Fem Holistico Completo (1)

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Libro electrónico editado e impreso electrónicamente por:

fem-e-libros creatividadfeminista.org http://www.creatividadfeminista.org [email protected] Este libro no puede ser editado, cambiado, distribuido ni reproducido en su totalidad ni en partes. Solo está permitido imprimirlo en impresoras personales para el uso estricto de lectura o estudio individual para el que fué adquirido. México, 2004

Primera edición electrónica: fem-e-libros México, 2004

© Victoria Sendón de León

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INDICE Presentación Una ventana al mundo PATHOS: Un Caos que engendra orden.- Imagen en movimiento. Estructuras disipativas. Caos. Las fluctuaciones. El modelo. La razón patriarcal. Emancipación. Pathos. El arco y la bóveda PRADIGMA: El fin de un modelo perverso.- Episteme. Encrucijada. Del carbono al silicio. Un nuevo paradigma lógico. A la búsqueda del método. Un mandala en la pared HÓLOS: Hacia un feminismo-otro.- Un extraño holograma. El lenguaje cifrado de “lo real”. Las troyanas. Metáfora y metonimia. Un mecanismo perverso. Los oráculos. El pacto de los patriarcas. El triángulo y el vacío. Dos razones antagónicas. Hacia un feminismo holístico.

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Una ventana al mundo El mundo, la lejanía, el detalle que la mirada conforma desde el ojo cuadrangular de la ventana es también el espejo del ánima, la medida del talante que sopesa el horizonte en el que tierra y cielo resuelven sus nostalgias. La mirada desea abstraerse y volar, sin posar en un punto su descanso, pero la línea rotunda del encuadre ciñe un espacio concreto, definido, que doblega la atención y la cautiva. La ventana hace presente lo eterno y lo que sucede ahí a afuera reclaman una presencia ineludible.

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PATHOS Un Caos que engendra orden “...ellos no se preocupaban ante la posibilidad de caer en el enorme agujero de la muerte. Y la vida solo les era preciosa cuando gritaban y gemían. Sentir la fuerza del odio era lo que más querían. Yo me llamo pueblo, pensaban.” (Clarice LISPECTOR: “Silencio”)

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na gravidez de hastío revienta el mundo. Es como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en la certidumbre de que este tiempo nuestro ha de encontrar la fisura por la que rasgarse y soltar tanto lastre acumulado. El desasosiego, sin embargo, proviene de no encontrar la salida ni las esclusas por donde la podredumbre tendría que verterse; claro que tampoco en los estertores del siglo XIV cuando la peste asolaba Europa, los campesinos descuartizaban a sus señores y los clérigos chamuscaban a las brujas nadie imaginaba que allá, junto al Arno, en la fértil Toscana, un hombre sólo buscaba el destino y el sentido: “A mitad del camino de la vida,/ en una selva oscura me encontraba/ por que mi ruta había extraviado”.

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Y de pronto, con el Dante, amanecía la olvidada serenidad clásica, la alegría pagana del vivir, la aventura de la ciencia, la pasión por el mundo, el viaje a los confines y los burgos llenos de bullicio. ¿Estamos a punto de un nuevo Renacimiento? Una titubeante llama de esperanza es alimentada por el robusto deseo de los muchos, mientras en las antípodas de los satisfechos se proclama el “final de la historia” como una apoteosis de la gloriosa libertad de mercado. Sueñan con la clonación al infinito del modelo, a pesar de las grietas que amenazan implacables el “bunker” protector. No será posible por mucho tiempo mantener el tongo de que “más de lo mismo” pueda salvarnos de algo. El mundo feliz de la opulencia ya no puede seguir ocultando sus demonios: el paro, la criminalidad que rodea el submundo de la droga, la locura, la epidemia, la corrupción de sus instituciones, sus bolsas de pobreza, su racismo, su intolerancia, la perversión de sus niños o el horizonte clausurado de una juventud que envejece sin futuro. Más hondo, en la desesperanza del olvido, despierta embravecida aquella atávica seducción por la muerte que arrastra a pueblos enteros en luchas de etnias, lenguas, territorios, honras, odios, memorias del ultraje, religiones y delirios: metafísica eterna de la sangre. Los señores de la guerra reinan por un día en la tierra quemada de nadie y las pobres mujeres del mundo siguen pariendo hijos famélicos en las fosas comunes del hambre. Ni siquiera los ecos del horror perturban un ápice las jornadas suculentas y febriles de los señores del dinero en sus templos de bonanzas financieras, mientras los gobiernos de las naciones sobrevuelan la realidad con ceremonias formalistas que disfrazan la locura, la impotencia, la inercia irresponsable ante un mundo que agoniza. Los ciudadanos... !ah, los ciudadanos¡ qué grave estado de somnolencia.

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Imagen en movimiento

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esde esta ventana veo moverse el mundo, que ya no es más que realidad virtual. Nada más que imagen digitalizada de las partículas de luz que fulgurantes viajan por la gran red electrónica que ha sustituido a la visión. Ingenios de todo tipo deambulan por los espacios cósmicos para mostrarnos la pétrea superficie del planeta rojo, la gélida grandiosidad de Júpiter, la inquietante turbulencia del señor de los anillos, el silencio sideral de las estrellas. Aquí abajo cables y clavijas, monitors, softwares, tipos, teletipos, parabólicas, editores, teleobjetivos, rotativos, estudios, hardwares que pululan por las redes invisibles de la comunicación para comunicarnos ¿qué?: los escorzos más morbosos del horror junto al triunfo de lo banal, la pornografía de los sentimientos, verdades a medias, vedetismos políticos, imágenes degradantes y estúpidas de las mujeres, orgías de violencia, fútbol, muchos fútbol, y béisbol, y boxeo... Tanta ciencia, tanta tecnología punta, tantos esfuerzos, recursos, nóminas y dietas... para esto, para negar veinticuatro “frames” por segundo la derrota del modelo. ¿Tanta alforja para este viaje? La visión desde aquí es la de una civilización que está llegando al límite de su fracaso. Sí, a pesar de sus grandes momentos, de las páginas de amor y libertad que en ella han sido escritas. Toda la alegría que este mundo podría albergar se desploma en la mueca, el gesto, la caricatura de un triunfo demasiado brutal para ser cómico. Algo no ha funcionado. Tal vez el programa no era el adecuado. Puede que el chip sea ya insuficiente o que un espíritu burlón lo haya trastocado todo, un virus viernes-trece que enloquece los datos en las pantallas. Ya no vemos. Sólo visualizamos. ¿Cómo restituir la imagen real de la realidad del mundo? ¿Cómo recuperar

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los atardeceres y los verdes cambiantes de la tierra? ¿Cómo sobresaltarnos con el temblor de las estrellas, con el fulgor de un cometa, con el rostro de la Luna? ¿Para qué? Esos no constituye ninguna novedad porque el sol amanece cada día. !Oh, la novedad¡ Es verdad: la novedad, esos malos tragos con los que desayunamos cada día... tal vez. Pero esa novedad de acontecimientos ocasional, de imagen perecedera, de material fungible, de inflacción de noticias nos hablan todo el tiempo de “lo mismo”: de que esto no funciona. Pretenden inventar lo nuevo para ocultar precisamente la repetición neurótica, el paso de rosca de una situación que no podría mantenerse de no aparentar una novedad galopante que nos excite los circuitos ya saturados del cerebro. La fragmentación infinita de los trozos del mundo difícilmente nos va a permitir recomponer una imagen coherente de la realidad. No es fácil elaborar una representación del mundo que nos represente como generación histórica, nada fácil recomponer la “imago mundi” que siempre ha necesitado el “homo sapiens” para no enloquecer. La fragmentación y las altas velocidades a las que la actual tecnología aspira o se somete nos privan tanto del instante que sustenta el presente como del punto de referencia inferior. Nuestra civilización empieza a ser incapaz de parar y mirarse: no soportaría la visión. Por eso intenta seguir corriendo hasta que ninguna conciencia interior pueda devolverle su imagen, o como dirá Paul Virilo, “de este modo, el desarrollo de las altas velocidades técnicas dará por resultado la desaparición de la conciencia en cuanto percepción directa de los fenómenos que nos informan sobre nuestra propia existencia”.(1) Entran ganas de refugiarse en ese caleidoscopio pequeñito y propio, al que llamamos ego, como en un

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microcosmos en el que todo está condensado, los mundos pretéritos y los por venir, lo presente y lo ausente, como en una “Aleph”, uno de esos “puntos del espacio que contienen todos los puntos” tal y como Borges imaginó. A veces reconforta, a veces tienta, a veces unifica coherentemente la dispersión. A veces sueño con esa paz mientras el mundo se desgarra en la pesadilla de la desaparición.

Estructuras disipativas

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a visión a través de esta particular ventana no es fruto de un trance apocalíptico por la proximidad del milenio. Si no fuera tan doloroso me parecería hasta normal. Normal en estos tiempos de profundo cambio. En el ocaso de la metafísica, la ciencia vislumbra interesantes y alentadoras formas de comportamiento en la Naturaleza. Es el caso del modelo que propone el premio Nóbel Ilya Prigogine con el nombre de “estructuras disipativas”, y que corresponde al descubrimiento de que grandes perturbaciones de la energía hacen que los sistemas vivos se desintegren para volver a integrarse de nuevo en un orden más evolucionado, más inteligente. Es precisamente en los momentos más distantes del equilibrio donde es posible la transformación: “En condiciones muy alejadas del equilibrio podemos tener una transformación del desorden y el caos en orden. Pueden surgir nuevos estados dinámicos de la materia que reflejan la interacción de un sistema dado con su entorno. Hemos bautizado a estas nuevas estructuras con el nombre de estructuras disipativas”.(2) El paisaje desolado comienza a tornarse esperanzador porque es precisamente en las situaciones de mayor

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desequilibrio cuando una novedad superadora puede aparecer. Cuando la crisis deja de ser coyuntural para hacerse estructural. Exactamente lo contrario de lo que sucede en las épocas “clásicas” en las que impera el equilibrio de una forma determinada, de un modo de vida, de una estructura. Pero la contradicción actual es que estando muy alejados del equilibrio, se intenta exaltar el mantenimiento de un modelo agotado, mientras la realidad explota en turbulencias mil. Un nuevo orden acabará imponiéndose, pero sería deseable que no fuera al precio del horror, aunque de seguir actuando como si de una situación estable se tratara, el cambio tendrá que hacerse muy violentamente. Sí, efectivamente parece que estoy confundiendo cuestiones bioquímicas con situaciones sociales, pero es el mismo Prigogine el que lo advierte, pues “la analogía con problemas sociales, incluso con la historia, parece inevitable”, y de hecho, este modelo de funcionamiento ya ha comenzado a aplicarse con éxito en las ciencias socio-políticas. En fin, la cuestión es que la auténtica novedad triunfará sobre el simulacro de lo novedoso. Una novedad que posiblemente no tenga que ver con las altas velocidades de la desaparición de la imagen del mundo, como tampoco con los mausoleos estáticos con los que sistemas totalitarios de todas las épocas han pretendido eternizarse.

Caos

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egún hemos visto en Prigogine, el heraldo del cambio es el caos, es decir, un orden que no se corresponde con nuestros conceptos lineales ni con los automatismos causa/ efecto, porque el caos constituye un lenguaje cifrado que guarda un secreto no aprendido aún por nuestra civilización: que el futuro no está contenido en el presente. Frente a las

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leyes eternas de la física clásica aparece la imagen de un mundo autoorganizándose espontáneamente. Lo propio de la materia en equilibrio es la repetición, porque el equilibrio no es más que el momento ciego de la naturaleza. Cuando de nuevo comienza a buscar su modo evolutivo y se aleja de ese equilibrio, se torna inteligente y, por tanto, imprevisible. Con la tarde, la niebla va ascendiendo hasta mi ventana y cubre todo un paisaje sin horizonte. Aparece tímidamente un resplandor, luego otro sin que me dé información alguna sobre dónde podrá aparecer un tercer elemento: es el Caos. Más y más luces van desvelando con el tiempo el sentido de unas trayectorias aparentemente inconexas que se irán configurando en torno a un “atractor”, un nudo energético hacia el que todas van convergiendo. Es lo propio de cualquier sistema dinámico. Si eso no sucede, nada sucederá. Nada en absoluto. El caos aparente, incausal, engendra su propio orden interno, un orden que en un principio parece siempre desorden, capricho. El inicio de cualquier novedad es así. “Lo otro” escapa a nuestra lógica porque sólo la repetición compulsiva de “lo mismo” se corresponde con la estructura de nuestro pensamiento neurotizado. Sin embargo, la ciencia ha descubierto asombrada que existe un proceso continuo de bifurcación y desarrollo que está en armonía con los fines de la naturaleza. “La evolución es caos con retroalimentación”, escribió Joseph Ford, un azar con dirección que llega a producir una complejidad asombrosa. Resulta un extremo obvio el hecho de que vivimos uno de esos momentos históricos de profunda necesidad de cambio. Nuestra situación actual responde a la descripción de estructura disipativa en el sentido de un alejamiento muy evidente del estado de equilibrio y una de las claves es que las cosas suceden a una velocidad de vértigo. El concepto de pueblo o nación se enfrenta al de estado, las etnias se rebelan borrachas de diferencia, los

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fundamentalismos despiertan en una sociedad que se creía laica, las contiendas puntuales sustituyen a la omnipresencia de la guerra fría, los muros caen y los odios, resucitan, los parámetros económicos no responden a las leyes convencionales, la droga crea estados dentro del estado y es utilizada como arma política, los políticos, a su vez, están inmersos en procesos judiciales incoados por la ciudadanía, las migraciones masivas amenazan con descabalgar las fronteras, las sociedades más opulentas engendran paro, el estado del bienestar toca a su fin y la obsesión por la salud es azotada por oscuras epidemias sin nombre. Diversas mitologías del origen están vinculadas al Caos como si una intuición muy ancentral coincidiera con la ciencia de ahora mismo. Esos puntos que surgen en la niebla son los destellos producidos por las fluctuaciones que apuntan hacia la novedad, hacia el nacimiento de algo diferente. No sabemos qué figura conformarán las trayectorias originarias de lo nuevo ni en torno a qué atractor van a converger, pero sí sabemos que, en estos momentos de cambio radical, en aquello que atañe al pensamiento, la fuerza no radicará en lo ya pensado, sino en lo impensado, en lo profundamente “otro”. En estos cambios de tanta profundidad lo ya pensado pierde su carácter de fundamentación y, en contraposición, lo llamado a conformarse como cosmovisión nace del caos, aquello esencialmente distanciado de lo repetitivo y universal, aquello específico y único, imprescindible en el amanecer de toda nueva época.

Las fluctuaciones

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e la mano de Prigogine hemos visto que en la interacción de un sistema con su entorno pueden aparecer nuevos estados dinámicos que sería el comportamiento propio de

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las estructuras disipativas, pero antes de producirse un salto cualitativo es significativo que los sistemas presenten grandes fluctuaciones cerca de las bifurcaciones. “El sistema parece ‘dudar’ entre varias posibles direcciones de evolución, haciendo colapsar la famosa ley de los grandes números tomada en su sentido usual. Una pequeña fluctuación puede generar una nueva evolución que cambiará drásticamente todo el comportamiento del sistema macroscópico”(3) Así es la fuerza creativa de la Naturaleza en contraposición a nuestros pensamientos épicos y grandiosos sobre el cambio. La naturaleza actúa del siguiente modo: una pequeña transformación del 1% en el código genético del orangután dio lugar al ser humano. !sólo un uno por ciento¡ Así de simple y así de complejo. Un pequeño cambio contamina todo el sistema y nace así una especie nueva que no estaba contenida ni prefigurada en la anterior. Ese pequeño número de genes provoca una transformación total, un sorprendente salto evolutivo. Claro que para que esto suceda, el cambio ha de acertar con la verdadera bifurcación evolutiva, porque !cuántos intentos fallidos entes de encontrar el modo exacto¡ Las fluctuaciones son, pues, esos intentos. La búsqueda desesperada de vías posibles para seguir avanzando. La mayor dificultad es dar con el “quid” que nos abra las puertas de un futuro evolucionado, más inteligente, más omnicomprensivo y, sin duda, más compasivo. Nuestro mundo contemporáneo con todos su errores y aciertos parciales es como un laboratorio de pruebas en el que múltiples fluctuaciones pugnan por encontrar el camino. Resulta curioso que todo lo excluido en nuestro modelo de civilización, aquello que Jung denominaba la sombra, retorna como fluctuación, como intento de encontrar salidas o como reivindicación que busca la inclusión negada. Los movimientos solidarios con el tercer o cuarto mundo, la

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antipsiquiatría, la teología de la liberación, la legalización de las drogas, la ecología, el neopaganismo, la cultura “new age”, las filosofías orientales, los movimientos estudiantiles, el antirracismo, el pasifismo, la emergencia de las culturas indígenas sojuzgadas o el feminismo constituyen intentos fluctuantes de cambiar el mundo. En la medida en que se inventen más caminos o se profundice en los ya existentes, en la medida en que se hagan más inteligentes, mayores probabilidades habrá de acertar con el cambio. Digamos que el azar es el ropaje con el que se reviste al necesidad en tiempos de crisis, de evolución radical. Tal vez de ese Renacimiento que soñamos.

El modelo

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arece lógico que si el mundo actual padece terribles desequilibrios, habrá que poner en cuestión el modelo, el paradigma por el cual sucede lo que sucede sin que tengamos fórmulas para darle una salida que no sea un parche. Se trata de una repetición ciega de sí mismo, cuyos horrores se convierten en la supuesta novedad de la que se nutren los medios de comunicación. En esa repetición ciega, la paz se ha convertido en una simple tregua hasta la guerra siguiente, la democracia es ya puro nominalismo que esconde la feroz lucha por el poder de la partidocracia, la verdad radica en las mil banderas de los florecientes fundamentalismos, el amor es un concurso de televisión, el capitalismo y el socialismo se han revelado como sistemas complementarios que albergan idénticas mafias, el triunfo personal sólo puede certificarlo la cuenta corriente y la vida es una pérdida de tiempo que acaba en la muerte. Estudiamos para encontrar un trabajo que nos permita pagar las letras del coche y la casa; descansamos

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para engrasar la máquina de trabajar y nos reproducimos porque follamos. Hacer el amor es una gimnasia saludable que termina en una especie de estornudo genital y en la moda sucumben todas nuevas vanidades. La individualidad es un señor frente a un ordenador y lo colectivo un rentable concierto de rock o un partido de liga. Todo esto en el mejor de los casos. Luego están los que lo tienen peor, mucho peor, esa mancha negra de los márgenes a la que no nos atrevemos ni a mirar. Pues bien, desde nuestro punto de vista, ese modelo de cien cabezas se llama Patriarcado, un sistema complejo con múltiples claves, trampas, costumbres, creencias y complicidades que a todos/as nos tiene colonizados. No es sólo el modelo en el que vivimos sino el ojo por el que miramos, los circuitos por los que transitan nuestros pensamientos, nuestro modo de amar y de vivir. El patriarcado ha venido desarrollando su paradigma a lo largo de unos cinco mil años: es lo que llamamos la historia. Atraviesa diversas épocas, culturas, lenguas y pueblos, momentos gloriosos y terribles. El planeta entero gira en torno a este paradigma, aunque lo hace de forma diacrónica. Nuestro tiempo de mundo occidental es claramente el de la decadencia, evidenciada por los varios movimientos de emancipación. Son las fluctuaciones que no acaban de encontrar una salida porque, tal vez, no atinen con el corazón mismo del problema. Unos creen que la clave está en el sistema económico, otros piensan que el mal acaba allí donde se levantan nuevas fronteras, los de más allá procuran un planeta limpio como toda solución y muchos más luchan por conseguir “café para todos”, es decir, una supuesta igualdad que cambiaría los porcentajes, un triunfo estadístico. Pero ¿quién cuestiona las reglas del juego? Es un juego que ni unos ni otros comprendemos, un juego que manda sobre los

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propios jugadores, repleto de enredos, un bosque atiborrado de símbolos indescifrables, un laberinto anudado a las mil formas repetitivas de lo cultural, un juego con dos salidas: la del que se alía -sin escrúpulos- a las propias trampas que encierra el juego, y la de quien escapa de esa pesadilla condenándose a observar desde los márgenes. Es un juego que no favorece a los más inteligentes, sensibles o éticos porque nada en ese juego premia las capacidades más cabalmente humanas, sino a una forma muy particular de alienación que a la larga es muy eficaz. Se trata de una alienación que incluso puede hacernos felices sólo a costa de que otros muchos sean desgraciados. Es un juego de ganar o perder. Lógicamente, ganan los más adaptados. Hemos conseguido que la vida se parezca demasiado a ese juego.

La razón patriarcal

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esde un pensamiento feminista, una puede posicionarse de muy diversos modos respecto al patriarcado. Inhibirse lo más posible de sus trampas y situarse fuera, creando una especie de burbuja donde inventar un mundo paralelo; participando voluntariosamente para lograr una equiparación justa; transformando las situaciones discriminatorias para las mujeres... en fin. Otra opción es situarse en la peligrosa bisagra de cuestionar las reglas del juego y construir desde ahí un proyecto político. Esta última postura responde a la necesidad de ubicarse cerca de las bifurcaciones donde los saltos evolutivos son propicios, porque así como los grandes cambios se operan en lo más recóndito del código genético, del mensaje cifrado de las células, también las revoluciones más reales acaecen en el corazón mismo de la lógica, de las leyes más profundas que

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rigen el modo mismo del pensar, de representarse el mundo, de actuar. Pero la lógica real no es esa disciplina formal que clasifica los razonamientos en válidos o inválidos, correctos o incorrectos... no. La lógica se manifiesta en la superficie visible de todo un entramado complejo que se inicia en la carencia y crece en el deseo, se configura en el símbolo y alcanza su cúspide en una cosmovisión que impone sus reglas a la razón. No se puede, pues, hablar de “la” razón, sino de múltiples modos de utilizar la razón, dependiendo de las anteriores instancias que la determinan o condicionan. Pues bien, nuestra apuesta es la de analizar las reglas más significativas que rigen el juego del patriarcado y que evidencian su modo particular de razón: la esencia misma de lo real, el código genético que subyace en cada una de las parcelas de la realidad. Así como se ha afirmado que “la filosofía es la ideología de la etnia occidental”, una determinada versión del “logos”, de la razón, sería la ideología del patriarcado, su modo peculiar de hacer razonable el mundo: un tipo de razón fundadora y fundante de enormes irracionalidades cuando se mira desde otro lugar. Más adelante recompondremos la imagen de ese mecanismo, pero ahora me resta decir que esa razón patriarcal juega sus bazas en la razón bélica, económica, familiar, educacional, deportiva, cultural o religiosa. Inventa dioses al igual que inventa guerras, entroniza valores de cambio y hunde valores de uso, levanta fronteras o invade territorios, atomiza el planeta en familias y la identifica en la tarea inútil de sobrevivir, ejemplariza con sádicas torturas y ensalza el amor, adora ídolos que luego sacrifica. La lógica patriarcal es aquella que, no sólo ha fundamentado ideológicamente la inferioridad de las mujeres respecto a los varones, sino la expoliación de los

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recursos naturales al socaire del mandato implícito de dominar la tierra o el recurso a la guerra como el método habitual de solucionar conflictos que a su vez se crean para provocar esas y otras muchas guerras. Es cierto que su lógica expansionista y agresiva propicia la consecución de grandes logros científicos y tecnológicos, pero ¿a qué precio? ¿en qué dirección? No podemos ensalzar la razón sin más, sin acotar muy claramente la direccionalidad y el sentido en los que esa razón actúa. Si es cierto que la solución de los problemas más graves de nuestro tiempo ya no es una solución ideológica, sino lógica, también lo es que no cualquier lógica puede transformar la situación y menos la lógica que la ha provocado. De momento, podemos adelantar la evidencia de que la lógica patriarcal no coincide con la lógica de la vida. En este punto radica nuestro cuestionamiento de las reglas del juego.

Emancipación

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on el vocablo emancipación designamos la acción de liberarse de una tutela, de una esclavitud o de la patria potestad, y se viene utilizando como concepto político referido a sacudirse el yugo de la explotación, de la dictadura, de la colonización. Es justo lo opuesto a alienación, que significa vivir en una realidad ajena a uno mismo, en una realidad subsidiaria al servicio de otros intereses; en una realidad en la que uno no puede decidir por sí mismo sobre la orientación de su existencia, de su trabajo, de sus proyectos y deseos. Evidentemente, vivimos en general una existencia alienada con más o menos márgenes de decisión, de poder. Es decir, que la alienación es un concepto relativo, cuestión de grados, al igual que la emancipación, porque también la

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libertad constituye una realidad relativa. Quiero decir, que la emancipación no puede resultarnos ajena, ya que en alguna proporción todos vivimos alienados. Nuestro siglo convulso está jalonado de luchas emancipatorias que han dado sus frutos colectivos o personales. Los movimientos anticolonialistas, antiapartheid, independentistas, proletarios, pacifistas, ecologistas o feminis-tas constituyen un cúmulo de luchas emancipatorias por la libertad, la autodeterminación o la justicia. Sin embargo, el triunfo de estas luchas ha llevado en muchos casos a la repetición del modelo opresor. Transcurridos los primeros años de euforia aparece de nuevo el Leviatán que reproduce las explotaciones, dependencias y sufrimientos inútiles semejantes a la etapa anterior, con el consuelo único de que “sarna con gusto no pica”. No tenemos más que mirar, sólo mirar, para observar cómo las antiguas colonias se debaten en genocidios étnicos, cómo los socialismos han truncado los sueños de libertad y los liberalismos los sueños de justicia social. Los verdes en el poder no son muy diferentes de los socialdemócratas a los que se alían y antes repudiaban; los pueblos que han conseguido su independencia no proponen modelos alternativos ilusionantes ni posibilitan otras exigencias ciudadanas. Las mujeres emancipadas pagan a veces unos precios demasiado altos por su realización personal porque el mundo en el que se emancipan sigue siendo ajeno y hostil. Hay quien opta por la serenidad interior, una opción muy loable pero sin contenido político. Si es cierto que en muchos casos las situaciones mejoran ostensiblemente, pero ¿existe una relación proporcional entre las energías que esas luchas devoran y el resultado conseguido? La historia nos está demostrando que no ha valido la pena, que todo vuelve a ser igual o peor, que existen

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unas “fuerzas del mal” que termina aplastando las enormes esperanzas de bienestar, de libertad, de realización, de alegría de vivir. Algo anda mal en el esquema mismo de la emancipación. La toma de conciencia de una situación alienada precede a cualquier movimiento emancipatorio y es ahí donde tal vez se hipoteque el futuro éxito del proyecto. La toma de conciencia no es lo suficientemente innovadora como para que la acción subsiguiente tenga lugar en un plano más inteligente, más evolucionado, más humano. El movimiento feminista, que nació al calor de la euforia por las libertades y heredando esquemas emancipatorios de la izquierda, puede que consiga integrar a muchas mujeres en ese club exclusivo de los machos al que se ha llamado “lo público”, pero no tiene visos de cambiar el modelo en el que se integran cuando se evidencia cada vez más que es el modelo el que no funciona. En las universidades ya hay más mujeres que varones y ¿en qué ha cambiado el modelo universitario? Es cuestión de poder, se me puede apostillar, pero ¿qué clase de poder, bajo qué mecanismos se va a ejercer? Los partidos políticos cada vez tienen más mujeres que creyeron en ese camino hacia el poder ¿y qué son ahora esos partidos? ¿Dónde encontrar los nuevos cauces? ¿Cómo hacer saltar los engranajes? En este trabajo pretendemos señalar algunas pautas posibles para que la toma de conciencia pueda ser más lúcida y la emancipación más real. Para que esas luchas no reproduzcan los métodos de la guerra patriarcal por el poder ni tampoco su modelo de emancipación. Todo está puesto en cuestión: ya no existen palabras sagradas que justifiquen nada. Los adjetivos comienzan a ser más definitorios que los sustantivos. Emancipación: sí. Pero ¿qué emancipación?

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Pathos

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l “pathos” tiene que ver con un sentimiento que invade el estado de ánimo. Hace unos pocos años, una frase de David Cooper podía servirnos de guía mientras observábamos atentamente el devenir del mundo: “El silencio y la esperanza circunscriben el corazón de la revolución”. Esa tregua ya no es hoy posible y el “pathos” que nos invade es la urgencia, la urgencia del decir, por si es posible -al menos con la palabra- buscar una orientación para actuar en una dimensión que logre ahuyentar las amenazas de todo tipo que nos acosan. O, como se preguntaba Edgar Pissani en un artículo reciente, “cómo vivir una historia en la que orden y desorden ya no se excluyen mutuamente, sino que se complementan. En la que el orden no aparece como lo único deseable, porque el desorden es creador. En la que el desorden no aparece como el único estado natural, porque también es destructor”. Es el momento de auscultar las entrañas del mundo de un modo real, de barrera con ese nominalismo abstracto que se gasta el poder para seguir vampirizando hasta el último momento, para seguir danzando en el bullicio al ritmo de la orquesta mientras el “Titánic” se nos hunde irremisiblemente. La economía no es la inflación; ni los tipos de interés, ni la curva de la oferta y la demanda, ni el índice de la bolsa, ni la balanza de pagos, ni el producto interior bruto, ni Wall Street. La economía es la gente que no come o que pasa frío, los 45.000 niños que mueren diariamente, las órbitas secas de los refugiados, la angustia del que le cierran su empresa, el recibo del teléfono, las letras que no se pueden pagar, la búsqueda desesperada de un empleo, la borrachera millonaria del tráfico de armas, de drogas, de mujeres, de órganos. El tráfico,

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en definitiva, de la muerte, que ha llegado a ser el negocio más entable y suculento de nuestro tiempo. Hemos llegado a tales niveles de irracionalidad, de barbarie, que a las mujeres -por imperativo de un código genético en el que se amalgaman información e instinto- se nos ha disparado la alarma como dadoras y cuidadoras de la vida por miles y millones de años. Pero no sólo. Sabemos implícita o explícitamente, en qué consiste la lógica de esa vida, que no es supervivencia, sino fluir gozosos del existir sobre la tierra. Ha llegado el momento de parar esa salvaje amenaza de muerte, de exclusión, de infelicidad cotidiana que no merecemos. Este es el “pathos” que nos invade, ésta la necesidad de transformar el caos creador en un orden civilizatorio superior. No ese orden piramidal con el que el patriarcado rampante ha distribuido las jerarquías y las sumisiones, los poderes y las exclusiones; con el que ha marcado lo significante y lo insignificante, los valores y la culpa. No nos basta con la distribución paritaria de los despojos. Hace unos pocos meses recorté del diario la siguiente noticia: “El ´Parlamento paritario´ convocado por un grupo de eurodiputadas portuguesas para llamar la atención sobre la necesidad de una mayor participación femenina en la vida política fue un gran éxito social de escaso significado político (...) Quien esperaba una ruptura radical y hasta subversiva con los hábitos y costumbres parlamentaristas quedó decepcionado. Discursos de circunstancias, solemnes y llenos de referencias históricas y citas literarias hicieron bueno el dicho de que para los hombres las únicas mujeres grandes son las mujeres muertas”. La estúpida solemnidad del patriarcado siempre acaba por asimilar a sus reglas de juego cualquier escaramuza que lo ponga en cuestión. Bellos gestos, bellas palabras y hasta paridad en los modelos decrépitos y

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obsoletos con los que nos sigue encandilando. Un mundo nuevo aguarda en el umbral y no le dejamos paso. La revolución solitaria, silenciosa y expectante ya ha dado sus frutos en el crecimiento personal de muchas mujeres y la copa de la privacidad comienza a rebosar. El paradigma patriarcal esta tocado y se tambalea; el momento oportuno, el “kairos” que dirían nuestros griegos, ha comenzado su cuenta atrás. Los tiempos son propicios. Y las Diosas ¿por qué no? despiertan de su letargo. Los límites no los diseña ni dios ni el diablo, ni un espíritu burlón que se divirtiera constriñendo o reventando lindes. Es la propia historia con sus tiempos, sus parcas, repeticiones o saltos la que abre sus portones, levanta fronteras o tiende sus puentes; es ella quién sopesa la densa carga del mundo, quien alumbra el tremor de un tiempo nuevo, la que marca el tiempo exacto, cabal, en un devenir incierto o caótico que posiblemente responda a un profundo orden de simetría rotas.

NOTAS 1 Virilo, P., Estética de la desaparición, E. Anagrama. Barcelona, 1988. 2 Prigogine, I., La nueva alianza, Alianza Ed. Madrid, 1983. 3 Prigogeni, I., ibid.

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El arco y la bóveda El arco siempre ha marcado un estilo arquitectónico. Las tensiones, la altura, los espacios se reparten de forma diferente, sustentan otros muros y las columnas dilatan o estilizan las medidas a su ritmo. Los arcos de nuestra construcción imaginaria, como vacuidad y clausura, apertura y cierre de otra mirada, quieren marcar los nuevos paradigmas de un tiempo nuevo, la nueva lógica de pensamientos diversos. Y la cúpula, remedo siempre de esferas espaciales que albergan las estrellas, se pliega –en este caso- a la redondez precisa de esta tierra.

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PARADIGMA El fin de un modelo perverso “Veo, escucho, constato y observo un cambio inaudito. Es como si, por primera vez en la historia, tal vez desde los egipcios, las mujeres hubieran decidido que tienen derecho a la felicidad...”. (Francoise GIROUD: “Hombres y mujeres”)

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icen los astrofísicos que vivimos un universo de simetrías rotas. Alguien extraño elemento o situación novedosa tuvo que aparecer para que aquel núcleo perfecto que flotaba inerme reventara en la orgía de luz y sonido que fue el Big-Bang. La simetría perfecta es silencio, orden, quietud absoluta, identidad sin fisuras. No tiene por qué explotar. Pero lo hizo... y desde entonces habitamos el reino de la diferencia generativa, es decir, un Universo que engendra en cada instante universos nuevos que se expanden en el sentido de la flecha del tiempo. El Caos constituye la nebulosa de cada inicio y supone una profunda armonía de acordes asonantes, disonantes, dodecafónicos o imposibles cuya clave sólo aguarda a ser descubierta desde

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una lógica que no es simétrica ni dialéctica. Por el contrario, la bellísima geometría fractal nos revela las formas del Caos, de la Naturaleza, que nada tienen que ver con la abstracta geometría euclidiana de rectas, planos, polígonos o círculos perfectos o simétricos. La física del caos nos muestra un universo insólito e interrelacionado que Lorentz evocó magistralmente en su artículo “¿Puede una mariposa volando en Brasil provocar un terremoto en Minessotta?”, y mi monomanía de hablar del Caos responde a la necesidad de superar nuestro estrecho esquema lógico y poder así lanzarnos a la aventura de comprender desde ese otro lugar que es la lógica de la naturaleza, desde su increíble geometría fractal que nos lleva a una representación del mundo más real, más compleja y hasta más estética, porque “un fractal es una manera de ver lo infinito con el ojo de la mente”1 o, si se quiere, de entender el mecanismo autogenerativo de la naturaleza que se multiplica según un mínimo lenguaje cifrado. Mandelbrot, uno de los pioneros, decía que sólo hay complicaciones dentro de la tradicional geometría de Euclides, que las estructuras fractales ramificadas se explican con una sencillez transparente a partir de pequeños fragmentos de información. Si entendemos su lógica interna entendemos el mundo. Si lo fragmentamos y de esos fragmentos hacemos estructuras jerárquicas y contradictorias no entenderemos nada. Esto último es lo que ha construido el patriarcado en contra de la lógica de la naturaleza. La historia del pensamiento patriarcal de Occidente se ha ido decantando hacia la búsqueda de una simetría abstracta de contrarios cuya ingenuidad aparente no está exenta de perversión, como es el caso de Pitágoras al dotar de carácter ético, modélico y salvador determinadas concepciones del mundo. En Crotona, el filósofo-gurú fundó

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su escuela hermética e introdujo rigurosas formas ascéticas que respondían a una visión maniqueista de la realidad. En su famosa lista de contrarios colocó a “lo femenino” junto a lo malo, la oscuridad, lo curvo, los muchos y el lado izquierdo; mientras que “lo masculino” lo situó del lado de lo bueno, la luz, lo recto, el uno y la derecha como Schindler a los judíos de Cracovia en su famosa lista. No fue ajeno Pitágoras a todas las aseveraciones posteriores de que la mujer es mala por naturaleza, que llevó a tantas y tantas a la hoguera. Evidentemente, una mariposa volando en Brasil puede provocar un terremoto en Minessotta. La cima de esa extraña lógica es conquistada en un supremo esfuerzo dialéctico por Hegel, que pretendió nada menos que un saber absoluto escalando la montaña por la vertiente que mira al abismo. Supera la duda cartesiana para zambullirse directamente en la ciénaga de la desesperación porque, a cada instante, aquello que la consciencia toma por verdad se revela ilusorio. Es como si la negación de un término produjera un concepto nuevo, pero no. Sucede que el Todo es inmanente a la consciencia, una consciencia que va descubriendo la realidad dentro de sí en una continua superación de trascendencia que es “el saber del saber”. No hace ninguna concesión a la Naturaleza, a la que incluso quiere arrebatarle la muerte como negación externa para incorporarla a la negación interior del concepto y darle así un sentido positivo. En definitiva, que lo real no tiene otra esencia que lo racional y que el Espíritu es historia como lo Absoluto es sujeto. Liquida el Universo, del que formamos parte, lo hace inmanente a la consciencia, o sea, trascendente, y sella la historia como el devenir del Espíritu. Un panorama clausurado en el que el Sujeto avanza de negación en negación, de muerte en muerte. Todo queda justificado en un devenir especular, ya que “el

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mundo es el espejo en el que volvemos a encontrarnos”. Sólo existe el Yo absoluto: ese Uno que señalaba Pïtágoras del lado de lo masculino y al que las religiones monoteístas han llamado Dios. El espíritu de Hegel revoloteando en Jena pudo producir desde las campañas napoleónicas a las dos guerras mundiales pasando por cualquier locura actual. Pero no importa, son el espejo en el que volvemos a encontrarnos, realidad especular del Sujeto que se mira en el mundo para negarlo y seguir ascendiendo... no se sabe hasta donde. Como diría Carla Lonzi, “el axioma que todo lo que es racional es real refleja la convicción de que la astucia de la razón no dejará de concordar con el poder, pues la Fenomenología del Espíritu es una fenomenología del espíritu patriarcal, encarnación de la divinidad monoteísta en el tiempo”.2 A medida que la realidad ha ido revelándose como más y más compleja y la ciencia comenzó a transitar por el mundo paradójico de la microfísica, los grandes sistemas estructurados al modo de una geometría euclidiana o incluso de la gran física de Newton se han revelado insuficientes en su pretensión de dar respuestas infalibles con leyes eternas. El Caos exige otro abordaje epistemológico, así como el reino de las diferencias, en el que lo antagónico queda aniquilado y reclama ser pensado de nuevo. Al igual que el tiempo –en un universo expansivo- es redescubierto como una dimensión del espacio, la muerte puede no ser más que una dimensión de la vida, la libertad una dimensión de la necesidad, la mística una dimensión del eros o la razón una dimensión más de la visión. En fin, que la totalidad exige ser resituada porque la arquitectura –ya ingenua- de la modernidad es insuficiente para albergar una realidad que ha dejado de ser significante por la carencia de un pensamiento actual capaz de significarla.

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Este “quiebre” metafísico ha dado lugar a la reciente postmodernidad, conciencia vacía del tránsito, puente perentorio y precario entre un mundo que se apaga y otro que no consigue despuntar. Como otras tantas veces en la historia humana, parece ineludible un salto epistemológico.

Episteme

U

n salto epistemológico significa un cambio profundo en el modo de pensar, de mirar, de representarse el mundo. Kuhn lo llamó “cambio de paradigma”, entendiendo el paradigma como un modelo que durante un cierto tiempo nos sirve para explicar el mundo, para comprenderlo. Un paradigma da sentido a la realidad, normalmente sirve a unas cuantas generaciones y se puede tratar de un paradigma científico, social, filosófico o religioso. Sin duda que los descubrimientos científicos que provocan un cambio de paradigma se suceden más rápidamente que los cambios religiosos, por ejemplo. Cuando Newton descubrió la revolución de los planetas en relación a la gravedad o Darwin la evolución de las especies se transformó el paradigma científico. También cambió el paradigma religioso con Pablo de Tarso o con Mahoma, así como el paradigma políticoeconómico con Marx y Engels. La nueva ciencia está preparando el terreno para un cambio gigantesco, un cambio que va a coincidir con otro de mucha más envergadura por tratarse de un modelo más antiguo, más arraigado, más global y que constituye el marco de todos los otros paradigmas que conocemos: el patriarcado. No es casualidad que todos los datos vayan convergiendo en un sentido. Una ciencia que se acerca asombrada a la Naturaleza, un repentino amor por el

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planeta Gaia (Tierra), una repulsa en los jóvenes por los juegos de guerra y una emancipación, que promete ser planetaria, de las mujeres apuntan en una dirección que parece irreversible. Al mismo tiempo, potentes fuerzas de reacción se resisten brutalmente: guerras genocidas, totalitarismos, fragmentaciones, fundamentalismos o explotación de los más débiles constituyen los estertores de esa bestia apocalíptica que se niega a perder sus privilegios. A veces, sin darnos cuenta, la seguimos alimentando, reproduciendo el modelo en supuestas emancipaciones que no aciertan a serlo; por eso insistimos en apuntar al corazón mismo de la bestia que, en este caso, es su cerebro, su mente, su lógica perversa. Sin embargo, un cambio epistemológico no puede ser dirigido, aunque sí podemos tomar conciencia de él y aprender a interpretar sus signos. Michel Foucault considera la “episteme” como un lugar desde el cual el ser humano conoce y actúa en su propio entorno, pero este lugar no responde a una creación voluntaria y consciente, sino inconsciente, asimétrica, discotinua, dispersa, sin un centro que la organice. No es el ser humano quien hace su propia historia, sino que la episteme o paradigma es lo que conforma un determinado tipo de ser histórico. Estamos en el tránsito. Los viejos modelos son insuficientes para comprender racionalmente el mundo y los nuevos se debaten por abrirse paso en esta enmarañada selva de conceptos, deseos, proyectos y contradicciones que constituyen el Caos actual, promesa de un orden futuro que aún no percibimos. Otro modo de concebir la episteme es la formulada por Piaget como “epistemología genética”, que compara con una especie de embriología mental, un proceso que genera nuevas formas de pensamiento, de saber, en las que sujeto y objeto se autoimplican y hacen posible una estructura nueva, reforzada

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por los conocimientos ya conseguidos anteriormente. Como en un proceso de gestación, sólo percibimos el cambio de fase cuando la criatura es dada a luz, mientras los complejos procesos internos se escapan a nuestra percepción, así en la dinámica del caos las transiciones de fase incluyen un comportamiento macroscópico, visible, difícil de predecir en sus detalles microscópicos. Equivalen a los grandes cambios históricos que, de repente, manifiestan unos movimientos subterráneos cuya concreción era imprevisible. Por eso, en el principio de todo cambio epistemológico o de paradigma, siempre fue el Caos. Es muy significativo que en muy corto espacio de tiempo histórico estén sucediendo acontecimientos tan sorprendentes: la caída del muro de Berlín, la guerra del Golfo, el genocidio étnico de la ex Yugoslavia, la erupción fundamentalista en Argelia, el desmantelamiento político italiano, el fenómeno Zhirinovski y la regresión rusa, el despertar económico del Sudeste asiático y de la propia China, la unión comercial de México con los gigantes del norte y la sublevación neozapatista, el fin del apartheid o las masacres de Ruanda son síntomas de que algo se mueve en capas muy profundas. Son los últimos o penúltimos coletazos de un mundo que agoniza al tiempo que aparecen signos difusos en busca de otra cosmovisión, abanderados tanto por los movimientos colectivos emancipatorios como por la exploración más individualizada de la ciencia o el crecimiento personal en una amalgama que Marilyn Ferguson denomina “conspiración de Acuario”. Sin embargo, seguimos analizando todo este cambio de fase con una lógica de ordenador, cuantitativa, estadística, de identidad-exclusión, de uno-cero; con una razón abstracta de grandes números y grandes despistes, con una razón fragmentada incapaz de pensar la interrelación, el sentido, el cambio cualitativo y microscópico.

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Para comprender y actuar coherentemente es preciso cambiar de piel intelectiva, propiciar otro modo de mirar, dejar los prejuicios lógicos de la modernidad y prepararnos para un cambio de paradigma. Es preciso analizar dónde radican los escollos de la razón patriarcal, los nudos gordianos que nos ahogan un pensamiento destinado a ser libre, emancipar –sobre todo- nuestra capacidad de interpretar el mundo. Precisamente nuestra pertenencia a una cultura que proviene en línea directa de la Ilustración, del siglo de las luces, nos impide seguir arrastrando unos esquemas de comprensión que fueron válidos y emancipatorios en un paradigma histórico que se llamó la modernidad. Una modernidad que hizo estallar la razón en el corazón oscurantista de la contrarreforma para liberarnos de prejuicios y terrores ancestrales bien custodiados por la iglesia católica. Con el paso del tiempo ciertos juicios de esa modernidad se han convertido en prejuicios en el contexto de la postmodernidad. La razón moderna es ya antigua, y si esa razón moderna es patriarcal necesita una revisión en profundidad que no significa una agresión. Simplemente la oruga se transforma en mariposa, la mariposa revolotea y no sabemos qué destrozos podrá causar en Minessotta.

Encrucijada

E

mpieza a ser cuestión de estrategias. Una se pregunta ¿le hago caso a Hegel o a Heidegger? En definitiva se trata de ir a lo seguro o de apostar por la aventura intelectual. Me explico: Hegel afirma que lo ya pensado adquiere el carácter de fundamentación. Como para él la Historia es el Espíritu desplegándose, lo ya pensado significa los momentos cumbre de este Espíritu revelados a ese Absoluto que es el sujeto. Resulta tan solemne que si uno quiere ser

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“alguien” en el mundo académico mejor será que se pliegue a la visión hegeliana y se fundamente en lo ya dicho, en la marcha triunfal del Pensamiento: occidental, claro. Los otros “pensamientos” son más bien supercherías o mística. Lo que dice Heidegger es otra cosa: que la fuerza del pensar no radica en lo ya pensado, sino en lo impensado. ¡Oh, dilema! Una cosa es predicar y otra dar trigo. La seguridad frente al riesgo de hacer el ridículo, porque vete tú a saber cómo va a salirte ese no-penado que, lógicamente, trata de ser original. No obstante, estas dos posturas no son más que expresiones de dos paradigmas diferentes: el primero más antiguo y el segundo más actual. Hegel lleva a su culmen el proyecto de la modernidad, mientras Heidegger pone de manifiesto su fisura. Hegel delira la plenitud de la Historia como desarrollo dialéctico de la Idea, y Heidegger nos abre la puerta a todas las incertidumbres, al fin de la metafísica y a la perspectiva del fracaso histórico que supone el convulso y trágico siglo XX. A mí me parece que ambas posturas podrían reconciliarse por aquello de que “la evolución es caos con retroalimentación”. O sea, que la evolución del pensamiento no surge por generación espontánea, sino que se retroalimenta de lo ya pensado, pero también es cierto que la fuerza de la evolución no radica en lo anterior, sino en ese plus de novedad absoluta que comporta el Caos. O, como diría Prigogine, “el futuro no está contenido en el presente”. Respecto a lo pensado tiene que existir una discontinuidad, un salto, para que lo nuevo exista: ahí se esconde su fuerza. Dar un salto cualitativo en la manera de pensar, de todos modos, no significa pensar cosas nuevas, sino pensar de un modo diferente, situarse en otro lugar que tampoco será el definitivo. Es, simplemente, ampliar el campo de visión, cambiar la estructura misma de la lógica.

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El feminismo, si realmente pretende ser un pensamiento político transformador, no puede conformarse con pensar cosas nuevas, sino de modo diferente. Puede suponer cierta inseguridad y hasta cierto riesgo de no ser reconocido, porque es muy común cometer una falacia que Wilber define como falacia PRE/TRANS, es decir, el error lógico por el que se mete en el mismo saco lo que no alcanza la categoría de racional –como el fanatismo, la sumisión dogmática, el miedo, la superstición, ciertas ignorancias o vagos sentimientos- y un tipo de pensamiento que va más allá de nuestra razón occidental considerada como el no va plus de la sabiduría. Por ejemplo, un pensamiento-objeto o el concepto estático de “esencia”. Dice Wilber: “El hecho de que lo pre-racional y lo trans-racional son parecidos (por el hecho de ser ambos no racionales) el ojo ingenuo suele confundirlos. Tras esa confusión es inevitable que los dominios trans-racionales sean reducidos al estatus preracional o que los reinos pre-racionales sean exaltados a la esfera de lo trans-racional”.3 Es la propia ciencia la que comprueba admirada cómo la Naturaleza, en contra de esa lógica de Occidente, se manifiesta dual y paradójica. La declaración más revolucionaria de la física cuántica es que todos los seres, a un nivel subatómico, pueden describirse de igual manera como partículas sólidas o como ondas energéticas, pero ninguna de las descripciones por sí misma es definitiva, sino ambas a la vez. Lo que sucede es que la lógica clásica no admite esta posibilidad, influyendo de tal modo en la tecnología que no hemos sido capaces de inventar instrumentos que midan a la vez ambas posibilidades. Sin embargo, la realidad es dual, pero no contradictoria: onda/partícula. Su manifestación depende de las condiciones del conjunto, entre ellas del observador. Un observador a quien su lógica le impide percibir onda y partícula como un todo. Sólo podemos observar onda

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o partícula; sólo podemos medir posición o impulso. La Naturaleza nos está diciendo que ella responde de acuerdo a cómo le interroguemos, pero somos incapaces de preguntar de un modo global, ya que la primera escisión que llevamos a cabo es entre sujeto/objeto. Cambiar el concepto de contradicción por el de diferencia interrelacional, suplantar las habituales conjunciones disyuntivas por copulativas e incorporarlo a la lógica política y de la vida cotidiana supondría tanto como pasar de la energía de fisión a la de fusión. La primera, desarrollada con la bomba atómica, es normalmente destructiva, muy cara y contaminante, mientras que la segunda sería barata, copiosa, al alcance de todos y sin efectos contaminantes. Pero la energía de fusión, como el aparato que nos permita observar onda y partícula a la vez, no serán posibles hasta que nuestros esquemas lógicos no estén preparados para ello. Nuestra mente está educada para separar, dividir, antagonizar y rechazar, por eso sólo aprovechamos el 10% de nuestro cerebro. Estamos varados en un estadio muy poco evolucionado y desde ahí no será posible ningún cambio real. Pensar de un modo nuevo sigue siendo el reto.

Del carbono al silicio

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egún el biólogo Bricogne, “el género humano es una encima que cataliza la transición de una inteligencia asentada en el carbono a otra basada en el silicio”. Lo humano supone ese salto evolutivo que cataliza la inteligencia de la vida biológica (carbono) para convertirse en inteligencia de un cerebro desarrollado (silicio), para convertirse en mente. No quisiera parecer fría ni reducir la humanidad a simple bioquímica. Más bien pretendo poner de manifiesto que

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esta maravillosa complejidad que ha creado arte, técnica, pensamiento, religiones, proezas o historia brota de la propia fuerza de la Naturaleza, de esa Diosa Madre engendra todas las maravillas que conocemos y que desconocemos. Hemos cometido otro gran error separando naturaleza y cultura, materia y espíritu porque semejantes fronteras no existen. En el reino de la Naturaleza las partículas más elementales se nos presentan bajo dos formas básicas: fermiones y bosones. Los fermiones se combinan para formar materia (electrones, protones y neutrones) y son esencialmente antisociales. Por el contrario, los bosones (fotones y otros) constituyen partículas relacionales, poseen una estructura inteligente que mantiene unido el Universo. La ciencia humana no es más que una condensación de bosones con un alto grado de coherencia. Esta coherencia es la que hace posible la puesta en marcha, el encendido de las neuronas de nuestro cerebro. Sin esta coherencia de bosones nada tendría sentido, nada podría ser pensado, pero tampoco sin los componentes del tejido nervioso. Así pues, si la conciencia es el resultado de la interrelación cuántica de la función onda proporcionada por los bosones y la función partícula de los fermiones ¿cómo separar el yo del mundo, el sujeto del objeto o la naturaleza de la cultura? La posibilidad de que la lógica de la Naturaleza trascienda a las mentes, a la cultura y a la política pone los vellos de punta incluso a intelectuales que dieron muestra en los setenta de un pensamiento rompedor y arriesgado. A los políticos ni les perturba porque no creo que lo entiendan, pero que Alain Finkielkraut se escandalice por la posibilidad de que la tradición del pensamiento occidental, y más concretamente la lógica de la modernidad, puedan ser puestos en cuestión realmente resulta muy sorprendente. El antropólogo Lévi-Strauss fue pionero en dudar del modelo

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occidental como el más evolucionado, el más inteligente o el más coherente con la realidad y en un discurso pronunciado en la Unesco llegó a decir que “la era de la que se trata de salir está tan marcada por la guerra como por la colonización, tanto por la afirmación nazi de una jerarquía natural entre los seres como por la soberbia de Occidente, tanto por el delirio biológico como por la megalomanía del progreso”. Este simple cuestionamiento le lleva al filósofo Finkielkraut a echar venablos contra la exaltación de ciertas culturas, costumbres o modos que pecan contra una razón que se reclama universal, mientras se queda mudo ante los horrores que en nombre de esa razón se han cometido. A lo primero lo llama “derrota del pensamiento”, a lo segundo modernidad, una modernidad que sigue creyendo en una historia al modo hegeliano, por eso es aún más intransigente con Michel Foucault al que le reprocha que “en lugar del proceso ascendente con el que nos habíamos acostumbrado a identificar la historia, se ofrece a nuestra mirada un caleidoscopio de diferencias”4. Una cosa es la denuncia de la violación de derechos fundamentales en virtud de ciertas tradiciones y supersticiones o la estulticia de algunos post-modernos que pretenden justificar que “todo vale”, y otra muy distinta es defender a ultranza un modelo que se considera el abanderado del progreso cuando no sólo se trata de un modelo decrépito y cruel en muchos casos, sino, sobre todo, ineficaz en relación a los problemas actuales y paralizador respecto a la evolución misma del pensamiento. Lo que estoy tratando de decir de la lógica de la naturaleza en relación a nuestra lógica, a la que otorgamos la fundamentación de todo progreso, es que ha separado la inmanencia de la trascendencia, suponiendo a ésta superior e identificándola con Dios –que es trascendencia pura- o, me da igual, con cultura, historia, razón o espíritu. Al igual que hemos consumado el divorcio entre sujeto y objeto, yo y

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mundo o cultura y naturaleza, hemos dotado a la trascendencia de una categoría de superioridad metafísica o teológica que hace imposible concebir un alto grado de civilización unido a cosmovisiones inmanentes o, lo que es lo mismo, hace impensable una razón evolucionada como un continuo con la naturaleza misma. Se trata de una lógica fundamentada en la razón patriarcal que siempre ha sido descaradamente una razón contra la naturaleza o trascendente respecto a ella. Es un punto que especialmente me interesa porque el matriarcado anterior a la invasión patriarcal construyó una compleja y refinada civilización fundamentada en la pura inmanencia, en la sabia interpretación de las leyes naturales. Frente a las madres terrenales, los dioses uránico; un burdo y simple esquematismo que sigue dominando esta civilización a la que consideramos más evolucionada. La crisis entre la antigua ley natural y la nueva ley de la ciudad estallará en el conflicto trágico del personaje Antígona del que nos ocuparemos más adelante. No estoy proponiendo un materialismo grosero: todo lo contrario. Un físico de la categoría de David Bohm, profesor en el Birbeck College de Londres y antiguo colaborador de Einstein, llama la atención contra esta incomprensible ceguera de un pensamiento que para conocer fragmenta y divide, reclamando la necesidad de “un acto de comprensión, en el cual veamos la totalidad como un proceso real que, cuando se realiza adecuadamente, tiende a producir una acción global armoniosa y adecuada, que incorpora tanto el pensamiento como lo que es pensado en un único movimiento, en el cual el análisis en partes separadas (por ejemplo, pensamiento y cosa) no tiene significado”5. Bohm defiende que bajo un orden desplegado o visible de la realidad existe un orden implicado en el cual determinados conceptos no tienen validez, ya que nuestra conciencia

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fragmenta para analizar cuando, en realidad, cualquier elemento del universo contiene la totalidad del mismo, una totalidad que incluye tanto materia como consciencia. Para Bohm, la gran confusión radica en no saber distinguir entre la diferencia y la mismidad: “Estar confundido acerca de lo que es diferente y lo que no lo es, es estar confundido acerca de todo (...) ¿Para qué sirven los intentos en la sociedad, en la política, en la economía o en cualquier otro campo si la mente queda atrapada en un movimiento confuso en el que generalmente se está diferenciando lo que no es diferente y se está identificando aquello que no es idéntico? Tales acciones serán, en el mejor de los casos, inútiles y, en el peor, realmente destructoras”6.

Un nuevo paradigma lógico

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oda esta digresión necesaria intenta desarrollar un nuevo marco, no sólo teórico, sino lógico, que haga comprensible y viable nuestra propuesta de “feminismo holístico”, pues como acaba de decirnos Bohm ¿de qué nos sirven nuevos planteamientos políticos, económicos o culturales si estamos confundidos en lo fundamental? El gran esfuerzo de todo este trabajo se va a centrar en desmontar y poner al descubierto la lógica patriarcal, el mundo simbólico que le precede y la realidad que le sucede para así intentar construir un paradigma feminista que previamente haya puesto en cuestión las reglas mismas del juego. Queremos acercarnos lo más posible a ese punto de bifurcación con el que toda estructura en crisis acaba por encontrarse. Y así como la obra de Karl Marx incide repetidamente en desmontar pieza a pieza la lógica y el entramado capitalista para desde ahí construir un socialismo

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científico, nosotras intentamos explorar en lo más recóndito del sistema patriarcal para superar la colonización milenaria a la que estamos sometidas las mujeres. En este cambio de piel tendremos que dejar en el camino teorías emancipatorias que habíamos hecho nuestras, pero construidas desde la lógica del patriarcado. Teorías que, desde este nuevo punto de vista, están confundidas en lo fundamental: en la estructura misma de su pensamiento. Por eso, la fuerza de este nuevo planteamiento feminista radica en lo no pensado. Lo no pensado es, precisamente, pensar de un modo nuevo. Voy incluso más allá. Se trata de crear una matriz de vibración que pueda retroalimentarse de otras vibraciones similares que la hayan precedido. Y también para poder hacer esta afirmación me baso en la ciencia biológica más actual respecto al comportamiento de los seres vivos, una teoría expuesta por Cheldrake en lo que él define como “resonancia mórfica”. Este biólogo inglés parte de la resonancia energética, que se produce cuando un sistema es impulsado por una fuerza alternativa que coincide con su frecuencia natural de vibración, ya que cada sistema responde a una frecuencia determinada. Pues bien, para Cheldrake, la forma también se transmite por resonancia y el proceso sería como sigue: en torno a un germen se crea un campo morfogenético determinado bajo cuya influencia nace una unidad mórfica de nivel superior: el óvulo se transforma en embrión, por ejemplo. El efecto resonante de la forma sobre la forma a través del espacio y el tiempo no implica una transmisión de energía como en la resonancia energética, sino una transmisión de forma. Esté fenómeno sólo puede darse entre sistemas que vibran, con la particularidad de que la resonancia mórfica depende de matrices de vibración tridimensional. La resonancia mórfica, más allá de la energética, no está atenuada por el espacio-tiempo y sólo se

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produce desde el pasado: únicamente las unidades mórficas que han existido previamente pueden ejercer influencia mórfica en el presente. La influencia mórfica de un sistema pasado puede “reaparecer” en el momento y en el lugar en que se produzca una matriz de vibración similar. O bien, un sistema dado podría estar influenciado por todos los sistemas anteriores que tuvieran una forma o matriz de vibración similares. La resonancia mórfica es causativa no sólo de la forma externa, sino de los comportamientos y aprendizajes que van aparejados a dicha forma. Determinadas secuencias dormidas del código genético, así como sinapsis neuronales del cerebro pueden “despertar” al entrar en resonancia. Las teorías de Cheldrake han sido rigurosamente comprobadas en aprendizajes determinados por parte de animales y de personas. Así, si se enseña a miles de ratas a sortear un laberinto en Londres y después se someten a otras ratas de similares características en Japón al mismo trabajo, estas últimas aprenderán mucho más rápidamente que las primeras por un efecto de resonancia mórfica. Parece que lo mismo sucede con los humanos según experimentos realizados por la ITV de Gran Bretaña. La habilidad creciente de los niños con los ordenadores también responde a este fenómeno de la resonancia mórfica. Crear, como apuntaba, una matriz de vibración que pueda retroalimentarse de otras vibraciones similares que la hayan precedido, supone abrirse a toda una corriente subterránea que, a pesar de todo, subsiste de modos diversos, en intentos de fuga, en tradiciones creadoras, en cierto espíritu científico y en la arteria viva por la que circula la poesía secular. Los nuevos paradigmas, por muy nuevos que sean, reciben una savia milenaria de aquello que ha sido reprimido y que de algún modo retorna y se libera por los cauces de un

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pensamiento aglutinante que lo rescata del olvido. El modelo que pretendemos persigue construir un puente entre las leyes de la Naturaleza y el pensamiento propio de un tiempo nuevo. Intenta provocar una mutación, un salto cualitativo en el corazón mismo de la razón hasta transformarla en una energía capaz de interrelacionar empáticamente sujeto y objeto, naturaleza y cultura, yo y mundo, orden implicado y explicado. El paradigma del feminismo holístico quiere superar esa lógica patriarcal del divorcio, de la separatividad, cuya finalidad perversa ha consistido en dividir la realidad en dos ámbitos contrapuestos y regidos por leyes diferentes: el de la inmanencia y el de la trascendencia. Y no, precisamente, como producto de la ignorancia, sino como sutil y rebuscada forma de justificar un modelo jerárquico y jerarquizante, fundador y fundante. Un modelo para ejercer un poder discriminatorio y privilegiado cuyos frutos podemos contemplar desde esta cima histórica que es nuestra época: un tiempo de balances y de propuestas decisivas.

A la búsqueda del método



Méthodos”, como todo el mundo sabe, significa camino y en este caso un camino hacia el conocimiento que puede servir en momento dados y puede igualmente ser abandonado para transitar por otros más pertinentes cuando convenga, pues como bien ha puesto de relieve Feyerabend, el método más eficaz para avanzar en el pensamiento es aquel que no se compromete definitivamente, sino que se transforma según las conveniencias de esta aventura que supone el conocer. Los métodos más rígidos imponen una disciplina que nos bloquea más que abrirnos a la amplitud de todas las percepciones

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posibles, la rigidez sólo consigue “inhibir las intuiciones que pudieran llevar a hacer borrosas las fronteras”7. El método que propongo para el feminismo holístico no está encaminado a descubrir concepciones abstractas que nada tienen que ver con la experiencia, sino que parte de un principio básico: los modelos de comprensión creados por la mente tienen como finalidad resolver los problemas prácticos, porque lo verdaderamente importante es avanzar, no adecuarse a la verdad, ya que la verdad no puede existir en un mundo en transformación y sometido también al azar. La necesidad de buscar nuevos esquemas mentales para una comprensión más amplia, más compleja y fluida obedece a otro principio fundamental: que la realidad siempre acaba por imponerse. En función de estos presupuestos, creo que una metodología adecuada puede ser la hermenéutica, pero no al dictado de ninguna escuela en particular ni de concepciones ortodoxas. Hermenéutica viene de “hermeneia”, que significa interpretar. Aunque a primera vista no lo parezca, la hermenéutica es más objetiva que otras metodologías por el hecho de que se deja seducir por el objeto; lo que sucede es que no es objetivante, paralizante, ya que la historia con todo su bagaje constituye una variable definitiva en la interpretación. La hermenéutica no comienza su investigación desde un punto cero de ideas claras y distintas, sino desde el propio horizonte del sujeto, así como su punto de llegada no descansa en una respuesta definitiva, ya que ser histórico quiere decir no agotarse nunca de saberse. Por tanto, la comprensión hermenéutica consiste en no llevar a término directamente las anticipaciones previas, como hizo Hegel al pensar hasta el final la dimensión histórica, sino en confrontarlas metodológicamente con el objeto. Un objeto que en cualquier caso está del lado del sujeto, ya que ambos existen en devenir,

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en proceso, y porque sujeto y objeto existen en un universo en expansión atravesado por la flecha del tiempo. La principal regla hermenéutica consiste en comprender el todo desde lo individual y lo individual desde el todo, de modo que se vaya ampliando la unidad de sentido en una especie de espiral o puzzle. El criterio, pues, para saber que comprendemos algo es la congruencia de cada detalle con el todo. Se trata de ir iluminando las condiciones bajo las cuales se comprende, interpretando lo cercano desde una perspectiva más amplia. La variable tiempo y la implicación del sujeto con el objeto, hacen que el conocimiento hermenéutico tenga una estructura similar a la experiencia, contrastada desde un pensamiento crítico que interpreta. Para la adopción de una metodología hermenéutica tendríamos que comenzar por cambiar ciertos términos que han tenido unas connotaciones muy claras con la modernidad y cuyo contenido actual, sin embargo, ha sido vaciado de sentido si no pervertido. Si el sujeto es un sujeto epocal, histórico, la hermenéutica se convierte en un “topos” desde el que el sujeto interpreta instalado en su horizonte presente, de modo que los términos estáticos y absolutos son sustituidos por términos en evolución y relativos. Algunos términos pueden sernos ilustrativos al respecto. Por ejemplo, CONSECUENCIA, efecto de la causalidad o conclusión en las leyes de la lógica formal, supone siempre un término excluyente que desplaza otras posibles variables. Pues bien, más allá de la consecuencia restrictiva, la hermenéutica propondría una COHERENCIA constructiva, abarcadora de varias posibilidades. La coherencia huye de lo lineal y en su representación circular interrelaciona cosas dispares, diferencias múltiples, diversos niveles de existencia y de conocimiento.

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Para la metafísica de la modernidad, el resultado de la consecuencia es la VERDAD o adecuación entre el concepto y la cosa. La verdad se convierte en una estructura en la que el sujeto esclerotiza al objeto, de modo que la verdad sólo puede ser sustituida por otra verdad que la desbanque en una relación de dominio o preeminencia. Este sería el esquema propio de las religiones fuertemente jerarquizadas. La metodología hermenéutica cambia el significante verdad por el de SENTIDO, ya que el sentido permite la circulación de muchas verdades simultáneas que se van transformando en verdades más amplias, aunque relativas, no excluyentes unas de otras. Permite la óptica del tiempo, de la perspectiva, del proceso. La hermenéutica también libera al objeto de los usos interesados de una determinada RAZON y apela a la EXPERIENCIA, que incluye en el conocimiento elementos que van más allá de la abstracción y, por tanto, más cercanos a la realidad. Y por último, aquello que para lo lógica al uso significa el FUNDAMENTO, contrastado únicamente por la autoridad de la razón académica, se amplía en la hermenéutica hasta un SABER enraizado en diversos saberes, tradiciones y experiencias que sin duda despejan y enriquecen el horizonte de la comprensión y hacen posible que la intuición adquiera un carácter significante, porque un saber nunca es una línea ascendente de genealogía pura, no es una cadena con eslabones de semejante categoría lógica: es una red que interrelaciona saberes de distintas procedencias, un tapiz que se remonta a orígenes nebulosos y que en el presente seguimos tejiendo con los mil colores y materiales que en cada época adquieren una significación clarificadora. La posibilidad de una visión globalizante se hace más factible a la mirada honesta a la que nada resulta despreciable.

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La postura hermenéutica es ajena a la dialéctica hegeliana cuando afirma que “a cada momento abstracto de la ciencia corresponde, en general, una figura del espíritu que se manifiesta”. ¿No será, más bien, que a cada momento del saber una faceta de la naturaleza se hace presente? Porque la Naturaleza no la consideramos como “una alienación original del espíritu”. Esta inversión tan propia del patriarcado pone de manifiesto que la construcción fantasmal del espíritu proviene del desprecio por esa Naturaleza. Hasta aquí el intento por desbrozar el camino para adentrarnos en lo que propiamente entiendo por FEMINISMO HOLISTICO. Lo expuesto hasta el momento pretende crear, no solamente el marco teórico de referencia, sino la propuesta de una nueva lógica más acorde con esta realidad nuestra, más fractal que euclidiana, más cercana a la realidad que a la abstracción sin vida de una metafísica caduca.

NOTAS 1 Gleick, J., Caos. Ed. Seix Barral, Barcelona, 1988. 2 Lonzi, C., Escupamos sobre Hegel. La Pléyade. Bs. As., 1975. 3 Wilber, K., Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós. Barcelona, 1991. 4 Finkielkraut, A., La derrota del pensamiento. Anagrama, Barcelona, 1988. 5 Bohm, D., La totalidad y el orden implicado. Kairós, Barcelona, 1987. 6 Bohm, D., Ibid. 7 Feyerabend, P., Contra el método. Tecnos. Madrid, 1986.

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Un mandala en la pared Una pared desnuda y un mandala. La decoración que ilustra nuestro espacio. Un mandala expresa lo total y los múltiples colores que lo forman reproducen cada uno la imagen que conforman. Todo es TODO en el mandala. Mandala es un todo sin un centro visible, que se adentra en el alma en la mirada, que transforma lo contemplado en contemplación, lo pensado en pensamiento, la totalidad en un vacío lleno que se esfuma y retorna, y retorna y se esfuma, y se resuelve, al fin, en la visión holística que entraña.

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Holos Hacia un feminismo-otro

“La mujer no se halla en una relación dialéctica con el mundo masculino. Las exigencias que viene clarificando no implican una antitesis, sino un moverse en otro plano. Este es el punto en el que más costará que seamos comprendidas, pero es esencial no dejar de insistir en él”. (Carla LONZI: Escupamos sobre Hegel)

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a necesidad de cambiar la lógica patriarcal para no repetir un esquema colonizado de emancipación, nos ha impulsado a optar por un feminismo holístico que interrelacione de un modo global lo que ha sido polarizado. Precisamente el feminismo, pretendiendo ser un movimiento liberador, ha caído víctima de la fragmentación patriarcal, limitando sus propuestas e inquietudes a cuestiones específicas de las mujeres, lo que le ha dificultado la entrada a un juego más universal de poderes, a la palestra política en definitiva. De este modo, sus propuestas han pasado a los programas de cualquier partido político por el interés de

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hacerse con los votos de la población femenina; los poderes públicos han institucionalizado ciertos servicios dirigidos al colectivo de mujeres y recogido en la legislación algunas igualdades formales. Pues bien, creo que resulta insuficiente limitar el campo político del feminismo al tema “mujer”, porque este movimiento puede tener entidad suficiente como para construir un modelo de mundo que abarque desde la sanidad a la industria, de la economía a las obras públicas o de la cultura al ámbito militar. También en el quehacer teórico sería preciso ampliar el campo de nuestra reflexión. Ha sido definitivo el esfuerzo de las mujeres que, desde el mundo académico, han recuperado las aportaciones, escandalosamente ignoradas, de otras mujeres a la creación, al pensamiento, a la política o a la ciencia. Definitivo y perturbador ver surgir de la sombra a tantas figuras señeras y fascinantes de mujeres olvidadas, perseguidas o suplantadas por el vampirismo masculino. De igual modo resultan insustituibles las investigaciones en las que se ha introducido la variable del género, que ha trastocado los parámetros mismos de diversas disciplinas. En este campo de lo teórico lo que pretende aportar el feminismo holístico es un cambio en el objeto material por parte de las investigaciones feministas. Ya no podemos reducirnos al tratamiento del género o al rescate de mujeres olvidadas, porque nuestro campo de visión ha de abrirse al horizonte de la totalidad. Es el mundo lo que nos interesa, es el mundo lo que queremos cambiar, no sólo la vida. En muchos casos, el feminismo ha transformado el sentido de la vida de las mujeres, pero más allá de la privacidad todo nos sigue siendo ajeno, nada nos pertenece: ni los símbolos, ni su poder, ni sus representaciones ni siquiera nuestros hijos. La supuesta paridad está a expensas de lo que ellos

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decidan o nosotras podamos conquistar, pero sucede que nuestro imaginario y nuestro deseo no suele satisfacerse con ese universo que el patriarcado ha construido a su imagen y semejanza. Seguimos existiendo de un modo vicario. Por estos motivos fundamentales, el feminismo holístico propone ampliar la lucha reivindicativa a la tarea política, así como elevar su horizonte teórico y creativo a la categoría de universal.

Un extraño holograma



Hólos” significa entero en griego, aquello que no puede ser fragmentado, pues su sentido global se muestra, de nuevo, en cada una de sus partes. Así, la holografía es un método fotográfico sin lente en donde el campo de onda de luz esparcido por un objeto se recoge en una placa como un matriz confusa de interferencias. Cuando el registro fotográfico, holograma, se coloca en un haz de luz coherente -como el láser, por ejemplo- se genera una matriz de onda original. Aparece entonces una imagen nítida tridimensional. Si tratamos de ampliar o reproducir un detalle del holograma no será posible, porque cada trozos del holograma reconstruirá toda la imagen original. No podemos ampliar la cabeza del caballo: en ella encontraremos de nuevo la imagen entera del caballo original. Es algo así como el código genético, que se reproduce completo en cada una de las células. Pues bien, el feminismo holístico ha intentado proyectar una luz coherente sobre la confusa matriz de nuestro mundo actual y del mundo que nos ha procedido históricamente, comprobando que en todos los hologramas subyace la misma imagen. Una imagen que da sentido a cada fragmento. No es una causa incausada ni un motor inmóvil, no es la razón

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primera ni la fundamentación de un gran prensamiento creador. Todo es delirio. Es una gran metáfora a la que llamaron Dios: un tótem lógico. La técnica del holograma es la más adecuada al pensamiento holístico, ya que interrelaciona los diversos aspectos de lo existente concebidos como una pluralidad de diferencias con sentido. Trata de descifrar la armonía, el orden y el significado del Caos aparente en forma de matriz de interferencias difusa, pero no como un modelo que preexiste a la realidad, sino que niega el primado del original sobre la copia, el modelo sobre la imagen, porque son la copia y la imagen las que van conformando ese original, ese modelo: los hombres siempre hicieron a los dioses a su imagen y semejanza. No es, pues un pensamiento metafísico que trate de conceptualizar “esencias” que siempre han sido y serán. Es más bien un holopensamiento que recompone la estructura tridimensional y cambiante de lo real, iluminando la aparente confusión y complejidad que nos muestra la realidad. El pensamiento holístico es un modo de pensar arqueológico que utiliza una metodología hermeneútica. Es decir, que busca el sentido real de las huellas que va dejando la realidad, así como el camino de vuelta en el que lo real se multiplica de infinitos modos en la realidad. Se trata de una búsqueda abierta cuyos posibles sentidos irán siendo interpretados en el discurrir de esa dimensión llamada tiempo. Lo real es similar al código genético que se reproduce en cada una de las células de este organismo complejo que es nuestro mundo y que constituye la realidad. Pero no hemos de entender esto como algo estático, sino a partir de un holomovimiento por el que ambas partes (lo real y la realidad) se van acoplando y adaptando a cada momento histórico.

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El feminismo holístico hizo una foto sin lente a “la realidad” y vio que su aparente dispersión y fragmentación constituía, sin embargo, una matriz de interferencias y de interrelaciones. Al iluminar esa placa con luz coherente, pudo entonces contemplar la nítida imagen original que subyace a esa confusión: la lógica patriarcal, el corazón mismo de “lo real”. Es la interpretación de los acontecimientos lo que nos puede poner en la pista de cómo fue conformándose un paradigma que se reproduce de modo obsesivo, por lo que resultan inexcusables algunas referencias históricas.

El lenguaje cifrado de “lo real”

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ace unos 5.000 años que el paradigma de nuestra civilización cambió violentamente. El tiempo de las Madres se había consumado. Su ley era la de la Moira y el sentido de la vida se superponía continuamente a la vida, no contra ella ni más allá de ella. Su lógica era inminente y su estructura simbólica trasunto de la naturaleza: la dualidad como pluralidad diferenciada. En la mujer-madre cohabitan otros seres diferentes a ella misma y gesta indistintamente lo masculino y lo femenino en una co-existencia ajena a la exclusión. Todo responde a la lógica holística de la vida. No habían nacido los “contrarios” ni los “simétricos”, todo era pura diferencia, engrendrando un modelo de civilización altamente refinado y rico, propio de los momentos históricos en los que todo coadyuva a la vida. El milagro del Neolítico eclosionó por toda la cuenca mediterránea bajo el imperio de las Madres. Tal vez lo mejor de nuestra civilización hunda sus raíces en aquella tierra ignota que los mitos recuerdan como Edad de Oro o Paraíso

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perdido. Sin embargo, no pudo sobrevivir a las migraciones de los nómadas cazadores que, desde estepas y desiertos olvidados, galopaban junto a sus dioses cornudos. Dorios, indoasiáticos o semitas sólo conocían un modo de existencia: la caza y la guerra itinerantes. Sus dioses eran variaciones sobre el mismo tema, pero tal vez el más emblemático sea Yahvéh Séboat, señor de los ejércitos, que entra -cómo no- en antagonismo con la Diosa. Pretende apropiarse de la capacidad de engendrar, de socializar, de crear un linaje al modo de las Madres, pero en él no habita la dualidad creadora inmanente. Habrá que construir, pues, toda una civilización trascendente a fin de inventar la figura del Padre que pasa, lógicamente, por la apropiación de las mujeres y sus hijos. Nace la familia y se consuma el matricidio. La “madre” pasa a ser un personaje subsidiario, una “mamá patriarcal”. Y aunque, de algún modo perverso, la imagen familiar sigue resultando idílica, etimológicamente significa “conjunto de esclavos o siervos que viven bajo el mismo techo a las órdenes de un jefe”. En fin, como Yahvéh no puede engendrar al igual que las fértiles diosas del Neolítico, decide crear desde la nada. Una prueba, por cierto, no de su omnipotencia, sino de su impotencia: la impotencia de gestar; de ahí que el concepto de naturaleza esté totalmente ausente en el Antiguo Testamento. En este doloroso tránsito se va conformando un profundo cambio simbólico por el que la dualidad generativa e inmanente del mundo de las Madres se transforma -no por superación dialéctica, sino por impotencia- en un dualismo binario en el orden de lo trascendente. Al dos-plural matriarcalista se opone una relación excluyente de uno-cero: el modelo matemático, el totem lógico de todo patriarcado que se precie. El Uno sólo puede ser tal por oposición violenta a otro-uno que, una vez vencido, pasa a ser un cero.

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El modelo patriarcal es siempre binario, excluyendo, combativo, proselitista. El grito de guerra: “Yo soy El que soy”. La gran metáfora del patriarcado se ha impuesto, lo más auténticamente real de todo nuestro puzzle. La realidad es cada una de sus piezas metonímicas, reproducción universal de la matriz originaria. Los héroes, hijos de los dioses, imponen su lógica en la tierra de los mortales. Desde el Hércules de Nemea al Sylvester Stallone de “Demolition man”. Nada es significante en nuestra civilización si Uno no vence, desde la confrontación política al fútbol pasando por la guerra; desde el logro amoroso (conquista) al coche más potente; desde los porcentajes de audiencia al número de votos. Todo lo que no pasa por la confrontación, por el esquema del dualismo binario, son florituras insignificantes. La imagen holográfica que nos devuelve la placa después de iluminar coherentemente la matriz de interferencias (la realidad) es la de un dios, un patriarca, una lógica (lo real). La lógica justifica al dios y al patriarca, que a su vez construye esa lógica cómplice de sus privilegios: una lógica interesada que se convierte en un tótem poderoso e intocable. La lógica dualista binaria esconde y manifiesta el lenguaje cifrado de lo real.

Las troyanas

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as invasiones patriarcales van cambiando el orden simbólico, la cosmovisión y los modos de utilizar la razón. Por supuesto que no de modo alevoso y premeditado, sino por la fuerza misma de las cosas. Es la realidad la que va conformando lo real, que una vez entronizado actúa como modelo y se multiplica en todos los ámbitos.

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El enfrentamiento violento entre un mundo y otro, así como la transformación paulatina que lo acompaña suelen estar envueltos en densos nubarrones que conocemos como “siglos oscuros” en las diversas culturas. Siglos que no consiguieron borrar la memoria del horror, transformada una y mil veces en la repetitiva escena de “los orígenes”. El primer libro de Occidente narra, según lo previsto, la historia de una destrucción: la de Troya (Ilión). Al final de esta guerra arquetípica, el botin de los vencedores es el siguiente: Casandra fue entregada a Agamenón, Andrómaca a Neoptólemo, para Aquiles fue Polixena, Menelao se llevó a Helena y la anciana reina Hécuba cae en manos de Odiseo como esclava. Nada más ilustrativo como prólogo de nuestra “alegre” historia con los patriarcas. Los historiadores coinciden en situar la tragedia griega en ese período de transición entre la antigua religión y otra más estatal y judicial que le sucederá. Esta cambio estructural debió de forcejear largo tiempo con el sentido de la existencia como para dar origen a tanta profusión de arquetipos, personajes y situaciones. Sin embargo, en medio de tanta complejidad, Girard ve en la obra trágica un elemento que lo vincula todo: la oposición de personajes simétricos, de modo que la aparición del “tercero” no introduce novedad alguna, pues lo esencial del debate trágico es siempre el enfrentamiento de sólo dos personajes a la vez. Digamos que estos dos personajes escenifican el dualismo binario patriarcal, cuestión que Girard no se plantea, pero sí señala que la crisis sacrificial que impone el nuevo orden es una crisis de diferencias, ya que lo que consigue la violencia es borrar toda diferencia, es borrar un orden cultural en su conjunto. En la cadena continuada de violencias que constituye el patriarcado, los antagonistas son siempre “idénticos” en el fondo porque su lucha en sí es una lucha contra la diferencia: “Cuando las diferencias

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surgen, aparecen casi necesariamente como la causa de las rivalidades a las que proporcionan un pretexto (...) El orden, la paz y la fecundidad reposan en unas diferencias culturales. No son las diferencias sino su pérdida lo que provoca la insana rivalidad”.(1) El esquema dualista binario está condenado, por su mismo modelo fundacional, a destruir violentamente las diferencias y reducirlas a “lo mismo” representado por un jefe, un héroe, un vencedor único en la confrontación. En la tragedia de Edipo se representa de modo arquetípico la cadena de violencias que se origina en la Necesidad de anular al “otro”, a ese diferente percibido siempre como rival: “Layo, inspirado por el oráculo, aparta a Edipo violentamente, temeroso de que ese hijo ocupe su lugar en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta... Edipo, inspirado por el oráculo, aparta a Layo, y después violentamente a la esfinge, y ocupa su lugar... Edipo, inspirado por el oráculo, medita la muerte de un hombre que tal vez piensa en ocupar su lugar... Edipo, Creonte, Tiresias, inspirador por el oráculo intentan eliminarse recíprocamente...”(2) El oráculo, como trasunto de la voluntad de los dioses, sacraliza la violencia y la justifica. No hay más que elevar al orden trascendente entelequias como patria, honra, enemigo, extranjero... en fin, para que cualquier tipo de violencia pueda desatarse casi impunemente. El esquema original se va adaptando, a lo largo de la historia, a las nuevas circunstancias y saberes, a los nuevos dioses, pero sin que suponga auténtica novedad. Sospecho que ni siquiera la dialéctica supone una auténtica superación de aquel modelo originario, sino que Hegel cree descubrir un movimiento dialéctico en un mecanismo que no es más que repetición de una violencia fundacional que para perpetuarse requiere tres elementos tomados de dos en dos: el vencedor, el vencido y el vengador.

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En Hegel, el sujeto-amo, el sujeto-Uno, el sujetoabsoluto debe mostrarse como tal en el límite de la muerte, de la superación de un “otro”, pues ese sujeto es en realidad la metonimia de la gran metáfora del dios-masculino como representación pura de la Idea, o sea de la lógica binaria patriarcal: “Cada uno debe conocer necesariamente si el otro es una conciencia absoluta; debe ponerse necesariamente en sus enfrentamientos con el otro en una relación tal que eso salga a la luz; debe ofenderlo. Y cada cual puede saber si el otro es totalidad sólo obligándole a asomarse hacia la muerte; y, del mismo modo, cada uno se muestra a sí mismo como totalidad sólo asomándose a la muerte.”(3) Digamos que la lógica patriarcal en su manifestación más elaborada se sigue mostrando como lo que es: una violencia sublimada, pensada, justificada. Una lógica que, para existir, no puede prescindir de la muerte; una lógica que, desgraciadamente, no es sólo literatura, sino que hoy mismo podemos comprobar que el modelo goza de buena salud en la guerra de la ex Yugoslavia, en la de Ruanda y en otras muchas. Los contrarios se hacen simétricos, llegan a representar “lo mismo”, y su deseo es aniquilar las diferencias (étnicas, religiosas, etc.) con el triunfo de Uno. El botín de mujeres, de esas eternas “triyanas”, ha protagonizado una orgía de violaciones sin nombre. Los vengadores están asegurados en el odio de esos niños que no podrán olvidar la masacre. Lo incomprensible es cómo un mundo aparentemente civilizado puede convivir con semejantes conductas ancestrales, con semejantes odios atávicos que en cualquier momento pueden desatarse y, de algún modo, justificarse. Esto confirma la tesis central de este trabajo: que no podemos comprender la realidad sin desvelar lo real, que no podremos cambiarla sin destruir la estructura profunda que la sustenta.

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Metafora y metonimia

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a metáfora, en su sentido más simple, constituye una analogía, una comparación, pero si hablamos de una realidad compleja como es la sociedad, la cultura o toda una civilización deja de ser simple para adentrarse por vericuetos realmente intrincados. Retomando todo lo anterior, lo que trato de plantear es cómo el patriarcado ha construido su propia metáfora o contenido (significante/ significado) de lo real. Según Foss, cuando la metáfora es creativa introduce nuevos significados de cara a la comprensión, pero sin omitir ninguno de ellos. Se trata de una transposición de significante a significante en una correlación diáfana. Pero cuando la metáfora tiene algo que ocultar o reprimir, recorre laberintos de sombra en los que se pierde el significado original. Lévi-Strauss utiliza el término como sinónimo de paradigma: “La metáfora (paradigma, sistema) se contrapone a, y complementa con, la metonimia. La metáfora es en este sentido un sistema según el cual se organizan loshechos sociales y los culturales y la forma comodeterminadas entidades ocupan una posición social”. Por tanto, la cuestión sería por qué determinados contenidos se han ocultado tras la metáfora y han conseguido organizar todo un sistema social y cultural en torno a ellos. Buceando en el contenido profundo de los significantes-metáfora podemos acercarnos al significado que ocultan. Lacan dice que lo oculto reprimido se transpone o transfiere y emerge en lo consciente bajo una máscara, siendo los dos operadores de esta transposición el desplazamiento (metonimia) y la condensación (metáfora). ¿Bajo que figura, pues, se presenta esa máscara capaz de organizar todo un mundo en torno a su significante?

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Sin duda que se trata de una máscara que nos remite a un contenido suprehumano, inefable, todopoderoso, algo en lo que debemos creer porque, desde luego, no puede ser visto. Es que si pudiera verse... !qué gran ridiculo¡ Auténticas nimiedades se transforman en terribles poderes cuando se ocultan tras máscara. El origen de las religiones positivas no suelen ser más que una puesta en escena con rayos y truenos, voces de ultratumba, animales deificados y unos cuantos sacerdotes metidos a tramoyistas detrás del tinglado. Y -eso sí- miedo, muchas dosis de miedo destinadas a los “creyentes”, ríos de sangre que confirmen la potencia del dios, un dios celoso y voraz que gusta de sacrificios cruentos. Esas estupideces originales, al correr del tiempo, van adquiriendo una complejidad extraordinaria paralela a su poder. También con el tiempo, las creencias religiosas conforman toda una cosmovisión de la que no se escapan los no-creyentes, ni siquiera en una posible sociedad laica, porque llegan a construir una especie de “vaciado” que puede ser rellenado con diversos contenidos, pero con idéntica estructura. Es también lo que dice Lacan respecto a que “la existencia de ciertos significantes-clave colocados en posición metaforizante tienen la propiedad de orden todo el sistema del lenguaje humano”.(4) Pues bien, la gran metáfora que ha construido el patriarcado ha sido la de su dios-padre. Es un significanteclave creador de todo lo demás, es decir, se trata de un orden masculino, jerárquico, trascendente y monopolizador del poder; pero como todo ello constituye una gran impostura, ha de ocultarse tras la máscara de lo inefable, de lo divino, de lo eterno, de la ley suprema. En realidad, el significado oculto es que el varón tuvo que inventar un nuevo orden para suplantar el poder de las Madres. La fuerza física no bastaba para imponer el nuevo modelo, ya que la fuerza biológica de poder

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transmitir la vida era muy superior, por eso ellos tuvieron que investir al progenitor de una representación divina que lo convirtiera en Padre metonimia, como veremos, de su Dios. El sueño, siguiendo a Lacan, es la metáfora del deseo. Como ese deseo, por alguna circunstancia represora, no se manifiesta directamente, aparece bajo otro significante que es su metáfora. Así, los deseos de poder masculino se hicieron metáfora y soñaron los mitos, esos relatos épicos de los orígenes. Y con los mitos, los significantes que los representaban en forma de símbolos. Todo este nuevo orden mantiene su estructura compleja con un modo de pensar que lo justifica y hace coherente: su lógica dualista binaria. Pues bien, ese complejo entramado de deseo, ocultamiento en la metáfora, mitos, símbolos y lógica es lo que constituye lo que hemos llamado lo real. Soy consciente de que este planteamiento puede parecer demasiado abstracto en relación a los problemas que nos preocupan, en relación al mundo que habitamos cotidianamente, sin embargo, es lo más auténticamente real de lo que podemos hablar en cuanto constituye aquello que determina la realidad, al igual que el lenguaje cifrado de las células es la pauta por la que se rige la naturaleza viva en sus diversas formas. ¿Quién podría poner en cuestión la relación determinante entre nuestro código genético y nuestro propio cuerpo? No alcanzamos a ver ese alfabeto secreto que se combina de infinitos modos y, no obstante, está ahí como lo más constitutivamente presente. Con esta analogía simple podemos comprender la relación existente entre lo real, que no distinguimos a simple visa, y la realidad que vivimos cada día, que nos vive, a veces, a nuestro pesar. La cuestión entonces es cómo lo real va determinando la real y cómo ésta modificada a su vez lo real. Para ello

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tendremos que entrar en el ámbito de lo metonímico, que complementa la función de la metáfora. Pues bien, si la metáfora implica condensación de significados en un significante, la metonimia se origina por desplazamiento, en una serie de mediaciones, en conexión de sentido, a través de una cadena de significantes, y es precisamente la mediación la que provoca que se vaya perdiendo el significado. Desde el punto de vista de la lingüística, la metonimia es una figura retórica por la cual una palabra se pone en lugar de otra de la cual da a entender la significación. Los casos más comunes de metonimia son: tomar la causa por el efecto, el continente por el contenido, el nombre del lugar donde se fabrica el producto en sustitución del mismo, el signo por la cosa, lo abstracto por lo concreto, el antecedente por el consecuente, el uso en lugar de la cosa o la parte por el todo. Si la metonimia es diáfana, al igual que sucede con la metáfora, la significación aparece evidente, pero si la metonimia se origina por el desplazamiento de una metáfora que ya de por sí es oscura y compleja, el significado se resiste a ser desvelado. En este sentido la metonimia sería equivalente a esa matriz difusa de interferencias que aparece en la fotografía sin lente del holograma. Conclusión: Si la metáfora conforma lo real, la metonimia equivale a la realidad. Es decir, la metáfora del patriarcado como dios-padre se va multiplicando en diversas representaciones a través de la metonimia: en la familia, en el estado, en la educación, en la lengua, en el arte, en la arquitectura, en el trabajo, en el sistema económico, en el progreso, en la ciencia, en la política, en el modelo de desarrollo, en el cuerpo, en la moda, en la sexualidad... La metáfora, salvo en sistemas teocráticos, no se presenta directamente, pero impregna, escondiéndose en

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la metonimia, todos los fragmentos de la realidad. Cuando esa realidad cambie muy profundamente puede ir afectando a la metáfora, pero normalmente los cambios suelen ser superficiales aunque aparezcan con el ropaje de las grandes revoluciones. Si los cambios no afectan a la lógica patriarcal... todos seguirá casi igual y las aguas volverán a sus cauces. Es como una enfermedad de origen genético. La podemos tratar, sí, pero de no curarse en el gen mismo que la origina, esa enfermedad será transmitida en cadena a los descendientes. El patriarcado se retroalimenta de sí mismo. Es precisamente la interdependencia existente entre lo real y la realidad lo que el feminismo holístico quiere poner de manifiesto. Intentando iluminar con una luz coherente la matriz confusa de interferencias de la realidad, vamos descubriendo esa imagen nítida y tridimensional que se reproduce íntegra en cada fragmento: el dios-padre que da sentido a todo el holograma de la civilización patriarcal. El feminismo holístico, como pensamiento crítico frente al patriarcado, trasciende necesariamente el umbral de lo reivindicativo para convertirse en una cosmovisión con proyección política propia. Pero una cosmovisión que rompe con el reduccionista dualismo binario y lo sustituye por una lógica holística no excluyente de ninguna de las diferencias que conforman la vida, la cultura y el sentido mismo de la existencia.

Un mecanismo perverso

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l desconocimiento de las complejas relaciones entre lo real y la realidad, entre la metáfora patriarcal y sus metonimias hace, como vimos anteriormente, que los movimientos emancipatorios estén condenados a perder su sentido original, después incluso de conseguir ciertos

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objetivos reales de cambio, un cambio que termina por convertirse en la novedad necesaria para que “lo mismo” se reproduzca neuróticamente. Se trata de un mecanismo perverso que consigue ocultar el “sentido” en una relación sustitutiva de significantes que tienen entre sí un vínculo de similitud. La gran metáfora se oculta detrás de las analogías, de modo que el tótem lógico logra sobrevivir intacto en el “sancta sanctorum” del modelo originario. El movimiento emancipatorio feminista es, sin duda, el más vivo de los movimientos, el más evolucionado y el que ha producido, en su variedad de posiciones, un sorprendente “corpus” teórico. La denuncia de la misoginia en el pensamiento patriarcal, la denuncia de la ausencia de las mujeres en el devenir histórico por cuestión de género y de su discriminación en lo económico-político, así como la afirmación de una diferencia liberadora han mantenido el pulso original. Sin embargo, el mecanismo de la lógica binaria consigue que los planteamientos teóricos sean transformados en una peligrosa reproducción de las pautas más profundas que guían el patriarcado. Las reglas del juego permanecen inalterables. Como venimos insistiendo, la compulsiva necesidad de transformar lo igual en lo idéntico representado en el Uno significante, asigna a las diferencias funciones no-significantes, diferencias que pasan a ser desigualdades “necesarias” en un esquema que se multiplica hasta el infinito en cualquier pareja de “contrarios”. La lógica patriarcal reduce la igualdad a la demolición violenta de las diferencias y la diferencia a un sin fin de desigualdades fundamentadas en el sexo, la raza, la etnia, la cultura, la religión, la clase o la edad. Este es el esquema que funciona desde aquellos orígenes y que, extrañamente, escapa a cualquier interpretación que desvele esta lógica, por eso, también Freud, se equivocó de triángulo en la interpretación de su tragedia favorita. Lo digo

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sin pretensiones, aunque sin renunciar por ello a la fundada sospecha de que los engranajes se acoplan de otro modo. Hay un triángulo, sí. Y existe una artera intuición al elegir al “Edipo” de Sófocles como arquetipo de relaciones. Sin embargo, el hecho de que aparezcan como figuras centrales un padre (Layo), un hijo (Edipo) y una madre (Yocasta) no supone más que una puesta en escena circunstancial. Pero el nudo de la tragedia no es familiar, sólo que la familia le sirve a Sófocles como trasfondo para representar el parricidio y el incesto, que constituye el hilo argumental. El hecho de que hayan de desarrollarse en ese contexto no implica el deseo de la madre –que no existe en el triángulo clásico- ni siquiera el deseo de la madre, así como tampoco la rivalidad que, supuestamente a causa de ella, se establece entre padre e hijo. Podemos olvidarnos tranquilamente de “la madre”, que en este caso se suicida y no ocurre nada: no se la vuelve a mencionar, en contraste con lo que sucede con el difunto Layo que está continuamente presente aún después de muerto. Yocasta es el único personaje que no es protagonista ni antagonista, pues no pertenece al nudo de la tragedia, que nos relata siempre las contradicciones de unos enloquecidos personajes impulsados por los deseos de violencia y venganza de los dioses. Hay un triángulo, sí, pero es otro: Layo, Edipo y Creonte.

Los oráculos

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a locura siempre tiene su lógica en otro lugar. En este caso, la locura patriarcal que se vierte en toda tragedia es perfectamente lógica sólo en la dimensión de lo trascendente. Es en ese plano donde mantiene su coherencia, ya que reproduce metonímicamente la gran metáfora que constituye lo real.

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Los oráculos que marcan la pauta del Edipo, amén de situar el desarrollo de la acción en el plano de la trascendencia, nos revelan meridianamente el esquema, porque los dioses trágicos refuerzan la voluntad de violencia que da continuidad al patriarcado. Veamos: el primer oráculo de la obra clama así: “Layo, hijo de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas. Pero está decretado que dejes la vida a manos de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida...” El está decretado, que siempre hemos considerado como el poder del “fatum” o destino, encierra un significado de enfermedad crónica, de “pecado original” inherente al dualismo binario y excluyente de la lógica patriarcal. Se trata de un modelo de confrontación entre un uno y otro-uno en el que alguno de ellos ha de quedar vencedor: ese es el decreto. Los dioses han apostado por Edipo, ya que es él quien puede continuar la cadena de violencias hasta ser vencido por el tercer elemento del triángulo: el vengador del vencido. El segundo oráculo lo trae Creonte desde el lugar en que Apolo se manifiesta, pidiendo venganza por la muerte de Layo: “El murió y ahora nos prescribe claramente que tomemos venganza de los culpables con violencia”. A esa muerte violenta de Layo se debe el que la ciudad de Tebas sufra una terrible epidemia, por lo que Edipo, sin saber aún que es él la causa, jura venganza del muerto, de la ciudad y del dios “de manera que veréis también en mí, con razón, un aliado para vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios”. Por último, el adivino de la ciudad, Tiresias el ciego, el representante privilegiado de la comunicación con lo divino, muestra la clave definitiva del mensaje del más allá: “Tú eres el azote impuro de esta tierra”, dice señalando a Edipo. Al final, es Creonte, hermano de Yocasta, el encargado de desterrar al propio Edipo, ejerciendo de vengador de Layo. La muerte de Yocasta, contrariamente, no estaba prevista por

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ningún oráculo, es un acto personal y libre en el orden de la inmanencia. Creonte, pues, condena a Edipo al destierro sin la compañía de sus hijas Ismene y Antígona por más suplicas dirigidas al nuevo tirano: “No quieras vencer en todo, cuando incluso aquello en que triunfaste, no te ha aprovechado en la vida”. El poder de la ciudad queda así en manos del último vencedor: Creonte. El triángulo se ha cerrado. Layo, Edipo y Creonte, siguiendo los designios de los dioses, reproducen una vez más la cadena de violencias necesarias en la lógica binaria. Sólo un vencedor, que de nuevo tendrá que ser vencido. El Uno inicial era Layo, que intentó matar a su propio hijo, entregado por Yocasta a un pastor para mantenerlo con vida lejos de Tebas. Edipo; pues, pasa a ser un Cero, un excluido. Pero Edipo, cuando llegue el momento decretado por los dioses, matará a su padre ignorando su identidad: “El conductor y el mismo anciano me arrojaron violentamente fuera del camino (...) pero yo, movido por la cólera, maté a todos”. La violencia y la cólera presiden el ascenso de Edipo a la categoría de vencedor, de Uno. Ahora es Layo el Cero confinado al reino de los muertos. Pero Layo, a su vez, ha de ser vengado por Creonte en la persona de Edipo, que cumple la misión de “chivo expiatorio”, liberando a la ciudad de la peste. Pasa a ser, en el juego binario, el Cero de turno, quedando como vencedor Creonte, el Uno que representa la victoria del dios, el triunfo del modelo. El “fatum” evoca más un pacto que un destino.

El pacto de los patriarcas

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ablar del pacto de los patriarcas es hablar del pacto de los pastores nómadas, de aquellos pueblos de galope largo, de horizonte abierto, de piel curtida, de feroz

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mirada y brazo combativo. Es hablar de soledad profunda y desarraigos seculares, de frugalidad compartida y vigilia bajo las estrellas. Es hablar de fiebre Y espejismos, de dioses uránicos que braman con el trueno, que arden sin quemarse en las zarzas del desierto. No es difícil imaginar que en esa experiencia terrible y mantenida, la vida no alcanzara a ser otra cosa que un combate contra la muerte. Un descuido podía ser fatal, una sombra un enemigo, el zarpazo final un crujir de hojas secas. En este enfrentamiento brutal y continuado con una naturaleza tan hostil no es extraño que fuera configurándose una lógica de supervivencia: tú o yo, nosotros o vosotros, muerte o vida. Y con toda esa tradición a cuestas, bajaron de sus montañas, vislumbraron, desde lo alto de los farallones que les separaban de la civilización, las ricas ciudades neolíticas, olfatearon en el aire los perfumes, los guisos, el humo de los lares, el olor a mujer. Entraron a saco porque, instalados durante tanto tiempo en la desolación, lo querían todo... Pasarían muchas lunas hasta que la fuerza de las cosas les fuera domando. Domesticadas, intercambiadas y colonizadas, las mujeres y sus hijos pasaron a formar parte de la nueva jerárquica familia patriarcal. Tal vez por entonces, los nuevos jefes ya instalados, hicieron su gran pacto, temerosos de perder la fuerza tribal originaria con la que habían conseguido el poder, las mujeres, el hogar, dar nombre a una estirpe y la paz de una vida doméstica. La violencia les abrió las puertas de la felicidad. Era necesario seguir manteniendo a toda costa ese instrumento sagrado, esa lógica binaria excluyente. Y es necesario, ahora, comprender ese momento fundacional desde el que la violencia se perpetúa como un elemento clave en la nueva civilización. Aquellos rudos guerreros de las montañas tenían que afianzar lo conquistado porque en

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el fondo de sus corazones sabían que “el espíritu del valle no muere jamás: es lo Eterno Femenino”, como dice el Tao. Y, tal vez, algún día el espíritu del valle volvería a imponer su ley. Como bien ha demostrado René Girard, la violencia destructora de todos contra todos debía ser canalizada en una violencia unánime contra un “chivo expiatorio” que encarnara, cada vez, todos los males. No había que destruir la violencia originaria, sino encauzarla y sacralizarla. Es la violencia sagrada de los dioses patriarcales: “Al destruir la víctima propiciatoria, los hombres imaginarán librarse de su mal y se librarán en efecto de él, pues no volverá (de momento) a haber entre ellos una violencia fascinante”. Y son precisamente los oráculos divinos los que instigan a la violencia, pero pautando el camino. Edipo será ese chivo expiatorio que finalmente, con su expulsión, traerá la paz a Tebas al ser identificado como la causa de todos los males de la ciudad. ¿No es esta ley la que marca nuestra historia y nuestras instituciones? El estado, la religión, la guerra, el derecho, la medicina o los nacionalismos ¿no son los instrumentos de esa violencia unánime en busca de un chivo expiatorio que restituya la paz efímera en un supuesto orden casi sagrado? El pacto de los patriarcas consiste en sacralizar su violencia. Una violencia que constituye la esencia misma de esa locura que es su extraña lógica.

El triángulo y el vacío

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o es muy comprensible que una frase de Yocasta pudiera iluminar de tal modo a Freud que le oscureciera el resto de su discurso. Por supuesto que Yocasta es la más sensata de toda la obra, quien no revela la mentira que subyace al entramado trágico. Se dirige a Edipo tratando de quitar hierro

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a esos locos oráculos divinos: “Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que antes se unieron también a su madre en sueños. Aquel para quien esto nada supone más fácilmente lleva su vida”. Sin embargo, Freud, sólo se quedó con lo subrayado del parlamento. Es extraño que no entendiera lo que Yocasta quería decir y se enredara con lo del deseo inconsciente de la madre. Ella le dice a Edipo, hijo y esposo, que eso del incesto es lo de menos, que no se amargue la vida, y que el incesto no es más que la excusa que distrae del objetivo final de la violencia: elegir a Edipo como chivo expiatorio porque sí, porque le ha tocado, porque la cadena de violencias del patriarcado necesita víctimas propiciatorias que sacien a sus dioses, que cumplan los pactos jurados. Es incomprensible que lo inverosímil de la teoría freudiana haya sido tan universalmente aceptado. También Girard incide en esta cuestión: “El deseo del parricidio y del incesto no puede ser una idea del niño; es, evidentemente, la idea del adulto, la idea del modelo. En el mito es la idea que el oráculo susurra a Layo, mucho antes de que Edipo sea capaz de desear lo más mínimo (...). El elemento mítico del freudismo es la conciencia del deseo parricida e incestuoso”, por mucho que luego se reprima y olvide. Es algo así como si esta conciencia en el niño le hiciera rechazar dichos deseos porque realmente lo ha sentido y reconocido como tales. Parece como si Freud se hiciera cómplice del secreto patriarcal y desviara la atención sobre cuestión en lugar de desvelar la clave de la tragedia: la violencia fundacional que se esconde de una y mil formas “civilizadas”. Sófocles no trata del castigo de Edipo por su incesto y parricidio, sino del pacto, de la violencia unánime que reclama siempre un chivo expiatorio.

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Las vértices del triángulo trágico están ocupados por tres hombres que se disputan el poder a través de la violencia. Yocasta, en el centro de dicho triángulo, no es nada por sí misma. Es pura mediación en las relaciones de parentesco de los protagonistas: esposa de Layo, madre de Edipo, hermana de Creonte. No aparece siquiera como objeto de deseo o disputa entre ellos. Es solamente el vacío necesario para que los tres vértices del triángulo no se reduzcan a un solo punto. Ella, siendo la nada, es la que hace posible la identidad diferenciada de los tres personajes. En ningún momento de la tragedia se percibe relación deseante alguna respecto a Yocasta, ni por parte de Layo ni por la de Edipo. Este la recibe en el lote que significa el trono de Tebas y ni siquiera se lamenta de su muerte. Y si el destierro de Edipo tiene un sentido glorioso por el que es venerado como héroe, la muerte de Yocasta carece de significado trascendente. Queda reducida al olvido, al silencio, y de ningún modo alcanza la magnitud que Freud le otorga. Yocasta parece que hubiera comprendido su función de vacío, de pura mediación, y cuando ni siquiera esta mediación tiene sentido alguno, desaparece de la circulación en un alarde de coherencia argumental. De modo alguno se siente avergonzada por el incesto y se suicida porque los vértices del triángulo que la sustentan ya no existen. Ya sólo su hermano Creonte se queda con el poder en representación de ese Uno que ha destruido a sus rivales y, con ellos, cualquier amenaza de “diferencia”. Yocasta no forma parte de triángulo trágico y ni siquiera puede aspirar a ser un Cero vencido. Es, sencillamente, la nada. Sin embargo, diversas tradiciones mitológicas si nos hablan de un personaje realmente deseado y que Sófocles no recoge en su versión del mito: Cuando Layo fue desterrado de

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Tebas, se refugió en la corte de su amigo Pélope, enamorándose de su hijo Crisipo y raptándolo. Pélope entonces maldijo a Layo y con él a todo su linaje. Conservamos incluso las palabras del oráculo: “Layo, hijo de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas. Pero está decretado que dejes la vida en manos de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida, accediendo a las funestas maldiciones de Pélope cuyo hijo querido raptaste. El imprecó contra ti todas estas cosas”. Otra versión lo complica aún más, añadiendo que también Edipo se enamoró de Crisipo y, en este conflicto de rivalidades, mató a su padre. Crisipo, lleno de vergüenza, terminó suicidándose. Frente a la figura de Crisipo, la de Yocasta palidece a ojos vista. Crisipo sí que provoca el deseo y la rivalidad entre padre e hijo y no Yocasta. Realmente ¿cómo pudo Freud interpretar el mito de Edipo de un modo tan simple? ¿Cómo pudo elaborar una teoría tan compleja sobre una base tan débil?

Dos razones antagónicas

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a saga de la familia gobernante en Tebas continúa en “Antígona”. Si en “Edipo rey” hemos comprobado cómo funciona la lógica binaria, en esta otra tragedia veremos que esa lógica no posee un carácter universal; que pueden existir otros usos de la razón más acordes con las leyes naturales, con las leyes de la vida. Creonte, señor absoluto de Tebas, es quien administraba las leyes de la ciudad, lo cual le confería autoridad para prohibir que el cuerpo del difunto Polinices, hijo de Edipo, recibiera sepultura como castigo por haber luchado de parte

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de los argivos. Será pasto de las aves carroñeras y no alcanzará el descanso en el reino del Hades. Su hermana Antígona desobedece este mandato, en virtud de otra ley originaria que coincide con la ley de su corazón, y entierra a Polinices según el ritual prescrito enfrentándose al tirano. Antígona será enterrada viva ¡qué menos para una altiva y desobediente mujer! Pero antes se enfrenta cara a cara con Creonte, argumentando esa otra ley, esa otra lógica que nada tiene que ver con los decretos de la “razón de estado”: “No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo lo que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera trasgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron”. Amenazada de muerte por Creonte, Antígona no se amilana y asegura no importarle, pues “si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces si sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras, puede ser que ante un loco me vea culpable de locura”5. Antígona representa, sin duda, las antiguas leyes anteriores al patriarcado, aquellas que “no están escritas y que nadie sabe de dónde surgieron”. Ella, precisamente, no se opone a Creonte según la lógica binaria, tratando de eliminarlo. Y podía haberlo hecho aliándose con Hemón, hijo de Creonte y prometido suyo, pero no lo hizo porque su lógica era coherente con las leyes de la vida. Antígona pone de manifiesto la locura de Creonte, esa locura que se ha perpetuado hasta nuestros días y que, por lo que se ve, es considerada como una razón superior más allá de las razones de la vida. Sucede que cualquier razón económica, política o estratégica pesan más que todas las desgracias humanas que pueden provocar. Y mientras, las mujeres de

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este absurdo mundo siguen resistiendo y actuando según aquellas antiguas leyes. Su dedicación comunitaria a la vida, al bienestar o a la felicidad es absolutamente insignificante. Esta es la gran cuestión. Y no se trata de que las funciones que han venido desempeñando las mujeres accedan a la categoría de significantes con el fin de seguir reproduciendo roles milenarios, no. Se trata de cambiar el paradigma lógico tanto en lo privado como en lo público, un paradigma que prime o signifique todo lo que vaya a favor de la felicidad, de la alegría, de la vida plena sobre esta Tierra nuestra. Los intereses de Creonte, del estado, no pueden estar en contra de los derechos, libertades y necesidades más profundos de la gente. Sólo los medios justifican el fin.

Hacia un Feminismo Holístico

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s en el corazón mismo de la lógica patriarcal donde el feminismo holístico plantea su lucha, y es en la superación de ese “tótem lógico” el lugar donde se inicia su reflexión. El holofeminismo, pues, sería algo similar a una teoría de campo unificada por la que es posible una aproximación tanto a la microfísica como a la macrofísica, tanto al mundo simbólico de relaciones y metáforas que conforman lo real, como a las múltiples metonimias en las que la realidad oculta y desvela el paradigma patriarcal, porque ya no basta con pensar cosas nuevas, sino de modo realmente nuevo; así como no es suficiente pensar desde lo ya pensado, sino aventurarse por los caminos de lo impensado. Pensando, pues, desde otro lugar, desde otra lógica, el feminismo holístico puede crear un mundo más habitable. No es posible seguir arrastrando tanto lastre sin que la nave se vaya a pique. Lo que sucede es que muchos ignoran que

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navegamos todos en el mismo barco, tanto los que mueren hacinados en las bodegas, como los que trabajan en las máquinas, los que disfrutan de la brisa marina en cubierta o los que brindan con champagne en el puente. No basta, sin duda, con soltar lastre sin dar a la vez un golpe de timón, aunque algunos parecen tan contentos con encallar en las rocas blancas de Dover, que están ahí mismo. Y un golpe de timón comienza con la toma de conciencia de quienes en este momento histórico pueden salvar la carga humana de este navío sin rumbo: las mujeres. ¿Por qué las mujeres? ¿Es que además nos va a tocar ahora tener que salvar al mundo? Bueno, en realidad es lo que estamos haciendo, pero en desventaja. Cuando oigo que los hutus matan a los tutsis en Ruanda, tengo bien claro que son “los” hutus los que matan a “las” y “los” tutsis incluidos niñas y niños. Los campos de refugiados en Africa están repletos de madres con criaturas y con viejos. No existe un mínimo de recursos para su alimentación, mientras los varones adultos de las diversas etnias andan bien pertrechados de armas carísimas y lo suficientemente alimentados como para pasarse años jugando a la guerra. Cuando son las madres de la Plaza de Mayo las que siguen clamando por sus desaparecidos, “las mujeres de negro” quienes piden la paz en Serbia o las madres, otra vez, de los drogodependientes las que se organizan para resolver los problemas de sus hijos ¿cómo no voy a suponer que son precisamente las mujeres quienes están luchando denodadamente por la vida? Lo que sucede es que esa luchas no son significantes en el patriarcado porque son luchas casi de subsistencia, gritos de hembra desgarrada por el dolor, aunque al mismo tiempo se empieza a exigir que esas luchas tengan una significación política de primer orden, porque, paradójicamente, tienen un mayor protagonismo quienes declaran una guerra

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o quienes matan por causas inconfesables que quienes salvaguardan las pocas esperanzas y la exigua dignidad que nos van quedando. Sin duda que el salto a lo significante en política hace ineludible la creación de un Sujeto-femenino que participe, no desde donde se toman las mismas decisiones de siempre, sino desde donde deberán tomarse en adelante: desde la ciudadanía. Y no en el contexto de la sórdida partidocracia que gobierna al mundo, sino en una democracia jamás conseguida en la historia de la humanidad más allá de un puro nominalismo. Un Sujeto-femenino planteado tanto desde el imaginario de las mujeres, o sea desde sus deseos más reales y profundos, como desde sus específicas situaciones socio-políticas; tanto desde las leyes inmanentes de la naturaleza como desde los avatares de la historia; tanto desde la biología de que nos conforma como desde la cultura radicalmente humana que nos aguarda. Sin embargo, sabemos que no será fácil y, de hecho, los primeros pasos para conseguirlo están sacudiendo bravamente la identidad misma de quienes ostentaban la cualidad de únicos sujetos reconocidos como tales. Ya lo advertía, hace veinte años, la lúcida Carla Lonzi: “De hecho, el varón, en tanto que sujeto patriarcal, tiene necesidad no sólo de ser identificado, a su vez, como sujeto, y por lo tanto por los varones que detenten la subjetividad –este nivel no puede ser alcanzado por la mujer-, sino que, además, necesita ser mitificado por quien no ha llegado a ser sujeto, por la mujer (...) Su rango de sujeto ha dependido siempre del grado de sujeción y de veneración que ha logrado imponer sobre ellas”6. Si las mujeres no tomamos conciencia de sujeto histórico en estos momentos de agonía patriarcal, no habrá muchas otras oportunidades de hacerlo. Claro que una toma de conciencia como mera postura intelectual no es suficiente para crear un sujeto: habrá que volver a soñar los

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mitos matriarcales y reinventar los ritos que nos faciliten el paso al nuevo paradigma. Habrá que retomar la maternidad en su sentido radical de dignidad y poder, más allá de la función subsidiaria de beneficencia y dedicación servil que el patriarcado le ha asignado. Sin culpa, sin dolor, sin miedo, en un retorno a un modo de neo-paganismo liberador de todos los dioses trascendentes que ahogan el sentido de la vida. Tendremos que ampliar el concepto de razón superando la tiranía ejercida desde los diversos poderes y saberes. Tendremos que unir el mundo fragmentado que hemos heredado y reconciliar esa maldita polaridad existente entre sujeto y objeto, yo y mundo, naturaleza y cultura. Y desde la nueva razón reformular los conceptos interesados de “igualdad”, “diferencia”, “género”, “discriminación”, “emancipación”, “liberación”, “familia” o “poder”, los conceptos pervertidos a lo largo de una historia ajena. Ya nada podrá ser aceptado en los términos propios de una lógica binaria bajo la apariencia de “progreso”, “desarrollo”, “bienestar”, “patria” o “nación”. Más allá del sentido interesado del economicismo mercantilista, el feminismo holístico propone una economía pegada a la realidad, plegada a la lógica misma de la vida y no a la abstracción de los grandes números, porque los grandes números son, en definitiva, metáforas de muerte que terminan sacrificando la existencia concreta a superestructuras desalmadas. El engaño, la gran mentira patriarcal, ha llegado a todos sus límites posibles. La huida hacia delante que pretenden hará encallar la nave, la única que tenemos. Sin embargo, hay mucha gente en esa nave que está empeñada en detener el desastre, en cambiar el rumbo que nos marcan, mujeres y hombres que luchan por que el fantasma del fin se abra a un amanecer brillante hacia otros puertos.

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El holofeminismo sabe que su impulso y acometividad no radica en una posición lacrimógena de victimismo ni en una mera conciencia de discriminación, sino en la vital afirmación de saber que podemos crear un mundo nuevo. Muchas de esas propuestas no pueden ser adecuadamente desarrolladas en este ensayo, pues el trabajo colectivo exige nuevas rondas de discusión y exposición de los temas. Sin duda, estamos comprometidas en ello y serán objeto de próximos trabajos. Podemos aventurar, eso sí, propuestas, orientaciones y temas para un debate que esperamos dará sus frutos en el momento adecuado, pues como dije anteriormente, el “kairós” ha comenzado su cuenta atrás.

NOTAS 1 Girard, R., La violencia y lo sagrado. Anagrama, Barcelona, 1983. 2 Girard, R., Ibid. 3 Hegel, G.W.F., Fenomenología del Espíritu. Siglo XXI, México, 1978. 4 Lacan, J., Escritos. Siglo XXI, México, 1971. 5 Sófocles, Antígona, Gredos-Madrid, 1986. 6 Lonzi, C., Escupamos sobre Hegel. La Pléyade-Bs.As., 1975.

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México, 2004

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