Episodios del Evangelio con sabor a banda

; La idea original es de Pablo, el apóstol: “Entre los débiles, me hice débil; entre los que no tienen ley –los no judí

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; La idea original es de Pablo, el apóstol: “Entre los débiles,

me hice débil; entre los que no tienen ley –los no judíos–, me hice como si yo no la tuviera”. Luego de casi 2 mil años tomó forma nuevamente con Federico Loos Lang y otro sacerdote de Ciudad Neza, Francisco Javier Sánchez, que también trabajaba con bandas de jóvenes marginados. Ambos reescribieron algunos pasajes del Nuevo Testamento en un primer volumen que titularon Episodios del Evangelio con sabor a banda. Posteriormente sacaron un segundo volumen. A las manos del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, llegaron los libritos y enseguida prohibió su uso y lectura. “Es la adaptación del misionero. La hice para ofrecer algo más accesible a los jóvenes y salvar aunque sea a algunos, a los enfermos. Sólo eso, y así me puse arete”, explica Loos Lang. Los dos tomos están en vías de publicarse en uno solo, con un prefacio, ya escrito, del dramaturgo y periodista Vicente Leñero. Por Francisco Javier Sánchez y Federico Loos Lang

Juan El Grillo prepara el camino de Jesús

(Lc. 3, 1-19) Todo lo anterior sucedió durante el último año de Carlos Salinas de Gortari, siendo gobernador del Estado de México el Sr. Emilio Chuayffet, y estando como nuncio apostólico, Mon. Girolamo Prigione. (Juan El Grillo) señalando una barda con propaganda política, continuó: “No sean como los pinches candidatos que reparten migajas con tal de llegar al poder y después se olvidan del pueblo. Hablan de progreso y solidaridad, pero los ricos se atascan de lana y a los pobres nos está llevando la chingada. Tampoco sean como los fanáticos religiosos que hablan y hablan de Dios, pero son los primeros en echarle la tira a la banda (…). Con éstas y otras lindezas, Juan El Grillo terapeaba a la banda, hasta el día que la tira lo apañó, lo medio mató a golpes y lo encanó en Santa Martha, acusándolo dizque de venta de drogas y perversión de menores.

noche cuando María comenzó con sus dolores. Casi no podía caminar ella y varias veces cayeron los dos en el lodo de las calles. Entonces fue cuando se toparon con los Lacras Ley, la banda más chingona de la zona. Regresaban de una tocada en Agua Azul, eran unos 50, entre güeyes y morras, varios chupando, atizándole o caldeando. El Sapo fue el primero en ver a la pareja y dijo: “¡Miren lo que nos mandó Diosito, banda!”. Pepe trató de caminar más rápido, pero El Trancas se le puso en frente y le dijo: “¿Qué transa, ése? ¿Por qué tanta prisa? ¡Móchate para las guamas que la banda tiene sed!”. Entonces, uno que le decían El Feo, quitó el rebozo que cubría el rostro de María y dijo: “Está linda tu vieja, compa, ¿por qué no la discutes con la banda? Verás como se mejorará”. María gritó de miedo. En eso, se asomó La Lola y gritó: “¡Bola de pendejos! ¿No se dan cuenta de que está pastel la morra?”. Sus palabras callaron a todos. Empezaron a acercarse a la pareja, pero nadie sabía qué hacer. El Calaco, güey de La Lola, se acordó en ese momento de doña Olga, que la hacía tanto para espantar niños y que no nacieran, como de partera cuando se necesitara. La trajeron corriendo, porque la criatura ya casi estaba saliendo. Doña Olga dijo a la banda que se largaran de allí y que la dejaran sola con La Lola para que le ayudara, pero El Pocosesos entusiasmado gritó: “¡Ni madres! Aquí estamos todos en buen plan hasta que salga el morrito”. Le pasó la guama a Pepe, pero éste no quiso, sólo fumaba por los nervios. De pronto, el silencio inhabitual que guardaba la banda fue interrumpido por un chillido. “¡Ya salió!”, gritó La Lola. Y doña Olga agregó: “¡Es un niño!”. El Trancas, enfático, insistió: “¡Viene completo, miren, tiene los dos, cuenten!”. Pepe abrazó a su compañera, quien le pasó al niño para que lo cargara. El Calaco cubrió el cuerpecito con su marra y proclamó ante todo el personal: “Esta es una noche perrona para los Lacras Ley, porque este morrito que nació nos ha traído alegría, paz y esperanza. Neta, siento que nos pertenece, porque tuvimos algo que ver con su nacimiento, ¿o no, banda?”. Luego vació media bolsa de chela en el cuerpecito del niño diciendo: “Yo te bautizo como El Machín de todas las bandas”. Todos se fueron acercando para ver al niño y cargarlo. Había lágrimas en muchos ojos y no por la mota. Prendieron unas llantas, poniéndose a las vivas por si pasaba la tira ecológica. El Kike sacó su lira y todo el personal cantaba rolas de rock en honor de El Machín.

Cómo parlarle chido a El Jefe Machín

El Machín nace en Neza-ret

(Lc. 2, 1-21) De cómo nació, lo supimos por doña Mary. Parece que vivían en la provincia, pero vinieron a la capital cuando iba dar a luz, ya que ella quería que su hijo “fuera algo más”. Pepe era un buen carpintero, sabía de pintura y barniz también, y con ayuda de sus primos encontraron chamba en Ciudad Nezahualcóyotl. En la colonia del Sol encontraron un lotecito cerquita del lago, y ahí levantaron su casita, o “cabaña”, como les llamaban. Los primos de Pepe les habían advertido: “Nomás no salgan por la noche, es muy peligroso, hay bandas y a ustedes todavía no los conocen”. Pero fue precisamente en la

(Lc. 11, 1-13) Unos compas le dijeron: “Valedor, enséñanos a parlarle chido a El Jefe Machín, así como Juan El Grillo enseñó a su banda”. Jesús les contestó: “Cuando quieran parlarle chido, díganle así: Padre Jefe, que estás en tu chante, nuestros respetos, nuestros respetos, Jefe Machín. Échanos todos esos rollos, esos rollos, que se realicen en los barrios de las bandas, contigo estamos, oh, Señor. El refín de todos los días, dánoslo, chido dánoslo

y perdona los errores, manchados somos ante ti. No nos dejes caer en los refuegos, contra el vicio tú haznos el paro, y de todos esos pedos, líbranos, Señor.

Portarse chido sin contarlo

(Mt. 6, 1-8) Un día, en tiempo de elecciones, llegaron los del PRI con sus putas despensas. “No vayan a ser ustedes así”, nos decía El Machín. “Cuando se porten chido, no lo hagan públicamente para que no los vean. Cuando den una corta feria para alivianar a un compa jodido, no vayan luego luego de pinches hocicotes a andarlo contando. Más bien, no se lo digan a nadie, y El Jefe Machín, que conoce los secretos, los premiará. “Cuando quieran parlarle de cabrón a cabrón a El Jefe Machín, no lo hagan como los fanáticos religiosos que cuando rezan hasta se desmayan, gritan, aplauden y hacen pendejada y media. Ustedes, en cambio, entren a su cantón, cierren la puerta y párlenle al chile, sin tener miedo de contarle todo y hasta de llorar, pidiendo su ayuda. El Jefe Machín, que conoce la sinceridad del corazón, los alivianará. No es necesario echar mucho rollo; él conoce lo que hay en cada uno, sabe cuál es su pedo de cada quien aun antes de que abra la boca”.

El Machín aliviana a un marihuano aferrado

(Jn. 9, 1-16; 24-29) Juan El Loco llevaba muchos años poniéndole. Apenas amanecía, ya estaba junto con sus vales, a un lado de las cuevas. Había caído varias veces en los anexos, pero siempre volvía a lo mismo. Ya tenía 30 años, no chambeaba y ni las mujeres le interesaban ya. Vivía sólo para la mota. Sus papás, ya de antaño, se habían lavado las manos de él. “Ese cabrón”, decían, “de plano no entiende”. ¡Cuál sorpresa, entonces, ver a Juan El Loco entrar a misa, un domingo por la mañana! Iba perfectamente bien –pelado, bañado y perfumado–. Se hacía acompañar de su perro El Huachis, también bañado. Toda la gente se quedó de a cuatro, pero él como si nada, con la jeta en alto. Tan grande fue el cambio que algunos pensaban que no era ese güey, pero él aceptó, diciendo: “¡Sincho, soy yo!”. Se le acercó el señor cura, don Gastón, el mismo que se había manchado con la banda el día del torneo, sacándole un varo a cada jugador. “A ver, Juan, ¿a qué santo le prendiste la veladora para dejar el vicio?”. Juan le contestó: “No, pues, fue el tipo ese que le dicen El Machín. Me puso una crucecita en la frente, parló chido conmigo y me curó en nombre del Jefe Machín. Fue un milagro”. Molesto, le respondió el padre: “¿Tú qué sabes? ¡Milagros, sólo en la Iglesia! Ese individuo, ¿qué sabemos de él? Dicen que hasta marihuano es”. “¡Pues no sabe!”, le dijo El Loco, “porque nunca se acerca a la banda”. Bueno, hay uno que otro cura que sí, ¡pero cómo se los comen las pinches viejas piadosas!”. El señor cura quiso terminar la plática diciendo: “Bien, no tengo más tiempo para oír estas insolencias. Me toca la siguiente misa”. “Eso sí”, insistió Juan, “tiempo le sobra para armar esas ceremonias hipócritas. ¡Y cómo dejan!, ¿o no, padre? Yo mientras me junto con El Machín, porque se preocupa por la banda, nos retira del vicio y sabe mucho de El Jefe Machín. ¡Vámonos Huachis!”.

Jesús limpia los cacles de la banda

(Jn. 13, 1-17) Faltaba poco para las fiestas patrias. La tira ya había sobornado a Judas para que calumniara al Machín. Jesús nos dijo: “Ya es tarde y hace hambre, banda. Me mocho con las tortugas para todos, vamos a la fonda de doña Lupe”. Una vez que llegamos, el morrito de doña Lupe sacó un cajón de bolear y nos preguntó si queríamos grasa. Todos nos reímos de la pinche ingenuidad del escuincle, pero El Machín se enojó y nos dijo: “¡Cabrones mugrosos, miren además qué cacles tan puercos traen, vergüenza les debería dar de andar así!”. Después le dio al morrito una feria, le destapó un chesco y le dijo sonriendo: “Préstame tus chivas, yo mismo lo voy a hacer”. Entonces se quitó su marra, tomó el cepillo y comenzó a cepillar las botas de la banda. Todos nos quedamos apendejados viéndonos las caras, sin saber qué decir. Cuando llegó el turno a El Piedra, éste le dijo: “¿Limpiarme tú los zapatos? ¡Ni madres!”. Jesús le dijo: “¿Y por qué no, güey?”. El Piedra, tartamudeando, le respondió: “Porque tú eres el jefe de la banda. ¿No ves que te estás rebajando?”. Y después, como para justificarse, añadió: “Además, yo traigo tenis”. Jesús le contestó: “Si no dejas que te limpie tus chanclas, por lo menos con un trapo, ya puedes irte largando de nuestra banda”. Y tronándole los dedos, le apresuró a contestar: “¡Ándale, güey, decídete!”. Entonces El Piedra, rojo de vergüenza, respondió: “Si es así, límpiame también los pantalones y la marra”. El Machín le dijo: “Con tus puras chanclas basta, Pedro”. Cuando terminó de limpiarle las botas a la banda, Jesús se metió al bañito para lavarse las manos, y cuando salió nos preguntó: “¿Capearon el mensaje, banda? Ustedes me llaman Jefe y Machín, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el mero machín, me he ensuciado las manos para limpiarles sus pinches botas, es para darles ejemplo de que ustedes también deben alivianarse unos a otros, en vez de pensar en chingarse entre ustedes mismos. En la sociedad ya hay demasiados culeros (…) ¶