Michel Leiris, Espejo de La Tauromaquia

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M ichel L eiris íauromac|iiia

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GV1107 L4518

UNAM

476573 BIBLIOTECA CENTRAL

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L

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Espejo de la tauromaquia Ilustraciones de A ndré ALasson Traducción de A urelia A lvarez U rbajtel

M E X IC O

de la tauromaquia

Este

libro se publica gracias al apoyo de la de

F rancia

en

M éxico

Asesores de la colección: Alí Chumacero, Ignacio Solares y Jorge F. Hernández Título original: Mirozr de la tauromachie

© Éditions Faca Morgana, 1981 Primera edición en español, 1998 © Por la traducción, Aurelia Alvarez Urbajtel D.R. © M ichel L eíris D.R. © EDITORIAL ALDUS, S. A. Obrero Mundial 201, Colonia del Valle 03100 México, D. F.

ISBN 968-7870-20-6 Impreso y hecho en México Printed and made in México j

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Embajada

A LA MEMORIA

DE C oletee P eignot

N\

T A U R O M A Q U IA S

sí pues, el matador está parado, con los pies impecablemente juntos, clavados al suelo por el miedo a flaquear ante el publico, al mismo tiempo que por las vendas que ciñen su to­ billo, ocultas por la media de color rosa vómito y el oropel de las zapatillas. Reciedumbre de hombre solo, reciedumbre de es­ pada. El párpado de la muleta desplegada con lentitud cubre el tallo demasiado evidente, rayo quimérico que brota de una pupila de acero.

A

El matador: un Damocles que cogió su destino por los cuernos, con su espada en la mano.

♦♦♦ El torero ante el toro, ante un espejo malvado. La capa evoca (llama) y despide (desvía) al animal como la ofrenda sacrificial evoca y despide al dios. Lienzo hinchado, se desatan metódicamente las potencias. Es importante que el hombre se domine lo suficiente para que la tormenta quede suspendida. 3

Toro y torero, engranados como un juego de bielas, luchan para ver quién hará caer al otro en la fosa invisible que es el pivote del ruedo. El torero derecho como un grito. Muy cerca de él, la respi­ ración. Y todo alrededor, el rumor. El toro, con la capa en los cuernos, sacude la tela enorme, nube con un paraguas rojo invertido a modo de tocado.

♦♦♦ Pases encadenados como los diversos momentos de una fuga. Capa cuyos repliegues, despliegues y remolinos miman las volutas del altar mayor en Santiago de Compostela (vasto tio­ vivo, así es el ruedo); capa cóncava que se infla como órgano de catedral, ondea por encima del lomo y de los cuernos friables, se humilla hasta recoger del suelo oscuras salpicaduras. Madre de las respiraciones ardientes.

Envuelto en el velo de la diosa, el torero pisa el área del peligro. Vestido de peligro, velo que lo rodea y lo protege.

4

♦♦♦ “Vejez, oh tú que me toreas../’ “Todas las telas brillantes y huecas que maniobro”, si hablo como lidiador.

“Estoy perdiendo mi cagajón —gemía el moribundo— . Nunca más seré caballo. Un recuerdo: ¡capa alazana tan lisa que ya no es más que cilicio!”

Estocada y estacada, estoque y tenaza, muleta y rodaja de la espuela. Toro, el sepulcro de la espada. El estoque —hasta su guardia florida del matador— des­ aparece en la cúspide del garrote, como la rosa roja que una joven con blusa ajustada clava entre sus pechos. En el paroxismo del encanto, brusco desenlace: lo que es­ taba encantado queda clavado. La faena se marchita.

*♦* No hay punto de mira, sólo la línea humana que se en­ cuentra con la línea animal, tangencialmente. La cualidad técni­ ca, plástica y emotiva constituye la X de esta riña con una nu. 5

♦♦♦ Las capas, vestidos arrancados a las Ménades (que aúllan desnudas en otra parte) y remojadas en vino.

♦♦♦ Un pase de pecho: ponérsela entre los pechos.

♦♦♦ Don Juan, cuando se hartó de estocar a las sibilas nal­ gonas, tomó el velo tauromáquico como quien entra en una orden —un velo púrpura, como la cortina de un teatro cuando se descubre la estatua del comendador.

♦♦♦ A dos pasos de los blandos belfos, la tela se encabrita, la espada reluce. Latín de iglesia con muchos us, is y um. Terminaciones so­ noras, como rimas, o como el descanso después de la serie de pases, a la espera de que ruja la ovación.

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Un bastidor animado por un movimiento de traslación, con un sistema de levas que produce el regreso a lo largo de un eje diferente en relación con un observador animado por un movimiento rotatorio o circular. Como es debido, el obser­ vador está integrado a la experiencia: entra y sale alternativa­ mente, su cuerpo atrae y desvía el bastidor en el momento en que éste lo va a golpear. Balancín que marea la vista que lu­ cha con el espacio, del YO con el ÉL, del torero con el toro.

♦♦♦ \Olés\ Ondas que se irradian en torno al punto de roce del hombre y del animal, como las zonas de dolor que rodean la herida del toro.

♦♦♦ Emergencia de la capa: cresta o desgañitamiento de un gallo, ropa puesta a secar en lo alto de una pirámide, corona de un volcán, lengua que cuelga, gruesa y triste, de un toro mal tocado. Prestigio de las telas: los pañuelos agitados, las batas de los puntilleros, el fantástico caparazón bajo la lona, envoltu­ ras que cubren rejillas de frutas demasiado maduras y cajas de municiones sobre un andén.

7

♦♦♦ En el desierto uniforme del ruedo, después de cada caravana de pases, el toro vuelve al oasis de un animal des­ tripado (charco fresco que descansa bajo la palmera de las costillas). Explanada de azúcar y de grosella, reluciente golosi­ na de la capa.

Cadera cada vez más fina, brocado cada vez más gastado, bajo la erosión del cuerno. Toga sangrienta de César, extendida por Marco Antonio, bufanda suavemente movida, con la ojiva de la dama del capirote, lienzo rojo para recoger el maná o atraer el rayo, ofrecido por el estilita con sus propias vértebras.

Con la muleta en la mano (¿qué es un rectángulo de tela?), con los pies pegados (¿qué es la simetría de dos pies?), con la espada empuñada (¿qué es la horizontalidad de una espada?), con los puños apretados (¿qué es lo que tensa la madera del arco con dos puños?) Se aferra al suelo que está bajo el círculo encantado de las ruinas. Con un gesto, hace a un lado a su cuadrilla para que­ darse solo frente al toro. De un plumazo, tacha las ideas fijas que se lo quitaban. Ahora sólo se trata de tachar al toro, antes de ser tachado él mismo. 8

♦t* “Hacer la cruz”, imagen del circuito mortal: con una ondulación oblicua de bandera, la izquierda desvía el choque de la muerte dado por la derecha. La espada se mete en el Simplón del garrote, el engaño detiene una vez más, pero eso no basta para que la amenaza abandone la frente de Damocles. Lo que siempre aparece en medio de picas, mími­ cas, sonrisas cómplices y propulsión de pensamiento, es el