El Criterio de La Verdad

EL CRITERIO DE LA VERDAD. EVIDENCIA Y CERTEZA. DUDA Y OPINIÓN 1.- LA EVIDENCIA: Establecido qué es la verdad, que aún un

Views 148 Downloads 0 File size 451KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

EL CRITERIO DE LA VERDAD. EVIDENCIA Y CERTEZA. DUDA Y OPINIÓN 1.- LA EVIDENCIA: Establecido qué es la verdad, que aún un problema: ¿Cuál es el criterio de la verdad?; es decir, ¿Cuál es la norma que nos permite reconocerla como tal? El criterio de la verdad es la evidencia. La palabra “evidencia” deriva de “ver”. Con ella se quiere expresar que la verdad “se ve”. El acto de visión es directo, inmediato. No podemos no ver un objeto visible presente a nuestra vista. Si decimos “a = B, y B = C; por lo tanto, C = A”, vemos, también, que es así. En el primer caso no podríamos no ver el objeto que vemos; en el segundo, no podríamos pensar que no es así. De acuerdo con este criterio, la evidencia es la claridad misma de la verdad, y esa claridad es tal que coacciona al espíritu imponiéndole su aceptación.

En este criterio de la verdad como evidencia coinciden filosofías en otros aspectos tan opuestas como la de Santo Tomás y la de Descartes. La evidencia es, para el tomismo, “como una difusión de la esencia de lo verdadero”, que provoca la certeza en el espíritu. Y la primera de las reglas cartesianas del método dice: “No aceptar jamás como verdadero nada que no conociese evidentemente que era tal… y no admitir, en mis juicios, nada más que lo que se presentase a mi espíritu tal clara y distintamente que yo no tuviese manera alguna de ponerlo en duda”. Para ambas filosofías, la evidencia es un carácter objetivo de la verdad, y no un estado subjetivo del que la conoce. El estado subjetivo que acompaña a la evidencia es la certeza.

Debe distinguirse entre la evidencia de un juicio de experiencia (“Eso es azul”, por ejemplo) y la evidencia de un juicio de razonamiento (“El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, por ejemplo). En el primer caso, si quiero probar la verdad de mi afirmación, muestro el objeto de que se trata; en el segundo caso, demuestro el juicio. Pero, en definitiva, cuando demuestro, lo que hago es las otras.

La experiencia sólo nos ofrece la evidencia de los hechos; es decir, que es razón suficiente sólo de los juicios asertóricos. El razonamiento nos da la evidencia de la forzosidad; es razón suficiente de los juicios apodícticos. En el razonamiento, tenemos la evidencia del “por lo tanto”, o sea de la derivación de unos juicios de otros. En la experiencia se fundan los juicios categóricos; en el razonamiento, los hipotéticos. Sólo ni las premisas de que se parte son evidentes, obtendremos el juicio categórico y apodíctico. Si esas premisas son simplemente convencionales, la conclusión será apodíctica pero hipotética, pues no estará fundada sino en la evidencia del “por lo tanto”; o sea, que su verdad quedará condicionada a la verdad de las premisas.

2.- LA AUSENCIA DE CONTRADICCIÓN: Una afirmación, comprobada en un número determinado de casos, será verdadera en tanto no aparezca el caso que la contradiga. “Nunca se ha comprobado que sucediese lo contrario”. Este es el criterio vulgar de la verdad. La verdad sería, entonces, una verdad condicionada a la contingencia de futuras comprobaciones que obliguen a abandonarla. Pudo afirmarse, en una época, que todos los cisnes eran blancos, precisamente porque no se había hallado ningún cisne negro; pero, de pronto, el hallazgo de los cisnes negros obligó a abandonar la “verdad” anteriormente aceptada.

Este criterio tiene valor científico únicamente cuando el número de casos comprobados puede emplearse para calcular el grado de probabilidad de que se den otros casos.

3.- LA AUTORIDAD: La mayoría de nuestras afirmaciones se fundan en el criterio de la autoridad. La autoridad es el testimonio que consideramos digno de crédito; y nuestra certeza es, en el caso de las afirmaciones hechas por esa autoridad, una certeza moral Corrientemente, cuando afirmamos “se ha comprobado que...”, todo lo que sabemos es que tales o cuales personas afirman haber comprobado aquello de que se trata. Sin esa “fe” en la autoridad, ningún estudiante podría afirmar que América fue descubierta en 1492, por ejemplo; todo lo que podría afirmar es que ha oído decir y ha leído muchas veces eso. La certeza moral es, podríamos decir, una “hipótesis de trabajo” forzosa, pues sin ella sería imposible, en muchos casos, el progreso científico. Pero esa certeza moral es siempre revocable; además, aun como “hipótesis de trabajo”, sólo vale para ciertas verdades de experiencia, y nunca para las verdades de razonamiento.

4.- LA CERTEZA: La evidencia provoca el estado de espíritu que llamamos certeza. La certeza ha sido caracterizada positivamente por la filosofía tomista como “firmeza de adhesión”. (“Se llama propiamente certeza – dice Santo Tomás- la firmeza de adhesión de la capacidad cognoscitiva a su objetivo cognoscible”). Esa firmeza de adhesión implica la evidencia de aquello a la que se asiente. En la certeza, el espíritu queda fijado a su objeto, porque el objeto mismo está fijo: el estado de espíritu llamado certeza tiene, debido a esa fijeza del objeto mismo una sola dirección: no vacila.

Santo Tomás define también la certeza, en virtud de este último carácter, como “determinación de la inteligencia a lo que es uno”:Certitudo nihil aliud est quam determinatio intellectus ad unum. Aristóteles, a quien Santo Tomás sigue en esta definición, había caracterizado ya la certeza en función de esa determinación o fijeza del objeto; determinación que consiste en el hecho de que todo objeto es lo que es y no otra cosa.

Negativamente, el estado de espíritu en que la certeza consiste ha sido definido por Descartes como la “imposibilidad de poner en duda” lo que se ve clara y distintamente: es decir, la imposibilidad de poner en duda lo evidente. También aquí se trata de una adhesión del espíritu, total y absoluta. A pesar de esta correspondencia entre evidencia y certeza, podemos formularnos aún una pregunta: La evidencia provoca la certeza; pero ¿no es por la certeza que reconocemos la evidencia? ¿Podríamos declarar algo evidente, sin ese estado de espíritu llamado certeza? En el orden del ser, la evidencia puede ser considerada anterior a la certeza, pues cuando decimos que algo es evidente queremos decir que su realidad es independiente del conocimiento que de ella tenemos. Pero, en el orden del conocimiento, la certeza es anterior a la evidencia, pues no declaramos nada evidente sino en virtud del estado de espíritu llamado certeza.

En una concepción realista, evidencia y certeza tienen que ser netamente separados, como correspondiendo respectivamente al objeto y al sujeto. En una concepción idealista, terminan por ser idénticos. “Evidencia y certeza son dos términos absolutamente sinónimos: designan la misma cosa, una desde un punto de vista subjetivo, otra desde un punto de vista objetivo. O, más bien, esas palabras de subjetivo y objetivo deben ser descartadas de toda filosofía dogmática: no sirven sino para introducir equívocos. La certeza es, sí, un estado del sujeto; la evidencia es concebida como una propiedad del objeto: pero la certeza, estado del sujeto, no puede definirse sino como la posesión del objeto. No hay expresión más impropia ni más incorrecta que la de certeza subjetiva…: es una contradicción en los términos. La certeza ya no tiene nada de certeza, si es solamente subjetiva. Igualmente, si la evidencia es una propiedad del objeto, el objeto no posee esa cualidad sino con la condición de estar representado en el sujeto: la misma palabra evidencia implica la presencia de un ser que ve. En verdad, cuando se habla de certeza o de videncia, el sujeto y el objeto se confunden y no son sino uno”.

5. - LA DUDA: La duda es el estado de espíritu en que la razón de la verdad de un juicio y la razón de su falsedad se nos aparecen como igualmente insuficientes; o en que se nos aparecen como igualmente insuficientes; la razón de la verdad de dos juicios opuestos, o simplemente diferentes. En la certeza, el espíritu tiene una sola dirección; la certeza es como un “reposo del espíritu” que resulta de su determinación hacia un solo objeto. En la duda, la dirección del espíritu es inestable o doble. (La etimología de la palabra “duda” contiene ya esa idea de duplicidad).

6.- LA OPINIÓN:

Todo juicio es verdadero o falso por alguna razón. Esa es una exigencia del principio de razón suficiente, Un juicio tenido por verdadero, pero fundado en razones que se reconocen como insuficientes, es una opinión. El juicio no deja, por ello, de ser verdadero o falso, pues todo juicio es, necesariamente, verdadero o falso. En el lenguaje corriente, “opinión” es sinónimo de “parecer”. La opinión no traduce lo que alguien sabe, sino lo que alguien “le parece”. Esa diferencia es la misma que ya habían establecido los filósofos griegos. Parménides, en el siglo VI, distinguió netamente entre opinión y saber, haciendo corresponder esos términos al parecer y al ser de las cosas. Pero para Parménides la opinión es siempre falsa, pues tiene por objeto precisamente lo que las cosas parecen ser, no lo que son; y el saber es siempre verdadero, pues tiene por objetivo lo que las cosas son, no lo que parecen. La opinión se funda en los sentidos, vehículos de la apariencia, o sea de lo que surge y pasa, de lo que cambia, y no sería un conocimiento. Para Parménides, el conocimiento es conocimiento del ser, y el ser es inmutable y eterno. El vehículo del conocimiento es el pensamiento, que tiene por objeto el ser, con el que se identifica. El pensamiento es siempre pensamiento de lo que es; y lo que es siempre, y siempre idéntico a sí mismo. Los sofistas, con quienes comienza en la filosofía occidental el espíritu crítico, caracterizaron la opinión no por la mutabilidad del objeto al que se refería, sino por la mutabilidad del espíritu. Pero le concedían un valor práctico preferible al conocimiento propiamente dicho, que sólo era posible con respecto a los objetos abstractos. La “opinión razonable” era útil; el “saber cierto”, inútil.

Platón distingue la opinión de la ciencia, pero no hace de la primera un simple error, como Parménides. La opinión es forma intermedia de conocimiento, y se halla “en el espacio que separa la nada del ser absoluto”. La opinión está entre la falsedad y la verdad, y su objeto está entre el ser y el no ser. No opinan los ignorantes ni los sabios: opinan los que no son ni ignorantes ni sabios. La opinión ves el conocimiento de las apariencias, de lo mudable, de lo transitorio, de lo inmutable, de lo eterno, de lo inengendrado. La opinión se mueve en el mundo de las “imágenes”; la ciencia está fija en la contemplación del mundo de las “ideas”. Pero, a pesar de ello, la opinión es conocimiento. La diferencia con la ciencia reside en el objeto al que se refiere. El objeto de la ciencia tiene más alta dignidad, y por ello el filósofo debe aspirar a la ciencia. Para Platón, como para los sofistas, la opinión tiene, además, valor práctico. La “opinión verdadera” – le hace decir Platón a Sócrates-, no es peor guía que la ciencia, para conducir las acciones. (También la opinión, en cuanto es una afirmación, es verdadera o falsa. Y una opinión no deja de ser verdadera por el hecho de que no se la pueda justificar) La opinión cobra, en Aristóteles, un sentido aún más preciso. Opinión y ciencia siguen siendo diferentes, pero ahora la diferencia en otra: la opinión es conocimiento probable, y la ciencia conocimiento forzoso. La opinión es una de las formas de la modalidad del juicio. Pero ese conocimiento probable tiene valor metodológico, y es punto de partida del silogismo dialéctico, es decir, de aquel que parte no de premisas ciertas sino de opiniones.