Ensayo Sobre Cuento

! ! Ensayo sobre el cuento ! Óscar Velázquez Rosas ! Es allí, en el silencio, donde se hace presente la revelación, co

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! ! Ensayo sobre el cuento

! Óscar Velázquez Rosas

! Es allí, en el silencio, donde se hace presente la revelación, con su nitidez, café tras café, detrás de las voces en el aula. Los hilos se atan solos en sus extremos al escuchar hablar sobre Quiroga, Chèjov o Poe. Observo muy detenidamente todo, por ello mi silencio. Dicen que “los escritores somos observadores”. Y durante clase pudimos observar dentro del contenido de un cuento, que se trata de un momento, así nada más; una trama, alusión; el enredo de un listón sobre sí mismo.

! Hicimos unas lecturas de cuentos magníficos. En Estío, de Inés Arredondo, se volcó mi silencio hacia el suspiro. Además de la historia, podemos ver el retrato de una mujer en estío cuya carne se enciende de nueva cuenta ante la figura de un joven universitario. Bioy Cásares lo confirma al mencionar que algunos cuentos son solamente el retrato de una persona, una idea contada con elocuencia. Así se siente el cuento de Inés, pegajoso, húmedo, como el mango devorado trémulamente de cara a la huerta. ¿De dónde nace este cuento, si pensamos en lo que decía Gabriel García Márquez acerca del punto de partida? ¿Será la imagen del mango? ¿La imagen de los jóvenes jugando al volley-ball? ¿Un chapuzón en el río mientras se come sandía fresca? ¿La idea de un rejuvenecimiento de la carne en la carne de un jovencito? Estamos, en este cuento, ante la presencia de un temor clavado en los huesos con el calor y la humedad de un fruto recién caído a tierra, maduro, sin magulladuras, a punto de… Simplemente a punto. Arredondo trabaja su cuento con los cinco sentidos. Casi sinestésicos son los momentos que el narrador personaje cuenta de sus momentos de soledad. Impactado ante la imagen “oyendo como fondo a mi entresueño el bordoneo

vibrante y perezoso de los insectos en la huerta” me tuve que deslizar de regreso al inicio del párrafo. Inés me hizo sentir el frío del cemento sobre el cual el personaje se recuesta, la humedad del ambiente, la oscuridad, la piel. La narrativa es pulcra y sencilla, mordaz, alusiva. Y en el final nos sorprende, sacude nuestros instintos, golpea nuestras costumbres, nuestros paradigmas, y recrea en un deseo el laberinto brevísimo de la soledad que se posa sobre la carne en estío.

! Uno de mis cuentos favoritos de Julio Cortázar es, sin duda, Casa tomada, al cual también dimos lectura en la clase de Cuento II. Aún después de haberlo leído tres o cuatro veces, esta nueva lectura reveló para mi observación, un nuevo parámetro de locura dentro de los personajes. Escrito en primera persona, revela que el narrador protagonista ha tomado decisiones siempre sin necesitar la opinión de su hermana para mantener la casa. Mi observación del mundo ha sido siempre un tanto diferente a la de los demás. Disfruto infinitamente este cuento, pues el olor a librería, la pavita del mate, el silencio glorioso, la necesidad absoluta de no molestar a nadie, han sido ejes de mi vida y de mi comportamiento estando en casa. Vivir de esa manera me parece de lo más normal. Incluso encuentro placer al leer el cuento de Cortázar, pues toda mi vida he soñado con estar dentro de tan abrumador silencio como modus vivendi. Siendo yo músico, entiendo las propiedades de mantenerse silente y ensimismado. La observación del detalle más mínimo en el aire es también material musical. Así que no me había extrañado tanta paz y monotonía dentro una casa enorme y antigua hasta que, analizando con los compañeros a los personajes y preguntándonos quién había tomado la casa, observé desde la perspectiva de los demás, que la conducta de los personajes es propia de un desorden mental, de un desequilibrio que Cortázar hace parecer natural. Hasta entonces comprendí que la casa fue tomada por esa primera persona que narra, tal vez desde un cómodo reclinable, la historia de la toma en su único y voraz clímax de locura. Pero, ¿por qué violentar con “un ahogado susurro” la satisfacción del silencio, la paz controlada, el sopor armonioso de esa vida de hermanos taciturnos?

Ante La llovizna, de Juan de la Cabada, distinguí poco el uso de los sentidos para la narración. La única sensación que me atrapó fue la vista, en sus imágenes casi cinematográficas de sombras, luces, oscuridad, carretera, siluetas, ráfagas de miedos disipados a ratos por la seguridad del revólver. La historia es corta, hiriente, testaruda en sus diálogos. Podría abandonarse a la mitad sin remordimiento alguno. Bueno, no podría si se supiera con antelación que el final otorga sentido absoluto a su brevedad y su simpleza. Nuestro personaje narra él mismo su desprecio por lo que está allá afuera, detrás de las ventanillas del cálido automóvil. Él está lleno de miedos. Su historia está llena de miedos, y tal vez por ello había dejado de contar cuentos. Incluso la luz de una linterna en un camino oscuro le llenó de miedo. Hay un personaje cuyo protagonismo está siendo apocado por el miedo, a lo desconocido, a la muerte, al reencuentro. Incluso el narrador omnisciente aparece de pronto, al final de la historia, para decirnos en una línea llana, lo que, tal vez un nudo en la garganta, un nudo sin llanto, no nos dijo nuestro personaje: “Continuaron la oscuridad, el misterio y la llovizna, la llovizna, el misterio y la oscuridad en el camino…”. Aún llueve, y penetra hondo esta llovizna, mojándolo todo.

! El cuento que más me sorprendió fue Dios en la Tierra, de José Revueltas, hermano de uno de mis compositores favoritos, Silvestre. Huelen a México sus obras, a tradición, a cultura mestiza. Al contemplarles, se siente la piel reseca en el campo y el aire frío correr sobre un árido álbum de ilustraciones en sepia: carrilleras, crucifijos, fusiles, Biblias, atrincherados dentro de los enormes muros de adobe tras los cuales sólo hay silencio y espera, rezos entre labios, oscuridad de día. ¡Y el lenguaje de José, que traza finas parábolas de rostro en rostro sin develar siquiera el mentón de un personaje! Se devuelve omnisciente el narrador hacia lo narrado. Se duplica. Sus personajes no están humanizados, son primitivos, pétreos, a imagen y semejanza de su Dios. El agua parece provenir del cielo inerte, de un deseo corrosivo bajo el cenit abrazador. La imagen de su Cristo en un profesor que es misericordioso con el enemigo. La imagen “tan de Dios” de la inmolación. Nadie

pudo ser más creativo para narrar, cual receta de cocina, una muerte horrorosa en nombre de Dios, o la entrada bíblica del Dios vengativo, de una manera verosímil y certera. Mas los personajes, siendo multitud (el pueblo, el ejército, Dios) son llevados de la mano, como aconseja Horacio Quiroga en su Decálogo del perfecto cuentista, hasta el final, siendo ellos testigos de su propia brutalidad, en defensa de un Cristo embalado ante la presencia de su primitivo y salvaje Dios Padre.

! Tantas cosas que no conocía del cuento. En la teoría, nuevas herramientas para comprender, observar, organizar y degustar el género que más leo por antonomasia. Entiendo ahora que el cuento es un relato, efectivamente, que, como dice Ricardo Piglia en su Tesis sobre el cuento, “encierra un relato secreto”. Hay siempre un momento clave en la historia que lo trasforma todo. Incluso en el cuento de Monterroso El dinosaurio también tenemos ese momento en que todo se transforma. La sola línea “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” tiene un antes y un después, que están en el subtexto, y sea cuento o no, relata un suceso enmarcado en una brevísima nada, con la imaginación del lector como marialuisa. La unidad de impresión descrita por Edgar Allan Poe es evidente en este microrelato, así como en los cuentos que leímos dentro del aula. De extensión variable, han demostrado contener en diferentes características, el talento necesario para diferenciarse de la prosa simple; la sagacidad de capturar al lector para hacer una sola lectura y que la unidad de impresión quede intacta, licencias de dispersión, inflexiones del pensamiento, personajes definidos, descripciones breves, narradores efectivos. Tengo la sensación de nunca haber leído un cuento y encontrarme con él por vez primera, después de tantos años. Es allí, en el silencio, donde se hace presente mi observación. Dejaré de escuchar menos lo que no se oye para sentir de nuevo lo que no se ve, lo que alguna vez podría escribirse.

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