La Genial Entrevista de Alfonso Tealdo

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La genial entrevista de Alfonso Tealdo, quién más, a Raúl Porras Barrenechea Habías oído que Tealdo fue el mejor entrevistador del Perú. Mejor lee esta nota con el gran historiador y conoce su gran pluma. Un artículo de colección para disfrutarlo con un café en la mano.

Peces Se han derrumbado los libros en los anaqueles. Ya no hay plenitud vertical en las estanterías. Muchos de ellos -¡cuarenta cajones!- se han marchado con el Embajador a España. Minervas, banderines, retratos, Giocondas, está en silencio, empobrecida, abandonada, la biblioteca de Raúl Porras. Sólo un Don Quijote de bronce parece gritar en la penumbra, mientras que una estatua oscura de Palas Atenea sostiene al extremo de su brazo, en alto, una cabeza: la cabeza de la ignorancia. Días antes de su partida estuve con él tres veces. Y vi su gran cabeza ponerse oblicua para que su ojo azul mirara el libro antiguo. Vaga pupila de pez cuando se posa sobre viejos pergaminos. Un estrabismo curioso y significativo, como si su mirada necesitase de un taladro de luz en la lectura. Y una voz honda y reposada, amorosa y triste -la Historia es melancolía- donde se diluyen y se abrazan la emoción por el Cid Campeador y por Pizarro, por Rubén Darío y por San Martín. Los cronistas y libros coloniales. Libros de exequias, aclamaciones y pompas reales. Las últimas valijas reciben a Montalvo y a Fray Juan Meléndez. La Historia de la Catedral de Lima y la Historia de los Santos. Esta vez, un barco de guerra, la Fragata “Teniente Gálvez”, lleva la cultura del Perú a España. -Tengo el temor -me dice Porras, sonriente- que esto termine proporcionando ilustración peruana a ballenas y tiburones. ¡“Los Tesoros Verdaderos de Indias” en el vientre de un cachalote, o “La Estrella de Lima sobre sus Tres Coronas”, hecho añicos en la aguda y doble sierra de un selacio empedernido! Todo es posible: hasta los animales son ignorantes. -¿Se va Ud. por mar, doctor Porras? —Sí, por mar: no es posible ir en calesa. ¡Viva Bécquer! ¡Muera el dólar! ¡Oh, becquerianos tiempos en que un folleto antiguo costaba cinco reales y dos soles un buen libro! En “El Investigador”, de 1813, Porras me lee algunas sátiras contra la Inquisición. Está muy bien: ahora la Inquisición se llama vida. El tiempo nos ha castigado. -Yo era un estudiante pobre, impecunioso, como diría Belaúnde; pero, desde los dieciocho años, aficionado a recorrer librerías de viejo. Había dos librerías cerca de la Universidad: la de Atilio Tassara, hermano de Glicerio, el formidable polemista director de “El Germinal”, y la de Enrique Baglieto. Era un pequeño rincón, la librería, junto a la casa de préstamos de Tassara. Porras, a veces, entra en la primera para comprar en la segunda. Un día se queda mirando a un hombre elegante, de ojos azules y bigotes blancos y sedosos. Es Manuel González

Prada, amigo de Tassara. Es el año de 1912 y a Porras le interesa la Historia Republicana. -Tengo comprados donde Baglieto rarísimos folletos. Veinte libras le cuesta “Mercurio Peruano”. Adquiere colecciones íntegras de periódicos antiguos: “El Chispazo”, “La Neblina”. Toda la “Gaceta de Lima” y la colección de Varela y Orbegoso, verdadera carta social y política de la ciudad entre 1879 y 1930. ¿Cuánto le cuesta? Veinte libras, también. Entonces, ¡viva Bécquer! ¡Muera el dólar! Sombra sobre un bronce Pasamos de una habitación a otra. El mismo panorama de libros. Anaqueles para la Literatura Peruana. Anaqueles para la Literatura de Francia. Anaqueles para la de España. “El Parnaso Peruano”, de Cortés. Folletos de los Románticos. “La Lira Patriótica”, de Corpancho. Y los queridos France y Taine y Renán. -Tuve por ellos -me cuenta Porras- absorbente admiración. Pero su gran afición es la Historia del Perú. -El año de 1928, Oliveira me ofreció la cátedra de Literatura Castellana. “Para enseñar la Historia del Perú, hay que comenzar por la Literatura de España”, me dijo para convencerme. Y es cierto: el Poema del Cid y El Quijote son indispensables para entender la Conquista. Así, dos años me dediqué a enseñar Literatura y me aficioné a los estudios críticos de Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal. Seis años antes, lo había llamado Villarán: -Carlos Wiesse había pedido licencia -me refiere- y Villarán me ofreció la cátedra de Historia. Jorge Guillermo Leguía no habla egresado y Basadre carecía de coraje oratorio. No sabíamos defender en público nuestras ideas. Acepté; pero, para enseñar en la Universidad, me hice, primero profesor de colegio. En 1923, me inicié en San Marcos. Ese día no tomé desayuno. Hablar nos daba pánico. Mi asombro fue enorme cuando me encontré con un formidable equipo de alumnos: Martin Adán, Westphalen, Jorge Fernández Stoll, Gonzalo Otero Lora, Estuardo Núñez, Enrique Peña. Ex-alumnos del Colegio Alemán, agotaban las bibliografías. Martin Adán tenía un conocimiento aplastante de los clásicos. ¡Es admirable su juicio de “La Celestina”! Y las canciones de gesta y romance llevaron a Porras, como de la mano, al estudio de los cronistas. -¿Qué es, al fin y al cabo, un cronista si no un poeta épico? Miro la estatua de bronce en esta tarde que se marcha. Las sombras nos envuelven. De pronto, inevitablemente, pienso en Rodó. Porras sigue hablando, pero yo sólo pienso en Rodó. “Y en América se queda, para siempre, Don Quijote”. La frase del pensador uruguayo viene como prendida, como una mensajera, en el extremo inicial de la noche. Se ha hecho negro el bronce de Don Quijote. Lo miro y lo remiro. Ya es Francisco Quijote. Ya es Francisco Pizarro. -Ya se ha hecho de noche -me dice Porras.

Se había hecho el siglo XVI. El secreto de España revelado por una sombra sobre un bronce. Limeño de Pisco Lima, Piura, Cajamarca y Tarma están representadas en la ascendencia de Raúl Porras. -Toda mi familia -en efecto, me dice- es limeña, del siglo XIX. Mi familia empieza a figurar en la Independencia. Es gente de la Independencia y de la República. Tengo, sin embargo, otras ramas. Un bisabuelo mío, don José María Raygada, es uno de los que proclama la Independencia de Piura y se bate en Pichincha, Zepita, Junín y Ayacucho. De otro lado, los Oyarzábal, de Tarma; y finalmente, una cuarta parte de cajamarquino: mi abuela materna, Virginia Osores de Porras, mujer de temple heroico, nació en Chota. Estamos en el salón de la casa y grandes retratos nos miran desde las paredes. Claro está que esto de las ramas no es simple asunto de Botánica en Raúl Porras, pero a él no lo inflan de vanidad las ascendencias. Por lo demás, se las merece. Para eso sirven las ascendencias: para merecerlas. -No -me responde-; yo no nací en Lima: nací en Pisco. Mi padre tenía un negocio, una fábrica de aceite de pepita de algodón, en Pisco; pero soy limeño. Limeño porque la primera ciudad de Lima se fundó en Pisco, en San Gallán, sitio señalado por don Nicolás de Ribera. En Pisco, en la casa donde más tarde se alojaría San Martín, nació Raúl Porras. El abuelo y el bisabuelo Estamos en el salón de los grandes retratos. Brilla en la pared la peluca empolvada de don Manuel García de la Plata, el Oidor. De sus labios parece que fuera a salir palabras. -Murió a los 93 años -me dice Porras- y Vivanco, en 1844, lo hizo Vocal honorario de la Corte Suprema de la República. Una de sus hijas, Juana Rosa, se casó con el Marqués de Torre-Tagle, y otra, María Mónica, con don Camilo Joseph Morales Ugalde, abuelos estos últimos de José Antonio Barrenechea y Dorrego, agente secreto de San Martín en los preparativos del ambiente revolucionario y combatiente en Junín y en Ayacucho. Dos de Mayo de 1666. Un terco anciano marcha al Callao y dispara un cañón contra los españoles de la frustrada reconquista. Tiene setenta años. Se llama José Antonio Barrenechea y Dorrego. -Su hijo, José Antonio Barrenechea y Morales, fue discípulo da Bartolomé Herrera en el claustro de San Carlos y más tarde Juez, Rector, notable diplomático y Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores con Balta. Una abuela muy valiente -Mi tío Melitón Porras fue el hombre de más personalidad durante el primer gobierno de Leguía. Había devuelto la Corona a Chile y llegaban de Arica los cautivos. Se hizo creer que iba a ser el sucesor de Leguía y esto despertó recelos. Hubo hasta manifestaciones contra él y un asalto a la casa de Mogollón. Yo tenía 14 años y allí vivía con mis tías y mi abuela Virginia, acostumbrada a defender con escopeta la hacienda de Chota cuando la atacaban los bandoleros. Las turbas, un día, entraron a la casa y encendieron una fogata en la escalera. “Acompáñame”, me dijo mi abuela, y bajamos por la escalera de

mármol. Abrió la reja, y le dijo al populacho: “Caballeros: aquí sólo viven mujeres y niños. Vayan a la casa de mi hijo, en Judíos, que él sabrá recibirlos como ustedes se merecen”. Dos faltas de urbanidad Un viejo uniforme de diplomático reposa sobre un baúl. Cuelga la levita y en algunas partes el hilo dorado ha saltado como un resorte. El amor de una tía se lo ha enviado a Raúl Porras. Es para que, ahora, lo use el Embajador. Es un uniforme que regresará a España. -Dos parientes míos -José Antonio Barrenechea y Melitón Porras- sufrieron como Ministros votos de censura, y los dos por falta de urbanidad -me cuenta Porras-. Francisco García Calderón, durante el Gobierno de Balta, había renunciado a la cartera de Hacienda y de ella se hizo cargo mi abuelo José Antonio, Ministro al mismo tiempo de Relaciones Exteriores. Se discutía en la Cámara un proyecto de consolidación de la nueva deuda interna que el país había contraído a consecuencia de sucesivas revoluciones. Barrenechea se presentó a esa Asamblea vestido con irreprochable levita, guantes de ante y sombrero de unto. En medio de un debate desordenado y al cabo de algunos discursos, Barrenechea preguntó: “¿Qué es lo que se discute? ¿Hasta ahora no sé qué es lo que está en discusión?”. Los interpelantes, entonces, fueron más tenaces y más crudos en sus expresiones. Semejante desorden parlamentario hizo exclamar a Barrenechea: ¡“Esto parece un campo de Agramante!”. ¿Campo de Agramante? Se restableció el silencio. Luego comenzaron los murmullos. ¿Qué quería decir el Ministro con eso de “campo de Agramante”? Un diputado abandonó la sala, consultó un diccionario y regresó iracundo. El Ministro había insultado a los honorables miembros de la Cámara. -Entonces, se levantó el diputado Espinoza y explicó a sus colegas el ultraje que la frase del Ministro significaba. “El Campo de Agramante simboliza la anarquía”, dijo. Agregó que no había “ningún derecho” para tratar a la Cámara “con cierto aire de poco más o menos”. José Antonio Barrenechea no dijo más. Fue censurado. José Antonio Barrenechea renunció a sus dos carteras, pero Balta sólo aceptó la de Hacienda. Como su Ministro de Relaciones Exteriores se quedó. -La censura a Melitón Porras se produjo a raíz de una invasión boliviana en Madre de Dios, en el río Manuripe. De la censura de encargó Manzanilla. Leguía tenía mayoría de un voto en la cámara. Con gestos sobrios y frases cortas, Melitón Porras hizo la explicación del incidente. Todos quedaron convencido; pero terminó diciendo: “quiero ver si la Cámara se atreve a censurarme”. Y lo censuró. Son de la mayor importancia las reglas de urbanidad. Casi tan importantes como el Poder Legislativo. Los primeros años Porras hizo sus primeros estudios en el Colegio San José da Cluny, en la calle General La Fuente. Es una parvada da cuatro a ocho años. Antes de aprender a leer, ya sabe cantar la Marsellesa. ¡La Madre Matilde! Porras la evoca cariñosamente. Ella la enseñó lo que era la libertad, lo que eran los números y lo que era Dios. Todavía vivía su abuelo

Melitón Porras y Díaz, esposo de doña Virginia. El abuelo, sumamente alto y acostumbrado a una férrea disciplina colonial, se preocupaba muchísimo por las notas del pequeño Raúl: “Te daré un real si en lugar de traer “bien” traes “muy bien”. -¡Muy bien! -me cuenta-; hasta ahora me lo debe. Estas deudas de los abuelos qué tiernamente significativas son. Son una verdadera sabiduría del recuerdo. Son para que no los olvidemos. Ahora me habla del Padre Jorge Dintilhac: —El sacerdote más perfecto que he conocido; de un candor formidable y de una pureza ruborosa. Rezaba las letanías con una voz cristalina. Nos enseñaba catecismo y, después de la lección dominical, nos daba pan y chocolate. Tuve dos grandes maestras de Historia Francesa: el Padre Andrés -“Arzubanipal, decía: ¡qué nombre tan sonoro!”y el Padre Teófano, tolerante y realista hasta cuando trataba de la Revolución. El Padre Fulberto era muy bondadoso: todos se confesaban con él porque absolvía sin penitencia. Su padre Al salir del salón de los grandes retratos, Raúl Porras me enseña un cuadro. Es un apunte de San Andrés. -Lo hizo mi padre -me indica-. Aficionado a la pintura, terminó por dedicarse al comercio. Sería por esto que Teófilo Castillo, profesor de mis hermanas, insistía en que yo dejara la Historia y me hiciese pintor. -Sí, doctor Porras -le respondo-; sé cómo murió su padre. -Era íntimo amigo de Augusto B. Leguía. Enamoraban juntos a las sobrinas de don Andrés Avelino Aramburú y estuvieron juntos en la batalla de Miraflores. Leguía hablaba mucho; mi padre hablaba poco. Cuando mi padre murió, Leguía se puso luto. Leguía -En 1919 -me dice- fui ferviente admirador de Leguía que entonces representaba lo desconocido y lo audaz. Yo trabajaba en su Secretaría. Recuerdo la última vez que lo vi. Tenía una extraordinaria frescura de tez y atraía al que hablaba con él. Antes de mi partida a Tacna y Arica, Leguía me dio instrucciones. Me hizo una clarísima exposición. Quedé verdaderamente asombrado, pues yo mismo había sido el autor de esas instrucciones en mi condición de funcionario de Relaciones Exteriores. Pero con ocasión del Laudo y el Tratado Salomón Lozano, Porras se convierte en un tenaz impugnador de Leguía. -Yo participé en esas manifestaciones de protesta, sobre todo en el caso del Tratado del que él, sin duda, no fue el principal culpable. Cuando Leguía se enteraba de que Porras había sido apresado, lo hacía soltar. Es que Leguía tenía unos secretos reductos, insobornables, en los que mandaba exclusivamente su conciencia. Haciendo estas cosas, realizando estos gestos, poniendo en libertad a Porras, por ejemplo, su espíritu quedaba en paz. Así suelen

administrar los asuntos del alma los hombres de Estado que no tienen más remedio que ser realistas a su paso por la Historia. El profesor En su viejo “Essex” verde lo recuerdo a Raúl Porras, hundido en un desvencijado asiento gris. Lleno de libros ingresaba a su clase, en el Anglo Peruano. ¡Oh, la literatura picaresca española! Hasta los alumnos más torpes y reacios, hasta los más engreídos por su fortuna, hasta los que desprecian en su adolescencia plutocrática y sin sentido la belleza de la palabra escrita, se quedaban como petrificados en sus asientos al sonar la hora de salida. Virreyes, poetas, caudillos: Porras a todos los alumnos les hizo amar la Historia. Les hizo amar la Literatura. ¡Qué maestro, Raúl Porras! Es como para dar gracias a Dios por haber sido su discípulo. -Era un vivero de gente de acción la del Anglo Peruano, en plena ascensión social y de mentalidad utilitarista. No tenían interés por esas inquietudes. ¿Para qué sirve la poesía?, se preguntaban, y en el tono despectivo incluían la respuesta. Estaban ocupados en sus negocios y en pasar lo más rápidamente posible por el colegio y nada más. Sin embargo, terminaron pidiéndome versos. Un día se me acercaron dos alumnos y me propusieron: “tenemos un hermano que está dedicado al comercio y que desea perfeccionar sus estudios literarios por la noche”. Le enseñé en su casa, y Unamuno y los clásicos españoles le hicieron descubrir un mundo para el espíritu. Hasta fonógrafo lleva a la clase. Un día el director del plantel se escandaliza. ¿Qué ocurre? Nada: Raúl Porras está tocando la salaverrina. En el Colegio Italiano, enseña Historia del Perú. El director advierte que la indisciplina está cundiendo en el alumnado. ¿Qué es lo que pasa? Es que París, el vigilante, dedica todo su tiempo a escuchar, desde una ventana, lecciones de Historia del Perú. En debates entre los alumnos hace triunfar a San Martín sobre Bolívar, y en el Colegio Italiano, para desconcierto de Ciro Simone, la tesis de que Colón es español. “Lo único que se ha buscado”, le explica Porras, “es medir la fuerza dialéctica y oratoria de los alumnos”. Pero es en el Colegio Anglo Peruano donde organiza el más resonante de los debates. Se repleta de público la sala de actuaciones. Se trata, nada menos, que de una parodia de la Sétima Conferencia Panamericana. ¡Hablar de imperialismo anglosajón en un colegio inglés! “Lo único que se busca”, explica Porras al director, “es medir la fuerza dialéctica y oratoria de los alumnos”. En este certamen, yo representé a Sandino. Jorge Guillermo Leguía me prestó un libro formidable: “Estados Unidos contra la Libertad”, de Isidro Fabela. Perdió el equipo de América Latina por un punto. Por falta de urbanidad. -Yo he estado siempre agobiado por la tarea de enseñar. Sin embargo, ¡qué gran satisfacción la de haber sido profesor de segunda enseñanza! ¿Por qué no termina sus libros Raúl Porras? ¿Por qué no culmina su estudio sobre los satíricos, la biografía de Sánchez Carrión y la vida de Pizarro? -Los libros de un maestro -me explica- son sus alumnos. Hay una novela de Unamuno en la que un personaje le pide al autor que no lo mate.

-Además –agrega- no he querido matarlos. El historiador -Intensificar los estudios nacionales era, entonces, lo nuevo. La influencia de RivaAgüero me llevó a los temas de Historia Literaria, y también el “Estudio Social de la Colonia”, de Javier Prado. Raúl Porras, después de su tesis, deja a los satíricos limeños y a Felipe Pardo y Aliaga y aborda temas de la Independencia: el Congreso Constituyente de 1822; los ingleses y la Independencia de América y del Perú. ¡Unánue! ¡Arce! ¡Sánchez Carrión! -Luego la cátedra me obligó a entrar en contacto con los cronistas del siglo XVI. Yo tenía extrañeza por estas cosas y fui a parar como en un mar sin fondo en los cronistas. Es más: impuse su estudio exhaustivo en la Facultad de Letras. En los muelles del Sena, en Londres y en Madrid, busca la huella de los viajeros; los reúne, y los incorpora como nueva fuente histórica. En España halla el Testamento de Pizarro y la Crónica Inédita de la Conquista del Perú, de Diego de Trujillo, el documento más importante presentado al Congreso de Americanistas de Sevilla de 1935. Pizarro y San Martín -No; por Pizarro no tengo afecto: por Pizarro siento admiración. Pizarro me atrae como ningún otro. Sobre él tuve las mismas ideas que circulan, desde porquerizo hasta rufián y perverso, en parte por Prescott, pero sobre todo por los libros de cordel; pero me sorprendió el Pizarro de las crónicas: el retrato de Agustín de Zárate -era un buen viejoy el de Garcilaso. Enérgico y humanitario, el gesto más admirable de Pizarro es el ocurrido en Lambayeque cuando, después de salvar a un indio que se ahogaba en el río, le preguntaron por qué lo había hecho; por qué se había expuesto así, por un indio: “Es que Uds. no saben lo que es querer bien a un criado”, les respondió. Para Porras, Cortés es demasiado hombre del Renacimiento para convivir con las ciénagas y los pantanos de América. Cortés puede ser general de Carlos V; Pizarro lucha contra el trópico. Admiración por Pizarro y afecto por Sánchez Carrión. -Con el que coincido es con Sánchez Carrión -me dice-. El otro es el fundador lejano; un personaje de gesta; hombre de armadura y cota. Con Sánchez Carrión, por su liberalidad y por su idealismo espiritual. Cuando le pregunto por San Martín, me contesta con versos de Lugones: “El pendón de los reyes temblaba en su presencia Tenía dos blancuras: su espada y su conciencia”. Y con el epílogo de la Historia de San Martín, de Mitre: “Sólo dos veces habló de sí mismo y fue pensando en los demás. Pasó sus últimos años en la soledad con estoica resignación, y murió sin quejas cobardes en los labios, sin odios amargos en el corazón, viendo triunfante su obra y deprimida su gloria”.

El diplomático Su tío Melitón Porras lo llevó a Relaciones Exteriores el 5 de junio de 1919. -Desde mi cargo de Jefe de Archivos de Límites hice oposición al Tratado SalomónLozano, que sólo se conoció el 27 pero que firmó, secretamente, el 22. Rada y Gamio buscó consejeros en la calle. Para él el Archivo de Límites era un nido de traidores. En su casa tenía un gran mapa del Perú en el que aparecía muy reducida la zona que se entregaba a Colombia. A los pocos meses -continúa diciéndome- me destituyeron por una conferencia que pronuncié sobre Toribio Pacheco. Fabio Lozano, sumamente inteligente y gran amigo mío, me propuso gestionar ante Leguía mi reincorporación. Leguía no le negaba nada. Yo no podía, permitir que un Ministro extranjero pidiese eso por mí y no lo autoricé. A través de una mampara, en cierta ocasión, Raúl Porras vio a su tío Melitón, entonces Ministro de Relaciones Exteriores y el primero de Piérola, discutir sobre el mapa con Fabio Lozano. Lozano, con un lápiz, quiso hacer la línea del callejón; pero Melitón Porras le quitó la mano y se la puso sobre Colombia. Y como él no era el hombre para firmar semejante Tratado, se le hizo cesar en su cargo. El hombre era Salomón. -Hoy -me dice Porras- las cláusulas del Tratado no se pueden discutir porque es la norma jurídica que resguarda la amistad entre los dos pueblos. Dos meses después de haber sido separado de Relaciones Exteriores, Raúl Porras fue restituido. El alegato de Tarata fue la ocasión: -El 25 se había dictado el Laudo, pero quedó pendiente la cuestión de los ríos y surgió el problema sobre los límites de Tarata, cuya demarcación política, por ser provincia, no existía. Entonces recurrí a la demarcación religiosa: habría que encontrar los límites del curato de Tarata en el Obispado de Arequipa. En los archivos de su catedral reuní 30 a 40 pruebas sobre la extensión de Tarata que comprendía todo el Maure y que dejaba al lado del Perú el ferrocarril de Arica a La Paz. Además, encontré interesantes documentos sobre José Mariano de Arce y Pumacahua. El árbitro iba a dar el fallo favorable al Perú; pero se produjo una consulta técnica: ¿quién era el único capaz de absolverla? Raúl Porras. -Rada y Gamio vino a mi casa. Lo hice esperar varios minutos en la puerta al Ministro de Relaciones Exteriores. Al pasar junto al retrato de Felipe de Osma, hizo “¡Uf!” y se cubrió la cara con las manos. “Contesta esto”, me dijo. Contesté. “No; así no: por escrito”. “No puedo: no he consultado los documentos”, le respondí. “Es un asunto de mucha responsabilidad; tendría que regresar al Ministerio”, agregué. Rada y Gamio se fue adonde Leguía: “No quiere. Me ha hablado, además, de responsabilidad, que es una palabra civilista”. Leguía dijo: “Tiene razón: que regrese al Ministerio”. Hice que rompieran el decreto de destitución y que me pagaran los sueldos no percibidos. ¿Por qué no termina Raúl Porras sus libros?: dos años trabajó en el alegato. Otra vez postergados los satíricos, Felipe Pardo y Aliaga y hasta la Perricholi y Palma. Dos años con la cabeza llena de atlas y de curatos. Por eso. En 1931, Sánchez Cerro arrojó del Gobierno a todos los que estuvieron con Leguía. Porras sufrió su persecución. Clausura de San Marcos.

-Protestamos en el General de San Marcos. Yo, que no soy orador, tuve que tomar la palabra. Juramos no volver a una Universidad impuesta. No cabía reformar una Universidad verdaderamente reformada y menos desde afuera. Me habían dicho que la Universidad había sido dinamitada. No hubo más dinamita que mi discurso. Recuerdo esa jornada en San Marcos. Un tumulto de estudiantes y de banderas rojas. En los claustros altos, tras de los gruesos cristales de sus gafas, bajo sus anchas cejas negras, Jorge Guillermo Leguía sonreía. Parecía un águila y un niño. Parecía decir: nada puede la espada contra la cultura. Nada, al final. Sánchez Cerro pasó. Todo pasa, hasta las calamidades. Llegó Benavides. Porras fue nombrado Consejero del Perú en España, en 1933, y luego Delegado del Perú a la Liga de las Naciones. Todo pasa, hasta la esperanza. El plano del infierno A Porras le preocupaba mucho el plano del Infierno. Para explicar la Divina Comedia era indispensable. “Hay que hacerlo”, le dijo a José Jiménez Borja. Pasó el tiempo y un día José Jiménez Borja le enseñó una edición italiana con los planos del infierno, del Purgatorio y del Paraíso. Raúl Porras los miró con su ojo azul y se iluminó su rostro de alegría: hay que saber el sitio exacto a donde irán a parar los que odian y los que nos quieren.

Revista Gala, Número 6, Octubre de 1948