El problema de la verdad

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TESIS 10 El PROBLEMA DE LA VERDAD  Introducción a la problemática En el transcurso de la historia, el hombre ha mantenido constantemente dudas y preguntas respecto a temas específicos, que durante el correr de los siglos han estado presentes como grandes interrogantes. Dentro de estos últimos, inextricablemente se encuentra la pregunta por la verdad. Varios pensadores han logrado presentar hipótesis acerca de la verdad, y claramente que dependiendo del campo en la que esta sea meditada y evaluada el nivel de complejidad y de profundización será aún mayor. Por ejemplo, no requiere el mismo grado de reflexión el comprobar un fenómeno natural constatable por medio de los sentidos que el evaluar la verdad de un razonamiento o de un postulado. Más allá de los distintos estadios en los que se considera la verdad, general y clásicamente es comprendida como una congruencia, pues decimo que hay verdad en algo cuando: “hay correspondencia entre lo que se atribuye a una realidad por un sujeto cognoscente y esa misma realidad.” (Gevaert, 2008, pág. 152). Así, vamos a tener en consideración algunas concepciones sobre la verdad que se han formulado Distintas concepciones de la verdad a través de la historia Aristóteles: En Metafísica, el Estagirita indica que el ser propiamente dicho es sobre todo lo verdadero; el no-ser lo falso. La reunión o separación, he aquí lo que constituye la verdad o la falsedad de las cosas. Por consiguiente, está en lo verdadero el que cree que lo que realmente está separado está separado, que lo que realmente está unido está unido. Pero está en lo falso el que piensa lo contrario de lo que en circunstancias dadas son o no son las cosas. Por consiguiente, todo lo que se dice es verdadero o falso, porque es preciso que se reflexione lo que se dice. No porque creamos que tú eres blanco, eres blanco en efecto, sino porque eres en efecto blanco, y al decir nosotros que lo eres, decimos la verdad. (Metafísica IX, 10, 1051a33-1051b10). Santo Tomás: El doctor angélico define la verdad como “la adecuación entre el entendimiento y la cosa” (De Veritate, Aquino, q. 1, a. 1). La clave está en tener siempre en cuenta que el objeto del entendimiento humano es la cosa, y no el ser, de manera que la verdad es la adecuación entre el intelecto y la realidad. Descartes: Explica que en el proceso interno de pensamiento del individuo “la percepción del conocimiento que [se] tiene de una cosa, debe ser para él la regla de la verdad de dicha cosa: es decir, que todos los juicios que se hacen han der ser conformes a tal percepción para ser verdaderos.” (Descartes, en Quintas respuestas) Kant: Indica que la verdad es “la conformidad del conocimiento con su objeto” (Kant, A 58, B 82), sin embargo, la definición está mediada por un criterio de certeza que debe ser universal, pues unicamente siendo así se puede afrimar que algo es verdadero: “el criterio para saber si el tener por verdadero es convicción o mera persuasión es, por tanto, externo, y consiste en la posibildiad de comunicarlo y comprobar su validez para toda razón humana” (Ibíd., A 820, B 848) Sin embargo, más allá de las anteriores definiciones presentadas por tan grandes pesadores, la cuestión sobre lo que es la verdad no puede reducirse a unas cuantas palabras que intentan precisarla, pues “la verdad es nuestro punto de referencia y, si no existiera o no fuéramos capaces de conocerla, nos veríamos cuestionados en nuestras propias raíces. No sabríamos que hacer ni cómo actuar” (Burgos, 2003, pág. 155). Por esta razón, merece ser estudiada y tratada con amplio interés.  El carácter incompleto de la verdad humana La cuestión acerca de la verdad humana se halla entre dos realidades: está ubicada entre lo absoluto y lo relativo, generando así que nuestra verdad como seres humanos se encuentre en constante tensión, a través de los siglos, y por supuesto que hoy en día también. En cuanto a los pensadores que han aportado sobre este tema, se pueden distinguir dos posturas: En primer lugar, la tendencia a ver sobre todo el aspecto absoluto que se manifiesta en toda verdad. En este caso se tiende a minimizar el fraccionamiento de la verdad, los errores, la búsqueda incesante y dolorosa de briznas de verdad. Y en segundo lugar las antropologías que no ven más que el carácter histórico y relativo de la verdad. […] Esta tendencia es la que predomina en las antropologías y filosofías contemporáneas. (Gevaert, 2008, pág. 173) Sin embargo, aunque estas dos posturas se presentan bien definidas y diferentes, hay quienes han optado también por una postura ambigua, pues si bien se mantienen en contra del proceso de absolutizar la verdad de las ciencias, también se muestran reticentes y reacios a manifestar apoyo a las cuestiones metafísicas o que tengan que ver específicamente con Dios. En síntesis, el carácter incompleto de la verdad humana se evidencia principalmente en “la limitación y parcialidad de todo interrogante científico y en la multiplicidad y fraccionamiento insuperables de la verdad” (Ibíd.), pero, el hecho de que esta carencia sea constatable, no significa que el hombre deba decantarse hacia un relativismo sin salida.  La reflexión: el papel que desempeña en la búsqueda de la verdad Para iniciar a desglosar el cómo funciona la reflexión dentro del proceso para encontrar la verdad, debemos partir primeramente de lo que es la propia reflexión. En pocas palabras, la reflexión es una de las dos dimensiones de la verdad, siendo la otra la dimensión de la adecuación. Sabemos, entonces, que aunque la verdad se encuentra en el entendimiento, es la realidad la que la causa, de ahí que se distinga entre dos clases de verdad: a) La verdad lógica, que es la propia del pensamiento, y b) la verdad ontológica, que se fundamenta en las cosas debido a que estas son inteligibles.

Ahora, un aspecto importantísimo de la verdad lógica es que además de que implica la adecuación entre la cosa y la realidad, al ser la verdad propia del pensamiento, también implica que se sea consciente de tal adecuación. Así, la siguiente pregunta resume muy bien la cuestión planteada: “¿de qué serviría estar en la verdad si no fuéramos conscientes, si no lo supiéramos?” (González, 2002, pág. 153). La pregunta citada es remete interesante, pues abre un camino de investigación muy amplio entorno al conocimiento y la verdad, de hecho, Santo Tomas, en un apartado de De Veritate, explana la cuestión de la reflexión en la verdad partiendo de la relación de esta con el entendimiento: La verdad sigue a la operación del entendimiento en tanto que el juicio de éste se refiere a la cosa tal como ella es; pero la verdad es conocida por el entendimiento en tanto que éste reflexiona sobre su propio acto; mas no sólo en tanto que conoce su acto, sino en tanto que conoce su adecuación a la cosa. la cual a su vez no puede ser conocida si no se conoce la naturaleza del propio acto. Y, por su parte, esta última no puede ser conocida si no se conoce la naturaleza del principio activo, que es el propio entendimiento, a cuya naturaleza le compete conformarse a las cosas. Luego el entendimiento conoce la verdad en cuanto que reflexiona sobre sí mismo (De Veritate, q, 1, a.9) De esta manera, el conocimiento que quiera considerarse como verdadero, implica que el entendimiento regrese sobre sí mismo, es decir, haga una reflexión, una reditio. Y, precisamente, es a causa de esa reditio, que se halla presente en todo juicio, como podemos advertir la verdad, pues al reflexionar sobre un acto, se toma conciencia de él y por ende, la reflexión llega a conocer la naturaleza del entendimiento. Otro aspecto interesante se puede resaltar al afirmar que los sentidos no tienen la capacidad de reflexionar, y por ello la verdad no se encuentra en ellos formalmente. Sin embargo, es innegable que los sentidos, así como el entendimiento, también se adecuan a la realidad, pues ellos también “pueden poseer la verdad materialmente, pero sin saber que la poseen.” (González, 2002, pág. 153). Esto último es lo que acontece con los animales, pues no tienen el conocimiento intelectual, ya que estos no saben que están en la verdad en determinada situación, sino que obrando movidos por los instintos, la realidad no adquiere ningún sentido para ellos salvo en el hecho de satisfacer sus propias necesidades.  La verdad, el error y el juicio Como ya lo hemos mencionado, la verdad es, en general, la adecuación del entendimiento con la realidad. Esta adecuación de la que hablamos tiene su fundamento en los juicios, pues son un elemento fundamental para conocer la realidad. Pero también, al hablar de verdad, es menester tratar un tema muy interesante que no le es ajeno: el error. Ahora, vamos a explanar los dos temas.  El juicio: Cuando ha de definirse el término “juicio” en sentido filosófico, pueden tomarse en consideración dos usos: Por un lado, el que designa bien la facultad o capacidad que permite, en general, juzgar; por otro, el que designa bien el peculiar tipo de acto que dicha facultad permite llevar a cabo bien el peculiar tipo de configuración objetiva que constituye como resultado de dicho acto. Para evitar confusiones, es recomendable hablar, en el primer caso, de «facultad de juicio» y, en el segundo, de «juicio», a secas. (Gonzáles, 2010, pág. 646) Tenemos entonces que el juicio está presente en la verdad lógica, y como lo vimos en el apartado sobre la reflexión, no se halla en los animales, por tanto, el juicio tampoco es una facultad que posean los animales. Cuando se realiza un juicio, “el entendimiento afirma o niega un predicado de un sujeto, siendo éste algo real. El juicio «compone o divide», pero siempre referido a la realidad” (Ibíd. pág. 154). Ahora, recordando que la adecuación que es la base para la verdad ocurre entre dos términos (el de la realidad y el del entendimiento), la única manera en que esta se pueda dar formalmente es cuando ambos términos están presentes. Los juicios pueden ser verdaderos o falsos, pues cuando se realiza un juicio “[…] no sólo «pensamos», sino que además tratamos de «conocer» la realidad; cuando pensamos no existe adecuación porque falta uno de los términos, pero al conocer se dan ambos y, por tanto, el conocimiento puede ser verdadero o falso” (Ibíd.) En síntesis, la verdad como adecuación solo es reconocible con toda propiedad en el juicio, porque si la forma que la mente atribuye a un ser es real, significa que, esa forma —entendida como predicado— se le ha atribuido a un sujeto, y por tanto, existe una conformidad entre la cosa y el entendimiento. El error Lo primero a tener en cuanta sobre el error es que este se encuentra también en la mente, no en las cosas. Esa diferenciación es fundamental, puesto que es probable que caigamos en la equivocación de afirmar que son las cosas las que propician el error, pero es realmente el intelecto el que comete el error cuando separa lo que está unido en vez de unir lo que está separado, y es entonces cuando decimos que hay un error. De ahí que “las causas del error habrá que buscarlas en el sujeto mientras que la causa de la verdad, en cambio, ha de residir más bien en la realidad” (Ibíd. pág. 100) Además, si es correcto afirmar que para que se dé la verdad debe existir una adecuación entre mente y realidad, para que se dé el error también debe existir dicha adecuación, pues es necesario que aquello que se concibe sea algo real, no algo abstracto, y ¿porque no puede darse en algo abstracto? Esto se debe a que el entendimiento no es consciente de que “está en la verdad mientras no la refiera a la realidad, mientras no la predique de una realidad concreta. El abstracto, por serlo, no existe más que en la mente, y por ello no es ni verdadero ni falso.” (Ibíd. pág. 99) Por otro lado, la cuestión de la ignorancia también toma parte en esta discusión, ya que esta nos lleva a actuar de manera no acorde a la realidad porque al ser “la privación de un conocimiento para el que se posee naturalmente aptitud” (Llano, 2003,

pág. 66) la persona, designada como ignorante, no es capaz de obrar conforme a la realidad. La diferencia con el error está en que este radica en “afirmar lo falso como verdadero” (Corazón, 2002, pág. 205), de manera que ya no procedemos por ignorancia, sino que actuamos en contra de la realidad.  Historicidad y verdad Absoluta Vamos a referirnos en primera instancia a la noción de verdad absoluta para luego relacionarla con lo que designa el término historicidad, que dicho sea de paso, es distinto del de historia. Tenemos entonces que en el sentido “lógico-gnoseológico se habla de verdad absoluta, que conlleva necesidad, por oposición a lo que es probable, hipotético, etc.” (Gonzáles, 2010, pág. 3). Por tanto, la noción de verdad absoluta no admite relativismo alguno, ni siquiera “al tiempo o a lo que la gente piense acerca de ella” (Poper & Eccles, 1974, pág. 89), de modo que podemos afirmar que en la verdad absoluta existe una realidad intemporal, pues esta dimensión no la afecta ni modifica. De hecho, Popper recalca esto último al decir que si la verdad es intemporal, la falsedad también lo es. Por otro lado, Martin Heidegger comprende la noción de verdad absoluta no como la mera adecuación entre la realidad y el intelecto, sino que se remite a una especie de revelación del ser, una manifestación de lo que estaba oculto, la cual tiene lugar en la existencia misma del ser humano, en el Dasein, en ese hombre que ha sido arrojado. Si analizamos la verdad absoluta en relación con el entendimiento divino veremos que Dios es la Verdad absoluta, la Verdad por esencia. Esto significa no sólo que Dios es un ser personal, inteligente y libre, sino que en Él entendimiento y ser se identifican. Aquí podemos ver que Dios es simplicísimo, es la Identidad Originaria, es infinitamente perfecto —pues conocer es acto y acto perfecto—, es plenitud de contenido, o sea, de ser. (González, 2002, pág. 147). Así, en lo que respecta a Dios, decimos que es el ser el fundamento de la verdad, pues no podríamos hablar de verdad sin el ser. Ahora, lo importante acá es que el ser de las criaturas pende estrictamente de su Creador, de manera que, si la verdad es una adecuación, entonces las cosas deben adecuarse al entendimiento divino para ser verdaderas. En síntesis, es posible afirmar que la verdad absoluta se entiende, en términos generales, como una realidad que no cambia, no varía. Los hechos que la componen son inalterables y fijos. De hecho, sin ir tan lejos, hay verdades absolutas que podemos constatar en la vida diaria: ¿cuándo hemos visto un hexágono de cuatro lados? ¡Nunca!, porque no existe absolutamente ningún hexágono que tenga solo cuatro lados. Es un hecho invariable e inalterable que no hay hexágonos de esas características. Respecto a la historicidad, lo principal es diferenciarla de la historia: Según Lucas, la historia es “el conjunto de hechos objetivos narrables que se suceden en el tiempo” (2008, pág. 183), direccionando las investigaciones hacia los acontecimientos del tiempo pasado sobre los cuales se ha desarrollado la humanidad. Por el contrario, el mismo autor indica que la historicidad es “el modo específico de existir del sujeto humano” (Ibíd.) La cuestión con la historicidad estriba en que esta no se limita solo al paso del tiempo, sino que abarca el hecho mismo de que el ser humano exista y haga parte de una realidad histórica determinada y claramente que específica. Clarificando los conceptos, aducimos que la historicidad no es un aspecto del ser, sino que es el mismo ser, pues incluye en sí misma la cultura, la estructura, la libertad y la dimensión temporal propia del hombre. De modo que esta es el existir y al mismo tiempo el devenir, el poder-ser del hombre que lo proyecta hacia el futuro. Por su parte, la historia, en pocas palabras, es el recuento objetivo de los hechos. De hecho, la historia se gesta en los aspectos ya mencionados de la historicidad, de modo que lo que “aparece” primero en el hombre es su historicidad, y luego su historia. Ahora podemos relacionar las dos ideas tratadas. La relación entre historicidad y verdad absoluta surge de uno de los aspectos que más propician discusión y que atañen a ambas nociones: el relativismo, o mejor, la interpretación relativista de la historia. Como lo indica Lucas, “Si la verdad y los valores se comprenden sólo en referencia a una época histórica, su trascendencia queda gravemente hipotecada” (Ibíd. pág. 188). Esta aclaración de Lucas es interesantísima, pues podemos deducir que si nos dejamos guiar por una interpretación relativista de la historia estaríamos haciendo una hermenéutica de los valores, los hechos y los acontecimientos muy sesgada, ya que estaríamos dejando en entredicho su eficacia. El quid de la cuestión se desarrolla en torno a la problemática que genera el relativismo, pues este ha propiciado que todo sea opinable o discutible, que nada pueda tomarse como estricta y generalmente cierto, pues se propugna que cada uno tiene y vive su propia verdad, de manera que existe hoy “la persuasión de que no hay verdades absolutas, de que toda verdad es contingente y revisable y de que toda certeza es síntoma e inmadurez y dogmatismo” (Domene, 2004, pág. 60)  El criterio de verdad Sobre el criterio que se debe seguir para determinar algo como verdadero es mucho más realista hablar en plural, pues es complejo designar uno solo que esté por encima de los demás y que sea más efectivo o apropiado. Sin embargo, el hecho de interesarse por hallar este criterio es de suma importancia, pues “de nada podría servimos la adecuación o el ajuste de nuestra facultad intelectiva a la realidad misma de las cosas si no captásemos esa conformidad, es decir, si ese ajuste o adecuación no nos resultaran manifiestos con claridad suficiente” (Millán-Puelles, 1984, pág. 272) Empero, no existe unicidad en cuanto a la posibilidad de que exista dicho criterio, ya que algunos pensadores aducen que si este existiera el ser humano no caería en el error ni se equivocaría. Otros han afirmado que ese criterio esta mediado por la

subjetividad, pues “al defender que no conocemos la realidad sino nuestras ideas, no pueden admitir un criterio objetivo” (González, 2002, pág. 179). Y, por otro lado, los filósofos clásicos han optado por presentar a «la evidencia» como la mejor opción. Así, el primero de los posibles criterios que vamos a analizar es la evidencia objetiva. Esta puede definirse como “la presencia de una realidad como inequívoca y claramente dada a la inteligencia” (Llano, 1991, pág. 52). El hecho de que esa realidad sea comprendida con claridad implica que haya certeza sobre dicha realidad. Pero, esa certeza no puede guiarse subjetivamente, pues a lo único que llegaríamos sería a un círculo vicioso: “lo subjetivo es la certeza, luego un criterio subjetivo no sería otra cosa que otra certeza, y así estaríamos ciertos de que estamos ciertos” (González, 2002, pág. 180). Con esto, diríamos que la evidencia debería estar en concordancia con la certeza, puesto que también debería ser subjetiva, pero esto no puede ser porque claramente todos somos distintos, y la experiencia individual hace que certezas y evidencias varíen en cada uno. No obstante, esto tiene solución: Hay veces en que lo conocido nos arrebata de tal modo, se nos hace tan patente, se muestra con tanta fuerza, que no podemos dudar ni aunque quisiéramos hacerlo. Esa claridad es precisamente la evidencia. Se trata de una claridad tal que, por decirlo de algún modo, hace que nos olvidemos de nosotros mismos, de nuestra actitud ante lo conocido, de nuestro gusto o disgusto; la atención queda suspendida de modo que, en cierto sentido, somos arrastrados por el conocimiento: no podemos no afirmarlo. (Ibíd.) Así, el subjetivismo queda eliminado al enfrentarse al dato que está siendo conocido, puesto que proviene de una realidad que nuestro entendimiento no puede negar. En cuanto a la evidencia subjetiva, Descartes la pregona y la defiende al indicar que el yo que está pensando no permite dudar de que la evidencia sea subjetiva, pues esta es aportada por el pensamiento, no por las ideas, de modo que Descartes antepone el sujeto al objeto. Con todo, el mismo Descartes reconoce que esa teoría es insuficiente, así que recurre a la veracidad divina, alejándose del subjetivismo, pues Dios es no es subjetivo: “Por lo que es evidente que (Dios) no puede ser engañador, puesto que la luz natural nos enseña que el engaño depende de algún defecto” (Descartes, Meditaciones metafísicas, págs. 3a meditación, 44.) De esta manera el inconveniente del planteamiento de Descartes está en que “en vez de apoyarse en la bondad y el poder divinos, […] ha de acudir a la veracidad divina, para concluir que, cuando usamos bien de la razón, Dios no nos engaña” (González, 2002, pág. 181). Al final esta teoría quedará desacreditada debido a que “o bien Descartes incurre en un círculo vicioso, o bien la demostración de la existencia de Dios es evidente al margen de que cumpla o no el criterio de certeza (pues dicho criterio sólo es válido si Dios existe).” (Ibíd. pág. 182). Sin importar cuál sea la opción, la demostración carece de soporte, y por tanto, el criterio planteado por Descartes sería insuficiente. Por último, la relación entre certeza y verdad se presenta como la más “confiable” a la hora de determinar un criterio para aseverar que se posee la verdad. Sin embargo, son distintas, aunque conduzcan al mismo resultado: se sigue que la certeza no es lo mismo que la verdad, aunque se trate de nociones estrechamente conectadas. Mientras que la verdad es la conformidad del entendimiento con la cosa, la certeza es un estado del espíritu que, en condiciones normales, procede de hallarse en la verdad, de saber. La certeza es una situación del sujeto –una seguridad- y, por eso, pueden intervenir en ella diversos factores; por ejemplo, la voluntad libre puede imperar el asentimiento o el disentimiento a verdades que no son de suyo evidentes. Esto último abre la posibilidad de que, a veces, estemos subjetivamente convencidos de cosas que son falsas. (Llano, 1991, pág. 53) En conclusión, la certeza se presenta cuando el entendimiento esta mediado por una enunciación verdadera, que además, en algunas ocasiones, lleva a la mente a aceptar de manera inmediata la realidad que proviene del objeto inteligible.  La verdad en nuestros tiempos En el contexto actual, la cuestión de la verdad está lamentablemente marcada por un fuerte influjo del relativismo, el cual ha llevado a que el hombre contemporáneo actúe movido por una constante incredulidad sobre cualquier certeza que pudiese a llegar ser considerada absoluta y sobre lo que esta representa. Hoy en día se ha perdido la confianza en los fundamentos, en las justificaciones y también hasta en las pruebas, puesto que los motivos que pueden llegar a fundamentar una causa que se considera buena, también pueden ser los mismos motivos que fundamenten una causa contraria. “El criterio de acción es el decisionismo, el actuar según los propios impulsos e intereses, hasta llegar al radicalismo libertario.” (Lucas, 2008, pág. 189). Este decisionismo del que nos habla Lucas es realmente interesante, pues es la base para obrar y elegir, no solo en el ámbito filosófico, sino que ha penetrado todos los estamentos de la sociedad y sus instituciones: se presenta en los escenarios políticos, económicos, culturales y ni hablar de los religiosos; escenarios todos en los que se discute debido a la diversidad de pensamiento, de opiniones y argumentos sin tomar en cuenta criterio alguno de verdad. Para concluir, es necesario hacer hincapié en la cuestión de la libertad subjetiva, que como lo mencionaba Lucas, llega al punto de tornarse en un concepto radical. El peligro de esta posición extrema está en que “Bajo la bandera de la libertad subjetiva se predica la tolerancia, pero paradójicamente se asumen comportamientos y se toman decisiones de intolerancia hacia quien sostiene y vive valores diferentes” (Carvajal, 1996, pág. 127)

En síntesis, se cree que, como nadie posee la verdad, debemos ser tolerantes con las ideas de los demás. El relativismo ha sido propuesto como el único juez y defensor del pluralismo, que, si bien es el fundamento de la democracia, también ha llevado a que se viva en una permanente y profunda desconfianza hacia toda verdad absoluta. Referencias Aquino, S. T. (s.f.). De veritate. Burgos, J. M. (2003). Antropología: una guía para la existencia. Madrid: Palabra. Carvajal, L. G. (1996). Ideas y crrencias del hombre actual. Santander: Sal Terrae. Descartes, R. (s.f.). Meditaciones metafísicas (Vol. Carta a Clerselier). Descartes, R. (s.f.). Meditaciones metafísicas. Domene, J. G. (2004). La verdad os hará libres. Madrid: BAC. Gevaert, J. (2008). El problema del hombre. Salamanca: Sígueme. Gonzáles, Á. L. (2010). Diccionario de Filosofía. Navarra: Eunsa. González, R. C. (2002). Filosofía del conocimiento. Pamplona: Eunsa. Kant, E. (1928). Critica de la razón pura (Adpatación digital ed.). Madrid: Libreria General de Victoriano Suárez. Llano, A. (1991). Gnoseología. Pamplona: Universidad de Navarra. Lucas, R. L. (2008). Horizonte vertical. Madrid: BAC. Millán-Puelles, A. (1984). Léxico filosófico. Madrid: Rialp. Poper, K., & Eccles. (1974). Falsabilidad y libertad. Londres: Souvenir Press.