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“LA INSTANCIA DE LA LETRA...”, LETRA A LETRA I. El sentido de la letra Nota previa: Esta guía es una respuesta a la insistente demanda de quienes se encuentran día a día con los múltiples obstáculos que este texto opone a sus nuevos lectores: Al principio: el escrito sorprende por lo hermético del estilo y lo incomprensible de sus contenidos. Pareciera exigir del lector una inabarcable erudición en temáticas tan diversas como la lingüística, la retórica, la literatura, la poética, la etnología, la filosofía, la semiología, el marxismo, la historia social, y obviamente el psicoanálisis freudiano. Un poco después el lector va captando que esas disciplinas “fuentes” son tomadas sólo en el recorte preciso que interesan al psicoanálisis. No se trata de ser un experto en todas, sino de seguir el rastro a las transformaciones que Lacan realiza a partir de ellas, y estar advertido contra una posible confusión entre los conceptos psicoanalíticos y el saber constituido de otras ciencias. De paso, digamos que ese trabajo de Lacan no deja de ser un cuestionamiento implícito a esos saberes, pues pone el dedo en la llaga de sus impasses teóricos. Finalmente, el lector caerá en la cuenta que “La instancia…” no enseña a través de definiciones ni de sesudas explicaciones, sino a través de su estilo mismo. El sinsentido de su retórica barroca es “la nueva didáctica” de Lacan, donde lo científico no se confunde con las formas de lo académico. ¿Porqué un estilo tan retórico, un método tan rebuscado? Lacan (como sujeto) no enseña el psicoanálisis (como objeto) con palabras (como instrumento para expresar las ideas), sino que, en su enseñanza, las palabras mismas son las que dicen al objeto. Por lo tanto no será él, sino su estilo el que transmitirá los rasgos esenciales del objeto que está en juego en su enseñanza: el inconciente. Hasta podríamos decir que en Lacan “el estilo es el objeto”. Ese estilo pretende transmitir el inconciente estructurado como un lenguaje, no explicando sino hablando como ese inconciente, siguiendo sus mismas reglas de construcción, siendo en fin, el inconciente mismo, ya que el inconciente no es otra cosa que un lenguaje estructurado en un discurso retórico, resistente al sentido inmediato. Si el inconciente es el sinsentido en el hombre, el propio estilo de Lacan demuestra que nada más pleno de sentido que el sinsentido, si conocemos sus condiciones de producción. Lacan, como antes Freud, se opone a la posición humanista que piensa al lenguaje como un instrumento al servicio de la espiritualidad del hombre, donde lo que importa son las ideas a transmitir y no las palabras. Este texto está escrito para demostrar que el hombre es siervo del lenguaje, y que sus síntomas son la letra que el inconciente escribe en su alma y en su cuerpo. De las reglas del desciframiento, es decir del sentido de la letra, se ocupará Lacan en la primera parte. La segunda: La letra en el inconciente, dará las fórmulas de la metáfora y la metonimia y demostrará, siguiendo a Freud, el funcionamiento de estos tropos en la retórica del inconciente. En la tercera: La letra, el ser y el Otro mostrará que no sólo el sujeto, sino también el Otro está determinado por la letra, y que el kern unseres wessen freudiano (el núcleo de nuestro ser) es sólo un agujero socavado por el lenguaje en las entrañas de un “ser” imposible en el plano de lo real. Si para Lacan, qué es el inconciente no se puede decir, salvo traspuesto en un estilo barroco de metonimias y metáforas, sepa el lector que gran parte de lo que ganará con las explicaciones didácticas de esta guía, lo perderá si no otorga todo su privilegio a la lectura de Lacan. Ante dudas sobre términos o conceptos que no puedan ser resueltos con esta guía, se recomienda consultar el Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje 1 de Ducrot y Todorov y el Diccionario Introductorio de Psicoanálisis Lacaniano2 de Dylan Evans.

TITULO. La instancia de la letra en el inconciente o la razón desde Freud: No deja lugar a dudas; es el fin de toda idea del inconciente como “sede de los instintos”, lugar de lo primitivo, irracional e infantil, donde no existiría orden ni ley. Ahora se trata de un inconciente sometido a la legalidad simbólica del lenguaje. Se trata no de la sinrazón, sino del funcionamiento de una nueva razón descubierta por Freud en La Interpretación de los Sueños, que trastorna toda idea filosófica o psicológica de razón, ya que esa nueva razón no depende de ningún sujeto “cogitans” (pensante, en sentido cartesiano), sino que es autónoma con respecto a él. Más aún, es una razón paradójica que funciona en un sinsentido inquietante. Instancia de la letra: Subraya fuertemente la relación entre el inconciente y el lenguaje y tiene al menos tres sentidos que no se excluyen entre sí: 1. Del verbo instare: estar por encima. Se refiere a la posición dominante de la letra en el inconciente. 2. Tiene el sentido de insistencia apremiante. La letra insiste en el inconciente y se hace escuchar en la “repetición”, así como la vemos repetirse en los títulos de las tres partes del escrito. 3. Evoca también un sentido jurídico: en la instancia de la letra, ella puede decidir sobre el destino sexuado, sobre el cuerpo, y hasta sobre la vida de un sujeto. Su “aparato jurídico” consiste en operaciones de sustitución y combinación, que sancionan (localizan) al deseo en las manifestaciones del inconciente.



Para utilizar esta guía es imprescindible la lectura simultánea del Escrito de Lacan, y muy conveniente la consulta de la bibliografía (que se reduce sólo a la citada explícita o implícitamente por Lacan), a medida que vaya apareciendo.

2 4. la razón desde Freud: La “o” que conecta ambas partes del título indica que la instancia de la letra en el inconciente también puede decirse como la razón desde Freud; de una manera “o” de otra. La función de la letra hace posible que la interpretación analítica deje de ser un acto intuitivo basado en los significados habituales de las palabras. La letra ofrece un soporte material y una razón lógica (ratio = medida) a la interpretación. Si en un sueño aparece por ejemplo el sol y un dado, el analista podría interpretar eventualmente: “en su sueño hay un soldado”. Una interpretación intuitiva, que se guíe por la imagen y no por la letra, diría por ejemplo “jugar a los dados hasta que salga el sol”, o cualquier otra interpretación aleatoria basada en los múltiples y caprichosos significados que evoquen los vocablos sol y dado. El título completo, podría leerse así: a partir de Freud, la “razón” (lo que del “logos” es inteligible) no es otra cosa que la instancia de la letra en el inconciente . “Entre lo escrito y la palabra…” La introducción sitúa a este texto “entre lo escrito y el habla” pues si bien Lacan lo ha redactado, su origen es una charla con un grupo de estudiantes de letras. En la charla no hubo “preeminencia del texto”, aquí sí. En esta versión escrita Lacan se obliga a una condensación muy apretada de las ideas, introduciendo así una dificultad, pero impidiendo al mismo tiempo todo facilismo en la lectura. Pero debe cuidar que una hipertrofia del texto, no lo aleje demasiado de la palabra, o sea del uso verbal del lenguaje. Este texto es entonces un “pre-texto” en tres sentidos: 1) aprovecha el pedido de la revista de psicoanálisis para escribir la charla. 2) detrás de él hay otros textos que le dan soporte y fundamento, porque es aquí donde Lacan inaugura la pertinencia de recurrir a Saussure, Benveniste y Jakobson, para entender la estructura de lenguaje que reina en el inconciente. 3) No es un “verdadero” texto en el sentido que conserva mucho de las condiciones de “la palabra” (se refiere a la charla) medida esencial para el efecto de formación que busco. Otra dificultad es que la lectura, para que tenga sentido, debe ubicar el texto “en la escala de su tópica”, es decir en su lugar diferenciado dentro de la producción total. Y debe tener en cuenta además a qué “auditorio” fue dirigido ya que para Lacan el que escucha determina al que habla. Habló a los estudiantes de Letras, precisamente de la letra; aprovechando este auditorio para restituir en caliente, la relación del psicoanálisis con “las letras”, y mostrar cuán importante fue para Freud la universitas literarum (el conjunto de lo escrito, en un sentido literario) para la formación de los analistas. Lacan critica a los psicoanalistas (aquellos a quienes no me dirijo) que para ponerse a tono (desde que él comenzó a hablar del lenguaje) se los ve afanosos, desempolvando mamotretos de lingüística que dan una falsa identidad del psicoanálisis en lo que respecta a la simbolización y al lenguaje. Ellos quieren ser modernos, estar en la renovación, pero les falta el tono. Su seriedad da risa porque ellos se aferran a manuales perimidos y orientados en un sentido contrario a lo que es la letra en Freud. De paso Lacan plantea el divorcio que hay entre la verdad y la seriedad: para el psicoanálisis nada más verdadero que un chiste. En broma puede decirse todo… hasta la verdad había dicho Freud. I.

El sentido de la letra.

Esa palabra: la letra, no es una pequeña parte del lenguaje, su funcionamiento implica a toda la estructura del lenguaje en el inconciente. Lacan privilegia la letra, porque entiende al inconciente como una escritura, con toda la idea de materialización del lenguaje que la escritura implica. La define como soporte material. Con lenguaje Lacan se refiere a lo que Saussure llama la lengua y con discurso concreto al habla. La diferencia entre discurso y habla es sutil pero de enorme importancia. Para Saussure habla es el dominio de lo individual, hay un “usuario” que utiliza la lengua. Para Lacan en cambio, el discurso siempre implica una dimensión social. No sólo porque siempre se habla a otro, y de ese otro depende el sentido de lo que el sujeto diga, sino además porque todo el empleo social del lenguaje, por ejemplo de una época, precipita formas y sentidos lingüísticos que restringen la libertad del sujeto parlante. Si leemos atentamente la definición de Lacan, veremos que es entre estos dos dominios, el del lenguaje y el del discurso, que se sitúa a la letra. El sujeto queda marcado por la letra, ya sea que provenga del sistema de la lengua, o de su empleo en el discurso. Por ejemplo, si un analizante se sueña desnudo ante la que hasta ayer fue su mujer, no necesariamente el sueño tendrá el sentido de un acto exhibicionista revelador de un deseo sexual. La organización de la lengua (y no del discurso) proporciona los morfemas “des” como prefijo privativo y “nudo” como sustantivo, que en este análisis en particular, pero no en otro, se constituyen en la letra cuya lectura dice: “me estoy desatando de mi ex mujer”. Pero en cambio si el mismo analizante en un sueño de angustia anterior, es agredido con un arma blanca por la mujer amada hasta hacerle manar sangre de la cara, aquí ya no es la lengua sino el discurso, es decir la forma en que la gente dice las cosas aquí y ahora, el que permitirá interpretar, por ejemplo: le resulta insoportable que le hayan “cortado el rostro”. Lacan no deshecha la vertiente histórico social de la letra. Pero lenguaje y discurso no están en el mismo nivel. El acto de discurso depende del lenguaje en la medida que toma de él (y no del mundo físico) la materia de la letra. Por lo tanto, el soporte material no se

3 confunde con el sonido ni con las funcionen articulatorias o psíquicas que intervienen en el lenguaje. Queda así acentuada la absoluta autonomía del lenguaje con respecto a cualquier función física o mental del sujeto (por la razón primera de que el lenguaje lo preexiste), y subvertida la noción de soporte material en tanto se opone a toda idea vulgar de “materia”. La letra como materia, no pertenece al mundo de la sustancia, sino al orden del lenguaje, y sin embargo es bien real, como lo pudimos ver en el ejemplo del soldado. El modelo de letra que Lacan tomará en el capítulo II es el jeroglífico, que en sí mismo no significa nada, no tiene ningún sentido propio. Su representación gráfica, un pájaro por ejemplo, no se lee como el ideograma de “pájaro”. Si Champollión después de tantos siglos pudo descifrar la legendaria piedra Roseta es porque logró entender que la letra sólo entregaría su secreto en su enlace con todo el sistema de la escritura egipcia. Pero seamos más simples. Imaginemos varios puntos dispersos en un pizarrón. Ninguno de ellos es letra. Pero un punto al final de una frase escrita sí lo es. ¿Porqué? Porque puede ser leído. Esto es, se ha convertido en significante. ¿Cómo? Por establecer relación con otros elementos del lenguaje, en este caso el sistema de puntuación gramatical. ¿Cuál es entonces el soporte material? ¿La imagen física del punto dibujada en el pizarrón? No! Porque los otros puntos diseminados en el pizarrón son físicamente idénticos y sin embargo ninguno de ellos es letra. El soporte material es lo que la hace significante, es decir el lugar y la función que la estructura del lenguaje le otorga y que permite su relación lingüística con otros elementos no menos significantes. “Notemos que las afasias…” Para abonar la autonomía del lenguaje con respecto a toda sustancia, incluso a la sustancialidad del cerebro, Lacan recurre a un breve pero famoso trabajo de Jakobson3 donde este lingüista ruso radicado en Francia y luego en Estados Unidos, demuestra que aún en trastornos de evidente etiología lesional como los trastornos afásicos, la capacidad del habla se deteriora siguiendo la forma en que está organizado el lenguaje en relaciones de sustitución y de contiguidad entre los términos. Esta organización había sido ya enunciada por Saussure en su teoría del valor como relaciones paradigmáticas (asociativas) y relaciones sintagmáticas, y acabada por Lacan (ver II La letra en el inconciente) con su reinterpretación de la condensación y el desplazamiento como metáfora y metonimia. En correspondencia con esta organización, el sujeto parlante debe realizar dos operaciones: seleccionar y combinar palabras. La afasia tendrá entonces dos “vertientes”: 1) La que afecta a la operación de selección, llegando el paciente a tal pobreza en la capacidad de sustituir palabras en el orden del paradigma, que al final sólo dispone de un vocablo (anáfora generalizante) como “coso” o “cosa” para designar casi todo, aunque se mantienen sin deterioro los eslabones o conexiones en el sintagma: “y… entonces… con… o… luego… etc.” 2) La que afecta a la operación de combinación. El paciente habla “a lo tarzán” Tiene la selección paradigmática, pero no puede combinar los elementos seleccionados en un sintagma organizado. Entonces la variedad y extensión de las frases va disminuyendo, hasta hablar sólo con palabras inconexas (generalmente sólo sustantivos y verbos). De acuerdo al párrafo de Lacan que estamos comentando, la creación de la significación (es decir, cómo ella se engendra) es un efecto del significante, y no como para Saussure el resultado de la unión entre un significado y un significante. Pero además, este efecto significante que es la significación tiene como soporte a la letra, cuya materialidad no es más que aquella pura diferencia (rasgo o marca) que permite a cada significante no ser confundido con otro. Así por ejemplo el nombre propio tiene un estatuto de letra en tanto es lo único real que permite a Juan diferenciarse de Pedro en lo simbólico. Pero en la realidad funciona también como discurso: esa marca (la letra) establece siempre alguna relación de contigüidad con otro elemento de la lengua produciendo efecto de significación, es decir, se convierte en significante. Por ejemplo el apellido Meo que como tal es sólo letra (soporte material de la diferencia entre familias: están los Meo y los que no son Meo), suele entrar en una relación de contigüidad tan cercana y evidente con el verbo que designa el acto de la micción, que asegura a su portador ser víctima de chistes aunque jamás haya padecido de enuresis. El nombre del sujeto al nacer, no sólo forma parte del lenguaje (como letra), sino de algo aún más concreto: de un discurso en el movimiento universal; al quedar inscripto allí, el sujeto se convierte en siervo de la letra (la padece, como el señor Meo), esa marca irreductible que lo determinará en su propia identidad y en su lugar social. Lo ubicará, por ejemplo, en una genealogía y en el parentesco edípico, y muchas veces determina aún la profesión de un sujeto.

“La referencia a la experiencia de la comunidad…” Los próximos párrafos, aluden a ciertas corrientes etnolinguísticas en antropología que suponen que la sustancia del discurso depende de la experiencia de la comunidad. Toman al lenguaje como una manifestación entre otras del “espíritu de un pueblo”. Para discutir esa posición, de inspiración histórico genética y no estructural, Lacan recurre a las ideas de C. Levi Strauss, sobre todo a las expuestas en su libro capital Las

4 estructuras elementales del parentesco4. Si no menciona al autor, no es para apropiarse de sus ideas, sino que, en lo que el texto conserva de palabra, da por archisabida dicha referencia por parte de los estudiantes de letras de la Sorbonne. Antes de que (en un sentido más lógico que cronológico) cualquier drama histórico (se refiere a la historia social) se inscriba como discurso y produzca efectos, ya el lenguaje ha producido los efectos fundantes de todo grupo humano: una ordenación de las estructuras del parentesco basada en la ley de la prohibición del incesto. Es así como el intercambio de mujeres produce un funcionamiento social global, que tiene su origen en el lenguaje, bajo la forma de una nomenclatura de parentesco que determina a los parientes prohibidos, y en las sociedades llamadas “primitivas”, prescribe también a los permitidos. En ellas, “la movida” de cada sujeto, queda determinada por la pertenencia a uno u otro “tótem”, que más allá del animal que lo represente es una clasificación puramente diferencial y simbólica. Lacan afirma entonces que el lenguaje no es un fenómeno derivado de una sociedad dada como una expresión más de su cultura, sino que lenguaje y cultura son una y la misma cosa, siendo su función la de negativizar la naturaleza y dar origen a la sociedad. Invierte así el concepto etnográfico tradicional, solucionando definitivamente el problema del “origen”: la solución es que no hay origen, que el problema de la causa es indecidible, y que el drama histórico social tiene como condición previa al lenguaje, que es ley y es cultura. “Las tinieblas de las relaciones del significante y el trabajo…” Por lo tanto las relaciones originales del significante y del trabajo en la génesis de la historia, que Lacan dice dejar en sus tinieblas, quedan sin embargo iluminadas: no son las relaciones de producción las que dan lugar al lenguaje, a la manera de una super estructura marxista, sino que la praxis humana, supone ya todo el funcionamiento del significante. Esta cuestión tiene su sentido, pues los teóricos de la revolución rusa discutían sobre la necesidad de cambiar el idioma burgués de la época zarista, por un Esperanto auténticamente socialista, que no arrastrara la perversión ideológica del régimen derrocado. La discusión fue zanjada por el propio Stalin, en un memorable reportaje sobre lingüística5, donde declaró que el lenguaje es totalmente autónomo con respecto a la ideología. En realidad sólo el discurso, por ser el dominio de las significaciones, puede ser infiltrado por la ideología, pero no la lengua que como instancia formal no puede tener significado alguno. La postura de Stalin permitió en Rusia el florecimiento del formalismo literario, escuela que inauguró el estudio del lenguaje en su estatuto de objeto científico. Su exponente más conocido en occidente fue V.Y. Propp, con sus estudios sobre la morfología del cuento (1926). De allí parte esa posición de ciencia piloto que ocupa la lingüística, en un dominio que hoy resulta ya confuso e inapropiado llamar ”ciencias del hombre”, (exigiendo por lo tanto una nueva clasificación) pues si hay algo que pone en cuestión (hace opaca) a la naturaleza humana, es precisamente el lenguaje, que lejos de expresarla, más bien la “desnaturaliza”. “La lingüística en posición de ciencia piloto…” A lo largo de seis años Saussure dictó sus cursos de lingüística, que nunca publicó, en la Universidad de Ginebra (1906 a 1911). Pero la piedad de dos de sus discípulos (Ch. Bally y A Sechehaye) rescató del olvido las enseñanzas del maestro que fueron publicadas como Curso de lingüística General6. Es a Saussure a quien Lacan reconoce como el fundador del momento constituyente de la lingüística como ciencia, donde “La Lengua” será el objeto teórico de la lingüística. Queda evacuado así todo contenido que le sea ajeno: psicológico como el pensamiento, físico como el sonido, fisiológico como la articulación foniátrica, histórico como la etimología, etc. Sólo queda la lengua como sistema simbólico. Haber excluido “lo físico” no por eso convierte a la lengua en una entidad metafísica: su sustrato real es el hecho de estar soportada en todos los que hablan. El campo quedará definido exclusivamente por dos dominios: el del significado y el del significante y la problemática de sus relaciones mutuas. En cuanto al algoritmo exige una explicación más cuidadosa, pues allí empiezan las divergencias de Lacan con Saussure. Saussure define acertadamente el objeto y el campo, pero para dar cuenta de las relaciones entre los dos dominios del campo, teoriza el signo que aunque parecido al algoritmo lacaniano es teóricamente diferente. Después de teorizar “la lengua” como sistema, el signo representa un momento de regresión al sustancialismo en Saussure: se trata de una entidad empírica, dada por la unión de un significante y de un significado que componen juntos las unidades de la lengua homologadas casi siempre por Saussure a las palabras. El algoritmo en cambio, es una entidad puramente formal y abstracta. Implica la transformación del signo saussureano en varios sentidos: 1) Elimina el círculo que encierra a sus dos etapas, es decir al significado y al significante, con lo cual la unidad del signo planteada como “sustancia” indisoluble queda deshecha y se renueva el problema de cómo dar cuenta de la significación. 2) Quita las flechas con lo cual desaparece la relación biunívoca. Aunque Saussure había colocado al significado, en posición preeminente (arriba), como lastre de una ideología humanista que privilegia lo espiritual, las flechas indicaban formalmente que no se trataba de una relación de jerarquía; simplemente eran las dos caras del signo, como “las dos caras de una hoja de papel”.

5 3) Desaparecida la unidad, la raya horizontal se convierte en “barra”; esta barra será “resistente a la significación”. Si para Saussure las dos caras del signo funcionaban como un “par ordenado”, es decir unidas por una relación punto a punto entre significado y significante, el algoritmo dará toda la primacía al significante, que por eso se coloca sobre la barra y en mayúscula. Cualquier efecto de significado depende ahora no de lo que suceda entre significado y significante, sino de lo que suceda exclusivamente en el nivel del significante, “etapa” primera en el proceso de significación. Con la idea de etapa en vez de “cara”, Lacan acentúa la temporalidad retroactiva (aprés coup) de la significación. “Un estudio exacto de los lazos del significante…” Las consecuencias de esta transformación de la función de la barra, serán enormes: el significado nunca podrá ser alcanzado, y su lugar servirá para ubicar todo lo imposible de significar: lo real, la causa, el sujeto, el inconciente El homenaje a Saussure es porque a partir de él se hace posible una reducción de todos los problemas de la lingüística a la formalización del algoritmo. A tal punto que para la diversidad de las escuelas actuales, no hay otro campo de estudio que el delimitado por los dominios del significante y del significado. Del significado se ocupó la semántica que no obtuvo resultados trascendentes, del signo las ciencias de la comunicación y la semiótica. La lingüística moderna, al privilegiar el significante, hizo posible, un estudio exacto de los lazos del significante. Es lo que conocemos como fonología, que veremos luego. Pero digamos desde ya que los fonemas, esas mínimas partículas diferenciales, son las verdaderas unidades de la lengua y aunque no tienen significado alguno, son las determinantes en toda la amplitud de la génesis del significado. El descubrimiento saussureano no se reduce a lo arbitrario del signo. Esta cuestión venía siendo debatida desde la reflexión antigua; el diálogo “Cratilo” de Platón7 está totalmente dedicado a ella, y esta discusión fue retomada en el renacimiento por la precursora “Escuela de Port Royal8 (1660)”. Es obvio que para Saussure el signo no tiene ninguna relación de motivación desde el referente. Es decir, la palabra no está determinada por la cosa, aunque aveces lo parezca, como parece que la palabra “susurro” es un susurro en sí, o que la palabra “tañido” imita al tañido mismo, o que la palabra “hilo” es tan delgada como un hilo, todo lo cual ha llevado a pensar a ciertas corrientes realistas que el lenguaje es una imitación de la realidad. La forma en que el niño aprende el dominio del lenguaje, o los métodos concretos para enseñar idiomas extranjeros, producen la ilusión de que a cada cosa le corresponde una palabra. La teoría de la arbitrariedad del signo, tiene incluso un antecedente en el diálogo De Magistro, donde San Agustín explica a su hijo Deodato que la significación de una palabra se obtiene sólo por la mediación de otra, y no por una relación de necesidad o motivación con la realidad. Lo demuestra así: si quieres saber qué significa nada, no puedes buscarla entre las cosas porque en el dominio de las cosas “la nada” no existe. Sólo significa en el lenguaje. La falta de algo no es una cosa sino “tan sólo” una significación. Pues no existiría “la nada”, si no existiera la palabra nada para significar a esa falta. Como la función del lenguaje no es nombrar a la realidad sino simbolizarla, no hay ninguna lengua pretendidamente “primitiva” que sea insuficiente para cubrir las necesidades de un grupo lingüístico dado. El lenguaje es determinante con respecto a lo real y no al revés. Si en una lengua dada existen las palabras hierba y árbol, pero no arbusto como en la nuestra, la realidad sigue siendo la misma para ambas lenguas, sólo que categorizada de diferente manera, Simplemente se trata de que en la primera lengua tanto el conjunto hierba como el conjunto árbol abarcan más elementos que en nuestra lengua haciendo innecesaria la palabra arbusto. Lacan dirá entonces que el lenguaje no designa objetos en particular sino conceptos, muy diferentes a cualquier nominativo (el nombre de un elemento único). Aún para Saussure, su árbol no es un árbol particularizado, sino un concepto aplicable a todos los árboles. Así es como la cosa, -preocupación que el filósofo (alusión implícita al libro de Heidegger La pregunta por la cosa9) se plantea a nivel del ser-, no es estrictamente más que un nombre, porque su determinación proviene del lenguaje. Más claro: “lo real es imposible lógicamente”. “La cosa reducida muy evidentemente al nombre…” Lacan juega ahora con las palabras: en la etimología latina del vocablo rien (nada), que paradójicamente es rem (acusativo de cosa), encuentra apoyo para sugerir que la cosa es sólo el ropaje de una nada, y que la homofonía de cause (cos) con chose (chos) indica que la lengua “sabe” sobre la identidad entre la cosa y su causa. Pero, la discusión filosófica sobre la relación entre las palabras y las cosas, ya totalmente terminada en la lingüística a partir de Saussure, nos desvían del lugar desde donde el lenguaje nos interroga sobre su naturaleza. El verdadero problema (que nos legara Saussure) es el de las relaciones entre significado y significante. Y se equivoca quien no pueda superar la ilusión de que el significante, es sólo sonido para representar a lo que importa, el significado. Pero también se equivoca quien, aún no cometiendo esa herejía (contra el significante) siga pensando que de todos modos el significante, alguna significación, aunque múltiple, polisémica, ha de tener. Así el lógico positivismo puede aceptar que el significante sea equívoco en cuanto a su relación con el significado, pero en tren de suponer que para decir algo con sentido hay que remitirse a la realidad como sentido

6 del sentido, no llega más que a bagatelas. Sus teóricos se preguntan por ejemplo si la proposición “el rey de Francia es calvo” es verdadera o falsa, llegando a la conclusión de que tal proposición no tiene sentido (es indecidible) porque no existe rey en Francia. La obra del señor I.A. Richards mencionada en la nota y escrita con C. Ogden, se titula justamente “Meaning of meaning” y fue traducida al castellano como “El significado del significado”10. Cuando esta escuela, al estilo de Leibnitz, propone para la lógica un lenguaje que tenga sentido unívoco, llega a la formalización matemática, lenguaje que si no es ambiguo ni equívoco es porque no tiene ningún sentido. ¿Qué sentido tiene por ejemplo “S es P”, o el binomio de Newton? El algoritmo lacaniano, no sólo contradice la idea de que un significante particular (árbol) remita a un concepto (de árbol), sino que contradice además la idea de que el sistema de los significantes tenga como contrapartida un sistema de significados. Eso seguiría siendo el signo enigmático de un misterio total; para disiparlo se hace necesaria una teoría sobre la determinación de sus relaciones, ya que la biunivocidad sostenida por Saussure ha caducado como explicación. “Caballeros Damas…” La incongruencia que propone Lacan, dimensión a la que el analista no debe renunciar en la interpretación, es que el significante “caballeros”, si tiene una puerta debajo, no remite al concepto de hombre, sino al de excusado ofrecido al hombre occidental para satisfacer sus necesidades naturales fuera de su casa… Pero para que se produzca la sorpresa de esta precipitación de sentido inesperada es necesaria una relación de contigüidad con otro significante: “damas”. Es la diferencia entre ambos significantes, (y no entre las puertas, que como es habitual, son idénticas) la que somete la vida pública a las leyes de la segregación urinaria. Las comunidades primitivas, que como es sabido no tienen puertas, comparten esta “segregación” demostrando que no juega ningún papel el concepto de puerta, sino la diferencia de un significante (caballeros) con otro significante (damas). Con esto Lacan deja patidifuso al tradicional debate nominalismo – realismo. Si los nominalistas afirman que las palabras “nombran” al objeto de una manera “arbitraria”, mientras que los realistas sostienen una “motivación” (relación de necesidad) de la palabra con lo que nombra, y en esa discusión vienen desde hace dos mil años, de pronto Lacan dará su golpe bajo: el significante no nombra lo real de ninguna manera, ni arbitraria ni motivadamente. El significante entra de hecho en el significado, lo produce de una manera inesperada (como en caballeros – damas), llegando a ocupar un lugar en la realidad. Un miope para saber a qué baño entrar, debería acercarse no a las puertas, sino a las “pequeñas placas esmaltadas”, para recibir de la doble y solemne procesión de la nave superior, es decir de la diferencia entre los nombres que están arriba, la determinación de qué hacer en la realidad. La doble procesión alude también a esta misma segregación en las procesiones religiosas donde hombres y mujeres marchan cada sexo por su nave. “Un tren llega a la estación…” Ahora bien, ningún ejemplo iguala la vivencia de la verdad, que puede darse por ejemplo cuando una interpretación en análisis revela que una acidez de estómago dice así des lo que des… Pero el de Lacan no es sólo un ejemplo: despertó en la persona más digna de mi fe ese recuerdo de su infancia…Para los niños, los significantes “caballeros–damas” tienen tan poco que ver con el significado, que bien podrían designar estaciones de ferrocarril. De paso, la rigidez y la resistencia de los rieles, le sirve a Lacan para sugerir que la ausencia de dialéctica entre los dos niveles es tan fuerte, que sería necesario tener los ojos vendados para no darse cuenta que si hay alguna luz en el campo de las significaciones, es gracias al significante, y así y todo las tinieblas no se disipan del todo, porque siempre queda un resto inacabado en la significación de la realidad. “La disensión, únicamente animal…” Que el lenguaje “entre” en el significado, pero que no pueda agotar la significación, esto es, que la verdad última de la diferencia de los sexos en lo real quede en las tinieblas, va a traer la Disensión: el desacuerdo implacable entre los “caballeros” y las “damas”, esas dos patrias que harán divergir a los niños del ejemplo, y donde cualquier intento de pacto en cuanto a la igualdad, no hará más que acentuar la desigualdad de una guerra ideológica. Lacan finalmente, dirá con un matema: no hay relación sexual. ¡Qué ironía! Parece la historia de Francia, con su incongruencia entre las consignas de Libertad, Igualdad, Fraternidad y el terror de la Revolución Francesa. Que de todas maneras es más humana que la de Inglaterra, ironizada por el mordaz crítico social anglo irlandés, el dean Jonathan Swift (1667-1745) para quien la disensión queda representada por las divergencias estúpidas entre el norte y el sur de Inglaterra, comparados con la Punta Gruesa y la Punta fina de un huevo. Queda por concebir, cuales son los caminos por los cuales el significante, - que en verdad nunca es uno sino al menos dos como es visible en la duplicación “caballeros” “damas”, que además son dos plurales -, es capaz de atravesar la barra (más allá de la ventanilla) hasta hacer soplar el aire frío y caliente, de todas las significaciones de indignación y desprecio, irreductibles entre los sexos, como entre republicanos y monárquicos, como entre el Norte y el Sur.

7 A esta tarea se abocará Lacan en las próximas páginas, haciéndose más teórica y rigurosa su exposición, pero al mismo tiempo más ampulosamente barroco y literario su discurso, como imitando los rasgos del objeto que está en juego en su teoría: el inconciente “estructurado como un lenguaje” (retórico, sin duda). Podríamos decir que se trata de un diálogo secreto por no explicitado con su amigo el lingüista Emile Benveniste, que había hecho conocer a Lacan aun antes de la publicación, su artículo Los niveles del análisis lingüístico 11. Este trabajo es una base sólida para Lacan y está tan presente en el trasfondo de sus páginas, que su lectura resulta imprescindible. Sin ánimo de suplirla, sirva de presentación el siguiente resumen donde el texto de Benveniste queda reducido a su mínima expresión. “Benveniste publica su artículo en 1962; en él retoma el descubrimiento de la fonología sobre las unidades formales de la lengua a partir del cual no se puede ya seguir pensando en el fenómeno de la significación como relación imaginaria entre significante y significado. Con Benveniste la lingüística se hace cargo de la ausencia de biunivocidad entre los dos planos. A partir de ahí tratará de despejar las relaciones pertinentes a la producción de sentido, en la organización del significante exclusivamente. Propone un método extraordinariamente eficaz para el análisis del lenguaje. La eficacia reside en que los criterios y procedimientos de su método no son exteriores al objeto que analizan sino que, en sus propias palabras, la realidad del objeto no es separable del método propio para definirlo. Cuando se trata de hacer justicia a la naturaleza articulada de la estructura y al carácter discreto de sus elementos, la noción de nivel se impone como esencial al objeto mismo. (…) El procedimiento entero del análisis de Benveniste tiende a delimitar los elementos o unidades a través de sus “englobamientos crecientes” en unidades de “nivel” superior. Este análisis consiste en dos operaciones que se gobiernan una a otra y de las que dependen todas las demás. De las dos (la segmentación y la sustitución), nos interesa sobre todo la primera. Sea cual fuera la extensión del texto considerado, un fonema por ejemplo (sí, un fonema también puede ser “texto”, al menos para el psicoanálisis), o todo un largo discurso, es preciso primero segmentarlo en porciones cada vez más reducidas, hasta hacer aparecer los elementos no segmentables, es decir aquellos que ya no admiten descomposición en otros de nivel inferior. Así el método alcanza la unidad mínima, que en la lengua es el rasgo distintivo, aunque sólo la unidad del nivel que le sigue es pronunciable: el fonema. Cada unidad está formada por constituyentes seleccionados en los paradigmas del nivel inferior. Así cada fonema está constituido por un haz de rasgos distintivos, cuya estructura es capaz de producir en la diversidad de su combinatoria, todos los sonidos significantes de una lengua. Cada unidad es a su vez integrante sintagmática de una unidad de nivel superior: una sucesión de fonemas integra un morfema, primer nivel en el que aparece el sentido (a los fines prácticos podría tomarse “morfema = palabra, aunque teóricamente esa equivalencia sea incorrecta); una sucesión de morfemas integra una frase. Cada nivel es un operador porque una unidad de determinado nivel sólo queda definida desde otra unidad de nivel superior. Así el valor (pero también la significación “de que es capaz”) de un fonema se delimita desde el morfema, y el valor de un morfema a partir de la unidad de nivel superior: la frase. El nivel más complejo de la lengua lo traza la frase, que comprende a los morfemas como constituyentes, éstos a su vez a los fonemas, y éstos a los rasgos distintivos. Estos últimos son elementos indivisibles, no pronunciables, que pertenecen a la lengua pero no son autónomos, ya que sólo se dan integrados (por simultaneidad) en el fonema, considerado entonces como la unidad mínima de la lengua. La frase no puede ser ella misma integrante de un nivel superior. El lenguaje como estructura no tiene unidad más compleja que la frase, porque ésta no es ni puede ser parte de otra frase que la preceda o la siga. Entre frases existe sólo relación de consecución. Con la relación entre frases entramos en un nuevo dominio: el del discurso12”. Para Benveniste, el discurso parecería definirse recién en el nivel en que las proposiciones tienen sentido y referencia, es decir en las frases. Para Lacan el discurso remite siempre no a un sentido sino a un sujeto del inconciente. Por lo tanto, en cualquier nivel en que el lenguaje represente a un sujeto, podremos decir que hay discurso. Podría ser incluso en el nivel del fonema, en el caso de que una sustitución fonemática se constituya, como es frecuente, en un acto fallido. Si un marido cuya mujer se llama “Brígida” se equivoca y dice: “Te presento a Frígida, mi mujer”, la selección de los rasgos distintivos-opositivos: oclusivo, labial y flojo del fonema “B”, en lugar de lo fricativo, dental y fuerte de “F”, cambia totalmente el sentido de la frase, y es allí donde localizamos el discurso de un sujeto inconciente. En la medida que un sujeto está implicado, un humilde fonema, sin sentido en sí mismo, adquiere función de discurso. Llegados a esta altura del texto, ordenemos los términos, que como vamos viendo, responden a esa característica esencial de “dualidad” que Saussure le atribuye a todos los hechos de lenguaje. Saussure descubre la estructura no fenoménica que organiza al lenguaje: la lengua; a su empleo en el discurso lo denomina: habla. A las unidades de la lengua, que consisten en la unión de un significado y un significante las llama signo. Pero luego puede superar el empirismo del signo y descubre que las relaciones entre sus dos partes, no tienen una determinación en sí, sino que dependen de las relaciones de valor que establecen los signos entre sí en el seno del sistema de la lengua: relaciones paradigmáticas y sintagmáticas. Esta división permite ya a Jakobson pensar que si en la lengua hay sólo paradigmas y sintagmas, el sujeto hablante para

8 construir su discurso, sólo deberá realizar dos operaciones: seleccionar según la organización del paradigma, y combinar según las leyes del sintagma. Con Benveniste avanzamos aún más. Todo el campo del significado se traslada a la frase, pues antes de esa puntuación, el significado está en estado de vacilación, de no determinación. Se consolida entonces una nueva dualidad que influirá sobre Lacan: en la lengua sólo hay significantes; para que se produzca ya no un significado (que no deja de ser unión entre dos partes) sino un efecto de significación, se requiere del discurso en su linealidad sintagmática pero también en su espesor paradigmático. Con Benveniste no hay producción de significado sin el “empleo” concreto del lenguaje en una frase. Lo que queda sin teorizar, es nada menos que el sujeto de ese “empleo”, relegado por la lingüística al simple papel de usuario. Con Lacan lo que será totalmente subvertido (con respecto a la lingüística) será justamente el lugar del sujeto en el discurso. El sujeto no será ya autor sino efecto del discurso (del Otro) en tanto su palabra estará atravesada por el lenguaje inconciente, cuyas operaciones descubiertas por Freud, la condensación y el desplazamiento, Lacan, inspirándose en Jakobson, homologará a la metáfora y la metonimia. El pequeño pasaje de Jakobson, grande en sus consecuencias, es el siguiente: “En todo proceso simbólico, tanto intrapersonal como social, se manifiesta la competencia entre el modelo metafórico y el metonímico. Por ello, en una investigación acerca de la estructura de los sueños, es decisivo el saber si los símbolos y las secuencias temporales se basan en la contigüidad (para Freud, el “desplazamiento”, que es una metonimia, y la “condensación”, que es una sinécdoque) o en la semejanza (la “identificación” y el “simbolismo” en Freud)13 SAUSSURE Relaciones de valor

Lengua Paradigma

Habla Sintagma

Sustitución Seleccionar

Contigüidad Combinar

Significante Lengua

Significado Discurso

Estructura Metáfora

Sujeto Metonimia

JAKOBSON Operaciones del sujeto BENVENISTE Dominios LACAN Retórica del inconciente

“Como el aire caliente y el aire frío…” Continuemos la lectura. Una cosa es segura: la entrada del significante en el significado no implica acceso a la significación (en el sentido del signo saussureano). Es más acá donde sopla (donde se produce) todo efecto de significado. ¿Donde? Exclusivamente en la cadena significante. Se trata entonces de una transferencia de significado, que no puede ser otra cosa que producción significante en el sentido de su articulación. Esto es, se parta del nivel que sea, en el sentido ya visto de Benveniste, el significante nunca funciona aislado: es al mismo tiempo que la imbricación de unidades de nivel inferior (un fonema está constituido por varios rasgos distintivos), la integración en englobamientos crecientes (varios fonemas componen un morfema ó palabra), etc. Ya sea yendo hacia abajo (hacia los elementos diferenciales últimos), como hacia arriba (hasta llegar a la frase) la articulación se produce dentro de “un orden cerrado”: se trata por tanto de una combinatoria de elementos discretos que conservan su lugar diferencial, es decir no se diluyen por integrarse en niveles superiores. El caso de Brígida/Frígida lo demuestra. En toda lengua el sistema está cerrado sobre una mínima batería de entre 25 y 30 fonemas, todo lo demás es combinatoria y sustitución, como en el sistema numérico cuyo orden se limita a los números del cero al nueve. En cuanto a los elementos diferenciales. La identidad de cada fonema no consiste en que su pronunciación (fonética) permanezca constante a pesar de la inevitable variabilidad en su modulación por diferentes personas (no todos pronunciamos igual y sin embargo nos entendemos), sino que consiste únicamente en la diferencia entre un fonema y otro Para que “pig” sea cerdo y no “fig” (higo), lo único necesario es que “p” se diferencie de “f” (no importa la pronunciación exacta del fonema), tal el ejemplo de Jakobson, extraído de Alicia en el país de las maravillas. Todo el significado depende de estas mínimas diferencias, que se constituyen así en los elementos esenciales del habla. Su carácter móvil, indivisible y localizable permitieron, con la aparición de la imprenta, que esas diferencias queden moldeadas en diversas tipografías (Didots, Garamonds, etc.) atascadas cada una en una

9 caja diferente (no podrían estar en dos). Lacan quiere ilustrar así, que la materialidad de la letra no es otra cosa que “la estructura esencialmente localizada del significante”. En cuanto a su composición según leyes de un orden cerrado. A estas leyes que permiten la combinación, Lacan quisiera darles un sustrato topológico formal que aún no tiene, pero que más adelante tendrá con el descubrimiento de la cadena borromea. Por ahora, por aproximación usa la imagen de una cadena de collares hechos de anillos que se anuda unos a otros. No es suficiente la teoría descriptiva de Benveniste, porque las propiedades de la cadena significante son de una complejidad tal, a pesar de que pueda ser formada hasta por un niño, que sólo una abstracción o formalización topológica podría dar cuenta de su naturaleza. Estas dos condiciones: la reducción a unidades diferenciales y las leyes de su combinatoria, determinan al significante tanto en el dominio de la gramática entendida como legalidad del nivel discursivo, como en el dominio del léxico entendido como unidades de la lengua. La locución verbal queda ubicada como fenómeno de lengua y no de discurso, en consonancia con lo que Saussure había designado como “sintagma estereotipado”: “por lo tanto”, “sin embargo”, “a fuerza de”, “no hay porqué”, etc. y otras locuciones ya más determinadas por la contingencia del discurso, que sin embargo han llegado a convertirse en unidades lexicales (formas regulares que al descomponerse en unidades inferiores pierden totalmente su sentido): “ganar de mano”, “pisar el poncho”, “soltar la mosca”, ó el más actual “cortar el rostro”. “La noción de empleo…” El ejemplo de la locución verbal es importante porque hace fácil advertir que sólo las correlaciones del significante al significante dan en ellas el patrón de cualquier significación posible. En efecto la suma de los significados de las palabras “sin” y “embargo” tomadas en su aislamiento nominal no tienen nada que ver con la significación de la locución “sin embargo”. Así también si pretendiéramos encontrar la significación de “cortar el rostro” en los significados del verbo “cortar” y el sustantivo “rostro”, iríamos a parar a la sala de guardia del hospital más cercano. La noción de empleo extraída de Benveniste, implica justamente que el sentido de cualquier unidad -mencionadas aquí de acuerdo a la tradición francesa como taxema (equivalente a la unidad formal del rasgo distintivo) y semantema (como unidad portadora de significado)- está determinado desde un nivel superior, y por tanto si no está integrada no significada nada. Lacan acuerda con Benveniste en dos puntos fundamentales: 1) ninguna unidad significa nada si no es empleada en un sintagma cualquiera. 2) toda significación se produce en la relación de significante a significante y no significante a significado. “Con el único retroceso de un pero…” El error de Benveniste es haber creído que una vez que tenemos la frase completa y el punto que la cierra, entonces sí, la significación reina más allá sin competencia. Como si el lingüista dijera: admito que la palabra no tenga significado, pero finalmente el significado se alcanza cuando cierro una frase.” Lacan objeta dos cosas: 1) el significante puede adquirir sentido en cualquier “nivel lingüístico” por inferior que sea, pues su propio despliegue (operación que realiza el hablante combinando y sustituyendo elementos discretos) está todo el tiempo anticipándolo, aunque sea bajo la forma de espera, como es el caso de las frases interrumpidas. La nota al pie alude a ciertas alucinaciones verbales de Schreber, caracterizadas por ser frases incompletas que él no podía dejar de completar con palabras impuestas. 2) El punto final de una frase no implica significación consolidada “hacia atrás” como el prejuicio de la exigencia de sentido le hace pensar a Benveniste. Un simple pero… que no tiene ningún sentido, puede hacer vacilar el sentido de todo un largo discurso (o de una simple frase). En la sugestiva alegoría lacaniana, todo un destino depende de ese pero…. Pueden ser las sublimes nupcias de la bella y negra Sulamita que celebra El Cantar de los Cantares, o la venta al mejor postor de la virtuosa pero pobre Rosera, destinada a un matrimonio de conveniencia. Por nuestra parte imaginemos a unos familiares esperando a las puertas del quirófano el resultado de una decisiva operación. El médico abre la puerta y dice: “la operación fue un éxito. Pero...” Es obvio que todo el sentido del discurso no es el mismo antes o después del “pero”, y eso sin importar para nada el significado de la palabra “éxito”. Con respecto al análisis, digamos entonces que el deseo se repite como insistencia en todo lo que el paciente diga, pero que no consiste en nada de lo que dice. El analista escucha la asociación libre como un repetido “pero”, con algunos momentos de cierre, siempre provisorios, siempre vacilantes. F. de Saussure con su teoría del valor lingüístico había progresado mucho con respecto a su idea del signo. Si bien planteaba una correspondencia entre significado y significante, (lo cual es falso) hacía depender la identidad de cada unidad, de las relaciones y diferencias de las unidades entre sí (lo cual es verdadero). Lo ilustra en el punto 1, del capítulo IV, de la Segunda Parte del “Curso...”. La masa amorfa del sonido se desliza en paralelo a la del pensamiento, pero eso aún no es lenguaje. Hace falta la estructura de la lengua para que venga a establecer cortes en esa continuidad y delimitar así cada unidad lingüística como elemento articulado, por diferencia con la que la antecede y con la que le sigue. Este doble flujo sinuoso es comparado por Lacan con ciertas imágenes bíblicas que representan “la separación de las aguas” en el Génesis. Las finas rayas de lluvia, aluden a las líneas puntuadas que delimitan verticalmente a cada unidad en el gráfico de Saussure, asegurando

10 una correspondencia entre una porción de significado y otra de significante, para establecer una biunivocidad que Lacan lamenta como único pero decisivo error de Saussure, en cuanto a sus consecuencias. “La alta putería de las heroínas de Racine… Para Lacan, el lenguaje no funciona punto a punto. El esquema debe ser corregido. Es la dominancia de la letra la que opera todos los efectos y todas las transformaciones en la realidad, no los significados. Lacan alude a un párrafo del Atalía de Racine, (elegido para contradecir la crítica inglesa a la literatura francesa, y harto de las referencias obligadas a Shakespeare) donde según como se puntúe un discurso, según dónde se hagan las “bastas de acolchado”, cambiará dramáticamente en el diálogo la posición del sujeto. “Bastas de acolchado” traduce el “point de capitoné” francés, costura que consiste en una sucesión de nudos falsos, (donde generalmente se coloca un botón), y de un último nudo que este sí, cierra la cadena. Deshecho este último nudo, se deshace toda la costura. La cadena significante funciona como una “costura” de este tipo, es recién la última “basta” la que abrocha a todas las demás, según donde se la coloque, será “el sentido de la letra”. El carácter lineal del significante que Saussure expone en la Primera Parte, Capítulo I, Punto 3 del “Curso…” se hace necesaria porque la cadena significante está orientada en el tiempo, pero en un tiempo que no es una condición “a priori” (como en Kant), sino que es él mismo (el tiempo) un factor significante”, ya que su determinación le viene del lenguaje y no de la realidad. Decir “el plato golpea el vaso” es como decir “los últimos serán los primeros”, donde al invertir los términos queda perfectamente invertido el tiempo. Lacan rescata la idea de tiempo (por aquello de las “dos etapas” en lugar de las “dos caras”), pero al “principio de la linealidad”, le opone la imagen polifónica de un pentagrama donde varias notas resuenan en forma simultánea. “Los anagramas de Saussure: una polifonía…” La letra permite que haya varias voces en un mismo discurso. Y se congratula de haberse anticipado a la aparición en 1964 del famoso artículo de J. Starobinsky sobre los anagramas de F. De Saussure14, que muestran una faceta totalmente inesperada de Saussure. En 99 cuadernos encontrados después de su muerte, el maestro venía haciendo un estudio sobre textos latinos (versos saturninos y discursos de Cicerón), donde encontraba fenómenos de anagramas que tenían una condición “hipogramática”, es decir, había que descubrirlos en una gramática subyacente al texto lineal. Eran del tipo de: “insisten fieramente sobre nosotros”… etc. donde las primeras sílabas de cada palabra conforman “otro texto en el texto”, en este caso la palabra in – fier – no, repetida en forma encubierta en todos los versos que celebran la batalla. La combinatoria es tanto más compleja que la linealidad, que cuando el poeta, lo mismo que el paciente, está diciendo una cosa, también está diciendo otra. Y depende de quien escucha, hacer el punto “capitoné” en un lugar u otro (“El que escucha determina al que habla”, dirá Lacan). Pero no se trata de que haya un discurso manifiesto y otro latente. Latente no hay nada, el contexto discursivo atestigua que la presencia de la letra es materia, y que puede ser leída como puntuación, no como adivinación intuitiva de un “contenido” no atestiguado, y siempre supuesto en lo imaginario. Hasta aquí el provecho que Lacan saca de su particular lectura del artículo de Benveniste. El famoso significante “árbol” (arbre), tomado ya no como nombre aislado (en su aislamiento nominal) sino en la vertical del paradigma (que es uno de los contextos atestiguados de cualquier significante) puede ser puntuado de tal forma que leamos en él su anagrama “barra” (barre) y esto sin otro auxilio que la materialidad de la letra. Así como André Bretón castigó el interés por el dinero de Salvador Dalí con el anagrama Avida Dollars. Con “arbre” Lacan ejemplifica dos cosas: 1) que la significación no requiere de la frase completa, pues la operación de puntuación puede realizarse en cualquier nivel y hacer que una sólo palabra funcione como discurso por su relación vertical (paradigmática) con otras 2) Que la transformación de “arbre” en “barre” traspone la barra pues precipita un efecto de significación totalmente ajeno al significado de árbol tal como aparece en el dibujo de Saussure. La sutileza de Lacan es que aquí arbre no sólo pasa a ser barre (barra), sino barra del algoritmo. Lacan continúa en un juego poético con el significante “arbre”: tomado en sus vocales es el anagrama imperfecto de “platane” (plátano), y en sus consonantes el de “rouvbre” (roble). Pero además, se debe tan poco a su significado que puede adquirir el sentido de “árbol circulatorio”, “árbol de la vida”, “árbol genealógico”, etc. A tal punto el significante en su contextuación, ahora “horizontal”, es ajeno a su significado, que ese árbol soberbio que dice centelleando su cabeza ¡No!, para terminar tratado como una hierba, hace ver algo más que esa formidable imagen de la lucha desigual entre el árbol y la tempestad. Adquiere más que nada el sentido metafórico de esa lenta mutación del ser en el   (léase “en panta”) del lenguaje. Alude al fragmento 199 de Heráclito que completo dice: “Tras haber oído al Logos y no a mí es sabio convenir en que todas las cosas (“en panta”) son una”15. Para Lacan, todas las cosas son una: lenguaje, como lo hizo ver con los juegos entre rem, rien, cause, chose. La condición del hombre es que su soberbia arrogante no le sirve de nada ante el poder del lenguaje. Lacan defiende su puntuación (que produce una interpretación simbólica del poema), mencionando el paralelismo en la poesía universal de todos los tiempos. Con esto alude (sin nombrarlo) al texto de Jakobson Lingüística y poética16 (1960), que estudia el paralelismo como esa condición del lenguaje poético de moverse en dos niveles, donde uno es el símil del otro; Jakobson cita a Hopkins quien ya en 1865 decía: “Lo que de artificial tiene la poesía (o tal vez estaríamos en lo cierto si dijéramos “todo artificio”), se reduce al principio del paralelismo. La estructura de la poesía es de un paralelismo continuo…”. Nuestro J. L. Borges

11 extremó este pensamiento al decir: en toda palabra hay un paralelismo, porque toda palabra es una metáfora. Aquí el árbol, en la contradicción de su soberbia con el “universalmente” de su reducción a hierba, es el paralelo del modo común del ente en cuanto a la futilidad de su engreimiento. “La soberbia del modo común del ente…” Todo ese significante entonces (se refiere al poema de Paul Valery), ha pasado al nivel del significado produciendo un nuevo efecto de sentido. Para eso, se dirá, es necesario un sujeto, la puntuación obviamente depende de alguien. Ciertamente, sujeto y significado son aquí la misma cosa, haciendo ver claramente que la función del significante no es de ninguna manera la de representar al significado, sino la de representar a un sujeto, localizarlo en lo inconciente. Lo cual quedará aclarado en el capítulo II, con el siguiente párrafo: “Esta trasposición expresa la condición del paso del significante al significado cuyo momento señalé más arriba confundiéndolo provisionalmente con el lugar del sujeto”. Se aclara también porqué Lacan había hablado de las dos etapas del algoritmo: en una primera etapa el significante está sobre la barra, en una segunda, sin abandonar su condición de tal, traspasa la barra. Lo que el sujeto parlante vivencia como significado, no es un orden autónomo del lenguaje, es un efecto de la cadena significante. El significado, como lo había expresado antes el lógico norteamericano Charles Peirce, no es otra cosa que un significante que interpreta lo que otro significante quiere decir y no puede. Por eso lo llamó interpretante. Tan poco importa el significado y tanto la relación y diferencia entre significantes, que si Caballeros y Damas estuviesen en otro idioma (Men y Lady como es frecuente, o simplemente C y D, o Faunos y Sílfides, etc.), producirían el mismo efecto en el sujeto: encaminarse hacia una u otra puerta (en sentido metafórico). Es en esa diferencia donde el sujeto, lo sepa o no, queda ubicado por el significante, jugándose en el complejo de castración su destino de ser sexuado que no es otra cosa que la renuncia a la otra patria (o puerta). Que la palabra diga muy otra cosa que el hecho de transmitir información (como lo hace muy bien una abeja con su danza), no es una argucia del sujeto para mentir (disfrazar el pensamiento). Lo específico del lenguaje humano con respecto a “la comunicación animal” es que aún mintiendo (y sobre todo mintiendo) el sujeto denuncia su deseo, esa verdad inconciente que dice sin saber. La interpretación psicoanalítica sólo es posible en virtud de esta propiedad del lenguaje. De lo contrario sería pura operación semántica, navegación incierta en la adivinación hermenéutica (interpretación de los significados), donde lejos de localizar al sujeto del inconciente en la emergencia de su verdad particular, lo atiborraría de significaciones obvias, banales, extraídas del imaginario común del discurso. “Ese nombre es la metonimia...” Ahora, en un estilo acrobático empieza a definir a la metonimia. Pero no es encarcelado en un comunicado oficial, tipo manual de retórica que lo hará. Lo hace más bien… ¡metonímicamente! Para ello se requiere plantar el famoso árbol, al menos en una locución, o sea establecer un contexto mínimo de descripción: un sintagma. Por otra parte deja leer entre líneas, a pesar de la censura que él mismo se impone, que su teoría de la metonimia se aparta en lo esencial de lo enseñado por Jakobson, a pesar de toda su deuda intelectual con el artículo sobre las afasias. Esta manera indirecta de decir la verdad, esta necesidad del contexto sintagmático, es una verdadera acrobacia que puede ser provocativa, burlesca, y que quizá no sea entendida por la muchedumbre, pero será sensible a un ojo ejercitado. Con esto, ha definido a la metonimia sin ningún recurso a lo académico, que es por supuesto un discurso nada metonímico, en tanto pretende decir “las cosas como son”, mientras que la metonimia, aunque no produzca nada nuevo es siempre “decir las cosas de otra manera”. Roman Jakobson (ver nota 1) había establecido para el nivel del significante, las leyes de selección y combinación que venían a concretarse en el discurso como metáfora y metonimia, las dos únicas operaciones del sujeto para producir todo efecto de sentido. En cuanto a la metonimia (equivalente al desplazamiento freudiano), la rescata del largo sueño que dormía desde la gran obra en doce tomos de Quintiliano “Institutio Oratoria” (año 95 d. c.). Si hoy aún se enseña, es en el último minuto de la última clase sobre el estilo, bajo la amenaza de la campanilla llamando a recreo. Esto es, no se le da importancia. El ejemplo “treinta velas” donde se esconden “treinta barcos” sirve desde Quintiliano a una explicación de la metonimia, que si bien hoy comparten Jakobson y con él toda la retórica moderna, le resulta falaz a Lacan, porque “veladamente” contradice toda la teoría del lenguaje que viene desplegando hasta acá. Se dice: “la parte tomada por el todo” (la vela tomada por el barco), y se explica que lo que autoriza ese desplazamiento, es “el sentido real” de la contigüidad entre ambos. Pero si introducimos aquí a los “referentes” (las cosas de las que habla el lenguaje), nos encontramos con que lo menos usual es que un barco tenga una sola vela. Si la metonimia estuviera determinada por la referencia real, hubiera tenido que decir, por ejemplo, “una flota de noventa velas” para corresponderse aunque sea aproximadamente a los “treinta barcos”. Por lo tanto no es la relación real la que da sostén a la metonimia sino la conexión palabra a palabra. Porque la condición de la metonimia es justamente que, no estando lo real en el lenguaje, el sujeto puede siempre nombrarlo de otra manera por “elisión (desaparición) de un significante. Pero es difícil sustraerse a la ilusión imaginaria de que esa otra manera es un significado posible de la cosa. Según Lacan, la metonimia no es una cuestión de relación entre significados de lo real. La metonimia tiene la misma falta de referencia que cualquier empleo del lenguaje por un sujeto, y se sostiene (es decir, se hace entendible) sólo del contexto discursivo. Es común por ejemplo que la

12 vergüenza sexual de cierta clase social, elida (borre) del discurso al significante de la menstruación y sólo diga: “ella está con el asunto”.

La regla de la asociación libre, es una invitación a producir un discurso metonímico. Freud evidentemente, había descubierto más como funciona la estructura del lenguaje que como piensa una persona. Asociar (decir de otra manera), es el camino para burlar la censura. No existiendo la consistencia del signo saussureano no hay nada que no pueda decirse de otra manera. Y es así, elidida, como circula en el discurso la verdad del deseo. El deseo no puede decirse directamente, porque ningún significante consiste en la cosa deseada; pero le queda al deseo el camino metonímico. En el próximo capítulo Lacan dirá “el deseo es la metonimia de la falta en ser”. El ser del sujeto sólo puede decirse por rodeos, por lo tanto siempre al ser, le falta “el ser” (lo que él es). “Digamos la otra. Es la metáfora…” La otra vertiente del significante para que el sentido tome su lugar, en este caso para dar cuenta de cómo el significante entra en la etapa de significado es la metáfora. Palabra por palabra será la definición de Lacan (inspirado en un diálogo del dramaturgo surrealista J. Tardieu) para resaltar el predominio de la sustitución, diferente a la definición de la primera como Palabra a palabra de predominio combinatorio. Inicia su explicación con el ejemplo tomado del diccionario Quillet de retórica, como garantía de no estar seleccionando un ejemplo a su conveniencia. Es el mismo que había utilizado el 2 de mayo de 1956 durante el seminario Las Psicosis17, donde el lector podrá encontrar un análisis más amplio y accesible del mismo. El enorme entusiasmo despertado en la escuela surrealista por el descubrimiento freudiano del inconciente en general, y de la regla de la asociación libre en particular como método para acceder a él, generó toda una inesperada transformación en la poesía moderna. Según Le Bretón por ejemplo, la poesía ya no sería expresión de una sensibilidad exquisita, don de los dioses reservado a ciertas almas elegidas. Ahora el poeta se dejará llevar automáticamente por esa propiedad del lenguaje que permite siempre producir un nuevo sentido toda vez que se sustituya cualquier significante por cualquier otro, cuánto más dispares semánticamente (por sus significados) entre sí, mejor. Se exageró de tal modo este principio, que en una posición radical se exigía“ la mayor disparidad de las imágenes significadas” para producir la chispa poética. Comparar, por ejemplo, “mujer joven” con “pimpollo” no es en absoluto experiencia de escritura automática, sino tan sólo esfuerzo intelectual para encontrar analogías comprensibles, donde la lozanía, la delicadeza, la belleza, el perfume y otras imágenes por el estilo serían los significados comunes entre “mujer joven” y “pimpollo”, haciendo de esta metáfora una comparación latente. Pero comparar el amor con un guijarro que se ríe al sol, es, sin duda, una conjunción entre significantes donde salta una chispa poética que no debe nada a la analogía (el parecido) entre los significados puestos en intersección. ¿Porqué esta teoría es un gran paso? Porque al no exigir ninguna condición de similitud entre dos ideas (“similaridad” según Jakobson), libera a la metáfora del peso del sentido preestablecido imaginariamente y la sitúa ya no en el plano de la comparación implícita sino en el de la creación. Pero, ¿porqué su doctrina es falsa? Porque esa creación no brota por conjugar “in praesencia” dos significantes, aunque ellos sean infinitamente distantes en el plano del sentido (como lo es el amor y un guijarro); la conjunción en presencia está todavía en el plano de la comparación, en tanto es necesaria la actualización de ambos significantes para producir la metáfora. Si bien es cierto que trasciende la exigencia del sentido, sigue sin embargo siendo una comparación. Lacan planteará una teoría propia de la metáfora, pero no basada en sus imágenes, donde toda la retórica (incluso un lingüista eminente como Jakobson) creyó encontrar una comparación por semejanza. Su teoría apunta al nivel de su determinación estructural, es decir, a qué es lo que la sostiene y la hace posible. Se requiere por supuesto de dos significantes, pero no en conjunción, sino en una relación “in absentia”, donde uno tome el lugar del otro en la cadena significante, mientras que el otro siga estando presente, pero oculto, es decir deslizándose metonímicamente en todo el resto de la cadena significante. “Booz no estaba, se hacía el dormido…” El verso de Víctor Hugo citado forma parte de su poema Booz Endormi. En el fascículo Referencias en la obra de Lacan/218 puede hallarse su versión original, su referencia bibliográfica exacta y una excelente traducción al español. La propia definición de metáfora hace imprescindible la lectura del poema completo, pues es en el desarrollo palabra a palabra de todos los versos, anteriores y posteriores al citado, donde encontraremos la razón de la metáfora. Porque no es donde está la sustitución donde brotará la menor luz de la metáfora, ya que nada nos dice la aseveración de que una gavilla no sea avara ni tenga odio. Si “gavilla”, como es el caso, remite a “Booz”, es porque existe algo censurado (no-dicho) que se está diciendo todo el tiempo “de otra manera” (por rodeo metonímico) hasta culminar en el significante gavilla que al sustituir a Booz, simboliza lo que el poema censura: Booz, anciano que supera los ochenta años, ha sido capaz de

13 tener una noche de sexo con Ruth, y ella ha quedado embarazada, en un episodio que es casi una violación (de ella hacia él). La relación sexual y la paternidad de Booz conforman un argumento que se desarrolla por transformaciones metonímicas, como las alusiones al origen de la estirpe del Rey David y del Dios que moría (alusión a Cristo) y cada tanto, por chispazos metafóricos que simbolizan al falo: “un roble, que salido de su vientre, llegaba hasta el cielo azul”… “esta hoz de oro en los campos de las estrellas” y la misma “Su gavilla” entre otras. En esta metáfora el significante del nombre propio de un hombre, el del donador que ha desaparecido con el don (Booz), es sustituido por el que lo cancela metafóricamente, pero para resurgir en lo que rodea la figura (la gavilla) en la que se ha anonadado. Tenemos entonces que es el contexto metonímico, que siempre es lenguaje materializado en discurso, y no la comparación por analogía imaginaria, la condición de la creación metafórica. Entre metonimia y metáfora no hay una relación de exclusión (o una o la otra), sino que la primera es la condición oculta de la segunda. Vemos así reaparecer el sentido de las dos etapas propuestas por Lacan para situar la relación temporal entre significante y significado, a cambio de las dos caras del signo de Saussure. En un sentido retórico el verso donde “gavilla” sustituye a “Booz”, parecería funcionar como metonimia, pues entre los atributos de Booz se encuentra el de ser agricultor, y como parte de esa actividad, recolector de gavillas (la parte por el todo). Pero lo que le da sentido al poema, es el sinsentido de colocar un significante (gavilla) en lugar de otro (Booz), entre los cuales no hay la menor relación de semejanza real. Es por lo tanto entre Booz (significante del nombre propio de un hombre) y gavilla (que lo cancela metafóricamente), donde se produce la significación de la paternidad, que como Freud ya lo indicara con su mito de la horda primitiva, requiere de una metáfora inaugural para instalarse en el inconciente del hombre19 A fines de los años ochenta, apareció en Clarín una explicación verdaderamente metonímica de la metáfora “gorila”, que aquí y luego en todo el mundo, pasó a significar “militar golpista”. La explicación por imágenes que surge de inmediato es que entre los monos gorilas y los militares golpistas hay un conjunto de significados en común que sostienen esta sustitución al modo de una “comparación implícita”. Lo que Clarín muestra es que se llegó a esta metáfora, desde todo un complejo rodeo discursivo que pudo ser reconstruido. Gobernaba por ese entonces Frondizi y los planteos militares eran más que frecuentes. Al mismo tiempo se exhibía en Buenos Aires la película Mogambo; en varios de sus pasajes más dramáticos, justo cuando Clarke Gable tomaba en sus brazos a Rita Haywort para besarla en la selva africana, aparecía un enorme gorila gruñendo e interrumpiendo la escena. Un programa cómico de entonces, La revista dislocada que se emitía por radio, empezó a crear una serie de scketcks donde ciertas situaciones emocionantes, de lo más variadas, eran interrumpidas bruscamente, en lo mejor, por alguna aparición indeseada e inoportuna, acompañada por una canción cuyo estribillo decía: deben ser los gorilas, deben ser…Pero la verdadera chispa creativa surge cuando se empieza a llamar “gorilas” a los militares golpistas y por extensión a todo sujeto antidemocrático. “El sentido se produce en el sinsentido…” Como vemos, a esta metáfora no la determina una relación de semejanza entre imágenes, que cualquiera se sentiría tentado a establecer, sino una serie de acontecimientos sociales que operan como cadena discursiva “oculta”, y una vez reconstruido su recorrido, es decir interpretada la metáfora, adquiere desde ella (por retroacción) todo un sentido nuevo. La metáfora así concebida, demuestra que no es exigiendo una adecuación entre palabras y cosas donde el sentido se hace más verdadero, sino que el sinsentido suele ser más productivo de sentido y de verdad que cualquier demostración explicativa. Es al sinsentido del significante, tal como lo vemos operar en el chiste (le mot d’esprit) al que recurrió Freud para enseñar los caminos del inconciente en la creación de sus formaciones. Es toda una ironía que de lo risible del significante (su irrisión) dependa el destino del hombre. O. Masotta había dicho que lo que no se le perdona al psicoanálisis es haber descubierto que lo más serio del hombre está organizado como un chiste. La metáfora moderna a pesar de la crítica ya hecha más arriba a la metáfora como “conjunción de significantes, tiene también la misma estructura: la que permite que el sentido se produzca determinado por el sin sentido. Porque la jaculatoria “El amor es un guijarro que se ríe al sol”, dice mucho más sobre lo indecidible y la irresponsabilidad del amor, que cualquier definición altruista del mismo (como entrega o sacrificio), que no es más que espejismo narcisista (amarse en el otro). “Las relaciones del arte de escribir con la persecución…” Llegado a este punto, y antes de pasar al capítulo II, que como lo anuncia su título dirá como funciona todo este lenguaje en la organización del inconciente, Lacan quiere retornar por un momento a la metonimia… esa forma que sin crear un sentido nuevo permite al discurso no sólo rodear los obstáculos de la censura social (Borges había enumerado 25 vocablos para designar el pene), sino además que la verdad en su opresión

14 encuentre como manifestarse. No sólo Leo Strauss, asilado en Estados Unidos (¿tierra clásica de libertad?), escribió acerca de la connaturalidad entre “el arte de escribir” y la persecución social o política; también Borges, en nuestro medio, opinaba que una cierta dosis de censura era necesaria para la creación literaria. Más allá de la opresión totalitaria sufrida por Leo Strauss bajo el régimen nazi, lo que la metonimia deja percibir en sus rodeos, es la servidumbre esencial de la verdad al lenguaje, la que hace que el deseo inconciente no pueda sino desplazarse metonímicamente por la cadena del discurso, sin poder nunca decir su objeto. Lacan creará varios aforismos para tratar de circunscribir esta latencia censurada del deseo en el discurso: lo real es imposible lógicamente, la verdad sólo se dice a medias, la verdad tiene estructura de ficción, etc. Por seguir los caminos (metonímicos) de la letra, hacemos arder a la metáfora, hacemos que su fuego se prenda por doquier. Es precisamente la censura que mantiene la metonimia sobre el deseo, la que permite a su verdad arder en la metáfora de un síntoma, de un sueño, etc. “La letra mata, pero no es verdad que el espíritu vivifique…” Si bien es verdad que la letra mata en el sentido de que simboliza al objeto (Lacan en el seminario I dice con Hegel: la palabra es el asesinato de la cosa), no por eso el espíritu vivifica con fuerza propia. También el espíritu (como dimensión interior del hombre) es un efecto del lenguaje, y siervo de la letra. Nada puede suceder en “el espíritu” que no encuentre su determinación en la estructura del lenguaje y en los avatares del discurso. Fue a Freud a quien se le reveló la forma en que la verdad se le hace presente al hombre. La llamó el inconciente, un dominio donde reina sólo la materialidad de la letra y donde “la razón” no tiene nada que ver con ninguna metafísica espiritual.

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