Le Goff Civilizac Occidente Medieval Seleccion

Universidad Nacional de La Plata Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Departamento de Ciencias de la Educa

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Universidad Nacional de La Plata Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Departamento de Ciencias de la Educación Historia de la Educación General

Profesora Adjunta: Marcela Ginestet Profesora Adjunta: Talia Meschiany Jefe de Trabajos Prácticos: Carlos Sorá Ayudantes Trabajos Prácticos: Carlos Sorá, Fernando Marcantonio, Liliana Paredes, Valeria Morras Adscriptos: Luz Barreneche (PUEF), Milagros Álvarez (Historia), María de los Ángeles Gregorio (Historia)

LA CIVILIZACIÓN DEL OCCIDENTE MEDIEVAL JACQUES LE GOFF (selección)

Introducción (…) Pienso que al tratar de describir y de explicar la civilización medieval no hay que olvidar dos realidades esenciales. La primera se refiere a la naturaleza misma del período. La Iglesia desempeña en él un papel central fundamental. Pero se puede observar que el cristianismo funciona entonces en dos niveles diferentes: como ideología dominante apoyada en una potencia temporal considerable y como religión propiamente dicha. Desestimar cualquiera de estos papeles llevaría a la incomprensión y al error. Por lo demás, en el último período medieval, el que, según yo, comienza después de la peste negra, la conciencia más o menos clara que tiene la Iglesia de la puesta en tela de juicio de su papel ideológico la conduce a ese endurecimiento que se manifestará en la caza de brujas y, más en general, en la difusión del cristianismo del miedo. Pero la religión cristiana jamás se redujo a ese papel de ideólogo y de policía de la sociedad establecida. Y eso sobre todo en la Edad Media, que debe a la religión cristiana su aspiración y su impulso hacia la paz, la luz, la superación heroica, un humanismo donde el hombre peregrino, hecho a imagen y semejanza de Dios, aspira a una eternidad que tiene no detrás sino ante él. La segunda realidad es de orden científico e intelectual. Probablemente no hay período de la historia al que la enseñanza universitaria tradicional haya diseccionado más que éste, en Francia, por supuesto, y con frecuencia también fuera de ella. La historia general o propiamente dicha ha quedado separada de la historia del arte y de la arqueología (esta última en pleno florecimiento), de la historia de la literatura (habría que decir de las literaturas en ese mundo bilingüe donde se desarrollan, junto al latín de los clérigos, las lenguas vernáculas), de la historia del derecho (también aquí habría que decir de los derechos, puesto que el canónico se formaba al lado del derecho romano que cobraba nuevo vigor). Pero quizá ninguna sociedad, ninguna civilización haya sentido con más fuerza la pasión de la globalidad, del todo. La Edad Media fue, para bien y para mal, totalitaria. Reconocer su unidad equivale, ante todo, a restituirle su globalidad. El Occidente medieval nació de las ruinas del mundo romano. En ellas encontró un apoyo y un obstáculo a la vez. Roma fue su alimento y su parálisis. Esta obra maestra de permanencia, de integraciones, que fue la civilización romana se vio atacada en la segunda mitad del siglo II por la erosión de fuerzas de destrucción y de renovación. La fortaleza romana de donde partían las legiones a la captura de prisioneros y de botín se halla ahora asediada y muy pronto asaltada. Al agotamiento exterior se añade el estancamiento interno y, sobre todo, la crisis demográfica que hace más aguda la penuria de la mano de obra servil. El siglo III es testigo de un asalto general a las fronteras de los limes que se calma no tanto por los éxitos militares, como por el apaciguamiento que supuso la aceptación como federados,

LA CIVILIZACIÓN DEL OCCIDENTE MEDIEVAL JACQUES LE GOFF (selección) aliados, de los bárbaros, admitidos en el ejército o en los límites interiores del Imperio: primeros esbozos de una fusión que caracterizará a la Edad Media. Los emperadores creen poder conjurar el destino abandonando los dioses tutelares, que han fracasado, por el Dios nuevo de los cristianos. La renovación constantiniana da la impresión de ratificar todas las esperanzas: bajo la égida de Cristo parece que la prosperidad y la paz quieren reaparecer. Pero sólo se trata de un corto respiro. El cristianismo es un falso aliado de Roma. Las estructuras romanas no son para la Iglesia más que un marco donde tomar forma, una base donde apoyarse, un instrumento para afianzarse. El cristianismo, religión con vocación universal, será el principal agente de la transmisión de la cultura romana al Occidente medieval. Si se puede detectar en la crisis del mundo romano del siglo III el comienzo de la conmoción de la que nacerá el Occidente medieval, es perfectamente válido considerar las invasiones bárbaras del siglo V como el acontecimiento que desencadena las transformaciones, les da un cariz catastrófico y modifica profundamente su aspecto. Las invasiones germánicas en el siglo V no son una novedad para el mundo romano. Poco importan las causas de las invasiones. La explosión demográfica, la codicia hacia territorios más ricos. Los bárbaros que se instalaron en el siglo V en el Imperio romano no eran esos pueblos jóvenes y salvajes, a duras penas salidos de sus bosques o de sus estepas que nos han pintado sus detractores de la época o sus admiradores modernos. Habían evolucionado mucho con motivo de sus desplazamientos, a veces seculares, que les habían proyectado finalmente hacia el mundo romano. Queda en pie no obstante la atracción que ejercía la civilización romana sobre los bárbaros. Los jefes bárbaros no sólo se rodearon de romanos como consejeros, sino que intentaron adoptar con frecuencia las costumbres romanas y dotarse de títulos romanos: cónsules, patricios, etc. No se presentaban como enemigos, sino como admiradores de las instituciones romanas. Se les podría tomar todo lo más como usurpadores. Pero durante los cuatro siglos que separan la muerte de Teodosio (395) de la coronación de Carlomagno (800) había nacido un mundo nuevo en Occidente, salido de la lenta fusión del mundo romano y del mundo bárbaro. La Edad Media occidental había tomado forma. Ese mundo medieval es el resultado del encuentro y de la fusión de dos mundos en evolución, de una convergencia de las estructuras romanas y de las bárbaras en plena transformación. El mundo romano, desde el siglo III al menos, se alejaba de si mismo. En cuanto construcción unitaria, no cesaba de fragmentarse. A la gran división que separaba Oriente de Occidente había que añadir el aislamiento cada vez mayor entre las diversas partes del Occidente romano. El comercio, que era ante todo un comercio interior, entre provincias, estaba en plena decadencia, la moneda se hacía rara y se deterioraba, se abandonaban las superficies cultivables, los campos desiertos se multiplicaban. Así se esbozaba la fisionomía del Occidente medieval, la atomización en núcleos encerrados en sí mismos entre «desiertos» bosques, landas. «En medio de las ruinas de las grandes ciudades, solo grupos dispersos de miserables poblaciones, testigos de las calamidades pasadas, son el testimonio de los nombres de antaño». También aquí las invasiones bárbaras, al desorganizar las redes económicas, al dislocar las rutas comerciales, aceleran la ruralización de las poblaciones, pero no son ellas quienes la crean.

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LA CIVILIZACIÓN DEL OCCIDENTE MEDIEVAL JACQUES LE GOFF (selección) La ruralización, un hecho económico y demográfico, es a la vez y principalmente un hecho social que va modelando la imagen de la sociedad del Medioevo. ¿Y la Iglesia? En el desorden de las invasiones, obispos y monjes «por ejemplo San Severino» se convertían en jefes polivalentes de un mundo desorganizado: a su papel religioso habían añadido un papel político, económico, social, incluso militar. Pero los jefes eclesiásticos, barbarizados también o incapaces de luchar contra la barbarie de los poderosos y del pueblo, ratifican un retroceso de la espiritualidad y de la práctica religiosa: juicios de Dios, fomento inaudito del culto a las reliquias, revigorización de los tabúes sexuales y alimentarios donde la más antigua tradición bíblica se mezcla con las costumbres bárbaras. La Iglesia busca sobre todo su propio interés sin preocuparse de la razón de los Estados bárbaros más de lo que lo había hecho de la del Imperio romano. Mediante donaciones arrancadas a los reyes y a los poderosos, incluso a los más humildes, acumula tierras, rentas, exenciones. Sus obispos, que pertenecen casi todos a la aristocracia de los grandes propietarios, son omnipotentes en sus ciudades, en sus circunscripciones episcopales e intentan serlo también en el reino.

La sociedad cristiana (Siglos X-XIII) Cerca del año mil, la literatura occidental presenta a la sociedad cristiana con un esquema nuevo que obtiene muy pronto un gran éxito. Un «pueblo triple» compone la sociedad: sacerdotes, guerreros y campesinos. Las tres categorías son distintas y complementarias, y cada una tiene necesidad de las otras. Su conjunto forma el cuerpo armónico de la sociedad. Este esquema aparece en la traducción libre de la obra de Boecio De Consolatione, hecha por el rey de Inglaterra Alfredo el Grande a finales del siglo IX. El rey ha de tener jebedmen, fyrdmen y weorcmen, «hombres de plegaria», «hombres de caballo» y «hombres de trabajo». El obispo Adalberón de Laón, en su poema al rey capeto Roberto el Piadoso, hacia el 1030, da una versión elaborada de ella: «La sociedad de los fieles no forma más que un cuerpo; pero el Estado tiene tres. Porque la otra ley, la ley humana, distingue otras dos clases: los nobles y los siervos, efectivamente, no se rigen por el mismo estatuto... Aquéllos son los guerreros, protectores de las iglesias; son los defensores del pueblo, lo mismo de los grandes que de los pequeños, en fin, de todos, y aseguran a la vez su propia seguridad. La otra clase es la de los siervos: esta desgraciada casta no posee nada si no es al precio de su trabajo.

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LA CIVILIZACIÓN DEL OCCIDENTE MEDIEVAL JACQUES LE GOFF (selección) La casa de Dios, que se cree ser una, está, por lo tanto, dividida en tres: los unos ruegan, los otros combaten y los otros, en fin, trabajan. Los servicios proporcionados por la una son condición de las obras de las otras dos; cada una, a su vez, se encarga de aliviar el conjunto. Así, este conjunto triple no deja de permanecer unido, y así es como la ley ha podido triunfar y el mundo gozar de la paz». Sin embargo, lo que nos importa aquí es la caracterización, que se hará clásica, de los tres estamentos de la sociedad feudal: los que rezan, los que combaten y los que trabajan: oratores, bellatores, laboratores. Pero, ¿es este tema literario una buena introducción al estudio de la sociedad medieval? ¿Qué relación mantiene con la realidad? ¿Expresa la verdadera estructura de las clases sociales en el occidente medieval? Ese vocabulario es ideológico, normativo, incluso si, para ser más eficaz, tenga que ofrecer una cierta concordancia con las «realidades» sociales. El término ordo, más carolingio que propiamente feudal, pertenece al vocabulario religioso y se aplica, por lo tanto, a una visión religiosa de la sociedad, a los clérigos y a los laicos, a lo espiritual y a lo temporal. La tendencia de los autores y los utilizadores del esquema tripartito de la Edad Media a hacer de las tres «clases» tres «órdenes», responde a la intención de sacralizar esta estructura social, de hacer de ella una realidad objetiva y eterna creada y querida por Dios y de imposibilitar cualquier género de revolución social.

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