Kossok. La Ilusion Heroica

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Col·lecció Amèrica, 20

LA ILUSIÓN HEROICA COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS EN LA OBRA DE MANFRED KOSSOK

Lluís Roura, Manuel Chust (eds.)

2010

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BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT JAUME I. Dades catalogràfiques La Ilusión heroica : colonialismo, revolución e independencias en la obra de Manfred Kossok / Lluís Roura, Manuel Chust (eds.).  Castelló de la Plana : Publicacions de la Universitat Jaume I, D.L. 2010 p.; cm.  (Amèrica ; 20) Bibliografia. ISBN:978-84-8021-731-6 978-84-15443-05-6 ISBN 1.Kossok, Manfred. 2. Amèrica Llatina – Política i govern. 3.Amèrica Llatina -- Història. I. Kossok, Manfred. II. Roura i Aulinas, Lluís, ed. III. Chust Calero, Manuel, ed. IV. Universitat Jaume I. Publicacions.V. Sèrie. Amèrica (Universitat Jaume I) ; 20 930 Kossok, Manfred 32(8) 94(8)

Dirección de la colección Amèrica: Vicent Ortells chabrera

© De los textos: los autores, 2010 © De la presente edición: Publicacions de la Universitat Jaume I, 2010 © Ilustración de la cubierta: Grabado Proclamación de la Constitución de 1820 en San Fernando. Archivo Historia Nacional

Edita: Publicacions de la Universitat Jaume I. Servei de Comunicació i Publicacions Campus del Riu Sec. Edifici Rectorat i Serveis Centrals. 12071 Castelló de la Plana Fax 964 72 88 32 http://www.tenda.uji.es e-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-15443-05-6 ISBN: 978-84-8021-731-6 ISBN: http://dx.doi.org/10.6035/America.2010.20 Imprime: Depósito legal:

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedrO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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CONTENIDO

Presentación, LLuís Roura, Manuel Chust ..................................... 7

Estudios ........................................................................................................ 9 1. Lluís Roura Aulinas, Manfred Kossok y el reto de la historia mundial comparada de las revoluciones .......................................... 2. Manuel Chust, Revolución e independencia en América Latina. Las propuestas de Manfred Kossok........................................................ 3. Matthias Middell, De la historia colonial de Latinoamérica a la historia global a través de la historia comparada de la revolución. La obra de Manfred Kossok...................................... 4.  Michael Zeuske, Historia social precedente, historicismo marxista y el carácter de ciclo de las revoluciones. La obra de Manfred Kossok ...

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS DE MANFRED KOSSOK ............................... 99 Parte I. El colonialismo en América latina. Cuestiones a debate .......................................................................... 101 1. El absolutismo. Los ejemplos mediterráneos: España ..................... 2. ¿Las indias no eran colonias? Causas de una apologética colonial .... 3. Estudio comparativo de los sistemas coloniales modernos Ensayo metodológico ........................................................................ 4. Feudalismo y capitalismo en la historia colonial de América .........

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Parte II. Revolución, revoluciones .......................................... 197 1. De la revolutio a la revolución ......................................................... 199 2. 1789. Transformación de una época e ilusión heroica ................ 211 3.  La tipología de las revoluciones en la Era Moderna......................... 223

Parte III. La independencia en América latina .................. 229 1.  L a revolución y la formación de las naciones en Hispanoamérica. Sobre la relación dialéctica entre elementos continentales y regionales en la independencia .................................................... 231 2. La aparición de un partido revolucionario criollo-burgués en el Virreinato del Río de la Plata . ................................................. 255 3. La Santa Alianza y la emancipación de América Latina .................. 275 4. Revolución, estado y nación en la independencia .......................... 285 5. El contenido burgués de las revoluciones de independencia en América Latina .............................................................................. 297 6. Elementos jacobinos en la independencia de Hispanoamérica. Ensayo de una determinación de posiciones .................................. 319 7. Unidad y diversidad en la historia de la América española: el caso de la independencia .......................................................................... 351

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PRESENTACIÓN

La historiografía europea del siglo xx es un buen reflejo de la complejidad cultural, política e ideológica de aquel período histórico, todavía reciente. No debe sorprender, pues, que para ponderar el peso de los grandes historiadores de esta época deba tenerse en cuenta, junto al legado de su obra escrita, las coordenadas en que se hallaban inmersos dentro del agitado y fragmentado escenario en el que les tocó vivir. Pero al hacerlo hay que huir de los tópicos y prejuicios que todavía siguen coleando en la historiografía del siglo xxi. Tras la caída del muro de Berlín y el hundimiento de los estados del socialismo real, los estereotipos del llamado mundo occidental en relación con el legado científico de los países del Este de Europa se han mantenido, mayoritariamente, enquistados. De modo que, desde mediados del siglo xx hasta la actualidad, ha podido darse una significativa marginación, cuando no ignorancia, de la actividad científica –y por tanto también historiográfica– que se desarrollaba en aquellos países. Cierto que fue notable el peso de una escolástica propia de arquetipos dogmáticos, pero todavía hay que advertir de algo tan simple como que en ellos nunca existió una «historiografía oriental europea». Entre otras cosas porque hubo una considerable diversidad de escuelas. De modo que, al lado de corrientes absolutamente dogmáticas, las hubo también abiertas y dinámicas.Así pudo darse la paradoja de que mientras el mundo «liberal» occidental tendía a ignorar cuanto se investigaba en los países del centro y del este de Europa (un hecho acentuado también por el escaso conocimiento, en la Europa occidental, de sus idiomas), en los países del «dogmatismo científico» se desarrollaba un conocimiento histórico que en algunos casos llevaba a cabo un admirable seguimiento de lo que se producía y publicaba en la Europa occidental. Y éste fue, sin duda, el caso de la llamada escuela de Leipzig. Recogiendo el fruto del empuje dado a inicios de siglo xx por Karl Lamprecht, Walter Markov y Manfred Kossok lograron así levantar un importante centro de investigación que luchó tenazmente contra no pocos obstáculos a fin de alcanzar, entre otras cosas, una merecida proyección internacional. Manfred Kossok, discípulo de Markov, llevaría a cabo, desde el Instituto de Historia Universal, una de las más fecundas obras tanto en torno al estudio y la investigación de los procesos de transición, como en relación con su interés por la metodología comparada, a la cual le conducían tanto su especial conocimiento del mundo hispano e iberoamericano como su constante preocupación por los cambios revolucionarios en la historia. Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

Al publicar la presente selección de escritos de Manfred Kossok creemos pues que contribuimos al conocimiento y al reconocimiento de una parte importante de la historiografía del siglo xx.Y al mismo tiempo ofrecemos al lector el fruto de una obra especialmente interesante para el mundo hispano. Una obra que se caracteriza por su amplitud y diversidad y que surge de la capacidad de su autor para plantearse las grandes cuestiones de la historia. Una obra intelectual que, en Manfred Kossok, era a su vez una obra vital. Su preocupación intelectual por comprender cómo cambiaba el mundo fue siempre estrechamente acompañada de su inquietud por cómo podíamos ser capaces de cambiarlo. La antología kossokniana que se divide entre tres significativas partes que pueden reflejar gran parte de las aportaciones de Kossok: la cuestión colonial, la revolución y las revoluciones en el mundo moderno y las independencias de Iberoamérica. Volumen que, además de los estudios de sus editores, hemos querido completar con otros de dos prestigiosos alumnos suyos como Matthias Middell y Michael Zeuske. Frente a quienes en 1989 se precipitaron en hablar de «el fin de la historia», Manfred Kossok subrayaba que la historia es un desarrollo continuo, que no se puede parar. Y que, por tanto, el problema no consiste en detenerlo, ni en cómo llegar a su final, sino en preguntarse cómo hay que conducirlo. Es por ello que la ilusión heroica no solo continúa sino que aun persiste y vive en este homenaje. Eppour si mouve. Lluís Roura, Manuel Chust

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ESTUDIOS

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MANFRED KOSSOK Y EL RETO DE LA HISTORIA MUNDIAL COMPARADA DE LAS REVOLUCIONES Lluís Roura Aulinas Universitat Autònoma de Barcelona

Manfred Kossok y la escuela de Leipzig La obra de Manfred Kossok no resulta fácil de abarcar. Al gran número de libros que escribió se añade una infinidad de artículos, capítulos de libro, conferencias editadas, reseñas, ponencias…1 sin olvidar los seminarios impartidos, los innumerables coloquios y congresos organizados, la coordinación de equipos de trabajo e investigación y un largo etcétera de iniciativas académicas que avalan un magisterio en el que la actividad docente y la investigación aparecen como inseparables. A esta extensión cuantitativa se añade la gran amplitud geográfica y cronológica de los temas por los que se interesó, y que, a pesar de todo, vienen marcados por un común denominador: el objetivo de aproximarse a una visión global de la historia universal, fundamentalmente a partir del análisis comparado. Este planteamiento, así como la preocupación metodológica son dos de los méritos que merecen destacarse de la aportación de Manfred Kossok a la historia. Él fue siempre muy consciente de los riesgos principales del análisis comparativo, especialmente del peligro de quedarse en generalizaciones y especulaciones superficiales. Frente a ello contrapuso, metodológicamente, el criterio de la «his-

1. Véase la relación completa de sus casi 600 títulos publicados (desde 1956 hasta 1994) en Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 3: Zwischen Reform und Revolution: Übergänge von der Universal– zur Globalgeschichte, editado por Matthias Middell y Katharina Middell, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 309-336.

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toricidad» y, personalmente, una insaciable curiosidad junto a su envidiable gran nivel de erudición.Tal como él mismo señalaba: el problema fundamental de la comparación es explicar, analizar y entender lo que es particular de cada proceso, lo que es originario de cada uno, e incluso el análisis de los procesos únicos, particulares de un país o de una región. Este concepto de la historicidad impide la generalización, de modo que gracias a la comparación no suprimimos los rasgos particulares de cada región, de cada nación, de cada país, sino que más bien los subrayamos, de lo que resulta la capacidad de comprender la compleja riqueza de la Historia de la humanidad.2

La diversidad de los campos de estudio en la obra de Manfred Kossok puede compendiarse en torno a su doble especialización: la de historiador de la colonización e independencia ibero-americana y la de especialista en la historia de las revoluciones. En conjunto merece subrayarse el elevado grado de cohesión, marcado por el peso de una temática global preferente que a su vez aparece como núcleo de su concepción de la historia: la visión social de la historia de la humanidad. En la obra de Kossok esta visión social pasa, fundamentalmente, por el estudio de la relación que establecen con la historia universal las revoluciones y las vías de transformación de las distintas sociedades. Éste es el eje que sostiene, en su obra, la pretensión de respetar el carácter total al que, según él, debe aspirar el análisis histórico. Manfred Kossok recogía así el testigo de una concepción de la historia que en Leipzig había sido ya defendida por Karl Lamprecht a principios del siglo xx: la «historia total» (es decir, la múltiple implicación de los procesos económicos, sociales y espirituales, en los procesos políticos e institucionales), y la metodología comparada. Sin duda la profunda cohesión de la obra de Manfred Kossok debe mucho no sólo a su propio talento sino también al de sus dos grandes maestros: Walter Markov y Richard Konetzke. El primero, como director del Instituto de Historia Universal a partir de 1946, marcó sus primeros pasos en el interés por la Historia de América Latina y, consecuentemente, por la de España, así como por la metodología comparada. Amplitud de miras y rigor metodológico en los que la Universidad de Leipzig estaba lejos de la improvisación: la mencionada huella de Karl Lamprecht, que ya en 1909 había fundado en esta universidad el citado Instituto de Historia Universal, había marcado claramente a la generación de los historiadores formados en las primeras décadas del siglo xx. Por su parte Richard Konetzke, con el que Kossok se formó durante unos años en Colonia, le proporcionó las bases de su formación sobre el mundo hispano. De nuevo en Leipzig, el influjo de Walter Markov se dejó notar especialmente en el interés por la Revolución francesa, 2. Véase la entrevista a Manfred Kossok que publiqué en L’Avenç, nº 139 (julio-agosto 1990), pp. 70-75. 12 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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de la que era un gran especialista; así como en el énfasis en la metodología comparada. Pronto Manfred Kossok, sucediendo a Markov como director del Instituto de Historia Universal en 1969, iba a mostrar la cohesión y complementariedad que podía establecerse entre todos estos parámetros (historia universal, historia comparada, historia de las revoluciones, historia del mundo hispano). Estrechamente vinculado al Instituto de Historia Universal, Manfred Kossok pondría en marcha, en 1971, el Grupo de Investigación sobre Historia Comparada de las Revoluciones, que iba a constituir el mejor ejemplo de aquella complementariedad, y que desembocaría en 1976 en el Centro Interdisciplinario de Investigación Comparada de las Revoluciones. Se «cerraba» así un círculo en la espiral de su trayectoria académica e intelectual que iba a dar un nuevo empuje colectivo al ya reconocido prestigio de la Universidad de Leipzig. En las décadas de los años setenta y ochenta su trayectoria iba a caracterizarse tanto por una intensa e incansable labor académica como por una imparable actividad publicística.3 Su muerte a destiempo, ocurrida en 1993, truncaría así un periodo de madurez en el que Manfred Kossok seguía impulsando el trabajo colectivo en torno a la historia comparada de las transformaciones sociales. Ahora habiendo fundado e impulsado internacionalmente la publicación de la revista trimestral Comparativ (1991); al mismo tiempo que publicaba algunas de sus grandes obras de madurez, como es el caso de In Tyrannos: Revolutionen der Weltgeschichte von den Hussiten bis zur Comune4 o de 1492: Die Welt an der Schwelle sur Neuezeit5 que constituyen dos ejemplos destacados de su capacidad de rigor y de síntesis, desde su irrenunciable visión universalista y comparatista de la historia. Tras la Segunda Guerra Mundial la situación no fue fácil en Europa, y probablemente mucho menos en la llamada Europa oriental, donde la situación académica se vio muy directamente marcada por los cambios políticos e ideológicos. En este contexto resulta especialmente notable el marco que ofrecía la Universidad de Leipzig, al menos por lo que se refiere a los estudios históricos. Al finalizar la guerra, la huída hacia la Alemania occidental de buena parte de los profesores, junto con la expulsión de otros, había dejado a la universidad en una situación comprometida. Sin embargo, la personalidad y el prestigio internacional de una 3. Entre 1982 y 1990 dirigió los 31 números publicados de la revista Leipziger Beiträge auf Revolutionsforschung y los 12 volúmenes de los Studien zur Revolutionsgeschichte. Sin olvidar, junto a esta actividad académico-universitaria, la publicación y edición de una decena de volúmenes de manuales de historia, así como una colección de monografías sobre «La Corte de…», relativas a los principales reinados de la Europa moderna, de gran éxito editorial, y en la que él mismo publicó el volumen correspondiente a la Corte de Luis XIV (Am Hofe Ludwigs XIV, Leipzig. 1989, pp. 192) un admirable y riguroso «divertimento» intelectual para un historiador de las revoluciones. 4. Leipzig, 1989, p. 464. 5. Leipzig, 1992, p. 212.

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figura como Walter Markov resultó clave para que la actividad intelectual de Leip­ zig fuera progresivamente reconocida, aunque para mantenerse en su espíritu crítico, liberal e independiente no resultó nada cómodo tener que sortear el peso del dogmatismo y de los controles ideológicos. Fue precisamente en 1969, con motivo de la conmemoración del xx aniversario de la fundación de la Repúbica Democrática de Alemania, cuando se celebró un importante Congreso Internacional en homenaje a W. Markov. En él participaron, entre otros, Christofer Hill,Albert Soboul, Charles Parain, Anatoli Ado, A. Z. Manfred, George Rudé, Gian Mario Bravo, H.K.Takahashi, Oliveira Marques y Manfred Kossok. Este congreso, dedicado al tema de la «Historia comparada de las revoluciones burguesas y democrático-burguesas (1500-1917)», supuso un antes y un después en la proyección y prestigio internacional de la labor intelectual que se venía llevando a cabo en Leipzig. Sus actas, publicadas por la Academia de Berlín en 1969,6 se reeditaron dos años después; y la misma Academia publicaría en 1974 el volumen coordinado también por Kossok, Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte, 1500-1917, en el que su editor junto con W. Markov establecían las pautas metodológicas y de análisis para la historia comparada de las revoluciones, tanto en el proceso de las transformaciones necesarias para el paso del feudalismo al capitalismo, como en el de las revoluciones socialistas, así como el papel que en ambas desempeñaron tanto la burguesía como las clases populares. A partir de entonces se acentuó todavía más el ya elevado ritmo, tanto de la organización de congresos internacionales, coloquios y seminarios como de publicación de sus resultados y de trabajos monográficos. A mediados de los años ochenta se podían contabilizar más de un centenar de coloquios celebrados y se habían publicado media docena de volúmenes de estudios, así como innumerables artículos en revistas de distintos países.

La metodología comparada de las revoluciones Como ya he señalado, la «comparación» es un concepto clave en la tradición del análisis histórico surgido de la Universidad de Leipzig. Lo había sido para Lamprecht en su planteamiento de estudio de la historia universal, y lo fue tanto para Markov como para Kossok en su empeño por el estudio de la historia de los pueblos y de los continentes como sujetos de la historia y no como meros objetos del pensamiento nacional o del eurocentrismo. Manfred Kossok heredó y potenció el interés por el análisis comparado de los pueblos, especializándose en el estudio de América Latina. Pero conjugó a su vez

6. M. Kossok (Hrsg.), Studien über die Revolution, Akademie Verlag, Berlín, 1969. 14 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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este ámbito de investigación con el estudio de las revoluciones. Lo cual le llevó, consecuentemente, a fundir ambos centros de interés a través del estudio de los procesos de independencia de las colonias. Fue así como a partir de 1969 surgió, de su propio trabajo de investigación sobre América Latina, junto a la investigación de Walter Markov sobre la Revolución francesa, un programa amplio de estudio comparado de las revoluciones modernas, desde el siglo xvi hasta la Primera Guerra Mundial. Este amplio programa se desarrolló tanto a través del estudio empírico, como de su combinación con el trabajo metodológico y analítico. Algunos de los escritos de Manfred Kossok son un exponente directo del significativo esfuerzo metodológico llevado a cabo para la comprensión de un proceso fundamental en la historia universal moderna: el de la substitución de la sociedad «feudal» por la sociedad «capitalista». La amplitud geográfica y cronológica de este proceso histórico, así como su propia complejidad, le llevaron a la necesidad de plantear unas pautas de análisis que pueden ser discutibles pero que son, sin duda, fruto de su amplio conocimiento y de una meditada elaboración. Desde el primer momento, Kossok dejaba claro que su propósito no era el de formular una teoría de las revoluciones, sino «la elaboración, con fundamento teórico, de la historia de las revoluciones desde una perspectiva comparativa».7 Aunque partía de los fundamentos del análisis histórico surgido del materialismo histórico, Manfred Kossok huyó siempre del dogmatismo y del estereotipo marxista. Así, frente a las simplificaciones «escolásticas» de las formulaciones clásicas de Karl Marx como frente a las tergiversaciones de sus adversarios denunció la tendencia de amplios sectores de la historiografía a poner «por encima de las revoluciones reales, modelos estáticos-ahistóricos […] que provienen del laboratorio de los sociólogos y politólogos», sin tomar en consideración de manera adecuada los progresos de la investigación empírica. El objetivo de la investigación comparativa no es pues el de partir de un modelo teórico, ni de una revoluciónmodelo, para constatar el grado de encaje de la realidad en él, sino el «concebir, a partir del estudio de la suma de revoluciones individuales (y de conjuntos de revoluciones) analizadas, las leyes y rasgos fundamentales de validez general y, en conexión orgánica con ello, las variantes que se producen de los procesos tipológicamente análogos». Es decir: «se trata de determinar la relación entre factores constantes y variables».8 Esto es especialmente importante cuando lo que se pretende analizar es el proceso plurisecular de transformación que se produce en la transición del feudalismo al capitalismo. En este caso hay que tener un cuidado especial en saber que el ritmo y las características de la transformación 7. «Historia comparativa de las revoluciones de la época moderna. Problemas metodológicos y empíricos de la investigación» en Las revoluciones burguesas (Crítica, Barcelona, 1983) p. 14. 8. Ibíd. pp 15-18.

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social no se registran de manera sincrónica; y que, por tanto, un mismo concepto para referirse a esta realidad adquiere matices muy distintos en función del grado de transformación alcanzado en un plano determinado (por ejemplo, el económico, el político, el cultural, etc.). Estas consideraciones deben ser tenidas en cuenta, por ejemplo, a la hora de comprender el peso que tiene, para los planteamientos de Manfred Kossok, un concepto básico como es el de «revolución burguesa»; un concepto unívoco pero con un grado de abstracción muy elevado que para él no esquiva, sin embargo, la complejidad social sincrónica y diacrónica de la época moderna en Europa, hasta la culminación del capitalismo. Desde esta perspectiva, el largo proceso de profunda transformación que abarca desde el siglo xvi al xix correspondiente a la substitución del feudalismo por el capitalismo presenta unos eslabones clave que pueden definirse bajo la acepción amplia y genérica del concepto revolución burguesa. Según Kossok, en concordancia con las etapas de desarrollo de la sociedad capitalista, la «revolución burguesa» debe ser comprendida en distintas fases, que abarcarían desde las que denomina «revoluciones temprano-burguesas» de los siglos xvi y xvii hasta la llamada época del imperialismo; dando lugar, pues, a una tipología plural de las revoluciones, marcada por el cambio sucesivo del carácter de cada época. Unos cambios que afectan también a la fisonomía de las revoluciones, «manifestándose en sus imágenes ideológicas, en la modificación de las fuerzas motrices, en el carácter de la hegemonía y en los fines históricos a lograr». De modo que, tal como él mismo concluye: la revolución «como tal» no existe y, por tanto, «comparar las revoluciones significa analizarlas ante el fondo de la época histórica dada.»9 Como resultado de los planteamientos que acabamos de reseguir Manfred Kossok propone, a modo de hipótesis de trabajo y como instrumento metodológico, un sugerente esquema de cinco categorías para una tipología de las revoluciones burguesas: 1º L as revoluciones en el feudalismo contra el feudalismo: es decir, según sus palabras, la constelación clásica de la revolución burguesa orientada hacia la liquidación del régimen feudal y absolutista, en la que ocupa un lugar fundamental la cuestión agraria. Corresponderían a este tipo la Revolución francesa de 1789, así como en buena medida las llamadas revoluciones burguesas tempranas del siglo xvi (Guerra de los Campesinos de Alemania, Comunidades y Germanías en España, Revolución de los Países Bajos…).

9. M. Kossok, «El ciclo de las revoluciones españolas en el siglo xix. Problemas de investigación e interpretación a la luz del método comparativo» en A. Gil Novales (Ed.), La revolución burguesa en España, Universidad Complutense, Madrid, 1985, pp. 12-13. 16 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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2º L as revoluciones dentro del capitalismo por el capitalismo; caracterizadas por la lucha para consolidar y desarrollar la sociedad capitalista ya existente y sus formas de poder. A este tipo corresponderían revoluciones como las de Francia en 1830 y 1848. 3º Entre los dos tipos de revoluciones anteriores cabría situar una forma mixta, que Kossok denomina «revolución en vía hacia el capitalismo», como las de Alemania en 1848 o de España en 1854 y 1868-74. 4º Las «revoluciones burguesas» bajo la hegemonía del proletariado, es decir, la «revolución burguesa democrática contra la burguesía» como la de Rusia en 1905. Según subraya M. Kossok, en el paso hacia el imperialismo se profundiza drásticamente la posición negativa y declinante de la burguesía frente a la revolución, que pasa a ser superada por la progresiva hegemonía del proletariado. 5º Las «revoluciones nacionales y anticoloniales de liberación». Es decir, aquellas revoluciones en las que en el proceso de transformación hacia el capitalismo existe un predominio del frente exterior. Sin duda el esquema, como ya advertía el propio autor, era discutible y provisional, pero partía de unos criterios generales para la comparación de las revoluciones que en gran parte mantienen su validez. Se trata de la necesidad de distinguir, entre los puntos clave de la comparación, los siguientes: las causas (inmediatas y mediatas), las finalidades (primarias y derivadas), las fuerzas impulsoras, la cuestión del poder y la hegemonía, el papel de las clases populares, las formas y métodos de lucha, los resultados y consecuencias (inmediatos y a largo plazo), el lugar histórico y las particularidades (dentro del proceso general de transformación nacional y/o universal), y el carácter de la época en que tiene lugar una revolución determinada (es decir, la estructura condicionante de la revolución).

¿Reformismo versus Revolución? La pretensión de una historia total, en Manfred Kossok, se plantea desde la historia social y contando para ello con el utillaje facilitado, fundamentalmente, por el materialismo histórico. Tal como ya hemos señalado, la cuestión de fondo que desde esta perspectiva viene a marcar el carácter «unitario» de toda su obra lo constituye el estudio de la «dinámica» del proceso de transformación de la sociedad. Manfred Kossok centró su atención en la profunda transformación llevada a cabo en el largo proceso de la desaparición de la sociedad feudal y de su superación por la lenta y compleja implantación de la sociedad capitalista. Un concepto viene a definir todo este proceso, el de «transición». Y junto a él, un protagonista colectivo, cambiante y diverso: la «burguesía». El punto de partida cronológico en Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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torno a finales del siglo xv se sitúa a su vez en el inicio de lo que desde entonces podemos empezar a reconocer, propiamente, como historia universal (o historia de la humanidad). De ahí deriva tanto la proyección global de las transformaciones generadas en la sociedad europea, como la trascendencia que para Europa va a tener la evolución de las sociedades de cada uno de los cinco continentes.10 El punto de llegada lo sitúa Kossok en el siglo xix o inicios del xx. Es decir, conceptualmente, en el momento de la plena implantación del capitalismo. La pregunta que surge entonces es: ¿cuáles son las vías a través de las cuales se lleva a cabo la transición? Epistemológicamente los conceptos «reforma» y «revolución» han venido definiendo las dos vías principales de las transformaciones sociales. Habitualmente el análisis histórico ha venido encasillando sus resultados en uno u otro concepto, principalmente por considerarlos como dos formas contrapuestas entre sí, y por tanto excluyentes. Desde la perspectiva plurisecular del proceso revolucionario llevado a cabo durante el periodo de la «transición», Manfred Kossok subraya, en cambio, que «la vía reformista» es una parte orgánica del cambio social que se está llevando a cabo. Es decir, que en la medida que «en su totalidad se trata de un proceso revolucionario, las “reformas” contienen claramente una potencia revolucionaria. De modo que no se puede plantear: revolución o reforma; sino que se trata de un sistema en el que se entrelazan complementariamente y de forma dialéctica tanto procesos y empujes de transformación reformistas como revolucionarios».11 De esta manera el desarrollo de larga duración y el cambio revolucionario no sólo no se excluyen, sino que se requieren mutuamente. Considerar lo contrario sería renunciar al criterio de historicidad, es decir, a la pieza más específica del análisis histórico.

El reformismo en la Europa moderna Globalmente hay que diferenciar las reformas encaminadas a establecer un determinado sistema social de las que plantean modificaciones de un sistema y de las que se orientan a superarlo. En el periodo plurisecular de la transición estudiado por Kossok adquiere una especial relevancia, sobre todo por su interés 10. Manfred Kossok, 1492. Die Welt an der Scwelle zur Neuzeit, Leipzig 1992; y también «El año 1492. Conferencia académica» (1992) [texto manuscrito]. Publicado en Manuel Chust, Víctor Mínguez, V. Ortells (Ed.), Tiempos de Latinoamérica, Universitat Jaume I, Castellón, 1994, pp. 39-84. 11. M. Kossok, «1789 y las alternativas nuevas de la transformación social» (1989) f. 15. Cito por el texto manuscrito del autor en español. Véase su edición en alemán: «1789 und die neuen Alternativen gesellschaftlicher Transformation», en Ausgewählte Schriften. Band 3: Zwischen Reform und Revolution: Übergänge von der Universal– zur Globalgeschichte, editado por Matthias Middell y Katharina Middell, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 183-204. 18 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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en el estudio global de la revolución, la consideración del reformismo absolutista, así como de la Ilustración. Dos ámbitos que a inicios de los años ochenta todavía no habían sido objeto de una dedicación equivalente a la que había merecido el estudio de la revolución. En sus escritos, Manfred Kossok propone distinguir cuatro tipos básicos de absolutismo. El tipo «francés» en el que hay una simbiosis de intereses entre el Estado y una parte de los sectores sociales hegemónicos, a pesar de lo cual (o quizás por ello mismo) la Monarquía resulta incapaz de culminar las reformas necesarias para la viabilidad tanto del desarrollo de la sociedad como del Estado con lo que la revolución se convierte en la vía inevitable. El tipo «inglés», marcado por las transformaciones sociales y económicas llevadas a cabo ya antes de la revolución política de mediados del siglo xvii. El absolutismo con un componente social específico escasamente desarrollado (como en el caso de Rusia, o de España); y, por último, el absolutismo «centralizador» surgido sobre la base de la fragmentación territorial (como en el caso de Alemania e Italia), falto por tanto de la capacidad para dar pie a un proceso transformador. Sin embargo, el propio Manfred Kossok advierte de la provisionalidad de esta tipología al señalar los numerosos «casos especiales», así como las dificultades de encaje de algunos casos concretos en un único referente tipológico –especialmente en el tercero y cuarto. Un interés especial tienen sus consideraciones en torno al absolutismo ilustrado. Según el planteamiento que formula M. Kossok, el concepto «absolutismo ilustrado» define una realidad político-social que plantea el progreso y la trasformación de la sociedad y del Estado no en contra del sistema existente, sino dentro de él. Resulta significativo, para su valoración, el hecho que en los países del absolutismo ilustrado estricto (fundamentalmente Austria, Rusia y Prusia) no se llevaran a cabo revoluciones exitosas; y que sus transformaciones se produjeran fundamentalmente por la vía reformadora aunque en algún caso ésta haya sido calificada también de «revolución desde arriba»). En ellos se aprecia de manera especial el valor extraordinario que llega a jugar el factor subjetivo es decir, el papel de la personalidad en prácticamente todos los procesos reformadores dentro del absolutismo ilustrado (piénsese además de José II, en Leopoldo de la Toscana, Pombal en Portugal, Campomanes o Aranda en España, o Tanucci en Italia…). Pero, como acabamos de señalar, queda la cuestión de la «revolución pendiente»; en realidad hay que subrayar que, como las revoluciones, también las reformas pueden ir dirigidas contra un sistema modificándolo o bien a su favor, para reforzarlo. Por ello, para la comprensión histórica de la relación entre el reformismo ilustrado y la revolución, Manfred Kossok reclama la necesidad de poner atención en el absolutismo ilustrado más allá del triángulo «mágico» de Viena, Berlín y

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Petrogrado; es decir, tanto en el de los países del sur de Europa (España, Italia y Portugal) como en los casos de Dinamarca, Suecia y Alemania del suroeste.12 En este sentido para Kossok el caso español merece una atención especial. En el siglo xviii la necesidad imperiosa de las reformas no derivaba de la Ilustración, sino que era anterior a ella: se trataba de hacer frente a la agonía y a la disolución del Estado en que había desembocado la decadencia española, a inicios del siglo xviii y especialmente tras la guerra de Sucesión. De modo que en España sería más bien el movimiento ilustrado el que encontraría un cierto eco en los sectores reformistas de la monarquía, y no al revés. La particularidad española se mantuvo incluso en el periodo que mejor se corresponde al concepto de absolutismo ilustrado, el reinado de Carlos III.También en este momento había divergencias notables entre la Ilustración y las «reformas», especialmente por lo que se refiere a la facilidad con que se estaba dispuesto a claudicar ante las resistencias más importantes para impedir que dichas reformas pudieran culminar. Esto, que se empezó a constatar en el propio reinado de Carlos III, culminó durante el de Carlos IV. De modo que la frustración del reformismo en España llegó a estar claramente ligada a la contra-revolución. Pero no sólo fue un fenómeno derivado de una realidad político-ideológica, sino también de la «inexistencia» (o de la debilidad subjetiva y objetiva) de un sector social (la «burguesía») que tuviera unos intereses específicos a defender. Ello explica, según M. Kossok, la trascendencia de un impulso exterior como iba a ser la invasión napoleónica, y el protagonismo que frente a ella tendría la presión de las masas populares.

La Gran Revolución de 1789 En la obra de Manfred Kossok, y en su visión de la historia de la humanidad, la Revolución francesa ocupa un lugar fundamental. Para él la Gran Revolución encarna, de manera históricamente única, la esencia del proceso de transformación de la sociedad llevado a cabo entre los siglos xvi y xix: la crisis del poder feudal en todas sus manifestaciones; la madurez de los planteamientos políticos, económicos y culturales propios de la burguesía que se convierte así en nueva clase hegemónica; y el papel destacado del movimiento popular tanto urbano como campesino en la culminación del proceso revolucionario.13 De modo que la Re-

12. Kossok, «1789 y las alternativas nuevas de la transformación social» ff. 22 ss. y 34 ss.; y Kossok, «Der aufgeclärte Absolutismus. überlegungen zum historischen Ort und zur Typologie» en M. Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 3: Zwischen Reform und Revolution: Übergänge von der Universal-zur Globalgeschichte, editado por Matthias Middell y Katharina Middell, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 1-23. 13. «1789. Transformación de una época e ilusión heroica» en Trienio nº 15 (mayo 1990) pp. 159-173. 20 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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volución francesa, en el ciclo moderno de las revoluciones debe ser reconocida como su punto culminante, a la vez que como el inicio de una nueva época. Para Manfred Kossok, en el proceso excepcional y único de la Revolución francesa se hallan condensados cronológicamente y procesalmente los factores clave del cambio revolucionario que de forma secular experimentan las sociedades europeas. De modo que se convierte para el historiador en un laboratorio excepcional para el análisis de los elementos clave de todo el proceso revolucionario moderno, entre los que sobresalen la cuestión de las «vías» de la revolución (vía «revolucionaria» y/o vía «reformista»), y la de la «hegemonía» (el papel de las distintas clases y sectores sociales nobleza, burguesía, campesinado…). Precisamente en relación con la problemática sobre la «hegemonía» Manfred Kossok subraya, frente a las frivolidades intelectuales del revisionismo histórico (culpando al movimiento popular y al jacobinismo del supuesto descarrilamiento de la revolución), el papel desempeñado por el jacobinismo como factor de la alianza entre la burguesía y el movimiento popular. El jacobinismo fue capaz, precisamente, de establecer la unidad de interés y de idea (la «ilusión heroica») entre la «hegemonía burguesa» y la base de la revolución. La primera manifestación de esa ilusión heroica que había tenido su proclamación precursora en boca de Sieyès la hallamos en la proclamación del Tercer Estado garantizando su emancipación y la emancipación de toda la humanidad. Fue una «ilusión heroica» que abrió nuevos rumbos a la historia universal, y que plasmó su primera expresión programática en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789; luego tendría el protagonismo de los acontecimientos de 1792 y culminaría en 1793-1794. Frente a quienes se empeñan en negar o devaluar la trascendencia de la Revolución francesa, para Kossok resulta harto difícil socavar los argumentos que la mantienen como referencia clásica dentro del ciclo de las revoluciones modernas. Entre estos argumentos se halla la propia dimensión general de la historia de Francia moderna (con un marcado origen feudal, la culminación del absolutismo, la madurez del pensamiento ilustrado y la amplitud social que registrará su proceso de transformación revolucionaria). Al mismo tiempo la Revolución francesa destaca por la hegemonía burguesa que se manifiesta en los distintos niveles del proceso revolucionario (el social, el económico, el ideológico-cultural y el político-institucional). Por otra parte ninguna revolución anterior evidencia la existencia de un bloque revolucionario capaz de unir por un periodo histórico los intereses de las más diversas corrientes político-sociales (burgués-liberal, pequeño-burguesa, plebeya-urbana, agrario-campesina); es la capacidad que se fraguó en torno a Robespierre y a un sector del jacobinismo. La Revolución francesa se convirtió así, gracias a la intervención activa de las masas populares, en

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un proceso capaz de llevar a cabo una revolución que pasó de sus inicios constitucional-liberales a una fase republicana y democrática.14 Para Manfred Kossok la Gran Revolución francesa supuso el inicio de la globalización y universalización del ciclo revolucionario moderno. La indivisibilidad de este proceso revolucionario de alcance universal se materializó en una dialéctica en espiral entre la revolución francesa, la revolución americana y la revolución europea. Como ya observaron algunos contemporáneos (como es el caso de Ceballos, ministro español de relaciones exteriores) y Kossok supo recoger oportunamente «la revolución de la América es la revolución de Europa»; un pensamiento que no era muy distinto del de Chateaubriand, quien expresó su profundo temor a que el triunfo de las ideas republicanas en América del Sur pudiera significar el fin de las monarquías europeas. La Revolución francesa había abierto la vía hacia la transformación más radical de la sociedad humana en todos sus niveles, tomando en círculo los procesos europeos y extraeuropeos. No puede sorprendernos, pues, que la Gran Revolución ocupara un lugar central no sólo en la visión histórica de la humanidad de Manfred Kossok, sino también en su propia obra.

Las revoluciones burguesas en el siglo XIX El impacto de las revoluciones burguesas del siglo xix deriva pues claramente de la Revolución francesa. Manfred Kossok propuso en este sentido un esquema de periodización de este proceso revolucionario en cuatro etapas: 1ª) desde la Revolución hasta el fin del imperio napoleónico; 2ª) desde 1815 hasta 1830 (etapa regida por la «restauración» prácticamente en toda Europa; pero una restauración inviable tanto por el avance del capitalismo como de la revolución que tenía en estos momentos su epicentro en América del Sur y manifestaciones relevantes en las revoluciones liberales de España, Portugal, Italia y Polonia); 3ª) desde la revolución de 1830 (que puede ser considerada como la primera revolución que ya no es antifeudal, sino para la mayor consolidación y avance del capitalismo, y en la que aparece ya la «cuestión obrera») hasta 1848; 4ª) la revolución europea de 1848/49 que supone por su amplitud y diversidad una compleja mezcla de los factores revolucionarios de la Europa moderna (revolución todavía contra el feudalismo –en la Europa oriental y del Sur; revolución sobre la base de una política reformadora como en Alemania; revolución dentro del capitalismo en

14. Manfred Kossok, «1789, el impacto universal de una gran revolución» en Universidad de La Habana, 237 (1990) 7-16. 22 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Francia; y revolución de liberación nacional como en el caso húngaro).Y 5ª etapa, que abarca hasta los años sesenta del siglo xix, cuando Europa entra en la fase final del ciclo revolucionario, con múltiples manifestaciones (revolución «desde arriba» en Francia o en Alemania; transformaciones reformistas en Rusia y Austria; revoluciones con amplia base popular, como en España o en un primer momento en Italia; y revoluciones de liberación nacional, como en Polonia y parte de los Balcanes…); todo ello al mismo tiempo que se registran transformaciones revolucionarias fuera de Europa, especialmente en eeuu (con la guerra civil) y en América Latina (con los procesos registrados en México, Guatemala, Argentina y Cuba, culminando al mismo tiempo el proceso revolucionario anticolonial). Un lugar destacado en el estudio de Manfred Kossok sobre las revoluciones burguesas, lo ocupa el llamado ciclo de las revoluciones españolas del siglo xix.15 Una referencia mayoritariamente ausente de los foros internacionales de la historiografía mundial, al menos hasta los años ochenta del siglo pasado; y que debe a especialistas como Kossok, entre otros, el haber adquirido en estas últimas décadas, en buena medida, la atención merecida. El punto de partida de sus observaciones surge al preguntarse cuál es el lugar de las revoluciones españolas dentro del ciclo universal de las revoluciones modernas. Aunque centrando la atención en el siglo xix, tampoco en el caso de las revoluciones ibéricas Manfred Kossok dejó de lado al amplio ciclo multisecular moderno iniciado en el siglo xvi. Precisamente éste es el siglo en el que se situarían también las raíces del ciclo revolucionario moderno español. En este caso, Kossok considera que las sublevaciones de las comunidades y germanías ocupan el lugar propio del ya mencionado concepto de las «revoluciones temprano-burguesas». Sin embargo, precisaba al respecto que con ello no se identificaba con la argumentación moralizadora o idealista de José Antonio Maravall cuando, en relación con el conflicto de las comunidades, hablaba de la «primera revolución moderna», ni tampoco con la calificación de Werner Krauss de «revolución plebeya». Su visión, como él mismo reconoce, se aproxima mucho más a la de Joseph Pérez, subrayando los siguientes rasgos: el grado relativamente avanzado de madurez de la burguesía urbana, la existencia de una fuerte corriente «nacional» (contra la influencia extranjera), el antagonismo entre la alta nobleza y la burguesía urbana y la presencia de elementos claros de un movimiento antiseñorial.16

15. Manfred Kossok, «El ciclo de las revoluciones burguesas españolas en el siglo xix. Problemas de investigación e interpretación a la luz del método comparativo» en Alberto Gil Novales (Ed.), La revolución burguesa en España, Madrid, Universidad Complutense, 1985 pp. 11-32. 16. Véanse sus referencias a la España moderna en Manfred Kossok, In tyranos. Revolutio­ nen der Weltgeschichte, von den Hussiten bis zur Commune, Edition Leipzig, Leipzig, 1989 pp. 60-67, 69, 71-72; y específicamente su trabajo sobre los conflictos de las comunidades

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Como hemos dicho, para el caso español Manfred Kossok centró especialmente su atención en el ciclo secular del siglo xix, situado entre las fechas de 1808 y 1874 y que abarca los procesos revolucionarios que tuvieron lugar entre 1808 y 1814, 1820-23, 1854-56 y 1868-74; a los que según él mismo apunta, cabría añadir seguramente el periodo 1834-43. Se trata de un conjunto que se corresponde con lo que él definió como el ciclo específico de las revoluciones burguesas (superación del antiguo régimen y consolidación del régimen capitalista), y en el que sobresale la correlación entre «reforma» y «revolución», así como el peso de la dialéctica «revolución» «contrarrevolución». Sobre este último punto Kossok subraya el interés del caso español, al evidenciar dos tipos diferenciados de «contrarrevolución»: el aristocrático-absolutista, que fija su mirada en el Antiguo Régimen, y el que resulta del viraje antiprogresista de los sectores moderados, que se orienta contra el movimiento popular y hacia el compromiso político con el orden «tradicional». Lejos de la «excepcionalidad» con que habitualmente se tiende a calificar las transformaciones españolas, la obra de Manfred Kossok subraya los rasgos comunes del proceso español con el proceso general de transformación llevado a cabo por las revoluciones burguesas, aunque sin esconder su complejidad. Una buena muestra de esta complejidad, a la vez que de su encaje en la tipología del ciclo revolucionario moderno, la ofrece tanto la cuestión de la «hegemonía» y del papel estricto de la «burguesía», como el que desempeñó el ejército. En este sentido Manfred Kossok subraya cómo el caso español nos recuerda el papel que comúnmente tuvo la intervención de los ejércitos y la coerción armada en los procesos revolucionarios modernos y específicamente en los inicios de las revoluciones burguesas del siglo xix (como en Italia, Grecia, Polonia o Rusia); y reclama la atención no sólo respecto del papel del ejército tradicional, sino especialmente del papel político y social que tuvo la formación de las milicias nacionales. Finalmente, para Kossok, el caso español –e ibérico en general– aporta otro elemento fundamental en el estudio de las revoluciones burguesas: el fenómeno de lo que él definía provisionalmente (a falta de un nombre mejor) como «revolución doble». Es decir, «la combinación característica entre revolución metropolitana y revolución colonial-ultramarina». Como mínimo las revoluciones de 1808, 1820 y 1868, estuvieron claramente impregnadas de la correlación directa entre revolución metropolitana y colonial. Dicha implicación se manifestó principalmente en el ámbito social (el papel de la burguesía mercantil), en el ámbito socio-económico (la relación entre la cuestión colonial y la cuestión agraria), en la propia dinámica del proceso revolucionario (las vinculaciones de y las germanías: «Comuneros und Germanías: Spanien an der Schwelle der frühburgerlichen Revolution?» en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft, Berlin (1979) 1 (ahora también en Ausgewählte Schriften. Band 2: Vergleichende Revolutionsgeschichte der Neuzeit, editado por M. Middell y K. Middell, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 177-197). 24 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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los intereses colonizadores con la contrarrevolución), y en su trascendencia por lo que se refiere a la ralentización y dificultades en la formación de un mercado interno.

Transformación social y movimientos nacionales Sin duda la amplitud de la obra y de las formulaciones del análisis histórico llevado a cabo por Manfred Kossok trascienden en mucho lo apuntado hasta ahora. Querría subrayar, a este respecto, la madurez y perspicacia intelectual de las que están impregnados sus últimos libros, artículos y conferencias. En ellos, además, aparecen cada vez más cohesionados sus planteamientos académicos y profesionales con su compromiso personal intelectual, político y social. La gran crisis en torno a 1989, que abarcaba la llamada crisis de las ideologías junto con las proclamaciones ultraliberales sobre el fin de la historia; las movilizaciones anticomunistas que se generalizaron este año y que tuvieron su momento emblemático en los sucesos de Tiananment; la frustrada revolución progresista de octubre en la República Democrática Alemana; la caída del muro y la acelerada unificación de Alemania; el nuevo empuje de la Unión Europea, que tuvo su referente en la preparación de lo que sería el Tratado de Maastricht; el resurgimiento del nacionalismo, sobre todo en los territorios de la Europa oriental… Todo ello iba a dejar su huella de manera inmediata en un historiador como Kossok. Su rigor intelectual no podía quedar en silencio ante las proclamas propagandistas sobre el fin de la historia y su culminación en un único poder y modelo hegemónico mundial. De modo que su testimonio, plasmado en multitud de escritos y conferencias se convertía al mismo tiempo en un templado análisis socio-político sobre la situación europea, sobre la sociedad alemana, sobre los desequilibrios mundiales… Especial interés me parece que adquieren en aquel contexto sus planteamientos sobre la cuestión nacional y el nacionalismo. Manfred Kossok aplicó a esta realidad histórica y política, de forma harto sugerente, su madura metodología del análisis comparado, con observaciones y formulaciones que siguen manteniendo todo su interés. El resultado de la historia comparada de las revoluciones señalaba, nos advierte de la complejidad y diversidad de las transformaciones sociales y nos lleva a reconocer la importancia de la relación entre los distintos elementos que intervienen en el proceso de transformación de la sociedad (políticos, económicos, sociales, pero también los elementos culturales, religiosos y nacionales). De modo que frente a las argumentaciones simplificadoras que relacionan la génesis de las naciones con el papel central que Europa ocupa en el proceso mundial de formación del capitalismo, propuso la conveniencia de formular un análisis tipológico

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que distinguiera en su punto de partida entre la formación de aquellos Estados que tienen como objetivo la consolidación de una posición central (como Francia o Inglaterra), y la de aquellos que se hallan en la «semiperiferia», bajo el peso de un claro subdesarrollo relativo. En cualquier caso, sus reflexiones sugieren unas pautas nada despreciables para el análisis de la formación de las naciones y de los estados-nación en el largo periodo de la historia moderna (desde el siglo xvi, pero con un creciente interés y atención para el periodo que va desde finales del siglo xviii hasta finales del xix; y sin perder de vista el presente inmediato).Tal es el caso, de la observación en la que concluía que: las sociedades de la Europa occidental han demostrado su capacidad de adaptarse a las exigencias de la evolución del capitalismo (tanto en el nivel técnico como comercial) a través de la formación de los Estados-nación. Y consiguen alcanzar, igualmente, una estabilidad interior gracias a la identidad engendrada por la nación y el nacionalismo. Pero la receta del éxito que supone la nación, se revela también una fuente de pasos inadecuados en otras regiones, que quedan así bloqueadas en su posición periférica, y constituye un factor de riesgo incalculable.17

Historia de las revoluciones e historia de la humanidad Desde el siglo xv se inició una aceleración del dinamismo histórico en toda Europa, que Manfred Kossok no dudó en calificar de dramática.18 La expansión europea cambió la velocidad y el dinamismo del desarrollo histórico mundial hasta el punto que puede afirmarse que desde entonces existe un proceso revolucionario permanente. Nunca antes el mundo había cambiado tan rápidamente en tan pocos siglos; de modo que los milenios que necesitaba la historia para modificar su situación, se convirtieron en siglos, decenios y, actualmente, semanas. A mi modo de ver, [señalaba Manfred Kossok en 1990], la humanidad vive un estado de revolución total, tanto por lo que se refiere a los cambios económicos y sociales, como a la revalorización de las ideas, a los cambios en las relaciones diplomáticas, a los contactos internacionales… todo el sistema de comunicaciones está en evolución, existe una revolución en las instituciones políticas e incluso la nueva manera de entender la existencia humana muestra su profundo interés y sentido revolucionario. 17. Manfred Kossok y Matthias Middell, «Mouvements nationaux et enjeux sociaux à l’époque de la transition (1500-1850)» en Nations, nationalismes, transitions (XVIe-XXe siècles), Rouen 1993 Terrains/Editions Sociales, pp. 257-271. 18. Véase la entrevista a Manfred Kossok que publiqué en la revista L’Avenç, nº 139 (Barcelona, julio-agosto 1990) pp 70-75. 26 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Y concluía: «creo que desde esta perspectiva el hecho de estudiar y analizar las revoluciones significa, en el fondo, analizar la existencia humana en su totalidad».19 No puede sorprendernos, pues, que para Manfred Kossok la historia como ciencia resultara inseparable de la historia como realidad. De ello, su propia vida y su compromiso social y político fueron un buen testimonio. Tras una infancia marcada por la resistencia al nazismo y por la crueldad de la guerra (había nacido en Breslau el 18 de mayo de 1930), la vida de Manfred Kossok se desarrolló entre la dureza de la postguerra de una Alemania destruida, y la «ilusión heroica» en torno a las expectativas de creación de una realidad socialista; y no escapó a la incomodidad de mantener una actitud crítica en medio del rigor del sistema en la ddr, cada vez más alejado de sus ideales… En plena lucha por una profunda revolución democrática y progresista como la que se estaba llevando a cabo en la Alemania oriental en otoño de 1989, confesaba que hacer la revolución no era tan fácil como estudiarla… Y la frustración de aquella revolución de octubre le ratificaría amargamente en su convicción, como historiador de las revoluciones, de la trascendencia que tienen en la historia de la humanidad las «ocasiones perdidas» y las revoluciones frustradas. Los últimos tres años de su vida iban a evidenciarle a su vez que tampoco es lo mismo estudiar los revisionismos y las resistencias a la revolución que tener que padecerlas personalmente en su caso de la mano del proceso de aniquilamiento y abandonismo en que quedó la llamada Alemania Oriental, de la mano del precipitado proceso de unificación que le impuso el gobierno de Helmut Kohl. La obra histórica de Manfred Kossok (con cerca de seiscientos escritos entre los cuales cerca de medio centenar de libros) nos ha dejado una aportación que nadie podrá ignorar. Ni por su importancia en el avance de nuestro conocimiento de la historia, ni por su interés para los estudiosos de la historiografía del siglo xx. Su especialización en el estudio de las revoluciones y transformaciones sociales y de la colonización e independencia en América Latina, junto a su concepción globalizadora y comparatista de la historia constituyen un excelente ejemplo del peso que la llamada «escuela de Leipzig» ha tenido en el estudio de la historia a lo largo del siglo xx. Un ejemplo que pervive en el prestigio de quienes han cogido el relieve en los inicios del nuevo siglo.

19. Ibíd.

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Manuel Chust

Universitat Jaume I de Castellón

En 1993 el profesor Lluís Roura me entregó un manuscrito del historiador Manfred Kossok por si era de mi interés editarlo en la Universitat Jaume I de Castellón. El texto, mecanografiado seguramente en una antigua máquina de escribir a tenor de las manchas de tinta que tenían muchas de sus letras, era de una conferencia que el académico alemán había impartido de su reciente libro 1492. Una contribución muy diferente a las conmemoraciones de esos años del V Centenario del «descubrimiento» de América. Si bien aún no habíamos fundado el Centro de Investigaciones de América Latina, nos encaminamos hacia nuestra primera edición de un texto conjunto en la Universitat que tuvo por título Tiempos de Latinoamérica1 que sin duda debió de servir como inspiración de lo que poco más tarde fue la denominación de la revista científica emblema del Centro como es Tiempos de América. No pudimos empezar mejor aquella aventura que con un texto inédito de Manfred Kossok. Con ello, tributábamos un merecido homenaje, si bien modesto, a su obra. Quince años después, pretendemos restablecer aquella acción rescatando algunos de sus artículos importantes, así como estudios de los que fueron alumnos y colegas suyos. En mi caso, sólo actúo de mediador para ello. Y contribuyo con mi admiración a una persona comprometida con su tiempo y con la ciencia histórica. 1. Manfred Kossok, «1492», en Manuel Chust, Víctor Mínguez, Vicent Ortells (eds.), Tiempos de Latinoamérica, Castellón, Universitat Jaume I, 1994, pp. 39-84.

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Los profesores Lluís Roura, Matthias Middel y Michel Zeuske abordan desde diferentes ópticas la obra de Manfred Kossok en aspectos fundamentales para comprender su producción académica. Como él mismo manifestó, uno es producto de sus circunstancias. Kossok lo fue, si bien se rebeló hasta el mismo día de su existencia contra ellas, incluidos sus problemas de salud desde la adolescencia. Así como la depresión, política y académica, tras el derrumbe de la rda en 1990. Los autores antes mencionados han escrito sobre su contexto personal, del internacional, del académico, de sus tesis y de la evolución de su pensamiento e interpretación histórica. También se ha hecho un estudio muy atractivo y explicativo de su formación, evolución y propuesta académica, de sus conexiones internacionales, de sus omisiones y exclusiones académicas, así como de su incansable voluntad por adquirir conocimientos. Indudablemente estamos ante uno de los grandes historiadores de la segunda mitad del Novecientos. Así lo atestigua su gran obra. Condicionada, sin duda, por su interpretación abierta del materialismo histórico y su contexto internacional y nacional, lo cual le generó incomprensiones y omisiones dentro y fuera de Alemania y de la rda.También críticas aceradas, de una parte y de otra. Hasta hoy. Realizados otros abordajes a la obra kossokniana, en este estudio, nos vamos a ocupar de algunas cuestiones que seguimos pensando que son claves para entender, interpretar y comprender, a la manera de Albert Soboul, las independencias de América Latina. Y en ese sentido, buena parte de las propuestas de Kossok no sólo son pertinentes sino que lejos de descontextualizaciones y de desprecios apriorísticos –por ignorancia intelectual– no han sido convenientemente difundidas o debatidas. Son ingentes las propuestas que Kossok lanzó al ruedo de la ciencia histórica. Siempre entorno al estudio histórico del cambio de estructuras, de su evolución, de sus movimientos, de sus fuerzas motrices, en suma de la Revolución en la época Moderna. Como dice Michel Zeuske, ello fue producto del «gusto» por el estudio de la revolución en la historiografía marxista. Es notorio y sabido.Y de ahí también una de sus líneas de investigación como fueron los estudios comparados de las revoluciones. Sin embargo, en la propuesta de Kossok se profundiza mucho más. Una lectura, la cual aconsejamos antes de que llegue la descalificación apriorística, o relectura de los textos de Kossok puede llevar a la discrepancia, seguramente en la mayor parte de las ocasiones, a estar de acuerdo en parte o en el todo, pero nunca dejará indiferente al lector. Una de sus razones es porque Kossok no fue un historiador más. Nunca estuvo de espaldas a la lectura de otras interpretaciones, de otras metodologías y concepciones de la historia. Siempre estuvo dispuesto al debate con otros colegas, incluso con los «liberales conservadores», a leer en otras lenguas diferentes a la suya –en español, inglés y francés– a

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debatir, a reflexionar. Y sobre todo, a diferencia de muchos de sus detractores, a no desechar apriorísticamente estudios por no mantener una teoría y metodología igual o próximas a lo suya.Y en ese caso marcó, marca, una diferencia. Incluso en la actualidad. Nos vamos a circunscribir a uno de los temas que, a nuestro entender, fue clave no sólo en la obra de Manfred Kossok, sino en el planteamiento de las interpretaciones de las independencias latinoamericanas. Kossok se adentró en uno de los temas más controvertidos y debatidos desde fines de los sesenta a principios de los setenta, esto es: la caracterización de la sociedad pretérita a las independencias. Debate que también estuvo en el gran contexto académico de la Transición del feudalismo al capitalismo en Europa y en el político-económico de las Teorías de la Dependencia y de la cepal. Incluso de los movimientos de Liberación Nacional, de los planteamientos de los grupos guerrilleros o de la estrategia de los gobiernos desarrollistas. Ya lo hemos escrito hace años.2 Lo singular del planteamiento de Kossok es que no se quedó en las discusiones teóricas sobre la caracterización de la sociedad colonial como feudal, capitalista, colonial americana o como modo de producción asiático, etc. Lo importante, al menos para nosotros, es que sus estudios no solo revestían planteamientos teóricos sino que incorporaban estudios empíricos, hipótesis que se transformaban en tesis con sus prácticas empíricas. Lo cual hizo que sus propuestas difirieran notablemente del debate, encasillado la mayor parte de las ocasiones, en disquisiciones teóricas apoyadas en fuentes secundarias. Y por ello también criticado y, en ocasiones, despreciado. En segundo lugar, Kossok fue uno de los pocos historiadores que ejercieron como tal en una discusión dominada por científicos sociales sobre un tema histórico.Tema y temática en donde, en ocasiones, primaban mucho más los análisis sociológicos, economicistas y politólogos, antes que los históricos. La conclusión dominante fue, después de la catarata de propuestas, muchas de ellas mediatizadas por los dependentistas, que la sociedad colonial fue una sociedad capitalista. Lo cual devino en dos premisas más en relación a nuestro tema de reflexión. La primera es que la razón de la dependencia capitalista estaba instalada en América Latina durante la colonia. Lo cual coincidió con otras propuestas que hablaban de la «herencia colonial». Y en segundo lugar, para lo que nos ocupa, las conclusiones fueron que no hubo un cambio sustancial de la sociedad tras las independencias. Dado que para unos el «capitalismo» ya estaba instalado antes de la colonia, por lo cual lo que aconteció fue una continuidad en el sistema de dominación entre la elite metro-

2. Manuel Chust, «Insurgencia y revolución en Hispanoamérica. Sin castillos hubo Bastillas», en Historia Social nº 20, Valencia, 1994, pp. 67-95.

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politana y la elite criolla –blanca, católica, oligarca.Y con ello se establecieron los orígenes del subdesarrollo… capitalista. Una línea continua quedó trazada. Y se omitió la histórica. Es decir, el estudio de la dinámica y de los cambios históricos. La sociedad en movimiento. Sin embargo, paradójicamente, aquellos que negaban el cambio social y económico sí podían vislumbrar el político. Se esgrimió, se sigue esgrimiendo, que la nómina de apellidos de las familias de grandes propietarios y comerciantes fue casi la misma antes que después de la colonia. Por lo tanto, nada había cambiado, la clase, elite, oligarquía o cualquiera de las formulaciones, en nada gratuitas claro, que caracterizaban a los dominadores coloniales seguían siendo la clase dirigente en la nación. Es decir, los teóricos del cambio, si bien desde sus análisis estáticos y presentistas, no vieron ningún cambio en el tránsito de la colonia al estado-nación o nacional. Ni siquiera jurídico en la titularidad de la tierra. Lo cual devino en otra conclusión, paradójicamente. Lo que finalmente estas teorías y sus portavoces trasladaron fue que las independencias solo supusieron, cuanto mucho, un cambio político. Propuesta que además no se formuló necesariamente de forma directa sino que fue producto de la evolución del debate.Y de la reflexión de algunos autores. Y, si bien, se sumaron más elementos al debate y a la reflexión, los postulados fueron asumidos e interiorizados, no sé si como dogma, por la izquierda intelectual, la izquierda política, la izquierda armada… y entre los historiadores de «izquierda» o progresistas, especialmente en América Latina. Al tiempo que parte del debate se inclinó por buscar explicaciones más endógenas a la sociedad colonial americana y menos exógenas, lo cual estuvo unido a un progresivo pero firme rechazo a la utilización de categorías «europeas» para interpretar la sociedad colonial y su paso a la sociedad «republicana». Es decir, conceptos como feudalismo, feudal, capitalismo, liberalismo, estado, burguesía, o claro está, revolución burguesa, fueron calificados como obsoletos, apriorísticos o impuestos desde modelos «occidentales» u occidentalizantes en la sociedad americana. Quizá porque lo que se empezó a aupar fue la singularidad en detrimento de la generalidad, lo específico y excepcional frente a lo general y fundamental. Quizá porque los «modelos» anteriores habían, es cierto, intentado «encajar» esa singularidad en una interpretación, ahora sí, dogmática de la historia de los cinco estadios evolutivos. Y ahí, muchas de las características de América no tenían respuesta. Y no fue todo. La antropología norteamericana también tuvo mucho que decir al extender sus métodos, modelos y prácticas. Y el entronque, que lo hubo, fue lapidario durante los años sesenta hasta los ochenta. También estaba el otro extremo del péndulo, en donde se veían revoluciones por doquier. Desde esta perspectiva teórica y metodológica o había una inflación o una oclusión revolucionaria.Y todo ello vino a complicarse por dos cuestiones

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más. Las independencias fueron interpretadas a la luz de las «verdaderas» revoluciones, las del siglo xx, entre las que destacaban la Revolución mexicana de 1910 y la Revolución rusa de 1917.Y, en segundo lugar, la comparación fue con la «verdadera» revolución liberal burguesa del siglo xviii con trascendencia en el xix: la Revolución francesa de 1789. Y ello pesó como una losa en la interpretación de, en este caso, las independencias. Hasta hoy. Actualmente no faltan estudiantes o colegas que se siguen removiendo en sus aulas o escritos reaccionando, a veces con visceralidad, cuando se habla o se escribe sobre estas cuestiones. Y en contraste, una buena parte de la Historia Oficial, de la historia nacionalista reivindicaba como un hecho revolucionario la «gesta» de los patricios criollos. Desde el surgimiento de la historia nacional pasando por el positivismo hasta sus herederos en el siglo xxi. Lo que Miquel Izard llama Historia Oficial, (HO).3 Instalada, no lo olvidemos, aún en una parte significativa de las interpretaciones de la independencia en América Latina. Además de sus «revisionismos». Pues bien, alguien desde esta perspectiva, tan poco sospechoso de ser representante del liberalismo conservador o del revisionismo nacionalista puso en el punto central la discusión sobre las independencias el carácter de la sociedad pretérita colonial.Y Kossok ya pasaba por ser uno de los grandes especialistas en el estudio de los sistemas coloniales al profundizar en él teóricamente. Y, en segundo lugar, desde el caso del colonialismo ibérico, en el contexto de un interés de las ciencias sociales por la descolonización post segunda guerra mundial. Una de las cuestiones centrales que empezó a dilucidar, si bien es cierto que a lo largo de sus reflexiones posteriores, fue el movimiento de las estructuras. Es decir, cómo, cuándo y por qué la estructura colonial americana de Antiguo Régimen de la Monarquía española empezó a cambiar, a transformarse. Poniendo en esa dinámica histórica la concepción progresiva de la historia. Lo importante es que Kossok situó en este preciso momento las independencias americanas. Es decir, en el tránsito del feudalismo al capitalismo, en el tránsito de una estructura «vieja» a una nueva, en el tránsito del colonialismo al estado-nación, y en ese tránsito hubo un cambio, una revolución que para Kossok –con matices habrá que explicar– tuvo un «carácter»: fue burguesa. Ya nos adentraremos más adelante en la reflexión. Por ahora sólo destacar el término de tránsito y, es más, el de transición que manejó en su primer momento para caracterizar a las independencias. Concepto que nos parece muy apropiado por cuanto pueda explicar la intersección entre la vieja sociedad que está muriendo y la nueva que acaba de nacer y empieza, apenas, a crecer.

3. Miquel Izard, «Enmascaramientos y escamoteos. Sobre la independencia latinoamericana», Historia Social, Valencia, 2 (otoño 1988), pp. 99-118.

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Pero la discusión subsiguiente es mediante qué mecanismos históricos se llegó a ese tránsito. Es decir, ¿hubo una ruptura o una evolución? Y aquí Kossok se desmarca de buena parte del materialismo histórico, al plantear una cuestión a tener en cuenta o al menos a reflexionar y es el problema de dilucidar si al cambio de estructuras se llega solo mediante una revolución o también mediante reformas. El historiador alemán planteó como un falso dilema la discusión entre reforma o revolución, en un sentido exclusivo. Dado que estos dos conceptos pueden ser compatibles o incluso complementarios. Y este tema nos parece una cuestión de envergadura, no solo desde un punto de análisis teórico o incluso metodológico, sino sobre todo empírico. Nos explicamos. Por ejemplo, puede ser el caso de dos periodos cruciales para explicar las independencias: las reformas borbónicas y la etapa absolutista o de reconquista entre 1814-1815 y 1820 para muchos territorios americanos. En el primer caso hay toda una discusión sobre el impacto de las reformas borbónicas, o bien de su notorio impacto4 o, todo lo contrario, de su mínimo impacto. Lo cierto es que se generaron contradicciones. Pero también es cierto que sectores criollos, mestizos e indígenas se aprovecharon de ellas para profundizar, dentro de cada estatus, en su penetración colonial.5 En el caso de la lectura tradicional de John Lynch no se hace tanto hincapié en ello sino en el malestar y pérdida de posiciones de privilegio (privilegio y no derecho) de los criollos frente a los peninsulares; en cuestiones de presión fiscal, especialmente tributarias y comerciales, etc. No es esa exactamente la cuestión propuesta por Kossok, sino profundizar en dilucidar si estas reformas condujeron a la revolución de independencia no solo por las contradicciones que estaban generando, sino por ser una vía de profundización de toma de conciencia y asunción de estatus de criollos, mestizos e indios. Si bien, esta reinterpretación es nuestra, ya que Kossok no entró a la cuestión étnica y racial aunque la tuvo presente. El otro problema, en esta hipótesis, es investigar si las etapas calificadas de restauración y absolutismo tuvieron más incidencia en profundizar la vía revolucionaria que en restablecer el estado absolutista. Aunque esa no fuera, ni mucho menos, su pretensión. O dicho de otra forma, por seguir manteniendo medidas reformistas y revolucionarias pudieron mantener el estado colonial. Sabemos, apenas comienzan investigaciones jugosas, que para el caso de Nueva España, ganar la guerra y mantener la colonia entre 1815 y 1820 supuso mantener un ejército con características nacionales y un sistema fiscal heredado de las Cortes de Cádiz. Además, a duras penas se pudo

4. John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Ariel, 1976. 5. Manuel Chust, José Antonio Serrano, «El ocaso de la monarquía: conflictos, Guerra y liberalismo en Nueva España. Veracruz, 1750-1820» Ayer nº 74/2009 (2), Marcial Pons, Madrid, 2009, pp. 13-47. 34 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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restablecer el sistema tributario.6 En ese sentido, la propuesta de Kossok nos parece más que sugestiva porque supondría englobar en el proceso revolucionario independentista al periodo de restauración absolutista. Y ello no como contextualización y explicación de la animadversión del criollismo por la represión y sus respuestas anticoloniales, sino por las contradicciones que el sistema, producto de la situación anterior y de la guerra, va a generar. En especial al mantener presupuestos esenciales del estado –fuerzas armadas y hacienda– mediante un sistema que era antagónico a los intereses no solo de la clase privilegiada sino también del Rey. Y no solo esto, sino que esas contradicciones van a generar una asunción de estatus social, político y económico que progresivamente será irrenunciable por estas capas, tanto criollas como mestizas e indígenas. Es decir, el ascenso militar y lo que comportaba en lo socioeconómico –enlaces matrimoniales incluidos–, derrumbe de privilegios económicos y por ello acceso a tierras antes vetadas, o desmoronamiento del poder caciquil indígena y su posicionamiento en un bando u otro de las comunidades indígenas. Sistema que las reformas sostendrán pero que no van a ser capaces de regenerar.Todo lo contrario.

Independencias, revolución de independencia y revolución burguesa La propuesta sobre la interpretación de las independencias en Manfred Kossok fue evolucionando.Y cambiando.También su abordaje. No obstante, podemos extraer algunas conclusiones de sus textos más que interesantes y, sin duda, muy actuales y a tener en cuenta. En primer lugar, nos parece atractivo tal y como lo planteó el concepto de tránsito o transición aplicado a las independencias, en el sentido anteriormente explicado. Con ello dejaríamos de plantear o buscar persistentemente «en este momento» las señas de identidad de la nueva Nación o Estado-nación sino el principio del mismo dentro de una estructura cambiante, es decir, en movimiento. Estamos con Kossok en que la problemática quizá es definir las causas, las finalidades y los resultados de las independencias. Y una vez identificado el tránsito, Kossok se embarcó desde una perspectiva histórica universal, enfrentada a una dinámica nacional, al abordaje de las independencias. E, inevitablemente, por su formación al lado de uno de los especialistas como Walter Markov, llegó desde el estudio de la Revolución francesa. Qué duda cabe de que los escritos de Albert Soboul le influyeron también. Pero lejos 6. Véanse los notables y esenciales estudios de Juan Ortiz, El teatro de la Guerra. Veracruz 1750-1825, Castellón, Universitat Jaume I, 2008, y de José Antonio Serrano, Igualdad, uniformidad, proporcionalidad. Contribuciones directas y reformas fiscales en México, 18101846, México, Instituto Mora-El Colegio de Michoacán, 2007.

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de establecer la aplicación de «modelos» preestablecidos, Kossok abordó las independencias desde la perspectiva del método comparativo de las revoluciones, no para extraer modelos apriorísticos o vías estáticas de análisis, sino para sustentar una línea de continuidad revolucionaria definida por «el carácter» de la época y el contenido burgués de las revoluciones. Si bien distinguió, hábilmente, entre independencia y movimiento de independencia para desentrañar las fuerzas que resultaron hegemónicas de las que están inmersas en ella pero que no alcanzaron el poder político y posteriormente económico. Está presente en sus análisis la búsqueda de una fuerza económica capaz de objetivizar las razones de su movilización revolucionaria para el Río de la Plata. Obviamente su posición interpretativa estuvo influida notablemente por el gran debate que se dilucidó en el propio bicentenario francés, entre el «revisionismo» de François Furet y la posición del materialismo histórico clásico de Albert Soboul y del más heterodoxo de Michel Vovelle. Es decir, de «pensar» a la manera furetista la revolución o «comprender» sobouliano. Debate que dejó notables huellas en la historiografía no solo francesa, sino también europea e hispanoamericana al irrumpir otra interpretación, esta vez desde la derecha historiográfica, que negaba el cambio revolucionario en, ni más ni menos, la que hasta ahora era la «verdadera» revolución. A la vez que con ello negaba el protagonismo revolucionario de la burguesía y del liberalismo como ideología combativa del Antiguo Régimen. Además de ello puso en escena a la aristocracia aburguesada como la verdadera protagonista no de la revolución sino de la reforma. Porque para Furet la revolución fue una mera «revuelta de los privilegiados» contra el «abusivo» despotismo del Rey. Se trataba, en fin, de suavizar los énfasis interpretativos revolucionarios, de endulzar el enfrentamiento de «clases», de restar la importancia a la vanguardia revolucionaria protagonizada por jacobinos y clases populares, de rescatar la importancia del cambio político tranquilo y del mantenimiento de las clases dominantes mediante «pactos entre nobleza aburguesada y burguesía ennoblecida». Es decir, de intersecciones de clases y no de antagonismos de las mismas. La revolución «verdadera» no fue tal. Y con ello quedaba la siguiente interrogación lanzada: ¿lo fueron las demás? En el ínterin estaba ya la crisis del socialismo real, el desmoronamiento de la urss, el cuestionamiento de las revoluciones socialistas y su institucionalización. De ahí la reacción, en nada gratuita de Kossok, mediante el concepto de «la ilusión heroica». Es decir, el rescate de los valores revolucionarios sepultados por la Guerra Fría y la nomenclatura de los estados del Socialismo real.Todo ello fue ejemplo de utilización de la historia desde la política. Combates por la historia, que diría Marc Bloch. Sin embargo, Kossok extrajo conclusiones. La primera fue que no se trataba de extraer modelos revolucionarios sino de establecer comparaciones entre las revoluciones, por lo tanto el concepto de ciclo revolucionario le sirvió para

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caracterizar su evolución. El segundo, su carácter burgués. La tercera, la interpretación de las independencias como una globalidad encuadradas en un proceso histórico revolucionario que iría desde la independencia de los Estados Unidos hasta las revoluciones del 30 y 48 del siglo xix. Un proceso histórico global, de cambio, de pugnas que difícilmente se podría explicar sin un contexto internacional de quiebra de algunos imperios, de reacomodamiento de otros, de hegemonía del británico y de pugna por un mercado cada vez más global. Pugna de una clase que Kossok identificaba y señalaba: la burguesía. Lo importante para este estudio es que Kossok empezó a caracterizar a las independencias de revoluciones de independencias primero, es decir, en un primer lugar situó el nivel de enfrentamiento entre clases como una problemática anticolonial estricto senso, para, posteriormente, en un segundo momento, precisar el contenido de clase de la contienda. Kossok concluyó que fueron unas revoluciones burguesas «inconclusas» o «incompletas», según la traducción de sus textos al español. Pero para el historiador alemán no se traba solo de establecer una traslación comparativa de la revolución en Francia con las independencias. Era mucho más. Entrañaba averiguar las condiciones materiales de las capas burguesas que se oponían, los elementos de antagonismo no solo para rebelarse contra el aparataje colonial sino para derribarlo y construir un Estado-nación. Lo cual dentro de la estructura mental y académica de Kossok le llevaba indefectiblemente a identificar a la clase social «motor» del cambio: la burguesía. Solo que al igual que Soboul centraba en la verdadera revolución la fase jacobina o democrática del cambio. Y en este caso, a su tenor, fallaba para Hispanoamérica. De ahí lo de «inconclusa» o «incompleta». De ahí sus costosos estudios sociales y económicos sobre el Río de la Plata persiguiendo la potencialidad social de la burguesía rioplatense inherente al cambio. Y no la encontró, no encontró esa «burguesía» feudal que se enfrentara al Antiguo Régimen colonial.Vislumbraba las señas de identidad del cambio, pero no identificaba su sujeto. Es por ello, como hemos dicho, que enunció el término de «inconclusa». Y toda esta reflexión le llevó a dos o tres conclusiones que nos parecen no solo pertinentes sino brillantes. En contraste con el término de «revoluciones atlánticas», demasiado escorado o utilizado por el «occidentalismo» en un momento de máxima tensión en la Guerra Fría, 1951, se prodigó en el término marxiano de «ciclo de las revoluciones burguesas» para encuadrar un periodo histórico de mayor envergadura que debido a las magnitudes de los cambios desde el último tercio del siglo xviii, al menos, afectarían al mundo occidental de ambos lados del Atlántico. Y en ese sismo, el conocimiento de la historia universal le llevó a su ansia por comparar revoluciones… burguesas, claro. Desde la inglesa a los Estados Unidos, de la francesa a la española, de las hispanoamericanas a las europeas de los años treinta y 48. Para Kossok estas revoluciones estaban deter-

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minadas históricamente, es decir, lo que el llamaba «carácter de la época», dentro de un determinado lugar histórico. Es por ello que Kossok empezó a calificar las independencias de revoluciones burguesas, con determinados matices, pero esgrimiendo que tras los intereses nacionales, los cuales empezó a identificar con una gran parte de la burguesía colonial, se escondían determinadas posiciones que desembocaron en una independencia dentro de una determinada coyuntura –el «carácter de la época». Claro está que la crítica fue estereotipada a la que se debatía en esos momentos. Como por ejemplo en España, en donde una parte de la historiografía se hallaba inmersa en un enconado debate que se estableció en los mismos términos o parecidos que en América: la existencia o no de burguesía. Y la crítica fue la misma. Es decir, la incapacidad del concepto para explicar la riqueza histórica de la diversidad de capas sociales que se podían albergar tras ella, modelos apriorísticos que forzaban a la realidad histórica a encajarse en sus rígidos modelos, la escasez de trabajo empírico en esos estudios, etc. Propuesta, en minoría, y crítica que se ha venido reiterando en estos últimos años. Si bien el cambio de paradigma ha hecho que éste y otros debates hayan pasado desapercibidos para las nuevas generaciones de estudiantes de historia. Y de ahí, una de las razones de este rescate. Es paradójico, y quizá por ello Kossok se encomendó a un incansable trabajo empírico. Por lo que justamente esa crítica no pudo funcionar con las tesis del profesor alemán. Tanto como cualquier atisbo de crítica a un dogmatismo. No lo debió pasar bien, ocluido por la mayor parte de la academia occidental e incómodo para la de la Alemania Democrática por no seguir los dictámenes de la historia oficial. Dado que Kossok se afanó en abrirse en sus lecturas, en sus relaciones, en sus interlocutores, en su relación con los alumnos, en sus temas y temáticas y en sus interpretaciones. Si se repasa su bibliografía en este tema, una buena parte de los autores leídos y citados pertenecen al campo –digamos– del liberalismo más conservador, lo cual puede contrastar con sus interpretaciones, claro está. Pero es que el afán de Kossok por «comprender» era inagotable y también por hacerse comprender, aunque no lo consiguiera. Pero todo ello sin abandonar ni un ápice su coherencia teórica. Y esto, en nuestra modesta opinión, aún lo hace más universal. A pesar de que la Academia lo haya tratado de sepultar. De ahí, una de las razones de este homenaje póstumo.

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DE La historia colonial de Latinoamérica a la historia global a través de la historia comparada de la revolución. La obra de Manfred Kossok*

Matthias Middell Universidad de Leipzig

Manfred Kossok fue uno de los representantes más destacados de la ciencia histórica en la República Democrática Alemana. Su investigación sobre la historia del imperio colonial español y sobre el desarrollo de América Latina desde su independencia hasta la segunda mitad del siglo xx fue reconocida internacionalmente en el mundo científico, lo que no se puede afirmar de muchos historiadores de la República Democrática Alemana. La idea de tomar la historia comparada de la revolución como punto de partida de una visión de la historia moderna mundial, no solamente se debía a la gran valoración que los sucesos revolucionarios tuvieron en la ciencia histórica marxista sino que se debió sobre todo al amplio desarrollo de la ciencia comparativa histórica en los años sesenta y setenta. En el caso concreto del historiador Kossok se unía este interés de comparación histórica a la tradición de la Escuela de Leipzig, que tuvo una inclinación especial hacia la historia universal y que tiene su punto de partida en Karl Lamprecht, quien ya al comienzo del siglo xx se había preocupado por extender el estudio de la materia de la ciencia histórica a los campos extraeuropeos y a interpretaciones de carácter histórico universal.1 Como profesor de historia general en la Universidad de Leipzig, y en sus diversos cargos de política universitaria, fue también al mismo * Artículo traducido por Redactalia. 1. Compárese Roger Chickering, Karl Lamprecht, A German Academic Life 1856–1915, Atlantic Highlands, 1993; Matthias Middell, Weltgeschichtsschreibung im Zeitalter der Verfachlichung und Professionalisierung. Das Leipziger Institut für Kultur– und Universalgeschichte 1890-1990, 3 vol., Leipzig, 2005.

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tiempo un representante importante en la ciencia histórica de Alemania del Este, respetado en todas partes antes de 1989-1990 y combatido fuertemente después de 1990 en el transcurso del proceso de reunificación de las dos Alemanias. Las propuestas de Kossok de renovar la ciencia histórica de Alemania del Este2 encontraron, ciertamente durante corto tiempo, en el llamado «Modelo de Leip­ zig», su reconocimiento por su acentuación de una apertura internacional, pero pronto cayeron en olvido, ya que se dio prioridad al problema de la «cuestión nacional».3 En 1991 fue Kossok invitado a una conferencia organizada por el Massachussets Institute of Technology sobre el futuro del mundo en el marco de la historia global.4 Manfred Kossok fue así uno de los primeros historiadores alemanes que apostaron por una nueva época dedicada al estudio de la historia universal. En un artículo sobre el siglo xx como época de revoluciones periféricas5 intentó situar dentro de esta perspectiva la historia del recién fracasado socialismo de Estado. Aquí se puso otra vez de manifiesto que, aunque la parte principal de su obra está dedicada a la historia de comienzos de la Edad Moderna y al siglo xix, siempre mostró un gran interés en los procesos de la época contemporánea. La fama internacional que alcanzaron sus trabajos de investigación, incluso después de 1989, no tuvo la correspondiente compensación en el trato injusto que recibió en su propia universidad. Incluso durante un periodo de tiempo se le negó anunciar oficialmente sus seminarios y cursos, si bien los estudiantes reaccionaron asistiendo en gran número a su última lección de curso sobre la teoría del sistema mundial de Wallerstein. A él le interesaba no sólo el juicio moral sobre los protagonistas individuales del Estado que acababa de fracasar, sino sobre todo la nueva situación global que intentaba explicar la caída del socialismo. El aferramiento a las fronteras de lo nacional significaba para él algo insuficiente tanto antes de 1989 como después del cambio revolucionario. No sin amargura, expresó Kossok con las siguientes palabras el dilema al que había conducido la ruptura entre la primera fase de la revolución del Este, caracterizada por una nueva posibilidad de participación, y la segunda fase, en la que se buscaba simplemente el acomodamiento a las existentes estructuras rutinarias 2. Compárese su resultado crítico: M. Kossok, «Im Gehäuse der selbstverschuldeten Unmündigkeit», o «Umgang mit der Geschichte», en D. Keller, H. Modrow, H. Wolf (Eds.), Ansichten zur Geschichte der DDR, Bonn / Berlín, 1993, pp. 10-26. Los artículos de Kossok están recogidos en: M. Kossok, Ausgewählte Schriften, 3 vol., editado por M. Middell, Leipzig, 2000. 3. Burkhardt Steinwachs (Ed.), Geisteswissenschaften in der ehemaligen DDR. Berichte, Constanza, 1993, especialmente en p. 42. 4. «From Universal to Global History», en B. Mazlish (Ed.), Global History, Boulder, 1996. Para la versión alemana consúltese, Ausgewählte Schriften, vol. 3, op. cit., pp. 297-307. 5. «Das 20. Jahrhundert eine Epoche der peripheren Revolutionen?», en M. Middell (Ed.), Widerstände gegen Revolutionen 1789-1989, Leipzig, 1994, pp. 280-288. 40 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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de la Alemania Oriental: «Al que se esfuerza en reconocer su propio fracaso y al mismo tiempo sigue pensando que todavía son posibles las alternativas para el triunfo de las ideas neoliberales, se le estigmatiza como persona que no es capaz de aprender. El precio que hay que pagar por ello es la marginación».6 Esta apreciación, que la hizo poco antes de su muerte, acaecida en el año 1993, no es ciertamente la última palabra sobre un rendimiento científico que ha abordado innumerables campos de trabajo. Manfred Kossok, tras acabar sus estudios, se dedicó, desde mediados de los años cincuenta hasta la segunda mitad de los sesenta, preferentemente al estudio de la historia de América Latina y de las relaciones entre Europa y Sudamérica en el siglo xviii y comienzos del xix, y en la segunda mitad de los años sesenta se dedicó preferentemente a los problemas del siglo xx en Sudamérica después de haber recorrido Chile, Uruguay, Perú y Colombia y de haber entablado lazos científicos con colegas, sobre todo en las universidades de Montevideo, Santiago de Chile y Bogotá. Con la historia comparada de la revolución añadió a su labor investigadora a partir de 1966-1968 un tema en el que Manfred Kossok aportó continuamente su competencia empírica sobre el ciclo de la revolución del mundo iberoamericano,7 si bien al lado de su maestro Walter Markov, especialista en temas de los países de los Balcanes y de Francia y, posteriormente, como director del Centro Interdisciplinario para la Investigación Comparada de la Revolución, creado en 1976, pretendió abarcar un campo esencialmente más amplio.8 Hacia 1985 amplió Kossok de nuevo considerablemente esta perspectiva en sus estudios comparativos sobre revolución y reforma en la historia universal del mundo moderno, abriendo con ello paso a una nueva concepción de la historia global. Esta nueva perspectiva no fue el resultado del desarrollo lineal de una interpretación conjunta formulada anteriormente, sino más bien la consecuencia de una revisión a la que había sometido continua y sucesivamente las bases conceptuales de su visión de la historia. El estímulo para esa relación crítica con sus propios resultados era de carácter interno científico y se debía a esa curiosidad específica que ha caracterizado en cada época a excelentes historiadores.A conti6. M. Kossok, op. cit., 1993, p. 19. 7. La extensión de los temas abarcó desde la temprana burguesía de las germanías y de los comuneros, a través de la cadena de movimientos emancipatorios de Latinoamérica en la Independencia 1810-1826/1830, hasta las revoluciones españolas del siglo xix entre 1820 y 1868. Compárese los textos en M. Kossok, op. cit., vol. 2, 2000. 8. Los resultados de esta investigación están especialmente documentados en los 11 volúmenes de estudios sobre la historia comparada de la revolución (1969 y siguientes), y en los 32 cuadernos de la revista Leipziger Beiträge zu vergleichenden Revolutionsgeschichte (1982 y siguientes). De ello se derivaron dos versiones completas: M. Kossok, Tyrannos, Leipzig 1989; M. Kossok (Ed.), Allgemeinen Geschichte der Neuzeit, Berlín, 1981.

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nuación voy a exponer más detalladamente algunas estaciones de este recorrido intelectual desde la perspectiva del contexto biográfico. Manfred Kossok, hijo de una costurera y de un sastre, nació en 1930 en la ciudad de Breslau (actualmente Wroclaw), donde desde 1936 asistió a la escuela primaria. Las modestas condiciones materiales de sus padres hicieron que se agravase su situación al quedar el padre en paro. De esa época permaneció en su memoria el recuerdo infantil de las grandes filas de gentes ante las oficinas de empleo y la intervención de su maestro para que continuase su estudio, ya adolescente, en el instituto de enseñaza media, a pesar de que sus padres no podían pagar la tasa escolar.9 El deseo de liberarse de esa situación de pobreza coincidía con la voluntad consiguiente de ser capaz de soportar en su propio cuerpo la necesaria dureza en situaciones difíciles. Que el nacionalsocialismo le pareciese poco atractivo se debía a «su labilidad física» de alumno frecuentemente enfermo que estaba en completa contradicción con el entusiasmo por los ejercicios físicos de la juventud hitleriana, pues como él indicaba «yo naturalmente he suspendido siempre en principio esos llamados test de dureza».10 Los últimos años de la guerra estuvieron impregnados por las enconadas luchas militares por tomar la «Fortaleza de Breslau» y la huida a la «Alta Silesia», lo que supuso una interrupción abrupta en la formación académica del joven que apenas tenía quince años. Sobre el tiempo transcurrido en el campo de internamiento de Lamsdorf (actualmente Lambinowice) junto al río Neisse, donde Manfred Kossok estuvo recluido junto con su madre hasta el comienzo de 1947 y donde comenzó un aprendizaje de zapatero, comentaba él lacónicamente: «Unas 8.000 personas estaban internadas en el campo; de ellas unas 2.000 sobrevivieron».11 El resultado de esta experiencia fue un profundo trauma con nefastas secuelas durante toda su vida para su salud, sobre la que Kossok escribió posteriormente: Secuelas tardías de mi salud: insuficiencia renal, vía terminal… No poseo ningún certificado de ello, pues fueron destruidos al ingresar en el campo de interna9. Disponemos de dos testimonios propios de Manfred Kossok que dan información sobre su vida y sus vivencias determinantes. Por un lado, se trata de una entrevista detallada que realizó la historiadora Jana Lehman en 1988 (de ahora en adelante citada como M. KossokEntrevista, 1988). Por otra parte, Manfred Kossok, correspondiendo a la demanda de contribuir a una documentación de los currículos de historiadores de la rda, puso a disposición sus respuestas en un cuestionario en el que están detalladas importantes épocas de su biografía. Este escrito, que consta de 14 páginas y, a menudo, formulado en forma de apuntes, data del 8 de octubre de 1992 (de ahora en adelante citado como M. Kossok-Entrevista, 1992). 10. Ídem, p. 9. 11. M. Kossok-Entrevista,1992, p. 1. Sobre las experiencias de los ciudadanos alemAnes en los campos de internamiento polacos compárese: H. hirsch, Die Rache der Opfer. Deutsche in polnischen Lagern 1944-1950, Berlín, 1998.

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miento; solamente poseo certificado de la estancia en el hospital de mi madre, que sobrevivió inválida la estancia en el campo de internamiento tras violaciones, destrucción del aparato auditivo, secuelas del tifus, daños en el pulmón. Yo, que después del año 1945 supe cómo los alemanes habían devastado brutalmente Polonia, no tuve a pesar de esa mala experiencia en el campo un odio a Polonia que me hubiese hecho propenso a hacer propaganda para reclutar revanchistas; ya nunca más he vuelto a Silesia; quizá sea eso un intento de reprimir las experiencias que allí tuve.12

La confrontación cruel con la aceptación de la culpa colectiva alemana le condujo no sólo a distanciarse de la región donde nació sino también a un rechazo decidido de todo ensalzamiento de la historia nacional, dando prioridad al interés por la historia de otros pueblos y posteriormente a la interpretación de carácter histórico mundial en las que podía «eclipsarse» la historia alemana. En este sentido, se iría a fundir en un estado anímico conjunto entre profesor y alumno con el cosmopolita Walter Markov,13 que tenía su origen en una época distinta, la época del imperio de los Habsburgo, estado que abarcaba innumerables pueblos muy diferentes y pertenecía por ello a una generación cosmopolita que sentó las bases de una abstinencia de euforia ante una historia enfocada hacia la idea de lo nacional. Las «nuevas tendencias de un nuevo nacionalismo»,14 que surgieron después de 1990, le alarmaron sobre todo porque señalaban que se había desplomado el marco de protección discursivo en el que en la República Democrática Alemana (donde también se veneraba lo prusiano) se cultivaba el internacionalismo y en el que hasta entonces se había podido lograr una supresión de lo nacional. Desde este trasfondo de huida e internamiento la posibilidad finalmente de asistir con normalidad a la escuela y poder aprender una profesión en la zona soviética resultó para él algo extraordinario. Hasta 1950 visitó Manfred Kossok la escuela superior de Hoyerswerda, donde a los veinte años aprobó el bachillerato. Se le ofrecía ahora la única posibilidad existente para una persona en situación desesperante que había perdido su lugar de origen, de ascender socialmente a través de su formación intelectual. De 1950-1954 estudió Kossok historia, filosofía y germánicas en la Universidad de Leipzig, caracterizada en esa época por

12. M. Kossok-Entrevista, 1992, p. 2. La discrepancia se pone de manifiesto cuando se rememoran las dos vivencias claves que acosaron al joven. Los vigilantes polacos del campo mostraron a los refugiados internados sus números de la prisión de Auschwitz. Solamente mediante la violencia contra esos vigilantes, el chico de 16 años consiguió salvar a su madre de una muerte segura en la barraca de tifus del campo. (M. Kossok-Entrevista, 1988, p. 11.) 13. Sobre su biografía compárese: W. Markov, Zwiesprache mit dem Jahrhundert, Berlín 1989. 14. M. Kossok-Entrevista, op. cit., 1992, p. 4.

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tener a un grupo de profesores de gran brillantez, que en parte habían regresado del exilio o provenientes de las cárceles nazis. No faltan por ello en sus recuerdos estudiantiles las alusiones al filósofo Ernst Bloch, a los germanistas Hans Mayer, Theodor Frings y Hermann August Korff, y a los historiadores Walter Markov, Heinrich Sproemberg o Ernst Engelberg, que son citados también en los muchos diarios de estudiantes de esta época. Profesores que personificaban la integridad moral como enemigos del derrocado régimen nazi y la correspondiente competencia profesional fueron para muchos estudiantes de las facultades de humanidades y ciencias sociales, personas a las que no sólo se les tributaba respeto sino veneración. Los profesores estaban de su parte, sobre todo defendiéndolos de la acusación de que a los estudiantes de las capas sociales bajas se les privilegiase inútilmente, y lucharon contra este prejuicio exigiendo de los estudiantes rendimientos extraordinarios. La unión con la personalidad y la experiencia de vida de estos profesores, más que la materia académica que transmitían, hacía que sus clases fuesen interesantes. La rica discrepancia de criterios y al mismo tiempo las coaliciones interdisciplinarias cambiantes contribuían a que sobre todo los estudiantes desarrollasen su propia opinión en el amplio estudio de la literatura, de tal manera que, como señalaba Kossok, «yo por lo general no asistía más que a unas diez horas de clases por semana, y el resto trabajaba por mi cuenta en la biblioteca».15 Fue decisivo para Manfred Kossok su primer encuentro con su profesor más importante, Walter Markov, quien le nombró en su segundo año de carrera como su asistente. Profundo respeto con la experiencia política y científica se unía en él a la concordancia en su entusiasmo por la historia universal y por la ética de trabajo en la que predominaba la disposición de rendimiento por la ciencia. Walter Markov, después de pasar diez años en la cárcel de Siegburg acusado de haber creado un grupo de resistencia contra el gobierno nazi y de intentar vanamente un nuevo comienzo como profesor en la Universidad de Bonn, vino en 1945 a Leipzig, donde realizó la habilitación,16 en el semestre de invierno de 19461947, entre otros, con el profesor Hans Freyer, con un estudio sobre la diplomacia en los Países Balcánicos.17 Tras la destitución de Freyer, se hizo cargo del famoso Instituto Lamprecht de Cultura e Historia Universal. Con el medievalista Heinrich Sproemberg, que ocupó la cátedra de Leipzig en 1948, compartió Markov innumerables convicciones en cuestiones básicas de la ciencia histórica; de ahí su entusiasmo por una historia social que siguiera el ejemplo de los Anales franceses de Mark Bloch y Lucien Febvre, que contribuyera a superar la desafortunada tradi15. M. Kossok-Entrevista, op. cit., 1988, p. 22. 16. N. del T.: examen previo para poder ocupar el puesto de profesor universitario. 17. W. Markov, Grundzüge der Balkandiplomatie. Ein Beitrag zur Geschichte der Abhängigkeitsverhältnisse, editado por F. Klein, I. Markov, Leipzig, 1999. 44 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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ción del historicismo que en Alemania se centraba en la política nacional y en la nación. Resultado de esa mutua colaboración fue la creación en la República Democrática Alemana del grupo de trabajo llamado «círculo histórico hanseático», en el que la historia social superior comparada encontró su foro.18 El marxismo tenía que ser capaz de demostrar su eficacia como ciencia histórica entre los diversos paradigmas científicos existentes que compiten entre sí; el intento de demostrar la supremacía del marxismo sin tener en cuenta, analizándolas, otras posiciones intelectuales históricas (a lo que Markov llama incesto), o por medio de postulados de supremacía no contrastados, acabaría arruinándolo. En esta apreciación coincidió no sólo con Sproemberg sino también con colegas de otros departamentos como el romanista Werner Krauss, que había favorecido la venida a Leipzig de Markov como profesor, y con el que posteriormente mantuvo una fructuosa cooperación sobre los temas de la historia de la Ilustración francesa y de la historia cultural de España y de Latinoamérica; historia en la que muy pronto participó también Kossok. Éste era el panorama intelectual en el que Manfred Kossok se encontró durante su estudio en Leipzig, al mismo tiempo que colaboraba con la cátedra de Walter Markov. Después de la exclusión de Markov del Partido Comunista de la República Democrática Alemana (sed) en 1951, bajo la absurda acusación de «titoismo», se le privó por motivos políticos de dedicarse también a su primera especialidad, que era la investigación sobre el sureste de Europa. En la búsqueda de la creación de un nuevo perfil propio de su instituto encontró un campo adecuado de investigación en los movimientos emancipatorios de los países extraeuropeos, y con una rapidez increíble creó, echando mano de un grupo de estudiantes y de jóvenes que realizaban su doctorado, un equipo de investigación entusiasta que tomó como punto importante de investigación el análisis histórico comparado de los sistemas coloniales. Kossok, el más joven del grupo, recibió, en el irremediable «reparto del mundo» en 1952, la tarea de investigación de Sudamérica, ya que se consideró que él era la persona del grupo a la que se le creía más capaz de aprender con la mayor rapidez una lengua extranjera.

18. Manfred Kossok recibió de la Sociedad Histórica, entre otras cosas, una beca por valor de 100 marcos alemAnes para su estudio en el Archivo de Bremen. Publicó numerosos trabajos de investigación en las diversas publicaciones periódicas de la Sociedad. La Sociedad, que estaba especializada propiamente en la investigación del Mar del Norte y el Mar Báltico, logró por la repercusión de la Escuela de Leipzig una apertura de innovación «atlántica».

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Latinoamérica y sus relaciones con Europa Los documentos sobre Latinoamérica son ante todo estudios empíricos basados en innumerables fuentes históricas de los archivos y reflexiones teóricas en su relación con la historia política y social. Se los puede agrupar a grandes rasgos en tres apartados. En primer lugar, se dedicó Manfred Kossok a estudiar la estructura social del imperio colonial español y portugués y la historia del movimiento de independencia de la América española. A ello siguieron estudios de historia económica y de relaciones que en su esencia los ha tomado del análisis del material de actas del archivo secreto del Estado prusiano, como por ejemplo el artículo sobre «La importancia del mercado colonial hispanoamericano en el comercio textil a finales del siglo xviii y a comienzos del siglo xix».19 Estos dos grupos de problemas tomados en conjunto se reflejan en el examen que realizó para su admisión en el cuerpo docente universitario sobre el tema «Al amparo de la Santa Alianza. Alemania y Latinoamérica, de 1815-1830».20 A ello se añadieron finalmente investigaciones de historia contemporánea que analizaban, por un lado, las relaciones del nacionalsocialismo con los estados de Latinoamérica, y por otro, la importancia de determinadas instituciones como el Ejército y la Iglesia para la estabilidad política de las dictaduras de Sudamérica en el segundo tercio del siglo xx, y el carácter marxista de los movimientos de liberación nacional (Mariátegui), así como el papel que desempeña la religión (teología de la liberación). Como consecuencia del gran proyecto que se propuso de elaborar una historia comparada de la explotación colonial, se adelantó en su investigación a sus coetáneos que investigaban sobre Asia y África. El libro que tenía planeado con el título Manual de historia colonial comparada nunca lo terminó.21 «La visión de conjunto sobre el sistema colonial español»,22 que sirvió como borrador para la parte sobre la América española y como una especie de modelo para todo el trabajo, aparece por esa razón como un tema por sí solo y sirvió como base para 19. G. Heitz, M. Unger (Eds.), «Hansische Studien. Heinrich Sproemberg zum 70. Geburtstag», en Forschungen zur mittelalterlichen Geschichte, vol. 8, Berlín, 1961, pp. 210-232. 20. Berlín, 1963. 21. M. Zeuske, Zur Geschichte des «Instituts für Kultur– und Universalgeschichte» 19491992. Con un apéndice sobre el sentido de la historia universal y un suplemento de 1994, en: Karl Lamprecht, «Weiterdenken. Universal– und Kulturgeschichte heute», en G. Diesener (Ed.) Beiträge zur Universalgeschichte und zur vergleichenden Gesellschaftsforschung, vol. 3, Leipzig, 1993, pp. 99-131. 22. En wz der kmu, gsr, 5 (1955/1956), vol. 2 (Parte I) y vol. 3 (Parte II), pp. 121 ss. y 229 ss. En Ausgewählten Schriften, vol. 1, pp. 1-94. Durante mucho tiempo, se utilizó la documentación en la Universidad Libre de Berlín y en la Sorbona como material didáctico. 46 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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la tesis doctoral de Kossok que lleva por título El virreinato Río de la Plata. Su estructura económico-social, de la que aparecieron en Argentina una gran cantidad de nuevas ediciones.23 La concepción de ese trabajo está impregnada fuertemente en su temática profesional de manera curiosa por un científico que ciertamente nunca fue marxista, Richard Konetzke, el primer catedrático alemán de historia de España y Latinoamérica de la Universidad de Colonia.24 Kossok visitó en varias ocasiones a Konetzke y realizó con él, en el año 1956, una especie de estudio complementario. La entrevista entre ambos la tramitó Markov, que había conocido a Konetzke en el X Congreso Internacional de Historiadores en Roma en el año 1955. Konetzke trabajaba en esa época en la recopilación de fuentes histórico-sociales, trabajo que llevó por título Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810. 25 La tesis doctoral de Kossok está así propiamente impregnada por partida doble: por un historiador universal de Leipzig de explícita argumentación marxista y por otro historiador social más bien políticamente conservador de Colonia; finalmente, se completó con las polémicas que ambos mantuvieron con la Escuela de Anales francesa, representada por Fernand Braudel, Pierre Chaunu y Ernest Labrousse. Se realizó a escala regional un modelo de historiografía histórico-social que partía, en primer lugar, de una investigación cuantitativa de cada uno de los grupos y clases pero que también analizaba la impronta capitalista primigenia de las instituciones españolas. La dificultad principal de esta historia social que intentaba corregir las descripciones impresionistas anteriores mediante el análisis de gran cantidad de material, se daba sobre todo para el periodo del comienzo de la Edad Moderna en la cuestión de la relación entre las definiciones coetáneas de los grupos sociales y de aquellas categorías analíticas (bien sean clases sociales, sectores de población o conjunto de grupos profesionales en general) que debían permitir una comparación de casos particulares locales y regionales. En el campo de investigación que había elegido Manfred Kossok se agravó esta problemática todavía más por causa de la dificultad que hubo en los procesos de formación de clases y la modelación colonial de la sociedad, de tal manera que la formación del concepto y su interpretación convincente oscilaban entre la preferencia por descripciones detalladas de

23. Primera edición: Buenos Aires, 1959; tercera edición: Buenos Aires, 1988. 24. G. Kahle, «Necrología: Richard Konetzke (1897-1980)», en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas (JbLA), 18,1981, p.VII y ss. 25. G. Kahle, H. Pietschmann (Eds.), Lateinamerika. Entdeckung. Eroberung. Kolonisation. Artículos recogidos por Richard Konetzke, Lateinamerikanische Forschungen, vol.10, Colonia/ Viena, 1883. Konetzke publicó el primer volumen (1493-1592) de esta obra actualizada de la historia colonial en 1953 en Madrid; el segundo volumen (1593-1690) estuvo en preparación hacia 1956 y se publicó en 1958 en Madrid.

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las coyunturas existentes y por una cautelosa aplicación de categorías europeas. El componente histórico-social, que se encontraba todavía en una fase experimental, se vio confrontado con un paradigma, tanto ahora como antes dominante, que se centraba en una historia política y una historia militar. El haber logrado la anexión a la corriente historiográfica entonces dominante, dado su potencial de innovación, supuso un gran mérito digno de elogio que se plasmó pronto en el concepto «Escuela de Leipzig» de Walter Markov. No se debe olvidar que esto sucedió en un periodo en el que la ciencia histórica de Alemania Occidental estaba dominada especialmente por Gerhard Ritter, que reaccionó enérgicamente contra una historia social de influencia francesa bajo sospecha marxista.26 El intento de Kossok de relacionar las estructuras profesionales contemporáneas de estamentos, castas y «razas» con las categorías entonces (año 1957) modernas marxistas de clases, de explotación colonial y de las relativas a los medios de producción, fue un trabajo de vanguardia que fundamentó su fama entre los intelectuales críticos de izquierda, sobre todo en Argentina, Uruguay y Chile, pero también en Perú, Colombia y México. Tras su doctorado se dedicó al estudio de las actas que al final de la guerra se transportaron del antiguo archivo secreto del Estado prusiano con sede en Berlín al archivo central de la pequeña ciudad de Merseburg, junto a Halle. Estos documentos hicieron de la ciudad de Merseburg un centro importante de investigación histórico-social y económica, incluso para investigadores de Alemania Occidental que se especializaron sobre todo en el tema del fomento del comercio y manufactura prusianos y en el comercio atlántico, como lo demuestran los trabajos de H. Kellenbenz,27 R. Engelsing y H. Kirsch.28 Junto a los trabajos realizados en los archivos de Hamburgo, Bremen y Viena fue Kossok un estudioso permanente de las actas prusianas y enlazó un tema clásico 26. Véase resumen de esto en P. Schöttler, «Zur Geschichte der Annales-Rezeption in Deutschland (West)», en M. Middell, S. Sammler (Eds.), Alles Gewordene hat Geschichte. Die Schule der Annales in ihren Texten, Leipzig, 1994, pp. 40-60. 27. Según la información de V. Didczuneit, Geschichtswissenschaft an der Universität Leipzig. Zur Entwicklung des Faches Geschichte von der Hochschulreform 1951 bis zur sozialistischen Umgestaltung’ 1958, Leipzig,1993, parte 3, p. 118. Intentó conseguir H. Kellenbenz una cátedra en Leipzig y dio conferencias periódicamente entre 1954 y 1957 en la Universidad de Leipzig: el 10 de abril de 1954 sobre el tema «Die Beziehungen der iberischen Halbinsel zu den skandinavischen Ländern»; el día 11 de abril de 1954 sobre el tema «Der internationale Kupfer– und Eisenmarkt in der ersten Hälfte des 17. Jahrhunderts und die große Politik»; el día 19 de febrero de 1955 sobre «Die Beziehungen der Niederlande zur iberischen Halbinsel»; y el día 10 de febrero de 1956 sobre «Venedig: Stadt, Staat und Handelsmacht»; así como el 1-2 de marzo de 1957 sobre «Bäuerliches Unternehmertum» y «Zur Geschichte Skandinaviens». 28. R. Engelsing, «Schlesische Leinenindustrie und hanseatischer Überseehandel im 19. Jahrhundert», en Jahrbuch der Schlesischen Friedrich-Wilhelms-Universität zu Breslau, nº 4, 1959, pp. 207-231; H. Kirsch, «The Textile Industries in Silesia and in the Rhineland: A Comparative Study on Industrialization», en The Journal of Economic History, 19, 1959, pp. 541-564. 48 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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europeo de historia diplomática y política, el de la repercusión de la Santa Alianza, con otro igualmente clásico de carácter histórico-político de la historiografía española-americana, el de movimiento de independencia de la América española. Por cierto, él completó este tema con un análisis de los intereses económicos de Prusia. Kossok había plasmado ya en el artículo sobre «Clase burguesa colonial y revolución» (1958), argumentos básicos respecto a los movimientos de independencia de la América española y su caracterización como una revolución burguesa inacabada. Los diversos puntos de investigación sobre historia económica y social realizados con motivo de su habilitación, publicados en 1963, tenían como base de referencia su obra sobre «La importancia del mercado colonial españolamericano para el comercio textil prusiano», a la que siguió un nuevo análisis de las fuentes sobre los esfuerzos prusianos en el comercio atlántico. Como consecuencia de ello, ganó la historia contemporánea una gran importancia.29 Tras los correspondientes estudios preparatorios en el Instituto de Leipzig30 se organizó una conferencia políticamente muy relevante, que se celebró del 5 al 18 de abril de 1961, sobre neocolonialismo y la política de los dos estados alemanes31 que impulsó la creación de un centro de investigación que debería lograr el cambio de los antiguos institutos de ciencia sobre Oriente, África y Asia, que estaban fundamentados, bajo el punto de vista filológico, en una nueva área de estudios que estuviese basada bajo el punto de vista científico-social. Manfred Kossok realizó en 1962 el viaje más largo que haría a Sudamérica, donde ejerció su actividad docente e investigó sobre todo en las universidades de Chile y Uruguay. Al mismo tiempo, trabó amistades con activos intelectuales de izquierda, que esperaban obtener de la investigación histórica una base precisa de aquello que fuese lo específico de una estrategia con la que poder reaccionar adecuadamente a las especiales condiciones político-sociales y culturales de sus países en su labor por terminar con la dictadura y explotación colonial.32 29. «Der Brasilienvertrag von 1827. Bemerkungen zur Diplomatie und Handelspolitik der Hansestädte in der Südamerikanischen Frage», en Wz der kmu, gsr, 11, 1962, vol. 3, pp. 491-501; Preußen, «Bremen und die Texas-Frage 1835-1845», en Ibídem, 13, 1964, vol. 2, pp. 183-190. «Zur Geschichte der deutsch-lateinamerikanischen Beziehungen (Forschungs– und Periodisierungsprobleme)», en Hansische Geschichtsblätter, 84, 1966, pp. 49-77. 30. W. Markov, Zur universalgeschichtlichen Einordnung des afrikanischen Befreiungs­ kampfes (Leipziger Universitätsreden, N. F. 10), Leipzig, 1959. Compárese también el protocolo del congreso sobre la historia moderna y contemporánea de África el 17 y 18 de abril de 1959, en Wz der kmu, gsr, 8, Leipzig, 1958/1959, vol. 4, pp. 589-630. 31. W. Markov, «Probleme des Neokolonialismus und die Politik der beiden deutschen Staaten gegenüber dem nationalen Befreiungskampf der Völker», en Zur Geschichte des Kolonialismus und der nationalen Befreiung, Sonderheft der Zeitschrift für Geschichtswissenschaft (ZfG), IX, Berlín,1961, pp. 7 y ss. 32. Compárese la información detallada sobre las experiencias in situ: M. Kossok, «Chile im Jahr der Wahlentscheidung 1964», en Wz der kmu, gsr, 13, 1964, vol. 2, pp. 169-182.

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A esta tarea ayudaron tanto las visiones panorámicas bibliográficas detalladas del origen de la apologética colonial33 como la documentación en la que se mostraba el compromiso de Alemania Occidental en el tercer mundo en tiempo del nacionalsocialismo.34 Se puso no obstante de manifiesto que las conferencias en las que se trataba de comparar los movimientos anticoloniales en Asia, África y Latinoamérica, concebidas como un complemento del potencial existente en la Escuela de Leipzig, cada vez con más vigor se intentaban dirigir desde Berlín, donde siguiendo la nueva línea política se procuraba concentrar la vida científica de Alemania del Este. Así, y dentro de ese contexto, la conferencia sobre «El papel que desempeñó el ejército»,35 concebida y preparada por el Instituto de Historia Universal de Leipzig, se celebró en 1966 en Berlín.Tanto la conferencia de 1961 como las siguientes tenían como tarea intentar activamente una nueva orientación de la investigación que se realizaba en Leipzig, centrándola en problemas de nuestro tiempo actual. En la obra sobre Latinoamérica de Kossok hay huellas de esa nueva orientación, que por cierto respondía muy bien a sus intereses políticos respecto a Latinoamérica, reflejados en su gran trabajo de investigación titulado «Iglesia y Ejército. Sobre la crisis de las instituciones tradicionales de poder en Latinoamérica».36 Sus propuestas fueron tomadas posteriormente por otros investigadores en sus análisis de las «revoluciones del Ejército» desde Egipto hasta Guatemala y Cuba. Lo mismo se puede decir sobre sus estudios respecto al papel que ha desarrollado la Iglesia en Latinoamérica.

Historia comparada de la revolución como teoría básica y praxis historiográfica empírica: de finales de los años SESENTA hasta el comienzo de los OCHENTA Los intentos de desarrollar e institucionalizar la investigación comparada del colonialismo y anticolonialismo como base de un nuevo concepto de historia 33. Compárese la información detallada sobre las experiencias in situ: M. Kossok, «Chile im Jahr der Wahlentscheidung 1964», en Wz der kmu, gsr, 13, 1964, vol. 2, pp. 169-182. 34. M. Kossok, «Sonderauftrag Südamerika. Zur Politik des deutschen Faschismus gegenüber Lateinamerika», en Der deutsche Imperialismus und der Zweite Weltkrieg, vol. 3, Berlín, 1962. 35. El material didáctico no se publicó en forma de libro. Algunos artículos sueltos se publicaron de forma hectográfica bajo el título «Materialien der Konferenz: Die politische Funktion der Armee in den Ländern Asiens, Afrikas und Lateinamerikas (7/8. Dezember 1966)», kmu, Sec­ción de Estudios de Asia, África y América Latina. 36. En Lateinamerika. Probleme Perspektiven, Deutsche Außenpolitik, 16, Año 2. Número extraordinario, 1971, pp. 118-148.

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universal fracasaron como consecuencia de la reforma universitaria de la Alemania del Este a finales de los años sesenta. Las causas de ello fueron diversas y se pueden encontrar tanto en la situación política como en las corrientes que tendían a una especialización de las ciencias regionales. El próximo periodo en el desarrollo científico de Manfred Kossok se centró por eso en el intento de un nuevo arranque científico que consistía en aplicar la historia comparativa a un determinado tema central del desarrollo social en el mundo moderno. El proyecto de una historia comparada de la revolución hizo de la persona de Kossok un teórico del cambio político de renombre internacional que tenía en la reflexión del mundo atlántico su base empírica, estando no obstante abierto a elaborar otros temas desde el punto de vista de una cooperación global. Así, el primer volumen, al que siguieron otros diez, de la serie sobre «Estudios de la historia de la revolución», que por el carácter internacional de sus diversos autores sobrepasaba el marco ordinario de la Alemania del Este, significaba una obra de carácter integrador, que abarcaba tanto la historia del mundo antiguo como la investigación de comienzos de la Edad Moderna, incluyendo también la historia social de la clase trabajadora, el movimiento obrero en Alemania, la historia de la República Democrática Alemana y de los países del Este de Europa. La primera fase de desarrollo, y al mismo tiempo de formación de este proyecto, abarca desde 1969 hasta 1974, año en que Markov pasó a ser profesor emérito y estuvo unido de nuevo a la celebración de un congreso internacional sobre movimientos populares en el ciclo de la revolución burguesa.37 En esta época se elaboró un concepto teórico y metódico al que contribuyeron no sólo el grupo específico de investigación de este tema sino también un gran número de personas interesadas de otras instituciones, creándose con ello básicamente el marco adecuado tanto en contenido como en organización de futuros trabajos de investigación. Los volúmenes de las conferencias celebradas entre 1969 y 1974 inauguraron la serie titulada «Estudios sobre la historia de la revolución», en la que se publicaron predominantemente volúmenes temáticos y material de los congresos internacionales del grupo de investigación. Al mismo tiempo, se creó un círculo de investigación que se reunía mensualmente y que perduró regularmente hasta finales de los años ochenta, y agrupó tanto a especialistas de las diversas disciplinas académicas e instituciones de las universidades como a la Academia de Ciencias de la Alemania del Este, y así se creó un lugar de reflexión con innumerables ponentes extranjeros.38 37. M. Kossok (Ed.), Rolle und Formen der Volksbewegungen im bürgerlichen Revolutionszyklus, Berlín, 1976. 38. Para una relación completa de todas las conferencias y publicaciones compárese: V. Baer, Chronologie und Bibliographie zur Geschichte des Interdisziplinären Zentrums für Vergleichende Revolutionsforschung (IZR) an der Karl-Marx-Universität Leipzig, Leipzig, 1987 (Ms.).

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A partir de 1974, bajo la única dirección de Kossok pero siempre en colaboración con Markov, se creó una segunda fase de consolidación, complemento y ampliación en el terreno práctico de investigación, que abarcó desde 1974 hasta la aparición en 1982 del libro de texto realizado en equipo con el título Revoluciones de la Edad Moderna. En 1976 se creó con este motivo el Centro Interdisciplinario para la Investigación Comparada de la Revolución, como fundación central de la Universidad de Leipzig cuya dirección se encomendó a Manfred Kossok.39 Todas estas innumerables actividades estuvieron marcadas, por lo menos desde la segunda mitad de los años setenta, por las dificultades especiales que surgieron, debido a una complicada enfermedad que ocasionó consecuentemente una difícil situación personal. La grave enfermedad renal, que tuvo su origen en el periodo inmediato de la posguerra, fue la causa de dos intentos de trasplante de riñón que le tuvieron sujeto en la cama del hospital muchos meses durante 1983 y 1985. El fracaso de las operaciones hizo que Manfred Kossok tuviese que acudir tres veces por semana a realizar la diálisis. Esto supuso para él un régimen de trabajo riguroso: tres medios días por semana se dedicaba Kossok a sus tareas de dirección del instituto y a sus funciones en el Departamento de Ciencia, que contaba entre diez y doce colaboradores, y en el que Kossok era responsable en las áreas del profesorado, investigación y formación de nuevas promociones dentro del marco de la historia general que abarcaba de 1500 a 1917. Por la tarde acudía al hospital y se dedicaba a escribir cortos temas. Los días que no acudía al hospital los dedicaba a trabajar más extensamente. Aunque parezca paradójico, la difícil enfermedad aseguró a Kossok condiciones de eficiencia para su trabajo que a otros les fue negada. El buen funcionamiento de la secretaría del instituto y la buena dotación del Centro Interdisciplinario para la Investigación Comparada de la Revolución le facilitaron una producción científica extraordinaria. Los trabajos de investigación de Kossok relativos a la historia contemporánea de la revolución de la Edad Moderna que abarcan el periodo de 1969 hasta su muerte en 1993 documentan, tomando como ejemplo el caso de Latinoamérica y España, el desarrollo de un concepto práctico de investigación, de una historia comparada de la revolución realizado desde un punto de vista metodológicoteórico que debería ser deslindado de aquellos trabajos científicos que tratan de dar simplemente una rápida formulación de la teoría de la revolución. En las disputas internas que se dieron sobre el sistema científico de la República Democrática Alemana se formuló con ello tanto la supremacía de una investiga39. Sobre el de las cuestiones metódico-teóricas compárese: M. Kossok (Ed.), Vergleichende Revolutionsgeschichte – Probleme der Theorie und Methode, Berlín, 1988.

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ción histórica concreta de formación autónoma en su teoría y concepto frente a las abstractas discusiones filosóficas que tenían lugar dentro de la doctrina del marxismo-leninismo, así como también su deslindamiento de los modelos de revolución enfocados desde el punto de vista científico-social como se hacía en el mundo occidental. Desde un punto de vista conceptual ocupa un puesto importante la introducción, realizada en 1974 junto con Markov a los «Estudios sobre la historia comparada de la revolución de la Edad Moderna», ya que supuso un intento de que se tomasen los innumerables textos de Marx y Lenin, que en la República Democrática Alemana tenían el estatus de ciencia canónica, como planteamientos heurísticos para investigaciones empíricas. La teoría no debía ser fin sino medio de la investigación histórica concreta. Incluso la significación histórica sobre todo de la revolución modelo «francesa» de 1789 y de las tres revoluciones que tuvieron lugar en el eje formado por Holanda-Inglaterra y Francia, fue ciertamente concebida como una irrupción decisiva y consecuentemente como un desarrollo típico pero no como un modelo que debieran seguir otros países y procesos. Los puntos esenciales de investigación de Kossok, es decir, Latinoamérica y España, exigieron una reflexión comparativa sumamente especial. Aquí se planteó junto al problema científico general la cuestión realmente práctica de cómo podrían ser definidas las culturas «no europeas» y la relación de mezcla entre elementos indígenas, afroamericanos y coloniales. La problemática general se volvía rápidamente virulenta, sobre todo en los casos, por ejemplo, de la revolución de esclavos en Santo Domingo y en el Haití independiente, que cae tan profundamente hasta convertirse en el asilo de pobres del Nuevo Mundo; o bien en cuestiones sobre formas de violencia atávicas o en la participación, «aunque en la mayoría de los casos se trata de una carencia de participación», de las «masas» indias, mulatas y mestizas en las revoluciones de carácter burgués y en su relación con los dirigentes criollos de la revolución. Para España se puede aplicar lo mismo respecto al complejo problema de la «revolución burguesa» y de la «sustitución institucional de la hegemonía» por medio del ejército, así como respecto al largo ciclo de las revoluciones liberales del siglo xix. Del rechazo de un modelo general de revolución se deduce la necesidad de desarrollar una tipología más diferenciada. Kossok recurrió para ello a los periodos o etapas que atraviesa el capitalismo en un estadio preindustrial y en un estadio industrial, ya que ambos se diferencian según sus configuraciones sociales, y esto tendría consecuencias para la predisposición de cada uno de los grupos de intervenir en una revolución de carácter burgués para lograr lo que fuese posible de alcanzar.

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El periodo que alcanza hasta comienzos de los años ochenta estuvo dedicado ante todo a la reflexión de las diversas clases de revoluciones burguesas; posteriormente se dedicó a investigar si los grandes cambios revolucionarios contribuyeron en resumidas cuentas a un modelo predominantemente cuantitativo de transformación social. Kossok hizo aquí referencia a las observaciones de Marx, que diferencia en sus escritos dos modelos en la formación del capitalismo, uno de carácter conservador y otro revolucionario, en sus reflexiones sobre los caminos revolucionarios o reformistas de los cambios burgueses, así como también en los pensamientos de Lenin, dentro de su análisis referente a los diferentes caminos tanto prusiano como americano que condujeron al capitalismo agrario. Con ello, introduce Kossok esta explosiva cuestión en las discusiones especializadas sobre este tema en la Alemania del Este. Al incluir las revoluciones dentro de largos procesos de transformación, amplió su visión a nuevos fenómenos históricos, como a la aparición histórica del absolutismo, a las revoluciones agrarias y a las trasformaciones culturales en su relación con la política. Al intentar Manfred Kossok aunar todos estos diversos problemas tanto por un lado en el marco español-iberoamericano como de la Europa occidental a través de análisis de casos concretos y de reflexiones, comparando prototipos determinados y, por otra parte, a través de la organización de una consecuente cooperación, creó en realidad en pocos años en Leipzig un punto central de investigación de historia universal que abarcaba de finales del siglo xvii hasta el comienzos del siglo xx.40 Kossok desarrolló para ello un sistema de categorías41 que diferenciaba sistemáticamente. En primer lugar, se estableció una reflexión diacrónica. Para ello se sirvió sobre todo del concepto llamado «ciclo de la revolución», que dimana de Lenin y que ya lo había tomado Kossok en 1969 de manera pragmática en un artículo sobre las revoluciones españolas. Con ello delimitó la progresiva cohesión histórica de diversas fases de la revolución, restauración y reforma en la transición del feudalismo al capitalismo, y de la formación de la sociedad burguesa a un determinado país o a una determinada región del mundo; lo hizo, por un lado, en un marco nacional para Francia, España o Alemania y, por otro, a nivel internacional para Europa, Latinoamérica, etc.

40. Esta visión histórica mundial la amplió Kossok con motivo de la conmemoración del año 1492 en una muestra trasversal de los acontecimientos europeos y extraeuropeos del comienzo de la Edad Moderna. M. Kossok, 1492 – Die Welt an der Schwelle zur Neuzeit, Leipzig, 1992. 41. Compárese M. Kossok, W. Küttler, «Die bürgerliche Revolution: Grundpositionen einer historisch-vergleichenden Analyse», en M. Kossok (Ed.), Vergleichende Revolutionsgeschichte – Problème der Theorie und Methode, Berlín, 1988, pp. 1-114.

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En segundo lugar, se actuó en un análisis más sincronizado, comparando perfiles dentro de un periodo determinado (como por ejemplo el comienzo del siglo xvi o los periodos 1789-1815, 1830, 1848-49, 1905-1917) y determinadas regiones en las que simultáneamente se daban diferentes estadios de desarrollo del capitalismo (lo que Marx llama coincidencia de lo no coincidente, en los procesos de revolución que se analizan, según la relación de factores internos y externos, del «centro» y de la «periferia»). De esta manera se logró establecer una relación de contenido en procesos tan diferentes como el levantamiento de los comuneros y las germanías en España, en 1520-1521; la reforma protestante alemana, incluida la guerra de campesinos; la revolución en Holanda del siglo xvi, que estuvo unida a una lucha externa de independencia; las lejanas repercusiones de 1789 en la Europa Central y Europa del Este; los movimientos revolucionarios anticoloniales en América (en 1776 y de 1790-1898), así como las diversas características heterogéneas regionales de la revolución de 1848-1849 (considerada como la «revolución europea»). En tercer lugar, fueron analizados desde un punto de vista sistemático problemas parciales de los fuertes cambios burgueses-capitalistas tanto desde el punto de vista estructural (en economía-política y cultura) como también respecto a las personas que los dirigen (como, por ejemplo, la cuestión de la hegemonía, las personalidades, el papel que juega la burguesía, los movimientos populares de campesinos y de obreros). Con ello adquirió la historia de la revolución comparada criterios tanto para analizar el lugar histórico y el grado de madurez de una revolución como para apreciar las alternativas y las situaciones de toma de decisión, por ejemplo, en el comportamiento de la burguesía, de la democracia de los pequeños burgueses, de los campesinos y de los trabajadores de la manufactura o industriales. La primera síntesis compilada en conjunto en 1982, a pesar de la gran diferencia existente en los diversos manuscritos de cada uno de los autores, se ajustaba con bastante consistencia a la lista de cuestiones y preguntas que se había formulado ya al comienzo de los años setenta, y tras la que se escondía el concepto ahora ya completamente elaborado. Este análisis histórico de la revolución y de su formación ya se hallaba implícitamente en la polémica existente con la política de las sociedades de los Estados socialistas, que se consideraban a sí mismos como revolucionarios, si bien las revoluciones y las formaciones de sociedad del socialismo real existente no fueron de momento, ni en lo empírico ni en su concepción, tenidos en cuenta explícitamente por Kossok. En el debate de los movimientos de liberación y revoluciones en el llamado tercer mundo, desempeñó la cuestión sobre la diferencia entre revoluciones burguesas o marxistas ciertamente un papel muy importante que seguía irritando persistentemente a los partidarios de interpretaciones tradicionales ortodoxas.

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La investigación comparada de la revolución, en la que se encuadraba la investigación de Kossok en los años setenta y ochenta, fue uno de los temas principales del congreso internacional de historiadores que se celebró en 1975 en San Francisco, y fue un asunto muy discutido en los debates de historiadores del Este y del Oeste de esa época, pues tocó el nervio tanto de la propia interpretación que hacía por sí mismo el régimen socialista por una parte, como del debate sobre las posibilidades de lograr un cambio fundamental de la sociedad por vía revolucionaria por la otra. Encontró incluso también eco en una gran parte de la corriente que deseaba más investigación de carácter comparativo y que correspondía al deseo creciente de prestar más atención a los procesos trasnacionales.42 Por eso, no resulta extraño que el Centro de Investigación de Leipzig, bajo la dirección de Kossok, pudiese aportar resultados que fueron muy discutidos internacionalmente. No obstante, estos conocimientos científicos sufrieron bajo la percepción distorsionada que trajo consigo la guerra fría, ya que los resultados científicos fueron considerados ante todo como cuestiones de posición política, a pesar de que esos resultados expuestos significaban precisamente una liberación de las tesis que provenían no de una investigación empírica sino de convicciones políticas. Esta liberación no tuvo un éxito consecuente porque el grupo de trabajo de Manfred Kossok renunció a aplicar expresamente sus conocimientos a su propia sociedad. La consideración del desarrollo histórico en la interpretación de la revolución tuvo una gran fuerza explosiva; se habría manifestado mucho antes, y los conflictos que se hubiesen formado alrededor de este proyecto de la historia comparada de la revolución, habrían abarcado con seguridad otros círculos.

Crisis del paradigma y la búsqueda de soluciones: De la primera mitad de los años ochenta hasta 1993 Al comienzo de los años ochenta la historia comparada de la revolución, que en la década anterior se había experimentado tanto en forma de estudio de casos individuales de cada país o de revoluciones,43 o siguiendo un modelo por él desarrollado que había resultado de una comparación sistemática entre diversos casos según el cual se podía interpretar la dinámica de las revoluciones, entró 42. Compárese sobre esto H. Kaelble, Der historische Vergleich. Eine Einführung zum 19. und 20. Jahrhundert, Frankfurt / New York, 1999. 43. En general, esto concernía al movimiento popular (1976), al movimiento de los campesinos (1979) y, posteriormente, también a los «componentes proletarios» (1984). Pronto se vio que el propio portador de las revoluciones modernas en este modelo, es decir, la burguesía –como también los enemigos de los revolucionarios– no había sido considerada más detalladamente. 56 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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en un estadio de conclusiones sintéticas. Éstas se plasmaron tanto en el manual titulado Revoluciones de la Edad Moderna 1500-1917 como en el libro de texto universitario Historia general de la Edad Moderna 1500-1917. Se tenía la impresión de que comenzaba «una nueva etapa de trabajo».44 Al principio dominaba todavía la idea de una simple ampliación linear del estado de discusión ya logrado tras aceptar en su exposición otras revoluciones, lo que no sólo afecta a la parte cuantitativa sino también a la cualitativa en el sentido del cuadro general de la historia de la revolución moderna.45 Pero muy pronto se puso de manifiesto que la restricción con la que el régimen político sometió a la ciencia respecto a la posibilidad de viajar, a la asistencia a los debates internacionales y a la amplia discusión de epistemologías alternativas, afectó sobre todo a la nueva generación científica, de tal manera que apenas se disponía de la suficiente capacidad de medios de investigación ni siquiera para una pequeña precavida ampliación de la agenda de trabajo. Pero todavía más fuertemente repercutieron los síntomas de crisis en cuanto a su contenido en lo referente a cuestiones apremiantes relativas a la historia de la revolución del siglo xx que se manifestaron dentro del contexto de los preparativos de la celebración del 200 aniversario de la Revolución francesa. Así como a través de la crisis del sistema soviético, que se puso de manifiesto en la agonía de la era-Breschnew y en el espíritu de apertura de la Perestroika se provocó un debate sobre el carácter de las revoluciones «socialistas» y del orden político de ellas derivado, de la misma manera se plantearon ahora cuestiones sobre las consecuencias de esta nueva valoración para las revoluciones acaecidas históricamente en tiempos pasados y para las revoluciones en África, Asia y Latinoamérica. El paradigma marxista-leninista mostró incluso en sus versiones internas científicas, que eran flexibles a la crítica, claras huellas de agotamiento. Se tenía la impresión de que las cuestiones o preguntas que se habían manifestado como carentes de una respuesta adecuada tampoco se podían ya responder de manera habitual tradicional. La conmemoración el año 1989 del 200 aniversario de la Revolución francesa se convirtió en campo de ensayo de nuevas soluciones. Aquí fue sobre todo François Furet quien con sus tesis puso en duda la imagen que de la Revolución francesa se tenía normalmente. Los aspectos que el historiador francés aportó en sus tratados mostraron poca coherencia, pero él atacó en muchos casos de manera extremadamente eficaz puntos débiles de la interpretación inspirada en los principios marxistas. La idea de dérapage, es decir, de la inseguridad en que 44. M. Kossok, «Einleitung», en Ídem (Ed.), Revolutionen der Neuzeit 1500-1917, Berlín, 1982, p. 7. 45. Ídem, p. 10.

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incurrió la Revolución francesa cuando abandonó la senda del compromiso liberal-conservador en 1792 y los jacobinos ocuparon este campo, se podía todavía rechazar fácilmente indicando que este argumento provenía de la antigua interpretación liberal del concepto de revolución del siglo xix, que no prometía nuevas comprensiones históricas. De distinta manera se actúo, sin embargo, con la evocación de Furet sobre Alexis de Tocqueville y con la idea de que la Revolución francesa no significa una ruptura sustancial de las estructuras sociales y políticas. Furet sacaba de ello como consecuencia que la enorme repercusión que tuvo la revolución habría originado sobre todo una convicción de cesura que la habrían establecido los mismos contemporáneos de esa época: la revolución sería según esto un invento que se debe al deseo maniqueico de una «fuerte maldición» contra los respectivos enemigos.46 Furet puso con ello en tela de juicio el que las revoluciones realmente pudieran ser demostradas desde unas previas condiciones estructurales que serían las causas para una actuación de actores históricos con determinados intereses. Furet sentó con ello los principios de una nueva historia de la argumentación y cultura en la historia de la revolución y sacudió el «objetivismo» incluso de la ciencia histórica marxista como parte integrante de un concepto que sustancialmente se inspiraba tanto en su método como en sus premisas teóricas en la ciencia social. Para la historia comparada de la revolución, las ideas de Furet, consideradas como un importante desafío, contribuyeron a su renovación. Se invitaba con ellas a seguir el camino de investigación que ya habían recorrido en Francia investigadores como Michel Vovelle en sus discusiones con Furet, en el que se trataba de admitir sus sugerencias fundamentadas empíricamente en una historia de carácter mental de la revolución.47 Con su propuesta de considerar a la revolución como un objet froid, un objeto frío, Furet se opuso a la opinión según la cual la revolución posee hasta hoy día una gran importancia y puede ser usada actualmente como modelo de actuales conflictos, y postuló que Francia, a finales del siglo xx, se había liberado por fin de la sugestión de su propia memoria revolucionaria y, a diferencia del siglo xix, había encontrado su enlace con los movimientos reformistas según el modelo anglosajón. Con ello se ponían en entredicho por partida doble principios básicos de la in­ ter­pretación del concepto revolución que se había aceptado hasta ahora en la República Democrática Alemana; en primer lugar, por la duda en la tesis sobre el 46. F. Furet, «Tocqueville et le problème de la Révolution française (1971), impreso de nuevo, en Penser la Révolution française, París, 1978, pp. 209-256. 47. L. Kaplan presenta un balance de los enfrentamientos entre los «furetistas» y los investigadores marxistas en Francia, reunidos en torno al Instituto de Historia de la Revolución francesa en Adieu 89, París, 1993. 58 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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punto álgido de la Revolución francesa, que era situado en el año 1793, en su relación con el año 1789; y en segundo lugar, consecuentemente, en la relación entre revolución y sociedad burguesa.Asimismo, se ponía también en tela de juicio por la preocupación sobre el futuro del socialismo al contemplar el abismo existente entre los ideales revolucionarios de 1917 y la deprimente realidad de sus nefastas consecuencias en la crisis de los años ochenta. Ante estos desafíos, Kossok intentó reaccionar tanto a través de un cambio histórico cultural en la interpretación de la revolución como en la atención especial que prestó a las alternativas reformistas en los profundos cambios revolucionarios. Los conceptos de reforma y transformación ganaron cada vez más en importancia junto a la propia historia de la revolución,48 y eso tanto en la visión retrospectiva de los fenómenos que impregnan la etapa prerrevolucionaria y del paso al capitalismo en cada país a través de las diversas etapas de toda su prehistoria (prefiguración) como también en la perspectiva o bajo el punto de vista de la calidad de la nueva sociedad. Junto a una tipología de la revolución que él ya había desarrollado, aparecieron ahora los principios de una nueva tipología de reforma, y la reforma puede ser también considerada como forma de cambio de la sociedad, salvaguardando naturalmente la supremacía de las revoluciones como la forma más importante de cambio social. La historia de la revolución de la Edad Moderna se convirtió, así, en parte ciertamente importante de una amplia historia de transformación en la que tanto periodos revolucionarios como no revolucionarios, desde el siglo xvi, estaban cada vez más fuertemente unidos unos con otros y, consecuentemente, se completaban mutuamente. Según la convicción de Kossok, la teoría de la revolución se debía modificar básicamente para plantear y responder a cuestiones como la relación que existe entre revoluciones que se originan «desde abajo» con las reformas y revoluciones originadas «desde arriba», así como sobre todo a la cuestión del carácter de la nueva sociedad y de sus estructuras sociales, económicas, políticas y culturales. Después de asentar en el programa de investigación el principio de la dominancia de la revoluciones como «locomotoras de la historia universal», fijó Kossok su punto principal de investigación en cuestiones que abarcan todo el conjunto en el que se desarrolla una revolución, considerando a las víctimas y los desarrollos de reforma a largo plazo no únicamente como un proceso de aprendizaje de las revoluciones que ya sucedieron (o para saber evitarlas). Asimismo, no sólo hay que tener en cuenta los aspectos negativos que lleva consigo una restauración que recoge de nuevo algunos elementos odiosos de la sociedad antigua u otras formas discrepantes, sino que también se debe considerar como parte genuina

48. 1789 y las nuevas alternativas de transformación social.

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integrante del proceso de transición las nuevas situaciones de la sociedad o de su fracaso (así como a las víctimas y a los desarrollos de reforma a largo plazo). Esa relativización del papel de las revoluciones en el proceso de formación y desarrollo de la sociedad burguesa tuvo su trasfondo en la percepción de la crisis del socialismo real existente. Junto a los cauces de transformación examinó Kossok cada vez con más intensidad la relación entre fin y realidad, y el estado de tensión entre las «ilusiones heroicas» de los revolucionarios y la normalización de una nueva sociedad posrevolucionaria. Con un trabajo de investigación realizado en 1986 sobre la «ilusión heroica», echó mano Kossok principalmente de los primeros escritos de Marx, en los que no se hablaba en absoluto de un determinismo económico. Paso a paso se fue distanciando Kossok de una posición según la cual la historia sigue un desarrollo objetivo que debe ser simplemente aceptado. La historiografía de la República Democrática Alemana estuvo largo tiempo de acuerdo con esa posición. Lo que al principio comenzó siendo una innovación importante en el sentido de que se ponía atención al papel de las estructuras sociales, se trasformó en un inconveniente (en desventaja), ya que no fue tenido en cuenta el papel de la interpretación subjetiva de los sucesos y la gestión de las personas. En lugar de ello, se consideró la categoría de la «ilusión heroica» como un fenómeno de unión de capas sociales, en conformidad contra el antiguo régimen, que realmente apenas podían ser consideradas como las triunfadoras de la revolución: las categorías marxistas de idea e interés no eran idénticas o coincidentes. De ahí se explica la dinámica de la revolución, pues esa no identidad de ideas e intereses produjo un gran exceso de ideas utópicas que no podían ser satisfechas con la revolución y que se puede ver en parte en subsiguientes movimientos sociales.49 Kossok interpretó el jacobinismo como «el relevo de guardia más radical dentro del espectro de la hegemonía burguesa», pero que al mismo tiempo estaba contra partes de la burguesía que había creado la dictadura por un tiempo determinado; dictadura que colindaba con determinados intereses de esa burguesía para mantenerla alzada desde el point of no return y defenderla en contra de los ataques contrarrevolucionarios. La fascinación por la fuerza persuasiva de impulso histórico que mueve la historia de las ideas impregnadas del énfasis revolucionario frente a los intereses «objetivos», abrió la historia de la revolución a una historia de mentalidad y a otra historia de razonamiento, dos corrientes que hasta ahora apenas se habían afincado en la ciencia histórica de la República Democrática Alemana. El resultado narrativo más importante de ese cambio de concepto no fue ya una obra conjunta sino un libro individual escrito, de fácil comprensión, titulado In tyrannos, que da una visión panorámica histórica de la revolución, escrita

49. Ídem, véase Middell, Ms. 1. 60 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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para círculos más amplios de lectores y que es en realidad una historia de la revolución y trasformación de la Edad Moderna en conjunto. La reflexión sobre la historia de la revolución que se vio confrontada de repente con la historia real en el año 1989 supuso por ello ciertamente una cesura, pero no significó ni el comienzo ni el fin de esa nueva orientación conceptual. A la vista de sus innumerables esfuerzos en los años ochenta es fácil comprender que Manfred Kossok recibió con esperanza la revolución de 1989. Él vio con más claridad que otros que una crítica despiadada del sistema científico de la Alemania del Este, que juzgase también el propio papel que desempeñaba en ese sistema, era requisito indispensable para un nuevo comienzo; asimismo, vio que la aceleración del cambio generacional en la ciencia historiográfica junto con una decidida democratización de sus instituciones eran conditio sine qua non para ello.50 A pesar de su grave enfermedad y de las adversas circunstancias del cambio de las estructuras hasta entonces existentes de la investigación científica y de enseñanza académica, aprovechó Kossok los estímulos del cambio social para desarrollar nuevos conceptos y proyectos. Kossok consideró la cesura de 1989 no sólo como un fracaso de un modelo concreto de socialismo, sino que más bien –y desde una perspectiva cada vez más lejana– vio en esta cesura cada vez con más claridad un importante síntoma de cambios a largo plazo de sociedades modernas capitalistas frente a los cuales las comprensiones de la historia que tenemos hasta ahora, encuadradas dentro de un marco concreto definido, generalmente fallan. Los actuales cambios sociales mundiales han hecho posible poder comprender mejor las anteriores revoluciones. Kossok abrió con más fuerza que antes el debate sobre una nueva historiografía mundial e intentó aplicar la problemática de la transformación a los debates de globalidad multipolar y al universalismo occidental.51 La idea de una «revolución global» configuró el nuevo marco de investigación en el que las revoluciones que tuvieron lugar en la Edad Moderna aparecían como ejemplos de un cambio global hacia las actuales perspectivas de transformación. Pero el cuadro de referencia de la «globalización» era completamente distinto del que se tenía en los debates sobre el posmodernismo o en los conceptos neoliberales y neoconservadores. Kossok polemizó con toda agudeza contra las tendencias que intentaban ignorar completamente las utopías y los grandes bos-

50. Esta visión determinó no sólo sus artículos del tiempo de cambio radical, sino también su impulso en pro de una reestructuración profunda de la sociedad de los historiadores de la República Democrática Alemana y del método de trabajo de la redacción de la ZfG; ambas fueron plasmadas en los impulsos de reforma en la primavera de 1990. 51. Compárese M. Geyer, «Aporias of Univeralism», en K. H. Jarausch, J. Rüsen, H. Schleier (Eds.), Geschichtswissenschaft vor 2000. Homenaje en honor de Georg G. Iggers, en su 65 cumpleaños, Hagen, 1991, pp. 49-65.

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quejos teóricos, la Ilustración y las ideas progresistas, así como también contra las visiones de distintos matices que profetizaban el fin de los tiempos. Precisamente la multiversalidad y la globalización de los recientes acontecimientos le sirvieron como contrapruebas, pues significaban precisamente un gran cambio de la historicidad, no el fin del desarrollo histórico. Él, que tenía gran interés en la investigación de un marco extraeuropeo, ejerció, por un lado, su crítica al carácter centrista europeo y americano de los conceptos occidentales e incluso marxistas, mientras que, por otro lado, enlazó con ello Kossok con anteriores ideas que él había formulado sobre la relación entre el eje central (donde según él se había desarrollado el capitalismo a través de un cambio revolucionario) y la diversidad de los procesos revolucionarios entre la periferia y el centro en la historia de las revoluciones burguesas. Con su tesis sobre la «revolución periférica» se aproximó ahora también al gran campo de investigación histórica, largamente descuidado, sobre las revoluciones del siglo xx. Criticó las llamadas revoluciones socialistas por su fracaso en lograr la unión con una trasformación de sociedad civil y estructuras sociales, y destacó que ellas, después de la fase de la «ilusión heroica», se quedaron estancadas en un estadio permanente de «dictadura de por tiempo» a diferencia de otras revoluciones exitosas de la Edad Moderna que establecieron una dictadura solamente por un tiempo limitado, saliendo de ella tras haberse asegurado los frutos de la revolución. El carácter represivo del gobierno que formaron se explica, por una parte, por su situación periférica en el sistema mundial, que por otra parte la ha ido consolidando continuamente. En sus últimas investigaciones intentó Kossok buscar marcos adecuados de interpretación donde pudiese elaborar la experiencia de la revolución de 1989, y no se dio por contento con la mera repetición de una narrativa ya establecida. El papel de Sudamérica dentro del cambio brusco social a nivel mundial y las posibilidades de un intento por salir de su marginalidad de siglos, le ocuparon tanto como la caída de las estructuras, similar a las imperiales, en Europa del Este y en los Balcanes, que dieron lugar al nacimiento de nuevos movimientos nacionalistas. Contra la tesis de la simple vuelta al programa de una democracia nacionalestatal previno ciertamente que los problemas globales del presente presuponen un marco de tratamiento completamente nuevo, incluso para la unión entre libertad y justicia, que hace imposible un sentimiento de satisfacción propia de carácter nacional. El futuro de la ciencia histórica para Kossok sólo se puede basar en la intensificación de su orientación histórica global, y no en el aferrarse a un tratamiento de la historia nacional.

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HISTORIA SOCIAL PRECEDENTE, HISTORICISMO MARXISTA Y EL CARÁCTER DE CICLO DE LAS REVOLUCIONES. la obra de Manfred Kossok1 Michael Zeuske

Universidad de Colonia

Introducción Latinoamérica y su historia fueron el tema central de la obra de Manfred Kossok. El lugar de su producción científica fue Leipzig. En sus Obras selectas2 ocupan los artículos de la historia de Latinoamérica, sobre todo de la antigua América española y de la historia de España, más de dos terceras partes. La parte de investigación dedicada al mundo iberoamericano ocupa pues en la obra de Manfred Kossok un lugar muy amplio. Baste esto como información al comienzo de este trabajo. Fundamentalmente son dos los puntos clave, que bien los podríamos llamar «continentes», que han impregnado la obra de Kossok en Leipzig: Alemania y Latinoamérica a lo largo del siglo xix, así como La revolución y la historia universal en su tipología y teoría. 1. Manuscrito revisado de una conferencia celebrada el día 20 de mayo del 2000 en Leipzig bajo el título: Lateinamerika und Spanien im Werk von Manfred Kossok: Vom Brasilenvertrag zur Globalgeschichte-Wege und Arbeitsfelder eines ostdeutschen Historikers. Coloquio científico celebrado con motivo del septuagésimo cumpleaños de Manfred Kossok, Leipzig, los días 19 y 20 de mayo del 2000. Agradezco a Bern Schröter su lectura crítica y sugerencias. 2. M. Kossok, Ausgewählte Schriften, 3 volúmenes, editado por M. Middell, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000.

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Un análisis del origen de esa obra escrita deberá perfilar disparidades, directrices individuales, a veces desconcertantes, y fases de desarrollo complicadas. Muchos puntos hay que someterlos todavía a una investigación más profunda. En este artículo no podemos tratar la importancia de los trabajos sobre la historia española y latinoamericana respecto a la tipología y teoría de las revoluciones en la historia universal. Desde la perspectiva de la cantidad de manuscritos aparecidos a partir de su muerte y, en cierto modo, desde un punto de vista retrospectivo a manera de réquiem científico, se puede afirmar con seguridad que los tres apartados «América española y España a finales del siglo xviii y durante el siglo xix», «Alemania y Latinoamérica», así como «Revolución e historia universal», configuran en cierto modo los continentes en un mapa intelectual de la obra de Manfred Kossok.3

Campos de investigación: continentes, islas y archipiélagos Continentes y amplias líneas de investigación Las primeras investigaciones de Manfred Kossok dentro de esos apartados, o por decirlo así, dentro de aquellos campos de investigación que él elaboró y desarrolló en los archivos, se caracterizaron, mirándolos intelectualmente desde una concepción geográfica del mundo, por dos puntos extremos que estaban muy distantes uno del otro: el Río de la Plata y Prusia (y esto lo elaboró desde Leipzig, donde imperaba el socialismo real existente). El horizonte temporal era ciertamente el mismo. Se trata de la época entre 1760 y 1830, una época ubicada en un largo periodo transitorio. El tema de las primeras relaciones germano-latinoamericanas lo había elaborado Kossok ya en los archivos europeos. Había realizado igualmente otras investigaciones en archivos europeos sobre el comercio hanseático y sobre la historia de la política y la diplomacia alemana y europea de 1815 a 1830. Según el canon de materias históricas, se especializó Kossok entre 1750 y 1850 en América y Europa. Partiendo de estos temas continentales, de los que él tenía un gran conocimiento por su investigación empírica sobre ambos continentes, se abrió a trabajos de investigación orientados hacia los problemas de

3. Sobre la inclusión institucional, estadística e histórico-social, véase: R. Jessen, Akademische Elite und kommunistische Diktatur. Die ostdeutsche Hochschullehrerschaft in der Ulbricht-Ära, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1999 (Kritische Studien zur Geschichtswissenschaft, vol. nº 115) así como: R. Jessen, «Professoren im Sozialismus. Aspekte des Strukturwandels in der Hochschullehrerschaft in der Ulbricht-Ära», en H. Kaelble, J. Kocka, H. Zwahr, (Eds.), Sozialgeschichte der DDR, Stuttgart, Klett-Cotta, 1994, pp. 217-253. 64 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

HISTORIA

SOCIAL

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carácter histórico-ideológico y teórico, apoyándose en la literatura y a través de la experiencia propia en Uruguay, Argentina y Chile de 1955 a 1965. Investigó primeramente el gran continente de Latinoamérica, mientras que hasta la realización de su tesis doctoral se había dedicado más bien al imperio colonial español (incluidas las Islas Filipinas).4 Kossok se abrió a la historia de la América española y Latinoamérica principalmente mediante la recepción de trabajos clásicos como el de William Robertson (History of America, 1777) y Guillaume T. Raynal (Historie des Deux Indes,1770) para el periodo colonial tardío. Junto al interés por el problema del territorio de La Plata/Argentina, se interesó sobre todo en el estudio de la Nueva-España/México, hasta la revolución, de 1910 a 1940. Kossok abrió su horizonte al resto de Latinoamérica mediante la recepción de la obra de José Carlos Mariátegui, una de las figuras centrales trágicas de un marxismo no dogmático latinoamericano (desde 1963). Kossok echó continuamente mano de las ideas de Humboldt sobre todo desde la celebración del duocentésimo aniversario del nacimiento de este maestro universal prusiano (1969). La obra de Humboldt Corpus Americanum abrió a Kossok su horizonte a los movimientos de independencia y a la primera historia nacional en Sudamérica fuera de Buenos Aires. Lo textos de Simón Bolívar, con motivo de los jubileos en 1980 y 1983, le facilitaron un conocimiento más profundo de la historia de Nueva-Granada, de Venezuela y de la Gran Colombia. Si bien había publicado Kossok con anterioridad algunos trabajos de tipo científico popular sobre Cuba, se interesó en su investigación sobre la isla preferentemente desde 1985, fecha desde la cual fue invitado regularmente a La Habana. Los primeros trabajos de investigación sobre todo el espectro de la historia comparada de la revolución de la América española provinieron ciertamente de un joven historiador cubano, Sergio Guerra Vilaboy.5 Partiendo de los trabajos de Mariátegui y del desarrollo del pensamiento marxista en Latinoamérica, tal como lo había conocido Kossok durante su estancia personal en esos lugares, elaboró líneas maestras de investigación sobre la época de los años sesenta y setenta del siglo xx. Este componente sociológico de histo4. M. Kossok y W. Markov, «Konspekt über das spanische Kolonialsystem», 1ª parte, en Wissenschaftliche Zeitschrift (Wz) der Karl-Marx-Universität (kmu), Leipzig, Gesellschafts-und Sprachwiss. Serie, vol. nº 2 (1955/1956), pp. 121-144; 2ª parte, en Ídem, vol. nº 5, pp. 229-268; M. Kossok, «Einleitung», en Levinson, Georg Il’i, Die Philippinen – Gestern und Heute, Berlín, Akademie-Verlag, 1966, pp. 7-30. 5. Un primer volumen mixto de los escritos de Kossok se publicó en La Habana: M. Kossok, La revolución en la historia de América Latina. Estudios comparativos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1987 (editado por Sergio Guerra Vilaboy); S. Guerra Vilaboy, El dilema de la Independencia. Las luchas sociales en la emancipación latinoamericana (1790-1826), Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1993 (el libro lo terminó en 1987 como lo muestra el prólogo).

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ria contemporánea de la obra de M. Kossok se puede ver plasmado en su trilogía Ejército, partidos de reforma e Iglesia en Latinoamérica, y no debe ser desvalorizado.6 Kossok participó también en los debates internacionales de la izquierda latinoamericana sobre «el feudalismo o capitalismo en la historia colonial de Latinoamérica»,7 si bien ciertamente hizo esto en su calidad de historiador e intentó historificar estos debates; en su obra aparecen los debates en estrecha unión con sus trabajos sobre el lugar histórico y el tipo o distintivo del absolutismo español.8 Partiendo de esta plataforma, orientó sus intereses desde finales de los años sesenta hacia España. La visión científica sobre el Atlántico la basó, por una parte, en la historia de la diplomacia, que la había investigado en los archivos históricos en combinación con la historia de los imperios de comienzos del siglo xix. Por decirlo así, una primera historia imperial de la formación capitalista que tuvo su centro en el Atlántico y, por otra parte, la teoría sobre el «prototipo España». Respecto a España se ocupó Kossok de las revoluciones del siglo xix, de 1808 a 1876.Tras el estudio de tantas revoluciones y pronunciamientos no es de extrañar que Kossok, apoyado en Carlos Marx (y posteriormente en Vladimir Iljitsch Lenin), viese en ellas el ejemplo clásico de un ciclo de revolución burguesa, si bien ciertamente se trata de un ciclo, como él formuló, en primer lugar bajo condiciones no clásicas, «anormales». Esto ocurría, según él, porque tanto en España como en Latinoamérica «en principio» no existía la «burguesía» clásica o el Tiers Etat francés. España ofrecía el contraste a la «revolución modelo» y al «ciclo modelo» 6. Existe un gran número de artículos de Kossok, especialmente sobre el papel que desempeña el Ejército. Se introdujeron en 1965, una época en la que se dedicó especialmente al tema Alemania y Latinoamérica, en el artículo: M. Kossok, «Zur Geschichte der deutsch-lateinamerikanischen Beziehungen (Forschungs– und Periodisierungsprobleme)», en Hansische Geschichtsblätter, vol. 84, 1966, pp. 49-77, donde se terminó provisionalmente. A título representativo de los trabajos de historia contemporánea citamos aquí solamente a: M. Kossok, «Revolution in Freiheit. Bürgerlicher Reformismus und christlich-demokratische Parteien in Lateinamerika», en Die nationale Befreiungsbewegung, Jahresübersicht 1964, Leipzig, Karl-Marx-Universität, 1965, pp. 110-132; así como M. Kossok, «Armee und Politik in Lateinamerika», en Die nationale Befreiungsbewegung. Bilanz, Bericht, Chronik, Leipzig, Karl-Marx-Universität, 1965, pp. 132-161; M. Kossok, «Kirche und Armee. Zur Krise traditioneller Machtinstitutionen in Lateinamerika», en Lateinamerika. Probleme-Perspektiven. Deutsche Außenpolitik, vol. 16, cuaderno especial nº 2, Berlín, 1972, pp. 118-148. Con ello intentaba Kossok siempre allanar las dificultades entre la amplia comparación con otros movimientos nacionales de independencia mundiales y las «amplias líneas de investigación» en la más restringida historia de Latinoamérica. 7. M. Kossok, «Feudalismus oder Kapitalismus in der Kolonialgeschichte Lateinamerikas. Thesen zu einer aktuellen Polemik», en aala 1:2, 1973, pp. 105-130. 8. M. Kossok, «Der aufgeklärte Absolutismus. Überlegungen zum historischen und zur Typologie», en Ausgewählte Schriften, vol. nº 3, pp. 1-23; M. Kossok, «Regionalismus – Zentralismus – Absolutismus: der Fall Spanien», en Ibídem, pp. 131-154.

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que existía en Francia, y mostraba uno de los principales argumentos contra la afirmación de que se hubiese dado ya desde el siglo xvi una diferencia entre el Este-Oeste en la dinámica del desarrollo. También le interesaron las influencias de la Revolución francesa en 1789 o de la revolución europea de 1848 en España. Teniendo en cuenta el ciclo español de la revolución defendió la idea de un «carácter» europeo de las revoluciones de mitades de siglo, argumentando ahora claramente contra un concepto de revolución anclado en el «Atlántico» o «en Occidente» o contra una historia social que se iba imponiendo. Echando mano del comienzo del ciclo español de la revolución se dedicó en los años ochenta, cada vez con mayor intensidad, al absolutismo ilustrado en España, en la América española y, con intervalos, en Portugal. Sólo aquí recurrió al periodo en el que se había especializado (es decir, de 1750-1850) para su estudio sobre la Edad Moderna en el siglo xvi. En los años ochenta se dedicó ante todo a elaborar un concepto de historia universal que se orientaba a las ideas de Marx y a la elaboración de las bases histórico-sociológicas de una comparación en la historia de la revolución. Al final de ese periodo, con motivo del duocentésimo aniversario de la Revolución francesa de 1789, intentó dedicarse al estudio de esa revolución, al que él, sucesor de Walter Markov, no había podido dedicarse directamente hasta ese momento. Sobre todo, los intentos de Kossok por desarrollar un método, una tipología o una sistemática de comparación de las revoluciones en la historia moderna, han sido persistentemente ignorados por las grandes corrientes de la historia de la historiografía alemana actual.9 La obra de Manfred Kossok está marcada por dos líneas metódicas fundamentales. Un principio metódico que aparece muy pronto en sus obras es el de una historia social universal y comparativa de orientación marxista. En su primer artículo escribe Kossok: «Pertenece a los principios fundamentales de la historiografía moderna el basarse en la historia social y no sólo en la historia militar y política».10 el joven historiador vio Campos de investigación de la historia social

9. H. Kaelble, Der historische Vergleich. Eine Einführung zum 19. und 20. Jahrhundert, Frankfurt am Main/New York, 1999; J. Osterhammel, «Transkulturell vergleichende Geschichtswissenschaft», en H. G. Haupt, J. Kocka (Eds.), Geschichte und Vergleich. Ansätze und Ergebnisse international vergleichender Geschichtsschreibung, Frankfurt am Main/New York, Campus, 1996, pp. 271-314; H. G. Haupt, «La lente émergence d‘ une histoire comparée», en Passés recomposés. Champs et chantiers de l‘Histoire, dirigé par Boutier, Jean et Julia, Dominique, París, Éditions Autrement, 1999, pp. 196-207; P. Wende (Ed.), Grosse Revolutionen der Geschichte. Von der Frühzeit bis zur Gegenwart, Munich, Editorial C. H. Beck (p. 392) (Serie: Compendio en Beck). 10. M. Kossok, «Kolonialbürgertum und Revolution: Über den Charakter der hispanoamerikanischen Unabhängigkeitsbewegung 1810-1826» , en Wissenschaftliche Zeitschrift der KarlMarx-Universität Leipzig, Gesellschafts– und Sprachwissenschaftliche, Serie 7 (1957/1958),

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en los temas sobre «clases de colonialismo», «historia comparada de la explotación colonial» y «clases en las revoluciones de carácter burgués». El otro factor metódico fundamental de su obra –que lo introduce Kossok más tardíamente– es el de una historia política de orientación universal, según el «modelo» de la Revolución francesa de 1789, con fuertes componentes comparativos. Síntesis, lenguaje bello y comprensivo y conceptos sociológicos casi de ciencias naturales forman un sumario propio con una argumentación específica de cada materia, en forma narrativa. En principio un historicismo marxista, y esto se manifiesta en los conceptos de sistemática, tipos o caracteres, ciclos y caminos de las revoluciones (y reformas) en el desarrollo histórico, formación de la hegemonía y su relación con la clase de la burguesía o de los ciudadanos en el marco de la estructura social del antiguo régimen, precisamente cambiado por la política del absolutismo ilustrado. O formulado de otra manera, se trata, en sus trabajos de investigación, del desarrollo de la burguesía en las revoluciones más importantes de la Edad Moderna y el de su relación, por un lado, con los grupos políticos revolucionarios (que en alemán moderno se llamarían «elites de mando») y, por otro, con las masas (que en alemán moderno se conocen como «clases bajas»). A causa de la intensa dedicación de Kossok a estos temas resulta irremediable que en sus obras se aprecie una concepción propia histórico-sociológica, y en ella, yo diría, se puede ver una narrativa inspirada en Lion Feuchtwanger. Los puntos sustanciales del primer principio metódico se encuentran ya en la tesis doctoral de Kossok y en sus trabajos de su entorno, y están ya presentes en su análisis del primer censo colonial para Buenos Aires y la región de La Plata de 1778. Para el segundo principio metódico, según la perspectiva de Kossok, hay dos nombres y una «categoría»: Robespierre, Humboldt y el «carácter de la época». Esta categoría casi mítica, que él llama «carácter», la emplea Kossok ya desde 1958 sucesivamente todos los años para conciliar la tensión entre la historia social empírica y la teoría de formación, fundamentada políticamente. Kossok echó mano continuamente desde mitad de los años sesenta de las ideas de Robespierre (y de los jacobinos «extramuros») y de Humboldt. Estos conceptos le fueron útiles para sus análisis retrospectivos sobre Latinoamérica, ya que él comenzó ahora a dedicarse más intensamente a la historia de España, es decir, a una historia Europea y no sólo latinoamericana. Estas ideas le sirvieron para justificar su «visión cuaderno nº 3, pp. 219-233, aquí p. 220. Kossok ofrece para esta cita en la nota número 4 la siguiente consideración: «Esto sirve en sentido transferido para toda la época colonial». (Comparar R. Konetzke, «Probleme und Forschungsstand der Sozialgeschichte Hispanoamerikas während der Kolonialzeit», en Comunicazioni, vol nº 7, X Congr. Intern di Scienze Stor., Rom 1955.) Precisamente esta cita introduce también la tesis doctoral de Kossok.

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francesa», con la que él veía a la América española. Con esa visión francesa de Latinoamérica, más que con las ideas de Robespierre, le pareció situarse realmente en una tradición intelectual liberal,11 pero la apariencia engaña. Su maestro Walter Markov investigaba sobre Francia. Markov echó mano de las ideas de Robespierre12 para ilustrar la relación de los diversos grupos políticos y «sus actores» del movimiento de independencia de la América española con el periodo radical de la Revolución francesa y el jacobinismo en conjunto. Humboldt era para él un observador analítico de –como lo formula Kossok– un movimiento en «víspera de independencia»; Humboldt estaba impregnado de las «ideas de 1789», y las llevó siempre consigo en su mente.13 Kossok ha trabajado esencialmente con cuatro fundamentos básicos de los principios marxistas que configuran el modelo explicativo en el que se basan sus investigaciones: primero, la realidad es perceptible y la historia sigue la tendencia de las leyes generales que se basan en último término en la economía y en los intereses de ella derivados. Segundo, las clases (es decir, los grandes grupos de personas en su relación con los medios de producción) tienen una influencia extraordinaria en el desarrollo histórico de los grandes cambios. En el centro de cada época histórica importante hay una clase, que viene a ser como 11. M. Zeuske, «Das französische Jahrhundert Lateinamerikas», en Die Auswirkungen der Französischen Revolution außerhalb Frankreichs (Schriften des Zentralinstituts für Fränkische Landeskunde und allgemeine Regionalforschung an der Universität Erlangen-Nürnberg, vol. nº 30), editado por A. Steger, Neustadt an der Aisch, 1991, pp. 199-218. 12. M. Walter (Ed.), Kossoks Robespierre-Bild geht zurück auf: Maximilien Robespierre 1758-1794, (con un prólogo de Georges Lefebvre), Berlín, Rütten & Loening, 1961 [1ª edición Berlín 1958]; véase su contribución sobre la imágen de Robespierre en M. Kossok, «Bemerkungen zum zeitgenössischen Robespierrebild in Spanisch-Amerika», en ZfG, 14 Año (1966), cuaderno nº 3, pp. 430-435. Kossok ha elaborado esta miniatura en «Das Salz der Revolution – Jakobinismus in Lateinamerika. Versuch einer Positionsbestimmung», [1976 reimpreso] en k. Holzapfel y M. Middell (Eds.) Die Französische Revolution 1789 – Geschichte und Wirkung, Berlín, Akademie-Verlag, 1989, pp. 231-262. 13. M. Kossok, «Alexander Von Humboldt und der historische Ort der Unabhängigkeitsrevolution Lateinamerikas», Alexander Von Humboldt, Wirkendes Vorbild für Fortschritt und Befreiung der Menschheit. Homenaje con motivo de su duocentésimo aniversario. Editado en la República Democrática Alemana por encargo de la Comisión de la Academia Alemana de Ciencias de Berlín, con motivo del homenaje a A. Von Humboldt en 1969, Berlín, Akademie-Verlag 1969, pp. 1-26; M. Kossok, «Vorwort. Alexander Von Humboldt und das historische Schicksal Lateinamerikas», en A. Von Humboldt, Lateinamerika am Vorabend der Unabhängigkeitsrevolution. Eine Anthologie von Impressionen und Urteilen aus den Reisetagebüchern. Remitido y elaborado por Margot Faak. Con una introducción de Manfred Kossok, Berlín, Akademie-Verlag 1982 (Beiträge zur Alexander-von-Humboldt-Forschung, vol. nº 5), pp. 11-19; M. Kossok, «Alexander Von Humboldt als Geschichtsschreiber Lateinamerikas», en M. Zeuske y B. Schröter (Eds.), Alexander Von Humboldt und das neue Geschichtsbild von Lateinamerika, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 1992, pp. 18-37. Sobre la apreciación de Humboldt coincidió Kossok de forma sorprendente con Richard Konetzke.

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el grupo portador de una formación económica de la sociedad (es decir, un conjunto de relaciones, dependencias y experiencias en el marco de producción de bienes materiales), con intereses cognitivos específicos, ideológicos y prácticas culturales, así como evidentemente formas de ejercicio de violencia. Tercero, el desarrollo social resulta de la actividad de las masas (lo que él llama «mecanismo propulsor») y de sus dirigentes (lo que él llama «hegemonía»), que actúan según la teoría «correcta». Y cuarto, las relaciones socioeconómicas son la base de formación de otras relaciones, estructuras, política o acciones, intereses, ideas, formas de pensar, relaciones jurídicas, ideologías o incluso mentalidades, de prácticas culturales y de experiencias. Estos supuestos básicos,14 resumidos aquí de forma general, son inherentes a la obra de Kossok desde su ingreso en la vida académica. En los años sesenta fueron mundialmente reconocidos con unanimidad entre los intelectuales, cuya mayor parte estaba, las más de las veces, a favor de estos principios, pero muchas veces también en contra. Un problema del Este de Europa era que desde finales de los sesenta se impulsó y desarrolló muy rápidamente un proyecto americanoeuropeo occidental de una historia social empírica15 y de una ciencia histórica, que se las consideraba como «más allá del historicismo» y que negaba en gran parte, por un lado, esa individualidad tan importante en la historia de la diplomacia y, por otro lado, la pertenencia, enlazada teleológicamente, a las clases sociales en la historia. Sin embargo, Kossok se dedicó más y más al estudio de una historia política, sistematizada en diversas categorías o clases, que se encaminaba cada vez más en dirección a una sociología de la revolución. Pero esta corriente, seguida y desarrollada por él, se puso en tela de juicio e iba en contra de sí misma, ya que Kossok la basaba en argumentos propios, como historiador que comprende bien las épocas y las personalidades históricas, quien poseía además una gran capacidad para narrar los sucesos históricos. Su magia consistió quizás en saber exponer estas tan contradictorias interpretaciones en su función como orador y escritor. Kossok no desatendió nunca la historia concreta, que en el lenguaje sociológico de la investigación comparada de la revolución se la considera en la mayoría de los casos con el término de peculiaridades, sino todo lo contrario: Kossok 14. Igualmente resumida como síntesis, pero mucho más diferenciada en: W. Küttler, «Marxistische Geschichtswissenschaft heute», en I. Kowalczuk (Ed.), Paradigmen deutscher Geschichtswissenschaft. Ringvorlesung an der Humboldt-Universität zu Berlin, Berlín, Edition Berliner Debatte der gsfp, 1994, pp. 211-235, especialmente p. 218 y siguientes. 15. Centro de esta historia social fueron los países anglosajones, Gran Bretaña y los eeuu, véase: G. Eley, «Is All the World a Text? From Social History to the History of Society Two Decades Later», en Terence J. McDonald, (Ed.), The Historic Turn in the Social Sciences, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1996, pp. 193-243, 195-197.

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concibió siempre la historia como un proceso concreto. Él daba mucha importancia al desarrollo histórico, a los problemas, a los argumentos y a la diferenciación de las diversas categorías. Así se le puede considerar en su argumentación, en su narración y en su sistemática como un sugerente historiador marxista. En cierto sentido, sobre todo, en lo referente a su susceptibilidad lingüística y a su capacidad de poder expresarse clara y plásticamente en alemán, español y francés, fue Kossok una persona intelectual brillante. Como tal fue fiel al marxismo libre no dogmático, incluso por encima de su lealtad a su maestro. Esto se ve sobre todo en los trabajos que él mismo escribió sobre Marx,16 que se distancian sobre todo de la monotonía de la doctrina oficial «marxista-leninista». Una mirada cuidadosa de los autores marxistas que él estudió lo confirma. Se trataba sobre todo de autores marxistas a los que no se les podía hacer sospechosos de aburrimiento o de dogmatismo como el de Gramsci de Perú, José Carlos Mariátegui,17 o el fundador de la historia económica marxista chilena Hernán Ramírez Necochea.18 A pesar de sus primeros trabajos de investigación de carácter económicohistórico-social, nunca fue Kossok un historiador económico-social o incluso un historiador de estructuras. El estudio de la historia nacional, en cualquiera de sus formas, era para él un tormento.A él le interesó siempre la historia en su totalidad como historia universal, como síntesis, con su interés especial por historia política y el problema de la narración histórica, es decir, la exposición de la historia en un lenguaje claro y culto.

16. Junto a los trabajos directos sobre Marx, véase también el artículo muy estimulante: M. Kossok, «Simón Bolívar – erster Bonapartist Lateinamerikas? Ein Versuch», en Lateinamerika. Semesterbericht, Rostock,1984, pp. 48-58. M. Kossok analizó críticamente el artículo escrito por Marx en 1958 sobre el «libertador». 17. A pesar de que Mariátegui, al menos en lo que concierne a los títulos en la bibliografía, fue desde 1980 cada vez más desplazado por Bolívar, aún así, todavía publicó en 1986 un trabajo sobre Mariátegui como historiador: M. Kossok, «Mariátegui como historiador», en Mariátegui: Unidad de pensamiento y acción, 1ª parte, Seminario Internacional, Lima, 1986, pp. 195-210. H. Cancino Troncoso, «Mariátegui entre la modernidad y la tradición: para una lectura hermenéutica de su discurso», en H. Cancino Troncoso, S. Klengel, N. Leonzo, (Eds.), Nuevas perspectivas teóricas y metodológicas de la Historia intelectual de América Latina, Madrid, Iberoamericana; Frankfurt am Main, Verlag Vervuert, 1999, pp. 49-73. Una de las más importantes «interpretaciones» sobre Mariátegui, desde la perspectiva «oficial» marxista europea, a saber, la de Kossok, ni siquiera se la nombra una sola vez. Es sorprendente, ver que rápidamente cae en olvido el lapso de tiempo entre «historia contemporánea» e «historia acabada» (sobre todo en el sentido de biográficamente acabada o capaz de ser consultada en los archivos) ¿¡Es quizás esto necesario para el historicismo!? 18. H. Ramírez Necochea, Antecedentes económicos de la independencia de Chile, Santiago de Chile, 1959.

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Kossok conoció muy pronto en su recorrido académico los comienzos de la historia social de la República Federal durante su estudio junto al profesor Richard Konetzke y el estructuralismo francés de la escuela de Anales (sobre todo de los profesores Pierre Chaunu y Fernand Braudel). Por eso en las primeras obras de Kossok se ve, junto a la influencia de Konetzke, el influjo impregnante en su investigación del estructuralismo francés, tanto en su corriente cuantitativa, económico-histórico-comercial de Pierre Chaunu, como también en su vertiente histórico-social–política de Labrousse o Albert Soboul. En menor medida se ve también la corriente de Braudel. Kossok no cayó nunca en el estructuralismo que desarrolla Braudel sobre temas de geografía, medio ambiente (clima), tiempo, caminos, tierra y agua. El desarrollo social de las clases sobre la base de relaciones económicas no tiene para él nada que ver con los factores geográficos estructurales a los que Braudel da mucha importancia. Por eso apenas sacó posteriormente consecuencia alguna de la obra de Immanuel Wallenstein. Kossok fue en este sentido, y solamente en éste, al comienzo de su carrera académica, sobre todo en la época en que escribió su habilitación, más bien primordialmente un historicista marxista (a la luz del historicismo19 de Wilhelm von Humboldt o el historicismo histórico-social de Richard Konetzke).20 En el transcurso de su vida se convirtió en un investigador teórico de carácter histórico-sociológico que usó esta teoría siempre como instrumentario para la investigación histórica. Para la construcción historicista de sus textos tuvo él como ningún otro un instinto literario autodidacta nacido de su amor a la literatura y a la lectura. Este carácter historicista de la bella descripción le acarreó una gran fama como profesor académico. Supo plasmar con matiz brillante el ambiente histórico a través del estudio y recepción de autores contemporáneos como el de los reformadores españoles en el entorno de Carlos III (Campomanes, Ulloa, Ustáriz, Antúnez y Acevedo), de Raynal, Robertson, Nuix y Perpiñá,21 Azara, Humboldt o de los «economistas borbones de América». En su habilidad para realizar grandes síntesis se puede considerar a Kossok dentro de la corriente del historicismo narrativo post-posmodernista.

19. G. Iggers, Deutsche Geschichtswissenschaft, Viena, Colonia,Weimar, Böhlau Verlag, 1997, especialmente pp. 62-85. 20. Véase el tratamiento de Konetzke sobre la posición de Humboldt en la historia del historicismo en R. Konetzke, «Alexander Von Humboldt als Geschichtsschreiber Amerikas» en Historische Zeitschrift, vol. nº 188, 1959, pp. 526-565. Respecto al debate sobre el historicismo véase: O. G. Oexle y J. Rüsen, Historismus in den Kulturwissenschaften. Geschichtskonzepte, historische Einschätzungen, Grundlagenprobleme, Colonia, Weimar, Viena, Böhlau Verlag, 1996. 21. No así los documentos de Juan Bautista, 1793, por raro que parezca, mucho más importantes, la verdadera respuesta de España a Robertson y Raynal. Véase: M. Tietz, «Der lange Weg des Columbus in die „Historia del Nuevo Mundo« von Juan Bautista Muñoz (1793)», en T. Heydenreich (Ed.), Columbus zwischen den Welten. Historische und literarische Wertungen aus fünf Jahrhunderten, 2 volúmenes (Lateinamerika-Studien, 30/I y II, Universität ErlangenNürnberg), Frankfurt am Main, Vervuert Verlag, 1992, I, pp. 357-379. 72 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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De vez en cuando trabajó Kossok juntamente con Carlos M. Rama, un sociólogo uruguayo e historiador social.22 La primera labor científica de Kossok fue influenciada sobre todo por dos marxistas y un sociólogo brasileño liberal, a saber,William Zebulon Foster y José Carlos Mariátegui23 en los contenidos y en las categorías, y por Gilberto Freyre24 sobre todo en la forma narrativa y en el aspecto de saber presentar con vigor las descripciones históricas. Otras interpretaciones de izquierda sobre la estructura social como la de Sergio Bagú,25 que reivindicaba incluso el derecho de trabajar de forma comparada, las estudió Kossok pero manteniéndose distanciado de ellas. Importante para sus primeros estudios y para toda la obra fue la influencia de William Zebulon Foster, con su concepto de la llamada «[…] amplia revolución,26 que abarca todo el continente americano, burguesa y capitalista» que Foster vio desarrollarse a partir del año 1776 (Estados Unidos), y se extendió desde Santo Domingo/Haití, a través de la América española, hasta Canadá en 1837.27 De aquí tomó Kossok la idea de ciclo,28 que profundizó posteriormente en su estudio

22. Nota introductoria al trabajo «Forschungs– und Methodologieprobleme der Sozialgeschichte Lateinamerikas» del Prof. Dr. C. M. Rama, en Wz kmu, gsr 10, 1961, cuaderno nº 4, p. 507. 23. J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, 1944; véase: M. Kossok, «José Carlos Mariátegui und die Entwicklung des Marxistischen Denkens in Peru», en Wz der kmu, gsr, 12 ,1963, cuaderno nº 1, pp. 23-31. 24. Kossok escribió la reseña crítica sobre esto en Deutsche Literaturzeitschrift, 79, 1958, cuardernos números 7/8 y nuevamente sobre la traducción alemana 1983, en ZfG 31, 1983, cuaderno nº 3, p. 265). En la tesis doctoral admiró Kossok a Freyre: «Las alternativas que hasta 1977 ofrecieron la rivalidad española-portuguesa, hacen indispensable, por lo menos para América, un análisis comparativo de la política colonial ibérica. Ya que nosotros no contamos para Hispanoamérica con estudios del rango de Freyre, queda por eso el problema sin resolver; algunos primeros intentos sociológicos, como los de S. Bagú, no son todavía convincentes», en M. Kossok, El virreinato de del Río de la Plata. Su estructura económico-social, Buenos Aires, La Pléyade, 1972, p. 52, nota nº 13. 25. S. Bagú, Estructura social de la colonia. Ensayos de historia comparada de América Latina, Buenos Aires, 1952. Comentarios de Kossok sobre Bagú y Freyre: M. Kossok, op. cit. 1972, p. 52, nota 13. 26. W. Z. Foster, Geschichte beider Amerika, Berlín, Dietz Verlag, 1957, p. 177. 27. Kossok ha sido quien ha formulado con la mayor claridad estas ideas de un «ciclo americano», superando a Forster para el periodo hasta 1898 (la guerra de la independencia cubana y la guerra española-americana) casi 20 años después en el artículo: «Charakter und historischer Ort der Unabhängigkeitskriege Lateinamerikas», en Asien, Afrika, Lateinamerika 4, 1976, cuaderno nº 6, pp. 937-960. 28. M. Kossok y Markov, «Konspekt über das Spanische Kolonialsystem», en Wz de la kmu, gsr, 1ª parte, cuaderno nº 2 (1955/1956), pp. 121-144; 2ª parte en Ibíd., cuaderno nº 5, pp. 229-268. En principio, una «historia universal» en forma de una visión conjunta de toda la literatura a la que era posible acceder en aquella época, un trabajo extraordinariamente laborioso, independientemente de que aquí introdujo matices Marxista en base a las ideas de

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sobre «el ciclo de revolución burguesa de la Edad Moderna» inspirado en las ideas de Lenin, y que debía formar los elementos básicos de proceso de la metodología de la historia comparada de la revolución.29

Islas y archipiélagos Hubo islas en la percepción intelectual geográfica de Kossok; incluso algunas hay que considerarlas como archipiélagos. A ellas hizo referencia en su trabajo de investigación en los continentes que visitó y sobre la historia de esos continentes. La trilogía sobre la edad contemporánea ya la he indicado anteriormente. Otras islas las forman los temas sobre Humboldt, el absolutismo ilustrado y la historia de la Ilustración, y en un amplio sentido la historia intelectual del siglo xviii. El «tema de las fronteras y de su función y formación histórica»30 parece a primera vista ser una pequeña isla, pero precede al tema sobre nación y al tema sobre formación estatal. Introduce con ello los trabajos de investigación sobre el archipiélago bajo el título Unidad y diversidad en la historia de Latinoamérica. Metódicamente pertenece también a esta temática, a la que Kossok se dedica desde el comienzo de su obra científica,31 la cuestión que elabora desde finales de los

Foster (con el que comienza el capítulo sobre el «movimiento de independencia de Hispanoamérica») y de Mariátegui (del que Kossok echó mano para la interpretación de los «elementos básicos burgueses» en el último capítulo titulado «Das Ende des alten Kolonialsystems»), véase II parte, p. 251 y p. 261. 29. M. Kossok y W. Küttler, «Die bürgerliche Revolution: Grundpositionen einer historischvergleichenden Analyse», en M. Kossok (Ed.), Vergleichende Revolutionsgeschichte – Probleme der Theorie und Methode, Berlín, Akademie-Verlag, 1988, pp. 1-114. Basado en los trabajos de W. I. Lenin, Berlín, Dietz Verlag. 1964, p. 201. En su artículo del año 1969 sobre «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830» en el que, por decirlo así, contiene todo su programa de investigación, Kossok derivó el concepto de ciclo de la revolución sólo de la obra de Marx, véase: M. Kossok, «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830. Bemerkungen zu einem Thema der vergleichenden Revolutionsgeschichte», en M. Kossok et al. (Eds.), Studien über die Revolution. Studies on Revolution. Études sur la Révolution, Berlín, Akademie-Verlag, 1969, pp. 209-230. 30. M. Kossok, «Strukur und Funktion der ‚Grenze‘ in Spanisch-Amerika», en Wz der kmu, gsr, 19, 1970, cuaderno nº 3, pp. 419-430; M. Kossok, «Zur Spezifik von Nationwerdung und Staatsbildung in Lateinamerika», en zfg 18,1970, cuaderno nº 6, pp. 750-763. 31. En el fondo se trata de dos problemas estructurales: en primer lugar, se trata de la cuestión si hubo una o varias revoluciones de independencia; y en segundo lugar, dónde se encuentra el «elemento organizador de Aquiles» para las estructuras sociales, económicas, políticas y administrativas en la historia de Latinoamérica – ¿en el continente, en la nación o en la región? Esto tiene ya algo de secreto braudeliano. Falta el equivalente al «hemisferio». Kossok lo ha tratado en sus concepciones de la historia universal y global (norte-sur). 74 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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años ochenta, siguiendo el ejemplo de España,32 sobre el concepto de región.33 En su argumentación para el estudio y comprensión de la Revolución francesa de 1789 echa mano del tema antiguo y siempre nuevo de la utopía (y de la «ilusión heroica»), que él aplicó para Latinoamérica, tomando sobre todo el ejemplo de la revolución de Santo Domingo. Desde 1990 hay que añadir a esto las reflexiones histórico-mundiales que publicó con motivo del quingentésimo aniversario del «descubrimiento».

Tesis doctoral y entorno Resumiendo en una frase, podríamos decir que Kossok delineó el modelo de una sociedad antes de producirse el proceso revolucionario y analizó sus componentes con ayuda de la historia económica y social.A Kossok le interesaron sobre todo las bases sin consistencia del modelo. Por eso en posteriores trabajos formuló, por una parte, que esta estructura, el «feudalismo colonial», había entrado en movimiento en sus diferentes rasgos característicos concretos y en sus diversos estados de evolución. A esta estructura que había entrado en movimiento la denominó primeramente como «movimiento de independencia» o incluso «independencia» y, posteriormente, como revolución de independencia y partes, o mejor dicho, coincidencias de diversos ciclos de revolución. El concepto de independencia pasó a ser con ello un elemento constitutivo de su sistemática de las revoluciones burguesas.34 Partiendo de esto, extendió su mirada por encima del Atlántico35 hacia Europa Central y Alemania. Desde la plataforma de la América española / Latinoamérica se preguntó Kossok qué transformación se ha32. M. Kossok, «Regionalimus – Zentralismus – Absolutismus. Der Fall Spanien», en H. Timmermann (Ed.), Die Bildung des frühmodernen Staates – Stände und Konfessionen, Saarbrücken, 1988, pp. 49-86 (el primer borrador con Mauricio Pérez Sarabia, 1987). 33. Una relación entre historia regional y universal, historia mundial o global se vislumbra en el último informe escrito por Manfred Kossok sobre el Congreso Internacional de la historia local y regional de Catalunya (1991): «Sobre Europa, refiriéndose especialmente a Latinoamérica trató M. Kossok (Leipzig) la posición que ocupa la región en la historia universal de la Edad Moderna…», se dice allí, véase: Comparativ, Universalgeschichte– gestern und heute, 1 (1992): p. 153. ¿Dónde se situaría una «historia universal regional» mejor que en la «Sajonia de la Península Ibérica», es decir, en Cataluña? 34. Sólo desde esta perspectiva del réquiem por el maestro fallecido, se ve claramente que Manfred Kossok no ha escrito nunca un estudio apoyado en la investigación de archivos sobre el proceso del movimiento de independencia o sobre una parte del proceso. Aquí se pone de manifiesto el porqué Kossok insistió tanto sobre el «estudios de casos individuales». 35. Él obró así, porque ciertamente vio poca utilidad en el estructuralismo marítimo de Braudel, pero no dudó en tomar las ideas de Palmer y Godechot sin olvidar de señalar las dificultades que entraña el concepto de las revoluciones «atlánticas» de estos autores.

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bía realizado por medio de la revolución de independencia en un entorno histórico concreto limitado, es decir, en el de la América española, y en un espacio más amplio, a saber, en el ámbito atlántico-europeo-occidental, y qué procesos había desencadenado este hecho. En la perspectiva contraria, se planteó la cuestión de cómo estos procesos, en sus dos formas concretas, el comercio (la economía) y la diplomacia, habían repercutido en el movimiento de independencia. Kossok presentó su tesis doctoral en Leipzig en 1957. En la actualidad se ha publicado esta tesis (casi) en su totalidad solamente en Argentina, donde existe como libro.36 Kossok trabajó en ella durante dos años más o menos, y en su preparación elaboró también una visión de conjunto de todas las formulaciones principales sobre el sistema colonial español (que hay que analizar en principio conjuntamente con su tesis doctoral); publicó un artículo historiográfico sobre «la literatura más reciente del tiempo colonial de Hispanoamérica»; aprendió además de francés también español (era capaz de leer también obras en ruso, inglés, portugués e italiano), y tomó parte en el Congreso Internacional de Americanistas en Copenhague (del 8 al 14 de agosto de 1956).37 Mientras que de sus tesis doctoral en alemán sólo existe un compendio de cuarenta páginas en la Wissenschaftliche Zeitschrift [revista científica] de la Universidad de Leipzig, se publicó sin embargo, toda su «visión de conjunto»,38 que había elaborado antes de la lectura de su tesis doctoral; este compendio se usó ininterrumpidamente hasta los años ochenta en la Freie Universität de Berlín y en París como material didáctico. La parte más importante de su tesis doctoral es el cuadro de la estructura social,39 basado en el censo de Buenos Aires de 1778 y realizado bajo el reinado de los Borbones. Este cuadro estructural intenta adaptar o encajar, de la manera más razonable posible, el desarrollo de una clase social que está destinada a hacer una revolución40 en 36. M. Kossok, El virreinato del Río de la Plata. Su estructura económico-social, Buenos Aires, La Pléyade, 1972 (3ª edición. Texto resumido: «... un clásico en la literatura histórica y política de América y, supuestamente, de Argentina»). 37. Donde Kossok ciertamente también trabajó en el archivo del Reich, véase: Dansk Riksarkivet, Vestind. Regnskaber, Tagetage B, reol. 42 t. V, en M. Kossok, op. cit.1972, p. 70, nota 70. 38. Kossok y Markov, «Konspekt über das spanische Kolonialsystem», en Wz de la kmu, gsr, 1ª parte, cuaderno nº 2 (1955/1956), pp. 121-144; 2ª parte, en Ídem, cuaderno 5, pp. 229-268. En principio una «historia universal» en forma de un visión de conjunto de toda la literatura accesible en aquella época, un trabajo inmensamente laborioso y sistemático. Aquí se vislumbran ya nuevamente conceptos marxistas sobre la base del trabajo de Mariátegui y de la idea del ciclo de Foster como regla explicativa. 39. Este cuadro explicativo se introdujo en forma general y sin mencionar al autor en el libro de texto de Historia general de la Edad Moderna 1500-1917, realizada por un grupo de autores bajo la dirección de Manfred Kossok, Berlín, Veb Deutscher Verlag der Wissenschaften, 1986, p. 270. 40. M. Kossok, El virreinato..., op. cit., p. 9. 76 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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una estructura idéntica a la que tenían los grupos sociales, razas y profesiones de una ciudad española-americana para sacar de ello las conclusiones básicas de carácter político que existen o aparecen al comienzo de un movimiento. Las partes analíticas de su tesis doctoral se basan todas ellas en el censo de 1778 y en algunas ampliaciones de este censo de los años 1780 (Montevideo), 1806, 1807, 1809 y 1810.41 Siguiendo el modelo de su profesor Markov, y siempre en una comparación contrastada con Francia, diferenció Kossok la «burguesía colonial», según grandes terratenientes y grandes comerciantes, como una gran burguesía poseedora de tierra que ocupó y llevó el mando en el proceso de emancipación: «El poder impulsivo y de mando del movimiento de oposición, que con el nombre común de criollo atacó los atributos políticos y económicos de la existencia colonial, estaba en manos de los grandes propietarios de tierra (estancieros, hacendados) y de los grandes comerciantes».42 La tesis doctoral se basa en las fuentes impresas y en la literatura (con algunas pocas fuentes tomadas de los archivos de Bremen, Hamburgo y Copenhague). No es sorprendente en su esbozo conjunto de carácter claramente deductivo-sintético que Kossok tomase en principio conceptos historiográficos sobre el dominio de los grandes terratenientes y comerciantes en el ejercicio y poder de mando («hegemonía») del movimiento de independencia y en la fuerte generalización que hace al llamarle «partido criollo de la revolución» (que como tal no existió). Sorprendente es más bien el que Kossok, ciertamente bajo la influencia decisiva de Richard Konetzke,43 –por primera vez y, tal como yo lo veo, por única vez–, en su obra conjunta redactase un capítulo inductivoanalítico bajo el título «Artesanía y manufactura al final del periodo colonial».44 Kossok lo había elaborado ya según el lema Just count them. Con ello podía el joven doctorando probar que no existía en la América española, en Buenos Aires, una burguesía de manufactura «nueva» o más bien de pequeña clase media. Los grupos portadores

41. Documentos para la Historia Argentina (D.H.A), 12 volúmenes, Buenos Aires, 1915, vol. nº XI: «Territorio y Población. Padrón de la Ciudad de Buenos Aire» (1778); Ibíd., vol. XII: «Territorio y Población. Padrón de la Campaña de Buenos Aires» (1778); «Padrones complementarios de la Ciudad de Buenos Aires» (1806, 1807, 1809 y 1810); «Censo de la Ciudad y Campaña de Montevideo» (1780). Se trata de los primeros censos de la Américaespañola colonial que se realizaron en todos los territorios entre 1770 y 1980 con motivo de las reformas borbónicas. 42. M. Kossok, op. cit., 1972 , p. 140. 43. De las 90 notas al pie de página de este capítulo, 18 pertenecen a Konetzke, en cuyos «documentos» se basó Kossok quien también con su artículo sobre las «ordenanzas de gremio» sentó las bases metodológicas: R. Konetzke, «Las ordenanzas de gremios como documento para la historia social de Hispanoamérica durante la época colonial», en Revista Internacional de Sociología, Madrid, año V (abril-junio de 1947), n° 17-18, pp. 421-249; R. Konetzke, Colección de documentos para la Historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, 5 Vol., Madrid, csic, 1953-1962. 44. M. Kossok, op. cit., 1972, pp. 111-131 (capítulo V).

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sociales, que para Walter Markov y Albert Soboul45 constituían en Francia el pequeño comercio, la artesanía y los pequeños y medianos campesinos regionales (quienes habían conducido el jacobinismo), no existían en Hispanoamérica. Las causas de ello las vio Kossok en el concepto de trabajo feudal, profundamente arraigado –y que los reformadores Borbones habían combatido–; en los impedimentos de la legislación colonial; en la limitación de extranjeros que querían enriquecerse, y en la esclavitud de una gran parte del artesanado. En la segunda parte de su «misión de conjunto» estaba esta «estructura de clases» descrita en líneas todavía muy generales como «estructura social de las colonias españolas», del periodo que iba del siglo xvi al xviii, y bajo el título «Cambios en la estructura social» para el periodo entre 1763 y 1810 («las reformas borbónicas»). La estructura social fue organizada por Kossok/Markov según criterios de origen o de razas, y solamente, ya dentro de esas categorías, según criterios socioeconómicos siguiendo la siguiente fórmula: «La clase mestiza formó o fue el respaldo de la pequeña burguesía débilmente desarrollada en el comercio y actividad industrial; también lo fue de los terratenientes pequeños y medianos».Aquí vio Kossok incluso a la «burguesía colonial» en su desarrollo o nacimiento: «Una de las consecuencias esenciales de las reformas consistió en la creciente consolidación de la burguesía colonial criollo-mestiza. Montevideo, Buenos Aires, Santiago, Vera Cruz, Caracas y otros puertos marítimos fueron los centros más importantes de la burguesía local indígena».46 Manfred Kossok se quejó posteriormente sobre la práctica de dedicarse a centrar su investigación en el penoso «trabajo con números», sobre todo desde que en los años ochenta la investigación cuantitativa fue ganando terreno. Pero en el periodo en el que estaba redactando su tesis doctoral tuvo comprensión con esta práctica de trabajo con números. Esto se puede ver en el uso que hizo de la gran obra de Chaunu titulada Sevilla y el Atlántico,47 en una serie de sus artículos y también en las obras de Philipp Curtis y del hoy casi olvidado James F. King,48 45. W. Markov (Ed.), Jakobiner und Sansculotten. Beiträge zur Geschichte der französischen Revolutionsregierung 1793/1794, Berlín, Akademie Verlag, 1956; K. Middell, M. Middell, y S. Sammler, «Albert Soboul en Allemagne», en Bulletin d’Histoire de la Révolution Française (Années 1992-1993), pp. 49-58. 46. R. Konspekt, op. cit., II parte, p. 238 y p. 250. 47. H. P. Chaunu, Séville et l’Atlantique (1504-1650), prefacio de Lucien Febvre, 8 tomos en varios volúmenes, París, Librairie Armand Colin, 1955-1955. 48. J. F. King, «Descriptive Data on Negro Slaves in Spanish Importation Records and Bills of Sale», en The Journal of Negro History XXVIII, Washington, 1943, pp. 204-230, citado en: M. Kossok, op. cit., 1972, p. 99, nota nº 76. (Probablemente una alusión de Clarence J. Munford). Kossok nunca trabajó sobre el tema de la esclavitud; pero debió haber tenido la idea de trabajar sobre ella (posiblemente inspirado por las lecturas de Freyre, al que él mucho apreciaba por la fuerza expresiva de su exposición), ya que existe un manuscrito «Alexander Von Humboldt über die Sklaverei», véase: Zeuske y Schröter (Eds.), Alexander Von Humboldt und das neue Geschichtsbild..., p. 31; véase también: J. F. King, «Negro History in Continental Spanish 78 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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que trabajó asimismo con cifras en sus artículos sobre la importación de esclavos y sobre la esclavitud. Desde una mirada histórica retrospectiva de aquella época, «las causas y el carácter de la revolución de independencia (de la América española)» fueron el tema principal del congreso mundial de historiadores que se celebró en Madrid en 1948. Con estas premisas intentó Kossok encontrar una respuesta en el campo de la política colonial y en el desarrollo de la estructura social del periodo colonial tardío a la cuestión sobre el tipo o tipología general de la independencia como revolución. En una visión que trazó del futuro, esbozó también sobre todo la cuestión teórica de la revolución según la estructura y el proceso en el cambio social.49 Kossok respondió a esta cuestión solamente en lo relativo a la estructura. El proceso mismo y los actores no aparecen apenas en su obra y, si lo hacen, será años más tarde, pero sólo en un campo de tensión: por una parte, entre un pequeño puñado de individuos radicales excesivamente por él valorados que van desapareciendo (o de grupos «como los revolucionarios de profesión» Miranda, Mariano Moreno, jacobinos en Latinoamérica) y, por otra parte, en el intento de reinterpretación, más bien marxista, de los grandes «héroes» liberales (Bolívar, San Martín). Su dominio y persuasión en estas cuestiones los plasmó en su primer tratado propio titulado Burguesía colonial y revolución. Sobre el carácter del movimiento de independencia hispanoamericano de 1810 a 182650 y en la publicación, en el año 1961, de su estudio sobre Revolución y burguesía en Latinoamérica. Sobre el carácter del movimiento de independencia latinoamericano.51 Con este concepto del carácter histórico-intelectual más bien nebuloso, interrumpió Kossok la búsqueda de los verdaderos actores del proceso. Él tomó este concepto de la lista de temas del congreso mundial de historiadores y del trabajo de Gil Munilla sobre la teoría de la emancipación.52 Con ello debía también atestiguar el desarrollo general de la burguesía como grupo portador de una revolución America», en The Journal of Negro History XXIX, 1944, pp. 7-23. A causa de la escasez de literatura sobre la esclavitud en Buenos Aires citó Kossok una obra de carácter fundamental sobre la esclavitud en Puerto Rico: L. D. Díaz Soler, Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico (1493-1890), Madrid, 1953, p. 125, nota 71. 49. Este campo fue elaborado en la historiografía de la República Democrática Alemana por Ernst Engelberg y Wolfgang Küttler. 50. M. Kossok, «Kolonialbürgertum und Revolution: Über den Charakter der hispanoamerikanischen Unabhängigkeitsbewegung 1810-1826», en Wissenschaftliche Zeitschrift der KarlMarx-Universität Leipzig, Gesellschafts– und Sprachwissenschaftliche, Serie nº 7 (1957/1958), cuaderno nº 3, pp. 219-233. 51. M. Kossok, «Revolution und Bourgeoisie in Lateinamerika: Zum Charakter der lateinamerikanischen Unabhängigkeitsbewegung», en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft (ZfG), 1961, cuaderno extraordinario, pp.123-143. 52. M. Kossok, «Kolonialbürgertum und Revolution», op. cit., pp. 219-221; O. Gil Munilla, «Teoría de la Emancipación» en Estudios Americanos, Sevilla, 2, 1950, pp. 329-351.

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burguesa a escala mundial, ciertamente echando mano de G. Lefevre, R. Mousnier y E. Labrousse. Kossok estableció con ello una diferenciación al citar literatura sobre la estructura social, por ejemplo de México,53 pero en el fondo dedujo, del material que él tenía sobre el desarrollo regional referente a la estructura de la población de Buenos Aires, que había una clase típica ideal de grandes terratenientes aburguesados que actuaban, según había sucedido anteriormente en Inglaterra, como gestores o guías de una revolución; en este caso como guías de un movimiento típico-ideal continental que, por otra parte, destruyó una gran estructura típica ideal, es decir, el imperio colonial español en América. Así desembocaron las narraciones magistrales nacionales, en cierto modo cronológicas básicas, y las bases o fundamentos de la historiografía argentina liberal-nacionalista en la obra de Kossok. Sobre todo tomó las ideas de Ricardo Levene, quien había afirmado: «Buenos Aires ocultaba en su seno los elementos revolucionarios más activos de toda Hispanoamérica».54 Eran frases lapidarias. Las particularidades históricas de cada uno de los temas, en el caso de la tesis doctoral sobre el Virreinato del Río de la Plata, las ha usado Kossok, echando mano de las obras cualificadas de otros historiadores argentinos (Ricardo Levene, Enrique de Gandia, J. A. García, J. A. Pillado, R. CailletBois, E. Ravignani, E. M. Barba, V. G. Quesada, J. Torre Revello, F. Márquez Miranda, J. B. Alberdi, E. A. Coni, A. F. Zimmermann, R. Levillier), expresamente para la construcción de su perspectiva histórica. Utilizó también noticias contemporáneas, descripciones55 y fuentes como las obras de historiadores españoles, portugueses e italianos (Jerónimo Becker, R. M. de Labra, Octavio Gil Munilla, Ramón Menéndez Pidal, Francisco Soldevilla, Guillermo Céspedes del Castillo, C. Pereyra, Salvador de Madariaga, C. Malheiro, Victor Magalhães Godinho, F. Luzatto, F. Altamira, F. Morales Padrón, C. Corona Baratech), todos ellos más bien de tendencia liberal y conservadora. Utilizó trabajos de autores mexicanos o de otros latinoamericanos contrastándolos o usándolos para una perspectiva de toda América (N. Meza Villalobos, Silvio Zavala, L. Chávez Orozco, Luis Villoro, E. Valcárcel, José M. Ots Capdequi, A. Rosenblat, C. Parra Pérez). También son claras en su obra las huellas de trabajos históricos contemporáneos de Estados Unidos y Gran Bretaña, así como de Suecia (C. H. Haring, H. Herring, R. H. Humphreys, Ch. Chapman, W. Sp. Robertson, B. W. Diffie, E. J. Hamilton, A. C. Wilgus, B. Moses, H. E. Fisher, T. S. Ashton y Magnus Mörner, que entonces enseñaba en Estados Unidos), sin olvidar también algunos trabajos más antiguos alemanes de autores como Otto Quelle, Wilhelm Roscher, 53. L. Chávez Orozco, Historia económica y social de México, México, 1938, p. 23 y ss. 54. Levene, La revolución de mayo y Mariano Moreno, 2 volúmenes, Buenos Aires, 1925, II parte, p. 89, aquí p. 47. 55. Como por ejemplo F. Millaú, Descripción de la provincia del Río de la Plata (1772), edición y estudio preliminar de Richard Konetzke, Buenos Aires, 1947 (Colección Austral 707).

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Harri Meier, A. Soetbeer, Hans Hausherr, H. Wilhelmy y R. Leonhard. Autores alemanes contemporáneos que utiliza son Friedrich Katz, H. H. Disselhoff e Inge Wolf. Padres intelectuales que impregnaron la perspectiva de su tesis doctoral fueron Richard Konetzke, como última instancia sobre el estado actual de la investigación histórica, así como Walter Markov y Ricardo Levene. Kossok, ya al comienzo de su obra, tomó elementos para su trabajo sobre Latinoamérica de las investigaciones soviéticas (sobre todo de M. S.Alperovich, V. I. Ermolaev, I. P. Lavretzkij y S.I. Semionov, y también de B. F. Porshnev, V. V. Biriúkovich, S. D. Skaskin para el problema del feudalismo). Kossok veía ya la influencia de Carlos Marx en el horizonte del continente, pero tomó solamente tres pasajes o citas de la obra El Capital, que se refieren a situaciones básicas de la expansión capitalista y del desarrollo. Primero: la «colonización agraria libre», que se realizó en el Río de la Plata «a pesar del estado natural primitivo» (lo que, bien pensado, es un argumento cultural arrogante típico europeo contra las culturas de los nómadas). Segundo: en el problema de la senda del desarrollo, en el que contrasta el «camino revolucionario con el camino conservador». Tercero: en el problema básico económico nacional, en el que contrapone el «proteccionismo a la política de protección aduanera». Esto demuestra claramente que la presión de influencia ideológica en los años cincuenta era sorprendentemente todavía pequeña en la Universidad de Leipzig. Kossok, doctorando innovador, atribuyó a la región de La Plata y a los revolucionarios criollos que actuaban en esa región una función de mando o guía-modelo para toda la América española. Una cosa la vio él claramente: en el movimiento de independencia que surgió en el Virreinato del Río de la Plata, virreinato que fue fundado en 1776 sobre todo por motivos económicos y militares de la política reformista española, encontró, por así decirlo, todo el movimiento de independencia continental su personificación o símbolo puro, realmente típico-ideal, porque aquí los elementos «feudales», en comparación con los de los antiguos centros coloniales de México y Perú, estaban muy debilitados. También el poder central se hallaba muy lejano y era relativamente débil. En el Río de La Plata había formulado el «tercer estamento» como «partido revolucionario» el programa típico ideal de emancipación que «se apoyó en la burguesía» que actuaba a escala mundial. Kossok cita aquí, compenetrándose en sus ideas, al español Octavio Gil Munilla, quien con toda seguridad le había sido recomendado por Richard Konetzke, en su «teoría de la emancipación».56 Octavio Gil era un representante del hispanismo. También esto es, en el lenguaje y comprensión marxista (así como por la acentua-

56. O. Gil Munilla, «Teoría de la emancipación», en Historia de España, estudios publicados en la Revista Arbor, Madrid, 1953, p. 466; en M. Kossok, op. cit., 1972, p. 151, nota 13. Cito el artículo según: O. Gil Munilla, «Teoría de la emancipación», en Estudios Americanos. Revista de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos-Sevilla, vol. II, n° 7, sept. 1950, pp. 329-351.

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ción de factores socioeconómicos), uno de los principios básicos de la historiografía española más bien tradicional y de la historiografía liberal argentina. Lo innovador aquí eran la historia social precedente y la argumentación comparativa.Ambas debían, en el marco de una «historia comparada de la explotación colonial», dar como resultado un estudio de casos para una nueva concepción de la historia universal. A esto, es decir, a esta primera investigación de estructuras histórico-sociales, hay que añadir la influencia directa de Konetzke en el año 1956 y, sobre él, la de Pierre Chaunu (y con ello en cierto modo también de Braudel), es decir, la influencia liberal o conservadora de los Anales.57 Que Kossok se pasó al bando de los nuevos historiadores inspirados metódicamente se ve en lo que él «no» asimiló o postergó. Aunque Kossok vino a Colonia el año 1956, no se dejó influenciar por lo que él consideraba historia política «anticuada», que se formuló en Colonia58 con motivo del cuadrigentésimo aniversario de la muerte del emperador Carlos V (1958). Tampoco se encuentran en la obra de Kossok las complejas cuestiones sobre raza, etnia, nacionalismos étnicos o incluso historia genealógica (a pesar de que naturalmente conocía a su Mörner).59 Exigir de él que se interesase por los temas de relaciones entre razas y etnias, supondría ignorar las prioridades de esa generación de historiadores. Continuamente se encontró Kossok, el año 1986, estimulado por sus colegas de Historia Medieval –que tenían su despacho junto a él en el piso 24 del alto edificio Ernst Werner de la Universidad de Leipzig– a redactar un trabajo sobre los temas teoría discursiva y mentalidad.60 Eventualmente jugó en esto un papel importante también la nueva orientación, que se iba abriendo

57. Chaunu fue uno de los primeros colaboradores en el primer volumen de la obra Jahrbuchs für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft en Colonia, (1964). P. Schöttler, «Eine spezifische Neugierde. Die frühen „Annales« als interdisziplinäres Projekt», en Comparativ, 4, 1992, pp. 112-126. Véase también la buena síntesis (inclusive los trabajos críticos de Braudel) en K. Schüller, «Iberische und Lateinamerikanische Geschichte in der französischen „Historikerschule« der Annales», en Ibero-Amerikanisches Archiv, Neue Folge, vol. 26, 2000, cuadernos nº 1-2, pp. 209-228. 58. R. Konetzke, «Amerika und Europa in der Zeit Karls V.», en P. Rassow y F. Schalk (Eds.), Karl V. Der Kaiser und seine Zeit. Kölner Colloquium 26. – 29. November 1958, Colonia, Graz, Böhlau Verlag, 1960, pp. 138-143. 59. M. Mörner, Race Mixture in the History of Latin America, Boston, Little, Brown & Company, 1967. 60. M. Kossok, «Die Sansculotten von Dolores. Eine Studie über Vokabular und Mentalität der Konterrevolution in der mexikanischen Unabhängigkeitsrevolution von 1810», en 1789 und der Revolutionszyklus des 19. Jahrhunderts. Dem Wirken Walter Markovs gewidmet, Berlín, 1986, pp. 67-87 (Sitzungsbericht der Akademie der Wissenschaften der DDR Gesellschaftswiss. 1985, 3 G); aquí también: M. Kossok, «Von der Schwierigkeit historisch zu denken und zu schreiben», op. cit., pp. 11-18. 82 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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camino de investigación en los archivos y los estudios contrarrevolucionarios de sus alumnos.

Habilitación y entorno Tomando como base la estructura del final de la época colonial clásica, elaborada en su tesis doctoral, habría tenido que acontecer ahora realmente, según la visión de Kossok, el gran acontecimiento, el proceso nacido de la estructura que se había distorsionado, a saber, la «revolución» continental de 1810-1826. Kossok, no obstante, dio al mismo tiempo un paso hacia delante: examinó ahora –por decirlo así– desde fuera el movimiento de independencia americano y estudió sobre todo su entorno internacional. Esto lo hacía por una doble causa: en primer lugar, con motivo del «año dedicado a África» (1961), en el que se estudió la caída del colonialismo imperial al final de la llamada «segunda etapa colonial» 1830-1960;61 en segundo lugar, por los intentos de lograr una cultura científica alemana de alcance nacional, deseo que nació durante las sesiones de las «asambleas hanseáticas». En estas sesiones se tematizó ante todo el comercio62 de los estados alemanes con la América española y con los «estados libres» de la antigua América española. Kossok presentó con su habilitación un análisis excelentemente documentado, cuyo punto central estaba en la visión conjunta de la grande y secreta diplomacia inglesa-rusa y austriaca de esa época respecto a los intereses comerciales y financieros, ocultos para la mayor parte de los contemporáneos. Sobre todo acentuó Kossok, dentro del ámbito alemán, la labor precursora de Hamburgo y de Bremen en la toma de contacto diplomático con los «rebeldes». 61. La «nota previa» del trabajo de oposición a cátedra comienza con la frase: «El resurgimiento nacional revolucionario de Latinoamérica en los años 1810 hasta 1826 fue un acontecimiento histórico universal cuyo significado se extendió más allá que el espacio propiamente americano». 62. Aquí dio Kossok con un breve artículo el año 1961 en el debate con dos historiadores occidentales un gran paso cualitativo que demuestra en principio su «sagacidad» para temas económicos e histórico-sociales: M. Kossok, «Die Bedeutung des spanisch-amerikanischen Kolonialmarktes für den preußischen Leinwandhandel am Ausgang des 18. und zu Beginn des 19. Jahrhunderts», en G. Heitz y M. Unger (Eds.), Hansische Studien. Heinrich Sproemberg zum 70. Geburtstag (Forschungen zur mittelalterlichen Geschichte, vol. nº 8), Berlín, 1961, pp. 210-232; R. Engelsing, «Schlesische Leinenindustrie und hanseatischer Überseehandel im 19. Jahrhundert», en Jahrbuch der Schlesischen Friedrich-Wilhelms-Universität zu Breslau, nº 4, 1959, pp. 207-231; H. Kirsch, «The Textile Industries in Silesia and in the Rhineland: A Comparative Study on Industrialization», en The Journal of Economic History, 19, 1959, pp. 541-564 (revisado en Kriedte, Medick, Hans, Schlumbohm, Jürgen, Industrialisierung vor der Industrialisierung. Gewerbliche Warenproduktion auf dem Lande in der Formationsperiode des Kapitalismus, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1977, pp. 350-386).

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De visión genial y desde el punto de vista de su dependencia con el trabajo sobre «la significación del mercado colonial español-americano para el comercio textil prusiano» fue la clara exposición que trazó de la situación violenta en la que se encontraba Prusia entre los poderes conservadores del Este de la Santa Alianza y las fuerzas económicas de la industria textil y del comercio, que avanzaba hacia el Occidente y hacia América. Su trabajo se basa casi exclusivamente en el estudio de las fuentes que realizó en los principales archivos alemanes (sobre todo en Hamburgo, Bremen y en el Patrimonio Cultural Prusiano de Merseburg), en Viena, Praga, Bogotá, Río de Janeiro y Santiago Chile. Con ello, y también con su argumentación marxista, sobrepasó y fue más allá de los límites de trabajos de carácter liberal. Pero quiero repetir que este trabajo fue una visión, desde fuera, de las guerras de independencia; y no solamente esto, pues Kossok elaboró también, en el último capítulo ix (con el título «De la colonia al imperio. El reconocimiento de Brasil por los estados de la Federación Alemana (1822-1827)»), lo específico o la particularidad del «camino brasileño». Esta visión desde fuera encontraba, además, una causa efectiva en la perspectiva que tenía su maestro Walter Markov. Se la puede expresar brevemente con la siguiente formulación: la Revolución francesa como fuerza motriz para los contemporáneos y como modelo para historiadores; clase burguesa colonial o «burguesía» como portadora del cambio; «el lugar» histórico real de la revolución de independencia tras la Revolución francesa y el imperio napoleónico. Naturalmente también porque el concepto de revolución era precisamente un fenómeno analizado gustosamente entre marxistas. Kossok se cuestionó en el primer capítulo de su habilitación («El lugar histórico del movimiento de independencia latinoamericano de 1820-1826»), refiriéndose a su dimensión interna, cómo una gran estructura («el feudalismo colonial») pudo ser primeramente «modificada» desde fuera, en primer lugar por influencias económicas, y cómo mediante la recepción de la Ilustración perdió la fe ciega en la autoridad. Finalmente, se enfrentó al problema de cómo una estructura entra en movimiento (examinando los procesos que se desarrollan y sus actores). La respuesta a estas cuestiones no se encuentra en su tesis doctoral o incluso sorprendentemente tampoco en su habilitación. Yo tengo la sospecha, cuando analizo la lectura sintética de su obra, de que estas cuestiones para él se daban por solucionadas con su trabajo sobre el «carácter» del movimiento de independencia hispanoamericano.63 Kossok responde a esta importante pregunta eminente apelando siempre a los elementos esenciales de la historiografía tradicio63. M. Kossok, «Kolonialbürgertum und Revolution: Über den Charakter der hispanoamerikanischen Unabhängigkeitsbewegung 1810-1826», en Ausgewählte Schriften, op. cit., I parte, pp. 95-120. 84 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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nal: «Tras una cadena de síntomas o indicios revolucionarios, desde la guerra de campesinos de Tupac Amaru, pasando por la conspiración de los Tres Antonios hasta las expediciones de Miranda, la crisis latente, bajo la influencia directa de los acontecimientos en España, se convirtió en un levantamiento abierto el año 1810».64 Posteriormente, en un artículo que publicó, pensó Kossok en la idea de clasificar a la revolución de independencia como una «revolución no acabada», pero se separó rápidamente de esa idea basándose en el profundo conocimiento que tenía sobre el desarrollo interno, antes y después de la independencia, en la antigua América española, y se centró totalmente en la problemática «sobre el camino que debía seguir». Conocido científicamente como problema de la «senda o camino del desarrollo», ha adquirido hoy día esta problemática sobre el camino un gran auge en el análisis contextual político-científico. También Kossok aceptó para el tema sobre el «final» de los movimientos de independencia el marco ya programado por la historiografía liberal: o bien el año 1824 (Batalla de Ayacucho; para México sería el «Compromiso de Córdoba» de 1821) o el año 1826 (caída de los últimos bastiones militares españoles verdaderamente importantes de San Juan de Ulúa en México y El Callao en Perú). La cesura de 1826 no se pudo sostener a la vista del análisis de la relación o conexión entre nacimiento de nación y formación de Estado, y se considera (el año 1830)65 como la fecha de una cesura más real, la cual hay que aplicar, ciertamente de manera prioritaria, a la parte norte del continente Sudamericano, es decir, a la llamada «Gran» Colombia y los Estados «nacionales» que nacieron de ella como Ecuador, 64. M. Kossok, «Im Schatten der Heiligen Allianz. Deutschland und Lateinamerika 18151830. Zur Politik der deutschen Staaten gegenüber der Unabhängigkeitsbewegungen Südamerikas» Markov (Ed.), Studien zur Kolonialgeschichte und zur Geschichte der nationalen Befreiungsbewegung, vol. nº 4/5, Berlín, Akademie-Verlag, 1964, p. 24. Posteriormente, Kossok modificó esta tesis teniendo en cuenta las distintas regiones y destacó más solidamente el momento de crisis, pero permaneció siempre en ello. 65. Kossok, por cierto, la incorporó solamente a través de una cita de Bolívar («Hemos cultivado el mar» de 1830) basado en el título del artículo «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830. Bemerkungen zu einem Thema der vergleichenden Revolutionsgeschichte», en Idem, Vergleichende Revolutionsgeschichte…, op. cit., II parte, pp.1-20; el tema nación lo asumió Kossok en Colonia durante su participación en el coloquio Problemas de la Formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, véase: M. Kossok, «Historische Aspekte der Nationwerdung in Spanisch-Amerika», en AALa, cuaderno nº 3, 1982, pp. 505-518; I. Buisson, G. Kahle, H. J. König y H. Pietschmann (Eds), Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Bonn, Inter Nationes, 1984. Referente al estado del debate sobre nación y nacionalismo en Latinoamérica véase: H. J. König, «Nacionalismo y nación en la historia de Iberoamérica», en König, Platt, Tristan y Lewis, Colin, (Coords.), ahila. Cuadernos de Historia Latinoamericana. Tres debates al final del siglo, nº 8, 2000, pp. 7-47; así como: J. M. Faraldo, «Modernas e imaginadas. El nacionalismo como objetivo de investigación histórica en las dos últimas décadas del siglo xx», en Hispania LXI/3, n° 209, septiembre-diciembre 2001, pp. 933-963.

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Venezuela y Nueva Granada/Colombia (Panamá). En la obra de Kossok aparecen concepciones marxistas, puntos importantes sobre las categorías económico-sociales, y calificación de épocas, construcción básica histórico-liberal de las cronologías y contenidos de los hechos acaecidos. A la problemática sobre «la estructura en movimiento» pertenece también la cuestión de cómo, según la teoría marxista (y liberal), se comporta la clase designada o elegida como portadora del proceso en cada una de sus fracciones individuales, tanto respecto a las antiguas estructuras básicas (por ejemplo, instituciones) como a las concepciones anticolonialistas y a las «masas populares»66 que actúan en esa clase designada para lograr sus fines. Para responder a ello echa mano aquí Kossok de una sistemática o metodología que abarca los continentes, tomada del «campo» político, que incluye desde el espectro conservador hasta el radical. Junto al problema principal que trata sobre el «contenido de clases de la estructura» se plantea la cuestión, según las condiciones exteriores, sobre el entorno impulsor o retentivo de esa estructura que se ha puesto en movimiento en tiempo de las guerras de Napoleón y de la Santa Alianza, reaccionaria en el sentido de «reacción» contra la Revolución francesa.Y Kossok se preguntaba aquí naturalmente cómo se puede describir esto. Estas dos problemáticas («carácter» y «época») estaban ya enunciadas en su tesis doctoral y las había elaborado con más profundidad en los ya citados trabajos sobre los temas de «clase burguesa colonial y revolución», «revolución y burguesía en Latinoamérica». Esta cuestión sobre el «carácter» del «lugar histórico» de la «independencia» (bajo esto entendía Kossok tanto la «revolución de independencia» como también el «movimiento de independencia»), que debían haber sido impregnados ambos por la «época» y la cambiante «clase burguesa» o «burguesía», ha ocupado el estudio de investigación de Kossok durante toda su vida.67 Según mi opinión, su fidelidad al esquema de formación marxista y la categoría socioes-

66. Aquí se apoyó Kossok por cierto en los estudios de Jaime Vicens Vives, el clásico de la historia social española-catalana, lo que acentuó su acercamiento a la temprana *historia social Marxista: J. Vicens Vives, Historia social y económica de España y América, 5 volúmenes, Barcelona, 1957/1959. Jover Zamora escribe sobre Jaime Vicens Vives: «... la recepción en España, gracias sobre todo a la lúcida y combativa actitud de Jaime Vicens, de la nueva historia definida en Francia por el grupo de «Annales» y consagrada en el IX Congreso Internacional de Ciencias Históricas celebrado en París precisamente en 1950», en J. M. Jover Zamora, «El siglo xix en la historiografía española de la época de Franco», en Historiadores españoles de nuestro siglo, Madrid, Real Academia de la Historia, 1999, pp. 25-271, aquí p. 27. 67. M. Kossok, «Charakter und historischer Ort der Unabhängigkeitskriege Lateinamerikas», en Asien, Afrika, Lateinamerika, 4, 1976, cuaderno nº 6, pp. 937-960. 86 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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tructural de «burguesía» han supuesto o significado para él una cárcel de la que no era posible salir o liberarse durante la época del socialismo real existente.68 Entre los trabajos que Kossok, a causa de su dedicación completa a la investigación cualificada, no pudo asimilar pronto, está el gran trabajo de Richard Konetzke sobre Humboldt en 1958.69 Pero esta semilla cayó en suelo fructífero. Aquí se puede ver ya la importancia que el concepto de archipiélago tiene en la obra de Manfred Kossok y en las relaciones científicas entre las dos Alemanias. En un estudio de investigación del año 1958 resaltó el antiguo profesor el valor que tiene la obra de Humboldt, Corpus Americanum, para la historia colonial y social de América. Las bibliografías de Richard Konetzke y Manfred Kossok se pueden leer en parte como informes o noticias de vasos comunicantes ocultos, unidos entre sí; la parte activa (y también la parte ratificante o de suave crítica) pertenece sin duda alguna a Konetzke.70 Esto es válido a pesar de que existe una diferencia fundamental: Konetzke fue uno de los padres fundadores de la investigación histórico-social en la antigua República Federal Alemana. Kossok se movía desde mitad de los años sesenta con su tema «historia comparada de la Revolución» cada vez más intensamente en dirección de una historia política de carácter teórico-sociológico. Los trabajos sobre Humboldt que impregnaron71 los 68. W. Küttler, «Marx Formationstheorie und die globale Transformation. Grenzen und Chancen an Marx orientierter weltgeschichtlicher Betrachtungsweise», en Comparativ, 1, 1991: «Universalgeschichte – gestern und heute) (II)», (Eds.) Diesener, Gerald y Gibas, Monika, pp. 105-117, especialmente p. 113 y siguientes. 69. R. Konetzke, «Alexander Von Humboldt als Geschichtsschreiber Amerikas», en His­ torische Zeitschrift, vol. 188, 1959, pp. 526-565. 70. Véase las bibliografías en G. Kahle y H. Pietschmann (Eds.), Lateinamerika. Gesammelte Aufsätze von Richard Konetzke, Viena, Böhlau Verlag, 1983, pp. XIII-XXI; M. Kossok, Ausgewählte Schriften, 3 vol., op. cit., M. Middell y K. Middell (Eds.), Zwischen Reform und Revolution: Übergänge von der Universal– zur Globalgeschichte, vol. III, pp. 309-336. Esto queremos explicarlo solamente con un ejemplo: en 1966 escribió Kossok su provisional despedida al tema Alemania-Latinoamerica: M. Kossok, «Zur Geschichte der deutsch-lateinamerikanischen Beziehungen (Forschungs– und Periodisierungsprobleme)», en Hansische Geschichtsblätter, vol. 84, 1966, pp. 49-77; en el mismo año publicó Konetzke: R. Konetzke, «Deutschland und Lateinamerika im neunzehnten Jahrhundert. Ein Literaturbericht», en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas (JbLA), vol. 3, 1966, pp. 416-436. Konetzke hizo una recesión muy positiva de los trabajos de Kossok en 6 páginas. Finalmente, criticó el concepto de revolución y también los conceptos de «movimiento de liberación nacional», «la revolución de liberación» y «la lucha de las masas populares» que se derivan de los trabajos contemporáneos de Kossok sobre los movimientos de liberación nacional. Ídem p. 422. Fue asimismo su último título sobre el tema Alemania y Latinoamérica. 71. R. Konetzke, «Alexander Von Humboldt und Amerika. Bemerkungen zu Veröffentlichungen anläßlich der hundertjährigen Wiederkehr seines Todestages», en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas (JbLA), vol. nº 1, 1964, pp. 343-348; R. Konetzke, «Neues über Alexander Von Humboldt», en Ídem, nº 7, 1970, pp. 427-

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últimos años de investigación de Richard Konetzke y con los cuales estuvo ocupado Kossok en 1969, parece que tuvieron una función como la que desempeña la pieza móvil que une dos objetos. Los caminos se fueron separando cada vez más fuertemente en distintas direcciones. La pieza móvil seguía abriéndose cada vez más, pero continuó funcionando a través de los años.

El ciclo de la revolución pasa a España y se convierte en liberal pero permanece burgués Con su trabajo paradigmático El ciclo ibérico de la revolución 1789-1830 comenzó Manfred Kossok en 1969 sus publicaciones en serie de «estudios sobre la revolución».72 En sus investigaciones sobre la historia española podía echar mano de sus propios trabajos aparecidos en la edición de la obra de Maiski73 sobre historia del siglo xix español. Ya en su habilitación se había ocupado sobre el tema «la izquierda (o las izquierdas) como portavoz de las fuerzas más progresistas del «trienio constitucional» de 1820 a 1823».74 En los siguientes quince años, hasta 1984, aparecieron trabajos sobre la historia de España que trazaron grandes líneas generales de investigación sobre el siglo xix; describieron también las raíces y tradiciones sobre el concepto general de ciclo, sobre la contrarrevolución, sobre el ciclo específicamente español o sobre las revoluciones individuales como parte de la historia europea y sobre el liberalismo, así como sobre el absolutismo ilustrado en España y sobre la llamada «temprana revolución burguesa» de los comuneros y germanías. El artículo, breve pero muy polémico, titulado «La izquierda en el ciclo de la revolución» se basó en el tema que Markov había desarrollado sobre las izquierdas legítimas e ilegítimas. Con el concepto del ciclo de la revolución interpretó Kossok la historia de España del siglo xix, si bien la selección de literatura que hizo para ello y la recepción sobre todo de determinadas posiciones tomadas desde la literatura así como la falta de estudios propios en los archivos condujeron aquí a una acentuación

431; R. Konetzke, «Neue Veröffentlichungen über Alexander Von Humboldt», en Ídem, nº 11, 1974, pp. 334-351; R. Konetzke, «Der Entwicklungsgedanke in den Naturwissenschaften des 20. Jahrhunderts», en HZ, 223, 1976, pp. 265-327; R. Konetzke, «Der Entwicklungsgedanke bei Alexander Von Humboldt», en R. Hartmann y U. Oberem (Eds.), Estudios Americanistas, 1, Sankt Augustin, 1978, Homenaje a Hermann Trimborn (Coll. Inst. Anthr., 20), pp. 330-338. 72. La docena de volúmenes de esta serie es el núcleo de la obra de Kossok. Como último volumen apareció en 1990 «Proletariat und bürgerliche Revolution». 73. I. M. Maiski, Neuere Geschichte Spaniens 1808-1917, Berlín, 1961. 74. M. Kossok, Im Schatten der Heiligen Allianz..., op. cit., p. 98. 88 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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clara de «interpretar la revolución como algo pasivo»,75 sin que Kossok hubiese estado de acuerdo con esta denominación, ya que él, siguiendo a Marx, consideraba a las revoluciones como «locomotoras de la historia universal». Sucedió algo parecido como en la primera fase de su obra científica, sólo que con otros signos. Concepción, tipologías y puntos esenciales eran ahora conceptos propios kossoicos, por decirlo así, en sentido creativo histórico-marxista. Pero de las narraciones, de las cronologías y del material emanaban o se abrían paso evaluaciones básicas, que simplemente exigían demasiado de la «revolución» o la extralimitaban. Así, las revoluciones, a pesar de que en España las había habido más que suficientes, aparecían curiosamente como de «débil» repercusión y repetición monótona. En definitiva, no parecían diferenciarse mucho de las estructuras conservadoras, sobre todo de las estructuras agrarias.Teóricamente, con su alusión a las ideas de Marx sobre las «revoluciones urbanas» (MEW, vol. nº 10, p. 632),76 argumentaba Kossok de manera ciertamente correcta, pero en principio terminaba aquí con ello el análisis. Desde el punto de vista de la construcción del texto se parecían cada vez más sus trabajos a bibliografías comentadas. Esta impresión se refuerza por el hecho de que iban apareciendo en la bibliografía cada vez más textos sin paratextos, es decir, sin notas explicativas a pie de página. Kossok se encontraba a veces, ante esta realidad, en una situación desesperada, teniendo en cuenta además que no podía tener acceso a la literatura más reciente de Europa Occidental pero que, sin embargo, conservó la mayoría de las veces la postura activa «del que quiere obtener lo mejor de las circunstancias existentes». Mientras que Kossok, en su habilitación, solamente había valorado a la «izquierda», por decirlo así, como a la única «fuerza realmente progresiva», fue ahora su evaluación científica más diferenciada. Esto se debió en parte a que en la política de mediados de los años setenta fueron, a juicio de Kossok, los «ultraizquierdas» quienes actuaron realmente.77 Éstos comenzaron, en esa época, no solamente como hoy se discute de nuevo a lanzar piedras o pegar a la policía (lo que no les diferenciaba, en este aspecto básicamente, de la policía), sino que comenzaron a publicar trabajos históricos de investigación y a argumentar históricamente. El interés por el «siglo del liberalismo» en España llevó a Kossok inevitablemente a tener contacto con los historiadores españoles como Alberto Gil Nova-

75. J. Millán, «Liberale Revolution und sozialer Wandel im Spanien des 19. Jahrhunderts. Ein Literaturüberblick», en Neue Politische Literatur, cuaderno nº 40, 1995, pp. 381-401. 76. M. Kossok, «Zum Verhältnis von Agrarstruktur, Agrarbewegung und bürgerlichem Revolutionszyklus», en ZfG, 28, 1980, cuaderno nº 11, pp. 1039-1059. 77. D. Guérin, Bourgeois et Bras Nus 1793-1795, París, 1973.

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les.78 Es precisamente Gil Novales quien une el interés por cuestiones teoréticas con estudios claramente empíricos. En los trabajos de Kossok sobre la historia española se ve todavía con más claridad que en sus trabajos sobre la historia de Latinoamérica (y precisamente Kossok la dedicación al tema de España la basaba en su argumentación interna de que «allí en Latinoamérica no podía entrar a estudiar a los archivos»), que en la obra de Kossok no se encuentra una investigación sobre las «masas populares» reconocidas claramente como actores.79 Esto se debía sobre todo a que las condiciones de investigación para los historiadores de la RDA que se dedicaban a temas americanos o de Europa Occidental, eran cada vez más precarias. La historia de la revolución, que se fue convirtiendo o evolucionando en una sociología de la revolución, sufría cada vez más de una anemia histórica. Algunas tesinas de licenciatura sobre historia española, que fueron dirigidas por Kossok y que él había orientado en su redacción según el modelo de su «visión de conjunto histórica», pusieron de manifiesto sobre todo una cosa: les faltaba la nueva literatura con la que los jóvenes historiadores por lo menos hubiesen podido estar al corriente de los resultados de la investigación histórica. Es digno de remarcar aquí también, a pesar de estas limitaciones, la tipología, la consecuente aplicación de la idea del ciclo y la acentuación del «carácter» europeo de las revoluciones españolas.También aparecen de Kossok investigaciones sobre el liberalismo80 en España, al que califica como el alma doctrinaria, organizada e ideológica del capitalismo. Kossok dedicó un amplio estudio a las Cortes de Cádiz, sobre todo a la constitución de 1812, pero no le dio al derecho en general, sobre todo al derecho constitucional, un papel autónomo como actor institucional. Tomando como ejemplo el ciclo español y el desarrollo del liberalismo español así como las experiencias que el tuvo en Chile, formuló, por primera vez en su obra, la categoría de «reforma».81 En este contexto escribió también uno de los principales trabajos

78. A. Gil Novales, Las sociedades patrióticas (1820-1823). Las libertades de expresión y de reunión en el origen de los partidos políticos, 2 volúmenes, Madrid, Editorial Tecnos, 1975. Véase también la aportación de Alberto Gil Novales en este volumen. 79. M. Kossok, «Die Linke im spanischen Revolutionszyklus (1808-1874). Theoretisches und Praktisches», en M. Kossok (Ed.), Rolle und Formen der Volksbewegung im bürgerlichen Revolutionszyklus, Berlín, Akademie-Verlag, 1976, pp. 90-100. 80. M. Kossok, «Der spanische Liberalismus des 19. Jahrhunderts. Skizze über Charakter und historische Funktion», en Jenaer Beiträge zur Parteiengeschichte, nº 40, Jena, 1977, pp. 44-76. 81. M. Kossok, «Revolution – Reform – Gegenrevolution in Spanien und Portugal (18081910)», en M. Kossok (Ed.), Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte 1500-1917, Berlín, Akademie Verlag, 1974, pp. 134-159 así como: (con Jürgen Kübler y Max Zeuske), «Ein Versuch zur Dialektik von Revolution und Reform in der historischen Entwicklung Lateinamerikas (1809-1917)», en Ibíd., pp. 179-198. La palabra «dialéctica» en sentido semántico de ese tiempo era sinónimo de un comportamiento políticamente espinoso. 90 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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históricos sobre Carlos Marx.82 La conclusión de Kossok sobre el ciclo de la revolución burguesa-liberal en España la resume él así en un estilo que él dominaba como nadie en el último artículo que escribió de la serie «Estudios sobre la revolución» sobre la restauración alfonsina: «El movimiento obrero, campesino y anticolonial es la víctima principal del cambio realizado legalmente por la burguesía… No se trata de ninguna manera de una reacción absolutista al estilo antiguo». Posteriormente, expuso en el artículo la investigación de la revolución comparada, realizada en Leip­ zig, que en definitiva son sus propios trabajos, en la línea de Carlos Marx, Federico Engels, P.Vilar, J. Fontana, M.Tuñón de Lara e I. M. Maiski.83

Del Este al Oeste o «qué permanece y qué cambia» Esta cuestión quiero responderla en dos partes lo más brevemente posible, si bien aquí son todavía necesarias intensas investigaciones para ello. En primer lugar: ¿qué queda de la obra del maestro,84 que murió en 1993 en Leipzig, demasiado pronto, como consecuencia de una larga enfermedad? En segundo lugar: ¿qué líneas generales de su investigación siguen siendo investigadas por sus alumnos inmediatos y qué ha quedado de ellas en el campo de investigación actual de la Alemania unificada? A la pregunta sobre la herencia institucional de Kossok no solamente se le debe dar, tras un análisis minucioso, una respuesta negativa, pues está claro que esta herencia forma parte de la historia de la Universidad de Leipzig, del papel de Leipzig como centro científico y de la historia de la ciencia de la Alemania reunificada y, por ello, no encuentra aquí lugar alguno.85 Manfred Kossok no pudo ya compendiar su obra científica. Los dos o tres volúmenes dedicados a la historia de las revoluciones de independencia de la América española quedaron solamente en proyecto. No obstante, escribió al final de su vida –que 82. M. Kossok, «Karl Marx und der spanische Revolutionszyklus des 19. Jahrhunderts», Berlín, 1987 (Sitzungsberichte der Akademie der Wissenschaften der DDR, Gesellschaftswissenschaftliche, serie 4 G). 83. M. Kossok y Pérez «Die proletarische Komponente in der spanischen Revolution 18681874», en M. Kossok y E. Kross (Eds.), Proletariat und bürgerliche Revolution (1830-1917), Berlín, Akademie Verlag, 1990, pp. 199-232, aquí p. 225 y p. 227. 84. En un marco más general: D. Elsner, «Im Osten Neues? Forschungen zur Demokratiegeschichte und zur 48er Revolution in Festschriften für Historiker aus der Ex-DDR» (manuscrito). 85. Véase mi intento mientras tanto ya superado de una sistematización: M. Zeuske, «Materialien zu einer Geschichte des „Institutes für Kultur-und Universalgeschichte“ seit 1949. Chronologie, Inventarium und Stammrolle sowie ein Anhang zum Begriff der Universalgeschichte», en G. Diesener (Ed.) Karl Lamprecht weiterdenken. Universal– und Kulturgeschichte heute, (Beiträge zur Universalgeschichte und zur vergleichenden Gesellschaftsforschung, nº 3), Leipzig, 1993, pp. 99-131.

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coincide igualmente con el fin de la RDA– diversas síntesis. Kossok realizó esto sobre todo porque al final de los años ochenta quedó patente que él, a pesar de ser una personalidad científica extraordinaria y de haber publicado precisamente desde 1964 hasta mitad de los años ochenta (por causa de su enorme carga de trabajo en labores de investigación en países lejanos) una buena docena de colecciones de volúmenes temáticos, no había escrito una monografía propia. El libro más importante en la serie de estas síntesis de este autor ya sometido a diálisis no es tanto el libro In Tyrannos, de corte profundamente histórico-revolucionaria, o el libro En la corte de Luis XIV, sino más bien la obra 1492: el mundo en el umbral de la Edad Moderna,86 gran idea conceptual de una síntesis histórica universal y compendio que refleja mejor sus ideas e intenciones. El libro está orientado según los principios del antropólogo social judío-americano Erich R. Wolf. Kossok, refiriéndose a su obra 1492: el mundo en el umbral de la Edad Moderna, afirma sobre Wolf lo siguiente: En su desafiante obra Los pueblos sin historia. Europa y el mundo desde 1400 escribe el antropólogo americano Erich R. Wolf (1982): «Según esto, de lo que se trata en definitiva es de descubrir la historia de los pueblos sin historia», es decir, la historia activa de los así llamados “primitivos” […]». En este descubrimiento y rehabilitación de la historia extraeuropea sobre el periodo de comienzos de la Edad Moderna ocupa también África un puesto importante.87

Después de cuarenta años de tratar y de elaborar grandes estructuras, épocas, personalidades, tipos y categorías, redescubrió Manfred Kossok en Los pueblos el núcleo o esencia de cada historia, es decir, las personas como actores de su historia, un elemento constitutivo de las primeras obras de Marx, quien formuló: «Las personas hacen su propia historia, pero no la hacen por libre decisión sino bajo las circunstancias inmediatas con las que se han encontrado, las que se dan realmente y las que han sido transmitidas o legadas a la posteridad. La tradición de todos los linajes muertos atosiga como una opresión el cerebro de los vivos».88 86. M. Kossok, 1492 – Die Welt an der Schwelle zur Neuzeit, Leipzig, Edition Leipzig, 1992. 87. Ibíd. p. 59. Esto es en realidad una vuelta a las primeras y amplias apreciaciones sobre la dimensión local-histórica universal del imperio español, es decir, incluso de su componente africano y asiático. Dicho en lenguaje coloquial, «antes y después de Colón» (antes de 1492 y un poco más tarde y después de 1898 y un poco antes) España estaba orientada en su expansión estratégica hacia África. 88. K. Marx, «Der 18te Brumaire des Louis Napoleon [1852]», en K. Marx y F. Engels, Werke (MEW), Vol. VIII, Berlín, Dietz Verlag, 1978, pp. 111-207, aquí p. 115. Desde sus primeros trabajos sobre los artesanos, Kossok no se había dedicado nunca más a la historia social de las capas bajas, sino a «grandes personalidades» o problemas estructurales («sobre la cuestión agraria» veáse: M. Kossok, «Agrarfrage und bürgerlicher revolutionszyklus in Spanien», en G. Brendler y A. Laube (Eds.), Der deutsche Bauernkrieg. Geschichte – Tradition – Lehren, Berlín, Akademie-Verlag, 1977, pp. 253-264); las «masas populares» aparecen en su obra como concepto y, por decirlo así, considera a las «masas» como categoría. 92 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Como testimonio de la obra vital de un investigador fascinante y profesor universitario quedan, junto al recuerdo colectivo e individual, sobre todo dos componentes de su obra. En primer lugar, la colección de Estudios sobre la historia de la revolución. Esta colección se encuentra actualmente en Alemania, sobre todo en los depósitos no usados de las bibliotecas (pero está bien acogida). A pesar del «cambio de paradigma» (si bien en el mundo globalizado de los medios de información, por suerte hay que decirlo, también los cambios de paradigma son víctimas de cambios rápidos), está esa colección en las llamadas, por así llamarlas, pequeñas bibliotecas selectas en funcionamiento de científicos, sobre todo en América y España, pero también en el resto de Europa. Y en segundo lugar, precisamente «las obras selectas» desempeñan un papel muy importante, sobre todo en el duro debate historiográfico que tiene lugar actualmente en Alemania. La pregunta sobre «qué queda de su obra» sólo se puede responder aquí en relación a los alumnos de una manera aproximada. Para ello debemos examinar el periodo de 1982 a 1984. Las tesis doctorales de sus alumnos inmediatos, dirigidas por Kossok, sobre historia de España y Latinoamérica (y de los miembros de la antigua cátedra de historia general de la Edad Moderna 1500-1917), sobre el factor del movimiento popular en los movimientos de independencia y sobre Simón Bolívar, ya se habían concluido.89 Este componente de seguir elaborando las ideas de la obra de Kossok terminó con la habilitación de Michael Zeuske (1991) y se volvió de nuevo a retomar en la habilitación y publicaciones de Bernd Schröter 1999/2000,90 es decir, no se interrumpió definitivamente. No se ha terminado pues, todavía, de investigar la historia de las revoluciones de independencia. En los últimos años han aparecido muchos e interesantes trabajos en este campo.91

89. Resumiendo: M. Zeuske (con K. Holzapfel), «Karl Marx und die heroische Illusion‘ in den Revolutionen von 1789 und 1830», en ZfG, 34,1986, cuaderno nº 7, pp. 599-610; así como: M. Zeuske, «‘Heroische Illusion‘ und Antiillusion bei Simón Bolívar. Überlegungen zum Ideologiekomplex in der Independencia 1810-1830», en M. Kossok y E. Kross (Eds.), 1789Weltwirkung einer großen Revolution, 2 volúmenes, Berlín, Akademie Verlag, 1989, vol. II, pp. 577-596; Schröter, Volksbewegungen in den lateinamerikanischen Unabhängigkeitsrevolutionen von 1810-1826, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000. 90. B. Schröter, Die Entstehung einer Grenzregion. Wirtschaft, Gesellschaft und Politik im kolonialen Uruguay 1725-1811, Colonia, Weimar, Viena, Böhlau Verlag, 1999 (Lateinamerikanische Forschungen, 28); Schröter, Volksbewegungen..., op. cit., Schröter ha tomado el principio de investigación del artículo titulado: «Grenz-Artikels» de Kossok. El significado de las regiones limítrofes en la formación del Estado en América. Ein «Problemaufriß», Conferencia en el taller «Staat und Entwicklung in Nord– und Lateinamerika im langen 19. Jahrhundert: Ähnlichkeiten und Divergenzen» en la Universidad de Ausburgo, organizada por Peter Waldmann y Hans Werner Tobler, los días 19 y 20 de enero (de próxima aparición en la revista Iberoamericana). 91. En relación al fuerte y creciente interés por las revoluciones de independencia, que en cierto modo se debe a los trabajos de François-Xavier Guerra, que acentúa sobre todo

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Los postulados continental y comparativo, formulados en 1955 por Kossok, no se han diluido todavía. Habría que someterlos hoy día a un profundo sondeo microhistórico, profundizando minuciosamente en puntos concretos; y estamos ya a las puertas del año 2010.92 A partir de 1985, primeramente contra la desaprobación unánime de una cátedra universitaria, fundada y orientada hacia los estudios de historia universal, se tomó de nuevo la labor investigadora de Kossok sobre el tema-continente «Alemania y Latinoamérica», acoplándolo a la historia regional de Sajonia y Prusia. El pretexto para esta unión apenas tenía que ver con el tema de la «historia universal», y muestra que ya el estilo moderno tardío en la rda mostraba rasgos completamente posmodernos.93 Cum grano salis y de manera más simple se podría decir que el antiguo departamento de investigación especial sobre «procesos regionales de identificación», que tenía su sede en el antiguo centro de comercio de pieles Brühl de la Universidad de Leipzig, debe su existencia a Simón Bolívar.Yo tuve entonces la suerte de ser enviado por Manfred Kossok al archivo en el que él trabajó en su juventud, en la ciudad de Merseburg, en el antiguo archivo central alemán situado en la calle König-Heinrich. Se trataba en este caso de buscar fuentes para un proyecto del Gobierno venezolano de aquella época, con el que se intentaban compendiar las relaciones entre Simón Bolívar y Europa.94 De acuerdo con esto el papel que desempeñan los actores, remitimos aquí, junto a los trabajos que figuran en Schröter (2000), solamente al cuaderno con las reseñas de temas de la revista American Historical Review, vol. nº 105, nº 1, febrero 2000; y F. X. Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Editorial Mapfre, 1992; B. R. Hamnett, «Las rebeliones y revoluciones iberoamericanas en la época de la Independencia. Una tentativa de tipología», en F. X. Guerra (Dir.), Revoluciones Hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Editorial Complutense, S.A., 1995, pp. 47-72; O. Rodríguez y E. Jaime, La independencia de la América española, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura económica, 1996; V. M. Uribe-Uran, «The Enigma of Latin American Independence: Analyses of the Last Ten Years», en Latin American Research Review (LARR), vol. 32:1, 1997, pp. 236-254; M. Chust (Ed.), Revoluciones y revolucionarios en el mundo hispano, Castelló de la Plana, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2000. 92. M. Zeuske, «Regiones, espacios y hinterland en la Independencia. Lo espacial en la política de Simón Bolívar», ponencia presentada en el II Congreso Internacional «Los procesos de Independencia en América Española», Maracaibo, Venezuela, Centro de Estudios Históricos/Acervo Histórico del Estado Zulia, 8 al 12 de julio de 2002. 93. Esto condujo lógicamente a que los historiadores de la poshistoria se interesasen por Leipzig. La «colisión de las culturas científicas» no se hizo esperar mucho; el protocolo del clash véase en Comparativ, cuaderno nº 3, Medien – Revolution – Historie, W. Ernst y M. Middell (Eds.); véase también las actas del congreso: S. Graber, en Comparativ 2, 1991, p. 75 y Frankfurter Allgemeine Zeitung, 9. August 1991 (Patrick Bahners). 94. M. Kossok, (en colaboración con M. Zeuske), «Sección Alemana II», en A. Filippi (Coord.), Bolívar y Europa, vol. I, Caracas, 1986, pp. 757-823. Ídem, Legitimität gegen Revolution. Zur Politik der Heiligen Allianz gegenüber der Unabhängigkeitsrevolution Mittel– und Südamerikas 1810-1830. Comentarios y fuentes, Berlín, Akademie Verlag, 1987. 94 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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instaba Kossok a elaborar estudios de «casos concretos» que, según su opinión, se echaban de menos en cada uno de los movimientos de independencia. Pero «estudios de casos concretos» necesitan de fuentes, precisamente durante el tiempo en que se crea o produce historia desde los archivos. La sistemática conduce con frecuencia a poner en entredicho las líneas generales inductivo-empíricas absolutamente necesarias desde las que, sólo en definitiva, se pueden formar criterios de comparación histórica. Los conocimientos logrados de los muchos documentos importantes ocultos del archivo prusiano produjeron un impulso notable. A la ciudad de Merseburg siguió Dresde. El Archivo del Estado de Dresde (hoy llamado Archivo principal Sajón de Dresde) estaba lleno de actas interesantes y documentos. La ciudad de Dresde posee sobre todo innumerables tesoros y cuadros de pintura (muchos hacen referencia a España)95 y Potsdam no quedaba lejos. La consecuencia fue la de seguir una doble estrategia de investigación: una corriente orientada a la investigación histórica regional y mundial y la otra corriente que seguía ocupándose de estudios de casos concretos sin fuentes de archivo, así como trabajos de investigación tipológicos de los movimientos de independencia.96 Kossok no había contado con el cambio que se introdujo de un uso más intensivo de los archivos, pero no lo dificultó. Dirigió seminarios de nivel superior sobre los informes o relatos sajones y prusianos relativos a la historia de España del siglo xix.97 95. C. Rodiek (ed.), Dresden und Spanien, Frankfurt am Main, Verlag Vervuert, 2000. Lamentablemente sin ninguna relación con las investigaciones de Leipzig. Pero esto parece que es de nuevo normal en la nueva Sajonia. 96. Lo que casi condujo a la dualidad debido a que el autor se centró más en la historia venezolana y de la Nueva Granada, que buscaba en 1987 y 1988 en Cuba fuentes sobre estos territorios, pero encontró ante todo fuentes cubano-españolas referentes a la lucha contra el movimiento de independencia y llegó a conocer muy bien los archivos cubanos; véase: M. Zeuske, «Kolonialpolitik und Revolution: Kuba und die Unabhängigkeit der Costa Firme, 18081821», en ZfG, 37, Berlín, 1989, cuaderno nº5, pp. 407-426; Ídem (con Clarence J. Munford), «Die „große Furcht“ in der Karibik: St. Domingue und Kuba 1789-1795», en ZfG, cuaderno nº 1, 1991, pp. 41-60. El siguiente artículo fue en cierto sentido consecuente: M. Zeuske, «Die vergessene Revolution: Deutschland und Haiti in der ersten Hälfte des 19. Jahrhunderts. Aspekte deutscher Politik und Ökonomie in Westindien», en JbLA, 28, 1991, pp. 285-326. Una «historia de los títulos» daría resultados sorprendentes como el de mostrar qué claramente aparecen determinadas perspectivas: M. Zeuske, «Preußen, die „deutschen Hinterländer“ und Amerika: Regionales, „Nationales« und Universales in der Geschichte der „Rheinisch-Westindischen Compagnie“ (1820-1830)», en Scripta Mercaturae (1/1992), pp. 50-89. 97. F. Schmidt, Die Haltung der europäischen Mächte zum «Trienio Liberal» (1820-1823) im Spiegel sächsischer und preußischer Gesandtschaftsberichte aus Madrid, Leipzig, 1990 (tesina de licenciatura); J. Kurzentat, Die Rolle der Armee in der zweiten bürgerlichen Revolution 1820-1823 aus der Sicht des sächsischen Gesandten zu Madrid, Leipzig, 1990 (tesina de licenciatura); J. Ludwig, Die politischen Strömungen im Trienio Liberal (1820-1823) aus der Sicht der sächsischen Gesandtschaftsberichte, Leipzig, 1990 (tesina de licenciatura).

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Se comenzó a redactar una tesis doctoral sobre Sajonia, España y Latinoamérica.98 A ésta siguió otra sobre Prusia, España y el Congreso de Verona. El departamento del instituto, especializado en Francia, continuó también en esta línea después de que Manfred Kossok diese su placet a las investigaciones de archivos. En este sentido, el actual Departamento Especial de Investigación 417 de la Universidad de Leipzig tiene su origen en estos comienzos modestos. Esta afirmación pueda quizá parecer arrogante o desmesurada en vista de los esfuerzos que se hicieron para reclutar determinados medios de investigación y de las muchas personas que participaron en ello. Pero no se le puede negar a ella una lógica cronológica y de organización interna.99 La línea de investigación de Kossok sobre las relaciones (hoy diríamos transfers culturels)100 entre Alemania y Latinoamérica se continuó en la tesis doctoral de Ulrike Schmieder101 y en los dos volúmenes de resultados sobre el tema «Regiones alemanas y Latinoamérica».102 El volumen «Regiones europeas y Latinoamérica»103 hace referencia expresa a los fundamentos científicos de Kossok, en su tratado de 1961, sobre la «importancia del mercado colonial español-americano para el 98. J. Ludwig, Der Export sächsischer Waren nach Amerika 1760-1830. Ein Beitrag zur Geschichte der wirtschaftlichen Beziehungen zwischen europäischen Regionen und Lateinamerika, Phil. Diss., Leipzig, 1993; publicado bajo el título: Ludwig, Der Handel Sachsens nach Spanien und Lateinamerika 1760-1830 (Beiträge zur Wirtschaftsgeschichte nº 1/1994), Leipzig, 1994; Ídem, Amerikanische Kolonialwaren in Sachsen 1700-1850, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 1994; Ídem, «Deutsche Regionen und Lateinamerika in der Neuzeit: das Beispiel Sachsen (1700-1830)», en Jahrbuch für Regionalgeschichte und Landeskunde 20 (1995/1996), pp. 71-84. 99. Qué lejano queda de su recuerdo este pasado triste, en total fueron 15 años (o quizá incluso no tiene esto ningún «valor» para él en su pasado), se puede ver en un ejemplo entresacado arbitrariamente: C. Friedrich, «Die Konstituierung von Regionalgeschichte in Sachsen und der Bretagne und ihre Rolle für regionale Identifikation», en M. Middell, M. Gibas y F. Hadler, Comparativ, 10:2, 2000: Zugänge zu historischen Meistererzählungen, pp. 93-107. 100. M. Espagne, M. Werner, «Deutsch-französischer Kulturtransfer im 18. und 19. Jahrhundert. Zu einem neuen interdisziplinären Forschungsprogramm des cnrs», en Francia 13 (1985), Munich, 1986, pp. 502-510; M. Middell (Ed.), Comparativ: Kulturtransfer und Vergleich, 10, cuaderno nº 1, 2000. 101. U. Schmieder, Prusia y el Congreso de Verona. Estudio acerca de la política de la Santa Alianza en la cuestión española, Madrid, Ediciones del Orto, 1998 (Anejos de la revista Trienio, Ilustración y Liberalismo, nº 4). 102. M. Zeuske y L. Schröter (Eds.), Sachsen und Lateinamerika. Begegnungen in vier Jahrhunderten, Frankfurt am Main, Vervuert, 1995; L. Schröter, «Los comienzos de la diplomacia prusiana en América del Sur de 1816 a 1820», en L. Schröter y K. Schüller (Eds.), Tordesillas y sus consecuencias. La política de las grandes potencias europeas respecto a América Latina (1494-1994), Colonia, 1995, pp. 91-99. 103. M. Zeuske y U. Schmieder (Eds.), Regiones europeas y Latinoamérica (siglos xviii y xix), Frankfurt am Main, Vervuert/Madrid: Iberoamericana, 1999 (Acta Coloniensia. Estudios Ibéricos y Latinoamericanos, eds. H.-J. Prien/M. Zeuske, vol. 2). 96 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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mercado textil prusiano». Incluso un libro del autor, que está a punto de ser terminado, refleja estas ideas de Kossok.104 Como se puede ver fácilmente en su título español, se orienta la obra no tanto a la «ciencia histórica alemana», sino a las discusiones adherentes españolas y latinoamericanas. El tema de Humboldt se continúa tratando:105 El archipiélago tiene hoy (en el duocentésimo aniversario del viaje de Humboldt/Bonpland a América) una gran repercusión.106 La comparación histórica como camino importante, incluso con las deficiencias que lleva consigo, queda como una gran tarea que se debe seguir. Junto con el cambio de paradigma de las ciencias históricas puede y debe ser aplicada a otras materias y temas,107 y debe ir al paso metódicamente con la nueva y tradicional orientación de estudio de archivos en la investigación histórica y con el hecho de que no son las estructuras, las categorías, ni las palabras, textos o símbolos los que configuran el núcleo de cada historia, sino que son las personas quienes lo forman, algo que hoy se echa claramente de menos, a pesar de algunos estimulantes trabajos son las voces de Alemania del Este en el debate comparativo en las ciencias históricas, incluso en problemas teóricos.108 He utilizado conscientemente el 104. M. Zeuske, Bajo la bandera prusiana. AlemAnes en el Caribe insular y continental (las Antillas y las Venezuelas) siglo xix (de próxima aparición). 105. M. Zeuske, «América y Humboldt: El modelo de reformas alemanas y las realidades americanas. Una aproximación», en Mª. J. Sarabia Viejo (Coord.), IX Congreso de Historia de América. Europa e Iberoamérica: Cinco siglos de intercambios, 3 volúmenes, Sevilla, 1992, volumen III, pp. 351-364; M. Zeuske y L. Schröter (Eds.), Alexander Von Humboldt und das neue Geschichtsbild von Lateinamerika, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 1992; Ídem, «¿Padre de la Independencia? Humboldt y la transformación a la modernidad en la América española», en Cuadernos Americanos, México D. F., nº 78,1999, pp. 20-51; Ídem, «Vater der Unabhängigkeit? – Humboldt und die Transformation zur Moderne im spanischen Amerika», en O. Ette, I. Schwarz (Eds.), Humboldt-Band, Berlín, 2001 (de próxima aparición); «‘Geschichtsschreiber von Amerika‘: Alexander Von Humboldt, Deutschland, Kuba und die Humboldteanisierung Lateinamerikas», en M. Zeuske (Ed.), Comparativ, 3 (2001): Humboldt in Amerika, pp. 30-83. 106. A. Von Humboldt, Netzwerke des Wissens. [Catálogo de la exposición homónima en Berlín 6. junio – 15 agosto 1999 y Bonn, 15 septiembre 1999 – 9 enero 2000.] Bonn, Munich, Berlín, Haus der Kulturen der Welt; Kunst– und Austellungshalle der Bundesrepublik Deutschland, Goethe Institut, 1999. 107. M. Zeuske, «Mikrohistorie und ‚Big Picture‘. Amerikanische Transfers und Vergleiche der Postemanzipation in Lateinamerika und den USA», Conferencia en las jornadas «Staat und Entwicklung in Nord– und Lateinamerika im langen 19. Jahrhundert: Ähnlichkeiten und Divergenzen», en la Universidad de Augsburgo, organizada por Peter Waldmann y Hans Werner Tobler, los días 19 y 20 de enero de 2001. 108. En sentido estratégico, es alentador la todavía existente revista científica Comparativ, cofundada por Manfred Kossok, véase p.e., Comparativ, 10, cuaderno nº 1 (2000): «Kulturtransfer und Vergleich», editado por M. Middell, así como: M. Middell, M. Gibas y F. Hadler, «Sinnstiftung und Systemlegitimation durch historisches Erzählen: Überlegungen zu Funktionsmechanismen von Repräsentation des Vergangenen» en Comparativ, 10:2 (2000): «Zugänge zu historischen Meistererzählungen», eds. M. Middell, M. Gibas, F. Hadler, pp. 7-35.

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plural. No se trata aquí solamente de los alumnos que se dedican a la especialidad de España-América sino a todos los alumnos y colegas íntimos a los que se debe recomendar una de las principales ventajas del antiguo Instituto-Markov-Kossok de Leipzig: la necesidad de líneas trasversales dentro de cada campo de investigación. Igualmente, intereses creados de institutos de investigación alemanes, antes y después de 1990, y los secretos a voces de las relaciones científicas interalemanas de 1955 a 1990, van apareciendo claramente en los estudios intensivos de la obra de Kossok. Esto posibilita nuevas alianzas de investigación. Hay que considerar ciertamente como un buen símbolo que el último trabajo de investigación que Kossok entregó a la editorial para su publicación antes de su muerte llevase el título «Alternativas de la transformación social en América Latina. Las revoluciones de la independencia desde 1790 hasta 1830. Un esbozo de problemas».109 Este trabajo se publicó en Cuba en 1996. La «última palabra» de Manfred Kossok, en lo que al título del trabajo se refiere, no es pues el paso «de la historia universal a la historia global» o el «enigma de la dictadura». El arco que une su primer artículo científico académico autónomo y su último trabajo de investigación comienza y termina con aquello que era lo que él más apreciaba, a saber, el alpha de las revoluciones y el omega de las alternativas de la transformación social en Latinoamérica.

109. M. Kossok, «Alternativas de la transformación social en América Latina. Las revoluciones de la independencia desde 1790 hasta 1830. Un esbozo de problemas», en Islas, nº 113 (enero-diciembre 1996), Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, pp. 3-27; véase también: M. Kossok, «¿Ha inventado Cristóbal Colón el tercer mundo?», en Boletín para la formación del historiador, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México (invierno de 1992-1993), nº 6; G. Vilaboy, «La revolución en la historia de América Latina: los aportes de Manfred Kossok», en Debates Americanos, nº 10, La Habana (julio-diciembre 2000), pp. 69-76. 98 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

ANTOLOGÍA DE TEXTOS DE MANFRED KOSSOK

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PARTE I

EL COLONIALISMO EN AMÉRICA LATINA. CUESTIONES A DEBATE

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EL ABSOLUTISMO. LOS EJEMPLOS MEDITERRÁNEOS: ESPAÑA* 1. La cuestión del «despotismo ilustrado» juega un papel importante en la historiografía moderna de España, ya que presta particular atención al reinado de Carlos III (1759-1788). En suma, el cuadro historiográfico se caracteriza por tres circunstancias fundamentales: a) El rechazo o, por lo menos, una fuerte restricción en la utilización del término (su relatividad) en lo que respecta a España, donde se acentúa el componente ideológico. Esto nos traslada, dentro del problema del despotismo, al debate sobre la existencia o inexistencia del Siglo de las Luces en España (cuyo valor se mide a través de los modelos «clásicos» de Inglaterra y, sobre todo, de Francia). Además, son las controversias sobre los rasgos característicos del feudalismo y, en relación con este problema, los debates sobre la naturaleza del despotismo (Estado moderno), en general, los que juegan un papel fundamental. b) L a identificación del despotismo ilustrado con una forma (o preforma) de revolución burguesa, de ahí la necesidad de precisar la dialéctica de la evolución y la revolución en el proceso de transición del orden social al orden burgués en España. El intento de mostrar la interdependencia de las revoluciones «propiamente dichas» que tuvieron lugar a partir de 1808 orienta el debate, en este sentido también, hacia la función histórica del despotismo en sus distintas manifestaciones europeas. Con la intensificación de las in* En Manfred Kossok: Ausgewählte Schriften. Band 2: Vergleichende Revolutionsgeschichte der Neuzeit (hrsg. von Matthias Middell in Verbindung mit Wolfgang Küttler), Leipzig 2000, Leipziger Universitätsverlag, pp. 231-250; también en: B. Köpeczi, A. Soboul, E. H. Balázs, D. Kosary (Eds.), L’absolutisme éclairé, Budapest 1985, Akademiai Kiadó / CNRS pp. 271-289.

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vestigaciones sobre las revoluciones en España durante el siglo xix, dicha postura perdió importancia. c) E  l empleo del término en comparación consciente con la situación histórica de Portugal y los países de Europa central, oriental, del sudeste y del sur. Desde este punto de vista, España se clasifica entre los países que atravesaron, de forma más o menos nítida, la fase del despotismo ilustrado. Sin embargo, la falta de estudios comparados en este campo deriva en que los rasgos específicos de la evolución española, con sus características nacionales (y regionales), todavía no se hayan determinado lo suficiente. En la investigación se ha abandonado la orientación para concentrarse en los aspectos político-institucionales e ideológicos en beneficio de los estudios sobre los procesos que intervinieron en la base socioeconómica y estructural. Consecuencia necesaria: la historia real «de abajo» ha sustituido al análisis «de arriba». Este viraje decisivo es, principalmente, mérito de la obra de Pierre Vilar y de la escuela vinculada al nombre de Jaume Vicens Vives. 2. Al igual que los otros países que pasaron por una fase de evolución equiparable, el despotismo ilustrado de España1 debe entenderse como la reacción de determinados sectores de la clase dirigente y de la Monarquía a la aguda crisis del sistema en vigor, del Estado y de la sociedad feudal en unas condiciones en las que la alternativa de un desarrollo burgués estaba ausente o existía sólo en estado embrionario. Al mismo tiempo, hay que tener siempre en cuenta el complejo engranaje de los factores condicionantes interiores y exteriores. En el caso de España, cabe destacar la presencia de dos elementos inextricablemente unidos: a) E  l declive económico, social y político del país (la decadencia española) alcanzó su punto más bajo en el siglo xvii. b) A raíz de la muerte de Carlos II y de la Guerra de la Sucesión Española (Felipe de Anjou contra el archiduque Carlos de Habsburgo), la crisis de Estado estalló abiertamente: el conflicto militar no sólo amenazaba la existencia del imperio, sino también la unidad de España (sublevación de Cataluña).2 Independientemente del desenlace de la guerra, a ambos aspirantes al trono español se les planteaba la obligación de acabar con la agonía y la di1. M. Kossok, «L’absolutisme éclairé en Espagne: Caractère “occidental” ou “oriental”?», en Les Lumières en Hongrie, en Europe centrale et en Europe orientale, Budapest, 1977, pp. 67-74. 2. P. Vilar, La Catalogne dans l’Espagne moderne. Recherches et fondements économiques des structures nationales, París, 1962, t. 1, p. 670 y ss.; Id., «L’absolutisme éclairé: L’Espagne de Charles III», Annales historiques de la Révolution française, 1979, pp. 594-610. 104 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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A BS OL UTIS MO. L OS

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solución del Estado, de la sociedad y del imperio, aun a costa de tener que introducir profundas reformas. Por lo tanto, la comprensión de esta necesidad absoluta no estaba ligada a la Ilustración. El movimiento filosófico de la Ilustración no engendró las reformas, se desarrolló más bien en una atmósfera ya impregnada de cierta práctica reformista. Para ejecutar una reforma total, había unas condiciones a la vez favorables y desfavorables. Por un lado, la decadencia interior y exterior del poder, que ponía en peligro los cimientos del sistema, cuyo derrocamiento consideraban necesario incluso determinados sectores aristocráticos de la oposición. Recordemos, no obstante, que el potencial económico y demográfico del país se restableció con una celeridad notable a pesar de los contrastes extremos entre las distintas regiones. Por otro lado, la sorprendente falta de solidez del componente burgués capitalista como fuerza portadora de una aceleración del desarrollo económico y social en el marco del sistema en vigor. Era precisamente este componente el que debía decidir en última instancia la posibilidad de suprimir, a través de las reformas del despotismo ilustrado, el antagonismo entre la estructura «modernizada» del Estado y el inmovilismo de las estructuras sociales que persistían en los sectores (y las regiones) importantes. Las condiciones específicas de la llegada al trono de la nueva dinastía de los Borbones impidieron una continuación lineal o una simple reanudación del despotismo tradicional (es decir, antiguo), cuyos orígenes se remontan a la época de los Reyes Católicos y, principalmente, al reinado de Carlos V. Sin embargo, las primeras reformas de Felipe V (1700-1746)3 empezaron a plantear el complejísimo problema de la continuidad y de la discontinuidad entre el despotismo tradicional y el «moderno» (es decir, el ilustrado). Las reformas estaban orientadas hacia la idea de una «uniformización» de España, según el ejemplo de Castilla, pero respetaban los privilegios locales y regionales si no entorpecían los esfuerzos de centralización efectiva del poder absoluto. (También intentaban fomentar, en cierta medida, la oposición de los municipios a la aristocracia local.) Así pues, la continuación de lo tradicional iba acompañada, en condiciones modificadas y con una función cambiada, de auténticas innovaciones (esencialmente de origen francés).4 3. El despotismo ilustrado alcanzó su apogeo bajo el reinado de Carlos III (1759-1788).5 Dado que la época del despotismo ilustrado en España supera este 3. Sobre este periodo, de valor aún: A. Baudrillart, Philippe V et la cour de France, París, 1900-1901, 4 tomos. 4. G. Anes, El Antiguo Régimen: Los Borbones, Madrid, 1975, p. 296 y ss. 5. V. Rodríguez Casado, La política y los políticos en el reinado de Carlos III, Madrid, 1962.

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periodo, se plantea también la cuestión de la historia «anterior» y «posterior» y, por consiguiente, el problema de la periodización. Considerando que la conexión entre la Ilustración y las reformas forma parte integrante de la interpretación del despotismo ilustrado, no podríamos aplicar este concepto al reinado de Felipe V sin ciertas reservas. El reinado de Felipe V y de sus ministros (principalmente Patiño y el marqués de Grimaldi)6 empieza con reformas políticas claramente impregnadas de la necesidad pragmática de hacer triunfar y mantener el poder del nuevo soberano (y de la nueva dinastía). El reinado de Fernando VI (1746-1759),7 entre cuyos ministros fue el marqués de la Ensenada el que marcó la pauta, siguió la misma línea, aunque de una manera menos militante (al menos hacia el exterior). Supongamos que adoptamos la idea (que, de hecho, no carece del todo de fundamento) de que el marqués de la Ensenada es el «precursor de Carlos III».8 Nadie discutiría este hecho decisivo: sólo se puede concebir la «Ilustración en el poder» durante el reinado de Carlos III. Esta observación no sólo se refiere al soberano, sino más bien a sus ministros. Por consiguiente, la época del despotismo ilustrado en «sentido estricto» se reduce a la política de reformas durante el reinado de Carlos III, sin olvidar las condiciones cronológicas previas ni las influencias ulteriores. Es importante profundizar en el concepto de que el «reinado de los Borbones» en España no se puede caracterizar in toto, ni cronológicamente ni en cuanto a su contenido histórico, como la época del «despotismo ilustrado».9 Es necesario, pues, tener en cuenta, no solamente el carácter del proceso de evolución (génesis, apogeo y declive), sino también el papel de determinadas personalidades que marcaron profundamente el curso de la historia. Felipe V recompensó a las provincias españolas por la actitud que adoptaron durante la Guerra de la Sucesión Española y promulgó los Decretos de Nueva Planta a partir de 1707.10 Estos decretos de reformas, realizados paso a paso, tenían un doble objetivo: instituían el sistema de administración de Castilla en otras comarcas del país y favorecían así la centralización de la autoridad pública. Paradójicamente, cabe destacar que el despotismo existente desde hacía bastante

La apreciación hecha por Rodríguez Casado, sobre todo en lo que concierne a la «esencia burguesa» de la política de Carlos III, debe considerarse muy discutible. 6. A. Bethencourt Massieu, Patiño en la política exterior de Felipe V, Valladolid, 1954. 7. A. Domínguez Ortiz, Sociedad y Estado en el siglo xviii español, Barcelona (Caracas), México, 1976, p. 279 y ss.; C. Pérez Bustamente, «El reinado de Fernando VI y el reformismo español del siglo xviii», en Revista de la Universidad de Madrid, 1954, nº 12, pp. 491-514. 8. Una evaluación ponderada y crítica en A. Domínguez Ortiz, op. cit., 1976, pp. 282 y ss. 9. Es el término empleado en el tomo IV, 1, de la Historia social y económica de España y América, ed. J. Vicens Vives, Barcelona, 1958. (Los autores son: L. Mercader Riba, A. Domínguez Ortiz y M. Hernández Sánchez Barba.) 10. A. Domínguez Ortiz, op. cit., 1976, p. 84 y ss. Habla, con legitimidad, de un «prerreformismo borbónico». 106 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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tiempo no alcanzó su consagración jurídica hasta entonces, con la abrogación de la separación, válida por tradición hasta ese periodo, entre el Estado y el monarca. Entre los resultados más espectaculares de los Decretos de Nueva Planta, se encuentran los siguientes: la supresión de los virreinatos de Mallorca, Valencia, ragón y Cataluña11 (muy rebelde), que fueron transformados en capitanías generales y en provincias (a excepción de Navarra, que escapó a este destino); la disolución de las Cortes de Aragón, de Cataluña y de Valencia y el traspaso de sus derechos (excepto Navarra) a las Cortes Generales, cuya existencia tenía tan sólo una importancia formal; la abolición de los Consejos tradicionales, en todos los aspectos, en favor de las Secretarías de Estado, cuyos responsables se reunían en el Consejo de Gabinete bajo la presidencia del monarca. En definitiva, los primeros intentos de establecer una fiscalidad unitaria. El origen y la caducidad inicial del nuevo reino determinaron que el régimen siguiera el modelo francés, lo cual se puso de manifiesto con la introducción del sistema de intendencias a partir de 1718. Los intendentes eran funcionarios con plenos poderes nombrados directamente por el rey. Entre los más importantes se encontraban la administración de la policía y las finanzas. Los movimientos de la Ilustración y de las «reformas» disentían todavía por aquella época. Los primeros representantes del Siglo de las Luces descubrieron la lengua castellana (en lugar del latín),12 pero se limitaban a la crítica teológica, filosófica y literaria (Avendaño, Diego Mateo Zapata, Juan Bautista Berni, Martín Martínez); mientras que la política reformista de la Corona intentaba enérgicamente consolidar el poder central y desarrollar, al mismo tiempo, los recursos materiales necesarios para proceder manu militari a la modificación de las disposiciones del tratado de Utrecht (retomando una política ofensiva contra Italia). La necesidad de defender el imperio colonial y las posiciones estratégicas en el Mediterráneo, además de la esperanza jamás abandonada de unir las dos Coronas borbónicas, desembocaron en los dos primeros «pactos de familia» con Francia (1733 y 1743). El siguiente reinado, el de Fernando VI (1746-1759),13 estuvo caracterizado por el famoso «equilibrio» de los ministros Carvajal y Ensenada, cuyas ideas ya rozaban las de la Ilustración, aunque la teoría estuvo lejos de llevarse a la práctica. 11. «L’État catalan cesse d’exister» (P. Vilar, La Catalogne, op. cit., t. 1, p. 675). El problema de las consecuencias para la evolución de una nación catalana lo han comentado ampliamente, desde un punto de vista separatista, S. Sanpere Y Miguel, Fin de la Nación Catalana, Barcelona, 1905. Véase J. Mercader Riba, Felipe V y Cataluña, Barcelona, 1968. 12. J. Sarrailh, L’Espagne éclairée de la seconde moitié du xviiie siécle, París, 1964, p. 402 y ss. 13. A. Domínguez Ortiz, op. cit., p. 279 y ss.) habla con tono positivo de un «reinado de transición» cuya estimación permanecía, hasta entonces, eclipsada por el interés dedicado a Carlos III.

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El problema fundamental de la Ilustración en general y del despotismo ilustrado en particular, es decir, el hecho de que el pensamiento fuera siempre más radical que la acción, era muy característico de España. Las preocupaciones de José de Carvajal y Lancaster (1698-1754), líder del «partido inglés» y secretario de Estado a la vez, estaban muy extendidas: en calidad de presidente de la Junta de Comercio y Moneda, destinada a fomentar la industria y el transporte, elaboró proyectos que llevaban la marca del mercantilismo. Con el mismo fervor, se consagró a la fundación de la Academia de Nobles Artes de San Fernando (1744).14 Alrededor de diez años más tarde, se construyó el primer observatorio de España (Cádiz, 1753). Aprovechando los resultados del reinado de Felipe V, los intentos de unir la ciencia (la teoría) y la técnica (la práctica) progresaron modestamente. La proverbial decadencia pasó irrevocablemente. Las mentes más avanzadas de España aspiraban conscientemente a unir su país a Europa. En aquellos tiempos, las ideas avanzadas eran sometidas a duras pruebas, con las que lidiaron brillantemente los representantes de la filosofía del Siglo de las Luces en España, especialmente el benedictino Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676-1764),15 una de sus más mentes más lúcidas. El terremoto de 1755 que asoló Lisboa y devastó España, sobre todo Sevilla, desencadenó una ola de pensamiento religioso irracional que amenazó con extinguir la chispa encendida por el Siglo de las Luces. El autor de Teatro Crítico Universal (1726-1741) y de Cartas Eruditas (1742-1760), obras influenciadas por la lectura de Fontenelle, Bayle, Locke, Descartes, Gassendi y Newton, se encontraba entre aquellos que, como Voltaire, se esforzaban por demostrar las causas naturales de esta catástrofe y luchar por la causa de la razón. Zenón de Somodevilla y Bengoechea (1702-1781), unas veces partidario y otras antagonista de Carvajal, «discípulo» de Patiño, desde 1736 marqués de la Ensenada, representó al «partido francés» y fue considerado aliado íntimo de los jesuitas que, por intermediación del padre Rávago, dominaban al Rey. Sus contemporáneos ya se referían a él como «el ministro más grande desde de la restauración de la Corona». Los historiadores lo consideran «uno de los mejores ministros que ha tenido España en el siglo xviii».16 Una carrera brillante, una buena dosis de facultades casi inagotables, pero también dos caídas y un destierro bajo el reinado de Fernando VI y Carlos III marcan una vida tan agitada como típica de la época. Tres notables acciones destacan, sin duda, entre sus numerosas actividades. 14. Sobre el papel de las academias, véase F. Aguilar Piñal, La Real Academia Sevillana de Buenas Letras en el siglo xviii, Madrid, 1966. 15. G. Delphy, L’Espagne et l’esprit européen, L’oeuvre de Feijóo (1725-1760), París, 1936; J. Sarrailh, op. cit.,1964, p. 422 y ss., p. 455 y ss. y otras; A. Ardao, La filosofía polémica de Feijóo, Buenos Aires, 1962, p. 115 y ss. 16. G. Anes, op. cit., 1975, p. 358. 108 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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En primer lugar, basándose en la herencia del reinado de Felipe V, trabajó en la construcción de una flota española moderna, capaz de defender las colonias y las rutas trasatlánticas. De 1726 a 1750, hizo construir 51 naves de línea con 4.968 cañones. A partir de 1751, añadió 41 naves y 11 fragatas. Inglaterra veía en este desarrollo una amenaza potencial para su propia hegemonía. El nombre Ensenada recuerda también a la tentativa más radical de reforma fiscal (Catastro), inspirada en ejemplos de la alta Italia (Milán, 1718; Saboya, 1728) y de la reforma de Patiño para Cataluña.17 Con la misma energía, mejoró de forma decisiva la infraestructura del país (construcción de carreteras y canales). Feijóo escribió: «Es cierto que España tuvo algunos muy buenos reyes, pero ninguno de los buenos reyes tuvo igual colección de buenos ministros».18 El Concordato de 1753 demostró claramente las aptitudes políticas y diplomáticas de Ensenada. Los partidarios del regalismo, con la colaboración intensiva de los jesuitas, obtuvieron un éxito extraordinario. El papa Benedicto XIV reconoció el Patronato Universal19 solicitado por la Corona española. Esto no sólo suponía una importante victoria política del poder central sobre la Iglesia, sino que conllevaba también serias consecuencias económicas (por la reducción de los ingresos eclesiásticos en favor de la Corona). Entre las medidas tomadas por Ensenada para consolidar el orden interior del país también se encuentra –auténtica monstruosidad– la que ordenaba la persecución de los gitanos, que comenzó en 1748 y que debía hacer progresar la unidad nacional. En realidad, su objetivo no era otro que el de exterminar la «raza maldita». La caída de Ensenada fue el resultado de las intrigas del «partido inglés». Tras su dimisión, el embajador inglés escribió: «Los grandes proyectos de Ensenada se han evaporado...».20 4. No hay ninguna duda, y este hecho debe tenerse en cuenta cuando se intenta resolver el problema de la relación entre las condiciones «interiores» y «exteriores» del despotismo ilustrado en España, de que la experiencia adquirida durante el periodo napolitano influyó considerablemente en la ideología y la práctica del reinado de Carlos III. Esto es aplicable, por lo menos, a los comienzos de su reinado en España (hasta aproximadamente 1766). De igual modo, el

17. A. Matilla Tascón, La única contribución y el Catastro de Ensenada, Madrid, 1947. 18. Citado en A. Domínguez Ortiz, op. cit., 1976, p. 294. 19. Haciendo referencia a R. Sánchez de Lamadrid (El concordato español de 1733, Jerez, 1837), A. Domínguez Ortiz tiende de nuevo a la polémica, en el fondo sin importancia, concerniente a la cuestión de si el Papa concedió los derechos a título de «Patronato» o de «Delegación graciosa». 20. Citado en el artículo O. Begué, «Somodevilla y Bengoechea», en Diccionario de Historia de España, Madrid, 1952, t. 2, p. 1203.

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pensamiento reformista de España penetró en Italia. Venturi llegó a plantear la pregunta de si la influencia de ideas de Campomanes era más fuerte en Italia que en la misma España. Como Carlos III obtuvo la Corona de las Dos Sicilias después de la victoriosa política de reconquista de Felipe V (en 1734: el proyecto de Isabel de Farnesio), objetivamente, las condiciones eran tan propicias como posibles para transformar Nápoles-Sicilia en un Estado modelo (según las normas del despotismo ilustrado). Debido a la enfermedad de su medio hermano Fernando VI (una alienación mental progresiva), que reinaba en España, se tuvo que poner al corriente de los asuntos de Madrid. Con el marqués de Tanucci, el príncipe Yaoci y el marqués de Arienzo, el monarca dispuso de un equipo que le secundó de manera excelente. El primero de ellos fue el marqués de Tanucci (1698-1783), que destacó especialmente. Regalista convencido, ocupó una posición clave como secretario de Estado y consejero personal. Después de su llegada al trono en Madrid, la relación personal entre Tanucci y Carlos III permaneció intacta. Su correspondencia constituye una de las fuentes más valiosas para estudiar la historia de las ideas en la época del despotismo ilustrado. El testamento político de Tanucci, legado a Carlos III, contenía los siguientes consejos: ningún jesuita como confesor, política de neutralidad armada, defensa de las colonias y el lema: «Amigo de todos, vivir en paz, no ser temido pero sí respetado». Las reformas de Tanucci que fueron introducidas en Nápoles-Sicilia estaban dirigidas, principalmente, a la jurisprudencia (restricción de la justicia señorial) y a la modernización de la instrucción pública dirigida contra la influencia política del clero y, particularmente, de los jesuitas. El ministro, apoyado por Carlos III, se pronunció enérgicamente contra la institución de la Inquisición según el ejemplo español. Bajo el reinado de Fernando VI (tercer hijo de Carlos III), Tanucci fue perdiendo su influencia y fue, finalmente, relevado de sus funciones en 1777. Consciente de la primacía del interés nacional español y teniendo en cuenta la relación de las fuerzas internacionales (oposición probable de Inglaterra), Carlos III descartó la idea de la restauración de un imperio hispano-italiano mediterráneo a través de la fusión de las dos Coronas, y situó a Fernando en el trono de Nápoles como monarca independiente. 5. Entre las medidas reformistas que hay que tener en cuenta si queremos dar una definición histórica del despotismo ilustrado, en particular bajo el reinado de Carlos III, la cuestión eclesiástica merece especial atención. Al mismo tiempo,

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no hay que olvidar la marca específica y distintiva de la filosofía del Siglo de las Luces en España que, salvo excepciones, consistía en evitar la ruptura con la religión.21 Evocando el tradicionalismo español, estrechamente vinculado a la religión, varias tentativas ponen en duda la existencia del Siglo de las Luces en España, comparándolo con los movimientos de ideas de Inglaterra, Francia y Alemania. En lo que a España se refiere, cabe subrayar la diferencia, mucho más acentuada que en otros países del despotismo ilustrado, entre anticlericalismo y ateísmo. Una diferencia evidente que, a menudo, pasa por alto la historiografía. El término anticlerical exige un uso muy matizado. A pesar de que la expulsión de los jesuitas (27.02.1767), que siguió al Motín de Esquilache, fue la medida más espectacular en el ámbito de la política eclesiástica,22 formaba parte de un programa más amplio con diversos objetivos: impedir cualquier intervención de la Santa Sede en los asuntos de España (lo que el Concordato de 1753 ya había obstaculizado en cierta medida); disminuir la influencia de la Inquisición y, por último, la expulsión definitiva de los jesuitas, a pesar de que contribuyeron de forma decisiva al éxito de 1753. Además de los objetivos «estratégicos» principales, se llevaron a cabo muchas otras acciones que tuvieron como resultado la disminución de la influencia económica y política de la Iglesia. Desde el punto de vista regalista se trataba, en el fondo, de una cuestión de relaciones de poder político entre la Corona y la Iglesia. La postura del poder central respecto a las instituciones eclesiásticas y a las aproximadamente cuarenta órdenes religiosas dependía de la medida en que el clero reconociera el carácter absoluto del poder real (y de los ministros). Fue precisamente la razón que alegaron para eliminar a los jesuitas «como Estado en el Estado», lo que pone de manifiesto los antagonismos existentes en el interior del campo eclesiástico (el conflicto entre los agustinos y los jesuitas). La Corona explotó hábilmente esta rivalidad para neutralizar las contramedidas del Papa. El ámbito de la enseñanza superior se transformó también en un importante campo de batalla en la medida en que los colegiales mayores, formados la mayoría de las veces por jesuitas, defendían las posturas tradicionalistas, mientras que los manteístas, menos privilegiados, tendían hacia un regalismo militante. No se 21. Véase el análisis detallado de J. Sarrailh, op. cit.,1964, pp. 613-708. Nos basamos en las investigaciones de W. Krauss y en las partes del artículo «Aufklärung» relativas a España, escrito por K. Barck (en G. Klaus y K. Buhr (Eds.) Philosophisches Wörterbuch, Berlín,1969, t. 1, pp. 143-147). 22. C. Eguía Ruiz, Los jesuitas y el Motín de Esquilache, Madrid, 1947; J. Navarro Latorre, Hace 200 años. Estado actual de los problemas históricos del Motín de Esquilache, Madrid, 1966.

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trataba del principio absolutista de la unidad del trono y del altar, sino de la forma concreta de su ejecución. Por eso, las razones de su expulsión, alegadas por Campomanes con una elocuencia pomposa, contenían acusaciones contra las aspiraciones de los jesuitas a una «monarquía universal». La Iglesia católica, bajo la égida inviolable de la Corona, debía comprometerse sin condiciones a proporcionar su apoyo al rey en el plano de la política interior y exterior. Paralelamente, se elaboraban proyectos (finalmente ilusorios) para una reforma eclesiástica. Aunque no pensaban eliminar el clero como factor de apoyo a la Corona (ni pretendían hacerlo), se desprende del pensamiento de Campomanes la función educativa que debía cumplir el bajo clero entre la masa popular en interés de la ejecución de las reformas. Los esfuerzos realizados para introducir una reforma universitaria y para modernizar la enseñanza pública conforme a las ideas de los manteístas (1767-1770) se interrumpieron bruscamente en sus comienzos (Salamanca, Sevilla).23 Se desconoce en qué medida la expulsión de los jesuitas del territorio de los Braganzas y los Borbones representaba un triunfo para el jansenismo. Resulta difícil dar una respuesta adecuada, ya que depende de la definición de jansenismo español, sobre el cual las opiniones son muy divergentes.24 A pesar de que las ideas de Port-Royal también se introdujeron en España, el jansenismo español era una mezcla de personajes y de ideas cuyo objetivo común consistía en introducir reformas para consolidar el poder absolutista. Por consiguiente, el jansenismo español, comparado con el de Francia, se presentaba como un fenómeno políticoreligioso de carácter tardío y secundario, condicionado por un desfase y por sus particularidades funcionales y temáticas. Eso explica por qué figuras como Campomanes, Aranda, Roda y Floridablanca (que se llenaron de galones regalistas en el momento de la expulsión los jesuitas y no disimularon jamás su aversión por el clero) pasaban tanto por jansenistas como por voltairianos. Si tratamos de definir con matices la postura histórica de los reformadores, no debemos olvidar la coincidencia, de hecho muy lógica, entre criterios políticos y religiosos. De aquí se desprende la diferenciación, grosso modo, entre tres grupos, por lo menos: el partido de Aranda («partido aragonés»),25 cuya postura filosófica y política concreta, muy influenciada por el pensamiento de Diderot, constituía la expresión más radical del despotismo ilustrado. En las antípodas de este grupo de reformadores, se encontraban los elementos intermedios, entre los 23. A. Álvarez De Morales, La Ilustración y la reforma de la Universidad en la España del siglo xviii, Madrid, 1971. 24. E. Appolis, Les jansénistes espagnols, Burdeos, 1966. De particular actualidad es el libro de M. Giovanna Tomsich, El jansenismo en España. Estudios sobre ideas religiosas en la segunda mitad del siglo xviii, Madrid, 1972. 25. J. A. Ferrer Benimeli, El Conde de Aranda y el partido aragonés, Zaragoza, 1969. 112 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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cuales cabe mencionar al médico de Fernando VI y de Carlos III, Andrés Piquer, cuyas ideas se basaban en los principios de Descartes. El centro agrupaba a personajes como Campomanes, Floridablanca y Jovellanos, que han sido calificados, de forma simplista, como «cristianos ilustrados» por algunos historiógrafos. Lo que resulta sorprendente de este clan,26 no es únicamente el carácter problemático de los criterios elegidos. Cabe señalar que esta clasificación de los reformadores olvida dos aspectos esenciales: el hecho de que no hay una congruencia automática entre su postura política y su posición social, y el carácter contradictorio de la actitud de algunos personajes (un racionalismo filosófico unido a una práctica política moderada o la divergencia entre ideas políticas y económicas). Para Aranda no había contradicción entre, por una parte, la línea centralizadora y regalista de la política oficial y, por otra, la defensa simultánea de los privilegios eliminados de Aragón, mientras que los golillas, agrupados en torno a Floridablanca y Campomanes, pretendían someter sin condiciones la nobleza al poder real. 6. El testamento político de Carlos III, en realidad una obra de los miembros del Consejo de Estado basada en la preocupación de mantener la integridad del imperio, trazaba la política europea que había que seguir e indicaba las medidas que se debían tomar para mantener intacto el imperio colonial de América y Asia. La importancia de la cuestión de las colonias quedó reflejada en la orientación de las reformas y en la afirmación de la necesidad de crear con urgencia las condiciones necesarias para llevarlas a cabo con éxito.27 La dialéctica entre la metrópoli y las colonias era una de las bases en torno a las cuales giraba la política del despotismo ilustrado. Dos puntos de vista determinaron el carácter de las reformas: a) L a defensa de las colonias contra potencias competidoras (especialmente Inglaterra) con consecuencias para la política de alianzas internacionales (los pactos de familia con Francia).28 b) L a reorganización administrativa y económica de las colonias a través de un control político eficaz, con vistas a aumentar el potencial económico del imperio. La coyuntura del comercio colonial, que culminó bajo el reinado de Carlos III y que estaba relacionado con el progreso de la economía

26. A. Ubieto, J. Reglá, J. M. Joves, C. Seco, Introducción a la Historia de España, Barcelona, 1971. 27. A. De La Hera, El regalismo borbónico en su proyección indiana, Pamplona, 1913; M. Kossok y W. Markov, L’Espagne et son empire d’Amérique. Histoire des structures politiques, économiques et sociales 1320-1824, París, 1972, p. 80 y ss. 28. V. Palacio Atard, El Tercer Pacto de Familia, Madrid, 1945.

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colonial, fue una de las piedras angulares económicas de toda la política reformista. En función de los intereses particulares del despotismo ilustrado se empezaron a definir las posturas fundamentales de una nueva teoría colonial (Campillo y Cosío, Campomanes),29 que sustituyó el concepto absolutista tradicional (¿Las Indias no eran colonias?)30 y que, según el ejemplo inglés y francés, consideraban oficialmente las colonias un mercado de mercancías y materias primas. Ya durante el reinado de Fernando VI, Jorge Juan y Antonio de Ulloa afirmaron en Noticias secretas de América la necesidad de someter el sector colonial a una transformación radical. Las reformas administrativas de las colonias no llegaban a todos los estratos de la jerarquía organizada bajo el reinado de los Habsburgo: la sustitución del Consejo de las Indias por la Secretaría de Indias, instituida en 1718; la fundación de los virreinatos de Nueva Granada (en 1739) y de La Plata (en 1776), además de las capitanías generales de Chile (en 1713), de Venezuela (en 1731) y de Cuba (en 1777); y, por último, las capitanías de Puerto Rico, Santo Domingo, Florida (con Louisiana) y Manila. La medida más radical fue, sin duda, la creación de intendencias (en Cuba, en 1764; en Nueva España, en 1768; y a partir de 1786, en todo el territorio colonial), lo que provocó el debilitamiento de la autoridad de los virreinatos y de las audiencias. El desarrollo económico y el control de la política financiera se encontraban entre los cometidos principales. La nueva política comercial supuso un cambio radical en las relaciones entre la metrópoli y la colonia. Con la fundación de las compañías de comercio y la introducción gradual del librecambio, desaparecieron los intercambios limitados garantizados por las flotas mercantes. La Compañía de Caracas fue creada en 1728 para romper el monopolio de los holandeses sobre el comercio del cacao, y también se crearon otras compañías para Campeche y La Habana (en 1740), para Santo Domingo (en 1744) y Filipinas (en 1785), esta última con la colaboración de la Compañía de Caracas. Sin embargo, las compañías de comercio sólo respondieron a las expectativas de sus fundadores hasta cierto punto. La liberalización definitiva del comercio colonial se llevó a cabo con el célebre Decreto del 12 de octubre de 1778 (Reglamento .para el comercio libre de España e Indias), válido para 13 puertos españoles y 24 puertos americanos. Las leyes contra el comercio colonial también fueron suprimidas entre 1768 y 29. J. Pérez Muñoz, «La idea de América en CampomAnes», en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1953, t. X, pp. 109-264. 30. M. Kossok y W. Markov, «¿Las Indias no eran colonias? Causas de una apologética colonial», en Lateinamerika zwischen Emanzipation und Imperialismus 1810-1960, Berlín, 1961, pp. 1-35. 114 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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1776.31 La supresión de la trata negrera (la abolición del sistema de asientos) tuvo lugar entre 1789 y 1804. Las consecuencias inmediatas de la política de reformas en las colonias se manifestaron en distintos planos: – El desarrollo de la producción minera (los yacimientos de plata de México), por la cual la Corona mostraba particular interés. Según los datos de Alexander von Humboldt, la producción de plata de la Nueva España aumentó de 3 millones de pesos (en 1700) a 23 millones de pesos (en 1802). – Una gran expansión de la agricultura, principalmente de la ganadería (en la región de La Plata,32 en el norte de México, por ejemplo). Sobre el año 1800, la producción agrícola de la Nueva España superó el valor de la producción de plata. – El portentoso desarrollo de la economía de plantaciones (la caña de azúcar y el algodón), cuyos ciclos coyunturales reflejaron la integración gradual en el mercado mundial dominado por Inglaterra y Países Bajos. E  xpansión territorial del imperio colonial, particularmente en la frontera del norte de México. – Las modificaciones de la estructura social colonial (consolidación de la aristocracia territorial y los plantadores criollos).33 La expulsión de los jesuitas también provocó profundos cambios en la vida de las colonias. La alienación de sus bienes desembocó en una importante consolidación de la propiedad territorial criolla. Desde el punto de vista ideológico, resultó en un debilitamiento de la influencia de la doctrina católica, porque los centros escolares recientemente creados y reorganizados estaban abiertos al pensamiento racionalista. A pesar del éxito considerable de esta política de reformas en las colonias, sus efectos indirectos tenían un carácter mucho más problemático, incluso parcialmente negativo. Aun en las condiciones de una coyuntura (relativa) del despotismo ilustrado en el siglo xviii, el comercio colonial sólo contribuyó de manera limitada a la acumulación de capital y al cambio radical de la producción y las

31. Véase el excelente estudio de A. García-baquero González, Cádiz y el Atlántico (1717-1778), Sevilla, 1976, 2 tomos. (Sobre los cambios bajo el reinado de Carlos III, véase t. 1, p. 210 y las siguientes; también las estadísticas, t. 2, p. 179 y ss.) 32. M. Kossok, El Virreinato del Río de la Plata. Su estructura económica y social, Buenos Aires, 1972, p. 80 y ss. 33. Además de la obra casi clásica de D. A. Brading, Miners and Merchants in Bourbon. Mexico 1780-1810, Londres, 1971; véase D. M. Ladd, The Mexican Nobility at Independence, 1780-1826, Austin, 1976, p. 25 y ss.

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formas de producción en el interior de España. Con la apertura del mercado colonial, la burguesía, que vivía principalmente del comercio, perdió todo su interés fundamental por romper las cadenas feudales en la metrópoli (incluyendo la persistencia de las corporaciones). La energía antifeudal del interior se desvió hacia un expansionismo exterior. Por consiguiente, el mercado colonial era una especie de válvula que atenuaba la presión del sector burgués capitalista, deseoso de obtener transformaciones estructurales que habrían puesto en peligro, por lo menos a largo plazo, el sistema del despotismo ilustrado. Se deduce del análisis exacto del balance comercial,34 que España continuaba siendo un país de tránsito para el comercio colonial americano y asiático, cuyo centro seguía siendo Inglaterra, mientras que el desarrollo económico de las colonias, gracias también a la acción de otras potencias, fue más profundo y completo que nunca. En lo que respecta a las colonias, cabe decir que el progreso político y económico favoreció el ascenso de las clases y de los grupos (propietarios territoriales criollos e intelectuales), que se pusieron, a partir de 1810, al frente de la revolución de independencia de la América española. En la América española, la fase final del despotismo ilustrado fue el detonante de la crisis del sistema colonial.35 Sin embargo, hay que constatar que el carácter específico y las consecuencias del engranaje dialéctico entre la revolución «colonial» y la revolución «metropolitana», es decir, la llamada «revolución doble», aún no se ha estudiado lo suficiente. 7. Como el despotismo ilustrado, incluyendo el de España, siempre ha estado relacionado con la acción de una pequeña elite, en cuya ideología las otras clases y estratos cumplían esencialmente la función de objeto («todo para el pueblo pero sin el pueblo»), el papel de la personalidad en el contexto de la totalidad de las reformas adquirió, sin duda, una importancia extraordinaria. La historia de las personalidades es, en cierto modo, la clave de la historia de los sistemas. Desde ese punto de vista, el despotismo ilustrado proporcionó un ejemplo instructivo de la relación entre la idea y la realidad, la teoría y la práctica, el querer y el poder, y entre las condiciones objetivas y subjetivas de la evolución histórica.

34. Véanse los artículos de: J. Nadal y G. Tortella (Ed.), Agricultura, comercio colonial y crecimiento económico en la España contemporánea, Barcelona, 1974. 35. M. Kossok, «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830. Bemerkungen zu einem Thema der vergleichenden Revolutionsgeschichte», en Studien über die Revolution, Berlín, 1971, pp. 209-230; Íd. «Revolution –Reform– Gegenrevolution in Spanien und Portugal (1808-1910)», en Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte 1500-1917, Berlín, 1974, pp. 134-159. 116 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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El papel de la personalidad en el despotismo ilustrado se situaba entre dos polos: «el príncipe ilustrado» (del tipo de José II) o «el ministro ilustrado» (del tipo de Pombal o Strünsee), un despotismo ilustrado marcado por la huella monárquica y ministerial. ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos en España? Bajo el reinado de Felipe V, el poder decisorio pertenecía principalmente al rey. Para realizar las reformas necesarias para la restauración y la consolidación del poder central, éste podía apoyarse, en primer lugar, en los consejeros franceses (Orry) y, tras finalizar la Guerra de Sucesión, también en los ministros españoles competentes (Alberoni, Patiño y Grimaldi), que trazaron las líneas principales de la política interior y exterior. Bajo el reinado de Fernando VI, por el contrario, fueron los ministros los que determinaron la orientación de la política, porque el monarca no tenía ni las facultades intelectuales ni las ambiciones necesarias para implementar una administración absolutista.36 La música, el teatro (preferentemente la ópera italiana) y la flota en miniatura de la residencia de verano de Aranjuez (Escuadra del Tajo) cautivaban su mente ante cualquier otra cosa. Sin duda, las cualidades de algunos de sus ministros (Ensenada, Carvajal, Wall) contribuyeron eficazmente a evitar lo peor, a pesar de la demencia progresiva del monarca, hasta la era de los favoritos (por ejemplo, el otorgamiento del título de caballero de la orden al cantante de ópera Farinelli), como ocurrió durante la «monarquía interina» de los Habsburgo. Al compararlo con Fernando VI (e incluso con Felipe V), los méritos de Carlos III37 se ponen de manifiesto de forma notoria, a pesar de que una pléyade de ministros ilustrados contribuía a crear el aura del monarca. Pese a la Escuela Napolitana, no sería justo ver a Carlos III como un monarca ilustrado a la altura política e intelectual de José II, aunque ambos reyes, sin ser «filósofos» y siguiendo un razonamiento pragmático, se introdujeron de forma análoga en la vía de la reforma. Sus contemporáneos subrayaron la moral privada del Monarca, cierta disciplina de trabajo (lo cual no era una virtud de los Borbones) en la gestión de los asuntos gubernamentales, moderación en el comer y en el beber y el grado necesario de amabilidad en el trato con ministros y diplomáticos. Su energía y sus ideas evitaron que se convirtiera en un fantoche de sus ministros, de los que supo separarse cuando sus iniciativas lo desbordaron (por ejemplo, la dimisión de Aranda). El retrato que Casanova hizo del Monarca, con una subjetividad notoria, recalcaba dos aspectos: su obstinación, que intentaba forzar lo imposible, y su «fealdad» («la fisionomía y expresión de una oveja»),38 que Menge y Goya ni siquie36. G. Anes, op. cit.,1975, p. 357 y ss. 37. Entre las obras de mayor antigüedad, todavía son relevantes las de A. Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, Madrid, 1856, 4 tomos; P. Voltes Bou, Carlos III y su tiempo, Barcelona, 1964; F. Bravo Morata, Carlos III y su tiempo, Madrid, 1972. 38. Citado por J. Sarrailh, op. cit.,1964, p. 580.

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ra retocaron en sus cuadros. Contemporáneos e historiadores han puesto de relieve su pasión frenética por la caza, que algunos apologistas afanosos continúan justificando con su viudez precoz tras la muerte de la reina Amalia de Sajonia. La música, el teatro y la lectura tuvieron un papel bastante modesto en su vida. ¿Cómo hacer un balance de la situación? A Ortega y Gasset le gusta ver en Carlos III la expresión del «antiespañol». De esta manera, releva al monarca ilustrado de su función histórica. Jean Sarrailh, gran experto en la materia, lo considera por el contrario «el prototipo de monarca filósofo», a la altura de José II y Federico II. Resulta difícil medir hoy en día el prestigio del que gozaba en la época.39 Los protagonistas más eminentes del despotismo ilustrado atravesaron también determinadas fases de evolución. La toma de poder del movimiento de la Ilustración no se produjo en absoluto en los comienzos del reinado de Carlos III; de hecho, no sucedió hasta 1766. En este aspecto, el motín de Esquilache40 fue el punto de partida decisivo de un viraje en la política carolina de reformas. La rebelión, en apariencia un movimiento contra la regulación de la vestimenta impuesta por el despotismo ilustrado, fue, desde la perspectiva de las causas sociales y políticas, la expresión de una crisis general del sistema. Dejamos en el aire la pregunta de si la comparación realizada por P. Vilar41 con la situación prerrevolucionaria en Francia resulta aceptable. Esta rebelión traspasó los límites de Madrid y adquirió cierta dimensión nacional (la huida del Rey a Aranjuez). El movimiento popular contra la subida de precios y la escasez coincidió con la resistencia antiabsolutista de algunos sectores de la nobleza. De ahí que algunas capas del clero estuvieran implicadas en el movimiento. Las medidas políticas consecutivas ponen al descubierto la cara de Janus característica del despotismo ilustrado: la represión despiadada del movimiento popular para estabilizar las bases del régimen; y, a la vez, la reducción a la obediencia de los elementos de oposición en los rangos de primer y segundo Estado, que también se tradujo en la expulsión de los jesuitas. El Monarca y su equipo de ministros superaron la crisis de Estado y aprovecharon el momento para imponer en todas partes su política de reformas centralizadora y regalista. La caída ineluctable de Esquilache («¡Viva el Rey! ¡Abajo Esquilache!») marcó el comienzo de la ascensión del conde de Aranda (1719-1798), que, junto a su rey, se convirtió en una figura simbólica del absolutismo. Si es justo considerar el periodo de 1766 a 1788 como el de «la Ilustración en la cabeza del Gobierno», también estaría justificado decir que Aranda fue la figura 39. Ibíd., p. 581. 40. G. Anes, «Antecedentes próximos del Motín contra Esquilache», en Moneda y Crédito, Madrid, marzo 1974, nº 128, pp. 219-224. 41. P. Vilar, «El motín de Esquilache y la crisis del Antiguo Régimen» en Revista de Occidente, Madrid, febrero de 1972, nº 107, pp. 200-247. 118 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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más eminente y destacable de este movimiento. Pero resultaría difícil imaginar su postura y acción sin tener en cuenta a un grupo de colaboradores competentes pero no tan geniales como él (el marqués de Roda, Campomanes, Floridablanca y Jovellanos). Este periodo de la historia de España estuvo caracterizado por una fusión singular de calidad y cantidad en el grupo a la cabeza de gobierno. Fue un tiempo en el que las actividades de las mentes ilustradas de España alcanzaron su apogeo en el campo de la literatura, la crítica religiosa, la teoría del conocimiento, la historiografía, la economía, la ciencia y la técnica: Pablo de Olavide, Juan Meléndez Valdés,Vicente García de la Huerta, Francisco Conde de Cabarrus,Tomás de Iriarte, Forner, Flores, Padre Masdéu, Cavanilles y los hermanos Elhuyar, entre otros. Experto en la Ilustración francesa (fue embajador en París a partir de 1779), Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, era el único que representaba el prototipo de filósofo entre los reformadores, sin haber renegado nunca de su ascendencia aristocrática.42 Amigo de Diderot, de d’Alembert, de Raynal y, sobre todo, de Voltaire, se le juzgó digno de ser mencionado en la enciclopedia, donde se puede leer: […] fue el que empezó a cortar las cabezas de la hidra de la Inquisición. Fue justo que un español librase al mundo de ese monstruo, ya que otro español le hizo nacer.43

Voltaire no tardó en comparar a Aranda con Hércules y los otros héroes de las antiguas leyendas. Para la Francia ilustrada, la España ilustrada se identificaba con Aranda. De igual modo, otros medios de contacto jugaron un papel nada desdeñable, como, por ejemplo, la correspondencia entre Rousseau y sus contemporáneos españoles (Manuel Ignacio de Altuna, que formaba junto con el conde de Peñaflorida y el marqués de Narros el «triunvirato de Azcoitia», mencionado por Rousseau en sus Confesiones: Carrión, Fagoaga, duque de Alba).44 La dimensión política del rousseauismo no adquirió cierta importancia hasta la Revolución francesa (José Marchena).45 42. De la vasta literatura sobre Aranda, véase R. Konetzke, Die Politik des Grafen Aranda. Ein Beitrag zur Geschichte des spanisch-englischen Weltgegensatzes im 18. Jahrhundert, Berlín, 1929; J. A. Ferrer Benimeli, El Conde de Aranda, primer secretario de Estado, Zaragoza, 1968.; Íd., El Conde de Aranda y el partido aragonés, Zaragoza, 1969. 43. Citado en el artículo «Aranda», escrito por J. Vega, en Diccionario de Historia de España. Desde sus orígenes hasta el fin del reinado de Alfonso XIII, Madrid, 1952, t. 1, p. 252. 44. J. Sarrailh, op. cit.,1964, p. 240 y ss., p. 314 y ss. Véase también, desde un punto de vista general, J. R. Spell, Rousseau in the Spanish World before 1833, Austin, 1938. 45. Sobre el papel de Marchena, véase R. Herr, The Eigteenth-Century Revolution, p. 273 y ss.

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Aranda, conocido presidente del Consejo de Castilla y capitán general de Nueva Castilla, disponía de todos los medios para desplegar sus dotes políticas, administrativas, militares, diplomáticas e intelectuales. Todos los progresos derivados de las reformas realizadas durante el reinado de Carlos III estuvieron, directa o indirectamente, ligados a su nombre. El secretario de Estado dio prueba de su «carácter de hierro» (Menéndez Pelayo) en la despiadada persecución de los «instigadores» del Motín de Esquilache. Paralelamente a la represión del movimiento popular, supo poner de su lado a algunos sectores de las masas urbanas. Aranda no se amedrentaba ante ningún obstáculo que le impidiera lograr sus objetivos principales, a saber, la consolidación de la autoridad soberana, el debilitamiento de la Iglesia (especialmente, la Orden de los jesuitas y la Inquisición) y de sus lazos con la Corona (episcopalismo), un largo desarrollo económico del país (para aumentar los fondos públicos) y una ofensiva diplomática (dirigida contra Inglaterra). Fue en las acciones de Aranda, siempre secundado con éxito por Campomanes46 (cuyas obras Tratado de la regalía, Discurso sobre la educación popular, y Juicio imparcial eran las que más claramente expresaban los objetivos de las reformas), donde el pensamiento regalista se encarnó de manera más clara y característica. Teniendo en cuenta el hecho de que los reformadores españoles estaban profundamente arraigados al mundo de la Ilustración, que marcó todas las medidas de gran alcance durante el reinado de Carlos III, no se podría esgrimir la tesis de una «conspiración masónica»47 para explicar los méritos políticos e históricos de la figura principal del despotismo ilustrado en España. También en este campo, Aranda daba prioridad a la política: en calidad de fundador de la Gran Logia (en 1760), sustituyó en 1780 el rito escocés por el francés, uniendo la Gran Logia al Grande Oriente. El espíritu del siglo le dictaba, cuando era embajador en París, que debía pronunciarse decididamente a favor de la participación de España en la guerra para apoyar a las trece colonias insurgentes de Norteamérica,48 pero reconoció también las consecuencias virtuales de una revolución victoriosa por la independencia en Estados Unidos: «Se me ha metido en la cabeza que América meridional se nos escapará de las manos».49 Para evitar semejante desenlace, Aranda escribió su célebre (pero también discutido) memorándum, con vistas a 46. R. Krebs Wilckens, El pensamiento histórico, político y económico del Conde de Campomanes, Santiago de Chile, 1960. 47. Véase el artículo de J. Vega indicado en la nota 44. Sobre el problema de la masonería, aún muy debatido, véase J. A. Ferrer Benimeli, La masonería española en el siglo xviii, Madrid, 1974, p. 67 y ss. 48. J. F. Vela Utrilla, España ante la independencia de Estados Unidos, Lérida, 1925; B. Parker Thomson, La ayuda española en la Guerra de independencia norteamericana, Madrid, 1967. 49. Citado por Ferrer del Río, en J. Sarrailh, op. cit., 1964, p. 588. 120 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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conservar la América española para la metrópoli fundando tres reinos gobernados por los infantes. El estudio de la personalidad de Aranda resulta revelador, no sólo en lo que concierne a las posturas vanguardistas del despotismo ilustrado bajo el reinado de Carlos III, sino porque nos permite también determinar sus límites. Este Grande de España se guió siempre por el principio de inviolabilidad de las estructuras dadas de clases y propiedad (a excepción de la propiedad de la orden de los jesuitas), lo cual se refleja en su postura claramente tradicionalista en relación a la respuesta a la alternativa fundamental a toda política reformista: hay que estabilizar el sistema o cambiarlo radicalmente. En la práctica, los reformadores tenían que demostrar su valía en el debate del proyecto de una reforma agraria (informe de Ley Agraria), cuyo creador principal fue Jovellanos.50 La agricultura tenía una productividad insuficiente y se caracterizaba por la explotación extensiva (que incluía la colonización interior de Sierra Morena, llevada a cabo por Olavide, con inmigrantes alemanes). Las condiciones en las que vivía gran parte de la población rural (de la cual casi el 70 por ciento era proletariado de Andalucía, zona principal de los latifundios) eran inhumanas. Por ese motivo, no se podía eludir más el problema de la explotación agrícola, de la redistribución de tierras y de las cargas fiscales. Jovellanos se apoyó en la valoración de numerosas sociedades económicas,51 cuyas respuestas dubitativas y poco claras reflejaban la presencia de un alto porcentaje de nobles y burgueses en su seno (estos últimos gozaban de derechos señoriales). Pero los resultados fueron mínimos: no se atentó ni contra los bienes de la Iglesia (mano muerta), ni contra la gran propiedad secular (mayorazgo). Una ordenanza real de 1770 ofrecía en arriendo las tierras de barbecho de la Corona, lo que favorecía evidentemente a la propiedad territorial. Debido a esto, los primeros pasos que minarían los cimientos del sistema aún se harían esperar. Todavía no había llegado el momento de eliminar, al menos en parte, el monopolio del suelo, ya fuera secular, feudal o eclesiástico (desamortización y desvinculación). La «revolución desde arriba» no tuvo lugar porque la Corona jamás estuvo dispuesta a privarse de la alta nobleza y de la Iglesia, sus pilares sociales.52

50. El texto del «Informe» se encuentra en el tomo 50 de la Biblioteca de Autores Españoles (bae). Sobre la apreciación de Jovellanos, véase el estudio de Artola en el tomo 85 de la (bae), Madrid, 1956, pp. vii-lxxxvii. 51. A pesar de que existe una abundante literatura sobre las sociedades económicas, la síntesis de R. Carande continúa siendo indispensable: «El despotismo ilustrado de los Amigos del País» de Siete Estudios de Historia de España, Barcelona, 1969, pp. 143-181. 52. Es contrario a la suposición de G. Anes, op. cit.,1975, p. 364.

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8. Se desconoce si España estaba en vísperas de transformaciones capitalistas burguesas después de las reformas carolinas dirigidas a la administración del Estado, las autoridades provinciales y locales, el comercio y los oficios, la fiscalidad, la educación nacional y la infraestructura. Desde el punto de vista de la política reformista («desde arriba»), no se puede dar una respuesta adecuada. Hay que fijarse más bien en la perspectiva «desde abajo», es decir, en el desarrollo y el papel de la burguesía española. También hay que comprobar si la burguesía realizaba, en esta fase, progresos significativos en su esfuerzo por constituirse como clase nacional, por evolucionar de una clase «en sí misma» a una clase «por sí misma». Las investigaciones de P. Vilar53 sobre Cataluña crearon las condiciones esenciales para formular las primeras respuestas a este problema: En el siglo xviii, España realizaba progresos graduales pero discontinuos en los ámbitos más importantes de la economía nacional. El desarrollo se aceleró, particularmente a partir de 1750-1760, como demuestran los índices de precios y salarios, el balance del comercio y la situación monetaria. Este desarrollo se vio correspondido con un crecimiento demográfico (1749: 9,3; 1768: 10,1; 1787: 11; 1797: 11,5 millones de habitantes),54 que se manifestó, sin embargo, de forma extremadamente diferente en las distintas regiones del país. Del 80 al 90 por ciento de la población vivía en el campo. La estructura de la economía rural,55 en desarrollo extensivo, seguía teniendo una naturaleza arcaica. La nobleza, clase dominante política y económicamente, era muy heterogénea. Alrededor de 31.000 de los 800.000 nobles disponían de territorios feudales (señoríos), en todo el sentido de la palabra. Recordemos que algunos grupos que no pertenecían a la nobleza (es decir, plebeyos) también tenían mayorazgos y señoríos. Además, cabe destacar la existencia de numerosas propiedades territoriales pertenecientes a las ciudades y a los municipios. La diferenciación política y social de la nobleza se acentuó a lo largo del siglo xviii. Mientras que los grandes propietarios fueron capaces de consolidar su posición económica y social en detrimento del campesinado (a excepción de algunas restricciones de derechos de la Mesta), lo cual se tradujo en el aumento de las rentas, la influencia de la pequeña y mediana nobleza (hidalguía) disminuyó. Los intentos 53. Según el estado actual de las investigaciones (véase su referencia al Coloquio de París). 54. Sobre el movimiento de la población, véase, además, la obra de J. Nadal Oller, (21971), especialmente el artículo de F. Bustela y García Del Real, «La población española en la segunda mitad del siglo xviii», en Moneda y Crédito, Madrid, diciembre de 1972, nº 123, pp. 53-104. 55. Sobre la situación en el sector agrario, véase Historia económica y social, t. 4, 1, p. 21 y ss. Véase también, sobre este tema, las referencias detalladas (que se basan firmemente en Vilar) de G. Anes, op. cit.,1975, p. 93 y ss. Encontrarán una visión de conjunto sucinta en: A. Domínguez Ortiz, op. cit., 1976, p. 402 y ss., p. 429 y ss. 122 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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del despotismo ilustrado por revalorizar la nobleza de oficio (los manteístas) frente a la nobleza de espada (los grandes) no tuvieron consecuencias en esta tendencia del desarrollo. Los mediocres resultados de los esfuerzos de los empleados por librar a los oficios mecánicos de su carácter deshonroso e incompatible con los pergaminos, demostraron la fuerza de la «mentalidad aristocrática». Mientras que la propiedad campesina estaba considerablemente extendida en el norte y en el centro, el latifundismo, caracterizado por el absentismo de los señores, predominaba claramente en el sur. La explotación campesina del suelo ofrecía una gran diversidad de formas de arrendamiento y subarrendamiento. La lucha de la clase campesina estaba dirigida, principalmente, contra la amplitud y las condiciones de los cargos reales, eclesiásticos y señoriales, y contra la naturaleza del arrendamiento. Gracias a unas condiciones históricas favorables se logró obtener el arrendamiento hereditario (rabassa morta) en algunas regiones de Cataluña.56 A causa de la creciente ansia de tierras a lo largo del siglo xviii, la tendencia a arrendar las tierras a corto plazo se acentuó, lo que condujo al aumento constante de las rentas. El crecimiento limitado de la producción agrícola fue, esencialmente, el resultado de su desarrollo extensivo. La proletarización de la población campesina variaba del 5 por ciento (Galicia, León) al 70 por ciento (en Andalucía) y se acentuaba progresivamente de norte a sur. Las leyes agrarias de 1770 no resolvieron ninguno de los problemas fundamentales de las masas campesinas porque el despotismo ilustrado mantuvo todos los privilegios económicos y judiciales fundamentales de la aristocracia. Galicia (con un elevado porcentaje de tierras eclesiásticas), Aragón, Andalucía y la Vieja Castilla eran regiones en las que el campesinado, que llevaba una existencia deplorable, estaba abrumado por las pesadas cargas. En Extremadura, el conflicto entre los ganaderos, protegidos por la Mesta, y los labriegos jugaba un importante papel. En suma, la agravación de la lucha de la clase campesina caracterizaba la situación del sector agrario. El proceso de centralización administrativa y política contrastaba de forma sorprendente con la diferenciación creciente de la estructura económica (regionalismo) de España, que alcanzó su mayor intensidad en Cataluña. Dado que el desarrollo de los elementos burgueses y capitalistas tenía un carácter fundamentalmente local, el mercado nacional todavía no existía. Al contrario: como el desarrollo del capitalismo hacía cada vez más profundo el antagonismo entre la región central y la periferia, confiriéndole a ésta dimensiones de nueva cualidad, la diferenciación nacional aumentaba simultáneamente. Faltaba en España una

56. Sobre las colonias, véase P. Vilar, op. cit., 1962, t. 2, p. 491 y ss.

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condición típica del desarrollo capitalista «normal»: la armonía entre el Estado, la economía y la nación.57 El carácter específico de las zonas periféricas tradicionales (como Sevilla y Cádiz) o que habían vuelto a ser florecientes (como Barcelona y Bilbao), tuvo como consecuencia el refuerzo de sus lazos con el mercado exterior y que tuvieran en cuenta los intereses económicos no españoles, mientras que los contactos con la economía interior permanecieron relativamente subdesarrollados. De igual modo, el carácter de tránsito de los intercambios que obstaculizaba, en cierta medida, los movimientos comerciales y monetarios, entorpeció la consolidación de un mercado nacional y se acentuó aún más que en el pasado. La función de válvula del mercado colonial de la que hemos hablado anteriormente consolidó la preponderancia del capital comercial, obstaculizando y deformando a la vez el vigoroso desarrollo de algunos estratos de la burguesía que habrían podido provocar una explosión antifeudal. El papel que desempeñaron los cinco gremios mayores de Madrid58 pone de relieve el gran enmarañamiento de intereses burgueses y aristocráticos existente en el ámbito del comercio (y del sistema bancario y de crédito). Para precisar la posición de la burguesía hay que definir su papel funcional en el contexto de los criterios de valoración cualitativos y estructurales: mientras que la alta burguesía de Madrid estaba dispuesta a defender a cualquier precio los intereses de la Corona (por ejemplo, con la política de crédito de los cinco gremios), el capital comercial y manufacturero de Barcelona gozaba de una importante independencia. La burguesía de «aquí» y la burguesía de «allá» no eran lo mismo. En la producción industrial, el artesanado desempeñaba un papel primordial. Los intentos de suprimir los gremios se quedaron en meros proyectos (Campomanes). En una época en la que se perfilaba el salto de Inglaterra a la etapa de la revolución industrial, el capitalismo manufacturero de España ni siquiera había triunfado. Las iniciativas tomadas por la Corona para establecer y promover la creación de manufacturas se guiaban, principalmente, por intereses estratégicos (construcción naval, fabricación de armas...) o por necesidades de lujo. En la producción textil tuvo lugar un cambio cualitativo radical, influido de forma decisiva por la apertura de los mercados coloniales. Cataluña se convirtió en el centro de las manufacturas textiles (industria algodonera): 10.000 de los 20.000 trabajadores de las manufacturas de la región operaban en Barcelona a 57. P. Vilar expuso en su obra (La Catalogne, op. cit., t. 3) la extrema complejidad de este fenómeno, que no admite generalizaciones precipitadas. Véase también sus comentarios sobre Cataluña y el mercado español, p. 481 y ss. 58. M. Capella y A. Matilla, Los cinco gremios mayores de Madrid. Estudio críticohistórico, Madrid, 1957. 124 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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finales del siglo xviii. Pero cabe decir que Cataluña, también en este ámbito, «es una excepción en el conjunto ibérico».59 Cataluña superaba con creces la media española en agricultura, oficios, comercio (a excepción de Sevilla) y operaciones bancarias. Fue la única región del país que consiguió, en cierta medida, unirse a la revolución industrial: en 1780 se introdujeron las Spinning Jennies; en 1791, las Water Frames; y en 1805, las Mule Jennies. Sin embargo, era la exportación y no el mercado interior español lo que resultaba primordial: en 1792, se exportaba un 66 por ciento de los productos textiles. El artesanado catalán también se orientaba sobre todo hacia la exportación. Se encontraba, debido al sistema de los «mercaderes fabricantes», bajo la dependencia de los grandes mercaderes (representados por el «Cuerpo de Comercio»). El efecto contradictorio de esta tendencia del desarrollo consistía en que, por una parte, las expectativas de la Corona se cumplían parcialmente en el ámbito de la política financiera (a pesar de la creciente deuda pública: vales reales),60 pero, por otra, había una ausencia de esfuerzos por transformar progresivamente la estructura económica y social en todo el país. Es más, las desproporciones estructurales existentes se acentuaron. El dilema histórico del despotismo (ilustrado) de crear lo nuevo sin abolir lo antiguo se asentó demasiado. La burguesía, en vista de su falta de solidez tanto objetiva como subjetiva, no reclamaba su ascenso y su emancipación como clase «en contra» del sistema en vigor, sino únicamente en su contexto. Por otro lado, la preponderancia de la burguesía comerciante en el seno del conjunto de la clase burguesa (con Cataluña como única excepción regional de gran importancia) explica la falta de voluntad a la hora de dar un giro a las formas de producción existentes. La burguesía comerciante, a través del sistema producción precapitalista, buscaba enriquecerse principalmente en base a la producción precapitalista,61 introduciéndose en los rangos de la aristocracia y apropiándose de tierras y de derechos señoriales («territorialización»), lo que acarreó una feudalización que creó tendencia y tuvo consecuencias negativas para el proceso de acumulación («nacional») del capital. En el terreno ideológico, la falta de solidez de la rama burguesa se manifestaba en la preponderancia casi absoluta del carácter aristocrático y liberal de la filosofía del Siglo de las Luces y en la ausencia de una corriente de ideas democrática. A excepción de sus notables iniciativas económicas y políticas, las asociaciones comerciales (Juntas de Comercio), protegidas por el poder central, y las aproximadamente 90 Sociedades Económicas de los Amigos del País, tampoco lograron su objetivo, que consistía en convertirse en el instrumento de emancipación ideológica y política de la burguesía. Se lo impidió su composición (la presencia 59. G. Anes, op. cit.,1975, p. 210. 60. Véase las indicaciones de los valores en: G. Anes, op. cit., p. 267 y ss. 61. K. Marx y F. Engels, Werke, op. cit., t. 25, p. 346 y ss.

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de un gran número de nobles laicos y eclesiásticos) y la limitación de sus atribuciones. El carácter «minoritario» de la burguesía, una de las razones de ser del despotismo ilustrado, perduró durante todo el reinado de Carlos III. 9. La proximidad temporal entre la muerte de Carlos III y el comienzo de la Revolución francesa que, desde el principio, tuvo serias repercusiones en España, vinculó estrechamente el fin del despotismo ilustrado con un elemento «exterior».62 La situación política e intelectual, en la que pereció la herencia espiritual de Carlos III y del Partido Reformista Carolino, quedó plasmada en Florida Blanca’s Great Fear63 y en la aparición de un «despotismo ministerial» de orientación pragmática a la manera de Godoy.64 Aunque nadie pone en duda que la Revolución de 1789 causó una ruptura en la evolución histórica, el problema de saber cuáles fueron los factores «interiores» que provocaron la abdicación de los reformadores filosóficos del poder aún no se ha resuelto. ¿Las divergencias existentes en el seno del partido reformista (por ejemplo, la dimisión de Aranda) no se manifestaron hasta poco antes de 1788-1789? ¿La contradicción entre el vigor de la política exterior y la inmovilidad social y estructural interior no se agravaba constantemente? ¿Por qué Carlos IV y su círculo de amigos se distanciaron visiblemente de Carlos III y los reformadores? ¿Cuál fue el efecto real de la resistencia de determinados sectores de la aristocracia a las tímidas medidas agrarias de 1770? ¿Cómo reaccionaron los reformadores ante la crisis de la dominación colonial que estalló con la insurrección de Túpac Amaril? ¿De qué reservas dinámicas disponía la reacción clerical, reducida a la defensiva, pero aún no eliminada? Estos y otros aspectos demuestran la necesidad de un análisis, y no sólo exógeno, del problema, es decir: cómo, cuándo y por qué fracasaron las reformas carolinas. Es evidente que la revolución, sometiendo toda teoría al criterio estricto de la práctica social, dirigida por una nueva clase, desembocó en una profunda crisis del partido de los reformadores y los filósofos. Fue Floridablanca quien, de una manera archiconservadora, intentó proteger al país del germen de sus propias ideas, que se estaban llevando a cabo (si bien el mismo Carlos IV las aceptó, al menos al principio).65 62. R. Herr, The Eighteenth Century Revolution, p. 239 y ss.; L. Dupuis, «Francia y lo francés en la prensa periódica española durante la Revolución francesa», en La literatura española del siglo xviii y sus fuentes extranjeras, Oviedo, 1968, pp. 95-126; I. M. Zavala, «Picornell y la revolución de San Blas 1975», en Historia Ibérica,1973, nº 1, pp. 38-58; J. Sarrailh, op. cit., 1964, p. 600 y ss. 63. R. Herr, The Eighteenth Century Revolution, op. cit., p. 239. 64. C. Seco Serrano, «Godoy. El hombre y el político», que es la introducción a: Memorias del Príncipe de la Paz, Madrid, bae., 1956, t. 88, pp. iv-cxxxvii. 65. Véase la exposición detallada y convincente de la citada obra de R. Herr. 126 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Jovellanos precisó los límites filosóficos de las conclusiones materialistas y ateas de los filósofos franceses. El grupo rousseauista (formado por José Marchena, V. María Santibáñez y A. María de Guzmán) se vio obligado a combatir. Y, por último, los afrancesados, cuya tragedia era querer la revolución sin revolución. Su intento de reconciliar la obra de Carlos III con el espíritu de la Constitución de 1791 y los reformadores napoleónicos les valió la reputación de traidores de la patria durante la guerra de independencia nacional. El destino de Pablo José de Olavide y Jáuregui (1725-1803)66 ilustra muy bien los caminos erróneos o, para hacerle justicia, la odisea del partido de los reformadores ilustrados. Protegido de Aranda y protector de Jovellanos; héroe de todas las tertulias y autor del Plan General de Estudios (1768), concebido de forma enciclopédica; totalmente comprometido con el proyecto de Thürriegel de colonización de Sierra Morena; prisionero de la Inquisición por pensador libre (en 1778), evasión relatada en una biografía escrita por el mismísimo Diderot; honrado por la Academia Francesa por un poema de Marmontel; ciudadano de honor de la convención... pronto conoció las prisiones jacobinas, se retractó de su idea de salvar a la humanidad a través de la revolución (El evangelio en triunfo, 1798) y, por lo tanto, no respondió a las súplicas del rey Carlos IV y de su primer ministro Godoy después de que retiraran la acusación de herejía. 10. El reinado de Carlos IV,67 bastión de la contrarrevolución absolutista feudal más completa, rechazó las ideas filosóficas de la época de Carlos III. Debido a la falta de solidez objetiva y subjetiva de la clase burguesa, el desarrollo precisaba en lo sucesivo de un impulso exterior (la invasión napoleónica de 1807 y 1808) para España, bajo la presión espontánea de las masas populares (dos de mayo, en 1808), pudo entrar en su propio ciclo de revolución burguesa y, a través del mismo, en la negación histórica de todas las formas de absolutismo. Pero antes de que sucediera, una nación orgullosa de sus «discípulos de la razón» (Voltaire) se humilló hasta el punto de cantar el himno «¡Vivan las cadenas!». La Inquisición y los jesuitas no tardaron en volver para dominar la escena. Sin embargo, la lógica despiadada de la economía, dominada cada vez más en España por las leyes de producción y circulación capitalistas, forzaba paradójicamente a Carlos IV a realizar un giro y orientar su política hacia la desamortización y la desvincula-

66. M. Defourneaux relató todos los acontecimientos importantes de su vida (Pablo de Olavide ou l’afrancesado 1725-1805, París, 1959). 67. C. Corona, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, 1957. Desde un punto de vista conservador, véase F. Suárez, La crisis política del Antiguo Régimen (1800-1840), Madrid, 1958. La obra de J. Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta, 1814-1820. La crisis del Antiguo Régimen en España, Barcelona, 1971, orienta las investigaciones hacia una nueva interpretación desde el punto de vista socioeconómico.

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ción (entre 1798 y 1808): cuando empezaron a expropiar las tierras de la Iglesia para remediar la miseria financiera,68 se inició un proceso que culminó durante las décadas siguientes (1820-1823, 1835-1844 y 1854-1856), bajo condiciones revolucionarias. No fueron los reformadores, sino sus adversarios acérrimos, los primeros en romper el sistema de órdenes del absolutismo que Carlos III y sus partidarios ilustrados siempre consideraron inviolable. ¿Ardid o venganza de la historia?

68. R. Herr, «Hacia el derrumbe del Antiguo Régimen: crisis fiscal y desamortización bajo Carlos IV», en Moneda y Crédito, sept. 1971, nº 118, pp. 37-100. 128 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

¿LAS INDIAS NO ERAN COLONIAS? CAUSAS DE UNA APOLOGÉTICA COLONIAL* Latinoamérica ocupa hoy una posición clave en la lucha de liberación mundial de los pueblos sometidos colonialmente y de los pueblos dependientes del poder dominante en el lado imperialista, es decir, de Estados Unidos de América. El hundimiento definitivo del colonialismo depende no en último lugar del desarrollo de la emancipación nacional y social de ese conjunto de estados. Si bien es cierto que puede parecer poco lo logrado hasta ahora en este sentido en Asia y África, no obstante, los sucesos de los últimos años muestran que también en América Latina están contadas las horas de un dominio colonial directo o indirecto. Con la victoria de la revolución popular cubana ha comenzado una nueva etapa de movimientos de liberación en los países del subcontinente al sur del Río Grande del Norte. En el horizonte histórico mundial se vislumbra el perfil de una alianza latinoamericana. Las condiciones socioeconómicas y políticas que van desarrollándose motivan al mismo tiempo las fuerzas ideológicas que impulsan el proceso de autodeterminación y concienciación de los pueblos de Latinoamérica. Todavía motivados por el agitado periodo de la lograda emancipación, ha mantenido la historiografía, junto con la literatura y la filosofía, su primacía como barómetro del movimiento político. Para los ideólogos de los estados que han surgido de la quiebra española, no pudo ser nunca el periodo colonial objeto de satisfacción académica. Este periodo fue un campo de batalla en el que se oponían irreconciliablemente progreso y reacción. Podemos decir que el siglo xix fue para la «retrasada» Hispanoamérica un «siglo histórico» con más razón que lo fue para * En Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 1: Kolonialgeschichte und Unabhängigkeitsbewegung in Lateinamerika (hrsg. von Matthias Middell in Verbindung mit Michael Zeuske), Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 121-150.

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Europa. Incluso la necesidad presente de una reactivación y fijación de las tradiciones autónomas encuentra su expresión en una ocupación intensa con el tras­fondo colonial de la historia nacional. Por eso no debe ser ignorado por la historiografía progresiva de dentro y fuera de Latinoamérica, si en lugar del recuerdo del pasado y de enlace a la rica herencia revolucionaria se intenta «rehabilitar» el periodo colonial de manera abierta o solapada. Como parte integrante de las tendencias generales imperialistas de falsear la verdad histórica sobre el colonialismo, encontramos los intentos, desde hace unos años, de negar para el tema América española la utilización de conceptos ya aceptados como colonia, dominio colonial y otros parecidos. Este revisionismo encontró un reconocimiento oficial al admitir como orden del día en el XXXIII Congreso de Americanistas en San José, en el año 1958, el tema «¿Las Indias no eran colonias?».1 Aunque se trata de una coherencia temporal y temática archivada, adquiere la polémica en realidad gran actualidad. La conquista expansionista de España en el Nuevo Mundo fue desde el principio objeto de fuertes controversias;2 en su consecuente desarrollo se condensaron poco a poco los rasgos fundamentales de una «teoría colonial», cuyo contenido muestra el carácter complicado y discrepante de la realidad española. Un análisis de los complejos impulsos económicos, políticos e ideológicos de la expansión de Ultramar muestra la estrecha unión de los elementos feudales-medievalistas, tomados de la Reconquista con elementos burgueses precapitalistas.3 Con ello cumplió el sistema colonial español su función histórica en el proceso de creación de formas de producción capitalista. El conquistador pisó tierra americana como «caballero de una acumulación originaria»;4 al mismo tiempo el componente de dominio anterior impregnó el rasgo fundamental feudal-tardío del sistema colonial español. Los factores, influenciados por las particularidades del absolutismo peninsular –señalados por Marx–, que en lugar de provocar la disolución total de los factores feudales ocasionaron la agonía de toda la vida social,5 determinaron también el lugar histórico del imperialismo colonial.

1. Enfoques en relación con este tema mostró también el X Congreso Internacional de historiadores en Roma. Comparar Relazioni, Florencia, 1955, vol. I, p.170 y ss. Resumen de W. Markov, en zfg, 4 (1956), nº 4, p. 790 y ss. 2. A. Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, Lima, 1944; S. Zavala, La filosofía política en la conquista de América, México, 1947; V. D. Carbo, La teología y los teólogos juristas españoles ante la conquista de América, Salamanca, 1951. 3. M. Kossok y W. Markov, «Konspekt über das spanische Kolonialsystem. II Teil», en Wz kmu, gsr, 1955-1956, n° 33, p.246 y ss. (En este volumen.) 4. R. Altamira y Crevea. Historia de España y de la civilización española. [Prólogo de la traducción rusa], Moscú, 1951, p. xviii. 5. K. Marx y F. Engels, La revolución española. Artículos y Crónicas 1854-1873. Moscú, 1957, p. 11 y ss.; para su versión alemana véase en MEW, Berlín, 1961, vol. 10, p. 439 y ss. 130 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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La incapacidad objetiva del estado feudal de crear una «nítida» colonización capitalista, que se realizó en la rival colonización posterior holandesa e inglesa, explica por qué el feudalismo no pudo crear incluso subjetivamente una colonización en sentido capitalista. El estado de dependencia económico y político entre metrópoli y colonia, que lo fijaron por primera vez con claridad burguesa R. Hakluyt y agitadores literarios afines al Merchant Adventurers, es considerada por los intérpretes españoles sólo de un modo muy parcial. Con este punto intenta enlazar la crítica textual formal-filológica de M. Andrev hasta R. Levene, para demostrar –con la comprobación de que las palabras colonia y factoría no son enunciadas en el código legislativo para América o en la doctrina de los juristas de los siglos xvi y xvii–,6 que la obra de España en Ultramar no es de naturaleza colonial. Para una valoración del pasado colonial español constituyen las interpretaciones sin duda vagas y por consiguiente arbitrarias de las doctrinas diversas del Siglo de Oro un objeto inapto. Los dos temas básicos en que se centra la controversia sobre la postura de España con el Nuevo Mundo fueron el título jurídico y la política sobre los indios. Del gran número de personalidades que en la primera mitad del siglo xvi alzaron su voz, destacan Francisco de Vitoria, Palacios Rubios, Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Cada uno de ellos personifica una determinada corriente de la política colonial que se encuentra todavía en proceso de formación; ninguno de ellos puede ser considerado como portavoz de un anticolonialismo embrionario. Lo que les separaba eran sobre todo las respuestas contradictorias a una demanda básica: cómo se debe implantar el poder temporal y eclesiástico sobre la pagana América y cómo tiene que ser constituido. La contradicción del Renacimiento español, que medido con su modelo italiano no significó ninguna ruptura con los conceptos del mundo medieval,7 determinó también el debate de la realidad colonial. En ello se mezclaban no pocas veces conocimientos de la escolástica tomista con el nuevo pensamiento humanista. Vitoria,8 en su obra Relectiones, publicada en 1529, justificó los derechos legítimos (titulus legitimus) que, según su opinión, España podía hacer valer respecto a América y a sus habitantes. Entre ellos figura, por ejemplo: el reconocimiento del rey español por los indios como nuevo soberano, realizado por medio de «una elección libre»; la unión con los indios, una oportuna política que ya había practicado Hernán Cortés en la conquista de México de forma poco honrosa; o el llamado impedimento de propaganda de la fe, protección de los indios cristianos o apostasía. Vitoria dedicó también una atención especial a cualquier acción 6. R. Levene, Las Indias no eran colonias, Buenos Aires, 1951, p. 35 y ss. 7. E. M. Žukov, et al., Vesemirnaja istorija, Moscú, 1958, vol. iv, p. 267. 8. Sobre los intentos de una revalorización modernista de Vitorias. Comparar las obras de J. M. Chacón y Calvo, E. Bullón, R. Levillier, V. Peltrán De Heridia, R. Vargas Ugarte, I. G. Alonso Getino, A. Dempf, V. D. Carro, J. Höffner, A. Ibot León y E. Degandía.

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perjudicial que impidiese el comercio con España. Siguiendo los principios del derecho internacional derivados del tomismo, en los cuales Vitoria se anticipó a las ideas fundamentales que posteriormente serían expresadas por Grotius, el Nuevo Mundo debía abrirse incondicionalmente a los intereses comerciales españoles. Si no era posible hacer comprender esta idea a los indios por medios pacíficos, habría que usar entonces la violencia de las armas. Entraría entonces en acción el ius belli en sentido aristotélico de dominio del hombre prudente sobre el hombre salvaje. La total reivindicación española tanto material como espiritual sobre América, encontró su fijación también en el famoso Requerimiento del jurista de la Corona, Palacios Rubios.9 Este documento, que legalizó desde 1514 el derecho de posesión activo de los nuevos países, significaba para los indios afectados por ello el requerimiento a la capitulación ante el poder secular de la Corona española y el poder espiritual del Dios de los cristianos.10 Pocas veces se encuentra tan claramente definida la incongruencia real histórica de la violencia estatal y religiosa en la política colonial española como en el postulado de someterse al yugo y a la obediencia de la Iglesia y de sus majestades (es decir, a los Reyes Católicos de Castilla y Aragón). Con los postulados proclamados por Palacios Rubios se transgredió además el estrecho margen que existe entre «defensa permitida» o «guerra justa» para defender los intereses españoles. Sepúlveda, que tampoco niega la posición de partida tomista como sus contemporáneos, es considerado, sin embargo, como una «personalidad que, impregnada por las ideas del Renacimiento italiano»,11 reconoció mejor que nadie el carácter militante agresivo de la expansión colonial europea desde el punto de vista español. La casuística colonial de Sepúlveda, basada racionalmente, significó en muchos aspectos una anticipación de las teorías coloniales burguesas posteriores de la época mercantil. Como fiel discípulo del pensador clásico Aristóteles,12 comparó Sepúlveda la tarea española con la relación que tuvo Grecia con sus vecinos salvajes. Según esta doctrina bastaba la arbitrariamente aceptada «diferencia entre la razón de los españoles y la razón de los indígenas» para justificar el dominio de unos sobre los otros en caso necesario bajo empleo de violencia de armas.13 La recepción aceptada en el transcurso de la clásica disputa de Valladolid (1550-1551)

9. F. Morales Padrón, Fisionomía de la conquista indiana, Sevilla, 1955, p. 29 y ss. 10. L. Hanke, «The Requirement and its Interpreters», en Revista de Historia de América, México, 1938, nº 1, p. 28 y ss. 11. S. Zavala, Ensayos sobre la colonización española en América, Buenos Aires, 1944, p. 82. 12. Ídem, La filosofía política, p. 58. 13. Ibíd, p. 59; comp. J. Arnault, Procès du colonialisme, París, 1958, p. 37. 132 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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sobre la esclavitud como fundamento social impuesto por la naturaleza, se plasmó, ya modificada, en la tesis de la «servidumbre natural». Con la propagación de la «guerra justa» y la justificación de un sometimiento incondicional de los indios, fue Sepúlveda el más consecuente defensor de los intereses de los conquistadores en la Corte de Carlos V. Las doctrinas difundidas por él repercutieron no sólo hasta los siglos xvii y xviii. La personalidad y la obra de Sepúlveda experimentaron una manifiesta revalorización desde finales del siglo xix, en el que la expansión colonial imperialista comenzó a desarrollarse extraordinariamente. El principal testigo de la Hispanidad, Marcelino Menéndez y Pelayo, confirmó a Sepúlveda en su visión política real, más eficaz en la práctica que la posición abstracta teorética de su contrayente Las Casas, mientras que Aubrey F. G. Bell y John H. Parry destacaron sobre todo la actualidad general de la política colonial española y la aportación anticipada imperialista de Sepúlveda. La repercusión de Sepúlveda se explica, no en último término, por la crítica practicada por Las Casas sobre la primera práctica colonial española.A pesar de la gran cantidad cualitativa de literatura14 sobre Las Casas, ha quedado borrosa hasta ahora, en aspectos decisivos, la figura de esa extraordinaria personalidad. Muchos historiadores burgueses, sobre todo los representantes de la historiografía española oficial, se preocupan vigorosamente en superar la contradicción de, por un lado, criticar a Las Casas como promotor espiritual de la leyenda negra y, por otro lado, sin embargo, alabarlo como pretendido modelo de ética colonial católica. La obra histórica de Las Casas no se limita sólo a su influencia como mirlo blanco15 entre las masas de los colonos y del clero. Al continuar él la obra comenzada16 en 1511 por el padre dominico Montesinos, perfiló un movimiento que reaccionó precisamente a la crisis económica y política. En sus escritos y discursos polémicos se ve que los excesos físicos de los conquistadores y el exterminio de masas de indios debilitaron directamente el dominio colonial español. Para la España feudal, que no podía ofrecer ninguna institución autonómica para realizar una colonización rural, dependía la seguridad de conquistas temporales de la compenetración pacífica colonial duradera con el fin de obtener una, a ser posible, completa integración de la población autóctona en el nuevo orden social.17 Bajo las condiciones de 14. M. Giménez Fernández y L. Hanke, Bartolomé de las Casas, 1477-1566. Bibliografía crítica y cuerpo de materiales para el estudio de su vida, escritos, actuación y polémicas que suscitaron durante cuatro siglos, Santiago de Chile, 1954. 15. J. R. Lavreckij, «Katolic˘eskije duchovenstvo v Ispanskoj Amerike (XVI-XVIII vv)», en Voprosij Istorii, 1955, nº 12, p. 105. 16. L. Hanke, Aristotle and the American Indians. A Study in Race Prejudice in the Modern World, Chicago, 1959, p.14 y ss. 17. J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, 1944, p. 40 y ss. (sobre el colonizador español). Las tesis desarrolladas por B. F. Poršnev (O cˇ erki politi cˇeskoj ekonomii feodalizma, Moscú, 1956, p.14 y ss., p. 35 y ss.) sobre las formas fun-

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una posesión de tierra de dominio feudal, análoga a la sociedad feudal europea, adquirió la propiedad del suelo su valor solamente con el simultáneo poder de disposición sobre el número necesario de mano subordinada; se le denominaba «tierra con personas» –sit venia verbo–, ley de movimiento de colonización feudal. Según esto, para cada defensor del dominio español que previniese el futuro, en contraposición a la postura de los puritanos en Nueva Inglaterra, sólo un indio vivo que está sometido a vasallaje feudal es un buen indio. La integración de los indios realizada por medio del «repartimiento» hizo a la poco productiva esclavitud la forma principalmente dominante en la explotación de mano de obra indígena.18 Las Casas influyó decisivamente en la reorientación de la política colonial que comenzó a perfilarse en 1530,19 apoyado por la gran influencia política de su orden.20 El triunfo de los adversarios de una clara esclavitud que se comenzó a lograr con las Nuevas Leyes de 1542 se basó sobre todo en el reconocimiento que hizo la Corona española de que corría el riesgo de irse de sus manos, junto con el control económico también el control político, sobre el Nuevo Mundo. En última instancia, el carácter cambiante y extremadamente contradictorio de la política sobre los indios yacía en una lucha enconada entre la metrópoli (es decir, entre el poder estatal absoluto) y los colonos por el producto feudal.21 Una parte de los colonos, herida profundamente en sus ambiciones económicas por la abolición de la esclavitud, respondió con una rebelión abierta. «La libertad de los indios», expresada sólo en palabras, resultó una ficción. En lugar de ello, se comenzó con la consolidación de la «Encomienda», que condujo al relevo de la esclavitud por la servidumbre (que en muchos aspectos era una media esclavitud), al tomar la sociedad colonial feudal esas formas, que le fueron propias hasta las primeras décadas del siglo xviii. El Estado absolutista feudal no impidió con esto su imposición en América, incluso más bien la llevó a la práctica, pero bajo condiciones que condujeron a una mayor dependencia económica y política de la colonia respecto a la metrópoli. No casualmente, coincidió la nueva orientación de la política de indios con el completo establecimiento del aparato de poder estatal administrativo sobre Latinoamérica.

damentales de la propiedad se pueden confirmar también a través  del feudalismo colonial en Hispanoamérica (véase también A. Lipschutz sobre el problema del neofederalismo: La comunidad indígena en América y en Chile, Santiago, 1956, p. 51 y ss.). 18. R. Konetzke, La esclavitud de los indios como elemento en la  estructuración social de Hispanoamérica, Madrid, 1949. 19. Íd., Colección de Documentos para la Historia de la Formación Social de Hispanoamérica, vol. I, 1493-1810, Madrid, 1953, doc. 68, 144. 20. L. A. Getino O. P., «Influencia de los dominicos en las Leyes Nuevas», en Anuario de estudios Americanos, Sevilla, 1945, p. 265 y ss. 21. M. S. Alperovich, en nni, 1957, nº 2, pp. 49 y ss. (con literatura recomendada). 134 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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La contribución histórica de Las Casas para un cambio en la forma de tratamiento de los indios hay que valorarla positivamente, ya que él y sus seguidores, desde su punto de vista, se preocuparon por hacer más tolerante el precio que América tenía que pagar por «los beneficios» de la colonización europea. Pero incluso la denuncia enconada que Las Casas dirigió en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) contra los conquistadores y sus sucesores, no fue un «pronunciamiento»22 anticolonial que dé al historiador el derecho a reducir la esencia de la disputa a una lucha entre «indigenistas y colonialistas». La tesis defendida por Las Casas sobre «el convencimiento libre de los indios», cuyas últimas consecuencias no fueron tenidas en cuenta por él, era en último término sólo uno de los posibles procedimientos para legitimar teoréticamente la totalmente reconocida expansión colonial de España. Así pudo la lucha por la legitimidad en la conquista de América, en último término, como dice Altamira,23 «legalizar el conflicto dramático […] entre interés económico y criterio humanitario», si bien los valores humanísticos debían ser sometidos al sistema económico. Una contradicción de carácter similar se manifestó en las teorías coloniales de los ilustrados.24 El reto de la conciencia de clase burguesa que se estaba desarrollando, contra el absolutismo que iba decayendo y su monopolio mercantilista anticuado, dirigió también sus diatribas contra la práctica colonial española. En vista de la aparente posesión exterior de valores comunes, que Raynal25 presenta como un epígono de las ideas de un De Bry, hay que deslindar mucho más claramente el carácter autónomo y progresivo de la crítica nacional, de la propaganda de los enemigos exteriores de España en el siglo xvii, que evocan de modo fariseo a Las Casas. Cierto que la ofensiva de la Ilustración francesa, derivada de un redescubrimiento fundado en el derecho natural del bon sauvage y en el descalabro de 1763, tuvo rarísimas veces consecuencias anticoloniales. Montesquieu había entablado una polémica contra la colonización de países extranjeros para recomendar en su lugar la colonización comercial en otros continentes. Voltaire consoló a Francia porque con la pérdida de los «desiertos nevados» de Canadá había perdido para su bien el motivo de hacer guerras que financieramente causaban ruinas. Por el contrario, los enciclopedistas se anticiparon al ocaso del sistema colonial, ya que acercaban la política económica al fisiocratismo, reconociendo

22. F. Gel, Las Casas. Leben und Werk, Leipzig, 1958 (con texto alemán de la brevísima relación). 23. R. Altamira, «La legislación indiana como elemento de la historia de las ideas coloniales españolas», en Revista de Historia de América, México, 1938, nº 1, p. 18. 24. J. Bruhat, «Les origines de l´anticolonialisme en France», en Cahiers internationaux, nº 43, febrero 1953; R. Sedillot, Histoire des Colonisations, París, 1958, p. 452 y ss. 25. Esquer, L’anticolonialisme en France au xviiie siècle, París, 1951; H. Wolpe, Raynal et sa machine de guerre. L´ histoire des deux Indes et ses perfectionnements, Stanford, 1957.

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que «una nueva nación no puede a la larga estar sometida a otra», y que «el interés de las colonias reside en ser independientes».26 Quien se ocupó más minuciosamente de la política colonial española fue Raynal­ en su famosa obra Histoire philosophique. Su repercusión internacional se puede comparar sólo con la repercusión que tuvo la obra History of America, de William Robertson, editada al mismo tiempo. La crítica racionalista del ex jesuita Raynal y del escocés Robertson respecto al carácter de la política colonial española, determinó por mucho tiempo la imagen que Europa se había formado de Hispanoamérica. Al mismo tiempo, Raynal y Robertson proporcionaron a la oposición criolla, que iba formándose poco a poco, eficaces argumentos contra el régimen colonial. El Gobierno español, ante el claro conocimiento de la repercusión explosiva de estas ideas, y secundado por la Inquisición, tomó medidas rigurosas para evitar la difusión de esas obras en América y se usó, para contrarrestar esto, las Reflessioni imparziali, publicadas, por primera vez, en 1780, del jesuita Nuix, que declaró en esta causa como testigo. Los principales reformadores de España en la época del despotismo borbónico analizaron la relación entre España y la colonia desde el punto de vista de su finalidad económica y política.27 Las moralizantes controversias conservadoras-anticuadas, encubiertas de aspectos teóricos jurídicos de los siglos xvi y xvii, pertenecen al pasado en la misma medida en que progresa la emancipación de la burguesía de la sociedad feudal. En la argumentación de los «economistas de Indias»,28 se pospuso la escala de valores social a favor de una concepción capitalista del trabajo. De ahí en adelante determinó el valor de posesión colonial no solamente su producción de metales preciosos para el erario público y la satisfacción de prebendas feudales y necesidades de consumo suntuario, sino igualmente la función de la colonia como mercado susceptible de ser ampliado para la próspera industria nacional y como suministro de materias primas para la metrópoli. Esa modificación de las relaciones de dependencia económicas y políticas bajo signo velado burgués marcó de ahora en adelante el estatus colonial de América, incluso en su formulación. Tanto en proyectos de Campomanes, Ulloa, Antúnez y Acevedo o Ward, como en convenios oficiales, se asocia el concepto de colonia en sentido unívoco al de subordinación económica y política. Solamente en una época de fuerte estado de necesidad en la que en España se desencadenaba la guerra popular contra la invasión de Napoleón y en la atmósfera se discernía el estallido de la Guerra de la Independencia, en una época en la que no había 26. R. Sedillot, op. cit., 1958, p. 454. 27. M. Kossok, El Virreinato del Río de la Plata. Su estructura económico-social, Buenos Aires, 1959, p. 31 y ss. 28. R. Levene, La política económica de España en América y la Revolución de 1810, Buenos Aires, p. 40. 136 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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más fuerzas de muestra de poder a disposición, la Junta Superior de Sevilla proclamó solemnemente la abolición del Estado colonial y la igualdad de derechos (bien entendida, sólo de las clases altas criollas) de la de hecho ya sublevada Hispanoamérica: Desde este momento, hispanoamericanos, sois elevados a la dignidad de hombres libres; ya no sois como antes […] en que se os consideraba con indiferencia y erais atormentados con odio y humillados por ignorancia […]29

Levene, que quiere dar otra interpretación a la declaración del 22 de enero de 1809 para defender su tesis de que América no es una colonia, no da valor a estas y otras frases fundamentales, citadas en su completa formulación.30 Precisamente en contraposición a esto, reflexiona Maiski hasta qué punto los principios contenidos en la Constitución de 1812 podían constituir «la base para las relaciones amistosas entre España y sus países de Ultramar»31 y con ello haber podido estructurar de otra manera el destino del imperio español, si a la negativa verbal al dominio colonial hubiesen seguido en la práctica innumerables consecuencias. Ya mucho antes del año de crisis, en 1810 intentó Inglaterra –de cuyo yugo colonial precisamente se había liberado Estados Unidos y posteriormente la revolucionaria Francia–, influir en la robusta oposición a la estructura del imperio colonial español.32 La posición de Francia muestra qué poco de las ideas teoréticamente audaces de los ilustrados más radicales quedaría vigente en la práctica política de la burguesía que había llegado al poder. A pesar de que la gran burguesía, prontamente saturada en lo político, absorbió los beneficios de la primera revolución en Francia, y en consideración de sus propios intereses en Haití33 evitó oportunamente la cuestión colonial, se creó, sin embargo, bajo el dominio de los girondistas, una nueva situación: los girondistas, que en sus planes de guerra extremadamente extensos supieron poner hábilmente bajo un mismo denominador común la propaganda de la revolución y el efecto económico útil con un instinto de clase, vivo y burgués, incluyeron a Hispanoamérica en sus deliberaciones de política exterior. Haciendo referencia inmediata al decreto de la Asamblea Nacional del 18 de 29. C. A. Villanueva, Napoleón y la independencia de América, París, 1911, p. 217. 30. R. Levene, op. cit., 1951, p. 125 y ss. 31. I. M. Maiski, Neuere Geschichte Spaniens 1808-1917, edición alemana editada por M. Kossok, Berlín, 1961, p. 85. 32. Comparar las correspondientes obras de Humphreys, Webster, Kaufmann, Rippy, Griffin y Robertson. 33. L. J. Sljoskin, «Revoljucija negrov-rabov na ostrove San-Domingo (Gaiti) v 1791-1803», en U enie zapiski po novoj i novejsej istorii, Vypusk II, Moscú, 1956, p. 134 y ss.

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Noviembre de 1792, que prometía a todos los pueblos subyugados libertad y fraternidad al lado de Francia, exigió Brissot el envío de una expedición para liberar Hispanoamérica. «Esta libertad, así lo declaró el almirante Kersaint,34 satisfará las colonias y quitará del paso en el futuro cada motivo de pleito entre los poderes de Ultramar.» Para los girondistas suponía liberar completamente Hispanoamérica del «despotismo más cruel»35 e infame, un motivo oportuno para, a costa de España, contribuir a una conciliación con Inglaterra y Estados Unidos. Otro fue la política colonial de los jacobinos demócrata-revolucionarios.36 Libre de una política anexionista oculta o manifiesta, discutió de nuevo el Comité de Salvación Pública dirigido por Robespierre la propuesta de intentar enviar «una expedición contra México y Perú para destruir el yugo español sobre los pueblos de esos territorios». El ejemplo de la revolución popular de Haití debería ser transferido a Hispanoamérica. Con los ejecutados en el 10 Termidor, caducaron sus planes de liberación colonial bajo la guillotina. La reactivación de la expansión colonial francesa bajo el signo de Bonaparte explica en qué medida la gran burguesía triunfante había traicionado en este campo la herencia de la revolución. Pero al plan de Napoleón de apropiarse, con la ocupación de España, al mismo tiempo de sus dominios coloniales, respondió el partido criollo-burgués revolucionario con la solución: «¡Libre y no francés!» Con el rechazo del amenazante dominio francés se llevó a cabo, independientemente de la lealtad a Fernando VII, el primer paso de destrucción del régimen colonial español.37 La experiencia del movimiento de independencia que a pesar de todas sus superposiciones medio-feudales llevó en sus elementos fundamentales como en sus premisas básicas socioeconómicas y políticas el carácter de una revolución burguesa, determinó la concepción de la historia de la emancipación posterior. Sobre todo a través de obras sobre el tema candente de la liberación del poder español, se han destacado los historiadores del siglo xix para participar en la formación de la concienciación política de los jóvenes estados todavía no consolidados. A la separación económica y política de la metrópoli siguió también la ideológica. Cierto que continuaba estando la cultura intelectual de las repúblicas hispanoamericanas bajo el influjo dominante de la ideología europea; sin embargo, en lugar de la España feudal-clerical, se posicionaron Inglaterra y sobre todo Francia, que como baluarte de la revolución burguesa fue modelo de progreso

34. C. A. Villanueva, op. cit.,1911, p. 70. 35. Miranda y Pétion (26 de octubre 1792). Citado en Villanueva, op. cit., 1911, p. 66. 36. J. Bruhat, «Maximilien Robespierre und die Kolonialprobleme», en Markov, W. (Ed.), Maximilien Robespierre. Contribuciones al 200 aniversario de su nacimiento, Berlín, 1958, p. 151 y ss. 37. C. A. Villanueva, op. cit.,1911, p. 233 y ss. 138 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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intelectual. «El siglo xix fue para la América española el siglo francés.»38 Con el rechazo de la escolástica del tiempo colonial y con la adhesión a los principios influyentes de la Ilustración «que indicaban el camino en la lucha contra el estatus colonial»,39 se consumó al mismo tiempo el acercamiento metodológico al positivismo burgués. «El positivismo es la primera filosofía que domina las mentes […] Comte y Spencer son los dioses de los pensadores libres.»40 La esencia de la crítica con la que la historiografía positivo-liberal de México, Argentina o Chile se confrontó con el pasado colonial español, no se basaba en una ciega hispanofobia o en el «supuesto intento del liberalismo mundial de desterrar de América todo influjo español».41 Semejante interpretación se deduce solamente –como con el historiador Carbia– de la identificación, históricamente insostenible, de España con un catolicismo reaccionario. La oposición contra España afectó a su papel negativo de portavoz de una reacción feudal socioeconómica y política tomada ideológicamente del catolicismo. Por eso, la inteligencia burguesa radical siguió con gran atención no sólo las rebeliones revolucionarias europeas fuera de España en 1830 o 1848-1849.42 Las simpatías se dirigían igualmente a las fuerzas progresistas de España. Bajo el efecto de la agitación progresista del general Prim, escribió el sociólogo uruguayo José Pedro Varela, pocos meses después del fracaso de la intervención franco-española contra México, las siguientes palabras: «Las repúblicas americanas, enemigas mortales de España porque personifica el retroceso y el despotismo, se unirán con ella en abrazo de hermandad el día en que obtenga el enlace con el tren del progreso y se ponga decididamente en movimiento.»43 Del mismo modo afirmó el argentino Andrés Lamas la unión y la comunidad de intereses del liberalismo español y americano siguiendo el modelo histórico del movimiento de independencia. Filosofía e historiología fueron, en el periodo postemancipatorio, método del proceder político.Así como para la burguesía francesa de la época de la Restauración «fue la historia el arsenal de argumentos en su lucha contra la reacción»,44 así

38. F. García-Calderón, Die lateinischen Demokratien Amerikas, Leipzig, 1913, pp. 163 y ss. 39. E. Pereira Salas, «The Cultural Emancipation of Amerika», en The Old World and the New. Their Cultural and Moral Relations, unesco, 1956, p. 96. 40. F. García-Calderón, op. cit., 1913, p. 193; comparar también M. A. Dinnik, et al., Geschichte der Philosophie, vol. II, Cap. 5, edición alemana, Berlín, 1960. 41. R. Carbia, Historia de la leyenda negra, Madrid, 1944, p. 179 y ss. 42. Comparar entre otros F. Weinberg, «La Revolución francesa de 1848 y su repercusión en el  Río de la Plata», en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas. III, Rosario, 1958, nº iii, pp. 107 y ss. 43. C. M. Rama, Ensayo de sociología uruguaya, Montevideo, 1957, p. 83. 44. B. G. Reisov, Francuzskaja romanti eskaja istoriografia (1815-1830), Moscú, 1956, p. 5.

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fue también para los historiadores hispanoamericanos con la personalidad de un Bustamante, de un Barros Arana o de un Amunátegui. El antihispanismo irreconciliable de Bustamante, que se aprecia en cada página de su Cuadro histórico de la revolución de la América mexicana, fue al mismo tiempo un reconocimiento político-literario del progreso burgués en México. Por el contrario, la ideología defensora de los intereses de los hacendados la hizo Lucas Alamán que, como interlocutor conservador, hizo escuela más allá de México con su básica apreciación favorable del periodo colonial español. De ahí nacen en el México actual tendencias que intentan fundamentar teoréticamente su rechazo frente a los resultados de la revolución democrática burguesa por medio de una actualización de Alamán (neoalamanismo).45 En Chile fueron sobre todo Barros Arana, M. L. Amunátegui y G. V. Amunátegui, quienes unieron el radicalismo histórico–filosófico con el radicalismo burgués político-práctico. Barros Arana, con su obra Historia General de Chile,46 impresionante por su abundancia de documentos y de material, ha dado prestigio internacional hasta hoy día a la historiografía chilena. Él pertenece como figura central de política interior al círculo de aquellos que, inspirados en la revolución francesa de febrero de 1848, declararon la guerra a la propia reacción con la formación de la «Sociedad de la Igualdad Democrático-revolucionaria para liberar al pueblo de la dañina tutela bajo la que se consume».47 Igualmente, influyó en Argentina D. F. Sarmiento, cuya obra principal Facundo representaba una crítica destructiva de la dictadura de Rosas, y en sus tendencias antiespañolas anticipó filosófica y literalmente la creación de una forma de Estado «según los ideales de la burguesía progresista que estaba unida al mundo capitalista».48 A los protagonistas de la burguesía fortalecida económica y políticamente, pertenece originalmente J. B. Alberti, más tarde deslizado hacia el conservadurismo, quien con su exigencia de una «filosofía argentina que esté impregnada de las necesidades morales y sociales del país, creó una filosofía diáfana, democrática, progresista unida al pueblo […] una filosofía que genera amor a la patria y amor a la humanidad». A los representantes del progreso burgués que tomaron parte ocupando puestos destacados en la luchas para consumar la revolución de 1810-1826, que se había quedado detenida a medio camino, se manifestó cada apreciación para una 45. A. Arnaiz y Freg, «Alamán en la historia y en la política», en Historia Mexicana, t. 1/3, México, 1953-1954, p.241 y ss. 46. J. Montebruno y D. Amunátegui Solar, «La obra histórica de Barros Arana», en Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago,1945, nº 106, p. 5 y ss. 47. J. Zapiola Cortés, La Sociedad de Igualdad, Santiago, 1902. «A pesar de su existencia efímera, la Sociedad de Igualdad trazó una huella profunda que una y otra vez fue seguida y que coadyuvó muy eficazmente al progreso de la democracia en Chile»; H. Ramírez Necochea, Historia del movimiento obrero en Chile. Antecedentes-Siglo xix, Santiago, 1956, p. 82. 48. C. M. Rama, op. cit., 1957, p. 91. 140 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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justificación póstuma del dominio colonial español, que solamente podía ayudar a la reacción interna, con razón como una lisa traición a sus asuntos de Estado, prescindiendo de que la política exterior de España respecto a los estados hispanoamericanos estaba ya dictada desde hacía tiempo por el atavismo de un retroceso político colonial. A finales del siglo xix se realizó un cambio que infundió nuevo ánimo a los apologistas de la antigua servidumbre; esta orientación regresiva de la historiografía se debe a los profundos cambios de la situación política y socioeconómica. Con el paso al imperialismo, se mostró mucho más fuertemente amenazada que antes la independencia política que había sido lograda con esfuerzo contra España, y los países al sur del Río Grande se enfrentaban a problemas y peligros contra los que incluso el pasado colonial español aparecía como una pequeña desgracia. En cuanto a política interior, quedó patente que «la imprecación del terrateniente privado»49 como centro de regeneración permanente de restos medio-feudales, fue el mayor impedimento para una estabilidad económica y política de cada una de las repúblicas. «El feudalismo agrario superviviente fracasó completamente como creador de riqueza y progreso.»50 El atraso económico y social creó el terreno abonado, ideal para innumerables golpes de Estado y «revoluciones» de dictadores que se iban relevando permanentemente unos detrás de otros. Del estado provisional político de la consiguiente emancipación azotada de crisis, se desarrolló una perfeccionada «técnica de golpe de Estado» que fue ejercida soberanamente por los dominantes latifundistas.51 El peonaje como expresión de un mal compromiso entre formas de producción capitalista y feudal encontró su complemento político en el «caudillismo»52 que, independientemente del carácter esporádico liberal, era según su propia esencia «la forma política en la que se expresaba la clase dominante de los latifundistas»53 y se convirtió en punto de partida de una intensiva intrusión económica del exterior. Como «objeto agroeconómico dependiente de los países capitalistas desarrollados industrialmente»,54 pertenecían las repúblicas latinoamericanas a ese grupo de estados que, en palabras de Lenin, «son independientes en sentido político oficial, pero en la práctica están envueltas en una red de dependencias financieras y diplomáticas».55 De la caída de un feudalismo retrógrado en el interior y del dominio imperialista de 49. W. Z. Foster, Politische Geschichte beider Amerika, Berlín, 1956, p. 368 y ss. 50. J. C. Mariátegui, op. cit., 1944, p. 75. 51. K. C. Amade, «The Technique of the “Coup d’État” in Latin America», en United Nations World, febrero 1950, vol. 4, nº 2, p. 21 y ss. 52. W. Z. Foster, op. cit., 1956, p. 457. 53. S. N. Rostovski, I. M. Reisner, G. S. Kara-mursa y B. K. Rubzov, Novaja Istorija colonial’ nych i zavisimych stran, Moscú, 1940, p. 380. 54. Ibíd., p. 731. 55. W. I. Lenin, Ausgewählte Werke in 2 Bänder, Moscú, 1946, t. 1, p. 836.

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monopolios extranjeros, resultó la doble formación de tareas del movimiento democrático burgués, que continuó incluido en el orden del día. Cada concentración parcelaria interior eficaz implicaba al mismo tiempo la refracción de la influencia imperialista exterior. La revolución agraria y la lucha de liberación nacional eran dos caras del mismo proceso. Cuando en 1898 comenzó la época de las guerras imperialistas por los mercados de materias primas, por las esferas de influencia y por un nuevo reparto del mundo, se abrió con el conflicto español-americano,56 al mismo tiempo, una nueva etapa de penetración de Estados Unidos en Latinoamérica. «La guerra contra España fue un punto crítico en la política de expansión americana.»57 Las potencias hegemónicas tradicionales, Inglaterra y Francia, fueron perdiendo continuamente su influencia económica y política frente a Estados Unidos, como mostró especialmente el desarrollo posterior a la Primera Guerra Mundial. En el diferenciado sistema de la hegemonía económica y política de Estados Unidos, cuyas formas abarcaban desde la intervención armada y el establecimiento de gobiernos fantoches hasta la donación de empréstitos unidos a condiciones políticas y la realización de tratados económicos y comerciales desiguales, ocupó la influencia cultural un amplio ámbito. La doctrina Monroe,58 ya en el momento de su promulgación bajo un velo provisional de deseos expansionistas del futuro, fue el nervio del reanimado panamericanismo. Estados Unidos, que se había opuesto largo tiempo a la idea panamericana tal como la había concebido Simón Bolívar (expresión de solidaridad revolucionaria entre los jóvenes estados), colocó esta misma idea en adelante «de forma más depurada» hábilmente al servicio de su propaganda. El presidente Wilson dio en 1915 una definición plagada de hipocresía de esa clase de panamericanismo: La moral consiste en que los estados de América no son rivales antagónicos sino amigos que trabajan en común y que su creciente comprensión para una comunidad de intereses tanto de aspectos políticos como económicos es apropiada para darles a ellos una nueva importancia en el campo internacional y en la historia política mundial. Unidos en el espíritu y en el fin no pueden ser decepcionados por su pacífico destino. Esto es panamericanismo.59

56. L. J. Sljoskin, Ispano-Amerikanskaja vojna 1898, Moscú, 1956; L. S. Vladimirov, Diplomatija SŠA v period Amerikano-Ispanskoj vojny, Moscú, 1957; G. N. Sevostjanov et al., O cˇ erki novoj i novejsej istorii SŠA, Moscú, 1960, vol. I, p. 392 y ss. 57. S. J. Žubok, Imperialistiˇceskaja politica SŠA v stranach karaìbskogo bassejna 19001939, Moscú/Leningrado, 1948, p. 17. 58. N. N. Bolchovitinov, Doktrina Monro-proizchožcnie v charakter, Moscú, 1959, p. 210 y ss. 59. Citado según A. Coester, «Pan American Day in San Francisco», en Hispania, Stanford/ Washington, 1933, pp. 199-200. Sobre la temática completa del panamericanismo comp. también: M. J. Antjasov, Sovremennyj Panamerikanizm. Proizchoženie i sušˇcnost doktrin panamerikanskoj, solidarnosti, Moscú, 1960, p. 76 y ss. 142 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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No obstante, en la medida en que se manifestaban los fines de agresión del imperialismo norteamericano y con ello el verdadero carácter de la Unión Panamericana, inspirada por el secretario de Estado, J. G. Blaine, no se tardó mucho en considerar al contragolpe ideológico como parte integrante del movimiento antiimperialista general. Incluso en vísperas de la Primera Guerra Mundial, cuando ya comenzaba a vislumbrar las siluetas del futuro dominio contundente de Estados Unidos, previno García Calderón: «La amistad de América contiene desprecio; sus progresos significan conquista; su política quiere asegurar su hegemonía».Y formuló la ansiada pregunta: «¿Quién va a proteger a los iberoamericanos del predominio de esta influencia, Quis custodiet custodem?».60 Junto a García Calderón y en época posterior, buscaron destacadas personalidades como Blanco, Fombona, M. Ugarte, A. Álvarez, J. E. Bello, F. García Godoy u Oliveira Lima una respuesta a esta pregunta fatalista. El alzamiento contra el coloso del norte encontró su expresión en las obras de grandes poetas como Rodo (Ariel, 1899) y Rubén Darío (Cantos de Vida y Esperanza, 1905).61 Mientras que Estados Unidos se había abierto camino al poder mundial y colonial imperialista, había perdido España los últimos restos de sus posesiones extraafricanas de forma poco digna. Nadie creía ya en la posibilidad de una conjura de la herencia conquistadora. El desastre de 1898 dejó profundas huellas en España, y la intelectualidad liberal-radical buscaba, como interlocutor de la Generación del 98, las causas de la catástrofe nacional. Las opiniones se dividen entre los defensores o contrarios de una «europeización de España» y su equiparación al estándar capitalista de los países desarrollados. «Teniendo en cuenta todas las fragilidades y deficiencias, desempeñó la Generación del 98 un papel importante en la historia del pensamiento social español y significó en su desarrollo un paso hacia delante.»62 Para una parte de la clase dominante de Hispanoamérica y su elite intelectual, que no creían en la resistencia por sus propias fuerzas, apareció ahora en nueva luz España, que había sido violentamente «librada de la culpa colonial». En el paulatino proceso de acercamiento, que era patente, se enlazó desde el principio el reconocimiento leal a la comunidad progresista de lengua y cultura con un frío egoísmo político. Por eso pudo el dudoso paniberismo –por origen y naturaleza de clase– desempeñar, sólo con poco éxito, la función de contrapeso del panamericanismo.63 La carga reaccionaria del paniberismo se manifestó sobre todo después de la Primera Guerra Mundial; una reacción que se extendió rápida60. F. García-Calderón, op. cit., 1913, pp. 212 y 213. 61. Mcnunn, «The Americanismo of Rubén Darío», en Hispania, 1933, p. 55 y ss. 62. I. M. Maiski, op. cit., 1961, p. 328; J. Vicens Vives (Ed.), Historia social y económica de España y América, vol. V, Barcelona, 1959, p. 390 y ss. 63. Completa G. Jacob, «Die paniberische Bewegung», en Zeitschrift für Geopolitik, 1929, nº 4, p. 302 y ss.

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mente en Latinoamérica con el aumento de la industrialización, que iba creando una clase moderna trabajadora bajo el impacto del impulso histórico ocasionado por la Revolución del Octubre Rojo.64 Acosado mutuamente por los movimientos violentos agrícola-proletarios de masas de la Scylla y por la presión imperialista creciente de la Charybdis, ganó terreno sobre todo entre las capas medias intelectualmente influenciables la tendencia hacia una reconciliación con la antigua metrópoli. En esta línea, siguió pronto, si bien al principio con poca firmeza, Brasil respecto a Portugal. A pesar de la conjura de una «raza latina» imaginaria, continuó todavía vigente el latente antiimperialismo en sentido de una oposición contra Estados Unidos. De ello dan testimonio las diversas manifestaciones de carácter panibérico, como la reconciliación ceremoniosa bajo el patronato de la Corona de España, la renuncia de Argentina a la filípica antiespañola de su himno nacional o la proclamación demostrativa del Día de la Raza. En este espíritu de compromiso participaron personalidades de relieve de la Generación del 98 en cuanto que, como Altamira,65 desarrollaron, desde el punto de vista de un hispanismo liberal, un «programa América» español. Convencido de la posibilidad de un verdadero entendimiento entre España y sus antiguas dependencias, propagaba Altamira: «España es católica; a pesar de un pequeño grupo de fanáticos –que existen ahí como en todas partes–, es tolerante […] y liberal, profundamente liberal». No se realizaron las promesas de la Generación del 98, dado que en los años de la posguerra de 1919 a 1923 se cernía la tormenta clerical-fascista. La crisis de la clase dominante de España rompió la creencia en la continuidad del desarrollo burgués. La capitulación de una parte de la intelectualidad encontró su expresión sintomática en la conversión de Ramiro de Maeztu (de la Generación del 98) al partido de Primo de Rivera.66 La reacción fascista-clerical de España (y Portugal) descuartizó con todos los medios a su alcance la oportunidad que existía en la autonomía del panhispanismo y paniberismo de una, ante todo, reconquista moral de sus repúblicas filiales americanas. Bajo signo católico se creó una nueva variante de las ideologías «pan» al servicio de la política de expansión imperialista. La evaluación pacifista-ingenua que realizó Madariaga al final de los años veinte, de que España ha desparecido como pueblo imperialista y que la toma de contacto panibérica sólo sirve para el «intercambio pacífico de bienes materiales y espirituales»,67 estaba en completa contradicción con la realidad. Fueron sobre todo los correligionarios de Franco, cuyos esfuerzos 64. V. E. Ermolaev, «Progressivnye dejateli Latinskoj Ameriki o Velikoj Oktjabrskoj Socialistiˇceskoj Revoljucii», en NNI, 1957, nº 4, p. 158 y ss. 65. R. Altamira, España y el programa americanista, Madrid, 1917. 66. J. C. Mariátegui, «Maeztu, Ayer y Hoy», en Emoción de nuestro tiempo..., p. 279 y ss. 67. S. De Madariaga, Spanien, Stuttgart/Berlín, 1930, p. 233. 144 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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aspiraban a convertir la gran variedad de principios de una reaccionaria interpretación de ambiciones panibéricas en una «Hispanidad semioficial». El camino lo marcó la obra de Maeztu, Defensa de la Hispanidad, lo que hizo que se aplicase al autor posteriormente el atributo de «evangelista de la Hispanidad».68 Sobre este terreno preparado de esta manera, actuó todo un ejército de importantes ideologías falangistas, desde Serrano Suñer, pasando por María de Maetzu, hasta José Permartín. La Hispanidad se convirtió en punto de partida del imperialismo cultural español, que debía abrir brecha a la futura supremacía política y económica. Según las intenciones de la falange, «la España nacional-sindicalista va a renovar el imperio unido de todas las naciones de lengua española. España renovará su vocación histórica de conversión de todos los pueblos salvajes».69 Maeztu, que da una definición de Hispanidad de más amplio contenido, consideró incluso como posible la anexión cultural de Brasil y Portugal (junto con las colonias). Al lado de la unidad de lengua y cultura y el destino histórico común, pertenecen como elementos fundamentales de la ideología de la Hispanidad, ante todo y sobre todo, la adhesión al dogma cristiano católico. «La Hispanidad abarca a las personas de raza blanca, india, y con vista a los Tagales filipinos, de raza malasia y su mezcla por la doble unión de lengua y fe […] Como el catolicismo, la Hispanidad se caracteriza por su unidad y universalidad. En esencia, es la misma cosa.»70 Como ya sucedió en los tiempos de la Contrarreforma y en los planes de dominio mundial de Carlos I y Felipe II con los antepasados de la Hispanidad, la vocación histórica de España debería consistir en la supuesta defensa de la religión universal contra la herejía, cuya genealogía para Permartín y los suyos se extiende desde Lutero, pasando por la Ilustración y el liberalismo, hasta el socialismo científico.71 «España es el verdadero heredero de la Europa católica. Las otras naciones no han sido más que planetas y satélites que tomaron de la Iglesia defensora de la fe, luz indirecta, débil y quebrada» y «defender España significa defender a la Iglesia Católica».72 Tales tesis hacen fácil ver la Hispanidad como un arma de la que se vale la reacción clerical internacional para salvar el decadente imperialismo. La misma utilidad que España intentó lograr de la Hispanidad, intentaron también lograr las clases dominantes portuguesas del concepto de espíritu congénere de Lusitanidade.También el fascismo clerical portugués intentó desde el comienzo el renacimiento del pensamiento colonial. Para Salazar y su gobierno es la explotación de las colonias la «alta escuela del nacionalismo». La ley colonial promulgada 68. L. Villalonga, Hispanidad – Catolicidad. Juicio del Liberalismo, Madrid, 1951. 69. Comp. la visión completa crítica en K. Schnelle, «El Caballero cristiano» en Wz  gsr, 1955-1956, nº 2. 70. L. Villaronga, op. cit., 1951, p. 109-110. 71. J. Permartin, Qué es «Lo Nuevo», Madrid, 1940, p. 33 y ss. 72. L. Villaronga, op. cit.,1951, p. 98 y ss.

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en 1930 proclamaba: «Pertenece a la naturaleza básica de la nación portuguesa cumplir su papel histórico de tomar en posesión sus territorios de Ultramar y colonizarlos, educar a los indígenas y ejercer la influencia moral que le pertenece en virtud de su patronazgo sobre el Oriente». Apologetas del colonialismo como G. Jacob que, después de 1945, dejó las ideas de Hitler y se declaró cristiano, encuentran digno de atención […] el hecho de cómo los portugueses saben unir hábilmente su propaganda colonial con su propaganda cultural en el extranjero, en cuanto que realzan siempre de nuevo, como gran trasfondo histórico de su espléndida obra colonial, su antigua colonia Brasil […] en la que hoy tanto como antes debe seguir desarrollándose la cultura portuguesa.73

Como la española, también la historiografía portuguesa ha sido puesta al servicio de una propaganda agresiva que, según las palabras del ministro de esa época, Vieira Machado, «la empresa colonial es la mayor tarea existencial de Portugal». Entre las innumerables publicaciones de los últimos años,74 no se encuentra ni siquiera una que intente una crítica parcial liberal-burguesa de la expansión colonial de Portugal en África, Asia o América. La política portuguesa de la posguerra en la cuestión colonial es un ejemplo evidente de la reorientación de querer sustituir el unívoco vocablo colonia por la expresión insignificante provincia de Ultramar (provincias do Ultramar).75 No carece de cierta ironía que el «anticolonialista» Estados Unidos se sirva de la misma ficción para expresar el estado colonial de Puerto Rico, presentándolo de un modo velado como territorio asociado libremente.76 Inútilmente intentaron el gobierno de Salazar y sus «historiadores» hacer creer a la opinión pública que las posesiones portuguesas en África y Asia eran «miembros del imperio portugués, con igualdad de derechos y autónomos». La realidad, que sale a la luz detrás de ese neocolonialismo cristiano occidental, muestra un lenguaje contrapuesto; incluso la revista burguesa Africa Today, que se publica en Nueva York, tuvo que reconocer77 también que la postura que tomó Portugal ante la onu con apoyo de Estados Unidos durante la crisis de Goa de 1956, en el conflicto sobre

73. G. Jacob, Das portugiesische Kolonialreich, Leipzig, 1942, p. 105. 74. Comp. el informe literario de A. de Silva Rego, «Chronique de  l´histoire coloniale: OutreMer portugais», en Revue d’histoire des colonies, París, 1957, vol. 44, nº 154, p. 102 y ss. 75. M. Kossok, «Bemerkungen zur iberischen Afrika-Literatur der Gegenwart», en W. Markov (Ed.), Studien zur Kolonialgeschichte und Geschichte der nationalen und kolonialen Befreiungsbewegung, vol. 2: Geschichte und Geschichtsbild Afrikas, Berlín, 1960, p. 203 y ss. 76. C. H. Munford, «Puerto Rico – Assoziierter Freistaat oder amerikanische Kolonie», en Wz  kmu, gsr, 1960-1961, nº 5. 77. Hispanic American Report. An Analysis of Developments in Spain, Portugal  and Latin America, editado por R. Hilton, Stanford University, Febrero 1958, vol. xi, nº 2, p. 70. 146 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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el enclave de Dao en 1960 o en el debate sobre Angola en 1961, encaja dentro del mismo marco. Como una variante portuguesa a la doctrina de Eisenhower, recomienda Salazar al conjunto de estados afroasiáticos contrarrestar «el peligro de la influencia comunista» por medio de un aumento del importe de capital de los países capitalistas.78 No se puede dejar de entrever la lábil situación de los círculos de Gobierno portugués, que motivó a Salazar a intervenir personalmente en los debates sobre la práctica colonial de Portugal. Secundado claramente por parte española, en interés propio, se expresó Salazar sobre el tema «Portugal y la campaña anticolonialista».79 Su discurso ante la Asamblea Nacional contiene propiamente en forma apremiante todos los argumentos obligatorios para la doctrina colonial oficial portuguesa. De nuevo intenta probar Salazar que Portugal no posee colonias sino exactamente territorios de Ultramar. Las características de esa comunidad luso-asiática (Goa) o luso-africana (Angola-Mozambique) son: «La independencia y la igualdad de derechos de los pueblos que con sus territorios forman parte de una unidad nacional». Dos típicos temas del conjunto de su discurso, que defiende con esfuerzo apologético, son: «El descubrimiento, la conquista, el trabajo invertido en el territorio, la herencia de generaciones son título de propiedad legítima frente a los cuales la fase explosiva actual «África para los africanos» no es otra cosa que el intento de cambiar el ritmo de la historia sin ser capaz de solucionar los problemas»; y «la entrega precipitada de muchos territorios por parte de los poderes europeos, me parece más bien un delito contra los negros –a los que conviene desarrollar– que contra los blancos, incluida su amenazante expulsión y el robo de todos sus bienes». Indiferentemente de qué manera se exterioriza el «antiguo» o el «nuevo» colonialismo, su esencia reaccionaria e imperialista quiebra también el formato histórico ideológico de la Lusitanidade. Basándose en las experiencias portuguesas de Salazar pudo Franco, con el apoyo de la Iglesia, propagar extensamente su misión redentora en Centro y Sudamérica y en las otras antiguas regiones de dominio colonial (Filipinas). En vista de los contragolpes que ha sufrido junto al colonialismo, la Iglesia unida a él en Asia y África, forma Latinoamérica, más que en otras partes, una base de acción de primer rango de la «internacional negra»,80 pues todavía ella controla importantes centros de poder económicos, políticos e ideológicos en una medida que sólo se puede comparar con la situación en Portugal, España e Italia. En las clases dominantes de Sudamérica, que vieron en el régimen fascista del Caudillo la última ratio en lucha contra movimientos revolucionarios y progresistas, encontró 78. Hispanic American Report, marzo 1958, vol. XI, nº 3, p. 131. 79. A. De Oliveira Salazar, «Portugal y la campaña anticolonialista», en Política Internacional, Madrid, 1961, vol. 53, enero-febrero, p. 13 y ss. 80. F. Barbieri, L’organizazzione cattolica nel mondo, Florencia, 1957, p. 235.

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la propaganda falangista gran audiencia. En un momento oportuno en que la ofensiva ideológica de la España de Franco creció en toda su fuerza, escribió el historiador americano B.W. Diffie: «Tres grupos principales apoyan la Hispanidad: la clase de propietarios conservadores, un gran número de intelectuales y fuertes elementos de la Iglesia Católica».81 Sobre la esencia de la muchas veces citada «conciencia cultural uniforme en signo de la Hispanidad», dijo acertadamente el mexicano Carmona Nenclares: Hispanidad significa reconquista de Iberoamérica para España. Pero no para una España cualquiera sino para una España falangista teocrática. Es en principio una reconquista espiritual, una reconquista material, si se realizan las condiciones internacionales. España se proclama como imperio y exige de nuevo su antiguo imperio […] Pero Hispanidad significa mucho más que fascismo; es un fascismo español para los fascistas iberoamericanos […]82

Merece la pena, bajo este aspecto, indicar que la Alemania de Hitler no ha ayudado sólo militarmente y políticamente al establecimiento de la dictadura de Franco, sino también a la elaboración de una correcta ideología y su divulgación al otro lado del océano. La movilización total de la historiografía al servicio de la Hispanidad recibió su bendición eclesial-estatal con la creación el 2 de noviembre de 1940 del Consejo de la Hispanidad bajo la contribución personal de Franco. Cada uno de los miembros del Consejo prestó el muy evocado juramento: Ego […] Juro per Deum et Beatam Mariam et Sancta Evangelia. Super quae manum teneo, me omni conato et vigilantia officium mini commissum impleturum pro defensione et propagatione hispanitatis laborando.83

La constitución posterior del Consejo Superior de Investigaciones Científicas se ocupó de que el apoyo político fuese cumplido por todos los historiadores, que no se apartaron de esta decisión con una emigración exterior o interna. Con la mirada puesta en dirección al «imperio americano» se publicó en 1940 la Revista de Indias; en 1942 se fundó la Escuela de Estudios Hispano-Americanos,84 con 81. B.W. Diffie, «The Ideology of Hispanidad», en Hispanic American Rewiew, Durham N. C., vol. 23, nº 3, agosto 1943, p. 457 y ss. 82. F. Carmona Nanclares, «Hispanismo e Hispanidad», en Cuadernos Americanos, nº 3, mayo-junio 1942, pp. 43 y ss. Completa W. B. Bristol, «Hispanidad in South America» en Foreign Affairs, vol. 21, enero 1943. El antiguo obispo brasileño excomulgado monseñor C. Duarte Costa declaró en 1945: «Yo fui excomulgado porque puse en ridículo al movimiento-Hispanidad, que es la Falange en acción» (citado por Manhattan, Der Vatikan im 20. Jahrhundert, Berlín, 1958, p. 384). 83. Citado por K. Schnelle, op. cit., 1955-1956, p. 217. 84. J. Calderón Quijano, «La Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla: 15 Años de Labor Americanista», en Proceedings of the Thirty-Second Congress of Americanists, p. 696 y ss. 148 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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sede en Sevilla, en la actualidad uno de los centros de enseñanza e investigación más importantes sobre la historia de las antiguas colonias de América. Para la historiografía española apologética y sus adictos de más allá del Atlántico, son tres los distintivos que los caracterizan: En primer lugar, no se conforma más la Iglesia Católica con el control espiritual indirecto y con la exigencia material de planes científicos convenientes. Continuamente crece entre los historiadores que se ocupan de los problemas de Hispanoamérica el número de aquellos que incluso son religiosos y en consecuencia el nihil obstat episcopal no les permite la mínima desviación de la línea trazada. Junto a los dominicos, son los jesuitas los que ocupan una situación clave en la historiografía. Tampoco hay que desvalorar a la acción católica en su exigencia de una historiografía unida a la doctrina de la Iglesia. De forma parecida al Opus Dei, con sus organizaciones ramificadas, ha creado el Vaticano en Lationamérica un gran número de organizaciones para fomentar la supremacía del clero en todos los campos de la vida social, desde la formación de partidos, pasando por la instrucción pública, hasta la creación de un movimiento de trabajadores propio.85 En segundo lugar, la restauración histórico-fisosófica se sirve sobre todo de un neotomismo militante. Si bien es verdad que la Enzyklika Aeterni Patris de 1879 proclamó el tomismo como «la filosofía justa», fue en el periodo del imperialismo cuando el nuevo tomismo ocupó el primer lugar entre las muchas corrientes reaccionarias de las diversas esferas de acción católica. Al materialismo dialéctico «no le puede hacer frente la burguesía reaccionaria con sistemas filosóficos que se componen de aguda habilidad, pues a esos sistemas se les prohíbe a priori lo principal: la influencia de las masas», y «lo que hoy necesita la burguesía es una filosofía unida lo más estrechamente posible a la religión, que careciendo de una terminología complicada sea capaz de llegar a un gran círculo de personas y que sirva para justificar las agresivas formas de explotación sin las que el moribundo capitalismo no puede seguir existiendo. Tal filosofía es precisamente el neotomismo. En definitiva, es el tomismo el sistema filosófico más elaborado que une la religión con la filosofía. Ningún otro sistema de la Iglesia Católica o de otra confesión puede competir con él en cuanto a unidad y metodología se refiere. La filosofía neotomista dispone en los países capitalistas de un gran número de cátedras, de un gran número de universidades propias, de cientos de revistas y periódicos y de un enorme aparato de propaganda que se compone de muchos miles de neotomistas formados académicamente».86 Una idea de los intentos de 85. Manhattan, op. cit., 1958, pp. 377 y ss. 86. G. Klaus, Jesuiten, Gott, Materie. Del padre jesuita wetter Revolte wider Vernunft und Wissenschaft, Berlín, 1958, p. 15 y ss.; T. I. Oizerman, Neotomizm – Filosofija sovremennych reakcionnoj burzuazii, Moscú, 1959, p. 52 y ss.

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someter a Latinoamérica a sus ideas y de asentarla dogmáticamente para inducir a una «corrección de errores» que se han dado hasta ahora, la proporcionó el Congreso de Filosofía de Sao Paulo (1954), cuya polémica de método histórico está dominada sustancialmente por el antagonismo entre tradicionalismo católico e indigenismo radical.87 En tercer lugar, investigación y doctrina están de manera reconocida tras la principal tesis semioficial: las Indias no eran colonias. Para la teoría colonial católica que, temáticamente renovada, persigue una imaginativa actualización de los conceptos de Vitoria,88 es Hispanoamérica el objeto preferido de una negación del colonialismo histórico y naturalmente tanto más del moderno en vista de la emancipación progresiva nacional y social de los países coloniales oprimidos. Por eso, no nos puede de ninguna manera extrañar la repercusión que la «revisión» de Levene encontró en la historiografía tradicional liberal. A pesar de que es indudable el mérito de Levene en el desarrollo de la historiografía argentina,89 y él, personalmente, no estaba íntimamente ligado al neotomismo, no se puede pasar por alto la unidad de fines. Ya los antecedentes de las tesis de Levene vislumbran algunas conexiones. Ante todo confirman que la era de Perón ha abierto profundos surcos, y no en último término, también en el campo históricofilosófico a causa de ciertas afinidades con el fascismo italiano y español.90 De la herencia democrática del siglo xix no quedó durante las crisis sociales y políticas de los años veinte y treinta más que una sombra, y con su demagogia del Tercer Camino supo el justicialismo sin grandes dificultades engrosar en sus filas tanto el panamericanismo como la Hispanidad.91 Para los historiadores argentinos que se han destacado sobre todo en el empeño de resaltar positivamente la relación recíproca española-americana,92 tiene la era de Perón en este sentido una importancia decisiva. Ricardo Levene presentó a la Academia de la Historia el 2 de octubre de 1948 una solicitud formal para que en el futuro el concepto colonial o tiempo colonial

87. Completa. E. Benz, «Lateinamerica auf dem Wege zu seinem Geschichtsbild», en Zeitschrift für Religions– und Geistesgeschichte, Colonia, 1955, vol. VII, nº 2, p. 98 y ss. 88. J. Arnault, op. cit., 1958; A. Tondi, «Die Unterstützung der imperialistischen Kolonialpolitik durch den Vatikan», en Wz,  Universidad Humboldt de Berlín, gsr, 1959-1960, vol. IX, nº s. ½, p. 33 y ss. 89. R. Piccirilli, «Ricardo Levene», en Annuario, p. 463 y ss. 90. E. C. Broquen, «Por qué surgió y qué significa el justicialismo», en Nuestro Tiempo, Montevideo, 1955, vol. 2, nº 4, p. 35 y ss. 91. Completa  la versión oficial en A. L. Ponce, «Ensayo sobre el justicialismo y la Unión Americana», en Universidad, Buenos Aires, julio 1954, nº 28, p. 31 y ss. 92. El hispanismo del historiador argentino lo anota con satisfacción R. A. Molina, «España en la historiografía argentina», en Estudios Americanos, Sevilla, 1954, vol. VII, nº 32, p. 361 y ss.  150 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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se tachase del vocabulario de publicaciones sobre la historia de América de 1492 a 1810. El argumento principal de Levene, que lo documentó en su escrito programático Las Indias no eran colonias, publicado en 1951, se refirió, como ya se ha indicado, a que en las leyes de «Recopilación de Indias» nunca se habló de colonias, y en diversos documentos consta expresamente que se trata de provincias, de reinos, de dominios, de municipios o de países de las islas y del continente que había sido incorporado a la Corona de Castilla y León, y son inalienables. Además, existió igualdad ante la ley en España y América, que encontró su expresión en la sustitución de la expresión conquista por pacificación y asentamiento. En lugar de la dominación y civilización española, exceptuando la opinión del historiador Pueyrredón, encontró la propuesta de Levene un consentimiento general.93 La resonancia internacional que desencadenó la resolución de la Academia de Historia Argentina, denota qué lejos estaba Levene, con su afirmación de que en la tal discusión «sólo se trataba de un fin científico e histórico», de descubrir y de comprender la verdadera esencia política de esa rectificación terminológica. Las tesis de Levene encontraron una aprobación unánime en el semioficial francoespañol Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, en Madrid, el cual las completó oportunamente. «Este maravilloso libro, pequeño y al mismo tiempo muy importante, eleva como La lucha por la justicia de Lewis Hanke y Lo que debemos de la conquista de Vicente de Sierra, el estandarte del revisionismo histórico a una altura notable, pues su título Las Indias no eran colonias es la respuesta enérgica contra la leyenda negra.»94 Por dos motivos en su toma de postura merece una consideración especial. Por un lado, la versión de que el concepto colonia ha recibido el negativo sentido de colonialismo en el transcurso de las luchas de independencia; por otro lado, la de que la actividad anticolonialista del presente hace aparecer inoportuno cada uso del concepto. Siguiendo el ejemplo de otros países, se recomienda a España la expresión neutral de aculturación. La misma línea marcó el Congreso de Historia Hispanoamericano, bien planeado propagandísticamente, que se celebró en Madrid en 1949. La tesis acogida con aplausos del chileno J. Eyzaguirre, de que «América nunca se vio expuesta a un régimen colonial degradante y a la subordinación»,95 puso de manifiesto claramente la actitud básica de la mayor parte de los participantes, que naturalmente no representaban la historiografía progresiva.

93. Según el texto de «La Declaración de la Academia Nacional de Historia», en R. Levene, op. cit., 1951, p. 161 y ss. 94. R. A. Molina, «Consideraciones y declaraciones del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo sobre la tesis “Las Indias no eran colonias”», en Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1954, LX, nº 40, pp. 1260-1261. 95. Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana, Madrid, 1953, p. 222.

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La corriente revisionista fija ahora puntos esenciales moderados en torno a diversas áreas de problemas individuales, donde la crítica textual filológica y corrientes de pensamiento históricas poco sostenibles, prometen éxitos fáciles. En cierto modo, la refutación de la leyenda negra constituye su problema principal. Desde el año 1914, en que apareció en Madrid la obra del mismo nombre, de Julián Juderías y Loyot, ha sido esta expresión muchas veces citada, mal comprendida o erróneamente interpretada. Bajo el concepto de leyenda negra entiende Juderías «la leyenda de inquisidores, ignorantes, la España fanática, que hoy como en el pasado es incapaz de ocupar un puesto entre los pueblos cultos, siempre dispuesta a la opresión violenta, un enemigo del proceso y de la innovación».96 Es innegable en Juderías el intento de una crítica consideración del pasado bajo la persistente impresión de la catástrofe de 1898 y las malas lenguas de autores burgueses, no españoles, contra la actuación de España al otro lado del Atlántico, que se deja contrarrestar fácilmente en vista de los rendimientos de los agresores coloniales imperialistas en África y Asia. Mientras que para Juderías subjetivamente sería un acto en legítima defensa nacional contra la transformación de España en una víctima de las ideologías coloniales protestantes-burguesas, que competían con ella, cambió al mismo tiempo completamente la índole de la leyenda negra. Así por ejemplo, Jerónimo Becker, con intención programática, argumentó en 1920 en un tono básicamente más agresivo; su análisis inauguró bajo el pretexto de la expresión leyenda negra la reparación de honor a la política colonial española.97 De la misma forma mágica argumentó Carlos Pereyra, como él mismo recomendó, con más rigor científico y exteriormente con más convencimiento, pues el autor era mexicano. En su estudio La obra de España en América, que precedió a la Historia de Hispanoamérica, publicada en ocho volúmenes,98 pudo Pereyra con una comparación que mitológicamente no deja de ser interesante, con la colonización inglesa burguesa y la exterminación de los indios, fácilmente destacar algunos rasgos positivos en la práctica colonial española. Recomendándolo de esta manera, puso Pereyra sus cualidades periodísticas como corredactor de la Revista de Indias, completamente a disposición de la Hispanidad. Apoyado en los estudios realizados hasta entonces, se atrevió el historiador argentino Rómulo D. Carbia, en nombre del Consejo de la Hispanidad, a dar el gran golpe de éxito contra la leyenda negra. Ya la dedicatoria de seis líneas que precede a la obra99 muestra la forma de pensar del autor y confirma de forma 96. J. Juderías y Loyot, La leyenda negra, Madrid, 1914, p. 20. 97. J. Becker, La política española en las Indias. Rectificaciones históricas, Madrid, 1920. 98. C. Pereyra, Historia de América española, Madrid, 1920. 99. R. D. Carbia, Historia de leyenda negra hispanoamericana, Madrid, 1944. La dedicatoria dice así: «A la España inmortal, católica y hacedora de pueblos, que ha sufrido –por ser lo uno y lo otro– los agravios de la envidia y las calumnias de los enemigos de su fe [...]». 152 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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comprimida el parentesco inseparable entre reacción política y clerical. Como ya hizo M. André,100 así también era claro para Carbia que Hispanoamérica «en ningún momento fue colonia de España», por lo que los «conceptos auxiliares triviales» como régimen colonial, absolutismo español, crueldad de la conquista y conceptos parecidos, deben ser borrados del vocabulario de la historia hispanoamericana para quitar así a la leyenda negra la base para usarla «como arma en lucha contra España y la Iglesia».101 Una apologética ingenua a favor de España y un subjetivismo confesional determinan su criterio, en el que a cada crítico lo tacha de enemigo de la fe y lo acusa de intentar «des-hispanizar» América. Si bien Carbia merece una respuesta seria a cada una de las partes muy competentemente argumentadas, se reduce la argumentación en el caso de Ignacio Escobar López a una simple agitación falangista. El cambio de la leyenda negra, pasando por la leyenda rosa a la leyenda blanca ya se ha realizado, y toda la historia moderna de España, incluida la conquista colonial, se reduce teológicamente a la «unidad nacional y a la vuelta a una España bajo el emblema del espíritu y alma de la Falange».102 En vista de este galimatías tan primitivo como agresivo, cuya finalidad se reduce al simple comentario de la correspondiente línea de política exterior de Franco, hace que autores más sutiles, como por ejemplo Carlos Hamilton103 –como protagonista de una «unión de todos los pueblos españoles»–, caigan en una patente confusión. Para Hamilton, la refutación de la leyenda negra se realiza de otra manera. Según su opinión, no existe necesidad de una revaloración de la política colonial española, ya que la historia de España se defiende por sí misma como empresa profundamente humana, que como todo lo humano es naturalmente incompleta y está cargada de culpas, aunque en su conjunto es, desde la aparición de Cristo, el suceso histórico más noble y maravilloso.104 Con ello Hamilton se libra de toda crítica objetiva al sistema colonial español como fenómeno sui generis, en cuanto que él lo reviste con la aureola de «único» y «extraordinario», para separarlo del conjunto general de la agresión colonial europea desde el periodo de la acumulación original hasta el imperialismo. Hamilton no se resigna con ello a absolver a la España cristiano-católica de cada culpa colonial y de recomendar el «mensaje luminoso de la Hispanidad» como requisito espiritual de una «verdadera comunidad universal de naciones».105 Su verdadero propósito es ante todo una unificación entre panamericanismo e Hispanidad. De esta manera se cierra el círculo: a la unión atlántica entre Washing100. 101. 102. 103. 104. 105.

M. André, El fin del imperio español, Barcelona, 1922, p. 33. R. D. Carbia, op. cit., 1944, p. 245. I. Escobar López, La leyenda blanca, Madrid, 1953, p. 183. C. Hamilton, Comunidad de los pueblos hispánicos, Madrid, 1951. Ibíd., p. 29. Ibíd., p. 15.

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ton y el Madrid franquista, se le construye el puente deseado: «Hoy se ha unido toda América en lucha contra el comunismo soviético, y esto es la esperanza de Europa».106 Según las ideas de Hamilton, sería el imperialismo yanki una de las frases que corresponden al contenido intelectual de locuacidad demagógica de un politicastro. Hamilton, que falsea con puño atrevido la lógica histórica desde 1898, llega a la conclusión de que «Norteamérica no se injiere en el orden político del pueblo americano y respeta el espíritu, la religión y la cultura». La «única» condición de su ayuda es la «promesa garantizada de una defensa común de la democracia desde Trujillo, pasando por Strössner, hasta la contrarrevolución cubana contra la tiranía soviética» o, todavía mejor expresado, «la unidad del nuevo cristianismo contra la violencia antihumana de la tiranía atea».107 Así desembocan por vía legal los ataques contra la leyenda negra y la opción por la Hispanidad en un reconocimiento inhábil del programa de cuatro puntos de Harry Truman y de sus sucesores. Para la historiografía norteamericana contemporánea, que presta su vocablo fundación precisamente a urgentes desiderata del imperialismo de Estados Unidos, es el claro alejamiento de la tradición burguesa-liberal y anticlerical que se deriva de Prescott, Bancroft, Lea, Bourne, Bolton o Merriman,108 naturalmente irrecusable. La cuestión de conciencia,109 que fue dirigida por H. Aptheker ya en septiembre de 1951 al antiguo escritor antifranquista, en vista de su «silencio mortal» sobre la empresa de rehabilitar a la España de Franco como «baluarte antibolchevique», se puede aplicar con la misma fuerza a los historiadores. Los esfuerzos desesperados del imperialismo norteamericano de detener el desarrollo de los movimientos de liberación coloniales y nacionales, encuentran su acompañamiento en las tendencias neocolonialistas de la reaccionaria historiografía de Estados Unidos. Por eso la «crítica» de la leyenda negra e incluso el cambio claro de bando a la Hispanidad, independientemente de su pertenencia a una u otra «escuela», forma parte de ese sucesivo buen tono. Sintomáticamente se mueven en esta dirección en primer lugar las universidades e institutos controlados por los jesuitas. Como ejemplo típico de esto hay que considerar la historia de América de Bañón.110 Pero incluso en el Congreso Internacional de Historiadores celebrado en Roma en el año 1955, en el cual las diversas «escuelas» no debutaron conjuntamente sino por separado, con reparto de diversas tareas –lo que condujo a que uno u otro disidente, como por ejemplo Oven Lattimore, que fue sospecho106. Ibíd., p. 173. 107. Ibíd., p. 172. 108. Completa H. T. Williams, The Spanish Background of American Literature, New Haven, 1955, vol. I, p. 135-169. 109. H. Aptheker, History and Reality, Nueva York, 1955, pp. 203-210. 110. J. F. Bannon, History of the Americas, Nueva York, 1952, vol. 2. 154 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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so de Maccarthismo y perseguido por ello, podía evadirse un poco–, no se podía desoír el abjurar más o menos discretamente, juramentos de juventud de la burguesía que resultaban odiosos en las intervenciones de Whitaker, Handlin, Hawgood, Palmer y sobre todo del jesuita Burrus.111 Ciertamente ha conservado todavía Whitaker, como lo demuestra su reciente obra España y la defensa de Occidente112 en una buena parte, su descontento subjetivo sobre el eje Washington-Madrid. A los repetidos intentos de demostrar una posición especial histórica del sistema colonial español prescindiendo de la ley, responde la tendencia de reducir las fuerzas de la expansión colonial a «historia del pensamiento» y dejar por el contrario que desaparezcan, tan bien o tan mal como se pueda, las posiciones de partida económicas y sociales. Villalonga, que no vacila en definir la Inquisición como la democracia del siglo xvi, define el carácter del descubrimiento y conquista con las siguientes palabras: «El descubridor de América que llevó la cruz y la bandera de España era un místico, un iluminado.Y España no aspira a enriquecerse en América. No fue ningún buen administrador de asuntos coloniales. Los intereses de España estaban más en la defensa de la religión y en la salvación de las almas que en el comercio».113 No se puede elogiar precisamente la sagacidad de los apologetas coloniales imperialistas si ahora se quiere poner en escena, después de cuatrocientos años, a Colón, el típico representante de una unión de impulsos de expansión feudal y capitalista, por su «profunda convicción de la omnipresencia omnipotente y omnisciencia del Dios vivo que lo preservó de todos los dolores y acrecentó sus triunfos para, basándose en ello, demostrar las sublimes ideas de la paz de los pueblos y de la victoria del pensamiento sobre el poder de la materia» con la explotación sin piedad de poblaciones enteras de indios y de su cultura.114 El muchas veces citado «sentido misional»115 en la política colonial española solamente puede ser comprendido en su realidad histórica si es concebido como expresión inmediata y como momento reforzante de los intereses de base, materiales y socioeconómicos. La Iglesia Católica ha rodeado también, como lo hizo anteriormente con el sistema feudal, la obra de los conquistadores «con la aureola de la bendición divina».116 Como en la Reconquista, la Iglesia ejerció una

111. Atti del X Congresso Internazionale, pp. 62, 65-78, 565-579. 112. A. P. Whitaker, Spain and Defense of the West, Nueva York, 1961, p. 408. 113. L. Villaronga, op. cit., 1951, p. 66. 114. G. Jacob, «Die geistesgeschichtliche Bedeutung des 12. Oktober (Día de la Raza)», en Forschungen und Fortschritte, nº 10, p. 303 y ss. 115. V. D. Sierra, El sentido misional de la conquista de América, Madrid, 1944. 116. F. Engels, «Die Entwickung des Sozialismus von der Utopie zur Wissenschaft», en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas, vol. 2, Berlín, 1952, p. 93.

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triple función: políticamente como instrumento de mando del poder central; socioeconómicamente como factor de colonización; e intelectual y culturalmente en la hispanización del nuevo imperio. No pocas veces podía el misionero realizar eficazmente la colonización bajo condiciones en las que el conquistador estaba abocado al fracaso. Precisamente la actividad misionera de la orden unió la extensión sistemática del dominio español sobre un territorio libre de indios con la inclusión, paso a paso, de las zonas misionadas en la estructura social y económica colonial. Tras el derrocamiento político de la generación de los conquistadores por parte del poder central, partió la iniciativa en la extensión territorial casi exclusivamente de los misioneros. En la conquista de Filipinas117 aventajó el misionero al conquistador en su posición como pionero de expansión colonial y opresión. En este papel de la Iglesia en la colonización española y en la del resto de los países europeos no se puede corregir posteriormente nada a pesar de que eminentes historiadores jesuitas trabajan excesivamente en ello, como es el caso de Constantino Bayle. La importante y extensa obra historiográfica de Bayle se escribió, como él lo ha admitido, con la intención de contraponer una hagiografía a intérpretes más realistas, incluso de sus propias filas. Para Bayle la esencia de la expansión colonial está solamente en el «espíritu católico»: El deseo de extender el Evangelio movía las almas de nuestros reyes y gobernadores; la espada de nuestros conquistadores, aunque a veces en sus golpes se deslizaba a la crueldad y el odio, fue conducida con gran fuerza con la idea de que era un arma de la Providencia para aniquilar oposiciones y abrir camino a la fe.118 Con gran veracidad se desprende de esta idea la divisa del combatiente y cronista de Cortés, Bernal Díaz del Castillo: «¡Servir a Dios y al rey, llevar la luz a los que viven  en tinieblas y también ganar riquezas, que las buscan todos los hombres!». Si el tradicionalismo intenta cimentar la actual actividad misional en la «lucha contra el materialismo ateo» en el sentido misional de la historia colonial española, la fragilidad y la imposibilidad de este intento es manifiesta. Entre los innumerables círculos problemáticos que no es posible enumerar en este marco limitado, en los que se debe ganar terreno a través de formulaciones irracionalistas para el rearme total del antiguo colonialismo español, merece una mención especial la exposición de los movimientos de liberación. Así como los representantes de la clase francesa dominante, agitada por la crisis, desde Ch. Mau­ rras hasta D. Guérin, que quieren ahora «desjacobinar» los orígenes revolucionarios pasados de la burguesía actualmente imperialista, así también intentan los 117. W. Markov y M. Kossok, «Zur Stellung der Philippinen in der spanischen Chinapolitik», en Wz  kmu, gsr, 1958-1959, nº I, p. 7 y ss. 118. C. Bayle, España en Indias. Nuevos ataques y nuevas defensas, Vitoria, 1934, p. 25 y ss. 156 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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abanderados de la Hispanidad ocultar el carácter de las guerras de liberación de 1818-1826. El citado congreso de Madrid de 1949, que prometió ofrecer «nuevos conocimientos de las causas y carácter de la independencia hispanoamericana», puede ser citado como ejemplo de esto. De los seis conjuntos de cuestiones planteadas, ninguno se refiere directamente a las causas económicas y sociales del levantamiento antiespañol. El problema decisivo de presentar la rebelión de Hispanoamérica en la conexión histórica de emancipación colonial se evitó en cuanto el medio continente insurrecto fue definido no como colonia sino «como unidad de pueblos independientes que vivían en concordia con la metrópoli monárquica y pacífica».119 La crítica neotomista principalmente expuesta por los jesuitas atacó sobre todo las ideas de los enciclopedistas franceses; sólo alguno de ellos aisladamente nadó contra la corriente clerical. Así Franc Koren defendió no sólo el concepto liberal usual de que la Ilustración y la Revolución francesa hubiesen dado impulso ideológico y político para la emancipación. Para él la repercusión lejana transatlántica del jacobinismo se debía no tanto al influjo retardado sobre  las clases poseedoras, sino al nacimiento de una conciencia popular revolucionaria de la clase explotada de la sociedad colonial. Las antítesis jesuíticas no se limitaban a la condena del «espíritu antiespañol y anticristiano» que ha dominado el «despotismo ilustrado». Ellas ayudaron igualmente a la necesidad de una casuística histórico-filosófica por medio de una refundición de la Ilustración radical.120 El jesuita argentino Guillermo Furlong121 atribuyó sin cumplimientos el Contrat social a Suárez y a la doctrina de la soberanía popular, que ya estaba esbozada en la escolástica tardía: el carácter de clase feudal y no burguesa. De esta manera, adquirió el cambio de la leyenda negra en leyenda blanca su complemento filosófico a través del cambio del democratismo de Rousseau en un irracionalismo jesuítico-tomista.Así se explica consecuentemente el desposeimiento de los jesuitas de su credo de la «idea de la soberanía popular», y las premisas ideológicas de los movimientos de independencia están ya, lejos de todo contenido de la nueva clase burguesa, determinados por la conquista feudal.122 La prueba correcta y objetiva de Fernández Giménez123 de que antiguas tradiciones de derecho españolas continúan actuando –como ya Marx resaltó en el caso de 119. Ibíd. 120. De la aportación del historiador argentino P. Picirilli, Congreso hispanoamericano..., op. cit., p. 322 (resumen). 121. F. Marcos Ortiz, op. cit., pp. 305 y ss. 122. Comp. con aportación  de G. Furlong, op. cit., p. 207 y ss. 123. M. Giménez Fernández, «Las doctrinas populistas en la independencia de HispanoAmérica», en Anuario de Estudios Americanos, III, Sevilla, 1946, p. 517 y ss. (publicado  como independiente en 1947). Con el mismo plan: E. De Gandía, Francisco de Vitoria y el Nuevo Mundo. El problema teológico y jurídico del hombre americano y de la independencia de América, Buenos Aires, 1953.

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la Constitución de las Cortes en 1812-124 y de nuevos conceptos escolásticos, no tiene en cuenta el detalle decisivo de que un nuevo contenido de clase  presta a las instituciones tradicionales funciones completamente distintas. La limitación de la concepción de la historia al problema criollo, que caracteriza la historiografía liberal antigua, aparece en los apologetas coloniales modernos de forma más fuerte. Pero en cuanto la sustracción de las posesiones españolas de la metrópoli se despoja del carácter de una revolución política y social, se reduce entonces esa sustracción a la obra de una minoría blanca ilustrada. Indios, mestizos y negros, es decir, las clases populares explotadas feudalmente o todavía como esclavos, no cuentan como factor de impulso de desarrollo y se convierten en seres sin historia,125 ya que el deseo de libertad e independencia existe casi exclusivamente entre los criollos.126 Historiadores argentinos han deformado o difamado el papel de las masas populares generalizando inexactamente singularidades en el Virreinato del Río de la Plata.127 Enrique de Gandía, que a su modo, en un intento de revisión, apoya debidamente el movimiento de independencia en el sentido de la teoría de Ortega y Gasset, deja caer incluso a las pocas «personalidades ilustradas», a las que valora en el sentido de que niega rotundamente la capacidad revolucionaria de las luchas de 1810 a 1824, ya que «la llamada revolución americana no ha sido ni una lucha de clases ni un combate económico o religioso».128 Para Gandía desemboca la llamada revolución en un conflicto constitucional formal de las juntas americanas con la regencia de Cádiz, que dará como resultado por sorpresa finalmente la separación  política. En la opinión de tales beneficiarios hispanoamericanos que proyectan en la pasada historia el terror de la clase dominante actual, no encuentran perdón héroes populares y precursores de una democracia revolucionaria como Hidalgo y Morelos. Además, a la constelación específica de clases antes y durante las luchas de independencia, que decidió  sobre la posibilidad histórica de culminar o no culminar con éxito la revolución, se le niega ser objeto de un serio estudio de investigación.129 Naturalmente la «revisión» no respeta ni siquiera a un extraordi124. K. Marx y F. Engels, op. cit., 1952, pp. 50 y 469. 125. F. Morales Padrón, op. cit., 1955, pp.155-156. 126. Congreso Hispanoamericano. Contribución de M. Villaverde, op. cit., p. 244. 127. Sobre la polémica comp. R. F. Marfany, «¿Donde está el pueblo?», en Humanidades, Buenos Aires, 1948, año 31, p. 253 y ss; E. De Gandía, «La intervención del pueblo en los orígenes de la independencia argentina», en Revista de Indias, Bogotá, 1950, nº 113, p. 135 y ss. La tesis contraria indigenista muy acentuada en Díaz Del Castillo, «Orígenes de la independencia de las naciones hispanoamericanas», en V. P asto, Revista de Historia, 1954, nº 28/29, p. 1.118 y ss. 128. E. de Gandía, La revisión de la historia argentina, Buenos Aires, 1952; Íd., Introducción al estudio del conocimiento histórico, Buenos Aires, 1948, p. 397. 129. Sobre el estado de la discusión comp. K. M. S. Alperovich, V. I. Ermolaev, I. P. Lavrecki y S. I. Semenov, «Ob osvoboditelnoj vojne ispanskich kolonij v Amerike 1810-1826», en Voprosy Istorii, nº 11, 1956, p. 70; M. Kossok, «Kolonialbürgertum und Revolution. Sobre el carácter del 158 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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nario jefe revolucionario, Simón de Bolívar y San Martín. Detrás de la fachada del culto a Bolívar, que está de moda, se aprecia hasta qué grado se ha desfigurado el verdadero mérito del «libertador de Sudamérica». En la actualidad el político peruano e historiador Víctor A. Belaunde130 es uno de los que más se ha destacado en retocar la figura de Bolívar. La «vuelta prometida a Bolívar» ya no significa una vuelta al defensor decidido de la unidad nacional y de la lucha contra la opresión colonial. El falso esplendor de una «democracia conservadora» apoyada en el absolutismo político de una «elite social, moral y espiritual», debe más bien eliminar el fantasma de una soberanía del pueblo. En tal entrega de la concienciación de la revolución a la unificación de panamericanismo e Hispanidad encuentra la transmisión económica y política de la reacción de Latinoamérica a la alianza Washington-Madrid su completa ratificación. La historiografía democrática de Latinoamérica no ha vacilado en oponerse a la reacción –indiferentemente de que ella abogue por el viejo colonialismo español o por el nuevo colonialismo americano para «caminar sabiéndolo» (Pablo Neruda). «Si bien la historia no es la dueña de la vida, tiene que ser un espejo de la vida, de la realidad en su continuo desarrollo.» Así esboza en México Wenceslao Roces la exigencia obligatoria diaria para los historiadores.131 El ataque contra el tradicionalismo, el revisionismo y otras falsificaciones parecidas de la realidad histórica, se lleva a cabo desde posiciones básicas ideológicas heterogéneas en las que se manifiestan en su divergencia diferentes luchas de clase e intereses de clase. Es decir, faltan unidad metodológica e ideológica;132 lo que les une es un antiimperialismo y anticolonialismo más o menos manifiestos. Bajo las actuales condiciones concretas americanas no se niega ya cada nota positiva a la tendencia de cuidar la herencia liberal del siglo xix como se manifiesta por ejemplo en Chile en una defensa de las ideas básicas de Barros Arana, según el «revisionismo» de Encina.133 Pero en esto ciertamente no se debe ignorar que tal defensiva contra el colonialismo español y el neocolonialismo no raramente interviene en la conservación de la ya superada concepción de la historia burguesa-criolla, y se manifiesta no inmune frente a la infiltración panamericana. Lo movimiento de independencia  hispanoamericano (1810-1826)», en Wz  kmu, gsr, 1957-1958, nº 3, p. 219 y ss. (en este volumen, pp. 95-119). 130. Completa su obra Bolívar y el pensamiento político de la revolución hispanoamericana, Madrid, 1959 (edición española de la obra publicada en inglés en 1938; en el prólogo continua Belaunde su debate con Madariaga). 131. Citado según Schnelle, Fragen der spanisch-amerikanischen Ideologiegeschichte, 1955-1956, p. 235. 132. Información bibliográfica sobre su posición en la Historiografía, comp. I. R. Grig, «Zametki o sostojanii istoriceskoj nauki v Latinskoj Amerike», en Voprosy Istorii, nº 10, p. 182 y ss. 133. R. Donoso, «En el cincuentenario de la muerte de Barros Arana», en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, III, Rosario, 1958, p. 399.

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mismo sucede en el fondo con las diversas tendencias sociológicas (en México, Argentina, Brasil),134 que toman una cierta parte en la superación de la «historia del pensamiento». En  cualquier caso, el argentino Sergio Bagú135 ha llevado a cabo el primer intento de gran alcance, si bien en sus diversas partes muy diferentemente valorado, de un análisis comparativo de la historia social y económica del complejo colonial español-portugués, y lo ha relacionado con la colonización en América del resto de los países europeos. Metodológicamente, esta obra, que ha sido completada en el aspecto estatal-administrativo por la brasileña E. M. Lahmeyer Lobo,136 se puede comparar en su temática sobre todo con la investigación de B. W. Diffie.137 Para Bagú son las clases sociales una «realidad socioeconómica» sin cuyo reconocimiento no es posible una comprensión de la época colonial. A la idea de una misión idílica como la pinta por ejemplo el chileno Humberto Muñoz,138 contrapone Bagú la pura imagen de la lucha de clases en la América colonial.139 Que esta actitud puede abrir nuevos horizontes ya lo demostró hace tiempo el mexicano Luis Villoro.140 En su «intento de una interpretación histórica» de la revolución de independencia dedica a la participación de las masas populares en la eliminación del yugo colonial un gran espacio, y puntualiza en su descripción de la lucha de clases desde 1810 las observaciones de Chávez Orozco141 sobre los aspectos democrático-burgueses de la revolución bajo Morelos. El polo propiamente opuesto a la Hispanidad dentro de la historiografía burguesa lo constituye, sin  embargo, el indigenismo, mientras sus representantes no se agoten en la búsqueda de simples soluciones «filosófico-culturales», sino que conciban el problema de indios como expresión social de la palpitante cuestión 134. F. De Azevedo, «A Sociología na América Latina e particularmente, no Brasil», en Revista de Historia, S. Paulo, 1950, vol. I, nº 3, p. 345 y ss. 135. S. Bagú, Economía  de la sociedad colonial. Ensayo de historia  comparada de América latina, Buenos Aires, 1949; y también, Estructura social de la colonia. Ensayo de historia comparada de América latina, Buenos Aires, 1952. 136. E. M. Lahmeyer Lobo, Administraçao colonial luso-espanhola nas Américas, Río de Janeiro, 1952. Entre tanto, elabora una historia comparada de la colonización ibérica en Latinoamérica. 137. B. W. Diffie, Latin American Civilization, época colonial, Harrisburg, 1947. 138. H. Muñoz, Movimientos sociales en el Chile colonial, Buenos Aires, 1945. 139. «América fue suelo de violencias desatadas y lo excepcional fue en ello la mesura. Violentas son las relaciones habituales entre comerciantes y labradores; entre comerciantes y plantadores; entre estancieros e inquilinos; entre los potentados locales y los representantes del poder imperial; entre el cura y los indios, sus feligreses, entre el cacique y los indios, entre el mestizo o el mulato y los indios o negros.» (S. Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de  historia comparada de América latina, Buenos Aires, 1949, p. 129 y ss.) 140. L. Villoro, La revolución de independencia. Ensayo de interpretación histórica, México, 1953. 141. L. Chávez Orozco, Historia económica y social de México. Ensayo de interpretación, México, 1938, p. 39. 160 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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agraria en Latinoamérica. «El problema de los indios se deriva de nuestra economía. Está arraigado en el sistema de la propiedad del suelo […]»142 La discrepancia del tantas veces positivamente citado pero de ningún modo suficientemente investigado movimiento indigenista, está fuera de duda. Confrontado a la necesidad de realizar en la práctica la postulada liberación de los indios, ha dejado de ser el indigenismo hace tiempo una corriente unificada. Su ala derecha se inclina paulatinamente hacia un panamericanismo impregnado de «buena vecindad» de carácter Rooseveliano o también  por una actividad escrupulosamente definida en el marco de la política oficial de indios del respectivo país, como lo reconoce el Instituto Indigenista en México. Qué rápidamente se desvanece la esencia progresiva incluso de un indigenismo «de izquierdas» concebido según los intereses de la burguesía nacional y de la pequeña burguesía, lo ha demostrado el aprismo peruano143 que, según la voluntad de su fundador, Haya de la Torre, en su tiempo una especie de «mesianismo» indo-americano, se atrofió en un partido local peruano, que como todo narodniˇcestvo, se desmoronó pieza por pieza en un socialismo de derechas y en un revisionismo. Prescindiendo de su evidente fragilidad política,144 no sería justo para su misión histórica temporal reducir el indigenismo a un «nacionalismo cultural». Que los indigenistas transformen conceptos como Españolamérica, Iberoamérica o Latinoamérica en Amerindia o Afroamerindia, no se basa sólo en un abstracto juego de palabras. Aquí se ve la actuación de una oposición concienciada contra, precisamente, el dominante eurocentrismo en la historiografía sobre la colonización ibérica de América, que degradó a los indios y negros (y con reserva también a los mestizos y mulatos) a simple materia prima de la «transculturación occidental». A causa de la revolución democrática burguesa mexicana se efectuó un renacimiento del pasado precolombino como trasfondo histórico de la integración social y cultural de los indios, que ha cobrado actualidad. Como lo muestran las biografías-cuauthémoc de Héctor Pérez Martínez y Salvador Toscazo,145 un reconocimiento de la herencia cultural azteca no deja lugar para ensalzar la figura de un Cortés, que en definitiva simboliza en sí el sistema colonial español. La negación de la Hispanidad se justifica con las mismas consecuencias desde la valuación de los movimientos de independencia, que 142. J. C. Mariátegui, op. cit.,1944, p. 25. 143. M. Kossok, op. cit., en Wz  kmu, gsr, 1957-1958, p. 231 y ss. (con notas de literatura); W. Z. Foster, «Revoljucija 1810-1826 godov v Latinskom Amerike», en Voprosy Istorii, 1961, nº 5, p. 48 y ss. 144. E. Pereira Salas, op. cit.,1956, p. 107. 145. H. Pérez Martínez, Cuauhtémoc. Vida y muerte de una cultura, México, 1945; S. Toscano, Cuauhtémoc, México, 1953. Para Perú completa ante todo L. A. Valcárcel (Tempestad en los Andes; Ruta cultural de Perú) que como evangelista del indigenismo (Mariátegui) es considerado como adalid de un movimiento panindianista: «La dictadura indígena busca su Lenin».

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a la luz de la historiografía indigenista, debe aparecer como una reconquista de la libertad nacional. Defensores incondicionales de la colonización española como E. Barrios Berumen apenas tienen algo que oponer a tal anticolonialismo indigenista. Por el contrario, no faltan realmente hábiles maniobras de seducir al bloque burgués y de intentar quitar la contradicción ideológico-política entre Hispanidad e indigenismo.146 La disputa fundamentada científicamente hasta en sus pormenores con la política colonial reaccionaria falangista y clerical acaba ahora de comenzar. Comprometerse aquí es la tarea obligada de la historiografía marxista-leninista, que ofrece ella sola la clave para la refutación y destrucción de las mentiras de la historia colonial. La labor realizada en los últimos años por muchos historiadores que investigan en base al materialismo histórico o cercano a él, dentro y fuera de Latinoamérica, da la certeza de que la posición de monopolio de la historiografía burguesa también en este campo se acerca a su fin. Una impregnación marxista de la historia colonial hispanoamericana que no se detenga en la antesala de la crítica, presupone la superación sistemática de algunos círculos de problemas prioritarios.147 Primero se plantea la cuestión sobre los impulsos comprensibles y mensurables económicos, sociales y político-ideológicos de la expansión colonial española en África, América y Asia. En esto se debería destacar sobre todo la caída, típica para España, de impulsos feudales y precapitalistas, como también debe tenerse en cuenta la conexión de la expansión española y portuguesa con los movimientos coloniales europeos generales. Además, se debería efectuar un análisis del carácter de la colonización española y de la estructura del sistema colonial para determinar el lugar histórico del colonialismo español. Las condiciones concretas bajo las que hay que examinar y evaluar un sistema colonial exigen la exposición y consideración de criterios comparables como: el estado de desarrollo socioeconómico, político y cultural del país colonizador y del territorio colonial, sobre todo en su mutua relación; las perspectivas históricas del país colonizador y del territorio colonial, es decir, la cuestión de hasta qué punto se encuentra en una etapa de progreso social o de decadencia, sobre todo si la colonización sepulta o encauza equívocamente las perspectivas reales de desarrollo del país colonial;

146. E. Barrios Berumen, La conquista española, Hernán Cortés y su obra, México, 1954; V. Roco Gonzáles, Hacia un concepto de la conquista de México, México, 1953. «El hispanista tiene la vivencia de una España inexistente. El indigenista crea en su mente un mundo indígena que nunca existió» (p. 284). 147. Sobre  el desarrollo actual de la historiografía soviética comp. M. Kossok, «Zum Stand der sowjetischen Geschichtsschreibung über Lateinamerika (1945-1958)», en ZfG, 7, 1959, nº 2, p. 425 y ss.; M. S. Alperovich, «Izuˇcenie istorii Latinskoj Ameriki v Sovetskom Sojuze (Kratkij obzor)», en Latinskaja Amerika v prošlom i nastojašˇcem Moscú, 1960, p. 450 y ss. 162 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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las muchas y diversas repercusiones de la explotación en el territorio colonial y en el colonizador, como por ejemplo la participación en el proceso de la primera acumulación del capital; el grado de desarrollo relativo del colonizador respecto a otros países que o bien ya habían comenzado con el proceso de colonización o eran capaces de realizarlo; la influencia de la totalidad de relaciones internacionales de una época en la formación de un sistema colonial o de una colonia; o bien las repercusiones que se derivan espontáneamente del sistema colonial (entrada en el mercado mundial capitalista, diferencia de desarrollo civilizador-técnico y muchos otros).148 Una atención especial habría que dedicar a la relación de dependencia económico-político-cultural de América respecto de su metrópoli española para demostrar –en virtud de la específica estructura social y económica del aparato de poder estatal, de la política de indios, del papel especial del clero católico, etc.– el auténtico estatus colonial de Hispanoamérica en el sentido de la definición científica, marxista-leninista del concepto colonia. Independientemente de la «igualdad» sólo nominal de derecho público que se le ha deparado a Hispanoamérica, abarca la definición de colonia149 a «países que están bajo dominio de un estado arbitrario (metrópoli), no tienen igualdad de derechos respecto a la metrópoli, se les ha despojado de su soberanía estatal y están gobernados en base a un régimen especial. En sentido económico-social son colonias los países sin soberanía política y económica propias, países que están sometidos al dominio de estados capitalistas» y, en contra de todos los apologistas del colonialismo, se puede aplicar esto también en todo su contenido al sistema colonial español. Solamente el materialismo histórico ha sido capaz de fundamentar legítimamente el papel de las masas populares que durante largo tiempo no ha sido sistemáticamente bien apreciado o incluso ha sido denegado. Al conjunto de todos los elementos socioeconómicos, político-administrativos, culturales, intelectuales y étnicos, que determinaron la forma y el contenido del periodo colonial, pertenece, como ha sido ahora resaltado unilateralmente por la opinión indigenista, tanto la oposición nunca rota de los autóctonos contra los explotadores como las repercusiones de los contactos sociales y culturales entre la tenue capa superior española y las masas de la población india. «Toda la historia de la América española fue una historia de lucha continua de los conquistadores españoles con los indios y negros oprimidos […]»150 Es ahora más urgente que nunca la necesidad

148. W. Markov, et al., «Fragen der Genesis und Bedeutung vorimperialistischer Kolonialsysteme», en Wz  kmu, gsr, 1954-1955, nº 1-2, p. 43 y ss. 149. SIE, vol. 22, p. 30; comp. la problemática  con E. V. Elisejeva, «Nauˇcnaja konferencija, posvašˇcennaja 350-letiju goroda Tomska», en Voprosy Istorii, 1955, nº 3, p. 185 y ss. 150. S. N. Rostovski, op. cit., 1940, p. 12.

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de investigar y elaborar las relaciones y las luchas de clases desde el comienzo de la conquista hasta el crepúsculo colonialista de la revolución de independencia. Por último, la historiográfica marxista-leninista tiene que plantear y responder, en la investigación de la historia colonial española, la cuestión básica de la relación entre desarrollo parcial y la clara regresión en el periodo del colonialismo preimperialista. El camino que han seguido los historiadores soviéticos en el análisis sobre el carácter de la política colonial zarista151 merece toda nuestra atención, sobre todo en sus puntos de vista metodológicos, ya que con esto se han fijado determinadas normas que no solamente repercuten con su claridad diáfana en la toma de posición histórica del colonialismo zarista.Todavía no se ha realizado el balance definitivo sobre cuánto ha costado la colonización europea a aquellos pueblos de América que por lo menos sobrevivieron, en pérdida de su tradición y ruptura cultural, en el aplastamiento de su propio desarrollo, en el uso independiente de su fuerza productiva así como en la futura concienciación de sí mismos. De ninguna manera se ha compensado la libertad perdida y la independencia mediante la transmisión de los progresos feudales ibéricos. «Solamente si una gran revolución social ha superado los resultados de la época burguesa, el mercado mundial y los medios de producción y los ha sometido al control común de los pueblos más avanzados», es entonces, como insinúa Marx, «cuando el progreso humano no se parecerá más a aquel abominable ídolo pagano que quería beber el néctar sólo de cabezas degolladas».152

151. Completa el artículo de M. Bagirov, en Bolˇcševik, 1950, nº 13, p. 21 y ss.; la discusión en Voprosy Istorii de 1951, nº 1, p. 140 y ss., hasta 1953, nº 8, p. 21 y ss., como el debateSchamyl, Ibíd., 1956, nº 3, 7, 12 y 1957, nº 1; sobre esto la intervención de N. S. Chrušˇcov y Muchitinow en el XXI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. 152. K. Marx, «Die künftigen Ergebnisse der britischen Herrschaft in Indien», en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas, op. cit., vol. I, p. 332. 164 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

ESTUDIO COMPARATIVO DE LOS SISTEMAS COLONIALES MODERNOS. ENSAYO METODOLÓGICO* La colonización territorial Por colonización territorial se entiende la ocupación de grandes territorios con la tendencia hacia futuras expansiones.A los ejemplos «clásicos» de la colonización territorial pertenecen las empresas coloniales de los españoles y portugueses en América Latina y de los ingleses en Norteamérica. En los casos históricos mencionados la ocupación territorial se combinaba con un proceso de una «colonización de poblamiento» (Siedlungskolonisation) a causa de la inmigración más o menos intensa de europeos. En lo relativo a la estructura socioeconómica y político-institucional, cabe distinguir entre dos tipos fundamentales de colonización territorial: la toma de posesión de carácter señorial o «feudal» (herrschaftliche Landnahme) o la toma de posición por mediación de campesinos libres (bäuerliche Landnahme). En las formas señoriales de ocupación dominaban todavía los elementos de una sociedad feudal tardía (España, Portugal); en el caso de la colonización por parte de campesinos libres, operaron ya los factores del capitalismo temprano (el papel de los «padres peregrinos», en el caso de Inglaterra). Para el desarrollo del proceso expansionista desde un territorio ocupado y colonizado hay que remarcar –sobre todo en el caso de la colonización española en América Latina– el papel de las «misiones». La misión, como típica institución financiera, servía como base territorial y estructural entre las tierras «civilizadas» y las tierras «salvajes». «Frontera» significó en los siglos xvi y xvii, en primer lugar, «frontera misionera». Esta frontera misionera jugó un papel importante en la defensa del «interior» mediante una zona móvil de transición hacia «fuera». No sólo * En Manfred Kossok, La colonització espanyola d’Amèrica. Estudis comparatius, Barcelona, Ed. L’Avenç, 1991, pp. 33-53.

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los derechos eclesiásticos sino también esta función particular estructural de las misiones explican su relativa autonomía ante las autoridades estatales. El mayor éxito en la tarea misionera fue el que consiguieron las órdenes de los dominicos, los franciscanos y los jesuitas. Zonas ejemplares de la frontera misionera fueron las del norte de México, zonas fronterizas de Venezuela, Colombia y Perú, y sobre todo zonas de Paraguay. El éxito de la expansión misionera dependía en un grado remarcable del estado sedentario de la población indígena (por ejemplo, Paraguay); los misioneros fracasaron cuando se vieron enfrentados a tribus nómadas –por ejemplo, la permanente guerra araucana (estos problemas se resolvieron con dificultad en el siglo xix mediante una intensa colonización de poblamiento, realizada en gran medida por inmigrantes alemanes); un caso paralelo vino representado por la «conquista del desierto», bajo órdenes de Rocafuerte, en Argentina/Patagonia contra los pehuelches y otras tribus independientes; los yaouis en el norte de México defendieron su autonomía incluso en los tiempos de la Revolución mexicana de 1910, etc. La estructura geográfica de las misiones muestra tres de los «modelos» principales que se representan en el esquema 2. Mientras en el caso de Estados Unidos, gracias a la influencia de las teorías de F. J. Turner, hay una literatura muy rica sobre el problema de la frontera (frontier), esta problemática, para el mundo iberoamericano, pertenece a los campos poco investigados.También es esto válido, sobre todo, para el fenómeno de la «frontera militar». Al terreno de las grandes excepciones pertenecen los trabajos de A. Jara sobre el sur de Chile.

La colonización de puntos de apoyo (Stützpunktkolonisation) Este tipo de colonización es, predominantemente, el resultado de una expansión de carácter comercial y/o de la imposibilidad (o, acaso, del desinterés) de una conquista de gran estilo. Una tal colonización fue durante mucho tiempo la forma del predominio europeo en el caso de África y Asia. La creación de limitados puntos de soporte fortificados permitió el dominio de grandes territorios sin conquista y/o subyugación directa de la población nativa. La institución típica era la factoría en forma de una fortaleza en la costa. Podríamos definir la factoría como una de las instituciones básicas de una colonización de carácter comercial-mercantil, típica en la primera fase del capitalismo incipiente. Los españoles fracasaron con este sistema en el Caribe (lo cual era idea fundamental y clave en el proyecto colonizador de Cristóbal Colón). Los portugueses, en cambio, crearon con éxito a partir de 1415 (conquista de Ceuta)

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una larga cadena de factorías desde la costa africana hasta China y Japón. Otro ejemplo lo dieron los holandeses en el siglo xvii con la expansión hacia Indonesia. El posible cambio del tipo segundo de colonización (factoría) al tipo primero (conquista territorial), lo realizaron los portugueses en gran parte de sus posesiones africanas. Hay que decir que no existió una «muralla china» entre las variantes de la expansión colonial moderna.

Factores dominantes de un sistema colonial Entre los factores que en su complejidad dialéctica influyen en la estructura de un sistema (régimen) colonial, cabe destacar dos condiciones (componentes) básicas: a) Las fuerzas motrices del proceso colonizador-expansionista nacidas en la metrópoli. Estas fuerzas motrices no son factores estáticos; estos últimos cambian su carácter (intensidad, dinámica, calidad estructural) de acuerdo con el grado de madurez alcanzado en cuanto a la «capitalización» (aburguesamiento) de la sociedad. Esto significa que sobre todo las formas de la acumulación originaria del capital en la metrópoli influyen de una forma decisiva sobre el lugar histórico del sistema colonial: entra aquí la dialéctica entre el grado de transición («disolución») de la sociedad feudal-estamental y la sociedad burguesa-capitalista y la dinámica del proceso colonizador. b) Las condiciones existentes en las regiones conquistadas, que a la vez dependen del desarrollo político-institucional y económico-social alcanzado antes de la llegada de los europeos. En el caso de África, los portugueses se encontraban enfrentados con sociedades autóctonas de diferentes niveles; en el caso de India, China y Japón, se trataba de estados con suficiente capacidad de autodefensa. Sólo en América del Sur y del Norte se produjo un proceso de colonización «completa» (total). La estructura definitiva del sistema colonial dependía, por tanto, de las correlaciones entre las fuerzas motrices (A) y los factores existentes en los territorios conquistados (B), que finalmente dieron como resultado C. A pesar de ser «objetos» de la colonización, los pueblos sometidos influyeron (en el caso de América Latina, el componente indígena y el africano) sobre la estructura del régimen colonial establecido.

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En aquellos casos en los que la colonización europea penetró en territorios «vírgenes», es decir, escasamente poblados o sin población (como en el sur de África: cabo de Buena Esperanza), o bajo condiciones de avasallamiento casi totales de la población nativa (lema puritano: only a dead Indian is a good Indian), el componente A resultó casi idéntico a la resultante C (Nueva Inglaterra, Canadá, África del sur, Australia). Únicamente estas regiones del mundo colonial significaron una «reproducción» más o menos fidedigna de la sociedad metropolitana. La «Nueva Inglaterra» era realmente una «segunda edición» de Inglaterra; la «Nueva España» no lo era respecto a Castilla.

La función histórica del colonialismo moderno Expansión y dominación coloniales pertenecen a los fenómenos más antiguos de la historia humana: la colonización comercial y de poblamiento de los romanos, la expansión medieval europea mediante colonizaciones internas y externas, la «conquista del Oriente» por los caballeros teutónicos alemanes; la Reconquista ibérica; incluso la expansión otomana llevó elementos de un dominio colonial delante de los cristianos subyugados; por no hablar de la colonización religiosa y política de una parte esencial de África por parte del islam. En la mayoría de estas colonizaciones de tipo tradicional y premoderno, hubo casi siempre una correlación entre expansión militar, política de poblamiento y simbiosis étnico-cultural. El colonialismo moderno, fruto de la transición de la sociedad feudal (y/u otras sociedades de estructura precapitalista) hacia la sociedad burguesa, tenía un carácter y una función fundamentalmente distintos: las diferencias y desigualdades del desarrollo histórico entre continentes y regiones –la existencia paralela de «tiempos históricos» distintos y hasta inconmensurables– se convirtieron en un desarrollo del «subdesarrollo institucionalizado». La dialéctica entre «centro» (hegemónico) y «periferia» (dependiente) pertenece a los factores esenciales de la época moderna determinada por el apogeo del modo capitalista de producción y de la correspondiente «europeización» de la historia universal. El mundo moderno se empezó a dividir desde los siglos xv y xvi en estados (naciones) «sujetos» y pueblos (continentes, regiones) «objetos» sobre la base de la creciente división interna del trabajo, mientras las grandes culturas asiáticas y árabes sufrieron un proceso de «autocentrismo» –por ejemplo, el fin de la expansión marítima china en los primeros decenios del siglo xiv bajo el almirante Xeng-Ho; mantenimiento de la naturaleza tradicional-feudal de la expansión islámico-otomana; decadencia de la economie-monde de África oriental (península árabe) y Asia durante los primeros decenios del siglo xvi.

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Tipos de sistemas coloniales y la formación de la sociedad burguesa El desarrollo de la sociedad moderna pasó por diferentes etapas genéticas y de maduración: protocapitalismo, capitalismo temprano, periodo manufacturero, revolución industrial, capitalismo de competencia libre, imperialismo. En correlación con el cambio socioeconómico, estructural y político-institucional de las metrópolis, se producía un cambio tipológico en los sistemas coloniales. Podríamos hablar metafóricamente de una «hilera» histórica de sistemas coloniales en línea ascendente. En el periodo inicial de la expansión colonial moderna (siglos xiv–xv) todavía predominaba una fuerte tendencia feudal –expresión de «la larga despedida de la Edad Media», según J. Le Goff–, si bien ya visiblemente impregnada del creciente capital mercantil-bancario-usuario. Basta mencionar el papel de comerciantes y banqueros genoveses, florentinos y otros italianos en la financiación de las empresas transatlánticas de los portugueses y españoles. La implantación cada vez más fuerte de elementos capitalistas en los procesos de colonización conducía a una desfeudalización de los sistemas coloniales postibéricos: se impuso la colonización capitalista «pura». Pero vale la pena subrayar que hasta el régimen colonial capitalista más «puro» tenía como base previa el acceso a periferias menos subdesarrolladas. De la dimensión, profundidad, velocidad y estructura del proceso de acumulación dependía de manera decisiva la transición hacia la sociedad moderna.Tanto en el caso de Inglaterra como en el de España (y Portugal), la dialéctica entre expansión colonial y acumulación jugaba un papel primordial en la realización clásica del mencionado proceso. Mientras Inglaterra llevó a cabo la acumulación productiva en forma típico-ideal (en el sentido de M. Weber), en lo respectivo a los países ibéricos debemos hablar de un proceso acumulativo deformado y «desviado» por el hecho de que gran parte de las riquezas coloniales pasó «en tránsito» hacia ambos países, y no fue, finalmente, sino en países extranjeros (Países Bajos, Inglaterra), donde llegó a convertirse en capital productivo. Algunos de los más importantes canales de desangramiento económico y financiero los analizó R. Carande en su obra maestra Carlos V y sus banqueros.

La dialéctica entre acumulación originaria del capital y la expansión colonial El análisis más profundo y detallado debemos agradecerlo a K. Marx (El capital, vol. I, cap. 24). Se trata, sin duda, de uno de los textos clásicos sobre las raíces de la formación histórica del sistema colonial moderno. En este análisis, Marx

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destaca distintos «momentos de la acumulación originaria del capital», y enfatiza entre ellos la expansión colonial. Mientras Inglaterra contó con una combinación «clásica» de todos los factores de la acumulación originaria del capital, en los países ibéricos (sobre todo en España) actuó una serie de elementos que frenaron y deformaron este proceso, entre los que hay que enfatizar: –E  l carácter particular del capitalismo temprano español: «colonización indirecta» por parte del capitalismo temprano italiano (papel predominante de los genoveses), expulsión de la población activa judía. – L a debilidad social y política de la naciente burguesía española frente a la gran nobleza, la Iglesia y la Monarquía, particularmente después de la derrota de las Comunidades (J. Pérez). – En Inglaterra, gracias a las reformas henricianas, una parte de la nobleza se transformó en la gentry, es decir, en una clase agraria ligada al desarrollo de las relaciones capitalistas. En España se mantuvo el monopolio medieval de la Mesta con las conocidas consecuencias negativas para la economía agraria y la existencia de campesinos. La riqueza de la Mesta no se pudo convertir en aquel capital agrario productivo que en Inglaterra funcionaba como un agente principal de la desfeudalización del campo, una de las condiciones fundamentales de la revolución industrial posterior. – Tampoco hubo en España, en el proceso de la formación del «Estado moderno» (monarquía absoluta), aquella coalición («alianza») de intereses entre monarquía y burguesía ascendente, como en el caso de Francia o –a una escala todavía mayor– Inglaterra. El universalismo de Carlos V y el espíritu militante contrarreformista de Felipe II «prolongaron» para España la Edad Media; mientras tanto, Francia e Inglaterra plasmaron su fisonomía como estados «nacionales» de tipo moderno. En la Península no existió una (proto-) burguesía de carácter nacional; únicamente se habían formado núcleos regionales que, además, tenían muy a menudo intereses opuestos, como lo demostraron los conflictos internos (Burgos vs. Toledo) durante las Comunidades, profundamente analizadas por J. Pérez. La estructura específica y el grado de dinamismo interno de la sociedad feudal influenciaron de manera decisiva, por tanto, el carácter del naciente capitalismo y los respectivos «tipos» de expansión colonial. Este fenómeno de la prefiguración de determinados procesos históricos merecería una investigación más detallada a fin de comprender mejor la complicada dialéctica entre continuidad y ruptura en los procesos de transformación social.

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Algunos rasgos fundamentales del «colonialismo feudal» español en América latina Muchos historiadores escriben sobre el «trasplante» de la sociedad feudal tardía española hacia América. Pero no se trata simplemente de la existencia de un sistema «feudal» (señorial) erigido por los españoles en el Nuevo Mundo. El «feudalismo» colonial americano tenía características muy particulares en comparación con la sociedad metropolitana. Esto se refiere tanto a las estructuras establecidas como a la función del sistema colonial en la formación del capitalismo incipiente. ¿De qué modo influyeron las condiciones que se dieron en la colonia (componente B, según el esquema) sobre la formación concreta del régimen colonial?: – El factor geográfico-histórico condujo a un aislamiento (autarquía) más o menos profundo de los territorios ocupados (importancia de las grandes civilizaciones indígenas como base de la colonización de poblamiento señorial). – El factor económico, en sus múltiples formas: régimen tributario, ganadería, minería, economía de plantaciones, etc. – El factor de diferenciación social, correspondiente al nivel de las culturas indígenas, composición y concentración de inmigrantes (colonizadores), particularidades económicas. – El factor étnico, determinado e influenciado por la densidad y supervivencia de la población indígena, formas de mestizaje, importación de esclavos negros y su «cría». – El factor político-administrativo, en su papel formativo (y normativo) para la creación de regiones (entidades) protonacionales; función clave de las audiencias. – El factor cultural-mental, reflejando los procesos de diferenciación del sistema colonial incluso en el nivel lingüístico (regiones quechua, aimara y guaraní). – El factor estructural, como resultado de la diferente influencia de los modos de producción interrelacionados (feudalismo, economía de plantación, producción artesanal, economía indígena de subsistencia, etc.). La expansión colonial transatlántica era el resultado de un conjunto extremadamente heterogéneo de fuerzas motrices (según el componente A del esquema). Podemos destacar como principales los siguientes:

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– La dinámica del capital comercial mediterráneo, financiando la búsqueda por medio de nuevas esferas de cultivo de caña de azúcar (la famosa «dinámica del azúcar», según Magalhães Godinho y F. Braudel), caza de esclavos, fuentes de oro. Únicamente en los últimos tiempos contó el motivo de la vía marítima occidental hacia Asia. En vista de los factores mencionados, el famoso año colombino de 1492 simbolizaba una fecha «a medio camino»: por un lado, final del aplazamiento del centro económico-comercial del oriente del mar Mediterráneo al occidente; por otro lado, formación de la «economía-mundo» europeo-occidental y atlántica. En 1492 se entrelazaron dos épocas históricas: «el otoño de la Edad Media» (J. Huizinga) y «el alba del capitalismo» (K. Marx). – Las intenciones empresariales y territoriales de la alta nobleza (sobre todo andaluza) y el afán de los hidalgos que, después de la caída de Granada, ya no veían grandes perspectivas de «señorializarse» («territorializarse») en la metrópoli. – Los intereses expansionistas y misioneros de la Iglesia, que se manifestaron desde el primer momento en las actividades de las grandes órdenes religiosas: papel del convento de la Rábida, los dominicos y franciscanos como portadores de una mística de expansión. – Y no en última instancia, los intereses económicos, políticos, diplomáticos y estratégicos (ante el islam) de la Corona (Estado). Durante el proceso de la institucionalización del régimen colonial (después del fin de la conquista 1540-1550), se había producido un cambio cualitativo entre los elementos feudales y capitalistas-comerciales. Una colonización que, según las intenciones de Colón, empezaba con la fundación de factorías fortificadas comerciales, acababa en una ocupación señorial a gran escala de los territorios conquistados: en vez de la comercialización se produjo la «feudalización». No se trató, como subraya con razón R. Konetzke, de una feudalización en el sentido europeo-medieval (sistema de vasallaje), pero de todos modos no se puede negar la señorialización de la tierra y la aristocratización de la jerarquía social. Bajo condiciones de la colonización de poblamiento por medio de campesinos libres («tipo»: Nueva Inglaterra), únicamente era válido en suelo «libre» y «virgen», desposeído de la población indígena. La «ley fundamental» de la colonización española era completamente diferente: tierra «con» hombres. El carácter predominantemente señorial de la colonización española se expresó en la necesidad vital de disponer de mano de obra indígena dependiente (glebae adscripti) para trabajar la tierra.Tierra sin la correspondiente mano de obra disponible (por la fuerza o la «libre» voluntad de los indígenas) no tenía ningún valor. El famoso debate entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda o Las Nuevas Leyes no

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tenían solamente un fondo humanitario, jurídico y político, sino también económico y social: el problema de cómo frenar el dramático descenso de población (por lo tanto, mano de obra) indígena y cómo distribuir el plusproducto colonial entre la aristocracia local y la Corona de Castilla. La institución típica para combinar todos los factores era durante cierto tiempo la Encomienda. La «valoración» de las tierras fronterizas (norte de México, sur de Chile, región del Plata, Banda Oriental), basada en gran parte en la caza de bovino salvaje («sin dueños») o más tarde en la cría de bovino, empezaba con cierta dificultad en el siglo xviii (sistema de compensaciones; nueva fase de expansión territorial en los tiempos borbónicos). Uno de los productos más significativos de la nueva constelación de los intereses internos y externos era la formación del Virreinato del Río de la Plata (M. Kossok, La estructura económico-social del Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, 19883). Ante las tendencias hacia una feudalización (señorialización) del régimen colonial, fracasaron todos los intentos de la Administración real por frenar el fenómeno de la fuga clase: contra todas las restricciones, muchos artesanos y otros inmigrantes dejaron sus oficios para «hidalguizarse» mediante la compra de tierras. El hecho de ser vecino con derecho a voto en la Junta significó ser propietario de tierras (y/o minas). La falta de honradez tradicional de los oficios mecánicos tenía también en América Latina consecuencias fatales. Al catolicismo oficial le convino la ética del trabajo manual, mientras que el puritanismo inglés y norteamericano servía de ideología clásica de la acumulación «productiva» (y no tesorera) del capital (M. Weber, R.Tawney). Contra la interpretación del sistema colonial español como régimen feudalseñorial, otros autores, como A. G. Frank, Vitale y M. Marini, defendieron la tesis del carácter capitalista del sistema colonial español. En esta tesis se reúnen, en mi opinión, una serie de errores metodológicos e interpretativos: 1. E  l carácter capitalista de la colonización moderna no era un fenómeno estático, sino un proceso de maduración gradual de gestación. 2. I ncluso el mismo sistema español pasó, en su desarrollo histórico, por fases diferentes: conquista, institucionalización, reformas borbónicas… 3. A la dialéctica entre «centro» (europea) y «periferia» pertenece el hecho de que los productos (el plusproducto) extraídos de las colonias por medio de formas precapitalistas o protocapitalistas –incluyendo la esclavitud (según K. Marx, una «anomalía» de la producción capitalista)– se convirtieron únicamente en el mercado internacional en objetos «capitalistas» (mercancías como expresión materializada de la plusvalía). 4. P  articularmente el capital comercial, como elemento más conservador de capital, mostró en el mundo colonial ibérico su capacidad de aprovechar

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las formas precapitalistas de producción sin modificar (esto es, «revolucionarlas»). En este sentido hacía Karl Marx una diferenciación muy clara entre la vía «conservadora» (predominio del comerciante sobre el productor) y la vía «revolucionaria» (predominio del productor sobre el comerciante) del surgimiento del capitalismo (El capital, vol. III, cap. 25). Cuando hablamos de un «feudalismo colonial», integrado en el sistema capitalista internacional de trabajo (formación del mercado mundial), hay que subrayar el papel clave de la «coerción extraeconómica». La coerción extraeconómica pertenece sin duda a los aspectos estructurales típicos de la sociedad feudal. Bajo condiciones coloniales (conquista, subyugación, dependencia), la coerción (violencia institucionalizada) juega un papel particular. Es suficiente con mencionar el ejemplo de la mita, que originariamente era una institución colectiva de trabajo precolombina y que se convirtió, después de la conquista, en la forma más importante del trabajo forzoso. El feudalismo colonial no conocía tampoco una estructura social (clasista) moderna. La relación históricamente establecida entre «dueño» (colonizador) y «súbdito» (colonizado) condujo a una aparente identidad entre la estratificación socioeconómica y la étnico-racial: la «república de los españoles» representó a los vencedores de la historia frente a la «república de los indios». Muy a menudo la conciencia étnica (racial) pasó por encima de las contradicciones sociales. Protestas o guerras de campesinos indígenas se manifestaron en forma de «guerras de castas». Bolívar no temía tanto la revuelta de los campesinos o esclavos como la «pardocracia». A las consecuencias de esta situación perteneció, durante la independencia, la no-existencia de un «bloque revolucionario antifeudal» al estilo de 1789. La dirección aristocrático-criolla luchaba por la liberación política y estatal de la colonia, sin querer tocar las estructuras coloniales «internas». Esta división de intereses (emancipación política vs. bloqueo de la cuestión social, es decir, cuestión agraria y esclavista) condicionaba en gran medida la inconclusión de la independencia, que dio un tumbo conservador, y el fracaso de alternativas revolucionarias populares (por ejemplo, en México y la Banda Oriental).

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ESQUEMAS REFERENCIADOS EN ORIGINAL ESQUEMA 1: Formación de colonias territoriales

Centro ocupado

Zona de ocupación

A. Ocupación de una zona costera.

B. Ocupación de un centro regional en el interior

ESQUEMA 2: Modelos de estructura geográfica de las misiones

zona misionera

Territorio colonizado

zona misionera

Territorio colonizado

Territorio colonizado

1. L a prolongación y extensión de un territorio ya conquistado («colonizado» y «civilizado»). 2. Misión fuera del territorio colonizado, con tendencia hacia la futura integración. 3. Formación de una cadena de misiones entrelazadas (con posible tendencia hacia una integración).

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ESQUEMA 3: Modelo de colonización de factoría

Fortaleza Factoría

Zona de control directo o indirecto

ESQUEMA 4: Modelos coloniales según la relación entre componentes metropolitanos e indígenas

4a) El «modelo» ibérico en América Latina A = Fuerzas motrices metropolitanas. B = Factores existentes en la colonia (geografía, clima, población y cultura indígenas, importación de esclavos, etc.). C = Estructura final del régimen colonial. 4b) El modelo inglés en el norte de América

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ESQUEMA 5

Fase feudalmercantil (protocapitalista-temprana) siglos xiv y xv. España

Fase mercantilcapitalista siglos xvi-xvii. Países Bajos

Fase mercantilmanufacturera siglos xvii-xviii. Inglaterra

Fase industrial de libre competencia siglo xix. Inglaterra, Francia, Bélgica, etc.



Fase imperialista final del siglo xix – principio del siglo xx. Inglaterra, Francia, Alemania. «Repartición del mundo.» Inicio de la lucha para la nueva repartición. Estados Unidos imperio formal e informal sobre América Latina. Política de la «Puerta Abierta» en Asia.

Sistema colonial Sistema Sistema Sistema colonial Sistema colonial mercantil-made libre compe- imperialista feudal promercantil-capinufacturero tencia global tocapitalista talista (colonialismo feudal) Las diferentes etapas de madurez del colonialismo capitalista «puro»

ESQUEMA 6: Momentos principales de la acumulación originaria del capital

Proteccionismo

Endeudamiento estatal

Acumulación originaria del capital

Sistema de impuestos Expropiación de los campesinos

Explotación colonial

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ESQUEMA 7: La correlación entre «colonia» y «acumulación de capital»

7a) El «modelo» inglés de la correlación entre colonia y acumulación M= Metrópoli C= Región colonial A= Acumulación 7b) El «modelo» ibérico de la correlación deformada («desviada» entre colonia y acumulación) M1= Metrópoli M2= Metrópolis extranjeras C= Colonia A= Acumulación Vías de la acumulación «derivada»

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ESQUEMA 8: Sistema de correlaciones entre los componentes sociales (clasistas) en el absolutismo «clásico»

Corona

Burguesía

Nobleza

Campesinos

1. 2. 3. 4. 5. 6.

 ongruencia social – divergencia de intereses. C Congruencia de intereses (transitoriamente) – divergencia social (permanente). Divergencia social (secundaria). Divergencia social (primaria). Congruencia de intereses (limitada y temporal). Congruencia de intereses (creciente y culminante en la revolución burguesa).

ESQUEMA 9: Descenso de la población indígena

Según Cook, Borah, Simpson y Lipschutz

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FEUDALISMO Y CAPITALISMO EN LA HISTORIA COLONIAL DE AMÉRICA* En los últimos años, el debate sobre la relación entre feudalismo y capitalismo en el desarrollo histórico de América Latina ha adquirido carácter internacional. Es uno de los grandes temas en el campo de las investigaciones histórico-sociales sobre América Latina. Los resultados son de importancia fundamental para el análisis y la definición de la transformación de las estructuras económico-sociales y político-institucionales desde la conquista y el establecimiento del dominio colonial hasta el periodo de la independencia y posterior a la misma. En la actualidad existen algunas circunstancias que sin duda dificultan la correcta interpretación de este problema cardinal: 1) Existe una manifiesta desproporción o hasta antagonismo entre la multitud de teorías generales sobre el tema y la investigación empírica, hasta ahora poco avanzada en cuanto al análisis detallado de los hechos. Aparte del estado insatisfactorio de la investigación en general, llama la atención que la mayoría de las opiniones, formuladas con carácter totalizador, ni siquiera muestra desde el principio la preocupación de evaluar de forma debida los conocimientos parciales de que disponemos, ni los progresos registrados en algunos informes de investigación publicados en los últimos tiempos (S. J. Stein, S. J. Hunt, E. Florescano, J. L. Phelan, P. K. Korn). Esta tendencia se manifiesta por ejemplo, en los trabajos de L. Vitale, M. Marini y A. G.Frank.

* En Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 1: Kolonialgeschichte und Unabhängigkeitsbewegung in Lateinamerika (hrsg. von Matthias Middell in Verbindung mit Michael Zeuske), Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 331-345; también en Manfred Kossok, La colonització espanyola d’Amèrica. Estudis comparatius, Barcelona, Ed. L’Avenç, 1991, pp. 7-30.

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2) Las importantes discrepancias terminológicas se presentan como resultado de los divergentes puntos de vista metodológicos y conceptuales. Esto ocurre sobre todo con el uso impreciso de las categorías feudalismo y capitalismo. En relación con la necesidad de ajustarnos a criterios exactos, en vez de ofrecer modelos abstractos y de tener siempre en consideración las particularidades de las regiones trasatlánticas, se dio una demostración convincente tanto en la conferencia Sur le Féodalisme afectuada en 1968, por el Centre d’Études et de Recherches Marxistes (cerm, París), como también en el coloquio Abolition de la Féodalité dans le Monde occidental, organizado por el Centre National de la Recherche Scientifique en 1971 (cnrs, París). Es suficiente con mencionar los aportes de Ch. Verlinden, F. Mauro, J. P. Wallot, R. Palmer, P. Vilar y A. Soboul. 3) E  n correspondencia con las tradicionales líneas de la historiografía, se enfatizó siempre la parte ibérica sobre Latinoamérica. Para una comprensión compleja del problema es necesario que en adelante prestemos igual atención a las regiones influidas por las actividades coloniales de Inglaterra, Francia y los Países Bajos. El punto de partida para el análisis de la relación entre feudalismo y capitalismo está dado por el nivel de desarrollo de España y Portugal en vísperas de la conquista de América. El sometimiento de América representó el momento culminante de la acumulación originaria del capital y constituye entonces parte del proceso de la génesis del capitalismo europeo (Karl Marx). En correspondencia a la transformación por etapas de la sociedad feudal por la capitalista, existió en el desarrollo histórico cronológico de los sistemas coloniales la tendencia a sustituir la unión de elementos feudales y capitalistas, muy característica en los inicios, por una influencia cada vez más creciente y, al final, la supremacía de los elementos capitalistas «puros». Desde el punto de vista tipológico el mencionado cambio cualitativo es reconocible por la sucesión histórica de los sistemas coloniales erigidos por España, Portugal, Países Bajos e Inglaterra (W. Markov). Las investigaciones sobre la historia económica y social de España y Portugal en los siglos xv y xvi han mostrado con claridad la existencia de elementos capitalistas (R. Konetzke, R. Carande, P. Chaunu, J. Vicens Vivens, P. Vilar). No obstante, la opinión de que España –lo mismo se puede decir sobre Portugal, más avanzado en el campo comercial (F. Mauro)– ya se hallaba en el periodo de clara transición del feudalismo al capitalismo, no es sostenible (L. Vitale). Existían principios de organización capitalista sobre todo en el comercio y en la banca. Mientras las actividades industriales permanecen dominadas por los artesanos y el Verlag (J. von Klaveren, E. Litavrina). Se trata de formas bien claras de un capitalismo temprano o incipiente (Frühkapitalismus) que, como lo demuestra el desarrollo de Italia

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y de Alemania del sur, mostró ser reversible, por tanto «refeudalizable», pues no se produjo ninguna penetración capitalista en el sector agrario (comparable a los casos de los Países Bajos e Inglaterra), ni consolidación alguna de un importante sector manufacturero. No debemos sobreestimar el nivel alcanzado por las formas capitalistas embrionarias. Para una investigación más profunda del problema debemos considerar los aspectos siguientes: 1) La función objeto, es decir, casi «colonial» de España y Portugal en el proceso de expansión del capital comercial y bancario italiano (genovés), obró como impedimento a la formación de una clase capitalista «nacional» (J. Heers, P. Konetzke, P. Vilar). El acceso directo a las fuentes de financiamiento de Alemania e Italia libró a la Corona española de la necesidad de estimular el fortalecimiento de las capas burguesas del estado llano de su propia región como base económica del poder absolutista. 2) Los inicios de la organización capitalista todavía no se manifiestan en escala nacional; sólo, en regiones limitadas a las zonas costeras y algunos centros (aislados) del interior del país. 3) La mayor parte de las ciudades españolas (y portuguesas) poseían una estructura estrechamente vinculada al sistema feudal, para darles el carácter de «señoríos plebeyos» (R. Altamira). 4) En España se reforzó la tendencia hacia la «feudalización» o la «reintegración feudal» de las ciudades, debido a la entrega del gobierno de las ciudades a la hidalguía después de la derrota de los comuneros (J. A. Maravall). 5) También son dignas de investigación las consecuencias resultantes de la situación permanente de competencia entre burguesía cristiana y judía (J. Amador de los Ríos), que indudablemente influyeron de forma negativa en el proceso de metamorfosis del patriciado medieval a la burguesía moderna. La mencionada función objeto (de carácter relativo) en la génesis del capitalismo ibérico se transfirió en sus aspectos esenciales también al periodo de expansión colonial: España y Portugal continuaron siendo simplemente canales de paso de las ganancias coloniales vertidas hacia los países más avanzados en lo económico (P. Vilar). El resto de la ganancia colonial no es empleado primordialmente de manera capitalista y en consecuencia no contribuye a la desintegración económica y social de las estructuras feudales. Por el contrario, el monopolio de facto ejercido sobre la producción mundial de la plata, o el acceso a los centros de las especies concedieron a los soberanos ibéricos, en comparación con otras potencias absolutistas (Inglaterra, Francia) en apariencia, una «independencia» más grande ante la propia burguesía, que hizo posible entregar la ciudad (los burgueses) y el campo (los

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campesinos) en mayor escala a la nobleza, sin que ello implicase el riesgo de consecuencias económicas destructivas para el poder central. A la larga el regresivo fortalecimiento de los poderes centrales, «renovados» gracias a los tesoros coloniales, trastornó y determinó la decadencia y agonía del absolutismo y de la sociedad ibérica (Karl Marx). Al lado de los elementos socioeconómicos y político-institucionales operan factores que no deben ser interpretados como reflejos puramente pasivos de los componentes primarios antes mencionados (el mito de hidalguía, la Inquisición, la contrarreforma, las discrepancias entre política universal y nacional). Sobre la extensión y rapidez de la relativa «refeudalización» de la sociedad, alcanzó una influencia decisiva la revolución de los precios; no obstante, también parece comprobarse que este proceso que influyó con extraordinaria intensidad sobre España y Portugal debido al desplazamiento de los centros económicos de Oriente a Occidente, no ejerció una influencia causante, sino aceleradora sobre esta situación de crisis ya permanente (R. Carande, J. Larraz López, P. Vilar). Los criterios esenciales para el ordenamiento histórico de un sistema colonial, radican en el carácter de las fuerzas motrices determinantes del contenido y fines de la expansión colonial, la estructura socioeconómica y político-institucional, así como la clase y modo en que se aplica la ganancia colonial en la metrópoli. Por consiguiente, el carácter y la estructura de un sistema colonial son importantes elementos para determinar el lugar ocupado por un poder colonial en la historia del desarrollo del capitalismo (Karl Marx). Aunque es correcto y necesario hablar de la función decisiva de las fuerzas motrices de la expansión reflejo del grado de desarrollo de la metrópoli (componente A), no se debe perder de vista el papel relativamente importante de las condiciones dadas en las colonias antes de la penetración europea (componente B). En el caso particular de España y Portugal es preciso tomar siempre en consideración el factor de los intereses internacionales, constituido por la concurrencia holandesa, inglesa y francesa (componente C). La estructura definitiva de un sistema colonial es en consecuencia el resultado (resultado D) de una complicada interacción de los elementos A, B y C definidos de manera esquemática. J. L. Phelan califica con razón la esfera de la expansión hispánica como una «doble conquista». Únicamente las «colonias verdaderas» (Karl Marx), aquellas en que el sentido original de colonización se creó mediante la toma de posesión de un territorio «virgen» por inmigrantes libres (Nueva Inglaterra, Canadá, Australia), muestra una considerable identidad entre A y D. Los territorios de las más avanzadas civilizaciones indígenas, antes de la llegada de los conquistadores, estuvieron durante la época del pleno dominio colonial siempre caracterizados por la existencia de formas de explotación en parte complementarias, en parte competitivas. En otras palabras, el papel dominante de un modo de producción feudal-colonial se 184 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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entiende de manera relativa debido a la gama de otras relaciones de producción que podríamos definir de secundarias o complementarias (menos la esclavitud sans phrase de la zona de plantaciones). En la época colonial (como después de la guerra de emancipación) se puede apreciar cierto pluralismo de las formas de producción. Al aplicar el concepto de Lenin sobre la economía plurisectorial, es posible hablar de cinco sectores básicos, entre los cuales nunca hubo ni equilibrio ni igualdad en cuanto a su importancia para la totalidad de la estructura económica y social: 1) Economía natural campesina, ligada de modo preferente a las comunidades indígenas. 2) Producción mercantil simple, de importancia preponderante local. 3) Esclavitud, tanto en forma patriarcal (bajo la cual se vio sometida una parte de la población indígena) como esclavitud de plantaciones, sumamente importante para la economía de exportación y sobre la base casi exclusiva del trabajo forzoso negro4) Producción agraria feudal o semifeudal en latifundios (haciendas, estancias) con creciente vínculo al mercado (externo). 5) Núcleos de una producción capitalista en formas todavía embrionarias y al mismo tiempo ya deformadas y dependientes. Al diferir del interesante concepto de C. F. S. Cardoso sobre el «modo de producción colonial» compartiría la idea de insistir en la necesidad de no aislar el proceso histórico de América Latina del contexto universal del desarrollo de los modos de producción, eludiendo la exacta determinación económico-social de las relaciones o modos de producción. Lo que resultó de la conquista no fue un modo de producción colonial, sino las condiciones específicamente coloniales para el desenvolvimiento de formas feudales, esclavistas y, más tarde, capitalistas o hasta la existencia ulterior de elementos precolombinos de explotación. Tampoco parece convincente la aplicación excesiva del término modo de producción asiático como modo «modelo» para los países subdesarrollados (B. Barta), al interpretar mal el uso muy cuidadoso y equilibrado que de este término hizo Karl Marx. La investigación moderna da claras pruebas de que muchos elementos de la historia china hasta el presente interpretados de «asiáticos» merecen una revaluación como elementos feudales, aunque con características particulares (R. Felber). La correlación dialéctica entre los componentes mencionados arriba aclara las parciales y muy extensas diferencias regionales dentro de un mismo sistema colonial. Tal situación se manifiesta en el caso de Portugal por la comparación de su política en India, las islas Molucas y Brasil. En lo referente a España, es

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indudable que existen diferencias de grado en el desarrollo de los territorios conquistados en América (deben compararse las regiones de las Antillas-México, Perú-Venezuela-Chile-La Plata); ello influye de manera durable en la estructura y la diferenciación regional del dominio colonial (F. Katz). La «república de los indios» influyó siempre de manera activa sobre la «república de los españoles». Como primer eslabón en la cadena histórica de las potencias coloniales europeas, España y Portugal poseen un grado relativamente alto de feudalización en el proceso de su expansión ultramarina, caracterizado en el caso de Portugal por el grado de madurez más avanzada de los elementos del capitalismo comercial (F. Mauro, A. H. Olivera Marqués). Sin embargo, la mera existencia del capital comercial no es un criterio suficiente para hablar ya de un modo de producción capitalista. Uno de los errores inductores a exagerar la «desfeudalización» en los siglos xv y xvi consiste en la tesis de que el capital comercial equivale a la producción capitalista. Las relaciones monetario-mercantiles se presentan mucho antes del capitalismo, es decir, que también el auge del comercio era siempre un criterio muy relativo o hasta secundario para la determinación de las relaciones de producción. Partiendo de la comparación entre Portugal y los Países Bajos, Marx resalta el papel conservador del capital comercial y saca la conclusión de que el grado de independencia del capital mercantil refleja en relación inversa el grado de desarrollo económico industrial de la sociedad. Con respecto a las condiciones de explotación impuestas en las colonias, es significativa la opinión formulada, en el mismo sentido, de que el capital comercial puede obtener ganancias sin trastornar un sistema dado de producción, al basarse en el trabajo excedente dentro de las normas y posibilidades del viejo modo de producción. La historia del capitalismo embrionario en Italia aporta en esto una prueba histórica importante. El comercio pudo, como lo enseña el desarrollo diametralmente opuesto entre España-Portugal y los Países Bajos-Inglaterra, obrar de manera revolucionaria en aquellos casos donde existían ya los elementos básicos del modo de producción capitalista. Para aclarar las relaciones entre feudalismo y capitalismo, tanto en la metrópoli como en las colonias, resulta indispensable evitar dos errores metodológicos: 1) L a confrontación esquemática de un feudalismo «puro» a un capitalismo «puro», en relación con un planteamiento alternativo y ahistórico (A. G. Frank). Es inadmisible la intención de sustituir la concreta investigación histórica por un estructuralismo sociológico «historizante». La región ibérica fue precisamente desplazada a la periferia del desarrollo capitalista en aquel decisivo momento, cuando fue sobrepasada la fase del capitalismo embrionario. Se inició la verdadera historia del capitalismo basada en el pleno desarrollo

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del capital comercial y manufacturero en los Países Bajos e Inglaterra (J. Kulischer, H. Hausherr, H. Motteck). 2) L a interpretación esquemática del proceso llamado acumulación originaria del capital. Del proceso de la acumulación originaria del capital, España y Portugal (incluidas sus esferas de colonización) sufrieron en esencial sólo el empobrecimiento, cuestión que es aplicable sobre todo a las masas populares y también a ambos países en conjunto frente al ascenso de las nuevas metrópolis capitalistas. La histórica y positiva contrapartida del mencionado proceso, el surgimiento de la burguesía (y en el futuro también de un proletariado) no se desarrolló desde un principio o se mantiene retrasado y deformado. El empobrecimiento no se invierte en una proletarización de los campesinos y artesanos, tan importante para la consolidación de los elementos autóctonos capitalistas, y manifestado de manera clásica por Inglaterra (Karl Marx). En aquellas regiones (España y Portugal) donde fue alterada de manera específica la dialéctica de la dependencia funcional entre colonialismo y capitalismo en su calidad de momento clave del proceso de la acumulación originaria del capital –analizado de manera extensa por Karl Marx–, el sistema colonial operó como causa decisiva para reforzar los desniveles de desarrollo en vez de superarlos. El hecho de que un poder colonial no pudo llegar «automáticamente» a un nivel maduro del desarrollo capitalista es un fenómeno, sólo en apariencia, paradójico. Por su lugar histórico y estructura, la expansión colonial ibérica puede ser definida como una colonización de poblamiento de tipo feudal tardío. No se trata de una simple reproducción trasatlántica del absolutismo feudal metropolitano. El aspecto esencial para aplicar la mencionada definición consiste en que los criterios (objetivos y subjetivos) de la vida económica y del poder político permanezcan en alto grado determinados por valores feudales, pero derivados de un feudalismo que experimenta (en escala universal y no tanto ibérica) las consecuencias de una «subversión» capitalista. De ahí que lo híbrido en el carácter de las causas de la expansión colonial ibérica influyó sobre el papel doble de los conquistadores como «caballeros de la acumulación originaria del capital». En cuanto a los valores feudales es necesario insistir sobre dos aspectos principales: 1) E  l factor básico de la estructura social es la propiedad territorial, con el cual no se debe pasar por alto que la «cuestión del suelo» posee una significación diferente según el tiempo y la región (compárese el caso de México o de Perú con el de La Plata) y que su definitiva y plena formación se extendió hasta el siglo xviii (implantación de las compensaciones).

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2) La valorización de la tierra permaneció siempre relacionada a la posesión de mano de obra dependiente («tierra con hombres»). Las intenciones hacia una colonización agraria de campesinos libres (tipo Nueva Inglaterra) a la cual aspiró Las Casas, tenía en el territorio de dominio ibérico sólo el rango de una utopía social (M. Bataillon). La existencia de formas feudales es negada por principio por algunos autores (M. Ballesteros-Gaibrois, R. C. Simonsen) o, por lo menos, limitada a tendencias (R. Konetzke). Un argumento clave para fundamentar tal opinión consiste en acentuar el papel del poder central absolutista (supuestamente no compatible con un «auténtico» régimen feudal) y la inexistencia del vasallaje (no obstante, sus elementos constituyeron originalmente la base del sistema de donatarios en Brasil como demuestran Ch. Verlinden y H. B. Johnson, Jr.). A estas objeciones, derivadas de criterios jurídico-institucionales y hasta eurocéntricos, se puede replicar que la esencia del feudalismo es la base agraria, el papel de la tierra como medio más importante de producción y el carácter específico de las condiciones de dependencia y de subordinación entre los señores feudales y los campesinos. Un análisis comparativo muestra que el vasallaje era sólo un elemento básico de la sociedad feudal en Europa central y occidental; mientras, en otras regiones (China, esfera del Islam, Bizancio), donde la economía mercantil (producción de mercancías), al principio, se hallaba más avanzada, el poder central se apoyaba en la burocracia y los mercenarios (E. Werner). Debemos enfatizar en el desenvolvimiento de la pequeña producción mercantil que, aún «antesala del capitalismo» (E. Semo), ayuda a fortalecer durante largas etapas las relaciones feudales de producción en vez de liquidarlas. Repito que la economía monetaria «por sí» no obra como factor antifeudal. El sistema de relaciones socioeconómicas y políticas surgido con la conquista puede ser definido como feudalismo colonial, con los siguientes rasgos característicos: a) La base en lo primordial agraria de la economía colonial. b) E  xistencia de formas de dependencia y explotación forzosas que, pese a la diversidad, representan en esencia subordinación feudal. (La esclavitud es problema aparte.) c) Se implantó un feudalismo que en el plano histórico ya había entrado en su fase de decadencia d) La función objeto de la colonia (en cierto modo también de la metrópoli) en el mercado mundial capitalista en formación. e) El desarrollo de la relación mercancía-dinero en condiciones de una acentuada incongruencia estructural (división) entre el mercado interno y el externo.

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f) E  l predominio del poder del Estado feudal y absolutista en la definitiva estructuración del sistema colonial. g) El papel clave de la compulsión extraeconómica en el sistema de las relaciones sociales. Para la determinación de las condiciones de explotación y dependencia impuestas con el establecimiento del dominio colonial ibérico, tanto la diferenciación en el tiempo como la regional, son de considerable importancia. En el periodo inicial de la colonización dominó la esclavitud de los indios. En ella se fundieron los estímulos de tipo capitalista comercial –documentados en forma de caza de indios por los Welser en Venezuela (J. Friede)– con la necesidad de disponer de fuerza de trabajo dependiente como base de la existencia de los primeros núcleos de población. El periodo de esclavitud de los indios terminó para la América española, de hecho, con la destrucción de los indígenas de las Indias Occidentales. Después de eso existió la esclavitud sólo como un fenómeno «fronterizo» tanto en el sentido cuantitativo como el regional: Chile en lucha con los araucanos (A. Jara); el norte de México y partes de Colombia, etc. La economía de plantaciones orientada hacia el mercado y la exportación (zonas costeras de Brasil, los territorios franceses e ingleses en las Indias Occidentales), se basó ante todo en la esclavitud de los negros, y alcanzó su completo desarrollo en el curso del siglo xvii. Una posición en cierto modo intermedia la tuvo la caza de indios practicada por los bandeirantes paulistas como una dependencia de la economía de plantación en Brasil. Como forma dominante de explotación se impuso al final, en Hispanoamérica, la Encomienda (S. Zavala, L. B. Simpson), institución que representa de manera evidente una forma feudal de subordinación, con los siguientes aspectos: 1) Reanudación de las experiencias de la reconquista (Ch. Verlinden). 2) La encomienda mostró ser el más apropiado sistema para «integrar» en una economía colonial las formas de producción (papel de la comunidad indígena) existentes en las sociedades precolombinas más avanzadas: México central, Perú y Bolivia (E. Semo). 3) Mediante la encomienda, la Corona española pudo dirigir el proceso de feudalización en una dirección controlable por el poder central y sobre todo favorable a ella en lo económico (G. Lohmann Villena), debido a que los indios continuaban siendo jurídicamente vasallos de la Corona; el derecho (parcial) de tributación del encomendero se mantuvo separado del derecho de la disposición sobre la tierra.

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En la confrontación entre la Corona y los encomenderos se contraponen intereses antifeudales y feudales. Objeto del antagonismo es el plusproducto feudal y, por otra parte de los encomenderos, adicionalmente al esfuerzo de desarraigar a los indios de sus comunidades, existentes en relativa independencia y aislamiento, para relacionarlos a la propiedad territorial, es decir, de sustituir la Encomienda por la Hacienda. Sólo la Hacienda, con el control combinado sobre la tierra y los hombres, correspondía por completo a la ley económica fundamental de la colonización española. Pero no existe una línea de continuidad y paso directo de la encomienda a la hacienda (S. Zavala, L. B. Simpson); no obstante, las nuevas investigaciones interpretan la relación entre ambas como más estrechas (R. Arcila Farias, J. Lockardt, R. G. Keith) de lo que lo hicieron en los anteriores trabajos. Al aplicar el sistema tributario en forma de trabajo, productos naturales, metales preciosos y dinero, la Encomienda era como una de las instituciones principales de explotación colonial, y al mismo tiempo, parte de la acumulación originaria del capital (cuyas ganancias se realizaron al otro lado del Atlántico). Extraer de eso la conclusión de que la Encomienda haya tenido un carácter capitalista (A. G. Frank), significa no comprender la diferencia fundamental entre las condiciones de la producción y de la apropiación del plusproducto (nivel de las fuerzas productivas y el carácter de las relaciones de producción), por un lado, y el modo de invertir las ganancias en las metrópolis o más allá de sus fronteras (esfera de la circulación), por el otro (C. F. S. Cardoso). Especial atención merece además la mita, que en una forma de semiesclavitud, y por cierto tiempo, ponía a completa disposición de los dueños la fuerza de trabajo de los indígenas sometidos (J. Kuhler, V. Roel, J. Rowe, M. V. Villarán). A pesar de que la mita se hallaba destinada ante todo para actuar como organismo reclutador de mano de obra en las zonas mineras, desempeñó también un papel importante en otras ramas de la producción (mita rural, mita urbana). Sobre todo, la mita era apropiada para desvincular a los indios de sus conexiones con las comunidades agrarias por la violencia o coacción extraeconómica y al final del trabajo forzado los reducía a otras formas de dependencia (incluida la transformación en jornaleros «libres»). Los criterios distintivos de la servidumbre se hallan paralelos a la formación de haciendas, expresados de la manera más marcada en el yaconaje. Esta manera de designar que caracterizó la institución existente en el Virreinato de Perú, existía también, con diferentes títulos, en los restantes dominios de Hispanoamérica. Con la transformación de los indios en yanaconas, impone el terrateniente (hacendado) su completo dominio económico y jurídico. El yaconaje significa firme vínculo a la tierra (a diferencia de la mita), que además se heredaba (P. Macera). De una manera gradualmente variable, el estatus del yanacona fue ya entre-

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mezclado con formas de arrendamiento. Gran propiedad de la tierra y extensión del arriendo (con rentas de trabajo, de productos y de dinero) poseían íntima correlación (como probaron F. Chevalier para México y M. Góngora, al analizar el inquilinaje en Chile). De las investigaciones de P. Macera se desprende una notable multiplicidad de formas y niveles de dependencia en las haciendas: esclavitud, semiesclavitud (mita), servidumbre, formas de arriendo con elementos de servidumbre, trabajo asalariado, etc. El que el trabajo asalariado, o el arrendamiento en formas manifiestas de renta monetaria continuaran siendo de escasa importancia, refuta la tesis del carácter capitalista de la Hacienda (A. G. Frank, G. Keith).Vale recordar que las actividades exportadoras de los terratenientes polacos durante los siglos xvi y xvii tampoco impulsaron una transformación capitalista de la economía y la sociedad (M. Kula), situación indudablemente comparable al papel de la Mesta en España. Para el análisis más profundo de la estructura y función de la Hacienda, cuyo conocimiento debe ser aún objeto de investigaciones en gran parte de la América Latina (E. Florescano), deben por lo menos ser tomados en consideración los siguientes aspectos: 1) N  o existía una Hacienda «en sí». Se necesita una investigación histórica concreta (estudio de casos), etcétera. Un esfuerzo notable en esta dirección realizaron los participantes del II Seminario de Historia Económica de América Latina (Roma, 1972). 2) L a Hacienda señaló una marcada discrepancia entre la economía interna y la externa. En su interior esta institución era, en la mayoría de los casos, en lo esencial autónoma y caracterizada por una economía natural, en tanto que hacia el exterior (a menudo con pocos productos), mantenía genuinas relaciones de mercado. Los elementos existentes de la relación mercancíadinero y de una producción para el mercado, que por igual se puedan ver en otras esferas (R. Romano), ofrecen elementos de juicio para no admitir la existencia de un capitalismo autóctono, ni incluso en forma de «subcapitalismo» (P. Macera) difícilmente posible de definir. El verdadero problema consiste en que en realidad la Hacienda (por regla general) se hallaba relacionada a un mercado (local, regional o internacional), pero sus formas de producción eran en esencia de naturaleza precapitalista. En este aspecto no se puede eludir el hecho de que hasta el siglo xviii el trabajo asalariado desempeñó un papel sumamente pequeño y permaneció dominado por una multiplicidad de formas de peonaje, influido por elementos semifeudales de sumisión por deudas. Ante las interpretaciones globales de las haciendas se necesita enfatizar las diferencias estructurales entre las haciendas del siglo xvi y las de los siglos xviii y xix (influido ya por

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el impacto de la revolución industrial); la extensión de la mendicidad y del bandidismo, cuya base étnica y social estaba constituida sobre todo por los indios desarraigados por el sistema de la mita, muestra que la pauperización de ninguna manera creó una amplia clase de proletarios que pudieran ser absorbidos en lo económico. (M. Góngora, E. J. Hobswaum). 3) Finalmente, el análisis de las relaciones mercancía-dinero-mercado no debe limitarse sólo a la clase alta, los criollos, sino que es preciso extenderlo a la masa de la población indígena, en parte negra, que continuaba trabajando en el marco de la economía natural (E. Florescano). 4) La segunda mitad del siglo xviii se caracteriza en especial por la consolidación económica e institucional de las haciendas (a veces como revolución agraria). En este proceso alcanzó importancia esencial la creciente dependencia de la producción agraria del mercado (externo), lo cual se observó de modo muy claro con el desarrollo de las estancias en el curso de la monopolización del derecho a vaquear (primordialmente en la región del Plata). Su resultado, no obstante, no fue la desfeudalización del sector agrario, sino una renovada atadura de las capas campesinas que habían mantenido hasta entonces una existencia relativamente independiente respecto a la gran propiedad de tierra (M. Góngora). Con ello se crearon los elementos decisivos para un futuro desarrollo deformado (dominando después de 1810), caracterizado por J. Stein como «capitalismo colonial o periférico». La estructura divergente entre economía interna y externa, característica de la situación colonial de América Latina, su conexión con el mercado mundial capitalista, conjuntamente con la carencia o al menos el escaso desarrollo del mercado interno, alcanzó máxima expresión en la economía de plantación, basada en la esclavitud de los negros y en las minas. Con respecto a la caracterización de la economía de plantación, ya Karl Marx había señalado la doble función de los dueños aristocráticos; por un lado, vinculados al mercado internacional de manera capitalista, y por otro lado, produciendo los bienes de exportación sobre la base de métodos de explotación precapitalista (E. Laclau). El auge general del comercio y la producción coloniales no es entonces argumento suficiente para sacar conclusiones directas en cuanto al desarrollo de un capitalismo autóctono. El crecimiento cuantitativo y determinados cambios de estructura, de ninguna manera, significan siempre la existencia de nuevas relaciones de producción. En comparación al estado logrado para determinar y definir la función histórica de la esclavitud negra (E. D. Genoveses, J. Hell, G. M. Hall, H. S. Kelin, J. Le Riverend, R. Mellafe, E.Williams y otros autores), el papel de las minas como base potencial de la acumulación originaria de capital nos plantea todavía una serie de problemas por aclarar. Algunos autores (R. Romano, E. Semo) se han expresado

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en contra de interpretar la coyuntura minera (en especial de la Nueva España) al final del siglo xviii, como criterio de la formación de un capitalismo autóctono. No obstante, la pregunta formulada por E. Semo de por qué las mencionadas condiciones favorables no trasmitieron su dinamismo a los otros ramos de la economía y fomentaron la extensión de elementos capitalistas, necesita ser investigada con mayor profundidad. Es un problema relacionado de manera estrecha con la tesis de E. Florescano de no esquematizar la correlación de factores externos e internos y de esclarecer qué estructuras internas determinaron que las relaciones con el exterior se establecieran de una manera y no de otra. La categoría dependencia es, sin duda alguna, decisiva para entender las particularidades de la deformación del desarrollo capitalista en América Latina, pero no puede servir de fórmula omnipotente y milagrosa, para librar al historiador (o sociólogo) de investigaciones incluso más detalladas. Los principales problemas, no obstante los considerables progresos alcanzados en el terreno de la historia económica y social de la colonia (A. P.Whitaker, G. Lohman Villena, R. C.West,W. Howe, M. Bargallo,A. Jara, J. P. Berthe), deben ser considerados aún como lejanos de su conclusión, se pueden enumerar como sigue: 1) Dado que los metales preciosos en su mayor parte se destinaban a la exportación, las minas operaban como vía principal de la expropiación colonial permanente del plus producto producido (E. Semo). La acumulación productiva interna continuó sin notable importancia. Así se explican los repetidos conflictos reflejados en documentos contemporáneos que critican la falta de moneda circulante. En el alto grado de endeudamiento de la minería peruana al final de la época colonial, observamos un adicional elemento de juicio para dilucidar los límites de la acumulación interna. 2) La estrecha conexión entre la minería y el latifundio. Ya en la época inicial de la explotación minera, el capital principal era idéntico a la capacidad de disponer de mano de obra indígena. Partes considerables de la ganancia fueron invertidas o reinvertidas de modo preferente en la tierra; vale eso también para los elementos burgueses que de esta manera entraron en relación con la aristocracia colonial dominante para someterse de tal manera a un proceso parcial de feudalización (J. C. Mariátegui). 3) En especial, R. Romano llama la atención sobre la inestabilidad social de los dueños de minas. Eso se refiere tanto a la extrema difusión y diferenciación de la propiedad, como a la circunstancia de que la refinación, el transporte, la acuñación y la venta del metal corrían en lo fundamental a cargo de comerciantes que de manera alguna estaban vinculados a la producción y cuyos intereses de acumulación tenían otra orientación.

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4) Está fuera de duda que la minería, en su radio dado de acción, promovió el desarrollo de las relaciones de mercado y la producción artesanal pero, en vista de tesis que generalizan de forma esquemática el hecho mencionado, deben formularse al menos estas reservas: a) Es imposible colocar bajo un mismo denominador global las relaciones entre la minería y el desarrollo del mercado. Sobre todo en el primer periodo de la explotación minera (1540-1610), la posición insular de los territorios mineros era más marcada que en la segunda gran fase de la coyuntura, a partir de 1750. b) E  n directa correspondencia con la fluctuación cíclica de la producción minera florecieron o decayeron las ciudades (caso de Potosí), o los territorios agrarios circundantes. La estructura desarrollada con la minería poseía entonces rasgos típicos del monocultivo. Esto significa, formulado de modo escueto, que las relaciones de mercado (incluido el comercio a largas distancias) fluctuaban de acuerdo con el ciclo minero, y no al revés. c) El creciente contingente del trabajo asalariado (A. V. Humboldt) debería ser relacionado de manera correcta, por medio de investigaciones detalladas, al papel de los mitayos, los esclavos y sobre todo a las numerosas ataduras semifeudales impuestas al trabajo «libre», típicamente representadas en el peonaje (S. Zavala). Precisamente para las regiones mineras, las estadísticas prueban la existencia de una gran cantidad de «vagabundos», es decir, de capas indígenas desarraigadas que por lo menos de manera potencial podrían transformarse en trabajadores asalariados y libres (E. Semo); mientras, por el contrario, las zonas fundamentalmente agrarias, donde vivía la masa de la población, fueron aún hasta finales del siglo xviii escasamente influidas por esta tendencia a la superación paulatina, aunque nunca total, de las formas de dependencia feudal. d) Un verdadero desideratum para la investigación consiste en comparar la minería de Brasil (financiamiento, estructura, explotación, relaciones de mercado) a la luz de nuevas investigaciones (Ch. Boxer) con el desarrollo, en parte paralelo y en parte divergente, de América Latina. Una situación desfavorable para la libre implantación de formas capitalistas, que contradice con claridad la tesis de la existencia de un «capitalismo colonial» (S. Bagú) antes de 1810, existió en el sector artesano-manufacturero. Las causas negativas que obraban eran la estrechez del mercado interno: las capas superiores criollo-españolas permanecieron estrechamente ligadas a la importación de mercancías europeas, en tanto que la masa de la población (indios, esclavos, negros, mayoría de los mestizos) se abastecía de sus propios productos, caseros o aldeanos; los comienzos del desarrollo manufacturero,

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FEDUALISMO Y

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en especial en el terreno de la producción textil (obrajes), debido al carácter de las relaciones de producción imperantes y del papel de la sumisión por endeudamiento (A. V. Humboldt), constituyeron más bien una variante específica de manufacturas «feudales» en el sentido del análisis hecho por Vladímir Ilich Lenin para el proceso comparable en Rusia durante el siglo xviii e inicios del xix. Aunque en la práctica se eludía a menudo, no debe subestimarse la acción de las disposiciones jurídicas de España (y de Portugal) contrariando el desarrollo de las manufacturas y la satisfacción del mercado interno con las mercancías de importación. La estructura colonial de clases caracterizada por la identidad de diferenciación social y étnica (M. Mörner) se refleja también en la organización discriminatoria de los gremios. Una medida importante para golpear los modestos inicios de formas capitalistas de manera indudable consistía en la implantación del libre comercio. La completa apertura del mercado latinoamericano a las mercancías extranjeras dio un firme impulso a la decadencia de la artesanía y manufacturas coloniales. Si se considera el hecho de que el lucrativo comercio trasatlántico, en una enorme proporción se hallaba en manos de españoles (y portugueses) y al mismo tiempo el desarrollo manufacturero se encontraba en un callejón sin salida, contamos con dos elementos importantes para la comprensión del subdesarrollo y, sobre todo, de la dispersión regional de la clase burguesa. No obstante, la situación de la crisis económica y social en vísperas de la independencia requiere un juicio bien diferenciado. La Revolución de 1810 no fue (en analogía a interpretaciones erróneas de la Revolución francesa de 1789), una simple «revolución de la miseria», pues no existía una crisis económica general. A la situación ciertamente precaria de la artesanía y la manufactura correspondía de manera lógica (creciente intensidad y nuevas formas de dependencia del mercado como resultado de la revolución industrial, iniciada en Europa), el estado favorable de coyuntura de la minería y del ascenso rápido de la producción agrícola, siempre con excepciones regionales, por ejemplo, Panamá (O. Jaén Suárez). Algunas investigaciones recientes sobre el desarrollo muy contradictorio entre determinadas regiones tanto en el campo de la minería y manufactura como en la agricultura (F. Brito Figueroa, M. Izard, E. Florescano), ponen de relieve la necesidad de diferenciar con nitidez entre las tendencias de desarrollo de tiempo largo (de 1770 a 1830) y las múltiples crisis de corta duración. Del antagonismo, es decir, del desenvolvimiento contrapuesto entre los sectores artesano-manufacturero y minero-agropecuario se derivan dos importantes conclusiones sociales: mientras se volvían más desfavorables los prerrequisitos económicos para la consolidación de una burguesía autóctona (es decir, crecimiento de la producción capitalista), se desarrollaba al mismo

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tiempo un proceso en sentido opuesto, el fortalecimiento de la aristocracia latifundista criolla. Se presentan como clase dominante del futuro fuerzas político sociales que permanecen en esencia vinculadas a la defensa del status quo, al trasponer los elementos básicos del feudalismo colonial al periodo de la independencia.

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PARTE II

REVOLUCIÓN, REVOLUCIONES

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DE LA REVOLUTIO A LA REVOLUCIÓN* La palabra revolución pertenece al lenguaje coloquial, histórico y político. No obstante, fue necesario un largo periodo de tiempo hasta que adquirió la actual acepción, generalmente reconocida tras diversas controversias en su diferente definición e interpretación contradictoria. En historia sucede frecuentemente que se disocian la apariencia y el concepto o, desde una mirada retrospectiva, que aparecen en mutua contradicción. Este fenómeno se da de una manera especial en el concepto de revolución. Cambios sociales que hoy día, sin ninguna duda, caracterizamos como revoluciones, tuvieron no pocas veces para sus protagonistas y sus coetáneos una relevancia subjetiva completamente distinta. Para ellos se trataba de luchas constitucionales, guerras civiles, defensa de antiguos derechos corporativos, defensa contra el poder tiránico, etc. Hasta bien entrado el siglo xviii faltaba la palabra revolución en los estudios relevantes sobre fuerte cambio social. Es a partir de la revolución de los franceses cuando el concepto moderno «político» de revolución adquirió un perfil sólido.

El concepto astronómico de revolución A través de varias etapas evolucionó este concepto originariamente, en función de la astronomía y la astrología, hacia la esfera del pensamiento político-social. Tanto los adictos a la cosmovisión geocéntrica tolomea como a la heliocéntricacopernicana, entendían bajo el concepto de revolución el eterno movimiento y readvenimiento circular de los astros en virtud de las leyes primigenias. En este sentido, la obra de Copérnico publicada en 1543 bajo el título De revolutionibus En Manfred Kossok, In Tyrannos. Revolutionen der Weltgeschichte. Von den Hussiten bis zur Commune, Leipzig, Edition Leipzig, 1989, pp. 7-15. *

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orbium coelestium adquirió una importancia programática. La palabra revolutio, derivada de revolvere (‘volver de nuevo, regresar, volver atrás’) se refería, a diferencia de nuestra comprensión actual, al restablecimiento de algo que había existido anteriormente, pero que se había abolido o puesto en duda, un fenómeno que mientras tanto se había plasmado en el concepto antónimo de restauración. En el vocabulario de la tardía Edad Media y en los albores de la Edad Moderna existía una gran variedad de conceptos para designar procesos en cambio. La escala abarcaba desde los conceptos mutatio y conversio, pasando por restitutio y renovatio, hasta el concepto muy popular de reformatio. La Reformatio Sigismundi de 1439, perteneciente a la prehistoria de la guerra de agricultores alemanes que exigía la reforma (restauración) del poder imperial, la vuelta de la Iglesia y el clero a los valores del cristianismo primitivo y la exigencia de rectificación de las costumbres depravadas, tenía un matiz claramente conservador. La lucha por lo nuevo se hacía con la mirada puesta en el pasado. Incluso los grandes reformadores Jan Hus y John Wyclif hasta Martín Lutero, Huldrych Zwingli y Jean Calvin, fueron considerados revolucionarios desde una mirada retrospectiva. También los países del norte de Holanda fundamentaron la ruptura con la Corona de España en 1587, solamente basándose en la abolición arbitraria por parte de Felipe II de privilegios garantizados.

Comienzos de la literatura sobre el tema revolución En el siglo xvii, dos sucesos originaron la primera ola de literatura sobre el tema revolución: la independencia que Portugal obtuvo de España en 1640 y la revolución inglesa, con sus fechas claves de 1640, 1660 y 1688. En una editorial de París apareció en 1643 la obra de François de Grenaille De la fameuse révolution d’Estat arrivée en Portugal, que basándose en las ideas de la revolución astronómica, entendía bajo el concepto de revolución el restablecimiento de la legítima dinastía de Bragança. La revolución era pues necesaria para devolver los acontecimientos a su punto primigenio. De manera análoga se actuó con las interpretaciones coetáneas sobre la revolución inglesa, si bien la valoración de los acontecimientos se hizo, como es natural, absolutamente de forma contraria según la expusiera un autor católico o uno protestante. En los diversos volúmenes de la obra Histoire de révolutions d’Anglaterre (1693), del religioso católico Joseph Dorléans, se sitúa el momento revolucionario en la restauración de la monarquía de los Estuardos bajo Carlos II en 1660. Por el contrario, se consideraba el Bill of Rights de 1688, alabado por los calvinistas, como revolucionario, ya que suponía una restitutio

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de los derechos que en 1640 habían quitado al rey; incluso se consideraba como una afirmación del poder del Parlamento que aparece fijado en la Magna Charta Libertatum de 1215.

Comprensión del concepto de revolución que tenía la ilustración A través de la Ilustración francesa se realizó una politización del concepto de revolución en el sentido de que se separó de su vinculación al significado astronómico y se unió al significado de cambios sociales, si bien hay que tener en cuenta la rápida secularización del pensamiento que se venía realizando ya con anterioridad. El salto cualitativo consistió claramente en la unión, que también se venía realizando, de los conceptos de revolución y progreso. Con ello se logró el paso histórico que fusionó el concepto de revolución con el desarrollo de la historia de la humanidad a escala ascendente. No obstante, para confirmar esta tesis se necesita revisar toda la época de la Ilustración, ya que poco nos confirma el espíritu de esta nueva visión la definición que da un enciclopedista de segunda línea, quien afirma que «revolución significa en sentido político el cambio que se efectúa en el gobierno de un país». El límite de la percepción ilustrativa de la revolución se basaba sobre todo en que con el desarrollo se consideraba a la revolución como un fenómeno ideal. La idea de la révolution des esprits, acuñada por Voltaire y pronto degradada a trivialidad, fue aceptada incondicionalmente con la esperanza puesta en el roi philosophe y su espíritu reformista de cambios sociales, la cual no fue la única inconsecuencia en el pensamiento de una elite poco preocupada por el destino de las masas. Más lejos fue todavía Jean-Jacques Rousseau en su expectativa de un siglo de crisis y de revoluciones.

1789 cambio copernicano en el concepto de revolución El año 1789 y los sucesos inmediatamente posteriores produjeron el cambio copernicano en la comprensión del concepto de revolución. Las ideas que habían formulado Voltaire, Fergusson, Holbach, Helvétius, Didertot, Rousseau o Condorcet se vieron enfrentadas a la más fuerte de todas las pruebas imaginables. Independientemente de si tuvo lugar o no la clásica disputa entre Luis XVI y el conde Liancout el 14 de julio de 1789, en que el rey le preguntó: «C’est une revolte?», y el conde le respondió: «Non, Sire, c’est une révolution!», este diálogo introducido, que es la concepción de la historia por Luis Adolphe Thiers y Jules Michelet, muestra de manera concisa la nueva comprensión. Ésta no resultó ad hoc; se basaba en resultados de nuevas experiencias sociales, que prescindían

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de los conceptos heredados del cambio social. Para el conde Mirabeau y Camile Desmoulins, los geniales oradores de 1789, se trataba de una gran revolución, acepción que no necesita ser inventada por los historiadores posteriormente. En resumen, se puede caracterizar la nueva comprensión del concepto revolución de la siguiente manera: –D  e la unión ya indicada de los conceptos de revolución y progreso se deduce que revolución no significa ya una vuelta a lo que existió, sino un seguir caminando hacia un nuevo nivel más elevado de existencia humana. Que la burguesía que acababa de entrar en el poder entendiese este progreso sólo como artificial y antiaristocrático pero no como antiburgués, es decir, desde la perspectiva de poner en duda incluso su propio poder, entraba en la lógica de sus propios intereses de clase. – La revolución fue considerada en su unidad indisoluble de cambio de Estado y sociedad. Esta convicción se plasmó de manera clara con el paso de una fase constitucional a una republicana en el transcurrir de la revolución desde 1789. – Las grandes manifestaciones de movimiento popular que comienzan con la toma de la Bastilla y de la Grande Peur y que culminan en el establecimiento del poder jacobino, hicieron que la revolución fuese considerada en la mente como un fenómeno de masas. Robespierre sacó de ello la conclusión de que la revolución sólo puede avanzar en unión con las masas populares (se rallier au peuple), mientras que la izquierda más radical comenzaba a acuñar una concepción del concepto de revolución que iba claramente más allá de los valores burgueses. Para Jacques Roux la revolución era una quimera si excluía de sus beneficios a la mayoría en favor de la minoría. Los «iguales» finalmente esperaban, prediciendo el futuro, una nueva revolución que sería la «última». – Junto a la nueva comprensión del concepto de revolución apareció el nuevo concepto de nación. En su polémico escrito programático Qu’est-ce le Tiers État?, expresó el Abbé Sieyés aquella definición que asignaba a la burguesía y al pueblo el atributo de nación, del que excluyó a la nobleza parásita que debía ser perseguida por los bosques francos. Pronto se completó el concepto de grande révolution con el de grande nation. – De igual manera se fundieron los conceptos de revolución y soberanía popular. Sobre todo la Constitución jacobina fue fiel al principio del contrato social. Por encima de esto obtuvieron todas las constituciones del tiempo de la revolución las garantías del derecho a defensa para que la burguesía pudiese defender ante la historia y ante sí misma la revolución y la ruptura de la legitimad transmitida.

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– A pesar de que el concepto de revolución no se reduce a la violencia –idea que mientras tanto algunos historiadores y sociólogos han colocado en primer plano–, está, sin embargo, fuera de duda que las revoluciones marcan situaciones límite, en las que la violencia desempeña un papel importante. La relación específica de revolución y violencia se concretó claramente a partir de 1789. Fue Saint-Just quien la expresó con exactitud: «El pueblo no puede tener nada en común con sus enemigos más que la espada». – S ólo las experiencias de 1789 y su asimilación mental hicieron posible que los cambios sociales del pasado y los esperados en el futuro se interpretasen como revolución y, como hizo Desmoulins, se interpretase los sucesos franceses dentro de una cadena de desarrollo histórico universal. En la historia ha sido Francia la primera nación cuyo gobierno se ha declarado «revolucionario» por decreto (el 10 de octubre de 1793).

Revolución y contrarrevolución El cambio histórico de 1789 no solamente implantó el concepto moderno de revolución sino también su plasmación en un lema, al que contribuyeron un incalculable número de periódicos, panfletos y boletines. Incluso en el quehacer diario (sin dejar de lado la moda y las costumbres), se hizo presente el concepto de revolución. El concepto de revolución y el mito de revolución formaron una simbiosis y al mismo tiempo se diagnosticó a la parte política contraria como contrerevolution, concepto que Georg Foster ha introducido en el léxico alemán como Gegenrevolution (contrarrevolución).

Nueva comprensión de la reforma Desde el trasfondo de la recién formulada antinomia de revolución-contrarrevolución, obtuvo también el concepto de reforma una significación distinta. A diferencia de la antigua reformatio, adquirió ahora el concepto de reforma el significado de renovación, entendido como un progresar evolutivo, que se consideró mentalmente como contraposición a revolución. Mientras que la transformación revolucionaria se contrapuso a crecimiento orgánico –un principio que encontraría sobre todo en el ala extrema conservadora del Romanticismo su patria mental–, se le encomendó a la reforma la tarea de evitar una revolución o de prevenirla. El primero que formuló todavía bajo la influencia inmediata de los sucesos de 1789 las consecuencias estatales y políticas de tal función fue Friedrich von Gentz en sus reflexiones, influenciadas por Edmund Burke, sobre Moralität

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in den Staatsrevolutionen (1793) [Moralidad en las revoluciones de Estado]. Gentz, entusiasta de la cesura de 1789, que se pasó de las filas adictas a Rousseau a las filas de Burke, consiguió al lado de Metternich llegar a ser jefe ideólogo de la Santa Alianza. Falló, sin embargo, en su deseo de mantener «con medida y propósito lo antiguo […] y encauzar la corriente de su tiempo en un cauce ordenado». Sin duda ninguna comienzan con él esos intentos, que en la sociología actual se denominan Krisenmanagement (gestión de crisis). Es interesante observar que el momento de la unión consciente de los conceptos de revolución y desarrollo significó al mismo tiempo el punto de partida de extender el rechazo de revolución o de su crítica al concepto de progreso desarrollado por la Ilustración, ya que su base ideológica, que encontró su más consecuente expresión en el sistema filosófico de Hegel, chocaba claramente con la nueva realidad histórica. En la consiguiente crisis que se produjo repercutió no solamente la crítica de la revolución, sabiamente expuesta por Edmund Burke en Reflections on the Revolution in France (1790) y completada por Alexis de Tocqueville, que ha sido la fuente de teorías conservadoras sociales y de la revolución hasta el presente, sino también la manifiesta contradicción que aparece en los resultados de la gran Revolución francesa, entre pretensión y realidad, ya que en lugar de la libertad, igualdad y fraternidad apareció una sociedad con nuevos antagonismos. Precisamente esta experiencia de la incompatibilidad de «idea» e «interés» y el desvanecimiento de la ilusión heroica, fueron la base decisiva para que Karl Marx crease una concepción científica de la revolución. Su concepción de 1789 fue enriquecida pero también críticamente interrumpida bajo el prisma de la revolución de 1830. A diferencia de la generación de historiadores del Romanticismo francés (Thierry, Michelet, Mignet), no vio Marx en la Revolución francesa el más allá (el non plus ultra) del desarrollo humano, sino solamente un peldaño de una época determinada de la historia de la humanidad. Al reconocer las formas económicas, es decir, los procesos de base del desarrollo social como procesos «transitorios e históricos», dedujo de ello la conclusión irrefutable de que debía recalcar «el carácter histórico y pasajero de las formas de revolución de una determinada época». En esta percepción se basa el punto de partida desde el que Karl Marx, y con él Friedrich Engels, en las disputas críticas y autocríticas con los hegelianos de izquierda (en los trabajos sobre la «cuestión judía», en la «crítica de la filosofía del derecho hegeliana», en los estudios sobre la «ideología alemana» y la «familia sagrada»), lograron diferenciar los dos tipos básicos de la revolución moderna, la burguesa y la socialista, según dependieran de las diferentes formas de producción en que se basase cada una de ellas. Primero se interpretó esta diferenciación como un contraste y consecuencia histórica de emancipación política y humana. Sin tener en cuenta la interpretación derivada de Hegel, se fijaron con ello aquellos criterios y bases que definen hasta el presente la comprensión

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histórica y la comprensión teórica revolucionarias, independientemente de las nuevas controversias, que continúan apareciendo continuamente, sobre concepto y función de la revolución.

Génesis de la revolución moderna El paso del feudalismo a la moderna burguesía abarca un periodo de más de 300 años.Teniendo en cuenta la situación de relativa tranquilidad de los periodos precedentes de la historia humana, se implantó en este periodo un dinamismo, hasta entonces desconocido, de desarrollo humano. Se cambió radicalmente el concepto de tiempo histórico. No se trataba ya de decenios de miles de años o milenios, sino que los procesos se reducían a siglos, a generaciones y años, incluso a días. Mirándolo en conjunto, aparecía el tiempo desde comienzos del siglo xvi hasta entrado el siglo xix como una época de revolución permanente que iba unida al ascenso de una nueva clase, la burguesía, que desde Europa intentaba someter bajo sus leyes al mundo entero. En breve tiempo cambió el carácter y calidad de las estructuras económicas y sociales, la forma de existencia estatal, la cultura y el modo de vida, la percepción de valores religiosos y políticos. Aparecieron nuevas leyes de movimiento de la historia. Solamente al examinarlas con detalle se distinguen con claridad los eslabones y las etapas de este proceso revolucionario, se perciben con gran nitidez los acontecimientos, las personalidades y los episodios. Se aprecia con evidencia que lo específico e individual se deriva del bien común general y se hace asequible a la reflexión histórica. En el ciclo de la revolución de la Edad Moderna se distinguen tres niveles: un periodo de incubación, impregnado de las prematuras revoluciones burguesas del siglo xvi; posteriormente un periodo de maduración y de ruptura clásica, derivado y colmado sobre todo de las revoluciones inglesa y francesa; y, finalmente, en el transcurso del siglo xix aparece el crecimiento en extensión, unido a una universalización y globalización del progreso burgués como resultado de la doble revolución que se originó a raíz de los cambios políticos y sociales en Francia, y de la revolución industrial en Inglaterra. Con ello desapareció definitivamente el orden social feudalista, que había persistido más de un milenio.

Reforma y revolución Este cambio histórico del orden feudal por el burgués a nivel mundial se realizó en dos etapas básicas de transformación social: o bien a través de la revolución

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o por caminos reformistas. Revolución y reforma no estuvieron nunca separadas por una «muralla china». No ha existido ni existe un país en el cual el nuevo orden burgués se haya realizado e impuesto o sólo por un camino revolucionario o sólo por uno reformista. La relación cuantitativa y cualitativa entre revolución y reforma en la diversidad de sus formas de expresión tipológico-histórica, que han ido cambiando en el transcurso de la historia, determinan el contenido de la llamada problemática de los caminos. Revoluciones como expresión de cambio radical social pertenecen a la conciencia de la historia universal, obligan a definirse a favor o en contra. John Dunn lo expresó con profundidad: «La consideración no valorada de la revolución es para aquellos que viven en un mundo real una imposibilidad lógica». Edgar Quinets, siguiendo el ejemplo ya formulado en 1789 de la creación por juramento de una ideología imparcial (1867), se desvaneció ante la discusión continua y renovada periódicamente. Si para ello necesitó de una prueba, ésta se la proporcionó de nuevo «la marcha de los espíritus» con motivo del 200 aniversario de la gran Revolución francesa. Cada generación descubre a su manera la revolución o revoluciones, desconfiando de la tradición recibida; plantea nuevas preguntas afirmando así el efecto inquebrantable de las ideas incluso de épocas pasadas. Grandes revoluciones son momentos estelares de la humanidad, no son obras para los museos. En esto se basa que apenas se pueda pensar y escribir de ellas en el pasado, y siempre nos conducen a las preguntas básicas sobre el sentido y finalidad de la existencia humana.

De la historia de la humanidad a la historia universal Las revoluciones modernas son de vital importancia para comprender la concreción de la historia de la humanidad con la historia universal, es decir, para comprender su mutua compenetración e influencia, el reencuentro de los continentes a través de la división del trabajo entre diversas naciones, y hasta las diversas formas de dominio y dependencia de dimensión global, ya que cada revolución que impregna una determinada época, supone un paso en el proceso de formación y maduración de la sociedad, pues en ella se desarrollan los impulsos determinantes para la implantación del capitalismo a escala mundial. También el mundo precapitalista conoció imperios que abarcaban grandes regiones de Asia, de Oriente Medio, norte de África o de Centroamérica y Sudamérica. Pero fue a partir del desarrollo del capitalismo en Europa cuando apareció, como resultado de una ola de revoluciones, la primera formación social, cuya dinámica abarcó todo el planeta. Con ello encontró al mismo tiempo el progreso histórico un nuevo centro desde el que en sucesivos periodos –primero sobre

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todo con la expansión colonial que se desarrolló en toda su extensión a finales del siglo xv–, emanaron impulsos determinantes de desarrollo de dimensión global. A pesar del dominio de Europa, no se limitó el acontecer histórico a una historia universal de Europa desde cuya óptica el mundo no europeo tenía una mera función de objeto. A la esencia de la historia universal pertenece su indivisibilidad con la historia de la humanidad. Los pueblos afectados por las conquistas europeas dejaron su huella en la historia universal, no sólo por su oposición continua y en muchos casos eficaz, sino también por su propia aportación a la historia y por su influencia directa o indirecta sobre Europa. Esto lo ha expuesto claramente Eric Wolf bajo el título expresamente provocativo Die Völker ohne Geschichte (1986) (Los pueblos sin historia); para él todavía no se ha escrito la historia del encuentro de los continentes ni el consecuente proceso persistente hasta nuestros días. En sus extraordinarias consideraciones sobre el cambio de escenarios y pulsación del desarrollo social, Elisabeth Charlotte Welskopf, que estudió las fuerzas instintivas y el cambio de centros de actuación de desarrollo histórico en línea progresiva, se formula la siguiente tesis programática: «En cualquier caso, han sido los enormes rendimientos de los pueblos de Asia y Norteamérica, incluidos los pueblos de la antigua América, que inicialmente fueron descuidadamente desatendidos y encasillados en un contexto europeo, los que llamaron a la puerta de la investigación, y una vez admitidos, plantearon una gran cantidad de preguntas».

Revolución europea y extraeuropea Esta experiencia ha marcado también la historia moderna de la revolución. Si bien es correcto considerar, en primer lugar, a Europa como «madre de las revoluciones», ya que es aquí y en forma clásica donde se dieron las condiciones para superar el feudalismo y, posteriormente, como resultado de la crisis de la sociedad burguesa tardía, el paso a la revolución socialista, también es igualmente indiscutible que desde finales del siglo xviii y sobre todo en el transcurso del xix, de manera creciente, regiones extraeuropeas desde América hasta Asia fueron afectadas por cambios revolucionarios, es decir, se estableció la ya señalada universalización de la revolución. Eso se explica no sólo por las lejanas y consecuentes repercusiones de los sucesos europeos, sino también porque revoluciones extraeuropeas repercutieron y repercuten cada vez más fuertemente en Europa. La revolución «exportada» llama de nuevo a la puerta de su continente materno demostrando a nivel superior la unidad de la historia universal. A partir de 1945 han influido en este sentido sobre todo el proceso

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descolonizador de Asia y África y el desarrollo de los movimientos revolucionarios.

Formas y caracteres La comprensión de la revolución depende, en primer lugar, de su determinación histórica concreta, ya que ni existen revoluciones «en sí», ni «como tales». El principio de historicidad válido para explicar la disolución de los diversos órdenes sociales se aplica también para explicar el significado típico de las revoluciones. De la historicidad de la correspondiente revolución se derivan básicas consecuencias que deben ser analizadas: – Cada revolución va unida a la creación o completa caracterización de un nuevo orden social. Esto significa que una revolución provoca el paso a un nuevo sistema social o crea en el proceso de consolidación de ese sistema una nueva etapa cualitativa del desarrollo social y político. Este cambio, en el carácter y función de la revolución, se puede observar claramente examinando el ciclo de la Revolución francesa en sus etapas de 1789-1830-1848 y 1870 (la Revolución de septiembre). En las revoluciones burguesas de la Edad Moderna se aplica así la diferenciación tipológica según el criterio de si una revolución establece el paso al capitalismo (como en Francia en 1789) o bajo las condiciones de un desarrollo ya iniciado de reformas hacia el capitalismo (como en Alemania en 1848) o desde las bases de una sociedad burguesa ya establecida (como en Francia en 1848). Bajo este aspecto supone la dialéctica de unidad y multiplicidad un punto de partida indispensable para comprender detalladamente las revoluciones modernas. – La dependencia de las condiciones históricas mundiales modifica el tipo básico de revolución marcado por su época. A la revolución burguesa, que determinó hasta finales del siglo xix y comienzos del xx los grandes cambios del acontecer mundial –de tal manera que se puede hablar de «historia universal en época de revolución burguesa»–, siguió, con la cesura de 1917, el paso al ciclo de la revolución proletaria socialista. – A pesar de que en el caso del ciclo de la revolución burguesa y de la socialista se trata de alternativas antagónicas de la sociedad que condujeron durante el siglo xx a un conflicto de sistema global, se aprecia, no obstante, claramente el paso entre los dos tipos básicos de revolución. Sobre todo en las regiones extraeuropeas, en las cuales coexisten y se imponen recíprocamente diferentes formas de desarrollo económico y político –expresión de la ley histórica de coexistencia de la desigualdad y confirmación del hecho

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de que ninguna formación de una sociedad existe en forma nítida (a no ser en la abstracción mental)–, aparecieron y aparecen todavía múltiples formas mixtas y transitorias, que se sustraen a una tipología abstracta. Por este motivo, sobre todo los movimientos de liberación revolucionarios anticoloniales de los países de América, Asia y África, desde sus comienzos hasta el presente, no se pueden enjuiciar esquemáticamente con las mismas normas que los modelos clásicos de revolución de proveniencia europea. No hay que olvidar lo que señaló Albert Soboul de que en la historia real no existen modelos sino solamente caminos de la revolución. En su diversidad muestra la historia de la revolución las diversas opciones del desarrollo histórico mundial.

Revolución y conciencia histórica Las revoluciones son los verdugos de la historia universal, si bien también se puede aplicar esto a los historiadores que intentan apropiarse de ellas. Dedicarse al estudio de la revolución significa no poder escaparse ni prescindir de los acontecimientos actuales. Historia de la revolución aparece como el primer campo de experiencia humana que, citando a Jean Jaurès, está capacitado para tomar del pasado y continuar llevando en el presente no las cenizas sino el fuego. Naturalmente la historia de la revolución no es una summa historica. La existencia histórica abarca infinitamente mucho más tanto en acontecimientos dramáticos como no dramáticos. La historicidad no sólo se compone de apogeos y empresas arraigadas. El mayor periodo de existencia histórica se define todavía por los «esfuerzos diarios» de la gente normal. Hay que recordar a aquellos que ven en la dedicación al estudio de las revoluciones una ocupación cómoda y atractiva con los momentos estelares de la historia universal, que la revolución también tiene una vida cotidiana normal. Quizás el historiador las considere como momentos estelares, pero aquellos que están en las corrientes del quehacer diario y del dolor, tuvieron y tienen otras preocupaciones. Bajo las condiciones de una situación límite, que apenas se da en la historia de los pueblos y naciones, se fusionan la violencia colectiva de masas y las personalidades que encarnan la unicidad de un momento de decisión histórica en una simbiosis, cuyo poder explosivo hace desaparecer la realidad presente y crea las bases de una nueva sociedad. Si bien es cierto que con la actividad de las masas populares, agricultores, pequeños ciudadanos, plebeyos o proletarios las grandes revoluciones reciben impulso y fuerza, es también igualmente real que a veces se dan revoluciones en las que son las masas, desacreditadas muchas veces por los historiadores por su falta de perspectiva y sentir histórico, las que actúan; aparecen entonces nombres concretos,

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actuaciones, destino, dominio sobre sí mismo, creencias y dudas. Para cada persona individual, incluso dentro del conjunto de su clase social, de su estamento o grupo, es historia siempre algo concreto. Solamente con la reflexión después de los hechos sucedidos se adquiere distancia y abstracción en la valoración de los acontecimientos.

Alegato a favor de las revoluciones «olvidadas» También se ha resaltado que la historia de la revolución y la comprensión de la revolución no se limitan a los «grandes» y afortunados cambios de la historia de la humanidad. La mayoría de las revoluciones –y de esto se evita hablar– fracasan. Para la comprensión de la historia moderna mundial no es de capital importancia la pregunta sobre las causas de éxito o fracaso de una revolución. De mayor importancia es la pregunta de por qué en determinadas regiones del mundo se frustraron desde el principio las posibilidades de perspectiva de desarrollo revolucionario a través de largos periodos. Precisamente esta problemática básica para una visión «completa» de la historia de la humanidad no es posible explicarla contundentemente desde la estrecha visión histórica europea, centrada exclusivamente en Europa. Del fracaso de las revoluciones que no triunfaron no hay que deducir un fracaso permanente social. Dos experiencias contradicen esta visión pesimista de los hechos: los vencidos han aprendido muchas veces de su derrota y han sacado conclusiones para el futuro; así la Revolución rusa de 1905 fue un preludio de la de 1917. Por otra parte, los gobernantes, independientemente de su pretendida victoria, se vieron obligados antes o después a amoldarse a las nuevas condiciones y fueron, aunque bajo signo conservador, ejecutores testamentarios de la revolución. Ejemplo clásico de esto es la creación, por parte de Bismark, del imperio alemán, considerada como «una revolución desde arriba». Así, la astucia de la historia no ha respetado ni las revoluciones.

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1789. Transformación de una época e ilusión heroica* En el proceso de sustitución de la sociedad feudal por la burguesa que se extendió por más de 300 años, la gran Revolución de Francia ocupa un lugar destacado, considerado con razón como clásico, que sobrepasa en gran medida el nivel de las revoluciones «normales» anteriores y posteriores.1 De las muchas características que ponen de manifiesto lo especial e históricamente irrepetible de esta revolución destacamos las siguientes: – La vasta crisis del gran poder feudal (el eslabón importante del Antiguo Régimen) en todas sus manifestaciones y formas de existencia (sin excluir lo ideológico) que mutiló todo impulso dirigido a una estabilización reformista del sistema; – La madurez de la burguesía como clase de capacidad hegemónica sobre la unidad de economía, política y cultura; – La alianza de la dirección burguesa de la revolución con el movimiento popular rural-urbano como condición importante para la dinámica políticosocial de la revolución y el avance vertiginoso de lo que se hubiera podido realizar desde el punto de vista histórico.

* En Manfred Kossok, «1789. Transformación de una época e ilusión heroica» en Trienio. Ilustración y Liberalismo, nº 15 (1990) pp. 159-173; publicado en alemán en Deutschen Zeitschrift für Philosophie, 36 (1988), H.6, 506-511. 1. A. Soboul, «La Révolution française dans l’histoire du monde contemporaine. Etude comparative», en M. Kossok, Studien über die Revolution, Berlín, 1969, p. 62. M. Kossok, «1789 und das Problem der klassischen Revolution», en Jb. für Geschichte, vol. 40, Berlín 1989. Sobre la «revolución clásica» véase J. Baugart, «Revolutionäire Epoche und klassische Revolution», en ZfPh, año 33, 1985, nº 6, pp. 491-499.

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Tomando en cuenta el ciclo moderno de revoluciones, la Revolución francesa de 1789 constituye el punto culminante y el comienzo de una nueva época: el avance burgués rompe sus confines, esa revolución no es únicamente nacional, sino continental y universal; cuyas consecuencias directas e indirectas revolucionaron a toda Europa y a gran parte del mundo extraeuropeo.2 La revolución industrial proveniente de Inglaterra y la Revolución francesa formaron los pilares de una revolución doble que condujo a que la nueva sociedad se impusiera y consolidara definitivamente. La concentración de la historia de la humanidad e historia universal adquirió dimensión y fondo nuevos.3 La acalorada controversia sobre 1789 –teniendo en cuenta el bicentenario– contempla en uno de sus puntos fijos lo relacionado a la dirección burguesa de la revolución y el movimiento popular. En tanto que la «historiografía clásica»4 –expresión empleada por Albert Soboul– explica aquí la conditio sine qua non para dar a entender el papel histórico de la gran revolución y su transcendencia mundial; el objetivo de los diferentes juegos del «revisionismo histórico» con su excelente representante François Furet5 radica en echarles la «culpa histórica» al jacobinismo y el movimiento popular radical por el descarrilamiento y vuelco de la revolución –la dérapage. Según Furet la única y verdadera revolución fue hecha bajo la conducción de la elite liberal entre los años 1789 y 1791.6 No hubo una necesidad histórica ni para su avance bajo la conducción jacobina ni para una permanente intervención de las masas populares; «la revolución reemplaza la lucha de intereses por el poder por una competencia de oradores en pos de legitimidad».7 La revolución daba pruebas de ser un «monstruo metafísico». Sin lugar a dudas, y aunque se enfatizara uno u otro aspecto, no hubo manera de abordar la relación entre hegemonía burguesa y movimiento popular. Karl Marx definía la revolución burguesa: «la burguesía va verdaderamente a la cabeza del movimiento»;8 así, la Revolución francesa (y el subsiguiente ciclo hasta la Revo2. M. Kossok, «Frankreichs Grobe Revolution – Sternstunde der Geschichte», en Spectrum, año 17, 1986, nº 9, p. 911. 3. M. Kossok, Karl Marx und der Begriff der Weltgeschichte, Berlín, 1984, (Sitzungsberichte der AdW der DDR. Ges. wiss., 4, 1984), p. 23. 4. A. Soboul, Comprendre la révolution. Problèmes politiques de la révolution française, París, 1981 («Historiographie révolutionnaire classique et tentatives révisionnistes», pp. 323-356). 5. La colección de artículos de François Furet, Penser la Révolution française, París 1978, puede considerarse como manifiesto de la historiografia revisionista de la revolución. Edición alemana, 1980, por la editora Ullstein Frankfurt/M., Berlín Occidental–Viena, de mala calidad. 6. F. Furet, op. cit., p. 144. 7. Ibídem., p. 63. 8. K. Marx y F. Engels, «Die Bourgeoisie und die Konterrevolution», en MEW, vol. 6, p. 107. 212 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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lución de septiembre de 1870)9 constituyó una excepción de la regla porque ella se estableció como único, «puro» dominio burgués mientras que otras revoluciones desembocaban en diferentes formas de transacción de clases entre la nobleza y la clase media burguesa o sustitución hegemónica social e institucional.10 Para el radio de acción de la revolución de la clase media, la hegemonía burguesa tuvo una importancia decisiva. Es más fácil establecer este hecho que demostrar empíricamente la formación, desarrollo y funcionamiento de la hegemonía burguesa desde el punto de vista propio, institucional e ideológico.11 La investigación se encuentra aquí en pañales, se hace necesaria la cooperación interdisciplinaria entre historiadores, economistas, filósofos y científicos de literatura con objeto de dar a ello respuestas concluyentes. Es necesario deshacerse de meras expresiones cuando se ha de hablar de «alianza de la clase media y del movimiento popular». Como toda revolución burguesa, la de 1789 se propuso unir las fuerzas de clases y de capas que tenían objetivos no solamente distintos, sino contrarios. En el fondo era –un problema tan insoluble como la cuadratura de la circunferencia– la amalgama (condicionada) de intereses de los más diferentes e importantes componentes político-sociales que conformaban por un determinado tiempo el bloque revolucionario o antifeudal que sacó de quicio al Ancien Régime –modo antiguo de gobierno y componentes noble-liberal y burgués, democrático-pequeño burgués, campesino-agrario y plebeyo-urbano. Se había predeterminado este bloque automáticamente; necesidad histórica que se desenvolvió por sí, o ¿no fue así que las condiciones objetivas y subjetivas dadas habían madurado más bien variada y desigualmente? ¿Cuál era el radio de acción de un individuo en medio de la constelación de las fuerzas de clase antagónicas bajo las condiciones de una situación limítrofe e histórica que constituía el meollo de toda la revolución? En la polémica sobre el papel de las masas populares en la historia, Jürgen Kuczyneki plantea la tesis: «Hubiera sido grotesco que los obreros de la época feudal hubieran creado por capacidad o por deseo la sociedad capitalista burguesa».12 Este punto de vista coincide con el de

9. W. Markov y W. Loch, «Die französischen Revolutionen zwischen 1789 und 1871 im Lichte von Lenins Auffassung über den Revolutionszyklus», en Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte 1500-1917, Berlín, 1974, pp. 74-91. 10. M. Kossok, «Vergleichende Geschichte der neuzeitlichen Revolutionen. Methodologische und empirische Forschungsprobleme», Berlín 1981 (Sitzungsberichte der AdW der ddr, Ges. wiss., 2 G, 1981), p. 26 y ss. 11. M. Kossok, «Hegemonie und Machtfrage in den neuzeitlichen Revolutionen. Theoretische Fragestellungen und empirische Probleme», en Leipziger Beiträge zur Revolutionsforschung, n° 17/1-1987, pp. 6-31. 12. J. Kuczynski, «Die Rolle der Volksmassen in der Geschichte», en Aus der Arbeit von Plenum und Klassen der AdW der DDR, 7, 1982, 10, p. 6. Mucho más dialéctica es la visión de Marx y Engels: «Donde [las masas populares] se opusieron a la burguesía por ejemplo

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los historiadores que conceden –en la ciudad y en el campo– un «anticapitalismo» a los elementos «sansculotanos» y que creen que por eso la derrota política del movimiento popular es la premisa para el triunfo de una revolución orientada esencialmente a la constitución del capitalismo.13 Quedaba por preguntar: ¿La acción conjunta de las distintas –sin embargo contrarias– fuerzas de clase estaba basada nada más que en la unidad de lo que se negaba y de lo que se rehuía? ¿O el movimiento popular lograba influir sobre lo que iba surgiendo, era capaz o por lo menos intentaba tomar parte en el margen del nuevo orden? A. V. Ado por el movimiento campesino,14 Albert Soboul por los sans-culottes urbanos,15 Walter Markov por la extrema izquierda en el círculo de los «Entragés»16 plantean a estos interrogantes respuestas de peso. Para que la burguesía pudiese actuar con hegemonía tendrían que haberse dado por lo menos tres condiciones: 1. El establecimiento económico-social en el marco del terreno nacional predeterminado por el absolutismo (el establecimiento objetivo como clase nacional: clase «en sí»). 2. El establecimiento político-ideológico (el establecimiento subjetivo como clase nacional: clase «para sí»). 3. La identidad de los intereses representados por la burguesía con las esperanzas y anhelos de la mayoría (masas) de la nación, o sea, «una clase donde estuviesen concentrados los intereses revolucionarios de la sociedad»,17 según el parecer de Karl Marx en 1850. En sus primeros escritos: El problema judío, Crítica a la filosofía del derecho de Hegel, La ideología alemana y La sagrada familia, y también más tarde, Karl Marx y Friedrich Engels abordaron con especial dedicación los aspectos concernientes a las condiciones para una alianza de la burguesía con el movimiento popular durante la revolución burguesa. Para Marx y Engels la clave era la dialéctica entre el interés y la idea dentro de la revolución. Sin lugar a dudas se trata en Francia en 1793 y 1794, lucharon solamente por los intereses de la burguesía, aunque no de la manera que lo hacía la burguesía» («Die Bourgeoisie und die Konterrevolution», en mew, vol. 6, p. 107). 13. F. Furet, op. cit., p. 21. 14. A. V. Ado, Krest’janskoe dvizenie vo Francii vo vremja Velikoj burzusznoj revoljucii konca XVIII veka, Moscú, 1971. 15. A. Soboul, Les sans-culottes parisiens en l’an II. Mouvement populaire et gouvernement révolutionnaire, 2 juin – 9 thermidor an II, La Roche-sur-Yon, 1958. 16. W. Markov. Die Freiheiten des Priesters Roux, Berlín, 1967; y J. Roux, Freiheit wird die Welt erobern. Reden und Schriften, Leipzig, 1985. 17. K. Marx, «Die Klassenkämpfe in Frankreich», en MEW, vol. 7, p. 19. 214 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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aquí del conocimiento fundamental que tendría que haber excluido la presunta anomalía en la acción conjunta de fuerzas de clase antagónicas. La esencia de la idea, entendida simplemente como «ilusión de aquella época»,18 radicaba en la capacidad de la clase que tomaba al poder político, es decir, la burguesía, tenía que articular sus intereses particulares o de clase con el interés general de la nación. El escrito polémico del Abbé Sieyés, ¿Qué es el tercer estado?,19 responde a esta problemática de una manera ejemplar: el tercer estado contemplaba, sin embargo, la nación, lógicamente sin la nobleza o quien había que ahuyentar hacia los bosques de Franconia, (aún) no se había hablado de un interés burgúes particular. Tal interés surgió en el transcurso y cumplimiento de la revolución. Marx y Engels escribieron sobre la relación entre idea e interés lo siguiente: Ninguna clase de la sociedad burguesa puede jugar este papel sin provocar un momento de entusiasmo en sí y en la masa, un momento en que éste fraternice con la sociedad en general para ser sentida y reconocida como su representante general, un momento en que sus derechos y pretensiones sean realmente los derechos y pretensiones de la sociedad, un momento en que esta clase se convierta de verdad en el cerebro y corazón social. Solamente en el marco de los derechos generales, una clase particular puede adjudicarse del poder general.20

Este punto de vista escrito en la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel tiene su equivalente en algunos pasajes de La ideología alemana; aquí con el complemento: «La generalidad […] corresponde a la ilusión de los intereses comunes (al principio era cierta esta ilusión)».21 Partiendo de ello es justo señalar este «engaño de los ideólogos»22 como ilusión heroica,23 sin cuyo conocimiento y trascendencia histórico-real pudiesen descifrar ni la dinámica interna de la revolución ni el «papel guía revolucionario» del siglo xix. La unidad de interés e idea,

18. K. Marx y F. Engels, «Die deutsche Ideologie», en MEW, vol. 3, p. 39. 19. W. Markow, Revolution im Zeugenstand, Leipzig, 1982, vol. 2, p. 29 y ss. 20. K. Marx, «Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie. Einleitung», en mew, vol. 1, p. 388. Es fácil entender que aquel «interés» de masa y de envergadura histórica, en la «idea» o «imaginación», va más allá de sus verdaderos límites y se confunde con el interés hu­mano al aparecer en el escenario mundial. 21. K. Marx y F. Engels, «Die deutsche Ideologie», op. cit., pp. 48 y ss. Con el mismo tenor en la Sagrada Familia (p. 271): «Por cierto, bajo las premisas conocidas de una clase dominante donde las condiciones de vida de un individuo siempre coincidieron con las de una clase, sólo así pudiese derribar la anterior clase rompiendo las cadenas de los individuos provenientes de todas las clases –verdaderamente, bajo estas circunstancias fue necesario presentar el fin de los individuos de una clase sedienta de poder como el fin común y humano». 22. Ibídem. 23. M. Kossok, «Realität und Utopie des Jakobinismus. Zur „heroischen Illusion“ in der bürgerlichen Revolution», en ZfG, año 34, 1986, n° 5, pp. 415-426.

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esto es, la generalización abstracto-humana de los intereses particulares de clase tuvo su expresión –programática y que abarca a toda la época– en la declaración de los derechos humanos y de ciudadanía de fecha 26 de agosto de 1789. Sin embargo, se sometió a prueba ya antes de tiempo la idea de la comunidad de todos los patriotas. Las primeras discrepancias entre anhelos y realidad se presentaron cuando se pretendió llevar a la práctica los principios filosófico-teóricos de la revolución: La legislación, agraria de agosto de 1789 declaró, por un lado, la abolición del feudalismo, pero, por otro, decretó la liberación de los campesinos sobre la base de reembolso; la Constitución de 1791 relacionaba la declaración de los derechos con la subdivisión de la nación en ciudadanos pasivos y activos (para Sieyés los ciudadanos activos eran los accionistas de la nueva sociedad); y finalmente, la Ley Le Chapelier promulgada el 14 de junio de 1791 prohibía organizaciones y huelgas por parte de la clase obrera.24 Aunque aquí no jugara un papel el temor ante un proletariado que como clase aún no existía, de todas maneras contemplaba esta ley el interés de la burguesía que sobrevivió el dominio de los jacobinos y a su creador condenado a la guillotina, cumpliendo su finalidad incluso hasta 1864, es decir, hasta la época del Bonapartismo. Desde el punto de vista subjetivo esta ley tenía la función de cerrojo contra un resurgimiento de las formas feudales de los gremios. Incluso Jean-Paul –un revolucionario de visión clara– no tomó en cuenta la cúspide social, él creyó que se trataba nada más que de una violación del derecho de petición.25 La ilusión heroica como fundamento de la compensación temporal de intereses de las diferentes fuerzas de clase alcanza su punto culminante en la tercera fase jacobina. Para evitar o corregir por un determinado tiempo la cuestión de la discrepancia entre idea e interés dentro de la revolución se hubiera tenido que conseguir primeramente un movimiento revolucionario en línea ascendente. La respectiva fracción de la burguesía que veía cumplidos sus intereses y que determinaba para sí el punto final de la revolución; mejor dicho, que anteponía su «particular» interés ante el interés «general» y tuvo que excluirse del poder político directo dando lugar inmediatamente a la fracción más radical que estuviera lista y fuese capaz de continuar con la alianza del movimiento popular pero en un plano mayor, otorgando a tal ilusión una nueva configuración y una nueva consistencia. De tal manera, había que alinear de nuevo –sobreponiéndose a los estrechos intereses de clase– los intereses generales para acercarse más al movimiento popular. Fue así entonces que iba a llegar el momento en que los jacobinos caerían ante el frente de burguesía saturada y, en medida creciente, 24. A. Soboul, La révolution, p. 159 y ss.; 189 y ss. y p. 216. 25. J. P. Marat, Textes choisis, ed. Claude Massé, París 1950 (Les classiques du peuple), p. 117 y ss. (L’Ami du Peuple, mayo 1791, n° 458, p. 14). 216 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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abstinente de revolución y el frente de movimiento popular que clamaba sus derechos. La habilidad con que los jacobinos ejercieron por un determinado lapso la transmisión entre la hegemonía burguesa y la base de la revolución determinó su grandeza histórica.26 Una premisa importante para ello fue la luz entre la hegemonía social y política durante la revolución. Sin lugar a dudas la hegemonía estaba en manos de una burguesía que se iba constituyendo como clase dominante, sin embargo, esta hegemonía no se desarrollaba ni linear ni directamente sino a «saltos»; en las tres convenciones nacionales predominaron representantes de profesionales libres, sobre todo abogados y periodistas, pero no empresarios de la industria, comercio y fianzas. La historia universal jamás ha visto una revolución burguesa con cadáveres de banqueros en las barricadas. Tomando en cuenta su origen social se puede clasificar a los jacobinos en el rango de los pequeño-burgueses, puesto que sus raíces llegan incluso hasta las capas protoproletarias de los sans-culottes. Partiendo de una población de 25 millones de habitantes, el 10 por ciento estaba integrado por un núcleo activo de la revolución; el «partido» jacobino abarcó en su punto culminante del año II aproximadamente de 500 a 600 mil simpatizantes distribuidos por todo el país en casi 500 sociedades (clubes). Con referencia a los cuadros de dirección Claude Mazauric27 –sin duda el mejor conocedor de la problemática jacobina– habla de una «clase política verdadera de 100 mil cuadros con los que se organiza la república jacobina». La consecuencia de ello fue una independización creciente de la hegemonía «política» con relación a la «social» dentro de la revolución. No es una exageración cuando se habla de una autonomía relativa de la hegemonía «política». El intento de atenuar –aunque no suprimir– la contradicción que de ahí se desprendía desembocó en la primacía de 10 subjetivo que no perduraría por mucho tiempo sobre la constelación objetiva de las fuerzas de clase. Con respecto a esta contradicción un ejemplo típico lo constituye la personalidad de Maximilian Robespierre.28 Teniendo en cuenta una clase media orientada nada más que a ganancias propias y que se estaba constituyendo a la vez que amenazaba con no dejar nada para la mayoría de los campesinos y urbano-plebeyos de la nación, Robespierre se vio obligado en medida creciente a adoptar posiciones irracional-morales. En su principal discurso del 5 de febrero de 1794 sobre los principios de la moral 26. A. Manfred, «La nature du pouvoir Jacobin», en La Pensée, 1970, n° 150, pp. 62-83, 70 y ss. 27. C. Mazauric, Anatomie et physiologie du Jacobinisme [en prensa]. Jacobinisme et Révolution. Autour du bicentenaire de Quatre-vingt-neuf, París, 1984, (Biblioteque du Bicentenaire de la Révolution Française), p. 90 y ss. 28. J. Massin, Robespierre, Berlín, 1965.

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política sus ideas centrales fueron: «En nuestro país queremos sustituir el egoísmo por la moral»,29 «cumplimiento de las promesas de la filosofía».30 Sin embargo, la posición de Robespierre con respecto a la filosofía y su función de marcapasos para la revolución31 –sabido por todos–, discutida hasta en la misma actualidad, no fue menos selectiva que la posición de otros representantes de la generación de 1789: los enciclopedistas se habían alejado demasiado del pueblo, el partido filosófico estaba entregado al veredicto del ateísmo aristocrático, al final quedó Rousseau cuyos pensamientos tuvieron que ser adaptados del mismo modo a la realidad revolucionaria. Robespierre pasó por alto el hecho de que el conde de Lenormant ya en 1790 en su escrito polémico Rousseau aristócrata solicitara para la nobleza la presencia del sabio de Ginebra. Si para Robespierre la moral32 era el único fundamento de la sociedad burguesa, entonces, el instrumento para su implantación lo constituía aquella virtud que proyectaba la imagen ideal de la revolución sobre la Edad Antigua. El terror fue considerado como «emanación de la virtud» que a la vez se conceptuaba «como un producto del principio general de la democracia».33 Saint-Just exigía muy de acuerdo con Robespierre: «Que les hommes révolutionnaires soient des romains»; el ideal de la Edad Antigua atravesó por el pensamiento de todos los partidos revolucionarios; de forma más nítida y como guía directa para la acción revolucionaria se convirtió en una característica de los jacobinos. Concerniente a ello citamos el siguiente comentario de La sagrada familia: Qué colosal engaño fue tener que reconocer y sancionar la moderna sociedad burguesa en lo referente a los derechos humanos, a la vez acallar las manifestaciones vitales de todo individuo y al mismo tiempo querer formar el cerebro político de esa sociedad a la manera de la Edad Antigua.34

29. M. Robespierre, «Habt ihr eine Revolution ohne Revolution gewollt?» en Reden, escogido por Kurt Schnelle, Leipzig, 1958, p. 321 (op, cit. como Reden). 30. Reden, op. cit., p. 322. 31. W. M arkov, Weltgeschichte im Revolutionsquadrat, en M. K ossok , Berlín, 1979, pp. 91-100; W. Bahner, Aufklärung als europäisches Phänomen. Überblick und Einzeldarstellungen, Leipzig, 1985, p. 5 y ss.; W. Krauss, Aufklärung II. Frankreich, en Rolf Geibler, Berlín-Weimar, 1987, pp. 5-20. 32. Reden, op. cit., p. 351. 33. Ibídem p. 329. 34. F. Engels y K. Marx, Die heilige Familie, p. 129. Engels y Marx analizaron la dia­ léctica de idea e interés de revolución de modo más profundo e incluso para la época del imperio napoleónico: «Finalmente la burguesía de 1830 cumplió sus deseos de 1789 a diferencia de que su esclarecimiento político había sido llevado a cabo sin aspirar dentro del Estado constitucional y representativo del mundo y de los fines comunes y humanos, sino más bien considerándolo como la expresión oficial de su poder exclusivo y como reconocimiento político de su particular interés» (Ibídem, p. 131). 218 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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La imposibilidad de que los jacobinos sostuviesen su posición histórica fue el resultado de la insuperable contradicción de que por un lado se dilató demasiado el alcance de la revolución burguesa, surgiendo irremediablemente la ruptura entre la hegemonía «social» y la «política» mientras que, por otro lado, no había madurado suficientemente el acercamiento hacia el movimiento popular para ajustar de continuo los intereses sociales y políticos fundamentales de las masas. Para simbolizar este conflicto insoluble y al fin de cuentas trágico para los jacobinos mencionamos nada más que tres aspectos: el debate sobre la propiedad, la diferente manera de pensar sobre democracia y el culto a un Ser Supremo. En relación con el debate sobre la Constitución en la primavera de 179535 Robespierre negó –el 25 de abril de aquel año– y manifestó su oposición ante los simpatizantes de la Loi agraire (‘ley agraria’), y caracterizó «la igualdad de bienes (como) una idea descabellada»,36 admitió en cambio indicando «que las desproporciones monstruosas de las riquezas son la causa de tanta calamidad y de tanto crimen».37 Por eso, Robespierre exigía –oponiéndose a la posición de Laissezfaire­ de los girondinos– un margen social claro de la definición de riqueza,38 que favorecía al modo de pensar sanculotte sobre la propiedad, sin identificarse con él, sobre todo en lo referente al planteamiento de la limitación de las posesiones.39 Aquel proyecto fue objeto de desestimación. Robespierre afirmaba que la posesión o una mayor posesión no fue en sí misma contrarrevolucionario, sino cuando su forma de uso iba contra los intereses de la comunidad. Con respecto al modo de pensar sobre democracia más evidente es la posición intermedia de la hegemonía política entre la burguesía y el movimiento popular. El concepto de democracia –planteado por Robespierre– sostiene la idea central de «que el interés de la mayoría va por delante de todos los intereses particulares», «la democracia es un estado donde el pueblo soberano hace –por su parte– todo lo que sin lugar a dudas puede lograr [...]».40

35. Reden, op. cit., p. 248. 36. M. Robespierre, Textes choisis, ed. Jean Poperen, París, 1973, (Les classiques du peuple), vol. II, p. 23. 37. Reden, op. cit., p. 248. 38. En el artículo 9 del «Projet complet de déclaration des droits de l’homme et du citoyen» propuesto por Robespierre, decía: «(le droit de propriété) ne peut préjudicier ni à la surote, ni à la liberté, ni à l’éxistence, ni à la propriété de nos semblables» (J. Poperen, op. cit., II. p. 137). 39. A. Soboul, Die Sanculotten von Paris im Jahre II, op. cit., p. 83 y ss. 40. Del discurso «Sur les principes de morale politique qui doivent qui de la Convention nationale dans l’administration interieure de la République», del 5 de febrero de 1794. Certeramente, Schnelle lo denominó «Testamento político» (en la obra citada, p. 318 y ss.). Compárese con J. Poperen, III, op. cit., p. 110 y ss.

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Del Gobierno se exigía: «Que por el interés popular se sacrificase el interés propio y por la igualdad la soberbia del poder».41 Del mismo modo la retirada –en medida creciente con síntomas de desamparo– hacia moral y virtud: «lo que es inmoral es apolítico». «La virtud no es solamente el alma de la democracia», «puede existir nada más que en esa forma de gobierno.»42 En vista de una realidad caracterizada claramente por la posesión burguesa y puesto que Robespierre se había dejado llevar por la tesis: «el pueblo es bueno, sus mandatarios son corruptos [...]».43 Él estaba convencido de que la tarea fundamental de toda constitución era garantizar al ciudadano en primer término protección ante el propio Gobierno. El modo radical-revolucionario de pensar sobre la democracia, orientado en su esencial a Rousseau, tuvo como premisa cambios fundamentales en la interpretación de los conceptos de nación y pueblo. Ambos conceptos fueron concebidos menos abstracto-políticamente que concreto-socialmente. Ya en los debates del 27 y 28 de abril de 1791 sobre la organización de la Guardia Nacional –paso decisivo con el que la burguesía se constituía como poder arma­do–44 Robespierre escribía dejando muy por detrás el entusiasmo patriótico idéntico al de un Sieyés: «¿Quién ha llevado a cabo nuestra gloriosa revolución? ¿Fueron los adinerados, los potentados? Solamente el pueblo puede desearlos y hacerlos, y por la misma razón, únicamente el pueblo puede sostenerlos».45 Esta posición se acercaba más al modo de pensar propio de los sans-culottes: Es lógico que bajo el concepto de pueblo no se entienda la clase privilegiada –en razón a sus riquezas– que se ha hecho dueña de todas las amenidades de la vida y de todos los bienes de la sociedad. El pueblo es ante todo la clase poderosa de los pobres, la clase que brinda hombres a la patria, futuros defensores de nuestras fronteras, la clase que con su trabajo sostiene la sociedad [...] La revolución sería un absurdo político y moral si tuviese el objetivo de asegurar la vida de placeres de algunos cientos y de eternizar la miseria de 24 millones de ciudadanos.46

Aunque el concepto de democracia de Robespierre pedía demasiado del modo de pensar de un burgués medio y aunque éste se presentara ante sus opo41. Reden, op. cit., p. 327. 42. Ibíd., p. 325, 324. 43. Ibíd, p. 261. 44. P. Arches, «Aspects sociaux de quelques gardes nationaux au début de la Révolution (1789-1790)», en Actes du LXXXIe Congrès des sociétés savantes, Rouen-Caen, 1956, pp. 443455. 45. Citado en A. Soboul, La révolution, op. cit., p. 216. 46. W. Markov y A. Soboul, Die Sansculotten, op. cit., Doc. 52, p. 221. El mismo documento contiene la advertencia (dirigida contra Robespierre) de que se lo había nombrado «la igualdad una idea descabellada». 220 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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sitores en función de un gobierno de la plebe, él se recluía a la vez y categóricamente negando el derecho a una democracia directa (sobre la base del postulado: «no te olvides de que un pueblo representado no es libre [...] la voluntad no permite representación [...]»),47 como lo encomiaban –en las sociedades populares (Societés populaires) representantes firmes de los sans-culottes–. Incluso un revolucionario de la altura de Morats decía que el pueblo puede conquistar por cierto el poder político, pero que le sería muy difícil mantener perdurablemente tal poder; no podría impedir que una parte de la nación asumiese el poder y se originase una nueva tiranía.48 El intento de evitar una extrema separación de idea e interés y de brindar a la ilusión heroica un fundamento perdurable culminó en el culto al Ser Supremo; ello fue designado y con justicia por Walter Markov: «Busca de un común denominador para la burguesía, los campesinos y obreros». Se pretendía alcanzar una sublimación forzada e ideológica de la revolución a consecuencia de la rápida disolución y esclerotización del bloque revolucionario. Saint Just denominaba la situación reinante empleando la fórmula pesimista la révolution est glacée. Una negación rotunda a la descristianización antecedió al culto al Ser Supremo. Este hecho fue considerado por muchos intelectuales e incluso por parte del pueblo49 como una consecuencia lógica de un modo de pensar esclarecido.50 Robespierre –en su mayor ataque «contra el fanatismo» y de una manera fatal recurrió a las palabras de Voltaire: «Si Dios no existía pues había que crearlo».51 El recurso hacia lo irracional en vista de una realidad que se eclipsaba de súbito y que mutilaba toda esperanza se reflejó más concretamente en el discurso de Robespierre del 7 de mayo de 1794, a pocas semanas de su caída. Dirigiéndose una vez más a los simpatizantes de la descristianización, Robespierre planteó el interrogante: «Quién te ha encargado que divulgues ante el pueblo que no existe la Divinidad [...]?»,52 para luego proclamar: «La idea del Ser 47. B. Burmeister, «Die politischen Theorien der Aufklärung und die Revolution von 1789», en Französische Aufklärung. Bürgerliche Emanzipation, Literatur und Bewubtseinsbildung, ed. Winfried Schröder, Leipzig, 1974, p. 636. 48. B. Burmeister, op. cit., p. 637. 49. Ibíd. 50. «Las relaciones de Dios con los hombres son de naturaleza puramente íntima: no necesi­tan de suntuosidad, ni de culto ni de pomposos monumentos a la superstición [...] El republicano no conoce a otro Dios que su patria [...]». Sobre el origen de una religión popular y republicana, compárese con M. Vovelle, La mentalité révolutionnaire. Sociétés et mentalités sous la Révolution française, París, 1985, p. 169 y ss. («Une nouvelle réligion?»). Compárese también M. JA. Domni, Velikaja francuzkaja burzuaznaja revoljucija i katoliceskaja cerkov, Moscú, 1960, pp. 156 y ss. 51. Voltaire, «Contre le philosophisme et pour la liberté des Cultes», 21 noviembre de 1793, en Reden, op. cit., p. 294. 52. «Sur les rapports des idées religieuses et morales avec les principes républicains et sur les fêtes nationales», en Reden, op. cit., p. 357.

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Supremo y la idea de la inmortalidad del alma son un eterno grito que reclama justicia; así, tal idea es social y republicana».53 A esto sigue de nuevo un riguroso ajuste del esclarecimiento que descarta nada más que a Rousseau «en razón a la eminencia de su espíritu, a la grandeza de su carácter»54 y como único reconocido precursor de la revolución. Jean Poperen comentó sagazmente: «Este cambio político del jacobinismo, su desesperado afán en busca de un equilibrio [...]» –«Este jacobinismo entre clases sin una base propia de clase, va en busca sobre todo de sus posiciones ideológicas». «Aquí donde su función concluye, el jacobinismo no puede ser otra cosa que una utopía.»55 Esta interpretación sufre un vuelco en el momento en que Poperen sostiene que la actitud de Robespierre es reaccionaria. Sería simplificar la dialéctica de idea e interés, de anhelo y realidad, la incompatibilidad de ciudadanos (Citoyen) y burgueses56 y la diferencia cardinal entre emancipación política y humana. Retornemos hacia Karl Marx: «[…] engaño colosal [...]» por cierto, empero un engaño propio de dimensión histórico-universal, una perspectiva –reducida subjetivamente y a la vez de un alcance gigantesco– de la revolución, premisa indispensable y con ello impulso revolucionario para cimentar perdurablemente, con vistas a algo «aún no posible», lo «ya posible» y de manera ejemplar en pro de toda una época. Para Robespierre la Revolución francesa ocupó un lugar en el cénit de la historia universal. Sus palabras manifiestan claridad visionaria y enseñanza para mucho más allá de su época: «Se ha llevado a cabo la mitad de la revolución mundial, sólo queda la otra mitad».57 Ni él ni sus contemporáneos, ni su época tuvieron la oportunidad de llevar a cabo la otra mitad de la revolución. Sin embargo, a no menos de dos años de la caída de los jacobinos, el Manifiesto de los Iguales –redactado por Sylvain Maréchal– pregonaba: «La Revolución francesa no es nada más que el presagio de otra revolución mucha más grande, más solemne, la definitiva».58 La «idea» había echado raíces inextirpables, se había definido –por lo menos mentalmente– la «nueva situación mundial» de acuerdo con la sentencia histórica contemplada en La Sagrada Familia.59

53. Reden, op. cit., p. 358. 54. Ibíd., p. 363. 55. J. Poperen, op. cit., vol. III, pp. 40, 43. 56. W. Markov, «Die Utopie des Citoyen», en Festschrift Ernst Bloch zum 70. Geburtstag, Berlín, 1955, pp. 229-240. 57. Reden, op. cit., p. 348. 58. S. Maréchal, «Was ist ein Atheist?», en K. Schnelle (Ed.), Manifest der Gleichen, Leipzig, 1963, p. 39. 59. F. Engels y K. Marx, Die heilige Familie, op. cit., p. 126. 222 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

LA TIPOLOGÍA DE LAS REVOLUCIONES EN LA ERA MODERNA* La Revolución francesa juega un papel clave en el proceso de constitución de la sociedad burguesa. Desde una perspectiva mundial, el proceso de sustitución del feudalismo (y otras formas precapitalistas) por la burguesía duró más de trescientos años. Empezó en el siglo xvi y terminó (en Europa, parte de América y Japón) en pleno siglo xix. Esta transformación fue el resultado de una tríada revolucionaria, caracterizada por los siguientes elementos de relevancia: 1. L a puesta en marcha por etapas de medios de producción capitalistas, que empezaron con el capitalismo temprano y se extendieron a lo largo del periodo industrial hasta la consolidación de la revolución industrial. 2. L a constitución de la burguesía como clase nacional (dirigente), resultado del ciclo revolucionario burgués. 3. La emancipación intelectual y cultural de la burguesía, cuyas etapas fundamentales se manifiestan en la filosofía renacentista, la filosofía y ciencia políticas del siglo xvii y, por último, en la filosofía y literatura de la Ilustración, su perfección dialéctica y determinación en el idealismo clásico alemán, desde Kant hasta Hegel. Las revoluciones económica, sociopolítica e ideológica determinaron las tendencias básicas, el carácter de la época, que apareció disfrazado de animadversión y después adoptó la forma de antagonismo abierto entre los componentes feudales/absolutistas tardíos y los burgueses. Correspondiendo con el grado de formación y consolidación de la nueva clase, la relación entre absolutismo y burguesía, en líneas generales, atravesó tres fases de desarrollo: una fase de simbiosis * En «Zur Typologie neuzeitlicher Revolutionen. Theoretische und empiriesche Aspekte» en Wissenschäftliche Mitteilungen del Historiker-Gesellschaft der DDR, (1983) I-II, pp. 10-22.

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de intereses (parcial); otra de distanciamiento ideológico (especialmente clara en la esencia antiabsolutista de la Ilustración radical; y, por último, la fase de enfrentamiento directo, la lucha por el poder y la constitución política de la nueva sociedad. La Revolución francesa de 1789 introdujo las fases de clausura del periodo transicional del feudalismo al capitalismo y la consolidación de la clase burguesa. Hasta 1789, la sociedad burguesa era, en gran medida, un fenómeno regional, aislado y periférico: fundamentalmente, el capitalismo comercial de los Países Bajos, la transición a la revolución industrial de Inglaterra y el entonces agrícola Estados Unidos. La nueva sociedad se abrió por fin camino a través de las influencias procedentes de Francia. La vehemencia de este gran avance no se puede explicar únicamente a partir de la revolución sociopolítica de los franceses, sino que hay que tener en cuenta también los acontecimientos paralelos de la revolución industrial en Inglaterra. La constitución política y económica de la sociedad burguesa en el cambio de siglo del xviii al xix fue el resultado de una doble revolución; constituyó el eje de la fase final y la conclusión de la «era de la revolución social» burguesa (Karl Marx). La Revolución de Francia surgió como un fenómeno tridimensional: nacional, continental o europeo y global o universal. Si la revolución burguesa temprana de principios del siglo xvi (Alemania, Suiza, España, Países Bajos) ya había dado muestras de sus dimensiones europeas, la Revolución francesa marcó el comienzo de la europeización total (continentalización) y de la universalización (globalización) del cambio radical burgués. Continentalización y globalización también significaban, sin embargo, la diversificación de los procesos revolucionarios. Poner de relieve el papel fundamental de la Revolución francesa en la sustitución definitiva de la sociedad feudal por la burguesa (y, por lo tanto, rebatir las tendencias relativizadoras, tan populares en la historiografía revisionista), y hacer hincapié en su papel de revolución-guía en el ciclo de revoluciones del siglo xix, no significa que se le atribuya carácter de modelo. Como afirmó Albert Soboul: «No hay modelos, sólo vías hacia la revolución». La clave para comprender los efectos a escala mundial de 1789 se encuentra precisamente en esta problemática de las vías, es decir, en la cuestión de las alternativas para la transformación social. A pesar de que, hasta finales del siglo xviii, las revoluciones mostraron niveles de madurez muy distintos en lo que respecta al capitalismo y la sociedad burguesa que se desarrollaba en base al mismo, estas revoluciones eran a la vez la expresión de una tendencia relativamente unilineal en la instauración de una nueva clase social: para constituir la sociedad burguesa económica y políticamente siempre era necesaria una revolución (incluso si acababa en un acuerdo de clases entre los terratenientes y la burguesía, como en el caso de Países Bajos, Inglaterra y Estados Unidos, o en un dominio burgués «puro», como en el caso de Francia).

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Con el comienzo de una nueva era en 1789, las condiciones históricas generales para la consolidación de la nueva sociedad cambiaron. En base a la ahora doble revolución, la industrial y la sociopolítica, que estaba marcando una época, el cambio burgués prosiguió bajo la forma alternativa de revolución y/o reforma. Después de 1789 (incluyendo directorio, consulado e imperio), el cambio burgués no sólo implicaba revolución, sino también reforma. Las vías revolucionaria y reformista constituían las alternativas que determinaban el desarrollo. Se habían llevado a cabo reformas antes de 1789, pero dichas reformas (baste con mencionar el despotismo ilustrado) tuvieron un carácter estabilizador en gran medida o, a lo sumo, modificador para el sistema. Las políticas reformistas de la Ilustración se desmoronaron antes de 1789 o durante la revolución. Una excepción que hasta la fecha aún no se ha investigado lo suficiente es la «vía escandinava», a través de la cual, por lo menos en Dinamarca, como ha recalcado Kare Tonnesson, el despotismo ilustrado introdujo una importante «burguesificación» («desfeudalización»), principalmente en las estructuras agrarias. En las reformas de la era de la doble revolución había una tendencia hacia las reformas sistémicas que se iban perfilando con las leyes de desarrollo del capitalismo. No se trataba de una transformación social deformada o mutada, sino de una de las dos variantes básicas típicas del desarrollo capitalista. La burguesía ocupó un lugar predominante en esta era. Fue, según Antonio Gramsci, la «clase histórica». Sin embargo, esto no significa que ocupara un lugar central en la historia y destino de todos y cada uno de los países y regiones. Es decir, podía existir perfectamente una disparidad (diacronismo) entre la hegemonía de la época y la hegemonía nacional. Incluso en aquellos países en los que su poder permanecía intacto o en los que se pudo reinstaurar después de 1815, la antigua clase dirigente, la nobleza, constituía una clase de defensa histórica, cuya supervivencia dependía de su capacidad de adaptarse a la nueva realidad económica y política. Con la Revolución de 1789, la dialéctica de unidad y multiplicidad del cambio burgués adoptó una nueva cualidad histórica. La diversificación en la transformación social no sólo era una alternancia de revolución y reforma (donde huelga decir que no había ninguna gran muralla China entre las vías, sino una multiplicidad de conexiones y dependencias). También empezó a darse una clara diversificación tipológica dentro de las dos variantes básicas para la constitución final de la sociedad burguesa. En lo que respecta a la revolución burguesa, se pueden establecer al menos cuatro tipos históricos básicos, dependiendo de la problemática histórica concreta y de la madurez de las formas capitalistas: 1. L a «revolución en el feudalismo contra el feudalismo» (el tipo de «Francia 1789» o el prototipo de la revolución burguesa como base de casi todos los

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modelos sociológicos; basta con recordar la duradera influencia de Lyford P. Edwards o Crane Bzinton). 2. Aquí observamos que el «modelo 1789» y su constelación de conflictos ya no son aplicables a la «revolución del capitalismo para el capitalismo», es decir, para una mayor consolidación del mismo (el tipo de revolución de «Francia 1830 o 1848»). Por lo tanto, la revolución no sólo era una transición de una formación social a otra, más alta; también podía ser la expresión de los cambios cualitativos de desarrollo dentro de una formación. 3. La «revolución en la vía hacia el capitalismo» («Alemania 1848»). C  on este tipo de revolución ya no se trata de una cuestión de feudalismo contra capitalismo. Ante las reformas introducidas después de 1806-1807 (especialmente en Prusia; en Sajonia después de 1830, etc.), la labor de la revolución residía en la decisión de si el cambio burgués, ya en pleno desarrollo, continuaría hasta el final siguiendo una vía democrático-revolucionaria o conservadora-reformista. La decisión final entre ambas alternativas se encontraba entre los asuntos que había que tratar. 4. Un tipo especial de cambio social se manifestó finalmente en las revoluciones anticolonial y de liberación nacional, como resultado de las peculiaridades existentes en la zona (por ejemplo, «la primacía del frente exterior», características específicas de la hegemonía o la constelación de las fuerzas impulsoras). Esta tipología de revoluciones varía y se distingue de nuevo según las diferencias estatales-regionales, estructurales y temporales en el desarrollo. En relación al «eje revolucionario central» (con Francia como centro), se desarrolló una «periferia revolucionaria», cuyo proceso de transformación presentaba numerosas «anomalías» (peculiaridades) con respecto al cambio burgués «normal». Dichas anomalías deberían hacer que el historiador se mantuviera alejado de aplicaciones demasiado abstractas del concepto de revolución burguesa. Esta labor debería basarse en la investigación de la categoría básica para la multiplicidad de sus manifestaciones históricas concretas. Este tema constituye el contenido de Leipziger Forschungen zur vergleichenden Revolutionsgeschichte (Estudios de historia comparada de la revolución de Leipzig). El mundo ibérico (España, Portugal, Centroamérica y Sudamérica) ofrece ejemplos útiles sobre cómo la imagen de la revolución cambia estatal, estructural y temporalmente en la periferia interior y exterior del proceso de transformación de la burguesía. Análoga a la diferenciación y al desarrollo tipológico de las vías revolucionarias, la vía reformista también presenta una multiplicidad de variantes que hasta la fecha no se han descifrado lo suficiente en este campo, a pesar de que empieza a haber una tendencia hacia la revaluación de la reforma «en sí misma» en lo que

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respecta a la revolución en el revisionismo historiográfico. Cada vez resulta más evidente en el debate historiográfico que la tendencia a explicar la revolución como un mito, viéndola como un accidente o descarrilamiento y haciendo de la reforma la única vía «normal» hacia la transformación social, conduce a un callejón sin salida. Del mismo modo que no hay revoluciones «como tales» y «en sí mismas», tampoco existen reformas «como tales» y «en sí mismas». Siempre responden a manifestaciones históricas concretas, que son producto de condiciones históricas reales. Por lo tanto, el principio de historicidad y determinación de formación adquiere una relevancia decisiva en el análisis de las revoluciones y las reformas. Una característica importante de la vía reformista después de la Revolución francesa es la dicotomía entre economía y política: atañe a la adaptación por parte de la aristocracia (los terratenientes) a la nueva economía capitalista conservando, por norma general, su monopolio del poder. La base social, por lo general, consistía en un acuerdo de clases entre los terratenientes y la burguesía. El ejemplo «clásico» de esta variante de transformación social es la expansión y papel dominante de los Junker [aristocracia terrateniente] de Prusia. Se pueden establecer tres variantes principales de la vía reformista según los conocimientos que se tienen en la actualidad: 1. L a vía reformista conservadora bajo la hegemonía de los grandes terratenientes y/o de la clase Junker, como se hizo patente en la ya mencionada Prusia y en las fases de la unificación imperial de 1830 a 1870. La expresión política de esta vía fue la revolución desde arriba. 2. La vía reformista liberal bajo la hegemonía de una burguesía que buscó un acuerdo con la aristocracia debido a su falta de solidez estructural o a la ya aparente contradicción básica de capital contra mano de obra (burguesía contra proletariado), pero que no estaba en posición de instaurar su «propia» revolución con éxito. Se pueden encontrar elementos importantes de esta vía en el proceso de constitución de la sociedad burguesa en España. Ambas vías se pueden separar de forma abstracta; sin embargo, en la historia contemporánea están entrelazadas en muchos aspectos. La historia de Italia después del cambio de siglo del xviii al xix muestra un ejemplo típico de la combinación de elementos conservadores-aristocráticos y liberalesburgueses. 3. La vía reformista-dependiente, que considero característica del desarrollo del capitalismo en las regiones no europeas bajo condiciones de dependencia y recolonización indirecta, como es el caso de Latinoamérica durante y después de la revolución por la independencia (la independencia de 1810 a 1826).

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La historia contemporánea de 1789 a 1871, aproximadamente, muestra que, a excepción de Francia, ningún país constituyó una sociedad burguesa a través de la vía de la revolución o de la reforma por sí solas. Incluso la instauración de la vía reformista requería impulsos revolucionarios: la revolución desde arriba de Bismarck no se puede explicar sin la Revolución alemana de 1848 y la crisis revolucionaria de la década de de los sesenta del siglo xix. Dentro de las distintas formas de instauración de las vías revolucionarias, Francia representa la variante clásica (óptima). La vía francesa no fue sólo revolucionaria, fue revolucionaria-democrática: por el grado en el que el feudalismo fue eliminado, por la madurez de la hegemonía burguesa (que culminó con el jacobinismo), por la dinámica de los movimientos populares, la transformación de las instituciones políticas y porque, en muchos otros aspectos, la Revolución francesa superó con creces la «media» de revoluciones previas o sucesivas de tipo burgués. La Revolución francesa constituyó el apogeo y el momento decisivo del ciclo revolucionario burgués desde el siglo xvi hasta el xix. Alemania, por otro lado, estableció la vía reformista clásica bajo la forma de la vía prusiana. La vía prusiana pertenece al conjunto de vías reformistas, pero no podemos llamar a todas las variantes de la vía reformista «vías prusianas», como ocurre generalmente en la actualidad. Como consecuencia de la vía prusiana, surgió en Alemania un capitalismo cuya dinámica económica no sólo superó a la vía revolucionaria francesa, sino también a la variante inglesa de la vía revolucionaria. Un desarrollo análogo sólo se repitió a lo largo del siglo xix en Japón, como resultado de la Revolución de Meiji en 1868. El desarrollo fue distinto en España. A pesar de que este país, al igual que Francia, atravesó un ciclo de cinco revoluciones (1808, 1820, 1834, 1854 y 1868), la sociedad burguesa nunca se constituyó democráticamente. España entró en el ciclo revolucionario del siglo xix con una desventaja, con raíces que se remontaban un siglo atrás (sólo hay que remitirse a la represión de la revuelta de las Comunidades y las Germanías, además del carácter represivo del despotismo español). Con el fracaso de las revoluciones, como resultado de la falta de solidez objetiva y subjetiva de la burguesía, la vía reformista triunfó en España, lo que tuvo como consecuencia un acuerdo negativo entre clases (es decir, a expensas de la burguesía y en contra del desarrollo burgués democrático) durante la restauración alfonsina después de 1874. La constitución de la economía y la sociedad burguesas en Francia, Alemania y España después de 1789 es un ejemplo útil de la polivalencia y riqueza de las variantes de la transformación social en la era de la Revolución francesa. Esta multiplicidad de la unidad subraya, al mismo tiempo, la necesidad de una mejora de las herramientas del método comparativo.

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PARTE III

LA INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA

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LA REVOLUCIÓN Y LA FORMACIÓN DE LAS NACIONES EN HISPANOAMÉRICA. SOBRE LA RELACIÓN DIALÉCTICA ENTRE ELEMENTOS CONTINENTALES Y REGIONALES EN LA INDEPENDENCIA* En América Latina, el sistema colonial tradicional, cuyos orígenes se remontan al siglo xv, se derrumbó como producto de una revolución anticolonial, que se llevó a cabo en varias etapas: 1. L a etapa haitiana: caracterizada por la revolución de los esclavos de Haití (1790 a 1804). 2. L a etapa ibero-continental (1810 a 1826) que decidió el derrumbamiento o del dominio hispano-portugués en el continente latinoamericano. 3. L a etapa caribeño-cubana (1868 a 1898) cuyo centro estu­vo constituido por la guerra de diez años de Cuba (1868 a 1878) y por la Segunda Revolución Cubana (1895 a 1898). Entre los resultados históricos más importantes de este ciclo de revoluciones continentales figuran la formación de estados independientes y el surgimiento de las naciones. En la discusión referente a la relación existente entre la revolución y la formación de las naciones en América Latina dominan en cierto grado dos extremos: Por un lado, se realiza una equivalencia esquemática con el proceso de formación de las naciones en Europa (occidental) y en América del Norte, por * En Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 3: Zwischen Reform und Revolution: Übergänge von der Universal zur Globalgeschichte (hrsg. von Matthias Middell in verbindung mit Katharina Middell), Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 49-66.También en: Trienio. Ilustración y liberalismo, Madrid, 9 (1987) pp. 5-37.

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lo que casi no se tienen en cuenta, las características históricas de América Latina. A menudo se ignora que en los países europeos más desarrollados de esa época (por ejemplo, Inglaterra y Francia) existían, ya antes de la revolución, los elementos esenciales de un Estado nacional; es decir, la revolución no creó ese Estado nacional, sino transformó el Estado feudal-absolutista en un Estado nacional burgués. El problema no consistía tanto en la formación misma del Estado, sino en el cambio de las funciones sociales (cambio del tipo) del Estado. En América Latina, por el contrario, fue por medio de la revolución que se sustituyó el «Estado colonial» y se constituyó el «Estado nacional». Otra diferencia esencial: en Europa, la revolución marcó el final del proceso de la formación de las naciones, mientras en América Latina por el contrario, ésta marcó una etapa –indudablemente la más esencial– del proceso de formación de las naciones. Por otra parte, se puede observar una exagerada acentuación de las peculiaridades históricas de América Latina. Como reacción a la supuesta ineficacia del «modelo» europeo para explicar los procesos latinoamericanos surgieron las así llamadas teorías américo-centristas, que –en última instancia– cuestionan las tendencias generales del desarrollo histórico universal, y tienden a construir un caso específico regional. Hay que añadir a lo anterior que la relación dialéctica entre revolución y formación de las naciones en América Latina no es un tema de carácter «histórico», es decir, es un tema en lo esencial no concluido, ya que esa dialéctica caracteriza de modo considerable los conflictos político-sociales del presente. El nivel de desarrollo alcanzado es caracterizado por las siguientes «fases» («tipos»): 1. E  stados, cuya constitución como nación está concluida. 2. E  stados que se encuentran en la etapa avanzada de la consolidación de la nación. 3. E  stados, que después de la Segunda Guerra Mundial, junto con la des­ colonización, iniciaron el proceso de consolidación nacional. 4.Territorios que a causa de la dependencia colonial todavía existente no disponen aún de su propio Estado cuya futura identidad nacional podrá asumir diferentes caracteres (constitución como Estado nacional independiente; autonomía; manteniendo características propias de su nacionalidad; inte­ gración en una unidad nacional mayor). 5. F  inalmente, el comienzo de la transformación político social del tipo de nación como producto de la revolución socialista. Desde el punto de vista de la historia universal –y esta correlación, sin duda alguna, es también válida para América Latina– la formación de las naciones está íntimamente ligada a la sustitución del régimen feudal por el régimen burgués.

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Paralelamente a esto, hay que tener presente que fuera de Europa (occidental), muy pocos países han vivido este proceso ajustándose al modelo «clásico». Por lo tanto, la consecuencia lógica e histórica es que sólo muy pocos pueblos han alcanzado el nivel de nación burguesa («moderna») totalmente constituida, siguiendo el modelo «clásico» y presentando todas sus características. Así como en el proceso histórico de sustitución del feudalismo por el capitalismo se produjeron considerables diferencias de desarrollo entre el «centro» y la «periferia» y se recorrieron diferentes «caminos» (caminos revolucionarios, caminos reformistas), también surgieron peculiaridades, desviaciones, deformaciones, diferencias de nivel en la formación de las naciones en la medida en que aumentaba la distancia (geográfica e histórica) con respecto a las zonas centrales del triunfo del progreso burgués (Países Bajos, Inglaterra, Francia, Estados Unidos): expresión de la diferenciación y diversificación de la historia universal. Para las revoluciones de la independencia que se produjeron en los años de 1810 a 1826, es característica, especialmente, la relación dialéctica entre los componentes continental y regional. Los exponentes más importantes del elemento continental fueron Francisco de Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín. La conciencia continental tuvo su expresión más consecuente en el programa político social de Simón Bolívar y en el Ejército Libertador que él creó. Los tres partidarios actuaron conscientes de que al carácter continental del sistema colonial español en América había que oponerle la revolución continental, ya que la libertad de las distintas regiones dependía la libertad del conjunto. Ello significaba, empero, colocar conscientemente el interés global del continente por sobre los intereses locales o regionales (y, por consiguiente, colocarlo también por encima de los intereses de la clase aristócrata y de criollos), hecho que anticipó irrevocablemente el conflicto dentro de las fuerzas criollas dirigentes de la revolución. La fuerza del elemento continental de la revolución estuvo constituida por el Ejército. La revolución y la guerra se fusionaron de modo inseparable. Miranda y San Martín intentaron apoyar su política en el ala derecha moderada de la aristocracia criolla; en cambio, Bolívar representó la fracción radicalrepublicana (y la hegemonía de ésta) que, en cierto grado, estaba dispuesta a abrir la revolución también a las masas populares. Desde el punto de vista de Bolívar, la acentuación del elemento continental de la revolución no significaba de ninguna manera la negación del componente regional (nacional). Bolívar abogó, más bien, por la primacía de la revolución continental y su dirección militar, mientras no se hubiera asegurado la independencia de todo el continente. Bolívar logró finalmente este objetivo con la liberación de Perú, y con la batalla decisiva de Ayacucho (9 de diciembre de 1824): en este momento, el poder de Bolívar había llegado a su cúspide,

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pero al mismo tiempo, el poder de los bolivarianos comenzaba a debilitarse y desembocó, finalmente, en la trágica crisis de los años 1828 a 1830. El hecho de que Bolívar tenía en sus manos el poder militar, pero por regla general no disponía de poder político, comenzaba a jugar un rol. Dadas estas condiciones, una «desmilitarización» de la revolución significaba quitar el poder a los bolivarianos y entregar el poder político real a los elementos conservadores moderados. En este aspecto, el desarrollo político de Colombia (Nueva Granada), hasta mediados del siglo xix, constituye un testimonio convincente. El carácter continental de la revolución surgió no sólo de un interés estratégico global formulado a priori, sino en medida creciente –y ello es desatendido muy a menudo– también de la necesidad de llevar la revolución a aquellas regiones que eran bastiones del realismo (Perú) o donde la revolución había fracasado después de sus primeros intentos (Chile). La aristocracia criolla local, como por ejemplo, la de Perú, se dejó «liberar» –nolens volens–, pero se empeñó consecuentemente en evitar que los libertadores extranjeros llegasen a ocupar posiciones estables de poder. San Martín y Bolívar lo experimentaron en Perú, Sucre lo experimentó en Bolivia y, finalmente, fracasaron por ello. El carácter continental de la revolución, a su vez, no constituye un fundamento para la tesis que sostiene la posibilidad de crear una nación continental, como afirman algunos representantes del americacentrismo. Por esta misma razón no hay motivo alguno para concebir el derrumbe del imperio colonial de España y la formación de estados nacionales como un criterio que fundamente el fracaso de la revolución. Personalidades de la época que poseían una perspectiva más amplia, como por ejemplo, el abad de Pradt, y de acuerdo con él, el propio Simón Bolívar, reconocieron el carácter inevitable, es decir, la necesidad objetiva de constituir unidades regionales con carácter de estados nacionales.Ya en la Carta de Jamaica (6.09.1815), Bolívar escribió que sería una gran perspectiva pensar en la constitución de una nación continental, sin embargo, no existían para ello ni las condiciones objetivas ni subjetivas necesarias. El desarrollo posterior confirmó cabalmente este pronóstico de Bolívar, y él fue lo suficientemente realista como para adaptar su política práctica a este hecho. Mientras la dimensión continental determinó predominantemente el transcurso de la revolución hasta comienzos de los años veinte, los intereses regionales (en su esencia, nacionales) pasaron, más y más, a primer plano, en la medida que se realizaba la institucionalización, es decir, en la medida en que se constituían nuevas estructuras de poder y de dominación. Fueron sobre todo los elementos republicanos moderados y –no pocas veces– los elementos conservadores los que asumieron el poder real. Paralelamente a esto, la influencia de Bolívar, que se basaba en primera instancia en el Ejército, se desvanecía rápidamente con el término de la guerra, lo que significó prácticamente la exclusión política del «libertador» y sus seguidores. En

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resumen, el curso de la revolución presentó el siguiente panorama: una fase inicial en la que la revolución se desarrolló en el marco de centros regionales (Caracas, Buenos Aires, México, etc.); a continuación, una fase de continentalización que culminó en los años de 1819 a 1824 en las acciones de Bolívar: finalmente, la consolidación de la revolución en de estados nacionales. Esta transformación en el carácter de la revolución, es decir, el traslado de la primacía del elemento continental a la predominancia de elementos nacionales se hizo evidente, de un modo muy concreto en el conflicto abierto que surgió entre Bolívar y Francisco Paula de Santander, quien ejercía una influencia dominante en Nueva Granada (Colombia). En última instancia, las dimensiones continental y nacional se hicieron incompatibles, pero construyeron dos aspectos objetivos de un mismo proceso histórico. En la comprensión político-histórica de la independencia por Bolívar, desempeñó un papel decisivo el conocimiento de la relación dialéctica entre unidad y multiplicidad, entre aspectos comunes y especificidades. En ningún momento, su perspectiva continental y su política desembocaron en un unitarismo abstracto. La concepción continental de Bolívar no se puede reducir ni a un denominado general «unitarista» ni «federativo», tal como intentan repetidamente los partidarios del culto a Bolívar, según su procedencia política. Cuando se constituyó la República de Gran Colombia (Venezuela, Nueva Granada, Ecuador), Bolívar respetó en gran medida los intereses regionales específicos de los tres estados miembros. Esta república, que existió hasta 1830, se constituyó prácticamente como federación de estados y no como Estado federal. En cuanto a la organización de estados individuales, Bolívar, según formuló en 1819 ante el congreso de Angostura, abogó clara y categóricamente por una estructura unitaria y centralista. La situación de guerra de la época desempeñó en ello un papel no insignificante. De modo análogo procedió en el caso de Bolivia con la Constitución de 1825. Por el contrario, al (fracasado) Congreso de Panamá (celebrado del 22 de junio al 15 de julio de 1826), Bolívar había señalado la tarea de crear la unidad del continente liberado sobre la base de una confederación. Sin embargo, los intereses nacionales ya se habían cristalizado demasiado (a lo cual hay que añadir la política rechazante de Estados Unidos), como para que esa perspectiva del «libertador» hubiera podido hacerse realidad. La respuesta a la pregunta si Bolívar daba preferencia a una política unitaria y centralista o a una política federativa, depende –por consiguiente– del momento histórico correspondiente y del nivel concreto de acción que se tomen en consideración. Bolívar logró dar una expresión muy clara a su posición centralista en la esfera militar. En esto, mostró una decisión que sí permite una comparación con el jacobinismo francés. Por instinto, Bolívar actuó conforme al principio de que cada «fase provisoria de un Estado» (en pe­ rio­dos de transformaciones revolucionarias) exige y que, en ciertos casos, puede

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ser necesario defender la revolución mediante el terror contra los peligros del «humanismo de la debilidad» (Karl Marx). Este radicalismo en la dirección práctica de la revolución, convirtió a Bolívar en la conciencia de la aristocracia criolla. En la medida en que Bolívar, obligado por las circunstancias, traspasó el estrecho horizonte de la mayoría criolla, ésta trató de deshacerse de él, costara lo que costase. Por otra parte, Bolívar comprendió que no era posible realizar una política centralista a escala continental para la organización posrevolucionaria de los estados. El equilibrio entre intereses continentales globales e intereses nacionales y regionales individuales resultó ser la cuadratura del círculo para su futuro y para el futuro de América Latina. Si partimos del hecho de que la formación de estados nacionales en el proceso de la revolución constituye también para América Latina lo típico y lo normal de la época y no es, de ninguna manera, una prueba del fracaso de la revolución, surge de allí una serie de problemas que requieren una aclaración:

La relación entre la época colonial, la revolución y la formación de las naciones Las raíces étnico-sociales de la formación de las naciones en Europa alcanzan hasta los siglos x y xi. El periodo histórico de transición de la sociedad feudal a la burguesa, que se extiende desde el siglo xvi hasta la primera mitad del siglo xix, fue al mismo tiempo la época de la formación de los estados nacionales y, en el marco de éstos, de la nación «moderna». Las revoluciones burguesas trajeron consigo el cambio cualitativo de la formación a la constitución y consolidación total del Estado nacional. En América Latina faltaban las condiciones previas para que se diera un desarrollo análogo en cuanto a época y estructuras. La conquista y la colonización habían producido una ruptura irreparable en la historia del subcontinente, pese a que el dominio colonial, especialmente el colonialismo español, tuvo como característica –en un grado no insignificante (sobre todo en las zonas de las culturas indígenas clásicas)– la asimilación de las condiciones encontradas con el fin de «integrarlas» y darles una función nueva (no pocas veces, contraria). La transformación de la mita de un sistema de trabajo comunitario en obras públicas en un trabajo forzado directo es un ejemplo para ello. Generalizando, el tipo colonial establecido en América Latina, sobre todo, por los españoles, se puede definir como colonización feudal tardía de colonos, es decir, colonización por la clase feudal conforme a la ley fundamental «tierra con hombres». La tierra, las minas y las plantaciones adquirían su valor a través de la explotación de la fuerza de trabajo dependiente. La situación en las colonias de

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Nueva Inglaterra de Estados Unidos fue distinta, ya que la colonización realizada por campesinos libres presuponía «liberar» la tierra de los indios (only a dead Indian is a good Indian). La estructura de un sistema colonial se caracteriza, en gran medida, por los siguientes factores: a) Las fuerzas motrices de la expansión que actúan desde la metrópoli (componente A). b) Las condiciones de desarrollo encontradas en la zona conquistada y colonizada, condiciones que poseen un efecto activo (componente B). c) El sistema colonial que resulta de la relación dialéctica entre A y B (resultante C). Mientras en el caso de la colonización feudal tardía el componente B juega un rol considerable, en la colonización realizada mediante campesinos libres tiene un efecto mucho menor. Con el feudalismo colonial resultante de la conquista, se impusieron relaciones económicas y de dependencia que en Europa ya se encontraban en crisis y en decadencia. Si bien es verdad que se «trasplantaron» elementos esenciales del feudalismo, no se trasplantó su dinámica interna de desarrollo orientada hacia el capitalismo. Dicho en otras palabras: desde el punto de vista de las posibilidades de desarrollo históricas, se trataba de un feudalismo cercenado. Bajo las condiciones de la colonia, la fuerza extraeconómica adquirió una importancia especial (avasallamiento de la población nativa, identidad total entre diferenciación social y étnica). Mientras en las regiones más avanzadas de Europa (Países Bajos, Inglaterra, Francia) se desarrollaban formas capitalista-burguesas en la economía y en la sociedad, en América Latina el dominio ibérico bloqueaba una dinámica similar. No obstante, el periodo colonial desempeñó un rol de consideración para el desarrollo protonacional. La tesis acerca de «la disolución del sistema colonial unitario», y su «parcelamiento» o, incluso, su «balcanización» a consecuencia de la revolución, no corresponde a la realidad, ya que los españoles, si bien habían creado un sistema colonial, éste no era unitario, es decir, no se trataba de un sistema colonial que abarcara todo el continente. Las únicas autoridades centrales de las colonias, el Consejo de Indidas y la Casa de Contratación tenían su sede en la metrópolis y no en las colonias. Una característica de la estructura del sistema colonial fue su acentuada organización vertical, que se adaptaba en gran medida a la situación geográfica y a las condiciones allí encontradas. La comunicación continental horizontal, por el contrario, se había desarrollado muy poco y se dificultaba además como

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consecuencia de la política colonial. Por consiguiente, es posible constatar un desarrollo diferenciado de las diversas regiones en cuanto a intereses y costumbres durante todo el periodo de la colonia. Los siguientes factores tuvieron un peso especial en el desarrollo protonacional: –E  l vasto aislamiento geográfico de las diversas subregiones, a causa de las condiciones naturales existentes (factor geográfico). – L a estructura económica y los intereses de las diversas regiones, elementos que se diferenciaban en función de las ramas de la economía predominantes en cada región: minería, ganadería, cultivo en plantaciones, etc. (factor económico). – L as diferenciaciones en la estructura social a consecuencia de los factores anteriores (factor social). – L as diferencias en la estructura étnica, conforme al nivel de desarrollo, al grado de concentración y supervivencia de la población indígena (significado del legado precolombino), así como consecuencia de la migración forzosa: comercio de esclavos (factor étnico-social). –U  na importancia considerable tuvieron las unidades político administrativas en su calidad de elementos formativos y normativos, demostrado, sobre todo, por el rol que jugaban las «audiencias» como base de los futuros territorios «nacionales». A fines del periodo colonial, los límites entre las diversas unidades subregionales se basaban en gran medida en elementos naturales, contrario a las fronteras arbitrarias y «racionales» que surgieron como resultado de la división colonial de África (factor político administrativo). – Aunque resulte difícil evaluar aisladamente la diferenciación cultural que se venía produciendo, no se la debe subestimar. A este respecto se abre un vasto campo para la investigación de la idiosincracia de la época colonial. Paraguay ofrece un primer ejemplo del peso específico que pueden tener las peculiaridades económico-sociales y lingüístico-culturales (factor cultural). –R  esta sólo señalar los efectos diferenciadores resultantes de las características específicas de la combinación de modos de producción diferentes (feu­ dalismo, esclavitud en las plantaciones, producción simple artesanal de mercancías, economia indígena de subsistencia, etc.). Los elementos de diferenciación protonacional mencionados se acentuaron aún más a fines de la época de la colonia bajo la influencia de la política verticalcentralista de reformas practicada por los Borbones (creación de nuevos virreinatos, el sistema de intendencias).

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La tensa relación, de dimensiones continentales y regionales, se reflejó también en la oposición anticolonial. Para las fuerzas de la oposición que actuaban en la emigración, entre cuyos más destacados exponentes se contaba Francisco de Miranda (aproximadamente en 1800), la perspectiva continental constituía condición indispensable. El incaico de Miranda abarcaba toda América del Sur. En el marco de América Latina, dominaba, en el proceso de formación de conciencia de los criollos, una tendencia regionalista: poco a poco surgía el concepto patria, y las florecientes Sociedades Económicas de los Amigos del País (sociedades de fisiócratas notables) descubrían el «país que les era propio».También en la poesía se imponían influencias nativistas. En la medida en que, bajo la influencia de la Ilustración, se articulaban los propios intereses en contraposición a España, el componente regional pasaba explícitamente a primer plano. Testimonio de ello es, por ejemplo, la Representación de los hacendados compuesta en 1809 por Mariano Moreno, el que más tarde llegó a ser el «jacobino» de la Junta de Revolución de Buenos Aires. Sin querer ignorar en lo más mínimo el problema del separatismo, no se puede explicar la disolución del imperio colonial «unitario» sólo a partir de este hecho, sino hay que remitirse a causas esenciales profundas. Esto no se contradice tampoco con la declaración de la juventud criolla: «Somos americanos», declaración acuñada por A. von Humboldt en vísperas de la revolución de la independencia. La cuestión histórica que hubo que decidir en la independencia no fue, pues, nación continental o nación regional, sino la formación de la nación por vía revolucionaria o por vía conservadora reformista. Dicho en otras palabras: formar la nación «desde abajo», como resultado de una revolución popular, o «desde arriba», es decir, la autorrealización de la aristocracia criolla contra la acción «desde fuera» y «desde abajo». El modo de formación de la nación y la estructura y el funcionamiento del Estado nacional, por consiguiente, dependían en gran medida del carácter y profundidad de la revolución. La independencia fue una potencial revolución burguesa, pero en última instancia, inconclusa. Al mismo tiempo constituyó un elemento integrante parcial en el ciclo universal de revoluciones burguesas del siglo xix, en cuyo conjunto la Revolución francesa fue la revolución dirigente. Para fundamentar el hecho de que la independencia debe incluirse en el ciclo general de revoluciones burguesas deben tomarse en cuenta los siguientes elementos: a) El carácter de la época y la relación dialéctica, determinada por éste, entre condiciones «internas» y «externas» de la revolución, las que determinaron a su vez la estructura de desarrollo de cada revolución «integrante». b) La orientación fundamental y anticolonial de la revolución, en la perspectiva de la independencia y de la formación de estados soberanos.

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c) La ideología burguesa, en su tendencia, basada, sobre todo en la Ilustración y representada por la hegemonía –en lo social y político– predominantemente criolla del proceso revolucionario y,desde este punto de vista en congruencia, en lo subjetivo, con el carácter de la época. d) La existencia de una burguesía localmente desarrollada, especialmente del capital comercial, con una marcada debilidad del sector productivo (burguesía manufacturera), cuya consolidación fue frenada o impedida en forma consciente por la política económica colonial. e) La posición claramente antifeudal del movimiento popular, tanto en sentido político como social, en aquellas regiones donde se desarrolló, temporalmente, de un modo autónomo (México, Banda Oriental, y, de modo limitado, en Paraguay). El hecho de que la revolución quedara inconclusa, se debió, sobre todo, a las siguientes circunstancias: – A consecuencia de un precario desarrollo de la burguesía colonial (a diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos.), la hegemonía pasó a manos de la aristocracia criolla, es decir, de una clase que se encontraba aún en el «vestíbulo» del desarrollo capitalista. Como resultado de esta sustitución política y social de la hegemonía (papel que jugaba el Ejército), el contenido burgués de la revolución permaneció sin desarrollarse. Esta tendencia se cristalizaba crecientemente, en la medida en que el ala conservadora moderada asumía el poder, y cuyo credo político, consistía en la emancipación política manteniendo las estructuras sociales tradicionales. – En la medida en que el movimiento popular determinaba el carácter de la revolución, fue excluido tarde o temprano, ya sea como consecuencia de la contraofensiva contrarrevolucionaria (realizada también por los criollos): en México, bajo la dirección de Hidalgo y Morelos; como consecuencia de la intervención: Banda Oriental bajo la dirección de Artigas; o como consecuencia del autoaislamiento forzado: Paraguay bajo la dirección de Francia. La tragedia histórica del desenlace de la independencia tuvo su origen en la discrepancia entre la hegemonía y la base de la revolución, que impidió que se formara un «bloque revolucionario» duradero conforme al ejemplo de 1789. Cuando se afirma que la revolución de la independencia quedó inconclusa, no se refiere sólo a que se quedó incompleta, por regla general, en el sentido social. Entre la revolución política y la revolución social no existe un muro insalvable. Por lo tanto, el hecho de que quede inconclusa desde el punto de vista social

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tiene también vastas consecuencias políticas, que en América Latina se expresan en el carácter de la formación de las naciones y en las estructuras de poder estatal surgidas de la revolución.

Carácter de la formación de la nación y del Estado nacional: la nación «criolla» Si nos basamos en el proceso «clásico» de formación de las naciones y de los estados nacionales en Europa (occidental) quedan en evidencia determinadas peculiaridades para América Latina, que en cierto sentido fueron determinantes para toda la «periferia» extraeuropea, aunque en Asia y África se hicieron presentes mucho más tarde: a) La debilidad de las condiciones económicas (grado de desarrollo capitalista autóctono) para una consolidación nacional estatal; contrariamente a ello, el subdesarrollo, la deformación, la dependencia y la recolonización indirecta determinaron en medida creciente el desarrollo posterior; las escasas posibilidades artesanales y manufactureras de desarrollo, por regla general, fueron víctima de la política de libre cambio en beneficio de los sectores del latifundio orientados a la exportación y de la burguesía comercial local. b) L a ausencia de una burguesía como clase nacional, debiendo recalcarse especialmente el precario desarrollo de una burguesía nacional manu­ facturera, industrial y financiera. La burguesía como «clase nacional» estaba ausente en un sentido doble: no tenía carácter nacional, es decir, no estaba constituida a nivel estatal, como para ser la fuerza hegemónica natural del desarrollo, y tampoco estaba en condiciones de articular los intereses nacionales (en un sentido que abarcara también más allá de su clase). Con respecto a los latifundios criollos existían condiciones análogas. El compromiso nacional mostrado por sectores de la clase dominante durante la independencia, fue neutralizado en el periodo posterior a la emancipación, en gran medida, como consecuencia de su repliegue a niveles de intereses separatistas locales (México, Venezuela, Colombia, Argentina). En estas condiciones la única «institución de carácter nacional» fue el Ejército, el que adquiría de esa forma un peso sobredimensional. c) El camino reformista que caracterizó el proceso del desarrollo capitalista en América Latina, definió también el carácter de la formación y consolidación nacionales posteriores. Como consecuencia del predominio económico y político del latifundio, que podía acuñarse tanto en una perspectiva «liberal» como «conservadora», las naciones latinoamericanas desde el

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punto de vista social adquirían un carácter fundamentalmente semifeudal y embrionario-burgués. En comparación con el proceso «clásico» de formación de las naciones en Europa (occidental), esto significó un grado considerablemente menor de integración y cohesión nacionales. Tanto los indios como las castas y los esclavos –contrariamente a la declaración jurídica– no formaban parte de la nación. La no-integración tenía aspectos económicos (debilidad del mercado interno, economía de subsistencia), políticos (negación de derechos cívicos esenciales) y culturales, lingüísticos y político educacionales, aspectos que, a su vez, constituían la base de un «colonialismo interno» (que se expresaba en el contraste entre la ciudad y el campo). El proceso de integración de considerables sectores de la población indígena campesina, aún en el siglo xx, no ha concluido, tal como señalara José Carlos Mariátegui ya en su famosa obra Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). El concepto de nación criolla, usado en repetidas ocasiones para caracterizar esa situación (M. Kaplan, S. Martínez Peláez y otros), puede justificarse, siempre y cuando considere no sólo «la fisonomía criolla» de las instituciones y mecanismos estatales, sino se incluya también la naturaleza, aún en gran medida precapitalista o en transición de toda la estructura social. En correspondencia con este hecho, el umbral para la formación de la nación burguesa era bastante alto. d) Ya en el periodo de la independencia, «el bloque revolucionario» del partido de los patriotas anticolonialistas –en la medida en que surgiera– se apoyaba en condiciones extremadamente frágiles. Su disolución prematura fue impedida, sobre todo, por el peso del factor externo (la lucha contra el dominio colonial de los españoles y una posible restauración). Bolívar tomó en consideración esa necesidad y tomó medidas drásticas que incluían hasta el terror abierto (8 de junio de 1813: proclamación de «la guerra a muerte»), para impedir que la revolución de la independencia fracasara a mitad de camino. Para la mayoría de los biógrafos de Bolívar que utilizan al «libertador», en beneficio de la historia oficial, esta decisión de Bolívar es un episodio penoso, por lo cual tratan de minimizarla, de omitirla o de obnubilarla, dándole un contenido psicológico. Lo característico de la estructura de la sociedad colonial fue la marcada (pero nunca absoluta) identidad entre diferenciación étnica y social, hecho que dio lugar a que las contradicciones de clase se interpretasen subjetivamente como conflictos raciales y a que la conciencia «étnica» se predominara no pocas veces –incluso en la independencia– sobre la conciencia «social». La contradicción entre el campesino dependiente y el terrateniente se presentaba como conflicto entre indio y criollo; entre esclavo y propietario de éste, negro y criollo; entre

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pequeños burgueses y burguesía / terrateniente-mulato / mestizo; entre jornalero y empresario-indio / negro / mulato y criollo, etc. El problema agrario en su calidad de problema social era al mismo tiempo una cuestión racial. Precisamente esta tensión entre la subdivisión étnica y social de la sociedad resultó ser un punto de ruptura peligroso para la revolución. Ya la Revolución de Haití a partir de 1710 bajo la dirección de Toussaint L’Ouverture y Dessalines tuvo dicha característica. En México, tanto Hidalgo como Morelos temían que estallara la guerra de castas, y sus esfuerzos por ganar a los criollos no fueron comprendidos por sus partidarios más radicales. Bolívar, por último, creía que el peligro de sustituir el enfrentamiento vertical de la revolución (patriotas contra españoles) por una confrontación horizontal (indios / negros / mulatos / mestizos contra españoles / criollos) sólo se podía evitar eliminando físicamente a su exponente, el general Manuel Piar (fusilado el 16 de octubre de 1817). No es necesario aducir otros argumentos para comprender en qué medida la carencia de homogeneidad impidió la cristalización de elementos nacionales. También el rol clásico de Perú, como centro de la contrarrevolución realista durante la independencia, tuvo –en no poca medida– sus causas en el trauma de la oligarquía dominante como consecuencia de las grandes insurrecciones de los indios bajo la dirección deTúpac Amaru y Yupanquí. Para la investigación de la idiosincrasia de la independencia, investigación que se encuentre aún en sus comienzos, se plantean en este sentido cuestiones esenciales.

Relación entre Estado y nación América Latina vivió a pasos agigantados un desarrollo, para el cual Europa, en condiciones «normales», hubiera necesitado varios siglos. En el marco del Estado absolutista que venía formándose a partir de los siglos xv y xvi en los países más avanzados, surgieron premisas decisivas para la constitución de la nación «moderna» como resultado de revoluciones burguesas de diferente tipo. Para América Latina, estos procesos coincidieron –en su mayoría– con la época de la independencia. Una consecuencia de esta trasposición y abreviación de hecho de los factores de más influencia fue la primacía de la formación del Estado (es decir, de los factores político institucionales) en contraposición a la formación de las naciones (que, como consecuencia de condiciones «orgánicas» insuficientemente desarrolladas –homogeneidad económica, social, étnica y cultural– tuvo lugar posteriormente y que en cierto modo debió ser compensado por medio de la formación forzada del Estado). La conciencia estatal no significó automáticamente conciencia nacional en el sentido de «gran nación» de 1792-1794, sino que articuló no pocas veces una acumulación efectuada «desde arriba» de intereses regionales

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específicos e individuales, para lo cual encontramos ejemplos elocuentes en el parcelamiento temporal del transcurso de la revolución en Nueva Granada o en la zona del Río de la Plata. Similar a lo que se había producido ya durante la época colonial, el poder extraeconómico, ahora institucionalizado en el poder estatal, llegó a ser un elemento decisivo de la consolidación política también en la independencia y en el periodo inmediatamente posterior a la emancipación. En América Central y América del Sur no existían condiciones para realizar el principio de que el mejor gobierno es aquel que menos se siente. El formalismo jurídico (abundancia constitucional), el antagonismo entre centralismo y federalismo, las guerras civiles casi permanentes, la agonía de las instituciones y prácticas parlamentarias, el caudillismo dictatorial, los golpes de Estado permanentes fueron expresiones de un desequilibrio extremo, entre las condiciones objetivas y subjetivas para la formación de los estados y las naciones. El caos exterior ocultaba una búsqueda, no pocas veces desesperada y orientada en el «modelo» europeo (francés) y norteamericano, de soluciones que permitieran superar las consecuencias de la revolución inconclusa. En aquellos casos donde se carecía de nación o donde recién estaba constituyéndose, la compensación, necesariamente unilateral, fue el poder político del Estado. Este dilema se reflejó ya en la Constitución centralista de Bolívar de Angostura (17 de diciembre de 1819), en su proyecto de Constitución para Bolivia (1 de julio de 1826), y en el periodo de su última dictadura (de junio de 1828 a comienzos de 1830). En la medida en que fracasó el vasto programa de reformas sociales y político educacionales de Bolívar, se acentuó la tendencia de desplazar el peso principal a la esfera político constitucional y al formalismo jurídico correspondiente. Para expresarlo más gráficamente, la «superestructura» debía compensar las debilidades y las deformaciones de la «base».

Ejército-guerra-revolución Desde un punto de vista institucional, la independencia descansó sobre dos columnas: las juntas locales que sustituyeron a los cabildos coloniales, las audiencias, los virreyes o los capitanes generales y que se constituyeron como los nuevos órganos de poder que, paulatinamente, daban origen al nuevo Estado constitucional. Paralelamente a esto, se constituyó el Ejército como el brazo armado de la revolución. El rol especial del Ejército en la independencia se explica por la fusión producida entre la revolución y la guerra de independencia. «En las condiciones revolucionarias –más aún que en tiempos normales– el destino de los ejércitos

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refleja la verdadera naturaleza del gobierno civil» (K. Marx y F. Engels, Obras, tomo 10, página 449, en alemán).Y habría que añadir, la naturaleza de la economía y de la sociedad en el sentido más amplio. En las complejas condiciones de una situación de transición, el Ejército se convirtió en la única institución central y, en cierta medida, nacional que era capaz de funcionar. Su acción contradictoria –en parte como instrumento de la iniciativa revolucionaria, y en parte también como una potencial guardia pretorial (para mantener el status quo)– lo convirtió, en no pocas oportunidades, el fiel de la balanza del destino de la revolución. La relación entre poder político (civil) y militar era extremadamente desigual. La primacía del poder político sobre el poder militar, que caracterizó a la Revolución francesa de 1789 a 1795 (o antes la Revolución de la Independencia de Estados Unidos de 1775 a 1783) no estaba presente en la independencia (análogamente al ciclo de revoluciones españolas del siglo xix). La inestable situación de hegemonía (el papel dirigente de sectores de la aristocracia y de los intelectuales criollos, la debilidad del elemento burgués, la discrepancia entre el movimiento popular y la dirección de la revolución) y la guerra de dimensiones continentales favorecieron el peso predominante del factor militar. Incluso bajo las condiciones de enfrentamientos internos en torno a la constitución del Estado (centralismo – federalismo; poder ejecutivo – poder legislativo; problemas fronterizos), el Ejército se convirtió con frecuencia en el fiel de balanza. No en último lugar, se debe mencionar el hecho que la aristocracia criolla dominante en verdad aspiraba a la independencia, pero sin modificar los marcos de la estructura colonial de la sociedad. Las palabras de Robespierre «¿Habéis querido una revolución sin revolución?» hubieran podido ser dirigidas también a ellos. Esa circunstancia favoreció el distanciamiento de éstos con respecto al movimiento popular (y el peligro de una «jacobinización» ligado a ello), hecho que desplazó el peso esencial de la independencia –en forma casi necesaria– hacia el Ejército. En este punto, recordemos la tesis de F. Engels respecto a la alternativa de las dos formas de la violencia en la historia: la violencia organizada del Estado, del Ejército y la fuerza no organizada y espontánea de las masas populares. Las raíces históricas del problema del Ejército en Hispanoamérica se remontan a la época de la colonia. Especialmente la política de reformas seguida por los Borbones, fortaleció considerablemente el potencial militar, local a través de las milicias. Para hijos ambiciosos de la aristocracia criolla, la carrera de oficial de las milicias representaba una de las pocas posibilidades políticas de ascenso y de desarrollo, posibilidades que en su mayoría estaban reservadas a los españoles europeos. Además, el fuero militar brindaba considerables privilegios jurídicos y sociales,

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hecho que no eliminaba las desventajas ante los «godos» y «gachupines»,1 es decir, ante los llamados españoles europeos, pero sí parecía suavizarlas. La carrera del propio Bolívar y su origen familiar sirven de ejemplo; condiciones parecidas ofrecían San Martín, Belgrano, Iturbide, Artigas y muchas otras personalidades destacadas de la revolución de la independencia. Cuando en los años 1806-1807, la defensa de Buenos Aires malogró una invasión inglesa, gracias a la resistencia de las milicias locales dirigidas por Liniers, se colocó un fundamento significativo para la conciencia criolla en la región del Río de la Plata. Durante la revolución, la dirección de los ejércitos patrióticos se nutrió de las más diversas fuentes: – Oficiales criollos de las milicias, por regla general, descendientes de la aristocracia local. – Hijos de aristócratas criollos, que durante la revolución llegaron al Ejército como «aficionados». – Voluntarios europeos de la época posnapoleónica (por ejemplo, la legión británica; los «hannoverianos» de Alemania) entre los cuales había, por partes iguales, talentos leales y aventureros sin escrúpulos. – Oficiales mestizos y, en casos excepcionales, también mulatos provenientes de las capas populares, hecho que fue consecuencia de la considerable movilidad social vertical que se produjo dentro del Ejército a causa de las grandes pérdidas. Contrario a la leyenda que –según la historiografía oficial sobre la independencia– quiere ver «la cuna de la democracia» en los cabildos abiertos, aunque se trataba de instituciones controladas en gran medida por los vecinos, es decir, por los ciudadanos con posesión de tierra, hay que señalar lo siguiente: elementos democráticos que actuaron en la independencia y que surgieron fuera de los centros del movimiento popular revolucionario (México, Uruguay, Paraguay), se articularon siempre en el Ejército, que resultó ser la única institución democrática, en el sentido más amplio de la palabra. En ello, sin embargo, jugaron un rol los factores objetivos, que determinaban la actuación de las personalidades destacadas. Tanto Bolívar como San Martín «descubrieron» la liberación de los esclavos, cuando tuvieron que enfrentarse a la necesidad de estabilizar los efectivos de sus ejércitos. El resultado fue la abolición de la esclavitud con la condición de que los ex esclavos entraran en el Ejército de los patriotas. Ni la reanudación de la lucha de Bolívar en 1816, ni sus expediciones militares a Perú, ni el cruce de los Andes

1. Expresión despreciativa de la época para los españoles europeos o coloniales que ocupaban todos los puestos políticos decisivos. 246 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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por San Martín y su expedición a Lima habrían sido concebibles sin los esclavos puestos en libertad. Bolívar se dio cuenta del problema agrario en el momento en que pudo ganar a los llaneros del río Orinoco sólo prometiéndoles un reparto de tierras. La integración de José Páez, posteriormente Presidente de Venezuela, en el Ejército Libertador de Bolívar se convirtió en el símbolo no sólo de la creciente incorporación de mestizos en la dirección del Ejército, sino también de su integración en la clase dominante (por lo menos en el norte de América del Sur). Junto al sueldo (en la mayoría de los casos, precario), los oficiales y soldados recibían, por regla general, tierras pertenecientes al fondo de los bienes nacionales. Este reparto de tierras, empero, no se realizaba a costa de los latifundios tradicionales, sino que eran tierras provenientes de la propiedad estatal y municipal. En lugar de producir una diversificación de las estructuras de propiedad agrarias, se las reconcentró –tendencialmente– a través de lo cual se bloqueó el camino hacia una constitución democrática para el agro, y el problema agrario se mantuvo sin resolverse. Los gérmenes potenciales para un camino revolucionario de sustitución del régimen colonial se marchitaron, en provecho del camino conservador-reformista dominante posteriormente. La democratización parcial y temporal de la revolución, realizada por y a través del Ejército –en Venezuela favorecida a través de la aniquilación física de una parte considerable de la antigua clase dominante– sin embargo, no condujo por lo tanto a una transformación democrática general ni a la constitución de una sociedad burguesa «normal». En lugar de ello, los elementos advenedizos fueron absorbidos rápidamente por la aristocracia local dominante de los terratenientes: el ascenso de Páez de un criador, comerciante de ganado y contrabandista a terrateniente clásico es un paradigma.A partir de esto se puede determinar el límite del potencial que el Ejército, en su función de catalizador social, pudo aportar al proceso de la formación del Estado y de la nación. A fin de evitar cualquier generalización exagerada es conveniente señalar determinadas diferencias tipológicas en la estructura y rol del Ejército, en función de sus condiciones, de surgimiento, de su estructura y su momento. Al igual que en otros ámbitos, la multiplicidad y la dimensión continental impiden una caracterización del Ejército «como tal» o «en sí». Así como se puede hablar con todo derecho de las revoluciones de la independencia (y no sólo de la revolución de la independencia), de la misma manera es necesario abordar, también en cuanto al problema militar de la independencia, la relación entre unidad y multiplicidad. A grandes rasgos, se puede señalar la siguiente diferenciación: 1. E  l Ejército, protagonista de la revolución continental, como lo fueron el Ejército Libertador de Bolívar y el Ejército de los Andes de San Martín. En todo caso, los ejércitos continentales no se convierten en un instrumento

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de la «supranación» evocada hasta el presente, sino que obedecen a las necesidades militares y estratégicas que surgen de la superación de un sistema colonial de dimensiones continentales. Ni Bolívar, ni San Martín disponían del poder real (ni tenían la intención) para crear, como resultado de sus expediciones libertadoras, grandes unidades político estatales de carácter suprarregional (o supranacional). No hacía falta la resistencia directa de las regiones liberadas para convencerlos de lo inútil que resultaba cualquier iniciativa en ese sentido. 2. La fusión de la revolución popular y de la fuerza armada. Los ejemplos más elocuentes, aunque de diferente carácter, son México y la Banda Oriental (Uruguay). La revolución popular (1810 a 1815) iniciada por Hidalgo y, después de su muerte (como mártir), continuada por Morelos, se apoyaba en las masas compuestas preferentemente por indígenas, campesinos y proletarios primitivos. Caracterizándola desde un punto de vista militar, fue un levantamiento popular general y espontáneo. Aunque en su momento culminante, el movimiento estaba compuesto por cerca de 80 mil partidarios, estaba muy por debajo de las guarniciones españolas y de las milicias criollas locales. No logró ningún triunfo en el campo de batalla. Sí es verdad que la dirección militar se encontraba en manos calificadas (Allende); sin embargo, y no en último lugar, fue la divergencia entre la dirección política y la militar (Hidalgo contra Allende) lo que condujo a la crisis interna de la revolución. Resultó imposible crear disciplina militar en el movimiento popular espontáneo; muchos de esos aspectos recuerdan la tragedia de las grandes guerras campesinas de los siglos xv a xviii. La situación de la Banda Oriental fue distinta. La base social de la revolución dirigida por Artigas, estuvo constituida por los campesinos pequeños y medianos que supieron beneficiarse tanto del Reglamento proclamado en 1815 (reforma agraria) como de la forma específica de la democracia directa organizada federalmente conforme a las ideas de Jean-Jacques Rousseau. Surgida de una colonización fronteriza móvil tanto en sentido social como territorial, toda la población –a excepción del baluarte contrarrevolucionario de Montevideo– se constituyó como una nación en armas y sobrevivió el casi bíblico «éxodo del pueblo oriental» gracias a su economía ambulante (la ganadería). Después de un largo periodo de lucha en cuatro frentes: el peligro de la reconquista colonial por España, las pretensiones de hegemonía de Buenos Aires, la política de expansión del Brasil portugués, la contrarrevolución nativa (el ala derecho de los grandes estancieros), la revolución sucumbió, finalmente, por la invasión portuguesa de 1816 y sufrió una derrota política, militar y social. Dado que la reanudación de la lucha por la indepedencia (1825) se realizó bajo signo

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conservador, junto con el Artiguismo, se agotó para Uruguay la perspectiva democrático-revolucionaria de constituirse en Estado y nación. 3. El Ejército como soporte de una revolución regional, para lo cual tomamos como ejemplo el Virreinato del Río de la Plata (Argentina). Después que las milicias criollas locales se habían acreditado notablemente ya en la fase final del periodo colonial, se produjo en el caso de Argentina una transición relativamente lisa a Ejército «nacional», pese a que algunos leales partidarios de España tuvieron que ser excluidos a la fuerza (la conspiración de Córdoba, el fusilamiento de Liniers el 26 de agosto de 1810). El potencial militar se basaba en la combinación entre regimientos regulares y guerrillas locales (surgimiento de las republiquetas; rol de Martín Güemes). Una característica de la Junta de Revolución de Buenos Aires fue su política forzada de expansión militar (las expediciones de Belgrano). Sin embargo, esta política no estaba al servicio de la revolución continental en la perspectiva de Bolívar o San Martín, sino que tenía como objetivo restablecer la hegemonía de Buenos Aires sobre las zonas marginales separatistas (Banda Oriental, Paraguay, alto Perú), buscando restablecer de esa forma la existencia tradicional del Virreinato del Río de la Plata fundado en 1776. Después de haber alcanzado éxitos iniciales, esa política de expansión fracasó totalmente. Las tendencias objetivas orientadas a la formación de estados regionales fueron más fuertes que las pretensiones de hegemonía de Buenos Aires, basadas en la fuerza militar. Al mismo tiempo, el Ejército se desarrollaba también en su rol de árbitro de la política interior (el derrocamiento del triunvirato dirigido por Rivadavia a través de la intervención de los granaderos de San Martín, el 8 de abril de 1812). En las décadas siguientes, caracterizadas por la lucha por la constitución política de la nación (unitaristas contra federalistas; Buenos Aires contra las provincias interiores), el Ejército desempeñó un rol decisivo (la victoria de Mitres y de los unitaristas cerca de Pavón, el 17 de septiembre de 1861). I ncluso el conflicto militar que se produjo cuando aún vivía Bolívar, entre Perú y Nueva Granada (Colombia) por la posesión de Ecuador, no tenía nada que ver con la idea de una revolución continental, sino servía al afán recíproco y ordinario de agrandar las posesiones. 4. El Ejército, como garantía de la revolución conservadora. La revolución popular de México estaba sometida a una triple presión: la represión expresa de la fuerza colonial del Estado y de la Iglesia, así como la acción combinada del Ejército español y las milicias criollas. Las esperanzas de Hidalgo, Allende y Morelos de ganar para sí a «los patriotas criollos» se frustraron no sólo debido a la resistencia del ala intransigente existente en el campo revolucionario, sino, sobre todo, debido a la oposición de los criollos frente a

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una revolución cuyo radicalismo social se manifestaba cada vez con mayor claridad. En la derrota militar de la revolución, jugaron un rol esencial también los militares criollos, entre los cuales figuraba Agustín de Iturbide. Su lucha contra Hidalgo y Morelos le aportó el rango de coronel en el Ejército colonial. En 1820, cuando la revolución liberal de España (restablecimiento de la Constitución de Cádiz en 1812) amenazaba afectar a México, Iturbide que en el intertanto había ascendido a general de brigada y comandante en jefe del Ejército del Sur, se puso a la cabeza del Ejército Trigarante, que neutralizó las divisiones de guerrilleros aún activas bajo la dirección de Vicente Guerrero, y proclamó la independencia con signo conservador. Otras características del revolucionario conservador fueron las siguientes: 120 mil pesos de sueldo anual; donación de un millón de pesos como capital personal; propiedad de tierras equivalentes a 20 millas cuadradas; trato de Alteza y Serenísimo; proclamación como emperador... y, finalmente, fusilamiento. De modo similar y persistente, el Ejército determinó en Brasil en 1822 la revolución conservadora de la independencia y la proclamación del imperio bajo Pedro I, después que la alternativa republicana había sido bloqueada con la derrota de los republicanos en Pernambuco (1817). La lucha contra la revolución democrática en el propio país y la expansión (ocupación de la Banda Oriental) estuvieron presentes en los orígenes del Ejército brasileño en su calidad de institución «nacional». 5. El Ejército como baluarte de la contrarrevolución española. Ya en la carta que Bolívar escribiera desde Jamaica, auguró que Perú no se iba a liberar por sus propias fuerzas debido a la mentalidad extremadamente conservadora de su aristocracia nativa, sino que tenía que ser liberado desde fuera. Efectivamente, el Virreinato de Perú era el baluarte decisivo del realismo a principios de la revolución, dado que esta región, gracias a sus recursos humanos y militares, podía librar la lucha independientemente del cuerpo de expedición español o de otros auxilios. Más importante aún fue el hecho de que la mayoría de la aristocracia criolla local representaba posiciones prohispánicas y monarquistas. Sobre la base del peligro potencial de una reconquista de las regiones liberadas, peligro que se originaba en Perú, se comprende mejor aún el significado estratégico del lema de Bolívar: «¡Triunfar o morir en Perú!». Ni San Martín, ni Bolívar ni Sucre eran capaces de modificar la mentalidad de status quo de la clase dominante de Perú. Los ejemplos citados permiten ver que la función dual del Ejército como instrumento de la iniciativa revolucionaria o como guardia pretoriana tenía su germen ya en la independencia y reflejaba sus contradicciones internas, su «verdadera

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naturaleza», no sólo entre los estados y regiones, sino también dentro de éstos, y no pocas veces a través del cambio de posiciones de un mismo ejército. Independientemente de sus actuaciones progresistas o retrógradas, el Ejército no sólo fue un instrumento militar, sino también un instrumento político que participó abiertamente en las luchas de la época y que, en sus acciones, estuvo vinculado claramente a los intereses de las fracciones y grupos litigantes. Característico del perfil de un oficial criollo no era la calidad del militar profesional –éste surgió recién en el curso del siglo xix–, sino del político comprometido militarmente. Bernardo O’Higgins, la figura central de la revolución en Chile confesó: «[...] conozco muy bien mis lagunas en el campo militar».También en el caso de Chile, la lucha armada contra el dominio colonial de España (y, sobre todo, contra el peligro de una reconquista originado en Perú y que incluso se logra temporalmente), se apoyaba en los conocimientos más avanzados de los expertos europeos, en primer lugar de los oficiales franceses cuya futura carrera quedó bloqueada con la derrota de Napoleón I.También desde otro punto de vista es Chile un paradigma para la participación del Ejército en el proceso de formación de la nación durante la independencia y en los años de la emancipación posterior. El Ejército forzaba conscientemente la delimitación regional («nacional») frente a los estados vecinos (Bolivia,Argentina); la perspectiva continental encontró poca resonancia, hecho que se pudo constatar muy pronto en la diplomacia, que se orientaba a garantizar estrictamente los intereses propios (por ejemplo, en el marco de la representación de Londres). La rápida «nacionalización» de las ambiciones político militares se hizo evidente, en el caso de Chile, con especial claridad. La posición clave del Ejército en lo político no tenía su origen solamente en el hecho de que la lucha contra el dominio colonial debía librarse y decidirse en lo esencial por vía militar. En Chile, la independencia fue una revolución de la minoría en el sentido doble de la palabra: por una parte, como consecuencia de la no existencia de un amplio movimiento popular y, por otra, como consecuencia de la actitud negativa de la mayoría de la aristocracia criolla frente a una posible independencia. El peso de la revolución descansaba, por consiguiente, sobre los hombros del Ejército (incluso de los contingentes traídos por San Martín), cuyo carácter fue descrito acertadamente por H. Ramírez Necochea como «político, insurreccional y vinculado a la liberación». También en sentido cuantitativo, el Ejército predominaba con respecto a todas las demás instituciones; recibía la parte del león en el precario presupuesto (el 50 por ciento) y absorbía una parte irracionalmente grande de la población económicamente activa. Durante los años de evidente anarquía (hasta 1830), nada sucedía sin la participación del Ejército, ya que todas las fracciones litigantes mandaban a «sus» generales al escenario en caso de que ello fuera necesario.

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Con Diego Portales, el fundador de la República conservadora y aristocrática, se inició un cambio de graves consecuencias. Logró que la aristocracia, que había sido desplazada temporalmente del poder por su ausentismo político, se impusiera en bloque como clase dominante con todos los derechos. Desde varios puntos de vista, esto significó el fin del Ejército que había surgido con la revolución y que en cierto sentido aún se sentía vinculado a los postulados de la revolución: 1. Portales redujo drásticamente el número hipertrofiado, de oficiales y soldados aludiendo argumentos económicos y políticos (la situación financiera, los peligros de un golpe de Estado). 2. Esta reducción, iniciada ya antes de 1830, se realizó forzadamente y exclu­ yendo los elementos más progresistas (exilio, degradación, destierro, deten­ ción). Casi ninguno de los dirigentes del periodo de la revolución escapó a este destino. 3. Neutralización del Ejército restante a través de la ampliación de la Guardia Nacional, cuyo mando se encontraba fundamentalmente en manos de los terratenientes locales. La «despolitización» y reducción (por razones económicas, si era necesario) significaron la transformación del Ejército en un instrumento dócil a los sectores conservadores dominantes. Este civilismo demostrativo –que en la historiografía se estilizaba exageradamente y con frecuencia como antimilitarismo–, en el que se fusionaban necesidades económicas con intereses de clase claramente definidos, puede comprobarse también en otros países latinoamericanos. En Colombia, cuyo desarrollo después de la muerte de Bolívar (1830) fue análogo en muchos aspectos, el llamado «Antimilitarismo» no se dirigió solamente contra el potencial efectivo y real del Ejército que era demasiado numeroso al final de la guerra, sino que tenía también como objetivo separar a los bolivarianos del poder, es decir, a aquellos oficiales y soldados bajo la dirección de Bolívar y Sucre, que habían llevado la bandera de la independencia hasta Perú y que se consideraban como guardianes de la revolución. A este respecto los problemas materiales de la existencia jugaron un rol de no poca significación, dado que, para la mayoría de ellos, el oficio de militar se había convertido en la única base de subsistencia. En Colombia –igual que en la mayor parte de los estados recién constituidos– el problema militar quedó sin resolver. Aún en 1849, la intención de reducir el Ejército a un efectivo de 800 hombres desempeñó un papel no poco considerable en la instauración de la dictadura militar del General Melo, que se basaba en una alianza con la pequeña burguesía de artesanos y con los intelectuales radicales influenciados por el socialismo utópico. El desarrollo personal de Melo habla por sí mismo: hijo de campesinos

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pobres, voluntario en el Ejército de Bolívar, participó en todas las etapas decisivas de sus expediciones militares, participó en la batalla decisiva de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), en su calidad de bolivariano, fue forzado a exilarse, vivió en Europa, entre otras cosas, los conflictos de una sociedad burguesa en proceso de desarrollo; regresó a Bogotá y, finalmente, fue gobernador militar de la provincia de Cundinamarca de decisiva importancia estratégica. Junto con el término de la guerra de liberación en los campos de batalla de América del Sur, dejaron de existir también las premisas del continentalismo revolucionario postulado por Bolívar. Con el regreso del Ejército Libertador y con su decadencia la revolución continental se redujo a lo que inicialmente fueron sus centros de partida regionales. En Colombia, los bolivarianos pronto fueron catalogados como adversarios políticos de quienes había que deshacerse de cualquier modo. Bien es verdad que la oligarquía «nacional» no fue en absoluto escrupulosa en la selección de sus medios, como lo prueba el atentado contra Bolívar (25 de septiembre de 1828) del cual se salvó milagrosamente. La actitud de Bolívar, vacilante y a veces incluso de una pasividad evidente, no se puede explicar del todo a partir de su estado de salud desesperado. Se trata más bien de la carencia de perspectiva que él veía para la revolución, hecho que dio lugar a que no aprovechara todas las posibilidades que le brindaba la dictadura que a él se le había encomendado y que hizo fracasar ya en sus propios comienzos el cambio de por sí ilusorio. El propio Bolívar había enterrado ya la ilusión heroica que lo había impulsado. La institucionalización de la revolución continental sobre una base militar fue imposible; no existían para ello las condiciones políticas, sociales y económicas. Los intereses nacionales específicos que venían surgiendo, desplazaban cada vez más el interés continental global, justificado, en primer lugar, por la guerra de liberación. El Congreso de los Pueblos en Panamá (1826) constituyó, prácticamente, el entierro del continentalismo revolucionario de carácter bolivariano. Nadie ha expresado este hecho con tanta claridad como el propio Bolívar. ¿Qué se puede decir con respecto a la objeción de que las diversas regiones integrantes de Gran Colombia, sobre todo Nueva Granada, preveían explícitamente en sus constituciones la anexión de otras regiones? Hay quienes lo interpretan como germen de una gran nación continental o subregional. Pero los historiadores que proclaman tal cosa (como fue recientemente el caso de Demetrio Ramos, por ejemplo) no quieren reconocer la contradicción evidente entre dicha declaración y la realidad. Nueva Granada resultaba «demasiado pequeña» para los bolivarianos, se les obligaba a vivir en el destierro en Venezuela. Después que Páez tomara la iniciativa en Venezuela, el Estado creado por Bolívar se descompuso rápidamente (1830). Es verdad que posteriormente no fueron pocos los intentos de crear grandes unidades político estatales y conglo-

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merados subregionales. El próximo paso se dio ya en 1836 cuando se constituyó la Federación de los Andes bajo la dirección de Santa Cruz. Chile se opuso con su potencial militar contra las pretensiones de hegemonía resultantes de esta federación. De la idea de Bolívar de crear una confederación en la cual participaran, con igualdad de derechos, todos los estados soberanos que estuvieran interesados, no quedó ni siquiera el recuerdo. Con ello palideció también la audaz esperanza de Bolívar de convertir América Central y América del Sur en el centro de una nueva política universal: una pesadilla no sólo para las potencias de la Santa Alianza dirigida por Metternich, sino también para Estados Unidos. Sería una interpretación equivocada respecto al lugar histórico de la independencia y su carácter como elemento integrante (eslabón) del ciclo universal de revoluciones iniciadas en 1789, si el historiador partiera de las siguientes alternativas: revolución continental o regional; nación continental o regional. En última instancia se trata de explicar la unidad dialéctica entre los dos componentes o tendencias fundamentales del carácter de la independencia. Los estados nacionales no se consolidaron a pesar de, sino gracias a la revolución continental y como consecuencia de ésta, ya que fue dicha revolución la que abrió paso y creó las necesarias condiciones exteriores para que se constituyera una multiplicidad nacional que determina hasta hoy la fisionomía política de América Central y de América del Sur. El «asalto» de Bolívar en lo aún-no-posible se convirtió en premisa para la realización de lo ya-posible, de las tareas que la historia puso en el orden del día: la ley fundamental de las grandes revoluciones.

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LA APARICIÓN DE UN PARTIDO REVOLUCIONARIO CRIOLLO-BURGUÉS EN EL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA* En consonancia con la evolución económica general, el movimiento de la población del Virreinato del Río de la Plata evidenciaba una tendencia marcadamente ascendente, y ello valía tanto para las provincias litorales como para el interior y hasta la frontera con Perú. Si bien los datos estadísticos discrepan considerablemente en puntos de detalle, es posible reconstruir la evolución, al menos en sus lineamientos generales: a) Buenos Aires, ciudad y campaña De acuerdo con los datos generalmente aceptados de Concolorcorvo,1 en 1770 la ciudad contaba con más de 23.000 habitantes, de los cuales eran:

Españoles Criollos Extranjeros Mujeres Niños Ejército, Iglesia, cautivos Esclavos Indios y negros libres

1.854 1.785 456 4.508 3.985 5.712 4.136 1.361

* En capítulo del libro de Manfred Kossk, El virreinato del Río de la Plata, La Pléyade, Buenos Aires, 1972, pp. 132-156. 1. C. Corona Baratech, op. cit., p. 76.

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Según el censo de 1778,2 había en la ciudad alrededor de 37.000 habitantes, de los cuales: Españoles

Mulatos

Negros

Mestizos

Indios

15.719

3.153

4.115

674

544

9.732

1.020

630

0

1.543

25.451 4.173 4.745 674

2.087



Ciudad Campaña



En los años 1788 y 1790, se afirma que la población de la ciudad llegó respectivamente a los 33.522 y 32.271 habitantes. Azara calculó en 178.293 habitantes la población total de la provincia de Buenos Aires, de los cuales 40.000 vivían en la ciudad misma y 32.168 en su campaña. Las mismas cifras figuraban en el cálculo de 18103, si bien sólo participaron en él 16 de los barrios de la ciudad:

Distrito n.°

Españoles y criollos

Negros y mulatos

Indios y mestizos

Extranjeros

1

543

31

-

4

2

1.308

914

20

38

4

1.284

912

-

46

5

2.744

1.005

-

88

6

1.525

668

-

26

8

1.825

1.285

-

92

10

702

251

9

14

11

1.103

132

35

10

12

1.231

679

10

9

13

1.604

1.094

-

40

14

1.637

833

-

47

15

1.404

495

-

31

17

1.406

645

-

13

18

1.397

446

-

18

19

141

-

-

5

20

689

197

73

-

2. dha, xii, doc. 7. Comparado con los datos contenidos en riaciones en cifras parciales. 3. dh, xii, pp. 356-389. 256 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

cha, xi,

contiene algunas va-

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Tomando como base el número promedio, el resultado para toda la ciudad sería de unos 42.000 habitantes. En otras estimaciones, tanto contemporáneas como posteriores, se mencionan cifras que van de 44.000 a 55.000 habitantes.4 b) Montevideo El resultado del censo de 1780 daba un total de 10.404 habitantes para la ciudad y sus contornos, de los cuales eran españoles y criollos: 7.410; indios: 247; negros y mulatos: 2.747. En 1813, el número de habitantes llegaba a 13.937. c) El interior  pesar del considerable impulso de la zona litoral, el crecimiento de las A provincias interiores no quedó a la zaga. Poco antes de la fundación del virreinato (1773), en la provincia de Tucumán (punto de mayor densidad del interior) vivían alrededor de 100.000 almas.5 Para 1776 se menciona:6 34.969 españoles, 35.324 indios, 55.711 negros. Dieciséis años más tarde, la población llegaba en total a 167.354 habitantes,7 de los cuales vivían en: Salta

22.389

Córdoba

40.000

Santiago del Estero

32.500

Catamarca

20.319

Tucumán

22.809

La Rioja

10.000

Jujuy

19.266

Para 1809 ofrece Ángel Rosenblat8 el desconcertante resultado de 234.087, con las siguientes cifras parciales: Salta

26.270

Córdoba

60.000

Santiago del Estero

40.500

Catamarca

24.300

Tucumán

35.900

La Rioja

10.000

Jujuy

12.278

4. C. Corona Baratech, op. cit., p. 79 y ss. 5. dha, xii, doc. 52. 6. hna, iv, 1, p. 518. 7. C. Corona Baratech, op. cit., p. 81, siguiendo a T. Hänke. 8. Rosenblat, La Población, t. I.

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LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

La provincia de Cuyo, lindante con el sur de Tucumán y pasaje obligado entre Buenos Aires y Chile, evidencia un crecimiento menos vigoroso de la población. Según datos de 1778, vivían allí 9.834 españoles y criollos; 35.975 indios y mestizos; 25.548 negros y mulatos.9 El historiador norteamericano B. W. Diffie10 calcula la población total en 1820 (en que la región administrada coincidía con el antiguo territorio virreinal) en 2.526.000 habitantes, de los cuales:11

Audiencia Buenos Aires

655.000

1.155.000

Audiencia Charcas

92.000

154.000

Intendencia Potosí

85.000

230.000

Intendencia La Paz

169.000

231.000

Intendencia Cochabamba

164.000

271.000

---

220.000

Región de las misiones

En tal conglomerado de población resaltaban las más diversas clases y grupos de clase que, fáciles de delimitar de acuerdo con sus posiciones y ambiciones de orden económico, social y político, servían de base a la estructura social de la colonia. Pero ante todo debemos recordar que, en un momento de transformación económica, esa pirámide social no mostraba ninguna firmeza y exclusividad que fueran comparables con las condiciones europeas, y los límites entre los distintos niveles se confundían tanto más, cuanto más se acercaba uno a la base de la pirámide. Lo que caracterizaba además a los diversos estratos de la estructura social era la constante correlación entre diferenciación social y étnica, como enfáticamente subraya Diffie;12 esta última surgía siempre de la primera, y antes se consideraba la propiedad que la raza a la que se perteneciera. Sólo la incipiente 9. hna, iv, 1, p. 519. En C. Corona Baratech, en cambio, las cifras son mucho menores (op. cit., p. 81 y ss.). En lo referente a datos sobre Paraguay, las Misiones y demás partes del virreinato, véase hna, iv, 1, p. 519 y ss. C. Corona Baratech, op. cit., p. 83 y ss.; Rosenblat, op. cit., t. I, p. 199 y ss., 205 y ss. 10. Diffie, op. cit., p. 449. 11. Distinción en población no india e india; de acuerdo con estos datos, en el territorio que después sería Argentina sólo vivían 1.810.000 habitantes. 12. Diffie, op. cit., p. 482 y ss.; Chávez Orozco, op. cit., p. 22 y ss. 258 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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liberación de las formas burguesas de producción pudo borrar paulatinamente aquella correlación. La «limpieza de sangre» perdió su importancia como sinónimo de «clase dominante», si bien el «blanco» proletarizado («español caído en la clase común») siguió gozando por ley y por costumbre de ciertos privilegios esenciales que lo elevaban por encima de los «de color» y le impedían toda afinidad política o espiritual con ellos.13 Chávez Orozco14 intentó bosquejar una estructura esquemática de las principales categorías sociales de fines de la época colonial, y así llegó (basándose principalmente en México) a la serie siguiente:

Estrato

Españoles

Criollos

Indios

Mestizos

1. Clero

Alto clero

Bajo clero

X

X

9. Labradores comunes

X

X

10. Servidumbre

X

X

2. Capitalistas, comerciantes, empresarios

X

3. Poseedores de minas

X

X

4. Terratenientes

X

X

5. Capitalistas industriales

X

6. Artesanos (maestros)

X

X

7. Artesanos (oficiales)

X

X

8. Jornaleros en la minería y en la industria

Si llevamos a cabo análoga tentativa para el Virreinato del Río de la Plata (con exclusión deliberada de los territorios que luego serían de Bolivia y Paraguay), podremos observar –en la medida en que lo permitan los detalles ofrecidos por las fuentes de que disponemos– variaciones muy significativas en los acentos, como también en la sucesión y composición de la serie:

13. Véase dhv, v, doc. 1, pp. 1-6. 14. Chávez Orozco, op. cit., pp. 23-25.

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LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

Estrato

Españoles

1. Estancieros, hacendados 2. Comerciantes 3. Clero 4. Empresarios1

Criollos

Indios

Mestizos

X X X

X X X

X

X

X

X

5. Pequeña burguesía a) Mercachifles, pulperos, panaderos, matarifes2 b) Artesanos (maestros,

X

oficiales) 6. Labradores y arrendatarios

X

X

X

7. Estratos proletarios: a) Ciudad3 b) Campaña

X X

X X

X

Si bien tampoco en el Plata puede eliminarse la masa de la población colonial como factor social en la maduración del movimiento de emancipación,15 la formación de los frentes de 1810 recayó principalmente en las minorías dirigentes. Por ejemplo, del mismo Buenos Aires puede reconstruirse con máxima facilidad ese proceso, del cual surgieron tres grupos claramente delimitados, precisamente porque en dicha ciudad alcanzó su más clara expresión la dinámica social de los tiempos que precedieron inmediatamente a la jornada emancipadora. Como en el resto de Hispanoamérica, la fuerza ejecutiva colonial –enderezada a regular el sistema de subordinación entre colonia y metrópoli– estaba en ma15. Véase. E. de Gandia, «La intervención del pueblo en los orígenes de la independencia argentina», en Revista de las Indias, Bogotá, 1950, n° 113, pp. 135-153. Confirma la tesis de Marfany, «¿Dónde está el pueblo?», Buenos Aires, 1948; R. Levene, La Revolución de Mayo, t. II, p. 318 y ss. 260 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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nos de un grupo relativamente poco numeroso de españoles nativos. La decisiva influencia política de dicha minoría, cuya hegemonía garantizaba la perpetuación del régimen colonial, demuestra lo poco que, a fines de la época colonial, quedaba aún de la antigua igualdad de derechos entre españoles y criollos.16 Aunque las estadísticas permitan reconstruir hasta cierto punto el número de españoles, ello no nos ilustra mayormente acerca de su importancia real, puesto que, como es natural, el concepto de español abarcaba a todas las personas en cuestión, ya fuesen artesanos, pequeños comerciantes, etc. En agosto de 1810, y según los datos muy incompletos que se poseen, la relación entre españoles y criollos formaba en Buenos Aires el cuadro siguiente:17 Distrito n.°

Españoles

Criollos

Total

1

35

132

543

2

133

1.175

1.338

4

345

454

1.284

5

359

844

2.744

6

178

464

1.525

8

448

1.377

1.825

10

63

169

702

11

58

1.045

1.103

12

116

373

1.231

13

225

403

1.604

14

353

167

1.637

15

65

422

1.404

17

104

402

406

18

119

373

1.397

19

17

124

1.141

20

35

654

689

16. Véase la detallada exposición que trae R. Konetzke, «La condición legal de los criollos y las causas de la independencia», en Est. Am., Sevilla, 1950, n° 5, p. 32 y ss. 17. dha, XII, p. 356 y ss. Las cifras totales difieren según que se incluyan o no mujeres y niños.

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LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

El principal sostén político y de organización del predominio español se hallaba, en primer lugar, en la fiscalización del aparato estatal y administrativo, al que pertenecía en particular el virrey, los intendentes, la Audiencia y, no en último término, el cabildo, puesto que sólo en 1809 se reconoció la paridad en la distribución de los cargos de regidores de la Administración de la ciudad. El principal instrumento para asegurar la pretensión de hegemonía económica de los españoles nativos fue el Consulado, que se creó en 1794.18 En el momento de su creación estaba formado en su mayoría por: comerciantes monopolistas, que defendían en primer lugar sus propios intereses personales y que en parte eran los mismos intereses de sus socios de Cádiz, cuyos representantes eran muchos de dichos comerciantes. En el seno del consulado se desencadenó así una lucha enconada entre esta dirección monopolista y la de aquellos miembros que defendían los intereses del virreinato.19

En comparación con Lima o con México, que hasta la emancipación se mantuvieron como firmes baluartes del sistema colonial, la influencia europea tuvo que contentarse en el Plata con una base mucho más restringida. El Virreinato sólo cayó en 1778 –o, mejor dicho, en 1793, con la creación del consulado– dentro del radio de acción más directo de la burguesía comercial española, cuya hegemonía, por lo demás, en ningún momento dejó de ser puesta en duda por los ya afianzados intereses económicos de criollos y extranjeros. Sus reveses se extendieron al plano político con los acontecimientos de 1806 y 1807, que llevaron a que en Buenos Aires se estableciera el primer virrey criollo. La exaltación de Liniers significó ya el preludio de la emancipación. El nuevo virrey sólo tomó en cuenta en su Gobierno los intereses de Buenos Aires, y no los de Madrid, por lo que no resulta extraño que la fracción proespañola del cabildo atacase su política como engendro «de verdaderos conjurados contra el rey y contra la patria».20 Cuando, a comienzos de 1809, el partido europeo procuró corregir ese vuelco indeseable de la situación mediante una «revolución pacífica»,21 tropezó con la resistencia armada de los «patricios», o sea de la milicia ciudadana puramente criolla, cuya aparición por cuenta propia entrañó la crisis política del sistema colonial en el Plata. La fuerza motriz y directora del movimiento de oposición que, con el nombre común de «criollo», atacaba los atributos políticos y económicos de la existencia 18. dha, VII, doc. 34, p. 47 y ss.; doc. 35, p. 75 y ss.; docs. 36 y 37. 19. hna, IV, doc. 1, p. 490. 20. Véanse numerosos ejemplos en: Documentos relativos a los antecedentes de la independencia de la República Argentina, Buenos Aires, 1912, t. I, doc. 13, pp. 61-64; doc. 14, p. 90; doc. 16, p. 181 y ss.; passim. 21. hna, V, p. 671 y ss. 262 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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colonial, residía en los grandes terratenientes (estancieros, hacendados) y en los comerciantes. Con el poderío económico que debieron a la evolución cumplida desde 1776 a 1810, asumieron igualmente la pretensión de encauzar históricamente las etapas de un proceso que abarcó varias décadas, y cuyo desenlace fue la violenta separación de la metrópoli. En proporción directa con la potencia económica del estrato superior criollo creció la conciencia de su postergación política.22 Tal como leemos en un testigo contemporáneo:23 ¿Qué posibilidades de elevarse legaron los españoles a sus propios hijos? Monje, clérigo, abogado, militar hasta el grado de teniente; quien llegaba a coronel era un hombre de suerte. ¿Quiénes eran siempre los primeros y segundos alcaldes? Los españoles. Los americanos sólo podían ocupar, aquí y allá, el puesto de regidor, defensor de pobres y otros por el estilo, pero nuestros padres se reservaban siempre la conducción». Los primeros atisbos de semejante oposición se remontan al siglo xvii,24 pero sólo en el xviii el contraste de generaciones se transformó en una pugna de clases, cuyo reflejo subjetivo terminó por igualar al «americano» con el «español

y, por último, lo colocó por encima de él. Fue una característica de todo el ámbito hispanoamericano ese estrecho contacto entre latifundio y burguesía, fundado –como ya lo señalamos– en una comunidad de principios e intereses económicos que, también después, aseguró casi sin incidentes su coexistencia política en el movimiento emancipador. Así leemos en Mariátegui:25 «En muchos casos, en lugar de llevar a un conflicto entre nobleza latifundista y burguesía mercantil, la revolución americana engendró su colaboración, ya fuera porque la aristocracia hubiera adoptado ideas liberales o bien, con frecuencia mucho mayor, porque sólo viese en la revolución un movimiento tendiente a liberarla de la Corona española». La revolución clásica de Francia, en cambio, tuvo su origen en el «poderío de una burguesía que había llegado ya a su madurez y se enfrentaba con una aristocracia decadente, aferrada a sus privilegios»;26 en Hispanoamérica, la recién nacida conciencia nacional ante el predominio extranjero se sobrepuso a los conflictos internos y provocó, en las posiciones relativas de las clases, un desplazamiento que no podría compararse con la caída del Antiguo Régimen en Europa. La elaboración de semejante compromiso social –típico en muchas revoluciones coloniales desde 1775 hasta la fecha– era tanto más posible en el Plata cuanto 22. R. Konetzke, op. cit., p. 52. 23. C. Corona Baratech, op. cit., p. 118 y ss. No era del todo infundada, por consiguiente, la tesis de Raynal, acerca de que las oposiciones entre criollos y españoles terminarían por engendrar la revolución. 24. Diffie, op. cit., p. 486. 25. J. C. Mariátegui, op. cit., p. 47 y ss. 26. A. Soboul, op. cit., p. 59.

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LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

que, en esta región de la América española, no existía una aristocracia feudal firmemente arraigada como en México o en Lima. De acuerdo con su origen, eran rarísimos los casos en que el estanciero o hacendado criollo aprovechase como un parásito los privilegios conferidos o arrebatados en los siglos xvi o xvii; se trataba más bien de un self made man semiburgués, producto de las muchas crisis del siglo siguiente. Aun cuando alegara títulos legales de un orden feudal, su existencia dependía de las leyes de un mercado mundial de tipo capitalista. Según la información de Francisco Millau:27 «Entre las familias más destacadas de esta ciudad no existe hasta el presente nadie que, como en el resto de América, haya sido distinguido con la dignidad del título». Sólo vivían en la ciudad cinco miembros de la Orden de Carlos III, tres de ellos españoles,28 y cuando Liniers fue declarado conde de Buenos Aires, como recompensa a sus méritos en la defensa contra los ingleses, protestó el cabildo por esa imposición de un tutelaje «feudal». Otro rasgo característico es que esa marea de aburguesamiento alcanzara también a la Iglesia. Si bien todo el elemento eclesiástico colonial se distinguió siempre por su poderío económico y por su extraordinaria iniciativa en ese campo,29 en el Plata el usufructo de títulos feudales sobre tierras quedaba muy por debajo de su actividad comercial, que alcanzaba a todas las ramas. «Podría decirse que tanto los clérigos como los funcionarios (la burocracia de la Corona) eran poderosos en la medida en que participaban en el comercio. No se recuerda a ningún sacerdote rico que no comerciara, como tampoco a funcionarios públicos que, directa o indirectamente, como intermediarios o por cohecho, no derivaran del comercio sus mayores ingresos.»30 En el ocaso de 1778 hallamos valores aproximados para calcular el número de burgueses exclusivamente dedicados al comercio. En cuarto lugar, después de pulperos, zapateros y carpinteros,31 seguían 136 mercaderes y 52 comerciantes, siendo estos últimos los únicos que podían figurar en la burguesía comercial, en el sentido de una clase de poderío económico.32 Basado en sus propias observa27. F. Millau, Descripción de la provincia del Río de la Plata (1772), ed. R. Konetzke, Buenos Aires, 1947, p. 44. 28. C. Corona Baratech, op. cit., p. 106, según referencias de Torre Revello. 29. A. Toro, La Iglesia y el Estado en México, México, 1927, p. 31 y ss. 30. Céspedes Del Castillo, op. cit., p. 15. 31. Ocupados casi exclusivamente en los astilleros. 32. En buena parte de la burguesía habían penetrado los extranjeros. De acuerdo con los datos incompletos de 1804-1805, en Buenos Aires vivían 247 portugueses, 112 italianos, 54 franceses, 24 ingleses, 27 norteamericanos, etc. De ese número, 84 estaban ocupados en el comercio, 185 en la artesanía, 7 en la manufactura; de 38 se anota que eran terratenientes (véase dha, xii, pp. 121-200). Para 1809, véase Ibíd. las estadísticas, pp. 270-304. Como los más peligrosos, políticamente hablando, eran considerados los portugueses, a causa de su mentalidad «judía» y de su todopoderoso influjo financiero; a partir de 1789, los más peligrosos fueron los franceses (R. R. Caillet-bois, Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución francesa, Buenos Aires, 1929, p. 61 y ss.). 264 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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ciones, Millau incorporó a la oligarquía dominante en la ciudad –junto a los titulares de altos puestos en el Ejército y en la Administración– a las muchas familias que, merced al comercio y a la agricultura, habían llegado a la opulencia y a la posesión de grandes extensiones de tierra; tales familias «emparentadas entre sí, son las que gozan de mayor estimación, y constantemente se les agregan nuevos burgueses y amigos, dedicados al comercio en bien del país […]».33 De allí surgió la fama de la ciudad como «Galicia americana» y su proverbial «europeización». «No existe otro pueblo en América que, en sus usos y costumbres, tanto recuerde a los puertos de Andalucía, en la Península: la indumentaria, el lenguaje y los vicios son casi idénticos; en igual grado de perfección y de cultura se encuentran la sociedad y el trato entre los hombres.»34 Así como Céspedes del Castillo, también C. Corona Baratech describe la de los comerciantes «como clase dominante […] cuya preponderancia era absoluta en lo económico, lo social y lo político». De tal modo, sería difícil exagerar la importancia del proceso de creciente comercialización que, a partir de 1776, se operó en la sociedad colonial. Millau descubre empero el talón de Aquiles de dicho proceso, con su observación sobre la tendencia a «emparentarse» entre los criollos distinguidos, observación que merece apreciarse en su justo contexto histórico. Cierto es que en el Plata se nos presenta en toda su pureza el tipo del burgués colonial hispanoamericano, pero también es cierto que la nueva burguesía, lejos aún de consolidarse, todavía no se había emancipado definitivamente, en su conjunto, del feudalismo, como ya lo habían hecho, por ejemplo, los sectores más avanzados en sus modelos europeos.35 Eran excepcionales las personalidades del tipo de Tomás Romero, traficante de esclavos, empresario y perceptor de impuestos, todo en uno, y que emprendía negocios calculados en cientos de miles. Muchos comerciantes aspiraban a invertir en tierras sus ganancias comerciales, a armonizar el mercantilismo con la estancia, a ser mercaderes y terratenientes al mismo tiempo, para aumentar así en todos los aspectos su «prestigio» social. En cambio la perspectiva de una actividad de manufactura capitalista sólo existía, dentro del marco impuesto por el sistema colonial, para una minoría cada vez menos importante, y que por consiguiente no lograba imponer en voz cuando se trataba de defender intereses burgueses; pero ello no significa sino que el núcleo más revolucionario de todo partido burgués

33. F. Millau, op. cit., 1947, p. 43 y ss. 34. F. Borrero, Descripción de las provincias del Río de la Plata (1789-1801), Buenos Aires, 1911, p. 3. 35. Habría que prestar atención a las explicaciones de A. Soboul (op. cit., p. 51 y ss., p. 71 y ss.) acerca de las divergentes aspiraciones sociales y políticas de la «vieja» y la «nueva» burguesía en Francia, y precisamente por la luz que arrojan sobre las complicadas relaciones entre las clases hispanoamericanas. Véase asimismo Lefevre, op. cit., p. 48 y ss.

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LA ILUSIÓN HEROICA. COLONIALISMO, REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIAS

de emancipación, la burguesía manufacturera, no contaba en la colonia con una importancia propia y específica. A despecho de toda aspiración de independencia, esa concepción algo retrógrada de la economía preparaba el terreno para cierto conservadurismo latente, y agobiaba a la burguesía con una hipoteca negativa a favor de los terratenientes. Para una y otra ala de la coalición de clases criollas, sin excepciones, la empresa de la emancipación se reducía a adueñarse del poder político, con la necesaria liberalización y autonomía en lo económico, mas sin franquear las barreras sociales trazadas por el régimen colonial.36 La ventaja histórica de las clases que sucedieron en el poder a la minoría colonial derrocada en el Plata consistió en que ese momento social de retardo –y que fue funesto para todo el ámbito hispanoamericano– actuó mucho más débilmente en su campo de acción.37 El estrato criollo superior no inscribió en su orden del día ni una variante colonial de la Grande Peur ni un Terreur pequeñoburgués de cuño jacobino, tal como se dio en el caso de México, en Perú o en las Antillas. De tal manera se compensaron las peculiaridades de la colonización española en el Río de la Plata –impuestas por su aparente atraso y su posición marginal– en una medida que apenas habrían podido esperar los portavoces y beneficiarios de la emancipación. En su quintaesencia económica, el programa del partido revolucionario criollo se reducía a la imposición del libre comercio. En ese punto llegaban a su máxima divergencia los intereses coloniales de España y los del incipiente nacionalismo criollo-burgués; intereses cada vez más irreconciliables. «En aquella época, comerciar significaba luchar por el progreso económico de la colonia y, por consiguiente, mejorar las perspectivas de un vuelco social y político en su organización.»38 El curso de las controversias acerca de la total liberalización del comercio colonial quedó indisolublemente unido a la acción de dos personalidades históricas descollantes: Manuel Belgrano (1770-1820)39 y Mariana Moreno (1778-1811); ambos, como inspiradores de la inminente revolución, evidenciaron el alto grado de madurez política de las fuerzas por ellos representadas. Manuel Belgrano, «adalid de la independencia, símbolo de la libertad, genio del bien, personificación de las virtudes ciudadanas» (B. Mitre), contó en sus funcio36. M. Parra Pérez, M. Cabrera, R. Ronze, Études sur l’histoire de l’indépendence de l’Amerique Latine, París, 1954, p. 29. 37. Acerca del problema de la revolución social, véase Ibíd., p. 30 y ss.; J. C. Mariátegui, op. cit., p. 46 y ss.; Chávez Orozco, op. cit., p. 24 y ss.; L. Villoro, La Revolución de independencia. Ensayo de interpretación histórica, México, 1953, p. 11 y ss., p. 70 y ss. 38. O. C. Battolla, Los primeros ingleses en Buenos Aires, 1780-1830, Buenos Aires, 1928, p. 68. 39. R. Levene, La obra económica y educacional de Manuel Belgrano, Buenos Aires, 1920. 266 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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nes como secretario del Consulado (desde 1794) con la oportunidad de exponer, en sus Memorias anuales, tesis fundamentales sobre la situación económica del virreinato.40 La evolución personal de Belgrano, de reformador a revolucionario, justifica ampliamente la afirmación contemporánea «de que todo criollo que haya estado en España se convierte en su mortal enemigo».41 En las mismas fuentes, en España y otros países europeos, había estudiado Belgrano la doctrina económica liberal, junto con los principios políticos de la Revolución francesa. Entre los precedentes ideológicos que con más frecuencia citaba figuraban Campomanes, Smith, Quesney, Condorcet, Dupont de Nemours y autoridades italianas tales como Galiani, Genovesi, Filangeri.42 En 1796 publicó una obra traducida del francés, Fundamentos científicos de la Política y de la Economía, en cuyas páginas se leía, por ejemplo: «Cuanto más se acerca un Estado a la absoluta libertad, tanto en su comercio interior como exterior, tanto más se aproxima a un constante bienestar; apenas surgen trabas, su progreso hacia el bienestar se torna lento e indeciso».43 La decidida intervención de Belgrano a favor de un comercio libre, sobre todo con Inglaterra,44 ha relegado a un injusto olvido sus esfuerzos para alentar la producción industrial-manufacturera. En el impulso de «buscar las enseñanzas de Europa», de enriquecer al individuo «para que también su patria se enriquezca», Belgrano fue el primero y el único que volvió los principios de la industria popular de Campomanes en contra de la misma España. Iniciados los debates en torno a la introducción de curtidurías, Belgrano aprovechó el proyecto para imponer decididamente el fomento de manufacturas en las colonias, porque «todas las naciones civilizadas se empeñan en que sus materias primas no salgan del país para ser elaboradas».45 Es bastante característico que este trastrueque –sumamente peligroso para España– de doctrinas aprobadas oficialmente sólo hallara muy escaso eco entre los conciudadanos de Belgrano.

40. 1796: Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio de un país agricultor; 1797: Utilidades que resultarán a esta provincia y a la Península del cultivo del lino y cáñamo; 1798: El origen de la felicidad de estas provincias es la reunión de los comerciantes y de los hacendados, a la par del premio y la Ilustración en general. Véase asimismo Museo Mitre, Documentos del Archivo de Belgrano, Buenos Aires, 1913; B. Mitre, Historia de Belgrano, Buenos Aires, 1887-1891. 41. C. Corona Baratech, op. cit., p. 119. 42. Al lado de los teóricos ingleses y franceses, también los mercantilistas y fisiócratas italianos (véase N. Rodolicò, Storia degli Italiani, Florencia, 1954, pp. 446 y 542; Luzatto, op. cit., II, p. 188 y ss.) ejercieron notable influencia en la doctrina económica del Plata. En ese momento la colonia italiana ocupaba en Buenos Aires el segundo lugar, después de la portuguesa (DHA, XII, p. 270 y ss., con los datos de 1809). 43. R. Levene, La Revolución de Mayo, p. 197, nota 1. 44. Ibíd., p. 204. 45. HNA, iv, doc. 1, p. 390.

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En 1809 llegó a su punto culminante la lucha en torno del libre comercio. Al lado de largas y enconadas controversias, el cabildo, el virrey y el mismo consulado se declararon dispuestos a liberalizar en parte el intercambio con Inglaterra.46 Contra tal amenaza de que se desmantelara oficialmente el monopolio comercial español alzó su protesta el plenipotenciario del Consulado de Cádiz, Miguel Fernández de Agüero, quien alegó impedimentos legales en vigor, la ruina inminente de la flota mercante española y la total decadencia de los centros manufactureros del interior.47 Además, con sorprendente perspicacia, Agüero profetizó que la miseria de las ciudades interesadas despertaría odio y rivalidad frente a Buenos Aires. Advertía a continuación que la libre admisión del comercio inglés «destruirá en pocos años los vínculos que nos unen a España». En contra de esta intervención, tan inesperada como influyente, Mariano Moreno presentó al virrey una voluminosa «Representación de los hacendados»,48 en la que se elaboraba hasta el último detalle el programa económico de los círculos interesados en acrecentar la exportación. En su opinión, la única política ventajosa para el país sería la que reportara beneficios a sus propietarios y a sus cultivadores.Y únicamente el libre intercambio con Inglaterra permitiría sanear las arcas fiscales y reanimar tanto la importación como la exportación. Como «representante de 20.000 hacendados y labradores», manifestaba Moreno que ni el cabildo ni el consulado49 se preocupaban por fomentar la agricultura, sin la cual ningún Estado sobrevive. Como ataque personal a los monopolistas («sanguijuelas del Estado»), se leía allí que su proteccionismo sólo aspiraba a elevar el precio de los artículos de contrabando que constituían

46. En cuanto a los complicados antecedentes de la decisión, basada en consideracioens políticas y económicas acerca de la situación del virreinato, véase R. Levene, op. cit., p. 208 y ss. 47. «Esta provincia de las más industriosas que tenemos cuya principal y acaso única riqueza, consiste en sus hilados y texidos con los quales abastecen este Reyno y el de Chile. Que salida los darán, o a que precio podrán venderlos a la par de las manufacturas Inglesas […] La misma suerte espera a las Provincias de Cordova, Santiago del Estero y Salta de este Virreynato, Pugno, el Cuzco y otras del de Lima […]», R. Levene, op. cit., p. 212. 48. M. Moreno, Representación que el apoderado de los hacendados de las campañas del Río de la Plata dirigió al Exmo. Sr. Virrey D. Baltasar Hidalgo de Cisneros (1809), Buenos Aires, 1874, pp. 93. 49. Esta crítica del Consulado es tanto más notable cuanto que, de acuerdo con el Reglamento de 1793, también podían ingresar en él los terratenientes, junto a los comerciantes, empresarios y armadores (dha, vii, p. 48), si bien, debían poseer para ello de 8.000 a 12.000 pesos en tierras o capital equivalente. Contra esta traba oligárquica protestó Moreno que, como discípulo entusiasta de Rousseau y como cabecilla del ala izquierda, continuó su propaganda durante la revolución hasta que fue expulsado de su puesto por la reacción del elemento conservador. R. Caille-bois, en hna, v, p. 17 y ss.; W. SP. Robertson, Rise to the American Republica, Nueva York-Londres, 1925, p. 142 y ss. 268 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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su comercio. No eran necesarios nuevos impuestos, sino la apertura de los puertos, para conjurar la crisis de la agricultura merced a la exportación de cueros, sebo y cereales. Apoyándose en Filangieri, el «apóstol de la economía política», en Smith y en las resoluciones de las Cortes en cuanto a la igualdad de derechos de las colonias, Moreno advertía sobre los peligros de considerar únicamente a América como objeto de una explotación mercantil unilateral. En ello estriba precisamente la culpa histórica de Cádiz, lo que también impide que el señor Fernández de Agüero tome posición en la causa de la patria. «Fue un monopolio tiránico en el que usurparon los mercaderes de Cádiz para comerciar con América con exclusión de los demás pueblos de España […] Cádiz siempre alzó el estandarte en contra del bienestar de los demás pueblos […]». ¿Por qué causa, se preguntaba Moreno, se oponen tanto al libre comercio, si de todas maneras las nueve décimas partes de las mercaderías negociadas en la región del Plata no son de origen español?50 Con frases de notable vigor lapidario, que revelaban en él a un partidario incondicional del librecambio, desechó Moreno las alusiones del delegado gaditano a la decadencia que amenazaba a la producción manufacturera –y que, como lo habían demostrado las discusiones en el seno del cabildo, no eran simple demagogia, sino mención de un hecho innegable–, a la vez que contraatacaba con la manifestación de que no puede estar bien una clase mercantil que sólo es capaz de movilizar a herreros y zapateros.A diferencia de Belgrano, Moreno no veía para la región del Plata otras perspectivas de evolución que las derivadas del sector agrícola. Moreno llegaba al meollo de sus consideraciones al discutir la identidad de los intereses políticos y económicos de la población colonial. Nuevamente apoyado en consignas anticolonialistas– que en parte cita verbalmente– de Filangieri, Moreno procuraba demostrar que solamente el florecimiento económico y una genuina igualdad de derechos podrían poner freno y las tendencias separatistas de la colonia. «El peso de la dependencia sólo se torna insoportable para los hom50. Las estadísticas sociales sobre tasas aduaneras y relación de las importaciones (en pesos) eran las siguientes (R. Levene, Estudios, op. cit., p. 27 y ss.): Año 1778 1779 1785 1790 1795 1800

Productos españoles 2.968 (3% de impuesto) 20.723 22.305 19.562 117.702 8.084

Productos no españoles 5.849 (7% de impuesto) 114.251 315.078 107.236 723.147 30.484

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bre cuando está unido al agobio de la miseria y de la opresión». Con ello rozaba Moreno los límites que hasta la metrópoli más ávida de reformas estaba obligada a respetar.51 Mas lo cierto es que ni la Corona «despótica» ni las Cortes «liberales» estaban dispuestas a renunciar a la tutela del imperio colonial; aunque variaran los métodos, no se modificaba la esencia del estatus colonial.52 Lo más probable es que, al gozar de nueva libertad, la avidez financiera de los burgueses metropolitanos frente a la colonia recuperase el tiempo perdido y compensara con creces todo lo que había evitado hasta entonces la desidia feudal del absolutista poder central. «Hoy en día», concluía Moreno «el que mira con recelo el comercio con Gran Bretaña no puede ser un buen español»,53 lo cual viene a apoyar la tesis, defendida por R. H. Humphreys, de la importancia de la expansión comercial europea como factor desencadenante del movimiento de independencia.54 Ante la evidente agonía política de fines de 1809, se echa de ver que la reacción de la administración colonial ante estos ataques de los terratenientes criollos y de la burguesía aliada con ellos fue tan típica como ineficaz. A pesar de la más estricta prohibición, pronto circularon algunos ejemplares de la Representación. Una vez traducido al portugués por el célebre economista José da Silva, el tratado de Moreno se convirtió en catecismo del partido librecambista brasileño,55 y por fin pudo ser publicado en Londres, en 1811.56 Entretanto, en Buenos Aires, la agitación seguía el rumbo que había pronosticado Moreno: como una de sus primeras medidas, la Junta de Gobierno del 25 de mayor de 1810 puso en práctica sus propuestas, que el derrocado régimen colonial había rechazado y silenciado. En lo futuro, el principal objetivo de los «patriotas» fue «ofrecer a los ciudadanos todos los medios para enriquecerse, como único y seguro recurso para 51. R. H. Humphreys, «Economic Aspects of the Fall of the Spanish American Empire», en Revista de Historia de América, México, diciembre de 1950, n° 30, p. 454 y ss. 52. Véase el curso de los debates sobre libre comercio en las Cortes en Valle Iberlucea, op. cit., p. 120 y ss. 53. Al calor de los acontecimientos de 1806-1807 surgió el proyecto de Bernardo de Yriarte: «Sobre el riesgo de que perdamos las Américas, y sistema que deberíamos adoptar para la conservación, evitando sigan el ejemplo de las colonias Angloamericanas» (British Museum, Eagerton Ms. 383). Allí se afirmaba que lo único capaz de evitar la pérdida de las colonias sería la implantación de una plena igualdad de derechos entre españoles y criollos. Un intercambio vigorizado y de recíproca igualdad aseguraría la lealtad de las colonias […] y las protegería del principal enemigo, Inglaterrra. 54. R. H. Humphreys, op. cit., p. 446: «El colapso del Imperio hispanoamericano fue simplemente –¡lo que nos parece expresado en forma demasiado absoluta!– una expresión de la expansión comercial de Europa, y en particular de Inglaterra». 55. R. Levene, La Revolución de mayo, t. I, p. 240 y ss. 56. Ibíd., p. 244 y ss. 270 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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colmar las arcas del Estado; considerar como la mayor riqueza del mundo la que produce el suelo gracias a cultivos adecuados; compensar el peso insoportable de impuestos excesivos merced a la libertad del comercio nacional, sin la cual es imposible progresar y aun existir, que debe considerarse como fundamento de todos los intereses del Estado, fuente de vida de la agricultura, de la artesanía, de las fábricas, de la manufactura y de la industria». ¡Así respondía el «tercer estado» del Río de la Plata a quienes preguntaban por la justificación de su existencia! A la consolidación económica y social, unida a la conciencia del propio valor, pronto siguió el despertar espiritual, hasta que una rebelión abierta traspuso la línea divisoria entre colonial y libertad. Con ello se cerró el ciclo que, una vez más y a manera de conclusión, queremos resumir en los puntos siguientes: 1. S i fue precisamente en el Río de la Plata donde el partido revolucionario formuló el programa de la emancipación, «un programa sustentado en la burguesía»,57 en su forma más pura y de más amplias repercusiones, ello se debió ante todo a que en esta región de la América española el sistema feudal no había echado tan hondas raíces como correlativo de la dependencia colonial y, por consiguiente, se hallaba mucho más superado que en México o en Perú a fines de la época colonial. No fue en encomendero, celoso de su autonomía feudal, sino el comerciante y el estacionero (que dependía de la función de intermediario del anterior) los que presidieron la fundación de la colonia y le imprimieron sus características, sobre todo en lo concerniente al sector de avanzada, el litoral. Si bien la tesis de Begú, acerca de que el feudalismo fue superado por el «capitalismo colonial»58, parece difícilmente aplicable a toda Hispanoamérica (por ejemplo, Perú), representa un punto de vista metódico que, en lo referente al Plata, tiende al menos a señalar el momento decisivo y característico de la evolución. Allí, antes que en ninguna otra parte, la población colonial tomó en sus propias manos los elementos de comercio capitalista de la colonización española –elementos algo disimulados pero realmente existentes– y con ellos transgredió, con la ley o contra ella, pero siempre con apoyo extranjero, el radio de acción que le señalaban la metrópoli y su legislación colonial. 2. En el siglo xviii se dio el paso decisivo para la liberación de las energías económico sociales, que socavarían y terminarían por eliminar el Estado colonial. Las reformas borbónicas, dictadas en un principio por el interés de la metrópoli, trasplantaron al Nuevo Mundo la crisis del Antiguo Régimen,

57. Gil Munilla, La Teoría, p. 466. 58. Bagú, Estructura social, p. 43.

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pero al mismo tiempo echaron las bases de una gradual expansión de la burguesía en sus formas sociales y de producción, aunque sin liberarla todavía del atraso colonial. Junto con las consecuencias económicas de 1778 quedaban planteadas las premisas de 1810. 3. La sustancia progresiva de las reformas coloniales encontró en el Río de la Plata el suelo más propicio. Después de la creación del virreinato, y en muchos aspectos de consideración, el centro de gravedad en lo político y en lo económico empezó a trasladarse de México y de Lima hacia Buenos Aires: un proceso que señalaba el triunfo del capitalismo comercial sobre las formas tradicionales de la economía colonial. El absoluto predominio de Lima y México, en los siglos xvi y xvii, se cumplió bajo el signo de un feudalismo colonial en toda su integridad. Buenos Aires aprovechó en cambio, como «colonia de meros comerciantes», la decadencia de ese sistema que había hecho la grandeza de México y de Lima. En ese mismo aspecto se impuso igualmente la primacía comercial de Buenos Aires frente a Lima. En contra de cuanto esperaba la Corona, los monopolistas establecidos en Buenos Aires no lograron compensar la explosividad económica de semejante vuelco en la situación. 4. E  l auge económico del virreinato no aumentó únicamente su capacidad para absorber mercaderías europeas, sino que también lo transformó en un proveedor de materias primas para las crecientes necesidades de una Europa en plena revolución industrial. La penetración manufacturera de España era demasiado superficial como para que hubiera podido aprovechar por cuenta propia la riqueza de la provincia del Plata, para despertar así un genuino interés económico recíproco. Fue ese eslabón de la cadena el que debilitó en cambio el influjo económico extranjero, principalmente anglonorteamericano, y por consiguiente el comercio directo de Inglaterra con Buenos Aires y Montevideo –sin pasar por Cádiz– se reforzó en proporción directa con su crecimiento económico. Al verse desalojada en lo económico, España intentó conjurar las previsibles consecuencias políticas de ese hecho acumulando restricciones de tipo monopolista, con las que sólo consiguió allanar el camino para que la prédica a favor del librecambio, ya imposible de acallar, se convirtiera en franca propaganda separatista: tal proceso demostró que, en lo económico, la colonia ya estaba perdida para la metrópoli mucho antes de 1810, y que la revolución no representó más que un reconocimiento político de semejante estado de cosas. 5. L a ganadería y el comercio, como factores determinantes de la economía del Plata, no sólo determinaron la estructuración social, sino que también

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plasmaron el carácter de las clases dominantes de origen criollo, que se opusieron cada vez más a la minoría de proveniencia europea. Tanto en lo económico como en lo político, el centro de gravedad dentro del estrato criollo superior correspondía al sector terrateniente, que a partir de 1776 se constituyó en factor predominante de la estructura económica y social del virreinato. A pesar de los moldes legales de orden feudal, tal desarrollo del latifundio no asumió el carácter de una «reacción feudal» o bien de «refeudalización», como la que en Europa señaló la bancarrota histórica de la aristocracia. El predominio e influencia de los estancieros eran fruto de una evolución progresista de la economía, lo que por fuerza llevó a que también en el plano político dicha fracción de las clases dominantes aspirase a ejercer una función progresista. En flagrante contraste con todos los paralelos europeos, los terratenientes no fueron víctima o blanco de la emancipación sino que, como «burguesía terrateniente», se convirtieron en columna dorsal del movimiento, fueron sus portavoces y primeros beneficiarios. 6. La evolución de la burguesía se adaptó por necesidad al marco impuesto por la orientación agrícola, que a su vez obedecía a las necesidades de materias primas del mercado mundial. Con su vuelco unilateral hacia la esfera de la circulación, o bien por la incapacidad de reunir el capital comercial con la producción manufacturera, la burguesía colonial perdió la oportunidad de convertirse en el único nervio motor de la futura revolución. Puesto que el capital comercial se subordina siempre a los intereses primarios del sector productor, la ausencia –o mejor dicho la decadencia– de la manufactura colonial lo obligó a depender del latifundio. Este compromiso de clases –inevitable dentro de las condiciones coloniales, pero cuyo efecto tenía que ser de retardo– impidió que la emancipación económica y política fuese también acompañada por una revolución social. Por cierto que tal reserva no invalida el concepto de «revolución burguesa» en su aplicación a Hispanoamérica, y sobre todo a la región del Plata, entre 1810 y 182459 pero, sobre la base de nuevas investigaciones de detalle, requiere una mayor precisión y delimitación de las normas que, con alcance demasiado esquemático, se habían derivado de la constelación de modelos europeos: de esta manera podremos hacer plena justicia al fenómeno de la revolución colonial. 7.Tal como lo documentaron el curso y el contenido de la agitación que, tanto en lo económico como en política general, llevó a cabo la oposición 59. Ya en el Congreso de Madrid, en 1948, se subrayaron las grandes diferencias locales en cuanto al curso y al carácter del movimiento. Especialmente en lo que se refiere a la situación en Perú,véase C. Pacheco Vélez, «La emancipación de Perú y la revolución burguesa del siglo xviii», en Mercurio Peruano, año 39, p. 832 y ss.

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en vísperas del estallido revolucionario, las ideas de los burgueses criollos estaban muy a la altura de su tiempo. La calurosa acogida dispensada a doctrinas europeas y norteamericanas, desde Raynal y Adam Smith hasta Paine y Bentham, no era un simple movimiento de reflejo sino que, «como argumentación para justificar apriorismos sociales»,60 dio expresión adecuada a una legítima aspiración social. «El ritmo del fenómeno capitalista desempeñó en la conquista de la independencia una función que, si no tan clara y evidente, fue sin duda más profunda y decisiva que el eco de la filosofía y de los enciclopedistas […] Los iniciadores, los conductores e ideólogos económicos de dicho acontecimiento, pero tampoco pasaron por encima de ellos.»61 Buenos Aires, como corazón del virreinato, pudo agradecer a la peculiaridad de su pasado colonial la ventaja histórica de haber desarrollado esas premisas y razones con mayor amplitud que cualquier otra parte de Hispanoamérica. Buenos Aires no fue solamente el centro conductor de la revolución en el Virreinato del Río de la Plata. También se puso a la cabeza de la América española en el momento histórico de 1810 […] A diferencia de los restantes centros revolucionarios de la América española, en Buenos Aires no triunfaron los conatos contrarrevolucionarios, y desde Buenos Aires –como desde Caracas– irradió la revolución más allá de las fronteras del virreinato y llegó hasta Ecuador.62

60. Gil Munilla, op. cit., p. 458. 61. J. C. Mariátegui, op. cit., p. 10 y ss. 62. R. Levene, La Revolución de mayo, op. cit., t. II, p. 324. 274 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

LA SANTA ALIANZA Y LA EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA LATINA* 1. La rebelión de los pueblos de América Latina, de 1810 a 1824-1826, que fue un movimiento de emancipación nacional y anticolonial, ocupa un lugar destacado en la sucesión de revoluciones burguesas de los siglos xviii y xix. Allanó el camino hacia la independencia política y la definitiva formación de las nacionalidades latinoamericanas. Sin embargo, debido a la debilidad de la burguesía, la revolución de América Latina quedó truncada. Con la «maldición del latifundio privado» (W. Z. Foster), fuertes resabios feudales y semifeudales pasaron al periodo de la independencia. De ello derivó la irremediable deformación del desarrollo social, económico y político de los pueblos latinoamericanos. 2. La intervención de las grandes potencias en la «cuestión sudamericana» –entendida como conjunto de enfrentamientos económico-políticos, diplomático-jurídicos e ideológicos– estaba determinada, principalmente, por tres momentos: 1) Rivalidad económica en la lucha por el dominio del mercado latinoamericano (potencia principal: Inglaterra). 2) Lucha por conquistas territoriales para la ampliación de la zona de poder e influencia (potencia principal: Estados Unidos). 3) Efecto de la revolución latinoamericana y de los conflictos entre las potencias sobre el sistema de restauración y equilibrio del periodo posnapoleónico, cuyo mantenimiento por todos los medios fue de especial interés para la Santa Alianza (potencias principales: Rusia, Francia, Austria y Prusia). Resumen del libro de Manfred Kossok, Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina, Ediciones Sílaba, Buenos Aires, 1968. *

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3. En la política de los estados alemanes acerca de la cuestión sudamericana se advierten estas características: 1. Diplomacia de orientación comercial de las ciudades hanseáticas, entre las cuales dominaba Hamburgo sobre la base de su posición destacada en la navegación a España y Portugal. 2. Actitud fundamentalmente legitimista de Austria y Prusia, determinada por su papel de potencias que garantizaban la Santa Alianza y la Restauración. Los restantes estados alemanes con reales o supuestos intereses en Centro y Sudamérica, como Sajonia, Hannover, Mecklemburgo, Baviera y Würtemberg, siempre se subordinaban a esas dos líneas opuestas. Este «dualismo» se hizo insostenible a medida que fracasaba la política de la Santa Alianza y Prusia misma, como nación fundamental de ésta, comenzaba a ceder ante el predominio de la expansión comercial. 4. En 1814, los hanseáticos establecieron los primeros contactos con los rebeldes de la América hispana. Debido a las revoluciones en sus colonias y a la paralización del tráfico comercial, España había perdido su significación original como lugar de tránsito para la exportación de tejidos de lino a ultramar. Por eso, la causa inmediata del avance hacia América no era en realidad la nueva perspectiva del comercio mundial, sino, ante todo, la imposibilidad de seguir utilizando una línea de comunicación –indispensable para el interés económico de los comerciantes hanseáticos– en la forma habitual. La reforzada expansión comercial constituía, al mismo tiempo, una válvula para superar la crisis económica de 1814-1815. A pesar de las violentas protestas de España, el comercio con los «rebeldes» (región del Río de la Plata, Gran Colombia, México) fue continuamente en aumento hasta 1821. Los comerciantes de Hamburgo (Diputación de Comercio), sobre todo, solicitaron una decidida defensa de las relaciones, por el momento aún no oficiales, a fin de no quedar a la zaga de la competencia inglesa, mucho más poderosa (algodón contra lino). 5. Para las potencias del concierto europeo, inclusive Austria y Prusia, la cuestión sudamericana preocupaba sobremanera, desde 1816-1817, debido a: 1. E  l renovado conflicto hispano-portugués por la Banda Oriental de Uruguay. 2. L a solicitud de España a las potencias aliadas (Inglaterra, Rusia, Francia, Austria y Prusia) para que mediaran entre la metrópoli y las colonias rebeldes.

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La actitud de pentarquía europea se hallaba influida por la contradicción anglo-rusa. No se trata de métodos y objetivos acerca de la «pacificación», puesto que ambas potencias auspiciaban una solución no violenta mediante concesiones económicas y políticas a los rebeldes latinoamericanos. El antagonismo estribaba más bien en el problema, esencialmente político y de poder, respecto de si Inglaterra podía o no mantener su decisiva posición asumida desde las negociaciones de mediación de 1811-1813. Rusia, en cambio, desechó la pretensión de hegemonía de Inglaterra en aspectos de política extraeuropea e intentó fortalecer su propia influencia. 6. Prusia y Austria sostuvieron en el problema de la mediación una línea política que coincidió en todos los puntos esenciales y que se basó en estos principios: 1. Mantenimiento del orden europeo de «equilibrio» y «paz» contra los efectos y consecuencias de la revolución americana. 2. Impedimento de una guerra entre España y Portugal a raíz de la Banda Oriental. 3. Rechazo de una intervención armada para restablecer el orden «legítimo» en América Latina. 4. Apoyo al programa inglés de mediación (Memorándum de agosto de 1817). 5. Seguridad de los propios intereses económicos en el comercio con Centro y Sudamérica. 7. Los motivos de la política prusiana se formularon con absoluta claridad en el Memorándum Ancillon, de septiembre de 1817. Este documento, expresamente avalado por Hardenberg, testimoniaba la imposibilidad de toda tentativa de encuadrar el fenómeno de la revolución americana dentro de la estrechez doctrinaria del principio de legitimidad feudal-monárquico. En apoyo de una solución pacífica de la cuestión sudamericana, el gabinete prusiano se guió por estas referencias: 1. Que España no disponía de bases militares, marítimas y financieras para restablecer su dominio colonial. 2. Que un compromiso generoso era la única y última posibilidad de salvar el «beneficio del mundo civilizado» (es decir, el beneficio de las monarquías europeas) de la presunta amenaza de contaminación y difusión revolucionarias desde las nuevas repúblicas.

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3. Que sólo con la finalización de la guerra en Centro y Sudamérica podía llevarse a cabo la liberalización del comercio, deseada en forma urgente por Prusia y también solicitada por Inglaterra. De manera análoga a las consideraciones de Alejandro I, Prusia sugirió la participación de Estados Unidos en las negociaciones de mediación, a fin de atar al Gobierno de Washington a las resoluciones de las potencias de la alianza y evitar el apoyo y reconocimiento de las nuevas repúblicas por parte de Estados Unidos. En contra de esta proposición se pronunció, principalmente, Inglaterra, además de España. Inglaterra comprobaba con temor la creciente influencia económica y política de Estados Unidos en América Latina. 8. La estabilidad de la entente entre Prusia y Austria en apoyo al criterio inglés se basó en el interés común de hacer retroceder la influencia dominante de Rusia. Como el Gabinete de Petersburgo se había decididamente definido a favor de la España prorrusa (papel de Tatishchev), Hardenberg y Metternich consideraban la actividad diplomática de Rusia como una tentativa de utilizar a los integrantes de la alianza en la lucha contra la hegemonía marítima y colonial de Inglaterra y de fortalecer el dominio del zar en el sistema de la Santa Alianza. 9. Los infundados temores de Metternich, de que Rusia en fin de cuentas no se limitaría a una mediación «pacífica», sino que impondría una intervención violenta, tuvieron origen en dos hechos: 1. El pedido del Gobierno ruso de adoptar, en caso de un rechazo de las condiciones de pacificación por parte de los revolucionarios, «medidas de presión» (bloqueo comercial) para romper la oposición. 2. El convenio marítimo ruso-español de 1817,por el queAlejandro I disponía barcos rusos para el traslado de tropas expedicionarias españolas a Suramérica. Con respecto a este convenio, hubo rumores acerca de la cesión de Menorca a Rusia. Metternich estaba persuadido de la existencia del «convenio secreto» y se rindió ante el fantasma de una hegemonía rusa en el Mediterráneo. A ello se agregó el temor del Gabinete de Viena de que España, que se sentía apoyada por Rusia, iniciara una guerra contra Portugal (concentraciones de tropas bajo O’Donnell) con el fin de buscar en la península Ibérica compensación por la pérdida de la Banda Oriental. Metternich vio peligrar su concepción del orden europeo de paz y equilibrio, y puso de por medio toda la autoridad de Austria para evitar conflictos bélicos en Europa y América, que habrían disgregado aún más el bloque de las grandes potencias.

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10. Como la acción mediadora de los aliados no fue más allá, durante un año, de consultas sin compromiso y de la aclaración de los respectivos puntos de vista, España intentó, en el Congreso de Aquisgrán de 1818, imponer una política más ofensiva de la Santa Alianza en la cuestión sudamericana. Pero el plan de España en el congreso se vio frustrado por Austria, Prusia e Inglaterra. Sin embargo, el debate sobre la cuestión sudamericana ocupó en Aquisgrán un amplio espacio y nuevamente dio la pauta de la contradicción anglo-rusa. Al mismo tiempo tuvieron lugar por primera vez, también en Aquisgrán, diferencias de opinión entre Prusia y Austria acerca del «problema de legalidad de los gobiernos rebeldes» (propuesta de invitación de Buenos Aires, formulada por Prusia). 11. Un cambio decisivo en la política de los estados alemanes y de la posición de la Santa Alianza ante América Latina se delineó durante 1822. Había una serie de nuevos factores que señalaban el derrumbe del dominio colonial español y portugués: 1. Las fuerzas político-militares de España se veían progresivamente bloqueadas por la revolución interna de 1820-1823. 2. Con excepción de Perú –último reducto–, Hispanoamérica se había liberado por completo del dominio colonial.También Brasil se declaró independiente en 1822. 3. La incorporación, en 1821, de la Banda Oriental por el Gabinete de Río de Janeiro, puso fin a la «mediación» en el conflicto hispano-portugués. 4. El Manifiesto a los gabinetes de Europa, formulado por la Gran Colombia, atestiguó la realidad política de los nuevos estados y su voluntad de imponer, merced a una ofensiva diplomática, su reconocimiento. 5. Mensaje de Monroe y resolución del Congreso, de mayo de 1822, acerca del reconocimiento de las primeras repúblicas latinoamericanas por parte de Estados Unidos. 12. Los estados alemanes reaccionaron, frente a las nuevas condiciones de la política interior y exterior, de modo completamente distinto: 1. Alarmadas por los apremiantes pedidos del Manifiesto colombiano, las ciudades hanseáticas (moción de la Diputación de Comercio de Hamburgo, junio de 1822) y el reino de Hannover (propuesta de reconocimiento formulada por el conde Münster) consolidaron su convicción de la necesidad de iniciar cuanto antes relaciones oficiales con los nuevos estados.

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2. Austria y Prusia, en cambio, reaccionaron, ante el impacto de la ola revolucionaria europea que afectaba a España, Portugal, Italia y Grecia, con un decidido rechazo. En el Congreso de Verona, en 1822, ambos estados desecharon la propuesta inglesa de reconocimiento de facto de las repúblicas latinoamericanas. La ruptura definitiva de Inglaterra con la Santa Alianza, efectuada por Canning, destruyó las bases del anterior acuerdo con Austria y Prusia respecto de la cuestión sudamericana. A partir de entonces, Austria y Prusia formaron un frente común de oposición con Rusia. Al mismo tiempo, la contradicción entre Inglaterra y Rusia comenzaba de forma paulatina a perder su efecto determinante sobre la intervención en la cuestión sudamericana. Por el contrario, pasó a primer plano la rivalidad de Inglaterra con Francia; esta última era la única potencia que después de 1822 parecía estar en condiciones de llevar a la Santa Alianza –más allá de una simple negativa– a una activa intervención (intervención francesa contra España en la primavera de 1823). 13. Durante 1823-1825, las principales potencias de la Santa Alianza hicieron la última tentativa para superar el dilema español de colonialismo. Por iniciativa de Francia, decididamente apoyada por Austria y Prusia, España invitó, en diciembre de 1823, a una conferencia de embajadores de los aliados en París. A pesar de los intensos esfuerzos de Metternich, quien comprendió que una conferencia sin la participación de Inglaterra carecería de toda consecuencia práctica, Canning se negó a concurrir. Su contrapropuesta de que se invitara también a Estados Unidos fue rechazada. Con particular violencia, el Gabinete de Viena se pronunció en contra de la participación de Estados Unidos después de conocerse la Doctrina Monroe (Gentz: «Saber que los norteamericanos se encuentran en el archipiélago causa verdadero horror […]»). Metternich y Gentz vieron en la Doctrina Monroe la expresión jurídica de una separación política definitiva entre América y Austria, que a su vez sancionó de manera irrevocable el fin del dominio ibérico en el continente americano. 14. La Conferencia de París procuraba, de acuerdo con el infructuoso ejemplo de las negociaciones de 1817-1818, una «pacificación» de las colonias españolas gracias a cierto compromiso (liberalización de la política colonial, y libertad de comercio). Pero España no estaba dispuesta a hacer concesiones, pues la camarilla reaccionaria de Fernando VII insistía en considerar esas negociaciones sólo como una forma de ganar tiempo a fin de «resolver» por fin la cuestión sudamericana por la fuerza de las armas y con el apoyo de la Santa Alianza. Semejante pretensión fue rechazada tanto por Rusia y Francia como por Austria y Prusia.

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Así pues, los supuestos planes de intervención de la Santa Alianza, que proporcionaron a Monroe y a Canning la infundada gloria de haber salvado la libertad de América, pertenecen al reino de las leyendas. Los principios democráticos puramente formales de la Doctrina Monroe fueron desmentidos por el Gobierno estadounidense mismo con su tentativa de «garantizar», en alianza con la extrema reacción de Europa, la posesión de Cuba y Puerto Rico por parte de España (propuesta de Clay, 1825) a fin de impedir la liberación de las islas hasta que Estados Unidos se hallara en condiciones de ocuparlas. 15. Con el reconocimiento de las primeras repúblicas latinoamericanas por parte de Inglaterra (1824), la Conferencia de Embajadores de París perdió el último resto de significación. La política de las potencias de la Alianza en la cuestión sudamericana –última tentativa de establecer una línea y una acción comunes– había fracasado de manera definitiva. A pesar de que la Santa Alianza seguía obstinada en el anacronismo del «no reconocimiento», y tal cual Metternich había previsto sobre todo con respecto a Francia, detrás de la legitimista diplomacia de gabinetes ya actuaban las contratendencias dictadas por intereses mercantiles, frente a las cuales la nefasta reacción europea iba paulatinamente desintegrándose. Entre las potencias de la Alianza, Prusia fue la que con más violencia protestó contra la política de reconocimiento de Canning. Esta coartada política estaba, por cierto, en contradicción con la doblez de la política prusiana con relación a Centro y Sudamérica, ya insinuada. De acuerdo con el principio de separación entre «iniciativa privada» y «diplomacia», sostenido por Bernstorff. Los comerciantes y fabricantes prusianos establecían contactos con las nuevas repúblicas, con la tácita tolerancia del Gobierno (Compañía Renana para Las Indias, Corporación Minera Alemana-Americana). Parecida conducta adoptó Sajonia con la fundación de la Compañía Elbo-americana. 16. Las modificaciones generales de la situación internacional, así como ciertas tendencias de liberalización en la actitud de algunas potencias de la Alianza, representaron para las ciudades hanseáticas la piedra de toque para asegurar, en 1825, sus relaciones comerciales cada vez más importantes, gracias al establecimiento de representaciones consulares y la sanción de tratados de comercio y navegación sobre la base de la reciprocidad y de las prerrogativas. Los principales lugares de aplicación fueron México, la Gran Colombia y la región del Río de la Plata. México fue el primer Estado de Hispanoamérica con el que los hanseáticos establecieron relaciones consulares. Pero las negociaciones llevadas a cabo desde 1826 a través de Londres demoraron hasta el verano de 1827, pues las ciudades hanseáticas:

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1. Esperaban el precedente diplomático, para no ser el primer Estado en el ámbito de la Santa Alianza en expresar el reconocimiento oficial de México. 2.Temían, especialmente Hamburgo, represalias del Gobierno español contra el comercio y la propiedad de los comerciantes hanseáticos. Después de que los Países Bajos dieran el paso decisivo, se llegó, en junio de 1827, a la concertación del Tratado Hanseático-mexicano. Este convenio (ciertamente no ratificado por el congreso mexicano) fue el primer tratado oficial suscrito en Alemania con un Estado latinoamericano. 17. La carrera de las ciudades hanseáticas y de otros estados miembros de la Federación Germánica (Hannover, Sajonia, Baviera, Würtemberg) por la sanción legal de las relaciones con las principales repúblicas de América Latina fue acelerada y en parte hasta desencadenada por el ejemplo de Prusia. Aunque ésta, en comunidad con Austria, seguía formalmente respetando los «derechos inalienables de España» y mantenía el principio del «no reconocimiento», en la práctica aplicaba, desde 1825-1826, una política de «camino medio», que resultaba una especie de tácito reconocimiento de facto de los clientes hispanoamericanos. En la nueva orientación de la política prusiana fueron decisivas estas razones: 1. La competencia de expansión comercial y su consiguiente expansión de capitales podía con más facilidad hacer retroceder a los comerciantes prusianos; éstos se presentaban «privadamente», vale decir, sin el respaldo oficial de sus respectivos estados. 2. La actitud del Gobierno francés, que ya había establecido en los principales puertos «inspectores generales para asuntos comerciales». 3. La posterior consolidación política de los nuevos estados, que con la victoria de Ayacucho (diciembre de 1824), destruyeron para siempre las ilusiones españolas de «reconquista». 4. Los efectos de la crisis comercial financiera de 1825-1826, que afectaba toda la vida económica de la Confederación Germánica. Bajo la presión de una amplia ola de peticiones de comerciantes y fabricantes de Renania (Elberfeld) y Silesia, el Gobierno prusiano se vio impulsado a sancionar, en 1827, un convenio oficial, al menos, por el momento, con México. Similares planes respecto de la Gran Colombia hubieron de fracasar, pues Prusia, temerosa de las protestas de Austria y Rusia, no quiso ser la primera potencia de la Alianza (en el caso de México, el primer paso lo había dado Francia) en asumir

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la odiosa actitud de violación del principio de legitimidad. Las relaciones económicas de Prusia con las demás repúblicas latinoamericanas seguían dependiendo (con excepción de Buenos Aires) de la mediación consular de las ciudades hanseáticas, que el importante terreno económico-político mantenían, en los hechos, una función panalemana. 18. Un problema particular en los conflictos respecto de la cuestión sudamericana derivaba de la declaración de independencia de Brasil. Desde el comienzo mismo de ésta, la Monarquía brasileña se apartaba de las «repúblicas rebeldes» y pretendía que las naciones europeas la reconocieran en esa calidad. El Gobierno brasileño aguardaba, sobre todo, el apoyo de Inglaterra, Francia y la Federación Germánica (en primer lugar, Austria). A fin de obtener el reconocimiento por parte de los estados alemanes, Pedro I envió dos embajadores especiales: 1. Alemania septentrional y occidental caían dentro del campo de acción de Jorge Antonio von Schäffer. El propósito diplomático de su misión quedó sin cumplir, ya que esos «estados de tercero y cuarto orden» hacían depender su reconocimiento del establecimiento de relaciones oficiales por parte de Prusia o Austria. En estas condiciones, Schäffer concentraba sus energías en la contratación de soldados y colonos. Estableció las bases para una emigración organizada de colonos alemanes a Brasil. Ciertamente, la gestión de Schäffer, cuyos métodos alcanzaban la iniquidad, chocó en varios países (Hannover, Prusia, Baviera, etc.) con la oposición de la prensa liberal y de los respectivos gobiernos, entre los cuales en especial el prusiano temía la emigración de los varones obligados a cumplir con el servicio militar. Sólo en Mecklemburgo obtuvo Schäffer un franco apoyo. Favorecido por un régimen que intentaba «resolver» el problema social por el camino de la exportación de seres humanos, Brasil recogía el excedente de población agraria que Mecklemburgo, retrógrada en extremo, no podía absorber en otras ramas de la producción. 2. A Austria fue Antonio Telles da Silva, a quien incumbía poner en juego la relación dinástica con los Habsburgo, establecida merced al matrimonio de Pedro con Leopoldina, a favor del reconocimiento por parte de Austria. 19. Según las consideraciones de Metternich, una monarquía brasileña que reuniera independencia y restauración podía asegurarle al principio de legitimidad una base territorial dominante en el Nuevo Mundo. Metternich trazaba una separación absoluta entre la «cuestión brasileña» y la «cuestión sudamericana». De ahí que Austria auspiciara un compromiso pacífico entre Lisboa y Río de Janeiro, para obtener de Portugal el reconocimiento de Brasil. En ello estribaba la diferencia

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cardinal con la acción mediadora ante América Latina: los derechos «legítimos» de posesión de la Corona de España permanecieron incólumes, y las eventuales negociaciones de las potencias de la Alianza con los «insurgentes» sólo habrían servido al propósito de restablecer el poder de España, es decir, hacer posible una recolonización directa o indirecta. En el caso de Brasil, en cambio –desde 1815, «equivalente en derechos»–, al Gabinete de Viena le preocupaba convencer al rey de Portugal «de la necesidad de pasar la Corona de Brasil a don Pedro». Para hacer a Brasil digno de la Santa Alianza y aplacar la antipatía del zar contra el emperador herético, Metternich apoyaba las tendencias absolutistas de Pedro I y el criterio intransigente del Gabinete de Río de Janeiro contra las fuerzas democrático-republicanas («Ne jacobinisez pas!»). Después de realizado, bajo el control y la iniciativa de Inglaterra, el compromiso lusitano-brasileño, en agosto de 1825, cayó el obstáculo definitivo para el reconocimiento por parte de Austria (diciembre de 1825) y Prusia (febrero de 1826). Otros estados alemanes siguieron el ejemplo: las ciudades hanseáticas de Mecklemburgo y Hannover. 20. Austria, Prusia y las ciudades hanseáticas vincularon la normalización de sus relaciones con Brasil a la iniciación de negociaciones para la sanción de convenios comerciales. Todo tratado con verdaderas ventajas para los contratantes suponía la concesión de prerrogativas. Esto significaba, a la vez, la paridad de condiciones aduaneras en la competencia con Inglaterra, que en los hechos mantenía el monopolio del comercio con Brasil desde 1810. En tanto que las negociaciones de Prusia y Austria concluyeron no más que en concesiones parciales, los hanseáticos, cuyos intereses estuvieron representados por una misión diplomática dirigida por los senadores Sieveking y Gildemeister, lograron una decisiva irrupción en la dominante posición de Inglaterra. El derecho de navegación indirecta, establecido por el artículo 6º del Tratado Hanseático-brasileño de noviembre de 1827, aseguró la muy discutida paridad de condiciones con Inglaterra. Como ya había ocurrido frente a los estados de América hispana, también en el caso de Brasil las ciudades hanseáticas se mostraron como los más eficientes representantes y mediadores de los intereses económicos alemanes en Centro y Sudamérica.

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REVOLUCIÓN, ESTADO Y NACIÓN EN LA INDEPENDENCIA* 1. La correlación entre revolución-Estado-nación alcanza, a mi modo de ver, el problema fundamental de la independencia. Tampoco es casualidad que no se pueda establecer una sucesión de los tres fenómenos formando una cadena genérica que corresponda a la lógica del proceso histórico de entonces. Tanto la revolución independentista como la formación de estados y la constitución de las naciones (durante un tiempo histórico más largo) forman parte integral de un proceso o fenómeno mucho más amplio, que podemos definir como la dialéctica entre unidad y diversidad en la vía de transformación de los tiempos de la colonia en la época de la independencia político-nacional. Sobre todo los defensores de las ideas de una «nación latinoamericana» y del americancentrismo niegan rotundamente la mencionada dialéctica, e interpretan la formación de naciones (o, según dicen ellos, el separatismo y fraccionamiento) como una –e incluso la– prueba esencial de la inconclusión de la revolución independentista. Una posición tal la considero contraria a la realidad histórica de aquella época. Simón Bolívar, en cuya actitud confluían un realismo político e ideas visionarias y hasta utópicas, tuvo siempre un concepto claro de la función del Estado como institución principal para la defensa de la independencia adquirida y de la necesidad de basar esta independencia en una serie de naciones en vez de una «nación continental». Sobre la «cuestión del Estado», decía claramente en una carta al general Santander: «El nuevo gobierno que surja de la República debe estar fundado sobre nuestras costumbres, sobre nuestra religión y sobre nuestras inclinaciones y, en última instancia, sobre nuestro origen y sobre nuestra histo* En J. Buisson, G. Khale, H. J. König y H. Pietschmann (eds.) Problemas de la Formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Colonia/Viena 1984, pp 161-171; también en Manfred Kossok, La colonització espanyola d’Amèrica. Estudis comparatius, Barcelona, Ed. L’Avenç, 1991, pp. 83-103.

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ria». La carta, escrita dos años antes de su muerte, refleja ampliamente las duras experiencias en el campo político-institucional durante los años ya pasados. En cuanto al «problema nacional», hay que recordar la famosa frase de la Carta de Jamaica: «Es una idea estupenda pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación… pero no es posible, porque los climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres disimilares, dividen América».

2.Ambos textos son fundamentales para entender la correlación entre revolución-Estado-nación en la independencia y situarla en el terreno más amplio de la dialéctica entre unidad y diversidad en el proceso independentista. Para analizar más profundamente la mencionada problemática triangular, hay que tener presentes al menos los siguientes aspectos básicos: a) La correlación entre unidad y diversidad durante la época colonial y la preindependentista. b) La dialéctica entre nivel continental y nacional (o regional) en la revolución de independencia. c) E  l carácter y la estructura de los estados surgidos de la independencia. d) Las particularidades de la formación de las naciones en Hispanoamérica. Como resultado de la conquista, España estableció un imperio colonial centralizado, pero no unitario. Centralismo y unidad pueden ser dos fenómenos idénticos, pero no lo deben ser necesariamente. En el caso de España, no hubo una identidad tal. En el debate histórico encontramos a menudo, asimismo, confusiones, y una identificación abstracta entre los dos fenómenos. Del centralismo español resultó una tendencia predominantemente vertical, orientada hacia la Corona y sus instituciones centrales de poder. Por otra parte, eran necesarias aquellas ligazones/ataduras horizontales a mayor escala, indispensables para la formación de elementos dominantes unitarios. La política colonial, como es bien sabido, frenó el desarrollo de intereses continentales en el campo económico y político-administrativo. A pesar de la centralización predominantemente vertical de las instituciones clave del poder, parece sin fundamento la afirmación de que los Habsburgo, e incluso más aún, los Borbones, introdujeron la diferenciación político-regional «desde arriba». Un papel esencial lo jugaron también las condiciones que se dieron en los territorios conquistados y su impacto en el desarrollo ulterior del régimen colonial.

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3. Cada sistema colonial representa el resultado de componentes que actúan con efectos en parte divergentes y en parte también complementarios: un componente A está constituido por el carácter y la suma de las fuerzas motrices de la expansión colonial, que operan desde la metrópoli y reflejan las características de la época; un componente B abarca la totalidad de las condiciones existentes en la región colonizada (la gama de las variedades referentes al grado de desarrollo alcanzado en las diferentes regiones y zonas culturales de Hispanoamérica no necesita ser comentada); finalmente, de la combinación y del impacto recíproco de los componentes A y B surge el resultado C, idéntico a la suma de los factores decisivos para el lugar histórico y la estructura del régimen colonial correspondiente. Las particularidades regionales, que tan profundamente influyeron en la dialéc­tica entre la corriente continental y la nacional de la independencia, y también en la formación definitiva de las naciones, surgieron ya con la conquista, y se ampliaron durante la época colonial. Particularmente en lo relativo al aspecto nacional, cabe subrayar que ya antes de la revolución independentista, la colonial había entrado en su fase protonacional. La independencia constituyó una nueva fase, es decir, la segunda y más importante en este largo proceso histórico. De los factores objetivos para el surgimiento de intereses regionales (y en un futuro más lejano, nacionales) querría mencionar los más esenciales: a) El aislamiento mutuo de las regiones conquistadas (factor económico). b) La diferente orientación económica de las principales regiones: minería, economía de plantaciones, ganadería, y también el entrelazamiento de los distintos modos de producción: feudal, esclavista, artesanal, economía de subsistencia; orientación hacia el mercado local o internacional, etc. (factor económico). c) Las diferencias en la estructura social que reflejaron notablemente las condiciones existentes –desde culturas indígenas hasta territorios escasamente poblados (factor social). d) Las diferentes condiciones étnicas, influidas por la densidad de población indígena superviviente y en parte reproducida tanto por la inmigración como por el volumen de la mano de obra, forzosamente importada (factor étnico-social). e) El impacto formativo y normativo de las entidades político-administrativas; en primera instancia, el papel de las audiencias como origen de futuros territorios nacionales, explícitamente reconocido por Simón Bolívar como base del uti possidetis (factor político-administrativo). f) Finalmente, no podemos pasar por alto los primeros rasgos de una diferenciación cultural o mental (factor cultural).

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La política reformista y centralizadora del Gobierno carolino durante la segunda mitad del siglo xviii no sólo no pudo eliminar estas diferencias, sino que, en ocasiones, las hizo más profundas.

4. Tanto los aspectos comunes como los divergentes quedaron reflejados ya muy claramente durante el proceso formativo de la oposición anticolonial. Sobre la existencia de una corriente continental o americana, Alexander von Humboldt ofreció una serie de testimonios absolutamente fieles. Esta corriente dominaba sobre todo entre los exiliados; es suficiente con mencionar las visiones audaces y el ideario de Francisco de Miranda. A escala local y regional, la situación era distinta. La noción patria, que surgió a finales del siglo xviii y destacó la conciencia regional, no cubría ya la totalidad del continente. Ideológicamente, las diferentes fuentes del pensamiento ilustrado llevaron a conceptos muy divergentes en relación con las ideas de una futura existencia independiente.Todavía con mayor impacto operaron las notables discrepancias de intereses entre las fuerzas sociales dominantes en la oposición: desde los movimientos plebeyos campesinos hasta la más alta aristocracia criolla. El «bloque antihispánico», impregnado por el predominio del «frente hacia fuera», no era comparable en su profundidad, duración y efecto con el «bolque antifeudal» durante la Revolución francesa de 1789-1795. Desde sus orígenes en la oposición anticolonial (como en la independencia), al pensamiento integracionista o continental siempre se le opuso una manera de pensar en principio de escala regional, y posteriormente nacional.

5. El componente continental se hacía patente en la dimensión programática y la acción, representadas por Simón Bolívar (los bolivarianos) y José de San Martín. Ambos consideraron las bases regionales de sus operaciones siempre como espina dorsal de una revolución continental. Según Bolívar y San Martín, la libertad de cada nación dependía de la liberación total del continente: la independencia de cada nación quedó subordinada (no sacrificada, como temía Santander) a la libertad del continente, es decir, a la suma de todas las naciones emergentes. En contraste, el componente regional (o nacional) se caracterizó por fuertes vínculos locales, tanto en lo relativo al enraizamiento social como a su radio de intereses más limitado («egoísmo regional», «nacionalismo anticontinentalista»). De una manera paradigmática, este fenómeno fue expresado en las acciones de José Páez, en el conflicto entre Bolívar y Santander o en el conservadurismo de la aristocracia criolla de Perú (caso de Riva Agüero).

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Después del encuentro de Guayaquil, el componente continental se identificó exclusivamente con la corriente bolivariana.Ya los años posteriores a 1822, unido al viraje de la mayoría abrumadora de criollos –antes indiferentes–, la tensión entre la corriente continental y la creciente «nacionalización» de la independencia se volvió visiblemente profunda. Para los «continentalistas», el Ejército era la fuerza decisiva, pero al mismo tiempo su debilidad. El Ejército sirvió de vanguardia para la liberación del continente desde Caracas hasta Santiago, y le correspondió el papel principal en la guerra de liberación de la independencia. Pero con la prolongación de la guerra, creció el número de territorios a los que se exportó la revolución «desde fuera», y cabe destacar que disminuyó el peso de los factores «internos» (o endógenos) de la revolución. El caso clásico lo representó obviamente Perú. El resultado de dicho cambio ha sido un notable desfase y desnivel entre los centros de origen de la revolución y el resto de territorios, y se ha vuelto más profunda la gama de los intereses distintos.

6. Los ejércitos bolivarianos, comprometidos en la liberación continental, cumplieron heroicamente su misión militar. Pero estos ejércitos no eran de ningún modo los pilares de un poder político de extensión continental. Las correspondientes intenciones de Simón Bolívar, que culminaron en la idea de un ejército continental, estaban bloqueadas por dos lados: primero, por la creciente oposición a Venezuela y Colombia, a causa de los renovados sacrificios por las permanentes campañas bolivarianas; y, segundo, por el proceso de constitución del poder real sobre bases regionales, y preferentemente bajo la tutela del ala conservadora de la aristocracia local. No es necesario realizar ningún comentario sobre las consecuencias que esta situación debía tener para el carácter de los nuevos estados y la fisonomía de las naciones emergentes. Los ejércitos libertadores anihilaron las instituciones coloniales, dejando al mismo tiempo un vacío de poder por no haber establecido nuevas instituciones. Los bolivarianos, que representaban la corriente continentalista por encima de la corriente nacional, llegaron, durante la guerra, a imponerse «desde arriba», sin poder institucionalizarse «desde abajo», para los tiempos posteriores. La visión de Bolívar –«El primer día de paz será el último de mi mando» (carta al general Santander, 10.06.1820)– se cumplió del modo más drástico. Fue la aristocracia criolla moderada y conservadora la que consiguió llenar este vacío, garantizando al mismo tiempo la «continuidad social», en vez de una ruptura radical con las formas tradicionales de poder y sus correspondientes inclusiones y deformaciones de la revolución independentista –situación que explica los amargos juicios de Simón Bolívar los últimos días de su vida. Basta con mencionar la carta al general

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Juan José Flores del día 9 de noviembre de 1830, que culminó con la frase: «El que sirve a una revolución, siembra el mar». Creo que la noción inconclusa mercería un análisis más detallado. La suficientemente conocida fórmula según la cual el éxito político de la revolución no se correspondió con los necesarios cambios sociales (preferentemente en la estructura agraria), pinta una imagen demasiado simple de este proceso complejo y multifacético. Primero, no parece necesario sacar conclusiones generales para toda Hispanoamérica y cubrir de este modo los desniveles y desfases en lo relativo a las fuerzas motrices, al carácter de la hegemonía, a las formas de lucha y finalmente a los resultados. Hablamos, siguiendo la costumbre, de la revolución de independencia, pero en realidad lo que se dio en Hispanoamérica (desde México hasta Paraguay y la Banda Oriental) fue un ciclo de revoluciones de distinto nivel, una situación que permite hablar con razón de las «revoluciones» de independencia. En los casos de México,Venezuela, Paraguay y la Banda Oriental se produjeron notables cambios económicos y sociales que contrastan visiblemente con la tesis de un inmovilismo económico-social en la independencia. Pero los cambios producidos en las regiones mencionadas fracasaron por razones muy distintas que no permiten ningún tipo de generalización por medio de fórmulas abstractas. Además, la situación postindependentista demuestra que, en el terreno político, tampoco sería correcto hablar de un pleno triunfo de la revolución anticolonial. La revolución política y la económico-social no están nunca divididas por una muralla china. Más bien se trata de un proceso integral y unitario. Precisamente el carácter y el funcionamiento de los estados emergidos reflejan claramente las consecuencias de las inconclusiones políticas de la revolución.

7. No faltan autores que citan Estados Unidos como ejemplo de contraste de la posibilidad histórica de crear una nación unida sobre la base de un régimen colonial superado. Esta comparación es insostenible por tres razones: a) En primer lugar, se ignora el carácter diferente de la colonización de América del Norte en comparación con los factores que influyeron sobre la formación del régimen colonial en la parte hispánica de América. b) En las Trece Colonias se desarrolló una homogeneidad mucho más intensa (además, sobre una región limitada en comparación con los territorios españoles). c) Finalmente hay que destacar un hecho simple y más importante: Estados Unidos alcanzó la dimensión de una nación «continental» después de la revolución de independencia, y en el sentido propio de la noción, después de la guerra civil, es decir, cuando se había concretado el predominio ab-

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soluto de los elementos capitalistas más dinámicos a escala nacional como base principal de la expansión hacia el Far West. Gracias a la victoria del norte en la guerra civil, cuya significación histórica consistió en su función de segunda revolución burguesa, era posible superar el peligro de una desintegración de Estados Unidos en dos estados y más tarde en naciones independientes.

8. Hacia la época de la independencia se hace evidente el resultado fundamental de la dialéctica entre unidad y diversidad por la desintegración del que entonces era imperio colonial hispanoamericano en estados independientes. Este proceso comprende una nueva etapa en la formación nacional en América Latina. Hablamos conscientemente de una «nueva etapa», subrayando las raíces coloniales de la formación nacional. Para entender mejor este énfasis, cabe recordar que también la formación de las naciones en las regiones «clásicas» del ciclo de las revoluciones modernas no fue sólo el producto de estas revoluciones. La nación (y Estado nacional) tuvo su prehistoria feudal, como lo demuestra claramente el caso de Francia. Las revoluciones marcaron el cambio decisivo hacia la impregnación del carácter burgués de la nación. Teniendo presente esta complejidad histórica, la creación de estados nacionales y el proceso de la formación de naciones no resulta un criterio sólido a la hora de sostener la inconclusión o considerar el fracaso rotundo de la independencia; se trató, muy al contrario, de un proceso en plena congruencia con las tendencias dominantes de una época en que todos los movimientos revolucionarios tendían hacia la formación de entidades nacionales como expresión «típica» de las circunstancias históricas. Una vez reconocido el hecho de que la independencia como revolución anticolonial se integró en la época de las revoluciones burguesas y de la constitución de estados nacionales, el problema fundamental no se reduce a la pregunta: ¿nación «continental» o nación «regional»?, sino que consiste en la dialéctica entre vía democrático-revolucionaria y vía conservadora-reformista en la formación de naciones y sus correspondientes estados. El déficit de las naciones liberadas consistía, en primera instancia, en la debilidad de la burguesía como clase social y elemento hegemónico de la revolución, ya que condujo a un subdesarrollo de la sustancia social burguesa de los estados en formación. En cuanto a su fisonomía social y política, las nuevas naciones y sus correspondientes organismos estatales se constituyeron como naciones criollas. El criterio dominante a la hora de aplicar la noción nación criolla no consiste, como se puede leer a menudo, en el hecho de que una minoría dominante excluyera a la mayor parte de la población del Estado del ejercicio del poder político. El

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término nación criolla más bien quiere remarcar la función predominante de los terratenientes criollos, a saber, una clase con raíces fuertes en condiciones socioeconómicas de carácter precapitalista y que muy lentamente se orientaba hacia la «vía prusiana» en el desarrollo ulterior del capitalismo, y además, en circunstancias de dependencia ante los países más desarrollados.

9. De la especificidad del carácter anticolonial de la revolución resultó una particularidad en la dialéctica entre la formación de naciones y de estados nacionales, en comparación con las revoluciones «clásicas» en Europa. En el caso de Inglaterra y de Francia, la revolución burguesa madura y el Estado nacional que constituyó señalaron la etapa final en el proceso de la formación nacional. La más amplia homogeneidad socioeconómica y cultural-lingüística (basándose en el papel decisivo del mercado interno nacional), encontró su complemento en la integración político-institucional del Estado moderno, es decir, del Estado burgués. Muy distinta era la situación de Hispanoamérica. La formación de las naciones daba con cierta dificultad los primeros pasos; sobre todo fue necesaria una mayor madurez de las relaciones capitalistas de producción, teniendo como base el ya mencionado mercado nacional. En estas condiciones históricas, el Estado en formación no funcionó como pieza final, sino como el instrumento institucional central para la posterior consolidación de la nación. Este cambio relativo en la correlación y en los mecanismos de enlace entre Estado y nación no permite la conclusión, a veces defendida, de que el Estado haya «creado» la nación. Lo que parece una particularidad de Hispanoamérica caracteriza más bien la situación de la mayoría de las revoluciones del siglo xix y, sobre todo, las de Asia, África y América Latina. Es un rasgo típico de las revoluciones en la «periferia» del ciclo de las revoluciones burguesas.

10. El papel clave del Estado como anilla entre el proceso revolucionario y la formación de las naciones se unió con el peso dominante del Ejército, sobre todo de los ejércitos bolivarianos. La posición particular y dominante del Ejército (factor armado) en la independencia resultó, en primer lugar, de la unidad íntima entre revolución y guerra de liberación. Particularmente en Sudamérica dominaba el factor militar como fuerza motriz de la revolución. Paralelamente, la coerción armada tuvo que compensar la extrema debilidad de las instituciones civiles durante aquella época de transición, así como la no menos extrema debilidad del elemento burgués en la constelación hegemónica de las clases dirigentes. Basándose en el Ejército como la fuerza real y mejor organizada de la revolución, Simón Bolívar y los bolivarianos protagonizaron el intento heroico de acercar la

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revolución no sólo en el campo militar, político e ideológico, sino también en el económico y social, en la esencia clasista burguesa, y así lo elevaron en una transformación social correspondiente al carácter de la época. En contraste con la mayoría de su propia clase y sus horizontes muy limitados, Bolívar nunca negó los fines burgueses de la revolución, como lo demuestran los decretos sobre la abolición de la esclavitud, la liberación de los indios, la desfeudalización del trabajo asalariado y las reformas de la enseñanza pública. La tragedia de Bolívar fue no haber conseguido esta tarea histórica. El papel dominante del Ejército como espina dorsal del poder estatal conducía hacia una dictadura revolucionaria, si bien transitoria. Esta dictadura fue resultado de la guerra permanente, la correlación inestable de las fuerzas político-sociales y la lucha en diferentes frentes (hacia fuera y hacia dentro). Al ambiente en que tuvo que luchar Simón Bolívar corresponde la conocida frase de Marx: «Cada situación provisional del Estado después de una revolución exige una dictadura, y precisamente una dictadura enérgica». Bolívar decía: «Todo el corpus de la historia enseña que las gangrenas políticas no se curan con paliativos». Sobran los intentos de interpretar el papel del Ejército bolivariano y el poder estatal basándose en éste como «bonapartista». Esta tesis me parece absolutamente equivocada. No se pueden perder de vista al menos cinco elementos para comprender el fenómeno del bonapartismo y su situación histórica. De una manera muy sumaria, es posible describirlos así: 1. D  e acuerdo con su carácter de clase, en el bonapartismo se manifiesta el poder político, o definiéndolo más exactamente, la dictadura de la gran burguesía, cuya espina dorsal ya fue la burguesía industrial. Es decir, que al bonapartismo le corresponde una madurez más o menos avanzada de la revolución industrial. 2. E  n consecuencia, existe y actúa ya el antagonismo fundamental entre trabajo y capital. La mayoría de la burguesía se distancia más y más de su propia revolución. 3. L a situación histórica en la que surgió el bonapartismo se caracteriza por una relación de fuerzas clasistas inestable (Engels habló del «equilibrio» relativo entre las clases principales). En estas condiciones, la burguesía se muestra incapaz y no dispuesta a ejercer su poder mediante los métodos «normales», es decir, parlamentarios. 4. L a forma del ejercicio del poder consiste en una dictadura militar más o menos directa y abierta, en la que el Ejército no tiene únicamente una función externa («hacia fuera»), sino también interna («hacia dentro»).

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5. La base de masas la tiene el bonapartismo en las clases y capas campesinas y pequeño-burguesas, y la demagogia social y nacional desempeña un papel esencial en la política. El bonapartismo maduró de un modo «clásico» durante el gobierno de Napoleón III en Francia.Tal y como ha demostrado A. Soboul en diversas ocasiones, no se pueden aplicar los criterios que hemos expuesto en el primer Napoleón, contemporáneo de Bolívar. Sólo una comparación muy sencilla hace patente que sería incorrecto calificar a Bolívar como bonapartista, de acuerdo con los criterios de la definición utilizada. En el bonapartismo clásico, el Ejército tiene una función abiertamente contrarrevolucionaria y dirigida principalmente «hacia dentro». El ejército actúa como guardia pretoriana para la defensa de un statu quo conservador. En la independencia, muy al contrario, el Ejército liberador sirvió como instrumento de la iniciativa revolucionaria, portador del componente continental de la revolución y expresión más avanzada de la hegemonía criolla liberal-republicana. Esta profunda diferencia cualitativa y funcional evidencia que no hay ninguna tradición o continuidad entre los «dictadores de la primera hora» –y que crearon la libertad de Hispanoamérica– y los dictadores militares de los tiempos posteriores, que defendieron de un modo represivo el status quo político y social. Bolívar no es ni precursor ni representante de la tradición dictatorial en América Latina.

Nota Las tesis que se presentan en este trabajo ofrecen un resumen de una serie de trabajos anteriores del autor sobre esta materia. Son los siguientes: «Common Aspects and Distinctive Features in Colonial Latin America», en Science and Society, vol. 37, 1973; «El contenido burgués de las revoluciones de independencia en América Latina», en Historia y Sociedad, México, 1974, 2ª época, nº 4; «El contenido de clase de las guerras de emancipación durante los años 1810-1826», en Estudios, Montevideo, 1975, nº 37-38; «La revolución de independencia de América Latina a la luz del método histórico-comparativo», en Wissenschaftliche Zeitschrift der KarlMarx-Universität, Leipzig, 1975, vol. 24, nº 1; «El carácter y el lugar histórico de las guerras de independencia de Amércia Latina»,* en Asien, Afrika, Lateinamerika, Berlín, 1976, vol. 4, nº 6; «Notas acerca de la recepción del pensamiento ilustrado en América Latina», en Homenaje a Noël Salomon. Ilustración española e independencia de América, Barcelona, 1979; «Algunos problemas del análisis comparativo del movimiento de independencia latinoamericano»,* en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft, Berlín, 1980, vol. 28, nº 10; «Algunas observaciones sobre el estudio de las revoluciones», en Cuadernos de Historia, Buenos Aries, 1981; Historia de las revoluciones modernas, 1500-1917, Berlín, 1982.* «El despotismo ilustrado en Espa294 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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ña. Diez tesis sobre su carácter y su función»,* en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft, Berlín,1982, vol. 30, nº 2; «Unidad y diversidad en la historia de la América española: el caso de la independencia», en Unité et diversité de l’Amérique Latine, Burdeos, 1982, vol. I.; «Simón Bolívar, el primer bonapartista de América Latina»,* en Documentos políticos, Bogotá, 1983, nº 155; Simón Bolívar y el destino histórico de Hispanoamérica, Berlín, 1985.

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EL CONTENIDO BURGUÉS DE LAS REVOLUCIONES DE INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA* Desde hace tiempo se percibe en la historiografía internacional un notable avance de la investigación comparada, que en creciente medida repercute también sobre la historia de las revoluciones de los tiempos modernos. El método histórico comparado es un instrumento importante para aprehender la relación entre lo general y lo particular, entre las manifestaciones concretas que adoptan las leyes históricas y la «repetitividad» de procesos (congruentes tanto con el sistema como con el estadio histórico) propios a determinada formación socioeconómica. Por lo que toca a las posibilidades y limitaciones del método, E. E. Pechuro se refería a ellas basándose en la posición teórica del investigador, el nivel del instrumental historiográfico y el desarrollo general del pensamiento histórico.1 Sin duda la investigación comparada debe tomar en cuenta la necesidad de una relación cuidadosamente equilibrada entre coordenadas teórico-metodológicas y casos concretos sólidamente fundamentados. Por una parte, el método comparativo es imprescindible para una concepción verdaderamente universal de la historia, que no destaque «centralmente» ninguna región; por otra parte, este proceder ha de someterse de continuo a la prueba empírica proporcionada por el acontecimiento concreto. Sólo así se logra limitar la excesiva relativización de los fenómenos históricos que tiende a justificar la negación de la teoría y la concepción, según la cual la historia «general» es historia falseada.2 El resultado * En Historia y Sociedad. Revista latinoamericana de pensamiento marxista. Segunda época, nº 4 (México 1974) pp. 61-79. 1. E. E. Pechuro , «Sravnitel‘no-istoricheski-metod», en Sovietskaya Istoricheskaya Enciklopediya (sie), Moscú, 1971, t. 13, p. 755. 2. A. Caso, citado en L. Hanke, Do the Americans have a Common History?, Nueva York, 1966, p. 25.

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no sería otro que el regreso a la perspectiva individualizadora exagerada del historicismo idealista.3 En qué medida se encuentra el método comparativo aún en sus comienzos a pesar de la abundantísima literatura4 (sin exclusión de la historiografía marxista),5 lo revelan ciertas incertidumbres que prevalecen en el campo de la historia comparada de las revoluciones. No son pocos los trabajos que exhiben este título y que más bien se reducen a ensayos paralelos («síntesis de encuadernador») sobre procesos que se perciben análogos, o bien pertenecen de hecho al campo de la teoría y filosofía de la revolución y no al de la historia como tal.6 Aunque demos por sentado que en el análisis comparado y su exposición los tres aspectos mencionados no están separados por murallas chinas, es tarea del historiador desarrollar primero lo que es específico de la historia comparada de las revoluciones. Las posibilidades del examen histórico comparado dependen en gran medida del nivel alcanzado por la investigación de los acontecimientos que constituyen en cada caso base y objeto de la comparación. De ello resulta, no por azar, sino como reflejo del nivel real del conocimiento, que las revoluciones modernas y especialmente la revoluciones clásicas, es decir, las revoluciones burguesas de los siglos xvii, xviii y xix (sobre todo la de 1848-1849), que por su desarrollo y estructura han marcado una época y se consideran típicas,7 están en el centro de la atención científica. En última instancia, es incontrovertible el rasgo universal de los acontecimientos de 1789-1794/­1795,8 pese a los intentos –como los de R. R. 3. I. S. Kon, Die Geschichtsphilosophie des 20. Jahrhunderts, Berlín, 1964, t. 1, p. 30 y ss. 4. Véase TH. S chielder , «Möglichkeiten und Grenzen vergleichender Methoden in der Geschichtswissenschaft», en Historische Zeitschrift,1965, t. 200. 5. E. E. Pechuro, op. cit.,1971, p. 758; M. Kossok, W. Markov, «Zur Methodologie der vergleichenden Revolutionsgeschichte der Neuezeit», en M. Kossok, Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte 1510-1917, Berlín, 1974, p. 1 y ss. 6. El estudio de L. P. Edwards, The Natural History of Revolution, Chicago-Londres, 1970; sigue siendo valioso, con la excepción de los desafortunados pasajes en donde se comparan las revoluciones socialistas con las burguesas. De este estudio de pioneros, publicado por primera vez en 1927, M. Janowitz dice con razón en la introducción (p. ix) que ha sido superado por el libro de C. Brulons, The Anatomy of Revolution publicado en 1938. 7. A. N. C histozonov , «Über die stadial-regionale Methode bei der vergleichenden historischen Erforschung der bürgerlichen Revolutionen des 16. bis 18. Jahrhunderts in Europa», en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft (ZfG), Berlín, año xxi, 1973, cuaderno 1, p. 31 y ss. 8. Contra el trasfondo político de las tendencias a subestimar la Revolución francesa de 1789, polemizó M. Reinhard en su artículo «Travaux et perspectives sur la Révolution française» en Annales, Economies, Societés, Civilisations, París, 1959, t. 14, p. 553 y ss. Sobre el papel de esa revolución véase también A. Saboul , «La Révolution Française dans 298 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Palmer–9 de reducir «a su mínima expresión» la significación cardinal de la gran Revolución francesa en el análisis comparativo de las revoluciones burguesas, de la etapa de transición del feudalismo al capitalismo. Con base en esto quedan planteadas las premisas esenciales para comprender revoluciones similares anteriores, contemporáneas y posteriores, a partir de una comparación entre ellas. Tomando en cuenta que las revoluciones de 1640, 178910 y (con cierta reserva) la de 1848-1849,11 no han sido estudiadas hasta ahora exhaustivamente mediante el método comparativo, ¿qué podemos decir de las posibilidades de este enfoque respecto a otras revoluciones de alcance histórico menor que, por su localización geográfica, aparentemente desempeñan un papel periférico? Por lo que hace a la revolución de independencia de Latinoamérica su pertinencia es innegable, ya que la lucha de 1790-1824 se da en una época determinada por la nueva realidad histórica de alcance mundial que definió la Gran Revolución de los franceses.12 En la abundantísima literatura sobre la historia de la revolución de inde­ pendencia latinoamericana,13 la aplicación del método comparativo casi no ha tenido partidarios. El magno intento a cargo del Instituto Panamericano de Geografía e Historia de apadrinar una historia general de América, basada en una comparación a escala continental, no ha rendido hasta la fecha más que resultados parciales;14 tampoco dieron frutos las iniciativas de indoctrinación panamericana para una Common History of the Americas.15 Hace poco J. Lynch presentó un notable esfuerzo por elevar el nivel de investigación internacional alcanzado en torno a las revoluciones de independencia hispanoamericanas.16 Desde un punto de vista marxista,W. Z. Foster17 intentó clasificar la emancipación latinoamericana dentro del ciclo de una revolución americana general, de tipo burgués anticolonial. Empero, este innovador intento, que rebasa la energía de

l‘histoire du monde contemporain», en M. Kossok, Studien über die Revolution, Berlín, 1971, p. 62 y ss. 9. R. R. Palmer, Das Zeitalter der demonkratischen Revolution. Eine vergleichende Geschichte Europas und Amerikas von 1760 bis zur französischen Revolution, Frankfurt/M., 1970. (Primera edición en inglés, 1959.) 10. W. Markov y A. Soboul , Die grosse Revolution der Franzosen, Berlín, 1974. 11. F. V. Potemkin y A. I. Molok, Revolucii 1848-1849, Moscú, 1952, 2 tomos. 12. W. Markov y A. Soboul, op. cit.,1974, p. 433 y ss. 13. Véase el Índice histórico español (Barcelona, 1953) bajo el rubro América: independencia por la bibliografía incluida en él. 14. Para la revolución anticolonial de Norte, Centro y Suramérica, véase S. Zavala, El periodo colonial en la historia del Nuevo Mundo, México, 1962, p. 291 y ss. 15. Una introducción a la polémica sobre el tema, nos lo ofrece el trabajo citado en la nota 2. 16. J. Lynch, The Spanish American Revolutions. 1808-1826, Londres, 1973. 17. W. Z. Foster, Historia política de las américas, La Habana, Cuba.

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un investigador aislado, no ha encontrado en la demás historiografía marxista la merecida continuación.18 R. Konetzke decía, a propósito de lo complicado del desarrollo real de las re­ vo­luciones y del nivel de investigación actual: «La historia de los movimientos revo­lucionarios que promovieron el surgimiento de estados independientes, está en un proceso de revisión crítica, de reconocimiento más amplio y más profundo y de una interpretación, en muchos aspectos, nueva».19 Pero en vista de la amplia gama de variaciones en las condiciones sociales y geográficas, Konetzke ve pocas posibilidades para una «teoría general de las revoluciones latinoamericanas».20 Su escepticismo es comprensible si se considera que haciendo caso omiso de las aberraciones del culto a los héroes,21 de corte liberal o conservador, la historiografía tradicional sobre las revoluciones de independencia generalmente se ha mantenido entre dos extremos: o la generalización programática sin una base empírica suficiente, o el asimilamiento en el detalle, con un desinterés absoluto por cuestionamientos trascendentes. Preocupados por lograr una nueva interpretación, autores marxistas, en especial, pusieron en un primer plano el problema del carácter potencialmente burgués de la revolución de independencia.22 Esto se objetó, y se cuestionó la existencia del elemento burgués por con­ siderarse que la estructura social y económica dominante feudal.23 Pero aquí se encuentra el primer y decisivo equívoco tanto en el sentido de una clara comprensión del concepto burguesía como en el de una clasificación histórica universal de la revolución de independencia. La pregunta acerca del carácter y clasificación histórica de las revoluciones latinoamericanas de independencia, lleva al problema de la tipología de la revolución. El punto de partida para la formulación de una respuesta es la determinación de las fuerzas sociales motrices y hegemónicas del proceso revolucionario en una muy estrecha relación dialéctica con el carácter de la época, es decir, la 18. Un precursor marxista, del estudio global del tema, es el trabajo colectivo Voijna zanezavisimost v. Latinskoy Amerike (1810-1826), Moscú, 1964. Compárese también M. S. Alperovich y L. JU. Slgoskin, Novaya storiya stran Latinskoy Ameriki, Moscú, 1970, p. 23 y ss. 19. R. Konetzke, «Die Revolutionen und die Unabhängigkeitskriege in Lateinamerika», en Historia Mundi, Berna, 1960, t. 9, p. 365 y ss. 20. Ibídem. 21. Véase el análisis crítico de G. Carrera Damas, El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, Caracas, 1969. 22. W. Z. Foster, op. cit., M. Komtik, Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina, Buenos Aires, 1968, p. 13 y ss. Aportaciones de N. M. Lavrov, V. I. Ermolaev, F. A. Granin, en Konetzke, 1960, op. cit. 23. R. Konetzke, op. cit., 1960, p. 367. Subrayado por R. H. Humphreys y J. Lynch, «The Historio­ graphy of Spanish-Americas Revolution», en Relationi (Com. Int. di Scienzo Storichi), Roma, 1955, t. I, p. 78. 300 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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determinación de las potencias económicas, sociales, político-institucionales y cultural-espirituales que determinan todo el movimiento histórico. En otras palabras: la localización histórica de una revolución no sólo se halla determinada por las condiciones internas (indudablemente dominantes) sino también, con diferente gradación, por las leyes y condiciones universales del movimiento histórico, que actúan acelerando o retardando, influyendo y orientando. Es obvio que un complejo tal de factores, que afecta directamente o en forma inmediata tanto al acontecimiento como a la personalidad individual, no puede captarse sólo bajo el rubro de «condiciones externas». La esencia de la dialéctica revolucionaria más bien consiste en que –independientemente del problema aislado de la «exportación» de la revolución o de la contrarrevolución– en determinados momentos las condiciones «internas» y «externas» quedan indisolublemente ligadas. La suma de las revoluciones que, dependiendo de los grados de madurez del capitalismo marcan a nivel nacional, regional o universal las correspondientes etapas de sustitución de la sociedad feudal por la burguesa, son rubricadas con la categoría fundamental de revolución burguesa.24 De acuerdo con las condiciones históricas concretas, bajo las cuales se desenvolvieron las revoluciones en la época de transición del feudalismo al capitalismo plenamente desarrollado, es decir, de finales del siglo xv a mediados del xix, se requiere de otra diferencia tipológica de la categoría básica revolución burguesa. Con la definición muy usada de «revolución anticolonial» para caracterizar la transformación iniciada por el levantamiento de Haití en 1790 y de Iberoamérica a partir de 1810, se logró aprehender un elemento básico de su contenido y meta, pero no se arrojó luz sobre las fuerzas sociales motrices y, por consiguiente, sobre el carácter de clase del movimiento de independencia, tanto menos cuanto precisamente el frente antifrancés, antiespañol o antiportugués estaba muy dispuesto a aglutinar en una oposición común a clases y estratos divergentes y aun antagonistas, por lo menos temporalmente. Se podría proceder a una clasificación comparada de los movimientos de independencia latinoamericanos dentro del ciclo revolucionario que se inaugura con el viraje de 1789 (con respecto al cual la guerra de Independencia norteamericana cumplió sin duda una función precursora), tomando como punto de partida el concepto ciclo revolucionario en su sentido «amplio» y en su sentido «estricto».25

24. Véase el artículo «Burzhuaznaya revolyuciya», en sie, t. 2, p. 842 y ss. 25. Véase M. Kossok, J. Kübler y M. Zeuske, «Ein Versuch zur Dialektik von Revolution und Reform in der historischen Entwicklung Lateinamerikas (1809-1917)», en M. Kossok, op. cit.,1974.

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1. C  iclo revolucionario en sentido «amplio» se refiere a la importancia histó­ rica: a) A nivel universal. b) A nivel continental. ¿Qué papel jugó a escala mundial la revolución latinoamericana de independencia en la época del triunfo definitivo del orden capitalista burgués, iniciada por la Revolución francesa de 1789-1794/1795? ¿Qué función histórica tuvo el movimiento de independencia como eslabón de una cadena de movimientos de emancipación anticolonial, que en distintas etapas se habían producido en el continente americano desde 1775? 2. La problemática del ciclo revolucionario en sentido «estricto» se refiere a: a) El carácter cíclico de la revolución de independencia como tal. b) Su conexión interna con la revolución en las respectivas metrópolis (Haití-Francia; Iberoamérica-España-Portugal).26 Independientemente de los diversos niveles de relación, surge como criterio determinante de interpretación histórica comparada la cuestión del grado de afinidad, entre un país y otro, de las fuerzas de clase, instituciones e ideologías portadoras de la transformación revolucionaria. Mientras en el caso de Haití se perfiló un claro desarrollo lineal ascendente, que alcanzó su culminación burguesa-democrática en la dictadura del jacobinismo negro bajo Toussaint L’Ouverture,27 las cosas son mucho más complicadas por lo que respecta a la América española y portuguesa. A fin de abarcar cronológicamente los sucesos revolucionarios en el ámbito colonial ibérico se puede recurrir a la siguiente periodización: 1) 1789-1808: Crisis de la dominación colonial.Van madurando las condiciones objetivas y subjetivas para el surgimiento de una oposición anticolonial (tomando en consideración el efecto definitivamente discrepante que sobre

26. M. Kossok, «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830. Betrachtungen zu einem Thema der vergleichender Revolutionsgeschichte», en M. Kossok, Berlín, 1971, p. 208 y ss. 27. T. Lepowski, Haití, Habana, 1968 (Estudios del Centro de Documentación Juan F. Noyola), t. 1, p. 62 y ss y t. 2, p. ll y ss.

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las clases altas criollas tuvieron el radicalismo jacobino y la emancipación esclavista en Haití). 2) 1808-1809: Surgimiento de una situación revolucionaria (bajo la influencia decisiva pero no linealmente causal de los sucesos ocurridos en la península ibérica desde 1807). 3) 1810-1815: Primera fase de la revolución de independencia (después de una escalada continental, sigue una derrota casi continental con excepción del centro revolucionario de Buenos Aires). 4) 1815-1824: Segunda fase de la revolución de la independencia (con el viraje decisivo de Ayacucho y la separación de Brasil). Sin embargo, este esquema del curso general de los acontecimientos no es suficiente para revelar la complejidad de los hechos reales del proceso revolucionario. La objeción formulada por Konetzke en contra de una «teoría general» merece nuevamente consideración a la luz de la siguiente observación. Las investigaciones recientes, fuertemente orientadas hacia lo económico y lo histórico-social, han conducido a importantes descubrimientos acerca de las causas, el carácter y el curso de la revo­lución de independencia. Los trabajos de historia política, institucional, ideológica y diplomática, no pierden con ello valor, pero en creciente medida son colocados en una relación correcta con la totalidad de los factores en acción y la totalidad de los acontecimientos. El problema metodológico consiste en cómo y en qué medida es posible definir la dialéctica –característica de Latinoamérica– entre unidad y multiplicidad del desarrollo histórico,28 en la exposición de la revolución de independencia. No es ocioso meditar acerca de la necesidad de hablar de revolución o revoluciones. La primacía del carácter continental de la revolución de independencia en la América hispánica, especialmente durante la primera etapa, no puede cuestionarse. Sin embargo, el peso creciente que fueron adquiriendo los estados nacionales, es decir, el factor de la paulatina división de la revolución en componentes independientes en sentido político y territorial, no es expresión de un fracaso de la emancipación, sino más bien, de la tendencia ineludible a la formación de estados nacionales potencialmente burgueses.29 Fenómeno que corresponde

28. M. Kossok, «Common Aspects and Distinctive Features in Colonial Latin America», en Science and Society, Nueva York, 1973, t. 37, nº 1, p. 1 y ss. 29. M. Kossok, «Zur Spezific von Nationwerdung and Staatsbildung in Lateinamerika», en Zeitschrift für Geschichte, 1970, cuaderno 6, p. 750 y ss. Cuando algunos historiadores, después de observar la dimensión casi continental de Estados Unidos consideran como posible el surgimiento de una nación única a raíz de la revolución de 1810, se olvidan de un hecho cardinal: que la expansión posterior de Estados Unidos es el resultado no de una revolución, sino de un proceso de colonización.

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al carácter de la época y no deja de ser, por lo demás, un criterio importante para comprender la sustancia fundamentalmente burguesa del movimiento de emancipación. El historiador se encuentra todavía frente a dos dificultades primordiales en la caracterización de las fuerzas motrices de la emancipación. Éstas resultan, por una parte, de la marcada congruencia que existe entre la diferenciación social y la étnica –resultante de la situación colonial específica– y por otra, de las diferencias geográficas y económicas que se dan entre región y región. La relativa identidad entre el estatus étnico y el socia130 dio con frecuencia enfrentamientos, que en última instancia se originaban en conflictos de clase, el aspecto de un conflicto racial o –para emplear la terminología contemporánea– de una «guerra de castas».Tal deformación o desplazamiento de los frentes de combate reales, no fue en modo alguno de poca significación, ya que determinadas normas legales se atenían a la procedencia étnica y no al estatus social.31 Con frecuencia el elemento étnico se sobreponía a la conciencia social: entonces, la protesta social adquiría la forma de un racismo introvertido mientras que para las clases dominantes la emancipación de las masas populares liberaba al espectro de la «pardocracia». Resulta apenas necesario dar ejemplos detallados para explicar el grado en que esto dificultaba la alianza de diversas clases y capas en su lucha por las metas «nacionales» comunes. Cuando Toussaint L’Ouverture, en Haití, o Hidalgo en México trataron de ganar para la causa de la revolución a algunos estratos criollos,32 no recibieron un apoyo indiviso por parte de los voceros más radicales del movimiento popular, que ante todo eran «antieuropeos» o «anticriollistas». Pese al consenso creciente entre los historiadores, de que la predominante diferenciación étnico jurídica institucionalizada de la colonia debe investigarse a partir de la estructura de clases real, económica y socialmente determinada, se mantiene empecinadamente la tradición de dividir la sociedad en españoles (portugueses) europeos, criollos, mestizos, indios, mulatos, negros. Los cono­ cimientos obtenidos con respecto a la estructura económica de la última etapa colonial no han encontrado expresión suficiente en un análisis detallado de las relaciones de clase.Estas lagunas en la investigación son tanto menos sorprendentes si se considera que aun en la investigación de la Revolución francesa de 1789,

30. Véase la investigación de M. Mörner sobre ese problema, Race Mixture in the History of Latin America, Boston, 1967. 31. El argumento decisivo que demuestra el dominio en última instancia de las categorías de clase social, es la posibilidad bien conocida de comprar la «limpieza de sangre». El dinero era el mejor blanqueador. 32. Para Toussaint L’Ouverture véase T. Lepowski, op. cit., 1968. 304 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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falta una historia de la burguesía o del campesinado, comparable a la innovadora obra que A. Soboul33 escribió sobre la sansculotterie urbana. El esquema siguiente aclara, simplificando mucho, la relación multilineal que existe entre la estructura de clases y la diferenciación étnica en la América hispana en vísperas de la revolución de independencia (véase el esquema). Se hace así necesaria la investigación en dos direcciones: 1. ¿ Cómo se configuró la relación cuantitativa y cualitativa entre las diferentes categorías? 2. ¿ Qué diferenciaciones regionales y locales importantes se dieron dentro de la estructura «general» de lo social y lo étnico? El segundo punto tuvo una gran influencia sobre la exposición histórica concreta, es decir, en este caso, específica regional, del desarrollo de la revolución. Bastará a este respecto llamar la atención sobre un problema especialmente importante: la cuestión agraria. La preocupación social fundamental de toda revolución burguesa –la eliminación de las formas precapitalistas de producción, explotación y dependencia–34 fue también de importancia decisiva para la revolución de independencia latinoamericana. De acuerdo con la pluralidad de las formas de producción existentes,35 la superación de las relaciones de producción y de propiedad precapitalistas no se redujo a la liquiación de las formas feudales; también estaban presentes la propiedad comunal indígena campesina (uno de los bastiones más potentes contra el desarrollo de un mercado interno y la «capitalización» de la estructura agraria) y la esclavitud en las plantaciones, esta última, como «anomalía» 36 dentro de una producción capitalista de alcance mundial. De la diferencia en las relaciones de producción resultó una muy diferente estructura agraria que se acentuaba con la diferenciación regional: en los «confines limítrofes» de la América hispánica37 (como por ejemplo la región del Plata, el norte de México y las planicies del

33. A. Soboul, Les sans-culottes parisien en l’an II. Mouvement populaire et gouvernement revolutionnaire. 2 jun. 1793-1799 thermidor an II, La Roche-sur-Yon, 1958. 34. Véase B. P. Kuznetsov, G. G. Kosminskii, E. A. Luckii, «Agrarny vopros», en sie, t. 1, p. 173 y ss. 35. M. Kossok, «Feudalismo y capitalismo en la historia colonial de la América Latina», en Comunidad, México, 1973, nº 46, p. 642 y ss. 36. Véase las observaciones de Laclau basadas en K. Marx en «Feudalismo y capitalismo en América Latina», en A. G. Frank, R. Puiggros, E. Laclau, América Latina, ¿feudalismo o capitalismo?, Bogotá, 1972, p. 136 y ss. 37. Sobre el problema de la «frontera» en América colonial, véase M. Kossok, «Estructura y función de la frontera en la América española», en Wissenschaftliche Zeitschrift der Karl Marx Universität, Gesellschaft und sprachwissenschaftliche Reihe, año 19, cuaderno 3, 1970, pp. 4-19 y ss.

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Orinoco en Venezuela), donde dominaba la cría de ganado, la formación de los grandes latifundios ocurría con retraso y en formas muy específicas; la situación era muy diferente en las zonas intensamente pobladas del centro de México o del altiplano peruano-boliviano. Las especulaciones abstractas sobre la estructura y función del latifundio, por ejemplo de las haciendas,38 fallan necesariamente ante la multiplicidad de los fenómenos concretos.El «fracaso»,frecuentemente mentado,de la cuestión agraria como criterio para afirmar la no-consumación de la revolución de 1790-1824 tiene un carácter extremadamente contradictorio: la eliminación de estructuras parciales precapitalistas en un sector podía conducir a la consolidación de estructuras precapitalistas en otro sector. Tanto la supresión del sistema tri­ butario como de la esclavitud (aunque retardada) –quedando comprendidas ambas unívocamente en el más amplio contexto de transformación burguesa– no condujeron, dada la relación de fuerzas de clase, a una irrupción consecuente del desarrollo capitalista agrario, sino que bajo la dirección de la aristocracia terrateniente criolla, llevaron a una estabilización de formas de dependencia feudales y semifeudales.39 La dimensión histórica de una revolución burguesa depende de la madurez y concordancia de sus principales componentes de clase. En Francia, donde consideramos que se dio la revolución clásica del periodo de transición entre el feudalismo y el capitalismo, los componentes son: a) el liberal burgués (con inclusión de ciertos sectores de la nobleza), b) el pequeño burgués-democrático (sostén social del jacobinismo), c) el campesino (que es a la vez la base de masas, de la revolución), y d) el urbano-plebeyo (poco más tarde proletario). A primera vista se puede reconocer que esta división no puede aplicarse sin más a las condiciones latinoamericanas de finales del siglo xviii y principios del xix. El papel de la Revolución francesa de 1789-1794/1795, como revolución burguesa

38. Nuevas perspectivas fueron abiertas por el Simposium 6 (Historia Económica de América Latina) del XL Congreso Internacional de Americanistas. 39. [Autor ]«Mesa redonda sobre el libro Historia del capitalismo en México. Los orígenes de Enrique Semo», en Investigación Económica, México, oct.­-dic. 1973, vol. 32, nº 128, p. 819 y ss. (Aportación de Enrique Semo, p. 846 y ss.); A. Quimbaya, Cuestiones colombianas. Ensayo de interpretación y crítica, Bogotá, 1958, p. 209 y ss.; P. I. Muñoz, «Breves anotaciones acerca de la esclavitud y de la liberación de los esclavos en Venezuela», en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, enero-marzo 1974, vol. 57, nº 225, p. 49 y ss. Sobre el ejemplo de España, J. M. Jóver Zamora usó el concepto de reforma agraria al revés (A. Ubieto, J. Reglá, J. M. Jover, C. Seco, Introducción a la Historia de España, Barcelona, 1971, p. 556). 306 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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clásica, no implica la posibilidad de hablar de una revolución «modelo»,40 con cuya vara se puedan medir todas las demás, destacando sólo las «divergencias», «deformaciones» e «irregularidades».Partiendo de ahí,haremos a continuación unas observaciones para esbozar las particularidades de la situación latinoamericana en el momento de iniciarse la revolución de independencia. En comparación con la Inglaterra de 1640 (con una «revolución agraria» acabada) y con la Francia de 1789 (con claros indicios de una penetración capitalista del sector agrario) o también en comparación con Estados Unidos (con un punto de partida casi burgués),41 Latinoamérica exhibía una estructura feudalcolonial en extremo rígida, que sólo limitadamente permitía un desenvolvimiento independiente del elemento productivo capitalista-burgués.42 1. Las crisis cíclicas del mercado internacional desde el último cuarto del siglo xviii, junto con los efectos de la política borbona de liberalización, condujeron a una decadencia de los centros de producción artesanal, mayor o menor según las regiones (Nueva España, Nueva Granada, Zona Interior del Virreinato del Río de la Plata), con el consecuente debilitamiento del elemento clasista burgués antifeudal. 2. La función híbrida de los grupos de latifundistas orientados hacia la exportación (dependencia del mercado mundial capitalista y simultáneamente conservación de formas de producción precapitalistas) confrontaba a la burguesía, aún embrionaria, con una clase que competía con ella y era la dominante, tanto económica como política y socialmente, y que bajo las condiciones de dependencia colonial obtenía apoyo del capitalismo desde afuera, sin que «al interior» se volviese portadora de la transformación capitalista burguesa autóctona. Este fenómeno de utilización parcial de instrumentos capitalistas por parte de las fuerzas de clase precapitalista, especialmente feudales, se limita no sólo a Latinoamérica. Basta recordar el papel de la Mesta castellana43 o la penetración evolutiva del capitalismo en Europa oriental y del sur.44 3. Pero a pesar de su situación específicamente colonial, Latinoamérica no constituyó ningún caso aislado; por el contrario, adopta los dos caminos 40. A. Soboul, «Im Lichte von 1789. Theoretische Probleme der bürgerlichen Revolution», en M. Kossos, op. cit.,1974, p. 199 y ss. 41. A. V. Jefimov, Puti razvitiya kapitalizma (Do imperialisticheskaya epocha), Moscú, 1969, p. 11 y ss. 42. Sobre México véase E. Semo, Historia del capitalismo en México. Los orígenes 1521-1763, México, 1973, p. 230 y ss. Para la región del Plata véase M. Kossok, El Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, 1972. 43. J. Klein, The Mesta. A Study in Spanish Economic History 1273-1836, Harvard, 1920. 44. Sobre este punto hay que tomar en cuenta las consecuencias de la «segunda servidumbre» y el «camino prusiano» del desarrollo.

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principales de la puesta en marcha del modo de producción capitalista (el camino «revolucionario» y el «conservador»), a los que corresponden tipológicamente, la revolución «desde abajo» y la revolución «desde arri­ ba».45 4. En el elemento burgués naciente dominaba claramente la burguesía comercial (no tomando en consideración las capas intelectuales heterogéneas). Su fuerza no es,sin embargo,un criterio para medir la presencia de una burguesía antifeudal. Por el contrario, también para Latinoamérica se ve confirmada la capacidad del capital comercial, de aprovechar y conservar formas de producción y explotación precapitalista con el fin de la acumulación.46 En forma parecida a estas experiencias europeas, la burguesía comercial procuró su incorporación social y política a la aristocracia terrateniente, tomando los rasgos de «burguesía feudal» (A. Soboul) en el mejor de los casos reformista, pero por principio siempre contrarrevolucionaria. 5. Entre las condiciones señaladas, la burguesía (con un desarrollo estructural y regional extremadamente diverso: compárense Buenos Aires-Lima-Méxi­ co) no estaba capacitada para adoptar un papel hegemónico, es decir, para dirigir y dar a la revolución un sello propio. Permaneció así, una clara sumi­ sión si no teórico-política (ideología revolucionaria), sí práctico-política (resultados revolucionarios) a la influencia dominante de la fracción liberal anticolonial de los terratenientes criollos. Sin embargo, no debe concluirse de aquí que el componente burgués no haya existido, o que haya sido tan insignificante que la pregunta acerca del carácter potencialmente burgués de la revolución de independencia resulta irreal; a tal proceder se oponen aparte de las condiciones históricas universales de la época) por lo menos tres aspectos: a) La debilidad real y el papel eminentemente local (en ningún caso ya nacional; ni siquiera en la región del Plata) de los elementos de clase burgueses, que no deben nunca confundirse con una no existencia. b) La adopción de modelos ideales, congruentes con la época y por lo tanto fundamentalmente burgueses, por buena parte de la aristocracia terrateniente criolla (Ilustración, constitución, libre comercio, etc.).47 c) E  l papel del movimiento popular autónomo, que propugnando la emancipación anticolonial irrumpió en el campo del radicalismo democrático-

45. A. Soboul, «Im Lichte von 1789», en M. Kossok, op. cit.,1974. 46. K. Marx, El capital, México, fce, 1972, vol. 3, capítulo xxxvi. 47. L. Levene, El mundo de las ideas y la revolución hispanoamericana, Santiago de Chile, 1956. 308 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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burgués,48 en diversos focos del proceso revolucionario (por ejemplo en Haití bajo Toussaint L’Ouverture, en México bajo Hidalgo y Morelos, en Uruguay bajo Artigas, en Buenos Aires en torno a Moreno-Monteagudo) lo que no dejó de tener resonancia en la conducta de las fuerzas moderadas. Como consecuencia de no haberse dado una hegemonía «pura» de carácter burgués, o aun pequeño-burgués, sobre todo en el proceso o en periodos prolon­ gados de la revolución; como consecuencia también de la importancia de fuerzas a quienes interesaba primariamente la emancipación política nacional, y no la emancipación social, faltó la base de clase decisiva para movilizar en toda su amplitud el movimiento popular e integrarlo permanentemente a los planteamientos históricos de la revolución anticolonial. Análogamente, en la medida en que sectores criollos-aristocráticos del partido revolucionario entendían la independencia como segundo frente de lucha («hacia arriba», es decir «hacia fuera» contra España y Portugal, «hacia abajo» contra el radicalismo de las «castas»), la relación de las clases populares con la revolución tenía que ser una relación quebrantada y ambivalente. Si por momentos la contrarrevolución realista lograba alcanzar una auténtica base de masas y ser el primer partido que ponía a la orden del día la «guerra a muerte», el desarrollo que se daba nada tenía que ver con «inmadurez» o «desorientación» de las clases populares, sino que surgía más bien de la división social interna en el campo de la lucha anticolonial. La primacía concedida al «frente exterior» no fue lo suficientemente eficaz, como para impedir –sobre todo hacia la fase final de la revolución (aproximadamente a partir de 1821-1822)– un viraje conservador. Queda como tarea aclarar en forma diferenciada el papel de los componentes políticos y sociales más importantes: ¿dónde, por cuánto tiempo y con qué intensidad corren paralelos, fortificándose uno al otro?, ¿dónde adopta su desarrollo un curso contrario hasta llegar a ser abiertamente antagónico? Partiendo de las relaciones dialécticas entre las clases y capas que intervinieron, del contenido social del movimiento y de la especificidad de las fuerzas hegemónicas, parece posible dividir tipológicamente el ciclo total continental de la revolución de independencia latinoamericana de 1790-1824, en cuatro corrientes, por lo menos.

48. Sobre la relación entre revolución burguesa y revolución democrático-burguesa, véase W. Kütler, «Zum Begriff der bürgerlichen und bürgerlichdemokratischen Revolution bei Lenin», en M. Kossok, op. cit.,1974.

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1. La corriente revolucionaria democrática, caracterizada por la intervención independiente y determinante de las masas populares, con un radicalismo social y político que sería el más congruente en la lucha contra el sistema colonial. 2. La corriente criolla-republicana, cuya intransigencia política, excluyó el compromiso político con la potencia colonial y sus pilares institucionales; esta corriente fue la dominante durante la revolución y alcanzó una base de masas bastante considerable. 3. La corriente liberal-criolla que representaba fundamentalmente un reformismo moderno y –sin renunciar a la independencia como meta política– perseguía un compromiso con la potencia colonial; en parte debido a un auténtico entrelazamiento de intereses (Villoro acuñó el significativo concepto clase eurocriolla),49 en parte por su creciente distanciamiento de los amenazantes conatos de una revolución «desde abajo». 4. La corriente conservadora como expresión del rechazo militante al levantamiento de las clases populares, rechazo nacido del designio hegemónico criollo-aristocrático, o también resultado de una oposición diametral al levantamiento de las clases populares, o una oposición al peligro de que la revolución liberal burguesa se gestara desde la metrópoli; es decir, propugnaban una independencia para defender el statu quo. Mientras que la corriente revolucionaria democrática permanece claramente separada de todas las otras corrientes en todo momento, entre las corrientes nombradas bajo los números 2 hasta 4, se dieron zonas de transición relativamente amplias. De ellas, por otra parte, las más definidas se sitúan entre la 3 y la 4. Karl Marx, partiendo de la comparación entre las revoluciones francesas de 1789 y 1848, se pregunta si la línea de desarrollo de la revolución es ascendente o descendente,50 entendiendo por línea ascendente la sucesión progresiva, por etapas, de las fracciones dirigentes, y la radicalización ligada a ella, así como finalmente la culminación de la revolución. Esta pregunta requiere con respecto a Latinoamérica (con la ya indicada excepción de Haití) de un debate que la aclare más; consumación de la revolución no quiere decir de ninguna manera que en todos los casos, como dijo Lenin, se elimine directamente la base de la que surge la revolución burguesa.También la Francia «clásica» necesitó de una secuencia de tres revoluciones hasta lograr la cabal creación del orden capitalista burgués; para muchos otros países (como por ejemplo Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, 49. L. Villoro, La revolución de independencia, México, 1953. 50. K. Marx, «El 18 Brumario de Luis Bonaparte» en Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1969.

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Italia, España, Portugal, Rusia) fueron necesarias varias revoluciones, o periodos de reformas en los que se gestaba la revolución, para eliminar la «base» del antiguo orden. La consumación de cada una de las revoluciones, quiere decir, por lo tanto, agotar consecuentemente las posibilidades existentes en el momento histórico dado. Precisamente esta realización de las posibilidades objetivas presupone el cambio progresivo en la hegemonía; dicho metafóricamente, la jacobinización tendencial de una revolución. Los cambios en la hegemonía, ligados al trazo progresivo-ascendente o regresivo-descendente de la curva de la revolución, como expresión de un cambio positivo o negativo en la constelación de las fuerzas de clase, constituye al mismo tiempo un criterio para la periodización de una revolución. La cesura de los años 1815-1816 en Latinoamérica reconocida como giro entre la primera y segunda fase de la revolución, corresponde por de pronto al curso exterior político militar de los acontecimientos y del desarrollo de las premisas internacionales. Sin embargo, sabemos muy poco aún sobre los cambios ocurridos dentro del campo revolucionario mismo. ¿A qué conclusiones llegaron las fuerzas directrices con respecto a la catastrófica derrota de la primera fase?, ¿cómo se estructuró, a partir de entonces, la relación entre la dirección de la revolución y la base de masas? Las experiencias de la primera fase de la revolución demostraron con suficiencia que a raíz del antagonismo de intereses latentes entre las clases populares y la aristocracia terrateniente y la burguesía comercial criolla, la contrarrevolución realista española encontró siempre punto de apoyo para una restauración del antiguo orden: a) Uno de los problemas sociales fundamentales de la emancipación –ya citados–, la liberación de los esclavos, no se abordó o se hizo sólo bajo condiciones discriminatorias. Los proyectos de la ley abolicionista llevaban evidentemente la marca de una alianza, «para no lastimar los intereses de los propietarios».51 El temor de que de la emancipación de esclavos naciera un Haití continental, paralizó a la mayoría de la oposición criolla. La famosa carta de Jamaica de Simón Bolívar es un documento clave para esclarecer el cambio positivo ocurrido en las posiciones desde 1815-1816. Para Brasil, la coyuntura de la esclavitud en las plantaciones se encontró apenas en la fase posterior a la emancipación.52 b) También la situación social del campesinado indígena dependiente permaneció intacta con los primeros pasos de la revolución. Los terratenientes, independientemente de que tuvieran una orientación radical republicana 51. Lo que sostiene L. Galdames (Historia de Chile, Santiago de Chile, 1945, p. 256) sobre Chile, es válido para toda América Latina. 52. C. Prado Junior, Historia económica del Brasil, Buenos Aires, 1960, p. 195 y ss.

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o moderada liberal, estuvieron interesados primariamente en la eliminación de aquellas formas de dependencia que ataban a los «co»-ciudadanos indígenas a la colonia española. Pero el levantamiento de los terratenientes no significó de ninguna manera la emancipación del campesino, sino la cabal consolidación del dominio criollo aristocrático. Una expresión y resultado trágico de estos intereses sociales en contradicción, fue la derrota de la revolución dirigida por Hidalgo y Morelos en México.53 Utilizando el instinto de propiedad de los grandes terratenientes criollos, el virrey español logró una alianza justamente con esos círculos que en 1821 consumarían la independencia (por ejemplo, Iturbide), aunque por supuesto con la certidumbre de mantener incólumes los deslindes sociales procedentes de los tiempos de la colonia, que afectaban a las clases populares. En la conservación de la jerarquía social, se hallaba la condición necesaria para la consumación de la independencia. No podía expresarse en forma más clara el desarrollo contrario de los componentes de la revolución. El efecto tan intenso que tendría la dialéctica real del desarrollo de la revolución sobre la conducta táctica de determinados grupos, se ve muy claro en estos dos sucesos. Bajo la influencia de los intentos de legislación antifeudal de Hidalgo y Morelos las autoridades coloniales se vieron compelidas a promover decretos análogos, cuyo texto (a diferencia de la versión en español del de los insurgentes) se publicó en náhuatl y llegó a la mayoría de los indígenas mucho más rápida y efectivamente.54 Iturbide, por su parte, se vio obligado a absorber ciertas fracciones de la guerrilla para dotar a su propio movimiento de alguna base de masas. Las circunstancias internas y externas menos favorables bajo las cuales hubieron de actuar Hidalgo y Morelos, condujeron a un complejo de problemas que hasta ahora no ha sido interpretado satisfactoriamente: de la historia de la Grande Peur y los posteriores oleajes revolucionarios espontáneos del movi­ miento campesino en la Revolución francesa de 1789, se puede desprender que el movimiento agrario, inicialmente antifeudal, destructor, sería el vehículo decisivo para una transformación progresiva burguesa, en la medida en que lo acogería el sector hegemónico de la revolución, el pequeñoburgués-democrático de los jacobinos.55 Para México y el resto de Iberoamérica no existía sin embargo 53. M. S. Alperovich, «Hidalgo und der Volksaufstand in Mexiko», en Lateinamerika zwis­ chen Emanzipation und Imperialismus, Berlín, 1961, p. 35 y ss. 54. M. Kossok, «Hidalgo und Morelos: Zur universalen Dimension des „prêtre rouge“ (estudio en preparación). 55. A. Soboul, «Im Lichte von 1789», en M. Kossok, op. cit., 1974. 312 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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una coyuntura hegemónica y de clases análoga. Este ejemplo, empero, se presta para indicar el margen de variación en la dialéctica de una estructura agraria especifica, el grado variable de madurez del potencial de clase burgués y el tipo de revolución que se derivara de lo anterior.56 Con excepción de la revolución esclavista de Haití, que tipológicamente tiene características muy particulares, la revolución de independencia latinoamericana, sólo en una región logró que el componente democrático revolucionario actuara en forma sostenida: en Paraguay bajo Rodríguez Francia.57 Sin embargo, debido a su extremo aislamiento la dictadura revolucionaria de Francia, no pudo ni irradiar su influencia sobre el resto de Sudamérica (la reacción de Bolívar, en el infeliz episodio Bonpland, revela más bien lo contrario) ni tampoco desembocó en la «normalización» interna de un periodo termidor. Queda como un hecho que aquellos movimientos populares que (según el punto de vista del partido criollo), como alguna vez dijo Engels, llevaron a la revolución a rebasar sus objetivos, fracasaron; bien por la intervención (Haití, Uruguay), por la supremacía militar de la contrarrevolución interna (México) o bajo el peso de un aislamiento forzoso (Paraguay). Existía ciertamente la posibilidad histórica de transformar mediante el empuje revolucionario social de las masas, el movimiento de independencia en una revolución de tipo democrático-burgués, pero fue finalmente bloqueada por la dirección moderada criolla-aristocrática de la revolución. Este desarrollo, que fue una de las causas fundamentales de la no consumación (social) de la revolución, significó naturalmente que se dejasen sentadas las bases negativas para el periodo posterior a la emancipación. Empero, es necesario señalar nuestras objeciones a dos juicios estandarizados de la historiografía liberal. La no-consumación social (y económica) no significó de ningún modo, que no hubiera transformación alguna tanto en lo social como en lo económico, la revolución «política» y la revolución «social» nunca existen en forma «pura» ni aislada una de la otra; también la revolución latinoamericana tuvo consecuencias socioeconómicas inmediatas o mediatas (aun cuando no contribuyeron a la constitución de un orden burgués «normal»); consecuencias que aún hay que estudiar.58 Carece también de fundamento la tesis (actualizada últimamente por autores de ultraizquierda) de que al no consumarse la revolución de independen-

56. Una primera aproximación a la complejidad del problema presenta el trabajo de P. Vilar, Movimientos campesinos en América Latina, Moscú, 1970 (Comisión internacional de historia de los movimientos sociales y las estructuras sociales: Investigación sobre los movimientos campesinos en el mundo contemporáneo, p. 76 y ss.). 57. Sobre la apreciación ilimitada favorable de Alperovich-Sloyozkin (op. cit., 1970), se han formulado diversas críticas. 58. Véase Ch. Griffin, «Only the Beginnings of a Basic Transformation Took Place», en L. Hanke, History of Latin American Civilization, op. cit., 1967, vol. 2, p. 3.

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cia, el desarrollo socioeconómico de Latinoamérica, deformado y dependiente en lo político, quedaba fijado irrevocablemente. Esta interpretación fatalista, hace caso omiso de las posibilidades alternativas que desde 1830 se hallaban en embrión en las innúmeras acciones revolucionarias.59 Aun cuando el conocimiento de la historia de los movimientos revolucionarios en Latinoamérica a lo largo del siglo xix, resulta todavía el hijastro de la investigación, los hechos conocidos60 refutan claramente todo pesimismo histórico. Quien quiera dejar al descubierto el papel que desempeñaron los elementos de clase campesino-indígenas, plebeyos y pequeñoburgueses y su cambiante influencia sobre el curso de las fases revolucionarias, se verá ante la necesidad de un análisis de la ya nombrada guerrilla, que constituye igualmente un problema que no ha sido aún «objeto de una investigación profunda».61 No hay duda que las acciones guerrilleras apoyadas en una auténtica base de masas, durante la segunda fase de la revolución, se convirtieron en un instrumento político militar muy importante en contra de la potencia colonial española. En vista de la tendencia a juicios generalizadores de acento modernista,62 parece adecuado llamar la atención sobre un examen diferenciado en el siguiente sentido: en México la guerrilla revolucionaria social, dirigida por Hidalgo y Morelos, se volvió punto de partida y portadora de una concepción del Estado revolucionario, es decir, hizo saltar en pedazos tanto el contenido como el aspecto institucional del marco de emancipación trazado por el ala republicana y liberal del partido criollo de la revolución. Rasgos análogos surgieron en las acciones dirigidas por Artigas en la Banda Oriental.63 Otra función, diferente, mucho más limitada, tuvieron los movimientos de guerrilla de los monteros bolivianos, argentinos o chilenos, que constituyeron un elemento importante de resistencia militar (sobre todo bajo las condiciones de la superioridad ofensiva temporal de los realistas) pero sin fungir como iniciadores de una radicalización social de la revolución. Un ejemplo notable de guerrilla controlada por los patriarcas terratenientes, que al mismo tiempo representaba a ciertas tendencias del separatismo local y regional, fue el movimiento que operaba en el norte de Argentina bajo la dirección de 59. M. Kossok, J. Kübler, M. Zeuske, op. cit., 1974. 60. C. M. Rama, Die Arbeiterbewegung in Lateinamerika, Chronologie und Bibliographie 1492-1966, Berlín-Zurich, 1967. 61. G. Kahle, «Ursprünge und Entwicklung der mexikanischen Guerrilla-tradition, en Jahrbuch für Geschichte, Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Colonia-Graz, 1967, t. 4, p. 567. 62. Un resumen demasiado generalizado proporciona G. Kahle, Ursprünge und Probleme lateinamerikanischer Guerrillabewegungen im 19. Jahrhundert, XIII Congreso Internacional de Historiadores, Moscú, 1970. 63. N. de la Torre J. C. Rodríguez, L. Sala De Touron, La revolución agraria artiguista 1815-1816, Montevideo, 1969. 314 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Marín Güemes.64 De ninguna manera debe dejarse de lado, finalmente, la guerrilla contrarrevolucionaria cuya amplitud e influencia no debe menospreciarse y que de una manera dramática señaló la posibilidad de ganar para la causa contraria a ciertas capas sociales (sobre todo de las zonas «fronterizas»).65 La unidad y la multiplicidad en el proceso de la revolución anticolonial, la convergencia y la divergencia de fuerzas e intereses de clase, lo general y lo particular en el trasfondo de una época revolucionaria de dimensión histórica universal, se presentan en una desconcertante plétora de problemas que, junto con su investigación, necesitan de la sistematización. Esto, por lo que toca al curso y carácter de la revolución de independencia tanto como por su prehistoria, que mucho se adentra en el pasado colonial. Un ejemplo de esto, sobre el que habría que meditar, es el perfil ideológico de la revolución. A pesar de los esfuerzos realizados por el llamado revisionismo histórico, por poner en tela de juicio la influencia de la Ilustración sobre la preparación intelectual y el pensamiento político-institucional de la revolución, las investigaciones más serias en torno a la historia de la ideología han confirmado aún más esta conexión.66 Con la adopción de ideas de la Ilustración y una elaboración propia de ellas, la revolución de independencia latinoamericana, ingresó, también en lo político e intelectual, a la época histórica marcada por la burguesía revolucionaria.67 Hasta aquí, el aspecto general, que también –como ya insistimos– debería encontrar atención al proceder a una definición de la revolución de independencia como revolución burguesa no consumada. Son necesarios nuevos intentos de investigación que se contrapongan a una cierta esquematización de los aspectos histórico-ideológicos, como serían: a) ¿ Qué decir respecto de la «fisonomía colonial» de la Ilustración latinoamericana, es decir, aquella tajante distancia entre el radicalismo político y una conducta socioeconómica conservadora, distancia que es mayor aquí que en Europa (pero muy comparable a la de Estados Unidos)? b) ¿ Qué fuentes de la Ilustración (Francia, Italia, España, etc.) ejercieron su influencia de variable intensidad, en qué regiones de Latinoamérica?

64. L. Paso, Los caudillos y la organización nacional, Buenos Aires, 1965, p. 43. 65. G. Carrera Damas, Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela (18081830), Caracas, 1964, t. I, p. VII y ss. 66. M. Kossok, «Aufklärung in Lateinamerika: Mythos oder Realität?», en M. Kossok, H. W. Seiffert, H. Grasshoff, E. Werner, Aspekte der Aufklärungsbewegung, Berlín, 1974, p. 5 y ss. 67. W. Bahner, «Zur Einordnung der „Aufklärung“ in die literarhistorische Periodisierung», en E. Engelberg, W. Bahner, W. Dietze, R. Weimann, Genese und Gültigkeit von Epochenbegriffen. Theoretischmethodologische Prinzipien der Periodisierung, Berlín, 1974. p. 25 y ss.

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c) ¿De qué magnitud fue la influencia real ejercida por las personalidades con frecuencia apostrofadas como «jacobinas»? ¿Representaban un amplio movimiento o apenas un círculo político literario de resonancia limitada? d) ¿Cómo tuvo lugar la transformación, para las masas, de los principios de la Ilustración? Tomando como ejemplo el movimiento revolucionario mexicano dirigido por Hidalgo y Morelos, se puede concluir que la herejía con tintes religioso-sociales convenció de una manera mucho más radical de lo que hubiese logrado una Ilustración «típica» deísta o ateísta.68 Ni Voltaire ni Rousseau, sino la Virgen de Guadalupe fue el estandarte de la insurrección campesino-indígena. En correspondencia a la sistematización ideológica varió el papel de la Revolución francesa como revolución modelo para el ciclo del movimiento de independencia en su totalidad. La tesis «revisionista» de E. de Gandía de que «La Revolución francesa no tuvo la menor influencia sobre la independencia del Nuevo Mundo»,69 aparte de su falsedad histórica,70 se aparta por completo del meollo del problema. El historiador se ve ante la tarea mucho más complicada de encontrar las pruebas de una actitud diferente con respecto a la Revolución francesa por parte de cada una de las clases y capas, en distintos momentos. En la adopción de determinados modelos influye menos –y nunca de manera fundamental– la cercanía temporal que la objetiva específica afinidad de clase. (¿Quién podría negar que las generaciones posteriores trataron de «aprender» de las revoluciones anteriores, tanto en sentido positivo como negativo?) ¿Qué significa la negación, tomada como ejemplar, que Francisco de Miranda hace de la Gran Revolución?71 La inmadurez del elemento burgués, la ausencia de una influencia jacobina y, por consecuencia, la hegemonía de las diversas fracciones de los criolloaristócratas, contribuyeron a que, para los exponentes de la clase dominante, no fuera la Revolución francesa, sino la norteamericana de 1755 la revolución modelo predominante tanto en lo ideal como en lo real. A todas las fuerzas comprometidas en una lucha contra la radicalización social era más cercana la moderada imagen norteamericana, que armonizaba el progreso liberal con 68. J. Lafaye, Quetzalcóatl et Guadalupe. Eschatologie et Histoire au Mexique (1521-1821), París, 1972, t. I., p. 342 y ss. 69. E. De Gandía, Napoleón y la independencia de América, Buenos Aires, 1955, p. 11. 70. M. Kossok, «Robespierre vu par les artisans de l’Indépendance de l’Amérique espagnole», en Actes du colloque Robespierre, París, 1967, p. 157 y ss. 71. E. de Gandia, op. cit., 1955, p. 271 y ss. Véase la interpretación que de este problema hacen J. Grigulievich, Lavretski, Miranda, La vida ilustre del precursor de la independencia de América Latina, Caracas, 1974, p. 117 y ss.

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la esclavitud en las plantaciones. A partir de 1793-1794, se retiró la euforia por Francia a los «razonables» límites de 1791. Muy distinto fue el movimiento popular radical y sus representantes desde Toussaint L’Ouverture y Gual, y España hasta Hidalgo y Morelos y Artigas y Marino; ellos se adhirieron a la «ley de los franceses», presintiendo y reconociendo que la Revolución de 1789 «expresaba más las necesidades del mundo de entonces que las realidades», como dijo Marx, que demarcaban el más estrecho campo de acción de las transformaciones de la época.

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ELEMENTOS JACOBINOS EN LA INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA. ENSAYO DE UNA DETERMINACIÓN DE POSICIONES* El 15 de enero de 1811 escribía Cornelio Saavedra, destacado representante del ala conservadora en la Junta Revolucionaria de Buenos Aires, a uno de sus mejores amigos: «El sistema Robespierre, que se quería aplicar aquí, la imitación de la Revolución francesa, que se quería usar como modelo, fracasaron, gracias a Dios […]».1¿Qué quería decir con esto? ¿Exageraciones de un político, que veía amenazados «ley y orden»2 y hasta su vida? ¿O quizá señalamientos de tendencias e ideas que provocaban: una comparación con el jacobinismo clásico de la Gran Revolución? El problema es de naturaleza más general, pues las investigaciones más recientes han dejado entrever con mayor claridad el carácter europeo de la cuestión jacobina.3 Ya conocemos jacobinos polacos, húngaros, italianos, holandeses, belgas;4 hasta la revolución liberal de España de 1820-1823 tuvo sus jacobinos,5 incluso, cuando la distancia respecto del modelo histórico del radicalismo, dejaba algo que desear. Un lugar seguro ocupa en la historia de la era de las revoluciones, gra-

En Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften. Band 2: Vergleichende Revolutionsgeschichte der Neuzeit (hrsg. von Matthias Middell in Verbindung mit Wolfgang Küttler), Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2000, pp. 103-129. 1. Texto en E. Ruiz Guiñazú, «Epifanía de la libertad», en Documentos secretos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, 1952, p. 384 (Apéndice documental). 2. Ibídem. 3. W. Markov, Die Jakobinerfrage heute, Oulu, 1967. 4. Véanse las notas bibliográficas, en J. Godechot, Les révolutions (1770 –1799), París, 1970, p. 53 y ss. 5. I. M. Maiski, Neuere Geschichte Spaniens. 1808-1917, Berlín, 1963, p. 111 y ss. Para una imagen negativa de Robespierre véase A. Gil Novales, Las sociedades patrióticas. (18201823), Madrid, 1975, t. 1, pp. 80, 166, 220, 249, 527. *

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cias a las investigaciones del profesor Scheel,6 la obra de los jacobinos alemanes cuyo momento cumbre fue la República de Mainz. Al historiador le será difícil seguir las tendencias jacobinas en la revolución por la independencia en Latinoamérica. La dificultad principal consiste en que la historia de los movimientos populares aún no se ha escrito; numerosos documentos continúan en los archivos; sólo con lentitud se está sustituyendo la historia de corte personalista de origen liberal-positivista,7 por la historiografía que se esfuerza en aclarar las condiciones socioeconómicas y los factores que originaron los movimientos; pero aún estos esfuerzos dejan muy a menudo atrás a las masas y sus voceros para hablar de estructuras. Es asombroso y triste al mismo tiempo observar con qué necesidad se mantienen incluso la idea, en los trabajos sobre el periodo revolucionario, de que se trató de una revolución sin masas: Haití, México, la Banda Oriental, también a veces Paraguay y la guerrilla local, la resistencia espontánea, los recursos humanos de una guerra que duró durante casi más de 25 años, son hechos ya muy conocidos; no obstante al final predomina siempre la idea de la imagen criolla de la historia. Este dogmatismo no sólo se debe a una interpretación conservadora –lo cual sería comprensible–, sino que caen en ella voces de izquierda y ultraizquierda.8 Naturalmente que no se trata de cambiar las cosas al revés y hacer de lo blanco negro o rojo. Lo que urge es entender el carácter de la necesidad en el estudio de la época revolucionaria, de/para reconocer que la historia la hacen los hombres, incluso hasta hombres anónimos. Para nuestro tema aquí no basta con aclarar sólo el lugar que ocupan conceptos como jacobino, convención, Robespierre o Marat, en la polémica contemporánea. Ello sería sustituir de forma fatal la obra por la palabra, la realidad por la intención. Para Latinoamérica, la influencia de la Revolución francesa como revolución guía es muy contradictoria; fue movilizadora y frenó al mismo tiempo, según la posición de clase y el horizonte de las experiencias de aquéllos que se remitían a la herencia de 1789 hasta 1794-1795.9 Era distinto si los revolucionarios se

6. H. Scheel, Süddeutsche Jakobiner, Klässenkampfe und republikanis­che Bestrebungen im Süden Ende des 18. Jahrhunderts, Berlín, 1971; Jacobinische Flugschriften aus dem deutschen Süden Ende des 18, Jahrhunderts, Berlín, 1965. Además las fuentes más recientes sobre la República de Mainz. Die Begegnung deutscher Aufklärer mit der Revolution, (Sitzungsberichte des Plenums und der Klassen der Akademie der Wissenschaften der ddr, 7/1972), Berlín, 1973. 7. G. Carrera Damas, El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, Caracas, 1969, p. 40 y ss. 8. Con ello se cimenta la imagen «criolla» de la historia, cuya superación es supuestamente el objetivo. 9. M. Kossok, «Die Unabhängigkeitsrevolution Lateinamerikas als Gegenstand der his­ torischvergleichenden Methode», en Wissenschaftliche Zeitschrift der Karl-Marx-Universität Leipzig, Gesellschafts und sprachwissenschaftliche Reihe, 1975, año 24, c. 1, p. 28. 320 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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hallaban a medias en el movimiento o si su actividad se encontraba ya en la segunda etapa de la revolución continental cuya constelación internacional estaba determinada por el Imperio y la Restauración. Está fuera de duda, que con la Revolución francesa se efectúa un cambio de conciencia y para ello tenemos, entre otras cuestiones, el testimonio de Alexander von Humboldt.10 De acuerdo con las ideas de H. Scheel, seguir las huellas del jacobinismo «extramuros» significa probar la relatividad histórica objetiva y subjetiva de su desarrollo tipológico, periódico y regional bajo las condiciones del desplazamiento cronológico de las fases.A la consideración de la Revolución francesa como revolución burguesa clásica corresponde, como es natural, el medir con los resultados franceses a los demás elementos del ciclo revolucionario burgués, universal, compararlos de la misma manera y proyectarlos hacia atrás sin pensar por ello en una revolución modelo cuyos criterios y parámetros serían las normas para aplicar a las demás revoluciones.11 Además, aquí se añade el siguiente hecho de importancia: el consenso sobre la esencia y el papel del jacobinismo en la Revolución francesa no es en modo alguno absoluto, como se piensa de manera común: Contrariamente a las apariencias y opiniones que sostienen que el jacobinismo y la actividad de los jacobinos son muy conocidos, todavía estamos en la etapa de las hipótesis más que de las respuestas definitivas. Estamos lejos de tener una visión completa, variable según el tiempo y el lugar, el número, la acción, la conducta política, o el origen social y las ideas de aquellos que por lo general llamamos jacobinos. Y ello no sólo en los departamentos, las ciudades y en el campo, sino también en París, en el seno mismo de la sociedad.12

Si los rasgos de la revolución-madre son indefinidos, con mayor razón lo serán en un contexto cuya estructura socioeconómica es necesario definir como colonial-feudal, con todos los impedimentos que ello implica para las condiciones normales de la transición del orden feudal al burgués-capitalista.13

10. M. Kossok, «Alexander Von Humboldt und der historische Ort der Unabhängigkeits revolution Lateinamerikas», en Alexander von Hummboldt Wirkendes Vorbild für Kortschritt und Befreiung der Menschheit, Berlín, 1969, p. 1 y ss. y en este volumen. 11. A. Soboul, «La Révolution française dans l‘histoire du Monde contemporaire» (estudio comparativo), en M. Kossok, Studien über die Revolution, Berlín, 1969, p. 62 y ss. 12. C. Mazauric, «Quelques voies nouvelles pour l’histoire politique de la Révolution française», en Annales Historiques de la Révolution française, París, enero-marzo de 1975, nº 219, p. 4 y ss. 13. M. Kossok, «Feudalismo y capitalismo en la historia colonial, de la América Latina», en Estudios Marxistas, Bogotá, 1975, nº 8, p.107 y ss.

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La mencionada indefinición, e incluso más, el insuficiente conocimiento del verdadero estado de las investigaciones quizás expliquen por qué muchos historiadores en el empleo del concepto jacobinismo, para explicar algunos fenómenos del proceso de la revolución de independencia en Latinoamérica, hacen valer criterios subjetivos, en sentido positivo, en el intento de enfatizar demasiado el valor de la influencia de la Revolución francesa; en sentido negativo, cuando se señala que Robespierre haya sido el «más grande sanguinario de Francia y Europa»;14 en este caso, la influencia del modelo francés se niega en su totalidad pues no armoniza con la mentalidad y la idiosincrasia de los latinoamericanos. Los conceptos jacobino y jacobinismo surgían y continúan apareciendo hoy de fuentes diversas; sólo en contados casos existe identificación expresa de personalidades o movimientos con los jacobinos franceses y menos aún con Robespierre. Menor que los acontecimientos concretos de la lejana revolución, es el contenido simbólico del proceso total, el determinante de las ideas al respecto. Según la posición, el concepto jacobino servía como imagen para la revolución, el republicanismo, las virtudes ciudadanas, el terror, el fanatismo o las ansias de poder.15 Los testigos y contendientes de la Gran Revolución, entre los cuales el más famoso era Francisco de Miranda,16 habían roto con los jacobinos y no escatimaban esfuerzos para impedir la jacobinización de la revolución latinoamericana. Mucho antes de que Metternich hubiera dicho al emperador de Brasil, Pedro I, el famoso «Ne jacobinisez pas»,17 ellos ya actuaban según este principio. Contra la «anarquía y el sistema revolucionario», Miranda veía sólo una triste alternativa: «Sería mejor si las colonias se quedaran otro siglo más bajo la opresión bárbara y vergonzosa de España».18 Y se enfatizaba al mismo tiempo que las circunstancias estilo Robespierre, para la aristocracia de las plantaciones, ya se hallaban demasiado cerca en la forma de la «pardocracia» establecida en Haití por Toussaint L’Ouverture. Como metáfora y, tomando en consideración el reflejo continental ya comprobado con los acontecimientos de Haití, el «terror jacobino», para la aristocracia criolla continental (y del Caribe), estaba ya al 14. E. De Gandía, Napoleón y la independencia de América, Buenos Aires, 1955, p. 19. 15. M. Kossok, «Bemerkungen zum zeitgenössichen Robespierrebild in Spanish-Amerika», en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft (zfg), Berlín, 1966, año 25, p. 430 y ss. 16. Indispensable para esta cuestión, C. Parra Pérez, Miranda et la Révolution française, París, 1925; W. S. Robertson, The life of Miranda, Chapel Hill, 1929, t. 2. En trabajos recientes, J. Grigulievich Lavretski, Miranda, La vida ilustre del Precusor de la independencia de América Latina, Caracas, 1974, especialmente p. 107 y ss. 17. M. Kossok, Im Schatten der Heiligen Allianz. Deutschland und Lateinanzerika 18151830, Berlín, 1964, p. 207. 18. Archivo del general Miranda, 1750-1810, Caracas, 1929, t. 15, p. 207 (Miranda a Turnbull, 12.1.1798). 322 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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principio y no al final de la revolución, y este hecho desencadenaba la reacción de los avisados. Sin embargo, Miranda como ex general de la revolución19 y amigo de Dumouriez, no podía imaginar que más tarde Simón Bolívar, el libertador de América del Sur, aceptaría la protección del presidente de Haití, Petión, para poder sobrevivir la contraofensiva española al precio de una promesa de libertad para los esclavos.20 Fecundos y problemáticos al mismo tiempo son los señalamientos encontrados en los testimonios contemporáneos, a menudo abiertamente contrarrevolucionarios o al menos de naturaleza liberal-moderada.A esta categoría pertenecen, en primer lugar, los informes secretos de los representantes de la Administración colonial cuya obligación era frenar con los medios a su alcance la influencia de la lejana Revolución francesa; en el transcurso de la revolución se añadían las posiciones que servían para «excomulgar» a la oposición en el propio campo. Según esta idea, Bogotá era el «segundo París»; en Lima había muchos «jacobinos»; los curas indeseables se hallaban bajo sospecha de ser «una especie de jacobinos con sotana»; Mariano Moreno, la cabeza del ala democrático-revolucionaria en la Junta de Buenos Aires, tenía «la intención de copiar a Robespierre, cuya vida él conocía de memoria»; cuando Hidalgo, el alma de la revolución por la independencia de México, cae prisionero, el informe al respecto traía el título: Prisión del cura Hidalgo con toda la plana mayor de sus Sans-culottes en Acatita de Baxan del Reyno de N. España.21 Algunos historiadores progresistas reiteradas veces intentaron comparar y situar en el mismo plano las tendencias radicales de la revolución por la independencia en Latinoamérica con el jacobinismo francés. Como ejemplo están Toussaint L’Ouverture y sus adeptos, quienes eran calificados de «jacobinos negros» en la historia moderna de la revolución.22 En el polo geográfico opuesto, para la revolución, alrededor de Buenos Aires, en la región del Plata, es sobre todo José Ingenieros en su clásico trabajo La evolución de las ideas argentinas, quien sigue las huellas de un «partido jacobino» alrededor de Mariano Moreno y Bernardo de Monteagudo.23 No era casual, que Ingenieros elevara el morenismo como el partido más radical de la revolución anticolonial en la región del 19. J. Grigulievich Lavretski, op. cit., 1974, p. 99 y ss. 20. G. Masur, Simón Bolívar und die Befreiung Südamerikas, Konstanz, 1949; I. Lynch, The Spanish-American Revolutions. 1808-1826, Nueva York, 1973, p. 209. 21. Indiana University, Bloomington, Indiana, Biblioteca Lilly, Departamento de Manuscritos, Sección Latinoamericana. 22. C. L. R. James, The Black Jacobines, Toussaint L’Ouverture and the Sto. Domingo Revolution, Nueva York, 1963. 23. J. Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Buenos Aires, 1961, t. 1, p. 127 y ss. y 165.

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Plata,24 a modo de variante trasatlántica del jacobinismo en el momento en que el movimiento antiimperialista cuyo espíritu él influía,25cuestionaba el pasado para esclarecer el futuro de una «segunda revolución por la independencia». Desde entonces los historiadores se han referido una y otra vez al jacobinismo de morenistas y de Moreno, pero casi siempre en forma de comparación casi simbólica, sin profundizar en la cuestión de una analogía. Aún no tenemos una biografía satisfactoria de Moreno. Esta debilidad fue utilizada por la escuela liberal de Ricardo Levene, del llamado revisionismo histórico, para emprender una vigorosa «desjacobinización».26 El núcleo central es la polémica, incluso actual, sobre la veracidad del «Plan de Operaciones» orientado según imágenes jacobinas.27 En lo referente a la historiografía marxista que ha reforzado sus tendencias a considerar la influencia de las masas en los procesos revolucionarios, llama la atención el que los testimonios sobre los elementos jacobinos son bastante reservados. En ello desempeña un papel importante el conocimiento de las posibilidades y los límites de la comparación histórica,28 así como el principio fundamental (teórico-metodológico) de que no todo radicalismo es jacobinismo, aspecto que ya indicó Lepkowski.29 Marx subrayó la función histórica del jacobinismo de manera concisa y precisa, «como una manera plebeya, para acabar con los enemigos de la burguesía».30 El

24. W. Markov, Die Jakobinerfrage heute, op. cit., p. 4. 25. Comparar la «Introducción de Agosti», nota. 24. El tomo I de La evolución... salió en 1918, el año del movimiento universitario de Córdoba, inspirado en la Revolución de octubre. Aunque los actos de Ingenieros para la historia son indiscutibles, el juicio reciente de H. J. Cuccorese, Historia crítica de la historiografía socioeconómica argentina del siglo xx, La Plata, 1975, p. 167, «diletante a la historia argentina» es por completo sin bases. 26. R. Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución de mayo y Mariano Moreno. Contribución al estudio de los aspectos político, jurídico y económico de la Revolución de 1810, Buenos Aires, 1949, 3 tomos. 27. Plan que manifiesta el método de las operaciones que el nuevo Gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica hasta consolidar el gran sistema de la obra de nuestra libertad e independencia. (Texto en Escritos de Mariano Moreno, Buenos Aires, 1903, p. 447 y ss.). 28. M. Kossok y W. Markov, «Zur Methodologie der vergleichenden Revolutionsges­ chichteder Neuzeit», en Studien zur vergleichenden Revolutionsgeschichte. 1500-1917, Berlín, 1974, p. 1 y ss. 29. T. Lepkowski, «Latynoamerikanscy Jacobini», en Wiek XVIII. Polska i swiat, p. 473; véan­ se mis argumentos contra la aplicación esquemática del concepto jacobino clásico a la revolución de independencia: «Der iberische Revolutionszyklus 1789-1830. Bemerkung en zu einem Thema der vergleichenden Revolutionsgeschichte», en M. Kossok, Studien über die Revolution, Berlín, 1971, p. 228. 30. K. Marx y F. Engels, Obras (MEW), Berlín, 1959, t. 6, p. 107 (edición alemana). 324 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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contenido y método de la revolución (sus caminos) –estos últimos se confunden a menudo con las formas y se reducen a ellas– se hallan en debate. No es suficiente pensar de modo jacobino, sentir o actuar así. El criterio cardinal es siempre la relación con las masas campesinas y populares de la ciudad, su movilización e injerencia activa en el curso de los acontecimientos. La importancia histórica del jacobinismo se mide siempre por la capacidad y decisión para ser «jacobino con el pueblo».31 Ésta es en última instancia la barrera para Latinoamérica. Cuando el historiador habla de «masas», «masas populares» o «clases populares» en la Revolución de 1790 hasta 1824, existe un estrechamiento de la perspectiva. Distintas estructuras sociales, diferencias étnicas, superposición de conflictos y fronteras por intereses locales y regionales, obligan a deshacer esquemas. La polémica casual contra la historiografía marxista en esta cuestión ya es demasiado obvia y cae en el vacío.32 En la suma de las fuerzas político sociales que en la Francia de los años 17931794 sobrepasaron el nivel de la revolución burguesa, los jacobinos desempeñaron, sin duda, un papel muy importante. El potencial revolucionario cristalizado en el jacobinismo de la pequeña burguesía democrática, fue la condición más importante para acercar por más tiempo la hegemonía burguesa con el movimiento popular de las ciudades y el campo, para asegurar de manera definitiva la victoria de la Gran Revolución sobre el viejo régimen.33 En la cumbre de la revolución existía una unidad de lo necesario, lo posible y lo logrado.34 Incluso cuando la democracia pequeño-burguesa y el jacobinismo en el ejemplo francés son inseparables, el jacobinismo en lo cronológico análogo en otros países, ofrece una composición más variada: el contexto social se ampliaba hasta los círculos de la nobleza patriótica (Europa del Este y sureste). De ahí que sea imposible pensar en un jacobinismo distinto, surgido bajo diferentes condiciones, en el esquema de un pensamiento sociométrico rígido. La constelación clásica de la revolución que alcanzó el auge de 1789 a 1794-1795 tampoco es transmisible a Latinoamérica. Sería exagerado y ahistórico buscar aquí un jacobinismo igual y puro. Lo que se debe hacer es establecer criterios y 31. V. I. Lenin, Obras (LW), Berlín, 1969, t. 24, p. 537 (edición alemana). 32. Esta tendencia aparece en el artículo de R. H. Bartley, «Masas y revolución en las colonias iberoamericanas (Aproximación a un problema de historiografía moderna)», en IberoAmericana pragensia, Anuario del Centro de Estudios Ibero-Americanos de la Universidad Carolina, Praga, 1974, año 8, p. 85 y ss. 33. Mazaurio, op. cit., p. 4 y ss. [Autor] Travaux de la Conférence Interuniversitaire sur les problèmes d’histoire de la dictadura Jacobine, Odesa, 1962; W. Markok, «Grezen des Jakobinerstaates», en W. Krauss und H. Mayer (Ed.) Grundpositionen der französischen Aufklärung, Berlín, 1955, p. 39 y ss.; Íd., «Revolutionsregierung und Volksbewegung in Frankreich 1793, 1794», en Wissenschaftliche Annalen, Berlín, 1957, año 6, c. 8, p. 505 y ss. 34. W. Markov y A. Soboul, Die grosse Revolution der Franzosen, Berlín, 1974, p. 284 y ss.

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preguntarse qué movimientos desempeñaron un papel comparable al del jacobinismo francés. Causas, fuerzas motrices y lugar histórico permiten caracterizar las convulsiones de 1790 a 1824 como revoluciones por la independencia llevadas a cabo como guerras de liberación y que en sentido socioeconómico sólo de manera embrionaria.35 Se trató de una revolución sin la hegemonía de una burguesía madura; en las condiciones del feudalismo colonial la burguesía no pudo completar el salto necesario para su propia revolución, de clase en sí a clase para sí. Así, en la mayoría de los casos, la revolución se hallaba bajo la dirección del ala aristocrático-criolla, lo cual prueban en demasía los nombres de Bolívar, San Martín, O’Higgins o Iturbide. La comparación histórica nos remite entonces, en especial cuando se trata de Iberoamérica, más bien hacia España y sus primeras revoluciones burguesas. 36 Ya durante el año 1928, Mariátegui en sus Siete ensayos... –que todavía hoy son válidos para un entendimiento marxista de la historia de Latinoamérica–,37 subrayó la especificidad de la constelación de clases en la revolución; no fue el antagonismo burguesía-aristocracia lo que determinó las fronteras, sino la lucha contra el enemigo común (externo) y destaca en ella la propiedad de la tierra en manos de los criollos, de la cual luego saldrá la clase dominante. De ahí una grave consecuencia para las clases populares (sobre todo campesinos y esclavos) y en sentido metafórico también para los elementos jacobinos de la revolución; la posición del movimiento popular se hallaba marcada por la siguiente contradicción: la capa dirigente de la revolución contra el dominio colonial (en lo político y lo social) aparecía ante los ojos de las masas como el explotador inmediato, o sea, un explotador en doble sentido. Así surge una relación contradictoria para la revolución, expresada de manera distinta, ya sea en el intento heroico, a la manera mexicana, de golpear a los dos enemigos, españoles y criollos aristócratas, 38 bien sea en la acción de una parte de las masas (como en Venezuela bajo Boves) que se

35. M. Kossok, Die Unabhängigkeitsrevolution,… op. cit., 1975, p. 14 y ss. 36. M. Kossok, «Der iberische Revolutionszyklus. 1789-1830. Bemerkungen zu einem Thema der vergleichenden Revolutionsgeschichte», en Studien über die Revolution, p. 209 y ss. 37. J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, 1968. Muchos olvidan que Mariátegui hablaba de «muchos casos» cuestión que es una limitación considerable. 38. A menudo los esclavos llevaban «su propia lucha autónoma independientemente de españoles y criollos», I. Lynch, op. cit., 1973, p. 204. Es necesario señalar a propósito de la atrayente personalidad de Boves la investigación de Germán Carrera D. (Venezuela). Semejante guerra de dos frentes de parte del movimiento popular, existe también en otras revoluciones, por ejemplo, en los Clubmen de la Revolución inglesa. 326 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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ponían al lado de los españoles con la esperanza de sacudirse en el camino al señor local. Este trastorno parcial de las fronteras sociales, que además era favorecido por la mezcla compleja de polos étnicos y sociales, no se agota con la fórmula usada una y otra vez de que las guerras de independencia fueron simples guerras civiles. El concepto de guerra civil lanzado por la historiografía conservadora para rehabilitar a España, no toma en cuenta la tarea principal y el lugar histórico de la emancipación. En el mismo sentido se debe valorar el intento de medir al revolucionario según el grado de su iluminación.39 Dicho de modo simplista, las ideas prendían en las masas indio-campesinas y esclavo-negras a medida que se desprendían del círculo criollo-aristócrata de la Ilustración.40 Esta condición objetiva era válida también para Toussaint L’Ouverture, quien no puede ser considerado como muy ilustrado frente a las masas, puesto que en lo ideológico cifraba esperanzas en el papel centralizador y civilizador del cristianismo, y no en el culto vudú, y si bien alimentaba la resistencia contra los esclavistas, no podía ser el fundamento espiritual de una nación unitaria e independiente. Hidalgo y Morelos que conocían bien a Rousseau guiaban a las masas no con un «contrato social», sino con la bandera de la Virgen de Guadalupe.41 Y era esta circunstancia precisamente la que hacía temblar a quienes velaban por el statu quo. No olvidemos que también el campesino de la Revolución francesa luchaba contra el señor alimentado con las ilusiones de la propiedad que poco o nada tenían relación con las ideas de la Ilustración.42 Predominio de la aristocracia criolla, debilidad de la burguesía autóctona, ¿no son estos argumentos suficientes para probar que la cuestión jacobina no tenía lugar en el ciclo de las revoluciones latinoamericanas? Sí y no. Sí, si las cosas se miden según el modelo francés. No, si consideramos la cuestión no sólo desde arriba, sino desde el punto de vista criollo. Sin embargo, no han faltado argumentos, insuficientes, sobre lo imposible y sin perspectiva de un «jacobinismo sin burguesía».43

39. M. Moreno, Race Mixture in the History of Latin America, Boston, 1967, p. 80. 40. M. Kossok, «Aufklärung in Lateinamerika, Mythos oder Realitat?», en M. Kossok, H. W. Seifert, H. Grabhoff y E. Werner, Aspekte der Aufklärungsbewegung, Berlín, 1974, (Informes al Pleno de las Clases de la Academia de Ciencias de la DDR, 10/1972), p. 10. 41. J. Lafaye, Quetzalcóatl et Guadalupe. Echatologie et Histoire au Méxique (1521-1821), París, 1972, t. I, p. 342. 42. A. Soboul, «La communauté rurale française, xviiie-xixe siècles», en La Pensée, París, 1957, nº 3. 43. J. Abelardo Ramos, Las masas y las lanzas. 1810-1862. (Revolución y contrarrevolución en Argentina, I), Buenos Aires, 1970, p. 23. El autor prueba poco conocimiento histórico cuando identifica al «tercer estado» con la «burguesía industrial», op. cit., p. 24.

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La revolución de independencia en Latinoamérica conoce muchos intentos heroicos por acabar desde abajo con los soportes internos del dominio colonial y del feudalismo colonial en lo que Marx llamaba «el modo plebeyo de terminar con los enemigos de la burguesía», o sea, intentos por abrirle camino al orden democrático-burgués. Tampoco faltaron las fuerzas que desarrollaron una intransigencia en verdad jacobina por llevar a cabo esta gigantesca tarea. La diferencia decisiva con Francia consistía, según la dirección real y la especialidad de la revolución anticolonial, en lo siguiente: mientras que en Francia con el jacobinismo se desarrolla la dimensión completa de la revolución democráticoburguesa y hasta se tocan sus límites de clase, en Latinoamérica se necesita una decisión jacobina para acometer siquiera la revolución burguesa, tanto en sentido socioeconómico como en su significado de institución política. Esta paradoja provenía de que los elementos criollos aristócratas, que marcaban el carácter de la revolución, permanecían aún en los inicios de las transformaciones burguesas. El jacobinismo en el poder significó una fase de transición del orden burguésrevolucionario y no su consolidación permanente, y por ello formó parte del movimiento apreciado así por Engels: «Para que la burguesía pudiera cosechar los frutos maduros de la victoria era necesario que la revolución fuera más allá de sus objetivos».44 Sólo bajo esta condición podían sobrevivir las conquistas esenciales de la revolución, incluso después de la gran restauración burguesa o de la restauración de la aristocracia. Llevar a la revolución «bastante más allá de sus fines» no quería decir en Latinoamérica cuestionar a una burguesía satisfecha, sino la posición dirigente de la aristocracia criolla terrateniente, o sea, cuestionar a una clase que quería una «revolución sin revolución»,45 esto es, la emancipación política sin tocar en nada la estructura social de origen colonial.Tocar los límites de clase o sobrepasarlos, significaba bajo esta concreta constelación de clases, algo diferente en lo cualitativo al carácter de la Gran Revolución. El problema histórico real de la revolución no consistía en que fuera imposible la dominación jacobina bajo las condiciones de una hegemonía burguesa sustituida, sino en qué lugar alguno, a excepción de Haití y Paraguay, existía demasiado tiempo como para marcar de manera permanente, los resultados de la revolución. En la revolución clásica era función de la extrema izquierda llegar más allá de los objetivos y límites establecidos por la burguesía: practicar el postulado de lo aún no posible como garantía de lo ya posible,46 era llegar a la utopía, era introducirse 44. F. Engels, «Del socialismo utópico al socialismo científico» (Prólogo a la edición inglesa), en Obras escogidas en dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, p. 105. 45. M. Robespierre, Habt Ihr eine Revolution ohne Revolution gewolt?, Reden, Ed. por K. Schnelle, Leipzig. 46. W. Markov, «Revolutionen beim übergang vom Feudalismus zum Kapitalismus», en zfg, 1969, año 17, p. 594. 328 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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en una realidad cada vez más estrecha para la nueva clase. Esta tarea, bajo las condiciones de Latinoamérica todavía poco maduras en el plano histórico, tenía que ser llevada a cabo por las fuerzas inspiradas en el jacobinismo. Las diferencias entre los movimientos y tendencias de la primera y segunda etapa de la revolución continental, que llegaban «bastante más allá» de los objetivos del ala liberal-republicana de la revolución criolla, no eran de naturaleza cronológica. Por supuesto, la diferencia cronológica dice más que la simple distancia en el tiempo; significaba también la diversidad de las experiencias (en lo bueno y lo malo); revolución y contrarrevolución aprendían de lo ya sucedido y a menudo resultaban de ahí conductas distintas a las que se podrían esperar de las simples condiciones socioeconómicas. En lo referente a las causas y sobre todo a las fuerzas motrices de los movimientos radicales de la revolución, existen dos componentes marcados con claridad: el agrario y el urbano. Lo agrario cambia según el caso; abarcaba tanto las tendencias a la emancipación de los esclavos y de los campesinos dependientes de los señores feudales, como las aspiraciones de los mestizos, de los mulatos y en algunas regiones también de los pequeños y medianos propietarios criollos. La interpretación de la cuestión agraria desde el punto de vista de estos tres grupos no era uniforme. Por el carácter y la dimensión de las iniciativas jacobinas existen en la etapa de 1790 a 1804, en lo esencial, tres acontecimientos típicos: la Revolución de Haití de 1790-1804, la «Conspiración de los Franceses», en Buenos Aires de 1795, y la conspiración republicana bajo Gual y España en Venezuela. En estos tres lugares se hallaban presentes los elementos manifiestos o en desarrollo del modelo francés. París parecía dar la fórmula, el modelo de la revolución. Los historiadores que califican este fenómeno como «imitación» y «obra de agentes», no atinan con el eje de la cuestión; la historia conoce no pocos ejemplos de revoluciones victoriosas en otros países y regiones, que han pasado también por crisis revolucionarias y se han aproximado al triunfo tendiendo a la «imitación» antes de desarrollar –a veces mediante derrotas y regresiones– su propio perfil y leyes. Esta dialéctica no se puede reducir –como lo prueba la revolución en América Latina– a la confrontación de factores endógenos y exógenos. A medida que se consolida la dimensión internacional y universal de los procesos nacionales fluye más el límite entre ambos factores; esto es válido no sólo para la historia de las revoluciones. En lo concerniente al lugar ocupado, central para nuestro tema, por los jacobinos negros alrededor de Toussaint L’Ouverture, las investigaciones de T. Lep­kowski contribuyeron de manera extraordinaria a propiciar una discusión más objetiva –ponerla sobre bases objetivas–, abrir el campo para la necesaria

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diferenciación en la interpretación, sin pretender por ello dar respuesta a todas las preguntas.47 Resulta muy relevante el dilema casi trágico de la Revolución en Haití, o sea, la separación insuperable de economía y política. Para determinar la dimensión de esta contradicción se tienen que señalar dos componentes diferentes en lo cualitativo, aún cuando no separados de manera esquemática del jacobinismo en Haití: los componentes europeos –franceses– y los autóctonos –haitianos–. Son conocidos los problemas en que se vio involucrada la Convención jacobina frente a la revolución de los esclavos en Haití. En los años de 1789 y 1790 la Revolución francesa afectó sólo a las capas blancas; en la cuestión de estar en favor o en contra de la transferencia de la revolución a Haití, en la Asamblea Nacional se rompió la unidad de la aristocracia de las plantaciones, todopoderosa en lo político y económico. La fracción de los grands blancs se dividió en grupos rivales;48 además, surgió la exigencia militante de los petits blancs de compartir el poder.49 En el otoño de 1790 prendió la chispa en los mulatos haitianos, cuyo levantamiento dirigido por Vicente Ogé y Chavannes,50 fue aplacado con dificultad; es un ejemplo en verdad clásico de cómo «una crisis de la política de la clase dominante puede causar un rompimiento por donde surge el descontento y la indignación de las clases oprimidas».51 Lo explosivo de los acontecimientos en París dejó crecer la crisis de arriba a abajo y no hacia la inversa. Con la conquista del norte por los esclavos negros encabezados por Boukman, el 22 de agosto de 1791, explota todo; Haití es el escenario de la primera revolución exitosa de negros en el mundo. A la cabeza de ellos está enseguida Toussaint L’Ouverture.52 Se entierra la esclavitud bajo el humo de las casas señoriales; la manera plebeya domina la escena. La situación en Haití ya era radical, tanto que en Francia sólo se igualaba con la tercera fase de la revolución. Frente a este adelanto objetivo, los representantes de la legislación parisina Sonthonnax, Polverel y Ailhoud, no podían cumplir su tarea original; la restauración del poder de los señores bajo las normas constitucionales

47. T. Lepkowski, Haití, Habana, 1968, t. 2, (Estudios del Centro de Documentación Juan F. Noyola). 48. Presentado de manera extraordinaria por G. Debien, Les colons de Saint-Domingue et la Révolution. Essai sur le Club Massiac (Août 1792), París, 1953. Véase para la relación revolución y cuestión colonial, J. Bruhat, Maximilien Robespierre. 1758-1794, Beitrage zur seinem 200. Geburtstage, Berlín, ed. W. Markov, 1958, p. 115 y ss. 49. C. L. R. James, op. cit.,1963, p. 62 y ss. 50. Ibíd., p. 73 y ss. 51. V. I. Lenin, Obras, Berlín, 1968, t. 21, p. 206 (en alemán). 52. C. L. R. James, op. cit., p. 1963, p. 118 y ss. 330 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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y el sometimiento de la rebelión de los esclavos.53 Mientras a Ailhoud se le niega tomar este camino, Sonthonnax y Polverel se vuelven jacobinos «por impulso propio» (robespierristas), al proclamar en agosto y septiembre de 1793, a nombre de la República francesa, la abolición de la esclavitud y la concesión (condicionada) de los derechos civiles. En seguida ambos se dirigen a la Convención para la confirmación de esta decisión tomada bajo condiciones extraordinarias, cuestión que sucede en el plano jurídico con el famoso Decreto del 4 de febrero de 1794. La diferencia entre ambos jacobinos resulta clara; aún cuando Toussaint oficialmente no dio el paso esperado en la Constitución de 1801,54 la revolución, de hecho, culminó en independencia estatal; lo que antes se anteponía a los decretos («Au nom de la colonie Saint-Domingue le Gouverneur proclame [...]») ahora cubría otro contenido que no podía ser tolerado durante mucho tiempo por la Francia burguesa y expansionista. Para Sonthonnax y Polverel era preciso conectarse al movimiento mediante el reconocimiento de los hechos ya de por sí irreparables, seguir a la revolución, más acá y más allá del Atlántico, e impedir la salida de la colonia del dominio de Francia; no había puente entre la liberación de los esclavos y el derecho a la autodeterminación. El Termidor, el Directorio y el Consulado confirmarán dentro de poco esta frontera. ¿En qué consistía el dilema entre política y economía en el jacobinismo negro? Aunque de manera modificada, como en las revoluciones del continente, también para Haití había diferencia entre los componentes políticos y los económico-sociales; la espontaneidad de la revolución de esclavos, sus consecuencias destructivas inmediatas para la floreciente economía de las plantaciones destinadas a la exportación, la situación de guerra permanente y el peligro constante de intervención, daban apoyo a la primacía del factor militar, determinante a su vez, bajo Toussaint, de las modificaciones socioeconómicas. Todo esto se complicaría aún más si se toman en consideración también las relaciones contradictorias entre la cuestión racial y la de clase, o sea, la influencia de factores étnicos y sociales sobre el curso y el carácter de la revolución.55 El centralismo autoritario surgido de las circunstancias objetivas, bloqueaba todo intento de crear una base constante de masas, así como una estructura de poder revolucionaria y democrática. Toussaint empezó donde Robespierre acabó. La distancia entre los dos polos-base correspondía a la debilidad 53. T. Lepkowski, Haití, op. cit., t. 1, p. 63. 54. Para la polémica de si la Constitución alcanzaba el status colonial, etc., véase T. Lepkowski, Haití, op. cit., t. 2, p. 13. La cuestión de si Toussaint se apartó de sus objetivos llevado por las circunstancias no es una simple idea. 55. El contraste entre blancos, dueños de plantaciones, y esclavos negros se oscurecía por el papel especial desempeñado por los mulatos en este conflicto.

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del elemento pequeñoburgués como eslabón entre la dirección y las masas y su organización política consciente. Con el control necesario (si, necesario, sangriento) de los rivales apoyados en el separatismo local y regional,56 el dominio de Toussaint asumió los rasgos de una dictadura personal, que convirtió al jacobino negro en «Bonaparte negro», según posteriores opiniones. Pero el verdadero problema era más profundo; la liberación de esclavos no quería decir liquidación del latifundismo. Al contrario, Toussaint hacía todo lo posible por mantener juntas a las grandes unidades (sobre todo en la producción de azúcar) y convertirlas de nuevo en funcionales. No se llevó a cabo una reforma agraria tipo parcelación jacobina francesa, cuestión que estimuló a muchos grandes propietarios.57 Lo anterior constituye una contradicción y, ¿cómo fue ésta posible? Lepkowski estudió esta cuestión en su trabajo y llegó a la conclusión segura de que Toussaint construyó un sistema «militar-feudal», cuya base era la «alianza entre los nuevos latifundistas negros y los anteriores blancos».58 El argumento explicativo está en que la abolición de la esclavitud con la consiguiente sujeción de los ex esclavos a la plantación, fue sustituida por normas casi iguales a las del trabajo forzado de carácter moderado. Aún no puede establecerse si las nuevas formas de dependencia pueden ser designadas con conceptos feudales como el de glebae adscripti o servidumbre. Las fuentes de la literatura contemporánea confirman el hecho objetivo de que los esclavos liberados no se convirtieron en masa de campesinos parcelarios ni en asalariados «doblemente libres». Sin embargo, al tomar en consideración los factores contradictorios (internos y externos) determinantes del desarrollo y carácter de la revolución, surgen preguntas difíciles de contestar. Cuando se debate (por cierto de manera aguda para entenderse mejor) el problema del compromiso de la revolución (jacobinismo político) y de la tradición (feudalismo económico), entonces el historiador no puede dejar a un lado las condiciones extraordinarias, o sea, la situación histórica de excepción del proceso revolucionario. ¿Qué fue debido al momento, a la necesidad de la simple sobrevivencia? ¿Qué fue pensando como solución a largo plazo, o dicho de manera moderna, como solución estratégica? Para ejemplificar la dificultad de un intento analítico, el ya citado robespierrismo de A. Mathiez llevó a este historiador tan brillante a sobrevalorar el jacobinismo de Robespierre, pues las medidas necesarias del momento tomadas por la Convención (concordancia necesaria de la contrarrevolución interna y de la

56. La relación entre revolución y formación de la nación necesita más investigaciones. 57. C. L. R. James, op. cit., p. 156 y ss. 58. T. Lepkowski, Haití, 1968, t. 2, pp. 77 y 78. 332 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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invasión externa), las interpretaba como medidas de carácter socialista.59 Así, el camino de octubre jacobino («Francia es revolucionaria hasta el establecimiento de la paz») llevaba al octubre rojo («Todo el poder a los soviets»). Pero para el caso del jacobinismo negro existe el peligro contrario. Para Toussaint la base económica de la revolución se hallaba en la agricultura. A fin de sobrevivir en el plano económico, tenía que ser organizada por una fuerza extraeconómica, es decir, de manera militar. El que muchos dirigentes político-militares tomaran posesión de las plantaciones, reforzó esta tendencia. También fue decisivo el que los esclavos liberados abandonaban las plantaciones en masa y no las parcelaban. Lo común en el plano revolucionario de esos días consistió en entrar en el Ejército, formar bandas armadas o caer de nuevo en la economía natural. Mientras florecía el café y en parte el cultivo de algodón en propiedades pequeñas y medianas y se garantizaba la independencia de los campesinos liberados, la producción de lo principal, que era el azúcar, se paralizaba.60 Este desastre tenía que ser impedido por la fuerza; el jacobinismo político e ideológico se estrellaba contra las fronteras de una estructura colonial basada en la dependencia. Durante la jefatura de Toussaint se evidenció la futura contradicción entre la propiedad de la tierra orientada a la exportación y la economía parcelaria. No era suficiente una dictadura revolucionaria, que de acuerdo con la fecha de su implantación regional duraría de uno a cinco años, para efectuar el salto gigantesco de la colonia a la independencia en el sentido socioeconómico. La dimensión y la tragedia de este proceso prueban con claridad qué poco realista es la transferencia abstracta de ideas revolucionarias clásicas a una realidad marcada por siglos de colonialismo. Entonces como ahora, cuando Toussaint, traicionado, cayó en manos de los franceses y se enfrentó a una muerte cruel, su desaparición no significó el final de la revolución. Al contrario, los campesinos libres de la «Montaña» fueron los que iniciaron entonces una guerra de guerrillas y con ello el germen de una nueva guerra de liberación contra el dominio colonial francés en parte restablecido.61 Dessalines, que como sucesor de Toussaint rompe con Francia (1804),62 trata también de superar el dualismo entre la estructura agraria y el desarrollo del país. Los blancos fueron excluidos de manera radical de la propiedad y el poder. En lo jurídico toda plantación se convirtió en propiedad del Estado (domaine national), algo que parecía casi un monopolio (90 por ciento).63 La historiografía 59. W. Markov, Jakovinerfrage, op. cit., p. 4. 60. Datos estadísticos en T. Lepkowski, op. cit., 1968, t. 1, p. 125 y ss. 61. Ibíd., t. 1, p. 89. 62. E. Williams, From Columbus to Castro: The History of the Caribean. 1492-1969, New York-Evanston, 1970, p. 254. 63. T. Lepkowski, Haití, 1968, t. 1, p. 97.

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nacionalista de Haití no vaciló en considerar a Dessalines como precursor del socialismo. No obstante, la «lógica de la economía» (Engels) mostró otros caminos en la transición, de la formación social feudal a la burguesa. Dessalines se percató enseguida de que los propietarios temporales o en usufructo de las grandes unidades, se incorporaban a una clase interesada en la conservación del sistema, pero, no necesariamente en mantener el poder absoluto dictatorial de un señor que, de acuerdo con el modelo napoleónico, se convirtió en el emperador Jacques I.64 La «revolución desde arriba» como intento de romper con la concentración de la tierra e imponer un usufructo igualitario, fracasó ante la resistencia de quienes se sintieron o fueron amenazados. Las masas quedaron sumidas en la pasividad, pues habían sido despojadas de su voluntad democrática desde los tiempos de Toussaint. El último refugio era el Ejército. Cuando éste se resistió al Emperador, se quebró casi sin resistencia el jacobinismo sin el pueblo.65 La cuestión agraria, que no había sido resuelta, pasó a la época postrevolucionaria.66 En comparación con Haití, los acontecimientos de Buenos Aires y de Venezuela son de significación menor. No obstante, ofrecen aspectos de interés para nuestro tema. La «Conspiración de los Franceses» de Caillet-Bois y Lewin,67 que éstos estudiaron en detalle, es un ejemplo extraordinario del miedo a los franceses, o sea, el temor a la revolución, por parte de las autoridades coloniales. Al mismo tiempo documenta el conocimiento exacto en el Río de la Plata del desarrollo francés, sin entender bien lo que significó en esencia el Termidor. Buenos Aires fue el único lugar de América donde se efectuó un debate sobre Robespierre.68 La acusación contra los conspiradores de 1795, cuya cabeza fue el mestizo José Díaz, los inculpaba de participar en un «complot de tipo jacobino» para formar un gobierno que en «mucho corresponde a las ideas de la Constitución de la Convención actual».69 Lewin pudo probar la existencia de una línea de tradición que se remontaba hasta Túpac Amaru y su rebelión indígena en 1780,70 en el

64. E. H. T. Maurer, Der Scwarze Revolutionar. Toussaint L’Ouverture, Meisenheim/Glan, 1950, p. 334. 65. E. Williams, op. cit., p. 333. 66. Ibíd. 67. R. Caillet-bois, Ensayos sobre el Río de la Plata y la Revolución francesa, Buenos Aires, 1929; B. Lewin, «La conspiración de los franceses en Buenos Aires (1795)», en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, 1960, t. 4, p. 9 y ss. 68. B. Lewin, op. cit., p. 12 y ss. 69. Ibíd., p. 37. 70. Ibíd., p. 21 y ss. 334 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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grupo de estos jacobinos, lo cual explica la tendencia social-revolucionaria de la conspiración: la agitación llegó hasta el amplio sector de los esclavos negros.71 Los negros pertenecientes al círculo de los conspiradores se hallaban convencidos de que iba a realizarse «una sublevación de franceses, indios, mulatos y negros, cuya consecuencia sería su liberación y su conversión en dueños de todo».72 El juez encargado de la investigación del asunto, Martín de Alzaga, fue amenazado a la manera jacobina: «Dentro de un año te marchas a la guillotina». A los españoles se les decía: «La nación francesa tomará venganza. Costará sangre. París ya está informado [...] ¡Qué viva la libertad!». Un capataz de esclavos recibió un ultimátum: «Señor capataz, libere a los esclavos, si no será usted guillotinado junto con su patrón don Martín de Alzaga y cuando esto suceda aplaudirá la Convención francesa».73 Las pocas citas transcritas testimonian que no se trataba de exageraciones libertarias de jacobinos de salón, sino de una atmósfera de agitación político social que sólo podía ser controlada con medidas drásticas por parte de las autoridades coloniales. Con ello se preparaba el terreno para el futuro morenismo. Si Martín de Alzaga, por sus crueldades y sus métodos inquisitoriales fue llamado «Robespierre», en ello se debe ver las primeras influencias de la leyenda termidoriana sobre Maximiliano Robespierre. Con las condenas impuestas a los conspiradores en 1795 finalizaba al mismo tiempo el sueño de una «Convención americana».Y con la muerte de Robespierre se enterraba la imagen de un orden mundial jacobino en el Río de la Plata, que había surgido alguna vez con la esperanza de que «Robespierre por sus capacidades estaría en situación de convertirse en el señor de la tierra».74 De un radicalismo comparable a éste fue la conspiración republicana de José María de España y Manuel Gual en la Capitanía General de Venezuela (1797-1799).75 Para los componentes sociales, marcados con fuerza en el movimiento venezolano, es necesario tomar en consideración por lo menos tres factores: el conocimiento relativamente fácil de las experiencias francesa-jacobinas por la intensiva comunicación;76 la imagen de Haití de la época de Toussaint y al final las 71. A diferencia de otras regiones, Buenos Aires tenía una estructura social «moderna», lo cual implicaba tensiones. 72. B. Lewin, op. cit., p. 25. 73. Ibíd., p. 15. 74. R. Caillet-Bois, op. cit., 1929, p. 54. 75. La representación de P. Grases, La conspiración de Gual y España y el diario de la independencia, Caracas, 1949. 76. De modo directo e indirecto: en 1797 fueron llevados Juan Bautista, Mariano Picornell y Gomila, jefe de la conspiración de San Blas (1796) y sus fieles, de España a Venezuela para purgar sus condenas. En la Guaira tuvo lugar el contacto con Gual y España. Para el papel de Picornell, R. Herr, The Eighteen Revolution in Spain, Princeton, N. J., 1958, p. 325.

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fermentaciones pasadas, cuyo resultado fue la rebelión de los esclavos de Coro en 1795; su objetivo consistía precisamente en introducir la «Ley de los Franceses».77 Lo cual si por una parte era positivo, tenía al mismo tiempo su lado negativo. El ejemplo de Haití llevó a un conservadurismo social más pronunciado en el comportamiento de la oposición criollo-aristócrata; ahí está el ejemplo de Francisco de Miranda y algo parecido sucedió con Simón Bolívar.78 Por ello fue más radical aún el jacobinismo de España y Gual. A la tendencia principal, pequeñoburguesa y demócrata, en el caso de los conspiradores de La Guaira, se sumaron elementos que se pueden considerar como plebeyos. Es notable la unidad orgánica de la concepción política y social de la revolución perceptible en todos los documentos. 1. Las «Ordenanzas» de 179779 contenían el programa de acción práctica de una revolución radical en todo sentido; su objetivo último era la república independiente. Quien no se colocaba del lado de los patriotas, era su enemigo («como es natural será arrestado y se procederá jurídicamente contra él [...]». Toda forma de esclavitud era considerada «como contraria a la humanidad [...]» y la dependencia feudal deberá ser en lo inmediato abolida. Todo quedaba supeditado a la defensa militar. O sea, que no había ilusiones respecto a lo grave de la futura batalla.80 2.. E  l intento de sostener la futura revolución sobre la movilización de las masas se reflejaba en los textos de las canciones revolucionarias, difundidas de modo consciente entre el pueblo. En las estrofas de la Canción Americana se decía: «Todos estamos interesados en esta cosa / actuamos unidos como buenos hermanos / querida hermandad / toma en tus brazos a los nuevos ciudadanos / indios, negros y pardos». El llamado estaba dirigido a los «descamisados» o sea los sans-culottes de estas regiones. Clara en especial era la referencia a la Gran Revolución en la popular Carmañola Americana.81 «Los sans-culottes de Francia hacían temblar al mundo, pero los descamisados no se quedarán atrás.» Con las masas populares se llevaría la lucha sin piedad contra el dominio colonial: «Los hombres que quieren de verdad la libertad, hacen armas de todo: cuchillos, machetes, picos y látigos y todo

77. F. Brito Figueroa, Las insurrecciones de los esclavos negros en la sociedad colonial venezolana, Caracas, 1961, p. 59 y ss. También para Colombia desde 1789 hubo desórdenes de esclavos. (Archivo Nacional de Colombia, Bogotá; Archivo Colonial, Fondo Negros y Esclavos.) 78. I. Lynch, op. cit., 1973, p. 224. 79. P. Grases, op. cit., p. 170 y ss. (apéndice documental). 80. Ibíd., p. 182 y ss. 81. Ibíd., p. 186 y ss. 336 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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instrumento de cocina y agricultura puede servir para armarse».82 Ésta era la «manera plebeya», la revolución desde abajo. 3. L a ideología jacobina y los fines de la conspiración republicana encontraron su programa, su transferencia literal, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la Constitución del 24 de junio de 1793.83 Mientras Antonio Mariño, en 1794, con su famosa traducción de los derechos de la primera Constitución francesa de 1791, marcaba las coordenadas políticas y sociales de la versión criolla de la revolución,84 Gual y España no se quedaban atrás. La prueba documental del jacobinismo con el pueblo se aprecia mejor en la introducción al texto de la Constitución (discurso preliminar);85 el dominio de España cayó bajo el juicio de la historia. («No se puede leer la historia sin que corran las lágrimas; cada página ofrece un escenario horrible, cada acontecimiento un acto de injusticia y horror»); el objetivo eran las ideas de Rousseau y de la Ilustración radical para la revolución en América; «las leyes bárbaras, la desigualdad, la esclavitud, la miseria y la indignidad hay que eliminarlas». El autor se basa casi de manera literal en las experiencias jacobinas86 para «llevar a cabo el gran arte de una revolución feliz». Las condiciones para la victoria sobre el despotismo eran tres: violencia, unidad, consecuencia; ¿qué medios escogeremos para liberarnos de la esclavitud insoportable? «No existe otro que el de la violencia.» «Entre blancos, indios, pardos y negros debe haber la más grande unidad.» «Una revolución política [...] hay que hacerla exclusivamente con el pueblo; ceder al enemigo es actuar en contra de la regla principal.» «De lo que se trata no es reformar, sino reconstruir todo de nuevo.»87 Gual fue ejecutado el 8 de mayo de 1799; la conspiración fue derrotada. No obstante, los principios de los primeros republicanos continuaban vivos; aún en 1810-1811 se cantaba la Carmañola y la Canción Americana en las chozas de los pobres y de los soldados del ejército patriótico.88 En el corazón del pueblo latía la herencia de 1797 y alimentaba la esperanza para un futuro mejor.

82. Ibíd., p. 180. 83. Ibíd., p. 217 y ss. 84. J. Lozano y Lozano, «Antonio Nariño», en Próceres. 1810, Bogotá, 1960, p. 14 y ss. 85. P. Grases, op. cit., p. 192 y ss. 86. Según el ejemplo francés, los viejos y las mujeres eran llamados para dar valor a los patriotas y para despreciar a los cobardes. 87. P. Grases, op. cit., p. 202. 88. Ibíd., p. 159 y ss.

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Al mismo tiempo, la juventud criolla se divertía en los clubes de los descamisados89 con las mismas canciones, pero de la ceniza del jacobinismo de antaño no encendía la llama de la revolución social. Durante la segunda etapa de la revolución continental (1810-1824), cuyo escenario fue todo el continente dominado por españoles y portugueses, el movimiento revolucionario trascendió en algunos territorios los límites impuestos por el ala conservadora de la aristocracia criolla.90 Entre las masas sin derechos, junto con la exigencia de una «absoluta igualdad en los asuntos públicos y sociales», se imponía la pregunta: ¿revolución por mediación de quién y para quién? Hasta el enfrentamiento más duro con el enemigo exterior no podía a la larga eliminar el carácter de clase de la guerra y la revolución. Bajo este signo se encontraban la rebelión popular mexicana dirigida por Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón,91 la revolución agraria de José Gervasio Artigas en la Banda Oriental (Uruguay),92 las fuerzas democrático-revolucionarias de Buenos Aires, alrededor de Mariano Moreno93 y la dictadura revolucionaria de José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay.94 De manera distinta comparable a la de Haití, en el movimiento campesinoplebeyo y en la Revolución de México se produjo una contradicción cuya falta de solución aunque no determinó las derrotas de 1811 y 1813, sí las favoreció de modo decisivo. Hidalgo interpretaba el movimiento desencadenado con el Grito de Dolores95 como una lucha de los «americanos» contra los «españoles», o sea, como un levantamiento nacional de todas las capas y clases sociales afectadas por el dominio colonial, empezando por la gran propiedad criolla hasta las masas desposeídas. De ahí que no fuese casualidad ni oportunismo el que algunos representantes de los círculos de la riqueza se hayan sumado al levantamiento. No obstante, la mayoría de la aristocracia criolla permaneció al margen, por lo cual podía ser neutralizada en parte. Dificultades del dominio colonial se traducían en concesiones a la propia dirección. La base de masas de la revolución dirigida primero por Hidalgo y después de su fusilamiento en 1811, por Morelos, están sin duda en las clases populares campesinas y plebeyas (campesinos dependientes, trabajadores mineros, pobres

89. Ibíd. 90. Bolívar a Santander de 7 de abril de 1825, en I. Lynch, op. cit., 1973, p. 225. 91. M. S. Alperovich, Vojna za nezavisimost Meksiki, Moscú, 1964. 92. H. de la Torre J. C. Rodríguez y L. Sala De Touron, La revolución artiguista, 1815-1816, Montevideo, 1969; y J. G. Artigas, Tierra y revolución, Montevideo, 1976. 93. R. Puiggrós, La época de Mariano Moreno, Buenos Aires, 1960. 94. M. S. Alperovich, Revoljucija i diktatura y Paravvae. 1810-1840, Moscú, 1975. 95. M. S. Alperovich, op. cit., 1964, p. 146. 338 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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de la ciudad, artesanos y otros elementos pequeñoburgueses).96 Más vigoroso era el jacobinismo agrario de los campesinos indios. En las zonas controladas por los insurgentes dominaba el «gran miedo». Los componentes sociales revolucionarios determinaron los decretos para la eliminación de la esclavitud y el restablecimiento de las propiedades comunales indígenas (5 de diciembre de 1810).97 Ambas medidas afectaron con dureza a los terratenientes y a los dueños de minas. De ahí que fuese seguro el rompimiento con la aristocracia terrateniente y que desapareciese la posibilidad de su neutralización. Lo simbólico de esta situación era la participación de Agustín de Iturbide en la derrota de la revolución popular, el mismo hombre que en 1821, por temor a la revolución liberal de España, iba a declarar la independencia.98 A la larga, ni Hidalgo ni Morelos podían mantener unidas a las masas campesinas o impedir el fraccionamiento del movimiento. La precisión del programa revolucionario y la profundización social de la revolución se hallaba en proporción inversa al desarrollo de las operaciones militares de la guerra. La hasta el presente muy discutida «inconsecuencia» de Hidalgo (querer satisfacer a las masas sin renunciar a la élite criolla),99 no se reduce al simple hecho de que a final de cuentas, Hidalgo sirvió a su clase;100 Hidalgo era criollo pero según su origen, estatus social (sacerdote) y perfil espiritual no podía contar con ser considerado como afín al círculo de latifundistas, lo que prueba la necesidad de hacer uso de manera diferenciada, y según la situación concreta, del concepto de criollo. El curso de los acontecimientos determinado por una confrontación doble (nacional y social) colocaba a Hidalgo en una contradicción de clases insuperable para imponerle compromisos con ambos lados; nivelarlos superaba sus fuerzas. Junto a la violencia brutal de los militares, la contrarrevolución española-criolla contaba con otras armas peligrosas; concesiones obligadas por la necesidad y por la ex comunión del cura rebelde. Mientras Hidalgo se veía obligado a renovar muchas veces sus decretos según el giro en la guerra, cuya influencia no podía ser calculada, las autoridades coloniales publicaban sus reglamentos de reforma hasta en idioma náhuatl para asegurarse una influencia bien amplia.101 En el terreno 96. M. S. Alperovich, «Hidalgo und der Volksaufstand in Méxiko», en Lateinamerika zwis­ chen Emanzipation und Imperialismus, Berlín, 1961, p. 61. 97. Ibíd., p. 65 y ss. 98. A. Cánovas, Historia mexicana, México, 1959, p. 106. («De este modo, la Revolución de Independencia de México, que [...] se había iniciado y desarrollado con el carácter de una revolución social, hubo de consumarse con un plan contrarrevolucionario [...]») 99. M. S. Alperovich, op. cit.,1961, p. 67. 100. L. Chávez Orozco, Historia de México, p. 70. 101. J. E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de 1808 a 1821, México, 1877-1882, 6 tomos.

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ideológico, Hidalgo con su bandera de la Virgen de Guadalupe poseía un símbolo religioso atractivo, al cual el clero conservador contraponía su propia virgen.102 Sobre toda la Nueva España llovían los folletos, tratados, piezas teatrales populares, poemas y canciones que hacían aparecer a Hidalgo como si fuese el anticristo en persona.103 Sus detractores se remontaban hasta Wiclef, Hus, Lutero y Müntzer para probar su herejía. Hasta la sombra de la Gran Revolución cayó sobre los herejes; un septiembre «anti-Hidalgo», o sea, un «Monsieur asesino de septiembre» «pues en septiembre decretaste el sistema de los jacobinos e introdujiste lo que desde esta fecha, hace 16 años llenó de terror y sangre a Francia; has cometido asesinatos en septiembre [...]».104 Incluso cuando la división interna del movimiento, que a su vez originaba discusiones tácticas entre los dirigentes revolucionarios,105 quedaba sin resolver en el momento más agudo de la crisis; Hidalgo y Morelos fracasan a final de cuentas por la resistencia decisiva de los españoles y de los criollos aristócratas; en el conflicto entre nación y, propiedad, triunfa esta última. La huella de la revolución popular radical no desaparece; se convierte en el caldo de cultivo de una guerrilla permanente;106 sin embargo, es demasiado débil para determinar el contenido social de la independencia declarada en 1821. La revolución agraria como fundamento del movimiento por la independencia influyó también el de desarrollo de la lucha con la Banda Oriental (Uruguay). Bajo la conducción de José Gervasio Artigas los «orientales» realizaron una guerra en dos frentes, a la que por fin sucumbieron; contra las exigencias de poder de la Junta de Buenos Aires que pretendía la exclusión de la concurrencia de Montevideo y contra el expansionismo portugués-brasileño que se aprovechaba de la debilidad de España para ocupar la región del Plata.107 La situación internamente conflictiva del movimiento de independencia se caracterizaba cada vez más por una contradicción entre Montevideo y el Hinterland libre.108 La ya antigua voluntad de resistencia de los patriotas culminó con el histórico éxodo que condujo la mayoría de la población hacia el campo gigantesco de Ayuí. En el transcurso de la Revolución de 1811, las contradicciones insuperables entre los terratenientes (hacendados, estancieros) y las masas de pobres del cam102. Para el fundamento político social de contraste simbólico, veáse J. Lafaye, op. cit., 1972, t. 1, p. 342 y ss. 103. En la Biblioteca de la Universidad de Berkeley existe gran cantidad de estos panfletos. 104. J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. 2, p. 628. El uso del concepto septembrista, que insinúa el terror espontáneo de septiembre de 1792, quiere decir que a pesar de la fecha inexacta hay conocimiento detallado. 105. M. S. Alperovich, op. cit., 1961, p. 63. 106. J. Mancisidor, Hidalgo, Morelos, Guerrero, México, 1956, p. 245 y ss. 107. E. Acevedo, Manual de historia uruguaya, Artigas, Montevideo, 1942, p. 157 y ss. 108. Ibíd., p. 337. 340 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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po y de campesinos, sin tierra, llegaron a la explosión violenta. Así surgieron las condiciones necesarias para la «manera jacobina con que Artigas financiaba la revolución popular».109 El resultado fue la expropiación de «los malos europeos y de los aún más malos americanos» (o sea, los terratenientes criollos que se hallaban del lado contrario). De este modo creció la posibilidad de una solución radical de la cuestión agraria, sin renunciar por ello a la relación con el sector patriótico de los hacendados criollos. En las condiciones geográficas y socioeconómicas de la cría de ganado, destinado a la exportación, la repartición igualitaria de la tierra no significaba una parcelación al estilo francés ni el restablecimiento de la propiedad campesina comunal; más bien se trataba de la creación de una mediana propiedad capaz de subsistir. El «Reglamento» de septiembre de 1815 de Artigas110 abría el camino a la propiedad de la tierra para los patriotas necesitados: indios, esclavos negros, gauchos, asalariados, campesinos libres, pequeños propietarios. No es de extrañar que bajo las condiciones extremas de la guerra se vieran obligadas a coexistir la ley agraria transitoria y los ordenamientos establecidos para largo plazo.111 Artigas, de manera inteligente, trató de relacionar a los indios con la cuestión agraria mediante una colonización de campesinos libres. Para esto desempeñó un papel importante la consideración práctica de que los guaraníes eran el «baluarte de la revolución».112 Incluso cuando en el plano jurídico estaban limitadas por el «reglamento», el ala patriota de los criollos aristócratas interpretó las medidas de Artigas, bajo «el impulso de la tierra y la seguridad de sus propietarios» como un peligro general para la propiedad de la tierra. Las fuerzas interesadas en la separación de la revolución política de la social, o sea, de su «desjacobinización», se aglutinaron alrededor de Fructuoso Rivera.113 El partido patriota se dividió en dos alas: el ala moderada, criollo-aristócrata (riverismo), confiada en el Ejército, y el ala demócrata-agraria (artiguismo) para la cual la revolución y la movilización de las masas resultaban inseparables. Con la invasión portugués-brasileña comenzó una época de contrarrevolución agraria,114 que continuó todavía después de la independencia (1828), y que volvió a unir el dominio de la gran propiedad de la tierra con la burguesía comercial de Montevideo. La duración y las dificultades de la restauración115 permiten apreciar lo lejos que había llegado la revolución en la Banda Oriental con 109. H. de la Torre J. C. Rodríguez y L. Sala de Touron, Artigas: tierra y revolución, op. cit., p. 49. 110. Texto en H. de la Torre J. C. Rodríguez y L. Sala de Touron, op. cit., p. 161 y ss. 111. Ibíd., p. 55. 112. Ibíd., p. 41. 113. Con la actividad de Rivera se empezó a tratar de llevar al ejército a la escena política, lo cual de alguna manera eliminaba de forma indirecta al movimiento popular. 114. H. de la Torre J. C.Rodríguez y L. Sala De Touron, op. cit., p. 99. 115. E. Acevedo, op. cit., 1942, p. 336.

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el artiguismo. «La historia de la revolución americana no conoce nada parecido al programa de gobierno del artiguismo que se encarnaba en sus congresos, sus instrucciones, la propaganda y los hechos.» La acusación de jacobinos fue más pronunciada contra Mariano Moreno y su círculo.116 Los testimonios contemporáneos proporcionan suficiente material para una revaloración de parte de la historiografía progresista.117 La influencia de Moreno sobre la revolución duró sólo seis meses (del 25 de mayo hasta el 26 de diciembre de 1810). No obstante, fue tan grande que su enemigo Saavedra comentó así la noticia de la muerte de Moreno: «Tanta agua para apagar tanto fuego».118 Y cuando Moreno navegaba hacia Inglaterra, la maldición: «Maldito Robespierre, por fin se fue [...]».119 El origen social y los conocimientos de la Ilustración podrían preestablecer un entendimiento radical de la revolución sin hacerlo por ello por completo necesario. La famosa obra de Moreno, Representación de los hacendados, 1809,120 mostraba un conocimiento profundo y una elaboración propia de la economía política de entonces. Pero la defensa brillante del librecomercio, que al mismo tiempo era una crítica demoledora del dominio colonial español, no dejaba entrever aún al futuro jacobino. Al contrario, Manuel Belgrano,121 por ejemplo, tiene ideas que son al mismo tiempo, ante todo, una defensa de la artesanía local y un avance respecto a la reforma agraria. Como secretario de la Junta Revolucionaria, Moreno adoptó enseguida una posición clave. La edición del Contrato social122 fue un símbolo de su programa republicanodemocrático, y otras notas fragmentarias testimonian su conocimiento bastante exacto sobre los acontecimientos franceses durante el dominio jacobino. El gran tema de Moreno fue la voluntad «general», el «bienestar general». Era un celoso defensor del régimen democrático, de la libertad general, de la soberanía indivisa, de «los derechos de los pueblos», que «nadie puede agredir impunemente».123 Al seguir normas espartano-jacobinas, Moreno prohíbe todo honor al Presidente de la Junta, hasta las simples aprobaciones de conducta.

116. R. Caillet-Bois, op. cit., 1929. 117. Comparar en los trabajos de M. Moreno (hermano de Mariano), Rojas, S. Bagú, R. Puiggròs, E. Ruiz Guiñazú. 118. Las condiciones en que murió Moreno el 4 de marzo de 1811, en el barco La Fama, aún no se han aclarado. 119. E. Ruiz Guiñazú, op. cit., 1952, p. 386. 120. M. Kossok, El Virreynato del Río de la Plata. Su estructura económico social, Buenos Aires, 1972, p. 148. 121. E. Díaz Molano, «Belgrano y la idea revolucionaria», en Anuario, op. cit., p. 309 y ss. 122. Rousseau toma distancia crítica de la religión, ¿inconsecuencia idealógica o táctica simplemente? 123. Comparar citas, A. Alderete, «El sistema republicano y el pensamiento de Moreno», en Anuario, op. cit., p. 577. 342 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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Con la exigencia de que «el pueblo tiene derecho a reconocer el comportamiento de sus representantes» acompañada con la amenaza de que una violación de este derecho «era una monstruosa infidelidad y un sacrilegio»,124 Moreno aparecía, ante los nuevos propietarios del poder, como afín a la democracia directa. Los agudos artículos de La Gaceta de Buenos Aires125, convertían al incorruptible hombre del Río de la Plata en el hombre más odiado por los miembros moderados de la Junta. Perdonar a los enemigos de la revolución era para Moreno renunciar a ella. Cuando el ex virrey, Santiago de Liniers, urdió la rebelión, Moreno se encargó del fusilamiento de todos los conspiradores. Con ello adoptó la praxis revolucionaria ya trazada como teoría y programa en el «Plan de Operaciones». Incluso cuando la respuesta a la pregunta sobre la autenticidad del Plan al fin sale sobrando, esto no contradice la realidad de que allá donde Moreno y sus seguidores actuaban con una responsabilidad propia, lo hacían empleando con decisión jacobina medios violentos capaces de espantar a la contrarrevolución.126 No sabemos si Moreno conocía la máxima de Saint-Just: «El pueblo lo único que tiene en común con sus enemigos es la espada»; su política revolucionaria seguía este principio.Al tomar en consideración de manera conjunta los principios políticos y filosóficos de Moreno parece permitido concluir que no se trató sólo de un jacobinismo, militar surgido de la situación extrema de una posición de defensa parecida a las condiciones impuestas a Simón Bolívar por «la guerra a muerte».127 En la protesta de Moreno contra la aceptación de los diputados de las provincias interiores en la Junta de la capital, se percibe que su concepción de la democracia no era una categoría abstracta, sino el reflejo de las condiciones reales de la revolución. Buenos Aires era el corazón y el cerebro de la revolución; la apertura propugnada por los moderados de acuerdo con las consignas democráticas, se dirigía al fortalecimiento del ala derecha. Cuando Moreno ya no pudo impedir –en analogía con 1792-1793– esta maniobra girondina, se retiró de la Junta, en diciembre de 1810.128 La gravedad de este error táctico recuerda la retirada de Robespierre de la Junta de Beneficencia. Lo trágico de Moreno es comparable al debilitamiento rápido del ala democrática radical en Colombia alrededor de Nariño en 1814.

124. Ibíd., p. 588. 125. A. Alderete, op. cit., p. 577; considera la rúbrica Las miras del Congreso, como la fuente principal para un entendimiento con las ideas políticas de Moreno. 126. Para la polémica surgida de nuevo en ocasión del 150 Aniversario de la Revolución de Mayo, véase A. Fernández Díaz (pro) y E. Acevedo Díaz (contra), en Anuario, op. cit., pp. 443 y 563. 127. I. Lynch, op. cit., 1973, p. 198 y ss. 128. R. Puiggros, op. cit., p. 403.

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Con la retirada, el aislamiento y la rápida muerte de Moreno, se selló el destino de la izquierda revolucionario-democrática en la Junta: «El tiempo del terrorismo ya pasó, y los principios de Robespierre que ellos quisieron imitar, bien vistos, son repugnantes».129 Incluso se prohibió la circulación del Contrato social por «superfluo y dañino». De entonces en adelante los morenistas se encontraron a la defensiva. El que con Moreno cae en la práctica también el morenismo, deja abierta la polémica acerca de las causas de este fenómeno, ni el modo ni la duración de su actividad política permitieron a Moreno la posibilidad de convertirse en el centro de una corriente o movimiento con verdadera base de masas. Además, las fracciones moderadas contaban con el Ejército convertido en columna vertebral de los acontecimientos donde la guerra de varios frentes desempeñó un papel importante (contra la Banda Oriental, Perú y Chile; además del temor a una invasión española). Un intento de Carlos María de Alvear y de los elementos plebeyos de la ciudad con el objetivo de ganar influencia para los intransigentes, obtuvo éxitos tácticos, pero no significó un verdadero giro.130 El último bastión quedó reducido a los clubs radicales donde se encontraban los que pensaban igual. Personalidades merecedoras de respeto; de la talla de Bernardo Monteagudo, trataron de mantener vivas las ideas de Mariano Moreno, pero las circunstancias lo condujeron a Chile y Perú como compañero de José de San Martín.131 El radicalismo,132 reducido a la vida sectaria de la logia y la provincia, ya no manifestaba la corriente viva de la verdadera revolución. Parte considerable de la tragedia de Moreno consistió en que no le fue permitido dar el paso histórico del jacobinismo para el pueblo hacia el jacobinismo con el pueblo de manera duradera y adecuada. Si en la determinación del peso histórico de las tendencias radicales en la revolución de independencia, en especial de 1810 a 1824, además de diferenciar el jacobinismo sin el pueblo del jacobinismo con el pueblo, introducimos la del jacobinismo para el pueblo, entonces abordaremos de modo directo un fenómeno complejo: la dictadura revolucionaria en Paraguay de José Gaspar Rodríguez de Francia que se sale en su totalidad del cuadro y no sólo por los años en que ocurre, 1811-1840. Prueba del deslumbramiento que Francia ejercía sobre su tiempo era el lugar ocupado en la galería de héroes de Thomas Carlyle. La sobrecarga emocional y subjetiva es evidente en la discusión acerca de la persona y la obra del doctor Francia. Aún vivo, se le consideraba de la talla de Robespierre y esto por 129. 130. 131. 132. p. 165.

Saavedra y Chiclana, citado en R. Puiggrós, op. cit., p. 400. J. Ingenieros, op. cit., t. 1, p. 133 y ss. Monteagudo fue asesinado el 28 de enero de 1825 en Lima. G. Ibaguren, Las sociedades literarias y la Revolución argentina, Buenos Aires, 1937,

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parte de historiadores no favorables; a esta interpretación siguieron biografías entusiastas de signo contrario: «Dos discípulos de Jean-Jacques: Maximiliano y José Gaspar»133 y aún continúa la polémica alrededor de Francia y su enigma.134 Es necesario darle un reconocimiento internacional al mérito de Alperovich, a su intento por aclarar y sentar las bases de un entendimiento y una evaluación correcta del jacobinismo específico de Francia.135 En el ejemplo de Paraguay se encuentra la contradicción que entraña la cuestión del precio del progreso: ¿qué formas adoptan durante su realización las ideas y los guías espirituales de la revolución burguesa radical en un contexto históricamente menos desarrollado? El conflicto desprendido de ello nos recuerda la cita de Engels: «Lo peor que le puede suceder a un líder de un partido extremista, es que se vea obligado a gobernar en una época en la que el movimiento todavía no ha madurado para el dominio de la clase que representa y a poner en práctica los principios que exige el dominio de esta clase [...]; cuando cae en esta posición está irremediablemente perdido [...]».136 Las intenciones de Francia se pueden describir con muchos conceptos: soberanía, antifeudalismo, anticlericalismo, igualitarismo.También, desde 1811 los destinos de Paraguay dependían de las condiciones exteriores. La Junta Revolucionaria de Buenos Aires y la Corte portuguesa de Río de Janeiro se esforzaban por realizar la ocupación del país. En las condiciones de esta amenaza permanente, Paraguay se aísla por completo, sin que tal aislamiento se convierta en un principio, puesto que Francia abría el país cada vez que las condiciones externas lo permitían.137 La estimación de Francia, expresada en su denominación de «dictador supremo», era una mezcla de sus simpatías para con Rousseau, la Gran Revolución y Napoleón Bonaparte, a quien admiraba asimismo como heredero legítimo de los objetivos revolucionarios. La dictadura de Francia, que se confirmó de manera oficial en 1813, era tan autoritaria como la dominación de Toussaint o Dessalines en Haití; el poder de la revolución era ejercido de arriba hacia abajo y no al revés. No obstante, había dos diferencias determinadas en el plano histórico: la espina dorsal del régimen no era sólo el Ejército, sino el bien organizado aparato estatal; el orden representado 133. J. P. Benítez, La vida solitaria del dr. José Gaspar de Francia, dictador del Paraguay, Buenos Aires, 1937, p. 73 y ss. 134. Ejemplos de investigación reciente, G. Kahle, Grundlagen und Anfange des Paraguayischen Nationalbewussteins, Colonia, 1962; Íd., «Die Diktatur Dr. Francias und ihre Bedeutung für die Entewicklung des paraguayischen Nationalbewussteins», en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellshaft Lateinamerikas, Colonia, 1964, t. 1. 135. Véase nota 95. 136. K. Marx y F. Engels, Obras completas, t. 7, p. 400 (edición alemana). 137. P. A. Schmitt, Paraguay und Europa. Die diplomatischen Besiehungen unter Carlos Antonio López und Francisco Solano López, 1841­-1870, Berlín Occidental, 1963, p. 8.

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por Francia tenía por fundamento en sentido socioeconómico la destrucción más amplia de las estructuras heredadas de la colonia. Revolución política y revolución social integraban una sola unidad permanente. Con ello Paraguay se constituyó en la excepción histórica de la revolución por la independencia en Latinoamérica, bajo condiciones que conducían a la arcaización y a la deformación. Había en Paraguay condiciones objetivas favorables para un rompimiento radical del monopolio de la tierra, pues la gran propiedad latifundista en la época colonial desempeñó un papel muy limitado; esto fue aún más fácil, cuando los españoles y muchos criollos ricos, después de 1811-1813, abandonaron el país. Francia disponía de una enorme cantidad de tierra bien arrendada y que provenía de los bienes abandonados, expropiados o que habían sido propiedad de la Iglesia ya secularizada.138 La mano dura del poder centralizado se mostraba con claridad en el sector agrario de la constitución de bienes del Estado («estancias de la República» o «estancias de la patria») que, no obstante, correspondían a las necesidades estratégicas de la defensa militar.139 Señales de jacobinismo de guerra hubo también en la producción artesanal. En la política religiosa de Francia se entrelazaban de manera compleja la Ilustración atea y una razón de Estado revolucionario-pragmática. Además, el mismo Francia, sin ataduras religiosas, pero convencido como Voltaire de la necesidad de la religión para la estabilización del orden social, aplicó tres intenciones sobre la Iglesia: expropiación económica como condición para un sometimiento riguroso de toda oposición clerical, pago oficial a los sacerdotes y vínculo del culto a los intereses estatales. El éxito de esta política trajo enseguida un debilitamiento considerable de las posibilidades de resistencia de las capas criollas superiores. Como consecuencia del aislacionismo completo, Paraguay era casi en su totalidad autárquico. Este país experimentaba un auge continuo de la agricultura, la artesanía y el comercio interior;140 mientras, en toda Latinoamérica, durante el periodo posterior a la emancipación, se registraba un desarrollo crítico en el sistema de librecomercio. ¿Estaba aquí la alternativa de impedir el «desarrollo del subdesarrollo» y su consolidación? Esta pregunta es difícil de contestar en el estado actual de la investigación. Asimismo, continúa vigente el problema de si era una reacción lenta a las presiones externas o de una subversión revolucionaria en la economía, en la

138. M. S. Alperovich, op. cit., 1975, p. 232. No existen todavía investigaciones detalladas sobre las relaciones de propiedad bajo Francia. 139. Ibíd., p. 233. 140. Ibíd., p. 183 y ss. 346 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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sociedad y en el Estado.141 En segundo término, aquí parece radicar el problema principal; no existían a pesar de los progresos en la manufactura y la artesanía, condiciones objetivas para dar el salto hacia el comienzo de la industrialización. Por lo contrario, el campo dominaba a la ciudad;142 la artesanía permanecía unida, en lo esencial a la agricultura, y la base político social de la dictadura de Francia se reducía a la población, en su mayor parte agrícola. En sus análisis acerca de la Revolución española de 1820 a 1823, Marx señala que la debilidad histórica de una «revolución de la ciudad», cuyo destino parece a priori sellado por el contexto pasivo y hasta contrarrevolucionario de las masas campesinas movilizadas.143 Lo opuesto es válido para Paraguay (como en Haití, México y la Banda Oriental), cuando la base de la revolución es empujada de manera unilateral hacia el campo. Los progresos cuantitativos considerables de Paraguay contrastan con las tendencias a lo arcaico. Un criterio probatorio de esto lo constituye la política educativa de Francia; de una parte educación escolar general, que no existía en esa época en ningún país latinoamericano; de otra parte, su reducción en secundaria con la expresa prohibición de cualquier instrucción superior.144 En contraste con otros líderes de la revolución latinoamericana, para Francia la tesis de que el pueblo debe ser educado y madurado para observar las virtudes de la revolución, no era demagogia, sino la convicción sincera de un ardiente rousseauniano que se había propuesto hacer un ciudadano del «salvaje bueno». ¿Entonces, fue Francia un jacobino para y no con el pueblo? Esta pregunta tampoco es fácil de contestar. A pesar de las elecciones ocasionales en Paraguay, durante el régimen de Francia no existió una participación activa, democrática, de las masas en la vida política del país. Francia disfrutaba del apoyo y del respeto de las clases populares, pequeñoburguesas y campesinas, en la medida en que sus métodos de igualitarismo socioeconómico eran capaces de garantizar cierto bienestar.145 Para la mayoría, el dominio del «hechicero» significó eliminación de impuestos, libertad personal, condiciones sociales más seguras y modesta educación. La oposición criolla li141. Una comparación a la situación de Haití es posible sólo condicionalmente, pues el segundo componente, el movimiento revolucionario «desde abajo», faltaba en el caso de Paraguay. 142. Probado por el claro crecimiento de la población de Asunción, agrarización y pequeña producción que de todos modos eran el funcionamiento de la economía y generaron influencia. La contradicción ciudad-campo en Paraguay era de distinta índole político social, que en el caso de la Banda Oriental. 143. K. Marx y F. Engels, Obras completas, Berlín, 1961, t. 10, p. 632. Se trata del artículo de Marx «Intervención en España» de la serie «España revolucionaria» para el New York Daily Tribune, escritos en 1854. 144. Das Urteil De G. Pendle, Paraguay, Londres, Nueva York, Toronto, 1967, p. 17. 145. M. S. Alperovich, Revolution von oben?, op. cit.

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mitada a la ciudad de Asunción (terratenientes, comerciantes, abogados oficiales, curas), veía restringidas sus ambiciones económicas y políticas; las ejecuciones ocurrían generalmente en estos círculos, o sea, el terror a veces aplicado, se dirigía en lo fundamental contra la derecha. Acabar con la oposición no era tarea de un movimiento de masas que según el ejemplo de la Revolución francesa se descargaba en jornadas, sino de un aparato estatal bien construido para la vigilancia. Pero constituye una desviación histórica el considerar el poder de Francia y su influencia deformante como consecuencia de las reducciones jesuitas.146 La dictadura personal del doctor Francia encarnaba en un régimen autoritario de carácter revolucionario cuya estructura socioeconómica y política se sometía en su totalidad al objetivo principal: la defensa consecuente de la independencia nacional y cuya base social la constituían las capas campesinas y pequeñoburguesas. Alperovich enfatiza que los componentes sociales de la revolución, en el curso de los acontecimientos, se profundizan; por ello los años veinte ofrecen bastantes puntos de referencia.147 Sin embargo, la radicalización de los elementos antifeudal-igualitarios y anticlericales no permiten concluir con que se registra una consolidación paralela de la relación dirección y masas. Los termidorianos de 1840 se enfrentaban a un juego fácil: bastaba con quitar el poder al sucesor provisional de Francia, Manuel Antonio Ortiz, para ganarse junto con la cumbre del Estado, todo el poder de la República.148 Las masas populares reaccionaron horrorizadas ante la muerte del «dictador supremo», pero sin acometer acciones decisivas para defender las victorias sociales de la revolución. Además, el dominio de Francia estuvo tan relacionado a la realidad que la restauración del latifundio no afectó la independencia ni a la integridad territorial de Paraguay. Sólo con la derrota, después de la heroica defensa en la guerra contra la triple alianza de Argentina, Brasil y Uruguay (1865-1870), llegó el país a la anarquía, y por fin al abandono de las conquistas esenciales de la revolución en favor de las masas.149 Las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución anticolonial, impidieron a los jacobinos latinoamericanos quebrantar de manera irrevocable el viejo orden a la «manera plebeya». A pesar de ello, fueron la sal de la revolución. Para forzar el advenimiento de un futuro cercano a los ideales de la Gran Revolución,

146. También Alperovich tiende a explicar así la obediencia de los cuadros en tiempos de Francia. No obstante a esto lo contradice el que los guaraníes, afectados por las reducciones de los jesuitas, eran una minoría de la población; en cambio, los guaraníes lucharon valientemente al lado de Artigas. 147. M. S. Alperovich, op. cit., 1975, p. 231. 148. J. C. Chávez, Compendio de historia paraguaya, Buenos Aires, 1958, p. 149. 149. H. Box, The Origins of the Paraguayan War, Urbana, 1929, p. 111, 2 tomos. 348 Contenido E-book adquirit per [email protected] el 07-12-2015 en www.tenda.uji.es

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a veces tocaron el reino de la utopía antes de sucumbir de forma definitiva, casi siempre al precio de su martirio y a la estrechez de su propia realidad histórica. ¿No se asemejan acaso a los jacobinos alemanes, polacos, húngaros, o italianos? «La libertad de los pueblos no consiste en palabras ni debe existir solamente sobre el papel.» [Mariano Moreno.]

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UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA HISTORIA DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA: EL CASO DE LA INDEPENDENCIA* En la historia de América Latina no faltan los temas de significación particular, cuyo debate científico se entrelaza de manera periódica con una polémica de carácter netamente político.Tal fenómeno se debe a la estrecha vinculación entre pensamiento histórico y político en el ámbito latinoamericano. Mencionamos como ejemplo la muy discutida problemática del desarrollo y el carácter de los modos de producción, de la cual se derivaría la conocida e incansable polémica sobre la relación entre feudalismo y capitalismo. Se comprende con facilidad que entretanto los historiadores saben vivir no sólo con la historia sino también de la historia. La tesis que presentamos sobre el tema unidad y diversidad en la independencia pertenece, sin duda, a los tópicos en donde se tocan con mucha profundidad los aspectos científicos con implicaciones político-históricas. No representan un terreno neutro o neutral. Las ideas que se formulan no pretenden entregar una solución satisfactoria a todos los aspectos del problema planteado en el título. La intención es más modesta: ofrecer y definir algunas líneas y criterios metodológicos que puedan servir al futuro progreso de la investigación. Para hacer comprensible lo específico de nuestro punto de vista, subrayamos ya al comenzar que tratamos el tema desde el ángulo de la historia comparada (o tipología) de los sistemas coloniales y del estudio de las revoluciones modernas, que marcan la transición de la sociedad feudal a la sociedad burguesa a escala mundial.

En Acta Universitatis Szegediensis de Attila Jozsef nominatae, t. pp. 69-81. *

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lxxix,

(Szedeg 1985),

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Son sobre todo los defensores de una nación latinoamericana (o por lo menos nación hispanoamericana) los que niegan la necesidad de esclarecer la dialéctica entre unidad y diversidad durante la independencia. No ven razón alguna para debatir y analizar el mencionado tópico. La corriente nacional (o nacionalista) del pensamiento histórico durante el siglo xix y hasta los primeros decenios del siglo xx, típica tanto para el positivismo liberal como para los representantes conservadores, se critica desde dos lados diferentes: de parte del revisionismo histórico, cuyos partidarios tienden a una rehabilitación casi total del régimen español (habiendo conducido a la tesis Las Indias no eran colonias), como de parte de una historiografía de orientación ultra, que encuentra sus resultados más consecuentes en el americacentrismo. Este americacentrismo, entendido como crítica del eurocentrismo dominante en el pensamiento liberal clásico, abarca un núcleo racional. Pero el problema y sus aberraciones no se solucionan mediante un simple cambio de los centrismos y, mucho menos, por el descubrimiento de propios modos de producción, (el peruano, mexicano o hasta en el caso de Jorge Abelardo Ramos, de uno iberoamericano.) Si se parte de la tesis de la nación continental o subcontinental no lograda por la independencia, la desintegración del imperio colonial español en estados nacionales independientes es un criterio fundamental para poder hablar de un fracaso más o menos rotundo de la revolución libertadora. La formación de estados y naciones no se interpreta como un fenómeno, expresión de una tendencia objetiva, decisiva y dominante de la época. La interpretación negativa del mencionado proceso se está reflejando en nociones como balcanización, fraccionamiento, o separatismo. Aunque al partir de posiciones diferentes, llegan a conclusiones similares aquellos autores (en su mayoría politólogos), que declaran inadecuado e inaceptable el término nación para los países del llamado Tercer Mundo, por haberse entrado ya en una fase trasnacional. En lugar de nación aplican la noción imperio sin una definición exacta. Como se deriva de tal posición hasta en el intento de justificar formas sociales conservadoras se reconocen con facilidad las raíces políticas de las correspondientes teorías. La condición sine qua non de la conclusión del predominio de la unidad sobre los elementos de la diversidad y, por ende, de la tesis de que hubo una perspectiva real de conformación de una «nación americana» (o hispanoamericana) durante la independencia, consiste en la afirmación de la existencia de un sistema o imperio colonial unitario. Aquí comienza ya la confusión de los términos y se puede reconocer el punto de partida decisivo para el malentendido y la interpretación errónea de la dialéctica entre unidad y diversidad durante la independencia. España estableció, como resultado de la conquista, un imperio colonial centralizado, pero no unitario. «Centralismo» y «unidad» pueden ser dos fenómenos

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idénticos, pero no tienen que serlo de manera necesaria. En el caso de España y sus colonias no hubo tal paralelismo o hasta identidad entre centralismo y unidad. A menudo se encuentran en el debate histórico confusiones e identificación de estos dos fenómenos diferentes. Del centralismo del sistema colonial resultó una tendencia predominantemente vertical, orientada hacia la Corona y a sus instituciones centrales de poder. Hacían falta aquí aquellos vínculos horizontales, indispensables para la formación de elementos dominantes unitarios. Contra la posible consolidación de tales rasgos horizontal-integradores obraron, como es sabido, las prohibiciones al comercio intercolonial y a la toma de contacto entre las colonias respecto de cualquier asunto político-administrativo. La mencionada política aplicada con bastante rigidez, frenó el desarrollo de intereses continentales de carácter económico o político-administrativo. El sistema colonial no conocía sino dos instituciones «unitarias» en toda la región: el Consejo de Indias y la Casa de Contratación; ambas tenían su sede en la metrópoli. A pesar de la centralización vertical, tan característica para las instituciones claves del poder colonial, es infundada la idea de que los Habsburgos (y los Borbones) hubieran introducido la diferenciación político-regional «desde arriba». Un papel esencial desempeñaron también las condiciones dadas en el momento histórico de la conquista y su impacto en el desenvolvimiento ulterior del régimen colonial. Un régimen colonial o sistema colonial representa el resultado de componentes que actúan en parte con efectos divergentes como también, en parte, complementarios. Definirnos como componente A a la suma de las fuerzas motrices de la expansión colonial obrando desde la metrópoli. En el caso de España (y de Portugal) se trató de una combinación óptima entre los elementos feudales (relacionados) a un naciente absolutismo y temprano-burgueses (Frühkapitalismus). La conquista creó la posibilidad casi ideal de una «simbiosis transitoria» entre los dos complejos o conjuntos de fuerzas motrices. Entendemos como componente B a la totalidad de las condiciones preexistentes en la región colonizada. No se necesita subrayar cuan radicalmente cambió este componente B durante la etapa de la colonización, pero, a pesar del hecho mencionado, las condiciones dadas y encontradas obraron en un grado más o menos importante, para modificar la manera en la cual el componente A y sus factores constitutivos podían realizarse. De la combinación e impacto recíproco de los componentes A y B se deriva, al final, el resultante C, idéntico como elemento (suma de factores) decisivo para el carácter histórico del régimen o imperio colonial. Sólo en el caso de la colonización de poblamiento (Siedlungskolonisation) basada en campesinos libres (freibaurliche Siedlungskolonisatoren), que además cubre territorios que cum-

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plen el criterio de «acceso fácil» (tierras vírgenes, con escasa población nativa, e incluso no sedentaria), los factores A son idénticos con el resultante C, dado la casi inexistencia de los factores B. En la zona de expansión de los españoles tales condiciones no existieron o no se realizaron debido a que hacía falta una fuerte corriente de campesinos libres (región del Plata, llanos del Orinoco, norte de México, etc.). El «feudalismo colonial» establecido como resultado de la conquista obedecía a la ley fundamental: «Tierras “con» hombres” (es decir, mano de obra «dependiente»). Los bienes raíces se valorizaron sólo y en directa proporcionalidad a la disponibilidad de fuerza de trabajo dependiente. Este fenómeno explica la congruencia de los centros del poder colonial con los centros de la población indígena sedentaria. En el gran «resto» del imperio colonial se produjo un conflicto cada vez más intenso por el control y la explotación del escaso número de trabajadores disponibles. La real valorización de las extensas regiones «libres», es decir, dominadas por las tribus nómadas o semisedentarias, apenas se consumó durante el siglo xviii (papel clave de la cría del ganado para la exportación de los nacientes mercados regionales) y, aún con mayor intensidad en el curso del siglo xix, impulsado de manera primordial por la colonización vinculada a la importante inmigración europea (Chile del sur, Pampa, Patagonia, etc.). El norte de México sufría, por el contrario, el drenaje de la expansiva economía de las plantaciones de los estados sureños de Estados Unidos. No cabe duda entonces que el sistema colonial español experimentó por múltiples vías una «diferenciación desde abajo», en correspondencia a las condiciones dadas con las que «chocaron» las corrientes principales de la conquista. Para dar un ejemplo concreto, la empresa de Hernán Cortés y su papel de dueño del Valle de México, de un lado, y las expediciones de Pedro de Mendoza en la región del Plata, de otro, representan los polos extremos. El régimen feudal-colonial establecido por los españoles, se caracterizó por un notable grado de adaptación y flexibilidad. El aspecto mencionado vale sobre todo para la política de la Corona, enfrentada a la complicada tarea de defender sus intereses globales contra el egoísmo miope de la primera y la segunda generaciones de los conquistadores en la lucha por el plus producto feudal. La «lucha por la justicia» citada con reiteración e identificada con la obra de Bartolomé de Las Casas, además del destino conflictivo de las Leyes Nuevas (1542), reflejan la dimensión dramática del problema fundamental de cómo encontrar la estructura óptima para el poder establecido y los intereses centrales, vale decir los de la Corona. Los intentos para lograr una integración de las capas indígenas superiores («nobleza indígena»), la tendencia a aprovechar el sistema tributario precolonial o la aplicación, aunque en forma drásticamente alterada, del régimen precolonial

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de trabajos comunes (mita), son ejemplos de una corriente encaminada a enfatizar la continuidad del poder, muy características en movimientos de expansión influidos o dominados por elementos feudales. Así se produjo una «aclimatación» más intensa, aunque siempre relativa y limitada a las condiciones existentes. De manera diferente se realizó la colonización capitalista «pura», cuyas dos variantes históricas principales –la colonización comercial o la colonización mediante campesinos libres– arrasaron casi en absoluto con los elementos nativos en las regiones conquistadas. Resulta obvia e innegable la profunda ruptura en el desarrollo histórico de Centro y Suramérica por la conquista y la masiva extirpación de grandes núcleos de la población autóctona. A pesar de este rompimiento, el proceso de «transculturación» no era una vía unidimensional dirigida de manera exclusiva desde la metrópoli hacia la colonia, que redujera la región conquistada a una existencia en realidad pasiva. Al contrario, las condiciones existentes en el Nuevo Mundo obraron de modo activo y modificaron la realidad colonial en formación, hasta tal grado que las Nueva Castilla, Nueva España, Nueva Granada, etc., no resultaron precisamente una copia de sus modelos metropolitanos, sino adquirieron una fisonomía propia e inconfundible, no sólo en comparación con la metrópoli, sino también entre sí. Esta multitud de factores de diferenciación, no obstante el centralismo político-colonial, poseía sin duda una «base objetiva». Cabe preguntarse si la política colonial española no era más exitosa y eficaz en aquellas regiones donde tomaba en consideración de manera consciente, y en el momento justo, las particularidades dadas. Es bien conocida la resistencia de parte del Consulado de Lima a la creación del Virreinato de Río de la Plata; el interés por defender el monopolio político-comercial propio entró en conflicto total con las nuevas realidades económicas y estratégicas en el sur del continente, reconocidas con bastante claridad por el reformismo carolino. La formación de particularidades regionales, con sus intereses especiales correspondientes, comienza con la conquista y transcurre durante toda la época colonial. Sus resultados influyeron sobre aquel proceso que puede definirse como desarrollo protonacional, cuyo impacto explica la creciente diferenciación durante el transcurso de la independencia. La base objetiva del desenvolvimiento de intereses regionales particulares tuvo múltiples elementos estructurales, de los cuales mencionaremos los más importantes: a) El aislamiento mutuo de los territorios regionales (factor geográfico). b) E  l diferente desarrollo y orientación económica de las principales regiones: minería, economía de plantaciones, ganadería, etc. (factor económico).

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c) La estructura social desarrollada en notable dependencia de las condiciones encontradas y de lo específico de la economía colonial (factor social). d) Las diferentes condiciones étnicas entre las regiones, influidas por la densidad de la población autóctona (sobreviviente) y el grado de la emigración, como del volumen de la mano de obra forzosamente importada. Es necesario enfatizar dentro de este aspecto la complicada dialéctica entre estructura social y étnica (factor étnico-social). e) Una mayor importancia debe atribuirse al impacto formativo (y normativo) de las entidades político-administrativas, sobre todo, el papel de las audiencias como fuente de futuros territorios «nacionales» (factor administrativo). f) F  inalmente es preciso no subestimar o pasar por alto los rasgos de una diferenciación cultural o mental, hasta en el nivel lingüístico, en lo cual Paraguay ofrece un ejemplo prematuro (factor cultural). Un problema aún abierto al debate y a la interpretación es el relativo al reconocimiento de la diferente influencia de los modos de producción interrelacionados: feudalismo, economía de plantaciones, producción artesanal, economía indígena de subsistencia, etc. Las reformas del Gobierno carolino durante la segunda mitad del siglo xviii en el sector colonial trajeron resultados muy contradictorios. Con Carlos III y su pléyade de ministros ilustrados la política de centralización alcanzó su punto culminante. No obstante, sería infundado sacar la conclusión de que se haya fortalecido la «unidad» del imperio colonial en un grado equivalente. Las reformas, por el contrario, tenían efectos abiertamente contraproducentes. Como exponentes clásicos del centralismo de tipo vertical actuaron los intendentes nombrados, según el concepto de la Corona, para abrir una brecha en las estructuras tradicionales desde arriba hacia abajo. Al mismo tiempo el absolutismo ilustrado, incluso sus precursores desde los comienzos de los Borbones, mostraba una notable flexibilidad frente a las condiciones objetivas de índole económico, estratégico y regional. Una expresión de esta capacidad fue la fundación de los nuevos virreinatos, capitanías generales e intendencias. Sus territorios y sus poderes correspondían en esencia a las crecientes necesidades regionales. Tampoco debemos olvidar el efecto de diferenciación de la política económica durante la época borbónica. En cuanto a la agricultura es posible hablar, a pesar de las crisis periódicas, de un ascenso general; la minería de la plata evolucionó de manera semejante, aunque a costa de Perú que perdió su posición preponderante respecto a México. Mucho más contradictoria fue la situación del artesanado y de la producción manufacturera (obrajes). El «Reglamento de librecomercio» y en particular el permiso del comercio «neutral» durante los años noventa abrieron el mercado colonial a un

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torrente de mercancías importadas, contra cuyo efecto destructivo no podían concurrir los productos locales ni en precio ni en la calidad.Ahí debemos buscar una de las causas de la futura debilidad de aquellos sectores tan importantes –aparte del sector comercial– para impulsar el desarrollo de los elementos burgueses. Tampoco podemos pasar por alto que el comercio intercolonial, finalmente tolerado, no produjo impacto notable alguno de integración; las raíces de los intereses regionales y particulares fueron ya demasiado fuertes. Ni siquiera las estrechas relaciones económicas entre Lima y Santiago (papel del comercio de trigo chileno) no podían superar el efecto de las intenciones separatistas en el momento decisivo de la independencia; se cruzaron de modo irrevocable el muy amplio límite entre la existencia regional y la formación de una nación independiente. El influjo del componente regional (en parte hasta localista) se expresó de modo significativo en la «oposición anticolonial» del siglo xviii. En cuanto a su perfil ideológico a menudo se produjo un antagonismo entre la intención programática «americana» y las limitaciones locales en la organización y acciones concretas. Es necesario añadir la notable discrepancia de intereses entre las fuerzas sociales dominantes en la oposición anticolonial, al verse enfrentada con las sublevaciones social-revolucionarias de las masas campesino-indígenas o plebeyoproletarias (en las zonas mineras); la aristocracia criolla –anticipando la tragedia de Hidalgo y Morelos– contestó con una defensa firme del status quo al lado del partido español. Y, por contraste, a las insubordinaciones y las conspiraciones de origen criollo –comenzando con los comuneros de Asunción y Socorro, hasta las conspiraciones de los años noventa del siglo xviii– les hacía falta una base real de masas, pero las capas superiores optaron por quedarse «entre sí mismas» en la lucha contra el poder colonial. A pesar de las afinidades existentes entre las dos componentes principales y determinantes de la oposición anticolonial, no se formaba un «bloque antihispánico» (es decir, anticolonial), comparable en su profundidad, duración y efecto con el «bloque antifeudal» (y antiabsolutista) en vísperas y durante la Revolución de 1789 en Francia. Esta diferencia profunda vale tanto a escala regional como continental. Como es obvio no hacía falta una fuerte «corriente continental» en el transcurso de la oposición anticolonial. Alexander von Humboldt es un testigo implacable (en sus obras publicadas, aún más en su diario de viaje aún recientemente editado en la República Democrática Alemana) en cuanto a la convicción de la juventud criolla acomodada: «Somos americanos». Pero sería preciso preguntar por el contenido concreto de tal americanismo, como base sólida de una conciencia en verdad continental. El concepto de Simón Bolívar y sus más fieles compatriotas apenas representó el «promedio del pensamiento» de la clase a la

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cual pertenecieron. El mayor impacto del ideario integracionista parece demostrable en el caso de la emigración. La distancia aguzó la vista para los intereses de la totalidad. De tal manera puede citarse la odisea de Francisco de Miranda y su visión continental. En la misma América española comienza a aparecer la noción patria con un tinte notablemente regional. Parece innegable la influencia de las Sociedades Económicas de Amigos del País para la creciente identificación con «el país propio»; además debe recordarse el papel de la naciente prensa (por ejemplo, Mercurio Peruano en el caso de Lima) para sentirse «diferente». En el proceso de desarrollo de la tendencia a crear una conciencia «antiespañola» (sea de carácter «regional» o «continental») desempeñó un papel esencial el «pensamiento ilustrado». Las investigaciones de los últimos años centraron el debate sobre el lugar histórico de la Ilustración en el proceso de la preparación ideológica en favor de la independencia. Al respecto existen dos extremos de interpretación: la sobreestimación de las ideas ilustradas, incluso la igualdad esquemática entre pensamiento ilustrado y pensamiento revolucionario; y el intento de subestimar o hasta negar la Ilustración mediante el énfasis de las ideas populistas y tradicionalistas. La comprensión del impacto de las ideas ilustradas está íntimamente relacionada al esclarecimiento de aquellos factores que posibilitan explicar las diferentes influencias de la «nueva filosofía» (Humboldt). En primera instancia debe subrayarse que la Ilustración hispanoamericana (o hasta latinoamericana) entendida como corriente única, no existía. Las fuentes múltiples (desde España, Francia, Italia, Estados Unidos y en menor escala, alemanas), influyeron sobre las regiones aisladas con «intensidad y efectos diferentes» (un ejemplo ilustrativo representa el papel de las doctrinas ilustradas italianas en la región del Plata en vísperas y durante la temprana época nacional). Por tanto se consumaba la «regionalización» (más tarde la «nacionalización»), es decir, el arraigo concreto de las doctrinas absorbidas con resultados muy diferentes, a veces hasta contradictorios. Las declaraciones clásicas de la preindependencia, mediante las cuales la élite criolla manifestaba sus exigencias, representaron de modo visible el espíritu de un regionalismo muy avanzado. A los más famosos testimonios de aquellas iniciativas pertenece la Representación de los Hacendados, escrita en 1809 por Mariano Moreno. No asombra menos el fuerte elemento «nativista» en el pensamiento histórico de la generación ilustrada de 1810. De forma consciente esta generación buscó separarse del pasado «común» con los conquistadores y los actuales euroespañoles («godos», «gachupines»), para sentirse hasta las víctimas de la «tiranía española» establecida en los siglos xv y xvi. El utópico retorno a las tradiciones autóctonoindígenas, con las cuales se identificaron algunos intelectuales criollos (la idea de la monarquía incaica), tenía sólo cierta sustentación histórica en las regiones de los

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antiguos imperios precolombinos. Pero, al enfrentarse tales utopías con una realidad social contraria, los proyectos correspondientes se esfumaron con rapidez (por ejemplo, en Francisco de Miranda) ante el antagonismo agudo entre terratenientes criollos y campesinos indígenas. En la independencia obraron de manera compleja y vinculada dos componentes: el continental-integrativo y el nacional-regional.Así, el componente continental encontró su manifestación concreta en la dimensión programática y la acción, representados por Simón Bolívar y José de San Martín. Ambos consideraron las bases regionales de sus operaciones siempre como espina dorsal de una revolución continental. Esta tendencia entró en contraste cada vez más agudo con el segundo componente, subordinado sólo de manera condicional y transitoria a la dirección y al ideario de los continentalistas. El segundo componente se caracterizó por sus fuertes relaciones regionales tanto en cuanto al arraigo social como por su más limitado radio de intereses. Este fenómeno se expresó de manera paradigmática en las acciones de José Páez en Venezuela.Además, el componente continental reflejó en mayor claridad el predominio del frente exterior y la tarea política fundamental de la independencia, la conquista de la libertad contra el régimen colonial. Pero la utilización de las nociones componente continental, revolución continental, merecería un análisis aún más profundo y una concreción definitoria más perfilada. No obstante, la existencia de un «componente continental» en cuanto al interés común por la solución del problema fundamental de la Revolución de 1810, no debemos pasar por alto las divergencias existentes hasta en este nivel de la independencia. Una comparación detallada entre los tres centros decisivos de la primera fase del levantamiento anticolonial (1810-1815): Caracas, Buenos Aires y México, muestra diferencias profundas en cuanto a las fuerzas motrices de la revolución, carácter de los elementos dirigentes (hegemonía), base de masas y programas. Salta a la vista la discrepancia entre el radicalismo social bajo Hidalgo y Morelos en México, en comparación con las actividades de la aristocracia criolla mantuana en Caracas, limitada a fines políticos correspondientes a los estrechos intereses de esta clase. En el caso de Buenos Aires se logró acabar ya en 1811 con la corriente «jacobina», representada por Mariano Moreno. Entonces la pregunta es si es correcto hablar de la o de las revoluciones en Latinoamérica; no es una pregunta por completo abstracta. Después del retiro de San Martín, como resultado del encuentro de Guayaquil, el «componente continental» se identificó de modo exclusivo con la corriente bolivariana. El momento común entre Bolívar y San Martín, independiente de sus divergencias respecto a la organización política de los estados independientes, se basó en que ambos poseían su apoyo e instrumento principales en el Ejército. El ejército simbolizó la fuerza decisiva, al mismo tiempo que la debilidad decisiva de los «continentalistas». Es indudable que el

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Ejército sirvió como vanguardia para la liberación del subcontinente; le correspondió el papel principal en la guerra de liberación durante la independencia. A pesar de ello, el análisis más profundo del desarrollo concreto de las acciones militares permite ver un cambio decisivo en la situación política y militar; crece con la prolongación de la guerra el número de los territorios liberados a los cuales se lleva la revolución «desde fuera», es decir, se disminuye el peso de los factores «internos» de la revolución. El caso clásico lo representa como es obvio Perú. El resultado ha sido un notable desfase y desnivel entre los centros de origen de la revolución y los restantes territorios. Los ejércitos bolivarianos, comprometidos por la idea de la liberación continental (un ejemplo, el discurso de Antonio José de Sucre en vísperas de la batalla de Ayacucho), cumplieron de manera grandiosa su misión histórico-militar. Pero estos ejércitos no eran los pilares de un poder de extensión subcontinental, constituido e institucionalizado de manera paralela. El camino en tal dirección se le bloqueó a Simón Bolívar de doble forma: 1) por la creciente oposición en Venezuela y Colombia debido a los renovadores sacrificios para las campañas bolivarianas; y 2) por el proceso de constitución del poder real sobre bases regionales. La mencionada tendencia comenzó a predominar alrededor de 1822, cuando las partes abstinentes e indiferentes (es decir, en escala subcontinental, la mayoría) de la aristocracia criolla, incluso sus elementos más conservadores, emprendieron la fuga hacia adelante, para lanzarse al lado de los patriotas, debido a la correlación de fuerzas favorables de manera definitiva a la revolución. De este cambio de frente resultó la oportunidad histórica de la aristocracia criolla para llenar el vacío de poder creado por los ejércitos libertadores ante la liquidación de las instituciones coloniales, bajo su propio patrocinio, garantizando al mismo tiempo la «continuidad social». De manera paralela con el grado de cumplimiento de la tarea histórica de la liberación por el «componente continental», se reforzó la tendencia a «regionalizarse» en el transcurso de la independencia para consolidar su fisonomía nacional-regional. Ni Bolívar ni su compatriota congenial Antonio José de Sucre lograron dar a sus acciones político-militares una duradera y efectiva base civil de poder, para no hablar de la posibilidad de efectuarla a escala continental. El elemento de la «ilusión heroica», al cual Karl Marx se refirió en La Sagrada Familia, válido para todas las revoluciones de aquella época, se reflejó en alto grado en el antagonismo insuperable entre las corrientes continental y la nacional de la lucha anticolonial. ¿Hasta qué medida la Gran Colombia de Simón Bolívar podía realizar la función histórica de vehículo para crear la unidad subcontinental, en el sentido de unirse toda Sudámerica, o hasta la totalidad de la América española? Un análisis más detallado de esta creación política y de las ideas continentalistas de Bolívar permite comprender que el Libertador conocía las tendencias hacia la creciente

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regionalización y con ello «nacionalización» de la independencia; aceptaba este proceso como un hecho objetivo o irrevocable. Ni siquiera la constitución de la Gran Colombia tocaba en forma seria la autonomía de los estados parciales de la Confederación; además Bolívar defendía, la necesidad de respetar las fronteras coloniales, formalizaba así de tal manera el principio del uti posseditis, tan importante para el futuro desenvolvimiento de los jóvenes estados nacionales. No faltan otros indicios que demuestran la creciente influencia de intereses regionales y nacionales sobre el transcurso ulterior de la independencia.Tanto el Ejército Libertador de Bolívar como las tropas de San Martín se ven sindicadas con rapidez de «extranjeros» en los territorios liberados por los representantes de los poderes locales. A los libertadores no se les conceden ni poder ni influencia política duradera. El escarmiento histórico de Robespierre ante «los misioneros en armas» se cumple también en el destino de los ejércitos libertadores en Hispanoamérica. De manera abierta obraron los antagonismos de intereses entre los nuevos estados en el terreno diplomático-internacional; es suficiente mencionar el fracaso de establecer una diplomacia común (ni hablar de una representación diplomática común) frente a Inglaterra, al aliado político más importante en la segunda fase de la independencia (1816-1826). No con menos fuerza obraron los estados respecto a su organización política; las tendencias republicanas dominantes hallaron la resistencia de corrientes monárquicas y en el seno de las dos formas estatales principales se libraba la lucha sangrienta entre unitarios y federales. A pesar de éstos y muchos otros hechos negativos, sería infundado juzgar el proyecto bolivariano del Congreso de Panamá como utopía o fantasía política. Pero el juicio equilibrado de esta iniciativa histórica del Libertador no debe limitarse, al contrario de muchas interpretaciones corrientes, a la simple pregunta, unidad continental: ¿sí o no? Tal procedimiento significa pasar por alto el profundo realismo (no confundirse con Realpolitik) y pragmatismo en la política de Simón Bolívar. Al dejar a un lado cada comprensión doctrinario-abstracta del fenómeno «unidad continental», el congreso se ve en último término enfrentado a tres tareas fundamentales: a) L a puesta en marcha de la solidaridad continental, para defender la independencia recién conquistada mediante una definición clara de los intereses comunes por encima de los de carácter nacional, aún en pleno proceso de formación. b) O  bligar a Estados Unidos a aceptar tal sistema, sobre la base del respeto de la soberanía y la integridad de los nuevos estados. Bolívar advertía, como es conocido, el impacto expansionista del vecino del norte. Estados Unidos garantizó a España la posesión de Cuba y Puerto Rico; bloqueó la expedi-

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ción libertadora prevista por Bolívar. Tampoco la Doctrina Monroe servía para la defensa de una reconquista colonial por parte de la Santa Alianza, debido al simple hecho de que tales proyectos no existían. En el fondo, la Doctrina Monroe simbolizaba una garantía del estatus que en favor de España, incluía la opción a una futura expansión territorial, económica y política por parte de Estados Unidos. c) E  l fortalecimiento de la posición internacional de los nuevos estados frente a Europa y sus poderes principales (más allá Inglaterra) que, a pesar de las protestas españolas, aceptaron en un tiempo relativamente corto las nuevas realidades. El paso decisivo lo emprendió Francia, en aquel entonces aún miembro de la Santa Alianza, con el reconocimiento de Haití. No menos audaz y activa se mostraba la política de Prusia. No faltan los autores que citan a Estados Unidos como ejemplo positivo y de contraste por la posibilidad histórica de crear una nación unida sobre la base de un régimen colonial superado. Esta comparación –en la mayoría de los casos vinculada al debate sobre «la historia común de las Américas»– es insostenible por tres razones: a) S e ignora primero el carácter en absoluto diferente de la colonización de Norteamérica en comparación con los factores influyentes sobre la formación del régimen colonial en la parte hispánica de América. b) E  n las Trece Colonias se desarrollaba una homogeneidad mucho más intensa (además sobre una región limitada en comparación con los territorios españoles). c) F  inalmente, es necesario destacar el simple y más importante hecho: Estados Unidos logró su dimensión de una nación «continental» sólo después de la revolución de independencia, y en el sentido propio de la nación, después de la guerra civil, es decir, tras haber concretado el predominio absoluto de los elementos capitalistas más dinámicos en escala nacional como base principal de la expansión hacia el Lejano Oeste. Gracias a la victoria del norte en la guerra civil, cuya significación histórica consistió en su función de segunda revolución burguesa, era posible superar el peligro de una desintegración de Estados Unidos en dos estados y más tarde naciones independientes. Sólo después de esta segunda revolución se terminó el estatus colonial indirecto del Sur frente a Inglaterra como centro de la revolución industrial, basándose en alta medida en la elaboración del algodón por las fábricas textiles.

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En la época de la independencia se evidencia el resultado fundamental de la dialéctica entre unidad y diversidad por la desintegración del entonces imperio colonial hispanoamericano en estados independientes. Este proceso abarca una nueva etapa en la formación nacional en América Latina. Hablamos de forma consciente de una «nueva etapa», para subrayar de tal manera las raíces coloniales y la prehistoria de la formación nacional. Para entender mejor este énfasis debe recordarse que también la formación de las naciones en las regiones «clásicas» del ciclo de las revoluciones burguesas no era producto sólo de estas revoluciones. La nación (y el Estado nacional) poseían su prehistoria feudal, como lo muestra con la mayor claridad el caso de Francia. Las revoluciones marcaron el cambio decisivo hacia la impregnación del carácter burgués de la nación, su consolidación y conclusión. Si se toma en consideración esta complejidad histórica, la creación de estados nacionales y el proceso de la formación de naciones no resulta un criterio sólido para sustentar la inconclusión o considerar hasta el fracaso rotundo de la independencia; se trató, por el contrario, de un proceso en plena congruencia con las tendencias dominantes de una época en la cual todos los movimientos revolucionarios tendieron hacia la formación de entidades nacionales como expresión «típica» de las circunstancias históricas. Si reconocemos el hecho de que la independencia como revolución anticolonial se integró en la época de las revoluciones burguesas y de la constitución de estados nacionales, el problema fundamental no se limita o reduce a la pregunta: ¿nación «continental» o nación «regional»? Consiste en la dialéctica entre la vía democrática-revolucionaria y vía conservador-reformista en la formación de naciones y sus correspondientes estados. No cabe duda que la inconclusión social de la independencia (en primer lugar la cuestión agraria no solucionada), pero también la deformación político-institucional de la emancipación anticolonial, debido a los muy limitados resultados socioeconómicos, influyeron de manera decisiva y siempre negativa sobre el carácter de la formación nacional y el funcionamiento de los estados. El déficit de las naciones liberadas consistía, en primera instancia, en la debilidad de la burguesía como clase social y el elemento hegemónico de la revolución, pues condujo a un subdesarrollo de la substancia social burguesa de los estados en formación. En cuanto a su fisonomía social y política, las nuevas naciones y sus correspondientes organismos estatales se representaron como naciones criollas. El criterio determinante para aplicar la noción nación criolla no consiste como puede leerse a menudo, en que una minoría dominante excluía a la mayor parte de la población del Estado del ejercicio del poder político, tal fenómeno corresponde de igual manera a los estados burgueses «clásicos», después de haber terminado la revolución y al haberse establecido la clase nueva en el poder. El

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término nación criolla más bien quiere subrayar la función predominante de los terratenientes criollos, vale decir, de una clase con raíces fuertes en condiciones socioeconómicas de carácter precapitalista y que con mucha lentitud se orientaba hacia la «vía prusiana» en el desarrollo ulterior del capitalismo; además en circunstancias de una dependencia frente a los países más avanzados. De lo específico del carácter anticolonial de la revolución resultó una particularidad en la dialéctica entre la formación de naciones y de estados nacionales, en comparación con las revoluciones «clásicas» en Europa. En el caso de Inglaterra o de Francia la revolución burguesa madura y el Estado nacional constituido por ella señaló la etapa final en el proceso de la formación nacional. La más amplia homogeneidad socioeconómica y cultural-lingüística (basándose en el papel decisivo del mercado interno nacional) encontró su complemento en la integración político-institucional por parte del Estado moderno, es decir, del Estado burgués. Era muy diferente la situación en Hispanoamérica. La formación de naciones daba apenas los primeros pasos; sobre todo fue necesario una mayor madurez de las relaciones capitalistas de producción, teniendo como base el ya mencionado mercado nacional. En tales condiciones históricas el Estado en formación no funcionó como pieza final, sino como el instrumento institucional central para la ulterior consolidación de la nación. Este vuelco relativo a la correlación y en los mecanismos de enlace entre Estado y nación no permite la conclusión, a veces defendida, de que el Estado haya «creado» la nación. Lo que parece una particularidad de Hispanoamérica caracteriza más bien la situación de la mayoría de las revoluciones del siglo xix y sobre todo aquellas de Asia, África y América Latina. Este rasgo típico de las revoluciones en la «periferia», del ciclo de las revoluciones burguesas, merecería un análisis más detallado. Como consecuencia de lo dicho, el proceso de la formación y de la consolidación nacional conservaba su vigencia para todo el periodo posrevolucionario. Sobre todo en los países con una masiva población indígena (con la excepción del caso muy particular de Paraguay) no se logra concluir la integración nacional.Aún en 1928 José Carlos Mariátegui, en sus famosos Siete ensayos... definía la cuestión agraria como una de las determinantes en la liquidación de todos los elementos precapitalistas en la economía y la sociedad y como condición indispensable para la conclusión del proceso nacional. Existen entonces hasta el presente niveles y perspectivas diferentes en cuanto al grado de consolidación de las naciones y los estados nacionales en América Latina. Más allá de la desintegración del imperio colonial en estados y naciones independientes, la dialéctica entre unidad y diversidad vale para muchos otros aspectos del viraje histórico entre 1810 y 1826.También, una característica notable del análisis político-social de la independencia consiste en la multitud y heterogeneidad de las fuerzas motrices. La mencionada heterogeneidad se reflejó con mucha

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claridad tanto en las diferencias en cuanto al peso objetivo y sus manifestaciones subjetivas (ideológicas), como en su movimiento cíclico y concentración regional. En la mayoría de los casos, los ciclos de desarrollo del movimiento popular no correspondían con las coyunturas de la hegemonía criolla (y viceversa). En una revolución «clásica» del tipo «1789» actuaron en esencia cuatro componentes políticos sociales: el burgués liberal (a menudo en combinación con partes de la aristocracia «modernizada»), el pequeñoburgués-democrático (representando la base de un radicalismo intransigente: en el caso de Francia, el jacobinismo), el campesino-agrario (como base de masas) y el componente urbanoplebeyo. Esta imagen de la dinámica social de una revolución en la época de transición del feudalismo al capitalismo se modifica de manera profunda por el grado de distancia histórica entre el eje central de las revoluciones (Inglaterra, Francia) y la periferia de este ciclo de revoluciones a la cual pertenece también Hispanoamérica. Al contrario de las regiones claves (o pioneras) de las revoluciones burguesas, es decir, las zonas donde se abrió la brecha para el nuevo modo de producción y orden social, en América española no existía una burguesía madura (como clase «para sí») ni como fuerza hegemónica más avanzada, ni tampoco como elemento de homogenización de los intereses sociales y nacionales. El vacío existente lo llenó la aristocracia criollo-liberal (con sus representantes intelectuales), por ende una clase que cumplía sólo con muchas limitaciones la función de una «clase nacional» (en el doble sentido de la palabra). La profundidad de la revolución en esta época de transición dependía además de la intensidad y duración del ya mencionado «bloque antifeudal». Ante las condiciones de primacía del frente exterior (lucha anticolonial), tal bloque ganaba los rasgos esenciales de un «bloque nacional», para cubrir la problemática social. Salta a la vista que la guerra de liberación no conducía de manera obligatoria a una radicalización, vale decir profundización social del proceso revolucionario. Un ejemplo positivo de esta correlación la muestra el transcurso de la Revolución francesa, manifestándose en la superación de los feuillants y girondinos por el gobierno jacobino. Muy diferente era la situación de España desde 1808, donde se consumó «una unidad ante regeneración y reacción» (Karl Marx), dominada por la posición dirigente de fuerzas conservadoras (clero y nobleza tradicional), cuyo resultado desemboca en un abierto desmontaje del sustrato social de la revolución. No podemos pasar por alto ciertas analogías con el desenvolvimiento en América española. Es bien sabido que hasta Bolívar sufría del temor ante el peligro de la «pardocracia» y la jacobinización de la independencia. Esta posición restringida hacia el pueblo no era sólo reflejo de los acontecimientos franceses muy lejanos (aunque Francisco de Miranda sí los había vivido muy de cerca), sino sobre todo el impacto del triple trauma del levantamiento de Túpac Amaru, de la Revolución de

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Haití y de la ola de violencia popular al comienzo de la Revolución mexicana. Es preciso recordar aquí que los realistas españoles fueron los primeros en declarar la «guerra social» a la aristocracia criolla, al aprovechar las profundas contradicciones entre las masas y la futura clase dominante. La tesis, defendida por historiadores conservadores y hasta liberales, de la pasividad o apatía de las masas populares durante la independencia pertenece a las muchas leyendas que aún cubren la historia real y concreta de América Latina. Como en cada revolución de la época moderna, también en la independencia debemos diferenciar con mucha exactitud entre la base de masas activa y pasiva de los acontecimientos. No existe otra manera para descubrir el núcleo radical del movimiento popular. La intervención de las masas populares se llevó a cabo en formas muy diferentes: resistencia pasiva contra el régimen colonial (sobre todo, durante los años de la reconquista española), la fuga masiva (éxodo de los orientales), apoyo a los ejércitos libertadores por la guerrilla (montoneras, republiquetas) y como puntos culminantes el levantamiento independiente y la revolución (caso de México, de la Banda Oriental, etc.). El aspecto típico de la independencia no era entonces la ausencia del pueblo o la debilidad del movimiento popular innegable para algunas regiones, sino la discrepancia creciente entre la base de masas y la dirección de la revolución. En todos los centros del movimiento popular, la independencia se hallaba impregnada de la lucha por unir la liberación nacional con la emancipación política y la igualdad social. Cada solución revolucionaria del problema social, como por ejemplo, la cuestión agraria, puso en peligro el monopolio de la tierra, la base económica de la aristocracia criolla. Se libró «desde abajo» y «desde arriba» una lucha en dos frentes: de parte de los campesinos indígenas (y los esclavos) contra el poder colonial y los terratenientes (como los explotadores inmediatos) y de parte de la aristocracia contra el poder colonial y el peligro de una revolución social. Bajo la influencia de estas condiciones antagónicas el desarrollo del componente «hegemónico» y del componente «de base» de la revolución no se realizó de manera sincrónica sino divergente; esta contradicción vale también para el ritmo temporal de ambos movimientos. En todas las regiones con acciones independientes de las clases populares y la correspondiente radicalización social de la revolución, este fenómeno encontraba la resistencia intransigente de la aristocracia criolla hasta el extremo de aceptar al régimen colonial frente a una independencia que escapaba al control de los elementos moderados. La consecuencia inevitable de esta constelación de fuerzas político-sociales fue la derrota del movimiento popular por vías diferentes: la contrarrevolución abierta (el destino de Hidalgo y Morelos en México) la intervención (el caso de la Banda Oriental contra Artigas), la exclusión del ala radical (aislamiento político de los Morenistas en Buenos Aires) o la necesidad

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de retirarse a un estado de autoaislamiento (el Paraguay del doctor Francia). En contra de una posible jacobinización, y por ende eclosión social del proceso revolucionario, obraron de forma principal dos factores: la debilidad general de los elementos democrático-burgueses (incluso la pequeña burguesía como estrato decisivo de transmisión entre las fuerzas hegemónicas y la base popular) y el frente de resistencia de la aristocracia criolla, en cuya óptica, la independencia se reducía a la separación política de la metrópoli.

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