Historia de La Catequesis

Escuela Arquidiocesana de Catequistas APUNTES DE HISTORIA DE LA CATEQUESIS R.P. Lic. Walter Soto De la Cruz Arequipa

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Escuela Arquidiocesana de Catequistas

APUNTES DE HISTORIA DE LA CATEQUESIS

R.P. Lic. Walter Soto De la Cruz

Arequipa — 2012

HISTORIA DE LA CATEQUESIS Escuela Arquidiocesana de Catequesis - Ciclo I Prof.:

R. P. Lic. Walter Soto De la Cruz

INTRODUCCIÓN Catequesis, kerygma, homilía El Kerygma La Homilía La Catequesis a) La Catequesis. Enseñanza completa y elemental b) En relación con el Bautismo c) Una iniciación cristiana integral d) Una tradición estable Existencia y desarrollo de la catequesis Estructura de la catequesis Capítulo I LA CATEQUESIS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA 1. El término catequesis y su realidad teológico-pastoral en la historia a) En la época apostólica (siglo I) b) En la época patrística (siglos II-V) c) En la época medieval (siglos VI-XV) d) En la época moderna (XVI-XVIII) e) En la época contemporánea (finales del siglo XIX y siglo XX) Resumen 2. Concepto evolutivo de catequesis. Definiciones más significativas a)Evolución de la catequesis en la segunda mitad del siglo XX b)Definiciones más significativas a partir del Vaticano II 3. La catequesis en el Directorio general para la catequesis (1997).La catequesis de iniciación y la catequesis permanente a) La Iglesia reflexiona sobre la acción catequética b) Catequesis de iniciación y catequesis permanente, niveles distintos, específicamente diferentes pero complementarios, de catequesis 4. Ni catequesis de iniciación sin catequesis permanente, ni catequesis permanente sin catequesis iniciatoria a) La catequesis de iniciación necesita, hoy especialmente, la catequesis permanente b)Toda catequesis permanente debe suponer una catequesis iniciatoria Conclusión

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HISTORIA DE LA CATEQUESIS

1. Concepto de Catequesis 2. El catequista 3. Cristocentrismo de la catequesis

Capítulo I FUENTES DE LA CATEQUESIS I. La palabra de Dios. II. La Sagrada Escritura. III. La tradición: 1. Los santos Padres; 2. Los símbolos de la fe; 3. La liturgia; 4. La historia y la vida de la Iglesia. IV. La cultura o el mundo de los valores. V. Fuentes de la fe y fuentes de la catequesis: 1. El magisterio o la regla de fe; 2. Los dogmas; 3. La teología. Capítulo II CATEQUESIS PATRÍSTICA Capítulo III HISTORIA DE LA CATEQUESIS EN ESPAÑA Capítulo IV HISOTRIA DE LA CATEQUESIS EN LATINOAMÉRICA Capítulo V CATEQUESIS Y VATICANO II Capítulo VI CATEQUESIS Y TRADICIÓN Capítulo VII CATEQUESIS Y MAGISTERIO ECLESIAL

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Capítulo VIII CATEQUESIS Y TEOLOGÍA Capítulo IX CATEQUESIS Y LITURGIA

BIBLIOGRAFÍA ALFONSO FRANCIA HERNÁNDEZ, «Adolescentes, Catequesis de» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 107 -119. ANASTASIO GIL GARCÍA, «Documentos oficiales para la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 671-690. ANDRÉ FOSSION, «Catequesis e inculturación de la fe en el mundo occidental» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 347353. ÁNGEL MATESANZ RODRIGO, «Historia general de la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 1132-1148. ANTONIO Mª ALCEDO TERNERO, «Adultos, Catequesis de» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 120-134. CESARE BISSOLI, «Cristocentrismo y teocentrismo trinitario» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 587-594. DOLORES ALEIXANDRE PARRA, «Feminismo y catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 982-991. EMILIO ALBERICH SOTOMAYOR, «Catequética» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 411-417. EUGENIO ROMERO POSE, «Catequesis en la época patrística» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 362-374. FÉLIX GARITANOLASKURAIN, «Acción catequizadora» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 37-48. JEAN DANIÉLOU – REGINA DU CHARLAT, La catequesis en los primeros siglos, Grafite – Monte Carmelo, Nápoles – Burgos, 1998. JESÚS LÓPEZ SÁEZ, «Catecumenado e inspiración catecumenal» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 281-295. JESÚS SASTRE GARCÍA, «Gradualidad de la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 1047-1057. JOAN GUITERAS VILANOVA, «Evangelización» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 855-864. JOSÉ Mª OCHOA MARTÍNEZ DE SORIA, «Fuente y ―fuentes‖ de la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 10131028. JOSÉ MONTERO VIVES, «Instrumentos de la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 1260-1268.

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INTRODUCCIÓN El término catequesis no significa, como generalmente se piensa, la organización catequética, ni la ciencia catequética, ni tampoco la catequesis dirigida a los niños; se refiere, en general, a la acción de catequizar en su conjunto. Desde mediados de los años sesenta se1 hizo clásica la expresión: Todo acto de Iglesia es portador de catequesis . Se quería decir que todas las acciones eclesiales: proféticas, litúrgicas, testimoniales, etc. contribuyen a madurar la vida cristiana, son educadoras de la fe. El mismo Juan Pablo II (Catechesitradendae[CTI, 49a) lo indica también cuando dice que «toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión catequética», una capacidad para educar en la fe. Esta virtualidad, no obstante, se ha atribuido siempre de manera especial a las acciones vinculadas al ministerio de la Palabra, las cuales se designan con términos como: predicación, anuncio misionero, catequesis, homilía y enseñanza teológica. Supuestas estas consideraciones e intentando entrar en materia, ¿es bueno llamar catequesis indistintamente a toda forma de educación en la fe mediante el ministerio de la Palabra? Si no se precisan la naturaleza y la finalidad de la catequesis se corre el riesgo de llamar catequesis a cualquier acción de este ministerio y no lograr eficazmente aquella maduración de la fe que se espera de la genuina acción catequética. Es preciso, por tanto, precisar el concepto teológico de catequesis. 2

Catequesis, kerygma, homilía

La catequesis es la comunión viva del depósito de la fe en los nuevos miembros que se agregan a la Iglesia. Constituye, pues, un aspecto particular del ejercicio del Magisterio. No debemos descuidar su importancia y considerarla como un factor, si no accesorio, al menos secundario de la enseñanza de la Iglesia. En realidad es proclamación de la Palabra de Dios y, como tal, parte integrante de la tradición, de la que es elemento constitutivo. La catequesis tiene, por tanto, una existencia perfectamente caracterizada. Pero antes de describirla, conviene que la distingamos, por una parte, del kerygma o anuncio de la Buena Noticia de la Resurrección, y 1

Directorio de pastoral catequética para las diócesis de Francia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1968, 44. 2 Cf.JEAN DANIÉLOU – REGINA DU CHARLAT, La catequesis en los primeros siglos, Grafite – Monte Carmelo, Nápoles – Burgos, 1998, 9-17.

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por otra, de la homilía o enseñanza corriente a los miembros de la comunidad cristiana. El Kerygma El kerygma, en el sentido técnico del vocablo, es el primer anuncio de la Buena Noticia. Los Hechos de los Apóstoles nos proporcionan muchos 3 ejemplos de Pedro, Esteban y Pablo . La primera característica de este anuncio es el ser una proclamación oficial. El que habla, lo hace oficialmente en nombre de Dios, como "heraldo" suyo. El kerygma abarca todo aquello que concierne a la esencia misma del misterio cristiano, sin desarrollo ni pormenores, y tiene esencialmente por objeto la Resurrección de Cristo. Depende en gran parte del ambiente al que se dirige y, por tanto, se adapta a los rasgos característicos de este ambiente. Los modos de adaptación o los obstáculos difieren, en efecto, según los diversos contextos culturales. El kerygma utiliza el conocimiento de estos para justificar lo que enseña. Así, en los Hechos, vemos cómo se anuncia de diferente manera a los paganos y a los judíos. A los judíos Pedro les muestra como Cristo cumplió las promesas del Antiguo Testamento. Y cuando Pablo se dirige a los griegos, se apoya más bien en la búsqueda de Dios que anida en la naturaleza del corazón del hombre. Esto da al kerygma un aspecto muy especializado y local; adherido así al lenguaje de una época o de un ambiente, envejece en seguida. La Homilía La homilía, por el contrario, es la enseñanza ordinaria que se da a la comunidad de los fieles. Está muchomás desarrollada que el kerygma, aunque no llega al desarrollo sistemático de la catequesis. Podría decirse que busca una mayor profundización. En todo caso, supone que aquellos a quienes se dirige conocen el contenido de su fe. La homilía, además, mantiene estrecha relación con la liturgia; deriva del texto de la Escritura propio del día. Ya sabemos que los "sermones" constituyen una parte muy importante de la literatura cristiana antigua; baste recordar a San Juan Crisóstomo o a San Agustín. En los primeros siglos, la predicación no ofrecía el carácter anárquico que se manifiesta frecuentemente en nuestros días. La homilíaobedecía a reglas y formas tan fijas como las de la liturgia. Cada homilíatenía un determinado contenido y a partir de estas normas se improvisaba. Es también un género especialmente orientado a las apelaciones prácticas y morales. Tiende a una profundización espiritual y pretende,enseñar a los oyentes a descubrir las repercusiones que el texto de la Palabra puede tener a diario en su vida concreta.

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Hch 42, 14-39; 3, 12-26; 10, 34-43 (Pedro); 7, 2-53 (Esteban); 13, 16-41; 17,22-30 (Pablo), etc.

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La Catequesis La catequesis se coloca precisamente entre estos dos momentos del anuncio de la Palabra de Dios que son el kerygma y la homilía. Quienes la reciben, han escuchado ya el kerygma y decidido convertir su vida a la fe de Cristo. Pero no conocen todavía esta fe. Tienen que descubrirla sistemáticamente por medio de la catequesis. Más tarde ahondarán en el mensaje espiritual gracias a la homilía, cuando se integren en la comunidad de los creyentes por el bautismo y la eucaristía. a)La Catequesis. Enseñanza completa y elemental La catequesis es ante todo una exposición a la vez completa y elemental del misterio cristiano. Debido a su carácter completo, se diferencia del kerygma. Una vez despierta la fe, hay que instruir en todo su contenido al catecúmeno que se prepara al bautismo. Y por sucarácter elemental, la catequesis se distingue de la homilía. No se ocupa de responder a interrogantes difíciles ni se extiende en detalles de exégesis. Va a lo esencial, da la sustancia misma de la fe, dejando a un lado la profundización espiritual y especulativa. Este carácter completo y elemental aparece ya en los antiguos esquemas de catequesis que son los símbolos. Los encontramos numerosos en los4 escritos más antiguos, comenzando por los del Nuevo Testamento . Recordemos ahora que al principio cada Iglesia tenía su símbolo, esencialmente ligado a la catequesis, puesto que era su programa. En él se5 halla íntegro el depósito de la fe y los artículos esenciales de este depósito . Se advierten ya las consecuencias prácticas actuales que derivan de este aspecto completo y elemental de la catequesis. Sería absurdo, por tanto, presentar la fe a un incrédulo bajo forma de símbolo, ya que se pasaría por alto la primera etapa, el kerygma. Por el contrario, reducir la catequesis al kerygma serla traicionarla. Debe darse en ella una vista panorámica de la fe cristiana. b)En relación con el Bautismo La segunda característica de la catequesis es su unión con el sacramento del Bautismo. Efectivamente, sólo después de haber oído el kerygma y haber tomado decisión de hacerse cristiano puede el candidato pasar a la catequesis; es el período de preparación directa del bautismo. Hasta en la liturgia aparece la catequesis como una preparación al bautismo. Sin embargo, no siempre tiene que ir por necesidad antes del bautismo. Puede ser posterior, como sucede con los niños bautizados antes del use de razón, o como es el caso de la catequesis sacramental, que se da a los adultos muchas veces una vez que se han agregado plenamente a la Iglesia.

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Cf. el estudio de J. N. D, KELLY, Early Christian Creeds, Londres.1950. Sólo más tarde el símbolo irá unido al ritual del Bautismo.

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c) Una iniciación cristiana integral La tercera característica de la catequesis merece una particular atención. Es unainiciación cristiana integral. Hay que insistir mucho en este aspecto de totalidad, que responde a la totalidad de la persona, y sin la cual no habría fe realmente vivida o vida efectivamente cristiana. Esto es en nuestros días más importante que en otros tiempos. Porque una vida profundamente mezclada con el mundo, sólo informada por la fe, permite que se distinga al cristiano del incrédulo. En esta perspectiva total, la catequesis es a la vez iniciación al contenido de la fe, a la vida cristiana, a la oración, a la vida sacramental. Como iniciación al contenido de la fe, es presentación y explicación de la doctrina de la fe. Este será el fundamento sólido e indispensable sobre el que puede edificarse sin miedo la vida espiritual. Como iniciacióna la vida cristiana, la catequesis encierra la idea de conversión. Integra al mismo tiempo una ruptura con las costumbres paganas y la educación en las costumbres cristianas. La Cuaresma es, además, un tiempo de retiro en el que el catecúmeno es invitado a una vida más penitente y a esta vida se asocia la comunidad entera. Esta atmósfera de combate espiritual, unida a la voluntad de conversión, señala todo el tiempo de la preparación al bautismo y especialmente el de la preparación inmediata, que coincide normalmente con la Cuaresma. Como iniciación a la oración y a la vida sacramental, la catequesis presenta también un aspecto ritual. Debido a los ritos de entrada, exorcismos y bendiciones, pertenece ya a la liturgia. Así la catequesis resulta una pastoral completa de entrada en la existencia cristiana mediante el conocimiento del misterio de la fe, la iniciación a las costumbres cristianas y la agregación a la comunidad eclesial. d) Una tradición estable La última característica de la catequesis es el ser dentro de la tradición cristiana lo que esta posee de más estable. Como abarca lo esencial de la fe, la sustancia misma del misterio cristiano, nunca envejece. Esto da al estudio histórico que vamos a emprender un interés actualísimo, al descubrirse en la catequesis de los primeros siglos el valor permanente y modélico de toda catequesis. Esto nos consentirátambién el ver más claramente la unión profunda que existe entre catequesis y tradición. En efecto, la fe cristiana se presenta en la catequesis como una transmisión oral del depósito revelado ante todo. Hay una tradicióncatequética, que sume hasta la enseñanza de los apóstoles, distinta de la tradiciónescriturística. El Nuevo Testamento mismo nos ofrece varios ejemplos. Es que la catequesis es tradición. Existencia y desarrollo de la catequesis Habrá que preguntarse si la catequesis, tal como acabamos de definirla, existe realmente desde los comienzos de la Iglesia o si es una proyección de nuestras definiciones actuales. En verdad, nos seráfácil caer en la cuenta que la catequesis es tan antigua como la Iglesia. Descubrimos ya su

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presencia dentro del mismo Nuevo Testamento y a través de las más antiguas fórmulas del símbolo. Su contenido aparece ya en la literatura cristiana primitiva. Y este conocimiento que poseemos sobre ella se va haciendo cada vez más directa y fácilmente objetivo, a medida que avanzamos en el tiempo y se hace más consciente y explícita en la vida de la Iglesia. Al principio, sólo hallamos unos cuantos datos directos e inmediatos sobre la catequesis y la preparación al bautismo. Reconocer los elementos catequéticos en el Nuevo Testamento es una labor delicada, porque estos escritos desbordan con mucho la catequesis en el sentido estricto en que la acabamos de definir. Sin embargo, existen indudablemente. Por otra parte, la comparación con lo que hallamos en las comunidades judías de aquel tiempo —en particular la de Qumrán— y con lo que más tarde será la iniciación cristiana, permite pensar que la preparación al bautismo y la catequesis debieron de existir desde fecha muy antigua. (Para los judíos había problemas muy parecidos a los que se planteaban los primeros cristianos). Así, cuando un pagano se convertía, tenía que recibir el bautismo de purificación antes de la circuncisión, y el bautismo teníatambién a su vez una catequesis de preparación. En tiempos de Cristo, los esenios pensaban que era necesaria una decisión especial y nueva para salvarse y entrar en la comunidad de los últimos tiempos. Así sucede con Juan Bautista y su bautismo de penitencia. La tradicióncatequética es ya mucho másnítida en los escritos antiguos como la Didaché, la Carta de Bernabé, la Primera Apología de Justino. Él es quien nos dice: "Cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que nosotros ensenamos y decimos, y prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus 6 pecados anteriormente cometidos..."

A medida que avanzamos en el tiempo, la catequesis se hace más explícita y se organiza mejor la preparación al bautismo. Pasando por Ireneo, Tertuliano e Hipólito de Roma, llegamos ya a la edad de oro de la catequesis que es el siglo IV. Como en esta época era considerable el número de bautismos de adultos, se consigue entonces un desarrollo excepcional e innegable en la vida de la Iglesia. Las formas que entonces se fijan son las mismas que rigen en nuestro catecumenado actual. Los más grandes espíritus de aquel tiempo se interesan por ella, porque son obispos y pastores: Se llaman Cirilo de Jerusalén, Ambrosio de Milán, Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia, Agustín. Nos legan un conjunto de documentos, todos ellos obras maestras en su género, que nos ayudan a ver la importancia de la funcióncatequética en la vida de la Iglesia.

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SAN JUSTINO, Primera Apología, 61,2.

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Estructura de la catequesis Como hemos dicho, la característica principal de la catequesis es ser una pastoral completa, una iniciación integral a la existencia cristiana. De ello resulta una estructura completa y viva que va a informar todo este estudio histórico, del mismo modo que informó la práctica de la Iglesia primitiva y se propone informar la nuestra. Esta estructura se caracteriza por un despliegue en el tiempo —varias etapas que conducen al bautismo— y por la existencia concomitante de diversas modalidades de iniciación cristiana. Así, aparte de la organización en etapas, se pueden de algún modo delimitar tres grandes aspectos de la catequesis: dogmático, moral y sacramental, que la preparación al bautismo es doctrinal, espiritual y ritual a la vez. Por catequesis dogmática se entiende la que expone y tratade hacer comprender el contenido de la fe; por catequesismoral, la que trata de educar al catecúmeno en las costumbres cristianas; y por catequesis sacramental o mistagógica, la que introduce al nuevo fiel en todas las dimensiones del Sacramento; esta tiene lugar de ley ordinaria después del bautismo y la eucaristía. La distinción de estos aspectos diferentes de la catequesis, claramente perceptible en el siglo IV, más o menos lo es también en los textos arcaicos y a fortiori en el Nuevo Testamento. En estos textos más antiguos la catequesis dogmática queda muchas veces reducidas a esos esquemas que son los símbolos; por el contrario, la catequesis moral acapara todo el lugar. En cambio, la catequesis moral apenas existe por sí misma en el siglo IV, sino que se encuentra muchas veces superpuesta a la catequesis dogmática, como una prolongaciónpráctica. En cuanto a la catequesis sacramental, se halla mezclada con los demás elementos catequéticos en los textos antiguos, y bien definida en los textos de catequesis más tardíos. Se ve el proceso de desarrollo y sistematización cada vez más claro. Lo que aquí se pretende es, en la medida de lo posible, poner en contacto directo con la experiencia de la Iglesia de los primeros siglos, de modo que quede al descubierto todo lo que esta experiencia tiene de actualidad y esclarecedora para la catequesis nuestra de hoy. Esta presentación más sintética suministrara elementos directamente utilizables al catequista del siglo XXI.

CAPÍTULO I 7

FUENTE Y «FUENTES» DE LA CATEQUESIS

La catequesis es una de las acciones del ministerio eclesial de la palabra de Dios, un servicio a la palabra de Dios en la Iglesia. En consecuencia, el origen de la catequesis está en la palabra de Dios y su finalidad consiste en hacer presente a todo hombre y a todo el hombre esta palabra de Dios, que busca echar raíces en él e introducirlo en la nueva vida según Dios. Ésta es la razón por la que Catechesitradendae 27 afirma que «la catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la palabra de Dios» (cf. también CT 22, 52; DGC 94). La consecuencia es obvia: la catequesis debe comunicar en su integridad la revelación de Dios, porque sólo así alcanza su fin (CT 30) y sólo así deja a salvo «una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: fidelidad a Dios y fidelidad al hombre en una misma actitud de amor» (CT 55). Hablar de las fuentes de la catequesis es, por tanto, hablar de aquellos lugares y maneras en los que la palabra de Dios se revela y en los que la catequesis debe abrevar constantemente su identidad más genuina. I. La Palabra de Dios Es la fuente por antonomasia de la catequesis, «la fuente de toda verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres» (DV 7; CT 27). Pero, ¿qué es la Palabra de Dios? La revelación cristiana se comprende en términos de proclamación de una palabra de Dios que habla y «cuya voz prolongada por la Sagrada Escritura resuena en unos testigos privilegiados». El Dios que habla se comunica libremente al hombre y, al comunicarse, convierte a este en su interlocutor. «La comunicación que se inaugura entre Dios y el hombre instaura al mismo tiempo una nueva comunicación entre los hombres... La palabra de Dios crea una comunidad en la que los profetas solamente pueden ser interlocutores privilegiados en la medida en que se encuentran vinculados a la comunidad a la que la palabra de Dios va dirigida». De este modo, la revelación bíblica se concreta en una alianza entre Dios y un 7

JOSÉ Mª OCHOA MARTÍNEZ DE SORIA, «Fuente y ―fuentes‖ de la catequesis» en AA.VV., Nuevo diccionario de catequética I, San Pablo, Madrid 1999, 1013-1028.

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pueblo. Y el Dios que habla y hace alianza con un pueblo particular es el Dios de la historia, abierto siempre hacia el futuro. En este sentido, la palabra de Dios es inseparablemente Escritura e historia; en modo alguno es un mensaje doctrinal o una ideología. Dios se revela de forma indirecta en los acontecimientos de la historia, que ya son palabra de Dios, aunque tales acontecimientos únicamente desvelan su sentido pleno, como manifestación del plan de Dios, si son actualizados en la conciencia profética del pueblo de Dios. En la revelación bíblica, el acontecimiento de salvación es anterior a la palabra. Dios actúa antes de hablar. Para el cristianismo la Revelación se concentra en la persona de Jesucristo. El libro de la Biblia no tiene en sí su propia justificación, sino que remite siempre y necesariamente, como referencia última, al acontecimiento Jesucristo, que es el cumplimiento definitivo de la automanifestación de Dios. En la revelación cristiana, los dos polos identificables históricamente, la Biblia y el pueblo, remiten a un tercer polo, ausente y sin embargo presente: el Resucitado. Por ello es preciso hablar de una interacción constante entre estos tres términos que se reclaman mutuamente: Cristo, la Sagrada Escritura y la Iglesia. La Sagrada Escritura es un testimonio que remite a acontecimientos históricos, una interpretación creyente irremediablemente histórica. El sentido de la palabra de Dios es indescifrable al margen del testimonio del pueblo de Israel sobre los acontecimientos de la historia de la salvación que él ha vivido en la fe, como las etapas de la revelación de Dios. Del mismo modo, los cristianos somos invitados a releer el Nuevo Testamento como el acto de interpretación por la primera comunidad cristiana del acontecimiento Jesucristo a la luz de la pascua. «No es temerario afirmar que la respuesta de fe del pueblo de Dios pertenece al contenido mismo de lo que es palabra de Dios para nosotros. La Revelación, en efecto, no alcanza su plenitud, su sentido y su actualidad más que en la fe que la acoge». De ahí que la Sagrada Escritura sería letra muerta sin la interpretación viva que hace de ella la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. A la luz de lo dicho, la catequesis, como acto de transmisión de la fe, exige una interpretación creativa del mensaje cristiano. Si la palabra de Dios alcanza su sentido y su actualidad solamente en la fe que la acoge, se hace imprescindible una interpretación, desde una nueva experiencia histórica de la Iglesia, de los documentos de la palabra de Dios que vehiculan la experiencia cristiana fundante. La relación entre la existencia humana y la fe es estrecha: la fe auténtica aclara y orienta la existencia humana; pero a su vez la existencia humana, situada históricamente siempre, da su coloración propia a la fe. La catequesis no puede disociar la palabra de Dios de la Sagrada Escritura y la palabra de Dios que constituye tal o cual acontecimiento de la vida de una persona, de la historia en general y de la vida de la Iglesia. El lazo orgánico entre la tradición, la Escritura y el magisterio de la Iglesia jamás debe romperse (cf. DV 10). Al hilo de lo expuesto, es fácil percibir cuáles son las fuentes de la catequesis, los lugares y las maneras en que se revela la Palabra. Son

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ciertamente la Sagrada Escritura, los testimonios escritos de la tradición y el magisterio viviente de la Iglesia. Pero también es la vida de la Iglesia, vivida en las comunidades cristianas que, en sus espacios de vida cristiana, convierten la Revelación en historia. Y la historia humana (el mundo de los valores), que es la premisa indispensable de la actualización de la palabra de Dios (cf. DGC 45; CT 26-34). II. La Sagrada Escritura La Sagrada Escritura es la fuente principal de la catequesis. Ésta encuentra en la Sagrada Escritura su libro; la catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actividades bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los textos mismos» (CT 27). La Sagrada Escritura aporta a la catequesis su contenido: el designio de salvación de Dios que se hace realidad en el tiempo. La alianza del hombre con Dios se hace nueva en cada generación. Se actualiza en el presente, pero evoca un pasado del que es continuación y desarrollo, y anuncia un futuro de cumplimiento definitivo. De ahí que la catequesis deba narrar, ante todo, los acontecimientos protagonizados por Dios para la salvación del hombre en el pasado. Pero al mismo tiempo debe interpretar estos acontecimientos de Dios en Cristo desde el momento actual, a fin de descubrir su significado actual y las implicaciones que se derivan de ellos para la vida de las personas y de las comunidades cristianas de hoy. «Finalmente, la catequesis debe proyectar cuanto Dios va a hacer en el futuro último, según sus promesas, cuando la nueva humanidad8 en Cristo y el universo entero alcancen su perfección definitiva» . La Sagrada Escritura introduce así a la catequesis en el curso de la historia de la salvación y le hace tomar conciencia de su inserción en la marcha hacia adelante del pueblo de Dios. La Sagrada Escritura viene a ser, además, un modelo admirable para toda catequesis. Un ejemplo entre otros: dejémonos guiar por el autor del salmo 22: «Mi descendencia servirá al Señor y hablará de él a la generación futura, contará su justicia al pueblo venidero: "Todo fue obra del Señor"» (vv. 31-32). El autor del salmo, al decidirse a hablar de los mirabiliaDei, se alinea en toda una cadena de testimonios: él mismo ha recibido lo que va a decir. Al comienzo él escribía: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron en ti y tú los libraste; a ti clamaron y quedaron libres» (vv. 5-6). El autor sabe esto de oídas, por transmisión. Sin embargo, el proyecto de transmitir el mensaje a la posteridad interviene solamente al final del salmo (vv. 31-32). En el entretanto, el autor ha hecho por su propia cuenta la experiencia de la miseria y de la salvación (vv. 7-30). Esta experiencia viene a añadir algunas páginas al mensaje recibido, que van a hacer posible la verificación de este. Los descendientes van a encontrarse 8

G. GROPPO, Contenidos (criterios), en J. GEVAERT (ed.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 223.

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en su misma situación: oirán de sus labios las «maravillas que Dios ha hecho»; pero mientras no tengan nada personal que añadirle, se encontrarán ante un relato muerto, difícilmente transmisible. En definitiva, la catequesis no puede no ser bíblica, porque «la Biblia constituye los archivos de la palabra de Dios que nos cuentan por escrito, y con la garantía divina de la inspiración escriturística, los grandes hechos de Dios en la historia y la catequesis reveladora que los acompaña según 9 los progresos de laRevelación» . III. La Tradición La Sagrada Escritura es, pues, inseparable de la tradición. «La sagrada tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a su Iglesia» (DV 10; cf. DV 9; CT 27; DGC 95-96). Esta tradición «progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo, puesto que crece la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas» (DV 8). La razón de este dinamismo de la tradición está en el hecho de que Dios ha entrado en la historia. El cristianismo es un acontecimiento, que presenta novedades reales y verdaderas no contenidas en fases anteriores de la historia. La tradición es siempre creatividad. Esta tradición viva es una fuente importante de la catequesis; «la enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen a ella, bajo la dirección de los pastores y concretamente del magisterio doctrinal que el Señor les ha confiado» (CT 27; cf. DV 8). 1. Los Santos Padres Dei Verbum 8 afirma que «las enseñanzas de los santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante». Desde hace unos años, la comunidad eclesial está en trance de redescubrir a los Padres de la Iglesia, un redescubrimiento que no carece de importancia. La integración del cristianismo en las culturas de los primeros siglos, en el curso de los cuales ha elaborado sus fórmulas mayores, aporta en efecto una luz inestimable sobre el diálogo necesario del evangelio con nuestra época. El situarnos en esta larga y rica historia, en esta tradición, puede permitirnos comprender mejor el mensaje cristiano. Como personas, los Santos Padres no pueden ser comprendidos haciendo abstracción de la época en la que han vivido y actuado, es decir, de la antigüedad. Ellos manifiestan de manera viva y compleja cómo el cristianismo se ha hecho sitio en un mundo ya básicamente estructurado. La expresión antigüedad tardía designa de hecho la antigüedad cristianizada, pero insiste en el entorno humano del fenómeno. Sin una humanidad que los acogiera —en este caso la del hombre antiguo— no 9

P. A. LIÉGÉ, La catequesis en la tradición de la Iglesia, en AA.VV., ¿Qué es la catequesis?, Marova, Madrid 1968, 99.

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hubiera existido el cristianismo. De esta manera los santos Padres son los testigos y los agentes de la primera encarnación de la fe en la cultura. Esta circunstancia convierte a los santos Padres en nuestros maestros. Todos ellos nos enseñan activamente que el cristianismo no es algo totalmente acabado en este mundo, sino algo que va haciéndose progresivamente. Es especialmente provechoso seguir el crecimiento del cristianismo a través de las controversias en que se ha visto inmerso con el mundo pagano y con el mundo judío de sus orígenes, ya que, al margen de la confrontación mantenida con estos dos pueblos, no se ha obtenido progreso alguno en la expresión de la fe cristiana. Tanto el paganismo como el judaísmo eran tentaciones que se infiltraban en el cristianismo. No hay herejía —mal endémico de los primeros siglos cristianos— que no deje percibir su origen del lado de la sabiduría de los filósofos o de la santidad de los rabinos (cf. lCo 1,17-24). Ambas a dos, mezcladas de evangelio, segregaron sus ideologías para sacudir a la Iglesia y a sus fieles. En esta situación, era menester reconfortar a los fieles. Los santos Padres luchan no tanto contra los judíos y los paganos como contra los cristianos atraídos por ellos. Poco a poco las generaciones de santos Padres alumbran unos resultados de los que nosotros todavía nos aprovechamos; entre otros, el símbolo de la fe. Los autores cristianos de los primeros siglos de nuestra era se han hecho merecedores, por estos resultados, del título que les ha sido atribuido: Padres de la Iglesia. Ellos en efecto han engendrado la expresión de la Iglesia. Hoy nos encontramos afectados por la invasión de una nueva cultura. Con los Padres de la Iglesia, tomamos en su fuente la medida de lo que puede y debe ser la encarnación del evangelio en la cultura del hombre. El cristianismo, por suerte, no es otra cosa hasta el final de la historia. Por ello, en la Iglesia —en la catequesis—la relación a los santos Padres no puede faltar. Así lo ha subrayado con claridad el Vaticano II (cf. DV 8-9). 2. Los símbolos de la fe Los símbolos o documentos de la fe ocupan también un lugar privilegiado en la catequesis, en razón de la referencia segura que ofrecen para su contenido. Así la catequesis suele ser considerada como la transmisión de los documentos de la fe (CT 28, 135; EN 65). El contenido fundamental de la fe, a cuyo servicio está la catequesis, es el evangelio de Jesús, acogido e interpretado por la comunidad creyente a lo largo de la historia. Educar en la fe, por tanto, es acercarse a ese evangelio. Pero en la actualidad la única vía de acceso al evangelio de que disponemos son las expresiones de fe que la Iglesia ha venido elaborando, como comunidad cristiana, a través del tiempo. La tradición nos confía un depósito y la catequesis no puede ser otra cosa que la tradición viva del depósito de la fe a los nuevos miembros que van agregándose a la Iglesia. El símbolo de la fe es la expresión verbal de la profesión de fe; esta es la manera de reconocer públicamente la acción salvífica de Dios en Cristo mediante el compromiso de la fe (cf. Rm 10,9ss). La profesión de fe, pues, no es sino la expresión de la conversión del creyente. De este modo, el

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símbolo de la fe une la persona convertida a la comunidad de los demás creyentes en Cristo y viene a ser el signo de reconocimiento entre los cristianos. Estas reflexiones desvelan el papel relevante de los símbolos de la fe en la catequesis. La catequesis, en efecto, es uno de los lugares principales de la profesión de fe como elemento constitutivo del ser cristiano, y la vida cristiana que trata de promover la catequesis no es más que la realización práctica de la profesión de fe. Esta es la razón por la que los símbolos de la fe se convirtieron en la Iglesia antigua, sobre todo, en instrumentos 10 indispensables de la catequesis . E igualmente la razón por la que la catequesis ha sido, en general, «el ambiente en el que los símbolos de la fe formularon y desarrollaron sus 11contenidos como expresiones vivas de la profesión de fe de los cristianos» . Sin embargo, «la catequesis no se reduce a una mera enseñanza de fórmulas. Se trata de una tradición viva de esos documentos, que han de ser recibidos y vitalizados desde la comprensión que tiene el hombre de sí mismo. Proyectan su luz sobre la experiencia humana, a la que dan sentido e interpelan» (cf. CT 22). Hay que meterse, por tanto, en la experiencia (en la historia) de los hombres, para descubrir la novedad de significación de la experiencia de fe en nuestro contexto cultural e histórico. El sínodo de 1977 definía la catequesis como «memoria... de las expresiones de fe acuñadas por la reflexión viva de los cristianos durante siglos», es decir, como «transmisión de los documentos de la fe»; pero la catequesis se define también como «palabra... que tiene su origen en la confesión de fe y conduce a la confesión de fe», que hoy «hace posible que la comunidad creyente proclame que Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo, vive y es salvador». La catequesis debe ser fiel a la tradición de la Iglesia. Con todo, esta fidelidad no puede ser simplemente una preocupación de ortodoxia literal, fiel a la letra del depósito o de las fórmulas de la fe. 3. Laliturgia La palabra de Dios se expresa en la tradición, también a través de la Palabra celebrada por la Iglesia. Es la tradición litúrgica. El Vaticano II realza la estrecha relación entre catequesis y liturgia: la liturgia es «la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano» (SC 14); es también «una gran instrucción para el pueblo fiel» (SC 33); «los sacramentos... en cuanto signos tienen también un fin pedagógico» (SC 59); esta es sin duda la razón por la que el Concilio insta a «inculcar por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica» (SC 35). De esta manera, el Vaticano II viene a consolidar la conciencia renovada de la íntima relación entre catequesis y liturgia. Conciencia que no ha podido menos de efectuar el retorno a la catequesis patrística (siglos IV y 10

Hoy se intenta realzar la práctica antigua de la Traditio y de la Redditiosymboli en la práctica de la catequesis: cf. CT 28. 11 G. GROPPO, Símbolos de fe, en J. GEVAERT (ed.), o.c., 753-754.

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V) con sus modelos emblemáticos de catequesis litúrgica. Es la gran lección de la catequesis de los santos Padres: su catequesis es una catequesis que en la liturgia alcanza su expresión plena, y en la liturgia encuentra su fuente incesante, como expresión de la experiencia de una fe vivida en la comunidad. Los recientes documentos oficiales sobre la catequesis presentan la huella de esta vuelta a la catequesis patrística, pues, «constituye un modelo de toda catequesis el catecumenado bautismal, que es formación específica mediante la cual el adulto convertido es guiado hasta la confesión de fe bautismal durante la vigilia pascual». CT 23, en sintonía con la dimensión litúrgica de la catequesis planteada en el sínodo de 1977, afirma: «La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental... Y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental». Por otra parte, CT 47 y 48 desarrolla toda la riqueza de la catequesis «mediante la triple dimensión de palabra, de memoria y de testimonio —de doctrina, de celebración y de compromiso de vida— que el mensaje del sínodo al pueblo de Dios ha puesto en evidencia»; riqueza esta que se actúa sobre todo a través de «la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico, y concretamente en la asamblea litúrgica». De hecho, todos los documentos y estudios recientes sobre la catequesis señalan clara y explícitamente la relación de esta con la liturgia. Las razones de esta relación son varias. La catequesis es una preparación insustituible para la vida litúrgica. La fe y la conversión son premisas indispensables de una celebración litúrgica auténtica, de una participación auténtica en la liturgia (cf. SC 9); de ahí que «una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe» (CT 23). Además, la riqueza de elementos que la liturgia puede aportar a la catequesis es inmensa. La liturgia puede convertirse en una fuente inagotable de recursos pedagógicos de gran eficacia, como la dimensión simbólica, que da en plenitud forma a los sentimientos y a las disposiciones más íntimas, a la vez que compromete al hombre en todas sus facultades, siendo por ello esencial a la experiencia humana. En este sentido, «la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético» (CT 23). Finalmente, no ha de olvidarse que la catequesis debe conducir a la profesión de fe, y que uno de los principales lugares de la profesión de fe ha sido siempre la liturgia, principalmente la celebración del bautismo y de la eucaristía. De este modo, la celebración litúrgica viene a ser una catequesis en acto, ya que es una profesión de fe en acto y una comunicación de gracia: en la celebración sacramental se actualiza la obra de la salvación realizada por Cristo (cf SC 6). Como afirma D. Sartore, «el valor insustituible de la liturgia para la catequesis... depende de la condición sacramental de la Iglesia, del hecho de configurarse esta de una manera más existencial donde la comunidad celebra la liturgia. Es en la

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liturgia donde la realidad eclesial aparece más visiblemente como cumbre y 12 fuente de la vida de la Iglesia» . 4. La historia y la vida de la Iglesia Ambas a dos son fuentes de la catequesis como expresión histórica de la vivencia cristiana. La palabra de Dios se expresa en la tradición a través de la Palabra vivida e interiorizada por la Iglesia –particularmente por los santos– en cada actualidad histórica. Una catequesis auténtica «no puede transmitirse fuera de la subjetividad colectiva del pueblo que guarda la Palabra, que la conoce porque en ella y de ella vive: la Iglesia». La razón es obvia. El catequizando es invitado a acceder al evangelio. Pero para acceder al evangelio, la mera experiencia antropológica no es suficiente; se necesita la experiencia del cristianismo vivido tal como queda recogida en la tradición y en las comunidades cristianas actuales. Esta experiencia cristiana, vivida y expresada en el testimonio creyente, es la única que hace posible descubrir lo que el evangelio significa en la existencia humana. A lo largo de la historia de la Iglesia, un elemento constitutivo de la transmisión del evangelio ha sido precisamente la experiencia de fe vivida en el entorno familiar o ambiental. La fe se propaga fundamentalmente por el contagio del testimonio. La historia de la Iglesia enseña que toda profundización doctrinal del evangelio se lleva a cabo siempre en contacto con la vida; los problemas existenciales son los que empujan a elaborar respuestas nuevas de fe. De este modo, la Iglesia ha ido explicitando, en el correr del tiempo, aspectos del evangelio de los que anteriormente no se había percatado. Y. Congar constata que «sabremos realmente lo que quiere decir que el evangelio sea 13 predicado a toda criatura, cuando sea predicado a toda criatura» . Desde esta perspectiva, la historia de la Iglesia manifiesta a la catequesis la manera en que la comunidad eclesial ha ido tomando conciencia de su fe y la ha vivido transformando su existencia en fidelidad al evangelio. En esta aventura, los santos se convierten en los grandes testigos: ellos han sabido interpretar con su vida de santidad distintos aspectos del evangelio. Y la catequesis hará bien en proponer a la consideración de los catequizandos el testimonio de los santos, presentando a estos con toda la fuerza de su ejemplaridad, a fin de iluminar y orientar su vida cristiana. Pero la historia de la Iglesia no es únicamente pasado; es también realidad presente con un dinamismo abierto siempre hacia el futuro. Ya se ha recordado anteriormente que no hay revelación sin la acogida, sin la respuesta por parte del hombre. Ahora bien, teniendo en cuenta que el hombre se halla siempre históricamente situado, inmerso en una historia siempre en evolución, es forzoso concluir que la actualización de la Revelación es una tarea que no puede concluir nunca. La palabra de Dios 12

D. SARTORE, Catequesis y liturgia, en D. SARTORE - A. M. TRIACCA, Nuevo diccionario de liturgia, San Pablo, Madrid 19963, 320. 13 Y. CONGAR, Vida de la Iglesia y conciencia de la catolicidad, en Ensayos sobre el misterio de la Iglesia, Estela, Barcelona 1959, 94.

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debe ser contemporánea de aquellos a quienes va dirigida. La proclamación de la fe será una proclamación actual solamente si encuentra al hombre de hoy según sus estados de conciencia. La correlación entre la existencia humana y la fe es inevitable. La tarea de la catequesis es ofrecer la actualidad de la palabra de Dios a los catequizandos. La catequesis, pues, sólo puede comprenderse como un nuevo acto de interpretación del evangelio, del acontecimiento de Jesucristo, a partir de una confrontación crítica entre la experiencia cristiana fundamental (Sagrada Escritura, tradición, símbolos de fe...) y la experiencia humana de hoy. Y así, llegar a la necesaria actualización del evangelio. Pero la pregunta surge de manera inmediata: ¿quién es el sujeto responsable de esta nueva interpretación? a) El «sensusfidei» del pueblo de Dios La Sagrada Escritura, la tradición y las fórmulas de fe cobran vida cuando una conciencia las acoge y hace suyas. Todas ellas no son más que palabras que quedan en el aire, mientras no haya alguien que las capte para encarnarlas, para darles carne y sangre. El sujeto del acto de fe, de la fe que se convierte en acto personal de creer y no se queda en fórmulas que se repiten o en credo que se recita, es en realidad la persona concreta. Por esta razón, la fe adopta formas diversas, fuertes matices, según la diversidad de los creyentes. Incluso dentro de una cultura y de niveles intelectuales idénticos, las palabras por las cuales va a expresarse la fe serán un tanto diferentes. Sin embargo, todas ellas, como los cuatro evangelios, hablan del mismo Cristo. Cada persona es, por consiguiente, sujeto de la fe. En dos sentidos: ante todo, en el sentido de adhesión a la persona de Cristo: nadie, ni familia, ni pueblo, ni Iglesia, puede dar su fe en lugar de la persona; y también en el sentido de la expresión de su fe: cada persona expresará sus convicciones de fe. El creyente, no obstante, se adhiere a un mensaje que no ha sido inventado por él, sino que él ha oído (cf. Rm 10,13-15). El creyente ha oído el mensaje de los miembros de una comunidad, que es la portadora del mensaje. Es verdad que el sujeto individual es realmente fuente del acto de la fe; con todo, lo que él cree le viene de otra parte: de ese pueblo que Cristo ha dejado tras de sí. Este pueblo continúa proclamando e interpretando, en función de las condiciones nuevas que vayan apareciendo, la Sagrada Escritura y los símbolos de la fe que le sirven de fundamento. Pueblo creyente y tradición son inseparables: por el pueblo es como se efectúa la tradición, la transmisión de la fe. Haciendo camino, la fe, retomada por cada generación, busca y encuentra palabras nuevas para decirse. La consecuencia no se deja esperar: el pueblo tiene una función en la formulación de la fe. La jerarquía continúa siendo la última instancia de la fe de la Iglesia; pero la jerarquía no desempeñaría correctamente esta función si no permaneciera a la escucha de su pueblo, si no tuviera en cuenta el sensusfideidel pueblo de Dios (cf. LG 12). El pueblo creyente es, en efecto, el depositario del Espíritu Santo. Del Espíritu le viene ese olfato

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espiritual que le permite entrar en la verdad total (Jn 16,12-13), mediante la creatividad en la comprensión, en la vivencia y en la expresión de la fe (cf. GS 44). En este marco, «la catequesis es un lugar privilegiado en el que esta dinámica de la tradición puede ejercerse. Considerar al grupo catecumenal sólo como asimilador, sin hacer de él un vehículo creativo para expresar la fe de la Iglesia, sería no haber entendido nada de lo que es la tradición cristiana». La catequesis lleva a cabo esta creatividad en la renovación de las expresiones de la fe a partir de la experiencia humana presente en ella, una experiencia que «ayuda a hacer inteligible el mensaje cristiano como mediación necesaria para explorar y asimilar las verdades que constituyen el contenido objetivo de la Revelación» (DGC 152; cf. 116-117, 153). Por ello, el Directorio general para la catequesis concluye: «los catequizandos, sobre todo cuando son adultos, pueden contribuir con eficacia al desarrollo de la catequesis, indicando los diversos modos para comprender y expresar eficazmente el mensaje, tales como "aprender haciendo", hacer uso del estudio y del diálogo e intercambiar y confrontar los diversos puntos de vista» (DGC 157). b) El magisterio Al magisterio le corresponde el discernimiento autorizado de las expresiones de la fe propuestas por los fieles; también dentro de la catequesis. La comunidad eclesial ha reconocido siempre en la jerarquía el poder y la tarea de enseñar; o lo que es lo mismo, de decir la fe. Esto es lo que quiere expresarse cuando se habla del magisterio de la Iglesia. En realidad, toda la Iglesia es docente y toda la Iglesia, incluido el Papa, es discente. Pablo manifiesta con claridad que él no transmite otra cosa distinta de lo que él mismo «ha recibido del Señor» (2Co 11,23). La jerarquía, como cualquier creyente, es, pues, discente, sometida a la Palabra que reúne al pueblo de Dios, del cual es servidora. Atenta a los signos de los tiempos, la jerarquía debe tener un oído despierto, un oído de discípulo para escuchar lo que el Espíritu dice constantemente a las Iglesias (cf.Is 50,4; Ap 2-3). Hechas estas observaciones, es menester poner de relieve que la Iglesia ha proclamado siempre que los obispos, en comunión con el papa, tienen una misión especial de enseñanza y de vigilancia sobre aquello que los creyentes dicen a propósito de las cosas de la fe, así como a propósito de los comportamientos (cf. DV 10; DGC 44). De esta forma, la jerarquía viene a cristalizar, en cierta manera, la misión confiada a toda la Iglesia de anunciar de modo actualizado el evangelio. Sin embargo, esta misión especial de enseñanza de los obispos no significa nunca que el magisterio detente un monopolio. Ni los obispos ni el papa están fuera o por encima de la palabra de Dios (cf. DV 10; DGC 44). Todos ellos son fieles de la Iglesia. Fieles llamados para servir a los otros fieles como punto de referencia, de armonización y de guía; principalmente para quienes están en activo en las diversas funciones, como es el caso del ministerio catequético.

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IV. La cultura o el mundo de los valores El contexto cultural es otra de las fuentes de la catequesis. El DGC 95 señala que la palabra de Dios «se manifiesta en los genuinos valores religiosos y morales que, como semillas de la Palabra, están esparcidos en la sociedad humana y en las diversas culturas». CT 53 recuerda lo mismo. El DGC 96 alude a esta fuente como subsidiaria; otros autores hablan de ella en un sentido material o la califican de secundaria. Juan Pablo II afirma que «las culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia» (FR 70). Más allá del debate terminológico, lo que no puede negarse es que el contexto cultural constituye una fuente imprescindible de la catequesis. Si la palabra de Dios alcanza su sentido y su actualidad en la fe que la acoge, una fe situada siempre históricamente, no queda más remedio que interpretar los documentos de la palabra de Dios, que vehiculan la experiencia cristiana fundante, desde la novedad de la experiencia humana actual. Esta dimensión antropológica de la palabra de Dios exige, en su transmisión, una atención particular a toda la realidad del hombre, a su vida, a sus búsquedas... a fin de interpretarlas a la luz de la palabra de Dios. La realidad humana forma parte del mensaje cristiano, habida cuenta de que al margen de ella es imposible que el hombre viva su fe en el mundo. La catequesis, pues, extraerá su contenido también de la fuente de la cultura contemporánea y de las ciencias humanas. La catequesis, en el acto de transmisión de la fe, no puede disociar la palabra de Dios de la que da testimonio la Sagrada Escritura, y la palabra de Dios que constituyen los acontecimientos de la vida personal y de la historia en general, acontecimientos que son portadores de los signos de Dios en el mundo. Dios, que se revela en la historia, actúa permanentemente en cada persona y en la historia en general (cf. FR 70-71). La catequesis no tiene que preocuparse solamente de revelar las maravillas de Dios; se preocupará igualmente de interpretar, a la luz de la palabra de Dios, las realidades del mundo y la vida de los hombres. Es lo que ha dado en llamarse la teología de los signos de los tiempos. La asunción de los signos de los tiempos por la Iglesia obliga a esta a prestar una atención permanente a las diversas situaciones de vida, así como a las diferentes culturas, a fin de que el evangelio sea anunciado y comprendido también en esas situaciones, y así llegue a todos el mensaje de la salvación. Desde este punto de vista, los signos de los tiempos pertenecen a la pedagogía de la palabra de Dios, ya que pueden identificarse con aquellos gérmenes de vida (logoispermatikoi) de que hablaban los Padres de la Iglesia, y que están colocados en el mundo y en el corazón de cada persona, para hacerles percibir más fácilmente la acción de Dios en orden a realizar su designio de salvación.

CAPÍTULO I LA CATEQUESIS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

La historia de la catequesis es testigo de que, a partir de un sentido fundamental, el concepto y realidad teológico-pastoral de catequesis ha ido acentuando de forma diversa aquellos aspectos que exigían las circunstancias socioculturales que la Iglesia ha vivido en su historia, en orden a lograr cristianos adultos y comunidades vivas y dinámicas en el mundo. Siendo la catequesis una «experiencia tan antigua como la Iglesia» (CT, título del cap. 2), el repaso de la historia ayudará a clarificar, en alguna medida, las acciones genuinamente catequéticas y los componentes específicos de su identidad teológica. 1. El término catequesis y su realidad teológico-pastoral en la historia a) En la época apostólica (siglo I) En su sentido profano original, el verbo katecheinsignifica hablar desde arriba; así los poetas catequizan a sus oyentes desde el escenario. Más exactamente aún, significa hacer eco, resonar, por el efecto de voz producido mediante las máscaras que los actores se ponían ante el rostro en el teatro, para hacer eco, para hacer resonar la voz, de manera que las palabras llegaran nítidas a los espectadores. En la Biblia, el sustantivo catequesis, katechesis, no aparece en el Nuevo Testamento. Se encuentra, en cambio, seis veces el verbo, katecheo, en cinco formas verbales distintas. Es una palabra tardía y raramente usada en el griego profano. La versión griega de los LXX no la usa. En sentido derivado, el verbo katecheo, en el griego bíblico, quiere decir informar, contar, comunicar una noticia (por ejemplo Hch 21,21-24; Lc 1,4). En sentido estricto significa dar una instrucción cristiana (Hch 18,25; 14 Rm 2,18; Gá 6,6) . Las primeras comunidades desarrollan el ministerio de la Palabra de forma muy creativa y adaptada a las circunstancias de los oyentes y 14

Para la reflexión que sigue, de carácter histórico, cf. A. EXELER, Esencia y misión de la catequesis, Juan Flors, Barcelona 1968, 172-181.

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emplean otros términos que señalan esos matices: evangelización para suscitar la fe; instrucción o doctrina para profundizar en ella; exhortación, 15 para corregir y alentar; testimonio para iluminar y convencer, etc. . No obstante, en medio de esta multiplicidad terminológica del Nuevo Testamento «cabe destacar una cierta distinción de base entre un primer momento de lanzamiento (anuncio) del mensaje, a través de verbos como gritar (krasein), anunciar (keryssein), evangelizar (euanguelizein), testimoniar (martyrein) y un segundo momento de explicitación y profundización expresado por los verbos enseñar (didaskein), catequizar (katechein), 16 predicar (homilein), transmitir (paradidonai) yotros semejantes» . Como se ve, el verbo catequizar es uno más de este mismo momento en que se explicita el mensaje. En la Iglesia primitiva, la expresión catequizar no ha adquirido todavía la importancia central que adquirirá más tarde con los santos Padres. Dentro de la explicitación de la fe, en el Nuevo Testamento se distingue entre los rudimentos, elementos fundamentales, de la revelación o leche espiritual y el alimento sólido propio de los adultos en la fe. (cf.Hb 5,1214; 1Pe 2,2). El primer alimento tendría, más bien, un carácter iniciatorio y el segundo designaría una enseñanza más completa del mensaje recibido. En cuanto a su contenido, esta explicitación y profundización del mensaje, este alimento sólido, abarca toda la Sagrada Escritura, en especial el Nuevo Testamento. Más aún, según el sentir común de la exégesis actual, la gestación de muchos de los relatos evangélicos y otros escritos neotestamentarios han tenido lugar dentro de ese proceso de instrucción o explicitación del mensaje al nuevo discípulo de Cristo. b) En la época patrística (siglos II-V) A partir del siglo II se perfila el contenido del término catequesis. Este es empleado por primera vez por san Clemente de Roma (siglo II) preferentemente para designar la instrucción fundamental dada a los candidatos al bautismo. Y para san Hipólito (siglo III) el vocablo tiene ya ese significado como específico y exclusivo. En efecto, el contenido preciso de catequesis brota en una época en que la Iglesia está ya extendida y bien organizada en sus instituciones, entre las cuales sobresale el catecumenado. En su interior, el nombre de catequesis se aplica a una acción concreta, cuyos rasgos van a ser de alguna manera paradigmáticos en el futuro eclesial. Es la edad de oro del catecumenado para la iniciación cristiana, y la catequesis, juntamente con los sacramentos de la iniciación, «es elemento central de la iniciación cristiana» (C. Floristán). Efectivamente, katechizein, catechesis, catechizare, catechizatiodesignan la enseñanza cristiana dentro de la institución catecumenal, con la finalidad de preparar al bautismo. Esta catequesis 15

Cf. B. MAGGIONI, citado por E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 46-47; DGC 50c. 16 Cf. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, 47.

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catecumenalse lleva a cabo de forma gradual, estructurando el contenido en tres grandes etapas (cf DGC 88-89, 107, 129): 1) en la primera, como preparación lejana al bautismo, se presentan las grandes gestas de Dios (magnalia Dei [Hch 2,5]), en la historia de la salvación hasta el hoy de la Iglesia; es la catequesis bíblica; 2) En la segunda, como preparación bautismal inmediata, se comenta de palabra un texto doctrinal bastante fijo y pragmático, llamado símbolo, y también la oración dominical, ambos con sus implicaciones morales; es la catequesis doctrinal; 3)La iniciación cristiana sellada con los sacramentos de la iniciación conduce a los neófitos a culminarla penetrando y gustando el misterio vivificante de los sacramentos17 acontecidos en la comunidad cristiana; es la catequesis mistagógica . Por tanto, en la época patrística, katekeinindica la instrucción dada a los catecúmenos ydidaskeinse refiere a la instrucción de los ya bautizados. No obstante, todos los componentes de la catequesis: La enseñanza, la oración, los elementos litúrgicos, las consecuencias morales, todo ello recibido y vivido en la comunidad catecumenal hacen de la catequesis, en este tiempo 18 de los santos Padres, una iniciación cristiana integral . c) En la época medieval (siglos VI-XV) Tras el reconocimiento del cristianismo como religión oficial y las conversiones y bautismos multitudinarios, el catecumenado, como matriz de la Iglesia y desarrollo de la conversión, desaparece, y con él desaparece 19 hasta el mismo término de catequesis . Se mantiene, no obstante, el término catequizar y aparece un término nuevo: catechismus, catecismo, para designar la institución catequizadora, pero todavía no el libro con el que se catequiza, cosa que no ocurrirá hasta la época moderna. En esta época, catechizare y catechismus—catequizar y catecismo— señalan, en general, la enseñanza anterior al bautismo, normalmente de niños. Y por estas expresiones se entendía las preguntas que el sacerdote formulaba a los padrinos antes del bautismo, para pulsar su situación de fe y las respuestas que estos daban como garantía de la enseñanza que los niños iban a recibir una vez bautizados. «A nadie se le20 ocurrió entonces llamar catechizarea la enseñanza siguiente al bautismo» . Por el contrario, a esta enseñanza posbautismal en la Edad media se la llamará instructio, que en el latín eclesiástico medieval equivale a institutio, no instrucción, sino formación en sentido amplio. La voz más autorizada de este tiempo, santo Tomás de Aquino, confirma lo que decimos. El santo distingue cuatro formas de instrucción cristiana: 17

Cf. J. DANIÉLOU-R. DU CHARLAT, La catéchéseauxpremierssiécles, FayardMame, París 1968, 44ss., 64ss., 89ss., 125ss., 249ss. 18 Cf.ib 52, 55-56, conclusión; D. GRASSO, Teología de la predicación, Sígueme, Salamanca 1966, 317-318 y 341-342; A. EXELER, o.c., 174. 19 Cf. J. AUDINET, Catequesis, Catecismo, Catequética, en RAHNER K. (ed.), SacramentumMundi, Herder, Barcelona 1976, 684. 20 V. ZEZSCHWITZ en A. EXELER, o.c., 175.

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1) Instrucción para convertirse a la fe; 2) Instrucción sobre los fundamentos de la fe para recibir los (primeros) sacramentos; 3) Instrucción para alimentar la vida cristiana; 4) Instrucción 21sobre los misterios profundos de la fe y de la perfección de la vida cristiana . Traduciendo estas categorías de santo Tomás a nuestro lenguaje, hoy a la primera instrucción la llamaríamos primer anuncio; la segunda coincide con la catequesis de la iniciación cristiana; la tercera (instructio de conversationechristianae vitae) es nuestra educación permanente en la fe; y la cuarta, la enseñanza teológica (cf. DGC 51-52; 61-72). Como vemos; a los tres primeros momentos del ministerio de la Palabra (anuncio misionero, catequesis de iniciación y educación permanente de la fe), santo Tomás añade un cuarto momento o forma de este ministerio: la enseñanza de la teología. d) En la época moderna (XVI-XVIII) En el siglo XVI, dentro del binomio catechizare-catechismus, adquiere un relieve especial el término y el contenido de catechismus, catecismo. Catequizar y dar el catecismo son, en principio, expresiones equivalentes entre protestantes y católicos. En el campo protestante, «el catecismo es una enseñanza para instruir a los paganos que quieren ser cristianos» (M. Lutero en 1526). Sin embargo, los protestantes implantaron pronto la práctica de dar el catecismo a los niños bautizados para que, «tengan por verdadero el bautismo recibido con serio temor de Dios y sepan a tiempo lo acontecido con ellos en presencia 22 de la Iglesia» . Según Zezshwitz, los protestantes no entendieron por catecismo simplemente un libro doctrinal —que también lo era—, «sino una forma actual —aunque literariamente fijada— de enseñanza o de preguntas y respuestas al servicio del examen sobre la fe» que los catequizandos tenían que rendir a los visitadores de las comunidades. Con ello los protestantes tomaron nuevamente en serio la relación mutua entre bautismo y fe, pero transformando el catecumenado prebautismal en catecumenado posbautismal para preparar a celebrar la cena del Señor. Por tanto, el catecismo —como institución— entre los protestantes pasó a ser una preparación para una buena comunión. La aportación original de la Reforma fue trasladar la enseñanza prebautismal al tiempo posterior al bautismo, pero sigue siendo una enseñanza iniciatoria, pues se hace en función de un rito de la iniciación cristiana. Si miramos ahora expresamente la catequesis y el catecismo en la Iglesia católica, en este tiempo, observamos que, ante la crisis renacentista y la necesidad de una honda transformación cristiana en todos sus miembros, sobre todo en las masas creyentes, se descubre de nuevo la necesidad de una institución destinada exclusivamente a la enseñanza fundamental de la fe. Pero sus destinatarios no son ya adultos convertidos, sino personas 21 22

Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Sum. Theol., III q 71 a 4; q 71 a 1 ad 2. G. WICELIUS, en A. EXELER, o.c., 176, nota 28.

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bautizadas en su infancia. El término mismo de catequesis estuvo a punto 23 de adquirir una gran relevancia , pero su contenido no podía tener la densa carga educativo-cristiana de la época catecumenal. A la nueva institución se la llamó catecismo, recuperando la denominación medieval arriba aludida y abarcó en principio todos los ritos que preparaban al bautismo de niños y, en particular, como antaño, las preguntas formuladas a los padrinos y sus respuestas, con las aclaraciones correspondientes. De aquí que el término catecismo fuera recibiendo el sentido de enseñanza cristiana elemental en forma de preguntas y respuestas. Pronto se aplicó esta palabra al libro doctrinal –pequeño o grande– utilizado después ampliamente en la instrucción cristiana para adolescentes y jóvenes, pero sobre todo para los niños, en la institución del 24 catecismo . Junto a este sentido de la catequesis dirigida a niños, esta empezó a adquirir también un sentido de formación generalizada para todo el pueblo cristiano. En efecto, en el tiempo de la Reforma, la preocupación catequética de católicos y protestantes no era fundamentalmente la infancia y la adolescencia, sino, más en general, la formación cristiana del hombre corriente. Se puede, pues, dar por supuesto que unos y otros entendían por catequesis la instrucción a todo el pueblo cristiano. En este caso la catequesis habría extendido su carga iniciatoria a la instrucción general de todos los fieles, para dar una fundamentación a su fe (una catequesis o 25 educación generalizada y básica de la fe) . Según esto, los términos catequesis y catecismo y su contenido formativo (instructio=institutio) se aplican también a los bautizados, bien conservando su finalidad iniciatoriapresacramental, bien ampliándose a una enseñanza más generalizada y básica post-sacramental, pero importante para todos los fieles cristianos, según situaciones, edades y responsabilidades. De ahí que los autores compusieran catecismos maiores, minores y hasta breves. La instrucción religiosa del pueblo cristiano tenía su legislación ya desde la Edad media. Pero el concilio de Trento la vigoriza y la extiende a toda la Iglesia. Trento determina elaborar el Catecismo romano para ayudar a los párrocos a cumplir su deber de instruir al pueblo fiel. Para ello prescribe que, además de la predicación dominical y festiva, instruyan al pueblo cristiano (adulto) en el catecismo festivo (institución) durante todo el año, y todos los días o tres veces por semana en adviento y cuaresma (Ses. 24, de ref. C 4; ib 337). Así se fue organizando este catecismo para el pueblo fiel, en general, en sínodos diocesanos y mediante prescripciones 26 episcopales, hasta el siglo XX .

23

Cf. J. AUDINET, a.c. Cf.ib, 683-692. 25 Para esta reflexión, cf A. EXELER, o.c., 176-181. 26 Cf. L. CSONKA, Historia de la catequesis, en BRAIDO P. (ed.), Educar III:Metodología de la catequesis, Sígueme, Salamanca 1966, 140-142 24

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Como puede verse, en esta época moderna la catequesis, manteniendo su carácter iniciatorio para las edades más jóvenes, extiende su acción al conjunto del pueblo de Dios mediante una enseñanza generalizada que quiere establecer una buena fundamentación de la fe del conjunto de los fieles cristianos. e) En la época contemporánea (finales del siglo XIX y siglo XX) San Pío X, en su célebre encíclica Acerbo nimis(1905), trata de forma muy completa la urgencia de mejorar el catecismo. Ante la gran difusión de la ignorancia religiosa y la corrupción moral, señala como primer remedio el catecismo para niños, adolescentes y jóvenes, y «restablece la práctica de la instrucción religiosa dominical para adultos, separada y distinta de la 27 homilía» . Respecto de los niños apremia a establecer en cada parroquia el catecismo dominical y festivo durante una hora. Y además, una instrucción durante un determinado período como preparación a la confesión y confirmación, y otro período en cuaresma o después de pascua, que prepare a la comunión. El Código de Derecho canónico (CIC 1917) sigue en la misma dirección que san Pío X: sus disposiciones principales (cc. 1329-1336) se refieren a la instrucción catequística, es decir, al catecismo parroquial dominical y a la preparación a los sacramentos. Reitera las preocupaciones de san Pío X sobre la penitencia, la confirmación y la comunión (c. 1330). Incluso insiste sobre la continuidad de este catecismo (c. 1331). Y pone especial énfasis en el destinatario adulto: «Los domingos y demás días de precepto (a la hora más oportuna) el párroco debe explicar el catecismo a los fieles adultos, empleando un lenguaje que esté al alcance de los mismos» (c. 1332). Considerados estos tres momentos catequéticos (Trento, Acerbo nimis y CIC) como una pruebahecha en los últimos siglos, observamos que el término catecismo y su contenido se aplican a la instrucción cristiana dada después del bautismo a todo el pueblo cristiano para todas las edades, en una especie de enseñanza generalizada, a causa de la necesidad de una fundamentación sólida de la fe y de la moral. Este catecismo, como institución catequética, solamente adquiere una dimensión presacramental cuando, a partir de san Pío X, reivindicador de la comunión para los niños, se prescriben tanto en Acerbo nimis, como en el CIC, «además, y durante un determinado período», una preparación a la confirmación y otro período para la comunión. Sin embargo, la forma doctrinal y memorista como se hace esta instrucción presacramental, el escaso tiempo dedicado a la preparación de la confirmación en la niñez, antes o después de la primera comunión, así como la celebración multitudinaria y escasamente preparada de la confirmación, desdibujan mucho la calidad iniciatorio-sacramental tanto de la preparación como de las celebraciones. 27

Cf. L. CSONKA, Historia de la catequesis, 197-198.

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Así se explica que el término catechismus, catecismo, haya adquirido durante siglos el sentido de catequesis generalizada para todas las edades de la vida, en orden a una fundamentación básica de todo el pueblo fiel. Y el catecismo, con este significado amplio, ha llegado hasta los aledaños del Vaticano II en toda la Iglesia. Y la expresión catequesis permanente, ¿cuándo y cómo aparece en la Iglesia? Para consolidar la fe, e incluso para suscitarla donde se había deteriorado notablemente, surgió en 1925 (Munich), el Movimiento catequético y se reforzó a partir de 1950 (etapa kerigmática en adelante). En la década de 1950, la Unesco establece dos categorías de enseñanza: la formación básica (de estudios reglados en las instituciones docentes) y la formación permanente, para el resto de la vida. A finales de la década de 1950 o comienzos de la década de 1960, cuando en la Iglesia de Francia se está revalorizando el término y el significado primitivo de catequesis, P. A. Liégé, inspirándose en la Unesco, habla de dos grados de catequesis: 1) el de la catequesis de la iniciación, para los adultos que se preparan al bautismo y para los niños que se preparan a su primera comunión; y 2) el de28 la catequesis permanente, para los jóvenes y adultos ya iniciados en la fe . De esta manera se recupera para hoy, con otros nombres, la didaskaliade la época de los santos Padres (siglos II-V) y la tercera instrucción de santo Tomás, «para alimentar la vida cristiana» (siglo XIII). En la década de 1960 se fue privilegiando el concepto de catequesis permanente, mientras que el de catequesis iniciatoria para adultos queda muy en la sombra. Hasta que, en 1975, Pablo VI, en la Evangeliinuntiandi, manifiesta la necesidad de una catequesis «bajo la modalidad de un catecumenado (catequesis de iniciación) para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él» (EN 44). Más explícitamente, CT (22c [1979]) afirma que la catequesis es siempre una catequesis de iniciación. De esta manera, la catequesis iniciatoria adquiere, en 1977, una mayor explicitación e importancia en el nuevo DGC (67-68). Resumen Sintetizando este conjunto de datos históricos acerca de la concepción de la catequesis y fijándonos en cómo se han ido presentando a la conciencia de la Iglesia las diferentes necesidades de catequización, podemos concluir lo siguiente: a) En la época apostólica, y dentro del Nuevo Testamento, aparecen muchos términos para designar la realización concreta del ministerio de la Palabra. Sin embargo, dentro de esa multiplicidad terminológica, unos términos tienden a expresar el anuncio del evangelio a los no creyentes, mientras que otros se refieren, más bien, a la enseñanza dirigida a los ya convertidos. Dentro de este segundo momento de 28

Cf P. LIÉGÉ, ¿Qué quiere decir «catequesis»? Ensayo de aclaración, Catéchése 1 (1960) 35-42.

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enseñanza, incluso se habla de una primera enseñanza elemental (leche espiritual, rudimentos de la fe...) y de una enseñanza más honda (alimento sólido, enseñanzas más profundas...). En esta época apostólica, el término catequesis, catequizar, catecúmeno es uno más entre otros y apunta a la enseñanza de los convertidos. b) En la época patrística acontece el florecimiento del catecumenado bautismal, dirigido fundamentalmente a los adultos. Los santos Padres llaman catequesis a la formación que prepara al bautismo. De hecho realizan una selección terminológica (prefieren el término catequesis respecto a los otros) y una puntualización de contenido (la formación básica preparatoria al bautismo). Para hablar de la formación cristiana posterior al bautismo, los santos Padres utilizaban otras expresiones: didajé, institutiochristiana... c) Considerando el ministerio de la Palabra en su conjunto, vemos, pues, cómo en la época patrística se decantan ya tres formas principales de ese ministerio: el anuncio a los no creyentes, la catequesis a los candidatos al bautismo y la didajéa los convertidos. d) En la época medieval, la institución del catecumenado se diluye, y con él una catequesis centrada, sobre todo, en el mundo de los adultos. La formación cristiana se ve centrada en los niños y jóvenes de las familias cristianas. Sin embargo, aunque haya un cambio en la edad de los destinatarios, las tres formas básicas del ministerio de la Palabra se mantienen. Un ejemplo eminente es el propio santo Tomás de Aquino, que añade, incluso, una forma nueva al ministerio de la Palabra: la enseñanza teológica. Para él, en efecto, hay cuatro formas de ese ministerio (las llamaba instructiones): la que suscita la conversión, la que educa en los rudimentos de la fe (catequesis propiamente hablando), la que alimenta diariamente la vida cristiana y la que enseña los profundos misterios de la fe. A estas formas hoy las llamaríamos: primer anuncio, catequesis de iniciación, educación permanente de la fe (o catequesis permanente) y enseñanza de la teología. e) En la época moderna se introduce un factor nuevo, que afecta a los destinatarios de la catequesis, pero no a las formas de presentar la palabra de Dios. El factor nuevo es la toma de conciencia, cada vez más aguda, de que no sólo los niños y adolescentes, sino incluso los mismosadultos necesitan una formación cristiana básica (catequesis). Se va viendo, en efecto, cómo entre muchos adultos se da una gran ignorancia religiosa y, en muchas ocasiones, un serio deterioro moral. Tanto entre los protestantes como entre los católicos surge la necesidad de una catequesis básica generalizada, a nivel de todo el pueblo cristiano, que remedie esas insuficiencias. Esta necesidad dará origen a los catecismos menores (para niños y jóvenes) y a los catecismos mayores (para adultos).

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f) En la época contemporánea se mantiene viva esta misma problemática y la Iglesia tiene la clara conciencia de que ha de catequizar a todo el pueblo cristiano. El propio Código de Derecho canónico (1917) reclama esta catequesis básica generalizada, dirigida no sólo a los niños y jóvenes, sino también a los adultos. g) A partir de 1960, más o menos, se toma conciencia, incluso, de que la catequesis de adultos debe tener un doble nivel. Siguiendo las indicaciones de la pedagogía profana se introduce en la catequética la distinción entre formación básica y formación permanente, es decir, entre catequesis básica y catequesis permanente. Sería injusto, ciertamente, que una catequesis básica generalizada tratase a todos los adultos por igual, como si todos estuviesen a ese nivel de fe que requiere una formación elemental. La catequesis permanente se dirige a los ya iniciados y supone la formación básica. h) El DGC recoge estas diferentes formas del ministerio de la Palabra que se han ido consolidando a lo largo de la historia de la Iglesia y acentuando de modo diverso según las circunstancias históricas. El Directorio habla, en concreto, del primer anuncio (a los no creyentes), del catecumenado bautismal (para no bautizados), de una catequesis de iniciación (para niños y jóvenes como proceso unitario, y también para los adultos bautizados que necesiten fundamentar la fe) y de una catequesis permanente (para los adultos realmente iniciados, y con una fe madura, por tanto). El Directorio habla, incluso, de una catequesis perfectiva, es decir, de la enseñanza de la teología impartida a los candidatos al sacerdocio, a los agentes de pastoral y a miembros del pueblo de Dios especialmente cualificados. 2. Concepto evolutivo de catequesis. Definiciones más significativas a)Evolución de la catequesis en la segunda mitad del siglo XX En los cinco últimos siglos, la catequesis toma conciencia de que la educación cristiana no puede dirigirse sólo a la niñez, sino, de manera generalizada, a todo cristiano que necesite fundamentar su fe. A su vez, dentro ya del siglo XX, también se ha tomado conciencia clara de que la catequesis no puede reducirse a una mera enseñanza, sino que ha de prestar atención a todo el sujeto mediante tareas que son, a la vez, de iniciación, de educación y de instrucción. En la Iglesia, especialmente en las cinco últimas décadas, hay una doble inquietud: 1)

la mirada a los primeros siglos, a las fuentes de la vida cristiana: Sagrada Escritura y Tradición, y especialmente a la catequesis primitiva, en un intento por volver a la riqueza de los orígenes apostólicos y patrísticos, y

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HISTORIA DE LA CATEQUESIS

2)

La mirada al sujeto y al clima sociocultural en que él está inmerso, para incorporar –por fidelidad al hombre– todas las aportaciones científicas propicias al servicio de la fe. Con esta doble fidelidad al mensaje y al hombre, el término catequesis se carga de un sentido 29 nuevo y se recupera el catecumenado .

Son, sobre todo, Alemania (J. A. Jungmann 1936 y E. X. Arnold 1948) y Francia (J. Colomb y M. Fargues 1946, F. Coudreau 1948 y P. A. Liégé) las que, con sus movimientos bíblico, litúrgico, teológico, catequético, pastoral, pedagógico... fueron acuñando, en aproximaciones sucesivas, el concepto de catequesis, contrastándolo con una praxis catequética muy creativa. A esta clarificación de la identidad de la catequesis contribuyeron notablemente el Vaticano II (1965), Medellín (1968), el Directorio general de pastoral catequética (DCG, 1971), el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA, 1972), las III y IV Asambleas del sínodo de los obispos (Evangelización, 1974, y Catequesis, 1977) y sus respectivos documentos y exhortaciones apostólicas: Evangeliinuntiandi(EN, 1975), Mensaje al pueblo de Dios (MPD, 1977) y Catechesitradendae(CT, 1979); también Puebla (1979), y últimamente el nuevo Directorio general para la catequesis (DGC, 1997) b)Definiciones más significativas a partir del Vaticano II Desde el comienzo del movimiento catequético, a finales del siglo XIX (Munich), pero especialmente desde su intensificación a mediados del XX (etapa kerigmática, 1950, y Vaticano II, 1965 en adelante), en cada definición de catequesis que va emergiendo, se percibe el reajuste que el concepto de catequesis —naturaleza, finalidad, tareas y contenidos— va asumiendo, aunque permaneciendo siempre fiel al núcleo fundamental de los primeros siglos, que ha considerado constantemente la catequesis como educación de la fe del convertido. a) El Vaticano II (1965) ofrece dos definiciones descriptivas: 1)

«La formación (institutio) catequética tiende a que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explícita y operante, tanto en los niños y adolescentes como en los adultos» (CD 14);

2)

«La formación (institutio) catequética ilumina y robustece la fe, nutre la vida con el espíritu de Cristo, conduce a una consciente y activa participación en el misterio litúrgico y mueve a la acción apostólica» (GE 4).

La primera definición subraya la finalidad integral de la catequesis: la educación general de la fe, no reducida a un conocimiento de la fe (fidesquae), sino como entrega total a Dios (fides qua), que incluye la 29

Cf E. ALBERICH, Catequesis, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 154-159.

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adhesión intelectual a lo que él ha revelado, así como el compromiso coherente en las obras. A la vez, subraya el medio para conseguir esta finalidad: mediante la formación doctrinal. A esta el Código de Derecho Canónico de 1983, c. 773, añade: «la práctica —la experiencia— de la vida cristiana». Por tanto, la definición no se centra en la etapa específicamente iniciatoria, sino que se refiere a la maduración general de la fe en todas sus dimensiones. Esta definición fue asumida por el DCG de 1971, 17. La segunda definición describe la catequesis por sus tareas u objetivos inmediatos: consolidar el conocimiento de la fe; alimentar las actitudes morales cristianas con el espíritu de Cristo; ejercitar en la participación de la liturgia e impulsar a la vida apostólica. Esta definición se inspira en el decreto AG (11-15; cf. CIC c. 788.2) donde se trata del catecumenado y la formación de los catecúmenos en él. A pesar de esto, la definición mencionada de catequesis no se polariza tampoco en el sentido iniciatorio, ya que en el tiempo del Vaticano II una era la actividad catecumenal (iniciatoria) en el mundo misionero(missio ad gentes) y otra la función educadora-catequética de los centros educativos cristianos en las Iglesias ya constituidas. Son como dos acciones paralelas. Consecuentemente, las dos definiciones de catequesis del Vaticano II manifiestan una concepción amplia de catequesis, es decir, de constante educación en la fe. b) En la Semana internacional de catequesis de Medellín (1968) fue considerada como buena la definición de catequesis de J. Audinet: «La acción por la cual un grupo humano interpreta su situación, la vive y la 30 expresa a la luz del evangelio» . La circunstancia latinoamericana propició la explicitación de un componente teológico de toda acción eclesial. La III Conferencia episcopal general del episcopado latinoamericano en Medellín (septiembre 1968: Conclusiones-catequesis), comenta así esta definición de catequesis: «La catequesis actual debe asumir totalmente las angustias y las esperanzas del hombre de hoy, a fin de ofrecerle las posibilidades de una liberación plena, las riquezas de la salvación integral en Cristo, el Señor... Las situaciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas... deben ser interpretadas seriamente, dentro de su contexto actual, a la luz de las experiencias vivenciales del pueblo de Israel, de Cristo y de la comunidad eclesial, en la cual el Espíritu de Cristo resucitado vive y opera continuamente» (Conclusión 8). c) La Conferencia episcopal italiana, en su documento programático Ilrinnovamentodellacatechesi(1970), define la catequesis como: «explicación cada vez más sistemática de la primera evangelización, educación de cuantos se disponen a recibir el bautismo o a renovar sus

30

Cf La renovación de la catequesis, en Catequesis y promoción humana, Medellín 1968, Sígueme, Salamanca 1969, 34-35; 18 y 20, y Orientaciones generales 11 y 15.

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compromisos; iniciación a la vida de la Iglesia y al testimonio concreto de la caridad» (30b). Esta definición también expone la catequesis por sus tareas: desarrollo sistemático del primer anuncio, educación conectada con la liturgia bautismal, iniciación al testimonio en el mundo e iniciación a la vivencia comunitaria. La definición, sin embargo, tiene abundantes resonancias iniciatorias o reiniciatorias: organicidad del mensaje en torno a la persona de Cristo, preparación al bautismo o a su renovación, iniciación a la comunidad... Que son elementos catecumenales. No extraña, por tanto, que luego se aluda expresamente, en el 30c, a la definición de GE 4, inspirada en el catecumenado descrito en AG (11-15). d) En 1972, los teólogos catequetas del Instituto superior de catequética de Nimega ofrecen una nueva definición de catequesis, fruto de su investigación: «Entendemos por catequesis la iluminación de la existencia humana total, como acción salvífica de Dios, en cuanto testimonio del misterio de Cristo, por medio de la palabra, con el fin de despertar y alimentar la fe y traducirla en acciones plenamente coherentes en la vida 31 diaria» . La definición pertenece a la etapa antropológica del movimiento catequético: la catequesis de la interpretación o catequesis de la experiencia. Destaca un elemento muy importante de la catequesis referente a la fidelidad al hombre: dar sentido a su existencia. e) En 1975, Pablo VI, en su Evangeliinuntiandi, sin dar una definición de catequesis, la presenta, en primer lugar, como un medio inherente a la evangelización (EN 44) en el sentido totalizador que él da a la evangelización (cf. EN 14, 24c: la evangelización proceso complejo), subrayándola como «enseñanza religiosa sistemática de los datos fundamentales» de la revelación y como educadora de las costumbres o criterios morales del evangelio. Asimismo, la catequesis, sin confundirse con el primer anuncio, ha de tener siempre un carácter misionero y mantener viva la conversión a Jesucristo (cf. EN 54). En segundo lugar, EN subraya la necesidad de una catequesis de talante catecumenal: «Cada día [es] más urgente la formación catequética (institutio) bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos» (44, final). Es decir, urge una catequesis iniciatoria, fundamentadora, concebida como un aprendizaje en activo de la vida cristiana. A esta acción fundamentadora parece reservar Pablo VI el término catequesis (EN 45; cf. DV 24). f) El sínodo de los obispos de 1977 en su Mensaje al pueblo de Dios, ofrece este modelo referencial para la catequesis: «El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal, que es formación específica, que 31

Bases para una nueva catequesis, Sígueme, Salamanca 1972, 77-78 (traducción retocada).

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conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual» (8, la cursiva es nuestra). El sínodo hace así una de sus aportaciones más notables, en continuidad con EN (44, final): el talante catecumenal que ha de adquirir la catequesis. El sínodo no excluye la necesidad de una educación permanente de la fe, pero la Iglesia, cada vez con más claridad, parece que quiere que la catequesis tenga un lugar fundamental en la vida de la Iglesia. g) La exhortación apostólica Catechesitradendae(1979), inspirándose en EN (17-24) y en MPD (1 y 11), describe la catequesis de modo diverso en diferentes párrafos numerados, pero siempre insistiendo en su carácter iniciatorio: «Globalmente se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CT 21).

La catequesis es «una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 18; cf.CCE 5). «La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo; revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y comunicada constantemente mediante una traditioviva y activa, de generación en generación» (CT 22c). Todos estos párrafos de la Catechesitradendaeexpresan la identidad de la catequesis en su sentido más específico: 1) su naturaleza se expresa llamándola iniciación cristiana integral que afecta a todas las dimensiones de la vida cristiana; 2) es una educación iniciática ordenada (orgánica) y sistemática, en cuanto a la doctrina que transmite; 3) su contenido no es meramente doctrinal, aislado de la vida, es una buena noticia capaz de dar el sentido último a la existencia humana desde sus más profundas experiencias.

No obstante, CT, después de llamar auténtica —o catequesis en su sentido más específico— a la catequesis de iniciación (CT 22c), habla también de una catequesis permanente que «ayude a promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana» (CT 20). Con unas u otras expresiones, CT se refiere de esta manera a una educación permanente de la fe (cf. CT 39c, 43, 45). Efectivamente, la catequesis de iniciación — orgánica e integral— es una formación de primer nivel. En cambio, la educación de la fe o catequesis permanente es una formación de segundo nivel, que ayudará a la maduración de la misma (cf. CT 21 final). Para CT existen dos formas de catequesis, la de iniciación y la permanente y las dos son específicamente distintas, pero complementarias. Por eso dice: «Es importante que la catequesis de niños y de jóvenes, la

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catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimentos estancos e incomunicados... Es menester propiciar su perfecta complementariedad» (CT 45b). Este texto sería ininteligible si no se admite en CT la distinción entre catequesis de iniciación con niños, jóvenes y adultos y la catequesis permanente con los ya iniciados. h) La catequesis de la comunidad (1983), documento de la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis, de la Conferencia episcopal española, propone esta definición descriptiva: La catequesis es «la etapa (o período intensivo) del proceso evangelizador en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir el evangelio del reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del evangelio. Esta formación cristiana —integral y fundamental— tiene como meta la confesión de fe» (CC 34). 3. La catequesis en el Directorio general para la catequesis (1997). La catequesis de iniciación y la catequesis permanente a) La Iglesia reflexiona sobre la acción catequética Después del recorrido histórico sobre el término catequesis y su contenido, y después de analizar diversas definiciones históricas de catequesis a partir del Vaticano II (1965), la Iglesia se topa con varias realidades que, desde hace dos décadas largas, la han inducido a reflexionar sobre la acción catequética: 1) Desde Pablo VI, hay una nueva concepción de evangelización, como proceso integrador de todo cuanto la Iglesia hace y vive para realizar la salvación de nuestro mundo (cf. EN 14, 17, 21; AG 11-18). Comprende tres etapas o momentos esenciales (CT 18): la evangelización misionera o etapa misionera, la evangelización catequética o etapa catequéticoiniciatoria (catecumenal) y la evangelización pastoral o etapa comunitariopastoral (cf. DGC 47-49); 2) La fe es un don (iniciativa gratuita de Dios) destinado a crecer en el corazón de los creyentes (colaboración personal). La adhesión en fe a Jesucristo da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida (cf. DGC 56); 3) El ministerio de la Palabra, elemento esencial de la evangelización (EN 22, 51-53), tiene diversas funciones básicas (de convocatoria, de iniciación, de educación permanente... [cf. DGC 51-52]); 4) En la Iglesia se están dando, de hecho, dos concepciones diferentes de catequesis: la de los que conciben la catequesis como acción meramente iniciatoria (catequesis de iniciación) y la de los que la identifican con todo

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el proceso cristiano de educación en la fe (catequesis permanente) (cf. DGC 35e, comienzo).

El Directorio trata de describir la catequesis de manera integradora, conjugando el conjunto de estos elementos o realidades (cf. DGC 34-72). b) Catequesis de iniciación y catequesis permanente, niveles distintos, específicamente diferentes pero complementarios, de catequesis La catequesis de iniciación y la catequesis permanente no son excluyentes, sino complementarias (DGC 69). Son dos niveles distintos de catequesis, específicamente diferentes; el primero —la catequesis iniciatorianecesita del segundo —la catequesis permanente—, y, a su vez, el nivel segundo —la catequesis permanente— no puede prescindir del nivel primero —la catequesis iniciatoria—. Efectivamente: a) La catequesis iniciatoria: características fundamentales. A esta catequesis se refiere CT cuando dice que «la catequesis es uno de esos momentos —muy importante, por cierto—en el proceso total de la evangelización» (18 y 20c). En esta etapa catequética se configura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión. «Los convertidos mediante una "enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana" (AG 14) son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del evangelio» (DGC 63; cf CT 18). Las características fundamentales de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana se resumen así (DGC 67-68 y 78):  Es una formación orgánica y sistemática de la fe. Orgánica, porque procura una síntesis viva de todo el mensaje evangélico, dando unidad a sus diversos elementos en torno al misterio de Cristo. Sistemática, porque sigue un programa articulado. Esta es la característica principal de la catequesis.Pero esta iniciación ordenada y sistemática a la Revelación realizada en Jesucristo y conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, no es ajena a la vida humana. La revelación, ciertamente, no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia, y la ilumina, para inspirarla o para juzgarla, a la luz del evangelio. Los catequistas son educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe (cf CT 22c y d).  Es una iniciación cristiana integral (CT 21), de manera que educa — desarrolla— todas las dimensiones existenciales de la fe en relación con todas las dimensiones de la personalidad humana, y así propicia un auténtico seguimiento de Cristo. Lleva a profesar la fe desde el corazón (san Agustín), desbordando, aunque la incluya, la mera doctrina. Es un aprendizaje de toda la vida cristiana, en aquello que es común a todos los cristianos. La iniciación cristiana integral no promueve especializaciones ni en el mensaje ni en el método. Estas especializaciones quedan para la catequesis permanente.

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 Es una formación básica, esencial (CT 21b), centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. Es decir, enraíza o consolida aspectos de la fe como: la experiencia de encuentro con Dios, la adhesión a él, la vivencia comunitaria, los criterios morales, el aprendizaje de la oración y la celebración litúrgica, la sensibilidad misionera y las primeras experiencias de transformación del mundo según el evangelio (cf CT 36, 42, 44; DGC 90).Como se ve, esta catequesis iniciatoria se inspira en el catecumenado bautismal (cf MPD 8; DGC 90). Pues bien, «esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados ha de inspirar a las demás formas de catequesis» (DGC 68 final). Este es el primer nivel de catequesis.  Este primer nivel de catequesis o catequesis iniciatoria se realiza, al menos, según tres modalidades diversas: «con los jóvenes y adultos no bautizados, con los jóvenes y adultos bautizados necesitados de fundamentar su fe, y con los niños, adolescentes y jóvenes, en íntima conexión con los sacramentos de la iniciación ya recibidos o por recibir, y en relación con la pastoral educativa» (DGC 274). También podría promoverse con los mayores (65 años en adelante).

b) La catequesis permanente: sus diversas formas. La catequesis de iniciación o fundamental se distingue de la catequesis permanente, destinada a desarrollar «en profundidad y en extensión la catequesis de 32 iniciación, para la vida cristiana33 de adulto en pleno ejercicio» . Es «la Iglesia en estado de catequesis» . «La educación permanente en la fe es posterior a su educación básica y la supone. Ambas son dos funciones del ministerio de la Palabra, distintas y complementarias, al servicio del proceso permanente de conversión» (DGC 69). — Es la comunidad cristiana la que acoge a los adultos en la fe, para acompañarles en su maduración continuada de la vida cristiana. Ese acompañamiento eclesial se convierte en plena incorporación de los ya iniciados en la comunidad. Esta catequesis permanente lleva, especialmente, a que «el don de la comunión y el compromiso de la misión se ahonden y se vivan de manera cada vez más profunda» (DGC 70). Pero mientras la catequesis de iniciación se dirige a los catecúmenos y catequizandos y tiene a la comunidad como referencia, la catequesis o «educación permanente de la fe se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera. El deseo y oración de Jesús... son una llamada incesante: "Que todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21)... [Estas ideas requieren] en la comunidad, una fidelidad grande al Espíritu Santo, un constante alimentarse del cuerpo y la 32 33

P. LIÉGÉ, o.c., 19-21. Ib, 21 final.

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sangre del Señor y una permanente educación de la fe en la escucha de la Palabra» (DGC 70b). «Esta intencionalidad catequética, directamente comunitaria, marca una distinción importante entre catequesis de iniciación y catequesis 34 permanente. Esta manera de ver las cosas es fundamental en el DGC» . — Dado que ambas modalidades de catequesis son niveles distintos de catequesis específicamente diferentes, no extraña que, mientras la catequesis iniciatoria tiene un perfil muy preciso, según hemos visto, la catequesis permanente cuenta con muchas formas de catequesis (cf DGC 71): por ejemplo, el estudio y profundización de la Sagrada Escritura en la Iglesia y con la Iglesia y su fe siempre viva; la lectura cristiana de los acontecimientos, exigida por la vocación misionera de la comunidad cristiana con la ayuda de la doctrina social de la Iglesia; la catequesis litúrgica, «forma eminente de catequesis» (CT 23); la catequesis ocasional en determinadas circunstancias de la vida, para leerlas y vivirlas desde la fe; las iniciativas de formación espiritual; la profundización teológica del mensaje cristiano, etc. c) Complementariedad de ambas formas de catequesis. El DGC aboga por la trabazón de las catequesis iniciatoria y permanente. «Es fundamental que la catequesis de iniciación de adultos, bautizados o no, la catequesis de iniciación de niños (adolescentes) y jóvenes y la catequesis permanente estén bien trabadas en el proyecto catequético de la comunidad cristiana, para que la Iglesia particular crezca armónicamente y su actividad evangelizadora mane de auténticas fuentes» (DGC 72). ¡Que unas y otras no sean compartimentos estancos! 4. Ni catequesis de iniciación sin catequesis permanente, ni catequesis permanente sin catequesis iniciatoria a) La catequesis de iniciación necesita, hoy especialmente, la catequesis permanente Además de las reflexiones expuestas más arriba sobre la relación necesaria entre la catequesis de primer nivel y la de segundo nivel, hoy es especialmente necesaria la catequesis permanente después de la catequesis iniciatoria. En primer lugar, porque aunque se asimilara bien el mensaje cristiano orgánicamente cristocéntrico, el pensamiento teológico avanza tan rápidamente que la formación orgánica recibida sería preciso actualizarla en una formación continua del mensaje cristiano. En segundo lugar, porque la iniciación cristiana se enfrenta hoy, al menos en los países de cultura occidental, a la dificultad peculiar de que esta cultura por sí misma no es unificadora sino fragmentaria. Existe el peligro de que los adolescentes, jóvenes y adultos en situación de iniciarse en la vida cristiana, no asimilen plenamente el mensaje cristiano organizado en torno a Jesucristo en una 34

J. M. ESTEPA, Conferencia en el Congreso Internacional de Catequesis (Roma, octubre 1997), Actualidad catequética 176 (1997) 88, nota 1 I.

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catequesis orgánica. De ahí que la catequesis básica o iniciatoria haya de 35 complementarse en el futuro con la catequesis permanente . a) Dinamismos evangelizadores de la catequesis iniciatoria en el catecumenado bautismal. La gran intuición de la Iglesia a partir de la década de 1960, movimiento catequético francés y austríaco-alemán, Semanas internacionales de catequesis de Bangkok y Katigongo, 1962 y 36 1964 y, en especial, a 37partir del sínodo episcopal sobre la catequesis, 1977 (MPD 77 y CT, 1979) , es haber recuperado la fecundidad educadora del catecumenado bautismal (siglos II-V). En efecto, el catecumenado primitivo es un hecho mayor para la catequesis de todos los tiempos. Un acontecimiento que imprime carácter, que da a la catequesis iniciatoria una marca de buena solera para hacer cristianos y comunidades cristianas vivas. De ahí que la catequesis de la edad de oro del catecumenado sea el paradigma de toda catequesis (cf MPD 8). El Mensaje al pueblo de Dios, impregnado, en buena parte, de acentos catecumenales (7-15), da nombre a esos dinamismos evangelizadores que fecundan la educación catecumenal: la catequesis es palabra, memoria y testimonio (7-11), tres categorías dinámicas que ponen de relieve otras tantas dimensiones de la catequesis y su mutua articulación. En la tercera parte (MPD 13) aparece una cuarta categoría dinamizadora de la catequesis: «El lugar o ámbito normal de la catequesis es la comunidad cristiana». «La comunidad –dirá la proposición 25 del sínodo– [es] origen, lugar y meta de la catequesis». Estos cuatro elementos, concentrados en el catecumenado bautismal y que dinamizan su catequesis iniciatoria, se identifican con las cuatro grandes mediaciones por las que la Iglesia realiza su tarea evangelizadora en el mundo: la palabra = martyria; la celebración litúrgica = leiturgia; el servicio-testimonio = diakonía, y la comunión en la comunidad cristiana = koinonía. b) Pistas operativas para la complementariedad de la catequesis de iniciación, mediante la catequesis permanente. La educación o catequesis permanente encuentra en estas mediaciones otros tantos cauces o pistas operativas para llevar a cabo su tarea, como sucede en la catequesis iniciatoria dentro del catecumenado bautismal. Hablando de jóvenes y adultos que han culminado su iniciación cristiana tras algún proceso catecumenal o catequesis de inspiración catecumenal:  Algunos alimentarán su vida cristiana con una catequesis permanente, que insista en la Palabra: con el estudio y profundización de la Sagrada Escritura; con la lectio divina; con la profundización sistemática del mensaje 35

Cf ib. Cf A. FOSSION,, La catéchésedans le champ de la communication, Du Cerf, París 1990, 197-204. 37 Cf ib, 275-287 y 302. 36

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cristiano mediante una enseñanza teológica de nivel medio o superior, que les capacite para dar razón de la propia fe, hoy; etc.  Otros realizarán su catequesis permanente poniendo el acento en la liturgia: la catequesis litúrgica que prepara a los sacramentos y favorece un sentido más hondo del propio culto litúrgico, que estimula a la contemplación y al silencio...  Otros desarrollarán su educación permanente en la fe desde el testimonioservicio: la lectura cristiana de los acontecimientos, en el interior de la propia comunidad cristiana de referencia, desde el evangelio, desde la doctrina social de la Iglesia; la animación de un grupo cristiano en clave de catequesis liberadora...  Otros, en fin, se formarán en una catequesis permanente que insista en la comunión eclesial: una catequesis que acentúe la renovación de la comunidad parroquial como comunión de comunidades, o de la propia comunidad eclesial de base; una formación espiritual que fortalezca la 38 vivencia del propio carisma comunitario... .

En este mismo Diccionario se encuentran verdaderas modalidades de catequesis permanente: las catequesis ocasionales, todas las formas de catequesis liberadora; la revisión de vida, ciertas formas de catequesis familiar en función de los padres, etc. Sin olvidar que la catequesis permanente puede revestir otras formas muy variadas: sistemáticas y ocasionales, individuales y comunitarias (cf DCG 19 final). b)Toda catequesis permanente debe suponer una catequesis iniciatoria «La catequesis fundante (o iniciatoria) no basta, particularmente hoy, para promover a cristianos adultos en la fe, pero tampoco la catequesis será sólo permanente; siempre necesitará un período estrictamente fundante o de iniciación» (Mons. J. M. Estepa). Una de las aportaciones importantes del DGC es precisamente haber recuperado esta catequesis tradicional en la Iglesia desde su nacimiento en forma de catecumenado bautismal; de él vivió cuatro siglos (II-V) con una experiencia innegable de haber promovido a verdaderos cristianos y a auténticas comunidades cristianas, testimoniales y confesantes, precisamente en los siglos decisivos de implantación de la experiencia cristiana en el mundo. a) La catequesis kerigmática o precatequesis, o de carácter misionero (cf DGC 62), siempre será una tarea de suplencia, quizá frecuentemente necesaria aún en el futuro. Se trata de la relación entre el primer anuncio y la catequesis dentro de la etapa propiamente misionera respecto de los no creyentes o de los religiosamente indiferentes. Son dos formas básicas — mejor, dos funciones— del ministerio de la Palabra, distintas pero complementarias (cf DGC 6la). 38

Cf DGC 71; otras pistas operativas de catequesis permanente, en E. ALBERICH-A. BINZ, Formasy modelos de catequesis de adultos. Una panorámica internacional, CCS, Madrid 1996.

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b) Recuperar la catequesis histórico-bíblica de los santos Padres. Recuperar la catequesis de inspiración catecumenaliniciatoria significa recuperar la catequesis patrística: 1) con su narración (narratio), en tres etapas, de la historia de la salvación: la de las gestas de Dios en el Antiguo Testamento; la de la vida de Jesús y sus misterios, en el Nuevo Testamento, y las intervenciones de Dios en la historia eclesial «hasta nuestros días» (san Agustín) en el tiempo de la Iglesia, hasta la parusía del Señor Jesús. 2) Recuperar la catequesis de los santos Padres es también volver a la explicación doctrinal sistemática (explanatio) de esta historia con las entregas del símbolo de la fe o credo apostólico y del padrenuestro, con todas sus implicaciones morales. 3) Asimismo, es recuperar la catequesis mistagógica que, una vez celebrados los sacramentos de la iniciación, ayudaba a interiorizarlos y gustarlos (cf DGC 129). «Al fundamentar el contenido de la catequesis en la narración de los acontecimientos salvadores, los santos Padres querían enraizar el cristianismo en el tiempo, mostrando que era historia salvífica y no mera filosofía religiosa, y que Cristo era el centro de la historia» (cf DGC 107, nota 12). c) Un lenguaje apto para una catequesis de primer nivel. Según esto, tanto el lenguaje kerigmático, el lenguaje narrativo bíblico-histórico, el sobrio discurso doctrinal de la explanatio o doctrina sistemática del símbolo de los apóstoles y el padrenuestro, así como también el lenguaje simbólico utilizado en la catequesis mistagógica para penetrar —mediante los signos— en el misterio salvador presente en los sacramentos, todos ellos son lenguajes primarios, más adecuados para una catequesis de iniciación, de primer nivel, que una catequesis más conceptualizada, que tiene su punto de referencia en un documento de fe doctrinalmente estructurado, como suele ser un catecismo. Conclusión Los treinta años largos transcurridos desde el Vaticano II hasta las puertas del tercer milenio han dado a luz orientaciones muy certeras para la promoción de la catequesis, que no estaban recogidas en el DCG de 1971. En este momento se han recogido en el nuevo Directorio de 1997. En el fondo, una de las graves cuestiones que ha reajustado el DGC ha sido el concepto teológico de catequesis, y el criterio que ha elegido, ha sido el criterio de convergencia: cómo colaborar a la nueva etapa que se abre al movimiento catequético en la Iglesia (cf DGC, Presentación de la edición española de Mons. J. M. Estepa, 10), evitando la confrontación de la catequesis de la iniciación y la catequesis permanente. Creemos haber clarificado este criterio de convergencia, que nos lleve a todos los implicados en esta tarea fundamental de la Iglesia a una mayor armonía y fraternidad en favor del reino de Dios en el mundo.

CATEQUESIS EN LA ÉPOCA PATRÍSTICA NDC SUMARIO: I. Los Padres apostólicos (siglos I-II); II. Los Padres apologistas: diversos modos de presentación de los contenidos. III. La iniciación cristiana en la gran Iglesia. IV. La catequesis en las distintas iglesias: las escuelas catequéticas. V. La catequesis en el período posniceno. VI. A la búsqueda de la historia catequética en Hispania. La transmisión de viva voz, la instrucción oral (1Cor 14,19; Gál 6,6), fue la forma (método catequético) que la Iglesia dio a su enseñanza religiosa1. La enseñanza catequética producía un eco o resonancia de la palabra de Dios (la persona de Jesús) en aquel que la escuchaba. La catequesis apostólica muy pronto se fijó por escrito; en su estructura original conservó un estilo familiar y directo propio de la enseñanza oral y se atenía más a la educación práctica de la vida cristiana que a una presentación especulativa de la verdad revelada. La literatura patrística evolucionará a partir de los modelos catequéticos neotestamentarios, que tienen como fin la invitación del Señor a sus discípulos a cumplir el mandato del «id y enseñad» lo que de él habían recibido, tanto a los judíos, como a los de la diáspora y a los gentiles. La enseñanza del Señor abrazaba los contenidos dogmáticos (que Jesús era el Mesías anunciado, que era Dios) y las afirmaciones morales (la vida nueva). A la par de la primera teología nace la catequesis. La reflexión sobre la Palabra y sobre la existencia cristiana conlleva una presentación y mensaje catequético. La historia de la catequesis ha tenido más en cuenta los escritos sistemáticos y programáticos que el permanente trasfondo catequético implícito en todas y cada una de las tradiciones teológicas. Desde los orígenes del cristianismo y de las plurales tradiciones exegéticas y teológicas, es posible descubrir el nacimiento, los pasos y crecimiento de la catequesis cristiana en las distintas geografías y comunidades. Cada tradición exegético-teológica (especialmente la gnóstica, la asiática, la alejandrina y la africana) es fruto de la catequesis. Así es posible historiar la catequesis heterodoxa, la gnóstica y la ortodoxa: la asiática, la alejandrina y la africana2. El binomio teología-catequesis es, para los santos Padres, inseparable. Los testimonios literarios de la época patrística reflejan la catequesis o instrucción en cada período, en cada una de las Iglesias, y la diversidad de destinatarios. I. Los Padres apostólicos (siglos I-II) Testimonian el sentir catequético de la segunda generación cristiana, recibido de boca de los mismos apóstoles o de sus discípulos.

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Entre los escritos más antiguos que conservan la primitiva estructura catequética sobresale la Didajé(año 70; otros la sitúan a principios del siglo II), una especie de manual –obra de un desconocido compilador que recoge materiales de distintas épocas–para las comunidades cristianas, donde se resalta la instrucción moral (las dos vías) –que reaparecerá en el Pseudobernabé(año 100; escrito de procedencia sirio-alejandrina), en la Doctrina de los apóstoles (siglo III) y en las Constituciones apostólicas (380; escrito de origen antioqueno)–, la instrucción litúrgico-cultual y oracional y la instrucción disciplinar. Probablemente la Didajées reflejo de las comunidades sirias, de las tradiciones sinópticas y del paso de la tradición judía a la cristiana. El didajista, junto a la ausencia de temas centrales como es el misterio pascual, acentúa la iniciación al bautismo y a la eucaristía, la importancia del ayuno y de la oración y la teología de las bendiciones o plegarias. Clemente Romano (95/98), con una forma epistolar, propone en la Carta a los corintios una catequesis eclesiológica centrada en la armonía eclesial. La obra clementina aporta un abundante espectro de simbolismos y variedad de formas, enriquecidos con elementos judíos (homilías sinagogales) y griegos (diatribas cínico-estoicas) para exponer la imagen de la Iglesia universal y peregrina y su concreción en la Iglesia particular. Ignacio de Antioquía (años 100-120), expone en sus cartas la doctrina cristológica y eclesiológica, en polémica con el docetismo, proponiendo una auténtica catequesis sobre el martirio y una iniciación a la vida espiritual cristiana, mientras que Policarpo de Esmirna (118-120) exhorta a una vida coherente con el evangelio. Uno y otro son testigos de la valoración de la creación visible, de la realidad objetiva e histórica de la persona de Jesucristo y de la carne como lugar en el que se da el testimonio cristiano frente a la tentación gnóstica, frente a la apariencia o desprecio de lo creado. La Epístola del Pseudobernabé(año 100?), con las secciones exegéticodogmática y moral, y el Pastor de Hermas (130-140), con la presentación de la Iglesia preexistente, histórica y escatológica, completan el panorama de la llamada literatura apostólica, caracterizada por una catequesis plural, según el destinatario y el ambiente cultural al que se dirige, sirviéndose de múltiples tradiciones orales y literarias, y escogiendo aquellos aspectos que más interesan al destinatario según sea judío, de la diáspora o pagano. La pluriformidad de los escritos obedece a la pluralidad geográfica y religiosa, tanto del catequista como del catequizado. Es notable su similitud con los escritos neotestamentarios. El perfil catequético del período inmediatamente posterior a los apóstoles viene dado por el objetivo misionero, por la necesidad de seguir completando la iniciación cristiana, por la urgencia de un cambio de vida, o conversión, y por una insistencia en la necesaria preparación de los que iban a ser bautizados. El esquema subyacente en estos escritos mira a la conversión y a mantener al convertido en la nueva vida. II. Los Padres apologistas: diversos modos de presentación de los

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contenidos A medida que se expande el cristianismo aparecen nuevos métodos de transmisión. El catequista se siente impelido a aproximar su enseñanza a las nuevas situaciones y a las inquietudes de sus auditores. La catequesis no prescinde de las nuevas aportaciones del pensamiento cristiano y del esfuerzo que la Iglesia hace para mejor comprenderse a sí misma en un ambiente cada vez más amplio. De este modo, los testimonios de los siglos II-III, anteriores a Nicea (325), los denominados Padres apologistas, son una fuente inagotable para el conocimiento de las distintas formas catequéticas y de los diversos modos de presentación de los contenidos cristianos. En pleno siglo II, eclesiásticos (los representantes de la gran Iglesia, en contraposición a los sectarios) y heterodoxos (gnósticos) construyen el edificio catequético, pero con distintos presupuestos. Para los primeros, la transmisión de la fe se cimienta en una revelación positiva, objetiva y auténtica, oral y escrita, pública y para todos, y que se retrotrae hasta el mismo Señor; los segundos defienden y optan por transmitir una revelación oral, subjetiva, privada y para unos pocos. Tan catequesis es una como otra, la gnóstica y la eclesiástica, pero la distancia entre ambas es abismal en cuanto a método y contenidos. La distancia no estriba tanto en las expresiones o términos cuanto en la intelección de los mismos. No consiste sólo en decir lo mismo, sino en sentir lo mismo. Todavía no se ha escrito la historia de la catequesis en la época prenicena, fijándose más en las grandes tradiciones teológicas que en autores o títulos aislados. La pluralidad exegética y teológica, favorecida por las diversas circunstancias geográficas y religioso-culturales, imponían ir abriendo nuevos cauces catequéticos. La existencia de la comunidad eclesial es fruto de la iniciación y esta consistía en la recepción y expresión de la acogida de la Palabra (exégesis). La historia del pensamiento cristiano preniceno tendrá que contemplar unidas exégesis, teología y catequesis. III. La iniciación cristiana en la gran Iglesia Entre los eclesiásticos merece ser citado, entre otros, san Justino (+ 165). Originario de Samaría, peregrino por todos los centros del saber y maestro en Roma, escribe las Apologías y el Diálogo con Trifón, donde recoge datos sobre la iniciación cristiana, como el camino que conduce al bautismo y a la eucaristía, y ofrece una exposición de los principales artículos de la fe cristiana, las partes del símbolo: la unicidad de Dios, la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el dogma de la creación, el nacimiento, muerte y resurrección del Señor y la salvación eterna; además de la condenación de la idolatría y el paganismo. La catequesis propone, fundándose en la enseñanza de los apóstoles, la verdad para ser creída. El que se adhiere a la instrucción recibida promete vivir según la Palabra acogida, y desea convertirse mediante el arrepentimiento de sus pecados y contando con el acompañamiento de la comunidad. La iniciación culmina con el bautismo y la eucaristía.

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Los escritos de san Justino señalan el proceso, las etapas de la iniciación cristiana o catecumenado (encuentro, instrucción y recepción eclesial plena), al mismo tiempo que dan a conocer los principales contenidos que abraza el iniciado cristiano. San Justino es un convertido, después de una prolongada búsqueda, del paganismo al cristianismo, que atiende y tiene presentes las diferencias y similitudes del mensaje cristiano –el de la persona de Jesucristo– y el mensaje humano, aquel mensaje al que han tenido acceso la filosofía y las religiones. Su catequesis está atenta a servir de puente entre la especificidad y originalidad cristiana y las positivas aportaciones paganas. Justino –testigo de la singular antropología cristiana– defiende las aportaciones del cristianismo a todo hombre y, valiéndose de la doctrina del logos spermatikoshace ver cómo la enseñanza y vida evangélica llevan a plenitud el deseo religioso latente en el corazón de todas las religiones. En esta misma tradición eclesiástica sobresale la tradición asiática, en la que se enmarca san Justino, y que tiene sus orígenes en san Policarpo, discípulo de san Juan y modelo de catequistas que, entre otros, catequizó a san Ireneo3. San Ireneo (t 202/ 203), oriundo de Esmirna y que se trasladó a Lyon, representa el amplio espectro de la geografía católica; es uno de los ejemplos más significativos de cómo las tradiciones teológicas no se agotan en los rígidos límites geográficos. En la persona de san Ireneo, la tradición oriental (griega) está presente en el occidente (la Galia). Con él el género catequético forma ya parte de un determinado y orgánico género literario; E. Peretto calificó la Demostración de la predicación apostólica (Epideixis) ireneana como el primer catecismo para adultos de la historia; en él se exponen, a modo de catecismo, los diversos momentos de la historia de la salvación; se hace ver la necesidad de la presentación de la predicación apostólica en su integridad y pureza en orden a la salvación; en la sección de la catequesis apostólica de la Epideixisse prima la afirmación trinitaria, la creación del hombre y el nuevo nacimiento por el bautismo; en la sección profética se hace ver el mensaje salvífico del Verbo, anunciado por los profetas, manifestado en Jesucristo y que llega a nosotros por y en la Iglesia. La concepción catequética ireneana se sitúa en las antípodas de la gnóstica por conceder el primado a la creación visible, a la criatura humana y a la encarnación, a la historia, y por la íntima comunión de la cristología con la antropología. La magna obra de Ireneo —el AdversusHaereses (Contra las herejías)—es la joya de la dogmática católica y, al mismo tiempo, es el escrito teológico con más alcance catequético de todos los tiempos. Lo que ampliamente se expone en el Adv. Haer. aparece sintetizado en la Epideixis. La catequesis ireneana es un cántico a la criatura humana recién creada –imagen de Dios en la carne– para que pueda ir creciendo hasta la plenitud (semejanza con Dios), «porque la gloria de Dios es el hombre dotado de vida, y vida del hombre es visión de Dios» (Adv. Haer. IV, 20, 7; cf IV, 14, 1; V, 9, 2.3; IV, 20, 5; IV, 38, 3). El abrazo de Dios creador con su criatura es el cantusfirmusde la catequesis inspirada en la tradición asiática.

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Un texto de excepción para el conocimiento de la catequesis y de la iniciación cristiana próxima y remota –admisión de los candidatos, duración y ritos— es la Tradición apostólica del Pseudohipólito de Roma (235-253), que testimonia la praxis de la comunidad romana y es el texto que ejerce un notorio influjo en la Iglesia antigua. Además de los contenidos doctrinales, la Tradición apostólica, en los cc. 15-22 conservados en la versión sahídica, describe las etapas de la iniciación cristiana; esta, camino obligado para formar parte de la comunidad cristiana, consistía en la preparación remota, que conllevaba una primera admisión en la que se valoraban las motivaciones, estado de vida y profesión; la duración giraba en torno a tres años, en los que se atendía a una formación orgánica, que ayudaba a crecer espiritual y moralmente e iniciaba a los catecúmenos en la oración; la preparación próxima incluía un nuevo examen de admisión para conocer más de cerca el tenor de su vida y conducta, y a lo largo de una semana se les exponía las ya cercanas celebraciones litúrgico-bautismales a las que los catecúmenos se preparaban con la oración, el ayuno y restantes ritos cotidianos. IV. La catequesis en las distintas iglesias: las escuelas catequéticas En África las actas y pasiones de los mártires —un ejemplo es la anónima Pasión de Perpetua y Felicidad (siglo III): arresto, prisión y ejecución de un grupo de catecúmenos que se preparaban, bajo la dirección del catequista Saturo, para ser bautizados— pueden ser tenidas como un modo de catequesis testimonial en la que se resalta la importancia del martirio y la concepción cristiana del mundo; los relatos martiriales se impusieron como un valioso género catequético para acercar a los fieles la vida de Jesucristo, reflejada en el mártir, y para invitar a su seguimiento. Las actas y pasiones de los mártires pueden ser consideradas como los catecismos que mejor aproximan la verdad cristiana al gran público4. Algunas pasiones fueron tan reconocidas por la Iglesia, que incluso eran tenidas por escritos canónicos. En la Iglesia de Cartago sobresalen, entre los prenicenos, Tertuliano (160-240) y Cipriano (200-258). Al primero debemos la expresión «el cristiano no nace, se hace» (Apol. 18, 4), que esconde todo un programa catequético de carácter tipológico, en el que propugna una escuela de vida cristiana, el crecimiento espiritual y moral, junto a la instrucción orgánica de la que formaba parte la oración, es decir: acercarse a la fe, entrar en la fe y sigilar la fe (bautismo). Sus escritos, apologéticos y doctrinales, en lo que a la iniciación cristiana se refiere, siguen los pasos de la Tradición seudohipolitiana, aunque son menos precisos en cuanto a referencias concretas como el tiempo de la preparación remota y próxima. Tertuliano muestra una preferencia por situar la iniciación cristiana en el marco festivo y celebrativo de la pascua. San Cipriano, en el marco de la herencia tertulianea, de la que no toma distancia alguna, ayuda a fijar una terminología en la que destaca el uso de catechumeni, audientes y doctores audientium(catequistas). Cipriano llama a su catequista-guía, de nombre Ceciliano, «padre de su nueva vida» (PL 3,1545). La catequesis

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ciprianeano queda reducida a los títulos de carácter exegético o doctrinal; los escritos de sesgo autobiográfico (por ejemplo a Donato) o la memoria de su conversión, tienen una intención catequética. En este mismo contexto es de señalar que el Epistolario de Cipriano es una fuente todavía no agotada para el conocimiento de la iniciación cristiana del Africa de su tiempo. En Alejandría5, Panteno(t 200) puso los cimientos de una escuela catequética, el didaskaleion, continuación cristiana de una preexistente escuela judía. Se puede, aunque con pequeñas variantes, elencar la sucesión de maestros en la escuela alejandrina: Atenágoras (+ 178), con una escuela privada de filosofía cristiana; Panteno, con un pequeño círculo de discípulos; Clemente, con una escuela privada de filosofía cristiana; Orígenes, el fundador de la escuela propiamente catequética; Heraclas; Dionisio (siglo III); Teognoto, Serapión, Pedro (siglo IV), Aquilas, Macario y Rodón. La catequesis era de impronta exegética, dirigida principalmente a los ya bautizados y abierta al diálogo con herejes y filósofos. Clemente Alejandrino (siglos II/III), discípulo de Panteno, y Orígenes (siglo III) continuarían la labor catequética como grandes maestros del didaskaleion. La catequesis alejandrina se caracterizaba por la presentación doctrinal mediante la exégesis bíblica y por la refutación de la herejía, y tiene como fin primordial conducir a la fe (cfPed. I, 6; PG 8, 285). A Clemente se debe la distinción entre kerigma (anuncio) y catequesis; considera el catecumenado como un tiempo de conversión y de formación moral. La catequesis clementina —que trae a la memoria el método catequético (que a Dios se le reconoce de un modo especial en sus obras y en su providencia) de Teófilo de Antioquía (siglo II), ejemplo singular de teología negativa, en sus libros a Autólicoinvita a los paganos a abandonar sus errores y a escuchar y abrazar las enseñanzas salvíficas del Verbo. Orígenes (+ 253-254), catequista a los 18 años, dedicó su vida a la catequesis y a la teología (exégesis), en Alejandría y Cesarea, atendiendo sobre todo a la dimensión pastoral-formativa; transmite referencias al catecumenado y su organización en el Contra Celso y en sus Homilías (cfHom. Lc XXI, 4; XXII, 6); es de gran interés la distinción y relación origeniana entre los incipientes (los que comienzan), que se mueven a nivel histórico, los progredientes(los que avanzan), que se encuentran en el ámbito de la moral, y los perfectos (los espirituales), los que ya han llegado a la perfección. El peso y gravedad concedida por Orígenes alejandrino, a la catequesis catecumenal recuerda al Pseudohipólito romano; en cuanto a lapreparación remota y próxima del catecumenado, abunda en la información transmitida por autores anteriores, pero Orígenes insiste en el matiz bíblico que debe estar presente en la formación catequética. En la Iglesia sirio-palestinensees de destacar la Didascalia de los apóstoles (primera mitad del siglo III), un documento canónico-litúrgico, en el que se resaltan los derechos y deberes del obispo en la comunidad cristiana y se refleja la forma catequética, la estructura y el intenso proceso

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de la iniciación cristiana. Es de señalar que, además de no ofrecer datos precisos sobre el tiempo de la iniciación, da por supuesta la catequesis. La catequesis prenicenabusca ser transmisora del mensaje cristiano, presentado en su globalidad y, en cuanto a formas, deja traslucir las distintas tradiciones teológicas en las que se desarrolla, a saber: la catequesis eclesiástica asiática, alejandrina y africana; a la par de estas formas catequéticas, otro capítulo importantísimo sería el reconstruir la catequesis y catecumenado gnóstico en sus más diversas variaciones. El período prenicenoes, con mucho, el más rico en exégesis y teología, y por esto mismo es el más rico en los contenidos y formas catequéticas. El mal llamado siglo de oro patrístico —siglo IV— es un tiempo de mayor producción teológica en cantidad, pero no en creatividad y calidad; lo mismo se puede afirmar de la producción catequética. Erasmo escribía a Eck, en 1518, que «prefería una página de Orígenes a diez de san Agustín»; esta frase erasmiana se puede aplicar también a la literatura catequética. V. La catequesis en el período posniceno En el período posniceno, a partir del siglo IV, los testimonios catequéticos encuentran su sustento: 1) en la riqueza conciliar: Nicea (325), Constantinopla (381), Efeso (431) y Calcedonia (451); 2) en la organización litúrgica: la estructuración del año, con la Pascua como centro y preparada con la cuaresma; 3) en las circunscripciones eclesiásticas: patriarcados de Antioquía, Alejandría y Constantinopla, y 4) en el fuerte impulso misionero favorecido por obispos, monjes y laicos. De ahí el florecimiento catequético de este tiempo en todas las Iglesias, tanto de Oriente como de Aafrates, Efrén (t 373), con sus escritos didácticocatequéticos y los madrasche(instrucciones), y el nestoriano Narsai(t 502) notifican la catequesis de Siria oriental. La enseñanza de san Gregorio es el título de un antiguo catecismo armenio, redactado en el siglo V por intelectuales que no ocultan su proximidad a Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo. La comunidad jerosolimitana, en el siglo IV, conoce el florecimiento litúrgico y catequético con Cirilo de Jerusalén, a quien se atribuyen, aunque no sin problemas, las Catequesis prebautismales y mistagógicas, predicadas en la cuaresma del 348 con un tono cordial y comunicativo, que favorecen que el argumento resulte persuasivo. Las Catequesis prebautismales(una sobre Ez 18,31 que trata de las condiciones requeridas para ser admitido al bautismo y las dieciocho restantes) están dirigidas a los que van a recibir la gracia (iluminación) bautismal. A cada una de ellas precede una lectura escriturística. Las cinco Catequesis mistagógicas —que algunos atribuyen a Juan de Jerusalén—son una introducción a los misterios, a los sacramentos de iniciación. Las catequesis se consideran fundamentales para la futura vida del creyente, y exponen ordenadamente los contenidos centrales del mensaje cristiano (Dios: Catequesis 6-9; Jesucristo: Cat. 10-15; el Espíritu Santo: Cat. 16-17; el bautismo, la resurrección, la Iglesia y la vida eterna); tienen como fin edificar la sólida construcción de la existencia cristiana, que se cimienta en el conocimiento

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de las verdades basilares y en la respuesta o adhesión que se manifiesta en el cambio de vida o conversión. La peregrina Egeria (siglo IV), para unos hispánica, para otros galicana, en su Diario de peregrinación (Itinerarium) por la Tierra santa, recogió las instrucciones que recibían el nombre de catequesis; Egeria confirma las noticias de Cirilo: la conexión entre catecumenado y cuaresma en el marco de la instrucción cristiana; la coincidencia entre vigilia bautismal y vigilia pascual; la formación espiritual unida a una catequesis orgánica y global, orientada a la ascesis, a la penitencia y a la experiencia litúrgica. En las iglesias de Antioquía, herederas de un rico legado exegético, resalta la predicación catequética de san Juan Crisóstomo (348-407), figura similar al Nacianceno, a los que iban a ser iluminados; en sus dos Catequesis bautismales y en los Sermones catequéticos no oculta la dependencia de Diodoro de Tarso; da a conocer interesantes aspectos de la iniciación cristiana, marcada por la libre elección, en torno al tiempo cuaresmal: la catequesis, la experiencia ascético-penitencial y la intelección de los ritos. Juan Crisóstomo silencia la traditiodel símbolo. Teodoro, obispo de Mopsuestia (t 428), ciudad próxima a Tarso, pronunció 16 homilías catequéticas: 10 versan sobre el Símbolo, 1 comenta el padrenuestro, 5 son instrucciones mistagógicas, 3 comentan el bautismo y 2 explican la eucaristía. Es obvia la proximidad de Teodoro al Crisóstomo en lo que se refiere a la estructura catequética y catecumenal, aun cuando el primero da preferencia a la exposición dogmática y sacramental y el segundo privilegia la enseñanza moral; el primero se interesa más por la vivencia ritual y el segundo por la experiencia ascéticopenitencial. Las Constituciones apostólicas (siglos IV/V), son una recopilación canónico-litúrgica de origen antioqueno; en el libro III rememora la Didascalia(siglo III), en el libro VII recoge la Didajé (siglo II) y propone la catequesis sobre la Trinidad, que por lo que se puede deducir tendría una amplia duración; en el libro VIII se hace eco de capítulos de la Tradición apostólica pseudohipolitiana (siglo III). En el Occidente latino las figuras más significativas para el conocimiento de la catequesis y el catecumenado son: san Ambrosio de Milán (339-397), Cromacio de Aquileia (+ 408) y Rufino de Aquileia(+ 410), en las Iglesias de Italia. Ambrosio, tenido por algunos como uno de los más grandes catequetas de Occidente, en la ExplanatioSymboli(año 389) comenta el símbolo romano a modo de breviario de la fe; en el De sacramentishace una explanación sobre el bautismo, confirmación, eucaristía y padrenuestro; en el De mysteriisreelabora una catequesis tipológica, atendiendo al simbolismo de los ritos. Ambrosio hace posible la reconstrucción de la catequesis y catecumenado de la Iglesia milanesa en el siglo IV. En lo que respecta a la catequesis mistagógica, lo que significa Cirilo de Jerusalén para Oriente lo significa Ambrosio para Occidente. El ambrosiano tratado de los misterios recuerda el escrito de Hilario de Poitiers (315-367) que, como manual de exégesis tipológica, servía de pauta para la catequesis. Cromacio de Aquileia, en sus homilías

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catequéticas, se hace eco de las polémicas pneumatológicas(pneumatómacos) subrayando el papel del Espíritu en la transmisión de la fe. Rufino de Aquileia, con el Comentario al símbolo, se dirige a los catequistas matizando el significado de las expresiones, recordando los libros escriturísticos, buscando, frente a la herejía, la sustancial uniformidad de los contenidos de la fe. Pedro Crisólogo(+ 450), en las homilías a los catecúmenos, se adapta a las nuevas circunstancias y se hace eco de la disciplina arcani, que prohibía poner por escrito el símbolo para que no cayese en manos de los herejes e infieles. La Iglesia en Africa, durante el período posniceno, a la sombra de la gran tradición martirial y de la dura polémica donatista, en la que circularon catecismos y catequesis propias de fuerte carácter proselitista; después de las controversias antropológicas de sesgo pelagiano y de la honda implantación de escritos menores como los atribuidos a san Cipriano, en el tiempo en que la Iglesia católica se define frente a la Iglesia africana, explicitando el auténtico significado de la sacramentalidad cristiana; después de la gran labor catequética de la obra de Optato de Milevi(siglo IV), aparece la figura de san Agustín (354-430), catequista infatigable. Escribe el primer manual de pedagogía catequética: De catechizandisrudibus(año 400), en el que se exponen orientaciones para la comunicación catequética (I-IX), y dos modelos, uno breve y otro amplio, de catequesis siguiendo la historia de la salvación. Las pautas agustinianas quieren aproximar al sentido religioso, latente en el mensaje cristiano. En la exposición catequética, propugna ir más allá de las explicaciones racionales y quiere mostrar cómo Jesucristo es más que un hombre sabio; en este sentido san Agustín quiere, al igual que Orígenes, superar las tentaciones presentes en la comprensión y tradición intelectual significada por Celso. Los restantes escritos agustinianos permiten la reconstrucción del rico proceso catecumenal africano. La catequesis en san Agustín está destinada no sólo a que el fiel crea, sino también a enseñar cómo vivir; la catequesis sacramental es más teológico-moral que tipológica, y mira, asimismo, al compromiso moral y ascético; valora el signo de la cruz como distintivo del cristiano, y en todo el proceso catequético brilla la intención pedagógicapastoral. Quodvultdeus(+ 453), tras los pasos de san Agustín, compara la iniciación cristiana a los trabajos agrícolas, cuya fecundidad depende de la gracia. Las recopilaciones canónico-litúrgicas son ejemplo de la preocupación y necesidad de acoger sistemáticamente las tradiciones catequéticas y catecumenales: en Egipto, el Sínodo alejandrino (siglo V), que hace acopio de los Cánones de los apóstoles, de la Constitución de la Iglesia egipcia y de las Constituciones apostólicas; el Testamento del Señor (siglo V), que se atiene a la Tradición apostólica y a la Didascalia de los apóstoles; la Liturgia egipcia de la misa y del bautismo (siglo VI); la Jerarquía eclesiástica de Dionisio Areopagita (siglo V), el más antiguo tratado de liturgia, informa sobre la iniciación cristiana, al igual que los escritos de Severo de Antioquía (siglo VI).

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Con el paso del tiempo, fue decreciendo en intensidad y en exigencia la catequesis y el catecumenado. La cristiandad, en Oriente y Occidente, perdió el vigor misionero de los primeros siglos; el mensaje cristiano dejaba de ser novedoso frente al paganismo. Sin embargo, Cesáreo de Arles (siglo VI), en el Sermón CC, deja constancia de la iniciación cristiana en la Galia; la tradición africana (san Agustín) dejó su huella en la terminología y estructura catequética; la catequesis tiende a ofrecer una formación ritual y ejercicios ascético-penitenciales. Gregorio de Tours (a fin del siglo VI) testimonia el poco tiempo dedicado a la catequesis y el declive del catecumenado.

NOTAS: 1. Lampe, en KITTEL, Grande Lessico del Nuovo Testamento, Brescia 1965ss., 5,271. — 2. Cf A. ORBE, Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica, Augustinianum 12/1 (1972) 19-35; Sobre los inicios de la Teología, Estudios eclesiásticos 56/2 (1981) 689-704. — 3. Cf EUSEBIO DE CESAREA, Historia eclesiástica V, 20, 4-8. — 4. Cf E. ROMERO POSE, A propósito de las actas y pasiones donatistas, StudiStoricoReligiosi IV/1 (1980) 59-76. — 5. Cf EUSEBIO DE CESÁREA, o.c., V, 9 y el Codex Baroccianus142; cf B. POUDERON, D'Athénes á Alexandrie, Quebec-Lovaina-París 1997, 1-70. BIBL.: Es notoria la ausencia de bibliografía en español sobre catequesis y catecumenado en la época patrística. Véanse las obras publicadas en la Biblioteca de autores cristianos (Madrid) y en la editorial Sígueme (Salamanca), y en Biblioteca patrística y Fuentes patrísticas, en la editorial Ciudad Nueva (Madrid). Abundantes referencias bibliográficas en: Biblioteca di scienze religiose de la Universidad pontificia salesiana (Roma), que ha publicado los siguientes títulos: Valori attuali della catechesi patristica (BSR 25); Cristologia e catechesi patristica (BSR 31.42); Eclesiologia e catechesi patristica (BSR 46); Spirito Santo e catechesi patristica (BSR 54); Morte e inmortalitá nella catechesi dei Padri del III-1V secolo (BSR 66); Spiritualitá del lavoro nella catechesi dei Padri del 111-1V secolo (BSR 75); Crescita del uomo nella catechesi dei Padri (BSR 78.80); La mariologia nella catechesi dei Padri (BSR 88.95); La formazione al sacerdozio ministeriale nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri (BSR 99); Esegesi e catechesi nei Padri (secc. II-IV) (BSR 106). AA.VV., 1 simboli dell'iniziazione cristiana, Analecta liturgica 7, P. A. San Anselmo, Roma 1983; BARDY G., La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, Encuentro, Madrid 1990; BAREILLE G., Catéchése y Catéchuménat, en DThC II, París 1905, 1877-1895; 1968-1987; CAVALLOTTO, Catecumenato antico. Diventare cristiani secondo i Padri, EDB, Bolonia 1996 (con amplia bibliografía y útiles cuadros sinópticos que sintetizan las principales aportaciones patrísticas sobre el catecumenado); DANIÉL0U J.-DU CHARLAT R., La catéchése aux premiers siécles, París 1968; DUJARIER M., Le parrainage des adultes aux trois premiers siécles de l'Eglise, París 1962; GROSSI V.,

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La catechesi battesimale agli inizi del secolo V. Le fonti agostiniane, Studia Ephemeridis Augustinianum 39, I. P. A., Roma 1993; HAMMAN A. G., La vida cotidiana de los primeros cristianos, Ediciones Palabra, Madrid 1985; ORBE A., 11 catecumeno ideale secondo Ireneo, en: Cristologia e catechesi patristica, Roma 1981, 15-24; RILEY H. M., Christian Initiation, Washington 1974; SAUVAGNE M., Catéchése et larcat. Participations des lafcsauministére de la Parole, París 1962; SAXER V., Les rites de 1'initiation chrétienne du IleauVlesiécle. Esquisse historique et signification d'aprés leurs principaux témoins (Centro italiano di studi sull'Alto Medioevo, 7), Spoleto 1992; SIMONETTI M., Catechesi de esegesi dal I al 111 secolo, en Esegesi e Catechesi nei Padri, a cura di S. Felici, LAS, Roma 1992; L'initiation chrétienne du Ile au Vie siécle: Esquisse bistorique des rites et de leur signification, en Segni e riti nella Chiesa altomedievale occidentale I (Settimane di studio del Centro italiano di Studi sull'Alto Medioevo, XXXIII), Spoleto 1987, 173205; VAN DEN EYNDE D., Les normes de 1'enseignement chrétien dans la littérature patristique des trois premiers siécles, Gembloux-París 1933; VENTURI G., Problemi dell'iniziazione cristiana. Nota bibliografica, Ephem. Liturg. 88 (1974) 241-270.

Eugenio Romero Pose

HISTORIA DE LA CATEQUESIS EN ESPAÑA SUMARIO: I. La catequesis primitiva 1. La catequesis 2. El catecumenado 3. Conclusión. II. La catequesis en la Edad media 1. Repercusiones en la pastoral 2. Inicios de una catequesis sistemática. III. El Renacimiento y la floración de catecismos 1. Catecismos clásicos 2. Los catecismos de Astete y Ripalda. IV. De la Ilustración al Vaticano I 1. En los umbrales de la Ilustración 2. La Ilustración y sus consecuencias en catequesis. V. Del Vaticano I al Vaticano II 1. Reacción defensiva 2. Los congresos catequísticos nacionales VI. La catequesis conciliar y posconciliar 1. Etapa kerigmática 2. Catequesis antropológica 3. Catequesis evangelizadora y liberadora para adultos 4. En busca de identidad: catequesis comunitaria. I. La catequesis primitiva La buena nueva que resonó en tierras de Judea y Galilea se propagó en pequeñas catequesis por medio de los primeros testigos de Cristo hasta llegar a Asia Menor, África y Roma, pero se pierde en un silencio sepulcral. No consta que aquella generación apostólica la hiciera resonar (haciendo honor a la etimología de catequizar: katechein) entre las gentes de Hispania. Desconocemos si san Pablo cumplió el deseo de venir a España (Rm 15,24). Al menos no dejó ninguna huella en la península, a pesar de que no pocos Padres confirman esa hipótesis. La venida de Santiago y la de los llamados Siete varones apostólicos es aún menos probable, dado el silencio de las fuentes. El testimonio más antiguo (ca. 182-188) —todavía vago— sobre la existencia del cristianismo en Iberia es de san Ireneo (Adv. haer. I, 3), que hace alusión a las Iglesias establecidas en las Iberias. Es normal que en provincias tan romanizadas como la Tarraconense y la Bética —la

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conquista de la península se había llevado a cabo el año 19 a.C.— existieran grupos de cristianos ya en los primeros momentos de expansión del cristianismo. Así parece confirmarlo Tertuliano, quien a comienzos del siglo III incluye todas las fronteras de las Hispanias entre los pueblos que adoran el nombre de Cristo (Adv. Jud. 7, 4). Más explícito es el testimonio de san Cipriano (Epist. 67), que, ya por los años 254-255, da noticias sobre las Iglesias de Hispania en una carta sinodal desde Cartago, firmada por él mismo y otros 36 obispos. En ella se citan tres comunidades organizadas: las de Zaragoza, León-Astorga y Mérida, con sus obispos a la cabeza, y se deja constancia de otras sedes. A este testimonio hay que añadir el de las Actas de los mártires, desde la de san Fructuoso y sus diáconos, en Tarragona (ca. 159), hasta los mártires de Zaragoza, los santos Emeterio y Celedonio en Calahorra, Justo y Pastor en Alcalá de Henares y otros (Prudencio, Peristephanon, + 400). Finalmente, el concilio de Elvira es un documento excepcional. Sus actas son las más antiguas de un concilio disciplinar en la Iglesia universal y no hay duda de su autenticidad. Su fecha se sitúa en torno al año 300. En él interviene Osio (255-355), obispo de Córdoba, consejero del emperador Constantino y artífice del concilio de Nicea (325). Hispano es también el papa Dámaso, que el año 314 convoca el concilio de Arlés, con asistencia de seis obispos españoles. Todo esto denota que en la península existía un cristianismo arraigado y floreciente a comienzos del siglo IV y hace suponer su existencia ya en siglos anteriores. Ante estos hechos, surgen preguntas como la del historiador García Villoslada (Hist. de la Igl. Esp., XXXVIII): ¿qué transformación íntima se operó cuando los politeístas romanos o los arrianos visigodos y los de otras creencias aceptaron la fe cristiana y se dejaron bautizar?; ¿cómo elevó la Iglesia el alma popular con el mensaje que predicó?; ¿cuál fue la catequesis que empleó? Si los orígenes del cristianismo en España se pierden en la noche de los tiempos, no extraña que quede en la oscuridad un cauce de este nacimiento y penetración de la fe como la catequesis. 1. LA CATEQUESIS. Entendemos aquí por catequesis no la acción bien definida que se realizó en la época de los catecismos, sino esa actividad misionera que llevaron a cabo los primeros testigos de Jesús para difundir su buena nueva. El cristianismo entró en la península por los canales de la romanización y no tuvo que ser predicado necesariamente por un apóstol o varón apostólico célebre. Este sistema de evangelización es menos frecuente en la historia conocida de la Iglesia. Entre el trasiego de soldados, colonos y esclavos que llegaban o volvían a la península, habría algunos cristianos anónimos que irradiaban su fe. Entre una amalgama confusa de ideas, creencias y prácticas, a veces aberrantes, algunos aceptaban la buena nueva de Jesús juntamente con el bautismo, y así iban surgiendo comunidades cristianas. Aunque la península ibérica era el finisterrae, las comunidades eclesiales no vivían aisladas. Los continuos contactos con las Iglesias de Roma y Cartago, ya en siglo III, hacen suponer relaciones anteriores y se puede

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conjeturar que esa primera evangelización en Hispania se parecería mucho a la que realizaron los primeros testigos en Roma y otras regiones, tal como aparece en los Hechos de los apóstoles. En efecto, supuesto que varias colonias de judíos se habían afincado en la península ibérica como lo habían hecho en Italia (ALDEA Q., II, 1255), no sería extraño que se hubiera dado en Hispania la doble evangelización que se advierte en el libro de los Hechos: un anuncio de Jesucristo muerto y resucitado en cumplimiento de las Escrituras, y una segunda forma más catequética al estilo de la Didajé, más reposada y reflexiva, en confrontación con las creencias paganas. La primera forma estaría destinada a los judíos, la segunda se enfrentaría al politeísmo romano y a las reminiscencias paganas. Al ser muchos los que mostraban interés por la doctrina cristiana y solicitaban entrar en esa comunidad de fe, fue preciso crear una escuela de vida cristiana: el catecumenado. 2. EL CATECUMENADO. Se daba este nombre al período de preparación al bautismo. Los que se preparaban a él se llamaban catecúmenos. Existen pocos datos sobre esta actividad de la Iglesia española en la época romana y visigótica. Los primeros testimonios hispánicos aparecen al comienzo del siglo IV y son: el citado concilio de Elvira, san Paciano de Barcelona, Gregorio de Granada, san Martín de Braga y algunos concilios provinciales. Ellos atestiguan la existencia en España del catecumenado y ofrecen su estructura externa y su vida interna, coincidentes fundamentalmente con lo que conocemos por Hipólito de Roma (ca. 215). a. El concilio de Elvira habla de las condiciones de los candidatos al catecumenado —«que sean de buenas costumbres» (c. 42)— y de sus dos años de duración, pudiéndose prolongar hasta tres o cinco años (cc. 4, 11, 45, 68, 73). Cumplido el período catecumenal, el candidato podía ser admitido al bautismo (c. 45). Sólo en caso de peligro de muerte o de enfermedad se podía administrar el bautismo a los paganos de vida honesta, si lo pedían (cc. 37, 39). Gregorio de Elvira distingue tres grados en el catecumenado: el de los catecúmenos, llamados en Roma audientes, el de los competentes, que se preparaban en la cuaresma para celebrar el bautismo la noche de pascua, y el de los fieles, que habían recibido ya el Espíritu Santo (Corpus Christ. 49, 95). b. En cuanto al contenido que se impartía, los datos que poseemos lo reducen a una enseñanza elemental de la religión cristiana sobre lo que hay que creer y la moral de los diez mandamientos. San Pacianodesarrolla lo que es el sacramento del bautismo (PL 13, 1089). Tras este período relativamente fecundo de los siglos IV y V, el siglo VI apenas aporta datos nuevos. En cambio, en el siglo VII encontramos dos grandes autores, san Isidoro de Sevilla y san Ildefonso de Toledo, que dan una visión completa del catecumenado en España, a la vez que son testigos del giro que toman el catecumenado y la fe del pueblo español.

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c.

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Siguiendo la tradición, los dos distinguen con claridad tres grados: catecúmenos u oyentes, elegidos o competentes y bautizados o neófitos (Isidoro, De eccl. off. II, 21, 1 e Ildefonso, De cogn. bapt. 50). Estos textos parecen indicar que lo normal era el bautismo de los adultos. Sólo se bautizaba a los niños como excepción en caso grave (cf. la carta del papa Siricio a Himeneo de Tarragona [385] y el c. 5 del Conc. de Gerona [517] [PL 84, 631 y 314]). Sin embargo, en la segunda mitad del siglo VI comienza ya a presentarse la costumbre de bautizar a los niños, según se desprende de abundantes testimonios (canon 7 del Conc. II de Braga), aunque siga celebrándose el bautismo de adultos, como sugiere la expresión de san Ildefonso: «reciten si son mayores de edad por sí mismos o si son niños por boca de los que los llevan» (De cogn. bapt. 34).

De los testimonios tardíos aducidos se puede deducir que la catequesis española no difiere sustancialmente de la practicada en otras Iglesias de occidente: desde el comienzo estuvo ligada a la liturgia, y concretamente a los sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. No se trataba de enseñar una doctrina, sino de crear una actitud de escucha de la Palabra: «Escucha, Israel...» (Dt 6,4). Por eso los catecúmenos se denominan oyentes, para que «reconociendo al único Dios, abandonen los falsos ídolos» (Ildefonso, De cogn. bapt. 50; Isidoro, Etym. 1, 6). De ahí las exigencias y la libertad de los escrutinios, el período de prueba, la práctica de la oración y del ayuno y la entrega del símbolo de la fe y de la oración dominical, para grabarlas en sus corazones y devolverlas como signo de libre aceptación (traditio-redditio); así se preparaban a resucitar con Cristo por medio del bautismo (De cogn. bapt. 28, 33; Etym. 1, 6); todo ello se realizaba en un marco de ritos y celebración comunitaria. Por tanto se dan dos notas distintivas: la pervivencia del catecumenado, con la participación simultánea de adultos y niños, que serviría de transición a la más tardía catequesis infantil, y también la existencia de una liturgia autóctona, la hispana. II. La catequesis en la Edad media El tercer concilio de Toledo (ca. 589), en el que el rey Recaredo abjura del arrianismo y se bautiza, marca un hito en la historia de la Iglesia española, realzado con las figuras de san Leandro y san Isidoro de Sevilla. En esta época los pueblos hispano-godos se constituyen como unidad nacional, y asistimos a un fenómeno nuevo: el estado de cristiandad, que se extiende a toda Europa y que va a marcar la historia de la Iglesia y de la catequesis. Esta época en España abarca razonablemente del siglo VII al XVI. Durante la cristiandad, todo nacido era bautizado; no se concebía ser ciudadano sin ser cristiano, aunque en España vivieron una coexistencia relativamente pacífica el cristianismo y las culturas judía y musulmana.

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1. REPERCUSIONES EN LA PASTORAL. El bautismo generalizado de los niños hace que el catecumenado, instituido para los adultos, desaparezca poco a poco. La predicación y la catequesis pierden el impulso misionero y evangelizador de la época precedente. La catequesis se reduce a conservar la fe de los bautizados a través de fórmulas memorizadas y ritos que se celebran. Este es el cambio más radical que experimenta la catequesis en estos siglos. En efecto, la cultura de los clérigos es escasa; su formación teológica, desvinculada de la Biblia, de la liturgia y de la tradición patrística, da origen a una predicación moralizante, sin vigor evangélico. Pronto se producirá la ruptura entre la teología abstracta, reservada a una elite y confinada en las escuelas (de ahí el nombre de escolástica), y el clero bajo y la piedad popular, que se contentan con presentar y aprender el credo y el padrenuestro y cumplir algunas obligaciones rituales y morales. Las conversiones en masa no originan un cambio radical, ni hacia Cristo salvador, ni en las convicciones y prácticas cristianas. Los súbditos siguen a sus jefes en la nueva religión oficial, sin renunciar del todo a sus creencias y costumbres paganas. Los concilios de esta época no cesan de fustigar los abusos de idolatría, adivinación y magia. La liturgia, que había nutrido la fe del pueblo a través de cantos y acciones simbólicas, va perdiendo su fuerza educadora. Es entonces cuando nacen las lenguas vernáculas en la península, pero la liturgia sigue celebrándose en latín y la Palabra se hace ininteligible. Por eso aquella se va convirtiendo en un asunto de clérigos, los únicos que comprenden esa lengua. Los coros con su sillería en medio de las viejas catedrales delatan esa separación entre los clérigos y el pueblo, que quedaba sin ver al oficiante, sólo oyendo la misa, favoreciendo así una concepción mágicoritualista de la gracia y los sacramentos. Por todo esto, se multiplican las misas privadas, se pierde el sentido objetivo de la misa y se prima la piedad subjetiva. Se multiplican las devociones particulares que se superponen a otras ceremonias (supersticiones), censuradas por diversos sínodos. El papa Gregorio Magno reconocerá que no es posible cortarlas de golpe: «tolerándolas quedará la esperanza de interiorizar y cristianizar ese uso grosero e idolátrico» (Reg. XI, 56). A pesar de estos trazos sombríos, la Edad media mantuvo una cristiandad estable y viva. ¿Qué hizo aquella Iglesia para mantener la fe del pueblo? ¿De qué medios se sirvió para la instrucción religiosa? Tres instancias contribuyeron a sostener la fe. a. La Iglesia, catedralicia o rural, venía a ser la casa del pueblo y el lugar de referencia explícito para la formación y la práctica religiosa. San Isidoro recomendó dar preferencia a la instrucción de los mayores (Sentencias III, 35-45). Los sacerdotes con cura de almas enseñaban los domingos al pueblo las verdades del credo y de la moral, sirviéndose de colecciones de sermones, el Homiliario, que circulaba en las diócesis españolas. Además, el pueblo aprendía el credo, el padrenuestro y otras oraciones que eran recitadas en común. La confesión era otra ocasión para alimentar la fe del pueblo. En este tiempo el concilio Lateranense

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IV (1215) prescribe la confesión «al menos una vez al año», así como la práctica de «comulgar por pascua florida», las cuales calaron en el pueblo cristiano. Para la confesión se usaban los confesionales, en forma de examen de conciencia siguiendo los mandamientos, que serán anticipos de los catecismos. Así la liturgia y las prácticas religiosas ayudaban a la educación de la fe del pueblo. b. La familia. La transmisión de la fe se realizaba sobre todo en el hogar. Los familiares vivían unidos compartiendo fe, comida y techo. El bautismo, la comunión y la confesión, que recaían con frecuencia, o al menos una vez al año, en los miembros de la casa, daban pie para renovar su fe cristiana. La alta mortandad hacía que la muerte fuera,una experiencia familiar para ellos, lo mismo que el sentido de trascendencia, plasmada en opúsculos como el Arsmoriendi, el cántico del Diesiraey las Danzas de la muerte. En general se vivía una conciencia de pertenencia responsable a la familia, estimulada por diversos sínodos: Arlés y Maguncia (813), Aquisgrán (836) y León (1267). c. Pero lo decisivo para la conservación de la fe en esta época fue el ambiente religioso que impregnaba toda la vida social. Como se aprendía a hablar, se aprendía a ser cristiano. Las fiestas religiosas: navidad con sus villancicos y belenes, semana santa y pascua, con sus procesiones y representaciones de los llamados misterios, como el Auto de los Reyes Magos, cuyo origen se remonta en España a estas fechas, prendían en el alma e imaginación del pueblo. Las costumbres populares de hondo sentido religioso se escalonaban durante el año: la bendición de los campos, las peregrinaciones a santuarios, la oración ante cruceros de los caminos, las rogativas, las fiestas de los santos patronos de los hospitales, posadas, cofradías y gremios. Finalmente el arte sagrado de los templos románicos y góticos, con sus esculturas, vidrieras, retablos, imágenes, cuadros, rosarios y demás signos religiosos, eran la Biblia a través de la cual los analfabetos leían la fe de sus antepasados imprimiendo en todos un alma cristiana. 2. INICIOS DE UNA CATEQUESIS SISTEMÁTICA. Junto a esta catequesis, que se nutría de la predicación dominical y se recibía como por ósmosis del ambiente social, se inicia también otro tipo de educación cristiana: una catequesis sistemática del pueblo fiel. En este aspecto, algunos concilios españoles recogen la preocupación del IV concilio de Letrán (1215) por formar a los sacerdotes. Destacan por su orientación catequística el concilio de Valladolid (1322) y el de Tortosa (1425); este parece ser el primero que mandó se compusiera «un breve catecismo que comprenda cuanto debe saber el pueblo», es decir «lo que los fieles deben creer: los artículos de la fe; lo que deben pedir: oración dominical; lo que han de observar: el decálogo; lo que han de evitar...». Aquí se diseñan ya las partes que van a estructurar los catecismos de los siglos siguientes.

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Se ha señalado la Edad moderna, y en concreto el protestantismo, como la cuna de los catecismos. Sin embargo —advierte L. Resines— existen en España algunos opúsculos que bien merecen el título de catecismos. Así El Catecismo cesaraugustano, de autor desconocido del siglo XIII; consta de cuatro partes: Símbolo, Mandamientos, Sacramentos y Dones del Espíritu Santo; está escrito en latín, en forma de preguntas y respuestas, y en estilo conciso. El Tratado de la doctrina cristiana, anónimo del siglo XIV, excesivamente moralizador. La Doctrina pueril de Ramón Llull, libro compuesto para la educación de su hijo, y que rebasa con amplitud el esquema de un catecismo. El Catecismo del concilio de Valladolid (1322) presenta los artículos de la fe, los sacramentos, mandamientos, virtudes y pecados; puede considerarse como el más importante catecismo medieval español. Sobre él se basa el Catecismo de Pedro de Cuéllar (1325), más amplio y destinado a los sacerdotes; etc. A pesar de estos intentos por instruir al pueblo, la masa, que no sabía leer ni escribir, siguió alimentando su fe sociológica con ritos y prácticas piadosas. En este clima de desnutrición religiosa se alza Lutero, enarbolando el principio de «Sólo la fe salva», y dispuesto a revitalizar e ilustrar la fe del pueblo cristiano. III. El Renacimiento y la floración de catecismos Dos hechos marcan la vida de este período convulsivo y fecundo del siglo XVI: el cisma protestante y la invención de la imprenta. Los dos surgieron fuera del suelo español, pero, en aquella Europa sin fronteras, ejercieron un gran influjo en España. La Reforma, creando preocupación por la seguridad y precisión doctrinal, que repercutió en los catecismos. La imprenta, ayudando a la multiplicación y difusión de catecismos para ponerlos en manos de todos. Los humanistas van a tratar de remediar la lamentable situación de la fe del pueblo, causada por la ignorancia religiosa. Así lo hicieron Felipe de Meneses en Luz del alma cristiana (1554) y otros muchos. Algunos vieron condenados sus catecismos por la Inquisición (Juan de Valdés, en 1529, y Constantino Ponce de la Fuente, en 1543-1548). Causó gran extrañeza en muchos la condena del Catechismochristiano(1558) de Bartolomé de Carranza, por tratarse del arzobispo de Toledo. El peso de Trento gravitaba sobre el ambiente. No obstante, siguieron publicándose numerosos catecismos. Por ejemplo, el Maestro Juan de Ávilaenvió a Trento unas advertencias, recomendando que se hiciera un catecismo; y él mismo redactó uno: Doctrina christiana que se canta (1554). También publicaron catecismos Juan Pérez de Betolaza(1596), Diego de Ledesma (1571) y otros. 1. CATECISMOS CLÁSICOS. Reconociendo que en el siglo XV hay precursores que incluso se llamaron catecismos, es obligado recordar algunos catecismos de fuera de España, que por su popularidad, su influencia en Europa y su pervivencia en la historia de la catequesis, han tenido un reconocimiento oficial y merecido el título de clásicos.

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El catecismo doble de Martín Lutero (1529), uno pequeño y otro mayor para los predicadores. Escritos en un lenguaje directo y fogoso, tuvieron gran éxito. Frente al catecismo de Lutero aparecen los tres catecismos de Pedro Canisio(1555-1559) que, estructurados en la fe (credo), la esperanza (padrenuestro y avemaría), la caridad (mandamientos) y obras de misericordia, gozaron de gran difusión; el catecismo de Roberto Belarmino (1597) tiene la misma estructura que el de Canisio, pero es más práctico y fue también muy difundido, sobre todo en Italia; finalmente el Catecismo romano o de Trento (1566), que es una exposición sólida de la fe, enriquecido con citas bíblicas y patrísticas para la formación y ayuda de los párrocos en su ministerio pastoral. 2. Los CATECISMOS DE ASTETE Y RlPALDA. Estos son, sin duda, los más célebres de la historia de la catequesis española. Han perdurado a lo largo de casi cuatro siglos en sus centenares de ediciones, aunque naturalmente con retoques y modificaciones. Se trata de unos catecismos breves, que sirvieron para transmitir al pueblo cristiano, niños, jóvenes y adultos, el patrimonio doctrinal de la Iglesia católica del que carecían. Ambos utilizan el método de preguntas y respuestas para aprender de memoria, y adquirir así un conocimiento preciso de la doctrina católica. Los dos están estructurados en cuatro partes, recogiendo la tradición española fijada por el concilio de Tortosa en el siglo anterior. Estos catecismos tienen las virtudes y defectos propios de unas obritas que forzosamente tenían que ser breves, por tratarse de catecismos destinados al pueblo sencillo. Los autores, jesuitas ambos, y formados en la teología del tiempo, concentraron la doctrina y destilaron su esencia en fórmulas concisas, despojadas del adorno de ejemplos y de toda explicación que pudiera responder a las dudas de los destinatarios. La razón de esta sobriedad, tratándose del pueblo llano, está en la célebre respuesta que, de san Juan de Avila(Doctr., 1650), pasó a Astete: «Eso no me lo preguntéis a mí que soy ignorante: doctores tiene la santa madre Iglesia que lo sabrán responder». IV. De la Ilustración al Vaticano I 39

1. EN LOS UMBRALES DE LA ILUSTRACIÓN . El concilio de Trento dio un gran impulso a la predicación y catequesis, pero su repercusión en España llegó bien entrado el siglo XVII y aun el XVIII. El Catecismo de Trento no se tradujo hasta el año 1777. En el siglo XVII apenas se da innovación catequética; siguen utilizándose los catecismos publicados a finales del siglo anterior. Los catecismos nuevos, impresos en 39

La ilustración fue una época histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo –especialmente en Francia e Inglaterra–que se desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de la Revolución francesa, aunque en algunos países se prolongó durante los primeros años del siglo XIX. Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces.

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el XVII, quedan poco a poco eclipsados por la pareja Astete y Ripaldaque, con algunas adiciones, se imponen cada vez más en el clero y el pueblo llano. Fue muy popular el catecismo familiarmente llamado El Eusebio. El P. Juan Eusebio Nierembergsj, inspirándose en las notas del P. Jerónimo López sj, famoso misionero popular en casi toda España, publicó en 1640 el catecismo: Práctica del Catecismo romano y Doctrina christiana; lo redactó en forma expositiva para ser leído en las Iglesias. Muy recomendado por los obispos de Valencia, Sigüenza y otros, se tradujo a varias lenguas y se reeditóen siglos posteriores. 2. LA ILUSTRACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS EN CATEQUESIS. En el siglo XVIII, ante las nuevas ideas de la Ilustración, se advierte una vez más la incultura religiosa. La predicación e instrucción religiosa llegan a ser el ministerio más urgente. La liturgia y los sacramentos quedan, pues, al servicio de la Palabra y de la enseñanza religiosa y moral. Se pensaba que el obrar bien dependía del saber. De ahí la frase que se repetirá como un axioma: saber y entender. El racionalismo se impondrá. a. El racionalismo. Europa, dividida por las guerras de religión, busca y halla un elemento aglutinante: la razón. Esta será la norma de todo, y Kant el prototipo del espíritu racionalista que culmina en la Revolución francesa. Esta nueva ideología pasa pronto a España con los Borbones. Aunque su influjo quedó reducido a círculos de ilustrados, la semilla afectó a eclesiásticos. La Escuela de Tubinga, volverá a la Escritura y a los santos Padres; pero la neoescolástica impondrá su intelectualismo a la catequesis de este período. b. La escolarización de la catequesis. En España, la obligatoriedad escolar comenzó en 1857 (Ley Moyano), pero la escolarización de la catequesis era ya antigua. A ello contribuyeron, ya en la alta Edad media, las escuelas catedralicias y abaciales y, después de Trento, las escuelas parroquiales, promovidas por diversos sínodos diocesanos o provinciales. A partir del siglo XVI, los institutos religiosos dedicados a la enseñanza (jesuitas, escolapios, Hnos. de la Salle, Compañía de María, etc.) dan prioridad en sus centros a la educación religiosa. Por fin, la misma autoridad civil, que va promoviendo escuelas, acata la doctrina de la Iglesia. El primer rey Borbón, Felipe V, establece como requisito para acceder al magisterio primario «dar razón de lo que contiene el catecismo del P. Gerónimo Ripalda». Y en la constitución liberal de 1812, art. 366, se prescribe que «se enseñará a los niños el catecismo de la religión católica». c. Ventajas e inconvenientes. Insertándose en la escuela, la catequesis, por una parte, llegaría a más niños en un marco organizado sólido y estable y facilitaría la síntesis entre la fe y la cultura en beneficio de la formación integral del alumno. Pero, por otra parte, la instrucción religiosa llegaría a ser una materia escolar más, una información religiosa racional, sujeta, como las demás, a un examen. Este giro, en

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aquel momento histórico, supuso la dejación de los padres de su tarea educadora en manos de maestros sin la preparación necesaria. V. Del Vaticano I al Vaticano II Es el momento de la consolidación doctrinal y de la renovación metodológica. Las ideas de la Revolución francesa suponían un peligro para la integridad doctrinal. Napoleón Bonaparte publica su Catechisme á l'usage de toutes les églises de l'EmpireFrancais(1806). Traducido al español, Carlos IV se vale de él para consolidar su monarquía. Desde entonces aparecen muchos catecismos de este estilo para formar ciudadanos, por ejemplo el anónimo Catecismo constitucional y civil, donde se aplican las obligaciones del ciudadano español (1820). REACCIÓN DEFENSIVA. Frente a esta ola secularizante, la Iglesia se cierra al diálogo y busca seguridad en la teología neoescolástica. La catequesis se contagia de esa mentalidad conservadora y polémica. Siguen ampliándose el Astetey el Ripalda, haciéndose más técnicos en lenguaje y contenidos. Prevalece la preocupación racional y el método deductivo en la explicación de las verdades. Santiago José García Mazo publica su catecismo voluminoso y denso para combatir la ignorancia religiosa. Abunda en citas bíblicas apoyando una teología escolástica, maciza y sin sensibilidad moderna. También se editan numerosas obras parecidas como la de Jaime Balmes (1810-1848): La religión demostrada al alcance de los niños, escrita en un tono apologético. Balmes muere el año en que Marx proclama el marxismo (1848). Ante un clima europeo religiosamente enrarecido, Pío IX reacciona con la condena (Sillabus, 1864) y reafirma la autoridad papal definiendo la infalibilidad en el Vaticano I (1879). La Escolástica se impone. Este clima defensivo impregna los catecismos de la época. Del catecismo de Deharbe(1847) se hacen numerosas ediciones en español. Sobresale por su claridad, seguridad doctrinal y facilidad de retención. En este período destacan dos santos catequistas: Antonio María Claret(1807-1870) y Enrique de Ossó(1840-1896). El primero, fundador de los Hijos del Corazón de María (Claretianos), quería para todos una educación religiosa segura. Por eso defiende el catecismo único para toda la Iglesia o, al menos, para España; publica su Catecismo de la doctrina cristiana. Intervino en el Vaticano I solicitando el catecismo universal, petición que no prosperó ante la interrupción del Concilio. El segundo trabajó intensamente en la catequesis en Tortosa y fundó la Compañía de Santa Teresa (Teresianas) para educar a las jóvenes en la fe. Escribió una Guía metódica y práctica del catequista (1872), en la que habla de la claridad y el estilo de actuar del catequista, su persuasión y el ambiente atractivo que debe crear.

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VI. La catequesis conciliar y posconciliar El Vaticano II no trató directamente de la catequesis, pero en él estuvo vivo desde el comienzo el espíritu de la catequesis. Pronto se corrigieron los esquemas preconciliares y se les dotó de ricas aportaciones sobre la revelación, la historia de salvación, la fe, la Iglesia, la misión evangelizadora, etc. El mismo Concilio se abrió además al hombre y al mundo, especialmente en la Gaudium et spes. Esta renovación, que venía atisbándose en las iglesias centroeuropeas, para la Iglesia española fue una verdadera revolución teológico-pastoral. La teología y la catequesis se replantearon su propia identidad. A partir de allí se abrió la catequesis a una serie de etapas o acentuaciones que han convivido en una armonía integradora. 1. ETAPA KERIGMÁTICA. Como el nombre indica, fue un volver al kerigma original que proclamaron los apóstoles, centrado en la persona de Jesucristo muerto y resucitado. Una renovación a fondo del contenido nuclear de la fe, y no tanto de los métodos. Concluido el Concilio, se celebran en Madrid (1966) las primeras Jornadas nacionales de estudios catequéticos, que abren a la Iglesia española a planteamientos nuevos sobre el contenido, la finalidad y la identidad de la catequesis. Las ponencias, impregnadas del espíritu kerigmático, se centran en la palabra de Dios, narrada en la Biblia, celebrada en la liturgia y vivida y expresada en la vida de la Iglesia. Promovió dichas jornadas Mons. José Manuel Estepa, autor de la colección Luz de los hombres (1960-1965), que anticipó la catequesis kerigmática en la Iglesia española. 2. CATEQUESIS ANTROPOLÓGICA. España ofrecía un terreno abonado para la catequesis antropológica, que prendió y creció dando sus mejores frutos. Muestra de ello fue la acogida que tuvo el Catecismo holandés (1968). Se pasó aprisa por la fase kerigmática sin profundizarla. En los años 70 la Iglesia alcanza en España cotas de independencia y mayor libertad evangélica, no sin tensiones. El episcopado publica La Iglesia y la comunidad política, desmarcándose del nacional-catolicismo. El pueblo se distancia del régimen y, a la vez, de la Iglesia que lo había amparado. La práctica religiosa baja entre los jóvenes, que se muestran reacios y buscan un cambio. El mundo kerigmático de la Biblia y la liturgia queda lejos de sus experiencias. Urge una catequesis que sorprenda a los jóvenes en su propia vida. Así emerge la catequesis antropológica centrada en los intereses de las personas, la experiencia y la búsqueda de valores. En esta línea se publica en 1972 el nuevo Programa y Catecismo para el curso 4° que había quedado sin cubrir. Se insertan en él hechos y cuestiones vitales de esa edad y se habla un lenguaje más existencial, sirviendo así para el ámbito parroquial y familiar. 3. CATEQUESIS EVANGELIZADORA Y LIBERADORA PARA ADULTOS. La secularización obligó a la Iglesia a cambiar el talante de su catequesis y a resituarla en una acción más global y dinámica. Se pasa así

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de una catequesis para bautizados a una catequesis misionera de conversión; de una catequesis antropológica demasiado personalista a una catequesis social y liberadora; de una catequesis de niños, centrada en la escuela, a una catequesis de la comunidad cristiana dirigida a jóvenes y adultos. El Movimiento por el mundo mejor desarrolla su catequesis para adultos en diversas diócesis; Casiano Floristán, en su docencia, impulsa un catecumenado de adultos que desemboca en comunidades de base; Kiko Argüello suscita las comunidades neocatecumenales; se propagan los grupos de renovación carismática, etc. 4. EN BUSCA DE IDENTIDAD: CATEQUESIS COMUNITARIA. La catequesis más enriquecida se encuentra, sin embargo, sin saber dónde situarse. Se la echa de la escuela, que reivindica para sí un espacio secular, pero a su vez no acaba de asentarse en la comunidad cristiana. Necesita encontrar su identidad. A ello van a contribuir: la transición política (1975), la nueva Constitución (1978), que marca la frontera entre lo político y lo religioso, el Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado español (1979), el Sínodo sobre la catequesis (1974) seguido de la Catechesitradendae(1979), las Orientaciones pastorales sobre la enseñanza religiosa escolar (1979) de la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis, así como el documento La catequesis de la comunidad. Orientaciones para la catequesis en España hoy (1983). Todos estos factores ayudaron a resituar la catequesis. Los últimos años han dado a luz orientaciones muy certeras para la promoción de la catequesis, que no estaban recogidas en el DCG de 1971, y que posteriormente se han recogido en el nuevo Directorio general para la catequesis, de 1997. En España hay que reseñar el documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, aprobado el 27 de noviembre de 1998 por la LXX Asamblea de la Conferencia episcopal y publicado en 1999. En él se aplica a la realidad española el contenido del RICA y, recogiendo los anteriores avances, se trata de orientar la acción catequizadora de la Iglesia, la formación cristiana de nuestros niños y jóvenes y la celebración de los sacramentos de la iniciación.

HISTORIA DE LA CATEQUESIS EN AMÉRICA LATINA SUMARIO: La época colonial (siglos XVI-XVIII): 1. Fuentes del siglo XVI; 2. La conquista; 3. La Iglesia se va organizando; 4. Circunstancias favorables y obstáculos; 5. Agentes de la evangelización y la catequesis; 6. El contenido de la catequesis; 7. Los métodos; I. La época colonial (siglos XVI-XVIII) 1. FUENTES DEL SIGLO XVI.Para el siglo XVI, son numerosas y muy valiosas. Citemos para Nueva España, entre otras, el Códice franciscano (1570), las Juntas eclesiásticas, especialmente las de 1539 y 1546, los concilios provinciales mexicanos, especialmente el I (1555) y el III (1585), los Coloquios y doctrina cristiana, publicados por fray Bernardino de Sahagún (1524-1564), la Historia eclesiástica indiana (1596) y las Cartas, de fray Jerónimo de Mendieta, la Historia de los indios de Nueva España, de fray Toribio de Benavente (Motolinía) (1541?), el Itinerariumcatholicum, de fray Juan Focher (1574), la Rhetoricachristiana, de fray Diego Valdés (1579), los numerosos catecismos, cartillas doctrinas, confesionarios, sermonarios, etc. Para Sudamérica conviene destacar la Instrucción sobre la doctrina dada por el arzobispo de Los Reyes D. Fr. Jerónimo de Loaiza (1545-1549), los tres primeros concilios provinciales de Lima, especialmente el III (1582-1583), con sus instrumentos pastorales, y el De procurandaindorum salute, del jesuita José de Acosta (1576). 2. LA CONQUISTA. La primera experiencia evangelizadora fue la del ermitaño Ramón Pané que acompañó a Colón en su segunda expedición de 1493. Escribió en 1496 una Relación por la que vemos que se dirigió a los caciques de La Española en su lengua taína, les enseñó las principales oraciones y algunos artículos de la fe más fácilmente accesibles: un solo Dios, creador, etc. Encontró, entre otras dificultades, una notable: los indígenas percibían la fe cristiana como algo propio de los españoles opresores. Con todo, logró Pané unas conversiones luego de una preparación de dos años. Hubo inclusive algunos mártires, como Juan Mateo, el primer indígena bautizado. Pero el mal ejemplo de los colonos hizo abortar esta primera misión. Triste anticipo de lo que se iba a repetir

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posteriormente en muchas ocasiones: la codicia de algunos neutralizando la obra apostólica de otros. Otros intentos efímeros corresponden a las primeras conquistas. Valga como ejemplo la expedición de Gil González Dávila, desde 1522 hasta junio de 1523, desde el Darién hasta Nicaragua. Terminada su misión, anunció triunfalmente al rey: «Torné cristianos 32.242 ánimas». Agregó, por supuesto, un cálculo de las cantidades de oro recogidas en la misma ocasión, pues para él Dios y Mamón formaban buena compañía. Pocos años después, en septiembre de 1528, fray Francisco de Bobadilla, mercedario, hizo en presencia de un escribano una evaluación de lo que había dejado la correría apostólica del citado conquistador y de otros dos que pretendían haber evangelizado a los indios de Nicaragua. Sometió a un cuestionario riguroso a varios de aquellos bautizados. Como era de esperar, el resultado resultó deplorable. Todos los bautizados habían vuelto a sus idolatrías. Nada recordaban de la doctrina enseñada. La mayoría de ellos ni siquiera recordaban su nombre cristiano. Muy pronto en Nueva España hubo también bautismos en masa, pero de mejor quilate. Después del trauma inicial de la primera conquista, los indígenas, justamente molestos por los atropellos de los conquistadores, pero impresionados por el poder del Dios de los cristianos y atraídos por el testimonio de caridad de los santos frailes, empezaron a afluir numerosísimos a las puertas de los monasterios. Los misioneros, convencidos en su mentalidad medieval de que todos los paganos iban a parar ineludiblemente al infierno, no querían cerrarles las puertas del paraíso. Pero tampoco era posible someterles a un catecumenado largo. Por otra parte, existía en aquel tiempo en las Indias Orientales la costumbre de bautizar multitudinariamente. Presionados por los acontecimientos, los frailes hicieron lo que les pareció lo mejor. Motolinía calcula en cerca de cinco millones el número de indios bautizados entre los años 1524 y 1536. Primero se explicaba en forma sumaria a los candidatos los dogmas fundamentales, luego se bautizaba –reduciendo las ceremonias a lo esencial– a cantidades impresionantes de indígenas, y el proceso se completaba con una catequesis que podía desplegarse durante varios años. En realidad, el bautismo no era un mero punto de llegada, sino, como siempre debería ser, el principio de un proceso que dura toda la vida. 3.LA IGLESIA SE VA ORGANIZANDO. La época de los tanteos e improvisaciones se superó pronto. Ya en 1524, año de la llegada de los doce apóstoles franciscanos, se reunió en México una Junta apostólica que, entre otros problemas, se planteó el problema del grado de instrucción religiosa necesario para que los nativos pudiesen recibir el bautismo. Otras juntas se celebrarían de 1532 a 1546, a medida que iban apareciendo problemas pastorales importantes. Luego vendrían los sínodos y concilios. En el campo de la catequesis conviene recordar dos problemas que causaron notables tensiones: uno sobre la capacidad de los indígenas para recibir el bautismo, y otro sobre la oportunidad de celebrar bautismos multitudinarios reduciendo el ceremonial a lo estrictamente

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esencial. En cuanto a la capacidad racional de los indígenas, el problema obedecía, en el fondo, a intereses sórdidos. Unos colonos pensaban que si los indígenas no eran seres racionales, uno podía tranquilamente apoderarse de sus bienes y reducirlos a la esclavitud. El obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, acudió al papa Paulo III, quien resolvió el falso problema por la bula Sublimis Deus (junio de 1537): Cristo mandó a los apóstoles a enseñar a todas las naciones, sin ninguna excepción; los indígenas son hombres racionales y nadie los puede despojar de sus bienes, de su libertad y del beneficio de la fe. En cuanto al segundo problema, el mismo Papa por la bula Altitudodiviniconsilii(enero del mismo año 1537), mandó que, en adelante, salvo en caso de emergencia, no se omitiera la menor ceremonia. Con los concilios de Lima y México, la pastoral catequética fue tomando el estilo que conservaría durante toda la época hispana. 4. CIRCUNSTANCIAS FAVORABLES Y OBSTÁCULOS. La evangelización fue una empresa titánica. Diversas circunstancias la favorecían y la obstaculizaban. El factor más favorable fue la reforma de la Iglesia peninsular, que empezó y dio frutos mucho antes de la reforma luterana. La selección de los misioneros fue a menudo muy acertada, sobre todo al principio. Dichos misioneros se distinguían por su ardor apostólico, su afán de salvar almas. Convencidos muchos de ellos de que sin el bautismo nadie se podía salvar, no ahorraban esfuerzo para anunciar a Cristo al mayor número posible de indígenas. Los mismos Reyes Católicos habían asumido como suyo el proyecto evangelizador y habían hecho de España un Estado misional. En esto la actitud de la reina Isabel fue particularmente decisiva. Sus sucesores también tomarán muy en serio su misión de evangelizar el Nuevo Mundo. Agreguemos que muchos nativos se mostraban muy abiertos a la predicación de los frailes. Muchos misioneros hicieron el elogio de su humildad, austeridad, sencillez y paciencia, considerando que era la gente más apta para fundar en el Nuevo Mundo la Iglesia de Jesucristo con el mismo fervor que tenía en la era apostólica. Pero si la primera evangelización sacó provecho de varias circunstancias favorables, los obstáculos no eran de menor peso. Como todos los misioneros, los de América tuvieron que tropezar con varios escollos: lenguas y culturas extrañas, clima malsano, topografía fragosa, distancias inmensas por recorrer. En un primer momento, se deploró lo que Pedro Borges llama la automarginaciónde la Santa Sede. El Papa, muy ocupado en defender su patrimonio territorial por las armas, cedió demasiados de sus derechos a los reyes y no logró recuperarlos cuando quiso tomar en sus propias manos la dirección de la evangelización americana que le correspondía. El Patronato, que tuvo la ventaja de poner recursos enormes, humanos y económicos, al servicio de la evangelización, de movilizar una nación entera en misión apostólica, tenía también sus graves inconvenientes. La Iglesia quedaba, a los ojos de los indios, identificada con los abusos de muchos funcionarios reales. Por otra parte, los mismos obispos se veían a menudo reducidos a meros funcionarios del

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rey, con gran perjuicio de su misión de profetas. Así como la santidad de muchos frailes y clérigos favoreció en gran manera la conversión de los indios, la mediocridad y rapacidad de otros, más aventureros que verdaderos misioneros, tuvo un efecto negativo. El antitestimonio de los cristianos en general llenaba de asombro a los nativos. El mayor obstáculo fue sin duda la codicia de numerosos españoles y, por desgracia, no sólo de los laicos. Así como la defensa de los indios por los frailes fue de gran ayuda para la conversión sincera de muchos, por el contrario, los malos tratos infligidos por corregidores, protectores de indios, y hasta por doctrineros, tenían un efecto nefasto: mita, trabajo forzado y mal pagado, tributos, transporte por tamemes de cargas demasiado pesadas, etc. Motolinía, en su Historia de los indios de Nueva España, afirma que innumerables indígenas morían en el trabajo de las minas y que en media legua a la redonda de Oaxaca, los españoles no podían caminar más que sobre cadáveres, y que tantas aves venían a comerlos que oscurecían el cielo. Muy parecido es el testimonio del oficial real Zorita, a quien habían contado que en la provincia de Popayán había tal cantidad de huesos de indios muertos a lo largo de los caminos, que servían de señalización para guiarse los viajeros. De parte de los nativos, un obstáculo que recalcan muchos misioneros es su dispersión y su vida nómada. De ahí vino el esfuerzo, muchas veces pedido en las reales cédulas, de «reducirlos a pueblos». Obstáculos fueron también, por supuesto, sus idolatrías, infanticidios, canibalismo, borracheras y demás vicios. 5. AGENTES DE LA EVANGELIZACIÓN Y LA CATEQUESIS. El Papa había donado –«donamos, concedemos y apropiamos»— el continente de ultramar a España y Portugal, con el compromiso de evangelizarlo. En el marco del Patronato, los reyes de España tomaron muy en serio esta responsabilidad. Mandaron al Nuevo Mundo barcadas de misioneros, frailes mendicantes, reformados sobre todo, a menudo ejemplares, heroicos; y presentaron obispos generalmente escogidos con buen criterio. En los tres siglos del período hispano, desembarcaron en el Nuevo Mundo alrededor de 16.000 religiosos —franciscanos, dominicos, agustinos, capuchinos, jesuitas— que cargaron con el mayor peso de la evangelización americana. Su aporte es incalculable, sobre todo en la primera evangelización, por su entrega, su arrojo apostólico, pero también por su conocimiento de las lenguas indígenas. El obispo de Tlaxcala podía escribir al emperador: «nos los obispos, sin los frailes intérpretes, somos como falcones en muda». Toda la nación española, en grados diversos, se sentía comprometida en la responsabilidad del Estado misionero: muchos laicos, oficiales reales (por ejemplo, los oidores Vasco de Quiroga y Tomás López Medel, los virreyes Toledo, Mendoza y Velasco, el gobernador de Panamá Enrique Enríquez), soldados como Bernal Díaz del Castillo, encomenderos y demás, tenían conciencia de su vocación a compartir su fe con el nativo y el

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negro. El testimonio de Bernal Díaz del Castillo es, en este sentido, muy significativo: «quiso nuestro Señor Jesucristo —escribe— con su santa ayuda que nosotros, los verdaderos conquistadores, que escapamos de las guerras y batallas y peligros de muerte... les pusimos [a los indios] en buena policía y les enseñamos la santa doctrina. Verdad es que, después de dos años pasados, ya que todas las más tierras teníamos de paz, y con la policía y manera de vivir que he dicho, vinieron a la Nueva España unos buenos religiosos franciscanos que dieron muy buen ejemplo y doctrina... más..., después de Dios, a nosotros los verdaderos conquistadores, que lo descubrimos y conquistamos, se nos debe el premio y galardón de todo ello primero que otras personas, aunque sean religiosos...» (Historia verdadera, c. CCVIII). Los encomenderos, en general, no han dejado en la historia un recuerdo particularmente edificante como evangelizadores o catequistas. Gran influjo en la formación cristiana tuvieron los maestros de escuela. El concilio Mexicano III los invita a aprovechar la enseñanza de los primeros rudimentos de las letras para enseñar la doctrina y las buenas costumbres a los niños. Por eso las cartillas de aquel tiempo juntan casi siempre alfabeto, ejercicios de silabeo, tablas de multiplicar y doctrina cristiana. Los obispos contaban también con los médicos para bautizar a los moribundos o para invitar a los enfermos a confesarse, como consta en los cánones de los tres primeros concilios de México. Pero no sólo los médicos, sino todo el personal de los numerosos hospitales participaban en la edificación de aquel mundo mejor. Los niños y jóvenes ocupaban en la empresa de cristianización un lugar particularmente importante. Los franciscanos fundaron muy pronto escuelas para hijos de caciques, destinados a ser los futuros apóstoles de sus padres y hermanos. Ya había una de estas escuelas, en Santa María del Darién, en 1514, con un período de formación de 24 lunas. La Junta de 1537 prevé en Nueva España un internado de siete años. En una carta fechada en 1529, fray Pedro de Gante habla de semejante fundación, entre las muchas que él hizo para formar catequistas indígenas: «He escogido a unos cincuenta de los más avisados y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar la domínica siguiente, atento día y noche a este negocio para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen a predicar por la ciudad y toda su comarca a cuatro, a ocho o diez, a veinte o treinta leguas, anunciando la fe católica y preparando con su doctrina a la gente». 6. EL CONTENIDO DE LA CATEQUESIS. Muchos frailes y obispos ostentaban un nivel universitario muy elevado y estaban capacitados para elaborar instrumentos de catequesis de buen quilate. En el siglo XVI se multiplicaron los catecismos en distintas lenguas. En una obra reciente (1995), Luis Resines presenta no menos de setenta cartillas, doctrinas y catecismos de autores distintos. Las cartillas más elementales –las más utilizadas– eran una herencia de la Edad media peninsular, con un contenido muy clásico: credo, padrenuestro, mandamientos, sacramentos, pecados y virtudes, obras de misericordia, etc.

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Hubo numerosos intentos de elaborar catecismos más adecuados a la realidad del Nuevo Mundo, como el de fray Pedro de Córdoba y sus hermanos para los indígenas de Santo Domingo, adaptado luego para los de Nueva España. Fruto del III concilio de Lima fueron tres catecismos trilingües (castellano, quechua, aymara): un Catecismo breve para rudos y ocupados; un Catecismo mayor para los que son más capaces, en cinco partes: Introducción a la doctrina cristiana, el símbolo, los sacramentos, los mandamientos, la oración del padrenuestro; y un Tercero cathecismo y exposición de la doctrina christiana por sermones, o sea, treinta y un sermones para uso de los doctrineros. Este último es de gran mérito y constituía un instrumento valioso, especialmente para los que no dominaban los idiomas indígenas. Este tipo de catecismo en sermones tenía sus antecedentes en san Juan de Avila y fray Luis de Granada, entre otros. Seguirán otros, como Francisco de Avila y Hernando de Avendaño. Pero no siempre los mejores catecismos eran los más utilizados, y muchas veces la catequesis se quedaba en un nivel muy elemental, más cercana a la Edad media que al Renacimiento. Cuando hubiera sido mejor utilizar buenos catecismos elaborados en América, el mercado estaba inundado de Cartillas de Valladolid, brevísimas y baratas, que contribuyeron, a veces, a mantener la catequesis en un nivel muy elemental. Afortunadamente, la formación religiosa estaba completada por todo un ambiente que sostenía la fe de los rudos: liturgia, a veces espléndida, religiosidad popular, fiestas patronales, culto, sermones, rezos, cofradías con sus obras caritativas, órdenes terceras, obras de espiritualidad (Kempis), confesonarios para ayudar a preparar el sacramento de la penitencia, artes de bien morir, etc... La formación religiosa para el pueblo conserva, como en la Península, muchos rasgos característicos de la piedad medieval: insistencia en los sufrimientos de Cristo más que en la buena nueva; gusto por las manifestaciones externas: procesiones, mandas, peregrinaciones, etc..., culto por los santos más milagreros, sacramento de la penitencia, a veces más como castigo que como encuentro de amor con el Dios de la misericordia. Bastante característica de la época es la descripción que hace el cronista agustino fray Bernardo de Torres de la predicación de fray Elías de la Eternidad: «Unos mismos eran de ordinario los puntos de sus sermones: la gravedad del pecado mortal, la eternidad de las penas del infierno, la necesidad de la contrición y penitencia, con que cerraba siempre sus pláticas, moviendo a compunción y lágrimas al pueblo, con un santo crucifijo en la mano y con vivos afectos y palabras. Para significar más vivamente el horror de las penas eternas, colgaba del púlpito, cuando predicaba, la imagen espantosa de un condenado ardiendo en medio de abrasadoras llamas. Tenía voz clara, sonora y penetrante, como un clarín templado, y al ponderar la eternidad de aquellos tormentos insufribles, repetía: para siempre jamás». La catequesis estuvo muy marcada por la escolástica (santo Tomás, san Buenaventura, etc). El catecismo se presentaba generalmente, con meritorias excepciones, más como un compendio esquelético de teología

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que como una pedagogía de la fe. Sin embargo, se nota en varios evangelizadores la preocupación por algo más vivencial, por guiar a los neocristianos por los senderos de la santidad. En este proceso se manifiesta la espiritualidad de las distintas reformas de los frailes, con el acento en la meditación sobre la pasión de Jesucristo, gran insistencia en los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía (misa diaria, aunque con comunión esporádica, celebración solemnísima del Corpus), en la preparación a una buena muerte (influencia de Gerson), en las cofradías. Al tiempo que se decía que Dios es amor, se le presentaba a menudo como martillo de los paganos, muy vengativo y preocupado por defender su honor, haciendo pagar, incluso, de manera casi sádica, nuestros yerros a su hijo Jesucristo (cf los sermones de Cuaresma de fray Alonso de Veracruz). A menudo, la figura de Dios que se ofrecía parecía más cercana al Dios celoso de Ex 20,5 que «castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación» que del buen Pastor. Pero por otra parte, causa admiración el vigor con que Zumárraga, tras las huellas de Erasmo, pone a Jesucristo en el centro de su catequesis y de su entusiasmo por dar a conocer los evangelios directamente a todos, hasta a los más humildes. Esta fue una reacción sana y oportuna, cuando en aquella época, la meditación sobre la pasión, heredada de la Edad media, tendía a cargar más el acento en la contemplación de los dolores del Crucificado para excitar el arrepentimiento, que en el seguimiento de Jesús, el asumir sus misterios, sus enseñanzas, sus actuaciones, sus opciones, su actitud profética, sus enfrentamientos con los distintos estamentos de la sociedad en la que le tocó vivir. En cuanto a la eclesiología, como aparece, por ejemplo, en el requerimiento, queda muy corta: más se parece a un compendio de derecho eclesiástico que a una reflexión de fe sobre la koinoníade los discípulos de Cristo. La eclesiología del Catecismo romano resulta más rica que la del III concilio limense. El Tercero cathecismode Lima llega a afirmar que «todos los que no son cristianos se condenan». Por otra parte, en la línea de la escuela salmantina, se encuentra en varios catecismos, por ejemplo el de fray Pedro de Córdoba o el de fray Luis Zapata de Cárdenas, apuntes valiosos sobre la dignidad del hombre, muy oportunos en el contexto de la conquista y la colonización. La Sagrada Escritura estuvo bastante presente en la catequesis colonial, aunque no siempre en los catecismos. Cuando uno estudia, por ejemplo, las décimas a lo divino que improvisaban antaño nuestros juglares, uno se admira de sus constantes referencias bíblicas. Lo mismo se puede decir de algunos sermonarios, por ejemplo el de Francisco de Avila, donde las citas de la Escritura fluyen espontáneamente; eso sí, más a menudo con sentido acomodaticio que literal. Desgraciadamente la palabra de Dios estuvo, en parte, frenada entre nosotros a causa de la crisis luterana. Poco a poco, sobre todo después de Trento, se retiraron en el siglo XVI las traducciones en romance o en lenguas indígenas por miedo a malas traducciones y a lecturas distorsionadas. Las traducciones a lenguas indígenas, copiadas y recopiadas a mano, se prestaban a muchos errores. Pero los primeros frailes

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eran hombres de la Biblia, y esto se manifestaba en las distintas formas de transmitir el mensaje evangélico. Los franciscanos reformados, por ejemplo, se comprometían a leer toda la Biblia cada tres años. Zumárraga, el primer obispo de México, animaba su círculo bíblico doméstico cotidiano en su modesto rancho de Tenochtitlán. En la línea de la mejor tradición de su orden, y de acuerdo con Erasmo, deseaba que los evangelios y las epístolas estuviesen en manos de todos, de los ignorantes, las mujercillas y los indios más humildes. No entendía que la Biblia estuviera separada de la catequesis. Frente al peligro luterano, Trento redujo provisionalmente la lectura de la Biblia al texto latino de la Vulgata, dejándola al alcance exclusivo de los letrados. Lo malo es que lo provisional duró, por desgracia, hasta el siglo pasado. 7. Los MÉTODOS. El más efectivo era, indudablemente, el testimonio de vida de algunos misioneros santos, pobres, cercanos, inculturados en la vida indígena. En el primer contacto con los indios, estos hombres de Dios dejaban muy en claro que no esperaban ninguna paga, que no habían sido enviados «a cosa ninguna temporal, sino por solo amor vuestro, solamente por haceros misericordia». Pero no todos eran tan mansos y humildes de corazón. A menudo la letra con sangre entraba. Un sínodo de Lima recordaba a los doctrineros que estaban llamados a ser pastores, no verdugos. Se prohibió el uso de los cepos. Los latigazos no debían ser administrados por el sacerdote, sino por un laico. Se daba mucha importancia a la memorización, especialmente de las cuatro oraciones. La doctrina era intensiva para los niños (dos horas o más diarias), frecuente para los demás (domingos y fiestas, o más). Algunos catequistas fueron muy creativos, usando el canto, el teatro, las pinturas, los pictogramas y las procesiones para dar más solemnidad. Después de un momento en que se pensó que la convivencia de los indios con los españoles sería formadora, pronto se pasó a la reducción, o sea, la constitución de poblaciones de indios separadas, para evitar el escándalo de los cristianos codiciosos y amancebados, cuya vida no era coherente con su fe. No todos los nativos se adaptaban a la vida en población, pero se sabe de algunos que, después de visitar una reducción y de ver la vida feliz de otros nativos, pedían un fraile para que los adoctrinara. En las reducciones y en muchas doctrinas, la catequesis estaba organizada con mucha seriedad, con un conjunto de medios impresionante. La preparación era breve (un mes, escasamente tres, excepcionalmente tres años en la primera evangelización de fray Ramón Pané). En algunas partes, y en ciertas épocas, debido a una interpretación demasiado estrecha del adagio Extra ecclesiamnullaomninosalus, predominó el bautismo instantáneo, pues creían que el que no recibía las aguas del bautismo irremediablemente iba a parar al infierno. Mucha importancia tuvo la liturgia solemne. Los indios eran muy sensibles al esplendor del culto (cf carta de Juan de Zumárraga al emperador Carlos V).

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II. La independencia La independencia marcó una clara desaceleración en la catequesis. Numerosos sacerdotes y religiosos españoles, perplejos frente al movimiento de independencia, fueron expulsados o prefirieron regresar a la madre patria dejando abandonadas numerosas parroquias y doctrinas. Por otra parte, no pocos sacerdotes criollos estaban demasiado ocupados en luchar por la independencia como para poder cumplir cabalmente con su ministerio de catequistas. Otros, enfrentados por el fenómeno de las Luces, no habían optado claramente entre Bentham y Jesucristo. Por otra parte, la actitud desconfiada de la Santa Sede ante los nuevos estados americanos hizo que la elección de nuevos obispos se retrasara notablemente y que muchas diócesis quedaran vacantes durante largos años, a veces décadas. Por todas estas causas, la primera mitad del siglo XIX fue poco creativa en el terreno catequístico. Las pocas obras catequísticas que aparecieron en aquel período tormentoso eran a veces meras variaciones de Astete o Ripalda; otras reflejaban las ideologías del momento: o invitaban a someterse a la monarquía o apoyaban el ideario republicano. En diferentes países, las campañas de los liberales contra la Iglesia, sus colegios y sus comunidades religiosas, reforzaron la tendencia multisecular de intolerancia ante la masonería y ante las demás religiones y una desconfianza en las libertades democráticas. Predominaba una concepción individualista de la fe, se manifestaba «cierta predilección por los modelos autoritarios de gobierno eclesial y político, combativo frente a las nuevas corrientes liberales y socialistas» (E. García Ahumada), que durante mucho tiempo dejará poco espacio a la doctrina social de la Iglesia. Un cambio notable y positivo se notó en la segunda mitad del siglo XIX. Un fuerte soplo misionero barría Europa. Varias congregaciones religiosas llegaron a América latina con sus métodos propios, sus textos de catequesis, su cultura religiosa. Esta providencial inmigración de nuevos apóstoles, si bien marcó un paso atrás en la inculturación del evangelio, que de todos modos siempre había sido muy limitada, aportó, sin embargo, un nuevo ardor en la evangelización y la catequesis. Las nuevas congregaciones llegaban con el entusiasmo de sus fundadores o reformadores. Crearon seminarios y colegios, multiplicaron las misiones urbanas y rurales, aportaron una sangre nueva a todos los niveles de una Iglesia que estaba dando señales de agotamiento. Entre los nuevos catecismos para América que empezaban a circular, se destacan los de Fleury, Aymé, Deharbe, Gaume, Dupanloup... En general, no desplazaron, sino que vienen a acompañar a Astete y Ripalda, que siguieron vigentes hasta bien entrado el siglo XX, y cuyas variaciones no han desaparecido del todo hasta hoy. Una de las grandes novedades de esa época fue la llegada masiva de comunidades apostólicas femeninas, que renovaron completamente el rostro de la actividad pastoral. Durante la colonia, las monjas quedaban encerradas en sus claustros. Allá podían entregarse a la educación cristiana de las niñas, especialmente de las niñas pobres. Hubo también beatas,

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laicas consagradas, que aportaron mucho a la educación femenina. Pero la llegada de las comunidades europeas femeninas de monjas en la calle, como las Hijas de la Caridad, es un fenómeno nuevo, cuya importancia difícilmente se puede exagerar. En muchas diócesis, estas mujeres valientes, generosas y lúcidas llegarán a asumir la mayor carga pastoral en hospitales, orfanatos, colegios, asilos, trabajo parroquial, evangelización, catequesis, etc.

VATICANO II Y CATEQUESIS SUMARIO: I. Principios conciliares e identidad de la catequesis: 1. La teología renovada de la Revelación y de la fe; 2. La nueva teología de la Iglesia; 3. Nueva concepción de evangelización y ecumenismo; 4. Nuevos horizontes antropológicos, culturales y sociales. II. Orientaciones expresas sobre la catequesis: 1. Importancia y finalidad de la catequesis; 2. Lugar de la catequesis en la acción evangelizadora de la Iglesia; 3. Nuevo rostro de la catequesis. III. La catequesis según la renovación conciliar. IV. Presentación catequética del Vaticano II. Entre las fuentes de la catequesis tiene una importancia particular el magisterio eclesial, y dentro de él la doctrina del Vaticano II (1962-1965). Iniciativa personal de Juan XXIII, este concilio es el acontecimiento eclesial más relevante del siglo XX, que «contribuyó a un cambio profundo de cosmovisión cristiana, ya que fue el final de la contrarreforma, el reconocimiento de los valores de la modernidad y el redescubrimiento de una nueva conciencia de Iglesia» (C. Floristán). El proyecto conjunto del concilio esbozado por el card. Suenens (Malinas-Bruselas), a petición de Juan XXIII y apoyado por el card. Montini (Milán) y otros cardenales, se propuso abordar, como tema único, la Iglesia en sus relaciones hacia dentro y hacia fuera de sí misma. De ahí los cuatro objetivos conciliares: profundizar en lo que es la Iglesia; renovarla internamente; favorecer la unión de los cristianos, y establecer un diálogo con el mundo contemporáneo. Pablo VI desarrolló estos fines en el discurso de apertura de la segunda sesión conciliar (29.4.63). «La mirada que la Iglesia ha dirigido hacia sí misma en el Concilio no es de ensimismamiento; quiere, más bien, actualizando su conciencia, potenciar la obediencia a Dios y la disponibilidad apostólica» (R. Blázquez). La evangelización del mundo contemporáneo es la meta del Vaticano II. «El misterio de la Iglesia y la misión de la Iglesia, he aquí el argumento sobre el cual gira el Concilio» (card. Montini). Es un Concilio preferentemente pastoral, que presenta la fe teniendo en cuenta al hombre concreto.

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El Vaticano II no trató directamente de la catequesis. Esta aún no había cristalizado en una reflexión tan sistematizada como para ser objeto de reorientación conciliar. Son las grandes cuestiones del Concilio las que ayudarán a revisar los principios sobre los que se venía reconstruyendo la catequesis. «Piénsese en la nueva visión teológica de la Revelación y de la fe (Dei Verbum), de la evangelización (Ad gentes) y de la Iglesia (Lumen gentium, Sacrosanctumconcilium, Ad gentes, Gaudium et spes); en los nuevos horizontes antropológicos y culturales abiertos, con los puentes lanzados a la 'cultura moderna, a las confesiones no católicas, a las religiones no cristianas (Gaudium et spes, Dignitatishumanae, Unitatisredintegratio, Nostraaetate, Ad gentes), etc». Todo ello incidirá en 40 la actividad catequética . Pero la mayor repercusión, por su afinidad con la Palabra, vendrá desde la Dei Verbum. Su objeto es la palabra de Dios, que el magisterio supremo «escucha devotamente, custodia religiosamente, y expone con fidelidad» (DV 10). Es decir, DV quiere revitalizar, con la Escritura, «el ministerio de la Palabra, que incluye la catequesis» (DV 24). I. Principios conciliares e identidad de la catequesis La acción catequética se renueva según el espíritu conciliar cuando queda iluminada y transformada por él en lo referente a su identidad, finalidad, mensaje evangélico, destinatarios, metodología, y ámbitos y sujetos activos de la misma. Los principios conciliares de este capítulo afectan, sobre todo, a la identidad, finalidad y sujetos de la catequesis. 1. La teología renovada de la revelación y de la fe (DV) a) Revelación y fe. En la última cena con los apóstoles, Jesús prometió enviarles el Espíritu: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Y la Iglesia continúa entregando a las futuras generaciones «el evangelio íntegro y vivo en ella misma» (DV 7), a la vez que sigue atenta al Espíritu para crecer en la comprensión integral de las cosas y palabras transmitidas (cf DV 8). En el último siglo, la Iglesia ha pasado de concebir la Revelación y la fe en clave noética (de verdades y de inteligencia) a concebirla en clave interpersonal (de encuentro entre Dios y la persona humana). La Revelación. «Plugo a la sabiduría y bondad (de Dios) —dice el Vaticano I— revelarse a sí mismo al género humano y revelar los secretos eternos de su voluntad por un camino sobrenatural (Heb 1,1). Dios, en su infinita bondad, ha ordenado al hombre a un fin sobrenatural, a fin de que participe de los bienes divinos que sobrepasan totalmente lo que puede entender la mente humana (1Cor 2,9)» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei Filius[Dz 1785-1786]). Es decir, el arranque es personalista,

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pero se acaba poniendo el acento en términos impersonales y suprarracionales (bienes divinos, que sobrepasan la mente humana). «Quiso Dios con su bondad y sabiduría —dice, en cambio, el Vaticano II— revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfEf 1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de su naturaleza divina (cfEf 2,18; 2Pe 1,4). En esta revelación, Dios invisible (cf Col 1,15; 1Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf Ex 33,11; Jn 15,1415), trata con ellos (cf Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2). La Revelación aquí es la automanifestación y donación de Dios mismo; su mediador y plenitud, Cristo, el Hijo encarnado, en unión con el Espíritu. La palabra de Dios, antes que libro inspirado y verdad revelada, es presencia y acción desbordante de Dios en la comunidad humana, en clave de comunicación de sí mismo. «De esta forma el concepto de Revelación queda integrado en el decisivo de comunión (cf DV 1 con lJn 1,2ss.)» (S. Pié-Ninot). Por esto, al ser la Revelación «acción de Dios en la historia, el acto revelador es acto salvador, Dios actúa en los acontecimientos, y las palabras (de los profetas) desvelan esa presencia liberadora» (R. Lázaro). El acontecimiento central de esa Revelación en su plenitud es Jesús de Nazaret. Toda su vida —y sobre todo su muerte y resurrección— es la completa revelación de Dios. Por fin, «es una revelación unida a la Iglesia como oyente, servidora, actualizadora y presencializadora de la misma por el Espíritu, en el hoy de los hombres en toda su realidad de tradición viva (cf DV 8-10)» (A. Cañizares). Sin embargo, esta revelación interpersonal no olvida las verdades reveladas, porque «comunica los bienes divinos que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana» (DV 6). La fe. Según el Vaticano I, «estando la razón creada completamente sometida a la Verdad increada, estamos obligados, cuando Dios se revela, a prestarle por la fe la plena sumisión de la inteligencia y de nuestra voluntad». Por esta fe, «ayudados por la gracia de Dios —continúa el concilio— creemos verdadero lo que él ha revelado por la autoridad del mismo Dios, que revela» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei Filium[Dz 1789]). Según esto, la fe queda emparentada con la inteligencia, y su objeto es «tener por verdadero lo que Dios revela». Esta dimensión cognoscitiva de la fe arraigó especialmente desde la reforma protestante, con la propuesta de su fe nueva, y se afianzó más tarde frente al racionalismo. En cambio, para el Vaticano II, el hombre «por la fe se entrega total y libremente a Dios, le ofrece el homenaje pleno de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (DV 5). Es decir, esta concepción

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personalista de la fe sintoniza con la Revelación contemplada como oferta interpersonal de Dios Salvador2. La fe no es sólo la aceptación de las verdades de Dios; es, además y sobre todo, la respuesta positiva y personal —inteligencia, afectividad, voluntad— a Dios y a incorporarse a su proyecto de liberación humana integral «en Cristo, el Hijo amado». Esta fe equivale a «sentirse seguro», a «apoyarse sobre, y por consiguiente, en el plano espiritual, a confiar en» (Y. Congar). Creer en Dios es decir amén a Dios, que es fiel a sus promesas y poderoso para realizarlas. b) Revelación, fe y catequesis. Cuando la Revelación era concebida como comunicación de verdades reveladas y aceptadas por la fe como verdaderas, la catequesis se movía en clave de iluminación cristiana de la inteligencia por los datos revelados y de su retención en la memoria religiosa. El cristiano así era un creyente ilustrado. Concebida la Revelación como palabra de Dios, y la fe como actitud personal, descubrimos el nuevo rostro de la catequesis. Esta, como servicio de la Palabra, es, ante todo, iniciación al encuentro personal con Cristo, el Señor, en que él nos comunica el misterio vivo de su Persona y su proyecto de salvación y comunión. A su vez, la fe es comunión vital con él y con las personas vinculadas a él. La catequesis, como servidora de la palabra de Dios que se encarna en las culturas (cf GS 58), favorece esta inculturación para hacer más transparentes las llamadas que Dios hace a los hombres de todos los tiempos y lugares (GS 44). Y la fe es respuesta operativa al servicio del mundo. La catequesis, por fin, como servidora de la Palabra, don del Espíritu, necesita un clima de acogida y docilidad al mismo, sin limitarse al apoyo de las leyes humanas de la comunicación y de la organización; exige momentos de oración y contemplación. A su vez, esta fe se vive como don gratuito necesitado del aliento del Espíritu. En conclusión, la identidad de la catequesis queda enriquecida desde el Concilio, al quedar actualizados sus fundamentos teológicos: la Revelación y la fe que, además de hacerla más fiel a los datos revelados, la pone en mayor sintonía con las gentes de hoy. 2. La nueva teología de la Iglesia (LG, SC, AG). En realidad, todo el Concilio es eclesiológico, la eclesiología está dispersa en todos sus documentos. Una Iglesia que se comprendía a sí misma como sociedad perfecta, árbitro de toda verdad e institución fuertemente jerarquizada bajo la autoridad del Papa, ha pasado a ser, en el Vaticano II, «pueblo de Dios en marcha, misterio y acontecimiento, sacramento de salvación y tradición, presente en el mundo y servidora del mundo, misionera y evangelizadora, una Iglesia de comunión y comunidad dinámica, abierta al futuro y al pobre»3. a) Cuatro aspectos importantes. De estos rasgos subrayamos: sacramento de salvación, pueblo de Dios y comunión, y añadimos el de comunidad litúrgica. 1) Quizá la designación de la Iglesia como sacramento de salvación sea «la más original e importante del Concilio» (C. Floristán). Ella es el sustrato de todas las afirmaciones eclesiológicas

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posteriores4. Significa que la Iglesia queda radicalmente referida a Jesús, no sólo en cuanto fundada por él, sino sobre todo en cuanto, como continuación de su misma encarnación humano-divina; referida a su misión salvadora y a su condición de servidora: no es para sí misma, existe desviviéndose en el servicio. En ella no hay lugar para autocomplacencias, triunfalismos o clericalismos. 2) La Iglesia, pueblo de Dios, significa que ella se comprende a sí misma como construcción divina en la historia. Sugiere que es continuación del pueblo de Israel, destinada a todos para mostrarles, desde la historia, la vocación radicalmente fraterna de la humanidad. Todos somos llamados gratuitamente a vivir la dignidad de hijos, bajo el mandamiento nuevo, y destinados al Reino definitivo de Dios, iniciado ya en este mundo (LG 9). Todos estamos llamados al ministerio de la Palabra, a la profesión de la fe (LG 12) y a su expresión misionera (LG 17). «Ninguna diferencia posterior podrá anular la fundamental fraternidad cristiana que nace de esta idéntica vocación» (O. González de Cardedal). 3) La Iglesia como comunión es un concepto muy hondo, que subyace a toda la reflexión conciliar, pero que no se explicita en ningún documento. Relaciona y vincula la realidad de la familia trinitaria con la realidad eclesial de la historia. La comunión se da entre Dios y los hombres; entre los miembros de la Iglesia y Cristo, su cabeza; entre los apóstoles y Pedro, y los obispos y el Papa; entre las Iglesias locales; entre la Iglesia católica y otras Iglesias y comunidades cristianas; entre la Iglesia y la humanidad. Esta comunión está llamada a superar todos los individualismos y recortes eclesiales. La Iglesia es, a la vez, institución y comunión. 4) Por fin, la Iglesia es consciente de que la acción culminante –a la que tiende– y la acción fontal –de donde mana toda su fuerza– es la liturgia, a la que ella, como cuerpo de Cristo, es asociada por él como cabeza, para lograr con la máxima eficacia la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación del Padre (cf SC 5-8 y 10). La liturgia es patrimonio de todo el pueblo cristiano, porque, al incorporarse los bautizados a un cuerpo sacerdotal, «las acciones litúrgicas pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan» (LG 10-11 y SC 26). b) Iglesia conciliar y catequesis. Porque la Iglesia es sacramento de salvación, es decir, del reino de Dios entre los hombres, es signo y a la vez anuncio y presencia germinal del proyecto salvador de Dios sobre la humanidad, mediante el testimonio de valores como la fraternidad, la unidad, la libertad, la felicidad, la vida. Por estos valores vividos, el pueblo de Dios refleja la presencia del Señor (cfGál 4,19). Este sacramento de salvación es, pues una comunidad testificante, y sólo en cuanto tal puede ser comunidad confesante. Pues bien, la catequesis es la expresión privilegiada (cf CD 13) de esta confesión-transmisión. Por tanto, «no a una catequesis al margen de la misma comunidad de fe y de vida. Sí a una catequesis integrada en la comunidad que reza, celebra y da testimonio» (J. M. Rovira Belloso). 1) Como pueblo de Dios, la Iglesia participa del carácter profético de Cristo cuando da testimonio vivo de él por la fe y el amor. Más aún, la totalidad de los fieles, «bajo la dirección del magisterio al que obedece con fidelidad, recibe no ya una simple palabra humana, sino

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la palabra de Dios (cflTes 2,13; LG 12). Es decir, todo el pueblo de Dios es responsable de que el evangelio siga vivo en la Iglesia (cf DV 10). La Iglesia entera, obispos y fieles, es depositaria del evangelio del Reino para ser su transmisora (cf DV 7). Por eso la Iglesia es esencialmente tradición; y, como tal, actúa en la catequesis, en la que no transmite más que su propia experiencia del evangelio, la tradición apostólica. Ella misma, la catequesis eclesial, es un acto de tradición viva, que los catequizandos reciben de forma activa y creativa. Mediante la catequesis y los sacramentos de la iniciación —celebrados o renovados—, la Iglesia realiza la iniciación o reiniciación cristiana, la transmisión de su propia vida. En este sentido, la catequesis es la transmisión maternal de la fe de la Iglesia. Y de esta maternidad eclesial participan de forma eminente las comunidades cristianas –y, en concreto, las parroquiales–, así como los propios catequistas (cfCAd 106-110). 2) Como comunión, la Iglesia es una trama de relaciones de orden humano y divino, Iglesia teándrica y comunitaria. Y si toda acción de Iglesia es reflejo y expresión de la vida de la comunidad eclesial, la catequesis no puede ser simplemente tarea única de la persona que la presida, sino acción de toda esa comunidad vertebrada según carismas y ministerios. La comunidad entrega esta responsabilidad catequética a cristianos debidamente capacitados. Y, naturalmente, el objetivo primordial de la catequesis es iniciar a la experiencia eclesial y a la vida comunitaria, pues la fe viva que ella comunica es la fe de la Iglesia (LG 11; DV 8, 25). 3) En razón de su vinculación vital con la liturgia, la Iglesia está llamada a realizar la catequesis litúrgica (cf SC 14, 19, 33-35), para preparar a los creyentes a la celebración de los sacramentos y animarlos a las obras de caridad, piedad y apostolado (cf SC 9). Pero uno de los aspectos más originales del Concilio, que relaciona liturgia y catequesis como en los primeros tiempos, es la restauración del catecumenado de (jóvenes y) adultos, «destinado a la adecuada formación catequética» (cf AG 14), como una «escuela preparatoria de la vida cristiana, introducción a la vida religiosa, litúrgica, caritativa y apostólica del pueblo de Dios» (DCG 130; cf DGC 88-91). 3. Nueva concepción de evangelización y ecumenismo (AG, UR). a) Evangelización y ecumenismo. Durante los años 60 y parte de los 70, el término evangelización tenía un sentido limitado al anuncio del evangelio a los no creyentes en orden a su conversión. En el Vaticano II el término, en general, adquiere «significados más amplios» (E. Alberich). De hecho, el término evangelización en AG abarca todas aquellas acciones que llevan a las personas a pasar de la no fe a la fe, a madurar su fe y a integrarse en la comunidad cristiana mediante la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (AG 1-14). Efectivamente, expuesta la teología de la misión con acento trinitario y cristológico (AG 1-4) y la condición misionera de la Iglesia (AG 5-6), el decreto Ad gentes expone la actividad misionera completa con esta dinámica: la Iglesia, encarnada en los grupos humanos en seguimiento de Cristo, testimonia la vida de Jesús mediante el diálogo y la caridad fraterna

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y social (AG 11-12); anuncia a Cristo a los no creyentes, invitándolos a convertirse a él —la fe inicial— (AG 13); acepta a los creyentes en el catecumenado, verdadero noviciado convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, para iniciarlos en el misterio salvador de Cristo, en las costumbres evangélicas, en los ritos litúrgicos y en la caridad del pueblo de Dios; por fin, la Iglesia celebra con ellos los sacramentos iniciatorios (bautismo y confirmación) y los introduce en la comunidad cristiana por su participación en la eucaristía (cf AG 14). Después de esta incorporación a la comunidad, los cristianos empiezan su vida de adultos en la fe, en búsqueda de su crecimiento permanente en la vida cristiana, con todas sus consecuencias (AG 15ss). La comunidad es la expresión de la presencia de Dios y de Cristo en el mundo. El ecumenismo. Después de siglos de división desedificante entre los cristianos, el Concilio trata del movimiento ecuménico, reconocido ahora como obra del Espíritu Santo (UR 4). El cambio de actitud de la Iglesia católica es evidente. «El concepto de unidad de la Iglesia se fundamenta en la naturaleza de esta como instrumento de salvación dotada de la plenitud de medios que, según el decreto Unitatisredintegratio, adorna a la Iglesia católica» (A. González Montes). Esto supuesto, constatamos que la Iglesia católica, de sentirse única poseedora de la verdad, pasa a la aceptación de que las otras Iglesias y comunidades cristianas contienen también «elementos que edifican y dan vida a la propia Iglesia» (UR 3). A la exigencia de una unidad uniformista de antaño, sucede el reconocimiento de cuanto hay de legítimo en las Iglesias de Oriente y en la Reforma protestante. De la unidad de las Iglesias como retorno de disidentes, la Iglesia acepta la propia responsabilidad en su disidencia, y la exigencia de conversión y oración fraterna, a la vez que impulsa el diálogo interconfesional entre teólogos, atendiendo a la jerarquía de verdades dentro de la doctrina católica (UR 11), según su diversa conexión con el fundamento de la fe cristiana5. b) Evangelización y ecumenismo conciliares y catequesis. Ad gentes presenta una eclesiología ascendente, es decir, nos descubre a la Iglesia haciéndose en la historia y, por tanto, manifestando el lugar dinámico que ocupan las diversas acciones eclesiales. Las acciones que dan ser a la Iglesia son tanto las de carácter directamente misionero (testimonio, caridad personal y social y el anuncio de Jesucristo a los no creyentes [AG 11-131) como las de carácter catecumenal o catequético, es decir, todas las que se desarrollan en el catecumenado (palabra, celebración, testimonio), en etapas progresivas y durante un tiempo suficientemente prolongado, hasta la incorporación de los cristianos en la comunidad cristiana por los sacramentos de la iniciación (AG 14-15). Esto quiere decir que, dado el clima misionero que se vive —ya en tiempos del Concilio y actualmente—en los países de tradición cristiana, a causa del cambio socio-cultural y del secularismo poscristiano, la catequesis hoy queda impregnada de la actividad misionera completa tal como lo expresa Ad gentes, esto es: la catequesis suscita en primer lugar la fe-conversión inicial, o al menos favorece la maduración de esta fe-

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conversión inicial (dimensión misionera de la catequesis) y, en segundo lugar, ayuda seguidamente a madurar todos los aspectos de la fe: la experiencia de comunión vital con Cristo, la experiencia celebrativa, la vivencia de las actitudes, costumbres evangélicas, y la preocupación apostólica por el Reino (dimensión catecumenal de la catequesis o catequesis integral), hasta introducir a los creyentes en el «único pueblo de Dios», la comunidad cristiana, mediante los sacramentos de la iniciación (cf AG 14-15)6. La catequesis también alimentará, según el decreto Ad gentes, el espíritu ecuménico entre los recién convertidos, o recién recuperados para la fe viva, «con el fin de que aprecien que los hermanos que creen en Cristo son sus discípulos, regenerados por el bautismo, partícipes con ellos de los innumerables bienes del pueblo de Dios» (15e). En esta línea, la catequesis colaborará en la formación ecumenista, en la oración ecuménica y en el mutuo conocimiento de los cristianos (UR 5-12). La jerarquía de verdades es un principio teológico-ecuménico, pero también catequético. «Esta jerarquía significa que algunas verdades se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas. Tenga en cuenta la catequesis esta jerarquía» (DCG 43; DGC 114-115). De aquí nacen dos aplicaciones concretas: 1) El fundamento o corazón de la fe es este: Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios vivo; fue crucificado, murió por nuestros pecados y fue sepultado, y Dios Padre lo resucitó. Dios es el Padre de Jesucristo. Jesús es y revela el hombre nuevo. Envía al Espíritu desde el Padre. El Padre congrega a su Iglesia por el Espíritu. La Iglesia peregrina espera el retorno del Señor Jesús». Es decir, «el conocimiento de Jesús (el Cristo) condiciona, ¡gracias a Dios!, cuanto los cristianos podemos saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre la Iglesia» (E. Malvido). ¡En el mensaje cristiano no está todo en el mismo plano! 2) El fundamento o corazón de nuestra fe es una doctrina, pero, sobre todo, es una experiencia de fe vivida en la Iglesia, de la cual procede la doctrina cristiana. Es decir, la catequesis está llamada a introducir a todo catequizando: en el misterioso encuentro con Jesús, muerto pero viviente, con su Padre, que es nuestro Padre, y con su Espíritu, que también es nuestro; en el descubrimiento vivencial de la condición humana, renovada y revelada en Jesús, el Señor, y en la experiencia fraterna del Reino, que es la comunidad eclesial vivificada por el Espíritu. La doctrina correspondiente «será la parte explicativa del misterio que se vive o celebra» (J. M. Rovira Belloso). 4. Nuevos horizontes antropológicos, culturales y sociales (GS). a) Los contenidos de la Gaudium et spes. Por primera vez un Concilio tiende una mirada a la realidad total de la Iglesia, del mundo y de la sociedad. En el discurso de apertura de la segunda sesión (29.9.63), Pablo VI dijo: «La Iglesia mira (al mundo) con sincera admiración y con sinceros deseos no de dominarlo, sino de servirlo..., de brindarle consuelo y salvación». Junto a la palabra mundo, el Concilio ha pronunciado los términos sociedad e historia. Y durante la sesión de clausura del concilio

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(7.12. 65), Pablo VI reflexionó así: «Quizá nunca como en este sínodo se había sentido impulsada la Iglesia a conocer a la humanidad que le rodea, a valorarla con justeza y a poner en sus manos el mensaje evangélico y hasta amarla en sus mismas rápidas transformaciones». Esta actitud maduró durante el Concilio, pues la Iglesia se había sentido ajena a la cultura humana en los siglos anteriores7. La Iglesia, sin olvidar los datos esenciales de su doctrina, tiene presentes las situaciones concretas de las personas y de los pueblos; sólo así la Revelación podrá llegar al corazón de sus contemporáneos e invitarles a convertirse al único Salvador. «La Iglesia se hace servidora de la humanidad» (M. Van Caster). En la primera parte de la Gaudium et spesse desarrolla la doctrina cristiana sobre el hombre, clarificado como ser misterioso en el misterio de Cristo, Hombre nuevo (GS 12-13, 19-22). La doctrina sobre el carácter comunitario de la persona humana (GS 23-31) queda iluminada por Cristo, solidario de todo hombre (GS 32). La enseñanza sobre la actividad humana en el mundo (GS 33-37) es llevada a la perfección por el Cristo pascual, consumador de la historia humana (GS 38-39). Por último, se describe la actividad de la Iglesia en el mundo (GS 40-44) y a Cristo como consumador de todo en el Reino definitivo (GS 45). En la segunda parte se contemplan, a la luz de los principios expuestos, cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: el matrimonio y la familia, la cultura, la vida económico-social, etc. Gaudium et spesha supuesto un gran cambio de relaciones entre la Iglesia y el mundo, al superar la postura católica antimoderna. b) Principios y cuestiones de Gaudium et spes y catequesis. La Gaudium et spesno acepta ni la separación Iglesia-mundo (dualismo) ni la absorción de la Iglesia en el mundo (monismo); ofrece formulaciones que indican, a la vez, distinción e interpenetración. «La Iglesia surge de la humanidad, es la misma humanidad elevada a un grado superior de vida nueva» (Pablo VI). Esta estrecha relación Iglesia-mundo, tiene repercusión en la catequesis. Los sujetos de esta están circunstanciados por múltiples relaciones mundanas. Es decir, el mundo (los acontecimientos, las experiencias, las relaciones sociales) es fuente (material) de la catequesis, con la que la acción catequética tiene que contar intrínsecamente, si quiere ser transmisión de la fe a personas de este mundo (cf CD 12). A su vez, los responsables de la catequesis prepararán catequistas, que hagan posible en los niños, jóvenes, adultos y tercera edad, la interpenetración de este mundo con los valores evangélicos del mensaje cristiano ya en el mismo grupo. Y lo harán evitando una catequesis de la huida del mundo y ayudando a que los valores humanos (mundanos) sean descubiertos, en el discernimiento de la palabra de Dios, como transidos de la vida nueva que da el Espíritu del Resucitado8. «Todos los valores humanos son susceptibles de ser vividos como valores del Reino» (M. Van Caster [cf CD 121). En una autocomprensión más explícita que la de antaño, la Iglesia es consciente de que, «con la fuerza del evangelio que le ha sido confiado»

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(GS 41), primero, ayuda a cada hombre (le descubre el sentido de su dignidad [cf GS 411); segundo, ayuda a la sociedad humana (reconoce la evolución hacia la unidad que se encierra en su dinamismo social y lo apoya [cf GS 421) y, tercero, presta ayuda a la actividad humana, a través de los cristianos (los laicos creyentes, en cuanto ciudadanos, están llamados a asumir sus responsabilidades cívicas [cf GS 431). Es decir, toda esta promoción integral del hombre y transformación de la sociedad pertenece esencialmente a la misión de la Iglesia y, por tanto, a la catequesis. Así, esta es una iniciación al servicio del hombre y del mundo para el advenimiento del Reino (cf GS 45). El enorme desarrollo de la doctrina social en el magisterio de la Iglesia y, sobre todo a través de la Gaudium et spes, ha ampliado el horizonte del compromiso cristiano y la sensibilidad social en los cristianos. Esto comporta en la catequesis la necesidad de iniciar a los catequizandos en la llamada Doctrina social de la Iglesia9. II. Orientaciones expresas sobre la catequesis 1. Importancia y finalidad de la catequesis. El decreto ChristusDominusdice que, entre las formas «para anunciar la doctrina cristiana, ocupan el primer lugar la predicación y la formación catequética» (13c). Y añade: la catequesis busca que «la fe, ilustrada por la doctrina, se haga viva, explícita y activa» (14). a) Sujetos y metodología. El sujeto de la acción evangelizadora y catequética es toda persona de cualquier condición social (cf LG 5, 13; CD 7, 13). En concreto, los obispos «demuestran la materna solicitud de la Iglesia para con los fieles e infieles, teniendo cuidado especial de los pobres y débiles, a los que el Señor les envió para evangelizar» (cf CD 13a). Vigilen que se catequice a los niños, adolescentes, jóvenes e incluso a los adultos (cf CD 14a) y que se reinstaure o perfeccione el catecumenado de adultos (cf CD 14c). En cuanto a la metodología, el Concilio pide que la formación catequética se lleve a cabo con orden y método respecto a la materia y a las facultades, edad y condiciones de vida de los creyentes (cf CD 14a), y que se promuevan el diálogo y el trato cordial que llega a convertirse en amistad (cf CD 13b; GS 1-2). b) Catequistas y lugares para la catequesis. Los agentes de la catequesis aparecen diversificados, pero cumpliendo la misma tarea. Como tales aparecen los obispos (CD 12-14), los presbíteros (LG 10, 28; PO 4), los religiosos y religiosas (cf AG 15, final; GE 12, conclusión; CD 33ss.), los padres (AA 11; GE 3, 6) y los catequistas seglares (AA 10; AG 15). Todos han de formarse: o en los seminarios (OT 19-21), o con una educación permanente (PO 19; OT 22); o en escuelas diocesanas y regionales (AG 17). «Todos han de estudiar asiduamente la Escritura» (DV 25a, 23). Todos han de aprender la doctrina católica (AG 17c), las leyes psicológicas y las doctrinas pedagógicas (cf CD 14b; OT 20-22), y la práctica pastoral, ejercitando «sin cesar la piedad y la santidad de vida» (AG 17c). Pero,

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sobre todo, han de vivir en sintonía con las personas, la cultura y la situación social, integrándose en estas desde la solidaridad evangélica, al estilo de Cristo (CD 13-15; PO 4, 6, 9, 19; OT 15; AG 25-26; GE 8, 12; AA 11, 28-32). Los lugares en que se desarrolla la catequesis son las instituciones educativas escolares o extraescolares (GE 3-5, 6-8). En cualquier caso, el Concilio pide que «se proteja la libertad religiosa» (DH 14-15). 2. Lugar de la catequesis en la acción evangelizadora de la Iglesia. La Gravissimumeducationisdescribe la formación catequética10 de una manera muy similar a como el decreto Ad gentes describe el catecumenado. Según esto, para el Vaticano II la formación catequética se identifica con la descripción del catecumenado primitivo. Y este «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas, y en los ritos sagrados que han de celebrarse en tiempos sucesivos, y sean introducidos en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios» (AG 14a). La catequesis aquí definida es una educación cristiana integral, un clima educativo que ayuda a madurar todos los aspectos de la fe o de la vida cristiana. Según esto, ¿qué lugar ocupa esta catequesis-catecumenado dentro de la actividad apostólica de la Iglesia? El decreto Ad gentes presenta el catecumenado-catequesis dentro de la acción misionera de la Iglesia (Ver más arriba). Recordemos que esta abarca: el anuncio del evangelio (con palabras y obras) para la conversión inicial (13), el catecumenado-catequesis (con los sacramentos de la iniciación) (14) y la formación de la comunidad cristiana (15). Por tanto, según el Vaticano II, no hay acción misionera completa (cf AG 6) si no se incluye la acción catecumenal-catequética, que madura la conversión primera e introduce a los catequizandos en la comunidad11. 3. Nuevo rostro de la catequesis. Según todo lo dicho, la catequesis conciliar es una escuela de vida cristiana integral, una iniciación a la vida cristiana: «Iníciense» (AG 14). Pero, al haber recuperado el Concilio conceptos fundamentales sobre el ser y el quehacer de la Iglesia, y también a causa del secularismo poscristiano que afecta al mundo, se han explicitado, matizado o precisado algunos aspectos de la catequesis como iniciación. Según esto, la catequesis: 1) En relación al ser humano que va a ser catequizado es exigencia de análisis de la situación humana, socio-cultural y religiosa en que se encuentra cada persona y cada sociedad, e iniciación a la realización integral de la persona real y a la transformación de su mundo en la dirección de los planteamientos cristianos de GS, AA, AG (el reino de Dios en nuestro mundo). 2) En relación al misterio de la salvación

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cristiana, es acto de tradición viva y servicio a la palabra de Dios, en cuanto anuncio de Cristo Salvador y liberador; iniciación a la lectio divina de la Escritura e iniciación a la respuesta generosa a la Palabra: es decir, educación de la fe. 3) En relación a la comunidad eclesial en que se realiza, es acción de Iglesia (la voz continuada del Esposo) en actitud convocante; iniciación a la experiencia eclesial y exigencia de mejora del ámbito comunitario como matriz de cristianos nuevos (el catecumenado o el clima catecumenal). 4) En relación a la liturgia y a la comunicación con Dios, es iniciación a toda la vida litúrgica, principalmente a la celebración de los sacramentos y, en especial, de la eucaristía, e iniciación a la oración individual desde la Escritura y los santos. 5) Y en relación a la sociedad secularista emergente y a los cristianos divididos, acoge la praxis misionera y ecuménica de Ad gentes y Unitatisredintegratio, y es ayuda a la maduración de la fe-conversión inicial; iniciación a la vida cristiana integral (re-iniciación cristiana); iniciación al sentido misionero hacia dentro y hacia fuera, e iniciación al interés por la unidad de los cristianos (ecumenismo). Siendo esto así, no extraña que el movimiento catequético en toda la Iglesia haya sido una de las acciones que más ha contribuido a la recepción del propio Concilio en la Iglesia. No obstante, este, consciente de no haber abordado a fondo una acción tan importante como la catequesis, y de haber aportado elementos que la podían revitalizar, pidió que se elaborara «un directorio de la formación catequética del pueblo cristiano, en el que se trate de los principios fundamentales y de la organización de esta formación y de la elaboración de los libros que a ella se destinen» (CD 44). En el Concilio está el germen de toda la evolución que la catequesis tendrá en los lustros siguientes. III. La catequesis según la renovación conciliar El Vaticano II ha dado luces para renovar la identidad de la catequesis. Sin embargo, esta, como acto de tradición viva transmite a las generaciones contemporáneas la fe de la Iglesia en fidelidad tanto a «lo recibido del Señor», y a lo que el Espíritu ha ido diciendo y dice a la Iglesia (cfJn 16,13; Ap 2,17; 2,28; 3,6.13.22), como a la persona humana actual, inmersa en un mundo cultual y socialmente muy evolucionado (cf GS). Pero, el Concilio ¿ofrece a la catequesis ese mensaje renovado que ha de seguir transmitiendo? El Vaticano II se propuso los objetivos que recordamos en la introducción (cf SC, introducción), entre los cuales no está la renovación del «misterio íntegro de Cristo» (cf CD 12; GE 2). Sin embargo, ofrece indicaciones en cuanto a la renovación del mensaje cristiano, que sintetizamos en tres propuestas complementarias. a) Cuatro pistas que se entrecruzan, e implican a Dios-Trinidad, a Cristo, a la Iglesia, al hombre y al mundo, según el pensamiento de G. Medica12: 1) La dimensión bíblica de la catequesis: Dios habla a los hombres en Cristo; 2) la dimensión eclesial-litúrgica y ecuménica de la catequesis: Dios actúa presente entre los hombres; 3) la dimensión

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antropológico-cósmica: Dios continúa encarnándose en el hombre; 4) la dimensión misionero-trinitario-eclesialcósmicade la catequesis: Dios impregna de sí mismo a los pueblos. b) Un mensaje único, histórico, salvífico y actual, tal como se presentó en las I Jornadas nacionales de estudios catequéticos (Madrid 1966)13. c) Un mensaje cristocéntrico, desde la «jerarquía de verdades» (UR 11). Este es un principio también catequético tanto en el orden de la verdad de fe como en el de la expresión de fe. Teóricamente todos los cristianos aceptamos que, dentro del mensaje de la salvación, unas verdades o realidades son más importantes que otras. «El mensaje cristiano no es una galería esplendorosa de verdades expuestas unas al lado de otras; son verdades entrañablemente relacionadas unas con otras» (E. Malvido). En el mensaje existen verdades que son el fundamento del restante edificio de la fe. Pues bien, el fundamento o razón de la fe cristiana es una Persona viva: Jesucristo crucificado, que ha resucitado y vive y sale al encuentro de cada persona de la humanidad (GS 1-4, 10, 18, 22, 32; SC 5-7d)14. Así pues, la tercera propuesta operativa que nos ofrece el Concilio consiste en presentar el mensaje evangélico, con la variedad de sus realidades: el Padre, el Espíritu Santo, la Iglesia, María, los sacramentos, el hombre nuevo, las realidades terrenas, los criterios morales evangélicos, la historia de la salvación, la oración, la muerte, la esperanza... presentar estas realidades, en relación existencial y noética con Cristo, el Señor resucitado y Emanuel. Así lo hace san Pablo en sus tareas misioneras y catequéticas. Para él, cualquier realidad de la Revelación es anuncio de Cristo e invitación a convertirse a él y a seguirle. El lo ve todo en Cristo: la Iglesia es el «cuerpo de Cristo» (Ef 4,12); creer es «aceptar a Cristo» (Col 2,5-6); el bautismo, «morir y resucitar en Cristo» (Rom 6,4); el matrimonio, un «gran misterio en Cristo» (Ef 5,32); las divisiones de los cristianos descuartizan el cuerpo de Cristo (1Cor 1,13); Dios es el «Padre de nuestro Señor Jesucristo» (2Cor 1,3); el testimonio, el «perfume de Cristo» (2Cor 2,15-16); la muerte es «vivir con Cristo» (2Cor 5,8); la vida de gracia, «vivir en Cristo» (Ef 2,11-13); María, la mujer de la que nació Cristo (Gál 4,4); el Espíritu Santo es «el Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), etc. El nuevo Directorio general para la catequesis (DGC) de 1997, que actualiza el Directorio general de pastoral catequética de 1971, recogiendo las aportaciones posteriores, se inspira totalmente en esta línea cristocéntrica del Concilio (ver, por ejemplo, los nn. 49, 51, 80, 97-100, 123, 235). El valor pedagógico-catequético de este cristocentrismo del mensaje se basa en el personalismo, que además de recuperar la matriz dialogal del cristianismo para expresar y comunicar los misterios de la fe, crea en las gentes de hoy una sintonía, un clima favorable a la vida, a la doctrina y a la espiritualidad cristianas (V. Schurr). IV. Presentación catequética del Vaticano II Este enunciado puede entenderse de varias maneras. La que parece más acertada en nuestro caso consiste en dar a conocer aquellos aspectos del mensaje cristiano que han quedado renovados en el Vaticano II y que han

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sido integrados en una síntesis orgánica de fe: Dios, Cristo y el Espíritu; el proyecto de Dios y la historia de la salvación; la Revelación y la fe; la Iglesia y María; el hombre caído y redimido, las realidades terrenas y la salvación, la actividad humana en el mundo, la liturgia, el laicado, el ecumenismo, la acción misionera, el episcopado, los criterios morales, etc. Esto es lo que ha hecho el Catecismo de la Iglesia católica (CCE). La enseñanza ordinaria de la Iglesia, propia de todo catecismo, ha sido actualizada por él con los datos renovados del Vaticano II. El CCE no es un catecismo conciliar, pues ni lo mandó elaborar el Concilio, ni es una síntesis de los documentos conciliares. Podría llamarse conciliar en el sentido de que la síntesis orgánica de fe que presenta, asume e integra, de forma resumida, las enseñanzas del concilio, tras un esfuerzo por recoger la esencia de sus documentos. «Lo reconozco —dice el Papa— como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunidad eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe» (FD 4). No obstante, «por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido como en el método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de las distintas edades, de los diversos estadios de la vida espiritual, de las situaciones sociales eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden a los catecismos propios de cada lugar y, más aún, a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles» (CCE 24). Esto quiere decir que la presentación catequética del Vaticano II se podrá hacer más adecuadamente a través de los catecismos locales que surjan en cada lugar, o de aquellos que queden homologados como catecismos locales. El Vaticano II ha enriquecido notablemente la acción catequética. ¿No se deberá esto, de algún modo, a que el propio Concilio se dejó modelar por el talante de la catequesis? Pablo VI llegó a llamarlo «el gran catecismo de los tiempos modernos» (cf CCE 10).

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NOTAS: 1. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 12. — 2 En este tema seguimos la obra anterior de E. Alberich, 60-77, 100-109. — 3. A. CAÑIZARES, La catequesis española en el proceso de acogida del Vaticano II, 4 Teología y catequesis 1 (1982) 48. – Cf O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, en 5 AA.VV., Vaticano II. Documentos, BAC, Madrid 1993, 49-68. — A. GONZÁLEZ MONTES, en ib, 602-607. — 6. Estos conceptos serán profundizados desde mediados de la década de los 70 hasta la década de los 90, a partir de Evangeliinuntiandi, Christifideleslaici y documentos de varios episcopados. — 7. Cf C. FLORISTÁN, Vaticano II, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO (eds.), Conceptos 8 fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 1450-1462. — Cf J. M. ROVIRA BELLOSO, La catequesis en el marco de la Iglesia del Vaticano II, 9 Teología y catequesis 1 (1982) 70-72. — Cf E. ALBERICH, o.c., 162-173; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Libertad cristiana y liberación, 10 71-76. — Generalmente la traducción española dice instrucción catequética (CD 14; GE 4), cuando el término latino no es instructio, sino institutio, cuya traducción más común es formación, desarrollo de la persona en todas sus dimensiones. — 11. Cf R. LÁZARO, La incidencia de algunos textos magistrales 12 en la catequesis de adultos, Sinite 106 (1994) 291-304. — Cf G. M. MEDICA, Concilio Vaticano II, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, 13 Madrid 1987, 212-213. - AA.VV., Por una formación religiosa para nuestro 14 tiempo, Marova, Madrid 1967, 220,4 y 5; 221,6. — E. MALVIDO, ¿Cuál es el corazón del mensaje cristiano?, San Pío X, Madrid 1995. BIBL.: Además de la consignada en notas, ALBERICH E., La catequesis en el contexto del Vaticano II y el posconcilio, en Actas del Congreso internacional de catequesis: del V Centenario al ITI Milenio, Teología y Catequesis, Madrid 1992, 277-392; BLÁZQUEZ R., Introducción general, en AA.VV., Vaticano 11. Documentos, BAC, Madrid 1992, 15-40; CAÑIZARES A., Evangelización, en GEVAERT J. (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 360-366; DE LUBAC H., Diálogo sobre el Vaticano II. BAC. Madrid 1967: ESTEPA J. M.SUÁREZ A., Índice de fuentes sobre la Catequesis (1961-1976), Actualidad catequética 102-103 (1981) 178-81; FLORISTÁN C., Para comprender la evangelización, Verbo Divino, Estella 1993, 36-42; LARRAURI J. M., Balance del concilio Vaticano II a los veinte años, ESET, Vitoria 1986; LATOURELLE R. (ed.), Vaticano 11. Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989; Vaticano II, en LATOURELLE R-FISICHELLA R. (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1596-1609; MATOS M., Identidad cristiana y mensaje cristiano, Teología y catequesis 4 (1983) 537-47; PIÉ.-NINOT S., Introducción a la Dei Verbum, BAC, Madrid 1933, 157-163; PIKAZA X.-SILANES N. (dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992; ROGIER L. J.-Au-BERT R.-KNOwLES M. D., Nueva historia de la Iglesia V, Cristiandad, Madrid 1984; VALLADOLID J. M., La educación de la fe según el concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1967; VAN CASTER M., La ' catéchéseselonl esprit du Vatican II, Lumen Vitae 26 (1966) 11-28.

Vicente M° Pedrosa Arés

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CATEQUESIS Y LITURGIA NDL SUMARIO: Introducción - I. Lecciones de la tradición patrística - II. Documentos recientes - III. Propuestas sistemáticas: 1. La primacía de la evangelización; 2. La estructura catecumenal; 3. La mistagogia; 4. Formas de la catequesis litúrgica: a) La catequesis como iniciación a la liturgia, b) La liturgia, catequesis en acto, c) La liturgia, fuente de la catequesis - IV. Problemas abiertos. Conclusión. Introducción En la más reciente literatura sobre las relaciones catequesisliturgia se encuentran frecuentemente expresiones como diálogo difícil, insuficiente debate, encuentro problemático, etc. En el terreno pastoral no faltan dificultades e incomprensiones; en el plano organizativo se procede con frecuencia de una manera paralela. A veces, al consultar escritos y programas recientes se tiene la impresión de que la catequesis, tan abierta, a los valores de la más inmediata renovación eclesial, no se ha penetrado aún de las orientaciones fundamentales de la -> reforma litúrgica. Preocupada por el anuncio y por su traducción a la vida concreta, parece a veces menos sensible ante el momento celebrativo, que constituye la culminación del anuncio y el manantial de la existencia cristiana. Hoy las ciencias humanas han mostrado con mayor claridad la función de la experiencia simbólico-ritual [->Signo/símbolo] en la vida humana; pero corresponde sobre todo a la ->liturgia en la -> historia de la salvación y en la vida de la -> iglesia el determinar su significado para la catequesis. El Vat. II ha afirmado repetidamente la función catequéticopedagógica de la liturgia: ella es "la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (SC 14); ella es "también una gran instrucción para el pueblo fiel" (SC 33); "los sacramentos... en cuanto signos tienen también un fin pedagógico" (SC 59); "incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica" (SC 35,3).

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El valor insustituible de la liturgia para la catequesis, así como para la reflexión teológica, depende de la condición sacramental de la iglesia, del hecho de configurarse ésta de una manera más existencial, donde la comunidad celebra la liturgia. Es en la liturgia donde la realidad eclesial aparece más visiblemente como "cumbre y fuente" de la vida de la iglesia. Este principio teológico tiene su fundamento antropológico en el hecho de que toda experiencia humana, individual o comunitaria, recibe su plena dimensión a través de la experiencia simbólica, que confiere forma plenaria a los sentimientos y a las disposiciones más íntimas, que compromete al hombre en todas sus facultades, que verifica la comunión más perfecta'. Además, el lenguaje de la liturgia no es puramente verbal, sino que se enriquece con todos los valores simbólicos y espirituales de aquella experiencia de comunión y participación. En la liturgia la catequesis puede encontrar un empalme psicológico con la experiencia humana, un importante principio de convergencia y unos recursos pedagógicos de gran eficacia, como la expresión simbólica y la repetición cíclica. Por otro lado, no es menos verdad que la liturgia exige continuamente la catequesis. Y no sólo por motivos pastorales más o menos contingentes, sino porque el culto cristiano constituye un ->misterio accesible solamente a través de la fe y exige, por tanto, incesantemente una renovada iniciación. Para que los fieles puedan realmente encontrar a Cristo en los signos de la iglesia, es necesario que crean ya en él, conozcan el itinerario salvífico que está él realizando en la historia del mundo, comprendan lo anunciado en las Escrituras y realizado en Cristo y ahora ya presente para nosotros como prenda y preludio de su plenitud final (cfSC 9). Aun conscientes de que muchos problemas permanecen abiertos, queremos contribuir a la reflexión y a la búsqueda sobre cómo profundizar la relación entre catequesis y liturgia, recordando ante todo las lecciones de la catequesis patrística (I), para luego, y después de haber analizado los documentos más recientes del magisterio (II), tejer un discurso sistemático sobre la catequesis litúrgica (III), que entendemos en el sentido de "una catequesis orientada e inspirada en la celebración del misterio de Cristo en la liturgia, a fin de hacerlo cada vez más plenamente asequible, participable y asimilable en la propia vida.

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I. Lecciones de la tradición patrística Una renovada conciencia de la profunda relación entre catequesis y liturgia no puede dejar de pasar por un redescubrimiento de la catequesis patrística, "por lo que de más vivo y menos marcado por el tiempo hay en la obra de los padres"'. Las grandes catequesis patrísticas de los ss. iv-v nos ofrecen unos modelos ejemplares de catequesis litúrgica, enseñándonos sobre todo a centrar el tema catequético-litúrgico en una más amplia perspectiva pastoral. En el período de tiempo al que nos referimos estaba ya superado un verdadero y propio -> catecumenado prolongado, tal como lo describe la Traditioapostolicade Hipólito: la preparación sistemática para el bautismo comenzaba sólo al principio de la última cuaresma, cuando los candidatos solicitaban formalmente el bautismo. En la fase precatecumenal, los adultos, frecuentemente nacidos ya en el seno de familias cristianas y educados cristianamente, se consolidaban en una fe consciente escuchando las homilías dominicales o participando en iniciativas de evangelización de carácter más ocasional [>Iniciación cristiana]. Lo que a nosotros nos interesa es sobre todo mostrar el método formativo que la iglesia aplicaba para la iniciación cristiana de quienes daban su nombre para el bautismo, haciéndose competentes o electi. En este proceso formativo desempeñaran un papel fundamental las celebraciones mismas: no sólo las formas rituales que caracterizan elitinerariocatecumenal, sino sobre todo los verdaderos y propios sacramentos de la iniciación cristiana, celebrados en la vigilia pascual. Tal experiencia litúrgica adquiere una eficacia particular para la autenticidad de las celebraciones, para su vinculación con la pascua, para lo sugerencial de la novedad, pero sobre todo para el misterio realmente participado a nivel de fe y de gracia. Tales eran las premisas para la subsiguiente catequesis mistagógica. Evocaremos los aspectos fundamentales de este itinerario de formación cristiana. 1. La preparación para los ritos no representaba una fase en sí misma, ni se reducía a la transmisión verbal de unas enseñanzas más o menos teóricas: era una pastoral completa,

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una integral iniciación en la vida cristiana dentro de la iglesia, que culminaba en los tres sacramentos de la vigilia pascual. 2. El itinerario se estructuraba conforme a un desarrollo cronológico, orientado a un proceso de maduración y de crecimiento a través de varios grados: el precatecumenado, un catecumenado más intenso en la última cuaresma, la celebración de los sacramentos, la catequesis mistagógica. 3. El anuncio verbal era tan sólo un momento del proceso de iniciación, que asumía varios elementos más: ritos de inscripción, escrutinios, exorcismos, traditiones, celebraciones sacramentales, etc. 4. Todo el itinerario de iniciación presentaba un carácter típicamente eclesial-comunitario: no sólo por desarrollarse públicamente y de una manera institucionalizada, o por encuadrarse en el año litúrgico, sino porque la comunidad misma acogía, participaba y colaboraba en ello, especialmente a través de la institución del padrinazgo y el ejercicio de algunos ministerios. 5. Finalmente, puede subrayarse la dimensión profundamente espiritual de tal proceso de iniciación: era un camino de iluminación y de maduración en la fe y en la progresiva inserción en Cristo y en la iglesia. Justamente observa J. Daniélou que la estructura de la catequesis patrística obedece a dos grandes orientaciones: la de la extensión y la de la profundidad'. Con la mirada fija en la antigua tradición, el Mensaje al pueblo de Dios del sínodo de obispos de 1977 afirma que "constituye un modelo de toda catequesis el catecumenado bautismal, que es formación específica mediante la cual el adulto convertido es guiado hasta la confesión de la fe bautismal durante la vigilia pascual" (n. 8). Creemos que, dentro de esta perspectiva, son muchas las lecciones que podemos sacar de la catequesis antigua: a) La primera lección de la catequesis patrística en todas sus formas, que nos parece necesario explicitar, es la vigorosa conciencia cristiana que la anima. Los padres son todos unos convertidos, en el sentido pascaliano del término, con una profunda fe y confianza en el mensaje de Cristo: sienten la urgencia de hacer resonar la buena nueva, de anunciar una palabra iluminadora y salvífica, atentos a no desvirtuar la fuerza

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de arrastre del kerigma frente a la sabiduría secular, con la que tampoco dejan de dialogar. Su catequesis es siempre y ante todo bíblica; se desarrolla como traditiosymboli, iniciación en la oración del Señor, intimatiospeiresurrectionis, introducción a la vida de una comunidad concreta y, sobre todo, a la participación en los sacramentos, como predicaciónde una moral que se especifica como sequela Christi. Se da, pues, un fuerte sentido de identidad y de pertenencia. b) El segundo carácter de la catequesis de los padres es ser una catequesis típicamente "económica"; penetrada por una visión profundamente unitaria de la historia de la salvación: piénsese en la clarísima percepción de la continuidad de los dos testamentos, en la inspiración histórico-salvífica y eclesiológica de la reflexión trinitaria, en la riqueza semántica de términos como recapitulatio, oikonomia, mysteriumsalutis, en la teología de la historia de Agustín y en su emblemática "narratio plena" en el De catechizandisrudibus, en el típico método de la mistagogia, en la concepción anamnética de la celebración litúrgica y de la plegaria eucarística en particular. De esta intuición fundamental es de donde brota esa profunda unidad en el plano epistemológico que caracteriza a los padres: como anota Y. Congar, "son ellos testimonios de la estrecha relación que une todas las partes de la Escritura y de la recíproca conexión que se da entre los misterios"'. Y es este sentido unitario y existencial de la historia de la salvación el que favorece, dentro de la concepción patrística, una unidad tan orgánica entre Escritura, teología, liturgia, catequesis, pastoral y vida cristiana. c) Existe otro aspecto de la antigua catequesis que ejerce también un influjo particularmente fecundo en la iglesia de hoy: su estructura catecumenal, ya en su desarrollo cronológico, como gradual y sistemática pedagogía de la fe, ya en su carácter de pastoral completa, como iniciación integral a la existencia cristiana en la comunidad eclesial. d) La catequesis de los padres está estrechamente vinculada a la liturgia. Es una catequesis que encuentra en la liturgia su más plena expresión, su incesante manantial y un centro constante de referencia. Una catequesis que no sólo en la iniciación a los sacramentos, sino también en otros momentos, sabe moverse a través de signos litúrgicos o referirse a ellos como datos de experiencia y estructuras portadoras de una fe vivida en la

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comunidad. El año litúrgico, por otra parte, como ha subrayado J. Pinell, se desarrolló propiamente en la iglesia de los padres como "una programación eclesial de mistagogia... en función de un incesante redescubrimiento de la economía sacramental", desde todos sus presupuestos y todas sus consecuencias, siguiendo una ley exquisitamente pedagógica de ciclicidad y formación permanente'. e) Vivo interés suscita también hoy en nosotros la dimensión moral y social de la catequesis patrística, como consecuencia y punto de llegada de todo el anuncio cristiano y como fruto de la experiencia litúrgica. Una vida moral como íntima exigencia de la inserción en Cristo y del don del Espíritu, que otorga la primacía a la caridad y tiende a traducir en la existencia concreta cuanto se expresa y se celebra en la liturgia. f) Las precedentes anotaciones pueden culminar en la consideración de un aspecto nuevo —de inestimable valor— de la catequesis patrística, el del lenguaje: un `lenguaje total"; de carácter simbólico, que tenía sus raíces en la revelación y había logrado una consistencia institucional y su más adecuada expresión en el momento celebratiyo, manteniéndose siempre abierto a un vivo sentido existencial, asícomo a un profundo diálogo con las culturas. La antigua tradición catequética se ha mantenido viva en las iglesias orientales, donde la liturgia conserva un vínculo estrecho con la vida de las comunidades y donde perdura el influjo de las grandes mistagogias, antiguas y más recientes."La liturgia y todos los oficios —observa E. Mélia— contienen en las oraciones y en su abundante himnografía múltiples elementos catequísticos, es decir, explicativos y de iniciación: son unos auténticos iconos verbales, traducidos en imágenes y ricos en doctrina poéticamente expresada... Los ritos se convierten así en una estructura portadora de la liturgia y poseen un valor catequético... El calendario eclesiástico es, por poco que se fije en él la atención, una viviente catequesis de la economía de la salvación, de la que se presenta como una catequesis visualizada... El objeto propio de la catequesis es comentar estos ritos y estas expresiones tan diversificadas, de suerte que se graben en la conciencia de cada uno y de toda la comunidad y se enmarquen en el conjunto sistemático de la teología, de una teología vivida, de una teología litúrgica"'.

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Concluyendo, se podría resumir así el mensaje que nos trae la catequesis de los padres: la importancia de los fundamentos bíblicos, ya en la primera evangelización, ya en la perspectiva general históricosalvífica, ya en la interpretación de cada signo; la formación litúrgica como momento de una pedagogía más general; el papel de la experiencia litúrgica; la permanente necesidad de una mistagogia incluso para los bautizados; la relación liturgia-vida. No nos es posible documentar aquí el progresivo alejamiento que ha venido teniendo lugar en Occidente entre liturgia y catequesis; preferimos dar mayor espacio a las más recientes orientaciones del magisterio en la última década. II. Documentos recientes El Vat. II, que subraya: "En el cumplimiento de su función educadora, la iglesia se preocupa de todos los medios aptos" (GE 4), no ha tratado explícitamente de la catequesis; sin embargo, no han dejado de traducirse en urgencias de renovación catequética las más significativas orientaciones de toda la obra conciliar. La catequética posconciliar, en sus distintas fases', ha reservado precisamente por esto una mayor atención a la liturgia, frente a las consecuencias de la -> secularización, a las exigencias del compromiso cristiano, a las aportaciones de las ciencias humanas, a la problemática evangelización-sacramentos, etc. Recogiendo y explicitando algunas orientaciones del concilio arriba citadas (cf SC 33-36), la instrucción ínter oecumenici(1964) muestra la relación entre la transmisión del mensaje cristiano y la realización del misterio de Cristo en la liturgia: "Hay que cuidar, sin embargo, que todas las actividades pastorales se hallen en justa conexión con la sagrada liturgia, y, al mismo tiempo, que la pastoral litúrgica no se lleve a cabo de una manera separada e independiente, sino en íntima unión con las otras actividades pastorales. Es particularmente necesaria que exista una íntima unión entre la liturgia y la catequesis, la instrucción religiosa y la predicación" (n. 7). Los distintos Praenotanda u Observaciones de la liturgia renovada, además de introducir formas celebrativas que facilitan la comprensión y la -> participación de los fieles, insisten mucho

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en la catequesis preparatoria y tienden a hacer entrar a las -> familias en la iniciación litúrgica de los hijos. Con referencia al modelo patrístico que hemos recordado, adquiere una honda significación para la catequesis litúrgica el Ordo InitiationisChristianaeAdultorum(1972), ya que forma cristianamente en los cuatro tiempos sucesivos, a saber: "El precatecumenado, caracterizado por la primera evangelización; el catecumenado, destinado a la catequesis integral; el de purificación e iluminación, para proporcionar una preparación espiritual más intensa, y el de mistagogia, señalado por la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad"' (RICA, Observaciones previas n. 7). De ahí derivan el primado de la evangelización, la función de la comunidad cristiana, la relevancia del año litúrgico en la catequesis permanente de la iglesia, la unión íntima y orgánica de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, el papel de "una catequesis de carácter mistagógico de los sacramentos ya recibidos en orden a una experiencia más plenaria de su divina eficacia, experiencia que encuentra su lugar en la participación en la vida de la comunidad eclesial mediante la catequesis, la celebración litúrgica y el testimonio de una vida nueva" '° El Directorium de missis cum pueris(1973) afirma que los educadores deben tender a que los niños "adquieran también una experiencia, de acuerdo con su edad y con su progreso personal, de los valores humanos subyacentes en la celebración eucarística", advirtiendo que "es función de la catequesis eucarística desarrollar estos valores humanos a fin de que los niños de unmodo gradual, de acuerdo con su edad y condiciones psicológicas y sociales, abran su espíritu a la percepción de los valores cristianos y a la celebración del misterio de Cristo" (n. 9). El Directorio catequético general (1971) (Directorio general de pastoral catequética, ed. bilingüe, CEE, Madrid 1976), contemplando las distintas formas y las diversas funciones de la catequesis, pone de relieve la relación que con la vida litúrgica debe mantener la catequesis: "La catequesis debe ayudar a una participación activa, consciente y genuina en la liturgia de la iglesia, no sólo aclarando el significado de los ritos, sino educando también el espíritu de los fieles para la oración, para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para el sentido comunitario, para la captación recta del

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significado de los símbolos, todo lo cual es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica" (n. 25). En relación con la catequesis sacramental, se llama la atención sobre la importancia de la catequesis de los signos: "Que conduzca a los fieles a través de signos visibles a penetrar los invisibles misterios salvadores de Dios" (n. 57), mientras se afirma por otro lado que el contenido de la catequesis "se celebra en la liturgia" (n. 45). En la exhortación apostólica Evangeliinuntiandi(1975), de Pablo VI, se contemplan las finalidades de la catequesis litúrgica en un horizonte más amplio, el de la evangelización, entendida como "un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado", añadiendo que "el mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la iglesia" (n. 24). En particular, se introduce una puntualización de gran actualidad: "La evangelización despliega toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que, si los sacramentos se administran sin darles un sólido apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cristiano a vivir —y no a recibir de modo pasivo o apático— los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe" (n. 47). En el Sínodo de 1977, dedicado al tema "la catequesis en nuestro tiempo, con particular referencia a los niños y a los jóvenes", se destaca vigorosamente la dimensión litúrgica". La exhortación apostólica Catechesitradendae(1979), de Juan Pablo II, se hace eco de ello al escribir: "La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres". Si bien, a nuestro juicio, la exhortación no recoge del todo la gran afirmación citada [->supra, 1, 5] del Mensaje al

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pueblo de Dios, se habla del resurgimiento del catecumenado, citando el RICA, ya que se precisa: "De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos. Y la catequesis se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental" (n. 23). En este documento, el horizonte de la catequesis se dilata mediante "la triple dimensión de palabra, de memoria y de testimonio, es decir, de doctrina, de celebración y de compromiso en la vida" (n. 47), que se actúa sobre todo mediante "la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico y concretamente en la asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural..." (n. 48). La comisión episcopal de enseñanza y catequesis de España publicaba en 1983 un documento sobre "la catequesis de la comunidad'''. En este documento se ha inspirado la renovación de la catequesis en España en los últimos años. En los nn. 89 y 90 se relacionan explícitamente catequesis y liturgia. Es necesaria una iniciación en la experiencia religiosa en la oración y en la vida litúrgica "para que eduque para una activa, consciente y auténtica participación en la celebración sacramental, no sólo aclarando el significado de los ritos, sino educando el espíritu para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para la captación del significado de los símbolos, todo lo cual es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica. `La catequesis se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental' (Catechesitradendae, n. 23), ya que `recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente doctrinal' (ib, n. 37)" (n. 89). La catequesis prepara a los fieles para la participación litúrgica y sigue acompañando a los mismos en la acción litúrgica y en el compromiso cristiano fuera de la celebración. Así crecen en la inteligencia del misterio cristiano y son alimentados por los sacramentos pascuales. Para conseguir tal objetivo el documento recuerda que "hemos de cuidar muy especialmente la iniciación a la celebración

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litúrgica, educando con todo cuidado las actitudes generales básicas presentes en toda celebración. Nos referimos no sólo a las actitudes espirituales: la expresión corporal tiene también gran importancia..." (n. 90). El año litúrgico ofrece al catequizando una amplia formación: "Una catequesis que forme auténticamente hace que la vida del catequizando se vea jalonada poco a poco por las principales fiestas del año litúrgico y que aquél se capacite gozosamente para insertarse de corazón en los diversos tipos de celebración, en toda la gama que permiten las normas litúrgicas de la iglesia, de suerte que ese período intensivo de formación cristiana básica que es la catequesis capacite realmente al catecúmeno a participar después activamente en la vida litúrgica ordinaria de la comunidad cristiana y a desarrollar su vida personal de oración" (n. 90). Es significativa la afirmación de la necesidad, en una situación de iglesia masiva, de una catequesis realizada a través de diversos ámbitos comunitarios: parroquias, familia, comunidades eclesiales de base, asociaciones, grupos y movimientos apostólicos, etc. (cfnn. 267-282). "Todo proceso catequético, en cualquier edad y situación, debe suponer para quien lo hace una verdadera experiencia de iglesia. El catecúmeno, en unión fraterna con los demás creyentes, va adentrándose de forma progresiva en lo que la iglesia cree, vive, celebra y anuncia. En la catequesis la misma iglesia se va presentando a sí misma como realidad sacramental de salvación" (n. 253). En todos estos documentos se entrecruzan tres dimensiones de la relación catequesis-liturgia, sobre las que volveremos más sistemáticamente: la catequesis como preparación para la vida litúrgica; la liturgia como catequesis en acto; la liturgia como fuente de la catequesis. La liturgia se hace presente en los fundamentos, en las finalidades y en el objeto de la catequesis; pero con su tradición y con sus instancias es capaz igualmente de sugerir, como veremos, preciosas indicaciones metodológicas. III. Propuestas sistemáticas La apelación a los valores de la tradición antigua y el análisis de algunos documentos más recientes han dado lugar a un cuadro de indicaciones, que queremos ahora profundizar

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sistemáticamente. Comenzaremos con algunas premisas que dan base y orientación al problema de las relaciones catequesis-liturgia (1-3), para presentar después las formas que asume la catequesis litúrgica (4). 1. LA PRIMACÍA DE LA EVANGELIZACIÓN. La Sacrosanctumconcilium(n. 9) insiste en la preexigencia de la fe y de la conversión para participar en la liturgia. Tal confirmación, fundamental en toda situación pastoral, adquiere particulares significaciones en la iglesia de hoy, donde frecuentemente los practicantes no son creyentes, o al menos no lo son en la medida ni en la forma exigida por la participación litúrgica. De ahí toda la fuerte actualidad de la lección que nos viene del De catechizandisrudibusde san Agustín: la necesidad de introducir en la historia de la salvación y de suscitar la fe en la acción de Dios, que se explicita en momentos distintos y en tiempos diversos, que culminan con el -> misterio pascual de Cristo y que está teniendo lugar en las acciones litúrgicas, las cuales son memorial y representación del pasado y anuncio y anticipo del futuro. De ahí el papel de la palabra de Dios en cuanto preparación a la liturgia y en la celebración misma, como lo ha subrayado recientemente la exhortación apostólica Catechesitradendae. Y de ahí también todas las llamadas del magisterio más reciente a realizar una unión más radical entre la catequesis y la pastoral litúrgica y todo el anuncio y misión de la iglesia: todos los ejes se encuentran en la cuádruple dimensión de la experiencia litúrgica (memorial, representativa, profética, de compromiso), en el cuadro de una vital y profunda consideración de la historia de la salvación. 2. LA ESTRUCTURA CATECUMENAL. En una iglesia de masas, en la que una mayoría de fieles no ha sido nunca catecúmena ni ha hecho jamás un verdadero camino de maduración en la fe, el método catecumenal riguroso y orgánico de los padres aparece como una memoria inquietante, dando vida a toda una serie de nuevas orientaciones y prácticas eclesiales, que llegan desde una consideración cada vez más atenta sobre el significado y las dimensiones del OICA hasta la difusión de movimientos neocatecumenales para los ya bautizados y la progresiva transformación de una preparación puramente doctrinal de los sacramentos en una iniciación más completa, que se esfuerza por recobrar, al menos parcialmente, la función y el método del catecumenado clásico. Son muchos los que piensan que en tales iniciativas parciales,

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frecuentemente inmaduras aún y con sus ambigüedades, se hallan los pródromos de una profunda renovación eclesial. En todo caso, encontramos aquí una relevante indicación metodológica que nos llega de la tradición litúrgica para toda la catequesis y la pastoral de hoy; indicación que, entre otras cosas, nos lleva a una adecuada valoración del año litúrgico como "continuada y progresiva celebración de todo el plan salvífico", y cabalmente por eso capaz de llegar a hacerse "itinerario catecumenal propio de toda la comunidad cristiana"'. 3. LA MISTAGOGIA. La catequesis mistagógica durante la semana siguiente a la vigilia pascual coronaba en la iglesia de los padres la formación de los neobautizados. En los textos que han llegado hasta nosotros existe "una deslumbrante unidad de método, de estructura, de contenido, aun quedando intacta la originalidad propia de cada autor", En virtud de la disciplina del arcano, en casi ninguna de las iglesias se explicaban los ritos antes de haberse recibido: se creía valorar así el efecto psicológico de la sorpresa, y sobre todo se creía en la eficacia de la experiencia espiritual. Tres elementos podemos identificar en el método mistagógico que conservan una preciosa actualidad: la valoración de los signos (gestos, palabras), apenas experimentados; la interpretación de los ritos a la luz de la biblia en la perspectiva de la historia de la salvación; la apertura al compromiso cristiano y eclesial, expresión de la nueva vida en Cristo. Era evidente la necesidad pastoral de ayudar a los nuevos cristianos a profundizar el misterio de los ritos, que corrían el peligro de quedarse en algo exterior y de ser interpretados mágicamente. Incluso hoy, al margen de algunas determinaciones socioculturales de la época, contiene el método mistagógico de los padres una significativa indicación pastoral: la catequesis litúrgica, ya necesaria en la antigua iglesia no obstante la autenticidad de las celebraciones de entonces, es hoy tanto más imprescindible para los cristianos que recibieron los sacramentos sin fe personal y a quienes se les debe llamar a una más honda conciencia. El OICA (= RICA) contempla "la última etapa de la iniciación, a saber: el tiempo de la mistagogia de los neófitos" (n. 37), como aquella en la que "una inteligencia más plena y fructuosa de los misterios se adquiere con la renovación de las explicaciones y sobre todo con la recepción continuada de los sacramentos" (n. 38). Pero el método mistagógico tiene para nosotros un interés todavía más amplio: por el valor ejemplar que conserva para la catequesis litúrgica en general, no sólo en la preparación inmediata a los

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sacramentos, sino en toda la formación permanente del cristiano, que se extiende a toda la vida. 4. FORMAS DE LA CATEQUESIS LITÚRGICA. Hemos visto algunas orientaciones fundamentales que nos vienen de la tradición y de las enseñanzas del magisterio. Pero, más concretamente, ¿cómo se configura y articula la catequesis litúrgica? Nos vamos a fijar en tres aspectos: a) La catequesis como iniciación a la liturgia. La finalidad de la catequesis con respecto a la liturgia comienza mostrando el significado de las acciones litúrgicas en la historia de la salvación y en la vida de la iglesia e iluminando los fundamentos antropológicos y sociológicos de los ritos cristianos, así como su más profundo enraizamiento en la naturaleza del hombre y en la vida de la comunidad. Más específicamente, la catequesis litúrgica viene a ser iniciación frente a los signos litúrgicos (sobre todo los sacramentos), constituidos por cosas, gestos y palabras, a través de los cuales entramos a participar en el misterio salvífico de Cristo, con la conciencia de que se hallan en línea de continuidad con una pedagogía de Dios que se expresa en toda la biblia, y con la que nos sale Dios al encuentro a nuestra medida humana. Una catequesis, pues, que sabe moverse dentro de las realidades naturales y de las experiencias humanas en busca de una inteligencia bíblica más profunda, a la luz de la palabra interpretativa que acompaña al gesto. El compromiso de la catequesis no persigue en absoluto una finalidad intelectualista, y menos aún se agotaría en un interés histórico-arqueológico. En efecto, "la liturgia exige una participación lo más consciente posible, activa, comunitaria, plena, fructífera, pues Dios quiere que los hombres colaboren en la obra que él realiza para su salvación" (DB 113). b) La liturgia, catequesis en acto. Una función catequética eficaz antes que nada tiene la liturgia de la palabra, que se celebra en estrecha unión con el rito sacramental, mediante la homilía con su clara función mistagógica. Lo que en la catequesis ordinaria aparece solamente evocado y explicado adquiere en la liturgia una fuerza de actualidad verdaderamente única. La celebración litúrgica viene a ser una catequesis en acto, y no sólo en cuanto particularmente connatural a la psicología humana mediante los recursos a sus formas simbólicas y a su lenguaje total, o por

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insertarse en la pedagogía misma de Dios, revalorizando su lenguaje y sus mediaciones, sino por ser "una profesión de fe en acto" y "comunicación de gracia", ya que "realiza lo que significa". Mas para que una celebración litúrgica llegue a ser realmente una experiencia de fe y de vida cristiana y, por consiguiente, intensamente educadora, es menester que se enraíce de verdad en el tejido existencial de la comunidad, que sea auténtica en las palabras y en los ritos y esté abierta al compromiso cristiano. Todo lo dicho exige, además de la siempre necesaria l adaptación a las culturas y a las situaciones, un particular compromiso de t animación de la asamblea y de competencia en el celebrar, con su oportuna valoración de los I ministerios. c) La liturgia, fuente de la catequesis. Que la liturgia sea una fuente de la catequesis es algo que han puesto ya de relieve las consideraciones que hemos venido haciendo hasta aquí. Queremos completar el cuadro con una perspectiva más simple, que con frecuencia forma parte de la catequesis ocasional, pero que es igualmente de gran valor pastoral. La liturgia puede convertirse para la catequesis en un manantial inagotable de elementos simbólicos o de temas concretos ordenados a introducir a los fieles en cada uno de los aspectos del misterio de Cristo y de la iglesia, así como a promover la fe y la vida cristiana: celebraciones sacramentales, signos principales o secundarios, gestos, palabras, cosas, actitudes, lugares y determinaciones temporales, plegarias, aclamaciones, etcétera. En la catequesis, como en la -> homilía, tales elementos resultan preciosos como incentivos psicológicos y como datos de experiencia ya familiares a los fieles, que tendrían la ventaja de seguir siendo después una como estructura valiosa y llamada constante a un anuncio de fe y a un mensaje de vida. Así, el signo de la cruz a través de sus distintas formas litúrgicas puede introducirnos en dos misterios fundamentales de nuestra fe; el agua santa evoca el bautismo; la asamblea congregada y hasta el mismo edificio nos hacen comprender la iglesia; los gestos reverenciales, oracionales, de perdón y de comunión son una interpelación a nuestra vida concreta; el amén y el aleluya, como comentaba san Agustín, resultan todo un programa para la comunidad cristiana, etcétera. Desde múltiples puntos de vista, incluso aparentemente marginales, la liturgia puede ser una fuente abundosa de

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catequesis, capaz de nutrir la fe y de llamar a la conversión, de construir día tras día la comunidad, de proponer incesantemente eficaces retornos a la esperanza cristiana y a un generoso compromiso eclesial. La misma homilía puede ser igualmente explicación de "un texto del ordinario o del propio del día" (OGMR 41), así como de cualquier otro aspecto de la celebración; pero normalmente deberá versar sobre las lecturas, sin dejar nunca de atender, como puntos de reflexión o como marco referencial, a los múltiples recursos de la celebración cristiana. IV. Problemas abiertos Pese al redescubrimiento de la fundamental convergencia entre liturgia y catequesis y a un esfuerzo cada vez mayor por un diálogo serio y constructivo, no faltan dificultades ni tensiones, tanto en el plano teórico como en el práctico. 1. La catequesis parece haber recorrido demasiado camino sin la liturgia y haber sido a veces lenta en asimilar propuestas, contenidos, sugerencias metodológicas que le pudieran llegar de la tradición litúrgica y de la renovación en marcha; a su vez la liturgia o, mejor, algunos liturgistas tienden en ocasiones a identificar con la liturgia la vida entera de la iglesia; a ver en las celebraciones litúrgicas, con excesivo exclusivismo, el hoy de la historia de la salvación, con demasiada insensibilidad hacia las preocupaciones culturales y pedagógicas de la catequesis y hacia el camino que esa misma catequesis ha recorrido durante estas últimas décadas. 2. Ha crecido ciertamente la convicción de que liturgia y catequesis no son sino dos aspectos de la misión de la iglesia, con un único objetivo y con diferentes modalidades en su realización; pero se constata una notoria y tal vez inevitable diversidad de criterios y de sensibilidad. Piénsese, por ejemplo, en la distinta manera de relacionarse con el tiempo: más sincrónica y atenta a la situación cultural, por parte de la catequesis; más diacrónica y más anclada en la tradición, por parte de la liturgia. Así, la liturgia proclama la palabra y cree en su vitalidad y eficacia; la catequesis es más sensible a sus condicionamientos humanos y a todo aquello que circunscribe su proclamación en la iglesia.

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3. Catequesis y liturgia han llevado adelante en estos años un esfuerzo excepcional de adaptación, aun refiriéndose de distinta manera a la tradición. La liturgia les parece a algunos demasiado anclada todavía en las fuentes; la catequesis tiene tal vez aún mucho que recuperar de algunos modelos antiguos. Pero una y otra comprenden ya más claramente los peligros de una adaptación a ultranza y experimentan a la vez su preocupación frente a problemas no resueltos todavía, como, por ejemplo, la efectiva desarticulación de la iniciación cristiana y lo insuficiente de ciertas acomodaciones pastorales introducidas frecuentemente de una manera acrítica. 4. Como centro de unos intereses comunes está sin duda la ritualidad o, mejor, la sacramentalidad cristiana. Ahora bien, existe evidentemente un cierto malestar por parte de la catequesis frente a la tarea de situar e interpretar la sacramentalidad, mientras que la liturgia no siempre logra realizar una experiencia simbólica auténtica, ni sobre todo llega con frecuencia a evangelizar la ritualidad. 5. A veces catequesis y liturgia resultan problemáticas precisamente dentro de su misma relación concreta y del diálogo vivido: la catequesis trata de unirse con la liturgia, sincronizando con el año litúrgico y asumiendo dimensiones celebrativas; la liturgia, por su parte, consciente de ser catequesis en acto, acentúa a veces este aspecto con demasiadas moniciones, explicaciones, uso de audiovisuales, etcétera, de donde puede nacer una confusión de géneros que compromete la eficacia propia de una celebración y desvía la catequesis de su método característico, así como también de sus verdaderos objetivos. 6. Finalmente, catequesis y liturgia se hallan frente a un problema más preocupante, que cada una vive a su manera: el bajo nivel de fe de las comunidades cristianas, que aumenta las responsabilidades y los problemas de la catequesis hasta amenazar su identidad y que incrementa dramáticamente la discordancia entre las riquezas de los ritos y el proyecto comunitario que éstos implican y la pobreza y pluralismo de las asambleas cristianas concretas. Conclusión Un diálogo más profundo entre liturgia y catequesis podría llevar a acentuar dicho enriquecimiento mutuo, que es ya un fruto del movimiento litúrgico y de la renovación eclesial más reciente. La catequesis puede redescubrir más eficazmente una tradición

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que ella tiene en común con la liturgia, reencontrando así el primado de la evangelización y el horizonte histórico-salvífico, el método catecumenal y las sugerencias de la mistagogia; la liturgia puede hacerse más sensible a la problemática cultural y pedagógica de la catequesis con su patente atención a la situación real de fe de las comunidades. La relación, todavía difícil, entre liturgia y catequesis podría desdramatizarse y consolidarse mediante la común asunción de la evangelización como problema primario y siempre abierto, reconociéndose como liturgia y como catequesis de una iglesia en estado de misión, de una iglesia peregrinante hacia una consumada realización escatológica, que le ha sido prometida, pero que no se le ha concedido todavía de una manera plena. [-> Formación litúrgica] D. Sartore