La murte de Alfonso Ugarte

La muerte del Coronel Alfonso Ugarte 7 de junio de 1880 Álvaro Sarco “...Yo, el abajo suscrito Alfonso Ugarte, hago mi

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La muerte del Coronel Alfonso Ugarte 7 de junio de 1880 Álvaro Sarco

“...Yo, el abajo suscrito Alfonso Ugarte, hago mi primero y quizás último testamento, con motivo de encontrarme de Coronel del Batallón Iquique de la Guardia Nacional y tener que afrontar el peligro contra los ejércitos chilenos, que hoy invaden el santo suelo de mi Patria, y a cuya defensa voy dispuesto a perder la vida con la fuerza de mi mando...” (Extracto del testamento del Crl. Alfonso Ugarte).

Coronel Alfonso Ugarte

Escribe el diplomático peruano Juan del Campo Rodríguez en su Batallas legendarias del Perú y del mundo: “La leyenda romántica y patriotera presenta falsamente al coronel Alfonso Ugarte Vernal arrojándose bandera en mano, sobre un blanco caballo, desde la cima del morro hacia el mar. Todo indica sin embargo, que el coronel Ugarte murió cerca a Bolognesi, casi al final de la batalla, en la cima del morro, cuando las fuerzas peruanas sobrevivientes fueron superadas tras una violenta lucha sin cuartel que fue testigo de la valentía y la determinación de éste extraordinario hombre...” En efecto, a la luz de algunas fuentes poco difundidas sobre la muerte del coronel Ugarte no podemos sino estar de acuerdo con lo dicho por el aludido diplomático. En el presente artículo, sin embargo, –en un esfuerzo por reconstruir las circunstancias de la muerte del coronel Ugarte- entregaremos mayores pormenores sobre tan dramático episodio de nuestra historia. Esa “leyenda romántica y patriotera” que fuera y es repetida en casi todos los libros de historia peruanos de consulta masiva empezó tempranamente. Al respecto, el ariqueño Gerardo Vargas Hurtado nos informa en su conocida obra La Batalla de Arica (1921): “No habían transcurrido quince días de la ocupación de Arica por las armas de Chile, y ya el autor de estas líneas, acompañado de sus padres, regresaba a este puerto, procedente de Tacna, a donde nos habíamos dirigido huyendo de los diarios bombardeos de la escuadra chilena. Desde el primer instante de nuestra llegada oímos narrar la muerte del valeroso tarapaqueño en la misma forma en que lo han hecho los historiadores imparciales. Recordamos con este motivo –como deben recordarlo, también, los ariqueños que sobreviven de esa época- haber visto la osamenta de un caballo desbarrancado, durante muchos días, detenido en los peñascos fronterizos al actual parque, sobre el camino conocido con el nombre de La Cinta. Se decía, también, que ese caballo era en el que el coronel Ugarte se había precipitado desde la cumbre del Morro y que los restos de este Jefe habían sido incinerados al pié de dicha montaña, por el coronel chileno Valdivieso, jefe de la Plaza, junto con numerosos cadáveres de combatientes caídos en la feral batalla”. La misma versión se lee en la Historia del Perú de Markham: “Ugarte murió precipitándose desde el Morro; y aunque su desconsolada madre ofreció una fuerte suma porque le trajeran, aunque fuesen sus arreos militares, nada pudo encontrar”.

Pabellón peruano que flameó en el Morro de Arica.

Por su parte, Jorge Basadre recogió las siguientes informaciones de la época. En principio, un telegrama oficial fechado en Quilca el 15 de junio de 1880 que enlazaba los datos suministrados por el vapor inglés Columbia, que acababa de llegar del Sur:

“El coronel Alfonso Ugarte, como los demás, no quiso rendirse y, habiéndosele acabado la munición, echó mano de su revólver, empleando bien sus tiros; pero como fue acosado por gran número de chilenos, pereció al fin en un caballo blanco”. Otra información que resalta el historiador tacneño es un artículo de La Patria de Lima, del 21 de junio de 1880: “El último acto de la corta pero interesante carrera de Alfonso Ugarte revela cuanto era capaz esa alma verdaderamente grande. Acosado por innumerables enemigos, vencido ya en la cumbre del Morro histórico, presenciando la mutilación de los caídos, la profanación de esas reliquias sagradas del heroísmo, quiso sustraerse a las manos enemigas y clavando las espuelas en los ijares de su caballo, se lanzó al espacio desde aquella inmensa altura para caer despedazado sobre las rocas de la orilla del mar”. Es sencillo reparar en lo que adolecen las versiones citadas: no se apoyan en fuentes oficiales (partes de guerra) o al menos en alguna "no oficial" identificada con claridad. odas provienen en mayor o menor medida de rumores, trascendidos, o de una especie de "tradición popular". Vargas Hurtado, por ejemplo, apuntala su relato con los precarios; "oímos narrar" o "se decía". Con todo, la imagen del coronel Alfonso Ugarte lanzándose al vacío envuelto en la bandera nacional se impuso y conspicuos historiadores -como Rubén Vargas Ugarte o E. H. Ortega- simplemente la repitieron sin verificar o indagar por documentos o testimonios que pudieran respaldarla, para enmendar así, la incuria de anteriores colegas. En el curso de esta mera reiteración de dicha versión, Eduardo Congrains Martín fue mucho más allá en la segunda parte de su Batalla de Arica, y cayendo en la tentación de la historia novelada refirió: "...la soldadesca que remataba a los heridos no pudo detener a Alfonso Ugarte quien arrolla cuanto obstáculo se le presenta y llega hasta la bandera, que había quedado sin defensores, y, como para demostrar que no por haber matado a éstos se les había vencido, la arrebata y emprende una huida que no es la del cobarde, hacia la salvación, sino la del héroe, hacia la gloria. Sin dudas ni titubeos, y prácticamente envuelto en la enseña nacional obliga a su fiel caballo a dar el último salto de su vida y desde lo alto del farallón rocoso se precipita al rugiente mar. ¡Antes muerto que ver mancillada la bandera peruana!". Para los historiadores y escritores chilenos la popular versión peruana sobre el final de Ugarte es pura invención. Por ejemplo, el clásico sureño y notorio antiperuano, Benjamín Vicuña Mackenna –quien recibía informes de primera mano de los jefes y oficiales chilenos-, escribió: “...el infeliz cuanto noble y esclarecido Alfonso Ugarte, era arrojado por manos chilenas, después de muerto, a las cavernas del mar en que las olas penetran con lúgubre gemido por entre calizas grietas...” Defendiendo la misma hipótesis, el destemplado escritor chileno Nicanor Molinare, en su Asalto y toma de Arica (1911), se apoya en la declaración de un veterano invasor chileno y en el parte de guerra del capitán de corbeta peruano, M. I. Espinoza. El testimonio chileno invocado por Molinare es el del oficial Ricardo Silva Arraigada: “Más tarde pude ver los cadáveres de Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida la plaza, le dieron fuego a los cañones, reventándolos. El cadáver de Alfonso Ugarte se encontraba en una casucha ubicada cerca del mástil, al lado del mar, mirando hacia el pueblo; en ese lugar, las rabonas del Morro cocinaban el rancho; y ahí, esas pobres mujeres, tenían oculto el cadáver de Alfonso Ugarte; era un hombre chico, moreno, el rostro picado de viruelas, los dientes muy orificados, de bigote negro. Aquellas mujeres tenían profundo cariño por Ugarte, y para guardar su cadáver, lo habían vestido con un uniforme quitado a un muerto chileno. Pude saber que era el coronel Ugarte, porque el doctor boliviano Quint cuando lo vio, exclamó: ¡Pobre

coronel Ugarte; no hace mucho lo he visto vivo! Más tarde se dio la orden de arrojar al mar todos los cadáveres; sin duda que botaron también el de Alfonso Ugarte, porque no se pudo encontrar. En ese mismo día, ofreció su familia 5.000 soles plata por los restos del coronel; se buscaron mucho; di noticias, detallé lo ocurrido, pero nada se descubrió.” En su famoso libro, Gerardo Vargas Hurtado le salió al frente a esta narración con el siguiente argumento: “¡Mentira! Decimos nosotros. Porque no es posible concebir que esas mujeres tuvieran la serenidad bastante, en momentos tan críticos, para desvestir a un muerto chileno, en pleno campo de batalla, en circunstancias que la meseta y fortificaciones del Morro se hallaban totalmente invadidas por los soldados victoriosos, que jamás habrían permitido se consumara esa profanación en un muerto suyo. ¿Puede ser creíble, entonces, la aseveración del capitán Silva Arraigada?”. Si bien la objeción de Vargas Hurtado es atendible, no está demás agregar lo que informara el teniente inglés Carey Brenton, observador agregado en el cuartel general del ejército peruano en la defensa de Lima: “Todos los implementos culinarios eran llevados por las esposas de los soldados, quienes también se ocupaban de ese tipo de tareas. Estas pobres mujeres o ‘rabonas’, como se les llamaba, merecen gran admiración por la manera infatigable como seguían a sus maridos, incluso en medio de las batallas, dedicándose sin acobardarse al cuidado de los heridos, sordas e indiferentes a las balas que volaban a su alrededor”. La otra fuente que invoca Molinare –el parte peruano del capitán de corbeta Espinozaes la que reviste mayor interés, toda vez que es un “documento oficial” redactado el mismo día de acaecidos los hechos por un importante actor (el 2do. jefe de las baterías del morro), y que fuera y es sistemáticamente soslayado por no pocos historiadores peruanos. Basadre, para empezar, no lo cita al ocuparse de Alfonso Ugarte, pese a que no pocas veces se refiere a él al tratar sobre la muerte del coronel Bolognesi. Grave omisión, creemos, toda vez que dicho parte ofrece importantísimos datos sobre los últimos momentos de Ugarte. Leamos: “Mientras tanto, la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud. (se refiere a Manuel C. de la Torre, a quien está elevado el parte), el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto...” (Anexo). Otro caso de, por decir lo menos, “desatención” hacia el parte de Espinoza, lo constituye el folleto Alfonso Ugarte Vernal, el hombre y el héroe, de Alejandro Tudela Ch. El autor escribe: “...en ninguno de los partes de batalla se expresa cómo murió [Ugarte]. Es decir, los partes ni afirman ni niegan [¿?]”. Alejandro Tudela hace referencia solo a los partes de La Torre y Sáenz Peña en donde, efectivamente, no se dan noticias sobre la muerte de Ugarte, mas no menciona el parte de Espinoza. ¿No lo conocía? Difícil de creer. ¿Le pareció irrelevante? Quizá, y si así fue, lo serio hubiese sido que expusiera los motivos por los cuales tal documento no merecía ser tomado en cuenta.

Volviendo a Basadre, no obstante que injustificadamente prescinde del esclarecedor parte de Espinoza, hace un sugestivo balance con respecto al tema que nos convoca. Para el notorio historiador la versión de que Alfonso Ugarte se habría inmolado voluntariamente, “... podría tomarse como una alegoría de la voluntad de sacrificio que es visible en toda la actuación de Alfonso Ugarte en la defensa de Arica. La leyenda en la búsqueda de algo así como un consuelo frente al infortunio, habría puesto, pues, un ropaje de poesía épica a una realidad esencial. Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá, el joven apacible, se lanzó simbólicamente con su caballo a la inmensidad antes del 7 de junio. En todo caso, su cadáver no fue nunca encontrado a pesar de los premios cuantiosos que la familia ofreció a quien lo presentara”. Sobre este último punto, acerca del paradero del cadáver del coronel Alfonso Ugarte, sirve recapitular que si el valiente patriota peruano habría, como dice Espinoza, muerto sobre el Morro, y si su cadáver no habría sido encontrado luego sobre dicha explanada, es lógico pensar que su cuerpo pudo correr la misma desgraciada suerte de los cadáveres de otros peruanos que fueron precipitados al mar desde la cima del Morro. Al respecto, afirma el ya citado Nicanor Molinare: “Al pie del Morro se encontraron 367 cadáveres, que fueron quemados por el coronel don Samuel Valdivieso, el día 9 de junio; y durante mucho tiempo, el mar estuvo arrojando restos humanos a la playa...” Algo similar refiere el también escritor chileno Hernán Alfredo Lagos Zúñiga: “Como en el recuento no se pudo encontrar el cadáver del malogrado coronel, su familia ofreció mil pesos de recompensa al que encontrase el cadáver, se presentaron 12 cuerpos que tenían alguna semejanza con el coronel, hasta que el día 14 de junio se encuentra en los roqueríos de los pies del Morro los restos del malogrado coronel...” Más allá de esta última versión, todo hace suponer que el cadáver del coronel Alfonso Ugarte sí se habría llegado a ubicar –y no incinerado o dado por desaparecido. En apoyo de lo dicho, apelaremos a la valiosa información que al respecto se consigna en el libro que la comisión permanente de la historia del ejército del Perú publicara con motivo del centenario de la batalla de Arica. En ese volumen, Manuel Zanutelli R. noticia: “Por decreto del 3 de junio de 1890, el gobierno del general Andrés A. Cáceres, dispuso que fuesen conducidos a Lima los restos de quienes habían sucumbido en Angamos, San Francisco, Tarapacá, Alto de la Alianza, Arica y Huamachuco. Con ese fin viajó al sur el crucero Lima (...). El Lima levó anclas de nuestro primer puerto el 15 de junio de 1890, con dirección a Chile, comandado por el capitán de navío Ruperto Alzadora. El 27 le entregaron en Valparaíso los restos de Grau y al otro día emprendió el regreso; con él viajaba el crucero chileno Esmeralda (...). Vinieron caleteando: Antofagasta, Mejillones, Iquique, Arica. Arribaron al Callao el día 11 (...). El cadáver de Ugarte fue reconocido por don Carlos Ostolaza, quien había sido enviado especialmente para esa tarea (...). En el diario El Callao del 07.07.1890 y en La Opinión Nacional del 11.07.1890 se expresaba que en el cementerio de Arica el comisionado señor Ostolaza, indicó el nicho donde existen depositados los restos de Alfonso Ugarte. Descubierto el ataúd, se encontró grabada en la tapa la siguiente inscripción: Alfonso Ugarte. Dentro del cajón sólo existe un costado del cuerpo, única parte de él que se encontró al pie del Morro y que fue reconocido por un calcetín que llevaba puesto con sus iniciales. Al encontrarlo, el señor Ostolaza lo envolvió en una sábana depositándolo en tal estado en el ataúd en que hoy se encuentra”. No satisfecho con lo relatado en favor de la autenticidad de los restos de Ugarte, Manuel Zanutelli R. transcribe la partida de defunción: Año del Señor de mil ochocientos ochenta. En quince de junio: Yo el Cura propio y Vicario de esta ciudad de S. Marcos de Arica, sepulté de Cruz Alta en el panteón de esta el cuerpo Mayor del Coronel Alfonso Ugarte, que fue encontrado al pie del Morro, y de allí se depositó en su

respectivo nicho, hijo legítimo de Narciso Ugarte y de doña Rosa Vernal; y para que conste lo firmo.- José Diego Chávez. “Podríamos pensar –dice Manuel Zanutelli R.- que la partida de defunción de Alfonso Ugarte es apócrifa, pero no fue así pues la firmó el Padre José Diego Chávez, peruano, quien estuvo a cargo de la parroquia de San Marcos de Arica desde 1871, como es fácil de comprobar mediante las Guías y Calendarios de Forasteros. Los restos que se trajeron a Lima en 1890 son pues auténticos, los enterraron primero en el mausoleo del mariscal Castilla y tiempo después en el que la madre del héroe ordenó construir”. En efecto, en el testamento de la madre de Ugarte, quien muriera en Francia el 30 de agosto de 1903, se lee: “...ordeno que cuando sea oportuno, mi esposo o mis herederos hagan conducir con todo decoro y respeto mis restos mortales a Lima para que sean depositados y descansen siempre en mi suelo patrio y al lado de mi hijo Alfonso en su mausoleo”. ¿Por qué entonces Basadre, entre otros, afirmaban que el cadáver de Ugarte “no fue nunca encontrado”? Al parecer -según refiere Geraldo Arosamena Garland en su El coronel Alfonso Ugarte-, muchos historiadores rechazaban que verdaderamente se hubieran hallado los restos de Ugarte, de modo que consideraban que el anunciado traslado de su cuerpo en 1890 de Arica a Lima había sido un mero “acto simbólico y que el Mausoleo erigido en su nombre por su señora madre era un cenotafio”. Intentando dilucidar este último asunto, Geraldo Arosamena Garland logró en 1979 – en su calidad de presidente del centro de estudios histórico-militares del Perú- la autorización de abrir la supuesta tumba de Ugarte encontrando, efectivamente, algunos restos envueltos en una descolorida bandera peruana. A manera de colofón, basta con afirmar que el cuerpo identificado hacia 1890 como el de Alfonso Ugarte, y que fuera traído a Lima y depositado años más tarde en el mausoleo familiar que levantó su madre, se trasladó no hace mucho a la Cripta de los héroes de la guerra del 79, y allí reposa, en el tercer nivel dentro de un sarcófago. © Álvaro Sarco, 2006 Bibliografía general: • Ahumada Moreno, Pascual. Guerra del Pacífico. Tomo III. Valparaíso, 1884. • Arosamena Garland, Geraldo. El Coronel Alfonso Ugarte. Lima, 1980. • Basadre, Jorge. Editor: Jorge Hugo Girón Flores. Una antología sobre la Guerra del Pacífico (1879-1883). Arequipa, 1976. • Centro de estudios histórico-militares del Perú. Cripta de los héroes de la guerra de 1879: guía histórica y biográfica. 4ta. Edición. Lima, 1999. • Comisión permanente de la historia del Ejército del Perú. La epopeya del morro de Arica. 7 de junio de 1880. Lima, 1980. • Congrains Martín, Eduardo. Batalla de Arica. Tomos IV y V. Serie “Reivindicación”. 3era. Edición. Lima, 1975. • Del Campo Rodríguez, Juan. Batallas legendarias del Perú y del mundo. Lima, 2002. • Lagos Zúñiga, Hernán. Bajo el brillo del corvo y el sonar del clarín. La batalla de Arica. Chile, 2002. • Molinare, Nicanor. Asalto y toma de Arica. Santiago de Chile, 1911. • Nieto Vélez, Armando. Vicisitudes del gobierno provisional de Arequipa. Revista Histórica, órgano de la Academia Nacional de la Historia. Tomo XXXII. 1979-1980. Lima, 1980. • Ortega, Eudoxio H. Francisco Bolognesi, el titán del Morro. 2da. Edición. Lima, 1972.

• Vargas Hurtado, Gerardo. La batalla de Arica. Obra de 1921 reproducida en la colección documental de la historia del Perú (1879-1884). Lima, 1980. • Vargas Ugarte, Rubén. Editor: Carlos Milla Batres. Guerra con Chile. La campaña de Tacna y Arica (documentos inéditos). Biblioteca histórica peruana, tomo IX. Lima, 1970. • Wu Brading, Celia. Testimonios británicos de la ocupación chilena de Lima. Lima, 1986.

Anexo Parte de guerra del capitán de corbeta y segundo comandante de las baterías del Morro de Arica, Manuel Ignacio Espinoza Camplodo Parte de la Comandancia de la Batería del “Morro” Aduana de Arica, Junio 7 de 1880. Sr. Teniente Coronel del Detall de la Plaza. S.T.C. Por muerte de los SS. Coronel Jefe de esta Plaza, D. Francisco Bolognesi, y capitán de Navío Comandante de esta batería, D. Juan G. Moore, tengo el honor de participar a Ud. los acontecimientos ocurridos en ella durante la batalla de esta mañana. A las 5 h. 30 a.m. se sintieron hacia las baterías del Este, tiros de fusil, y poco después un fuego graneado seguido por disparos de artillería; inmediatamente se tocó zafarrancho de combate; y como la retaguardia del “Morro” no estuviese defendida, se mandó la primera compañía a órdenes de su capitán, D. Cleto Martínez, a los parapetos de “Cerro Gordo”, y el resto de la gente se distribuyó dotando las tres piezas de artillería y cubriendo las trincheras de retaguardia, pues los buques enemigos estaban a muy larga distancia, lo que hacía esperar no se hiciese uso de la artillería de la cortina. Como la claridad aún era dudosa, no nos permitía distinguir claramente los objetos a la distancia de las baterías del Este, no fue posible romper los fuegos de artillería sobre ese punto hasta que se observó que desde su recinto e inmediaciones se hacía fuego sobre nosotros: rompimos entonces los fuegos, primeros a bomba y después a metralla, sobre la gente que descendía y circundaba esa ciudadela, al mismo tiempo que se hacía también nutrido fuego de fusilería. En estas circunstancias, se vieron subir por las faldas del “Morro”, dos batallones nuestros que venían desde las baterías del Norte, a la vez que Ud. replegaba, para hacer fuego sobre “Cerro Gordo”, a todas las gentes que venían en retirada de las baterías del Este; pero como aquéllas, fatigadas por la larga marcha que hacían al trote y por la pendiente de la subida, no podían venir oportunamente a la cima del cerro, a pesar del empeño que ponían, instados por sus valientes jefes, que hacían esfuerzos inauditos para conseguirlo, lograron sólo hacer subir, cada una de ellas, medio batallón de la derecha, mandados: el de “Iquique”, por su comandante el Teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, y el de “Tarapacá”, por su comandante el Teniente Coronel D. Ramón Zavala; los medio batallones de la izquierda no hicieron probablemente su ascensión, porque fueron flanqueados y cortados por el enemigo, que avanzaba por el Este y dominaba el “Cerro Gordo”. Los medios batallones de la derecha, unidos a la tropa que se replegaba, compuesta de algunos grupos respectivamente mandados por el Teniente Coronel D. Ricardo O’Donovan, el Sargento Mayor D. Armando Blondel, idem D. Jerónimo

Salamanca, Capitán D. Cleto Martínez, y otros que no recuerdo, sostuvieron los fuegos protegidos por la gente del “Morro” que cubría los parapetos y los cañones de ese sitio, hasta que, arrollados por el número, se replegaron a las trincheras en donde se hizo una tenaz resistencia, de la que resultó muerto el valeroso comandante Zavala. Como la resistencia se hacía imposible, porque nuestra tropa, así como la de los demás cuerpos que tenían “chassepot”, estaban desarmados, pues los rifles se habían inutilizado a consecuencia de la debilidad del percutor, producida por el uso del espiral; y por otra parte, como la artillería era ineficaz por la corta distancia e inclinación del terreno que ocupaba el enemigo, ordenó el Capitán de Navío D. Juan G. Moore, que se reventaran los cañones y que la tropa hiciera fuego en retirada, replegándose hacia el recinto de la batería. En consecuencia, se reventó el cañón de “Vorus” que estaba situado en la parte superior del polvorín; no pudiendo hacerse lo mismo con los otros, porque sus dotaciones, que cubrían las trincheras, estaban diezmadas, hallándose el condestable y los cabos de cañón heridos unos y muertos otros. Mientras tanto, la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud., el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto. Al mismo tiempo el que suscribe, por orden del señor Capitán de Navío comandante de esta batería, ordenó al capitán D. Daniel Nieto que reventara todos los cañones de la batería, y como no se encontraban los cabos del cañón, dicho capitán personalmente, logró atorar el “Vavasseur”, por no poderse reventar a consecuencia de haberse introducido la bomba explosiva sin mecha, y cargó convenientemente uno de los “Parrot”; mas, como estábamos dominados por el enemigo, no pudo continuar esta faena y se replegó hacia el asta de bandera con la poca gente que tenía y el Sargento Mayor Blondel, en donde murió este jefe. A la vez que tenían lugar estos acontecimientos, las tropas enemigas disparaban sus armas sobre nosotros, y encontrándonos reunidos los señores Coronel Bolognesi, Capitán de Navío Moore, Teniente Coronel Sáenz Peña, Ud., el que suscribe y algunos oficiales de esta batería, vinieron aquellos sobre nosotros y, a pesar de haberse suspendido los fuegos por nuestra parte, nos hicieron descargas de los que resultaron muertos el señor Coronel Comandante General de la Plaza D. Francisco Bolognesi y el señor Capitán de Navío D. Juan G. Moore, habiendo salvado los demás por la presencia de oficiales que nos hicieron prisioneros. En esta situación se oyó una explosión producida por el cañón “Parrot” que reventaba en ese momento, cuando ya los enemigos habían arriado nuestro pabellón e izado en su lugar una banderola chilena; esta operación se practicó mucho después de ser el enemigo dueño de la batería, pues por algún tiempo permaneció izada nuestra enseña nacional, flameando en su asta, a la vez que la chilena se hallaba colocada sobre el parapeto de la cortina. Al relacionar los hechos que anteceden. Me es satisfactorio hacer presente a Ud., que cumpliendo con los deberes de peruanos y de militares, hemos defendido palmo a palmo y hasta su límite con el mar, el terreno cuya guardia y defensa nos estaba encomendada; y que hemos sido vencidos por el número de tropa y por la superioridad de elementos.

A pesar de que a Ud. le consta, creo no deber omitir el decirle que de toda la fuerza que entró en combate, defendiendo las baterías sólo cayeron prisioneros sobre el “Morro”, ocho jefes, veinte y seis oficiales y ciento sesenta y dos individuos de tropa de todos los cuerpos de combatientes. De la dotación de esta batería murieron además del comandante Moore, el capitán D. Cleto Martínez, teniente D. Tomás Otoya, subteniente D. Francisco Alláu; también supongo muerto al capitán D. Adolfo King, que estaba herido, cuyo paradero no he podido saber a pesar de las muchas diligencias que al efecto se han hecho. Hay heridos: teniente 1° graduado D. Miguel Espinoza, teniente D. Emilio de los Ríos, id. D. Toribio Trellez, id. D. Abelardo Calderoni, Francisco de Paula Ramírez (levemente) y el paisano voluntario D. Gustavo Monteri. De la gente no obstante que hemos tenido muchos muertos y heridos, no puedo precisar el nombre y número de todos, por la imposibilidad de averiguarlo en mi condición de prisionero, y me reservo hacerlo, cuando pueda reunir los datos necesarios, así como la lista de los individuos de tropa prisioneros. Adjunto una relación de los jefes y oficiales de esta batería, que han asistido a esta jornada, con especificación de su condición actual. Dios guarde a US.T.C.

M. I. Espinoza.