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Psicoanalistas de niños: Orígenes y destinos de su obra Clase 1 Melanie Klein En los últimos treinta años años se estab

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Psicoanalistas de niños: Orígenes y destinos de su obra Clase 1

Melanie Klein En los últimos treinta años años se establecieron dos ejes centrales para la formación analítica: Freud y Lacan. Melanie Klein quedó como una suerte de atavismo salvaje e impúdico pasado de moda. Su obra y su pensamiento analítico cobraron el estatuto de lo “ puramente imaginario”. El nombre de Melanie Klein no es ignorado, pero se desprecian y/o se desconocen casi por completo sus ideas. El diálogo que podemos establecer con la obra de Melanie Klein, y el valor que puede tener en la actualidad, pasa ante todo por reconocer que su pensamiento estaba apoyado firmemente en la convicción de que el psicoanálisis “era eso o no era nada”, y que creía enormemente en el poder de la interpretación “kleiniana”. Muchos psicoanalistas “ kleinianos” sin embargo no se atreven actualmente a interpretar como lo hacía Melanie Klein, porque les parecen interpretaciones demasiado intrusivas y violentas. Sin embargo el gran mérito de M. Klein fue esta violencia de la interpretación. No se puede ser kleiniano con metáforas, con sutilezas, con eufemismos. Los kleinianos hablan de disociación entre lo idealizado y lo persecutorio, de envidia y gratitud, de ataque y reparación, conceptos que pertenecen en realidad a los últimos años de Melanie Klein, y que fueron los más difundidos por la Asociación Psicoanalítica Argentina- en un tono pastoral muy parecido a la religión. El viraje del pensamiento de la propia Melanie Klein hacia esta suerte de pastoral psicoanalítica se puede observar sobre todo en el caso de Richard, un niño que ella analizó durante la segunda guerra mundial y cuyo historial publicó poco antes de morir, en el año 1961, y que puede considerarse como su testamento analítico en materia de análisis de niños. Las últimas sesiones del análisis de Richard en efecto revelan una suerte de sinfonía entre el ataque y la reparación, lo persecutorio y lo idealizado, el pecho bueno y el pecho malo. Pero este es el sistema kleiniano tardío. Antes del año ´34 Melanie Klein no tenía el concepto de “posición depresiva”. Este surge recién en el año ´34 en circunstancias que incluyen cuestiones personales: la muerte de su hijo mayor en un accidente de montaña, -según la versión de la hija de Melanie Klein, Melitta Schmideberg, que se formó con su madre en Inglaterra y luego emigró a los Estados Unidos, se trató de un suicidio. Cuando Melanie Klein comienza a hablar de “etapa depresiva” y de “mecanismos del duelo”, Melita Schmideberg, empieza a atacar a su madre en la Sociedad Británica, y afirma que su hermano se había suicidado por culpa de Melanie, que lo había analizado cuando era apenas un adolescente. Este es el caso que figura en El Psicoanálisis de Niños bajo el nombre de Félix, un paciente de trece años a quien ella analizó por un tic nervioso, y que efectivamente se trataba de su propio hijo.

Recién en el año 35’ se configura lo que podemos considerar el “sistema” kleiniano, que incluye las ansiedades esquizoparanoides y depresivas, las defensas contra esas ansiedades, la extrema disociación entre objetos idealizados y objetos persecutorios, y donde el principal fin del análisis será la reparación del objeto interno dañado por el sadismo. Pero el “modo primitivo”, los comienzos de Melanie Klein, son netamente diferenciables de este “sistema” sistema en el sentido de algo cerrado y en donde todo encaja-. En los primeros casos de Melanie Klein están contenidas sus ideas más originales. Allí ya es muy notorio que entre lo que ella observa y su interpretación no hay ninguna distancia, es como si ella ya allí fuera una máquina de interpretar. Pero también hay descubrimientos importantes y vale la pena conocerlos, para que aquello que en diversos momentos Lacan reconoció y valorizó en el psicoanálisis kleiniano pueda ser ampliado y tal vez revalorizado. Melanie Klein merece que se la piense, no desde una crítica despiadada o ignorante, que ignora los elementos creativos de su obra, sino desde un lugar que permita devolverle un espacio de reconocimiento en el psicoanálisis. Entre otras cosas porque el problema del psicoanálisis lacaniano es que no trabaja la agresividad y el sadismo; tanto en el trabajo analítico que privilegia lo simbólico, como en la dirección de la cura que actualmente se dirige a lo real y establece el binarismo acto analítico vs. interpretación. Hay, o hubo, una idea central en el psicoanálisis lacaniano, que desde lo simbólico se puede obtener la armonía de lo imaginario; mediante el análisis del significante, a partir del trabajo con lo simbólico, se supuso que se podría encausar pacíficamente la agresividad. Dicho de otro modo, lo imaginario no se interpreta en forma directa. Se apuesta a que el trabajo en lo simbólico incida en lo imaginario. Pero, si se tienen en cuenta los efectos de algunos análisis lacanianos, y de lo que ocurre en las instituciones, parecería que han dejado intacto, sin tocar, el problema de la agresividad. Esta es una de las razones por las cuales me parece necesario resignificar el pensamiento analítico de Melanie Klein, en lugar de continuar desvalorizándolo, minimizándolo, o lisa y llanamente ignorándolo. Cuando Lacan se refiere, en algunas ocasiones, a Melanie Klein, dice que es una destripadora, una bestia, pero que precisamente por eso es una gran analista. Muchos pensaron que Lacan quería decir que era una imbécil, que como analista era una bestia, a pesar de haber leído el Seminario I donde Lacan hace una comparación entre el pensamiento de Melanie Klein y el de Anna Freud. En esa ocasión le pone un diez a Melanie Klein y desaprueba a Anna Freud, a quien odiaba profundamente, y de quien decía que era una institutriz solterona y amarga que nunca había tenido un hombre en su vida. Anna Freud era secretaria de la Asociación Psicoanalítica Internacional cuando Lacan fue expulsado y tal vez su voto tuvo alguna incidencia en la expulsión. Al menos Lacan pensó que era así. La IPA había ordenado una investigación sobre Lacan y a raíz del informe obtenido le retiraron la autorización de ejercer como didacta. Claro está que independiente de estas razones “personales” no era difícil criticar a Anna Freud, entre otras cosas, porque quedó muy asociado su pensamiento a la escuela americana, al yo, a la adaptación, a la educación. Sin embargo, en su escrito “El estadio del

espejo” Lacan había citado -y elogiado- “El yo y los mecanismos de defensa” en apoyo de su tesis sobre el yo como instancia de desconocimiento. Dick es del año ´29. Está en Contribuciones al psicoanálisis, bajo el título “El mecanismo de la formación de símbolos”. La mayor parte de los casos que están en “El psicoanálisis de niños” en cambio pertenecen a los comienzos de Melanie Klein. Melanie Klein era una ama de casa que había tenido una vida muy desgraciada. Su hermana Sidonie, que le había enseñado a leer, murió a los ocho años, cuando Melanie Klein tenía cinco o seis. Melanie quedó muy ligada afectivamente a su hermano mayor, Emmanuel, que era un joven sobresaliente, la apuesta intelectual de la familia, pero que también murió muy joven - a los veintitantos años-, poco tiempo antes del casamiento de Melanie con Arthur Klein. Para la misma época también había muerto el padre de Melanie. Por lo tanto, ella inicia su vida de casada atravesando dos duelos muy recientes, la muerte de su hermano Emmanuel y de su padre. El padre hasta los 37 años había sido un estudioso del Talmud, y la madre mantenía el hogar, se sabe que tenía una boutique donde vendía pájaros y flores. Pero el padre a los 37 años abandona los estudios talmúdicos, estudia medicina y se recibe de médico. El ambiente en el que crece Melanie Klein está pues dividido entre lo religioso y lo científico, y marcado por este cambio radical en la vida del padre. Es un ambiente donde se jerarquiza mucho el estudio, lo intelectual, un ambiente laico, y progresista, en el que sin embargo no era todo fácil y maravilloso, no era una familia de dinero sino una familia de gente trabajadora. Hacia fines de la Segunda Guerra M.K empieza un análisis con Ferenczi, en Budapest, donde había ido a vivir con su marido. Ferenczi iba y venía del frente donde era médico de trincheras, y había inventado lo que llamó “la técnica activa”. No sabemos qué clase de “activismo” practicó con Melanie Klein, pero sin duda le trasmitió sus ideas acerca del psicoanálisis, no sólo como una extraordinaria terapia sino también como una extraordinaria herramienta para la educación de los niños. Basándose en una determinada concepción de la realidad, Ferenczi hizo una gran propaganda sobre los beneficios de una educación guiada por los principios del psicoanálisis: no hay que reprimir la curiosidad sexual de los niños, no hay que contarles cuentitos acerca de Dios ni de Papá Noel, no hay que hablarles sobre brujas y fantasmas- en síntesis, lo que se denominó la educación del “principio de realidad”. El psicoanálisis tenía que demostrar que a través de la educación del principio de realidad, no inhibiendo la curiosidad, no castigando y no inventando cuentos tontos, que el niño iba a ser el hombre del futuro, el ciudadano del mañana, alguien que no tendría todas las taras de las generaciones anteriores. En este contexto Melanie Klein se dedica a observar a su hijo más pequeño, Erich. Pronto se ve obligada a interrumpir su análisis con Ferenczi, porque su marido, que era ingeniero, consiguió trabajo en un pequeño pueblo de Austria adonde se traslada la familia. Dos de los hijos ya eran bastante grandes y no se les podían aplicar todos estos preceptos educativos, pero queda Erich, a quien M.K. se aferra para salir de su depresión –estaba atravesando una

gran crisis en su matrimonio- e intenta volcar en él las enseñanzas de Ferenczi sobre la educación del principio de realidad. Cuando tiene preparada la observación, viaja a Budapest y presenta en la Sociedad Psicoanalítica de Budapest su informe sobre la “educación analítica” de su hijo menor. Es nombrada analista. M.K. lo presenta como un niño -al que llama Fritz- un poco atrasado e inmaduro, que a los cuatro años tenía dificultades para distinguir los colores, y que no hablaba todo lo bien que tenía que hablar... Este es el argumento que utiliza para justificar su “observación analítica”, y a tratar de ampliar el mundo del niño a través de un diálogo permanente con él, al servicio de lo que denomina –al igual que Ferenczi- el “principio de realidad”. Obviamente Melanie Klein no quería que Erich padeciera las “malas influencias” que habían sufrido sus hijos más grandes, en particular como consecuencia de la religión paterna. El marido de Melanie era de origen judío pero no era religioso, era panteísta (el panteísmo sostiene que Dios existe en cada objeto, todo lo que vive es un testimonio de la presencia de Dios, es la religión no institucionalizada, la presencia de Dios está en todo el universo, por lo tanto la iglesia no es necesaria) y en cierto modo en el panteísmo hay algo de pensamiento mágico: todo es Dios. ¡Imagínense la contradicción que esto podía significar para una concepción materialista donde no hay Dios, no hay hadas ni brujas, nada de lo que puede perturbar el pensamiento racional! La educación “psicoanalítica” debe estar basada en principios racionales, saber la verdad de las cosas va a despejar la mente del niño, lo va a ayudar a desarrollar su intelecto, a aprender mejor en la escuela, no tendrá dificultades si su mente no está confundida por el pensamiento mágico o por los prejuicios religiosos. Todo el universo del conocimiento racional se abre para un chico que no es inhibido en su curiosidad sexual ni engañado con cuentos de hadas y de brujas. Este fue el inicio de Melanie Klein, una mamá deprimida, cultivada y analizada, que intentó aplicar el psicoanálisis en la educación del menor de sus hijos. Después de presentar el caso en la Sociedad Psicoanalítica de Budapest, M.K. observa que Fritz/Erich empieza a tener graves inhibiciones, además de mal humor, dolores de panza, deja de jugar con otros chicos, le da miedo salir a la calle. Antes ella creía que su hijo era un poco inmaduro, pero que no era un chico con problemas, y cuando presenta su informe, está muy contenta, porque el chico aprendió los colores y las letras, tiene cinco años y sabe leer. Quizás no esperaba esta crítica: no había tomado en cuenta el inconsciente. Ella respondió diciendo que en realidad no estaba analizando al chico sino observándolo... Pero vuelve a su casa influenciada sin duda por este tipo de comentarios. A partir de allí comienzan los “verdaderos” síntomas: Erich está mal, triste, no juega, se desinteresa de todo, no la escucha cuando le habla, la rechaza. Melanie sospechará entonces que en la etapa anterior, la de la “educación analítica”, le faltó aclararle a Erich cuál era el papel del padre en la fecundación. En efecto, su hijo tiene preocupaciones “obsesivas” sobre cómo están hechas las cosas y de dónde vienen, que ella identifica como preguntas por “el origen”. Buscará entonces la ocasión propicia para brindarle a Erich lo que llama “la información faltante”. Este momento llegará durante una conversación acerca de los distintos recorridos

que, según Erich, realizan las cacas. El hablaba mucho sobre el recorrido de la caca. Ella le pregunta si estas cacas serán los niños –esta es una ecuación freudiana: caca=niño- que crecen en el estómago. Al advertir el interés del niño continúa: “porque la caca está hecha de comida, los niños verdaderos no están hechos de comida”. Esta es la realidad: los niños verdaderos no están hechos de comida. Erich responde: “Yo sé eso. Están hechos de leche.”- “No, están hechos de algo que hace papá y de un huevo que está dentro de mamá.” El estaba muy atento, y cuando ella empieza a hablarle del huevo la interrumpe y le dice “eso también lo sé”. Melanie aprovecha para decirle: “Papá puede hacer algo con su pipí que se parece bastante a la leche y que se llama semen. Lo hace como haciendo pipí pero no en tanta cantidad.”- “Ya sé eso”. Ella continúa: “El pipí de mamá es como un agujero. Si papá pone su pipí en el pipí de mamá y hace su semen allí, entonces el semen corre muy adentro de su cuerpo y cuando se encuentra con alguno de los huevitos que están dentro de mamá, ese huevito empieza a crecer y se transforma en un niño.” Melanie registra que Erich manifiesta aquí mucho interés: “Me gustaría tanto ver cómo se hace un niño así”. Respuesta: esto es imposible porque él es chico y no va a poder hacerlo hasta que sea grande. Erich insiste: “pero cuando sea grande me gustaría hacérselo a mamá”- “Eso no puede ser. Mamá no puede ser tu esposa porque es la esposa de tu papá. Si mamá fuera tu esposa papá no tendría esposa.” Como ven es un modo bastante “sui generis” de explicarle al niño porqué no puede ser el marido de la mamá, una manera de introducir la interdicción del incesto un poco ambigua y un tanto melancólica. Erich contesta: “entonces se lo hacemos los dos a ella, la compartimos”- “No, eso no puede ser. Cada hombre tiene una sola esposa. Cuando tú seas grande tu mamá será vieja, entonces te casarás con una hermosa joven”. Erich, casi llorando y tembloroso: “¿Pero no viviremos en la misma casa?”- “Sí. Sí, viviremos juntos. Tu mamá siempre te querrá, pero no puede ser tu esposa”. A pesar de este diálogo tan “esclarecedor” los síntomas de Erich continuaron. De todas maneras M.K. dirá que esta conversación aportó claridad en la mente de Erich y tiempo después, cuando el chico volvió a jugar, y superó sus inhibiciones, le dio mucha importancia, en lo que a posteriori llamará “haber podido liberar sus fantasías”. Claro está que luego se encontró con que una vez liberadas, las fantasías de su hijo eran bastante complicadas. Aquí hallamos en status nascendi una interpretación que va a ser típica de Klein , es casi la misma que años más tarde le hará a Dick. A los tres días de la conversación, Erich tuvo la siguiente fantasía: “Había un gran motor que parecía igual a un tren eléctrico. Había un motorcito que corría junto con el grande. Los motores siguieron corriendo, se encontraron con un tren eléctrico y lo chocaron. El motor grande se fue encima del tren eléctrico y llevó al chiquito tras él. Entonces todos se juntaron: el tren eléctrico y los dos motores. El tren eléctrico también tenía una biela, una cosa hermosa y grande de plata y bronce. El chiquito tenía algo parecido a dos ganchitos; el chiquito estaba entre el tren eléctrico y el motor grande”Melanie le explicará que el motor grande era su papá, el coche eléctrico su mamá y el motorcito él mismo, y que él se ha puesto entre mamá y papá porque le gustaría mucho apartar a papá del todo, y quedarse solo con su mamá y hacer con ella lo que sólo a su papá le está permitido. Fíjense que Melanie Klein aquí

interpreta basándonse en un modelo ultrafreudiano del Edipo: la angustia como consecuencia de la libido reprimida. Estamos en el año ´19, donde rige la primera teoría de la angustia, que Freud no cambiará hasta el 26’, hasta “Inhibición, síntoma y angustia”. Pero no pasará mucho tiempo para que M.K tome otro rumbo, la angustia, la ansiedad, los síntomas, las inhibiciones de los niños, son una consecuencia del sadismo reprimido, no de la libido. Entre los años ´23 y 26, cuando analiza los casos que aparecen en “El psicoanálisis de niños”, el pensamiento kleiniano se compone de los siguientes elementos: 1) las fantasías modelan el conjunto de todas las conductas, de todas las actividades y del conjunto de la “personalidad”. No hay nada que escape al dominio que ejerce la fantasía –inconsciente- sobre la vida consciente. Freud nunca fue tan lejos, y la escuela americana del yo por su parte postulará la existencia de áreas autónomas, libres, no influidas por el inconsciente. Pero para Melanie Klein toda actividad de un niño y de una persona adulta es la puesta en acto de una fantasía inconsciente. Dice: “No sólo las actividades que pueden ser producto de una inhibición –el lenguaje, el aprendizaje- sino los conciertos, los espectáculos, el cine, la apreciación artística de los colores, las formas, los cuadros, todo tiene el mismo origen. El hecho de escuchar o de mirar simboliza la observación, real o imaginaria, del coito.” 2)Todas las fantasías derivan de la escena primaria, la escena primaria es el motor de la puesta en marcha de la fantasía. 3)El juego es una descarga permanente –por eso los niños juegan tantode fantasías masturbatorias, provocadas por la escena primaria. Escena que no tiene que ver con la realidad. Hay una deformación que el niño necesariamente va a producir porque cuando ve a los padres juntos no puede distinguir, perceptualmente, qué es del padre y qué es de la madre. Parece que en esa época era común que los niños vieran relaciones sexuales entre los padres, hay mucha casuística al respecto, aunque para el psicoanálisis también parece haber sido y seguir siendo importante que los niños no vean la escena primaria. Que la fantaseen es una cosa pero que la vean es otra. En la escena primaria kleiniana el pene está contenido por el cuerpo de la madre, el pecho está mezclado con el pene, es un pecho-pene, en realidad todos los objetos “voladores” de Melanie Klein, penes, pechos, cacas, son objetos que están metidos uno dentro del otro, no hay posibilidad de hacer allí una diferencia, todo está junto y mezclado, mezclado bajo el dominio del sadismo y del ataque sádico que el niño, por vía de las fantasías pregenitales, sádico orales, sádico anales y sádico uretrales, va a hacer a la unión genital entre sus padres. La escena genital es la de los padres en coito, esa es la escena primaria, es genital y edípica, es la relación genital entre los padres de la que el niño se siente excluido. En lugar de predominar el amor por el progenitor del sexo opuesto y, como consecuencia el deseo de destruir al progenitor del propio sexo –el Edipo positivo tal como Freud lo describe- Melanie Klein va a tomar el odio contra ambos padres, que se juntan y excluyen al niño. El sadismo es el ataque por todos los medios que su organización sádico pregenital le brinda, al coito de sus padres. El niño no es aun genital, es un “pre-genital”, entonces el sadismo oral, el sadismo anal y el sadismo uretral serán los medios con los que en su fantasía va a atacar a los padres en coito. El chico descarga todo esto a través del juego, del juego permanente, del juego continuo, pero ¿qué

pasa cuando aparece una inhibición, cuando un chico no juega, juega poco, o juega estereotipadamente? La razón es que el niño está muy angustiado y la inhibición del juego es un modo de controlar la angustia. Si la angustia aparece el niño se encuentra con toda esa fantasmática sádica que está intentado controlar, entonces se ve confrontado a algo que no puede soportar y se inhibe, se repliega. La deducción de Melanie Klein es que en toda crisis de rabia, de ansiedad, de inhibición del juego, de intolerancia a la frustración, está actuando la angustia y esta angustia está ligada al sadismo que el niño ha proyectado sobre la escena primaria, y que inhibe por miedo a la retaliación. El inconsciente kleiniano es un inconsciente del ojo por ojo y diente por diente. El miedo hace que el chico se vaya replegando y cada tanto tenga estallidos de bronca, pataletas, autoagresiones, que no puede controlar. ¿Qué es lo que hace Melanie Klein con todo esto? Se trata de conceptos articulados entre sí: el Edipo temprano, el sadismo, el superyo arcaico, la angustia, la escena primaria, la fantasmática dominada por el sadismo - diferencia fundamental entre Melanie Klein y Freud –y Anna Freud-. Para Freud, el superyo es un heredero del complejo de Edipo, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Para Melanie Klein el complejo de Edipo y el superyo van juntos, se constituyen paralelamente. Hay una distorsión estructural de las imagos internas de los padres, de los objetos proyectados bajo el dominio del sadismo, que siempre, inevitablemente, se van a distanciar de lo que son los padres reales. Cuando estos son buenos, simpáticos, cariñosos, protectores, el chico igual puede tener inhibiciones, síntomas, ataques de angustia. Estas referencias se hallan presentes en todos los primeros casos de Melanie Klein. Es importante destacar el tema de la angustia, como centro, como núcleo organizador del pensamiento kleiniano. Una angustia que en lugar de estar ligada a las vicisitudes de la libido, está ligada a las vicisitudes del sadismo. Melanie Klein encuentra que en el niño pequeño hay toda una construcción fantasmática, en relación a los padres -que luego va a ubicar en el primer año de vida,- Al trabajar con niños de dos o tres años encuentra que la angustia está ligada al sadismo y dirigida contra la escena primaria. En esto hay también una clara influencia de su segundo analista, Karl Abraham. Cuando ella se divorcia de Arthur Klein y se instala con sus tres hijos en Berlín, le pide análisis a Abraham, quien la acepta a regañadientes porque no tomaba en tratamiento a colegas que formaran parte de su entorno. Unos catorce o quince meses después Abraham muere en circunstancias ridículas, se le atravesó una espina de pescado en la garganta. Esto fue muy fuerte para Melanie Klein que había llegado hacía poco a Berlín sola con sus tres hijos. Allí había empezado a recibir pacientes, estimulada y protegida por Abraham, que le escribió a Freud muy entusiasmado diciéndole que Mrs. Klein había demostrado que el futuro del psicoanálisis estaba en el psicoanálisis del juego ( de los niños). Abraham también valoró mucho los aportes de Melanie sobre el sadismo, que se complementaban con sus teorías sobre las pulsiones canibalísticas. A la muerte de Abraham, Melanie Klein quedará pues bastante en banda y decide entonces radicarse en Inglaterra. Poco antes había tenido lugar un simposio en Londres, en donde ella había viajado para

confrontar sus ideas sobre el análisis de niños con las de Anna Freud, y en esa ocasión conoció a Ernest Jones y a otros analistas que simpatizaron mucho con ella y con sus propuestas. Luego de la muerte de Abraham sintió que en Berlin no tenía el apoyo que necesitaba para continuar adelante y entonces se irá a vivir a Londres, de donde ya no se moverá. Con Ernest Jones a la cabeza, la Sociedad Británica empieza a ser un bastión del pensamiento kleiniano, hasta la llegada de Anna Freud a Londres, en el ‘38. Recién en ese momento se declara oficialmente una guerra entre “freudianos” y “kleinianos” que es sumamente importante en la historia de la práctica analítica con niños y del psicoanálisis en general. Hay una pregunta que vale la pena hacerse: ¿Melanie Klein abandonó sus primeros objetivos, educativos y pedagógicos, o buscó otro camino para conseguirlos? ¿El objetivo de Melanie Klein dejó de ser en algún momento la ampliación de la realidad, que el chico desarrollara su capacidad y sus potencialidades intelectuales, para ser un ser humano íntegro, completo y un hombre del futuro? ¿O fue por otro camino, al ver que a través de lo racional, lo explicativo, lo pedagógico, no llegaba a ninguna parte? Yo creo que hay una cantidad de indicadores que muestran que ella nunca dejó sus objetivos iniciales. Uno de esos indicadores es que, en mayor o menor medida, universalizó su conclusión de que todos los niños están afectados por el sadismo, y esto influye en la limitación de sus capacidades. Es un universal. Entonces da vuelta la cosa: no es que el psicoanálisis sea un aliado de la educación, sino que el psicoanálisis es previo, preliminar a la educación. Es una especie de preeducación. De allí que ya no será necesaria una justificación para el análisis de un niño, porque todo esto es parte de la evolución de cualquier niño, las inhibiciones, las dificultades, los ataques de angustia- son universales. Ya no va a haber para M.K la necesidad de distinguir si el niño que llega a la consulta necesita o no análisis, si está o no pidiéndolo, en realidad esto no importa demasiado dado que el análisis es un bien universal. Por eso, al ser un bien universal, generalizable, se transforma en un “modelo”, y se vuelve “pedagógico”, “a todos les viene bien”. Este será es uno de sus grandes puntos de divergencia con Anna Freud. Melanie Klein era muy optimista y muy militante de la causa analítica, en el sentido del análisis como un bien universal aplicable a todos los niños. Ella no tenía dudas, y cuando algo iba mal decía que era porque estaba incompleto, porque no se había terminado, tenía una convicción absoluta de que si el análisis llegaba a su fin tenía que estar todo bien. El rechazo, el malestar, la resistencia, todo lo que aparece como una reacción bastante común de cualquier niño que, de repente, se ve frente a un analista que le dice “jugá”, ella lo va a ubicar como un signo de transferencia negativa. El chico que expresa un rechazo al analista, ( o a un adulto que está haciendo algo por su “bien”), está expresando una transferencia negativa, o sea la relación neurótica que él tiene con sus objetos arcaicos, con sus objetos introyectados arcaicos, bajo cuyo dominio está toda la esfera de su conducta, de su personalidad. No existe para ella la posibilidad de pensar que una reacción negativa no sea transferencial, no proviene por lo tanto

de la relación con los padres reales sino con los objetos internos. Cualquier estallido, pataleta, ataque verbal, es signo de transferencia negativa. Sin embargo, Melanie Klein piensa, al igual que Freud , que la transferencia positiva es el motor del análisis, pero considera que para obtenerla hay que interpretar rápidamente, lo antes posible, la transferencia negativa. Esta es la manera kleiniana de llegar al inconsciente del niño. El niño nos ofrece su inconsciente una vez que se interpreta la transferencia negativa. Hay muchos testimonios clínicos donde ella dice que durante bastante tiempo el chico no quería entrar a la sesión, que se veía obligada a aceptar la presencia de la niñera, la hermana mayor, incluso la madre del niño... Aclaraba que esto no era lo mejor del mundo, algunos chicos eran más difíciles y complicados, pero que si se les interpretaba esto , al final cedían. Y el tema, precisamente, es que ceden. ¿Se tratará de una suerte de sometimiento del chico –má sí!- o, efectivamente, el niño se siente “interpretado” y da su consentimiento al análisis? Esa es la duda que genera Melanie Klein si se la lee sin demasiados prejuicios. Pareciera que en efecto ella toca puntos que impactan a los chicos y hacen que puedan establecer una transferencia positiva, imposibilitada inicialmente por el sadismo que al chico lo tiene torturado, angustiado, mal humorado...hasta que todo esto se pone en palabras. Muchos prestigiosos analistas kleinianos argentinos, como Betty Garma, que aún vive y continúa analizando, sostienen que al hacer un contacto con el sadismo del niño se obtiene su confianza en el análisis. Los analistas kleinianos “como si” en cambio no llegan a nada. Hay que animarse a interpretar “brutalmente” los objetos y las pulsiones que dan cuerpo a los fantasmas sádicos del niño. Que el comprobar que con su sadismo no destruyen al analista, tranquiliza enormemente a los niños, también es un pensamiento kleiniano, pero más tardío. Saber que tiene una capacidad reparadora, que el adulto no es destruido por sus ataques, va a estar dentro de la concepción kleiniana posterior, la de las posiciones paranoide y depresiva. De todas maneras, en sus primeros tiempos de analista, Melanie Klein ya sostenía que había que interpretar de entrada la transferencia negativa, y buscaba el modo de hacerlo lo más rápido posible, pero no sólo como una compulsión interpretativa, o un capricho “técnico” . Esto estaba en relación con sus ideas: era necesario interpretar el sadismo ligándolo a la persona de la analista y refiriéndolo a las imagos arcaicas de los objetos internos, que no son los padres reales (pero que tampoco dejan de serlo) En efecto, el niño tiene que saber, tarde o temprano, que esos ataques están dirigidos contra sus padres reales, porque ésta es la única posibilidad de modificar su relación con ellos, dado que la relación con los padres reales termina por quedar afectada por los ataques sádicos dirigidos a sus objetos internos. Melanie Klein se encuentra con un problema, si bien se dirige al inconsciente no deja de observar que el niño está teniendo una relación dificultosa con los padres reales –o con cualquier otro adulto de su entorno- El chico tiene que llegar a darse cuenta a través del anaálisis que sus ataques a los objetos internos afectan el vínculo con sus padres reales. Pero, cuando esto ocurra, trabajo analítico mediante de la reparación de sus objetos internos – constatar una y otra vez que su sadismo no los daña “realmente”, podrá modificar su relación con los padres reales. No deja de estar en el pensamiento de Melanie Klein la realidad como realidad externa, exterior, no

exclusivamente intrapsíquica. Esto es importante aclararlo porque suele vincularse el pensamiento kleiniano a algo que pasa sólo en un “adentro”, una suerte de universo interior en donde no hay nadie “afuera”, o en todo caso este “afuera” no tiene mayor importancia en el desarrollo del psiquismo. En síntesis: el análisis llega a su fin cuando el niño se de cuenta de que sus padres reales -vía la transferencia que elabora con el analista- no quedaron ni quedarán dañados por los ataques sádicos. Hay una interioridad del objeto, no sin que ésta se refleje en una exterioridad. Como ejemplo tenemos el testimonio de la maestra del jardín de infantes adonde asistía una pacientita de Melanie Klein, recogido por Phyllis Grosskurth, una periodista canadiense que escribió un libro extraordinario, “Vida y obra de Melanie Klein”, en donde entrevistó a muchas personas que habían conocido a Melanie Klein. La maestra le relató a Groskurth que Melanie la tenía harta, que la llamaba todos los días a la escuela para preguntarle, después de la sesión, cómo le había ido a la nena en la escuela. M.K no se desvinculaba de la “realidad externa”, pero no lo reconocía “oficialmente” en sus textos. También se mantenía en contacto con los padres de sus pacientes a través de una frecuente correspondencia. Si lo pensamos, parece imposible que pudiera ser de otro modo, tratándose de hijos de colegas o de gente ligada de algún modo al psicoanálisis, en una época en que al dejar a un chico en manos de un analista era muy difícil para los padres no meterse –incluso hoy lo es. Melanie Klein estaba muy atenta a los efectos inmediatos de las sesiones, sobre el entorno del niño, no es verdad que a ella esto no le importara. Ella quería saber, no se contentaba con lo que ocurría en la sesión analítica, también se ocupaba de averiguar qué estaba pasando con el chico en su casa o en la escuela... Ella buscaba esa vinculación con la “realidad externa”, desde sus inicios como mamá-analista hasta que se transformó en Melanie Klein. Después del año ´34, ´35, cuando aparecen las ansiedades, las defensas, las posiciones, se produce un vuelco muy importante en su obra –y en su vida- La muerte de su hijo mayor, Hans, en circunstancias ambiguas- la tremenda pelea que le inicia su hija Melitta, paciente de Edward Glover, el presidente de la Sociedad Británica en ese momento, la campaña que juntos, Melitta Schmideberg y Edward Glover inician contra Melanie Klein, acusándola ante todo de ser avasalladora e intrusiva: como madre, en el mundo privado de las fantasías de sus hijos y, como analista, en la vida privada de sus pacientes. Está también el testimonio de Paula Heimann, una analista que también se refugió en Inglaterra huyendo del nazismo. Melanie Klein le dio empleo como secretaria, como asistente, como cocinera, y durante veinte años, la analizó “ en secreto”. En la primera elaboración kleiniana del sadismo no hay una garantía, no hay un objeto bueno interiorizado que opere como garante, un objeto bueno interno protector que, de últimas, garantice el triunfo del bien sobre el mal. Sólo en el sistema kleiniano tardío aparecerá este objeto bueno, producto del análisis del objeto malo y del objeto idealizado, que es un disfraz del objeto persecutorio. Una de las famosas fórmulas de Melanie Klein dice que el pecho idealizado es el

corolario del pecho persecutorio, o sea su revés perfecto. Se tratará entonces de lograr un espacio donde pueda construirse el objeto bueno, a través de la elaboración del sadismo, de la disminución de la paranoia y de la disociación extrema entre el objeto idealizado y el objeto persecutorio. Una estabilización alrededor de un objeto bueno, reparador y protector que le permitirá al sujeto tener fe en sus posibilidades de reparación. El pensamiento kleiniano se vuelve muy religioso –cristiano- cercano al pecado original, a la lucha entre el bien y el mal, a la fe, a la reparación y a todos los componentes de una concepción cristiana, a tal punto que, hacia el final de su vida, ella va a hablar de elementos constitutivos, innatos: la envidia es la traducción del monto constitucional del instinto de muerte. Pulsión de muerte, sadismo extremo, vienen con la persona, son irreductibles los componentes constitucionales de cada individuo, y no hay nada que se pueda hacer. Melanie Klein termina su vida planteando que después de todo existen cuestiones irreductibles, constitutivas, gente buena y gente mala, gente naturalmente envidiosa y gente recuperable vía análisis. Por eso es muy importante conocer la génesis del pensamiento de Melanie Klein para comprender este “retorno” a sus orígenes, el final de su vida parece casi tocarse con el principio y, en el medio, queda su extraordinario aporte al psicoanálisis, la constatación clínica del papel del sadismo y de la agresividad en la génesis de la angustia, cuestión a la que Freud no había prestado demasiada atención. Por supuesto que él había descripto la reacción terapéutica negativa, conceptualizado el masoquismo primordial, y la pulsión de muerte- pero no había creado toda una narrativa y un imaginario interpretativo para abordar esto, como sí lo hizo Melanie Klein. Entre sus comienzos pedagógicos, ateos y este final cuasi religioso, están todas las vicisitudes del sadismo. Penetró en un mundo en donde no tenía nada ni nadie que la frenara, un mundo donde no había tope posible, el sadismo –como el masoquismo- no tiene límites y, ella misma lo dice, no hay nada que pueda acotarlo, salvo la interpretación. Pero, probablemente, también la asustó la eventualidad de que se le fuera de las manos. Este niño kleiniano que no tiene muy clara la discriminación entre la realidad y la fantasía, si ella le interpreta que él quiere matar a su mamá, hacerla pedacitos y comérsela, se puede creer que realmente quiere matar a la mamá. Por eso serán los pacientes niños los que tendrán que explicarle a Melanie que no es a su mamá de verdad a quienes quieren matar, que a su mamá la quieren. De esta forma, son los niños los que le van dando forma a lo que sería el objeto bueno como límite, son los buenos niños los que le enseñarán a Melanie que ni su papá ni su mamá “de verdad” están afectados por su sadismo. El tema de la reparación lo podemos ver bien en el análisis de Richard. A Richard no hay que confundirlo con Dick, el caso del que habla Lacan cuando elogia la interpretación kleiniana en sus Escritos técnicos. El caso Dick se puede leer con Klein y con Lacan en el Seminario I. Es muy interesante el comentario de Lacan al caso Dick porque lo que él discute con Melanie Klein es su conclusión, ella dice que al interpretarle la escena edípica primaria, le abrió las puertas de su inconsciente. A esto Lacan le responde que no, que lo que hizo fue generar el

inconsciente, no le abrió las puertas sino que puso un inconsciente allí donde no lo había, y generó la represión primaria. Es una discusión metapsicológica muy interesante. Lacan dice que lo que hizo Melanie Klein es bárbaro, sólo que no hizo lo que dijo que hizo, hizo otra cosa, no abrió sino que creó. Esto me recuerda la relación que Lacan mantuvo después con Francoise Dolto, cuando le mandaba todos los casos difíciles que él no podía sacar adelante, diciendo que era una “bruta”, al igual que Melanie Klein, pero que precisamente por eso era una analista genial. Richard era un chico de diez años que sufría de intensos temores. Ella lo analizó en un pueblito fuera de Londres, era la época de los bombardeos nazis sobre la capital británica , Melanie Klein se va a vivir a unos cien kilómetros, se alquila un consultorio y analiza a Richard durante los cuatro meses que vivió refugiada en ese pueblito. En “El Relato del psicoanálisis de un niño” está muy detallada la técnica que empleó con Richard. Evidentemente, ella tenía pocos pacientes, no tenía mucho que hacer, se aburría bastante y se sumaba a que en Londres además de la Segunda Guerra Mundial estaba su propia guerra con Anna Freud. Melanie Klein volvió de su exilio voluntario a cien kilómetros de Londres , con la idea de que Richard fuera una prueba definitiva de la eficacia del análisis kleiniano. Ella ya había publicado “El Psicoanálisis de niños” en 1932, en donde figuraban sus primeros casos, y en 1935 su artículo sobre el duelo y la posición depresiva. Faltaba un testimonio clínico de cómo ella concebía el análisis de un niño, a la luz de su teoría sobre las ansiedades depresiva y paranoide. Richard fue el elegido para que, sesión tras sesión, y comentando cada una de ellas, Melanie Klein pudiera hacer un alegato, dar pruebas, mostrar su técnica. Todo esto es el “Relato del psicoanálisis de un niño”. Cuando ella le anuncia que volverá a Londres, Richard le dice que se quiere ir con ella, pero esto no es posible, dadas las circunstancias familiares, la guerra,etc... El fin del análisis está precipitado por la partida de Melanie Klein. El chico está asustado, y le dice que justo ahora que se está sintiendo mejor, y teme que le vuelvan a pasar las cosas que le pasaban cuatro meses antes de comenzar el “trabajo” con ella. Este trabajo consistía en hacer, en cada sesión, un análisis de la situación de la guerra –los países aliados, los atacados, las batallas, los submarinos, los barcos, los aviones, las bombas- que Melanie Klein interpretaba, permanentemente, en términos de fantasmas sádicos intrapsíquicos. Un ejemplo: Hitler era el pene malo del padre, que se metía en la mamá- Polonia y Roosevelt el pene bueno, reparador. Hacía una ligazón de los sucesos exteriores de la guerra con los objetos fantasmáticos que, le explicaba a Richard, poblaban su mundo interno . Los barcos podían ser pechos, niños, penes, y las batallas mostraban sus ataques y contraataques. Es en términos de ataque y reparación de los objetos parciales introyectados bajo el dominio del sadismo, que ella va a interpretar la “guerra” que tanto temor le producía a Richard -y a ella-. Pero adem´´as a Richard tampoco le gustaba ir al colegio, era muy fóbico, tenía miedo de otros chicos, estaba muy pegado a la mamá, su padre había tenido un accidente y él estaba muy asustado porque podía morirse, y todo esto también será interpretado por Melanie Klein, de una manera machacante e insistente en

términos de pene, pecho, heces, bebés malos.....Pero fíjense, cuando están por despedirse, Richard le dice a Melanie que se siente mucho mejor que antes de empezar el análisis, está menos preocupado, tiene menos miedo a los otros niños, y cree que tal vez pueda ir a la escuela. Melanie Klein se muestra de acuerdo con que estos son verdaderos beneficios, pero que lo más importante es que él ahora tiene más seguridad en si mismo, pues siente dentro de sí a la mamá “celestial” , a la mamá buena, representada por la analista, y eso lo va a proteger contra los bebés malos y dañados y contra el genital malo del papá. “Juntos” llegan entonces a la conclusión de que los temores que él tiene por Melanie Klein -que vuelve a Londres, al corazón de los bombardeos- es porque quiere protegerla para mantener vivos tanto a ella como al análisis, lo cual, también significa mantener viva, dentro de él, a la madre buena que es lo único que contrarresta y disminuye los temores a la persecución, tanto internos como externos. Los resultados a los que Richard ha llegado en tan poco tiempo le indican a Melanie Klein que el niño tiene buena capacidad creadora y reparadora, cosa que ha demostrado también en sus sesiones jugando a ser un comerciante que lleva mercancías –bebés- y que por lo tanto ha podido enfrentarse a su madre peligrosa. Dice Melanie en la sesión ochenta y nueve: “En mi “Psicoanálisis de niños” he dado mucha importancia a la figura paterna combinada, la cual, tal como yo sugiero, cumple una parte esencial en los primeros estadíos del complejo de Edipo. En dicho libro, y en otros trabajos míos, llego a la conclusión de que si la fantasía de esta figura combinada permanece arraigada fuertemente a la mente infantil, llega a ejercer una influencia enorme, tanto en la sexualidad como en todo el desarrollo del niño. Una de estas figuras fantásticas consiste en que la madre contiene dentro de sí el pene del padre o, muchos de sus penes. Otras observaciones sugieren que el niño muy pequeño llega a fantasear que es el pecho de la madre el que contiene también el pene del padre, fantasía que, por lo general, contribuye a que se perturbe el amor por el pecho y a que disminuya la creencia que el niño tiene en la bondad del pecho. Podemos considerar que esta fantasía, relacionada con los objetos parciales, constituye una de las fases, uno de los estadíos más tempranos del complejo de Edipo. Más tarde, he llegado a la conclusión de que hay un breve período, que varía de acuerdo a cada individuo, durante el cual el niño siente que la relación que guarda con su madre y con el pecho es exclusiva, sin que entre en ella un tercer objeto”. (Observen que” todavía” no hay pene). “Esta relación exclusiva con la madre es de una importancia decisiva para la estabilidad de las relaciones objetales en general y, en particular para el desarrollo de las relaciones amorosas y para el establecimiento de amistades duraderas”. Subrayo esto porque toda una concepción arcaica, incestuosa, pre-edípica y religiosa subyace a estos enunciados. En la religión, la figura de la madre, es la de una madre protectora, la virgen, en donde no hay intervención del padre, pensemos sino en el nacimiento de Jesús , no hay pene allí, el espíritu santo no es el pene, es una intervención celestial, no hay una intervención real de un hombre real. Melanie Klein va a idealizar cada vez más, al final de su obra, esta idea de que el objeto “bueno” es un objeto exclusivamente Materno. Probablemente Melanie Klein, haya retrocedido cuando se encontró con

la dificultad de interpretar indefinidamente el sadismo sin ningún objeto “bueno” que hiciera de tope. Sin dejar de lado los fracasos que como todo analista debe haber tenido. Freud fue el único analista que contó sus fracasos, lo que muestra que, evidentemente, uno puede aprender del fracaso, o al menos reflexionar sobre los propios errores. Pero, en general, los analistas hablan de sus éxitos. Melanie Klein en cambio habla de interrupción, y si el paciente anda mal, no es porque hubo un fracaso, sino porque el análisis fue interrumpido prematuramente. No hay fracaso. Pero tuvo fracasos, sin ir más lejos el análisis de Richard. Phyllis Grosskurth, la autora de la biografía de Melanie Klein que les mencioné antes, localizó a Richard a los cincuenta y pico de años en Estados Unidos, y le llevó el libro de Melanie Klein. Richard leyó el Relato del Psicoanálisis de un niño y se horrorizó. Parece que era un hombre bastante depresivo, bastante angustiado, que había tenido una vida bastante mediocre. Alguien le comunicó a la periodista la existencia de ese señor de quien se sabía que cuando era chico había sido paciente de Melanie Klein. La periodista tuvo el pálpito de que podía ser Richard, pero al preguntárselo él lo negó –evidentemente, ese no era su verdadero nombre- aunque sí afirmó haberse analizado con Melanie Klein. Pero no recordaba gran cosa del análisis, excepto que algo lo había ayudado y que luego su mamá había empezado a enojarse y a decir que no lo había ayudado ni servido para nada, que había sido un desastre y le había empezado a escribir cartas a Melanie Klein diciéndole que el chico no estaba bien, que el análisis no había funcionado, a lo que Melanie Klein respondía que lo que pasaba era que el chico tenía que seguir el análisis porque había sido interrumpido antes de tiempo. La madre empezó a enojarse cada vez más. A los diecisiete o dieciocho años, Richard va a Londres a pedirle a Melanie Klein que lo analice, y ella le responde que no. El Sr. Richard le dice a la periodista que posiblemente no le interesaba tomarlo como paciente, porque tenía poca plata. O que quizás se había desilusionado, porque esperaba encontrarlo mejor de lo que estaba. El testimonio del señor que fue Richard resulta extraordinario porque nos permite resaltar el hecho de que al ser Melanie Klein una fervorosa militante del análisis, no sabemos de sus fracasos por ella misma.. Sabemos del presunto suicidio de su hijo Hans a través de la querella que le inició su hija Melitta, sabemos del odio de Paula Heimann obligada a trabajar para Melanie Klein y a mantener el vínculo analítico en secreto durante más de veinte años, sabemos que pretendió que Winnicott analizara a Erich mientras ella supervisaba ese análisis, pero estas cosas tan densas no quitan los descubrimientos que brillan en algunos capítulos del “Psicoanálisis de niños”, un libro esencial que tiene la frescura de los inicios, la osadía de haber descubierto el mundo del sadismo que, evidentemente, Freud había descuidado mucho, y que muestran la apuesta , equivocada o no, pero apuesta al fin, a la convicción en la eficacia del análisis temprano. Por eso es importante devolverle un lugar de mayor reconocimiento en el psicoanálisis. No solamente el caso Dick, no sólo valoremos lo que Lacan valoró. Los casos “princeps” de Melanie Klein son realmente interesantes, aunque no precisamente el de Richard, que resulta un tanto patético. En una de las últimas sesiones incluso llega a decirle que ahora que se siente

mejor podrá perdonar a sus enemigos, podrá reparar la figura dañada del pene Hitler- papá. Esto es muy cristiano, muy religioso e insólito, al menos desde el punto de vista del psicoanálisis. Es casi impensable que Melanie Klein haya podido decir que había que repararlo a Hitler. Qué le pasaría por la cabeza para llegar a la conclusión de que si Richard estaba mejor podía no sólo reparar sus objetos internos sino también perdonar a Hitler. Sin duda la religión da cuenta de algo necesario a la estructuración de la vida psíquica: la garantía puesta en la palabra del Padre. De allí a apostar a la idealización de un padre que, efectivamente, puede tratarse de un perverso, un criminal, y al que de todos modos la moral religiosa exija amar y respetar, haga lo que haga “igual es mi padre”. Este es un tema muy complicado que toca cuestiones tan arduas como el análisis de los hijos de un torturador, o de un asesino. El problema es que como psicoanalistas efectivamente lo que tenemos que respetar, aunque a veces no nos guste, son las vicisitudes de cada subjetivación del padre, no desde una moral que establezca que “lo que ha hecho es terrible, pero es tu padre y debes perdonarlo”. La religión llegado el caso podrá brindar ese argumento, pero no el psicoanálisis.

Bibliografía: Michel Pétot. Melanie Klein. Primeros descubrimientos. Primer Sistema. Paidós 1982 Phyllis Grosskurth. Mélanie Klein. Su mundo y su obra. Paidós. 1990 Julia Kristeva. El genio femenino 2/Melanie Klein. Paidós. Buenos Aires. 2001 Melanie Klein. El psicoanálisis de niños. Ediciones Hormé. Buebnos Aires 1964 Melanie Klein.Relato del Psicoanálisis de un niño. (Richard) Paidós. Buenos Aires. 1961 Melanie Klein. Envidia y gratitud. Buenos Aires. Hormé. 1964 Melanie Klein. Obras Completas. Paidós/Hormé 1982 Silvia Fendrik. Psicoanálisis para niños. Ficción de sus orígenes. Amorrortu. Buenos Aires, 1989