La Liturgia de La Palabra

LA LITURGIA DE LA PALABRA “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo

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LA LITURGIA DE LA PALABRA “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo... En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de su Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: La palabra de Dios es viva y enérgica. (Heb 4, 12) (DV 21). “Cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Él (Cristo) quien habla” . “En la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio”. (SC 7 y 33). La liturgia de la palabra es una de las dos partes fundamentales de la Misa. Y su sentido lo podríamos sintetizar así: · Nos introduce en un clima de fe intenso. · Nos muestra la acción de Dios a lo largo de toda la historia salvadora. · Con su iluminación y llamada nos mueve a la entrega personal. El origen es sinanogal, al que estaban acostumbrados los primeros conversos. El número de lecturas varió a lo largo de los siglos, aunque siempre se realizaron al menos dos. Lo más corriente han sido tres: Antiguo Testamento, Cartas Apostólicas y Evangelio. Recordamos la estructura del Leccionario dominical para tiempo ordinario. La primera lectura está sacada del A.T. Se ha escogido en función del evangelio. Ilustra lo que la tradición llamaba sinfonía eclesial de los dos coros del Antiguo y del Nuevo Testamento. El salmo responsorial es la respuesta de la comunidad a esta lectura. La segunda lectura presenta las cartas del Nuevo Testamento. Es continua, repartida en un ciclo de tres años. El evangelio, es semi-contínuo, se lee igualmente a lo largo de un ciclo trienal, que llamamos ciclos “A”, “B” y “C”. Veamos ahora cómo funciona este esquema, por ejemplo el domingo XXXI del ciclo “B”: Primera lectura (no continua) Dt 6,2-6: “Amarás al Señor, tu Dios...” Salmo responsorial: Sal 17: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza”. Segunda lectura (semicontinuada) : Heb 7, 23-28. Tercera lectura (semicontinuada) : Mc 12, 28-34: “Amarás al Señor, tú Dios”.

“Las dos partes de que consta la Misa, a saber: la liturgia de la palabra y la eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto. Por eso el sagrado Sínodo exhorta vehementemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la Misa, sobre todo los domingos y festivos” (SC 56). Efectivamente hemos de tomar conciencia todos los fieles de la necesidad de acudir a la Misa dominical con el deseo de vivirla con detenimiento y con dolor interior si nos retrasamos al acudir a ella. Debemos caer en la cuenta de la necesidad imperante que nuestras almas necesitan de escuchar la Palabra de Dios. Dios, a través de las lecturas bíblicas que se proclaman en la liturgia eucarística, continúa hablando a su pueblo. El Señor entra en dialogo con el hombre actual y se hace presente en la asamblea hablándonos como lo hizo en la historia. Nos exhorta, nos corrige, nos anima, nos sana, nos libera...etc. Sólo necesitamos reconocerle ahí, en la proclamación de su Palabra. Yo os animo a escuchar con atención las tres lecturas y a preguntarle al Señor qué es lo que os quiere decir y qué implicaciones, exigencias y compromisos os pide para vuestra vida. Escuchando la primera lectura, casi siempre del Antiguo Testamento; recordamos las maravillas que Dios ha hecho a lo largo de la historia del pueblo de Israel: La elección de dicho pueblo, las correcciones que hubo de hacer ante su infidelidad y como Él siempre permaneció fiel; los prodigios y maravillas que realizo innumerables veces para liberarlo de sus enemigos y esclavitudes; cómo los fue conduciendo hacia la Tierra Prometida y la promesa de un Mesías. Nosotros podemos ahora descubrir que la historia del Pueblo de Israel es nuestra propia historia: que necesitamos de la elección de Dios para encontrarle un sentido a la existencia. Tener el coraje de ser sincero con nosotros mismo y descubrir la mano de Dios protegiéndonos y salvándonos en momentos difíciles, consolándonos y animándonos en la dificultad y agradeciéndonos la colaboración con él. Dios continúa hablándonos si le queremos escuchar. El salmo responsorial es nuestra aclamación jubilosa a la palabra escuchada. Debería ser cantado ya que es poesía y música en su origen. De no poder ser así tendríamos que ser conscientes de lo que respondemos y unirnos a los versículos que se proclamen asintiendo a lo que el lector o salmista expresa en nombre del pueblo. La segunda lectura nos introduce ya en el Nuevo Testamento a través de los Hechos de los Apóstoles, las cartas apostólicas y el Apocalipsis. Son reflexiones hechas ya a la luz del paso de Jesucristo: su vida, muerte y resurrección. Suelen exhortar a la perseverancia en el

seguimiento de Cristo y son auténticos textos catequéticos base fundamental para cualquier comunidad cristiana: son ejemplos a seguir. Una aclamación menor que el salmo responsorial, pero de mayor importancia es el aleluya y su verso. Debería ser cantada ya que es una invitación a la alabanza. Su función primordial es acompañar la procesión del evangeliario. Nuestro corazón se llena de gozo ante la Palabra de Vida que va a ser proclamada: Cristo se hace presente en el Evangelio y hoy igual que ayer nos habla a nosotros sus discípulos. La proclamación del evangelio es considerada como la cima de la celebración de la Palabra. Es una celebración de Cristo. Es a Él a quien se aclama, y no al libro: “Gloria a ti, Señor Jesús”. Desde el Siglo VIII el clero veneraba el evangeliario besándolo, hoy el sacerdote también lo besa al terminar la recitación del texto. Cristo, personalmente, nos habla en el evangelio. La comunidad cristiana absorta escucha, medita y agradece el misterio. Dios, una vez más, está aquí. No terminaríamos nunca de profundizar en la liturgia de la palabra. Ojala, esta breve reflexión te ayude a profundizar más en tu intimidad con el Señor a través de su palabra proclamada en cada eucaristía. Dios desea intimar contigo. Déjale.