HISTORIAS ENVOLVENTES

...¿Cómo estás? El otro es un tú que te envuelve, déjalo ser. Aquella noche de invierno la vida me dio una gran lección

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...¿Cómo estás? El otro es un tú que te envuelve, déjalo ser.

Aquella noche de invierno la vida me dio una gran lección. La noche estaba muy callada y el silencio de mis problemas afloraba por mis lágrimas: problemas en mi trabajo, con mi enamorado y en casa. Estaba tan aturdida que había timbrado el teléfono y no me había percatado. De repente, mi madre tocó la puerta diciéndome que tenía una llamada sorpresa. No tenía la menor idea de quién podría ser a esas horas de la noche. Era mi gran amigo Eduardo, que se había ausentado del país desde hace dos años por cuestiones de trabajo. De pronto retumbó mi interior: ¡todo estaba mal, hasta que llegaste tú! No dejaba de ser el tierno y preocupado amigo. Después de un hola, preguntó: —¿Cómo estas, Any? ¿Qué ha sido de tu vida? No pude contenerme y me puse a llorar por el teléfono. Traté de disimular pero él se dio cuenta rápidamente: —¡Oye, qué te pasa!.. Ah, debe ser uno más de esos problemitas con tu noviecito ese; yo pensé que ya habías cortado esa relación. —No te preocupes, Eduardo todo está bien… —¡No!, tú a mí no me engañas, algo te pasa. Le pedí por favor que si podría venir a mi casa para compartir un poco de nuestras vidas. Él no se negó y a los veinte minutos ya estuvo tocando mi puerta. Era impresionante su cortesía, no había dejado de ser el gran amigo que siempre me aguantaba todo, era el pañuelo de mis lágrimas. Toda la bendita noche la pasé contándole mis problemas. Él, como buen psicólogo, orientándome, dándome consejos y animándome a seguir adelante. Ya era como las tres de la madrugada y yo tenía que ir a trabajar en pocas horas, así que le pedí que otro día siguiéramos con la plática. Él, muy cortés, dijo: —Cuando quieras platicar nuevamente, llámame, ¡para eso están los amigos!.. Para estar en las buenas y en las malas. A propósito, me invitó para ir al cine el fin de semana. Al despedirnos cuando, estaba subiendo a su moto, le pregunté: —Eduardo, tú no me has compartido nada de tu estadía en Guatemala. —Sí, es verdad, pues tú nunca me preguntaste; ¡además necesitabas ser escuchada! No importa, te contaré algo rápidamente. Estuve trabajando muy bien, de repente a finales del año pasado fui al médico por una tos que no me pasaba y me di con la sorpresa que aparte de esta minúscula tos, el médico me pidió hacerme unos análisis en el cual detectó un tumor maligno en mi cerebro, y tengo pocas probabilidades de seguir viviendo. A inicios fue duro, pero ya acepté lo que tengo. Sólo falta preparar a mi familia para decirles esta terrible noticia. Yo me quedé totalmente perpleja y mi voz se apagó. Eduardo me pidió que me cuidara y que tuviera paciencia, porque mis problemas eran pasajeros. Los suyos no. Tema: Salud, Soledad, Amistad. Casi siempre cometemos el error de preocuparnos en ser escuchados, más no en escuchar a nuestros amigos o familiares. Desde siempre hay que dar lugar al otro. ¿Estás bien ahora mismo? ¿Tus actitudes fraternales y amicales se parecen a los de la historia?

Camino a ser ingeniero Lo más lindo de la vida está en darle sentido.

La experiencia universitaria es maravillosa, curiosa y hasta perezosa. Un poco más y en vez de cantar el himno nacional, entre todos los amigos, entonaban la canción del grupo Rio: «Estar en la universidad es una cosa de locos» La timba, el famoso juego distractor, el pan nuestro de

cada día, les servía en cada clase aburrida o de cada escapada de la universidad. Con este juego entre los amigos siempre se sacaban de misio. Pues tenían como un vínculo consanguíneo-fraternal-universitario. Si no era la timba, era el billar, que estaba a cuadra y media de la universidad. Eran casi inseparables: Charles, Juaneco, Fabián, Ángel y Sergio. Siempre se prestaban las tareas, los duros ejercicios de matemáticas 1, 2, 3… que tenía ya robomatematizados sus cerebritos. A todos les había costado ingresar a la universidad. Charles, a la segunda oportunidad; Juaneco, el charapa, a la cuarta; Fabián, a la tercera; Ángel, el más cerebrito, a la segunda y Sergio, a la quinta. Lo importante era que ya habían ingresado y estaban en el segundo ciclo de Ingeniería Electrónica en una universidad de Lima. Casi todos jalaron un curso en el primer ciclo, pero, increíblemente, Charles aprobó todos; eso sí, manejó influencias truculentas, ja, ja, ja, por lo que se ganó la chapa de «Chupa medias». Estaban a un mes de terminar el segundo ciclo y lo toma-

ron como normal que Charles no viniera a clases ya varios días. Aunque extrañaban su ronca voz, sus ocurrencias, su cámara y hasta los fuertes tosidos que interrumpían las clases. Llegado el fin de semana último de noviembre de 2006 se

reunieron en el bar «La tía Julia», a tomarse unas chelitas y a jugar timba. De pronto, el Charapa preguntó: —Chicos, ¿qué saben del brother Charles?, toda la sema-

na no se ha aparecido por la facultad y ya está perdiendo muchas clases. Si pues, ¿qué raro, verdad? Si siempre viene y ni siquiera ha llamado — intervino Ángel. —Ya se aparecerá —dijo Fabián. —Bueno, salud, y ¿a quién le toca jugar? — preguntó Ronald. Terminó el segundo ciclo y no apareció Charles. Fue ingratitud de parte de su grupo de amigos que nadie le había

buscado, pues nadie sabía la dirección de su casa y no tenía celular. Así que todos salimos de vacaciones. De nuevo jalaron algún curso y lo llevaron en vacaciones. También solían hacer algún cachuelito o ayudar a sus padres para no pasar aburrida las vacaciones. Ronald, de vez en cuando ayudaba en casa, apoyaba a su papá o daba clases particulares de matemáticas, pero casi siempre terminaba en las cabinas de internet. Antes de terminar el segundo ciclo había tenido unos roces con Charles, motivo por el cual siempre pensó en pedir las disculpas correspondientes. Repentinamente comenzó a encontrar a Charles en línea por el Messenger, le escribía pero nunca le respondía. Pensó que había tomado a pecho la molestia entre ellos. Fue persistente, siempre le saludaba y le preguntaba cómo estaba. Pasó dos meses insistiendo en hablarle y casi una semana después del inicio de clases del tercer ciclo, le respondió: —Brother, gracias por acordarte de mí, por insistir con tus saludos. Eres el único que tiene mi correo, el que me ha preguntado cómo estoy. Por eso te confesaré algo. —Ah, mira, gracias. Sí, ya casi tiro la toalla, pero algo me motivaba a saber de ti. —Mira, que bien, gracias, amigo. Ya no pude terminar el ciclo anterior por cuestiones de salud; pero ojalá algunos profesores me consideren para aprobar algunas materias. Espero recuperarme pronto. —No te preocupes, te considerarán. ¿Qué tienes? Noto tristeza en tus palabras.

—Ronald… Tengo cáncer. Hay golpes en la vida tan fuertes como este. En verdad eran grandes compañeros pero no tan grandes amigos. Sin embargo en ese momento sintió que le consideraran amigo. Aquel lindo momento de satisfacción porque le habían hablado se nubló de desolación, tristezas traducidas en lágrimas amicales. —Por favor, Ronald, no le cuentes a nadie. Si salgo de esta, yo mismo lo haré. —Ok, gracias por confiar en mí. No te preocupes, respetaré tu decisión. —Ey…, alguna vez me contaste que tu mamá es media religiosa y va a la iglesia y todo eso; ya, pues, dile que pida a su «Dios» por mí, que yo no creo mucho en esa nota. Adiós. —Adiós, Charles. Su aparente agnosticismo, casi ateísmo, es lo que menos le interesaba a Ronald, pero le dejó anonadado. ¿Cómo un chico de su edad podía tener esa maldita enfermedad? Estaban por la quincena de abril, toda la manchita de siempre estaba a las afueras de la facultad jugando timba, y a lo lejos divisaron un cabeza rapado. Cuando más se acercaba, notaron su tez pálida. Era Charles. Les vio y se acercaron a saludarlo. Un poco callado y apa-

gado con una sonrisa entrecortada les contó que regresaba a la facultad. ¡Qué bueno! Terminaron las clases de aquella mañana y Charles comenzó a contar que tenía cáncer al páncreas y estaba con quimioterapias. Ronald tomó la noticia con calma, pero los demás se quedaron estupefactamente sorprendidos. Él, todo animoso, les compartió que los médicos le dijeron que estaba respondiendo bien al tratamiento. Junto a su inseparable amiga, la cámara, se tomaron unas fotos para su colección. Les pidió que le apoyaran en las tareas y que le donaran sangre. ¡Por supuesto que lo hicieron! Pasaron juntos casi todo el tercer ciclo. Su doctor le recomendó una estricta dieta y muchos cuidados. Dos meses lo pasó bien. Sin embargo, de repente comenzó a tomar bebidas muy frías; notaron que su voz ronca se apagaba a veces. Siguieron adelante. Se hicieron más amigos. Le contaba sus cosas personales. Entre estas estaba que a pesar de haber superado las quimioterapias y estuvo al borde la muerte, «no creía en Dios». Recuerda que un sábado cuando le visitó, armaron un diálogo candente: —Ronald, tu mamá es muy creyente, verdad; y tú, ¿por qué no?. —Ja, ja,ja. No tanto así, eh. —¿Tú crees que Dios existe? —Sí, chochera, es evidente, ¿no? Además tú debes dar gracias a él ¿o no? —Puede ser, pero no termino de creer. A ver, por qué permitió que me dé cáncer; acaso soy malo, ladrón, mal hijo o qué onda. Por eso digo que no existe o simplemente todos se inventan un «dios». —Estás mal, brother. Dices eso por lo que estás experimentando. Pero date cuenta que el hecho de que hayas recuperado la salud es un signo de que existe y te quiere. —Ja, ja, ja, en eso tienes razón. Te confieso algo: cuando me detectaron esta enfermedad y me operaron de emergencia, sentí que iba a morir, y «le pedí a Dios por mi vida». De repente, cuando comencé a recuperarme nuevamente renegué con él y desconocía su existencia. Por eso creo más en la ciencia, que es lo que me ha sanado. —Ya ves, tú mismo sentiste la necesidad de Dios y le pediste por tu vida. Entonces piensa que él te sanó por intermedio de la ciencia. —No me convences, pero creo que sí. Aún siguió con el agnosticismo a cuestas. Pues, más que por convicción racionalista, lo hacía por consecuencia y experiencia propia. Era de entenderse. Fuera de ello, era gracioso y ocurrente, inteligente y también «chupa medias»,. Ja, ja, ja. Ronald recuerda que a pesar de que se ayudaron todo el grupo, todos jalamos Estadística en el tercer ciclo. Sorpresivamente, en la publicación de notas finales, Charles apareció con un glorioso «11». Se enteraron de que había

negociado solapadamente con el profesor. Ja, ja, ja, por cien soles. Entraron a los exámenes finales y justo le tocó dar el examen de Matemática III cerca de él. Curso que lo aprobaron a duras penas. Salieron contentos aquel día y todavía tomaron una Inka Cola al polo, juntos. Al siguiente día, Charles no se apareció, y un día después el coordinador del curso de mecánica les comunicó algo: —Jóvenes, nos ha llegado una mala noticia. —Sí, cual será —nos preguntamos. —Charles García ha fallecido. Aquella mañana fueron a visitar a su familia. Dieron el respectivo pésame y su papá les contó que repentinamente empeoró hace dos días, después de venir de la universidad. Les mostró su colección de fotos y, además, lo que desesperadamente Charles les rogó: «Por favor, estoy sufriendo mucho y les hago sufrir a ustedes; déjenme morir: sáquenme todos estos aparatos». Sí, pidió la eutanasia a su padre. Pero Dios, finalmente, se encargó de llevarlo. En sus penurias les dejó dicho: «Díganle a mis patas que sigan estudiando y sean grandes ingenieros, que cuiden su salud». Charles partió a la eternidad llevándose los sueños juveniles de ser un profesional. Dios lo cuide. A Jimmy Palomino

Temas: Agnosticismo, salud, compañerismo. ¿Crees más en la ciencia o en Dios? ¿Por qué? Averigua que es la eutanasia. Sé siempre un buen amigo y compañero.

Un amor a rienda suelta A la vida le hace falta un plus personal: luchar por lo que tú quieres, sueñas y deseas.

Vas por la vida y parece que no llegas; sigues el sendero sin un horizonte; observas la vida al delirio del arco iris y no color esperanza; navegas en tus sueños ahogados en la nostalgia, aventuras y tertulias; te refugias en sueños aventureros, relativos y no consigues nada. - ¡Ey! Qué onda contigo. ¡Reacciona! La vida continúa y tú, el autor de tu vida, tienes que continuar bregando por el trayecto de la vida. A la vida le hace falta un plus personal, luego académico, y luchar por lo que tú quieres, sueñas y deseas. El amor no sólo hay que buscar, es mejor dejar que llegue, y si tienes que esperar, también vale. Hay que ser un tipo de Virgilio en la Divina Comedia de Dante Alighieri, pero en versión contemporánea, no dejar que nuestra amada Beatriz se desaparezca, antes bien, si llegó a tu vida esperar en la persistencia moderada e ir al encuentro en el momento oportuno. Pues si el amor está allí, en la musa de la que te enamoraste, no la pierdas de vista. Las miradas venden amor o desazón, la candidez de una sonrisa refleja el suspiro del alma hecha ilusión. Como la mañana henchida de cada día, es la que te hace suspirar en el silencio impotente, en tus sueños descabellados o agitados; te hace temblar aunque no es miedo, te hace lagrimear sin ser llanto. Haces el amor desnudo en realidades superfluas envestidas de fragilidad sentimental barata. Tú eres el que se alucina, que embelesa tus sentimientos, llevándole a donde no estás tú. Tejes nudos y parece que hubieses aprendido a bordar hileras de sentimientos plausibles, pero incognitos para tu surrealista corazón, eres un perverso intrépido con tus sentimientos. Hace falta que le condimentes con realidad al cuadrado, sumado de esperanza despierta sin perder nunca el sentido del amor y de la felicidad. Temas: amor no alcanzado, desolación, esperanza. ¿Cuál es tu actitud vital ante un sentimiento no recompensado? Si crees que está a tu alcance luchar por alguien que te gusta y crees que a ella tú le gustas, persiste.