La Tormenta Inminente

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La Tormenta Inminente Django Wexler

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Traducción no oficial por Ángela Olivan

Esta mininovela es propiedad legítima de Wizards of the Coast y de su autor Django Wexler. Asimismo esta traducción no oficial no busca ánimo de lucro, sino disfrute propio y ajeno. No sustituye el trabajo de un traductor profesional.

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El escrito original está a disposición del lector por suscripción gratuita a Penguin Random House, por correo electrónico.

Capítulo 1 Era otoño en Ravnica, y por lo tanto llovía día tras día. El cielo era gris de derecha a izquierda y el sol solo era un vago indicio de algo más brillante detrás de las nubes. La lluvia marchó por los bulevares en sábanas como un ejército conquistador, se infiltró en los diminutos y torcidos callejones, sacudió las vidrieras en los lugares de culto y salió de los árboles en los jardines. En las plazas, las fuentes se desbordaban y los desagües burbujeaban y vomitaban escombros. En el reino subterráneo de los Golgari, muy por debajo de las calles de la ciudad, los goteos se convirtieron en torrentes, a medida que toda el agua se drenaba poco a poco, capa por capa de la vieja arquitectura, hasta los océanos enterrados durante mucho tiempo. Cualquier indicio de sol se había ido día en que Ral Zarek convirtió la esquina del Carril de Escarcha en el vecindario conocido como Siete Espadas. Algunas de las tiendas más exclusivas estaban iluminadas por constantes resplandores mágicos, pero ahí la mayoría se conformaba con lámparas de aceite más baratas, que brotaban de manera poco saludable entre la humedad. Los otros pocos transeúntes que compartían la calle se movían con rapidez, con la cabeza baja acurrucados bajo paraguas o con abrigos empapados. Ral no se apuró, ni bajó la cabeza. Caminó con un propósito firme, con su largo y oscuro abrigo ondeando alrededor de sus tobillos. La lluvia no le causaba ninguna dificultad sino que ésta comenzó a inclinarse lejos de él metro y medio por encima de su cabeza, chapoteando en un círculo limpio a su alrededor que era lo bastante ancho para no humedecer sus botas.

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Después de todo, pensó, con triste satisfacción, ¿qué sentido tiene ser un "mago de lluvia" si tienes que mojarte? Mientras escudriñaba las puertas y las tiendas mantenía la mitad de su atención en quienes lo rodeaban. Esa noche podría ser una trampa (de hecho, casi con seguridad era una trampa), pero aunque creía saber de qué clase, uno nunca podría estar seguro. No cuando te las estás viendo con Bolas. Por suerte (para su tranquilidad y para su buena salud) nadie parecía interesado. Las Siete Espadas no era un barrio ruidoso ni particularmente rico. El origen de su nombre, como gran parte de Ravnica, se perdió en la bruma del tiempo, pero en estos días era solo un pequeño bloque de calles bordeadas por grandes casas de piedra que habían visto días mejores. Construidos originalmente para los ricos, cuando el área estaba de moda, ahora estaban subdivididos en pequeños departamentos, de modo que una familia podría dormir, comer y trabajar en lo que una vez había sido el salón de baile o la despensa de algún aristócrata. Unos pocos negocios operaban a nivel del suelo, siendo en su mayoría tascas, restaurantes y casas de empeño, estos últimos identificables por sus ventanas con barrotes de hierro. Donde el Carril de Escarcha se reunía con la Calle Verde había una pequeña plaza, con una fuente abandonada que parecía devuelta a una apariencia de vitalidad por la interminable lluvia. Estaba bordeada por edificios más grandes, la mayoría en mal estado. Los bancos de hierro fundido se disolvían lentamente en charcos de óxido, dejando amplias manchas de color naranja en los adoquines. Ral se dio la vuelta, descubrió las viejas señales y finalmente encontró lo que estaba buscando. En la esquina, un letrero de madera carcomido por lombrices y cubierto de pintura blanca pelada marcaba la entrada al Telón de Plata. Las puertas de abajo se habían

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cerrado hacía mucho tiempo, y posteriormente se abrieron. Colgaban medio abiertos, revelando sólo oscuridad en su interior. Bien. Ral miró en la oscuridad, como si la fuerza de voluntad pudiera hacer que abandonara sus secretos. Supongo que ya sólo queda por hacer una cosa. Sintió un toque de nervios, una leve opresión en la garganta, pero la desterró de inmediato. En cambio, recurrió su ira, lenta y abrasadora que lo había impulsado durante todos esos años. ¿Cómo se atreve a venir a mí ahora? Las manos de Ral se apretaron en forma de puños. Un trueno lejano retumbó, y Ral pudo sentir el relámpago que pasaba de nube en nube, como si los arcos estuvieran dibujados sobre su piel. Dio un paso adelante empujando las puertas, y entró en la oscuridad.

En ese mismo momento, por el Décimo Distrito, una mujer joven estaba entrando a Nivix. Mucha gente hubiera dicho que si eso era, si no realmente imposible, al menos suicida. Nivix, alzándose como una espiga sobre las agujas menores del horizonte ravnicano, era la sede de la Liga Izzet. Los pisos inferiores estaban llenos de talleres, cuarteles y laboratorios, custodiados por locos con lanzallamas y construcciones incansables y alertas. Por encima de eso estaban los aposentos de los miembros más veteranos de los Izzet, hogar de algunos de los magos e inventores más peligrosos de Ravnica. Y encima de eso estaba el Nido, hogar del propio Niv-Mizzet. La Mente Ardiente, viejo dragón, parun del gremio y e intrigante sin igual. El intruso se dirigía a lo más alto. Mucha gente diría que no estaba en sus cabales, y si hubiera podido, habría estado de acuerdo con ellos. Había algo más allí con ella, otra mente, una cosa resbaladiza y 6

escamosa que miraba a través de sus ojos y que había apagado su voluntad con la facilidad con que se apaga una vela. Actualmente estaba atada a una cometa, un objeto amplio de madera y lienzo pintado de gris oscuro, que se perdería entre el cielo nocturno. Los elementales de aire domesticados la habían estado sujetando, muy por encima incluso de la punta de la aguja de Nivix, pero ella los había echado antes de acercarse. Niv-Mizzet y sus secuaces habían envuelto al Nido en escudos, y cualquier cosa tan burda como un vuelo mágico se detectaría al momento. De hecho, Ral Zarek, como el máximo responsable de las protecciones más profundas de la Mente Ardiente, había hecho un trabajo ejemplar. En las profundidades de Nivix había una sala de control, tripulada noche y día por leales vigilantes Izzet. Cualquier intento de teletransportarse, de realizar una fase o de otro modo pasar con magia a través de las paredes o ventanas puede hacer que suenen las alarmas. Cualquier esfuerzo físico brusco, ni que decir tiene, haría lo mismo. Ral mismo revisó las salas cada noche e hizo inspecciones periódicas para asegurarse de que se mantuvieran correctamente. Sin embargo, esa noche Ral Zarek estaba en otra parte. Sus responsabilidades en esa área pasaron a observar al Capitán Neero Jak, un inofensivo vedalken que había ascendido entre las filas de los guardias Izzet por la fuerza de su voluntad de obedecer órdenes y no exhibir absolutamente ninguna imaginación. Como Ral, cumpliría su deber con cuidado, pero a diferencia de él era fan de la ópera cómica. Y la noche anterior, en una actuación de Spirogne A la Caza, tuvo un encuentro casual con una atractiva joven, y... ...Bueno, Neero no recordaba mucho de la noche después de eso. Pero la joven, que era la misma atada a la cometa, bien podría ser Dimir, por lo que sus citas a menudo funcionaban así.

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Y ahora, si todo hubiera ido bien... En su visión mágicamente mejorada, las protecciones de Nivix brillaban en todos los colores del arco iris, con un exagerado espectro de trampas y alarmas. En la parte superior de la torre, donde una gran ventana de vidrio curvo daba a la ciudad, ardían con un brillo especial. Hasta que, justo a la hora señalada, todo se oscureció. Neero Jak tendría algunas preguntas que responder por la mañana. El intruso inclinó su cometa, descendiendo hacia la torre.

Ya no era evidente el tipo de teatro que había sido el Telón de Plata, ya que desde hacía años tocaba sólo para un público de ratas. Ral anduvo con cuidado por la antesala, donde restos de viejos carteles todavía se aferraban a las paredes de yeso desmoronándose, y pasaba por delante del puesto de taquilla. Otro par de puertas dobles conducía al teatro, el cual era una amplia sala semicircular con filas de asientos de madera podridos a cada lado de un pasillo central. En el extremo más alejado estaba el escenario, con un arco de proscenio medio colapsado y la cortina de plata del mismo nombre en jirones destrozados detrás. Ral estaba más interesado en el hombre que estaba sentado al borde del escenario. De mediana edad, con una cara arrugada y desgastada y melena atada en irregulares rastas. Bajo su túnica suelta, gran parte de su pecho fue reemplazado por un suave y flexible metal, y su brazo derecho era una jaula retorcida de puntales metálicos, que terminaba en dedos similares a garras. Levantó la vista cuando entró Ral, con una breve sonrisa carente de humor.

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—Tezzeret —pronunció Ral. Lo había sospechado demasiado por el mensaje que había recibido—. Ya veo que sigues de recados con la vieja lagartija. —Ral Zarek—bostezó Tezzeret con clara indiferencia—. Todavía matando el tiempo en este mundo de segunda clase. La vieja rabia cambió en el pecho de Ral. Apretó las manos, pero mantuvo su tono casual. —Pensaba que te había dejado claro la última vez que no quedaba nada que decirnos. —Quizá por tu parte—respondió Tezzeret—. Pero por razones que se me escapan, él ha decidido hacerte una oferta. Una oferta final. —Tu amo ya me la dijo antes—espetó Ral. El labio de Tezzeret se contrajo, y Ral supo que había dado de lleno. El orgulloso Planeswalker odiaba que se le recordara su sumisión—. Deberías decirle que sus amenazas son menos impresionantes cuando no las cumple. —Como he dicho antes, no entiendo por qué muestra más piedad, es solo que rara vez dura—Tezzeret se bajó del escenario—. Le debes una, Zarek. Puedes pagarlo y disfrutar de los beneficios de su servicio —Inclinó la cabeza y la energía carmesí fluía por su brazo de metal—. O puedes seguir obstinándote y arder con todo lo demás. —Muy tentador —Ral esbozó una pequeña sonrisa—. Pero ya tengo un dragón arrogante con el que lidiar, y prefiero no cambiarlo por otro. —Tal como esperaba —Tezzeret se encogió de hombros—. En tal caso… Su ritmo lento y deliberado se esfumó. Tezzeret dio un golpe con su brazo de metal, lanzando un chorro del mismo material, de color blanco en dirección a Ral, el cual fue igualmente rápido 9

reaccionando. El poder fluyó por su brazo, hacia los nodos de mizzium de su brazalete. Un escudo crepitante de energía eléctrica cobró vida, enviando a los proyectiles en todas direcciones antes de curvarse para volver a quien los creó. Tezzeret ya había saltado de nuevo al escenario. Junto a él algo se levantaba del polvo: un constructo con forma de araña, de extremidades largas y con un solo ojo brillante en un tallo flexible. Dos más de las criaturas se sacudieron el escombro en la esquina del teatro, y Ral pudo oír al menos una más detrás de él, bloqueando la salida. —Buen truco —comentó y miró entonces al techo—. Pero, ¿cuánto tiempo puede durar un magotormenta lejos de ésta? —Tezzeret volvió a sonreír—. Supongo que ya lo veremos. Se escondió de la vista entre los bastidores del teatro mientras los constructos estaban a la carga. Ral dio un giro y la máquina que se cerraba detrás se estrelló contra su escudo en un rocío de chispas. Propinó un golpe con la otra mano, y una pequeña ráfaga de relámpagos crujió a través de esa criatura, haciendo que tropezara torpemente hacia atrás para estrellarse contra una pared. Antes de que pudiera rematarlo, los demás estaban sobre él, y Ral tuvo que agacharse a un lado mientras un constructo chasqueando y siseante arremetió con patas delanteras similares a una guadaña. Cedió ventaja, apoyó la espalda contra la pared y extendió los brazos. Era, de hecho, un problema que un magotormenta no pudiera tocar el cielo. La cantidad de energía que Ral podía almacenar en su cuerpo era limitada, y el proceso era agotador. Pero eso es lo que pasa con los Izzet. Resolvemos problemas. Por suerte, había venido esperando una trampa. En su espalda, en un bulto bajo su gabardina, estaba el Acumulador Electrostático Mizzium-Ion, Mark IV, lo último del Laboratorio de Tormentas y Electricidad. Estaba completamente cargado, con anillos de mizzium 10

girando rápidamente en sus cámaras de cristal. Los conductos largos lo unían a los brazaletes de sus antebrazos, donde los nodos de salida ayudaban a dar forma y canalizar la potencia. El inventor original de antaño había intentado que su dispositivo produjera un entretenimiento inofensivo para fiestas infantiles. Tras el tercer payaso frito, Ral se había hecho cargo del proyecto para sus propios fines. La electricidad se quebró en su brazo derecho, formando un arco de plasma blanco caliente en forma de media luna. Cuando el constructo se cerró, Ral lo esquivó y liberó el plasma con un trueno. Un acero endurecido se partió como si fuera yeso húmedo, y el constructo murió con un chirrido de engranajes de molienda. Uno de sus compañeros trepó sobre su cadáver, con las cuchillas girando abajo, y Ral se agachó y le amputó las piernas con otro golpe, dejándolo indefenso. El constructo de la antesala se había unido a su compañero restante, ajustándose y acercándose a él, de hombro a hombro mecánico. Ral dejó que su escudo se desvaneciera en un rocío de chispas y levantó las dos manos. Cada vello en su cuerpo se puso de punta cuando la energía del acumulador le inundó, crepitando brevemente sobre las yemas de sus dedos antes de explotar en un doble rayo. El trueno sacudió el Telón de Plata, desprendiendo más yeso de las paredes. Los dos constructos se crisparon como unos insectos moribundos en la enorme descarga, y entonces se hundieron en cuanto Ral bajó los brazos, con las delicadas piezas internas fundiéndose en tanta escoria. Lanzó una mirada irritada por encima del hombro en el escenario, pero no había señales de Tezzeret. Si me quería muerto, ha sido un intento bastante pobre. El ceño de Ral se profundizó. Tezzeret podría ser arrogante, pero no idiota. Eso significa que no me quiere muerto.

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Y Bolas debe haber sabido que le rechazaría. Así pues, ¿por qué me habrán llamado aquí? Una distracción. Eso significaba que estaba justo donde no debía. Las llamas comenzaban a lamer las paredes del viejo teatro, surgiendo de los cadáveres de metal sobrecalentados de los constructos. Ral ya corría, saliendo por la antesala y bajo la lluvia, batiendo su abrigo detrás de él.

La intrusa golpeó el borde de Nivix soltándose de su cometa, que se alejó con el viento antes de caer para estrellarse en algún rincón de la ciudad. Eso dejaba a la joven sin una vía de escape, pero a la cosa en su mente no le importaba eso. Como maga mental reconocía el trabajo de un maestro en una presencia bajo control. En algún lugar, en las profundidades, estaba gritando, pero su cuerpo trepó con calma a la piedra del exterior de la torre hasta que llegó a la gran ventana, el cual era un enorme círculo de múltiples paneles como si fuera el ojo de un insecto. Abrió una riñonera, se aferró despreocupadamente a la torre con una mano y sacó un pequeño dispositivo metálico con una ventosa en un extremo. Lo había adquirido de un artífice Izzet del mercado negro, irónicamente. Cuando se acopló rápidamente contra un panel de la ventana, ella tocó el tope. La pequeña cosa emitió un gemido agudo que la dejó dentelleando, y entonces el vidrio de la ventana se hundió y se derritió, todavía frío pero fluyendo con la facilidad del agua. Recorrió el resto del trayecto haciéndose a un lado, y la intrusa se deslizó fácilmente en el santuario interior de Niv-Mizzet. Una media docena de alarmas debería haber estado sonando en ese momento, pero en su lugar había silencio. El Nido era una sola sala enorme, con las dimensiones adecuadas para que un viejo dragón viviera cómodamente. Una variedad de telescopios y demás 12

instrumentos ópticos estaban quietos frente a la ventana, apuntando de diversas maneras al cielo o al otro lado de la ciudad. Los libros estaban por todas partes, amontonados a la deriva o apilados en estantes hasta peligro de colapso. Se debía suponer que el prodigioso intelecto de la Mente Ardiente podría dar algún sentido a la confusión. Sorprendentemente había poca maquinaria por la que eran famosos los Izzet, no había depósitos ni cubos de repuestos, ni artículos de vapor. Niv-Mizzet estaba más allá de esas cosas, experimentando en el reino del pensamiento puro y de la magia. Pero hasta los viejos dragones necesitaban dormir de vez en cuando, y el parun Izzet estaba ahora mismo acurrucado en un rincón de su laboratorio de paredes de piedra como si de un gato se tratara, con la punta de su serpenteante cola moviéndose con pereza bajo su hocico. El sonido de su lento aliento era potente como el fuelle de un herrero. Incluso con las protecciones exteriores rotas, Niv-Mizzet estaba lejos de estar indefenso. El suelo de su santuario estaba cubierto de trampas arcanas, visibles para la vista mejorada de la intrusa como líneas de energía azul y blanca que se entrecruzaban en el suelo, flanqueadas por torcidas columnas de runas. Un ladrón o un asesino ordinario podría haberse topado con una barrera impenetrable, pero la presencia en la mente de la intrusa sabía que ninguna defensa era realmente inexpugnable. Dio un rápido cálculo e hizo avanzar a su huésped confiadamente por las barreras. El intruso dio un paso, esperó en el lapso de un latido, se dio la vuelta, se hizo a un lado, corrió hacia delante y volvió a detenerse. La magia pulsó y brilló a través de la red de las salas, buscando un calor, un movimiento, una chispa de vida. La joven contuvo la respiración durante tanto tiempo que su visión se volvió gris en el rabillo mientras se arrastraba hacia atrás frente a un estante de libros, y entonces pasó un momento recuperándose antes de dar la vuelta en

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una voltereta fácil y andar sobre sus manos a través de una sección de runas densamente intercaladas. No está mal, pensó la presencia. Pero no es suficiente. En poco tiempo su huésped se colocó a un lado del dragón durmiente, logrando recostarse con una cautelosa mano enguantada de negro en uno de los largos y oscuros cuernos de Niv-Mizzet. La presencia invocó el poder de la joven y su magia sutil se extendió hacia la Mente Ardiente. Incluso aquí, en el epicentro de su poder, Niv-Mizzet estaba paranoico. Desde que Jace Beleren había tocado sus pensamientos, antes de convertirse en el Pacto Viviente, NivMizzet se había ocupado de proteger su mente con más cuidado. Incluso con la guía de la presencia intrusiva, ningún mago mental podría extraer ningún secreto del dragón ahora, no sin que se diera cuenta. Pero añadir un secreto... ah, sí. La intrusa tocó su sien, y cuando apartó un dedo una hebra de pensamiento azul brillante colgaba de ella, frágil como una telaraña. Bajó la mano dejando que la hebra rozara la piel escamosa del dragón. Cayó de su dedo y se hundió en la cabeza de Niv-Mizzet, fusionándose con sus pensamientos. Era tan sólo una adición minúscula, cuando todo está dicho y hecho. Ya con la misión cumplida, la intrusa se dio la vuelta. El anillo más profundo de trampas mágicas estaba justo frente a ella, y la presencia en su mente identificó la que quería y la forzó a dar un paso adelante. ¡No! La maga mental Dimir defenderse. Ya has hecho lo que querías. ¡Déjame al menos intentar salir de aquí! Lo siento, querida. La presencia se apoderó de su mente. Ya has hecho tu parte.

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La presencia desenfundó garras mentales y la joven, en lo más profundo de ésta, volvió a gritar. Se desollaron sus recuerdos, retorciéndose, cambiando y destruyendo. Esculpiéndose a su gusto. Cuando estuvo satisfecho la empujó hacia adelante con otro paso. Su pie descendió de lleno en medio de una trampa de estasis, y la energía azul y blanca se formó en una esfera tensa a su alrededor, congelándola en su lugar con una firmeza tal que parecía encerrada en hielo. Al mismo tiempo la magia emitió una advertencia, tanto para Niv-Mizzet como para los desafortunados guardias de la sala de control. Detrás de la intrusa el dragón abrió un ojo rajado. Perfecto, pensó la presencia. Se escabulló, dejando atrás a su huésped atrapada como una mosca en una telaraña.

El hecho de que algo hubiera pasado era obvio en el momento en que Ral volvió a Nivix, sin aire debido a su carrera a través del distrito y la zona húmeda. Había estado muy ocupado esquivando el tráfico una vez volvió a los barrios más concurridos, para mantener su hechizo repelente de lluvia. Incluso a esas horas de la noche, el Décimo Distrito bullía, las carreteras estaban llenas de carruajes y animales de carga mientras los peatones salían de las tabernas y los teatros. Pero alrededor de Nivix los guardias de Izzet estaban fuera de servicio, acordonando los terrenos de la torre. Un escuadrón de chamuscadores viashino merodeaba, como humanoides con forma de dragón en una armadura reluciente y luces piloto brillando en sus lanzallamas de baja altura. Ral evitó las puertas principales, dirigiéndose a una entrada lateral más segura. Dos guardias uniformados le reconocieron y despejaron el camino, y él pasó junto a ellos, con la lluvia goteando de su abrigo sobre el suelo de cemento agrietado. Nivix era un laberinto, pero 15

había trabajado en ése durante décadas, y no tardó mucho en llegar a la sala de control del segundo piso. Había más guardias ahí y, a través de las puertas abiertas, podía ver un par de quimistas con una horda de asistentes deshaciendo hechizos y maquinaria. Antes de que pudiera entrar y hacerse cargo, una trasgo hembra con un uniforme de capitana de guardia se interpuso en su camino. —Maestro Zarek—pronunció ella—. Ah... cómo me alegro de que vuelvas. Ha habido un incidente. —¿Qué clase de incidente? —gruñó Ral. —No estamos seguros, señor. Algo pasó en el Nido. El Señor del Gremio no… no ha llegado. La Chambelán Maree ha ordenado que se cierre la torre como medida de precaución, y estamos revisando todas las defensas. Maree. Puse claro que se haría cargo esa pequeña trasgo trepa. Ya iré a por ella después. —Quiero un informe de todo lo que encuentres—ordenó Ral—. Mientras tanto… —Mientras tanto, señor—interrumpió la capitana— el Señor del Gremio ha solicitado tu presencia. Enseguida. —Ah—Ral se detuvo un momento, enderezándose el abrigo—. Entonces manda ese informe a mi oficina, estaré en el Nido. La capitana asintió y salió corriendo, claramente encantada de deshacerse de su presencia. Ral se apartó de las quimistas que discutían y caminó hacia el ascensor, algo más lento. Si bien estaba agradecido de no tener que subir las escaleras hasta la percha de Niv-Mizzet, fue difícil no escapar de una emoción nerviosa cuando entró en el ascensor de Nivix. Fue diseñado por Bogo Silbatazo para lanzar rocas de alta velocidad a las nubes pasajeras, y solo se usó para transportar a gente arriba y abajo cuando el inventor 16

trasgo no pudo hacerlo ir lo bastante rápido. Hoy, sin embargo, Ral se perdió en sus pensamientos y prestó poca atención al tirón que dio cuando el catapultarocas-ascensor comenzó a subir. ¿Un incidente en el Nido? ¿Alguien intentó atacar al Señor del Gremio? Eso parecía más que algo loco, pero unos asesinos ya habían atacado a Niv-Mizzet antes. Un gusano de miedo se revolvió en las entrañas de Ral. Había estado lejos, lo que podría traer sospechas hacia él. Había servido lealmente a Niv-Mizzet durante décadas, pero el dragón era notoriamente inconstante cuando se trataba de sus subordinados. Por un momento fugaz deseó haberse detenido para cargar su acumulador. No es que le importara. El ascensor llegó al último piso con un silencioso toque. Ral salió mirando rápidamente alrededor del Nido. Nada parecía estar a simple vista fuera de lugar. Faltaba un panel de vidrio de la gran ventana, pero no había nada de la destrucción que esperaría si NivMizzet hubiera luchado contra un atacante. Así que no asesinato. ¿Qué era, entonces? El propio dragón estaba encorvado en el rincón más alejado, preocupado por algo que Ral no podía ver. Como siempre, Ral se asombró de cómo se movía Niv-Mizzet, ligera y grácilmente si se tiene en cuenta su tamaño. Sus largas alas con flecos azules estaban contra su espalda, y las membranas espinosas que rodeaban su cabeza estaban flexionadas, lo cual era una señal segura de que estaba agitado. Cuando se dio la vuelta hacia Ral, con su largo cuello curvado para ver cara a cara al Planeswalker, sus enormes patas apenas hacían ruido en la piedra, como si fuera un enorme gato. —Ral—habló el dragón en un suave susurro, pero sus palabras resonaron simultáneamente en la mente de Ral en un bajo profundo y estentóreo. Dio otro paso adelante con sus enormes ojos cerrados —. Agradezco que te unas a nosotros.

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—Mis disculpas, Señor del Gremio —Ral hizo una media reverencia, con el acumulador moviéndose sobre su espalda. Su pelo largo y negro vetas blancas, que no se ponía de punta por una vez, se dejó caer contra su mejilla—. Se me ha llamado para un asunto urgente. —¿Qué clase de asunto urgente? —espetó el dragón. Ral parpadeó sorprendido. Había esperado que Niv-Mizzet se centrara en lo sucedido de ahí, no era nada sin su egocentrismo. Su mente se aceleró. —Investigando una potencial amenaza. —Ral —Niv-Mizzet se acercó un paso más y Ral sintió el calor de su aliento—. Se acabó la hora de las mentiras. Joder. A lo largo de los años, Ral había hablado mucho con rapidez para mantener sus secretos alejados del Señor del Gremio. La existencia de Planeswalkers, para empezar, y el hecho de que Ral fuera uno, por no mencionar el verdadero propósito del Proyecto Luciérnaga... —Deja que te ayude —Por algún motivo había una nota de diversión en el dragón—. Te las estabas viendo con un agente de Nicol Bolas. —Yo… —Ral se quedó helado. Lo sabía. Cómo lo sabía…—. Señor del Gremio... —Ah, Ral. En serio que eres muy listo—La enorme cabeza de NivMizzet se acercó con las fauces abiertas—. Para ser humano. Dime, ¿sabes cuánto tiempo llevo siendo Señor del Gremio Izzet? —Desde el inicio—respondió Ral—. Eres el parun. Por lo menos diez mil años. —Diez mil años —reafirmó el dragón—. ¿Puedes siquiera imaginar ese lapso de tiempo? Diez mil años observando esta ciudad y su gente. Diez mil años para contemplar la naturaleza del universo. Y sin embargo presumes que no soy consciente de tus pequeños secretos 18

—La voz mental de Niv-Mizzet se alzó hasta ser un rugido—. ¿Te crees que me llaman la Mente Ardiente por nada? Ral dio un paso automáticamente.

involuntario

hacia

atrás,

inclinándose

—No, Señor del Gremio. Desde luego que no —dudó, y entonces levantó la vista con cautela—. ¿Desde cuándo lo sabes? —¿Que eres un Planeswalker? Desde que viniste aquí por primera vez. En cuanto sabes la verdad no cuesta mucho ver las pistas. —¿Entonces por qué has fingido que no lo sabías? Niv-Mizzet soltó una carcajada seca. —En diez mil años no he encontrado táctica mejor que saber más de lo que dejas ver. No tenía ninguna razón para interrumpir tu jueguecito. Hasta ahora—Sacudió sus alas—. ¿A quién has visto? —Tezzeret—dijo Ral, decidiendo rápidamente que la honestidad era ahora la única salida—. Intentó convencerme de unirme a Bolas, y de matarme después cuando me negué—Dio una pausa y añadió—:Creo que su intención pudo haber sido asegurarse de que estaba lejos de la torre. —Los planes que sirven para más de un propósito son el sello de Bolas—Niv-Mizzet levantó una garra, y una esfera de energía azul y blanca flotó desde detrás de él. Dentro había una mujer joven vestida de negro, congelada ahí y con los ojos llenos de terror—. Hemos tenido una invitada mientras estabas fuera. Es una de las criaturas de Lazav. —Lazav—Ral hizo una mueca—. ¿Los Dimir trabajan para Bolas? —Así lo parecería. He examinado su mente—El dragón se dio la vuelta para mirar a la espía y la hizo flotar con otra desganada señal —. La han enviado para extraer cierta información de mí. Bolas conoce mi plan, al menos por encima. 19

—Tezzeret dio a entender que Bolas vendrá aquí, a Ravnica—La cabeza de Ral aún daba vueltas con la idea de que Niv-Mizzet sabía todo eso—. Claro está que podría ser mentira. —Se acerca. ¿Por qué crees que estuve preparando el Interlocus? La respiración de Ral se detuvo. El Interlocus fue el misterioso proyecto personal de Niv-Mizzet, que había consumido gran parte del tiempo y atención del dragón (por no hablar de los recursos del gremio) durante meses. Había delegado más y más del funcionamiento diario del gremio a Ral. Siempre fue molesto que, por mucho que Niv-Mizzet pareciera confiar en él, nunca había explicado el propósito de su plan. —Se acerca Bolas—insistió el dragón—. He oído informes de los estragos que ha causado en otros planos, y no permitiré que ocurra aquí. Vendrá a Ravnica y acabaré con él. —Nicol Bolas es... —Ral volvió a dudar—. Muy poderoso, Señor del Gremio. —Qué conmoverá es tu confianza—respondió Niv-Mizzet secamente —. Descansa tranquilo, estaré preparando todo para él. Pero hay un problema que requiere tu atención. —¿Un problema? —El Pacto Viviente —Niv-Mizzet se acomodó en cuclillas con un bostezo—. Para derrotar a Bolas, debo hacerme más fuerte. Mucho más fuerte. Y el Pacto entre Gremios no lo permitirá, fue creado para evitar que un gremio se vuelva mucho más poderoso que los demás después de todo. Para preservar el equilibrio—Entonces sonó irritado —. Para hacer frente a este tipo de amenaza es exactamente por qué Azor creó el puesto de Pacto Viviente. —¿Beleren? —dijo Ral—. Pero…

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—Se ha ido. Y nadie sabe cuándo volverá o si lo hará. Sin él estamos atrapados—La voz de Niv-Mizzet pasó a ser un gruñido—. Azor nunca vio venir que un Planeswalker asumiera ese puesto. Habría estado mejor si yo hubiera permanecido bajo nuestro control. Ral tragó nervioso. Había estado involucrado en la debacle, sustituyendo a sí mismo por el campeón artificial cuidadosamente diseñado por Niv-Mizzet para el Laberinto Implícito. No había pensado que al dragón le importara eso, pero a esas alturas ya no quería asumir nada. —Tenemos una última opción —siguió Niv-Mizzet—. El Pacto entre Gremios puede ser alterado. —¿Alterado? ¿Es eso posible? —Con el acuerdo de los diez líderes de los gremios —y otra carcajada sin humor—. Ya puedes ver por qué nunca se hizo antes. Sin duda era difícil imaginar que los diez reñidos gremios de Ravnica estuvieran de acuerdo en algo, y mucho menos que cambiaran las leyes básicas que subyacen en su competencia. —¿Entonces qué necesitas que haga yo? —Ponerlos de acuerdo, está claro. —Es... —Ral sacudió la cabeza—. No creo que sea posible, Señor del Gremio. —Es la tarea que te he asignado —espetó Niv-Mizzet—. Lo harás como te sea posible, o encontraré a alguien que pueda —Entonces su tono se suavizó—. En cuanto se complete el Interlocus, ya no seré el Señor de los Izzet. Estaré aparte de los gremios, por encima. Nuestro gremio requerirá un nuevo Señor del Gremio por primera vez en diez mil años —Los ojos del dragón se estrecharon—. Considéralo un examen de graduación, más o menos. —Yo… 21

Ral se enderezó. Apáñatelas tú mismo. Niv-Mizzet le había descolocado, sin duda exactamente como pretendía el dragón. Pero lo que ofreció... Es lo que he querido desde el principio. Un puesto acorde con sus talentos: Señor del Gremio Izzet. Sintió un universo de posibilidades abriéndose frente a él. Y todo lo que tengo que hacer es convencer a diez enemigos mortales para que concedan a un dragón viejo el suficiente poder para detener a otro. Se aclaró la garganta. —Entendido, Señor del Gremio. Empezaré inmediatamente. —Muy bien —Niv-Mizzet sonó realmente complacido—. Tengo unos cuantos contactos que te serán de ayuda, recibirás sus informes. —Gracias —dijo Ral—. ¿Qué hay de los Dimir? Si ya trabajan para Bolas… —Déjamelos a mí. Si Lazav se ha unido a Bolas, simplemente tendremos que reemplazarle. Sin duda uno de sus lugartenientes estará descontento con la elección de lealtad de su Señor del Gremio. —Como digas —Ral volvió a inclinarse—. Con tu permiso, me voy a empezar. —Una cosa más. Ral se enderezó mientras un grueso pergamino de papel de borrador flotaba hacia él desde una de las mesas de trabajo del dragón. Lo cogió al vuelo y lo desenrolló frunciendo el ceño. Eran planos, fabulosamente complejos, pero aun así familiares a su modo. —¿Qué es? —preguntó. —Un plan de seguridad —pronunció Niv-Mizzet—. Una baliza transversal, basada en el diseño de tu Proyecto Luciérnaga.

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Al recordar los esfuerzos hechos para sacar adelante el verdadero significado del proyecto del Señor del Gremio, Ral hizo una mueca. Había un toque de diversión en la voz del dragón. —Al activarse hará que Ravnica brille ante la vista de Planeswalkers a lo largo del Multiverso. No puedo decir cuántos vendrán, pero puede ser que reclutemos a unos cuantos con el poder suficiente para derrotar a Bolas, en caso de que mis propios esfuerzos no lo sean. —Llamar a Ravnica a una horda de Planeswalkers cuyas intenciones no conocemos parece... extremo. —Así es —apostilló Niv-Mizzet—. Pero mejor tener la opción y no necesitarla que al revés. Mira a ver si está construido de acuerdo a mis especificaciones. —Desde luego, Señor del Gremio. Pondré al mando a nuestros mejores quimistas. —Puedes irte —Niv-Mizzet se acomodó, apoyando la cabeza en sus patas—. Espero oír informes de tus progresos.

En los ascensores, a Ral le llevó unos instantes tranquilizar su respiración. Hacer que los gremios acepten cambiar el Pacto entre Gremios. Aún parecía imposible, pero Ral se había pasado la mitad de su vida haciendo lo imposible. Una vez encuentras el primer paso sigues sin pausa. Sonrió y se pasó los dedos por su pelo, notando cómo un crujido de electricidad lo devolvía a su estado encrespado. Ya podía ver cuál debía ser el primer paso. Cuando salió del ascensor envió mensajeros a correr en dirección al Senado Azorio, con notas bajo el sello oficial del Gremio de la Liga Izzet.

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Después de todo, ¿cómo empezar a organizar una reunión imposible? Sonrió para sí mismo. Sólo había que empezar por gente que adore las reuniones.

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Capítulo 2 Los jardines pútridos de los Devkarin eran legendarios. Cualquier idiota podría construir ahí un basurero, o cultivar hongos a partir de despojos. Pero los elfos sombríos se acercaron a la flora en descomposición con la misma atención que un jardinero del mundo de la superficie podría cultivar rosas u orquídeas. Era putrefacción elevada a alto arte, practicada por maestros longevos vida en un reino que nunca veía el sol. Las cámaras personales de Jarad, Señor del Gremio del Enjambre Golgari, eran un ejemplo particularmente bueno. Un amplio patio circular cubierto por un techo abovedado, de largas estalactitas. La única luz provenía de hongos bio-luminiscentes, que crecían de esferas de modo que colgaban a intervalos irregulares. Los jardineros se organizaban para dividir el espacio en muchos rincones pequeños e íntimos pasillos de reunión, y se proporcionaban sofás cubiertos de suave musgo para los huéspedes que deseaban descansar. Cada jardinero un cadáver, o varios a veces, cuidadosamente reanimados, modificados y dispuestos para promover el crecimiento de algunas especies particulares de hongos. La magia chamánica de los jardineros pútridos les protegía de la descomposición, manteniendo los cuerpos relativamente intactos. Ahí, un hombre se sentó con las piernas cruzadas, con la cabeza inclinada hacia atrás, con un vasto tallo amarillo blanquecino saliendo de sus ojos; a su lado una mujer arqueó su espalda, su pecho se abrió para permitir que delicadas frondas azules salieran de su corazón. Algunos hongos eran tan grandes y sólidos que crecían alrededor de sus huéspedes, dejando caras y extremidades por sobresalir de masas temblorosas de carne gris claro. Otras eran cosas tan pequeñas y delicadas que se disolverían con una simple respiración. Algunos, si se ingieren,

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matarían a un humano en segundos. Muchos más le harían cosas extrañas al cerebro de quien se lo come. Jarad se sentó en su trono fúngido, con largas hebras de musgo de flecos suaves cayendo a su alrededor. Ahí esperaban los cilios, los más poderosos e influyentes de los devkarin, de finos cuerpos élficos escondidos en la seda de araña, y los rostros pintados con dibujos de insectos. Los silenciosos sirvientes se movían entre ellos, llevando bandejas de comida y una variedad de venenos, con gestos también elegantes. Aunque muertos, andaban con gracia de la nobleza, y sus ropas eran intrincadas, viejas, como galas fúnebres de los siglos pasados. Estos eran los Arcaicos, alzados de la bóveda de Umerilek por Mazirek, el sacerdote de la muerte kraul. Jarad los adoraba. Mucho más gráciles que los zombis putrefactos que los chamanes alzaban, con un equilibrio y una inteligencia que los no muertos comunes no podían igualar. Se habían vuelto de moda entre la corte Golgari, como una sombra de esos días que los elfos no servían los nobles de la antigüedad. Hubo un sonido de astillas de madera desde el frente de la habitación. Jarad levantó la vista y frunció el ceño. —Dejé claro que la sellaran —espetó. —Así es —Storrev estaba al lado de Jarad. Era una liche Arcaica, con toda la astucia que tenía en vida. Estaba vestida de negro y con un largo velo envolviendo su rostro seco y decadente, el cual era casi invisible hasta que habló, con voz altanera con el acento de una corte muerta—. Creo que alguien intenta forzarla. —¿Qué? Jarad se puso de pie—. ¿Quién se atreve? Al otro lado de los plantadores cadáveres, a través de los delicados hongos, vio que la puerta principal se abría hacia dentro. Era una cosa enorme, madera de raíz con bandas de hierro frío, pero sus 26

vigas gemían y se agrietaban. Tras un instante se hacía añicos, haciendo que astillas destrozaran las delicadas esculturas de podredumbre. Las floraciones de hongos que habían tardado décadas en crecer se derrumbaron en charcos de limo. En la puerta había una figura enorme, un troll más grande que cualquier otro que Jarad hubiera visto jamás. Había más criaturas detrás de ése, pero sus ojos estaban fijos en la forma humanoide que daba un paso adelante. Una mujer vestida de cuero y con un machete en la cadera. Humanoide, pero no humana, y ciertamente no elfa. Donde debería haber estado su pelo era en realidad una masa de tentáculos negros y rizados, retorciéndose como un nido repleto de serpientes. Había varias gorgonas al servicio del enjambre Golgari, pero solo una que se atrevería a semejante insulto. El labio de Jarad se curvó. —Vraska.

Vraska entró en el jardín podrido, siempre había odiado ese lugar. El aire estaba cargado del olor dulzón y enfermizo de la descomposición, y los cien pequeños rincones estaban hechos para las astutas y fútiles conspiraciones en las que la corte de Devkarin siempre había prosperado. Ella pensó que eso terminaría esa noche. Jarga aún recorgía trozos de la puerta del tamaño de su puño, pero los dos kraul la siguieron, los cuales era insectos de seis patas en capas de armadura quitinosa. Mazirek, a su izquierda, era casi tan alto como Vraska, con su caparazón adornado de una espiral de pintura negra. Era lo más cercano que un kraul tenía a un líder, y había sido su primer aliado entre las colmenas.

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A su derecha andaba un kraul mucho más pequeño, un espécimen blanco muerto de aspecto enfermizo con alas caídas e inútiles. Xeddick había sido un paria entre su gente, por su color y sus extrañas habilidades, hasta que Vraska se alió con él. Desde entonces la había seguido como si fuera un cachorro. Jarad, con su túnica de seda de araña y su pintura facial azul y roja, se levantó de su trono y la señaló. —Vraska —gruñó—. No recuerdo haberte llamado, y menos aún haberte ordenado que derrumbaras mi puerta. —Pero aquí estoy —puntualizó Vraska—. Hace gracia. Ella se dirigió hacia él, propinando una patada a un plantador cadáver en un rocío de esporas rosadas. Los dos kraul la siguieron, con sus armaduras haciendo ruidos de clic. Por el rabillo del ojo podía ver a los elfos sombríos esquivando el camino, mientras sus sirvientes Arcaicos permanecían inmóviles. —Toda esa decadencia —musitó la gorgona—. Los años te han tratado fatal, Jarad. —¿Qué te crees exactamente que estás haciendo? —Jarad al menos no tenía miedo de enfrentarse a ella. Unos pocos cortesanos se pusieron de pie junto a él, y ella vio las manos directas a las armas—. Tienes valor para esta corte, pero no sobreestimes su importancia. Podría quedarme con tu cabeza por esto. —¿Podrías? —murmuró Vraska. Apartó a otro jardinero y se detuvo a tres metros y medio del Señor del Gremio—. Entonces veremos si puedes. Los ojos de Jarad se estrecharon. —Conque así vamos. —Así vamos —Vraska posó su mano sobre su machete—. ¿Y bien? Estoy esperando. 28

—Alguien la ha matado —pronunció Jarad muy lentamente. Dos de sus cortesanos avanzaron a zancadas: un joven con tatuajes de mantis, maestro esgrimista de cuarto grado, y una mujer con la túnica suelta de una chamán. Inclinando la cabeza, Vraska dirigió a Mazirek hacia la mujer y sacó el machete de su cinturón. El maestro esgrimista fue rápido. Su arma era un delgado estoque popular entre los devkarin por sus formas letales y precisas. Ella apenas dio una vuelta a su primer corte, y él volvió a danzar fuera del alcance de su respuesta, con su espada dejando una línea de sangre en su antebrazo. Vraska gruñó irrada, propinó su siguiente golpe a un lado con el mayor peso de su arma y avanzó hasta que se quedaron cara a cara. Entonces una energía dorada se formó en sus ojos. Se dio cuenta de su error demasiado tarde. Antes de que pudiera mirar para otro lado el poder estalló entre ellos. Una ola gris brotó de sus ojos, haciendo que su carne fuera fría, dura y muerta. Unos dedos de piedra sujetaban la empuñadura de su espada. Desequilibrado, la estatua se mantuvo de pie solo un momento antes de caer, rompiéndose en pedazos con un crujido. El otro duelo también estaba acabando las hojas de hongos ondulaban en el caparazón de Mazirek, pero el kraul parecía imperturbable. Sus extremidades anteriores se movieron a una velocidad deslumbrante, conjurando un hechizo, y la elfa tropezó hacia atrás aferrándose a su garganta. Por un momento, ella le miró con ojos desorbitados, mientras líneas negras como venas necróticas se extendían por su carne. Entonces cayó, acurrucada de costado y estremeciéndose cuando la carne se pudría de sus huesos. En unos pocos segundos solo había un esqueleto tendido en un charco de limo. Amiga Vraska. Ese toque mental era cosa de Xeddick. El kraul era telépata, una rareza casi inaudita entre su raza. Vraska se preguntó a

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medias si era el resultado de algún depravado experimento Simic. Los muertos se están reuniendo. Ella miró por encima del hombro. Los Arcaicos se encontraban reunidos junto a la puerta, como señoras con vestidos de corte raídos, u hombres con abrigos podridos y peinados de telarañas. Cuatro salieron de detrás del trono de Jarad, luciendo la armadura de una antigua guardia real, con espadas en sus cinturones. Storrev estaba de pie junto a Jarad, con la cara oculta tras su velo. Los veo, pensó a Xeddick. Ella sintió su nerviosismo, y envió un pulso de tranquilidad. Todo está bajo control. —¿Cómo esperas terminar con esto? —dijo el Señor del Gremio, al parecer incansable por la desaparición de sus campeones. El resto de su corte se había retirado a una distancia segura. —Contigo de rodillas suplicándome piedad —Vraska enfundó su machete y frotó la herida de su brazo—. Si quieres nos lo podemos saltar. —Supongo que matándome —espetó Jarad—. ¿Sabes lo que pasará? Que los Devkarin… —Los Devkarin han estado en el poder demasiado tiempo — respondió Vraska—. Te has valido de los Golgari como un instrumento para tu propio placer, desperdiciando nuestra fuerza en la decadencia. Eso termina hoy. —No tienes la fuerza —se mofó Jarad—. Unos bichitos no bastan. Como empieces una guerra civil aquí, gorgona, terminarás con tu cabeza en una pica. Y tu gente, Mazirek, lo sufrirá por cien generaciones. —Llevamos mucho tiempo con tu tiranía —añadió Mazirek. Su discurso era arrastrante y clicante, llegando a través de piezas

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bucales no diseñadas para la lengua común—. Vraska ofrece respeto a los kraul. —El respeto te hará muy poco bien cuando te estés pudriendo en mi jardín —Jarad sonrió de forma clara y desquiciada—. ¡Pero basta ya! Deja de lado tus quejas y te haré… Vraka arremetió con un golpe rápido que atrapó a Jarad en su nariz con un crujido sólido. Se tambaleó hacia atrás, con la sangre corriendo por su labio superior. —¡Storrev! —chilló él—. Detenla. Y ahora, pensó Vraska, averiguamos si Bolas tenía razón. Los Arcaicos reunidos se pusieron de pie a la espera. Los cuatro guardias alrededor del trono, sirvientes ahora de pie en filas alrededor de la sala. Se quedaron quietos… …y no hicieron nada. —¡Storrev! —Jarad se dio la vuelta con un chorro de sangre—. ¿Qué significa todo esto? —Tú eres el pasado —pronunció la liche sin inflexión—. Vraska es el futuro. Ahhhh. Jarad se dio la vuelta hacia Vraska, y ahora había pánico en sus ojos, que ella absorbió como un néctar. Su boca se movió con las manos sujetando su túnica. —Aún no te vas a salir con la tuya —murmuró—. Disfruta de tu pequeña victoria, porque el resto de los elfos… —Tienen sirvientes Arcaicos —terminó Vraska—. ¿No es así? Los ojos de Jarad se abrieron de par en par. —No.

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—Perdonaremos a quienes no se resistan —ella dio un paso adelante y él cayó de rodillas—. Pero ahora los Golgari son míos —Vraska miró a Mazirek, que hizo un gesto respetuoso con sus extremidades anteriores, y a Storrev, que inclinó la cabeza—. El reinado de los elfos sombriós ha terminado. —Te… te puedo ayudar —murmuró Jarad—. Hay cosas que yo sé… secretos. Me necesitas. —Los conoces, ¿verdad? —Le hizo un gesto a Xeddick, y el pequeño kraul se adelantó para presentarse ante el Señor del Gremio. Ya sabes qué hacer, pensó ella. Sí, Amiga Vraska. El toque mental de Xeddick era infeliz, ya que no le gustaba usar sus poderes así. No te resistas, enemigo-Jarad, sólo empeorará el dolor. A juzgar por la forma en que gritaba, Jarad se resistió. Al acabar yacía en un montón de gimoteos en la base de su trono. ¿Tienes lo que necesitamos? Pensó Vraska a Xeddick. Eso creo, Amiga Vraska. Listas de agentes en el mundo de la superficie, contraseñas, lugares de reunión. Xeddick lanzó una ola de disgusto. Su mente sabe a suciedad. Ya me puedo imaginar. Vraska se inclinó y agarró al Señor del Gremio por el cuello, arrastrándolo arriba para encontrarse con su mirada. La energía dorada despertó, y Jarad gritó de nuevo.

La lluvia azotó el lado de Orzhova, la opulenta catedral y gran bastión de los sacerdotes-banqueros Orzhov. Kaya estaba segura de que era un edificio de gran belleza, todos con contrafuertes voladores y bajorrelieves, amplios vitrales y adornos dorados. Ella solo deseaba 32

que no escalar no fuera un grano en el culo, especialmente de noche y bajo la lluvia. Eso ya era muy alto. Su pelo colgaba en un montón empapado desde la nuca, y tenía hasta la más mínima prenda mojada, a pesar de su capa de cuero. Había entrado en el edificio al nivel del suelo y se abrió camino hasta donde pudo llegar sin dar la alarma antes de deslizarse hacia el exterior para subir a la torre. Hasta entonces eso le había permitido pasar por alto la mayor parte de la seguridad Orzhov, aunque dudaba que su suerte continuara. No te haces lo bastante rico para construir tu propia catedral sin ponerte un poco paranoico. Aun así había hecho encargos peores en lugares mucho peores. La ciudad-plano Ravnica era positivamente agradable cuando se comparaba con algunos pantanos y catacumbas a donde había sido enviada para cazar a su incorpórea presa. La comida es buena, siempre que no pienses demasiado en de dónde vendrás. Y si pides un caliente baño los posaderos no te miran como si se te hubiera ido la olla. Aunque estaría mejor si la lluvia parara en algún momento. Encontró un asidero en una cornisa aflorada, junto a una gárgola tallada cuyas fauces abiertas escupían un chorro de agua de lluvia. Kaya le dio a la gárgola una larga y sospechosa mirada, pero no parecía inclinarse a cobrar vida de repente. Apoyándose contra ella respiró hondo y concentró su poder. La energía violeta fluía a su alrededor, cambiando su cuerpo sólido a incorpóreo fantasmal, y entró a través de la piedra sólida. Era un truco más difícil de lo que parecía, ya que la parte complicada consistía en mantenerse sujeta en la parte exterior de la pared hasta que hubiera tenido suficiente equilibrio dentro, pero Kaya había estado deslizándose a través de barreras en ángulos extraños la mayor parte de su vida. Tal como había esperado, su ascenso por la torre principal de Orzhova la había llevado a pasar las primeras líneas de defensa. Se encontró en un pasillo suntuosamente alfombrado, iluminado por 33

velas que ardían suavemente en braseros dorados. Las puertas a intervalos regulares llevaban placas de bronce, y la madera estaba grabada con los elaborados escudos de armas de los caballeros y sindicatos que trabajaban ahí, haciendo girar las ruedas del comercio Orzhov. A juzgar por la altura del techo, había al menos tres pisos más entre ella y su objetivo. Eso dando por hecho, por supuesto, que la información proporcionada por el dragón fuera precisa. La primera regla del trabajo de mercenario era "nunca fiarse del cliente", y eso era el doble de cierto en el caso de Nicol Bolas. Pero la recompensa era lo bastante grande como para que ella creyera que valía la pena correr ese riesgo. Si alguien tiene el poder de arreglar el cielo roto, es Bolas. Y sus contactos habían insistido en que él era al menos razonablemente confiable. Al menos para un dragón. Caminó tranquilamente por el pasillo, con el agua goteando sin ruido sobre las alfombras de seda. Al final del pasillo había una escalera hasta el siguiente piso, asegurada por una rejilla de hierro del suelo al techo. Kaya examinó las diminutas runas doradas que se encontraban alrededor del ojo de cerradura que lo encerraba en su lugar, encontró una sala que activaría la alarma si se cerraba la cerradura y sonrió. Pasó a través de un brillo morado y corrió escaleras arriba. El siguiente suelo era una especie de archivo de registros, que parecía durar por siempre, y no era de extrañar. A los sacerdotes les gustaba escribir cosas, y también a los banqueros, así que seguro que los sacerdotes banqueros fueran todavía peores. Las puertas de los almacenes estaban inscritas con terribles trampas mágicas, pero el pasillo tenía solo unas pocas alambradas, que estaban tan fácilmente deshabilitadas que casi era insultante. Como esto siga así les voy a dejar una nota escueta.

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Otra rejilla bloqueaba las escaleras, y ésa fue reforzada por un par de guardias con armadura de placas y cascos cónicos. Tenían la mirada atónita y aburrida de los guardias de todas partes. Al observarlos desde una esquina, Kaya pensó que probablemente podría derribarlos si no le quedara otra... un cuchillo arrojado a la garganta sin proteger del que estaba a la izquierda, entonces hacer un cercado y sacar las piernas del otro antes de que pudiera saca esa torpe espada. Pero no era elegante. Además, no quería matar cuando no hacía falta. En su lugar, se abrió camino por el pasillo hacia la pared exterior y volvió a la parte exterior de la torre. Eso fue incluso más difícil que ir por el otro lado, pero encontró un asa conveniente en el busto esculpido de un aristócrata muerto hacía mucho tiempo, y sacó sus piernas en una pulverización violeta antes de lograr poner sus pies contra otro contrafuerte. Desde allí subió, ascendiendo hasta que se dio cuenta de que había superado a los guardias. Aunque era mejor quedarse dentro todo lo posible. Debían tener alguna protección contra ladrones voladores. Se apoyó de nuevo en otra oportuna gárgola. Fue solo cuando ya tenía una mano metida en la piedra que se le ocurrió que ésa no tenía un tubo de lluvia en la boca y parecía considerablemente menos erosionada. Para entonces ya se estaba moviendo. Ah, joder. Un momento muy complejo dio lugar: Kaya tenía una mano incorpórea y atravesaba un muro de piedra, y su otro brazo y un pie empujaban contra la gárgola. Se alejó de ésa, y de repente se estaba cayendo de la pared. A la vez abrió su pico para gritar una advertencia, que indudablemente atraería a todos los guardias por toda la catedral. Piensa rápido.

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Dejó que su mano izquierda, dentro de la torre, se corporeizara y escarbara ciegamente. Por suerte sus dedos a tientas encontraron el tallo de una reja, y se aferró a ésa apoyando su peso contra la pared. Le llevó gran parte de su concentración para mantener la estrecha línea incorpórea alrededor de su muñeca, pero le quedaba suficiente para atacar con la otra mano y retenerla en la garganta de la gárgola, agarrando su lengua con el puño. Los ojos de la criatura pétrea se hincharon pero permaneció en silencio. Por un momento Kaya se colgó suspendida de sus improvisados asideros. ¿Y ahora qué? La gárgola comenzó a cerrar el pico. No tenía el mejor apalancamiento, pero los bordes de su pico eran muy afilados, y las puntas superior e inferior se clavaron en el brazo de Kaya, cortando el cuero y sacando sangre. Ella apretó los dientes y apoyó las piernas contra la torre de nuevo. —Ya ves —empezó a contar a la gárgola—, tengo intención de vivir y dejar vivir aquí. ¿Interesado o qué? La miró con malevolencia y aumentó la presión. Así su brazo se rompería. —Pues vale —murmuró Kaya. Soltó el brasero y dejó que su brazo volviera a quedar fuera, dejándola colgando de su agarre en la gárgola. Eso la hizo girar de lado hacia ella, y se empujó con las piernas para convertir el movimiento en un arco similar al de un acróbata de circo girando alrededor de un trapecio, solo que muchísimo más doloroso. A medida que se acercaba al final de su piruleta sacó uno de los cuchillos largos de sus caderas con su mano libre, y se valió de todo su impulso para atascarlo en el cuello de la gárgola, con un pequeño toque de su poder, asegurándose de que rebanara fácilmente la piel de piedra de la criatura. La gárgola soltó un graznido ahogado y cayó 36

adelante, perdiendo su sujeción en la pared. Kaya dejó que su mano pasara a través de ella y se levantó en un salto de pie que la llevó a través de la pared exterior y de regreso a la torre. En general sentía que se había ganado unos momentos retorciéndose en la alfombra, maldiciendo en silencio a todas las gárgolas mientras agarraba la piel desgarrada de su antebrazo y se esforzaba por no gritar. Cuando el dolor sehabía aliviado un poco, movió los dedos solo para asegurarse de que todavía podía, sacó una venda de su morral y tapó la herida. Espero que esa puñetera cosa no haya aterrizado en nadie. Un transeúnte cualquiera aplastado no era lo que necesitaba en su conciencia. Por suerte ese piso era igual de vacío que el anterior. Otra escalera de retroceso llevaba hacia arriba, sin protecciones obvias. Kaya lo se tomó con cautela y descubrió que conducía a una puerta de aspecto muy sólido. Más guardia rúnica, en escritura dorada fina, estaba inscrita alrededor de los bordes. Se inclinó para leerlo: Pasar por la puerta, invocar un temible espíritu vengativo, bla, bla, bla. Flexionó de nuevo su mano herida, repasó sus cuchillos y respiró profundamente. Allá vamos. Un púrpura se encendía a su alrededor mientras cruzaba la puerta. Tuvo una breve impresión de un salón grande y bien equipado más allá, pero su visión quedó casi inmediatamente oculta por una vorágine de energía fantasmal que se unió frente a ella. Una figura humanoide, como un cadáver demacrado y translúcido, formado de la nada, con chispas rojas de odio ardiendo en las cuencas de sus ojos vacías y anchas. Alcanzó su garganta, y ella sintió el escalofrío de la tumba sobre ella. Aquella cosa parecía muy sorprendida cuando las dagas de Kaya, brillando con el púrpura de su yo incorpóreo, se estrellaron contra su 37

pecho. Los fantasmas y los espíritus se sorprendieron invariablemente al saber que el asesinato que hizo que Kaya pasara libremente por el mundo físico también la hizo muy sólida para su especie. Pero, por lo general, no sobrevivían (si seguían existiendo, algo así) el tiempo suficiente para difundir esa lección, ya que generalmente tenían pocas defensas contra una embestida de acero frío en sus corazones fantasmales. Este gritó, se afinó y desapareció en el aire de donde había venido. Kaya enfundó sus cuchillas con una satisfecha sonrisa. Mirando alrededor de la sala encontró a una mujer morena de pie detrás de una larga mesa de madera, apoyada en un bastón, con un joven con gafas a su lado con aires de secretario. —¿Teysa Karlov? —preguntó Kaya, y logró un cauteloso asentimiento —. He venido a salvarte.

Unos minutos más tarde, Kaya estaba sentada en la mesa grande y pulida, rehaciendo el vendaje en su brazo con algo más de cuidado. Teysa y el joven, cuyo nombre resultó ser Tomik, se sentaron frente a ella. —A ver si lo entiendo —pronunció Teysa, agitando sus dedos. Incluso con el pelo revuelto de dormir y con solo un camisón de seda negro, mantuvo su equilibrio—. Estás bajo contrato —Y repasó visualmente a Tomik— de un amigo en común. —Mhmm —clamó Kaya, haciendo una mueca de dolor mientras se quitaba la tela llena de sangre. —Tu contrato es... —Para ayudarte a apoderarte de los Orzhov —Kaya miró arriba—. Y supuse que sacarte de una celda sería un buen inicio. —¿Qué sabes tú de los Orzhov? 38

—Casi nada —respondió Kaya animada—. Ese amigo nuestro dijo que estabas encerrada por un grupo de fantasmas, y creo que por eso mismo acudió a mí en concreto. —¿Tenías un plan para lo que fuera a pasar luego? —De hecho no. Supuse que ésta era tu casa, aunque está claro que me encargaré de tu problema con los fantasmas. Tomik negó con la cabeza, como si todavía estuviera medio dormido. Teysa tenía una expresión tensa y sus dedos se entrelazaron. —No es sólo un “problema con fantasmas” —espetó—. Los Obzedat son espíritus de los más poderosos entre los Orzhov, los cuales han gobernado nuestro gremio por milenios. —Y quieres deshacerte de ellos. —Sí —reconoció Teysa—. Pero no será muy fácil. —¿No? —Kaya se ató el vendaje y sonrió—. Ya has visto cómo trabajo. —No es tu capacidad de lo que dudo, sino del resto del plan — suspiró Teysa—. Si me sacas de aquí antes de asesinar al Consejo Fantasmal, todos asumirán que estuve involucrada. Los poderes del gremio se unirían a los enemigos de los Karlov. Tendríamos en nuestras manos una costosa guerra civil y ninguna garantía de victoria. —Eso dando por hecho —añadió Tomik— que el resto de gremios no se aprovechen de nuestra debilidad. Kaya miró al chico y levantó una ceja. Teysa frunció los labios. —Tomik es mi secretario personal —comentó ella—. Confío en él sin reservas.

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Excepto el detalle de que no quieres que sepa que estás trabajando con Bolas, pensó Kaya. Interesante. Se recostó en su silla con las manos detrás de la cabeza. —Vale —dijo Kaya—. ¿Entonces no quieres que te saque de aquí? —No podría logar lo que queremos —respondió Teysa—. El Abuelo me encerró… —¿Quién? —El Abuelo —repitió Teysa, molesta—. Ahora es cabeza del Concilio Fantasmal. Kaya, cuyas relaciones familiares podrían describirse mejor como "complicadas", trató de imaginar cómo sería si los ancianos del clan persistieran indefinidamente en la no muerte. De mente rebelde. —Muy bien, adelante. —Me encerró porque quería llevar a los Orzhov a dirección diferente —Teysa miró a Tomik—. Menos aislamiento y más compromiso con los otros gremios. Hay quienes me apoyan en la jerarquía, cosa por la que temía ser admitida en el Consejo. Pero si me alío con fuerzas externas, esos aliados me abandonarán. —¿Entonces qué? —Tienes que destruir al Obzedat sin que parezca que esté yo detrás. Sin el Abuelo los jerarcas no tendrán más remedio que ponerse de mi lado. —Lady Karlov —intervino Tomik—, sabes lo peligroso que es. Si ella fallara y confesara el plan a tu Abuelo... —Ten un poco de fe en mí —dijo Kaya. —Es válido —comentó Teysa—. Si te pillan el Abuelo te arrancaría de el alma de tu cuerpo, y sus nigromantes obtendrían las respuestas que quisiera antes de condenarte a un absoluto olvido. 40

—No me des por vencida por el momento —Kaya se rascó la nariz pensativa—. Los fantasmas se reúnen en el sótano, ¿verdad? Tomik asintió con la cabeza. —En la catacumba, varios pisos por debajo de la base de la catedral. Nadie ha vivido allí por siglos. —Y estoy segura de que está lleno de trampas mortales y espíritus atados. Es lo habitual —Hizo una mueca—. Tengo que reconocer que no disfruto la posibilidad de intentar atravesar todo eso con cada guardia en la torre oliéndome el culo. Eché un vistazo a las barreras en mi camino y no voy a poder entrar sin que suene la alarma. —Necesitamos aliados —añadió Teysa. Se quedó mirando a Tomik especulativamente, pero antes de que pudiera decir algo más se oyó el ruido de unos pies calzados y un tintineo metálico desde el pasillo. —Ah, joder —exclamó Kaya de un salto—. Alguien ha debido de darse cuenta de lo que le ha pasado a tu celador. —Ve —dijo Teysa con urgencia—. Ya les diré que me han intentado matar, se lo creerán. Encuentra la posada Tronco Torcido, Tomik te mandará un mensaje ahí. —Este trabajo se me complica más a cada instante —murmuró Kaya. Pero tenía que admitir que parecía la mejor opción ahora mismo. Desde luego era mejor que luchar contra toda una torre plagada de guardias. Asintió secamente a los dos y corrió hacia la ventana. —¡No te puedes pirar ahí! —advirtió Teysa—. Las ventanas están… Kaya entró en fase en un estallido de luz púrpura, y desapareció. —…selladas —terminó, pensativa. La puerta se abrió de golpe y se giró hacia los guardias, poniendo su mejor sonrisa.

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Capítulo 3 Cuanto más se acercaba Ral a Nueva Prahv más podía sentir su piel estremecerse. Los Azorios siempre habían sido oficiosos y prepotentes, pero algo había cambiado. He pasado demasiado tiempo encerrado en mi taller últimamente. Las calles alrededor de la gran ciudadela del Senado estaban limpias y ordenadas como siempre, pero ahora los soldados de la Columna de Lyev Azoria estaban en todas partes, haciendo guardia en la entrada de cada edificio importante y patrullando la calle con su brillante armadura blanca. Los húsares pasaban trotando con lanzas listas. En las alturas del cielo, por una vez libre de lluvia, los constructos alados daban vueltas perezosamente, mirando abajo con sus multifacéticos ojos de gema. Están con miedo. Ral sonrió con fuerza. Se suponía que la presencia militar era una demostración de fuerza, pero para Ral era más de debilidad. Saben que no hay nada más inútil que un senado al que nadie escucha. Nueva Prahv en sí era impresionante como siempre, con tres torres titánicas que dominaban el horizonte del Décimo Distrito dispuestas de forma equidistante alrededor de un patio central, flanqueadas por las cúpulas y agujas de edificios menores. Las fronteras del enorme complejo estaban marcadas por altas cercas con púas, y en la puerta había una docena de soldados con armadura blanca que vigilaban un puesto de control y procesaban una larga cola de peatones. Ral los ignoró y anduvo directo a la puerta, donde un sargento vedalken de piel azul le miró con furia a través de la estrecha abertura de su casco. —Aquellos que no pertenezcan a un gremio deben tener sus documentos procesados antes de entrar —pronunció el sargento—. Espera tu turno, por favor. 42

Ral le lanzó a aquella fila una mirada despectiva. —Tengo prisa. —Sin excepciones —gruñó el sargento. Dos soldados más se adelantaron para flanquearlo—. Ruego que no causes problemas, ciudadano. Definitivamente están con miedo. Ral puso una sonrisa altanera. —Soy Ral Zarek, representante personal del Señor del Gremio NivMizzet. Estoy aquí para ver a la Jueza Suprema Isperia sobre una cuestión de suma importancia. —Sin excepcio… —El sargento se detuvo cuando uno de los otros soldados le susurró al oído con urgencia. Sus labios azules se curvaron en una agria expression—. Muy bien. Espera aquí. —Espero que no por mucho —soltó Ral. De hecho fue casi un cuarto de hora antes de que volviera el sargento, con un capitán a cuestas. El joven, de uniforme pero sin armadura, le hizo una leve reverencia a Ral. —Bienvenido, Maestro Zarek. Soy el Capitán Pytr Liosh. Ven conmigo, por favor. Ral concedió al sargento una última sonrisa desdeñoso mientras seguía al capitán a través del punto de control. Liosh lo condujo rápidamente a través de la plaza central, más allá de los tres grandes monolitos, y en el laberinto de edificios subsidiarios que albergaban el aparato administrativo del Senado. Ral se sorprendió de lo que se diferenciaban de los pasillos de Nivix, no solo porque las paredes y el piso estuvieran cubiertos de grietas y marcas de quemaduras, desde luego, sino también el silencio. Los suelos eran de mármol pulido, sin alfombras ni tapices para silenciar los ecos, y cada pisada hacía un eco atronador. Los trabajadores andaban arrastrando los pies, cabizbajos, sin mirar a Ral ni a los guardias que permanecían como 43

estatuas de cerámica a intervalos regulares. También había un flujo constante de homúnculos, pequeñas criaturas de aspecto marchito que realizaban tareas administrativas menores, corriendo de un lado a otro con sus pequeños brazos amontonados con pergaminos. El Capitán Liosh se detuvo frente a una gran puerta doble, incrustada con el escudo del gremio Azorio en plata. Desde dentro, Ral podía escuchar el débil sonido de voces levantadas en ira. El Capitán tosió. —La delegación de la Legión Boros ya ha llegado —explicó—. Entiendo que su Señora del Gremio tardará un poco más. Espera dentro, por favor. Abrió la puerta inclinándose de nuevo. Más allá, Ral encontró una cámara de conferencias ovalada, con una mesa larga y muy pulida en el centro. Un lado de la mesa estaba lleno de altos funcionarios azorios, con túnicas blancas de senadores o uniformes militares. En el otro había más soldados, pero de un corte muy diferente. Donde los militares azorios tenían una precisión fría y una armadura de cerámica reluciente, la delegación de la Legión Boros vestía un acero cincelado, bien pulido, pero con las mellas y cicatrices que hablaban de combate real. Había cinco, desde dos jóvenes capitanes hasta una minotauro adulta que llevaba una insignia de teniente. Se sentó en silencio, con los brazos cruzados, mientras sus subordinados se enfrentaban a gritos con esa graznante bandada de políticos. Contra la pared trasera, observando, había un ángel. Aurelia. Ral no pudo evitar mirarla fijamente. No sabía mucho sobre la jerarquía angélica que dominaba los rangos superiores Boros, pero Aurelia se había convertido en Señora del Gremio tras haber derrocado a Pluma. Era una cabeza más alta que él, pero daba una impresión de delicada gracia no acorde a su tamaño. Sus rasgos eran llamativos, andróginos y bellos, y su brillante melena carmesí caía sobre su hombro como un río de sangre que goteaba sobre su 44

desgastada armadura. Sus grandes alas eran dobladas tras ella. Estaba pendiente de la discusión en curso con una expresión ligeramente divertida, como un padre que observa a sus hijos en un feroz debate. —Si somos débiles —estaba diciendo uno de los tenientes Boros— es cosa tuya. La Legión y el Senado tienen la intención de trabajar juntos, por el bien de Ravnica, pero se han comprometido a usurpar nuestra función. —Sólo porque tú te has negado a cumplirlo —gritó de Vuelta un senador barrigudo—. Si la Legión hiciera cumplir la ley… —¿Cómo se supone que debemos hacer cumplir las leyes cuando las cambian a diario? —espetó otro soldado—. El Senado ha perdido su control. —Y la Legión se ha convertido en un peligroso hatajo de rufianes — espetó un vedalken azorio. —¿Peligroso? —La minotauro se inclinó adelante, silenciando a los demás por un momento. Uno de sus largos cuernos brillaba con peligro, mientras el otro estaba roto y tenia ahora un tapón plateado —. Los boros son peligrosos solo para aquellos que transgreden la justicia. ¿Serías tú uno de esos, senador? —Claro que no —devolvió el vedalken—. Nosotros somos la ley, ¿cómo podemos quebrantarla? —Justicia y ley no son lo mismo —La voz de Aurelia era sorprendentemente alta y musical—. Los Azorios haríais bien en recorder eso —Entonces pasó sus brillantes ojos a Ral—. Saludos, Maestro Zarek. Hemos estado esperando ansiosos tu llegada. —Manda tus quejas al sargento de las puertas —dijo Ral—. O quien sea que haya diseñado este laberinto —Se inclinó hacia Aurelia e

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inclinó la cabeza hacia el lado azorio de la mesa—. Señora del Gremio Aurelia. Maestros. Gracias por venir. —Zarek —pronunció el senador barrigudo—. Bien. Yo, por ejemplo, tengo unas cuantas preguntas para ti. ¿Quién es exactamente esta amenaza que aseguras que está al acecho? —¿Y qué puedes decirnos sobre sus capacidades? —preguntó la minotauro—. ¿Cuántos hombres puede entrenar, y con qué equipo? —Creo —empezó a decir Aurelia— que sería mejor esperar hasta que la Señora del Gremio Isperia y yo tengamos la oportunidad de discutir el asunto. —Estoy de acuerdo —dijo Ral. Lo último que quería era quedarse estancado tratando de convencer de la profundidad del problema a esos contendientes subordinados—. ¿Estará lista pronto? —Ahora —Dijo una voz fría desde el otro extremo de la habitación. Allí se había abierto una puerta y un vedalken alto y de finas extremidades se encontraba a su lado—. La Señora del Gremio require que el Maestro Zarek y la Señora del Gremio Aurelia se reúan con ella solos. —Podría ser una trampa —comentó la minotauro—. Vamos a verlo todos juntos. —El honor de los Azorios jamás permitiría algo así —espetó el senador—. Pero concuerdo con que todos… —La Señora del Gremio se mantiene firme en su decisión —insistió el vedalken. —Aprecio tu preocupación —dijo Aurelia—, pero estaremos bien — Entonces el ángel asintió a Ral—.¿Vamos?

La primera sala era mucho más grande, más alla de lo necesario. 46

Isperia, Jueza Suprema del Senado Azorio, era una esfinge. Su gran y leonine cuerpo era más grande que una carreta, todavía mayor con las anchas y emplumadas. Sus enormes patas delanteras estaban dobladas frente a ella. Su rostro y cabeza parecían más humanos, enmarcados por una larga melena púrpura, y con rasgos inescrutables como todos los suyos. Una silla estaba de pie junto a ella, y dos más estaban colocadas enfrente. Ral, sintiéndose ya algo en desventaja en la conversación con esa inmensa criatura, decidió quedarse de pie, y Aurelia hizo lo mismo. El vedalken cogió la otra silla, se acomodó con movimientos precisos y cruzó las manos frente a él. —Bienvenidos —pronunció Isperia. Su voz profunda tenía un rastro del rugido de un león en registros inferiores—. Aurelia. Ha pasado mucho. —Así es —reafirmó el ángel—. Lamento la reciente... tensión entre nuestros gremios. —Y no puedo creer que nos veamos, Maestro Zarek —continuó la esfinge—. Por supuesto, conozco bien a tu maestro. —Saludos de parte de la Mente Ardiente —dijo Ral. Miró al vedalken con curiosidad. —Ah, sí —Isperia asintió hacia él—. Éste es el Gran Árbitro Dovin Baan. Es mi Segundo al mando, y puede tener algo de experiencia en el asunto que tenemos ante nosotros. —Un saludo —dijo Baan con sus rasgos azules inexpresivos. —Tu maestro es el que organizó esta reunión, Zarek —comentó Aurelia—. Debo decir que cuando recibí su mensaje, parecía inverosímil. ¿Un dragón de otro mundo? Siempre he descartado esos mitos —Esbozó una sonrisa.

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—Eso explicaría mucho de Azor. Y la Mente Ardiente no se debería descontar del todo —añadió Isperia—. A la vez nos hemos acostumbrado a ignorar sus... desvaríos. Sin embargo… —se quedó mirando a Dovin, el cual se aclaró la garganta. —Nicol Bolas es muy real —dijo el vedalken—. Me encontré con él, o sus agentes, en mi plano natal Kaladesh. Mis investigaciones posteriores me llevaron hasta aquí, donde considero que hará su próximo movimiento. —¿Entonces dices ser de otro mundo? —preguntó Aurelia. —Sí —respondió Baan—. Soy Planeswalker. Ral se aclaró la garganta. —Soy consciente de que la idea parece absurda al principio — continuó—. Pero puedo darte mi afirmación personal de que tales personas existen. Se hacía muy raro decirlo tan de golpe. No hacía mucho, Ral había estado trabajando desesperadamente para evitar que el secreto de los Planeswalkers y de otros mundos se hiciera público. Había asumido que si aquellos sin Chispa se enteraran de esa gente en medio de ellos, la reacción paranoica sería peligrosa para todos. Todos los Planeswalker que había conocido a lo largo de los años tenían la misma política, una regla no escrita que mantenía sus habilidades ocultas para gran parte del Multiverso. Ahora estaba rompiendo ese tabú a dos de las criaturas más poderosas e influyentes de Ravnica. Pero no había manera de evitarlo. Nunca convencería a nadie de que Nicol Bolas era una amenaza si no podía explicar de dónde venía el dragón. —He recibido documentación de Niv-Mizzet sobre el tema —dijo Aurelia—. ¿Doy por hecho que tú también? Isperia asintió con la cabeza. 48

—Estoy dispuesta a aceptar su palabra, por ahora. —Sigamos con esa suposición —Aurelia se volvió a dirigir a Ral—. Este Nicol Bolas viene a Ravnica, entonces, de algún sitio desconocido. ¿Es poderoso? —Bastante más que mi señor —dijo Ral—. Ahora mismo. —Y sin embargo no es un obstáculo insuperable —argumentó Aurelia —. Perdona por ser contundente, pero si se tratara de una confrontación, está claro que yo arriesgaría el poder combinado de la Legión contra Niv-Mizzet solo. No puedo ver por qué este Bolas sería diferente. —Concuerdo —añadió Isperia—. Un dragón comparable a otro. —Bolas no estará solo —dijo Ral—. Tiene aliados. —¿Quiénes? —preguntó Aurelia—. ¿Cuántos? ¿Cómo de fuertes? —Como mínimo algunos ravnicanos —respondió Ral—. Sabemos que Lazav y los Dimir trabajan para él. —De esperar —opinó Isperia—. ¿No tienes más información? —Mi propia experiencia —añadió Ral—. Bolas no es una simple amenaza. Casi siempre consigue lo que busca. —Concuerdo —aportó Baan con su tono todavía neutral—. Si viene a Ravnica, es porque se considera a sí mismo capaz de gobernar aquí. —Por el momento —dijo Isperia—, sigamos con la reunión. ¿Cuál es la propuesta de Niv-Mizzet?? —Quiere enmendar el Pacto entre Gremios —dijo Ral—. Para convertirse en una fuerza capaz de derrotar a Bolas. Se compromete a dejar atrás a los Izzet, y no volver a participar en conflictos gremiales.

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—Una petición altiva —opinó Aurelia—. Pero no una en el que tenga mucha confianza. —¿Entonces quién lideraría a los Izzet? —preguntó Isperia. Ral dio una pequeña reverencia. —Yo mismo. La esfinge se quedó mirándole con curiosidad. —¿Y crees que la Mente Ardiente se mantendría neutral, tal como asegura? —Así es —Ral no añadió que era condenadamente difícil conseguir que el dragón se preocupara por algo ahora si no tenía relación directa a sus estudios—. Creo que es nuestra mejor oportunidad. Una larga pausa. —No me convence —dijo Aurelia poco a poco— que este Bolas es una amenaza tan grave como aseguras tú. Sin embargo... Miró a Isperia, y la esfinge asintió lentamente. —Hay un mal en los gremios —añadió el ángel—. El Pacto Viviente está para mantenerlos bajo control, pero Jace Beleren se ha ido. ¿Doy por hecho que también es uno de estos Planeswalkers? —Sí —respondió Ral—. Niv-Mizzet cree que puede estar muerto. —Estaba en Kaladesh —aportó Baan con tranquilidad—. El a dónde se habrá ido de ahí, no lo sé. ¿Conoce a Beleren? Ral le lanzó una mirada aguda al vedalken y se decidió por interrogarle más adelante. —De todos modos —siguió Isperia—. El Pacto Viviente no está desempeñando su función. Puede ser que se requieran más enmiendas —El inmenso cuerpo de la esfinge se encogió de hombros —. Como mínimo no hará daño organizar una cumbre gremial. 50

—No será fácil conseguir un acuerdo —dijo Aurelia—. Por principios los Gruul se negarán, y los Orzhov lo considerarán por si les interesa. En cuanto a los Dimir, ¿quién sabe? —Niv-Mizzet tiene ya en marcha sus propios planes —comentó Ral, con mucha más confianza de la que realmente sentía. Si pudiera traer a los Gruul a la mesa, realmente se merecía el título de Mente Ardiente—. ¿Pero en principio aceptas? El ángel asintió con la cabeza. —Sí. La situación actual no puede seguir, y esta amenaza debe ser abordada. La Legión Boros negociará de buena fe. —Nosotros nos encargaremos de los detalles —aportó Isperia—. Pero convencer a los otros gremios para que asistan seguirá siendo del todo responsabilidad tuya, Maestro Zarek. Espero que estés a la altura. —Deja eso a mí —aseguró Ral mientras forzaba una sonrisa.

A pesar de sus dudas Ral tuvo que admitir que cuando abandonó Nueva Prahv las cosas se veían, si no tal cual, menos que desesperanzadas por completo. Por todo lo que los otros gremios protestaban contra la autoridad de los azorios, el Senado lideró un vestigio de respeto. El respaldo de Isperia hizo mucho para que eso pareciera un juego de poder Izzet, especialmente con Aurelia y los Boros también a bordo. Pero los Gruul iban a seguir siendo un problema. Las caóticas tribus no solo se oponían constitucionalmente a cualquier cosa remotamente parecida a una cooperación con otros gremios, sino que su rivalidad con los Boros era profunda. Y los Dimir ya están contra nosotros. Espero que Niv-Mizzet realmente tenga algún as bajo la manga. 51

Salió por la plaza del mercado que daba a Nueva Prahv, fuera de los puestos de control azorios pero aún dentro de su jurisdicción. Era un ambiente bullicioso bajo la lluvia, lleno de criaturas sintientes de una docena de razas diferentes y cien variedades de bestias de carga. Sobre las cabezas de los humanoides las hadas revoloteaban de un lado a otro en coloridas estrelas de magia, mezcladas con el zumbido de insectos y el de pequeños constructos. Los puestos alrededor de los bordes de la plaza vendían comida y bebida: patatas chisporroteadas, champiñones fritos en fantásticas variedades de las profundidades de la zona, carne asada de origen dudoso y vino que podría o no haberse acercado a una uva. —¿Maestro Zarek? —dijo una vocecita, mientras Ral contemplaba un ramillete de algo verde y escamoso. Miró a su alrededor, frunció el ceño, y entonces miró abajo para encontrar a una pequeña niña elfa tirando de su manga. —No quiero comprar nada —gruñó. —Hay alguien que quiere hablar contigo —dijo la niña, mirando con timidez los guijarros—. Dice que es importante. —No… —Dice que se trata de una cosa de anfiteatro. No sé qué significa eso. Ral se quedó helado y repasó el mercado. —¿A dónde quiere que vaya? —preguntó. —La chica —respondió la niña—. Dijo que te esperes sentado en el banco. Antes de que pudiera detenerla la elfa se escabulló, lanzándose ágilmente entre la multitud. En el centro de la plaza había un conjunto de bancos de piedra alrededor de una fuente central, en la que una estatua de Azor estaba rodeada por ninfas que salían del

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agua. Muchos transeúntes estaban ocupados, pero Ral no podía ver a nadie que pareciera amenazador. Incluso Tezzeret dudaría antes de probar algo en público. No solo la plaza estaba llena de compradores y mercaderes, sino que los guardias azorios estaban muy a la vista, patrullando en pequeños grupos o quietos a intervalos con su brillante armadura blanca. Si es una trampa, es una sutil. Se dirigió al banco, encontró un sitio despejado y se sentó. Le daba una buena vista de la mitad de la plaza, pero le picaba la nuca, desconfiando de lo que podría estar escondido fuera de su línea de visión. Se sentía semidesnudo sin su acumulador y sus brazaletes de mizzuum, dejados atrás por respeto a sus anfitriones azorios. Al acercarse después, solo unos pocos crepitantes relámpagos en las nubes empapadas sobre sus cabezas estaban lo bastante cerca para explotar. Al otro lado, una tropa de titiriteros Rakdos se presentaba para deleite de una multitud de niños que lo observaban. Bajo el ojo severo de los guardias azorios, se conformaron con morder una sátira en lugar de prender fuego a cosas, para decepción de su público. Una de las marionetas tenía un pelo desatado con una línea blanca en el centro. Me pregunto qué dirán de mí ahora. —Zarek —dijo una voz femenina desde atrás—. No mires por ahí. Ral puso su mentón en sus manos, fingiendo estar absorto en el espectáculo de títeres. —¿Y tú? —murmuró. —Lavinia —dijo la mujer—. Ex miembro de los Azorios. Lavinia. Conocía su reputación. Había sido una de las investigadoras más notorias del Senado, perseguida en su búsqueda de cualquier cosa similar a irregularidad o corrupción, antes de trabajar con 53

Beleren como Protectora del Pacto entre Gremios. Su renuncia al gremio había provocado un escándalo menor, aunque se había diluido rápidamente en todas las otras noticias extrañas de esos últimos días. —Ya sabes, tengo una oficina —comentó Ral—. Siempre eres bienvenida a fijar una cita. —Te observan. —Muchos me miran, viene con el terreno. —No te hagas el tonto, sabes a qué me refiero. —Bolas —Ral hizo una mueca—. ¿Te importaría decirme cómo sabes ese nombre? —Aún tengo mis fuentes dentro del Senado —dijo Lavinia—. Ese lugar gotea como un colador. Para mañana por la mañana todos en el distrito sabrán lo que la esfinge y tú estáis tramando. Ral se encogió de hombros. —Estábamos planeando anunciarlo de todas maneras. Entonces, ¿de qué lado estás? Pensaba que habías dejado el gremio. —He dejado el gremio —rechinó Lavinia— porque empecé a tirar de un hilo y no les gustó lo que encontré. —¿Qué hilo? —Hay agentes de una fuerza extranjera en el Décimo Distrito —dijo Lavinia—. Los he estado rastreando durante meses, interceptando sus comunicaciones, tratando de entender su propósito y para quién trabajan. Ahora tengo la respuesta de al menos una de esas preguntas. —Piensas que trabajan para Bolas. —Es lo único que tiene sentido. 54

—¿Entonces por qué me lo cuentas? —Porque eres demasiado confiado. Ral se echó a reír. —Me gusta pensar que soy apropiadamente paranoico. —Escucha —dijo Lavinia, bajando su voz—. Esta es una red organizada, difundida por todos los gremios. No sé cuál es su objetivo, aún no, pero si estás contra Bolas tratarán de detenerte. Y no sé cuántos agentes más hay que no haya identificado. No te puedes fiar de nadie. —Supongo que menos pde ti. —Serías un idiota si fuera así. —¿Qué quieres, Lavinia? —Ayudarte. Lo que sea que Bolas haya planeado, no hará ningún bien a Ravnica. Pero tienes que tener cuidado. —Soy segundo al mando de un gremio de genios locos —dijo Ral—. No he llegado hasta ahí por descuidado. —Incluso si logras reunir a los gremios, es probable que Bolas ya haya metido las garras en ellos —suspiró Lavinia—. En serio que sepas lo que haces, en serio. —Estaría bien saber quién está ya de su lado si realmente quieres ser útil. —Haré lo que pueda —dijo Lavinia—. No quiero asustarlos, aún no. Ya te lo contaré en cuanto sepa algo. —Gracias —Ral esperó una respuesta, y al no venir nadie miró por encima del hombro. El banco tras él estaba vacío. Bueno, ha sido… raro.

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Lavinia no se equivoca, pensó Ral mientras cruzaba el Décimo Distrito. Un poco paranoico, tal vez, pero no equivocado. Bolas era un conspirador nato y así sabía mejor que nadie cómo dar la apuesta máxima de una sola vez. Si tenía un agente en los gremios, entonces serían más. De alguna manera tendrían que averiguar quién estaba del lado dragón antes de que se convocara la cumbre del gremio. Hizo todo lo posible por olvidarlo, al menos por el momento. Como siempre venir ahí trajo una pequeña oleada de culpa; no porque estuviera haciendo algo mal, sino que estaba robando el tiempo que podría haberse utilizado en Nivix, estudiando informes o revisando sus proyectos. Como siempre, Ral se aseguró que todo iba por buen camino. Le llevaría tiempo a Isperia enviar sus mensajes y recibir respuestas. No tendremos ninguna información nueva hasta la mañana como muy pronto. El breve respiro de las lluvias otoñales había terminado, y Ral desplegó su hechizo de desviación y mantuvo la cabeza gacha mientras las canaletas, una vez más, gorgoteaban y salpicaban. El piso estaba en el barrio Correperros, consistente en un rectángulo elegante de calles tranquilas escondidas de las avenidas principales. Estaba lo bastante cerca de Nivix para él, pero no tanto como para que formara parte del territorio Izzet. Alquilarlo había sido una rara experiencia, dado que había pasado mucho tiempo desde que Ral tenía algún motivo para manejar dinero, y se sorprendió al descubrir que era, si no rico, al menos lo bastante desahogado. Había pasado décadas viviendo en los laboratorios Izzet, mientras los contadores se acumulaban en regulares contribuciones. Al parecer Niv-Mizzet era generoso con sus subordinados más exitosos. Así no era de extrañar que la Chambelán Maree mantuviera su posición con esa firmeza. Se dio cuenta tarde de que estaba apurado para la cena así que se detuvo en un restaurante viashino por el camino. Aquella vieja 56

lagarta detrás del mostrador sonrió al verle, mostrando una boca llena de dientes afilados, y ladró una carcajada ante su petición habitual de "haz lo mejor de ti". Con dos currys empaquetados en papel cerado, se abrió camino por las calles de Correperros, pasando por edificios residenciales con paredes de ladrillos, jardines con ventanas y cercas de hierro forjado. Su llave lo dejó entrar en uno, a salvo en el anonimato en el centro de una hilera, y subió tres tramos de escaleras. Estaba llegando tarde. Apenas se quitó el abrigo y puso la comida en la mesa cuando se oyó el sonido de otra llave en la cerradura. Ral abrió la puerta y levantó una ceja al ver a Tomik Vrona, con el pelo mojado y las gafas empañadas de gotas de lluvia. —Pareces una rata mojada —comentó Ral. —Me siento como una rata mojada —respondió Tomik—. Me he dejado el abrigo en la catedral. Pensaba que podría venir antes de que los cielos se abrieran de nuevo —Se quitó las gafas y se las secó con la camisa, lo que en realidad no ayudó mucho—. ¿Éste también ha sido culpa tuya? —Provocas una tormenta eléctrica y ya te lo echan en cara — comentó Ral—. He traído curry. —Mmm. Supongo que entonces te puedo perdonar. Tomik dio un paso adelante, y Ral se inclinó y le dio un beso profundo. Finalmente Tomik se separó, empujó a Ral a pesar de sus falsas quejas y se dirigió directamente a la mesa. —Ya veo cuáles son tus prioridades —dijo Ral. —Joder que sí —dijo Tomik mientras se sentaba—, estoy sin comer. —Creo que el marrón es para ti.

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—Ya lo puedo jurar por cómo no me quema las narices con acercarme —espetó Tomik—. Sinceramente, no sé cómo te puedes comer eso. —Si te pegas medio año atascado en una campaña con un grupo de chamuscadores ya veremos —La viashino tenía la costumbre de condimentar su comida con cualquier especia, verdura u hongo que fuera la más picante. El curry de Ral era de fuerte carmesí, lleno de trozos de carne chamuscada como unos icebergs sangrientos. Se llevó un bocado disfrutando de ese picante. Tomik, mirando, puso los ojos en blanco y se lanzó a su considerablemente más suave curry. Durante un tiempo comieron en un cómodo silencio, pero lentamente pasó a ser incómodo. Ral se terminó todo y vio que Tomik estaba aún con la mitad en el plato, mirando distraídamente las profundidades de su curry como si contuviera algún peligroso secreto. —¿Pasa algo? —preguntó Ral tras dudarlo un poco. —Ah —Tomik dejó su tenedor y miró arriba—. Ya sabes, cosas de gremios. —Cosas de gremios —pronunciaron casi a la vez, y Tomik sonrió un poco. En cierto modo era de chiste. Él y Tomik se habían conocido cuando el joven secretario trabajaba para la agenda de Teysa Karlov para reforzar vínculos entre los Orzhov y los demás gremios. La mente rápida de Tomik (y la forma en que jugueteaba con sus gafas cuando estaba nervioso) había intrigado a Ral, y había dado el inusual paso de sugerir que se vieran en privado en cuanto las negociaciones hubieran concluido. Entonces, en cierto modo, una cosa había llevado a la otra. Pero a ambos les quedó claro que eso (sea lo que fuera, y la verdad es que Ral no quería pensar mucho en eso) solo funcionaría si 58

mantenían sus respectivas posiciones fuera de la relación. Ral había alquilado el piso para tener un lugar privado donde se pudieran ver a la vez que mantendrían un perfil bajo. No es que los oficiales Izzet no tuvieran amantes o parejas, por supuesto. Solo que si se supiera en público que el segundo al mando Izzet estaba saliendo con el secretario personal de la heredera de Karlov, se harían preguntas por parte de Ral, y suponía que lo mismo pasaba con Tomik. Dado el tiempo y atención que cada uno se comprometió con sus gremios, era algo difícil de cumplir. A veces Ral se preguntaba si se estaba engañando a sí mismo si creía que eso era más que un breve interludio, como una docena de personas que habían ido y venido a lo largo de los años. Pero Tomik... Se sacudió la cabeza. No era el momento. Preocuparle por eso no iba a ayudar. —Cosas de gremios —volvió a decir, y suspiró—: sé lo que es, créeme. Tomik parecía querer decir algo, pero solo se mordió el labio y negó con la cabeza. Ral bostezó con ostentación y se levantó de la mesa. —Yo por mi parte ya he tenido bastantes cosas de gremios por hoy —Le dio a Tomik una sonrisa arrogante—. ¿Y tú qué? Tomik le devolvió la sonrisa.

En la ancha y confortable cama, con Tomik acurrucado contra su espalda como un gato cómodo, Ral Zarek soñó. O recordó.

En su sueño volvía a tener diecisiete años. El Décimo Distrito, con sus salas de congresos y sus grandes mercados, era el centro de Ravnica, si realmente se podía decir que 59

una ciudad en infinita expansión podía tener un barrio central. De la misma manera, Tovrna era las afueras, un remanso en la infinita ciudad. Otrora una potencia por sí misma, había caído a la somnolencia a lo largo de los siglos, gobernada por un puñado de pequeñas familias oligarcas propietarias de las vastas filas de fábricas donde trabajaba el resto de la población. El centro del barrio de Tovrna estaba a pocas cuadras de elegantes pisos y casas adosadas, rodeado de un delgado anillo de edificios en ruinas para los sirvientes, escribas y demás. Más allá de eso estaban las viviendas en ruinas de los pobres, y los cobertizos largos y bajos de las propias fábricas, alimentados por un sobrecalentado gas que se elevaba desde las cavernas subterráneas. Las máquinas del interior zumbaban día y noche, convirtiendo el hilo en tela, el arrabio en barras limpias, o creando cualquiera de los otros cien productos que Tovrna exportaba a los distritos más ricos. Habría sido más fácil y más seguro usar magia, desde luego, pero los magos eran caros. Los habitantes de las viviendas sin nada que perder eran baratos y fáciles de reemplazar. La madre de Ral era de ellos, trabajando en una fábrica de telas hasta que fue destrozada en un accidente cuando Ral tenía once años. Así se quedó inválida durante otros dos años, sin nunca sanar realmente, con Ral haciendo todo lo posible para ayudarla. Al morir finalmente, solo había tardado unos meses para que aquel pequeño de trece años abandonara a su borracho padre y se aventurara él solo. Cuatro años después estaba en una precaria existencia. Un lugar donde dormir y alguna chapuza. Y, para su gran sorpresa, amor. —¿Estás fuera? —dijo Elías, espiando a Ral mientras se cambiada de ropa, a través de la puerta abierta de la habitación. Ral asintió, se puso una camisa ligeramente menos gastada que las demás y se examinó a sí mismo en el espejo roto apoyado contra la pared de yeso perforada. Lo hará, decidió, si me quedo con el abrigo. 60

No es como si el conde alguna vez se fijara mucho en mí. Su cliente tenía un bisabuelo Orzhov y pretensiones de nobleza. Su piso estaba en esa zona precaria, demasiado lejos del centro del distrito para ser decente, pero no del todo del barrio. Una vez había estado de moda, con unos techos altos y papel tapiz dorado en la sala, pero gran parte de los muebles habían sido despojados hacía mucho tiempo. Ral y Elías los habían reemplazado con su propia ecléctica colección, en su mayoría rescatada de los despojos de los oligarcas. Algunas estanterías destartaladas contenían pequeñas pinturas y esculturas, cortesía de los amigos bohemios de Elías, que siempre regalaban sus últimos esfuerzos artísticos. En privado Ral pensaba que la mayoría parecían poco más que trolls grumosos o manchas de pintura derramada, pero su amante parecía adorarlas, así que se mordía la lengua. Elías mismo trabajaba en la sala principal, acostado boca abajo frente a su viejo sofá con un lápiz en la mano. Una pila de papel blanco en limpio (una de las pocas indulgencias de las escasas ganancias de Ral que se mostraba) se sentó frente a él, con la hoja superior con una sola palabra tachada repetidamente. —¿Una mañana dura? —preguntó Ral. Elías se dio la vuelta y lanzó un brazo sobre su frente con un suspiro teatral. Ral se echó a reír y Elías sacó la lengua. Era un año mayor que Ral, pero más menudo y más delgado, con una piel morena y una melena verde intensa, imitando la moda de los elfos, con un aspecto que al parecer acababa en el momento. —Te haré saber que estoy en medio de una pelea con mi musa hasta el suelo —comentó Elías. Se echó atrás y equilibró con cuidado el lápiz en su nariz, mirando al techo—. En cualquieeeer momento. Ya rellenaré en masa las hojas.

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—Vale —Ral quería saltar sobre él, tirar el lápiz y darle un beso a aquella cara sonriente. Pero no puedo llegar tarde, no después de la última vez—. Entonces no te voy a distraer. —¿Nada? ¿Ni un poquito? Ral se rió, hizo un gesto de despedida y salió por la puerta. Era pleno verano, y el sol transformaba el barro entre los adoquines en un fino polvo que lo cubría todo. Ral rodeó el centro del distrito, apegándose a calles secundarias sin mucho tráfico de vehículos, hasta que llegó a la casa del conde. Era enorme, con al menos cuatro pisos de altura y hacía mucho que se había tragado los edificios detrás para alejarse de las calles. Ahí era donde estaban los jardines en terrazas, en cuatro niveles de desenfrenado verde, que producían frutas y hierbas para la mesa del conde. Ral saltó las puertas delanteras y dio la vuelta a la entrada del comerciante. Solo había cometido ese error una vez. Un mayordomo de cara agria le saludó al llamar a la puerta. Su expresión mientras miraba el abrigo curtido de Ral y los pantalones remendados podrían haber cuajado la leche. —Ah —dijo él—. El magolluvia. Magolluvia, magolluvia. La voz de ese hombre hacía eco en la cabeza de Ral, burlándose de él. Tragó un nudo en su garganta y asintió. —Te tendrás que esperar —dijo el mayordomo—. El Amo está ahora entretenido en el jardín. —Esta mañana me dijo que iba todo bien —argumentó Ral—. Tengo citas… —El conde ha cambiado de planes —dijo el mayordomo, lenta y cuidadosamente, como si le estuviera hablando a un idiota—. Te tendrás que esperar.

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Y así Ral terminó de refrescarse los talones durante casi una hora en la cocina, mientras los sirvientes le miraban con curiosidad y la vida de la gran casa seguía a su alrededor. Cuando una doncella finalmente le llamó a los jardines, pudo ver brevemente al conde y a sus invitados que salían por la puerta principal, como una manada de brillantes pavos reales en contraste con el atuendo monótono de sus sirvientes. Habían dejado los jardines desordenados, las plantas pisoteadas y desechaban platos y cubiertos por todas partes. Eso al menos no era problema de Ral. Se sentó en el nivel más alto del jardín, con las piernas cruzadas y concentrado. Magolluvia. Le habían colgado ese nombre en las calles cuando era niño, y se lo gritaban a modo de burla. Tenía talento para hacer magia, lo había descubierto, pero no para fuego, la mente o sanación, ni nada realmente impresionante. Solo... lluvia. ¿Qué puedes hacer con lluvia? En la cima hubo un pequeño trueno, y entonces cayeron pesadas gotas sobre las hojas del jardín. La tierra seca y sedienta bebía esa agua, curvada grácilmente alrededor del propio Ral. Eso se podía hacer con la lluvia. El truco no era llamarla en sí, algo que Ral había podido hacer a los diez años. El truco era hacer que lloviera ahí y no en ninguna otra parte: al conde y a sus vecinos no les complacería que mojara a sus invitados. Le había llevado a Ral años aprender ese tipo de control, y no es que le hubiera ganado mucho respeto. Cada nivel tenía que ser regado en cada turno, por lo que estaba bien después del mediodía antes de que Ral terminara. Aceptó la comida ofrecida por el mayordomo, a mala gana (un simple pan y restos de un guiso), así como la pequeña bolsa de zinos que le habían acompañado. Suficiente para pagar el alquiler y mantenerse alimentado a él mismo y a Elías por unos días más, hasta que llegó el 63

siguiente trabajo. Hasta que Elías finalmente dio con una audiencia para su poesía, que le cumpliría sus promesas. Solo un poco más. Acababa de salir de esa casa, encogiéndose de hombros en su abrigo, cuando oyó la llamada. —¡Eh, magolluvia! Ral miró arriba y en voz muy baja soltó una palabrota. Gunther era el hijo mayor del conde, de la edad de Ral aunque no lo sabría bajo aquellas capas de seda y maquillaje. Ral pensó que le hacía parecer un circense, pero Gunther claramente se creía a sí mismo el summum de la moda, y su séquito parecía estar de acuerdo con ello, porque imitaba el exagerado estilo del chico. Había media docena, hombres jóvenes de respetables familias, y un hombre un poco más mayor, de aspecto más desaliñado. El aspecto de un trabajador. Bloquearon el camino de vuelta a la calle. Ral mantuvo la cabeza baja mientras andaba hacia ellos. —¡Magolluvia! —exclamó Gunther—. Te hablo a ti. No había nada más que hacer que responder, si no quería caminar lanzarse sobre el chico. Ral suspiró y miró arriba. —¿Sí? —¿Qué hay —espetó Gunther— de mi sombrero? Su sombrero era grande, verde y con flecos de seda. Mientras lo inclinaba hacia Ral parecía estar mojado por un lado. —Totalmente destrozado —siguió Gunther. —Siento oír eso —pronunció Ral—. Pero yo sólo hacía lo que me encargó tu padre. Y estoy seguro de que el jardín estaba vacío. Gunther tuvo que haberse dado cuenta la tormenta y entrar adrede. 64

—¡Mi padre no te ha mandado te que cargues mis cosas! —chilló Gunther—. ¿Querrás ir conmigo y preguntarle al respecto? —No —dijo Ral con fuerza—. Lo siento. —Pues me lo pagas —Gunther dio un paso adelante—. A ver tu bolsa. El séquito se rió disimuladamente, a excepción del contratado. Los puños de Ral se apretaron. —No —pronunció con calma—. No lo haré. —¿Perdona? —Gunther se inclinó adelante—. Lo vas a hacer, o si no te doy disciplina. —No lo haré—insistió Ral. El puño de Gunther le dio con fuerza y rapidez e el estómago. Dada su pinta no parecía que Gunther pudiera dar un puñetazo decente, pero al parecer su padre no había escatimado en su entrenamiento físico, y había músculos debajo esos perifollos. Ral se inclinó, y se enderezó poco a poco. —Esto sí que es una pinta peligrosa —espetó Gunther—. ¿Qué vas a hacer, magolluvia? ¿Mojarme? —No —rechinó Ral—. Señor, sólo querría irme. —Varo —dijo Gunther a la ligera—. Enseña a este tipo lo que puede hacer un verdadero mago. El contratado dio un paso adelante. Captó la mirada de Ral y se encogió de hombros. —Lo siento, chaval. Ral tuvo tiempo de levantar las manos antes de que Varo hiciera un complicado gesto, y una ola de fuerza bruta levantó a Ral tirándolo contra un lado del callejón. Se quedó sin aire a toda prisa, y sintió 65

que se había roto la nariz dado un crujido y una punzada de dolor. Un momento después yacía de espaldas, escupiendo sangre, mientras Gunther y sus amigos se reían. —Muy bien hecho, Varo —dijo Gunther. —Sí, señor. —Creo que ésta es una buena venganza por mi sombrero —anunció el chico—. ¿Quién se apunta a los dardos?

Transcurrió un indeterminado tiempo. Ral tenía que esforzarse ya solo para respirar, y podía sentir su nariz hinchándose. Cerró los ojos débilmente contra el sol. Una silueta apareció a la vista. Un hombre con la mano extendida. —¿Necesitas ayuda, muchacho? —aquella voz sonaba amigable y jovial. Ral dudó solo un momento antes de cogerle de la mano. Un fuerte agarre le puso de pie. Parpadeó con los ojos llorosos, y entonces se estremeció cuando los dedos del desconocido presionaron su cara. —Una rotura fea —comentó el hombre—. Si quieres puedo hacer algo al respecto. —¿Cuánto me costará? —preguntó Ral con la voz nasal y obstruida. —Digamos... un momento de tu tiempo. Me gustaría que me acompañaras en el café. Ral asintió con cautela. El hombre presionó dos dedos con cuidado contra su nariz rota, y Ral sintió la extraña sensación de una carne retorciéndose contra sí misma mientras se enderezaba. La magia curativa hormigueaba con suavidad para después desvanecerse.

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—Aquí —El hombre le entregó un pañuelo—. Posiblemte te quieras limpiar un poco, parece que has estado de refriega. —Gracias —dijo Ral, aliviado por respirar con facilidad. Se secó la sangre en la cara—. No sé si un café bastará para pagarte. —Bien —Ahora que Ral podía verle con claridad, el desconocido era un hombre alto, mayor y apuesto, con una melena canosa recogida en una coleta. Estaba impecablemente vestido, aunque en un estilo que Ral veía vagamente extraño—. Tal vez podrías verte obligado a considerar una oferta mayor. Creo que eres prometedor. —¿Qué, para que me partan los piños? —Reconozco que te he estado observando —el desconocido ladeó la cabeza—. ¿Estoy en lo cierto al decir que podrías estar dispuesto a un empleo extra? Ral asintió con la cabeza. —Y además, ¿no te importaría realizar tareas contrarias a los intereses de los niveles más altos de la sociedad? Como, por ejemplo, el conde y su encantador hijo. Ral, una vez que había seguido la corriente de aquel discurso, se encontró a sí mismo riendo. —No —clamó—. No me importaría para nada. —Excelente —pronunció el desconocido—. Entonces tenemos mucho que discutir. Extendió una mano, y Ral la agitó. —Ral Zarek —dijo el susodicho. —Bolas —dijo el desconocido. Sonrió mostrando unos dientes muy blancos, ligeramente puntiagudos—. Nicol Bolas.

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Capítulo 4 Ral se despertó con un fuerte golpe en la puerta, con el corazón aún palpitando con fuerza por una oleada de malos recuerdos. Tomik (supremo dormilón) dijo algo así como "k’puñ…" y se dio la vuelta, llevándose la mayor parte de la sábana con él. Todavía faltaba para el amanecer, con solo una tenue luz gris filtrándose más allá de la sombra de la ventana, moteada por la interminabllluvia e. Ral miró los cambiantes patrones proyectados al techo durante un rato, deseando tranquilizarse, recordándose que ya no tenía diecisiete años y que Elías, el conde y Tovrna estaban muy lejos de él. Pero Bolas no. Cerró los ojos y apretó los dientes. Joder, joder, joder. Los golpes se repetían. Ral miró a Tomik y se levantó de la cama, poniéndose una camisa y andando con cuidado por el piso hasta el vestíbulo. Abrió la puerta principal para encontrar a una joven vedalken con un uniforme de mensajera roja, con la fatiga reflejada en toda su cara. —¿Ral Zarek? —preguntó con un bostezo. Ral asintió con cautela, y ella le entregó un papel doblado y sellado con cera. —Del Nido —dijo ella—. Que tengas un buen día. Esperó hasta oír sus pasos bajando las escaleras para cerrar la puerta y limpiarse la cera del oído con un pulgar. Mientras, sintió el ligero crujido de una barrera en descarga. Ral sospechaba que si alguien más hubiera abierto la nota, habría estallado en llamas. Dentro, en una exquisita caligrafía, había un mensaje de Niv-Mizzet.. Ral -

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Felicidades por su éxito con Isperia. He organizado una reunión para ti esta mañana. Hellas Vitria es una teniente de Lazav, abierta a discutir la posibilidad de un cambio de liderazgo en los Dimir. Reúnete media hora antes del amanecer en el callejón detrás del Baúl de Juguetes Roto. Por supuesto, podría ser una trampa. Tómate todas las precauciones pertinentes. -N Al terminar de leerlo la nota estalló en llamas con una llama azul fría convirtiéndola con rapidez en ceniza fina. Ral se miró la mano por un momento y negó con la cabeza, tratando de dejar a un lado los últimos resqucios de su sueño. Media hora antes del amanecer. No le dio más de una hora, pero por suerte el Baúl de Juguetes Roto no estaba lejos. Al menos iba a dar tiempo para un café. Tenía un acumulador de repuesto (modelo del año pasado, pero aún eficiente y completamente cargado) y un conjunto de guanteletes en un baúl del armario. Se vistió con todo el silencio posible, se despidió en silencio de Tomik y salió por la puerta. No tenía sentido dejar una nota. Tomik sabía que cualquier cosa que le alejara de Ral sería, por definición, una cosa de gremios. En esa rara y transitoria hora los primeros madrugadores se cruzaban con los últimos juerguistas. Ral se ajustó el abrigo, resistiéndose al frío y con un hechizo suyo de lluvia dejando un círculo de adoquines claros a sus pies. Los otros pocos que estaban fuera no tenían el beneficio de su magia, y llevaban paraguas o simplemente se mojaban. Los repartidores hacían visitas a las tiendas y restaurantes a primera hora de la mañana para el almacejante del día, mientras pequeños carros de mano entregaban leche y pan a los habitantes generalmente cómodos de Correperros. Ral compró una taza de café de un hombre con dos grandes montones de cosas que colgaban de una tabla larga que llevaba sobre sus hombros. Era espeso y negro 69

como la tinta y le chamuscó la garganta, pero podía sentir cómo se animaba casi de inmediato. El Baúl de Juguetes Roto estaba a una docena de cuadras de distancia en un barrio un poco más solitario. Era una taberna y discreto burdel, cuyo rumor popular decía que en parte era propiedad de los intereses Rakdos. El rumor también insinuaba algunos acontecimientos inusuales en las suites del sótano, que Ral nunca se había se sintió tentado investigar. El lugar nunca estaba realmente cerrado, pero ciertamente tan muerto como había llegado. Una única lámpara roja ardía sobre la entrada, resaltando el cartel de la taberna con la imagen de un títere desplomado en un montón de cuerdas enredadas. Era un edificio grande, de tres pisos con un tejado de pizarra, que ocupaba una extraña parte triangular formada por dos calles convergentes. Ral se dirigió al callejón que hacía el tercer lado, un espacio estrecho apenas con la anchura capaz de albergar una pareja de lado a lado, encajada entre la taberna y la tienda de una imprenta anexa. No se encendieron luces ahí, y Ral se quedó en la entrada por unos momentos para dejarle a sus ojos un tiempo para adaptarse. Si los Dimir eran lo bastante idiotas como para enfrentarse directamente a Niv-Mizzet, desde luego tendrían una audacia comparable como para atacarme. Extendió su mano hacia el acumulador y sintió el tranquilizador ruido de su poder. Ral no temía muchas cosas, pero la idea de sufrir una podredumbre mental de parte de un mago en el cráneo siempre hacía que su piel se le erizara, especialmente desde que había visto de primera mano el tipo de cosas que Beleren podía hacer. Y dudo que Lazav pregunte con la educación con que Jace siempre lo hacía. La entrada trasera del Baúl de Juguetes estaba bien cerrada, y había una pila de barriles vacíos junto a ella. En el otro lado del callejón había unas cuantas cajas, y encima un montón de harapos 70

acurrucados. Más allá de los barriles, a lo lejos en las sombras, Ral pensaba que podía distinguir una figura presionada bajo los aleros del edificio. ¿Hellas Vitria? Ral apoyó los hombros. Toca averiguarlo. Caminó por el callejón, manteniendo las manos libres. El montónde trapos se movía un poco, revelando un pequeño cuerpo dentro. Un niño, supuso Ral, acurrucado contra la lluvia. Le miró con cautela. Cuando estaba a unos pocos pasos de distancia, una niña de seis o siete años sacó la cabeza y parpadeó hacia él con unos ojos verde brillante. —¿Qué quieres? —preguntó ella. —Sólo he venido a hablar con alguien —Ral nodded past the barrels, where he could see someone standing against the wall in a long coat —. No te preocupes por mí. Ella seguía observándole pasar. La figura entre sombras se quedó quieta con el abrigo agitándose ligeramente mientras el viento soplaba por el callejón. Ral frunció el ceño y levantó la mano. La electricidad se prendió entre sus dedos por un momento, destellando un blanco brillante e iluminando el lugar, y dio un involuntario paso hacia atrás. Había una mujer en gabardina, pequeña y compacta, con un pelo corto y canoso. Estaba presionada contra la pared al haber sido literalmente clavada a ésa con grandes picos de hierro, uno a través de cada hombro, palma de sus manos y cada muslo. Su boca estaba abierta de par en par en un silencioso grito, y más espigas estaban en las cuencas de sus ojos. Corrían gotas de sangre por sus mejillas, con la suficiente frescura para salpicar por el pavimento. —Puedes hablar —dijo la pequeña—. Pero no sé si te podrá oír. Ral hizo una pausa y entonces habló tal como estaba. 71

—Buenas, Lazav. —Buenas, Zarek. Ha pasado tiempo. Creo que desde el tema del Laberinto Implícito. —No el suficiente para mi gusto. Ral se dio la vuelta lentamente, alejándose del mutilado cadáver y acercándose al Señor del Gremio metamorfo. Lazav se sentó con las piernas cruzadas sobre la caja, mientras un áspero saco cruzó sus “menudos” hombros como si fuera una capa, con el pelo oscuro pegado a la cabeza de la lluvia. Sonrió de manera exagerada. —Mis disculpas por la pobre condición de Hella —pronunció la chica —. Era una leal subordinada, pero demasiado espabilada para su propio bien —Suspiró con una afectación extrañamente adulta sobre ese cuerpo infantil—. Y así sigue. —Si quieres la lealtad de tus secuaces, no deberías haberte puesto en contra de Ravnica —espetó Ral. Levantó las manos con ese poder crepitando sobre ésas. —Por favor —Lazav ladeó la cabeza—. No estoy aquí para enfrentarme a ti, Zarek. Simplemente quiero hablar. —No sé yo si hay mucho que decir —Ral se tranquilizó, aunque solo un poco—. La Mente Ardiente está... ofendida con tu intento de entrar en el Nido. —Estoy seguro de ello —respondió Lazav—. Y yo también, dado que no lo autoricé. Ral resopló. —Parece muy raro. —Estoy de cuerdo —Lazav abrió las manos—. Millena, la que lo intentó, no parecía muy adecuada para ello. A todo eso, ¿está muerta? 72

—La última vez que la vi Niv-Mizzet la tenía en estasis para interrogarla. —Si tienes la ocasión menciona que me gustaría que volviera. Para... disciplinarla —La pequeña se lamió los labios—. En cualquier caso, te aseguro que no tengo más que buena voluntad hacia tu señor. —¿Se supone que debo creer que uno de tus magos mentales se ha rebelado? —Oh, no. Es peor —Los ojos Lazav se abrieron de par en par—. Ha habido infiltración. Alguien ha colocado agentes entre mis valiosos Dimir. Alguien más ha tocado sus pensamientos —alzó la voz entonces—. No se puede permitir, no seguirá así. Ya verás. Habrá un ajuste de cuentas. Ral parpadeó inquito. Lazav hizo una pausa, y pareció controlarse a sí misma. —Como sea —continuó—, hemos recibido la invitación de Isperia para su pequeña reunión. Me complace decirle que los Dimir asistirán, siendo yo mismo representante. —¿Por qué debería confiar en ti de entre toda Ravnica? —No deberías —Lazav esbozó una sonrisa—. Pero te recomiendo que no confíes en nadie, de modo que eso al menos nos iguale a todos —Poco a poco se puso de pie, tiró los harapos a un lado y extendió los brazos bajo la lluvia—. Mientras tanto, estaré trabajando duro. Está claro que se ha relajado mi disciplina, y se requiere una... limpieza. Tengo que recuperar la forma y el apetito a los Dimir. —Si dices la verdad —dijo Ral—, cosa que dudo, entonces espero que estés dispuesto a compartir cualquier información que descubra en el curso de tus esfuerzos.

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—Por supuesto —Lazav sonrió—. Tal como dices, la seguridad de Ravnica en sí misma está en juego. Mi gremio no será muy buscado —La pequeña hizo una reverencia—. Te deseo mucha suerte, Zarek.

—Lady Vraska —pronunció Storrev, deslizándose en la sala del trono en su manera silenciosa. Su velo se ondulaba mientras se movía, como una cortina tintada—. Acabamos de capturar a otro asesino. —Al fin. Vraska fulminó con la mirada a aquel trono. Parecía buena idea cuando lo puso en marcha, propiamente imperial e imponente, pero no había anticipado que completarlo fuera a ser tan engorroso. Había trasladado la corte de vuelta a Svogthos, el antiguo convento Golgari, el cual era una enorme catedral de piedra tan antigua que nisiquiera los Arcaicos no recordaban sus orígenes. Jarad y su Devkarin preferían las psicotrópicas delicias de los jardines putrefactos, pero a Vraska le gustaba Svogthos, con su enorme anfiteatro y sus elevadas columnas. Había quitado a un lado los restos podridos del anterior trono y se había propuesto construir el suyo propio. Uno por uno, los prisioneros que gritaban (lo peor de la corte de Jarad y los que habían elegido resistirse a esa nueva orden) fueron obligados a ponerse en fila para entonces ser petrificados por Vraska y la luz dorada de sus ojos. Ahora estaba sentada en la espalda inclinada de un elfo sombrío, en una monstruosa silla tejida de petrificados elfos, humanos, e incluso algunos kraul traidores. El problema era conseguir que esa puñetera cosa fuera adecuadamente simétrica. No era buena idea un imponente trono si se veía torcido, y tras los primeros días, pocos para su sorpresa (incluso entre los elfos sombríos), habían intentado desafiar su liderazgo entre los Golgari. Para la mayoría de los miembros del gremio, los granjeros de putrefacción y los recolectores de 74

desperdicios se extendieron por todo el vasto mundo subterráneo de Ravnica. Los asesinatos y golpes de estado eran solo un asunto común entre los gremios. En el gremio Golgari, la vida y la muerte eran por igual parte del gran ciclo. Dos Arcaicos sujetaban con fuerza a un aspirante de asesino, un desgraciado largiducho de capa negra. Uno de los zombis llevaba una daga ennegrecida, lo que hizo que la gorgona dejara escapar un suspiro de molestia. La sala del trono estaba rodeada de kraul y Arcaicos, y Jarga, su pútrido trol, dormía en una esquina sobre un lecho de huesos. ¿Todo eso, y me mandan un criajo con un cuchillo? Los zombies obligaron al joven a ponerse de rodillas frente a ella. Vraska cogió el cuchillo, dio una burla y la tiró sobre su hombro. —¿Y bien? —dijo ella—. ¿Me vas a contar quién te manda? —Nunca vas a quebrarnos —jadeó el elfo. Goteaba sangre de un labio roto—. Éste es nuestro gremio, gorgona. —Ya no —espetó Vraska—. Muchos de tus primos parecen haber entendido eso. Y ahora: ¿Fue Izoni? Izoni era quizá la más poderosa de entre las Devkarin supervivientes, una suma sacerdotisa que rara vez abandonó el aislamiento de su templo. Los agentes de Vraska habían reportado muchas idas y venidas entre los elfos sombríos, lo que posiblemente podría representar algún tipo de intento de resistencia. Por el momento Vraska se contentó con dejarles conspirar. Era mejor dejar que todo el pus drenara de ebullición antes de lanzarlo. Entonces ella miró por encima del hombro. Aunque harían más fácil acabar el dichoso trono. El elfo la miró desafiante. Estaba temblando un poco, claramente anticipando una tortura. Vraska suspiró. —Ya sabes, en realidad me da igual —Dio un gesto al Arcaico—. Ponlo en posición. 75

Comenzó a gritar mientras los zombies le arrastraban al trono. Con la fuerza de un no muerto le empujaron en el hueco del lado izquierdo, entre una sacerdotisa con brazos abiertos que había intentado envenenar a Vraska en su banquete de victoria y la encorvada silueta de un viejo granjero que había tratado de levantar a sus vecinos contra el kraul, El Arcaico empujó las piernas del asesino en esos huecos y entonces presionó sus manos contra la piedra. Parecía justo, decidió Vraska mientras se inclinaba hacia adelante. Sus ojos ardían. Por supuesto, el chico lo echó a perder todo en el último momento, liberando uno de sus brazos justo cuando la petrificación se apoderó de él. Se solidificó en piedra en una pose muy poco digna, como si estuviera saludando con la mano. Vraska apretó sus afilados dientes y gruñó. —Una desgracia —pronunció Storrev—. ¿Tebería ir a por un escultor? Vraska le dio una patada a la extremidad sobresaliente, y ésa se desprendió del hombro deslizándose a través de la sala. —Así bien —murmuró ella, desplomándose en el asiento. Se movió incómoda, sintiendo golpes de la espina dorsal del elfo bajo ella—. Tú consígueme un puñetero sofá, ¿quieres? —Inmediatamente. Vraska estaba segura de haber escuchado una risita en el inexpresivo tono del liche. Los dos zombies la siguieron mientras se deslizaba, dejando a su Señora del Gremio sola en aquella enorme sala del trono. Vraska se llevó la cabeza a las manos, sintiendo una agitación que se retorcía de sus mechones de pelo bajo sus dedos. ¿Qué me está pasando?

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Durante años había sido una leal sirvienta Golgari, una despiadada asesina. Recordó el placer de la muerte, la satisfacción de superar a un objetivo, la alegría de ver desaparecer la vida de sus ojos el momento antes de que la petrificación les inundara. Había recogido trofeos como todas las de su especie. Su orgullo y alegría habían sido su colección de soldados azorios, reunidos en cien incursiones clandestinas, cada una en pequeña medida de venganza por lo que le habían hecho. Me dejaron tirada en un campo de prisioneros, por ninguna otra razón que ser una gorgona y tenían miedo. Y entonces... Había tenido ambiciones. Había visto lo que Jarad y los Devkarin le hacían a su gremio, descuidando sus defensas y dejando su territorio abierto. Las patrullas Boros habían empujado a los Golgari atrás desde varios puestos de avanzada, y habían sufrido incursiones de los experimentadores Simic y lazdronzuelos Rakdos. Había llegado a conocer a los kraul, a quien los elfos trataban como poco más de bestias de carga, y a apreciar la silenciosa inteligencia de esos grandes insectos. Había decidido entonces que se haría cargo, por el bien de los Golgari. Pero sabía que iba a necesitar aliados. Y los encontré: encontré a Bolas. El dragón le había prometido su dominio sobre los Golgari a cambio de su ayuda. Y aquí me siento. Ha cumplido su parte del trato. ¿Qué hay de mí? Ahí fue donde todo se desmoronó. Ella recordó haber aceptado trabajar para Bolas, su promesa ponerla en el trono Golgari. Entonces se fue, y... ¿De dónde? ¿De Ravnica? Ella recordaba luchar al servicio de Bolas, pero si lo pensaba demasiado, le empezaba a doler la cabeza. Sus recuerdos tenían una delgada calidad, desconectados el uno del otro. He conseguido todo lo que quería. Miró su trono de cadáveres, alrededor del inmenso Salón del Gremio. Entonces ¿por qué me 77

siento... vacía? No había tenido ningún placer en apagar la vida de aquel patético asesino. Incluso con Jarad había sentido más como si aplastara una molesta cucaracha en lugar de la culminación de todos sus planes. ¿Qué me ha pasado? ¿Amiga Vraska? El tentativo toque mental fue de Xeddick. Vraska levantó la vista para encontrar al kraul albino esperando en una de las entradas laterales, con sus extremidades anteriores frotándose ansiosamente. —Hola, Xeddick —Vraska había mejorado pensando en el kraul telepático, pero todavía le resultaba más fácil hablar en voz alta—. ¿Algo va mal? Me enfrento a una elección difícil, y no sé qué hacer. Xeddick se acercó más. No puedo ver el camino correcto. —¿Elección? —Vraska frunció el ceño—. ¿A qué te refieres con eso? ¿Cuáles el problema? No lo puedo explicar, dijo Xeddick. Pero debo. Ah, Amiga Vraska, si hubiera otra manera… —Xeddick —La voz mental de la kraul estaba angustiada, y ella mantuvo su tono tranquilizante—. Está bien, ven aquí. Él se acercó, y ella puso su mano en su blanco y moteado caparazón. Era áspero bajo sus dedos, como una madera sin pulir. Antes de ti no tenía a nadie, dijo Xeddick. Me salvaste de los enemigos kraul y enemigos elfos. Me mostraste que tenía valor, como soy de débil y raro. Sabes que preferiría morir antes que permitir que alguien te haga daño. —Lo sé —murmuró Vraska—. Es muy dramático, tú dime qué te molesta. He sentido tus pensamientos, podía por todo el Salón del Gremio. Están... perturbados. 78

—¿Eso es todo? —Ella sacudió la cabeza—. No es nada, lo juro. Sólo... preocupaciones. Son tiempos peligrosos… Sí es mucho, interrumpió Xeddick. Amiga Vraska, he visto la sombra de tu mente. —Ya te he avisado de que no intentaras meterte en mi cabeza —dijo Vraska tensándose. Lo sé. Es uno de los motivos por el que tenía estas dudas. Juro que no me he entromedito en tus pensamientos, solo rozado sus bordes. Es la diferencia entre ver un libro sobre la mesa y leerlo. Vraska se relajó. —Muy bien. ¿Y qué hay de mi mente? Tiene un agujero. Vraska se quedó helada, y sus dedos con garras se apretaron en el reposabrazos de su trono. Por un momento sintió que no podía respirar. —¿Qué? Hay un agujero en tu mente, dijo Xeddick con tristeza. Por eso tienes los pensamientos perturbados. Puedes sentir que el agujero está ahí, pero no alcanzarlo, y por eso le das vueltas sin fin. No lo hubiera mencionado, pero... —¿Alguien me ha quitado algo de mi cabeza? —Vraska sintió los zarcillos de su pelo poniéndose de punta, lo que ocurría solo en momentos de extrema agitación. El instinto de gorgona trajo una luz dorada a las esquinas de sus ojos, una respuesta automática de amenaza, y ella rápidamente parpadeó—. ¿Quién? ¿Cuándo? No quitado precisamente, dijo Xeddick, encogiéndose de su ira. Fue... sellado. Escondido. Ha sido así desde antes de conocernos, aunque hace poco se ha acercado a la superficie de tu mente. En cuanto a 79

quién lo hizo, no lo sé, pero debe haber sido un telépata muy hábil. Mucho más que yo. Vraska parpadeó. —¿Desde antes de vernos? —Eso sería antes de volver a Ravnica de... —. Joder, tienes razón. Ya puedo notarlo —Apretó las muñecas de sus manos contra su frente, con las garras apoyadas en su piel, como si estuviera lista para desenterrar los secretos de su cerebro. Entonces miró arriba—. ¿Puedes deshacerlo? ¿Liberar ese sello? Creo que puedo, barajó Xeddick. Pero... —¿Qué? Amiga Vraska, el sello muestra todos los signos de haber sido... benigno. Cuando un telépata altera otra mente en contra de su voluntad, esa mente llevará cicatrices de la lucha. En la tuya no hay. Creo que todo lo que te han hecho había sido con tu consentimiento. —¿Consentimiento? ¿Que alguien me arranque un trozo… de mí? — Vraska sacudió la cabeza—. Nunca. Jamás habría aceptado algo así. Lo siento, dijo Xeddick retrocediendo. Por supuesto, estoy equivocado… —Espera —dio una larga bocanada de aire—. ¿Por qué eso complica las cosas? Hubo una larga pausa. Porque si querías que se sellara una parte de tu mente es posible que tuvieras una buena razón, dijo Xeddick. Si lo abro no podré rehacer el proceso. Lo que está allí puede cambiarte, Amiga Vraska. Y... no deseo que cambies. Sus extremidades anteriores chocaban entre sí. Pero tampoco quiero que seas infeliz.

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Vraska se reclinó en su trono, dispuesta a calmarse. Sintió que su melena se aplanaba, mechón a mechón. Miró al techo, donde colgaban estalactitas entre las antiguas columnas de piedra. Me lo he hecho a mí misma, pensó. ¿Por qué? ¿Qué me haría hacer algo así? ¿Y dónde encontré a alguien que lo hiciera por mí? —Entiendo tu dilema —declaró poco a poco—. Y aprecio lo mucho que te preocupas por mí. Gracias, Amiga Vraska. —Pero necesito saber qué hay en mi cabeza —Vraska dejó escapar un fuerte suspiro—. Me perturba los pensamientos. Pero… —Si lo hice por mi propia voluntad, debo haber sabido que lo encontraría algún día —Aventuró entonces una sonrisa—. Irá todo bien, Xeddick. El kraul se quedó en silencio por un tiempo. Como desees, Amiga Vraska. ¿Procedo a ello? ¿Ya? Pensó Vraska. Tuvo la tentación de decirle al kraul que esperara, que reuniera fuerzas. No. Tenía que ser ya. Lo que sea que esté ahí, no le tengo miedo. —Sí —dijo—. Hazlo. Sintió el toque de Xeddick en su mente, como una punzada fría en el interior de su cráneo, deslizándose como unos dedos fangosos. Hubo un momento de resistencia, de presión. Entonces algo cedió. Ella jadeó cuando los recuerdos explotaron fuera, como un géiser de pensamientos y momentos perdidos y ... ...apretaba la mano de Jace... “Saboteemos a ese cabrón.” 81

Iban a salvar Ravnica. “...Definitivamente, la próxima vez que nos veamos intentaré matarte.” “Lo sé.” Ixalan. El Beligerante. Su tripulación y la misión de Bolas. La carrera y su final. Recuerdo tras recuerdo, dado la vuelta y descompuesto, pero volviendo a su lugar. Su propia voz. “Mi magia puede estar en la muerte, pero no me complace matar. Antes lo hacía porque no tenía otra opción. Ahora tengo que hacer lo que se debe para los demás como yo” “Creo que estabas destinada a ser una gran líder.” Jace. Su corazón martilleaba más rápido en su pecho. ” Tu mayor venganza es el hecho de que no solo estás viva, sino que te has rehecho a ti misma de forma más fuerte de lo que tus captores creían posible. ¿Te das cuenta de lo increíble que es?” ¿Cuánto lo he ocultado? Vraska se sintió abofeteada por un torbellino de pensamientos. Jace, ¿por qué me has hecho eso? Y entonces… Uno tras otro estaban los soldados de armadura azul, todavía en no muerte, con un fuego ardiendo en sus ojos. “Ha montado un ejército que puede transportar por el Multiverso. Y el Sol Inmortal se asegurará de que nadie pueda irse en cuanto lleguen.” Ravnica estaba en la mira de la ambición mental de Nicol Bolas. Todo el aire de los pulmones de Vraska salió de golpe.

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Bolas viene aquí. No solo, sino con un ejército invencible. No a conspirar sino a conquistar. Se quiere quedar con toda Ravnica. ¡Amiga Vraska! El urgente toque mental de Xeddick finalmente se rompió. Amiga Vraska, ¿estás bien? —Bien —sus palabras salían graznando—. Estoy… bien —Entonces tragó aire—. Xeddick... gracias. Ahora no te puedo explicar nada, pero gracias. El kraul envió un sentimiento de complacencia, aunque su mente aún era toda confusión. Vraska se levantó de su trono y comenzó a gritar: —¡Storrev! ¡Ven aquí! Cuando la liche de velo negro se acercó, Vraska se dio la vuelta hacia ella. —¿Qué hemos hecho con el emisario azorio? Storrev dio una reverencia. —Creo que nos ordenaste colocarlo en tu jardín de estatuas. —Ve a por él. —En… ah… la parte rocosa —la liche volvió a inclinar la cabeza—. Lo dejaste tirado por el puente. —Bien —Sus recuerdos aún eran un revoltijo. Incluso sintió una leve punzada de culpabilidad por haberle hecho eso a aquel emisario, que dejó a un lado con furia. Todavía era azorio. Independientemente del cambio que le había ocurrido a ella en Ixalan (y aún se estaba desarrollando dentro de su mente), no cambiaba la venganza que debía a los esbirros del Senado. ¿Iba a ser así? Sus dientes afilados se rasparon, y sus zarcillos de pelo se retorcieron. Con esfuerzo Vraska se dominó a sí misma.

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—Quiero un mensajero llevado a la superficie. A… —no a los azorios, impensable, ¿quién más había estado trabajando con ellos?—…a Ral Zarek. Ahora mismo. —Por supuesto, Lady Vraska —Storrev se inclinó—. ¿Y qué deseas que diga el mensajero? Vraska dio un gran suspiro.

Ral tenía una oficina en el cuarto piso de Nivix. En el curso normal de los negocios no lo usaba mucho, prefiriendo pasar su tiempo un nivel más abajo en su laboratorio personal vigilando a sus ayudantes. Como resultado, su oficina se convirtió en una especie de espacio de almacenamiento para el papeleo que prefería evitar, entregado constantemente por las hadas residentes por tubos especiales construidos en las paredes. Para tratar de mantenerse al día había instalado el Patentado Triturador / Incinerador del Quimista Gloomplug Mark V (anteriormente el Sistema de Archivado Automático Inteligente Quimista Gloomplug Mark IV), cuyas fauces de acero asomaban en lo que antes había sido una chimenea. Por el momento, sin embargo, había recogido su habitual papeleo en el suelo, y su escueto escritorio con estructura de acero estaba cubierto de correspondencia relacionada con la Cumbre de los Gremios. Las respuestas a las invitaciones de Isperia habían empezado a volver, y Ral estaba de pie con las manos sobre la mesa, haciendo inventario. Izzet iba a estar ahí, desde luego. Los Azorios y los Boros habían aceptado participar, y los azorios se habían ofrecido para organizar la cumbre cerca de Nueva Prahv, lo cual era tranquilizador. Les habían prometido a todos un pasaje seguro, y el Senado no era nada si no se apegaban a sus propias reglas.

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Eso dejaba a siete gremios fuera. Los biomagos Simic había enviado una respuesta cautelosamente positiva, e Isperia parecía esperanzada en que participarían. Emmara de los Selesnya había solicitado personalmente una reunión con Ral, que había organizado para el día siguiente. Parecía comprensiva al respecto, pero no era la Señora del Gremio Selesnya, por lo que él todavía no los había considerado resueltos. Y Lazav de los Dimir, por supuesto, había prometido asistir, aunque lo que valía su palabra era una suposición de cualquiera. Eso dejaba a cuatro. Isperia ni siquiera había intentado enviar un mensajero a los caóticos clanes Gruul. El propio Niv-Mizzet había asumido la tarea de convencerlos, aparentemente reclamando viejos favores con Borborygmos, el inmenso cíclope que era lo más cercano que tenían a un líder. Sea como sea cómo iba a funcionar Ral no tenía idea, pero estaba fuera de sus manos. Desde la catedral Orzhov habían recibido un firme rechazo (nada de sorprender ya que los Orzhov odiaban el poder de alcance de los Azorios). No por primera vez Ral consideró acercarse a Tomik en busca de ayuda, para después rechazar firmemente la idea. No iba a ser capaz de nivelarlos de una manera u otra, y no vale la pena lo que haría para... los dos. Los asuntos de gremios y los personajes tenían que mantenerse separados. Eso dejó las profundidades Golgari, de donde ni siquiera había vuelto el mensajero de Isperia, y... —¿Maestro Zarek? —Un joven nervioso se inclinó hacia la puerta—. Hay... ah... alguien que quiere verte. Dice que es emisaria. —¿Emisaria? —Ral miró arriba y frunció el ceño—. ¿De quién? —¿Por aquí? —llamó la voz de una mujer desde el pasillo—. Ah, po’s claro, ese es su nombre en la puerta. ¡Dejad paso!

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—Pues, ah… es de… —El asistente empujó a alguien fuera de la vista, intentando sin éxito mantenerla atrás—. Creo que de los Rakdos. —¡Piensas rápido, madero! El asistente dio un chillido y se tambaleó hacia atrás, recibiendo un afilado rodillazo en la entrepierna. Su agresora rebotó en la puerta con una floritura, como si se estuviera presentando en el escenario. Era una mujer joven y guapa, vestida con un atuendo de color azul hecho con una variedad de parches de cuero teñidos cosidos juntos en un ajustado traje. Puso a Ral en la mente de un absurdo abigarrado, y al parecer había decidido apoyarse en la comparación aumentando el efecto con una docena de pequeñas campanas plateadas colgadas de las puntas de su pelo, que eran corto y formaban puntas estrechas con lo que parecía una pasta. El hecho de que sea de los Rakdos está fuera de toda duda, pensó Ral, porque nadie más usaría algo así fuera de un circo. Se puso de pie, y la mujer le sonrió y se acercó tranquilamente, dejándose caer en una de las sillas frente a él. Bajó las botas, que eran enormes cosas negras que parecían haber sido quemadas parcialmente, sobre su escritorio mientras dejaba al aire varias cartas importantes. Se miraron el uno al otro por unos momentos. La mujer parecía encantada de mantener la espera, y finalmente Ral tuvo que aclararse la garganta y romper el silencio. —Puedo preguntar —empezó a decir, luchando por tranquilizarse—, ¿quién eres? —¡Oh! —exclamó la mujer, como si esa pregunta no se le hubiera ocurrido. Se puso de pie y entonces ejecutó un arco formal dejando que las campanas de su pelo tintinearan—. Tengo el extremadamente dudoso honor de ser la emisaria oficial, la portavoz y la plenipotenciaria de Su Flamígera Magnificencia, por ser la más

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lista y mejor vestida, y también por cortar los dedos de quien intentó detenerme. —Ya veo —pronunció Ral—. ¿Tienes un nombre? —Me puedes llamar Hekara, como hace todo el mundo. Así me llamo —entonces ella se quedó mirándolo—. Tú eres Ral Zarek, ¿a que sí? —Así es —Ral ya veía que iba a ser algo difícil de seguir esa conversación. La jerga callejera Rakdos (con sus dialectos y acentos de una media docena de culturas, por lo general muy a disgusto de ésas) fue lo único que cambiaba más rápido que la moda Rakdos, y no estaba muy versado en ello—. ¿Tienes un mensaje, o...? —En una forma de hablar, ¿verdad? —ladeó la cabeza—. Su Crematorio quiere que te diga que se trata de esta Cumbre de los Gremios. Como he dicho soy su representante, todo firmado y sellado como oficial. —Maravilloso —Ral miró sus papeles dispersos—. La cumbre no empezará hasta un tiempo, así que… —Peroooo —siguió Hekara—, mientras tanto él quiere que me quede cerca de ti. Que esté como una lapa y todo eso. —¿Qué? —Ral se quedó mirándola dudoso—. ¿Por qué? —Bueno, así está el tema. Su Grandioso Ardor no está contento con la idea de que algún dragón de otro lugar venga aquí a darnos una buena patada en el culo. A ver, ¿quién sería? Pero, por otro lado, no está seguro de que muchos no estén usando todo esto como una excusa para reunirse y pisotearle. Su Jefatura tiene al respecto la mosca detrás de la oreja —Entonces abrió los brazos—. ¡Así que tengo la oportunidad de ir y ver que todo esté en orden! ¿Clarinete? Clarinete. —¿Quiere que me observes? —a Ral ya le dolía la cabeza. —¡Correcto! 87

Vale, piensa. A pesar de la extraña personalidad de Hekara, su propuesta no era tan errática. El demonio Rakdos siempre había sido un paranoico, y era uno de los pocos líderes de gremios tan antiguos como el propio Niv-Mizzet, que se remontaba a antes de la fundación del Pacto entre Gremios. Sin duda habría tenido su cupo de traiciones. Ral miró a Hekara. No puede hacer daño tenerla a bordo. Cuantos más gremios se unieran a la cumbre de manera visible, más autoridad tendrían con los demás. Y ya que no estamos tramando una trampa para Rakdos, no será un problema que ella nos observe. —Es innecesario —declaró poco a poco— pero si tu presencia tranquiliza a Lord Rakdos... Hekara se inclinó adelante con una sonrisa burlona. ¿Me voy a arrepentir, verdad? —...Entonces, desde luego, eres bienvenida de observarme — continuó Ral—. Al menos mientras sea en tus funciones oficiales. —¡Clarinete! —Hekara le cogió de la mano y la sacudió con entusiasmo—. ¡Bien, ya somos compañeros! Ral alzó una ceja. —¿Compañeros? —Ya sabes, colegas. Camaradas a las armas. De confianza. Compañeros —Hekara se llevó la otra mano a la boca y consiguió sonrojarse—. Ah, querido. ¿Pensabas que iba a acabar ahí? —No… —A ver, no diría que no —Se quedó mirándolo de arriba abajo—. Pero vamos, no me gusta mucho esta racha en blanco, así tráeme unos cuantos tragos y veremos qué pasa, ¿eh? —Señora Hekara... 88

—Con 'Hekara' a secas vamos de perlas —Se tiró de nuevo en la silla —. No hace falta tanta cosa. —Como quieras —Ral respiró hondo y comenzó a reorganizar sus papeles. —¡Maestro Zarek! —El asistente reapareció en la puerta, cojeando—. ¡Otro emisario! —Por favor —espetó Ral—, ¿no podrías dejar de revolotear por mi oficina? —Yo… eh... El asistente se retiró más allá de la puerta. Una advertencia murió en los labios de Ral cuando una cosa nociva saltó a la vista. Otrora era humano, pero estaba claramente muerto desde hacía mucho tiempo, porque la carne moteada colgaba libremente en un parcialmente visible esqueleto amarillento. El hongo crecía por todas partes, y las bolas de aire en sus brazos esparcían esporas mientras raspaban contra el marco de la puerta, y un estante azul verdoso de hongos crecía directamente del lado de su cabeza. Una cuenca ocular estaba repleta de hongos en crecimiento, pero la otra era un agujero oscuro y vacío, con una sola chispa verde brillando en sus profundidades. —Ral. Zarek —La cosa habló con una voz como el gas que salía de un cadáver podrido. Ral curvó su mano en un puño, y sintió que la electricidad crepitaba a su través. Hekara miró al zombie con la boca abierta. —¿Sí? —dijo Ral. —Un mensaje. De la Reina Vraska. Del Enjambre Golgari —Un poco de carne podrida cayó de la mano del zombi con un húmedo sonido —. Desea hablar contigo. En persona. Para discutir. La futura cumbre.

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—¿Vraska? —La gorgona Planeswalker había desaparecido de Ravnica tras su encuentro con Beleren. ¿Y ahora se hacía llamar a sí misma reina? Interesante—. Muy bien. —Se te informará. De los detalles —gorgoteó el zombi—. La Reina. Te desea. Buena salud. Entonces se derrumbó, todo a la vez, como un títere con cuerdas cortadas. Los huesos, carne y hongos se derrumbaron en el suelo, convirtiéndose rápidamente en un nocivo charco. Desde el pasillo, Ral podía escuchar a su asistente vomitar con fuerza. —Pues bueno —comentó Hekara—. Eso no saldrá de la alfombra pronto, te lo digo yo.

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Capítulo 5 A Ral Zarek nunca le habían ido las mascotas. Antes, en sus años más mozos, él y Elías habían tenido un cachorro, poco después de que Ral comenzara a trabajar para Bolas, y la carrera poética de Elías empezara a despegar bajo el patrocinio oculto del dragón. Combinado con los ingresos del trabajo de Ral, tenían suficiente para mudarse a pisos que en realidad no se caían a pedazos, y Elías había insistido en el perro. Tener uno pequeño era era la moda en el ambiente literario, y en último lugar Ral nunca había podido rechazar nada de Elías. Terminó haciendo la mayor parte del trabajo, por supuesto, dándole de comer y limpiando sus heces, y especialmente sacándo a pasear, una tarea para la cual el frágil Elías era definitivamente inadecuado. Habían pasado más años desde ese momento de lo que a Ral le importaba admitir, pero aún podía recordar la sensación de tratar de avanzar por la calle con un mínimo de dignidad mientras los tirones locos de ese animal le volvían loco. La cuestión es que andar junto a Hekara era una experiencia muy parecida. Aunque en realidad no había una correa de por medio, Ral se sintió obligado a esperarla cuando se distraía, lo cual era constante. Mientras caminaban hacia Vitu-Ghazi el gran árbol del mundo el cual era también el centro del poder Selesnya, pasaron a una red de carreteras elevadas llamada Gran Vestíbulo. En los días de guardar estarían llenos de adoradores a la naturaleza, pero hoy servía como un mercado improvisado, donde los adherentes y forastero Selesnya podían mezclarse, y los miembros del gremio podían vender sus productos. Hombres y mujeres se arrodillaban en mantas, con las mercancías extendidas frente a ellos. Cada tres metros Hekara salía corriendo, observando otra fruta extraña o una especia inusual que simplemente tenía que examinar. 91

Tal vez debería conseguirle una correa. Los cultistas Rakdos habían llevado cosas raras, y mientras el cachorro finalmente se había alejado de la atención poco confiable de Elías para escapar a pastos más verdes por el momento (para gran alivio de Ral), no podía permitirse que le ocurriera lo mismo a Hekara. —¿Ves eso? —dijo ella mientras él se acercaba a su detrás. Ella hizo un gesto a una serie de calabazas con formas inusuales—. Puedes picarlos con pimientos y demás cosas, y salen… mmm —se dio la vuelta hacia él con una sonrisa—. También una vez me cargué a uno con uno de ellos. El truco está en que si lo rompes por el tallo encaja bien... —Hekara —espetó Ral—. Me esperan. —Vale —Hekara saludó con la mano a la sorprendida mujer Selesnya, desde atrás de las calabazas, la cual parecía estar examinando su mercancía bajo una nueva luz—. Clarinete. ¡Vamos allá! Reanudaron la marcha. Vitu-Ghazi se cernía sobre todo lo que se podía ver ahí, como un gigantesco árbol casi tan alto como Nueva Prahv. Había edificios con forma de madera viva anidados en sus enormes ramas curvadas, conectadas por una intrincada red de puentes colgantes y escaleras. En el interior del tronco principal, por lo que sabía Ral, había una catedral natural, casi del tamaño de la versión de piedra y vidrio Orzhov. Las hojas del árbol sobresaliente mantenían la lluvia fuera; al menos el agua que se canalizaba abajo a través de canalones cuidadosamente diseñados. —Hekara y Ral —pronunció Hekara en una tonada feliz mientras andaban—. ¡Colegas! ¡Compañeros! Camaradas… —Hekara. —¿Qué?

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—No somos compañeros —Ral dio un fuerte suspiro—. Hago mi trabajo y tú estás aquí a observar. Por favor, en cuanto nos metamos sigue observando y no contribuyas. —¿Qué quieres decir? —Que te mantengas callada. Tras unos pocos pasos, se arriesgó a mirar por encima del hombro. Hekara todavía le seguía con grandes y tristes ojos. Recordó que el cachorro también le miraba así. Por lo general cuando hacía pis en alguna parte que no debía y él trataba de reprenderle por ello. Ya sabía yo que era mala idea. —Oye —dijo ella tras otro minuto. —¿Qué? —gruñó Ral. —Aún no estoy dentro, ¿así que puedo contrubir en algo? —Si no hay otra. —Alguien nos sigue. Ral volvió a mirar por encima de su hombro. —La mujer de capa negra —comentó Hekara—. Está en el camino de vuelta, pero ha estado allí desde que llegamos al Vestíbulo —La cara se le iluminó—. ¿Te la quieres cargar? —No —Ral cerró los ojos ante la figura de negro, y logró asentir. Lavinia—. Hablaré con ella, tú quédate aquí. —Debería… —He dicho que te quedes. Hekara dio un gran suspiro y se acercó a los puestos al lado de la calle. Ral se dio la vuelta y volvió a donde estaba Lavinia, con los

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brazos cruzados bajo su oscuro abrigo. Vio un brillo metálico a su lado. —Pensaba que no querías que te vieran conmigo —espetó Ral. —No me has dejado muchas opciones —respondió Lavinia—. Me quería asegurar de que fuera la única pendiente de ti. —¿Y? —Por el momento despejado. Los Selesnya tienen un brazo de contrainteligencia sorprendemente bueno —Se quedó mirando a Hekara—. ¿Quién es tu compañera? Ral hizo una mueca. —La emisaria Rakdos. Ese viejo monstruo insistió en que ella me acompañara para que se pudiera asegurar de que no conspiramos contra él. —Suena muy Rakdos —Lavinia dio una pequeña sonrisa—. Tienes más éxito del que esperaba. —Por ahora —Ral asintió hacia el árbol del mundo—. Ya veremos. —Sólo quiero avisarte. La gente de Bolas tiene algo planeado para los Selesnya. —¿Con algo a qué te refieres? —Ni idea. Solo puedo interceptar una parte de sus comunicaciones. Pero está claro que ha habido varios mensajes relacionados con algo que ocurre aquí, y pronto. Puede ser programado para coincidir con tu visita. —Estupendo. Así que tendré que ir con cuidado, pero no puedes decirme cómo o qué hacer al respecto. —Bienvenido a mi mundo —declaró Lavinia—. Son listos, determinados, y muy bien financiados. Hago todo lo que puedo. 94

La tensión era evidente en su rostro pálido, con círculos oscuros que florecían bajo sus ojos, y Ral sintió una inesperada punzada de compasión. Siempre había pensado en Lavinia como aquella incansable ejecutora de la justicia, un pilar invencible para los Azorios, pero ahora operaba fuera de su viejo gremio y en contra de un oponente mucho más peligroso. —Vale —dijo algo más tranquili—. Ya haré lo que pueda. Ten tú también cuidado. —Claro —Se apretó más la capa. —De hecho —añadió él—, quiero preguntarte una cosa. —¿Cuál? —Vraska —pronunció—. La nueva reina Golgari. ¿Cuánto sabes de ella? —Una vez trató de matar a Beleren. No mucho más de ahí. ¿Por qué? —Quiere una reunión —dijo Ral—. Tengo que saber en qué posición está ahora. —Veré lo que puedo averiguar —dijo Lavinia—. No te garantizo nada. —Claro —Ral inclinó la cabeza—. Gracias por el aviso. Lavinia se dio la vuelta y se alejó desapareciendo entre la multitud. Más adelante, Hekara estaba sumida en una pelea a gritos contra una elfa sobre unos delicados adornos de vidrio que al parecer la emisaria Rakdos había roto por accidente. Ral puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro.

Una centaura, vestida con una armadura de madera flexible, dio un saludo a Ral y a Hekara en la entrada y se los llevó de la catedral principal, hacia los edificios más pequeños junto al gran árbol. Se

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movía con gracilidad, subiendo una escalera larga y curva diseñada claramente para los suyos. —No preguntes —comentó Ral en cuanto vio a Hekara mirando a su guía. —¿Por qué no? —Porque preguntar a una centaura si puedes montarla es una buena manera de que te dé una coz en la cabeza —explicó Ral con tranquilidad—. Créeme. —¿Sí? Clarinete, buen consejo —Hekara miró alrededor con curiosidad—. Hay montones de hojas, ¿no te parece? —Mmm —dijo Ral evasivo. Él mismo había notado esa fuerte presencia militar. Había soldados con armadura verde y marrón por todas partes, humanos y elfos en su mayoría, pero también centauros y loxodones con cabeza de elefante. En sus pocas visitas anteriores al árbol del mundo no recordaba una carga tal de seguridad. Tal vez ellos también se han enterado de lo que Lavinia le preocupaba. Emmara Tandris los esperaba fuera de un edificio de varios pisos envuelto en una espiral alrededor de una inmensa rama. Era alta, delgada y elegante, con una frondosa melena dorada y un vestido verde brillante que la hacía parecer una parte del árbol. Hekara arqueó las cejas con aprecio. —Recuerda —siseó Ral—. Tú observa. —Vale. Un escuadrón de soldados flanqueaba a Emmara, dirigido por un sargento ceñudo con las armas en sus manos. Ella se adelantó para inclinarse ante Ral, y él le devolvió el gesto manteniendo su expresión formal. No había visto a Emmara desde el incidente del Laberinto Implícito, y aunque no habían sido precisamente enemigos, 96

ella había estado muy cerca de Beleren y Ral dudaba de que hubiera causado una buena impresión. —Maestro Zarek —pronunció ella con un tono musical—. Gracias por aceptar verme. Sé que debes estar ocupado. —Por supuesto —dijo Ral—. Espero que podamos llegar a un acuerdo para que tu gremio participe en la cumbre. —Estaría encantada con la idea —añadió Emmara, y él captó un indicio de frustración en su voz —. ¿Por qué no vienes dentro? El sargento dio un paso adelante y se aclaró la garganta. —Tendrás que dejar tus armas, señor. Ral se quedó mirando a Emmara y entonces se encogió de hombros. Desató las correas de sus brazaletes y el acumulador y se los entregó a uno de los soldados. —Es el último modelo —dijo Ral—, cuídalo bien. —Recibirás tus aparatos sanos y salvos —pronunció el sargento con desdén. —Eso espero —espetó Ral—. Son conocidos por explotar si reciben un golpe. El sargento y sus hombres intercambiaron una mirada de preocupación, y Ral mantuvo la cara seria. No era cierto, pero los Izzet tenían esa reputación. Otro soldado se acercó a Hekara, nervioso, para que ella extendiera los brazos y girara en círculos, con campanas tintineando en su pelo. —Nada más que yo, ¿eh? —Le dio una sonrisa—. Ya es bastante peligro. Los soldados parecían satisfechos. Se hicieron a un lado para dejar que Ral y Hekara se unieran a Emmara, y juntos caminaron por la puerta abierta hacia el edificio. Como todas las estructuras Selesnya, 97

tenía un aspecto curvo y orgánico, con paredes y columnas que crecían delicadamente desde el suelo y el techo. En lugar de ventanas de vidrio había una densa pantalla de finas ramas y hojas que dejaba entrar una suave y confortable luz. En la intersección entre dos pasillos, una pequeña fuente orgánica retumbó en silencio. —Mis disculpas —dijo Emmara—. El Maestro de Espadas Garo ha insistido en aumentar la seguridad. —¿Por alguna razón en concreto? —preguntó Ral. —Es... complicado —Siguió en silencio cuando un grupo de soldados pasó por delante—. Te lo explicaré en privado —Entonces se quedó mirando a Hekara—. ¿Quién es tu acompañante? —Ah —Ral dio un gran suspiro—. Ésta es Hekara, emisaria de Rakdos. Hekara, ésta es Emmara Tandris. —¡Clarinete! —Hekara asintió con entusiasmo, produciendo un suave tintineo—. Entonces qué, ¿eres la elfa jefa por aquí? —No exactamente —respondió Emmara con una calmada sonrisa—. No tenemos mucha jerarquía formal entre los Selesnya. Tengo cierta influencia, pero... —Se detuvo de nuevo cuando un loxodón con túnica pasó a su lado para después señalar una puerta cerrada—. Aquí dentro. Ral supuso que habían subido por lo menos dos pisos por una rampa curva. Era un simple salón, con sillas tejidas de ramas secas y un par de finas mesas. Una sirvienta estaba limpiando cuando llegaron, pero se inclinó apresuradamente hacia Emmara y salió corriendo para dejarles solos. —Lo siento —insistió Emmara en cuanto estuvieron solos—. Como he dicho está ahora todo… complicado. —Ya salta a la vista —murmuró Ral—. Nunca he oído hablar de una discordia entre los Selesnya. 98

—La situación actual no tiene precedentes—Emmara hizo un gesto para que se sentaran, cosa que hizo Ral mientras Hekara se acercó a la ventana y comenzó a tratar de separar el tejido de las ramas. Tras un rato, Emmara se encogió de hombros y tomó asiento junto a Ral —. Por lo general, las dríadas interpretan la voluntad de Mat'Selesnya, Alma del Mundo y guían la política del gremio, con Trostani a la cabeza. —Un triunvirato, ¿verdad? —añadió Ral—. Un concilio de tres dríadas que lideran a los Selesnya. —No exactamente —suspiró Emmara—. Es muy difícil de explicar a los forasteros. Trostani no son tres seres separados sino tres aspectos del mismo ser, una sola entidad que actúa de acuerdo al deseo del espíritu del mundo. Sus tres aspectos encarnan la Vida, el Orden y la Armonía. A veces las necesidades de un aspecto chocan con las de otro, pero nunca pasa mucho tiempo hasta que recuperan el acuerdo. —¿Hasta ahora? —preguntó Ral. —Hasta ahora —enfatizó Emmara con tristeza—. Armonía se ha retirado por completo, y Vida y Orden tienen propósitos cruzados. Las dríadas están paralizadas y no tenemos forma de conocer la voluntad de Mat'Selesnya. Ha dejado el gremio a merced del caos. —¡Oh! —exclamó Hekara desde la ventana—. ¿No habéis intentado matar a dos de ellas? Eso podría ayudar. —Yo... —Emmara se quedó mirando a Ral y sacudió la cabeza—. No creo que sirva de algo. —¿En serio? Eso normalmente soluciona mis problemas —Hekara se encogió de hombros. —Mientras sigue ese estancamiento —siguió Ral—, ¿quién está a cargo de los Selesnya? 99

—Como he dicho, nadie —Emmara frunció los labios—. Tengo... cierta influencia. Muchos de quienes creen que el gremio debería estar más involucrado en los asuntos de Ravnica están de acuerdo con mis ideas. Pero el Maestro de Espadas Garo también tiene sus seguidores, y cree que el camino más prudente sería retirarse a nuestros enclaves y defender nuestras fronteras hasta que pasen los problemas. —El problema no va a pasar sin más —dijo Ral—. No esta vez. Se trata de Nicol Bolas. Sé que es difícil entender lo que supone, de dónde viene, pero… —¿Que es un Planeswalker? —Emmara parecía pensativa—. La idea no es tan perturbadora como pensé que podría ser, sino que se me hace... familiar —Entonces se movió con incomodidad—. Pero Garo no ve por qué deberíamos arriesgarnos a trabajar con los demás gremios cuando quizá ni siquiera estemos amenazados. —Entonces debo hablar Garo —sentenció Ral—. Le convenceré de lo contrario. —Ya le pedí que acudiera a esta reunión —dijo Emmara con tono triste—. Pero se ha negado. Ral frunció el ceño. —¿Estos soldados son suyos? —Sirven al Cónclave —declaró Emmara—. Pero sí, muchos de nuestros miembros más marciales se consideran a sí mismos como sus seguidores. —Entonces parece que tiene su látigo en la mano. —¿Qué? —Emmara frunció el ceño, y entonces se echó a reír—. Oh, no. Garo no intentaría resolver esto por la espada. No es malo, Maestro Zarek. Créeme, por favor. Sólo... un poco más cauteloso de lo que me gustaría, y firme en sus convicciones. 100

Ral dejó escapar un suspiro, luchando contra su frustración. —Vale. ¿Entonces qué hacemos? —Tengo la esperanza de que puedas hablar con alguna gente de influencia mientras estés aquí. Puede servir para inclinar la balanza... La puerta se abrió silenciosamente y la sirvienta volvió a entrar, llevando una bandeja con una tetera humeante con té. Emmara miró arriba. —Eso no hará falta —dijo ella—. Dejádmelo a mí, por favor. —Perdón, Señora Emmara —La chica se acercó y colocó la bandeja en una de las mesas—. No era mi intención interrumpir. Emmara agitó una mano, con desdén, y la chica se dio la vuelta para irse. Se giró… Y la alcanzó por la espalda… Ral se movió rápido, saltó de su silla y se lanzó hacia Emmara. La mano de la chica emergió con una larga y fina daga, que giró por encima de su cabeza en un arco que la enterraría en el pecho de Emmara. La propia Emmara estaba mirando arriba, sorprendida, mientras caía. Su brazo la cogió alrededor de la cintura, tirándola abajo y apartando a un lado la ligera silla. La daga de la asesina falló su objetivo, cortando una línea roja en el antebrazo de Emmara. Ella golpeó el suelo con los ojos muy abiertos del shock, y Ral se apartó de ella para encontrar a la chica levantando su hoja para otro golpe. Levantó la mano, dejando que la electricidad crepitara entre sus dedos, maldiciendo al sargento que se había quedado con su acumulador... Y entonces Hekara estaba de pie tras el asesino, tan casualmente como si nunca se hubiera movido. La emisaria Rakdos levantó una mano y el acero brilló entre sus dedos. Ella bajó la hoja y la cruzó en un solo delicado movimiento. Tras un instante una línea carmesí se 101

trazó a través de la garganta de la chica Selesnya. La asesina se aferró a su cuello mientras la sangre se abría paso entre sus dedos. Cayó de rodillas y se derrumbó, estremeciéndose. —¡Clarinete! —exclamó Hekara. Arrojó su cuchillo ensangrentado al aire y se desvaneció antes de que pudiera caer.

—¡Emmara! —exclamó Ral. —Estoy bien —dijo Emmara con los dientes apretados. Se sentó mientras sujetaba con fuerza su brazo ensangrentado—. No es profunda. —¿Ésa era de los chicos de Garo? Emmara miró a la criada muerta y negó con la cabeza. —Ya te lo he dicho, Garo jamás haría algo así. Ha sido un honorable defensor del Cónclave por años. —¿Hekara? —llamó Ral—. ¿Puedes asomar la cabeza y ver si pasa algo aquí? —¡Sí, señor! —exclamó Hekara con un exagerado saludo. Corrió hacia la puerta y miró el pasillo—. Montones de soldados por ahí. No van a ningún sitio, parece que esperen. Nada más. —Un golpe —comentó Ral, sacudiendo la cabeza cuando Emmara comenzó a objetar—. A lo mejor Garo no es tan honorable como crees, o que alguien tira de sus cuerdas. Da igual, tenemos que salir de aquí… Hekara volvió a bailar desde la puerta en cuanto se abrió. Un soldado elfo con armadura de madera entró y sus ojos se ensancharon al ver el sangriento desastre en el suelo. Otra pareja estaba cerca a su detrás, pero Hekara se tiró a la puerta para cerrársela en la cara. Ral se apresuró al hombre que había entrado. El elfo fue a por su espada, 102

pero el relámpago de Ral fue más rápido y arqueó su mano para brillar brevemente sobre el cuerpo del hombre. En un estallido de luz le derribó al suelo y le dejó temblando pero consciente. Emmara, que se había puesto de pie, había arrancado una tira de su etéreo vestido y la había atado en un vendaje improvisado alrededor de su herida. Se acercó a donde yacía el soldado herido y agitó una mano que brillaba de verde. Unos zarcillos de madera surgieron del suelo, se envolvieron alrededor de las muñecas y tobillos del hombre y le colocaron en su lugar. —En nombre del Alma del Mundo, ¿qué pasa aquí? —exigió saber—. ¿De qué autoridad estás aquí? ¿Qué sabes de esto? —Yo… —El elfo negó con la cabeza frenéticamente—. Nos… nos habían dicho… —¿Qué os han dicho? —preguntó Ral con una electricidad crepitante y peligrosa entre sus dedos—. ¿De parte de quién? —¡El Maestro de Espadas Garo ha dicho que habían matado a la Señora Emmara! —cedió el elfo, y sus ojos fueron a Ral—. Por… eh, tú, Maestro Zarek. —Pues está claro que no —dijo Emmara frotándose el brazo—, aunque poco ha faltado. ¿Dónde está ahora Garo? —Arriba, en la sala del cónclave. Emmara se puso de pie. —Iré a verle. —No seas idiota —espetó Ral, y la agarró de su brazo ileso para apartarla de los soldados atados—. Ya te ha intentado matar una vez. Si entras allí, te garantizo que no volverás a salir. —¿Y si huyo? —siguió Emmara—. ¿Entones qué? ¿Una guerra civil? Porque no lo voy a permitir —Ella negó con la cabeza, y Ral vio unas 103

lágrimas en las esquinas de sus ojos—. Me enfrentaré a él ahora que podemos detener esto. —Ah, ¿Ral? —llamó Hekara. —Un momento —gruñó Ral. —Sé que se supone que debo observar —dijo ella— pero a estos tíos sí que les interesa mucho pasar por esta puerta. Entonces, si no quieres que entren aquí, ¿te animarías a ayudarme? Ral se dio la vuelta. Hekara estaba apoyada contra la puerta con todo su peso, que se estremecía bajo los repetidos golpes del otro lado. Sus botas raspaban astillas del suelo cuando la iban empujando hacia atrás poco a poco. —Por lo menos —siseó Ral— déjame recuperar mi equipo antes de que te enfrentes a él. Así puedo defenderte. —Puedo por mí misma —Emmara hizo un semicírculo en el aire, y la madera de las paredes fluyó abajo y alrededor de la puerta, asegurándola ahí mismo. Hekara dio un paso atrás con un suspiro de alivio y sacó la lengua a los soldados del otro lado—. Pero tu ayuda sería bienvenida. La oficina de seguridad está en el primer piso. —¿Cómo llegamos hasta aquí? —preguntó Ral. —¡¿Fuera de la ventana?! —exclamó Hekara mientras rebotaba de emoción—. ¡¿Verdad?! ¡Clarinete! Emmara asintió con la cabeza. Otro gesto llevó a las ramas que sellaban la ventana que se inclinaba dejando un espacio librela emisaria Rakdos corrió con felicidad, haciendo una improvisada voltereta en una tormenta de campanas y cayó fuera. —Yo... iba a ofreceros unos asideros —dijo Emmara con preocupación.

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—Estará bien —Ral miró abajo, con una distancia considerable: tres pisos de edificios y cientos de metros más a través de las ramas del árbol hasta la ciudad de abajo—. Pero te llevaré a eso.

Por suerte la madera del árbol del mundo era fácil de moldear como la arcilla, al menos en manos de Emmara, por lo que no fue especialmente difícil escalar el exterior del edificio. Hekara se las arreglaba para producir pequeñas cuchillas e incrustarlas en la madera a medida que avanzaba, lo que hacía estremecer a Emmara cada vez que lo hacía. Pasaron por alto las ventanas del segundo piso, abriéndose paso por el lado opuesto del edificio en espiral desde la entrada principal. Los terrenos, que Ral podía ver, estaban llenos de soldados. En el primer piso, Emmara encontró una ventana que conducía a un pasillo vacío y les dejó entrar. Hekara todavía daba saltos de emoción. —¿Dónde está la oficina de seguridad? —preguntó Ral. —Por esa esquina —respondió Emmara—. Pero habrán guardias. Ral miró sus manos, sintiendo su poder enroscado en su interior. —Podré con un par. ¿Hekara? —¿Mmmmm? —Le dio una sonrisa burla—. ¿Es que puedo ayudar? —¿Cuántas de esas cuchillas tienes? —Y frunció el ceño—. Y ya que estamos, ¿dónde las tenías guardadas? Hekara parpadeó. —Soy una bruja de cuchillas, ¿no te lo he dicho? Levantó una mano vacía, la retorció con un elegante gesto y, de repente, sostuvo una hoja de doble punta con forma diamantina. Otra floreció, y había una segunda a su lado, luego una tercera y una 105

cuarta. Abrió la mano y el acero se desvaneció antes de que cayera al suelo. —Muy práctico —murmuró Ral. Se dio cuenta de que las cuchillas estaban afiladas por los dos lados, y de cerca pudo ver que sus dedos estaban densamente rayados de pequeños cortes. Todos los Rakdos están locos—. Vale, tú no mates a nadie si no hace falta. No sabemos quién trabaja realmente con Garo y quién hace su trabajo. —Pues qué bien —dijo Hekara en voz alta—, aguafiestas. —Vamos —Hizo una seña a Emmara y los tres dieron la vuelta por la esquina. Una sola puerta conducía a la oficina de seguridad, con un soldado acorazado a cada lado. Ral se acercó al primero profesionalmente, y antes de ése que pudiera ladrar una advertencia, Ral le dio una palmada en el pecho con una fuerte descarga eléctrica que lo hizo saltar como un pez caído. Emmara hizo un gesto brusco hacia el otro, y la madera de la pared se extendió alrededor de su mano mientras buscaba su espada. Ral ignoró su grito de alarma y le dio una patada a la puerta. Dos hombres más se sentaron a ambos lados de un escritorio en la oficina, ya sacando sus armas. Ral levantó la mano, pero en lugar de un rayo tan sólo una chispa débil crepitaba entre sus dedos. Soltó una palabrota y se tiró de lado cuando el soldado se lanzó contra él. Hubo un rápido sonido thunk-thunk-thunk, de cuchillos ensartando la madera. Emmara agarró al hombre que había atacado por la muñeca y usó su propio impulso contra él, lanzándolo sobre su hombro para aterrizar en la esquina con un estrépito. Con un gesto, la madera se levantó a su alrededor, sellándolo ahí. Cuando Ral se levantó pudo ver que el otro soldado estaba inmovilizado en la pared opuesta por una cuchilla lanzada en la palma de su mano, y dos más estaban atrapados por la cabeza. Tenían los ojos abiertos como platos.

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—No nos importa —dijo Hekara con alegría. Ral vio su acumulador y los brazales en la esquina y los cogió. Colocar aquel artefacto en su espalda le pareció como un trago de agua fresca tras una larga y agotadora carrera. Sintió que el pelo se le elevaba en su erizado habitual, y el poder crepitaba sobre los remaches de mizzium del brazalete que tenía ya en el brazo. Emmara levantó una ceja inquisitiva. —Muy bien —pronunció Ral—. Ya podemos ir a por Garo. Había más soldados en el pasillo, pero Emmara levantó las manos antes de que pudieran atacar. Su líder, el sargento que Ral había visto antes, vaciló. —No sé lo que os han contado —dijo Emmara— pero es todo un terrible malentendido. Voy a subir las escaleras ahora mismo para hablar con el Maestro de Espadas Garo. —¿Y estos qué? —replicó el sargento—. Tengo órdenes de arrestarlos. —¿Por mi asesinato? —dijo Emmara. —Yo... —El sargento frunció el ceño. —Vendrán conmigo. Todos los demás, quedaos por favor a vuestros puestos. Entonces subió la rampa, con el vestido tras ella ondeando dramáticamente. Ral se encontró sonriendo mientras se apresuraba tras ella. Siempre puedo apreciar un buen sentido del drama. Dos pisos más arriba había una escena similar, y una vez más los soldados retrocedieron a las órdenes de Emmara. Tal vez ella tiene razón. Tal vez solo la chica es la única compinchada, y esto no es un golpe de estado a gran escala. En el piso superior, una puerta doble conducía a una amplia cámara circular con una gran mesa que brotaba del suelo en el centro. En un 107

extremo de la mesa había un montón de mapas, y un hombre y una mujer estaban mirándolos. El hombre llevaba una armadura de madera viva, más elaborada que la mayoría de los soldados Selesnya. Ral dio por hecho que ése era el Maestro de Espadas Garo. La mujer a su lado era una humana de túnica verde y rizos rojos caídos de su cabeza mientras se inclinaba sobre la mesa. Detrás de la pareja, dos soldados fuertemente armados aguardaban. —¡Garo! —exclamó Emmara. Garo levantó la cabeza. Era difícil adivinar las edades de los elfos, pero su cara estaba más arrugada que la mayoría de los que Ral había visto, y su melena blanca estaba recogida en una bonita cobella coleta. Por un momento sus miradas se encontraron, y Ral sintió algo sumamente mal en los ojos del hombre. Allí había algo muerto, como si su cráneo hubiera sido ahuecado y reemplazado por algo vil. —Emmara —pronunció él—. Esperaba que mis informes se equivocaran, menos mal que estás bien. —¿Qué pasa aquí? —preguntó Emmara—. ¡Me han intentado matar! —Lo sé —dijo Garo—. Ral Zarek. Por suerte ya le tenemos a tiro. —¿Qué? —Los ojos de Emmara se estrecharon—. Tú... La pelirroja hizo un gesto, y las puertas se cerraron tras ellos y la madera fluía a través de ellos. Garo asintió en su dirección. —Ya que has sido tan oportuno de venir a mi puerta —dijo él—, ya podemos prescindir de las burlas. Mátalos a todos, por favor. Aunque preferiría que el cadáver de Zarek esté más o menos intacto, para su exibición. Emmara lanzó un grito de rabia y levantó la mano, dejando que círculos de energía verde brille en la vida a su alrededor. La mesa de madera dio un crujido y comenzó a deformarse y los largos zarcillos se enrollaron uno sobre el otro, formando un simulacro de la forma 108

humana. La maga pelirroja hizo un gesto similar, y otro elemental comenzó a tomar forma delante de ella, de modo que ambas se alzaron a la vez. Los dos soldados acorazados se separaron, moviéndose alrededor de la mesa en direcciones opuestas. Ral hizo un gesto a Hekara a la derecha y se quedó con el otro para él. El elfo se acercó, desenvainó su espada y Ral lanzó un rayo sacado directamente de un brazalete. Los conectó en un arco de electricidad coruscante, pero los zarcillos azules y blancos giraban y bailaban en una esfera centrada en el soldado sin llegar a alcanzarlo. Tiene una protección. Ral se permitió una sonrisa tensa. Pero no estaban preparados para mí. Ral vertió poder en la explosión, haciendo que la sibilante y bufante línea de poder se retorciera y enroscara como una serpiente frenética, y sintió que las protecciones del elfo comenzaban a desmoronarse. Con un fuerte golpe el escudo colapsó, y la conmoción hizo que el soldado cruzara la sala. Golpeó la pared al lado de Garo y se desplomó inmóvil en el suelo, con humo saliendo de los huecos en su armadura. Al otro lado de la habitación, Hekara danzaba alrededor del segundo soldado Selesnya, evitando su larga espada y rebanando con destreza las articulaciones de su armadura con sus cuchillas. Un golpeteo constante de sangre ya cubría el suelo bajo él. En el centro de la habitación los dos elementales se agitaban, de modo que enormes extremidades de madera se rasgaban entre sí. Emmara y la maga pelirroja estaban de pie por lados opuestos, inclinadas como si estuvieran físicamente presionadas una contra la otra con energía verde ardiendo. Eso dejaba solo a Garo. El maestro de espadas frunció el ceño y desenvainó su espada, la cual era una hoja de madera delgada como una navaja y grabada con brillantes runas. Ral apuntó un rayo a su

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cabeza, pero interceptó con su espada, así que la energía crepitaba inofensiva sobre el arma antes de disiparse. —Ral Zarek —terminó Garo, y los brazales de Ral se agitaron con poder—. Debí haber sabido que ibas a causar problemas. —Perdona —dijo Ral—, ¿nos conocemos de algo? —Ah, sí —Garo sonrió—. ¿No lo recuerdas? El elfo atacó de forma rápida y grácil. Ral se apartó del primer corte y se hizo con el segundo con un brazalete, y un rayo golpeó el mango de la espada del elfo. Le cortó la mano, y Garo tuvo que esquivar una ola de relámpagos y retroceder un paso. El elfo comenzó a dar vueltas. —Creo que podré recordarlo —añadió Ral—. Ríndete, ha acabado. —Para nada, esto sólo ha empezado. Garo volvió a atacarlo con un brutal y cortante asalto que obligó a Ral a ceder terreno, bloqueando con sus brazaletes y contrarrestando con olas de plasma. Los ataques del elfo se volvieron cada vez más salvajes, hasta que finalmente dejó una clara abertura, balanceó su espada y dejó que Ral le golpeara en un hombro y le desequilibrara. Antes de que Garo pudiera recuperarse Ral dio un golpe, con un poder candente atravesando su armadura de madera. Garo dejó caer su hoja al suelo cayendo sobre Ral. Tosió y esbozó una sonrisa, con dientes manchados de carmesí. —Sigues perteneciéndome, Ral Zarek. Ah, sí —El agonizante elfo volvió a toser—. Y lo vas a pagar. De una forma… u otra... La voz era distinta. Pero el tono, la cadencia, todo lo demás igual. Ral se quedó inmóvil. —Bolas —suspiró.

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—No exactamente —puntualizó Garo—. Pero... no te queda otra — Sangre brotó de su boca, manchando el hombro de Ral, y cayó de rodillas—. Pronto… nos veremos. Garo cayó. Ral levantó la cabeza, tembloroso, y vio que la pelea había terminado. Uno de los elementales había sido destrozado, y Emmara y su propia criatura estaban de pie sobre la maga pelirroja, la cual había caído de rodillas sin aliento. El segundo soldado blindado también cayó en un charco de sangre. Hekara le acuchilló, ociosamente, como un gato jugando con un ratón muerto. —Es... —Emmara miró a Ral y después a Garo—. Es una tragedia. —Habría ido a peor si lo hubiera logrado —opinó Ral. Matar a Emmara, culparme por ello, y descojonar toda la cumbre. Exactamente lo que Bolas querría. Pronto nos veremos… —Estoy de acuerdo —dijo Emmara, que respiraba con dificultad aunque pero había una mirada dura y salvaje en sus ojos—. Está claro que nos queda... limpieza por hacer. Pero ten la seguridad, Maestro Zarek, de que los Selesnya estarán en tu cumbre. —Bien —Ral se apoyó contra la pared y se pasó una mano por el pelo con un crujido estático, restaurando su erizado—. Ahora sí que llegamos a alguna parte.

—Es ridículo —espetó Kaya—. Tengo una pinta ridícula. —¿No te puedes quedar callada? —pidió Tomik, jugueteando con sus gafas—. Las hermanas grises no hablan. —Las hermanas grises son cadáveres marchitos —recriminó Kaya—. Alguien se dará cuenta de que estoy... en fin, rechoncha.

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—Tú mantén la cabeza baja. A la próxima podrás volver a subir por fuera de la torre. Kaya resopló, pero se quedó en silencio. Estaban de vuelta en Orzhova, subiendo hacia la celda alta donde estaba Teysa. Llevar a Kaya disfrazada había sido idea de Tomik. Las hermanas grises estaban vestidas como monjas, y se encargaban de todas las tareas domésticas de la catedral, así que podían ir y venir a su antojo. Por desgracia eran reclutadas de adoradoras fallecidas. El hábito que robaron no se había limpiado desde la última vez que se usó, de eso Kaya estaba segura. El olor parecía empeorar a cada minuto. —Último guardia —murmuró Tomik. Kaya mantuvo la cabeza gacha, sin decir nada mientras Tomik intercambiaba saludos con el soldado blindado. El hombre les dejó pasar con apenas un gruñido. Como secretario personal de Teysa, Tomik era el único que podía verla. —En gran parte —le iba contando a Kaya mientras bajaban las escaleras— porque soy muy poco importante como para que nadie se moleste en mí. Teysa estaba a la espera cuando entraron, tamborileando impaciente con los dedos sobre la mesa. Se levantó de un salto cuando Tomik cerró la puerta. Kaya se concentró por un momento y salió a través del hábito, dejando que aquella mugrienta prenda cayera al suelo. —Llegáis tarde —dijo Teysa. —Lo siento —entonó Tomik—. Han aumentado la seguridad desde la última vez. —Entonces ¿qué es tan importante para tener que jugárnosla al vernos? —preguntó Kaya—. Pensaba que no me querías aquí hasta que estuvieras lista.

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—Me gustaría saber eso también —dijo Teysa, mirando a Tomik—. Tú eres el que lo ha propuesto. —¿Tú? —Kaya miró al secretario, quien se encogió de hombros con incomodidad. —Tengo… una idea. Quizás un plan. No me gusta, pero no puedo pensar en nada mejor —Entonces dio una profunda bocanada de aire —. Podría ser capaz de dar la distracción que necesitamos para darle una oportunidad a Kaya en el Concilio Fantasmal. —¿Y mantenernos vivas en el proceso? —preguntó Teysa—. Te escucho. —Yo también prefiero quedarme viva —añadió Kaya—. Si eso es importante para tu plan, ¿Cuál es la distracción? Una mirada de dolor pasó por el rostro de Tomik. —Ral Zarek. Teysa frunció el ceño. —¿El mago del gremio Izzet? —Sí —las mejillas de Tomik se sonrojaron—. Él y yo somos… cercanos. —¿Cercanos? —repitió Teysa. —Se refiere a que salen juntos —puntualizó Kaya, en un susurro discretísimo. Tomik se sonrojó aún más, pero asintió. —Ral tiene una posición de considerable autoridad dentro de los Izzet. Si tuviera que organizar un ataque a la catedral, eso ciertamente nos daría la apertura que buscamos. —Y también podría dar inicio a una guerra de gremios —opinió Teysa. 113

—No si te haces Señora del Grmeio después —argumentó Tomik. —Una pregunta —dijo Kaya mientras levantaba una mano—. ¿Zarek está así de desquicadamente enamorado de ti como para llamar fuerzas de su gremio para esto solo porque se lo habrás pedido? —Pues… lo dudo —Tomik sacudió la cabeza—. Tendremos que ofrecerle algo. —¿Oro? —propuso Teysa. —Le da igual el oro. Pero está organizando una cumbre de gremios, y necesita a los diez ahí. Sé que el Obzedat ha rechazado su invitación de plano. Si prometieras aceptarlo... —Entonces tendría todos los incentivos para ayudarnos —terminó Kaya—. Me gusta, así ganamos todos. —Menos el Abuelo —Teysa sonrió—. ¿Cuál es el tema de la cumbre? —Ral cree que Ravnica pronto será atacada por un antiguo dragón llamado Nicol Bolas —explicó Tomik—. Quiere organizar una defensa en común de alguna manera —Entonces se encogió de hombros nervioso—. Al menos eso se dice. Kaya sintió como si alguien hubiera quitado una pared contra la que había estado apoyada, dejándola tropezando hacia delante. ¿Un ataque de Bolas? ¿Aquí? Intercambió una mirada con Teysa, pero la heredera Orzhov tenía más práctica ocultando sus emociones. Su cara era ilegible. —Estoy segura de que es un tema que merece... discusión —dijo ella —. ¿Mientras Kaya esté al cargo? —Sí, claro —Kaya sacudió la cabeza. Me lo tendría que pensar—. A mí me parece bien. —Muy bien —Tomik empujó con nervio sus gafas—. Entonces le preguntaré. 114

—¿Prefieres que lo haga yo? —propuso Kaya. Ella podía decir que no iba a ser fácil para el secretario. Es más valiente de lo que parece. —No —respondió Tomik con algo de tristeza—. Ral confía en mí.

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Capítulo 6 La nave se estremeció cuando sus abrazaderas se soltaron, se sacudió de lado en una ráfaga de viento, y entonces se levantó suavemente en el cielo de la media tarde. Ral ya era mayor como para pensar que el tráfico casual de naves aéreas era una novedad, aunque había sido parte del horizonte ravnicano durante años. Cuando llegó al Décimo Distrito, las únicas naves habían pertenecido a los ejércitos del gremio. Ahora, otras como ésta dejaban a la gente por las nubes solo por el placer de ver la ciudad desde el cielo, rodeando con delicadeza puntos de referencia como Nueva Prahv y Orzhova. Otros, más ágiles, se lanzaron fuera del camino de la pesada nave turística: los soldados boros en rocas, gárgolas e insectos gigantes, y las omnipresentes cámaras fotográficas. La cubierta de la nave aérea estaba llena de bancos, pero la mayoría de los pasajeros estaban en los rieles, inclinándose todo lo que eran capaces y señalando miradas entre sí. Estaba abarrotada, y la gente ansiosa por aprovechar otra breve pausa de lluvia e interminables y tristes nubes. Muchos eran visitantes de distritos periféricos, reconocibles en el Décimo por su ropa más formal y monótona. El Décimo era el centro de actividad más importante en Ravnica, y eso se reflejaba en una arquitectura más grandiosa, mercados más concurridos y un tráfico más desenfrenado en las calles. En Tovrna, donde Ral se había criado, pudo haber pasado días sin ver nada más que humanos; aquí en la Décima, las multitudes estaban llenas de elfos, vedalken, viashinos, minotauros, loxodones, centauros y todo lo demás. Ral observó a las familias del distrito, a padres con sus niños, vestidos en sus mejores galas para contemplar las maravillas del Décimo, y pensó en lo que podría haber sido.

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Una sombra cayó sobre él, y levantó la vista para encontrar a Lavinia frunciéndole el ceño desde debajo de la capucha. —No eres muy atento —dijo ella. —Y tú llegas tarde. —Tuve que esperar hasta deshacerme de los tópteros espías —Ella se sentó a su lado, tirando más de su gabardina—. Normalmente las nubes ciegan cualquier cosa por los aires. Como mínimo es inconveniente. Ral se encogió de hombros. A veces pensaba que Lavinia era demasiado paranoica; y otras se preguntaba si él mismo era lo lo bastante paranoico. —Háblame de Vraska —pidió él. —Es una gorgona, obviamente. Hay algunas vinculadas con los Golgari, aunque son antisociales y no se unen mucho. Vraska era un poco solitaria en sus primeros años, al parecer, y no era una miembro oficial del gremio. Eso no impidió que los azorios la llevaran con los demás en las Purgas del Anochecer, hace unos veinte años. Ral se estremeció. —Ya lo pillo, no le tiene mucho amor por tus viejos Señores del Grmeio. —Peor. ¿Sabes quién fue el oficial que presidió su caso? —Isperia —supuso Ral. Lavinia asintió con la cabeza. —Vraska y unos pocos miles más, por supuesto. Isperia aún no era Señora del Gremio, pero aún era una jueza de alto rango. Dudo que le haya dado a Vraska más de un minuto para pensárselo, pero...

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—Sí —Ral sacudió la cabeza—. Bueno, ella pidió la reunión, así que tal vez no sea muy rencorosa —Por lo que había oído de Beleren, eso era una débil esperanza—. ¿Cómo salió ella del campo de prisioneros? —El mantenimiento de registros azorios es escrupuloso, como siempre. No huyó por ningún medio conocido, ni murió ni fue liberada. Por lo que cualquiera te puede contar, desapareció sin más —Lavinia bajó la voz—. Hurgué un poco en los archivos, y uno de los guardias de la prisión declaró que estaba sufriendo un castigo administrativo por alguna infracción cuando simplemente se desvaneció en el aire —Lavinia dio una pausa—. Un castigo administrativo significa… —Una paliza —Los ojos de Ral se abrieron—. Ahí debió ser cuando se encendió su chispa de Planeswalker. Es normal que la primera vez sea por una situación de estrés, y que los guardias del campo de prisioneros le hayan dado una paliza valdría perfectamente. —Interesante —Lavinia parecía que estaba archivando esa información para usarla en el futuro—. En cualquier caso, aparece unos años más tarde, ahora trabajando directamente para los Golgari como una asesina, en busca y captura por los azorios por varios crímenes, pero nunca llegamos a atraparla. No era nuestra máxima prioridad en ese momento —Lavinia dio otra pausa—. Entonces, hace unos seis meses, volvió a desaparecer. Incluso sus socios no parecían saber dónde iba a estar. —Fuera del plano —murmuró Ral. —Es probable. Si es así, ha vuelto hace poco, y casi lo primero que hizo fue organizar un golpe de estado contra Jarad, viejo Señor del Gremio Golgari. Ella tiene el apoyo de los kraul, esa gente-insectos, y una especie de legión de no muertos —Lavinia se encogió de hombros—. Por supuesto, estos incidentes son casi como de negocio en el Enjambre, pero mis contactos se sorprendieron de lo rápido 118

que se desarrolló este. Todos pensaron que los elfos sombríos tenían una posición de poder sólida. —Suenas muy sospechosa. —Siempre lo soy —Lavinia le dio entonces una fina sonrisa—. Pero encaja en el perfil de los agentes de Bolas. Por lo general es gente ambiciosa que ocupan puestos de liderazgo de golpe, con un poco de ayuda encubierta. Suena al Bolas que conozco. Estoy seguro de que habría sido yo si hubiera aceptado cuando Tezzeret hizo su oferta. —Crees que Vraska trabaja para Bolas. —Creo que es definitivo —opinó Lavinia—. No se ha visto con ningún otro agente conocido, así que no puedo probarlo. Pero... —Se encogió de hombros—. Si el objetivo de Bolas es sabotear la cumbre del gremio, tener tantos Señores del Gremio posibles a su lado suena como una buena forma de hacerlo. Ral asintió sombrío. —¿Has mirado en lo que te envié ayer? Él había escrito un breve resumen de lo sucedido con los Selesnya, incluido el extraño comportamiento de Garo, y había dejado que una asistenta en su charco de sangre. Lavinia asintió con cautela. —Obviamente estuvo bien que lo detuvieras a tiempo —comentó Lavinia—. En cuanto a Garo... —Hablaba como si fuera Bolas mismo —Ral sacudió la cabeza—. Bolas puede disfrazarse de humano, pero si hubiera sido él, nunca nos habríamos acercado. Y Emmara ha confirmado que el hombre que murió allí era el mismo Maestro de Espadas Garo que ha conocido durante décadas, y no ningún tipo de reemplazo o cambiaformas. 119

—¿Es entonces magia mental? —propuso Lavinia—. Si Bolas trabaja con Lazav, ciertamente se permitirá esos trucos. Tal vez ellos hayan torcido a Garo. —¿Para que se creyera a sí mismo que era Bolas? Eso no tiene mucho sentido. Lavinia se encogió de hombros. —A lo mejor eso fue solo un engaño para distraerte. —A lo mejor —repitió Ral—. Tendrás que ver si puedes averiguar más sobre lo ocurrido a Garo. Ese tipo de magia mental no es fácil, habrían necesitado acercarse bastante a él. —Ya estoy en ello —dijo Lavinia—. Bolas da sus órdenes a su gente en Ravnica de algún modo. Si podemos descubrir cómo y ponerle fin, podría ayudarnos a arruinar su plan. —Bien —Ral la miró de reojo—. Gracias, por cierto. Por el aviso y por tu ayuda. —Oh —Lavinia se quedó algo sorprendida ante esas palabras—. Sigo haciendo mi trabajo: defender el Pacto entre Gremios y a Ravnica. —Sigues. Gracias. Ella se pasó una mano por su corto y oscuro pelo, nerviosa. —De nada —La nave aérea descendía, y Lavinia se puso de pie—. Será mejor que me vaya, antes de que un tóptero nos vea. Suerte con Vraska. —Que tengas suerte, y ve con cuidado. —Siempre —Ella le hizo un rápido movimiento de cabeza y se dirigió a la parte trasera de la nave. Ral se quedó mirando las calles de Ravnica, mientras los niños se gritaban unos a otros y colgaban de los rieles. Finalmente, la 120

embarcación se acomodó de nuevo en sus puestos y las abrazaderas de acoplamiento se engancharon de una vez. Se puso de pie cuando los turistas abarrotaron la rampa. Bien, veamos ahora qué es lo que tiene que decir la Reina Golgari.

—¡Has dicho que podía observar! —replicó Hekara—. Eso significa que no te vas sin mí, ¿verdad? Porque si no podrías estar tramando algo que a Su Infernal no le haga gracia. —Hay cosas muy delicadas para los espectadores —comentó Ral—. Y algunas muy personales. Ahora sí, ¿verdad? —Supongo —Hekara miró irritada el cielo, que se había vuelto nublado cuando los últimos rayos de luz del sol se desvanecieron. Unas gotas de lluvia ya salpicaban los adoquines—. Clarinete si me lo hubieras dejado masticado. Ral agitó una mano y su hechizo protector contra la lluvia se ensanchó, apartando las gotas de Hekara. Ella miró arriba y entonces a él con una sonrisa. —¡Gracias! —exclamó ella, y de la nada le dio un puñetazo en el hombro—. ¡Que somos compañeros! —Ya te he dicho... —Suspiró mientras ella se apresuraba a la siguiente esquina. Pues qué bien. Al dar la vuelta se enfrentó abruptamente con la Brecha de Dyflin, una vasta fisura en la tierra que interrumpía el mapeado callejero ravnicano. Las casas en el borde del abismo se extendían peligrosamente sobre el espacio vacío, y volaban más y más lejos para aprovechar las propiedades inmobiliarias libres. Le recordaron a Ral el nido de una avispa que se aferraba al lado de una viga. Esa tarde, la grieta en sí misma no era más que oscuridad, una brecha en una red de farolas y luces de tenderetes, siendo su brillo visible en el 121

otro lado. En medio se encontraba un delgado hilo apenas distinguible de las sombras que lo rodeaban: el Puente del Loco. El puente del Loco era una historia de advertencia transmitida por los arquitectos a sus aprendices. Tras más de diez mil años de construcción y reconstrucción, la mayoría de las estructuras ravnicanas se construyeron no sobre suelo sólido sino sobre los restos aplastados de la capa anterior, la ciudad en ruinas que se extendía bajo éstos a través de sótanos y subsótanos, ruinas y patios cubiertos, hasta fundirse con profundidades subterráneas. De vez en cuando los escombros se movían, como un gigante encogiéndose de hombros mientras dormía, y una casa se podía presentar de día que una de las paredes había caído repentinamente medio metro o estaba inclinada en un ángulo sobresaliente con respecto al resto. Eso fue lo que ocurrió con el Puente del Loco, el mismo día que se debía abrir al público. Era una estructura larga y delgada, construida como un proyecto de obras públicas por el Senado en días más tranquilos para facilitar el tráfico de un lado a otro de la Brecha y aliviar el hacinamiento de algunas calles intermedias. Algunos afirmaban que los contratistas habían realizado trabajos de calidad inferior para compensar sus ganancias, otros que el puente había sido saboteado por las intrigas internas entre los azorios; y el litigio resultante había estado atado en el Senado durante años después. En cualquier caso, justo antes de la ceremonia del corte de cinta, el suelo debajo de un extremo de la base del puente se había caído repentinamente, haciendo que el tramo se retorciera como una cinta. Enormes trozos de piedra se habían desprendido, estrellándose contra las profundidades de la Brecha. Se esperaba que todo se derrumbara en cualquier momento, y una multitud se había reunido para mirarlo, lista para alentar un buen desastre. Pero contra todo pronóstico el puente siguió en pie. Cuando quedó claro que no iba a caer, la multitud se fue a lo suyo, y el Senado lo declaró totalmente inseguro y se lavó las manos. Décadas más tarde, 122

el Puente del Loco aún estaba en pie, inclinado unos diez grados a la derecha y con grandes pérdidas en ambos lados, como si unos gigantes le hubieran dado unos mordiscos. El camino restante era demasiado estrecho como para conducir un carruaje, y siempre existía la posibilidad de que cualquier carga sustancial fuera la gota que colmara el vaso, por lo que los sensatos dieron al lugar un amplio puesto de atraque. Eso lo convirtió en un excelente lugar para reunirse sin ser visto por nadie. Y supongo que es conveniente para los Golgari. Era bien sabido que las profundidades de la Brecha conectaban con el reino subterráneo del Enjambre. Los chavales de la zona probaban su valentía con una "lluvia a los Golgari", lo que significaba salir al centro del puente, donde estaba más inclinado, y orinar por el borde. Ral se detuvo al pie, observando el largo tramo de piedra unido por poco más que el mortero y fuerza del hábito. Sí que es el Puente del Loco. —¡Vamos! —Hekara se lanzó al puente—. No querrás llegar tarde, ¿verdad? Ral se encogió de hombros. Como siga así va a durar horas. Se subió a la piedra inclinada, inclinándose hacia la izquierda para compensar el ángulo, sintiendo el extraño cosquilleo de un gigantesco bache en las plantas de los pies. Hizo todo lo posible por ignorarlo. Incluso con los bloques faltantes, el puente restante era bastante ancho. Es que parece que te vayas a caer en cualquier momento. Hekara había disminuido noventa metros, y cuando se acercó Ral pudo ver dos siluetas esperando bajo la lluvia. Una era humanoide, encorvada bajo una pesada capa. La otra era una criatura de seis patas del tamaño de un pequeño pony, cubierta con una placa de armadura quitinosa. Era de blanco pálido, con pinta enfermiza, y, a pesar de su volumen, se agazapaba ligeramente detrás del humanoide, como para protegerse.

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Ral alcanzó a Hekara, que se había detenido y miraba fascinada al insecto. Agitó su mano, extendiendo su hechizo de lluvia a los emisarios Golgari. La figura encapuchada se enderezó, y tiró su capucha hacia atrás. Tenía rasgos estrechos, ojos amarillos brillantes y largos y negros zarcillos donde debería haber estado su pelo, retorciéndose por su propia cuenta como unas serpientes. Llevaba una armadura de cuero ajustada y un sable en la cadera. Hekara dio un silbido. —Vaya, menudas pintas. Ral se quedó mirándola. —¿La gorgona? —Sí —La emisaria Rakdos levantó sus cejas sugestivamente—. Esos ricitos. ¿No tienes ganas de tocarlos? —Las gorgonas tienen la costumbre de petrificar a sus amantes en cuanto se cansan de ellos, por si no lo sabías. —Así bien. Me mantendrá con novedades, ¿eh? Clarinete. —Tú sigue callada, por favor —añadió Ral, cuando Vraska dio un paso adelante. —Maestro Zarek —dijo ella con una voz sorprendentemente agradable—. Me temo que no reconozco a tu acompañante. —Reina Vraska —entonó Ral—. Ésta es Hekara de los Rakdos. —Todo un placer conocerte —pronunció Hekara con una reverencia. —Vraska está bien —dijo la gorgona—. El título de Reina para las formalidades —Dio un gesto a su compañero insectoide—. Éste es Xeddick, mi consejero.

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—Me sorprendió recibir tu... mensajero —comentó Ral—. Había entendido que todos nuestros intentos de invitarte a la cumbre habían resultado en rechazos. Vraska sonrió levemente, revelando unos dientes afilados y puntiagudos. —Me temo que no respondo bien a las súplicas de los azorios. —Entiendo que tengas tu historia con ellos. —No entiendes nada —bramó Vraska y entonces se calló y se tranquilizó aparentemente—. Lo siento. Hace poco he tenido ciertas revelaciones que me han hecho... menos segura de mí misma. —¿Por qué quieres que nos reunamos aquí? —preguntó Ral—. Si pretendes venir a la cumbre, una nota hubiera bastado. —¿Confiarías en mí si acudiera a tu reunión en el último segundo? —Posiblemente no. Mi socio cree que trabajas para Bolas. —Tu socio es muy perspicaz —declaró Vraska. Las cejas de Ral se levantaron. —¿Perdona? —Estoy... estaba... bajo las órdenes del dragón. —Ya veo —Ral flexionó sus dedos, sintiendo su poder crepitar sobre ellos. Su acumulador estaba en la espalda, completamente cargado, y sus brazaletes estaban asegurados bajo las mangas de su abrigo—. Entonces tendré que preguntar por tus intenciones. Vraska volvió a sonreír con aspecto algo tenso. —Me temo que han cambiado hace nada. Es una historia complicada. —Te escucho. —¿Cuánto conoces de Jace? 125

Beleren. Ral apretó los dientes. Incluso cuando no está aquí, tiene que estar en medio de todos los temas. Se dio un momento antes de responder. —Razonablemente bien. —Le he visto en un plano llamado Ixalan. Nos hicimos... amigos, de una manera rara. Estaba allí con un encargo del dragón, pero había encontrado más que eso. Yo... —Sacudió la cabeza—. No pretendo que vayas a entenderlo. —¿Qué hacía Beleren ahí? Es el Pacto Viviente. Debería estar aquí, ayudándonos a resolver esto. —No sé la mayor parte de esa historia. Pero Jace y yo descubrimos que la intención definitiva de Nicol Bolas era venir aquí, a Ravnica, con la intención de conquistarla. Tiene un ejército de campeones no muertos a su cargo. —Eso es nuevo —murmuró Ral—. Si trabajabas para él… —Me prometió el liderazgo sobre los Golgari —terminó Vraska—. No me dijo que tenía la intención de aplastar toda Ravnica bajo sus garras. Jace me ayudó a ver que tenía que detenerlo. —¿Entonces por qué has rechazado nuestra invitación? —Porque tenía que ver a Bolas antes de volver a Ravnica. Si hubiera tenido la intención de traicionarlo, lo habría visto en mi mente. Así que dejé que Jace... me alterara. Nuestro plan original era que él lo deshiciera él mismo, pero mi amigo Xeddick encontró los recuerdos bloqueados. Es verdad, dijo una voz directamente a la mente de Ral. Yo he deshecho el trabajo Jace. Es un maestro, mucho más hábil que yo, pero dejó esos recuerdos con la intención de que fueran devueltos a Amiga Vraska. —Ooh —dijo Hekara mientras se rascaba una sien—. Cosquillas. 126

—Así que has visto aquí lista para acatar las órdenes de Bolas — concluyó Ral—. Entonces el bicho revolvió en tu cabeza, ¿y eso te cambió de mentalidad? —Soy consciente de que suena raro —dijo Vraska. —Todo es raro cuando Beleren está involucrado —comentó Ral—. Pero muy conveniente. ¿Cómo puedo fiarme de ti? Hubo una larga pausa. —No lo sé —dijo Vraska—. Me he preguntado eso muchas veces. Es por eso que me he obligado a ser… honesta contigo. Pero admito que en tu posición no ofrecería esa confianza tan fácilmente —Sacudió la cabeza—. Todo lo que puedo decirles es que deseo derrotar a Bolas y proteger a mi gente. —¡Clarinete! compañeros.

—exclamó

Hekara—.

Entonces

podemos

ser

—¿Compañeros? —repitió Vraska con curiosidad. —Hekara —llamó Ral—. Tú observa. —Vale —dijo la susodicha de mala manera. A Vraska, Ral añadió: —Tendré que considerarlo. Si estás dispuesta a llevar a los Golgari a la cumbre, sería sin duda un comienzo. Pero... —Lo entiendo —Vraska dejó escapar un suspiro de frustración—. Si puedo ofrecer ayuda de otra manera, dímelo, por favor. Me gustaría tener la oportunidad de... ponerme a prueba a mí misma. Ral asintió. —Estaré en contacto. —Como desees —La gorgona hizo un gesto a Xeddick, y los dos se dieron la vuelta. 127

—¡Espero que nos veamos! —exclamó Hekara. Ante la mirada de Ral, ella se encogió de hombros—. ¿Qué? Me gusta, y el bicho es mono. Ral tuvo que admitir que el porte de Vraska era impresionante. Pero eso solo la hace mejor mentirosa. ¿Y ahora que?

La pregunta se respondió casi tan pronto como volvieron a las calles de la ciudad. Un mensajero de rojo les esperaba bajo el alero de una posada cercana, y se apresuró hacia Ral en cuanto se bajó del Puente del Loco. —Me han dicho que habías salido, señor, y pensé que esperaría aquí para ver si volvías —El joven hizo una reverencia y presentó una única hoja de papel doblado—. Con mis respetos, señor. El remitente dijo que era urgente. Ral desplegó la página. No había protecciones o sellos mágicos en esta, solo unas pocas líneas garabateadas en una mano dolorosamente familiar. Ral Tengo que hablar contigo, lo antes posible. Cosas de gremios. Estaré en el piso. Tomik Lo dobló de nuevo, lo guardó en el bolsillo y se giró hacia Hekara. —Vuelve a Nivix. Me tengo que encargar de una cosa. —Ay —Ladeó una cadera—. ¡Pensaba que iba a observar! —Es un asunto personal. —¡Eso mismo has dicho esta mañana! —Vete, Hekara.

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Ella asintió malhumorada. —Pero será mejor que no te lo pases bien sin mí. —Te lo juro. Estaba a cierta distancia de la brecha de vuelta al piso, por lo que Ral hizo señas a un carruaje tirado por un corpulento centauro, y se recostó en el asiento mientras la criatura avanzaba a galope, junto con el tráfico nocturno. El conductor intercambió blasfemias de toda clase con otros vehículos y con el ocasional frenético peatón a medida que pasaban, pero Ral lo ignoró, ya que su mente estaba en otra parte. Cosas de gremios. ¿Se refería a eso? Podría ser una broma, pero Tomik no era muy bueno para ese tipo de humor. ¿Está preocupado por mí? ¿Cabreado por algo últimamente? La cumbre había estado ocupando prácticamente todo su tiempo, era cierto. Pero Tomik lo entiende, no es como si él hubiera desaparecido por días. El viaje pareció durar siglos. Cuando finalmente se detuvieron, Ral lanzó al centauro un puñado de monedas y dio los pasos de dos en dos, dándose unos momentos para recuperarse cuando llegó al piso. Se pasó una mano por el pelo, y un pequeño crujido de electricidad le dio ese erizado estático. La puerta estaba abierta. Ral la abrió para encontrar a Tomik dando vueltas frente al sofá, quitándose las gafas para limpiarlas y volvérselas a poner, solo para repetir el ciclo un momento después. Algo debía estar realmente mal. —¿Tomik? Tomik se quedó helado, como un ratón mirando a un gato. Ral dio una patada a la puerta detrás de él y se apresuró a acercarse. —Tomik, por Krokt, ¿qué pasa aquí? —pidió él. Intentó poner su mano en el hombro de Tomik, pero el joven se apartó—. ¿Estás bien? 129

—Estoy bien — Tomik volvió a coger sus gafas, se lo pensó mejor y se metió las manos en los bolsillos. —¿Ha pasado algo? —Cosas de gremios—. Por si hay noticias, he estado fuera. —Aún no ha pasado nada. Yo... —Sacudió la cabeza—. Tengo miedo. —¿Por qué? —Ral trató de leer la mirada de su amante. —Es… —Tomik respiró hondo, cuadró los hombros y finalmente se encontró con los ojos de Ral—. Esto. Lo que tenemos. Nuestra relación. Ah, joder. Ral se sintió tenso reflexivamente. —¿Qué hay de eso? —Es… buena —La mandíbula de Tomik tembló—. Muy Buena. Creo... —Volvió a sacudir la cabeza—. Es muy importante para mí, y me temo que estoy a punto de arruinar todo. —¿Que estás a punto de arruinarlo todo? —repitió Ral. Tomik dio un asentimiento brusco. —¿Porque quieres hablar conmigo de cosas de gremios? Otro asentimiento. Oh, Tomik. Ral sintió que algo en su pecho se aflojaba. Se acercó más, y esta vez Tomik consintió ser abrazado. Ral podía sentir la tensión en la espalda de su amante, tan recta como la hoja de una espada. —Todo irá bien —dijo Ral con calma—. No vas a arruinar nada. —Si ni sabes lo que voy a decir —susurró Tomik. —Me da igual, sé como eres —Ral se apartó un poco de Tomik y le dio un beso—. Nada de cosas de gremios era una buena regla al principio, pero tal vez hemos superado eso. Confío en ti, Tomik. 130

—Yo... —Tomik tragó saliva y volvió a besar a Ral. Por un momento se quedaron en silencio y con las mejillas rozándose—. Te lo agradezco. —Tú dímelo —insistió Ral. —Necesito tu ayuda —dijo Tomik—. O Teysa. Van a extinguirla si nada cambia. —Vale —dijo Ral—. ¿Yo qué puedo hacer? —Necesito que ataques Orzhova. Ral levantó una ceja. —A lo mejor deberías haber empezado por ahí.

—Han tenido a Teysa en una celda desde hace meses —explicó Tomik. Se había calmado un poco, y estaban sentados uno junto al otro en el sofá, bebiendo té en unas tazas a juego—. Ella ha estado tratando de posicionarse en contra del Concilio Fantasmal, y han acabado hartos. —¿Y crees que la van a matar? —Peor —puntualizó Tomik con tristeza—. La extinguirán, matarla con un conjuro que le impida volver como una fantasma. Para un miembro de la familia Karlov es el castigo definitivo. Era raro pensar que una familia donde no se alzaba como un espíritu vengativo se consideraba un castigo, pero Ral solo asintió. —¿Y esta mercenaria? —Kaya. Teysa se puso en contacto con ella a a través de un amigo. Al parecer, tiene el poder de destruir fantasmas. Pero las catacumbas están muy bien vigiladas, así que necesitamos algo que saque a los guardias de la torre, sin que sea directamente atribuible a Teysa — 131

Tomik miró de reojo a Ral—. Sé que no tienes a los Orzhov para la cumbre de gremios. —¿Por qué todo el mundo parece saber todo de mis cosas personales? —murmuró Ral—. No respondas. Tienes razón, han rechazado cada oferta, ya sea de mí o de Isperia o incluso de NivMizzet. —Si Kaya tiene éxito, Teysa heredará el liderazgo de los Orzhovk, y ella sí está dispuesta a garantizar que estén a cambio de tu ayuda con esto —Tomik parecía nervioso—. Parecía una buena oferta para los dos, y no vendría a pedirte tu ayuda si no pensara... —Tomik, lo sé —dijo Ral—. Está bien, en serio. —¿En serio? —En serio. Toda la tensión había salido de Tomik, dejándole blando. Se apoyó contra el posabrazos del sofá. —Esta charla... ha ido mejor de lo que esperaba. —Dicho esto —siguió Ral— podría no ser tan fácil. —¿Cuál es el problema? ¿No crees que Niv-Mizzet te dejara? —No, no se opondría. Pero para causar un caos en la catedral nos harían falta bastantes efectivos. —Pensabas que tenías toda la autoridad para eso. —La tengo —Ral dio una mueca—. Pero mantener un secreto a salvo de los Orzhov es casi imposible cuando hablas de tanta gente. Seguro que se enterarán y que estarán listos para nosotros. Aunque tuviéramos éxito, eso supondría una guerra de gremios, y es lo último que necesitamos ahora. —Joder —exclamó Tomik—, tienes razón. 132

—Pero puedo ayudar —añadió Ral, dándole un apretón a la mano de Tomik. —Por favor, no ataques la catedral por ti mismo —pidió Tomik. —Seguro que Hekara también vendría —comentó Ral con una sonrisa ausente. Estaba pensando mucho. —¿Quién es Hekara? —Te la tendré que presentar. Te va a caer muy bien. Probablemente. El problema era la burocracia. Sería sencillo si Ral solo tuviera que dar su palabra para reunir un equipo de ataque. Pero los Izzet, a pesar de no ser precisamente azorios, estaban con una gran red de jerarquías, reuniones y comités. Incluso con la propia autoridad de Niv-Mizzet detrás de él, cualquier orden que Ral diera tendría que ser difundida a través de cientos de canales, y las posibilidades de que se filtrara a la red de espionaje Orzhov (que se dice ser el segundo mejor sólo por detrás de los dimir Dimir) eran altas. Si hubiera otra forma de conseguir las fuerzas que necesitamos... Le vino a la cabeza una idea audaz. —Tomik —llamó Ral—. ¿Puedes pedir a Kaya que nos veamos? Puede que tenga una idea.

Vraska corría por las sombras. Los habitantes de la superficie rara vez prestaban mucha atención a lo que sucedía sobre sus cabezas. Ella había usado los techos del Décimo Distrito como su autopista personal en sus días como asesina, confiando en la oscuridad y la agilidad para evitar el paso de las patrullas de los caballeros Boros. Ahora los nuevos tópteros azorios eran una amenaza añadida, pero en su mayoría se concentraban alrededor de Nueva Prahv, y se veían obstaculizados 133

por la lluvia interminable. A Vraska siempre le habían encantado las lluvias otoñales. La hacía aún más fácil de desaparecer. Días después del desbloqueo de Xeddick a sus recuerdos ocultos, su mente seguía siendo un desastre. Estar ahí arriba, con su ropa gris y encapuchada, la hacía sentir como si hubiera vuelto a caer sin problemas en su vida anterior. Acechando a su presa por la ciudad, esperando el momento adecuado para atacar y reclamar otro trofeo para su muro. Había matado sin piedad ni problemas de conciencia; a azorios, a enemigos de los Golgari y a cualquiera que se interpusiera en su camino. Al mismo tiempo, ahora podía recordar estar de pie en la luz, en la cubierta del Beligerante. Rodeada por su tripulación, una pandilla de monstruos e inadaptados, sin necesidad de capuchas ni oscuridad para ocultarse del mundo cómo eran. Había ganado un lugar allí por su propia habilidad. Y cuando Jace se había unido a ella... Pensar en Jace casi la hizo fallar un salto al siguiente edificio. Hecha una furia, Vraska apartó el pensamiento y se obligó a concentrarse en el encargo en cuestión. No era la única que se valía de esos caminos secretos. Los ladrones, espías y asesinos del Décimo Distrito conocían las rutas, y ella vislumbró a otros de vez en cuando, moviéndose con su característico sigilo y agilidad. Había una masonería entre los corretejados, y generalmente se mantenían callados, pero no siempre. Esa noche, algo algo sin duda iba mal. Ya había pasado por dos cadáveres, ambos vestidos con la túnica azul de los magos mentales Dimir, tendidos en charcos de sangre donde los encontrarían fácilmente por la mañana. Alguien quiere hacer una declaración muy clara. El quién y por qué no lo sabía, pero se mantuvo bien alejada. Cuando llegó al edificio que Ral le había indicado, se lo encontró de pie en el techo, junto a la escalera, con una linterna brillante a sus 134

pies. Con él estaba la emisaria Rakdos, Hekara, a quien había conocido en el puente. Vraska aún no había decidido si la chica era realmente tonta o simplemente se lo hacía; también lo creería dada la legendaria imprevisibilidad del demonio infernal. Vraska se alejó de las sombras lejos de los dos, para no alarmar a nadie, y le hizo una superficial reverencia. —Zarek —pronunció—. Hekara. Espero que entiendas el riesgo que corro con venir aquí —La mayor parte de la ciudad no reaccionaría bien ante las gorgonas. —Lo entiendo —respondió Ral—. Gracias. —¿Entonces? —Vraska cruzó los brazos—. Has dicho que yo tenía la oportunidad de ganarme tu confianza. Por derrotar a Bolas, estoy dispuesta a ello. ¿Que necesitas? —Un momento, esperamos a otra. Un resplandor púrpura inundó una sección de un tejado al lado de Ral, y una joven trepó por ella, como si tuviera la simple solidez de una niebla. Tenía una piel morena, pelo y muy rizado, vestida de cueros y un par de dagas largas en las muñecas. Tirando de sus piernas hacia arriba, se levantó de un salto, mirando a los otros tres con una curiosidad descarada. —Tú debes de ser Kaya —dijo Ral—. Yo soy Ral Zarek. —Ya lo veo —comentó ella Kaya—. Tomik ha descrito a la perfección tu pelo. Ral se pasó una mano por el pelo con un ligero crujido de electricidad y sonrió. —Ésta es Hekara, la emisaria Rakdos. —Entancatada, ¿eh? —Hekara se inclinó con un tintineo de campanas—. Buen truco el del techo. 135

—Y ésta —siguió Ral— es Vraska, reina de los Golgari. Kaya se quedó mirándola de arriba abajo. —No como estoy acostumbrada a ver a las reinas, pero así bien. Vraska se echó la capucha atrás, exponiendo sus agitados zarcillos, y tuvo la satisfacción de ver que los ojos de Kaya se ensanchaban. —No soy una reina típica —dijo ella—. Ahora que estamos todos, Zarek, ¿por qué? —No sé si estás familiarizada con la situación de los Orzhov —dijo Ral —. Teysa, la heredera, está encarcelada y bajo amenaza de ejecución. Está dispuesta a trabajar con nosotros, mientras que los actuales líderes no. —Entonces suena como un buen momento de cambio —opinó Vraska. —Así es —Ral asintió a Kaya—. Orzhov está bajo el mando de un concilio de fantasmas. —Y y soy asesina fantasmal —aportó Kaya—. Muy oportuno. —Pensé que un asesino fantasmal era el fantasma de un asesino — comentó Hekara—. No un asesino que mata fantasmas. —Puede ser las dos —dijo Kaya—. ¿No sería eso una fantasma asesina fantasmal? —¡O una fantasma fantasmal asesina! —clamó Hekara emocionada —. O… —Por favor, no la alientes —interrumpió Ral—. A lo que voy es que Kaya está lista para resolver la situación a gusto de todos. —¿Entonces qué problema hay? —preguntó Vraska. —Las catacumbas llevan demasiada vigilancia —explicó Kaya—. Hasta para alguien que puede atravesar paredes. 136

—Necesitamos una distracción —añadió Ral—. Un ataque a la torre funcionaría bien. —Y no puedes usar a tus chicos Izzet porque los Orzhov los descubrirían —dijo Vraska con mente adelantándose a la conversación—. Así que quieres que traiga a algunos de los míos. —Sí —afirmó Ral, frunciendo el ceño—. Dijiste que harías lo que hiciera falta. —Y lo haré —reafirmó Vraska—. Y puedo garantizar que los Orzhov no tienen espías en mis filas. Su oro no va tan lejos como la Subciudad. Ral parpadeó. —¿Así? —Claro —Vraska se encogió de hombros—. Tienes razón, es el gesto oportuno. —¿Cuánto tiempo necesitarías? —Un día —dijo Vraska. —Entonces mañana —comentó Kaya, levantando sus cejas a Vraska —. Estoy interesada en trabajar contigo. —Igualmente —añadió Vraska. —¡Compañeros! —bramó Hekara con una sonrisa de oreja a oreja. Ral dio un paso adelante. —¿Puedo decir algo? Se alejaron unos pasos, dejando a las otras dos atrás. Vraska le miró con curiosidad. La mayoría como mínimio dudaba en estar a la altura de la mirada de una gorgona a corta distancia, pero si Ral tenía miedo no iba a darle la razón.

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—Tengo que preguntar —dijo Ral—. En serio, ¿así? —Ya te he dicho que estoy dispuesta a hacer lo que haga falta. —¿Por qué? —Porque ahora que me he convertido en su reina, no quiero ver a Bolas aplastar a los Golgari. Y porque Jace está de camino de vuelta, pensó una traicionera parte de sí misma. Y tengo que ser capaz de enfrentarme a él cuando llegue. Ral no parecía que la creyera, lo cual era justo. Si solo se hubiera conocido a sí misma, Vraska estaba bastante segura de que ella tampoco le habría creído. La gente puede cambiar, incluso las gorgonas. Algún día, incluso aquí en Ravnica, seré capaz de mantener la cabeza erguida en plena luz del día.

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Capítulo 7 Las extensas catacumbas de Orzhova fueron selladas del resto de la Subciudad, bien aisladas tanto por magia como por mampostería. Sin embargo, no se podía decir lo mismo del resto del edificio. Donde había cañerías había alcantarillas. Y donde había alcantarillas había un camino para el Enjambre. Caminaron en una sola fila por un estrecho pasillo de ladrillos antiguos y desmoronados. Por suerte las aguas residuales en sí estaban contenidas en un tubo de metal corroído en el fondo del pasaje, por lo que no había necesidad de atravesar los desechos nocivos. Esos túneles estaban construidos para el mantenimiento de las tuberías, y fueron cerrados por los habitantes de la superficie y se quebraron con rapidez por el Enjambre, que tenía la costumbre de hacer uso de cosas que otros descartaban. —Por aquí —dijo Vraska. Se mantuvo por delante de Ral y la linterna que llevaba, ya que sus ojos amarillos se acomodaban perfectamente en la absoluta oscuridad—. Una curva mas —Se detuvo en una esquina, viendo cadáveres amontonados por delante —. Aquí. —Ahg —clamó Hekara—. ¿Qué es esa peste? —Nuestros refuerzos —respondió Vraska con una sonrisa tensa. Ahí había una pequeña sala, unida a varios otros túneles, donde se unía una maraña de tuberías. Todos ellos estaban llenos de cadáveres ambulantes, cuerpos en descomposición que ya florecían con una nueva vida en forma de flores fúngicas y afloraciones silvestres de varios colores. Incluso quietos crujían, porque pequeños carroñeros que anidaban dentro mascaban incansablemente a sus anfitriones. De vez en cuando alguna extremidad se desprendía con un pop húmedo y caía al suelo.

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Vraska había prometido ayudar con ese plan, pero no tenía intención de arriesgar vidas de Golgari si no tenía que hacerlo. Un Golgari muerto, por otro lado, era harina de otro costal. Los zombis podridos eran criaturas fugaces de todos modos, constantemente consumidos por la descomposición y reemplazados por la siguiente cosecha de cadáveres. No haría daño al inframundo si unos cientos de ellos cayeran ahí, ensuciando los esplendoros suelos de mármol Orzhov. Entre la multitud de zombies había unas pocas bestias más grandes. El kraul había llevado a algunos de sus hermanos insectoides poco inteligentes a unirse al asalto, eran arañas y escarabajos del tamaño de caballos. Y habían reclutado algunos trolls mientras se movían a través de las alcantarillas; las criaturas aburridas seguían su propio acuerdo, esperando comida o la oportunidad de causar estragos. De hecho el plan parecía prometer un viaje sólo de ida para todos ellos. Ral insistió en que tenía una salida, pero Vraska instintivamente desconfiaba de los ingenios demasiado elaborados en los que confiaba el mago Izzet. Por supuesto, como Planeswalker, siempre tenía una salida en caso de emergencia y se preguntaba cuántos de sus compañeros confiaban en ello. Kaya, desde luego; era una completa desconocida para Ravnica. Vraska tenía sus sospechas sobre Ral y Hekara, pero nada seguro. La confianza funciona en ambos sentidos. Ral le había pedido que demostrara su dedicación a la causa de detener a Bolas. Puede ponerme a prueba si vale la pena confiar en mí. Los cuatro avanzaron empujando a los zombies, hasta que llegaron a una pared de ladrillos. Vraska le dio unas palmaditas y habló en voz baja: —Al otro lado de esto está el lavadero del sótano —explicó—. Debería haber una buena y amplia escalera hacia el vestíbulo del primer piso, asegurada por una puerta. Si superamos eso les llamará la atención sin duda. 140

—Perfecto —comentó Ral, y se quedó mirando a Kaya—. Danos algo de tiempo para empezar a subir la torre. Nos moveremos arriba todo lo rápido que podamos, y eso debería convencer a los guardias de que todo lo que buscamos está en la parte superior. Podrás ir a tiro a las catacumbas. Kaya asintió. —¿Estás seguro de que podrás salir? Te van a bloquear todo detrás. —Tú no te preocupes por eso —respondió Ral—. Lo tengo cubierto. —Si tú lo dices. —¿Todos listos? —preguntó Ral. —¡Clarinete! —exclamó Hekara. Vraska asintió, y Kaya se encogió de hombros. Ral miró a Vraska. —¿Quieres hacer los honores? Vraska dio un silbido bajo. Uno de los escarabajos se movió adelante, y era una cosa enorme y negra con un monstruoso cuerno de múltiples puntas en la frente. Entonces ella silbó otra vez, y se lanzó a la carga, cobrando impulso hasta golpear la pared con una imparable fuerza. Los ladrillos desmoronados explotaron bajo el peso del escarabajo, y apenas se ralentizó mientras se precipitaba hacia el espacio poco iluminado más allá. En cuanto el rocío de polvo y mortero se asentó, se pudo ver un gran agujero en la pared. Vraska trepó a los escombros, sacó su sable y se lanzó hacia adelante. Reconociendo el gesto, los zombies comenzaron a moverse, lanzándose hacia la brecha de una vez. Ral, Hekara y Kaya llegaron primero, quedándose justo delante de la horda de murmurantes cadáveres.

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Los gritos sonaron casi de inmediato. Vraska parpadeó, dejando que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, y vio un vasto espacio lleno de mangles de madera y acero, con un sinfín de manivelas para escurrir la ropa. Una multitud de chicas jóvenes de aspecto demacrado trabajaban ahí, y ahora huían por sus vidas hacia una rampa en el otro extremo de la sala. A los zombies solo se les había ordenado atacar a cualquiera que se defendiera (aunque ella sentía poco amor por los Orzhov, Vraska no estaba muy dada a matar a indefensas lavanderas) pero, por supuesto, eso no lo sabían ellas. Vraska silbó para que el escarabajo la siguiera y se dirigió a los escalones en un trote, mientras Ral y Hekara se quedaban atrás. Kaya ya había desaparecido. Buena suerte, espero que esto funcione. La rampa conducía al primer piso de la catedral. Las lavanderas habían superado fácilmente a los zombies y cerrado una puerta de acero detrás de ellas, que bloqueaba la puerta arqueada. Con otro silbato, Vraska envió al escarabajo astado a la carga, y se estrelló contra las barras de metal. Con un crujido parecido a un demonio encorvado, el acero se dobló y cedió, y el monstruoso insecto se deslizó sobre un suave suelo de mármol en una lluvia de chispas. El vestíbulo de la catedral era el típico Orzhov, pulido por completo y exageradamente adornado. Una pared, donde pasajes más pequeños conducían a la sala de adoración, estaba cubierta con iconos dorados de la iglesia de Orzhov. Otra estaba alineada con pequeñas ventanas con barrotes, donde los narradores escuchaban montones de suplicantes pidiendo préstamos y piedad. Una amplia escalera de mármol conducía al segundo piso. La llegada del escarabajo provocó gritos de alarma. Los zombis, unos momentos después, comenzaron una lucha general por las salidas entre los feligreses y los suplicantes. Había un escuadrón de guardias en las puertas principales y frente a las escaleras, junto con algunos 142

dispersos por toda la sala. Vraska señaló a Ral y después a un escuadrón, él asintió rápidamente y se dirigió a esa dirección con Hekara. Vraska fue a por los demás mientras los zombis se lanzaban a correr detrás de ella. Al menos debía darles crédito por su valor. Ella misma se armó de tal para colocarse en una armadura decorativa con una lanza dorada y enfrentarse a cientos de zombies podridos, aunque posiblemente no era muy de sentido común. Vraska dejó que la ola de zombies golpeara antes. Los guardias atacaron con sus lanzas, abriendo los cuerpos podridos en un estallido decadente de olor fétido, pero la marea simplemente presionó una y otra vez sobre ellos. Los guardias de armadura dorada cayeron entre gritos, con aquellos dedos podridos y dientes rasgando trozos de carne blanda ante ellos. En el centro, un caballero con armadura más pesada se puso de pie, manteniendo un espacio despejado delante de él con una enorme espada entre sus dos manos. Vraska fue directa ia él, esperando hasta que hubo terminado uno de sus golpes horizontales antes de que ella terminara. Su sable chocó con sus guanteletes de malla, sin penetrar en la armadura y desequilibrándolo. Antes de que pudiera recuperarse, ella enganchó su mano libre en su yelmo y arrastró su cabeza abajo para encontrarse con la luz dorada que brotaba de sus ojos. Él se puso rígido y la carne se endureció hasta convertirse en piedra dentro de su oscura armadura, y ella se giró más allá de él hast alejarse. A su izquierda, un estallido de luz actínica y un tronar anunciaron la desaparición del segundo escuadrón de guardias. Vio a Hekara saltar sobre un guardia, entre risas empujando una de sus navajas para degollarle. Más guardias trataban de bloquear las puertas de la sala principal, mientras que zombies se lanzaban al hueeco. Tres grandes trolls habían llegado, parpadeando estúpidamente ante el brillo de miles de velas. Vraska les hizo un gesto y añadió un silbido para sus insectos. 143

—¡Por las escaleras! —Se reunió con Ral y Hekara en los escalones, y llevó a su horda arriba. La mano de Ral ardía con un chispeante relámpago, el extraño cilindro en su espalda brillaba con una luz brillante y emitía un gemido creciente. Otra docena de guardias habían formado una línea defensiva en el siguiente rellano, y el mago Izzet le dio a Vraska unos gestos serios. Las cuchillas de Hekara brotaron de los ojos de dos de los guardias, y entonces Ral y Vraska se lanzaron hacia ellos. La batalla se disolvió para Vraska con rapidez en fragmentos. Los guardias Orzhov llegaron con la rapidez con que fueron derribados, y no hubo tiempo para hacer nada más que concentrarse en el siguiente oponente, y el siguiente, derribando a ése con una combinación rápida de patadas y cortes, colándose dentro de la guardia y petrificándoles con su mirada fulminante. A su alrededor, gimientes zombis luchaban y morían, los guardias con lanzas intentaban derribar monstruosos insectos, y los trolls de alcantarillado arrasaron y aplastando todo lo que estaba a su alcance. Había estremecimiento ahí, en el calor de la batalla. Vraska podría haber perdido su gusto por la muerte por sí misma, pero esto, el choque de cuchillas y chisporroteo de magia, todavía hacía que su sangre hirviera. Era raro tener a Ral y a Hekara a su lado, compañeros que eran casi tan capaces como ella. Trajo recuerdos burbujeantes, de su vida en Ixalan, luchando contra vampiros y dinosaurios junto a la tripulación del Beligerante. De andar por una cubierta móvil, sable en mano, en lugar de esconderse en la oscuridad. —Siguiente piso —comentó Ral, señalando otra escalera—. Tenemos que seguir moviéndonos. —Nos quedamos sin zombis —informó Vraska. Ese piso todavía estaba lleno, pero el flujo por las escaleras se había reducido a un goteo—. Debería haber más llegando por la brecha...

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Un gemido bajo hizo eco en el salón de mármol. Algo limitaba los escalones del primer piso, se trataba de una criatura retorcida que corría en cuatro patas, pero de apariencia humanoide grotesca. Un par de brazos extra sobresalía de su espalda, con dedos como largas garras. Su rostro estaba cubierto por una máscara de monedas enlazadas. Detrás vino otra, tambaleándose sobre dos piernas, inmensamente voluminosa como la parodia de un bebé. Y otro, y otro... —Thrulls —dijo Ral—. De los talleres de magos de carne. Vraska desenvainó su sable, y los zombies se dieron la vuelta. El primer thrull se estrelló contra la horda, rompiendo varios zombis podridos antes de que su presión lo derribara, rasgando su pálida carne. Los zombis avanzaron, y los thruss se lanzaron a su encuentro, como dos ejércitos sin mente machacándose entre sí en una oleada de sangre. —Eso no nos deja mucho tiempo —informó Vraska, calculando la velocidad a la que la horda de zombis se estaba reduciendo. Una araña gigante se metió entre los thrulls y su mordedura inyectó suficiente veneno para derribar a uno en una sibilante nube de ácido. Las criaturas enmascaradas con monedas se lanzaron contra ella sin miedo, llevándola al suelo incluso mientras ardían y morían. —Tenemos que seguir moviéndonos —recordó Ral—. Kaya les tiene distraídos. Ahora todo lo que tenemos que hacer es salir de aquí, y mi plan solo funcionará si tenemos al menos unos pisos más arriba. —Entonces vamos a movernos, compañeros —añadió Hekara. Llevaba una sonrisa desquiciada y una cara manchada de sangre—. ¿Para qué estamos aquí? ¡A la pelea!

Kaya se hizo a un lado mientras los zombis inundaban el paso y el choque de filos y gritos estallaban desde el vestíbulo. No parecía que 145

aquellas putrefactas y lentas cosas tuvieran fin. Salieron de los túneles de alcantarillado y a través de la brecha en un flujo constante, siguiendo a Ral y a los demás por las escaleras o se acumulaban en la multitud en las puertas barricadas al santuario. A medida que las distracciones seguían su curso, Kaya tuvo que admitir que era bastante bueno, aunque no tenía ni idea de cómo Ral tenía previsto huir. Que se encargue él, ya tengo mis propios problemas. Pasó a través de la multitud de zombies, emergió cautelosamente en el vestíbulo y encontró la puerta cerrada que llevaba a las escaleras de la catacumba. Efectivamente, los guardias en el exterior se habían ido. Por ahora bien. No había nadie que la viera pasar por la puerta. Más allá había una estrecha escalera trasera, que subía por las altas profundidades de la torre. Las luces mágicas ardían a intervalos regulares a lo largo de las paredes, proporcionando una iluminación tenue pero constante. Kaya descendió mirando las sombras. Una tropa embotada y un cambio en la luz la alertaron al acercarse más guardias, y ella respiró hondo y entró casi por completo en la pared. Había todo un pelotón, corriendo por las escaleras con armaduras tintieantes. Al pasar los pulmones de Kaya ardían: Jadeó por respirar cuando emergió, y les dio tiempo para dar unas vueltas más en la espiral antes de que ella comenzara a descender de nuevo. La escalera seguía y seguía, bajando lentamente, con rellanos cada pocos giros. Ésas eran las bóvedas de los grandes sacerdotes banqueros, y las palmas de Kaya picaban al pensar en lo que podría estar aguardando tras esas puertas. Oro, magia y secretos, sin duda, lo que los poderosos siempre acaparan. Las puertas cerradas bloqueaban las escaleras en cada rellano, rodeadas de barreras mágicas que podrían reducir a cenizas a cualquiera que no tuviera la llave correcta, pero cuando Kaya atravesó los barrotes no se movieron lo más mínimo.

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En el séptimo rellano no había luces, y una forma azul brillante se alzaba frente a ella con unos rasgos humanoides retorcidos y distorsionados como si fuera cera derretida. Sin duda habría sido una exhibición aterradora para cualquiera que no enviara fantasmas para ganarse la vida, pero Kaya simplemente sacó sus dagas y las golpeó contra aquella cosa, destruyendo su sustancia ectoplásmica con un terrible chillido. Siguió descendiendo mientras observaba de cuando en cuando a otros espíritus que se asomaban por las paredes a su paso. Huyen de miedo. Ella sonrió para sí misma. Qué apropiado. El décimo rellano era el de abajo. Una única puerta de hierro hacia adelante, rodeada por tenebrosas runas. Cualquier criatura viviente que pasara por el umbral tendría su alma dividida por la magia de muerte, si no contaba por la protección apropiada. Kaya puso los ojos en blanco. A estos Orzhov les falta mucha imaginación. Caminó directamente a la pared al lado de la puerta, conteniendo el aliento, y dio un par de pasos ciegos adelante antes de moverse a un lado para colocarse en el pasillo más allá. Deee perlas. Sonrió chasqueó los nudillos para avanzar después. Algo bajo su pie hizo clic. Un momento después, una hoja serrada ancha como el pasillo cayó con una brusquedad repentina a través del espacio donde había estado quieta, deslizándose en una ranura casi invisible en el suelo. Kaya volvió a materializarse con el corazón martilleando. Un mechón de pelo cortado cayó lentamente por el suelo, marcando dónde se había desmaterializado justo a tiempo. —Muy bien —murmuró ella—. Sí que tienen algo de imaginación — La trampa de la sierra estaba justo al otro lado de la puerta, donde un espabilado ladrón podría quedarse quieto por darse un respiro. Mantén la concentración, Kaya. Evadió otras cuatro placas de presión antes de llegar a la puerta al lado, la cual era igual de fuerte pero no contaba con protecciones mágicas. Con sospecha, Kaya apretó la manija y descubrió que ni 147

siquiera estaba cerrada. La sacó entreabierta, poco a poco, y entró en una habitación con poca luz. Por otro lado, una puerta más elaborada prometía la entrada a algo importante. Debe de ser eso. Las sombras se agitaban al lado de la puerta. Kaya desenvainó sus dagas y estiró el cuello mientras una silueta se mostraba arriba y arriba, con piel pálida y extremidades largas y desgarbadas. Su cabeza estaba bajo una máscara negra y dorada, abstracta y sin rasgos distintivos. Al otro lado de la puerta un segundo gigante apareció. Sus manos estaban envueltas en gruesos guanteletes de acero, cubiertos de púas, que de hecho parecían simple extravagancia. —Ah, buenas —dijo Kaya mientras giraba sus dagas—. ¿Supongo que no puedo convencelos de que soy de limpieza? El primer gigante la golpeó con una enorme pata. Kaya se agachó y retrocedió un paso. —Ya decía yo que no —suspiró—. Bien. Entonces vamos allá.

Ral, Hekara y Vraska se movieron arriba a través de la torre, con los guardias Orzhov frente a ellos y un puñado de zombies detrás, que se desintegraban con rapidez. Las tropas que se enfrentaban a ésos eran ahora más que espadachines. Quien fuera que dirigiera la defensa ya había empezado al fin a tomárselos en serio, lo que a Ral le pareció un poco gratificante. Por desgracia también era posible que acabaran con ellos. El último troll cargó, llevando a un caballero armado Orzhov por el pasillo con un estrépito, como si fuera una bola, sobre los guardias lanceros. Ral y los demás siguieron su camino hasta la siguiente intersección, donde más guardias atacaron desde ambos lados. Ral y Vraska siguieron un patrón ahora familiar, luchando espalda contra espalda por los breves y brutales segundos que llevó despachar a los 148

soldados, mientras Hekara tiraba sus cuchillas sobre las cabezas de objetivos más distantes. El troll soltó un bramido de desesperación, y Ral levantó la vista para ver una flecha negra que sobresalía de su hombro. Esas criaturas normalmente regeneraban cualquier daño casi inmediatamente, pero ésa en concreto parecía ir a peor, con una putrefacción que se marchitaba rápidamente y corría a través del cuerpo del troll. Cuando trató de sujetar la flecha con la otra mano, sus dedos se desprendieron y todo el brazo se degeneró con rapidez hasta ser hueso blanqueado. La criatura se derrumbó gimiendo y rápidamente se fundió en un charco de sustancia viscosa. —¡Abajo! —gritó Ral cuando vio a la arquera, que llevaba una armadura de cadena y un arco corto. Se inclinó desde detrás de una puerta abierta más al fondo del pasillo y disparó. Ral se tiró de lado y la flecha se estrelló contra la pared detrás de él, rompiéndose en un rocío de magia de muerte. Hekara y Vraska se agacharon tras la esquina opuesta, justo antes de que otra flecha cayera del suelo a sus pies. —No quiero alarmarte —comentó Vraska con el tono calmado de siempre—, pero nos quedamos sin tiempo. Ral miró atrás. Todavía había zombies detrás de ellos, pero él podía escuchar la paliza que propinaban los thrulls a medida que se obam acercamdp. Otra flecha negra atrapó al escarabajo gigante que quedaba, y se descompuso en segundos hasta ser un exoesqueleto vacío. Ral se inclinó a la vuelta de la esquina y lanzó una ráfaga de luces por el pasillo, pero aterrizó ileso en los braseros de hierro que se alineaban en las paredes. Joder. —¿Hekara? A la próxima que esta maga asome la cabeza, ¿puedes atinarla? 149

—¡Claro, claro! Hekara sonrió e invocó un par de cuchillas de entre sus dedos índice, inclinados y a la espera. Cuando la arquera reapareció, su mano se movió con la rapidez del truco de un mago. Ral vio bajar a la mujer al otro lado del pasillo, justo cuando oía un gruñido. Hekara miró abajo, desconcertada, a la flecha negra incrustada en su muslo, cómo unos gusanos de magia oscura ya se extendían a su alrededor. —¡No lo toques! —exclamó Ral, corriendo a través de la intersección. Los thrulls se acercaban por detrás, pero por el momento los ignoró. —No soy idiota —respondió Hekara, con un tono de mareo. Más cuchillas aparecieron en sus manos, y cortó hábilmente su propia carne, cercenando una herida espeluznante del tamaño de un puño para quitar la punta de la flecha. La sangre brotó en un torrente, empapando su cuero cosido—. Aaah, qué picardía. —No va a poder andar —informó Vraska. —‘Toy bien —jadeó Hekara con los ojos cerrados—. O a lo mejor me desangro hasta morir, está a mitad y mitad. —Va a doler —dijo Ral. Puso las manos en su pierna y dejó que su poder cauterizara la carne, cerrando así la herida. Hekara dio un pequeño chillido en algún tono entre agonía y deleite—. Aquí, te ayudo a seguir de pie. —Zarek… —dijo Vraska. —No vamos a dejarla —Ral puso el brazo de Hekara alrededor de su hombro, se puso de pie intentando poner peso en su pierna herida y se estremeció. —No —repitió Vraska, como si estuviera sorprendida por su propia respuesta—. Claro que no. ¿Cuánto queda? —Un piso más —respondió Ral—. Ya casi estamos. 150

—Yo despejo el camino —La gorgona se adelantó, con sangre goteando de su sable. Ral se dio cuenta, mientras ayudaba a Hekara seguir hasta el final del salón, lo distinta que era esa pelea. Había luchado al lado de aliados muchas veces, de esbirros, de subordinados y de soldados. Pero había pasado mucho tiempo (la mayor parte de su vida) desde que sentía tener un igual a su lado. Fue emocionante y desconcertante a la vez. Se recordó a sí mismo que realmente no se podía fiar de ninguna: una gorgona Golgari y una cuchillera rakdos. No somos amigos, solo aliados de conveniencia. —Compañeros —dijo Hekara con una débil sonrisa—. ¿Verdad? —Como mueras después de todo lo que he hecho —gruñó Ral—, voy a estar muy decepcionado. —Eso no puedo jurarlo —dijo ella—. Aguanta, mueve la cabeza. Él se agachó, y ella arrojó una cuchilla a un pasaje lateral, abatiendo a un guardia que había estado a la espera de una emboscada. Al final del pasillo, el cadáver del mago de muerte yacía tendido con un par de las cuchillas de Hekara en ambos ojos. Más allá había otro tramo de escaleras ascendetes. —¡Ral! —Vraska, a mitad de las escaleras, retrocedió un paso, presionada por dos guardias fuertemente blindados. Ral levantó la mano y un rayo saltó hacia los dos hombres, uniendo a los tres por un momento con arcos estroboscópicos. Se derrumbaron en un humo y la gorgona le dio un asentimiento satisfecho antes de saltar a la refriega. Ral llevó a cuesta a Hekara por los escalones, y la dejó reposada contra la pared. Desde detrás de ellos, el sonido de los thrulls acercándose se hacía más fuerte.

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—¡Eso valdrá! —gritó a Vraska, quien estaba en duelo con un sacerdote de negro que empuñaba dagas gemelas con una sobrenatural velocidad. —¡Pues espero que sí! —espetó la gorgona. Dio un corte y el sacerdote retrocedió. Sus ojos estaban iluminados de un mortal brillo dorado—. Lo que sea que vayas a hacer, ¡hazlo ya! —Dame sesenta segundos —dijo Ral. —Es más fácil decirlo que hacerlo —replicó Vraska, echándose atrás en su ataque. Otro caballero se le acercó, y le dio en la frente con un despiadado cabezazo contra su casco para entonces mirarle a los ojos con un estallido de poder. Cuando se solidificó en piedra, ella se dio la vuelta hacia el sacerdote, bloqueando sus ataques con desesperacaión. La mente de Ral estaba en otra parte. Su acumulador estaba casi agotado, pero había energía alrededor de la catedral, una tormenta que estaba al azote durante horas. Podía sentir los relámpagos que se arqueaban de nube en nube o que se hundían en los edificios del horizonte del Décimo Distrito. Su mente se extendió atrayéndolos adentro, tejiéndolos juntos. —¿Ral? —preguntó Hekara—. ¿Todo bien? Sólo estos thrulls nos van a comer. —Quizá vayas a querer… echarte atrás. El relámpago era un monstruo, con media docena de golpes en uno, cayendo desde las nubes como el martillo de un furioso dios. El muro de piedra de la catedral se rompió bajo su poder, explotando en trozos de piedra al rojo vivo que llovía sobre los terrenos abajo. La electricidad fluyó hacia Ral en una avalancha de poder que le recorría como si hubiera bebido litros de metal fundido. Las chispas atravesaban su cuerpo, crepitaban en su pelo y se arqueaban hacia las paredes cada vez que se movía. 152

Levantó una mano y un rayo de plasma candente se estrelló contra el ágil sacerdote hasta tirarle contra la pared opuesta con un crujido. Girando en la otra dirección Ral agitó una mano, y la multitud de thrulls cargados se derrumbó en una retorcida y chillona masa con un crujido de poder y un olor a carne asada. La ola fluyó más allá de ellos, arqueando de un cuerpo a otro, por el pasillo y fuera de la vista. —Increíble —dijo Vraska—. Pero habrán más. —Lo sé —El poder en torno al cuerpo de Ral le dio un leve zumbido a su voz—. Pero ya nos piramos. —¿Cómo? Indicó el agujero que el cerrojo había reventado en la pared. Vraska parecía dudosa. —Es una caída larga. Hubo un monótono zumbido, como si fueran cien millones de moscas moviéndose en perfecta armonía. Algo grande y negro se movía contra las nubes que giraban fuera. Ral sonrió mientras pequeñas chispas iban formando un arco sobre sus dientes. —¿Quién ha hablado aquí de caer?

Los dos gigantes Orzhov avanzaron, de modo que el que ocupaba el primer puesto y el más delgado se quedó un paso atrás. Por un momento Kaya consideró el correr y simplemente pasar por la última puerta, pero las runas inscritas a su alrededor indicarban que sería una imprudencia. No tenía dudas de que podía romper las defensas, pero requeriría unos instantes, que esos dos probablemente no le darían. 153

En cambio retrocedió un paso, sacó sus dagas y se puso en posición de ataque, sintiéndose ridícula contra aquel gigante de más de dos metros y medio. Lanzó una enorme mano hacia ella, aún en un silencio espeluznante. Kaya se hizo incorpórea en un estallido de energía púrpura, dejando que el guante metálico pasara a través de ella, y le hizo un corte en el brazo una vez se zafó. No era más que un rasguno dado su tamaño, pero el gigante parecía enfurecido. Su otro brazo dio la vuelta, y de nuevo Kaya lo dejó pasar sin daños. Furioso, el gigante se adelantó, con los brazos abiertos para atraparla en un abrazo de oso. Kaya se lanzó adelante, colocando ambas dagas en el pecho del gigante. Por desgracia no eran lo bastante largos para causar un daño real allí, y la criatura la envolvió con sus brazos, atrapándola contra él con una bocanada de espiración. Kaya apretó los dientes mientras la levantaba hacia su máscara facial ciclópea, inclinándola para observar esa extraña presa. —Un poquito más cerca, feo —murmuró bajo su aliento—. Échale un buen vistazo. El gigante obedeció. Los brazos de Kaya estaban atrapados a su lado, pero ella dejó que se desvanecieran en incorpóreos por un momento, deslizándose a través de los dedos enguantados del gigante. Ella hundió una daga a cada lado de su cuello, tirando con fuerza para abrir largos cortes en las grandes arterias de ahí. A medida que la sangre brotaba de sus manos, se fue completamente incorpórea, se zafó del agarre del gigante y se alejó mientras se derrumbaba, aferrándose a su destrozada garganta. Uno. Se dio la vuelta para buscar al otro gigante. ¿Adónde has ido a parar, gran cabrón? Algo la golpeó con fuerza en el vientre. Kaya sintió que algo en su pecho cedía con un reventón, y tuvo un momento de vértigo mientras esperaba que no hubiera sido nada importante. Entonces 154

dio contra la pared la pared opuesta de la cámara con la suficiente fuerza para que su visión se oscureciera por un momento. Ella gimió, levantándose del suelo mientras el segundo gigante se desplegaba de su posición en cuclillas. ¿Esperó poder atraparme en cuanto terminara de degollar a su compañero? Kaya sonrió con los dientes ensangrentados. —Eres más listo de lo que paredes —se enderezó con el dolor despierto sobre las zonas afectadas. Ay. El gigante se acercó a ella moviéndose con cautela. Se balanceó ligeramente, esperando que se alejara. En su lugar, Kaya se precipitó alrededor del golpe, se agachó al alcance del gigante y se lanzó rodando. En un estallido de luz púrpura pasó a través de las piernas del gigante y se deslizó en cuclillas al otro lado, con una daga rozando los talones del pie de la criatura. Un fuerte corte rebanó el tendón y el gigante se estrelló sobre una rodilla. Dio media vuelta, tratando de golpearla, y se agachó de nuevo directa a la cabeza. El gigante agitó su frente enmascarada hacia ella en un cabezazo y Kaya dio un paso a un lado, extendiendo una daga. Se concedió unos segundos, dejando su mano y su arma incorpóreas hasta el momento justo después de haber pasado a través de la máscara... Ella no lo entendió del todo bien, y tiró de su mano atrás, deshaciéndose de la aguda punzada de materializarse en parte dentro de un objeto sólido. Pero con eso debía bastar. El gigante se tambaleó y cayó de lado mientras un torrente de sangre se filtraba por su máscara negra y dorada. Kaya cortó las correas con su otra daga, y encontró su arma perdida incrustada en el ojo de la fea criatura bajo la placa frontal en blanco. La recuperó, la limpió por el lado del gigante y respiró hondo. Duele pero no es mucho. Tal vez una costilla rota, pensó, pero no es muy 155

gordo. Aún así, su cabeza nadó en el cruce hacia la puerta. Como había esperado, estaba firmemente cerrado y protegido, respaldado por protecciones para la sala interior. No habrá que meterse en éste. A pesar de su poder, ella siempre había creído en la importancia del plan B. Sacó un conjunto de palillos finos, algunos mundanos y otros brillando en un arco iris de colores de energía mágica, y se puso a ello.

—¡Has traído una nave aérea! —jadeó Hekara, y Ral la llevó a bordo. La colocó contra un mamparo y le tendió la mano a Vraska. Tras un momento de vacilación la gorgona la aceptó y Ral la subió a bordo. Los lados de la nave estaban abiertos al viento y la lluvia torrencial, y por un momento el ruido no permitió hablar cuando el zumbido subió de tono y la torre cayó tras ellos. Ral podía ver gárgolas que se agolpaban alrededor del boquete que estaba en la pared. Algunos parecían inclinados a seguirle, pero una muestra de su relámpago los convenció de lo contrario. —No es precisamente una nave aérea —corrigió Ral cuando la catedral se desvanecía tras las cortinas de lluvia—. Es el Ascensor Nube patentado por Golbet Frezzle. Hekara parpadeó. —¿Qué diferencia hay? —¡Pues que no hay velas! —Intervino la voz chillona de un trasgo desde la cabina en la proa de la nave—. Está suministrado por cuatro tornillos ascendentes accionados por turbinas de mizzium. —Golbet diseñó los tornillos para que fueran picadoras —confesó Ral —. Pero cuando siguieron deshaciéndose de sus monturas y se lanzaban al aire, yo le a que les diera un mejor uso. A lo que vamos,

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esta nave solo requiere de Golbet al mando, y confío en él. No hay posibilidad de que los Orzhov destapen el plan. —Qué listo —espetó Vraska—. Nos podrías haber avisado. —Tendrás que perdonar mi sentido del drama —dijo Ral con una ligera sonrisa. —¿Jefe? ¿A dónde vamos? —preguntó el trasgo. —De vuelta a Nivix, lo más cerca que puedas de la enfermería —Ral miró a Hekara, cuyos ojos se habían cerrado—. Mi compañera necesita un sanador. —¡Allá vamos! —El zumbido cambió de tono, y la nave se lanzó adelante. —Ojalá supiera si habrá funcionado —comentó Vraska, mirando atrás por la puerta abierta. —Eso está en manos de Kaya —recordó Ral—. Ya hemos hecho lo nuestro —Y añadió, tras un momento de duda—: Y tú lo tuyo. Me… alegro de que mi decisión de confiar en ti fue la correcta. —Gracias —Vraska sonrió mostrando sus dientes afilados.—. No está mal tenerte cerca.

La cerradura se disparó con un chasquido. Kaya contuvo la respiración por un momento, pero no sucedió nada catastrófico, lo que significaba que las barreras también habían bajado. Se enderezó con una mueca de dolor, y guardó sus dagas. Allá va la nada. La puerta se abrió con delicadeza sobre bisagras bien engrasadas. Dentro había una única cámara hexagonal, iluminada por tenues y mágicas luces. El resplandor se reflejó de nuevo en el brillo mantecoso y dorado. Por todos los dioses... 157

Las riquezas llenaban la pequeña cámara. Había montones de monedas de oro y plata apiladas en colummnas o esparcidas sin cuidado por el suelo. Armaduras doradas, armas con incrustaciones de joyas, anillos, collares y gargantillas, cada uno más valioso que el anterior. Destrozados estandartes de guerra y pergaminos olvidados sobresalían de las pilas como trofeos de viejas batallas. Era la riqueza de milenios, reunidos por los jefes Orzhov y traídos aquí, a su santuario interior, para protegerlos aun de sus más confiables servidores. Era el oro para fundar un reino, encerrado en una bóveda por el placer de un grupo de viejos fantasmas. Dichos fantasmas estaban sentados alrededor de una mesa de madera lisa, se trataban de ancianos vestidos con versiones translúcidas de las prendas que llevaban en vida. Apenas levantaron la vista cuando Kaya entró. Cada uno estaba trabajando duro en alguna tarea: hacer garabatos en un libro de contabilidad fantasmal, contar y contar algo en un ábaco intangible, o simplemente murmurar interminables cadenas de diálogo a la oscuridad. Solo al final de la mesa, en una silla alta similar a un trono, de pie, uno de los fantasmas pareció percatarse de ella. En vida, había sido un hombre gordo, vestido con una voluminosa capa de piel. Kaya pensó que había captado un toque de parecido familiar con Teysa, en el porte y la indomable mirada. —¿Quién eres? —preguntó el fantasma con una voz delicada y entrecortada—. No hemos llamado a nadie. —No soy de tus sirvientes —dijo Kaya mientras cojeaba a la mesa. —Entonces vete —murmuró otro fantasma mientras chasqueaba las cuentas de su ábaco—. No te necesitamos. Kaya se abrió camino alrededor de la mesa, haciendo caer monedas con un clic bajo sus pies. Desenvainó sus dagas, dejó que sus manos se desvanecieran hasta ser fantasmales y apuñaló por la espalda a 158

dos de esos viejos fantasmas. Se desplomaron adelante sin gritar, disipándose en espirales de humo ectoplásmico. Cuando se desvanecieron, un dolor sordo se elevó en la parte posterior del cuello de Kaya, y su aliento quedó atrapado en la garganta. Ese jodido gigante ha debido de darme más fuerte de lo que creía. Ahora el consejo se fijó en ella, al menos. Levantaron la vista de sus obsesivas tareas, y el miedo se esparció por sus demacradas y marchitas caras. El más cercano, un hombre gordo con una barba peluda, tropezó en sus esfuerzos por alejarse de ella, balbuceando incoherencias. Ella le degolló en un torrente de ectoplasma. Detrás de él, un hombre alto y austero buscaba desesperado recoger monedas de la mesa, pero sus dedos incorpóreos no podían tocar el metal. Kaya lo derribó y siguió adelante. —¡Espera, por favor! —gritó otro fantasma—. ¿Qué quieres? —¡Podemos pagar! —chilló un hombre de pelo color hueso—. ¡Di tu precio! Ella no les prestó atención. A Kaya no le gustaban los fantasmas, obviamente. Y por lo general no le gustaban los sacerdotes, y definitivamente los banqueros tampoco. Una habitación llena de antiguos fantasmas que eran los tres a la vez era prácticamente una delicia, especialmente con la evidencia a su alrededor de vidas rotas sacrificadas a su infinita codicia. Otro par de espíritus murieron. El dolor de cabeza de Kaya se hizo más fuerte, y el aire en la habitación se sentía más fuerte, como si no pudiera respirar bien. Algo va mal. Ella parpadeó tratando de despejar los ojos. Sólo unos pocos fantasmas quedaban, ya quedaba poco. Kaya respiraba con dificultad. Sintió como si algo se contrajera en su interior, con más fuerza con cada antiguo espíritu que mataba. Solo

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quedaba el del trono, el mismísimo Abuelo Karlov, mirándola con una apresuada malevolencia. —Mi nieta te ha encargado esto, ¿verdad? —preguntó mientras ella se acercaba. Kaya asintió con cansancio, reposando su brazo a un lado del trono. Karlov negó con su cabeza calva. —No es de fiar. Espero que sepas eso. —No me hace falta —respondió Kaya—. En cuanto acabe contigo me piro de aquí. Karlov levantó una ceja pero no dijo nada. Con esfuerzo, Kaya levantó sudaga y se lo hundió en el corazón. Algo salió de él, algo negro y pesado. Fluyó a través de la daga, subió por el brazo de Kaya y entró en su pecho, arremolinándose en su interior. Cuando Karlov se desvaneció ella cayó de rodillas, dejando caer la hoja de sus dedos insensibles. Qué... Las manos de Kaya se curvaron en garras, aferrándose a su pecho. ¿Qué me están haciendo? Ella se derrumbó contra una pila de oro, con monedas deslizándose a su alrededor. Poco a poco el mundo se oscurecía, con la sensación de que las cadenas de hierro se formaban alrededor de su alma.

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Capítulo 8 Tras unas doce horas, Ral salió de la cubierta de una muy distinta nave aérea al muelle que sobresalía de lo que ahora llamaban la Torre Baliza. La nave aérea era parte de la pequeña flota azoria, hecha con los colores del Senado y cómodamente designada para transportar dignatarios con rapidez por la ciudad. La tripulación había trabajado las cuerdas con silenciosa eficiencia, y una formación de tópteros estaba a la escolta con miras ópticas fijas mientras el barco ascendía. Ral frunció el ceño ante aquellas máquinas, que se cernían sobre él mientras bajaba por la pasarela. Ahí, en territorio azorio, eran grandes como las moscas sobre un cadáver, y dudaba de si alguien podía entrar o salir sin que se dieran cuenta. Dovin Baan esperaba a los pies del muelle, ataviado con una túnica rojiazul que resaltaba su piel azul polvo, con las manos unidas bajo la espalda. Su calma parecía sobrenatural, aun para los vedalken notoriamente ecuánimes. Le hizo una leve reverencia a Ral, que éste correspondió mientras sujetaba su abrigo para evitar que el viento se lo llevara. Estaban al menos veinte pisos más arriba, y aunque la tormenta del día anterior había disminuido, las nubes pesadas aún estaban por el cielo, trayendo una irregular llovizna. —Maestro Zarek —entonó Dovin. —Maestro Baan —Ral asintió hacia la nave aérea—. Gracias por el viaje. —Subir las escaleras es un uso ineficiente de tiempo —sentenció Dovin—. Tu gente ha instalado una clase de dispositivo similar a una catapulta para alcanzar la cima con rapidez, pero entiendo que todavía no es fiable. —¿Se han cargado ya a alguien? —preguntó Ral. 161

—No creo. Un trasgo se rompió varias extremidades y proclamó que era "increíble" y que deseaba "probar otro viaje" —Dovin levantó con elegancia una ceja, y Ral contuvo una sonrisa. —Sí que suena fiable —declaró—. No tenías que dar conmigo aquí, por si no lo sabías. Estoy seguro de que el capataz puede decirme lo que tengo que saber. —Suena respetuoso —dijo Dovin—. Como bien sabes no soy de tu mundo. —Bueno —Ral se encogió de hombros—. Guíame pues. Dovin señaló con el dedo y Ral le siguió. El vedalken caminó con tal delicadeza que casi parezía deslizarse, como si hubiera perfeccionado al máximo ese simple movimiento. Todo en él era así: delicado, sin esfuerzo, perfecto. Era desconcertante. —Eres muy abierto con el tema de que eres Planeswalker —comentó Ral. —Tengo pocos motivos para ocultarlo, ahora que ha hecho público el secreto. —¿Por qué te quedas aquí? Te aburrías de tu plano natal, Kaladesh, ¿verdad? —No me aburro fácilmente, Master Zarek —rcontestó Dovin—. El más insignificante sistema, estudiado al máximo, puede tener tanto interés como el más grande. No, mi partida de Kaladesh fue el resultado de... digamos desafortunadas políticas locales. —Entonces te has acomodado bien aquí. —Le estoy sumamente agradecido a la Jueza Suprema Isperia —dijo el vedalken—. Visité varios mundos antes de venir a Ravnica, y ella fue la primera en hacerme sentir que podía tener un lugar. Le agradezco la oportunidad de ejercer mis talentos a su servicio. 162

—¿Y cuáles son tus talentos exactamente? —La perfección —declaró Dovin sin más—. La capacidad de refinar algo, poco a poco, hasta que se convierta en un verdadero ejemplo de lo que debe ser. Una máquina, una burocracia, un baile. La forma no importa, solo el proceso —Su rostro adquirió una feliz mirada, la primera emoción que Ral había visto mostrar—. La Jueza Suprema Isperia ha tenido la amabilidad de dejarme trabajar dentro del gremio azorio, y creo que los resultados la han complacido mucho. —Evidentemente —murmuró Ral. Pensó en los tópteros en perpetua vigilancia que, según todos, fueron un invento que Dovin había traído consigo. Debe de ayudar con la perfección cuando sabes lo que todos lo hacen todo el tiempo. A Ral le resultaba muy difícil sentir aprecio hacia Dovin Baan. —¿Nuestra gente te ha estado dando problemas? —preguntó, cambiando de tema cuando se adentraron en la Torre Baliza, la cual estaba coronada por una amplia cúpula de cobre, perforada por varias puertas pequeñas de entre las que Dovin abrió una con una llave de su cinturón. —Han hecho unas solicitudes inusuales —reconoció Dovin— pero he hecho todo lo posible para cumplirlos. En ciertos casos, pienso que me he convertido en el blanco de un tipo de humor —pronunció la palabra con cautela, como si fuera algo raro que necesitara una cuidadosa observación—. No entiendo la utilidad de una boca de cocodrilo en el proyecto, sobre todo si se entrega rápido, pero yo... —Hablaré con ellos —dijo Ral, gimiendo por dentro. —No hay problema. Creo que se sorprendieron bastante cuando les traje uno en una hora —Ral no podía estar seguro, pero pensó que la sombra de una sonrisa cruzó los labios del vedalken. Entonces no es tan lejano como pretende. Dovin hizo un gesto hacia una puerta frente a ellos—. Esta es la cámara primaria. 163

La colocación de la Baliza Planar había sido dictada por la compleja red de líneas ley de Rávnica, las mismas corrientes energéticas que habían impulsado el Laberinto Implícito. Solo había unos pocos lugares apropiados, de acuerdo a los planes que Niv-Mizzet había proporcionado, y solo ese, un puesto avanzado azorio y muelle de naves aéreas, tenía una torre prefabricada de la altura requerida. Isperia había consentido que un equipo Izzet se mudara y se hiciera cargo de los pisos superiores de la torre, construyendo la gran máquina según las especificaciones de la Mente Ardiente. Construir esa bakuza había sido parte de las tareas asignadas de Ral, pero lo había dejado a sus subordinados durante demasiado tiempo, ocupados mientras coordinaba la cumbre del gremio. Aunque por ahora ese trabajo parecía bien tratado. La incursión en la catedral Orzhov había sido un éxito y Hekara todavía se recuperaba en la enfermería Izzet (donde imaginaba Ral que se lo estarían pasado en grande, ya que los médicos tenían la tendencia de probar sus últimos inventos en los pacientes, aunque sospechaba que se pondrían a prueba con la emisaria Rakdos). Vraska había vuelto a su imperio subterráneo a prepararse para la cumbre. Y aunque no habían sabido nada de la propia Kaya, Teysa había enviado mensajeros a Isperia indicando que, después de todo, los Orzhov asistirían a la cumbre. La esfinge estaba ocupada coordinando los innumerables detalles diplomáticos pero parecía que al fin iba a darse lugar la reunión. Lo que no significa que vaya a ser un éxito. Lograr que los gremios se pusieran de acuerdo sobre cualquier cosa era bastante difícil, sin siquiera tener en cuenta la posibilidad de que algunos tuvieran agentes de Bolas infiltrados. Lazav seguía siendo un candidato probable para eso, a pesar de sus objeciones, y Lavinia no confiaba en Vraska a pesar de lo hecho en la catedral. Ral, para su extrañeza, empezó a sentir simpatía por la gorgona. En cualquier caso, Niv-Mizzet aún exigía un plan B, por lo que la construcción de la baliza avanzaba con rapidez. El espacio dentro de 164

la cúpula de cobre con gruesos alambres, bobinas de mizzium y enormes cristales resonadores estaba separado en intervalos regulares. Una cúpula interior más pequeña encerraba un área del tamaño de una gran sala, con una sola puerta fuertemente blindada que llevaba al interior. Esto fue lo que Dovin abrió ahora, abriendo el camino hacia el corazón de la máquina. Cuando asignaba una tarea a los quimistas Izzet, generalmente solo tenía la más vaga idea de lo que realmente iba a obtener. En este caso Ral se alegró de ver que se habían ceñido bastante al diseño de Niv-Mizzet, con solo algunos toques decorativos añadidos. El centro de la baliza era un único taburete de metal, con un semicírculo de tablero de control de acero curvado a su alrededor, cubierto con una serie de interruptores, botones y diales. Unas teclas de marfil, como una sección de un teclado de piano, ocupaba el centro. Los cables se curvaban hacia el techo y hacia la maquinaria entre las cúpulas. Varios humanos, un trasgo y un viashino se detuvieron frente al tablero de control, inclinándose mientras Ral se acercaba. Dovin lo miró impasible. —¡Maestro Zarek! —exclamó el trasgo—. Quimista Jefe Varryvort, señor. Me alegro de que pudieras venir a hacernos una visita. En realidad es un buen momento para eso. —Gracias, Quimista Jefe —dijo Ral—. ¿Por qué? —Es hora de establecer el cierre de seguridad final, señor. Pensamos que deberías elegir la secuencia, por razones de seguridad. —Ah —Ral se quedó mirando a Dovin, el cual tenía una mirada inquisitiva—. Activar la baliza puede ser muy peligroso —explicó—. Así que hay una especie de clave, una secuencia que solo Niv-Mizzet y yo sabremos. Por si acaso. —Muy sensato —opinó Dovin.

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—¿Entonces has terminado los trabajos internos? —preguntó Ral a Varryvort. —Sí, señor. Ahora sólo queda calibrar los resonadores y modular los acoplamientos de potencia primaria. Si le das unos días más estaremos listos para partir. —Parece tener muchos controles para ser una máquina que solo puede estar encendida o apagada. —La mayoría de estos son para pruebas, señor. Verificamos los componentes uno a uno, ya que no podemos ejecutar una prueba de sistema a escala completa —El trasgo empujó a Ral hacia el taburete e indicó un solo interruptor grande—. Presiona ese interruptor, mete la secuencia, bloquea el interruptor en su lugar, y la baliza se activará. Según el diseño de la Mente Ardiente permanecerá activado hasta que se agoten sus reservas internas de energía, por mucho que la manipule otro. —Bien —Varryvort parecía dubitativo, pero Ral lo entendió. Si tenemos que encender la baliza, es posible que ya hayamos fallado. No quiero dejarle a Bolas una forma de apagarlo—. ¿La secuencia de seguridad? —Ah, sí —El trasgo corrió alrededor de la parte posterior del tablero, presionó unos botones, y el teclado de piano se iluminó—. Adelante. Siete llaves en cualquier orden. Y no la olvides, por favor, o tendré que arrancar esta cosa para poder apagarla. —Entendido —dijo Ral. Miró por encima del hombro, pero Dovin se encontraba a una respetuosa distancia detrás de él. Ral se inclinó sobre el teclado y metió una secuencia, unos versos ramplones de piano que Elias había escrito para él hacía mucho tiempo. La luz apareció y se apagó instantes después.

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—Se me ocurre —intervino Dovin mientras Ral seguía quieto— que este sistema es algo frágil. ¿Y si te incapacitaras? ¿No sería mejor tener a alguien más con conocimiento del código? —Se lo diré a Niv-Mizzet —respondió Ral—. Creo que si alguien llega a él tenemos mayores problemas. —Ah, sí —dijo Dovin—. Espero tener la oportunidad de hablar con tu Mente Ardiente en algún momento. Estoy seguro de que la experiencia sería fascinante. —Seguro que sí —Ral sacudió la cabeza—. Vale. El plan B está en marcha. Intentemos asegurarnos de que no nos hace falta. —La Jueza Suprema Ispera trabaja duro —Dovin dio otra pequeña reverencia—. Ella reunirá a los gremios, depende de ello. Eso espero yo también. Por algún motivo Ral vio la cara de Garo, pronunciando las palabras de Bolas, y sacudió la cabeza.

Kaya despertó e inmediatamente deseó no haberlo hecho. Le parecía doler todo, desde esa punzada en el pecho cuando respiraba muy profundo hasta el bulto del tamaño de un huevo en la frente. Me tendré de acordar de no volver a pegarme con más gigantes. Sin embargo, más preocupante era la sensación de estar atada, como si algo la hubiera agarrado a nivel metafísico y se negara a dejarla ir. Esos malditos fantasmas me han hecho algo. ¿Una maldición, tal vez? Había oído hablar de maldiciones de muerte, pero no de maldiciones de no muerte. Supongo que cualquier cosa es posible. Con un suspiro abrió los ojos. Se encontró en una habitación elaboradamente decorada, y sus tonos sombríos y excesivo dorado indicaban que todavía estaba en algún lugar de la Catedral Orzhov. Se tumbó boca arriba en una cama con dosel, con sábanas de seda y 167

almohadas empapadas de borlas y flecos de perlas. El resto de la habitación estaba amueblada en un estilo igualmente elaborado. Supongo que eso quiere decir que hemos ganado. Está claro que esto no es una celda. Tras un momento la puerta se abrió y una sirvienta vestida de gris entró con una jarra de agua, la cual se sobresaltó cuando Kaya se sentó… o lo intentó. Kaya se conformó con apoyarse sobre sus codos. —¡Estás despierta! —La mujer recuperó su decoro y se inclinó exageradamente—. Mis disculpas, Señora del Gremio. ¿Necesitas algo? —El agua estaría bien —respondió Kaya, y tras un momento añadió —: ¿A qué te refieres con eso de Señora del Gremio? La criada sirvió en silencio un vaso de agua y lo llevó al lado de la cama de Kaya, dejando la jarra en una mesa baja. Kaya bebió con avidez y se levantó más. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó. —Casi un día —La criada se balanceaba con nerviosismo—. Discúlpame, Señora del Gremio, pero la Señora Teysa solicitó que te informaramos en cuanto despertaras, para que ella pudiera atenderte. ¿Tengo tu permiso para ir a buscarla? —No hasta que no me digas por qué me llamas “Señora del Gremio”. —La Señora Teysa te lo explicará todo —replicó ella con una mirada suplicante. Kaya suspiró y le pidió que se fuera. Bebió más agua, estirando los brazos y probando hasta dónde podía moverse, haciendo una mueca cuando su pecho se estremeció. Tras unos minutos la puerta se abrió de nuevo y entró Teysa. Estaba vestida con su atuendo completo del gremio, de manera que su melena negra se mezclaba con un

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uniforme del mismo color, fácilmente, dándole una apareciencia muy peculiar. —Kaya —llamó ella—, ¿cómo te encuentras? —Herida —respondió Kaya— y algo confusa. ¿Qué pasa aquí? —Hemos ganado —proclamó Teysa, tirando de una silla dorada a través de la habitación y sentándose junto a la cama de Kaya—. El Concilio Fantasmal ya no existe, y los altos funcionarios del gremio han aceptado el hecho consumado. —Ta me lo imaginaba porque estoy aquí y no pudriéndome en algún zulo. Entonces, ¿por qué tus sirvientes me llaman Señora del Gremio? Se supone que eres la heredera, ¿verdad? Teysa frunció los labios y miró por encima del hombro para asegurarse de que la puerta estuviera bien cerrada. Se inclinó más cerca, hablando en voz baja. —Ha habido… complicaciones. —Ya veo —dijo Kaya secamente—. ¿Qué tipo de complicaciones? —El gremio es parte de una gran cantidad de contratos, que nuestros magos de ley les dan fuerza —explicó Teysa—. Pensaba que muchos oficiales nuestros ya tenían en cuenta que la mayoría de esos contratos estaban en manos del gremio como una entidad legal, lo que significa que no se verían afectados por ningún cambio en el liderazgo. Por desgracia parece que mi abuelo celebró muchos acuerdos personalmente. Quizás esa mayoría. —No sé yo si sé por dónde vas. —Cuando le destruiste, esos acuerdos te fueron transferidos —aclaró Teysa—. Eso es lo que te dejó inconsciente. Ahora eres, efectivamente, la contraparte de la mayoría de obligaciones financieras enrutadas a través del banco Orzhov, así como la titular de gran parte de la deuda del Décimo Distrito. Para decirlo sin 169

rodeos, eres Orzhov mismo, en todo lo incumbente. El gremio no tuvo más remedio que reconocerte como Señora del Gremio. —¿Qué? —Kaya sacudió la cabeza—. Debes de estar tomándome el pelo. —Te aseguro que no —dijo Teysa con una expresión sombría—. Créeme que me ha llevado lo suyo. —¿Por qué? —Porque la alternativa hubiera sido matarte mientras dormías. No sabemos si la transferencia del contrato funcionaría de la misma manera con un vivo que con un fantasma, pero algunos oficiales del gremio estaban dispuestos a intentarlo en lugar de reconocer la autoridad de un forastero. —Oh —Kaya dudó por un momento—. Gracias, supongo. —No es nada —respondió Teysa secamente—. Parecía una forma muy fea de pagarte. Y, en cualquier caso, no noy a arriesgar el futuro del gremio por suposiciones sobre cómo funciona una magia desconocida. —Vale —dijo Kaya—. Obviamente, ahora que estoy despierta, podemos resolver este problema. Por la presente te puedo entregar todo, ¿verdad? —Por suerte se pudo ver a sí misma, pero la extraña sensación de estar atada no cambió. —No es tan sencillo —dijo Teysa con un suspiro—. Tengo a nuestros asesores legales trabajando en este problema mientras hablamos, pero la mayoría de esos contratos se celebraron de forma personal. No pueden transferirse sin que se rompan. —No me puedo quedar aquí —dijo Kaya, con una repentina sensación de prisa—. Mi trabajo ha terminado, tengo más cosas que hacer.

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—Lo sé, pero por favor —Teysa la cogió de la mano—. No puedes irte, aún no. No puedes… huir del plano, ¿entiendes? Por eso hice que me buscaran en cuanto abrieras los ojos. Si desapareces sería un desastre tanto para los Orzhov como para ti misma. —¿Para mí? ¿Por qué? —Por la reacción —Teysa sacudió la cabeza—. Se han diseñado esos contratos para ser exigibles. Si se liberan todos de golpe, la fuerza total podría matarte fácilmente o volverte loca. —Estás de broma —Kaya se enderezó, haciendo una mueca—. ¿Así que estoy atrapada aquí? Como... ¿Señora del Gremio de esta secta de bancarios? Y… —Comenzó a toser, lo que solo empeoró el dolór, doblándose agonizante. —Lo sé —insistía Teysa—. Creéme, hago todo lo que puedo para arreglar eso. Saldrás de ésta, lo juro —Teysa esperó a que la tos de Kaya se calmara y le entregó el vaso de agua—. Te debo una muy gorda, Kaya, no estaría libre o incluso viva si no fuera por ti. Pero... llevará tiempo. —No tengo tiempo —Bolas le había prometido que sanaría el cielo. De vuelta a casa, con gente sufriendo. Gente que confía en mí. —No tienes opción —Teysa dio un gran suspiro—. Por ahora debes actuar como Señora del Gremio. Yo... te ayudaré, desde luego, pero debes hacer unas apariciones públicas. De lo contrario, las voces en el gremio que quieran matarte y enfrentarse a las consecuencias se harán más fuertes. —Es una... —Kaya sacudió la cabeza—. No, claro que no lo es. —Lo siento, no contaba con esto. —Por tu puto bien espero que sea eso —Kaya apretó los dientes—. Vete. —¿Vas a…? 171

—A descansar un poco. Y luego me lo pensaré un poco más —Kaya se echó de lado, alejándose de Teysa—. Ahora vete, son órdenes de la Señora del Gremio. —Como desees —Teysa se puso de pie—. De nuevo, lo siento. Kaya no dijo nada cuando Teysa se alejó y oyó que la puerta se abría para cerrarse después.

Logró dormir, un poco. Kaya soñaba con un cielo azul atravesado por grietas centelleantes, como un arco iris zigzagueante, y con un mundo que se volvía un poco más loco cada año. Varias veces se despertaba con el sonido de unos sirvientes que entraban, ocupándose de sus tareas en silencio. Parece que los Señores del Gremio no tienen privacidad. Finalmente se sintió demasiado incómoda para quedarse en la cama. Kaya se dio la vuelta con un suspiro y se quedó helada. Un anciano sin un diente y con un desatado pelo blanco, vestido con la túnica gris de un sirviente Orzhov, se sentó en la silla que Teysa había desocupado, mirándola con el mentón en sus manos. Kaya sintió un impulso simultáneo de esconderse de su escrutinio y sacarle los dientes que le quedaban. En su lugar preguntó: —¿Algún problema? —No —respondió él—. No es nada. Solo quería felicitarte por tu ascenso a Señora del Gremio. Me alegra ver que te quedas un poco más en Ravnica. —¿Cómo? —Kaya se sentó, con la mano automáticamente buscando una daga que no estaba allí. ¿Dónde las habrán dejado?—. ¿Tú quién eres?

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—Sólo un pobre deudor que quiere consultar las cláusulas de su contrato —El anciano mostró una sonrisa de tiburón que parecía desentonar con su marchito rostro. También había algo en su voz que se le hacía familiar. Kaya contuvo el aliento en la garganta. —¿Bolas? —En cierto modo. Solo un pobre mensajero, en verdad, pero capaz de seguir adelante. —Cabrón —gruñó ella—. Sabías que esto iba a pasar, ¿verdad? Me has contratado para matar al Consejo Fantasmal por ti, pero sabías que me quedaría atrapada aquí. —Digamos que tenía sospechas. El Abuelo Karlov nunca fue de fiar — El anciano, avatar de Bolas, se encogió de hombros—. Nos posiciona perfectamente para la siguiente parte de tu servicio. —Nada de siguiente parte, serpiente. No era parte del trato. —Ah, pero ahora necesitas servicios adicionales de mi parte, ¿no? Una ayuda para tu pobre y destrozado plano natal, como acordamos originalmente, pero también para resolver tu situación actual. Kaya dio una pausa. —¿Puedes sacarme de aquí? —Su voz era plomiza, ya que sabía la respuesta. —Por milenios la magia de ley ha sido parte de mi repertorio — declaró Bolas con suave ronroneo de voz que sonaba impropio de su viejo cuerpo—. Sí, puedo cambiar tu carga. Pero primero debes hacer algo por mí. Kaya respiró hondo, hizo una mueca y poco a poco soltó el aire. —¿Qué quieres? —Habrá una conferencia —Empezó a decir Bolas, acercándose más —. Una a la que irás como representante Orzhov... 173

En el sueño de Ral ése volvía a tener veinte años. —¿Elías? —Asomó la cabeza a su habitación compartida, donde el suelo estaba cubierto de ropa desechada. Estaba vacío, al igual que el estudio, donde el escritorio de Elías estaba rodeado de cada vez más precarios montones de libros. —¡Aquí abajo! —llamó Elias. Ral bajó las escaleras. Habían vivido en aquella casa (una extravagancia de tres pisos recientemente renovada, en el corazón de Tovrna) durante casi un año, y todavía le parecía demasiado grande. Soñaba con encontrar nuevas habitaciones, llenas de cosas inexplicables, escondidas en algún rincón olvidado. Encontró a Elías en el comedor con sus dos lacayos, preocupado por los preparativos de la cena. La mesa podría acomodar tranquilamente a diez, pero Elías parecía intentar dejar sitio a catorce, con uno de los sirvientes sujetando una decimoquinta silla a su disposición. Sí que debe de atraer a los fans su nuevo poema. En los últimos tres años la carrera de Elías había despegado de una manera que ninguno había podido imaginar. Las puertas de las sociedades artísticas más antiguas y firmes de Tovrna se habían abierto para él, y los críticos que despreciaban todo lo escrito en el siglo pasado de repente se interesaron por su trabajo. Elías empezaba a escribir eufórico, con las palabras prácticamente goteando de su pluma, y ahora era reconocido como la luz principal de la gran moda. Cenaba con oligarcas en banquetes asistidos por la élite. Para Elías todo era un misterio que un dios que toda su vida le puso mala cara ahora le sonriera. Solo Ral sabía la verdad. No estaba involucrada la providencia divina sino solo la mano oculta de Nicol

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Bolas, que parecía llegar a todos los niveles de la sociedad sin el más mínimo esfuerzo. Pero mientras veía trabajar a Elías pensó que no todo era cosa de Bolas, sólo le abrió la puerta. Si Elías no tenía su propio talento, seguramente no podría haber llegado a ninguna parte. Pero a veces se lo preguntaba, en los momentos más oscuros. El dinero proveniente de la pluma de Elías, junto con el propio trabajo de Ral, les permitió vivir como correspondía a su nuevo status. Ral había esperado tener problemas con sus vecinos aristocráticos, pero incluso allí su patrón parecía estar allanando el camino. Todos simplemente habían dado por sentado que esos dos jóvenes debían ser aceptados. Era todo cuando Elías había deseado. Lo que significa que es todo lo que siempre he querido yo. Y si hubiera un precio Elías nunca debería saberlo. —¡Ral! —exclamó Elías apresurándose y dándole un rápido beso—. Todo esto me está volviendo loco. Dime, ¿preferirías sentarte junto a Lord Villiers o a esa moza del estudio de escultura? —Me temo que con ninguno —respondió Ral. Le dio a Elías un momento para ver su áspera ropa y su largo abrigo de cuero. La expresión en el rostro de su amante tiró de su corazón. —¿Te vas? —comentó Elias. —Sabes que debo irme—respondió Ral con tranquilidad. —Pero anoche me habías dicho que… —Lo sé —Ral se movió incómodo—. Hace apenas una hora recibí la noticia de que me necesitan de nuevo. —Te necesito yo —espetó Elías—. ¿Cuándo fue la última vez que viniste a una de mis cenas? 175

—No puedo recordarlo —dijo Ral con sinceridad—. Pero sabes que de todos modos estaría fuera de lugar —Cogió el brazo de Elías—. Si tuviera que elegir, preferiría tiempo con los dos solos... Elias se apartó bruscamente. —No. —Lo siento —Ral sacudió la cabeza—, ya hablaré con el jefe. Le preguntaré si puede darme un mes libre. ¿Eso ayudaría? —Puede —El labio de Elías se arqueó ligeramente—. ¿Vendrás a mis fiestas? —Cada noche. —Bueno, quizá no todas —suspiró Elías y le dio a Ral otro beso rápido—. Vale, ten cuidado. —Como siempre.

Fuera el sol ya se había puesto tras la hilera de casas adosadas, y el color se apagaba desde el cielo. Ral se ajustó un poco el abrigo contra el frío. Dio la vuelta alejándose del centro de la ciudad, pasando por las hileras de elegantes casas y pequeños parques, pasando incluso por el barrio pobre donde Elías y él habían tratado de sobrevivir, hacia las sombrías viviendas que rodeaban el brillante centro de Tovrna como un anillo de tumores hinchados. Ahí los pisos eran pequeños pero lo más repletos posible de gente. Los hombres dormían por turnos, igualando las interminables horas de trabajo en las fábricas. Los tendederos cruzaban los estrechos callejones similares a unas telarañas, esperando en vano captar unos rayos de sol. De día, montones de niños corrían por pandillas salvajes y pequeñas dirigidas por los grandes y fuertes.

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Desde luego, de noches salían las verdaderas pandillas a las calles. Ral había crecido ahí, y siempre había sabido que los barrios bajos estaban divididos en trozos de césped intrincados como cualquier reino feudal. Lo que no había sabido en aquel entonces era que esas pandillas terminaban pagando lealtad a las familias oligarcas de Tovrna, cosa que tenía sentido si se veía como otro tipo de negocio, de inversión, y los involucrados a menudo eran los mismos operarios de las fábricas de propiedad noble. Todavía no tenía idea de si Bolas era un noble, o si simplemente trabajaba para uno. Nunca le había visto en público, y nadie más parecía saber de él. Pero su alcance fue inmenso. Ral había aprendido que trabajando para él podía convertir las pequeñas chispas de rayos que podía generar con su poder en un arma con potencial mortal. Dirigió esa arma tal como Bolas exigía, principalmente contra los matones que trabajaban para las otras casas nobles. Ahí era donde Ral se sintió verdaderamente feliz, trabajando en contra de los intereses de gente como el Conde y partiendo los morros de cualquiera que intentara detenerle. Esperaba que algún día se encontrara de nuevo con Gunther y le mostrara lo que el "magolluvia" había hecho de él mismo. Incluso el pensamiento hizo que pequeños crujidos estáticos se arrastraran sobre sus manos. Sin embargo, algunas noches el trabajo era distinto. Como esta noche. Pero es todo por el bien de Elías, pensó Ral cuando dobló la esquina y encontró el edificio que buscaba. Era una gran colmena de pequeños pisos, con cientos de inquilinos amontonados. Un anciano con una sola pierna se sentó en el pórtico y miró a Ral con aire reticente al entrar. Elías no sabía lo que hacía Ral, no exactamente. Sabía que Ral tenía un trabajo nocturno, importante para una de las familias nobles, pero 177

Ral había trabajado duro para evitar que descubriera que el trabajo involucraba principalmente a gente perjudicada. No necesita saberlo. Si bien Elías trajo algo de dinero con su pluma, hubo grandes gastos, y sin el salario proveniente de Bolas ambos estarían de vuelta en la cuneta sin importar cuántos amigos elegantes hubieran aportado su dinero. Él es el que tiene talento. Haré lo que haga falta para que sea feliz. Subió las escaleras hasta el tercer piso y pasó por un pasillo sucio, mirando atentamente los buzones. Cuando encontró el que buscaba, giró el pomo. Bloqueado. Miró de arriba abajo, pero nadie miraba; Ral había crecido en un lugar como ese y sabía que todos aprendían a guardarse las espaldas. Con cuidado canalizó su energía hacia la cerradura, hasta que el barato metal se calentó hasta doblarse fácilmente cuando lo presionó hacia dentro. La puerta se abrió con un ligero crujido y entró. Era un gran piso para los estándares de los barrios bajos. Tenía dos habitaciones: una para comer y otra para dormir. La primera estaba ocupada principalmente por una mesa y un par de sillas, y Ral encontró a una joven en gris polvo sentada en una esquina, trabajando con un par de agujas para tejer. Ral también sabía todo eso. En los barrios bajos el salario de la fábrica era suficiente para comprar comida y mantener un techo sobre sus cabezas, y si uno quería algo más (ropa, medicinas, libros), tendría que hacérselo él mismo o valerse de sus horas libres para trabajar en una artesanía para vente o trueque. Todas las mujeres en el edificio de su madre tenían papeles tejidos, cosidos o copiados a mano para alumnos que sólo podían aprender a escribir. La mujer estaba tan absorta en su trabajo que no levantó la vista hasta que Ral se aclaró la garganta. Su rostro estaba tan demacrado y gris como el resto de ella, y dio un grito ahogado al verle. —¿Anne Hannover? —llamó. 178

—Yo... —Parecía que estaba a punto de negarlo—. Sí, supongo. ¿Tú quién eres? —Trabajo para el Amo Venati —declaró él—. Me pidió que viniera y verificara tu pago de este mes. Esa era la parte que Ral odiaba, esa comprensión lentamente creciente en sus ojos. Los más astutos lo entendían de inmediato, y esa mujer destacaba mucho en eso, cosa que a él le complacía. No tuvo que explicar lo que venía después: que el Amo Venati esperaba pagos puntuales de sus deudas, y que cuando el Amo Venati no estaba complacido por ello el deudor resultaba dañado. Todos daban la decisión, se dijo Ral. Incluso en su estado más pobre sabía que no debía involucrarse con usureros. Y si no fuera yo sería otro. Algunos de sus amigos tenían la esperanza de que sus clientes no pagaran. Mejor que Gran Sal, o Nak el Destripador. —Yo... —La voz de Anne se quebró—. No lo tengo, habría hecho el pago si hubiera podido, lo juro. —El Amo Venati siempre está encantado con negociar sus términos —añadió Ral. —Cada vez que hago eso me duplica la deuda —espetó Anne—. Por favor, dame otro mes —Y señaló su tejido—. Trabajo con todas mis fuerzas, lo juro. Apenas puedo dormir. Pero la comida y las medicinas son carísimas… —No es la primera vez que te demoras —Ral dio un paso adelante levantando una crujida mano. —Por favor… —¡Déjala en paz! Ral realmente no tenía la intención de hacer daño a aquella mujer, o eso se dijo más tarde. Los heridos no podían ganar dinero para pagar sus deudas, después de todo. La mayoría de los clientes solo 179

necesitaban de un susto para tener la apropiada motivación. Pero se mantuvo en posición porque a veces se volvían violentos. No se sorprendió por completo cuando alguien salió de la puerta de la habitación y fue directo a por él. Pero se sorprendió al descubrir que se trataba de un niño de diez años. Eso le hizo dudar lo suficiente para que el chico se pusiera a su alcance. Ral sintió un dolor agudo en el costado e instintivamente cerró las manos para alejar al niño. Su poder saltó en cuanto tocó al chico, crujiendo a través de él en un brutal arco que hizo que sus miembros se sacudieran y le arrojaron contra la pared. Se derrumbó retorciéndose mientras la mujer gritaba. Ral miró a su lado, donde un cuchillo corto se había clavado hasta la empuñadura. Lo arrancó y lo tiró esparciendo sangre. La mujer había corrido al lado de su hijo. Ral se arrodilló a su lado, inclinándose sobre el niño y sintiendo que estaba en un sueño. Ella le gritó algo y golpeó sus puños contra su hombro, pero él la ignoró. Puso una mano sobre el corazón del niño. Golpeaba fuerte pero irregularmente, ya que la corriente aún corría por sus venas. Ral cerró los ojos y atrajo la electricidad para sí mismo, sacando todo lo que pudo de aquel pequeño cuerpo. Sus conmociones normalmente no eran fatales, aún no había tenido que matar a nadie al servicio de Bolas. Pero tampoco es propio de mí que pegue a niños. Poco a poco sintió que los latidos del niño volvían a la normalidad. La mujer dejó de golpearle y volvió a sacudir a su hijo, quien de repente tosió y respiró con un jadeo irregular. Ella lo levantó acunándolo en sus brazos. —Dile que le pagaré —dijo ella con una voz cruda—. Le pagaré, le pagaré, le pagaré. Tú no hagas daño a mi chico.

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Ral se puso de pie aturdido. Presionó una mano contra una costilla y sintió que la sangre goteaba por su palma. Se dio la vuelta sin decir una palabra y salió tambaleándose al pasillo.

Ral nunca supo cómo habrá vuelto a casa, solo que le llevó algo de tiempo. Al alcanzar su propia puerta, muchas luces de la calle estaban apagadas y los carruajes frente a la casa ya no estaban ahí. La mano izquierda de Ral estaba manchada de sangre. Rebuscó el pestillo por un momento antes de que se abriera, dejándose tropezar dentro. Algo va mal. Sus pensamientos aparecieron de golpe: Al principio pensó que la herida era pequeña, pero el sangrado no se detenía. Tal vez se trataba de una arteria. Parecía que no podía respirar bien. —Elías —No tenía la energía para gritar—. Elías... Hubo risas en la sala de estar y después silencio. Ral dio un paso tras otro en esa dirección. Unas gotas de sangre salpicaban la alfombra. Cerró los ojos por un momento y vio cómo las extremidades del niño se sacudían espasmódicamente. Oyó la desesperada súplica de la mujer. Le pagaré... Como si hubiera querido hacerlo. Como si hubiera hecho daño a un niño por Bolas. Le pagaré... Llegó a la puerta del salón, escuchó una risita y la abrió. Elías estaba quieto contra la pared junto a una chimenea. Otro hombre estaba con él, uno alto y atractivo con un pelo blanco bien peinado. Confuso por un momento, Ral pensó que estaban atacando a Elías, ya que no podía entender lo que sus ojos le decían. 181

Se estaban dando un rápido y voraz beso. El otro tenía sus manos bajo la camisa de Elías, y ése dio ese suave suspiro que solo le hacía a Ral... Algún sonido debió haber escapado de Ral, porque Elías se enderezó empujando al otro. —¡Ral! —clamó. —Tú... —Ral se quedó en la cuenta balanceándose—. Estabas... Era todo por ti, he hecho todo esto por ti. La mujer suplicante. El niño con las extremidades sacudiéndose. He vendido mi alma por ti. —Yo... —Elías sacudió la cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Qué se suponía que debía hacer, Ral? No estabas aquí y yo... me siento solo y... —Su cara enloqueció de ira—. ¿Y a ti qué te pasa? ¿Estás borracho? —Creo que está herido —comentó el otro—. ¿Eso es sangre? Elías jadeó, pero Ral ya escuchaba nada. Algo dentro de él había cedido, un instinto primario de escapar todo lo lejos que pudiera. Y eso estaba muy, muy lejos. Una chispa se encendió abriendo un agujero en el mundo, y en un instante Ral Zarek desapareció.

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Capítulo 9 Ral despertó entre fríos sudores y con el grito de aquella habitante de los barrios bajos aún resonando en sus oídos. Se recostó contra la almohada con un gemido. Hace mucho mucho que no sueño eso. Giró la cabeza para mirar a Tomik, acurrucado junto a él con los rasgos relajados en el sueño. Pero no me extraña que evoque esos demonios. A través de la ignición de su chispa de Planeswalker y todo lo que siguió a partir de ahí, Ral había mantenido su vida sentimental al mínimo, jugando con algún amante sin nada más. Había decidido que nadie estaría en condiciones de hacerle semejante daño otra vez. Tomik había sido uno de esos amantes, al menos al principio. Ahora las cosas son... distintas. Podía apreciar todo el valor que le había costado a Tomik el hecho acudir a él con la petición de Teysa, y había una posibilidad razonable de haber salvado Ravnica por ello. Pero parte de él todavía deseaba que se hubiera podido evitar eso, y ahora que se había cruzado la línea ya no había vuelta atrás. Habían podido estar juntos como dos anónimos en un piso alquilado; y no tenía idea de si una relación entre Ral Zarek, segundo al mando Izzet, y Tomik, secretario privado de la heredera Karlov, podría funcionar. Ral se dijo a sí mismo que sí. Haré que funcione. Además, si todo salía según lo planeado, sería el Señor del Gremio Izzet después de que la Mente Ardiente se quedara con su nuevo puesto. ¿Quién me podría detener entonces? Tratando de ignorar el revoloteo de su pecho, Ral se inclinó y le dio un delicado beso a Tomik en la frente. Su amante murmuró algo y se dio la vuelta mientras seguía durmiendo. Ral sabía que había estado

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fuera hasta tarde, trabajando con Teysa en el nuevo liderazgo de los Orzhov. —Descansa un poco —dijo a Tomik tranquilamente—. Tenemos mucho que hacer.

Cuando Ral llegó a su oficina en Nivix, Hekara le esperaba, cosa que no era de extrañar: la emisaria Rakdos había salido de la enfermería la noche anterior, al parecer no con peor pinta y con la pinta estrafalaria de siempre. Lo que sí era de extrañar era que Lavinia también estaba allí, escuchando con paciencia la explicación algo confusa de Hekara sobre la operación en la catedral. —... y Ral se puso a lo, '¡Hekara, como no hagas algo morimos todos!' , y yo, 'ya me encargo,' muy guay, y me fui a darle a aquel idiota en el ojo. Y entonces él, 'Aaargh, maldita seas, Bruja de Cuchillas Hekara, ¡¿cómo has podido derrotarme?!' y yo… —‘Ay’, si no lo recuerdo mal —rectificó Ral a medida que se acercaba a la puerta. —No era eso —insistió Hekara—. Era mucho más guay. —Parece que ha sido muy emocionante —comentó Lavinia, con diplomacia. Era la primera vez que Ral la veía sin abrigo ni capucha, y en su lugar llevaba una armadura de mallas bien ajustada, grabada con protecciones rúnicas, así como una espada larga en la cadera como si supiera cómo usarla—. Buenas, Ral. —Buenos días —Ral se sentó tras su escritorio, que ya estaba lleno de papeles del día—. ¿Tú no querías que me vieran contigo? —No quería delatarme delante de la gente de Bolas por trabajar contigo —rectificó Lavinia—. Ahora que avanza tu cumbre de los gremios, es perfectamente normal que me reúna contigo para discutirlo. 184

—Qué oportuno —comentó Ral—. ¿Entonces qué quieres tratar? —Todavía hay muchos mensajes yendo y viniendo entre los representantes que he identificado —explicó Lavinia—. Estoy segura de que como mínimo uno de ellos trabaja para bolas Bolas. Ral hizo una mueca. —¿Alguien que podamos descartar? —¿Aparte de ti? —dijo Lavinia con una pequeña sonrisa—. Está claro que Isperia está fuera de toda sospecha. Y, aunque puede que no me gusten sus métodos, no puedo imaginar a Aurelia trabajando con los enemigos de Rávnica. —El líder Gruul, Borborygmos, ha estado en el cargo por décadas — añadió Ral—. Dudo de que trabaje para Bolas, aunque nadie sabe si puede convencerle de que acepte algo. —No sé de esa emisaria Rakdos —intervino Hekara desde la esquina —. He oído que no es de fiar —Ral y Lavinia se dieron la vuelta para verla, y ella a su vez se encogió de hombros—. ¿Qué? —Eso nos deja con cinco —reanudó Lavinia—. Orzhov, Golgari, Dimir, Simic y Selesnya. —Yo me he ecargado al agente de Bolas entre los Selesnya —informó Ral. —Eso dando por hecho que era uno solo. —Cierto —Ral frunció el ceño—. Sigo creyendo que podemos confiar en Emmara. —Los Simic son ahora una caja negra —dijo Lavinia—. No tengo información desde que se pusieron a la defensiva al empezar todo. —Y sigo creyendo que Lazav es el problema más verosímil —añadió Ral—. Una de sus magos mentales fue quien intentó atacar a NivMizzet. 185

—No discrepo —dijo Lavinia con un suspiro—. Pero parece muy... obvio, ¿no te parece? Lazav normalmente hace jugadas más sutiles. —A lo mejor es sólo pereza. —A lo mejor —Lavinia sacudió la cabeza—. Eso nos deja con Vraska y Kaya. Kaya. Se habían enterado esa mañana de que la mercenaria Planeswalker, en lugar de Teysa, fue la que se quedó como Señora del Gremio Orzhov. Ral no sabía lo que ocurría ahí, y no quería presionar a Tomik para obtener respuestas. Tendremos que lidiar con eso como sea. —Las dos son Planeswalkers —dijo Lavinia—. Las dos nuevas líderes de sus gremios. —Y ambos se unieron a la lucha en Orzhova para ayudar a montar la cumbre —puntualizó Ral—. Si trabajaran para bolas Bolas, ¿no nos habrían saboteado ya? —No lo sé —respondió Lavinia—. Me estoy acercando a algunos agentes de Bolas, pero a menos que pueda atraparlos y hacerlos hablar, no sabré aún a qué juegan. —Pues te quedas sin tiempo —Ral se reclinó en su silla—, la cumbre empieza mañana. Si tienes pruebas de que alguien trabaja para Bolas lo podremos mostrar a los representantes, y todos juntos podrían contra el traidor. Cualquier cosa así iniciaría una pelea al instante. —Lo entiendo —Lavinia se pasó una mano por el pelo, frustrada, tirando del recogido—. Haré lo que pueda. —Lo sé —dijo Ral—. Ya casi llegamos. Hace un mes hubiera dicho que era imposible llegar tan lejos. —Lo mismo digo —Su labio se arqueó—. En un mes se puede cambiar mucho. 186

—En un día se puede cambiar mucho. Mañana. Bajó la mirada a los papeles sobre su escritorio sin mirarlos realmente. Para bien o para mal.

Kaya se preguntaba si ese soporífero sacerdote se iba a callar alguna vez. Era el Sumo Noséqué de Nosécuántos, y era bastante importante a juzgar por el enorme gorro negro y dorado que llevaba (Kaya había descubierto que el tamaño de ese gorro a menudo era una buena guía de la importancia de alguien, o al menos percibida, en una organización). Tenía un largo y tenue bigote que se tambaleaba mientras hablaba y le daba una pinta de morsa. ¿Suma Morsa del Aburrimiento, tal vez? Su discurso, dicho lo mejor posible, trataba sobre la importancia de que los deudores paguen lo que debían por el mantenimiento de una sociedad civil. A lo cual bien Kaya podría quedarse atrás, pero no vio la necesidad de divagar sobre eso durante más de media hora, mientras todos en el santuario de la catedral se sentaban al sofocante calor de docenas de braseros mientras la lluvia golpeaba las vidrieras. Tampoco era el primer discurso que había tenido ese día. Se sentó en la parte posterior del santuario, en un trono muy impresionante que en realidad no era muy cómodo precisamente, e hizo todo lo posible por sonreír aun cuando un oficial de gremio tras otro llegaba al atril para deleitar al público con homilías de servicio y rectitud. Teysa se sentó a su lado con cara inexpresiva; obviamente había estado soportando ese tipo de cosas desde pequeña, pero hizo que Kaya quisiera deslizarse por el suelo y salir corriendo. A medida que Su Morsidad se calmó, Kaya se inclinó hacia Teysa.

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—Voy a necesitar un descanso. —Llegamos a la parte más importante —dijo Teysa—. Cada alto oficial pronunciará su juramento de lealtad hacia ti. —Pues qué bien. Pero a menos que les hagas preguntar por qué este trono huele a meada necesitaré cinco minutos para ir al baño. Teysa suspiró, pero hizo un pequeño gesto a un oficial, el cual echó a correr y susurró al oído del Sacerdote Morsa. Tras haber terminado sus indicaciones levantó las manos para silenciar la débil ronda de aplausos y dijo: —Honrados miembros del gremio, daremos un breve descanso antes de la Pronunciación de Juramentos. Hubo un susurro entre la multitud. Kaya se puso de pie antes de que alguien pudiera intentar hablar con ella, o Teysa podría sugerir que necesitaba una escolta apriada o una chorrada así. Se abrió paso hasta la parte trasera del estrado, donde una pequeña puerta conducía a un pasillo que rodeaba el santuario. Desde allí una escalera conducía a las galerías, desocupadas para ese relativamente pequeño servicio. Kaya no estaba segura de si había baños allí arriba. Sinceramente, lo que realmente necesitaba era un soplo de aire limpio, pero como eso no iba a darse a menos que asomara la cabeza por la pared, se conformaría por unos minutos sin que la mirara tantos. ¿Cómo me he metido en este lío? Podía mirar atrás a las decisiones que había dado, uno a uno, pero de algún modo no parecían cuadrar con su situación actual. Bolas me ha tendido una trampa. Apretó los dientes. Y él puede ser el único que pueda sacarme. Al llegar a la galería se acercó a la barandilla y se asomó, mirando a los dignatarios apiñados abajo. Por un momento Kaya resistió un impulso muy fuerte de ver si podía escupir sobre algún gorro. 188

—¿Señora del Gremio? Ah, no me j… Se dio la vuelta y se encontró de frente a un hombre menudo y marchito, con los ojos bajos y las manos manchadas. Sujetaba una escoba a modo de bastón, apoyándose en ésa de apoyo, y jadeaba. Su ira se desvaneció y sacudió la cabeza. —Soy yo —reconoció ella—. Señora del Gremio, desde luego. ¿Qué puedo hacer por ti? —Te ruego una bendición —Muy lentamente y con un considerable esfuerzo el anciano cayó de rodillas—. Por favor. —¿Qué clase de bendición? —Deseo el perdón. —¿De tus pecados? —¿Eso tengo que hacer yo?. —De mi deuda, Señora del Gremio. —Ah —Kaya señaló sobre su hombro—, pero pagar deudas es importante, ¿no has oído a esa Suma Morsa? —Lo sé, Señora del Gremio, pero... —Si no quisieras endeudarte, no deberías haber pedido prestado ese dinero. —Mi esposa cayó enferma —empezó a explicar el anciano—. El médico pedía mucho más de lo que podíamos pagar, así que recurrí al Banco. Mi sacerdote me aseguró que los términos serían razonables. —¿Cuándo fue eso? —Hace cuarenta años —dijo el anciano con la cabeza inclinada—. Mi esposa murió a pesar de los esfuerzos del médico. Soy un hombre honesto y he trabajado para el Banco desde entonces. Pero todavía 189

queda mucho, y yo... —Sus manos se torcían alrededor del mango de su escoba—. No me queda mucho tiempo, Señora del Gremio. Ya lo noto en los huesos. Mi único deseo es que esta carga que ha aplastado mi vida no se transmita a mis hijos. —¿Tus hijos heredarían la deuda? —preguntó Kaya. —Sí, Señora del Gremio, tal como dicta la ley. —Yo... —Kaya sacudió la cabeza. Se lo debería mencionar a Teysa. Por otro lado, ¿de qué había que hablar? Este pobre desgraciado ya pasó su vida encadenado, no se merecía tener a sus hijos atados también. No es que la suma de su deuda pueda ser significativa para los Orzhov. ¿Por qué no? Soy la Señora del Gremio, o se supone que debo serlo. —Muy bien —declaró—. Se te perdona tu deuda. Vete. —Yo... —Se quedó de rodillas—. El vínculo sigue. Lo siento… —En los huesos, sí, vale. Kaya cerró los ojos y respiró hondo, mirando su propio interior. Podía sentir el peso de los contratos y obligaciones que había heredado del Abuelo Karlov, como miles de cadenas colgadas alrededor de su cuello. Costó ver uno tras otro, pero no tanto como para no distinguir el hilo que llevó al hombre quieto directamente frente a ella, una cuerda negra que conectaba su alma con la de ella. Tal como sospechaba, en comparación con algunos otros, era minúsculo. Con un esfuerzo de voluntad Kaya rompió el vínculo. Ella sintió el impacto como un instante de mareos, pero cesó rápidamente. A la vez oyó al viejo jadear, y al levantar la vista había lágrimas en sus ojos. —Gracias, Señora del Gremio —dijo con una voz quebrada—. Gracias. Mis hijos… 190

—No pasa nada —dijo Kaya mientras veía cómo Teysa se acercaba—. Eh, tú no lo vuelvas a hacer. Y sigue tu adoración en... cualquier día que se supone que debas. —Desde luego, Señora del Gremio. —Kaya —siseó Teysa—, te esperan todos. —Perdón —clamó Kaya, mirando al anciano huir—. He… tenido una cosa que hacer. —Vamos —Teysa le dio una palmada en el hombro—. Sé lo que cuesta. Te juro que estamos trabajando en una forma de sacarte de eso. —Bien —dijo Kaya mientras sacudía la cabeza—. Así… bien.

—¿Estás segura de no querer más protección? —preguntó Mazirek en su tono duro y arrastrado—. Podemos reclutar una escolta más grande. —Así bien —respondió Vraska, con algo más de certeza de la que realmente sentía—. Si es una emboscada, tener más luchadores no me ayudará a salir de ésa. Y solo les pondrá nerviosos si me presento con un ejército. —Como digas —cliqueó el kraul—. Instruiré al grupo a que se prepare para el viaje a la superficie. —Bien. Vraska le vio partir, sentada en su trono con el mentón entre las manos. Sus zarcillos se retorcieron con tristeza. Tras un rato se puso de pie. —Voy fuera —dijo a Storrev, que esperaba tan silenciosa como siempre al lado del trono. La liche asintió, gesticulando minuciosamente, y cuatro Arcaicos de largos vestidos y medio 191

podridos anduvieron tras ella. Vraska los ignoró. Mientras los guardaespaldas se iban, los zombis eran tan discretos como se podía pedir de ellos, y nunca respondían. Una puerta tras el trono llevaba a un pasillo ramificado. Un camino la condujo a sus aposentos privados, pero eligió la otra ramificación y se dirigió al amplio balcón que rodeaba la parte trasera del palacio. A veces sus guardias usaban ese espacio para entrenamientos miliateres, pero ese día estaba vacío. El suelo tras palacio cayó con rapidez, por lo que el balcón daba a una vista considerable, a la oscuridad del reino subterráneo salpicada por las luces brillantes de los asentamientos Golgari o el tenue resplandor fosforescente de las granjas de podredumbre. Los habitantes de la superficie nunca entenderán este lugar, reflexionó. Cuando pensaban en los Golgari, los consideraban monstruos que habitaban en repugnantes túneles. Había más espacio ahí abajo, en los huesos de Ravnica, y después en cada gran edificio del Décimo Distrito. Sin los esfuerzos de recuperación de los Golgari, y la comida que esos esfuerzos proporcionaban, la ciudad moriría de hambre en días, si antes no se ahogaba en su propia basura. Pero para ellos siempre seremos monstruos. A los elfos sombríos no les hacía gracia que ella asistiera a la cumbre de gremios. Cuando estaba de esta clase de ánimo Vraska veía su razón de ser. ¿Por qué debemos tratar con quienes nos odian? Pero conocía a Bolas, y ellos no. Había visto en la mente de Jace lo que el dragón había hecho a los mortales y los dioses de Amonkhet. Si eso es lo que planea para Ravnica... —Reina —llamó una voz masculina—. No es fácil entrar en contacto contigo. Vraska se dio la vuelta. Un elfo sombrío estaba de pie junto a la baranda del balcón, vestido con el cuero desgastado de un granjero de prodredumbre. Ella dejó caer una mano sobre su sable. 192

—Pensé que habíamos terminado con este absurdo asesino —espetó ella—, pero supongo que fui muy optimista. Adelante pues. —No vengo a matarte —declaró el hombre mientras se acercaba. A la vez, el Arcaico detrás de Vraska se movió protectivo, hasta que estuvieron quietos a su lado. El hombre siguió como si nada—. Solo vengo a mostrar mi… preocupación —¿Preocupación? ¿Qué me quieres decir con eso? —Que no interpretas bien el papel que debías tener, querida —El elfo sonrió, pero Vraska vio la sombra de otra, una llena de colmillos afilados. —Qué osadía venir aquí —dijo Vraska mientras mostraba sus propios colmillos—. Serás una gran adquisición para mi jardín de estatuas. —Ah, no es más que un recipiente. A mí me da igual que me reduzcas a trozos o me conviertas en piedra —dijo el elfo. Su voz era sin duda la de Bolas—. No cambiará el hecho de que teníamos un trato, y que no lo has cumplido. —En Ixalan he encontrado lo que querías. —Así es —Bolas inclinó la cabeza—. Pero eso nunca se suponía que fuera el final. Te dejé como líder Golgari, tal como prometí. Y sin embargo aquí te encuentro trabajando en mi contra. —Hay cosas que han cambiado —gruñó Vraska. —Ya lo veo. Sospecho que es un trabajo de mi viejo amigo, Beleren. —Llevad esta cosa a las mazmorras —espetó Vraska a sus zombis—. Decidle Mazirek que verá cuánto tiempo puede seguir vivo —Y cuando el elfo levantó una ceja, añadió—: La próxima vez que vengas a sermonearme, a lo mejor tendrás el valor de hacerlo en persona. —Si tengo que volver a sermonearte, Vraska, será la última —dijo la marioneta de Bolas. 193

—Palabras valientes. El elfo espetó algo rápido en un idioma que Vraska no entendió. Los cuatro zombis, que habían avanzado para apoderarse de él, se detuvieron en seco. —Creo que aún estás a tiempo para tu papel —comentó Bolas. —He dicho que os lo llevéis —repitió Vraska, otra vez con la mano en el sable. Bolas murmuró otra palabra, y los zombis se dieron la vuelta, avanzando ahora hacia Vraska. Soltó una palabrota y desenvainó su espada, retrocediendo para dejar la pared del palacio tras ella. —Los Arcaicos —pronunció Bolas, moviéndose detrás de ellos—. Qué útiles. Tan dispuestos a ayudarte a derrocar a Jarad y a sus aduladores. Y sin pedir nada a cambio —entonces sonrió—. Extraordinario. —Puedo con unos cuantos zombis —dijo Vraska—. Si esto era para amenazarme… —Oh, no es ninguna amenaza —interrumpió Bolas—. Las físicas significan muy poco para un Planeswalker, ¿verdad? Pero tu querida gente sí que es harina de otro costal. Dio otra orden y los zombis se quedaron quietos. Vraska no bajó su espada. —Imagínate a cada Arcaico poniéndose en contra de su amo, como ocurrió con Jarad y sus elfos —dijo Bolas—. Pero esto sería mucho peor. Has preparado tu golpe con cuidado. Esta vez simplemente sería un caos. Sin duda, el Devkarin restante se lo tomaría como una oportunidad de recuperar el poder. Está claro que los kraul se defenderían. Sería una guerra civil, contigo atrapada en medio. Todo lo que amas se haría pedazos. —Tú... —La garganta de Vraska se espesó. 194

—Te he convertido en la cabeza de los Golgari —siguió Bolas—. ¿En serio pensabas que haría eso sin una forma de deshacerlo si así lo quisiera? —Se acercó, inclinándose entre dos de los zombies inmóviles—. Si vives tanto como yo sabrás lo que es la traición. ¿En serio pensabas que no iba a ver venir la tuya? —¿Qué...? —Vraska sintió que sus zarcillos se agitaban ansiosamente e intentó contenerlo—. ¿Qué quieres de mí? —Quiero que hagas la elección correcta. Cualquiera de los Golgari puede prosperar, bajo su liderazgo, y reclamar su lugar legítimo en mi nuevo orden. De lo contrario, pueden reducirse a cenizas, aquí y ahora, y cuando llegue a este plano, me complacerá especialmente destrozar lo que quede de ellos bajo mis garras. Y solo una vez que los últimos restos de tus patéticas tribus sean cenizas, iré por ti, Vraska. Y conocerás una eternidad de dolor. Sintió que la energía dorada se acumulaba tras sus ojos, como respuesta instintiva a la amenaza, pero la disipó. Convertir ese mensajero en piedra no ayudaría. Nada lo haría. Jace... Le había confiado sus recuerdos, su identidad, lo mejor de su alma. Dijo que vendría. Que, juntos, derrotarían a Bolas. Pero no está aquí. Y ahí estaba, por el contrario, la cara de un dragón sonriendo desde un cuerpo de marioneta, de pie tras sus zombis sometidos. Jace, ¿qué se supone que debo hacer? —¿Y bien? —La sonrisa de Bolas se esfumó—. ¿Qué será? Vraska tragó saliva.

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Capítulo 10 La lluvia cayó como si tuviera algún rencor contra la ciudad, sacudiendo las tejas y golpeando las ventanas. Aun con su magia separándola de su cabeza, Ral anduvo a través de una niebla de gotas rebotando y su abrigo estaba mojado en cuanto llegó a Nueva Prahv. El Salón del Gremio Azorio estaba repleto de soldados. Isperia había llamado a todas sus reservas para proporcionar seguridad a la cumbre y detener las muchedumbres de ciudadanos curiosos que se habían reunido a pesar del mal tiempo. Que algo importante se estaba dando lugar se había convertido en un secreto a voces en la ciudad, y la plaza alrededor de la gran torre triple estaba llena de una masa humanoide. Los soldados azorios de armadura blanca lucharon por mantener un carril estrecho abierto, a través del que los delegados podían acceder. Ral se mantuvo alerta sobre toda la muchedumbre. Parecían interesados en lugar de iracundos, al menos por ahora, y captó una ola de gritos de emoción cuando el delegado Simic llegó en un carruaje vivo que se arrastraba junto con grandes tentáculos morados. El propio Ral se coló tras ellos, reconocido por los soldados en la puerta pero ignorado por los espectadores. Una joven nerviosa lo guió a una de las torres, y juntos subieron una escalera de mármol pulido. Finalmente le llevó a un gran par de puertas dobles, con incrustaciones de filigrana dorada y plateada que representaban el emblema azorio, con un peso tal que un par de criados corpulentos tuvieron que abrirlas. Dentro había una de las cámaras de debate del Senado: se trataba de una sala circular con un banco de mármol elevado que rodeaba todo el perímetro. Había un estrado en el extremo más alejado para los discursos, frente a una inmensa ventana de varias vidrieras cubiertas de lluvia. A lo lejos un

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rayo brilló entre las nubes, y Ral sintió que su propio poder resonaba en sincronía con cada rayo. No fue el primero en llegar. Isperia ocupó el estrado, con Dovin Baan a su lado, y ambos absortos en una lectura. Hekara, que se había ido esa mañana para recibir las instrucciones finales de sus superiores, se sentó en el banco de mármol, saludando frenéticamente a Ral. Más sorprendente era el cíclope sentado con las piernas cruzadas tras el banco, con la cabeza inclinada y a solo centímetros de rozar el techo. Debía tratarse de Borborygmos, Señor del Gremio Gruul. Tenía un aspecto bestial, con una melena salvaje roja y dos cuernos retorcidos, e indumento con tan solo unos pocos restos de armadura de cuero. En la pulida serenidad del gremio Azorio el gigante parecía completamente fuera de lugar. Pero está aquí. Niv-Mizzet había prometido llevarle, pero Ral tuvo que admitir que había estado dudando de la Mente Ardiente. Me pregunto qué tipo de favores habrá hecho para cumplir su promesa. Borborygmos no le prestó atención a Ral, pero levantó la vista con un resoplido cuando las puertas se abrieron de nuevo mostrando la figura angelical de Aurelia. Le siguieron varios oficiales Boros de alto rango, incluida la minotauro que Ral había visto la última vez. La vista de sus uniformes pareció incordiar al cíclope, que emitió un gruñido bajo rematado con unos pocos ladridos de ira. —Ejem —habló un pequeño humanoide de piel verde quieto cerca de los pies de Borborygmos. La criatura con cara de rana vestía un traje oscuro bien confeccionado y hablaba con un tono erudito—. El Señor del Gremio Borborygmos desea saber cuánto tiempo más le harán esperar con los perros de la orden. El único ojo del cíclope se fijó en Aurelia. La mayoría de gremios tenían rivales de una manera u otra, pero la que había entre los anárquicos Clanes Gruul y la Legión Boros era legendaria. El ángel 197

miró al cíclope y tomó asiento con cortesía a pesar de que su compañera minotauro se puso a gruñir. —Deberías agradecer el siquiera tener un sitio en esta mesa. Borborygmos soltó una carcajada. Su traductor dijo: —El Señor del Gremio desea que entiendas que solo está aquí en deferencia a las obligaciones de gran calibre con la Mente Ardiente. No ofrece respeto a ninguna criatura menor. —Criaturas menores —repitió la minotauro—. Él… —Por favor —interrumpió Isperia con serena autoridad—. No dejemos que esta reunión se disuelva antes de empezar. Los demás delegados llegan mientras hablamos. —Yo por mi parte estoy deseando escuchar lo que Niv-Mizzet tiene que decir —dijo otra voz, que se hizo áspera e indetectable por un extraño zumbido, como si se oyera al otro lado de la gruesa pared. Ral miró por la sala y vio una figura borrosa y cambiante, con su forma humanoide cubierta por una capa ilusoria, de modo que mostraba una serie cambiante de ropas y rasgos. Ral no tenía idea de cuándo había llegado. —Lazav —pronunció Aurelia a desgana—. ¿Aun aquí te niegas a mostrarte? —Más bien debería ser sobre todo aquí —Lazav se recostó en el banco y dejó caer sus borrosos pies sobre la barandilla. —El Senado da la bienvenida al Señor del Gremio Dimir —entonó Isperia. Entonces, cuando las grandes puertas se abrieron una vez más, añadió—: así como a los representantes Simic y Selesnya. Selesnya era representada por Emmara, en compañía de varios otros elfos que Ral no conocía. Un grupo de cuatro magos vestidos de púrpura Simic estaban justo detrás de ellos. Su líder era un hombre mayor de piel dura y de guijarros, y ojos saltones y vistosos, y sus 198

compañeros eran una mezcla similar de humanoides e ictioides. Pensó Ral, con cierta grima, que eran los biomantes, en cuanto se inclinaron ante Isperia y se sentaron. Nunca se había sentido muy cómodo con las extrañas ideas de los Simic sobre superarse a sí mismos. Los Orzhov fueron los siguientes en llegar. Kaya y Teysa entraron juntas, seguidas de varios sacerdotes con túnicas negras y doradas. Voy a tener que enterarme de toda esta historia en algún momento. Por último, llegó la nueva reina Golgari, sin acompañante. Vraska vestía un espectacular traje de armadura de escamas relucientes y de colores iridiscentes de escarabajo, y los zarcillos en su cabeza yacían planos e inactivos. Solo cuando vio a Isperia se empezaron a mover, subiéndose un poco antes de que ella se dominara e hiciera una reverencia superficial. —Representantes, Señores del Gremio —pronunció Isperia mientras se ponía de pie. La voz de la esfinge se hizo más fuerte sin esfuerzo hasta abarcar toda la sala—, agradezco vuestra llegada. Nos enfrentamos a una amenaza sin precedentes para Ravnica, y me alienta esta evidencia de que los gremios pueden unirse en una crisis. —Pues esta evidencia no la hemos visto mucho —espetó uno de los Simic con una voz nasal—. Zarek ha propuesto unas teorías locas sobre muchos mundos y amenazas interplanales. ¿Cómo sabemos que algo de todo esto es real? —Le creo —añadió Lazav—. Nada más se ajusta a los hechos que tenemos, por limitados que sean. La minotauro Boros resopló: —Sí, vamos a fiarnos de la palabra de un espía que está ocupado destrozando su propio gremio. —He visto que mi gremio necesitaba cierta… limpieza —informó Lazav—. Y ahora te diré que ya no soy el que está en esta cámara vas 199

a tener que desconfiar —Se dio la vuelta para mirar a Ral, e incluso a través de aquella capa ilusoria él pudo notar su mirada. Poco a poco Ral se pasó una mano por el pelo, y un pequeño crujido le devolvió el puntiagudo habitual. Se puso de pie levantando las manos para pedir silencio: —Honorables representantes —empezó a decir mientras miraba alrededor de la sala—. Soy consciente de que el hecho de estar aquí, juntos, no tiene casi precedentes. Pero si vamos a defender a Ravnica, tendremos que ir mucho más allá. Nicol Bolas es real, y se acerca. Ninguno de nosotros puede detenerlo. —Porque tú lo digas —intervino la minotauro—. Subestimas a la Legión. Borborygmos se puso a gruñir, y dijo su traductor: —Ese Bolas será bienvenido si pone a prueba su poder contra los Gruul. —No seas idiota —espetó Vraska—. Ninguno aquí conoce a Bolas como Ral y yo. No cree en las medias tintas. Si viene a Ravnica es porque no podemos detenerlo. —Ésa es su fama, sin duda —aportó Kaya. Todos se quedaron mirándola, y ella parecía casi avergonzada de haber hablado—. Mirad. No soy de por aquí, como sabéis todos. Pero he tratado con muchos que se han cruzado con Bolas, y todos se han arrepentido. Tenedlo en cuenta por todo lo que vale. —Sus agentes ya han causado mucho daño —informó Emmara—. El intento de golpe de estado entre los Selesnya fue cosa suya, y casi lo consigue. —No se sabe si fue por su culpa —dijo uno de los elfos cercanos a ella—, no podemos dar conclusiones precipitadas.

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—Ahí está —dijo el líder Simic—. ¿Quién se beneficia de esta cooperación? Obviamente los Azorios, con sus leyes y comités. ¡Nos sentamos en su misma sala! ¿No podría ser que han montado esta supuesta crisis para su propio beneficio? —El Senado no es santo de mi devoción —rechinó Vraska—, pero eso no es más que una idiotez. —Me disculpo si las sutilezas son demasiado para la comprensión de una mente sub-sensible —se burló el representante de ojos pez. —Todos deberíais escuchar a Ral —estalló Hekara inesperadamente. Cuando otra vez todos se detuvieron a mirarla, ella se sonrojó un poco—. Bueno, normalmente tiene razón —añadió—. Y es mi compañero, así que tendríais que prestarle atención. El representante Simic puso los ojos en blanco. —Si ya hemos terminado de escucharle… Una inmensa sombra oscureció la sala.

Las grandes ventanas de cristal se doblaron con delicadeza, moviéndose como si fueran por voluntad propia, bajo las garras de una imparable fuerza mágica. El rugido de la lluvia se redobló y se cubrió de truenos distantes. Algunas gotas salpicaron el mármol pulido, pero la mayoría se quedó en la gigante y escamosa figura que ahora bloqueaba la abertura, mientras las garras sujetaban el exterior del edificio y las alas se abrían para mantener el equilibrio. Niv-Mizzet había entrado en escena. Su cabeza casi encajaba en la cámara, como una enorme serpiente con sus aletas de colores brillantes abiertas. Isperia retrocedió un poco, cediendo el centro de la sala al dragón. Nada más empezar a hablar la Mente Ardiente su voz resonó dentro del cráneo de todos los presentes. 201

—Vraska tiene razón —dijo Niv-Mizzet—. No entendéis lo que se acerca, pero yo sí —Su enorme cabeza se movió, mirando a cada representante a su vez—. Soy el parun de mi gremio, he vivido en Ravnica durante más de quince mil años, y he derrotado a más enemigos de los que cualquiera aquí pueda imaginar. Tengo conocimiento de que nadie más vivo tiene, conjuros que de otra manera se habrían ido al tiempo, armas cuyo arte de fabricación se perdió. Y os digo Nicol Bolas es más poderoso que yo. Hubo un largo silencio. —Si es tan imbatible —dijo Aurelia tras ese tiempo—, ¿entonces por qué nos has reunido a todos aquí? —No es imbatible, de hecho he encontrado una forma de detenerle —Las escamas de la Mente Ardiente bajaron—. Es un ritual muy peligroso y exigente, pero pienso que me otorgará el poder que necesito. —Pero eso violaría el Pacto entre Gremios —argumentó Lazav con el tono de alguien que finalmente lo había entendido—. Así que quieres usar el plan a prueba de fallos. Los elfos con Emmara se miraron confundidos, y ella se aclaró la garganta. —¿El qué a prueba de fallos? —Me imagino que Trostani se lo guarda para ellas mismas —espetó Lazav. —Cuanzo Azor en su sabiduría creó el Pacto entre Gremios — intervino Isperia— creó un medio por el cual podría ser modificado. No requiere más que el acuerdo de los diez gremios. —Se suponía que no iba a hacer falta —añadió Niv-Mizzet— porque el Pacto Viviente podía hacer la misma función. Pero Jace Beleren

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sigue desaparecido y puede que nunca vuelva. Ya no podemos darnos el lujo de esperar. —En otras palabras —dijo el representante Simic—, ¿Quieres que te demos permiso para ser prácticamente todopoderoso? —resopló—. ¿Cómo no abrirá la puerta a una hegemonía Izzet? —He estado a la cabeza Izzet por diez mil años —Empezó a explicar la Mente Ardiente—. Pero dejaré mi cargo y Ral Zarek me suplantará. Las nuevas restricciones del Pacto entre Gremios todavía me atan, aun con mi nuevo poder. Me convertiré en un guardián de Ravnica, por encima de las preocupaciones de la política de gremios. —¿Pero es eso posible? —preguntó Kaya. Ral habló: —Niv-Mizzet entiene más el Pacto entre Gremios que cualquiera vivo —Le pareció ver a Vraska poner los ojos en blanco, pero no dijo nada. —Oportuno —insistió el representante Simic—. Así que no tenemos otra que dar por buena su palabra. —La Mente Ardiente será el experto —aportó Isperia—, pero cada gremio tiene sus propios magosley. Sugiero que tomemos un receso para permitir que los representantes los consulten y entiendan mejor lo que pide Niv-Mizzet. Esta conferencia volverá a reunirse mañana por la mañana, y ahí daremos nuestra decisión.

Siguiendo el apropiado protocolo diplomático, los mayordomos azorios habían programado que la recepción más incómoda de Ravnica tuviera lugar tras la reunión. Vraska echó un vistazo a la sala, llena de miradas sospechosas y sándwiches de pepino, y se alejó. A todos les habían asignado cuartos en algún lugar de la torre, y ella se decidió por encontrarlos.

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La torre. Estar ahí, en el centro de poder azorio, le dolía más de lo que pensaba. Todos ellos (miles de escribas, bibliotecarios, legisladores) simplemente realizaban sus rutinas diarias, escribían. No tienen idea de lo que cuesta. Lo que sus decisiones significan para la gente del resto de la ciudad. El rasguño de un bolígrafo puede mandar a alguien entre rejas. Una marca de verificación es una sentencia de muerte. Eso la hizo querer gritar. —Vraska. Se dio la vuelta a regañadientes para dar con Ral acercándose tras ella. Vraska se puso las manos en las caderas y sus zarcillos se movieron con inquietud. —¿Qué quieres, Zarek? —Yo... —se detuvo en seco, asimilando su expresión—. ¿Todo bien? —Bien —escupió Vraska. Se enderezó haciendo un esfuerzo por no dejar que su confusión interior se mostrara en la cara—. ¿Qué hay? —Solo quería agradecerte tu ayuda. No sé si tuve esa oportunidad cuando salimos de la catedral. Vraska agitó una mano. —Tu amiga se estaba desangrando. Me imagino que eso te habrá distraído. Ral hizo una pausa, como si se hubiera dado cuenta de algo, y entonces siguió: —Y sé que venir aquí no es fácil para ti. No tienes idea. Vraska reprimió un gruñido y asintió brevemente. —Sólo espero que no sea por nada. —Vendrán juntos —dijo Ral—. Los tenemos así.

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Tenemos. Vraska se dio cuenta de que confiaba en ella. Quería reír o bien llorar. En cambio, fue a darse la vuelta y vaciló. —¿Te puedo preguntar algo? —Claro —dijo Ral. —Lo que Niv-Mizzet dijo, sobre Jace y que podría estar muerto. ¿Tú… crees que sabe algo que nosotros no? Ral frunció el ceño. —Es difícil decirlo, viniendo de él. No me confía más que lo necesario. —¿Crees que volverá? —¿Beleren? Es posible —Ral se encogió de hombros—. Es demasiado molesto como para quedarse fuera. —En eso concuerdo —dijo Vraska mientras se forzaba una sonrisa—. Me tengo que ir, tengo cosas que hacer. —Claro —Ral se inclinó—. Mañana pues. Mañana. Encontró su habitación, un soso pero cómodo habitáculo, y ahuyentó a los mayordomos con librea que intentaban hacerla sentir más cómoda. Todo ahí era muy estéril, encerrada dentro de una columna gigante de piedra y acero. En su propio dominio dormía en una cama de musgo vivo, rodeada de sutiles y bellos aromas de putrefacción. Y antes se había acostumbrado al Beligente, a su influencia siempre presente y al olor a sal del mar. Tenía las mismas ganas de acostarse sobre esa cama que sobre una tumba. No es que dormir hubiera sido una posibilidad real. Sintió que su mente corría como un pequeño animal atrapado en una trampa, buscando una salida. Maldito sea Ral y su confianza. Maldito sea Jace, por no estar aquí cuando le necesito. Joder, joder, joder...

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Poco a poco, muy poco a poco, el sol se puso. Vraska yacía en la fría oscuridad, mirando a la nada y tratando de no pensar. Hubo un susurro en la puerta principal de su habitación. Se levantó de la cama de inmediato, con el corazón golpeándole el pecho y los zarcillos retorciéndose salvajes. Por unos momentos solo hubo silencio. Se podía ver algo junto a la puerta. Un trozo de papel doblado, empujado debajo. Vraska cruzó la habitación y la recogió. En una pulcra letra de cobre la nota ponía sin más: A la sala de conferencias, ya. Sin guardias. Hubo un largo silencio. Poco a poco Vraska hizo una bola del papel.

La puerta de la sala de conferencias estaba entreabierta. Vraska se deslizó y sus botas golpearon con suavidad el mármol. Las grandes ventanas estaban cerradas y la lluvia golpeaba contra ellos a un ritmo constante. Más allá la ciudad estaba en su mayor parte oscura, y el aguacero había inundado a toda calle exceptuando las elevadas. Solo unas pocas luces brillaban, resonando en el cielo por lejanos destellos de relámpagos. Tal como decía la nota ningún guardia aguardaba en la puerta. Isperia estaba sentada donde estaba durante la cumbre, apoyada en sus patas leoninas. Estaba leyendo algo y tomando notas, de modo que sus grandes patas manejaban papel y pluma con una sorprendente delicadeza. Inclinó la cabeza cuando Vraska entró, percatándose de la presencia de la gorgona, pero no levantó la vista hasta que Vraska se aclaró la garganta. —Señora del Gremio —pronunció Isperia—. Pensaba que te ibas a quedar dormida.

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—Me sentía cansada —comentó Vraska mientras cruzaba la sala. Estaba tranquila, con los zarcillos planos y plácidos—. ¿Y tú? —Debo dormir poco —dijo Isperia—, y mis deberes nunca descansan. Incluso en medio de eventos así la actividad del Senado debe continuar. —Sí —dijo Vraska—. Es así, ¿no? Isperia llegó al final de una página y dejó su pluma con cuidado. Levantó la vista dejando ver que sus pálidos ojos ya sabían algo. —Hay algo que deseas decir —dijo la esfinge. —¿Cuánto sabes de mí? —preguntó Vraska. —Lo suficiente —respondió Isperia—. Eras una asesina de los Golgari. Dadas las revelaciones recientes, podemos dar por hecho que eres una Planeswalker. —¿Quieres saber cómo descubrí que yo era una Planeswalker? —Admito que tengo cierta curiosidad sobre cualquier cosa relacionada con el tema. —Nací aquí en Ravnica —Vraska comenzó a pasearse de un lado a otro, con los plácidos ojos de Isperia siguiéndola—. En las profundidades, por supuesto, pero nunca pertenecí a los Golgari. No fui muy… política, y hubieran querido valerse de mí —se acarició los zarcillos—. Solo quería ser fiel a mi naturaleza. Cazar sola y libre. >>Tenía diecisiete años cuando el Senado decidió que los Golgari se habían hecho demasiado poderosos, demasiado numerosos. Necesitaban tenerlos fuera de ciertas áreas que habían reclamado. Los otros gremios esperaban eso mientras los soldados azorios descendían a las profundidades y acorralaron a los pacíficos granjeros de podredumbre, los kraul, a quien pudieran encontrar. No les importaba si éramos miembros o no. Me llevaron por lo que era, no por lo que creía, y me mandaron a la cárcel con los demás. 207

>>Y menuda cárcel era —Vraska se dio la vuelta bruscamente para encarar a Isperia—. Tus escribas son buenos en leyes y principios, pero no se les da tan bien la logística básica, ¿verdad? Estábamos apiñados cinco, seis o siete por celda. Iba a rebosar, y cuando lo hizo la represión fue cruel. Comenzaron a llevarnos a celdas improvisadas de toda la ciudad. Estaba atrapada en un sótano sucio con otros cien. >>Ahí nos dejaron por horas. Por días. Nadie en el Senado sabía qué hacer. Estábamos muertos de hambre, sucios con nuestros propios desechos, y todo lo que los guardias podían decirnos era que debíamos esperar a que recibieran nuevas instrucciones. Finalmente alguien rompió. Los guardias respondieron. >>Yo ni siquiera luchaba —Vraska miró sus manos—. No había lidiado mucho con los habitantes de la superficie por entonces, pero sabía que esperaban una excusa. Una gorgona es peligrosa. No podemos evitar serlo, ¿verdad? Si luchaba o reaccionaba, habrían tenido todas las razones para matarme. Así que me quedé en la esquina, con las manos sobre los ojos —Dio una profunda bocanada—. Y cuando terminó, me arrastraron y me dieron una paliza de todos modos. Recuerdo el momento en que me di cuenta de que no iban a parar, que iba a morir en este sucio sótano, porque sí. No podría soportar eso. Así que simplemente... me fui. —Huiste a otro plano —adivinó Isperia. —Es una forma de decirlo —acordó Vraska—. Otra forma de decirlo es que me desperté en un pantano, con la mitad de las costillas rotas y sin saber dónde estaba. —Según la información que nos compartió Niv-Mizzet —explicó Isperia—, las experiencias traumáticas suelen ser una forma de despertar una chispa de Planeswalker. —Tal como lo entiendo yo —murmuró Vraska. Dejó de andar, delante de la esfinge misma—. Supongo que tendré que darte las 208

gracias por la mía — us zarcillos se movieron—. Los azorios no. Tú. Tu nombre estaba en la orden de arresto. —Lo sé —reconoció Isperia—, era jueza suprema por entonces. Recuerdo esos disturbios que me acabas de describir. —Lamentable, desde luego —pronunció Vraska—. Así habíais descrito eso los azorios: ‘Lamentable.’ —Sí. Vraska dio un paso adelante. —¿Te arrepientes? ¿De haber dado la orden? —No —dijo Isperia con tranquilidad—. Se cometieron errores en la ejecución, pero el principio era sólido. Los Golgari se habían vuelto peligrosos, y estaba en juego el equilibrio. El Senado tiene que actuar en el mejor interés por Ravnica. —Lo volverías a hacer. —Si fuera necesario. —Eso pensé —suspiró Vraska—. Jace me dijo que debía actuar en el mejor interés por Ravnica. Por un tiempo pensé que tenía razón. A bordo de mi barco, con mi propia tripulación, podía creerlo —Sacudió la cabeza—. Pero viniendo aquí... —Y aun así has venido a este consejo —recordó Isperia—. Has puesto antes los intereses de Ravnica. —Así es. Lo siento, Jace. Todo parecía muy simple a bordo del Beligerante. Estabas equivocado conmigo. Vraska levantó la vista, y sus ojos se llenaron de luz dorada.

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Esta vez los delegados llegaron de golpe, apresurándose frente a las puertas dobles. Ral vio cómo los representantes Simic hablaban en un amontonado grupo, mientras Emmara discutía con sus compañeros elfos y Borborygmos, encorvado en el pasillo, emitía un gruñido exasperado. Dovin Baan hablaba en voz baja con los dos soldados azorios fuera de la puerta, hasta que un mayordomo se apresuró con una gran llave de hierro. —Mis disculpas —dijo Dovin—. Al parecer la puerta estaba cerrada anoche, por algún motivo. Giró la llave y los soldados abrieron las puertas. Ral dio un paso adelante y se quedó helado. La sala de conferencias estaba prácticamente como en la anterior sesión. La gran ventana estaba abierta, y la lluvia había rociado el mármol y oscurecido las cortinas de puro blanco. Sentada a la cabeza del circo de conferencias, donde había estado la noche anterior, estaba Isperia. Estaba en gesto de encabritarse, con las patas traseras planas en el suelo y su calmado rostro atrapado en una expresión de sorpresa congelada. Y, desde la nariz hasta la cola, no era más que piedra gris, como una estatua exquisitamente detallada. Ral tardó un momento en procesar lo que estaba viendo y otro para volver a respirar. Antes de que pudiera hablar, el pasillo estalló en un pandemonio. —¡Asesinato! —bramó la minotauro, quieta frente a Aurelia. —¡La gorgona! —exclamó uno de los elfos—. ¿Dónde está? Ral se dio cuenta de que Vraska no estaba entre la multitud de embajadores a la vez que los demás, y el murmullo de voces se elevó a un tono más alto. —¡Es una trampa! —raspó el representante Simic de ojos de pez—. ¡Nos ha atraído a una masacre! 210

Solo Dovin Baan parecía capaz de mantener la calma. Entró en la sala mirando a la líder del gremio petrificada y se giró hacia los soldados azorios del pasillo. —Establezca un perímetro, Capitán. Quiero que se inspeccione este edificio de inmediato. Y quiero seguridad extra aquí, el doble. —Yo coordinaré mis fuerzas para ayudar —sentenció Aurelia. Sus alas se abrieron de golpe cuando cruzó corriendo la sala y se tiró por la ventana abierta. —Mantengan la calma todos —llamó Dovin, dándose la vuelta—. Están todos bajo nuestra protección… —¡Ya hemos visto de qué sirve! —espetó el representante Simic—. Yo por mi parte me largo de aquí ya. La discusión entre los elfos llegó a un punto culminante cuando los magos Simic de túnica púrpura se dirigieron a la salida. Los otros que habían venido con Emmara se giraron para seguirlos, y la propia Emmara le dirigió a Ral una mirada impotente y sacudió la cabeza antes de apresurarse a alcanzarlos. Ral miró desesperado a Dovin. —Quizá si fuéramos a algún lugar a esperar… —El carapez tiene razón —comentó Kaya—. Deberíamos salir de aquí hasta que sepamos que es seguro. Si Vraska se ha vuelto contra nosotros, no sabremos qué más nos tiene jugada. —Pero… —Lo siento —Kaya tocó a Teysa en el hombro, asintió y las dos se alejaron. Con eso parecía haberse llegado a un consenso. Hekara pasó al lado de Ral cuando los otros delegados huyeron, dejando disculpas a su

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paso. Ral los miró fijamente, aún aturdido, incapaz de creer lo rápido que habían cambiado las cosas. Estábamos muy cerca. Sintió la vieja ira hirviendo en su interior. Muy cerca, joder. Y Vraska... —¿Ahora qué? —preguntó Hekara dubitativa. Borborygmos lanzó un rugido furioso antes de darse la vuelta y arrastrarse con torpeza por el pasillo. Su traductor similar a una rana le hizo una reverencia a Ral. —El Señor del Gremio me indica que diga que sacrificó mucho para estar aquí a instancias de Niv-Mizzet. Mucho respeto y honor entre su gente. Ahora se enfrentará a retos, por cierto. Desea que sepas que tienes su animosidad. —¿Qué animosidad? —preguntó Hekara mientras el traductor se inclinaba de nuevo y se giraba irse. —Un motivo cortés para decir que me va a arrancar la cabeza la próxima vez que me vea —murmuró Ral. Se dio la vuelta para dar con Lazav al hombro, envuelto en su parpadeante manto ilusorio—. ¿Supongo que tú también te vas? —Sólo por ahora —respondió Lazav—. Los Dimir quedan a tu disposición, en caso de que encuentres una manera de proceder. Pero me gustaría aprovechar este momento para recordarte una advertencia —¿Cuál advertencia? —Yo no era de quien debías desconfiar —Lazav dio una borrosa y parpadeante reverencia y se desvaneció. Se acabó. Ral sintió como si se hubiera vaciado por dentro. Se acabó.

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Había pensado que esta vez sería dinstinto. Había depositado su confianza en Hekara y en Kaya. Y en vraska. ¿Por qué, en el nombre de Ravica, habría pensado que iba a funcionar? Y ahora… Cerró los ojos. Tras sus párpados podía ver los mapas del Laberinto Implícito que había compilado para Niv-Mizzet, antes del concurso que había producido el Pacto Viviente. Los caminos conducían a través del territorio de cada gremio, en una compleja red de magia que mantenía los fundamentos básicos de Ravnica. Para cambiarlo se requiría el consentimiento de cada gremio, porque la magia tocaba a cada gremio. A menos que… Sintió que algo burbujeaba en el fondo de su mente. Planes y proyectos, una máquina que se extendería a través del Décimo Distrito. Un camino hacia delante. Abrió los ojos. —¿Ral? —llamó Hekara. —No hemos terminado —Ral se pasó una mano por el pelo y un crujido eléctrico le devolvió su peinado puntiagudo—. Aún no.

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Capítulo 11 Nivix nunca estaba en verdarero silencio. Aun en la oscuridad nocturna siempre había algún inventor que no podía dormir escarbando nuevos diseños en una mesa de dibujo, o algún químico trabajando sin descanso para cumplir con un plazo de financiación. Pero normalmente el edificio al menos bajaba el ritmo pasada la medianoche, los pasillos se vaciaban con la excepción de los guardias abrasadores y los autómatas vigías. Al fin y al cabo incluso los locos debían descansar. Pero no esa noche, ni ninguna de las noches de la semana desde el desastre de la Cumbre de los Gremios. Enormes baterías de luces convirtieron la oscuridad en una luz natural, mientras los generadores de mizzium en las entrañas del edificio zumbaban y chispeaban. Cada escritorio estaba repleto, cada laboratorio, cada cámara de prueba, con aire lleno del olor a tinta, humos y metal caliente. Cuando los trabajadores se desmayaban eran arrastrados a catres improvisados en los pasillos, tendidos en mantas y dejándoles descansar unas horas antes de ser revividos con café y mandados de vuelta al trabajo. Y, tal vez de manera inaudita en la historia del gremio, todo ese esfuerzo estaba enfocado hacia un solo objetivo. Los comités habían cesado las reuniones. Se había suspedido las peleas burocráticas entre distintos laboratorios. Miles de genios rivalizados se partían las cabezas entre ellos hasta ir al mismo objetivo, al menos aproximado. Se había corrido la voz desde arriba (muy arriba) de que cada recurso que poseía el gremio Izzet estaba a disposición de Ral Zarek, y cualquiera que se interpusiera en su camino debía responder ante la Mente Ardiente. Ral no había salido de su oficina desde su regreso de Nueva Prahv. Se llevó dentro comidas, muda, nuevos rollos de papel de dibujo y los 214

resultados de otras cien oficinas para recopilación y combinación. Hacía mucho tiempo que había perdido la noción del tiempo, o incluso del día. Trabajó hasta que ya no pudo forzarse a mantener los ojos abiertos, apoyó la cabeza sobre su escritorio y durmió hasta que le despertara la próxima entrega o desastre. Mientras dormía, empezó a soñar.

Ral recordó haber sido hecho pedazos lo bastante pequeños para hacerle invisible, fluyendo a través de un mar de extrañas energías y espacio retorcido, y poco a poco se recompuso. Abrió los ojos y se encontró boca abajo sobre la rejilla de una alcantarilla. Tenía un extraño diseño de latón, a diferencia del hierro forjado de Tovrna, y las paredes a su alrededor eran de ladrillo marrón tostado por el sol en lugar de piedra gris. La lluvia caía con golpes arriba y abajo de su espalda, y un chorro de agua pasó por su lado para después descender hacia las alcantarillas. Ral pudo ver una mancha carmesí y sintió un dolor agudo en las costillas. Vale. Se llevó la mano a la herida y sintió que la sangre palpitaba húmeda sobre su palma. Ese chico me había apuñalado. Entonces volví a casa... y Elías... El trueno retumbó en las alturas y el cielo parpadeó. —Bien —pronunció un hombre con un raro acento—. Tienes buena ropa como para estar tirado sobre la cuneta. —Parece que alguien ha pasado una mala noche —comentó una segunda voz. —Una pena para él —corrigió el primero—, una suerte para nosotros. 215

Ral se incorporó con esfuerzo. Había dos hombres apoyados contra las paredes del callejón, mirándole con caras tranquilas y pícaras. Sus ropas eran extrañas: camisas y pantalones sueltos; pero reconoció al instante esos modales suyos. Vayas donde vayas los matones siguen siendo matones. ¿Y a dónde he ido a parar? Le había llevado algo de magia, eso estaba claro. Se aclaró la garganta. —¿Qué distrito es este? —¿Distrito? —repitió el segundo hombre, el más menudo de los dos —. Debes de venir de fuera de la ciudad. —Pensaba que sería un comerciante —añadió el alto—. Supongo que en alguna parte irán con estas pintas sin que se les rían. Ral se puso de rodillas, con el pelo aplastado contra el cráneo por la fuerte lluvia. Forzó las palabras con dientes apretados: —¿…Dónde… estoy? El alto anduvo adelante. —Estás, colega, en las entrañas del estiércol. Eso sí, da gusto charlar contigo, pero a lo mejor habrás visto el chaparrón, y por mi parte querría irme a un sitio caliente, seco y hasta arriba de bebidas. Así que: me das lo que tengas en los bolsillos, te quitas estas cosas chulas, y te dejaremos tal como te hemos encontrado. Se llevó la mano al bolsillo y y sacó un cuhillo. Su compañero también sacó uno, con cuchillas de acero que brillaban mientras los rayos se arrastraban por el cielo. Ral dio un suspiro fuerte. —No —pronunció. —Me suena a mala decisión —espetó el primero—. Así que te voy a dar una oportunidad más para pensarlo... 216

BUM. Rayos y relámpagos caían a la vez, y uno se deslizaba por los tejados hasta la tierra inundada del callejón. Ral sintió que el calor le inundaba, que el poder le atravesaba, como si el fuego fluyera por sus venas. El pelo se le erizó y se le puso de punta, y cuando sonrió unas chispas se arqueaban entre sus dientes. Sobre él la lluvia comenzó a doblarse en suaves arcos, dejando un círculo seco donde se encontraba. Momentos después Ral abandonó el callejón, con un botín de dos cuchillos retorcidos y ligeramente derretidos, un par de carteras llenas de cobre y dos pares de botas aún humeantes.

Siempre explotaba algo. De nuevo, no era raro en Nivix. Pero las explosiones generalmente eran un poco menos frecuentes y se acompañaban con un poco más de fanfarria. La mayoría de trasgos creían que el mejor momento para hacer una prueba de campo era en la gran presentación, por lo que si explotaba cualquier cosa que se estuviera construyendo, al menos todos estaban allí para verlo. Ahora las explosiones sacudían la vasta estructura, día y noche. Los hidromantes apagaban los incendios y los trabajadores bajaban al laboratorio afectado, arrastrando los cadáveres y volviendo a moldear el metal antes de que incluso dejara de soltar humo. El peligro era poco importante (no tan importante al menos) y el coste no era un problema. El trabajo continuaba mientras las líneas esbozadas por el frenético lápiz de Ral tomaban forma en arcos de acero y mizzium, y los botiquines con rostros ennegrecidos por el hollín se apresuraban escaleras arriba para informar de un éxito o de un fracaso.

SE REQUIERE APRENDIZ 217

Ral miró el cartel por un largo rato y suspiró. Pero el dinero obtenido de la venta de los cuchillos y de las botas solo llegaron hasta ese momento, y le rugía el estómago. El taller del inventor era de dos pisos de ladrillos desmoronados, con un extraño artilugio de vidrio y acero que emergía del techo. Los relámpagos se arremolinaban dentro de un globo en la parte superior, pero solo débilmente, y un tren de engranajes que descendía de la máquina se movía solo de forma intermintente. Un anciano, que llevaba un par de lentes pequeñísimas, abrió la puerta cuando Ral llamó. —¿SÍ? —chilló, apretó la mandíbula y se metió un dedo en la oreja—. ¿Qué? —Estoy por la oferta de aprendiz —respondió Ral. —¿No estás ya muy crecido para ser aprendiz? —espetó el anciano, mirándole de arriba abajo. —Quiero aprender de máquinas —sentenció Ral. Las máquinas estaban en todas partes en esa rara ciudad, zumbando por el aire y rodando por las calles. Tantos fueron alimentados por rayos domados que su poder desataba simpatía dondequiera que fuera. Desde que llegó los había estado mirando fascinado. —Tú y media ciudad —dijo el anciano—. ¿Puedes pagar la tarifa de aprendiz? —No —reconoció Ral—. Pero puedo trabajar. —Puedo contratar a un chico para limpiar mi balde y lavar mis cajones por medio bit. ¿Qué más puedes hacer por mí? Ral levantó la mano y se concentró. El poder crujió en la punta de sus dedos y se arqueó hacia el gran globo. El relámpago dentro brilló con luz, y su débil resplandor se fortaleció hasta que ser brillante como el sol. La cadena de engranajes que bajaba hacia el taller comenzó a 218

girar y a girar cada vez más rápido con humo saliendo de sus cojinetes. Tras anciano, un gemido metálico se convirtió en un chillido, y entonces algo se rompió con un tremendo estruendo. El viejo miró por encima del hombro y entonces volvió a mirar a Ral. Esbozó una sonrisa. —Contratado —dijo—. ¿Qué quieres aprender? —Todo lo que debas enseñarme —respondió Ral, pasándose una mano por el pelo con una chispa.

—¿Buenaaaaas? —llamó Hekara en un susurro escénico, y abrió la puerta de la oficina de Ral. Ral se quedó mirándola con ojos llorosos. —¿Qué? —Solo pensaba que me podías usar, ya sabes, para animarte —Abrió los brazos—. Para eso estamos los compañeros, ¿verdad? ¡Clarinete! —No tengo tiempo —respondió Ral—. Ninguno aquí lo tiene. —Ay, siempre hay tiempo para pasarlo bien un poco, ¿eh? —Hekara giró alegremente por la sala. Su mano atrastrante atrapó un tarro de lápices en la esquina del escritorio de Ral, que se volcó y los hizo rodar por el suelo—. Uy. —Hekara —empezó Ral con la voz en alto. Hekara se encogió, con un aspecto tan disgustado que él calló y dejó escapar un suspiro—. Tú recógelos. Y... siéntate en la esquina y quédate bien quieta. ¿Podrás? —¡Aah, como el juego del escondite! Se me da fatal, no como mi compa Brevia, es la mejor en eso. Jugamos en el sótano de los Látigos Llameantes, ¡y me llevó tres semanas encontrar el sitio donde se había escondido, debajo de las tablas del suelo! —Hekara arrugó la nariz—. Pero claro, ya me lo olía un poco. 219

Ral se recostó en la silla con un suspiro y cerró los ojos.

Harith era distinto de Elías en casi todas las formas posibles: alto y de hombros anchos en vez de un pincel, con los músculos de un obrero y manos ásperas y callosas en lugar de los dedos diestros de un poeta. Tal vez, pensó Ral, por eso le había atraído inmediatamente, durante tres tragos en una mala noche en una barata tasca. O tal vez porque era el primero en mucho tiempo que parecía interesado en hablar con Ral en lugar de explotarle. La habitación era de Harith, mucho más grande que la caja de cerillas que Ral alquiló con el mísero salario que Ghazz, el viejo chapucero, estaba dispuesto a pagarle. Estaba en el último piso de un edificio de ladrillo rojo, con vistas a un callejón vecino, cubierto de amasijos tendederos y ropa tendida. Harith mantuvo las ventanas abiertas para dejar entrar una brisa seca y cálida, lo cual significaba que cualquiera en el callejón probablemente podía enterarse lo que habían estado haciendo, pero Ral se dio cuenta de que no le importaba demasiado. Harith estaba de pie junto a la ventana, mirando abajo, vestido con tan sólo una bata sin mangas. Ral rodó sobre su costado para admirar la forma dura de su cuerpo y la tensa paja de rizos rojo anaranjado que sentía justo cuando le pasaba los dedos. Percatándose de ello, Harith miró por encima del hombro y le dio una sonrisa torcida. —Pensaba que ibas a seguir frito hasta el mediodía —comentó él—. ¿Estás de resaca? —De hecho no —respondió Ral, dejándose caer de espaldas. Su propio pelo le caía lacio y despeinado del sudor—. Es sólo pereza. —¿Y el viejo de Ghazz? ¿No se cabreará si llegas tarde?

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Hubo una larga pausa. Ral miró al techo por un momento, con los ojos trazando las grietas de la telaraña en el yeso, tratando de mantener su acelerado corazón bajo control. —Si yo no te he dicho para quién trabajo —pronunció con tranquilidad. Harith soltó una palabrota en voz baja. Cuando se apartó de la ventana, su sonrisa era amplia y falsa como un zino. —He debido de oírlo en alguna parte —dijo él. —Y por eso me habías hablado —añadió Ral, todavía inmóvil—. Necesitas algo. —No es lo que… —Reconócelo —Ral dejó escapar un profundo suspiro y se sentó, pasándose su mano el pelo. Un rayo crepitó restaurando su pelo de punta—. ¿Qué esperabas obtener de mí? Harith se quedó mirándolo con una expresión fría y calculadora, sin deseo en sus ojos. —La contraseña de la bóveda. Ghazz tiene unos juguetes por los que gente que conozco pagaría bien. —Y se suponía que debía entregarlo por una caída y atractiva sonrisa. —Ral... —Treinta por ciento. Harith parpadeó. —¿Qué? —Mi parte. Treinta por ciento. —Diez —espetó Harith—. Soy yo el que se la juega.

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—Veinticinco —respondió Ral—. Ghazz sabrá que soy yo, y no podré obtener otro aprendizaje. Además, deberías haberme dicho la verdad desde el principio. Harith parecía que había estado chupando un limón, pero asintió. —Veinticinco —titubeó—. ¿No te preocupa tener que dejar a Ghazz? Ral forzó sus facciones en una sonrisa cuidadosamente esbozada. —Ya no me queda nada de aprender de él.

La caminata hasta el Nido parecía especialmente larga cuando había que hacerlo en medio de la noche, en respuesta a la urgente llamada de la Mente Ardiente. Ral se frotó los ojos, sintiendo bolsas profundas bajo ellos por la falta de sueño, y apretó los dientes. A su paso una docena de trasgos llevaban largos rollos de papel bajo los brazos, apresurándose a seguir su decidido paso. Cuando llegaron a las grandes puertas que conducían al santuario de Niv-Mizzet, Ral hizo un gesto a sus asistentes para que se detuvieran. —Ya os llamaré cuando os haga falta —murmuró. —¿Y si… y si se nos come la Mente Ardiente? —tartamudeó una trasgo, con los ojos de par en par. —Entonces pego un grito —añadió Ral— y te podrás tomar el resto del día libre. Empujó las puertas para abrirlas. Niv-Mizzet se sentó en sus cuartos traseros frente a la gran ventana, entre los detritos arcanos y la maquinaria de su Nido, con varios libros flotando en el aire frente a él. Se marcaron con cuidado y se apilaron sobre una mesa mientras el largo cuello del dragón giraba con las aletas abiertas para mirar a Ral.

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—Ral Zarek —pronunció Niv con una voz clara en la mente de Ral y un estruendo siniestro en la garganta del dragón—. He estado esperando tu informe. —Mis disculpas, Señor del Gremio —dijo Ral con una reverencia—. La situación era… confusa. —Me atrevo a decir —siguió Niv—, que no todos los días asesinan a la Jueza Suprema Azoria frente a nuestras narices —Su cabeza se acercó más, exhalando un cálido aire en la cara de Ral—. Pero requiero respuestas, no excusas. —Por supuesto —dijo Ral—. Nuestros representantes han visitado a todos los gremios desde el... incidente en la cumbre, con cierto éxito. Con la muerte de Isperia, Dovin Baan asumió el liderazgo de los azorios, y entiendo que su posición como Juez Supremo solo está esperando la confirmación del Senado. Ha sido muy complaciente y sigue convencido de que la cooperación es la mejor manera de enfrentarse a la amenaza de Bolas. Aurelia de la Legión Boros también envió su firme compromiso de continuar las negociaciones. Kaya de los Orzhov y Lazav de los Dimir han expresado opiniones similares —Ral intentó no dejar que su expresión cambiara al final. Aún no me fío de Lazav—. Y Hekara ha hablado con el propio Rakdos y me asegura que el demonio sigue dispuesto a ayudarnos. —Seis gremios —retumbó Niv, pensativo—. ¿Y los demás? Ral dio un fuerte suspiro. —Los Simic se han retirado a sus zonots y han elevado sus defensas, rechazando toda comunicación. Emmara, de los Selesnya, dice que Trostani aún… discrepa, y la precaución de las fuerzas de asesoramiento ha ganado ventaja. Ella ofrece neutralidad, pero nada más. Los enormes ojos de Niv se clavaron en los suyos. Ral sintió sudor en su frente. 223

—Los Gruul parecen haber sufrido algún tipo de guerra por el liderazgo tras la cumbre —siguió explicando—. Borborygmos ha caído, y aún no sabemos quién ha ocupado su lugar. Pero los clanes parecen agitados, y las incursiones en las fronteras de Barrioescombros han aumentado. Aurelia ha prometido reforzar las patrullas y sus defensas. —¿Y Vraska? —dijo Niv con tranquilidad. —Nadie la ha visto desde la noche de la cumbre —explicó Ral—. Pero los informes de la Subciudad indican que el Enjambre Golgari se está movilizando para la guerra. —Necesitamos los diez gremios para enmendar el Pacto —recordó Niv—. Incluidos nosotros, entonces, contamos con seis, dos neutrales y dos activamente hostiles a nuestra causa. —Así, Señor del Gremio —afirmó Ral inclinando la cabeza. —En otras palabras —dijo Niv con una voz elevándose con peligro hasta retumbar—, has fracasado.

Había una tabla suelta, justo al lado de la cama donde Ral y Harith habían pasado tantas noches que (debía reconocer Ral) como mínimo se habían entretenido. Ral dejó la bolsa que contenía sus pocas posesiones y levantó la tabla con una daga. En el espacio entre el piso superior y el inferior había un saco de lona, que tintineó débilmente cuando Ral lo extrajo. Estaba a la mitad de extrañas fichas de plata en forma de barra que pasaban por monedas ahí, como salario de temporada de robos, sabotaje y violencia ocasional. También estaba el cuaderno negro. Ral había visto a Harith garabatear ahí, cuando pensaba que nadie le miraba. Finalmente había echado un vistazo una semana antes, tras emborrachar a su amante con un vino reforzado. El libro tenía listas de contactos de 224

Harith, sus posibles objetivos y formas de entrar y salir. Secretos y quién podría ser más vulnerable a su uso. Un tesoro para otro momento. Ral se metió el cuaderno bajo el brazo, el dinero en su bolso y volvió a colocar la tabla del suelo. Salió del edificio con todo el silencio posible. Harith estaba en un trabajo esa noche, y Ral había dicho estar enfermo. Con un poco de suerte… —Pues ya ves —comentó Harith—, no quería creerlo. Ral se detuvo en el rellano que conducía a las escaleras. Harith le esperaba un tramo más abajo. Dos corpulentos matones en cuero le respaldaban: un hombre grande y muy tatuado con un garrote y un minotauro larguirucho con enormes puños llenos de cicatrices. —Pensaba que teníamos un buen trato —dijo Harith—. Ya tienes tu veinticinco por ciento, ¿no? Tenías protección, un lugar para dormir, alguien con quien dormir —Entonces dio un paso adelante—. ¿No es suficiente para ti? —Es hora de que yo siga adelante —respondió Ral mientras bajaba las escaleras—. Y los dos sabemos que no puedes dejarme hacer eso. No con lo que he visto. —¿Por qué seguir adelante? —Harith le miró con una mirada a medio camino de la furia y de la desesperación. Sí que le importa, se percató Ral. Forzó otra sonrisa y se encogió de hombros. Qué idiota. Harith frunció el ceño y sacudió la cabeza, y los dos matones se adelantaron. Ral extendió las manos, como si les pidiera esperar. En su mochila, lo que había estado construyendo aquel último mes y que era un amasijo de alambres y placas de acero improvisado, rápidamente se activó. El poder crujió a su través como el tipo de energía que normalmente solo obtendría al estar quieto en una 225

tormenta eléctrica. Sonrió a los bigardos contratados de Harith mientras cerraba las manos en unos puños, y chispas blancas se arrastraban a lo largo de sus dedos. —No me queda nada por aprender aquí —pronunció.

—Aún no —dijo Ral. No era experto en leer caras de dragones (¿quién lo sería?), pero estaba bastante seguro de que Niv-Mizzet estaba sorprendido. La larga lengua del dragón se movió, y sus labios se apartaron para mostrar unos dientes del tamaño de una espada. —Explícate —retumbó Niv. —Traedlo dentro —gritó Ral hacia las puertas. Sus ayudantes trasgos se colaron, casi congelados ante el evidente terror hacia el dragón. Bajo la impasible mirada de Niv depositaron sus papeles enrollados a los pies de Ral, el cual les hizo un gesto para que extendieran sus cargas por el suelo. Tras unos malentendidos y discusiones (aun bajo los ojos de la Mente Ardiente los trasgos seguían siéndolo) pusieron las hojas en orden. Lo que tomó forma fue un enorme mapa del Décimo Distrito, lo bastante detallado para mostrar cada callejón. Dibujado sobre el plano de la calle había una red compleja de líneas de colores, gruesas e interconectadas en algunas áreas y escasas en otras. Desde luego, esa forma les era familiar; se trataba del Laberinto implícito, el concurso que Beleren había logrado ganar y convertirse en el Pacto Viviente, solo para abandonar esa responsabilidad cuando Ravnica le necesitaba. Pero ese mapa era mucho más detallado, y su ensamblaje había consumido gran parte de la atención de Ral durante la semana pasada. —La red de fuerza —pronunció Niv, sin parecer asombrado. 226

—Así es —reafirmó Ral—. Que es, como aprendimos, la estructura subyacente en sí del Pacto entre Gremios. Se presenta en la ciudad, a nuestro alrededor, nodos y líneas vinculadas para crear el poder que nos une a todos. —Todo eso me es familiar —dijo Niv—. Yo he visto a Azor sentar las bases. Ral asintió con la cabeza. —Azor estipuló que los diez gremios estarían de acuerdo para cambiar el Pacto —recordó—. Pero esa regla es parte del Pacto entre Gremios en sí, lo que significa que está incorporada en estas líneas de poder, al igual que el resto. Si no podemos cumplir con esas condiciones, simplemente hemos de evadirlas. —¿Evadirlas? —repitió Niv—. ¿Crees que puedes alterar el trabajo de Azor? —Sólo por encima —dijo Ral. Se pasó una mano por el pelo, levantando chispas, y cruzó el vasto mapa—. Podemos construir líneas artificiales de energía para alterar el diseño. La mayor parte de la tecnología ya está implementada: condensadores de potencia, una cámara resonante y baterías de bobina de mizzium. Solo debe durar por un momento. Una máquina que abarcará el Décimo Distrito. La creación más grande jamás hecha por los Izzet. —Y esa… cosa —espetó Niv con un tono escéptico—, ¿Te permitirá alterar el Pacto entre Gremios y habilitar mi ascenso, sin el consentimiento de los diez? —Sí —exclamó Ral, con mucha más confianza de la que sentía—. Solo quedan unas dificultades sin importancia por superar. —¿Como por ejemplo? —retumbó el dragón. Ral bajó la vista al mapa.

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—Hay un número limitado de configuraciones efectivas de nodos — explicó—. Las estaciones resonantes deben colocarse con mucha precisión en todo el distrito. Encontrar un arreglo que evite el territorio Simic, Selesnya, Gruul y Golgari ha sido... poco práctico. —Mmm —dijo Niv con la cabeza adelante—. ¿Estas marcas rojas son su plan actual? —Sí —afirmó Ral—. Los Simic y los Selesnya pueden acudir a sus juicios, pero no podemos contar con eso, no a tiempo. Este arreglo requiere solo nodos en territorios Gruul y Golgari, aquí y aquí — Entonces señaló. —Pero los Gruul y los Golgari no nos dejarán usar esos nodos — argumentó Niv. —No nos dejarán —repitió Ral, y se enderezó —. Así que tendremos que usarlos por la fuerza.

Una sala de conferencias en Nivix, más comúnmente ocupada por media docena de químicos que tramaban unas cuantas travesuras letales, se había apropiado rápidamente para un consejo de guerra. Ral se sentó a la cabecera de una larga mesa de piedra, marcada y descolorida por décadas de experimentos. A su derecha, el ángel Aurelia estaba de pie con los brazos cruzados, mirando a los demás con ojos en blanco y brillantes. Su segunda al mando, la minotauro Comandante Ferzhin, se sentó en una silla voluminosa y mostró una expresión de descarada sospecha. Frente a la contingente Boros estaban los representantes Azorios. El Planeswalker vedalken Dovin Baan, ahora líder de ese gremio, miró a Aurelia con igual imperturbabilidad. A su lado había una mujer joven de armadura plateada que él había presentado como la Capitana

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Hussar Vell, que estaba tan dolorosamente erguida que a Ral le dolía la espalda de sólo verla. Finalmente, en el otro extremo de la mesa, Kaya descansaba en su silla, con una amplia sonrisa en su rostro. Un sacerdote con la cara pellizcada, en túnicas negras, estaba sentado a su lado fulminando con la mirada como si quisiera comenzar a discutir, pero ella no parecía inclinada a hacerle caso. Ral miró la puerta por última vez, suspiró y puso las manos sobre la mesa. —También podríamos empezar. —La compañía no está completa —comentó Aurelia—. He dado por hech que el resto de nuestros aliados se unirían a nosotros. —Una pequeña pédida —murmuró Ferzhin. —Lazav ya ha enviado la noticia de que sus agentes estarán disponibles para ayudar a reunir información, pero el combate directo no es su especialidad —explicó Ral—. En cuanto a los Rakdos... —Ya que estamos, ¿Dónde está Hekara? Normalmente era imposible evitar que se metiera bajo los pies—. No creo que les echés en falta en una reunión de planes. Ya me imagino que les veremos cuando comience la lucha. —¿Y te has cercionado de que no hay otra manera? —preguntó Dovin. —No con el tiempo que nos queda —rspondió Ral—. La Mente Ardiente ha ordenado que todos los recursos Izzet se destinen a este proyecto. Tendremos los resonadores montados y listos. Para los nodos que controlamos es una simple cuestión de instalarlos y vincularlos al angular aquí en Nivix. Pero debemos tener dos más — Empujó un mapa del Décimo Distrito, con notas a lápiz, sobre la mesa

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—. Aquí y aquí. Y parece poco probable que podamos usarlos por las buenas. —Éste no, desde luego —añadió Ferzhin mientras tocaba el mapa con un dedo arañado—. Esa parte de Barioescombros ha cambiado de manos una docena de veces en los últimos dos años. —Y el otro es de la Subcudad —aportó Dovin con calma—, lo cual quiere decir que Vraska estará en una excelente posición para tratar de detenernos. Ral asintió con la cabeza. —Por suerte, unidos, deberíamos tener la fuerza para aprovechar los dos nodos. Y con suerte nuestros enemigos no se darán cuenta de su importancia —Entonces repasó la mesa con la mirada—. Sobra decir que la naturaleza de nuestro objetivo no puede salir de esta sala. —Los Gruul lucharán, ésa es su naturaleza —espetó Aurelia—. Pero si los derrotamos en el encuentro inicial, es poco probable que contraataquen. En su lugar buscarán objetivos más débiles que atacar. —Hay varias guarniciones dentro de una marcha fácil de este nodo — informó Ferzhin—. Y llevamos a cabo operaciones contra los Gruul regularmente. Deberíamos poder desplegar una fuerza considerable sin despeinarnos. —Bien —dijo Ral—. Me gustaría a los Boros que proporcionen la mayor parte de nuestras fuerzas en la superficie y entonces, los Izzet y los azorios unas cuantas unidades de élite de refurzo. Me reuniré contigo, por supuesto. — Eso debería bastar para hacer huir a esos salvajes —exclamó Ferzhin con una sonrisa ante esa idea. —No infravalores a los Gruul —intervino Aurelia—. Son más astutos de lo que parecen. 230

—No —prometió Ral—. En cuanto a la operación Subciudad, ahí es donde tú entras en escena —Entonces buscó con la mirada, a través de la mesa, a Kaya—. Esperaba poder confiar en los Orzhov para el apoyo subterráneo. —¿Mmm? —Kaya parpadeó con aspecto de distraída—. Claro, lo que haga falta. —Señora del Gremio —pronunció el sacerdote—, quizás un compromiso más limitado... —Lo que haga falta —insistió Kaya—. Estaré ahí. —Señora del Gremio, or favor —insistió también el sacerdote—. Tu seguridad es primordial. —Le debo una a Ral por su ayuda —dijo Kaya—. Y yo siempre pago mis deudas. —Bien —dijo Ral—. Voy a pedirle a Hekara ayuda de los Rakdos allí también. Y es más probable que Vraska intente alguna jugada en cuanto nos hagamos con el nodo, por lo que tendremos que fortalecer nuestra posición. —Podemos encargarnos de la situación —añadió Dovin—. Con ayuda de nuestros amigos los Boros, por supuesto —La minotauro se erizó, pero Aurelia se limitó a asentir. —Vale —Ral dio un gran suspiro—. Sé que lo ocurrido con Isperia ha sido… impactante. Pero siempre supimos que Bolas tenía aliados aquí que se han revelado ahora. Todo lo que queda es acabar con ellos — Repasó de nuevo la mesa—. Gracias por vuestro compromiso con Ravnica. —Por supuesto —declaró Dovin tras un instante de silencio—. ¿Qué otro curso podríamos tomar, a fin de cuentas?

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Se acabó. Nivix seguía siendo una colmena de actividad, pero sin querer la más mínima intervención de Ral. La gran máquina estaba en construcción en docenas de laboratorios y talleres, forjando y soldando piezas que, cuando se ensamblaban al fin, crearían fuerzas que unirían el Décimo Distrito en un solo vasto trabajo de magia. El trabajo del propio Azor, modificado y remodelado por el genio combinado de cientos de los mejores Izzet. Ral sintió un gran orgullo por su gremio, por su hogar adoptivo. Lo vamos a lograr. La idea de su cama fue, de golpe, increíblemente tentadora. Ral se levantó de su escritorio con un gruñido cuando su dolorido cuerpo crujió, se estiró y tropezó hacia la puerta. Los planes para el ataque al territorio Gruul ya estaban en marcha, con Aurelia al cargo de los detalles tácticos. Ral sería el primero en admitir que no era un experto militar, por lo que le gustaba la idea de dejar esos asuntos al ángel y a sus subordinados. Así que no pasará nada si duermo un poco. Sin embargo, en el pasillo fuera de su oficina, una delgada figura se sentó con las piernas cruzadas contra la pared. Ral la miró y suspiró. —Hekara —Ella se quedó quieta, y él le dio un empujón con la bota —. Hekara. —¡Yo no he hecho nada! —exclamó Hekara, empezando a despertar de sorpresa. —Nadie dice eso —dijo Ral. —Perdón —Bostezó y se secó los ojos—. Estaba aquí esperando que terminaras. Ral extendió una mano que ella cogió y se levantó. Su estilizado cuerpo parecía no pesar prácticamente nada. Ella le dedicó la sonrisa de siempre, pero había una tensión en los bordes que parecía mal. —Te has perdido la reunión estratégica —comentó Ral. 232

—Me habría muerto de aburrimiento —añadió Hekara—. Su Pezuñidad dice que solo nos debéis decir cuándo queréis nuestra ayuda. Contra los Gruul, o... Entonces bajó la voz para callarse después. —Hekara —llamó Ral—. ¿Qué pasa? —Es que... —Empezó, y sacudió la cabeza—. ¿No hay una manera de que podamos resolver las cosas con Vraska? —Vraska trabaja para Bolas —confesó Ral—. Nos ha traicionado a todos en la cumbre de los Gremios, fue ella quien acabó con la Jueza Suprema Azoria. —Lo sé —dijo Hekara con tristeza—, lo sé todo. Pero es nuestra compañera, Ral. Hemos luchado a su lado. No se puede ir contra los compañeros, jamás. Así… son las cosas. —Lo entiendo —Ral puso una mano sobre su hombro y bajó la voz—. Pero… creí que podía contar con ella. Qué raro. El anterior Ral, el Ral de sus sueños, había decidido no contar jamás con nadie. Con la ayuda de Tomik y unos cuantos otros (incluida Hekara, por raro que parecia) había pensado que eso empezaba a cambiar. Pero ahora... —No nos ha dejado otra opción —dijo Ral—. Bolas se acerca, y si vamos a detenerle, necesitaremos esos nodos. Si Vraska intenta pararnos los pies, la convertirá en enemiga de toda Ravnica. —Sí, pero... —Hekara sacudió la cabeza—. Da igual. Abatida, se dio la vuelta y se alejó. Ral la miró por un momento, suspiró de nuevo y se dirigió a las escaleras.

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Capítulo 12 —¿Y qué me dices de los gigantes? —propuso alegremente Kaya—. Los dos del sótano me dieron mucho trabajo. ¿Podemos juntar unos cuantos de ésos? —Estoy seguro de que eso puede negociarse —respondió el Caballero de la Desesperación, una figura de mejillas huecas con armadura oscura. —Señora del Gremio —llamó Teysa con la paciencia deshilachada—, por favor, ¿me podrías escuchar un momento? —Si yo escucho —dijo Kaya—. Es sólo que no estoy de acuerdo. —No te puedes exponer a riesgos innecesarios —sentenció Teysa. —Puedo —replicó Kaya con un bostezo—. Y no es innecesario. ¿Y gárgolas? Aunque me da que no serían muy buenos bajo tierra… —¿Puedo hablar contigo a solas? —rechinó Teysa. Kaya miró al Caballero de la Desesperación y a su séquito y entoces se encogió de hombros. —Esperaré un informe sobre las fuerzas de batalla que hayas reunido. —Muy bien, Señora del Gremio —dijo el caballero. Salió de la sala con un sonido metálico de armadura pesada, mientras los soldados y sacerdotes se arrastraban tras él. Kaya se quedó sola con Teysa, en esa pequeña sala de conferencias en lo alto de Orzhova. Como todo lo demás en la gran catedral, estaba amueblada de forma opulenta, con retratos enmarcados dorados de banqueros que parecían mirar desde las paredes y una alfombra morada que suavizaba el suelo de piedra. La mesa intrincadamente incrustada estaba pulida hasta brillar como un 234

espejo. Kaya no pudo evitar preguntarse cuántos vínculos de deuda que pesaban en su alma se habían forjado ahí, en esa sala, vidas arruinadas por el golpe de pluma de algún burócrata. —Tenemos que discutir una cosa —comentó Teysa, tensa—. Ya sabes… —¿El qué? —preguntó Kaya, mirando desafiante a la otra—. Tú me has hecho Señora del Gremio, así que mi decisión es ley. —Te hice Señora del Gremio porque era la única forma de salvarte la vida —confesó Teysa—. Los otros estaban listos para matarte antes de que despertaras, y corren el riesgo de que las deudas personales del Abuelo se transfieran a quien sea que te corte la garganta. Los convencí de que así iba a ser más seguro —Se frotó los ojos con la palma de la mano, como si estuviera comenzando a lamentar esa decisión, y Kaya se tranquilizó un poco. —Ya veo —dijo—. En serio, te lo agradezco. Sé que no tienes que dar la cara por mí. —Tú me ayudaste cuando lo necsitaba —recordó Teysa—, no puedo olvidar eso. —Me ibas a pagar —dijo Kaya. O eso creía. Bolas, aquella viscosa serpiente, sabía que seguir sus instrucciones la tendría atrapada ahí. —Y necesito pensar en lo mejor para el gremio —añadió Teysa—. Si mueres en la batalla contra Vraska o contra cualquier otro, podría ser un desastre para los Orzhov. —Lo entiendo —insistió Kaya—. Pero no sé si sabes que se me da muy bien no morir. —Ya me imagino —comentó Teysa con una pequeña sonrisa—. Pero como he dicho, es un riesgo innecesario. —Es necesario —insistió Kaya—. Le debo una a Ral. 235

—Las fuerzas Orzhov le apoyarán… —Yo se la debo, no los Orzhov, así que yo tengo que estar ahí. ¿Te enteras? Teysa se quedó mirando a Kaya por un largo instantes para después sacudir la cabeza. —No —concluyó—. Pero ya veo que no hay forma de hacerte cambiar de idea. Kaya esbozó una sonrisa. —Vale, juro que iré con cuidado. —Más te vale —espetó Teysa. Miró los informes militares y los pergaminos esparcidos como semillas por la vasta mesa, y suspiró. —¿Necesitas mi ayuda con éstos? —preguntó Kaya. —No —Teysa hizo un gesto con la mano—. Ve a descansar, ya me ocuparé de que Ral tenga las tropas que necesita. Kaya sofocó un gemido de alivio, le dio a Teysa un gesto de asentimiento con la cabeza y salió de la sala de conferencias, atravesando la puerta con una luz púrpura. No era estrictamente necesario, desde luego, pero le gustaba atravesar las paredes de vez en cuando solo para probarse a sí misma que aún podía. La vasta catedral comenzaba a sentirse cada vez más como una jaula, dorada y decadente pero asfixiante de todos modos. Podía sentir las obligaciones que había asumido del fantasma Karlov, cuando sus cuchillas le habían atravesado. La envolvieron como mil cadenas espirituales, cada una atándola a un pobre deudor que había hecho un trato con la Iglesia de los Acuerdos. Liberarlos le costó lo suyo, y le costó dinero a los Orzhov. Si se rompen muchos a la vez uno colapsaría todo.

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¿Podría ser así de nefasto? Kaya soñó despierta, distraída, mientras bajaba por los pasillos hacia sus propios aposentos, evitando a los guardias por costumbre. Podría hacerlo: liberar todas las cadenas, declarar una amnistía y condonar todas las deudas con un solo gesto de su mano. El gremio Orzhov se vendría abajo, todo el oro y el mármol suntuosos revelaron estar podridos por dentro. Tal vez le estaría haciendo un favor a Ravnica. Claro que terminaría muriendo en el proceso. Lo cual era, sí, un problema. No era que tuviera miedo exactamente, pero no había nadie más. Cuando Kaya huyó de su hogar prometió sacrificar cualquier cosa por reparar el mundo roto que había dejado atrás. Si muero aquí, todos en casa mueren conmigo, si no ahora, en diez o veinte años cuando el cielo se desgarre. Y aparte, sí, me da algo de miedo. Atravesó la puerta de su habitación y sacudió la cabeza para desterrar esos oscuros pensamientos. Como Señora del Gremio naturalmente tenía unos aposentos repugnantemente opulentos en el corazón de Orzhova. Había llegado con un séquito de una docena de sirvientes, de quienes se esperaba que vivieran con ella para obedecer cada orden y designio. Kaya los había llevado lejos (tener gente tan cerca todo el tiempo la ponía nerviosa) y por eso sus aposentos parecían extrañamente vacías, demasiado grandes para su ocupante. Se quedó temblorosa como un guisante seco en una vaina, y pegada a la colosal habitación y al baño contiguo. Ese día, cuando se materializó al otro lado de la puerta en el gran vestíbulo de entrada, sorprendió a una anciana vestida con la túnica de un sirviente de palacio, que había estado quieta con incomodidad contra un gran espejo con dos niños pequeños a su lado. La mujer parpadeó ante Kaya en estado de shock, y uno de los niños, de diez u once años, se retorció y quedó boquiabierto. —¿Cómo haces eso? —preguntó—. ¿Eso de cruzar las paredes? 237

—Es un don —respondió Kaya con modestia. —¡Svet! —exclamó la anciana, tirando de él hacia atrás. Una chica un poco más pequeña miró a Kaya por debajo del brazo—. Los dos, mostrad respeto. Es vuestra Señora del Gremio —Se inclinó profundamente y obligó a los niños a imitarla. —Gracias —dijo Kaya con una sensación de incomodidad—. Por favor, levantaos. ¿Qué haceis aquí? —Había guardias fuera de sus aposentos, aunque ella misma los había eludido como siempre. —Me llamo Olgaia —pronunció la anciana—. No quiero molestarte, Señora del Gremio, pero hemos oído… que... —La yaya dice que perdonas las deudas de cualquiera que te lo pida en persona —terminó Svet. Kaya hizo una mueca. Entones ya comenzaba a correr esa nueva. Realmente no debía. Si Teysa se enteraba le iba a dar un infarto. Pero había muchísimos deudores, y cada uno contribuyó solo por un poco a la carga sobre el alma de Kaya. ¿Por qué no ayudarlos si tengo esa oportunidad? —No-... es exactamente así —Kaya ladeó la cabeza—. ¿Cómo has acabado con deudas con los Orzhov? —Compré un collar —Olgaia bajó la cabeza—. Era joven y tonta, y pensé que podía hacerme conquistar a un hombre. Fue así, pero... — Entonces se encogió de hombros—. He pasado los últimos veinte años trabajando en las lavanderías aquí. Pero los intereses de mi deuda superan mi sueldo, por lo que la deuda no deja de aumentar —Entonces atrajo a sus nietos hacia ella—. Desde que murieron sus padres me he ocupado de estos dos, pero cuando sean mayores también heredarán la deuda. Por favor, Señora del Gremio. Solo quiero una oportunidad de una vida mejor para ellos.

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Un collar. Quizá un error, pero esa mujer había pasado toda su vida pagándolo. ¿Cuántos niños trabajan para mí, pagando por los errores de sus abuelos? Kaya encontró el hilo de la deuda que la unía a esos tres, como trazar un hilo fino formando un grueso bulto. Con un esfuerzo de voluntad lo rompió, sintiendo un pequeño dolor en el pecho. Olgaia jadeó y se enderezó un poco. —Eres perdonada —pronunció Kaya—. Pero… no se lo digas a nadie, ¿vale? —Por supuesto, Señora del Gremio —Olgaia dio una frenética reverencia—. Gracias, gracias. Kaya se despidió de ella y la anciana empujó a sus nietos por la puerta. Al irse, Kaya suspiró profundamente y entró en la habitación, dejándose caer de bruces sobre el grueso colchón de plumas en el ornamentado dosel. Sopesó la cadena de obligaciones en su mente, los grilletes dorados que la ataban. Con un tirón, se liberarían muchas vidas. Todas menos la mía. Si se le da crédito a Bolas, solo él podría lograrlo... Kaya se sentó abruptamente y sacudió la cabeza. Se encaramó al baño, donde había una enorme bañera de mármol hasta arriba de agua templada corriendo, un lujo impensable en muchos mundos que había visitado. Los Orzhov podrán ser un hatajo de sacerdotes banqueros sin corazón, reflexionó Kaya, pero desde luego saben cómo darse un buen baño.

No quedaba realmente un solo páramo en Ravnica. Tras diez mil años o más de civilización no se había dejado sin construir una sola parcela de tierra, sin quemar, sin arar y sin reconstruir al menos una docena de veces. Los escombros que rodeaban el Décimo Distrito no eran 239

naturales en ningún sentido: eran la ausencia de civilización, su negación y destrucción. Probablemente, pensó Ral, a los clanes Gruul le gustaba así. O de lo contrario no sabían la diferencia, dado que como Planeswalker había visto un verdadero desierto en otros mundos, mientras ningún ravnicano podía entender lo que eso realmente significaba. En cualquier caso, mientras los Gruul hablaban sin cesar sobre la naturaleza y su poder, vivían entre ruinas, como parásitos hurgando en lo que los otros gremios habían creado. Nunca habían sido los principales enemigos de la Liga Izzet, pero de todos los gremios a Ral les parecía, quizá, los más incomprensibles. Era un día frío, pero al menos la lluvia había disminuido brevemente, con solo chubascos ocasionales bajo un gris cielo sin sol. Unos pocos días de sueño razonable no habían restaurado a Ral por completo, pero había marcado una buena diferencia, al igual que la desafortunadamente breve visita de Tomik. Ahora llevaba su abrigo largo y la última versión de su acumulador, completamente cargado y listo. El brazalete de mizzium le crujía con anticipación en el brazo. Detrás de él caminaba una compañía de chamuscadores, soldados viashino equipados con lanzallamas. Los humanoides reptilianos se ladraban y gruñían entre ellos en su variante gutural de la lengua común, de manera que sus lenguas indicaban un alto tono. Pasaban la mayor parte de su tiempo de guardia, restringidos de usar sus armas para no quemar los laboratorios y talleres a su cuidado, por lo que Ral imaginó que estaban esperando la oportunidad de liberarse en campo abierto. La mayor parte de la fuerza que los acompañabatal había prometido Aurelia, fue proporcionada por la Legión Boros. Dos batallones de infantería marchaban en disciplinadas filas, con lanceros protegidos en la vanguardia y arqueros en la retraguardia. Los sargentos con mellados yelmos merodeaban entre esas filas, golpeando a sus 240

soldados por infracciones de instrucción incomprensibles para Ral. A la cabeza de cada batallón un estandarte de guerra con el emblema Boros ondeaba con orgullo, rodeada por una guardia de honor. Los soldados boros también estaban por encima: Varios escuadrones de caballeros celestes, lanceros a caballo, cubrían la expedición, explorando el suelo frente a ellos. Compartían el aire con inquietud con sus homólogos azorios, que estaban sobre grifos. Más caballería azoria sostenía los flancos de la fuerza terrestre, con varios escuadrones de húsares de armadura pulida a cada lado. Cabalgaron por rutas y plazas antiguas, a través de edificios medio derrumbados y cubiertos de enredaderas y árboles en crecimiento. Algunos parches de Barrioescombros se habían arruinado por mucho tiempo, mientras que otros tenían nuevas cicatrices de quemaduras. Ése era el límite del territorio Gruul, donde los Boros luchaban en su guerra sin fin contra el caos invasor. A medida que cruzaban el otro lado los árboles se hacían más altos, la hierba más profunda y los desmoronados cascos de piedra de las estructuras antiguas se sumergían en verde, como si fueran barcos destrozados y hundidos bajo las olas. La Comandante Ferzhin, acompañada por media docena de jóvenes ayudantes de campo, anduvo en el centro de la formación Boros con ojos oscuros vigilantes. Miró en dirección a Ral cuando él se colocó a su lado dando dos pasos para que cada uno de la Comandante mantuviera el ritmo. —Casi están ahí —informó Ral. Bajó la mirada hacia el dispositivo que tenía en la mano, que era un objeto de cristal de mizzium que los quimistas habían tirado a toda prisa. Un cristal pulido en la parte superior se hizo más brillante cuando se acercaron al nodo, y zumbó suavemente mientras la agitaba en círculo—. Justo delante de ese muro, creo.

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—Parece una vieja plaza —retumbó la minotauro, cubriéndose los ojos con una mano. Un amplio espacio abierto más adelante estaba frente a edificios en ruinas a tres esquinas, incluida una de al menos cuatro pisos de altura—. No me gusta, es un buen sitio para una emboscada. —Los Gruul no nos han perseguido hasta ahora. Tal vez no atacarán siquiera. —Lo harán —acordó Ferzhin mientras su labio se curvaba—. Siempre lo hacen, preparaos. En el borde de la plaza la minotauro gruñó una orden, y la fila se detuvo. Los caballeros celestes volaban en desganados círculos por encima mientras la caballería esperaba, y los caballos soltaban un suave resoplido. Ral y Ferzhin se deslizaron hacia adelante a través de las filas, al frente de la formación. Frente a ellos, en el centro de la plaza, esperaba una sola figura. —¿Le reconoces? —preguntó Ferzhin. Ral sacudió la cabeza, deseando por un momento que Lavinia estuviera allí. Es la que sabe todo de todos. —Está claro que quiere hablar, así que hablemos. La minotauro puso los ojos en blanco, pero no dijo nada cuando Ral salió para encontrarse con aquel individuo solitario. Era un hombre joven, claramente de los clanes Gruul: muy tatuado, con restos de armadura de piel y un mechón rígido de pelo oscuro. Llevaba un par de hachas de mano en el cinturón y apoyaba las palmas sobre ellas mientras esperaba a que se acercaran sus visitantes con una insolente sonrisa. —Mucho nervio, un montón —gritó a medida que se acercaban—. Mucho nervio pa’quí.

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—Tienes algo de nervios, de venir por tu cuenta —comentó Ral, y se quedó mirando al joven de arriba abajo—. Soy Ral Zarek de la Liga Izzet. —Yo Domri Rade, ¿vale? De los Clanes Gruul —Sus labios se partieron en una cruel sonrisa—. Cabecilla de todos los Clanes Gruul. Ferzhin se echó a reír. —Borborygmos podría querer hablar contigo si vas por ahí diciendo cosas así. La mueca de Domri se acentuó. —Ya lo hemos hecho. Dicen por ahí que ha sido el duelo del siglo. —¿Y has ganado tú? —preguntó Ral, oubtfully.dubitativo. —¿No ves que estoy aquí? —Domri se abrió de manos—. Y él no, así que así se queda. Quédate con tus puñeteros juguetes metálicos y sal de aquí mientras puedas, ¿te enteras? De lo contrario vamos a tener problemas. —No venimos a quedarnos —sentenció Ral—. Es solo por la duración de la emergencia. —Me importa una mierda —espetó Domri, inclinándose hacia adelante hasta estar a solo centímetros de la cara de Ral—. Tú y esa emergencia. Si este dragón grande y malvado viene a meterse con nosotros, lucharemos contra él también. Contra todos. ¿No ves que somos Gruul? El viejo Bor-Bor trató de hablarlo, y mira a dónde le ha llevado. No pienso cometer ese error. —Osadas palabras para un hombre solo —añadió Ferzhin. —Ah, no te preocupes —Domri dio un paso atrás y extendió los brazos—. No estoy solo. Un penetrante grito resonó en el aire. Ral levantó la vista para ver caer a un caballero celeste mientras costado de su grifo se abría en 243

una lluvia de sangre por un monstruoso águila. Descendían más pájaros en bandadas: halcones, búhos y cuervos por miles. Brillaban con un verde oscuro, y Ral podía sentir el pulso de magia a su alrededor. Levantó las manos y cerró los guanteletes en forma de puños. Los relámpagos crepitaban a su alrededor se dispararon al cielo, atrapando al mayor de los atacantes aviares. El águila emitió un chillido al estallar en llamas, cayendo sobre la hierba en un amasijo, y el poder se arqueó adelante de un pájaro al siguiente. Los cuervos reventaban en ráfagas de plumas negras. —¡De vuelta a las líneas! —ordenó Ferzhin mientras cogía a Ral del hombro. —Puedo con unos pajarracos… Pero más movimiento llamó la atención de Ral. Desde alrededor de la periferia de la plaza, una nube de polvo se alzaba, y sobre su cabeza podía ver una fila sólida de jabalís. Eran enormes, del tamaño de un hombre, con los mismos intrincados tatuajes que Domri y con el mismo brillo verde oscuro. Cada uno lucía un par de inmensos colmillos, respaldados por casi medio kilo de músculo porcino. Domri sacó un hacha de cada mano y se rió salvajemente cuando los jabalís pasaron a su lado. —De vuelta a las líneas —concordó Ral. Llegaron justo a tiempo, trepando tras la pared formada por la primera fila de las tropas Boros, con sus escudos metálicos desgastados entrelazados con una facilidad practicada. Sus lanzas niveladas formaron un matorral impenetrable, pero los jabalíes siguieron su carga con una furia suicida, tirándose a la línea de puntos de acero. La gran masa de su impacto desordenó la fila, haciendo retroceder a los soldados o derribándolos. Aun empalados y sangrando los jabalíes seguían golpeando, rompiendo las lanzas 244

ensartadas. Al acercarse lo suficiente sus colmillos arrancaron los escudos y desgarraron armaduras, dejando cuerpos rotos sangrando en la hierba. Sin embargo, las tropas Boros sabían sus técnicas. Hombres y mujeres a la vanguardia soltaron sus lanzas cuando los jabalíes los destrozaron, y sacaron espadas mientras se acercaban para matar a aquellas enormes bestias. Tras ellos se formó la segunda fila, y los arqueros prepararon sus flechas. Arriba el cielo se había convertido en un torbellino de pájaros y grifos, en una bandada de animales que atacaban a cada caballero celeste, los cuales disparaban sus arcos con una precisión sobrenatural, enviando una constante lluvia de águilas, halcones y cuervos cayendo en picado a tierra. —Aquí llegan —bramó Ferzhin—. ¡Arqueros, listos! A través del polvo desatado por la carga de los jabalíes, Ral pudo distinguir una gran cantidad de siluetas fugaces saliendo de los edificios en ruinas en una marea de músculos, cuero y acero. Por todas partes las cabezas eran visibles por encima de la oscuridad, como gigantes de pelo abundante y multicolor y enormes palos de piedra. Ral tuvo un repentino momento de duda (son muchísimos), mostró sus dientes en una sonrisa salvaje y gritó a sus tropas viashino. —¡Id! ¡Salid al frente! Los lagartos saltaron adelante, rodeando los grupos de soldados boros al combate y los pocos jabalíes supervivientes para formar una delgada línea de escaramuza desde la pared del escudo de la Legión. Tras ellos los arqueros soltaron un aluvión de flechas con un sonido como el de una bandada de pájaros al vuelo, zumbando por encima y descendiendo como una oscura lluvia. Los entrenados soldados tuvieron otra descarga al vuelo antes de que el primero aterrizara, y aquellas figuras gritaron, tropezaron y cayeron al entrar en escena la horda. 245

Una luz repentina y cegadora encendieron las armas de los abrasadores. Las lenguas de fuego lamían tocando las figuras envueltas y dejándolas en llamas, con un barrido de un lado a otro. Hombres y mujeres bailaban como si fueran unos títeres enloquecidos, envueltos en llamas y chillando mientras ardían. En respuesta surgió una ola de jabalinas y hachas arrojadizas, y algunos de los abrasadores fueron derribados, incluso uno de ellos detonó en una espectacular explosión. El resto retrocedió lentamente, jugando sus fuegos sobre los anarquistas Gruul al avance, y entonces volvieron a ponerse a salvo detrás de la fila de lanceros Boros. Los Grull entraron colmados de una ansiosa furia, saltando sobre sus propios carbonizados muertos con espadas y hachas en las manos. La mayoría eran humanos de pelo salvaje, armadura de cuero o sin nada, piel gruesa y tatuada y ojos salvajes de rabia. Los ogros también se alzaban entre ellos, más grandes y más robustos, empuñando enormes palos que Ral dudaba que pudiera levantar siquiera. Por un momento pareció que iban a aplastar la fila Boros con puro impulso, pero los entrenados soldados bloquearon los escudos y las lanzas, y la furiosa ola de anarquistas se rompió contra ellos como una ola contra la roca. Cortaron las lanzas sobresalientes, intentaron esquivarlas o simplemente se lanzaron delante y confiaron en la suerte. La vanguardia de repente estaba repleta de muertos y moribundos, y las tropas Boros dejaron caer sus lanzas, desenvainaron sus espadas y se enfrentaron a los supervivientes. En unos momentos se desarrolló un cuerpo a cuerpo salvaje y fue difícil ver algo. Uno de los gigantes había caído, cubierto de cien flechas, pero otro entró alegremente en la fregiega con un enorme garrote que se movía de un lado a otro, destrozando a aliados y a enemigos por igual. La fila Boros se dobló ante ésa y amenazó con romperse. Ral extendió la mano sobre su cabeza y tiró abajo, y la energía rugió del 246

acumulador en su espalda hasta lamer el cielo. Un momento después el cielo retumbó en respuesta, y un rayo titánico de rayos descendió golpeando a la enorme criatura mientras levantaba su palo para otro golpe. El arma se deslizó de su mano, cayendo pesadamente al suelo, mientras el gigante fue por un momento cubierto de un blanco brillante. Entonces se derrumbó, humeando, y se derrumbó ante los vítores de los soldados boros. —¡Ahí! —gritó Ferzhin—. ¡Es Domri! Algo enorme surgió del polvo, más alto y más ancho que los gigantes. Tenía una forma vagamente humanoide, de cuerpo rechoncho y patas largas, pero estaba hecha de material de los escombros, enredaderas, árboles, trozos de roca, columnas y estatuas antiguas, todos bajo presión uno contra el otro para formar un constante rugido. Las flechas se estrellaron contra él con poco efecto, y barrió una mano a través de un escuadrón de soldados Boros dejándolos destrozados y dispersos por el césped. En el hombro de la enorme criatura estaba montado Domri, con un hacha en cada mano, riéndose alegremente de la carnicería bajo él. —¡Abrasadores! —llamó Ral—. ¡Acabad con esta cosa! No esperó la reagrupación de viashinos, sino que cargó con Ferzhin a su lado. Un rayo explotó de la punta de sus dedos, recorriendo el enorme elemental de ruinas haciendo piedra y madera explotara a su paso. Aquella cosa se retorció, como si pudiera sentir dolor, y bajó una mano enorme para aplastar a Ral como un insecto, aunque él la esquivó hacia atrás, tropezando cuando el golpe envió una onda expansiva a través de la tierra, lanzando a su vez un pulso concentrado de poder a la mano del elemental, que estalló en una lluvia de rocas y astillas de madera. El fuego lamía desde una docena de direcciones, quemando al elemental, el cual se alzó a la busca de sus atacantes. Domri saltó de su hombro y cargó contra Ferzhin, quien sacó su gran espada y se 247

levantó para recibirle. El choque de acero retumbó, y el joven presionó el ataque entre risas, dando vueltas y alejándose de los ataques de la minotauro impasible con angustiosa facilidad. Ral le lanzó un rayo y Domri se hizo a un lado. Antes de que Ral pudiera presionar su ataque tuvo que danzar lejos del elemental de nuevo, evitando ser aplastado por poco. Se acabó. Normalmente la mejor manera de lidiar con un elemental sería matar a quien lo haya convocado, pero en el caos de la batalla ése podría estar en cualquier parte. Eso solo deja un enfoque directo. La criatura estaba gravemente dañada, ardía en varias partes mientras los abrasadores continuaban atormentándola. Ral sacó todo el poder que pudo de su acumulador, haciendo que sus guantes blancos brillaran con intensidad, y lo enfocó en una lanza de energía brillante. Cuando el elemental volvió a levantarse desencadenó la explosión, de modo que un rayo de luz atravesó el núcleo de la criatura hasta hacer estallar en una gran cantidad de rocas y mampostería vieja de su espalda. La gran criatura gimió y comenzó a desmoronarse, con rocas y árboles en llamas cayendo al suelo mientras se desintegraba. Domri lanzó un grito de triunfo y Ral se giró a tiempo para ver que la espada de Ferzhin le golpeaba en las manos. El joven se dio la vuelta enterrando una de sus hachas en las costillas de la minotauro. Pero se resistió con rapidez, y su grito triunfante se interrumpió cuando ella le sujetó y derribó con fuerza su cráneo cornudo en un brutal golpe de cabeza. La nariz de Domri se rompió con un crujido que Ral pudo oír en el campo de batalla, y se tambaleó atrás en el polvo ondulante del elemental derrumbado. Ral levantó una mano para enviar un rayo a por él, pero el acumulador de su espalda solo emitió un gemido vacío. Soltó una palabrota cuando Domri desapareció, y se apresuró al lado de Ferzhin. La minotauro había caído sobre una rodilla, sujetando el

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hacha que Domri había dejado atrás. Ella se la soltó con un jadeo y la tiró, haciendo que la sangre empapara su uniforme. —¡Comandante! —Un teniente Boros trotó y le ofreció un nítido saludo. —Ve a por un sanador —le ordenó Ral—. Necesita… —Después —dijo Ferzhin a medida que se ponía de pie—. Informa. —Sí, señora —obedeció el teniente—. El enemigo se ha batido en retirada, el día es nuestro. —Implementa patrullas perimetrales —ordenó Ferzhin—. Reúne a nuestros heridos y asegúrate de que estos cabrones no hayan dejado sorpresas desagradables. —Sí, señora. —Y sólo entonces —siguió Ferzhin, mirando a Ral—, tráeme un sanador si queda de sobra. —Sí, señora —El teniente dio su saludo y salió corriendo. —¿Estás bien? —preguntó Ral, mirando su lado sangrante. —Me las he visto en peores —contestó Ferzhin mientras respiraba con fuerza—. Es… más de lo que esperaba. Ral asintió lentamente. —Alguien les ha chivado que íbamos a venir —Bolas. —Pero vamos —La minotauro hizo un gesto a su alrededor, hacia la antigua plaza ahora repleta de cadáveres—, tienes tu terreno. Espero que tus locos ingenieros puedan hacer algo que valga la pena. —Tú tranquila con eso —afirmó Ral mientras un médico Boros de bata blanca se apresuraba—, ya nos encargamos desde aquí.

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Capítulo 13 Vraska bajó la mirada hacia su mapa, con líneas entintadas pergamino cubiertas con trazos de lápiz. Solo líneas en papel, por ahora. Pero lo que representaban... Estás angustiada, amiga Vraska, proyectó Xeddick en su mente. Vraska se reclinó en su trono de cadáveres petrificados, ahora fuertemente acolchados y mucho más cómodos. Dejó descansar la cabeza sobre la gruesa almohada que cubría el el chillón rostro de un elfo sombrío y miró al techo abovedado. Globos de luz colgaban a intervalos, brillando suavemente con bioluminiscencia, suspendidos en vastas esteras de telaraña. Vraska cerró los ojos y presionó los dedos contra la frente. Le dolía la cabeza y los zarcillos sobre ésa colgaban flojos y sin vida. Tienes que descansar, insistió Xeddick, avanzando desde las sombras al lado del trono. Aparte de unos pocos guardias Arcaicos, era el único en la sala del trono. Todos los demás habían sido desterrados la noche anterior. Te fuerzas mucho. —Es todo lo que puedo hacer —murmuró Vraska sacudiendo la cabeza. Se sentó y miró al albino kraul. Era pequeño para su raza y sus alas revoloteaban débiles e inútiles, pero su mente era extraordinaria. Y se preocupa por mí. Eso, en esos días, era una rareza —. Lo siento. Tienes razón, es sólo que... Entonces dio un gesto al mapa. Te preparas el ataque de los habitantes de la superficie, dijo Xeddick. ¿Estás segura de que vendrán? —Se acercan —afirmó Vraska, sombría—. Ral Zarek no se va a rendir, no es lo suyo —Su labio se torció—. Es uno de sus mayores encantos. Entonces vendrán, aseguró Xeddick. Y tú los derrotarás. 250

Podía sentir su ciega confianza, y eso la hizo estremecerse. —Habrá un precio, y los tuyos se llevarán la peor parte. Siempre hay que pagar, amiga Vraska. Y mi gente te debe más de lo que posiblemente podamos pagar. Asumiremos esa carga con gusto. —Mazirek podría discrepar. Mazirek se ha distanciado del resto de los kraul, argumentó Xeddick. Parecía incierto, no estaba en su naturaleza criticar. Se ha vuelto... orgulloso. Se ha olvidado del propósito de cada kraul que es servir a la colmena. Es la colmena la que perdura cuando el individuo falla. Eso es, pensó Vraska. Lanzó las palabras al fondo de su propia mente, donde tuvo la desagradable sensación de que encontraría a Jace mirándola. He hecho lo que debía por los Golgari. Esta es mi gente, mi deber. Tengo que protegerlos mejor que Jarad, de modo que nadie deba sufrir lo que yo. Prisión, tortura y casi muerte, por ningún motivo que el haber nacido gorgona. Y aún queda otra cosa. Vraska forzó una sonrisa, mostrando dientes puntiagudos. Eso lo he disfrutado. Ver a la gran esfinge Isperia (la jueza que había destrozado su vida con una simple firma en un decreto) endureciéndose en piedra exánime. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo. Xeddick se movió inquieto. Amiga Vraska, llamó, los guardias han capturado a un intruso. —¿Otro asesino? —Vraska miró desde donde estaba—. No me hace falta para el trono. Haz que lo echen… Mis disculpas, no parece ser una asesina. Dice ser una emisaria de los Rakdos. —¿De los Rakdos? —Vraska frunció el ceño—. Tráela dentro.

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Unos momentos más tarde, un par de Arcaicos entró escoltando a una figura desaliñada en un mono de cuero de retazos, mojada de la cabeza a los pies. El agua se había amontonado sobre el pelo, dejándoselo plano y goteando. —Hekara —pronunció Vraska con un suspiro. —¡Vrasky! —exclamó Hekara, rebotando y salpicando agua por todas partes. —¿Qué te ha pasado? —preguntó Vraska. —P’os que me he caído en el foso —respondió Hekara al instante. —Si está lleno de cocodrinos —añadió Vraska. —Ya me he dado cuenta —dijo Hekara aún con la sonrisa—. ¡Cómo muerden! Vraska sacudió la cabeza, con los zarcillos rizándose de regocijo. —¿Ral sabe que estás aquí? —No —respondió Hekara—. Sólo quiero hablar —Se mordió el labio, y entonces miró a los guardias y a Xeddick. —Adelante —pidió Vraska—. Tú también, Xeddick. Ya hablaré contigo después. El kraul dobló sus patas delanteras en la versión de su especie para un arco y se retiró, con los arrastrantes Arcaicos más adelante. Hekara, todavía goteando, saltó al trono. —Me gusta cómo tienes el chiringuito montado —comentó ella—. Muy tuyo, ¿sabes? —Se inclinó para examinar una de las estatuas retorcidas que formaban el trono—. Y también tienes una buena silla. Debe de ser complicado pulirlo para sentarte a gusto.

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—No… es un problema —comentó Vraska, sonriendo a pesar de sí misma—. ¿Qué haces aquí, Hekara? ¿Has venido a hablar en nombre de Rakdos? —Nope. Su Llameacidad está cabreado contigo por todo... ese tema. Dice que no le gusta que le traicionen, lo cual es raro porque él mismo traiciona siempre a otros, ¿eh? ¡Demonios! —Se echó a reír, aunque sonando algo forzada—. No estoy aquí en nombre de nadie, sólo de mí. —Vale —dijo Vraska—. ¿Qué quieres decirme? —Pues que he pensado en lo ocurrido —explicó Hekara—, y creo que tendrías que volver. —Volver —repitió Vraska con inexpresividad. —Sí —Hekara rebotó en la punta de sus pies—. Que somos compañeros, tú, yo y Ral. No nos deberíamos pegar entre nosotros. —Ral posiblemente... esté ‘cabreado’ conmigo también. —Ah, ya lo superará —Hekara hizo un gesto con la mano—. Tiene algo nuevo de lo que se supone que no debo hablar, lo cual está bien porque no tiene mucho sentido para mí, y se sube a estas largas tangentes cuando no ha dormido mucho y comienza a dibujar en las paredes… y creo que me he perdido y ya no sé lo que estaba contando. Pero bueno, deberías volver porque somos compañeros y yo no tengo rencores. Él también te perdonará. —Buena oferta —concluyó Vraska, recostándose nuevamente en su trono. —Eso mismo pensé yo —concordó Hekara—. ¿Entonces vas a venir? —Por desgracia no creo que sea así de sencillo. La ceja de Hekara se arrugó. —¿Por qué no? 253

—Tengo… responsabilidades. —¡Pa’ la hoguera! —exclamó Hekara con rapidez. —Hoguera… —Vraska sacudió la cabeza. —Me di cuenta de que prenderle fuego a las cosas suele ser una solución —sentenció Hekara. —Pero no... —Vraska dio una profunda bocanada de aire—. Los Golgari me necesitan, tengo el deber de protegerles. —Mi viejo maestro me solía decir que uno sólo tiene tres deberes: atender al jefe, cuidar de los compañeros, y cuidar de uno mismo — Hekara ladeó la cabeza—. Tú eres la jefa, el primer deber. Puedes traerte a tu amigo si quieres, yo le tendré en mi habitación. Nadie se enterará. —No puedo, Hekara —dijo Vraska con amabilidad. —Pero no te puedes quedar aquí —Los labios de Hekara se pusieron a temblar—, o si no terminarás pegándote con Ral. Y sois compañeros. Traté de decirle lo mismo, pero no ha hecho caso. Pero tiene ese dragón como jefe, y tú no, así que pensé... Y yo una clase muy distinta de dragón. Vraska guardó el pensamiento para sí misma. Incluso sin Bolas, todavía tendría que responder a los Golgari. —Lo siento —concluyó Vraska. —Eres idiota —espetó Hekara mientras daba un pisotón—. Y Ral también, no lo entendéis. Giró sobre sus talones y salió dejando un rastro de huellas húmedas. Unos momentos más tarde, Xeddick reapareció. Tu visitante ha vuelto a caer al foso, informó.

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—Sácala de ahí —ordenó Vraska—. Y asegúrate de que vuelva a la superficie sana y salva. Era lo menos que podía hacer. Lo único que puedo hacer. ¿Y las defensas?, preguntó el kraul, señalando el mapa con una extremidad anterior. —Dile a Mazirek y a su gente que empiecen a exponerlos —ordenó Vraska—. Todo lo rápido posible, no tenemos mucho tiempo.

Kaya siguió a Tomik Vrona a la oficina de Teysa, andando por los elegantes pasillos de los rincones más privilegiados de Orzhova. En verdad ahí arriba parecía más un banco que una iglesia, con retratos ceñudos de notables anteriores Orzhov en cada pared, muebles dorados y mucho mármol. Tomik se detuvo frente a un conjunto de puertas dobles talladas con un elaborado friso, y Kaya se detuvo a su lado. Si soy la Señora del Gremio, pensó, ¿por qué siento que me van a echar la bronca a mí? Tomik dio un pequeño toque a la madera. La voz de Teysa se oyó desde su interior: —¿Sí? —He traído a la Señora del Gremio, Lady Teysa, tal como has pedido. —Claro, entra —Había una frialdad en las palabras de Teysa que a Kaya no le gustaba. Entonces completo chimenea ocupaban

entraron. La oficina de Teysa estaba hecha casi por de mármol, con un fuego rugiendo en una inmensa que la hacía casi sofocante. Altas y estrechas ventanas la pared tras el gran escritorio de madera, azotado por la

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lluvia. Un relámpago brilló de nube en nube fuera, y Kaya oyó un rápido trueno. Teysa, sentada entre dos pilas de grandes libros encuadernados en cuero, levantó la vista del libro de cuentas en el que había estado escribiendo y esbozó una seria sonrisa. —Señora del Gremio —pronunció. —Eh... Teysa —Kaya no sabía de su título oficial—. ¿Qué tal? —He estado mirando las cuentas —informó Teysa mientras hacía un gesto a los libros. —Ya veo —Kaya miró a Tomik, quien había tomado un lugar discreto en la esquina—. ¿No tenías gente para eso? —El líder Orzhov, el Señor del Gremio, debe tener una personal apreciación del estado de nuestras cuentas. Somos un banco, a fin de cuentas. El saldo de nuestros activos frente a las obligaciones pendientes es motivo de grave preocupación. —Sí —Kaya se encogió de hombros—. Mira, las dos sabemos que no es algo que yo pueda hacer, así que si de eso se trata... Teysa le levantó la vista con una mirada fría que escondía ira. —Soy muy consciente de eso. De hecho has aceptado mantenerte alejada de la política Orzhov aun siendo Señora del Gremio, y dejarme esos asuntos a mí. Pero ahora... —Y golpeó con un dedo el libro de cuentas—. No cuadran. Kaya fingió confusión. —No entiendo nada. —Entonces deja que te lo diga de manera sencilla. Has estado perdonando deudas sin consultarme a mí ni a ningún otro funcionario Orzhov.

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—Yo... —A la mierda. Kaya sacudió la cabeza—. Muy bien, ¿y si es así? No habrán sido tantos... —Sesenta y siete hasta la fecha. Por un valor total de doscientos cuarenta y seis mil trescientos doce zinos netos, y eso suponiendo… en fin, muchas cosas. —Seguro que el gremio podrá con ésa —argumentó Kaya—. Recuerda que puedo sentir estos contratos, y sólo eran una minucia. —El que podamos o no es lo de menos —espetó Teysa con la voz en alto—. Me has jurado que te mantendrías al margen de los negocios Orzhov. —Me da igual que me quiera quedar al margen o lo que acordamos —respondió Kaya—. Tú le has dicho a todos ésos que soy la Señora del Gremio, ¿cómo puedes echarles la culpa de que me traten así? —No es culpa suya, ¡tú diles que no! Kaya se sentía cada vez más furiosa. —¿Para qué? ¿Para que puedas seguir rapiñando deudas de sus bisnietos? El rostro pálido de Teysa se puso rojo. —Cada contrato firmado por los Orzhov está de acuerdo con la ley ravnicana y es voluntario por ambas partes. Solo hacemos cumplir nuestros derechos. —Sí, claro. Como algún pobre gilipollas que quiere pagarle a un médico para que ayude a su mujer, y eso te da derecho a dar trabajo de esclavos a su familia por sus siguientes tres generaciones. —Ya le habían detallado los términos. Siempre podía haber elegido no firmar... —Y dejar morir a sus seres queridos —Kaya sacudió la cabeza—. ¿Es que no entiendes que todo lo que le haces a esa gente está mal? 257

—¡Nosotros no hacemos nada! —exclamó Teysa—. Todo lo que les pase es cosa suya. Nosotros tan solo… lo facilitamos. Se miraron la una a la otra por un largo lapso. Teysa tenía las manos planas sobre el libro de cuentas, respirando con dificultad. Kaya apretó los dientes. —Independiente de tus… escrúpulos —siguió Teysa en un tono cauto —, como cuestión práctica no podemos perdonar nuestros deudores así por las buenas. Los Orzhov tenemos ya nuestras obligaciones, y debemos tener ingresos para cumplirlas. En caso contrario las consecuencias para Ravnica serían incalculables. —El hecho de que te hayas atado a un nudo no significa que debas seguir apretando más —argumentó Kaya—. No significa que no puedas tratar de liberarte poco a poco. —Kaya... —Teysa se llevó la mano a la frente—. Como hagamos lo que quieres sería la ruina para el gremio. —Si el gremio depende de esclavizar a niños por las deudas de sus padres, entonces tal vez merezca ser destruido. —Espero que estas palabras se queden aquí —concluyó Teysa con una mirada aguda a Tomik—. O si no, no responderé por las consecuencias. —Qué sutil —dijo Kaya. —Sólo trato de ayudarte, y todo lo que necesitamos es... —Teysa agitó vagamente una mano—. Nada, sentarte en el trono y entonar unas palabritas vacías, hacer reverencias en eventos oficiales. Cuando nuestros abogados descubran cómo sacarte de nuestras obligaciones, podrás irte con mi bendición. Hasta entonces… —Hasta entonces, ¿dejo que todos piensen que acepto ser la jefa de esta organización? —Kaya escuchó su propia voz alzándose. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo fuerte que le parecía—. 258

Pero ha pasado, tengo el poder de cambiar las cosas para mejor aquí. No me lo prohíbas. —Parece que no puedo —acordó Teysa—. Pero te tendrás que guardar las espaldas. —Por suerte para todos —espetó Kaya—, eso se me da muy bien. Se puso de pie y se alejó. Tomik se apresuró a abrir las puertas dobles, pero Kaya simplemente las atravesó en un estallido de luz púrpura.

Para Ral se suponía que el piso de Correperros era un refugio. Por desgracia parecía que ahora mismo ese refugio estaba bajo asedio por el resto de Ravnica. Entró, con unas gotas de lluvia salpicando a su alrededor, y cerró la puerta contra el viento. Las tormentas eléctricas generalmente le hacían sentir una especie de euforia. Todo ese poder, corriendo libremente por el aire y brillantes corrientes de energía recorriendo su piel en rastros de fuego. Podía extender la mano y tocarlo, saborearlo, oler el calor del ozono. En cambio ahora... No es suficiente. Los rayos podrían romper la piedra y derretir el acero, pero no podían hacer que las ruedas de la burocracia corrieran más rápido, o triangular resonadores con mayor precisión, o alinear bobinas de mizzium. No pueden hacer que un montón de puñeteros idiotas hagan lo que se les ordenen. Pero progresaban. Los resonadores subían por todo el Décimo Distrito, zumbando, girando artilugios de mizzium, de cristal y de acero. Cada uno se debía colocar minuciosamente y ajustarse para que sus bobinas principales giraran con la frecuencia y dirección debidamente sincronizada con las demás. Si se hacía bien se formaría

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una red, amplificando y alterando el campo mágico del Pacto entre Gremios para que Niv-Mizzet pudiera obtener lo que deseaba. Sin embargo, un error y todos sus esfuerzos serían peores que inútiles. Los resonadores fallarían, o peor. El poder potencial de una resonancia destructiva era devastador. Ral había olvidado mencionar eso a los demás gremios cuando les explicaba el plan. Pero si fallamos nada de eso importará. Casi podía sentir el aliento caliente de Bolas en la nuca. El dragón se acercaba cada vez más, y si los resonadores no estaban listos a tiempo, entonces lo único que se interpondría entre él y Ravnica sería la Baliza, el desesperado plan de respaldo de Niv-Mizzet. Era gritar a la nada esperando que alguien respondiera. Ral se estremeció. Si tenemos que confiar en eso probablemente estemos condenados. La cerradura hizo un clic y Ral se dio cuenta de que todavía estaba apoyado contra la puerta. Salió del pasillo antes de que se abriera otra vez para revelar a Tomik, acurrucado bajo un impermeable mojado y sujetando una bolsa de papel. Levantó una ceja hacia Ral y se recolocó las gafas. —Eh, ¿curry? —llamó—. El que te gusta. ¿Puedo entrar? Ral se dio cuenta de que todavía estaba quieto en la puerta y se apartó con prisa. —Lo siento. —Da igual —dijo Tomik mientras se adentraba—. No es como si esté mojado del todo. No todos tenemos nuestro propio paraguas mágico, ¿sabes? —Aun en días como este me mojo —se quejó Ral—. Hace mucho viento. —Tienes mi más sincera solidaridad —Tomik tiró la bolsa de curry sobre su mesita. Se quitó las gafas manchadas de lluvia, fue a 260

limpiarse la camisa y se detuvo cuando la encontró empapada—. ¿Tienes una…? Ral se colocó detrás de él y le puso una mano en el hombro, dándole la vuelta. Antes de que Tomik pudiera terminar la frase le besó, con toda la frustración acumulada y preocupación de los últimos días. Tomik dio un paso atrás, contra la pared, y Ral presionó con fuerza contra él. —¿…toalla? —terminó Tomik débilmente, cuando Ral finalmente se apartó por un momento, cosa que le llevó un fuerte suspiro—. El curry... —Para después —gruñó Ral. —Para después —repitió Tomik, dejando las gafas con cuidado sobre la mesa.

El después llegó, como suele suceder, con deprimente precipitación. —Sé lo que me preocupa —comentó Ral. Estaban en la habitación, y se paseaba frente a la amplia ventana. Un relámpago brilló en el horizonte, conectando una torre al cielo por un momento, y Ral levantó las manos y dejó que una respuesta crujiera por sus nudillos. Se pasó una mano por el pelo mojado por el sudor y dejó que un crujido de electricidad restaurara sus puntas—. ¿Qué te carcome? —¿Quién dice que me preocupe algo? —murmuró Tomik. Seguía acostado en la cama, con su estilizado cuerpo cubierto solo por una sábana fina. Ral observó su reflejo en la ventana con un ojo apreciativo cuando se dio la vuelta y suspiró. —Estás cabreado —dijo Ral. —No cabreado, sólo pensativo —corrigió Tomik—. Podrías intentarlo alguna vez. 261

—Pues vale —comentó Ral—. ¿En qué piensas entonces? —En cosas de gremios —respondió Tomik con un suspiro. Ral miró por encima de su hombro. La frente de Tomik estaba arrugada, y por un momento Ral quiso llevarlo más allá. Pero siempre mantuvieron sus respectivas posiciones fuera de la relación, y aunque las circunstancias de Ral habían cambiado (si lo consigo nadie entre los Izzet se atrevería a desafiarme, y si fracaso dará igual) Tomik solo había conseguido más. Confundido, con su jefa Teysa al servicio de la Planeswalker Kaya. —Ya sabes que puedes contar conmigo si lo necesitas —sentenció Ral tras un momento de silencio. —Gracias —Tomik se sentó y buscó sus gafas—. Es… complicado. —Claro —Ral ladeó la cabeza—. ¿Curry? —Curry —reafirmó Tomik.

—Los Gruul han intensificado sus ataques por todo el Décimo Distrito —informó Aurelia. Sus brillantes ojos eran difíciles de leer, pero Ral pensó que había una pizca de preocupación aun en ese beato rostro del ángel—. Atacan nuestras guarniciones a lo largo de los Barrioescombros casi a diario. Hay más de lo que imaginamos, y están mejor organizados. Es lamentable que no hayas capturado a este Domri; porque parece muy capaz para ser el líder. —Mis disculpas —pronunció Ral—. Estábamos algo ocupados. ¿Cómo está la Comandante Ferzhin, por cierto? —Herida, pero saldrá de ésta —Aurelia inclinó la cabeza hacia el mapa en la mesa de la sala de guerra—. Por desgracia, me temo que nuestra contribución a su esfuerzo contra los Golgari será menor de lo que inicialmente había previsto. 262

—Es comprensible —opinó Dovin Baan—. El Senado proporcionará lo que pueda, tal como prometí, pero nuestros números son limitados. —He hablado con la Mente Ardiente sobre el empleo de algunos de nuestros activos más... efectivos para el ataque —aportó Ral—. Pero con la necesidad de construir y proteger los resonadores también estaremos dispersos. —Tenía la impresión de que Rakdos estaría contribuyendo esfuerzo —comentó Aurelia.

ese

—Y yo —murmuró Ral por lo bajo. No había visto a Hekara durante días, y aunque era agradable no tenerla constantemente bajo sus pies, se empezaba ya a preocupar. Al menos el resonador en el territorio Rakdos aún está programado, incluso si seguimos teniendo que arrastrar a los trabajadores fuera de los clubes—. Veré qué puedo hacer, pero no hay tiempo. Kaya, ¿crees que tu gente puede maquillar las cifras? —Así es —afirmó Kaya—. Digo, podemos. Tú di dónde y cuándo y ahí estaremos. —Mañana —respondió Ral. Reorganizó los mapas hasta encontrar uno que mostraba la Subciudad, que eran más una colección de bocetos fragmentarios que una representación sólida de ese notoriamente caótico dominio. Pero la cámara que quería estaba marcada con suficiente claridad: una vasta caverna circular con un canal subterráneo atravesándola—, y aquí. Grek'ospen, como lo llaman los Golgari. —Este gran sitio —dijo Aurelia, inclinándose más cerca del mapa. Sus alas dobladas casi rozaron el techo—. ¿A campo abierto? —Lo dudo —respondió Ral—. Lo mejor que nuestros exploradores pueden decir, es que se trata de una especie de colmena perteneciente a los insectos gigantes aliados con los Golgari.

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—Los kraul —pronunció Dovin Baan—. Una especie fascinante. El comportamiento eusocial es extremadamente raro entre razas sintientes. —No es buen terreno para una batalla —opinó Aurelia—. Desordenado y confuso. Ideal para los Golgari. —Por desgracia —siguió Ral— no tenemos otra opción. El nodo que necesitamos está ahí, y posiblemente Vraska sabe que iremos ahí — Demasiados habían trabajado en el plan para que hubiera una posibilidad real de ocultarlo a los espías Golgari, incluso con Lazav haciendo todo lo posible para eliminar a los agentes de Vraska—. Tendríamos que planear una pelea difícil. —Entendido —dijo Aurelia—. Dirigiré nuestras fuerzas personalmente —Ante la expresión de sorpresa de Ral, el ángel levantó delicadamente una ceja—. Encomendé a la Legión a su causa, y yo me tomo mis promesas en serio. Esta es la mejor manera de asegurar el éxito. —Si bien me arrepiento de no poder unirme a la expedición —explicó Dovin Baan— nuestros mejores soldados estarán de tu lado. —Y yo estaré ahí, desde luego —añadió Kaya, inclinándose hacia delante—. Sinceramente podría con la parte de acción. —Bien, pues —dijo Ral—. Mañana. Y si Vraska se muestra, tendré la oportunidad de clavar su traidora cabeza contra la pared.

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Capítulo 14 La ciudad de Grek'ospen era antigua, como cualquier otra zona de la Subciudad. Los dominios Golgari eran siempre cambiantes, renovados, con todo reciclado y renacido a través del ciclo de la podredumbre. Era una de las cosas que dificultaba tanto el ataque de los habitantes de la superficie, que ningún mapa de los dominios del Enjambre se mantenía preciso por mucho tiempo. Pero en Grek'ospen los kraul había convertido ese ciclo de podredumbre para sus propios fines, y lo hizo una virtud de necesidad. Un río corría por el centro de la gran caverna, y el aire estaba cargado de humedad que se acumulaba y goteaba sobre innumerables estalagmitas y estalactitas. Con el cuidadoso trabajo de siglos, los kraul habían logrado que esas formaciones rocosas naturales crecieran de acuerdo con su propio plan, formando el esqueleto de sus enormes torres de colmena. Los crecimientos fúngicos también formaban parte de ese plan, como enormes hongos colgantes que servían de esponjosos suelos, mientras los crecimientos coloridos y decorativos trepaban por las paredes hechas de resina de kraul. Ver a Grek'ospen y ciudades como ésa había hecho que Vraska se diera cuenta de cuánto admiraba a los kraul. Encarnaban el verdadero espíritu Golgari, mucho más que los decadentes devkarin. Los kraul por sí mismos iban y venían, pero la colmena perduraba, creciendo poco a poco a través de cada ciclo de crecimiento y descomposición. Y ahora vamos a demoler el trabajo de siglos en unas pocas horas, porque Ral Zarek no puede dejar los asuntos en paz. —¿Los tuyos ya están en posición? —preguntó a Mazirek.

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El enorme kraul negro estaba de pie a un lado suyo, frente a la pequeña silueta blanca y enfermiza de Xeddick. Mazirek bajó las patas delanteras en señal de reverencia, pero había dudas sobre si debía o no ser un insecto para interpretarlo. Xeddick tiene razón. Se ha vuelto muy orgulloso. —Así es, Reina —respondió él—. Están todos a la espera de tus órdenes. Los habitantes de la superficie están de camino, informó Xeddick en su mente. Los trols están hechos una furia desde sus jaulas. —Ya tendrán su turno —Casi seguro. Vraska cuadró los hombros y salió al espacio abierto que formaba el centro de bella ciudad kraul. Si Ral es tan terco como creo que es.

Una vez más, Ral se encontró a la cabeza de un ejército. Pero no eran las tropas blindadas y disciplinadas de la Legión Boros. Las fuerzas Orzhov eran un gran amasijo negro y dorado, obedientes pero sin la delicada precisión de los soldados profesionales. La mayoría eran thrulls, cosas arrastrantes que solo eran vagamente humanoides, sin que pudieran haber dos iguales. No portaban armas, solo máscaras de monedas antiguas con la cara en blanco, pero Ral había estado en el extremo receptor de su loca furia en su asalto a Orzhova y no se hacía ilusiones sobre lo peligrosos que eran. Entre ellos caminaban los caballeros, asesinos de élite Orzhov con armadura negra con incrustaciones doradas y una variedad de desconcertantes armas: arcos, espadas, armas de asta, látigos y artilugios aún más exóticos. Incluso había unos pocos gigantes, con yelmo y sin rostro. Kaya caminaba a su lado, aparentemente despreocupada, mientras avanzaban por el largo y sinuoso camino hacia las cavernas. Los exploradores habían despejado el camino, desde luego, y no 266

informaron ningún de contacto con las fuerzas Golgari. Pero aun así podría tener la decencia de actuar algo nerviosa. Él estaba muy seguro de ello. —¿Y esto va a ser infinito? —preguntó Kaya mientras señalaba el túnel. Era un viejo camino, con las paredes en ruinas de los edificios aún visibles a su lado, ahora enterradas bajo rocas y escombros por la catástrofe de quién sabe qué. Después de diez mil años Ravnica se había convertido en una ciudad construida sobre las ruinas de sí misma, capa por capa. —Por lo que cualquiera habría podido decir —Empezó a explicar Ral —, hay un océano si cavas lo suficiente. Los zonots Simic se extienden hasta esa distancia. —Por los dioses y monstruos —clamó Kaya, sacudiendo la cabeza. —¿No se parece mucho a donde te has criado? —preguntó Ral. Kaya resopló. —Nací en una ciudad de menos de cien habitantes. En mi plano natal hay ciudades, pero ninguna como ésta. Ral intentó imaginar eso, el vivir en un lugar donde se podía conocer a todos sin el casual anonimato de una calle abarrotada. Su mente se sublevó ante la idea. —Eso sí, he estado poco desde entonces —añadió Kaya—. De hecho pasé mucho tiempo en ciudades después, tiene montones de fantasmas. —Parece que la caza de fantasmas es un buen negocio —comentó Ral. —Un día te diré cómo empecé —prometió Kaya—. Pero es una historia larga y me da que ya hemos llegado. 267

Ral asintió con la cabeza. Más adelante había una línea de exploradores, trasgos de la Legión Boros ligeramente blindados con ballestas colgadas sobre un hombro. El camino que seguían pasaba por un arco de ladrillo medio derrumbado hacia un mayor espacio, y se habían detenido en el lado más próximo. Su teniente corrió hacia Ral. —Estamos donde debemos —informó ella—. Todavía no hay señales Golgari, pero la caverna está tan urbanizada como cualquier parte superior del barrio, hay muchos sitios para esconderse. —Pues qué bien —exclamó Ral, mirando a Kaya—. Así las cosas se pueden poner muy feas. —Manda a los thrulls dentro —propuso ella—. Para eso están. Ral asintió, pero la exploradora habló: —Hay alguien esperando en el centro de la ciudad, señor. Parece que lo que busca es hablar contigo. Es... bueno, se parece a la propia Vraska. —Tiene que ser una trampa —dijo Kaya. —O una oportunidad —rectificó Ral—. Bien, ya veré lo que quiere. Trae al resto de nuestras fuerzas detrás, pero trata de no empezar ninguna pelea hasta que no recibas mi señal. Kaya parecía querer objetar, pero se limitó a fruncir el ceño y a asentir. Ral hizo un gesto para que un par de exploradores le siguieran, y salieron por el arco. Grek'ospen era tan grande como había esperado; siendo una vasta caverna abovedada, débilmente iluminada por docenas de brillantes globos verdes suspendidos arriba. La arquitectura era extraña, compuesta de roca lisa y hongos húmedos con capas de papel que le recordaba a una colmena. Las altas torres tenían entradas por muchos niveles, conectadas por

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puentes elevados o simplemente con un hueco. Supongo que estará bien si tienes alas. La teniente le llevó a un camino sinuoso, rodeando las bases de varias torres. Nada parecía moverse, ni en el suelo ni arriba. Vraska debe de haber hecho una evacuación. Dio una profunda bocanada de aire. Si se ofrece a dejarnos tener el nodo, me lo tendré que llevar y agradecérselo. Tenía una paciencia comparable a lo ansioso que se sentía por castigar su traición. Completar el plan lo es todo, hasta que Bolas sea derrotado. Llegaron al claro central, donde media docena de agujas se abrían en un espacio que podría haber sido una plaza de la ciudad. Un río angosto lo atravesaba, burbujeando en su curso, con una docena de pequeñas pasarelas cruzándolo. Frente a ellos estaba Vraska, vestida con una armadura oscura y seccionada de cuero y malla con un sable a su lado. Los zarcillos verdes de Gorgona que lucía en lugar de melena sobresalían de su cráneo, haciéndola parecer más grande. —Quédate aquí —ordenó Ral—. Si intenta algo, vuelve a Kaya y ordena el ataque. La teniente asintió y Ral se dirigió en soeldad a través de la plaza. Vraska esperó, con los brazos cruzados, hasta que se detuvo a unos veinte pasos de ella, ante lo cual levantó la voz y le llamó: —Seguro que querrás algo distinto de una charla amistosa. —Dados los resultados de la Cumbre de Gremios —dijo Ral—, me perdonarás si no deseo vérmelas contigo. —Pues qué pena —espetó Vraska—. Con este pelo tuyo serías una gran adquisición para mi jardín de estatuas. Ral apretó los puños y sintió que la electricidad crujía, que su corazón latía con fuerza. Sabía de primera mano lo letal que podía ser Vraska, aun sin haber presenciado lo hecho a alguien del calibre de Isperia. 269

Debe de estar a punto de usar la petrificación. Y una pequeña investigación en la biblioteca Izzet había sugerido que hubo un momento de advertencia antes de que el efecto surgiera, un brillo en los ojos de la gorgona que le daba tiempo a una posible víctima para salir de su trayectoria. Aun así, a Ral no le entusiasmaba la idea de poner a prueba sus reflejos contra Vraska. —¿Y bien? —preguntó él—. Supuse que esperabas aquí porque querías que hablar, así que aquí me tienes. —Y aquí te tengo, con este ejército tuyo —puntualizó Vraska—. ¿Pero para qué? ¿Para vengarte? —Debería —respondió Ral—. ¿Cómo soportas trabajar con Bolas? ¿No sabes lo que te hará, lo que nos hará a todos, si gana? —¿Y estás tan seguro de que Niv-Mizzet será un déspota benevolente en cuanto le demos permiso para convertirse en un dios? —Vraska sacudió la cabeza, con los tentáculos retorciéndose—. No te debo ninguna explicación, Zarek. —No —Ral dio una pausa—. Y no busco venganza. Algún día puede haber un ajuste de cuentas. Pero por ahora todo lo que necesitamos es este sitio —Entonces hizo un gesto alrededor de la ciudad—. Si no interfieres ninguno de los nuestros será herido. —Es todo lo que necesitas, una de las ciudades más antigua de los Golgari. Qué generoso por parte de vosotros, habitantes de la superficie. —Entonces has planeado luchar. Vraska sonrió mostrando unos dientes afilados de depredadora. —He planeado ganar. Ella alzó una mano. Ral levantó sus guanteletes, preparándose para una huida repentina, pero la Gorgona no se movió. En cambio, muy arriba, oyó el sonido de un trueno distante, y el suelo de la caverna 270

se sacudió bajo sus pies. Ral miró por encima del hombro a los exploradores, y los encontró tropezando e inseguros. —¿Qué…? —Los llamó de nuevo, y entonces el techo cayó sobre ellos.

Las bolas de fuego florecieron en Grek'ospen, a lo largo de una torre tras otra. Ciertos tipos de resina kraul, con la debida manipulación, eran altamente explosivos. El material era demasiado pesado e inestable para fabricar una gran arma, pero los ingenieros kraul de Vraska habían tenido tiempo de sobra para posicionarlo anticipada y abnegadamente, convirtiendo su propia vieja ciudad en una trampa mortal cuidadosamente construida. Las explosiones enviaban chorros de resina de las puertas de las torres, seguidas de nubes de polvo y humo negro asfixiante. Luego, lentamente, los edificios de resina y hongos comenzaron a derrumbarse, de manera que sus núcleos de piedra se hicieron añicos. Dos de los más grandes cayeron a través del arco que las fuerzas de la superficie habían usado para entrar opr la ciudad, atrapando a muchos en el túnel. Si los trolls recordaban sus instrucciones, la explosión sería su señal, y Vraska tenía toda la esperanza de que la retaguardia de Ral se encontrara acribillada por un amasijo de monstruos rabiosos y regenerantes. Mientras tanto, las agujas se derrumbaron en la ciudad, esparciendo fragmentos de piedra y hongos, bloqueando las calles y separando a las fuerzas enemigas en cien pequeños grupos. Separados unos de otros y de sus líderes, serían presa fácil para las tropas Golgari que pululaban por cada túnel y grieta. Y hablando de líderes... Vraska había mantenido su puesto, y sus ingenieros se las habían arreglado para que ninguna aguja aplastara 271

la plaza central. El polvo y el humo llenaban el aire, pero podía ver a Ral retirarse, en compañía de uno de sus exploradores. Vraska sacó su sable con una sonrisa feroz y se fue tras él. La segunda exploradora, una trasgo armadura plateada boros, le cerró el paso y Vraska esquivó una flecha bien apuntada. La exploradora dio otro tiro, y Vraska se estiró para esquivarla, pero antes de que la soldado Boros pudiera relajarse se tambaleó de lado. El arco se le cayó de las manos mientras se aferraba a su garganta, con el rostro adquiriendo un feo negro azulado. Con un jadeo ahogado se derrumbó con piernas dando patadas a la tierra. Mazirek salió del humo junto a Vraska, con sus extremidades anteriores todavía envueltas en auras parpadeantes de magia de muerte. Xeddick apareció al otro lado, y sintió su preocupación presionar en su mente. —Estoy bien —gruñó—. Venga, vamos a por Zarek. Unos Kraul zumbaron por el aire a su alrededor mientras se adentraban en la ciudad recién destrozada, precipiándose el vuelo de esos grandes insectos hasta descender sobre los habitantes de la superficie donde les encontraban. Los pernos de la ballesta se deslizaron arriba, y la magia retumbó y crujió. Vraska oyó gritos de guerra de los elfos devkarin cargando a la batalla, desesperados por demostrar su lealtad a su nueva reina, y las entonaciones oscuras de los sacerdotes guerreros Orzhov. No había nada que pudiera hacer ahora, ningún control que pudiera ejercer sobre la batalla. Eso estaba bien en lo que a ella respectaba. Ella nunca había sido una general, una líder. Lo que soy, pensó, mientras acechaba a Ral entre los escombros, es una asesina. Soldados enemigos, aislados y confundidos, se tiraron sobre ella. Una docena de thrulls surgieron de una puerta rota. Mazirek reventó a 272

varios, y Vraska cargó contra el resto, con el sable girando a su alrededor en una exuberante danza de muerte. Dejó a las criaturas inhumanas rebanadas y rotas en la piedra, con su sangre pintando los restos, y fue en busca de más presas. He sido una idiota. Un caballero Orzhov se enfrentó a ella: un hombre enorme con una gran espada que dejaba brillantes rastros dorados en el aire. Era una criatura lenta y robusta, pero su armadura pesada convertía su sable en una lluvia de chispas, y presionó con confianza su ataqu a medida que esa hoja inmensa se balanceaba hacia ella. Una idiota por creer en Zarek. Por confiar en Jace. Por creer en las palabras que me dio. Vraska se agachó, dejando que la gran espada llegara a cotarle uno de sus zarcillos. Hecho eso apareció al alcance del hombre, y dejó que su poder creciera tras sus ojos. El resplandor se apoderó de él y se puso rígido, gris y sin vida. Ella se apartó de él entre risas. Para esto estoy hecha. Acechó a través del humo y el polvo, dejando muerte a su paso. Esto soy yo. Bolas lo sabía todo el tiempo, y yo... me había olvidado de mí misma. ¿Olvidado de ti misma?, asomó la voz de Jace en sus recuerdos. ¿O darte cuenta de que podías elegir? Cállate. La sonrisa de Vraska se convirtió en un gruñido fijo, y presionó adelante mientras desmembraba otra manada de thrulls y reduciendo al sacerdote que los acompañaba en trozos sangrientos. Nunca debí haberte hecho caso. Nunca debí... Bum. De nuevo algo sacudió el suelo. ¿Más cargas? Se detuvo en seco en el hueco de la pared de una torre caída. Desde ahí, a través de huecos en el humo a la deriva, podía ver la mayor parte de la ciudad, incluido el arco por donde habían entrado los 273

habitantes de la superficie. Estaba sólidamente bloqueado por trozos de piedra y restos de hongos, pero mientras observaba uno se alejó del bloqueo, aterrizando con un crujido y una nube de polvo. Otro le siguió, y otro más. Algo despeja el camino. Lo que cruzó, cuando la brecha era se hizo lo bastante grande, era mayor que un gigante, andando sobre siete finas piernas, con dos brazos inmensos que terminaban en puños igual de inmensos y un tercero que proyectaba alguna clase de cañón. Giró ese último para apuntar cerca de sus pies, y se dio un estallido de llamas corriendo sobre las piedras rotas como si ésas fueran líquidas. En la cabeza de aquella cosa, siluetas más pequeñas bailaban y se regocijaban. No es una criatura, se percató Vraska. Era una cosa, un constructo de mizzium y acero ensamblados el taller de un químico loco, para ser una máquina inmensa de matar. Y no era el único. En cuanto despejó la entrada apareció otro vehículo enorme, este retumbó en el suelo sobre escalones superpuestos. Un tercero, bípedo, se tambaleó tras él, ya en llamas en su parte superior para consternación de su tripulación de trasgos. Luego otro, y otro... El gruñido de Vraska se amplificó. Bajó la mirada y vio a Zarek, de pie sobre un trozo roto de piedra, observando la llegada de sus refuerzos con una mueca de satisfacción. Ya le quitaré la sonrisa de su cara. Desterrando el recuerdo de Jace hasta el fondo de su mente, Vraska se lanzó adelante.

Los constructos de Nivix llegaron a través de la brecha, en piernas, ruedas y huellas. Ral había vaciado los laboratorios de todo lo que pudiera valer de arma, cada proyecto apocalíptico y cada secreto de sumario. Eran un grupo heterogéneo, que no trabajaban juntos en lo más mínimo, y varios ya se habían desmoronado, prendido fuego o reventado. Pero los que quedaban eran devastadores, lanzando 274

llamas sobre las hordas Golgari que avanzaban, arrastrándolos a un lado con enormes extremidades o reduciéndolos a pedazos con cien cuchillas giratorias. Al menos una cosa va de acuerdo al plan. No había esperado que Vraska fuera a reventar su propia ciudad solo para confundir a las fuerzas Izzet. Tosió al aire ahogado por el humo y se secó la frente. Una astilla rocosa le había cortado, dejando un chorro constante de sangre desde la línea del pelo y amenazando con meterse en sus ojos. Lo que se suponía que debía ser una batalla organizada se había fragmentado en cien pequeñas refriegas, y no había forma de saber quién ganaba y quién perdía. Ral concluyó que era mejor volver al túnel (tal vez pueda dar con Kaya) cuando oyhó pasos acercándose. Se dio la vuelta justo a tiempo. Vraska. Era rápida, más de lo que debía, saltando de un muro de piedra roto y viniendo hacia él a todo ritmo, con zarcillos que se arrastraban tras ella. Ral levantó una palma y un rayo estalló, dándole un golpe como si fuera un perro de caza. Ella lo esquivó y saltó atrás cuando él envió otro rayo tras ella. —¡Mazirek! —chilló—. ¡Ya! Algo se movió entre los escombros. Un humanoide... no, ex humanoide, el cadáver de alguien ahora podrido con la piel y los huesos a tiras. Unos cataplasmas fúngidos mantenían a la cosa de una pieza, y se tambaleaba hacia adelante en una parodia de vida, desintegrándose aun al aparecer. Zombi podrido. Ral movió los dedos y convirtió la cosa de lento movimiento en ardientes cenizas, pero ya habían surgido dos más, trepando por encima de rocas rotas y trozos de hongo del tamaño de una casa. Los quemó también, y dio un paso atrás cuando media docena de aquellas cosas aparecieron a la vista.

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—Lo que pasa, Ral, es que sé de ti —La voz de Vraska provenía de un lugar que él no podía ver, entre los escombros—. Sé de tus puntos fuertes y débiles. Estamos muy lejos del cielo, aquí abajo. No hay poder para ti. Y tienes ese acumulador en la espalda, pero... — Entonces soltó una sombría carcajada—. ¿Cuánto va a durar? —Lo suficiente —gruñó Ral, mientras su rayo jugaba a través de la línea de no muertos. O eso espero.

Kaya se apartó del puño oscilante del trol y sus dagas dibujaron líneas de sangre verde en su antebrazo. Rugió y dio la vuelta para seguirla mientras la herida ya empezaba a cerrarse. Kaya maldijo por lo bajo y retrocedió, esperando una oportunidad. Llegó cuando el trol se lanzó hacia adelante, con los dos brazos extendidos para envolverla en un letal abrazo de oso. Kaya dio un paso lateral, atravesó el brazo izquierdo del trol y plantó una de sus dagas en el hombro. Usando la cuchilla de asidero, saltó sobre la fea criatura, sujetando su melena enmarañada en la parte posterior de su grueso cuello. Entonces usó la daga de palanca para inclinarse hacia adelante y empujar su otra daga, hasta la empuñadura, en su ojo. El troll se sacudió y rugió, y por un momento pensó que sobreviviría aun a eso, pero finalmente captó que estaba muerto y cayó al suelo rocoso. Kaya bajó, recuperó sus dagas y miró a su alrededor. Descubrió que había una angustiosa falta de fuerzas aliadas en cualquier cercanía. Había tenido un par de caballeros y un escuadrón de thrulls que la escoltaban, pero el trol había dejado sus destrozados cadáveres esparcidos por el callejón hecho trizas. Por otro lado tampoco había enemigos inmediatamente aparentes. La batalla principal parecía estar centrada en la entrada del túnel, donde los constructos Izzet destrozaban la horda Golgari, pero había 276

destacamentos dispersos de soldados Orzhov, kraul voladores, y quién sabía qué más luchando en desesperadas escaramuzas por toda la ciudad. Kaya vio relámpagos desde un afloramiento de roca a cierta distancia, lo que probablemente era señal de que ahí estaba Ral, y había decidido dirigirse en esa dirección por falta de mejores opciones cuando alguien la llamó: —¡Señora del Gremio! —Una mujer con los colores de sacerdotisa Orzhov cayó de una pared medio destruida—. ¿Estás herida? —Sólo son unos rasguños —respondió Kaya mientras le daba un giro a sus dagas y las envainaba—. Pero estoy muy perdida. ¿Y los demás comandantes? —El Caballero de la Desesperación me ha enviado a ti —dijo la sacerdotisa, con una reverencia—. Él se ha puesto al mando cuando te perdimos. —Qué bien por él —comentó Kaya. —Deberíamos volver en cuanto podamos —La sacerdotisa hizo un gesto a un hueco entre las rocas—. Por aquí podemos mantenernos alejados de las fuerzas enemigas. Kaya asintió con la cabeza. La sacerdotisa se enderezó cuando ella se adelantó... ¿Y no debería estar guiándome, y no moverse adelante como si fuera una escolta palaciega? Pensamientos desagradables y sospechosos como esos habían jugado un papel importante en mantener viva a Kaya todos esos años, y demostraron su valor de nuevo, porque ella ya se estaba torciendo a un lado cuando el acero brillaba en las manos de la sacerdotisa. Estaba demasiado cerca para evadir el golpe por completo, pero lo que pretendía ser una puñalada en el riñón se convirtió en un corte

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superficial a lo largo de sus costillas, sangrando abundante pero no gravemente. Kaya bailó atrás, arrebatando sus propias dagas de sus vainas. La sacerdotisa giró el pequeño cuchillo a su mano izquierda y sacó una hoja más grande con su derecha, cayendo en cuclillas. Se miraron por un largo y cauteloso momento. —No creo que pueda convencerte de que es mala idea —murmuró Kaya. —Eres una plaga para los Orzhov —siseó la mujer—. Tienes que ser eliminada. —Yo no lo creo. Kaya cargó pillando a su oponente con la guardia baja. Aun así aquella mujer era buena, ofreciendo su espada más grande en una finta mientras intentaba golpear el flanco de Kaya con el arma más pequeña. Kaya se apartó, dando vueltas, pero la sacerdotisa retrocedió con un corte que habría destripado Kaya si hubiera empujado demasiado adelante. Se cuadraron de nuevo con las hojas relucientes. No tengo tiempo para esto, pensó Kaya. La herida de la costilla le hacía ver las estrellas, y su camisa estaba cubierta de sangre. A su alrededor unos kraul zumbaron por el aire, las flechas volaron y la magia crepitó y retumbó. Cargó de nuevo y esta vez, cuando la sacerdotisa arremetió con su larga espada, Kaya la atravesó. Su cuerpo, resplandeciente de energía púrpura, atravesó a la otra como los fantasmas que fueron presa de Kaya, y una vez cruzada se volvió a materializar y cayó sobre una patada giratoria que cortó las piernas de la sacerdotisa bajo ella y la la hizo caer. Kaya rodó sobre ella, de manera que una bota cayó con fuerza sobre la mano de la mujer donde aún sostenía su pequeño

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cuchillo, y una de las cuchillas de Kaya presionó con fuerza sobre la garganta de su oponente. —Y ahora —dijo Kaya—, ¿para quién trabajas? ¿Cuál de mis TanLealesCompañerosDeGremio me quiere muerta? —¿Eso importa? —escupió la sacerdotisa con ojos desafiantes—. Cuando te matemos, capturaremos tu espíritu y lo mantendremos en nuestras mazmorras para torturarte hasta que no quede nada más que locura y dolor... Los ojos de la mujer se hincharon y su espalda se arqueó. Un instante después la sangre brotó de su boca y ojos, y se dejó caer sin fuerzas a la roca. Kaya sintió un rastro persistente de magia de muerte flotando en la brisa. —Qué bien —espetó en voz alta, rodando desganada del cadáver. Se puso de pie, envainó sus dagas y comenzó a andar en dirección a los casi constantes relámpagos—. Increíblemente bien.

La última oleada de zombis podridos se acercó más que cualquiera de los otros, con las manos arañando por poco la ropa de Ral mientras le apoyaban contra una roca caída, y así nuevas caras podridas se presionaban mientras se quemaba una tras otra. Un relámpago crepitó a su alrededor como los barrotes de una jaula, rociados con gotas de sus manos, y los muertos se arrugaron y quemaron bajo sus fuerzas. Los ojos hirvieron y estallaron, la piel se ennegreció y los huesos podridos se destrozaron. Pero aun así seguían en movimiento, y él podía sentir el poder en su acumulador agotándose, como una sensación de malestar en sus entrañas. —Creo que ya basta —dijo Vraska. La horda de zombis podridos se abrió, y la gorgona se adelantó con las manos en las caderas, el gran kraul negro a la derecha y el blanco más pequeño a la izquierda—. ¿Y bien, Zarek? ¿Quieres rendirte? Sabes que puedo ser piadosa. 279

Ral luchó por respirar, con una punzada dolorosa en una costilla, y volvió a levantar las manos. El poder crujió sobre ellos, aunque débilmente. Un arco de energía le conectó con Vraska, y ella se estremeció por un momento para después encogerse de hombros mientras se desvanecía. —Tal como pensaba —La Gorgona dio un paso adelante—. Creo que te añadiré a mi colección. Le empezaron a brillar los ojos. —¡No vas a hacerlo, traidora! La voz tronó desde arriba y Vraska saltó atrás, sacando su sable. Un momento después Aurelia golpeó la tierra frente a Ral, de manera que la fuerza de su aterrizaje estalló en una onda de choque que rompió la piedra e hizo que los dientes de Ral retumbaran. El ángel se puso de pie frente a la gorgona y le tendió la mano. Una larga hoja hecha de pura luz tomó forma. —Tenía mis diferencias con Isperia —Empezó a decir Aurelia—, no puedo negarlo. Pero tampoco puedo negar su compromiso con el bien común, con la defensa de Ravnica, a pesar de cualquier argumento filosófico que nos haya dividido. Ella confió en ti y te invitó a nuestra reunión de buena fe. Volviste esa confianza en contra de ella —El ángel apuntó su espada hacia Vraska—. Y por esto no puedo perdonarte. —El bien común —gruñó Vraska—. Qué consuelo es para todos los que acabaron en una jaula y con una paliza por sus órdenes. Aurelia extendió sus alas y cerró la distancia entre ambas con un solo fuerte golpe. Vraska se mantuvo firme, con su espada de acero interceptando la magia del ángel con un sonido similar al de clavos contra el vidrio. La habilidad de Vraska con su sable era evidente, pero Aurelia era mucho más fuerte y, poco a poco, la gorgona fue empujada atrás. El ángel luchó con una serena eficiencia no acorde a 280

la furia de sus palabras, martilleando las defensas de Vraska, quedándose fuera de alcance cada vez que los ojos de la gorgona se iluminaban con su mirada petrificadora. Al final fue el sable en la mano de Vraska lo que no pudo aguantar más. Ella se detuvo en sentido transversal, y el arma se hizo añicos, con fragmentos de acero resonando en las rocas circundantes. Vraska tropezó atrás, con los ojos muy abiertos, los zarcillos retorciéndose y un largo corte en una mejilla sangrando de verde. —¡Mazirek! —gritó, pedaleando hacia atrás mientras Aurelia avanzaba. Pero fue el albino kraul quien apareció entre la gorgona y el ángel. Ral sintió que la voz de aquella criatura resonaba en su mente, lo bastnte fuere para hacer que se pusiera de rodillas de dolor. ¡NO!, estalló el telépata kraul. ¡Huye, Amiga Vraska! —¡Xeddick! —chilló Vraska, con las manos tapadas sobre las orejas en un intento inútil de evitar el grito telepático. Aurelia sola resistió el asalto mental, inclinándose adelante como alguien que estuviera en medio de una tormenta. Dio un paso adelante y luego otro, con las alas extendidas por copleto. El kraul blanco se centró en ella, redoblando su ataque, y por un momento el ángel se detuvo. Huye, ordenó la voz mentalmente. Te lo suplico. Vraska soltó una palabrota muy sonora y se tiró sobre la barrera rocosa más cercana, desapareciendo de la vista justo cuando Aurelia daba otro paso adelante. Su espada de luz cayó, partiendo la cabeza del kraul blanco en dos en una explosión de icor. El insecto se derrumbó y la presión mental desapareció de una vez, dejando a Ral jadeando. Su visión se hizo gris por un momento. Al despejarse Aurelia posó frente a él, extendiendo una mano. 281

Capítulo 15 —No se puede hacer, Maestro Zarek —El capataz era corpulento y de bigote de morsa, con una brillante cabeza rapada y brazos como los troncos de unos árboles—. Los trabajadores ya se duermen de pie. No tienes idea de lo que cuesta conseguir equipos allí. No hay suficientes grúas o trineos, y nuestros transportistas odian el olor, así que tenemos que cargar las piezas a mano... —No existe un “no se puede hacer” —argumentó Ral—, sólo motivación insuficiente. Dile a la Química Frexus de abajo que yo había dicho que podrías usar sus constructos para transportar partes. No se opondrán al olor. —¡Pero sus constructos explotan si las calderas se calientan muchos! Ya estuve en una reunión al respecto la semana pasada. —¡Pues es un incentivo para que pasen las cosas rápido! —Ral le dio una mueca—. En cuanto a los trabajadores, diles que duplicaré sus salarios si consiguen que el resonador se instale a tiempo. —Eh... —El capataz se limpió la frente—. Creo que ya les han prometido el doble... —Entonces esto sería cuatro veces el pago habitual, ¿no? —Después de todo, si perdemos, no es que tengamos que pagar. Ral se permitió un momento de risa al pensar en trabajadores agraviados que fueran a exigir a Bolas su salario perdido. —Ah. Sí. Eh —El grandullón esbozó una sonrisa temblorosa—. Eso... ¿se aplica al... personal de supervisión también, Maestro? —Si el resonador está terminado y funciona correctamente según lo programado. —Así será, Maestro Zarek —El capataz se levantó—. Depende de ello.

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—Lo sé —Todos dependemos de ello. Había vuelto de la Subicudad agitado y herido, pero solo hubo tiempo para un breve descanso antes de que aquel agotador proyecto requiriera toda su atención de nuevo. Un equipo de guardianes azorios y magos de la ley se pusieron a trabajar de inmediato, erigiendo barreras mágicas alrededor de donde estaba el resonador subterráneo para contener cualquier contraataque Golgari. Las tropas Boros y Orzhov también se mantuvieron en su lugar, trabajando incómodamente codo con codo. Pero fue su propia gente la que tuvo la tarea de construir el resonador en sí mismo y alinearlo con la creciente red. Tres dias más, eso necesitaban. Tres días y Niv-Mizzet podrá poner en marcha su plan. Sólo la Mente Ardiente sabía si eso bastaría para detener con certeza a Bolas pero al menos Ral habría hecho todo lo posible. Si Bolas nos da tres días... Lavinia había sido su mejor vínculo con el progreso de los planes de Bolas, pero no la había visto desde la desastrosa cumbre de los gremios. Probablemente eso era mala señal, pero no tenía tiempo de ponerse a buscrala. Puede cuidarse sola, seguro. Pero contra Bolas nada era seguro... —¿Maestro Zarek? —Una voz de trasgo desde el pasillo. Ral levantó la vista y encontró a uno de sus personales secretarios mirando por el marco de la puerta. —¿Qué pasa? —espetó Ral. —Hay alguien que insiste en verte, dice que es urgente. —Todo es urgente —respondió Ral. —Dice que lo verás —añadió el trasgo—. ¿No se llamaba Tomik? ¿Tomik está aquí? Jamás se habían visto en Nivix. Debía saberlo mejor que... 283

—Déjale pasar —ordenó Ral con brevedad, dejando a un lado su pluma. Tras un momento Tomik entró, cerrando la puerta tras él. El amante de Ral parecía cansado, como ocurría últimamente. Sus ojos estaban hundidos y tenía el pelo hecho un desastre. Ral equilibró una ola de irritación que Tomik le invadiría ahí con la urgencia de coger al otro hombre en sus brazos. —Siempre pensé que tu oficina sería algo... más lujosa —comentó Tomik mientras miraba alrededor de la pequeña suite lúgubre—. Sin ofender. —Normalmente no paso mucho tiempo aquí —argumentó Ral—. Las últimas semanas han sido... una excepción. —No has ido a verme después de volver de la Subciudad. —Te he dejado una nota —añadió Ral, sintiendo un aguijón de culpa —. Sabes lo delicada que es la situación. —Lo sé —dijo Tomik—. Pero… quiero hablar contigo de algo. —¿Algo que no puede esperar al fin potencial de Ravnica? — preguntó Ral. Tomik puso los ojos en blanco. —No es personal, lo sabes muy bien. Es… en fin, cosas de gremios. —Ya veo —Ral se reclinó en su silla—. Vale. ¿Qué pasa? —Kaya. Y Teysa. Creo... —Dio una profunda bocanada de aire—. Creo que Teysa está cometiendo... un error. —¿Cómo es eso? —Kaya está cambiado las cosas, para mejor según yo. Hay cosas que se hacen en el gremio Orzhov que... a veces todos tratamos de ignorar, pero ella se niega a eso. 284

—¿Y Teysa no lo aprueba? —No lo aprueba, y tampoco los demás líderes del gremio. —¿Hay algo que puedan hacer con eso? —Creo que van a matar a Kaya. —Ah —Ral golpeó sus dedos sobre el escritorio—. Y si muere, ¿quién pasará a ser Señora del Gremio? —Casi con toda seguridad Teysa. —¿Y ella seguiría apoyando nuestro proyecto? Los ojos de Tomik se entrecerraron. —¿Eso es lo único que te importa? —Es todo lo que puedo permitirme que me preocupe —respondió Ral—. Sabes lo importante que es, lo mucho que Niv-Mizzet ha confiado en mí. —¿Aunque suponga que Kaya muera? Ral se encogió de hombros. —Pensaba que trabajabas para Teysa. —Y lo hago —le recordó Tomik—. Y Teysa ha trabajado toda su vida para salir de la sombra de su abuelo. Si hace esto... creo que nunca podrá huir de ahí. —¿Entonces qué quieres de mí? —No lo sé —Tomik miró al suelo—, no he llegado tan lejos. Solo pensé que Kaya era tu amiga. —Es mi aliada —corrigió Ral—, que no es lo mismo. —Ya veo —los labios de Tomik se comprimieron—. ¿Y yo qué? ¿Yo también soy un aliado? 285

—Claro que no —Ral se puso de pie tras su escritorio—. Tomik, sabes que… —Da igual —Tomik se dio la vuelta a la puerta—. Ya lo solucionaré yo solo.

Todos habían hecho todos sus escándalos cuando Kaya había vuelto a Orzhova, pero cuando aceptó las felicitaciones de los sacerdotes y sus asistentes, su mente había detectado furia asesina detrás de cada sonrisa falsa. Había escapado de esa conferencia lo antes posible, retirándose a su opulento conjunto de habitaciones en lo alto de la catedral y negándose a ver a nadie. Teysa había enviado varios mensajeros, los Kaya había expulsado de inmediato. No puede seguir así. Por un lado estaba muerta de hambre. ¿Pero puedo confiar en algo que salga de las cocinas? Tendría que abandonar la catedral y buscar un restaurante por ahí, elegido al tuntún. ¿Y luego qué, hago lo mismo todas las noches por el resto de mi vida? No funcionaría. Había pasado toda su vida evitando a sus enemigos (y había tenido muchos a lo largo de su carrera) manteniendo un perfil bajo y en movimiento. Ahora estoy encerrada como la jefa de una iglesia, con un gran sombrero estúpido y una habitación elegante que cualquiera puede encontrar. Si las cabezas Orzhov estaban realmente decididas a matarla, tarde o temprano iban a tener éxito. Eso quiere decir que me debería ir. Podría huir a otro plano y arriesgarse a la reacción que tuvieran sus cadenas de deuda. Tal vez Teysa no sabe tanto al respecto como dice. Otra opción sería huir de Orzhova y esconderse en algún sitio. Tal vez encontrar un mago de la ley para mí. O pedirle ayuda a Ral, o... Hubo un susurro en la puerta principal. Kaya se sentó de golpe en la cama, con el corazón palpitante, pero el único sonido era un 286

conjunto discreto de pasos en retirada. Esperó hasta que se hubieran desvanecido, sujetó sus dagas de la mesita de noche y en silencio cruzó la gruesa alfombra. La habitación más exterior de la suite era para recibir a los invitados, con una pequeña mesa y varios sillones. La gran puerta que se abría al pasillo estaba cerrada, tal como la había dejado, pero un pequeño cuadrado doblado de papel blanco estaba frente a ella, donde alguien la había empujado a través del hueco. Kaya se preguntó si se trataba de un exageradamente sutil ataque (¿veneno en papel?) Antes de decidir que ni ella podía ser tan paranoica envainó las dagas y cogió la nota. Se leía: Señora del Gremio, estás en peligro. No es ninguna sorpresa, pensó Kaya. Los hierofantes han prevalecido sobre Lady Teysa para que te arresten esta noche. Han cambiado la guardia para tener leales en su lugar. Planean capturarte y mantenerte en prisión hasta que te arranquen la deuda Orzhov con magia. Kaya hizo una pausa para maldecir por lo bajo. Te puedo ayudar si logras dar conmigo. Estaré esperando en los establos, en el subsuelo del primer piso. Cordialmente, Un amigo Un amigo, se repitió mental mente Kaya, dispuesto a sacarme el culo. Pero apenas podía culpar a su benefactor desconocido. Si estaban dispuestos a arrestar a la Señora del Gremio quién sabe qué harían con cualquiera que quisiera ayudarla.

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La pregunta era, por supuesto, si confiaba en ese misterioso informante. ¿O es solo una invitación a una trampa? Por un momento lo dudó con la nota en mano. Entonces, como si dicha nota se hubiera enviado a obligarla a moverse, oyó el ruido de botas pesadas desde el pasillo. —¿Señora del Gremio? —La voz del exterior sonaba amortiguada, como pasando por el yelmo de un caballero. Bien, más o menos explica eso. Cuando Teysa quería hablar con ella enviaba un sirviente, no un guardia blindado. —¡Un segundo! —exclamó Kaya. Repasó las dagas en sus vainas, respiró hondo y cayó al suelo. Esa era una operación más complicada de lo que a veces parecía, que implicaba un tiempo preciso para evitar caer más de lo esperado ni acabar emparedada entre pisos. En su paranoia Kaya había paseado por Orzhova confirmado que las habitaciones directamente debajo de las de ella eran cámaras personales de algún hierofante, con mucho espacio vacío para aterrizar. Ella esperaba algún anciano sorprendido, posiblemente en su bata de baño, pero nada que no pudiera lidiar. Lo que no esperaba era al menos una docena de soldados armados, todos esperando con las armas desenfundadas ni tres magos con túnicas de pie en los bordes de la habitación. Ah, joder, tenía que ser Teysa. Me ha visto muy de cerca. Ahora no había tiempo de preocuparse de eso. Kaya aterrizó junto a un guardia que extendió la mano para cogerla. Dejando que sus agitados brazos la atravesaran en un estallido de luz púrpura, ella se dejó caer y le dio una patada en la rodilla, y él golpeó el suelo con un ruido de armadura. Otro hombre se acercó con una porra y Kaya le agarró del brazo por la muñeca mientras intentaba balancearle y lo retorció con dolor hasta hacerle caer al suelo. 288

—¡Ya! —clamó alguien—. ¡Las ataduras! La energía vibró a través de la habitación cuando los tres magos levantaron la mano. La luz crujió y se ensartó alrededor de Kaya con un halo de retorcido púrpura y azul. Tras unos segundos detonó en una explosión silenciosa, un estallido de resplandor fantasmal que atravesó a todos en la habitación y dejándolos intactos. Desde luego es hora de salir de aquí. Kaya se obligó a la desmaterializarse, pero la luz púrpura que acompañó su transición era débil y agitada, brillando en manchas a lo largo de su cuerpo por unos momentos antes de desvanecerse por completo. El suelo bajo ella permanecía angustiosamente sólido al tacto. —¡Atrapada! —Una mujer de pelo plateado con uniforme de teniente estaba de pie junto a la puerta—. ¡Lleváosla! Recordad que Lady Teysa la necesita viva. Joder, joder y joder. Al parecer Teysa había convertido la aptitud Orzhov de atar espíritus en algo que funcionara en Kaya misma. Probablemente desaparecería con el tiempo, pero por el momento la dejaba rodeada de soldados con cachiporras acercándose. Me necesita viva, para que ningún guardia por ahí herede todos los contratos del abuelo Karlov, pero no puedo decir lo mismo de ellos. Sintió una punzada de culpa mientras sacaba sus dagas (los guardias no habían hecho nada más que seguir órdenes), pero solo una leve. No hay otra. Se lanzaron a la carga. Kaya esquivó al primer hombre, degollándole pulcramente en un grito mientras daba un giro, y convirtió el movimiento en una patada que mandó a una mujer caer sobre el hombre tras ella. Un guardia balanceó su cabeza por detrás, y Kaya se agachó y giró de nuevo para clavar una daga bajo su axila, en un punto débil de su armadura. Lo soltó de nuevo y bailó en dirección a la puerta. La teniente luchó con su propio garrote, tratando de 289

bloquear el camino de Kaya, pero ella lo esquivó y golpeó la mandíbula de la mujer con un codo, dejándola con los dientes rotos. Se tambaleó escupiendo sangre, y Kaya abrió de golpe la puerta y la cerró también de golpe detrás. Tenía minutos, tal vez menos, antes de que la alarma se generalizara. Corrió por el pasillo y, mientras se movía, se concentró en su brazo. Brillaba brevemente en una incorporeidad, pero el poder se desvanecía con rapidez. Así que no me podré escabullir por un tiempo. Eso significaba que estaba atrapada dentro de Orzhova, lo que a su vez quería decir que en realidad solo había un lugar al que dirigirse. Espero que pueda acordarme de cómo encontrar los establos. Este sitio es un laberinto... —¡Ahí! —gritó alguien—. ¡Detenedla! Más adelante dos guardias acompañaron a un caballero blindado, bloqueando un cruce en T. Bajaron sus lanzas y el caballero sacó su espada (al parecer no todos han recibido el recordatorio de no matarme, pues qué bien) y claramente esperaban que Kaya se detuviera. En cambio se precipitó hacia ellos, encorvándose para evitar las puntas de las lanza. El impulso de su carrera golpeó a una mujer de la guardia contra la pared, dejándola sin aire. Se desplomó de lado y Kaya se alejó, esquivando un golpe de la gran espada del caballero. Levantó su arma hacia un guardia, pero ella lo había sobrepasado y se dio la vuelta para seguir corriendo. Qué gracia va a hacer verle siguiéndome con esa armadura. Las escaleras principales estaban delante, en una serie aparentemente interminable de espirales elípticas que conducían al corazón de Orzhova. El fondo estaba hasta arriba de ruidos: tintineos de armadura y botas pisoteando mientras los guardias se reunían. Kaya golpeó la barandilla con el caballero tras ella en una ardiente persecución y la escalera abajo llena de media docena de soldados.

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Es una absoluta idiotez. En lugar de detenerse saltó a la barandilla, posándose por un momento sobre el hierro forjado, equilibrado sobre decenas de metros de espacio vacío. El caballero se detuvo horrorizado, mirándola mientras se tambaleaba. Kaya le dio un saludo con la mano y cruzó el borde. Centró toda su concentración en su mano mientras caía, tramo tras tramo de escalera deslizándose. Hubo un truco para eso: volverse intangible en la proporción y momento correctos para frenar su descenso por la fricción con la pared, sin arrancar simultáneamente su mano al detenerse abruptamente. No lo había practicado mucho porque, en honor a la verdad, no era el tipo de cosas que no se debía probar muy a menudo. Además estaba la restricción del mago, que hacía que cada intento de usar su poder la hiciera sentir como si atraverasara un lodo espeso, lo empeoraba. Pero la alternativa era terminar en un pequeño charco en el suelo de mármol de parquet al pie de las escaleras, así que Kaya se las arregló. Su brazo se sacudía con dolor mientras se aferraba tras cada salto y mantener su impulso, con un dolor que le atravesaba el hombro mientras el brazo se desvanecía en la intangibilidad y se deslizaba por la piedra para atrapar el siguiente. Al llegar el impacto era aún más difícil de lo que le hubiera gustado, y algo en su rodilla parecía haberse roto, seguido de una oleada de dolor. Se movió cojeando a la puerta panelada de madera que llevaba a los niveles inferiores de Orzhova. Cojeando o no, sin embargo, había dejado a los guardias buscándola por el momento. La parte inferior de la escalera llevaba a la parte pública del edificio, donde los peticionarios y penitentes del exterior podían venir a rezar, pedir préstamos o las dos a la vez. Kaya entró en una galería alta, rodeó la nave central de la catedral y se abrió paso entre sacerdotes y funcionarios Orzhov bien vestidos y sus harapientos suplicantes. Algunos la reconocieron, a pesar de carecer

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de uniforme de gremio, y una ola de murmullos confusos se extendió a su paso. Qué más da. Se abrió paso hacia otra amplia escalera, girando entre curiosos espectadores, en dirección a la puerta principal. Tengo que salir de aquí y esperar a que desaparezca esta puta restricción. Y entonces... Bueno, ya podría resolver eso más tarde. Por ahora, alejarse era la clave. Dos caídas más abajo y ya estaba a la vista de las puertas principales, las cuales de hecho se abrieron de par en par. Pero se formaba una multitud a cada lado, y Kaya podía ver a un par de caballeros y una falange de guardias colgados del arco. Me pregunto a quién estarán buscando. Se dio la vuelta con brusquedad y se dirigió en la otra dirección. Vale. Establos, primer subsótano. Eso significa bajar, ¿verdad? Había una escalera abajo, estrecha, a su derecha. Se dirigió ahí pasando por unos cuantos empleados uniformados, y salió al pasillo sin sirvientes vacío. Las puertas de madera se abrieron a ambos lados, pero Kaya siguió moviéndose, razonando que los establos tenían que estar adyacentes a esa zona. Si me acerco lo suficiente, puedo seguir el olor. Estaba a punto de doblar una esquina cuando el sonido fuerte de pies la dejó de piedra. —¡Al salón principal! —gritó alguien delante de ella—. ¡A paso ligero! Kaya se tiró contra la puerta más cercana, que resultó estar cerrada así que rebotó. Se concentró con fuerza, apretando los dientes, y deslizó su mano a través de la madera, buscando en el otro lado un pestillo. Sus dedos no encontraron nada, y estaba a punto de salir y correr hacia ésa cuando la puerta hizo un clic y se abrió por sí sola. Kaya se tiró agradecida al oscuro espacio y la cerró de golpe detrás justo cuando los sonidos de una tropa de soldados llegando provenían del exterior.

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Estaba en una clase de almacén. Podía oler cera y aceite de lámpara, y la suave fragancia de los penitentes de incienso ardía para pedir perdón por sus pecados financieros. Apoyándose contra la puerta, esperando que sus ojos se acostumbraran al tenue resplandor que se filtraba debajo, Kaya luchó por respirar. En lo profundo de la penumbra algo se movió. —¿Quién anda ahí? —Kaya levantó sus dagas y habló en un susurro áspero—: como grites te degollo. —Menuda gratitud la tuya —Dijo un hombre—, después de haberte abierto mi pequeño escondite. —No estoy de buen humor. —Ya me imagino que no —La sombra de un hombre se movía en la penumbra—. Hoy has tenido un día duro, Kaya. ¿Cómo…? Pues claro. Los labios de Kaya se curvaron. —Bolas. —En persona. O no en este caso. Pero aquí para controlarte, no obstante. No me has complacido últimamente, por si no lo sabes. —Complacerte no es mi mayor prioridad —confesó Kaya. —Pero debería serlo —El peón de Bolas se movió más cerca—. Tengo las llaves de tus cadenas, después de todo. Podrías estar libre de este lugar y de esta gente. —Querrás decir si te ayudo a destruir Ravnica. —¿Y qué es para ti Ravnica? Nada más que otra ciudad, que otro trabajo —Era capaz de oír la sonrisa de su voz—. Esta no es tu gente. Este gremio, estos banqueros sacerdotes. Los odias, ¿verdad? Puedes verlo en las pequeñas miserias que infligen un reflejo de tu propia gente. Para buscar el poder o la felicidad, y que el precio sea pagado con interés durante generaciones. 293

—Así es —Kaya no se había dado cuenta hasta ese momento, pero el viejo lagarto tenía razón. —Entonces deberías alegrarte de mi llegada. Los barrería como si fueran paja, así como sus mentiras y cadenas. —¿Y la gente que viene a limosnar? —preguntó Kaya—. Los vas a ayudar, ¿verdad? —Sí —La voz humana del peón de Bolas adquirió solo un toque del bajo retumbar del dragón—. Mientras se arrodillen. Kaya sacudió la cabeza. —No vale la pena. —¿Entonces qué? Eres una Señora del Gremio huyendo de tu propio gremio. No sobrevivirás mucho, y aun si lo logras morirías con el resto cuando llegue. —Entonces moriré luchando —sentenció Kaya mientras se enderezaba—. Pero mientras tanto puedo hacer el bien aquí, a esta gente. —¿Y qué me dices de los tuyos con el cielo roto? —Ya encontraré otra solución —respondió Kaya—. Nunca debí haber hecho un trato contigo, dragón. No debería haber sabido que nada de lo que pudiera ofrecer valdría la pena. —Eres una idiota. —Puede —Kaya envainó sus dagas y abrió la puerta con facilidad, viendo que el pasillo fuera ahora estaba en silencio—, pero soy una idiota por mí misma.

Los establos eran oscuros, iluminados por una sola lámpara y olía a una mezcla de estiércol de varias especies. Kaya se deslizó por la 294

puerta, moviéndose con cautela, y vio una sola figura encapuchada esperando cerca de la lámpara. Se acercó con las manos en las dagas. —¿Eres el que me ha mandado la nota? —preguntó cuando estuvo ya lo bastante cerca. El hombre saltó con la capucha cayendo atrás. Kaya le reconoció: Tomik Vrona, el propio asistente de Teysa. No quien esperaba, aunque sinceramente ni sé quién esperaba. —Señora del Gremio —pronunció mientras inclinaba su cabeza—. No sabía si ibas a lograrlo. —Algo complicado a veces —reconoció Kaya—. Los magos de Teysa me han dado con… algo. —Con una restricción —explicó Tomik—. Les he oído hablar de su ataque contra ti. —Y entonces me advertiste —dijo Kaya—. No es que me queje, ¿pero por qué? —Eres mi Señora del Gremio —Le recordó—, es mi deber. —Teysa fue tu mentora por muchos años —dijo Kaya—, he visto el respeto que le tienes. Ni siquiera te habría culpado si te hubieras puesto contra una Señora del Gremio que apenas conoces. —Yo… —dubitó Tomik—. Creo que Teysa está cometiendo un error. Está en una posición muy complicada, y… me gustaría protegerla. —¿De quién? ¿Yo? —Los jerarcas la han estado presionando con demandas. Temen que perdones las deudas a gran escala y que sus riquezas sufran las consecuencias. Te quieren fuera del gremio Orzhov. Si ella trata de enfrentarse a ellos la aplastarán, sea o no Karlov. El sistema, en primera instancia, se defiende a sí mismo.

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—Ya lo creo —comentó Kaya—. Tu nota decía que podías ayudar. ¿Cómo? —Si te enfrentas a los jerarcas… —Empezó Tomik. Algo crujió en la oscuridad. Kaya se dio la vuelta mientras sacaba sus dagas. Tomik cogió la linterna y la levantó sobre su cabeza, y ella pudo oír sus jadeos. La luz brillaba en las máscaras hechas de monedas destrozadas, en hileras, sobre thrulls y alrededor del exterior de los largos y vacíos establos. Tiene que haber cientos. Kaya sintió que el sudor le caía por la frente, y se aferró a sus armas. —Te juro —siguió Tomik por lo bajo— que yo no he tenido que ver con esto. —Te creo —insistió Kaya, sombría—. Estoy seguro de que será un consuelo cuando nos destrocen a los dos. —Podría... —Tomik sacudió la cabeza—. No tengo ni idea. ¿Tienes un arma de repuesto? En silencio, Kaya sacó un estilete largo de su vaina oculta en la parte baja de su espalda y se lo entregó. Tomik lo miró y ajustó sus gafas con una sonrisa triste. —Supongo que más vale eso que nada. Los thrulls se acercaron. Kaya tragó saliva. Algo brilló de un resplandeciente blanco. Una de las puertas del establo explotó, con trozos de madera quemada dispersándose en todas direcciones acompañados por un estallido ensordecedor que sacudió el polvo de las vigas. La explosión dejó un agujero en llamas que conducía a la calle, y contra las luces de la ciudad se perfilaba un hombre alto con un abrigo largo, con un pelo pincho y relámpagos arrastrándose por sus brazos. 296

—¡Ral! —gritó Tomik. —Quietos —rugió Ral—. ¡Chamuscadores! Unos viashinos en cuero chamuscado se metieron por el hueco, con armas largas y torpes en sus manos. Cuando los thrulls se dieron la vuelta para enfrentarse a ellos, salieron chorros de fuego en arcos cegadores de naranja y rojo, y una llama líquida se aferraba a cada superficie que tocaba. La carne de los thrulls chisporroteaba y se chamuscaba, y las criaturas cargaban la falange de los chamuscadores solo para caer en montones ennegrecidos que se acumulaban a cada vez más. Ral caminó adelante mientras unos rayos salían de sus manos para incinerar cualquier thrull que lograra pasar la cortina de llamas. —Vamos —llamó mientras los chamuscadores más cercanos se hacían a un lado para dejarles pasar—, salgamos de aquí. Tomik corrió hacia él y Kaya le siguió. Ella arqueó una ceja cuando Ral atrapó al joven en sus brazos y le besó, mientras las filas de chamuscadores se cerraban detrás de ellos y comenzaban a retirarse. El fuego se extendía rápidamente a través de los establos, abarcando paja seca y madera vieja. —Si puedo interrumpir —llamó Kaya mientras salían a la calle—. Tomik, me ibas a decir que tenías una forma de arreglar todo esto. —Ah —Tomik se apartó de Ral, se aclaró la garganta y se enderezó las gafas—. Sí. He echado un vistazo a los registros, ya sabes...

No más de seis horas después, Kaya entró en la sala principal de Orzhova, escoltada por varias filas de guardias y un par de caballeros. Era muy pasada la medianoche, y todos los fieles del día a día se habían ido. Kaya pasó junto a los bancos vacíos, los nichos silenciosos donde los banqueros se reunían con sus penitentes. Al frente de la 297

sala, frente al gran altar, los jerarcas aguardaban: dos docenas de los hombres y mujeres más poderosos del gremio Orzhov, con Teysa quieta frente a ellos. Llevaban el atuendo completo; sedas voluminosas y elaborados tocados de joyas, bastones cubiertos con cristales y máscaras de oro martillado. Kaya les dirigió una mirada fría y sonrió. —Señora del Gremio —pronunció Teysa—. Debo reconocer que me sorprende verte. —Parecía un poco descortés escapar del propio gremio —reconoció Kaya alegremente. —Se te ha acusado de críemenes serios —siguió Teysa—. ¿Estás dispuesta a someterte a nuestra autoridad? —No —espetó Kaya—. No lo creo. —No tienes opción —insistió un hombre barbudo en la primera fila —. Harás lo que te ordenamos o morirás, y entonces tendremos un Señor del Gremio a la altura. —Tú eres... Benitov Gracca, ¿no? —preguntó Kaya. Cerró los ojos y buscó la gran cantidad de contratos que le agobiaban, las cadenas que envolvían su alma. Uno de ellos llevaba a Gracca, y solo llevó instante dejarla aparte de los demás. Era grueso y pesado. —Así es —respondió Gracca—. Y mi familia ha servido a los Orzhov durante miles de años. Una forastera como tú... —Benitov Gracca —llamó Kaya, pensativa—. Hijo de Orsov Gracca quien, en un momento de bochorno financiero, se vio obligado a pedirle ayuda al Patriarca Karlov, cosa que proporcionó, desde luego, como lo haría un buen amigo. Menos por la parte de que se entendió que la familia Gracca apoyaría a los Karlov siempre que fuera necesario.

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—Pero tú no eres una Karlov —espetó Gracca. Se había puesto más blanco aún. —Soy la heredera del Patriarca Karlov, heredera de todos sus contratos y obligaciones —Kaya amplió su sonrisa y le dio un tirón corto y agudo a la cadena que los unía—. Y tú estás en incumplimiento del tuyo. Gracca jadeó y se dejó caer de rodillas, con su bastón dorado golpeando el suelo con un zumbido hasta rodar por el mármol. —El patriarca Karlov acumulaba obligaciones como otros pueden acumular buien vino —siguió Kaya—. Brimini. Harta. Forgio —A medida que hablaba seguía tocando las cadenas, y cada nombre traía un aliento y una mueca de entre la multitud—. Todas las grandes familias, de hecho. Cada uno destinado a apoyar a los Karlovs, o sus herederos. Cada uno de vosotros en incumplimiento de ese acuerdo esta misma noche —Miró alrededor entonces—. Así normal que estuvierais tan encantados de querer deshaceros de mí. —Yo no estoy en deuda con mi abuelo —aportó Teysa con un paso adelante. —No —reconoció Kaya—. Tú no —Miró a la multitud de jerarcas, después a los guardias de su alrededor, y levantó la voz—: Apresad a Teysa Karlov ahora mismo. Durante un largo momento no ocurrió nada. Entonces, muy sutilmente, uno de los caballeros se dio la vuelta para mirar a Gracca, que a su vez miró a sus camaradas y asintió con la cabeza. —No puedes ir en serio —dijo Teysa mientras los guardias se acercaban a su alrededor. —Tratadla con cuidado —ordenó Kaya. Ésa era la promesa que le había hecho a Tomik.

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Teysa la fulminó con la mirada y cruzó la habitación, para entonces darse la vuelta y alejarse, delante de los guardias, sin sufrir el hecho de que la arrastraban. El resto se quedaron en silencio hasta que sus pasos sobre el mármol se desvanecieron. —En cuanto a los demás —siguió Kaya, dirigiéndose otra vez a los jerarcas—. Creo que deberíamos discutir las consecuencias de incumplir vuestros acuerdos con los Karlov, y qué garantía tengo de que no os volváis en mi contra de nuevo —Entonces se abrió de manos—. Después de todo, según los términos originales de los contratos, tengo derecho a reclamar vuestras deudas. Y con interés, me temo, las cantidades son... sustanciales —Entonces esbozó una sonrisa de tiburón—. Así que hagamos un trato.

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Capítulo 16 Ral y Tomik andaban uno al lado del otro, sin dirigirse a ninguna parte en particular. La lluvia caía tamborileando sobre los toldos de las tiendas a lo largo de la calle, de manera que las líneas de salpicaduras marchaban a través de los charcos que se formaban entre los adoquines. Las gotas se doblaban sobre la pareja, dejando un espacio seco a su alrededor y una cortina de lluvia muy gruesa fuera. Cuando bajaba con esa fuerza los dejaba en su propio mundillo, aislados de todo lo que había más allá por una cortina de agua torrencial y espumosa. La niebla se alzaba de los rebotes y se enroscaba alrededor de sus botas. —No sabía yo si iba a venir —comentó finalmente Tomik. Al desaparecer la euforia, se alejó de Ral acurrucado sobre sí mismo de una manera que hizo que Ral se quedara sin aire. Ral quería cogerle de la mano, pero no lo hizo. Aún no. Las gafas de Tomik estaban adornadas de gotas de lluvia. —Pues no iba a venir —dijo Ral—, en un principio no. —¿Qué te ha hecho cambiar de idea? —Yo... —Ral miró a Tomik—. ¿Quieres la verdad? Tomik, con los brazos cruzados, asintió bruscamente. —Sólo quiero decir que estaba preocupado por ti —Empezó Ral—. Pero ya sé puedes cuidarte tú solo, al menos casi siempre. Tomik esbozó una ligerísima sonrisa, y Ral sintió que se relajaba un poco. —Te conozco —siguió Ral—. Sé cuánto te importa tu trabajo con Teysa, lo que significa para ti. Pensé que si estabas dispuesto a ir en

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contra de ella por esto, arriesgarlo todo... probablemente sea muy importante. —¿Más importante que trabajar en tu máquina? —preguntó Tomik. —Ya casi está terminada —respondió Ral—. Todo lo que queda es construirla, y solo puedo hacer mucho. Me acabo de... involucrar. —Yo también te conozco —dijo Tomik. —Qué va —añadió Ral—, no realmente. Hay partes de mi vida de las que... no hablo. —¿Porque no ha ocurrido en Ravnica? —especuló Tomik. —¿No te ha dicho nadie que eres demasiado inteligente para tu propio bien? Tomik sonrió. —Tú. Todo el rato. —Pues sí —confesó Ral—, porque no vivía en Ravnica. Y... —Dio una bocanada profunda de aire—. Algunas cosas que me han pasado me ha hecho costarme confiar en la gente. Me ha hecho verles como poco menos que herramientas. —Teysa es igual —dijo Tomik con tranquilidad—. No es mala, Ral, pero se crió en esa pesadilla y no puede huir. —Tú y yo... —Ral sacudió la cabeza—. No tenemos por qué ser así, no el uno al otro. Yo... —Se acarició la barba, irritado—. Quiero algo distinto. —¿Como por ejemplo preocuparte por alguien? —preguntó Tomik. —Por ejemplo —reconoció Ral. —Bien —Tomik deslizó su mano en la de Ral y chocó contra su hombro—. No sé si ya lo haces, pero vas aprendiendo.

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En el sueño de Ral él estaba inclinado sobre el escritorio, rematando los toques finales. Construir lo que quería no había sido fácil, y ya tenía ideas para mejorarlo. Las celdas de almacenamiento de energía eran pesadas e incómodas, y no tenían suficiente energía en su enmarañada red de metal y cerámica como le hubiera gustado. Al menos se las ha arreglado para huir del almacenamiento de líquidos, cargando un par de galones de ácido en la espalda, y ahora es una receta para el desastre... En otro lugar, en otro plano, podría haber mejores materiales a su disposición. Tenía la visión de una red cristalina y bobinas giratorias, pero encontrar algo con las apropiadas condiciones hasta ahora había resultado imposible. Aún así. Bajó la mirada hacia su creación y sonrió, cerrando el último compartimento a un lado. Con cautela lo levantó y deslizó los brazos a través de las correas, dejando que el peso de aquella cosa descansara sobre su espalda. Un par de guantes colgaban de largos cordones aislados, los cuales se los puso flexionando los dedos y sintiendo un levísimo crujido de energía. Por supuesto se debía cargar. Pero aun vacío el acumulador le daba una sensación de poder. La energía mágica de Ral provenía de las tormentas que azotaban en las nubes, por lo que su fuerza siempre había aumentado y disminuido igual de impredecible que el clima. Ya no. Ahora llevaría consigo su propia tormenta en cuero, cerámica y acero. —Qué ingenioso —dijo una voz desde la puerta—. Has aprendido mucho desde la última vez que hemos hablado, amigo. Ral levantó la vista alarmado. La puerta principal estaba cerrada, lo sabía con certeza, y también la puerta de su oficina. Pero ahora 303

estaba abierta, y un anciano estaba mirándole alrededor del umbral. Era alto, canoso, impecablemente bien vestido con ropa de un corte que de alguna manera sugería que era de... otro lugar. Aunque ya había pasado una década desde la última vez que hablaron, Ral apenas podía olvidarle. —Buenas, Bolas —pronunció con una forzada calma en su voz. —Zarek —llamó Nicol Bolas con cortesía—, ¿puedo entrar? Ral asintió con la cabeza. —No parece que las puertas y cerraduras signifiquen mucho para ti. —Ah, pero la cortesía tiene un poder mayor que cualquier candado —argumentó Bolas mientras se metía en la oficina. Miró alrededor, con aprobación, a los planos pegados a las paredes y al escritorio repleto de herramientas y piezas—. Has estado ocupado. Ral se encogió de hombros. —Hago lo que puedo. —Y de hecho lo que puedes es asombroso —comentó Bolas—. Varado ahí como un don nadie desangrándose en un callejón. Y diez años después aquí estás. Maestro de un pequeño y pulcro imperio, con una docena de inventores arrodillados y luchando por el privilegio de ayudarte. Ni siquiera has tenido que matar a muchos para lograrlo —Bolas sonrió con dientes blancos y muy ligeramente afilados—. No es que eso sea necesariamente un inconveniente, claro está. —¿Tú lo sabías? —preguntó Ral—. Ahí en Tovrna, ¿sabías lo que era yo? —¿Que eras un Planeswalker? —apostilló Bolas y se encogió de hombros—. Digamos que lo… sospeché. Los Planeswalkers son extremadamente raros, y no se les puede enseñar a usar su chispa. O 304

se enciende por sí sola o no lo hace nunca, lo que a menudo conlleva una cierta cantidad de trauma. —Entonces tú me habías preparado —concluyó Ral. —No he hecho nada por el estilo. Te he dado lo que querías, ¿no? — la sonrisa de Bolas se amplió—. No es mi culpa que haya salido mal. Pasiones juveniles, ya sabes. —¿Por qué? —preguntó Ral—. Tú también eres Planeswalker, o si no no estarías aquí. Entonces ¿por qué me había molestado en sacudir a esos pobres gilipollas a cambio de cobre? —Nunca fue por ellos —respondió Bolas—. Siempre por ti. Como he dicho antes, los Planeswalkers son raros. Cuando creo que alguien tiene potencial, hago todo lo posible para... alentarle. Y para adeudarles a mi favor y así facilitar nuestra colaboración posterior. —Creo que ya te he pagado tus deudas —espetó Ral mientras caminaba alrededor del escritorio —Al contrario —dijo Bolas—. ¿Crees que hubieras logrado esto, algo de esto, sin mi ayuda? —Tu ayuda casi me mata. —Te empujé a descubrir de lo que eras realmente capaz — argumentó Bolas—. Y así lo has hecho. ¿No vale eso algo? ¿No te he hecho yo un favor? Ral miró al hombre con su sonrisa de dientes afilados. Asintió muy pco a poco. —Se puede decir así —confesó. —Entonces podemos estar de acuerdo en que me la debes —siguió Bolas—. Y he venido a recaudarla, Ral Zarek. Únete a mí y haremos maravillas.

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—Deja que te diga lo que me has enseñado —dijo Ral—: que la lealtad es para idiotas, y la confianza para pringados. Y que los aliados están ahí para usarse hasta que no valgan más —Se encogió de hombros, estabilizando el peso del paquete—. Así que gracias por la lección, pero no pienso pagarte la deuda que creas que debo. —Lamentable —espetó Bolas mientras su sonrisa se esfumaba—. Tu lugar aquí… —Vas a amenazar con llevarte todo lo que he construido —adelantó Ral—. Adelante, ya estoy harto. Tengo esto —Le dio una palmada al paquete y se tocó una sien—, y lo que tengo aquí. Al final es todo lo que necesito. —No fantasees con la idea de huir de mí, Zarek —amenazó Bolas—. Donde quiera que vayas te puedo seguir. —No necesito huir —sentenció Ral—, sino quedarme a un paso por delante. Enfocó su mente. Irse a otro plano era como caer, en cuanto se maneja el truco. Entre la miríada de mundos dirigió su mirada mental a una familiar. Hora de ir a casa, a Ravnica. Pero no a Tovrna. Se acabó perder el tiempo en el quinto pino. El Décimo Distrito era el corazón de la Ciudad Plano, y allí era donde debía estar. Cómo precisamente encajaría, eso aún no lo sabía, pero ya no le preocupaba. Con su talento y su poder siempre habría un lugar para él. Y si alguien ya está en ese lugar, en fin, es muy malo para ése...

Vraska se quedó mirando su trono. Por ahora le parecía bien. Hasta justo. Los elfos cuyos cadáveres retorcidos y petrificados constituían la grotesca silla habían sido sus enemigos, y habían pasado décadas empujando a cualquiera entre 306

los Golgari que no fuera de lllos suyos. Las gorgonas y kraul por igual habían sufrido bajo el yugo devkarin, y cada prisionero arrastrado al trono entre gritos y congelado ahí mismo con una ola del poder de Vraska era una pequeña medida de venganza. Se había prometido a sí misma que cuando terminara lo haría mejor. ¿Y la he cumplido? Una antigua y bella ciudad kraul reducida a escombros. Miles de Golgari muertos. Todo por nada. Todo por Bolas. Xeddick. El kraul albino nunca debería haber estado en el campo de batalla, pero había insistido, y ella había sido demasiado amable para rechazarlo. Como resultado tuvo que mirar impotente cómo Aurelia le destrozaba, y entonces huir para no ser la siguiente en ser ensartada por la espada del ángel. La tendré en mi jardín algún día. Lo juro. Apretó los puños sabiendo lo lamentable que sonaba. Xeddick tenía razón todo el tiempo, nunca debí haberle dejado desbloquear mis recuerdos. Su estancia en Ixalan había obstaculizado su propósito. La hizo blanda. Habría estado mejor si nunca hubiera recordado a Jace, o... o algo así. Bolas todavía tenía las garras alrededor de su garganta, así que ¿qué más daba? Al menos si lo hubiera olvidado todo, podría haber tenido la oportunidad de ser feliz en su servicio. Se quedó sola respirando con dificultad y con los zarcillos sacudiéndose agitados. Ella quería golpear algo, dañar a alguien. Sentir el calor detrás de sus ojos y la suavidad de la carne endureciéndose en piedra. Ella quería... Xeddick. Jace. Vraska se apoyó contra uno de los pilares, alejándose del odioso trono. Alguien que la entendiera. Pero no quedaba ninguno.

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Un roce de garras en la piedra anunció un visitante. Vraska levantó la vista con labios estirados para mostrar sus afilados dientes. Entró Mazirek, agitando las patas delanteras en breve reverencia. —Deseabais verme, mi reina —pronunció el kraul, en su tono de chasquido y zumbido. —Cuando deseaba verte era a mi lado, en la batalla —espetó Vraska mientras se alejaba del pilar—. Lo curioso es que ahí fue cuando estabas ausente. —Lamento haber sido forzado a dejarte —explicó el sacerdote de la muerte—. Me había atacado una manada de thrulls Orzhov, y me llevó unos minutos destruirlos. Las mareas de batalla son difíciles de navegar aun para mí. —En efecto —Vraska sintió que el poder se acumulaba en sus ojos sin previo aviso. Sería mucho más fácil colocarlo sin más en mi jardín. Pero se despejó y sacudió la cabeza. Sigue siendo muy útil. Mazirek, aparentemente inconsciente de lo cerca que había estado de ser destruido, volvió a inclinarse. —¿Hay algo más que necesitéis de mí, mi reina? —No —respondió Vraska—. Fuera de mi vista. El kraul verde oscuro se retiró. Vraska cruzó la sala vacía del trono, con una mano sobre su sable, y se lanzó inquieta al retorcido trono. Cuando alguien llamó a una de las puertas casi gritó de frustración. —¿Qué? —Un invitado —La voz de un hombre que no reconocía—, esperando un instante de tu tiempo. Solo unos pocos se atreverían a molestarla en su santuario. Mazirek, Xeddick, Storrev. Y… —Entra, pues —dijo Vraska—. No puedo detenerte. 308

La títere que Bolas había enviado esta vez era una joven con los desgarrados restos de un uniforme de la Legión Boros. Estaba cubierta de barro y limo, y un largo corte en su mejilla ya se había ensuciado en el siempre húmedo calor de la Subicudad hasta adquirir un rojo hinchado y un pus goteando. Dos Arcaicos la escoltaban, moviéndose con su rígidamente formal marcha y en sus viejas galas. Menudo presumido. El Arcaico era el cuchillo que Bolas se sujetaba en la garganta, que había colocado allí con sus propias manos. —¿Vienes a castigarme? —preguntó Vraska, descansando en el trono con una casualidad afectada—. ¿Darme una charla como un profesor decepcionado? —¿Qué sentido tendría? —dijo el títere de Bolas mientras daba un paso adelante. Ante una invisible orden los escoltas zombis se dieron y salieron—. Es obvio que has hecho todo lo que has podido, pero no era lo bastante bueno. De algún modo eso le dolió más de lo que esperaba. —El gremio Golgari no puede enfrentarse solo a una alianza de otros cinco. Pensaba que alguien de tu inteligencia podría haberse enterado. —Solo soy una sombra de mi amo —recordó el títere—, a la entrega de sus órdenes. —Si quieres que ataque esa máquina que construye puedes decirle a tu amo que no se puede hacer —Sus espías habían estado observando el trabajo y las defensas que lo rodeaban—. Los de Ral han estado colocando campos de minas y torretas de llamas y quién sabe qué más, y los magos de la ley azorios han rodeado el sitio con tantos sellos que una manada de trolls no podría abollarlos. Lo que sea que estén haciendo, está para quedarse. No pienso enviar más de mi gente a morir.

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—No se requiere un ataque al resonador —dijo el títere de Bolas con una leve sonrisa—. Le he asignado esa tarea a un agente más... competente. Para ti, mi amo se ha reservado el trabajo de interrumpir el plan B de Zarek. —¿Qué plan B? —resaltó Vraska. —Hay una torre, en la superficie, que contiene una máquina muy bien montada. Cuando el esquema de Zarek falle, y fallará, se dará cuenta de que ha perdido y alcanzará su última jugada, y tú estarás ahí para detenerle. Mi amo requiere que se tengan en cuenta todas las contingencias posibles, incluso las remotas. Enviarás tus fuerzas para bloquearle. —No —Vraska se levantó bruscamente y cruzó la sala del trono. —¿No? —El títere arqueó una ceja con una expresión fuera de lugar en su rostro sucio y manchado de sangre—. ¿Te tengo que recordar otra vez las consecuencias de una traición, Vraska? —No voy a enviar mis fuerzas, se acabó sacrificar vidas Golgari para ti —Vraska se detuvo frente al títere y mostró sus dientes—. Iré por mi cuenta a matar a Zarek. ¿Puedo contar con que bastará para ti? —Bastará —La marioneta se inclinó más cerca. Olía a podredumbre —. Pero el fracaso no es una opción, no para ti. Puede que Ral Zarek se apiade de ti, pero Bolas ni un poco. En cuanto salga victorioso, y saldrá victorioso, tratará contigo como tu servicio a él lo merece. —Eso lo entiendo —dijo Vraska—. ¿Ya has terminado con las amenazas? —Por ahora —El títere sonrió—. Y yo ya he acabado con esta cáscara. Deséchala, ¿quieres? La Boros parpadeó, sus ojos se centraron en Vraska y se abrieron mucho. Gritó hasta que Vraska la cogió del cuello, concentró su poder y lo dejó palpitar a través de sus ojos. Al dejar que la estatua 310

de piedra de la aterrorizada soldado se deslizara entre sus dedos, se hizo añicos en cien pedazos en el suelo.

Vraska mantuvo su arsenal en una pequeña sala contigua a sus aposentos personales. Con los años había acumulado bastante armadura y armamento, y en cuanto había asumido el control de los Golgari había trasladado sus diversos alijos de sus escondites al palacio. Entre otras cosas eran un depósito de sus recuerdos. Había armaduras, cada una de una época distinta de su vida, el ajustado atuendo de luto de un asesino en la azotea, trajes más elaborados de cota de malla que había usado para impresionar, el traje que había devuelto a Ravnica de su estancia en Ixalan. Había sables en un estante largo, desde el arma simple que había llevado en sus primeros días decorado con piezas de joyería que le regalaron en su coronación a reina. Pasó los dedos por las cuchillas de acero, perdida en sus pensamientos. Finalmente se detuvo frente a una espada de filo aserrado como el diente de un tiburón y un brutal nudillo incrustado en la empuñadura. Era un arma fea y cruelmente funcional, diseñada para infligir el máximo dolor a un oponente. Perfecto. —Mi reina —Storrev se deslizó en la habitación con un susurro atronador—, me habéis llamado. —He estado pensando —Empezó a decir Vraska— sobre ti y los demás Arcaicos. Estáis obligados a obedecer a Mazirek, ¿verdad? Storrev inclinó la cabeza. —Nos ha alzado de nuestras tumbas, mi reina. Pero también nos ha dado instrucciones para obedecerte.

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Mazirek, que había desaparecido en el momento crítico. Quien le hablaba con semejante arrogancia. Vraska sintió que su sospecha se endurecía en certeza. —¿Estás obligada a decirle todo lo que haces? —preguntó Vraska. —Sólo si pregunta específicamente por ello, mi Reina —respondió Storrev—. ¿Tenéis una tarea para mí? —La tengo —Vraska deslizó la espada de diente de tiburón en su vaina—. Puedo que esté… ausente por un tiempo. Mientras tanto me gustaría que entregues esta nota —Le entregó una hoja de papel de hongos esponjosos a la liche, quien lo leyó cuidadosamente—. Confío en que puedas averiguar lo demás. Storrev siempre era inexpresivo, pero Vraska podría haber jurado que el fantasma de una sonrisa cruzó su rostro. Ella hizo una reverencia formalmente correcta. —Por supuesto, mi Reina. Se hará tu voluntad. La liche se deslizó fuera. Vraska miró a través de las armaduras, se quitó su túnica real y comenzó a vestirse con el cuero y mallas más simples de sus días de asesina. Se acabaron los chantajes, de un lado u otro. Cuando apretó las correas, encontró cierta paz viniendo hacia ella. Matar a Zarek y dejar que el resto se encargue de sus asuntos. Eso es todo lo que me queda. Lo siento, Jace.

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Capítulo 17 Había muchos bares, tabernas y pubs en las calles alrededor de Nivix. A los quimistas, trabajadores y traficantes les gustaba emborracharse tanto como a todo hijo de vecino, posiblemente más dada la naturaleza peligrosa de sus trabajos. Había establecimientos de clase alta donde los jefes de proyectos podían intercambiar información sobre una o tres botellas de vino, y estridentes pellejos de vino donde estaba una mala noche sin terminar con alguien saliendo por la ventana. Los pubs de Viashinos se hacían eco de cantos de lagartos borrachos hasta la madrugada, acompañados por la triste melodía de sus flautas tradicionales. Hasta los vedalken ocasionalmente podrían verse tentados a un vaso o dos de algo, para seguir perfeccionando su estado emocional. La taberna a la que se dirigía Ral era un lugar distinto a cualquiera de ésos. No era de celebraciones para nadie, ni había ningún tipo de música. Era en su mayoría subterráneo, con una escalera bajando por debajo de un bloque de pisos en ruinas a un espacio grande y oscuro, dividido por pesadas vigas de soporte y subdividido en cientos de rincones y grietas. Tenía una reputación oscura, pero no una que girara en torno a peleas o vicios. Ahí se iba uno cuando todo salía mal, cuando un proyecto se había hecho trizas o los rivales triunfaron o algo que iba mal haya explotado demasiadas veces. Los clientes eran quimistas con ese brillo loco en sus ojos, ingenieros con el pelo suelto garabateando compulsivamente en servilletas, figuras con túnicas inclinadas sobre jarras de cerveza murmurando sobre cómo todos se iban a enterar. Los esquemas tramados en las cabinas y cuartos traseros generalmente terminaban en escombros en llamas llvoendo sobre la ciudad, y así, apropiadamente, el letrero fuera de la taberna proclamaba que se llamaba El Escombro Humeante. 313

Ral había pasado mucho tiempo ahí, en los días previos a haber empezado a estar con Tomik. Le gustaba el ambiente. Esa noche, sin embargo, estaba ahí porque una nota entregada a su oficina por un mensajero elemental le hubiera llamado. Llevaba su acumulador y guantes bajo una bata con capucha, y examinó a la clientela mientras bajaba las escaleras. Había más gente de lo habitual, lo cual tenía sentido. El proyecto del resonador, su gran plan para modificar el Pacto entre Gremios contra la voluntad del propio Azor, estaba casi terminado, y la mayoría del personal de Nivix tenía la noche libre. No había barra en el Escombro Humeante, ni camareros. Las bebidas se traían de pequeños constructos: platos con patas articuladas. Su constante deslizamiento le daba al lugar una cualidad retorcida, como si estuviera vivo y tembloroso. También significaba que no había nadie a quien oír, que era lo que exigían los clientes. La nota le había llevado a una mesa al fondo. Ral se dirigió ahí con cautela y encontró un puesto rodeado por una pesada cortina negra. Apartándola un poco dio un suspiro de alivio, se metió y se sentó. —Lavinia —murmuró—. Tenías que haber dicho que eras tú. —¿Y que me arriesgue a me intercepten la nota? Buena manera de sufrir una emboscada —Lavinia se inclinó sobre la mesa y cerró la cortina—. Eres un hombre difícil de juntarse hoy día, Ral. No pases mucho tiempo solo. —He estado ocupado —gruñó Ral—. Y aún lo estoy, salvando la ciudad y todo eso. Después del desastre de la cumbre de gremios alguien tendrá que hacerlo. —Lo sé —Lavinia bajó la cabeza, con un dolor genuino en su expresión—. He fallado. Ral sacudió la cabeza. 314

—Tú misma decías que debíamos ir con cuidado con Vraska, y yo dejé que los sentimientos me cegaran. —Se hicieron muchos errores graves —Lavinia puso sus manos sobre la mesa—. Pero gracias a ti aún no ha terminado, y yo todavía tengo cosas que hacer. Ral se fijó en que Lavinia no tenía su mejor aspecto. Su pelo estaba enredado y graso, como si no se hubiera lavado en días, y su piel estaba cubierta de hollín. Su ropa, cuidadosamente anodina, estaba arrugada y manchada, y había círculos oscuros bajo sus ojos. —¿Cuánto tiempo llevas despierta? —preguntó Ral. —¿Eso importa? —espetó Lavinia—. Se acerca Bolas y nos quedamos sin tiempo. Ral se puso rígido. —¿Cuándo? —Esta noche. Creo —Se frotó la cara—. He roto algunos códigos de sus agentes, y sigo el rastro de su jefe, pero creo que él me ha pillado. Por eso mismo necesito verte. Esta noche. La mente de Ral dio vueltas al respecto. Muy cerca, muy cerca. Los resonadores estaban terminados y las alineaciones completadas. Había más controles, ajustes de última hora... —Podemos lograrlo —insistió él—. Haré que mis chicos corten unas esquinas si hace falta, pero lo vamos a lograr. Le diré a Niv-Mizzet que debemos poner en marcha la máquina de inmediato. —Bien —Lavinia se dejó caer en su asiento—. Así bien, al menos tendremos una oportunidad. —Vuelve conmigo —pidió Ral—. Estabas al inicio de todo el proyecto, y deberías estar al final. Ella sacudió la cabeza. 315

—No puedo, ya casi le tengo. —¿El agente? Lavinia asintió con la cabeza. —Le pillaré esta noche, y así una amenaza menos. Lo último que necesitamos en cuanto Bolas asome la cabeza es una puñalada por la espalda. —¿Sabes quién es? —Aún no pero ya lo sabré. —Tengo… mis sospechas —Tezzeret. Ral no estaba seguro de que todavía estuviera en Ravnica, pero parecía lógico que coordinase a los espías de Bolas—. Ve con cuidado. Es muy peligroso, si te enfrentas a quien creo. —Créeme, lo sé —dijo Lavinia—. Le he seguido la pista lo bastante como para saber ya de sus métodos. —¿Necesitas respaldo? —Eso solo le alertaría —Entonces se puso de pie—. Haz lo tuyo, Ral, y deja que haga yo lo mío. No voy a volver a fallar. Ral asintió poco a poco. —Buena suerte pues. Si sobrevivimos te debo una ronda. —Buena suerte —Lavinia le dio el fantasma de una sonrisa—. Si sobrevivimos, te la pago.

Ral atravesó las puertas de Nivix con poder crepitando a su alrededor. Los arcos de relámpagos le conectaron por unos segundos al marco de la puerta de hierro, mientras los gusanos de luz blanca crepitante se arrastraban por los soportes de las antorchas al pasar. Su largo abrigo ondeaba tras él, y su capucha se había caído atrás 316

dejando al descubierto su salvaje mechón de pelo de única raya blanca. —¡Gullifen! ¡Noz! ¡Fredon! —bramó—. ¡Un mensaje a todas las secciones! Esta noche pulsamos el interruptor. Colocad todos los resonadores en línea lo antes posible, y quiero informes de estado en todas las secciones. —¿Esta noche, jefe? —preguntó Gullifen. Era una trasgo y de los ingenieros principales del proyecto, responsable de las partes de los constructos en Nivix. Se apresuró junto a Ral, dando dos pasos cortos para mantener sus piernas enderezadas—. ¡No estamos listos! —Lo estamos —respondió Ra—, o lo estaremos. No hay otra opción. —Pero las pruebas de calibrado… —Escucha —llamó Ral mientras se daba la vuelta a su alrededor. Una pequeña horda de trasgos, humanos y vedalken que se habían reunido tras él durante su andada se detuvo de golpe. Ral se enderezó sintiendo el peso de todos esos pares de ojos, y se aclaró la garganta—. Si no activamos la máquina esta noche un dragón tan viejo que prácticamente sería un dios vendrá a Rávnica y se asegurará de que no tengamos la oportunidad de encenderlo mañana. ¿Te queda claro? Entonces, si no hay tiempo para las pruebas de calibración, dile a tu personal que se asegure de que lo hagan bien para la primera vez. Gullifen tragó con fuerza e hizo un gesto con la mano. —¡Sí, jefe! La multitud explotó como una nube de diente de león, de modo que trabajadores y quimistas huían a todas partes. Unos se dirigieron a las entrañas de Nivix, donde se alojaban las vastas bobinas de mizzium que alimentarían el nodo central. Otros se apresuraron a los sistemas subsidiarios, o fueron a enviar mensajes a las otras 317

estaciones. Habían planeado ese momento, practicado para ello, y Ral sintió un momento de orgullo de que todos supieran de su puesto. —Arriba —indicó Ral a Gullifen— empezaremos a probar los otros nodos en cuanto se conecten. Haz todo lo que podamos darte. —Sí, jefe —clamó la trasgo. Ral subió los escalones de tres en tres, dejando que Gullifen le siguiera lo mejor posible hasta ascender al décimo piso. Ahí una sección sustancial de laboratorios y oficinas que llenaban a Nivix se había arrancado, abriendo un vasto espacio para la cámara de control de la máquina. Ocho estaciones, cada una de ellas un taller de metal cubierto de cristales brillantes, diales vacilantes y brillantes bobinas de mizzium, se habían colocado en un semicírculo alrededor de un estrado central y un panel. Ral subió los escalones y miró al otro lado de la sala, donde los quimistas corrían de un lado a otro a tomar posiciones. —¡Poder en línea! —gritó un técnico—. Operando al noventa y siete por ciento. —¡Nodo número 1 listo para activar! —gritó otro. Ese era el centro de la red, ahí en Nivix, el único lugar en el que Ral podía confiar implícitamente. Bajó la mirada a su propio panel de control, donde había ocho pequeños interruptores de metal, y sobre ésos un solo interruptor de doble palanca, pintado de rojo y atornillado en su lugar. Cogió el primero de los controles más pequeños y lo levantó. —Trayendo número 1 —informó—. Dame el estado. —¡Nodo número 1 en línea! —gritó un operador—. Se alinea con la cuadrícula.

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—Tiene buena pinta —añadió otro—. Por ahora no hay interferencias. En las alturas de Nivix, Ral sabía que el resonador se desplegaría solo, con las bobinas de mizzium girando en sus cámaras, los proyectores de cristal cambiando hasta alinearse con los enreversados hilos del hechizo del Pacto entre Gremios. Se parecía un poco a una araña que hacía algún tipo de estiramiento elaborado con múltiples extremidades. En el sótano los generadores rugían y la energía surgía a través de cables del grosor de un brazo colgados a lo largo del exterior del edificio. Gullifen entró en la habitación entre tropezones y jadeos, y se dirigió a su propia estación. Tras un momento ella llamó: —Número 2, número 5, número 7, ¡todos reportados en marcha y listos! —Ahora de los demás —gritó Ral en respuesta—. Sácame el número 2. Pulsó otro interruptor, y una segunda sección de la sala de control cobró vida con diales girando con violencia y cristales palpitando. Por un momento Ral contuvo el aliento. En la parte delantera de la sala, frente a los bancos de controles, había una mesa con un mapa del Décimo Distrito. Los nodos estaban marcados por pequeñas luces de colores, todas tenues excepto por el rayo blanco brillante que representaba a Nivix. Mientras Ral lo observaba una segunda luz creció y se iluminó, y entonces un puente en forma de arco se abrió entre ellos, crepitando y destellando energía. —¡Número 2 en línea! —gritó un técnico—. Alineado y receptivo. ¡Interferencia menor que cero coma tres!

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—¡Aumento de la presión del refrigerante! —clamó uno de los vedalken, inusualmente alarmado—. Las bombas de salida están respaldadas. —Ya sabía yo que iba a ser un problema —opinó Gullifen—. Si lo cerramos podemos hacer que alguien ... —Ventiladlo —bramó Ral—. Los tanques están repletos de agua. —¡Ventilando! —Tras un momento hubo un aullido sobrenatural, audible aun diez pisos más arriba, mientras la corriente hervía en una docena de puntos en las calles alrededor del edificio. Los penachos se alzaban más y más, rodeando a Nivix en una nube blanca e iluminada desde dentro por energías de escupidos y brillantes colores fantasmagóricos. El nodo número 2 estaba en territorio azorio, cerca de Nueva Prahv. Una sola línea de luz brillante lo conectaba al resonador en la parte superior de la torre Izzet. En la profundidad de su mente, Ral sintió que el Pacto entre Gremios se movía como energías mágicas de proporciones titánicas realineándose en respuesta a la presión de la máquina. Todo mago ravnicano lo sentiría, aunque solo un puñado sabría lo que presagiaba. Esta noche cambiamos el mundo. —Sacad el número 5 y número 7 —ordenó Ral mientras pulsaba interruptores—. Verificad el consumo de energía y obtenedme el resultado de lo demás. —Es alto pero estable —informó uno de los trasgos—. Mientras se mantengan los acoplamientos los generadores lo aguantarán. —¡Informe de número 3 y número 4 listo! —dijo Gullifen—. Comprobando el número 6 y número 8. Ral frunció el ceño. El número 8 era el nodo de la Subciudad, en territorio Golgari. Si algo iba a salir mal sería allí, donde tendrían menos tiempo para prepararse. Si Vraska intenta atacar ahora... 320

Ral. La voz de Niv-Mizzet resonó en la mente de Ral, aunque al dragón no se le veía por ningún lado. Señor del Gremio, respondió Ral mentalmente. Siento haber avisado tarde, he recibido la noticia de que Bolas planea su incursión esta noche. Has actuado debidamente, respondió la Mente Ardiente. Estoy en posición en el Nido. En cuanto la máquina modifique el Pacto entre Gremios estaré listo. Ya casi estamos, prometió Ral. Algo explotó. Siempre explotaban cosas en Nivix, pero ésa era grande aun para los estándares Izzet. La sala se sacudió. Ral miró los diales y vio que la mitad caían y la otra mitad se elevaba hacia el rojo. —¡El conducto ha reventado! —chilló un técnico—. La potencia cae, ¡No podemos mantener el nodo activo! —Desvía esa potencia —ordenó Ral. —¡El resto de los conductos no lo van a aceptar! Como lo intentemos perderemos toda la matriz. —Golpea cada uno antes de que perdamos ese nodo —gruñó Ral—. Solo tenemos una oportunidad para esto, ¿te enteras? —¡Espera! —clamó Gullifen—. Yo puedo con esto. La ruptura del segundo piso, podemos enviar energía por los sistemas de laboratorio. —Hazlo —dijo Ral—. Y date prisa. Ya saco yo el resto de nodos. —¡Reportadas listas todas las estaciones! —llamó Gullifen, y salió corriendo de la habitación con un par de otros trasgos pisándole los talones.

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Ral pasó una mano por la hilera de interruptores y los activó uno tras otro. Abajo cada cristal brillaba. Los técnicos se gritaban el uno al otro y ahora apenas le miraban. —¡Número 8 en línea! —¡Number 6 en marcha! —Mira esa resonancia.. —¡La interferencia aumenta a cero coma nueve! En el mapa unas líneas brillantes se extendían desde Nivix: la araña en el techo extendía piernas ardientes por toda la ciudad. Ral observó cómo se hacían más brillantes con la mitad de su atención, mientras que el resto estaba en los diales que indicaban energía en el nodo central, que seguía en descenso. —Preparaos para la redirección —habló a los técnicos—. Si Gullifen no lo consigue… —¡Conducto hinchado volviendo a subir! —informó otro técnico—. Lo ha recorrido por encima de la brecha. —Asegúrate de que esta vez resista —respondió Ral. —Distribuyendo. Hubo un largo momento (no silencio, ya que la habitación estaba llena de zumbidos, ruidos, crujidos y silbido de vapor), sino una inhalación colectiva. En el mapa siete líneas estroboscópicas conectaban a Nivix con los demás resonadores. En la mente de Ral el Pacto entre Gremios gemía, y las líneas de fuerzas que lo componían empujaban a sus puntos de ruptura por las energías titánicas desatadas. —Ya está —dijo alguien—. Red totalmente activada. Todos los enlaces se mantienen. — La interferencia cae a coma seis. 322

—¡Todas las estaciones reportadas estables! Señor del Gremio, dijo mentalmente Ral. Estamos listos. Y yo, respondió la Mente Ardiente. Hazlo. Ral alcanzó el gran interruptor.

Lavinia golpeó el estrecho callejón, de manera que sus botas gastadas salpicaban con ruido y desconcierto. Arriba las luces cambiaban y brillaban en el cielo. Nivix, que se cernía sobre el horizonte, estaba rodeado por una nube de vapor hirviente. Unos arcos de energía, como rayos titánicos extendiéndose a lo largo de kilómetros, parpadeaban entre él y los lugares del resto del Décimo Distrito. El trueno retumbaba y rodaba continuamente, bajo una manta de espesa nube oscura. Los ciudadanos de a pie de Ravnica, los sin gremio y tropas de cada gremio se encontraban en una noche aterradora, ocurriera lo que ocurriera. No había forma de advertirles sobre lo que iba a suceder, no sin acercar la mano a los agentes de Bolas. Pero esta noche acabará todo. La mano de Lavinia rozó la empuñadura de su espada. Se acabó el escabullirse. Frente a ella, la figura vestida giró a la izquierda, tal como había esperado. Se dirigía a cierto establo en desuso, un edificio de piedra que usaba para sus reuniones. Lavinia finalmente había roto lo suficiente de sus códigos como para saber con certeza dónde iba a estar, y el establo ahora estaba lleno de encarceladores azorios. Se desplegaron más tropas en las calles aledañas para evitar que el agente de Bolas escapara. Necesitamos saber lo que él sabe. Miró arriba y vio uno de los tópteros de Dovin Baan mirándola, bosquejando contra el cambiante espectáculo de luces de arriba.

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Dio la vuelta avanzando poco a poco por la esquina de un edificio de ladrillos. El agente de Bolas avanzaba confiado, sin molestarse en comprobar si le seguían. Cuando llegó a la puerta al final del callejón, la cual alcanzó y la luz retorcida brilló en un bulbo metálico. Lavinia esperó hasta que entró y entonces le siguió corriendo. Abrió la puerta de golpe, protegiéndose los ojos del esperado brillo de docenas de linternas. En cambio el establo estaba oscuro. Era un espacio grande y vacío, y hacía mucho tiempo que los puestos estaban deshechos por leña, siendo el único signo de viejo uso un persistente olor a estiércol. Su presa estaba sola en el centro, de espaldas a ella con los brazos cruzados. Del refuerzo que el gremio le había prometido, no había señal alguna. Algo va muy mal. Pero ya era tarde para retroceder. Aflojó la espada en su vaina. Al menos los tópteros están ahí, ellos saben lo que pasa. —Sí que se te da bien —pronunció el agente de Bolas. Se dio la vuelta y se echó atrás la capucha. Era un hombre alto y desgastado con rastas oscuras—. Me refiero a seguir a gente. —Quédate donde estás. —¿Estoy bajo arresto? —Le dio entonces una seria sonrisa—. Lavinia, ex azoria. No creo que tengas la autoridad para arrestar a nadie más. —Las autoridades llegarán en un momento —replicó Lavinia sombría —. Mientras tanto, tengo unas preguntas para ti. —Qué osado —Levantó su mano derecha. Sus dedos eran garras de acero, que se extendían desde una retorcida zarpa metálica—. Supongo que te has ganado unas respuestas. —¿Quién eres? —Me llamo Tezzeret. Y, como habrás supuesto, trabajo para Nicol Bolas.

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—¿Quiénes son tus agentes en los gremios? —Lavinia dio un paso adelante—. ¿Cuánto sabes sobre lo que está pasando esta noche? ¿Cómo subornaste al Maestro de Espadas Garo de los Selesnya? —Cuántas preguntas —La sonrisa de Tezzeret se esfumó—. A lo mejor es más menester una demostración. Agitó su mano con garras, y en las esquinas oscuras de los establos las luces parpadearon. Unas cosas se empezaron a agitar: constructos espinosos y de múltiples brazos con patas de araña y brazos largos y afilados. Cuatro se enderezaron, cada uno más alto que un hombre, y avanzaron hasta arrinconar a Lavinia. Al lado de Tezzeret algo parpadeó: una forma vaga en el aire como una niebla casi sólida. Lavinia no pudo distinguir mucho, pero se sugirió una cara y el arco de cuernos curvos. —El Maestro de Espadas Garo, como te puedes imaginar, era de carácter fuerte —siguió Tezzeret—. Cuando se trata de alguien de mente débil, o en circunstancias extremas, mi... asociado puede tomar medidas directas. En otros casos yo proporciono un poco de ayuda. Entonces movió los dedos de su mano metálica, y los constructos se cerraron. Lavinia se tensó, desenvainó su espada y se dio la vuelta, golpeando contra uno de los dos tras ella. Si puedo volver a la puerta, hacer que me persiga, los tópteros nos recogerán. No había tenido idea de dónde había ido su refuerzo, pero tenían que estar en alguna parte cerca. El constructo bloqueó su golpe con dos brazos en forma de guadaña, de modo que su fino cuerpo se deslizó atrás a lo largo del suelo estable con la fuerza de su golpe. Lavinia se apartó de él, con una mordaz rapidez, y apuntó un corte a otra máquina, golpeando una de sus articulaciones de la rodilla. El metal se dobló y el constructo

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tropezó inestable. Pero se mantuvo en su trayecto, con sus brazos de cuchilla balanceándose salvajemente, y tuvo que retroceder. Los dos tras ella aprovecharon la oportunidad para dar un salto. El dolor la recorrió cuando una guadaña de hoja delgada golpeó su brazo dominante, fijándola en su lugar como un insecto inmovilizado en una caja de colección. Otra cuchilla pinchó su pierna, y ella cayó sobre una rodilla mientras apretaba los dientes para no gritar. El constructo torció su espada, y el dolor aumentó. Su espada cayó al suelo. —No… te escapas —Logró decir Lavinia, mirando a Tezzeret—. Los azorios te encontrarán. —Ah, querida —respondió él—. Qué poco entiendes —Miró de reojo a la aparición flotante—. Podría matarte, pero parecería un desperdicio. Siempre he creído en la eficiencia, así que mejor que te quedes quieta. Metió la mano en una bolsa y sacó un medio collar de metal, angular y feo con protuberancias puntiagudas. Lavinia podía sentir ese poder corriendo en oleadas, brutales y sangrientas, y trató de alejarse solo para ser atrapada en su lugar por los constructos con una nueva ola de dolor. Tezzeret la sujetó del mentón con su mano metálica, la apretó inhumanamente fuerte y presionó con suavidad aquella cosa alrededor de su garganta. —Como he dicho, los de carácter fuerte requieren mi ayuda — Tezzeret dio un paso atrás, y la criatura brillante e intangible se movió—. Y mucho dolor, me temo. Lavinia gritó.

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El cerrojo volvió a hacer clic con una sombría resolución. Ral puso su mano sobre el interruptor y se detuvo un momento, sintiendo el poder de la gran máquina zumbando a su alrededor. —Activando resonancia primaria —entonó. La electricidad crujió sobre él, arrastrándose a lo largo del interruptor mientras lo bajaba. Se cerró con un satisfactorio sonido, y de repente el omnipresente zumbido de la maquinaria se elevó a un nuevo tono. Con sus sentidos mágicos, Ral sintió que el Pacto entre Gremios se tensaba, que las antiguas restricciones de Azor empujaban contra esa intrusión, pero que la energía de la máquina era titánica, y así empezó a ceder. Muy poco al principio, pero lentamente... Abajo entre los técnicos, algo explotó con un todopoderoso estruendo. Ral oyó trozos de metal y cristal resonando en las paredes y sintió que algo tiraba de su mejilla. Siguió otra explosión, y otra. Las luces de la cámara se apagaron y los gritos se alzaron en la oscuridad, iluminados solo por el resplandor de los incendios y las pantallas de instrumentos. —¡Estado! —chilló Ral sobre aquel coro de consternación—. ¿Qué cojones pasa? Un murmullo de voces respondió. —Pérdida de energía primaria, estallido repentino de la mesa... —No vienen reportes… —No para de sangrar, que alguien… Ral. La voz de Niv-Mizzet. Ha salido mal. Lo sé, respondió Ral. Ya lo arreglaré. —¡Gullifen! —bramó—. Dame algo de los otros sitios. Envía mensajeros si hace falta. Tox, baja a los generadores, verifica la salida. Omitiremos la placa principal... 327

—¡Necesito luz! —El grito fue ronco y desesperado. Ral levantó las manos y la electricidad se arqueó de sus dedos a las lámparas colgantes sobre su cabeza, convirtiéndolas en retorcidos y crepitantes globos. Con ese resplandor cambiante pudo ver que un extremo del panel de instrumentos de ocho partes se convirtió en un desastre. Algo (o varias cosas) había explotado en la segunda sección, volcando mesas y destrozando equipos en los nodos adyacentes. Joder, joder, joder. Ya solo limpiarlo llevaría tiempo. Como haya dañado los nodos externos... —¡Gullifen! —gritó Ral. —Aquí, señor —dijo un trasgo joven. Algo en su tono hizo que Ral callara. Gullifen yacía en el suelo de su recinto de control, en el centro de un charco de sangre extendiéndose. Otros dos trasgos estaban sentados a su lado, uno presionando un paño contra su garganta, donde un fragmento de metal volador la había degollado. La tarea era claramente desesperada, porque la tela ya estaba empapada de carmesí y se bombeaba más sangre con cada latido de su corazón. Demasiada sangre, pensó Ral, incapaz de apartar los ojos. ¿Quién hubiera pensado que un cuerpo tan pequeño aguantaría tanto? Gullifen parpadeó, boquiabierta como un pez sacado del agua, y murió estremecida. Los dos trasgos a su lado se recostaron y Ral se dio cuenta de que el resto de la sala estaba mirando la escena. Varios de los otros técnicos también tenían heridas. —Que alguien me diga lo que ha pasado —rechinó Ral, apartando los ojos de la trasgo muerta—. Ya. —Tuvimos un aumento repentino por la conexión al nodo número 2 —explicó un vedalken—. Estoy seguro de eso. El enlace se disparó y eso hizo explotar el acumulador aquí. 328

—¿Ha venido de su lado? —Ral frunció el ceño—. No puede ser, todos los resonadores están controlados desde aquí. Aunque haya reventado esa puta cosa, el enlace debería haberse cortado, no vuelto loco. Revísalo de nuevo… No es imposible, retumbó la voz mental de la Mente Ardiente. Por las expresiones de sorpresa en las caras de los técnicos, Ral supuso que todos los presentes también le habían oído. Esto no es error accidental. El segundo nodo está en territorio azorio. El tono del dragón se oscureció. Dovin Baan nos ha traicionado.

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Capítulo 18 —El fracaso es mío —comentó Niv-Mizzet con un gruñido retumbando hasta resonar en los huesos de Ral—. De nuevo he subestimado a Nicol Bolas. —Tenía que haberlo sabido —dijo Ral—. Nunca me ha gustado esa víbora de azul. Estaban en el Nido, mirando por la gran ventana circular sobre las oscuras calles de Rávnica. Unas nubes negras colgaban sobre su cabeza, borrando la luna y las estrellas, pero todavía no llovía. Los destellos de energía de la gran máquina todavía se elevaban irregularmente en el cielo, a intervalos cada vez más largos, como los latidos de un corazón constantemente debilitado. —Has hecho lo designado —comentó la Mente Ardiente, desplazando su enorme cuerpo más cerca de la ventana—. Cuando fracasó la cumbre del gremio, superaste incluso mis expectativas. Has hecho todo lo que podría haberte pedido, Ral. La piel de Ral se erizó con inquietud. Elogios como ese (en realidad cualquier clase de elogio) marcaban la diferencia con Niv-Mizzet. Se aclaró la garganta y se pasó una mano por el pelo. —No tuve en cuenta que la traición de Vraska podría haber tenido un doble propósito —Siguió el dragón—. Rompió la cumbre y a la vez llevó a Dovin a una posición de autoridad sobre los azorios. —Ya nos las veremos con él después —añadió Ral—. Por ahora no hay tiempo. He enviado chamuscadores a Kaya y a Aurelia, reuniremos unos refuerzos y asaltaremos el nodo azorio. Si no lo han dañado mucho deberíamos poder volver a ponerlo en línea, y mi gente ya está trabajando en las reparaciones aquí. Un poco de tiempo… 330

—No nos queda tiempo, Ral —interrumpió Niv-Mizzet con un tono casi de amabilidad—. Mira. Extendió una enorme pata, golpeando el cristal con una sola garra. La ventana se doblaba y crujía ante ese empuje. Ral entrecerró los ojos, avanzó y se cubrió los ojos con los faroles que flotaban en el Nido. Había una línea de luz naranja justo en el horizonte. Parecía inmensa, elevándose sobre los edificios circundantes y sombreando sus agujas con un resplandor infernal. Mientras Ral la observaba, la línea se ensanchaba una fracción, y una grieta en el mundo se formó abriéndose con manos de energías incomprensibles. —Por todos los... —Ral miró a la Mente Ardiente, el cual le puso el ojo encima. —Bolas viene —dijo sin más Niv-Mizzet. —¿Cómo? —preguntó Ral—. He visto planeswalkers llegar, pero no se parecía a... eso. —No sé qué magia ha empleado —respondió Niv-Mizzet—. Pero no viene solo, una legión de monstruos marcha tras él. Bolas no atacaría Ravnica si no creyera que podría ganar. Ral lo había dicho alegremente, en el momento previo a la cumbre del gremio, tratando de convencer a los demás de que se tomaran en serio la amenaza. Ahora, por primera vez, entendío realmente lo que significaba. Contra todo lo que Ravnica podía reunir (los soldados Boros, los inventores Izzet, los druidas Selesnya y los magos Simic, los demonios Rakdos, los caballeros Orzhov, los árbitros azorios y los espías Dimir) Bolas fue trayendo un ejército que podría hacer frente a todo eso. Y él espera ganar. Se estremeció y apretó los dientes por un momento. —¿Qué hacemos? —preguntó—. Porque no hay tiempo para arreglar la máquina. 331

—La baliza —respondió Niv-Mizzet—. Es la única manera. —Pues... ¿enviar una llamada? ¿Y esperar que los Planeswalkers del Multiverso vengan a salvarnos? —Ral sacudió la cabeza—. Me suena a una esperanza finísima. —Las finas esperanzas es todo lo que le queda a Ravnica, Ral Zarek — La enorme cabeza del dragón giró para mirarle—. Te estoy confiando el último de los nuestros. ¿Puedes hacerlo? —Pues claro que puedo —sentenció Ral mientras se enderezaba—. Llegar allí puede ser un poco complicado. Construimos el faro en el territorio azorio porque pensamos que sería seguro, y estoy seguro de que Dovin ya tendrá la mitad de su ejército vigilándolo. Pero los sistemas de seguridad no les permitirán dañar esa cosa en sí, de eso estoy seguro. Si puedo llegar a la cima de esa torre, podré ponerla en marcha. —Bien —Niv-Mizzet se alejó—. Yo de ti iría dándome prisa. La baliza puede estar protegida contra manipulaciones, pero Bolas aún podría destruirla. Lo evitaré todo el tiempo que pueda. —¿Tú… qué? —dijo Ral. Ya había estado pensando en la mejor manera de llegar al faro, pero las palabras de Niv-Mizzet le devolvieron al presente—. ¿Qué quieres decir? —Que voy a atrasar a Bolas con todas mis fuerzas —La Mente Ardiente hizo un gesto y la gran ventana se abrió sobre bisagras silenciosas. El viento alrededor de la aguja de Nivix aulló y gimió. —Pero... —Ral sacudió la cabeza—. La máquina. Pensaba que era todo porque no serías capaz de hacerle frente a menos que... Se detuvo cuando Niv-Mizzet se dio la vuelta para mirarle por última vez. Ral tragó saliva y se encontró con esos enormes y antiguos ojos. Las aletas alrededor de la cabeza del dragón se abrieron. —Suerte —pronunció Ral con tranquilidad. 332

—Debes tener éxito —Siguió Niv-Mizzet—, cueste lo que cueste. O si no todo esto no será para nada. El parum de la Liga Izzet, Niv-Mizzet la Mente Ardiente, se lanzó a la gran ventana de su Nido. Abrió las alas, atrapando el aire nocturno con un potente golpe, y se elevó arriba. En la distancia la línea de luz naranja se había extendido a ambos lados, y Ral podía ver el contorno de una silueta más allá: una cabeza enorme con dos largos y curvos cuernos.

La Subciudad se sacudió. Vraska se sentó en su trono y observó el polvo bajando del techo, como pequeñas caídas que chispeaban a la luz de los faroles bioluminiscentes cada vez que el suelo temblaba. Pues ya es hora. —Storrev —llamó en voz alta. La Arcaica liche, de pie junto al trono, inclinó la cabeza. —Voy a la superficie, tienes mis instrucciones. —Sí, mi reina. Vraska sujetó la empuñadura de su sable, apretó los dedos y se puso de pie. —Si me permitís... —Empezó la liche. Vraska la miró con sorpresa. —¿Sí? Storrev ladeó la cabeza, meditándolo. —Suerte. —Gracias —Vraska sacudió la cabeza, con los zarcillos retorciéndose. La voy a necesitar. Todos la vamos a necesitar. 333

Niv-Mizzet se elevó con fuerza por los cielos sobre el Décimo Distrito. Era un placer al que se había entregado cada vez menos a medida que pasaban los siglos. Siempre había vivido principalmente en su propia mente y, en todo caso, sus excursiones tendían a causar conmoción. Muchos días se contentaba con quedarse en el Nido, apenas consciente de su entorno mientras contemplaba asuntos mucho más allá del conocimiento de cualquier mortal. Pero esa noche sintió el crujir de sus alas, el latigazo de su cola, la ráfaga de viento por sus agallas, y recordó cómo esas cosas también podían ser agradables. Un momento extraño para tal recordatorio, en general, pero bienvenido de todas maneras. Sus pulmones se agitaban, como un sobrecargado fuelle, y olió el aire nocturno, arenoso con hollín y metálico a consecuencia de la máquina de Ral. Frente a él, el gran portal dividía la noche, ensanchándose constantemente. Niv-Mizzet agitó sus alas, ganando altura a medida que se acercaba. Al estar ya a pocos metros de aquella cosa, se quedó muy por encima de la cima de la aguja más alta y las espinas de su espalda casi rozaban las nubes bajas y oscuras. Se abrió paso un pie con garras, con la luz naranja deslizándose forzosamente como un agua sucia drenada. Los adoquines se agrietaron y se hicieron astillas al caer. Con un vasto crujido como de tela rasgada, Nicol Bolas atravesó el límite entre mundos, de pie, delineado contra la noche ravnicana por el resplandor de su portal. Estaba deformado según Niv-Mizzet. De pie sobre dos patas, con la cara aplanada y una boca y rasgos amplios y humanos. Había demasiado humano en Bolas para el gusto de la Mente Ardiente. No tengo nada en contra de los humanos, pensó Niv-Mizzet, pero no querría ser uno.

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Los cuernos de Bolas se curvaban arriba, enmarcando una esfera flotante entre ambos. Sus enormes ojos brillaban con el mismo naranja espeluznante que el portal mismo. Se estabilizó en un edificio cercano con una pata delantera más como si fuera una mano humana, agarrando la piedra y rasgando profundos surcos con sus largas uñas. Por un momento miró a su alrededor poco a poco y entonces se centró en Niv, muy por encima de él. —Ah —pronunció. Su tono era cortés y refinado, con un gran rumor dracónico oculto bajo ése con destreza—. Tal como pensaba… Niv-Mizzet nunca había dado especial importancia a la cortesía o a los modales, de lo que sí era experto era en eficiencia. Y en una lucha la eficiencia significaba ganar cuanto antes. Su mente se expandió encontrando auras en toda la ciudad: hechizos que él mismo había preparado con cuidado para este momento. Estaban atrapadas en baterías de mizzium, grandes constructos cristalinos y metal ocultos en edificios a escondidas en todo el Décimo Distrito. Cada uno de ellos, cuidadosamente cargado durante semanas, desató su energía acumulada en una fracción de segundo, enviando una descarga titánica de poder al cielo. Una docena de enormes explosiones de energía convergieron en NivMizzet desde todos los puntos de su alcance. El espacio a su alrededor se contorsionó, doblándose en un disco que untó la luz de la ciudad en un brillante caleidoscopio. Otro se formó frente a ella y luego otra, cada uno crujiendo en los bordes con el poder desatado del dragón. Cuando los tornillos de los generadores golpearon esos discos, se retorcieron, se estrecharon y se refinaron como el metal al fuego de una fragua. Enfocado abajo, luego una y otra vez, hasta que los doce se enrollaron en un haz más estrecho que la palma de un niño humano, en un dedo de luz tan increíblemente brillante que las membranas nictitantes se deslizaban reflexivamente sobre los ojos del dragón. 335

Se deslizó abajo, acompañado por lo que posiblemente fue el trueno más fuerte que Ravnica jamás había experimentado. Las ventanas se rompieron por bloques alrededor, bañando la calle de vidrio. Al alcanzar a Bolas en el pecho, el dragón atiguo recibió un golpe, tambaléandose al edificio junto a él y derribándose en una lluvia de piedras y tejas. Un momento después la explosión de roca hirviente y aire sobrecalentado le envolvió, atacándole con la fuerza de un huracán. Los carruajes se volcaron y se deslizaron de lado a lo largo de los adoquines, los árboles se partieron en astillas y las farolas de hierro se doblaron. Una ola de calor proveniente de la explosión llevó el polvo arriba, haciendo a un lado las oscuras nubes de tormenta y revelando por un instante las estrellas. Niv-Mizzet flotaba en el aire, viendo fragmentos de escombros ardientes salir de la zona cero y aterrizar en toda la ciudad como unos misiles en llamas enroscados por las catapultas. El humo y el polvo eran tan espesos que no dejavan ver a Bolas, ni siquiera a su enorme portal. En general, pensó, tenía que considerarlo un experimento exitoso. Los edificios todavía se estaban derrumbando, ampliando el círculo de escombros, y otros prendieron fuego. La Mente Ardiente oía llamadas y gritos provenientes de las calles, pero no le causaban impresión. Los humanos de Ravnica eran su responsabilidad, pero solo en conjunto. Individualmente no le preocupaban a menos que llamaran su atención particular. Era difícil preocuparse mucho por algo tan efímero. La verdadera pregunta era qué hacer a continuación. Era difícil de creer que la amenaza pudiera terminar así de fácil... Una mano enorme y con garras salió disparada de la oscuridad, agarrando un edificio medio destrozado. Poco a poco Nicol Bolas se puso de pie emergiendo del polvo. Se sacudió y extendió sus alas, liberándose del humo y la arena. Las escamas de su pecho estaban 336

burbujeadas y ennegrecidas, pero aún sonreía con una boca llena de largos colmillos. —Niv-Mizzet —pronunció—. La alardeada Mente Ardiente. Siempre supe que eras el único en este mundo ignorante que me daría una pelea apropiada. —Me alegro de que —respondió Niv-Mizzet— no decepcione. —Supongo que no tiene sentido pedir que te someta. —Vuelve por este portal y ciérralo cuando te vayas —retumbó NivMizzet—, y puede que te deje vivir. —Muy bien —dijo Bolas con una risa—. Empecemos entonces. La magia floreció alrededor de ambos, crepitando auras de energía caótica. Cien hechizos, cada uno de los cuales habiendo captado la atención de un mago mortal, aparecieron frente a Niv-Mizzet, requiriendo solo el más breve destello de su mente. Esferas de fuego estallaron, detonando en los escombros alrededor de Bolas con explosiones ensordecedoras y lluvias de piedra destrozada. Los relámpagos crujieron por las garras de Niv-Mizzet, atravesando el espacio entre ellos y corriendo en ondas por las escamas de Bolas. Unos rayos de pura destrucción se alzaron, reduciendo en polvo todo lo que tocaban. La propia magia de Bolas hizo girar una red protectora, y el aire a su alrededor se llenó de rayos reflejados y esferas de fuego rebotando. Una viga atravesó un edificio tambaleante, y un trozo de piedra cayó al vacío haciendo que los pisos superiores cayeran a la calle en un torrente de escombros y gritos. En respuesta al bombardeo elemental, Bolas arremetió con la esencia misma de la muerte: hilos oscuros que alcanzaron el cielo y fantasmas invisibles chillando mientras daban vueltas y se zambullían. Niv-Mizzet los apartó a su vez, y donde aterrizaron en las calles, quienes huían caían uno tras

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otro, como si fueran títeres rotos, o envejecieron décadas en unos segundos antes de desmoronarse en polvo. Durante largos momentos se azotaron entre sí, hechizo contra hechizo en un cuerpo a cuerpo salvaje, mientras una bruma de polvo y magia descontrolaba se alzaba alrededor de ambos, iluminados desde dentro por destellos como un constante rayo. Era parte de una partida de ajedrez, de una refriega. El aire entre ellos estaba lleno de magia, crepitando y palpando. De repente Niv-Mizzet descendió, se zambulló frente a la nube a su alrededor, con las garras extendidas y la mandíbula abierta y sus alas dobladas mientras ganaba velocidad. Un rayo crepitó a su alrededor, y la magia de muerte se deslizó sobre sus escamas. Bolas lo vio venir y levantó las manos, pero Niv-Mizzet se retorció con el movimiento de un ala y sujetó el brazo de Bolas con ambas garras. Una fuerte batida de alas levantó a ambos dragones del suelo, y Niv-Mizzet se retorció, haciendo que Bolas cayera por el aire. Se estrelló contra el suelo rodando a lo largo de un bulevar, rompiendo adoquines mientras sus garras se clavaban y rompiendo una fuente en un rocío de fragmentos de mármol. —Ahora me has decepcionado —espetó Bolas mientras se ponía de pie de nuevo—. ¿Debemos lidiar como si fuéramos bestias, pues? —La verdadera fuerza —gruñó Niv-Mizzet— viene de ser fiel a tu naturaleza. Bolas resopló y extendió una mano con garras. Vastas bobinas de magia de muerte se desataron alcanzando a Niv-Mizzet, el cual se zambulló de nuevo para evitarlas. Extendió las mandíbulas y desató una corriente ígnea, arrastrándola sobre Bolas y haciendo que el dragón antiguo levantara un brazo para protegerse la cara de las llamas. Tras él los techos reventaban, y una torre imponente se convirtió en una chimenea de fuego. Antes de que Bolas pudiera recuperarse, Niv-Mizzet estaba sobre él otra vez, las garras 338

alcanzaron las escamas dañadas del pecho de Bolas, y ése a su vez se apartó, hurgó el flanco de Niv con una garra y se tambaleó cuando la cabeza de Niv se inclinó y enterró dientes del tamaño de una espada en su muñeca. —Basta —gruñó Bolas, presionando su otra palma plana contra el cráneo de Niv-Mizzet. Los ojos naranjas de Bolas se volvieron negros como el azabache, y el poder de su mente emergió por el vínculo entre ellos. Hubiera sido suficiente para quemar la mente de un mortal por momentos hasta reducirla a cenizas, pero Niv-Mizzet no era un mortal. Era la Mente Ardiente de quince mil años, y en ese tiempo había aprendido unas cuantas cosas. El asalto mental de Bolas, una marea negra de violencia y vacío, se estrelló contra las barreras mentales que Niv-Mizzet había erigido. Por un momento sus defensas se tensaron contra esas ondas, pero cuando el poder de Bolas disminuyó las barreras de Niv aún estaban intactas. Bolas retrocedió como un hombre rebotando en una puerta que esperaba que se abriera, y Niv-Mizzet aprovechó la oportunidad para huir de su agarre, empujando el pecho de Bolas con sus garras traseras mientras volvía al aire. —¿Sigues decepcionado? —bramó Niv-Mizzet. Su gran pecho estaba agitado, y la sangre goteaba a lo largo de sus escamas en una docena de lugares donde los hechizos de Bolas le habían marcado. Sus grandes aletas se habían destrozado destrozado en un lado por las garras del dragón negro. —Tienes… algo de fuerza —comentó Bolas, enderezándose y sacudiendo sus alas. La sangre negra fluía a borbotones por su pecho, donde las garras de Niv-Mizzet le habían desgarrado la carne con profundidad—. Pero no la suficiente.

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—Y aun así has venido a mi mundo —Niv-Mizzet se alzó en el aire, batiendo las alas—. ¿Por qué? ¿Por simple ansia de conquista? ¿Qué atractivo pueden tener estos mortales para ti? El labio de Bolas se alzó por un lado. —Tú simplemente no puedes entenderlo. —Me imagino que puedo entender mucho. —Esto no —El brillo en los ojos de Bolas se oscureció a uno carmesí —. Hablas de 'mortales', como si no estuvieras entre ellos. Pero cuando nací estaba por encima de ti como tú de la criatura más pequeña y asustadiza. Los Planeswalkers no volaban de plano a plano como simples viajeros. Poseíamos mundos y a todo lo que había en ellos, criaturas, ciudades y la tierra misma. Las patéticas criaturas que se autoproclaman dioses no eran nada a nuestro lado. ¿Te imaginas lo que es haber encarnado tal gloria? ¿Y luego acabar arrastrado al estiércol? Ese último fue un rugido resonando en calles y edificios. Niv-Mizzet se encaramó sobre una cómoda aguja y ladeó la cabeza, meditando sobre ello. —Sí —dijo—. Supongo que eso te cabrearía. —Cabrear —espetó Bolas—. Te voy a matar, pequeña libélula. Y luego voy a arreglar las cosas de vuelta a como debían ser. Tu plano y todos los que estén en él estarán bajo mi yugo. —¿Ya? —Niv-Mizzet extendió sus alas y volvió a saltar al aire, conjurando una lluvia de piedras ardientes que cayeron con fuerza y rapidez alrededor de Bolas. El dragón ancestral batió sus alas, desviando los misiles, los cuales se estrellaron contra calles y edificios haciendo estallar cráteres en un bloque que ya era principalmente escombros.

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Bolas devolvió el golpe, lanzando miasmas de putrefacción y retorciendo líneas de energía del vacío, y por otros momentos los dos dragones quedaron atrapados en un combate taumatúrgico. Pero la prueba de fuerza confirmó la incómoda verdad de lo que Niv-Mizzet había sentido antes. En cualquier momento, a largo plazo, iba a perder. No fue fácil de reconocer. Durante quince mil años había estado seguro de que ninguna criatura en Ravnica podría desafiarle si lo intentaba. Ni siquiera el propio Rakdos, como Niv siempre había creído, estaría a la altura si realmente se le llevara a un combate aunque, por supuesto, sería terriblemente poco elegante permitir que tal cosa ocurriera en serio. Y lógicamente sabía que el poder de Bolas debía ser considerable, ya que obviamente era consciente de la presencia de Niv-Mizzet y había decidido continuar con su invasión de todos modos. Pero una cosa era llegar a tal conclusión y otra muy distinta sentirla en las entrañas. En el fondo Niv se dio cuenta de que siempre había creído que Bolas había cometido un error, que cuando se enfrentaran el dragón mayor se vería superado. La constatación de que Bolas tenía el poder de respaldar sus palabras fue profundamente inquietante. Concluyó Niv con que quizá había sido algo flojo durante los últimos miles de años, dejando que los mortales dieran órdenes por él. Por desgracia ahora no había mucho que hacer al respecto. ¿Qué ventajas podría reclamar para sí mismo? Preparación, pero su ataque inicial había gastado eso y Bolas todavía estaba de pie. Los aliados no valieron. Conocimiento, pues. Luchaban en el plano de Niv, su hogar. Eso debía valer algo. Doblando sus alas con fuerza se zambulló, con las garras extendidas.

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Bolas se apartó con la boca abierta para soltar una línea ígnea teñida de negro que Niv-Mizzet evitó rodando. Niv sintió que la magia de muerte le lamía, pero sus garras traseras volvieron a empujar el pecho de Bolas, y el dragón ancestral rugió de rabia. Niv-Mizzet salió de su inmersión, se lanzó arriba sobre una fila de edificios aún en pie, y Bolas le siguió con sus enormes alas tirando de él lentamente en el aire. Su vuelo no era elegante (los bípedos no valen mucho para volar, pensó Niv-Mizzet con un olfateo) y sus pies con garras rozaron los techos bajo él, raspando las tejas en una lluvia de arcilla rota. —Seguro que no tienes intención de huir —gritó Bolas, enviando ola tras ola de magia a Niv-Mizzet mientras salían corriendo del Décimo Distrito. —Claro que no. Niv giró en el aire, más rápido de lo que Bolas podría haber logrado, y se lanzó de nuevo a su oponente. Esta vez Bolas no se hizo a un lado, sino que se encontró con las patas delanteras de Niv con sus propias manos. El impulso de Niv los llevó abajo y a una hilera de elegantes casas urbanas, haciendo que ladrillos y piedras rompiéndose a su alrededor como si fueran de cristal. Estaban encerrados juntos con las garras atrapadas entre sí. Bolas abrió mucho la boca y lanzó una ráfaga de llamas, y Niv-Mizzet respondió con la suya, de modo que las dos cortinas de fuego se encontraron en una espectacular explosión. La ola de calor se apoderó de ambos, abrasando las aletas de Niv. Eso le desequilibró, dejando caer un brazo, entonces se dobló y le dio una patada a Bolas con las patas traseras, enviando al dragón ancestral al aire. Las alas de Bolas se dispararon para estabilizarle cuando Niv-Mizzet echó el vuelo. —No vas a ganar —dijo Bolas—. Y lo sabes.

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—Puede que no —respondió Niv-Mizzet, en parte para sí mismo—. Pero voy a intentarlo. Se zambulló de nuevo. Una vez más Bolas se preparó para recibirle, y el impulso del dragón en picado los empujó a ambos abajo. Pero esta vez Niv-Mizzet le soltó pronto y alejándose. Bolas abrió las patas traseras, esperando agacharse en el suelo y saltar de nuevo... …pero no había suelo. Habían llegado al borde de uno de los zonots del gremio Simic, un enorme agujero en la superficie urbana de Ravnica, descendiendo a través de la Subciudad a los mares que se extendían bajo tierra. Los bordes del gigantesco pozo estaban incrustados de edificios, grúas y escaleras, aferrados a él como percebes, pero el centro era un gran abismo vacío. Bolas cayó sin parar, sobresaltado. Sus alas se alzaron, pero no tenía alas fuertes, y no había espacio para golpear con fuerza y ganar mucho impulso. En cualquier caso, Niv-Mizzet no le dio tiempo a Bolas para enderezarse. Una lanza de fuego líquido saltó de su garganta, dirigida no a Bolas sino a través del zonot, a las rocas y piedras que formaban el abismo. El tejido de la ciudad, las paredes, los edificios y los sótanos explotaron en escombros. Niv apuntó con cuidado, justo bajo el borde, socavando un enorme estante de piedra y edificios mientras su blanco aliento penetraba con más profundidad en la subestructura. Tras unos segundos se tambaleó y empezó a deslizarse, separándose del suelo y deslizándose por la roca aplastada y fundida hacia el borde del zonot. Un gran trozo de piedra y mampostería, más grande que un bloque de edificios, se soltó y se rompió en pedazos más pequeños al caer. Madera, piedra, ladrillo, hierro, gente, carruajes, miles de toneladas de la estructura ravnicana descendían a las profundidades, cayendo en cascada sobre la cabeza de Nicol Bolas.

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Niv-Mizzet hizo una pausa cuando una inmensa ola de polvo se elevó por el zonot, con enormes ojos parpadeando. El aire estaba lleno de gritos, llantos y fuego crepitante, pero los ignoró y se fijó en el sonido de la piedra moviéndose debajo. Haber matado a Bolas era impensable, pero incluso un antiguo dragón podría ser incomodado durante bastante tiempo si se le enterrara bajo mil toneladas de roca. Quizá… Un rayo negro salió del pozo y crujió entre las nubes. Un golpe tras otro. Más energía oscura llegó a los bordes del zonot, arrastrándose a lo largo de arcos titánicos. Niv-Mizzet sintió el tirón de la magia de muerte; mientras en los edificios que rodeaban el pozo los aterrorizados habitantes caían en silencio en montones de polvo. Una esfera de oscuridad se alzó, poco a poco, a través de las nubes ondulantes. Unos trozos de roca aún caían del borde roto del zonot, pero donde contactaban con el vacío simplemente se disolvían destruidos por completo. Niv-Mizzet retrocedió, encaramándose en un edificio, cuando el orbe negro alcanzó el nivel de la superficie y siguió subiendo. Cuando estaba casi al borde inferior de las nubes se detuvo y se desvaneció en una lluvia de chispas negras que cayeron por toda la ciudad, disolviendo todo lo que tocaban en completa nada. Bolas colgaba donde había estado la esfera, con enormes alas aleteando lentamente y la sangre negra todavía goteando del corte en su pecho. Miró a Niv-Mizzet con ojos brillantes ardiendo de rabia. Niv volvió a mirarle. Sintió algo raro, una emoción que no le era familiar. Pasaron largos momentos mientras pensaba sobre ello. Vio que era miedo. Así que eso es el miedo. Era, pensó Niv-Mizzet, indigno de la Mente Ardiente. Así que lo apartó, rugió en desafío y saltó al cielo, incluso cuando los zarcillos de

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muerte y destrucción se desplegaron de las manos extendidas de Bolas.

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Capítulo 19 La Torre Baliza estaba en la esquina de un bloque residencial indescriptible, tan cerca de Nueva Prahv que muchos de los residentes eran empleados y funcionarios trabajando en ese enorme complejo. En un día cualquiera Ral podría haber visto vendedores ofreciendo comida callejera o periódicos, carruajes transportando a los residentes más adinerados y un mar de peatones acurrucados bajo paraguas para resguardarse de las lluvias otoñales. La torre misma había valido de escritorio cercano como espacio de almacenamiento adicional hasta que el equipo de Ral había desplazado sus cajas de papel y las había reemplazado con cristales y alambre de mizzium. Hoy, desde luego, era todo menos normal. Cuando Ral llegó al lugar de reunión, a una cuadra de la torre, la batalla entre dragones estaba en pleno apogeo. Cualquier ataque que Niv-Mizzet había desatado contra Bolas (con una luz tan brillante que le había hecho daño en los ojos, aun con los párpados cerrados) había levantado una enorme nube de polvo y escombros, oscureciendo el horizonte en esa dirección. Los destellos y crepitaciones mágicas indicaban que el conflicto estaba en curso. En el resto del distrito, todos parecían haberse vuelto algo locos. La mayoría de los ciudadanos comunes habían salido corriendo a sus bodegas, ignorantes de la verdadera importancia de lo que ocurría. Otros habían salido a las calles en turbas, exigiendo respuestas de los gremios o peleando contra quien creían que era el enemigo. Había peleas y saqueos, sobre todo porque las fuerzas azorias que normalmente se desplegarían contra tal caos parecían haberse desvanecido por completo. Las tropas de la Legión Boros se desplegaron para luchar contra el pánico, pero se dispersaron y los Gruul empeoraron la situación. 346

Bandas de anarquistas arrasaron los barrioescombros, atacaron los postes Boros o se desplegaron para causar estragos en la ciudad. El resto de gremios habían reforzado sus defensas en respuesta, dejando a la ciudad un recopilatorio de campamentos armados mientras todos miraban cómo los dragones se daban puñetazos e intentaban imaginar cómo podría acabar. ¿Qué pensarían si supieran que era solo una distracción? El poderoso Niv-Mizzet, lanzándose contra el invasor Nicol Bolas, todo para ganar tiempo para que Ral escale unos cuantos pisos y presione unas cuantas teclas en una máquina incomprensiblemente compleja. Yo tampoco lo creería. Pero Dovin Baan lo entendía claramente, o al menos recibió instrucciones detalladas. Ral, de pie en un callejón entre una pastelería y una mercería, miró a la vuelta de la esquina e hizo una mueca. Las tropas azorias que faltaban en el resto del Décimo Distrito estaban presentes ahí. Escuadrones de encarceladores tripulaban barricadas improvisadas por las calles cercanas a la torre, en centenares, respaldados por húsares a caballo y un enjambre de tópteros flotando sobre sus cabezas. Esto, pensó Ral, no va a ser fácil. En el horizonte hubo un destello de luz, seguido unos segundos más tarde por un estallido apagado que se convirtió en un trueno. Ral levantó la vista a las nubes en las alturas, pero aunque eran oscuras y pesadas no mostraban inclinación a añadir una pirotecnia natural al torbellino dracónico. Miró por encima del hombro, descubrió que el callejón aún estaba vacío y volvió agriamente a examinar las defensas. —Oye —llamó Kaya detrás de él. Ral se contuvo con esfuerzo.

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—Acercarse sigilosamente a la gente es de mala educación en el mejor de los casos. En este momento es una buena manera de achicharrarte viva. —Perdón —dijo ella—, es la costumbre. He conseguido tu nota. —Ya es algo —Ral se enderezó y se dio la vuelta. Kaya estaba vestida con el práctico atuendo de combate en el que la había visto por primera vez, sin ningún atuendo Orzhov, y sus simples dagas colgaban a cada lado—. Echa un vistazo y dime qué piensas de esto. Se asomó a la calle brevemente y dio un silbido. —Muchísimas espadas. Ya que estamos, ¿qué hay en la torre? —Quizá nuestra última oportunidad —Ral miró la bulliciosa masa de humo y nubes que era la batalla en curso—. Acepto sugerencias. —¿Es algo que podamos robar? —preguntó ella—. Creo que podría entrar a la torre por los edificios detrás. —Por desgracia yo tengo que entrar por mí mismo —argumentó Ral —. Y estoy muy seguro de que también habrá guardias. —Entonces tenemos un problema —opinó Kaya. —¿Alguna posibilidad de refuerzos Orzhov? —He traído todo lo que he podido con esta poca antelación — respondió Kaya. Señaló arriba y Ral estiró el cuello. Los tejados sobre el callejón estaban llenos de caras de piedra feas y deformes. Gárgolas—. Son silenciosos y obedecen órdenes. Cualquier otra cosa significa lidiar con los hierofantes, para lo cual no creo que tengamos tiempo. Tomik dijo que haría todo lo que pudiera. Ral sintió una punzada que reprimió sin piedad. Ya habrá tiempo para eso después. —Si pudieran causar la bastante confusión —explicó él— podríamos llegar a las puertas principales, pero... 348

—¡Mis compañeros! Unos pasos que se acercaban rápidamente revelaron a Hekara, moviéndose a gran velocidad. Entonces Ral se encontró con un gran abrazo, lo cual no era una experiencia en la que estaba particularmente interesado. Puso una mano en la frente de Hekara para apartarla, y ella felizmente le dio otro a Kaya, quien la abrazó con mejor humor. —Ya veo que tú también has conseguido mi nota —comentó Ral. —¡Sip! —Hekara soltó a Kaya y se dirigió a él, radiante—. Estaba allí esperando a su Incandescencia cuando apareció y me dijo que fuera a ayudarte. ¡Así que aquí estoy! Hekara había estado curiosamente ausente en los últimos días, dada su reticencia habitual a despegarse de Ral. Ral se había negado a preocuparse por ella. Preocúpate más por quien sea que se tope con ella. Aun así tenía que admitir que era un alivio tenerla de vuelta bajo su ojo. —He oído que tenemos una cosa que hacer —comentó Hekara—. Son todos estos de yelmo, ¿verdad? —Más o menos —respondió Ral—. Tenemos que llegar a la torre. ¿Tienes alguna idea? —¡Montones de ideas! —exclamó Hekara—. ¿Te he contado la del pato gracioso en pantalones? —Importantes —corrigió Ral, intercambiando una mirada con Kaya, la cual parecía divertirse más que él. —Pueeeeede —dijo Hekara—. Importante como esas cosas grandes grises con las orejas como un loxodon gigante, ¿verdad? —Hekara —llamó Kaya con suavidad, mientras Ral apretaba los dientes—. ¿Cómo esquivamos a los guardias? 349

—¡Ah! —pronunció—. Eso. Espera un minuto —Se llevó la mano a la oreja a oír, y en la quietud Ral oyó a su vez unas notas discordantes —. Me he traído unos amigos.

Al principio era solo una especie de silbido o de jadeo, como si alguien estuviera tocando el acordeón. A medida que crecía se hacía evidente que alguien tocaba el acordeón y que se les daba muy bien. Luego, a medida que el nivel de sonido se hacía más fuerte, el oyente podía percibir que no solo el acordeonista no era particularmente hábil, sino que el instrumento en sí parecía estar herido de muerte y descargaba grandes sonidos a intervalos semi aleatorios. A él se le unió con rapidez un coro de trompetas metálicas, sin coordinación alguna a dúo, y una falange de bateristas sin que ninguno había compartido sus ideas sobre cuál debía ser el ritmo. En resumen, era una cacofonía muy deliberada, un muro de ruido discordante que de alguna manera se combinaba para producir una melodía extraña y tambaleante. Era cautivadora en su manera horrenda, perturbante y caída, casi uniéndose y colapsando de nuevo en sus componentes. Un hombre menudo dobló la esquina, de menos de metro y medio, vestido con un extravagante traje dorado y haciendo malabarismos con todas sus fuerzas. Una galaxia giratoria de bolas llenó el aire sobre él, intercalado con cuchillos, hachas y alfileres, y sus manos se hicieron borrosas al atrapar esos objetos de forma habilidosa y los tiró al aire en largas y giratorias trayectorias que de alguna manera estaban sincronizadas con la música sonando tras él. El malabarista fue seguido por un par de chicas agitadas en enormes aros de metal, que se tambaleaban por la calle como si fueran monedas rodando, de forma que sus ocupantes caían espantados boca abajo la mitad del

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tiempo. Tras ellas había una fila de bateristas, seis al lado, con tres más de pie sobre sus hombros. Detrás había una plataforma casi tan ancha como la calle y con la longitud de varios carruajes. Era llevado por una hilera de grandes y corpulentas criaturas a cada lado: ogros, minotauros y cualquier otra especie bastante alta y ancha, todas decoradas en brillantes rojos y negros y adornadas con detalles de oro y plata. En lo alto de la plataforma un par de trasgos tocaban el acordeón presagiado, que resultó que no estaba tan dañado sino modificado de forma patosa con un enorme tubo y un juego adicional de fuelles. Los trompeteros arlequines se paseaban en círculos alrededor del escenario móvil, girando periódicamente a la dirección inversa con muchos tropiezos cómicos y golpeándose unos a otros con sus instrumentos desgarbados. Más malabaristas esquivaban la refriega, tirándose entre sí cosas insólitas y lanzando insultos a los trompetistas cuando casi les tropezaban. Más artistas flanqueaban el escenario, entre saltos y caídas, haciendo girar largas tiras de seda y lanzando largas gotas de fuego al aire. Otro rango de bateristas apareció a la retaguardia, todas ellas criaturas más grandes con tambores más profundos, lo que proporcionaba un sonido sordo. Las fuertes pisadas de los portadores del escenario se fusionaron con los profundos auges hasta paracer un ejército en marcha. —¿Qué… —preguntó Ral, levantando la voz para que le oigan— se supone que es esto exactamente? —¡El Extraordinario Carnaval de las Delicias del Amo Panjandrum! — exclamó Hekara con un salto de emoción—. Su Rakcidad les ordenó venir a que nos echaran una mano. ¿A que son increíbles? —Sí que meten ruido —comentó Ral mientras el escenario pasaba.

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—Perdona —llamó Kaya, mirando a una mujer vestida de forma provocativa doblarse en una dirección imposible y lanzar besos de humo de colores—. No sé si me he enterado del todo, ¿son estos nuestros refuerzos? ¿Un circo? —Con los Rakdos un circo nunca es un circo a secas —explicó Ral—. Venga, vamos a quedarnos cerca. ¿Tus gárgolas podrán con los tópteros? Kaya asintió y gritó algo a los tejados. Tras un momento la bandada de gárgolas alzó el vuelo y rodeó la torre. —Nos esperarán para empezar —explicó Kaya mientras trotaba para alcanzar a Ral—. Sea lo que sea que vayamos a hacer. —Tú fíjate —dijo Ral—, y prepárate para correr. Hekara saltó junto a él, aplaudiendo en sintonía con la música. Los soldados azorios, dispuestos detrás de sus barricadas, apenas podían perderse el enfoque del escenario móvil y su falange de artistas. Pero al parecer no tenían claro en su mente qué hacer al respecto, porque había mucho que lidiar al respecto y consultar antes de que un oficial corriera por la calle, agitando los brazos. —¡Caballeros! —gritó—. Esta área está bajo el control directo del Senado, de conformidad con la Resolución 3842, sobre emergencias y conducta apropiada. Además, vuestro... entretenimiento debería haberse registrado previamente en la Oficina de Uso de la Calle, y todos los funcionarios relevantes habrían sido notificados. Me temo que tendré que pediros que os disperséis. —Vaya, hombre. Un hombre que Ral no había notado antes se desplegó desde el frente del escenario. "Desplegado" era exactamente la palabra correcta, porque Ral nunca había visto a un humano tan alargado. Era una cabeza con sus hombros más alto que el propio Ral, pero 352

esqueléticamente delgado y con extremidades que parecían palos secos. Un traje formal colgaba de él como si estuviera en un tendedero, con un aspecto ridículo, y un sombrero demasiado pequeño se asentaba absurdamente en su abultado cráneo. Su cara estaba pintada de blanco muerto, con los labios y los ojos delineados en un carmesí brillante. —Éste es el Amo Panjandrum —confesó Hekara. El Amo Panjandrum se bajó del borde del escenario, con el pie cayendo con suavidad sobre la parte posterior de una contorsionista que se retorció para hacer de taburete. Aun a nivel del suelo Panjandrum se alzaba sobre el oficial azorio. A su lado el malabarista todavía estaba en pleno apogeo, con varios objetos girando sobre él en un bucle sin fin. —Pues es toda una pena —pronunció el señor del circo—. Los muchachos se decepcionarán mucho. ¿Qué me decís, muchachos? — Alzó la voz—. ¡Que dicen que nos tenemos que ir a casa! La música se detuvo abrupta y discordantemente. Los bateristas se detuvieron, los trompetistas se paralizaron a media nota y el acordeón calló tras un último sonido discordante. Hubo un momento de silencio, y entonces un centenar de voces gritaron a coro: —¡El especáculo debe continuar! —Bien —dijo Panjandrum mientras la música volvía—. Ahí lo tienes. —¿Q… qué? —El encarcelador entrecerró los ojos—. Espera un momento que… Entonces se detuvo, porque uno de los objetos de la colección giratoria del malabarista (una bola de metal del tamaño de un puño) se había alejado de él y caído desde una altura considerable para aterrizar en la cabeza del oficial. El hombre cayó bruscamente a los adoquines. 353

—Uy —pronunció Panjandrum. Su sonrisa pintada se dibujó en una exagerada mueca. Hekara, aún rebotando, le dio unos cozados a Ral en las costillas. —Ahora es cuando viene lo bueno. —¡Capitán! —gritó alguien, desde atrás en las filas azorias. Una mujer en uniforme se levantó de dichas filas y dio un paso adelante solo para retroceder con un cuchillo de carnicero incrustado en su ojo. El pequeño bufón se hizo borroso y los objetos giraron de sus manos hacia las filas de las tropas azorias. Cuchillos, platos cuyos bordes resultaban ser afilados como unas navajas de afeitar, cojines que estallaban en enjambres de pequeños dardos plateados, y lloviendo armas todavía más insólitas. Como uno solo, la primera fila de bateristas aplastó sus instrumentos sobre sus rodillas, revelando látigos largos y afilados almacenados en su interior. Los que estaban quietos sobre los hombros de los demás saltaron, con las nuevas armas balanceándose en amplios arcos letales. Tras ellos los trompetistas levantaron sus instrumentos hasta la altura de sus hombros y apretaron gatillos ocultos, haciendo que escupieran flechas de ballesta con cabezas de acero. —¡Fuego! —gritó alguien en la base de la torre—. ¡Vuelve el fuego! Las ballestas zumbaron, enviando una lluvia de flechas al circo ambulante y haciendo que los artistas se estrellaran contra los adoquines. Un hombre, golpeado en medio de una llamarada, explotó en una espectacular bola de fuego. Un rayo golpeó a una de las marabalistas mientras ella se precipitaba por el aire, y giró con su impulso ejecutando un aterrizaje perfecto con los brazos extendidos antes de hacer una larga reverencia y caer muerta. —Todos críticos —murmuró el Amo Panjandrum, agachándose en medio del granizo de fuego—. ¡Demostrad qué hacemos a los críticos, muchachos! 354

Los artistas Rakdos rugieron y se lanzaron adelante, dejando que el escenario portátil cayera al suelo. Los encarceladores azorios se levantaron para cubrirlos, con las espadas desenvainadas y la batalla estalló. Kaya dio una expresión de incredulidad, y entonces se dirigió a Hekara: —¿Todos vuestros circos son así? —No todos —respondió Hekara, reflexionando—. ¡A veces tienen tigres! —Recuérdame que me salte ése —añadió Kaya mientras sacaba sus dagas. Arriba, las gárgolas se abalanzaron y se zambulleron contra los revoltosos tópteros—. ¿Vale?

La plaza era un caos. Los marabalistas con dedos afilados rebanaban en círculos, o tiraban sus armas, y un escuadrón de ogros con maquillaje de payaso se metió en los soldados azorios de una manera que sugería que no se divertían lo más mínimo. Grupo de húsares cargados, sables desenvainados. Uno decapitó un malabarista, solo para que el artista decapitado volviera a aparecer un momento después y se revelara como dos tragos con un gran abrigo. Ral, Kaya y Hekara se abrieron paso a través de la presión, dirigiéndose a la puerta principal de la torre. En su mayor parte, las tropas azorias les ignoraban a favor de amenazas más obvias. Hekara dio una vuelta encantada, conjurando sus espadas largas y delgadas de la nada y tirándolas a todas direcciones, encontrando ojos, gargantas y huecos en armaduras. Kaya, quedándose adelante, salió con dagas y cuando un encarcelador se le acercó, ella simplemente lo dejó pasar con un estallido de luz púrpura, para entonces plantarle un cuchillo en la espalda mientras trataba de averiguar qué había pasado. 355

Llovían trozos de tópteros, con engranajes y cristales rotos cayendo constantemente a su alrededor. Las máquinas voladoras contraatacaron con taladros giratorios y chispas eléctricas, y la gárgola rota ocasionalmente también cayó, rompiéndose y cayendo como una lluvia de grava. Ral levantó la vista, no al combate cuerpo a cuerpo aéreo sino a los destellos y brillos en las nubes más lejanas, tratando de evaluar cómo iba esa lucha mucho más grande. Era imposible ver algo desde ahí, aparte de que todavía estaba en progreso. Aún nos queda tiempo. Frente a la puerta de la torre, una fila de encarceladores con escudos pesados se detuvo frente a un mago con túnica, que gritó órdenes no escuchadas en su mayoría. Vieron a Ral y a los demás, y alzaron sus escudos a tiempo para desviar una lluvia de cuchillas de Hekara. —Fuera de aquí —gruñó Ral, levantando las manos. Un rayo crujió y salió de sus dedos. —Esta torre está fuera de los límites —gritó el mago, levantando él también las manos con una luz blanca elevándose a su alrededor en círculos concéntricos—. ¡Por orden del Senado está prohibido cruzar el umbral! Los glifos brillantes giraban, dando a las palabras del mago de ley la fuerza mágica. Ral le envió un rayo, pero estalló contra la barrera. Entonces apretó la mandíbula. —No tenemos tiempo para esto —dijo—. Hekara, ¿algún amigo tuyo…? —Yo me encargo —interrumpió Kaya—. Mantén su atención. —¡Vale! —exclamó Hekara. Se adelantó, llamando más hojas. Kaya respiró hondo y se hundió en la tierra con un destello púrpura. Ral se encogió de hombros y envió otro rayo al mago de ley. El hombre se retorció las manos, reforzando su barrera. Otro par de 356

rayos hicieron lo mismo, y Ral vio crecer la confianza del mago. Hizo un gesto a sus soldados hacia delante. Ral fue el único que vio a Kaya salir del suelo, sin aire. Antes de que el mago supiera que ella estaba allí ya le estaba alcanzando, degollándole. Cayó en una marea sangrienta y el hechizo se agitó hasta desaparecer. Ral levantó las manos y sintió el poder que fluía de su acumulador, reuniéndose por un momento en sus guantes antes de saltar a saltar en todo el rango de soldados azorios. Se derrumbaron como unas fichas de dominó, y Ral y Hekara saltaron ligeramente sobre la línea de cuerpos blindados. La puerta se sacudió cuando Ral trató de abrirla, pero no se movió. Frunció el ceño y miró por encima del hombro. La plaza todavía estaba llena de artistas Rakdos en combate con las tropas azorias, pero eso no duraría para siempre, mientras los refuerzos estaban casi seguramente en camino. —Atrás —ordenó mientras levantaba sus manos. —Espera un segundo —insistió Kaya,la cual se acercó a la puerta, metió el brazo y la atravesó por un momento. Un fuerte golpe indicó que había desalojado la barra del otro lado, y la abrió—. Así más fácil. —¡Qué habilidad! —exclamó Hekara—. Oye, ¿qué pasaría si te metes de cabeza,y y luego alguien intenta abrir la puerta, y...? —Intento no pensar mucho en eso —Kaya entró en el espacio oscuro más allá—. Este sitio parece vacío. —La baliza está en la cima —informó Ral. Hizo un gesto a Hekara para que entrara, y cerró la puerta tras ellos. De hecho la torre estaba en gran parte vacía, con una sola escalera ancha enroscada alrededor de su borde exterior. Otrora había tenido más pisos internos (los soportes de piedra para las tablas del suelo de madera todavía estaban allí), pero los ingenieros de Izzet habían 357

arrancado para que fuera más fácil levantar componentes hasta la parte superior con grúas. Mirando arriba, Ral pudo ver la parte inferior de un complejo amasijo de maquinaria, engranajes entrelazados, grandes bucles colgantes de cable de mizzium y acumuladores de cristal crujiente. —A ver, habría pensado que también tendrían guardias aquí — comentó Kaya—, si fuera tan importante. —Puede que también nos esperen en la cima —opinó Ral—. Ve con cuidado. —¿Vamos a andar? ¿No decías que había una de esas cosas de ascensor? —preguntó Hekara. —Era más una catapulta, si lo recuerdo bien —respondió Ral—. Creo que se lo llevaron a Nivix cuando terminaron el trabajo. —Ayyy —pronunció Hekara—, qué bien suena. Comenzaron a subir las escaleras, con Kaya delante con las dagas desenfundadas. A mitad del primer giro, Ral levantó una mano y miró la escalera curva que tenía delante. —Se ha movido algo —dijo, concentrado—. Fíjate bien. Una bola de electricidad efervescente apareció sobre su mano, y Ral la sopló con suavidad. Se movió adelante, expandiéndose en un campo de fuerza, no muy fuerte como para causar algo más que poner la piel de gallina. Pero describía todo frente a ellos con un breve aura crepitante: las paredes, las escaleras, un bucle de bobina colgante... ... y una docena de cosas extrañas, delgadas y de seis patas. Kaya se tensó cuando las criaturas se pusieron de pie. No eran invisibles exactamente, solo camuflados con destreza, con sus superficies planas de metal cambiando de color y de tono para mezclarse con la piedra tras ellos. Tenían cuerpos largos y 358

asimétricos, con piernas delgadas y zancudas retorciéndose y enganchándose de manera extraña. —Aquí tienes a tus guardias —clamó Ral. —¿Qué son? —preguntó Hekara. —Constructos —murmuró Ral. Hekara ladeó la cabeza. —Pensaba que todos eran grandes y cubiertos de engranajes. Éstos son monos a su manera. —Son las creaciones de Tezzeret —informó Ral. —Lo que sean —añadió Kaya—, tenemos que sortearlos, ¿no? —Y entonces se agachó—. Así que sigamos con eso. El constructo principal se adelantó, con las piernas haciendo clic en la piedra. Kaya corrió hacia él con las dagas sacadas, y levantó una extremidad para lanzarla sobre la punta de una aguja. Pero, para cuando llegó el golpe, ella ya se había ido, girando hacia los lados y pasando por una de las otras extremidades de aquella cosa para atacar la siguiente máquina. Sus dagas se hundieron a su lado y las puntas se deslizaron por su piel de acero con un destello de luz púrpura, causando estragos en su energía interior. Hekara puso la desquiciada que reservaba para dañar a gente o romper cosas y conjuró un par de puñales desde el aire. El primer par simplemente rebotó en la cubierta exterior resistente del constructo, por lo que la bruja de cuchillas creó otro par, afilados y estrechos como unos picos de hielo, y los lanzó adelante. Se agachó bajo el constructo principal, apuñaló arriba y clavó sus armas en el vientre. Ral siguió su ejemplo. Un rayo simplemente se deslizaraía sobre las carcasas metálicas de las criaturas, por lo que concentró su energía en sus guanteletes, sujetando una bola de plasma sobre su palma hasta brillar al rojo vivo. Cuando un constructo se tambaleó hacia él, 359

esquivó su tajo y golpeó la energía concentrada contra él. Lo que pasó por su cabeza se rompió en una lluvia de metal sobrecalentado, y la criatura tropezó con patosidad del lado de la escalera, golpeando el suelo de la torre muy por debajo y estalló en una masa de metal retorcido. Más adelante Kaya estaba desmantelando otra máquina con sus dagas, y Hekara mantenía una ocupada golpeándola con pequeños agujeros. Cuando sus ganzúas se rompieron en sus manos, simplemente sacó otras otras nuevas y continuó, manteniéndose alejada de los contragolpes del constructo con despectiva facilidad. Ral entró por detrás y frió la criatura con un toque, saltando sobre su cuerpo en colapso para interceptar a otro antes de que pudiera ensartar a Hekara por detrás. Otro constructo cayó de las escaleras, con cuatro de sus seis patas ya cortadas. En unos pocos momentos más de acción frenética el camino estaba despejado. —Nada como una buena pelea con tus compañeros, ¿verdad? — Hekara miró a sus dos compañeros con una amplia sonrisa. —Sí que puede ser estimulante —concedió Kaya con una pequeña sonrisa. —Ese no puede ser el último —dijo Ral. Levantó la vista y sacudió la cabeza—. Algo nos espera ahí arriba. —¡Entonces los vamos a acribillar también! —exclamó Hekara—. Vamos.

La última curva de las escaleras estaba dentro de la maquinaria de la Baliza, por lo que estaban flanqueadas por bancos de bobinas y acumuladores, paneles de control y alambres colgantes. Nada de eso parecía dañado, y Ral sabía que el núcleo del faro estaba bien protegido, pero aún le preocupaba que las fuerzas de Bolas pudieran

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haber intentado desactivarlo. Al parecer no, su atención debe estar en otra parte. Donde terminaba la torre de piedra, las escaleras salían a una cubierta plana que formaba la base de una amplia cúpula de cobre. La maquinaria de la Baliza se concentraba en el centro de la sala, dispuesta alrededor de un vasto cristal resonante. Ese era el corazón de aquella máquina, la tecnología que Ral había rescatado del Proyecto Lucíernaga, ampliamente expandida e invertida. Cuando se aplicara la corriente adecuada, se convertiría en un faro a toda potencia, brillando por el Multiverso. Al menos en teoría cada Planeswalker podría verlo y encontrar su camino a Ravnica. Frente al núcleo había un teclado similar al de un piano completo con teclas de marfil. El bloqueo de seguridad. Esa era la salvaguardia final. Si Ral tecleaba la secuencia que había elegido, lo que parecía hacía siglos, entonces la baliza se activaría. Y esa activación fue diseñada para ser irrevocable, se quemaría hasta que se agotara su combustible. Ya casi. Por desgracia el resto de la sala no estaba vacía. Unos pilares de acero se alzaban a intervalos regulares, soportando una complicada malla de cables, conductos y elaborados trenes de engranajes. Parte del equipo pasaba a través de rejillas en el suelo para conectarse con cosas abajo; otros cables alcanzaban las paredes saliendo a través de otras rejas que daban una visión tenue del cielo oscuro de fuera. En medio de esa jungla, entre ellas y el teclado de seguridad, dos mujeres se quedaron una al lado de la otra. Lavinia había cambiado su capa encapuchada por un conjunto brillante azorio de armadura azul y dorado, y se puso de pie con una mano en su espada. A su lado, Vraska lucía por completo de negro y con sus zarcillos ya retorciéndose. La gorgona los miró a los tres con una sonrisa dentuda y despectiva. —Bueno —pronunció ella—, te ha llevado bastante. 361