía y con una sonrisa le dije más que mil palabras, él acababa de cumplir uno de mis antojos más seguidos. Mi celular empezó a sonar y ambos regresamos a la realidad al darnos cuenta que Melody llegaría en cualquier momento. En cuestión de minutos Daniel limpió todo y con las piernas temblosas vi cómo se ponía su chaqueta para retirarse. Quédate. Quise decirle, pero el miedo me invadió. Él me había dicho sus intenciones y el pedirle que pasara la noche conmigo era darle esperanzas, algo que no estaba segura si sería bueno porque a decir verdad no sabía qué quería hacer con mi vida. Era joven y él… él ya tenía vida y buscaba algo serio, no estaba segura si sería capaz de llenar sus expectativas; es más, ni siquiera sabía porque me atormentaba con ese tipo de pensamientos, algo no andaba bien conmigo. —Debo irme. —Se acercó con la intención de besar mi frente, pero en un arranque de pasión lo abracé por el cuello y uní nuestros labios con pasión desmedida. Su mano se posó en mi nuca y la otra rodeó mi cintura para corresponder a mi beso con la misma intensidad. La erección en sus pantalones aliviaba mis pesares, él sí me deseaba, de ser diferente eso no estaría ahí. —Esto no está bien —gimió entre beso, presionándome contra él. —Lo sé. —Me restregué contra él y terminé contra la pared, con una mano de Daniel en mi glúteo. Él se inclinó para tomarme en brazos, pero antes de poder efectuar cualquier movimiento, la puerta del apartamento se abrió, provocando que ambos rompiéramos el beso y giráramos el rostro hacia la misma. Tan rápido como la calentura nos visitó, se esfumó al ver a mi hermano

frente a nosotros. Melody estaba junto a él, tan pálida como una hoja y en cautiverio por la fuerte mano de Andrés que rodeaba su brazo. —Así te quería atrapar, cabrón —farfulló con ira contenida y en un abrir y cerrar de ojos se abalanzó contra Daniel, alejándolo de mi cuerpo y haciendo que ambos cayeran al piso. —¡No, para, Andrés! —grité desesperada al ver como golpeaba a Daniel y la impotencia me carcomió al darme cuenta que él no tenía intención alguna de defenderse—. ¡Daniel, haz algo! Mis palabras hicieron que mi hermano girara el rostro en mi dirección y se pusiera de pie, olvidando a Daniel. Él se incorporó, con el rostro ensangrentado, y cuando quise acercarme, Andrés me sujetó del brazo. —¿Cómo pudiste esconderme algo así, Aria? —Exigió saber— ¡Todos me vieron la cara de estúpido cuando no quise hacer más que ayudarlos! —Miró a Melody y luego a Daniel, acusándolos con la mirada. —Tenía miedo —dije con lágrimas en los ojos, implorándole con la mirada. —¿Miedo? —preguntó con incredulidad—. ¿Y qué carajos te hice yo para que me tuvieras miedo? ¡Te he apoyado desde que llegaste! ¡Le declaré una guerra a nuestro padre para que no se atreviera a tocarlas! ¡¿Cómo fue que llegaste a verme como algo peligroso para ti y tu bienestar?! —Me zarandeó. —¡Basta! ¡Suéltala, Andrés! —Daniel lo empujó, haciendo que me liberara de su agarre, y me llevó hacia él, protegiéndome con su cuerpo. Esto no estaba bien, ¡Andrés no iba a hacerme nada! —¿Pretendes ser un héroe ahora? —siseó Andrés—. ¡Eres una mierda, Daniel! Te di la oportunidad de que me dijeras la verdad, traté de comprender tu situación; pero ya me di cuenta que todos en este lugar no me creen digno de su confianza. —Andrés… —Avancé hacia él y paré en seco cuando levantó su mano,

ordenándome que me quedara quieta. —¿Por qué de todos los hombres que existen en el mundo tuviste que acostarte con mi mejor amigo? —Frustración y dolor, eso era lo único que podía ver en el semblante de mi hermano. —No lo sabía —sollocé ahogadamente. —¿Y por qué cuando lo supiste no me dijiste lo que estaba ocurriendo, Aria? —Yo… es el único amigo que tienes, no quise… —¡Él ya no es mi amigo! —bramó fuera de sí. —Andrés, hablemos —pidió Daniel con ansiedad, repentinamente preocupado—. Nuestra intención nunca fue engañarte. —Pero lo hicieron. —Hermano… —Busqué a Melody con la mirada y vi la pena en su semblante, pena por Andrés, porque en el fondo él tenía toda la razón del mundo: nosotras lo engañamos. —Quiero que te alejes de mi hermana y su hijo, Daniel. —Aquella amenaza hizo que la piel se me erizara y pronto me olvidé completamente del dolor de mi hermano, percatándome del mío—. Porque si esto continua, yo mismo me encargaré de que tú y tu familia regresen al… —¡No puedes hacerlo! —bramé con impotencia, empujándolo por el pecho. Andrés abrió los ojos sorprendido y guiada por algo totalmente desconocido, exploté. —¡Tú no eres quién para decirle al padre de mi hijo qué hacer! ¡Lárgate! ¡No quiero verte! —Seguí empujándolo por el pecho, sin poder moverlo un solo centímetro, y sólo fui consciente de mi llanto desquiciado cuando Daniel rodeó mi cintura y me alejó de Andrés llevándome hacia la dirección contraria. —Suficiente, Aria, esto no te hará bien —susurró en mi oído, pidiéndome

que me calmara, y empecé a respirar con dificultad. ¡¿Cómo demonios habíamos terminado así?! —¡Andrés! —gritó Melody y rápidamente giré el rostro viendo como mi hermano salía de mi apartamento. No… no podía perderlo. Mi mirada se encontró con la de Melody y algo en mi interior se estrujó al ver un deje de decepción en sus ojos color esmeralda. Quise decirle que lo sentía, pero ella salió tras de mi hermano, indicándome que no estaba feliz por mi reciente comportamiento. Era lo mejor… él no podía quedarse solo en un momento así.

*** ANDRÉS. No tenía la menor idea de lo que estaba sintiendo, pero podía garantizar que era horrible. Ni siquiera podía hablar y las manos me temblaban de la impotencia; mi hermana y mi mejor amigo me habían traicionado cuando lo único que hice fue quererlos con cada fibra de mi ser. Cuando la semana anterior vi a Daniel dejando a mi hermana y Melody en el hotel, todos mis miedos salieron a flote al caer en cuenta que ambos estuvieron en Miami y pudieron haber coincidido. Luego lo hablé con él, esperando que me dijera la verdad, y Daniel volvió a escudarse tras mentiras demostrándome que no le interesaba. No obstante, todo empeoró cuando descubrí que ellos se veían todas las noches mientras Melody estudiaba. Melody… empuñé mis manos a cada lado de mi cuerpo y desee darle un golpe al vidrio del ascensor. Ella también me había mentido, a pesar de haber estado para ellas desde un principio, ambas me habían escondido ese secreto tan valioso.

—¡Andrés! Cerré los ojos con frustración y odié saberla dentro del ascensor, lo menos que necesitaba era la compañía de esa mujer que alteraba mis sentidos. Ella jadeaba, clara prueba de que había venido corriendo, y ahogué una maldición cuando posó su mano sobre mi brazo. —No quiero hablar con nadie; menos con una de las personas que me mintieron. —Debes entender a Aria, ella no quería lastimarte. —Pues lo que hizo sólo empeoró el daño —solté con impotencia, dándole la espalda, y ella no dijo más. Las puertas del ascensor se abrieron en planta baja y me dirigí hacia mi auto donde Wilder me esperaba con la puerta abierta. El repiqueo de los tacones de Melody me informaba que pensaba seguirme y no creía que fuera buena idea, en menos de treinta minutos sería media noche y mi apartamento no estaba cerca del suyo. —Nos largamos —solté con frialdad y la piel se me erizó al ver como Melody se subía al auto sin pedir permiso—. Bájate —le ordené con poca paciencia. —No. —¡No pienso llevarte a ningún lugar! —Y no pienso dejarte solo ahora —musitó apenada, bajando la mirada, y sorprendido por su confesión, terminé subiendo a mi auto guiado por una fuerza extraña, parecida a la tentación. Wilder condujo hacia mi apartamento respetando el pulcro silencio del lugar y en más de dos ocasiones pude sentir la mirada de Melody en mí. ¿Por qué acompañarme? No pensaba hacer una estupidez, por más que hubiese perdido a las personas más importantes de mi vida, nunca dejaba que esos sentimientos tan absurdos acabaran conmigo.

—Wilder va a llevarte de regreso —le informé cuando estuve fuera de mi edificio y ella se bajó tras de mí—. ¿Qué haces, Melody? No puedes quedarte en mi apartamento —dije con molestia y ella observó el edificio con recelo. —Me iré una vez que te cure tus manos. Reparé en mis nudillos que efectivamente estaban heridos y miré a Wilder de reojo. —La enviaré en un taxi, puedes irte. Mi chofer se marchó y sujetando a Melody del brazo la metí al edificio. La noche era fría y la insensata estaba con ese estúpido traje que tenía como uniforme que parecía algo hecho para atraer las miradas masculinas. —Me estás lastimando —susurró con suavidad una vez en el ascensor y la solté en el instante, detallando sus hermosos rasgos. ¿Por qué demonios la estaba llevando a mi apartamento? —Lo siento —me disculpe con rapidez. Abrí todo y con un movimiento de cabeza la invité a ingresar. Prendí las luces y Melody no perdió la oportunidad de detallar la estancia con la mirada, se desconcertó un poco al ver tanto blanco por el lugar y evité decirle que odiaba los colores oscuros dentro de un ambiente. Saqué el botiquín de la repisa de la cocina y lo llevé a la sala donde ella me esperaba aún de pie, mirando la ciudad por el gran ventanal. —Seamos rápidos, así te largas. —Me importaba una mierda que mi comentario fuera grosero, tenía todo el derecho del mundo de sentirme molesto con ella y mi hermana. Melody se acercó y se arrodilló entre mis piernas para empezar a hacer su labor silenciosamente, en lo que yo analizaba lo mucho que su rostro y cuerpo habían cambiado en los últimos seis años. Estaba mucho más hermosa y por más que quisiera no podía dejar de anhelarla. Aun recordaba todo; su piel, su olor y su…

—Aria quería tiempo, ella iba a decírtelo. Su comentario hizo que mi cuerpo se pusiera a la defensiva y olvidara por un momento aquel encuentro que me había dejado marcado de por vida. —¿Cuándo?, ¿cuándo diera a luz y Daniel exigiera sus derechos paternales? —pregunté con desprecio. —Es más complicado de lo que crees; pero Daniel sólo respetó los deseos de Aria al igual que yo, Andrés. Nunca quisimos lastimarte ni mucho menos traicionarte. —Pero lo hicieron, Melody, y no tienes idea de lo frustrante que me está resultando todo esto. —Lamento que las cosas se hayan dado así. —Terminó su labor y alzó la mirada, mostrándome su arrepentimiento—. Confieso que en un principio no me agradabas, pero ahora sé que eres un buen hombre y no mereces esto. Sus palabras me incomodaron de sobremanera, nunca me importó lo que los demás dijeran u opinaran de mí, pero escuchar aquellas palabras de su hermosa boca hizo que un ligero sentimiento de felicidad se alojara en mi pecho. —Perdóname, Andrés —musitó con tristeza e incapaz de darle un «no» por respuesta, asentí. Ella me sonrió, una sonrisa sincera que me dejó prendado de su imagen, y luego me abrazó por el cuello estirándose en toda su altura dado que estaba de rodillas en el piso. Su olor, su cercanía y soltura me llevaron a corresponder su abrazo. Enterré mi nariz en su cuello, sintiendo su delicioso olor, y pronto ella tembló en mis brazos al percatarse de nuestra cercanía. Su respiración se hizo irregular y azotó contra mi oído informándome su nerviosismo. No quería soltarla y no pensaba hacerlo. Mi mano, que reposaba en su cintura, muy lentamente descendió para recaer en su cadera. Esperé que me empujara o me pidiera un poco de espacio, pero al no

recibir restricción alguna, muy lentamente giré mi rostro y me encontré con su hermoso rostro; ella me observaba con intensidad, rogándome con la mirada, y no le hice ninguna pregunta innecesaria; sólo la besé y permití que mis labios disfrutaran de su sabor. Sus manos se enterraron en mi cabellera mientras que nuestras lenguas se enredaban con avidez y perdiendo los estribos la subí al sillón y la tendí sobre el mismo sin liberar sus labios de los míos. Acaricié su pantorrilla, subiendo en una gloriosa caricia por la tersa piel, y escuchando sus gemidos amasé su piel con deleite. No debería besarla, no debería sucumbir ante esa mujer que se me hacía tan adictiva y prohibida, pero maldición, llevaba años esperando un momento así y al fin había conseguido que dejara de vivir con el imbécil de Alex, por lo que no retrocedería. Ella ya aceptaba mi cercanía y al parecer también mis caricias, por lo que volvería a hacerla mía y esta vez me encargaría de que ella recordara este día para toda la eternidad. Liberé sus labios y la escuché jadear mientras exploraba su piel con mis labios. Abrí su camisa de un tirón, disfrutando del sujetador de encaje que apreció en mi campo de visión, y cuando me incliné para morder la frágil piel de su pezón sobre la tela, el timbre de mi apartamento sonó haciendo que la sangre se me congelara. ¿Quién carajos venía a visitarme a media noche? Melody se removió inquieta, repentinamente consciente de lo que pensaba hacerle, e ignorando el timbre salté contra su pezón. —Ah… —Se arqueó, tirando de mi cabello—. Espera… yo… El timbre volvió a sonar, esta vez de manera incesante, y con un gruñido me incorporé dejando a Melody tumbada en el sillón. Ella también se levantó, cerrando rápidamente su camisa, y después se arregló la falda de su atuendo.

Si era Daniel, esta vez sí que lo mataría. —Ve a mi cuarto, es la segunda habitación del pasillo. Espérame allí. —No —susurró con un hilo de voz, sujetando su bolso—. Quiero irme. —¿Qué? —La inmovilicé por los hombros cuando intentó pasarme de largo—. ¿Acaso no viniste a esto? —Me sentí irritado, ¡ella no podía irse ahora! No después de hacerme probar sus labios. Maldición, ¡quería más! —Claro que no —dijo contrariada y me reí sin humor alguno. —Vamos… estás aquí porque no quieres que te quite la ayuda económica en cuanto a tus cursos, no te hagas la digna conmigo. Ella me miró con incredulidad y se zafó de mi agarre con molestia, dando un paso hacia atrás. ¿Qué?, ¿acaso no era verdad? —Estoy aquí porque quería estar contigo para apoyarte, no me gustó como te trataron Aria y Daniel. —No te creo —solté con seriedad, ignorando el timbre. La conocía, sabía cómo solía ganarse la vida y esas costumbres no se perdían así como así—. Sé que usas tu belleza para conseguir lo que quieres y quiero que sepas que no me afectaría ocupar el lugar de Alex. —¿Qué? —Sus ojos se abrieron con desmesura y rodé los ojos con aburrimiento. —Ya sabes, te daré lo que quieras siempre y cuando me abras las pier… Su mano impactó fuertemente contra mi mejilla, acallándome en el instante, y antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirme, le lancé una orden de que se quedara quieta mientras me deshacía de la persona que estaba jodiéndome la noche. Abrí la puerta, listo para echar a mi visitante, pero la sangre se me congeló al ver a mi madre, totalmente empapada, con la visión empañada, de pie junto a la puerta.

—Mamá, ¿qué te pasó? —pregunté horrorizado, haciéndola entrar, y rápidamente le quité el blazer que llevaba. —Le pedí el divorcio a tu padre. A poco estuve de atragantarme con mi propia saliva. ¡¿Qué Amelia había hecho qué?! —Señora Rivers, está empapada —dijo Melody con preocupación, acercándose a mi madre, y esta la abrazó, buscando un poco de consuelo y empapándola en el proceso. —Oh, Melody, tú que la conoces tan bien, ayúdame a recuperar a mi hija. Mi madre rompió en llanto y Melody me miró con desesperación, buscando algo de ayuda para poder irse y no verse en una situación tan complicada; no obstante, sólo pude ir al baño y sacar un par de toallas limpias para secar a mi madre. De mi alcoba tomé un par de ropa deportiva, dado que no pensaba permitir que Melody se fuera y me dejara con mi madre a solas. ¡Yo no sabía lidiar con mujeres!

*** ARIA. Después de curar el labio partido de Daniel y la herida de su pómulo izquierdo, guardé todo con rapidez y me senté junto a él aún con el cuerpo tembloroso. Estaba asustada, Daniel no había dicho nada durante todo este tiempo y tenía miedo que la amenaza de mi hermano provocara que él se alejara de nosotros. Es decir, todo este tiempo le estuve insinuando que él no era indispensable en mi vida y para Daniel el poder y su fortuna lo eran todo; Dios santo, eran años de trabajo que mi hermano podría aplastar con tan sólo pedirlo. —Daniel… —lo llamé con un hilo de voz y él giró el rostro con lentitud,

dejándome ver su triste semblante—. Lo siento tanto. —Mis ojos se llenaron de lágrimas, nunca quise ocasionar una pelea así entre mi hermano y él, lo mejor habría sido dejarlo ir en vez de besarlo y tentarle a quedarse conmigo. Había sido egoísta; una Rivers de primera. —No llores, ternura —susurró, acariciándome la cabeza, y lo abracé por el cuello sin poder evitarlo—. Deja de temblar, mañana hablaré con él y haré lo correcto. —No, no lo hagas. —Me alejé de él, desesperada, y Daniel me miró con el ceño fruncido—. Yo también tengo dinero, no dejaré que él te haga nada, ni a ti, ni a tu familia. No perderás nada, seguirás siendo quien eres —dije aceleradamente, tratando de sonar lo más clara posible—. No puedes seguir su orden —solté con frustración, sujetándolo del brazo—. Jamás pensé que llegaría decir esto; pero te necesito, Daniel. No importa cuánto dinero y poder tenga, siento que si ahora mismo decides alejarte, yo no podré seguir con esto. No quiero usar a nuestro hijo para retenerte, no quiero decir «te necesitamos» porque sé que ahora mismo soy yo la única que anhela tu compañía. —Aria… —No me dejes, Daniel… yo… —la garganta me picó y odié mis siguientes palabras—. Soy una Rivers, tengo el mismo poder que mi… Él se levantó, ganando una gran distancia entre los dos, y rendida y consciente de que él ya había elegido, dejé que mis hombros cayeran. Lo miré de reojo, viendo como alborotaba su cabellera, y fingiendo una sonrisa me puse de pie. Daniel no podía verme, pero antes de irse tendría que hacerlo, ¿no? —Es normal que elijas a Andrés —musité con un hilo de voz y me acaricié el cuello con nerviosismo cuando él se giró hacia mí— y a tu familia. —Evité perder la compostura—. Hablaré con él, le diré que… —Me duele saber que a pesar de todo sigues sin confiar en mí —dijo con dureza, cerrando nuestra distancia con dos grandes zanjadas—. No me importa la amenaza de Andrés, Aria, me duele perder su amistad.

¿Qué?, ¿no se haría a un lado?, ¿se quedaría con nosotros? —Pero él podría dejarte en la calle. —Así deba empezar de cero y trabajar de lo que sea, yo siempre cuidaré de ustedes. Tu hermano puede dejarme en la calle, mis hermanos tendrán que trabajar para salir adelante y mis padres sabrán sobrellevar la situación; pero nada hará que me aleje de ti y de mi hijo, ¿me entiendes? —¿De verdad? —sollocé ahogadamente, temblando con violencia. —Te amo más de lo que te imaginas. —Acunó mis mejillas, retirando las lágrimas de mi rostro, y rompí en llanto al darme cuenta de que por más que no quisiera: yo también lo amaba—. Dime qué debo hacer, qué debo dar para que me creas. —Yo… —Empuñé mis manos sobre su chaqueta. —Dímelo, Aria, ayúdame a conseguir tu perdón. —No me dejes sola. No quería que se marchara, en este preciso momento lo único que me interesaba era saber que mañana despertaría y él seguiría aquí. —Nunca pasará. Me alzó en vilo y se dirigió a mi alcoba sin decir palabra alguna. No había nada que hacer, ambos cometimos el error de enamorarnos y ya no había fuerza capaz de detenernos. Andrés tenía que comprender que nada de lo que hiciera nos separaría. DANIEL. Había perdido a Andrés, y aunque era doloroso enfrentarme a esa verdad; estaba seguro que perder a Aria sería una verdadera agonía. Jamás la dejaría, así Andrés me dejara en la cochina calle, yo trabajaría para volver a salir a flote; no obstante, todo lo haría viendo crecer a mi hijo y cuidando de la única mujer que amaba. La recosté en la cama con suma delicadeza y Aria deshizo el cubrecama

con movimientos torpes. Estaba muy nerviosa, el enfrentamiento que tuve con su hermano no le había sentado bien. La ayudé, y en ese corto proceso ella se limpió las nuevas lágrimas que bajaron por sus hermosas mejillas. —Andrés nunca te odiará —musité con suavidad, quitándome la chaqueta y recostándome junto a ella. —¿Eso crees? —preguntó esperanzada—. No quiero perderlo. Tenían razón, debí haberle dicho la verdad, me equivoqué al creer que él sería como Diego, pero… no quería arruinar la amistad que tenía contigo, eres el único amigo que tiene. Y eso me dolía aún más, porque durante años lo había envidiado cuando Andrés no hizo más que ayudarme a prosperar. —Debes calmarte, estás muy alterada. —Intenté abrazarla, pero ella retrocedió. —Sigues vestido, a ti no te gusta dormir así —comentó ceñuda e hice una mueca. —Estoy bien así. —Pero yo no —susurró con ternura—. Desvístete, no te preocupes por mí, no me sentiré afectada. No muy seguro me puse de pie y me quité la polera, mis zapatos y mi jean. Regresé a la cama, deslizándome bajo las sábanas, y Aria se acurrucó contra mi pecho, durmiéndose casi en el instante. Si bien habíamos tenido un gran avance el día de hoy, no podía decir que era el mejor de mi vida. Había perdido la amistad de Andrés.

Capítulo 24 ARIA. Ya había pasado una semana desde el día que mi hermano se enteró de que Daniel era el padre de mi hijo y desde ese día no tuve más contacto con él. Según Melody: él estaba bien y sólo necesitaba algo de tiempo para calmarse, al final no haría nada en contra de Daniel. Sin embargo, para mí, el tiempo de espera había llegado a su final. Si no hablaba con mi hermano terminaría volviéndome loca. Sabía que a él no le haría gracia saber que seguía viendo a Daniel, si bien aún no habíamos intimado como yo quería, él me visitaba todos los días y cenaba conmigo de igual manera que lo estuvo haciendo antes de que la bomba explotara. Toqué el timbre y acaricié mi vientre por reflejo. Cada día estaba más grande y caminar se estaba volviendo un suplicio. La puerta del apartamento se abrió y algo en mi interior se estrujó al ver como el semblante de Andrés se ponía más duro ante mi presencia. —Vaya… —Se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos con fingida sorpresa. Era fin de semana, por lo que él no estaba con sus típicos trajes costosos—. ¿A qué se debe el honor de tu visita? Según tengo entendido te doy miedo. —Andy… —lo miré con suplica y mis ojos se llenaron de lágrimas—. No quise mentirte. Mi hermano, quien hasta ese momento me había observado como si fuera una sucia rata, me sujetó de la muñeca y tiró de mí para pegarme a su pecho y envolverme en sus brazos. —Quiero matarte, enana —susurró y besó mi coronilla con ternura. —¿Me perdonas?

—Nunca podría enojarme contigo, eres lo más valioso que tengo. — Rompió el abrazo y su mirada se encontró con la mía. —Y sobr… —Pero no me pidas que perdone a Daniel porque no lo haré. Puede que tú tengas el coraje para hacerlo, pero yo no. Él se burló de ti, te abandonó cuando más lo necesitabas y dijo cosas que a mí no me gustaron. Él simplemente ya no es ni será mi amigo. —Es el padre de mi hijo. —No por eso cambiaré de opinión. —Puede que algún día él y yo… —Nada —recalcó, agregando un tono gélido a su voz— me hará cambiar de opinión. Ahora comprendía por qué Daniel había preferido dejar las cosas como estaban, Andrés jamás lo perdonaría, o al menos no por ahora. Su decisión parecía inamovible. —¿No me invitarás a pasar? Hizo una mueca. —Hay algo que no te dije —musitó con cautela y se hizo a un lado para que ingresara. Confundida por su actitud, ingresé hasta la sala del apartamento y mi mandíbula a poco estuvo de tocar el piso al ver a mi madre dormida en el sofá, frente al televisor. No tenía la menor idea de qué era lo que me sorprendía más: si ver a mi madre sin mi padre, si ver a mi madre en el apartamento de Andrés, o verla con unas ropas casuales tan poco comunes en ella. Nunca la había visto con jeans y una camiseta, ella siempre llevaba sus trajes elegantes y joyas costosas. —¿Qué hace aquí? —pregunté con suavidad y Andrés se rascó la nuca con cansancio. —Le pidió el divorcio a nuestro padre.

Por un momento me costó respirar, eso era imposible, Amelia y Diego se adoraban; muy lentamente giré el rostro para ver el rostro afligido de Andrés. ¿Era por mi culpa?, ¿mi embarazo había llevado a mis padres a tomar esa decisión? —Eso es imposible, papá jamás aceptaría algo así. —¿Por qué crees que mamá vive aquí? —Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza, disconforme—. Diego vino y quiso llevársela en dos ocasiones, no puedo dejarla en ningún otro lugar porque está empeñado en llevarla a su casa. El abogado dijo que no aceptó nada, que ni siquiera leyó el contrato de divorcio. —¿Qué dijo mamá? —No quiere nada. —¿Pero por qué decidió hacer esto? Él meditó sus palabras y su mirada me dijo que no me gustaría nada de lo que me diría. —Está empeñado en dar a tu hijo en adopción, teme que les haga algo y todo este asunto hizo que se cuestionara muchas cosas. Ella quiera estar para ti, pero sabe que si está con Diego no la aceptarás. —¿Pidió el divorcio sólo para acercarse a mí? —chillé, horrorizada. —No, Aria, mamá desconoce a nuestro padre, dice que no se cree capaz de amar a un hombre que es capaz de lastimar a los suyos por su reputación. Necesita tiempo, no quiere verlo por ahora. —Nunca quise que ellos llegaran a esto —solté con frustración y me froté las sienes con cansancio—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?, ¿desde cuándo está aquí? —Desde el día que pelee con Daniel. Llegó pasada la media noche. No trajo nada, el día que la llevé a comprar ropa eligió esas prendas, como si estuviera dispuesta a olvidar todo lo que ser una Rivers involucra. Regresé la vista a mi madre, quien dormía como si fuera una niña pequeña,

y desee que estuviera en una cama para poder recostarme junto a ella y abrazarla. Dios, mi madre estaba sufriendo y era mi culpa, pero… mentiría si dijera que no me alegraba saber que al menos a ella sí le importaba. —¿Melody no te lo dijo? —Su voz sonó tensa, pero más tensa me puse yo al saber que Melody lo sabía. —No, no me dijo nada. —Seguro no quiso preocuparte. —Estos días estuvo un poco ajetreada con el trabajo y sus cursos, hay noches que ni siquiera llega a dormir —comenté distraídamente y Andrés se enderezó bruscamente, haciéndome respingar. —¿Qué cursos? —¿Cómo que qué cursos? —Lo miré como si fuera el mayor idiota del planeta tierra—. ¿Acaso no es tu chofer quien la trae todas las noches y la lleva a hacer los prácticos a la casa de sus compañeras? —Desde el lunes que Melody no puede asistir a sus clases, le retiré mi apoyo y dejé de pagarle los cursos —escupió con los dientes apretados. —¿Qué tú hiciste qué? —bramé, repentinamente enojada. —Ella también me mintió, no tengo por qué ayudarla. —No te dijo nada porque yo se lo pedí. —¿Por qué dices que ella sigue en sus cursos?, ¿a qué hora llega al apartamento y por qué mierdas no llegaría a dormir? —exigió saber, ofuscado, y miles de preguntas llegaron a mi cabeza—. Esos trabajos no se implementan en su instituto justamente porque todos tienen un trabajo al cual asistir. ¡¿Por qué ella no me lo dijo?! ¿Cómo estaría pagando esos cursos?, ¿acaso le daba pena pedirme que le colaborara?, ¿de dónde sacaba el dinero para continuar con sus estudios? —Alex —susurré más para mí misma y asentí con seguridad. Seguramente ella recurrió a su hermano, Melody amaba su trabajo y no dejaría de aprender si

tenía la oportunidad de que alguien le costeara los cursos. Y sobre los días que no llegaba al apartamento, si lo pensaba bien eran aquellos donde el diluvio apenas y dejaba que uno viera el camino de regreso, por lo que seguramente se quedaba con Alex de la misma forma que Daniel se quedaba conmigo. —Qué oportuno —dijo Andrés, arrastrando sus palabras—. Ella deja de dormir en tu apartamento cuando Alex empieza a brindarle ayuda económica. Ignoré su comentario. No era como si pudiera decirle que eran hermanos, Alex y Melody lo menos que querían era que Andrés se enterara de su relación. Regresando al tema de importancia, puesto que no me sentía tranquila al saber que mi madre se estaba separando del hombre que amaba por mi culpa, me encaminé hacia el sofá y me senté sobre la mesita, observándola. Ella me quería, para mi madre no era un problema, sólo eso podía explicar que estuviera dispuesta a dejar tanto por mí. Sus comodidades, sus joyas, sus ropas de marca y el placer de poder tener un esposo que se desvivía por ella; maldición, Amelia tenía todo lo que cualquier mujer podría desear y lo estaba dejando por mí. Por reflejo acaricié su cabello y mi pulso se agitó al ver que ella estaba despertando. Le costó un poco acoplarse a la luz de su alrededor, pero cuando su mirada se encontró con la mía se sentó como si se tratara de un resorte. —Aria —susurró con voz débil y buscó a mi hermano—. Dijiste que tuvieron problemas, ¿ya lo solucionaron? —Por supuesto —dijo él con sencillez y malhumor—. Iré a mi alcoba, llámenme cuando quieran ir a cenar; hoy comeremos fuera. —Se retiró, brindándome la oportunidad de quedarme a solas con mi madre, y sin cohibirme en mis movimientos me senté junto a ella. Mamá estaba tensa y nerviosa, claramente no tenía la menor idea de por dónde empezar. —¿Cómo has estado? —Bien —respondí, adoptando una posición más cómoda en el sofá con el

codo apoyado en el respaldar—. Mañana tendré una cita en la mañana con el ginecólogo, ¿quieres ir? Es domingo, no creo que tengas nada que hacer. —Sí —dijo al instante, entusiasmada, y luego buscó tranquilizarse un poco —. Me encantaría —musitó con las mejillas sonrojadas y sujeté su mano con suavidad. —No debes separarte de mi padre, mamá, mi intención nunca fue hacerte elegir entre uno de los dos. Estaba molesta contigo, lo admito, pero no por eso dejaré de amarte. —Yo… no deseo volver, Aria —confesó con voz rota—. Desde que llegué aquí y dejé de seguir a tu padre a todas sus reuniones, fiestas y viajes, no he dejado de sentir paz. Quiero esto, quiero una vida normal, estoy cansada de ser la esposa perfecta y no tener un esposo perfecto. Esto era más complicado de lo que me había imaginado, Diego debía estar pasándola muy mal sin mi madre. —¿Ya no lo amas? —Mi garganta se cerró y por unos segundos sentí que sudaba frío. —Claro que lo amo, pero su comportamiento me está desencantando. Una relación en pareja es más complicada de lo que parece, nunca antes había sentido algo así, para mí él era un hombre maravilloso, pero con el pasar de los años sus prioridades se volvieron otras. El dinero y el prestigio familiar. —Creo que debes darle una oportunidad —recomendé tiernamente y mi madre se sorprendió—. Es muy pronto, date un tiempo, no puedes tomar una decisión cuando estás tan enojada y frustrada. Mamá se rio. —¿Ahora eres tú quien me da consejos? Sonreí. —Sí, siempre y cuando tú también me los des más adelante.

Su sonrisa se borró de su hermoso rostro y pronto estuve entre sus brazos. —Perdóname, nunca quise ser tan mala madre. —Olvida eso. —No tenía caso vivir en el pasado, ella estaba dispuesta a mejorar nuestro presente y futuro—. Debo contarte algo, aún es un secreto pero pronto saldrá a la luz. —Cuéntamelo, no pienso decir nada. —Sujetó mis manos con el entusiasmo renovado y sonreí con tristeza. —El papá de mi hijo es Daniel, mamá, irá con nosotras mañana. —Al oír mis palabras, mi madre se puso tan pálida como una hoja. —¿Daniel… Montaño? —Sí. —Me mordí el labio inferior, apenada—. Lo conocí en Miami y una cosa llevó a otra y cuando inicié un tratamiento para evitar un embarazo, el hospital se equivocó en la asignación de medicamentos y me dieron vitaminas. Fue un desastre, mamá, no creas que fui una irresponsable; simplemente tuve mala suerte. La comisura de sus labios se alzó con ternura y acarició mi vientre con familiaridad. —No tuviste mala suerte. Al contrario, este pequeño te cambió la vida para bien y a nosotros también. Abrimos los ojos, nuestra familia está mal y ya es hora de poner un poco de orden, ¿no te parece? —Sí, tienes razón. En un principio me asusté mucho, pero luego me di cuenta que nunca más volveré a estar sola y ahora tengo una fuerte razón para luchar por mi futuro. Me cambió la vida, lo amo demasiado como para cederlo a otra persona. —No hablaré de eso —gruñó con enojo—. Mi nieto crecerá junto a su familia, Anne lo amará demasiado. —Ellos aún no lo saben —comenté apenada y mi madre hizo una mueca. —Eso no es justo, cariño, los Montaño merecen conocer la verdad; ellos

son muy diferentes a nosotros, se desviven por su familia y estoy segura que Pedro y Anne adorarían pasar tiempo contigo. —Si quieres puedes decirle a Anne que venga mañana —susurré con timidez, al final volvería a encontrarme con la madre de Daniel y esta vez ella conocería la verdad. —Sí, claro que lo haré. No olvides comentarle a Daniel que su madre también estará presente, según tengo entendido Anne está molesta con él. —¿Cómo? —pregunté confundida y mi madre asintió. —¿Daniel no te lo contó? Él ya no va a la casa de sus padres desde que llegó de Miami —pensó en sus siguientes palabras—. ¿Podría ser que tu embarazo tenga algo que ver en todo esto? Claro que tenía algo que ver. Lo más probable era que Anne y Pedro supieran que existía un bebé y una mujer abandonada; no obstante, aún no conocían la identidad de la misma. Hoy tendría que hablar seriamente con Daniel. Ya no podía seguir siendo tan egoísta, el daño que le causé a Andrés con mi mentira debería ser el mejor escarmiento para comprender que la familia de Daniel merecía conocer la verdad.

*** DANIEL. Seguramente escuché mal. Es decir, ¿Aria estaba dispuesta a hablar con mis padres el día de mañana? Maldición, eso era grandioso, mi madre estaría más que feliz de asistir a la visita que tendríamos con Adam —ese desgraciado—. Me concentré en ella, quien estaba muy seria, y asentí no muy seguro, esperando que me repitiera sus palabras. —No escuchaste mal, Daniel, mi madre se encargará de hablar con Anne,

mañana estará presente en mi revisión. —Me abrazó por el vientre, apoyando su frente en mi pecho y la abracé por los hombros. Adoraba quedarme a dormir con ella, aunque cada vez me estaba resultando más difícil. —¿Cómo fue que terminaste invitando a tu madre? —desee saber, no era que me afectase en lo absoluto, pero me parecía algo extraño. —Quiere separarse de mi padre, está viviendo con Andrés desde hace una semana. Todo indicaba que la noticia del embarazo no le había sentado del todo bien a la familia de Andrés, que lejos de apoyarse, empezaron una guerra entre ellos. —¿Y te encuentras bien con la noticia? —Acaricié su brazo y ella ladeó la cabeza en modo de negación. —Me preocupa mi padre; está solo. Ella tenía un corazón muy grande, a otra persona le estaría valiendo una mierda el estado de ese desgraciado que estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de deshacerse de nuestro hijo. —Él se lo buscó —dije con sencillez y Aria suspiró. —Todo es tan complicado. —Rompió el abrazo y se acomodó correctamente sobre el colchón, lista para dormir—. No me quiero ni imaginar cómo se pondrá todo cuando se anuncie que eres el papá. —¿Y más o menos —empecé con una gran sonrisa— cuando será eso? — Me recosté junto a ella y acaricié su muy abultado vientre. —Pronto… —susurró mirando el techo de la alcoba—. No me casaré y lo sabes, ¿verdad? —Lo sé. Eso tomaría su tiempo, si bien nuestra relación estaba mejorando, ella no sentía que fuera suficiente para dar un paso tan importante. Y en el fondo tenía razón, nosotros nos estábamos saltando muchas etapas de un noviazgo normal.

—Pero somos novios, ¿verdad? —pregunté con rapidez y ella se rio con malicia. —No lo creo. —Me miró de reojo y entrecerré los ojos con recelo—. Los novios se besan y tienen sexo. —Suelo besarte muy seguido —agregué con seguridad y odié que mi cuerpo empezara a despertar. —Eso es para adolescentes. —Se volvió sobre su lugar, dándome la espalda, y enarcando una ceja me acerqué a ella—. Es más, creo que los adolescentes son menos lentos que tú. Éramos novios… ese era un gran avance, ella me estaba dejando entrar en su vida y yo… ya podía hacerle el amor sabiendo que entre nosotros había más que un bebé de por medio. —Bueno —susurré en su oído, lamiendo su lóbulo, y ella gimió con deleite —. ¿Cómo te gustaría que te haga el amor, novia? —Subí la falda de su camisón y sonreí con satisfacción al descubrir que no tenía nada puesto. Abracé su muslo con mi mano y lo alcé con suavidad, separando sus piernas. Ahora tendríamos que probar nuevas posiciones porque lo menos que quería era lastimarla, su vientre estaba muy abultado como para hacerlo de una manera convencional. —Cómo sea, pero hazlo —suplicó con desesperación, enterrando el rostro en su almohada. —Muy bien… esta noche te haré el amor tantas veces que mañana suplicarás por unas horas de descanso —prometí con suavidad, tanteando el canal donde pensaba perderme por horas. Por fin volvería a hacerla mía.

Capítulo 25 —Insisto: tienen que ir a nuestra casa. Ayer compramos todo lo necesario para hacer una barbacoa —repitió mi madre, encaprichada con la idea de llevar a Aria a su casa, y mi novia se sonrojó de la cabeza a los pies y me pidió ayuda con la mirada. Esta vez no pude hacer nada por ella, creo que entraré en un corto proceso para recuperar la confianza de mi madre y para eso necesitaba a Aria de mi parte. Ella se había mostrado muy feliz en la ecografía junto a Amelia, prácticamente habían enloquecido y aunque mi padre no había dicho mucho, él estaba muy ilusionado con su nieto. —Vamos, hija. —Amelia abrazó a Aria, sonriéndole con entusiasmo—. Andrés dijo que tenía asuntos que atender, no quiero volver a su apartamento por ahora. Además, Pedro y Anne quieren llevarte a su casa, no puedes decirles que no. —Verdad —musitó Aria con timidez y miró a mis padres con nerviosismo. Vamos… ellos no iban a hacerle nada, ¿por qué siempre bajaba la mirada cuando estaba frente a ellos? ¿Podría ser que la intimidaran? Ellos eran un poco, demasiado, expresivos a la hora de mostrar sus emociones y Aria no estaba acostumbrada a ese tipo de personas, sino todo lo contrario: ellos solían ser del tipo que escondían sus emociones para mostrarse serenos ante los demás. Anne se acercó a mi novia y abrazándola por el otro hombro la incitó a avanzar hacia la salida. —Por cierto, qué guapo es tu ginecólogo —comentó mientras emprendían su marcha, y rodando los ojos me acerqué a mi padre. —Veo que las cosas mejoraron entre ustedes. —Sí, aceptó ser mi novia.

—Eso es grandioso. —Me hizo un gesto con la cabeza para que siguiéramos a las mujeres—. ¿Y qué sucedió con Andrés? —Nuestra amistad terminó. Él no quiere saber nada de mí, ayer habló con Aria y como era de esperarse arregló todo con ella; pero dejó claro que no planea tener una buena relación conmigo. —No todo puede salir perfecto en la vida. —Díselo a él, a quien lastimosamente todo le sale perfecto. —Algún día cometerá un error y con suerte podrá comprender tu situación. Hasta que ese día llegase, yo sólo tendría el recuerdo de una maravillosa amistad. —Por ahora enfócate en tu familia —sugirió mi padre—. Cuando mi nieto nazca tendrás una larga lucha por delante para hacer de Aria tu esposa. No será fácil, pero sé que para ti no hay imposibles. —Ella no quiere casarse aún, por lo que espero que Diego no pretenda obligarla a nada cuando la verdad se descubra. —Diego… él está más preocupado por su esposa en este preciso momento. —Claro, mi padre solía verlo todos los días—. Amelia no quiere ni verlo, no recibe ninguno de sus regalos y desde que salió de su casa no volvió a tocar una sola cuenta del banco que él tiene para ella. —¿No dijo nada más de mi hijo? —No, es como si se hubiera olvidado del tema. Esperaba y eso le durara toda una vida, porque si había algo que no pensaba permitir, era que Diego les pusiera un dedo encima a mi hijo y a Aria. Por el resto del día Aria fue víctima de Milenka, Carlos y mi madre, quienes no dejaban de revolotear a su alrededor para complacerla en todo lo que quisiera. Al principio le costó un poco entrar en confianza, pero con el pasar de los minutos, gracias a Amelia, Aria pudo liberar sus prejuicios y temores y formar parte de la reunión familiar.

—Ella me agrada —comentó papá con una gran sonrisa en el rostro y Carlos asintió, silenciosamente—. Me encantará tenerla como nuera, así que sé inteligente y rápido, Daniel. —Sólo no digas eso frente de Aria, vas a asustarla. —Bebí de mi limonada, viendo como Milenka y ella mojaban sus pies en la piscina. —Debemos pensar en un nombre para mi nieto. La voz de mi madre hizo que todos se giraran en su dirección. Ella tenía el celular en la mano y junto a Amelia buscaban, seguramente, un nombre para mi hijo. Se sentaron en la mesa y Milenka y Aria se acercaron a nosotros. —No es mala idea —musitó y antes de que pudiera sentarse en una de las sillas, entrelacé nuestras manos y tiré de ella con suavidad para que se acomodara en mi regazo. —¿Antes que nada, qué letra les gustaría? —inquirió Pedro. —Obviemos la A, por favor —soltó Aria con rapidez y Amelia se rio con diversión. —Tu padre quería que sus nombres tuvieran mi inicial, ¿qué puedo hacer con eso? El que Amelia nombrara a Diego con ese brillo especial en los ojos no ayudó a que Aria se sintiera muy cómoda, en esta mesa todos sabíamos que quería a su marido y no era fácil para ella afrontar una separación. —Usemos una inicial diferente a la de cualquier miembro de la familia — comenté para aligerar la tensión y Aria asintió. Desde ese momento y por al menos más de tres horas, empezó toda una lluvia de ideas. Se sugirieron muchos nombres y algunos me parecieron bonitos y otros no tanto, pues eran demasiados extraños; no obstante, Aria no parecía estar muy conforme con ninguno por lo que simplemente terminó anotando los más bonitos, diciendo que lo pensaría. —¿De verdad tienen que irse? —preguntó mi madre con un tierno mohín

en los labios y reí con nerviosismo. Claro que debíamos hacerlo, pronto serían las nueve de la noche. —Estoy segura que podremos vernos otra vez, Anne, ¿verdad, hija? —Sí —respondió ella sonriente y besé su sien con ternura. —De acuerdo. —Mi madre estaba deprimida y de cierta manera ya me preocupaba lo desesperada que estaría por tener a mi hijo con ella una vez que este naciera. No era que fuera algo malo, pero no me imaginaba a Aria cediendo a nuestro hijo por más de unos minutos; ella era demasiado posesiva. Primero llevé a Amelia, quien efectivamente parecía estar mucho más feliz ahora que no cargaba con las responsabilidades Rivers sobre sus hombros, y tal como Aria me lo pidió la esperé fuera del edificio hasta que ella la llevara hasta el apartamento de Andrés. Diego andaba un poco encaprichado ante la idea de llevarse a la mujer a su casa. —Quédate conmigo hoy —me pidió con un tierno mohín en los labios y sonreí con ternura. —Mel dormirá hoy en el apartamento, sabes que ella se enojó un poco por el cómo tratamos a Andrés la última vez. —Mel no te odia, simplemente cree que tuviste mucha suerte. Además ella no es teamAndrés, creo que tuvieron un fuerte problema. Bueno… si era por mi causa, seguramente Andrés me odiaría el doble de ahora en adelante. —Si no habrá problema alguno, encantado me quedo. No era como si fuera a rechazar una invitación como esa. Adoraba quedarme a dormir con Aria, el convivir con ella simplemente era algo maravilloso a pesar de sus rabietas y cambios de humores; además, no era como si yo también fuera una persona muy fácil de tratar. A partir de ese día, prácticamente terminé mudándome al apartamento de Aria, puesto que los siguientes meses fueron todo un trajín para ella y tuvo que

dejar de trabajar en el hotel porque el embarazo no le estaba sentando del todo bien. Se cansaba con rapidez, a veces no podía aceptar la comida de la mejor manera y eso sólo conseguía debilitarla. Andrés —quien no me había vuelto a dirigir una sola palabra desde el día que descubrió la verdad— había tomado el cargo del mismo duplicando su trabajo y el de Melody, a quien se le dio por hacer su secretaria personal. Sin embargo, Diego también había regresado al hotel y ahora padre e hijo tenían que frecuentar. En cuanto a Amelia, ella se estaba quedando en el apartamento de Andrés y según tenía entendido: Diego iba a verla casi todos los días, pues al final mi futura suegra había accedido a hablar con él para ver si tenía mejoras en cuanto su actitud. ¿Cómo iba la cosa? No tenía la menor idea, Amelia prefería guardarse todo eso para sí misma y ni Aria ni Andrés se atrevían a hacerle pregunta alguna. —¡Daniel! —Respingué en mi lugar al escuchar el grito de Aria y me giré hacia ella—. ¿Qué demonios es todo eso que está en mi cuarto? —farfulló irritada y parpadeé varias veces. —Es ropa, la compré para Jared. Sí, al final Aria había encontrado el nombre perfecto para nuestro hijo y lo adoraba. —¡Jared no tendrá un mes toda la vida, maldita sea! —bramó—. Deja de comprar cosas, ¿me entiendes? Él tiene todo lo necesario, las compras las haremos una vez que él nazca. —Pero mañana iremos a hacer más compras —le recordé y ella inhaló y exhaló, pacientemente. —Iremos por su cuna y su coche, cosas que sí son necesarias. —Pero mi madre quiere comprarle más juguetes. —¡Pero si ya trajo juguetes hace unos días! —Me miró horrorizada y me encogí de hombros.

—Es su primer nieto, debes entenderla. Se frotó el puente de la nariz con cansancio y con una sonrisa avancé hacia ella para acariciar su gran vientre. Muy pronto Jared estaría con nosotros, sólo era cuestión de semanas para que Aria diera a luz y según Adam —el innombrable— todo iba de maravilla y seguiría así si Aria guardaba reposo. —Sólo eviten comprar más cosas, no tiene sentido. No le dije nada al respecto, para mí era imposible no comprarle algo a mi hijo. Era un comprador impulsivo, no había manera de que pudiera controlarme, quería que Jared tuviera todo lo que yo no pude tener. —Andrés ya envió la nota, mañana todo el mundo sabrá que eres el padre de mi hijo y que no hay planes de matrimonio por ahora. Grandioso. No me gustaba que todo el mundo creyera que mi hijo no tenía un padre dispuesto a responsabilizarse de él y protegerlo de todo lo que se avecinaba una vez que naciera. —¿Cómo crees que lo tome tu padre? —No quiero hablar de eso, pero según Amelia él no volvió a tocarle el tema de Jared desde que empezaron a verse de nuevo. Creo que para él simplemente no existo. Gracias a los santos en ese preciso momento llegó Melody, contándonos lo horrible que estuvo su día laboral y que necesitaba dormir, y yo le hice la misma oferta a Aria, creo que lo mejor sería que ella se olvidase un poco de su padre. Si era verdad y Diego no la quería, él mismo se perdía el grandioso amor que su hija menor podía profesarle. A la mañana siguiente las llamadas fueron incesantes, todo el mundo quería hablar conmigo y a decir verdad era algo que no se me apetecía, no quería que los medios estuvieran sobre Jared, él tendría una buena infancia y eso involucraba estar lejos de todo lo que implicase los hoteles Rivers y mis centros comerciales.

—Creo que deberías dar una entrevista, Daniel —comentó mi madre, inspeccionando la calidad del coche azul eléctrico que estaba en el mostrador—. Digo, una donde expliques que tu relación con Aria es muy buena y no existe una disputa por el bebé. —Opino lo mismo —dijo Amelia y tanto Aria como yo hicimos una mueca —. Piensen que en un futuro Jared verá esto, qué mejor que él comprenda que lo tuvieron mientras eran novios. En ese punto ellas tenían razón, no quería que Jared creyera que fue una razón para nuestra unión matrimonial. Yo amaba a Aria y si él no se hubiera concebido en Miami, en nuestro reencuentro me habría encargado de engendrarlo de todas maneras. —Vamos a pensarlo —respondió Aria, pidiendo que le mostraran las mejores cunas, y los cuatro nos adentramos a la tienda. No negaría que por un momento quise que mi hijo coleccionara cunas, todas eran muy bonitas y espaciosas. —¿Dónde vivirán cuando Jared nazca? —Mamá me sujetó del brazo, apoyando su mejilla en el mismo, y Aria abrió los ojos sorprendida—. Es decir, ¿no pensaron vivir en concubinato? Tú necesitarás ayuda con el niño y quien mejor que Daniel para apoyarte. —Actualmente se queda en mi apartamento —comentó Aria, apenada, y mamá chasqueó la lengua. —Pero ahí vive Melody, con la llegada de Jared todo será más incómodo para ella, ¿no crees? —No lo había pensado —confesó. —El apartamento de Daniel es mucho más grande, cuenta con tres habitaciones y está cerca de mi casa en caso de que algún día necesites que cuide de Jared. Así que por ahí iba la cosa…

Aria se rio e intercambió una mirada significativa con su madre, quizá ella también estuvo meditando la posibilidad de mudarse conmigo en los últimos meses. Sería una oportunidad maravillosa para nuestra relación y más tomando en cuenta que yo también quería ver crecer a nuestro hijo. —Lo hablaré con ella en otro momento, mamá, no incomodes a Aria —dije con cansancio, percatándome que cierta rubia estaba manipulando las cosas, y mi madre gruñó por lo bajo. —No me incómoda —comentó Aria, sorprendiéndome—. Yo también estuve pensando que quizás podría mudarme contigo, quiero que Jared se acostumbre a ti y tenga a su padre a su lado. —Si me dices eso no te regresaré más a tu apartamento —confesé, acercándome a ella para abrazarla, y Aria carcajeó mientras besaba su frente ruidosamente. —Me iré cuando Jared nazca, debo hablarlo con Melody, quiero que se quede a vivir en el apartamento. Melody… era lo mejor, si ella volvía con Alex, Andrés no lo tomaría muy bien y nuevamente tendría otra razón de sobra para odiarme. En los últimos meses no sólo me había sentido extraño por el cómo se había cortado nuestra amistad, sino que Mariam había desaparecido por completo, era como si la tierra se la hubiera tragado y por alguna extraña razón eso no me gustaba; dado que en nuestro último encuentro había dejado claro que las cosas no se quedarían así.

*** MARIAM. ¡Malditos y mil veces malditos! Desde el momento que salió la noticia del embarazo de Aria Rivers lo supe, el padre de ese niño era Daniel, pero incluso así preferí guardar silencio y

alejarme de esa idiota para que la noticia no saliera a la luz, pensando que Aria lo rechazaría, puesto que a Diego Rivers le encantaría casarla con un hombre como Daniel, y porque obviamente ellos habían tenido un problema en Miami. No obstante, el que la noticia fuera anunciada a los medios sólo quería decir una cosa: tarde o temprano ellos terminarían casándose y la entrevista que dieron así lo confirmaba. Tenemos una relación bastante armoniosa. Queremos conocernos mejor. Seremos unos padres excelentes para nuestro hijo. Él jamás sentirá la falta de ninguno de los dos porque actualmente ya estamos en una relación. En los últimos meses me había tomado la molestia de recaudar un poco de información sobre ambas familias: Amelia y Diego ya no vivían juntos y la mujer se estaba quedando en el apartamento de Andrés. Daniel, el muy idiota, prácticamente vivía con Aria y su estúpida amiga que tomaba unos cursos que la mantenían fuera del apartamento hasta altas horas de la noche. Anne… esa traidora se la pasaba visitando a Aria todo el tiempo, según el detective la adoraba porque siempre le llevaba algo y cuando salían le compraba cualquier cosa que ella desease. Por favor… como si la Rivers menor no pudiera comprarse algo con toda la fortuna que tenía. Andrés y Daniel ya no se hablaban, la amistad se había dado por muerta seguramente cuando Andrés descubrió que Daniel embarazó a su hermana mientras pensaba casarse conmigo. Sin embargo, Andrés sí que veía a Aria y hacía todo lo que estuviera a su alcance para ayudarla. Todo el mundo amaba a la mosquita muerta y estaban de su parte. A excepción de una persona: Diego Rivers, quien si bien se veía con su mujer e iba de compras con ella, nunca entraba a las tiendas para bebés y se mantenía al margen de todo.

Si mis cálculos no fallaban, Diego odiaba a su pequeña por arruinar su grandiosa reputación y a su nieto por quitarle a su familia. Era él… la única persona en la que podría apoyarme para conseguir mis objetivos era él. Sin embargo, debía ser muy cuidadosa respecto al tema, ahora todo el mundo estaba al tanto del embarazo de Aria Rivers y deshacerme del bebé sería una tarea difícil a menos de que el pobre bebé naciera “muerto” o ella tuviera un accidente. Salí de mi escondite, que era una gran maceta, aprovechando que Amelia ingresaba a una tienda de juguetes para niños, y avancé hacia Diego Rivers con paso firme y elegante. —Señor Rivers —capté su atención y sentí un poco de frío cuando su mirada se clavó en mí. —Señorita Coleman, qué extraño verla por aquí. —Hizo énfasis al hecho de que estábamos en la sección para bebés del centro comercial. —No es extraño porque lo vengo siguiendo. —Fui sincera. —¿Y por qué me seguiría? —Adoptó una pose defensiva y su semblante se tornó amenazante. Muy bien, era ahora o nunca. Lo menos que quería era que un hombre como ese me creyera una amenaza, si había algo de lo que estaba segura era de que Diego Rivers era un peligroso enemigo. —Sé que no quiere a su nieto. —Alcé la barbilla con suficiencia y el rubio evitó exteriorizar la sorpresa que le generaron mis palabras. —¿Por qué dice eso? —Miró a los alrededores, acercándose un poco hacia mí para que no fuera necesario que levantara la voz—. ¿Qué es lo que desea, señorita Coleman? —Sucede que por culpa de su hija, Daniel no quiere casarse conmigo, toda mi relación se echó a perder. Ella sólo me causó problemas y ni qué decir el niño que tiene en el vientre.

Diego me escuchó silenciosamente, mirando de reojo la tienda donde su esposa estaba. —¿Entonces…? —Quiero deshacerme del bebé —confesé con seguridad y ahora sí que él se sorprendió y no se molestó en esconderlo—. Si dijéramos que nació muerto o si Aria sufriera un leve accidente… —La pérdida del niño no le garantiza que Daniel regrese a usted. —Pero usted podría acorralarlo, tiene mucho poder. Daniel preferirá olvidar todo antes de verse en la pobreza otra vez. —¿Me ofrece cometer un delito para quedarse con Daniel? Tragué con fuerza. —¿Usted quiere que ese bebé sea parte de su familia? —respondí con otra pregunta y Diego miró hacia la tienda donde su esposa revoloteaba con entusiasmo de un lugar a otro y, después de varios segundos donde al parecer estuvo en un debate consigo mismo, fijó la vista en mí—. Estuve haciendo averiguaciones y él nacerá en cinco días, si quiere hacer algo debemos actuar ahora —agregué con desesperación, tratando de presionarlo. —Mañana la esperaré a las diez en mi despacho. Me interesa escucharla. ¡Sí! Ahora sí que me encargaría de que Jared Montaño encontrase otra familia lejos de Inglaterra, pues dudaba que Rivers aceptara hacerle algún daño físico a su hija.

Capítulo 26 Había imaginado este día de mil y un maneras, pero debía admitir que la emoción que sentía al ver el rostro de mi hijo en este preciso momento no se comparaba ni en lo más mínimo a lo que tuve en mente todos estos meses. Era una emoción indescriptible y aunque se viera todo rojo, feo y arrugado, para mí era la cosa más hermosa en la faz de la tierra. Era una lástima que Aria estuviera en cama recuperándose de la cesárea, me urgía verla con mi hijo en brazos. Ella estaría muy contenta. Al igual que yo llevaba anhelando este día desde hace meses. —Sólo espero que mi sobrino vaya adoptando mi belleza con el pasar de los meses, ahora está muy parecido a ti, ¿no crees? —bromeó Carlos, dándome una palmada en el hombro, y lo recibí con una sonrisa. —No molestes a tu hermano —gruñó mi madre, haciendo a un lado a Carlos para poder ver a Jared—. Es tan hermoso... —suspiró con fascinación y yo la seguí con otro suspiro. —¿Cómo está Aria? —preguntó mi padre, mirando a su nieto con un brillo especial en los ojos. —La operación fue un éxito, no hubo contratiempos pero ahora está descansando. —¿Y cuándo podremos sujetarlo? —inquirió Milenka, pegando las manos en el cristal, y la abracé por los hombros para atraerla hacia mí. —Cuando ella despierte lo sacarán de su cuna. —Besé su frente con ternura y mi hermana intentó regalarme una sonrisa sincera; no obstante, sabía que estaba un poco celosa, desde que Aria y mi hijo aparecieron en mi vida mi tiempo para Milenka se había hecho cada vez más escaso, pero estaba seguro que con el tiempo podríamos organizarnos y ella misma dejaría de necesitarme tanto—. Amelia está con ella, no quiere dejarla sola, teme que no reaccione muy

bien a la cirugía. Según Adam el proceso de recuperación dependía mucho del paciente, por lo que esperaba que Aria fuera una de esas que pasaba la cesárea sin el más mínimo problema. —Mira, es tan hermoso. —Melody apareció como por arte de magia, abriéndose paso entre nosotros, y mis músculos se tensaron al ver a Andrés detrás de ella, mirando a mi hijo. —Empujaste a Anne, Melody —notificó el rubio con seriedad y la castaña recién cayó en cuenta de nuestra presencia y nos saludó efusivamente para después pedirle perdón a mi madre y regresar la vista a Jared. Andrés hizo lo propio, pero por supuesto fue más escueto y educado con mi familia, a mí ni siquiera me dirigió la palabra y eso no le sorprendió a ninguno de los presentes; ya había quedado claro que Andrés me odiaba. Ambos estaban vestidos formalmente, por lo que seguramente estarían viniendo de su trabajo, hoy había una firma de contrato bastante importante, según tengo entendido: Scheider por fin aceptó ceder su terreno y gracias a Melody prácticamente lo entregó a un precio que parecía más un regalo para la castaña. Por alguna extraña razón, mi padre se las ingenió para llevarse a todos de allí e invitó a Melody a tomar un café; no obstante, la mujer no se dio cuenta que quería dejarme a solas con Andrés y le dijo que no bebía café. —Entonces ¿qué tal un helado? Aquí a la vuelta hay una heladería — sugirió mi hermano y eso llamó mucho la atención de Melody que lo siguió ciegamente para poder disfrutar de un helado. Andrés los vio marcharse y después de que desaparecieron de su campo de visión, se volvió hacia mí. —Quiero que quede claro que si no hice nada en tu contra fue por Aria y tu familia, ellos no tienen la culpa de que seas una basura —dijo con sequedad,

generando un poco de molestia en mi interior. —Enamorarme de tu hermana no es un… —¿Una mujer vulgar que sólo sirve para pasar un buen rato? ¿Te suena? Empuñé mis manos a ambos lados de mi cuerpo. —Me equivoqué, ¿bien? Tu hermana era pura luz, no tenía nada que me ayudara a asociarla a un Rivers. —La abandonaste embarazada y lo hiciste por Mariam. Apreté mi mandíbula y él se rio sin humor alguno. —Te conozco muy bien, te acercaste a Mariam por interés y una mujer vulgar como mi hermana no te habría hecho cambiar tus planes. —Andrés, tú no me entiendes. Me arrepiento de todo lo que hice, no tienes idea de lo que es el amor y los errores que uno puede cometer por miedo al mismo. No quiero perder tu amistad, Jared no merece una familia disfu… —Puede que mi hermana te haya perdonado, Daniel —me cortó con rapidez—, pero para mí nuestra amistad está muerta. Aunque en un futuro Aria decida casarse contigo, debes saber que nunca serás de mi agrado. Conviviré contigo por mi sobrino, no porque me interese tu “amistad”. —¿De verdad no hay forma de solucionar esto? —pregunté con tristeza y frustración y él me miró despectivamente. —Como ya lo dijiste: no te entiendo. No entiendo cómo puedes decir que amas a mi hermana si la abandonaste cuando más te necesitaba. Para mí no eres más que un mentiroso. —Creo que lo mejor será zanjar el tema aquí —dije con enojo y avancé hacia él—. No hables de temas que desconoces, el que nunca hayas cometido un error no quiere decir que seas perfecto; simplemente eres un cobarde que no quiere sentir nada por nadie para evitar salir de tu gloriosa burbuja carente de emociones y sentimientos. Andrés carcajeó roncamente.

—Pero gloriosa después de todo, ¿no? —Me desafió con la mirada, invitándome a continuar, pero hice lo más inteligente que se me pudo haber ocurrido y di por terminada esa conversación y amistad. Hasta que él no supiera lo que era el amor y todo lo que este traía consigo, no podría entenderme ni mucho menos perdonarme.

*** ARIA. La emoción que sentía cada vez que veía o tenía a mi hijo en brazos era indescriptible. Jared era simplemente perfecto, era todo lo que había esperado desde el momento que supe que lo tenía en mi vientre. Cuando desperté y me vi rodeada de toda mi familia, sentí una paz inmensa, pero la ansiedad me carcomió por dentro cuando trajeron a mi hijo y pude conocerlo. Lo único que por ahora Jared hacia era dormir y comer, pero ya mi madre y Anne me habían advertido que mi vida nunca volvería a ser la misma con esta nueva responsabilidad. —¿Cómo te sientes? —preguntó Daniel, besando mi mejilla mientras Andrés sujetaba a Jared. —Bien. —Lo cierto era que la operación no me había dejado tan afectada como Adam nos había advertido que podía suceder—. La herida me incómoda un poco pero después me siento normal. Aunque mis pechos sí que estaban sensibles. —Adam dice que mañana te darán de alta. —Acarició mi cabeza, brindándome un poco de paz. Me gustaba cuando él me consentía como si fuera una niña pequeña, eran muestras de afecto que muy pocas veces había recibido y cuando él me las otorgaba, sólo provocaba que lo quisiera cada día más. —Entonces a partir de mañana vivirán juntos. —Aplaudió Anne,

regocijando en su lugar, y la tensión en el cuerpo de Andrés fue palpable para todos. Él no estaba al tanto de nada y hubiera preferido ser yo quien se lo dijera todo a solas. —Sí, mamá —respondió Daniel con seguridad, dejando claro que él no podría hacer nada para impedirnos estar juntos—. Las cosas de Aria ya están allá y el cuarto de Jared ya está listo para recibirlo. —¿Se puede saber por qué nadie me dijo nada? —Nuevamente mi hermano me miró con enojo y con un gesto le pedí que me comprendiera. —No pienso alejarme de ellos de ahora en adelante y Aria y yo queremos darle una oportunidad a nuestro amor. —Entrelazó nuestras manos—. No veo una razón lógica para estar contándote las decisiones que tomamos dentro de nuestra relación. Y con ese comentario, Daniel bateaba a Andrés fuera de la cancha, pues en el fondo tenía razón. Ya no era una niña y no tenía por qué darle explicación alguna de mi vida privada cuando él jamás brindaba alguna de la suya. —Lo único que no quiero es que te burles de mi hermana. —Fue sincero y Daniel besó mi frente con ternura. —La amo demasiado como para arriesgarme a perderla. —Se ven tan lindos juntos —dijo mi madre, tratando de desviar el tema de conversación, y se acercó a la cama—. Me alegra que te estés dando esta oportunidad, nada me daría más gusto que verte realizada junto a tu familia. —Gracias, mamá. —Eso era lo que yo también quería, pero era consciente que aún no era el momento para tomar una decisión en concreto. —Se está moviendo —dijo Andrés, captando mi atención, y me reí al ver la desesperación en su rostro. —Tiene hambre —susurró Melody y tomó a mi hijo en brazos para entregármelo, podría jurar que un segundo más y Andrés se desmayaba.

Definitivamente ese hombre no estaba listo para ser padre. A la hora llegó el doctor con la enfermera, pidiendo que todos se retiraran, y en la habitación sólo se quedaron Daniel y Jared, dado que el rubio no quiso seguir la orden de Adam. Viendo como él me revisaba la herida y le ordenaba a la enfermera que le preparasen un baño a Jared, Daniel sonrió emocionado. —Todo está marchando de maravilla —dijo Adam, posando la vista en mi hijo—. Es un niño muy sano, creo que será autor de muchas travesuras. Era lo más probable, ya me había dado cuenta que sería un mimado de primera. —Muchas gracias por todo. —No agradecerle su trabajo sería muy malagradecido de mi parte. —Fue un honor tenerte como paciente. Daniel carraspeó muy ruidosamente y se sentó en la cama con mi hijo en brazos. —Pronto le haremos una cena de bienvenida a Jared, estás invitado — comentó no muy conforme con sus palabras y abrí los ojos, sorprendida—. ¿Qué? —Me miró con enojo—, yo también estoy agradecido con él. Adam se rio con diversión y metió sus manos en los bolsillos de su bata. —Una linda forma de agradecerme todo sería dándome el número de Melody. —¿Qué? —Mi mandíbula se desencajó mientras Daniel decía un—: No lo creo. ¿Cómo demonios hacía Melody para captar la atención de todos los hombres guapos que se ponían en mi camino? Era un milagro que Daniel no se hubiera sentido atraído hacia ella. —Igual lo conseguiré yo mismo en la cena. —Adam le guiñó el ojo a Daniel y por alguna extraña razón este hizo una mueca.

Cuando Adam se fue, Daniel se volvió en mi dirección. —Ahora me cae mejor, pero Melody no es para él. No pude evitarlo y lancé una suave carcajada, abrazándome el vientre al instante por la punzada de dolor que sentí en mi herida. Daniel me regañó, pidiendo que dejara de reírme y eso sólo empeoró mi situación. Ese hombre era un caso perdido, estaba claro que Adam nunca llegaría a ser de su agrado. Después de que bañaran a Jared y nos informaran que tendrían que llevárselo para una revisión, Daniel fue llevado a recepción para encargarse de todo el papeleo que necesitaríamos para poder sacarlo del hospital el día de mañana y yo aguardé por él en mi cama, deseando tener nuevamente a mi hijo conmigo. Era un poco agotador, no lo negaría, pero había algo que me impedía tenerlo lejos por mucho tiempo. Como era de esperarse, Melody y Andrés regresaron al hotel y los hermanos de Daniel se fueron al igual que nuestras madres, quienes estaban ansiosas por comprar las “últimas” cosas —según ellas— que Jared necesitaría. Pedro simplemente se retiró diciendo que tenía unos asuntos que atender, así que por ahora estaba únicamente con Daniel. —¿Sola? Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al reconocer la voz que retumbó en mis oídos y poniéndome alerta busqué con la mirada a mi padre, quien supuestamente debería estar de viaje y no en Londres. No puede ser, mi madre no pudo haberme mentido en algo tan importante para mí, pero él… sí que pudo haberle mentido a Amelia. El sólo verlo en mi habitación hizo que mi corazón empezara a bombear con fuerza impidiéndome respirar con normalidad. ¿Qué hacía Diego aquí? Llevaba meses sin saber de él, ni siquiera hizo acto de presencia cuando se

descubrió que Daniel era el padre de mi hijo, ¿qué razón pudo haberlo traído hasta el hospital? Nada bueno podría salir de su inesperada visita. —¿Es así como recibes a tu padre?, ¿entrando en un ataque de pánico? — Ironizó, rodando los ojos, y sin restricciones avanzó hacia mi cama y se inclinó para besar mi coronilla, ni siquiera frente a las cámaras había recibido un beso así. Agradecía que Jared no estuviera aquí, lo menos que hubiera querido era que él lo viera. La visita de Diego no me generaba un buen presentimiento, a decir verdad estaba demasiado asustada, no me encontraba en condiciones óptimas para enfrentarlo. ¿Daniel tardaría mucho en llegar? —Lárgate, no recuerdo haberte invitado. —Retiré mi cabeza, tratando de ganar distancia, y él se enderezó. —Por lo que tuve que colarme —agregó burlón, sonriendo con descaro, y no supe qué pensar. —¿Qué quieres? Llevo meses sin saber de ti. —No puedo decir lo mismo, eres el tema principal de la mayoría de mis conversaciones. ¡Ese hombre era exasperante! Ni siquiera en un momento así podía dejarme tranquila, ¿es que acaso no veía que no me encontraba bien? —¿Dónde está mi nieto? —Lo desafíe con la mirada—. Sé que es un niño, tu madre siempre está comprándole cosas. Quiero verlo. —Como si yo fuera a permitir que estés cerca de mi hijo. Jared jamás tendrá nada que ver contigo —escupí con desprecio y no supe qué fue exactamente lo que vi en el rostro de mi padre, pero me asustó. Por varios segundos permanecimos en silencio, mirándonos con fijeza. Me mantuve a la defensiva; Diego tenía una pose más relajada, como siempre

escondiendo sus emociones. —Vine a hacerte una última propuesta. Mis manos se empuñaron sobre las sábanas, todo indicaba que mi propio padre seguía representando un gran peligro para mi hijo. —En cuatro días una pareja llegará del exterior, quieren adoptarlo, hice algunas averiguaciones y son gente de bien. —Vete —pedí con un hilo de voz y la mandíbula me tembló. ¿Por qué no podía aceptar a mi hijo?—. No te lo daré, además todo Londres ya sabe de él, no tiene caso que intentes esconderlo o alejarlo. Daniel y yo jamás lo permitiremos. —Puedo tomarlo —dijo con frialdad—. Nadie me detendrá, sabes quién soy y hasta donde soy capaz de llegar por conseguir lo que quiero. Con el tiempo Andrés comprenderá que fue lo mejor. —No renunciaré a mi hijo —ladeé la cabeza con desesperación y odié que las lágrimas empañaran mi visión, pero la simple idea de que me lo quitara me aterrorizaba—. Robármelo sería un delito. —Y yo puedo hablar con los jueces, todos mis contactos y mover las cartas a mi antojo. Incluso, y lo sabes muy bien, podría ir y hablar con la reina, todos saben que le gusta mantener la buena apariencia y ella sabrá lo que te conviene. —Daniel… —Por favor… —Sonrió retorcidamente—. A ese hombre lo callaré con una buena suma de dinero. Ya te abandonó una vez en Miami por un matrimonio por conveniencia, ¿por qué ahora sería diferente? —¡Él no lo haría! —chillé con frustración, rompiendo en llanto, y el dolor en mi vientre bajo se propagó anunciándome que algo no andaba bien. Me retorcí, abrazando mi vientre en el proceso y empecé a respirar con dificultad. Busqué a mi padre con la mirada y lo vi retroceder y llamar a una enfermera. —Cualquier cosa que vaya a hacer, debes entender que será por tu bien,

Aria —susurró y el dolor me impidió concentrarme en su semblante. Él se retiró, dejándome sola en la alcoba y el miedo me invadió enviándome fuertes sacudidas de la cabeza a los pies. La enfermera entró una vez que mi padre se fue, llamando a Adam para que me atendiera, y ladeé la cabeza en modo de negación. —Mi bebé, traigan a mi bebé —susurré aceleradamente, conteniendo el aliento, y la enferma asintió. —No se preocupe, señorita Rivers, su bebé estará aquí pronto. —¿Qué sucedió? —Daniel ingresó a la alcoba casi corriendo y rápidamente me sujetó por los hombros. Adam apareció tras de él—. Tranquila, cariño, ¿qué hiciste, Aria? No puedes hacer esfuerzo algu… —Diego… él estuvo aquí. —Las lágrimas bajaron por mis mejillas. —¿Qué te dijo?, ¿te hizo algo? —Él… —¡Doctor Matthew! —gritó una enfermera desde la puerta, haciendo que nos volveríamos hacia ella—. Se llevaron al bebé, fue una mujer disfrazada de enfermera, las cámaras de seguridad la captaron cuando notaron una interrupción en el sistema. —¡¿Qué?! —bramó Daniel, avanzando hacia la mujer que le mostraba el video desde una tableta a Adam, y se lo quitó mientras yo no hacía más que entrar en pánico, ni siquiera era capaz de hablar—. Mariam… —susurró él con una palidez extrema en el rostro y la garganta se me cerró. —¡Fueron ellos! —Exploté fuera de sí y esta vez fue Adam quien me sujetó de los hombros para evitar que me levantara—. ¡Fueron Diego y Mariam, Daniel! —¡Debemos aplicarle un sedante! —ordenó Adam. —¡No! ¡No pueden! ¡Debo ir con mi padre! —Aria, escúchame —susurró Daniel, quien ahora estaba a mi lado

sujetándome de la mano—. Yo iré, cariño —su voz tembló—, estás sangrando —miró hacia mi vientre con nerviosismo—. Te juro que traeré a nuestro hijo, debes calmarte. Por más que me hablara con tanta determinación y me mirase a los ojos enviándome cien mil promesas, yo no podía encontrar la calma. ¡Mi propio padre acababa de robarme a mi hijo y quería darlo en adopción! Grité, le imploré porque me llevara, pero en algún determinado momento mi visión se nubló y ya no fui consciente de la horrible realidad que estaba viviendo, simplemente caí en una profunda oscuridad, suplicando profundamente que al abrir mis ojos Jared estuviera a mi lado.

Capítulo 27 DANIEL. Hasta ahora me había mantenido al margen de la situación por Aria, pero como también le advertí que cualquier simple amenaza hacia ellos haría que todo cambiara, no tenía por qué seguir soportando esto. Diego me tenía cansado y ahora que se había unido a la loca de Mariam pensaba ponerles un alto a ambos. —¿Qué harás?, ¿quieres que demos parte a la policía? —inquirió Adam muy cautelosamente y ladeé la cabeza. —Iré a su casa, estoy seguro que se reunirán allí. —Mi padre me había dicho que se vería con Diego, por lo que el muy idiota no pensaba esconderse; no obstante, le sacaría el paradero de Mariam a como dé lugar si pensaba esconderla—. Infórmale sobre lo ocurrido a Andrés. Estaré de regreso lo antes posible. —Y lo estaría con mi hijo en brazos. —De acuerdo. —Doctor, se le reventaron cuatro puntos —informó la enfermera y lamentando tener que dejar a Aria en un momento así, salí del hospital y me dirigí a la casa de los Rivers; donde, por el bien de ese malnacido, esperaba encontrar a mi hijo. Cuando llegué el portón estaba abierto y no frené al ingresar, sino todo lo contrario, aceleré con el fin de que nadie pudiera detenerme. Como era de esperarse, eso llamó la atención del personal y ni bien bajé de mi coche tres guardias de seguridad salieron de la casa. Los ignoré e ingresé al lugar tan hecho furia que dos recibieron mis golpes y uno se conformó con seguirme hasta el despacho de Diego. Ellos me conocían y quizá en el fondo no me creían una amenaza; no obstante, estaban muy equivocados, ya que por mi familia yo era capaz de todo. Caminé por un largo pasillo hasta encontrarme con la gran puerta de roble fino y la abrí sin pudor

alguno pretendiendo tumbarla. Estaba demasiado encabronado, si no me regresaban a mi hijo me volvería loco. Diego estaba de pie, mirando hacia el jardín, mientras que mi padre le decía algo desde el sillón que estaba junto al hogar de la estancia. Jamás entendería cómo dos personas tan diferentes se hicieron tan amigos. ¡Diego era un desgraciado! Y mi padre... todo lo contrario. Ambos hombres se giraron en mi dirección. —¿Daniel? —Mi padre se mostró confundido—. Estoy seguro que te enseñé a llamar antes de entrar al despacho de alguien. Rivers me miró con frialdad, la maldad emanando de él, y me sentí poseído por algo tan poderoso que no hubo fuerza capaz de detenerme. Me acerqué a él y con toda mi rabia le estampé un puño en su mejilla izquierda. Nadie vino en su ayuda y el hombre tampoco reaccionó, simplemente se enderezó, limpiando la sangre de su labio inferior. —¡¿Dónde está mi hijo?! ¡Entrégamelo o te mato aquí mismo! —Jared está en su cuarto, Daniel —dijo mi padre, poniéndose de pie, y lo miré con incredulidad. ¡Él jamás tendría un cuarto en esta casa! —Mariam quería lastimar a mi hija —empezó a decir Diego, captando mi atención—. Su idea era ponerla en un accidente de tránsito o robarse al niño. Le puse una trampa, hice que cometiera el crimen y grabé cada una de sus desquiciadas ideas para poder internarla en un hospital psiquiátrico y luego se prosiguiera con su arresto. —¿Cómo? ¿Mariam estaba loca? —Fingió ser su aliado —respondió mi padre, dejándome aún más confundido, y cuando Diego quiso decir algo, una voz de fondo lo interrumpió y

robó el habla. —¡¿Dónde está?! Amelia ingresó al despacho y de una manera que ni yo mismo lo vi venir, estampó su mano contra la mejilla de Diego. —¡¿Cómo pudiste, Diego?! ¡Dime dónde está mi nieto! Jared… Recordando las palabras de mi padre, salí corriendo del despacho de Diego y me dirigí hacia las escaleras. Ni bien llegué al segundo piso, la impotencia me invadió al ver tantas puertas en el pasillo; no obstante, el llanto de mi hijo me guio a la indicada e ingresé sin dudarlo, encontrándome con una enfermera atendiéndolo. —El señor dijo que vendría por su hijo —me dijo la mujer, como si no hubieran cometido un delito, y me entregó a Jared con mucho cuidado. Para mi sorpresa y alivio, mi hijo dejó de quejarse, encontrando un poco de paz en mis brazos, y lo aferré a mi pecho y besé su frentecita al saberlo sano y salvo. Mentiría si dijera que por un momento no me imaginé lo peor. Maldita sea, ¿con qué loca desquiciada estuve a punto de casarme? Más adelante le pediría una explicación a mi padre sobre lo ocurrido, lo único que ahora me importaba era llevar a Jared con Aria, ella no se encontraba nada bien y él necesitaba de su madre. —Ya se llevaron detenida a la señorita Coleman, no volverá a ser una amenaza para su familia. Al menos Diego había servido de algo, aunque… —¡Daniel! —Amelia se puso a la par mía, estudiando el estado de su nieto —. Debemos irnos, Aria se pondrá muy mal si no lo ve cuando despierte. —Amelia… —Giré sobre mi eje, viendo a mi padre y Diego en la puerta —. Debemos hablar. —No hay nada de qué hablar por ahora, Diego —respondió la rubia con

enojo. —Por tu culpa Aria se puso muy mal, la asustaste —le acusé con indignación y Diego se mostró nervioso—. ¿Tienes idea de lo desesperada que se puso cuando le dijeron que Jared no estaba, que una mujer se lo había llevado? —Yo… —Aléjate de mi familia, Diego —solté con desprecio, amenazándolo con cada palabra emitida—. Jamás permitiré que vuelvas a lastimarlos. Ellos son míos, y siempre cuido lo que es mío. —Te dije que no se quedaría tranquilo —espetó mi padre y Diego estrechó los ojos con desconfianza. —Si tanto los quieres y deseas protegerlos, ¿por qué no te casas con mi hija? —Porque a diferencia tuya, Rivers —escupí—. Mi amor es más fuerte que mi egoísmo y quiero que Aria elija, jamás la someteré a algo que ella no desee hacer. —¿Y si no te acepta? —Lo hará, quizá no será hoy, ni mañana, ni en un mes o un año; pero con el pasar del tiempo podré demostrarle mi amor sincero y ganarme su verdadero perdón. Algo que quizás, tú también deberías empezar a demostrar para recibir una oportunidad de la maravillosa hija que tienes. —Dichas esas palabras, le regalé una última mirada al cuarto que al parecer Diego había mandado a preparar para su nieto, y abandoné el lugar con Amelia pisándome los talones. No quería que Aria se despertara y se percatara de la ausencia de Jared y la mía. Ella tenía que saber que a partir de ahora, tanto nuestro hijo como yo, estaríamos para ella. Lo sentía por Aria, pero a partir de ahora no me movería de su lado ni siquiera por las noches. Me convertiría en su sombra y haría todo lo que estuviera a mi alcance para protegerlos.

—¿Cómo se encuentra? —pregunté ni bien ingresé a la alcoba de Aria y Melody se puso de pie al tiempo que Andrés se acercaba a su madre para sujetar a Jared. Aria seguía inconsciente. —Adam dijo que pronto despertaría —susurró Mel con voz temblorosa—. Tuvo una impresión fuerte y no le sentó bien. Tragué con fuerza y me acerqué a donde ella dormía para acariciar su mejilla. La última imagen que me había llevado de ella no me permitía sentirme tranquilo, quería que Aria despertara y descubriera que la pesadilla ya se había terminado. El llanto de Jared me sacó de mis pensamientos y la piel se me erizó al ver como Aria abría los ojos al instante. —Jared —musitó con voz débil e intentó levantarse. —No, espera, mi amor —le pedí con suavidad y rápidamente Andrés me entregó a mi hijo—. No te levantes, no te asustes, él está aquí. El llanto la venció y aferrándose a nuestro hijo, se acomodó de la manera más cómoda posible para poder alimentarlo. Por unos minutos todos permanecimos en silencio, era como si Aria nos lo hubiera pedido sin necesidad de palabras, ella simplemente se concentró en nuestro hijo. —¿Cómo lo hiciste? —quiso saber y acaricié su mejilla. —Tu padre lo tenía, él… hizo todo lo que hizo para poder demandar a Mariam con pruebas. —¿Qué? —Me miró sorprendida. —Mariam quería lastimarlos, lamento tanto haberte puesto en ese peligro —confesé con rapidez, nunca me di cuenta de lo peligrosa que podría llegar a ser Mariam—. Pensó que encontraría un aliado en tu padre y al parecer Diego no tomó muy bien el hecho de que quisieran lastimarte. —No, no lo tomó para nada bien —acotó Andrés con seriedad—. Mariam

fue detenida al llegar a la casa de mi padre y él se quedó con Jared. Nicholas acaba de informarme todo —espetó mirando su celular—, saldrá en las noticias dentro de poco y Diego declaró que fue un mal padre por no brindarte su apoyo, dio una entrevista en la que habla de lo insensible que fue ante la noticia de tu embarazo y que desea reivindicarse porque siente que sin nosotros no podrá volver a ser feliz. Pobre hombre… había causado tanto mal a su propia familia y ahora no tenía la menor idea de cómo revertirlo. Conocía esa desesperación, yo había estado en su lugar hace apenas unos meses. —No quiero saber de él —soltó Aria, besando la frente de Jared, y me senté junto a ella. —No pienses en eso ahora. —¿Golpeaste a mi padre? —preguntó Andrés con incredulidad, mirándome de la misma manera, y Aria me buscó con la mirada. —Claro que lo hice; él se robó a mi hijo y amenazó a Aria. No podía quedarme tan tranquilo —respondí con recelo, alzando la barbilla en caso de que Andrés quisiera discutir conmigo. —Eso fue muy peligroso, Daniel, mi padre pudo habe… —No me interesa qué tan peligroso pueda ser tu padre, Aria, si alguien se mete contigo o mi hijo, automáticamente se mete conmigo. Si él me hubiera dicho desde un principio lo que estaba ocurriendo, todo se habría dado de diferente manera. Debe quedar claro que no me arrepiento de lo que hice. —No debiste arriesgarte —susurró con voz rota, revisándome el rostro con preocupación. —Tranquila, mi amor. —Besé su mano con ternura—. No pasó nada malo, sólo le dejé claro que se alejara de ti y Jared. —¿Aún quieres casarte conmigo? —preguntó con voz llorosa y ladeé la cabeza en modo de negación—. Lamento cada uno de los desplantes que te dice

en estos meses, mi orgullo me impedía ceder al cien por ciento, simplemente quería vengarme de alguna manera. Estuve equivocada en dudar del amor que sientes por nosotros; hoy me demostraste que somos lo más importante para ti. —No me casaré contigo por esto, el día que realmente consiga tu perdón y tu amor, ese día te pediré matrimonio. —Me abrazó por el cuello, obligándome a inclinarme sobre ella, y aproveché ese momento para besar la frente de mi hijo. —Te perdono, lo hice hace mucho; pero el miedo me impidió avanzar, tenía miedo que algo llegara a disgustarte, criar un niño no es fácil y nos conocemos muy poco. Y en cuanto a mi amor, creo que te amo desde el primer día que te vi, todo gruñón y listo para formar parte de mis fantasías sexuales. Ambos reímos. —¿Así que te gusté desde el primer día? —Sonreí con sorna y Aria asintió. —Pero yo también te gusté, estoy segura de eso, sólo que tardaste en darte cuenta. —No; claro que me di cuenta, ¿tú crees que yo acurruco a cualquier mujer contra mi pecho sólo porque tiene miedo? ¿O qué veo estúpidas películas de amor sólo porque a ella le gustan? ¡Y ni qué decir de robar bragas! Ese día lo hice a propósito, te llevé a mi cueva y caíste desnuda. —¿Eso quiere decir que me perdonas? —Aleteó sus pestañas y la besé con ternura. —Nunca me enojé contigo, mi amor. —¿Eso es sinónimo de: «quieres casarte conmigo»? —No estoy seguro si tienen un parecido. —Carcajeé por lo bajo. —Maravilloso —sorbió mi nariz—, tomaré eso como un «sí». Tomé impulso para besarla, pero dos carraspeos desesperados hicieron que paráramos en seco y recordáramos que no estábamos solos en la alcoba. Ambos giramos el rostro para ver a Melody y Andrés, quienes nos miraban horrorizados —a diferencia de Amelia que parecía estar viendo su telenovela favorita—,

claramente lamentando haber tenido que escuchar nuestra conversación, y sin poder evitarlo me reí con fuerza mientras Aria escondía su rostro sonrojado con sus manos. —La amo —confesé, mirando a Andrés, y Aria se concentró en su hermano. —Entonces cásense, no necesitaban confesarse delante de mí para hacerlo —farfulló con irritación—. Maldición, mis pobres oídos —siseó mientras abandonaba la habitación, obviamente perturbado al darse cuenta que su hermana no era ninguna criatura inofensiva. —¿Entonces se casan? —preguntó Melody con una sonrisa radiante en el rostro e hice una mueca. Aún no era el momento, Aria estaba muy sentimental y más adelante podría arrepentirse de sus palabras. —En un año. —¿Por qué tanto tiempo? —Aria frunció el ceño y conecté nuestras miradas. —Porque quiero darte la oportunidad que siempre quisiste, mi amor; esta vez elegirás y yo pacientemente trabajaré en enamorarte cada día más para que en los próximos doce meses pueda verte junto a mí, frente a un altar. —Me parece. —La comisura de sus labios se alzaron con convicción—. Entonces, ¿crees que le dejaste un ojo morado a Diego? —Puede que sí. —Dios, así te daré diez hijos —bromeó y enarqué una ceja con cinismo. —Ya la oyeron, no hay marcha atrás, quiero mi equipo de futbol. —¡¿Qué?! —chilló Aria y antes de que pudiera besarla, Jared empezó a llorar como si no existiera un mañana dado que su madre lo había asustado. Algo me decía que desde ahora nuestra vida amorosa se volvería un poco más interesante.

FIN

Epilogo Un año después. ARIA. Una boda sencilla y familiar era uno de mis sueños más ocultos y hoy lo estaba cumpliendo gracias a mi nueva familia política. Pedro y Anne nos habían permitido usar el jardín de su casa para hacer nuestra boda y ahora los invitados esperaban por mí junto a Daniel, quien estaba muy nervioso; a decir verdad, aún le costaba creer que me hubiera mantenido firme ante la idea de casarme con él; pues si había algo que debía confesar: era que si bien el año que vivimos juntos fue maravilloso, los problemas nunca faltaron. Pero… así era la vida, ¿no? había que aprender a sobrellevar las cosas y darle una solución a los problemas. —Espero la ceremonia sea corta porque Jared nunca se está quieto por más de veinte minutos —comentó Melody, sujetando las manitas de mi hijo que adoraba desplazarse por cualquier ambiente, y me acerqué a ella para ayudarla unos minutos. Jared aún no tenía un equilibrio estable, por lo que era necesario que siempre lo estemos sujetando. —Tu hermano se está demorando, ¿es que quiere que Daniel entre en un ataque de pánico? —Seguro ocurrió algo. Andrés suele ser muy puntual y por muy mal que le caiga Daniel, él jamás llegaría tarde. No podía acercarme a la ceremonia si no era del brazo de mi hermano, habíamos quedado en eso desde el día que Daniel pidió mi mano y me costaba creer que Andy no hubiera hecho acto de presencia hasta ahora. —Mira, allí está y viene con tu madre. —Me indicó y sonreí al ver a mi madre tan entusiasmada, todos estos meses me estuvo ayudando con la preparación de la boda junto a Anne.

Un suave toque en la puerta de la recamara me hizo respingar y me volví hacia la misma viendo cómo esta se abría. Contuve el aliento al ver a mi padre bajo el umbral de la puerta y mis ojos se abrieron de par en par al percatarme que iba de traje, uno que yo había querido que Andrés se mandara a hacer para esta ocasión y tenía mucho parecido con el de Jared. Por reflejo levanté a mi hijo en brazos y lo aferré contra mi pecho. —Espero no haber llegado tan tarde —comentó con voz gruesa, haciendo que mi pulso se disparara, y Melody se retiró dejándome con mi hijo y mi padre en la alcoba que Anne me había cedido para arreglarme. —Yo... no entiendo, ¿qué haces aquí? Sabía que mi madre y él estaban juntos, desde hace cinco meses que Amelia regresó a vivir con él; pero incluso así, nunca me había atrevido a hablar de él con nadie, sólo con Daniel. —El día que te visité en el hospital cometí un terrible error, nunca creí que te pondrías tan mal. Sabes lo que ocurrió, tienes conocimiento del por qué actué como actué, por lo que estás al tanto que estoy desesperado por obtener tu perdón —dijo con frustración y tristeza, avanzando hacia mí—. Nunca fuiste un problema, cariño; eres mi orgullo, ni siquiera tu hermano con toda la presión que cargué sobre sus hombros en su adolescencia tiene la astucia que tú tienes para triunfar. Hiciste cosas maravillosas en el hotel y apenas llevas un año trabajando en él. Los ojos se me llenaron de lágrimas y miré hacia el techo para evitar estropear mi maquillaje. —¿Qué sentido tiene que me digas todo esto ahora? —desee saber, angustiada, y mi padre bajó la mirada. —Quiero recuperarte, quiero poder abrazarte porque nunca pensé que me llegaría a hacer tanta falta tu presencia. La piel se me erizó y no quise confesarle que me ocurría exactamente lo mismo; el tener a mi madre conmigo hacia que también lo anhelara a él.

—Nunca debí rechazarlos. Jared carcajeó, agitándose en mis brazos, y consciente de que mi padre ya trataba con mi hijo, se lo entregué; pues aunque mi madre no me lo dijera, yo sabía que cuando ella se llevaba a Jared este terminaba pasando la tarde con sus abuelos. Mi hijo apoyó la mejilla en el hombro de su abuelo y me sonrió abiertamente, demostrándome que mi padre sí se había ganado su confianza y por ende también podría tener la mía. Mi padre besó la mejilla regordeta de Jared, haciéndolo reír sonoramente, y abrí los ojos sorprendida. Nunca me imaginé a mi padre capaz de mostrar tal muestra de amor, por lo que eso ablandó mis sentidos y me hizo entender que como todos, él también había cometido sus errores. —Sé que fui un mal padre —soltó repentinamente pálido, acariciando la mejilla de Jared—¸ pero me gustaría reivindicarme e intentar ser un buen abuelo. Siempre quise lo mejor para ustedes, por lo que... —Lo sé —confesé con ternura. Él siguió el camino que Daniel quiso emprender en algún determinado momento y se perdió al llegar a la meta, olvidando lo que realmente era importante en la vida. —Y Aria... —¿Sí? —Acomodé la camisita de mi hijo. —¿Puedo intentar ser un buen padre para ti y tu hermano? Alcé la vista, reconociendo el arrepentimiento en su mirada, y tragué saliva. Sin poder controlarme lo abracé, sintiéndome dichosa de cumplir uno de mis sueños más ocultos —abrazar a mi padre sin estar frente a una cámara— y con su brazo libre él hizo lo mismo y besó mi coronilla con ternura. —Lo primero que puedes hacer para empezar a ser un buen padre es llevarme hacia mi futuro esposo.

—Gracias, tesoro. Estaba segura que a partir de ahora, las cosas empezarían a ir mejor en mi familia.

*** Un año después. DANIEL. —Oye, Daniel, nunca me dijiste cuál fue tu primera impresión de mí — comentó Aria, mirándome con curiosidad, mientras levantábamos los juguetes que Jared dejó botados por el departamento, y me quedé pensativo. —Definitivamente que eras una torpe sin remedio. ¿Estás segura que no te lo dije ese mismo día? El Thor en miniatura llegó a mi cabeza y lanzando un gruñido levanté el juguete que ella acababa de lanzarme. —¿Y tú que pensaste de mí? —Quise saber y miré de reojo a Jared, quien seguía sacando juguetes del canasto. Su juego favorito era tenernos bien distraídos. —Que eras un aburrido. —Esa ya me la sé —farfullé. —También llegué a creer que eras gay. —¡¿Qué?! —No te exaltes. —Se rio en mi cara—. Es que no intentaste seducirme. —Eras una extraña que había arruinado mi traje favorito; tenía más ganas de estrangularte que de seducirte. Ahora fue Hulk en miniatura quien aterrizó contra mi sien y la fulminé con la mirada. ¡¿Por qué me atacaba con juguetes?! —¿Qué fue lo que más te llamó la atención de mí?

—Tus tetas son bonitas. —Fui sincero y el golpe de la pelota de futbol contra mi frente hizo que cayera de bruces hacia atrás. —¡Daniel! —Torpe sin remedio —susurré por lo bajo—. Estoy siendo sincero contigo para mantenerte satisfecha, no para que me agredas —ladré y Aria se rio por lo bajo mientras me inspeccionaba. —¿Qué te tiene de tan mal humor?, ¿ya hablaste con Andrés? Suspiré. —Sigue igual, no quiere ni verme, y está empeñado en sacar a Melody de nuestras vidas. No le gusta que la defiendas tanto y con eso de que ahora es la secretaria de tu padre, está histérico porque no puede atacarla de ninguna manera, los directivos la aman. —¿Qué pudo haberlo puesto así? —inquirió mi mujer pensativa y ahogué un gruñido cuando Jared se sentó en mi vientre para unirse a la reunión familiar. —Desde que Alex regresó de Alemania y firmó un contrato con él se puso más insoportable que nunca. El modelito había estado fuera del país desde que Aria y yo empezamos a vivir juntos porque una agencia de modelaje en Alemania le había ofertado un mejor contrato que el de Andrés. Mi cuñado no hizo nada por mejorar la oferta por lo que Alex se fue solo por dos años. No hace más de una semana que él había regresado a Londres y sabía que los celos estaban acabando con la cordura de Andrés —el hombre que aún me detestaba—. Melody era la primera mujer que no podía tener y la cual anhelaba; ella no caía, no cedía y lo ignoraba olímpicamente porque no era capaz de ver a Andrés como un hombre, sino como la persona que llevaba torturándola por más de un año. —Mel no se siente cómoda con la llegada de Alex —comentó Aria, mirando a nuestro hijo—, nunca me dijo por qué, pero él siempre sigue sus

pasos. Quizás era el momento de hacerle un par de preguntas. —¿Podría ser que ellos estén casados? Me miró de reojo. —Es un secreto, jamás podrás decírselo a nadie —me advirtió y asentí al instante—: ellos son hermanos. Fueron separados y por eso tienen apellidos diferentes, pero Melody ya tiene los papeles para decir al mundo que es una Ojeda; no obstante, no desea que la relacionen con Alex. Maldición. Jamás podría revelar un secreto de mi esposa, pero si Andrés no se enteraba del parentesco que esos dos tenían, lo único que haría sería cometer el peor error de su vida.

Nota de autora.

Querido lector:

Gracias por leer la emocionante historia de Aria y Daniel, espero poder brindarte la historia de Melody y Andrés lo antes posible. Sin embargo, si Tu perdón es el primer libro que lees de mi autoría, te invito a leer la serie “Libertinos Enamorados”.

Para obtener mayor información de mis historias, puedes seguirme en mis redes, donde me encontrarás como Vanny Ferrufino.