Nietzsche. Dios a Muerto

¿Dios ha muerto? El anticristo y el laico cristiano. José Mansilla Universidad del País Vasco En el pensamiento de F. N

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¿Dios ha muerto? El anticristo y el laico cristiano. José Mansilla Universidad del País Vasco

En el pensamiento de F. Nietzsche se encuentra uno de los quiebres más importantes en la historia de la filosofía, en tanto su postura naturalista se enfrentará a las posiciones de la metafísica, herederas de la tradición platónica. En primer lugar cabe destacar que una de las influencias más importantes en la filosofía de Nietzsche será el evolucionismo de Darwin, del cual tomará la falta de una teleología, de un fin último y necesario en la naturaleza, así como en el propio humano. Así, para el evolucionismo Darwinista los seres del mundo se modifican de manera aleatoria y gracias a estas modificaciones es que ciertos elementos pueden sobrevivir, por lo que no existe un camino marcado para la evolución. Darwin prescinde de un diseñador inteligente, pues es la naturaleza en su conjunto la que se modifica aleatoriamente y su correspondencia o no con el ambiente, es lo que determina la sobrevivencia o no de la especie en cuestión, incluido el ser humano, que, aunque las tradiciones filosóficas anteriores, así como el cristianismo, habían querido situarlo por encima de las otras especies animales, es solo uno más, pues su constitución biológica responde al mismo tipo de modificaciones y adaptaciones. Para Nietzsche, la capacidad racional del hombre no es una prueba de su divinidad, sino que es un instrumento para su sobrevivencia. De esta manera, Nietzsche desacraliza la razón, aquel orgullo humano signo de nuestra divinidad, y la naturaliza, naturalizando a la vez, al ser humano. Por otra parte, la falta de determinismo, de teleología en la naturaleza es tomada en Nietzsche con su famoso concepto de Devenir. Para Nietzsche la naturaleza funciona en devenir, el cual ha sido excluido de la tradición filosófica. El devenir es el rumbo indeterminado, por lo que se enfrenta a las visiones de la historia como progreso (Hegel). La historia, el mundo y el ser humano no tienen un rumbo fijo ascendente, sino que devienen.

Nietzsche busca encontrar el origen del miedo al devenir que ha caracterizado a la tradición filosófica, encontrando su origen en el dualismo platónico. Cuando todo deviene, no hay algo seguro, no existe conocimiento ni verdad, por lo que Platón necesita crear un mundo donde exista la verdad, la eternidad: el mundo de las ideas, donde no existe la muerte, donde todo permanece, pues es todo ideal. El problema para Nietzsche es la afirmación platónica de que el mundo real, verdadero, es el ideal, despojando al mundo material “aparente” de significación, tradición que se ha replicado en la historia de la filosofía y en el mayor productor de esclavos de la historia para Nietzsche, el cristianismo. La división mundo aparente/mundo ideal es la base para la división tierra/cielo, donde el primero es denostado como “simple” materialidad, apariencia, vulgar experiencia sensible; y el segundo idealizado como verdad, realidad, “vida eterna”, trascendencia. Se degrada, en esta dualización platónica, el cuerpo, los placeres, la vida, la muerte, los sentidos, la experiencia a meras apariencias, no reales, no importantes para nuestra vida, pues debemos aspirar a la verdad de las ideas. Esto para Nietzsche es un nihilismo, la creencia en la nada, pues la creencia de que las ideas son lo único real es contradictoria con la vida. Así, el idealismo no será realmente una creencia inofensiva, sino que al negar la materia y el cuerpo, negará la vida. Así tanto el idealismo platónico como su heredero, el cristianismo y Dios serán constituidos como una negación de la vida. Contrapuestos a la naturaleza y al devenir, Dios y el mundo suprasensible serán una construcción del hombre para denigrar la vida, pues descansa en la creencia, en la esperanza de un mundo mejor, eterno, divino, ideal. De esta manera, en la creencia de un mundo ideal suprasensible y de Dios, el ser humano adopta la creencia de valores morales universales, válidos para todos los tiempos en todos los espacios. Así como las verdades, los valores deben ser necesarios y universales, ideas a las cuales debemos obediencias ciegas en tanto son verdaderas (necesarias), dadas por Dios. El humano adopta de esta manera una moral externa y revelada que para Nietzsche es decadente, de esclavos, que no fortalece la vida, sino que la debilita, los enferma: la mansedumbre, obediencia, sacrificio humildad como valores cristianos no son más que valores de esclavo. El nihilismo pasivo de los cristianos es el signo de la debilidad, de la voluntad cansada, agotada: frente a una vida placentera, el cristianismo quiere una vida ascética.

Para Nietzsche esta moral decadente va en contra de los impulsos de la naturaleza, de la vida misma. La naturaleza en general actúa en devenir, en movimiento constante, enfrentamiento, contraposición. Así tambien la humanidad, al ser naturaleza, es devenir, siendo la vida enfrentamiento constante y su anhelo de acumulación de fuerzas, de querer aproximarse a lo otro, de apropiárselo, “querer ser más fuerte”. Esto es para Nietzsche un concepto clave que llamara “Voluntad de poder”, en tanto la naturaleza en su totalidad funciona bajo el querer alimentarse, crecer, querer ser más. Por lo tanto, el ser humano debiese querer ser más fuerte, enfrentarse a una resistencia, apropiársela, estar en conflicto para crecer. Sin embargo, la moralidad decadente neutraliza lo que debiese ser la expresión de la naturaleza en la humanidad, pues reduce voluntad de poder a voluntad de obedecer. El esclavo no se supera, no busca ser más fuerte, solo busca la pasividad, la tranquilidad. En cambio una voluntad de poder fuerte busca el enfrentamiento constante, la resistencia para poder probarse, para ser más fuerte constantemente. Así tambien una voluntad de poder fuerte no es esclava, no obedece a las normas morales fuera de él, sino que es creador de sus propios valores, los cuales están en constante devenir. La voluntad de poder fuerte destruye y crea sus valores, deviene. Es por esto que para Nietzsche hay que hacer una transvaloración de todos los valores, es decir, llevar a la destrucción la moral decadente y crear una nueva moral, bajo nuevos paradigmas, bajo nuevas premisas: hay que auto-construirnos, dejar la moral externa para crear nuestra moral propia. Sin embargo esta nueva moral no es universal, ni necesaria, ni trascendente, sino que [deviene, es movimiento, destrucción y creación constante. Sin embargo esta no es una tarea propia del hombre, neutralizado por la tradición filosófica y cristiana durante siglos, sino que es tarea para lo que Nietzsche llamara el Superhombre [Über mensch]. Este es otro de los conceptos centrales en la crisis filosófica que crea Nietzsche, pues el superhombre es la humanidad liberada de la moral decadente, que en tanto liberada, ya no es más humanidad, sino superhombre, el cual contiene una voluntad de poder ascendente, fuerte en tanto se ha liberado de la moralidad decadente y crea su propia moral, transvalora los valores de la decadencia para crear valores susceptibles de ser destruidos, pues no son universales ni trascendentes. La voluntad de poder ascendente en su máxima expresión no solo crea valores nuevos, sino que se crea a sí mismo: el superhombre es producto de su propia voluntad de poder ascendente.

Es el paso de un nihilismo pasivo, una fuerza débil del espíritu, una voluntad de poder descendente, a un nihilismo activo, destructor de los valores: no hay valores trascendentes, no hay finalidad, no hay algo, es la nada, pero desde la nada construye sus propios valores. El nihilismo activo es asumir que no existe un mundo verdadero, no existen los valores supremos. Solo en el saber que nada hay trascendente, que podemos asumir el devenir y la voluntad de poder ascendente que dar por resultado al superhombre. Para Nietzsche este “sobre-humano”, que debe derrotar la moralidad cristiana será el asesino de los dioses, de todos los valores, de toda la idealidad que ha mantenido a la humanidad en una moral de esclavos. El superhombre por lo tanto es ateo. He ahí la famosa frase “Dios ha muerto”. Sin embargo cabe apuntar que Nietzsche mismo asegura que su sombra demorará en caer y esa sombra no ha caído. En el siglo XXI todavía asistimos, sino a la presencia de Dios, a su sombra que moralmente sigue dominando las pautas de comportamiento de la humanidad. La cristiandad creo una moral esclavista y esta ha sobrevivido a todas las crisis del pensamiento mágico en occidente. Desde Nietzsche que declara la muerte de Dios, la ilustración, la modernidad, el positivismo, el materialismo, todos movimientos filosóficos que han intentado derrocar la jerarquía de las ideas por sobre el cuerpo, les ha subyacido el manto moral de la cristiandad. En sí, quizás en la actualidad no vemos un fanatismo religioso tan exacerbado, quizá incluso los templos de la cristiandad se han vaciado en las últimas décadas. Sin embargo, aunque la moral aparentemente este formulada en base a la razón, independiente de la religión, podemos intuir sus bases en el judeo cristianismo. Para el divulgador de la filosofía Michael Onfray1 existe una episteme judeocristiana que subyace a la aparente laicidad de la época moderna. Esta episteme es un imperio conceptual que abarca nuestras concepciones de vida, desde nuestra visión del cuerpo, de las relaciones, del derecho. Así la influencia de la iglesia en las políticas públicas y en las decisiones de los estados, se da de tal modo que aunque estos se declaran laicos, separados de la iglesia, es posible aún ver como, por ejemplo en Chile, vemos a la iglesia y todo su aparato conceptual y moral en pie de guerra contra un problema de salud pública como es el aborto, problema ante el cual el estado chileno se demora en legislar debido a las presiones morales cristianas.

1

Onfray, Michael. Tratado de ateología. Editorial Anagrama. Barcelona.

Por otra parte, el derecho se constituye en base al pensamiento cristiano del libre albedrio, por lo que un individuo es culpable de un delito en tanto hace uso de su libre albedrio para romper las leyes. Así, la desobediencia es producto de un acto voluntario, por lo cual debe ser castigado. Se ignora acá la posibilidad de determinismos fuera de la propia voluntad en el acto delictual, como las determinaciones psicológicas del individuo. Lo laico, entonces, sigue bajo el influjo de lo cristiano, de la moralidad decadente, en tanto esta fue disfrazada de laica. Quizá ya no tenemos la figura de Dios como un hombre barbudo que nos castiga si nos portamos mal, pero adquirimos nuevas formas de pensar la trascendencia, como por ejemplo el “karma”. Quizá ya no es Dios creador, todopoderoso, pero existe “algo”, tiene que haber un algo más allá de lo material, de lo vulgar material. Pues hasta ahora buscamos trascender de la vida, encontrar algo más allá que de sentido a lo que somos sin buscarlo en la vida misma. Si bien en el pensamiento de Nietzsche encontramos una profunda negación de la teleología en la naturaleza y por tanto en el ser humano, no podemos asignar al superhombre la cualidad de necesario. Sin embargo, por alguna razón Nietzsche confiaba en el advenimiento de este espíritu libre, del paso del nihilismo pasivo al nihilismo activo, incluso afirmando que la humanidad no era más que un paso necesario (“un hilo”) que unía la animalidad con el superhombre. Y es que la figura del inmoral es la figura del pecado, subterfugio de la cristiandad que se nos ha grabado en el espíritu: debemos ser buenos. Y no hay nada peor que la bondad para perpetuar el orden gobernante.