PDF Ernest Mandel - Dos Pasos Adelante Dos Pasos Atras

Dos pasos adelante, dos pasos atrás Ernest Mandel Índice Introducción.................................................

Views 123 Downloads 1 File size 405KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Dos pasos adelante, dos pasos atrás Ernest Mandel

Índice Introducción.............................................................................................................5 1 Contra el centralismo burocrático............................................................................7 Dos remedios......................................................................................................8 El derecho de las minorías................................................................................10 ¿Es contrario al leninismo el derecho de tendencia?........................................11 Lo que duran las tendencias..............................................................................13 2 Contra el electoralismo, por los comités unitarios.................................................15 Incluso Kautsky…...............................................................................................17 La iniciativa de las masas...................................................................................18 Dirigentes naturales..........................................................................................20 3 Frente popular o frente único de los trabajadores.................................................23 Una baza decisiva abandonada en manos de la burguesía................................25 La dinámica de la unidad de acción...................................................................26 Dos políticas de alianza diametralmente opuestas...........................................28 4 Por una estrategia de recambio.............................................................................31 El viraje táctico del PCF.....................................................................................32 El electoralismo: una estrategia condenada al fracaso......................................33 Un programa de reivindicaciones transitorias...................................................36 5 El estalinismo, fuente de malestar en el PCF..........................................................39 Una explicación revisionista del “malestar” en el PCF.......................................40 Comprender el estalinismo...............................................................................41 La trayectoria del eurocomunismo: el ejemplo del PC italiano.........................44 Un nuevo paso adelante con nuevas lagunas graves.........................................45 6 Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada”..........................49 Una disputa que no es meramente semántica..................................................50 ¿Qué es el socialismo?......................................................................................52 ¿Rechazan los trabajadores este “radicalismo”?...............................................55 7 La imposible “tercera vía”......................................................................................59 ¿Es posible transformar gradualmente el capitalismo?.....................................60 La “lección” portuguesa....................................................................................62 ¿Es posible pretender “transformar gradualmente el capitalismo” sin al mismo tiempo hacerse cargo de la gestión del capitalismo?........................................65 8 Revolución socialista y democracia........................................................................69 O asumir el movimiento de masas o recurrir a la represión..............................71 Autogestión, poder de los trabajadores y democracia socialista.......................73 9 La vía de avance para la oposición comunista........................................................77

Editado por Punto de Vista Internacional, sitio web en castellano de la Cuarta Internacional; dedicado a la información y análisis de las luchas sociales y políticas que atraviesan el planeta y a fomentar el debate estratégico entre las corrientes de la izquierda revolucionaria y anticapitalista. puntodevistainternacional.org

Introducción La aparición de cuatro artículos de Louis Althusser en “Le Monde” bajo el título general de “Ce qui ne peut plus durer dans le Partit Communiste” –artículos que han sido publicados después en forma de libro en las Editions Maspéro, con el mismo título y con un largo prólogo polémico contra Georges Marchais– ha puesto de manifiesto el malestar que reina actualmente entre los intelectuales del Partido Comunista de Francia. Pero no hay que llamarse a engaño. No se trata en absoluto de una querella de intelectuales. Ni mucho menos de una lucha ficticia. Althusser y los firmantes del manifiesto de los 300 intelectuales del partido no hacen más que formular algunas de las cuestiones que se plantean millares de militantes comunistas de base, a consecuencia de la derrota del 19 de marzo de 1978 de la Unión de la Izquierda. En este sentido, es preciso subrayar la importancia que reviste la evolución del propio Althusser. Este se había recluido desde hace tiempo en un combate teórico planteado en términos oscuros para el militante de base y cuyo contenido era ambiguo cuando no francamente apologético. Más tarde había puesto en entredicho el estalinismo y había criticado la ausencia de toda explicación científica, es decir marxista, del fenómeno estaliniano. Pero ello seguía estando lejos de lo que, según el propio Althusser, constituye un análisis concreto de una situación concreta. Incluso cuando, con ocasión del XXII Congreso del PCF, se lanzó a la arena del debate para defender el concepto de la dictadura del proletariado, lo hizo de

Introducción

un modo hasta tal punto abstracto que el eco que despertó en la base del partido sólo fue –no podía ser de otro mado– muy limitado. Esta vez, su discurso se ha hecho explícitamente político. Si el camino que lleva de la rue dÚlm a Boulogne–Billancourt no es precisamente una línea recta, hay que decir que por lo menos no se pierde necesariamente en los vericuetos que rodean a las torres de marfil. ¡Y la política no tiene por qué sacrificar a la verdadera teoría! En realidad, no hace sino acrecentar su peso y su importancia. Por todas estas razones, es preciso que los marxistas revolucionarios sometan a un atento análisis los artículos y el folleto de Louis Althusser. Es preciso que expliciten sus acuerdos y sus divergencias con las posiciones que defiende actualmente el filósofo marxista. Éstas constituyen claramente una simple etapa en la evolución de su pensamiento y de su práctica política. El objetivo de esta discusión no es simplemente el de clarificar ideas. Es también el de contribuir a que la evolución prosiga, en la medida de lo posible, hacia un retorno pleno y total al leninismo, al marxismo revolucionario. Ernest Mandel (1979)

6

1 Contra el centralismo burocrático La parte más notable de los artículos de Althusser es la que se dedica a desvelar y a denunciar la estructura y el régimen interno del PCF. Althusser no llama a las cosas por su nombre. Pero es un nombre que nosotros conocemos muy bien, y que es preciso pronunciar el alta voz. Se llama centralismo burocrático y es algo que está en las antípodas del centralismo democrático. Con una labia feroz, Althusser desmonta sus mecanismos: un aparato de permanentes completamente separado de la clase obrera y de la sociedad civil, y que no tiene otros medios de subsistencia que los que extrae del propio aparato. Una dirección que manipula a la base por medio de este aparato y que se garantiza su propia supervivencia por cooptación por medio de este aparato. Un derecho a la “discusión” en la base estrictamente compartimentado en células o secciones locales, compartimentación intensamente reforzada por la regla de la unanimidad (de la “sociedad colegiada”) que los miembros de la dirección utilizan en sus relaciones con la base. El mito del partido “que siempre tiene razón” o del “comité central que nunca se equivoca” es el sustrato ideológico de la estructura burocrática. Una relación manipuladora –de exhortación–, educadora en sentido único entre el partido y la clase trabajadora, que justifica

Contra el centralismo burocrático

teóricamente la relación jerárquica y casi militar que existe entre el aparato y la base del partido. Todo esto está correctamente analizado y denunciado. Estas estructuras pueden ser calificadas de “estalinianas” a condición de no limitar por ello la aprehensión de las mismas a los fenómenos derivados de la degeneración democrática del estado soviético, del PCUS y de la Internacional Comunista. Pues se trata, en realidad, de un mal mucho más extenso. Este mal tiene un nombre: burocracia obrera, burocratización de las grandes organizaciones obreras en general. Basta poner en evidencia un hecho reciente: en el congreso de la Confederación Sindical Alemana (DGB) realizado en mayo de 1978, y en el que a pesar de todo se produjeron acontecimientos importantes, ¡el 90% de los delegados eran permanentes! Este “parlamento del trabajo” era, en realidad, un parlamento de burócratas obreros. Dos remedios Contra este mal, hay dos tipos de remedios. El primero es evocado por Althusser y es de naturaleza esencialmente política. Requiere una teoría y una práctica políticas diametralmente opuestas a las de las burocracias estalinianas y reformistas, basadas en la desconfianza y el miedo que sienten por las masas trabajadoras. La emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los propios trabajadores. El partido revolucionario de vanguardia es un instrumento indispensable para esta autoemancipación, pero en ningún caso puede sustituir a la propia clase obrera. Un partido que disponga de un programa revolucionario correcto está en posesión de una baza decisiva en la lucha de clases, puesto que este programa no es más que la síntesis de todas las lecciones aportadas por las luchas de clase proletarias del pasado. Ahora bien, el estar en posesión de un programa correcto no previene a ningún partido de la posibilidad de cometer errores políticos graves. Su aplicación correcta depende de numerosos factores concretos, particulares, coyunturales. Además, constantemente surgen nuevos fenómenos no previstos en las decisiones programáticas. Por esta razón, la relación “partido de vanguardia/clase” es mucho más compleja que la simple relación “educador/educado”. El educador necesita también ser educado constantemente. Y sólo puede serlo por medio de una práctica correcta en el seno de la clase, en el curso de la lucha de clases. La única demostración práctica de que un partido 8

puntodevistainternacional.org

ha desempeñado de modo adecuado su función de vanguardia es el hecho de que acabe por conquistar una influencia política predominante sobre capas cada vez más amplias de la clase obrera, hasta que llegue el momento en que conquiste la hegemonía política sobre la mayoría de los trabajadores. Se puede asegurar, que en el transcurso de este largo combate político, el partido habrá aprendido tanto de la espontaneidad de las masas y de la lucha de clases más elemental, como habrá dotado a ésta de una serie de concepciones políticas más generales. Esto no significa, evidentemente, que sea preciso adaptarse de un modo oportunista a todo lo que piensa habitualmente la gran masa de los trabajadores, que por otra parte puede cambiar rápidamente. Pero sí significa que es preciso prestar mucha atención a lo que piensan las masas, y no ignorarlo ni desvirtuarlo. No hay antídoto válido y duradero contra el mal burocrático que no contenga estos elementos teóricos y políticos, reforzados por toda una serie de reglas de seguridad (estatutarias, constitucionales, materiales). No vamos a extendernos acerca de esta cuestión. En lo esencial, Marx y Lenin ya la han clarificado lo suficiente. Nos limitaremos a añadir una regla suplementaria: la presencia obligatoria en todos los órganos deliberativos y ejecutivos de las organizaciones obreras y del Estado obrero del futuro de una mayoría absoluta de trabajadores que ejerzan tareas productivas, es decir, que no sean permanentes. La segunda categoría de remedios contra el mal burocrático es de naturaleza más estrictamente organizativa. Tienen que ver con las reglas de funcionamiento de las propias organizaciones obreras, es decir, con las garantías de democracia obrera en su seno. En este sentido, lo menos que puede decirse es que Louis Althusser se muestra tímido. Después de denunciar un mal profundo e Institucionalizado, sus proposiciones son muy modestas: tribunas de discusión en la prensa comunista; derecho a una información que circule horizontalmente, de modo contradictorio, y que posibilite una discusión realmente democrática. Evidentemente, estamos de acuerdo con todas estas propuestas, que en todas las organizaciones de la IV Internacional se aplican como algo obvio. Pero si bien son propuestas necesarias para garantizar mínimamente la democracia obrera, no puede decirse que sean suficientes para fundamentarla sólida y duraderamente. Lo que

9

Contra el centralismo burocrático

distingue al centralismo democrático del centralismo burocrático es la garantía y la práctica del derecho de tendencia. En efecto, no hay organización efectivamente centralizada, en la que la dirección –y con mayor razón una dirección que se apoye en un aparato sólido– no goce de determinadas e inevitables ventajas centralizadoras. Es ella la que recibe las informaciones centralizadas. Es ella la que centraliza las experiencias de la actividad del partido. Los proyectos de resolución o de tesis circulan por todo el partido antes de los congresos o de las conferencias nacionales. Constituyen la base privilegiada de todas las discusiones. En sí mismo, nada hay de malo en todo esto. Es incluso un aspecto positivo, una característica indispensable del funcionamiento de toda estructura orgánica. Comprender la función objetiva de esta centralización significa comprender que no se trata de un fenómeno de “organización”, ni mucho menos de un fenómeno “administrativo”, sino de una necesidad social y política. Lo que esta centralización expresa es el esfuerzo que llevan a cabo los marxistas, los comunistas, para superar el fraccionamiento de la experiencia obrera en experiencias aisladas, fábrica por fábrica, sector por sector, región por región… El interés de clase, distinto del interés de un grupo o de una categoría determinados, sólo se revela en esta centralización de la experiencia y de la actividad en la lucha de clases. Pero sólo se pueden poner en marcha los mecanismos de la centralización en beneficio exclusivo y a través del canal único de la dirección del aparato, al tiempo que se conserva la funcionalidad objetiva y eficaz de esta centralización desde el punto de vista de la lucha de clases, si se adopta la absurda tesis estaliniana de la infalibilidad de la dirección. El derecho de las minorías Pues bien, Louis Althusser rechaza con razón esta tesis considerándola como una mistificación teórica. Toda la historia concreta del movimiento obrero constituye, igualmente, una demostración de su falsedad. En la medida en que la dirección no tiene por qué elaborar automáticamente la línea política justa sobre la base de las informaciones centralizadas de que dispone, el último argumento en favor del centralismo burocrático –el de la eficacia– cae por su propio peso. En la medida en que la mayoría puede equivocarse y la minoría tener razón, al partido le es útil que la minoría pueda tener las mismas posibilidades de influir a los militantes, el mismo acceso a las 10

puntodevistainternacional.org

informaciones, el mismo derecho a formular resoluciones y a someterlas a la votación de los congresos, que la dirección. De este modo, el partido tiene muchas más posibilidades de evitar los errores en los que podría incurrir o de corregirlos rápidamente una vez descubiertas sus causas profundas. Pues bien, el procedimiento que acabamos de describir constituye lo más esencial de lo que se entiende por derecho de tendencia: derecho de los militantes a elaborar en común plataformas, propuestas políticas, proyectos de resolución alternativos a los de la dirección, independientemente de las compartimentaciones existentes entre células, localidades y regiones; derecho a someterlos a la discusión de los militantes y a los votos de los congresos por mediación de su difusión entre todos los miembros del partido. Sin este derecho, la supresión de la compartimentación y la existencia de tribunas de discusión no pasarán de ser meros recursos académicos. No posibilitarán en absoluto que los militantes de base y las minorías elaboren propuestas de recambio respecto a las elaboradas por la dirección. Esta mantiene el monopolio de la elaboración política, lo cual es absurdo si pensamos que no detenta también el monopolio de la verdad y del sentido común. El centralismo burocrático se reproduce de un modo más o menos automático. La igualdad de derechos de los militantes no está garantizada, ya que éstos no disponen del derecho a ponerse de acuerdo para modificar la línea política, derecho que sólo poseen los miembros de la dirección. ¿Es contrario al leninismo el derecho de tendencia? Han sido muchas las objeciones que se han formulado al derecho de tendencia. En primer lugar, se alega que sería contradictorio con el leninismo, ya que, por iniciativa de Lenin, el X Congreso del PCUS prohibió la construcción de fracciones. En realidad, este episodio confirma lo contrario de lo que pretenden quienes lo esgrimen como un argumento. Pues si las fracciones se prohíben dieciocho años después de la creación del partido, ello significa que durante todo este tiempo han sido toleradas y que su prohibición sólo puede explicarse por la aparición de determinadas circunstancias excepcionales. En realidad, toda la historia del bolchevismo está atravesada por las luchas de grupos, de tendencias, de fracciones. A ello se añade que el X Congreso prohibió las fracciones, pero no el derecho de tendencia.

11

Contra el centralismo burocrático

En aquel mismo congreso del PCUS en el que se prohibieron las fracciones, Lenin, oponiéndose a una enmienda de Riazanov, que pretendía prohibir también las tendencias, es decir, las plataformas políticas comunes de militantes de diferentes células, secciones y regiones del partido, incluidos los miembros de los órganos de dirección, que se sometían a las decisiones de los congresos, defendió vigorosamente el derecho de tendencia: “No podemos privar al partido y a los miembros del CC que apelen al partido acerca de una cuestión fundamental que suscita divergencias. ¡No veo cómo podríamos hacerlo! Este congreso no puede poner condiciones al próximo congreso acerca del método de las elecciones ¿y si se plantease una cuestión como, por ejemplo, la de la conclusión de la paz de Brest–Litovsk? ¿Puedes garantizar que tales cuestiones no iban a plantearse? Naturalmente. Pero tu resolución propone que no se realicen elecciones en función de los programas. Yo creo que no estamos en condiciones de prohibirlo… si las cuestiones suscitan divergencias fundamentales, ¿se puede impedir que se sometan al juicio de todo el partido? ¡No! Es una propuesta excesiva, irrealizable Propongo que no sea aceptada” (Lenin, “Oeuvres”, tomo 32, página 274). Ya con anterioridad, en el transcurso del mismo debate sobre la prohibición de las fracciones, Lenin había recordado a los dirigentes de la Oposición Obrera: “El órgano central del partido ha publicado 250.000 copias del programa de la Oposición Obrera. Lo hemos sopesado en todos sus aspectos, de todas las maneras, hemos votado sobre la base de este programa, hemos reunido un congreso para que haga el balance de esta discusión política…” (Ibídem, página 267). ¿No constituye esto la esencia del derecho de tendencia al que nos referimos: el derecho que tienen los miembros del partido que no estén de acuerdo con la dirección a elaborar libremente, al margen de toda compartimentación, propuestas políticas alternativas? ¿El derecho a someterlas, por medio de los boletines internos y de la prensa del partido, a todos los miembros de éste? ¿El derecho a verlas discutidas antes y durante los congresos al mismo nivel que los proyectos de resolución de la mayoría de la dirección

12

puntodevistainternacional.org

saliente? ¿El derecho de que la dirección sea elegida más o menos proporcionalmente en función del apoyo de que goce cada tendencia en el congreso? Por otra parte, en este mismo X Congreso del PCUS se produjeron serias divergencias acerca de la cuestión sindical y varias plataformas diferentes fueron sometidas al Congreso. Éste eligió al nuevo Comité Central proporcionalmente a los votos de que disponía cada plataforma. Lo que confirma que en este congreso el derecho de tendencia fue confirmado y no suprimido. Digamos también que incluso la prohibición de las fracciones la concibió el X Congreso como medida temporal y excepcional, y no como una nueva norma estatutaria. La prueba de ello está en que el PCUS no solicitó a la I Internacional Comunista que difundiese y generalizase esta prohibición. Otra de las objeciones al derecho de tendencia alega que la constitución de las tendencias permanentes conduce a que “el partido no sea ya un ensamblaje de diversidades, de rencores, incluso de odios tenaces, eternamente dispuestos a tomarse la revancha… Ya no se discute, se tienden trampas, se guarda celosamente en la memoria la frase que otro ha pronunciado y que traiciona su verdadero modo de pensar. ¿Estoy exagerando? No. Pensemos en los arreglos de cuentas entre las diferentes tendencias de tal o cual sección socialista, o de determinadas organizaciones izquierdistas” (Henri Malberg: “Le mécanisme de la tendance”, en “France Nouvelle”, 5 de junio de 1978). Hay una buena dosis de verdad en esta crítica de las tendencias permanentes y osificadas. Pero no es una verdad que se pueda aplicar al ejercicio normal del derecho de tendencia, sino a su abuso. Lo que duran las tendencias Normalmente, una tendencia se constituye a raíz de un congreso o con ocasión de un cambio de coyuntura importante en la lucha de clases. Y se disuelve una vez que el congreso ha tomado una decisión, dejando que la mayoría ponga a prueba su línea política, sin que ello signifique que no pueda volver a constituirse al anunciar el congreso siguiente para reiniciar el debate sobre la base de las nuevas experiencias acumuladas. De este modo la dialéctica “libertad de discusión para determinar la línea, reexamen de

13

Contra el centralismo burocrático

la línea a la luz de la experiencia acumulada/disciplina de acción en común” puede desarrollarse plenamente y llegar a ser realmente constructiva. La existencia de tendencias permanentes es un síntoma de malestar. Se impone una reglamentación del derecho de tendencia. Nuestro movimiento se siente orgulloso de haber respetado el derecho de tendencia de un modo ejemplar. En este sentido constituye una excepción casi única en el seno del movimiento obrero. La reciente disolución de las dos grandes tendencias que existían en el seno de la IV Internacional demuestra que somos capaces de aprehender todos los aspectos del problema. Ello no significa que siempre actuemos del modo más perfecto posible ni que tengamos respuesta para todos. Estamos siempre dispuestos a discutir abiertamente con los camaradas de la oposición comunista, con todas las corrientes del movimiento obrero. Pero también estamos convencidos de una cosa. De que la negación, la limitación o la supresión del derecho de tendencia es mil veces más peligrosa y más perjudicial que el peor de los abusos en su aplicación. Cuando Henri Malberg afirma descaradamente que el derecho de tendencia no permite ni la elección clara de opciones políticas ni la rápida elaboración de una línea correcta, está formulando un monstruoso sofisma. ¿Se atrevería a afirmar que si el derecho de tendencia hubiese sido respetado, no se hubiese podido evitar la obstinación con que se planteó –durante cinco años– en el PC alemán la línea del “social–fascismo”, que tanto contribuyó a la victoria de Hitler en 1933? ¿Se atrevería a afirmar que si el derecho de tendencia hubiese sido respetado en el seno del PCUS, Stalin se hubiese podido aferrar durante veinticinco años a una política agrícola tan errónea que por su culpa en 1953 la producción de numerosos productos animales y vegetales per cápita era inferior a la de 1916? El centralismo burocrático, la manipulación de las organizaciones obreras por parte del aparato de permanentes o por parte de los mandatarios (como pasa en la socialdemocracia), el ahogo de la libre discusión y de la iniciativa que permitiría a los militantes elegir entre líneas alternativas, son elementos tan nocivos que deben ser combatidos sin piedad. Si no se logra eliminarlos, no es posible impulsar la lucha de las clases ni llevar a la clase obrera a la victoria. Esta es, en todo caso, una conclusión en la que estamos de acuerdo con Louis Althusser. Para nosotros, el derecho de tendencia es una condición previa indispensable para llevar a buen puerto este combate.

14

2 Contra el electoralismo, por los comités unitarios La más importante de las tomas de posición políticas en los cuatro artículos de Louis Althusser es la que hace en favor de los comités unitarios de base de las masas trabajadoras. Frente a la concepción electoralista de las alianzas, que las concibe como un contrato entre organizaciones políticas, “que suponen ser las propietarias de su electorado”, Althusser propone una concepción de las mismas “en términos de un combate impulsado por la parte organizada de la clase obrera y encaminado a extender la influencia de ésta”. Acusa también a la dirección del PCF de haber aceptado la concepción de la Unión de la Izquierda como un simple contrato en la cumbre y concluye: “… la dirección se opuso, contrariamente a la posición adoptada en la perspectiva de Frente Popular en 1934–36, a la constitución de comités populares. De hecho, la dirección ha sustituido el combate en el seno de las masas, combate que le hubiera dado a la Unión una base real, por el combate entre organizaciones, con la excusa de que esta era la forma de mantenerse fiel al Programa Común. De este modo, ha conseguido reemplazar el electoralismo unitario… por un electoralismo sectario, que pretendía hacer

Contra el electoralismo, por los comités unitarios

pasar la dominación de un partido sobre otro por una hegemonía real, por una influencia dirigente de la clase obrera en el movimiento popular… … entre 1972 y 1977 no se había hecho nada para suscitar o desarrollar las iniciativas de la base y las formas de unidad de los trabajadores manuales e intelectuales. Lo que es más: toda sugerencia a favor de los comités populares había sido rechazada con la excusa de que había un peligro de manipulación. Y he aquí que, después de destruir su iniciativa durante años, finalmente se pretendía apelar a las masas. Para no dejarse manipular, se acabó simplemente manipulando a las masas”. (Louis Althusser, “Ce qui ne peut plus durer dans le Parti Communiste, pp. 114–115). Dejemos, de momento, la elogiosa referencia que hace Althusser al Frente Popular. Más tarde volveremos sobre este tema. Dejemos también la denominación de “comités populares”, que no tiene demasiada importancia. No insistamos, tampoco, en la oposición que al parecer plantea Althusser entre la unidad en la base y las negociaciones entre organizaciones. El frente único en la base y el frente único en la cumbre no son contradictorios, sino que se condicionan mutuamente, al menos parcialmente. Quien no quiere comprenderlo, corre el riesgo de caer en graves desviaciones sectarias. Volveremos también más adelante sobre esta cuestión. Lo esencial es la insistencia de Althusser en el papel de la organización y de iniciativa de las masas en un proceso unitario encaminado a producir un “cambio fundamental” en la situación política, económica y social de Francia. Es una contribución esencial tanto al debate que se desarrolla en el interior del PCF como al que se desarrolla entre el conjunto de la clase obrera y las demás capas asalariadas sobre las causas y las consecuencias del fracaso del 19 de marzo de 1978. Toda la historia del siglo XX lo atestigua: no es posible producir una intensificación tumultuosa de la lucha de clases en un país capitalista industrializado, y con mayor razón, no es posible “cambiar decisivamente” las estructuras sociales y económicas (en los buenos tiempos, a un “cambio decisivo” de este tipo los marxistas le llamaban revolución socialista o incluso –¡horror!– revolución proletaria. Pero hoy “nosotros” abandonamos este vocabulario para no “asustar al elector marginal”, quien, a pesar de ello, se nos ha escapado de las manos el 12 y el 19 de marzo) sin una amplia 16

puntodevistainternacional.org

movilización y autoorganización extraparlamentarias de los trabajadores y de las masas asalariadas en su conjunto. Incluso Kautsky… La idea de que es posible producir un “cambio decisivo” por una vía puramente electoral y parlamentaria ha sido refutada por el curso de la historia. Esta idea, sostenida por determinados ideólogos que se autodenominan “comunistas”, es sustancialmente la misma que la sostenida por la derecha socialdemócrata en 1914 y después de 1918. Incluso un centrista como Kautsky todavía atribuyó a los consejos de trabajadores –a los soviets– un papel decisivo en la transformación socialista de la sociedad. Esta idea electoralista no sólo es profundamente irrealista y utópica, sino que, sobre todo, es profundamente antidemocrática. En la base de esta concepción electoralista se oculta una desconfianza congénita hacia las masas, basada, en última instancia, en un miedo no menos profundo por toda iniciativa de las masas que desborde las capacidades de control de los estados mayores políticos, que, al parecer, detentan la ciencia infusa. Se considera a las masas como demasiado “atrasadas”, demasiado “incultas”, demasiado “toscas”, demasiado “poco conscientes”, demasiado “incompetentes” como para reconocerles el derecho de resolver con su propia iniciativa y su propia acción las grandes cuestiones del porvenir de la nación. Depositar cada cuatro años una papeleta de voto en una urna, eso sí, eso es un derecho democrático sagrado. Pero decidir con su propia acción directa si todavía les hacen falta o no los patronos, los banqueros, los generales y los “poderes fácticos”, eso es un riesgo terrible, eso conduciría inevitablemente a la catástrofe. Por otra parte, ¿quién no sabe que los comités de base son los instrumentos ideales para que grupos de demagogos y minorías extremistas manipulen las asambleas? En cambio, los electores nunca son manipulados, las promesas electorales siempre se cumplen y los parlamentos siempre votan estrictamente de acuerdo con los votos de los electores, en función de las plataformas preelectorales de los partidos… El poder real a los “expertos de la política” y no a las masas inexpertas: esa es toda la ciencia de nuestros grandes “demócratas”, prudentes partidarios de la democracia… indirecta llamada representativa.

17

Contra el electoralismo, por los comités unitarios

Insistir en el carácter profundamente antidemocrático de toda la propaganda burguesa, pequeño–burguesa y reformista contra la democracia directa de las masas, contra los comités de bases, es una forma de contribuir a la saludable e indispensable tarea de la desmitificación ideológica. Presentar el debate entre los partidarios de la vía parlamentaria al socialismo y los partidarios de la vía revolucionaria como un debate entre partidarios de más democracia y menos democracia es una descarada tergiversación. Esta equiparación es justo lo contrario de la verdad. Los marxistas revolucionarios y la totalidad de los partidos de la vía revolucionaria, con excepción de los mao–estalinistas (aunque, esos, ¿son partidarios de la vía revolucionaria?) proponen una ampliación y no una restricción de los derechos, libertades y poderes políticos de las masas y de los ciudadanos, y no solamente en el dominio económico, social y cultural, sino también y sobre todo en el dominio político. Proponen un traspaso de los poderes detentados y ejercidos hoy por los inamovibles aparatos burocráticos (la famosa “máquina estatal”) a las masas de ciudadanos organizados, elegidos y revocables en todo momento por parte de sus electores. La iniciativa de las masas Es en este sentido que debe entenderse la afirmación de Lenin en “EL Estado y la Revolución”, según la cual el Estado obrero, la dictadura del proletariado, es el primer Estado en la historia de la humanidad que debe empezar a morir desde el instante mismo de su nacimiento. Y esta muerte del Estado consiste precisamente en la ampliación espectacular de la democracia directa en la base. Lo que, por otra parte, sólo es realizable si existen las condiciones materiales (reducción radical de la jornada de trabajo) y políticas (pluralidad de partidos y tendencias políticas, libre acceso a los medios de difusión de masas, garantía de todas las libertades fundamentales) indispensables para el funcionamiento real, y no solamente formal y en gran medida ficticio, de los consejos de los trabajadores. Puede parecer que nos hemos alejado mucho del problema, más modesto, de los “comités populares” suscitado por Louis Althusser. No lo creemos así. Hay una relación orgánica, una coherencia interna, entre una orientación política comunista que favorezca sistemáticamente las iniciativas de las masas en la base, y su autoorganización en las luchas actuales; entre esta concepción de la toma del poder por el proletariado que es la 18

puntodevistainternacional.org

concepción clásica de Marx y Lenin, y el modelo del futuro Estado obrero, de la dictadura del proletariado, de la democracia socialista y de la construcción socialista que estamos proyectando desde ahora y que defendemos en el seno de la clase obrera, del movimiento obrero organizado y de las masas trabajadoras en su conjunto. Quien sea incapaz de ver esta coherencia, quien trate de eludirla, se llevará los peores desengaños, tanto en el seno de las masas como en el seno de la propia vanguardia. Esta coherencia, por lo demás, se inscribe en filigrana en las luchas obreras y populares más corrientes, incluso al margen de una situación revolucionaria o prerrevolucionaria. Pues es preciso que las masas hagan la experiencia de la autoorganización. ¿Y cómo podrían hacerla sino a través de la experiencia de la autoorganización de sus luchas? Esta experiencia se concretará multiplicando y generalizando las experiencias de las asambleas generales en los lugares de trabajo (y de las asambleas generales de barrio, de estudiantes, etc.); multiplicando y generalizando las experiencias de los comités de huelga democráticamente elegidos por las asambleas generales de los huelguistas; multiplicando y generalizando la experiencia de los comités unitarios de bases de los que habla Althusser. Los consejos de trabajadores del mañana surgirán de la acumulación de tales experiencias moleculares de ayer y hoy. A esta concepción unificada y coherente de la autoorganización de las masas en el transcurso de sus luchas parciales, de la revolución socialista, y en el marco de la construcción del socialismo, le corresponde igualmente una concepción de lo que es un verdadero partido comunista, de lo que es una verdadera política comunista. Esta concepción se puede resumir en la siguiente fórmula: el partido ayuda a la clase a autoorganizarse y a autogobernarse, sin en ningún caso sustituirla. En el seno de los comités, de los consejos, el partido de vanguardia lucha a favor de su línea política correcta. Puede esperar conquistar y ganar a la mayoría de los trabajadores en favor de esta línea política, ¡cuando las condiciones sean favorables y la línea correcta! Si no lo consigue, si no gana el favor de las mayorías o si lo pierde, la lucha de clases, la revolución y la construcción del socialismo atravesarán crisis muy graves, que serán deficientemente superadas o que no serán superadas en absoluto. Pero los medios que debe emplear en su lucha en el seno de la clase deben ser medios políticos y no medios administrativos o represivos. Todo el poder a los consejos y a los comités, y no todo el poder al partido; ésta es la conclusión que se impone. 19

Contra el electoralismo, por los comités unitarios

Esto no reduce en absoluto la importancia decisiva del partido revolucionario en el proceso de la lucha de clases, de la destrucción del capitalismo y de la construcción del socialismo. Al contrario, acentúa aún más su importancia vital. La simple espontaneidad de las masas no ha conseguido no conseguirá nunca resolver los problemas clave del porvenir de la humanidad. Pero un verdadero partido comunista es la vanguardia de la clase obrera en vías de autoorganización y de autoemancipación, y no el sustituto o el manipulador de la clase. Ahí reside lo esencial de la cuestión. Dirigentes naturales En este sentido, lejos de ser una vanguardia autoproclamada, el partido revolucionario no se construye y no culmina su construcción más que en la medida en que es capaz de conquistar una posición de vanguardia en el seno de la clase tal como es. Nada menos arrogante o sectario que un verdadero dirigente obrero de vanguardia, que, por definición, ha de saber ganarse la atención, la estima y finalmente la confianza política de sus compañeros de trabajo, en función no solamente de su militancia, sino también de sus conocimientos, de sus capacidades tácticas y organizativas, de su entrega, de sus cualidades humanas, de su talento de “líder natural”. Debe ser el resultado de un auténtico proceso de selección en el seno de la clase. El verdadero partido comunista es el que reúne el máximo de estos “dirigentes naturales de la clase” en sus lugares de trabajo, les da la formación y la experiencia políticas permanentes para que superen el estrecho horizonte de su experiencia personal forzosamente fragmentaria, y les permite al mismo tiempo contribuir con toda su experiencia personal y su iniciativa personal tanto a la formación de su partido, como al progreso de la conciencia de la clase de la que forma parte. Para ello, han de poder usar su propia cabeza, manteniendo en todo momento una absoluta independencia de espíritu. Con ello volvemos a encontrarnos en el nudo mismo del problema. Ningún progreso cualitativo es posible en la construcción de un partido comunista de este tipo, o en la expansión de la lucha de clases, sin un desarrollo impetuoso de las múltiples formas de autoorganización de las masas trabajadoras, es decir, de los comités unitarios de base. Al negarse a avanzar por la vía de la constitución de “comités populares”, los dirigentes del PCF han contribuido, desde el primer momento, de un modo fundamental, al fracaso del 20

puntodevistainternacional.org

“cambio responsable”, es decir, al mantenimiento del régimen Giscard–Barer en Francia, independientemente de la posible evolución ulterior de los dirigentes socialdemócratas y de su actitud táctica con respecto al PCF. Tras este rechazo, hay toda una serie de opciones y elecciones estratégicas de base que Althusser no analiza en absoluto y sobre las cuales debemos extendernos. Todas ellas están vinculadas a la propia naturaleza del “cambio” que se persigue. Hay que poner en evidencia una estrepitosa contradicción en la posición defendida por la dirección del PCF. Hablando en la fiesta de “Avant–garde”, Georges Marchais exclamaba: “Fijaos en lo que está pasando actualmente. En todas partes, en todas las corporaciones, en todas las regiones, crece el descontento y las luchas adquieren una amplitud, una combatividad y una decisión raramente alcanzadas antes. Hay unos cuantos nombres que están en boca de todos: Renault, con la respuesta al lock–out de Flins; la ocupación en Cléon y los movimientos en las demás fábricas del grupo: Boussac, Terrin… Fijaos también en otras partes: cada vez son más numerosos los paros, las manifestaciones contra el paro, por un salario y unas condiciones de trabajo más justas. Es lo que está pasando en muchos hospitales, en la B.S.N. Emballage, en la E.D.F.–G.D.F., en la R.A.T.P., en Printemps, en Chatiers de l´Atlantique, en Wagons–Lits, en las fábricas de curtidos del Puy, en Flaminaire, Neiman, Aigles, Jaeger, Précimétaux, etc.; centenares de empresas viven hoy en situaciones conflictivas, algunas de las cuales terminan en éxitos sensibles”. (L´Humanité, 5 de junio de 1978) Ahora bien, este descontento y estas reivindicaciones no se dirigen sólo contra determinados patronos individuales, contra su ofensiva de despidos y de aceleración de los ritmos de trabajo, contra la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, contra el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo. Se dirige también contra la política del gobierno en su conjunto, y concretamente contra las escandalosas subidas de los precios y de las tarifas de los servicios públicos, decididas por Barre tras una campaña electoral

21

Contra el electoralismo, por los comités unitarios

en la que tales oleadas de inflación habían sido presentadas como algo que se produciría inevitablemente con la eventual llegada al poder de la izquierda. Marchais admite que este vasto movimiento reivindicativo constituye de hecho la “tercera vuelta” de las elecciones, es decir, un desafío de las masas trabajadoras al poder burgués en su conjunto. Pero ¿cómo hacerse cargo del mismo por medio de huelgas aisladas y fragmentarias? ¿No es acaso evidente que este movimiento reivindicativo debe ser unificado y centralizado para poder alcanzar sus objetivos? ¿Acaso no es evidente que es preciso integrar en el mismo las poderosas fuerzas aliadas a la clase obrera que están creciendo por todas partes: el movimiento feminista, el movimiento de jóvenes, el movimiento ecologista? ¿Cómo llevar a cabo esta unificación al margen de los comités unitarios de acción en la base, cuando su unificación por la vía electoral y parlamentaria ha fracasado lamentablemente? Apostamos que Georges Marchais, entre diez insultos y calumnias sobre la manipulación, por parte de la burguesía, de los disidentes del PCF, se guardará mucho de contestar esta pregunta, por lo demás absolutamente sencilla y clara. De esta manera habrá demostrado –ante sí mismo, ante la oposición comunista y ante las fuerzas de la extrema izquierda– que es capaz de esquivar realmente el problema más candente del momento: ¿cómo terminar con la política y el poder de los Giscard–arre, fautores de miseria y opresión?

22

3 Frente popular o frente único de los trabajadores Acerca de la cuestión de la lucha contra el centralismo burocrático, así como acerca de la cuestión de los comités unitarios de base (comités populares), Louis Althusser ha avanzado unos pasos que permiten orientar el debate existente en el interior del Partido Comunista y del movimiento obrero en su conjunto por el buen camino, el de una búsqueda de soluciones que conduzcan a prácticas políticas y organizativas verdaderamente comunistas. Desgraciadamente, no se puede decir lo mismo de otras dos cuestiones que, sin embargo, son decisivas desde el punto de vista de la teoría y la práctica marxistas, y que están subyacentes en la crisis del PCF y de la totalidad del movimiento obrero francés: la cuestión del gobierno y la cuestión del Estado. En este sentido, Althusser esboza una apertura en “Ce qui ne peut plus durer dans le Parti Communiste”, con respecto a lo que había escrito anteriormente, especialmente con ocasión de los debates suscitados por el XXII Congreso del PCF. Sus artículos de Le Monde están sembrados de alusiones favorables a la política del Frente Popular y de resabios nostálgicos por la época en que Maurice Thorez dirigía el

Frente popular o frente único de los trabajadores

PCF. Y, sin embargo, nadie tiene derecho a ignorar que las prácticas y las “teorías” estalinianas, por lo que respecta a la estructura del PCF –su burocratización, su osificación burocrática– se institucionalizaron definitivamente en el seno del PCF precisamente cuando Maurice Thorez asumió el secretariado general (en este sentido, se puede consultar con provecho la biografía de Thorez escrita por Philippe Robrieux). Nadie tiene derecho a ignorar que el rechazo de la desestalinización en el seno del PCF, primero, y la aceptación, después, de labios para afuera, de la misma, salmodiando la grotesca fórmula de las “consecuencias del culto a la personalidad”, fueron precisamente obra de Maurice Thorez. ¿A qué viene, pues, esta operación oportunista e incoherente de reivindicar a la vez a Maurice Thorez y la necesidad de desvelar a fondo la naturaleza y la influencia perjudicial del estalinismo, es decir, la burocracia? Pero las cosas adquieren un cariz más complicado y a la vez más preciso cuando las referencias a Maurice Thorez van a la par con las referencias favorables a la experiencia del Frente Popular. Es indiscutible que esta experiencia dejó un recuerdo positivo, no solamente en el ánimo de los militantes del OCF, sino también en el de numerosas capas de trabajadores no comunistas. Y ello se debe a que esta experiencia la vinculan sobre todo con la dinámica unitaria que puso en marcha en el seno de la clase, una dinámica forzosamente positiva y vital para el progreso del movimiento obrero. Todavía recuerdan lo que esta dinámica representó en la práctica: las 40 horas, los derechos sindicales arrancados a las empresas. Pero precisamente ahí reside el equívoco. El Frente Popular no se puede limitar a esta dinámica unitaria. Se trata también y sobre todo de una dinámica unitaria desviada de sus objetivos anticapitalistas naturales y centrada en unos objetivos y unas formas de gobierno compatibles con la pervivencia del Estado burgués y de la economía capitalista. Tanto con la Unión de la Resistencia como con la Unión de la Izquierda, se ha asistido a un proceso análogo. Para los militantes y los trabajadores, se trataba de restablecer la unidad de las fuerzas del trabajo. Para los dirigentes del PS y del PCF se trataba, por el contrario, de una operación de colaboración de clase, tendente a garantizar la pervivencia de las instituciones del Estado burgués y de la propiedad privada en Francia en unas condiciones en que el auge del movimiento de masas amenazaba con terminar con ellas.

24

puntodevistainternacional.org

Una baza decisiva abandonada en manos de la burguesía ¿Es esta una interpretación de los hechos partidista y sectaria, propia de trotskistas o de “izquierdistas” impenitentes? Que quien así lo crea repase los testimonios de la época, que estudie las declaraciones de Léon Blum en el proceso de Riom, que lea las “Memorias” de De Gaulle (especialmente los pasajes referentes al papel desempeñado por Thorez y por los dirigentes del PCF, en 1944–46), que recuerde la disolución de los F.T.P., la fórmula “un solo Estado, un solo ejército, una sola policía”, los slogans “la producción ante todo” y “la huelga es un arma de los truts”. Comprobará que nuestro juicio no está teñido en absoluto de subjetivismo, sino basado en un análisis objetivo del comportamiento de la dirección burocrática del PCF durante los tres momentos de exaltación revolucionaria que ha conocido la sociedad francesa en el siglo XX: el de 1936, el de la liberación y el de mayo del 68 (en este sentido, se puede consultar el testimonio de Roger Garaudy, que entonces era miembro del Bureau Político del PCF). Habrá quien objetará: de todos modos, hay una notable diferencia entre el Frente Popular, que englobaba al más importante de los partidos burgueses de la época en Francia, el partido radical de Daladier y Herriot, por una parte, y la Unión de la Izquierda, por otra, en la que los únicos políticos burgueses son los de la insignificante franja de los “radicales de izquierda” y los “golistas de izquierda” que sólo se representan a sí mismos. No discutimos en absoluto que exista esta diferencia. Decimos simplemente que no afecta para nada a lo esencial: la función política de la Unión de la Izquierda –que es la misma que la del Frente Popular y que la de la Resistencia unida sobre la base de la colaboración de clase–, que consiste en desviar hacia objetivos compatibles con la pervivencia del régimen capitalista a un poderoso movimiento de las masas trabajadoras, cuyo potencial anticapitalista resulta evidentemente amenazador para la burguesía. En este sentido, la presencia de los “radicales de izquierda” en la Unión de la Izquierda, así como la de los “golistas de izquierda” en las componendas que tanto satisfacen a Georges Marchais, tiene un valor más que simbólico. Representa la garantía tangible ofrecida a la burguesía: “Mientras nosotros estemos ahí, no se avanzará mucho por la vía del colectivismo”. El papel desempeñado por M. Fabre durante la crisis que llevó a la descomposición de la Unión de la Izquierda no hace más que confirmar plenamente este diagnóstico.

25

Frente popular o frente único de los trabajadores

Pero el fondo de la operación se revela en el propio Programa Común. Y en este punto, Althusser cae una vez más en la trampa de sus contradicciones teóricas y políticas. Critica, con razón, la teoría del “capitalismo monopolista del Estado”. Se burla, con la misma razón, de la leyenda de la “unión del pueblo en Francia que se levanta contra un puñado de monopolistas”. Estas dos teorías revisionistas prescinden completamente de la lucha de clases entre la burguesía (que no se puede reducir, en absoluto, a un puñado de monopolistas) y el proletariado, es decir, la masa de los asalariados. Estas dos teorías pretenden camuflar la crisis del modo de producción capitalista, que se manifiesta, en última instancia, en el descenso de la tasa de beneficio, tras una supuesta crisis del capitalismo monopolista de Estado aparentemente producida por la mala gestión. Se trata de escamotear, de este modo, el misterio contenido en el Programa Común: ¿cómo se puede remontar una economía que sigue siendo totalmente capitalista, la mayoría de cuyos medios de producción siguen estando en manos de la propiedad privada y que sigue inserta en la estructura económica capitalista internacional, sin un aumento de la tasa de beneficio, aumento que sólo puede lograrse a expensas de los trabajadores, por medio de una política de austeridad? Una vez que se ha comprendido la naturaleza de estas operaciones políticas, una vez que se ha visto que se basan en la colaboración de clase y en el mantenimiento del régimen capitalista –sin perjuicio de hacerle pagar un precio que la gran mayoría de capitalistas no están dispuestos a pagar de momento, ya que (todavía) no se sienten amenazados por una revolución inminente– no es posible negar la naturaleza radicalmente distinta del Frente Popular y del Frente Único de los Trabajadores, a pesar de todas sus aparentes similitudes. Y sean cuales sean las dificultades con que hemos de tropezar forzosamente en la actual coyuntura para hacer comprender esta diferencia a los militantes comunistas y a la masa de los trabajadores, es preciso llevar a cabo una incansable propaganda en este sentido en el seno de la clase obrera. Cualquier ambigüedad al respecto no hará más que preparar el peor de los sinsabores, la más desastrosa de las derrotas. La dinámica de la unidad de acción Topamos aquí con una segunda objeción, paralela a la primera pero de un signo en apariencia diametralmente opuesto. ¿Acaso los dirigentes socialdemócratas no son también políticos burgueses, de la misma calaña que los Fabre y Cia? ¿Por qué nos 26

puntodevistainternacional.org

cebamos exclusivamente contra los políticos que representan a los partidos burgueses y en cambio nos mostramos comprensivos con los dirigentes del PS? Para nosotros, el aspecto esencial del problema es el de la movilización, la unificación y la autoorganización de la clase obrera y de las masas trabajadoras en su conjunto. Si estamos decididamente, ardientemente, apasionadamente a favor de la unidad de acción de todas las fuerzas del movimiento obrero organizado, no es precisamente porque nos hagamos ilusiones respecto a los objetivos, a las finalidades políticas y a las plataformas de los dirigentes de tales fuerzas (por otra parte, no veo por qué deberíamos diferenciar a los del PS y a los del PCF). Es porque la experiencia ha confirmado siempre que tales acuerdos de unidad de acción crean un clima favorable al desencadenamiento de una vasta dinámica unitaria en las masas, facilitan la realización de la unidad de acción del conjunto de las masas trabajadoras, lo que les da una potencia social y política irresistible. Ahora bien, a diferencia de los radicales de izquierda y de los golistas de izquierda, el PS forma parte del movimiento obrero organizado, y así lo ve la mayor parte de los trabajadores. Sin su participación, la unidad de acción obrera sería mucho más difícil, por no decir imposible. Es cierto que las cosas no se producen automáticamente. Es cierto, también, que la unidad de acción de las masas puede realizarse a veces pasando por encima de los dirigentes. Pero especular acerca de tales eventualidades en países en los que el movimiento obrero organizado dispone de tradiciones, de estructuras y de influencias profundamente arraigadas en la clase obrera, equivale a apostar deliberadamente por la posibilidad menos probable. Vale más aprovechar las bazas que tenemos a nuestra disposición. Vale más hacer todo lo posible para que la unidad de acción se estructure tanto en la cima como en la base, a todos los niveles de la lucha de clases y de la vida política del país. Althusser parece tener conciencia de la contradicción en la que está atrapado a propósito de la política de Frente Popular. No puede adoptar la posición, que es la suya propia, acerca de la dictadura del proletariado y contra la “democracia avanzada”, acerca de la crisis del modo de producción capitalista y contra el “capitalismo monopolista de Estado”, sin adoptar al mismo tiempo la conclusión que se impone: el único “cambio decisivo” posible en un país imperialista maduro como Francia es la destrucción del régimen capitalista, es la revolución socialista, es la conquista del poder por los trabajadores, y no la manipulación del aparato del Estado burgués por una “alianza anti– monopolista”.

27

Frente popular o frente único de los trabajadores

Trata de eludir la dificultad valiéndose del problema de las alianzas. La clase obrera no puede tomar el poder sola, afirma refiriéndose a una cita de Marx de 1848 sobre el “sólo fúnebre”. Nos encontramos decididamente lejos del “análisis concreto de la situación concreta”. ¿Acaso la estructura social de la Francia de 1978 es la misma que la de 1848? ¿Cuál es el peso específico que juegan hay en esta estructura los trabajadores asalariados? ¿Es minoritario o ampliamente, muy ampliamente, mayoritario, aproximándose o superando incluso el 80% de la población activa? Althusser se refugia, pues, tras una segunda línea defensiva; habría que distinguir a los obreros –a los que identifica con los obreros productivos de la industria y el transporte– de las “amplias masas de trabajadores explotados y oprimidos” (“Ce qui ne peut plus durer dans le parti Comuniste”, página 111). La querella sobre la definición no tiene mucho interés en este contexto, a partir del momento en que no se comete la aberración de calificar de “pequeña burguesía” a esta masa de trabajadores asalariados “no productivos”. Pues el propio Althusser subraya que la pequeña burguesía “sigue aferrada al mito de la propiedad” (op. Cit, página 100). ¿Y quién se atrevería a afirmar que la masa de los maestros, de los empleados de correos, de la banca o de los grandes almacenes, incluso de los técnicos, se aferra a la propiedad privada de los medios de producción en Francia? Dos políticas de alianza diametralmente opuestas Así pues, tras el supuesto axioma sobre la necesidad de las alianzas se perfilan en realidad dos políticas de alianzas diametralmente opuestas entre sí. Dos políticas que encubren dos estrategias y dos programas no menos diametralmente opuestos, que dan todo su sentido a la distinción de principio y de clase que hemos introducido entre la política del tipo frente popular y la política de unidad de acción de los trabajadores. La primera política de alianzas trata de forjar la unión de todos aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a un patrón o a un Estado–patrón. Constituye la inmensa mayoría de la población activa y la absoluta mayoría de los electores. Si se asume la defensa intransigente de sus intereses materiales inmediatos, si se tiene en cuenta su feroz apego a las libertades políticas, si no se olvida su radicalización ni la imposibilidad de satisfacer sus preocupaciones en el marco del régimen de la propiedad 28

puntodevistainternacional.org

privada, se puede desarrollar una dinámica unitaria de alcance netamente anticapitalista que se oriente hacia un nuevo mayo del 68, pero esta vez victorioso. No hace falta decir que sectores del campesinado, pequeños comerciantes y artesanos pueden ser integrados en este frente, en la medida en que no son explotadores capitalistas, en la medida en que la revolución socialista sólo persigue la supresión de la propiedad capitalista, por lo que no va a suprimir tiránicamente la propiedad de la gente que trabaja por cuenta propia sin explotar mano de obra asalariada, sino que va a ofrecerles ventajas económicas y sociales muy concretas, y es de esperar que los integre en la sociedad sin clases por la vía de su adhesión a las cooperativas. La segunda forma de alianza es la que se plantea entre las burocracias de las grandes organizaciones obreras y sectores importantes de la burguesía explotadora, con el pretexto de “aislar a los monopolistas”. Esta alianza es impensable a menos que se den garantías a estos sectores burgueses, a la vez contra la expropiación del capital, contra la revolución social y contra las movilizaciones de masas excesivamente unitarias e impetuosas, que podrían desencadenar una dinámica revolucionaria. Esta política de alianzas se ve obligada forzosamente a fragmentar, aislar y aplastar el empuje unitario de las masas. Con el pretexto de las “alianzas” y de la “unidad”, sacrifica los intereses materiales esenciales de las masas (ejemplo, la política de austeridad defendida por el PC italiano) y divide profundamente a la clase obrera y a las masas trabajadoras. Ahí está la madre del cordero. Ahí está la razón de que los dirigentes del PCF se opongan a los comités unitarios de base, de que puedan combinar perfectamente una actitud sectaria respecto a los trabajadores socialistas y una actitud oportunista respecto a los banqueros radicales de izquierda o golistas de izquierda…

29

4 Por una estrategia de recambio Indiscutiblemente, lo que ha precipitado la crisis del PCF ha sido el fracaso de la Unión de la Izquierda en las elecciones del 12 y del 19 de marzo de 1978. Louis Althusser afirma: “La derrota de la Unión de la Izquierda ha provocado un grave desconcierto en las masas populares y una profunda turbación en buen número de comunistas. Con excepción de una fracción “obrerista” –sectaria, en realidad– que se alegra abiertamente de la ruptura con el PS, ruptura que interpreta como una victoria sobre el peligro socialdemócrata, la mayoría de militantes se han visto sorprendidos no sólo por este grave fracaso, sino sobre todo por las condiciones en que se ha producido esta extraña derrota.” (Louis Althusser: “Ce qui ne peut plus durer dans le parti Communiste”, página 33) Pero tras haber criticado las condiciones en que se produjo el viraje decidido por la dirección del PCF en septiembre de 1977, y tras dar una explicación bastante verosímil del mismo, explicación que, en líneas generales, compartimos, el viraje significaba que la

Por una estrategia de recambio

dirección del PCF subordinaba el resultado global del 19 de marzo de 1978 a la estabilización a toda costa de una relación de fuerzas favorables con el PS en el seno de la clase obrera. Althusser llega a una conclusión sorprendente: “El hecho es este: al final de este viraje estratégico estaba la derrota. Por una razón muy simple: la izquierda necesitaba el apoyo de los votos “centristas” y pequeño-burgueses, votos que, en el estado de abandono en que el partido había dejado a estas capas, sólo el PS podía conseguir. Así pues, la pretensión que se perseguía era imposible: se quería conseguir una victoria despreciando los medios que tenían que llevar a ella.” (Ib, página 47) El viraje táctico del PCF En este punto, se imponen varias consideraciones. De entrada, Althusser habla de un viraje estratégico de Marchais. En realidad, sería preciso hablar, como mucho, de un viraje táctico. Pues la estrategia no es otra que la del electoralismo que enuncia el propio Althusser. Y uno de los objetivos principales del “viraje de septiembre de 1977” era el de reducir al máximo el desfase electoral existente entre el PCF y el PS. Se trataba, pues, de una nueva táctica, al servicio de una estrategia que seguía siendo básicamente electoralista, es decir, igual a sí misma. En segundo lugar, ¿dónde está la demostración de que “la izquierda –sería mejor decir el PC y el PS– necesitaba el apoyo de los votos centristas y pequeño-burgueses para obtener una mayoría de votos el 12 y el 19 de marzo capaz de neutralizar las consecuencias del establecimiento de las circunscripciones electorales y de las manipulaciones electorales que favorecían a la burguesía. Al contabilizar él mismo los votos obreros en la página 98 de su folleto, Louis Althusser afirma: “Sólo el 33% de la clase obrera ha votado al partido; el 30% de sus votos han ido a parar el PS, el 20% a la derecha, y el resto se ha refugiado en la abstención y en el rechazo feroz de toda política (tradición anarcosindicalista en Francia.”

32

puntodevistainternacional.org

Esta contabilización es parcial, pues se olvida voluntariamente del 5/6 % de votos obreros obtenidos por las listas de la extrema izquierda. Este importante voto, de aproximadamente un millón de votantes, en su mayoría obreros, confirmaba el veredicto de las elecciones municipales y dejaba muy claro que la extrema izquierda representa ya una corriente real en el seno de la clase obrera. El total de votos procedentes de la extrema izquierda destinados a los candidatos del PC y del PS durante la segunda vuelta de las elecciones fue proporcionalmente más notable (entre un 85 y un 90% según los sondeos) que el de los votos que los electores del PCF, confirmándose de este modo el mayor nivel de politización y de conciencia de clase de los electores de extrema izquierda. Pero el problema sigue planteado. Mientras que, según las estadísticas más serias – especialmente la publicada por Le Nouvel Observateur– tan sólo unos 300.000 electores “centristas y pequeño-burgueses” modificaron su intención de voto la vigilia de las elecciones, la izquierda perdió varios millones de votos obreros. ¿No habría sido mejor estudiar el modo de ganar y conservar esos votos obreros, en vez de correr tras el espejismo de los “electores marginales”? ¿No habría sido más rentable –incluso desde el punto de vista electoral– forjar la unidad del frente proletariado que ir haciendo concesión tras concesión a la burguesía, con el pretexto de no asustar a la pequeña burguesía, que de todos modos acabó votando a la derecha, a pesar de tantas concesiones? El electoralismo: una estrategia condenada al fracaso Pero claro: el combate necesario para constituir la unidad del frente proletario habría exigido un cambio de estrategia en relación al electoralismo, que se ha revelado como una estrategia condenada al fracaso, incluso desde un punto de vista puramente electoral. Habría sido preciso dar prioridad a todo lo que podía atraer hacia el movimiento obrero organizado al obrero no politizado o asqueado por las “guarradas” de los dirigentes socialdemócratas y estalinistas (que desde 1944, para no remontarnos más atrás, han sido incontables). Un combate como éste tenía que partir necesariamente de la defensa intransigente y sin fisuras de los intereses inmediatos de esta masa de trabajadores, y no solamente de los más “pobres” (en este punto, Althusser tiene razón, a pesar de que tiende a subestimar 33

Por una estrategia de recambio

los desastrosos efectos de la crisis económica sobre importantes capas trabajadoras, minoritarias sin duda). Habría sido preciso unificar a las capas no politizadas y no organizadas de la clase obrera con la parte consciente y organizada de la misma, en la lucha por sus intereses cotidianos: era una condición previa esencial para conseguir sus votos el 12 y el 19 de marzo de 1978 y para ganar las elecciones. Con otras palabras, la derrota de la Unión de la Izquierda –o para ser más exactos: el hecho de que el PS y el PC juntos no hayan obtenido la mayoría de escaños en la Asamblea– no se forjó en septiembre de 1977, sino mucho antes, el mismo día en que los dirigentes del PCF y el PS, así como los dirigentes sindicales, se reunieron y tomaron la decisión de moderar las luchas para “no asustar al electos pequeño-burgués”. Esta derrota se forjó cuando se decidió no combatir resueltamente el Plan Barre, un plan que ha perjudicado a todas las capas de asalariados, independientemente de su mayor o menor remuneración. La ruptura de septiembre del 77 no hizo más que culminar un proceso que había empezado mucho antes. Con sagacidad retrospectiva. Edmond Maire afirma que se ha sacrificado la “movilización social” al “cambio político” durante el año que precedió al 12–19 de marzo de 1978 (Le Monde, 25 de abril de 1978). Es indiscutible, y ha sido esto lo que ha provocado la derrota. Recuérdense las exclamaciones: “No hay más que una solución política de conjunto contra Barre–Giscard. Hagamos unas buenas elecciones y todo se resolverá”. ¡Las “buenas elecciones” ya se han hecho, y de qué modo! Podemos estar seguros de que la amargura, el desánimo, la incomprensión –que sólo de un modo parcial han podido ser restañados por la extrema izquierda– engendrados por este aplastamiento del movimiento social durante dieciocho meses, les han hecho perder a los candidatos PC-PS muchos más votos el 19 de marzo de 1978 que los famosos “votos centristas y pequeños-burgueses” que se les escaparon de las manos el día antes del día D. Es preciso que los militantes comunistas, y particularmente los militantes obreros, se planteen una cuestión de capital importancia para darse cuenta de que la explicación de Althusser acerca de las causas del fracaso el 12-19 de marzo de 1978 es una explicación insuficiente, por no decir falsa. ¿Cuál es la razón de que la influencia de la CGT en las empresas se esté desmoronando regularmente desde hace años, desde bastante antes 34

puntodevistainternacional.org

del viraje de septiembre de 1977? ¿Se debe acaso a un retroceso de combatividad o en la conciencia de clase de los trabajadores? ¡Pero si todos los hechos demuestran lo contrario y tanto Althusser como Marchais se ven obligados a admitirlo! El retroceso de la CGT frente a la radicalización de las diferentes capas de la clase obrera, ¿no es la mejor prueba de que el fracaso del 12–19 de marzo de 1978 se debe a una serie de causas además de las que Althusser pone en evidencia? Althusser no tiene armas ante Marchais en el plano de la política en su conjunto, en la medida en que no opone ninguna estrategia global a la de la dirección del PCF, en la medida en que, en el fondo, alimenta las mismas ilusiones y las mismas opciones estratégicas que Marchais. Y ello se debe a que todavía no ha analizado en profundidad las causas del fracaso de la política del Frente Popular y de la Unión de la Resistencia (que se prolonga con la participación ministerial y el tripartidismo de los años 1944-47). Pues el fracaso de esta política fue tan estrepitoso como el de la Unión de la Izquierda. Una de las raíces teóricas de esta incomprensión reside en el hecho de que Althusser no ha roto todavía con vieja manía socialdemócrata y reformista de separar “el movimiento político” y el “movimiento social”, estando el primero “a cargo del partido” (es decir, siendo una cuestión de elecciones y de parlamento) y el segundo “a cargo del sindicato” (es decir, siendo una cuestión de huelgas puramente reivindicativas). Esta división del trabajo en el seno del movimiento obrero, que constituye el modo más ideal de despolitizar a la clase obrera y de aburguesar la práctica política (empezando por la de los delegados obreros) se encuentra en la sutil distinción entre “huelgas económicas” y “huelas políticas” que Althusser introduce en el prefacio a la edición del Capital (Tomo 1, Flammarion), distinción de la que, sin embargo, tanto se burlaron Marx y Lenin. La única estrategia de recambio coherente que se puede oponer a la estrategia totalmente electoralista y reformista de los dirigentes del PCF y del PS, es la que se base en la movilización y en la unificación de las luchas extraparlamentarias de los trabajadores y de las masas explotadas, luchas que tendrían que desembocar en movimientos de masa políticos y en huelgas generales (sin despreciar la ayuda que podrían representar las “excelentes elecciones”) y crear crisis de ruptura revolucionarias con el Estado burgués y la sociedad capitalista.

35

Por una estrategia de recambio

Un programa de reivindicaciones transitorias ¿Acaso es ésta una estrategia “obrerista” y “economicista”? Nada más falso. Nosotros afirmamos que es preciso partir de la defensa intransigente de los intereses materiales inmediatos de todos los asalariados. Pero no todos los asalariados son precisamente obreros manuales de la industria. Y si bien es preciso partir de esos intereses, eso no significa que haya que quedarse en las reivindicaciones inmediatas. La defensa de esos intereses exige, al contrario, la defensa de un programa de un conjunto de reivindicaciones transitorias, que culminen en dos reivindicaciones de carácter político: que los partidos que se reclaman del movimiento obrero concierten un pacto de unidad contra los partidos burgueses, y que los dirigentes del PS y del PCF formen solos el gobierno para satisfacer las reivindicaciones obreras y populares. De este modo, la clase obrera se educará sistemáticamente en la cuestión capital del poder político. Nosotros, los revolucionarios, ya nos encargaremos de ponerla en guardia contra las ilusiones relativas a la voluntad (y a la capacidad) de los dirigentes reformistas del PS y del PC de romper realmente con la burguesía, de satisfacer las aspiraciones de las masas. Sabemos que una gran mayoría de los trabajadores alimenta todavía esa clase de ilusiones. Ilusiones que sólo se desintegrarán sobre la base de su experiencia práctica con un gobierno PS-PC, y no sobre la base de nuestra exclusiva propaganda educativa. Por otra parte, cuando hablamos de la necesidad de unificar las movilizaciones extraparlamentarias de masa, no estamos pensando en absoluto en las simples movilizaciones por reivindicaciones económicas en el sentido tradicional de la expresión. Unificar las luchas reivindicativas de los trabajadores con las luchas de las mujeres, de los jóvenes, de los ecologistas, de las sensibilidades anti-imperialistas y anti-racistas, equivale a atraer hacia el movimiento obrero organizado no solamente a millones de aliados (y de pasada, nuevos electores) potenciales, sino que también contribuye a politizar profundamente a la propia clase obrera, o por lo menos a sus sectores menos politizados. Esta estrategia de recambio ¿no pasa acaso por alto el profundo apego de las masas trabajadoras a las libertades democráticas, apego que abusivamente se identifica con el apego al Parlamento? ¿Se puede utilizar seriamente este argumento en un país que ha visto pasar a los participantes en una huelga general de 3 millones (en junio de 1936) a 36

puntodevistainternacional.org

10 millones (en mayo de 1968)? Demostremos, con nuestra práctica en el seno del movimiento obrero y en las luchas obreras y populares, quiénes son los verdaderos demócratas, y las masas trabajadoras se verán mucho menos amedrentadas por las movilizaciones extraparlamentarias de lo que están hoy por el espectro del estalinismo, a pesar de los mil juramentos de fidelidad parlamentarista del PCF. Esta estrategia, ¿no llevará inevitablemente a una prueba de fuerza con la burguesía y el Estado burgués? Indiscutiblemente. Pero el marxista Althusser debería saber que tal prueba de fuerza sólo se produce cuando está inscrita en la dinámica objetiva de la lucha de clases, y cuando las contradicciones del régimen capitalista se vuelven explosivas. Si dichas condiciones objetivas no se dan, ninguna agitación de ningún grupúsculo izquierdista podrá provocarla. Pero si estas condiciones objetivas está maduras, ninguna astuta maniobra de los dirigentes reformistas –sean del PCF o del PS– podrá impedirla. El resultado de esta prueba de fuerza dependerá de la preparación que las masas hayan tenido y de la dirección que se haya forjado para estas luchas. Una estrategia que tiene en cuenta la inevitabilidad de una prueba de fuerza de este tipo a corto o a largo plazo es una estrategia que contiene al menos la posibilidad de la victoria. Una estrategia que trata de evitar a toda costa esta inevitable prueba de fuerza (con el pretexto de que sólo podrá saldarse con un fracaso) corre inevitablemente hacia la derrota. Corre inevitablemente hacia un 1938, un 1940, un 1958, y hacia todas las múltiples variables que suceden cada vez, cual misas mortuorias, a los cantos de esperanza de los grandes impulsos unitarios.

37

5 El estalinismo, fuente de malestar en el PCF Althusser se refiere de pasada a los orígenes estalinianos de la estructura burocrática del PCF. Escribe que este partido “se unió al carro del estalinismo, aportando su propia cosecha a la era de las banalidades oficiales que convertían a la teoría marxista en dogma de Estado internacional” (página 91). Pero, contrariamente a lo que se hubiera podido esperar de un filósofo marxista apasionado por la teoría, no se hace ningún esfuerzo tendente a establecer la relación existente entre la naturaleza del estalinismo, la naturaleza de la estructura organizativa del PCF, y la naturaleza de la práctica política de la dirección de este partido. Y, evidentemente, esto no tiene nada de casual. Dado que Althusser no llega a cuestionar la estrategia de conjunto del PCF, tampoco puede dejar al descubierto la naturaleza social de la misma. Por ello, la crítica que hace de los dirigentes de este partido es una crítica inconexa y ecléctica. Althusser critica la ausencia de teoría, el revisionismo teórico, el abandono de la dictadura del proletariado, por una parte. Critica la estructura burocrática y los métodos

El estalinismo, fuente de malestar en el PCF

usados para aplastar la democracia en el interior del partido, por otra. Pone en relación estas dos críticas con una concepción de la clase obrera en su conjunto, e incluso con los “errores” políticos cometidos por la dirección del PCF. Pero no hay ningún hilo conductor que unifique todas estas críticas. Pues bien, no hay más que dos explicaciones coherentes posibles para la totalidad de estas deformaciones y degeneraciones, que con toda evidencia contradicen el objetivo original del comunismo y los intereses de la clase trabajadora. Una explicación revisionista del “malestar” en el PCF La primera explicación posible es la de la sistematización de la revisión del marxismo practicada por la propia dirección del PCF. En el fondo, consiste en decir: “Estáis en el buen camino, pero no habéis avanzado lo suficiente”. En este sentido, se pueden formular diversas variantes: “La culpa es de Lenin y del leninismo”, “La culpa es de Marx y del marxismo”, “La culpa es el racionalismo y del método de las ciencias naturales”. Pero, dejando a un lado los delirantes excesos del tipo “nouveuax philosophes”, la explicación de lo que anda mal en el seno del PCF, queda así: el problema consiste en que el PCF todavía es demasiado leninista, demasiado marxista, está demasiado ligado a una concepción de clase de la política. Esta explicación, evidentemente, lleva a una conclusión inevitable: para llegar a ser un “buen” partido, el PCF debería culminar el “proceso de socialdemocratización” en el que se embarcó hace tiempo. Debería retroceder hasta el Congreso de Tours. Debería abandonar su pretensión de ser un partido de clase y (o) vanguardia. Debería transformarse en una pura máquina electoral clásica, de tipo socialdemócrata, o mejor, radicalsocialista, en la que una serie de delegados, de “notables” y de dirigentes sindicales determinan la línea del partido en función de cálculos exclusivamente electorales, y prescindiendo totalmente de las preferencias y de las decisiones de los miembros más “groseros”, “incultos” y “sectarios”. Poco importa que las sirenas que susurran estas explicaciones y proposiciones, añadan: “es imposible que el PCF como tal sufra esta evolución. Esta evolución sólo es previsible que la sufran los elementos disidentes”, mientras otras crean que, efectivamente, el PCF pude conocer dicha evolución. No cabe duda de que tal “explicación” del malestar en el interior del PCF descaradamente revisionista, pequeño–burguesa, o burguesa a secas. Lo 40

puntodevistainternacional.org

que pretende es que culmine la integración de este partido en la sociedad burguesa francesa y en el Estado burgués, integración que está en curso pero que todavía no ha llegado a su final. Es igualmente indudable que la oposición comunista que trata de criticar la política de la dirección del PCF no sólo desde el punto de vista de la democracia interna, sino desde una posición política de izquierda, no se sentirá seducida por dicha “explicación”. La dirección del PCF en cambio, sabe sacar partido de ella, elevándola abusivamente al nivel de “ideología unificada de la oposición”, representada y calumniada, por lo demás, como una especie de quinta columna de la socialdemocracia e incluso de la burguesía. Comprender el estalinismo Si no quieren caer en esta trampa, si no quieren seguir por más tiempo en la cada vez más incómoda posición del eclecticismo, los camaradas de la oposición comunista sólo tienen una salida: interpretar todo lo que no funciona en el interior del PCF (y de la CGT) en función de la explicación marxista revolucionaria del estalinismo. Los Partidos Comunistas fueron creados por la izquierda revolucionaria en el seno de los partidos socialistas después de la primera guerra mundial y después de la revolución rusa, como instrumentos para la lucha por la revolución mundial, para dirigir a la clase obrera y a sus aliados en los momentos de crisis revolucionaria –considerados como periódicamente inevitables– hacia la destrucción del poder de clase económico y político de la burguesía, lo cual implicaba la destrucción del Estado burgués y la creación de un nuevo tipo de Estado, la dictadura del proletariado, basado en los consejos de los trabajadores (soviets) democráticamente elegidos en representación del conjunto de la población trabajadora. Tenían por función intervenir en las luchas de clase y en las luchas políticas corrientes para preparar a la clase obrera en la realización de esta tarea histórica central. Como consecuencia del aislamiento de la revolución rusa en un país atrasado, el Estado soviético y el PCUS conocieron un proceso de burocratización cada vez más pronunciado, del que Lenin fue muy consciente y contra el cual dirigió su principal esfuerzo en el último período de su vida, esfuerzo que la Oposición de Izquierda trotskista primero y la Oposición de Izquierda unificada después, prosiguieron. Sin embargo, estos esfuerzos no se vieron coronados por el éxito. La burocratización gangrenó todo el aparato del Estado 41

El estalinismo, fuente de malestar en el PCF

y del partido en la URSS, todo el aparato de la Internacional Comunista y el de los partidos comunistas. Políticamente, esta gangrena se expresó por medio del abandono del objetivo de la revolución mundial, abandono justificado con la teoría del “socialismo en un solo país”, con la supuestamente necesaria subordinación de los intereses de la lucha revolucionaria y de la lucha de clases en cada país a los intereses del “bastión soviético” (y más tarde del campo socialista). Esto llevó a los partidos estalinianos a desempeñar, en determinados momentos, el papel del último baluarte de la propiedad capitalista y del Estado burgués en varias crisis revolucionarias o pre-revolucionarias (la España republicana en 1936-37; junio del 36 en Francia; Francia-Italia 1944-47; mayo del 68; Italia en 1976, etc.), repitiendo con ello el papel contrarrevolucionario asumido por la socialdemocracia alemana, austríaca, italiana, etc., en 1918-1920. Organizativamente, esta gangrena se manifestó en el aplastamiento de la democracia en el interior de los partidos, con la liquidación del derecho de tendencia, con la transformación del centralismo democrático en centralismo burocrático, y con el conjunto de prácticas y hábitos estalinianos que sustituyeron a la democracia obrera en los Partidos Comunistas, en los sindicatos y demás organizaciones de masas controladas por los PCs, y en la totalidad del movimiento obrero. Socialmente, esta gangrena se explica por los intereses particulares de una capa social particular, que ha monopolizado el ejercicio del poder en la URSS a todos los niveles de la vida social, y que sobre esta base goza de una serie de enormes privilegios materiales. Esta capa social, la burocracia soviética, no es ni una “burguesía de Estado” ni una “nueva clase”, sino una excrecencia del proletariado, pero se ha osificado hasta tal punto que sólo podrá ser desplazada por una revolución política que establezca (o restablezca) la democracia socialista y el poder ejercido por los consejos de trabajadores democráticamente elegidos. La naturaleza de esta revolución política se manifiesta cada vez con mayor claridad a través de la experiencia de la revolución húngara de octubre-noviembre de 1956, la experiencia de la “primavera de Praga” de 1968, la experiencia de las grandes luchas de masas en la RP de China en el curso de los últimos quince años.

42

puntodevistainternacional.org

Ideológicamente, el estalinismo es una revisión del marxismo y del leninismo que, partiendo de la subordinación del proletariado a la capa burocrática, trata de justificar de un modo “teórico” la transformación de los PC´s, de instrumentos de la lucha de clases y de la revolución socialista, en instrumentos al servicio de maniobras diplomáticas de la burocracia soviética. Esta explicación marxista-revolucionaria del estalinismo –que, evidentemente, integra todos los elementos explicativos de las razones objetivas de la victoria política de la burocracia en la URSS, basadas en la situación objetiva de dicho país en los años 20 y en la situación internacional, pero no de un modo fatalista, es decir, sin considerar que esta victoria fuese inevitable o incluso “progresista” –es la única que permite una interpretación coherente del conjunto de fenómenos organizativos, políticos, estratégicos y teóricos con los que se encuentran hoy los camaradas de la oposición comunista. El proceso de socialdemocratización de los PC´s –iniciado pero aún no concluido– se explica perfectamente en el marco de esta misma explicación… Tras numerosos virajes, operados siempre por orden del Kremlin, que, desde 1934-35 (pacto Laval-Stalin) les ha llevado a veces a alinearse con su propia burguesía imperialista y a veces a oponerse violentamente a ella (1939-41, 1948-52), los dirigentes de los grandes partidos comunistas de los países imperialistas llevan ya 25 años inmersos en un proceso de adaptación al Estado parlamentario burgués, sin que se haya producido ningún viraje importante. En sí mismo, este proceso no se contradice con los objetivos del Kremlin (coexistencia pacífica, reparto del mundo en zonas de influencia con el imperialismo), pero sus motivaciones y consecuencias empiezan a distinguirse de las del pasado. Los dirigentes eurocomunistas siguen esta orientación reformista cada vez menos por orden del Kremlin y cada vez más por motivaciones propias, similares a las de la socialdemocracia de los años 20: para incrementar sus prebendas en el seno de la sociedad burguesa; para aumentar su peso electoral; para aumentar el número de municipios –y mañana de ministerios– que pasan bajo su control en función de este peso electoral, etc. Lo de menos es que conserven –o no– la idea de que un día –muy, muy lejano– se llegará así a suprimir gradualmente –muy, muy gradualmente– la naturaleza capitalista del Estado y de la economía de la que ellos se habrán vuelto sus gestores. Lo esencial es que su objetivo inmediato es hacerse cargo de esta gestión, con todo lo que

43

El estalinismo, fuente de malestar en el PCF

ello implica desde el punto de vista de los compromisos y de las formas cada vez más avanzadas de colaboración de clase. Precisamente porque esta política, idéntica a la del Frente Popular, se aplica hoy en función de unos criterios que ya no son los de la fidelidad del Kremlin, sino los del propio interés electoralista y los de la búsqueda de prebendas burocráticas propias de cada uno de los PCs, la posibilidad de que estos partidos se alíen con su propia burguesía contra el Kremlin aumenta, la posibilidad de que dejen de identificarse con el “campo socialista” en caso de conflictos internacionales graves, se hace cada vez mayor. Ahí reside toda novedad del eurocomunismo en relación al pasado. Al final de este proceso, las burocracias de los partidos comunistas habrían dejado de ser las agencias del Kremlin en el seno del movimiento obrero para convertirse en las agencias de la burguesía imperialistas. Pero se da el caso de que el objetivo del “eurocomunismo” –aumentar el peso específico del aparato del PC en el seno del aparato del Estado y de la economía capitalista– sólo se puede realizar si estos partidos conservan y acrecientan su peso electoral, su hegemonía en el seno del movimiento obrero organizado (y ante todo, en el seno del movimiento sindical). Pero al reducir su identificación con la URSS, al proseguir su proceso de socialdemocratización, al hacerse cargo –como los socialdemócratas– de la política de “gestión de la crisis capitalista”, corren el riesgo de perder su fisonomía política propia y, en consecuencia, su peso electoral y sindical. Esto explica que la obsesión de “no ser confundidos con la socialdemocracia”, incluso de un modo sectario, crezca paralelamente a su propio proceso de socialdemocratización. Y esto explica también lo que pasó en el seno de la Unión e la Izquierda Francesa a partir de septiembre de 1977. La trayectoria del eurocomunismo: el ejemplo del PC italiano El PCF (todavía) no ha ido tan lejos por este camino de la política de hacerse cargo de la gestión de la crisis capitalista como el PC italiano, el PC español o el PC finlandés. Pero en este caso, como en todos, la lógica de la estrategia gradualista, reformista y electoralista era implacable. Los camaradas de la oposición comunista en el interior del PCF deben tomar conciencia de ello.

44

puntodevistainternacional.org

Tras la severa derrota sufrida por el PC italiano –¡la primera desde hace 25 años!– en las elecciones del 14 de mayo de 1978, se produjeron algunas pálidas autocríticas en el aparato del partido. Veamos, por ejemplo, esta significativa observación del secretario del PCI para la sección de Rho (provincia de Milán): “Desde el 20 de junio de 1976… las secciones se han ido vaciando para administrar los municipios. El número de camaradas que prosiguen sus actividades políticas se ha reducido… Pero administrar es difícil. El déficit de las (viejas) administraciones democristianas han de soportarlo ahora las administraciones rojas. Spinelli (diputado): “Hay que ser claros y combativos en la explicación de las responsabilidades de lo que ha pasado. Hay que explicarle a la gente por qué nos hemos visto obligados a aumentar las tarifas de los transportes, de los asilos, de la asistencia.” Otro secretario. “Algunos de nuestros administradores subestiman el contacto con los ciudadanos. Sólo se preocupan de la eficacia, de la rapidez, como si un municipio fuese una fábrica…” (La República, 1 de junio de 1978) En Francia todavía no se ha llegado a tanto. Pero es lo que os espera al final del camino, camaradas del PCF, si la estrategia de la dirección sigue tal como ahora. Por mucho que se grite contra la socialdemocracia y contra las tentaciones “derechistas y centristas”, mientras se mantenga el electoralismo y la idea de la constitución de un gobierno de izquierda que no rompa con el régimen capitalista y con el Estado burgués, lo único que se conseguirá es convertirse en los gestores de estos. Un nuevo paso adelante con nuevas lagunas graves En una entrevista concedida al periódico italiano Il Manifesto, publicada en el número del 4 de abril de 1978 del mismo, Louis Althusser trata de profundizar su análisis del estalinismo y de vincular la crítica al mismo con un examen de las causas más profundas del “malestar” existente en el sexo de los Partidos Comunistas. Althusser se ve obligado a incriminar a la ausencia de una teoría marxista del Estado, a una “crítica global de la economía política burguesa”. Por nuestra parte, creemos que esta tesis carece de fundamento. Algún día la refutaremos de forma detallada. De momento, contentémonos con señalar dos conclusiones interesantes que Althusser 45

El estalinismo, fuente de malestar en el PCF

extrae del vínculo (tímidamente) establecido entre una crítica del estalinismo y una crítica de la práctica política del PCF (y de los demás partidos comunistas): 1. El aparato que gobierna estos partidos “sigue el modelo del aparato político burgués”. “Es evidente que esta profunda contaminación de la concepción de la política por parte de la ideología burguesa es el centro en torno al cual se jugará (o se perderá) el porvenir de las organizaciones obreras.” 2. El partido, incluso después de la toma del poder, nunca debe confundirse con el Estado o con el gobierno; siempre debe conservar su autonomía en relación al Estado, aunque sea el Estado obrero, y más concretamente debe “colaborar en la extinción del nuevo Estado revolucionario”. No podemos menos que aprobar estas dos tomas de posición, ya que se limitan a repetir unas tesis que Trotsky, los trotskistas, los marxistas revolucionarios defienden desde hace decenas de años. Pero también hemos de subrayar una serie de insuficiencias y de lagunas escandalosas. Afirmar que la fuente última de las manipulaciones del aparato en el interior de los PCs, de la eliminación de la democracia obrera y de la actividad política creadora de los trabajadores en el interior de estos partidos constituye una falsa concepción de la política, o una infiltración de la ideología burguesa, equivalente a retroceder desde el materialismo histórico al materialismo idealista. Es la existencia social lo que determina la conciencia, no la conciencia la que determina la existencia social. La explicación última de la nefasta actitud del aparato en el interior de los PCs no es su ideología, sino sus intereses sociales separados de los de la masa proletaria. Con otras palabras: es en la formación de una capa burocrática que se sitúa por encima de las masas, que las sustituye, que trata de realizar sus fines políticos, sociales, económicos, por medio de la manipulación de estas masas, y no ayudándolas a autoorganizarse y a autoadministrarse, donde reside la clave del misterio. Lo que es cierto para los PCs –y para las organizaciones obreras de masas burocratizadas, en general– lo es todavía más para la URSS. La clave para comprender el estalinismo es el fenómeno social de la burocracia, es la burocracia del Estado obrero (o la de las organizaciones obreras) en cuanto capa social autónoma con conciencia de sí misma. Quien se niegue a abordar el “fenómeno estaliniano” de este modo –el único 46

puntodevistainternacional.org

modo marxista y científico– acabará dándose de bruces con este “nudo” teórico particularmente recalcitrante. Además: que el partido revolucionario nunca debe identificarse con el Estado, o fusionarse con él, nos parece absolutamente correcto (nuestro camarada Racovsky lo explicó hace exactamente cincuenta años en la URSS). Pero esto deja abierta la cuestión central: ¿quién debe, pues, ejercer el poder de Estado bajo la dictadura del proletariado? La única respuesta válida posible, una vez eliminada la sustitución del proletariado por el partido revolucionario, es evidentemente ésta: el poder de Estado, bajo la dictadura del proletariado, deben ejercerlo los consejos de trabajadores (soviets) democráticamente elegidos, consejos en cuyo seno el partido revolucionario lucha por conseguir la hegemonía política empleando métodos políticos, y no métodos administrativos ni mucho menos represivos, que sólo pueden llevar a la sustitución tan justamente rechazada por Althusser. Pero ¿cómo podrían funcionar realmente, cómo podrían ejercer realmente el poder de los consejos de trabajadores democráticamente elegidos, sin tolerar en su interior la rica vida política que resulta del pluralismo de las corrientes ideológicas y políticas, del pluralismo de las tendencias, de las fracciones y de los partidos? Con otras palabras: no es posible defender de un modo consecuente la justa tesis de la independencia del partido respecto al Estado obrero, sin rechazar al mismo tiempo el dogma del partido único, sin admitir el pluralismo político y el pluri-partidismo, sin admitir la libertad de tendencia y de fracción en el seno de todos los partidos, incluido el comunista, sin admitir que todos estos partidos tienen derecho a gozar de todas las libertades democráticas. Y no es posible predicar todo esto para cuando llegue el día de la victoria de la revolución socialista sin aceptarlo también desde ahora mismo, sin avanzar resueltamente hacia la auto-organización de las masas de cara a esta revolución, en sus luchas corrientes, es decir, sin oponer a la estrategia electoralista y gradualista de Georges Marchais una estrategia global de recambio. Como se ve, todo está imbricado: una crítica marxista exhaustiva de la socialdemocratización del PCF, una crítica marxista exhaustiva del estalinismo, una visión de conjunto de lo que será la única revolución socialista realmente posible en los

47

El estalinismo, fuente de malestar en el PCF

países capitalistas industrializados, una concepción precisa de lo que será una verdadera dictadura del proletariado.

48

6 Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada” Está muy claro: no hay revolución socialista (no hay “cambio fundamental”) posible en un país capitalista industrializado cualquiera, en el que la clase de los asalariados representa a la inmensa mayoría de la nación, sin el apoyo consciente y activo de la mayoría de los trabajadores, es decir, de la mayoría de la nación. Está igualmente muy claro que en todos los países industrialmente avanzados, la inmensa mayoría de los trabajadores rechaza la repulsiva imagen de un “socialismo” a lo Stalin, a lo Krutschev o a lo Brezhnev, y que este rechazo explica, por lo menos en parte, tanto el retraso de la revolución socialista en Occidente como la creciente influencia electoral de la socialdemocracia (y de los partidos socialistas) en el seno de la clase obrera. Y finalmente, también está muy claro que presentar a las masas trabajadoras un “modelo concreto” del socialismo que corresponda a la vez a las posibilidades y a las necesidades de hoy, a escala mundial, se ha convertido en uno de los factores políticos concretos que

Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada”

ha de contribuir a desbloquear el impasse en que se encuentra la lucha de clases, y no en un simple ejercicio de propaganda. Acerca de todas estas cuestiones, no hay divergencias entre la oposición comunista y los marxistas revolucionarios. Precisemos también, en este sentido, que cada vez hay menos divergencias entre estos últimos y la gran mayoría de militantes de los PC que reflexionan seriamente acerca de esta problemática, incluso más allá de los límites todavía estrechos de la oposición comunista. Ahora bien ¿qué significa eso de un “modelo de socialismo” que corresponda a las posibilidades de una sociedad del capitalismo “superindustrializado” (Elleinstein dixit)? ¿En qué se distingue, a la vez, del “modelo” socialdemócrata y del “modelo” estaliniano? Una disputa que no es meramente semántica De entrada, es preciso que nos manifestamos acerca de una inadmisible confusión de lenguaje. No hay dos, tres, cuatro o dios sabe cuántos “modelos de socialismo real” (de “socialismo realizado”) en el mundo. No hay ninguno. No hay “socialismo a la sueca”. En Suecia reina el régimen capitalista, el modo de producción capitalista. Aprovechándose de unas circunstancias extraordinariamente favorables (especialmente, la ausencia total de destrucciones y las ventajas de la neutralidad en el transcurso de las dos guerras mundiales), este capitalismo ha podido acumular reservas y asegurarse ventajas sectoriales de productividad, permitiendo una gestión socialdemócrata prolongada (durante más de cuarenta años) que ha realizado numerosas reformas sociales y que ha permitido una elevación del nivel de vida de las masas no menos real. Pero nunca ha dejado de ser una gestión socialdemócrata de la economía y de la sociedad capitalista. Por otra parte, los dirigentes socialdemócratas tampoco lo han negado, ya que, en el transcurso de las tres últimas campañas electorales, han afirmado que una quincena de “grandes familias” controlan los sectores esenciales de la industria y de la banca suecas, y que era preciso elegir un gobierno socialdemócrata para contrarrestar los efectos de esta enorme concentración de poder económico que está en manos de la clase burguesa.

50

puntodevistainternacional.org

Con ello no hacían más que confesar que cuarenta años de gestión socialdemócrata han dejado intacta –incluso podríamos decir: no han podido impedir que aumente– esta enorme concentración de poder económico en unas pocas manos. Tampoco hay “socialismo” (real o realizado) en la URSS, en China, en Yugoslavia, en la R.D.A., en la República Socialista Checoslovaca, etc. Cierto que, en estos países, contrariamente a lo que ha sucedido en Suecia, en Gran Bretaña, en Austria o en Noruega, el modo de producción capitalista ha sido abolido, la propiedad privada de los medios de producción capitalista ha sido suprimida. Ello representa sin ningún género de dudas un colosal paso adelante en relación a la simple gestión del capitalismo por los reformistas (que realizan cada vez menos reformas). Pero es totalmente abusivo identificar la abolición de la propiedad privada de los medios de producción con el socialismo. Ni Marx, ni Engels, ni Lenin, por no hablar de Trotsky, Rosa Luxemburg o Gramsci, han dado nunca semejante definición no-científica del socialismo. Esta definición no corresponde en absoluto a la tradición del socialismo y del movimiento obrero. Se trata de una invención “teórica” de Stalin que refleja los intereses de la burocracia soviética. Esta invención ha sido más perjudicial para el movimiento comunista y para el socialismo internacional que muchos de los crímenes cometidos por la burocracia. Actualmente, tales crímenes son cada vez más reconocidos y denunciados en el movimiento comunista, lo cual es positivo. Pero las consecuencias de la definición desastrosa del socialismo –que, a su vez, no ha sido aún rechazada por los cuadros comunistas que reflexionan ni por una buena parte de la oposición comunista– continúan causando estragos sobre las masas de los trabajadores. El mejor servicio que se puede hacer a la burguesía internacional y al imperialismo consiste en denominar “socialismo” (o lo que es peor “socialismo realmente existente”) a las sociedades de los países del Este. Según esto, resulta que cabría hablar de Gulags “socialistas”, de la negación “socialista” del derecho de huelga, de despidos “socialistas” de trabajadores huelguistas, de torturas “socialistas”, de una escandalosa desigualdad social “socialista”, de censura “socialista”, de despotismo “socialista”, de privilegios “socialistas”, de pena de muerte “socialista”, de prohibición del aborto “socialista”, etc., etc.

51

Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada”

Al decir que se trata de “lacras” debidas a los “condicionamientos históricos”, a los “errores cometidos” o al “culto de la personalidad”, se agravan todavía más las cosas, pues, entonces, entre los trabajadores occidentales, surge inevitablemente la pregunta: ¿y si otras “lacras” de este tipo, o peores, se produjesen entre nosotros cuando tengamos nuestro “socialismo realizado”? ¿Cómo no darse cuenta de que al ocultar de este modo la diferencia fundamental, cualitativa, global, entre el capitalismo y una sociedad socialista, que debe constituir un progreso radical enorme en relación al capitalismo a todos los niveles y en todos los aspectos de la vida social, se está transformando esta definición del “socialismo” en un auténtico factor de conservadurismo social, en una razón profunda para no arriesgarse a dar ese salto hacia lo “desconocido” (con las “lacras” que ello puede comportar, y qué lacras)? Es precisamente este miedo a “lo desconocido” lo que la burguesía y la socialdemocracia tratan de inculcar a los trabajadores occidentales. Los turiferarios apologistas del “socialismo a la sueca” no son de distinta calaña. Pues si eso fuese realmente una “variante del socialismo”, entonces cabría también hablar de un “socialismo” con paro, con cierre de fábricas, con un crecimiento notable del alcoholismo y de la tasa de suicidios, con restricciones del derecho de huelga, etc. Y de nuevo la diferencia entre el “capitalismo” y el “socialismo” es tan nimia a los ojos de las masas trabajadoras, que éstas se preguntarán si vale la pena correr riesgos para “cambiar de sistema” y dar el famoso “salta hacia lo desconocido”, si en el fondo se trata de tragar el mismo plato, sólo que esta vez aderezado con un poco de salsa picante y con la ayuda de un buen digestivo al final. ¿Qué es el socialismo? En realidad, la supresión de la propiedad privada de los medios de producción es una condición previa necesaria e indispensable, pero en sí misma insuficiente para el advenimiento de la sociedad socialista. Para definir lo que es una sociedad socialista es preciso remontarse a las fuentes del marxismo y del leninismo, porque, en este sentido, son de una claridad meridiana. El socialismo es una sociedad sin clases (o más exactamente: la primera fase de una sociedad sin clases). El socialismo es el reino de los productores asociados, de los 52

puntodevistainternacional.org

ciudadanos productores-consumidores, que gestionan sus propios asuntos. El socialismo es una sociedad en la que la producción de mercancías y con ella el dinero pierden su razón de ser. El socialismo es una sociedad en la que la desigualdad social, sin haber desaparecido completamente (desaparición que sólo se efectuará totalmente en el segundo estadio de la sociedad sin clases, el estadio comunista), ha sido radicalmente reducida gracias a la retribución de cada uno según la cantidad de trabajo que aporta (y no según la cantidad y la calidad de su trabajo, porque esto permite justificar las enormes ventajas de remuneración concedidas a toda clase de “especialistas”, “burócratas” y “jefes”). El socialismo es una sociedad en la que todas las discriminaciones por diferencia de sexo, raza, edad, nacionalidad, no sólo han sido legalmente suprimidas, sino conscientemente combatidas. El socialismo es una sociedad en la que la instrucción y el tiempo de trabajo (radicalmente reducido) están organizados de modo que permitan una desaparición progresiva de la división social del trabajo, el ejercicio de todas las funciones dirigentes por parte de todos los ciudadanos por turnos. Basta leer la Crítica del Programa de Ghota de Marx, el Anti–Düring de Engels, el Estado y la Revolución de Lenin, sin mencionar los numerosos folletos y discursos de propaganda anteriores a la primera guerra mundial e inmediatamente posteriores a la fundación de la Internacional Comunista, para darse cuenta de que éste es precisamente el “modelo socialista” que los marxistas han defendido durante medio siglo. Es este modelo de ruptura radical con el orden –digamos mejor, con el desorden– existente, este modelo de una sociedad sin explotación ni opresión de ningún tipo, lo que ha inspirado, entusiasmado y levantado contra la sociedad existente, no sólo en el plano defensivo, sino también en el plano ofensivo y constructivo, a generaciones enteras de trabajadores y de intelectuales progresistas, a millones de socialistas y de comunistas. Después de una dura decepción que ha acompañado, durante cincuenta años de experiencias, a la “gestión socialdemócrata” por una parte y a la “realidad” estaliniana, por otra, sólo será posible recrear la esperanza, la inspiración, el entusiasmo, si se purifica de nuevo la doctrina, si se precisa de nuevo el objetivo, si se presenta de nuevo ante las masas el único modelo de socialismo que corresponde tanto a la definición

53

Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada”

científica del mismo como a los intereses y a las aspiraciones históricas más profundas de las masas trabajadoras. Lo que existe hoy en la URSS, en la República Popular China, en Yugoslavia, en Europa del Este no es una “variante” del socialismo (con más o menos “lacras”). Son sociedades de transición entre el capitalismo y el socialismo (para utilizar términos eruditos que están de moda, pero que no son sino una paráfrasis de nuestra fórmula: sociedades postcapitalistas y protosocialistas), en cuyo interior el progreso hacia el socialismo se ha visto bloqueado –si bien en diferentes grados– porque el ejercicio del poder ha sido monopolizado por una burocracia privilegiada, que trata por todos los medios de mantener este monopolio para conservar al mismo tiempo sus privilegios materiales y sociales. Se requiere una revolución política para eliminar este monopolio de poder y para abrir de nuevo el camino del progreso hacia una sociedad sin clases, sociedad que, por otra parte, sólo llegará a su culminación cuando este progreso se realice a una escala internacional muy amplia. Es evidente que también en los países industrialmente avanzados será imposible saltar de un solo golpe desde la conquista del poder por la clase de los trabajadores asalariados a la instauración inmediata de la sociedad socialista. En Francia, en España, en Italia, en Gran Bretaña, en los Estados Unidos, en Alemania, en Japón será preciso, igualmente, pasar por una sociedad de transición entre el capitalismo y el socialismo. Pero hay que buscar desde ahora las instituciones, las formas de poder de Estado, las garantías sociales, políticas, económicas, culturales que, en unas condiciones objetivas tanto nacionales como internacionales infinitamente más favorables que las que tuvo que afrontar la revolución de Octubre, permitan evitar la apropiación del poder y de los privilegios materiales por parte de la burocracia, y que reduzcan radicalmente los riesgos de la burocratización (especialmente los resultantes de la división social del trabajo y de sus efectos en el seno de las organizaciones obreras y en las instituciones del Estado obrero). Esto significa que no solamente nuestro “modelo de socialismo”, sino también nuestro “modelo de revolución socialista” (de organización del poder de los trabajadores) deben permitir la superación de las decepciones, de las dudas, del verdadero trauma que, después de medio siglo de experiencia con el reformismo y el estalinismo, se han

54

puntodevistainternacional.org

extendido en el seno de la clase obrera occidental (para no hablar de la de los países del Este, en donde estos mismos fenómenos se manifiestan de una manera cien veces más aguda que en Occidente).1 ¿Rechazan los trabajadores este “radicalismo”? La mayor parte de las fuerzas conservadoras y burocráticas en el seno de las organizaciones obreras exclaman, medio irónicamente, medio indignadas, ante el discurso que acabamos de enunciar. “¿Pero no os dais cuenta de que con esos proyectos tan radicales no sólo asustáis a las clases medias sino también a buena parte de los asalariados? Un movimiento comunista (socialista) que se dedique a hacer propaganda milenarista de este tipo se verá condenado eternamente, en las sociedades occidentales superindustrializadas, a no ser respaldado más que por una minoría.” Fijémonos, de pasada, que si la premisa fuese cierta, la conclusión tendría que ser bastante distinta. Habría que tener el coraje de decir que, en este caso, el socialismo tal como fue concebido por Marx es una utopía irrealizable. Pues lo que nosotros hemos descrito, es lo que entiende Marx por socialismo. Y sólo puede realizarse con el acuerdo y la participación activa, creadora, de la gran mayoría de los trabajadores asalariados. Si esta mayoría no está dispuesta a realizarlo ni hoy ni mañana; si la experiencia de los perjuicios producidos por el régimen capitalista y de las conclusiones que se derivan de la práctica de la lucha de clases, de los efectos educativos de la propaganda, de la agitación y de la organización comunistas, no se combinan para producir este cambio de la conciencia política de la mayoría de los asalariados, entonces el socialismo es imposible. Sería preferible decirlo con franqueza, en vez de camuflar bajo el término “socialista” lo que no es más que una miserable chapuza de la sociedad burguesa. Pero la premisa no es totalmente cierta. No se basa en ninguna verificación empírica. No es más que una extrapolación superficial e impresionista de algunos datos de la

1

Nota del autor: Véase, en este sentido, el folleto “Democracia Socialista y dictadura del proletariado”, proyecto de resolución del Secretariado Unificado de la IV Internacional presentado al XI Congreso Mundial de esta organización. Nota del editor: La Resolución finalmente adoptada por el XI Congreso de la IV Internacional puede consultarse en http://puntodevistainternacional.org/toda–la–formacion/libros–y– articulos–en–pdf/113–democracia–socialista–y–dictadura–del–proletariado.html 55

Un socialismo “a la medida de la sociedad superindustrializada”

evolución política de la Europa occidental en los últimos decenios, datos cuidadosamente aislados de un estudio de la totalidad en que se insertan. La “explosión” de mayo del 68 en Francia y sus ecos paralelos en Italia, España, Portugal (sin hablar de la “primavera de Praga”) han demostrado, al contrario, que al menos periódicamente, millones y millones de hombres, mujeres y jóvenes de las sociedades “superindustrializadas” están dispuestos a entusiasmarse ante un cambio radical de sociedad y de forma de vida, están dispuestos a luchar por el socialismo. Quienes niegan estas evidencias, se ven obligados a reducir lo que ellos llaman “la vida política” a las simples querellas electorales, es decir, a la actividad de los políticos profesionales, es decir, a excluir en realidad la actividad de las masas trabajadoras de esta “vida política”. No vale la pena insistir en el hecho de que esto no corresponde en absoluto a un análisis científico, verídico, de la realidad política vista en su totalidad. Constituye, por otra parte, un ejercicio ideológico típico de la ideología burguesa, como subraya con razón Louis Althusser. Recientemente, Michel Rocard ha suscitado un gran revuelo en el Partido Socialista Francés con su crítica a una actitud que caracterizaría a la izquierda francesa y que él denomina “estilo político arcaico”. Veamos lo que dice en el semanario del Partido Socialista, L´Unité, del 23 de septiembre de 1978: “Quienes se molestan en mirar a su alrededor saben que uno de los grandes problemas actuales de nuestro país y más en general de las sociedades industriales desarrolladas, es el de la democracia, el de la autogestión, para decirlo con una sola palabra. Si se niegan a ver esta evidencia, los responsables políticos serán barridos o deberán recurrir a la represión. …Existen medios para superar contradicciones y obstáculos; los hombres y mujeres que componen la izquierda no carecen de recursos; las regiones quieren vivir y no están dispuestas a esperar por más tiempo a los funcionarios parisinos; los trabajadores se hacen cargo de sus propios asuntos; la explosión cultural y el enriquecimiento de la vida asociativa constituyen las bases para una vida colectiva más intensa, más rica, mejor informada; la libertad de espíritu y la imaginación de los jóvenes exigen aplicarse a realizaciones nuevas de las que surjan empleos, servicios, nuevas formas de empresa.” 56

puntodevistainternacional.org

Pasemos por alto el empleo de un vocabulario cada vez más –¿deliberadamente?– antiguo y vago. Pasemos por alto el término “autogestión”, que puede encubrir cualquier cosa en este contexto impreciso. Pasemos por alto el evidente objetivo de la operación: nuestro Rastignac quiere quemar etapas para convertirse en el “candidato único de la izquierda” en las elecciones para la Presidencia de la República que se celebrarán en 1981. Más adelante volveremos a ocuparnos de la más que deteriorada mercancía que se oculta tras esos nobles oropeles. Pero el hecho está ahí. Este pragmático que es hoy Michel Rocard, este especialista de la Realpolitik que trata de desplazar al Partido Socialista hacia la derecha para aumentar todavía más las garantías dadas a la burguesía francesa para el caso de una llegada al poder de la “Unión de la Izquierda”, se ve obligado a reconocer el inmenso deseo de cambio radical que anima a vastos sectores de la sociedad francesa. ¿Deben, pues, los comunistas y los socialistas de izquierda cerrar los ojos ante este aspecto indiscutible de la realidad socio-política?

57

7 La imposible “tercera vía” En julio de 1978 se entabló en Le Monde un curioso debate entre Ivon Quiniou, un profesor cuadro medio del PCF, y el dirigente socialista Claude Estier. El primero defendía la tesis según la cual no hay “tercera vía” posible entre la gestión socialdemócrata del capitalismo y la “transformación democrática al tiempo que revolucionaria del capitalismo para avanzar hacia un socialismo que sea democrático” (Le Monde, 18 de julio de 1978). Acusaba, pues, a los dirigentes del PS que rechazan el objetivo del PCF de no tocar de pies al suelo, de perseguir una quimera. Claude Estier, secretario nacional del PS replicaba en Le Monde del 21 de julio de 1978: “¡La vía imaginaria no es precisamente la que algunos creen!”. Y proseguía: “¿Será preciso reiniciar una vez más el viejo y eterno debate entre “reforma” y “revolución”? A menos de que nos refugiemos en un terreno abstracto y de que nos alejemos, por lo tanto, de las condiciones reales en las que es posible avanzar hacia el socialismo en la Francia contemporánea, este debate carece de sentido. ¿Acaso el PCF, que se proclama “revolucionario” no es arrojado por los izquierdistas a las tinieblas del “reformismo” por las mismas razones que el PS? ¿El Programa Común que sellaba la alianza entre nuestros dos partidos era “reformista” o “revolucionario”? ¿Acaso el PCF es más

La imposible “tercera vía”

“revolucionario” porque pretende nacionalizar unos cientos de filiales más que el PS (principal punto de auténtico desacuerdo para la actualización del programa común)?” La práctica rutinaria hace que el viejo reformista se sienta más a gusto en la polémica que el neófito. Pera la discusión al parecer ha tenido eco en el interior del PCF. En efecto, Jean Elleinstein, cuyo papel de lanzador de globos sonda en nombre de Marchais parece cada vez más claro que su papel de verdadero disidente, había reafirmado en el Paris– Match del 25 de agosto de 1978, en respuesta a un ataque de Georges Marchais en los micrófonos de France–Inter, que se necesitaba una “tercera vía” entre la gestión socialdemócrata del capitalismo y “las experiencias socialistas hasta entonces conocidas” (por otra parte, el origen de esta fórmula hay que buscarlo en Berlinguer). Pues bien, tras haber rechazado secamente la posibilidad de una “tercera vía entre el capitalismo y el socialismo”, Georges Marchais se veía obligado, pocos días después, en respuesta a un periodista de la radio, a afirmar que el PCF propone precisamente una “tercera solución” ni socialdemócrata ni estaliniana. ¿Es posible transformar gradualmente el capitalismo? En la polémica que Georges Marchais tuvo con Jeam Elleinstein (L´Humanité, 18 de agosto de 1978) y en la que rechazaba la tesis de la “tercera vía”, tesis que, como se ha dicho, recuperaba poco después, Georges Marchais se cuida mucho de criticar la tesis central de Elleinstein, pues, –de modo un poquito más explícito y más franco– es su propia tesis: “Esto es lo que da a la revolución socialista, en un país superindustrializado y desarrollado económica y culturalmente como el nuestro, un carácter absolutamente original en relación a todas las experiencias pasadas. Repitámoslo una vez más: la revolución, en estas condiciones, sólo puede ser democrática, pacífica, legal y gradual.” (Le Monde, 24 de agosto de 1978. Esta misma fórmula se repite en el artículo de Paris–Match, citado más arriba). Prescindamos de la identificación entre “democrático” y “legal”, identificación que equivale a saltarse alegremente todas las críticas de los clásicos marxistas –críticas absolutamente pertinentes y tantas veces confirmadas por los acontecimientos– acerca 60

puntodevistainternacional.org

de las limitaciones que experimenta la democracia en el marco de la “legalidad parlamentario–burguesa”, limitaciones precisamente superadas por la democracia directa de masas en los períodos revolucionarios. Prescindamos también la curiosa utilización de la palabra “pacífico”: ¿Es posible evitar “pacíficamente” los golpes de Estado a lo Franco o a lo Pinochet? ¿Hay que sacrificar de una revolución victoriosa por miedo a “suscitar” golpes de estado de este tipo, y por no querer enfrentarlos, deliberadamente, del único modo en que es posible hacerlo? Concentrémonos, mejor, sobre la palabra “gradual”. ¿Qué significa eso de una “revolución gradual”? ¿No es como el famoso dicho: “conejo, yo te bautizo: te llamarás carpa? ¿Qué diferencia hay entre la “evolución” y la “revolución” sino que la primera es “gradual” y la segunda “brusca”? Que la evolución prepara la revolución, que constituye un indispensable eslabón intermedio para la misma, que sin transformaciones cuantitativas nunca se producirán cambios cualitativos, de acuerdo. Toda la historia de la lucha de clases, y especialmente la de las luchas de clase proletarias, lo confirman plenamente. Pero una evolución que no desemboque en un cambio brusco, radical, en el famoso “salto cualitativo”, eso, precisamente eso, no es una revolución. La “revolución gradual” no es, por lo tanto, más que una mistificación que trata de encubrir la retirada hacia la evolución pura y simple, hacia el abandono del proyecto revolucionario. Pues bien, precisamente éste es el problema central de lo que Claude Estier, cínicamente, denomina “el eterno debate entre reforma y revolución”, un debate que Marchais y Elleinstein tratan de eludir porque los dos se han pasado ya a la causa del gradualismo. Pues la opción a favor de la “revolución gradual”, es decir, a favor de la evolución, es justamente la definición misma del reformismo clásico. Hemos dicho clásico, por supuesto, y nos referimos con ello al de Bernstein, al de Jaurés antes de 1914, al de Kausky de después de 1920, al de León Blum de 1921, y no al de Helmuth Schmidt, de Wilson-Callaghan o de Marios Soares en la actualidad. En ese reformismo clásico se plantea el objetivo de “cambiar la sociedad”, de suprimir el capitalismo, pero gradualmente, pacíficamente y sobre todo legalmente, es decir, sin transgredir el marco del parlamentarismo burgués. “Cambiar la sociedad” gradualmente significa, precisamente, querer cambiarla por medio de reformas, tratar de ahorrarse la revolución. Identificar este cambio gradual por medio de reformas con la revolución es 61

La imposible “tercera vía”

un sofisma grosero, es una forma de engañarse a sí mismo y de engañar a los trabajadores (los burgueses, por su parte, son demasiado inteligentes para dejarse engañar. Saben perfectamente a qué atenerse.) Nos sorprende que un filósofo como Louis Althusser no se dé cuenta de estas evidencias “filosóficas”, no destaque este aspecto fundamental de la cuestión que se encuentra en el centro mismo del debate que se está produciendo en la izquierda francesa para situarlo en el interior del debate que se está llevando a cabo en el PCF. De este modo, deja desarmada a la oposición de este partido, que busca en él inspiración. Ahora bien, lo característico de las “transformaciones graduales” es el hecho de que dejan intactas las estructuras fundamentales, es decir, concretamente, el modo de producción capitalista y el aparato de Estado burgués. Sesenta años de experiencia lo confirman: el capitalismo es perfectamente capaz de “digerir” las nacionalizaciones parciales, siempre que subsistan las estructuras fundamentales. Querer ahorrarse la revolución, reemplazarla por los cambios graduales, es lo mismo que permitirle al capitalismo digerir primero –y después, si es preciso, “vomitar” progresivamente– las “transformaciones” que se hayan podido introducir gracias a condiciones políticas momentáneamente favorables. Para parafrasear al camarada Quinou: la “transformación gradual” del capitalismo “es, en sentido propio, utópica: ni existe ni podrá existir en ninguna parte”. Pero esta paráfrasis no condena sólo “la imposible originalidad del proyecto del PS francés”, sino también el proyecto del PCF. La “lección” portuguesa ¿Acaso se pueden confundir las “nacionalizaciones menores” (aceptables y realizables incluso para la socialdemocracia) con las “nacionalizaciones esenciales”, las de los monopolios, propuestas por el PCF?, replicarán los dirigentes de este partido, deseosos de afirmar su “originalidad” respecto al PS. Nótese que el Programa Común, incluyendo en el mismo las propuestas de puesta al día del PCF, estaba muy lejos de nacionalizar todos los monopolios, es decir, todos los grupos capitalistas que ejercen un poder predominante sobre la industria, las finanzas, el comercio exterior e interior, los transportes privados, etc. Nótese también que mientras la cuestión de las indemnizaciones (o de las compras) no se clarifique netamente en el sentido de un rechazo, por lo menos respecto a los accionistas más importantes y a los 62

puntodevistainternacional.org

medianos, ni siquiera la nacionalización de todos los monopolios existentes equivale a la supresión del Gran Capital. La indemnización de los grandes accionistas significaría, en este caso, una simple transferencia del Gran Capital de unos sectores a otros, pero no su supresión. Pero seamos caballerosos. Dejemos de lado todas estas críticas de detalle. Supongamos que, milagrosamente, los dirigentes del PCF y los del PS se ponen de acuerdo acerca de la famosa “alianza antimonopolista” tan cara a los teóricos del “capitalismo monopolista del Estado”. Incluso en este caso, afirmamos que la nacionalización de todos los monopolios no es en absoluto idéntica a la revolución socialista, que no suprime en absoluto el modo de producción capitalista, que no impide en absoluto que la economía siga funcionando en virtud de las leyes de desarrollo de este modo de producción, que no evita en absoluto que las contradicciones internas de este modo de producción perturben periódicamente a la economía, a la sociedad y a las masas trabajadoras. ¿Alguien quiere una prueba tangible, práctica, confirmada por los hechos? ¡Pues que examine la evolución de la economía y de la sociedad portuguesa en los dos últimos años! Se olvida con excesiva frecuencia que bajo la presión y, en la mayoría de ocasiones, por iniciativa directa de los propios trabajadores, todos los monopolios portugueses fueron nacionalizados a lo largo de 1975. Fue un ejemplo clásico de una consecución perfecta de la famosa “coalición antimonopolista” tan cara a los PCs europeos (tanto a los eurocomunistas como a los enfeudados a Moscú) que estuvo en el poder en Portugal hasta noviembre de 1975. Recuerdo que al terminar una clase que había dado en la Universidad de Coimbra acerca de los problemas de la “transición al marxismo”, los interlocutores más simpáticos, próximos al PC o incluso a la izquierda del PC, me plantearon, algo embarazados, una serie de cuestiones: “Habla usted constantemente de una economía capitalista que subsistiría en Portugal. Propone usted medidas concretas para suprimirla, me decían. Pero ¿dónde está esta economía capitalista? ¿Acaso no ha sido suprimida con la nacionalización, con la confiscación de la banca y de los monopolios? ¿Acaso no es el problema de la construcción del socialismo –construcción gradual, por supuesto– el que tiene planteado nuestro país, y no el de la destrucción del capitalismo?”

63

La imposible “tercera vía”

Tres años más tarde, podemos verificar quién tenía razón y quién se equivocaba en la forma de plantear las tareas a llevar a cabo en aquel verano portugués de 1975. Los monopolios siguen nacionalizados (cierto que el grupo más poderoso, el grupo Champalimaud, construyó en el espacio de tres años un nuevo imperio financiero en Brasil; que uno de sus principales tecnócratas acaba de ser nombrado como primer ministro por el presidente Eanes; que se habla ya de indemnizar a estos grupos, lo que les permitirá reconstruir rápidamente nuevos monopolios en el propio Portugal. Pero eso no es lo más esencial del problema). A pesar de la nacionalización de estos monopolios, la economía portuguesa nunca ha dejado de ser una economía manifiestamente capitalista. La mayor parte de los medios de producción son privados. Las fluctuaciones de las tasas de provecho determinan las fluctuaciones de la inversión y del empleo. Hay más de medio millón de parados. La economía portuguesa sigue integrada en la economía capitalista internacional y debe, por consiguiente, someterse a los diktats del Fondo Monetario Internacional. El primer ministro Mario Soares, que, en 1975, juraba por todos los santos que él no era socialdemócrata, que era un socialista marxista, que quería avanzar resueltamente por la vía del socialismo, además de liquidar una tras otra las conquistas del proceso revolucionario de 1974-75, aplica y ha de aplicar en estas condiciones una política capitalista de austeridad comparables en todos los sentidos a la de Giscard-Barre, a la de Callaghan-Wilson o a la de Andreotti-Berlinguer, peor que la de Helmut Schmidt (porque el capitalismo portugués es mucho más pobre que el capitalismo germano-occidental). La lección portuguesa es muy edificante. No hay “transformaciones graduales” que valgan en el capitalismo. Lo que hay son o bien reformas en el seno de la sociedad capitalista, que dejan intactos su lógica interna, sus mecanismo fundamentales, sus leyes de desarrollo, sus estructuras (fórmulas distintas que designan, en lo esencial, una sola realidad), o bien hay una destrucción revolucionaria de este modo de producción, que impide funcionar a sus mecanismos fundamentales. Pero entre estas dos posibilidades no hay “tercera vía” que valga. Ni para el PS ni para el PCF.

64

puntodevistainternacional.org

¿Es posible pretender “transformar gradualmente el capitalismo” sin al mismo tiempo hacerse cargo de la gestión del capitalismo? Pero todavía es preciso destacar una conclusión capital. Si las reformas realizadas en el seno de la sociedad burguesa y de la economía capitalista no modifican la estructuras de éstas; si mientras dura este “gradualismo” la economía sigue siendo capitalista y sigue estando sometida a los imperativos de las leyes de provecho (o, si se prefiere decir, de las leyes de la economía de mercado internacional y competitiva, lo que, en las condiciones actuales, es exactamente lo mismo), la evolución de los socialistas y de los comunistas que han optado de una vez por todas en favor de este “gradualismo” se vuelve a su vez ineluctable. Tarde o temprano, se verán obligados a convertirse en los honrados gestores del capitalismo (honrados respecto al capital, por supuesto; pero no respecto a los trabajadores, estafados, frustrados, decepcionados y sobre todo esquilmados). Si se quiere llegar al gobierno sin destruir la economía capitalista ni desmantelar el Estado burgués, no hay alternativa; hay que hacerse cargo de la gestión de la economía tal como es, hay que someterse a su lógica interna y a todos sus imperativos. Peor: la posibilidad material de realizar las reformas deseadas depende, entonces de modo creciente, de esta subordinación y de los éxitos de esta “gestión honrada”. Por esta razón, tanto Georges Marchais como Jean Ellenstein son o bien unos ingenuos – ¿quién lo diría?– o bien unos individuos intelectual y políticamente deshonestos cuando fingen oponerse a la práctica socialdemócrata de gestionar la economía capitalista. Su proyecto no es más que una variante un poco más radical (un poco más reformista, en el buen sentido del término, es decir, que implica unas cuantas reformas más) de esta práctica socialdemócrata fundamental tal como ha sido aplicada en varias partes de Europa (y del resto del mundo) desde hace más de medio siglo. Cuando se está en el gobierno, hay que hacerse cargo de la gestión económica y no es posible sustraerse a la aceptación de sus “reglas de juego” fundamentales. Cuando Michel Rocard escribe: ¿Cómo no constatar especialmente las dramáticas consecuencias que provoca desde hace dos años la deliberada voluntad del partido comunista de no decirles la verdad a los franceses acerca del rigor económico que exigiría una política de transformación en profundidad en nuestra sociedad? ¿Cómo no 65

La imposible “tercera vía”

íbamos a inquietarnos por el eco que encuentra esta actitud en nuestro propio partido? (L´Unité, 23 de septiembre de 1978). Está siendo, una vez más, deliberadamente ambiguo, pues, ya que él es todavía más partidario del “gradualismo” de Marchais y que Ellenstein, la expresión “transformación en profundidad de nuestra sociedad” implica el mantenimiento en lo esencial, y por lo menos por un largo período, de una economía capitalista integrada en la economía capitalista internacional, con todos sus imperativos de ganancia y competencia. Y la expresión “rigor económico”, en consecuencia, sólo puede significar, en buen francés, “políticas de austeridad capitalista” según el modelo de Callaghan-Wilson, Marios Soares y Berlinguer (con, para dorar la píldora, el canje de los sacrificios en el consumo impuestos a los trabajadores por una vaga “transformación en profundidad”, de la que todavía nadie ha hecho una descripción mínimamente concreta ni ha demostrado que vaya a poner en marcha una “dinámica” anticapitalista o socialista). Ya hemos dicho que al rechazar la opción de la revolución socialista, al optar por las “transformaciones graduales” de la sociedad existente, no queda más alternativa que la de gestionar la economía capitalista, incluyendo la gestión de sus peores momentos, cuando está en crisis y cuando su gestión implica llevar a cabo una política de austeridad a expensas de los trabajadores, Pero, para hablar de un modo estricto, este razonamiento es incompleto. A pesar de todo, hay una “tercera vía” entre la revolución socialista y la gestión de la economía capitalista: la negativa deliberada a acceder al poder, por lo menos en “malas condiciones”. La opción deliberada a favor de que los conservadores sigan en el poder, de que Giscard–Barre hagan el trabajo sucio, y mantener, de este modo, las manos limpias. Creemos que ésta es una de las claves que explican la ruptura de la Unión de la Izquierda en septiembre de 1977 por iniciativa del PCF. A diferencia de que lo sucede en Italia o en Finlandia, la extrema izquierda francesa es suficientemente fuerte y está suficientemente influida por los marxistas revolucionarios, como para hacerles pagar a los dirigentes del PCF un precio muy elevado por todo apoyo cómplice o, aún peor, por toda responsabilidad directa en la aplicación de una política de austeridad. Dichos dirigentes son perfectamente conscientes de ello. Así, pues, han preferido no acceder al gobierno en esas condiciones, antes que sacar todas las consecuencias inmediatas que se derivan de 66

puntodevistainternacional.org

su opción fundamentalmente reformista y gradualista. Se han “jugado” –o por lo menos se han apostado– la derrota electoral de marzo de 1978. Pero, al hacerlo, no han servido en absoluto a la causa de los trabajadores. Pues su deliberada negativa a luchar por la inmediata destrucción del régimen Giscard-Barre implica el mantenimiento y la agravación de la política de austeridad aplicada por la burguesía a expensas de las masas trabajadoras. Si no somos partidarios de la política “del mal, al menos”, mucho menos partidarios somos de la política catastrófica aplicada por el PCF. Por otra parte, para no ser confundidos con el PS, para poder mantener su “propia intimidad” respecto a la socialdemocracia, deben inclinarse cada vez más hacia una postura sectaria, lanzar acusaciones infundadas de cara a la galería, desempeñar un papel disgregador en el movimiento sindical y en las empresas, perjudicando con ello considerablemente a la clase obrera. Esto parece paradójico, pero es perfectamente lógico. Precisamente en la medida en que el PCF ya no tiene un proyecto político y estratégico distinto del PS se ve obligado a buscar frenéticamente diferencias secundarias, artificiales, marginales que le permitan justificar su identidad, su propia existencia, que le permitan sobre todo justificar su pretensión de ser y seguir siendo la fuerza hegemónica en el seno del movimiento obrero organizado. Y que esto desconcierta e indispone a los trabajadores –incluyendo una franja del electorado comunista– lo demuestran los hechos palpablemente. Decididamente, la “tercera vía” entre la revolución socialista y la gestión de la economía capitalista por medio de reformas, no existe. Y si uno se aferra a algo que no existe, el resultado es que cae de bruces. Esperemos que en su caída no arrastre consigo al movimiento obrero y a la clase en su conjunto.

67

8 Revolución socialista y democracia Ya hemos tenido ocasión de expresar nuestro asombro y nuestra inquietud por el hecho de que la oposición comunista, o por lo menos Althusser, no centre la discusión en las cuestiones de fondo que se encuentra en la base de la crisis de la Unión de la Izquierda y en el centro mismo de las discusiones en el seno del PS, cuestiones que subyacen sin haber sido explicitadas en el debate interno del PCF. Nos referimos a las opciones estratégicas y políticas fundamentales concernientes a las vías que conducen al socialismo en Francia y, en general, en las sociedades capitalistas industrializadas. Al no cuestionar la opción gradualista de Marchais, están de hecho tan desarmados políticamente ante la dirección del PCF, como éste lo está, teóricamente, ante la dirección del PS. Para eliminar del debate todo aquello que le da una apariencia “libresca”, “dogmática” y “anticuada”, hay que partir del ABC del marxismo: el papel clave de la lucha de clases en el seno de la sociedad burguesa.

Revolución socialista y democracia

La lucha de clases no es ni una invención de Marx ni un producto de las actividades maléficas de un puñado de “agitadores”. Es el producto inevitable de las oposiciones de intereses materiales, reales, que existen en esta sociedad dividida en clases. Los partidos, los políticos, los líderes sindicales, los intelectuales que se reclaman de la clase obrera o que simpatizan con su causa pueden, según la actitud que adopten y la influencia que ejerzan, facilitar o dificultar la lucha de la clase proletaria. Nunca impedirán que la lucha de la clase burguesa se aparte de su implacable lógica. Ni tampoco lograrán ahogar la lucha de clases elemental de los asalariados. Casi toda la orientación política de los marxistas revolucionarios se desprende de esta constatación aparentemente banal. La lucha de clases entre el burgués y los asalariados no sigue una trayectoria rectilínea. Tiene inevitablemente, sus momentos álgidos y sus momentos bajos. Son muchos los factores que intervienen en estas fluctuaciones. Y no es éste el lugar para analizarlos. Pero está claro que, simplemente analizando los hechos, se puede constatar que en función de diferentes “variables parcialmente independientes” –entre las cuales, por supuesto, hay que destacar las fluctuaciones de la coyuntura económica, pero sin limitarse a ella, y sobre todo sin asociarla mecánicamente al ciclo de la lucha de clases, que es parcialmente independiente de ella– hay fases de agravación periódica de la lucha de clases que se pueden distinguir muy claramente. Sin necesidad de remontarnos demasiado en el pasado podríamos citar, por ejemplo, 1958-1962 en Bélgica; 1968-69 en Francia; 1969-70 en Italia; 1974-75 en Portugal; 1975-76 en España; 1972-74 en Gran Bretaña, etc. No sería difícil prolongar esta lista. Por otra parte, varias de estas fases desembocan, siguiendo la misma dinámica de la lucha de clases e independientemente de las intenciones de las direcciones establecidas del movimiento obrero organizado –que en general tratan de evitarlo–, en verdaderas explosiones de luchas de masas que crean una crisis pre-revolucionaria o incluso revolucionaria: huelga general belga de 1960-61; mayo del 68 en Francia; huelgas de masas en Italia 1969-70; proceso revolucionario portugués en 1975; huelgas de masas políticas (incluidas huelgas generales regionales) en España 1975-76. Una política que se autodenomine comunista y que haga abstracción de esas fases de exacerbación periódica de la lucha de clases no sólo es indigna de los comunistas (¿acaso 70

puntodevistainternacional.org

no dijo Lenin que un partido revolucionario debe propagar y preparar la revolución incluso en las fases y situaciones no revolucionarias, desde el momento en que la época hace objetivamente posible el estallido periódico de una crisis pre-revolucionaria?), sino que es sobre todo irrealista, pues desarma a los militantes y a los cuadros, imposibilitándoles actuar en tales momentos. La consecuencia más grave de la estrategia electoralista y gradualista –es decir, reformista– que el PS y el PCF tienen hoy en común es el hecho de que se ven obligados a encubrir completamente esta acentuación y exacerbación periódicas de la lucha de clases real. Cuando éstas se producen efectivamente, toda la rutina en la que están metidos (y en la que han educado a sus cuadros) estos partidos, como consecuencia de la opción estratégica elegida, les pone en evidencia frente a la acción efectiva de las masas trabajadoras. Es preciso, entonces, “desactivar la bomba”, lo más pronto posible, “saber terminar una huelga (general)” (sin que lleve al famoso “cambio fundamental”), impedir que las “masas incultas” perjudiquen los elaborados cálculos políticos de los “jefes” (“nos van a joder las estupendas elecciones que íbamos a preparar”). Y con ello se desperdician, las ocasiones privilegiadas de realizar el famoso “cambio radical”. Tal ha sido la reacción visceral de los dirigentes socialdemócratas desde 1918 en todas las partes del mundo. Tal ha sido la reacción estaliniana desde el “viraje del Frente Popular”. Tal es la reacción de la mayor parte de las direcciones “eurocomunistas”. Tal fue la reacción del PCF en mayo del 68. Tal será seguramente, su reacción cuando se produzca la próxima explosión “social”. Y tal es uno de los principales, por no decir el principal, obstáculos reales que se encuentran en el camino de las revoluciones socialistas realmente posibles en occidente. Esto tampoco lo dice Althusser. Y, sin embargo, constituye una parte esencial del contencioso que todo comunista serio debe formular respecto a la actitud del PCF en el asunto de la Unión de la Izquierda. O asumir el movimiento de masas o recurrir a la represión Pero la opción todavía es más grave. Recordemos las fatídicas palabras de Michael Rocard citadas en el capítulo 6 y que, en el contexto que acabamos de esbozar, se convierten en un auténtico mensaje-boomerang:

71

Revolución socialista y democracia

“Quienes se molestan en mirar a su alrededor saben que uno de los grandes problemas actuales de nuestro país y más en general de los sociedades industriales desarrolladas, es el de la democracia, el de la autogestión, para decirlo con una palabra. Si se niegan a ver esta evidencia, los responsables políticos serán barridos o deberán recurrir a la represión…” (L´Unité, 23 de septiembre de 1978). Recordemos, también del mismo artículo, este otro fragmento citado en el Capítulo VII: “¿Cómo no constatar especialmente las dramáticas consecuencias que provoca desde hace dos años la deliberada voluntad del partido comunista de no decirles la verdad a los franceses acerca del rigor económico que exigiría una política de transformación en profundidad de nuestra sociedad?” (Ibídem). Pero, ¿qué pasaría si, a pesar de la “verdad” –¿qué verdad?– dicha a los franceses acerca del “rigor económico” (léase: la necesaria austeridad) que exigiría una “política de transformación en profundidad de nuestra sociedad” (léase: la tentativa de conciliar una serie de reformas, incluso de reformas radicales, con el mantenimiento de las estructuras capitalistas y de la inserción en la economía capitalista internacional), una buena parte de los trabajadores rechazase esta política de austeridad? ¿Aceptarían los paladines del “socialismo gestionario” ser barridos por esos “irresponsables” o bien recurrirían a la represión? Una represión que se iniciaría en los sindicatos y los partidos, que seguiría en las empresas y que, finalmente, llegaría a la calle. Vemos aquí desplegarse plenamente toda la pérfida dialéctica del “gradualismo” y de las pretensiones “democráticas” que no ponen en entredicho la totalidad de las estructuras burguesas. Pues ¿cómo se pueden conciliar las exigencias de la “autogestión” y de la “democracia participacionista y pluralista” con las exigencias de una política de recuperación de los beneficios capitalistas y de la austeridad para los trabajadores, en unos países en los que la actividad, la politización y la tradición del movimiento obrero haría que una buena parte de la clase obrera, sobre todo la más consciente, la de las grandes empresas y la de los sectores sindicales con más experiencia de lucha y de autoorganización, se rebelase inevitablemente contra esa política?

72

puntodevistainternacional.org

Lo hemos visto en Italia, donde, sin embargo, el PCI les ha dicho y repetido a los italianos la verdad sobre el inevitable “rigor económico”. Las consecuencias “dramáticas” no han faltado, a pesar de ello. Lo hemos visto también recientemente en Dinamarca, donde la “verdad” la ha dicho el primer ministro socialdemócrata Anker Joergensen, y donde, sin embargo, se produjo una reacción mayoritaria hostil del movimiento sindical, con todas sus dramáticas consecuencias. Así, pues, si se quiere gestionar “de modo responsable” la economía capitalista en crisis como consecuencia de la opción gradualista elegida, es preciso reprimir. Primero suavemente, después, según cómo reaccionen los trabajadores, de modo cada vez más duro. Vemos a los dirigentes sindicales italianos, los de la CGIL de obediencia eurocomunista a la cabeza (los otros son un poco más reticentes, por convicción, hipocresía o espíritu maniobrero, poco importan las motivaciones “profundas”) aprobar, cuando no exigir, una reglamentación del derecho a la huelga, limitar severamente el derecho a la huelga en los servicios públicos, discutir sobre si el Estado (¡burgués!) tiene poder para requisar a los huelguistas e incluso aceptar que sí lo tiene. ¿Cómo se comportarán mañana frente a todos los sectores de la clase obrera que rechacen estas escandalosas limitaciones de sus libertades y derechos democráticos más elementales? 2 Autogestión, poder de los trabajadores y democracia socialista Es fácil dedicarse a parlotear sobre la autogestión (sin precisar cuál), sobre la extensión (¿qué extensión?) de la democracia, el enriquecimiento de la vida asociativa (¿de qué capas sociales?). Pero si “los trabajadores se hacen cargo de sus propios asuntos” a todos los niveles de la vida social, incluido el del poder político y el del poder del Estado, entonces, una contradicción insuperable les enfrentará a las exigencias del “socialismo 2

Nota del autor: Hace un siglo, en su “Carta circular” del 17-18 de septiembre de 1879 contra los tres “zuricheses” que pretendían desviar a la socialdemocracia alemana hacia una política de reformas pequeño-burguesas y prescindir de sus objetivos revolucionarios. Marx y Engels clarificaron toda la lógica de estas posiciones: “Si se quiere atraer a las capas superiores de la sociedad, o simplemente a sus elementos mejor dispuestos, lo primero que hay que hacer es no asustarles de ningún modo… Si Berlín tuviese que ser tan educado como para no organizar otro 18 de marzo (1848), la socialdemocracia, en lugar de participar en la lucha como la chusma obsesionada por las barricadas, debería seguir la vía de la legalidad, frenar, eliminar las barricadas y, en caso necesario, marchar junto al glorioso ejército contra las masas incultas, groseras y cortas de entendimiento.” Eso fue exactamente lo que hizo la dirección socialdemócrata durante la revolución alemana de 1918-1920. 73

Revolución socialista y democracia

gestionario”, es decir, gestor de una economía basada en la competencia y el beneficio capitalistas. En este punto convergen en un solo centro tanto el discurso sobre la democracia, como el discurso sobre el “modelo socialista para una sociedad socialista avanzada”, el de la estrategia hacia el socialismo y el de la autogestión y la “vida asociativa”. ¿Se trata de rechazar la imagen estalinista? ¡En buena hora! ¿Liberar al socialismo del arcaísmo puramente electoralista y parlamentarista? ¡Estupendo! ¿No privilegiar el papel de los partidos en relación al de las masas? De acuerdo ¿Garantizar el pluralismo? Indiscutiblemente. Pero decidnos, apóstoles del gradualismo reformista, ¿cómo conciliaréis todas estas buenas intenciones con una restricción del derecho a la huelga, con las tentativas de imponer una política de “rigor”, es decir de austeridad a una clase obrera y a una juventud recalcitrantes, con las necesidades inexorables de hacer respetar la lógica del capitalismo, si vuestra opción estratégica os impone una gestión de la economía capitalista en el preciso momento en que la crisis de ésta acentúa las tensiones de la lucha de clases y, por consiguiente, las exigencias y esperanzas de cambio radical que tienen las masas trabajadoras? La crisis de la Unión de la Izquierda, la crisis en el seno del PCF y la crisis paralela que inevitablemente se desarrollarán en el interior del PS y de los sindicatos ha nacido de estas contradicciones. Una oposición comunista que no adopte una postura clara en esta alternativa fundamental, es una oposición castrada, si no paralizada. Todo proyecto autogestionario que permita la subsistencia de las estructuras económicas capitalistas y del Estado burgués es una engañifa. Toda negativa a encaminarse decididamente por la vía de una contestación global del régimen capitalista, en el momento en que la acentuación de la lucha de clases comienza a orientar a las propias masas en este sentido, conduce necesariamente a un rechazo de la democracia socialista, incluso a una restricción de la democracia burguesa. Y, con las decepciones y divisiones obreras que engendra, prepara el retorno por la fuerza de la peor de las reacciones. Pues, y ya lo hemos dicho antes, aunque la lucha de clases sea la base real y fundamental de todo proyecto socialista, de toda política comunista, no es una lucha que tenga un sentido faltamente ascendente en todas las circunstancias e independiente de sus

74

puntodevistainternacional.org

resultados inmediatos y a medio plazo. La combatividad de las masas puede experimentar un retroceso o puede avanzar. La confianza en su propia fuerza y en su destino puede ser reemplazada por la decepción y el desconcierto, fuentes de pasividad. No se puede jugar impunemente con la combatividad y las esperanzas de millones y millones de trabajadores, tratándolos como si fuesen marionetas a las que determinados dirigentes particularmente inspirados pudiesen, simplemente pulsando un botón, hacerlas avanzar o retroceder. Si se dejan pasar los períodos de ascenso de las luchas obreras sin llevarlos hacia una salida revolucionaria, hacia la toma del poder, el retroceso acabará por sustituir al ascenso y el enemigo de clase experimentará la tentación de tomar la revancha. Esta será tanto más dura cuanto mayor haya sido el miedo de perderlo todo en el momento de la actividad desbordante de las masas. La negativa de la socialdemocracia alemana a tomar el poder en 1918-19 condujo directamente a Hitler al poder. La negativa, en junio de 1936, a llevar a su culminación una revolución socialista victoriosa, condujo a Daladier y a Petain. La negativa a culminar la destrucción del capitalismo, ya realizada en sus tres cuartas partes en el territorio de la España republicana en julio/agosto del 36, llevó a la victoria de Franco. Sería muy fácil prolongar la lista. En ninguna parte, la “democracia” ha salido ganando con esta opción. Pero los grandes vencidos han sido el socialismo, el movimiento obrero y la clase obrera. Mañana las cosas no tienen porque ser diferentes. Por esta razón, las opciones que ahora se tomen serán decisivas para el movimiento obrero de la Europa occidental. Lejos de ser un obstáculo en el camino de la revolución socialista, el profundo e indiscutible apego de las masas trabajadores de los países capitalistas industrializados a las libertades democráticas puede ser un poderoso motor suplementario de la misma, precisamente en el momento en que la burguesía y sus aliados recurran a la represión. Pero sólo lo será a condición de que se desarrolle según la lógica de la autoorganización democrática de las masas; a condición de que los consejos de los trabajadores, los consejos de los barrios no sean organismos sectarios y partidistas que actúen exclusivamente por razones ideológicas, sino organismos democráticamente elegidos que garanticen la representación de todas las corrientes políticas presentes en el seno de

75

Revolución socialista y democracia

las masas, sin excluir a ninguna; a condición de que las propias masas gocen, en el interior de y gracias a estos organismos, de una libertad de acción política y social mucho más amplia de la que hoy les concede la democracia parlamentario-burguesa más avanzada; a condición de que en el seno de estos organismos no se lleven a cabo prácticas represivas, sino simplemente confrontación de ideas y una presión y persuasión morales. Si todas estas condiciones se reúnen –y la experiencia demuestra que se derivan normalmente, o por así decir, naturalmente, del propio proceso de movilización revolucionaria de las masas, a condición de que la correlación de fuerzas entre los verdaderos comunistas, es decir, los marxistas revolucionarios, y los aparatos burocráticos de todo tipo, sea favorable e impida que estos últimos puedan desnaturalizar el proceso –entonces, brotará de la experiencia práctica de las masas, durante el período del doble poder, una legitimidad a la vez revolucionaria y democrática de nuevo tipo, que irá eliminando progresivamente la legitimidad parlamentario– burguesa. La mayoría de los trabajadores acabará entonces exclamado, como hizo Engels a propósito de la Comuna de París: ¿Quieren ustedes saber en qué consiste esta terrible dictadura del proletariado que tanto miedo les da? Pues fíjense en nuestros consejos, en su funcionamiento democrático, en su práctica revolucionaria, en su poder, a punto de centralizarse: ¡Eso es la dictadura del proletariado, Señores!”

76

9 La vía de avance para la oposición comunista La conclusión que se desprende de este examen crítico de los pasos adelante y de los pasos atrás efectuados por Louis Althusser, está muy clara: lo que le hace falta a la oposición comunista, lo que determinará su capacidad para elaborar una verdadera plataforma de conjunto respecto a las posiciones de la dirección del PCF, es un esfuerzo para unir de un modo coherente la crítica de los hábitos organizativos del PCF –el centralismo democrático; la crítica del pasado estaliniano de este partido y sus secuelas en la teoría y práctica actuales; la crítica del “fenómeno estaliniano” en la propia URSS; la crítica de la práctica política habitual del PCF y la crítica de su estrategia fundamental. He ahí por qué a los militantes de la oposición comunista les debe importar ante todo buscar una explicación de conjunto de “todo aquello que debe terminar en el partido comunista”, y buscarla en el propio espíritu del marxismo revolucionario, del leninismo, y no en la culminación del revisionismo socialdemócrata. Estamos dispuestos a colaborar en esta búsqueda con el máximo de debates abiertos, fraternales, con ellos, sin condiciones ni exclusiones previas de ningún tipo.

La vía de avance para la oposición comunista

Estamos convencidos de que es imposible enderezar el aparato burocrático del PCF y, lo que es lo mismo, al partido dirigido por este aparato. Estamos convencidos de que es una quimera pretender que este partido se democratice. Estamos convencidos de que al final de su evolución actual, no hay ninguna posibilidad de transformarlo en un partido centrista o revolucionario, Al contrario, cada vez acentuará más sus rasgos reformistas de colaboración de clase y de integración en la sociedad burguesa, rasgos que predominan en su política concreta desde 1935 y que cada vez están más codificados en el plano programático, Los camaradas de la oposición comunista son de otra opinión. Ellos todavía creen en la posibilidad de enderezar a su partido. Que hagan la experiencia del debate y de las luchas consecuentes con este objetivo. No le pedimos en absoluto que abandonen esta esperanza –aunque la consideramos ilusoria– para discutir con ellos los graves problemas de la estrategia y la táctica que debe seguir el movimiento obrero en Francia, en Europa y en todo el mundo. Es esta discusión la que les interesa hoy a centenares de miles de comunistas, de socialistas, de sindicalistas y de militantes de extrema izquierda. Es este debate el que hay que promover. En otro tiempo, los dirigentes estalinianos se esforzaron en encerrar a los trotskistas en un vasto gueto rodeado de un muro de prohibiciones: “No hay que discutir con los trotskistas”. El propio Althusser ha empleado esta fórmula, y no hace mucho. Por parte de los estalinianos, era lógico. No tenían argumentos que oponer al análisis y a las posiciones trotskistas. Mejor dicho, sólo tenían el de las metralletas y el piolet. Pero hoy las etapas sucesivas de la crisis del estalinismo han hecho saltar en pedazos este muro de prohibiciones. Estamos saliendo del gueto (salvo algunos que se encuentran tan a gusto en él que han decidido voluntariamente no salir del mismo). Hoy, el debate sobre las grandes opciones estratégicas está abierto, y nadie puede impedir que los trotskistas aporten la contribución de su programa, de sus principios, de su experiencia, que son los mismos que los de Lenin y el leninismo. En el transcurso de los últimos seis meses hemos participado nosotros mismos en tales debates con miembros de los Comités Centrales de los PCs de Gran Bretaña, Bélgica, Suiza y España. Durante los debates que hemos celebrado en Barcelona y Madrid con dirigentes del PCE, éstos han afirmado que no tendría inconveniente en que estos

78

puntodevistainternacional.org

debates se realizasen en las empresas y en las asambleas de barrio. Es una propuesta que acogemos encantados. Los problemas del comunismo, los problemas del socialismo, son problemas que afectan a todos los trabajadores, a toda la humanidad. Lo que ha pasado con la Unión de la Izquierda, el modo en que hay que oponerse a la escandalosa superchería electoral de Barre-Giscard-Chirac que han ocultado cuidadosamente a los electorales la ofensiva contra el poder adquisitivo y contra la ocupación que estaban dispuestos a desencadenar inmediatamente después de su eventual victoria electoral; todo esto también afecta a todos los trabajadores. Son todos los trabajadores los que deben discutirlo fraternalmente, escuchando y respetando todas las tendencias que se expresen. Así es como podrá forjarse la unidad de acción basada en la democracia obrera y en una línea estratégica correcta, que conducirá a la clase obrera francesa a la victoria. En este debate, es importante, indudablemente, aportar el máximo rigor teórico. Louis Althusser tiene razón cuando insiste en este punto, a pesar de que se le puede hacer el reproche de que su propia “práctica teórica” ha pecado fuertemente en este sentido y sigue pecando todavía parcialmente. Pero si la coherencia teórica es vital, no puede desvincularse nunca de la práctica. Sobre todo, no puede negarse a la prueba de la práctica como último criterio de verificación. Lo que irrita y desorienta a los trabajadores no son solamente las querellas incomprensibles de los dirigentes del PS y del PC –que comparten manifiestamente la responsabilidad de la ruptura de la Unión de la Izquierda–, ya que los dos aparatos defienden una estrategia común que nosotros consideramos falsa, incuso desastrosa. Lo que sobre todo les irrita y desorienta es la falta de respuestas claras a los males que les asolan: la ofensiva Barre, los cierres de empresas, los despidos, el creciente aumento del paro, el desmantelamiento de numerosas ventajas sociales, los ataques contra la Seguridad Social, el bloqueo del acceso a la Universidad para los hijos y las hijas de los trabajadores, el alza de las tarifas públicas, la inflación acelerada, el cinismo de los posesores que hacen caso omiso de sus compromisos electorales y siguen gobernando… con menos de un uno por ciento de votos de ventaja sobre las organizaciones obreras en marzo de 1978, y con menos de un 45% de los votos en los sondeos.

79

La vía de avance para la oposición comunista

El sentimiento unitario es muy profundo en el seno de las masas trabajadoras. “Dejad las disputas. Vayamos todos juntos contra el enemigo común”, este sentimiento mueve hoy a millones de trabajadoras y trabajadores en Francia. La clase obrera francesa no ha sufrido una derrota en marzo de 1978. Ha sido toda una estrategia reformista, electoralista la que ha fracasado. Es preciso repensar de nuevo esta estrategia. Pero esto se hará mucho mejor cuando las filas de los trabajadores vuelvan a marchar unidas, cuando su impulso combativo se haya soltado de nuevo, cuando un adecuado marco de unidad de acción, desde la cima a la base, haya ampliado poderosamente las posibilidades de confrontar ideas, de la democracia y de la autonomía obreras. Es por ello que no hay contracción alguna entre el combate de principio contra la socialdemocratización del PCF, contra su estrategia gradualista y electoralista heredada de la socialdemocracia, por un lado, y el rechazo no menos firme de todo sectarismo respecto del PS y a los trabajadores socialistas, por otro lado. Al contrario: se trata simplemente de dos aspectos distintos de un mismo rechazo de las prácticas que frenan el desarrollo de la lucha de las masas, que frenan su unificación y que tratan de impedir que ésta se produzca en un sentido anticapitalista. La oposición comunista de izquierda debe, con audacia, comprender también este aspecto de la necesidad crítica a “lo que debe terminar en el partido comunista”. Si no lo hace, dejará el monopolio de la lucha contra el sectarismo a los opositores de la derecha, o sea, a los socialdemócratas, que tratan de acelerar el proceso de socialdemocratización del PCF y no de detenerlo. Es preciso que integre esta crítica en la “crítica de conjunto”. De lo contrario, no tendrá ninguna influencia real en los sindicatos y en las empresas, donde la reivindicación de un relanzamiento del proceso unitario es profunda y duradera. Darle a este relanzamiento un contenido de clase y una dinámica anticapitalista, ésta es la tarea de los marxistas revolucionarios. Y esta debería ser también la tarea de la oposición comunista. Tan sólo sobre esta línea de acción puede progresar hoy y en el futuro la construcción de una nueva dirección revolucionaria, de un verdadero partido comunista, y en este sentido los marxistas revolucionarios consagran todos sus esfuerzos. Están convencidos 80

puntodevistainternacional.org

de que tarde o temprano se encontrarán con buena parte de los camaradas de la oposición comunista y con miles y miles de trabajadores comunistas de base, en un esfuerzo común tendente a forjar el instrumento necesario para conseguir el triunfo de la revolución socialista en Francia y en Europa, para devolverle a la clase obrera internacional la resplandeciente imagen del comunismo real que los crímenes de Stalin habían cubierto de lodo, pero que el renacimiento de la revolución mundial está a punto de hacer resurgir una vez más.

81