La santidad del hombre

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SANTIDAD EN BUSCA DE LA SANTIDAD La Santidad: Una Introducción “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” Hebreos 12:14. La santidad definida. La santidad es una de las características básicas de Dios. En lo que se refiere a Él, la palabra denota pureza y perfección absoluta. Solo Dios es santo en Sí mismo. Cuando la palabra se aplica a personas u objetos hace referencia a lo que ha sido separado o puesto aparte para Dios. Para los Hebreos del Antiguo Testamento, la santidad incluía tanto el concepto negativo de la “separación” como el concepto positivo de la “dedicación.” Para los cristianos que han nacido de nuevo significa específicamente la separación del pecado y del mundo, y la dedicación a Dios. Puesto que hemos recibido del Espíritu Santo de Dios, hemos recibido poder sobre el pecado, la enfermedad, y el diablo (Marcos 16:15-18). Este poder sobre el pecado nos permite llegar a ser testigos de que verdaderamente hemos nacido de nuevo (Hechos 1:8). Podemos decir, “Dios me ha salvado del pecado. Él me ha sacado del pecado.” La santidad es esencial para la salvación. Hebreos 12:14 es tan fuerte, tan cierto, y tan pertinente a la salvación como las palabras, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3, 5). Después de la experiencia del nuevo nacimiento, un conflicto surge entre la carne y el espíritu que ha nacido de nuevo. Esta batalla es una batalla para la santidad y debemos ganarla a fin de ser salvos.

La necesidad de la separación. Dios es santo y demanda que su pueblo sea santo como Él (I Pedro 1:15- 16). Comenzando con el pecado de Adán y Eva, el pecado del hombre lo ha separado de un Dios santo. La única manera para restaurar la comunión original entre el hombre y Dios es que el hombre se separe del pecado. La decisión es o la separación de Dios o la separación del pecado. Hay solamente dos familias no más: la familia de Dios y la familia de Satanás, quien es el dios de este sistema mundial (I Juan 3:10; II Corintios 4:4). No hay terreno neutro. Estas dos familias son distintas y separadas. Una es una familia santaun sacerdocio santo (I Pedro 2:9). La otra es una familia profana. La llamada a la separación de este mundo profano es clara y explícita. “Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,” (II Corintios 6:17). Un sacrificio vivo. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:1-2). Esta escritura da más significado a las ideas de la santidad y de la separación. La santidad incluye un sacrificio de nuestros deseos y voluntades. Debemos presentarnos a nosotros mismos en una manera que es aceptable a Dios. Simplemente es nuestro deber razonable hacerlo. Esto significa que deberíamos estar dispuestos a hacer cualquier cosa para que seamos aceptables a Dios, sin considerar el sacrificio. Debemos ser santos y separados a fin de ser aceptables. La santidad es impartida por el Espíritu Santo. Solamente por medio de la ayuda divina puede el hombre llegar a ser santo. La santificación (la separación) comienza cuando uno oye el evangelio y continúa mediante la fe, el arrepentimiento, y el bautismo

en agua en el nombre de Jesús; pero se realiza principalmente por medio del Espíritu Santo que nos llena y mora en nosotros (I Pedro 1:2). En esta edad, las leyes de Dios no son escritas en tablas de piedra. Sin embargo, esto no significa que Dios no tiene ningunas leyes; porque Él tenía leyes aún en el Huerto de Edén. Lo que sí significa es que hoy Dios escoge escribir Sus leyes en nuestros corazones mediante la fe por el Espíritu Santo (Jeremías 31:33, Hebreos 10:15-17). Por lo tanto, todas las personas que están llenas del Espíritu Santo y que permiten que el Espíritu les guíe tienen las leyes de Dios escritas en sus corazones. Esto significa que podemos ser guiados por una conciencia, y por las impresiones y convicciones del Espíritu Santo. Tenemos una base fundamental de la santidad morando en nosotros. La santidad es enseñada directamente por el Espíritu Santo en nosotros. De lo que acabamos de decir, esto es evidente y es apoyado por Jesús mismo. “Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). La santidad es enseñada por pastores y maestros llenos del Espíritu Santo. ¿Qué significa? I Juan 2:27 que dice, “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.” Esta escritura simplemente habla de la santidad básica que mora en todos los que han recibido el Espíritu Santo. No significa que no es necesario ser enseñado por un maestro lleno del Espíritu Santo y llamado por Dios. Según Efesios 4:11-12, un maestro es una dádiva de Dios, a fin de perfeccionar a los santos. La lucha para la perfección abarca todo lo

que significa la santidad, y Dios nos ha dado el ministerio de los pastores y maestros para ayudar que los santos triunfen en aquella lucha. La santidad es enseñada por la Biblia. La Biblia no trata de dar respuestas específicas a las situaciones incontables que un individuo puede encarar. Con este fin Dios nos ha dado el Espíritu Santo y el ministerio. La Biblia sí da directivas básicas que se aplican a hombres y a mujeres de todas las culturas, edades, y situaciones. La Biblia nos declara lo que a Dios le gusta y lo que no le gusta. Nos declara las prácticas y las actitudes que Dios no acepta, y las que El espera de Su gente. La santidad es un asunto individual. Filipenses 2:12 dice, “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.” Esto no permite que cada individuo crea sus propias reglas para ser salvo, pero significa que cada uno debe efectuar o realizar su salvación propia con temor y respeto. En otras palabras, últimamente la salvación es la responsabilidad propia del individuo. Después de recibir la experiencia del nuevo nacimiento, cada individuo tiene que asegurar que persevere hasta el fin de la carrera. El debe quedarse con lo que Dios le ha dado. (Hebreos 3:14). Las convicciones personales. Puesto que cada persona es responsable individualmente a Dios, cada uno debe tener convicciones propias. Desde el momento en que recibimos el Espíritu Santo, tenemos la necesidad de ser enseñados por los maestros llenos del Espíritu Santo que Dios ha puesto en la iglesia, y también por el Espíritu Santo directamente. A la vez debemos tener convicciones personales. No podemos confiar en las convicciones o la falta de convicciones de otros, sino debemos buscar una respuesta para nosotros mismos sobre puntos específicos. Por supuesto, cualquier enseñanza definitiva de la Escritura es convicción suficiente en sí, y una persona no lo puede evitar porque dice que no

siente una condenación. A veces Dios da a una persona unas ciertas convicciones que no son compartidos por algunos otros creyentes. Quizás esto es necesario debido al trasfondo de aquella persona o de sus debilidades en ciertas áreas; o quizás Dios le está guiando a una relación más cercana a Él. En esta situación, la persona debería ser leal a sus convicciones propias en cuanto a su conformidad con la Escritura. “Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. . . y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:5, 23). A la vez, él no debería tratar de exigir que otros las respeten. Asimismo, otros creyentes deberían respetar sus convicciones y no lo deben menospreciar (Romanos 14:2-6). Dios siempre honra y bendice a aquellos que hacen consagraciones personales. Hay bendiciones especiales y relaciones especiales con Dios que vienen mediante estas consagraciones especiales. La santidad no puede ser legislada. La santidad debe ser motivada por el Espíritu Santo que mora dentro de uno. Los ministros tienen la autoridad espiritual y, desde luego, la responsabilidad de pedir normas de conducta y de vestidura entre los creyentes. Ellos tendrán que responder a Dios en lo que le concierne a uno (Hebreos 13:17). Sin embargo, los ministros pueden rogar, “Vístase modestamente,” pero si la santidad no está en el corazón, la persona no obedecerá. La santidad no puede ser legislada-o está en el corazón, o no está. Después de que uno haya nacido de nuevo, debe ser una cosa sencilla tomar el instinto básico de la santidad impartido por el Espíritu Santo y combinarlo con la Palabra de Dios como se enseña por un pastor lleno del Espíritu Santo a fin de vivir una vida santa. En cambio, hay mucha gente rebelde, y muchos intentan comparar denominaciones e iglesias. Las denominaciones nunca han salvado a nadie, porque solamente la Palabra de Dios puede traer la salvación. La santidad es mantenida por el amor que uno le tiene a Dios.

Por esta razón las Escrituras enseñan, “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (I Juan 2:15). Podemos vivir una vida santa solamente por medio de amar a Dios, y no al mundo, que está bajo el dominio de Satanás. La ley o el temor puede obligarnos a evitar el pecado hasta cierto punto, pero solamente el amor creará un deseo en nosotros de evitar todo lo que no es como Dios y todo lo que no es propicio a Su presencia en nuestras vidas. Cuando alguien realmente ama a otra persona, trata de agradarle a aquella persona sin

considerar

Asimismo,

su

cuando

propia amamos

conveniencia a

Dios,

y

preferencia

nuestro

Padre

y

personal. Salvador,

queremos obedecer a Su Palabra. Cuando leemos Sus cartas a nosotros, queremos vivir según ellas porque Le amamos. Su Espíritu en nosotros nos ayuda a ser obedientes. Él nos ayuda a ser alegres en nuestra obediencia, aunque la carne no quiere ser obediente. Como Jesús dijo, “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23. Véase también Juan 14:15, I Juan 2:3). Por otra parte, “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (I Juan 2:15). Algunos principios básicos de la santidad. La Biblia nos enseña los elementos esenciales de la verdadera santidad. “No os conforméis a este siglo” (Romanos 12:2). “Absteneos de toda especie de mal” (I Tesalonicenses 5:22). “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (I Corintios 9:25). Estas tres escrituras describen la esencia de la santidad práctica. El propósito fundamental de cualquier norma específica de la santidad es ayudarnos a vivir por aquellos principios básicos. En primer lugar, no debemos actuar como el mundo pecaminoso ni tener la apariencia de ello. Aún debemos evitar aquellas cosas que tienen una sugerencia de o una semejanza a la maldad. La pregunta no debería ser, “¿Hasta qué punto podemos tener la apariencia del mundo y siempre estar bien?” o “¿Qué es lo menos que podemos hacer y siempre agradar a Dios?” Más bien, deberíamos preguntarnos “¿Qué podemos hacer para acercarnos lo más posible a Dios? ¿Cómo podemos vivir para que no haya ninguna duda que estamos identificados con Jesucristo?” Además, debemos

ser templados en todas las cosas. Esto significa que deberíamos ejercer siempre una restricción sobre nosotros mismos y el dominio propio. Nuestra carne siempre debe estar sujeta al Espíritu. La templanza también significa que todo debe hacerse con moderación y no a extremos o con exceso. No debemos ir a un extremo de tolerancia, compromiso, y mundanalidad, ni al otro extremo de justicia propia, hipocresía, y ostentación. Los principios de no conformidad al mundo y la templanza en todas las cosas son las claves para comprender cada área de la santidad que se tratan en este libro. La actitud de un cristiano hacia el pecado. Un cristiano no es un pecador. Hemos nacido de nuevo, y tenemos poder sobre el pecado (Hechos 1:8, Romanos 8:4). Hemos nacido en la familia de Dios y hemos recibido el carácter de Jesucristo (Romanos 8:29).

Somos

los

discípulos

de

Cristo,

y

vivimos

según

Sus

enseñanzas. Si somos verdaderamente cristianos, es decir, si somos como Cristo, entonces no podemos ser pecadores a la vez. De hecho, debemos odiar al pecado. “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmo 97:10). “El temor de Jehová es aborrecer el mal” (Proverbios 8:13). Por lo tanto, si verdaderamente amamos a Dios, entonces automáticamente odiamos a la maldad. Ahora, como seres humanos todos, tenemos personalidades diferentes. Algunas personas son naturalmente más agresivas, francas, o sociables, mientras otras son más reservadas o tolerantes. Esto dará lo mismo en nuestras actitudes hacia el pecado si no permitimos que el Espíritu Santo reine como Rey en nuestras vidas. Sin considerar nuestras personalidades originales, cada uno de nosotros odiaremos a la maldad. Esto permite que un ministro hable enérgicamente en contra del pecado. Sin considerar su personalidad básica, él es capaz de identificar al pecado y de predicar en contra de ello. La actitud de un ministro hacia el pecado. Un ministro tiene la responsabilidad de predicar en contra del pecado (Ezequiel 3:17-19). Al nombrar el pecado, él también ayuda a la gente a saber en qué consiste. Él tiene el deber de establecer las normas

necesarias para mantener la santidad. Estas normas no son para los visitantes sino para los miembros, particularmente los que son usados como líderes y ejemplos. No importa lo que sean las inclinaciones personales del ministro, el Espíritu Santo en él no puede tolerar el pecado y le obliga a denunciar el pecado. El Espíritu Santo le da la valentía de reprender y de exhortar a la gente cuando sea necesario. El Espíritu Santo debe reinar como Rey en su vida para que la unción y la inspiración del Espíritu le den la fuerza espiritual que se necesita. El hombre que es pronto para reprender, que es pronto para mostrar el enojo, o que no es tolerante, también será cambiado por el Espíritu Santo. El llegará a ser bondadoso y tierno en sus admoniciones, y predicará con compasión cuando ve los pecados de la gente. El ministro debe estar totalmente lleno del Espíritu Santo. De ese modo el Espíritu de Dios predicará por medio de él (Joel 2:28). Puesto que Dios odia al pecado, el ministro también odiará al pecado y recibirá la capacidad de predicar en contra de ello. A la vez él tendrá en su corazón el amor genuino de Dios para el pecador. Algunos ministros son tan tolerantes y tan poco dispuestos a lastimar los sentimientos que ellos no pueden predicar en contra del pecado en una manera específica. Algunos dicen, “Mi personalidad no me permite predicar en contra del pecado. Yo solo puedo predicar el amor.” Sin embargo, si usted realmente ama a alguien que está en el pecado, tiene que predicar en contra del pecado, porque es el pecado que hace que la gente se pierda eternamente. El amor verdadero significa más que la ternura. Si yo realmente amo a alguien, entonces yo lo amo suficientemente para decirle la verdad, aun cuando esa persona me odia porque lo hago. El ministro debe predicar la verdad no importa si el mantenga el agrado de los oyentes o no; porque esta es la única esperanza que ellos tienen de ser salvos. Puede ser que el oyente no se dé cuenta qué es el amor que habla, pero sí es el amor. Un ministro que hace menos de esto no es digno de ser un mensajero de Cristo. Un ministro verdadero no predica simplemente lo que a la gente le gusta oír. El no predica lo que quiere la gente, ni es un bromista.

Por supuesto, el humor y la imaginación se permiten en el púlpito, pero el llamamiento básico del ministro es de decir a la gente lo que Dios quiere que ellos oigan. Si un ministro deja que una persona siga en el pecado simplemente porque tiene una personalidad débil y porque tiene miedo de lastimar sus sentimientos, entonces él debe ser llenado de nuevo del Espíritu. Aquel hombre es un cristiano débil y definitivamente no es un líder. Los ministros son los mensajeros y no el autor. Un ministro no es Dios, y él no puede tomar el cargo del Gran Pastor. Él no puede cambiar la Palabra de Dios para agradar a la gente. Él es meramente un mensajero. Es ilegal que un cartero cambie el contenido de una carta. El receptor de una carta no tiene ningún derecho de reprender al cartero a causa del contenido de la carta, ni puede pedir que el cartero lo cambie. El cartero no es el autor, y no tiene el derecho de alterar el mensaje. Del mismo modo, un ministro simplemente entrega el mensaje de Dios a la gente. Él no se atreve a cambiar la Palabra de Dios. Unas escrituras que un cristiano victorioso debe comprender. Hay varias escrituras claves que son básicas a fin de conocer la posición del cristiano con respecto al pecado y a la santidad. Los capítulos 6 y 8 de Romanos tienen una buena explicación del tema entero de la vida cristiana. La ley del pecado (Romanos 7:20). Pablo nos enseña que hay una ley del pecado en este mundo que es más fuerte que la ley de Moisés y más fuerte que la ley de la mente. Es

decir,

ni

la

ley

del

Antiguo

Testamento

ni

el

proceso

del

razonamiento y asentimiento mental tiene el poder de superar la naturaleza básica pecadora que está en el hombre. Esta ley del

pecado se llama también la naturaleza del pecado, el viejo hombre, la naturaleza vieja, el primer Adán, y la carne. La ley del Espíritu (Romanos 8:2). La ley del Espíritu Santo es la única ley que es más fuerte que la ley del pecado. Es la única ley que puede librar a los hombres del poder del pecado, porque el hombre recibe una nueva naturaleza cuando es llenado con el Espíritu Santo. Esta nueva naturaleza no desea pecar, pero tiene las leyes y los deseos de Dios implantados en ella. Es importante darse cuenta que las obras buenas no pueden suplantar o reemplazar la ley del Espíritu. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” I Juan 3:9. Esta escritura simplemente significa que el hijo de Dios no practica el pecado. El no desea pecar porque ha recibido una nueva naturaleza. “Porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Esto significa que, tal como su Padre Dios, el cristiano odia el pecado y no lo puede tolerar en su vida. Por cierto, no significa que el cristiano carece de la capacidad de pecar; porque eso contradeciría las enseñanzas de I Juan 1:8 y 2:1. Aquí tenemos algunos ejemplos que ilustran lo que esta escritura significa. Si a usted un cierto alimento le enferma, entonces diría “Lo siento, pero yo no puedo comer este alimento.” Si a usted una cierta acción no está en sus mejores intereses o está en contra de sus principios, entonces diría, “Yo no puedo hacer eso.” En ambos casos, las palabras “no puedo” no significan que usted es físicamente incapaz de desempeñar la acción, sino que usted es restringido por su naturaleza o su conocimiento. De igual modo, los cristianos por su nueva naturaleza son restringidos de pecar. Mientras esa naturaleza está en control, el cristiano no

pecará. El Espíritu Santo da poder y victoria sobre el pecado. “La palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (I Juan 2:14). Muerto al pecado (Romanos 6:2). “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” Los próximos versículos dicen que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo (mediante el arrepentimiento), para que no sirvamos más al pecado. “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:7). El cristiano deber comprender que él está muerto al pecado, y que ha sido librado del pecado. ¿Qué quiere decir morir al pecado? Por una manera de ilustración, ¿qué emociones tiene una persona muerta? ¿Qué reacción tendría un hombre muerto si usted abofeteara su cara, o le mostrara unos millones de dólares? Por supuesto, no hay reacción porque el hombre está muerto. Por lo tanto si estamos muertos al pecado, cualquier tentación de pecar no debería provocar ninguna reacción de parte de nosotros. Si realmente hemos muerto, y hemos resuelto el problema del pecado en nuestras vidas, entonces vivir una vida cristiana santa será fácil. Sin embargo, cuando

somos

medio

muertos

y

medio

vivos,

es

difícil

y

eventualmente es imposible vivir para Dios. Nada nos puede separar de Dios (Romanos 8:38- 39). Absolutamente nada nos puede separar del amor de Dios. Los demonios, los ángeles, los hombres, las pruebas, las tribulaciones, el tiempo, o las circunstancias no tienen el poder de separarnos de Dios. Nadie nos puede sacar de la mano del Padre, ni siquiera Satanás mismo (Juan 10:29, I Juan 5:18). Sin embargo, el cristiano mismo puede

romper

su

relación

íntima

con

Dios

por

medio

de

su

incredulidad y su desobediencia, y puede apartarse de Dios. (Véase Romanos 11:20-22; II Pedro 2:20-22). “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos”

I Juan 1:8. Esta escritura ha sido abusada muchas veces con el propósito de enseñar doctrinas falsas. No habla de un hecho del pecado pero habla de la naturaleza pecaminosa que es residente en cada ser humano. Aunque un individuo haya nacido de nuevo, la vieja naturaleza queda subyugada en él. No ha sido trasladado todavía pero espera la redención

de

su

cuerpo

(Romanos

8:23).

Entonces,

Juan

está

enseñando que la capacidad de pecar mora en nosotros todavía. Cualquier persona que retiene la teoría que su naturaleza pecaminosa ha sido erradicada en un cierto punto en su experiencia cristiana, solo está engañándose a sí mismo. Mientras que hay una separación definitiva

entre

el

creyente

y

su

naturaleza

pecaminosa,

esa

naturaleza, o la capacidad de pecar, está siempre allí. Es por esto que es tan importante que el creyente mantenga una actitud de “muerto al pecado.” La idea es que Dios ha creado de tal manera al creyente que ha nacido de nuevo que no hay necesidad de pecar. El pecador-santo no existe. Dios le ha dado al creyente una naturaleza divina que hace que él odie al pecado. El Espíritu Santo asume una residencia permanente para ayudar al cristiano en su batalla contra el pecado. Para ilustrar, podemos decir que el cristiano tiene el mismo poder sobre la naturaleza perversa o el hombre viejo que él tiene sobre un radio. Si un programa es transmitido en la radio que un cristiano no debe oír, él simplemente apaga el aparato. Él tiene el poder de impedir que la radio imparta la maldad en sus pensamientos. De igual modo, el cristiano tiene poder sobre el pecado. Si el Espíritu Santo reina en su vida, él será capaz de “apagar” el pecado cuando trata de entrar en él. Entonces, si un cristiano peca, es solamente porque él no ha dado todo el dominio en aquella área al Espíritu Santo. Se está rindiendo a sí mismo a otro amo y entonces llega a ser el siervo de aquel amo (Romanos 6:16). No existe un cristiano de

noventa por ciento no más. “El que practica el pecado es del diablo” (I Juan 3:8). ¿Es pecador el cristiano? A la luz de la escritura antes citada, la respuesta a esta pregunta debe ser, “No.” Como cristianos, no somos pecadores. Éramos pecadores en el pasado, pero hemos sido librados y somos ahora los hijos de Dios. ¿Cuál es la posición de un cristiano que comete un pecado? Como hemos visto ya, aquella persona ha permitido a sí mismo a caer bajo la influencia de Satanás y la naturaleza pecaminosa. Él debe acercarse inmediatamente a nuestro Abogado y Defensor, Jesucristo (I Juan 2:1). Puesto que Jesús ahora ocupa la posición de nuestro sumo sacerdote, podemos confesar nuestros pecados directamente a Él, y Él nos perdonará (Hebreos 4:14, I Juan 1:9). La oración personal. Puesto que la confesión a Jesús es la manera en que un cristiano obtiene perdón de un pecado que él ha cometido, la oración personal es muy importante. Un cristiano nunca debe esperar hasta que llegue a la iglesia para confesar sus pecados, sino que debe confesar un pecado inmediatamente y pedir perdón. La oración privada y personal es nuestra comunicación con Dios, no importa si el Espíritu en nosotros hace intercesión o si nosotros la hacemos verbalmente. Todos debemos examinar nuestros corazones y pedir que Dios nos limpie de los pecados y faltas ocultas (I Corintios 11:31). Debemos buscar la enseñanza y la dirección del Espíritu. Estas oraciones no tienen que ser expresadas delante de la congregación, porque esto es un asunto entre el individuo y Dios. También la oración es nuestro medio de explotar el poder de vencer que Dios nos ha provisto. La contaminación de la carne y del espíritu (II Corintios 7:1). Pablo nos exhorta, diciendo, “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” En esta

escritura “la carne” se refiere al elemento físico mientras que “el espíritu” se refiere al elemento espiritual en el hombre. La primera cosa que debemos notar es que no podemos separar el espíritu de la carne en este mundo. Por ejemplo, Mateo 5:28 clasifica la lujuria por una mujer como el adulterio cometido en el corazón. Este es un pecado del espíritu, en que la carne no cometió realmente el hecho de adulterio. Pero en los ojos de Dios siempre es un pecado. A Dios, el odio en el corazón es lo mismo que el hecho actual de homicidio. Entonces, Pablo nos dice que debemos limpiar nuestros pensamientos así como también las acciones de nuestra carne. Debemos limpiar tanto la carne como el espíritu para ser santos en los ojos de Dios. La carne es la única casa en que mora el espíritu. Cuando uno nace de nuevo, inmediatamente entra en un conflicto entre la carne y el espíritu. Es necesario comprender aquella guerra que existe en la vida cristiana. Si vivimos de acuerdo con las directivas que Él ha dado, el Espíritu Santo ganará aquella guerra para nosotros (II Timoteo 2:5). El mensaje de Satanás. El diablo trata de convencernos que, puesto que estamos en la carne y la carne es débil, no podemos vivir una vida santa. Él quiere que creamos que tenemos que pecar todos los días. La verdad es que Dios ha mandado que seamos santos. Es cierto que la carne es débil, pero también es cierto que Jesús condenó al pecado en la carne (Romanos 8:3). Cristo se encarnó para que mediante la muerte Él podría destruir al que tenía poder sobre la muerte, es decir, Satanás (Hebreos 2:14). Jesús venció al pecado en la carne, y Él es nuestro ejemplo. También, podemos vencer al pecado en la carne porque tenemos el Espíritu de Cristo en nosotros. La perfección. La Biblia nos enseña que crecemos hacia la perfección. Hebreos 6:1 dice, “vamos adelante a la perfección” y Filipenses 3:15 habla de

“todos los que somos perfectos.” Efesios 4:12 enseña que Dios constituyó el ministerio neo testamentario a “fin de perfeccionar a los santos.” Es posible distinguir entre la perfección absoluta y la perfección

relativa.

Todos

estamos

esforzándonos

en

lograr

la

perfección absoluta tal como se ve exhibida en la persona de Jesucristo. Aun mientras que estamos en medio de aquel proceso de crecimiento hacia la perfección, puede ser que seamos considerados perfectos en un sentido relativo si estamos creciendo correctamente. Por ejemplo, un infante de un mes puede ser un niño perfecto aunque todavía no tiene dientes, no puede razonar completamente, no puede caminar, y no puede hablar. Está perfecto en un sentido relativo porque se está desarrollando adecuadamente en relación con su edad. En diez años si este niño siempre

no

puede

caminar

ni

hablar,

entonces

no

puede

ser

considerado como un ser humano perfecto. Una manzana en cierne en la primavera no es una manzana, pero eso no quiere decir que está imperfecta. Más tarde el capullo se desarrollará en una pequeña bola verde, y finalmente madurará. En cada etapa está perfecta. Esto nos enseña que sí podemos obedecer la exhortación de ser perfectos. Para lograr esto tenemos que aprender, crecer, y corregir nuestras faltas constantemente. No podemos mantenernos en la misma posición en que nos encontrábamos cuando primeramente recibimos nuestra experiencia del nuevo nacimiento. La tolerancia debida a los diferentes niveles de la perfección. Algunos

individuos

tienen

la

capacidad

de

desarrollarse

más

rápidamente que otros. Cuando individuos de un trasfondo cristiano nacen de nuevo, ellos comienzan con un buen fundamento y así pueden crecer más rápidamente. Otros que vienen de un trasfondo pagano o ateo tienen que cambiar por completo todos sus conceptos e ideas. Entonces, dos personas pueden tener niveles diferentes de perfección aunque ambas recibieron el Espíritu Santo a la vez. No debemos juzgarles (Mateo 7:1). En particular, los creyentes deben

tener cuidado de no reprender a otros si ellos no cumplen con ciertas normas de la santidad. Es principalmente el deber del ministerio y del Espíritu Santo de supervisar la obra de perfección de un nuevo creyente.

Los creyentes no solo

tendrán diferentes niveles de

perfección, pero las iglesias también tendrán diferentes niveles de perfección. Eso depende del trasfondo y del fundamento de los creyentes. También depende del ministro. Algunos ministros no enseñan en contra de nada. A causa de esto, su rebaño no puede crecer a la perfección. Otros edifican las iglesias encima de la Palabra de Dios, y no encima de sus propias personalidades, y sus miembros pueden crecer a la perfección. Sigamos adelante a la perfección. El propósito de este capítulo es de probar que la santidad es un mandamiento que debe ser obedecido a diario en la vida de cada cristiano. “Sed santos, porque yo soy santo” (I Pedro 1: 16). Puesto que Dios ha mandado que seamos santos, sabemos que Él nos dará la capacidad de hacerlo; porque El no requerirá algo que no seríamos capaces de cumplir. El Espíritu Santo nos da la santidad y la justicia. “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (I Corintios 6:11). Debemos seguir viviendo una vida santa a fin de permanecer sin mancha ni arruga (Efesios 5:27). Si conseguimos una arruga o una mancha, debe ser limpiada inmediatamente

por

la

sangre

de

Jesús

mediante

nuestro

arrepentimiento (I Juan 2:1). El Espíritu Santo nos da la capacidad de vivir una vida separada. Por lo tanto, es nuestra responsabilidad permitir que el Espíritu Santo reine en nuestras vidas, y que guarde la naturaleza vieja muerta al pecado y al mundo. ¡Somos justificados (hecho justos en los ojos de Dios)! ¡Podemos vivir una vida santa! Sigamos adelante hacia la perfección.

No debemos meramente recibir la experiencia del nuevo nacimiento y descansar sobre aquel fundamento básico, sino debemos crecer y edificarnos. Debemos estar llenos completamente del Espíritu y estar limpios de cada mancha. ¡Avancémonos a la perfección!

ABANDONANDO EL PECADO SURGE LA SANTIDAD No importa qué hayamos logrado u obtenido en la vida. Si no tenemos la santidad, hemos perdido lo fundamental. Para desarrollar el tema de la santidad el autor parte del imperativo de Pablo en Colosenses 3 de «desvestirse» y «vestirse». Por último destaca cuatro conceptos de 2 Corintios 7.1 de cómo el creyente llega a la santidad. Tratar el tema de la santidad es como caminar por un campo minado: debe hacerse con mucha cautela. Pues, al tocar el tema, nos acercamos a uno de los nervios principales y más sensibles del cuerpo cristiano. Todos sabemos cuál es el principal mandamiento de Dios, aquel que dirige todo lo que Dios demanda de nosotros. Fue declarado directamente por nuestro Señor Jesucristo: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» (Mr 12.30) En la misma oportunidad, pronunció el segundo gran mandamiento en escala de importancia: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» (Mr 12.31) Con estos dos mandamientos, se enmarca la mayor parte de la vida cristiana. Pero, quisiera sugerir uno en el tercer lugar de importancia: «Sean ustedes santos, porque yo soy santo.» (1 Pe 1.16) No es una «sugerencia», y no hay alternativa. Dios demanda nuestra santidad. Y para acentuar la importancia que tiene la santidad en nuestra vida, el autor de Hebreos afirma categóricamente: «Pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor.» (He 12.14) Este último versículo debe encender una luz roja de advertencia en nuestra mente. Sin ninguna

duda los temas de actualidad en nuestras iglesias son importantes: la alabanza, la evangelización, el estudio, la liberación, la oración, etcétera. Pero a pesar de la importancia de los muchos temas que manejamos, la realidad es que «sin la santidad, nadie podrá ver a Dios». Si descuidamos esta dimensión de la vida cristiana, ninguna de las otras tiene valor. Cinco aclaraciones Primero, somos santos, pero no lo somos. Es decir, la Biblia dice que ya somos santos, sin embargo, también deja claro que todavía no lo somos en su sentido pleno. El significado principal de la palabra «santo» es simplemente «separado». Una cosa o persona «santa» es aquella que ha sido separada para Dios. El cristiano es «santo» porque ya no es «hijo de Satanás» sino hijo de Dios. Ha sido apartado de la «humanidad» para participar en un reino diferente, para participar en y con un pueblo diferente. Es por esta razón que Pablo llama «santos» a «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (1 Co 1.2) Si soy de Cristo, soy santo. Pero ser santo como Dios es santo es otro tema. Ya no está hablando de nuestra posición en Cristo, sino de nuestra calidad de vida. Uno puede ser hijo de Dios, pero, aun así, puede estar siguiendo un estilo de vida que está lejos de ser santo. Seguramente todos conocemos a muchos hermanos que son capaces, inteligentes y conocedores de la Palabra. Pero también, seguramente, hemos de conocer a pocos santos. Segundo, la santificación no es un evento, es un proceso. Es tentador pensar que la conversión, u otra experiencia cristiana, incluyeran la santificación como un hecho acabado definitivamente. Pero, es una ilusión. Siempre ha habido quienes piensen que esto sí es posible, especialmente en el siglo pasado. El planteamiento de esta gente es que

un

cristiano

puede

experimentar

una

«consagración»,

un

«bautismo», una «unción» u otra clase de experiencia que lo deja libre de pecado. Pero el apóstol Juan enseña que esta pretensión es mentira. La persona que piensa que ha superado al pecado se engaña

a sí misma (1 Jn 1.8). Una buena parte del Nuevo Testamento es exhortación a apartar de nuestra vida ciertas actitudes y prácticas, y a agregar a ella otras. Si fuera posible reducir el proceso a una «experiencia», buena parte del Nuevo Testamento no sería necesaria. Tercero, la santificación es inalcanzable. Una multitud frente al trono de Dios en el cielo nos afirma la verdad: «Pues solamente tú eres santo» (Ap 15.4). Toda santidad humana o angélica es una pálida reflexión de la santidad de Dios. Al lado de él todo blanco parece gris y toda luz, amarillenta. La persona que piensa que ya ha alcanzado la santidad simplemente tiene un dios enano. Al contrario, nuestra actitud debe ser igual a la de Pablo cuando dijo: «No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo.» (Fil 3.13) Felizmente, nuestro Dios es muy grande, así que siempre estaremos lejos de ser como él, y siempre tendremos abundante espacio para crecer. Cuarto, la santidad no es para una minoría elegida. A veces pensamos que es para personas como la madre Teresa de Calcuta, o Billy Graham, y con eso, nos disculpamos. Pero la exhortación está dirigida a toda la iglesia: «Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; pues la voluntad de Dios es vuestra santificación.» (1 Ts 4.2,3) La voluntad de Dios para nosotros no es que seamos felices, ni «realizados», ni prósperos, sino santos. No importa cuánto éxito tengamos en la vida y en la iglesia, si perdemos en este aspecto, a los ojos de Dios, habremos fallado en lo principal. Quinto, la santificación nada tiene que ver con aislarse del mundo. Tal como el pecado tiene sus raíces profundas dentro de nosotros (Mr 7.20-23), así también la santidad se genera desde muy adentro. Afecta nuestras actitudes y conducta, pero trasciende a ellas. En términos bíblicos, tiene que ver con el «corazón», con ese núcleo muy interno que controla todo lo que somos. La santidad nada tiene que

ver con las circunstancias que nos rodean. Una persona puede ser santa en el negocio, aula o cocina. Pero a la vez puede ser un diablo en el monasterio. El movimiento monástico nació, en parte, a raíz de esa búsqueda. «Si uno se aparta de la ciudad, busca la soledad de las montañas o del desierto, allí puede encontrarse con Dios, allí puede encontrar la santificación.» Pero no es así, porque llevamos el mal en nosotros dondequiera que vayamos. El Señor Jesús es el mejor ejemplo de esto. Lo criticaron porque no se apartó de los pecadores; peor, frecuentaba los lugares «mundanos». La gente religiosa lo condenó fuertemente por esa causa (Lc 7.34). Pero sabemos bien que la gente y los lugares «mundanos» no contaminaron de ninguna manera al Señor, porque es el único hombre verdaderamente santo que ha caminado sobre esta tierra. Ilustro este principio con la siguiente analogía: La santidad en nada se parece al termómetro. Porque el termómetro se somete al ambiente donde está. Si hace calor, sube; si hace frío, baja. Pero sí es parecida al termostato, porque el termostato afecta directamente el ambiente donde está. Si uno sube el termostato, la temperatura sube; si lo baja, la temperatura baja. Una aplicación muy práctica de este principio es la pregunta que escuchamos a menudo: « ¿Puede el joven ir al baile? » Y la respuesta tiene que ser «sí»... y «no». «Sí», porque el joven santo podría ir al baile y no dejarse moldear por el ambiente, ni por la música, ni por el «aroma sexual». Podría entrar, establecer una relación amistosa con otros jóvenes, y ser un verdadero «termostato» en ese ambiente. Pero normalmente la respuesta tiene que ser «no», porque como bien sabemos, muy pocos de nuestros jóvenes pueden recibir la calificación de «santo». No podrían ir sin absorber el ambiente, y en alguna medida, sin hacerse daño. Ser y no ser

¿Cómo llegamos a la santidad? Pues, en la práctica, es como una moneda, tiene dos caras. Por un lado, las Escrituras nos exhortan a ser, pero por el otro, nos instan a no ser. O, para utilizar la figura de Pablo en Colosenses, es «desvestirnos» de una forma de vida y «vestirnos» de otra (Col 3). Ser santo es «sencillamente» ser más parecido a Dios. Nada tiene que ver con conocimiento, capacidad, dones, carismas, etcétera. Todos estos aspectos son importantes, pero ninguno es necesariamente evidencia de la santidad. Porque la santidad nada tiene que ver con presencia, sino con esencia. No tiene que ver con apariencia o características personales, sino con lo más profundo del ser humano. Insisto en esto, porque es tan fácil confundir la imagen con la realidad.

Hoy

día

la

industria

cinematográfica

puede

producir

imágenes que, aparentemente, no distan de ninguna manera de la realidad. Nos convencen totalmente. Sin embargo, son imágenes, apariencias. El problema es que lo mismo puede fácilmente ocurrir en la iglesia. Aprendemos a representar excelente-mente el «papel» de buen creyente. Sabemos cómo vestirnos, cómo cantar y orar, cómo relacionarnos con los demás hermanos. Son aspectos sociales y visibles de la vida cristiana que aprendemos, esencialmente, por imitación. Pero el verdadero peligro se presenta cuando confundimos estos

buenos

hábitos

evangélicos

con

la

espiritualidad.

Lamentablemente, uno no se hace santo simplemente porque ha aprendido a ajustarse convenientemente al molde que suponemos es la santidad. A primera vista, el santo es una persona común y corriente. No presenta una cara más piadosa, ni tampoco una aureola. Es cuando comenzamos a conocerlo que descubrimos que tiene otra dimensión, que tiene una realidad y profundidad espirituales más allá de lo común. Es cuando comenzamos a conocerlo que descubrimos a Dios en su vida. Así era el Señor Jesús. Isaías 53.2 sugiere que no tenía un aspecto atrayente. Era un barbudo entre muchos barbudos. Aun sus

propios discípulos se confundieron y se preguntaron « ¿quién es este hombre? » Creían, pero no lo entendían, porque Jesús era realmente un hombre, pero a la vez, más que un hombre. Sí, ser santo es «sencillamente» ser cada vez más parecido a Dios. Es una

transformación

y

renovación

de

nuestra

personalidad,

cosmovisión, emociones, de todas esas dimensiones profundas de nuestro ser. Pero la moneda tiene otra cara, «no ser». La mayoría de nosotros no somos santos porque mantenemos factores en nuestra vida que lo impiden.

Por

esta

misma

razón

las

Escrituras

abundan

en

exhortaciones a evitar, poner de lado, huir, despojarse, rechazar, etcétera. No hay un camino mágico hacia la santidad. No se basa simplemente en una decisión o una experiencia. El santo se forja en medio de la lucha, y muy a menudo a través del sufrimiento. Es aquella persona que elige el camino estrecho, que nada contra la corriente. El enclave principal de la lucha se llama «pureza». La pureza es, en su esencia, la ausencia de contaminantes. Aquello que es puro no tiene mezclas, en él no existe pizca de material extraño. Es aquella persona que en su vida ha hecho desaparecer las distorsiones comunes del pecado. Por supuesto, nunca debemos confundir la pureza humana con la de Dios. Aun con los medios científicos

más

sofisticados

es

difícil

crear

una

sustancia

perfectamente pura. Con la sola presencia de un átomo ajeno, se pierde la pureza. De la misma manera, nosotros solamente podemos aproximarnos a la pureza de Dios. Aquí también interviene un factor de relatividad, factor debido a nuestra humanidad. Lo ilustro de esta manera: Si tomamos un litro de agua de la cloaca, y sacamos ochenta por ciento de las impurezas, el agua ha progresado mucho en su procesamiento hacia la pureza. Sin embargo, ¿quién se atrevería tomar un vaso de esa agua?

Pero por otro lado, si tomamos un litro de agua de un manantial y sacamos ochenta por ciento de sus impurezas, también es un logro importante, sin embargo, hay poca diferencia entre el agua original y el agua «purificada». Así es también con la pureza espiritual humana. Hay personas que comienzan su vida cristiana saliendo del pozo más profundo de degradación humana. Puede ser que en su lucha hacia la santidad

tengan

grandes

logros,

con

cambios

obvios

para

el

observador externo..., aunque el resultado todavía pudiera parecer muy lejano de lo ideal. Pero por otro lado, otros comienzan como el joven rico (Mr 10.20), relativamente

sanos

y

sin

mayores

distorsiones

morales.

Ellos

también tienen sus luchas en el camino de la santidad, pero para el observador externo, sus grandes logros son apenas perceptibles. La conclusión es sencilla: nunca podremos medirnos teniendo como referencia a otras personas. Es despreciable y peligroso pensar «no soy

tan

santo

como

Fulano,

pero

felizmente

estoy

mejor

que

Mengano». Pablo habla de los que «cometen una tontería al medirse con su propia medida y al compararse unos con otros.» (2 Co 10.12) En la práctica, tenemos que mirar en dos direcciones. Hacia adelante, para

fijarnos

en

el

modelo

que

tenemos,

el

Señor

Jesucristo;

solamente podemos compararnos con él. Pero a la vez, debemos mirar hacia atrás con frecuencia y preguntarnos: « ¿Estoy avanzando en el camino? ¿Soy igual hoy que hace seis meses, un año, dos años? » Lo importante no es dónde estemos en el camino hacia la santidad, sino cuánto hemos avanzado. Pero la lucha para lograr la santidad es mucho más que «evitar» o «resistir» el pecado. El santo odia el pecado (Pr 8.13; Am 5.15; Ro 12.9). El pecado es muy dañino, extremadamente odioso para el santo, de tal manera que estará dispuesto a tomar cualquier medida para eliminarlo de su vida. Es la actitud que tira esa revista a la basura porque sabe que le hace daño. Es esa actitud que apaga la televisión porque dicho programa

inunda la casa y la mente con actitudes dañinas, o que sale de la sala cinematográfica antes de que termine la película, porque esta lo corrompe. La regla es sencilla: “Si alimentamos nuestra mente con basura, se hace imposible tener una mente pura. No pensemos que podemos sumergirnos en la cultura mundana y salir sin mancha.” Pablo subraya el papel decisivo de nuestras mentes con estas palabras: «Por último, hermanos, piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en todo lo que es bueno y merece alabanza. Pongan en práctica lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: Háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.» (Fi 4.8,9) La pureza es una de las claves de la santidad, pero también es su eslabón débil. Ya escucho las reacciones: « ¿De qué planeta vienes? Vivimos en un mundo real. Si hablamos de pureza, se mueren de risa. Si tratamos de vivir en pureza, ¡nos comen vivos! » Sí, es un tema «extraterrestre». Sí, hablar y vivir la santidad implica luchar, y a veces, contra fuerzas crueles. Es justamente por esta razón que hay escasez de santos entre nosotros. Pero, ¿qué alternativa tenemos? «Pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor». ¿Cómo llegamos a ser santos? Un versículo clave es 2 Corintios 7.1, y quisiera destacar cuatro de sus conceptos.

A

la

luz

de

estas

promesas

que

tenemos

¿Cuáles

promesas? Pues, tenemos que considerar el contexto, porque este versículo es la conclusión, la aplicación de lo que Pablo acaba de afirmar.

Somos, dice Pablo, templo del Espíritu Santo (6.16). La iglesia, nosotros, formamos la casa donde el Espíritu ha venido a residir. En cumplimiento a sus promesas, Dios vive entre nosotros, anda entre nosotros (v. 6). Esta idea nos hace recordar a Juan 14.23: «El que me ama, hace caso de mi palabra; y mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él.» Pero no sólo habla de la habitación de Dios con nosotros, sino que también el Señor Jesús habla de una relación Padre hijo, una relación íntima, cálida. Las promesas son la presencia real, cercana, íntima de Dios en nuestra vida. Sin embargo, en la práctica, aunque cantamos «Dios está aquí», con toda pasión, nos quedamos muy lejos de Dios. ¿Por qué? Porque pensamos, hablamos y actuamos como si él no estuviera presente. En la práctica, nuestra regla es «nadie verá, nadie sabrá, nadie se preocupará». Hemos olvidado completamente que: «Nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a quien tenemos que rendir cuentas.» He 4.13 Seguramente, si pudiéramos verlo físicamente a nuestro lado, nuestra vida sería muy diferente. Pero vivimos por fe... y, lamentablemente, muy poca fe. Un factor esencial para crecer en la santidad es estar consciente de la constante presencia de Dios. Es vivir como dicen las Escrituras que lo hacía Moisés, «como si viera al Dios invisible» (He 11.27). En este sentido, la santidad es contagiosa. La «absorbemos» cuando conscientemente andamos y conversamos con nuestro Padre. En el temor de Dios El salmista nos dice que temer a Dios es el comienzo de la sabiduría (Pr 9.10). Este pasaje indica que también nos inicia en el camino de la santidad. Pero esta es una dimensión de nuestra fe evangélica que casi

se

ha

perdido.

Concebimos

a

Dios

muy

pequeño,

muy

«domesticado». Reducimos el valor de su existencia solamente para el alivio de nuestras necesidades. Entiendo a los hermanos que oran al «papito Dios», pero veo en las Escrituras que las personas que tuvieron un encuentro cercano con Dios reaccionaron de una manera muy diferente. Juan, por ejemplo, era el discípulo más íntimo de Jesús, es el único que se dice específicamente que Jesús lo amaba (Jn 19.26, 21.20). Sin embargo, cuando vio a Jesús glorificado, cayó a sus pies como muerto (Ap 1.17). Por tener un concepto pobre de Dios, no sabemos qué es «temer» a Dios. La palabra griega traducida «temer» aquí (2 Co 7.1), muchas veces

se

traduce

por

«miedo».

El

temor

casi

llega

al

miedo.

Seguramente, como hijos, no debemos sentir miedo a Dios... la gente de afuera, sí, pero nosotros, no. Juan afirma que el amor echa fuera el miedo (1 Jn 4.18). Pero el temor y el miedo son muy parecidos. El temor es lo que sentimos cuando estamos frente a algo muy grande, sumamente

poderoso...

y

algo

misterioso.

Lo

ilustro

con

tres

parábolas: El temor de Dios es parecido al astronauta que está en camino hacia la luna. Mira hacia atrás, y la tierra se ha reducido a una bola azulada. Los hombres son menos que piojos, y sus glorias ya no son visibles. Mira al espacio, y se da cuenta que ni con 1.000 vidas podría llegar a la estrella más cercana. Está solo en la inmensidad del universo, protegido por una cajita frágil de metal, y se da cuenta cuán pequeño es... O, el temor de Dios es como el oficial entrenado en la desactivación de bombas. Recibe un llamado para investigar un paquete en un edificio. Se pone su chaleco protector y su casco especial. Prepara sus herramientas y se acerca al paquete. Sabe bien su tarea, y lo comienza a abrir, pero lo hace con mucho, pero, mucho cuidado.

O, el temor a Dios es como el ratoncito del jardín zoológico, cuyo mejor amigo es un elefante. Él siempre lleva manís y otros manjares para su amigo gigante, y el elefante no les permite a los gatos aun ni siquiera, acercarse a la zona. El ratoncito sabe que su amigo lo ama, sin embargo, también sabe que con un solo error de su parte, llegaría a ser nada más que una manchita de sangre en el piso. Señalando la actitud que debemos tener frente a Dios, el autor de Hebreos nos exhorta a que «sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.» (He 12.28b, 29) El que teme a Dios está consciente de que está constantemente en la presencia de aquel que sabe todo lo que uno es y lo que uno piensa; en la presencia del Ser que hizo todo el universo con su palabra, del Ser a quien nadie ha visto, ni puede ver (1 Ti 6.16). No podemos jugar «juegos religiosos» con él. Limpiarnos de toda contaminación ¿Quién es el verdadero responsable para lograr nuestra santificación? Pues, en un sentido, soy yo. Es cierto que la obra de santificación es de Dios, pero depende de mí, depende de cuánto estoy dispuesto, realmente, a pagar el precio. La traducción de esta frase en la Versión Popular («mantenernos limpios») despista. Porque no es una actitud pasiva, sino activa. No es meramente mantener lo que ya he logrado, sino ir a la ofensiva, conquistar terreno nuevo. Pero si soy el responsable en el proceso de mi santificación, también soy el problema principal. El obstáculo mayor no es algo que anda por ahí en el mundo, sino lo que está aquí, bien dentro de mí. Bien dijo el Señor que aquí adentro está el egoísmo, la falta de paciencia, los deseos innecesarios. Muchas veces echamos la culpa de nuestros fracasos espirituales a las circunstancias. Los «culpables» son mis padres y la manera en que me

criaron, o mi esposa y su falta de comprensión, o la situación económica que me tiene atado. Pero esas cosas llegan a ser un problema porque yo estoy mal. La gente que me rodea no debe afectar mi estado de ánimo. La situación económica no tiene nada que ver con mi vida real. O también echamos la culpa a nuestro carácter. «Soy así, y no voy a cambiar a esta altura de mi vida...» Pero afirmar que hay una falla de nuestro carácter que Dios no puede cambiar es negar todo lo que Dios dice. Porque, justamente, son esas fallas personales lo que Dios se propone cambiar, «...el que está unido a Cristo es una nueva persona» (2 Co 5.17). Esas fallas personales; enojo, impaciencia, etcétera— son fruto del pecado, y Dios quiere que llevemos fruto del Espíritu. El pasaje dice que debemos limpiarnos de lo que puede manchar tanto el cuerpo como el espíritu. Es decir, la tarea no se limita a ejercicios religiosos y mentales. Tiene que ver también con lo que hacemos con las manos y los pies, qué tocamos, a dónde vamos. Y en nuestra cultura, se refiere al sexo. Pablo en 1 Corintios 6.20 dice que debemos glorificar a Dios con nuestro cuerpo; en este contexto la frase tiene que ver con el abuso del sexo. Es un tema amplio a causa de sus distorsiones culturales, y por su exaltación en los medios de comunicación. Pero Dios quiere que también nos limpiemos en esta área de nuestra vida. Perfeccionando la santidad La palabra «perfeccionar» en este pasaje significa completar, lograr, llevar a su término. Subraya de nuevo el hecho de que la santificación es un proceso. Siempre estamos en camino; siempre tenemos nuevas alturas para escalar en el horizonte. El llamado de Pablo es un llamado a la persistencia, a la disciplina. Es el mismo llamado que escuchamos por todas las Escrituras: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu alma,

Con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» (Mr 12.30) Una buena ilustración es la parábola del Señor acerca de las dos casas (Lc 6.46-49). Siempre la utilizamos en la evangelización, pero también es una certera ilustración de este tema. Porque uno puede forjar una vida que, aparentemente, es un éxito en todo aspecto. Un buen trabajo, una linda familia, hasta una participación activa en la iglesia. Pero frente a las demandas de Dios, todo se derrumba. Es posible tener todo... sin embargo, no tener nada. Porque Dios nos exige que seamos santos, como él es santo. No importa qué hayamos logrado u obtenido en la vida. Si no tenemos la santidad, hemos perdido el partido, ...pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor. LO ESENCIAL ES BUSCAR LA SANTIDAD Lo que pide el tema de retiro ESCUELA DE PASTORAL Vivir de la gracia de Dios, sentir el amor de Dios, convivir con los hermanos, amar a Dios con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra mente, alma y corazón; querer seguirlo, imitarlo, difundirlo; entregarnos totalmente a su Iglesia etc. ¿acaso existe otra forma de vivir?

SANTIDAD EN LA VIDA COTIDIANA Ser santos es «desplegarse en la "invisibilidad" de la vida cotidiana dando con ello gloria a Dios.

Es un pensar, vivir y actuar en las

circunstancias normales de la vida según las luces que nos da la fe de la Iglesia, inapreciable tesoro para el recto peregrinar» [1]. ¿Cuál es la mejor manera de prepararnos para la II Asamblea Plenaria del MVC? ¿No es con nuestra santidad? Sí, porque si nuestra misión

es ir por el mundo entero y proclamar el Evangelio, nunca nos cansaremos de repetir que el mejor apóstol es el santo, la santa. Es necesario interiorizar esta gran verdad y vivirla cada vez más: para irradiar a Cristo, hay que llevarlo muy dentro, al modo que lo hacía San Pablo: «no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» [2]. Sólo así podremos profundizar cada vez más en la comprensión de nuestra misión y disponernos cada día mejor para cumplirla cabalmente, llevando a cabo la obra que el Padre nos encomienda como familia espiritual en la Iglesia y en el mundo de hoy. Meditemos, pues, una y otra vez en lo esencial: ¡Sólo los santos cambiarán el mundo! "Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero!" [3] Y eso es lo que el Señor nos confía: ¡prender fuego al mundo entero!, siendo antorchas vivas [4] que con el fuego de la caridad encienden otros corazones e iluminan todas las realidades humanas con la misma luz de Cristo. LLAMADOS A SER SANTOS EN LO COTIDIANO Hay santos que brillan por la heroicidad de sus virtudes, que han realizado obras extraordinarias, milagros incluso, o más bien hay que decir, hombres y mujeres en cuya pequeñez Dios ha realizado obras poderosas. Son cristianos extraordinarios, es decir, cristianos que se han tomado en serio su vida cristiana, con generosidad, con una coherencia impresionante, que son consecuentes con su fe a grados heroicos. Son personas que brillan con intensidad, dejando a su paso como una estela luminosa, ejerciendo una benéfica influencia en nuestras vidas que nos estimula a seguir su ejemplo.

También hay

santos y santas, y en mucho mayor número, que sin ser menos santos pasan más desapercibidos.

Son de aquellos que en lo escondido de

una vida cotidiana siguen al Señor con amor, esforzándose en ser fieles en lo pequeño, en lo invisible a los ojos humanos pero visible a los de Dios. Son quienes una y otra vez podrán caer por su fragilidad, pero sin desalentarse se levantan nuevamente, vuelven al Señor y con Él a la batalla. Son una multitud de hombres y mujeres desconocidos que día a día, en el encuentro con el Señor, se nutren de su amor, de

ese amor que todo lo renueva, que es fuente de inspiración, de silenciosa entrega, de generosa donación, de servicio desinteresado, de amistad auténtica, de fidelidad a prueba de todo, de pronto perdón, de paz irradiante y gozo rebosante.

Y es que «el amor a

Cristo es el secreto de la santidad» [5]. Los dos grupos se caracterizan por el hecho de que, con la gracia de Dios, labraron su santidad día a día. De esos santos estamos llamados a ser tú y yo: santos en la vida cotidiana... ¡SER SANTO ES POSIBLE! Pero, ¿es posible ser santo, ser santa? ¿Cómo es posible ser perfectos como el mismo Padre celestial es perfecto?[6] ¿Cómo es posible ser santos como Dios es santo[7], si lo que constatamos tantas veces es nuestra propia fragilidad, nuestra debilidad ante la tentación, el volver a caer una y otra vez en "los mismos pecados de siempre" a pesar de nuestros esfuerzos, la dificultad para vencer hábitos que nos hacen proclives al pecado, el hacer el mal que no queríamos y dejar de hacer el bien que nos habíamos propuesto hacer? Ha dicho el Señor y en Él hemos de confiar: lo que para el hombre es imposible, es posible para Dios [8]. Sí, la santidad es ante todo una obra de Dios en nosotros, que, a la vez, ciertamente requiere de nuestra cooperación. Por ello no debemos dar cabida al escepticismo o la desesperanza, ni tampoco hay que pretender ser una persona "excepcional" para poder ser santo.

¡No! Podemos realmente llegar a ser santos, no sólo por

nosotros mismos, sino en la medida que permanezcamos unidos al Señor Jesús como el sarmiento permanece unido a la vid [9]. Y TÚ, ¿QUIERES SER SANTO? Supuestos el don y la gracia de Dios, sin los cuales nada es posible, para alcanzar la santidad lo primero que debe haber en nosotros es un ardiente deseo de ser santos. Sin este deseo, y sin que ese deseo sea vivo, intenso, pujante, ¿cómo puedo llegar a ser santo?

Imposible.

Dios espera nuestra libre cooperación como respuesta al don y a la gracia recibida. Y es que, como es evidente, uno sólo se mueve hacia

la meta señalada cuando existe el deseo de alcanzar esa meta. Sin el deseo, nadie se mueve ni un milímetro. Tan sencillo como eso. Por ello, lo primero que debemos cultivar en nosotros cada día es ese vivo deseo de ser santo, pidiéndoselo al Señor con terca insistencia, cada mañana y renovándolo en los diversos momentos de la jornada. PERO EL DESEO NO ES SUFICIENTE... El deseo nos da el impulso necesario para ponernos en marcha. Pero lo siguiente, y no menos importante, es justamente ponernos en marcha. Primero está el querer la santidad para mí, pero luego hay que dar los pasos necesarios en dirección a la meta anhelada, ¡hay que pasar a la acción decidida! Mientras más intenso y serio es el deseo de ser santo, más decididos y sostenidos serán los pasos que dé. Eso implica tomarse un tiempo para pensar, planificar, establecer dentro del objetivo general de la santidad otros objetivos específicos a corto, mediano y largo plazo, proponiéndose medios concretos y proporcionados para alcanzar esos objetivos y avanzar poco a poco hacia la meta [10].

Un plan de combate espiritual, así como un

horario realista para ordenar las actividades propias y aprovechar de la mejor manera posible el tiempo (horario que debe incluir momentos fijos para la oración diaria), son instrumentos básicos a la hora de cooperar con la gracia que el Señor derrama en nuestros corazones con tanta abundancia. Pero tampoco basta con ponerse en marcha, sino que además hay que perseverar en la marcha. Ello implica esfuerzo sostenido, constancia, tenacidad

y

no

pocos

sacrificios,

implica

también

levantarse

inmediatamente cada vez que se cae para seguir la marcha. De nada sirve arrancar como un caballo de carrera y abandonar a la mitad. Es necesario perseverar en la lucha con paciencia [11]. UN CONSEJO SENCILLO... Un camino cotidiano de santificación en la vida cotidiana está expresado en esta recomendación que hacía San Vicente de Paúl:

«Cuando tengas que actuar, haz esta reflexión: "¿Es esto conforme a la manera de actuar del Hijo de Dios?" Si te parece que sí, entonces di: "¡Bien, hagamos esto así!" Si al contrario te parece que no, di: "¡Lo dejaré estar!" Además, cuando sea el momento de actuar, di al Hijo de Dios: "Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías, cómo instruirías tú a esta gente, cómo ayudarías a este enfermo del espíritu o del cuerpo?"»[12]. Tengamos en cuenta este modo de proceder, para que procurando "revestirnos" día a día de los mismos pensamientos, sentimientos y actitudes de Cristo, podamos «vivir cotidianamente en Cristo y según Él. Ése es el camino a la santidad» [13]. CITAS PARA MEDITAR Guía para la Oración Permaneciendo unidos al Señor: Jn 15,4-5; por la adhesión a sus enseñanzas: Jn 15,9-10; Jn 2,5; por la Eucaristía y la oración: Jn 6,56; Lc 18,1. Amando como Él nos ha amado: Jn 13,34; 15,12; Rom 12,10; 1Jn 3,23; 4,21. Haciendo concreto ese amor en sus diversas manifestaciones: 1Cor 13,4-7; Col 3,13-14. En el fiel cumplimiento de mis diarias responsabilidades: Lc 12,42-43; Lc 17,10. Haciéndolo todo por y para el Señor: Col 3,17.23-24. Haciendo de todos mis actos una liturgia continua: 1Cor 10,31. Siendo fieles en lo poco: Lc 16,10; Mt 25,21. Poniendo mis talentos al servicio de los demás: Lc 12,48. Lanzándonos cada día a la carrera, fijos los ojos en la meta: Flp 3,1314; Heb 12,1-2. Despojándonos de nuestros vicios y revistiéndonos de las virtudes de Cristo: Ef 4,22-24; Col 3,5-10. Manteniéndonos en vigilancia y oración, para no caer en tentación: Mt 26,41. Levantándonos siempre de nuestras caídas: Prov 24,16. Perseverando en las luchas de cada día: Mt 24,13; Mc 13,13.

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO ¿Qué me enseñan los santos y santas que lograron alcanzar su santidad día a día? ¿Realmente creo en la posibilidad de ser santo? ¿Qué esfuerzos concretos estoy haciendo por cooperar con la gracia y alcanzar mi propia santidad? ¿Cómo evalúo mi propio deseo de santidad? ¿Qué puedo hacer para aumentarlo? ¿Qué resoluciones concretas voy a poner para crecer en mis esfuerzos por ser santo?

ALGUNAS FRACES REFERENTES A LA SANTIDAD Basta amar al Santo de los Santos, para llegar a ser santos. Santa Margarita María Alacoque Como el niño está obligado a hacerse hombre, el cristiano está obligado a ser santo. D. José Rivera "Cuando uno se cree premio Nobel de la Santidad, debe recordar sus miserias" SS. Francisco Cuanto más alto queramos el edificio de la vida espiritual más hondos cimientos de humildad debemos cavar. San Agustín El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte, que se llama Tabor. San Pío de Pieltrecina El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz. Madre Maravillas de Jesús

El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado este camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. San Josemaría Escrivá de Balaguer El santo es el verdadero amo de la historia, pues es él quien cambia el corazón de quienes hacen la historia. Marie Agnès Kernel El secreto de la santidad consiste en no cansarnos nunca de estar empezando siempre. P. Rey El verdadero ideal cristiano no es ser feliz, sino ser santo. A.W. Tozer En la vida cristiana son esenciales: la oración, la humildad, el amor a todos. Éste es el camino hacia la santidad. SS. Francisco En lugar de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Santa Teresita de Lisieux «No estás solo en la lucha por tu santificación y perfección. Cristo está a tu lado, su gracia te acompaña, la Eucaristía te robustece, su amor no te olvida» Regnum Christi Jesús me pide que sea santa. Que haga con perfección mi deber. Que el deber es la cruz. Santa Margarita María Alacoque La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios. S.S. Juan Pablo II

La ciencia de los santos es la voluntad de Dios. Kiko Argüeyo La identificación plena con Cristo, que en eso consiste la santidad, se atribuye de modo especial al Espíritu Santo. Mon. Javier Echevarría La marca de un santo no es la perfección, sino la consagración. Un santo no es un hombre sin faltas, es un hombre que se ha dado sin reservas a Dios. W. T. Richardson La mejor manera de hacer Nueva Evangelización es santificarse". Mons. César Franco Martínez La oración es, la misma santidad, pues comprende el ejercicio de todas las virtudes. San Pedro J. Eymard La santidad consiste en estar siempre alegres. San Juan Bosco La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría. Madre Teresa de Calcuta La santidad consiste en la disposición del corazón. Santa Teresa de Lisieux La santidad es el mayor regalo que Dios puede hacernos porque para eso nos creó. Madre Teresa de Calcuta La santidad es muy sencilla, dejarse confiada y amorosamente en brazos de Dios, queriendo y haciendo lo que creemos que Él quiere. Madre Maravillas de Jesús

La santidad no consiste en saber mucho ni en mucho meditar; la santidad es un secreto: el secreto de mucho amar. Santo Tomás de Aquino La santidad no es un privilegio para algunos, sino una obligación para todos, "para usted y para mí". Beata Madre Teresa de Calcuta La santidad no se alcanza sino por la humildad y a mayor humildad mayor santidad. P. Gustavo Pascual, I.V.E. La santidad se encuentra en el camino que nos abre cada uno de nuestros días, en que se ofrecen a nosotros, con atractivo desigual, los deberes de nuestra vida cotidiana. San Francisco de Sales La santificación se forja cuando Dios va quitando al alma todo, y la deja como en un inmenso desierto. M. Maravillas de Jesús Las plegarias de los santos en el cielo y de los justos en la tierra son cual perfume de duración eterna. San Pío de Pieltrecina Los que enseñen a otros la santidad brillarán como estrellas por toda la eternidad. Profeta Daniel Los santos fueron santos, porque quisieron, con inmenso querer, ser fieles. Madre Maravillas de Jesús Los santos han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor y, viceversa: ¡el amor crece a través del Amor! Evangeli.net

Los santos se han valido de sus fracasos, a veces verdaderamente estrepitosos, e incluso públicos y hasta vergonzosos, para seguir adelante. P. Gabriel Eduardo Romanelli, IVE Los santos se rieron de sí mismos y del mundo porque primero aprendieron por experiencia el fracaso personal del pecado y de un montón de otras cosas. P. Gabriel Eduardo Romanelli, IVE Los santos son los que verdaderamente son poderosos, porque tienen al mismo Señor con ellos. M. Maravillas de Jesús Nada estorba a la santidad si somos fieles. Madre Maravillas de Jesús No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Tomás de Kempis «No estás solo en la lucha por tu santificación y perfección. Cristo está a tu lado, su gracia te acompaña, la Eucaristía te robustece, su amor no te olvida» Regnum Christi No nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo (1 Tes 4, 7-8). Nunca es demasiado tarde para empezar a hacerse santos. Padre Raniero Cantalamessa, ofm cap Para ser santos necesitamos humildad y oración. Madre Teresa de Calcuta Para una persona que ama, la sumisión a Dios es más que un deber; es el secreto de la santidad. Madre Teresa de Calcuta

“Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3) “Preguntar si quieres recibir el bautismo, es lo mismo que preguntar si quieres ser santo”. SS. Juan Pablo II «¡Qué fácil es ser santo! Basta abrir la puerta del corazón y dejar entrar en él a Cristo» Regnum Christi Si de veras le servimos y le amamos, eso es la santidad. Madre Maravillas de Jesús Solo hay una desgracia: no ser santo. Léon Bloy Toda santidad cristiana, es la respuesta a una llamada y la obediencia a una inspiración divina, discernida y reconocida como tal. Padre Raniero Cantalamessa, ofm cap Todas las grandes empresas de santidad de la Biblia y de la historia de la Iglesia reposan sobre un “sí” dicho a Dios en el momento en que Él revela personalmente a alguien su voluntad. Juan Pablo II Todo cristiano debe ser un verdadero cristiano, un perfecto cristiano. ¿Y cómo se llama la vida perfecta de un cristiano? Se llama “santidad”. Por ello, todo cristiano debe ser santo. Pablo VI Un gran deseo de ser santo, es el primer peldaño para llegar a serlo; y al deseo se ha de unir una firme resolución. San Alfonso María de Ligorio Un santo es un pecador que tiene el corazón quebrantado por el arrepentimiento.

Autor desconocido Un santo triste es un triste santo. San Francisco de Sales

INFORMACIÓN GENERAL El significado básico de la santidad es "separación". Se refiere a algo separado de lo común y dedicado al uso sagrado. La santidad tiene su origen en Dios y se comunica a las cosas, lugares, tiempos y personas dedicadas a su servicio. Dios exige que su pueblo sea santo, hasta es decir, separados él (Números 15:40,41; Deuteronomio 7:6.). Jesús es el Santo de Dios (Marcos 1:24; Lucas 4:34; Juan 6:69). SANTIDAD Avanzadas de la información Santidad, en el sentido más elevado es de Dios (Isaías 6:3; Apocalipsis 15:4), y para los cristianos como consagrada al servicio de Dios, y en la medida en que se conforman en todas las cosas a la voluntad de Dios (Rom . 6:19, 22; Ef 1:4;. Tito 1:08; 1 Pedro 1:15).. La santidad personal es una obra de desarrollo progresivo. Se realiza en virtud de muchos obstáculos, por lo tanto, las admoniciones frecuentes a la vigilancia, la oración y la perseverancia (1 Corintios 1:30;. 2 Corintios 7:1;. Efesios 4:23, 24.). (Véase la santificación.) (Diccionario Ilustrado) Santidad Avanzadas de la información

La santidad es la religiosa por excelencia plazo. Una estrecha relación se encuentra en todas partes entre la religión y lo sagrado. En el corazón de la religión es lo numinoso, la muy misteriosa (el mysterium tremendum, Otto), la amenaza sobrenatural. Todas están contenidas en la idea de "el Santo". Santidad, en una gran variedad de expresiones, es el núcleo más íntimo de la fe y la práctica religiosa. En el Antiguo Testamento En la santidad del Antiguo Testamento se habla de todo en relación con Dios, por ejemplo, "el Señor es santo!" (Salmo 99:9). La santidad se refiere a su naturaleza esencial, no es tanto un atributo de Dios, ya que es el fundamento mismo de su ser. "Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos" (Isaías 6:3). Tres veces santo, intensamente santo es el Señor. Santidad, en consecuencia, es la base para todo lo demás declaró acerca de Dios. El primer uso de la palabra "santo" en el Antiguo Testamento (Éxodo 03:05) apunta a la santidad divina. "No te acerques" - Dios habla a Moisés desde la zarza ardiente, "sacar las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa." El santo es sagrado inviolable de Dios. Es sólo después de este encuentro con el santo de Dios que Moisés se le da el nombre de Dios como el Señor (Jehová), el que tendrá la amabilidad de liberar a Israel de Egipto. El Redentor es el primero de todos los santos de Dios. En el Monte Sinaí, después de esta liberación y preparatorio a la promulgación de la ley, la santidad de Dios es más claramente se muestra sucesivamente: el Señor "había descendido sobre él en el fuego ... y toda la montaña tembló violentamente" (Éxodo 19:18 ). Los israelitas no se les permite llegar a la montaña "para que no irrumpirá sobre ellos" (Éxodo 19:24). Así memorable es todo Israel, al igual que Moisés antes, frente a la santidad divina elemental. Santidad revela también la majestad y la maravilla de Dios. Él es majestuoso en santidad (Éxodo 15:11), y el ser mismo de Dios es tal como para provocar temor y miedo. Jacob en Betel, en un sueño contemplar el Señor exaltado, despierta a gritar, "¡Qué temible es este lugar! Este no es otro que la casa de Dios, y esta es la puerta de los cielos" (Génesis 28:17). La principal respuesta a

la santidad de Dios es majestuosa maravilla, asombro, incluso el terror. Así lo hace el salmista proclama: "Adorarás al Señor en orden sagrado; tiemblan delante de él, toda la tierra" (Salmo 96:9). Su majestuosa presencia exige la respuesta de la adoración y reverencia. También hace de temor y temblor. Santidad a continuación, denota la separación, o de la alteridad, de Dios de toda su creación. La palabra hebrea para qados santo, en su significado fundamental contiene la nota de lo que está separado o aparte. Dios es totalmente distinto del mundo y del hombre: "Yo soy Dios y no hombre, santo en medio de vosotros" (Oseas 11:9). Esta separación, o de la alteridad, es ante todo la de su muy "Divinidad", su deidad esencial. Dios no es de ninguna manera (como en muchas religiones) que se identifica con ninguna otra cosa en toda la creación. En segundo lugar, significa distanciamiento total de Dios de todo lo que es común y lo profano, de todo lo sucio o mal. Por lo tanto, la santidad en relación con Dios se refiere climáticamente a su perfección moral. Su santidad se manifiesta en la rectitud y la pureza total. El santo de Dios mostrará su santidad en justicia (Isaías 5:16). Sus ojos son demasiado puros para aprobar el mal (Habacuc 1:13). Esta moral o ética, la dimensión de la santidad de Dios se hace cada vez más importante en el testimonio del Antiguo Testamento. Todo lo relacionado con Dios es santo. El segundo uso de la palabra "santo" en el Antiguo Testamento se encuentra en la expresión "una asamblea santa" (Éxodo 12:16), una asamblea convocada por Dios para celebrar su "pasar por encima" (Éxodo 12:13) de Israel. El día de reposo instituido por el Señor es "un día de reposo santo" (Éxodo 16:23), el cielo arriba es el "cielo santo" de Dios (Sal. 20:6), Dios se sienta en su "santo trono" (Salmo 47: 8); Sión es "monte santo" de Dios (Sal. 2:6). el nombre de Dios es especialmente sagrada, y nunca para ser tomado en vano (Éxodo 20:7; Deuteronomio 5:11.). En consecuencia, la gente del pacto de Dios, escogido por él, son un pueblo santo: "Tú eres un pueblo santo a Jehová tu Dios, el Señor tu Dios te ha elegido ... de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra "(Deut. 7:6).

Israel es un pueblo separado, hasta separarse del Señor, y por lo tanto no es santo en primer lugar porque de cualquier virtud, sino simplemente debido a su configuración distanciamiento. Sin embargo, Israel también se le llama a la santidad, por lo tanto a ser un pueblo consagrado: "Yo soy el Señor tu Dios Conságrense por lo tanto, y ser santos, porque yo soy santo." (Lev. 11:44). Por lo tanto, la santidad palabra en relación con el pueblo de Dios contiene el sentido negativo de la separación y el positivo de la consagración. En conjunto, la marca de la santidad es la máxima expresión de la relación de pacto entre un santo de Dios y su pueblo. Lo que está relacionada con el culto religioso (culto, sacrificio, etc) también es santo. Hay, por ejemplo, días de fiesta (además del sábado santo), sacerdotes santos, el aceite de la unción santa, santo primeros frutos, utensilios sagrados. limpieza y la pureza ceremonial se requiere de todo, los sacerdotes, los vehículos de culto, la propia congregación, que participa en la actividad cultual. Por otra parte, la llamada a la santidad (como en Lev. 11:44) se puede poner totalmente en términos de no comer alimentos impuros. Así, en el Antiguo Testamento hay un marcado énfasis en la santidad ritual. Hay, sin embargo, también un carácter cada vez más fuerte sobre la santidad en la esfera moral, o ética. Una característica central del día de la expiación es que de las entradas de limpieza: "Usted debe estar limpio de todos vuestros pecados delante de Jehová" (Levítico 16:30). También hay muchas expresiones en otros lugares en el Antiguo Testamento en relación con la necesidad de la santidad interior. Por ejemplo, en respuesta a la pregunta: "¿Quién puede estar en su lugar santo?" la respuesta se da: "El que tiene las manos limpias y puro de corazón" (Sal. 24:3-4). En el Antiguo Testamento, así como la santidad de Dios es cada vez más entiende que tienen un contenido moral, lo mismo ocurre con la santidad en relación con el pueblo de Dios. En el NT El Nuevo Testamento da testimonio aún más a muchas de las cuestiones mencionadas con respecto a la santidad. En lo que se refiere a Dios mismo, por

todo lo que se dice acerca de su gracia y amor, no hay menos énfasis en su santidad. El Dios del amor es el Santo Padre (Juan 14:11), Jesucristo es el Santo de Dios (Marcos 1:24, Juan 6:69), y el espíritu de Dios es el Espíritu Santo. De hecho, el Antiguo Testamento declaración "Nuestro Dios es santo," está dispuesto aún más marcadamente con el Dios trino plenamente revelada en el Nuevo Testamento. Del mismo modo, como se ha señalado anteriormente los aspectos de la santidad divina, como lo sagrado, la majestad, pavor, separación, y la perfección moral se encuentra en el registro de NT. Además, las personas de Dios son llamados a la santidad: "Sed santos, porque yo soy santo" (I Pedro 1:16.). Es la dimensión ética de la santidad que el NT destaca. La santidad se mueve más allá de cualquier idea de una nación hacia el exterior santa en virtud de la elección divina, y la demostración de la santidad como a través de rituales y ceremonias, a un pueblo que se hacen internamente santo. Básica para esto es el testimonio de Jesús mismo, el Santo de Dios, que también como el Hijo del hombre vivió una vida de completa santidad, la rectitud y la pureza. Él "no cometió pecado, ni hubo engaño en su boca" (I Pedro 2:22.). Como resultado de su obra de redención, los creyentes en él se declaran justos, sino también entrar en la verdadera justicia y santidad: "Hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo" (Hebreos 10:10). Santidad (hagiosyne) en el Nuevo Testamento, por tanto, pertenece a todos los creyentes. Un término común para todos los creyentes se los santos (hagioi), generalmente traducida como "santos". "Santos", por lo tanto, no se refiere a las personas prominentes en la santidad, sino a los creyentes en general: todos los verdaderos creyentes son santos por medio de Cristo. Este es el significado central de dicha declaración como "en Cristo Jesús" es "nuestra justicia, santificación y redención" (I Cor. 1:30). Santidad, en el Nuevo Testamento, es una realidad para todos los internos que pertenecen a Cristo. Además, la santidad en el sentido de la transformación total de la persona ya está previsto. Así, por ejemplo, Pablo escribe: "Que el mismo Dios de paz os santifique por [es decir, te hacen santa] por completo ... espíritu, alma y cuerpo" (I Tes 5:23).. Puesto que Dios es totalmente santo, su preocupación es

que su pueblo también ser totalmente santo. Por lo tanto, la santidad no es sólo una realidad interna para el creyente, sino también lo que ha de ser perfeccionada: (. II Corintios 7:1) "Vamos a limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" . Los creyentes, como los santos de Dios, son "una raza elegida, un sacerdocio real, nación santa" (I Ped. 2:9). La nación santa ya no es Israel, sino la iglesia, ni es la santidad por más tiempo que para que un pueblo se distinguen y consagrada, sino la que se ha convertido en una realidad interior y en el que se transforma gradualmente. El objetivo final: "que él [Cristo] podría presentársela a sí mismo de la iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha" (Efesios 5:27). En Historia de la Iglesia En la historia de la Iglesia, la santidad ha sido visto desde muchas perspectivas. En la Iglesia Católica Romana y la Ortodoxa Oriental tradiciones varias cabe señalar: (1) ascética. La búsqueda de la santidad, por huir del mundo (abandonando la ocupación secular, el matrimonio, los bienes terrenales), por lo tanto, limitada a unos pocos, la santidad que debe alcanzar vigilias de oración, el ayuno, selfmortification; los santos, o religioso, siendo los que lo han ganado un mayor nivel de santidad. (2) Místico. La santidad no ser alcanzado tanto por huir del mundo como por el aumento por encima de ella, una escalera de la santidad con varias etapas, tales como purificación, la iluminación, la contemplación hasta que haya recogimiento en Dios. La barrera a la santidad no es el pecado humano tanto como la finitud humana, la esclavitud a la criatura y temporal. (3) sacramental. Santidad imparte a través de la gracia sobrenatural de los sacramentos, por lo sacramental (a diferencia de ascética y mística) la santidad es accesible a todos. Por otra parte, esta infusión objetivo de la santidad, aunque de menor grado que la alcanzable por ascético o místico, se da objetivamente, sin la lucha de todos los involucrados. El Protestantismo clásico (siglo XVI) fue en gran medida un movimiento lejos de puntos de vista ascética, mística y sacramental de la santidad en una perspectiva más bíblica. Pronto, sin embargo, una serie de matices divergentes

fueron a surgir: (1) disciplina. Un énfasis en la disciplina eclesiástica y la obediencia a los mandamientos de Dios como el camino de una vida santa, el cultivo de una grave, a menudo austera, la vida vista como la marca de un hombre temeroso de Dios y santa verdad (por ejemplo, los presbiterianos escoceses, puritanos Inglés). (2) Experimental. Una reacción de diversas maneras contra la ortodoxia rígida, formalismo, y lo externo de la fe, la institución, el ritual, la religión (en algunos casos, incluso las Escrituras), entrar en el espiritual, el santo visto como la vida interior que se cultiva y se practica (, diversas anabaptistas, los cuáqueros, pietistas Luterana). (3) perfeccionista. Total de la santidad, "toda santificación", no es posible a través de las obras sino por fe, además de la santidad que figuran en la fe inicial y de crecimiento en la santidad es la llamada de Dios a la santidad a través de la completa erradicación del pecado y el don del amor perfecto ( Wesley, más tarde los movimientos de santidad). De la revisión anterior escrito de ciertas perspectivas (católicos, ortodoxos, protestantes)

sobre

la

santidad,

la

necesidad

de

una

comprensión

verdaderamente bíblica y reformado es evidente. comprensión renovada podrían ser una de las empresas teológicos más importantes de nuestro tiempo. JR Williams (Diccionario Elwell Evangélica) Bibliografía AQUÍ, VI, 743-50; O Jones, El concepto de santidad; Koeberle A., La búsqueda de la santidad; Murray A., Santo Cristo, S. Neill, la santidad cristiana; R. Otto, La Idea de la Santa; JC Ryle, Santidad, S. Taylor, una vida santa. Santidad Información Católica (Hal, perfecta, o la totalidad AS). Sanctitas en la Vulgata del Nuevo Testamento es la traducción de dos palabras distintas, hagiosyne (1 Tes, iii, 13.) Y hosiotes

(Lucas

1:75,

Efesios

4:24).

Estas

dos

palabras

griegas

expresan,

respectivamente, las dos ideas que connota "santidad", a saber:. Que de la separación como se ve en hagios de Hagos, que denota "cualquier asunto de reverencia religiosa" (el sacer América), y, el de la sanción (sancitus) lo que es hosios ha recibido el sello de Dios. una gran confusión es causada por la versión de Reims que hace hagiasmos por "la santidad" en Hebreos 12:14, pero más bien en otra parte por "santificación", mientras que hagiosyne, que es sólo una vez prestados correctamente "santidad", es dos veces traducida como "santificación". Santo Tomás (II-II: 81:8) insiste en los dos aspectos de la santidad se mencionó anteriormente, es decir, la separación y la firmeza, a pesar de que llega a estos significados a fuerza de las etimologías de Orígenes y San Isidoro.. La santidad, dice el Doctor Angélico, es el término utilizado para todos los que se dedica al servicio Divino, ya sean personas o cosas. Estas deben ser puros o separado del mundo, porque la mente tiene que ser retirada de la contemplación de las cosas inferiores si se va a establecer a la Verdad Suprema - y esto, también, con firmeza o estabilidad, ya que es una pregunta de apego a lo que es nuestro fin último y el principio de primaria, es decir, Dios mismo -. "Estoy seguro de que ni la muerte, ni vida, ni ángeles ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de... Dios "(Romanos 8:38-39). Por lo tanto, Santo Tomás define la santidad como la virtud por la que la mente de un hombre de sí mismo y se aplica a todos los actos a su alcance para Dios, que se encuentra entre las virtudes morales infusas, y lo identifica con la virtud de la religión, pero con la diferencia de que, mientras que la religión es la virtud de la cual ofrecemos el servicio de Dios por las cosas que pertenecen al servicio Divino, la santidad es la virtud por la que hacemos todos nuestros actos subordinado a Dios. Así, la santidad o la santidad es el resultado de la santificación, que actúan Divino por el cual Dios libremente nos justifica, y por el cual Él nos ha reclamado por los suyos, por nuestra santidad resultante, en el acto, así como en el hábito, que le reclaman como nuestra partir y como el fin hacia el que tienden todos los días sin pestañear. Así, en la santidad de orden moral es la afirmación de los derechos primordiales de Dios, su manifestación concreta es la observancia de los mandamientos, por lo tanto, St. Paul: "Seguid la paz con todos los hombres,

y [sanctimoniam, hagiasmon] santidad, sin la cual nadie verán a Dios "(Hebreos 12:14). La palabra griega que ne señalar, por lo general se traduce como "santificación", pero cabe destacar que es la palabra escogida por los traductores griegos del Antiguo Testamento para que el hebreo (traducido como Ayin-zayin), que significa propiamente la fuerza o la estabilidad, un significado que, como hemos visto se encuentra en la santidad de la palabra. Así, para guardar los mandamientos fielmente implica una separación muy real, aunque oculto de este mundo, ya que también exige una gran fuerza de carácter o la estabilidad en el servicio de Dios. Es manifiesto, sin embargo, que hay grados en esta separación del mundo y en esta estabilidad en el servicio de Dios. Todos los que quieren servir a Dios en verdad debe cumplir con los principios de la teología moral, y sólo así pueden los hombres salvar sus almas. Pero otros añoran algo más elevado, que piden un mayor grado de separación de las cosas terrenales y una aplicación más intensa de las cosas de Dios. En las propias palabras de Santo Tomás: "Todos los que adoran a Dios se puede llamar" religiosa ", sino que están especialmente llamados que dedican su vida entera al culto divino, y retirar a sí mismos de las preocupaciones mundanas, como los que no se denominan« contemplativos 'que se limitan a contemplar, pero aquellos que dedican toda su vida a la contemplación ". El santo añade: "Y esos hombres se someten a los demás hombres, no por causa del hombre, sino por el amor de Dios", palabras que nos dan la clave de la vida religiosa estrictamente llamada (II-II: 81:7, ad 5um). Publicación de información escrita por Hugh T. Papa. Transcrito por Robert B. Olson. Ofrecido a Dios Todopoderoso por sus gracias y bendiciones concedidas al Padre. Jeffrey A. Ingham La Enciclopedia Católica, Volumen VII. Publicado 1910. Nueva York: La empresa Robert Appleton. Nihil obstat, 1 de junio de 1910. Lafort Remy, STD, Censor. Imprimatur. + Cardenal John Farley, arzobispo de Nueva York Bibliografía

Newman,

Sermones,

vol.

I:

La

santidad

necesaria

para

la

futura

bienaventuranza; Fuller, La Santa Sede y el Estado profano; Mallock, el metodismo ateo y la belleza de la santidad, V Ensayo en el ateísmo y el valor de la vida (Londres, 1884); Faber, el crecimiento en la santidad (Londres, 1854).