Mi Ex Marido, Mi Jefe (Spanish - Alba

MI EX MARIDO, MI JEFE Todos los derechos reservados @2014 Aurora: Paty J. Sinopsis paternal. ¿Había hecho lo correc

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MI EX MARIDO, MI JEFE

Todos los derechos reservados @2014 Aurora: Paty J.

Sinopsis

paternal. ¿Había hecho lo correcto al casarse con él? Quizá había sido una ilusa al pensar que, tal vez, con el tiempo aceptaría que era hija suya, y que... En ese momento, sin embargo, interrumpió sus pensamientos y dejó a un lado su ansiedad al ver que salían de la piscina. — ¡Mami!, ¡mami! ¡He nadado! —exclamó corriendo hacia ella, lo tomó en brazos, sin importarle que su cuerpecillo mojado. —No puedo creer que no le hayas enseñado a nadar —Lo intenté —se defendió de la crítica implícita en las palabras de él—, pero desde que era un bebé le ha tenido miedo al agua. —Bueno, pues ahora ya no lo tiene —replicó él—. Nos daremos una ducha para quitarnos el cloro, y luego, cuando mamá esté lista, bajaremos los tres a desayunar. Cuando Sophie hubo desaparecido tras la puerta del baño,él la miró. —Quizá el chico intuía que tú tenías miedo por él —le dijo con los brazos en jarras—. Los niños necesitan saber que los adultos confían en ellos y que no hay peligro. —Por si lo has olvidado, he sido yo quien ha criado a Anthony desde el momento de su nacimiento. —Y ahora yo soy su padre —respondió él con fiereza. Durante los días siguientes el vínculo entre su hija y Gabriel se hizo más profundo, lo que estaba empezando a que comenzara a sentirse excluida. Habían estado durmiendo los tres en la misma habitación por lo que él no había intentado nada, pero ahora… Gabriel le había dicho que dormirían en otra habitación. Resopló enfadada consigo misma. Quizá la carne fuera débil, pero si

se recordaba que había accedido a volver a casarse con él por el bien de Sophie no volvería a dejarse humillar, entregándose a él cuando lo único que quería de ella era sexo. —¡No podemos dormir en la misma cama! —No te ha importado estos días que hemos estado en Italia. — ¡Eso era diferente! —¡Por amor de Dios,estamos casados, Amanda! — le recordó él— ¿Qué impresión crees que le daríamos a Sophie ahora que estamos casados? A eso ella no pudo decir nada. —Le he dicho a Sue que a partir de mañana tomaremos la merienda con Sophie a las seis, antes de la cena. —le dijo él— No crees que es una buena idea. Eran las nueve de la noche, Sophie ya hacía rato que estaba acostada, y ellos estaban acabando la cena que les había dejado preparada Sue. Estaba todo delicioso, pero de pronto Amanda había perdido el apetito. ¿Por qué la señora Clearwater y tu toman decisiones que conciernen a Sophie sin decirme nada? — exigió saber, profundamente irritada. —Bueno, estoy diciéndotelo ahora mismo —replicó él muy calmado. —No me refiero a eso y lo sabes, —contestó ella en un tono de advertencia—. ¿Qué te dije sobre lo del perro? Vamos, sabes que se muere por tener uno...

— ¡Sí, y también sé que te dije que no quería que lo tuviese! —exclamó ella fuera de sí, levantándose y arrojando la servilleta sobre la mesa Pero eso era porque él estaría en el colegio y tú trabajando y nadie pod —No pienso seguir escuchándote —lo interrumpió ella, saliendo del comedor e ignorando sus ruegos de que volviese. — ¡Amanda, por favor, te estás comportando como una niña! Se dirigió enfurruñada a su habitación y se enfureció cuando se dio cuenta que era donde dormirían los dos. Gabriel la siguió cerrando la puerta tras de él. — ¿Se puede saber qué es lo que te pasa? —inquirió. ¿Que qué me pasa? Que me las he arreglado perfectamente durante ci sin tu ayuda. Soy su madre y tú ni siquiera... tú ni siquiera... — ¿Qué?, ¿qué ibas a decir? Sigue —la desafió furioso— ¿Que tampoco me necesitaste? ¿qué te lanzaste a los brazos de otro hombre para poder tenerlo?— La rabia que destilaban sus palabras hizo estremecer a Amanda. Nunca lo había visto tan fuera de sí, y fue precisamente aquel estallido lo que la dejó sin habla —. ¿Acaso crees que no pienso en ello cada día, cada hora? —le espetó, aprovechando su silencio—. Maldita sea, Isabella, ¿crees que porque no puedo tener hijos. Al darse cuenta de lo que había dicho Edward se quedó callado, ante la mirada entre atónita y confundida de ella. — ¿Qué… qué quieres decir con que no puedes tener hijos? —

inquirió, soltando el aliento temblorosa. Se le había puesto la boca seca, y el corazón le martilleaba salvajemente contra las costillas. — Eso que dices no… tú eres el padre de Sophie. — No, no lo soy, no puedo serlo — replicó él— , porque no puedo tener hijos, es médicamente imposible. — No… no lo entiendo. Gabriel suspiró y fue a sentarse en la cama, decidido a parar con toda aquella mentira de una vez por todas. — Cuando nos casamos, al poco tiempo me hice una revisión, sólo algo cotidiano… El médico me dijo que…— hizo una pausa y la contempló con frustación y enojo por hacerle recordar aquellos días— Según parecía, me dijo que mis espermatozoides eran bajos que prácticamente me iba a ser imposible tener hijos. Me negué a creerlo y te lo oculte, pero mientras pasaban los meses, me di cuenta que era verdad, tú no quedabas embarazada. — ¿Por qué no me dijiste nada? — No podía— contestó él— No quería ver la desilusión al darte cuenta que no podría darte la familia que tanto deseábamos. Te habrías sacrificado y no hubieras tenido la oportunidad de ser madre, tenía que dejarte libre para que pudieras encontrar otro hombre… — ¿Dejarme libre? ¡Me fuiste infiel, Gabriel! —No, no lo fui. — ¿Qué? —Nunca hubo ninguna otra mujer. Lo invente. Sabía que de lo contrario hubieras permanecido a mi lado. Sin embargo, no te costó

mucho tiempo reemplazarme. Amanda sacudió la cabeza hacia los lados, negando por completo. Estaba angustiada, por años creyó que él la había engañado y sólo resulto ser una mentira. — ¡No me importa lo que digan los médicos! — replicó ella— Sophie es tu hija. — ¡Basta de mentiras, Amanda! — No es… — Acaso no lo comprendes, ¿no te das cuenta de lo que tanto ansió de que tus palabras fueran verdad? — Sophie es… — ¡Calla, mujer! No me hagas esto, te lo ruego. Antes de que ella pudiera rebatirle, Gabriel la tomo de las caderas y la arrastro junto con él. La besó para callar cualquier mentira que saliera de sus labios y suspiró de satisfacción al ver que le correspondía. Pero no duró mucho. Amanda lo detuvo y lo miró con lágrimas en los ojos. — Fuiste tu quien me pidió el divorcio. — Pero no tardaste en irte con otro. ¿Era bueno en la cama? Dime, ¿era mejor que yo? —le preguntó, apretando los dientes—. Quizá deberíamos comprobarlo. Le estaba hincando los dedos en los brazos con tal fuerza, que estaba haciéndole daño. — ¡No! ¡Déjame! —protestó debatiéndose entre el desconcierto y el dolor.

Desconcierto, porque creyese que se había echado en brazos de otro hombre cuando sabía lo mucho que lo había amado, y dolor por ella, por él, por el daño que el orgullo y la desconfianza les había hecho y les estaba haciendo a los tres. — ¿No? ¿Acaso le dijiste a él que no? —le espetó él —. Voy a hacer que lo olvides, haré que me desees de tal modo que olvidarás que ese hombre te hizo suya. Gabriel estaba ya besándole el cuello, justo en el lugar donde, tímidamente, le había confesado una vez que la hacía derretirse. — ¿Te hacía esto?— Aquellas palabras, murmuradas contra su piel, arrancaron sollozos de la garganta de Amanda, y únicamente pudo responderle negando con la cabeza —. ¿No le dijiste nunca lo mucho que te excitaba? Había una nota desagradable en la voz de Gabriel. Sin embargo, a pesar de ese dolor, extrañamente sentía deseos de tranquilizarlo, de convencerlo de que ningún otro hombre lo había reemplazado, ni en su cama, ni en su corazón, pero las palabras no le salían. — ¿Y esto,?, ¿te hacía esto? Un vacío gélido empezó a extenderse por dentro de ella, asfixiando la compasión que había sentido momentos antes, y que la crueldad de él estaba transformando en temor. Al notarla tensarse y empezar a temblar, pareció volver en sí. La soltó, y se apartó de ella, sintiendo náuseas de sí mismo. Se sentó en la cama, los codos en las rodillas, y hundió el rostro entre las manos. — ¿Qué diablos estoy haciendo?,—farfulló espantado. —Yo Yo.. no sé por qué he hecho esto. Siempre he sido muy celosopero... Amanda sintió que el corazón se le encogía de dolor al verlo así, y,

yendo hacia él, le puso una mano en la cabeza. Al contacto, el cuerpo de Gabriel se puso rígido. Por amor de Dios,no me toques. ¿Cómo puedes tocarme después del mo tratarte? —dijo atormentado, levantando la cabeza. Trató de abrazarlo, pero él la aparto de inmediato. —Dormiré en una de las otras habitaciones. Amanda tenía dos opciones, dejar que se marchara y que volvieran a como estaban antes o ir tras él. Fue hasta la puerta interponiéndose en su camino. —Basta, Amanda. No quiero.. —¿Qué… mis labios en los tuyos? Lo notó tensarse y aprovechando de la vulnerabilidad, paso sus manos por sobre su cuello y se arqueo contra él con sus labios rozando los suyos. Lo besó entregándose a él sin importarle que él se negara a creer que su hija era de él, y mientras llegaba al climax una lágrima volvió a caer de su mejilla. Porque el hombre que amaba se había sacrificado por ella sin saber que había concebido.

10 Hacia unos días habían llegado de sus pequeñas vacaciones, Amanda le había dicho que iría sola a la revisión del médico para asegurarse que ya no tuviera ningún rastro de aquel virus que le cambio tanto la vida. Pero él se negó. —Ayer hablé con mi abogado del tema de la adopción. Por mucho que quieras convencerme de que es mi hija, la realidad es que no lo es, Amanda. Ella asintió sabiendo que de nada serviría decirle la verdad. Después de la visita del médico y de asegurarse de que no tuviera nada. Los tres bajaron con Sophie corriendo hacia donde estaba el hijo de su vecina. Sin darle tiempo a reaccionar cruzo sin ver que un coche se avanzaba hacia ella, gritó y corrió hacia ella sabiendo que no llegaría a tiempo. Gabriel, había salido también tras ella y siendo más ágil, tomo a la niña entre sus brazos antes de que el coche impactara contra él. Llegó hasta ellos dándose cuenta que su hija solo tenía unos cuantos raspones, en cuestión de minutos miró como transportaban a Gabriel en una camilla hacia un hospital de urgencias. Su vecina se ofreció a llevarla, nada mas entrar. Una enfermera se le acercó para asegurarse que Sophie estuviera bien y efectivamente la niña sólo tenía unos cuantos rasguños. Cuando terminaron de checarlo fue a sentarse en una de las sillas en espera de que saliera

el doctor. Cuando lo vio salir, se puso de pie. — ¿Cómo está mi marido? —Tiene una pierna rota, algunos cortes y moretones. Lágrimas de alivio rodaron por las mejillas de Amanda. Aún tenemos que tomar algunas muestras para hacerle unas pruebas a Lucy las acompañará —le dijo el médico a Amanda haciendo un ademán hacia la enfermera que estaba a su lado. Pero ella no se movió. Una idea, una esperanza, rondaba por su cabeza. —Doctor... esas muestras que tienen que tomar...—comenzó vacilante—. ¿Podría... sería posible que...? Gabriel se niega a creer que Sophie es su hija, pero lo es. Si pudiera usted hacer una prue ADN... El médico frunció el ceño. —Eso sería un tanto irregular. —Pero es que él quiere muchísimo a su hija. Ya ha visto como arriesgó su vida para salvarla., si tan sólo pudiera demostrarle que es su padre. Lo siento, pero no puedo hacer lo que me pide sin el consentimiento de empresas que se dedican a hacer esa clase de pruebas. —Pero, ¿cómo...? Sólo tendría que mandar una muestra del padre y otra del niñocomo un ejemplo.

—Gracias, doctor —dijo Amanda. La enfermera los llevo a donde se encontraba Gabriel y el corazón se le encogió al ver la fragilidad en él. ¿Cómo un hombre tan fuerte parecía tan débil? . No hace falta que sigas viniendo a visitarme dos veces al día, Amanda —le dijo él en un tono poco amable cuando la vio aparecer por la puerta de su habitación en el hospital. Aunque herida por sus palabras, ella sonrió. —El doctor me ha dicho que mañana te darán el alta. —¿Llevaste a Sophie al neurólogo para asegurarte de que no tuviera daños internos? Cada vez que había ido a visitarlo, le preguntaba si la niña estaba bien, y por mucho que ella le dijera que no tenía que preocuparse, estaba segura de que hasta que no volviese a casa y la viese con sus propios ojos no lo creería. —Sí, y estaba bien. —Bueno, no estaba de más asegurarse —farfulló él —. Esta mañana he hablado con mi abogado por. Me ha dicho que te has negado a firmar los papeles de la adopción. —No me he negado, Gabriel; yo... —replicó poniendo una mano detrás de la espalda y cruzando los dedos — Me parece un paso muy importante y.. especial... y, bueno, no quiero que firmar únicamente unos papeles así que pensé que podemos esperar a que vuelvas a casa y hacer una pequeña celebración.

—Entonces, ¿no es porque hayas cambiado de opinión? —inquirió él. Ella se apresuró a negar con la cabeza. Cómo le había dicho el médico había encontrado varías empresas en Internet que podría ayudarle a solucionar el pequeño problema que tenía con Gabriel. Había cortado un mechón de pelo mientras él dormía y junto con uno de su pequeña, había enviado las muestras. Sabía que no era el modo correcto, pero él jamás hubiera accedido. La vío marchar de la habitación y pensó que no le importaba si ella había pertenecido a otro hombre, eso formaba parte de su pasado y él era ahora su presente. Debía concentrarse en eso, porque sin importar lo mucho que lo negara, sabía que esa mujer a la que había amado en el pasado, aun la amaba en el presente y la seguiría amando hasta el futuro. Al día siguiente, observo como Sophie entraba sonriendo de la mano de su mujer, quien al verlo corrió hacia él. —No quería esperarte en casa —le explicó ella mientras él tomaba las muletas que iba a necesitar para andar. Amanda fue inmediatamente a su lado, por si la necesitaba, pero Gabriel rechazó su ayuda dándole la espalda. Palideciendo, ella observó cómo la enfermera iba en ayuda de él, ocupando el lugar que debería haberle correspondido a ella. Aunque había vuelto a casarse con ella, era obvio que no la quería como esposa, se dijo Amanda desolada. —Le he pedido a Sue que ponga mis cosas en otra habitación. Ella se alegró de estar de espaldas a Edward para que no pudiera ver el dolor que le habían causado aquellas palabras. Sin embargo, no pudo evitar replicar:

—Tú mismo dijiste que se extrañaría si... Le he dicho que es por la pierna, que necesito una cama para mí solo p —contestó con brusquedad. . A través de la ventana de la sala de estar Gabriel vio a Sophie en el jardín intentando atrapar a su cachorro para poder enseñárselo. —Veo que cambiaste de opinión —le dijo a Amanda en un tono sarcástico. —Soy mujer —contestó ella encogiéndose de hombros —. Las mujeres cambiamos a menudo de opinión. Sin embargo, había una razón por la que había decidido que ése era el mejor momento que su hija tuviera su cachorro. —Te ayudaré a subir —se ofreció, yendo junto a él cuando él se dirigió a las escaleras. Pero él se apartó en un gesto tan obvio de rechazo, que ella se quedó inmóvil, y le dio la espalda para que no pudiera ver las lágrimas de humillación que le quemaban los ojos.

11

Quizá fuera mejor que Gabriel no estuviera compartiendo el dormitorio

con ella. Se tomó su tiempo antes de levantarse, esperando que las náuseas remitieran antes de ir al cuarto de su hija. Cuando llegó allí, ella ya estaba despierta. Era el cumpleaños de Gabriel, pero Sophie estaba tan entusiasmada, que parecía que fuera el suyo. Cuando la niña se hubo lavado y vestido, tomó el regalo que cuidadosamente habían envuelto el día anterior, y bajaron las escaleras. Gabriel estaba sentado ya en el comedor cuando entraron, y su hija corrió a subirse a las rodillas de su padre exclamando: — ¡Feliz cumpleaños, papá! Agachando la cabeza para ocultar la emoción que la embargó, recogió del suelo la tarjeta que Sophie en su entusiasmo, había dejado caer. —Feliz cumpleaños,—le deseó ella también, añadiendo—: Además, la celebración es doble, ahora que te han quitado la escayola. — ¡Te he comprado una tarjeta y un regalo! —exclamó Sophie con aire importante, aún sentada en las rodillas de su padre, volviéndose hacia su madre para que se los diera. Ella se los entregó. — Lee primero la tarjeta —le dijo a Gabriel —. Mamá también te ha escrito una tarjeta, y Rusty ha firmado en la mía. ¿Ves? —Dijo señalándole la marca de la pata de su perrito. ¿Había sido su imaginación, o había visto un brillo cálido en sus ojos cuando Gabriel había alzado la cabeza y le había sonreído?, se preguntó ella, sintiendo que el corazón le daba un vuelco. — ¿Te gusta, papá? —inquirió el niño impaciente, tirándole de la manga.

—Me gusta muchísimo, Anthony —le aseguró —Y ahora abre mi regalo —le dijo el niño sin darle tregua. Observó a Gabriel mientras desenvolvía la fotografía que ella misma había tomado de los dos y que había llevado a enmarcar con Sophie. Mientras él la estudiaba, ella contuvo el aliento, preguntándose si, como ella, advertiría el parecido entre la pequeña y él, convencida sin embargo de que, aunque lo advirtiera jamás lo admitiría. —Mamá, ¿tú no tienes ningún regalo para papá? —preguntó de repente, volviéndose hacia ella. —Ya me lo ha dado—intervino Gabriel antes de que ella pudiera decir nada —. Tu mamá me ha dado un regalo muy, muy especial... el mejor regalo del mundo . — ¿Y dónde está? —preguntó la niña mirando a todos lados. —Eres tú, Sophie —le contestó quedamente—. El regalo que me ha dado tu madre eres tú. Sabía que debería sentirse muy feliz de oír ha Gabriel expresando su cariño hacia Sophie tan abiertamente, y lo estaba, estaba feliz, pero su corazón se hallaba lacerado de dolor porque aquello únicamente confirmaba lo que ya sospechaba que Gabriel sólo había querido casarse con ella para poder tener a su hija. Aquélla no era la clase de relación que quería tener con el hombre al que amaba, el hombre que…. Sintiendo que de un momento a otro iba a salir llorando, se levantó. Había dejado su regalo para Gabriel en el cuarto que él utilizaba como despacho. Cuando lo encontrase, se daría cuenta de que para tener a Sophie no la necesitaba a ella. —Amanda ¿dónde vas? ¿No vas a desayunar?

Ella no se volvió. —No tengo hambre —respondió, y salió del comedor. Mientras la veía atravesar la puerta, él se preguntó con amargura si no sería más bien que no podría soportar estar en la misma habitación que él. Cuando hubieron terminado de desayunar, Gabriel salió al jardín con Sophie y su perrito. Mientras caminaba por el césped con la niña de su mano parloteando alegremente, se dijo que no había sido del todo exacto cuando le había dicho que él era el regalo más preciado que le había hecho su madre. Quería a la pequeña, la quería muchísimo, pero el amor de Amanda era igual de importante para él. No había pasado una noche, desde el día en que habían hecho el amor, en que no se hubiese pasado horas dando vueltas en la cama antes de dormirse recriminándose por cómo la había tratado. No le extrañaba que no pudiese soportar estar en la misma habitación que él. Hasta un rato antes de la hora del almuerzo Gabriel no entró en su despacho y vio el sobre grande y blanco sobre el escritorio. Frunciendo el ceño extrañado, lo tomó y reconoció la letra de Amanda: «Por ti... y por Sophie», había escrito. Lo abrió, extrajo los papeles que contenía, y los volvió a leer de nuevo, y luego otra vez, intentando digerir lo que decían en medio de las emociones que lo estaban azotando por dentro. Él era el padre de Sophie... Aquellos papeles, los resultados de una prueba de ADN de cabello, lo demostraban. Los volvió a leer una y otra vez, hasta que finalmente se convenció de que no estaba soñando, que aquello era verdad. «Los milagros existen», le había dicho el médico, y era cierto. Y sin embargo, cuando pensaba en el modo en que había tratado a Amanda, en cómo se había negado a creerle, en cómo la había acusado de haberle sido infiel. Sentía náuseas de sí mismo. En ese momento oyó abrirse la puerta del despacho. Se giró, y vio a su mujer, que entró y cerró detrás de ella. Lanzó una mirada al escritorio, al sobre vacío, y luego lo miró a él.

—Así que lo has abierto —dijo. —Sí, ¡pero desearía no haberlo hecho! El corazón le dio un vuelco a Amanda. —Pero... ¡pero ese papel demuestra que Sophie es hija tuya! —replicó. — ¡Ya era mi hija! —dijo Edward agriamente.​ . —Aquí en mi corazón— añadió llevándose una mano al pecho—, estaba toda la prueba que necesitaba aunque casi tuviera que ocurrir una tragedia para que me diera cuenta. Esto—mascullo señalando la prueba de ADN—¡No significa nada! Quiero que mi hija crezca sabiendo que el amor que siento por ella viene de aquí ¡no de lo que digan unos papeles! —Añadió enfadado, arrojándo los papeles sobre la mesa—. He tenido mucho tiempo para pensar mientras estaba en el hospital,y la conclusión y te amare siempre —murmuró con la voz quebrada por la emoción—. Eres la única para mí, y nada podrá cambiar eso jamás. Nada, ni nadie. Respecto a Sophie..., t quiero con toda mi alma. Pero esto... ​ dijo señalando los papeles— esto únicamente pone en evidencia que he sido un idiota por poner una barrera más entre nosotros por culpa de mi estúpido orgullo. Amanda lo miró sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo. — ¿Has dicho... has dicho que me amas? Gabriel frunció el ceño, sorprendido no sólo por la pregunta, sino también por la emoción que había en la voz de ella y asintió con la cabeza —Ohh, Gabriel... —murmuró ella, sintiendo que las lágrimas le nublaban los ojos mientras daba un paso hacia él, y luego otro, y otro más, hasta que llegó a su lado y lo rodeó con sus brazos—. Yo también... yo también te amo —hipó sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué

por qué has estado rechazándome si tú también me amabas? Levantó la cabeza para mirarlo, y vio que las mejillas de él se teñían de rubor. —Yo pensé que… aquella noche perdí el control y… —Los dos perdimos el control —lo corrigió Amanda—. Y como resultado de eso….—se quedó callada un momento, como dudando—. ¿De verdad me amas? —Amanda, ¿cómo puedes dudar eso? —contestó mientras la atraía hacia él y la besaba. —Bueno, no es sólo por mí por lo que quiero asegurarme —respondió ella lentamente, escogiendo las palabras. — ¿Es por nuestra hija, entonces? —inquirió él confundido—. Sabes que la quiero muchísimo... —No, no es por nuestra hija —dijo ella—, pero te has acercado bastante —añadió esbozando una sonrisa traviesa. De pronto Gabriel abrió mucho los ojos al comprender, y de su garganta escapó un gemido ahogado antes de que inclinara otra vez la cabeza para tomar sus labios de nuevo. Aquel fue un beso largo, un beso con el que él quiso transmitirle la promesa de que las cosas iban a ser distintas a partir de entonces, y también la tristeza que inundaba su corazón por el tiempo precioso que habían perdido por su culpa, por aquellos cinco años de separación. —Pero es imposible... no puedes estar embarazada... Amanda sonrió de nuevo. —Lo estoy. Gabriel sonrió enternecido y le acarició la mejilla con el índice.

—Bueno, desde luego éste es un cumpleaños que no olvidare —dijo. —Y todavía no ha acabado... —le recordó ella,— ¿Sabes eso que dicen de que las embarazadas tienen antojos? Pues yo sólo tengo uno... y eres tú, Gabriel, así que, a partir de hoy, ya sabes lo que quiero —murmuró besándolo—. Además, no querrás que tu hijo piense que no quieres a su madre, ¿verdad? —dijo volviendo a besarlo. Sin embargo, él interrumpió el beso y la miró desconcertado. — ¿Has dicho «hija»?¿Cómo sabes que va a ser niña? Ella se encogió de hombros divertida. —No sé, llámalo intuición. Por eso accedí a dejar a nuestra hija tuviera su cachorro ahora. — ¿Por qué pensabas que iba a ser una niño? — —No — replicó ella riéndose—, ¡Porque es mejor no tener dos bebés a la vez!

36 Creía que habías dicho que era mejor no tener dos bebés a la vez. — Amanda levantó la vista de sus preciosos gemelos, antes de mirar divertida a su marido. Sus hijos habían nacido con sólo diez minutos de diferencia aquella misma mañana, y después de haber llevado a Sophie al hospital a ver a sus hermanitos y de llevarla de nuevo a casa, dejándola con la señora Clearwate. Gabriel había regresado con ella. —Y yo que creía que habías dicho que era imposible que estuviera embarazada —respondió, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas emocionadas al ver el orgullo en el rostro resplandeciente de su marido. Gabriel tomó su mano y le besó suavemente los nudillos. —Sin ti este milagro no habría sido posible. Amanda sonrió, cansada pero feliz, y su mirada se poso en la tarjeta de felicitación que Edward había puesto en la mesilla, junto a la cama. Los niños estaban despertándose y pronto empezarían a exigir su alimento, pensó ella mirándolos con amor de madre, pero aún tuvo tiempo de inclinarse hacia delante y demostrarles cuánto quería a su padre con un beso. FN