La Historia de Nelly Rivas

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La historia de Nelly Rivas, la "niña amante" de Juan Domingo Perón www.infobae.com | Nelly Rivas y Juan Domingo Perón Por Nicolás Gilardi 20 al 28 de agosto de 2017 [email protected] "Quedé muda. Sentí que un escalofrío me corría por todo el cuerpo. Empecé a temblar como una hoja (…) Yo había quedado estupefacta ante su sencillez y cordialidad. Tampoco había esperado que fuera tan buen mozo". Así describió Nélida Haydeé Rivas, "Nelly", su primer cara a cara con Juan Domingo Perón. Ella tenía 14 años, él 58. Poco después de ese primer encuentro, ocurrido en agosto de 1953, la joven pasaría a vivir en el Palacio Unzué, que era usado por Perón como residencia presidencial. La relación entre ambos fue furiosamente criticada por los antiperonistas y usada por la "Revolución Libertadora" para mostrar la "decadencia moral" del presidente depuesto en septiembre de 1955. Una publicación histórica dirigida por Felix Luna dijo lo siguiente sobre el tema: "Aun dejando de lado las exageraciones e invenciones que prosperaron en ese momento, evidencia una relajación en los valores morales de Perón, y su intimidad con Rivas ratifica ese proceso hasta un grado penoso. Demuestran la decadencia de una personalidad política". Son palabras duras. Por su parte, los peronistas optaron generalmente por el silencio sobre el tema, o expresaron una aprobación con reservas. Más allá de las opiniones ajenas, tras la caída de Perón, Nelly y su familia padecieron persecuciones por parte de la dictadura militar encabezada por Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas. Además del escarnio público, la reclusión en un asilo para prostitutas y la persecución judicial, la joven sufrió el fin de su relación con Perón, con quien recién pudo reencontrarse fugazmente en 1973. Esta es su historia. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Nelly nació el 21 de abril de 1939 en el hospital Rawson y fue la única hija de José María Rivas y María Sebastiana Viva, un matrimonio de condición humilde, que adhirió al peronismo desde sus inicios, atraído por la política social del incipiente movimiento. Nelly recordó en sus memorias que sus padres eran "demasiado pobres para comprarme juguetes" y que la primera vez que tuvieron "un pan dulce para

Navidad" fue cuando Perón "decretó que se pagara a los trabajadores un aguinaldo" para esas fechas festivas, en 1946.

Nelly Rivas, a los cinco años, junto a su madre Rivas era obrero en la fábrica de golosinas Noel y su esposa trabajaba como portera en un edificio de departamentos. La hija "fue una buena alumna" y tenía "las mejores notas", cuenta Juan Ovidio Zavala, abogado de la familia cuando esta tuvo que enfrentar años más tarde a la justicia, en su libro Amor y Violencia, la verdadera historia de Perón y Nelly Rivas (Planeta, 2014). En 1951, cuando Nelly estaba por terminar la primaria, su padre se enfermó y eso complicó aún más la débil economía familiar. "Muy pronto nos encontramos sumidos en deudas: cuentas de hospital y de médicos, además de los carísimos medicamentos importados", narró Nelly en sus memorias, que hoy comenzó a publicar Infobae. La UES, vía de encuentro entre Nelly y Perón Corría el año 1953 y el gobierno peronista no atravesaba su mejor momento. La economía vivía un momento de turbulencias y los frentes de conflicto crecían día a día. Además, Perón estaba afligido por la muerte Evita, ocurrida el 26 de julio del año anterior. El presidente "había caído en una profunda depresión", sostiene la investigadora Araceli Bellota, en su obra Las mujeres de Perón (Planeta, 2005). En ese contexto, al ministro de Educación, Armando Méndez San Martín "se le ocurrió inventar la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)", una agrupación juvenil, cultural y deportiva , con dos ramas, una masculina y otra femenina, que comenzó a funcionar en la quinta presidencial de Olivos. Juan Domingo Perón, rodeado de jóvenes de la UES El funcionario a cargo de la cartera educativa "tenía la esperanza de que el general se entusiasmara con la idea y de que los jóvenes le contagiaran un poco de alegría". Así fue que Olivos se convirtió "en un enorme

club femenino". Méndez San Martín acertó con su plan de cambiar el ánimo de Perón, ya que la "UES renovó el entusiasmo del presidente", explica Bellota. Pero todo terminó en escándalo: una de las chicas de la UES era Nelly Rivas. El primer cara a cara En agosto de 1953, una amiga de Nelly, Teresa, la convenció de concurrir a Olivos con la UES, con la excusa de que podría ver películas gratis. A Nelly le gustaba mucho ir al cine. Incluso iba sola, a ver el continuado de dos o tres filmes. Finalmente, las dos amigas concurrieron a Olivos, donde se produjo el primer cara a cara con Perón. Así lo contó la propia Nelly: Estaba encendiendo un cigarrillo de espaldas a nosotras. Luego se dió vuelta y sus ojos se posaron en mí. Me sonrió: "Veo que tenemos una chica nueva hoy. ¿Qué tal, ñatita; le gusta la U.E.S.?". Quedé muda. Sentí que un escalofrío me corría por todo el cuerpo. Empecé a temblar como una hoja. Seguí temblando, aún después que él se había ido. ¡Había visto al famoso presidente Perón y él me había hablado! Apenas podía caminar. -¿Qué te pasa?, me preguntó Teresa extrañada. Venís aquí por primera vez, el general te habla y no eres capaz de contestarle. Yo había quedado estupefacta ante la sencillez y cordialidad de Perón. Tampoco había esperado que fuera tan buen mozo. Ese primer encuentro impactó fuertemente en Nelly. En su libro, Zavala recogió el testimonio de la joven, que por entonces tenía 14 años, sobre estas primeras sensaciones: "Perón, en nuestra casa de trabajadores, era un dios (…) Sería una gran falsedad no reconocer que cada una de nosotras quería ser una segunda Evita". Nelly Rivas, a los 15 años Con el correr de los días, creció el entusiasmo de Nelly, que procuraba concurrir asiduamente a las actividades de la UES y poder estar cerca de Perón. Así fue que comenzó a mantener diálogos frecuentes con el mandatario e incluso le pidió que le enseñe a andar en motoneta. Estos vehículos podían verse en cantidad en la residencia de Olivos, ya que formaban parte de las actividades habituales de las jóvenes de la UES. Pero las intenciones de Nelly fueron percibidas por Méndez San Martín, que intentó impedirle el ingreso a la residencia, aunque sin éxito, ya que la propia chica recurrió a Perón para solucionar el asunto. Todo siguió avanzando y Nelly, con otra veintena de chicas celebraron la Navidad con Perón. En su libro, Bellota cuenta cómo se desarrolló la velada: "A la hora de sentarse a la mesa, todas querían estar cerca de Perón, pero él eligió a Nelly para que se ubicara a su derecha". Los festejos se repitieron en año nuevo, en la casa que Perón tenía en San Vicente. Allí estuvo Nelly, junto con otras cuatro chicas. Fue la primera vez que Nelly durmió fuera de su casa. Su padre en principio se opuso, pero Nelly logró convencerlo. Los caniches de Perón, la excusa para entrar en el Palacio Unzué Como Perón no había ido a Olivos en los primeros días del año 1954, Nelly decidió ir en persona al Palacio Unzué, la residencia presidencial de Recoleta utilizada por Perón en sus dos primeros mandatos. La joven insistió tanto en verlo, que los empleados finalmente llamaron al Presidente, que no pudo ocultar su sorpresa por la presencia de Nelly. A partir de ese día, la jovencita, que tenía todo el día libre porque estaba en el receso escolar de verano, comenzó a concurrir asiduamente a la residencia, donde almorzaba y cenaba con Perón, veía películas en el

cine privado, cuidaba a los caniche "Monito" y "Tinolita" y luego, a la noche, era llevada a su casa por un chofer de presidencia. Nelly con los caniches “Monito” y “Tinolita” Nelly se encariñó tanto con "Monito", el caniche blanco, que algunos días se lo empezó a llevar a su casa. Pero el personal doméstico se quejó de que el otro perrito, "Tinolita", la caniche gris oscura, lloraba por las noches. Esa fue la excusa perfecta que eligió Nelly para pedirle a sus padres que la dejaran mudarse a la residencia. "Con este argumento vencí la resistencia de mi padre y obtuve su permiso para establecerme en el Palacio del Presidente", explicó sobre esto la propia Nelly. Así, pasó a ocupar el dormitorio que había pertenecido a Evita. El vínculo entre Nelly y Perón era solo conocido puertas adentro, hasta que se mostraron juntos en Mar del Plata, en marzo de 1954, durante la inauguración del Festival Cinematográfico Internacional, un evento impulsado por Raúl Alejandro Apold, el subsecretario de Prensa y Difusión. Aparentemente, Perón en principio no estaba convencido de concurrir al evento, por lo que Apold le pidió a Nelly que lo ayude a lograr que el general cambie de opinión. "Papaito, la nena quiere ir a Mar del Plata", le pidió Nelly a Perón, según ella misma contó. Al principio, el presidente estuvo reticente, pero ante la insistencia cedió. Una vez confirmado el viaje a la ciudad balnearia, Perón le abrió a Nelly el vestuario de Evita. "Me condujo hasta el fabuloso cuarto que encerraba los vestidos de fiesta de Eva Perón. Muchos de ellos, modelos de los más famosos modistos de París. Elegí tres trajes de Dior y uno de Marcel Rochas. No habían sido jamás usados. Para acompañar estos trajes, el General me dio una estola de visón azul y una capa de visón natural", rememoró Nelly en sus memorias. Nelly le pidió a Perón que le enseñe a andar en motoneta La relación sentimental En sus memorias, Nelly afirmó que en principio el vínculo con Perón era como "el de un padre como una hija", pero que finalmente las cosas fueron más allá. Lo explicó de esta manera: "Durante los primeros días de mi permanencia en la residencia, las relaciones entre Perón y yo se mantuvieron en el plano de padre e hija. De pronto, sin darnos siquiera cuenta como, la atracción mutua que se había venido apoderando de nosotros, nos venció. Todo sucedió a la vez, repentina e inesperadamente". Por su parte, Zavala, que en su libro reconstruyó lo que Nelly le fue contando durante varios años, aseguró que "ella precipita los sucesos porque es la que finalmente toma la decisión". Y agregó: "Procedió como cualquier mujer de esa edad que resulta cautivada por un hombre". Pero, ¿qué dijo Perón? No fueron muchas las ocasiones en que aceptó referirse al tema. Una de las pocas veces que lo hizo fue en una conferencia de prensa, en Venezuela, uno de los países en los que estuvo exiliado. "Esa señorita a quien conocí, era una niña que concurría como muchas otras a la UES. Es una criatura, y como hombre no pude o no puedo ver en ella más que lo que es: una nena. Por mi edad, por mi experiencia, pueden tener la seguridad que no transgredí códigos morales". Derrocamiento y separación El 19 de septiembre de 1955, tres días después del inicio de la revolución que pondría fin al decenio peronista, Nelly vio por anteúltima vez en su vida a Perón. Así lo rememoró: El presidente Perón, vestido con su uniforme de general, subió apresurademente las escaleras de la Residencia Presidencial y al llegar arriba me besó. Había venido solo por unos momentos de la Casa de Gobierno desde donde dirigía las operaciones contra las fuerzas revolucionarias. Fue un beso como siempre y no me alarmé. -Hasta luego! me despedí, – Y que tengan suerte!

Esa fue la última vez que ví a Perón. (NdR: luego lo volvería a ver una vez más, en 1973). La abrupta separación de Perón sería solo el primer capítulo de una serie de infortunios y persecuciones que la joven sufriría a manos de las nuevas autoridades del país, que usaron el "caso Nelly Rivas" como paradigma de la "corrupción moral del tirano prófugo". Una de las cartas que Perón le envió a Nelly desde la cañonera Paraguay Perón, refugiado en la cañonera Paraguay, le escribió dos cartas a su joven amante, pero estas fueron secuestradas por la policía durante un procedimiento en la casa de la familia Rivas y luego entregadas a los medios de comunicación, que no dudaron en publicar el contenido completo. "Querida nenita, lo que más extraño es a vos y a los perros", decían, entre otras cosas, las cartas del general, que prometía que la iba a mandar a buscar. La difusión de las misivas fue el primer golpe para Nelly. Perón, avergonzado, negó su autoría e incluso pidió un peritaje caligráfico. Aparentemente, el ex presidente no supo en ese momento como habían llegado las cartas a los diarios y pensó que Nelly las había entregado, lo que hizo más hondo el dolor de la chica. Luego de esto y con la esperanza de volver a reunirse con Perón, Nelly y su familia, contrataron un auto con chofer para viajar a Paraguay. Con ellos llevaban a los caniches de Perón, que Nelly había sacado de la residencia Unzué mientras se desarrollaba el golpe de Estado. Sin embargo, fueron detenidos en Formosa, les sacaron los documentos y tuvieron que regresar. Perón, con gesto serio, en la cañonera Paraguay (Archivo “Todo es Historia”) Persecución judicial Con Perón lejos del país, Nelly y su familia comenzaron a sufrir persecuciones. Al episodio de las cartas, le sucedió un ataque contra la mamá, María Sebastiana, a manos de un grupo de mujeres que la golpearon y le cortaron el pelo en la calle. Luego, el Tribunal Superior de Honor del Ejército le abrió un proceso a Perón, en el que Nelly tuvo que testificar, siendo agraviada y coaccionada por los jueces militares, mientras que la justicia civil abrió un expediente contra el ex presidente por el delito de estupro. Los padres de Nelly fueron acusados de complicidad con Perón y también juzgados, por "delitos contra la integridad sexual", tipificados en el artículo 120 del Código Penal, que establece lo siguiente: "Será reprimido con prisión o reclusión de tres a seis años el que realizare algunas de las acciones previstas en el segundo o en el tercer párrafo del artículo 119 con una persona menor de dieciséis años, aprovechándose de su inmadurez sexual, en razón de la mayoría de edad del autor, su relación de preeminencia respecto de la víctima, u otra circunstancia equivalente, siempre que no resultare un delito más severamente penado". La causa judicial contra los Rivas (archivo de Juan Ovidio Zavala) El gobierno militar consideró que por este motivo Nelly no estaba segura con sus padres y decidió enviarla en mayo de 1956 al Asilo San José, una oscura institución en la que eran alojadas las prostitutas que la policía detenida en las calles. Nelly estuvo 218 días en ese lugar, donde su salud física y mental se debilitó notablemente. Según Zavala, la joven amante de Perón pensó en el suicidio durante su internación. En julio, el padre de Nelly fue detenido en la cárcel de Villa Devoto y su madre fue apresada en el Asilo Correccional de Mujeres. Nelly se casó en 1958 A mediados de noviembre, Nelly fue puesta en "libertad vigilada" y entregada en custodia a su abuela paterna, María Barros. Sus padres fueron liberados poco después, aunque la causa judicial siguió su curso. El 29 de abril de 1960, el juez Alejandro Caride los absolvió, pero el 11 de agosto de ese mismo año, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional revocó la sentencia de primera instancia y los condenó a tres años de prisión, como autores del delito de estupro, en grado de participación. Sin embargo, los Rivas se mantuvieron prófugos, por recomendación de sus abogados, hasta que la pena

prescribió, en marzo de 1965. En el medio, Nelly encontró el amor en otro hombre, Carlos, con quien se casó en 1958, y tuvo dos hijos. Nelly Rivas, en 1960, con uno de sus hijos en brazos. Detrás, su madre Reencuentro con Perón Durante el largo exilio de Perón, Nelly no tuvo ningún tipo de contacto con el líder justicialista y el reencuentro, breve, se produjo 18 años después en diciembre de 1973, cuando Perón ya era nuevamente presidente. Nelly no pudo contener su emoción y le contó al general todo lo que había sufrido en su ausencia. Ambos lloraron. Ya más tranquilos, Perón le preguntó en que la podía ayudar, si necesitaba algo. "Porque tu comprendes que ésta es la última vez que nos vemos", le dijo. Y así fue, no volvieron a verse. Perón murió meses después, el 1 de julio de 1974, en medio de un clima hostil, de violencia creciente en el país. Nelly vivió muchos años más. Lejos de las luces y la política, falleció el 28 de agosto de 2012, a los 73 años.

Las memorias completas de Nelly Rivas publicadas por primera vez por un medio argentino www.infobae.com | La foto más conocida de Nelly Rivas junto a Juan Domingo Perón Marzo de 1957. Habían pasado 18 meses del golpe que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón. El ex presidente estaba exiliado por entonces en Caracas, uno de los tantos destinos en los que vivió en el extranjero, mientras que la Argentina era gobernada por la autodenominada "Revolución Libertadora". Esta había pasado del "ni vencedores ni vencidos" de Eduardo Lonardi a la rígida proscripción y persecución del peronismo encabezada por el tándem Pedro Eugenio Aramburu- Isaac Rojas. Quien sufrió en carne propia como pocos ese hostigamiento fue Nélida Haydeé Rivas, "Nelly", una chica que con tan solo 14 años mantuvo una relación sentimental con Perón -por entonces de 58-, llegando a convivir con él en la residencia presidencial hasta su caída. El caso Rivas, que generó todo tipo de rumores en la época, fue uno de los más utilizados por los militares que gobernaron el país en ese entonces para atacar a Perón, a quien le iniciaron, en ausencia, un juicio ante el Tribunal Superior de Honor del Ejército, y un proceso por estupro, este último junto con los padres de Nelly, como cómplices, por haber permitido la relación de la menor con el líder justicialista. Con este

argumento, la justicia decidió separar a Nelly de sus padres y enviarla al Asilo San José, una institución donde eran recluidas las prostitutas que eran detenidas por la policía en las calles y en el que "las sábanas sucias y rotas se cambiaban una vez al mes", según palabras de la misma chica. Mientras todo esto ocurría y Nelly iba del asilo a los tribunales para declarar en los procesos mencionados, se le acercó Joseph Newman, representante para América Latina del New York Herald Tribune y de Editors Press Service Inc., y le ofreció firmar un contrato para publicar sus memorias. Rivas, que por entonces estaba por cumplir 18 años, aceptó y se acordó una publicación en 10 capítulos bajo el título "Mis Relaciones con Perón". Sin embargo, este fue otro golpe para la joven amante de Perón. Según su abogado, Juan Ovidio Zavala, los norteamericanos no cumplieron lo pactado y Nelly jamás vio un peso. PUBLICIDAD inRead invented by Teads

Tapa del diario Clarín del 22 de mayo de 1957 donde se anuncia “El relato objetivo de las relaciones del déspota con una colegiala de 14 años” En la Argentina, el diario Clarín adquirió los derechos de las memorias de Nelly Rivas y en su tapa del miércoles 22 de mayo de 1957 anunció la publicación del primer capítulo, con un recuadro ilustrado con el gorro "pochito" que Perón solía usar en esos años. El anuncio de ese primer capítulo, que estaba en la página central, prometía "el relato objetivo de las relaciones del déspota con una colegiala de 14 años" y calificaba al depuesto gobierno peronista como "el periodo más negro de la historia argentina". El testimonio de Nelly, aseguraban, mostraría "la intimidad del ex dictador". Al día siguiente, jueves 23 de mayo Clarín publicó el segundo capítulo. Pero el viernes 24, cuando llegaba el turno del tercero, el diario anunció que "la alteración del contrato con el editor obliga a Clarín a suspender la publicación de las memorias de Nelly Rivas". En la página central, el matutino dio a conocer el cruce de telegramas con Editor Press de Nueva York por una disputa económica y diferencias de criterio en el contrato. El conflicto no se resolvió y finalmente no pudo publicar el resto de las memorias de Rivas. El 24 de mayo de 1957 Clarín informa que ya no podrá publicar las memorias de Nelly Rivas por un problema con el editor de Estados Unidos Ahora, Infobae accedió al material completo, que ve la luz tras 60 años. Publicado en los Estados Unidos y en otros países, este medio lo da a conocer por primera vez en la Argentina. En esta nota se transcriben los dos primeros capítulos. Luego, habrá una publicación diaria con el resto del material. MIS AMORES CON PERÓN CAPÍTULO 1 El 19 de septiembre de 1955, tres días después de haberse producido la revolución en la Argentina, el presidente Perón, vestido con su uniforme de general, subió apresuradamente las escaleras de la Residencia Presidencial y al llegar arriba me besó. Había venido solo por unos momentos de la Casa de Gobierno desde donde dirigía las operaciones contra las fuerzas revolucionarias. Fue un beso como siempre y no me alarmé. -Hasta luego! me despedí, – Y que tengan suerte! Esa fue la última vez que ví a Perón. Aquel día significó el final de toda una época en la vida de la Argentina y también el final de nuestro idilio de casi dos años. Esta revolución, que estallara tan inesperadamente, echó por tierra el gobierno de Perón; también hizo pedazos mi mundo de sueño, en el que yo, princesa Cenicienta, vivía feliz con el Primer Príncipe del Reino. Tenía catorce años cuando nos conocimos y dieciseis cuando nos separamos. Pocas chicas habrán vivido dos años más extraordinarios ni tampoco dos tan dolorosos como los que los siguieron. No he tenido contacto alguno con Perón desde que partió al exilio. Este relato, si es que llega a leerlo, le dará las primeras noticias sobre lo que sucedió después de separarnos. — Nelly Rivas, a los 5 años, junto a su madre, María Sebastiana Viva de Rivas

Tenía ya más o menos siete años cuando Perón, que acababa de ser elegido presidente, decretó que se pagara a los trabajadores un aguinaldo de Navidad equivalente a un mes de sueldo. Hubo gran júbilo en las calles. Recuerdo ésto muy vividamente porque fue la primera vez que tuvimos en casa "pan dulce" para Navidad. La familia se reunió alrededor de la mesa y mi abuelo nos dijo: -Demos gracias a Perón que nos ha dado este pan. Hasta entonces, mi padre apenas había alcanzado a vivir su salario mensual de 100 pesos, de obrero en la Fábrica de Caramelos Noel. El arriendo de la habitación en que vivíamos nos costaba 38 pesos. Esto nos dejaba sólo dos pesos al día con los que nos debíamos arreglar mi madre, mi padre y yo. Dos pesos tienen actualmente el valor de cinco centavos de dólar. Cuando era niña valían más, pero no tanto más que pudiéramos vivir como es debido. Vivíamos en un conventillo (casa de inquilinato) no lejos del hospital donde nací el 21 de abril de 1939. Más adelante nos cambiamos a otra habitación en otra casa de inquilinato, pero esto no mejoró grandemente nuestra situación. Siempre teníamos que compartir el baño con otras seis familias. La situación era peor cuando la encargada, una mujer despótica, cortaba la electricidad cuando le venía en gana o se encerraba en el único baño y permanecía allí tres horas, mientras todos los demás esperábamos. Mi madre nos libró de esta situación obteniendo un empleo de portera en un nuevo edificio de departamentos, de cuatro pisos. Por su cargo tenía derecho a ocupar el departamento de la planta baja a un alquiler reducido. El departamento tenía cocina y un excelente baño. ¡Qué dicha! Era la primera vez que teníamos semejante lujo. La habitación era amplia y agradable y mi madre la arregló en forma muy cómoda para nosotros tres. Al pie de la cama matrimonial de mis padres había un sofá-cama en el que yo dormí hasta los catorce años, edad en que me fui a vivir a la Residencia Presidencial. El trabajo de mi madre consistía en abrir las puertas del edificio a las siete de la mañana y en cerrarlas nuevamente a las diez de la noche. Debía disponer de la basura de cada uno de los nueve departamentos y lavar los corredores y escaleras. Tan pronto como mi madre terminaba de hacer el aseo, los numerosos niños que vivían en el edificio volvían a ensuciar. Ella, pacientemente, limpiaba de nuevo. Pero este exceso de trabajo acabó por arruinar su salud, enfermando crónicamente de los riñones. -Con ella no. Es la hija de Doña María. Yo comprendí que me miraban despectivamente por ser la hija de la portera. Recuerdo cierta vez, que dos niños bajaron a la calle en donde yo me encontraba, vestida con mi limpísimo delantal almidonado. Venían muy elegantes y orgullos de sus trajes nuevos. Me parecer ver al varón ponerse los flamantes guantes mientras la nena, que llevaba una muñeca, balanceaba su linda cartera con su mano libre. Corrí a esconderme y a llorar a mi habitación. Yo no tenía ninguna de estas cosas, ni siquiera una muñeca. Cuando era pequeña jugaba durante horas con los percheros para colgar ropa de mi madre. Mis padres eran demasiado pobres para comprarme juguetes y nunca tuve una fiesta de cumpleaños hasta cumplir los quince años, cuando ya me había mudado a la Residencia Presidencial.

Me cansé de no obtener nunca regalo de Reyes Magos y dejé de pedirles que me trajeran juguetes. Mi madre quería que yo tuviera una sólida instrucción religiosa y moral y por lo tanto me mandó a las Monjas de María Auxiliadora. Era un colegio pagado. Yo, consciente del sacrificio que hacían mis padres, me esforcé en ser la mejor alumna de mi curso. A menudo las Hermanas me ponían a cargo de las oraciones, lo que constituía una distinción. La religión era mi fuerte y mis padres estaban contentísimos. La niña que mejor se comportaba durante la semana recibió como premio una cinta de seda azul. La disciplina era una de mis principales virtudes y yo ganaba invariablemente el premio que luego presentaba orgullosamente a mis padres. Se acercaba la fecha en que debía hacer mi Primera Comunión, y me esmeré más que nunca en mis obligaciones religiosas: el rosario, la misa y el catecismo. Mis compañeras comentaban los bellos vestidos que llevarían en esta importante ocasión. Le pregunté a mi madre si yo también podría llevar un vestido largo y blanco como el de las novias. Me contestó que no teníamos dinero para tales cosas. Que no era el vestido, sino la majestad del acto de la Comunión lo que tenía importancia. Pero, a pesar de la explicación, lloré amargamente. Me pareció una injusticia tener que presentarme con mi uniforme del colegio mientras las demás vestían de organdí, cintas y encajes. Nelly junto a su madre En 1951, cuando tenía doce años y estaba por terminar mis estudios primarios, mi padre se enfermó y tuvo que someterse a una operación. Muy pronto nos encontramos sumidos en deudas: cuentas de hospital y de médicos, además de los carísimos medicamentos importados. Mi madre, luego de trabajar todo el día, debía cuidar a mi padre durante la noche. Fuí enviada a casa de una tía. Esta visita ha quedado grabada para siempre en mi memoria. Cierto día escuché que mi primo le decía a su madre: -Mamá, ¿cuándo se va a ir Nelly? Come demasiado. Sentí una terrible amargura. Pero resolví no decirle nada a mi madre para no causarle más preocupaciones. También recuerdo el día en que mi madre se decidió a pedirle a uno de los inquilinos que usara la escupidera porque ella debía limpiar el piso cada vez que el pasaba. La insultó osezmente y le gritó: -R. para que está Ud. sino es para limpiar mis?… Mi padre que alcanzó a oir la respuesta se abalanzó al corredor y le propinó una terrible paliza. Yo deseaba ardientemente sacar a mi madre de este mundo de insultos, basura y salivaderas. Mi deseo se realizó antes de lo que esperaba. El destino llamó a mi puerta en una forma tal, que aún hoy día me asombro. ———————————————————Juan Domingo Perón, sonriente, junto a jóvenes de la U.E.S. CAPÍTULO 2, "PROHIBICIÓN DE ENTRADA EN LA U.E.S."

Las chicas estaban arrebatadas con la Unión de Estudiantes Secundarias, comúnmente conocida como la U.E.S. Se trataba de un club deportivo que el presidente Perón había inaugurado para ellas en su Quinta Presidencial de Olivos, un suburbio residencial de Buenos Aires. La quinta se usaba muy poco, desde que falleciera Eva Perón, el año anterior. Yo tenía catorce años y cursaba el segundo año de la escuela secundaria. Mis compañeras me contaban las maravillas de la U.E.S. Decían que allí se veían películas norteamericanas mucho antes de su estreno en los cines del centro. Se podía correr en motoneta -la última novedad en la Argentina- hacer toda clase de deportes: la comida era deliciosa… y todo absolutamente gratis. La idea no me atraía gran cosa. Prefería leer tranquilamente a estar en movimiento perpetuo en el campo de deportes. Pero soy loca por el cine, tanto que los domingos solía ir sola al de mi barrio a ver hasta tres películas seguidas. Mi amiga Teresa me decía: "Zonza, ¿por qué gastás tu dinero en películas? Ven conmigo a la U.E.S". Y un día, me parece que fue un lunes en agosto de 1953, sin gran entusiasmo, fui con Teresa. Una vez allá me mostró con orgullo el espléndido parque, que se extendía varias cuadras. Había canchas de "basket-ball" y de "tennis", una pista de patinaje, una pista de carreras, avenidas para las motonetas, un gimnasio, pileta de natación, un enorme comedor, un sala de televisión y un magnífico cine. Estábamos inspeccionando las motonetas en el "garage" cuando Teresa exclamó de pronto: "¡Parece que está allí el General!". Las chicas corrían de todas direcciones y se congregaban en el otro extremo del "garage" como moscas alrededor de la miel. Teresa me tomó de la mano y corrimos hacia el mismo lugar. Logré avanzar hasta la primera fila y allí estaba él. ¡El presidente en persona! Estaba encendiendo un cigarrillo de espaldas a nosotras. Luego se dió vuelta y sus ojos se posaron en mí. Me sonrió: "Veo que tenemos una chica nueva hoy. ¿Qué tal, ñatita; le gusta la U.E.S.?". Quedé muda. Sentí que un escalofrío me corría por todo el cuerpo. Empecé a temblar como una hoja. Seguí temblando, aún después que él se había ido. ¡Había visto al famoso presidente Perón y él me había hablado! Apenas podía caminar. -¿Qué te pasa?, me preguntó Teresa extrañada. Venía aquí por primera vez, el general te habla y no eres capaz de contestarle. Yo había quedado estupefacta ante la sencillez y cordialidad de Perón. Tampoco había esperado que fuera tan buen mozo. Continuamos recorriendo el club. El perfume de Perón se me había quedado grabado. Más tarde supe que era un perfume francés, su preferido, y que se llamaba "Femme", de Marcel Rochas. El domingo siguiente, que era mi primer día libre, volví a la U.E.S. Pero el general no apareció y sentí cierta desilusión. Al atardecer de mi tercera visita, cuando ya creía que no vendría, alguien gritó: "¡Aquí viene el general!". Y nuevamente hubo un alboroto de chicas que corrían hacia él.

-Hola, general- lo saludaron en coro al verlo bajar de su Mercedes Benz azul. ¡Tanto tiempo sin venir a vernos! Cuando su vista se encontró conmigo, comprendí que no se acordaba de mí. -¿Le gusta la U.E.S?- me preguntó nuevamente. Mi corazón empezó a latir furiosamente y mis rodillas a temblar. -Chicas, vamos a tomar un café- nos propuso. Nos dirigimos hacia su chalet particular, ubicado en el centro del parque y allí lo rodeamos. -¿Cómo van esos estudios?- nos preguntó. Y agregó bromeando: ¡A la que no estudie le quito la motoneta! Siguió conversando con las chicas, mientras yo tomaba silenciosamente mi café sin quitarle los ojos de encima. Perón, con su tradicional gorro y en motoneta (Pinélides Aristóbulo Fusco) Algunos meses más tarde, en noviembre, el general se encontraba paseando por los jardines, repartiendo premios de billeteras a las chicas que habían pasado de grado. Preguntó a Teresa: -¿Qué tal los estudios? -No sé, mi general, contestó ella. Pasé mis exámenes, pero no sé si llamar buenas mis calificaciones… El sacó entonces una bonita billetera roja de su bolsillo y se la entregó. Como en todos los demás casos, contenía un billete nuevo de quinientos pesos… Una suma muy grande en esta época, ya que equivalía al sueldo mensual de un obrero. -¿Y qué tal por este lado?, dijo dirigiéndose a mí. -Pasé, contesté. -Entonces también le corresponde un premio, me dijo. Palpó sus bolsillos, pero se había quedado sin billeteras. Cuando algunas horas más tarde lo volví a ver, se había reabastecido y me entregó una billetera que contenía 500 pesos. Sólo atineé a decir: -Gracias, general. La próxima vez que fui a la U.E.S. el general seguía repartiendo billeteras y quiso darme otra. La rechacé explicándole que ya había recibido una. Aprovechó la oportunidad: -General, si Ud. me permite, me gustaría hablarle. -Dígame, nenita.

-Quiero darle las gracias por el premio que me dió. -Pero ya me las habías dado. -Sí, pero mi agradecimiento es muy especial. Les dí el dinero a mis padres y ellos me pidieron que le diga que están muy agradecidos. Mi padre está enfermo y ese dinero nos ha ayudado enormemente. Me ofreció darme una recomendación para la Fundación "Eva Perón", donde podríamos obtener las medicinas importadas. Con el tiempo me infiltré en el grupo del que era núcleo la Comisión de Deportes, dirigentes con quienes siempre charlaba el general cuando hacía sus visitas al club, y en noviembre, tres meses después de haber entrado en la U.E.S., el presidente me conocía por mi nombre. Frecuentemente, el general convidaba a ocho o nueve chicas a almorzar con él en el comedor de su chalet. Este chalet, el único edificio que no formaba parte del club, se había conservado como residencia de verano del presidente, de manera que éste podía ocuparlo cuando lo deseaba, mientras los jardines había sido cedidos a la U.E.S. Estos almuerzos ofrecían la oportunidad de presentarle las chicas nuevas al presidente. Era para éstas un gran honor. Y una de las obligaciones de la Comisión de Deportes, además de organizar las actividades deportivas, era seleccionar a estas chicas. Durante uno de estos almuerzos, el general me preguntó: -¿Qué tal le va con la motoneta? – No practico, le respondí. -¿Por qué no?, preguntó. Ya había tomado suficiente confianza como para contestarle. -Las otras chicas aprenden con los mecánicos. Pero a mi me gustaría tener el honor de que me ensañara Perón. Por un segundo se quedó mirándome. Luego exclamó: -¡Qué respuesta tan original! Aceptó gustoso enseñarme y propuso que nos encontráramos los domingos a las nueve de la mañana, antes de que llegaran las demas chicas. No quería ofenderlas ni provocar en ellas envidia que fuera a mí solamente a quien diera lecciones. Nelly le pidió a Perón que le enseñe a andar en moto Nuestra amistad se hizo mayor durante el mes en que aprendí a manejar la motoneta. Pero el Ministro de Educación, doctor Armando Méndez San Martín, que acompañaba a Perón como si hubiera sido su sombra cuando éste visitaba el club, y que había organizado la Unión de Estudiantes Secundarios para congraciarse con él, opinó que yo me estaba tomando excesiva confianza con el presidente. Un día me mandó decir que no me acercara más al general, advirtiéndome que si insistía sería expulsada de la U.E.S. Me alejé. Cuando veía al general acercarse en la motoneta, yo cambiaba de rumbo para evitarlo.

Él se dió cuenta de esto y en cierta oportunidad me detuvo. -¿Qué pasa que no está más en el grupo?- me preguntó. Le conté lo que había pasado con Méndez San Martín. Yo creía que eran órdenes suyas, le dije. -Esto no me gusta nada, me dijo. Quiero que las chicas sientan que pueden acercarse a mí con toda tranquilidad. La próxima vez que fui al club, el general me mandó llamar. Lo encontré con Méndez San Martín y pensé que algo iría a suceder. Dirigiéndose al ministro, pero no sin antes haberme mirado con picardía, el presidente le dijo: -Nelly nos ha abandonado, ¿verdad, Méndez? Debemos estar poniéndonos viejos. Estos no puede ser. Y volviéndose a mí añadió: -Hoy almorzará con nosotros. Me sentó a su derecha y a Méndez a su izquierda, directamente enfrente mío. ¡Qué almuerzo memorable! A un lado veía a Perón y mi felicidad era indescriptible. Me parecía un sueño. Miraba frente a mí y veía toda la furia contenida del Ministro de Educación. Al finalizar el almuerzo, el general me dijo con una sonrisa cordial: -Espero que nos volveremos a ver. Yo me sentía feliz y preocupada a la vez. Sabía que Méndez San Martín no me perdonaría esta humillación. Veía en sus ojos que me había declarado la guerra. ———————————————————-

Las memorias de Nelly Rivas, tercer capítulo: "Si llega a sentirse solo, general, no vacile en llamarme" www.infobae.com | Nelly Rivas, con el caniche “Tinolita”, en la residencia presidencial. Marzo de 1954 El siguiente es el tercer capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. El Dr. Méndez San Martín, Ministro de Educación, no tardó en vengarse de mí por la humillación sufrida por él durante nuestro almuerzo con Perón. Aquella tarde, al regresar a casa desde el club, noté que subía al autobús una gordita. Era una de las chicas mayores y normalmente no tenía por que tomar nuestro colectivo. La cosa me olió a peligro. PUBLICIDAD inRead invented by Teads -Teresa- susurré a mi amiga-, tengo la impresión que ésta viene por orden de Méndez San Martín. ¡Toma mi carnet de la UES y bajate, rápido! Así se hizo. Y cuando me bajé, la chica me siguió y me detuvo: -Ya se te había advertido que no te portaras en la forma en que lo hacés, me dijo. Entrégame tu carnet. -No lo tengo- le dije -¿Y cómo entraste a la UES?- me preguntó. -Por mi bonita cara- le contesté. -Bueno, no importa- me dijo. Se le dará orden al portero de que tu carnet sea anulado. El próximo domingo, Teresa y yo fuimos al club como de costumbre. Cuando presenté mi carnet en la entrada el portero lo retuvo. -No puede entrar, me dijo. Ud. no es estudiante secundaria. No pudiendo dar las verdaderas razones al portero, Méndez San Martín había recurrido a este absurdo pretexto. -Teresa, entrá, corré y traéme un carnet. Cualquier carnet, le dije. Mi amiga desapareció en la UES y regresó con un carnet que había pedido prestado a una chica que ya estaba adentro. Me lo pasó disimuladamente. Esperé que el portero cumpliera su turno y cuando fue relevado me puse en la larga fila que esperaba para entrar. -Por favor, apúrese- dije al llegar a la puerta-. Voy muy atrasada a la reunión de la Comisión de Deportes.

Y agitando el carnet en el aire corrí a través del portón antes que inspector pudiera escudriñarlo. Una vez dentro del recinto, esperé el momento oportuno para hablar con Perón. Cuando éste se presentó le conté lo que había sucedido. -Venga- me dijo. Y me llevó hasta el escritorio de su chalet particular. En un papel con el sello presidencial escribió de su puño y letra: "La señorita Nelly Rivas tiene libre acceso a la Quinta Presidencial. Juan Perón". El club ocupaba el parque de la residencia veraniega presidencial. Desde ese día mostré la nota personal del general cada vez que entraba al club y cada vez causaba igual sensación. Méndez San Martín tuvo que tragarse su ira cuando se enteró de este nuevo éxito mío. Su mirada era de hielo cuando el general, como de costumbre, me llamaba para tomar café o conversar. Se acercaban las vacaciones y las chicas de la Comisión de Deportes y yo le dijimos al general que nos gustaría celebrar la Nochebuena con él. La idea le agradó y nos pidió que hiciéramos una lista de 20 a 25 chicas. Pero cuando la Comisión le presentó la lista para someterla a su aprobación, mi nombre había sido eliminado por Méndez San Martín. El general la leyó y me miró. -¿Y por qué no está tu, ñatita?- me preguntó. -No sé- respondí. Tal vez no me han elegido. -Vamos…dijo. Una chica como vos siempre estás en el grupo. Tenemos que poner a Nelly- dijo volviéndose a las demás- y añadió mi nombre a la lista. A mis padres no les gustó la idea. Yo era hija única y ésta sería la primera vez que pasaría la Nochebuena lejos de ellos. Pero les expliqué que ellos tenían el uno al otro, mientras que Perón no tenía a nadie. Les dije que sería un egoísmo no hacer nada por Perón después de todo lo que él había hecho por nosotros. Finalmente aceptaron.

Nelly Rivas junto a su madre, María Sebastiana Viva La cena tuvo lugar en el chalet presidencial situado en los jardines del club. Las otras chicas, de una situación económica mucho más holgada que la mía, llegaron elegantísimas. Yo me había puesto lo mejor que tenía: una sencilla falda negra de seda gruesa, muy bonita, una blusa bordada color azul y cuello redondo y zapatos negros de tacón alto. El general estaba acostumbrado a vernos de pantalones todo el tiempo. Cuando apareció, sobriamente vestido de sport, exclamó: -¡Por Dios, que elegantes! Si ustedes me hubieran avisado me habría vestido de otra manera… Charlamos y reímos alegremente. Cuando pasamos a cenar el general invitó a las chicas a que eligieran ellas mismas sus puestos en la mesa. Y mientras ellas vacilaban me hizo ademán de que me sentara a su derecha. ¿Por qué me distinguió a mí entre las otras chicas, aquella noche entre las otras tres o cuatro mil que acudían todos los domingos al club? No lo sé. Había incontables chicas de lindas caras y de magníficas figuras. Algunas tenían 20 años. Yo tenía catorce, no era bonita ni tenía hermosa figura. Era pequeña y parecía una nena, aunque más desarrollada que el promedio de las chicas de esa edad.

Eva Perón, hablando de sí misma, lo dice muy bien en su libro "La razón de mi vida": "Yo era uno de una bandada de gorriones y él me eligió". En la mesa, sobre cada plato, nos esperaba un paquetito artísticamente envuelto. Las chicas fueron abriendo sus regalos entre grandes manifestaciones de alegría al descubrir un brazalete de oro, otra un par de aritos finos, aquella una gargantilla… Noté que el general me observaba atentamente mientras abría el mío. Mi regalo era tal vez el más insignificante de todos: un anillo de oro, completamente sencillo. Tal vez el motivo que tuvo el general para elegirlo fue poder comprobar si yo era o no ambiciosa y si demostraría o no desilusión. Cuando pude hablarle a solas, en el jardín, a donde habíamos salido a admirar un arbolito de Navidad lleno de luces, le dije que quería agradecerle, nuevamente, su regalo. -Las otras chicas recibieron cosas que tal vez tengan mayor valor material- le dije- pero para mí este es un regalo de un valor incalculable, porque es un recuerdo de Ud. Después de una exquisita cena, vimos a Marylin Monroe en la película "Los caballeros las prefieren rubias". Y poco antes de medianoche regresamos a la mesa para celebrar con champaña la llegada de la Navidad. Durante la velada el general se había referido a los muchos vestidos y cosas que habían pertenecido a su difunta esposa, a quien siempre llamaba "La Señora". La Confederación General del Trabajo deseaba que hiciera con ellas un museo. Inmediatamente todas manifestamos enorme interés en ver tal ropa y nos ofrecimos para ayudarle en el proyecto. Organizamos un grupo de siete chicas y fuimos a la residencia presidencial, en Buenos Aires, donde Perón residía. El general nos invitó a almorzar y luego nos llevó a visitar el guardarropas de "La Señora" que se guardaba en cuatro habitaciones en el ala derecha del segundo piso. En una habitación se hallaba toda la ropa deportiva: pantalones, blusas, "sweaters", etc. Otra estaba llena de vestidos de mañana, tarde, y de "cocktail". Una contenía sombreros y zapatos de todos colores y formas. Pero la habitación que más me deslumbró fue la que encerraba los más magníficos trajes de noche que es posible imaginar. Había estolas, capas y abrigos de armiño, visón y de pieles de todas clases. No me cansé de admirar los bordados y las riquísimas telas. Me parecía aquello un cuento de hadas. Cuando tuvimos un momento, observé al general que su casa era muy grande, muy grande. -Sí, es demasiado grande para un hombre solo- admitió. Ví que estaba rodeado de comodidades pero su soledad me hirió. Y le dije de todo corazón. -Si Ud. se llega a sentirse solo, general, no vacile en llamarme y yo vendré a acompañarlo. -¡Hum!…No puedo hacer esto, me respondió sonriendo. Pero tú puedes venir a verme cuando lo desees. LEA MÁS:

Las memorias de Nelly Rivas, cuarto capítulo: cómo se mudó a la residencia de Juan Domingo Perón www.infobae.com | Nelly Rivas, en los jardines de la quinta de Olivos El siguiente es el cuarto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Nuestra fiesta de Navidad con el General Perón había tenido tanto éxito que decidí organizar otra para el año nuevo. Me puse de acuerdo con otras cuatro chicas de la Unión de Estudiantes Secundarias y luego de conseguir de nuestros padres la autorización que necesitábamos, nos dirigimos al Presidente. PUBLICIDAD inRead invented by Teads -General -le dije- quisieramos celebrar el año nuevo con Ud. que ha sido tan bondadoso con nosotras. No queremos que Ud. esté solo en una noche como esa. Y le expliqué que teníamos el consentimiento de nuestros padres. Nos preguntó cuántas seríamos y cuando le dije las que éramos, estimó que la residencia presidencial en la U.E.S. era demasiado grande para un grupo tan reducido. Pensó un momento y luego nos dijo: -¿Uds. no conocen mi quinta en San Vicente, no es cierto? Allí hay muchas cosas que pueden interesarles… Mis colecciones de armas japonesas y muchas otras reliquias. Creo que ese sería el sitio ideal para nuestra fiesta. La idea nos encantó. Combiné con las otras cuatro chicas reunirnos en mi casa en la mañana del 31 de diciembre. El general mandó un auto a buscarnos y partimos para San Vicente, que queda a más o menos dos horas de Buenos Aires. Cuando llegamos a la quinta, nos encontramos con el General trabajando en el jardín, vestido con un pantalón viejo y con las manos y los zapatos cubiertos de barro. Nos dio una cordial bienvenida y nos llevó a recorrer la quinta que él mismo fomentado. Por último nos invitó a pasar a la casa, donde nos esperaba un riquísimo almuerzo. Luego, mientras el General dormía su siesta habitual nosotras nos sentamos alrededor de la amplísima pileta de natación, chapoteando con los pies en el agua y charlando sobre mil y una cosas. Queríamos recibir el año nuevo con el General, pero comprendimos que si lo hacíamos se nos haría demasiado tarde para regresar a nuestros hogares en Buenos Aires. -¿Podríamos pasar aquí la noche?, le pregunté al General. -¿Qué dirían vuestros padres?, preguntó él. -Los llamaremos por teléfono y averiguaremos, contesté.

-Pero, ¿acaso trajeron sus cosas para la noche? Le aseguré que nos arreglaríamos perfectamente. Llamamos a nuestros padres, les explicamos la situación y accedieron a dejarnos pasar la noche en la quinta. Alrededor de las diez de la noche, llegaron el Ministro de Educación, Méndez San Martín, y otros miembros del gabinete a desearle al Presidente un feliz año nuevo. Se despidieron al poco rato para regresar a sus casas y pasar la fiesta con sus familiares. Celebramos comiendo castañas, almendras y otros dulces tradicionales, mientras cantábamos y entreteníamos al General con nuestra charla. Cuando sonaron las doce campanadas brindamos con Perón y por el año 1954. Yo estaba en el séptimo cielo. Cuando llegó la hora de irnos a dormir el General nos indicó cuáles eran nuestras habitaciones. Las otras chicas quedaron de a dos; yo tuve una habitación entera para mí sola.

Nelly Rivas, con los caniches “Tinolita” y “Monito”. Fueron la excusa para mudarse al Palacio Unzué, la residencia presidencial Durante los tres primeros días del año nuevo el General no apareció por la U.E.S. Comencé a pensar que podría haberle ocurrido algo. Me armé de valor y el 4 de enero me dirigí a la residencia presidencial, en Buenos Aires. El guardián en la reja principal me preguntó qué quería. -Quiero ver al Presidente, le dije. -¿Para qué?, me preguntó. -Para un asunto personal, contesté. El guardián llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de palacio. Le dije a Renzi que tenía algo importante que decirle al Presidente. -Dígamelo a mí, me repuso, y yo se lo transmitiré. -No-insistí-. Es algo muy personal, que sólo puedo decírselo al Presidente. Finalmente Renzi pensó que posiblemente se trataba de algo verdaderamente serio en lo que él no debía intervenir y me dejó entrar. El general se alarmó cuando me vió. -¿Qué pasa?, me preguntó ansiosamente. -Nada, le contesté. Solamente quería verlo… Hace tiempo que Ud. no va a la U.E.S. Creí que a lo mejor estaba enfermo. Se dio a carcajadas. Yo lo miraba y lo escuchaba con gran regocijo. Finalmente me dijo: -No me pasa nada. Simplemente he tenido mucho trabajo. Quédate a almorzar conmigo… Me quedé y volví todos los días después de esa primera visita. Le expliqué al General que me sobraba el tiempo, ya que habían comenzado las vacaciones. Salía de mi casa a las once de la mañana y llegaba a la residencia antes de que Perón volviera de la Casa de Gobierno. Después de almorzar juntos, Perón dormía una siesta de una hora y volvía a la Casa Rosada. Me quedaba sola toda la tarde, viendo una película tras otra en su cine privado hasta que él volvía al atardecer. Cenábamos juntos y luego yo regresaba a mi casa. Perón sentía gran cariño por su perro "Monito", un caniche blanco de raza enana. Durante las comidas, "Monito" se acurrucaba a sus pies y cuando su amo se ausentaba -lo supe por los sirvientes- se acostaba sobre sus chinelas, aguardando su retorno. Muy pronto me conquisté el afecto de "Monito". Lo tomaba en mis brazos y lo tenía a mi lado cuando veía películas.

"Monito" desde entonces dormía en mi cama y yo le susurraba mis secretos. Era mi único confidente. Una noche, después de seis semanas en que yo concurría diariamente al palacio presidencial, "Monito" se resfrió fuertemente. Para colmo, los sirvientes me dijeron que su compañera "Tinolita", la perrita gris oscura que había pertenecido a Eva Perón, lloraba todas las noches reclamando la presencia de su compañero. Ese día, cuando papá volvió del trabajo le dije que sería mucho mejor para todos si yo me mudaba a la residencia presidencial. Expliqué que era incomodísimo tener que volver a casa muy tarde por la noche y regresar a la residencia por la mañana. No podía tomar la responsabilidad de que "Monito" empeorara con estos continuos traslados. Los perritos lloraban sin mí y yo no deseaba separarme de ellos. Además, continué, podría hacerle compañía al General y ayudarlo de muchas maneras, por ejemplo, cuidando a "Monito" y a "Tinolita" y atendiendo la casa cuando él no estaba. Mi padre no quería comprender. -Pero quiero que Perón esté cómodo, insistí. Tú y mamá se hacen compañía mutuamente. Él necesita de alguien para conversar sobre otras cosas que no sean asuntos de estado. Siento que debo quedarme con él. -Además, ¿te has olvidado de lo que ha hecho él por tí y los demás trabajadores? ¿Eres tan desagradecido? ¿No será una satisfacción para tí saber que lo estaré ayudando? Mis razonamientos por fin convencieron a papá y accedió. Al día siguiente le dije a Perón que quería quedarme esta noche en la residencia y le expliqué mis razones. Él me preguntó que dirían mis padres. Le dije que papá estaba de acuerdo. Ordenó a Renzi que llamara a papá por teléfono para confirmar mis palabras. Por teléfono, Renzi le dijo que me estaba portando muy bien, que no daba lugar a quejas y que estaría perfectamente bien que me quedara si papá daba su consentimiento. Papá no se convencía, pero finalmente dijo: -Bueno, si Ud. me dice que está bien… Miré a Perón radiante de alegría. Era uno de los momentos más felices de mi vida. LEA MÁS: Capítulos 1 y 2 Capítulo 3

Las memorias de Nelly Rivas, quinto capítulo: "Sin darnos siquiera cuenta cómo, la atracción mutua con Perón nos venció" www.infobae.com | Atilio Renzi, Nelly Rivas y Méndez San Martín, durante una velada de boxeo en el Luna Park, en mayo de 1954 El siguiente es el quinto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. El día que me mudé a la residencia presidencial, en el mes de febrero de 1954, Perón llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de palacio, y le dijo que, como huésped de su casa, deseaba que se me tratara con el mayor respeto. Luego le ordenó que me indicara mi cuarto. Renzi subió las escaleras conmigo hasta el segundo piso, donde se encontraban los dormitorios. Abrió la puerta de una gran habitación, magníficamente amueblada, y me preguntó si era de mi agrado. Le dije que estaba muy bien y con eso se retiró. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Había sido la habitación de Eva Perón. Sintiéndome en la gloria, abrí de par en par la ventana, que daba a los jardines del palacio y a la avenida del Libertador General San Martín, la calle más aristocrática de Buenos Aires. Más allá, se veían los grandes árboles y los prados de Palermo, el más grande y hermoso parque de la capital. Llené mis pulmones con el aire perfumado y permanecí unos instantes gozando del panorama que se me ofrecía.

Luego me dejé caer sobre un lujoso sofá. ¡Qué maravillosa sensación! Atraje hacía mí a "Monito" y "Tinolita", los dos perritos y los acaricié. Luego de un salto me asomé al cuarto de baño. Jamás había visto un baño igual. Llené la bañadera hasta el tope, le eché grandes cantidades de sales deliciosamente perfumadas; me enjaboné de pies a cabeza con fragante jabón de pino sin economizarlo, y me puse a disfrutar de este novedoso placer. Cuando salí por fin del baño, me saturé de agua colonia y me espolvoreé generosamente con talco. Finalmente me vestí para la cena, agregando lo que consideraba el último toque de feminidad: lápiz de labios. Bajé las escaleras como si hubiera estado caminando sobre nubes. Me sentía estrella de cine, princesa, rica heredera… Perón me miró y sonriendo, comenzó a comentar: Parece que se ha mudado aquí la Casa Atkinson…E inspeccionándome más de cerca, agregó: Y que abunda también el talco. En mi entusiasmo con el talco me había dejado un parche blanco en el cuello. Luego observó mis labios pintados y poniéndose serio me dijo: ¿Por qué hiciste eso? No me gusta. Tú no necesitas pintarte los labios. Eso es para mujeres mayores. Lo mejor para las chicas jóvenes es la naturalidad. -Sí, Papaíto, respondí quedamente. Le había dado ese nombre un día en que me pareció mucho más alto que de costumbre, en su uniforme militar. Le dije que me recordaba a Papato Piernas Largas. No se opuso a que lo llamara así, y desde entonces, Papaíto aquí, Papaíto allá, el nombre quedó y lo llamaba siempre así cuando estábamos solos. En público me refería a él como al General. El me decía siempre "Nena". Yo quería ser digna de un hombre de la posición de Perón. Presidente de la Argentina. Procuraba durante horas, pulir mi dicción y mis modales. Aprendí a no arrastrar la doble "I" como la gente plebeya. Trataba en lo posible de no hacer gestos con las manos, una costumbre que muchos argentinos han heredado de sus antepasados napolitanos.

Una de las pocas fotos de Nelly Rivas junto a Juan Domingo Perón Me observaba en el enorme espejo, mientras practicaba sentarme en una forma u otra: cruzando y descruzando las piernas correctamente; parándome y sentándome como una dama. En la mesa recibía mi recompensa en la mirada de aprobación de Papaíto. Yo me sentaba siempre a su derecha. Los comensales eran siempre los mismos hombres del pequeño círculo que lo rodeaba: Carlos Aloé, gobernador de la provincia de Buenos Aires; Armando Méndez San Martín, ministro de Educación; Raúl Apold, subsecretario de Informaciones; el capitán Alfredo Máximo Renner, secretario privado del Presidente y el mayor Ignacio Cialzeta. Yo era la única mujer durante las comidas y… la única en general en la residencia. Nunca hubo mujeres invitadas. Perón no ofreció ninguna explicación sobre mi presencia en su casa. Al cabo de un tiempo sus amigos se acostrumbaron a verme allí y me consideraron como integrante de la familia oficial. Las primeras semanas fueron las más felices. Tenía todo lo que había soñado. El General me regaló una motoneta (llegué a tener cuatro) y me paseaba a toda velocidad por los senderos de piedrecillas del parque de la residencia. -¿Dónde aprendiste esas piruetas?, me gritó un día al pasar yo por su lado, sin tenerme del manubrio y con los brazos extendidos. -¡Ud. podría hacer lo mismo si hubiera tenido un profesor tan bueno como el mío!, le grité en contestación. También me regaló un Fiat azul y blanco, modelo "Super-de-luxe", que le habían regalado los fabricantes italianos y me enseñó a conducirlo.

Yo, por mi parte, trataba de hacerle al general la vida lo más cómoda que me fuera posible. Su difunta esposa, extremadamente ocupada con asuntos públicos, no había podido darle un verdadero hogar. Yo me anticipaba a sus deseos -su café, sus cigarrillos, sus chinelasLe preparaba toda clase de cosas ricas y a él le gustaba todo lo que yo le hacía, especialmente mi pollo a la portuguesa y mis tortas caseras. Después de comer, cuando se hallaba cómodamente instalado en su cama, yo le llevaba los diarios de la tarde y me preocupaba de poner la televisión si había algún encuentro de boxeo, su deporte favorito. La habitación del General, que se encontraba separada de la mía por un cuarto en que guardaba sus condecoraciones y los obsequios que había recibido de gobiernos y funcionarios de todas partes del mundo, tenía unos muebles feísimos y pasados de moda. Consistían en un bargueño, en el que guardaba algunas alhajas; una cómoda -que destinaba a sus fotografías, en diversos actos públicos- con la tapa superior de mármol y sobre la cual se hallaba el frasco de perfume que yo le había regalado; un sillón; un combinado de televisión y radio; un aparato para aire acondicionado y una cama con una mesita de noche a cada lado. Durante los primeros días de mi permanencia en la residencia, las relaciones entre Perón y yo se mantuvieron en el plano de padre e hija. De pronto, sin darnos siquiera cuenta cómo, la atracción mutua que se había venido apoderando de nosotros, nos venció. Todo sucedió a la vez, repentina e inesperademente. Sin embargo, seguí siendo su "nena", la "niñita" y la "hija" que nunca había tenido y que necesitaba. No dije nada a mis padres sobre nuestras nuevas relaciones. Y los dejé suponer que nada nuevo había ocurrido. LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4

Las memorias de Nelly Rivas, sexto capítulo: "La nena quiere ir a Mar del Plata" www.infobae.com | Perón y Nelly Rivas, en Mar del Plata, durante una comida ofrecida a artistas japoneses en el marco del festival de cine (1954) El siguiente es el sexto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Raúl Apold, subsecretario de Prensa y Propaganda, no había logrado convencer a Perón de que debía asistir al Festival Internacional del Cine de Mar del Plata, que él había organizado. Era el primero de ese género que tenía lugar en la Argentina. Me pidió que ejerciera mi influencia sobre Perón. Yo no había estado nunca en Mar del Plata, y anhelaba visitar esa famosa playa, la preferida de las parejas en luna de miel. También deseaba conocer personalmente a los artistas visitantes. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Cuando Perón regresó a casa esa tarde, le dije mimosamente: -Papaíto, la nena quiere ir a Mar del Plata… -¡No! contestó terminantemente.

-Pero, Papaíto, rogué- tengo tantas ganas de ir…de ver a los artistas… a Errol Flynn… -No, respondió. -Por favor, Papaíto, insistí… Finalmente el Presidente llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de Palacio, y le dijo: -Dígale a Apold que vamos a Mar del Plata. Yo estaba en la gloria. -Necesitarás algunos trajes de fiestas, me dijo Perón. Ven conmigo… Y me condujo hasta el fabuloso cuarto que encerraba los vestidos de fiesta de Eva Perón. Muchos de ellos, modelos de los más famosos modistos de París. Elegí tres trajes de Dior y uno de Marcel Rochas. No habían sido jamás usados. Me quedaban un poquito largos y grandes alrededor del busto. Eva Perón era más alta que yo, pero yo era más gorda y redondita que ella. Con algunas puntadas aquí y allí yo misma arreglé los vestidos y me quedaron perfectamente. Para acompañar estos trajes, el General me dió una estola de visón azul y una capa de visón natural.

En vísperas de mi partida a Mar del Plata, Perón me entregó un maletín y me dijo: -Cuando salgas quiero que todo el mundo vea que estás a mi altura… Abrí el estuche y me encontré con una deslumbrante colección de joyas. Tal era mi asombro que le dije, abrumada, que las consideraría un préstamo. Pero él insistió en que eran para mí y me dijo: -Si te digo que te quiero, puedes creerlo, porque a mi edad los hombres no mienten… Cuando volví a mi cuarto, me puse a examinar la pequeña fortuna que había recibido en alhajas: valían alrededor de un millón de pesos argentinos. Había sortijas con brillantes, rubíes y otras piedras preciosas: pulseras de oro y de brillantes; relojitos, aretes de aguamarinas, broches de todas clases y un magnífico collar de brillantes.

Nelly Rivas junto a su madre La semana del festival de cine debía comenzar el lunes 8 de marzo de 1954. Yo me fui unos días antes, el viernes, acompañada de Renzi. Durante el viaje en tren, que dura alrededor de cuatro horas, Renzi me reveló abiertamente sus sentimientos hacia mí. -Supongo que Ud. se dará cuenta, me dijo, de que la Comitiva Presidencial es un asunto muy serio. El Presidente no puede llevar a cualquiera en una gira oficial como esta. ¿Qué debo responder si alguien me pregunta quién es Ud.? A propósito, ¿quién es… o no es, Ud.? Terriblemente humillada, repuse fríamente: -Sugiero que se lo pregunte al Presidente. Perón se había quedado en Buenos Aires. Tenía que asistir a dos ceremonias estudiantiles. Inaugurando la sección naútica del club de Estudiantes de Secundaria (U.E.S.) -adonde yo no regresé después de mudarme a la Residencia Presidencial- se dirigió a los ganadores del premio "Estímulo Eva Perón" de esta suerte: -Nosotros queremos que la gente sea moral, no por desconocer la inmoralidad sino porque, conociéndola, no la cometa por convicción. Apenas llegó el sábado le pedí que me contara que había hecho en las últimas veinticuatro horas, nuestra primera separación desde que me fuera a vivir a la Residencia.

-Me faltó la nena- me contestó. En Mar del Plata, el General y yo compartimos el mejor departamento del Hotel Provincial, con una magnífica vista de la playa y del océano Atlántico. Al día siguiente nos levantamos a las 6 de la mañana y fuimos a recorrer en auto la ciudad y las playas vecinas. El lunes se inauguró el festival. Yo, a un lado, una espectadora anónima más, observaba mientras Apold iba presentando los más renombrados artistas del mundo a Perón. La delegación norteamericana, encabezada por el Sr. Eric Johnston, presidente de la Motion Picture Association of America, incluía a Mary Pickford, Jeannette Mac Donald, Gene Raymond, Ann Miller, June Haver, Walter Pigdeon, Edward G. Robinson, Robert Cummings… y Errol Flynn con su señora, Pat Wymore. Ninguno me llamó mayormente la atención. Y mi mayor desencanto fue Errol Flynn. Me pareció ridículo cuando lo ví aparecer en el baile de gala con un cordón con pompones colgantes, color de rosa, en vez de corbata negra y con unas botitas de vaquero en vez de zapatos de etiqueta. Este baile -mi primer baile- fue desilusión aún mayor. Había esperado bailar con Perón que es gran bailador de tangos. Pero en el último momento me dijo que no se sentía bien y tuve que irme acompañada del capitán Alfredo Renner, su secretario particular. Perón y yo volvimos a salir en auto muy de madrugada y vimos varias películas juntos. Pero la mayoría del tiempo tuvo que dedicarlos a diversos actos oficiales, tales como recepción de Jefes de las Fuerzas Armadas y un acto en memoria de Eva Perón. Una noche fuimos a la ruleta del hotel. Hugo del Carril, el famoso actor y cantante de tangos, se acercó a nosotros y me preguntó por qué no jugaba. -Me parece estúpido perder el tiempo de esta manera, le contesté. Pero él insistió y me dio algunas fichas. Perón tenía 57 años, sumé los dos números, aposté al número 12 y perdí. LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5

Las memorias de Nelly Rivas, capítulo siete: las peleas con el personal de la residencia de Perón www.infobae.com |

Nelly Rivas, el mayor Máximo Renner y la hija de Carlos Aloé, gobernador bonerense, durante el festival de cine de Mar del Plata (1954) El siguiente es el séptimo capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Atilio Renzi, el mayordomo de palacio, los mozos, "valets" y demás personal de la Residencia Presidencial me fueron hostiles desde el primer día. No me perdonaban haber invadido lo que ellos consideraban de su exclusiva pertenencia. Antes de mudarme a la Residencia, y aún antes de que muriera Eva Perón, ellos manejaban la casa a su antojo. Tanto Perón como su difunta esposa, estaban demasiado ocupados de asuntos políticos para dedicar mucho tiempo a los detalles del hogar. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Pero a mí no me interesaba la política y el tiempo se me hacía largo sin hacer nada, mientras Perón pasaba el día afuera, reclamado por sus tareas de gobernante. Empecé, por lo tanto, poco a poco, a observar el manejo de la casa presidencial. A Renzi le pareció muy mal cuando hice ver a Perón que uno de sus secretarios se permitía enviar un coche de la presidencia a su hermana, cada vez que ella lo solicitaba para salir de compras. Una de las funciones de Renzi era la de administrador de la Fundación Eva Perón, destinada a ayudar a los pobres. Una mañana noté que la cola de la pobre gente que aguardaba se hacía más y más larga, mientras Renzi charlaba con unos amigos que habían ido a visitarlo. Cuando ese día le dijo a Perón que había estado muy ocupado, yo le pregunté: -¿Ocupado recibiendo a sus amigos personales y dejando que el público espere? Se puso lívido. Perón hizo que no oía. Renzi se fue poniendo cada vez más furioso con la vigilancia que yo ejercía sobre sus actividades. Y un día, sencillamente cerró la puerta con llave y no me dejó entrar más en su oficina, que se encontraba en la plata baja de la residencia. Me sentí ofendida, pero no dije nada a Perón. Comprendía que durante 10 años Renzi había merecido la confianza del Presidente y no quise provocar un incidente desagradable entre los dos. Los "valets" y sirvientes se unieron a Renzi en su afán de destruirme. Se habían indignado conmigo cierta vez que había confirmado las sospechas de Perón de que una botella de "cognac" de gran precio había desaparecido de la casa. Me acusaron de querer ponerlos mal con el Presidente. También les enojaba que yo asumiera algunas de sus obligaciones, como llevarle a Perón los diarios de la tarde a su habitación; molerle el café que tanto le gustaba tomar en la noche; prepararle el cocimiento de boldo que tomaba frío antes del desayuno; preocuparme de su ropa y de ordenar sus cosas que dejaba tiradas de cualquier manera cuando partía a la Casa de Gobierno a las seis de la mañana.

De común acuerdo, me acechaban en espera de que diera un paso en falso, como había ocurrido con un muchachito español que había llegado de polizón a la Argentina y a quien llamaban el "Galleguito". El chico vivió un tiempo en la Residencia con Perón, pero fue despedido cuando, haciéndose pasar por el hijo del Presidente, comenzó a vender cosas que robaba de la casa.

Muy pronto me dí cuenta de que Renzi hacía intervenir mi teléfono para averiguar si yo concertaba secretamente salidas con mis amigos. Me cuidé de llamar a nadie más que a mi madre, con quien hablaba todas las noches. Un día paseando en compañía de mis perritos en el "Fiat" que me había regalado Perón, noté, a través del espejo de retrovisión, que un coche me seguía a todas partes. Era evidente que Renzi me hacía seguir y lo confirmé cuando me preguntó un día acerca de un joven a quien yo había llevado en mi coche. Le dije que se equivocaba; que no había habido tal joven, sino un muchachito de catorce años de pantalones cortos que como acostumbran, me había hecho señas de que lo llevara. Después de este incidente, no me arriesgué más. En vez de manejar mi auto, prefería usar uno de los coches presidenciales, para que el chofer pudiera ver exactamente a dónde iba y qué hacía. Nunca quise tener modista particular. Iba a las casas de costura del centro, ubicadas en las calles principales de la ciudad, de manera que no hubiera duda alguna acerca de mi comportamiento. También me llevaba un chofer cuando visitaba a mi madre, generalmente un día sí y otro no. Siempre estaba de regreso en casa antes de las siete de la tarde, ya que quería que Perón me encontrara al regresar de la oficina alrededor de las 8 de la noche. Cuando acompañaba a los artistas japoneses que había venido para el festival internacional del cine, conocí a un joven argentino, miembro del Instituto Argentino-Japonés. Trató de cortejarme, luego de encontrarse conmigo varias veces en peleas de boxeo y en otros actos públicos, a los que yo había asistido con Perón. Renzi le habló a Perón de estos encuentros y trató de sembrar la sospecha de que quizá no fueran casuales como aparecían. -Preguntémosle a la nena- sugirió Perón. La expresión de mi cara fue suficiente para convencerlo de que la sospecha era maliciosa y que yo le era fiel. No me gustó la sonrisa de Renzi, el día que volví de un cine céntrico con Antonio Perón, el sobrino de veinte años del General. Antonio había ido a vivir a la residencia pero tenía su grupo de amigos y rara vez estaba en la casa, salvo para dormir. A pesar de esto, comprendí que debía tener mucho cuidado en mis relaciones con él. Y desde ese día rechacé todas sus invitaciones. Tenía inclusive que preocuparme de mi actitud con los profesores particulares que iban a darme lecciones a la Residencia, cuando dejé de ir al colegio para dedicarme a Perón y a su casa. Había descubierto que me espiaban por el ojo de la cerradura. Cuando Renzi le preguntó a Perón en cierta oportunidad por qué estaba tan seguro de mí, él le respondió: -Porque es demasiado joven para estar viciada, como nosotros los hombres… LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4

Capítulo 5 Capítulo 6

Las memorias de Nelly Rivas, capítulo ocho: "Me sentí aislada, fui poco menos que una prisionera en la residencia de Perón" www.infobae.com | Nelly Rivas y Juan Domingo Perón, una de las pocas imágenes juntos El siguiente es el octavo capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Cuando el descontento de la oposición comenzó a sacudir los cimientos del gobierno, rogué a Perón que renunciara a la presidencia antes de que fuera demasiado tarde. Lo insté a que se retirara conmigo a algún lugar tranquilo donde podría disfrutar sus últimos años en paz y bienestar, lejos del torbellino de la política, que a mí no me interesaba. Le hice ver que ya había hecho bastante por la Argentina. Y que otros debían asumir las responsabilidades. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Pero el grupo que lo rodeaba, especialmente los íntimos, como el doctor Méndez San Martín, Ministro de Educación; Atilio Renzi, mayordomo de palacio, y el capitán Alfredo Renner, su secretario particular, se oponían a esta idea, convencidos, como estaban, de que el régimen no podría existir sin Perón. En cierta oportunidad en que nos encontramos solos, ellos y yo, esperando al General para ver una película, me acusaron violentamente de ser mala influencia para Perón. Herida vivamente les contesté:

-No quiero que sea un héroe, reconocido después de su muerte, como el general San Martín, que tuvo que morir en tierra extraña…La cosa es muy sencilla, Uds. quieren conservar sus puestos. Peo mis intereses son muy distintos. Yo quería que él viviera para disfrutar de sus perros, de sus chinelas… y de mi compañía. El mayor Ignacio Cialceta fue el único del grupo que me apoyó. Perón entró en ese momento y cambiamos inmediatamente de conversación. Me senté como de costumbre al lado del General y al rozar su brazo sentí una inmensa amargura al recordar las cosas terribles que sin comprenderme habían dicho de mí. Y lloré durante toda la película. Me fui sintiendo más y más aislada hasta que fui poco menos que una prisionera en la Residencia. Para hacer la cosa peor apenas tenía oportunidad de ver a Perón. A medida que la crisis se hacía más honda, sus ministros lo absorbían más y más, día y noche. Antes había tenido un profesor que venía a casa a darme lecciones de dactilografía. Deseaba poder hacer de secretaria de perón para así poder estar más cerca de él. Pero Renzi hizo circular la versión de que Perón me hacía tomar lecciones con el fin de corregir mi escasa educación. Me dijo que no tenía suficiente preparación como para servir de secretaria a un presidente.

El Palacio Unzué, la residencia presidencial que utilizaba Perón y fue demolida por los militares que lo derrocaron

Abandoné mis estudios y me propuse demostrarles a Renzi y a los otros que seguiría junto al Presidente sin ayuda de lecciones privadas. Deseaba escaparme de la atmósfera asfixiante de la residencia presidencial y soñaba con que nos mudáramos a la calle Teodoro García, a una linda casa en Buenos Aires, que Perón había heredado de su difunta esposa. Pero me dí cuenta que sería imposible. El "grupo" nos seguiría hasta allí y las cosas continuarían igual que en la residencia oficial. Renner ya nos había echado a perder los pocos fines de semana que Perón y yo pasamos en la quinta de San Vicente. Trataba de impedir que fuéramos, presentándole al Presidente una cantidad de papeles oficiales que, según decía, requerían su presencia en Buenos Aires durante el fin semana. Un sábado a las 5 de la mañana, Perón y yo nos fuimos antes de que Renner pudiera impedirlo. Apenas nos habíamos acomodado en la quinta cuando Renner apareció con sus papeles oficiales y yo quedé abandonada otra vez. Le dije a Perón que daba lo mismo volver a la capital. El 16 de junio de 1955, volviendo a la residencia después de hacer unas compras, me encontré con que había tropas montando ametralladoras y otras armas. Perón no estaba. Corrí hasta donde estaba Renzi y le pregunté que ocurría. -No me hable- me dijo- este es un asunto muy serio. El oficial al mando de las tropas me explicó que había habido un alzamiento y que los rebeldes se habían apoderado del aeropuerto internacional de Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires. Corrí a mi habitación, me cambié de ropa y me puse a ayudar a Renzi a organizar el personal civil para defender la residencia. Me preocupé de que cada uno estuviera armado y en el puesto que le había sido asignado. Ayudé a cargar las ametralladoras y fui a buscar el pequeño revólver que Perón me había regalado. Renzi me preguntó si me sentía capaz de usar un arma más poderosa. Tomé el revólver de policía de calibre 45 que me ofreció. Hubo una fuerte explosión y vimos que el cielo se encendía en la distancia. Aviones rebeldes habían bombardeado la Casa de Gobierno, donde Perón tenía su oficina. Quedamos atónitos y aterrorizados. Tomé unas cajas de cigarillos de Perón y los distribuí entre los soldados y el personal, esperando así alentarlos. También les distribuí emparedados que había preparado yo misma en la cocina. Renzi me insistió varias veces a que me fuera inmediatamente y regresara a la casa de mis padres. -Mi sitio está aquí, le contesté. No voy a salir corriendo al primer tiro. Un avión de reconocimiento vió el coche presidencial en el parque y llegó a la conclusión de que Perón se hallaba en la residencia. Boca abajo sobre la azotea , como los demás, ví que tres enormes "Gloucesters" se nos venían encima. Una de las bombas que descargaron cayó sobre un murallón y los vidrios de ese lado de la casa saltaron en pedazos.

Cuando volvieron por segunda vez, teníamos orden de abrir fuego todos simultáneamente. Pensaron que teníamos equipo antiaéreo porque erraron el tiro y sus bombas fueron a parar a una calle vecina. Cuando un avión rebelde comenzó a ametrallar la casa corrí al jardín con la esperanza de encontrar un refugio. Un oficial me asió del brazo y me arrastró a tiempo de sacarme de la línea de fuego. Me tiré al pie de un árbol enorme y me puse a rezar fervientemente. Pocos minutos más tarde todo había terminado. Los aviones leales habían derrotado a los rebeldes y sofocado el levantamiento. Mis padres nunca me visitaron en la Residencia, pero mi madre estaba tan preocupada que acudió aquella noche a la puerta principal. Le aseguraron que yo me encontraba perfectamente. Finalmente, recibimos noticias de que Perón había escapado ileso del bombardeo. Pero no llegó a casa hasta el día siguiente. Viéndome en el portal, esperándome, exclamó sorprendido: -¿Estás todavía aquí? -General -respondí- he tenido el honor de sentarme a su mesa y de compartir muchos buenos momentos con Ud. Esta es también mi casa. No quiero negar que he sentido miedo, pero no me arrepiento de nada. Dios me ayudó. LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7

Las memorias de Nelly Rivas, capítulo nueve: "Supe que todo había terminado y lloré amargamente" www.infobae.com | Juan Domingo Perón y Nelly Rivas El siguiente es el noveno capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Perón siempre tuvo un excelente apetito, pero cuando regresó a almorzar a la Residencia Presidencial, luego de la fracasada sublevación del 16 de junio de 1955, dejó de comer. Miles habían muerto. La Casa Rosada había sufrido grandes daños con las bombas, y Perón tuvo que mudar su despacho a la Residencia. PUBLICIDAD inRead invented by Teads Alcé la vista de mi plato y ví que Perón cubría su cara con las manos. Un silencio cayó sobre los comensales. Ninguno de los ministros encontró algo que decir. Por fin yo rompí el silencio: -¿Papaíto, qué pasa? ¿No hay apetito hoy? Tomó mi mano y la apretó con fuerza. Y pude ver que sus ojos se llenaban de lágrimas. Más tarde, cuando pudimos hablar a solas, me dijo: -Parece que no me quieren mucho… -¿Qué importa que no lo quieran sus enemigos?, le contesté. ¿No me tiene siempre a mí? Aunque todos lo abandonen, yo jamás lo dejaré. Y luego añadí con un toque de desilusión en mi voz: -Parece que mi cariño no significa gran cosa para Ud. Perón me aseguró que sí: que yo era un gran aliciente para él en esos momentos. Había habido gran revuelo a raíz de que la quema de la Bandera de la Patria y de los continuos choques con el clero. Se había llegado hasta incendiar numerosas iglesias en Buenos Aires. Todo esto cargaba la atmósfera de tensión y de incertidumbre. Un día oí unos disparos cerca de la puerta principal de la Residencia. Me dijeron que unos hombres habían pasado en un auto y habían intentado matar al guardia. Después de esto, la seguridad de la Residencia Presidencial fue confiada a la Guardia de Granaderos, considerada una de las unidades más fuertes y más leales del ejército. Perón al principio, no se resignaba a convertir su casa en un cuartel, pero el Servicio de Seguridad insistió. Con esto, la Residencia dejó de ser un hogar.

Nelly Rivas rememora los alzamientos militares contra Perón Y se produjo la revolución del 16 de septiembre de 1955. A las tres de la mañana desperté con el ruido de pasos apresurados. Salté de la cama y salí a ver que sucedía. Encontré a Perón vestido, preparándose para salir. Ese día no almorzó en casa, pero fue a cenar. Él y sus ministros hablaron todo el tiempo de cosas que yo apenas entendí. A juzgar por sus semblantes, parecía que la situación no era buena, pero tampoco desesperada. Perón se veía tranquilo, pero los ministros estaban visiblemente preocupados. Era evidente que estaban tratando de asuntos más serios que los de costumbre. Y me levanté, silenciosamente, de la mesa. Perón regresó al Ministerio de Guerra y no volvió a casa esa noche. Yo dormí vestida, sobre la cama. La residencia se convirtió de repente, en un puesto militar, rodeado de tropas desde donde Perón en gran parte dirigía las operaciones. Él y sus consejeros pasaron las noches en pie, estudiando los planes y la estrategia destinados a aplastar la revolución que había estallado en Córdoba, a 750 kilómetros de Buenos Aires. Yo les enviaba continuamente café o "cognac" para levantarles el espíritu. Mientras se abría y cerraba la puerta, alcancé a oir algunos comentarios que hacían entre ellos. Decían que era imposible llegar a Córdoba, ya que los revolucionarios había tomado posiciones avanzadas a la entrada de la ciudad. No obstante, las tropas leales a Perón recibieron orden de avanzar y lograron entrar en la ciudad.

Cuando empezaban las cosas a mostrarse favorables al gobierno, recibimos la noticia de que unidades de la Marin, al mando de los revolucionarios, se acercaban a Buenos Aires. Uno de los comunicados decía que habían recibido armas del Uruguay. Perón y sus ministros se indignaron. El capitán Alfredo Renner, secretario particular de la Presidencia, cogió el teléfono, llamó a Montevideo y advirtió al gobierno uruguayo que sería considerado responsable si los buques de la Marina de Guerra argentina llegaban a nuestras costas cargados de municiones. (Perón, que desconfiaba de la Marina, había tomado sus precauciones y desarmado a los buques de guerra). Uno de los oficiales propuso hundir algunas naves a la entrada del puerto de Buenos Aires para impedir la entrada de los buques rebeldes, pero Perón se opuso diciendo que él no hundiría barcos por los cuales había pagado tanto dinero. Comencé a darme cuenta de que la situación se hacía grave. El 19 de setiembre, a las 5.30 de la mañana, Perón se dirigió al Ministerio de Guerra. Algunas horas más tarde volvió acompañado de Renner, y corrió escaleras arriba. Yo me encontré con él en el último peldaño. -¡Andate a casa, inmediatamente!, me dijo. Más vale prevenir que tener que lamentar… Era casi una orden militar. Comprendí que el asunto no admitía discusiones. Le dije que me llevaría los perritos y él asintió. Me besó y me fui, tal como había llegado, con sólo el vestido que llevaba puesto. No hubo ninguna indicación en su beso de que era la despedida final. Creí que estaríamos juntos nuevamente en un par de días, tal como había sucedido después del levantamiento sofocado en el mes de junio. Pero fue la última vez que ví a Perón. Cuando llegué a casa, prendí la radio y escuché los últimos comunicados sobre la revuelta. Y escuché los últimos comunicados sobre la revuelta. Y escuché que la Marina había presentado un ultimátum diciendo que Buenos Aires sería bombardeado a menos que se rindiera el gobierno. Supe que todo había terminado. Y lloré amargamente. Sentí que el mundo se derrumbaba… LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7

Las memorias de Nelly Rivas, capítulo diez: la propuesta de matrimonio a Perón www.infobae.com | Juan Domingo Perón y Nelly Rivas El siguiente es el décimo y último capítulo de las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina. Después que Perón huyó, dejándome en Buenos Aires, la vida se convirtió para mí en una pesadilla. Turbas antiperonistas se congregaban frente a mi casa, insultándonos. En cierta ocasión comenzaron a gritar: PUBLICIDAD inRead invented by Teads ¡Hay que lincharla! Un destacamento de policía tuvo que intervenir. Mi vida corría peligro y yo estaba atemorizada. El 27 de septiembre, una semana después de que el nuevo gobierno había asumido el poder, tres policías del servicio secreto y dos capitanes del ejército llamaron a mi puerta. Mis padres habían salido a comprar otra casa con los 400 mil pesos que Perón me había entregado poco antes de pedirme que me fuera. La cómoda casita de mis padres era un regalo que Perón les había hecho a fines de 1954. Ahora las muchedumbres amenazadoras nos hacían imposible seguir viviendo allí. Yo estaba en cama, enferma física y moralmente, a raíz de todo lo que había sucedido. Mi tía, que me acompañaba, me preguntó si debía o no dejar pasar a la policía. -Déjalos entrar- repuse.

De otra manera echarán abajo la puerta. Lo primero que hicieron fue preguntarme por todas las cosas que Perón me había regalado: el Fiat, las pieles, la ropa, las alhajas y el dinero que me diera al despedirnos. Me sorprendió sobremanera que hubieran podido averiguar tantos detalles en tan corto tiempo y llegué a la conclusión de que la revolución debió haber tenido partidarios desde adentro. Yo tenía las alhajas y el dinero guardados en un ropero. Los policías se apoderaron de ellos y me preguntaron si las joyas habían pertenecido a Eva Perón. Se refirieron a ella y a Perón en la forma más irrespetuosa y llenaron de insultos una fotografía de Perón que encontraron en la habitación. -Estos son los perros del tirano- exclamó uno de ellos reconociendo a "Monito" y a "Tinolita". ¿Por qué no los matan? Me hicieron una serie de preguntas de naturaleza íntima. Yo me mantuve en silencio. Cuando regresó papá, lo trataron de degenerado por haberme permitido vivir con Perón. En el ropero, la policía había encontrado dos cartas. Parecían haber sido escritas por Perón desde la cañonera Paraguay donde se había refugiado. Me las había traido un joven que desapareció inmediatamente después de entregármelas. La policía me pidió que las identificara. Les dije que la firma era la de Perón, pero que no podía asegurar que él fuera el autor de las cartas porque no lo había visto escribirlas.

Una de las cartas escritas por Perón que menciona Nelly Rivas El 18 de octubre fui llamada a comparecer ante un tribunal militar. Estaba compuesto de ocho generales que estaban recopilando datos para justificar la expulsión de Perón del Ejército. Se reunía en la residencia presidencial, donde yo había vivido momentos tan felices con Perón y donde ahora, de hecho una prisionera, debía declarar en contra suya. Les dije la verdad de mis relaciones con Perón. Ellos querían que les hablara de su política, pero les contesté que no sabía nada de esos asuntos. Un teniente coronel, impaciente, sugirió que me llevaran presa. El general von der Becke se opuso, diciendo que yo era sólo una criatura. Y me permitieron que regresara a mi hogar. Un día, en que mi madre había salido a hacer las compras, una mujeres detuvieron su coche y le pidieron que les indicara una calle que no conocían. Cuando mi madre se acercó al auto para contestarles, la asieron bruscamente y le cortaron el cabello. Esto colmó la medida. Vendimos algunas cosas para poder conseguir diez mil pesos para alquilar un coche; cargamos algunas valijas y los perritos y nos dirigimos hacia el norte en dirección al Chaco, cerca del Paraguay, en donde se había refugiado Perón. Nos arrestaron en Formosa, a cierta distancia de la frontera. Nos detuvieron un corto tiempo y luego se nos ordenó regresar a Buenos Aires. En marzo fui obligada, nuevamente, a relatar mi historia a la Comisión Investigadora de Actividades Peronistas. El 7 de mayo, dos agentes se presentaron con una orden de arresto firmada por el juez. Mi madre no quiso entregarme, pero se comprometió a llevarme al día siguiente ante el Dr. Ernesto González Bonorino, el juez que se ocupaba de mi caso. El juez ordenó que fuera internada en un reformatorio, y me separaron de mi madre. Esta, enloquecida, quiso lanzarse desde el tercer piso de la Corte, pero una pariente se lo impidió. Mi estada en la prisión (o "colegio") fue una pesadilla. Las frazadas, mal lavadas, me aterrorizaban pensando en que podrían ser portadoras de las enfermedades feas que tenían muchas de las chicas. Yo era una paloma comparada con ellas. Vivían obsedidas sexualmente y sus constumbres escasamente superaban el nivel animal. -Vos estuviste enredada con Perón, así que no podrás salir de aquí hasta que tengas veintidós años. Tenés deciséis…me decían y yo me horrorizaba. Al cabo de un mes y medio, empecé a sufrir de una profunda depresión nerviosa. Sentía que me estaba volviendo loca. Luego, tuve un ataque de apendicitis. Creí morir y pedí que llamaran a un sacerdote. Me confesé por primera vez en muchos años. Mi estado siguió desmejorando. Había nuevas complicaciones relacionadas con el hígado. Cinco exámenes médicos concluyeron que si continuaba detenida, no respondían de que no tuviera ello consecuencias fatales para mí. Así el 15 de noviembre de 1955, después de casi siete meses en el "colegio", fui puesta en libertad y operada inmediatamente.

El Dr. Juan Ovidio Zavala, miembro activo de la Unión Cívica Radical, había sido uno de los jóvenes que pusieron una bomba en el Teatro Colón mientras Perón se encontraba allí. Se hizo cargo de nuestro caso, porque opinó que era su deber defender los derechos de cualquier argentino, cualesquiera que fueran sus ideas políticas. Mantuvo que era ilegal detener a mis padres cuando ninguna de las partes había presentado una denuncia contra Perón. El estado argentino, procediendo con un juicio enteramente aparte, ha acusado a Perón de haber mantenido relaciones ilícitas con una menor. En estos momentos procura obtener su extradición de las autoridades venezolanas, a fin de juzgarlo aquí en la Argentina. Perón podría echar por tierra este cargo, solicitándome en matrimonio y el juez no se opondría a esta solución. Estando bajo la tutela del juez, no puedo abandonar la Argentina, pero el matrimonio podría hacerse por poder. En este caso yo adquiriría el derecho de viajar al extranjero. Si llegara él a considerar esta propuesta, yo insistiría en que fuera enteramente voluntaria, motivada por sus sentimientos hacía mí y no porque se viera obligado a hacerla. Es Perón quien deberá decidir. Confiando en Dios, yo aceptaré lo que el destino me depare. LEA MÁS: Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9