Eloisa James - Actividades Indecorosas

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Actividades indecorosas

ÍNDICE ACTIVIDADES INDECOROSASError: Reference source not found Introducción Error: Reference source not found Capítulo Primero Error: Reference source not found Capítulo Segundo Error: Reference source not found RESEÑA BIBLIOGRÁFICA.......Error: Reference source not found

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ACTIVIDADES INDECOROSAS

ACTIVIDADES INDECOROSAS Uno de los más inmorales, desvergonzados, y escandalosamente eróticos manuscritos (del siglo XIX) que han sido publicados

14 de febrero, 1818 Oficinas de la editorial Thurman & Thurman Editores de la Corona Londres, Inglaterra

Del manuscrito de Reginald Feathergastington “Relato de sensibilidad y dolor” Querido lector: Dado que me resulta muy desagradable sorprender y turbar, debo rogar a todas las damas de sensibilidad delicada que dejen de inmediato este libro. He vivido una existencia de pasión desmesurada, y me han persuadido de dar a conocer sus detalles, con la esperanza de impedir que alguna persona noble y sensible siga mis pasos… Atención, lector, ¡ten cuidado!

Se dice que un hombre daltónico nunca entenderá que el rojo es un color peligroso. También se dice que un hombre tonto nunca se dará cuenta del peligro de enamorarse. Por lo que es obvio que la cosa más peligrosa que podría hacer un hombre es enamorarse de una mujer pelirroja. Jas Griffin podría dar testimonio de ello: cuatro años después de que se enamorara precisamente de una mujer así, su propio padre, el duque de Honingborne, entablaba una demanda para que no fuera su heredero. Su

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madre había informado a la mayor parte de la sociedad de Londres que él era ilegítimo. Su querida pelirroja había salido corriendo, despareciendo sin dejar rastro hacía unos seis meses. Y ahora, al parecer, estaba a punto de ser despedido de su trabajo en la editorial Thurman & Thurman. Todo por una mujer pelirroja. Y él ni siquiera podía poner la excusa de que era daltónico. La primera vez que Jas Griffin vio a Linnet Chandros, era un muchacho huraño —muy huraño— de doce años. Su padre, el duque de Honingborne, le había convocado al salón, y luego le había informado que un tal señor Chandros iba a ser su nuevo tutor en Retórica, Heráldica, Versificación e Historia. También le enseñaría algo de Derecho, Física y Astronomía. Jas gruñó. Vio a la muchacha al lado de su padre, desde luego, y no le cayó muy bien, tenía una cara pequeña, se parecía a un ratón impertinente, y llevaba el pelo en una apretada trenza. —Amablemente, le he dado permiso al señor Chandros para que incluya a su hija en las lecciones que sean apropiadas para una mujer —dijo su padre, pomposo como siempre. Lo más seguro es que Jas gruñera otra vez. No fue hasta el día siguiente que comprendió que su vida había cambiado para siempre. Lo que habían sido días interminables llenos de lecciones tediosas dirigidas a convertirlo en el siguiente duque, se transformaron en día que pasaron en una espiral de peleas furiosas. El primer día no había notado que el pelo de Linnet Chandros era tan rojo como el fuego y que hacía juego con su temperamento. Aquel año, ella se especializó en señalar todos sus errores. —Estúpido —decía, mientras le miraba su hoja de matemáticas—. ¡Fíjate! —Y le cogía el papel y empezaba a escribir en él, sumando columnas enteras de números sin pensarlo dos veces. Él le devolvió la pelota cuando llegó la historia. —Gorda estúpida —diría él con desdén cuando ella creía que un regente de repente asesinó a su pupilo, el futuro rey, en un impulso. —Su esposa debe haber dado a luz a un varón, desde luego. El regente planeó el asesinato en el momento que oyó que su esposa esperaba un hijo. A Linnet le gustaban los actos impulsivos e irracionales. Jas era el polo opuesto: no valía la pena emprender ninguna acción, sin un cuidadoso plan. Al cabo de seis meses eran inseparables, aunque nadie se dio cuenta. De hecho nadie tenía ni idea de que el distraído tutor, el señor Chandros, a menudo perdía de vista a su hija... o que el joven amo nunca la perdía de vista. El duque visitaba su propiedad del campo muy pocas veces, y la duquesa la evitaba por completo. Si cualquiera hubiera mirado con atención habría visto a Linnet y a Jas pescando en el río o disparando flechas al tronco de un álamo. Pero nadie miró nunca. Pasaban los días discutiendo si proceder según un plan echaba a perder la diversión de una acción impulsiva. Y cuando llegaba el anochecer, si Jas no era convocado a la biblioteca para hacer un examen (y casi nunca lo era), esperaban hasta que las criadas le servían a Jas una cena solitaria en la habitación de los niños y luego Linnet bajaba del tercer piso y cenaba con él. El cocinero creía que el amo tenía buen apetito y su cariño hacia él

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era cada vez más grande al ver que los platos que preparaba volvían vacíos a las cocinas. No fue hasta que Jas tuvo quince años que su padre se dio cuenta de la existencia de Linnet y recordó que ella vivía en su casa. Convocó a su hijo y heredero esa misma noche. —Confío en que comprendas tu responsabilidad hacia la gente que es inferior a ti —dijo con rigidez, de pie ante el fuego, con las piernas separadas. Si el duque hubiera sido capaz de admitir tal cosa (que no lo era), hubiera tenido que reconocer que le ponía nervioso estar con su hijo. Había una inteligencia en los ojos de su hijo que era desconocida para él. Jas carraspeó y dijo algo sobre que las casitas del camino del oeste necesitaban un techo de paja nuevo. El duque le interrumpió. —Estoy hablando de esa muchacha, la hija de Chandros —dijo—. Parece que es una cosita aburrida, pero con las mujeres nunca se sabe. A Jas se le paró el corazón cuando se dio cuenta que si no manejaba bien la situación, su mundo se vería hecho trizas. Entonces enderezó la espalda y puso una mirada desdeñosa. —Confío, Su Gracia, en que no esté insinuando que soy de esos que pellizcan a las criadas. —Ella no es precisamente una criada —dijo el duque. Y él sí era de esos que pellizcaban a las criadas y por eso pensaba que lo mismo se le podía hacer a Linnet—. ¿Y a qué estás esperando? —continuó—. Un revolcón en el heno no te haría daño. Su hijo tenía unos ojos extraños: demasiado intensos. Lo más probable es que ni siquiera supiera lo que significaba dar un pellizco, pensó. A saber cuánto tiempo tardaría el muchacho en cogerle gusto al asunto. —Como desees —agregó, irritado ante esta prueba (una más) de que su hijo y heredero era muy diferente a él—. Si desvirgas a una o dos criadas, no sería algo que no haya hecho yo cuando era un muchacho. Pero mantente lejos de la hija del tutor. Con ella no es apropiado. Busca en el pueblo si decides hacerte un hombre. Jas se inclinó de modo respetuoso, y se retiró. Pero, claro está, todo cambió. Cuando por la noche Jas miró a Linnet, vio a una mujer. No tuvo ni el más mínimo impulso de pellizcarla. O desvirgarla, fuera lo que fuese lo que significara eso. En realidad, no sabía lo que quería. Aparte de tocarla. Y estar con ella. Ese fue el principio de todos los males que siguieron.

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Introducción Manuscrito de Feathergastington Quizás algunos caracterizada por los que han nacido para crecí en una deliciosa

de los que se embarcan en una existencia pecados de la carne saben ya desde la infancia llevar una vida de este tipo. Yo, querido lector, ignorancia de mi futura infamia.

Lo cierto es que no empecé a saberlo hasta los tiernos años de mi juventud, cuando, con toda inocencia, visité la corte de St.James —oh, cómo odio expresarlo con palabras, sobre el papel— y conocí a una duquesa. El episodio de las medias verdes es conocido por algunas personas, pero puedo contar ahora que…

Cuatro años de descubrimientos, placer, y desde luego, peligro, habían pasado desde aquella tarde. El día 14 de febrero de 1818, hacía ya seis meses que Linnet había desaparecido. Jas la había buscado por todas partes, había gastado hasta el último céntimo que tenía en buscarla... y aquella mañana su madre, sin ningún cuidado, le había lanzado una nota. —Esto es un regalo de San Valentín —dijo ella, con un atisbo de desprecio en la voz—. Se la cogí a tu padre, ese bobo. Luego no digas que no me importas. Él se inclinó de modo respetuoso, le besó la mano y se dio la vuelta. —¿A dónde vas? —lo llamó ella—. ¿Acaso pretendes casarte con ella, una muchacha que no pertenece a nuestra clase? —No enseguida, Su Ilustrísima. Estoy trabajando en Thurman & Thurman. —¡Oh, por el amor de Dios, basta ya de esas tonterías! —gritó ella—. ¿No te he ofrecido todo el dinero que quieras? ¿Cómo puedes avergonzarte a ti mismo —y lo que es más importante, a mí— de esa manera? Porque me gusta el trabajo de una editorial más de lo que me gustas tú, pensó Jas. Porque quiero tener a mi esposa y a mis hijos alejados de tus escándalos. Porque tengo un “plan”. Aunque de momento el plan parecía estar en peligro. —¡Paparruchas! ¡Insensateces! ¡Bazofia! —Su jefe se había puesto rojo de furia—. ¿¡Cómo se le ocurre ni siquiera pensar que este establecimiento —la digna firma de Thurman & Thurman, editorial de la Corona— publicaría esta basura!? —A mí me ha gustado mucho —dijo Jas, esforzándose en controlar su tono de voz. Mufford agitaba las páginas del manuscrito con las mejillas que iban

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del rosa al morado según iba leyendo. —¿Está usted loco? Aquí describe a una mujer bailando al aire libre, sin ropa. Esto no es sólo escandaloso, es un sin sentido. ¡Me ha traído un manuscrito que describe —y lo hace con detalle— las acciones de una amante! Jas suspiró. —¿Hace falta que le recuerde otra vez, Griffin, que esta casa editorial rechazó la poesía inmoral de Byron? —continuó Mufford. —Se venderá —dijo Jas con rotundidad—. Los libros de Byron se vendieron. Los papeles, que Mufford agarraba con fuerza, se movieron haciendo un sonido semejante a un viento enfurecido. —Byron es un noble. Nunca he oído hablar de ese Feathergastington. ¿A quién le va a interesar una novela de alguien con un nombre como ese? —bufó. —Lo que tenemos que hacer... —No vamos a hacer nada —le interrumpió Mufford—. Le di un trabajo porque tengo buen corazón. Y usted me corresponde trayendo basura de sus disolutos compañeros de juego. Soy un cristiano practicante al igual que mis lectores. ¿Acaso cree que una dama como por ejemplo la señora Mufford leería esto? ¡Nunca! —A las señoras les encantará. Está escrito por un miembro de la nobleza que habla acerca de sus compañeros. Se pasarán los meses intentando descubrir la identidad de Feathergastington; está claro que es un nombre falso. —Muéstreme a una mujer decente que aplauda este montón de paparruchas, en vez de señalar que esto es una inmoralidad, porque eso es lo que diría la señora Mufford —Al azar arrancó una hoja—. Yo podría abrirlo en cualquier parte y... —Los ojos se le abrieron exorbitados—. Él está... él está... Ni siquiera puedo decirlo... él, él... Con algo de interés, Jas le cogió el manuscrito. —Esa parte es un poco subida de tono —dijo. —Él está... ¡él está atado a la pared! —Sólo con una bufanda —señaló Jas. Mufford le cogió con brusquedad la hoja y siguió leyendo. —Supongo que Feathergastington es uno de sus amigos más íntimos, ¿no? —No lo conozco personalmente. Pero él dice que es una novela excelente. —Basta —dijo Mufford con brusquedad—. Cualquier mequetrefe contratado en la calle podría encontrar un manuscrito pornográfico. Creí que usted nos traería algo refinado como corresponde a un caballero, algo con clase. Ahora entiendo por qué su padre lo echó a la calle. Él ya sabía la clase de mente que tiene usted. Jas no pudo menos que sonreír antes esas palabras, lo que hizo rabiar aún más a su jefe. —No vamos a publicar esta basura —gritó Mufford—. Sería otra cosa si la historia fuera real. ¿Quién va a querer leer algo sobre mujeres desvergonzadas que ni siquiera existen? —Son reales.

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—Tráigame al autor y veremos si me convence —Hojeó unas cuantas páginas más—. ¿En la pista jugando al tenis, en Almack’s, lady G...? ¿Qué es lo que pretende con esto? Este manuscrito es sólo una invención de mala calidad. —Es real —dijo Jas—, reconozco a algunos de sus protagonistas — Comprendió su error un momento después. Mufford detestaba que le recordaran que Jas no era un empleado corriente, sino un miembro de la nobleza. —Demuéstremelo. Tráigame a ese Feathergastington, o a quién quiera que sea cuando no se está dando importancia. —No puedo hacer eso —La verdad era que el manuscrito se lo entregaba un mozo con una anotación que decía que si le interesaba publicarlo pusiera una nota en el Times. Mufford hizo una mueca con los labios. —Pero se puede probar su veracidad sin ayuda del autor. —Aun así, tendríamos pérdidas. —No, si yo respaldo la aventura. Pagaría el coste editorial, y le daría un veinte por ciento de las ganancias. Eso detuvo a Mufford. —¿Por qué? —preguntó con suspicacia—. Si tuviera usted dinero, no se mancharía sus manos de caballero trabajando. Le he rechazado un montón de manuscritos que no eran más que basura. ¿Por qué insiste tanto en imprimir éste, eh? Habían llegado a un momento crucial. Jas se encogió de hombros con indiferencia. —Tal vez trabajo con usted por amor al arte, Mufford. ¿Qué pasa? ¿Tiene miedo de aceptar mi patrocinio? Casi podía oír como las ruedas de la mente de Mufford iban girando. —¿De dónde sacará el dinero para editar un libro? ¿Piensa ir corriendo a pedir ayuda a su padre? Después de que él... —Vio la mirada de Jas y se calló. Todo el mundo se había enterado del arrebato de ira del duque en el que éste renegó públicamente de su hijo y heredero, jurando que Jas no vería ni un céntimo hasta que él muriera. —Tengo el dinero —indicó Jas. —Trescientas libras y la prueba de que todas esas historias libertinas son algo más que una invención —dijo Mufford. Guardó silencio durante un instante y sonrió—. Quizá una de las mujeres descritas en la novela confiese. Por su bien, espero que no aparezca ninguno de sus parientes. Jas sopesó brevemente el defender el honor de su madre y decidió que no. Después de todo fue ella la que había contado a toda la nobleza que Jas era ilegítimo. —Trescientas libras es el doble de lo que cuesta imprimir un libro. Mufford sonrió, enseñando los dientes. —Si imprimimos esa basura, la haremos parecer tan piadosa como una biblia encuadernada en cuero con bordes dorados. Y usted se quedará con las dos terceras partes de las ganancias, ni un céntimo más. A no ser que no pueda reunir el dinero, por supuesto. Y en ese caso... —Y Jas lo vio en sus ojos antes de que lo dijera—, le pediré que salga de esta oficina, “señor” Griffin.

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Jas sabía cuánto le gustaba decir “señor”. Cuánto le gustaba a Mufford referirse al hecho de que el padre de Jas —el duque de Honingborne— había presentado una solicitud a la Corona para quitarle los títulos. Pero como ya había obtenido lo que quería, no había ninguna razón para discutir. Jas no se molestó en despedirse, se dio media vuelta y se marchó con la voz chillona de Mufford sonando a sus espaldas. Había llegado la hora de encontrar a Linnet. De verla otra vez.

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Capítulo Primero Manuscrito de Feathergastington …Ella se quitó las medias con la mayor delicadeza imaginable, querido lector. Quedé transfigurado al ver su tobillo, delgado, exquisito. En un momento de arrebato, puse mi corazón y mis labios a sus pies y veneré esa amada parte de su cuerpo como tan evidentemente se merecía….

Fue como cuando la vio por primera vez, el momento en el que se enamoró de ella, aunque no lo hubiera sabido en aquel instante. Ahora que su cara paliducha se había redondeado al madurar, era exquisita. El pelo todavía tenía el color del fuego y las pestañas eran pálidas como su piel. Estaba sentada en una mecedora y no le oyó, así que se quedó parado en el umbral, admirándola: las manos delgadas, el cuello lleno de gracia. Y en sus brazos... Un bebé. Su bebé. —Linnet —susurró. Ella alzó con brusquedad la cabeza y por un momento él vio la alegría floreciendo en sus ojos, uniéndose a la alegría de su propio corazón. Y luego sus ojos se apagaron y dijo. —No deberías estar aquí. —Mi madre no es una persona a la que se le pueda confiar un secreto. Aunque durante seis meses tuve que ir cada día a verla para conseguir que me diera tu dirección —Se acercó a ella—. ¿Es mi bebé? ¿Puedo verlo... verla? Linnet le miró y abrazó con suavidad al bebé. —No lo hagas, Jas, no debes hacerlo. Esas palabras fueron como un cuchillo clavado en el corazón. —¿Por qué? —No es tuya. Él se acercó más, sintiéndose seguro. —Es nuestra —Cayó de rodillas a su lado—. Por favor, Linnet. No me apartes. Ella cerró los ojos, abrazando de tal manera al bebé que él no podía ver más que una orejita rosada. —Tengo que hacerlo, Jas. Tengo que hacerlo... por tu bien. Tal como él pensaba. Y sabía exactamente lo que tenía que decir. —Tú puedes sacrificarte, Linnet. Pero no puedes sacrificar a nuestro hijo. —Ella es...

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—¿Así que es una niña? —Antes he dicho “ella”. Se llama Rose. Esa era su Linnet: corrigiéndole sus inexactitudes. —Nos destruirás a ti y a mí por nada —dijo él—. Por algo como la reputación, por la opinión de las personas que nos han rechazado. Ella frunció el ceño. —¿Así es como lo ves tú? —¿Y de que otra forma puedo ver nuestras vidas? Tú estás deshonrada, gracias a mí. Yo soy ilegítimo y estoy deshonrado, gracias a mi madre. Rose, la pobre pequeñina, ha escogido un lamentable par de padres. Linnet entrecerró los ojos y en sus mejillas apareció un leve rubor. —Rose tendrá una vida maravillosa. Será amada. —El que sea amada no es suficiente. ¿Se sentirá amada todavía, de aquí a unos años, cuándo sepa que su madre se negó a casarse con su padre... dejándola sin pizca de reputación, con la imposibilidad de casarse y tener sus propios hijos? Los pómulos de Linnet se sonrojaron. —¿Es que no puedes entender que no quiero casarme contigo? —dijo con ferocidad. Él se levantó. —¿No? ¿Por qué no? ¿Porque no me amas? Ella le miró a los ojos. —Por eso mismo. —Eso es una tontería —rebatió él sin dejar de mirarla. Linnet supo en ese momento que todo era inútil. Aunque para ser sinceros, lo supo desde el mismo momento en que alzó la mirada y vio su cara. A veces todavía pensaba en él como el muchacho que creció con ella, ancho de espalda, más alto que su padre y más guapo que su madre. Tenía la apariencia de un rey, era su rostro el que debería estar en la cara de las monedas. Un hombre así debería casarse con una princesa. —No puedo dejar que la veas. —¿Por qué no? ¿Le pasa algo? El miedo que apareció en sus ojos la derritió, aflojó el nudo de hielo que tenía en el corazón y empezó a debilitar su determinación. —¡No debes hacerlo! —dijo llorando. Pero Jas no era un niño; era un hombre, y parecía un hombre. No: parecía un duque. No se podía confundir esa feroz nariz aristócrata o la forma de sus hombros. —¡Mi hija seguirá siendo mi hija, sin importar si tiene la cara deforme o no! —dijo en el mismo tono en el que un duque ordenaría a los dioses que le obedecieran. —¡No es deforme! —contestó Linnet, indignada—. Es perfecta, es demasiado perfecta. La mano de él, que ya apartaba la manta, se detuvo. —¿Entonces? —Te conozco, Jas. Si la ves, nunca serás capaz de... —¿De dejarla? —La miró medio sonriendo, con esa sonrisa torcida que había hecho que se enamorara de él hacía ya años, cuando se dio cuenta de lo solo que estaba y de lo simpático y guapo que era.

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—¡No te burles! —No lo hago. Pero tú no me conoces, Linnet. —Sí, yo... Él continuó mirándola a los ojos, inquebrantable. —Pues entonces sabes que nunca abandonaría a mi hija. ¿O crees que lo haría? Ella lo sabía en su interior, al igual que siempre había sabido que la encontraría algún día. Aunque se hubiera engañado a sí misma. —No —murmuró. —¿Y crees que te abandonaré a ti? —Debes hacerlo —susurró, angustiada—. ¡Debes hacerlo! —¿Para que pueda ser duque? —Su voz era suave, como si el título no significara nada para él, pero a Linnet no la engañaba. —Tienes que ser duque —contestó ella—. Es lo que eres, Jas. Eres un duque. Un futuro duque. Él envolvió uno de los suaves ricitos de Rose alrededor de su dedo. Eran del color de la mantequilla recién hecha. Luego apartó la manta y ya fue demasiado tarde, porque Rose era tan hermosa que se quedó encandilado. —Mira que pestañas —dijo él—. Y que naricita tan dulce. Tiene tu boca, Linnet. —Y tiene tus ojos. Cuando se despierte lo verás. Son del mismo azul grisáceo que los tuyos, excepto cuando se enfada. ¡Entonces se vuelven negros! Él se rió. —Está tan tranquila que no me la puedo imaginar enfadada. —Pues tiene un carácter terrible —dijo Linnet. —Me pregunto de dónde lo habrá sacado —comentó él, con risa en los ojos. Luego extendió los brazos. Cogió a la pequeña y la abrazó con suavidad, meciéndola mientras la miraba, y luego la llevó a la cuna que había en un rincón. Linnet se levantó y dijo a su espalda. —No arruinaré tu vida —Pronunció las palabras que había practicado en la oscuridad, noche tras noche—. No soy nadie. No tengo nada, ni siquiera una dote. No puedo ser duquesa. —Y yo no soy un duque —Se giró hacia ella—. ¿Acaso no sabes lo que mi madre ha dicho a casi todo Londres? No soy hijo de su marido. Linnet le miró con una sombra de desdén. —¿Y tú te lo has creído? —Claro. —Que tonto eres. Ella le ha puesto un cebo a tu padre, y él es tan tonto que se lo ha creído. Tu madre le desprecia. —La verdad es que no me importa. —Eres igual que él —Y lo era. Era una copia de su padre, pero más guapo, más inteligente. Mucho más inteligente. El duque fanfarroneaba y se pavoneaba, pero en opinión de Linnet, no tenía la menor sustancia. Mientras que Jas era Jas. Él parecía exactamente lo que era: una persona tan inteligente que lo único que tenía que hacer era pensar en cómo realizar algo, y lo realizaba con éxito—. ¿De verdad te echó de casa? —le preguntó —. Lo leí en una columna de chismorreo, pero no me lo podía creer.

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—Sí. He estado trabajando en una editorial mientras intentaba encontrarte. Ella se sentó, consternada. —No me lo creí. Entonces los dos lo hemos perdido todo. Él se puso de cuclillas a su lado. —¿Es que no te das cuenta, tontita mía? ¿Es que no ves que tú nunca me has perdido? La acercó a él y Linnet ni siquiera intentó detenerle. Se echó en sus brazos con un pequeño sollozo y lo besó en los labios. Al principio fue todo dulzura. Ella le enredó las manos en la seda oscura de su cabello y murmuró algo tonto, algo que hacía referencia a todas las noches que había yacido despierta, sabiendo que había cometido un error terrible. A las noches en las que había llorado hasta dormirse. Pero después, él la abrazó con fuerza, la levantó y la apretó contra su cuerpo. Volvió a besarla, pero esta vez con dureza, no con dulzura. Y ahí estaba aquello que había entre ellos: el fuego que siempre se encendía, quemándoles. Había enredado los dedos en el pelo de él y de repente ya no era amor, se vio superado por el rápido latido de su corazón y por la lluvia dorada de excitación en su feminidad. La boca de Jas bebió su deseo, la reclamó, le dijo en silencio cosas que ella ya sabía, que siempre había sabido, le habló de la nostalgia, del deseo y de aquellos que eran lo bastante afortunados para encontrar un amor que duraba toda la vida. Por primera vez en seis meses, Linnet se olvidó por completo de su hija, que dormía en la cuna. Olvidó todas las buenas razones para escapar y rechazar el casarse con Jas. Lo que hizo fue contonearse contra él, contra la dureza de sus caderas y la exigencia de su boca. Sintió como la abrazaba con las manos temblorosas. Como la apretaba contra sí como si ella fuera... —Dios, Linnet ¿cómo pudiste hacerme eso? —le dijo él, con voz áspera y profunda—. ¡No podía dormir, no sabía dónde estabas, creí que iba a volverme loco! —Yo... yo... —jadeó ella. —¿Por qué? —continuó Jas—. ¿Me harás volver cada día hasta que seamos viejos y tengamos el pelo gris para rogarte que te cases conmigo, Linnet? ¿Por qué? ¿Por qué nos estás haciendo esto? —Era como si le arrancaran las palabras del pecho. Ella abrió la boca para contestar pero él ya la estaba besando otra vez, con una urgencia febril que hizo que se avergonzara de haberlo abandonado. —Lo siento —dijo y le devolvió los besos, diciéndole en silencio que lo amaba, lo amaba, lo... Se oyeron voces en el piso de abajo. Linnet se echó hacia atrás. —¡Oh, no! Él le acarició la espalda con las manos. Ella le miró a los ojos, medio ocultos por los párpados y supo que nunca volvería a abandonarlo. Soltó un trémulo suspiro y se enjugó una lágrima. —¿Quién es? —preguntó Jas, sin ningún interés. Sus dedos acariciándole la espalda eran una promesa—. ¿Tu padre? —Peor —murmuró Linnet—. Es la duquesa de Alderman. Él frunció el ceño.

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—¿Qué diablos significa esto? —Es prima segunda de mi padre. ¿Por qué crees que Rose y yo vivimos aquí? —¿De tu padre? Ella sonrió, pero fue una sonrisa irónica. —Mi padre no ha podido perdonarme nunca el que me quedara embarazada, pero la duquesa es mi madrina, y me ha ayudado mucho. La atrajo de nuevo hacia él, tan enfadado que parecía a punto de zarandearla. —Nunca podré perdonarte que huyeras aquella noche. Nunca. Pero había alguien en la puerta. Jas se giró. La duquesa de Alderman era una mujer elegante y todavía bella a sus sesenta años. Su pelo cano estaba peinado con un estilo que cualquier debutante admiraría. —Vaya —dijo la mujer—. Aquí está la fuente misma del problema. Jas se inclinó respetuosamente y fue directo al grano. —Le he pedido cien veces que se case conmigo. —Algunas veces más —indicó Linnet—. Tal vez unas doscientas. —¿Entonces por qué no estás casada? —exigió la duquesa—. Tu madre no era ninguna idiota. Lamentaría creer que después de todo te pareces a tu padre. Un tonto soñador. Jas sonrió ampliamente, pero antes de que pudiera hablar la duquesa arremetió contra él. —Su madre y yo fuimos íntimas amigas, antes de que se casase con ese desesperante chupatintas. Murió en el parto y prometí darle una dote... ¡pero su padre es tan idiota que no pudo mantener cerrada la puerta de su habitación! ¿Cómo pudo usted desflorar a una joven decente en su propia casa? Él la miró a los ojos con decisión. —Eso fue algo innoble por mi parte —Se hizo un silencio—. Pero no lo lamento. Lo único que lamento es que nunca aceptara cuando le pedía que viniera conmigo a Gretna Green. —Por supuesto, los duques siempre están haciendo ese tipo de cosas —refunfuñó la duquesa—. Pero a mí no me parece bien. ¡Y menos cuando se trata de una muchacha que está bajo mi protección! —Y añadió—. Lo supiera usted o no. —Por favor —dijo Jas, mirando sin acobardarse aquellos feroces ojos verdes—. ¿Podría convencer a la señorita que está bajo su protección de que la amo? ¿De qué quiero casarme con ella, y seguir con ella todos los días de mi vida? ¿Qué si no me caso con ella, no me casaré con nadie? —En ningún momento miró a Linnet. Sin embargo, la duquesa sí que lo hizo. Le miró a él, luego a Linnet, y finalmente volvió a mirarlo a él. —Le han echado de casa de su padre —dijo—. Su padre es un asno, desde luego, y algún día usted será duque. El Tribunal va a reírse de él, si su madre no le dice antes la verdad. ¿Cómo piensa mantener a una esposa y a un hijo? —He estado trabajando en una editorial. Ella hizo un gesto de desdén. —Y tengo un castillo en Escocia. El desdén fue sustituido por un brillo en los ojos.

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—Eso está mejor. Supongo que por la rama materna. —La verdad es que no. Mi padre me regaló el castillo cuando cumplí doce años. No me interesaba la caza, así que me ofreció un soborno. Me dio el castillo a cambio de que cazara un ciervo. —Ya veo, algo propio de un zoquete como él. Ahora que lo pienso, tanto su padre como su madre son notablemente tontos. Bueno, tiene usted un castillo. Eso ya es algo. —Tengo algo más también: un manuscrito que vale cientos de libras... o más. Ella resopló. —Son unas memorias —añadió Jas, mirándola—. Unas memorias escritas por un noble muy desvergonzado. Se publicará de manera anónima, por supuesto. Cambia algunos detalles para no ser identificado... pero es fascinante. Escribe sobre un affaire en Westminster, en un armario de artículos de limpieza. Un pequeño sonido escapó de los labios de la duquesa. ¿Era una risa? —¿El armario de artículos de limpieza del ala oeste? —Si no recuerdo mal, era el armario que estaba al lado de la Sala del Tesoro. —Oh, ése. —¿Puedo suponer que recuerda los desayunos de la condesa de Yarmouth? —Por supuesto. ¿Y qué hacía él en esos desayunos? —Dedicarse a una vida disipada —contestó Jas—. Que ha descrito para el disfrute de toda la nobleza. Ha puesto en clave los nombres de sus diversas “inamoratas”. —¡Escandaloso! —dijo la duquesa—. Tendría que examinarlo. Estoy segura de que todo es una invención. Linnet dio un paso hacia delante. —Nada de esto tiene que ver con el hecho de que me niego a casarme con Jas. Ambos se giraron, la duquesa mirándola como si ella fuera un mono encerrado en una jaula. —¿Esto no se parece a una novela, eh? —Él es un duque. Y yo soy la hija de un tutor. —Tú estás bajo mi tutela —dijo la duquesa—, te daré una dote, por supuesto, y algo más para esa novela infernal, eso debería bastar hasta que el viejo duque reciba su justa recompensa —cualquiera que sea ésta— y que tu marido entre en posesión de su legítimo patrimonio. —Necesito una cosa para publicar el libro —dijo Jas—. He de probar al tonto de mi editor que el autor describe acontecimientos reales y personas reales. —Estoy segura que todo es inventado. Nunca he oído ningún cotilleo sobre los desayunos de la duquesa de Yarmouth. Y si yo no lo he oído, es que no ha ocurrido. Él extrajo un relato del manuscrito. —Aquí hay un trozo que puede interesarle: Cuando conocí a Helena —en el salón de baile de Almack’s, querido lector—, yo creía que ya había apurado hasta el fondo la copa

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de la pasión. En pocas palabras, pensé en casarme. Porque seguramente el matrimonio es la contrapartida de la inercia de las viejas pasiones, del cansancio que viene de ver a antiguas amantes llenando el salón de baile. ¡Sí! Tal era la magnitud de mi depravación... —¿Helena? —dijo la duquesa pensativa—. Está la hija del viejo Rathgate, pero... —Él le ha puesto los nombres de las heroínas de Shakespeare a todas sus amantes —intervino Jas. —¡Vaya tontería! Estoy de acuerdo con su editor, seguro que esto está escrito por un mequetrefe que no sabe nada de la nobleza. Jas sacó otra página. Se burló de mí, llevándome a los jardines privados que había detrás de la casa de la duquesa de P_, no, no a los jardines formales, querido lector, sino al jardín privado y amurallado de la duquesa. Me llevó allí y, con una sensación de culpa y pecado, te cuento que bailó locamente... bailó sobre las losas de los senderos... bailó sin vestido, sin las enaguas... La duquesa jadeó. —Es el jardín de la duquesa de Parlowe. Nadie conoce el jardín... ni los armarios de la limpieza del castillo... a no ser que sea uno de los nuestros — Entrecerró los ojos—. Éste libro vale una fortuna. —Eso es lo que pensé —dijo Jas. —¿Qué necesita que haga? —Convenza al tonto de Mufford de que la historia es real. —¿Y cómo vamos a conseguir eso? Jas le dedicó una amplia sonrisa. —¿Le importaría dar a entender que tiene usted un conocimiento íntimo de los armarios de limpieza del castillo? —Jas —protestó Linnet—. No deberías decir algo tan grosero. —A mi edad, eso no es grosero —dijo la duquesa—. Es un cumplido. Pero incluso así... él no me creería. Tendrás que hacerlo tú, Linnet. —¿Yo? —Tú. Te disfrazaremos y entrarás allí gimiendo y diciendo que no pueden publicar esa historia o tu reputación quedará arruinada. Linnet se miró, recorriendo con los ojos el anodino vestido que llevaba. —No se creerá que sea un miembro de la nobleza. —Sí que lo hará. —Y aunque se lo crea —dijo Linnet, ya desesperada—, nunca se creería que soy esa clase de mujer. La clase que... ¡bailaría por los senderos! —Me había parecido entender que bailaba desnuda —dijo la duquesa, disfrutando claramente del momento—. El aire fresco es bueno para ti, Linnet, queridita mía. Linnet movió la cabeza negando. —Soy un vulgar ratón, nadie se lo tragaría. —Eres hermosa —dijo Jas, cogiéndola la cara entre las manos—. Mufford creerá al instante que la mitad de los caballeros de Londres han

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intentado seducirte. —Tengo una criada francesa —anunció la duquesa—. Algunas veces es increíblemente grosera, pero puede hacer milagros —miró a Linnet—. Puede convertir un vulgar ratón en un cisne. Ya lo verás. También llevaremos a mi otra ahijada, Patience, la condesa de Coulter. Tiene más aptitudes para el drama de lo que es aconsejable: llevó a cabo un truco que hizo que la mitad de la nobleza creyera que era la condesa Fraser. —¿Por qué hizo algo así? —Lo hizo para que su marido espabilase y le hiciera caso —dijo la duquesa—. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy que es la persona perfecta. Contigo y con Patience, a ese palurdo no le quedará más remedio que aceptar que las memorias son reales.

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Capítulo Segundo Del manuscrito de Feathergastington Créame, sé la angustia que esta historia depravada e inmoral le está causando, querido lector, pero mi confesor me asegura que debo contarlo todo para mantener a otros jóvenes pecadores apartados del camino que yo he seguido. Esa duquesa —tan joven en años y tan vieja en depravación— abrió una puerta que llevaba a una especie de armario con artículos de limpieza. Allí me encargó que la hiciera la mujer más feliz de la Corte...

Una semana más tarde, Jas estaba jugando una partida amistosa de billar con el conde de Coulter, mientras esperaban que bajaran la condesa y Linnet que estaban en el tocador de la condesa, donde la criada francesa transformaba a Linnet en una dama de la alta sociedad. —Supongo que has oído que tu madre lo ha confesado todo —comentó el conde. —Hmmm —dijo Jas, alineando el siguiente tiro. —Al parecer no eres ilegítimo, aunque de todas maneras no se puede decir que la mayoría de la gente la creyera. —Ah —contestó Jas. Damien se echó a reír. —A ti no te importa, ¿verdad? —No especialmente. —Ya le has dicho a tu madre que te has casado con Linnet con una licencia especial. Se habían casado aquella misma mañana. —No —dijo Jas—. Una vez que se resignó al hecho, mostró poco interés en el acontecimiento. Acababa de alargar la mano para un tiro largo cuando vio que la mirada de Damien se desviaba hacia la puerta. —Tu esposa, supongo —murmuró el conde. Y aunque no había nada impertinente en los ojos de Damien, Jas tuvo ganas de gruñir enseñando los dientes. En lugar de eso, se dio la vuelta. Su Linnet, su pequeña Linnet de un brillante cobrizo, se había transformado en alguien totalmente diferente. Llevaba la mayor parte de su cabello recogido sobre la cabeza; sólo unos lánguidos rizos le caían sobre los hombros. Nunca la había visto con otra ropa que no fuera el sencillo vestido de lana azul que la cubría desde el cuello hasta las puntas de los pies. Pero ahora el vestido era de seda color rojo oscuro, lo que había de él,

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que no era mucho. Sólo un poco de tela formaba el corpiño, y luego pliegues de seda que revelaban de forma exuberante la figura curvilínea. Se la veía decadente, magnífica y rica. Parecía una duquesa en todos los aspectos, pero no una de esas “magníficas damas” de los cuadros de la galería de retratos de la familia. Ella era de una clase más nueva, una pecaminosa versión decadente que decía que se divertía demasiado para quedarse inmóvil y posar para un retrato. Y aún así, seguía siendo ella. La cara de su Linnet era un triángulo perfecto de rasgos finos y delicados y rasgados ojos grises. Las cejas formaban un perfecto arco aristocrático, y los labios, aquellos dulces labios, estaban siempre tan pálidos que no estaba seguro de que tuvieran algún color. Sin embargo, ahora, sus labios eran de un rojo oscuro que hacía juego con su vestido de gala, y sus preciosas cejas doradas estaban oscurecidas. —No me... —dijo él y se tragó las palabras cuando la sonrisa de ella se volvió incierta—. No me gusta pensar en la competencia que tendré para que te fijes en mí cuando la gente te vea —continuó, acercándose a ella. Las manos le hormigueaban ansiosas por arrancarle la seda, por llevarla hasta la locura, a un punto en que ella no se diera cuenta de que el pelo le caía sobre los hombros y sus mejillas se ruborizaban. Cuando la besara, los labios se le volverían rojo oscuro. Ella no necesitaba toda esa pintura en la cara para ser hermosa. El conde se inclinó mostrando una admiración tan profunda, que Jas se sintió conmovido. Pero entonces la propia esposa de Damien, Patience, apareció en la puerta y Damien desvió su atención hacia ella con los ojos brillando de alegría y con una sonrisa que le hizo parecer mucho más joven. Patience era más baja que Linnet, pero igual de hermosa. Unos rizos del color del sirope de caramelo le enmarcaban las sienes, y su boca tenía la encantadora forma del arco de Cupido. —Voy a jugar a ser la angelical esposa de tu autor favorito. No la que se muere, sino la otra —le dijo ella, dedicándole una sonrisa que formó hoyuelos en sus mejillas—. Y estoy segura que has adivinado que Linnet va a jugar a ser la depravada Hippolyta. Damien estalló en carcajadas. —¿Vas a jugar a ser un ángel, Patience? Ella le deslumbró con una impúdica y burlona sonrisa. —Tengo algunas cualidades de santa. Por ejemplo, te aguanto. Damien miró a Jas con una amplia sonrisa. —¿Quieres ver cómo mi ángel se convierte en demonio? ¡Llámala Penelope! Jas no entendió la broma, pero Patience se abalanzó furiosa contra su marido, sólo para quedar atrapada entre sus brazos y envuelta en un beso que no tenía nada que ver con ángeles, arpas y esponjosas nubes. —Hippolyta es una buena elección —dijo la duquesa de Alderstone, apareciendo en la puerta, detrás de Linnet—. Me refiero a la fiesta en el jardín de la condesa de Yarmouth, y yo estaba allí. Y lo que es más... ¡Creo que ya sé quién es nuestro Reginald Feathergastington! —¿Quién? —preguntó lord Coulter con un desganado interés. Había pasado el brazo sobre los hombros de su esposa y por el modo en que la miraba, no pensaba en ella como en un modelo de costumbres puritanas.

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—El conde de Mayne —dijo la duquesa, triunfal—. Porque recuerdo con mucha claridad que en esa fiesta coqueteó de manera escandalosa con lady Heather Missle. No me extrañaría en lo más mínimo que ella se diera un revolcón —o algo por el estilo— con él. Jas no estaba escuchando. Sólo tenía ojos para Linnet, su Linnet, ahora transformada en algo muy apetitoso, delicioso y pecaminoso. Ella le sonrió con una pequeña y misteriosa inclinación de los labios y le susurró algo en el oído. —¿Qué? —le preguntó él, acompañándola hasta la puerta de la sala. Al parecer no podía concentrarse, mirando la curva cremosa de su pecho. Llevaba un collar de rubíes, que parecían gotas de vino y que hizo que tuviera ganas de lamerla. —¿De verdad piensas que el señor Mufford creerá que soy una dama, Jas? Él casi se echó a reír. Linnet nunca había necesitado un vestido elegante para parecer una duquesa. Ella era todo lo que él no era: legítima donde él era ilegítimo, elegante donde él era ordinario, dulce donde él era rudo. Mufford nunca llegó a saber de donde llegó el golpe. Primero una condesa con cara de ángel trastabilló al entrar en su oficina, diciendo que sabía que él estaba a punto de publicar la historia de su noviazgo y le suplicó que no lo hiciera. Y luego, más o menos una hora después, llegó una duquesa, una mujer tan apetitosa y sensual, y tan, tan hermosa, que el hombre no pudo articular ni una sola palabra. La mujer se deslizó por el cuarto sin dirigir ni una mirada a Jas. Se sentó en el borde del escritorio de Mufford y se inclinó hacia él. Mufford nunca supo lo cerca que estuvo de morir cuando miró de reojo los cremosos pechos. Ella estuvo en la oficina sólo un par de minutos, pero ambos hombres guardaron silencio después de que la duquesa se fuera. —¿Es ella quién lo ató a la pared? —susurró por fin Mufford. —No —contestó Jas, apoyándose en la tabique y mirando divertido a Mufford—. Ésta es Hippolyta. La que sedujo a Feathergastington en el jardín, durante una fiesta. —Y con razón lo sedujo —aseguró Mufford. Los ojos de ambos se encontraron—. Esa mujer es... —Real —dijo Jas con sequedad—. ¿Lo publicamos? —Tres hojas cada vez —afirmó Mufford—. Y deshágase de ese nombre, Feathergastington. Será anónimo. —Tsk, tsk —le reprochó Jas— ¿No le dijo a esa encantadora dama que usted protegería su nombre? —Exacto —dijo Mufford—. Estoy seguro que esto era lo que ella quería decir. Lo publicaremos como un anónimo. Jas sonrió y se enderezó. —Volveré mañana y acabaremos de hablar de los detalles de nuestro contrato. Mufford parecía algo aturdido cuando Jas se fue. Salió a la calle y se dirigió al carruaje que le esperaba.

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Ella estaba allí, apetitosa y dulce como un melocotón, pecaminosa y seductora como una larga noche de invierno, amorosa y angelical como la madre de su hija. Sólo se detuvo un momento para preguntar: —¿Rose estará bien durante un rato? Linnet le sonrió. —Por supuesto. La niñera la entretendrá durante una hora más por lo menos. Pero... Él se echó hacia atrás y le grito al cochero: —A Temple Gate y después vuelva aquí otra vez —Luego entró y cerró dando un portazo. —¿A Temple Gate? —preguntó Linnet. —El trayecto es más o menos de una hora —explicó él, y la sonrisa que apareció en su boca, también estaba en su corazón—. Muy bien, mi querida esposa, ¿o debería llamarte Hippolyta? Ella soltó una risita tonta. Y entonces la besó. Y después de eso, los únicos sonidos en el carruaje fueron el traqueteo de las ruedas mientras giraban en Temple Gate y, después de un rato, un ronco susurro. —¿Qué? —preguntó Jas en el oído de su esposa. —Te amo —repitió ella. —No vuelvas a escaparte otra vez. —No lo haré. —No puedo pasarme la vida persiguiéndote —dijo él. Su voz se deslizó en la oscuridad del coche—. Hay tantas persecuciones... indecorosas con las que podríamos ocupar nuestro tiempo. —En ese caso —le aseguró Linnet, y la risa en la voz era un reflejo de la de él—, nunca me apartaré de su lado, Su Señoría. —Bien —dijo él. Y después hubo un verdadero silencio.

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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA ELOISA JAMES Mary Bly Vettori nació en 1964 en Minnesota, U.S.A. De padre poeta y madre escritora de relatos, desde jóven se decantó por la lectura romántica. Después de graduarse en la universidad de Harvard, Eloisa James obtuvo un M.Phil. en la universidad de Oxford, un Ph.D. en Yale y posteriormente trabajó como profesora especializada en Shakespeare, llegando a publicar un libro de texto en la editorial Oxford University Press. Actualmente es profesora asociada y directora de Estudios para Graduados en el departamento de Lengua Inglesa de la universidad Fordham, en Nueva York. En su faceta como profesora ha escrito un artículo editorial en el New York Times defendiendo las novelas románticas, así como otros artículos publicados en distintos medios, desde las tradicionales revistas para mujeres, como More, hasta publicaciones especializadas para escritores como el Romance Writers' Report. Mary conoció a su marido Alessandro Vettori, (un “caballero” italiano) en Yale. Tienen un hijo y una hija. Actualmente viven en New Jersey, pero pasan los veranos en la Toscana, visitando a la familia Vettori. Varios de sus libros han sido galardonados con con los más prestigiosos premios dentro de la novela romántica. Sus novelas de género romántico histórico destacan por sus intrigas románticas, repletas de humor, inteligencia, dinamismo y… pasión, mucha pasión.

ACTIVIDADES INDECOROSAS «Querido lector: Dado que me resulta muy desagradable sorprender y turbar, debo rogar a todas las damas de sensibilidad delicada que dejen de inmediato este libro. He vivido una existencia de pasión desmesurada, y me han persuadido de dar a conocer sus detalles, con la esperanza de impedir que alguna persona noble y sensible siga mis pasos… Atención, lector, ¡ten cuidado!»

*** Título Original: Improper pursuits Tradución libre Relato on-line web de la autora

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