Las Guerras de Pasto

Las Guerras de Pasto Édgar Bastidas Urresty Colección Bicentenarios de América Latina Bogotá, D. C., 2010 Primera

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Las Guerras de Pasto

Édgar Bastidas Urresty

Colección

Bicentenarios de América Latina

Bogotá, D. C., 2010

Primera edición FICA bicentenarios. Agosto 2010

Edición ©

Fundación para la Investigación y la Cultura Cali · Bucaramanga · Bogotá Correo: [email protected] www.cronicon.net/fica/index.html

Colección Bicentenarios de América Latina www.bicentenariodelasamericas.org Director Gerardo Rivas Moreno Dirección Científica Javier Ocampo López Otto Morales Benítez Enrique Santos Molano Edgar Bastidas Olimpo Morales Benítez Miguel Eduardo Cárdenas Rivera Edición conmemorativa del grito de independencia de la Nueva Granada, 20 de julio de 1810 Coordinación editorial Héctor José Arenas Amorocho Corrección Juan Sebastian Rivas Carátula Fotografia: Diseño de carátula Carlos Garzón, Cincco ISBN: 978-958-9480-34Hecho en Colombia Agosto de 2010

Coeditores

La Fundación FICA y los COEDITORES DE LA COLECCIÓN Realizan el presente trabajo, como un homenaje a los doscientos años del grito de independencia de nuestro país. 1810 – 2010. Esperamos nuevas compañías

Universidad Libre Bogotá Universidad Externado de Colombia Universidad Manuela Beltrán. Bucaramanga Gimnasio Moderno Curaduría Urbana Primera de Bucaramanga. Ar. Farid Numa Hernández Federación Nacional de Profesores Universitarios. FENALPROU Asociación de Profesores Universidad Libre. Cali Sindicato de trabajadores Bancolombia SINTRABANCOL Sindicato nacional de servidores públicos. SINALSERPUB ICEM Colombia Sintra VIBEICOL Seccional Cogua Hotel Caserón Plaza, Humberto Alcaraz Gladys Jimeno Santoyo Rosaura María Santander Cancino Martha Alicia Duque Carmen Luisa Castro. CALUCA Denys Emilia Páez María Consuelo Pinzón Ruth Quevedo Alina Cárdenas Rey Estela Baracaldo Méndez

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Prólogo

A la memoria de mi padre, Emilio BASTIDAS, espíritu refinado, a quien deben tanto estas páginas.

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Margarita González

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Contenido Prólogo

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A Manera De Preámbulo

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Motivos Para La Actitud De Pasto

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Primera Invasión De Quito A Pasto

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Ocupación De Pasto Por Los Quiteños

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La Expedición De Cayzedo Y Cuero A Pasto

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La Cuarta Invasión A Pasto

71

La Batalla De Genoy

85

Quinta Invasión – Bomboná

93

Rebelión De Boves

103

Agualongo Toma A Pasto Dos Veces

111

Campañas De Agualongo Sobre Barbacoas, Su Derrota Y Fusilamiento

121

Últimos Intentos Reaccionarios

129

Pasto Ocupada Por El Ecuador

137

La Revolución De LoS Conventos

145

La Batalla De Tulcan

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Batalla De Cuaspud

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Bibliografia

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Comentarios Sobre Las Guerras De Pasto

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Prólogo

PROLOGO La historia de la insurrección americana de comienzos del siglo XIX encuentra su punto de partida en los acontecimientos europeos que provocaron en España una crisis de la monarquía y el temor en las colonias de un probable predominio francés, fomentado por la invasión napoleónica a la península ibérica. Antes que abrigar proyectos de independencia absoluta en relación con la metrópoli, y en medio de una confusión inicial, algunas capitales de las provincias coloniales procedieron a crear juntas locales de gobierno por medio de las cuales afirmaron su lealtad a Fernando VII. De este tipo fue la junta de Quito, establecida el 10 de agosto de 1809. En su libro Las guerras de Pasto Edgar Bastidas abre la historia de la reacción de aquella región con la reconstrucción de la batalla de Funes, del 16 de octubre de 1809, en la que se frustraron las pretensiones de la provincia de Quito de abarcarla en su jurisdicción. Vendrían luego todas aquellas acciones bélicas, minuciosamente descritas por el autor, en las que la población de Pasto se opondría al movimiento patriota, proviniera éste del Sur o del Norte. La primera fase de las luchas independentistas revelaría los motivos que tenía la provincia de Pasto para no adherir a la causa patriota: por una parte contaba con una sociedad fundada en fuertes lazos de servidumbre y, por otra, profesaba una estrecha alianza con la institución de la Iglesia, el más alto símbolo de la monarquía, lo que le otorgaba a todos los grupos del conglomerado social un

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Margarita González

punto de identificación. Entre los “pastusos” se contaban los habitantes de la capital provincial y todos aquellos pobladores de su jurisdicción; del lado de los señores estaban los grandes hacendados, terratenientes y mineros y del lado de los siervos, los indios de resguardo y los campesinos. Los pobladores del Valle del Patía o “patianos” conformaron parte muy importante de la comunidad que se designa en esta historia con el nombre general de “pastusos”, y llegaron a ser un componente particular de las guerrillas realistas que terminarían por propinarle a Nariño y a su ejército el estruendoso descalabro de 1814 con el cual se cerraría el primer ciclo de la oposición de Pasto a la independencia. Afirma Indalecio Liévano Aguirre que a la hora de entregarse el Precursor a las autoridades locales y al presentarse como un desconocido que tenía noticia del paradero del jefe patriota pidió que se la dejara salir a un balcón desde donde aseveró públicamente que “el General Nariño debía sentirse muy honrado de haber sido vencido por un pueblo heroico como el pastuso y que la derrota a manos de un noble enemigo no deshonraba al vencido”. El autor arriba señalado ha puesto de presente la similitud existente entre la comunidad de los “patianos” del Sur y la de los “llaneros” de Venezuela. De la primera indica que se trataba de una población compuesta por la unión de esclavos fugitivos del Valle del Cauca con indios nativos del Valle del Patía, cuyos miembros eran mitad bandidos, mitad labriegos. Lo extremadamente inhóspito del lugar que habitaban les proporcionaba a los patianos un refugio seguro, inalcanzable para quienes pretendieran ir en persecución, y el profundo conocimiento que tenían de la topografía de la región les otorgaba una ventaja incalculable sobre cualquier tipo de contendor. El aislamiento geográfico en que vivían les hizo desarrollar un sentimiento de posesión del territorio, sentimiento reforzado por la connivencia de las autoridades coloniales.

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Prólogo

De este modo la alianza entre los individuos y una naturaleza completamente hostil estaría en el origen del sistema de la guerra de guerrillas que proliferó en América Latina desde comienzos del siglo XIX en muchos lugares y con diversas finalidades. Por lo que se refiere a las hordas llaneras éstas surgieron en la región de Venezuela, también durante el período colonial, al establecerse en vastas y lejanas zonas del llano un grupo humano conformado, fundamentalmente, por pardos libres quienes eran expertos jinetes, dedicados a una vida seminómada, a la recolección de ganado salvaje y al comercio de pieles y de otros productos animales. Al igual que los patianos, los llaneros buscaban mantenerse al margen del establecimiento colonial. El panorama social que se presentaba a fines del siglo XVIII en las extensiones territoriales del llano era el de un avance de la aristocracia criolla de Venezuela con el propósito de hacer fundación de haciendas, creándose así una tensión entre los nuevos propietarios y las masas de la región. Este fue el conflicto que explotaron los jefes de las guerrillas realistas del llano, en especial José Tomás Boves, y que, como en Pasto, terminaron por derrotar a las fuerzas patriotas. Del escenario descrito arriba surgiría el decreto de “Guerra a Muerte” de Bolívar (dado en la ciudad de Trujillo el 13 de junio de 1813) con cuyos términos esperaba su autor contrarrestar las acciones casi invencibles de los llaneros contra los criollos. En el período comprendido entre 1813 y 1814 tanto Bolívar, en el Norte, como Nariño, en el Sur, lograron, en empresas simultáneas, sacar los enfrentamientos entre patriotas y realistas de la búsqueda de intereses puramente localistas para conducir la lucha al plano de una guerra de dimensiones continentales contra un enemigo común: España. Esto era lo que efectivamente se proponía el mencionado decreto de Bolívar. Aunque estaba dirigido a los venezolanos no dejaba de tener un

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halo de universalidad. En su parte final rezaba: “ Españoles y Canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aún cuando seáis culpables”. (Si a alguien podían cobijar los términos del decreto era justamente a los pastusos por su doble condición de americanos y realistas). Que Venezuela era una nación en contienda lo afirmaba aquel otro pasaje del decreto que pretendía “... mostrar a las Naciones del Universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América”. Por ser Pasto el bastión realista más fuerte de la región granadina, Nariño proyectó su campaña al Sur como manera de derribar el escollo que representaba aquella provincia para la consecución de la independencia absoluta de España, meta que la oligarquía criolla había perdido de vista. El fracaso de esta empresa hizo que durante el desarrollo de la segunda fase de las luchas independentistas Bolívar concibiera una nueva campaña al Sur, tomando a Pasto como punto de partida para rendir a Quito y al Perú y consolidar así la emancipación tanto de Venezuela como de Nueva Granada. En la década de 1820 Pasto respondería con redoblada reacción a los intentos de los patriotas de dominar la provincia. De este período data la acción de la guerrilla realista, liderada por el guerrillero pastuso Agustín Agualongo y responsable de la derrota del Mariscal Sucre (en la Batalla de Guachi del 12 de septiembre de 1821) antecedida por la victoria realista en la localidad de Genoy (el 2 de febrero de 1821). Anota el autor que la aniquilación de los patriotas en esta última contienda habría sido de grandísimas proporciones si no se hubiera producido el armisticio pactado entre Bolívar y Morillo el 25 de noviembre de 1820, cuyos términos ponían fin a la “Guerra a Muerte” que, como ya hemos visto, suponía el exterminio del enemigo. El armisticio disponía la regularización de la

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Prólogo

guerra y dentro de ésta, la preservación de la vida de los prisioneros. Por esta vía se reconocía la existencia de la República de Colombia, creada en Angostura en 1819. La guerrilla realista de Pasto volvería a emprender nuevas acciones en la segunda parte de 1822 como respuesta a las victorias de Bolívar y Sucre que condujeron a la capitulación de Quito y Pasto. En esta ocasión aquélla entraría a una fase muy singular. Sus líderes Agustín Agualongo y Benito Boves procederían (luego de la capitulación de Pasto en junio de 1822) a fugarse de la prisión y a tomar la ciudad, empresa en la que no contaron con el apoyo ni del clero ni de los notables aún cuando ésta se llevara a cabo en nombre de la causa del rey. El fragor de la guerra duraría en Pasto hasta finales de 1822 al poner Sucre en fuga a las guerrillas y ocupar la capital provincial. A esto sucedería la siniestra “Nochebuena pastusa” en la que el ejército patriota cometió toda clase de desafueros, tan bárbaros como los de las guerrillas de Boves y Agualongo. De esta manera las fuerzas colombianas se presentaban ante el mundo como salvajes hordas destructivas, entregadas a la violencia con desesperación. Por lo demás, muestra el autor que la acción de la guerrilla realista durante este período de las luchas de independencia perdía cada vez más las perspectivas de obtener el apoyo militar de España, pues la aislada región de Pasto se hallaba rodeada por todas partes de los triunfantes ejércitos patriotas. Esto fue lo que se puso de manifiesto en el período más álgido de las luchas de Boves y Agualongo (1823-1824). En las acciones bélicas de esta coyuntura se registra un hecho sorprendente: si bien el decreto de “Guerra a Muerte” había cesado formalmente, parte de sus actores volvieron a tener un gran protagonismo en el Sur. Para hacerle frente a la insurrección promovida por la guerrilla realista en Pasto se reunieron en Quito aquellos mismos zambos y mulatos que una vez habían conformado las huestes de J.T. Boves y Morales “que lo mismo combatían

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del lado de los españoles o en contra suya”. Eran aquéllos que la “Guerra a Muerte” había logrado reclutar entre 1813 y 1814 para conformar las fuerzas patriotas y que ahora, en la década de 1820, llegarían a constituir “las mejores brigadas de choque contra españoles y pastusos”. Es sobrecogedor el panorama de destrucción y de violencia que muestra Edgar Bastidas a propósito de la actuación de los patriotas en la provincia de Pasto durante la segunda fase de las luchas de independencia. Para la ilustración de este aspecto se apoya en la obra del historiador José Rafael Sañudo, quien se dio a la tarea de poner al descubierto aquel tipo de atrocidades que justamente impedían que el pueblo de Pasto estuviera de parte de los patriotas. Se asombra el autor por el hecho, tan significativo, de que varios de los autores que han estudiado la región en cuestión no se hayan referido a los dolorosos aspectos de la actuación de jefes y ejércitos de la República de Colombia. Concluye el autor que la iniciativa que surgiera del seno del gobierno central, en 1828, en el sentido de considerar el restablecimiento de la monarquía, con el objeto de mitigar el antagonismo caudillista que hacía peligrar la estabilidad política del país, le confirió a las guerras de Pasto un alto grado de sinrazón. Culmina este estudio con el recuento de las luchas en que se vio envuelta la provincia del Sur luego de la disolución de la Gran Colombia, debidas a los reiterados intentos de la República del Ecuador por anexar la región a su territorio y a los enfrentamientos partidistas que conducirían a cruentas guerras civiles. A partir de la creación de la República de los Estados Unidos de Colombia, a mediados a 1863, y por la acción de las armas de Tomás Cipriano de Mosquera, Pasto quedaría vinculada a la Unión, concluyendo así su larga historia de conflictos bélicos aunque no la de su posición preponderantemente conservadora. Margarita González

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A MANERA DE PREÁMBULO

Para ilustrar el tema que nos proponemos tratar, parece conveniente reproducir un texto donde se habla de cómo se llevaba a cabo en Pasto una jura del Rey Español. Esto después de que se habían celebrado solemnes honras fúnebres por el fallecimiento de Rey Don Carlos Segundo. Luego de una convocatoria para que “ Todos los habitantes y estantes de la jurisdicción de esta ciudad acudieran a ella el día citado”. La convocatoria se hacía por “ Bandos, al son de cajas y de otros instrumentos”. “Yo, Don Lorenzo de Rosales, escribano... doy fe y el verdadero testimonio a los señores que la presente vieren de cómo ayer que se contaron 22 del corriente mes y año (enero de 1702) como a las dos de la tarde, poco más o menos se hizo la jura y aclamación de Rey Nuestro Señor Don Felipe Quinto que Dios guarde muchos años, en la forma siguiente:

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Estando en la plaza mayor de esta ciudad con cuatro compañías de infantería y una de a caballo con sus capitanes, banderas y demás oficiales superiores en buen orden militar, asistiendo asimismo el Licenciado Don Juan de Ricaurte del Consejo de su Majestad, su oidor más antiguo y Alcalde, corte de la Audiencia y Cancillería Real, que reside en la ciudad de San Francisco de Quito, Y don Juan de Miera y Cevallos Gobernador y Capitán General de esta Gobernación, recibido por tal en esta dicha ciudad; y estando en esta forma salió de su casa el Capitán Nicolás Gregorio Zambrano, Alférez real de esta ciudad, en un caballo color moro, bien aderezado como para semejante acto con una corbatilla de terciopelo liso carmesí y esmaltada toda ella de rosas de plata y una silla engastada toda ella en plata de obra prima, que todo se hizo nuevo, asistido de todos los capitulares vestidos de negro, marchando dichas compañías por delante, llegó a las casas del cabildo donde estaba el estandarte real, colocado en el balcón con mucha decencia y adorno, que para ese día lo hizo el dicho Alcalde Real nuevo, que está apreciado en mucha cantidad con las armas reales bordadas; y habiendo llegado a dichas casas de Cabildo se apeó del caballo y le salieron a recibir dos Regidores, a los cuales subió y por el Alcalde más antiguo le fue entregado el dicho Estandarte. Me pidió testimonio de lo que allí pasaba y lo más que ahí sucediere en el paseo que iba a dar por las calles acostumbradas de esta ciudad. Y bajó con todos los capitulares y demás ministros, llenándole las borlas los dos Alcaldes ordinarios y con mucho alborozo de ministriles, atabales, trompetas, clarines y cajas de guerra y seis lacayos, llegó a un tablado que estuvo en la plaza mayor. Y habiendo subido en él con los capitulares yo, el escribano, el Alguacil mayor de esta ciudad en altas voces pidió silencio por tres veces, y habiéndolo, el Alférez Real dijo en altas e inteligibles voces: Caballeros y hombres buenos de esta ilustre muy noble y leal ciudad de Pasto, VIVA DON FELIPE QUINTO, nuestro Rey y Señor natural,

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a quien Dios guarde muchos años. Y a esta respuesta tremoló el estandarte y derramó tres puñados de plata; y la segunda que se repitió derramó tres puñados de plata y a este tiempo se abatieron las banderas con igual estruendo de arcabuces. Y habiendo acabado esta función descendió del tablado y montó a caballo con los demás capitulares, y yo, el presente escribano...” Refiere este minucioso escribano cómo recorrió la comitiva las calles de la ciudad y en cada esquina tiraba puñados de monedas que los chicos y las mujeres recogían con presteza. Luego la entrada a la Iglesia Mayor donde se celebró Misa cantada, se bendijo el Estandarte Real y pronunció un excelente sermón el Rev. p. Fray. Agustín de Benavides, del orden de Nuestra Señora de Las Mercedes. Y luego el regreso del Alférez Real a su casa., acompañado de toda la nobleza de la ciudad. El historiador Sañudo refiere de las rivalidades que se presentaban entre las distintas comunidades, por esto de las piezas oratorias que se pronunciaban con motivo de los funerales o las juras del rey muerto y del rey coronado, respectivamente. En tanto que la vida en Pasto transcurría sosegada y pacífica, en la España de principios del Siglo XIX habían ocurrido trastornos increíbles. Hacia 1809 las cosas empeoraban en España y las esperanzas de expulsar a los invasores franceses disminuían. En América se dudaba acerca del porvenir de España y sus colonias ¿Irían éstas a parar a las manos de Napoleón? ¿Sería posible la intervención de Inglaterra a favor de los borbones? Esta intervención no podría ser desinteresada, sino que estaría dirigida a apoderarse del imperio colonial en América. Pero, cuál fue en realidad la causa determinante de la insurrección americana? El ejemplo dado por los Estados Unidos de Norteamérica? ¿La invasión de Bonaparte a España? ¿Los estímulos de Inglaterra a Miranda, Bolívar

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y otros agitadores americanos? ¿ La impaciencia de los intelectuales criollos para tomar las riendas del poder confiado casi exclusivamente a los españoles que venían de la península? ¿Acaso los excesivos impuestos que pesaban para el sostenimiento de la derrochadora corte de Madrid? ¿O la labor soterrada de las logias fracmasónicas? Quizás todos estos factores obraban desde diferentes direcciones en el espíritu de los americanos. Parece que la causa principal estuvo en la invasión napoleónica. Sin embargo, la lealtad se mantenía aún dentro de este confusionismo. Porque cuando llegaron a Caracas, el 15 de Julio de 1808, los emisarios de Bonaparte, con el objeto de obtener el reconocimiento de este monarca, el pueblo los puso en fuga. Se afirmó el respaldo y obediencia de Fernando VII, siguiendo el ejemplo de las juntas de gobierno creadas en España. Después de las asonadas de Caracas, Quito, Santafé, y otras capitales, se contentaron con crear juntas de gobierno que expresaban su intención de gobernar las provincias sin descartar la obediencia al rey Fernando. Claro que hubo excesos y encarcelamientos de virreyes y funcionarios antiguos. Quizá en La Nueva Granada era donde la idea de independencia total se agitaba con mayor viveza, pues había un considerable número de abogados, hombres de ciencia (Los de la Expedición Botánica) y letrados con ideas nuevas en cuanto a gobierno de una nación. Hasta 1810 se habían enviado a España 80 millones de pesos para sostener la justísima guerra de independencia contra los franceses. La invasión a España en vez de aflojar los vínculos entre la metrópoli y sus colonias, los había estrechado aún más. La represión de Quito, donde fueron asesinados los gestores del diez de agosto sembró el odio y el disgusto contra España. En Venezuela, Miranda y Bolívar empezaron a actuar en forma franca y decidida, lanzándose a una

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lucha que constituye uno de los capítulos más sangrientos de las guerras por la libertad americana. Porque si Bolívar, Rivas, Arismendi, Piar, etc., fusilaron a millares de españoles y negros que no les eran adictos, Boves, Morales y muchos caudillos más degollaron sin piedad a hombres, mujeres, niños y ancianos, cortaban orejas, sacaban ojos a militantes o civiles y cometieron las atrocidades más increíbles. Los negros y los pardos no entendían, como los granadinos, la idea de libertad, sino que iban detrás del caudillo que les diera manos libres para el saqueo, el robo y la matanza. Pasaban, alternativamente al bando que ofrecía mejores probabilidades de desafueros. Boves comprendió este fenómeno y se atrajo masas enteras de llaneros negros y mulatos. Este hombre no obedecía a superior alguno, ni admitía reconvenciones. Por otro lado, Piar, Páez, Mariño, Bermúdez disponían de un ejército suficiente para mantener su dominio en Guayana, Apure, el Orinoco o la isla Margarita. Tampoco obedecían a jefe ni autoridad alguna. Aquí es donde sobresale Bolívar, quien tenía una visión más extensa. Bolívar valía por todos los ignaros caudillos venezolanos juntos. Ingobernables, de ambiciones pequeñas, sin espíritu de unión, facilitaban los triunfos españoles por la dispersión de los mandos y los ejércitos. Por ello, apesadumbrado, después de cada fracaso volvía Bolívar los ojos hacia las provincias de la Nueva Granada, en donde si había con quien entenderse, en donde quizá había exceso de gobernantes, de legisladores y de congresos. No importa que todo esto fuera una caricatura de gobierno democrático. Así logró llevar a cabo la victoriosa campaña del año trece y la jornada final de Carabobo: con fuerzas organizadas en la Nueva Granada. Los pastusos, por su parte, se aferraban a la tradición monárquica por razones que se irán conociendo en el curso de esta breve historia. En el sur apareció la muralla contra

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los intentos de patriotas venidos de Quito, de Cali y de Bogotá, en una pequeña provincia llamada Pasto. E.B.U.

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MOTIVOS PARA LA ACTITUD DE PASTO

Si el hombre es naturalmente ambicioso y jamás su ambición se encuentra bastante satisfecha, también los pueblos, cuanto más civilizados son, mayor suma de bienestar, libertades, cultura y poderío reclaman. Pasto y su comarca no estaban contentos con el hecho de que la corona de España hubiera concedido a Quito y Popayán los privilegios del gobierno civil y eclesiástico en alto grado; que se les hubiera dotado de institutos de alta y media cultura, de otra categoría de preeminencias, mientras que a Pasto, que valía casi tanto como esas dos ciudades se le había dejado en una condición subalterna. Por eso el 13 de Noviembre de 1809, luego de haber derrotado en Funes a los patriotas de Quito, el muy ilustre Ayuntamiento de Pasto formuló una demanda, donde, entre otras cosas se pedía: “ Solicitamos la independencia de los tribunales de Quito... y de ser posible, el establecimiento del Tribunal de la Real Audiencia en Pasto... La residencia de la Mitra; un colegio para estudios mayores, ya que por la rivalidad quiteña las juventudes pobres de Pasto no pueden instruirse

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para el bien público y de la monarquía”. Se pide además: “ Una frontera fortalecida con tropas, puesto que los de Quito han sido siempre nuestros rivales”. En 1813, luego del desastre de los patriotas en Catambuco y del fusilamiento de los próceres Caycedo y Cuero y Macaulay, ordenados por el presidente de Quito, Don Toribio Montes, el Ayuntamiento elevó otro memorial, pidiendo: 1°) La erección de un seminario con una cátedra de filosofía y otra de teología moral ( aquí se ve la mano del doctor Tomás de Santacruz) 2°) La exención del pago de alcabalas, privilegio que había tenido y ganado esta ciudad por su manejo contra los de Quito, que no habían querido obedecer, pero que se había vuelto a pagar por haberse perdido en el archivo la cédula del privilegio. 3°) La libertad de estancos de aguardiente y tabaco ( recuérdese que por este tipo de exacciones estalló la revolución de los comunero ( J. A . Galán) 4°) Que a los indios de la región se les exonerara de la contribución conocida con el nombre de tributo, o al menos, en la mitad (digna de alabanza esta petición enderezada a aliviar la suerte de los indios). 5°) Que se condecorara al Ayuntamiento según el agrado de su majestad. 6°) Que se estableciera en Pasto el CENTRO DEL GOBIERNO (mayúsculas nuestras) 7°) Que se la erigiese en SEDE EPISCOPAL. Más tarde, en relación enviada al General Pablo Murillo, Conde de Cartagena, se le decía: “Con la mayor pobreza no tenemos árbitros para remitir a los colegios distantes a nuestros hijos y se pierden talentos grandes que pudieran servir a la Iglesia y al Estado. En las actuales circunstancias nos miran con odio las provincias limítrofes y se nos hace difícil la entrada de nuestros hijos a sus colegios”

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Por toda respuesta, recibieron alentadoras promesas de Montes, Benito Pérez, Aymerich, Sámano, Morillo. Al parecer muchas de esas solicitudes no llegaban a su destino y esos jefes no les daban el curso correspondiente. Don Juan Sámano, en su informe al general Morillo, luego en su victoria en la Cuchilla del Tambo sobre el último ejército patriota, decía: “Pongo en noticias de Vuestra excelencia lo mucho que se han distinguido en estas acciones el Comandante de Pasto, Ramón Zambrano y todos sus oficiales y tropa, que a porfía se me ofrecía para acudir a todos los sitios de riesgo... Ha sido costosa la victoria y he tenido por de fatalidad el día que se ha logrado. Han muerto el pastuso don Eduardo Burbano, Capitán de la compañía de La Cruz, que tanto nos había servido en la expedición y el Teniente de Milicias de Pasto, Agustín Varela. El Capitán Burbano deja mujer y parte de hijos.” Todos los sacrificios hechos por el rey; todas las pérdidas en bienes y en vidas; todo el odio acumulado en contra suya por sus vecinos y tanta amenaza pendiente, apenas si sirvieron para que se le otorgara al Ayuntamiento de la ciudad ( ríase el lector), el título o tratamiento de “ MARISCAL DE CAMPO DE LOS REALES EJERCITOS!”. Le fue comunicada esta distinción por el general Morillo el 23 de septiembre de 1816, desde Bogotá. El Ayuntamiento, con amarga ironía redactó un mensaje donde podía leerse lo que sigue: “Al salir de los conflictos a costa de nuestra sangre, se nos hacían promesas magníficas de poner en esta la capital del gobierno, el obispado, la Real Casa de Moneda y otras más. Pasado el susto ha sucedido el olvido y aún la envidia y la emulación. Hasta aquí ignoramos si al Amado Soberano se le ha puesto en noticia de que en sus Américas tiene una ciudad llamada Pasto”. Así fue como el coraje numantino de hombres, mujeres y niños no le aprovechó en nada a Pasto. De todo esto

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les quedó sólo el sabor agrio del desencanto. Porque a pocos años entendieron que las causas que defendían estaban irrevocablemente perdidas. Y cuando el valeroso Agualongo caía fusilado, gritando con toda la fuerza de sus pulmones “VIVA EL REY”, ignoraba que éste había muerto definitivamente para los destinos del Nuevo Mundo. Como puede verse, Pasto peleaba también por surgir entre las otras ciudades, salir del aislamiento y la oscuridad en que su vida cotidiana se desenvolvía. Y se observa a través de solicitudes y respuestas una continuada serie de promesas incumplidas. Ese ha sido su destino. Y continúa siéndolo. Sus soldados se batieron valerosa y triunfalmente en Cuaspud y Tulcán, defendiendo las fronteras con el Ecuador. Se batieron victoriosamente en Güepí, defendiendo las fronteras con el Perú. Espíritus ecuánimes hablan con respeto y con elogio de las cualidades del soldado pastuso. Pero los gobiernos de todas las épocas se han mostrado avaros, olvidadizos y cerrados para entender lo que vale y significa en las fronteras del sur la gloriosa tierra que lleva el nombre de Nariño. Errados andan, pues, cuantos suponen que el pueblo y los dirigentes de Pasto luchaban por algo que desconocían. La clase dirigente de entonces tenía un gran sentido de responsabilidad. Porque del sentido de responsabilidad de la clase dirigente depende el destino de una nación o un pueblo. Repetimos: los dirigentes de Pasto buscaban una oportunidad para alcanzar algo superior. El pueblo los entendía y peleaba como ellos lo querían y como lo enseñaban con su ejemplo, Juan María y Blas de la Villota, Ramón Zambrano, los Santacruz, los Delgado, los Nieto Polo, todos estos bravos que parecían descender de lo mejor que diera el alma hispana para su historial magnífico. Se peleaba, claro está, por la ortodoxia católica, por la tradición monarquista, por la paz que estaba ahora perturbada, y por qué no decirlo, porque los dirigentes

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deseaban conservar los fueros y privilegios en la medida en que los venían disfrutando desde siglos atrás. Casi siempre las guerras se hacen entre los que desean alterar una situación y los que quieren mantenerla a toda costa. Esto es elemental y humano, demasiado humano, como decía el señor Nietzsche. Por último, los pastusos entendían que el río Juanambú, por el norte y el Guáitara, por el sur, habían sido puesto por Dios para protegerlos de todos sus enemigos, de cuantos vinieran en son de guerra a Pasto. Porque se ha dicho que a Pasto se podía entrar en son de paz, jamás en son de guerra. Creemos haber dicho ya que Pasto era, administrativamente, una rueda suelta entre Quito y Santafé. Quizá contra el deseo de los dos gobiernos, Pasto disfrutaba de una autonomía más de orden geográfico que institucional, por lo inaccesible de su territorio. Estaba sujeta a las atracciones de Quito y de la Nueva Granada, de ésta por intermedio de la gobernación de Popayán. Por eso, la Junta Suprema instalada en Quito el 10 de agosto de 1809 resolvió enviar al Cabildo de Pasto un mensaje del cual extractamos lo más importante: “Las relaciones de comercio que tienen en este reino, de que ustedes no pueden prescindir para su subsistencia; el justo aprecio, que aquí hacemos de la probidad y talentos de sus habitantes; la elevación a que la llevaríamos en el evento de una total independencia; la dificultad de poder conservarla ( la independencia) en medio de dos reinos superiores en fuerza y recursos, y, finalmente, la necesidad que tendrá ésta de arreglar sus límites, proporcionándose una posición fronteriza capaz de consultar a su mayor seguridad, la cual puntualmente se halla más allá de esa ciudad ( quizá pensaba en el río Mayo) , acordará preferir reunirse a Quito más bien que a Santa Fe, que está a mayor distancia y que nada le interesa”. Los términos de esta comunicación tienen pasajes de

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bastante interés cuando se habla de la dificultad de Pasto para mantener la independencia en medio de dos reinos más poderosos en fuerza y recursos. Se admite aquí la posibilidad de que Pasto pudiera decidirse por su autonomía gubernamental. Se habla de los límites que servirían para la demarcación del que suponen un pequeño estado y le invitan a preferir a Quito, por más cercano, antes que Santa Fé, a la cual interesa muy poco la posesión de Pasto. En otra parte de la misma comunicación, la Junta suprema invita al Cabildo para que envíe un representante suyo a Quito, el cual ganaría dos mil pesos anuales como honorarios. Buenos estaban los pastusos de entonces para aceptar dinero a cambio de su independencia de criterio. La respuesta a tales requerimientos la dio Pasto en el combate de Funes. Las ambiciones territoriales de Quito volvieron a dejarse sentir sobre Pasto posteriormente. En agosto de 1812, al tiempo que se pactaba una tregua entre el Ayuntamiento y Alejandro Macaulay, mediante la cual se accedía a la libertad del presidente Caicedo y Cuero, sus oficiales y soldados, prisioneros de los pastusos, se hizo llegar al Cabildo un mensaje emanado del coronel Joaquín Sánchez de Orellana, en el cual decía: “... en consecuencia de los tratados de alianza entre las dos provincias (Popayán y Quito) que ligan nuestras operaciones, solo puedo ofrecerles que entraré en la de los pastusos (Túquerres, Ipiales, Cumbal, etc) pacíficamente sin ofender a sus habitantes, a menos que los mandones de Pasto se opongan a la ocupación de aquel territorio perteneciente al gobierno de Quito, en cuyo caso, sin faltar a nuestra amistad, usaré de la fuerza de las armas para sujetarlas”. Nótese que los de Quito alegaban propiedad sobre la Tenencia de los Pastos, es decir, la mitad de la provincia de Pasto. Después veremos cómo, una vez ocupado Pasto por las fuerzas del coronel quiteño Pedro Montúfar, éste se resistía

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a dejarla en poder del presidente Caicedo y Cuero, cuando éste la reclamaba para la Nueva Granada. Montúfar accedió a marcharse cuando supo que en Quito se había agudizado la pugna entre montufaristas (Marqués de Selva Alegre) y sanchistas (Marqués de Villa Orellana). Se trataba de una violenta rivalidad que a la postre condujo a la caída de la Junta Suprema de los patriotas de Quito. En el curso de estas páginas podrá notarse cómo Quito a través de Flórez, García Moreno y el propio Obando, trató de hacer suya la provincia de Pasto. Y podrá notarse también cómo el pueblo de Pasto se resistió persistentemente a ello. A través de las comunicaciones de los dirigentes pastusos siempre se advierte esta resistencia. Sin embargo, tampoco se nota mayor entusiasmo por pertenecer al gobierno de Bogotá. El general Pablo Morillo siquiera daba respuesta a los mensajes del Ayuntamiento de Pasto. No así los jefes Sámano, Tacón, Aymerich, quienes, a cada derrota, iban a refugiarse y hacerse fuertes en Pasto. El 9 de julio de 1816, desde Bogotá el general Morillo respondía: “Han dado los leales habitantes de la provincia de Pasto el ejemplo más honroso y grande que pueda presentarse como único en todos los pueblos de América”. Y prometía llevar al conocimiento de su majestad los hechos heroicos de la provincia en la defensa del rey. El 13 de octubre del mismo año, la Sala Capitular de San Juan de Pasto elevó el general Morillo una “representación” escrita, la cual contiene una relación sintética de los hechos de armas acaecidos en el sur dentro de la guerra de la revolución americana en Pasto y sus contornos. Luego formulan algunos reparos acerca del olvido en el que han caído las solicitudes hechas por el Ayuntamiento y cómo, en cambio, a la ciudad de Cuenca, en la presidencia de Quito, se le ha concedido privilegios como “una Real Universidad, un Colegio Real, y Seminario, un Hospital de San Lázaro, la apertura de un camino al puerto de Guayaquil y otras

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preeminencias. Luego, con palabras que aún parecen tener vigencia, manifiestan: “Ha sido feliz (Cuenca) porque ha tenido quién eleve su mérito a la real consideración. Pero esta ciudad desgraciada que lo tiene (el mérito) incomparablemente mayor, no ha encontrado quien la coloque a los pies del trono”. El historiador Sergio Elías Ortíz afirma que el 16 de mayo de 1817, el Consejo de Indias concedió a los indígenas de Pasto una medalla, que debía traer una leyenda así: “FERNANDO VII A LA FIDELIDAD DE LOS CACIQUES DE PASTO”. Pero no llegaron ni las medallas, ni la resolución que las otorgaba. El mismo Consejo de Indias decretó otras condecoraciones, entre ellas una de tercera clase para el doctor Tomás Santacruz, cosa bien mezquina por cierto si se considera que a este doctor le fueron arrasadas y saqueadas sus propiedades con pérdida cuantiosa para él. Justamente el doctor Ortíz hace hincapié en el hecho de que “PASTO había sufrido en su economía una verdadera catástrofe; que se contaban por centenares las viudas y los huérfanos de un continuado guerrear de diez años contra el Norte, contra el Sur, contra todos”. (Nótese que los pueblos de la tenencia de los Pastos también estaban por la causa de la independencia). Que la ciudad había sido la víctima de los saqueos de los enemigos y de exacciones de los mismos jefes españoles. Ciertamente que el amor de los pastusos a Fernando VII jamás estuvo bien correspondido.

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PRIMERA INVASIÓN DE QUITO A PASTO

La ciudad de Pasto era, al llegar el año 1800, un retazo de España, arrinconado entre unos riscos de los Andes. Pero no de la España borbónica sino de aquella de Felipe II, con un recio sentido de la Contrarreforma. El pueblo se mantenía prevenido contra el contagio revolucionario gracias a la vigilancia estrecha que ejercían las autoridades civiles y eclesiásticas. Todo era lealtad al Rey, a la Iglesia y a los ministros. Algún motín por el alza en el precio o la mala distribución del aguardiente no llegaba a turbar la tranquilidad de la comarca. Cinco comunidades religiosas ejercitaban su apostolado en una región a donde no llegaban los vientos revolucionarios. De las ocurrencias en Francia algo se supo por una colecta que se ordenó el 23 de agosto de 1793, para ayudar a la Corona que había declarado la guerra a los revolucionarios franceses, colecta que produjo la suma de 367 pesos tres reales. Además, se hicieron rogativas por el buen éxito de la guerra. El espíritu piadoso de las gentes estaba guiado por lecturas que no iban más allá de los devocionarios, las novenas de la Santísima Virgen y de algunos santos preferidos. En el colegio se enseña latinidad y las muy altas especulaciones metafísico – teológicas, una jerga

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escolástica pomposamente llamada “Arte de Pensar”. De algunos inventarios testamentarios extrajo el prolijo historiador J Rafael Sañudo los siguientes datos: “El cura y vicario Guerrero dejó entre sus libros a Virgilio, Ovidio, Alonso Rodríguez, Larrañaga, Señeri, Lacroix, una lógica metafísica, Tamburini, y Domingo Torres, por todo 55 libros. El Alférez Real, Burbano de Lara entre otros, el Quijote y dos tomos de la Geografía del jesuita Velardo Murillo. El vicario Ignacio Salazar dejó, entre otras obras, 14 tomos de Feijóo, uno de Quevedo y el Quijote. Fray Fernando Paredes 16 tomos de Feijóo, la Historia Literaria de España, de 10 tomos, el Año Cristiano en 16 tomos, un Massillón, Bourdaleue en 16 tomos, 28 tomos de la obra de Santo Tomás, la obra del Marqués de Caracciolo, cartas de Benedicto XIV, Gramática Castellana y 4 tomos del Quijote, todos avaluados en 679 pesos cuatro reales”. Nótese que en las listas de libros no aparece un solo autor heterodoxo de tantos como abundan en Francia y en toda Europa, cuando en la Nueva Granada se extendía el Plan de Estudios de Moreno y Escandón; cuando la Expedición Botánica acometía investigaciones en las ciencias naturales y cuando en el mundo civilizado se imponía una nueva concepción del universo y un general despertar del sentido crítico. En Pasto vivía una sociedad ordenada según el modelo de la “Ciudad de Dios”. Las preocupaciones sobrenaturales estaban por encima de las materiales. Cuidábase del alma, con vistas a la vida eterna, antes que el cuerpo mortal y corruptible. En el colegio se enseñaban las mejores tradiciones españolas: Guzmán el Bueno, las Hazañas del Cid Compeador, etc. Los hombres fervorosos sentían la nostalgia de las Cruzadas y vivían como propias las guerras de España contra la morisma. Un “Auto de buen Gobierno” de 14 de febrero de 1776, prohibía que “persona alguna anduviera por las calles después de las nueve de la noche”. Lo firma el Alcalde del

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Primer Voto, Melchor Ortíz de Argueta. Ordena que “nadie sea osado a formar fandangos desde las seis de la noche en adelante. Que todo pasajero a los tres días indique la razón y objeto de su venida y su ocupación. Si las mujeres son esposas o han fingido serlo para vivir a rienda suelta y sin temor de Dios nuestro Señor”. Manda así mismo “Que las mujeres de doce años comparezcan dentro de diez días a patentizar de qué viven, para dedicarlas al oficio a que se inclinen”.(16 de abril de 1766). “Que no anden los hombres por los ríos y puentes cuando se están lavando las mujeres, bajo la pena de cuatro patacones”. Parece mentira que el pueblo fuera tan creyente cuando, según el mismo doctor Sañudo, había fallas notables en algunas comunidades. Dice que los frailes, al quebrantar el voto de pobreza adquirieron bienes y se relajaron tanto que “Lejos de servir de edificación al pueblo eran dechado algunos de corrupción”. Parece que en Quito ocurría otro tanto, según lo cuenta el ilustrísimo señor Federico González Suárez. Siempre se consideró como espejo de vida austera y contemplativa la que llevaban las monjas del monasterio de la Concepción al cual ingresaban damas de la nobleza pastusa. Pero se cuenta que “Hacían fiestas de toros en el monasterio y fabricaban aguardiente que a hurto lo vendían, en 1793, en la puerta falsa del convento. Se negaban a admitir como capellán al sacerdote designado por la autoridad eclesiástica, sino al que ellas escogieran”. Este era un padre Chaves. Cuéntase que los indios de Chapal, cuando estaban ebrios, iban a dormir al Convento. En 1737 entre monjitas, criadas y doncellas recogidas llegaban a doscientas. Olvidábamos decir que estas monjitas establecían una desleal competencia a los padres jesuitas, quienes destilaban aguardiente en sus trapiches de tierra cálida. La fundación del Colegio de los PP. Jesuitas se llevó a cabo en 1711 gracias al donativo de 20.000 pesos hecho por

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doña María Sierra de Quito. Parece que el vasco Ignacio Ormaegui fue el primer rector. De este año en adelante llovieron los obsequios para el colegio en “Plata, oro, ganados vacunos, yegunos y haciendas”. Entre estas las de Iles, Putis, Guastar, Gualmatán, y más de 250 cabezas de ganado. Luego recibieron el potrero de Anganoy y la finca de Obonuco. El 14 de febrero de 1814 recibieron la hacienda Cimarrones y la de Merlo. Después adquirió la comunidad por compra, las haciendas de Funes, Sapuyes, y otras. El Cabildo y los vecinos se impusieron contribuciones voluntarias que oscilaban entre los 2 y 3 mil pesos. El P. José Mangueri, sucesor del padre Ormaegui adquirió la hacienda de Panamal y lotes en Pandiaco y el Tejar. Un nuevo rector, el P. Nicolás Latorre, adquirió una propiedad en el Ejido. Además, “ un negro de 13 años llamado Carlos Cartagena y una negra de 20, Lorenza Criollo, en 725 pesos ambos y en septiembre de 1740, otro negro de 12 años en 300 pesos y otro en Honda por 400, porque los jesuitas necesitaban esclavos para el laboreo de sus tierras calientes”. Antes, en abril del 36 habían comprado una esclava de 14 años en 480 patacones “alma en boca “, “costal de huesos” según la formula en uso. Esta negra estaba marcada. Al decretarse la expulsión de los PP. jesuitas los funcionarios se resistieron a dar cumplimiento a la orden real. Una vez cumplida la expulsión, la junta provisional de temporalidades de Pasto sacó a remate y vendió las propiedades dejadas por los jesuitas. La finca “Convalecencia” comprendió 20 negros, apreciados cada uno en $ 400 y una negrita de tres meses avaluada en 40. El 28 de junio de 1772 remató Matías Paz 21 negros por 7705. El doctor Tomás Santacruz, que aparecerá después actuando en los primeros lugares de esta historia, remató la hacienda “Cimarrones” en $ 27.000.00. Pero como no cumplió con el pago de las cuotas fue puesto en la cárcel

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y la hacienda vendida a Bernardo Burbano de Lara en $28.600.000. Las comunidades de Santo Domingo, San Francisco, La Merced y San Agustín poseían extensas haciendas y molinos de trigo dentro de la ciudad. Fuera de los diezmos las gentes pagaban censos cuantiosos. Algunos indios eran azotados cuando no pagaban oportunamente y luego encarcelados. Desde 1720 se formulaban reclamos para pedir la libertad de los encarcelados, a cambio de que pagaran en trigo los tributos. Se amenazaba con la excomunión a los que no pagaban. El pueblo alegaba, con justicia, que no era posible pagar tan altos tributos cuando los cultivos se perdían por la langosta, las heladas o las erupciones del volcán Galeras que cubrían de cenizas las sementeras, echándolas a perder. Los cargos se vendían al mejor postor. “En 1797 don Miguel Angel Zambrano remató el alguacilazgo mayor por $ 490 y dio poder al doctor Camilo Torres para que pidiera la confirmación al virrey de Santa Fe. Esta se otorgó en 1802. Ramón Tinajeros remató en el mismo año, el cargo de depositario general por $ 1525. En 1795 remató Martín Ordóñez de Lara el apetecido cargo de escribano por $ 300, pero Francisco Pérez de Zúñiga viajó a Popayán y lo remató por $ 600. Poco después pagaba Miguel Arturo $ 1130 por el mismo empleo. El cultivo del tabaco fue prohibido para las regiones de Bomboná, Cariaco, Castigo y Pisanda, en la jurisdicción de Pasto. Se reservó el cultivo a las regiones aledañas a Popayán. Desde entonces había privilegios para ciertas zonas en perjuicio de Pasto. De Pasto partían hacia el Putumayo las misiones a evangelizar a los indios. Muchas tribus se resistían y mataban a veces a los misioneros. Aquí cerca, en el valle del Sibundoy, en 1812, los indígenas escondieron 60 muchachos para evitar que los misioneros los adoctrinasen. Quizá tendrían buenas razones para ello.

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La población de la provincia de Pasto se ha calculado para 1800 en 36.000 habitantes. Discriminados así: los blancos se calcularon en 2.450, los mestizos en 12.000 y los indios en 21.500. A la ciudad se le calculaban siete mil vecinos. El conjunto citadino comprendía unas cien manzanas bien trazadas en cuanto a la simetría y extensión. El perímetro de la ciudad se desenvolvía desde los “Dos puentes” sobre el río Pasto y su afluente el Chapalito, en el norte. De allí hacia el oriente abarcaba la iglesia de San Sebastián y el barrio “El Churo”. Subía luego por la “Calle Angosta” abarcando el templo y el convento de La Merced hasta el barrio de Santiago, en cuya altura se levantaba el templo del Apóstol y en donde a veces se hacían fuertes los pastusos cuando la defensa de la ciudad era necesaria. Hacia el occidente iban las calles hasta la iglesia de Jesús del Río y por el occidente descendía por el barrio de San Andrés hasta el río Pasto, abarcando el cementerio. La economía de Pasto efectuaba su intercambio comercial principalmente con Quito, pues los caminos hacia la Nueva Granada eran escabrosos y el clima malsano. Pasto pertenecía a la gobernación de Popayán o sea al virreinato de Santa Fe. Nominalmente dependía del Obispado de Popayán, pero por aquello de los malos caminos se le dejaba el gobierno eclesiástico al Obispo de Quito. En el aspecto judicial, los pleitos iban en última instancia, ante el tribunal supremo de justicia de Quito. Los vínculos de Pasto con Santa Fe eran puramente teóricos y el correo con Bogotá demoraba casi tanto como el que venía desde la metrópoli española, es decir, algunos meses. La comarca de Pasto fue y es, fertilísima. Las dehesas han estado siempre pobladas de ganados y en la ciudad el pan ha sido y es abundante y exquisito. Nunca ha faltado la papa, el maíz y la cebada. De las vegas y laderas del Guáitara, el Juanambú y el Patía llegan el arroz, el fríjol, el café y la panela. La variedad de climas hace fácil el abastecimiento

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de víveres lo que permite a la comarca soportar tanto las calamidades de orden militar, como el abandono y la incomprensión por parte de todos los gobiernos colombianos. Ya en 1747 don Carlos Burbano de Lara dejaba en su testamento una fortuna de $ 40.000. En 1801, los bienes de Liberata Aguirre fueron tasados en $ 41037. El doctor Santacruz y su hermano Gabriel prestaron una fianza por $ 65.000. En 1810, Basilio Delgado y Narváez testó bienes por $ 30. 000. La autoridad de la región pastusa recaía en el cabildo, el cual disponía de facultades omnímodas para decidir en casi todos los aspectos de la administración, la cual daba a Pasto cierta autonomía que se aproximaba a lo que suele llamarse “república independiente”. El gobierno ejercido por la tenencia y el cabildo estaba en manos de criollos hijos de españoles, mientras Santa Fe, Lima, Quito o Caracas estaban bajo el mando de virreyes, presidentes o gobernadores codiciosos, venidos de España a hacer fortuna y a exhibir su irritante arrogancia. Esto hizo que los pastusos defendieran como cosa propia, su gobierno. Como defendieron con fiereza su hogar, sus mujeres, sus tradiciones. Por todo lo que se ha dicho es fácil comprender la dificultad de introducir ideas y hechos revolucionarios allí donde se miran con recelo las innovaciones forasteras. Además, el temperamento del pastuso, producto de su aislamiento geográfico toma aspectos de trágica desesperación cuando de defender su comarca se trata. El pastuso forma un conglomerado social muy diferente, por su hablar, su carácter y su modo de vivir, del de otros pueblos. No se parece ni a los colombianos del resto del país, ni a los ecuatorianos, excepción hecha de los habitantes del Carchi, quizá por haber hecho parte de los aborígenes de esta región de la misma nación de los pastos que se extendió por el río Guáitara hasta el Chota. Se mantenía vigente al concepto acerca del origen divino de los reyes. “DEI GRATIA” se leía en todas las

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monedas acuñadas en España como en Santa Fe, Lima, Méjico o Popayán. A Pasto era muy difícil que llegaran los ecos de los cambios políticos, filosóficos y sociales que se operaban en los Estados Unidos y Francia. Las caídas de las cabezas – bajo la guillotina- de los reyes franceses quizá se conocerían como un episodio bárbaro de tantos como se leían en los textos de la historia universal, pero sin consecuencia de mayor extensión. No era posible pensar que alguien en Pasto, como lo hiciera Nariño en Santa Fe, fuera a acometer la traducción de los Derechos del hombre. El doctor Tomás de Santacruz (doctor in utroque jure de la Universidad de Salamanca) pensaba y obraba al compás de los religiosos residentes en Pasto. Ignorábase que desde 1806 un inquieto revolucionario, Francisco Miranda, incursionaba por las costas de Venezuela tratando de darles libertad a unos pueblos que aún no la deseaban. Aquí será oportuno hacer notar cómo Inglaterra prestaba ayuda a todos los revolucionarios americanos hasta cuando se consiguió la independencia total. Pero se ha entendido mal porque se ha creído que Inglaterra, uno de los países más colonialistas de la tierra, lo hacía por amor a la libertad. No. Lo hacía simplemente para minar la grandeza del imperio español; para arrebatarle colonias en Trinidad, La Guayana, Bahamas, etc.; para apoderarse de las riquezas que los galeones españoles transportaban de América a España, aún por medio de los feroces piratas y bucaneros; para clavarle una espina dolorosa en Gibraltar, en el propio cuerpo de la geografía española. En Pasto ignorábase, sin duda, cómo la España de Carlos IV estaba dirigida según los caprichos de Manuel Godoy, el “cochero” o “choricero” de Badajoz y la reina María Luisa, la misma que cansada de los amoríos con Godoy, hacía que éste le trajera otros amantes para complacer sus liviandades de Mesalina. En este mismo 1800 la vida en Madrid parece sonriente y Goya traslada a sus cuadros el

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espíritu alegre de la corte y las formas graciosas de doña María Pilar Gayetana Silva Alvarez de Toledo, duquesa de Alba. Cuenta don Ramón Gómez de la Serna que uno de los últimos borbones, acaso Alfonso XII, se paró ante el cuadro de la Maja Desnuda y le dijo al Duque de Alba: “ Duque, qué bella antepasada habéis tenido”. Se ignora si el Duque respondió a la alusión real. Era una duquesa de Alba, frívola y coqueta, que traicionaba al célebre pintor y a todo el mundo. Por las calles de Madrid transitaban majas y estudiantes, frailes y pretendientes a cargos en ultramar, golillas, hidalgos y militares con uniformes vistosísimos. Pero empieza a disgustarse la gente seria y ya se gesta la caída de Carlos para la ascensión del príncipe de Asturias. Napoleón, entretanto, comienza su carrera asombrosa de victorias y conquistas por toda Europa. Parece que los borbones de España eran más testarudos y ciegos de lo que se cree. Fresca estaba la memoria de lo ocurrido a la corte francesa, como consecuencia de la quiebra de seculares estructuras. El fin del feudalismo y el ocaso parcial de la nobleza. Decimos parcial, porque días después esa nobleza reaparecía con nuevos títulos y honores, como quiera que el gran Corso se dedicó a regalar coronas, ducados y títulos a sus familiares, a sus generales, a todos sus amigos y fieles soldados, luego de coronarse él mismo con el resonante título de emperador. España y su corte parecían entender que no había cambios. Empezando por el sistema métrico decimal que venía a remplazar al que regía desde los tiempos del emperador de la Barba Florida y que empezaba a extenderse por otras naciones. La aplicación de este sistema de pesas a las monedas de plata y oro. La reforma del calendario, que no alcanzó a durar mucho, pese a haber sido propuesta por los mejores físicos de Francia. “Los innovadores- dice Cournot- tuvieron más fortuna para medir el espacio que para medir el tiempo”. Ya estaba próxima la aparición del Código Civil Napoleónico, preparado por doctos, juristas, con reglas normativas del

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derecho de propiedad más allá de la vida. Se preconizaba el matrimonio civil y también el divorcio en un país en donde la iglesia católica había sido la única encargada de regular los actos y las relaciones matrimoniales, no el Estado. Se consagraba el sufragio universal, como la fuente del poder público. La soberanía de la nación como residente en el pueblo, y se echaba a un lado el principio de que toda autoridad venía de Dios. La separación y autonomía de los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, venía a limitar al absolutismo de los reyes. los tiranos o los presidentes. La implantación del jurado de conciencia, que ya se aplicaba, hasta cierto punto en Inglaterra. El jurado reemplazó a los “Juicios de Dios” medioevales, donde se entregaba la justicia a maniobras y pruebas crueles y absurdas, antes que a los dictados de la razón. Como hay mitos religiosos hay mitos políticos. Hasta 1789 había prevalecido en Francia el mito de la monarquía. Pero los monarcas de Francia venían tambaleando por obra de la Enciclopedia, la Pompadour, la Dubarry y también la viruela a la cual parecían muy susceptibles los borbones de París. Jenner estaba apenas en vísperas del descubrimiento de su portentosa vacuna. Añádase a esto la proliferación de cortesanas que se prostituían en el Parque de los Ciervos y en los refugios de secretos palacetes reales. Todo con la gentilísima complicidad de los ministros, los nobles y hasta de los eclesiásticos. Parecía revivir la época turbia de los Césares de la Decadencia. Los Borbones de España, padre e hijo, llevaron las cosas a tal punto que le fue fácil a Napoleón recluirlos en Francia cómodamente y colocar a su hermano José en el trono de España. El orgullo nacional de los españoles se sintió herido en lo más vivo. Jamás se había inferido tal ultraje a la dignidad nacional. Y el pueblo se volvió contra sus opresores y estalló la nueva guerra de independencia de España contra Napoleón y sus ejércitos, donde se vieron

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los más sangrientos hechos militares, el mayor espíritu de heroísmo y sacrificio de una nación por un Fernando VII, el deseado, el Borbón tan insulso como cualquier otro. Ocupada España por los franceses, los reyes presos, créase una Junta Central de Sevilla, que había de representar al rey cautivo. La guerra, con la ayuda de los ejércitos ingleses, se prolongó desde 1808 hasta mediados de 1813 cuando Napoleón vencido por obra de quienes menos lo esperaba, se veía obligado a poner en libertad a Fernando VII. La crisis colonial estalló en casi todas las capitales americanas. Desde antes, dijimos, en Venezuela hubo intentos de Miranda por la libertad de su patria. La clase culta de Santa Fe, abogados, botánicos y letrados, tenía conocimiento de que algo en el mundo estaba cambiando. Ocurría entonces lo que Danton decía al referirse a la Francia de 1789: “ La república vivía en los espíritus veinte años antes de ser proclamada”. Sabidas son la vicisitudes del precursor Nariño y sus amigos en Santa Fe. Los abogados de Quito y Santa Fe discutían acerca de si la Junta Central de Sevilla disponía de autoridad suficiente para representar al rey. Como Carlos IV había revocado su abdicación, para muchos podía considerársele también rey. El otro Fernando VII, y una tercera autoridad, la Junta de Sevilla. Como los presidentes y virreyes derivaban su autoridad de un régimen ya desaparecido, argüían los abogados que era del caso formar Juntas acá en América como la existente en Sevilla, aprovechando de paso, la oportunidad para darles participación en el gobierno a los criollos o hijos de españoles, cosa muy justa, por cierto. Fue en Quito donde surgió la primera Junta Suprema, el 10 de agosto de 1809. Empezó reconociendo a Fernando VII como legítimo rey, a semejanza de lo hecho por la Junta de Sevilla, a la cual adhirió. Expresó su rechazo a José Bonaparte, rey intruso y luego encarceló al presidente de

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Quito, Conde Ruíz de Castillo. Este señor conde era uno de tantos nobles como venían de España, casi siempre con el fin de recoger dineros de acá y salir de deudas en España. El autor principal del golpe contra las autoridades españolas de Quito fue don Juan de Dios Morales, sacrificado después en el mismo Quito por los españoles, un colombiano a quien parece, se le han hecho pocos honores en Ecuador. Los pueblos de Ibarra, Latacunga, Ambato, Riobamba, adhirieron a la Junta quiteña. No así Cuenca donde el obispo Quintián se puso al frente de las tropas en actitud francamente belicista. Guayaquil tampoco aceptó lo hecho en Quito. Pero entonces la Junta dirigió sus miradas hacia la gobernación de Popayán y la provincia de Pasto y al efecto dirigió mensajes al gobernador don Miguel Tacón quien adoptó una actitud equívoca para luego afirmarse en su posición de rechazo a la Junta de Quito. Esta decidió también ganarse la provincia de Pasto, para su causa. La idea de muchos aprendices de historia respecto a Pasto es la de aquí y sólo aquí se peleaba por el rey y se le servía incondicionalmente. En Santa Marta y en Popayán, para no citar más casos la mayoría de las gentes estaba con el rey. Miranda venía desde 1806 luchando con armas y con hombres por la libertad de Venezuela. Sin embargo, la ciudad de Coro estaba del lado de la Corona, quizá con la esperanza de recuperar la categoría de capital que ahora tenía Caracas. En Pasto, un pequeño grupo que encabezaba don José Vivanco y Miguel Arturo era republicano, pero la mayoría se burlaba de las ideas republicanas, a las que consideraba ilusorias y descabelladas. Lo cierto es que, al conocerse la venida de tropas enviadas por la Junta Suprema de Quito, en son de guerra, empezó la agitación en Pasto, con los preparativos para una cosa inusitada, algo que venía a ocurrir luego de trescientos años de paz. El gobernador Tacón, desconfiado de la lealtad de algunas autoridades, decidió nombrar como teniente de gobernador al doctor Tomás de Santacruz. Este dio una

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proclama en la que ratificaba la adhesión y lealtad de Pasto al rey Fernando VII. Se prevenía a la población para que no se dejara seducir por las mentiras de los sediciosos de Quito. El cabildo hizo lo propio. Llegaron algunas armas y pólvora traídas de Barbacoas y Popayán. El gobernador anunció que venía con tropas a la defensa de Pasto. Pero no llegó sino mucho después de que los pastusos habían derrotado a los patriotas de Quito, en Funes. Ciertamente salieron de Quito los Señores Ascázubi y Zambrano con una tropa que pasaba de mil hombres, no bien armados, pero con cuatro cañones. La mayor parte fueron gentes reclutadas en la provincia de Imbabura. A esta tropa se agregó la gente de las provincias de los Pastos ( Túquerres e Ipiales) que simpatizaba con la causa patriota. Del otro lado se contaba con una compañía de gentes de Popayán, Almaguer y Patía que llegó bajo el mando del capitán Gregorio Angulo. La nobleza de Pasto acudió a las armas. El propio gobernador envió a sus hijos Tomás Miguel, capitán; Francisco Javier, subteniente; capitán Miguel Nieto Polo, yerno; teniente Juan María de la Villota, yerno; José María Delgado y Polo, sobrino y teniente también. Todos los Santacruces, los artesanos y los indios. En todo más de mil hombres que acudieron a guardar los distintos pasos del Guáitara, barrera infranqueable para defender a Pasto por el sur como lo ha sido siempre el Juanambú por el norte. Las dos fuerzas no chocaron con la totalidad de sus efectivos porque los patriotas cometieron el error de dividir sus fuerzas en dos grupos, mientras los realistas de Pasto atendían la vigilancia del río en distintos puntos. Pero dejamos el relato de lo que fue la batalla al capitán Nieto Polo en el parte que rinde a sus superiores, Gregorio de Angulo: “El Capitán de la 6ª Compañía de Milicias Urbanas de Pasto don Miguel Nieto Polo, rinde al señor Capitán Gregorio Angulo, Comandante en Jefe, acerca de la

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completa victoria que Dios ha servido concedernos hoy contra los insurrectos de Quito: Sabiendo que el enemigo situado desde el 13 de los corrientes al lado de la tarabita del Guáitara, en frente de nuestro cuartel, tenía 183 hombres y esperaba reforzarlos con los auxilios que teníamos noticia venían de Ipiales por Chapal… dispuse que pasasen por arriba de la tarabita 97 hombres con lanzas y espadas al mando del teniente José Soberón y del subteniente José María Delgado y Polo. Al mismo tiempo pasaron por el lado de debajo de la tarabita 80 hombres armados también con lanzas y espadas al mando del teniente Francisco Javier de Santacruz, del Teniente Juan María de la Villota y del subteniente Lucas Soberón. Por el centro y al frente del enemigo, pasé yo con el capitán don Ramón Benavides y el teniente de Yucuanquer don Lucas de Benavides con 35 fusileros de la compañía de Popayán… Inmediatamente que pasaron las tropas al otro lado del río marcharon todos contra el enemigo que se había situado en una meseta a una distancia de tiro de fusil, con tres piezas de cañones de bronce, de vara y cuatro de largo y cinco dedos de diámetro interior, doce fusiles, varios pares de pistolas y el resto de la gente armados de lanzas y otras armas blancas”. Como puede verse, de parte y parte, fuera de los tres cañones, la tropa estaba armada en forma casi primitiva. Los efectivos militares apenas si alcanzaban a doscientos por cada bando. Los pastusos peleaban en un terreno que les era conocido. Era esta su ventaja sobre los patriotas de Quito. Continúa el parte: “Al aproximarse nuestras tropas pusieron bandera blanca los enemigos, con cuyo motivo se adelantó el teniente Juan María de la Villota, previniéndoles rindiesen las armas, pero la contestación fue pegar fuego a los tres cañones, que no causaron avería alguna, porque al fogonazo se postraron de bruces los nuestros, e inmediatamente avanzamos y aunque con

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bastante resistencia, se rindieron después de tres cuartos de horas de combate…. Hemos hecho 107 prisioneros hombres y 8 mujeres con dos hijos, entre ellos el capitán de artillería don José Ipinza y al de fusileros don Antonio Donoso. Al Teniente don Marcelino Narváez Guerrero y Mariano Jaramillo, y los sargentos Narcizo Espinavete, Antonio Ortíz, José Espinosa y José Cebadas. También hemos cogido alguna bala de cañón y fusil, pólvora y metralla, lanzas, pistolas y fusiles, algún dinero, caballerías y otros pertrechos de boca y guerra cuyo número, peso y medida aún no se ha podido particularizar”. Destaca la actuación de las compañías de Pasto 4 y 5, la de Popayán- Patía y sus auxiliares de Yacuanquer, 2 y 3 de Pasto con sus respectivos oficiales, que, aunque no entraron en acción por haber comenzado ésta cuando llegaron, estuvieron prontos y deseosos de ser empleados. Elogia a los indios de los pueblos de Obonuco, Jongovito, Catambuco y todos los de “este pueblo de Funes, quienes con su Cura Párroco, nuestro Capellán el doctor José Palacios, han estado siempre prontos a sacrificarse de nuestra causa”. El parte está suscrito el 16 de octubre de 1809 el mismo día del encuentro. A él se agrega la lista de los 107 prisioneros hechos en el combate. Los tenientes Narváez eran ipialeños y también las mujeres que vinieron acompañando a la expedición quiteña. Los muertos patriotas fueron ocho y los realistas de Pasto tuvieron apenas un muerto. Esta acción de armas abrió la etapa sangrienta de las guerras de la independencia en los pueblos de Latinoamérica. La expedición organizada por la Junta Suprema de Quito fracasó lastimosamente por la ineptitud de sus jefes Zambrano y Ascázubi, pues dividieron las tropas en dos grupos, el uno que se dirigió hacia el camino de Barbacoas, dizque para cerrar el paso a los pocos realistas de ese cantón y el otro siguió con dirección a Pasto, para fragmentarse en partidas que pugnaban por pasar el Guáitara por algún

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punto favorable. De allí que los 200 hombres que estaban frente a Funes no pudieron resistir la embestida de fuerzas superiores y de un gran espíritu combativo. Pero esta “invasión” a Pasto constituyó la mejor demostración del espíritu revolucionario que animaba al gran movimiento quiteño del 10 de agosto de 1809, razón muy buena para que esa ciudad reclame el título de “luz de América”. Las tropas de Pasto avanzaron sobre Túquerres e Ipiales y capturaron los restos diseminados de las fuerzas patriotas. El desconcierto se propagó desde Tulcán e Ibarra hasta la misma capital quiteña y fue parte importante en el fracaso que había de culminar con la masacre de los patriotas de Quito el dos de agosto de 1810. Esta sangrienta y sanguinaria represión encendió los ánimos de los patriotas de todo el continente y acabó con el realismo de muchos que se mantenían fieles a la monarquía. Tres días después de constituida la Juan Suprema de Quito, el doctor Juan de Dios Morales cursó circulares a gobernadores, cabildos, etc. de Popayán, Cuenca, Guayaquil, Pasto. A simple vista se trataba de una invitación a constituir Juntas a semejanza de la de Sevilla, dadas las circunstancias de encontrarse prisionero el rey Fernando VII, a fin de que tales Juntas actuaran en representación de él. Todo dentro de normas de la más perfecta lealtad a España. Pero en Pasto estaban advertidos de la treta y a la circular dio repuesta el Alférez Real don Gabriel de Santacruz, por medio de un bando concebido estos términos: “Considerando que arbitrariamente se han sometido los revoltosos de Quito a establecer una Junta sin previo consentimiento de España, y como se nos exige una obediencia independiente de Nuestro Rey don Fernando VII, por tan execrable atentado y en defensa de nuestro Monarca,

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DECRETO: Artículo Único. Toda persona de toda clase, edad y condición incluso los dos sexos, que se adhiriese o mezclase por hechos sediciosos o comunicaciones a favor del Consejo Central, negando la obediencia del Rey, será castigado con la pena del delito de lesa majestad”. La ley española, Partida Séptima, Título III, Ley I define lo relativo a los delitos de lesa majestad y la regulación de las penas: “Léase majestatis crimen, tanto quiere decir en romance como yerro de traición que face ome contra la persona del rey”. La pena consistía casi siempre en la decapitación del reo y el envío de su cabeza enjaulada para ser expuesta a la sádica curiosidad del público. Tal se hizo con José Antonio Galán y sus compañeros y otros casos similares de rebeliones contra las autoridades del rey en países de América. El 22 de noviembre de 1802, habían sido decapitados en Pasto Lorenzo Piscal, Ramón Cucás Remo y Julián Carlosama, cabecillas de la rebelión del pueblo de Túquerres contra los altos impuestos. Se les cortó los brazos y las cabezas fueron expuestas al público para que las gentes se horrorizaran y no volvieran jamás de los jamases a convertirse en rebeldes contra el Rey.

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OCUPACIÓN DE PASTO POR LOS QUITEÑOS

Don Juan Montalvo decía alguna vez: “Entre el Juanambú y el Guáitara… vive un pueblo que, por sus defectos y sus virtudes se ha vuelto notable para sus vecinos: este es Pasto nombrado ya como singular en la historia de Colombia. Si algún pueblo pudiera recordarnos en Suramérica a la antigua Esparta, éste sería, sin dudas. Rasgos hay en sus costumbres, en su complexión, que en verdad nos recuerdan a Lacedemonia… Pueblo eminentemente guerrero, en un siglo de conquistas hubiera sido conquistador. Pasto es el norte, fragua de hombres fuertes, sobrios; al pastuso vigoroso, no le rinde la fatiga ni le retrae el miedo. El pastuso es, lo que llamamos todo un hombre”. Pasto padecía, y padece aún, de un anacronismo histórico. Un mantenerse al margen de los ciclos renovadores. A ello conspiran el aislamiento geográfico y el celo de los eclesiásticos que lo han gobernado. Para la época que historiamos puede decirse que aquellos hombres peleaban por una verdad, por una vieja verdad religiosa. Y empujados por una clase dirigente que defendía un status

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quo de venerable antigüedad y, sobre todo, el bienestar que les deparaba ese status. Hacían lo mismo los funcionarios y los sacerdotes. Pero también se iba a pelear en defensa de la comarca amenazada por las acometidas de los quiteños y los patriotas del Valle del Cauca. La tenacidad de los pastusos creaba por contrapartida, un empeño mayor de los republicanos para someter la provincia testaruda e indómita. Después, cuando las guerras han cesado, el pueblo vencido desciende a la humillación. Se ha enterado de la inutilidad de sus esfuerzos y de que Fernando VII ha sido definitivamente barrido de sus posesiones americanas. Apenas si le quedan dos colonias antillanas. Los sacerdotes consuelan al pueblo con las esperanzas de la vida futura, exhortándolo a no desmayar en la fe. Y le infunden una virtud negativa que se llama humildad. De la humildad a la humillación no hay sino un paso. El pueblo se torna pacífico y resignado. Aún hoy, después de 184 años de “independencia” política, intelectual y de cambios en el modo de vivir y pensar, en Pasto existen 18 comunidades religiosas femeninas y ocho masculinas, encargadas de dirigir la conciencia y la mentalidad de la niñez y de la juventud. Sirven en hospitales, asilos e intervienen en la dirección de la vida privada de las familiares. Como consecuencia de esta influencia, han acumulado riquezas que no es fácil evaluar. Puede decirse que Pasto sigue aún al margen de las corrientes renovadoras que agitan el mundo. Dicen unos que eso es para bien. Otros no piensan lo mismo. En Pasto casi no hay librerías; las que ofrecían libros “profanos”, como “ Artes y letras” o la que tuvo una señora argentina en la década de 1960 cerraron por pérdidas; otras se han sostenido porque no sólo venden libros sino también papelería. La única que perdura es la que abrió un padre

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jesuita en los años 70 donde se aplicaba el Índice de los libros prohibidos. El mismo sacerdote adoctrinó durante cincuenta años a sus fieles con un celo religioso extremado a través de dos radiodifusoras. En el nuevo siglo se abrió la librería Hispana como una buena alternativa cultural cuando la ciudad ha crecido y cuenta con un gran número de universidades y centros de educación primaria y secundaria, pero cerró sus puestas en el 2010. Todavía se mantiene, mejor que en muchas otras ciudades, la fe religiosa. Los magníficos y grandes templos se llenan de fieles en los días festivos. Y ocurren cosas extraordinarias como esta. En el año 1960 un gobernador dispone la cremación de una novela titulada Gritaba la noche, de don Juan Álvarez Garzón, por considerarla inmoral y peligrosa porque ofendía a una familia “aristocrática” de Pasto. Cuando al fin se editó la novela pudo comprobarse que ésta podía ponerse hasta en las manos angelicales de una hermana novicia. Retornemos a 1811 y veamos cómo mientras en el sur, en Funes había corrido sangre americana, en una guerra civil, entre pastusos y quiteños, los ideólogos de Bogotá se devanaban los sesos tratando de averiguar si la camisa institucional que les pusieron a los franceses podía servir para los hispanoamericanos. O si más vale podría servir el molde federativo de los Estados Unidos. Se discutía acerca de las verdaderas fuentes del poder. ¿Venía ciertamente de Dios, como lo había enseñado la ortodoxia cristiana? ¿O venía del pueblo según ahora se decía? ¿Sería el sufragio universal el instrumento adecuado para encontrar el mejor gobierno de un país? Carecían de experiencia y la historia universal no daba suficientes ejemplos acerca del mejor modelo de gobiernos republicanos. La palabra democracia, sonora y sugestiva, envolvía algún peligro. El sufragio universal que igualaba en derechos a todos los ciudadanos parecía un fraude a los valores consagrados, los valores llamados eternos.

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No se imaginaban ninguno de los recursos con los cuales se burla la democracia, cuando un día cualquiera unos señores poderosos se reúnen y escogen a uno de ellos para entregarle el poder, “en una hora de emergencia casi siempre artificial”. Ni preveían cómo los altos militares de hoy, que tentados por la codicia del mando y las riquezas, resuelven formar una junta Militar que asume el poder ante el asombro y la sorpresa de las gentes. O el gobernante que luego de ser electo presidente con todas las de la ley, decide, por sí y ante sí, quedarse otros años en el mando. O el guerrero victorioso en una guerra estúpida, civil, que toma el mando luego de fusilar unas docenas o centenares de opositores y se hace proclamar “Salvador de la patria”, “Padre del pueblo”, “Libertador de los esclavos”. O los grupos financieros, económicos, los monopolistas de la industria que arman una convención, lanzan un candidato y con una avasalladora propaganda lo imponen en el gobierno. O una familia que ejerce sobre la República una especie de dinastía favorecida por otras familias y grupos de presión donde actúan el clero, los millonarios, los contratistas y eso que se llama la maquinaria política. O gobiernos títeres cuyos hilos se mueven desde Washington. Da tristeza recordar cómo el Libertador Bolívar dio su nombre a una república, le regaló una constitución, con la esperanza loable de hacer del nuevo país un dechado de democracias. ¿Los resultados? Un país en donde durante 145 años de existencia, han subido al poder 184 presidentes, tiranos, dictadores etc., por los más extraños medios, por los más singulares y salvajes recursos. Pero a los americanos les tocaba ahora consolidar su independencia y ajustarla a las normas y leyes bienhechoras dentro de la mejor estructura jurídica. El 4 de abril de 1811 se promulgó por don Jorge Tadeo Lozano la primera “Constitución de Cundinamarca”. Todavía se invocaba el nombre de Fernando VII pero más por guardar las

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apariencias. En el articulado se traslucía la constitución de los Estados de la América del Norte. Fue don Camilo Torres, principal ideólogo de la revolución, quien presentó el proyecto de constitución aprobado. Empezaba así: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. 1º) “El título de esta confederación será el de: PROVINCIAS UNIDAS DE LA NUEVA GRANADA. 2º) Son admitidas y parte de esta confederación todas las provincias que al tiempo de la resolución del 20 de julio de 1810 eran consideradas como tales. 3º) Lo serán igualmente todas aquellas provincias que… quieran asociarse… 4º) En todas y cada una de las provincias Unidas de la Nueva Granada se conservará la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana en toda su pureza e integridad. 5º) Todas y cada una de las Provincias Unidas que en adelante se unieren a la Nueve Granada…reconocen expresamente la autoridad del poder ejecutivo, Regencia de España, Cortes de Cádiz, Tribunales de justicia… 6º) Las provincias unidas de La Nueva Granada se reconocen como iguales, independientes y soberanas…”. El artículo 6 fue el causante de todas las perturbaciones disociadoras. Luego aparecieron la República de Tunja, el Estado Soberano de Antioquia, la República de Cundinamarca y después la suicida lucha entre federalistas y centralistas. Esta constitución federalista se dictó el 27 de noviembre de 1811, pero no la firmaron la provincia principal, Cundinamarca y la del Chocó. Llama la atención el hecho de que los intelectuales de la revolución hicieran tan señaladas promesas de fe, ellos que habían nutrido sus inteligencias en la Enciclopedia y

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en todos los panegiristas de la Revolución Francesa. Quizá obraban así para no alarmar la conciencia católica de su pueblo y no sublevar a un clero capaz de echar a perder los logros de la revolución. Porque la iglesia ha sido factor decisivo en los más importantes sucesos históricos del mundo occidental. Nada menos que el Papa Alejandro VI fue quien por medio de la Bula Pontificia, entregó en 1493, a los reyes católicos, el dominio de las tierras descubiertas y por descubrir en el continente nuevo. Como si suyos fueran el globo y sus moradores. Con semejante autorización ya pudieron los conquistadores echarse sobre América (Indias Occidentales) y despojar a los indios de sus tierras, sus habitantes, sus joyas, su cultura y su libertad. Todo a cambio de inculcarles la fe católica así fuera a arcabuzazo limpio. Y empieza entonces el camino doloroso de la humilde raza indígena, calvario que no sabemos cuándo va a terminar. Porque la raza autóctona, el indio, continúa hoy igual que hace mil años. Habla, viste y vive como entonces. Quizá más oprimido. Tenemos a la vista el expediente por el cual la Corona, ordenó devolver a los indios de Consacá las tierras que les habían sido arrebatadas por un gamonal de Pasto, Ignacio Rosero. El pleito se tramitó entre los años de 1818 y 1822 en la ciudad de Quito. Con sentencia favorable fue a Madrid, donde el rey Fernando VII confirmó la sentencia y ordenó su cumplimiento. El expediente trae los sellos del monarca y las firmas de don Melchor de Aymerich y otros funcionarios de la presidencia de Quito. Por los años de 1660 la situación de los indios en la provincia de Pasto era la siguiente: “Yo el dicho Sebastián Guerrero, escribano de su Majestad y público, doy fe y verdadero testimonio de cómo entre certificaciones que para recién hechas por el Capitán Andrés de la Villota Corregidor de Naturales de este partido, consta lo siguiente: Que el pueblo de Sapuyes tiene

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96 indios útiles, tributarios, tasados a veintidós reales por año, una manta blanca a dos patacones por ella, que todo importa al año 468 patacones, de los cuales se quitan para las contribuciones ordinarias de estipendio del doctrinero, salario del corregidor, cacique y cartacuentas 139 patacones de a ocho reales. Y que el pueblo del Calcán tiene noventa y nueve indios útiles, tributarios tasados en la misma forma de los Sapuyes y que monta la renta por entero por año 482 patacones, de que se quiten 155 pesos para la mismas contribuciones, con que queda por renta líquida para el encomendero 326 patacones de a ocho reales. Y en el pueblo del Sacampués (hoy Samaniego) hay 29 indios útiles, tributarios tasados por un año a veintidós reales en plata, una fanegada de maíz, o por ella un patacón, una ave de Castilla o un real por ella que todo monta a 102 patacones, de los cuales se sacaban para contribuciones cuarenta y dos patacones y cinco reales con que quedan líquidos para el encomendero sesenta y nueve patacones y cinco reales. Y las tres partidas de renta líquida para el encomendero suman setecientos y veinticinco patacones…”. Como se ve un solo encomendero español poseía tierras, gentes y tributos en aves, en mantas y en dinero en la extensión de los pueblos llamados Sapuyes, Calcán y Sacampués. Un total de 220 indios útiles, es decir en capacidad de rendir trabajo. Hemos tomado los datos anteriores del libro de Juan Friede “El indio en la lucha por la tierra”. * * * La Junta Suprema de Quito había fracasado totalmente y sus principales animadores perecieron en la sangrienta represión del dos de agosto de 1810, cuando fueron asesinados en el propio lugar de su prisión. El pueblo de Quito reaccionó en protesta por el horrible fin de los patriotas, lo cual dio lugar a que fueran sacrificadas en las calles muchas gentes más.

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Lo curioso de estas masacres fue que ninguno de los nobles quiteños pereció en ellas. Actuaron con valor y murieron como rebeldes los doctores Morales, Quiroga, el padre Riofrío y el capitán Salinas. También otros elementos de la clase media y popular. Los nobles fueron perdonados, defendidos o se fugaron. Esta quizá la razón para que Benjamín Carrión bautizara el movimiento del 10 de agosto con el mote “Revolución de los Marqueses”. Hay que estar de acuerdo con el doctor Carrión pues las revoluciones jamás las hacen los nobles. Las hacen los de abajo, los miserables, los oprimidos. Estos nobles y estos ricos viven siempre contentos con la posesión de honores, el poder y las riquezas. No desean cambios, y si los aceptan, preservan sus privilegios y riquezas. La llegada del Comisionado Regio, Don Carlos Montúfar vino a mejorar la situación de los patriotas de Quito, pues aunque su misión era apaciguadora, la nueva Junta Suprema restó poderes al Conde Ruiz de Castilla y permitió el ingreso a ella de elementos que eran tenidos por leales a España, pero que en realidad simpatizaban con los intereses americanos. Así fue como el 11 de abril de 1811 se proclamó la independencia de Quito, en forma absoluta. Carlos Montúfar que era militar experimentado en las guerras de España contra Napoleón organizó un pequeño ejército y lo dirigió hacia el sur. En Ambato derrotó al coronel Arredondo, el mismo que con las tropas que trajo del Perú había cometido los cobardes asesinatos del dos de agosto. Luego se dirigió contra el baluarte realista de Cuenca, donde operaba don Melchor Aymerich y el obispo Quintián. Montúfar los derrotó y estaba a las puertas de Cuenca cuando decidió regresar intempestivamente a Quito, en donde parece conspiraban contra él los Sanchistas, o sea los partidarios del Marqués de Villa Orellana. Una intrincada red de ambiciones, intrigas, envidias, dieron al traste casi siempre con todas las campañas por la independencia de

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Quito. Es verdad que en la Nueva Granada ocurría otro tanto. Pero a los dirigentes granadinos puede abonárseles el hecho de que disputaban por formas de gobiernos más que por ambiciones de grupo o de familia, como ocurría en Quito. Con todo, esta Junta Suprema de Quito se interesaba por abrirse paso, pues tropezaba con el inconveniente de que tenía cerradas todas las vías de comunicación con el exterior por Guayaquil, Esmeraldas, Cuenca y Pasto. Fue por este lado por donde halló contacto con los patriotas que estaban en Popayán. Lo logró por la vía del Castigo sirviendo de intermediario el cura de Ancuya, padre José Diego Sánchez. Nuevamente trató la Junta de Quito con el cabildo de Pasto para encontrar un entendimiento pero el cabildo rechazó la propuesta. Y he aquí que el 4 de julio de ese mismo año 11 la Junta de Quito declaró la guerra al cabildo de Pasto. Ya estaba en marcha hacia el norte una numerosa tropa al mando de don Pedro Montúfar, militar de mucha experiencia y sagacidad. Estaba echada la suerte y era el momento de arreglar cuentas con los de Pasto. El gobernador Tacón acudió a la línea del río Charchi para tratar de cerrarles el paso a los patriotas, pero no tuvo éxito. Entonces cometió la cobardía de venir a Pasto a reclamar la entrega del “tesoro”, cosa que apenas logró en pequeña parte. Pero se llevó consigo hacia Barbacoas 120 hombres entre oficiales y soldados, dejando abandonadas las defensas de Pasto. Los dirigentes de esta ciudad se vieron ahora ante la amenaza de los patriotas que estaban en Popayán en son de triunfo; la tenaza estaba cerrada con los patriotas que venían desde Quito. Sin embargo, acudieron, aunque en pequeños grupos a defender el Guáitara y el Juanambú. En el sur se hizo célebre don Juan María de la Villota, quien sorprendió y liquidó algunas avanzadas de quiteños. Pero ante el mayor número hubieron de replegarse hacia el Guáitara.

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Entre tanto, las fuerzas de Montúfar se habían engrosado con gentes del Charchi, Cumbal, Túquerres y Guaitarilla. Durante 4 días estuvo ensayando el paso del río, pero los pastusos corrían hasta defenderlo por todas partes. Estos hombres permanecían sin comer hasta dos días pero no cedían. Montúfar al fin logró burlar la vigilancia y sobrepasó a los realistas por los lados del Cebadal y marchó sin mayor resistencia sobre la ciudad. Entró a Pasto el 22 de septiembre delante de un ejército de más de dos mil hombres. Fue directamente a la búsqueda del famoso “tesoro”. Se diría que éste había sido el objetivo primordial de esta guerra. Y se apoderó de él. Luego las tropas se dedicaron a un minucioso saqueo de la ciudad, mientras el jefe encontraba las 418 libras de oro y monedas, cuyo paradero le fue indicado por el cabildante José Vivanco, simpatizante de la causa independiente. Las calles de la ciudad estaban solitarias y las casas abandonadas por sus moradores que habían ido a esconderse en los campos. Dos testigos del saqueo afirmaron “que los quiteños no dejaron ni los clavos”. ¿El tratamiento salvaje que las tropas de Quito, por consentimiento de Montúfar, dieron a la ciudad fue acaso una venganza por la derrota de Funes? Los pastusos, a su vez se preguntaban si esta era la libertad de que tanto se enorgullecían los patriotas y si éstos eran los sistemas de gobierno y los métodos para la convivencia en sociedad que se iba a tener en el futuro.

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LA EXPEDICIÓN DE CAYZEDO Y CUERO A PASTO Muerte de Cayzedo y Macaulay

En Cali, como en las demás poblaciones del Valle, eran numerosos los simpatizantes de las ideas de libertad. En la capital de la Gobernación, Popayán, los escasos partidarios de esas ideas habían sido superados por la habilidad del gobernador Tacón. Más el Teniente gobernador de Cali, doctor Joaquín Cayzedo y Cuero, hombre de gran espíritu y cultura era un decidido amigo de la libertad. Ante la actitud negativa de Popayán, Caicedo no vaciló en recorrer las poblaciones del Valle y reunir luego una Junta que se designó con el nombre “Ciudades Confederadas del Cauca”. Asistieron, además del doctor Caicedo, Fray José Joaquín Escobar, por Toro, quien fue aclamado vicepresidente; por Cartago, Fray José J. Meléndez; el doctor Nicolás Ospina, por Buga; don José María Cabal, por Caloto y por Anserma, el doctor José María Caicedo y Cuero. La secretaría fue encargada al doctor Caicedo y Cuero y la presidencia se reservó para quien debiera ejercerla si la capital formara parte de esta nueva Junta de Gobierno. Con extraordinario fervor y patriotismo los pueblos vallecaucanos iniciaron colectas de fondos para armar el

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ejército que habría de imponer la libertad donde fuese necesario, empezando por liberar a Popayán de la tutela del Gobernador Tacón. La Junta dio cuenta de lo hecho al gobierno popular de Santa Fe y le solicitó el envío de tropas para reforzar las organizaciones en Cali. Santa Fe no tardó en enviar una fuerza compuesta por trescientos hombres al mando del Coronel Antonio Baraya. Estas tropas unidas a las de Cali, en número de 1.100 hombres, batieron a Tacón en el combate del Bajo Palacé, el primer triunfo republicano, que habría de alentar el entusiasmo de las provincias amantes de la libertad en la Nueva Granada. En esta acción figuraron dos militares que más tarde habrían de obtener la celebridad: el teniente Atanasio Girardot y el capitán José María Cabal. Era de esperar que Tacón se hiciera fuerte en Popayán y defendiera la sede de su gobernación. Pero no fue así. Huyó a Pasto precipitadamente. Sabía de la calidad guerrera y del espíritu realista de la gente que en Funes había mostrado su reciedumbre y había acabado con la revolución quiteña. Llevó Tacón todo el dinero y el oro que había en las cajas reales y en la Casa de Moneda, lo cual ascendía a más de cuatrocientos mil pesos. Este considerable “tesoro” lo entregó en custodia al cabildo. Baraya y sus patriotas ocuparon Popayán y desde allí enviaron una compañía a explorar hacia el sur, al mando del Teniente Eusebio Borrero. Esta tropa cometió la torpeza de incendiar el caserío pajizo de Patía. Desde entonces los negros que lo habitaban se convirtieron en los más temibles y vengativos enemigos de los patriotas. El hecho dio buenas razones a la provincia de Pasto para proscribir las ideas de los independientes, reputándolas como abominables. A esto se agregó el fusilamiento del cura realista Morcillo. La expedición sobre Pasto, por Cayzedo y Cuero tenía doble objetivo: recuperar todos los valores llevados de Popayán y rescatar la provincia de manos de los quiteños.

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* * * Cuando el viajero llega por primera vez a Cali, la hora del anochecer le invita a recorrer las frescas avenidas sombreadas por árboles que exhalan un grato aroma tropical. El corazón de la ciudad ostenta la arquitectura de orgullosas palmeras que dan la magnífica impresión de algo próximo al ensueño. En el centro se levanta el mármol de un prócer de la República. -¿De quién se trata? pregunta el viajero. - Es el mártir de la independencia, doctor Cayzedo y Cuero a quien fusilaron los pastusos… Aquí un grueso adjetivo, indigno de reproducirse. El viajero adquiere así un desfavorable concepto de los pastusos. * * * Se recordará que Pasto fue ocupada y saqueada por las fuerzas patriotas de Quito el 22 de septiembre de 1811. Como todo les fuera confiscado y robado a los pastusos, había en la ciudad una hambre espantosa, pues nada se les dejó para comer. Les dejaron, si, una amarga experiencia para que en el futuro supieran defender la ciudad con todas sus energías. Esta situación mejoró radicalmente con la entrada de las fuerzas patriotas procedentes de Cali, Buga, Cartago, Anserma, Caloto y los demás pueblos del Valle que adhirieron a la causa da la República y la tomaron como propia para defenderla. Las mejores familias (Caicedo, Cabal, Borrero, Escobar) patrocinaron el movimiento. No así Popayán, Santa Marta y Pasto. Aunque Camilo Torres y otros ideólogos de la revolución procedían de Popayán, las mejores familias payanesas mantenían su adhesión a España. El propio general José María Obando, inicia sus Apuntamientos con expresiones como ésta: “… que los hombres de nota augurasen el fracaso de la revolución, o fuese que dichos hombres estimasen más la conservación

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de sus riquezas y comodidades que la gloria de contribuir a la libertad e independencia de la Patria, lo cierto es que Popayán no recibió bien esta novedad, y con escasas excepciones que han ilustrado la historia política de aquella ciudad, la mayoría de ella abrazó y defendió el partido de la Corona”. Pues bien: el presidente Cayzedo encontró a Pasto ocupada como si fuera territorio quiteño. Planteó a los ocupantes cuestiones del tesoro que se había llevado a Quito, las famosas 413 libras de oro, y la cuestión territorial. Contó a su favor con el apoyo del cabildo y con la hostilidad del pueblo hacia los quiteños. Estos tuvieron que marcharse. El historiador Sergio Elías Ortiz dice: “Cayzedo consiguió la mejor parte, pues mientras Montúfar se llevaba el dinero, él reintegraba al gobierno de Popayán una parte considerable del extinguido virreinato de Santa Fe”. Los patriotas de Cali mantuvieron la ocupación de Pasto desde septiembre de 1811 hasta el 20 de junio de 1812.El 13 de septiembre había escrito Cayzedo y Cuero a su pariente Tomás de Santacruz: “Sé que se nos marca con la infame señal de insurgentes y revoltosos, cuando hacemos alarde de ser FIELES VASALLOS DE FERNANDO SEPTIMO y de venerar la santa religión que profesamos”. Muy difícil les quedaba a los pastusos encontrar el por qué entonces se les atacaba y se les mantenía ocupada su ciudad por fuerzas que se decían amigas. El 20 de junio del año 12 irrumpieron por los alrededores de la ciudad fuertes bandas de patianos, comandados por el feroz negro realista Juan José Caicedo. Como por encanto reaparecieron jefes y curas realistas y el pueblo todo se incorporó a los atacantes. Las fuerzas de Cayzedo y Cuero, luego de un combate de seis horas quedaron sitiadas en sus cuarteles. Los atacantes engrosaban a cada momento y recibían armas de donde menos lo esperaban. En el monasterio de las Madres Concepcionistas estaba oculto un numeroso armamento bajo la vigilancia de estas

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santas mujeres, cuya vida está consagrada directamente a la contemplación, lejos de las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Cayzedo y Cuero se vio obligado a capitular y con él, una fuerza de más de cuatrocientos hombres. A este respecto existe una curiosa relación de un actor este episodio, que transcribimos: “Rasgos poéticos que pueden servir de apuntamientos sobre la historia de nuestra revolución escritos por el doctor Mariano del Campo y Larrahondo. CARTA SEGUNDA “ Minor fuit infamia vero. (copiamos literalmente del manuscrito de don Mariano lo relacionado con la capitulación de Pasto). Juan José con setenta compañeros Entrando en la ciudad, que ya lo espera Por vengar su Derrota se resuelve A una empresa mayor. Así renuevan Las Alarmas con todo el aparato, Que obtener un éxito pudiera, Triunfó la muchedumbre finalmente, Y en los lazos cayó toda la fuerza, Que en cuatrocientos hombres consistía Y aún sin aventurar una pelea”. Don Mariano del Campo y Larrahondo, ilustre primer rector del colegio de Santa Librada de Cali, coloca a la anterior estrofa la siguiente nota explicativa señalada con el número cinco “Juan José Caicedo, Joaquín Paz y demás jefes de la insurrección de Patía, unidos a los pastusos, que ya lo aguardaban, proyectaron sorprender al presidente. No podían hacerlo por la fuerza abierta no teniendo armas para batirse con cuatrocientos fusileros, jóvenes resueltos y valientes, y que tenían a su disposición cuatro pedreros, y

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algunas cargas de pertrecho. Así pues emplearon la astucia, y todos las estratagemas posibles para intimidarles, y lograr la empresa. Tambores, y gritos por todas partes. Un cañoncito disparado frecuentemente en distintos puntos de la ciudad: carreras de caballos; grupos de innumerables indios a cierta distancia con palos al hombro, recién descortezados; vivas repetidas por la conquista y despojos ya tomados en Popayán; he aquí las armas con que aquellos malvados, obligaron al general doctor Cayzedo a entrar a capitulaciones”. El manuscrito fue obsequiado por el propio autor a don Manuel María Mosquera y Arboleda y contiene valiosísimas notas explicativas que el poeta agregó a su largo poema dedicado a exaltar la emancipación de Colombia. El manuscrito era de propiedad del doctor Jaime Madriñán Díez, profesor de historia de la universidad del Valle, en la década de 1960. * * * Informado del desastre de Pasto, el vicepresidente Cabal siguió con fuerzas hacia allá. Su propósito era, ahora, el de rescatar al presidente Cayzedo y su tropa prisionera. Estaba ya cerca de Pasto, cuando recibió un mensaje del jefe preso en que le pedía a Cabal devolverse por razones de orden militar y para salvar la vida de los prisioneros. Cabal regresó a Popayán con su tropa disminuida y desalentada. La Junta de Gobierno de Popayán resolvió luego despachar tropas al mando del médico norteamericano Alejandro Macaulay, quien había dado demostraciones de entender no sólo de medicina sino también de táctica militar. Este, desde Sombrerillos envió a Pasto un mensaje suscrito por la junta de Gobierno de Popayán, en el cual se pedía la entrega de los prisioneros en estos términos: “La ruina de Pasto ha llegado y esa ciudad infame y criminal va a ser reducida a cenizas.

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“No hay remedio: un pueblo estúpido, perjuro e ingrato que ha roto los pactos y convenciones políticas y con la más negra perfidia ha cometido el horrible atentado de hacer prisioneros al presidente que enjugó sus lágrimas y le levantó de la desgracia en los días de sus amarguras, debe ser, como el pueblo judío, entregado al saqueo y a las llamas. “Tiemble, pues, la ingrata Pasto que ha hecho causa común los asesinos y ladrones del Patía. “Y también esos hombres de escoria y de oprobio que se han erigido en cabezas de insurrección de los pueblos. Una fuerza poderosa, destructora y hábilmente dirigida va a caer sobre esa ciudad inicua. Ella será víctima del furor de un reino entero, puesto en la actitud de vengarse y aniquilarla”. Ved ahora una respuesta serena y llena de dignidad: “Ha recibido este Ayuntamiento el oficio de la Junta Superior de esta ciudad, concebido en términos poco equitativos y conciliadores de la paz que todos buscamos. Si en términos decentes y decorosos se trata de ajuste y reconciliación, no se hará sordo este Cabildo a las voces de la razón y la justicia, así como no lo ha estado a las de la humanidad, cooperando eficazmente a la conservación y asistencia cómoda de los principales prisioneros que, con las armas en la mano, y exponiendo sus vidas, hicieron los patianos, proclamando a nuestro jurado Soberano y estableciendo en lo posible el antiguo gobierno en que nacieron nuestros padres y nosotros, y con que vivieron y vivimos en paz, sin efusión de sangre y sin los males que a todos nos inundan. Dios guarde a ustedes, muchos años”. La respuesta tiene fecha 20 de julio y la firman don Blas de Villota y sus colegas del Ayuntamiento. El 17 de julio envió Macaulay otro mensaje concebido en términos más duros:

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“Entréguenseme las personas del Excelentísimo señor Presidente, oficialidad, tropa y demás sujetos que aprisionó este pérfido vecindario, indemnizándoles de los perjuicios que se les ha irrogado; entréguenseme todas las armas y pertrechos de guerra que hay en esa ciudad (no pedía nada, el buen señor Macaulay) y entonces será ella tratada con benignidad. De lo contrario, si no viene Usía al camino a formalizar la entrega de presos y armas; si me dispara un solo fusilazo en el tránsito, Pasto pagará sus crímenes desapareciendo de la tierra”. Contestó el Cabildo: “… Aun cuando fuera dirigido (el oficio) a un particular de crianza y distinción, chocaría las expresiones poco decorosas y ajenas a la buena educación con que está concebido. No crea usted es el pueblo bárbaro con quien trata, valiente sí, constante en la defensa de las obligaciones que tiene para con Dios, con el Rey y sus justos derechos; mira con horror el perjurio… y está resuelto a esperar ser reducido a cenizas antes que faltar a sus deberes. Cuando las condiciones que se propongan vengan desnudas de fanfarronería y terrorismo y sean conformes a la equidad, al derecho de gentes y a evitar efusión de sangre, este Cabildo sabrá oírlas…”. En un oficio del 11 de agosto Macaulay le hace al Ayuntamiento una curiosa reflexión: “Quiero suponer más, y es que si Quito, Popayán, y demás provincias interesadas en la reunión de todos los pueblos, permitiesen a Pasto la absoluta quimérica separación a que aspira, ¿cómo podrá sostenerse? ¿Con qué tesoro público contará para mantener tropas y tribunales de justicia, sin los cuales sería semejante a la república imaginaria de Platón?”. Continúan otras consideraciones alrededor del mismo tema. Las respuestas de don Blas de la Villota, don José María de Rojas, don Juan de la Villota y demás cabildantes parecen inspirarlas en la dramática de Calderón de la Barca.

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En alguna contestación evocan el recuerdo de Sagunto y Numancia. Les faltó evocar a Guzmán el Bueno. * * * Macaulay y sus tropas lograron dominar la resistencia de patrullas apostadas en los desfiladeros del Juanambú y Buesaco y acamparon en el Ejido de Pasto. El doctor Cayzedo fue puesto en libertad y se iniciaron las negociaciones que culminaron en un acto que estipulaba: 1º) Los pastusos pondrán en libertad al doctor Cayzedo y Cuero, a los oficiales y tropas y el gobierno de Popayán haría lo propio con los prisioneros realistas. 2º) El presidente Cayzedo, Macaulay y sus tropas se retirarían a Popayán. 3º) Las autoridades de Pasto conservarían el gobierno de la ciudad y el armamento. El Ayuntamiento procedió a dar inmediato cumplimiento al pacto. Pero Macaulay difirió el cumplimiento a la Aprobación de la Junta de Gobierno de Popayán. Fue la primera irregularidad presentada en un ambiente de concordia como el que existía entre Cayzedo y el Cabildo. Macaulay no siguió a Popayán sino que con todas sus tropas acampó en Meneses, a cinco leguas de la ciudad. Sabía que de Ibarra venían fuerzas patriotas hacia Pasto. El 8 de agosto regresó a Pasto y se situó en el Ejido. Entonces envió un ultimátum al Ayuntamiento, diciéndole: “Si estas reflexiones no son bastantes para convencer a Usía, tiemble de las consecuencias que inmediatamente van a originarse, de la sangre que se derramare y de la desolación que se le espera…”. El cabildo le respondió expresando su sorpresa y dice finalmente: “…El Ayuntamiento, la oficialidad y las tropas de la ciudad han resuelto esperar a usted y quedar sepultados en las ruinas de su Patria con el consuelo y la gloria de haber

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sido hombres de palabra, incapaces de felonía”. Y empezó la tragedia de Macaulay y Cayzedo. Macaulay ordenó a sus tropas salir hacia el sur, por Yacuanquer, en vez de marchar al norte, conforme al pacto. La marcha nocturna se inició el 12 de agosto. Pero fue descubierta e inmediatamente fueron a cortarle el paso los pastusos. El combate se empeñó al amanecer y duró cinco horas, al cabo de las cuales se llegó a un nuevo acuerdo. Ya estaban desfilando las tropas hacia Popayán, cuando un incidente baladí, originado en la desconfianza que había cundido entre los pastusos hacia los patriotas, hizo que el combate se reiniciara. Sonaron todos los campanarios tocando a rebato y el pueblo entero se lanzó sobre los patriotas desorganizados. Sergio Elías Ortiz escribe: “Al caer la tarde en ese nefasto 13 de agosto de 1812, para las armas republicanas, quedaban tendidos en el campo alrededor de doscientos hombres entre muertos y heridos y más de cuatrocientos prisioneros, entre ellos toda la oficialidad y el presidente Cayzedo y Cuero”. El Consejo de Guerra se instauró contra los oficiales, pero de manera especial fue sometido a larga y porfiada investigación el doctor Macaulay por su condición de extranjero, de protestante y por su falta de cumplimiento a los pactos Entre tanto los patianos se aprovecharon de la oportunidad para robar y maltratar a los prisioneros, sin que las autoridades pudieran contenerlos. Había hambre en la ciudad. Algunos prisioneros lograban fugarse, otros morían, pues se presentó una epidemia de tifo que hizo estragos en las prisiones. El Cabildo de Pasto informó al presidente Montes los incidentes ocurridos, pues no tenía en América una superioridad más cercana para consultar las determinaciones a seguir. El 12 de diciembre, don Toribio Montes se dirigió a las autoridades de Pasto dándoles las gracias por la fidelidad al rey y el valor que habían demostrado en su defensa. Y ordenó que Macaulay, Cayzedo, cinco oficiales

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y dieciséis soldados fueran fusilados en presencia de los prisioneros restantes, quienes quedarían libres para volverse a su patria. Hay aspectos de la historia que parecen confundirse con la novela, eso que algún literato francés denomina “Los jardines de la Historia”. En nuestro caso, parece justo que la terquedad de Macaulay por pasar a Quito por encima de los pactos celebrados con las autoridades de Pasto tiene su explicación en el hecho de que el norteamericano mantenía correspondencia amorosa con la bella Claudina Montes, hija del presidente de Quito, con la cual se había conocido durante una travesía marítima por las Antillas. Don Toribio Montes conocía esas relaciones y las desaprobaba, pues concebía más altos y encumbrados proyectos matrimoniales. Además, Macaulay aparecía ahora convertido en jefe de insurgentes. Así se explica el hecho de que el civilizado señor Montes hubiera ordenado el fusilamiento de Macaulay. Y para quitarle a este fusilamiento el color de la venganza dispuso la muerte del presidente Cayzedo y Cuero; también de otros prisioneros. El 26 de enero de 1813, a las once de la mañana, en la plaza mayor formaron las milicias de Pasto, la compañía de patianos, los oficiales y soldados patriotas sacados de sus prisiones, delante de un público numeroso, pues habían venido los indios de los alrededores a presenciar el extraordinario espectáculo. Acompañaba a los mártires el padre Manuel Delgado Narváez. Redoblaron los tambores, luego callaron. En silencio profundo se oyó la voz de mando: “fuego”. Retumbó la descarga de los fusiles y se desplomaron los cuerpos del nobilísimo Cayzedo y Cuero, del rubio y joven Macaulay, “aventurero de la libertad” y de trece soldados del Valle del Cauca y de Neiva. El doctor Tomás de Santacruz y Caicedo, primo del prócer colombiano que acababa de ser fusilado dispuso los

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funerales. El cadáver fue llevado a la iglesia de la virgen de las Mercedes. Luego de habérsele rendido los honores militares. Y se le enterró, no en cualquier parte, sino en la propia iglesia, dejándolo bajo la mirada amorosa de la Gobernadora de Pasto. Todas las campanas de la iglesia y conventos de la ciudad teológica doblaron a muerto.

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LA CUARTA INVASIÓN A PASTO

Luego del trágico fin de Cayzedo y Cuero, Macaulay y demás compañeros fusilados, Pasto recobró alguna tranquilidad. Ya no estaba cogida entre dos fuegos: los patriotas de Quito y los de Cali. En Quito gobernaba el presidente español Toribio Montes y de las ciudades del Valle ya no había temor alguno. Los realistas de Pasto estaban informados, además, de las estériles y sangrientas luchas entre federalistas y centralistas. Pasto continuaba siendo el baluarte de España al sur de la Nueva Granada y allí se organizaban expediciones sobre Popayán. Luego de la derrota de don Juan Sámano en Calibío, numerosos soldados de Pasto trajeron la mala nueva a la ciudad. Sámano fue sustituido por el Mariscal Aymerich y luego se inició la organización de la defensa del territorio pastuso. El ingeniero español Ateros fue comisionado para fortificar los naturalmente fortificados precipicios del Juanambú. En la ciudad había un activo movimiento de tropas que iban y venían, alistamiento de nuevos hombres y entrenamiento de reclutas en las artes de la guerra.

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Fue a principios del año 14 cuando desde Popayán envió Nariño su primer mensaje al cabildo de la ciudad, que venía fechado el 4 de marzo. Un mensaje que invitaba a la reflexión y la aceptación de los nuevos postulados de independencia. Nariño había obtenido del Colegio Electoral de Cundinamarca la declaración franca y categórica, en forma solemne y entusiasta, de un total “desconocimiento y separación absoluta de la nación española y de su rey Fernando VII”. La moción fue obra suya. Ahora sí podían entender los cabildantes de Pasto de lo que realmente se trataba, puesto que hasta entonces se le hacía la guerra en nombre de Fernando VII, al cual se acogían los patriotas de Cali y de Quito en forma insincera. Ya hemos dicho que los de Quito pretendían la incorporación de la provincia de Pasto a sus dominios. El mensaje decía entre otras cosas: “¿Cuándo llegará el día en que todos los americanos abran los ojos y conozcan que el sistema actual de la Europa es mantenernos divididos para dominarnos? Vuelva Usía muy ilustre los ojos a toda la América y verá este principio de acción: desde Buenos Aires hasta México y desde Lima hasta Caracas, se hace la guerra con encarnizamiento y si vamos a examinar cuantos españoles se encuentran en esta universal contienda, quizá no se hallará la centésima parte, pero cada uno es una tea encendida que lo abraza todo; una furia que arma al americano contra el americano mismo. “¿Con qué nos harían la guerra los españoles si no encontraran simples americanos a quienes armar? ¿Qué es lo que ha perdido Montes en las batallas de Palacé y Calibío? Un solo hombre que fue Asín. ¿Y cuántos americanos murieron? Más de cuatrocientos, de modo que pierdan o ganen las acciones, siempre en su cuenta salen ganando, porque el resultado es: tantos americanos menos… Pues si no lo quiere, en sus manos está el evitarlo: unámonos. Yo propongo a Usía muy ilustre nuevamente el partido de la conciliación y la paz”.

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El cabildo contestó el 1º de abril: “La justicia de la causa, la santidad de los juramentos, la obligación de obedecer a las autoridades legítimas, el amor y la unión que la misma naturaleza inspira a la sangre de nuestros progenitores y hermanos; el reconocer el derecho de la soberanía y de la Madre patria, a que debemos nuestra existencia y hoy desgraciado país de las Américas por las turbaciones que nos causan los mismos que podían recordar la felicidad en que vivíamos, descansando entre nuestras familias, bajo de nuestras viñas y de nuestras higueras, esto es lo que nos conduce y lo que NO NOS HARA MUDAR DE SISTEMA, ni por deferencia del hidalgo, ni por temor a las amenazas desde muy antes vertidas y protestadas; de modo que para nosotros tan glorioso será el poder defendernos de una fuerza que, sin derechos ni legítima autoridad, nos trata de oprimir, como el que esta ciudad queda reducida a una nueva Numancia o Sagunto”. Nariño envía nuevo mensaje al cabildo, fechado el 3 de abril. El cabildo le responde: “Usía es quien nos viene a hacer la agresión más injusta. Hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres. “De afuera nos han venido las perturbaciones y los días de tribulación. A que éstos no nos los han traído los europeos, nuestros hermanos; han sido los americanos los hermanos más íntimos, como de una misma patria con los vínculos más estrechos de la sangre. Si Popayán, como dice Usía, ha padecido, no han sido menores nuestros quebrantos. “Por uno y otro extremo hemos padecido violencia, incendios, robos y escándalos y hasta ahora no podemos comprender con qué autoridad se han formado aquestas revoluciones, pretendiendo por la fuerza, o sujetarnos o destruirnos al mismo tiempo que se decanta la libertad… “Sobre la destrucción de la Península esté usted seguro de que tenemos datos evidentes de su reconquista”.

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Esta nota, de lógica contextura, tiene fecha 4 de abril. El general Nariño escribió diciéndoles: “Ya veo que es ocioso emplear con Usía muy ilustre, papeles ni razones. “.. Tampoco vengo a solicitar noticias de la península que las tengo más frescas y que les deseo toda la prosperidad contra los pérfidos franceses que la quieren esclavizar, como a nosotros, los españoles corrompidos, que no conocen que peleamos por los mismos principios que ellos pelean en España”. Discurre admirablemente Nariño cuando establece la identidad de propósitos en América como en España: la lucha por la independencia nacional. De la lectura atenta de las notas redactadas por el Ayuntamiento de Pasto se desprende un recio sentido de lealtad a España. Entendían que todo movimiento revolucionario de América favorecía las pretensiones napoleónicas de dominar a la Madre Patria. Les parecía una atroz inconsecuencia hacerle la guerra a España cuando ésta se defendía de los franceses con el viejo heroísmo con que se defendieron en Numancia y Sagunto contra cartagineses y romanos. Era un punto de vista respetable aunque se crea que olvidaban sus propios intereses por pensar en los de España. Para los ediles de Pasto lo ibérico eran ellos. Los otros, los revolucionarios de Quito y Santa Fe, eran los afrancesados, como se les llamaba a los que, con cobarde oportunismo, traicionaron a su patria para servir a Pepe “Botellas”. En cuanto a forma de gobierno, ellos eran partidarios de la monarquía como hoy lo son los ingleses, los holandeses, los suecos, los propios españoles. El Ayuntamiento parecía presentir el futuro de estas nacionalidades. Con gran exactitud Alvaro Gómez Hurtado, cita pasajes de Tocqueville: “Después de veinticinco años de revoluciones, de la libertad sólo se puede esperar, en estos países, la confusión y el desorden. El vivir en perpetua revolución es el estado normal de la América Española; sus diversos pueblos, empeñados en devorarse las entrañas,

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han perdido hasta la idea de que es posible emplear la vida en otros objetivos. La sociedad ha caído en un abismo, del cual le será difícil salir por su esfuerzo”. Cita también a Hegel cuando dice: “La historia de las repúblicas suramericanas es una continua revolución”. Esas opiniones fueron vertidas cuando aún las nuevas nacionalidades estaban en su etapa inicial. Después han venido cosas quizá peores. Basta pensar, en ciertas dictaduras de Centro y Suramérica. Gobiernos éstos absolutistas sin el freno civilizado de una monarquía constitucional. No es que seamos monarquistas. Simplemente anotamos y confrontamos unos contrastes, unas situaciones. Y es que en verdad, si Tocqueville hubiese tenido más larga vida sonreiría ante los graciosos, muchas veces crueles dictadores del trópico. Un Lehar o un Strauss, de habernos conocido, habrían tenido más de un encantador motivo para sus operetas. Los productores del cine han encontrado abundante material histórico para sus películas. Y don Ramón del Valle Inclán, Asturias, Jorge Zalamea, Capentier, García Márquez, Roa Bastos, Vargas Llosa, recientemente, y tantos novelistas más hallaron temas para sus sarcásticas creaciones, donde el protagonista es casi siempre un dictador con humos de grandeza y con espíritu sanguinario. Presidentes hay que son elegidos hasta cinco veces y derribados otras tantas. Parece que en cada republiquita funcionara un retablo, un remedo de gobiernos, cuyos hilos se manejan con experta habilidad por el Maese Pedro que está en la Casa Blanca. * * * En las guerras de esos días operaban aún los mitos como fuerza compulsiva. Se prolongaba la mentalidad que inspirara las luchas religiosas, sus conquistas, sus luchas, contra los infieles. No obraba únicamente el fuego de los

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fusiles y cañones, el brazo musculoso que empuñaba las lanzas y los sables. Obraba la fe en las fuerzas sobrenaturales. En el apoyo de Dios, la Virgen y los santos. Cuando Nariño derrotó a Sámano y emprendió su victoriosa campaña libertadora sobre el sur de la república, en Bogotá, el pueblo que lo admiraba y quería, sacaba en procesión el Nazareno de San Agustín, vitoreando al Crucificado y al general, con mucho acompañamiento de música, cohetes y repiques de campanas. Esto ocurría en los mismos días en que el infortunado general era vencido por el pueblo de Pasto, el que paseaba en procesión la Santísima Virgen de las Mercedes, pidiéndole ayuda para vencer al hereje Nariño. He aquí que la Virgen pudo entonces más que su Hijo venerado de Bogotá. Algo de esto ocurría en los tiempos cantados por Homero, cuando los dioses se mezclaban en las contiendas horrorosas entre griegos y troyanos. Hay que leer al cronista José María Caballero en sus relatos, amenos y sencillos acerca de la celebración de los triunfos de Nariño en el sur. Después de la batalla de Pasto, la imagen de la virgen, la Gobernadora, fue paseada nuevamente en triunfo por las calles. El Cabildo dispuso que en adelante, todos los años se celebrara una fiesta en honor de ella. El 10 de mayo de todos los años. Se creía ver patente la intervención de la Virgen en la victoria alcanzada por el pueblo pastuso sobre los invasores del norte. También dispuso el cabildo que con los cañones tomados a Nariño se fundiera una gran campana que debía ser colocada en la torre de la iglesia de la Merced. Doña Manuela María de Vicuña, esposa del Regidor Decano de la ciudad de Quito, envió “quince varas de terciopelo carmesí, de Italia, de buena calidad, para que se hiciera un velo a dicha Soberana y Reina”. No es inoportuno anotar que el 10 de abril de 1815, fue jurada la Virgen como Generala de Pasto. A petición del

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muy celebrado fray Antonio Burbano de Lara, se dispuso que en las procesiones, la Virgen debería llevar en la diestra la bandera que le fuera arrebatada al precursor. * * * Pero volvamos a Pasto: el 8 de mayo de 1813, las banderas de la revolución ondean por los altos de Tacines. Nariño ha logrado atravesar, bajo las balas y los pedruscos los pasos del Juanambú. Y ha podido contemplar desde la altura, al gigante Galeras y, al pie, al pintoresco Valle de Atriz, las campiñas, la ciudad y los trigales que la circundan. - A comer buen pan a Pasto, muchachos- les dijo a sus soldados”. Tomó posiciones en El Calvario el día 9. Pero el 10 fue atacado por el paisanaje de Pasto. Las fuerzas regulares habían huido, con el general Aymerich a la cabeza. Este tenía miedo a Nariño. Los triunfos de Palacé y Calibío lo habían amedrentado, así como el trágico final del bravo coronel Asin. Otra vez resonaron las campanas de la ciudad, llamando al combate. El obispo Jiménez de Enciso lanzó una proclama en cuyos aparentes decía: “Los insurgentes son herejes y cismáticos detestables. Los que defienden la monarquía combaten por Dios, y si mueren, vuelan en derechura al cielo” (cita de J. M. Restrepo). Fugado Aymerch, asumieron la defensa de la ciudad el alcalde Bucheli y el coronel Francisco Javier de Santacruz. El combate duró casi todo el día. Prácticamente se peleaba cuerpo a cuerpo e intervenían mujeres y niños. A Nariño que peleaba confundiéndose con sus soldados, le mataron el caballo. Con el fin de penetrar a la ciudad por algún punto débil dividió sus fuerzas en tres grupos. Cuando ya parecía ceder la resistencia en algún punto “las gentes brotaban de la tierra” decía el abanderado Espinosa. La virgen de las Mercedes iba en procesión por las calles y las plazas. También sacaron de su iglesia al apóstol Santiago. Gritos, clamores e insultos se oían por todas partes. Sonaban

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cuernos y trompetas. A medida que pasaban las horas, los indios de La Laguna, Buesaquillo y Catambuco engrosaban las huestes defensoras de Pasto. Al caer la noche ya no era posible distinguir lo que ocurría. El coronel Monsalve, quien mandaba un grupo, lejos del que estaba con Nariño, creyó que la acción estaba perdida y retrocedió. Nariño resolvió, a su vez, ir a Tacines en búsqueda de su ejército y su artillería para atacar al siguiente día… pero había sido traicionado por el coronel Rodríguez. Apenas encontró soldados heridos, quejándose. Los cañones clavados y las municiones y equipos desparramados. No es bastante conocida la relación que Leopoldo López Álvarez hace de la batalla de Pasto y por eso nos permitimos reproducirla: “Viéndose los pastusos en el mayor desamparo (Aymerich había abandonado la defensa de Pasto), no se durmieron esperando inactivos en sus casas una muerte que podía conquistarse en el campo de batalla. Estando para amanecer se tocó llamada general, a la cual concurrieron hasta las mujeres, repartiendo cuchillos a los hombres que no habían podido armarse de fusiles. “Convínose, pues, en el medio de defensa, y marcharon a sus respectivas posiciones, encabezados por los capitanes don Eduardo Burbano, don Francisco Javier de Santacruz y don Ramón Zambrano. Una fuerte guerrilla partió por el Ejido y los llanos de Lope a coronar las alturas, esperando entrar en acción a cortar la retirada a los republicanos. Los demás se situaron en las zanjas de los llanos que se extienden entre El Calvario y el pueblecito de Aranda y ascendieron hasta la Cruz ocultándose entre los maizales de la loma. “Muchas mujeres siguieron a sus maridos para compartir con ellos los azares de una lucha de cuyo resultado dependía la destrucción de Pasto o del ejército republicano; pero las más fueron a sacar en procesión a la Virgen de Mercedes, patrona de la ciudad, y a Santiago,

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abogado de las Españas. “Tal era la situación de los pastusos, cuando Nariño, después de haber esperado inútilmente hasta más de medio día la contestación a dos intimaciones que había hecho al Cabildo, determinó bajar a la ciudad sin temor de ser atacado, pues él, con sus propios ojos, había visto a los españoles retirarse con dirección al sur. Pero no bien había descendido corto trecho cuando de las colinas y zanjas contiguas al camino se desató tal lluvia de plomo que el avance de los patriotas iba señalándose con un reguero de sangre, de tal suerte que apenas pudieron llegar hasta cerca del Calvario, de cuyas casas se les hicieron disparos. En vista de este ataque inesperado Nariño ordenó retroceder hasta las alturas de La Cruz, perdiendo en la salida mucha gente. “Fue entonces cuando Nariño intimó rendición por tercera vez a la ciudad. Pero como no tuvo respuesta, se dispuso a tomar la ciudad por todos los medios posibles. Ordenó, además, que no se hicieran prisioneros. Los pastusos de la guerrilla y de la ciudad entendieron la orden dada por el jefe patriota. Brotaban soldados pastusos por todas partes, armados o sin armas. El tiroteo y la gritería eran ensordecedores. Se peleó en forma tal que parecía decidirse el triunfo de Nariño, cuando éste amagaba penetrar a las propias calles de la ciudad, pero luego la alternativa correspondía al pueblo pastuso que acometía sin cesar por todas partes. En esta situación, que parecía indecisa, y cuando Nariño comprendió que lo mejor y más indicado era suspender el combate para emprenderlo al día siguiente, contando con los trescientos hombres que había dejado como reserva en Tacines. Además, eran las cinco y media de la tarde. “Pero al replegarse hacia las alturas, los pastusos, reforzados con los indios, atacaron simultáneamente por Aranda, por el camino real del calvario y por las alturas orientales que dominaban la ciudad. Nariño dividió sus

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soldados en tres columnas para atender débilmente a estos tres puntos. Él, personalmente, tomó el mando del centro, con los Granaderos de Cundinamarca; el ala derecha estaba sostenida por Monsalve y su batallón Socorro y la izquierda por el Cauca y el resto de las tropas. “Sin hacer un sólo disparo ambos contrincantes avanzaron dispuestos a decidir su horrible desafío con arma blanca. Nariño cargó con tanto denuedo, que los pastusos tuvieron que descender hasta las tejerías del Calvario (fábrica de teja) donde se hicieron fuertes largo rato, logrando matar el caballo del jefe que tanto los acosaba. No tuvieron igual suerte los otros jefes, pues se vieron acorralados por sus agresores. Luchaban cuerpo a cuerpo y la lanza pastusa causaba estragos. Ya por la noche, el batallón Socorro pudo salir del mortífero círculo de hierro que lo desangraba y emprendió la retirada a Tacines. La ala izquierda consiguió hacer otro tanto. “Nariño, viendo que eran inútiles los esfuerzos para restablecer el orden y acosado por las tinieblas, perdido el contacto con las unidades de Monsalve, decidió retirarse. Cuando subió a la Cruz no encontró más que cadáveres de sus soldados y vino a quedarse encerrado entre guerrillas, que perseguían a sus soldados en retirada. Sólo cinco soldados quedaron con él”. Qué grata sorpresa recibió Aymerich en Yacuanquer cuando le dijeron que el combate por Pasto había sido ganado. Tres días después su sorpresa fue mayor cuando le fue presentado un prisionero que había prometido informar dónde estaba Nariño. El prisionero pidió que se le diera una taza de caldo pues llevaba tres días sin comer. Después entabló con el mariscal una charla sobre cuestiones de política mundial. Mientras tanto, afuera el pueblo se reunía presintiendo la realidad. Y el prisionero se había dado a conocer al mariscal y se había ganado, hasta cierto punto, la voluntad de éste. Pidió permiso al

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mariscal para hablar al pueblo. Salió al balcón y con acento oratorio dijo que la derrota ante un pueblo noble y valeroso no era afrenta para el vencido. Que a un vencedor noble y gallardo no vacilaba en entregarle su honor y su vida. Para terminar dijo: “Pastusos, aquí tenéis al general Nariño”. Algunas voces pidieron que se le ahorcara. Pero la mayoría se retiró conmovida, impresionada ante la actitud gallarda y sorpresiva del infortunado jefe granadino. Montes ordenó desde Quito el fusilamiento de Nariño. Pero el doctor Tomás de Santacruz se opuso… Tenía buenas razones y mejores derechos que los jefes españoles para disponer de la suerte de los prisioneros. “Juro que no permitiré que se toque un cabello de la cabeza de Nariño hasta tanto no se resuelva sobre un canje de prisioneros”, dijo Santacruz. Acaso hubiera podido hacerse el canje, pues no se obedeció la orden del presidente de Quito. El general Leiva, que había quedado como gobernador de Popayán propuso el canje de prisioneros. Pero la decisión se remitió a Bogotá. Allá demoró meses y don Camilo Torres la tramitó en forma que ha dado a entender que poco gustaba del regreso de Nariño a Bogotá. Al fin salió prisionero para Quito, para de allí seguir a su destino final: la célebre Carraca de Cádiz. Don Tomás de Santacruz y la gente principal de Pasto lo acompañaron hasta el pueblecillo de Obonuco, a despedirlo. Nariño, en uno de sus gestos magníficos, se descubrió para despedirse de la ciudad valerosa donde quedaban enterrados sus más generosos anhelos de independencia. Don Toribio Montes ofició al cabildo de la ciudad: “… he dispuesto se den gracias al Dios de los Ejércitos con tres días de iluminación, repique general de campanas, salvas de artillería y misa con Te Deum en todas las iglesias. “Elevaré al Trono el singular mérito, la fidelidad y los distinguidos servicios de los generosos hijos de esa ciudad, en defensa de la justa causa de la nación para

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perpetua memoria, y que recaiga el título y blasón que tan dignamente se ha hecho acreedora. “Por mi parte doy a Usía las más expresivas gracias, como a todos los pastusos, en nombre de la Nación y del Rey, con la esperanza de que Nariño ha de sufrir en esa plaza la misma suerte que Cayzedo y Macaulay…” Está firmado en Quito el 21 de mayo de 1814. El cabildo de Ipiales, con fecha 17 de mayo se dirigió al de Pasto, diciendo, entre otras cosas: “Por tan heroica y memorable acción que ha coronado de inmortal gloria a ese vecindario fidelísimo, en que tienen parte principal aquellas valientes heroínas, que olvidándose de su débil sexo se tornaron en soldados aguerridos, tributa este ayuntamiento los más expresivos parabienes…”. El ayuntamiento de Barbacoas, expresa: “Esta provincia debe a la que Usía muy ilustre representa, toda seguridad, y su reconocimiento le impele a tributar a Usía muy ilustre este pequeño testimonio de su gratitud y de su reconocimiento…”. Firman, obsérvese bien, José de Fábrega, Juan Bou, Domingo Tomás Sevillano y Melchor Díaz del Castillo. El comercio de Guayaquil, con numerosas firmas se expresa así: “Oh invictos y heroicos pastusos. Dignos de que vuestro nombre sea escrito con letras de oro para admiración de todos los pueblos y para la gratitud de los que se honran con el glorioso epíteto de españoles… “Habéis, pues destruido a ese vil caudillo (Nariño) y a su alucinada gente: ¿y qué cosa debían haber esperado unos malvados que en el año de 1808, espontáneamente prometieron, así como todos los demás pueblos españoles de Ultramar, reconocer por ley a las Españas de nuestro Fernando, auxiliar a sus hermanos de Europa en la gloriosa lucha contra el tirano Napoleón; ser inseparables de la Madre Patria, mientras hubiese un solo rincón en la

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península en donde se reuniese el gobierno español?... “Loor eterno. Oh inmortales pastusos… a vuestra fidelidad y constancia… publíquese vuestras inmortales acciones de uno a otro polo, del oriente al occidente; nunca las olvidarán estos vuestros compatriotas. Guayaquil 29 de mayo de 1814. Domingo de Ordeñana, Santiago Marcos, Santiago Víctores, Bernardo de Alzuá…”. Doña Manuela María de Vicuña envió desde Quito “veinte cabos de bayeta, para vestir la desnudez de las pobres, valerosas y devotas vecinas de esa ciudad”. Con posterioridad a estos sucesos, la paz reinó en las tierras de Pasto, sólo fue turbada por las levas que se hicieron para organizar las tropas que en la Cuchilla del Tambo acabaron con los vestigios de las fuerzas republicanas. La paz duró hasta 1820 cuando el ímpetu de las fuerzas victoriosas en Boyacá desbordó hacia las tierras del sur de la Nueva Granada.

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LA BATALLA DE GENOY

La repercusión de la Batalla de Boyacá alcanzó a casi todas las provincias de la Nueva Granada, excepto Popayán y Pasto. Con las pocas tropas que lograron salvar de la derrota, los jefes españoles Sebastián de la Calzada, Basilio García y Nicolás López emprendieron la retirada al sur para establecer contacto con los realistas de Popayán, Pasto y Quito. Los españoles temblaban al pensar en las retaliaciones y venganzas de los patriotas que habían sufrido las sanguinarias atrocidades del Régimen del Terror impuesto por Morillo, Sámano, Enrile y el propio Sebastián de la Calzada. Las fuerzas independientes se acrecían con los desertores del realismo y con el entusiasmo por la libertad que ahora sí parecía convertirse en realidad. Pero ante la proximidad de un ejército al mando del coronel Joaquín París, Calzada salió hacia Pasto llevando todos los utensilios transportables de la Casa de Moneda de Popayán y acompañado de las más ilustres familias de Popayán que hasta entonces venían siendo realistas. Entre los emigrados iba el señor obispo Jiménez de Enciso, quien continuaba esgrimiendo, a falta de sable, las fulminantes

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excomuniones contra los enemigos del Rey Fernando VII. Este bendito obispo, a instancias del vicepresidente Santander, fue desautorizado por el Provisor Eclesiástico de Bogotá, doctor Nicolás Cuervo. A las desautorizaciones replicó el obispo llamando al Provisor “Hijo del Diablo”. El traslado hacia Pasto se inició el 6 de octubre de 1819. Y tal como lo había previsto Calzada, el 23 del mismo octubre el coronel París ocupó a Popayán y luego dejó al coronel Antonio Obando encargado del mando de la plaza. Sin embargo, la imprevisión o descuido del coronel Obando, permitieron a Calzada sorprenderlo en forma tal que a duras penas logró Obando salvar la vida huyendo de la ciudad. No duró mucho el dominio de Calzada y Nicolás López en Popayán, pues el 4 de junio del año siguiente fueron batidos completamente por el general caraqueño Manuel Valdés en Pitayó. En la fuga hacia Pasto, Calzada hizo fusilar en Timbío a cuatro oficiales patriotas y en desquite, Valdés mandó lancear a cuatro realistas en Popayán entre los cuales figuraba el pacífico mayordomo de fábrica de la ciudad. La derrota de Pitayó le fue cobrada muy cara a Calzada, pues ocasionó su relevo, por don Basilio García, su llamada a Quito y luego el confinamiento a la ciudad de Cuenca. Las milicias y tropas españolas de Pasto fueron confiadas al coronel García, al tiempo que Valdés delegaba en José Concha y el general Mires los mandos civil y militar, respectivamente, de Popayán, para luego seguir al sur, sobre Pasto. Todo esto luego de un largo descanso, que se prolongó hasta el 2 de enero de 1812 cuando, obedeciendo órdenes del Libertador, salió con su ejército hacia el sur. La consigna recibida era: “Atacar a Pasto, aunque no tenga más fuerzas que sus edecanes”. Valdés contestó. Por conducto del general Santander: “Si don Simón no manda siquiera 1.500 fusiles que ofrece, no cuente con Quito, porque yo

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no sé hacer milagros”. Apenas hubo salido hacia Pasto con mil hombres, empezó a ser hostigado por las guerrillas patianas, por los mosquitos del paludismo y la escasez de víveres. Calzada a su vez, tenía obstáculos: de Quito le pedían tropas y había tenido que despacharlas. La insurrección de Guayaquil y de Cuenca hacía tambalear al gobierno de España en el Ecuador. Para allá habían salido 800 pastusos, entre ellos el ya famoso Agustín Agualongo. Estos fueron parte decisiva de la derrota del mariscal Sucre en la Batalla de Huachi. Quedó encargado de la defensa de Pasto el coronel Basilio García. Como segundo jefe, el coronel Manuel Zambrano. El 1º de febrero se situó Valdés en Chaguarbamba (hoy Nariño) y al amanecer del 2 ordenó a sus tropas avanzar sobre Pasto, distante 20 kilómetros. Según el relato del coronel patriota, Manuel Antonio López, las guerrillas pastusas empezaron a batirse en retirada, lo cual entendió Valdés como principio de la huída. En las proximidades del caserío de Genoy tropezó con la fuerza realista constante de mil hombres también, la cual dominaba un zanjón profundo, desde las pequeñas alturas. Imprudentemente ordenó el ataque, estando sus tropas agotadas por la dura marcha y la falta de alimentos. Desde los parapetos realistas estalló un nutrido fuego cruzado que causó estragos en las filas patriotas. Por las faldas del Galeras intentó avanzar con su caballería el valeroso Lucas Carvajal, comandante del cuerpo de “Guías”, pero un balazo en el pecho le causó la muerte. El capitán Isidoro Barriga, quien atacó por el centro, a la cabeza de su compañía cayó muerto también. Cundió el desorden, la confusión se generalizó y Valdés con sus tropas emprendieron la fuga. Los que no lograron ponerse a salvo fueron masacrados sin piedad por los milicianos vestidos de ruanas, sombrero y armados de machetes. En las faldas de Galeras quedaron dispersos los huesos de la Legión Británica. La catástrofe hubiera sido

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completa de no llegar milagrosamente los portadores de las notas que contenían los términos del armisticio pactado entre Bolívar y Morillo. Al llegar a Pasto los comisionados coroneles Antonio Morales (patriota) y José Moles (español) el pueblo reaccionó contra ellos. Pero esta vez contribuyó a moderar la situación el obispo Jiménez, pues era muy acatado por sus convicciones monárquicas. Ello a pesar de que antes había anatematizado y excomulgado a los patriotas, tildándolos de herejes, para quienes las puertas de la iglesia debían estar cerradas, y los sacramentos negados. A raíz de la victoria de Genoy, el Ayuntamiento y la ciudad de Pasto recibieron congratulaciones y aplausos de las autoridades españolas. Nada más. Olvidábamos mencionar al doctor Tomás de Santacruz, quien actuó en Genoy con el título de coronel. Este doctor defendía, no sólo sus principios tradicionalistas, sino también sus privilegios y los de su clase. En Pasto, como en la Europa del setecientos, había tres clases sociales: la Nobleza (con mayúscula era como se escribía) el Clero y el pueblo. Para las grandes decisiones el Ayuntamiento convocaba a reunión general en Cabildo abierto. Cuando Valdés avanzaba sobre Pasto, la clase popular era renuente a enrolarse en las filas del ejército. Bastantes bajas había sufrido en la guerra desde 1809 hasta ese momento. Costó trabajo convencerla. Una señora Bucheli reanimó al pueblo yendo personalmente a pelear en Genoy. El Clero y la nobleza igual que los vendeanos en Francia, defendían un orden establecido que les era muy ventajoso. Además cierta autonomía de que gozaban en el gobierno de la provincia. Cuando a la defensa de unos ideales o unos principios se añade la defensa del poder y la riqueza hay razones más que suficientes para llegar al heroísmo. El clero y los obispos españoles estaban en su derecho para defender la Corona y sus fueros, amenazados por una revuelta que hundía sus

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raíces en la revolución francesa. El clero y las comunidades religiosas poseían inmensos bienes de fortuna en las tierras americanas, pero especialmente en Pasto y sus contornos. En una proclama del Cabildo, que parece escrita por un eclesiástico, léese: “Los veréis echarse sobre las rentas de la Mitra, sobre las de los prebendados, sobre la de los párrocos, dejándoles una miserable cuota y, en una palabra sobre todo el patrimonio de Jesucristo. Veréis abusar de la sagrada y espiritual renta de diezmos… Veréis echarse sobre las temporalidades de los regulares y venderles sus fondos, reduciéndolo a intolerable mendicidad”. Sin embargo, el clero criollo, como Morelos en Méjico, abrazó decididamente la causa de la independencia y llegó hasta el martirio por ella en muchos casos. Se podía mencionar otra clase. La de los esclavos. Pero éstos eran muy escasos en Pasto. En lo que hoy constituye el departamento de Nariño, apenas alcanzaban a cuatrocientos, mientras en cada una de las provincias de Cartagena, Popayán o Antioquia fluctuaban entre los cuatro y los seis mil. Los esclavos en Nariño se encontraban en las zonas mineras de Barbacoas e Iscuandé. En el extenso testamento del doctor Tomás de Santacruz encuéntrase legados como. “La hacienda Bomboná, adquirida en catorce mil pesos… hacienda de Panamal y sus hatos San Antonio, Chimangual y los potreros de Chillanquer, en la provincia de los Pastos, que se vendió todo en pública subasta, por haber quedado debiendo don Francisco Ruiz Rosero a las temporalidades de los jesuitas, por compra de las mismas haciendas que me costaron como trece mil pesos”. Estas haciendas abarcan la mitad de la bellísima sabana de Túquerres. Continúa el testamento. “Hacienda nombrada la Vega de Téllez, la cual con ciento y más de cuarenta cabezas de ganado, vacuno y yegual, la di y entregué, por razón de dote, a mi hija doña Leonor y su marido, don Miguel Polo… Hacienda de Guapuscal (que deja a su hijo Tomás Miguel)… La de Yacuanquer

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que me dejó mi madre por herencia, más las de la Erre, Gualmatán, Casabuy y Chaves… item. Soy dueño del esclavo llamado Domingo y se lo dejo a mi expresada hija Josefa, apreciándolo por ciento cincuenta pesos”. A este esclavo se agregan “Una esclavita llamada Cruz. El esclavito Santos”… y habla de cuatro esclavos más. El testamento comprende, además, molinos de trigo, trapiches para caña de azúcar, casonas urbanas, caballos, mulos, asnos, ovejas, vacas de cría y bueyes cebados. Alhajas, sillas de montar y cien cosas más. Esas propiedades rurales tienen actualmente un valor incalculable, millones de pesos. Imagínese el lector si el doctor Santacruz y los de su clase no tendrían buenas razones para defender valerosamente tan magníficas pertenencias. Por su reconocida lealtad a España, el doctor Santacruz, había logrado imponerse en el mando de la provincia, pese a tener rivalidades como don Blas y don Juan María de la Villota. Las luchas por el poder están muy en conformidad con la condición humana. Nietzsche consideraba a la voluntad de dominio, o de poder, como el motor principalísimo de los actos humanos. Marx propuso la consecución de una sociedad igualitaria, sin clases y la eliminación de la propiedad privada para la plena realización humana. Tiene una filosofía, el materialismo histórico, que explica los grandes cambios históricos. Freud estaba de acuerdo en que la supresión de la propiedad privada haría desaparecer una parte de la hostilidad humana. El psicoanálisis freudiano propone la curación total de los conflictos humanos. Cada uno de ellos tenía buena parte de razón. No en vano, Nietzsche, Marx y Freud son considerados como los grandes profetas del siglo XX y están vigentes. Uno de los rivales del doctor Santacruz fue don Juan María de la Villota, una especie de cid campeador, de brazo fuerte y energías formidables. El era quien decidía victoriosamente las batallas. En un informe a Quito el

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Ayuntamiento dice: “Con sólo dieciséis hombres, después de haber muerto muchos, hizo prisioneros al capitán Ramón Chiriboga, con sesenta soldados, quitándoles ochenta fusiles”. Creemos haber dicho, y es bueno destacarlo, que las decisiones en esa época se tomaban en cabildo abierto. El 16 de septiembre de 1811 por ejemplo en la sala de Ayuntamiento tuvo lugar uno “con asistencia del venerable clero secular y los reverendos prelados regulares, los padres de la República…para examinar oficios de los señores generales Antonio Baraya y doctor Joaquín Cayzedo y Cuero, dirigidos con el objeto de conciliar la paz, armonía, y demás relaciones interrumpidas en una y otra provincia… (“Pasto y Popayán”): expusieron sus pareceres el padre Vicente Rivera, Prior del Convento de Predicadores; fray Juan Vinueza, padre Guardián; fray Isidoro Herrera y Campuzano, Prior de los Agustinos, fray Mariano Moreno, presidente y comendador de la Merced; doctor José Casimiro de La Barrera, rector de estudios del Real Colegio (quien hizo buena parte de su intervención en latín); el doctor Aurelio Rosero, presidente capellán del ilustre cabildo y del monasterio de Concepcionistas; presbíteros: doctor Javier Ordóñez, don Tomás López, don Ignacio Figueroa, don Ramón España, don Fernando Zambrano, don Julián de Rojas, y el doctor José de Paz y Burbano. Al final se lee: “Aunque concurrieron también los presbíteros doctor don Fernando Burbano y don Martín Torres, expusieron que no habiendo concurrido su prelado, el señor Vicario, no podían dar su parecer, con lo que salieron, igualmente el reverendo padre fray Estanislao Cortés”. El ambiente predominante en el Cabildo estuvo por el entendimiento con el ejército de Cali. Pero se impuso la voluntad del doctor Santacruz por la fidelidad a España.

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QUINTA INVASIÓN – BOMBONÁ BOLÍVAR OCUPA PASTO

Cuando el siglo XVIII finalizaba, bautizado como el siglo de la Ilustración, la Filosofía de las Luces daba remate a tres siglos de cambios: el renacimiento literario, artístico, espiritual del siglo XV; el nuevo estilo de pensar y en el creer con la Reforma en el siglo XVI y la nueva concepción del universo y de la naturaleza en el siglo XVIII. La filosofía de las luces preparó los caminos de la revolución y de las ideas independientes en Europa y América. Había una crisis general, que abarcaba lo económico, lo político, lo religioso y un despuntar de la inquietud social. Aunque en algunos casos la revolución armada no es indispensable para el logro de una transformación, pues el fenómeno histórico se expande por todos los ámbitos como una mancha de aceite en las aguas, la revolución francesa hubo de hacerse por la fuerza. Como hubo de hacerse la revolución americana porque había una resistencia cerrada a toda innovación. Como ocurrió mucho más tarde en la Rusia zarista. Pero cuando una estructura se ha roto por obsoleta o corrompida, el desmoronamiento alcanza más vastos

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sectores. El fenómeno se extiende sin necesidad de acudir a más violencias. Las batallas de Boyacá y Carabobo habían quebrantado la dominación española en la Nueva Granada y en Venezuela. Aún quedaba Pasto para los realistas. Quizás debido a la escasa receptividad para las nuevas ideas por razones de orden geográfico (aislamiento), de orden religioso y de temperamento. Ningún sociólogo ha intentado el examen concienzudo de la sicología del hombre nariñense. Se aproximó bastante Jorge Zalamea. El doctor López de Mesa apenas hizo un esbozo de análisis. Pasto no admitía guerras ni revoluciones. Más que lealtad al monarca sentía un apego a la libertad, la paz y el orden establecido como una manera de vivir en paz. Es esta una convicción que aún perdura, a pesar del conflicto armado que en los últimos años afecta su territorio. Cuando a partir de 1949 se desató por todo el país una ola incontenible de violencias, cuando pueblos enteros fueron arrasados, violadas 20.000 mujeres; cuando el saqueo, el asalto y el crimen revestían caracteres de sadismo desconocido, el Departamento de Nariño mantenía intactas su calma y su tranquilidad en pueblos y hogares. Ningún político había logrado comprometer a esas buenas gentes en una empresa de dolor y de destrucción, a la que miraba con asombro y espanto. Por esta mansedumbre de corazón, por este claro sentido del orden, se le ha considerado al pastuso como un ente un poco extraño, algo lerdo y un tanto tímido, sobre todo cuando permanece callado (aunque interiormente sonríe) ante la garrulería estentórea de las gentes de otras latitudes. Para el pastuso, la paz es una forma de libertad, porque dentro de aquella la acción se desenvuelve sin peligros. La guerra, la violencia, son la negación, la supresión de la libertad. Por eso el Ayuntamiento de Pasto, por sí o por medio del Jefe de la plaza les decía a Baraya, Cayzedo, Macaulay, Nariño y al Libertador: “Déjennos en paz. Vuélvanse

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a Popayán tranquilamente”. Pero el libertador era un personaje impetuoso y arrogante. No toleraba resistencia, ni admitía el fracaso, porque de haber esperado unos días, la batalla de Pichincha habría sido bastante para que Pasto cayera, como fruta madura, en poder de Bolívar. Pero es que Bolívar después de sus gloriosas jornadas en Boyacá y Carabobo, había dirigido sus pensamientos hacia el sur. El seductor ejemplo de Napoleón, ese Napoleón fulgurante de Austerlitz y los cien días, perturbaba las mentes americanas. Bolívar pensaba justamente que si el gran corso era formidable sojuzgador de nacionalidades, él, en cambio, peleaba por la libertad de un mundo sojuzgado. Aunque el escenario fuera diferente: Europa con milenios de la historia elaborada con sangrientas luchas religiosas, raciales, territoriales, de castas monárquicas o feudales. América en cambio, ingresaba a la historia guerrera tras una larguísima etapa de paz impuesta por Europa. Ahora que Bolívar decidía acometer la libertad del Ecuador y del Perú, vacilaba entre seguir a Guayaquil o pasar a Quito por la vía terrestre. Pero tenía que derrocar la muralla de Pasto (1). Resueltamente organizó un ejército de más de tres mil hombres, formado por veteranos de numerosas batallas. Llevó consigo a los mejores generales y coroneles: Pedro León Torres, París, Valdés, Antonio Obando, Salom, Manuel Antonio López y el ex realista José María Obando recién convertido a la causa patriota. Los mejores batallones de que disponía la República: Rifles, Bogotá, Vargas, Vencedor y 400 hombres de caballería. La marcha hacia Pasto, como en ocasiones anteriores, se vio afectada por las enfermedades, el calor sofocante, los caminos escabrosos y la hostilidad de los patianos. Al aproximarse a Pasto, el ejército se había reducido a unos 2.400 hombres, en buenas condiciones para combatir. El 25 de marzo (1822) atravesó el Juanambú, por el paso de Burreros. El general Santander no era partidario del ataque a Pasto y trató de disuadir al Libertador de tal empeño.

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Su criterio formado desde mucho antes, era el de que “la ocupación de ese país es más bien obra de la inteligencia que de la intrepidez… El Juanambú es la verdadera Termópilas de Cundinamarca”. El 25 de febrero le escribía al Libertador: “Nos quedan otra vez el Juanambú y Pasto, el terror del ejército y, es preciso creerlo, el sepulcro de los bravos, porque 36 oficiales perdió allí Nariño, y Valdés ha perdido 28 que no repondremos fácilmente. Resulta, pues, que usted debe tomar en consideración las ideas de Sucre y abandonar el propósito de llevar ejército alguno por Pasto, porque siempre será destruido por los pueblos empecinados, un poco aguerridos y siempre victoriosos”. (Cita de Sañudo). El coronel Basilio García, jefe de las fuerzas realistas de Pasto, se encontraba al asecho, debidamente informado por sus guerrillas de todos los movimientos del ejército libertador. Así comprendió que las intenciones de Bolívar no eran exactamente las de atacar y tomar a Pasto, sino soslayarla y pasar a las poblaciones de la sabana de Túquerres e Ipiales y por allí seguir a Quito. Estos pueblos se habían decidido por la república, pero la presión de Quito y Pasto les impedía actuar militarmente. Sólo el pueblo de Pupiales era adicto al realismo. En el Tambo descansaron los patriotas de la larga y penosa jornada. El 1º de abril propuso el Libertador al coronel García la suspensión de la guerra por 15 días, cosa que el jefe español no aceptó con sobradas razones. El 6 de abril ocupó la hacienda y llanura de Consacá. Cuando el 7 de abril trató de seguir hasta el Guáitara, para pasar a Túquerres, en la quebrada Cariaco lo esperaban García y sus soldados. Cuatrocientos hombres del Aragón y del Vencedor y ochocientos milicianos de Pasto se habían parapetado a lo largo de una cuchilla que domina la quebrada. Estas tropas estaban protegidas y mimetizadas tras de arboledas taladas previamente para obstruir el paso de cualquier ejército.

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El Libertador ordenó el ataque frontal por medio del Vargas de Bogotá, formados por granadinos, en su mayor parte. En las cuatro horas que duró el combate, estos cuerpos casi fueron destruidos por el fuego cruzado que venía desde las posiciones contrarias donde actuaba el enemigo casi invisible. Bolívar dispuso que el coronel Valdés, con el Rifles, escalara las faldas del Galeras y flanqueara el ala derecha de los realistas. Al anochecer, Valdés cumplió su misión. En la oscuridad, se produjo la confusión y el ala derecha realista se desorganizó y cedió el campo desordenadamente. En el resto del frente se ignoraba el resultado de la acción. Los restos del Vargas y el Bogotá retornaron a la hacienda de Consacá para reparar las fuerzas y reorganizarse. El Rifles vino allí también al amanecer del 8. Se procedió a recoger cadáveres y curar heridos. El coronel García, por su parte, se encontró con que las milicias de Pasto se habían marchado para la ciudad, no quedándole sino unos 300 hombres luego de la recogida de las tropas dispersas a lo largo del camino a Yacuanquer y Pasto. Ninguno de los jefes quedó en condiciones de actuar por el momento, pues el ejército patriota estaba casi destruido y el realista, desorganizado (2) Los historiadores de Bolívar han considerado esta batalla como una victoria de él. Sañudo con abundancia de pruebas, ha demostrado que la victoria fue de los realistas. Se nos antoja que, en vista de los resultados, no hubo victoria alguna, sino un empate. Algo así como una partida de ajedrez que termina en tablas. No es éste un caso aislado. En la historia de las guerras se encuentran muchos casos como éste. Batallas que dan lugar a un armisticio, o a una “exponsión” como la de Manizales, entre Mosquera y el jefe gobiernista. Vino un cruce de notas muy hábiles entre Bolívar y García, después de las cuales aquel se vio obligado a retroceder hasta el trapiche (hoy Bolívar, Cauca), donde

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llegó el 20 de mayo. Don Basilio, por su parte, emprendió la organización de la defensa, pues sabía que el Libertador esperaba refuerzos para volver sobre Pasto, tarde o temprano. Y se dedicó a reclutar gentes para amarlas. Pidió refuerzos y municiones a Quito. Y a las autoridades de Pasto una estrecha colaboración para el reclutamiento de tropas. Porque ocurre que los pastusos son unos milicianos de condiciones sui–géneris. No aceptan la vida de cuartel, ni los ejércitos de adiestramientos, ni quieren abandonar el hogar. Toman la guerra como si fuera un deporte y acuden a los combates con la seguridad del triunfo, porque no cejan hasta conseguirlo. Tienen a su favor el terreno, admirablemente aprovechado por conocido, pues da la circunstancia de que los combates han tenido efecto en la ciudad o en sus proximidades. No aceptan uniforme, pues creen ponerse en ridículo al usarlo. Se llevan las armas a las casas y las esconden para sacarlas en el momento oportuno. Los jefes españoles se quejan a la superioridad de Quito de estas irregularidades difíciles de corregir. Habitualmente los chuanes del sur se entregan a la vida agrícola, pastoril y artesanal. Pero en cuanto los espías situados en el Juanambú, dan la alarma ante la proximidad del enemigo invasor, suenan las campanas a rebato, redoblan los tambores y los cuernos rugen en las colinas cercanas. El pueblo acude a la plaza Mayor, en donde los cabildantes, los clérigos y los nobles convocan a la pelea. El día y la hora señalados entran los paisanos a los cuarteles, portando sus armas. No atienden órdenes superiores sino que se agrupan en las compañías por familias, por veredas, por profesiones, antes que por razones de organización militar. Salen los batallones de milicias. Detrás van las mujeres y los muchachos conduciendo las municiones de boca (el avío o fiambre), la chicha de maíz y el aguardiente que sirve para entonar el ánimo cuando empieza la pelea. Apenas ésta termina los milicianos y sus mujeres se vuelven a la

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ciudad, sin atender órdenes, ni voces de mando. El pastuso es, primero que todo, perfecto padre de familia y hombre de hogar. En esta guerra civil, que fue nuestra independencia, uno no sabe por cuál sentir más pena: si por los sufridos soldaditos que venían desde Cundinamarca, Boyacá, Vélez o San Gil, conducidos a un territorio escarpado, donde habitan gentes indomables, o por los que acudían a la defensa de sus hogares amenazados por la violencia y el saqueo, como había ocurrido en el año 1811 (septiembre). Muchos días estuvo el Libertador privado de contactos con Bogotá y con Sucre, especialmente. Las guerrillas obstaculizaban las comunicaciones. Cuando al fin, recibió auxilios en hombres, armas y dineros, enviados por el gobierno de Bogotá, Bolívar intimó rendición o capitulación al coronel García y luego le envió a su secretario José Gabriel Pérez para que discutiera en Pasto las bases del convenio. La ingeniosa ocurrencia del Libertador tuvo un éxito feliz, pues don Basilio, a tiempo de llegar el comisionado Pérez, había recibido la sorpresiva y terrible noticia del desastre realista de Pichincha y la caída de Quito en poder del general de Sucre. La exigencia del Libertador era, pues, una coyuntura que se debía aprovechar lo mejor posible. Don Basilio convocó a su estado mayor para examinar la situación de Pasto, sobre la cual se cerraba inexorable, una tenaza formada por las fuerzas de Bolívar y las de Sucre. Luego reunió el Ayuntamiento. Todos fueron de parecer que se debía aceptar la capitulación, pero exigiendo, eso si, toda clase de garantías para las personas y los bienes de los habitantes de Pasto, para la religión Católica y para las costumbres y usos existentes. Las delegaciones suscribieron la capitulación en Berruecos el 6 de junio, mediante la cual cesaba toda resistencia de Pasto a las fuerzas libertadoras. Pero el pueblo de Pasto se opuso al pacto. En calles, plazas y corrillos protestaba e insultaba a los dirigentes. Y les echaban en cara que lo hacían para salvar sus bienes.

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“Nosotros pelearemos hasta el fin, decían, pues nada tenemos que perder”. El obispo Jiménez de Encizo trató de convencer al pueblo. Por ello una noche oyó que disparaban contra la casa donde vivía. La proclama generosa de Bolívar a la ciudad de Pasto fue recibida con rechiflas y se arrancaron los carteles fijados en las esquinas. Pero con todo, el 8 de junio, por la tarde hizo su entrada el Libertador, a la cabeza del más flamante de sus batallones. Se adelantó a recibirlo en las afueras de la ciudad, el coronel García, con su estado mayor. Le presentó su bastón de mando y su espada, pero Bolívar no los aceptó: “Quien se ha conducido como un gran militar, defendiendo a su rey y a su nación, no debe rendir las armas ante nadie, sino conservarlas con la satisfacción de haber sido el último que lo ha hecho en América”. La oficialidad y las tropas de ambos ejércitos hicieron calle de honor. A la entrada de la iglesia mayor esperaba el obispo y el alto clero. Bajo el palio hizo su ingreso previamente ordenado. Los coros y los eclesiásticos entonaron el Te- Deum en medio de un auditorio poseído por las más encontradas emociones. Se hubieran hechos las cruces los fervorosos católicos de Pasto, si hubieran conocido el pensamiento religioso de Bolívar, alguna vez expuesto a sus amigos en la intimidad. Cuenta Perú de la Croix que Voltaire era su autor favorito. “En él se encuentra todo, decía, estilo, grandes y profundos pensamientos filosóficos, crítica fina y diversión”. Esto no bastaba para que el día siguiente concurriera a misa, ocupando un asiento especialísimo en el coro de la iglesia (Diario de Bucaramanga). Mientras el sacerdote oficiaba, el libertador leía un tomo de la Biblioteca americana. La fe de los creyentes le merecía conceptos como éstos: “su credulidad y su ignorancia hace de los cristianos una secta de idólatras. Echamos pestes contra los paganos porque adoraban estatuas, y nosotros, ¿Qué es lo que hacemos? ¿No adoramos lienzos mal embadurnados, como la tan reputada Virgen de Chiquinquirá, que es la

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peor pintura que yo haya visto, quizá la más reverenciada del mundo y la que más dinero produce. Ah sacerdotes hipócritas e ignorantes”. “No puedo recordar sin risa y sin desprecio el edicto en que me excomulgaron, a mí y al ejército, los gobernadores del arzobispado de Bogotá, doctores Rey y Duques el día 3 de diciembre del año 14, afirmando que yo venía a saquear las iglesias, a perseguir los sacerdotes, a destruir la religión, a violar las vírgenes y a degollar los niños y los hombres”. Entre los datos que trae el discutido Diario de Bucaramanga, se encuentra aquel que asegura que el Libertador, durante su permanencia en París había ingresado a una de las sectas masónicas. Pero después la abandonó considerándola ridícula. Afirmaba respecto del alma: “Según el estado actual de la ciencia no se consideraba a la inteligencia, sino como una secreción del cerebro. Llámese este producto alma, espíritu, inteligencia, poco importa”. Como era un soñador y visionario, menciona en sus cartas con frecuencia a Napoleón. Habla de su Código Civil con notable admiración. Bolívar lo citaba como un modelo digno de imitarse. Estuvo en Roma y de la misma manera que Cola de Rienzo, quiso parecerse a los próceres que dominan a Roma desde las siete colinas. El Aventino le hizo soñar con un gran continente o con una o varias grandes naciones libertadas por él. En la dirección de este gran objetivo estuvieron sus actos y ademanes. El libertador escribía a Santander: “Lo hago lleno de gozo, porque la verdad hemos terminado la guerra con los españoles y asegurado para siempre la suerte de la República. La capitulación de Pasto es obra afortunada para nosotros, porque estos hombres, son los más tenaces, más obstinados. Y lo peor es que su país es una cadena de precipicios donde no se puede dar un paso sin derrocarse. Cada posición es un castillo inexpugnable y la voluntad del público está contra nosotros”. Al final de esta carta dice:

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“El coronel García se va, con algunos jefes y oficiales, hasta el 13. Este señor se ha portado muy bien en esta última circunstancia, y le debemos gratitud, porque Pasto era un sepulcro nato para nuestras tropas. Yo estaba desesperado de triunfar y sólo por honor he vuelto a esta campaña”. El Libertador trató a la ciudad con la más exquisita gentileza, conservando en sus cargos a las autoridades existentes. Y luego partió hacia Quito, a proseguir su obra libertadora. Notas 1. La confianza de los pastusos en el éxito feliz de sus empresas militares no había disminuido, a pesar de los reveses realistas en Boyacá y en toda la Nueva Granada. A la acción victoriosa de Genoy vino a agregarse la noticia de que las milicias de Pasto habían derrotado el 12 de septiembre de (1821) a las fuerzas del General Sucre en la batalla de Guachi, cerca de Ambato. Cuando la caballería realista estaba ya en desbandada, los pastusos cargaron sobre los independientes saliendo de entre unos bosques, y ocasionaron pérdidas por más de quinientos hombres al ejército de Sucre. Lo que admira es cómo era posible que la provincia de Pasto tuviera hombres para atender varios frentes de guerra. 2. No nos detenemos a referir la gallarda actitud del General Pedro León Torres en Bomboná cuando se sintió ofendido por la represión del Libertador ante el fracaso del ataque que Torres dirigía, ni mencionamos la hábil y honrosa nota con que el coronel García devolvió las banderas tomadas a los batallones patriotas durante la batalla. Ambos episodios son bastante conocidos.

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REBELIÓN DE BOVES SAQUEO Y RUINA DE PASTO

El pensamiento central del Libertador (constitución de un gran pueblo que se llamaría Colombia) iba adquiriendo fisonomía a medida que los ejércitos independientes ganaban las batallas de Boyacá, Carabobo y Pichincha. La fortaleza de Pasto se había rendido al Libertador. Pero para infortunio de esta ciudad se habían fugado de Quito, Benito Boves, el mismo que con su División infernal había derrotado en Venezuela al propio Bolívar, y Agustín Agualongo, guerrero ya afamado por su astucia y valor en los combates y por su realismo intransigente. El 28 de octubre de 1822, cinco meses después de la rendición de Pasto, resonó en las calles de la ciudad el grito de “VIVA EL REY”. De todas partes surgieron gentes, al saber que Boves y Agualongo se tomaban los mandos de la ciudad el destituir al teniente gobernador, coronel Ramón Zambrano y colocar en lugar suyo al teniente coronel Estanislao Merchancano, hombre muy acatado por sus capacidades como militar y hombre de leyes. Pero gran parte de la clase dirigente y del clero se opuso al levantamiento. Era una empresa absurda, sin posibilidades

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de buen éxito, pues Pasto se encontraba imposibilitada para obtener auxilios y armas de España. Pero el pueblo no razonaba, sino que obraba según la dirección de impulsos y creencias. Además, sobreestimaba su propia capacidad para combatir y vencer. Un batallón de pastusos, que actuó bajo el comando de Merchancano había recibido el nombre de “Batallón Invencible”. Y ciertamente jamás habían sido vencidos los hombres del batallón. A la cabeza de sus tropas, Boves pasó el Guáitara, con dirección a Quito. Tal vez pensaba en tomar desquite del insuceso de Pichincha, donde cayó prisionero. En Túquerres sorprendió al general Antonio Obando, a quien Bolívar había confiado el gobierno de toda la comarca que hoy conforma el Departamento de Nariño. Obando voló a Quito e informó al Libertador de lo ocurrido. Entre tanto Boves recorría los pueblos desde Tulcán hasta Pasto, imponiendo su autoridad en nombre del rey, y recaudando contribuciones para la campaña. Pero en Pasto estalló una serie de disputas. El vicario y juez eclesiástico, presbítero Aurelio Rosero condenó el movimiento de Boves por “vil y sacrílego” y desde el púlpito promulgó una exhortación según la cual “… he venido, en uso de mis facultades, en declararlos por excomulgados vitandos a don Estanislao Merchancano, don Ramón Medina, don Francisco Ibarra y don José Folleco… para que los fieles, so pena de incurrir con ellos y para que no haya ignorancia se fije esta declaración en las puertas de la Iglesia Matriz”. Por su lado, el cura realista Troyano (José Manuel), con el respaldo de los presbíteros Sañudo, Gabriel Santacruz y Martín Torres, aceptó el cargo de capellán de las tropas realistas y declaró públicamente que la excomunión era ilegal e injusta porque se había pretermitido las

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disposiciones canónicas del Santo Concilio de Trento. El coronel Merchancano elaboró una lista de contribuyentes, encabezado con el nombre del vicario Rosero, el excomulgador, y cuatro sacerdotes más, todos pudientes. Estos respaldaban al vicario no sólo en las excomuniones, sino que pedían la suspensión del padre Troyano y sus amigos. Esta cura se reía a carcajadas de la excomunión y redactaba una satírica carta en la que mencionaba a “ciertos clérigos hijos de Pasto, que le cargaron la vara del palio a Bolívar…” Boves, desde su cuartel de Moechiza, envió un mensaje al clero de Pasto rogándole contribuir para la defensa de los derechos del Rey. Al final escribe: “Nuestro ejército ha sabido arrollar con intrepidez la audacia del jacobinismo…Apelo a la parte crecida y sana de aquel vecindario para que entone sus cantos e himnos de alabanza al Dios de los ejércitos y a nuestra Divina Generala Señora de Mercedes, en medio del coro de los ministros del Santuario”. En Quito, el Libertador, por pura y personal experiencia, entendió que lo de Pasto no era una cosa cualquiera, pues venía, además, a entorpecer sus planes para la libertad del Perú. Escogió a su mejor general, Sucre, y le entregó los más veteranos batallones. Dos mil soldados, bien provistos, partieron hacia Pasto. Al aproximarse Sucre, Boves retrocedió al lado norte del río Guáitara para hacerse fuerte en los Altos de Taindala. Allí fue atacado el 24 de noviembre. El batallón Rifles emprendió ascenso, tratando de abrirse paso con sus fuegos. Pero los pastusos no cedieron, pues aunque eran inferiores en número y armas, esta desventaja se veía compensada tácticamente con lo inexpugnable de la posición. El general Sucre no tuvo más remedio que regresar a Túquerres y pedir refuerzos para el asalto a la empecinada ciudad realista. Allí recibió el aviso de que pronto le llegarían refuerzos. Y en Pasto el pueblo celebra una nueva victoria.

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Aunque no faltaban voces de desaprobación contra Boves, provenientes de la clase dirigente y del clero. La gente se dedica a celebrar ya la novena del Niño Dios. Cada noche se celebra en los templos con canciones, villancicos, orquestas, pitos y silbatos que ensordecen y alegran el aire, sumándoseles el estruendo de cohetes, voladores, cuyes, y velas romanas, ruedas de colores. El fiestero de cada noche invita a sus amistades al baile que viene a ser como una culminación del regocijo cotidiano. Los aguinaldos, el Taita Puro, los inocentes, la adoración de los Pastores, la Estrella de Oriente, los Tres Reyes Magos, todo ese multicolor, toda esa magia, ese mito ingenuo que elaborara la fantasía del evangelista Marcos, todo, se confunde con lo folclórico y lo tradicional navideño. Los padres de familia van por las ventas buscando el regalo que el Niño Jesús traerá a los chicos, cuando al dormirse dulcemente, colocan el sombrero bajo de la cama, seguros de que el Niño Jesús no faltará con su maravilloso y sobrenatural regalo: los dulces, las colaciones, las espumillas, los suspiros, los biscochuelos, las mantecadas, los alfajores, alguna muñeca de trapo o alguna barata prenda de vestir. En el hogar flotará un cálido olor a empanadas, tamales y buñuelos con miel. Las fiestas navideñas sólo concluyen el siete de enero, del año siguiente, tras las despedidas de año viejo, la recepción del nuevo. El cinco de enero estalla una orgía entre la multitud pintada de negro hasta quedar irreconocibles los rostros. Se baila en calles y plazas una danza fantástica, casi bárbara, en que andan unidos el amor, la locura y las carcajadas. El seis es la explosión del color blanco. Talcos, harinas y perfumes que se vacían sobre las cabezas, convirtiendo a las gentes más serias en payasos. Por las calles van lujosas carrozas, jinetes y comparsas a pie. Se busca resucitar la fábula, el mito, el cuento infantil, la historia pintoresca, la sátira y la geografía inverosímil.

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Cien artífices de la pintura y de la escultura se disputan los generosos premios donados por las autoridades. Pero dejemos el amable folclor y volvamos a nuestra doliente historia de Pasto. Porque la historia de la humanidad es apenas un tejido sangriento de violencias, estupros, traiciones y crueldades. La propia Biblia nos muestra una cadena interminable de castigos, matanzas y destrucciones. Más, las gentes de Pasto piensan: “¿Qué importa que el enemigo esté cercano si Pasto no será vencido jamás?. El pastuso es invencible. Mientras haya pastusos con el arma en el brazo nadie podrá penetrar a la ciudad”. En los estancos se vende aguardiente en mayor cantidad que en otras navidades. Y en las calles se grita: “Viva el Rey”, “Viva la Virgen de Mercedes”. Para reforzar a Sucre salió de Quito el Batallón Bogotá, a las órdenes del ya célebre coronel José María Córdoba. El 18 de diciembre está el ejército patriota en las orillas del Guáitara. El 22 logró forzar por intermedio del Batallón Rifles, el mismo que había sufrido el rechazo del mes anterior, el baluarte de Taindala, defendido por cuarenta hombres. Los realistas se hicieron luego fuertes en la hondonada de Yacuanquer. El Rifles atacó por el centro para que el coronel Córdoba avanzara sobre el ala derecha realista, cosa que efectuó hábilmente, logrando desbordar la resistencia, dejando medio cercados a los enemigos del centro. Estos retrocedieron hacia la ciudad rápidamente. El combate de Yacuanquer ocurrió el 23 de diciembre. Y para no dar lugar a que se organizara la defensa de Pasto, el general Sucre dispuso el avance de su ejército al amanecer del 24. En las horas del mediodía aparecieron por el sur de Pasto las vanguardias del Rifles. Boves trató de hacerse fuerte en la colina donde está el templo de Santiago y en pequeños montículos cercanos pero todo fue inútil. El ejército patriota entró sin mayores esfuerzos, ocupó las calles y al atardecer, la resistencia había terminado. Boves y los curas

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que eran adictos huyeron hacia el Putumayo. Agualongo y Merchancano se ocultaron. Entonces ocurrió que la nochebuena pastusa se transformó en noche de horror y espanto. El historiador López Alvarez dice: “Ocupada la ciudad, los soldados del batallón Rifles cometieron todo género de violencias. Los mismos templos fueron campo de muerte. En la iglesia matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y los de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes”. El general José María Obando cuenta: “No sé cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustre como Sucre el entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada. Las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas. Hubo madres que en su despecho saliesen a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia. Los templos fueron también saqueados. La decencia se resiste a recibir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados en un pueblo que de boca en boca ha transmitido sus quejas a la posteridad”. Diez días después llegó el Libertador a Pasto. Impuso a los habitantes la paga de considerables contribuciones para premiar con ellas al ejército. Ordenó la requisa de todo el ganado existente en la provincia, que se calculó en ocho mil reses. El maíz, las papas, el trigo, todos los víveres existentes fueron secuestrados y llevados por el ejército. Se les arrebataron muebles, vajillas, dinero y todo lo que tuviera algún valor. El historiador Restrepo dice: “El Libertador dispuso confiscar los bienes de aquellos pastusos que los tenían en el Cantón de Túquerres y que permanecieran en Pasto después de la rebelión. Con tales decretos casi todas las

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propiedades de los pastusos vinieron a ser confiscadas y se mandaron repartir a los militares de la República en pago de sus haberes. La infiel Pasto quedó desierta en su mayor parte, y su castigo resonó en todos los ángulos de Colombia”. Los generales recibieron hasta tres haciendas cada uno, distinguiéndose por su codicia los generales venezolanos Sandes, Carvajal y Barreto. Estos bárbaros excesos se cometieron estando vigente el armisticio del 25 de noviembre de 1820, firmado por el propio general Sucre, como delegado del Libertador, y los comisionados españoles en la ciudad de Trujillo, en la misma casa donde años atrás Bolívar firmó su extraño decreto de “Guerra a muerte a los españoles y canarios”. Este pacto civilizador regularizaba la guerra, entre sus cláusulas sobresalía aquella que exige la “conservación, canje y buen trato a los prisioneros, a los que no se castigaría con la pena capital. Que los pueblos que fueran ocupados por las tropas de los dos gobiernos serían bien tratados y respetados, etc ., etc.”. La ciudad fue dejada por Bolívar bajo el gobierno del general Salom, quien tenía consignas reservadas para cumplir. Dio un bando por medio del cual se convocaba al pueblo para que se presentara a la plaza mayor a enterarse de la nueva ley de garantías que se brindaría a cuantos se presentaran. Cuando la plaza estuvo colmada la tropa cerró las salidas y apresó a más de mil hombres. Se les envió presos a Quito, Guayaquil. Muchos murieron de enfermedades, maltratos y hambre. El coronel Cruz Paredes, venezolano, amarró a catorce ciudadanos de Pasto, y él personalmente empujó las siete parejas hacia un abismo del río Guáitara. Niños y mujeres que se consideraban capaces de combatir fueron apresados también y desterrados a Quito, Guayaquil y Cuenca. Entre los que fueron incorporados al ejército libertador del Perú sobresalieron muchos pastusos. Hubo algunos que alcanzaron grados de coroneles y capitanes por sus

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cualidades militares. Viejos miembros de bandas de músicos de Pasto se agruparon y formaron una que alegraba a las tropas. Fue ésta la que, de la arenga de Sucre a las tropas en el campo de Ayacucho, entonó el alegre bambuco pastuso, la GUANEÑA, música sencilla y revoltosa que pone ánimo y alegría en el espíritu. Cuentan que entre los catorce ciudadanos arrojados al Guáitara estuvo un antepasado de José Rafael Sañudo. Quizás ello explique el que su pluma se moviera con ademán vengativo, cien años más tarde, para señalar las crueldades de muchos próceres de la Independencia y, especialmente, las del más grande entre otros: SIMÓN BOLÍVAR.

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AGUALONGO TOMA A PASTO DOS VECES

Se sabe que para la campaña contra Pasto insurreccionada por Boves fueron escogidos en Quito los más veteranos, pero más feroces soldados venidos desde Venezuela y los Llanos Orientales. Los mismo zambos y mulatos que formaron la legión infernal de Boves y Morales y que lo mismo combatían del lado de los españoles o en contra suya. Pero luego de Carabobo ingresaron definitivamente a las huestes patriotas, constituyendo las mejores brigadas de choque contra los españoles y pastusos. Pero esta contribución guerrera costó muy cara a la República, pues donde pasaron o permanecieron, en el Ecuador, en Pasto o en el Perú sembraron el odio y la venganza contra la República por los vejámenes y atropellos de que hicieron víctima a la población civil. El espíritu faccioso e insubordinado de esas tropas estimuló luego la disolución de la Gran Colombia. Ecuador no pudo en momento alguno soportar que fuera gobernado por quienes eran calificados de “negros”. El Perú tampoco quiso tener como respaldo del gobierno huéspedes tan incómodos. El historiador ecuatoriano Pedro Fermín Ceballos escribe:

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“si los españoles no hubiesen estado aún encastillados en el Perú, el Ecuador habría maldecido la protección de sus hermanos de Venezuela y del Centro y tal vez, como Pasto, se habría sostenido también rebelde y disidente”. Lo que en Pasto se hizo mediante una sangrienta burla, se repitió en Quito. El 12 de Abril de 1823, con motivo del ajusticiamiento público de dos coroneles realistas, se convocó el pueblo a la plaza de Santo Domingo. Terminada la ejecución, los cuatro ángulos de la plaza fueron cerrados por tropas y se procedió al reclutamiento forzoso de hombres que fueron amarrados para ser llevados a los cuarteles. La gente huyó bastante despavorida en todas las direcciones. En el atropellado amontonamiento y por obra del sable y del fusil, resultaron muertas 36 personas de todo sexo y edad. El escritor ecuatoriano, Oscar Efrén Reyes, al referirse a la actitud de los pastusos, afirma: “Hubo momentos de esa campaña, en que los rebeldes de Pasto aparecieron, no ya como los simples defensores de su vida y hacienda, sino como los vengadores de la muerte cruel de sus madres, de sus padres, hijos y familiares”. El gobierno de Pasto quedó en manos del coronel Juan José Flórez. Nuevamente las familias principales de Pasto plegaron al gobierno republicano, especialmente aquellas que no habían sufrido grave mengua en sus pertenencias. Entre los más perjudicados por el despojo estaba el coronel Estanislao Merchancano, quien permanecía oculto. Entre tanto Agualongo, rumiaba su encono y su derrota en la mina de oro de La Espada, rodeado de algunos amigos. Los Insuasty, Joaquín Enríquez y Manuel Pérez mantenían activa una guerrilla por los lados de Siquitán y Tangua. Flórez envió en su persecución al comandante Luque, quien los derrotó e incendió las veredas de Siquitán y Chimbatangua, donde ardieron casas y cultivos durante tres días. Todos los prisioneros fueron fusilados sin fórmula de

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juicio. El propio José María Obando cuenta: “Un vecino de estos pueblos apuró toda la amargura que pueda ofrecerse a un esposo y padre de familia: amarrado de espaldas de un pilar de su propia casa, debía presenciar antes de morir, la violencia hecha a su propia esposa e hijas, consignadas al efecto a los soldados... y a los ojos de este infeliz padre y esposo, fue encerrada en su casa la mártir familia, con dos chiquillos más y, pegando fuego al edificio, fueron quemados todos vivos”. Lo que se hizo en Pasto en aquella época rebasa las crueldades cometidas en Venezuela durante la sangrienta etapa de la “Guerra a Muerte”, pues desaparecieron todas las normas del derecho, todos los sentimientos humanitarios. El asesinato, el robo, el estupro, eran cosas comunes y corrientes. Cabe preguntar si la libertad que se buscaba era bastante para justificar tales excesos? ¿Era tan alto el precio de la libertad? Eran estos los atributos excelsos de la libertad que se iba a dar a los pastusos? Hay hechos tan absurdos que muchos historiadores callan, pero que no es posible cohonestarlos. Olvidamos decir anteriormente que, al entrar las fuerzas del mariscal Sucre a Pasto, fueron sacrificadas 400 inermes en las calles y dentro de sus habitaciones, sin discriminación de sexo y edad. Los combatientes habían huido, quedando únicamente la población civil. En Tumaco fueron fusilados 106 pastusos de los 1500 que fueron deportados a Guayaquil y que habían logrado escapar. La orden del Libertador de “eliminar” a todo pastuso se cumplió inexorablemente. Al examinar detenidamente lo que fueron estas guerras de la independencia cabe pensar, como la hace el historiador Sañudo, que los pueblos hispanoamericanos no estaban aún maduros para la independencia. Y que solo la invasión napoleónica a España y las torpezas de la corte borbónica de Madrid, precipitaron los sucesos de América. Aún hoy naciones hay que no parecen aptas para recoger

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con provecho las ventajas de la autonomía en el gobierno. Darío Echandía dijo que el nuestro era un país de cafres. Sus razones tendría. El desmoronamiento del imperio español en América trajo consigo la proliferación de nacionalidades enemigas entre si, pues nunca consiguieron asimilar las ideas del Libertador para construir naciones fuertes, extensas y respetables. Acaso hubiese sido preferible esperar cien años más para saltar etapas de la historia y llegar directamente desde la monarquía al estado moderno, cuando las monarquías se desgajan como frutas maduras. Porque aquellas revoluciones, hijas de la francesa, tuvieron apenas un contenido político nunca el objetivo de una verdadera revolución que – sea pacífica o armada- es el socioeconómico. Los términos “Liberté, Egalité, Fraternité” no pasaron de ser vocablos sonoros, de escaso valor práctico y de mínimo alcance igualitario. De aquellas libertades a la francesa nos queda el recuerdo de actos unas veces abominables, otras sublimes. Algo de eso quiso expresar Madame Roland al subir al cadalso. * * * El 12 de julio del año 23 apareció por las faldas del volcán Galeras la hueste que comandaba el valeroso e irreductible Agustín Agualongo, una brava y numerosa tropa de campesinos armados únicamente de palos y machetes. Pero fue tal la violencia y el arrojo de estas enfurecidas y vengativas gentes que en breves momentos fue desbaratada la infantería patriota. Los pastusos no hicieron caso de las balas, lanzándose ciegos a la pelea cuerpo a cuerpo. Sabían que iban a la muerte o a la victoria. La caballería de Flórez, atascada en el estrecho camino de San Miguel, fue tomada a estacazo limpio y huyó sin parar hasta la banda derecha del Juanambú, a cincuenta kilómetros al norte de Pasto. Agualongo ocupó la ciudad y dio el gobierno civil a Merchancano; los dos dieron una proclama, algunos de

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cuyos apartes son: “Habitadores de la fidelísima ciudad de Pasto: desapareció de nuestra vista el llanto y el dolor. SI. Vosotros habéis visto y palpado con alto dolor y amargura de vuestro corazón, la desolación de nuestro pueblo; habéis sufrido el más duro yugo del más tirano de los intrusos, Bolívar... Testigo es el templo de San Francisco, en donde se cometieron las mayores abominaciones indignas de nombrarse. Pero si acaso ignoráis, sabed que lo menos que se cometió en el santuario fue el estar los más irreligiosos e impíos, con las más inmundas mujeres... Ahora es tiempo, fieles pastusos, que uniendo nuestros corazones, llenos de valor invicto, defendamos acorde la Religión, el Rey y la Patria”. Para Pasto estuvo primero, la defensa de la religión, pues siempre han estado adictos a una sociedad espiritualista y católica tal como la Corona Española la estableció desde los años de la Contrarreforma. Y ya hemos dicho que numerosas comunidades religiosas (principalmente agustinos, mercedarios, franciscanos y dominicos) se había esmerado en preservar el espíritu religioso de la ciudad, manteniéndolo libre de la cizaña de la influencia de logias masónicas que operaban en común acuerdo con los principales actores de la revolución. Porque toda revolución es, en cierta manera, antirreligiosa. En América iba contra todo lo español, que implicaba una concepción teocéntrica y espiritualista de gobierno, concepción que ligeramente se había debilitado en la península cuando Carlos III se aconsejaba de su influyente Conde de Arana. La independencia americana no cumplió un proceso evolutivo que le permitiera apoyarse en puntos intermedios sino que fue un salto en el vacío, en el caos institucional. De allí el violento traumatismo que acarreó la desorganización financiera, el colapso agrario, minero, fiscal, la Patria Boba, en fin. Arnold Toynbee, citado por Alvaro Gómez Hurtado, dice que : “Toda revolución presenta una referencia a lo que ha

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ocurrido en algún otro lugar o en algún otro tiempo y que se considera como objeto apetecible y digno de imitación”. Pero cuando acá culminaba, triunfalmente la revolución, en Francia aparecía la Restauración. Y el propio Gómez Hurtado observa cómo, nuestro continente, por obra de un gigantesco anacronismo ha sido sometido a un drástico proceso de asimilación forzosa. El elemento indígena fue sorprendido bruscamente por la aparición de hombres y armas extrañas que lo apabullaron fácilmente, para luego consolidar el tipo de gobierno católico monárquico. Para después, al cabo de trescientos años de paz no perturbada, desatarse la revolución entre un pueblo que no comprendía los cambios y fines que los pocos ideólogos de la revolución le proponían. La gente pastusa, aislada geográficamente del resto del mundo, no vio en la revolución sino el factor perturbador de su sosiego y de sus creencias y por ello las rechazó con energía inusitada. En ello no andaba tan descaminada como muchos lo han creído. Sobre todo si nos atenemos a las consecuencias posteriores que fueron ciertamente lamentables. Pasto fue aprovechada por caudillos de menor cuantía como, Obando, López y Flórez para promover guerras secesionistas o anexionistas; revoluciones para captar el poder por el lado más cómodo a sus propósitos y ambiciones personales. Una agitación permanente que no dejaba vivir tranquilos a los pastusos ni al resto de Colombia. Estos ilustres enemigos de la paz pública no demostraron, en sus actos y en sus escritos, un derrotero nacional para la salud de los asociados y el buen gobierno de los mismos. Armaban una revolución con pretextos y proclamas que dan para sonreír de puros simples. El propósito no era otro que el de enriquecerse ellos en el poder y enriquecer a los suyos también. Lo que hace cualquier político mediocre. Nada tenían de un Bolívar; un Juárez, o un Martí, quienes actuaron con un alto sentido de grandeza nacional y fecunda. Si el proceso de nuestras

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instituciones hubiera tenido un desenvolvimiento menos accidentado, cuán distinto sería hoy el estado de nuestra cultura, nuestra economía, de nuestra decorosa posición ante la historia y el mundo! * * * Esperando hallar apoyo a su causa, Agualongo y Merchancano se dirigieron al Consejo de Otavalo dándole cuenta de su triunfo en Pasto y de su propósito de marchar sobre Quito. “En la gloriosa e inmemorable acción – decía la nota – fue enteramente arrollado el enemigo, habiéndole muerto en la campaña más de 300 hombres, y hécholes prisioneros igual número... Fuera de acción de guerra, a ninguno de ellos se les ha hecho ni se le hará la menor hostilidad, pues antes sí a todos los mantenemos con toda la consideración y humanidad que no es característica”. Agualongo recibió el grado de Coronel de las Milicias del Rey y firmaba ahora con este título. Agualongo siguió al sur con un ejército que alcanzaba a 1.500 hombres mal armados por cierto y en su mayoría campesinos, bisoños en el arte de guerrear. El general Salom se encontraba en el Angel pero no se atrevió a presentar batalla sino que, obedeciendo instrucciones del Libertador retrocedió a Ibarra. Luego el propio Libertador retrocedió con sus tropas hasta Guaillarbamba, cerca de Quito, mientras le llegaban más armas y tropas. Agualongo permaneció inactivo en Ibarra cosa que le perjudicó definitivamente. El 17 de Julio tuvo lugar la Batalla de Ibarra, dirigida personalmente por Bolívar, al frente de 3.000 hombres debidamente amunicionados. Nueve horas duró la sangrienta batalla en la cual los pastusos dejaron 800 muertos. No hubo heridos ni prisioneros porque los pastusos se negaban a rendirse y los heridos fueron ultimados sin conmiseración. El ejército patriota apenas perdió 12 hombres. Tal era la desigualdad en hombres y en

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armas. El escritor ibarreño, José Nicolás Hidalgo refiere cómo los cadáveres que se encontraron en las proximidades de la ciudad fueron llevados a la Plaza de Santo Domingo. Se hizo un gran montón con ellos, se les roció con aguarrás, se puso además trapos y pajas sobre ellos y se prendió fuego a una gran hoguera en donde se consumieron los cadáveres de los pastusos. Los que quedaron dispersos en el descenso de Aluburo hasta el río Chota fueron comidos por los perros y los cuervos. Esta incineración cruel sorprendió a mucha gente acostumbrada al piadoso rito cristiano de inhumación de los cadáveres para devolver los cuerpos a la tierra que los nutrió y a la que retornan en espera de la vida eterna. Algunos años después de la Batalla de Ibarra, refería el Libertador que para emprender esa acción y la espera del momento oportuno, bebió varias copas de un espirituoso vino, que lo impulsaron dar la orden de que iniciara el ataque. Si el vino fue factor decisivo de una batalla bien vale pensar en una teoría acerca de la influencia del alcohol en los grandes hechos militares. Bueno es hacer notar que Bolívar había retrocedido ante Agualongo desde Ibarra hasta Guayllarbamba, a la espera de refuerzos, en una clásica “espantaá”. El Libertador dio el mando civil y militar de Pasto al General Salom, y ordenes drásticas para eliminar a todo habitante de Pasto, de modo que desapareciera esa raza de la superficie de la tierra, pues a las mujeres consideraba también peligrosísimas y dio un término de dos meses para completar la pacificación. Ordenó la prisión de todos los eclesiásticos y su remisión a Quito, excepto los reconocidamente adictos a la República. Fueron fusilados el reconocido padre Troyano, y Fray Diego del Carmen. Ciertamente la pedagogía utilizada por el Libertador para enseñar republicanismo a los pastusos no podía ser peor. En efecto, el 18 de agosto, un mes después de la batalla de Ibarra, resonaron los cuernos por todas las alturas que

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circundaban el Valle de Atriz, convocando a los pastusos a la guerra. Agualongo desplegó sus guerrillas en torno a la ciudad, dejando encerradas a las fuerzas que comandaba Flórez. Salóm y Flórez tuvieron la ocurrencia casi ridícula de sacar de sus claustros a tres monjas conceptas para que llevaran un mensaje a Agualongo, mensaje que equivalía prácticamente a una rendición. Pero el jefe pastuso no consideró el mensaje sino que estrechó más el cerco de la ciudad. Flórez logró salir de la ciudad y luego de un combate muy desfavorable para él en Catambuco, pasó a Túquerres con su tropa. Los dirigentes de Pasto no podían creer que el mestizo Agualongo fuera capaz de una nueva hazaña. El indomable pastuso se apoderaba de Pasto por segunda vez. En la ciudad había ahora regocijo pese a los anteriores sufrimientos. Las mujeres, aquellas que se amarraban el pañolón a la cintura y se arremangaban el amplio follado de bayetilla para entrar a la pelea con palos y con piedras, lucían ahora vistoso peinado de trenzas con ancha cinta azul en la cabeza. Danzaban en las calles y en las casas celebrando nuevamente la victoria increíble. En cada iglesia celebrábase un Te– Deum en acción de gracias al Señor de los ejércitos y en honor del muy católico monarca don Fernando VII. Pero esta alegría había de durar muy poco. Una semana después el ejército patriota retornaba sobre Pasto, comandado ahora por el veterano general Mires. Al mismo tiempo el gallardo general Córdoba venía de Popayán con una pequeña fuerza para estrechar el cerco por el norte. Pero Agualongo los sorprendió en las alturas de Tacines y los obligó a retroceder al otro lado del Juanambú. En diciembre llegó Flórez de Quito con refuerzos. La situación de Agualongo se hizo insostenible. Carecía de todo y su inferioridad ante el enemigo era muy grande. Abandonó la ciudad y se refugió en los alrededores. Flórez procedió a instalarse organizando las defensas de la ciudad.

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El 3 de enero del 24 volvió Agualongo al ataque. Los patriotas se hicieron fuertes en casas y edificios, desde los cuales disparaban sin peligro. Tres días luchó Agualongo tratando de forzar las defensas. Luego de sacrificar muchos hombres y ante la inutilidad de sus empeños el empecinado luchador se retiró seguido de algunos de sus más fieles compañeros.

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CAMPAÑAS DE AGUALONGO SOBRE BARBACOAS, SU DERROTA Y FUSILAMIENTO

Los recursos humanos y económicos de Pasto habían llegado al último extremo. La ocupación republicana traía consigo la requisa implacable de víveres, herramientas y todo lo que pudiera ser útil a los obstinados rebeldes. En la ciudad paseaban únicamente los soldados de la república y ancianas que acudían a los templos abandonados. Daba la ciudad la impresión de un cementerio vigilado por tropas. Pues bien: el desaliento del pueblo realista era total, toda esperanza de reacción parecía perdida. Pero Agualongo nunca se daba por vencido. Seguro de la inutilidad de un nuevo ataque sobre Pasto, volvió sus ojos a la Costa. Reuniendo unos trescientos hombres, medio armados, se dirigió Patía abajo con destino a Barbacoas, a través de una zona montañosa poblada de mosquitos portadores de la fiebre amarilla y la malaria en todas sus formas. El asfixiante calor y las lluvias intermitentes (una densidad pluviométrica, de las más altas del globo) hacían mella en el organismo de los serranos, habituados a un clima primaveral y fresco. Barbacoas estaba defendida por unos cientos veinte soldados al mando del capitán barbacoano don Manuel Ortíz

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de Zamora. Debido a la extraordinaria riqueza aurífera del río Telembí, a cuyas orillas se encuentra situada la ciudad, a ésta arribaron en todas las épocas colonos de España y de otros países; negros africanos enviados a morir como esclavos en las minas; indios que sucumbían en pocos días, víctimas del paludismo. Los negros resistían mejor, pues su constitución biológica les permitía estar mejor dispuestos para soportar la dureza del medio ambiente. A pesar de los rudimentarios métodos empleados para la extracción del oro eran tan grandes las cantidades que se obtenían, que el alto gobierno colonial, y luego el mando republicano, se cuidaba mucho de dejar desamparada la ciudad y su circuito minero. La fantasía ha exagerado a veces la riqueza encontrada. Se habló de un venero, el que se bautizó con el nombre de “Cargazón”, en donde supuestamente se recogía, sin esfuerzo alguno, oro por toneladas. José Rafael Sañudo trae, entre otros muy curiosos relatos, el de un robo cometido por el señor José Joaquín Chávez (mayo de 1761). Al señor Juan Pérez, de Cumbal, le enviaron de Barbacoas una barra de oro, con peso de 558 castellanos, cuatro y medio tomines (algo así como 2.572 gramos). El huésped, señor Chávez, se la robó y la trajo a Pasto. Allí fue apresado Chávez. Pero el clérigo Mariano Acosta sacó a Chávez de la cárcel y lo llevó en hombros a la iglesia de la Merced para salvarlo. Y tenía que llevarlo en hombros, pues el preso tenía grillos en los pies. El lío criminal se tornó en lío eclesiástico porque cuando el vicario Manuel S. Santacruz terció en la pugna para sancionar al padre ladrón de ladrones, Chávez se valió de los servicios del padre jesuita Ferrer para que éste obtuviera la suspensión de la causa. El caso podía tomar mayor fuerza, pues luego se supo que el verdadero dueño de la barra era nada menos que el capitán Sebastián de Miranda, quien la enviaba con Juan Pérez a Popayán para ser vendida al precio de 20 reales el castellano. El relato queda, lastimosamente inconcluso.

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Sañudo era muy respetuoso de los fueros eclesiásticos, sobre todo tratándose de asuntos que hacen relación a la buena fama de los miembros de la Santa Iglesia. A esta digresión nos falta agregar que el río Telembí y la ciudad porteña fueron un feudo de la compañía minera de Nariño, subsidiaria de la chocó Pacífico (3). Con medios técnicos una draga poderosa se llevaba el oro que almacenaba el hermoso río en su cauce y sus orillas. En los últimos meses de 1966 extrajeron un promedio de cinco mil onzas por semana. Los nativos, en tanto, viven en las condiciones más miserables y primitivas que puedan concebirse para un ser humano. La explotación norteamericana se adelantaba con la colaboración de abogados y políticos entregados a los poderes gringos. Cuando Agualongo se acercaba a la ciudad llegó el teniente coronel Tomás Cipriano de Mosquera, quien tomó el mando de las fuerzas encargadas de la vigilancia. Mientras los hombres de Agualongo avanzaban penosamente, a Barbacoas llegaron las noticias de la aproximación de Agualongo. Este subió por el río Telembí navegando en canoas. Ya cerca de la ciudad una de las canoas fue echada a pique y perecieron ahogados sus ocupantes, por no saber nadar. El 30 de mayo de 1824 tenía lugar el ataque. Agualongo logró aproximarse a las calles y abrió el ataque. Una bala destrozó la mandíbula del valeroso coronel Mosquera. Este siguió dando órdenes escritas, pues ya no podía hablar. Sin saberse cómo, bien por efecto de los disparos o por obra de alguno, empezaron a arder las casas de madera y paja de que estaba construida la población Adquirió el combate, pequeño por sus efectivos y medios, un aspecto infernal: ardían y estallaban con ruido horrísono los pajares, se venían abajo los maderos, el viento llevaba llamas de unos a otros lugares. Las negras corrían a sacar de la iglesia las imágenes, los vasos sagrados y las joyas para ponerlas a salvo. Cuando ardió el templo el estrépito

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fue mayúsculo. El segundo jefe de Agualongo, el valeroso Jerónimo Toro, cayó muerto de un balazo. Cuando el jefe realista comprendió que sus municiones se acababan, que el pueblo entero estaba en su contra y que habían sido apresados muchos de sus hombres desistió del ataque y repasó el río para rehacerse después, según su costumbre. Como el jefe Mosquera nunca anduvo con escrúpulos en esto del Derecho de Gentes, fusiló, sin más trámites, treinta y tres prisioneros hechos durante el combate. El combate de Barbacoas, si bien de escasas proporciones, tuvo no obstante importantes consecuencias: 1) Acabó con la capacidad de Agualongo para organizar nuevas campañas; 2) eliminó todo conato de infiltración realista para la costa del Pacífico, despojándolas de contactos con el interior; 3) inició el prestigio de Mosquera, quien, por su herida, como por su actuación, fue ascendido a coronel efectivo; 4) empezó a desenvolverse históricamente la controvertida personalidad del célebre payanés. Aquí viene, como anillo al dedo, otra digresión: A propósito de Mosquera, refería el doctor Camacho Roldán que “en 1845 entró a la presidencia de la república el general Tomás C. De Mosquera, personaje que hasta entonces se había hecho conocer por su espíritu inquieto, esencialmente banderizo por el principio que en 1826 había dado a Guayaquil la era de pronunciamiento a favor de la dictadura del general Bolívar... y por sus intrigas a favor de las elecciones de su hermano, el señor Manuel José Mosquera, al puesto de arzobispo de Santa Fe”. Más adelante cuenta cómo la ilustre familia de los Mosquera constituía, en una república, un fenómeno muy curioso por su similitud con el de las familias que en Europa conformaban unas dinastías que daban mucho que sufrir a los pueblos con sus continuas disensiones y guerras e intrigas. Cuenta cómo los Mosquera (don Tomás y don Joaquín) fueron presentados al Libertador en el año 1822

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por su padre, el realista don José María Mosquera. Es que este hidalgo comprendía que la suerte de los españoles en la Nueva Granada estaba poco menos que perdida. Recibió don Tomás el grado de teniente y don Joaquín fue destinado a los nobles menesteres de la vida diplomática. Pero como en el juego de la suerte y de la política todo está en el bien empezar, la hija de don Tomás, doña Amalia, casó en 1841 con el presidente y general Pedro Alcántara Herrán, con lo cual la familia vino a contar con tres presidentes (uno en ejercicio y dos en receso), amén del gobierno espiritual de la grey colombiana ejercido por otro Mosquera: el arzobispo. Este monopolio del poder de los Mosquera hacía sufrir de envidia a sus paisanos, especialmente a los veteranos generales José Hilario López y José María Obando. Por ahí se verá cómo el monopolio del poder por una familia o por un grupo de familias asociadas constituye un caso frecuente en la vida de los pueblos que se llaman republicanos y democráticos. Hoy, ese monopolio se complementa con el de familias que mueven las actividades bancarias, financieras e industriales que acumulan un crecido porcentaje de las riquezas de un país. * * * Agualongo trató de internarse otra vez en la sierra andina, seguido de unos pocos soldados enfermos y hambrientos. Pero Obando le había puesto asechanzas por todas partes para capturarlo. Así fue como cayó en poder de su antiguo compañero de armas en el punto de Nachao, en las orillas del Patía, el 24 de junio. Fueron presos el coronel Joaquín Enríquez, el capitán Francisco Terán, el abanderado Manuel Insuasty y doce soldados más. En el parte que Obando rinde al Coronel José María Ortega le promete enviar vivo “AL GENERAL AGUALONGO para que el gobierno les haga las averiguaciones que crea

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importantes”. Los patriotas habían interceptado la Cédula Real que otorgaba al prisionero el título de GENERAL DE BRIGADA DE LOS EJERCITOS DEL REY. La Cédula estaba firmada por el Rey Fernando VII en Aranjuez. Cuando el valiente vendeano de Pasto moría gritando “Viva el Rey”, ignoraba que éste lo había honrado con el título de General. Justiciero el gesto del monarca y merecido de sobra por el hombre que sucumbió con un viva entre los labios. En la exacta y minuciosa historia escrita por Sergio Elías Ortiz, en las páginas finales del “Agualongo” resuena el eco de un De Profundis por el dolor y el vencimiento de la ciudad humillada, destruida, vejada y sometida a ultrajes que no tienen nombre. Ortíz cuenta que Flórez reclamaba le fuera entregado Agualongo para cobrarle las derrotas que le había infligido, fusilándolo. Popayán lo reclamaba también y allá lo envió Obando. Flórez gozaba fusilando pastusos, en los seis meses primeros de 1824 había fusilado alrededor de 300. En Popayán, las gentes no creían que aquel mestizo, de poca estatura y de aspecto sencillo fuera el jefe de Pasto. Las gentes se habían agolpado para conocerlo al saber su llegada a la ciudad. Los otros oficiales, Enríquez, Insuasty y demás, eran de buena estatura, de raza blanca y de porte altivo. Obando decía: “ Agualongo había sido demasiado grande en su teatro, tanto por su valor y constancia, como por la humanidad(subrayamos) que había desplegado en competencia de tantas atrocidades cometidas contra ellos”. Se refería a los pastusos, víctimas de las crueldades de los patriotas. Un hombre salido de la oscura masa popular de Pasto supo proceder con mayor nobleza que los que venían en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Fue conminado, aún por el propio obispo de Popayán,

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para que abjurara en sus ideas monárquicas a cambio del perdón. Las respuestas que dio solo sirvieron para avergonzar a sus antiguos compañeros y animadores intelectuales. Dijo que había jurado ante el Santísimo servir a la causa de España y de su Rey. Adivinamos la sonrisa en los labios de millones de perjuros que hoy le dan al juramento un valor insignificante. Igual fue la respuesta de sus compañeros. Sergio ElíasOrtiz termina así su libro: “Pidió que no se lo vendara, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente, sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estirpe. Y se le concedió. Y cuando a la voz de FUEGO, las balas destrozaron los cuerpos de los últimos defensores de España en América, salió terrible, de los pechos abatidos, como un trueno, el grito de lealtad y de guerra “VIVA EL REY!”.

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ÚLTIMOS INTENTOS REACCIONARIOS

En los primeros meses de 1825 llegaron a Pasto, licenciados, algunos oficiales y soldados pastusos que habían peleado con gran éxito en la campaña del Perú. Sin embargo la mala traza de sus vestidos y uniformes sirvió para que se echara a correr el chisme que venían derrotados por los españoles del sur. El rumor hizo carrera y el guerrillero Juan Benavides se alzó contra los republicanos. Luego se le sumaron Moncayo, Erazo, Angulo y otros sobrevivientes de los últimos desastres y fusilamientos. Luego de afortunados golpes de mano sobre destacamentos republicanos instalados en Taminango, La Cruz, Berruecos y alrededores de Pasto, donde obtuvieron alguna armas, tuvieron el coraje de enfrentarse a las fuerzas regulares de Juan José Flórez, siendo batidos completamente. Para 1826 parecía pacificada definitivamente la comarca pastusa, a pesar de que el guerrillero Noguera solía efectuar asaltos esporádicos en distintos puntos. Se había obtenido la paz y se había cumplido esa especie de “delenda est Pasto”, consigna de todos los republicanos,

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de Bolívar hacia abajo, quien, en carta a Santander decía alguna vez: “No puede usted imaginarse lo que es este país y qué son estos hombres. Todos estamos aturdidos con ellos. Creo que si hubieran tenido jefes numantinos Pasto habría sido otra Numancia (9 de junio 1822)”. Para los pastusos el servicio de Rey era como un mandato de la religión. Los años de 1827 y 28 transcurrieron en Pasto en calma hasta que el Perú inició su campaña sobre las provincias de Azuay, Loja y Guayas, pertenecientes al Departamento de Quito, las que deseaba incorporar al Perú el mariscal Lamar (nacido en Cuenca). Lamar gobernaba el Perú, siendo quiteño, lo que le creaba una situación bastante incómoda. Obando y López habían insurreccionado todo el Cauca contra Bolívar, acusándolo de dictador y de tirano. Estos generales cortaron las comunicaciones entre Bogotá y Quito. En una situación muy delicada, de orden internacional, la actitud de dos jefes caucanos estaba próxima a un caso de traición. El 12 de octubre lanzó una proclama Obando, que, entre otras cosas decía: “La poderosa Perú marcha triunfante sobre ese ejército de miserables (los colombianos). El Perú, triunfante de Bolivia y de Colombia, viene a proteger nuestro lanzamiento”. Algo más: al pueblo y los campesinos de Pasto les aseguró que, si lograba derrotar a Bolívar, juraría de nuevo a Fernando VII. Así lo afirman los historiadores Groot y Posada Gutiérrez. A actos de esa naturaleza se les da el nombre de felonía. Todo esto hacían los dos generales, mientras en la frontera con el Perú el ejército colombiano se organizaba para contener a los invasores. Groot considera que a Obando no le importaba que los peruanos pusieran los límites de su país en el río Mayo, pues aún perdida la provincia de Pasto, la Nueva Granada quedaba aún bastante grande y suficientemente rica para pagar muchos empleados, cual es el ideal de los políticos suramericanos.

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El Libertador, que deseaba dirigir personalmente la campaña contra el Perú, siguió con un ejército hacia el sur. Pero como Obando y López le cerraban el paso a Pasto, resolvió enviar a dos eclesiásticos para que buscaran un acuerdo con los dos insurgentes. El Libertador volvía a encontrarse en situación semejante a la de 1822 y era mejor buscar una transacción política. Además, su salud era, en esos días, muy precaria. Fue muy oportuno el envío de los dos eclesiásticos a parlamentar, pues ello sirvió para que los hombres de Pasto se percataran de las preeminencias que Bolívar otorgaba al clero, y se predispusieran en su favor y se quebrantara la resistencia tenaz contra el Libertador. Empezó la deserción en las tropas de Obando. Y aunque las condiciones que éste impuso al Libertador fueron humillantes, se llegó a un acuerdo. A Bolívar le bastaba entrar a Pasto. La entrada tuvo lugar cuando ya las tropas colombianas, dirigidas por el mariscal Sucre, habían infligido una derrota casi vergonzosa a las peruanas en el Portete de Tarqui, cerca de Cuenca, la patria chica de Lamar. La ciudad de Pasto recibió al Libertador con todos los honores debidos a su rango. El pueblo lo aclamó y quedó en paz la ciudad. No sobra recordar que el 19 de diciembre de 1826 los oficiales pastusos, coronel Paredes y capitán Villota, seguidores de Obando, tuvieron un encuentro con fuerzas del coronel Tomás Pérez, siendo derrotados y pasados por las armas. Las experiencias del Libertador eran cada día más dolorosas. A la conspiración septembrina seguían golpes, insubordinaciones, deserciones, toda la gama del desorden y la anarquía. En 1829 redactó su análisis de la situación en un escrito que tituló Una mirada sobre la América Española. Allí se hace notorio el arrepentimiento de lo hecho por él. La ingratitud de los peruanos para con

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Colombia, de los colombianos para con él. En fin, toda una letanía del desencanto y la desilusión. La historia de Colombia y de los países que se independizaron de España ha sido escrita con una concepción pragmática, de tesis republicana, dirigida a infundirles a niños y jóvenes estudiantes un amor hacia ese tipo de instituciones y un aborrecimiento hacia la forma monárquica del gobierno. Mas, historiadores como el propio ministro de Estado del Libertador, José Manuel Restrepo, no podía ocultar cuál era el régimen que había sustituido al de España en Colombia. Había concluido victoriosamente la guerra de la independencia. Sin embargo, anota el señor Restrepo: “Los pueblos no podían ya sufrir el espíritu militar que dominaba por doquiera. Militares eran los jefes superiores, militares los prefectos y militares los gobernadores de las provincias. Tanto el Libertador, como el ministro de guerra Urdaneta, habían prodigado los grados y empleos de la milicia, de modo que los militares y el ejército absorbían todas las rentas públicas. He aquí el cáncer que devoraba a Colombia. Las autoridades civiles eran nulas y muchas veces ultrajadas por los militares; éstos no las obedecían cuando les desagradaba lo que mandaban. Aquellas estaban envilecidas a la vista de los pueblos que en silencio deploraban la tiranía y los excesos de los libertadores. Se hizo entonces muy común el dicho de que “no habría libertades mientras hubieran libertadores”. Parece una paradoja, verdad? La alacridad humorística de los aprendices de periodistas de entonces se burlaba graciosamente de los gobernantes y de sus maneras de gobernar. En Quito alguien escribía: “Ultimo día de despotismo y primero de lo mismo”. Cuando Bolívar creía ver terminada su obra y llegado el momento de un merecido descanso, no sólo no lo tuvo, sino que le salieron problemas por todas partes. El cáncer de la disolución aparecía por Venezuela con Páez, aparecía

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en Quito y en la misma Nueva Granada no se quería tener en el gobierno a los militarotes “negros”de Venezuela. Cuando soñaba con una gran Confederación de pueblos latinoamericanos, mayor que el que Washington y sus amigos habían constituido en Norteamérica, su obra más amada, la Gran Colombia, se le deshacía como un terrón de azúcar en el agua. * * * Un explicable fenómeno ocurría entonces: un numeroso cortejo de generales, coroneles, capitanes, tropa que había guerreado diez o más años, se paseaba por las calles de pueblos y ciudades, rumiando su nostalgia de la guerra, con su sable y su uniforme deteriorado. Así como los burócratas de hoy viven del sueldo sin trabajar, así aquellos veteranos deseaban mandar y ganar mucho sin trabajar también. Pretendían que se les obedeciera; que se les rindiera honores y se les saludara con mucho respeto. En cambio, los civiles, se burlaban, o se fastidiaban ante la pretensión ignara de los veteranos. * * * No había pasado una década del ensayo republicano cuando en Bogotá empezó a dársele la razón al espíritu monárquico de los pastusos. Ante el desorden general y el desbordamiento de las ambiciones de gentes ignaras y mediocres, muchos empezaron a dudar de la obra realizada. En Bogotá el consejo de Ministros estudió ampliamente la posibilidad de traer un príncipe de la Casa de Orleans para crear entre nosotros una monarquía. ¿Por qué la Casa de Orleans? ¿Por qué se iba a buscar en Francia lo que se había rechazado por español? ¿Un monarca que en vez de hacerse entender en español tratase de hacerlo en francés? ¿Un borbón tras de otro borbón? Porque hay que recordar que los Orleans, que en

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la Restauración llegaron a remplazar a los borbones, cuyo último Luis fue guillotinado, eran borbones también. El Rey Luis Felipe descendía del Duque de Orleans, hermano éste de Luis XIV, el Rey Sol. Los dirigentes de Bogotá observaban, con pesar, que había más libertad, garantías individuales y orden interno en regímenes monárquicos como Inglaterra, por ejemplo, que en las nuevas repúblicas de América, en donde cualquier militarote echaba por tierra las instituciones e imponía su omnímoda voluntad. Un tiranuelo que acababa de caer, a veces asesinado por los mismos que lo llevaron al poder. Esta tendencia regresiva hacia la monarquía se dejaba sentir también en el Perú, en Argentina, en Méjico y después en Ecuador. Resultaba entonces un despropósito mayúsculo el haber sacrificado millares de soldados, de parte y parte, en las guerras de Pasto, para después ponerse a pensar en la posibilidad de traer un príncipe europeo a gobernar estas tierras. El consejo de ministros decidió consultar al Libertador los propósitos monárquicos. Ya habían sido enviados a Europa los negociadores Leonardo Palacios y José Fernández Madrid, para que iniciaran conversaciones al respecto en París y también en Londres. Por fortuna Bolívar conocía las sangrientas ocurrencias de Itúrbide en Méjico, las de Dessalinnes y Henry Cristophe en Haití. Todos se coronaban emperadores a la usanza de Napoleón Bonaparte, pero en escenarios minúsculos. El Libertador contestó con bastante tardanza desde Popayán, por intermedio de su secretario Espinar, dando un no rotundo a las propuestas que se le hacían, donde iba envuelta también la idea de que Bolívar asumiera el gobierno vitalicio, para ser reemplazado, a su muerte por un príncipe. Algo semejante a lo que ocurrió en España. La persona directamente interesada en las negociaciones fue el propio historiador Restrepo. La negativa del

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Libertador le dolió inmensamente. No le gustó que él hubiera demorado cuatro meses en dar respuesta, pues ello dio lugar a que en Europa se hubieran adelantado unas gestiones que al cabo quedaron sin piso. Y que dejaron al gobierno colombiano en una situación bastante desairada ante las cortes de Europa. Veamos cómo relata Restrepo los pormenores de las infortunadas gestiones: “Al ver muchos de los hombres de experiencia y de influjo en los negocios, residentes en Bogotá, el estado alarmante que tenía la subsistencia de la Unión Colombiana; al considerar el único vínculo que ligaba a las diferentes partes de esta hermosa república de Bolívar, su fundador, cuyas enfermedades y vejez prematura no prestaban garantías de que viviese lo bastante para dar cima a las obra comenzada; al meditar, finalmente, las fuertes antipatías que existían, por desgracia, entre granadinos y venezolanos y las que profesaban contra ambos los hijos del Ecuador, naturalmente miraban con ansiedad el porvenir de Colombia que no podían juzgar duradero. A tales motivos, fundados de temor, se añadían las revueltas originadas de las elecciones de presidente y vicepresidente, que habían puesto a Colombia a punto de dividirse, y la inmensa lista militar compuesta en gran parte de jefes audaces y ambiciosos, émulos algunos del Libertador, que aprovecharían la primera ocasión que pudieran atrapar, a fin de dividir el territorio y mandar con independencia en la sección que les tocara. Todos estos y otros varios motivos reunidos, hacía excogitar a muchos antiguos y verdaderos patriotas, cuál sería el remedio para que subsistiera largo tiempo el magnífico Estado de Colombia. “Después de muchas meditaciones pareció a algunos, entre los cuales se contaban los miembros del Consejo de Ministros, que Colombia no podía subsistir regida por instituciones Republicanas que prescribían un jefe electivo cada cuatro años, según lo establecido por la Constitución

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de Cúcuta, pues infaliblemente se dividirían por las antipatías y rivalidades existentes y las que exitaban las cuestiones eleccionarias. Fueron, pues, de opinión que el único gobierno que daría al territorio Colombiano garantías de orden y estabilidad, sería el monárquico constitucional llamando al trono a un príncipe extranjero de las antiguas dinastías de Europa. “Pero al mismo tiempo creyeron que era preciso combinar con esta idea capital: ¿Qué se haría en tal caso con el Libertador?. Parecía que su grande influjo era necesario para hacer la transición y consolidar a Colombia; ésta además, no debería olvidar los eminentes servicios que le había prestado para conseguir su independencia y que los pueblos estaban acostumbrados a obedecerle. Creyeron pues, algunos resolver el problema estableciendo: que se adoptara en principio la monarquía constitucional en Colombia; y que Bolívar mientras viviera mandase en ella con el título de Libertador Presidente; pero que desde ahora se llamase a un príncipe extranjero a sucederlo, quien sería el primer rey y hereditario el trono de sus descendientes. En cuanto a la elección del príncipe, pareció a algunos que sería acaso lo más conveniente escoger de la familia reinante en Francia entre los hijos del Duque de Orleans”.

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PASTO OCUPADA POR EL ECUADOR

En mayo de 1830 a tiempo que en Caracas se reunía un Congreso para proclamar la separación de Venezuela, el general Juan José Flórez, fomentaba en Pasto un movimiento anexionista al nuevo Estado que se llamaría Ecuador con capital en Quito. Consiguió que algunos clérigos, obedientes a los mandatos del obispo de Quito suscribieran en Pasto una declaración a favor de la incorporación de la provincia de Pasto. En este afán estaban involucrados también algunos ciudadanos de Pasto. El general Flórez se apresuró a aceptar la anexión y declaró estar dispuesto a defenderla por todos los medios a su alcance. El 13 de mayo se había llevado a cabo la separación del Ecuador y el 4 de junio caía asesinado en Berruecos el mariscal Antonio José de Sucre, cuando se dirigía a Quito en un supremo esfuerzo por contener la disolución de la Gran Colombia. Nunca se sabrá ciertamente si el asesinato estuvo planeado por Flórez, autor de la separación del nuevo Estado; si por Obando quien conspiraba contra el Libertador y sus hombres de confianza, o por los mismos

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enemigos que actuaban contra Bolívar y sus hombres en el corazón de la República: Bogotá. Nunca, como en este junio de 1830 fue más desolador el panorama de Colombia: la disolución de la gran nación que creara la mente ambiciosa de Bolívar; la enfermedad de este ilustre Libertador; el asesinato de Sucre; las revoluciones y motines que surgían por todas partes. Un general Moreno trataba de anexar los Llanos de Casanare a Venezuela. Obando y López ansiaban también formar una república con Cauca y Antioquia o dudaban entre incorporarse al Ecuador o mantenerse dentro de la Nueva Granada. Tenían un buen pretexto para su rebeldía: Venezuela pasaba a ser un Estado mandado por el venezolano Páez; Ecuador, mandado por el venezolano Flórez y para colmo de colmos la Nueva Granada estaba en poder de un dictador venezolano: Urdaneta. Como coquetearan con Flórez, éste no vaciló en extenderles una credencial como diputados al congreso constituyente de Quito, en donde se les esperaba con vivo interés. En 1828, el concepto del Libertador acerca de los generales López y Obando era el siguiente: “López (J.H.) es malvado, es un hombre sin delicadeza y sin honor, es un fanfarrón ridículo, lleno de viento y vanidad. Todo valor, consiste en el engaño, la perfidia y la mala fe. En una palabra, es un canalla”. ( Perú Lacroix. Diario de Bucaramanga). “José María Obando, más malo que López, peor si es posible. Es un asesino con más valor que el otro: un bandolero audaz y cruel, un verdugo asqueroso, un tigre feroz, no saciado aún con la sangre que ha derramado en Colombia. Por último son dos forajidos que deshonran al ejército a que pertenecen y las insignias que llevan. Dos monstruos que preparan días de luto y de sangre para Colombia”. Las previsiones del Libertador no tardaron en cumplirse con exceso. Ambos generales prendieron la guerra civil

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en el Cauca contra la dictadura de Bolívar, pidiendo la vigencia de la constitución de Cúcuta. Al iniciarse la guerra con Perú se pusieron del lado de los invasores de Colombia, cortando comunicaciones entre Bogotá y el frente militar con la ocupación de zonas en el sur de la Nueva Granada. Nuevamente en 1830, en 1831 encendieron la guerra civil en el sur y así siguieron sembrando la muerte y la destrucción en el territorio de Colombia hasta el último instante de sus vidas. El 11 de noviembre del mismo año 30, se reunió en Buga una asamblea para decidir acerca de la anexión del Cauca al Ecuador. La resolución fue afirmativa por mayoría de votos. Contó esta asamblea con el valioso apoyo de José Rafael Arboleda, a quien algunos entusiastas asambleístas candidatizaban para futuro presidente del Ecuador. Se ha creído que esta asamblea fue inspirada por el general Obando en cuyas manos estaba el permitir o impedir la instalación y labores de la improvisada corporación. Don Francisco José Quijano jefe político de Popayán y amigo de Obando promovió en esta ciudad una reunión popular la cual aprobó un acta donde se declaraba que: “ 1º) El Circuito de Popayán se agrega libre y espontáneamente al Estado del Ecuador, bajo un sistema constitucional y leyes que lo rigen, sometiéndose al Jefe del Estado…(3º). Las autoridades que actualmente nos gobiernan continuarán en el ejercicio de sus funciones hasta que el supremo Gobierno del Ecuador resuelva otra cosa conforme a la Constitución y a las leyes del Estado…”. Popayán estaba entonces bajo el gobierno civil y militar de Obando y José Hilario López. Nada podía hacerse sin el consentimiento de ellos. López dice en sus Memorias: “tuve la inspiración de proponer a muchas personas notables de Popayán agregarnos al Ecuador condicionalmente, puesto que el gobierno colombiano no existía”. Esta confesión da la clave de todos los movimientos revolucionarios que desde este año en adelante protagonizaron en el Cauca y

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especialmente en Pasto, Obando y López. Así se vio a los tres generales inculpados del asesinato de Sucre, comer en el mismo plato y darse el abrazo del perdón por sus mutuas inculpaciones. Y así se les vio en adelante guerrear sin descanso a todo lo largo de sus vidas, tras el poder, sin importarles la ruina y la miseria de los pueblos recién liberados ni el descrédito del país ante el mundo civilizado. Sin embargo hay muchos que consideran a estos generales como próceres de la nacionalidad… Luego López y Obando volvieron sus miradas hacia el norte, hablaban en nombre de la legitimidad. La legitimidad armada en vez de la legitimidad por los medios cívicos o pacíficos. Y mientras Flórez ocupaba a Popayán y Pasto los dos generales siguieron hacia el Valle del Cauca. Urdaneta había enviado fuerzas hacia el sur para someter a los dos rebeldes. Los vencedores siguieron a Bogotá luego de hábiles convenios en los cuales siempre llevaron la mejor parte. Urdaneta renunció y asumió la presidencia el vicepresidente Caicedo. López se presentó ante Caicedo con el título de General Ecuatoriano auxiliar de la Nueva Granada, pero Caicedo lo convenció para que se despojara de tan sonoro título, a cambio del de “Comandante de las fuerzas del Gobierno Granadino”. La ambición y la vanidad de López estaban satisfechas en exceso. Y he aquí que el 15 de mayo de 1831 vemos a López presidiendo una vistosa parada militar que partía de San Victorino y llegaba hasta la Plaza Mayor con tremendo ruido de tambores, cornetas y repiques de campanas. Todo esto mientras que en Quito se le acomodaban los epítetos de traidor y venal, según lo asegura el historiador Fermín Cevallos. La ciudad de Popayán había sido ocupada por el batallón Quito al mando del coronel Manuel Zubiría y Pasto se encontraba bajo custodia de importantes fuerzas del Ecuador. Había algunos destacamentos ecuatorianos en el Chocó y en Buenaventura. Flórez pensando en otra cosa, había cuidado las espaldas de Obando y López en el sur, para permitirles accionar sobre Bogotá.

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Pero ahora, cambiada la situación política, López y Obando debían reparar el daño hecho a la Nueva Granada al facilitar la incorporación del Cauca y del Chocó al Ecuador. Con la misma facilidad con que hicieron la anexión, procedieron a deshacerla. Un motín habido en Popayán por la prisión del coronel Sarria, obligó al coronel Zubiría a desocupar la plaza y regresar a Pasto. Ante las demandas de López para que Flórez consintiera en el retorno del Cauca a la nacionalidad granadina, Flórez accedió, pero exceptuando las provincias de Pasto y Buenaventura. Las discusiones prosiguieron hasta cuando el gobierno de Bogotá, agotadas las vías pacíficas, dispuso la movilización de un ejército hacia el sur, al mando del general Obando. El general Flórez, por su parte, lanzó una proclama belicista en la cual invitaba al ejército y del pueblo del Ecuador a coronarse de gloria en las futuras victorias militares. Los aprestos de parte y parte hacían temer una sangrienta guerra entre los pueblos hasta entonces tenidos como hermanos. Pero afortunadamente las cosas ocurrieron de distinto modo. A mediados de septiembre de 1832 se encontraba el general Obando cerca del río Juanambú, comandando un ejército de 2.500 hombres. Tenía a su favor la defección del comandante ecuatoriano Sáenz, encargado de la vigilancia del río Mayo con 130 hombres. El Juanambú estaba muy crecido y hubo que apelar a tarabitas para pasar una compañía de soldados de la región, los que desempeñarían el papel de avanzadas. Estas ascendieron hasta Chacapamba y allí se entregaron al reposo. Las cosas andaban mal para Flórez, pues había tenido que acudir a Quito en donde el batallón Vargas, formado por venezolanos, se había insubordinado. Quedó, pues, en Pasto, como jefe el general Farfán. Tenía a su disposición la columna de Pichincha de dos mil hombres. Además un escogido batallón de milicias pastusas.

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Obando, en tanto, estaba angustiado por la falta de noticias en sus avanzadas, para emprender el paso del Juanambú. De pronto aparecieron soldados de las avanzadas, desarmados, fugitivos y con la mala noticia de haber sido sorprendidos en Chacapamba por el enemigo. Farfán, por su parte, había despachado 200 hombres con el objeto de situarse a la defensa del río Juanambú. Al anochecer, la tropa arribó a Chacapamba y, sorpresivamente, dio de manos a boca con las avanzadas de Obando. Los ecuatorianos hicieron una descarga y se pusieron a la espera de la respuesta, luego de buscar posiciones favorables para el combate. En el despliegue apresaron 16 hombres. Estos fueron traídos presos a Pasto y allí informaron, bajo juramento, que Obando había pasado el Juanambú con cinco mil hombres, y que venía sobre Pasto. Creyendo en la veracidad de tales informes, Farfán dispuso que sus tropas abandonaran la ciudad con dirección a Túquerres. Esto a pesar de que el batallón Milicias de Pasto lo invitó a permanecer en la ciudad y resistir. Como no fueron escuchados por Farfán los milicianos trataron duramente a los ecuatorianos y se disolvieron. Cuando Obando se enteró de que la compañía de avanzadas había sido sorprendida en Chacapamba, conjeturó, a su vez, que el avance sobre Pasto iba a ser infructuoso y difícil. Entendió que Flórez tenía fuertemente defendidas las posiciones de Buesaco, Chacapamba y Tacines. Entonces optó por la retirada a Popayán en espera de refuerzos para abrir operaciones sobre Pasto. Ya estaban ensillados los caballos y las mulas cargadas con equipaje, municiones de boca y de guerra para emprender la retirada, cuando unos soldados anunciaron que por el camino de Buesaco descendían unos jinetes a todo galope, agitando pañuelos blancos. Que grata sorpresa se llevó Obando cuando conoció que se trataba de tres caballeros pastusos que venían dando gritos de “Viva la

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Nueva Granada”, y traían la feliz noticia de que Flórez se encontraba en Quito y de que Farfán había abandonado Pasto para seguir a Túquerres. Los tres señores pastusos se adelantaron – dice el general Posada Gutiérrez, segundo jefe del ejército granadino – a anunciar nuestra próxima entrada a la ciudad y a preparar los repiques de campanas, los cohetes y el refresco, cosas de rigor para la recepción de los ejércitos victoriosos. El mismo general asegura, con cierta ironía que, “sin la oportuna llegada de los tres caballeros pastusos se habría visto correr los unos hacia Quito y los otros hacia Popayán. En este caso, ¿qué habría sucedido? ¡Dios mío! Sobre unos y otros hubiera caído la más merecida rechifla”. La historia es amena, ciertamente y fuera increíble si no estuviera contada por quien fue uno de los principales actores. Así terminó, por fortuna para ambos países este que si no fue encuentro militar entre dos pueblos hermanos, fue un hecho que evitó un inútil derramamiento de sangre, en una época dolorosa de destrucción, de miseria y de enfermedades. La entrada a Pasto tuvo lugar el 22 de septiembre de 1832. El propio general Posada Gutiérrez, entre otras observaciones hace las siguientes: “La ciudad de Pasto, por su extensión, por sus edificios derruidos manifestaba que debió en mejores días ser una grande e importante ciudad, pero pocas en las guerras de independencia sufrieron tanto. Para esos días todavía quedaban las huellas de la salvaje destrucción que sufrieron los edificios en sus muros, puertas y ventanas del 24 de diciembre de 1822 en adelante. Dice en otra parte de su relato: “El 22 de septiembre por la tarde el ejército de Obando lanza gritos de alegría al ver el valle de Pasto y con razón: nada tan bello como aquel valle encantador, más bello que el risueño de Guaduas, más bello que el espléndido de Medellín”.

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Flórez, completamente desalentado con la ocupación de Pasto, informó del hecho al Congreso de Quito. Este designó al general Antonio Martínez Pallares para que celebrara un armisticio con los representantes del gobierno granadino. Luego Obando se trasladó a Túquerres a discutir con Flórez los términos de un tratado de límites. El 8 de diciembre de 1832 se firmó en Pasto el tratado de Paz, Amistad y Alianza, con el cual la Nueva Granada y el Ecuador se reconocían como Estados independientes y soberanos y se señalaban los límites entre los dos países, según los cuales las provincias de Pasto y Buenaventura quedaban formando la Nueva Granada.

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LA REVOLUCIÓN DE LOS CONVENTOS

Las comunidades de Pasto disfrutaban de una generosa autonomía, pues dependían nominalmente del obispo de Popayán. Pero en realidad los conventos recibían órdenes de sus superiores de Quito. A Quito enviaban el producto de los legados, bienes raíces que en Pasto poseían. Que no eran pocos. Los frailes que quedaban en Pasto eran pocos, puesto que algunos fueron muertos por los patriotas y otros huyeron o fueron expulsados. Los que quedaban eran ecuatorianos o pastusos. Ya habíamos dicho que Pasto fue, durante largo tiempo, una rueda suelta en cuanto a la administración civil como en lo eclesiástico. Esta situación facilitaba, en cierta manera, las ambiciones caudillistas de hombres como Obando, López, Flórez y Mariano Alvarez, quienes, a favor de esa confusión mantenían el país en constante situación de revuelta. Los pastusos, a su vez, se habían adaptado a ese nuevo estilo de guerrillas y de permanente zozobra. Otros trataban de mantener así cierta autonomía que les permitía desobedecer órdenes cuando venían de Quito, porque decían pertenecer al gobierno granadino y depender también del obispo de Popayán. Y

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cuando los mandatos venían de Bogotá a Popayán decían que esta provincia dependía del gobierno civil o del obispo de Quito. Tenemos a la vista un retrato al óleo, de cuerpo entero, del padre Villota, donde se lee: “Doctor FRANCISCO DE LA VILLOTA, PREPÓSITO DE LA CONGREGACION DE SAN FELIPE NERI, DE PASTO. DEJO DE EXISTIR EL 20 DE JULIO DE 1864. A LOS 75 AÑOS DE EDAD”. Sobre su fondo azul oscuro se adelanta la figura de un monje, con estampa ascética y casi fúnebre, apta para ser incorporada al “Entierro del conde de Orgaz”. Larga y flaca es la figura, encorvada por el paso de los años y de una severa disciplina monástica. En la mano izquierda ostenta las llaves de la comunidad que regentaba. Se decía que él obraba milagros aún en vida. Alguna vez, desde el púlpito dirigió una dura reprimenda por la vida disoluta que sus feligreses llevaban. Y los amenazó que, de no mejorar las costumbres, iba a venir un terremoto que no dejaría piedra sobre piedra de la ciudad corrompida. A los pocos días (dicen que ocho) sobrevino efectivamente un pavoroso temblor de tierra (1834) que medio destruyó la ciudad y llenó de espanto a los habitantes. El 5 de junio de 1839 el congreso de Bogotá dictó una ley que suprimía los conventos de San Francisco, San Agustín, La Merced y Santo Domingo. Quedaba a salvo el convento que regentaba el padre Villota. Este sacerdote había escrito un poco antes, el 30 de abril, una carta al obispo de Popayán con términos como éstos: “… la experiencia ha enseñado en todos los siglos, desde que hay religiones, que ha sido más fácil fundar un instituto nuevo, que reformar otro; así es que ni aún los santos lo han podido, sino los señalados por Dios, tal un San Juan de la Cruz, un San Pedro Alcántara y Santa Teresa de Jesús… Ya conocerá V. S. Ilustrísima los decretos del Congreso ecuatoriano acerca de los conventillos y, aunque estos de Pasto no son comprendidos en lo material, por

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ser de diverso Estado me parece quedan sin duda alguna comprendidos, por lo cual V. S. Ilustrísima empezara a indicar qué resortes deben tocarse, cuándo y de qué modo”. “Al buen entendedor… Cuando se supo en Pasto lo determinado por el Congreso de Bogotá salió el coronel Mariano Alvarez, Fidel Torres y otros guerrilleros a alborotar al pueblo. Estos fieles amigos del general Obando entraron en acuerdo con los frailes y el pueblo todo se trasladó donde el padre Villota a requerirlo para que explicara su posición. No aceptamos, decían, que el gobierno civil se entrometa en asuntos que son privativos de la iglesia. ¿Cómo se iba a arrebatar sus bienes a los conventos para que los frailes tuvieran que salir a ejercer la mendicidad? ¿Por qué se les arrebata sus bienes para dedicarlos a obras públicas y evangelización del Putumayo? ¿Por qué se quería expropiar violentamente sus bienes a los conventos, con el pretexto de destinarlos a otras obras educativas? Y he aquí que el padre Villota monta a caballo empuñado el estandarte de San Francisco y, seguido de millares de hombres y mujeres inflamados de ira santa, recorrió la ciudad instando a los fieles a desconocer la ley injusta. El jefe militar de la provincia, mayor Manuel Mutis huyó de la ciudad. He hizo bien porque quizá su pellejo corría peligro. Dejó las armas en poder del coronel Mariano Alvarez. Este, de acuerdo con el padre Villota expidió un manifiesto: ARTICULO 1º. Los infrascritos y el pueblo de Pasto declaran solamente que obedecen al gobierno de la República y a las autoridades constituidas que solicitan las siguientes concesiones: 1) Que el señor Gobernador de la Provincia llevará a efecto la publicación del decreto de suspensión de los conventos de esta ciudad. 3) El señor coronel don Antonio Mariano Alvarez continuará instruyendo las milicias para que de este modo se establezca el orden…

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4) Que el parque se entregue al cuidado de los señores proponentes (P. Villota y Coronel Alvarez). Finalmente, se den los debidos reconocimientos a los innumerables beneficios que en las presentes circunstancias ha hecho el señor presbítero Francisco de la Villota, quien ha evitado con su persuasión, influjo y actividad, el derramamiento de sangre, los desastres que se tocaban ya y otros males incalculables”. El mismo día 3 de Julio, el gobernador de la provincia, Antonio José Chaves, otorgaba su aprobación a lo pedido, difiriendo la ratificación al señor Presidente de la República. Ahí hubiera terminado el lío. Pero Bogotá insistió en el cumplimiento de la ley. El poder ejecutivo desaprobó las concesiones que por la fuerza y la violencia se arrancaron al gobernador de Pasto. El general Pedro Alcántara Herrán ha sido nombrado comandante en jefe de una División que debe restablecer el imperio de la Ley en Pasto. Obando deseaba ahora ser nombrado pacificador. Por ello su ánimo se contrarió al saber la escogencia de Herrán. El 27 de julio llegó a Popayán el jefe gobiernista. De allí fue enviada una comisión a Pasto para que se entendiera con Alvarez y el padre Villota, a fin de convencer a éstos para que acataran la ley y se sometieran. Los padres Liñán y Urrutia recibieron este difícil encargo. Como la misión de éstos fracasó, fue a Pasto el general Herrán, pero tuvo que volver a escape ya que su vida estaba en peligro, según él mismo lo dijo. Pasto no aceptaba solución distinta de la pedida por Alvarez y el padre Villota. Agréguese a ello que Estanislao España había invadido la provincia de Túquerres y derrotado a una tropa leal del gobierno de Bogotá. El guerrillero Andrés Noguera apareció con grupos indígenas armados, otra vez con el grito de “VIVA EL REY”. El coronel Alvarez hablaba, a su vez, de implantar un sistema federativo de gobierno para la provincia de Pasto. Pero entre tanto el general Herrán había pasado el Juanambú y ya ocupaba el pueblo de Buesaco.

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Allí fue atacado el 31 de agosto. Los frailes impartían absoluciones y bendiciones a sus soldados, prometiéndoles la gloria eterna, al grito de Viva la Religión! Se precipitaban las montoneras mal armadas contra las escasas y veteranas tropas de Herrán, las cuales hacían fuego con una puntería tal que en dos horas quedaron diezmadas y vencidas las tropas de Pasto. Quedaron prisioneros Alvarez, sus tenientes, numerosos indios y el padre Villota, quien posteriormente fue sometido a varios interrogatorios. Los frailes fugaron con gran celeridad. Al día siguiente Herrán entró a Pasto y publicó un indulto para Alvarez, el padre Villota y demás comprometidos. Al propio tiempo se leyó por bando el decreto sobre supresión de los conventos. Como todas las ocupaciones de Pasto, esta de Herrán sirvió para provocar el ánimo guerrero y la venganza de los que habían sido vencidos en Buesaco. Nuevamente Andrés Noguera, con Estanislao España organizaron partidas armadas que se presentaban por las goteras de Pasto y mataban soldados, llevándose armas y municiones. Nunca presentaban combate franco. Sólo el último día de 1839 logró Herrán derrotar a Noguera en Chaguarbamba. La situación se hacía otra vez comprometida para Herrán. Pocos días después empezaron a enfermar sus tropas. Continuaba implacable el asedio de los guerrilleros y no venían los auxilios que pedía insistentemente a Bogotá. El espectro de la derrota rondaba los cuarteles de Herrán. Las deserciones eran más frecuentes. Obando estaba próximo a Pasto. Este sabía que, ganado el apoyo de los pastusos, podía hacerse fuerte en la provincia por mucho tiempo. Contaba Obando con cierto aprecio entre todas las clases sociales de Pasto. También entre los indios. El indio que mora en Pasto no es como el de otras regiones, tímido, humilde. El indio pastuso es franco y decidido. Se mezcla con el blanco y el mestizo. Ha asimilado los modos y costumbres de éstos. Se presenta ante las autoridades y formula sus reclamos con energía. Entra y sale de la

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ciudad con sus músicas y sus santos por navidades, San Juan, Semana Santa, lanzando cohetes y gritos alegres. Acude a la guerra y se comporta igual que los blancos en el combate. Sus tácticas guerrilleras lo hacen temible, porque casi siempre es enemigo invisible y disimulado. Su sentido religioso hace que en cada grupo de casas construya una iglesia donde va un sacerdote a celebrar una fiesta independiente de las otras veredas. Estas numerosas iglesias, con sus altas torres alzándose sobre las colinas le dan al paisaje del valle de Atriz un aspecto pintoresco que pocas regiones ostentan. Los pueblecillos que están al pie son los que mejor se destacan. El general Obando fue a Bogotá con el fin de explicar su conducta en lo relacionado con la revolución de los conventos, ya que se le acusaba de ser promotor intelectual de ella. Allá tuvo el famoso duelo con el general Tomás Cipriano de Mosquera su implacable enemigo. Como del duelo a pistola ambos contendientes resultaron ilesos la cosa dio lugar a divertidos gracejos y comentarios. Regresó a Popayán, mas no sintiéndose seguro vino a Pasto con el pretexto de someterse al juicio que se le había instaurado por el asesinato de Sucre. Entró en conversaciones con el general Herrán, que tenía la misión de batir a Obando y entre ambos lograron convencer a los guerrilleros Noguera y España para que cesaran en sus empeños belicosos. A Obando le dieron en Pasto la casa por cárcel. Y continuó el proceso. Al inquieto caudillo no le faltaban informaciones acerca del estado de cosas en el resto del país. Como el fermento revolucionario que se extendía cada vez más por todas partes. Los apuros en que se encontraba el presidente Márquez. En vista de todo esto abandonó la ciudad el 6 de julio y fue a reunirse con sus amigos para organizar otra revolución. En ocho días reunió setecientos hombres. Publicó proclamas en las cuales aparecía como “SUPREMO DIRECTOR DE LA GUERRA EN PASTO, GENERAL DEL EJERCITO RESTAURADOR

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Y PROTECTOR DE LA RELIGION DEL CRUCIFICADO”. Ya la religión podía descansar tranquila con semejante PROTECTOR. Con sus guerrillas se dedicó a acosar a las fuerzas del gobierno, matándoles soldados cada día y arrebatándoles víveres, reses y armamento. Mosquera y su yerno Herrán decidieron acabar con el eterno faccioso de una vez por todas. ¿Cómo era posible que después del indulto de “Los Arboles” y estando procesado por asesinato, Obando fuera a alzarse en armas otra vez? Para asegurar el éxito incurrieron otra vez en el error de invitar a Flórez para que viniera de Quito con su ejército a colaborar en la destrucción de Obando. Ni corto ni perezoso, Flórez vino con su ejército a Pasto. Nunca dejó de pensar en la necesidad de que la suya fuera una república tan grande como Venezuela o la Nueva Granada. Si no era posible añadir el Cauca al Ecuador, buena cosa era agregarle la provincia de Pasto. Y no le faltaban razones para confiar en un resultado favorable. Don Angel y Don Rufino J. Cuervo, historiadores muy serios, dicen en la biografía de su padre don Rufino, que Herrán ofreció emplear lo poco que valía como hombre privado en “apoyar que se fijaran los limites de Ecuador en el Guáitara hasta su desembocadura en el Patía y de allí por éste hasta la costa, mediante justas indemnizaciones y bajo el supuesto de que la negociación no debía celebrarse hasta que la provincia de Pasto estuviese perfectamente tranquila”. Equivalía a ceder las dos terceras partes de lo que hoy constituye el Departamento de Nariño a cambio de pacificar la comarca. En otro párrafo de la misma biografía se lee: “Mosquera hizo también, por su parte, privadamente a Flórez, en una entrevista que él tuvo en Ibarra, las mismas promesas de Herrán con respecto a límites”. En otro lugar se cuenta que Mosquera opinaba que lo mejor sería salir de ese quebradero de cabeza de Pasto, entregándolo al Ecuador. Y los mismos historiadores agregan, por su cuenta que “Pasto era un cáncer para la paz de Colombia”. Pasto no

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era el cáncer: El cáncer lo eran aquellos ilustres generales Mosquera, Herrán, Obando, López, empeñados en tomarse el poder por medios militares, antes que por recursos de orden pacífico. Pasto era el trampolín para saltar Obando sobre el centro del país, sobre sus enemigos; el clan de los Mosquera que le perseguía sin darle cuartel. Dijimos que Flórez vino a Pasto con su ejército. El 23 de septiembre se firmó en Túquerres un acta entre Mosquera y el general ecuatoriano Leonardo Stagg en la cual señalaban los sueldos, honores y recompensas a que se hacían acreedores los ecuatorianos que venían a combatir a Obando. La llegada del ejército de Flórez desconcertó a Obando. Pero mucho más a sus tropas, que empezaron a desertar ante la desigualdad de la lucha que se avecinaba. El célebre Andrés Noguera intentó pasarse también a su antiguo amigo Flórez. Pero Obando, que lo supo a tiempo, lo fusiló con dos de sus compañeros. Así terminó su carrera este inquieto, cruel y valeroso guerrillero. Como fue su vida, fue su muerte. Obando dispersó sus tropas en guerrillas, la mayoría de las cuales las comandaba Estanislao España en Chaguarbamba. Luego se replegó hacia el caserío de la Laguna. Allí cerca, en Huilquipamba, los tres generales, Mosquera, Herrán y Flórez, sorprendieron a Obando, derrotándolo completamente el 26 de septiembre. Más Obando logró huir. La provincia quedó casi apaciguada. Como la revolución cundía en todo el país, Flórez recibió una solicitud para que con su ejército siguiera al norte para conjurar la subversión. La carta venía escrita y firmada por el propio doctor José Ignacio Márquez, presidente de la República. Por fortuna, Flórez vaciló en tomar una decisión puesto que no contaba con autorización del congreso ecuatoriano. Se contentó, pues, con mantener la posesión de la provincia de Pasto.

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Por tercera vez reapareció Obando en Timbío (febrero de 1841), levantando las banderas de la revolución. En abril derrotó las fuerzas del gobierno comandadas por Borrero y Sarria, y ocupó a Popayán. Estas fueron buenas nuevas para Flórez, quien puso en juego sus más hábiles tácticas. El 12 de mayo se dio publicidad a las actas por medio de las cuales Pasto y Túquerres se pronunciaban por su anexión al Ecuador. Túquerres lo hacía en forma irrevocable. Pasto con una reserva. Barbacoas y Tumaco resistieron a las presiones de Flórez, negándose a firmar papeles semejantes. Las actas de Pasto y Túquerres fueron celebradas en Quito con salvas de artillería, repiques de campanas, iluminación general de ciudad y corridas de toros. El gobierno de Quito sancionó la anexión por medio de un decreto. En Pasto, las autoridades que no inspiraban confianza plena a Flórez, fueron reemplazadas por otras más dóciles. Porque la verdad, la mayor parte de la población se había negado a firmar las actas de la anexión. “Pronunciamiento” se les llamaba. Como Flórez impuso cuotas para el sostenimiento del ejército ecuatoriano, la ciudadanía presentó resistencia a esa medida. El pronunciamiento de Túquerres decía: “El Cantón Túquerres se reincorpora y vuelve al seno de su antigua madre patria. Es y será para siempre parte integrante e indivisible de la república ecuatoriana, correrá su propia suerte sea cual fuere, y entrará en participación de las bendiciones que el cielo le dispense con mano liberal”. El embajador Rufino Cuervo entabló en Quito la reclamación para que fueran devueltas a Colombia las regiones ocupadas por Flórez. Pero el gobierno quiteño eludía la consideración de la solicitud con razones engañosas. Así estaban las cosas, cuando de pronto se presentaron a Flórez los indios de La Laguna pidiendo armas dizque para ir a combatir a los facciosos de Obando. Los comandaba Simón Josa. Lo que hicieron fue, con esas armas, marchar al río Juanambú y matar al comandante

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ecuatoriano Ramón Villota y a su tropa, que custodiaba el río. Simultáneamente aparecieron Estanislao España y Fidel Torres, los conocidos jefes y reuniendo al pueblo pastuso alcanzaron al coronel ecuatoriano José Martínez, cuando se dirigía al río Mayo y lo derrotaron. Flórez ordenó incendiar el caserío de La Laguna, lo que se cumplió estrictamente, siendo traídos, además, presos a Pasto los niños y mujeres que allí se encontraban. Esto enardeció aún más los ánimos. Cada día, cada noche aparecían muertos los soldados de Flórez en distintos lugares. Este no tuvo más recurso que abandonar la ciudad y dirigirse a establecer su cuartel general en Túquerres. Pero allí también los pueblos se dedicaron a hostigar a la columna batallón “Pichincha”. Muchos soldados eran desarmados y muertos. Su ejército constaba de cerca de tres mil hombres. El desastroso fin de Obando, batido por el general Barriga en la Chanca, venía a desbaratar sus planes sobre Pasto. Obando había huido hacia el Perú por el Putumayo. Los pueblos de Pasto y Túquerres se negaban violentamente a pertenecer al Ecuador. Pasto suscribió un acta restituyéndose al territorio granadino. Mosquera, triunfador en Tescua y Posada, triunfador en Riofrío, vino a Pasto con un ejército de 2.500 hombres. Previamente le había hecho saber a Flórez, por intermedio del capitán pastuso José Francisco Zarama, del desastre de Obando en La Chanca y del fracaso de la revolución en todo el país. Flórez se trasladó a Pasto y allí tuvo lugar una recepción extraordinaria a los jefes gobiernistas, hecho que refiere en sus amenas Memorias el general Posada Gutiérrez: “Cómo a una legua de la ciudad, considerable número de ciudadanos nos esperaban a caballo entre algunos empleados ecuatorianos. “A nuestra llegada fuimos saludados con una explosión de vivas, aclamaciones y cohetes, que espantaron a los caballos, principalmente al del general Mosquera, que, encabritándose, estuvo a punto de dar con él en tierra.

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“Antes de llegar a las primeras casas, y en medio de una muchedumbre bulliciosa de gente del pueblo, veinte jóvenes pastusas, vestidas de blanco, con coronas de flores y precedidas de una música, nos hicieron parar… “Las dos primeras, que parecían dos diosas de la mitología se adelantaron y se dirigieron al general Mosquera y a Flórez en los términos más lisonjeros. “Terminadas las arengas, las demás bellísimas muchachas, revoloteando como mariposas, nos repartían coronas y cintas blancas con letreros alusivos a la fiesta”. “En todo el trayecto hasta la plaza, arcos festonados, en los que flameaban gallardetes tricolores y banderas de varias naciones, vistosos y ricos cortinajes colgantes de puertas, balcones y ventanas daban a las calles un aire de alegría y majestad verdaderamente suntuosa”. Habla de las salvas de cañones, repicar de campanas, marchas militares y miles de cohetes y voladores. Flórez ofreció un banquete a Mosquera en el cual se sirvieron champaña y vinos generosos, cosa rara en Pasto en donde sólo se consumía vino de consagrar. Flórez insistió en el cumplimiento de las ofertas que se habían hecho por Mosquera y Herrán acerca de la línea limítrofe Guáitara, Patía, quedando para el Ecuador toda la región al sur de estos ríos. El jefe ecuatoriano tuvo que convencerse, tras largas discusiones, de la inutilidad de sus esfuerzos y de la versatilidad de Mosquera. Al fin se celebró una “esponsión” el 3 de noviembre de 1841, mediante la cual Flórez debía volverse al Ecuador, luego de reconocerle los gastos hechos por su ejército y dejando libre, para Colombia, las regiones que había ocupado. Mosquera partió hacia Popayán dejando en Pasto una guarnición compuesta por un batallón y una guardia nacional formada por ciudadanos escogidos por su lealtad a la Nueva Granada.

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LA BATALLA DE TULCAN

Luego de todas las jugarretas imaginadas por Obando, López y hasta el mismo general Mosquera para ganarse la voluntad de Juan José Flórez y tener así arreglada a favor de cada uno de ellos la situación de la provincia de Pasto, continuó la labor de zapa del caudillo Flórez, en permanente intento de anexar al Ecuador la provincia sureña. En este intento no anduvo del todo desamparado, pues no faltaban personas que, cansadas de las guerras y de sus desastrosos efectos en la Nueva Granada, deseaban hacer parte de la nación ecuatoriana, pero eran pocos. Por otra parte el guerrillero España, último y tenaz partidario del rey, había sido fusilado en la plaza de San Andrés, de Pasto. Había caído preso unos días después de terminada la Guerra de los Conventos. Que el general Mosquera también participaba de la idea de entregar Pasto al Ecuador se demuestra en la relación que hace el general Daniel Zarama, en su obra Don Julio Arboleda en el sur de Colombia. Cuenta cómo Mosquera lo recibió, delante de su primo don José Rafael y cómo transcurrió la entrevista. Mosquera (Tomás Cipriano)

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pregunta a Zarana. “¿Qué dicen de mí los pueblos de la Nueva Granada por donde usted ha pasado?”. - Que es usted el objeto de las esperanzas de esos pueblos y que se le aguarda en ellos como el ángel de salvación, aunque no faltan algunos descontentos, por cuanto se ha divulgado la noticia de que V. B. le ha ofrecido ceder al general Flórez toda o la mayor parte de la provincia de Pasto para el Ecuador. En mala hora se interpuso el señor don José Rafael diciéndome: “Capitán Zarama, no crea usted semejante cosa, no se le dará al Ecuador ni una sola pulgada de nuestro territorio”. El general Mosquera estalló como una tempestad, replicándole a su primo con acento iracundo: - Se equivoca usted altamente señor don Rafael: yo he creído antes que la provincia de Pasto debía pertenecer al Ecuador, hoy pienso lo mismo y siempre pensaré de la misma manera”. Y como si yo hubiera sido culpable de aquella indiscreta revelación, el general Mosquera se volvió contra mí, abrió la puerta y me despidió con desprecio”. Era este señor Zarama uno se esos caballeros pastusos rectos, sensatos y cabales en todo sentido, como pocos se encuentran ahora por estos trigos de Dios. El general Mosquera pedía permiso al congreso de Colombia para aceptar el grado de general de División que le ofrecía Flórez. Zarama se levantó y pronunció un enérgico discurso en la Cámara contra Mosquera; denunció los intentos secesionistas del aspirante al generalato ecuatoriano y el permiso le fue negado a Mosquera. Conocido es el levantamiento de Mosquera contra el gobierno legítimo de la Confederación Granadina desde su posición de primer mandatario del Cauca Grande. Entre quienes salieron a la defensa de la legitimidad estaba don Julio Arboleda, primo hermano de Mosquera, a quien debía enfrentarse ahora. Mosquera había sido militante del partido conservador, el cual lo había hecho presidente. Pero para derribar al partido conservador, que se encontraba en

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el poder debió declararse ahora liberal, cosa esta fácil en una época en la cual las fronteras ideológicas no estaban muy bien definidas y donde más bien prevalecían los caudillos sin escrúpulos. Don Julio se había educado en Europa, era hombre de letras y poeta destacado. Detestaba a su primo general porque lo había comprometido como aval en unos créditos que obtuvo cuando se propuso efectuar operaciones comerciales en Estados Unidos. Mosquera fracasó en el intento financiero y su primo debió pagar los créditos. Don Julio era un hombre muy rico, pues había heredado las minas de oro de Timbiquí, en la costa del Pacífico, donde nació. Y las minas se encontraban en una época de buena producción. Fue el 8 de mayo de 1860 cuando Mosquera declaró separado al Cauca de la Confederación Granadina y asumió el mando de la revolución. En esto de guerrear era ducho Mosquera, como que éste era su oficio. Pero en Pasto, el intendente José Francisco Zarama se negó a seguir a Mosquera. Antes bien organizó un gobierno leal al de Bogotá y el gobernador Antonio José Chaves, liberal, huyó al Ecuador. Varios encuentros tuvieron lugar en Pasto y poblaciones de la provincia, especialmente en Túquerres, entre partidarios de Mosquera y del gobierno legítimo, con resultado favorable para este último. Pero en el norte, la revolución triunfó en pocos meses y don Julio Arboleda vino de Santa Marta a hacerse fuerte en Pasto. Y lo logró hasta el punto de que en Los Arboles, el ya entonces general Arboleda derrotó al general Sánchez, quien contaba el 30 de junio de 1861 con un ejército de 1.500 hombres. Al lado de Arboleda pelearon el Batallón Tambo, al mando del coronel José Antonio Rosas; el batallón Yacuanquer, al mando del coronel Juan Rodríguez. El batallón Pasto llegó a Bolívar al día siguiente de la batalla bajo el mando del general José Antonio Eraso. La fortuna parecía sonreír a Arboleda. Ocupó a Popayán, derrotó a distintos cuerpos de tropa enviados por Mosquera y su situación había

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mejorado. Los generales Zarama y Eraso retornaron al sur para atender al gobierno y la defensa de la comarca. No se ha determinado con claridad la razón que tuvo el presidente del Ecuador, Gabriel García Moreno, para venir a la frontera del Carchi, con un ejército bien equipado y constante de tres mil hombres, haciendo al gobierno de la Provincia exigencias desmesuradas, como la que se le entregue al oficial colombiano Matías Rosero para juzgarlo dizque por haber irrespetado al jefe ecuatoriano Valentín Fierro. Fuerzas irregulares del partido liberal merodeaban por los lados del Ecuador, frente a la línea fronteriza, en espera de una oportunidad para atacar a las fuerzas de la Confederación Granadina que obedecían al jefe militar de la Provincia, José Francisco Zarama, quien se encontraba investido ya con el título de coronel. La frontera se encontraba custodiada por tropas legitimistas que mantenían a raya a los liberales. En un incidente entre éstos y un destacamento comandado por el sargento mayor Matías Rosero (alias Rapaduro), éste le dió un sablazo al comandante Valentín Fierro para sancionarle su parcialización a favor de los liberales. No podían entender cómo era posible que un gobierno conservador como el de García Moreno diera tantas ventajas a los liberales residentes y expulsados en el Ecuador. Siempre fue táctica de Flórez y de García Moreno mantener el caos en el sur de Colombia en espera de una oportunidad de intervenir con provecho para el Ecuador, como lo intentó Flórez en ocasiones anteriores. Arboleda, con el título de Comandante en Jefe del Ejército, entró a Pasto con un pequeño ejército. Allí fue recibido con especial brillantez por las autoridades civiles y militares. De Tulcán regresaron algunos conservadores de mérito, expulsados por el gobierno del Ecuador. La entrada de Arboleda tuvo lugar el 24 de julio de 1862. Y al día siguiente siguió con las tropas que trajo y las existentes

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en la plaza hacia la frontera. El 27 estuvo en Túquerres, donde se incorporaron 800 hombres mal armados y sin uniforme pero decididos a combatir bajo las órdenes de Arboleda. En Guachucal se presentó un emisario ecuatoriano con pliegos para Zarama, con la exigencia de que se entregara al mayor Rosero para “satisfacer la injuria que la Confederación Granadina le había irrogado”. El emisario y sus acompañantes fueron apresados por carecer de pasaporte. El forcejeo diplomático continuó sin progreso alguno, hasta cuando el presidente García Moreno declaró rotas las hostilidades. Se encontraba en Tulcán con cerca de tres mil hombres perfectamente amunicionados. Ocupó su ejército una de las colinas hacia el sur de la ciudad, en el sitio denominado “Las Gradas”. El 30, por la tarde pasó Arboleda al río Carchi, sin encontrar dificultades. A las diez de la noche estaban los colombianos en Taques, muy cerca de los ecuatorianos. El parte oficial del ejército de Arboleda es el siguiente: “Día 31, el ejército se dirigió en cinco columnas así: la primera la más numerosa, se puso a las órdenes del coronel José Antonio Eraso y estaba formada de los batallones Timbío, Primero de Pasto y compañía de Guaitarilla. Esta columna debía flanquear por nuestra izquierda evitando los fuegos del enemigo, y ocupar, en el menor tiempo posible, la cima de la colina que estaba entre la ocupada por el enemigo y el pueblo de Tulcán, donde se hallaban las reservas de dicha fuerza. Ocupada esta colina, las otras tres columnas debían abrir simultáneamente los fuegos al par que ésta. La segunda columna se puso a órdenes del coronel José Francisco Zarama, y constaba del Batallón Tercero de Pasto y de 88 hombres del Segundo del mismo, debiendo atacar ésta por nuestro flanco izquierdo. La tercera columna se puso al mando del general Jacinto Córdoba, constaba ésta de los batallones Segundo Tercero y de Línea, de Los Verdes (llamados así porque usaban uniforme verde) y del Corena. Debían atacar por el centro. La cuarta columna,

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compuesta del resto del Segundo de Pasto, del Pamplona, del Boyacá, del Laguna y veinte lanceros, se puso a órdenes del coronel Silvestre Escallón, debiendo atacar a retaguardia de la Primera por nuestra derecha. La quinta columna, compuesta del Zulia, escuadrón Neira y algunos individuos sueltos, se puso al mando del jefe de Estado Mayor Félix Monsalve (general) y debía quedar de reserva. “Dividida así nuestra fuerza, se formó en el llano que se extiende desde el pie del Taques hasta las Gradas de Tulcán. Allí peroró el comandante en jefe con la hermosura y elocuencia que acostumbraba: hizo otro tanto el coronel Zarama; tras de éste los presbíteros Chicaíza, Yucundo y Rivas, quienes después impartieron sus absoluciones al ejército. Nuestros soldados ardían en entusiasmo, y en sus ojos y en su semblante emocionado se pintaba el ardor de que estaban poseídos; cada cual quería lanzarse al enemigo el primero, antes de dada la señal. “Un momento después, cuando el sol llegaba a su cenit, las columnas desfilaban a lo largo de la llanura con sus banderas desplegadas, entre los acordes de la música y los vítores del ejército. Constaba éste de mil doscientos hombres de pelea. Muy pronto rompió los fuegos la columna del coronel Eraso, y aunque seguir adelante hasta ocupar la colina que se le había ordenado, se encontró cada vez más comprometida, hasta que tuvo que empeñar toda su fuerza por nuestro flanco izquierdo. Pocos instantes después rompió sus fuegos la columna 2, mandada por el coronel Zarama y ambas empeñaron el ataque por nuestro flanco izquierdo. El general Córdoba, que los seguía, tuvo que regresar porque no encontró cómo atacar el centro, y regresando, pasó al callejón que conduce de Tulcán a Quito y atacó por allí el centro. La cuarta columna no llegó al mismo tiempo, porque encontró varias chambas y otras dificultades en su tránsito y llegó sólo a última hora al combate. La primera columna tenía casi coronada la altura que se le había ordenado, otro tanto hacía la

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segunda del flanco izquierdo; entre tanto, la tercera columna empeñaba lo más rudo del combate, cuando García Moreno, acompañado de cinco valientes, cargó con intrepidez por el callejón hasta donde estaba nuestro centro y se abrió paso entre el tercero de línea, pero deteniéndose, contramarchó, viendo que tres de sus compañeros quedaban tendidos. Pocos instantes después, cuando el enemigo empezó a quedar cortado por nuestras columnas comenzó a desordenarse. Una carga brusca, ejecutada por la columna del centro, lo puso en derrota, abandonando sus múltiples atrincheramientos. Gran parte se retiró por el pueblo y el resto por nuestra ala derecha haciendo fuego y conservando algún orden. Los que siguieron al pueblo se parapetaron entre las calles y la plaza de Tulcán donde se les hizo prisioneros después de media hora de combate”. Habla luego del apresamiento de García Moreno, quien había decidido entregarse para poder luego pactar el cese de hostilidades. La prisión la hizo el famoso mayor Rosero (Rapaduro). Termina así: “La acción duró dos horas y cuarto. Se tomaron en ella más de setecientos prisioneros, entre ellos el coronel Daniel Salvador, comandante en jefe de la fuerza vencida y ministro de Gobierno del Ecuador; también cayeron en nuestro poder todos los cañones, pertrechos y armamento que tenía, exceptuando los soldados que escaparon armados. Los coroneles Eraso y Zarama fueron ascendidos a generales. Por la tarde del mismo día se mandó una columna a órdenes del general Eraso a tomar el armamento que había en Ibarra”. El 3 de agosto se celebró en Tulcán un tratado entre la Confederación Granadina y la república del Ecuador según el cual García Moreno entregaría al ejército de Arboleda seis mil fusiles, uniformes y municiones. García Moreno incumplió lo pactado y estrechó sus relaciones con el gobierno de Mosquera, ya triunfante luego de su revolución.

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Arboleda regresó a Pasto y luego inició un movimiento hacia el norte de donde venían noticias acerca de la proximidad de tropas de Mosquera, las cuales deberían estar en Popayán. En marchas y contramarchas se pasó una semana más. La suerte de las tropas antioqueñas, al mando del general Braulio Henao fue desastrosa. Atacó éste al general Santos Gutiérrez en Santa Bárbara, contrariando órdenes de Arboleda, quien planeaba reunir todas las fuerzas de la legitimidad para operar con éxito sobre el centro de la república. Henao quedó completamente derrotado. La noticia terrible la recibió Arboleda cuando se encontraba próximo a Popayán. Entonces decidió regresar al sur y estableció su cuartel provisional en Tablón de Mayo. Luego decidió seguir a Pasto acompañado de sus edecanes, el coronel Braulio Patiño, de Túquerres, y otros. El general Zarama y demás amigos le previnieron del peligro que corrían en su tránsito por esas comarcas pobladas de gentes adictas a Mosquera y de la inminencia de una emboscada. Arboleda no hizo caso. “Será lo que Dios quiera”, contestó. En la montaña de Berruecos, el 12 de noviembre recibió tres balazos de alguien que se encontraba oculto tras los matorrales y que desapareció después. Después vino a saberse que el autor del asesinato fue Juan López, militante de las huestes de Mosquera. Arboleda tenía de la Patria un noble sentido, expresado en aquellos versos que empiezan: “Patria, por ti sacrificarse deben bienes y fama, y gloria y dicha y padre. Todo, aún los hijos, la mujer, la madre Y cuanto Dios en su bondad nos dé. Respecto al valor de los pastusos, que le dieron gloria y victorias dondequiera fueran a luchar, decía:

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“Duerme el león en la escarpada Pasto tranquilamente, de su selva dueño: ay del que turbe su imponente sueño, que de sus garras víctima será!” Los funerales de Arboleda en Pasto fueron imponentes. El pueblo, el clero, las autoridades, el ejército estuvieron presentes. Numerosos oradores elogiaron a Arboleda, asesinado en Berruecos por un oscuro criminal llamado Juan López, en circunstancias parecidas a aquella en que pereció el mariscal Antonio José de Sucre, glorioso vencedor de Ayacucho.

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BATALLA DE CUASPUD

El estado de alma de las gentes del siglo XIX en Colombia, como en los demás países nacidos a la independencia en la América Latina era de una constante incertidumbre, de latente amenaza de guerras internas cuando no las había externas, pues estos países no sólo se ocupaban de dirigir los mandos sino que también se ocupaban de destruirse los unos a los otros. Mosquera sentía envidia de Arboleda por su triunfo sobre el presidente García Moreno. Este a su vez, tenía buenas razones para aspirar a un desquite. Dentro de este estado de ánimo, las dos partes venían preparándose para un futuro encuentro armado. Desde 1810 hubo en los dirigentes ecuatorianos una aspiración constante para que la provincia de Pasto hiciera parte de la república ecuatorial. Así lo demuestran los sucesivos episodios de nuestra historia. Con la capitulación del general Leonardo Canal en Pasto, el 31 de diciembre de 1862 y con el asesinato de Arboleda, parecía que finalmente la comarca pastusa iba a estar tranquila. Pero no sucedió así. Mosquera estaba ahora en el cenit de su gloria. Era el Gran General. Luego de triunfos sucesivos había entrado a Bogotá.

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Había fusilado a muchos ciudadanos, entre ellos algunos inocentes, pacíficos. Había convocado la Convención de Rionegro. Su carácter arbitrario lo impulsaba a cambiarlo todo, a cambiar los nombres de las cosas, empezando por el de la República. Recordaba el sueño de Bolívar: la Gran Colombia, y en esta dirección apuntaron sus intentos. Además, en su cerebro se agitaban las ideas anticlericales, las que ciertamente no compartía su vecino el presidente García Moreno, quien quería para el Ecuador un régimen de tipo teocrático, luego de que fallaron sus intentos para colocar al país bajo el protectorado de Francia. En su diametral oposición de ideas estaba el germen del próximo choque entre los dos presidentes. García Moreno era, a su vez, un hombre valeroso. En un conflicto con el Perú, en aguas cercanas a Guayaquil, libró, personalmente, un encuentro naval con barcos enemigos, a los cuales derrotó y puso en fuga, luchando en inferioridad de condiciones. En la Constitución de Rionegro, aprobada a la medida de los deseos de Mosquera, figuraba el artículo 90, que decía: “El poder Ejecutivo iniciará negociaciones con los gobiernos de Venezuela y Ecuador para la unión voluntaria de las tres secciones de la antigua Colombia de nacionalidad común, bajo una forma republicana, democrática y federal, análoga a la establecida en le presente constitución y especificada, llegado el caso, por una Convención General Constituyente”. El plan de Mosquera se dirigía a convencer a los presidentes de Ecuador y Venezuela para que cambiaran sus constituciones por la de Rionegro. Le parecía muy fácil quitar y poner constituciones. Todo déspota lleva en mente, al subir al poder, el cambio de la constitución. Esto para empezar. Luego viene la secuela de arbitrariedades. Y no faltan congresistas incondicionales, que se prestan a servir los deseos del dictador, presionados por el halago de mejores dietas, de aumento en el período legislativo y cargos públicos para sus parientes y amigos. El escritor ecuatoriano Isaac J. Barrera escribe al

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respecto: “De cambiar el nombre de la Nueva Granada con el Estados Unidos de Colombia, el cambio no era accidental sino que se dirigía a restablecer la república creada por Bolívar. Comenzó por nombrar Plenipotenciarios que se entendieran con los gobiernos existentes, que aún no hacen parte de esta Confederación’. Así planteó sustancialmente el asunto, que fue complicándose cada día con la prepotencia de Mosquera, que no cedería el puesto a otro, menos a García Moreno. Había que añadir la incitación liberal de Urbina que buscaba el patrocinio de Mosquera para acabar con García Moreno. En desarrollo de su plan, confirmado por la ley 11 de mayo de 1863, Mosquera escogió el lado más débil y fácil para su ejecución. Los conservadores vencidos y apabullados por Mosquera argumentaban tímidamente que de lo que se trataba era simplemente de liquidar cualquier posibilidad de un movimiento armado en el sur para reivindicar los derechos usurpados por el revolucionario triunfante. En la obra La Batalla de Cuaspud, de Leopoldo López Alvarez, encontramos, in extenso, la correspondencia cruzada entre los dos gobiernos. Apenas nos limitaremos a transcribir partes esenciales: “Tomás Cipriano de Mosquera, Presidente Constitucional de los EE.UU. de Colombia, el Excmo. Señor Presidente de la República del Ecuador. Grande y buen amigo: Deseando daros una prueba de la estimación que tenemos por vuestro Gobierno y por la Nación Ecuatoriana, amiga y aliada de Colombia, hemos resuelto trasladar temporalmente la silla del Poder Ejecutivo al Sur del Estado del Cauca, para poder ir hasta la frontera y tener con Vos y vuestro gobierno conferencias concernientes al bien de los pueblos, y tratados que afirmen más las relaciones fraternales de un pueblo dividido en dos naciones y que jamás dejará de ser uno aunque tengan distintas nacionalidades. El 1º de junio se pondrá en marcha todo el Poder Ejecutivo y nos será muy grato saber que os prestáis a la conferencia a que os

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invitamos para la más cordial inteligencia y negociaciones que den el mejor resultado a la prosperidad común. Dado en Rionegro a 15 de mayo de 1863. T. C. de Mosquera”. Mosquera marchó al sur y en Popayán recibió la respuesta de García Moreno, fecha en Quito el 15 de julio, en la cual, luego de las consabidas frases de protocolo, acepta la entrevista, con esta pequeña salvedad: “Mas, comprometeríamos esta misma deferencia y la lealtad de gobernante y amigo vuestro, si no nos apresuráramos también a declarar que no puede ser asunto de nuestras conferencias ningún proyecto que tienda a refundir las dos naciones en una sola bajo la forma de sistema adoptado en vuestra república… La Constitución que hemos jurado nos lo impide, nuestras propias convicciones lo hace imposible y la opinión general de esta república abiertamente la rechaza”. Con absoluta franqueza se expresa el mandatario ecuatoriano, para dejar de una vez desechadas las aspiraciones de Mosquera. El 15 de agosto, enojado Mosquera por la respuesta de García Moreno, lanzó una proclama en Popayán, en estos términos: “Venid conmigo a los confines del sur a afianzar la libertad y unificarnos por sentimientos fraternales con los colombianos del Ecuador que necesitan, no nuestras armas sino nuestros buenos oficios, para triunfar el principio republicano sobre la opresión teocrática que se quiere fundar en la tierra de Atahualpa, que la primera en Colombia invocó la libertad y el derecho en 1809”. Como lo dijimos, Mosquera deseaba imponer a la iglesia un tratamiento severo, arrebatarle sus privilegios y poderes al clero católico y recortarle su tendencia a intervenir en la política. Como por esos días acababa de firmar el gobierno del Ecuador un concordato con la Sede de Roma, la irritación de Mosquera iba en aumento. Por eso se refiere airadamente contra la “opresión teocrática”. De esta manera los propósitos políticos involucraban la cuestión religiosa en el Ecuador.

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La anterior proclama a los caucanos despertó “profunda conmoción en la república ecuatoriana”. Aunque el plenipotenciario de García Moreno, señor Antonio Flórez, había aceptado la entrevista de los dos presidentes, García Moreno no hizo diligencia alguna para venir a la frontera. Mosquera le señaló un término de seis días para que viniera, es decir el tiempo indispensable para que el emisario llevara la nota a Quito. El término transcurrió sin que el presidente García Moreno se moviera de Quito. Las amenazas de Mosquera suscitaron el patriotismo de los ecuatorianos y en todas las provincias comenzaron los aprestos y el reclutamiento de tropas para la guerra, que se juzgaba inevitable. García Moreno obtuvo del Congreso la autorización para declarar la guerra a Colombia. Mosquera no tenía congreso que le diera una autorización semejante. Pero para algo era dictador. El 24 de septiembre se ensayó un entendimiento entre el ministro colombiano de gobierno, Manuel de Jesús Quijano y el plenipotenciario Antonio Flórez. Se dieron mutuas explicaciones acerca de las expresiones ofensivas que de parte y parte se habían lanzado. Se dijo que donde decía negro quería decir blanco y que donde había una ofensa debía entenderse como una cortesía. Se firmó un Protocolo. Pero éste no tuvo más efecto que el demorar a Mosquera mientras el gobierno ecuatoriano conformaba su ejército. Este empezó a moverse hacia Tulcán desde todas las ciudades del Ecuador, con escalonamiento en Ibarra y El Puntual (hoy El Angel). El mando de las tropas fue entregado al general Juan José Flórez, el mismo a quien los pastusos habían batido por dos veces en Pasto y Catambuco. El general Flórez, antiguo compañero de Mosquera, le daba a éste el trato familiar de “compadre”. La reciprocidad no se dejaba esperar. Para el 19 de septiembre se encontraban en Tulcán 8.200 hombres, repartidos en cuatro divisiones, denominados

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Darquea, Salvador, Maldonado y Dávalos, conforme a los apellidos de sus respectivos comandantes. Entre tanto, Mosquera tropezaba con dificultades para organizar su ejército. Del norte trajo apenas dos batallones, el Amalia y el Bomboná. Solicitaba con urgencia mayores contingentes de Popayán y Bogotá, pero éstos no llegaban. En Pasto, muchas gentes se resistían a incorporarse a las fuerzas de Mosquera, ya que éste no cesaba de perseguir a los conservadores, quienes, además, tenían la convicción de que el dictador tuvo mucho que ver con el asesinato de Arboleda. El general J. F. Zarama y otros jefes se ocultaron. Mosquera hizo aprehender al mayor Saavedra Posada, al capitán Manuel López Córdoba y al cabo Sepúlveda. A este último mandaron cavar su tumba en el cementerio y luego fueron fusilados por traidores, todos tres (4) . Este hecho impulsó al capitán Ramón Patiño a organizar una compañía de pastusos que fue a tomar contacto con Flórez. El general Eraso, a quien vimos combatir en Tulcán al lado de Arboleda también organizó una tropa que, mientras Mosquera iba por Túquerres, ocupó Funes, amenazando la espalda de éste. Sin embargo, ante las noticias de que Flórez venía sobre Pasto con un gran ejército, mucha gente acudió a las armas en todos los pueblos. De suerte que ya en vísperas de combate había 4.000 hombres y 120 jinetes. Fuera de los dos batallones nombrados, alinearon los siguientes: El Pasto, 2º y 5º de Vargas; el Cariaco, el Voltígeros, el Tiradores, el Bogotá, el Guáitara, el Palacé y el Granaderos. Los jefes eran los generales González Carazo, Bohórquez, Armero (jefe de artillería con cuatro cañones), Anzola, Pedro Marcos de la Rosa y los coroneles Vezga, Manuel Guzmán, José Chaves, Miguel Angel Portillo, Escárraga, Soto y Castillo. Pero por decreto de 24 de noviembre expedido en Túquerres por Mosquera y su secretario de guerra, doctor Antonio José Chávez, se hizo una nueva distribución de los efectos así:

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Cinco regimientos, cada uno con dos batallones. 1. Granaderos y Guaitarilla 2. Rifles de Bomboná e Ipiales. 3. Pichincha y Túquerres. 4. Tiradores y Pupiales. 5. Vencedor de Boyacá e Ipiales. Como puede verse, los pueblos de la Sabana habían respondido a la emergencia, notándose que Pupiales, Túquerres y Guaitarilla eran y han sido de gente militante en el conservatismo. Conocedor Flórez del espíritu agresivo de Mosquera, esperaba que éste pasara el Carchi para invadir al Ecuador. En previsión de esto se habían construido fortificaciones en las proximidades de Tulcán y aún en el río Chota. Para estos trabajos se ocupó a colombianos residentes en Ecuador. Pero Mosquera tardaba en atacar, pues deseaba aumentar aún más su ejército. Entonces fue cuando Flórez cometió el error de pasar de la defensiva a la ofensiva. De entrar a un país enemigo y peligrosísimo. De convertirse en el invasor de un país vecino, circunstancia ésta que debilitaba la posición jurídica del Ecuador ante Colombia. Leopoldo López Alvarez refiere: “El día domingo 23 de noviembre por la mañana, después de haber oído misa de campaña, los batallones ecuatorianos, uno tras otro, fueron desfilando desde Tulcán hacia la frontera al son de músicas marciales”. Entonces todo se hacía con música. Ya vimos cómo Arboleda, antes de empezar el combate de Tulcán, hizo que las bandas de los batallones ejecutaran aires regionales para entusiasmar a sus soldados. En todos los batallones que en Pasto se organizaban siempre tenía que haber una banda de músicos. También vimos cómo en Ayacucho, los pastusos que fueron enganchados a la fuerza en ejércitos patriotas para curarse de la nostalgia de su tierra pastusa, formaron una banda que ejecutó el célebre

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bambuco, al compás del cual las tropas de la división colombiana que comandaba el general Córdoba, dieron la carga victoriosa que selló la libertad americana. En las guerras civiles del sur, los batallones de Pasto llevaban su banda de músicos. Sonaba la Guaneña y los combatientes no esperaban otra voz de mando para lanzarse a la pelea. Hoy en cambio el estrépito infernal de los bombardeos, los tanques, los lanza–llamas, le dan a la guerra una ferocidad de donde desaparecen el heroísmo, el valor personal, cierta nobleza como aquella de “tirad vosotros primero, señores”. Si al día siguiente hubiera atacado a Mosquera, quien se encontraba en Túquerres con escasas tropas, hubiera triunfado sin mayor esfuerzo. Prefirió ubicarse en los altos del cerro Sapuyes, posición esta inexpugnable. Así se lo había aconsejado el general Eraso, antes de su salida hacia Funes y Pasto. Aquí es donde entra en juego el sentido estratégico de los dos jefes. El venezolano Flórez, quien se distinguió en la batalla del Portete de Tarqui y en muchos otros combates y el colombiano Mosquera, triunfador en muchos sitios y hombre de recursos, improvisador de situaciones, con más ágiles concepciones tácticas. El doctor Chávez, por orden de Mosquera envió una nota a Flórez aceptando la declaratoria de guerra. Mosquera ordenó el traslado a Túquerres de todas las fuerzas existentes en Pasto, en el menor tiempo posible. Flórez, comprendió la nueva situación, despachó al general Eraso con ochocientos hombres que ocuparon esa capital inmediatamente que las tropas salieron para Túquerres. Apenas hubo un ligero tiroteo con un grupo de civiles que trataron de oponerse a Eraso. Mosquera sabía que cometía un error al tratar de desalojar a Flórez de sus posiciones en las alturas de Sapuyes. Entonces emprendió la marcha con todo su ejército hacia la frontera, siguiendo la ruta de los llanos de Cumbal, dejando a Flórez en Sapuyes. Este comprendió

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que iban a quedar cortadas sus comunicaciones con Tulcán y Quito, cortadas las líneas de abastecimientos y dentro de una región plagada de enemigos. Ordenó entonces una contramarcha por Guachucal para ganar el Carchi antes que Mosquera. En este avance paralelo a la frontera, Mosquera, en previsión del choque, tomó la determinación de aproximarse al Carchi por las alturas de Cuaspud. Las alturas de Chautalá van a converger con las de Cuaspud. Era el seis de diciembre. Mosquera subía a la cima, acompañado de sus oficiales, cuando de repente retumbó el estruendo de la fusilería. Habían chocado los dos ejércitos. Pero Mosquera no se desconcertó, sino que empezó a dar órdenes para que sus batallones entraran a operar desde diversos puntos. La compañía de conservadores pastusos que comandaba el capitán Ramón Patiño atacó con tal violencia que tres veces hizo cejar a la tercera división de Mosquera. Allí murieron el capitán Patiño y el coronel Rincón (de Mosquera). Aniquilada la fuerza de Patiño por fuerzas superiores, el batallón Vengadores emprendió la retirada. Acudió a protegerlo Flórez ordenando a la caballería correr a la defensa. Pero la caballería se empantanó en un terreno cenagoso, donde fue blanco fácil de la infantería colombiana. De aquí en adelante todo fue desorden y huída en el ejército ecuatoriano. La división Maldonado ni siquiera alcanzó a entrar en combate. No hizo más que fugarse abandonando las armas. El 21 de diciembre se firmó en Ibarra el tratado de paz, amistad y alianza entre Estados Unidos de Colombia y la república del Ecuador. Una paz que no han vuelto a turbar los mandatarios sensatos y patriotas que han comprendido que el destino de estos pueblos está en la paz, la cooperación y la fraternidad humanas. Se cierra en Cuaspud el ciclo de luchas internacionales. En 1933 hay una serie de breves encuentros con el Perú por obra y gracia de un dictador peruano que quiso alcanzar

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celebridad en una guerra con Colombia, pero que terminó sin gloria ni fortuna para el coronel Sánchez Cerro. Los soldados oficiales de Nariño se batieron como saben hacerlo en Gùepi, Chabaco y otros encuentros de menor importancia. Memoria quedó del sacrificio de José María Hernández, fusilado en Iquitos por los peruanos; de Juan Solarte Obando en Güepí; del sargento Cílima, de famosas hazañas, de Clara, la mujer del sargento que acompañaba a las tropas pastusas en igualdad de coraje y sufrimientos. El pastuso ha sido, es y será en el sur de Colombia la muralla invencible de la nacionalidad. Él será suficiente para defenderla en todos los momentos de amenazas y de peligro. El himno del batallón Boyacá, acantonado en Pasto, tiene estrofas como éstas: “Oh tú, Pasto, ciudad del Galeras, del gigante que escucha tu honor! Tú, ciudad de las verdes praderas, Tú, vergel de la luz y del amor, No permitas que invada tu suelo la cobarde, la insana legión, que es mandato sublime del cielo respetar, defender la nación. Nota 4. El 14 de octubre escribía García Moreno al gobernador del Guayas: “Yo creo que la formación de un estado independiente, nuestro cliente y aliado, prepararía mejor LA ANEXION DE PASTO ( el subrayado es nuestro) que el reclamo de límites cedido en todos los tratados de 1832. Pero esto dependerá de los acontecimientos: lo que importa es arrojar a los rojos al otro lado del Juanambú”. (Cita de Isaac Barrera en “Cuespud”). Ello prueba la obsesiva intención de anexar Pasto al Ecuador de que hemos hablado con frecuencia en esta obra.

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Comentarios sobre Las guerras de Pasto

De Otto Morales Benítez en Meditaciones de Edgar Bastidas Urresty. Ediciones Testimonio. Pasto. 1990 Pasto y el General Santander Su libro da nuevos enfoques para entender la actitud “pastusa” en la guerra de la Independencia. En ese texto esencial, lo que queda en evidencia es que hubo una gran fidelidad de Pasto a la Nueva Granada. Se resistió a todas las aspiraciones del virreinato de Quito por someter esta provincia y apropiársela. Parte de la dureza, la fiereza, la conducta heroica de ustedes, depende de haber tenido más fidelidad a la Nueva Granada que a otros intereses. Eso explica, en parte el carácter de ustedes. El General Santander le explicó muy claramente al General Bolívar en varios mensajes que éste no atendió, y por ello fracasó, como sucedió durante su dictadura. Santander le advirtió que no tratara de someter a los pastusos por la fuerza, porque su conducta era clara en defensa y fidelidad a la Nueva Granada. Aunque tenían dudas sobre la Independencia, y dudas justificadas, porque gozaban de unos privilegios económicos que eran más favorables que los que ofrecía la Independencia, al consolidarse la República. Esos son

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temas fundamentales. Su análisis cambia el enfoque de la historia nacional. Por eso estoy pidiendo que entremos más en esos estudios regionales con el acento social y económico que he utilizado en ensayos. He puesto como ejemplo alguno de mis libros históricos. Y ello se reafirma en Revolución y Caudillos ( Aparición del Mestizo y el Barroco en Indoamérica - La Revolución Económica de 1850 ), o en Muchedumbres y Banderas ( Luchas por la Libertad ) y en tantos otros estudios sobre nuestro pasado. Mi acercamiento a la historia, es apenas elemental. Es una nueva manera de repetida devoción a la nacionalidad y a los dones colombianos. Las guerras de Pasto o las historias bien contadas. Por Germán Ángel Naranjo. Semanario de El Pueblo. Cali. 30.3. 1980. Las guerras de Pasto, un pequeño libro de Edgar Bastidas Urresty, cuya lectura nos pone sobre aviso de un hombre de serias y bien documentadas pesquisas históricas abre un panorama totalmente nuevo para conocer un poco mejor la característica socio-política de nuestro olvidado y maltratado sur. El otro Bolívar Con la óptica maniquea de José Rafael Sañudo que respiraba por la herida cuando escribió contra el Libertador ( uno de los antepasados de Sañudo fue despeñado en el Guáitara por orden de Bolívar ) es muy difícil adentrarse en los motivos y causas que empujaban a los pastusos a ser fieles a la corona española. Con la nueva obra de Bastidas, la explicación de esa tenaz resistencia al régimen republicano, entra en los terrenos de la verdadera ciencia histórica. En primer lugar se destaca en el trabajo citado, el carácter de “Ciudad teológica”, de duplicado de la Civitta Dei que fue el distintivo de la joya del Atriz durante casi cuatro siglos. No es mera coincidencia que Las guerras de Pasto se

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inicien con el texto de la jura de fidelidad al rey español. Ni tampoco lo es la reiteración que a lo largo del tiempo, hace el autor, de la indudable influencia del clero en la marcha política de los asuntos públicos que unían en fuerte aleación el poder de Dios al poder temporal de las autoridades españolas. Bastidas, a pesar de mantenerse en el plano de un federalismo espiritual justo y necesario en su caso, no cae en la tentación morbosa de seguir a Sañudo en su diatriba contra Bolívar. Esclarecido este punto, es bueno decir que para el joven historiador, el genio de América “valía por todos los caudillos venezolanos juntos” y por los rábulas sin oficio de la Nueva Granada, agregamos nosotros. La tierra de nadie Varios asedios y desastres sufrió Pasto, unas veces a manos de troperos ecuatorianos, otras por obra y gracia de guerreros raizales de la talla de Agualongo. En Nochebuena de 1822 el batallón Rifles entró a la ciudad y cometió los más increíbles desmanes. Las hijas de la naciente aristocracia pastusa, fueron presa codiciada de la soldadesca, hasta el punto de que las madres, según refiere Bastidas, las entregaban ellas mismas a los soldados blancos para evitar contaminaciones irreversibles con los negros que venían con los patriotas. El 3 de enero de 1823 entra Bolívar a Pasto y prácticamente, impone el terror. Ordena requisas implacables de ganado y víveres, aumenta tributos y confisca bienes que van a parar a manos de Sandes, Carvajal y Barreto, oficiales venezolanos, ávidos de lucro y botín de guerra. Luego vendría la doblez felona de Salom a quien Bolívar había encargado la administración de la provincia. Este generalote que se ufanaba de ser un político reflexivo y ecuánime, ofreció a todos garantías y derechos, con el afán de convocar a la población pastusa a varios actos públicos. Luego tomó centenares de prisioneros, cerró las salidas del territorio ocupado y ordenó al coronel

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Cruz Paredes, arrojar a los abismos del Guáitara a catorce prominentes pastusos realistas, complementando estas disposiciones administrativas con el destierro a Cuenca, Quito y Guayaquil, de centenares de mujeres y niños en capacidad de combate, según lo describe Bastidas Urresty a quien seguimos en este relato. Pasto para los colombianos El intento de anexar a Pasto y otros territorios sureños al Ecuador, no fue culpa histórica del nariñense común. En tal empresa que tenía en el siglo XIX sus explicaciones y justificaciones geopolíticas, hubo actores de más alto calado que el simple guerrillero o campesino afecto a Merchancano, Agualongo y Boves. Mosquera ( Tomas Cipriano ) no tuvo escrúpulo alguno para reconocer que “la provincia de Pasto debía pertenecer al Ecuador”. Pero quienes lucharon durante casi toda su vida para que el Ecuador llegara hasta los límites con Cali, fueron José María Obando y José Hilario López. El primero, que durante la guerra de los Conventos se hizo llamar “Protector de la Religión del Crucificado”, no cejaba en su insano empeño de torpedear el proyecto de Bolívar sobre la Gran Colombia, proponiéndole a los patianos y pastusos la ciudadanía ecuatoriana. Por su parte José Hilario López se hace presente en Buga el 11 de noviembre de 1830 para hacerle propaganda a la constitución de la hermana nación y de hecho pedir la anexión del Valle del Cauca al vecino sureño. Y lo hacía en su condición de “General ecuatoriano auxiliar de la Nueva Granada”, título con el cual se presentó a Domingo Caicedo cuando éste, a raíz de la renuncia de Urdaneta como presidente de la república, hubo de asumir el mando en su calidad de vice-presidente. Claro que cuando Caicedo, de acuerdo con lo investigado por Bastidas ahora, convenció a López de su locura anticolombiana, éste no tuvo problemas de conciencia para aceptar el honor de ser “Comandante de las fuerzas del gobierno de la Nueva Granada”, presidir una parada

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militar en Bogotá “con tremendo ruido de tambores, cornetas, cohetes y repiques de campanas””, según añade el autor de Las guerras de Pasto. Leyendo con cuidado a Bastidas se observa se método de ir gradualmente cosiendo hechos históricos sin abandonar del todo lo lineal, lo anecdótico, lo meramente circunstancial. Empero no deja que se pierda el interés del lector por la auténtica intención crítica de la narración que, apoyada en insospechables fuentes documentales, abre nuevos caminos al juicio de los colombianos sobre la “gloria” o la abyección de ciertos “próceres”. Lo mejor del libro es la afirmación de Bastidas Urresty respecto a las dignidades y virtudes del pastuso. Inteligente, leal a sus jefes, valeroso hasta la temeridad, ha sido levadura y pilar de la integración nacional, a pesar de la desestimación, el olvido y la pobreza en que lo ha mantenido laa administración central. Aunque sin capacidad de análisis suficiente para desentresijar de la urdimbre del mito, lo que hay de cierto en la actitud de Mosquera, Flórez, Obando, López, Urdaneta y Arboleda durante la gesta republicana, la juventud de Colombia va a encontrar en Las guerras de Pasto una versión moderna de la investigación de nuestra crónica nacional que presenta los hechos no como idealmente debían producirse, sino como sucedieron debido a causas más remotas de lo que la frivolidad historiográfica supone. En primer lugar hemos practicado la autofagia de los valores terrígenas. Destruimos hace tiempo las raíces del ser nacional, tarea sistemática de nuestros hombres directivos en su gran mayoría que nos ha impedido integrarnos a la corriente del devenir universal en sus más benéficas consecuencias. Cumplimos o estamos para cumplir todas las pautas del etnocidio persiguiendo al indio y subestimando culturalmente al negro, al propio tiempo que proclamamos la vigencia absoluta de la democracia.

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Constituimos una academia caricaturesca al principio de la nacionalidad y olvidamos la gran admonición del gran Bolívar en la hora crepuscular de Santa Marta cuando nos dijo lo que teníamos que hacer para ser grandes, prósperos, poderosos y fraternos. Cerramos filas unas veces con el centralismo sin entrañas, y otras llevamos a las leyes el anarquismo de un federalismo imposible sin consultar la idiosincrasia de las comunidades, los intereses legítimos de las regiones y la necesidad de una administración eficaz con poder de decisión acordado por un nuevo pacto social. Todas estas reflexiones arrancan de nuestra lectura del buen libro de Bastidas Urresty donde no se advierten las pretensiones de ciertos seudomarxistas que fustigan a Bolívar porque no pudo adivinar a Marx, o a José María Melo por no haber aplicado los manuales maoístas cuando lo derribó del gobierno la coalición integrada por Tomás Herrán, José Hilario López, Julio Arboleda y Tomás Cipriano de Mosquera en 1854.

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Las Guerras de Pasto, se terminó de imprimir el 10 de agosto de 2010.