El Obrero Ilustrado

Luz Ángela Núñez Espinel Otras publicaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Colecc

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Luz Ángela Núñez Espinel

Otras publicaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Colección PROMETEO

El obrero ilustrado. Prensa obrera y popular en Colombia 1909 - 1929

LAS MUJERES DE CARTAGENA DE INDIAS EN EL SIGLO XVII Lo que hacían, les hacían y no hacían, y las curas que les prescribían Martha Elisa Lux Martelo HOMO DIGITALIS: ETNOGRAFÍA DE LA CIBERCULTURA Betty Martínez Ojeda TEJIENDO LA VIDA UNIVERSITARIA EN LA CAPITAL: Nuevos dilemas de la mujer indígena contemporánea Ángela María Roldan EL DILEMA DE LA SEGURIDAD EN LOS PROCESOS DE PAZ. El caso de Irlanda del Norte David Turizo Pinzón BAILE DE tusi, DE LA BOA AL ARCO IRIS: Rito, relaciones sociales e identidad de la étnia Andoke, medio río Caquetá, Amazonía colombiana. Nelsa Judith De La Hoz

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Departamento de Historia

Con la Colección PROMETEO, la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes busca estimular la producción intelectual de los graduados de sus Maestrías y hacer conocer sus tesis de grado.

El obrero ilustrado Prensa obrera y popular en Colombia 1909 - 1929

Luz Ángela Núñez Espinel

EL OBRERO

ILUSTRADO

PRENSA OBRERA Y POPULAR EN COLOMBIA 1909–1929

LUZ ÁNGELA NÚÑEZ ESPINEL

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES - CESO DEPARTAMENTO DE HISTORIA

Núñez Espinel, Luz Ángela El obrero ilustrado : prensa obrera y popular en Colombia (1909-1929) / Luz Ángela Núñez Espinel. – Bogotá : Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, 2006. 264 p. ; 17 x 24 cm. – (Colección Prometeo) ISBN 958-695-240-1 1. Periodismo – Aspectos sociales - Colombia - 1909-1929 2. Periodismo – Aspectos políticos - Colombia – 1909-1929 3. Cultura popular – Colombia – 1909-1929 4. Colombia – Política y gobierno – 1909-1929 I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO III. Tít. CDD 302.23

SBUA

Primera edición: septiembre de 2006 © Luz Angela Núñez Espinel © Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Hisroria, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales - CESO Carrera. 1ª No. 18ª- 10 Edificio Franco P. 5 Teléfono: 3 394949 – 3 394999. Ext: 3330 – Directo: 3324519 Bogotá D.C., Colombia http://faciso.uniandes.edu.co/ceso/ [email protected] Ediciones Uniandes Carrera 1ª. No 19-27. Edificio AU 6 Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3394949- 3394999. Ext: 2133. Fáx: Ext. 2158 http://ediciones.uniandes.edu.co [email protected] ISBN: 958-695-240-1 Fotografía portada: Fotografía del Sindicato de Voceadores del Prensa de Bogotá, Cromos, No. 453, 25 de abril de 1925, Bogota. Diseño carátula: Magda E. Salazar Diseño, diagramación e impresión: Corcas Editores Ltda. Calle 20 No. 3-19 Este Bogotá D.C., Colombia PBX 3419588 http://www.corcaseditores.com [email protected] Impreso en Colombia – Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

A Elías Núñez Durán, mi padre, quien durante su vida ha sido obrero industrial, artesano, pequeño comerciante y dueño de una tienda de alquiler de libros y revistas, donde aprendí a leer y donde me enseñó el amor por la lectura y por la historia.

INDICE

INTRODUCCIÓN ................................................................................................ XXI CAPÍTULO 1 LA PRENSA OBRERA Y POPULAR EN SU CONTEXTO ................................................... 1 I. MODERNIZACIÓN CAPITALISTA EN COLOMBIA ..................................................... 1 A. Población y territorio ................................................................................... 2 B. Configuración de un mercado nacional ....................................................... 5 1. El café, motor de la economía nacional .................................................. 5 2. Desarrollo de la infraestructura vial ....................................................... 6 3. Inicios de la industrialización ................................................................. 8 C. Los trabajadores, nuevos actores sociales ................................................. 11 1. Origen de los trabajadores asalariados ................................................. 12 2. Organización política y agitación social ............................................... 13 D. La cultura en Colombia en el período de transición al capitalismo ............................................................................................ 17 1. Educación: buenos propósitos, pocos resultados ................................. 17 2. El debate sobre la “degeneración de la raza” o la necesidad de transformar al pueblo ..................................................... 22 3. Movimientos literarios e intelectuales .................................................. 24 4. La prensa ............................................................................................... 26

Luz Ángela Núñez Espinel

II. PRENSA OBRERA Y POPULAR EN COLOMBIA EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX ................................................................................. 29 A. Prensa obrera y popular: un intento de definición .................................... 29 1. Voluntad de representación del pueblo trabajador ................................ 30 2. Configuración de unos destinatarios específicos: Los obreros ............ 31 3. Identificación de directores y redactores con la causa obrera .............. 35 B. Características generales de la prensa obrera y popular ........................... 36

CAPÍTULO 2 LA PRENSA Y LAS FORMAS DE

SOCIABILIDAD POLÍTICA POPULAR ........................... 45

I. LA PRENSA OBRERA Y POPULAR COMO MEDIO DE SOCIABILIDAD .......................... 45 A. Los dirigentes obreros: oficinas de periódicos y sedes obreras ............... 48 B. La gente del común: cantinas y chicherías ............................................... 54 C. Lugares y formas de lectura colectiva ...................................................... 59 II. DIFUSIÓN DE ACTIVIDADES CULTURALES ........................................................... 64 A. Conferencias y Reuniones Políticas .......................................................... 64 B. Espectáculos y Actividades Culturales ...................................................... 68 C. El Poder de la Solidaridad ......................................................................... 69 D. Vida Social Laica ....................................................................................... 71 E. Bibliotecas y Escuelas Obreras .................................................................. 74 III. IMPORTANCIA DE LA PALABRA ESCRITA ........................................................... 78

CAPÍTULO 3 LA PRENSA OBRERO-POPULAR Y EL INTENTO DE RENOVAR LA POLÍTICA COLOMBIANA ............................................................................ 83 I. LA PRENSA OBRERA Y POPULAR Y EL MUNDO DE LA POLÍTICA COLOMBIANA EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX ................................ 84 A. Apoliticismo ............................................................................................. 88 B. Búsqueda de independencia frente al liberalismo ................................... 89 C. Anti conservadurismo ................................................................................ 96 D. Dicotomía entre lo local y lo nacional ...................................................... 97 II. TIPOLOGÍA Y PERIODIZACIÓN DE LA PRENSA ..................................................... 98 A. Prensa artesanal-obrerista .......................................................................... 98 B. Prensa radical ........................................................................................... 104

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Indice

C. Emergencia de la prensa socialista .......................................................... 111 D. Prensa socialista revolucionaria .............................................................. 119 E. Prensa Anarquista .................................................................................... 125 III. PERIODISMO DE OPOSICIÓN Y CENSURA DE PRENSA ....................................... 129 A. La censura de prensa: herencia de la Regeneración ................................ 130 B. Censura eclesiástica y gubernamental después de 1910 ......................... 132 C. Socialismo, “Ley heroica” y censura de prensa ...................................... 136 IV. A MANERA DE CONCLUSIÓN: LA IMPORTANCIA POLÍTICA DE LA PRENSA OBRERA Y POPULAR .......................................................................... 142

CAPÍTULO 4 IMÁGENES, SÍMBOLOS Y DISCURSOS EN LA PRENSA OBRERA COLOMBIANA ............ 147 I. MATRICES CULTURALES PRESENTES EN LA PRENSA ........................................... 148 II. EL OBRERO COMO REPRESENTACIÓN DE LO POPULAR ...................................... 151 A. Del obrero ilustrado al obrero revolucionario ......................................... 156 B. Del progreso del país a la revolución mundial ........................................ 161 III. CREACIÓN Y APROPIACIÓN DE SÍMBOLOS Y HÉROES SOCIALES ....................... 167 A. De soles, banderas y emblemas: los símbolos de la prensa .................... 168 B. El panteón popular: héroes y mártires del proletariado .......................... 168 1. Héroes Internacionales ........................................................................ 172 2. Héroes Nacionales .............................................................................. 178 IV. LOS TEMAS DEL OBRERO ILUSTRADO ............................................................. 183 A. Mujer ....................................................................................................... 184 B. Educación ................................................................................................ 190 C. Ciencia y Progreso ................................................................................... 193 D. Alcohol .................................................................................................... 195

PALABRAS FINALES ......................................................................................... 199 FUENTES ........................................................................................................ 207 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................ 211 ANEXO .......................................................................................................... 221

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INDICE DE GRAFICAS

Gráfica No. 1 Número de periódicos por año (1904-1929) ............................................................. 37 Gráfica No. 2 Lugar de publicación ................................................................................................. 38

INDICE DE CUADROS

Cuadro No. 1 Grupos primarios urbanos a los que pertenecían los carpinteros Galarza y Carvajal (1913-1914) ...................................................... 57 Cuadro No.2 Análisis de las matrices culturales presentes en la prensa obrera colombiana ............................................................................... 150 Cuadro No.3 Símbolos presentes en la prensa obrera .................................................................. 169

INDICE DE FIGURAS

Figura No. 1 Caricatura “El Portal del Gobierno” ....................................................................... 105 Figura No. 2 Caricatura “Dávila Flores y los Jesuitas crucifican a Colombia” .......................... 106 Figura No. 3 Cabezote de El Símbolo .......................................................................................... 155 Figura No. 4 Cabezote de El Obrero Colombiano. ...................................................................... 156 Figura No. 5 Fotografía de un grupo de artesanos de Bogotá ...................................................... 158 Figura No. 6 Cabezote del Vanguardia Obrera ........................................................................... 159 Figura No. 7 Cabezote de El Faro, Bogotá, 1906 ........................................................................ 161 Figura No. 8 “El Ave Negra” ....................................................................................................... 163 Figura No. 9 Cabezote de Claridad, Bogotá, 1928 ...................................................................... 164

Luz Ángela Núñez Espinel

Figura No. 10 Emblema del grupo anarquista Pensamiento y Voluntad ..................................... 165 Figura No. 11 “La Anarquía ha triunfado” .................................................................................... 166 Figura No. 12 Portada de El Socialista .......................................................................................... 180 Figura No. 13 Cabezote de El Faro, Bogotá, 1905-1906............................................................... 190

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Introducción

“Fue la imprenta hecha de luz, y la imprenta a todas partes la llevó en sí, siendo luz. Conquistó la imprenta la libertad, y diose a esparcirla por el mundo. Esparcida quedó y hoy empezamos a palparla, o, al menos, a sentir que la semilla crece. Como todo en el mundo, fue al principio privilegio de unos pocos; más tarde de algunas clases; hoy pertenece a todos; a todos ilumina. La ciencia, llena de dificultades para llegar a todos, y en manos de unos pocos, halló en este sabio invento el paladín y difusor de sus conquistas. Y fue la ciencia accesible a todos los humanos que quisieron mimarla; ricos y pobres, nobles y plebeyos la poseyeron”. “La Imprenta y nuestra causa”, escrito por Raúl Eduardo Mahecha bajo el seudónimo de Han de Islandia. El Luchador, No. 71, Medellín, 23 de julio de 1919

“Lo que más influía en los hombres, creían [los obreros], no eran otros hombres, sino la verdad, y el movimiento todo giraba en torno de la propagación de la verdad por cualquiera que la hubiese conocido. Y es que, ¿qué podían hacer sino volver a transmitirla, después de adquirida la tremenda revelación de que los hombres ya no necesitaban ser pobres y supersticiosos? Los obreros conscientes, antes que organizadores, eran pues, educadores, propagandistas y agitadores”. Eric Hobsbawm, Rebeldes Primitivos, Barcelona, Editorial Ariel, 1974, p. 133.

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AGRADECIMIENTOS

Quiero expresar mis agradecimientos a la profesora Margarita Garrido, de la Universidad de los Andes, por su interés y útiles comentarios que prestó a este proyecto. Así mismo, tengo una deuda inmensa con Renán Vega, pues su ayuda y orientación fueron imprescindibles en la labor de acercarme al estudio de los sectores populares. Debo agradecer, también, a Luis Javier Orjuela y Miguel Ángel Urrego, quienes leyeron la versión presentada como tesis de Maestría en Historia y me hicieron estimulantes comentarios. Un “gracias” de todo corazón, a mis amigos, Javier Ortiz, Martha Lux y Patricia Wilches, por sus voces de aliento y su invaluable amistad durante el tiempo de elaboración del trabajo. Emilce Garzón merece una mención aparte porque, de manera generosa, leyó e hizo comentarios al manuscrito. Igualmente, Sandra Núñez siempre estuvo presta a ayudarme cuando la tecnología me situaba al borde del abismo. Tampoco puedo dejar de mencionar a Efrén Mesa, quien me ayudó a mejorar la presentación formal del texto y al profesor Edgar Velásquez, quien desde Santiago de Chile me envió algunos libros útiles para mi investigación Para terminar, aunque no en último lugar, deseo agradecer a mi familia, especialmente a Margarita y a Sergio, por su cariño y apoyo incondicional en todos mis proyectos académicos.

INTRODUCCIÓN

Durante la segunda y tercera décadas del siglo XX, emergieron en el escenario nacional colombiano, nuevos actores sociales (obreros, mujeres, grupos socialistas y anarquistas), los cuales, junto a otros ya existentes (colonos, aparceros, indígenas y artesanos), enfrentaron, recurriendo a diferentes formas de organización, movilización y lucha, la incipiente modernización capitalista y la Hegemonía Conservadora. Entre las estrategias de resistencia adoptadas por estos sujetos sociales, cabe destacar la publicación de una prensa propia, de tinte obrero y popular, que floreció en diferentes lugares del país. Sin embargo, estos periódicos no respondían exclusivamente a una estrategia de reivindicación política o económica, sino que, cimentados sobre una “voluntad de representación” de los sectores populares, atendían diversos objetivos, entre los que se destacaban el avance de la razón y la verdad, la educación del pueblo, su elevación material y moral, el mejoramiento de sus condiciones de existencia, la libertad de expresión y asociación, y la participación política de los sectores populares. Aun cuando las investigaciones sobre el surgimiento de la clase obrera colombiana mencionan la existencia de estas publicaciones –algunas de ellas consideradas fuentes importantes para la historia de las primeras organizaciones de los trabajadores y sus luchas sociales–, hasta el momento no se ha llevado a cabo ningún proceso de investigación sistemático sobre estas formas de periodismo popular, que dé cuenta de sus características y su importancia en la vida política y cultural de la sociedad colombiana a principios del siglo XX. Precisamente, este

Luz Ángela Núñez Espinel

trabajo pretende llamar la atención sobre este fenómeno y contribuir al estudio del tema, desde una perspectiva que integra el análisis de los medios de comunicación, la política nacional y la cultura popular.

I El propósito central de este trabajo consiste en analizar la prensa obrera y popular publicada entre 1909 y 1930, haciendo especial énfasis en su relación con la cultura popular y la política nacional, en un contexto signado por la Hegemonía Conservadora y la irrupción de la modernización capitalista. El marco temporal se inicia con la caída de la dictadura del general Rafael Reyes, en 1909, cuyo evento permitió el surgimiento de algunas voces opositoras al régimen y aflojó la fuerte censura de prensa que, hasta entonces, había mantenido el Gobierno. En el otro extremo, 1930, el límite estuvo determinado por la derrota electoral del Partido Conservador y la fundación del Partido Comunista de Colombia. Estos hechos son bastante significativos, pues evidencian un cambio en el polo internacional que marcaba el ritmo de los acontecimientos políticos del país, del Vaticano a los Estados Unidos, y el inicio de una nueva fase del movimiento obrero y popular, pero ahora bajo una clara influencia soviética. En este período asistimos, además, al declive definitivo del artesanado como sector social protagónico de las luchas populares urbanas y animador principal de un tipo de prensa plebeya, surgida desde mediados del siglo XIX. Este lugar fue ocupado por los obreros, quienes asumieron gran parte del legado artesanal, combinándolo con influencias de otro orden (anarquismo y socialismo) y adaptándolo a las nuevas condiciones sociales y laborales que se les imponían. Aunque este no fue un proceso secuencial y excluyente, el año de 1919 se puede considerar como un símbolo de esa transición, porque se presentó la última gran protesta artesanal, que derivó en la masacre del 16 de marzo de ese año, y conllevó un ciclo huelguístico encabezado por los trabajadores de los ferrocarriles, que se extendió a varias regiones del país. En este sentido, la definición del objeto de estudio implicó un doble proceso, cuyos resultados se presentan en el capítulo primero. Inicialmente, se revisaron los periódicos obreros que se reclamaban como tales, así como las referencias secundarias sobre ellos y se establecieron sus características fundamentales y, con posterioridad, mediante un estudio más detallado de las publicaciones, se determinó cuáles serían consideradas. Esto implicó, como en todo proceso de investigación histórica, realizar una selección propia, lo cual inevitablemente influyó en el análisis y en los

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Introducción

resultados, ya que, por ejemplo, si la definición se hubiera ampliado de tal manera que incluyera periódicos católicos, el estudio habría variado en algunos aspectos. Específicamente, con la denominación prensa obrera y popular hacemos referencia a un conjunto de publicaciones editadas por trabajadores o dirigentes populares que se proclaman como representantes del pueblo y de sus aspiraciones; éstas, además, presumen de ser apolíticas e independientes de los partidos tradicionales y el Clero, y buscan servir de órgano de expresión para denunciar la situación de explotación a los demás obreros y a los sectores populares, e iniciar un proceso de cambio social. En consecuencia, la conceptualización de prensa obrera y popular utilizada, parte de las características propias de las publicaciones colombianas y de su contexto socioeconómico, aunque sin desconocer la existencia de teorías sobre la prensa obrera que, en algún momento, pretendieron ser de aplicabilidad universal, como la desarrollada por el dirigente revolucionario Vladimir Lenin1 . En este caso, el énfasis está puesto en la identidad social compartida tanto por quienes escribían en los periódicos obreros, como por sus destinatarios. Para entender esta afirmación en sus justas dimensiones, debemos recordar que, durante las tres primeras décadas del siglo XX, la denominación obrero tenía un significado muy amplio y ambiguo, puesto que no hacía referencia solamente a la conceptualización clásica de la economía política, sino que se consideraba como tal a los artesanos, trabajadores asalariados, trabajadores independientes, ciertos intelectuales, campesinos e incluso a pequeños industriales2 . Estas formas de identificación social nos permiten comprender por qué la prensa obrera no estaba dirigida solamente a los obreros, en sentido estricto, sino que cobijaba sectores más amplios de la población. Teniendo clara esta definición, retomamos la apreciación de François-Xavier Guerra, entorno a que la prensa escrita trasciende la lectura individual, interactuando en un proceso complejo de creación de una cultura política particular, lo cual involucra mentalidades colectivas, ideologías políticas, practicas sociales, lenguaje, formas de organización, y referentes sociales y simbólicos. Por tanto, el objetivo de este trabajo es el de asumir a la prensa obrera como un actor social y no solamente como una fuente histórica, para analizar, desde diferentes ángulos (ideologías, formas de organización política, creación de imaginarios y modelos socia-

1.

2.

Vladimir Lenin, ¿Por dónde empezar? La organización del partido y la literatura del partido; la clase obrera y la prensa obrera, Moscú, Editorial Progreso, 1960, y Madeleine Worontzoff, La concepción de la prensa en Lenin, Barcelona, Editorial Fontamara, 1979. Renán Vega, Gente muy rebelde, 3. Mujeres, artesanos y protestas cívicas, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, 2002, p. 107 y ss.

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Luz Ángela Núñez Espinel

les y sociabilidad política popular), la forma como contribuyó a la construcción de una cultura política popular, en las primeras décadas del siglo XX3 . Sin desconocer que en este trabajo la prensa se constituye en fuente y objeto de estudio al mismo tiempo, hemos retomado la metodología diseñada por Manuel Tuñón de Lara para investigaciones de este tipo. Su modelo se articula sobre tres puntos básicos: primero, analizar la prensa como una totalidad en la que cada artículo no tiene valor en sí mismo, sino en relación con una multiplicidad de elementos materiales del mismo periódico, que determinan su significación y su impacto en el público; segundo, establecer los nexos entre el periódico y su público mediante el análisis de los anuncios, las cartas de los lectores y otras rubricas que contenga; y, tercero, determinar, por medio de la comparación de varias publicaciones, la forma como un periódico copia, adapta, repite o plagia a otros periódicos, contribuyendo a consolidar o modificar un determinado tipo de periodismo4 . Así, como el objetivo de esta investigación no se restringe al contenido de la prensa, sino que, además, busca dar cuenta de las relaciones dinámicas entre prensa, cultura y política, hemos adaptado la perspectiva metodológica de Tuñón de Lara, estableciendo cuatro ejes básicos que guían el análisis documental y la reflexión historiográfica: 1) los nexos entre la prensa y las formas de sociabilidad política popular; 2) la relación entre prensa obrera y política nacional; 3) las ideologías, imaginarios, símbolos y discursos presentes en la prensa; y, 4) los cambios, permanencias y confrontaciones en los periódicos en su conjunto y entre ellos mismos.

II El corpus documental se basa, principalmente, en el conjunto de periódicos obreros de la época que se conserva en la Biblioteca Nacional de Colombia –donde reposa la mayor colección hemerográfica del país– y en la Biblioteca Luis Ángel Arango. En total, se consultaron 68 publicaciones obreras y, aunque el volumen de información es bastante amplio, en la gran mayoría de los casos las colecciones no se encuentran completas ni cubren en forma homogénea todo el período, resultando infortunadamente problemático el último lustro, sobre el que solamente se lo-

3. 4.

François-Xavier Guerra, “Considerar al periódico mismo como un actor”, en: Debates y perspectivas, No. 2, 2003, p. 197. Manuel Tuñón de Lara, “La prensa española del siglo XX: algunos problemas de investigación”, en: Manuel Tuñón de Lara, Antonio Elorza, y Manuel Pérez (editores), Prensa y sociedad en España (1820–1936), Madrid, Editorial Cuadernos para el diálogo, 1975.

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Introducción

calizaron seis periódicos. Esta limitación se trató de subsanar, en la medida de lo posible, recurriendo a otras fuentes de información, como la documentación recopilada en el Archivo General de la Nación, algunos documentos impresos en la época y fuentes secundarias En el Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno (Sección Primera) encontramos documentos oficiales, tales como informes, telegramas, correspondencia y procesos judiciales, relacionados con los obreros o los sectores populares, y documentos escritos por ellos mismos, como memoriales, peticiones, hojas volantes, pasquines y documentos privados incautados por las autoridades, muchos de ellos directamente relacionados con la prensa obrera. Allí reposan, también, algunos ejemplares de Vanguardia Obrera, Germinal y Pensamiento y Voluntad, que no se hallan en ningún otro sitio. Aun cuando la búsqueda de fuentes sobre prensa en archivos rindió sus frutos, el conocimiento del mundo social y cultural articulado alrededor de las publicaciones, continúa siendo ajeno; algunos problemas siguen oscuros por la dificultad de acceder a la información. Por ejemplo, el descenso dramático del número de periódicos obreros después de 1929. Frente a ello, no sabemos si la represión oficial fue tan fuerte como para borrar de un tajo tales proyectos político-culturales, si hay un problema de subregistro por la imposibilidad de acceder a los títulos o si hubo alguna directriz por parte del Partido Comunista. En este sentido, habría sido más enriquecedor el análisis de la confrontación política si se hubieran analizado periódicos de otras tendencias (liberales, conservadores, republicanos y católicos), pero, por el volumen de las fuentes y los límites impuestos a esta investigación, decidimos no recurrir al análisis comparativo. La falta de consolidación de los estudios de prensa en nuestro país, permite que muchas conclusiones de este trabajo no puedan contrastarse con los resultados de otras investigaciones. Aun así, teniendo en cuenta esta limitación, tratamos de establecer un diálogo con trabajos similares basados en las experiencias del Cono Sur americano y España, aunque con la debida reserva por las diferencias de contexto y de evolución histórica del movimiento obrero.

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III Teniendo como referente la experiencia de Europa y Estados Unidos y considerando como único actor a la burguesía, sus necesidades y cambios históricos, la historia de la comunicación social ha establecido unas tipologías de prensa a partir las características que asume este medio de comunicación en los diferentes contextos históricos. Así, se habla se prensa oficial, prensa partidista o de opinión, prensa de información, prensa empresarial, prensa de masas y prensa sensacionalista5 . En consecuencia, una gran limitación de los estudios sobre los medios de comunicación impresos radica en no haber asumido en forma sistemática la investigación de las publicaciones editadas por grupos populares o marginales, lo que se expresa en un exiguo nivel de teorización. Jürgen Habermas, en el prefacio a su Historia y crítica de la opinión pública, de la edición alemana de 1990, escrito casi treinta años después de la edición original, incluye el concepto de publicidad plebeya, que retomamos en esta investigación. Según el autor, cuando se habla de comunicación pública, mediada por la lectura y focalizada en conversaciones, no puede considerarse un público en singular, ni siquiera cuando se sostiene que el público burgués es homogéneo, ya que es necesario incorporar al análisis la existencia de publicidades en competencia, en las cuales intervienen otras formas de comunicación excluidas de la publicidad dominante. Junto a la publicidad hegemónica y entrecruzada con ella, se forma una “publicidad plebeya”, desarrollada a partir de una nueva cultura política, con prácticas y formas de organización propias, “a partir de la cultura popular tradicional, bajo el influjo de la intelectualidad radical y bajo las condiciones de la comunicación moderna”6 . Subrayamos estos tres elementos porque consideramos que ellos también nos permiten explicar, por lo menos en parte, el desarrollo de la prensa obrera y popular en nuestro país. Un concepto central en este trabajo es el de ideología, en torno al cual, como sucede con otros términos (sectores populares y cultura popular) se ha generado un gran debate. En oposición a la concepción clásica de ideología como “falsa conciencia”, se ha desarrollado una línea de pensamiento a cuya cabeza se encuentra Antonio Gramsci, quien acuñó los conceptos de ideología

5.

6.

Manuel Vásquez Montalbán, Historia y comunicación social, Barcelona, Editorial Crítica, 1997; Asa Briggs y Peter Burke, De Gutemberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación. Madrid, Taurus, 2002. Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Barcelona, Editorial Gustavo Gili S.A., 2002, p. 6. Subrayado nuestro.

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Introducción

orgánica y no orgánica7 . Esta última, considerada como dispersa y contradictoria, se compone de las imágenes que circulan entre el pueblo, incluyendo mitos, tradiciones y experiencias cotidianas. La ideología orgánica, por su parte, integra y organiza el funcionamiento de la vida material, a través de un proceso que combina el consenso y la represión, y que asegura a la clase dominante la hegemonía cultural e ideológica. Estos planteamientos teóricos fueron desarrollados por George Rudé y Edward Thompson en una perspectiva analítica muy similar. Para Rudé, la ideología popular estaría compuesta de dos elementos: el inherente, como un conjunto tradicional y consuetudinario de ideas, costumbres y actitudes pertenecientes a la experiencia del pueblo y transmitido a través de la expresión oral, la memoria colectiva y la experiencia misma, y el derivado, que se presenta como un sistema de ideas políticas, religiosas y filosóficas, adquirido o trasmitido por otros grupos sociales mediante diferentes medios8 . Thompson enfatiza que, junto a la ideología dominante, existe una ideología propia de los dominados, que, en la mayoría de los casos, es catalogada como cultura plebeya, precisamente para eludir la discusión innecesaria entre verdadera y falsa conciencia. La posibilidad real de coexistencia y lucha de la ideología dominante y la ideología popular (o plebeya), se explica mejor a través del término de hegemonía, porque la dominación no es nunca unilateral ni completa; siempre es impugnada por los sectores populares y deja algunos espacios para otros valores y practicas alternativas. La imagen del mundo que difunde la clase dominante no logra borrar la experiencia que vive el trabajador en la vida cotidiana y el ámbito laboral, lo que le permite edificar o mantener una cultura diferente e impugnadora9 . En tal sentido, la ideología es concebida como un territorio en permanente disputa, que permite el desarrollo de una ideología propia, donde se mezcla, en grado diverso, la influencia inherente y derivada mediante procesos de asimilación, pero

7.

8. 9.

De acuerdo con esta concepción presente en la obra de Carlos Marx, la ideología, al difundir las ideas de la clase dominante, proyecta una imagen ficticia del mundo que finalmente favorece sus intereses de clase. Esta idea fue tomada en forma radical por Louis Althusser, quien negó de plano cualquier posibilidad de acción autónoma de los sectores populares. Una reseña de este debate se encuentra en Iván Molina, “Imagen de los imaginarios. Introducción a la historia de las mentalidades colectivas”, en: Elizabeth Fonseca (compiladora), Historia, teoría y métodos, San José, EDUCA, 1989, p. 197 y ss. George Rudé, El rostro de la multitud. Estudios sobre revolución, ideología y protesta popular. Edición e introducción de Harvey J Kaye, Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, 2001, p. 202 Edward P. Thompson, Costumbres en común, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, p. 22 y ss; Pedro Benitez, E. P. Thompson y la historia. Un compromiso ético y político, Madrid, Talasa Ediciones, 1996, p. 131 y ss.

xxvii

Luz Ángela Núñez Espinel

también de resistencia y negociación10 . Entonces, ni la ideología ni la cultura se difunden únicamente de arriba hacia abajo, en forma lineal y completa, sino que se trata de un proceso con múltiples orígenes y líneas paralelas y discontinuas. Esto nos permite entender lo que ocurre en el ámbito de las prácticas, las costumbres, tradiciones, símbolos y formas de sociabilidad. Tradicionalmente se consideró que los obreros imitaban a la burguesía por medio de un proceso de emulación o de difusión. No obstante, diversos estudios históricos nos permiten concluir que, si bien encontramos una filtración social de arriba hacía abajo, existen culturas populares y prácticas de clase que no son tributarias de modelos de otros grupos sociales, sino que responden a nuevas situaciones, como la urbanización, la migración, la proletarización masiva y otras formas que asume la lucha de clases11 . Como los sectores populares no existen por fuera de la realidad –al igual que la elite–, los asumimos como categorías analíticas que nos permiten entender cómo los sujetos sociales se construyen a partir de un conflicto social que les es previo. La línea divisoria es fluctuante e inestable y entre sus extremos se desarrollan procesos de imposición, aceptación, préstamo, negociación, apropiación y resignificación Por esta circunstancia, la construcción de sujetos históricos entre los sectores populares es el resultado de procesos objetivos y subjetivos que, en un momento dado, confluyen en una cierta identidad donde es posible hablar de un “nosotros”. En todo caso, estas identidades son provisionales pero cognoscibles y otorgan un matiz específico a una situación o a un período, lo que no excluye la existencia de otras identidades alternativas, diferentes o contradictorias. Cuando queremos estudiar los sectores populares dentro de otro campo, igualmente complejo, como el de la cultura popular, debemos seguir de cerca las reflexiones de Edward P. Thompson para hacer “concreto y utilizable” el concepto de cultura popular, ubicándolo no sólo en el campo de los valores, sino en un medio material con relaciones sociales y de poder específicas, donde se mezclan la explotación, la resistencia, el paternalismo y la deferencia12 . Para tal propósito, consideramos pertinente la definición de cultura, desarrollada por Luis Alberto

10. 11.

12.

Sobre los conceptos de negociación y resistencia, véase el trabajo de Peter Burke, Historia y teoría social, México, Instituto Mora, 1997, pp. 101-105. Este tema ha sido trabajado de manera muy fecunda por Eric Hobsbawm en sus obras El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1987; Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1979; y junto con Terence Ranger en La invención de la tradición, Barcelona, Editorial Crítica, 2002. Véase, además, Maurice Agulhom, Historia vagabunda, México, Instituto Mora, 1994; y E. P. Thompson, op. cit. E. P. Thompson, op. cit, pp. 19-20.

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Romero, siguiendo al historiador inglés, como “un conjunto amplio de representaciones simbólicas, de valores, actitudes, opiniones, habitualmente fragmentarios, heterogéneos, incoherentes quizá, y junto con ellos, los procesos sociales de su producción, circulación y consumo”13 . Guillermo Sunkel, retomando la propuesta teórica de Rudé para estudiar la ideología popular, propone dos “matrices culturales” para analizar la forma cómo estos periódicos representan lo popular, las cuales también serán retomadas como guía para nuestro análisis. De un lado, se encuentra la matriz simbólico-dramática, como parte de la ideología inherente, que hunde sus raíces en la cultura popular del siglo XIX, caracterizada por un rechazo al racionalismo y al iluminismo y que suele expresarse en un lenguaje dicotómico concreto y de imágenes, derivado de una concepción religiosa del mundo. Sobre esta matriz se introduce, de otro lado, y como elemento derivado, la matriz racional–iluminista, a través de la creación del Estado Docente y por la introducción de ideologías políticas de tinte iluminista (el marxismo, el anarquismo, el liberalismo y radicalismo). Sunkel nos explica que, la matriz racional-iluminista tiene cierta unidad a nivel de los contenidos en la medida que expresa algunos elementos muy generales entre los que se incluyen que la “razón” es presentada como un medio y el “progreso” como el fin de la historia; que la “educación” y la “ilustración” son impulsadas como los medios fundamentales de constitución de la ciudadanía política y de superación de la barbarie; que el pueblo es concebido como la expresión física de la barbarie y. por tanto, constituido en objeto de campañas moralizadoras. Al mismo tiempo, hay que señalar que la matriz racional-iluminista se expresa a través de un lenguaje abstracto y conceptual que está regido por el mecanismo de la generalización14 .

Los diarios construyen una representación singular de lo popular con base en una articulación de elementos propios de la matriz racional-iluminista y de la matriz simbólico-dramática, dando lugar a una imagen más política (centrada en la clase obrera y los conflictos que le son propios), o más cultural (incluyendo diversidad de actores con sus múltiples conflictos en la vida cotidiana), dependiendo del tópico en que se haga énfasis15 .

13.

14. 15.

Luis Alberto Romero, “Los sujetos populares urbanos como sujetos históricos”, en Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995, p. 28. Guillermo Sunkel, La representación del pueblo en los diarios de masas, s.f. Disponible en: http:/ /www.felafacs.org/dialogos/pdf17/sunkel.pdf, p. 3. Ibíd., p. 4

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IV Este trabajo está constituido por cuatro capítulos. El primer capítulo está dividido en dos partes distintas, pero íntimamente interrelacionadas, ya que en las páginas iniciales se considera en forma somera el contexto económico, social y cultural en que aparece la prensa obrera, con el fin de mostrar cómo el proceso de modernización capitalista genera unas condiciones particulares que posibilitan y dinamizan la vida de estas publicaciones. En la segunda parte, se esboza una definición de prensa, obrera elaborada a partir de las concepciones sociales y políticas presentes en ese contexto histórico, y evidenciadas en la prensa obrera. El segundo capítulo muestra cómo las publicaciones periódicas asumen múltiples usos culturales que posibilitan y dinamizan diferentes espacios, formales e informales, de sociabilidad política popular. Este tema es desarrollado en tres partes: en la primera, se estudian los lugares de producción, distribución y lectura de prensa, tanto de los dirigentes obreros como de la gente del común; en la segunda, se presenta otra faceta relacionada con el mismo proceso, a través de la difusión de actividades políticas, artísticas y culturales, que se realizan fuera del espacio de la prensa, pero que comparten su proyecto político y cultural; y, finalmente, en la tercera, se reflexiona sobre la importancia de la palabra escrita para los trabajadores organizados políticamente –para quienes era sinónima de luz y progreso–, mostrando la paradoja de una prensa legitimadora de actividades sociales, que sólo estaban relacionadas tangencialmente con la lectura. El tercer capítulo, estudia la forma cómo la prensa se inserta en el mundo de la política colombiana, buscando convertirse en un interlocutor válido y reconocido, tanto por el pueblo –a quien dice representar–, como por el poder establecido y las otras fuerzas políticas tradicionales. En la primera parte, consideramos la posición asumida frente al mundo político colombiano, enfatizando las dificultades para mantener su independencia frente al liberalismo y para pasar de un campo de acción local a uno nacional. En la segunda parte, se estudian las posiciones políticas, ideológicas y temáticas de las publicaciones y sus cambios dentro del período, para llegar a esbozar una tipología de la prensa obrera. En la tercera parte, se analiza la reacción conservadora y clerical ante la prensa de oposición, principalmente, a través de la censura y la represión, recalcando la existencia de períodos de relativa apertura, en los cuales se afianzó, de manera episódica, la libertad de expresión Finalmente, el cuarto capítulo se estructura a partir de la premisa de que, además de la labor política propiamente dicha, los periódicos llevaban a cabo una actividad pedagógica no explícita, que buscaba enseñar nuevos modelos sociales (el del prole-

xxx

Introducción

tario), símbolos, imaginarios y marcos morales. Para ello, se examina el proceso de configuración del obrero como representación de lo popular en la prensa; la creación y apropiación de símbolos y héroes sociales, y la articulación de algunos discursos centrales en torno a la mujer, el alcohol, la educación, la ciencia y el progreso.

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Capítulo 1 LA PRENSA OBRERA Y POPULAR EN SU CONTEXTO

Consideraremos, como temas centrales en este primer capítulo, el proceso de modernización capitalista a comienzos del siglo XX en Colombia y las características generales de la prensa obrera y popular. Inicialmente, analizaremos los principales aspectos relacionados con la formación del capitalismo en nuestro país (como población, constitución de un mercado interno unificado, el papel desempeñado por el café, las comunicaciones y la industrialización), para destacar la emergencia de un nuevo sujeto social, configurado por una variedad de trabajadores asalariados en las obras públicas, en las primeras fábricas y en los enclaves extranjeros. Enseguida, resaltaremos los aspectos culturales más importantes del período, vinculándolos con la emergencia del capitalismo y destacando la manera cómo la prensa se inscribe en el ámbito de dichas transformaciones y se relaciona directamente con los obreros y los artesanos. En la segunda sección del capítulo, veremos en detalle las características de la prensa obrera y popular, partiendo de una definición analítica y de una descripción sobre su radio de acción y alcance en la sociedad colombiana de principios del siglo XX.

I. MODERNIZACIÓN

CAPITALISTA EN

COLOMBIA

Las tres primeras décadas del siglo XX, constituyeron un período de transición, de un país rural, aislado del mundo exterior, a otro vinculado al comercio mundial a través del café, con un mercado nacional unificado que posibilitó

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incipientes procesos de industrialización y urbanización, y una nueva clase social en expansión, los trabajadores asalariados. Este panorama general, sin embargo, no puede hacernos perder de vista que el proceso de modernización se presentó solamente en ciertas regiones y sectores sociales; es decir, no tuvo una difusión generalizada, por lo que tradición y modernización pueden considerarse como dos caras de la misma moneda, que configuran la realidad colombiana de este momento histórico. Por consiguiente, consideramos necesario realizar un recuento sucinto de las características generales de la sociedad colombiana en las primeras décadas del siglo XX, destacando los aspectos económicos, sociales y culturales, con la finalidad de contextualizar las condiciones en las cuales surge y se difunde la prensa obrera y popular. A. Población y territorio Durante la primera década del siglo XX, el mapa político del país sufrió profundas transformaciones, debidas a la pérdida de Panamá, en 1903, y a la política de Rafael Reyes de desequilibrar la balanza entre el poder central y las regiones en beneficio del primero. Hasta 1905, los departamentos correspondían, en líneas generales, a los viejos estados soberanos del siglo XIX, protagonistas tanto en la paz como en la guerra de la política de esa centuria, pero esta situación cambió radicalmente con las Leyes 17 y 45 de 1905, que dibujaron un nuevo mapa político con quince departamentos (formalmente incluida Panamá), dos intendencias y siete comisarías. Tres años después, con la Ley 1a de 1908, la división política fue reestructurada en 34 departamentos y un distrito capital, y se le dieron amplios poderes al Presidente para modificar o reformar los departamentos recién creados, por lo que, en menos de un año, ya sólo quedaban 24 departamentos. La Reforma constitucional de 1910, trazó una nueva división política, dejando, finalmente, catorce departamentos, Antioquia, Bolívar, Atlántico, Magdalena, Norte de Santander, Santander del sur, Boyacá, Cundinamarca, Caldas, Valle, Tolima, Huila, Cauca y Nariño; cuatro intendencias, Amazonas, Chocó, Meta y San Andrés y Providencia; y seis comisarías, Arauca, Caquetá, Guajira, Putumayo, Vaupés y Vichada1 . Pese a que las últimas décadas del siglo XIX se caracterizaron por la gran movilidad de la población, con importantes migraciones interregionales

1.

Humberto Vélez, “Rafael Reyes: Quinquenio, régimen político y capitalismo (1904-1909)”, en: Nueva historia de Colombia, Tomo 1. Historia política 1886-1946, Bogotá, Editorial Planeta, 1989, p. 198.

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que permitieron la colonizaron de vastas zonas de las vertientes interandinas –especialmente en las regiones de clima templado– y suelos aptos para la producción agrícola, gran parte del territorio nacional estaba poco poblado. La mayoría de los asentamientos humanos se encontraba en las regiones Andina y Caribe, mientras que las del Pacífico, Orinoquia y Amazonia, tenían menor población y los patrones de asentamiento eran más dispersos2 . Los indicadores demográficos muestran que, entre 1905 y 1938, la población total del país se duplicó, pasando de 4.143.632 a 8.407.956, pero la esperanza de vida seguía siendo muy baja, pues, en 1900, era de 28.5 años y tres décadas después sólo había aumentado a 36,1 años. Pese a una tendencia regresiva, las tasas de mortalidad infantil y de morbilidad general se mantuvieron altas durante todo el período. Por las pésimas condiciones higiénicas, la precaria asistencia médica y la pobreza generalizada, la población era diezmada por enfermedades tan prevenibles como el paludismo, la anemia tropical, la diarrea, las infecciones respiratorias, la viruela, el sarampión, la difteria y la fiebre amarilla3 . Así mismo, el hacinamiento, la suciedad y la falta de agua potable y de alcantarillado dejaban a los pobladores urbanos en situación de extrema indefensión frente a las epidemias, como se constató en la epidemia de gripa de 1918, que ocasionó millares de muertos en todo el país y afectó alrededor de 40 mil personas sólo en Bogotá4 . Desde el punto de vista demográfico, económico y cultural, el peso de la población rural era abrumador: 90 por ciento de la población, al iniciar el siglo, y 69.1 por ciento, en 19385 . Sin embargo, durante este período se inició la urbanización del país, asociada en parte, a la industrialización, a la crisis y descomposición del régimen de haciendas y a la migración hacia las zonas de obras públicas. Entre 1905 y 1938, la población de ciudades como Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali se triplicó, constituyéndose en epicentros de las incipientes industrias. En Bucaramanga, Cartagena, Manizales, Cúcuta, Pereira e Ibagué, también aumentó significativamente la población, y pequeños caseríos se convirtieron en ciudades, impactados por nuevas actividades económi-

2. 3. 4.

5.

José Olinto Rueda Plata, “Historia de la población de Colombia”, en: Nueva historia de Colombia, t. V, Economía, café, industria, Bogotá, Editorial Planeta, 1989, pp. 360–361. Ibíd. La magnitud de esta epidemia fue ampliamente registrada por la prensa de la época y mereció que, veinte años después, J. A. Osorio Lizarazo escribiera una crónica sobre el hecho, titulada “Las escenas de horror y de miseria que Bogotá presenció durante la epidemia de gripa de 1918”, en Novelas y Crónicas, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1978. J. O. Rueda Plata, op. cit., gráfico 2, p. 365.

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cas, como la extracción petrolera, en Barrancabermeja, o el comercio de café, en Girardot y La Dorada6 . La mayor parte de la población colombiana se dedicaba a actividades agrícolas o extractivas, con un aumento considerable de lo que, en algunos censos, se denominaban “trabajadores por cuenta ajena” (correspondía a arrendatarios, peones, empleados, sirvientes agrícolas y urbanos) que, en 1918, constituían el 29.9 por ciento de la población económicamente activa, y en 1938 representaban ya el 42.57 . Este cambio puede ser explicado por la incipiente industrialización y el aumento del trabajo asalariado, tanto urbano como rural, lo que no implicó la desaparición de las formas precapitalista (no salariales) de vinculación laboral. La estructura social estaba fuertemente jerarquizada y las posibilidades de ascenso social eran bastante escasas. En forma esquemática, podría decirse que en el campo la clase hegemónica estaba representada por los terratenientes y hacendados, que explotaban a peones, colonos y arrendatarios. En las áreas rurales también existía un número significativo de pequeños propietarios, sobre todo en la zona influenciada por la colonización antioqueña, y se empezaba a desarrollar la burguesía agraria que, en determinadas regiones (Valle del Cauca, Costa Atlántica, Tolima, Cundinamarca), configuró empresas capitalistas basadas en el trabajo asalariado. Al mismo tiempo, en las ciudades coexistían diferentes fracciones de clase, entre las que se destacaban los artesanos, el naciente proletariado, empleado en las primeras fábricas, en las obras públicas y en los servicios de transporte, y más arriba se encontraba la emergente burguesía industrial y otras fracciones de la burguesía, como la financiera y comercial, ligadas, desde un principio, al capital internacional. Cultural e ideológicamente, Colombia era una sociedad cerrada a corrientes del pensamiento universal que pusieran en tela de juicio los cimientos conservadores y católicos que sostenían la nación. Como guardiana de ese orden se erigió a la Iglesia católica, a la cual, en contravía del proceso de secularización que vivía el mundo occidental, se le devolvieron todas las prerrogativas que había perdido durante los gobiernos liberales del siglo XIX: control del estado civil de las personas, de los contenidos de la educación y de la moral de

6.

7.

Ibíd., cuadro 10 p. 371. Para el caso de Barrancabermeja, véase: Jacques Aprile-Gniset, Génesis de Barrancabermeja, Ensayo, Barrancabermeja, Instituto Universitario de la Paz, 1997. Y sobre Girardot: Gilberto Martínez Acosta, Girardot, epicentro de la lucha obrera en los años veinte, Monografía de grado, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional, 1982. R.Vega, Gente muy rebelde, t. 1., Enclaves, transportes y protestas obreras, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, 2002, p. 64.

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los profesores y funcionarios públicos, y protección absoluta del Estado por mandato expreso de la Constitución de 1886 y del Concordato de 1887. B. Configuración de un mercado nacional El café se constituyó en el producto que consiguió vincular al país, de manera definitiva, con el comercio internacional, y jugó un papel central en la consolidación del mercado interno y del despegue de la industrialización. Se le debe tener en cuenta, también, a la hora de hablar de las dinámicas demográficas regionales, la disolución del régimen de hacienda y la construcción de vías de comunicación. Además del grano, intervinieron otros factores, como la creciente estabilidad política que vivió el país después de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), la reorganización fiscal y monetaria iniciada durante el gobierno de Rafael Reyes (1904-1909) y consolidada en forma definitiva en 1923, con el establecimiento del Banco de la República, la inyección de capitales a la economía nacional, producto de la indemnización por la pérdida de Panamá, y los préstamos obtenidos en Estados Unidos. 1. El café, motor de la economía nacional La expansión del cultivo del grano comenzó a mediados del siglo XIX, en etapas asociadas a regiones específicas: santandereana (1840-1900), cunditolimense (1870-1900) y antioqueña (1885-1905). No obstante, el establecimiento de una economía cafetera se circunscribe al lapso comprendido entre 1870 y 1910, en cuyo período el grano logró sostenerse en el mercado internacional, pese a la crisis de precios de 1879-1883 y 1897-1910, y a la inestabilidad política generada por cuatro guerras civiles8 . Después de 1915, Colombia logró posicionarse como segundo productor mundial de café, con una participación ascendente en la producción global: 3.5 por ciento en 1915, 8 por ciento en 1925 y 11.3 en 1930. A pesar de los traumatismos en el comercio internacional ocasionados por la Primera Guerra Mundial, la expansión cafetera continuó, y aunque la producción se mantuvo concentrada en ocho departamentos a lo largo del período (Caldas, Antioquia, Tolima, Cundinamarca, Valle, Norte de Santander, Cauca y Huila), la coloni-

8.

Marco Palacios, El café en Colombia 1850–1970. Una historia económica, social y política, Bogotá, El Colegio de México–El Áncora Editores, 1983, p. 237.

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zación de nuevas tierras fue muy importante en algunas regiones, aumentando el área sembrada con café. Esta situación favorable cambió de manera dramática al final de la década de 1920, en el contexto de la gran depresión, debido a un fuerte descenso en la cotización del precio del grano, que empezó en 1928 y alcanzó su punto más bajo en 19309 . 2. Desarrollo de la infraestructura vial La precariedad del sistema vial se hizo evidente cuando la exportación de café exigió una amplia infraestructura para el transporte de carga. El país no había sido preparado para ello; de ahí que se le dio una solución parcial mediante la construcción de líneas férreas que conectaban las regiones cafeteras con el río Magdalena, por donde se llevaba la carga hacia Barranquilla, y de allí al mercado mundial. En consecuencia, la construcción de ferrocarriles, hasta los años veinte del siglo pasado, siguió una tendencia centrífuga, que buscaba facilitar la salida de los productos de exportación, principalmente del café, que constituía aproximadamente el 70 por ciento de la carga transportada, pero no tendía a la integración regional del país. Por esta razón, la construcción de ferrocarriles se concentró en la zona cafetera, “que entre 1904 y 1914 pasó de 279 a 783 kilómetros de vías construidas, mientras que el resto del ferrocarriles del país se incrementó tan sólo de 87 a 122 kilómetros”10 . En la década de 1920, la economía nacional creció de manera extraordinaria, y posibilitó un aumento en la inversión pública del Estado. Esta bonanza tuvo varios orígenes: aumento de las exportaciones de café que, para el período 1925 -1929, representaron ingresos por 112 millones de dólares; las divisas provenientes de la indemnización por la pérdida de Panamá, que sumaron un total de 25 millones de dólares (10 millones fueron entregados en 1923 y 5 millones anuales, entre 1924 y 1926); y los empréstitos otorgados al país, previo cumplimiento de las recomendaciones de la misión Kemmerer. Todo esto implicó un aumento de la deuda a largo plazo, en un 743 por ciento, puesto que, solamente en el quinquenio de 1923 a 1928, pasó de 24.1 millones a 203.1 millones de dólares11 .

9.

10. 11.

Jesús Antonio Bejarano, “El despegue cafetero (1900 - 1928)”, en José Antonio Ocampo (compilador) Historia económica de Colombia, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1988, p. 192; Absalón Machado, El café, de la aparcería al capitalismo, Bogotá, Ediciones Punta de Lanza, 1977, pp. 112-113 y 116. R.Vega, Gente muy Rebelde, t. 1, Enclaves, transportes y luchas obreras, op. cit., p. 84. J. A. Bejarano, op. cit., p. 192.

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Esta creciente capacidad económica del Estado se destinó, en buena parte, al desarrollo de obras públicas, especialmente a la construcción de ferrocarriles, los cuales absorbieron más del 60 por ciento del total de inversiones públicas del país. La localización de las nuevas vías férreas ayudó a conectar algunas regiones con el mercado mundial, pero sólo contribuyó de forma marginal a la integración del mercado interno. Además de los ferrocarriles, se debe tener en cuenta la construcción de 942 kilómetros de carreteras y caminos vecinales, que aumentaron a 2.641 kilómetros el total de la malla vial para automotores, y a 4.042 kilómetros los caminos de herradura. Este aspecto generó conflictos entre colonos y terratenientes por el acceso a las tierras cercanas a las vías de comunicación, dando continuidad al ciclo de colonización–expulsión violenta-nueva colonización, descrito por Catherine Legrand12 . Sin embargo, la expansión de la red vial trajo importantes consecuencias económicas y sociales por cuanto permitió la comunicación de regiones aisladas, el incremento de carga transportada a un costo más bajo, la incorporación de nuevos productos al mercado nacional, el aumento de la demanda de bienes de construcción, la ampliación de la frontera agrícola y de colonización, y proporcionó trabajo directo a unos 40.000 obreros13 . Al mismo tiempo, la construcción de obras públicas aceleró la crisis de las haciendas, porque se constituyó en una alternativa de trabajo para arrendatarios, peones y concertados, en una esfera donde los ingresos eran más altos que en las labores agrícolas y aseguraba el pago del salario en moneda, cosa que no siempre ocurría en las haciendas. Tras la crisis de 1929, las obras públicas se redujeron dramáticamente y algunos trabajadores emigraron a los centros urbanos, pero otros regresaron a las zonas agrícolas llevando consigo la experiencia de lucha acumulada en esos años, así como expectativas diferentes a las que predominaban en la hacienda en torno a salarios, condiciones laborales e incluso a la propiedad de la tierra. Adicionalmente, en algunas zonas, como en la región occidental del país, la concentración de la tierra y la implementación de la ganadería extensiva dieron origen a una gran cantidad de peones y sirvientes que, al no ser absorbidos por la economía regional, emigraron a los centros urbanos14 .

12 13. 14.

Catherine, Legrand, Colonización y protesta campesina en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional, 1988. J. A. Bejarano, op. cit., p. 198. M. Arango, op. cit., p. 17.

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3. Inicios de la industrialización La industrialización debe entenderse como un fenómeno complejo, resultante de la confluencia de procesos internos del país, con situaciones externas particulares, como la nueva división internacional del trabajo y el ascenso de Estados Unidos a potencia mundial15 . Aun así, es innegable la importancia del café en el proceso de industrialización, porque amplió el mercado internó, propició la construcción de vías de comunicación, permitió la formación de capitales importantes en diversos sectores de la economía y, a través del beneficio del grano, fue creando fuerza de trabajo asalariada en algunas ciudades16 . Sin embargo, también deben tenerse en cuenta otras actividades económicas (minería, producción de caña de azúcar y ganadería) que prosperaron en el período anterior o aún en forma paralela y en las cuales se acumuló capital que luego fue reinvertido en actividades industriales. Aun cuando desde 1890 se establecieron talleres mecanizados, la industria en Colombia se consolidó en las décadas de 1920 y 1930, aunque precariamente sobre una forma de organización artesanal. Entre 1890 y 1910, se dio el tránsito del taller artesanal a la fábrica, ya separada del domicilio, en algunas industrias textiles, de alimentos, bebidas, cigarrillos y locerías; son ejemplos notables, al respecto, la Fábrica de Chocolates Chaves y Equitativa, la Cervecería Tamayo, los Molinos de Carlos C. Amador, Chocolates la Antioqueña y las locerías de Caldas y Santuario. Gracias a las medidas proteccionistas del gobierno de Rafael Reyes, surgieron las empresas textiles de Bello, La Espriella y Samacá, la Fábrica de Fósforos Olano, los Ingenios Central Colombia y San José, Cementos Samper y un sinnúmero de pequeñas fábricas y maquinaria sencilla17 . La segunda década del siglo XX se caracterizó por el surgimiento de “verdaderas fábricas”, en sectores donde había predominado la industria doméstica y artesanal, y se generalizó la utilización de maquinaria moderna y mano de obra asalariada. La industria textil se vio especialmente favorecida por la ley 117 de 1913, que mantuvo las tarifas aduaneras de la época de Reyes para la importación de hilazas extranjeras; igualmente, se beneficiaron las fábricas de calzado, debido a la rebaja de los altos impuestos al calzado extranjero y a la

15. 16.

17.

Salomón Kalmanovitz, “Los orígenes de la industrialización en Colombia (1890-1929)”, en: Cuadernos de Economía, No. 5, Bogotá, primer semestre de 1983, pp. 80–81. Hugo López, “El desarrollo histórico de la industria en Colombia. El período de consolidación”, en: Memorias del simposio Los Estudios Regionales en Colombia: el caso de Antioquia, FAES, Medellín, 1982, p. 205. A. Mayor Mora, op. cit., pp. 317–319.

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tarifa para la importación del cuero. Además, en esta década, se inició la concentración financiera, caracterizada porque una empresa era dueña de varias fábricas en diferentes regiones del país (como Gaseosas Posada Tobón y la Fábrica de Chocolates Chaves y Equitativa) y por el surgimiento de las primeras sociedades anónimas, principalmente en las empresas fabriles antioqueñas18 . Las dificultades para el comercio marítimo internacional, derivadas de la Primera Guerra Mundial, actuaron como barrera de protección para la industria nacional, por lo que su efecto no fue totalmente nocivo para este sector de la economía19 . En contraposición, la crisis económica de 1920 afectó negativamente a las empresas del país, aunque en realidad su impacto fue de corta duración, pues a partir de 1922 empezó un período de reactivación industrial que permitió la modernización productiva de las grandes empresas, como ocurrió con la Cervecería Bavaria y el ingenio Manuelita. La urbanización y el auge de las obras públicas estimularon la industria del cemento, lo que se evidenció con la fundación de Cementos Diamante, en 1927, y la construcción de un cable aéreo que aseguraba el suministro de materias primas a Cementos Samper; sin embargo, otra cosa ocurría en el ramo del hierro y el acero, puesto que en 1927 fue cerrada la Ferrería de Amagá, última sobreviviente de las creadas en el siglo XIX. En esta década también se acentuó la concentración financiera en las grandes empresas del sector textil, como Coltejer y Fabricato, y en otros sectores, como Coltabaco, Compañía Fosforera Colombiana, Posada Tobón y la Compañía Nacional de Chocolates20 . Durante este primer tercio de siglo, el desarrollo industrial se concentró fundamentalmente, en cuatro ciudades: Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali, las cuales se convirtieron en polos de desarrollo regional. En cuanto a la concentración industrial, a finales de la década de 1920, en Bogotá se localizaba el 36 por ciento de las fábricas; en Medellín, el 21 por ciento; en Barranquilla, el 16 por ciento, y en Cali, el 8.5 por ciento; pero, en lo relacionado con la contribución a la producción industrial del país y desarrollo técnico, los dos primeros puestos se invertían, situándose Medellín a la cabeza21 . El desarrollo fabril de Medellín y los municipios aledaños se cimentó sobre la industria textil y la trilla de café. Si bien es cierto que la gran desventaja de la industria antioqueña era la falta de vías de comunicación, contaba con otros

18. 19. 20. 21.

Ibíd., p. 323 y ss. H. López, op. cit., pp. 209-210. A. Mayor Mora, op. cit., p. 327 y ss. R. Vega, Gente muy Rebelde, t. 1., Enclaves, transportes y protestas obreras, op. cit., p. 108.

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factores a su favor, como energía poco costosa, generada en una caída de agua en los alrededores de la ciudad, y mano de obra barata y disciplinada. Además, después de 1914, cuando Medellín se conectó por ferrocarril con el río Magdalena, se presentó una complementariedad en la carga que sacaba café y llevaba algodón y maquinaria a la ciudad, favoreciendo la industria manufacturera, como lo corrobora la cifra de 13 fábricas de textiles, creadas entre 1902 y 1920. También se destacaron empresas de otro tipo en la región, como varias fundiciones y fábricas menos tecnificadas de bienes de consumo ligero, que producían fósforos, cigarrillos, chocolates, gaseosas, calzado, vidrio y loza22 . La industrialización de Bogotá no fue tan dependiente de la economía cafetera, lo que la hizo menos vulnerable a los vaivenes del precio del grano. En la ciudad se establecieron fábricas de tejidos, pero ninguna alcanzó los niveles productivos y tecnológicos de la industria antioqueña. Sus empresas más destacadas se encontraban en los ramos de alimentos, bebidas y cemento, como las cervecerías Bavaria, Bohemia y Germania, la Fábrica de Chocolates Chaves y Equitativa, Cementos Samper y Cementos Diamante. En el proceso de producción de todas estas industrias se llevaron a cabo importantes adelantos técnicos y administrativos, y se amplió la base de trabajadores asalariados de la ciudad. También, se establecieron fábricas más pequeñas, donde se producía calzado, loza, fósforos, jabones, velas y pastas alimenticias. En las primeras décadas del siglo XX, Cali y el departamento del Valle del Cauca experimentaron un crecimiento acelerado. Ello significó un notable aumento de la población total, de la capacidad industrial instalada y de los trabajadores asalariados. Desde finales del siglo XIX, la economía urbana del Valle del Cauca evidenció un incremento en la circulación de capital derivado de la exportación de cacao, café y cuero, y de la expansión de actividades agropecuarias; pero fue la producción agroindustrial de azúcar lo que impulsó el desarrollo capitalista de la región a través del establecimiento de los grandes ingenios azucareros. Esta moderna industria se inició en 1900, con la inauguración del Ingenio Manuelita y se consolidó con el establecimiento de los ingenios Providencia y Río Paila, en la década de 1920, cuando se dieron condiciones más favorables gracias a la terminación del ferrocarril Cali-Buenaventura, en 1915, y al alza en los precios internacionales del azúcar, debido a la Primera Guerra Mundial. Como la mayor parte de la producción azucarera estaba destinada a la exportación, los grandes ingenios no supusieron una competencia ruinosa a los trapiches, que destinaban su producción al mercado interno y, tanto unos como otros, necesita-

22.

J. A. Bejarano, op. cit., p. 187.

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ban un número más o menos grande de trabajadores durante todo el año, para que atendiera diferentes actividades agrícolas e industriales. La industria cañera no implicó una clara división de trabajo entre el campo y la ciudad, como sí lo hizo el café, pero indirectamente propició el establecimiento de algunas industrias de bienes de consumo en Cali, donde también había pequeños talleres industriales, principalmente trilladoras, que procesaban el café de la región23 . La industrialización de Barranquilla se vio impulsada por el café, ya que, hasta comienzos de la década de 1930, la mayor parte de la producción nacional salía por ese puerto. Allí, se establecieron las principales casas comercializadoras del grano, agentes de seguros, comisionistas e importadores de mercancías, empresarios e inversionistas extranjeros. Esto permitió un flujo de capitales en la ciudad, parte de los cuales fueron invertidos en la industria local, como la fábrica de tejidos Obregón, fundada en 1909; la empresa de navegación aérea, SCADTA, creada en 1919, y pequeñas fábricas de vidrio, fósforos, velas, jabones, cerveza, hielo, ladrillo y zapatos. En aquella ciudad, el desarrollo industrial fue efímero y dependió de su situación como puerto fluvial y marítimo, que vinculaba al país con el mercado internacional. De ahí que, cuando el puerto y el comercio por el río Magdalena declinaron, lo mismo ocurrió con la industria barranquillera. En contraposición, Cali. Medellín y Bogotá establecieron vínculos perdurables con las economías rurales y los mercados regionales circundantes, lo que posibilitó un desarrollo industrial más duradero24 . C. Los trabajadores, nuevos actores sociales La consolidación del café como principal producto de exportación y la incipiente industrialización, determinaron el proceso de modernización capitalista en el país, dando lugar a una economía básicamente monoexportadora, situada en la órbita de influencia de Estados Unidos. Sus consecuencias trascendieron la esfera económica y tuvieron influencia en las dinámicas demográficas regionales, el inicio de la urbanización y la aparición de una nueva clase social, el proletariado, que pugnaba por ganar un espacio propio dentro de la nación, desestabilizando la república conservadora de poetas y gramáticos, y dando lugar a lo que entonces se llamó “la cuestión social”.

23.

24.

Sobre el proceso de industrialización en el Valle del Cauca véase: José María Rojas Guerra, Sociedad y economía en el Valle del Cauca, t. V., Empresarios y tecnología en la formación del sector azucarero en Colombia 1860–1980, Bogotá Universidad del Valle – Banco Popular, 1983. Adolfo Meisel, “¿Por qué se disipó el dinamismo industrial de Barranquilla?”, en: Lecturas de Economía, No. 23, Universidad de Antioquia, mayo–agosto de 1987, p. 60 y ss.

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1. Origen de los trabajadores asalariados La migración del campo a la ciudad no fue la única fuente en el origen de los trabajadores asalariados, pues la fuerza de trabajo barata, especialmente femenina e infantil, que ya se hallaba dispuesta en las ciudades o en las regiones cercanas, fue incorporada a los procesos productivos que no requerían altos niveles de preparación o capacidad física. Por ejemplo, el beneficio del café generó un importante contingente de trabajadores asalariados a través de las trilladoras que tendieron a concentrarse en los centros urbanos cafeteros y en las zonas aledañas. Por sus características productivas, el desarrollo de esta actividad se basó en la explotación de fuerza de trabajo femenina, como lo revelan los siguientes datos: En 1918 el 48 por ciento de las 2.164 obreras empleadas en las fábricas y talleres de Medellín laboraban en las trilladoras de café; en 1922, en Manizales, de las 467 obreras existentes, el 57 por ciento, es decir, 269, trabajaban en las trilladoras; en 1925, en Cali el 41 por ciento de los trabajadores empleados en los establecimientos industriales y talleres estaban vinculados a las trilladoras de café. 25

En la década de 1920, una parte de los trabajadores y las trabajadoras estaba vinculada a las fábricas que florecían en las principales ciudades del país, pero los núcleos más importantes se encontraban en las obras públicas, los transportes (principalmente fluvial y ferrocarrilero) y en los enclaves de la United Fruit Company, en la zona bananera de Santa Marta, y de la Tropical Oil Company, en Barrancabermeja. En estos sectores, la fuerza de trabajo era predominantemente masculina, formada, tanto por nativos de la región, como por inmigrantes de otras zonas del país. Entre 1925 y 1930, la población urbana creció en un 24 por ciento; es decir, en cerca de 400.000 personas. Este fenómeno estaba asociado a la transformación del mercado de trabajo, al desarrollo del sector terciario y a la diferenciación de salarios entre agricultura y obras públicas26 . Empero, en los centros urbanos el aumento de la población no se había acompañado de obras de infraestructura que permitieran una vida digna a sus habitantes, lo que generó protestas y malestar social en algunas ciudades. Por ejemplo, el déficit de viviendas era un problema común en los principales centros urbanos y los esfuerzos del Clero, las organizaciones obreras

25. 26.

R. Vega, Gente muy rebelde, t. 1, Enclaves, transportes y protestas obreras, op. cit., p. 93. Véase, además, Mariano Arango, op. cit., pp. 105 y 214. J. A. Bejarano, “El despegue cafetero”, op. cit., p. 201.

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y los municipios, por suplir esta necesidad, nunca fueron suficientes. En algunos lugares, la situación se agravó aún más por la especulación con los precios de los alquileres por parte de los propietarios urbanos. Como respuesta a esta problemática, en ciudades como Bogotá y Barranquilla los inquilinos se organizaron para exigir la rebaja de los arriendos y de los precios de los suministros de subsistencia. El problema de los servicios públicos también generó, múltiples peticiones y protestas por parte de los pobladores pobres de las ciudades, quienes exigían servicio de acueducto, alcantarillado y luz eléctrica para sus hogares. 2. Organización política y agitación social Durante las tres primeras décadas del siglo XX, los artesanos, fuerza social muy importante durante el siglo XIX, vieron declinar su protagonismo político en favor de los trabajadores asalariados, pese a que, en términos cuantitativos, éstos no superaban a los primeros. La fechas extremas de este liderazgo político y social fueron 1847, cuando se creó la Sociedad de Artesanos de Bogotá, para combatir la política librecambista de Mosquera, y 1919, año de la última gran movilización liderada por los artesanos, que fue violentamente reprimida por el Gobierno de Suárez, con un saldo trágico de diez muertos y quince heridos27 . Durante este período, de casi ochenta años, la acción de los artesanos estuvo encaminada a defender o a solicitar medidas proteccionistas en materia económica, pero también reclamaron mejores condiciones de vida para el pueblo, desarrollaron campañas educativas y, en algunos momentos, editaron una prensa propia. Sus formas organizativas por excelencia fueron las sociedades de artesanos y las sociedades mutuales, que aparecieron por toda la república y constituyeron un acervo organizativo, político y cultural importante, que luego fue retomado por la primera generación de obreros. En esta perspectiva, algunos trabajos historiográficos han mostrado que importantes tradiciones de los artesanos radicales fueron legadas a los primeros grupos sindicales y socialistas del país. Entre esas tradiciones se

27.

Análisis sobre las sociedades de artesanos que florecieron durante la segunda mitad del siglo XIX, se encuentra en: Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo, Bogotá, IEPRI–El Áncora Editores, 1995; David Sowell, The Early Colombian Labor Movement: artisans and politics in Bogotá, 1832–1919. Philadelphia, Temple University Press, 1992. Por su parte, sobre la masacre de artesanos en 1919, véase: Documentos relacionados con los sucesos del 16 de marzo de 1919 en la ciudad de Bogotá. Imprenta Nacional, Bogotá, 1920; Vista fiscal sobre los sucesos del 16 de marzo, Imprenta Nacional, Bogotá, 1919.

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destacaban el radicalismo liberal, el ideario de la Revolución Francesa, algunas formas de socialismo utópico, el culto a la prensa y a la palabra escrita en general, así como la práctica del espiritismo y la masonería.28 . Sin embargo, no toda la tradición artesanal y obrera era radical. La Iglesia católica veía con beneplácito a las organizaciones mutuales y por ello hizo grandes esfuerzos para controlarlas y difundirlas a lo largo y ancho del país, propósito que reforzó en 1913, cuando la Conferencia Episcopal decidió impulsar la Acción Social Católica, propuesta por el papa León XIII. Ante las nuevas realidades del país y la emergencia de la “cuestión social”, el Clero colombiano desplegó una inmensa campaña que incluyó la transformación de cofradías en sociedades mutuarias y luego en sindicatos, así como la creación de patronatos, escuelas, cajas de ahorros e, incluso, barrios obreros29 . Con estas iniciativas, se buscaba el control físico y moral de los obreros y las obreras, para mantenerlos alejados de tendencias radicales y socialistas. Pero su efectividad no fue completa, pues grandes contingentes de trabajadores abrazaron organizaciones políticas y sindicales de otras tendencias o permanecieron al margen de cualquier asociación. Aunque la presencia artesanal no desapareció después de 1919, el movimiento obrero colombiano empezó a tener protagonismo, en parte impulsado por la onda expansiva de la economía cafetera. De esta manera, las principales acciones reivindicativas se desplazaron hacia áreas donde el trabajo asalariado era predominante: enclaves y transportes, y empezó a despuntar la huelga (forma clásica de conflicto entre obreros y capitalistas), sobre otros mecanismos de protesta. Un primer ciclo huelguístico se presentó entre 1918 y 1920, liderado por los trabajadores de los transportes, ferroviarios y fluviales, coincidiendo con la masacre artesanal del 16 de marzo de 1919 y con la creación del Partido Socialista en este mismo año. Posteriormente, entre 1924 y 1928, se desarrolló un segundo ciclo huelguístico liderado, igualmente, por el sector transportes, pero también por los trabajadores de los enclaves (Tropical Oil Company, en

28.

29.

Gonzalo Sánchez, Los bolcheviques del Líbano, Bogotá, Editorial El Mohan, 1976; Julio Cesar Acelas Arias, Obreros y artesanos de Bucaramanga: organización, protagonismo e ideología. 19081935, Trabajo de Grado en Historia, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 1993. Mario Aguilera y Renán Vega, Ideal democrático y revuelta popular, Bogotá, CEREC, 1998, capítulos 4 y 5; Mauricio Archila, Cultura e identidad obrera, Bogotá, Cinep, 1991, capítulo 2. Sobre la acción social de la Iglesia, véase: Fernando Botero Herrera, “Los talleres de la Sociedad San Vicente de Paúl de Medellín: 1889-1910”, en: Boletín Cultural y Bibliográfico, No. 42, Biblioteca Luis Ángel Arango, 1996 (Editado en 1997); María Casas Fajardo, El Padre Campoamor y su obra. El círculo de Obreros, Bogotá, Fundación Social, Bogotá, 1995; Ana María Jaramillo, “Industria, proletariado, mujeres y religión. Mujeres obreras, empresarios e industrias en la primera mitad del siglo XX en Antioquia”, en: Las mujeres en la historia de Colombia, t. II, Mujeres y sociedad, Grupo Editorial Norma, 1995.

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Barrancabermeja, y United Fruit Company, en la zona bananera de Santa Marta), que coincidió con una compleja situación de agitación social liderada por el Partido Socialista Revolucionario. La masacre de las bananeras, el 6 y 7 de diciembre de 1928, puso fin a este ciclo huelguístico y a las “huelgas heroicas” y de solidaridad, tan características de este período30 . El hecho simbólico que marcó el ascenso de los obreros y trabajadores asalariados dentro del conjunto de los sectores populares en 1919, fue el Congreso Obrero que sesionó en Bogotá, con delegados de diferentes regiones del país y dio origen al Partido Socialista, primera asociación de trabajadores, de carácter verdaderamente nacional. Esta organización tomó distancia, tanto del anarquismo como de la corriente bolchevique, aun cuando en su ideología encontramos influencias de estas dos tendencias, aunque también del radicalismo liberal, el socialismo cristiano, el espiritismo y la masonería, en una forma de pensamiento y de acción peculiar, denominada por el sociólogo Isidro Vanegas, como “Socialismo mestizo”31 . Su plataforma política descartaba una transformación violenta de la sociedad y clamaba por la intervención estatal para lograr mayor igualdad social por una vía distributiva; pedía trato justo, protección social y mejores salarios para los trabajadores, así como educación laica y obligatoria para toda la población, además de protección especial para la mujer y prohibición de las fábricas de bebidas alcohólicas. El avance político del Partido Socialista preocupó no sólo al partido gobernante, sino también a los liberales, que vieron amenazada su influencia en algunas regiones. Por ello, en las convenciones de Ibagué (1922) y Medellín (1924) el Partido Liberal incorporó a su programa algunos puntos del socialismo y se solidarizó con la causa de los trabajadores. Esta táctica rindió sus frutos, porque el Partido Socialista desapareció, en la práctica, cuando muchos de sus dirigentes adhirieron a la candidatura del general Benjamín Herrera, en 1922, y se pasaron al Partido Liberal. Esto, sin embargo, no significó el fin de la influencia socialista en amplias regiones del país, como la zona ribereña del río Magdalena, las tierras cafeteras de Cundinamarca y Tolima, y el Ferrocarril del Pacífico y Barrancabermeja , pues allí el ideario se mantuvo latente32.

30. 31. 32.

Charles Bergquist, Los trabajadores en la historia latinoamericana, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1988, pp. 389– 390. Isidro Vanegas, El Socialismo mestizo. Acerca del socialismo temprano en Colombia, Bogotá, Monografía de Grado, Departamento de Sociología, Universidad Nacional, 1999. Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1915–1934, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1974, pp.130-136.

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Tras el fin del Partido Socialista, se hicieron esfuerzos por conformar una nueva organización nacional de los trabajadores. Así, durante tres años seguidos (1924-1926) se desarrollaron Congresos obreros, donde se confrontaron las principales tendencia políticas presentes entre el proletariado. De uno de estos congresos surgió, en 1925, la Confederación Obrera Nacional (CON) y, un año después, el Partido Socialista Revolucionario (PSR). Pese a que la creación del PSR fue resultado del triunfo de la línea marxista sobre la línea anarquista, en la Convención obrera de 1926, esto no significa que los líderes de la naciente organización (Ignacio Torres Giraldo, Raúl Eduardo Mahecha, María Cano), tuvieran un amplio conocimiento de la teoría marxista, puesto que en su discurso y en su práctica política seguía prevaleciendo el sincretismo político e ideológico que habíamos mencionado antes. Esta condición, que después de 1930 fue duramente criticada por el naciente Partido Comunista, en su momento se consideró positiva porque el lenguaje sencillo y los ejemplos cotidianos que empleaban los dirigentes hacían que los sectores populares entendieran su mensaje fácilmente y se sintieran identificados con él33 . Como táctica, el PSR continuó con el trabajo sindical y desarrolló una política insurreccional, creyendo que estaban dadas las condiciones para un levantamiento popular. Con esta perspectiva, entró en conversaciones con el sector guerrerista del Partido Liberal y en forma conjunta crearon el Comité Central Conspirativo Colombiano (C.C.C.C.), el órgano encargado de dirigir el movimiento. Pese a algunas diferencias internas y a la evidente falta de coordinación de los insurrectos, el movimiento fue ganando apoyo entre sectores políticos y sindicales. A comienzos de 1928, el Gobierno nacional logró develar el plan y, exagerando sus alcances, consiguió granjearse el apoyo del sector civilista del Partido Liberal para aprobar una legislación totalmente represiva, conocida como “Ley Heroica” y desatar una persecución sin tregua contra los dirigentes del PSR y los movimientos reivindicativos de los trabajadores, como ocurrió en la huelga de las bananeras, en diciembre de 1928. En 1930, el PSR ya no preocupaba a ninguno de los dos partidos tradicionales, pues sus líderes estaban presos o en el exilio, y la organización totalmente desarticulada. Esta situación fue aprovechada por el sector civilista del Partido Liberal, que capitalizó el descontento social y se presentó a las elecciones de ese año como una alternativa popular, dando fin a la Hegemonía Conservadora e instaurando la

33.

Para un análisis más detallado de la ideología del PSR, véase: Diego Jaramillo Salgado, Las huellas del socialismo, Toluca, Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca-Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México, 1997, pp. 110-117.

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llamada República Liberal. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, en la derrota del conservatismo, influyeron también otros aspectos, como la división de este partido para las elecciones; la actitud vacilante del Clero, que apoyó alternativamente a cada uno de los candidatos conservadores; el descrédito en que había quedado el Gobierno por la corrupción imperante y por episodios funestos como la masacre de las bananeras; la crisis económica mundial, que desde 1928 hizo bajar los precios del café en el mercado mundial, y el fin de la “danza de los millones”34 . D. La cultura en Colombia en el periodo de transición al capitalismo Luego de haber señalado las características generales del proceso de modernización capitalista en Colombia, es preciso analizar, de manera breve, los cambios culturales que se presentaron en el país, en la medida en que estas transformaciones tienen una relación, mediata o inmediata, con la irrupción capitalista. Además, como la prensa se sitúa en el ámbito de la cultura, es pertinente mostrar las condiciones en las que se desarrollaron las publicaciones periódicas de diversas corrientes políticas e ideológicas, con el objeto de analizar las particularidades de la prensa obrera y popular, pero también, los nexos y relaciones que mantiene con el resto de la prensa. 1. Educación: buenos propósitos, pocos resultados Pese a que existía consenso entre políticos, intelectuales, legisladores y dirigentes populares acerca de la importancia de la educación para el progreso del país, los cambios reales fueron muy pocos y se circunscribieron a un sector reducido de la población. Además de la penuria fiscal y la falta de compromiso de algunos sectores retardatarios, después de la constitución de 1886 y la firma de Concordato entre el gobierno colombiano y la Santa Sede en 1887, quedó muy poco campo de acción para cualquier intento de reforma, pues éste fácilmente podía ser vetado por los jerarcas de la Iglesia católica, como ocurrió, por ejemplo, con las Misiones belga y alemana. Como señala Hurbert Pöppel

34.

Sobre este tema, véase: José Fernando Ocampo, Colombia siglo XX. Estudio histórico y antología política, t. I, 1886-1934, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1980; Alfonso Patiño, La prosperidad a debe y la gran crisis, 1925–1935, Bogotá, Banco de la República, 1981; Ignacio Torres Giraldo, Los inconformes, t. 4, Bogotá, Editorial Latina, 1978, especialmente el capítulo 2: “De la masacre de las bananeras a la caída del Régimen Conservador”.

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Todo el sistema educativo de Colombia estuvo orientado, durante la época de la Hegemonía Conservadora de 1886 a 1930, a facilitar a las clases sociales bajas un mínimo de educación escolar sobre la base ideológica del conocimiento del catecismo y con el método pedagógico del aprendizaje de memoria. Para un pequeño grupo de élites estaban abiertas instituciones educativas en parte bien equipadas y diferenciadas; mas éstas estaban sujetas a una conformidad fundamental con la doctrina católica de la fe y la moral, y no correspondían normalmente en sus planes de enseñanza a las exigencias que imponían a los educandos los nuevos desarrollos en economía y administración desde comienzos del siglo XX.35

En estas condiciones, solamente se logró hacer un cambio educativo trascendental cuando el Estado inició un proceso intervencionista que lo llevó a recuperar algunas de las prerrogativas cedidas a la Iglesia en materia de educación, y esto sólo sucedió hasta el cuatrienio del liberal Alfonso López (19341938), tras la caída de la Hegemonía Conservadora36 . Durante las tres primeras décadas del siglo XX, se avanzó muy poco en materia educativa en el país, tanto en términos de cobertura como de calidad. De acuerdo con el censo realizado en 1918, el porcentaje de alfabetización era del 34.3 por ciento para hombres y del 30.8 por ciento para mujeres, promedio que oculta profundas desigualdades regionales y niveles educativos muy diversos37 . Igualmente, la tasa de escolaridad era muy baja, puesto que en 1922 apenas alcanzaba el 6.5 por ciento (360.320 alumnos sobre el total de población), lo que significaba que sólo el 30 por ciento de los niños, entre siete y catorce años, estaba inscrito en algún establecimiento educativo38 . La Ley orgánica de educación de 1903 (reglamentada por el Decreto 491 de 1904) pretendió reorganizar la educación del país en todos los niveles; sin embargo, estaba inserta en fines políticos y económicos bien definidos: afianzar el sentimiento nacional (amor por la patria) e impulsar el desarrollo nacional a través de una industria nacional. En este sentido, las reformas a la enseñanza no eran un peligro para el orden establecido, ya que encajaban perfectamente dentro del modelo adoptado por la Hegemonía, el cual tuvo especial éxito en

35. 36. 37.

38.

Hubert Pöppel, Tradición y modernidad en Colombia. Corrientes poéticas en los años veinte, Medellín-Colombia, Editorial Universidad de Antioquia, 2000, p. 31. Jaime Jaramillo Uribe, “El proceso de la educación, del virreinato a la época contemporánea”, en: Manual de historia de Colombia. t. III, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1989, pp. 278–286. Los departamentos de Atlántico, Caldas, Valle y Meta, tenían una tasa de alfabetización por encima del 40%, mientras que Vaupés, Vichada y Guajira, se encontraban por debajo del 20%. Aline Helg, La educación en Colombia 1918–1957, Bogotá, Fondo Editorial CEREC, 1987, p. 36. A.Helg, op. cit., pp. 35–36.

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Antioquia, donde se vinculaban y complementaban modernización económica y catolicismo39 . Este intento de reorganización educativa no pudo llevarse a cabo por el desconocimiento de los legisladores de las condiciones reales de las escuelas y los profesores del país y por la carencia de un adecuado sistema de vías de comunicación. Esta ley solamente tuvo aplicaciones prácticas en algunas ciudades del país, a medida que avanzaba la urbanización e industrialización, puesto que “independientemente de las políticas del Estado, fueron los niveles de desarrollo regional los que determinaron que las autoridades locales buscaran la aplicación de las políticas educativas trazadas por el Estado central”40 . Junto a las agudas diferencias regionales, era evidente la gran distancia existente entre la elite y el pueblo. Por lo tanto, reformas y métodos pedagógicos innovadores sólo se aplicaban en los colegios que educaban a las elites regionales y en unas pocas instituciones oficiales, generalmente dirigidas por comunidades religiosas o profesores extranjeros, a donde asistía la naciente clase media; mientras tanto, la mayoría de la población seguía sin acceso a los sistemas escolares o sólo lograba cursar una mínima parte del ciclo educativo41 . La diferenciación entre escuela rural y urbana acentuó la discriminación de la población campesina que, como vimos anteriormente, representaba más de las tres cuartas partes de los habitantes del país al comenzar el siglo. Esto se debía a que la escuela urbana estaba estructurada en tres niveles que duraban seis años en su totalidad y preparaban para continuar estudios en colegios de secundaria, mientras que las escuelas rurales debían desarrollar su programa educativo en tres años. Además, atendiendo las “recomendaciones” vaticanas sobre la separación de los sexos en educación, funcionaban, en forma alternada, un día para niñas y otro para varones, con lo que el tiempo real de estudios se reducía a la mitad42 . Para la mayoría de la población, alcanzar la educación secundaria era un sueño difícil de lograr. Este nivel educativo estaba dirigido a los hijos de las elites y de algunos profesores, comerciantes y funcionarios públicos que, con mucho sacrificio, podían costear la educación de sus hijos o, a través de las clientelas políticas, acceder a alguna de las becas otorgadas por el Gobierno.

39. 40. 41. 42.

Renán Silva, “La educación en Colombia: 1880-1930”, en: Nueva Historia de Colombia, t. IV, Educación y ciencias, luchas de la mujer, vida diaria. Bogotá, Editorial Planeta, 1989, pp. 76-80. Víctor Manuel Prieto, El Gimnasio Moderno y la formación de la elite liberal bogotana, 1914– 1948, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2000, p. 17. Ibíd., pp. 19-20. El programa de las escuelas primarias rurales y urbanas, según el decreto 421 de 1904, puede consultarse en Aline Helg, op. cit., p. 56.

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En esta época, la distinción entre educación pública y privada era meramente formal, pues, aunque las edificaciones donde funcionaban algunos establecimientos educativos eran del Estado, habían sido entregados a órdenes religiosas y, en menor medida, a particulares, para que los administraran; para completar, en 1927, el Gobierno decidió privatizar totalmente la educación secundaria, amparándose en la libertad de enseñanza defendida por la Iglesia. El bachillerato más común era llamado “clásico”, que preparaba para ingresar a la universidad pero no respondía a las necesidades del país, y requería con urgencia personas con formación en las áreas que estaban tomando dinamismo en la economía nacional, como industria, cultivo del café y sector terciario (comercio, servicios, comunicaciones). Los esfuerzos hechos para remediar esta situación no lograron cubrir las necesidades ni las expectativas sociales, pero dejaron al descubierto los prejuicios de buena parte de la elite nacional, reticente en proporcionar a sus hijos una formación técnica o agrícola, por considerarla inferior, pero que, al mismo tiempo, desconfiaba de las consecuencias de estos conocimientos entre los sectores populares. La enseñanza agrícola contaba con la voluntad oficial del Estado, pero tenía muy pocas realizaciones prácticas. El decreto 491 de 1904 estipulaba la enseñanza agrícola en un jardín cercano a la escuela; esta medida, sin embargo, nunca se pudo concretar porque muy pocos municipios cumplieron con la obligación de ceder el terreno y la nación no tenía recursos para suministrar las semillas. Además, las maestras rurales no tenían formación en agricultura; la mayor parte de ellas ni siquiera eran pedagogas, y los campesinos “creían que no enviaban a sus hijos a la escuela para que cultivaran legumbres”43 . En la secundaria tampoco hubo resultados dignos de mostrar, excepto la escuela de agricultura de San José, en el departamento del Tolima. Incluso, la enseñanza técnica del cultivo del café a los campesinos fue duramente combatida por quienes veían en esta iniciativa una amenaza para el régimen de hacienda y el derecho de propiedad. Como se desprende de este panorama, los sectores populares tenían mínimas posibilidades educativas, ya que solamente un reducido porcentaje de la población podía asistir a la escuela durante uno o dos años, tiempo en el que difícilmente podrían llegar a dominar adecuadamente la lectura, escritura y operaciones básicas. Recordemos que, en 1931, casi la mitad de los estudiantes matriculados se encontraba en el primer año de primaria, pero sólo un 7.5 por ciento de la población alcanzaba a completar tres años de escolaridad, siendo precisamente en ese grado donde, de acuerdo con los programas oficia43.

Ibíd., p. 98.

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les, se ejercitaba al estudiante en “la lectura de textos” y “la escritura de frases”, por lo que se puede deducir que buena parte de la población “alfabetizada” no podía llevar a cabo estos procesos de manera óptima44 . En estas condiciones, los sectores rurales tenían que incorporarse a las labores agrícolas, sin ningún tipo de preparación. Con todo, en algunas ciudades existía, al menos en teoría, la posibilidad de entrar en una escuela de artes y oficios, las cuales, con la llegada de diversas congregaciones religiosas a fines del siglo XIX, se multiplicaron durante los primeros años del siguiente siglo. Aunque el objetivo de estas instituciones era enseñarles a los más pobres un oficio que les permitiera ganarse la vida honradamente y ser buenos cristianos, su desarrollo no correspondía a las necesidades del proceso de modernización económica, sino a la preocupación que en algunos sectores de la sociedad suscitaba el crecimiento de la población urbana marginal. La mayoría de estas instituciones era para mujeres y buscaba preservar la familia cristiana a través de la educación de las hijas de los obreros, formándolas en un oficio que pudiesen ejercer desde el hogar (costura, bordado, confección de sombreros y flores), y alejándolas de las fábricas donde se hallaban expuestas a los “peligros del mundo”. Por su parte, la formación artesanal e industrial masculina se concentró en Bogotá (aunque también existían establecimientos de este tipo en Medellín, Cúcuta y Ocaña), pero tuvo como principal obstáculo la falta de recursos económicos de las Asambleas Departamentales, pues, a diferencia de los establecimientos femeninos, los masculinos implicaban altos costos y el presupuesto para educación raras veces alcazaba para apoyar la enseñanza de artes y oficios45 . Dadas estas carencias en materia de educación, la mayoría de los obreros y artesanos aprendía sus oficios en los talleres o sitios de trabajo, de manos de sus compañeros o patronos. Los gremios de obreros y artesanos eran conscientes de la falta de educación que aquejaba al pueblo colombiano; para remediarlo, emprendieron campañas educativas y realizaron acciones concretas para mejorar esta situación mediante la creación y sostenimiento de escuelas obreras, periódicos y bibliotecas públicas. Todos estos eran hechos de gran trascendencia, no tanto por el nivel de cobertura que alcanzaron, sino por las dinámicas culturales y políticas de impulsaron, como veremos en el segundo y tercer capítulo.

44. 45.

Ibíd., p. 56. Ibíd., pp. 91-95.

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2. El debate sobre la “degeneración de la raza” o la necesidad de transformar al pueblo Durante el primer tercio del siglo XX, la preocupación por la educación del pueblo colombiano se inscribió en un debate mucho más amplio sobre la supuesta “degeneración de la raza en Colombia”, que explicaba la pobreza y el atraso del país. El momento más álgido se presentó en 1920, a causa del texto Nuestras razas decaen. Algunos signos de degeneración colectiva en Colombia y en los países similares: el deber actual de la ciencia, presentado al III Congreso Médico, por el siquiatra conservador, Miguel Jiménez López. También presentaron sus puntos de vista sobre el tema Luis López de Mesa, Jorge Bejarano, Calixto Torres Umaña, Simón Araujo y Lucas Caballero. Aunque la influencia de la biología evolutiva en esta polémica es incuestionable, en el fondo, más allá de los fundamentos biológicos o culturales de la nacionalidad, lo que se discutía era el tipo de medidas que se debían adoptar para encausar al país por la senda del progreso y la civilización, vistas como máximas expresiones de la modernización46 . Los abanderados del proceso de modernización capitalista y seguidores de concepciones médicas y biologicistas decimonónicas, confluyeron, a principios del siglo XX, sosteniendo que el origen de la pobreza y el atraso del país estaban en la “degeneración de la raza colombiana”, causada por el mestizaje y el consumo de bebidas alcohólicas por parte del pueblo. Con una mirada de clase muy marcada, la “degeneración de la raza” se asoció con los pobres, a los cuales se acusó de ser los directos responsables del atraso del país. No era solamente el color de la piel o los rasgos físicos los que evidenciaban retroceso, sino también sus hábitos, formas de vestir y alimentación a los que se relacionaba con suciedad, hacinamiento, prostitución, pereza y criminalidad. Se pensaba, entonces, que cambiando estos hábitos culturales, el país daría un paso importante hacia la civilización representada por Inglaterra, Francia o Estados Unidos. La trascendencia de este debate fue tal que llegó a considerársele problema de Estado, ya que, después de la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, las promesas de la Hegemonía Conservadora radicaban en alcanzar la unidad, la paz y el progreso en Colombia, cuyos anhelos parecían entorpecidos por la supuesta degeneración de la raza. Por esto, el Estado amplió su radio de acción tradicional, implementado políticas y campañas para invertir esta tendencia degenerativa del pueblo colombiano, a través de medidas de higiene pública,

46.

Oscar Iván Calvo Isaza y Marta Saade Granados, La ciudad en cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002, p. 53.

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educación, campañas de temperancia, lucha antialcohólica, propaganda masiva y acciones coercitivas. Los alcances y resultados de estas medidas fueron muy desiguales. Por ejemplo, la educación se consideró como un pilar fundamental para atenuar las características nocivas de la raza y moralizar a la población. De ahí que, desde 1905 se implementó en la escuela la clase de higiene y la lucha antialcohólica. No obstante, por los argumentos expuestos en el apartado anterior, el radio de acción y el impacto efectivo de estas reformas fue muy limitado, ya que quedaron circunscritas a algunas escuelas urbanas47 . Además de la escuela, periódicos de todas las tendencias desarrollaron una labor educativa intensa para tratar de concientizar al pueblo contra los perjuicios del alcohol y enseñarles nuevos hábitos, como la temperancia, el trabajo, el ahorro y el aprovechamiento del tiempo libre. Estas propuestas fueron llevadas a la práctica por la Iglesia católica a través de las Sociedades de San Vicente de Paúl, los Patronatos Obreros, las Sociedades de Temperancia, las Sociedades de San José y el Círculo de Obreros. Las organizaciones artesanales y obreras también apoyaron escuelas obreras, cafés obreros, casas del pueblo y bibliotecas populares, con las cuales pretendían terminar con la ignorancia del pueblo y ofrecerle formas alternativas de uso del tiempo libre, distintas a las cantinas y a las chicherías. A diferencia del discurso médico y científico experimental, para los dirigentes obreros y artesanales el problema no era la pretendida “degeneración de la raza”, sino la falta de educación del pueblo, que mantenía a gran parte de la población en la ignorancia, sumida en la miseria, pasiva ante la explotación, indiferente ante los problemas del país, cuyos infortunios los llevaba a la bebida y a otros vicios. Para estos sectores, la educación del pueblo era el medio más importante para alcanzar no sólo el progreso y la civilización, sino también la igualdad y la emancipación humanas, ya que con cambios educativos el pueblo lograría un mayor entendimiento político y se vincularía con la causa popular. La acción coercitiva del Estado fue especialmente visible en el ordenamiento espacial de la población y la presión para que asumiera nuevos hábitos y costumbres, ya que las tradicionales formas de vida de los pobres eran vistas como sinónimo de atraso, suciedad e irracionalidad. En este punto, el Estado encontró un aliado en los industriales, deseosos de desarrollar formas técnicas de organización de la vida social y crear nuevos consumidores para sus productos; pero los alcances de

47.

Véase el análisis que Oscar Iván Calvo y Marta Saade hacen de la Cartilla Antialcohólica, de Martín Restrepo Mejía, publicada por el Ministerio de Instrucción Pública, en 1913, para uso en las escuelas del país. op. cit., pp. 78-87.

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estos propósitos fueron desiguales y dependieron mucho de la importancia de cada región o de su papel en la naciente economía nacional. Un caso emblemático, por su persistencia en el tiempo y las dimensiones sociales que alcanzó, fue el de la campaña contra el consumo de la chicha. Esta bebida era un componente central de la cultura y la alimentación populares del altiplano cundi-boyacense. Por lo demás, los sitios donde se vendía, conocidos popularmente como chicherías, fueron unos de los pocos espacios de sociabilidad popular que la Regeneración no pudo erradicar. A comienzos del siglo XX, se organizó una campaña contra el consumo de la chicha, promovida con igual entusiasmo, pero con objetivos muy diversos, por el Gobierno, la Iglesia católica, los médicos, los periodistas, los políticos y los dirigentes obreros y artesanales. Ante la evidencia de que las campañas educativas, la propaganda y la amenaza desde el púlpito no eran suficientes, se tomaron medidas más drásticas, como la prohibición de establecer chicherías en el perímetro central de la ciudad y la creación de impuestos que elevaban el precio de la bebida. 3. Movimientos literarios e intelectuales Durante las tres primeras décadas del siglo pasado, existían pocos espacios de vida cultural en el país, reducidos sólo a las principales ciudades y prácticamente inexistentes en los pueblos y áreas rurales. Muchas razones explican este hecho, entre las cuales cabe mencionar a las más evidentes: pobreza; altas tasas de analfabetismo; falta de apoyo estatal; las universidades eran muy pocas, se hallaban dispersas en facultades y no tenían impacto en la vida cultural; existían pocos teatros y las entradas eran costosas; en el país no hubo una corriente migratoria importante; no existía una tradición de escuelas de arte consolidadas y el Clero miraba con desconfianza cualquier actividad que no estuviera directamente bajo su control. La situación eral tal que, para la mayoría del los pueblos y ciudades, el acontecimiento cultural más importante estaba representado por los exámenes de fin de año de los estudiantes de bachillerato. Dada la precariedad material de la sociedad y la escasa consolidación de grupos académicos y artísticos, la vida cultural en las ciudades se desarrollaba principalmente en los periódicos, los cafés y las tertulias48 . Estos lugares se convertían en espacios de sociabilidad privilegiados, donde se debatían y difundían temas literarios, intelectuales y políticos.

48.

Carlos Uribe Celis afirma que, “la vida social nocturna de Bogotá en los años veinte se desarrollaba en las redacciones de los periódicos”, en: Los años veinte en Colombia, Bogotá, Editorial Aurora, 1985, p. 52.

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Durante estas décadas, fueron tres los principales grupos de intelectuales del país: la Gruta Simbólica, la Generación del Centenario y los Nuevos. La Gruta Simbólica nació en 1902, en plena Guerra de los Mil Días, como una forma de asumir el toque de queda que imperaba. Esta tertulia se reunía en la casa de Rafael Espinosa Guzmán, y a ella asistían políticos y escritores, como Carlos Tamayo, Julio Flores, Luis María Mora, Rafael Espinosa, Aquilino Villegas, Diego Uribe, Max Grillo, Clímaco Soto Borda y Federico Rivas, entre otros. Las tendencias representadas por estos personajes eran bastante variadas e incluían figuras del romanticismo, del neoclasicismo y del modernismo. No obstante, para Rafael Gutiérrez Girardot esta ambigüedad estética, no proviene del hecho de que la Gruta surgió en un momento de transición, sino de su composición social. Todos sus miembros pertenecieron a la alta clase media bogotana, y su bohemia no fue ni la expresión de la protesta contra la burguesía ni tuvo su origen en la transformación social de la sociedad que relegó al artista y al escritor a la marginalidad social. Los miembros de la Gruta celebraron su vida bohemia dentro de las normas sociales dominantes.49

La llamada Generación del Centenario se aglutinó alrededor de la revista Cultura, y recibió este nombre por la coincidencia con la conmemoración del primer centenario de la independencia nacional, en la segunda década del siglo pasado. En términos generales, sus miembros se caracterizaron por ser nacionalistas y antiimperialistas, mesurados en política y por propender por la instauración de las libertades democrático-burguesas en el país. Durante los siguientes veinte años, este grupo de intelectuales tuvo una amplia influencia en la vida política del país. En el ámbito literario, se inscribieron dentro de las tendencias clasicistas y académicas, y uno de sus miembros, José Eustasio Rivera, escribió la novela más importante del período, La vorágine. Sus actividades, además de la literatura, se orientaron hacia el periodismo y la enseñanza, que desarrollaron respectivamente en los periódicos El Tiempo y El Espectador, y en el Gimnasio Moderno50 .

49. 50.

Rafael Gutiérrez Girardot, “La literatura colombiana en el siglo XX”, en: Manual de Historia de Colombia, t. III. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1999, p. 455. Algunos representantes de la Generación del Centenario fueron: Eduardo Santos, Enrique Olaya Herrera, Laureano Gómez, Luis Cano, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero, Tomás Rueda Vargas, Luis López de Mesa, Eduardo Castillo, Luis Carlos López, José Eustasio Rivera, Aurelio Martínez Mutis y Porfirio Barba Jacob; H. Pöppel, op. cit, pp. 1-38; Hilda Soledad Pachón, Los intelectuales colombianos en los años veinte: el caso de José Eustasio Rivera. Bogotá, Colcultura, 1993, pp. 40-41.

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En la década siguiente, el café Windsor sirvió de lugar de reunión a la Tertulia del Olimpito, aunque algunas veces sus miembros preferían encontrarse en la tintorería Frankfurt, del ruso Silvestre Savitski. Ellos eran, Jorge Zalamea, Ricardo Rendón, Germán Arciniegas, Rafael Maya, Luis Tejada, Luis Vidales, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, Felipe Lleras Camargo, José Mar, Carlos y Juan Lozano, José Umaña Bernal y León de Greiff, y pasaron a ser conocidos, en de la historia literaria e intelectual del país, como la Generación de “los Nuevos”, por la revista Los Nuevos, publicada a partir de 1925. Este grupo abandonó, en alguna medida, las preocupaciones nacionalistas de la Generación del Centenario y se vio fuertemente influenciado por las vanguardias europeas y la Revolución Rusa. Hubo una ruptura definitiva con las formas literarias del siglo XIX y una importante preocupación por lo social, como consecuencia de la introducción de un punto de vista realista y no idílico. Esto los obligó a encontrarse de frente con los problemas del país y entenderlos como parte de la modernización que estaba viviendo la nación, asumiendo posturas políticas de izquierda, que llevaron a algunos a militar en el Partido Socialista o en el Partido Socialista Revolucionario51 . 4. La prensa Desde el nacimiento de los partidos políticos, liberal y conservador, los periódicos fueron un arma de adoctrinamiento ideológico y lucha política entre las dos colectividades tradicionales, y esa estrecha relación entre periodismo y política, subsistió durante todo el siglo XX52 . La importancia de la prensa en la contienda política durante la Hegemonía Conservadora, era de tal magnitud que Christopher Abel considera que en ese período el principal reto al dominio ideológico del Clero provenía de la prensa, y no de las ideologías o los movimientos revolucionarios, como el comunismo o la Revolución Rusa. El autor atribuye a la prensa la posibilidad de hacer oposición política efectiva, pero también reconoce que esa oposición era tolerada por el régimen, hasta cierto punto, porque era útil como válvula de escape social53 .

51.

52. 53.

R. Gutiérrez Girardot, op. cit., pp. 488-490; Álvaro Medina, “López, De Greiff, Vinyes, Vidales y el Vanguardismo en Colombia”, en: Revista Punto Rojo, Bogotá, No. 4, junio-julio de 1975, pp. 7-19; Fernando Ayala Poveda, Manual de literatura colombiana, Bogotá, Educar Editores, 1984, p. 148. Enrique Santos Calderón, “El periodismo en Colombia”, en: Nueva Historia de Colombia, t. VI, Literatura y pensamiento, artes y recreación. Bogotá, Editorial Planeta, 1989, pp. 118-121. Christopher Abel, Política, Iglesia y partidos en Colombia: 1886-1953, Bogotá, FAES-Universidad Nacional de Colombia, 1987, pp. 50–51.

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Por otra parte, sobre el desarrollo técnico de los periódicos, no existen investigaciones que nos permitan presentar una idea de conjunto. Aunque, después de la caída de Reyes llegaron al país nuevas imprentas que ampliaron las posibilidades de editar periódicos, a decir verdad, muchos seguían empleando prensas artesanales de madera, como la que se utilizó en un comienzo para la publicación de El Tiempo. En 1915, se trajo por primera vez una máquina rotativa duplex para imprimir El Diario Nacional y cuatro años más tarde El Tiempo importó desde Nueva York dos linotipos y una máquina plana duplex; pero a partir de 1922 la prensa se tecnificó y se modernizó en forma generalizada, al punto que pudo adoptar un formato mucho más moderno (más parecido al actual que al de la década de 1910), e introducir con cierta frecuencia fotos y litografías54 . En la segunda década del siglo, algunos periódicos hacían ya uso de la fotografía, aunque ésta era más bien escasa y marginal, frente a otras formas de ilustración, como el grabado y la caricatura. Esta última era mucho más que un simple recurso de ilustración, ya que jugaba un rol importante en la contienda política como instrumento de crítica al régimen conservador y a la Iglesia católica. Tal estrategia fue ampliamente utilizada por el Partido Liberal durante la Regeneración y la Hegemonía Conservadora, a través de la publicación de un variado número de periódicos dedicados exclusivamente al humor y la sátira política, y también por medio de las caricaturas, que normalmente publicaban los grandes periódicos, como El Tiempo, El Espectador y El Diario Nacional. Para el primer tercio del siglo XX, cuando en Europa y Estados Unidos ya se había consolidado la prensa de masas como empresa informativa capitalista, en Colombia aquélla no tenía un papel económico preponderante, sino una importante función ideológica en el conflicto de las fracciones partidistas55 . Por eso, sus animadores no eran las grandes casas comerciales, sino partidos, comités políticos, gremiales o barriales, parroquias, sociedades mutuarias, sindicatos o individuos que, por iniciativa propia, decidían editar un periódico. Como resultado, proliferaron publicaciones de todas las tendencias a lo largo y ancho del país, aunque la duración promedio de cada una era corta, puesto que aparecían y desaparecían de acuerdo con los intereses del grupo que las editaba.

54.

55.

E. Santos Calderón, op. cit., p. 116; Antonio Cacua Prada, Historia del periodismo colombiano, Bogotá, Imprenta del Fondo Rotatorio de la Policía Nacional, 1968, p. 198; C. Uribe Celis, op. cit., p. 51. Sobre la consolidación de la prensa comercial o “gran prensa” en Colombia, véase: Charles David Collins, La prensa y el poder político en Colombia, tres ensayos, Universidad del Valle, Cali, 1981, y Marco Tulio Rodríguez, La Gran Prensa en Colombia, Bogotá, Minerva, 1963.

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La misión informativa no pudo ser cumplida a cabalidad, en parte por estar subordinada a la lucha política, pero también por la precariedad de los medios y las vías de comunicación, que limitaban el alcance de los periódicos al ámbito local o regional y los mantenían relativamente aislados del acontecer nacional y mundial. No obstante, debe reconocerse que los nuevos medios de comunicación (telégrafo, ferrocarril y avión) ayudaron a mejorar esta situación y, a partir de 1909, el auge de la economía cafetera aumentó las pautas publicitarias a un nivel tal que permitió a algunos periódicos sobrevivir más allá de la época electoral y convertir al periodismo en una profesión reconocida. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, los periódicos conservadores, El Colombiano, El Nuevo Tiempo, La Nación y La Época, conformaron un pool informativo que contrató con una agencia europea de noticias para poder trasmitir el desarrollo del conflicto de una forma rápida y veraz56 . Pese a la corta vida de muchos periódicos, en la segunda y tercera décadas vemos aparecer las publicaciones que marcarían la historia periodística del siglo XX, tanto a nivel nacional como regional, tales como El Tiempo (1911, Bogotá), El Colombiano (Medellín, 1912), El Diario Nacional (Bogotá, 1912), El Correo Liberal (Medellín, 1915), Vanguardia Liberal (Bucaramanga, 1919) y La Patria (Manizales, 1921)57 . Estos periódicos lograron una mayor especialización de la información a través de la creación de secciones (página deportiva, página femenina, etc.) y algunos empezaron a publicar, además, suplementos literarios. Algunos investigadores han defendido, con razón, la importancia de la prensa en la democratización cultural y política de este período. Lo primero, se sustenta en la labor de difusión de informaciones, ideas y conocimientos que ella realizaba en un medio marcado por el aislamiento y el elitismo cultural. La democratización política hace referencia al papel desempeñado por la prensa en la apertura de medios de expresión para la confrontación política y la oposición, donde tenían cabida no sólo las elites del Partido Liberal y Conservador, sino también, facciones minoritarias de éstos y nuevos grupos políticos y sociales, que emergieron al escenario nacional dentro del proceso de modernización capitalista, como se verá enseguida con respecto a la prensa obrera y popular58 .

56. 57.

58.

E. Santos Calderón, op. cit., p. 116; C. Abel, op. cit., pp. 50– 51. Se debe mencionar también a El Espectador, fundado en 1887, en Medellín, y que entre 1915 y 1923 publicó dos ediciones: una en Bogotá y la otra en Medellín; después de esta fecha, siguió publicándose sólo en Bogotá y llegó a convertirse en el segundo diario más importante del país. C. Uribe Celis, op. cit., p. 52.

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II. PRENSA OBRERA Y POPULAR EN COLOMBIA EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX Una prensa política diferente a la editada por los partidos Liberal y Conservador, ya tenía antecedentes en el país desde la segunda mitad del siglo XIX, con publicaciones artesanales, como La Civilización (1850), El Artesano (1856), El Obrero (1864), La Alianza (1866-1868), El Pueblo (1867), El Artesano (1893) y El Obrero (1899). Aunque durante los primeros años del siglo XX, industriales y obreros continuaron editando prensa, solamente hasta después de 1909 proliferó la publicación de hojas periódicas de este tipo en diferentes lugares del país. Esto se debió a factores como el fin de la dictadura de Rafael Reyes, el desarrollo de la infraestructura vial, el surgimiento de la “cuestión social”, la modernización capitalista, y la creación de organizaciones obreras y partidos políticos de tendencias radicales, socialistas y anarquistas. Imprentas, cafés, cantinas, agencias de prensa, voceadores y simpatizantes, distribuían publicaciones con títulos disonantes para el Clero y el Partido Conservador, los sectores hegemónicos, tanto en la política como en la cultura de la época. El Martillo, El Comunista, La Ola Roja, Ravachol, Vanguardia Obrera, El Moscovita, El Socialista, El Soviet o El Proletariado, fueron sólo algunos títulos, que junto a otros más comunes, como El Pueblo, El Trabajo, el Obrero y El Artesano, se constituyeron en una prueba más de que la estructura social colombiana estaba cambiando y un sector social en ascenso (trabajadores asalariados) pugnaba por un lugar dentro de la nación. Considerando la diversidad de publicaciones editadas en Colombia en las tres primeras décadas del siglo XX, se hace necesario precisar el alcance de la definición de prensa obrera. A. Prensa Obrera y Popular: un intento de definición En la historiografía de la comunicación social, la prensa obrera se ha definido por oposición a la prensa burguesa, haciendo énfasis en la confrontación política entre las dos clases sociales más importantes del capitalismo. Esto presupone la existencia de una clase obrera fabril, con un alto grado de conciencia y de formación política, que la lleva a desarrollar diversas formas de organización y confrontación social, entre ellas la prensa59 . La aplicación de este tipo de con-

59.

Sobre historia de la comunicación social, véase: M. Vásquez Montalban, op. cit.; A. Briggs y P. Burke, op. cit; Georges Jacques Weil, El periódico: orígenes evolución y función de la prensa periódica, México, UTHEA, 1962.

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ceptualización lleva a estudios como el nuestro, a un callejón sin salida, pues estos trabajos se centran en sociedades donde la clase obrera ha sido minoritaria numéricamente respecto al conjunto de la población trabajadora, y débil políticamente para articular un movimiento de confrontación eficaz con el Estado60 . Sin embargo, no puede rechazarse de manera rotunda la denominación de prensa obrera y popular, ya que eso sería desconocer a los periódicos que, desde sus mismos títulos, se reclamaban como tales. Por ello, es más sensato partir de los datos para construir una definición aplicable al contexto, que tratar de ajustar marcos teóricos generales a una situación específica. De tal manera, a partir del análisis de sesenta y ocho periódicos publicados entre 1904 y 1930, podemos esbozar tres aspectos fundamentales, que nos permiten aproximarnos a la definición de la prensa obrera y popular: 1. Voluntad de representación del pueblo trabajador Los periódicos asumieron una voluntad de representación de lo popular como elemento que justificaba su existencia. No obstante, dentro del amplio espectro que cubría lo popular, se privilegió particularmente al pueblo trabajador, conformado por pequeños industriales, artesanos, obreros, jornaleros, campesinos y asalariados urbanos, pero dejando de lado otros sectores sociales. De esta manera, la relación que se establecía entre pueblo y trabajadores, era muy ambigua, pues en algunos momentos se identificaban como sinónimos, pero en otros buscaban diferenciarse ubicando a los obreros por encima del pueblo. David Sowell señala este mismo fenómeno para el siglo XIX, referido a las relaciones entre artesanos y pueblo. De acuerdo con este autor, el artesano gozó de mayor estatus e independencia económica y social que el resto del pueblo, pero no logró acabar con el estigma contra el trabajo manual, por lo cual no pudo acceder a los estratos sociales más altos. Esta frustración impulsó la identificación de los artesanos con el pueblo, porque ambos compartían la opresión de las elites, pero también, dependiendo de lo que conviniera, aquéllos trataron de hacer valer sus diferencias61 . El énfasis en la representación del pueblo trabajador se sustenta en dos ideas que se planteaban en forma recurrente en los periódicos de la época, así

60. 61.

Sobre las características de la clase obrera colombiana en una perspectiva comparativa con otros países de América Latina, véase, C. Bergquist, op. cit., especialmente el capítulo V, pp. 327– 437. D. Sowell, op. cit., pp. 10–11.

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no existiera un consenso social más amplio sobre ellas: la primera, de tipo económico, sostenía que los trabajadores manuales eran quienes verdaderamente contribuían al progreso material del país y que de su bienestar, físico y moral, dependía el mejoramiento económico de la nación (esto justificaba la creación de periódicos que propendieran por la consecución de mejores condiciones de vida para los trabajadores y protección para las industrias nacionales)62 . La segunda, de tipo más político y social, estaba relacionada con la visión positiva que se tenía de los obreros y artesanos como defensores tradicionales y autorizados de los derechos del pueblo. En oposición a los políticos de los partidos y el Clero, a quienes se acusaba de mantener al pueblo sumido en la pobreza y la ignorancia para seguirlo explotando, se mostraba a los obreros como los únicos que representaban genuinamente las necesidades y las aspiraciones del pueblo; en consecuencia, ellos eran los depositarios de la soberanía popular y, por lo tanto, sus legítimos defensores63 . Esta idea se había originado entre los artesanos, quienes desempeñaron un papel importante en el siglo XIX, lo que les permitió en algunos momentos convertirse en interlocutores ante la clase dominante para negociar, defender o simplemente dar a conocer las quejas del pueblo. Además, los artesanos contaron con formas organizativas propias, a través de las cuales articularon su ideología, lograron mayor difusión y participaron activamente en el golpe de Melo, en 1854, y fueron protagonistas de los motines de 1875 y 1893, en Bogotá64 . Todos estos hechos ayudaron a configurar la tradición de los artesanos como defensores de los derechos del pueblo, tradición que, a través de la experiencia y de la identificación social y económica entre artesanos y obreros, fue legada de unos a otros. 2. Configuración de unos destinatarios específicos: Los obreros A diferencia de otros medios de expresión utilizados en la época para dar a conocer necesidades del pueblo, como cartas y memoriales, la prensa no

62.

63. 64.

Véase, por ejemplo: La Razón del Obrero, No. 1, Bogotá, 12 de marzo de 1910; “El artesano como importante factor en el estado”, en: El Proteccionista, No. 10, Bogotá, 24 de diciembre de 1910. “Orientación Obrera”, en: La Libertad, Bogotá, No. 53, 14 de junio de 1913. “El Parlamento”, en: Pensamiento y Voluntad, Bogotá, No. 2, 1926. Puede encontrarse información adicional sobre la acción de los artesanos ante las reformas liberales, el golpe de Melo y los motines de Bogotá en Gustavo Vargas Martínez, Melo, los artesanos y el socialismo, Editorial Oveja Negra, 1972; Margarita Pacheco, La fiesta liberal en Cali, Cali, Centro Editorial Universidad del Valle, 1992. Mario Aguilera, Insurgencia urbana en Bogotá, Bogotá, Colcultura, 1997; F. Gutiérrez Sanín, op. cit.

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estaba destinada a un poder político o social superior, sino a sus iguales. No pretendía limitarse a realizar una simple labor de intermediación, sino a impulsar la educación y movilización política de los obreros, los cuales eran, a la vez, receptores y agentes activos de transformación social y política. En efecto, los obreros eran considerados como una fuerza indispensable para el progreso del país y, además, se esperaba que ellos defendieran los derechos del pueblo en general. Los escritores de los periódicos no dudaban de la veracidad de esta premisa, pero consideraban que había obstáculos importantes (principalmente, ignorancia, sumisión al Clero y a los caudillos de los partidos tradicionales, e indiferencia ante los problemas del país) que impedían al obrerismo ocupar el lugar de preeminencia que le correspondía en la nación y, por ello, era necesario utilizar a la prensa como un instrumento de educación y de organización política de los trabajadores en forma independiente de las clases dominantes65 . En este sentido, es elocuente el artículo con que, después de un período de suspensión, reanudó labores La Unión Obrera: Hoy como ayer (este periódico) viene a trabajar por la reorganización del ideal obrerista en su más amplio y genuino significado. Viene a luchar por la emancipación moral e intelectual de las clases trabajadoras y por la organización autónoma de estas y a traer su humilde contingente a la humana labor de despertar el alma de los obreros colombianos. Porque mientras no se disipe el soporoso sueño que oscurece la mente de la gran masa obrera del país y no se liberte el espíritu popular de los prejuicios que lo encadenan serán inútiles todos los esfuerzos que se hagan para la reforma social. Es cierto que el pueblo está fatigado de servir a los partidos políticos; pero como no conoce otras doctrinas, ni concibe otras formas de organización social, sigue uncido del carro de los bandos tradicionales, halagado por promesas falaces y frases aduladoras; de ahí proviene que no haya tenido suficiente éxito el noble propósito de algunos obreros de las ciudades para organizar la colectividad obrera… Si aspiramos a la formación de un partido vigoroso capaz de realizar los anhelos obreristas, es necesario que iniciemos una campaña de franca y abierta propaganda de la nueva doctrina. Si deseamos el triunfo del obrerismo tenemos que hacer luz, mucha luz en la mente de los obreros, hasta formar en ellos una conciencia independiente y libre.66

65.

66.

El término educación hacía referencia a la alfabetización y al aprendizaje de oficios, mientras que el de ilustración se relacionaba con la adquisición de los conocimientos políticos y científicos que el progreso había traído a la humanidad. Utilizamos educación para dar cuenta de estos dos procesos. “En la brecha”, La Unión Obrera, No. 34, Bogotá, 15 de abril de 1916.

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Cuando afirmamos que esta prensa estaba destinada explícitamente a los obreros, utilizamos el término tal y como se entendía en la época por la sociedad colombiana, y no en la conceptualización clásica de la crítica de la economía política67 . Así, “obrero” no era un concepto que remitiera solamente a una realidad económica, sino que tenía una connotación política y social fuerte, ya que servía para denominar diversos grupos que realizaban trabajos productivos, así éste no se diera dentro de relaciones salariales o fabriles. De este modo, con el término obrero se designaba, en forma amplia y ambigua, a asalariados, artesanos, campesinos, trabajadores independientes e, incluso, pequeños industriales y dueños de talleres68 . Además de la identificación de estos grupos respecto a un trabajo productivo, también se sentían unidos por sus condiciones de vida. En general, las primeras generaciones obreras no gozaron de un mejor nivel de vida que les permitiera diferenciarse, en términos económicos, del resto del pueblo, por lo que estos dos términos también tendían a identificarse; “Los obreros y los industriales (…) ¡Somos todos! ¡Somos la generalidad de los colombianos; más claro: somos el pueblo!”, decía una circular publicada en El Artesano69 . Bien fuera en áreas rurales o urbanas, todos estos sectores consideraban, y así lo expresaban en sus periódicos, que su existencia estaba marcada por la pobreza, explotación, hacinamiento, falta de higiene, y el abandono por parte del Estado. Este sentimiento de compartir la misma suerte los llevaba a considerar sus intereses como comunes y a desarrollar formas de solidaridad entre ellos. Durante el último tercio del siglo XIX, se agudizó la diferenciación social dentro del artesanado, dando lugar al ascenso económico de algunos dueños de talleres, lo que les permitió modificar la división del trabajo y contratar a un mayor número de empleados. A estos dueños de grandes talleres se les empezó a llamar “industriales”, pero, por estar relacionados con una empresa productiva y probablemente por su origen artesanal, también se les denominaba obre-

67.

68.

69.

Para esta tradición, el obrero es una persona desposeída de medios de producción, por lo que vende su fuerza de trabajo en el mercado laboral a cambio de un salario en dinero. Karl Marx, El Capital, t. I, vol. 1, México, Siglo XXI Editores, 1998, pp. 203-205. Para ver cómo se utilizaban estos conceptos, véase: El Proteccionista, Bogotá, No. 1, 29 de octubre de 1910; El Artesano, Pereira, No. 1, 9 de octubre de 1910; El Símbolo, Cartagena, No. 14, 10 de noviembre de 1910; Ravachol, Bogotá, No. 7, 13 de agosto de 1910; El Artesano de Ocaña, Ocaña, No. 2, 1 de noviembre de 1904; La Correspondencia, Tolú, No. 6, abril 20 de 1912; El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 4 abril 4 de 1913; El Socialista, Bogotá, No. 529, 9 de septiembre de 1928; Claridad, Bogotá, No. 46, 10 de mayo de 1928. El Artesano, No 5, Pereira, 7 de enero de 1911; Mauricio Archila señala estas mismas características en su trabajo “Ni amos ni siervos. Memoria obrera de Bogotá y Medellín (1910–1945)”, en: Controversia, Bogotá, No 156–157, 1989, pp. 98–100.

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ros70 . En la medida que aumentaba la desigualdad económica y avanzaba la industrialización, aquellos que eran denominados como industriales dejaron de considerarse como parte del “obrerismo” y, como resultado, disminuyeron los periódicos dirigidos a los industriales, hasta que a mediados de la década de 1910, desaparecieron definitivamente, para empezar a confrontarlos de manera directa. Por esta razón, en los artículos la denominación de industriales, que tenía una connotación respetable, fue sustituida por la de capitalistas, explotadores y burguesía. Esto no sólo era reflejo del avance de la modernización capitalista, sino de la recepción de ideologías radicales y socialistas entre los trabajadores, y del cambio de actitud frente a otros sectores sociales. Si en los periódicos de la primera década del siglo XX la identificación en torno al trabajo material llevaba a que este grupo heterogéneo, denominado con el nombre genérico de “obreros”, compartiera los mismos intereses, expresados generalmente en proteccionismo económico y fomento a la industria nacional, cada vez más la situación se iba presentando en términos de explotación, deslindando terreno entre explotadores y oprimidos, y excluyendo a los primeros, tanto de su clase como de su prensa. En realidad, no fue una decisión simple y unilateral la de excluir a los grandes industriales de la prensa obrera, sino que algunos de ellos también empezaron a diferenciarse como clase, generando elementos de identificación y cohesión de grupo, expresado en publicaciones, como la Revista de Industrias (Bogotá, 1924–1931) y la Revista Nacional de Agricultura (Bogotá, 1905-1930). Más allá de las posiciones retóricas combativas y excluyentes, también había mucho espacio para la concesión y la ambigüedad, a través de la publicidad y en las secciones que reproducían las quejas de los obreros contra sus patronos, los cuales tenían la finalidad no sólo de denunciar a quienes eran arbitrarios, sino de exaltar a los “buenos” industriales que cumplían cabalmente con sus obligaciones. Los dueños de pequeños talleres y algunos trabajadores independientes, se siguieron considerando parte del pueblo, pero la brecha que separaba a un miembro del obrerismo de su potencial explotador era imposible de definir, en términos puramente económicos, puesto que también influían aspectos sociales y culturales muy subjetivos y relativos, como la identificación, el compromiso y su servicio a la causa popular. Por ejemplo, Lino Casas, dueño de una fábrica de cerveza en Bogotá, fue considerado benefactor del pueblo por sus acciones filantrópicas, y se le presentaba como uno de los más dignos repre-

70.

Este proceso se encuentra descrito en: D. Sowell, op. cit., p. 11 y ss.

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sentantes del obrerismo, por su acción como fundador del Partido Obrero y su membresía en el Directorio Central de Industriales y Obreros71 . Para la tercera década del siglo, la denominación genérica de artesano ya era secundaria y el término obrero se había universalizado para referirse a este conjunto heterogéneo de sectores sociales. Durante el siglo XIX y los primeros años del XX, éste había sido el término más común para denominar trabajadores manuales y mecánicos, y que incluían a dueños de taller, maestros de un oficio, oficiales y obreros. La connotación social del término artesano que, en todo caso, hacía menos ambiguo su uso en este período, desaparece lentamente durante el último tercio del siglo XIX, haciendo más difíciles establecer los límites del artesanado72 . Como vimos en un parágrafo precedente, esto obedeció al “relevo” que los obreros hicieron de los artesanos en el liderazgo de los sectores populares y en el desplazamiento del conflicto hacia las zonas de obras públicas, los transportes y los enclaves, donde predominaba el trabajo asalariado. No obstante, en la prensa, como en otras formas de organización de los obreros, el legado y la presencia artesanal fueron muy importantes, en razón de lo cual volveremos sobre este punto. 3. Identificación de directores y redactores con la causa obrera. Mauricio Arcila ha señalado que muchos periódicos obreros fueron dirigidos por pequeños industriales, abogados, intelectuales o artesanos, pero considera que el apelativo de “prensa obrera” es válido porque las publicaciones estaban dirigidas a esa clase y pretendían reflejar su situación73 . Aunque estamos de acuerdo con estas apreciaciones, queremos añadir algunas reflexiones para avanzar en una definición de prensa obrera: Primero, el carácter externo del periódico respecto a los obreros y a los sectores populares no era absoluto, puesto que, en la redacción y distribución de los periódicos, participaban obreros, artesanos y trabajadores en vías de proletarización, y las publicaciones, generalmente, se hallaban vinculadas a partidos, sindicatos o asociaciones populares. Además, muchos periódicos abrieron sus columnas para que obreros y campesinos enviaran cartas o hicieran llegar sus quejas y denuncias sobre malos tratos o pésimas condiciones de trabajo.

71. 72. 73.

“Lino Casas” y “Lino Casas, su muerte y sus funerales”, en: El Proteccionista, Bogotá, No 19-20, 14 y 21 de marzo de 1911; “Lino Casas”, en: El Ariete, Bogotá, 19 de marzo de 1911. D. Sowell, op. cit., pp. 8-10. M. Archila, “La otra opinión: La prensa obrera en Colombia, 1920-1934”, op. cit., p. 212.

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Segundo, quienes escribían en la prensa obrera se sentían identificados con este apelativo (obreros propiamente dichos, artesanos, pequeños propietarios e industriales) o con su causa (algunos intelectuales o personas letradas), y buscaban difundir su ideario o denunciar la situación de explotación de los trabajadores y de los sectores populares en general, en virtud de una serie de identificaciones sociales derivadas del significado amplio y ambiguo del término obrero. En su parte práctica, esta opción se tradujo, generalmente, en actividades políticas tendientes a la educación y movilización obrera y popular, en los cuales el periódico ocupaba un papel fundamental, como se evidencia al realizar un repaso por la vida de intelectuales, como María Cano o Luis Tejada74 . Tercero, debemos hacer énfasis en que la voluntad de representación del pueblo trabajador que caracteriza esta prensa, no puede ser entendida sólo en el sentido de que quienes escribían en ella eran los más “típicos” de su clase (considerando el término representación en su acepción de símbolo o figura), sino que también pretendían denunciar y poner en el escenario público la condición de estos sectores (asumiendo representación en su significado de delegación y exhibición). B. Características generales de la prensa obrera y popular A continuación, presentaremos algunas características de los periódicos obreros, en cuanto a tamaño, periodicidad, financiación, colaboradores, presentación formal y duración. Si bien, para hacer el análisis nos referimos únicamente a periódicos de esta tendencia, es importante tener en cuenta que la mayoría de estos aspectos eran comunes a la prensa política de la época, por lo que no son elementos que definan en forma determinante nuestro objeto de estudio, pero sí nos permiten conocer algunos aspectos acerca de las reglas que regulaban su producción y circulación, y de ciertas relaciones sociales que se tejían a su alrededor. Establecer el número total de periódicos obreros y populares es una labor bastante difícil por la pérdida de muchos ejemplares y la falta de fuentes que informen sobre el tema. Por ello, sólo presentamos un balance preliminar, susceptible de ser completado y depurado a la luz de nueva documentación. Para determinar las publicaciones que podían ser consideradas como “obreras”, se

74.

Ignacio Torres Giraldo, María Cano, apostolado revolucionario, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980; Luis Tejada, Gotas de tinta, Bogotá, Colcultura, 1977.

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consideró que cumplieran, en términos generales, con las características que presentamos en el parágrafo anterior, y esto nos dio un gran total de 158 periódicos en todo el período; cifra que contrasta enormemente con la situación contemporánea. Al hacer el análisis por año, el rango oscila entre un mínimo de 3 publicaciones, en 1906-1908, y un máximo de 30 en 1928, siendo lo realmente interesante de este comportamiento que la curva de la prensa sigue las mismas pautas del movimiento obrero. En la gráfica No. 1 podemos observar que los picos más altos corresponden a la fundación de partidos y organizaciones obreras y socialistas más importante del período, empezando en 1910, con la Unión de Industriales y Obreros; siguiendo en 1913, con la Unión Obrera; en 1916, con el Partido Obrero; en 1919, con el Partido Socialista; en 1925, con la Confederación Obrera Nacional, y en 1928, con la actividad del PSR75 . Gráfica No. 1 Número de periódicos por año, 1904-1929

Desde el punto de vista formal, estos impresos por lo regular, eran periódicos de cuatro páginas y tamaño de un octavo, editados en pequeñas imprentas y tipografías mecánicas, muchas veces de construcción semiartesanal, aunque algunos se enorgullecían de ser publicados en una imprenta eléctrica o a vapor. El tamaño y la calidad variaban frecuentemente a causa de la escasez o la carestía del papel, lo que obligaba incluso a utilizar papel “de envolver” o

75.

Podríamos empezar, incluso, con la Unión de Industriales y Obreros de 1904, pero, teniendo en cuenta la delimitación de este trabajo, no lo consideraremos. Es probable que el número de periódicos sea mayor en los años 1926-1927, pero por la forma como accedimos a la información de estas fechas, a través del listado de Ignacio Torres Giraldo, decomisado en 1928, es posible que los datos hayan quedado subregistrados. Ver: José María Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista y la estrategia de contención del conservatismo doctrinario –La década de los años veinte-, Cali, 1989, copia a máquina, pp. 298–299.

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de colores en situaciones extraordinarias, pero inmediatamente superadas las dificultades, se volvía a emplear el papel periódico tradicional. Por la importancia que tenía la prensa para los sectores obreros, artesanales y socialistas, todos ellos trataron de dotarse de imprentas propias, que garantizaran mayor diligencia y dedicación a sus publicaciones y que les permitieran cubrir otras necesidades, pues también estaban consagradas a la impresión de avisos, carteles, circulares y hojas sueltas. Cuando el presupuesto no alcazaba, debían utilizar imprentas comerciales, corriendo el riesgo de ser rechazados a causa de su posición política o por haber sido excomulgados. Por ello, recurrían a tipógrafos simpatizantes con su causa o sostenían una imprenta entre varios periódicos. Como ejemplo de estas situaciones, puede mencionarse al Taller Gráfico de Núñez e hijos, en Bucaramanga, donde se imprimieron los principales periódicos populares de la ciudad (Trabajo y Libertad, El Obrero, Libertad y Trabajo y El Obrero Moderno); la Imprenta Mundial, en Bogotá, sostenida por un grupo de periódicos socialistas y anarquistas, a finales de la década de 1920, donde se publicaban El Socialista, El Libertador, Pensamiento y Voluntad, Claridad y Sanción Liberal, y la Tipografía Eléctrica, en Barrancabermeja, donde se editaron Vanguardia Obrera, Germinal y un sinnúmero de comunicados y hojas volantes, en apoyo a las luchas de los trabajadores de la Tropical Oil Company. Gráfica No. 2 Lugar de publicación

*Corresponde a 24 ciudades, donde solamente se publicó un periódico: Beltrán, Buga, Caldas, Socorro, Facatativa, Fusagasugá, Jericó, Manzanares, Montenegro (Caldas), Neiva, Ocaña, Palmira, Pamplona, Plato, Pradera, Puerto Tejada, Puerto Wilches, Quibdó, Salamina, Segovia, Sogamoso, Tolú, Tulúa y Túquerres

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La mayoría de los periódicos eran editados en Bogotá, aunque existía una impresionante diversidad geográfica de producción de material impreso; ello da cuenta de una práctica bastante extendida, con una base y un radio de acción más local y regional que nacional. Como se observa en la gráfica No. 2, entre las ciudades donde hubo más títulos obreros y populares, están aquellas que jalonaban el proceso de industrialización y urbanización (Bogotá, Cali, Barranquilla, Medellín), donde había una base artesanal fuerte (Bucaramanga y Pasto) y aquellas vinculadas recientemente a la economía nacional, por el café o la apertura de vías de comunicación (Pereira, Libano, Tumaco, Honda, Manizales). No encontramos indicio alguno para saber con qué criterios se determinaba la periodicidad, pero podemos suponer que influían factores técnicos, económicos y la disponibilidad del cuerpo de colaboradores o del encargado. Formalmente, la mayoría eran semanarios, pero esto no se puede tomar como regla, por dos razones básicas: había quienes pretendían una periodicidad diferente y, sobre todo, muy pocos cumplían con lo anunciado. En cuanto a la primera razón, algunos periódicos se apartaban de la pauta general y anunciaban periodicidad quincenal o bisemanal, mientras que había muy pocos diarios, y eventualmente se podía encontrar algunos, como Los Derechos del Pueblo (Cali, 1909) o El Símbolo (Cartagena, 1910) que se presentaran, el primero, como “Periódico Intermitente”, mientras el otro anunciaba que “no tendrá fecha fija para su salida”. Eran frecuentes las demoras y las interrupciones en la publicación por causas que no se hacían explícitas, pero que estaban relacionadas, entre otras, con viajes o enfermedades del director, falta de un grupo de redactores consolidado o con los problemas pecuniarios, que eran habituales en el periodismo popular. La financiación siempre era precaria y ser el órgano de expresión oficial de un partido, un centro político, una organización artesanal o sindical, no era garantía de mejores condiciones económicas. Bajo la consigna de que la prensa de los obreros debería ser financiada por ellos mismos, la mayoría pretendía subsistir con las suscripciones y la venta de los ejemplares, cosa que se dificultaba porque los agentes y suscriptores se atrasaban con los pagos y la cantidad de periódicos vendidos no todas las veces alcanzaba a cubrir los gastos. Para tratar de aumentar los ingresos, se insertaban pequeñas notas que explicaban la importancia de apoyar la prensa obrera e invitaban reiteradamente a obreros, dueños de talleres y lectores en general, para que anunciaran en sus páginas con avisos permanentes, como éstos:

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‘El Proteccionista’ es uno de los mejores órganos para el anuncio; pues tiene gran circulación en la capital y en los Departamentos, es leído en todas las fábricas, talleres, etc. Envíe usted su anuncio a la administración. 76 La edición de EL LUCHADOR es de 1.500 ejemplares, con los 2.000 lectores de gorra se completan 3.500 lectores que tienen que ver su anuncio. De manera que Ud. si es buen negociante o, mejor dicho, si entiende de negocios, debe anunciar en este bisemanario, pues muy pronto verá el éxito eficaz de sus artículos. ¡Anuncie en EL LUCHADOR!. 77

Muchos de los anunciadores eran artesanos, profesionales o pequeños productores que simpatizaban con el periódico, pero también pautaban las grandes industrias del país que buscaban consumidores entre la naciente clase obrera. Por ejemplo, la Fábrica de Cervezas Bavaria, Tejidos Obregón, bebidas Posada y Tobón, Tejidos de Samacá y Chocolates Chaves y Equitativa, eran frecuentes anunciantes. En nuestra indagación no encontramos indicios de censura a algún tipo de negocios, lo que indicaba que, ante la apremiante realidad económica, se impuso el pragmatismo, puesto que algunas veces los contenidos publicitarios reñían con los principios del periódico, especialmente en lo relativo con las bebidas alcohólicas, cuyo consumo era combatido por los periodistas populares. Igualmente, algunos simpatizantes con la causa, prefirieron aprovechar la oportunidad de poner un aviso (algunos periódicos ofrecían un anuncio gratis a quienes se suscribieran), o colaborar con el periódico sin pensar mucho en la conveniencia para su negocio, como el zapatero Martín Silva, quien anunciaba, muy ingenuamente, la venta de zapatos para seminaristas y sacerdotes, en Ravachol y Chantecler, dos de los periódicos más furibundamente anticlericales, que además habían sido excomulgados y prohibidos por el Clero78. Valga decir que no había periodistas profesionales dedicados exclusivamente a estos periódicos y que los escasos recursos no alcanzaban para pagar sueldos, sino que directores y redactores debían tener otros medios de procurarse la subsistencia, y por compromiso y convicción política colaboraban en la publicación, lo que explica, por qué tan pocos obreros figuraban entre los directores de los periódicos. Pequeños industriales, abogados, tipógrafos y algunos intelectuales, eran los directores y redactores más comunes, pero también era posible encontrar artesanos, obreros, comerciantes, agricultores y chóferes. No existían requisitos formales para colaborar en los periódicos, pero quienes allí escribían sí debían observar algunos principios morales, dada la

76. 77. 78.

El Proteccionista, Bogotá, No. 26, 13 de mayo de 1911. El Luchador, Medellín, No. 70, 19 de julio de 1919. Ver Ravachol y Chantecler, Bogotá, 1910, varios números.

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importancia política y la trascendencia social otorgada a esta labor. Al respecto, en El Artesano de Cúcuta se decía: No deben ser periodistas esos que alquilan su conciencia al mejor postor y se postran ante los Directores por insignificantes mendrugos; los que viven adulando aún a trueque de traicionar los intereses sagrados de la Patria y de la sociedad, que como voceros representan en la prensa; los que siempre han vivido de rodillas; los que no tienen más talento ni saber que los que da el roce cotidiano de los tipos; y en fin, los que apenas poseen una ilustración de canjes, y quieren erigirse en Pontífices.79

La organización formal de los periódicos respondía a un formato común. En la primera página, invariablemente, presentaban el título o nombre del periódico, y la bandera, donde se publicaban los datos formales, como director, ciudad, fecha, número y precio; algunos, además del título y el subtítulo, incluían frases y consignas políticas como, “Vale más un obrero de pie que un noble de rodillas”, “Por la sociedad futura”, o el internacionalista llamado “Proletarios de todos los países uníos”80. La columna de la izquierda se destinaba a lo que hoy día llamamos “editorial” y las dos o tres siguientes artículos políticos se dedicaban a responder algún ataque o a entablar polémica con otro periódico o grupo político. Cuando se publicaban fotografías, que no era lo más usual, éstas generalmente se disponían en la portada. En la segunda página, generalmente, había un texto de carácter político y se insertaban los artículos que daban cuenta de adelantos técnicos o científicos, y las novelas o folletines por entregas. En la tercera página, se concluían los artículos que habían quedado pendientes en algún número anterior, se redactaban pequeñas noticias sociales relacionadas con viajeros, defunciones y actividades culturales del mundo obrero, y, si había cartas de los lectores o un pequeño poema dedicado al trabajo o a la imprenta, seguramente allí encontrarían un lugar. Los pequeños espacios libres en la parte inferior de las páginas dos y tres, o entre los artículos, eran ocupados por avisos comerciales o pequeños letreros producto del ingenio del cuerpo de redacción81 . 79. 80.

81.

“Los que no deben ser periodistas”, en: El Artesano, No. 16, Cúcuta, 10 de octubre de 1911, cursiva en el original. Luz y Unión, Bogotá, Nos. 1-3, 1913; El Proteccionista, Bogotá, 1911, varios números; El Partido Obrero, Bogotá, 1916-1918, varios números; Pensamiento y Voluntad, Bogotá, 1926 (sin fecha); Vanguardia Obrera, Barrancabermeja, No. 38, 2 de octubre de 1926; Germinal, Barrancabermeja, No. 30, 3 de octubre de 1926; El Socialista, Bogotá, 1928, varios números; Claridad, Bogotá, 1928, varios números Estas eran frases cortas, pero contundentes en apoyo a una campaña o de exhortación a los obreros. Por ejemplo: “OBREROS: Guerra al alcohol una de las muchas causas de nuestra miseria”, en: Germinal, Barrancabermeja, No. 30, 3 de octubre de 1926; o “OJO al boicoteo de la prensa runtana”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 12, 7 de junio de 1913.

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Finalmente, en la cuarta página, se presentaban los anuncios publicitarios y las condiciones del periódico (periodicidad, valor de la serie, precio de los avisos y colaboraciones), si éstos se habían omitido en la primera página. Este modelo es compartido por un gran número de periódicos obreros, pero es posible encontrar grandes variaciones. Por ejemplo, aquellos que presentaban caricatura de página entera en la portada, como Ravachol y Chantecler, debían redistribuir su contenido en las dos páginas siguientes; otros tenían más páginas o publicaban números especiales con un contenido diferente; y algunos, como El Ariete o El Obrero Moderno, eventualmente destinaron su primera página para los anuncios comerciales, práctica que se daba más frecuentemente entre periódicos de otras tendencias políticas82. No resulta fácil determinar la duración de estas publicaciones porque, generalmente, se suspendían sin previo aviso; por lo demás, los ejemplares de éstas no se conservan en las hemerotecas, de manera que sólo sabemos de la existencia de algunos periódicos por referencias indirectas. Este es el caso de la mayoría de las publicaciones vinculadas al Partido Socialista Revolucionario (1926-1930) o simpatizantes de este movimiento, de las que se tiene noticia porque aparecen en una lista que le fue decomisada a Ignacio Torres Giraldo, líder de esa organización, cuando fue detenido en la ciudad de Armenia en mayo de 1928, pero no se sabe exactamente desde cuándo se estaban editando83. De acuerdo con la información que hemos recuperado, sólo el 2 por ciento de los periódicos se mantuvo durante más de cinco años, mientras alrededor del 66 por ciento alcanzó, por mucho, un año de existencia, lo que simplemente nos permite decir que tuvieron corta vida, característica compartida con la mayor parte de la prensa política o literaria de la época y que no podría tomarse como una particularidad de los periódicos obreros84. Aunque no desconocemos la perseverancia de periódicos como La Libertad, que se mantuvo por más de tres décadas, debemos señalar algunos factores, aparte del económico, que impidieron su consolidación a largo plazo. En primer lugar, la inexistencia de un cuerpo permanente de colaboradores que garantizara la continuidad de

82. 83. 84.

Véase, El Ariete, Bogotá, No. 19, 9 de julio de 1911; El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 1, 18 de enero de 1913; El Obrero Moderno, Girardot, 1919. Este documento se encuentra trascrito en: José María Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista…, op. cit., pp. 298–299. Hemos calculado estos porcentajes sobre un total de 155 periódicos obreros y populares, publicados entre 1909 y 1929. Los resultados completos son los siguientes: O-1 año, 66%; 1-2 años, 14%; 2-5 años, 7%; 5-10 años, 5%; 10– 20 años, 1%; = 20 años, 1%. El 6% restante corresponde a 10 títulos, de los cuales no se tiene información exacta.

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las publicaciones, con independencia de que su director viajara o se enfermara. Por esta causa, muchos periódicos dependían exclusivamente de una o dos personas que dirigían, redactaban, contestaban a los ataques o se involucraban en polémicas, leían la correspondencia, traducían o adaptaban novelas o folletines, se encargaban de las suscripciones, los anuncios y los canjes, y no en pocas ocasiones se ocupaban también del levantamiento del texto y la impresión, como era el caso de El Martillo, El Cóndor, El Símbolo y, en algunas épocas, El Socialista y La Libertad. En segundo lugar, la vida de muchos periódicos estuvo ligada a una organización política y cuando ésta desaparecía, también fenecía la publicación (véase gráfica No. 1). Con esto no estamos afirmando que esa relación fuera negativa, sino señalando que, como ninguna organización política popular surgida en este período logró perdurar largo tiempo, sus publicaciones también tuvieron una vida limitada; porque, en todo caso, es necesario reconocer que esas organizaciones fueron un pilar fundamental para la edición de estos periódicos y en gran medida constituían su razón de ser. En tercer lugar, como lo analizaremos más ampliamente en el tercer capítulo, no puede desdeñarse la acción del Clero y las autoridades gubernamentales que promovieron campañas y acciones represivas contra la prensa obrera, lo que implicó el cierre de muchos periódicos y llevó a la cárcel o al exilio a sus directores. Para ilustrar esto, basta citar los casos de Ravachol y Chantecler, en 1910, y la prensa asociada al Partido Socialista Revolucionario, entre 1927 y 1929.

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Capítulo 2 LA PRENSA Y LAS FORMAS DE SOCIABILIDAD POLÍTICA POPULAR

En este segundo capítulo, estudiamos las diversas maneras cómo la prensa obrera se constituyó en un medio de sociabilidad política popular, intentando reconstruir su papel en los principales lugares de reunión política, tanto de los activistas y dirigentes políticos, como de los trabajadores comunes y corrientes. A lo largo de la exposición se analizan algunos de los proyectos culturales que aparecen implícitos y explícitos entre quienes editan y difunden los periódicos, tales como los relacionados con la creación de bibliotecas y escuelas populares, la promoción de conferencias y espectáculos culturales, la reivindicación de la vida laica, en oposición a la cotidianidad religiosa predominante, y el papel atribuido a la solidaridad, como un criterio distintivo de aquellos que proponían otro tipo de organización social.

I. LA PRENSA OBRERA Y POPULAR COMO MEDIO DE SOCIABILIDAD Los dos objetivos fundamentales que, a los ojos de los directores y redactores, justificaba la existencia de la prensa obrera, eran la educación (ilustración) y la organización política del pueblo. Pero el periódico no sólo funcionaba como medio de comunicación, en el sentido más clásico de llevar el mensaje a un receptor, sino que en torno a él se tejía una serie de relaciones sociales y políticas, que ayudaba a reforzar los objetivos de la publicación y que, ade-

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más, se extendía en un radio de acción mucho más amplio: el perteneciente a la cultura política popular y, específicamente, a los modos y espacios de sociabilidad política popular. Esto podría explicarse porque, aun cuando todos los medios de comunicación modernos pueden generar espacios de recepción colectiva del mensaje, el periódico es un medio que por pertenecer al orden de lo impreso se fija en un elemento material (papel) y por lo tanto logra desprenderse de la inmediatez y de la simultaneidad de otras formas de comunicación. En consecuencia, el periódico adquiere una especie de vida propia, tanto en el tiempo como en el espacio y, por lo tanto, puede ser transportado, guardado, pasado de mano en mano, prestado, leído, en forma individual o colectiva, discutido y confrontado. De esta manera, la prensa obrera es objeto de múltiples usos políticos, culturales y sociales, más allá de la lectura colectiva o individual, contribuyendo a la formación de una red de espacios de sociabilidad y de actividades que refuerzan los objetivos de los periódicos. Además, la llamada “socialización obrera” cobra vital importancia en este contexto, puesto que, así como la adquisición de un imaginario social particular y de una cultura democrática transforma a un hombre de sociedad tradicional en ciudadano, la representación social en que el proletario reemplaza al ciudadano requiere también de un aprendizaje que se logra a través de nuevas prácticas o nuevas formas de sociabilidad1 . Cabe anotar que los conceptos de socialización obrera y sociabilidad, no eran ajenos en el contexto histórico, pues los encontramos mencionados en la prensa misma. El primero se utilizaba para referirse al encuentro e intercambio de ideas y experiencias entre los obreros, mientras con el segundo se quería transmitir la noción de que, El propio esfuerzo nada vale si no va sumado con el de otras unidades para formar la sociedad. La idea de sociabilidad no es propia del hombre únicamente; al contrario, la ha copiado de la Naturaleza, pues él nada crea y todo lo imita. Hasta los animales inferiores se juntan y viven en comunidad para mejor defenderse y prosperar, porque en la sociedad de sus semejantes encuentran en placer y la simpatía.2

1. 2.

François-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución, t. I, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 181. El Artesano, Cúcuta, No. 1, 16 de marzo de 1911. Cfr. La Unión Obrera. Órgano de la socialización obrera del departamento, Bucaramanga, 1919.

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De una manera mucho más formalizada, Maurice Agulhom ha definido sociabilidad como la “aptitud de vivir en grupos y consolidar los grupos mediante la constitución de asociaciones voluntarias”3 . Esta conceptualización, bastante amplia, pero que ha demostrado su operatividad en múltiples estudios históricos, nos remite a las formas de la vida colectiva que los hombres estructuran con el objetivo de relacionarse en grupos relativamente estables y numerosos. El citado autor también ha desarrollado una clasificación básica de los diferentes tipos de sociabilidad, distinguiendo la formal (círculos burgueses, cofradías, logias, etc.), informal (los dormitorios obreros, el cabaret, etc.), burguesa y obrera4 . Sin embargo, ni la redacción solitaria de un periódico ni la lectura individual del mismo, pueden ser considerados ejercicios de sociabilidad, sino aquellos ejemplos de redacción e impresión colectiva de prensa que lograron generar dinámicas de grupo y, así mismo, círculos informales de lectura y discusión en diferentes lugares del país. Nuestro propósito no es estudiar la sociabilidad obrera a principios del siglo XX, en general, sino analizar cómo la prensa se constituyó en eje alrededor del cual se construyeron espacios de sociabilidad popular formal e informal; aunque, como veremos más adelante, son fenómenos difíciles de separar completamente. La sociabilidad se ejerce siempre en un lugar específico, aspecto que no es problema para las clases dominantes, pero sí para el proletariado, no sólo por la falta de recursos materiales, sino también por los obstáculos impuestos por diferentes instituciones de control social. Por ello, podemos ver el proceso de desarrollo de la sociabilidad obrera en el país, como la lucha por conseguir espacios propios en los cuales pudieran desarrollar su vida social y política. Como en otras partes del mundo, en Colombia la creación de casas del pueblo, bibliotecas, imprentas y cafés obreros, hicieron parte de este fenómeno de institucionalización de espacios de encuentro popular; estos lugares surgieron y coexistieron con otros sitios, que, en principio, tenían otra finalidad, pero que por diferentes dinámicas sociales se convirtieron

3. 4.

M.Agulhom, “Clase obrera y sociabilidad antes de 1848”, en: op. cit., p. 55. Esta tipología, nos ha servido como guía de análisis para nuestro estudio, pero no la utilizaremos en la presentación de resultados, pues en el contexto histórico analizado las divisiones no son absolutamente radicales. Una síntesis sobre el estado de los estudios históricos sobre sociabilidad se encuentra en: Jean–Louis Guedeña, “Un ensayo empírico que se convierte en un proyecto razonado: Notas sobre la historiografía de la sociabilidad”, en: Alberto Valin (director), La sociabilidad en la historia contemporánea, Vigo, Duen de Bux, 2001.

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también en lugares de reunión política habitual, como cantinas, chicherías, peluquerías, sastrerías o casas de familia5 . A. Los dirigentes obreros: oficinas de periódicos y sedes obreras No todos los periódicos tenían imprentas propias, pero sí contaban con un espacio donde se editaba y se atendían todos los aspectos administrativos del mismo. Sin embargo, el carácter político y no profesional de estas publicaciones, motivaba que sus sedes no estuvieran aisladas del medio político, social o familiar. En el caso de los periódicos que eran órgano de expresión de gremios, sindicatos o partidos, generalmente su oficina estaba en la misma casa o local donde funcionaba la organización política, de manera que la cotidianidad del periódico estaba mezclada con las diferentes reuniones o actividades que allí se realizaban6 . Otros directores establecían la sede del periódico en su casa particular o en su local de trabajo y, por tanto, la actividad periodística se entrelazaba con la vida doméstica y las actividades económicas de la familia. Se conoce muy poco sobre la vida cotidiana en estos lugares, porque el énfasis de los documentos y periódicos producidos por las organizaciones populares estaba en lo político y, salvo los problemas financieros, hacían pocas referencias a la vida diaria en las imprentas y locales de reunión. Por esta razón, para aproximarnos a los espacios de sociabilidad política, nos hemos apoyado en las Relaciones de la Policía Nacional sobre novedades en la ciudad, que se conserva en el Archivo General de la Nación, en forma parcial, para los años de 1919–1922. Aun cuando con esta información podemos reconstruir los lugares de reunión política y el tema de cada encuentro en Bogotá, no encontramos allí descripciones sobre los rituales y las relaciones personales, Por ello, hemos acudido a otro tipo de fuentes, cuya principal debilidad y fortaleza, al mismo tiempo, es la subjetividad y la maleabilidad de la memoria; nos referimos a los recuerdos familiares, las entrevistas y los testimonios que trascribe María Tila Uribe en su libro, Los Años Escondidos7 .

5.

6.

7.

M. Agulhom, op. cit., pp. 78-79; véase, también, Oscar Frean Hernández, “La creación de una identidad colectiva: sociabilidad y vida cotidiana de la clase obrera gallega”, en: Alberto Valín, op. cit., p. 135 y ss. Por ejemplo, la Asociación Gremios Unidos de Cúcuta tenía local propio, donde, además, funcionaba su periódico, El Artesano, y se llevaban a cabo conferencias y reuniones políticas. El Artesano, Cúcuta, 1911. María Tila Uribe, Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, Bogotá, CESTRA- CEREC, 1994.

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Tomando como base esta documentación, podemos afirmar que la edición del periódico era una empresa colectiva que, en algunos casos, llegó a nuclear un grupo importante de personas, quienes desinteresadamente se vinculaban a las diferentes actividades relacionadas con la publicación, ya que, más allá de las redacción, se necesitaban personas que levantaran y compusieran los textos, manejaran la imprenta, plegaran, distribuyeran, pegaran carteles con el contenido e hicieran mandados. Todos ellos conformaban grupos informales, aunque estructurados, que finalmente posibilitaban la circulación del periódico8 . Como los costos y las contingencias en las editoriales comerciales eran muy grandes, la mayor aspiración de los periódicos populares era tener imprenta propia. Para conseguir el dinero necesario, realizaban campañas e impulsaban la suscripción entre los lectores y los grupos de trabajadores cercanos al periódico; por este medio, La Unión Obrera, La Voz del Pueblo, Vanguardia Obrera, El Luchador, La Humanidad, y La Justicia, pudieron adquirir su imprenta. Algunas iniciativas similares culminaron en la adquisición o donación de mimeógrafos o máquinas de escribir, que también eran útiles, porque no solamente se imprimían periódicos, sino también carteles, manifiestos, hojas volantes, folletos, discursos y cancioneros. Por ejemplo, en 1925 el grupo de socialistas de Bogotá, que se reunía en un local situado en la calle del DiviDivi (calle 4ª, entre carreras 7ª y 8ª), compró cuatro mimeógrafos y empezó a pagar una imprenta con los dineros aportados por ocho sindicatos, que también funcionaban en ese sitio. Fue en esa imprenta donde se inició la edición de un boletín llamado La Chispa, antecedente de los periódicos del PSR9 . Significativamente, a algunos mimeógrafos y grupos de reunión se les fueron asignando nombres, con los que todo el mundo los reconocía. Miguel Ángel, que en la década de los veinte fue “correo rojo”10 , mucho tiempo después, en una entrevista concedida a María Tila Uribe, recordaba algunos de ellos: A los mimeógrafos también les tenían nombres: el del “Chiverudo” (Felipe Lleras) se llamaba el Mágico, al de “Nevares” le decían “diacrónico” y al del “Negro” Guerrero lo apodaban “sincrónico”. Lo mismo que a los grupos, eso fue un poco más tarde en el PSR, pero se empezó a perfilar desde 1925: había

8. 9. 10.

Cfr. Testimonio de Carlos Cuellar, quien conoció de cerca la redacción de los periódicos Nueva Era y Revolución, en Bogotá. María Tila Uribe, op. cit., 193. Ibíd., pp. 106-108. Los correos rojos eran niños y jóvenes que llevaban y traían razones a los socialistas, colaboraban haciendo mandados y pequeñas tareas y, además, vendían los periódicos y hojas sueltas publicadas por diferentes grupos políticos.

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un grupo que llamaban “La sociedad de amigos de la muela cordal”, porque lo dirigía Pedro Barrera que era dentista; al que dirigía D´Aichardi lo llamaban “los defensores del queso de Cabeza” porque algunos trabajaban en una fábrica de carnes frías y al grupo del viejo Unda les decían “los observadores de las tortugas”, según D´Aichardi porque eran sospechosos de ociosidad. 11

Como resultado de la amistad y el trabajo compartido, a muchos personajes se les ponían apodos, los cuales estaban relacionados con sus características físicas, defectos, virtudes o profesiones. En esta larga lista podemos encontrar también una faceta de la influencia de la Revolución Rusa no estudiada, a través de apodos, como “Vasilovich”, “Cucarronov” o “Burroienko”12 . Estos nombres brotaban espontáneamente o eran fruto del ingenio de algún “talentoso” para ponerle apodos a la gente, y no tenía nada que ver con los seudónimos uniformados e impersonales con que se denominaron los dirigentes del PSR para burlar la policía y poder mantener sus canales de comunicación. De acuerdo con la documentación incautada a Ignacio Torres Giraldo, en 1928, los seudónimos invariablemente se componían de un nombre femenino y el apellido del personaje. Por ejemplo, el alias de Marco Aurelio Ojeda era Elvira Gallo de Ojeda, el de Luis Acevedo, Mercedes Barón de Acevedo, y así sucesivamente13 . Los sitios de reunión obrera más importantes de Bogotá se localizaban en el barrio Las Cruces. En edificaciones muy cercanas entre sí estaban La Liga de Inquilinos, La Casa del Pueblo y la Sede Obrera. En estos lugares, la vida política era intensa, pues servían de base a algunos sindicatos, se desarrollaban reuniones políticas, se coordinaban algunas huelgas y se utilizaban como centro de acopio de los elementos materiales con los que se apoyaba a los huelguistas en otros lugares del país. En estas casas, también se realizaban diversas actividades culturales y sociales, especialmente los fines de semana, cuando no sólo concurrían obreros(as) y artesanos, sino toda la familia; además de las conferencias, había funciones de música, declamación de poesía y títeres14 . Curiosamente, los periódicos solamente reflejaban la vida política y las conferencias que llevaban a cabo, pero no registraban las demás actividades que allí se desarrollaban. Otros lugares públicos de reunión, eran el Salón Samper, donde sesionaban los estudiantes; el Edificio Landínez, situado en el marco de la Plaza de las 11. 12. 13.

14.

Testimonio de Miguel Ángel, concedido a María Tila Uribe, en 1992, op. cit., p. 107. Ibíd., p. 107. “Lista de seudónimos con los cuales se deben adoptar para la correspondencia revolucionaria”, documento incautado a Ignacio Torres Giraldo, en 1928, en: J. M. Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista…, op. cit., p. 294. M. T. Uribe, op. cit., pp. 55-56; Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno, Sección Primera, tomos. 813– 816, 837– 841, 85 - 854, 865– 866. En adelante, citado como AGN, FMG, S1.

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Cruces, que, al parecer, se prestaba o se alquilaba sin distingo alguno, puesto que allí se desarrollaban reuniones de diversas tendencias y partidos políticos; el Pasaje Paul, que servía del albergue al gremio de chóferes; la zapatería de Julio Medina, sede del gremio de zapateros, y diversas plazas y parques de la ciudad (Plazuela de Egipto, Parque de la Independencia, estatua de la Pola, Plazuela de Bavaria, Plazuela de San Victorino y Plaza de las Cruces), donde se llevaban a cabo reuniones políticas, retretas y conferencias. Aparte de estos grandes lugares de reunión, en otros sitios se encontraban grupos más pequeños de dirigentes, intelectuales, estudiantes y obreros. En la peluquería de Alejandro Lombo (calle 2ª con carrera 5ª), se reunían algunos miembros del gremio de los voceadores de prensa, con Erasmo Valencia, Carlos F. León, Luis A. Rozo y Juan de Dios Romero, directores de Claridad, La Voz Popular, Pensamiento y Voluntad, y El Socialista, respectivamente. Este grupo, que María Tila Uribe describe en 1922, mantiene su cohesión hasta el final de la década, pese a que allí convergían tendencias políticas heterogéneas. En algún momento, que no podemos determinar con precisión, se integraron Luis José Correa y Biófilo Panclasta, directores de Sanción Liberal y El Libertador, y todos ellos emprendieron proyectos políticos conjuntos, como la fundación del Centro de Unidad y Acción Proletaria (con gran trabajo político en 1928) y compartieron la Imprenta Mundial, donde editaban sus publicaciones15 . Aunque las mujeres asistían a las actividades políticas y culturales, a las tres grandes sedes del barrio Las Cruces, y algunas frecuentaban la peluquería de Alejandro Lombo, el lugar de reunión femenino preferido, a partir de 1920, fue el almacén “Egipto”, en la carrera 8ª con calle 11º, de propiedad de Leopoldo Vela Solórzano. Este personaje, promotor de la Liga de Inquilinos de Bogotá, no sólo vendía periódicos obreros, como El Luchador y El Obrero Moderno, sino que daba acogida a un grupo de mujeres que se encontraba en su local para redactar peticiones y artículos, leer periódicos y libros, y conversar. Allí se reunían Carlina de Mancera, Enriqueta Jiménez, las hermanas María, Susana y Elvira Medina, María Triviño, Eufrosina Forero, Leonilde Riaño, Julia Bohórquez y algunas trabajadoras pertenecientes a los gremios de costureras, capacheras y cajetilleras16 .

15. 16.

Ibíd., pp. 60– 61; El Socialista, Bogotá, 1928, varios números. M. T. Uribe, op. cit., p. 48 y ss. Carlina de Mancera fue esposa de Pablo Emilio Mancera, con quien trabajó en la redacción del periódico La Libertad y se destacó también como activista del PSR; Enriqueta Jiménez fue una destacada dirigente de la capital, asistió como delegada de un grupo femenino al Congreso Obrero de 1924, y posteriormente estuvo entre los fundadores del PSR; se casó con el dirigente socialista Fidedigno Cuellar, de quien se separó, y luego fue compañera de Tomás Uribe Márquez. Elvira Medina fue dirigente de las Capacheras, en Bogotá y, posteriormente, fue a Girardot a desarrollar trabajo político. Leonilde Riaño fue Flor del Trabajo del Tequendama, en 1926.

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Un lugar de reunión, con mucha trascendencia en la historia cultural y política del país, fue la tintorería del ruso Silvestre Savitski, porque allí se reunían algunos integrantes de “Los Nuevos” (ya mencionados en el primer capítulo), además de estudiantes, políticos e intelectuales, que llegaron a tener protagonismo nacional, como Luis Tejada, Moisés Prieto, Luis Vidales, José María Olózaga, Josué E. Nieto, Gabriel Turbay, Roberto García Peña, Abel Botero y Manuel Antonio Arboleda. No existen muchas certezas sobre la vida de este personaje antes de llegar a Bogotá, en 1922, pero, según Luis Vidales, Savitski, oficial de la caballería del ejército rojo habría sido enviado a China a comprar trigo para la revolución. Cumplido este cometido tuvo que regresar por Japón, en donde el gobierno intentó decomisar el trigo, viéndose obligado a venderlo. En su viaje Savitski se había conocido con una rusa blanca, con ella viajó a América, radicándose primero en Panamá, de donde procedía cuando llegó a Colombia.17

Inmediatamente instalado en su tintorería Frankfut, de Bogotá, aunque no tenía una formación teórica fuerte, se convirtió en el animador del influyente grupo comunista mencionado anteriormente, el cual tuvo una participación protagónica en el Primer Congreso Obrero y la Conferencia Socialista de 1924, y contribuyó, en forma significativa, a la difusión del ideario de la Revolución Rusa en el país. La tertulia llegó a su fin, pues Savitski fue expulsado del país, en julio de 1925, bajo la acusación de conspiración, precisamente en el mismo momento en que se estaba llevando a cabo el Segundo Congreso Obrero. Sin embargo, la historia de la tintorería no terminó allí porque, antes de partir “el emigrante”, decidió donarla a algunos socialistas, en cabeza de Patrocinio Rey, quienes siguieron atendiendo el establecimiento y lo convirtieron, además, en oficina de trabajo político y periodístico. Finalmente, el negocio fracasó por la falta de experiencia del grupo en el oficio de la tintorería, pero algunos obreros de la capital siguieron utilizando el local durante cierto tiempo para llevar a cabo sus labores periodísticas18 . La residencia de Biófilo Panclasta era lugar de tertulia para aquellos que se decían anarquistas. Este personaje vivía con su compañera, Julia Ruiz, en una casa de la carrera 9ª No. 4-96; allí tenían un negocio de compra y venta

17. 18.

Medófilo Medina, Historia del Partido Comunista de Colombia, t. I, Bogotá, CEIS, 1980, p. 88. “La despedida de Zavitzky”, en: El Diario Nacional, Bogotá, 28 de julio de 1925; M. T. Uribe, op. cit., pp. 115-116, 205–206; M. Medina, op. cit., p. 88; I. Torres Giraldo, Los Inconformes, t. 3, Bogotá, Editorial Latina, 1978, p. 789.

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de muebles y cachivaches, que frecuentemente era cerrado en la tardes para dar paso a reuniones informales con amigos y dirigentes políticos cercanos a la pareja. Pero la gente no sólo iba en busca de conversaciones políticas y conocimientos sobre el anarquismo y las aventuras de Biófilo en América Latina y Europa; muchos se sentían atraídos también por Julia Ruiz, una ex hermana de la caridad que afirmaba tener poderes sobrenaturales, leía las cartas, actuaba como pitonisa y servía de médium en las sesiones de espiritismo. Julia ganó fama entre la sociedad bogotana por sus predicciones en la lectura de las cartas, de modo que personas de diferentes clases sociales (políticos, señoras de alcurnia, prostitutas, artesanos y obreros), iban a consultarla. Los ingresos que obtenía por esta labor eran utilizados en la manutención de su hogar, porque, al parecer, la venta de muebles no era rentable, y daba frecuentes donaciones para apoyar las actividades políticas de su marido y algunos periódicos populares. Ella misma escribió para algunas publicaciones, como El Libertador, El Socialista y Claridad, y en varias ocasiones financió la publicación de hojas sueltas con sus escritos19 . La vivienda que tomaron en alquiler los dirigentes populares, Tomás Uribe Márquez y Enriqueta Jiménez, cuando decidieron vivir juntos, también se convirtió en centro político, social y cultural. Este lugar era conocido como “La casa del angelito”, por una pequeña pila que había en uno de los patios, y su época de esplendor, según María Tila Uribe, fue hacia 1926, cuando se estaba redactando el programa político del partido que se oficializaría, a finales de ese año, en la convención de Venadillo. De acuerdo con el relato de esta autora, Tenía esa casa en su fachada dos ventanas con barritas “arrodilladas” y al entrar al zaguán se sentía el aroma de las canangas o enredaderas del patio; varias alcobas para las familias y dos más para los visitantes. Allí dormían María Cano cuando venía a Bogotá (sic), al igual que Mahecha, Torres Giraldo y otros compañeros. Entre las 6 y 9 de la noche llegaba a la casa un buen número de personas, por lo general de parecida vocación política a dejar o discutir docenas de informes, cartas o artículos. Se encontraban a veces despreocupadamente y en otras ocasiones parecían un verdadero motor ejecutivo resolviendo problemas. Era un ambiente amable donde se tomaba café en torno a

19.

José A. Osorio Lizarazo, “La vida misteriosa y sencilla de Julia Ruiz” y “Biófilo Panclasta, el anarquista colombiano, amigo y compañero de Lenin, que conoció lo horrores de la estepa de Siberia”, en: op. cit.; M. T. Uribe, op. cit., pp. 67– 69. Sobre la vida de estos dos personajes, véase: Orlando Villanueva Martínez et. al, Biófilo Panclasta, el eterno prisionero, Bogotá, Ediciones Proyecto Cultural “Alas de Xué”, 1992. Algunos de los escritos de Julia Ruiz que logramos hallar, se encuentran en El Socialista, Bogotá, No. 356, 18 de noviembre de 1928 y Claridad, No. 52, Bogotá, 4 de mayo de 1928.

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una mesa y de vez en cuando hacían tertulias con tiple, añoradas hasta muchos años después. El “Mono” Dávila recordaba la inevitable pregunta de Elvirita al entrar: ¿Cómo estamos hoy de presos? Y añadía que al verla se sentía atravesado como corazón de Cupido. Ella a su vez contaba que a esas tertulias se llegaba sin afán y el humor permanecía al acecho. Disfrutaban de una buena conversación, repasaban o jugaban con las palabras ejercitando acertijos mentales: acrósticos, charadas y otros retruécanos de tradición santafereña. Luego venía lo inevitable: terminaban precisando ideas y dándole vueltas a los problemas del país. 20

También, eran casi rituales las llamadas peregrinaciones políticas que transitaban por las calles más céntricas de la ciudad. Algunas se dirigían al cementerio, a visitar la tumba de algún héroe popular o a los obreros asesinados el 16 de marzo de 1919; en estos casos, se partía de la Casa del Pueblo o de la calle doce, se tomaba la carrera 8ª y luego la calle 26, y había consignas, discursos, ofrendas florales y a veces música. Otras peregrinaciones tenían como destino los principales hoteles de la ciudad, con el objetivo de saludar a los dirigentes político ilustres que visitaban la capital; en esos casos, lo usual era nombrar a un orador del público y se esperaba que el homenajeado respondiera con un discurso21 . B. La gente del común: cantinas y chicherías Hasta ahora hemos centrado nuestra atención en los lugares de sociabilidad de los dirigentes y activistas políticos populares; sin embargo, valdría la pena preguntarse por los obreros y artesanos del común: ¿ellos también se reunían y se asociaban?, ¿con quiénes y dónde se reunían? Dadas las dificultades existentes para reconstruir las formas de sociabilidad política popular, es importante tener en cuenta que, algunas veces, los documentos brindan información sobre temas que no constituían su objetivo central. Por ejemplo, a raíz del magnicidio del general Rafael Uribe Uribe, el 15 de octubre de 1914 en Bogotá, se hizo una exhaustiva investigación para determinar si había autores intelectuales o cómplices materiales, además de los dos artesanos que habían sido capturados minutos después de cometer el crimen. A partir de algunos indicios tomados de las indagatorias de los inculpados y de otras personas que

20. 21.

M. T. Uribe, op. cit., p. 131. AGN, FMGO, S1, t. 813, fs. 432–435; t. 815, f. 410; t. 816, fs. 62–63; t. 851, f. 401; t. 853, f. 17; t. 865, fs. 76, 207, 262; t. 866, f. 256. Los rituales relacionados con los héroes populares se analizan en el capítulo 4.

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fueron llamadas a declarar, puede reconstruirse la vida social y política de los dos artesanos involucrados en la investigación. Estos personajes, llamados Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, además de ser amigos, tenían una historia de vida similar. Los dos ejercían el oficio de carpintería y habían sido reclutados por el Gobierno para participar en la Guerra de los Mil Días, pero no se conocieron en esa época, sino años más tarde (posiblemente en 1909 ó 1910), cuando Leovigildo Galarza, en su calidad de jefe de taller de artillería, le dio empleo a Carvajal. Estuvieron trabajando en esa dependencia hasta diciembre de 1913, y en enero del año siguiente se asociaron para poner una carpintería; unos meses después se separaron “por diferencias en sus cuentas”. Tras esas desavenencias se distanciaron y sólo se volvieron a encontrar el 14 de octubre de 1914, un día antes al crimen22 . Hasta ese momento, estos personajes habían llevado una vida anónima, no eran personas prestantes; por el contrario, vivían en permanente penuria económica y tampoco eran grandes líderes políticos o dirigentes sociales reconocidos. No obstante, la investigación puso de presente que eran personas informadas sobre la política nacional y las actividades de los partidos, tenían una opinión política propia y pertenecían a varias asociaciones políticas y culturales. Precisamente, Galarza y Carvajal esgrimieron como motivo del asesinato la falta de trabajo y la pobreza en que vivían los artesanos que, según ellos, era culpa del general Uribe Uribe, porque el Ministerio de Obras públicas sólo ocupaba a los bloquistas, y este individuo era quien había creado el Bloque23 . Aunque era evidente su marginamiento económico, no podría decirse lo mismo en los ámbitos político y social, puesto que con sus pares (los artesanos) habían desarrollado diferentes estrategias de sociabilidad popular y, de alguna manera, participaban de la cultura letrada. Así, los dos carpinteros sabían leer y escribir, mantenían correspondencia epistolar, leían la prensa y algunos libros, como Las aventuras de Scherlok Holmes. Leovigildo Galarza, además, declaró que había leído un libro que trataba de “magnetismo, hipnotismo, espiritualismo y sugestión”, y que había sido contribuyente para el periódico La Unión Obrera. Los papeles que se hallaron en la carpintería se relacionaban con las sociedades a las que pertenecían, como actas de reunión del Grupo Antonio José de Sucre; un borrador de los Estatutos de la Unión Obrera de Colombia; una nota del mismo grupo, dirigida a sus similares de

22. 23.

Indagatoria a Leovigildo Galarza (4 de noviembre de 1914), en: Alejandro Rodríguez Forero, Vista fiscal, Bogotá, Imprenta Nacional 1916, p. 28. Ibíd., indagatoria a Jesús Carvajal (octubre 15 de 1914), pp. 11-12.

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Girardot; tarjetas de invitación del Comité Caldas y las sociedades La Piquetera y Recreativa; varias circulares invitando a las sesiones de la Unión Obrera, un cuaderno con apuntes y algunas cartas24 . En los meses anteriores a octubre de 1914, estos dos personajes habían estado vinculados a las siguientes asociaciones: El Comité Caldas, La Unión Obrera de Colombia, el grupo Antonio José de Sucre, la sociedad La Piquetera y la Sociedad Recreativa. El primero era un comité que se había formado para apoyar la candidatura presidencial del republicano Nicolás Esguerra, y las sociedades Piquetera y Recreativa organizaban bailes, piquetes y reuniones, para celebrar los onomásticos de sus asociados, actividades en las que participaban también sus familias. En el cuadro No.1 se explicitan los diversos grupos a los que pertenecían Galarza y Carvajal, lo cual es un buen ejemplo de las complejas formas de sociabilidad en las que participaban estos artesanos bogotanos. Cuando analizamos el lugar de reunión de estas organizaciones, constatamos que los sitios de trabajo, de sociabilidad política y de diversión, se cruzaban y se superponían continuamente. En la carpintería de Galarza, los martes de cada semana, se llevaban a cabo las reuniones de la Sociedad Recreativa; a éstas sólo asistían los asociados (sin su familia), se recogían las cuotas pecuniarias, se discutían los estatutos y se planeaban las actividades centrales a desarrollarse, como bailes y piquetes. Pero las reuniones especiales tenían una dinámica muy diferente. Según el agente Ángel María Amaya, quien prestó guardia a la entrada del local en una de esas ocasiones, entre las 8 y las 10 de la noche, se reunieron varios hombres y mujeres que pronunciaron dos discursos y además hubo música de cuerda, trago y cerveza de un barril de sifón. Se sabe que esta sociedad ya no se reunía en la época del crimen de Uribe, porque los aportes de sus miembros no eran suficientes para solventar los gastos de los bailes y piquetes25 . En las declaraciones encontramos una permanente alusión a las chicherías como sitio cotidiano de encuentro, alimentación, diversión y reunión política. A manera de ilustración, recordemos que la noche del 14 de octubre, Galarza, Carvajal y otros individuos más habían estado en la chichería Puerto Colombia, luego se habían dirigido a la de Puente Arrubla, “donde hicieron baile de hombres sin mujeres”, y antes de despedirse habían entrado a tomar chicha a

24. 25.

Ibíd., pp. 29, 54–55, 141-142 y 313. Indagatoria a Jesús Carvajal (11 de noviembre de 1914) y declaraciones de Carlos Julio Casas, joven aprendiz de la carpintería del capitán, Espíritu S. Forero y del agente de policía, Ángel María Amaya, en: A. Rodríguez Forero, op. cit., pp. 33, 116-117 y 273-276.

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La Alambra26 . La chichería Puerto Colombia, por diferentes motivos, aparece nombrada muchas veces en el proceso, pues allí no sólo iban estos carpinteros a tomar, jugar naipes y a comer, sino que el local era a su vez un reconocido sitio de reunión política que, en algunas ocasiones, servía de refugio al Comité Caldas, a la Sociedad Recreativa y a la Unión Obrera. Cuadro No. 1 Grupos primarios urbanos a los que pertenecían los carpinteros Galarza y Carvajal (1913-1914)

Fuente: Alejandro Rodríguez Forero, Vista Fiscal , op. cit., pp. 29-30, 139-142, 144-146. Tomado de: Alberto Mayor Mora, Cabezas duras y dedos inteligentes. Estilo de vida y cultura técnica de los artesanos colombianos del siglo XIX, Bogotá, Colcultura, 1997, p. 314.

26.

Ibíd., indagatoria a Jesús Carvajal (15 de octubre de 1914), p. 11.

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En la confesión de Jesús Carvajal, se muestra una faceta de las chicherías en la que poco se ha reparado: la celebración de bailes de hombres. Sobre este tema encontramos otros indicios en la declaración de Leovigildo Galarza, quien afirmó que en la noche del 14 de octubre, “se fueron a la Chichería de PUENTE ARRUBLA en donde se dedicaron a jugar el naipe apostando el licor y los cigarrillos, hasta que llegaron unos músicos que empezaron a tocar tiple y guitarra, y los demás se pusieron a bailar hombre con hombre”27 . Por su parte, Abel Pérez Acebedo, uno de los hombres que esa noche estuvo en la chichería, declaró que habían estado “jugando naipe, tocando tiple, bandola y guitarra, bailando entre hombres y tomando chicha hasta la media noche”. A renglón seguido, este personaje aclaró que esta no era una reunión especial, “sino una de las que celebran con frecuencia en las chicherías de La Argentina, Puerto Colombia, Puente Arrubla, y otras, en que se juega al billar y a los naipes, se toma chicha y se baila”28 . Existen otros elementos que le dan más fuerza a la aseveración de Abel Pérez, en el sentido de que esa no era una reunión especial; estos hechos ocurrieron un miércoles, día laboral, y los músicos llegaron espontáneamente. Seguramente, hacían parte de esos tríos musicales que recorrían tiendas y chicherías ofreciendo sus canciones a cambio de algunos centavos. De lo anterior, puede concluirse que los bailes de hombres no eran una práctica extraña en la época, sino que hacían parte de la gama de diversiones populares masculinas, en la que también estaban el tejo, el billar y el juego de naipes. Abel Pérez declaró que había estado en la chichería la noche anterior al crimen y describió libremente las actividades que allí realizaron, pero negó ser miembro del Comité Caldas, aunque había otros testigos que lo señalaban como secretario de dicho grupo, pues seguramente creyó que era más comprometedor el centro político que la chichería; sin embargo, el fiscal que llevaba el caso tal vez pensaba lo contrario y mientras exoneró al Comité de cualquier responsabilidad, hizo una fuerte condena moral a aquellos que asistían a las chicherías, aludiendo de manera indirecta a los bailes de hombres: Arriman (el bajo pueblo) los elementos de su trabajo antes de la puesta del sol, para dirigirse directamente a los establecimientos de chichería, convertidos en escuelas de corrupción, en donde dan rienda suelta al vicio, y el desenfreno llega al extremo de transformar a esos hombres en verdaderos arlequines, que no alcanzan a darse cuenta del detestable y ridículo papel que desempeñan. 29 27. 28. 29.

Ibíd., p. 25; mayúsculas en el original. Ibíd., indagatoria de Abel Pérez Acebedo, pp. 25 y 146. Ibíd., p. 147.

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La celebración de bailes de hombres se ha relacionado con sociedades donde la diferencia demográfica entre hombres y mujeres es significativa, como puertos o lugares receptores de inmigración masculina, pero evidentemente Bogotá no tenía estas características30 . En este caso, la explicación puede estar más relacionada con el fuerte arraigo de la moral católica, de manera que los espacios públicos de diversión todavía se encontraban diferenciados por sexos y, por ello, en algunos contextos específicos, una práctica que en teoría privilegiaba la interacción entre hombres y mujeres se volvía exclusivamente masculina. Adicionalmente, con el avance de la producción fabril, la vivienda y el lugar de trabajo se disociaban en dos espacios diferenciados, trayendo como consecuencia adicional “el alejamiento de la mujer de los sitios de entretención relegándola la hogar. En Colombia como en otras partes del mundo occidental, la ‘masculinización´ de esos lugares no era sino un reflejo de la ‘masculinización´ de la sociedad industrial”31 . C. Lugares y formas de lectura colectiva Los lugares donde se vendían los periódicos obreros eran heterogéneos, pero al parecer su distribución a través de voceadores de prensa, no fue la alternativa más exitosa, como se desprende de la carta que Juan de Dios Romero envió al Sindicato de Voceadores de Prensa, reportada por El Socialista, en los siguientes términos: Esta organización celebró su sesión quincenal y entre los puntos que trató está una carta dirigida por el director de este periódico a ese Sindicato manifestándoles la extrañeza que tiene por el ningún interés que le daba a la venta de “El Socialista” el cual merecía como todos los periódicos la venta el día de su salida porque el hecho de no tener rotativas ni linotipos y no ser la circulación lo mismo de numerosa no era motivo de que los mismos camaradas se encargaran de hacerle la conspiración del silencio.32

Para explicar esa situación, Romero señala que la prensa obrera no tenía el mismo tiraje, ni la misma calidad de impresión de los periódicos más impor-

30.

31. 32.

La historia del tango en, Buenos Aires, nos presenta múltiples ejemplos de bailes de hombres, precisamente en una ciudad puerto, donde la tasa de inmigración masculina era mucho mayor que la femenina. Véase: Luis Ordaz, Roberto Cossa y Carlos Gorostiza, Inmigración, escena nacional y figuraciones de la tanguería, Buenos Aires, Editorial América Latina, 1997. M. Archila, Cultura e identidad obrera, op. cit., p. 168. “Sindicato de voceadores de prensa”, en: El Socialista, No. 525, 15 de julio de 1928.

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tantes de la época; pero, además, debemos añadir una periodicidad muy irregular, por lo que obviamente eran menos competitivos económicamente para los voceadores de prensa. Por esto, quienes decidían hacer la distribución del periódico, no se guiaban por la perspectiva de la ganancia económica, pues, para muchos, constituía una labor importante y de mística especial por difundir las ideas de la causa y ganar adeptos. Una carta enviada desde Sabana de Torres, por Pedro Consuegra a Alejandro Góngora, en La Gómez (Santander), nos aproxima a las motivaciones de algunas personas para distribuir prensa y, además, evidencia el gran poder que se le atribuía a la palabra escrita. Por ello, es pertinente citarla en detalle: No pasa por mí no más que una ráfaga de dicha pero que en verdad encierra un cúmulo de felicidades, pues, me imagino que ya el día de las nuevas reivindicaciones no está muy lejano; siento bullir en mi corazón henchido de ideología las múltiples sensaciones que emana de un espíritu (ilegible) revolucionario como el mío, respecto a la buena idea que a bien tuvo de mandarme los números de Germinal, le agradezco en infinito y más cuando se trata de propagar la redentora lectura que enseña, instruye y en una palabra da el Alerta! para que nos preparemos para el mañana de cuyo (ilegible) depende la libertad de millones de oprimidos; lamento tan solo que Ud. me enviara no más 10 números los que no me demoré 5 minutos en venderlos. Recuerde que en el rótulo me dice que me manda 20 números cuando no más fueron 10. –Ojalá próximamente me mande los 20 que así se ayudaría un poco más a nuestros compañeros.33

En la mentalidad de la época, el periódico no era un artículo de consumo individual, ni siquiera familiar, sino social. Incluso, algunos no distribuían periódicos en sentido estricto, sino que se suscribían y con un solo ejemplar se llevaba a cabo la labor de difusión. Los mismos periódicos enseñaban a sus lectores que era necesario apoyar la prensa obrera a través de la compra o suscripción, y luego poner a circular ese ejemplar para que pudiera llegar a las personas que no tenían posibilidades económicas de comprarlo. Este mensaje se transmitía a través de artículos o de pequeños avisos permanentes. La fórmula más completa y concisa la encontramos en El Socialista, de Bogotá, que en su cabezote insertaba el siguiente mensaje: “Si usted quiere que haya prensa obrera ayúdela - compre EL SOCIALISTA léalo y regálelo”.

33.

Carta de Pedro Consuegra a Alejandro Góngora, Sabana de Torres, 28 de noviembre de 1927, AGN, FMG, S 1, t. 982, f. 251 (r-v).

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En consecuencia, algunos lugares, como tiendas, cantinas, chicherías y talleres de artesanos, se convirtieron en centros de lectura y de controversia política, alternos a los cafés, las tertulias o a las grandes salas de redacción, los espacios privilegiados de la sociabilidad política. Por ejemplo, El Luchador tuvo en Medellín una red de distribución, envidiable para cualquier periódico de la época, formada por simpatizantes que vendían el periódico en sus locales comerciales o sitios de trabajo, además de los tradicionales voceadores y vendedores callejeros. De acuerdo con la información obtenida en los números 78, 82, 85 y 99, en el segundo semestre de 1919, el periódico se podía conseguir con Carlos Ravé López, en el puente de Arco; con Juan E. Velásquez, en la peluquería cerca de Monserrate; en la Farmacia Latina; en la Botica Oriental; en las cantinas El Vesubio, El Mar Rojo y Tennis; con don Lázaro Londoño, en la calle de Maturín, y la Agencia de Periodismo, de R. Velilla Piedrahita. Todos ellos eran anunciadores, lo que no quiere decir necesariamente que pagaran por los avisos, puesto que podría tratarse de un reconocimiento debido a su carácter de suscriptores, agentes del periódico o miembros activos de la organización política del bisemanario. La venta del periódico no era vista como un negocio, sino como un medio para difundir ciertas ideas políticas, en este caso, de la “Sociedad de Luchadores”, y luego del “Partido Socialista”. Así, los lugares de venta propiciaban la lectura de la prensa y su discusión colectiva, y en algunos de ellos se realizaban otras actividades de apoyo al periódico. Por ejemplo, en la sastrería de Carlos Ravé, los obreros y simpatizantes debían pagar la cuota para la compra de una imprenta del pueblo; este personaje no sólo apoyaba al periódico, sino que estuvo vinculado activamente al Partido Socialista y fue candidato suplente, por la lista de esta organización, en las elecciones de consejeros municipales, en 191934 . La tendencia de algunos artesanos a convertirse en militantes políticos e intelectuales populares (y la consiguiente conversión de los talleres obreros en centros de reunión política), fue analizada para el siglo XIX europeo por Eric Hobsbawm. Aunque su trabajo se centra en los zapateros, reconoce que el radicalismo y la militancia política no eran exclusivos de este gremio, sino que sastres, ebanistas y tipógrafos también figuraban entre los principales dirigentes populares. Según Hobsbawm, las condiciones de trabajo de los zapateros

34.

La invitación a pagar la cuota de la imprenta del pueblo aparece en varios números de El Luchador; por ejemplo, el No. 76, del 13 de agosto de 1919. Sobre Carlos Ravé, véase, en este mismo periódico, “Candidatos del partido socialista a consejeros municipales 1919-1921”, No. 87, 23 de septiembre de 1919, y “Matrimonio civil”, No. 89, 30 de septiembre de 1919.

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remendones les generaba independencia frente a la burguesía y, en consecuencia, podían expresar libremente su opinión; requerían poco capital, tenían gran contacto con las personas pobres y ellos mismos obtenían ingresos muy exiguos por sus servicios. Los talleres podían convertirse fácilmente en lugares de socialización y permitían cierto intelectualismo del oficio, porque era un trabajo sedentario, que exigía poca fuerza física, y posibilitaba la lectura y la conversación mientras se laboraba35 . Condiciones similares de trabajo las encontramos en el caso de los sastres, peluqueros y, parcialmente, en el de los tipógrafos. En efecto, Alberto Mayor Mora señala que “los sastres de Medellín en el siglo XIX fueron tenidos por los cronistas locales como los más aguerridos militantes políticos entre el artesanado urbano”, y destaca sus particulares condiciones de trabajo y los procesos de socialización política temprana que vivían los aprendices en las sastrerías36 . El ritmo lento de la labor manual, la necesidad de trabajar en equipo y la posibilidad de conversar y enterarse de lo que ocurría en la ciudad, sin suspender la labor, convertían estos talleres en “centros sociales” importantes, donde los aprendices no sólo se adiestraban en el oficio sino también en la política37 . Por esto, no es extraño ni novedoso que, en las primeras décadas del siglo XX, en algunos talleres se vendiera o se leyera la prensa obrera, pues ya existía una tradición de lectura y discusión política en estos establecimientos artesanales, que fue aprovechada en beneficio de la prensa obrera . Para entender las cantinas como espacios de sociabilidad política, debemos situar estos lugares en el contexto de la época, puesto que difieren de la concepción que en la actualidad tenemos sobre ellas. En términos generales, no se reducían a ser expendios de licores, sino que allí se vendía toda clase de artículos para el hogar, comestibles, comida preparada, juguetes, herramientas, periódicos y libros por encargo, y podían ofrecer, además, otros servicios, como billar, restaurante y hasta dormitorio. Por consiguiente, las cantinas podían cubrir necesidades de abastecimiento de productos de primera necesidad y de otros productos considerados suntuarios para la época, siendo lugares de diversión popular donde no se excluía la discusión y la organización política.

35.

36. 37.

Eric Hobsbawm, en colaboración con Joan Scott, “Zapateros políticos”, en; Eric Hobsbawm, El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1987, pp. 144–184. Alberto Mayor Mora, Cabezas duras y dedos inteligentes. Estilo de vida y cultura técnica de los artesanos colombianos del siglo XIX, Bogotá, Colcultura, 1997, p. 219. Ibíd., pp. 219, 242 y 243.

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La estrategia publicitaria de algunas cantinas se centraba en mostrar a los obreros acudiendo a esos lugares y accediendo a los beneficios de la vida moderna (higiene, deporte, diversiones), y a productos que se consideraban vedados para las clases populares, como se ilustra claramente en el siguiente anuncio de la cantina El Tennis: Es la cantina de más gusto por su aseo, el magnifico billar y su selecta clientela. Allí se encuentra Brandys (sic), Whisky, vinos tintos, blancos, ranchos, carne, frías (sic), cerveza Aguila y Pilsen, alcaparras y aceitunas. Los sábados para cenar los mejores tamales. Está situada en el moderno edificio Hincapié. Abierta hasta las 12 p. m.38

Este otro anuncio del establecimiento Las Brisas del Santander, localizado en Barrancabermeja, trasmite una idea similar: “El oasis del esport (sic). Bailes, juegos, orquestas, salones especiales, distracciones amenas y todo aquello que el obrero reclama después de su fatiga”39 . Como lo ha puesto de presente Maurice Agulhom, la creación de espacios de sociabilidad hace parte también de la lucha de clases, puesto que la condición social y económica de los obreros los lleva a asociarse contra los más fuertes, bajo la premisa de que “la unión hace la fuerza”, pero aquella no está encaminada solamente hacia la revuelta, sino también hacia la vida cotidiana. Incluso, la formación de círculos y asociaciones hace parte de una lucha por extender el derecho de asociación y diversión de que sí goza la burguesía. Por consiguiente, la diversión y la educación política no debían considerarse opuestas, sino que las dos hacían parte de las reivindicaciones de los sectores populares, que aspiraban a tener los mismos derechos de las clases dominantes, incluyendo los derechos a la reunión, el ocio y el disfrute de la vida40 . En esta ámbito, las fábricas, talleres artesanales, chicherías y cantinas, aumentaban el impacto y la difusión de la prensa obrera, así sus tirajes fueran pequeños. Ante la escasez de libros de teoría política, las principales lecturas de este tipo se hacían en los periódicos, que tenían el atractivo adicional de tomar parte en la política local y de algunos aspectos de la vida cotidiana, por lo que eran más cercanos a los lectores o escuchas. Para muchas personas, la prensa era el medio a través del cuál obtenían las noticias y las ideas políticas que definirían su manera de pensar, como lo confiesa orgulloso José M. Leal,

38. 39. 40.

Aviso publicitario de la cantina El Tennis, en: El Luchador, Medellín, varios números, 1919. Aviso publicitario de la cantina Las Brisas de Santander, en: Vanguardia obrera, Barrancabermeja, 1926. M. Agulhom, op. cit., pp. 54, 56 y 78.

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en una carta dirigida a El Socialista: “el primero que tuvo conocimiento del socialismo en esta tierra fui yo con el número 2 de “El Luchador” de Medellín, me empeñé en una tenaz propaganda en esa época y al cabo de cuatro o cinco años dio su fruto dando por resultado un consejo socialista”41 . Estas prácticas de difusión ayudaron a democratizar el acceso a la prensa y a crear espacios de debate y de intercambio de opiniones, incluso para quienes no sabían leer, ya que, al parecer, la lectura en voz alta fue una práctica común en algunas casas, talleres y establecimientos comerciales. En los lugares de trabajo, la lectura colectiva tenía, además, la finalidad de permitir a todos los trabajadores enterarse del contenido de la prensa mientras realizaban su labor, combinando trabajo y educación en un mismo tiempo y lugar. Esto explica por qué el derecho a leer prensa en los sitios de trabajo llegó a ser una reivindicación de los obreros, como se consignó en las peticiones obreras de la Tropical Oil Company, durante la huelga de 192742 .

II. DIFUSIÓN

DE ACTIVIDADES CULTURALES

Hasta al momento hemos nombrado solamente los vínculos creados por la prensa a través de la distribución, ahora vamos a analizar la forma cómo, a través de su contenido, remite a los lectores a otros espacios y actividades políticas y culturales. Aunque la prensa obrera no cumplió un papel informativo en sentido estricto, sí se convirtió en medio de difusión para diferentes actividades que consideraba relevantes. Las más comunes eran las invitaciones a conferencias, convenciones y reuniones de sindicatos o sociedades mutuales; exámenes finales en los colegios, colectas, actividades culturales, como teatro; circo de toros, concursos, veladas líricas o literarias y peregrinaciones políticas. A. Conferencias y reuniones políticas Mediante la realización de ciertas actividades, consideradas clave, las publicaciones impulsaban un doble ejercicio, como las conferencias y las reuniones políticas. Primero, invitaban a los lectores para que acudieran a estos eventos y, luego, cuando ya habían pasado, hacían un resumen de lo acontecido o transcribían íntegramente los textos. Esto no era casual ni fortuito, puesto que

41. 42.

José María Leal, “Yo soy socialista”, en: El Socialista, 19 de mayo de 1928. M. T. Uribe, op. cit., pp. 101 y 104.

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se trataba de los dos tópicos considerados centrales en la prensa (como eran la educación y la organización política) y aunque no se realizaban en las sedes del periódico, recibían atención especial y se incorporaban al contenido de la publicación para que los lectores recibieran la ilustración y conocieran las organizaciones de los trabajadores. Las organizaciones gremiales, mutuarias y sindicales, acostumbraban enviar una comunicación de saludo o presentación a uno o varios periódicos, cuando eran creadas o cuando se elegían nuevos dignatarios, como una especie de bautizo o de presentación en sociedad, pues ser identificadas como asociaciones al servicio de los trabajadores era una fuente de legitimidad importante en la época, y ese reconocimiento se ganaba, entre otros medios, a través de la prensa. Algunas organizaciones remitían telegramas o comunicaciones muy escuetas; otras lo hacían en términos más cargados de emoción, como la Unión de Braceros de Cartagena, que le escribió a El Socialista, haciéndole un vehemente llamado a difundir la “bienhechora propaganda revolucionaria” y, además, pidiéndole en forma encarecida “hacernos conocer de todas las organizaciones revolucionarias de la República a efecto de intensificar una audaz e inteligente propaganda apolítica–clasista que responda con amplitud a los imperativos de la actual hora roja”43 . La relación detallada del curso de una reunión obrera o de la elección de dignatarios, buscaba dar a conocer las organizaciones políticas y difundir en forma amplia sus actividades, que generalmente sólo tenían trascendencia local; aunque tampoco puede olvidarse que realizaron algunos eventos de impacto nacional, como los congresos obreros de la década de 1920 y las giras políticas de María Cano. Implícitamente, además, trataba de mostrarse que en el seno de las asociaciones y partidos obreros reinaba la democracia y la fraternidad, que se estaba trabajando por el progreso de las clases trabajadoras y que en estas reuniones no se efectuaban actos reprobables o delictuosos, como algunos miembros de la Iglesia y del Gobierno afirmaban. Durante el período que cubre este estudio, las conferencias y la prensa fueron los ejes centrales de la propaganda política, no sólo para los trabajadores y las organizaciones de izquierda, sino también para los partidos políticos Liberal y Conservador. En este sentido, el naciente movimiento obrero no estaba inventando nuevos medios de comunicación, sino apropiándose de una tradición política existente en el país y compartida por la cultura occidental desde los albores de la época moderna. Un aporte de los trabajadores estuvo en 43.

“De Bolívar”; en: El Socialista, Bogotá, No. 529, 9 de septiembre de 1928.

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poner en discusión temas del mundo del trabajo (salario, sindicato, huelga o legislación social), o asuntos de actualidad nacional, vistos desde la perspectiva de los sectores populares (la separación de Panamá, el imperialismo, el petróleo o la educación). Otra contribución de la realización de conferencias fue la “construcción” de un público obrero, receptivo a estas actividades; tarea nada fácil, pues no todos los trabajadores –muchos de ellos recién llegados a las ciudades–, tenían la disciplina de escuchar atentamente durante dos o más horas a un orador, sin hablar, comer o beber. Juan Suriano afirma que, en Buenos Aires, “la lectura pública y especialmente la conferencia serían consideradas junto con la prensa, herramientas centrales para la educación y conversión de los trabajadores”, pero que entre ellas la que resultó más adecuada para la difusión de ideas entre las grandes masas urbanas fue la conferencia, porque con ésta “el público se ampliaba y se abandonaba por completo el acto privado, aunque no se perdía la relación directa y sin mediación con el público”44 . En el caso colombiano, no encontramos menciones explícitas sobre una supuesta superioridad de las conferencias sobre la prensa, ni tenemos registro de las “lecturas públicas” que se mencionan para la ciudad argentina, pero la fe incuestionable que se profesaba por la palabra escrita en el medio nacional, nos lleva a pensar que, posiblemente, la prensa tenía una valoración más alta. Además, hemos visto cómo la invitación a conferencias y la posterior trascripción de las mismas, hacía parte de la campaña de difusión cultural en que estaban empeñados los periódicos, porque no era suficiente que la luz de la ciencia y la razón irradiara solamente a quienes asistían al evento, sino que debía difundirse en forma más amplia y perpetuarse a través de la palabra escrita. Aunque existía pleno consenso sobre la importancia de las conferencias para la educación del pueblo, muchas veces la elección de los temas respondía a ideales de ilustración, que no tenían en cuenta las expectativas del público y ni siquiera la existencia de conferencistas idóneos para ciertas materias. Por ejemplo, una reunión patrocinada por la Asociación de Obreros de Buga, incluía los siguientes puntos: 1º Saludo a Cartagena en el Centenario de la proclamación de su independencia. 2º Nuestro señor y el individuo. Conferencia sociológica 3º Capitales europeas. Conferencia geográfica–histórica. 4º Génesis de nuestro planeta. Conferencia astronómica. 5º Introducción al estudio de la tenería45 . 44. 45.

Juan Suriano, Anarquistas, cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890–1910, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2001, pp. 118–119. El Obrero, Buga, No. 1, 11 de noviembre de 1911.

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El Obrero reprodujo la conferencia sobre la tenería. Al revisar su contenido, constatamos que se trataba de una enumeración extensa de temas sobre los que supuestamente iba a versar la conferencia, pero que nunca se desarrollaron. La Asociación de Obreros compartía una práctica frecuente entre las agremiaciones de la época, consistente en nombrar miembros honorarios, que estaban obligados a dictar una conferencia, y aunque ésta era la forma más efectiva para conseguir conferencista de temas científicos (para los temas políticos parece que era más fácil), el mismo periódico se quejaba de que estas personas dilataban lo más que podían su obligación o se retiraban de la Asociación para no cumplirla46 . La poca inteligibilidad de las conferencias que trataban temas no políticos, fue objeto de críticas aisladas por parte de algunos periódicos obreros. El caso más evidente lo encontramos en un artículo de El Ariete, firmado por Don Juan Antonio, donde, después de dejar en claro que era partidario de las conferencias, puntualizaba su crítica de la siguiente manera: Los señores conferencistas que sueltan sus palabras a las multitudes analfabetas, tratan sus cuestiones por todo lo alto. Parten del falso principio de que los pacientes amigos que los escuchan son personas que saben tanto como ellos: Por eso, en lugar de enseñar al que no sabe, sólo consiguen atontarlo, confundirlo, descrestarlo. Cuentan esos admirables cristianos con que los gobiernos regeneradores han servido siquiera para elevar el nivel intelectual del pueblo o al menos trabajar por su cultura. No hay tal. Mientras el romántico charlador recuerda desde su tribuna los esplendores de Grecia, el gran poder de Inglaterra o las riquezas naturales de Colombia, el oyente va por otra senda. Buena voluntad no le falta. Deseo de aprender tampoco. Más tropieza con el inconveniente potísimo de que su instrucción es insuficiente para comprender al orador.47

Este llamado no tuvo eco y las “conferencias tecnológicas”, como las denominaba el articulista citado, se siguieron programando en todo el país. Sin embargo, su éxito era menor que el de aquéllas en las que se trataban temas políticos, cuyo mensaje era más comprensible para los oyentes y, además, permitían el intercambio de opiniones o la alternancia de varios expositores. Pese a las objeciones que puedan hacérsele, las conferencias servían como lugar de reencuentro y pretendían disputarle clientela a la Iglesia. Las disertaciones contribuían a formar opinión política, a posicionar los nuevos temas de los trabajadores y, de alguna manera, los asistentes retenían fragmentos de lo

46. 47.

“La Tenería”, en: El Obrero, Buga, No. 2, 18 de noviembre de 1911. Don Juan Antonio, “Conferencistas”, en: El Ariete, Bogotá, No. 19, 2 de julio de 1911.

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que escuchaban y luego los confrontaban o los agregaban a lo que oían o leían en otros lugares, y de este modo iban armando sus ideas políticas. Aunque los testimonios de personas comunes y corrientes sobre estas actividades son escasos, podemos citar a Alejandro Pavajeau quien, en un texto enviado a El Socialista, cita de memoria un fragmento escuchado a un conferencista, para presentar sus ideas políticas. Independientemente de la fidelidad del texto, esto nos muestra cómo las conferencias eran fuentes válidas y reconocidas por las personas comunes y corrientes para formarse políticamente48 . B. Espectáculos y actividades culturales En este período, a diferencia de lo que ocurría en otros lugares del mundo, las organizaciones obreras, socialistas y anarquistas, casi no producían espectáculos culturales propios; quizás, la excepción más notable fue la del Grupo Artístico de la Federación Obrera del Litoral Atlántico (FOLA), que realizaba representaciones teatrales “destinadas a cuestionar el sistema vigente y extender las ideas anarquistas”. Así, por ejemplo, en el año de 1925 presentó dos obras extranjeras, Primero de Mayo, del anarquista italiano Pietro Gori, y El Redentor del pueblo, de Adolfo Marsillach49 . Los espectáculos a los que invitaban a los periódicos con más frecuencia, eran el teatro y el circo de toros. No se trataba de artículos o análisis sobre las obras presentadas, sino de pequeñas notas que buscaban motivar a los lectores para que asistieran a tales eventos50 . Solamente, la visita de personajes considerados como “grandes actores”, merecía artículos un poco más extensos sobre la vida del artista en mención y sus cualidades dramáticas51 . Las giras de compañías extranjeras de teatro, visitaban exclusivamente las principales ciudades, mientras los grupos nacionales tampoco hacían presencia en todas las poblaciones. Por ello, únicamente encontramos invitaciones a este espectáculo en Bogotá, Medellín y Barranquilla, lo que no quiere decir que en otros lugares no existiera actividad teatral; simplemente no se reseñaban porque algunos

48. 49. 50. 51.

Alejandro Pavajeau, “¿Por qué soy socialista revolucionario?”, en: El Socialista, Bogota, No. 515, 1º de mayo de 1928. Alfredo Gómez, Anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina, Barcelona, Ruedo Ibérico, 1980, p. 61. Hacemos referencia a las invitaciones insertas como artículos o notas sueltas dentro del periódico y no a los anuncios publicitarios sobre espectáculos. En todo caso, estos últimos eran casi inexistentes. Cfr. “Virginia Fabregas”, en: La Libertad, Bogotá, No. 38, 22 de octubre de 1912; “Paco Fuentes”, en: Sanción Liberal, Bogotá, No. 86, 4 de septiembre de 1928.

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empresarios no tenían en cuenta a los periódicos plebeyos para dar a conocer tales acontecimientos, o porque las publicaciones guardaban silencio ante las obras de teatro promovidas por las parroquias y las comunidades religiosas. Por el contrario, el llamado circo de toros era un espectáculo más frecuente y popular que seguían los periódicos de casi todas las ciudades. Estos eventos tenían gran acogida, pues los toreros eran objeto de admiración y reconocimiento52 . Solamente encontramos una crítica del periódico La Vanguardia, a raíz de una corrida en la que resultó herido el torero Carlos Vergara. El referido artículo pedía a las autoridades la prohibición de ese “acto salvaje” por ser un espectáculo que frecuentemente dejaba desgracias que lamentar y porque inculcaba “sentimientos crueles y bárbaros” en la juventud. Pero una semana después, el mismo periódico invitaba a una corrida de toros, aunque dejaba constancia que sólo apoyaba ese evento porque era para ayudar al torero herido en la corrida anterior53 . C. El poder de la solidaridad La organización política y la educación del pueblo –fines primordiales de la prensa–, correspondían a una consigna política compartida, tanto por las agrupaciones políticas ya existentes como por ciertos individuos. Hacia esos dos objetivos se encaminaban todos los esfuerzos de los sindicatos, círculos, agremiaciones, bibliotecas, conferencias, folletos, escuelas obreras, etc. Su desarrollo era una tarea bastante difícil, no sólo por la escasez de recursos pecuniarios, sino porque se situaba a contracorriente del pensamiento político y religioso dominante. Por ello, era tan importante el esfuerzo, la voluntad y, sobre todo, un fuerte sentimiento de solidaridad, que les daba la convicción de que la unión del pueblo trabajador podría mejorar radicalmente sus condiciones de vida. En los periódicos no sólo se recalcaba la importancia de la solidaridad, sino que sus páginas servían para difundir actividades, centralizar esfuerzos y, eventualmente, hacer un reconocimiento a aquellas personas que colaboraban de manera desinteresada. En consecuencia, peticiones, como pagar las cuotas del sindicato, contribuir para poder enviar delegados a los congresos obreros, obsequiar libros o

52.

53.

“Circo”, en: El Artesano, Cúcuta, No. 1, 16 de marzo de 1911; “Correspondamos”, en: El Martillo, Pereira, No. 10, diciembre de 1916; R. Ruiz, “La corrida del domingo 23”, en: El Luchador, No. 106, 28 de noviembre de 1919. “Corridas de toros” y “Las corridas de toros”, en: La Vanguardia, Bogotá, Nos. 3 y 5, 18 y 23 de febrero de 1912.

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dinero para las bibliotecas obreras, enviar manifestaciones de solidaridad a los trabajadores en huelga, o colaborar para que se levantara la estatua de un gran político o literato, eran asuntos cotidianos de este tipo de publicaciones. La solidaridad también se evidenciaba en el apoyo a los compañeros más necesitados por causas políticas o personales. Según el caso, podían ser campañas por la libertad de presos políticos, denuncia de malos tratos o persecución contra ciertos dirigentes populares, colectas para auxiliar a compañeros enfermos, notas de apoyo, o veladas líricas para recoger dinero. Como expresión del pensamiento internacionalista, se buscaba generar solidaridad con causas o personajes más allá de las fronteras, promoviendo manifestaciones y actividades para recoger fondos para los asilados de la dictadura venezolana y la lucha del general Sandino, en Nicaragua. Algunos directores de periódicos se convirtieron en tinterillos o abogados (generalmente autodidactas) que prestaban sus servicios jurídicos a los obreros y campesinos de la región de influencia del periódico, para que éstos pudieran hacer valer sus derechos ante los patronos y las autoridades. De esta manera, poniendo el periódico al servicio de su causa, se trataba de ayudar a quienes no tenían posibilidades de contratar un abogado particular. Uno de los casos más notables fue el de La Razón del Obrero, donde Jacinto Albarracín, su director y redactor, prestaba a la comunidad sus servicios como abogado. Por su parte, Claridad, que se publicaba en Bogotá, llegó a ser conocido como el periódico de los campesinos de la región de Viotá, porque su director, Erasmo Valencia, les servía como asesor jurídico en las reclamaciones contra los grandes hacendados de la zona, y permanentemente publicaba los memoriales y las denuncias de los colonos. Sin embargo, el servicio de asesoría jurídica no era exclusivo para los campesinos, sino que se ofrecía a cualquier trabajador que lo requiriera: En la administración de Claridad podemos facilitar a los obreros todos los datos relacionados con los reclamos que tengan necesidad de iniciar ante el ministerio del ramo, a fin de que hagan efectivos sus derechos por los accidentes que sufran en las empresas industriales en donde trabajen. Estas informaciones se les pueden suministrar gratuitamente, con el objeto de que se impongan de los requisitos legales que deben reunir sus peticiones. 54

54.

“Accidentes de trabajo y reclamaciones de los obreros”, en: Claridad, Bogotá, No. 53, 11 de mayo de 1928.

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De la misma forma, Vanguardia Obrera no solamente fue el órgano de expresión de los obreros de la Troco (Tropical Oil Company), dónde se publicaban crónicas relacionadas con sus condiciones de vida, denuncias contra la empresa estadounidense y noticias sobre sus acciones reivindicativas; sino que adicionalmente su director, Raúl Eduardo Mahecha, era representante del sindicato “Unión Obrera” y ofrecía sus servicios como abogado para redactar memoriales, defender a los trabajadores víctimas de injusticias por parte de la empresa o las autoridades, sin costo alguno, y para asumir procesos particulares prometía “honorarios para favorecer a los obreros”55 . La unión y la solidaridad se consideraban características humanas que permitían el desarrollo social y diferenciaban a los hombres civilizados de los salvajes y de los animales, como lo expresó claramente Arístides Zapata, un colaborador habitual de El Luchador: La sociabilidad, según los sociólogos, es una de las cualidades que distinguen al civilizado del nómada y del salvaje, y algunos llegan hasta definir al hombre, diciendo que es un ANIMAL SOCIABLE Y DOMESTICADO. De la sociabilidad nace la ayuda mutua, indispensable en la vida de los hombres, porque en el egoísmo y en el aislamiento, nada útil y de progreso se haría.56

Las organizaciones obreras, y por ende los periódicos, operaban bajo la lógica de que la unión y la solidaridad llevaban a la cooperación y a la fraternidad, fuentes básicas del progreso social. Esto implicaba retomar un postulado, que negaba implícitamente las ideas del darwinismo social y rescataba, en últimas, los principios de libertad, igualad y fraternidad, propios del liberalismo radical. D. Vida social laica El uso del tiempo libre, por parte de los trabajadores, fue un tema de controversia y tensión, en la medida que diferentes sectores sociales pretendían imponerles un estilo de vida particular, que cambiara radicalmente algunas costumbres populares. Lo usual era que los obreros gastaran buena parte del escaso tiempo libre que tenían en tiendas, cantinas o chicherías, donde se encontraban y compartían con sus amigos y conocidos, mientras que las mujeres lo dedicaban a la realización de labores domésticas en el hogar. En los lugares

55. 56.

Vanguardia Obrera, Barrancabermeja, No. 38, 2 de octubre de 1926. Arístides Zapata, “Sociabilidad”, en: El Luchador, Medellín, No. 71, 23 de julio de 1919.

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donde acudían los hombres, predominaba el consumo de licor, que dependiendo del tipo de establecimiento se combinaba con música, juegos de azar y de naipes, billar o tejo, aunque, como evidenciamos en un parágrafo anterior, en estos lugares también se llevaban a cabo otras actividades relacionadas con la socialización y la organización política de los trabajadores. La prostitución formaba parte de las posibles distracciones masculinas, y aunque fue más común en las zonas de economía extractiva, el fenómeno estaba extendido por todo el país. Finalmente, a medida que avanzaba el siglo, el cine se convirtió en un espectáculo popular en las principales ciudades del país57 . Contra estas actividades se pronunció enérgicamente la Iglesia católica y puso en marcha una serie de instituciones sociales, enmarcadas en su propuesta de Acción Social, para controlar el tiempo libre de los trabajadores y promover labores tendientes a reforzar la moral católica dentro del proletariado de ambos sexos. Las organizaciones obreras, por su parte, criticaban el hecho que los trabadores pasaran buena parte del tiempo libre en las cantinas, pero consideraban inaceptables las propuestas de la Iglesia, por lo que llevaron a cabo una campaña para sustraerlos de estas dos influencias. Pese a que no lograron desarrollar una propuesta de uso del tiempo libre de los trabajadores, tan compleja y extendida como la que lograron sus similares de Argentina o Uruguay, sí realizaron importantes esfuerzos para promover actividades alternativas que alejaran a los obreros de las cantinas y de la Iglesia, lugares considerados como los principales obstáculos para el mejoramiento económico y político de los obreros, teniendo en cuenta que se buscaba que, en la vida cotidiana y en las horas de esparcimiento de los sectores populares, primara la razón frente al vicio y al fanatismo, como veremos más adelante. Precisamente, por su gran poder, la Iglesia católica controlaba el estado civil de las personas, cuya situación era vista por la prensa como una claudicación del Estado frente al Vaticano y un atentado contra la soberanía del país y el ejercicio del librepensamiento. Por ello, los cronistas defendieron el derecho constitucional al matrimonio civil, promovieron los cementerios laicos y reseñaron como ejemplo a seguir los matrimonios y bautizos civiles, que eventualmente se celebraban en las ciudades. Como se trataba de una lucha entre los valores de la cultura radical contra el oscurantismo de la Iglesia, esas manifestaciones eran vistas como el despertar de la conciencia pública, que dejaba

57.

M. Archila, Cultura e identidad obrera, op. cit., p. 168–170; Julio César Acelas Arias, Obreros y artesanos de Bucaramanga: organización protagonismo e ideología, Bucaramanga, Tesis de grado, Universidad Industrial de Santander, 1993, pp. 138–142.

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atrás definitivamente la larga noche de tinieblas gobernada por el Clero. Significaba el triunfo del librepensamiento, la civilización y el progreso, puesto que mostraban la actuación de “personas conscientes, no unidades de rebaño, gentes educadas en ideales de amor, tolerancia y verdad y no entes desprovistos de criterio propio, uncidos como bueyes al carro triunfal de viejas teogonías o de ideales moribundos”58 . Aun cuando ni los bautizos ni los matrimonios civiles alcanzaron una magnitud tal como para hacer contrapeso a sus equivalentes católicos, cada acontecimiento era considerado como un pequeño triunfo personal y político, para aquellos que se “liberaban” de los prejuicios católicos, porque evadía, aun en pequeñas proporciones, la voluntad del Clero y de las autoridades conservadoras. Este mensaje se trasmitía en los artículos, que no pretendían hacer una reseña social del acontecimiento, sino crear un efecto pedagógico a través del ejemplo, como se aprecia en este comentario de El Luchador: Con su matrimonio civil adquirieron los cónyuges un triunfo de conciencia y de irreductibilidad de sus ideas, en este medio de debilidades, temores y plegamientos de la mente a las condescendencias del miedo, del servilismo y la claudicación. Nos permitimos también alabar la digna conducta de los señores Jueces y personas que actuaron a favor de la celebración de este matrimonio, no obstante la cruda oposición que hizo “El Colombiano” y los periódicos semanosantos (sic) y de la prohibición de Monseñor Marulanda; hechos estos sin fundamento, puesto que según la Constitución, la ley y las personas concientes, el matrimonio civil es tan legítimo y aún más que el católico. 59

Las casas del pueblo, los cafés obreros, las bibliotecas populares, las escuelas para obreros y las Cooperativas de Consumo, eran otros espacios donde se promocionaba la razón y la instrucción frente al fanatismo religioso. La prensa realizaba una labor pedagógica, explicando la finalidad de cada una de estas instituciones e invitando a los lectores para que se vincularan a ellas de diferentes maneras. En las casas del pueblo y en algunas sedes obreras, era común que los domingos se organizaran programas culturales, con música, poesía, conferencias y eventualmente teatro o títeres. Estos actos proporcionaban un espacio de reunión y fraternidad para los trabajadores y sus familias, contribuían a la educación del pueblo y constituían una especie de alternativa a la misa dominical. Extrañamente, estas reuniones no eran muy publicitadas en la prensa o sólo se hacía referencia a los aspectos políticos (las conferencias), pero no a este tipo de eventos.

58. 59.

“Cementerio Laico”, en: El Ariete, Bogotá, No. 107, 23 de octubre de 1913. Fundidor, “Felicitaciones”, en: El luchador, Medellín, No. 96, 24 de octubre de 1919.

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En este esfuerzo de laicización de la sociedad, también se encuentra la celebración de la fiesta del Primero de Mayo y posteriormente la designación de La Flor del Trabajo. Aunque el Primero de Mayo se constituyó en la fiesta obrera por excelencia, hubo llamados en los periódicos para que otras fechas, como el 20 de julio y el 7 de agosto, se convirtieran en celebraciones patrias de carácter laico en las cuales se reivindicara el pensamiento liberal y republicano de los líderes de esas gestas60 . E.

Bibliotecas y escuelas obreras

La continua referencia a las bibliotecas y escuelas obreras en los periódicos, apuntaba a invitar a los lectores para que concurrieran a ellos, a mostrar un resultado del trabajo político en favor de los obreros y a solicitar colaboración de la comunidad para que estos lugares pudieran seguir funcionando. Entre la redacción del periódico y la biblioteca, se establecía una relación muy fluida, porque los dos formaban parte de la estrategia de difusión ideológica y educación popular de los gremios y los sindicatos (que también incluía a las conferencias), así que, en algunos casos, todos funcionaban en la misma sede. Además, los periódicos publicados y los obtenidos a través de canje, servían de base para la apertura de una biblioteca o por lo menos de un salón de lectura. Dada la gran importancia que se le otorgaba a la educación del pueblo, los anuncios de apertura de nuevas bibliotecas se presentaban como una obra magnificente y de gran impacto social. Por ejemplo, Ravachol anunciaba su biblioteca de la siguiente manera: Se excita a todos los amigos de la Escuela Moderna que aspiren a su fundación, ayuden por todos los medios posibles a la realización de esta obra redentora, ya con libros, ya con dinero, o ya propagando la idea (…) A esta biblioteca tienen derecho de concurrir todos los colombianos amantes de la instrucción moderna y los extranjeros que gusten, durante todo el día y hasta las diez de la noche. Allí mismo se dictarán conferencias y podrán concurrir los hijos de los obreros a los cuales especialmente se le dedicarán tres días de la semana para instruirlos sobre las materias del caso.61

60. 61.

Véase en el capítulo cuarto de este trabajo, el parágrafo “Panteón Popular: héroes y mártires del proletariado”. “Biblioteca socialista”, en: Ravachol, Bogotá, No. 13, 18 de septiembre de 1910. Aunque no existe certeza sobre la ubicación de esta biblioteca, su organización se llevó a cabo en la Agencia Central de Periodismo, sede de Ravachol.

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Pero, ¿qué tanto se cumplió todo lo prometido? En el periódico se encuentra constancia de las personas que donaron dinero o libros para este proyecto, pero, debido al encarcelamiento y posterior exilio de su director, Juan Francisco Moncaleano, posiblemente la biblioteca funcionó sólo unos meses y no hay ningún dato que dé cuenta de las otras actividades que anunciaba (conferencias e instrucción para los hijos de los obreros)62 . Los periódicos no presentaban información del funcionamiento de las bibliotecas, ni de sus colecciones o número de visitantes, lo que no deja de ser sorprendente ya que, como hemos señalado, generalmente eran espacios estrechamente relacionados y, además, cotidianamente se publicaban las actas de reunión y los informes de diferentes asociaciones. Las noticias sobre bibliotecas estaban relacionadas con peticiones de colaboración en dinero o en libros, lo que evidencia las dificultades económicas de estos lugares que dependían de la solidaridad de las personas para su sostenimiento y la necesidad de conformar o ampliar las colecciones. Esto nos lleva a plantear otro interrogante: ¿qué se leía en las bibliotecas obreras?, y en forma más amplia, ¿qué leía la gente? Aunque existen los catálogos de la Biblioteca Nacional para los años de 1915 y 1935, éstos no nos sirven para hacer ningún tipo de comparación, debido a su carácter oficial y a la larga trayectoria que ya tenía esta institución. Este tema queda para futuras investigaciones, ya que solamente logramos encontrar dos pequeños listados con libros donados a la biblioteca de Ravachol, donde predominan los títulos sobre religión y política: La vida de San Pablo, El carácter, La vida de Cristo, Problemas sociales, La paz y el socialismo y la Ley de los salarios, Los grandes crímenes, La Piqueta, El liberalismo clerical, Los Hermanos Maristas en Santander, Alto y frente, Política colombiana63 . Además de las bibliotecas públicas, las personas podían acceder a obras impresas a través de las librerías, donde podían comprarlos o, en algunos casos, alquilarlos por unos cuantos centavos. Aunque establecimientos de este tipo no proliferaban en todas las ciudades del país, sí había muchos almacenes o casas comerciales que vendían libros o los conseguían por encargo de sus clientes y, seguramente, esto permitió a algunos asiduos lectores de poblaciones pequeñas o apartadas hacerse a una pequeña biblioteca particular. De las obras que se promocionaban en los periódicos obreros, buena parte eran de literatura, religión, historia y política y, en

62. 63.

“Biblioteca socialista”, en: Ravachol, Bogotá, No. 14, 22 de septiembre de 1911. Juan Francisco Moncaleano, “Biblioteca socialista”, en: Ravachol, Nos. 14 y 15, 18 y 22 de septiembre de 1910.

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forma marginal, de técnicos y esotéricos. La Librería Colombiana de Bogotá, anunciaba, en 1910, libros como La cabaña del Tío Tom, La hermana de la caridad, Los piratas de alto bordo y La tienda de antigüedades, de Dikens. Por su parte, en una librería más radical, como La Internacional, de Bucaramanga, además de clásicos de la literatura, era posible encontrar obras de Balzac, Víctor Hugo, Tolstoi, Russeau, Lamartine, Reclús y Marx, e incluso, la revista El Sendero Teosófico 64 . La publicidad de librerías y establecimientos de este tipo en la prensa, evidencia que los obreros eran considerados clientes potenciales o que había un interés particular en incentivar este hábito entre las clases populares, y por ello trataban de brindarles las mayores facilidades posibles; como nos lo muestra un anuncio de Medellín, en 1919, de este tenor: “En la Botica Oriental se compran, se venden y se alquilan libros. Precios, los más liberales” 65 . En un contexto más amplio, podríamos decir que la literatura tenía mucha acogida, por lo que novelas como Los de Abajo, El Quijote, María, La Vorágine, las obras de Víctor Hugo y de José María Vargas Vila, eran muy populares, al igual que algunos escritos sobre la Revolución Francesa. Sin embargo, era la poesía el género que más despertaba entusiasmo, por su brevedad, por ser de fácil memorización y porque existía una cultura de la “declamación” que se evidenciaba en las fiestas familiares, las retretas en los parques y las tertulias. En este campo, el poeta preferido era Julio Flores y algunas de sus poesías se reprodujeron en los periódicos obreros66 . En la prensa, la literatura era considerada como parte de la cultura universal que debían alcanzar los trabajadores, y por ello se esforzaron, de acuerdo con sus posibilidades, en insertar poesías en sus páginas o crear una sección literaria, en la cual, aparte de los poemas, se publicaban por entregas folletines o novelas cortas. Aunque se reproducían obras de poetas reconocidos, como del mismo Flores, Porfirio Barba Jacob o Miguel Rash Isla, muchos aficiona-

64.

65. 66.

Ravachol, Bogotá, No. 1, 25 de junio de 1910. La Unión Obrera y El Obrero Moderno, Bucaramanga, 1912, varios números, J. C. Acelas Arias, Obreros y artesanos de Bucaramanga, op. cit., pp. 245246. El libro de Carlos Marx, que Anunciaba la librería Internacional de Bucaramanga, en 1912, era El Capital; sin embargo, ese libro, en la versión resumida de Gabriel Deville, era importado y distribuido en Colombia desde finales del siglo XIX. El ejemplar más antiguo que hemos localizado fue traído por la firma de importaciones de Felipe N. Curriols, en agosto de 1887, y reposa en la actualidad en la sala de libros raros y manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El Luchador, Medellín, varios números, 1919. Julio Flores no era el poeta de quien se reproducían más piezas literarias, pero sí uno de los más queridos. A manera de ilustración, podemos citar los poemas “Temblad”, en: El Luchador, Medellín, No. 97, 29 de octubre de 1919; “Profanación”, en: El Martillo, Pereira, No. 6, 17 de noviembre de 1916.

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dos tuvieron la oportunidad de publicar sus trabajos sobre una gama de temáticas que mantuvo una extraordinaria homogeneidad en los periódicos: el amor, el desengaño, la muerte, el obrero (o el artesano), el trabajo y la imprenta. Las escuelas obreras constituían una empresa mucho más difícil de llevar a cabo que las bibliotecas, por los costos y la necesidad de personal idóneo. Teniendo en cuenta estas dificultades, durante la década de 1910, se trató de buscar la cooperación de las autoridades locales; se le pedía a los industriales que contribuyeran económicamente o se incluían en los pliegos de peticiones de los huelguistas. Para ilustrar este caso, podemos citar la campaña promovida por La Vanguardia, en 1912, para reunir dinero y construir escuelas en Bogotá y las principales capitales de departamento; o la solicitud que la Unión Obrera de Colombia hizo a las fábricas de la ciudad, en 1914, para construir una escuela. Gracias a esto, se obtuvo que Bavaria y la Empresa de Energía secundaran tales propósitos67 . El momento más propicio para la realización de ese ideal educativo se dio entre 1919 y 1922, cuando el éxito electoral del Partido Socialista permitió que esta colectividad hiciera presencia en los órganos representativos de tipo municipal y departamental. Girardot fue el caso más ilustrativo, puesto que en esa población la lista del Directorio Obrero y Socialista logró mayoría electoral en 1920 y controló por unos años el Consejo Municipal, permitiendo que algunas de las propuestas del obrerismo colombiano se llevaran a cabo y contaran con parte del presupuesto oficial. En este contexto, además de algunas escuelas obreras sostenidas por los obreros y artesanos de la localidad, se fundaron instituciones, como el Colegio Camilo Torres, el Instituto Obrero y la Biblioteca Popular; con los cuales se buscaba afianzar la educación laica y dar especial apoyo a la instrucción de los trabajadores, en franca oposición a la pedagogía católica que imperaba en ese momento, como lo planteó claramente un cronista, al referirse a la fundación del colegio Camilo Torres: Dicho Plantel nace y se levanta en esta época de sombras y de dudas; en esta época de claudicaciones; de falta de carácter; de tibieza y de apocamiento; de falta de verdadero espíritu patriótico, de interés por el adelanto y el progreso de la Nación, del mejoramiento de las clases y gremios, de la propagación y difusión de las enseñanzas que la ciencia moderna ha alcanzado bajo el sol esplendoroso de la razón y del libre examen, bajo la égida bienhechora del Liberalismo doctrinario, y será atalaya de las ideas libres.68

67.

68.

Francisco Espinel, “Algo sobre organización obrera”, en: La Vanguardia, Bogotá, No. 5, 23 de febrero de 1912; Juan Manuel Martínez Fonseca, Los trabajadores de Bavaria, Bogotá, 1880– 1930, Tesis de grado, Maestría en Historia, Bogotá, Universidad Nacional, 2004, p. 97. Máximo Rojo, “Colegio Camilo Torres”, en: La Idea, Girardot, 23 de febrero de 1919.

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Sobre el funcionamiento de estas instituciones es muy poco lo que se sabe, pues los artículos de prensa no tocan este tema. Por eso, el informe del director de la escuela de la Sociedad de Obreros y Artesanos de Tolú, publicado en La Correspondencia, periódico de esta colectividad, se constituye en un documento excepcional para conocer su organización y funcionamiento, pero ante la inexistencia de otros similares no podemos hacer ningún tipo de generalización. Del informe se desprende que era una institución bien organizada, con 165 alumnos matriculados para el año de 1912, repartidos en tres cursos que se guiaban por los programas y los textos adoptados para las escuelas primarias del Gobierno. En promedio, diariamente asistían 110 estudiantes, en dos horarios: de 7 a 9 p.m., menores de quince años, y de 8 a 10 p.m., personas adultas. Aunque las palabras preliminares del texto irradiaban gran orgullo y optimismo sobre la obra, no todo era color de rosa, pues más adelante se evidenciaba que no tenían mapas murales para la enseñanza de la geografía y solamente contaban con seis tableros para todos los estudiantes, por lo que, en “virtud de la exagerada concurrencia queda más de la mitad sin trabajar a pesar de haberse adoptado el medio de resolver a mutuo las cuestiones aritméticas, cuando no la frase gramatical o el problema geométrico”. En realidad, el problema económico era tan serio que La Sociedad de Obreros y Artesanos debió pedir ayuda al gobernador del departamento, para que contribuyera solventando esta necesidad y así continuar laborando69 .

III. IMPORTANCIA DE LA PALABRA ESCRITA El gran énfasis de los obreros y líderes populares en la propaganda escrita no fue una peculiaridad del caso colombiano, sino una característica compartida por los movimientos obreros del mundo. Sin embargo, a diferencia de Europa occidental o el cono sur americano, la tasa de analfabetismo en nuestro país era mucho mas alta, debido a que aquí no corrieron parejos los procesos de industrialización y universalización de la educación básica70 . Este elemento, sin duda, representaba una dificultad, pero, en ningún caso, era una contra-

69.

70.

Manuel González H., “Informe presentado por el director de la escuela nocturna a la Sociedad de Artesanos y obreros de Tolú, al Señor Presidente de la corporación correspondiente al mes de febrero de 1912”, en: La Correspondencia, Santiago de Tolú, No. 4, 16 de marzo de 1912. El porcentaje de analfabetos en la sociedad porteña, en 1914, era de 18%; en 1937, era de 7%, mientras que en el caso colombiano, en 1918, era del 65.7% para los hombres y 69.2% para las mujeres. Los datos correspondientes a Argentina fueron tomados de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, op. cit., p. 72, y los de Colombia, de Aline Helg, op., cit., p. 36.

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dicción, puesto que alfabetización y cultura impresa representan dos cosas diferentes, y desde la conquista española se había iniciado el proceso de difusión de una cultura escrita a través de la religión y la burocracia71 . Las organizaciones políticas populares querían aprovechar la cultura escrita existente en el país y ampliarla al máximo, para que no siguiera siendo monopolio de unos cuantos privilegiados. Por esta razón, esas organizaciones intentaron que el periódico, el folleto y la hoja suelta que editaban, se convirtieran en elementos cotidianos de la vida popular, que circularan fácilmente de mano en mano y pudieran consultarse en las bibliotecas obreras o en las sedes de los sindicatos y las imprentas. La prensa debía ser un elemento central de la identidad y la cotidianidad de las personas, que debían “andar con la sonrisa en los labios y el periódico en el bolsillo”, como rezaba la consigna de El Martillo72 . La escasez de materiales impresos y el alto valor que le atribuían los dirigentes políticos como medio para cambiar la mentalidad de las personas y alcanzar la tan anhelada redención social, conducían a que en algunos lugares estos elementos fueran solicitados con avidez, como lo hiciera la Federación de Obreros y Campesinos del Sinú, al encarecerle a El Socialista, “nos envíen algunas obras de propaganda como manifiestos, folletines, etc., pues el elemento campesino se encuentra completamente esclavizado en esta región por la Burguesía y necesitamos cuanto antes despertar las masas de tal yugo”73 . Se consideraba que la imprenta era “un cíclope en cuyos hombros descansa el edificio de la civilización”, porque propagaba las ciencias, las artes, las letras y la cultura universal, bienes que hasta ahora habían sido reservados a ciertos privilegiados, mientras la mayoría vivía en la ignorancia, la opresión y el fanatismo74 . En consecuencia, uno de los objetivos primordiales era democratizar la cultura, extendiendo en la forma más amplia posible todos los avances del pensamiento universal, tanto en lo político como en lo científico, tal y como lo expresa el siguiente fragmento de La Vanguardia: Nuestro propósito es crear, sin misterio, ni segundas intenciones, una misión activa, un orden laico militante del deber privado y social, núcleo viviente de la sociedad futura. Deseamos ayudar a todo el que lo necesite a fin de que tome

71. 72. 73. 74.

Jack Goody, e Ian Watt, “Las consecuencias de la cultura escrita”, en: Jack Goody (compilador), Cultura escrita en sociedades tradicionales, Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 39–82. El Martillo, Pereira, No. 2, 21 de octubre de 1916. “Proletarios de todos los países uníos. Federación de obreros y campesinos del Sinú”, en: El Socialista, Bogotá, No. 527, 12 de agosto de 1928. “Lo que es la imprenta”, en: El Piloto, Bogotá, No. 1, 25 de febrero de 1919.

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plena posesión de su conciencia, buscando una solución humana y armónica a los grandes problemas de la humanidad (...) Consideramos como la única obra civilizadora la que hoy se llama la lucha por la cultura; no por una cultura especial, de tercer clase, hecha expresamente para el pobre, sino por la única, por la verdadera, por la humana, por la que eleva el nivel intelectual y moral y es luz en la conciencia.75

Resulta muy reveladora la afirmación de que con la propaganda obrera no se pensaba crear una cultura particular para los pobres, sino “tomar posesión” de la “única cultura humana”, la cual debía ser compartida por todos los hombres. En este sentido, no podemos hablar de un proyecto obrero (socialista o anarquista) tendiente a consolidar una contracultura popular, totalmente excluyente y en oposición a una cultura de elite, ya que esos sectores creían que había unos bienes universales (razón, educación, ciencia, literatura, imprenta, democracia y libertad) que hasta ese momento habían estado, en forma injusta, monopolizados por unos pocos, de donde se desprendía la necesidad de democratizarlos y hacerlos extensivos a toda la población. Así mismo, la obra de la imprenta no sólo se consideraba civilizadora, sino también redentora, y por ello se comparaba a la imprenta, al periódico y al periodista, con la Santísima Trinidad, tanto que se le escribían poemas y se exaltaba su papel en la historia atribuyéndole un protagonismo similar al de un profeta que anunciaba la liberación del pueblo: “La imprenta es el taller de donde salen manantiales, como brotan manantiales de agua en la roca de la leyenda al ser tocada por la vara milagrosa de Moisés”76 . En afirmaciones como ésta encontramos una atribución de eficacia mágica, casi religiosa, a los documentos impresos, la cual puede ser interpretada como un vestigio del culto y la veneración por la palabra impresa que se desarrolla en sociedades donde la cultura escrita se encuentra restringida a una elite política o religiosa77 . Sin embargo, esta exaltación también retoma el importante papel que jugó la imprenta en la época de las revoluciones liberales burguesas, constituyéndose en “génesis” de las luchas populares y principal medio de difusión del ideario liberal, los derechos del hombre y las instituciones republicanas. Por

75. 76. 77.

Comisión de Propaganda Obrera, “La Comisión”, en: La Vanguardia, Bogotá, No. 4, 20 de febrero de 1912. Saúl Moreno, “Trinidad Redentora”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 19, 20 de diciembre de 1913. Esta idea es desarrollada por Jack Goody, en la introducción a Cultura escrita en sociedades tradicionales, op. cit.

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estas dos razones, la imprenta también era considerada como un instrumento de lucha imprescindible para los obreros, puesto que, No puede haber organización ni lucha que lleve a la victoria, ni adelanto de ninguna especie, si el pueblo no posee una imprenta suya, en cual pueda defender sus intereses, hacer valer sus derechos y poner de relieve la justicia de su causa. Pueblo que no habla es pueblo muerto. El mayor enemigo de los tiranos y especuladores es la prensa independiente. Por eso la odian, la temen, la persiguen. (…) La imprenta es el principio de nuestra emancipación, el arma formidable que en la vida moderna esgrimen los pueblos conscientes sobre sus amos. 78

Como hemos visto, en las tres primeras décadas del siglo XX, la palabra escrita tenía una importancia central en la propuesta política, cultural y educativa de las organizaciones obreras. Esta trascendencia no se derivaba únicamente de la posibilidad de lectura individual de las personas (en lo que ciertamente los obreros y artesanos estaban en desventaja frente a otros sectores sociales), sino en que los textos impresos cumplían un papel aglutinador y justificador de muchas actividades políticas y culturales, que solamente tenían que ver tangencialmente con los impresos, como lo hemos expuesto en este capítulo.

78.

Miguel Strogoff (seudónimo de Raúl Eduardo Mahecha), “La imprenta del pueblo”, en: El Luchador, Medellín, No. 103, 18 de noviembre de 1919.

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Capítulo 3 LA PRENSA OBRERO-POPULAR Y EL INTENTO DE RENOVAR LA POLÍTICA COLOMBIANA

Este capítulo busca rastrear posibles respuestas a dos preguntas centrales en torno a la relación entre prensa y política: ¿cuáles fueron las influencias ideológicas y políticas de la prensa obrera? y ¿qué lugar ocupó este tipo de publicaciones en la contienda política del periodo? En otros términos, ¿cuál era el radio de acción política de la prensa? Para intentar responder a estos interrogantes, el capítulo se divide en cuatro secciones: en la primera, se analiza la manera cómo se insertan los periódicos en el ámbito político de la época; en la segunda, se establece una periodización y una tipología política de la prensa, indagando sobre los diferentes tipos de contienda política en la que participan los periódicos obreros y socialistas; en la tercera, se presenta un panorama general sobre el tema de censura y libertad de prensa, considerando que la persecución a los periódicos y a los periodistas de la oposición fue una constante durante la República Conservadora, que adquirió unas connotaciones particulares ante la emergencia de la prensa obrera y socialista, desde 1910, y en la cuarta, se presenta una breve síntesis sobre la importancia de la prensa obrera, como un componente central de un intento de renovación política y democrática del país. Las fuentes básicas para la elaboración de esta sección han sido los periódicos obreros, de los cuales se resalta su visión particular sobre los principales acontecimientos políticos en los que participaron. El ejercicio de establecer las confrontaciones políticas habría sido más enriquecedor si se hubieran analizado periódicos de otras tendencias, pero, por el volumen de las fuentes y los límites impuestos es este trabajo, se decidió excluir la metodología comparativa.

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I.

LA PRENSA OBRERA Y POPULAR Y EL MUNDO DE LA POLÍTICA COLOMBIANA EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX

Durante la Hegemonía Conservadora, el control político del Estado estaba en manos del Partido Conservador, respaldado por la Iglesia católica. De esta situación se desprendió una realidad práctica, que tuvo mucho peso en las alineaciones políticas: el liberalismo y las nacientes organizaciones obreras y socialistas quedaron situadas en el mismo bando, como opositoras y víctimas del conservatismo y el Clero. No obstante, esta realidad no finiquitó la lucha política, sino que la trasladó de los partidos (Liberal y Conservador) a diferentes facciones de estas colectividades. Fue a este espectro de tendencias, coaliciones y no pocos personalismos, al que se vincularon las organizaciones obreras y socialistas. Desde finales del siglo XIX, en el Partido Conservador existían dos tendencias claras, los nacionalistas y los históricos. Posteriormente, en 1912, la colectividad se reunificó bajo la dirección de José Vicente Concha, movida en parte por la necesidad de hacer frente a los republicanos. Esta frágil e inestable unidad se mantuvo hasta las elecciones de 1930, cuando el partido se polarizó en torno a las candidaturas de Alfredo Vásquez Cobo y Guillermo Valencia, y perdió el poder frente a un liberalismo fortalecido1 . La Unión Republicana surgió en 1909, conformada por un grupo de industriales antioqueños, algunos dirigentes liberales y buena parte de los conservadores históricos que casi desde el principio se habían distanciado del Gobierno de Rafael Reyes. Este movimiento tuvo un papel político preponderante, entre 1909 y 1914, puesto que fue decisivo en la caída de Reyes, en la reforma constitucional de 1910 y en la elección de Carlos E. Restrepo como presidente para el período 1910-1914. Entre los liberales que apoyaron el republicanismo estaban Benjamín Herrera, Nicolás Esguerra, Eduardo Santos y Luis Cano, y entre los conservadores se destacaron, Pedro Nel Ospina, José Vicente Concha y Miguel Abadía Méndez2 . Por su parte, durante la década de 1910, en el liberalismo se continuó radicalizando la división entre republicanos, acaudillados por el general Benjamín Herrera, y bloquistas, encabezados por el general Rafael Uribe Uribe. A

1.

2.

Malcom, Deas, “El papel de la Iglesia, el ejército y la policía en las elecciones colombianas entre 1850 y 1930”, en: Boletín cultural y bibliográfico, Bogotá, vol. XXXIX, No. 60, 2002; Eduardo Posada Carbó, “Los límites del poder: elecciones bajo la hegemonía conservadora”, en: Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, vol. XXXIX, No. 60, 2002, pp. 39-41. Jorge Orlando Melo, “De Carlos E. Restrepo a Marco Fidel Suárez. Republicanismo y gobiernos conservadores”, en: Nueva Historia de Colombia, t. I, op. cit., p. 218 y ss.

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comienzos de la década de 1920 se desarrolló un proceso de reintegración del liberalismo promovido por antiguos republicanos, pero, tras la derrota del general Herrera en las elecciones de 1922 (atribuida al fraude electoral), este líder endureció su oposición al conservatismo y salieron a flote dos tendencias que habrían de rivalizar el resto del decenio: la civilista y la guerrerista. En la línea civilista del liberalismo, estaban antiguos republicanos que querían menguar la influencia de los generales de la Guerra de los Mil Días dentro del partido y se negaban a hacer oposición total al conservatismo, como lo había decidido la Convención de Ibagué. En la línea guerrerista, se encontraban precisamente, esos viejos generales de la guerra, dispuestos a hacer oposición franca y total al gobierno, y convencidos de que el fraude en las elecciones no les permitiría llegar al poder por la vía electoral. Fue este último sector el que entró en conversaciones con el PSR, para llevar a cabo una insurrección armada, en 19293 . A nivel regional y local las alianzas y divisiones partidistas se hacían mucho más complejas, porque la lejanía de la dirigencia del partido permitía que la disciplina fuera mucho más laxa; los caudillos y caciques locales podían actuar más libremente, de acuerdo con su voluntad y había un botín político alcanzable que generaba fuertes pasiones y ambiciones. Las elecciones para conformar las Asambleas Departamentales y los Consejos Municipales, eran espacios donde las fisuras de la Hegemonía se advertían más grandes y por lo tanto los grupos disidentes podían alcanzar algunas victorias. Teóricamente, a nivel local, la disputa por ganarse el favor popular era más fuerte que en el plano nacional, porque las restricciones económicas y de alfabetización que existían para poder votar en las elecciones presidenciales y parlamentarias, no aplicaban para los otros cargos de elección popular, por lo que en esos casos cualquier hombre –sin importar su condición socioeconómica– era un potencial elector. Esta misma razón explica por qué la política local fue campo privilegiado para los periódicos obreros, ya que a este nivel, no sólo podían inscribir candidatos obreros, sino que el pueblo tenía un papel protagónico en un ambiente en el que, cara a cara, todos se conocían. Durante la Hegemonía, la Iglesia estaba identificada con el régimen conservador, al punto que le servía de apoyo ideológico, agente legitimador y medio para asegurar el control político del pueblo. A través de la Constitución de 1886, el Concordato de 1887 y la Convención adicional de 1892, el Estado reconoció al catolicismo como religión oficial, le concedió el monopolio sobre

3.

Germán Colmenares, “Ospina y Abadía: la política en el decenio de los veinte”, en: Nueva Historia de Colombia, op. cit., t. I.

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la educación y sobre el estado civil de los nacionales y le entregó las regiones habitadas por indígenas (64 por ciento del territorio nacional y 2 por ciento de la población) para que catequizara a los nativos y cumpliera funciones de gobierNo. Dentro del pacto de la Regeneración, como contraprestación de esta situación privilegiada, la Iglesia apoyaba electoralmente al Partido Conservador y suplía labores gubernamentales en extensas zonas del país4 . La segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX, fueron épocas de gran polarización dentro del Clero. Ante el reto de las reformas liberales de mediados del siglo XIX, la Iglesia se dividió en dos líneas: una, ultrarradical, que no concebía ningún tipo de concesión al enemigo (liberal) y buscaba una reconquista del país, y otra, más moderada, que consideraba más urgente la auto-reforma del Clero y la purificación del culto, que su participación en política. Existía, además, una pugna por el control de la institución entre el clero metropolitano y el clero provincial, que buscaba mantener su autonomía. Sin embargo, como lo ha señalado Christopher Abel, tras la caída de Reyes, el arzobispo primado, Bernardo Herrera Restrepo, “restituyó la unidad de la Iglesia y mantuvo lazos estrechos con el Estado. En la fatiga de la posguerra logró imponer un grado de disciplina que no se conocía hasta entonces en la Iglesia colombiana y obtuvo un consenso, que sin erradicar las diferencias las diluyó convenientemente”5 . En este período, la Iglesia buscó mantener y aumentar su influencia, respondiendo a procesos como la urbanización, la incipiente industrialización y la expansión de áreas de colonización. Para ello, trató de trasladar a la ciudad la relación paternalista, existente entre el campesino y el cura párroco, por medio de la caridad. Intentó adaptar al contexto colombiano la Acción Social Católica europea a través de la fundación de círculos obreros, patronatos y sociedades católicas, para congregar a los y las trabajadoras, y escuelas de artes y oficios para los hijos de los obreros; además, hizo presencia importante en nuevas comunidades de la frontera antioqueña mediante la fundación de parroquias, sociedades de ahorro, de caridad y casas de beneficencia. Aunque sin desconocer la magnitud que alcanzaron algunos de estos proyectos, como la Sociedad de San Vicente de Paúl, en Medellín o la obra del padre Campoamor, en Bogotá, se podría concluir que, en general, la adopción de los programas de la Acción Social fue muy lento y no alcanzó el cubrimiento geográfico presupuestado.

4. 5.

C. Abel, op. cit., p. 31. Ibíd., p. 33.

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En consecuencia, pese a las directrices de los altos jerarcas del Clero y a los esfuerzos de algunos sacerdotes, el control de la población no fue completo y varió mucho de una región a otra. Históricamente, el predominio de la Iglesia era más fuerte en las regiones altas del país que en los valles y las costas, y esa tendencia se mantuvo en este período. Igualmente, a mediados de la década de 1920, la dimensión y complejidad social de una ciudad como Bogotá, eran bastante grandes como para poder controlar las tensiones sociales6 . En este contexto de la Hegemonía Conservadora –contienda política entre facciones de los partidos, caudillismo e intervención del Clero en la política–, aparecieron en el ámbito público, la prensa y las organizaciones obreras, para tratar de lograr un lugar propio y respetado dentro de la política. Durante los primeros quince años de la Hegemonía, el pueblo fue excluido sistemáticamente de la política (salvo para el rito puntual de las elecciones), pues, tanto el Clero como los partidos, rechazaron la organización política del pueblo bajo el argumento de que era una idea exótica, alejada de las condiciones del país y que los sectores populares ya estaban representados en los partidos. En un “país de gramáticos”, donde el culto al idioma y a la palabra escrita era tan fuerte, era apenas lógico que una parte significativa del debate político se adelantara en la prensa, que los artículos y columnas de opinión sirvieran de tribuna para la confrontación ideológica y que cada grupo (incluyendo al Clero) tuviera su propio periódico. A través de un ejercicio de crítica y respuesta que, podía prolongarse durante meses, se definían los bandos, se daban a conocer los dirigentes y se determinaba quién estaba en el juego de la política y quién No. Por eso, tener una publicación o poder acceder a ella, se constituía en un requisito indispensable para tratar de vincularse al debate público con los otros actores políticos7 . Por lo anterior, en los periódicos obreros encontramos dos procesos de afirmación y búsqueda de reconocimiento, íntimamente interrelacionados: uno, frente a los sectores que decían representar (los obreros y el pueblo, en general) y otro, frente a los otros actores en contienda (los partidos políticos y el Clero). En este camino, nada fácil de recorrer, algunos elementos específicos caracterizaron la actuación política de la prensa obrera: pervivencia de la herencia política del artesanado, apoliticismo, imposibilidad de deslindarse totalmente del Partido

6. 7.

Rocío Londoño y Alberto Saldarriaga, La ciudad de Dios de Bogotá. Barrio Villa Javier, Bogotá, Fundación Social, 1994, pp. 15-16; Christopher Abel, op. cit., pp. 36 y ss Cfr., Malcom, Deas, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993.

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Liberal, oposición frontal al conservatismo y a la Hegemonía de este partido en el poder, y dislocación entre lo nacional y lo local. A. Apoliticismo Una de las preconcepciones, como corolario, que teníamos antes de iniciar la investigación, partía de la certeza de que nuestro objeto de estudio era la prensa política y en muchos casos partidista. Sin embargo, a partir de la lectura de las fuentes, nos dimos cuenta que, desde el punto de vista de los directores y redactores, lo primero no era cierto, pero lo segundo sí. ¿Cómo era esto? ¿Cómo podía un periódico ser vocero de un partido, un gremio o un sindicato y no ser “político”? La explicación se encuentra en que prevalecía una noción de política equiparada a lucha electoral bipartidista y con una valoración totalmente negativa, pues se le consideraba campo de maquinaciones, fraude, mentira, violencia y manipulación del pueblo. En este balance, la experiencia nefasta de las guerras civiles era un elemento que tenía mucho peso para demostrar que los partidos políticos sólo se guiaban por las ambiciones personales de sus caudillos, pero no favorecían al pueblo, a quien, por el contrario, utilizaban como carne de cañón. En consecuencia, los periódicos se apresuraban a declarar en sus primeros números que eran “apolíticos”. Esto se hacía en forma clara y contundente y se erigía como uno de los pilares que soportaría la línea de acción de la publicación. Por ejemplo, El Baluarte, tras afirmarlo en su primer número, lo ratificó en el siguiente con estas palabras: “Hoy lo repetimos: nuestra empresa no es de lucha política: es obra de la democracia, y dentro de nuestro programa obrero no caben las ruines y bastardas ambiciones de la política”8 . Las “bastardas ambiciones de la política” hacían referencia a las elecciones, mientras que la “democracia” era un bien supremo que había conquistado la civilización, dentro del cual no sólo era lícito, sino deseable situarse. Bajo esta lógica, los periódicos autodenominaban su accionar como un trabajo en pro del mejoramiento de los obreros o del gremio, que se situaba en la esfera social o económica, pero en ningún caso en la política. Entre otras cosas, esta concepción no era exclusiva de los obreros y artesanos, como lo demuestra la opinión del fiscal del caso del asesinato de Rafael Uribe Uribe, quien consideró que las sociedades a las que pertenecían Galarza y Carvajal no

8.

“En la brecha”, en: El Baluarte, Girardot, No. 2, 27 de septiembre de 1918.

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eran políticas, porque no trataban de política partidista, sino que buscaban el mejoramiento del gremio obrero. Esta diferenciación les reportaba beneficios a los periódicos y, en teoría, les permitiría una mejor recepción entre el pueblo, porque los dejaba libres de toda sospecha de que más adelante fueran a entrar en tratos o en componendas electorales; reafirmaba la idea de que buscarían el bien común sobre el bien individual; los apartaba de la senda de las guerras civiles que habían sido una plaga para el país, y les permitía salirle al paso a la condena eclesiástica que sentenciaba que los obreros no debía inmiscuirse en política. Ser apolíticos significaba reafirmar una total independencia de los partidos políticos, Liberal y Conservador, no sólo porque ellos eran protagonistas de la lucha electoral, sino porque consideraban que en la historia había suficientes argumentos para demostrar que ninguna de esas colectividades había hecho algo positivo por el mejoramiento de las clases trabajadoras y, por el contrario, utilizaban al pueblo como carne de urna en las elecciones o carne de cañón durante las guerras civiles9 . Con esto, se quería dejar atrás una forma de hacer política, que hasta ahora había beneficiado solamente a unos pocos, y dar paso a una nueva etapa donde primaría la búsqueda de la paz y del progreso del país. B. Búsqueda de independencia frente al liberalismo Pese a la vehemencia con que se hacía la profesión de fe apoliticista y la consiguiente independencia de los partidos tradicionales, en la práctica, repetidas veces los periódicos apoyaron candidatos liberales o coaliciones políticas. Se creó una especie de círculo vicioso, puesto que los periódicos criticaban fuertemente a las organizaciones artesanales y obreras que en el pasado se habían aliado con los liberales y prometían con firmeza mantener su independencia, pero luego justificaban la necesidad de una alianza y posteriormente manifestaban que habían sido utilizados y traicionados, y que nunca más volverían a hacer pactos, y así sucesivamente. El proteccionista, en marzo de 1911, llamaba a conformar el Partido Obrero para actuar con independencia de las clases dominantes y los partidos políticos, manifestando que, La organización del Partido Obrero responde a la necesidad de deslindar a las clases dirigentes, de la gran masa social que sólo sirve o ha servido hasta ahora

9.

“Adelante”, en: El proteccionista, Bogotá, No. 1, 29 de octubre de 1910; “Direccionistas y disidentes”, en: La Libertad, Bogotá, No. 130, 5 de octubre de 1916.

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para reclutar y llevar como rebaños a los campos de batalla. El Partido Obrero significa un gran paso en el movimiento de nuestras luchas políticas, puesto que hace entrar como factor independiente, la gran masa social que en otros tiempos se computaba como un agregado inseparable de los caudillos.10

Sin embargo, sólo dos meses después, a propósito de las elecciones parlamentarias, esta colectividad entró en alianza con republicanos y liberales. Mediante una publicación, trató de justificar este cambio de posición: Y puesto que predicamos la tolerancia y nuestra tendencia de partido de evolución es nacionalizar nuestro programa, debemos confraternizarnos con los elementos que simpaticen con nuestras ideas, y en ese armónico concierto no deben faltar el Partido Republicano que representa la concordia; el Industrial y Obrero, que representa la democracia, y el Liberal, que representa la evolución. Que el toque de generala nos congregue compactos a (sic) invencibles en el campo parlamentario.11

Pero después de un corto período de euforia por los buenos resultados de los candidatos obreros, la alegría se convirtió en frustración, porque el juez del circuito de Bogotá dictó un fallo, en julio de 1911, que dejaba al Partido Obrero sin su representación en el Congreso, e inmediatamente ocurrió una desbandada de algunos de sus dirigentes hacia el liberalismo o el republicanismo12 . Dos años después, en 1913, se creó la Unión Obrera de Colombia (UOC). A través de sus periódicos La Unión Obrera, en Bogotá, y El Obrero Moderno, en Bucaramanga, se hacía una fuerte crítica a la Unión de Industriales y Obreros (UNIO), organización que había impulsado el Partido Obrero, de 1910, y pretendía superar sus limitaciones apelando únicamente a los trabajadores, haciendo mayor énfasis en la existencia de desigualdad y explotación social y preconizando una total independencia de los partidos políticos. Sin embargo, más temprano que tarde, El Obrero Moderno llamó a sus lectores y copartidarios a apoyar la plancha liberal. Esta decisión fue justificada a partir de la necesidad de hacerle oposición a la concentración conservadora y ante la imposibilidad de presentar una lista propia. Por tales razones, optaron por el mal menor de apoyar a “la única que nos ofrece algo razonable y positivo”13 . Tras este episodio, nuevamente cundió la desilusión, ya que algunos quedaron convencidos de que las listas de candidatos, supuestamente concer-

10. 11. 12. 13.

Luis Forero Rubio, “El Partido Obrero”, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 19, 14 de marzo de 1911. J. R., Lanao Loaiza, “Toque de generala”, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 29, 4 de junio de 1911. M. T., Amorocho, “Hora solemne”, en: El proteccionista, Bogotá, No. 33, 16 de julio de 1911. Sobre este primer intento de conformar un partido obrero, véase: D. Sowell, op. cit., p. 21 y ss. “Cuestiones sociales”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 6, 19 de abril de 1913.

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tadas entre liberales y obreros, no representaban los intereses de estos últimos, y se acusó de traición a Víctor Julio Corredor, elegido, por los obreros, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, porque sus actuaciones eran supuestamente clericales14 . La línea de acción que se adoptó en los siguientes números del periódico, fue bastante ambigua, ya que, por un lado, ante la inexistencia de leyes electorales que garantizaran el respeto al sufragio de las minorías obreras, se siguió defendiendo la necesidad de hacer alianzas con los liberales y, por otro lado, se llamó a abrazar la ideología socialista y a organizarse en forma independiente de los industriales, las organizaciones católicas y los partidos15 . En Cundinamarca, y especialmente en Bogotá, el asesinato del general Uribe Uribe en octubre de 1914, impactó de manera profunda a las organizaciones obreras. La muerte del caudillo supuso el fin del predominio liberal sobre la UNIO, cuya situación fue observada atentamente por los republicanos, quienes trataron de ganar a los trabajadores para las elecciones de 1915. Para lograr este fin, incluyeron a algunos obreros en sus listas, pero en el caso de las elecciones del Consejo Municipal, los tres representantes de los obreros electos fueron excluidos por un acuerdo secreto entre liberales y conservadores16 . En 1916, se fundó un segundo Partido Obrero, en el que convergieron antiguos líderes artesanales y muchos miembros de las sociedades mutuarias y de la UOC. A través de su periódico oficial, que tenía el mismo nombre del partido, se manifestó a la opinión pública la convicción inquebrantable de mantener una línea de acción apolítica e independiente porque “los políticos, llámense liberales, conservadores o republicanos, son todos unos vividores de oficio”17 . Por esto, en otro artículo, afirmaban: “Nuestro propósito redentor es el de no volver a las urnas por ninguna causa. ¡No más boletas liberales ni más votos conservadores! No más discusiones por un candidato que habrá de mofarse de nuestra estulticia desde su sitial de presidente de la República o desde su curul de Representante o Senador”18 . Estas promesas fueron cumplidas parcialmente, como se demostró con la negativa de los obreros de participar en los comicios departamentales de 1917, haciendo caso omiso a los “coqueteos” de la Unión Liberal, que se creó para

14. 15. 16. 17. 18.

“El Partido Obrero y el liberalismo”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 12, 7 de junio de 1913. “Definámonos”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 13, 28 de junio de 1913; “Los obreros y el Nuevo Tiempo”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 17, 9 de agosto de 1913. D. Sowell, op. cit., p.145. “Por los obreros”, en: El Partido Obrero, Bogotá, No. 9, 18 de marzo de 1916. “Nuestro ideal”, en: El Partido Obrero, Bogotá, No. 2, 29 de enero de 1916. Cursiva en el original.

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esas votaciones con la participación de liberales y republicanos19 . Sin embargo, para las elecciones de congresistas, celebradas en mayo de ese año, el Partido Obrero decidió unirse a los republicanos en una coalición que, a la postre, cumplió su objetivo de derrotar a los conservadores nacionalistas. La necesidad de hacer oposición a la Hegemonía Conservadora era un argumento que pesaba mucho a la hora de decidirse a apoyar electoralmente al liberalismo, como se ve en este último caso. Incluso, un periódico, como La Libertad, pionero en la difusión de la ideología socialista, pidió en 1916 la reintegración del Partido Liberal para no llegar a la disolución completa y tener que someterse al Partido Conservador20 . En 1919, con la fundación del Partido Socialista, se hicieron avances importantes en el proceso de organización de los trabajadores, quienes por primera vez contaban con una organización nacional y claramente independiente de los partidos tradicionales y de los patronos. El Socialista y El Luchador hicieron una intensa labor educativa para explicarle a los lectores la necesidad de adoptar la ideología socialista, pero desligándose totalmente de los partidos políticos: Por eso ahora (el pueblo) quiere organizarse independientemente de todo partido tradicional, para ir a la conquista de las reformas económicas y constitucionales que lo rediman. Todos los que vayan a militar en el partido socialista deben desvincularse de los antiguos partidos porque no puede haber socialistas conservadores o liberales, sino socialistas a secas.21

De aquí, que desde ese mismo año, decidieron participar con sus propios candidatos en las elecciones municipales y así lo hicieron en los años siguientes, obteniendo resultados importantes, especialmente en 1921, cuando lograron la mayoría de votos en Girardot, Ambalema, Cisneros, Segovia, Viotá, La Mesa y La Palma, y ocuparon el segundo lugar, después de los conservadores, en Medellín, Manizales y Honda22 .

19.

20.

21. 22.

David Sowell señala que, como consecuencia de esta decisión del Partido Obrero, las elecciones de 1917 tuvieron el menor número de votantes de todas las elecciones departamentales de la década. Op. cit., p. 148. La Libertad, Bogotá, No. 130, 5 de octubre de 1916. Pese a estas declaraciones, el periódico siguió siendo socialista y se convirtió en órgano del Sindicato Central Obrero, una organización con bastante influencia en el centro del país, que posteriormente se vinculó al Partido Socialista. Tito Zapata, “Sobre Obrerismo”, en: El Luchador, Medellín, No. 71, 23 de julio de 1919. Véase, además, Nos. 72, 76 y 77. Véase, El Luchador, Medellín, Nos. 72, 73, 80, 82, 86-89, 1919; M. Archila, Cultura e identidad obrera, op. cit., p. 220; I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 3, op. cit., pp. 707–709.

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Estas importantes victorias, a nivel local, no fueron suficientes para mantener la independencia total, de modo que muchos dirigentes socialistas se adhirieron a la candidatura presidencial de Benjamín Herrera, para el período 1922–1926. Con esta desbandada, el Partido Socialista quedó prácticamente liquidado. En dicha determinación, al parecer tuvo mucho que ver el proceso de reorganización del liberalismo, que se venía dando desde principios de 1921 y que llevó a algunos personajes importantes que habían militado en el republicanismo a reintegrarse totalmente al partido. En esta decisión confluyeron el prestigio personal del general Herrera, la credibilidad de antiguos militantes republicanos, como Eduardo Santos, Luis Cano, Luis E. Nieto Caballero y Enrique Olaya Herrera, y vestigios de los nexos que habían existido entre obreros y republicanos23 . El líder obrero Ignacio Torres Giraldo, juzgó estos acontecimientos de manera bastante severa al considerar que la efervescencia electoral de 1919 a 1921, fue producto de la actividad de muchos personajes que, influidos por las prácticas de los partidos tradicionales, querían figurar como líderes políticos y mejorar su posición económica. Estimó, además, que la victoria socialista fue favorecida por la inactividad de los líderes liberales a nivel local y que este período de auge terminó en 1922, porque “los comandos socialistas colombianos trabajaban con capital prestado, con electores liberales a quienes los jefes de este partido recobraron para su gran debate presidencial de 1922, en el cual tuvieron como candidato único al General Benjamín Herrera”24 . Estos acontecimientos demostraban que la influencia de algunos dirigentes del liberalismo todavía era muy grande entre los sectores populares y que, tras algunos amagos de independencia, los dirigentes políticos, generalmente, regresaban al redil del partido. Un lustro después, otro episodio habría de presentarse enrareciendo aún más el panorama. Para esa época, las organizaciones socialistas daban a conocer a través de la prensa, que renunciaban a la lucha electoral y dejaban todas sus esperanzas en una revolución. Tras hacer una reflexión sobre lo que había ocurrido en el pasado, El Socialista afirmaba que, Las organizaciones y los partidos pierden las masas por llevarlas a las urnas electorales, pues el verdadero militante sabe muy bien que no es al amparo de

23.

24.

G. Colmenares, op. cit., pp. 251–252; E. Posada Carbó, op. cit., pp. 50-51. La influencia de estos antiguos líderes republicanos derivaba tanto de su actividad política como periodística en El Tiempo, El Espectador y El Diario Nacional. I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 3, op. cit., p. 709. La inactividad del liberalismo que menciona Torres Giraldo, hace referencia a que este partido no presentó candidato presidencial para las elecciones de 1918 y esto repercutió en la actividad local.

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una bayoneta y de un jurado de votación, como se obtienen las conquistas de la libertad, ni muchísimo menos con leyes que benefician únicamente a quienes las dictan, o cuando es expedida alguna que favorezca al pueblo, el ejecutivo no la cumple (…) Los obreros renunciamos a creer en el parlamento y de hecho sepultamos en el más profundo asco físico y moral la representación proporcional de los partidos. (…) Para acabar de un solo tajo con el enemigo encaramado consideramos que el medio para triunfar es la revolución social, y nuestra aspiración acabar con la explotación del hombre por el hombre.25

Estas ideas eran compartidas por las principales tendencias populares de la época, el Partido Socialista Revolucionario y los grupos socialistas y anarquistas independientes. Pese a las diferencias que estos sectores habían tenido en el III Congreso Obrero de 1926, mantuvieron relaciones respetuosas hasta mediados de 1928, cuando periódicos como El Socialista y Claridad, iniciaron una campaña contra los principales dirigentes del PSR, acusándolos de unirse al liberalismo para la conformación del Comité de Acción Social contra la Ley Heroica. Además de este comité, había otras alianzas entre socialistas y el sector guerrerista del Partido Liberal, expresadas en la conformación del Comité Central Conspirativo Colombiano (C.C.C.C), para llevar a cabo una insurrección armada. Aunque el C.C.C.C. nunca fue denunciado explícitamente (hubiera sido una deslealtad sacar a la luz pública una organización clandestina), ese era el principal motivo de crítica de los otros sectores socialistas. También, hicieron denuncias explícitas contra Tomás Uribe Márquez, Max Grillo y Moisés Prieto, a quienes se acusaba de haberse unido al socialismo para “contener el avance de la revolución social y preparar las masas proletarias para las próximas elecciones que han de venir dentro de muy pocos meses” 26 . Los acontecimientos posteriores confirmaron estas acusaciones a Max Grillo y Moisés Prieto, quienes después de la debacle del Partido, en 1929, regresaron al Partido Liberal. Como vemos, en los dos últimos años de la Hegemonía Conservadora, hubo un doble proceso que involucró a los dos sectores del liberalismo y les permitió finalmente canalizar la agitación social de la época y salir vencedo-

25. 26.

Ruthislore, “No queremos reforma electoral”, en: El socialista, Bogotá, No. 531, 6 de octubre de 1928. “La segunda jarana de los amarillos”, en: El Socialista, Bogotá, No. 532, 14 de octubre de 1928. Sobre la campaña de prensa contra las alianzas del PSR, véase, además “La Jarana de Amarillos”, en: El Socialista, Bogotá, Nos 525, 526, 531, 533, 535, 536 y 538, 1928; Claridad, Bogotá, Nos. 46, 53 y 57, 1928.

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res en la contienda de 1930. Por un lado, el sector guerrerista del partido tenía su lugar en el C.C.C.C., en la figura del general Cuberos Niño, mientras que algunos de los liberales civilistas, que habían entrado al PSR, como Felipe Lleras y Moisés Prieto, lograron escalar hasta la dirección del partido. Esta situación fue motivo de ácidas críticas, pero lo que apresuró la desaparición del PSR fue la ola de represión oficial, desatada tras la masacre de las bananeras y a raíz del descubrimiento del plan insurreccional. Esto hizo que los principales líderes nacionales y locales fueran encarcelados, al tiempo que los liberales apresuraban su regreso al liberalismo. Es posible concluir que, pese a los diferentes esfuerzos y a la vasta retórica empleada en afirmar apoliticismo e independencia, a finales de la década de 1920, ni el PSR ni el movimiento popular habían logrado romper completamente sus ataduras con el Partido Liberal27 . La concepción negativa de los partidos políticos no impidió que el liberalismo, como ideología, tuviera una recepción positiva entre los sectores obreros y artesanales del período. Los postulados de la Revolución Francesa seguían siendo reivindicaciones necesarias en el contexto colombiano y hacían parte de la experiencia de lucha de algunos sectores artesanales, por lo que seguían siendo un pilar importante de su ideología. Esta situación hizo más difícil de cumplir el propósito de mantenerse completamente separado del liberalismo, máxime que en este período el partido se esforzó por incluir dentro de su plataforma algunos de los puntos presentados por el Partido Socialista y que compartían un enemigo común, el Partido Conservador, lo cual, en cierta medida, los ponía del mismo lado28 . Tras esta aparente falta de coherencia, se evidencian las diferentes respuestas a una serie de dilemas que fueron persistentes en este periodo: ¿entraban en coaliciones para obtener reformas parciales a sus demandas y debilitar al conservatismo o actuaban de forma independiente con el peligro de terminar aislados y sin influencia real en el gobierno? ¿Sus demandas podían ser satisfechas dentro del sistema político bipartidista, como lo creía la UNIO y la mayoría de organizaciones artesanales de la década de 1910, o era necesaria una trasformación social profunda, como creían los socialistas? ¿Se debía privilegiar la participación política (electoral) o la presión económica (huelga)? 27.

28.

Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia 1930–1954, Bogotá, Siglo XXI Editores–CEREC, 1987, p. 98. Esta conclusión es compartida por la historiografía del movimiento obrero, véase, M. Archila, Cultura e identidad obrera, op. cit., p. 244 y ss; M. Medina, op. cit., pp. 128–129. R. Vega, Gente muy rebelde, t. 4. Socialismo, cultura y protesta popular, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, 2002, p. 323 y ss; y Miguel Urrutia, Historia del sindicalismo en Colombia, Medellín, Editorial La Carreta–Universidad de los Andes, 1976, pp. 132–133. I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 3, op. cit., p. 712; G. Molina, op. cit., pp. 130–136.

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C.

Anti conservadurismo

El anti conservadurismo, antigodismo o lucha contra los runtanos, fue otra característica común a toda la prensa obrera del período. En este caso, la separación era más tajante, puesto que no estaban solamente en contra del Partido Conservador, sino de cualquier idea o principio político que lo sustentara. Esto permitió que la independencia se mantuviera con mayor firmeza y coherencia que en el caso de liberalismo, pues no había lugar a ningún tipo de concesión. Esta postura se anclaba en un análisis histórico de los gobiernos conservadores, en contraste con el período que hoy día llamamos Olimpo Radical (1863-1885). En este sentido, es ilustrativo un artículo que escribió Juan Francisco Moncaleano en El Ravachol, donde comparaba la situación del país, entre 1875 y 1910. Según él, en la primera época, bajo la presidencia de Aquileo Parra, Colombia era un país respetado, los artesanos tenían trabajo y había igualdad ante la ley, pero, después de la traición de Núñez, el país fue desmembrado y deshonrado ante el mundo entero y el artesanado no tenía cómo ganarse la vida, mientras los burócratas vivían en palacios. De esta forma muy sencilla, se iban tejiendo los tres principales argumentos que sustentaban su posición: los conservadores no respetaban las libertades individuales, eran un obstáculo para el progreso social y no favorecían a los trabajadores29 . Otro plano de la crítica se situaba en el terreno moral y trataba de demostrar la maldad de los conservadores. Para esto, se utilizaban artículos de crítica y de denuncia, donde a partir de un caso puntual se extraían conclusiones de tipo general, para presentar a los runtanos como corruptos, traidores, hipócritas, ladrones y perseguidores30 . Esa descalificación moral no era exclusiva de la prensa obrera, sino que se inscribía en la lógica política de la época, hegemonizada por el conservatismo y el Clero. Era una forma de desenmascarar la imagen de católico virtuoso que esta alianza había construido y también una respuesta a la satanización a que eran sometidos. Con esto, se buscaba invertir la figura, mostrando que los conservadores no eran buenos, pero que los obreros sí, tal como lo muestra este ejemplo, tomado de El Obrero Moderno:

29.

30.

Juan Francisco Moncaleano, “Contrastes”, en: El Ravachol, Bogotá, No. 1, 25 de junio de 1910; “Direccionistas y disidentes”, en: La Libertad, Bogotá, No. 130, 5 de octubre de 1916; Fear, “Organización obrera”, en: El Luchador, Medellín, No. 69, 16 de julio de 1919; “Las tinieblas en el poder”, en: El Socialista, Bogotá, No. 523, 30 de junio de 1928; “Sobre la misión de la prensa”, en: La correspondencia, Bogotá, No. 3, 22 de febrero de 1912. Véase, por ejemplo, una serie de artículos de El Ariete denunciando diferentes abusos de los conservadores: “Horcas caudinas en Galán”; “Señor Gobernador” y “Cubilete”, Nos. 18, 19 y 48, 1910 y 1911.

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Son runtanos los que con fines políticos andan en la actualidad escalando los templos para profanar las imágenes de los santos y hacer aparecer a los liberales con tal baldón atenidos al principio clerical de que ningún liberal puede ser católico y por lo tanto están obligados forzosamente a ser sacrílegos. Los que en todas las épocas de la república han engañado a los liberales, validos de su credulidad para especular su fuerza moral y su buena fe política a favor de sus ambiciones; y por último, los mismos que en todos los tiempos han atropellado los derechos de los ciudadanos, cuando no los asesinan y los asaltan villanamente en cuadrillas de malhechores, como sucede actualmente en Piedecuesta, en el Tolima y en casi todos los pueblos del país en donde los curas no cesan de predicar el exterminio liberal. Esto es lo que quiere decir runtaNo.31

En el fragmento citado se evidencia también, otra característica de este tipo de discursos, donde la crítica excluía el examen de los principios políticos del contendor y se privilegiaba el plano personal y moral, con la intención de conmover más que de convencer. D. Dicotomía entre lo local y lo nacional Podemos afirmar que existió una clara fractura entre lo local y lo nacional en cuanto a la forma como la prensa obrera participaba en la discusión política. Así, mientras logró grandes fortalezas a nivel regional, en el ámbito nacional carecía de información rápida y completa, y ello se tradujo en una posición muy clara frente a la política y los actores locales, en tanto que la política nacional se enfrentaba a partir de generalizaciones utilizadas para todas las ocasiones. En el territorio efectivo que cubría el periódico, los principios ideológicos no se quedaban en retórica, sino que se concretaban en denuncias o campañas sobre los servicios públicos, el estado de las vías, la higiene de la plaza de mercado, la actuación del cura párroco, el alcalde, la policía, etc. Todos estos aspectos eran concretos y estaban directamente relacionados con la vida cotidiana de sus lectores, pero el análisis del impacto de la política nacional a nivel local era marginal. Como se ha mencionado en la primera parte de este capítulo, el esquema de enfrentamiento liberal-conservador, se hizo más complejo por la presencia de tendencias dentro de los partidos y por el predominio de caudillos locales y regionales. Por lo tanto, el conocimiento del medio político era un factor muy importante para poder deslindar posiciones y presentar puntos de vista sobre la vida política local, tanto o más que el bagaje político e ideológico sobre proteccionismo, libertades individuales o separación de la Iglesia y el Estado. 31

“Lo que es el runtanismo”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 9, 10 de mayo de 1913.

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En el ámbito local, los periódicos obreros alcanzaron cierto éxito en la medida que lograron convertirse en contendores respetados por los otros actores políticos, y respondían a necesidades concretas de sus lectores. Uno de los propósitos de esta prensa alternativa era precisamente el de ser admitidos dentro del mundo político como un representante legítimo del pueblo; es decir, no solamente debía ser reconocida por quienes decían representar, sino también por los dirigentes políticos y los periódicos de otras tendencias. En este sentido, lo peor que le podía pasar a estos periódicos era la indiferencia y, por ello, los directores de los periódicos se trenzaban en acalorados debates, algunas veces de poca trascendencia real, por medio de los cuales buscaban posicionarse ante sus potenciales seguidores y ante sus contrincantes. En algunos casos, esta estrategia se convirtió en un verdadero obstáculo, particularmente cuando los periódicos asumían una confrontación como centro de su actividad y terminaban por dedicar casi toda la publicación a ese tema.

II. TIPOLOGÍA Y PERIODIZACIÓN DE LA PRENSA Elaborar una periodización de la prensa obrera no es una tarea fácil. Contra esta empresa, conspiran tanto la pérdida de muchísimos periódicos, como la atomización y falta de continuidad que caracterizaron a estas publicaciones. Esta situación hace que cualquier periodización convencional distorsione la realidad al mostrar una evolución que nunca tuvo lugar, pues la mayoría de las publicaciones nacían y morían con las mismas características. Pero por otro lado, en el lapso de los veinte años que cubre esta investigación, se ven claramente cambios ideológicos y temáticos. Para tratar de dar cuenta de estas dos circunstancias, optamos por dividir el período en dos grandes etapas (19091918 y 1919-1929) y presentar los diferentes tipos de prensa obrera que coexistieron en cada uno de ellos. A. Prensa artesanal-obrerista Carlos Zubillaga y Jorge Balbis, dos investigadores uruguayos, hacen una clara distinción entre prensa obrera y prensa obrerista. Con el primer término, denominan a los órganos “publicados por organizaciones gremiales específicas”, mientras que el segundo lo asignan a “los que respondían con su prédica a una corriente de pensamiento que perseguía la instauración de un proyecto social de cambio, sin que en todos los casos sus propulsores pertenecieran claramente a los sectores asalariados y a sus organizaciones de 98

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clase”32 . Esta diferenciación es justificada por los autores para el contexto uruguayo de 1878–1905, pero no puede utilizarse para el caso colombiano, puesto que aquí no encontramos una clara disyunción entre los sindicatos y los partidos políticos de los trabajadores. Además, debe aclararse que los sindicatos convivieron con los gremios artesanales durante largo tiempo y fueron estos últimos quienes utilizaron su liderazgo para crear los primeros partidos y organizaciones generales de trabajadores. Ante la ausencia de una definición más adecuada, proponemos el término de prensa artesanal-obrerista para denominar a una parte significativa de los periódicos de los trabajadores que se publicaron hasta 1918. Esta prensa representó el tránsito entre el mundo artesanal y el mundo obrero. Con ello, no queremos presentar la idea de un cambio lineal y total, puesto que fue un proceso complejo y no exento de contradicciones entre la realidad material y las aspiraciones socioculturales de sus creadores. Era artesanal por su condición de clase, pero obrerista por su imaginario y su concepción ideológica y cultural (el cambio en los imaginarios se estudia en el capítulo 4). Pareciera que, de alguna manera, anhelaran la irrupción masiva de los obreros, y al mismo tiempo trataran de prepararse para hacer frente a los problemas sociales que eso conllevaría. Un periódico de Buga era explícito al respecto: A muchas y muy graves consideraciones se presta la suerte de la clase obrera, allí en donde el desarrollo de la actividad humana en todas sus manifestaciones ha tomado vuelo poderoso, y ha implantado como forzosa consecuencia esa lucha entre ricos y pobres que hoy presenta los más alarmantes caracteres. Felizmente todavía entre nosotros no se ha desarrollado ese tráfago y actividad material que agita con anhelito de fiebre los centros populosos de las naciones de Europa; pero pronto nos invadirán también con todas sus ruindades y ventajas las complicaciones de la vida civilizada, y las serias dificultades de la lucha que ella trae, y entonces se impondrá la necesidad de un remedio a los males que cercarán la existencia de las clases obreras y desvalidas; entonces el desheredado de la fortuna sólo podrá poner para contrarrestar el poder que lo oprime, la fuerza que sólo un estrecho vínculo de unión puede dar. Y este es el objeto que perseguimos. Sabemos que sólo la unión constituye la fuerza, y por eso queremos echar las bases de la que ha de salvar la clase obrera, cuando el desarrollo industrial y comercial venga a acentuar la línea de oro que separa a los ricos y opulentos de los pobres y desvalidos.33

32. 33.

Carlos Zubillaga y Jorge Balbis, Historia del movimiento sindical uruguayo. Vol. II: Prensa obrera y obrerista (1878-1905), Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1986, p. 16. “En la brecha”, en: El Obrero, Buga, No. 9, 21 de enero de 1912.

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Cronológicamente, la mayoría de los periódicos de este tipo se publicaron entre 1909 y 1918, aunque debe mencionarse un breve período de efervescencia, entre 1904 y 1906, cuando, tras el fin de la Guerra de los Mil Días, las perspectivas de estabilidad política y proteccionismo económico fueron aprovechadas por los artesanos para reanudar su actividad política. En 1904, la Sociedad de Artesanos de Ocaña comenzó a publicar El Artesano de Ocaña, mientras que en otros lugares del país aparecieron publicaciones como Paz y Trabajo (Bogotá), El Artesano (Manizales), y El Pueblo (Pasto). En ese mismo año, los artesanos de Popayán enviaron una circular a sus pares de todo el país para pedirle en forma conjunta al Congreso Nacional que elevara los aranceles de importación. Algunos zapateros de la capital secundaron esta idea y plantearon la necesidad de crear una organización obrera (no partidista), que liderara la presentación de dicha petición. La fundación formal de esta organización se llevó a cabo en junio de 1904, bajo el nombre de Unión de Industriales y Obreros; entre los personajes que lideraron este proceso estaban, Juan I. Gálvez y José Leocadio Camacho, directores de Paz y Trabajo, cuya publicación se convirtió en el órgano oficial de la Unión. A ese esfuerzo de agitación periodística, se sumaron al año siguiente El Yunque y El Faro, dirigidos respectivamente por Juan Francisco Nates, vicepresidente de la Unión, y Alejandro Torres Amaya, reconocido líder artesanal de fines del siglo XIX. La Unión de Industriales y Obreros como organización se eclipsó rápidamente, pero sus dirigentes siguieron actuando a través de aquellos periódicos, hasta 1906, cuando fueron acusados de participar en una conspiración contra el presidente Reyes. Aunque finalmente el gobierno tuvo que admitir que tal complot nunca había existido, el mal ya se había hecho porque los editores de ambos periódicos fueron arrestados y enviados a colonias penales de otras regiones del país, por lo que desaparecieron las publicaciones. El resto del quinquenio de Reyes no proporcionó las condiciones necesarias para la politización de las organizaciones de los trabajadores, tanto por el creciente autoritarismo del ejecutivo, como por la estrecha vigilancia que soportaron los grupos obreros después de este episodio34 . Tras la caída de la dictadura, la organización de los trabajadores volvió a surgir con fuerza en algunas regiones del país y de su mano apareció también un importante número de periódicos. Precisamente, una característica central de lo que denominamos prensa artesanal–obrerista fue la relación de dependencia que mantuvo con partidos, gremios o asociaciones obreras. No aparecían por iniciativa particular de algunos personajes, sino por estrategia y tradición política de

34.

D. Sowell, op. cit., pp. 133-134.

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esas organizaciones, ya que inmediatamente después de su fundación se procedía a crear un periódico que le sirviera de órgaNo. Así, la Unión Obrera (1909) tenía el periódico Unión Industrial; La Unión Nacional de Industriales y Obreros (1910) desarrolló su propaganda a través de La Razón del Obrero y El Proteccionista; La Unión Obrera de Colombia (1913) editó La Unión Obrera; y el Partido Obrero (1916) fundó un periódico con el mismo nombre. Este proceso no fue excluido de Bogotá, sino que se repitió en otras ciudades. Por ejemplo, en Bucaramanga el Centro Instruccionista de Artesanos (1910) creó Trabajo y Libertad y posteriormente (1912) Libertad y Trabajo; el Comité de Obreros (1911) publicaba La Unión Obrera; los voceros de la Unión Obrera de Colombia (1913) sostenían El Obrero Moderno; La Sociedad de Artesanos de Pereira (1909) publicó El Pueblo; en Cúcuta, la Sociedad de Artesanos Gremios Unidos (1911) tenía como vocero a El Artesano; en Facatativá, la Sociedad de Industriales y Obreros (1913) editó El Yunque; en Ocaña, la Sociedad de Artesanos (1904) contaba con El Artesano de Ocaña; y la Sociedad de Obreros y Artesanos de Tolú (1912) patrocinaba La Correspondencia. Esta prensa reflejaba la fase de transición del movimiento obrero, en la que se pasaba del predominio de los artesanos al de los obreros asalariados. Estos dos grupos sociales exigían una apertura del sistema político, que permitiera su participación y atendiera sus demandas, y compartían la creencia en la necesidad de la educación para el pueblo y de la unión obrera. Pero, mientras que para los primeros las leyes proteccionistas eran una prioridad, para los segundos era más importante la cuestión de los salarios y la compensación por los accidentes de trabajo35 . El tránsito del mundo artesanal al obrero, significó el aprendizaje no sólo de un lenguaje y una ideología particulares, sino también de nuevas formas de lucha. Conceptos como, lucha de clases, socialismo, huelga, obrero, proletariado, debieron ser aprendidos o reinterpretados bajo una nueva corriente de pensamiento derivada del movimiento obrero internacional. Aunque la prensa artesanal–obrerista no tuvo nexos directos con este movimiento, sí cumplió una función pedagógica importante en la incorporación de nuevos patrones de pensamiento y de comportamiento en algunos sectores del pueblo trabajador. El Obrero Moderno, de Bucaramanga, fue quizás el primer periódico que empezó a enseñar los conceptos de huelga, clase y lucha de clases, desde una perspectiva marxista, aunque es evidente que ellos mismos disponían de una información muy limitada36 .

35. 36.

Ibíd., p. 153. “El Porvenir Obrero” y “Asuntos sociales. La guerra futura.”, Nos. 2 y 12, 25 de enero y 7 de junio de 1913.

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Todas estas publicaciones compartían una agenda temática: necesidad de la unión obrera, proteccionismo, educación, salarios, condición de vida de los trabajadores, rechazo a las guerras civiles, apoliticismo, anti-conservadurismo, progreso y lucha antialcohólica. Sin embargo, era posible el abandono de estos asuntos cuando había una coyuntura electoral o una disputa política, para dedicarse casi exclusivamente al tema que les interesaba37 . Para estos periódicos, resultó fundamental la campaña en favor de la paz como prerrequisito para alcanzar el progreso y el bienestar nacional. En sus escritos concluían que las guerras sólo habían traído ruina económica y perjuicios para los trabajadores y sus familias, y que, en consecuencia, era prioritario consolidar la paz y la concordia nacionales. El fantasma de las guerras civiles seguramente contribuyó al rechazo de las doctrinas que postulaban una trasformación revolucionaria de la sociedad, ya que, incluso, los periódicos socialistas se oponían al uso de la violencia y se aferraban a ideas evolucionistas y pacifistas, como lo manifestaba, en 1913, El Obrero Moderno: ESTA HOJA no tiene todavía el carácter de una empresa estable: es sólo un órgano de propaganda de ideas nuevas sobre orientaciones políticas que han producido ya muy benéficos resultados en otros países, no obstante que apenas se han iniciado. Uno de los resultados que ya se empiezan a palpar es el afianzamiento de la paz porque el Obrero Instruido en las ideas de la fraternidad y democracia no se deja llevar fácilmente a las matanzas de hermanos sin una causa muy poderosa.38

Esta misma idea también influyó durante la Primera Guerra Mundial, cuando se defendieron postulados pacifistas. Aunque el antibelicismo fue promovido por algunos movimientos socialistas y anarquistas a nivel mundial, consideramos que las organizaciones obreras del país no se inspiraron en estas fuentes, sino principalmente en una lectura de la historia nacional39 . La adopción de preceptos pacifistas evitó una radicalización mayor en otros aspectos, como el religioso, donde se adoptó una actitud de respeto hacia el catolicismo por su arraigo en el pueblo colombia No. Por ello, no atacaban directamente los dogmas de la Iglesia (en general se ignoró el tema), y se adoptó un lenguaje deferente para referirse a los sacerdotes y jerarcas de la institución. Esto no implicaba una defensa del pensamiento clerical, sino el intento de desplazar el 37.

38. 39.

Cfr. El Proteccionista, Bogotá. Este periódico descuida sus artículos de fondo para dar cabida a las orientaciones electorales y a la publicación de telegramas de adhesión y de conformación de comités eleccionarios. En 1911, cuando alcanza representación en la Asamblea Departamental, dedica buena parte de su periódico a transcribir sesiones e intervenciones de sus representantes. “Esta hoja”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 18, 16 de agosto de 1913. Véase, por ejemplo, Adelio Romero, “Lo de siempre”, en: La Libertad, Bogotá, No. 136, 20 de diciembre de 1916.

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centro de la discusión de cuestiones religiosas para abordar otros temas que consideraban de mayor importancia. En esta postura había una gran dosis de táctica política, como lo declaraban expresamente los autores en muchos artículos. Con ello, querían evitar caer en una discusión bizantina, que se asociaba con las guerras civiles y, sobre todo, que podía alejar de la causa obrera a muchos obreros católicos. Además, tras este lenguaje deferente se vislumbraba cierta rebeldía, puesto que otro de los argumentos centrales para no atacar a la Iglesia era la libertad de conciencia (idea netamente liberal radical), que implicaba respeto para todos los cultos y creencias: catolicismo, protestantismo, masonería, espiritismo, sin poner a alguno por encima de los otros40 . Ideológicamente, los periódicos artesanales–obreristas son difíciles de caracterizar en la medida en que, tanto sus exposiciones teóricas como sus acciones, fueron poco claras y coherentes. Sin embargo, es posible encontrar algunos aspectos que los hacen similares: puede afirmarse que eran reformistas, no buscaban rupturas radicales con el orden establecido, sino, más bien, una ampliación del campo político, de manera que se incluyeran sus reivindicaciones; difundían las ideas liberales heredadas de la Revolución Francesa y, teóricamente, rechazaban los partidos políticos, aunque en la práctica algunos mantenían vínculos con el liberalismo o el republicanismo. Hacia mediados de la década de 1910, algunos periódicos empezaron a adoptan una ideología socialista, pero muy tímidamente, puesto que rehusaban denominarse como tales por miedo a la reacción popular y a la idea de la revolución social. Aunque no es una de sus características más sobresalientes, encontramos un sentimiento antiimperialista, derivado de la pérdida de Panamá y la intervención de Estados Unidos en la Revolución Mexicana. Especialmente, la pérdida del istmo generó un sentimiento de indignación contra los Estados Unidos y algunos sectores de las clases dominantes de Colombia, que fue compartida por toda la prensa obrera de estas décadas, incluso por la liberal41 . En la prensa artesanal–obrerista también se reproducían las campañas moralistas adelantadas por las elites letradas y por la Iglesia, como eran las 40.

41.

El Obrero Moderno anuncia cotidianamente el lugar y el horario de los oficios protestantes, e incluso llegó a transcribir una de sus sesiones, lo que le valió fuertes críticas. Cfr. El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 9, 10 de mayo de 1913. Sobre la masonería, véase, en este mismo periódico, “La masonería en Inglaterra”, No. 18, 16 de agosto de 1913, y “Palabras iniciales”, en: Trabajo y Libertad, Bucaramanga, No. 1, 1º de enero de 1910. Rafael Gutiérrez, “Americanismo”, en: La Libertad, Bogotá, No. 42, 16 de enero de 1913; Rafael González Castro, “Actitud del pueblo”, en: La Razón del Obrero, Bogotá, No. 9, 28 de septiembre de 1910; Felipe Barón, “Los yanquis en México”, en: El Ariete, Bogotá, 19 de marzo de 1911; “Tres de Noviembre”, en: El Baluarte, Girardot, No. 8, 7 de noviembre de 1918; Han de Islandia, “El tratado de abril”, en: El Luchador, Medellín, No. 79, 26 de agosto de 1919.

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relativas a la higiene, la temperancia, el rechazo a la violencia y la fraternidad entre los obreros, pero con la diferencia fundamental de que esas campañas tenían como objetivo la superación de sus condiciones de ignorancia y de pobreza y no el sentido discriminatorio del proyecto de las elites, que apuntaba tanto a legitimar el proceso de modernización capitalista como a eliminar los obstáculos mentales y culturales que se le oponían. B. Prensa radical En forma simultánea a la prensa artesanal–obrerista, se publicó otro tipo de prensa, que hemos llamado radical. Se caracterizó por un marcado carácter anticlerical, defensa a ultranza de los principios del liberalismo radical y la difusión de ideas socialistas y, en menor medida, anarquistas. Era una prensa combativa, donde predominaba la crítica ácida, la denuncia y la agitación. A diferencia de la prensa artesanal–obrerista, estas publicaciones, generalmente, no dependían de partidos o gremios, sino que obedecían a iniciativas individuales o de pequeños grupos informales. Los periódicos más representativos fueron: El Símbolo (Cartagena, 1910), El Comunista (Cartagena, 1910), Ravachol (Bogotá, 1910), Chantecler (Bogotá, 1910), El Martillo (Pereira, 1916-1917), El Ariete (Bogotá, 1910-1915), El Látigo, (Puerto Tejada, 1916), Verbo Rojo (Tulúa, 1915-1916). Si algunos de estos nombres representaban en sí mismos un desafío al orden establecido, como Ravachol, que rememoraba al temido anarquista francés de fines del siglo XIX, sus subtítulos reconfirmaban esta idea. En efecto, El Ariete se proclamó como “Diario radical-socialista”; El Martillo, como “publicación refractaria a toda creencia religiosa”, y El Símbolo, en su tercera edición, se definió como “periódico librepensador y socialista”. Este tipo de periodismo se desarrolla entre 1909 y 1918 y, a diferencia de la prensa artesanal–obrerista, no encontramos ejemplos de prensa radical en la primera década del siglo XX. Esto, porque su misma beligerancia no encontraba lugar en el estrecho marco político del quinquenio de Reyes. Incluso, posteriormente, esta posición combativa les generó muchos inconvenientes con el Clero y las autoridades locales, y aunque la prensa artesanal–obrerista también fue excomulgada y censurada, los ataques más fuertes los sufrieron los periódicos radicales, como mostramos en el parágrafo de este capítulo consagrado a la censura y la libertad de prensa. Por su marcado carácter anticlerical desplegaron una intensa campaña de denuncia de la corrupción, doble moral y compromiso con el poder por parte de las altas jerarquías de la Iglesia católica, así como su desmedida intromisión en 104

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todos los aspectos de la vida social y cultural del país. Para estos periódicos, la actuación de la Iglesia católica era el problema más grave que tenía la nación; se le consideraba culpable de las guerras civiles, de mantener al pueblo en la pobreza y la ignorancia, y de someter al país a una verdadera “dictadura clerical”42 . Esta campaña se hacía a través de artículos, reproducción de textos extranjeros, denuncias concretas contra algún sacerdote y mediante caricaturas. La utilización de estas últimas fue un elemento innovador y característico de la prensa radical, puesto que, en general, los periódicos obreros no se distinguieron por el uso de ilustraciones. Las técnicas de grabado, xilografía y fotograbado, eran costosas y algunas veces demasiado complejas para las limitadas posibilidades de los periódicos, aunque algunas hojas radicales trataron de salirle al paso a estas dificultades a través de los grabados en madera. Éstos eran mucho más baratos, ya que sólo exigían un trozo de madera adecuado y una navaja o punzón; todo lo demás, corría por cuenta de la habilidad del autor, quien, generalmente, no era un dibujante profesional, sino un aficionado43 . Figura No. 1

Caricatura “El Portal del Gobierno”, tomada de Ravachol, Bogotá, No. 4, 17 de julio de 1910

42.

43.

“Dictadura Clerical”, en: El Símbolo, Cartagena, No. 2, 14 de marzo de 1910; Luis Capella, “El clero es responsable de las guerras civiles”, en: El Símbolo, Cartagena, No. 8, 2 de septiembre de 1910; Luis Perea, “Consejos sanos a los trabajadores”, en: El Martillo, Pereira, No. 3, 29 de octubre de 1916. Sobre la llegada y difusión en Colombia de las técnicas de grabado, xilografía y fotograbado, véase, Pablo E. Numpaque, Historia de la imprenta en Tunja, Tunja, Grafiboy, 2003, pp. 10–108.

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En la adquisición de este aprendizaje fue muy importante el conocimiento de los artesanos que trabajaban con madera (talladores y ebanistas), quienes aplicaron su destreza a la talla en madera o enseñaron a otros cómo hacerlo. Ignacio Torres Giraldo narra como anécdota personal que aprendió a tallar madera a través de la observación y las enseñanzas que de dejó un “cristero” –tallador de cristos, cucharas y molinillos– y ese conocimiento le sirvió para hacer grabados y caricaturas, que fueron publicados en su periódico El Martillo, y en otros, donde estuvo como colaborador, como El Aguijón y Vendimia44 . En general, las caricaturas trataban de mostrar cómo funcionaba la “república camandulera”, señalando la postración de los políticos ante el Clero y denunciando su riqueza, inmoralidad e hipocresía (véase Figura No.1). En todo caso, aunque las críticas iban dirigidas contra toda la institución católica, los periódicos bogotanos atacaron con mayor empeño a los jesuitas mediante la publicación de punzantes caricaturas (ver Figura No. 2). Figura No. 2

Caricatura “Dávila Flores y los Jesuitas crucifican a Colombia”, tomada de Ravachol, Bogotá, No. 7, 13 de agosto de 1910

44.

Ignacio Torres Giraldo, Anecdotario, Cali, Universidad del Valle, 2004, pp. 29-30.

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Esos periódicos eran anticlericales, pero no ateos, pues reivindicaban claramente un socialismo cristiano y destacaban la labor de Jesús como el “primer socialista” que existió en el mundo. Sus directores no estaban en contra de las creencias religiosas de la población, sino de la actuación del Clero en favor del Partido Conservador y contra el pueblo, como lo evidenciaba El Martillo, de la ciudad de Pereira, en 1916: Nuestra labor está muy lejos de ser anticristiana, pero sí es anticatólica, ya que ese cristianismo de que hablamos murió con sus apóstoles y quedando esa rama que lleva su careta aunque está muy distanciada (sic), como lo puede ver quien tenga la serenidad de poner en tela de juicio estas opuestas palabras: Cristianismo y Catolicismo y sólo así comprenderá cuanto dista de los actuales ministros a los de los tiempos apostólicos. (…) Nuestra labor es poner dique a quienes fanatizan al pueblo en creencias o causas, sea cual sea su fin; toda vez que no hay por qué lanzar el individuo al error de dónde solo saldrá cuando la razón le conquiste.45

En los artículos se examinaban algunos principios de la fe católica, con el fin de controvertirlos, especialmente el sacramento de la confesión, el dogma de la resurrección, la invocación a los santos para mejorar el clima o las cosechas, la venta de reliquias y objetos sagrados, y la conveniencia de los mandamientos. En estos casos, se criticaba la manera como la Iglesia alimentaba la ignorancia y la superstición para lucrarse de las riquezas, y por eso se les combatía en nombre de la razón y el librepensamiento46 . Paradójicamente, en los periódicos anticlericales se desarrollaron las más extensas disertaciones “teológicas”, puesto que, por esta particular característica de ser “anticlericales pero no ateos”, trataron de argumentar que el verdadero cristianismo no era el católico, sino que se encontraba en los principios liberales y el socialismo. Con esto, querían dar la vuelta a la condenación que el Clero había hecho del liberalismo, el socialismo y el anarquismo, y mostrar que “ellos” eran los buenos y el Clero el malo. Además, pretendían cambiar la imagen de un Dios castigador y vengativo, virtualmente impulsado por la Iglesia católica, por un Dios de amor, justicia, igualdad y fraternidad. Sobre este tema son muy ilustrativos los debates que se desarrollaban entre los periódicos radicales y los periódicos conservadores y clericales. En 1910, Ravachol respondió al ataque de Los Principios, un periódico católico, 45. 46.

“Libre pensamiento”, en: El Martillo, Pereira, No. 2, 21 de octubre 21 1916. “Sueltos”, en: Ravachol, Bogotá, No. 7, 13 de agosto 13 1910; Pepet, “El corazón de Jesús”, en: El Martillo, Pereira, No. 7, 25 de noviembre de 1916; “EL Dogma de la resurrección”, en: Ravachol, Bogotá, No. 12, 16 de septiembre de 1910.

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que lo condenaba por propagar las ideas socialistas. En su defensa, el articulista respondió que el socialismo no se apartaba del cristianismo porque Jesús había predicado la igualdad, la caridad y la fraternidad, como también lo habían hecho los santos y los papas; para probarlo, transcribió algunas citas de León XIII, San Pablo y San Crisóstomo, y finalmente añadió que era imposible, Leer atentamente las profecías del Antiguo Testamento y del Evangelio, y echar al mismo tiempo una mirada sobre las condiciones actuales, sin verse inclinado a condenar estas en nombre del ideal evangélico. En todo cristiano que comprende las enseñanzas de su maestro y las toma en serio, hay un fondo de socialismo; y todo socialista, cualquiera que pueda ser su odio contra la religión, lleva en si un cristianismo inconsciente.47

Posteriormente, El Martillo entró en un fuerte debate con La Idea y La Consigna, iniciado en un artículo del presbítero N. Restrepo B., y publicado en La Idea, donde afirmaba que “si hay liberales buenos es porque en realidad de verdad no son liberales; y si son liberales de verdad, no son buenos porque el liberalismo está condenado por la iglesia”. La respuesta de El Martillo, firmada con el pseudónimo de Fontaine, trataba de mostrar que esa afirmación era incoherente y que quienes eran realmente malos eran los sacerdotes que condenaban a los liberales, pero absolvían a los asesinos, como había ocurrido con Galarza y Carvajal, culpables de la muerte de Rafael Uribe Uribe. El debate giró en torno a este crimen, un tema que despertaba muchas sensibilidades, especialmente entre los periódicos radicales que tenían a Uribe Uribe como mártir del librepensamiento. Otro sacerdote, Ernesto Macías Escobar, había afirmado que la muerte de este dirigente liberal había sido un castigo divino por desobedecer al Sumo Pontífice, a lo que El Martillo respondió, airado, que no encontraba dónde estaba la desobediencia y que no respetaba las opiniones de este prelado porque ningún librepensador estaba obligado a obedecer al Pontífice y porque “Dios no es un ser vengativo, sanguinario, cruel y depravado”, a lo cual añadía que si Dios utilizaba a personas como Galarza y Carvajal, para tomar venganza, “ese Dios sería un monstruo”, y a partir de esta idea concluía que lo expresado por Macías Escobar era una blasfemia contra la familia de Uribe Uribe, contra la sociedad y contra Dios. La discusión continuó luego en La Consigna, que los acusó de ser anticlericales, librepensadores y dejarse manipular por EL Aguijón –otro periódico radical de Pereira–. Como se aprecia, la estrategia de

47.

“Socialismo cristiano”, en: Ravachol, Bogotá, No. 9, agosto 27 de 1910.

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El Martillo consistió en pasar de acusado a acusador y de hereje a defensor de la fe, utilizando los mismos argumentos e idénticas fuentes de legitimidad que sus poderosos adversarios48 . Algo similar había intentado hacer Ravachol, en 1910; partiendo del hecho de que Pío IX, en 1871, había condenado a los católicos liberales, infirió que “el liberalismo católico es condenado por el Syllabus y no el liberalismo cristiano, es decir, el que se esfuerza por establecer y predicar las doctrinas del mártir de Judea y combate los errores y adulteraciones que los clérigos católicos quieren hacer de la doctrina sublime de Jesús”49 . En la emergencia del socialismo como discurso, fue común que sus primeras expresiones estuvieran fuertemente influidas y atravesadas por las nociones religiosas en general, y las católicas en particular, en virtud del peso ideológico y cultural del cristianismo en el mundo occidental, pues, “en la medida en que la religión es el lenguaje y el marco de toda acción general en las sociedades no desarrolladas (…), las ideologías de rebelión serán también religiosas”50 . Colombia no fue ajena a ese proceso, con la diferencia de que este tipo de socialismo surgió mucho más tarde que en Europa occidental y no podía ser de otra manera, por el atraso de la sociedad colombiana en el proceso de modernización y por el innegable peso de la doctrina católica. En consecuencia, en los discursos de la prensa había un sincretismo muy especial, como el que apreciamos en un artículo de Ravachol, en 1910: Soy rebelde y no reconozco sobre mí más autoridad que las leyes inmutables de la naturaleza que nos rigen. Odio al jesuita que cual formidable vampiro embozado, parapetado sobre la trágica cruz, aterrador y maligno vuela en distintas direcciones, guiado por el color de la sangre de su víctima, el pueblo. Amo a los sacerdotes que ofician en el altar mil veces santo del trabajo, y odio a esa caterva de felinos coronados, que llevan con sus especulaciones el silencio trágico de la miseria a los alegres hogares de los crédulos obreros. Amo el acero que arma el brazo del rebelde. Desprecio el oro que prostituye las conciencias. Soy socialista y sin miedo y sin tregua lucharé por la redención del proletariado colombiaNo. Si por decir la verdad, mañana he de llegar al sacrifico, no importa! (...)

48. 49. 50.

El debate se encuentra en los números 8, 9, y 10 de El Martillo, Pereira, diciembre de 1916. “Por qué no somos católicos”, en: Ravachol, Bogotá, No. 11, 11 de septiembre de 1910. Eric Hobsbawm, “Tradiciones obreras”, en: Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz, Barcelona, Crítica, 1999, p. 61 (cursiva nuestra). Ver, del mismo autor: “La religión y la ascensión del socialismo”, en: El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1987, pp. 51-73.

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¿Cómo no ser socialista?, cuando el socialismo entraña la verdadera religión del porvenir. Cuando él nos manda de corazón amar a la caridad.(…) Madres, niños, ancianos, víctimas desventuradas del dolor y de la injusticia social, preguntad dentro de vuestra conciencia a dónde está la religión y pensad si debéis o no acogeros con decisión bajo los santos pliegues de la redentora bandera del socialismo que luce como lema estas tres grandes palabras: LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD.51

En esta primera época, la prensa se limitaba a exaltar el socialismo como una doctrina aplicable a la sociedad colombiana, sin evidenciar elementos teóricos ni políticos explícitos. Simplemente, se notaba un esfuerzo de difusión, a veces muy confuso y ecléctico, de la idea socialista, que era resaltada como la concreción de los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, en plena concordancia con la democracia y la soberanía popular. En esta perspectiva, el socialismo era presentado como una consecuencia natural de la evolución de la igualdad humana, el cual apuntaba hacia una forma de organización distinta, lo que tampoco se dibujaba muy claramente en el panorama. En el socialismo que reivindicaban estas empresas periodísticas, durante la segunda y tercera décadas del siglo pasado, encontramos que, al mismo tiempo, hubo continuidad y ruptura respecto al radicalismo liberal. Continuidad, porque una buena parte de las tradiciones políticas, ritos y discursos radicales se mantuvieron intactos en el imaginario del naciente socialismo. Ruptura, porque, de todas maneras, ese socialismo proponía ideas diferentes a las del radicalismo puro, pues imaginaba un tipo de sociedad que fuera más allá del capitalismo, aunque no se tuvieran ideas precisas sobre la forma como se pudiera construir dicha sociedad. Incluso, en ciertos casos, se insinuaba de una manera confusa, que los más interesados en construir esa sociedad eran los obreros, quienes “sueñan que la humanidad por ley de evolución llegará a días mejores, ese día en que ya no existirán fanatismos... pero sí la verdadera República Universal”52 . En oposición a la condena vehemente de la ideología anarquista, que hacían las publicaciones de tipo artesanal–obrerista, la prensa radical mostró mayor receptividad e incluso no dudó en mostrar su simpatía por esa corriente de pensamiento. Sin duda, la imagen positiva del anarquismo estaba dada por la admiración que despertaban personajes como Ravachol o Ferrer, más que por la comprensión teórica y política de la doctrina libertaria, pues a veces consideraban al socialismo y al anarquismo como sinónimos53 . 51. 52. 53.

“Grito social”, en: Ravachol, Bogotá, No. 14, 22 de septiembre de 1910. Mayúsculas en el original. El Símbolo, Cartagena, 1º de diciembre de 1910. Véase “El socialismo”, en: Ravachol, Bogotá, No. 2, 2 de julio de 1910.

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C. Emergencia de la prensa socialista El tránsito de la prensa artesanal–obrerista y de la prensa radical hacia la prensa revolucionaria, evidentemente no fue un proceso lineal ni total, ya que muchas de las características de estos dos tipos de prensa permanecieron durante el siguiente período y algunos procesos de ruptura se acentuaron. Creemos que hubo dos factores esenciales, pero no únicos, que sirvieron como catalizadores de estos cambios en la prensa: por un lado, el impacto de la Revolución Rusa en 1917, y por otro, la fundación del Partido Socialista en 1919. El primero, no sólo aportó elementos teóricos sino un ejemplo de cambio social concreto por vías de hecho, y acentúo el sentimiento de pertenencia a una comunidad internacional que perseguía un mismo fin, en la mediada en que la creación del Partido Socialista bosquejó una perspectiva nacional para las organizaciones de los trabajadores. Esta transición implicó para algunos la aceptación abierta del socialismo, y para otros el convencimiento de que el objetivo central no era la confrontación con la Iglesia, sino la organización de los trabajadores. En el plano puramente periodístico, la discusión empezó alrededor de 1916, con la crítica que periódicos como La Libertad hicieran al Partido Obrero. Allí, Herman Caster mostró su inconformidad con el Partido Obrero, porque le parecía que esa denominación lo restringía a ciertos sectores sociales y porque durante sus tres años de existencia se había probado que esta organización política era manejada por los partidos militantes. Este escritor creía que el conflicto no era entre el obrero manual y los industriales, sino contra los ricos que vivían del esfuerzo obrero y que, para hacer frente a este problema, se debía adoptar el socialismo. Además de esta campaña para que se asumiera abierta y explícitamente el socialismo, no debemos olvidar que la prensa radical venía haciendo algo similar desde una fecha más temprana54 . En el plano de las organizaciones de los trabajadores debe mencionarse que, en los últimos años de la década de 1910, se habían creado nuevas asociaciones independientes de los partidos políticos tradicionales, del Clero, e incluso del Partido Obrero donde la ideología socialista se hacía cada vez más explícita: la Confederación de Acción Social (Bogotá, 1918), el Sindicato Central Obrero (Bogotá, 1918), la Sociedad de Luchadores (Medellín, 1918), la Sociedad de Obreros y Artesanos (Montería, 1915). Adicionalmente, como lo señala Mauricio Archila, el Partido Obrero, “pasó de una preocupación excesiva en la lucha

54.

H. Caster escribió varios artículos sobre este mismo tema, en los números 113–116, de La Libertad, marzo de 1916.

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interpartidista a una mayor atención a los aspectos socioeconómicos que vagamente designaban socialismo”55 . En el plano de las luchas sociales, a comienzos de 1918, se originó un fuerte movimiento huelguístico en la región de la Costa Atlántica, que involucró a los trabajadores portuarios de Barranquilla, a los braceros de Cartagena y a los empleados del ferrocarril y del puerto de Santa Marta. Medófilo Medina señala que el éxito de estos movimientos tuvo una repercusión positiva en la opinión pública y sirvió de estímulo a otros sectores de los trabajadores para emprender acciones similares56 . En esta coyuntura de auge de las luchas huelguísticas, el Sindicato Central Obrero de Bogotá, con la colaboración de otras organizaciones, convocó a una Asamblea General Obrera, que se llevó a cabo a mediados de enero de 1919 en Bogotá, con la participación de alrededor de veinte asociaciones. Esta asamblea aprobó una Plataforma Socialista, que recogía los elementos ideológicos presentes en las principales organizaciones políticas de los trabajadores y debía servir como base para la formación de un Partido Socialista, cosa que efectivamente ocurrió en mayo de ese mismo año. Estas fueron las directrices que guiaron a las organizaciones obreras de los trabajadores durante más o menos tres años. Es importante resaltar que, salvo una modificación de fondo, los puntos de la Plataforma se mantuvieron en la Asamblea General Obrera, que formalizó la creación del Partido Socialista y en la Constitución Socialista, aprobada en el Primer Congreso Obrero del Partido Socialista, en agosto de 1919. El único cambio significativo en la posición de los socialistas entre enero y mayo de 1919, fue el relativo a la participación electoral, puesto que en la primera de estas dos fechas se declaró la abstención, mientras que en la segunda se estipuló que, Todos los Directorios Socialistas están en deber de trabajar porque el Partido obtenga el mayor número de representantes en los cuerpos colegiados, y para el efecto, cuando las necesidades y conveniencias lo exijan, podrán pactar con los demás partidos afines, o que tengan mayores puntos de contacto con las aspiraciones de este Programa.57

En pocas palabras, no sólo se adoptaba la participación electoral de los socialistas, sino que se abría la puerta para hacer alianzas con otros partidos.

55. 56. 57.

M. Archila, Cultura e Identidad Obrera, op. cit., pp. 218-219; Medófilo Medina, op. cit., p. 52. Este autor considera el año de 1917 como fecha de fundación del Sindicato Central Obrero. M. Medina, op. cit., p. 52. “Plataforma Socialista”, en: El Luchador, Medellín, No. 65, julio 1 de 1919.

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En esencia, los principales artículos del Programa socialista, pueden resumirse así: 1. “La organización obrera es libre, independiente y sin compromisos con los partidos militantes, ni sectas religiosas, que su política es económica y social y que dentro de sus filas caben todos los ciudadanos de buena voluntad dispuestos a luchar en causa común por las reivindicaciones del proletariado”. 2. Se basa en los principios del socialismo moderado y por lo tanto no aceptan el anarquismo, el colectivismo exagerado ni el comunismo. 3. Establece que la bandera del partido será roja y su lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad. 4. “No pretende la abolición del Estado, de la sociedad, de la propiedad ni el capital”, pero sí persigue la abolición de los monopolios y de los privilegios. 5. Propende por la reforma del Estado para que dé cabida “a todas las aspiraciones políticas y sociales con entera libertad, una reforma educacionista; legislación sobre adjudicación de baldíos, una ley sobre habitaciones para obreros, reglamentación del sistema tributario para que no afecte a las clases trabajadoras ni a la industria nacional, reglamentación de la prostitución y profilaxis social”. 6. El socialismo trabajará por mayores garantías para la mujer. 7. Recomienda como bases para la emancipación obrera, la instrucción y el ahorro. 8. Los directorios socialistas deben impulsar reformas a la legislación obrera58 . Presentamos en detalle estos puntos, porque encontramos una correspondencia muy grande con los contenidos de los periódicos, que privilegiaron temas como la difusión del socialismo, la reivindicación de los principios de la Revolución Francesa, la necesidad de la legislación obrera, el ahorro, la educación, la organización de los trabajadores, la protección a la mujer, la lucha antialcohólica y contra la prostitución. Podríamos decir que existió coherencia y disciplina entre los principios políticos del Partido Socialista y los periódicos afiliados o simpatizantes. Esto se explica en virtud de que la Plataforma recogió en gran medida las aspiraciones de las principales organizaciones obreras a través de un proceso incluyente y democrático, de manera que había correspondencia entre

58.

Ibíd.

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el trabajo político y la Plataforma y ésta, a su vez, le dio un nuevo impulso y una orientación renovada a las organizaciones y a los periódicos. Muchos de estos temas, como el de la educación, el ahorro, la lucha antialcohólica y la necesidad de la organización de los trabajadores, habían estado presentes en la prensa artesanal-obrerista y en la prensa radical. Otros, que no eran tan comunes, tuvieron mayor énfasis, como el de la mujer, las huelgas, la prostitución, la legislación obrera, la solidaridad internacional y el problema de los inquilinos. El tema del proteccionismo fue eclipsado por una reivindicación más amplia, que pretendía un sistema tributario justo, bajo la premisa de que este no era un problema sólo para los pequeños industriales, sino que todo el pueblo salía perjudicado por los altos impuestos. Rápidamente, las organizaciones de los trabajadores y los periódicos obreros adoptaron abiertamente el apelativo de “socialistas”, superando los miedos y las vacilaciones que en el pasado les había impedido dar este salto. Aunque desde el presente estas acciones parecen conllevar un cambio pequeño, y aun algunos historiadores han criticado al Partido Socialista por su carácter reformista y no ser realmente un partido de clase, este hecho no tenía nada de insignificante, puesto que implicaba reconocer el carácter capitalista que dominaba en la sociedad colombiana y por lo tanto, el paso de la lucha gremial a la lucha de clases. Además, buscaba sustraer a su organización de la órbita de los partidos políticos que se disputaban el control político desde mediados del siglo XIX, para alinearse con los nuevos partidos proletarios, que florecían en todo el mundo y que acababan de tomar el poder en Rusia59 . Este sentimiento de cercanía y solidaridad con el proceso ruso no fue inmediato, puesto que las organizaciones obreras colombianas se encontraban bastante aisladas de sus similares de otros países. En las primeras referencias a la Revolución de Octubre predominaba una mezcla de admiración y rechazo. Se exaltaba el valor del pueblo ruso para levantarse contra sus opresores, pero al mismo tiempo se mantenía distancia con el carácter violento y radical de ese “comunismo” o “bolcheviquismo”, como lo manifestaba El Luchador, de Medellín, en 1919: No hay que confundir pues el SOCIALISMO colombiano con el bolshevikismo (sic) ruso, ni mucho menos, como torcida y maliciosamente lo interpretan y divulgan los enemigos sempiternos de las clases trabajadoras para mantener firme el imperio del AMO que nos veja y nos explota. 60 59. 60.

Véase, por ejemplo, M. Medina, op. cit., 71. Juan Lanas, “Salus populis”, en: El Luchador, Medellín, No. 99, 5 de noviembre de 1919.

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Algunos periódicos lideraron el tránsito, del obrerismo hacia el socialismo, como El Piloto, El Luchador, La Libertad y El Baluarte. Sus páginas recogieron la discusión sobre la necesidad de adoptar la ideología socialista y de crear un partido que tuviera cobertura nacional. Así mismo, allí se difundieron los principios del nuevo partido y se impulsaron los primeros esfuerzos por poner a funcionar la estructura organizativa a nivel local y departamental. Adicionalmente, la fundación del partido estimuló la creación de periódicos en diferentes lugares del país, que buscaban extender y consolidar la labor iniciada, como fue el caso de La Lucha, Sindicato Central Obrero, El Socialista, La Ola Roja y El Cóndor. Entre las publicaciones mencionadas, cabe destacar a La Libertad y El Socialista. El primero, por su larga duración (1907–1939?), y porque, a través del mismo, puede rastrearse la evolución ideológica y política de la prensa de la época. En efecto, este periódico comenzó como un órgano literario, para poder circular en medio de la estricta censura del quinquenio de Reyes, pero apenas hubo mayor apertura, sacó a relucir su carácter político y se declaró republicano, en septiembre de 1909. A los pocos meses abandonó está denominación (abril de 1910) y en junio de 1912 cobró nuevo impulso como “Periódico obrero”. En 1916 se convirtió en una de las primeras publicaciones que abrazaron el socialismo y llegó a ser órgano del Sindicato Central Obrero y del Directorio Ejecutivo Nacional Socialista, en 1919. Tras la desaparición del Partido Socialista, siguió trabajado en forma independiente de cualquier organización política, hasta mediado de los años 3061 . Por su parte, El Socialista apareció en 1920 y también tuvo una larga duración, si tenemos en cuenta que se editó hasta finales de 1928, cuando el promedio de duración de los periódicos obreros era de un poco más de un año. Aunque no se adhirió al proyecto político del Partido Socialista Revolucionario, logró llegar a ser una de las publicaciones más importantes de esa década, junto con La Humanidad y Vox Populi, que sí pertenecían a esa organización. Puede quedar la impresión de que, entre 1918 y 1919 desaparecieron los periódicos de otras tendencias en beneficio del socialismo. Esto ocurre por el efecto de demostración que creó la estrecha relación establecida entre el Partido y sus publicaciones, en una coyuntura favorable. En muy poco tiempo, el

61.

José Antonio Osorio Lizarazo publicó una crónica sobre este periódico en 1939, pero hay ambigüedad frente a si aún se continuaba publicando en ese momento o si había desaparecido un par de años antes. Puede consultarse en: José Antonio Osorio Lizarazo, “Pablo Emilio Mancera, el hombre que durante 40 años publicó un periódico del que era el único lector”, en: op. cit., pp. 326–336.

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Partido Socialista se convirtió en la primera organización de carácter verdaderamente nacional en la historia del país; obtuvo importantes éxitos electorales, entre 1919 y 1921; su base ya no era primordialmente artesanal y sentó raíces entre los sectores más modernos de la economía (sector fabril, enclaves y de transportes). Aunque, sin duda, estas condiciones beneficiaron a la prensa, no se puede establecer una relación directa causa efecto, puesto que las publicaciones también aportaron a los logros del Partido Socialista, por su labor de difusión ideológica, organización política, agitación electoral y solidaridad con el movimiento huelguístico que se desarrollaba. En algunos sectores de la opinión pública, esto creó la idea de un avance incontenible del socialismo, creencia que era alimentada por los periódicos de esta tendencia y magnificada con ribetes apocalípticos por el Clero y los sectores más reaccionarios. Durante el período 1921-1922 encontramos una cantidad relativamente reducida de periódicos, respecto a 1919 (véase gráfica No. 1, capítulo primero). Aunque sería necesario investigar más a fondo las causas de este descenso, parece que éste se halla relacionado con el retroceso de las luchas obreras y con el proceso de “socialización del liberalismo”. Este último fenómeno se produjo por el miedo del liberalismo a perder su caudal electoral ante el impresionante avance de socialismo, en el breve período 1919–1921, y por la necesidad de ponerse a tono con los ideales de transformación social (Revolución Rusa y Revolución Mexicana), que habían ganado honda simpatía entre la opinión pública. De acuerdo con Gerardo Molina, Fue esa una operación muy simple, en la que el liberalismo puso las masas y el socialismo la doctrina. Aquel era fuerte, sobre todo en las ciudades, pero no tanto como para prescindir de los grupos que deseaban militar bajo otras enseñas; y los socialistas, aunque armados de un evangelio cautivador, eran numéricamente débiles y sabían por tanto que no podían llegar directamente al poder.62

Benjamín Herrera, candidato liberal en las elecciones de 1922, prometió que si ganaba la presidencia pondría en práctica la política social que reclamaba el socialismo, si los sectores populares lo apoyaban. Efectivamente, los socialistas respaldaron su candidatura, y durante la convención liberal de Ibagué, celebrada en ese mismo año, incorporó a la plataforma de su partido algunos puntos centrales de la Constitución Socialista. Es importante señalar, sin embargo, que esto no significó la adopción de una ideología socialista por el liberalismo sino solamente de la política social, puesto que en otros puntos centrales, como la de-

62.

G. Molina, op. cit., p. 130. La expresión, “socialización de liberalismo”, la hemos tomado de este autor.

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fensa del petróleo frente a los intereses del imperialismo, la Convención de Ibagué se declaró partidaria de la inversión de capital extranjero en el país63 . De otro lado, aunque no es fácil precisar cuándo llegó con fuerza la influencia marxista al país, ésta se hizo más evidente desde 1918, año en que algunos pequeños grupos empezaron a estudiar y a reivindicar estas ideas. Sin embargo, fue sólo hasta finales de 1922, con el eclipse del Partido Socialista, que se empezó a diferenciar el “socialismo”, del “socialismo de izquierda” o “socialismo revolucionario”. La existencia de estas posiciones se puso de manifiesto ante la opinión pública nacional, en mayo de 1924, durante el Primer Congreso Obrero y la Conferencia Socialista, que sesionaron en forma simultánea en Bogotá. Allí no solamente rivalizaron socialistas del partido de 1919 y socialistas revolucionarios, sino que también hicieron presencia algunos líderes anarquistas y otros que se autodenominaron comunistas64 . Con todo, aun cuando en el Segundo Congreso Obrero de 1925 se presentaron las mismas fuerzas políticas que en el del año anterior y el evento fue organizado por la Unión Sindical, de tendencia anarcosindicalista, se logró mantener la unidad y dar un paso adelante en la organización de los trabajadores con la creación de la Confederación Obrera Nacional (CON), que, además, se afilió a la Internacional Sindical Roja. Esta situación de concordia cambió radicalmente, en el Tercer Congreso Obrero de 1926, cuando, tras una fuerte discusión entre socialistas y anarquistas en torno a la conveniencia de crear un partido político, los primeros lograron imponerse e impulsaron la fundación del PSR65 . Estos hechos fueron significativos para la prensa obrera, no sólo por el indudable impulso que le dieron la CON y el PSR, sino también porque marcaron los temas y delimitaron los espacios de acción y de confrontación de los mismos periódicos. Al respecto, pueden considerarse tres ejemplos: primero, la afiliación a la Internacional Sindical Roja, significó la posibilidad de recibir y publicar boletines y noticias de la Rusia soviética y del movimiento obrero internacional; segundo, algunos de los delegados obreros a los congresos se convirtieron en corresponsales de los pequeños periódicos para cubrir el evento y entrevistar dirigentes populares de otras regiones del país y, tercero, la escisión

63. 64.

65.

Ibíd., p. 129 y ss; M. Medina, op. cit., p. 72; I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 3, op. cit., pp. 709-713. M. Medina, op. cit., pp. 79-84. Este último autor y Diego Jaramillo, consideran que los años 19231926, constituyen un período de transición hacia la consolidación de un socialismo marxista. Ibíd., p. 84; D. Jaramillo, op. cit., p. 65. Para esta época, el grupo comunista ya se había disuelto, tras la muerte de Luis Tejada y la expulsión del país del ruso Silvestre Savitski en agosto de 1925.

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política del movimiento obrero alimentó el debate periodístico entre periódicos anarquistas, socialistas revolucionarios y socialistas independientes. Este último punto es muy importante, porque es muy fácil pensar que en el último lustro del período toda la prensa obrera estaba vinculada con el Partido Socialista Revolucionario, dado el protagonismo político que alcanzó esta organización. Sin embargo, había una prensa claramente anarquista y periódicos socialistas que nunca se vincularon con el PSR. Lo singular del caso, es que no se trata de tres tipos de prensa diferentes, sino de dos: la anarquista (de la cual nos ocuparemos más adelante) y la socialista revolucionaria, donde están los periódicos del PSR y los independientes. Antes de continuar con el análisis de la prensa anarquista y socialista, queremos argumentar por qué no consideramos la existencia de una prensa comunista en esta época. En 1923 se hicieron visibles algunos círculos autodenominados comunistas, conformados básicamente por intelectuales, siendo el más sobresaliente el de la tintorería del ruso Silvestre Savitski, que analizamos en el capítulo anterior. La acción de este grupo no se redujo al estudio, sino que se vinculó con algunos sindicatos, como el de albañiles y los de las fábricas de cerveza Bavaria y Fenicia, y participaron activamente en el Congreso Socialista de 1924, al cual llevaron una propuesta de programa para la conformación de un partido político, que había sido redactada por Luis Tejada. Precisamente, este personaje, uno de los más sobresalientes y con mayor claridad teórica del grupo comunista, había fundado en 1919 en Barranquilla, junto con José Vicente Combariza (José Mar), un periódico político–literario, denominado El Sol, y luego volvió a editarlo en Bogotá, durante un breve período, a finales de 1922. Cronológicamente, este periódico apareció antes de la vinculación de sus editores al grupo de Savitski, sin que expresara los principios políticos que luego los caracterizarían66 . En conclusión, este grupo no impulsó una prensa que le sirviera de foro de discusión, sino que sus miembros más reconocidos escribieron en periódicos liberales, como Luis Tejada, quien ganó prestigio a través de sus crónicas, en El Espectador, y José Mar, que era un articulista muy leído de El Diario Nacional.

66.

Este periódico era de tendencia liberal, y apoyó la candidatura de Benjamín Herrera a la Presidencia. Algunos ejemplares se conservan en la Biblioteca Nacional. Véase, además: I. Torres Giraldo, Los Inconformes, t. 3, op. cit., pp. 713–715; M. Medina, op. cit., pp. 74–77.

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D. Prensa socialista revolucionaria Aunque el número de periódicos obreros que se publicó durante los últimos cinco años de la Hegemonía Conservadora fue muy grande, no es fácil hacer un análisis histórico, porque la mayoría de las colecciones de prensa no se conservaron. El caso de la prensa anarquista es particularmente dramático, pues sólo pudimos localizar un ejemplar del periódico Pensamiento y Voluntad, en el Archivo General de la Nación, mientras que otros dos títulos se conservan en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam (Holanda), donde fueron consultados por Alfredo Gómez, para realizar su investigación sobre Anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina, en cuyo trabajo nos apoyaremos para esta parte del análisis67 . El caso de la prensa socialista revolucionaria, es igualmente lamentable por la falta de preservación de las publicaciones, pues ni siquiera los dos principales periódicos del PSR, Vox Populi y La Humanidad, se pueden consultar. Del primero sólo se conservan, en muy mal estado, tres números en el Archivo Histórico de Santander, mientras el segundo ha padecido una historia accidentada. En efecto, una colección de La Humanidad, que había pertenecido a Agustín Morales, sastre y militante del PSR y del PC, fue encontrada y consultada por Medófilo Medina para la elaboración de la historia del PC. Luego, Mauricio Archila hizo un análisis específico de este periódico; pero, posteriormente, la colección se perdió y no pudimos encontrar otros ejemplares en archivos o bibliotecas68 . En consecuencia, para el estudio de la prensa socialista revolucionaria nos basamos en unos pocos periódicos disponibles en la actualidad, principalmente no afiliados al PSR; en documentación tomada del Archivo General de la Nación; en el trabajo realizado por Mauricio Archila sobre La Humanidad, y en obras que recogen testimonios personales, fragmentos de prensa y entrevistas con personajes de la época, como los de Ignacio Torres Giraldo, María Tila Uribe y Medófilo Medina69 . Entre las principales características de la prensa socialista revolucionaria, cabe destacar las siguientes: difusión de un “discurso ideológico pluralista” que mezclaba, liberalismo, socialismo marxista, socialismo utópico, cristianismo y anarquismo; reivindicación de la herencia radical de la Revolución Francesa; confianza en la ciencia y en la razón; lucha antialcohólica; difusión de la Revo-

67. 68. 69.

Alfredo Gómez, Anarquismo y anacosindicalismo en América Latina. Colombia, Brasil, Argentina, México, Barcelona, Rueda Ibérico, 1980. M. Archila, “La Humanidad, el periódico obrero de los años veinte”, op. cit. M. Medina, op. cit.; I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 3, op. cit.; M. T. Uribe, op. cit.

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lución Rusa; preocupación por la situación de la mujer; exaltación de los trabajadores como factor de progreso; necesidad de la organización obrera; reivindicación del cristianismo; campaña por la implementación de una legislación obrera, particularmente, el establecimiento de la jornada de ocho horas y el descanso dominical remunerado; seguimiento a las huelgas y luchas populares, preocupación por la situación de los colonos y trabajadores del campo, y antiimperialismo70 . Esta prensa se diferenció de las publicaciones obreras anteriores, porque, aunque mantenía una visión evolucionista, consideraba que el camino para la implantación del socialismo era la “revolución social”. Esto hizo que el tono de los periódicos fuese beligerante y que en algunos momentos, incluso, llamara abiertamente a la insurrección popular. En consecuencia, encontramos un abandono del pacifismo imperante en los tipos de prensa anteriores, aunque se mantuvo un sentimiento antimilitarista fuerte, por considerar que la guerra y la institución militar, en sí misma, perjudicaban al pueblo71 . En otros aspectos, también hubo cambios significativos. Frente a la situación del sector agrícola, la prensa artesanal obrerista había expresado su preocupación, principalmente por las prácticas inadecuadas de cultivo y la miseria del campesinado, y su contribución había sido la publicación de artículos o notas sobre técnicas agrícolas modernas. En la década de 1920, los análisis se desplazaron del problema técnico al problema social, denunciando el latifundio improductivo, la extensión ilegal de las haciendas sobre los terrenos de los colonos, las persecución contra los trabajadores y sus familias, la obligación de pagar terraje, etc. Estos periódicos registraban, además, las luchas de los campesinos y de los indígenas, destacándose especialmente Claridad, que se convirtió en defensor y vocero de las luchas libradas por los colonos de la región del Sumapaz. El antiimperialismo y el internacionalismo se hicieron más frecuentes, no como disertaciones teóricas, sino como artículos de denuncia de los intereses extranjeros sobre el petróleo colombiano, de la situación de los trabajadores en los enclaves petrolero y bananero, y de las invasiones estadounidenses a países como Nicaragua y Haití. La persecución y asesinato de trabajadores en diferentes lugares del mundo, también fue registrada con indignación, como la desaparición del “camarada Azzario” y la ejecución de los anarquistas Sacco y

70.

71.

La expresión “discurso ideológico pluralista” fue acuñada por el historiador Mauricio Archila para describir el periódico La Humanidad. Nosotros la hemos hecho extensiva al conjunto de periódicos de socialistas de la década de 1920. Cfr. “La humanidad, el periódico obrero de los años veinte”, op. cit., p. 23. “Policía medita”, en: Vanguardia Obrera, Barrancabermeja, No. 38, 2 de octubre de 1926.

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Vanzetti. Más allá de la denuncia, también se cubrían las manifestaciones y actos antiimperialistas o de solidaridad internacional, realizados por obreros, estudiantes y artesanos72 . La prensa obrera que existía a finales de la década de 1920, no puede considerarse como prensa noticiosa, pues en realidad lo que hacía era sintetizar o comentar los acontecimientos registrados en los principales periódicos de la época, incluso en los casos de huelgas y manifestaciones. La fortaleza de estos periódicos estaba en el cubrimiento de las acciones de los trabajadores, que ocurrían en su ciudad sede o en la región aledaña, pero no tenían rápido acceso a información sobre otras regiones por los altos costos del servicio de telégrafo. Igualmente, presentaban información variada sobre los actores y espacios locales, pero no sobre los acontecimientos de repercusión nacional. Es más, si los periódicos bogotanos no alcanzaron un total cubrimiento nacional ni una representación global de la situación del país, menos podía esperarse esto de la prensa obrera regional cuyo alcance era más limitado. La Humanidad, que empezó a circular en Cali, en mayo de 1925, fue uno de los periódicos más importantes de la década de 1920, y estuvo directamente ligado a la CON y, de forma no oficial, al PSR. Según su director, Ignacio Torres Giraldo, se fundó porque ante el cierre de El Obrero del Valle, los trabajadores de la región se quedaron sin un órgano de expresión en un contexto de auge y radicalización de las luchas de los trabajadores y los colonos. El periódico clausurado era un semanario de la Sociedad de Albañiles, que se editaba desde 1923, pero no se pudo volver a imprimir porque, debido al tono radical que fue adquiriendo, el encargado de la tipografía evangélica La Aurora –que había sido el último refugio del periódico, tras la negativa de otras imprentas de publicarlo– les comunicó que no podrían seguir contado con ese taller73 . Ante esta situación, los dirigentes “comunistas” de la ciudad se dieron a la tarea de conseguir una imprenta y crear un periódico obrero. Para ello, constituyeron la Cooperativa Tipográfica, que sería la que sostendría la empresa, y adquirieron una vieja imprenta y una prensa de mano, casi inservible. Luego

72.

73.

De 28 artículos que encontramos sobre este tema, véase, especialmente: “Los Obreros de Colombia piden la desocupación de Haití”, en: Claridad, Bogotá, No. 63, 4 de diciembre de 1928; “Donde está el Camarada Azzario”, en: El Socialista, Bogotá, No. 524, 8 de julio de 1928; “Solidaridad estudiantil”, en: Claridad, Bogotá, No. 47, 23 de marzo de 1928; “Cuarenta colombianos acompañan a Sandino”, en: El Socialista, Bogotá, No. 526, 29 de julio de 1928; A. Villegas, “EL espíritu de la Tropical Oil Company”, en: Vanguardia Obrera, Barrancabermeja, No. 38, 2 de octubre de 1926. I.Torres Giraldo, Anecdotario, op. cit., pp. 106–107; y Los Inconformes, t. 3, op. cit., p. 797.

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de adecuarlas, se pusieron a la tarea de editar el primer número del periódico, que salió a la calle el 16 de mayo de 1925. La mayoría de sus colaboradores y lectores se encontraba en la línea del Ferrocarril del Pacífico, aunque también tenía simpatizantes entre los artesanos, obreros y campesinos de algunas zonas de los departamentos de Caldas, Quindío y Valle, como Cali, Palmira, Pradera, Buenaventura y sus alrededores74 . La Humanidad, el título de esta publicación, tenía un hondo significado, pues copiaba el nombre de un periódico fundado por Jean Jaurés, órgano del Comité Central del Partido Comunista, en Francia, que circula como diario hasta el día de hoy. Este periódico llegó a ser el órgano de la CON, porque Cali fue elegida como la primera ciudad sede de esta organización, e Ignacio Torres Giraldo fue nombrado secretario general de la misma. Esto evidencia que, pese al aislamiento relativo de la prensa obrera colombiana frente a sus similares de otros países, había algún grado de conocimiento y de seguimiento a los proyectos periodísticos internacionales. El semanario obtuvo apoyo suficiente entre los obreros del Valle como para lograr cambiar su imprenta por otra mejor, en 1928, y convertirse en diario. Aunque Mauricio Archila señala que siguió siendo diario hasta 1930, en octubre de 1928 –en el mismo momento donde todo parecía ir mejor–, El Socialista de Bogotá exigió a las directivas del PSR que explicaran por qué había sido suspendida la publicación de La Humanidad. No podemos precisar cuándo dejó de circular y cuándo volvió a salir, pero María Tila Uribe señala que hacia febrero de 1929 estaba “a las puertas” de ser diario. Por esto, podemos concluir que cuando reapareció lo hizo con una periodicidad diferente y seguramente con otro director, puesto que Torres Giraldo salió del país después de la Huelga de las Bananeras, en diciembre de 192875 . Esta publicación, por su radicalismo, gozó de gran reconocimiento entre las organizaciones obreras del país, y las mismas autoridades señalaban que era “el más violento y subversivo de todos los que se publican en el país”76 . El prestigio y el trabajo que La Humanidad tenía entre los trabajadores del sur occidente del país, sirvieron de estímulo para la creación de otras publicacio-

74. 75.

76.

I. Torres Giraldo, Anecdotario, op. cit., pp. 108–109; y Los Inconformes, t. 3, op. cit., p. 798; AGN, FMG, S1, t. 964, fs. 350–351. I. Torres Giraldo, Anecdotario, op. cit., pp. 108–109; M. Archila, “La Humanidad, el periódico obrero de los años veinte”, op. cit., p. 19; “La Jarana de Amarillos”, en: El Socialista, No. 531, 6 de octubre de 1928. Informe del Gobernador de Caldas al ministro de Gobierno, Manizales, 24 de marzo de 1928, en: AGN, FMG, S1, t. 964, f. 350.

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nes. Por ejemplo, La Justicia, de Medellín, dirigido por María Cano, fue fundado en 1927, siguiendo la misma línea de La Humanidad, incluso se creó una Cooperativa Obrera Tipográfica, imitando el modelo de la Cooperativa Tipográfica de Cali, mencionada anteriormente. Dicha Cooperativa se constituyó mediante escritura pública el 12 de septiembre de 1927, y sesionaba regularmente en la casa de María Cano, en Medellín. En una de sus actas aparece la legalización de la compra de una imprenta para la edición del periódico. Lo particular de esta transacción radica en que el vendedor (a quien le pagaron parcialmente con acciones de la cooperativa), era Escolástico Álvarez, un activo militante popular, que había sido miembro de la Sociedad de Luchadores y administrador de El Luchador. Por lo tanto, no es descabellado pensar que se trataba de la misma imprenta donde se editó este periódico, entre 1919 y 192477 . En abril de 1928, Ignacio Torres Giraldo fue detenido en Armenia, y se le decomisó gran cantidad de información (está fue una de las causas de la suspensión de La Humanidad); entre esos papeles se encontraba un listado de los “periódicos obreros revolucionarios de Colombia”, que incluía nueve títulos: La Humanidad (Cali), Vox Populi (Bucaramanga), Por la Unión (Cienaga), El Faro (Neiva), La Justicia (Medellín), Bohemia Libre (Buenaventura), El Microbio (Riosucio), Vanguardia Obrera (Puerto Berrío), y El Pueblo (Girardot)78 . Este listado está incompleto, pues no incluye reconocidos periódicos como El Moscovita y El Avance (Líbano), Revolución y Nueva Era (Bogotá)79 . Por su ubicación geográfica en sitios estratégicos de la economía nacional, esta red de periódicos fue muy importante para la difusión de la ideología del PSR, pero también para la organización política de los trabajadores: La prensa socialista no fue solamente un medio de aglutinación ideológica sino fundamentalmente, un instrumento de nucleación orgánica de los trabajadores en las distintas regiones del país. Los pequeños periódicos de cobertura local fueron los instrumentos a través de los cuales se estructuraron las organizaciones sindicales: comités y centros obreros, sindicatos y federaciones obreras, donde quiera que había una relativamente importante concentración de trabajadores y donde quiera que llegaba uno de los organizadores del Partido Socialista Revolucionario…80

77. 78. 79. 80.

El acta se encuentra trascrita en: J. M. Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista, op. cit., pp. 263–264. Véase, también, I.Torres Giraldo, Los Inconformes, t. 3, op. cit., p. 797. “Direcciones de los periódicos obreros revolucionarios de Colombia”, en: J. M. Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista…, op. cit., p. 298. Cfr, Claridad, Bogotá, No. 55, 8 de junio de 1928; AGN, FMG, S1, t. 983, fs. 97-100; M. T. Uribe, op. cit., p. 139. J. M. Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista…, op. cit., p. 39.

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La aprobación de la Ley Heroica, en octubre de 1928, dejó estas publicaciones en la ilegalidad y muchos de sus dirigentes y colaboradores fueron encarcelados. La situación se complicó aún más tras la masacre de las bananeras, cuando casi la totalidad de la dirigencia del PSR se encontraba en la cárcel o en el exilio. Sin embargo, se buscó superar esta crisis y volver a echar a andar, por lo menos, los principales periódicos. Hacia febrero de 1929, Tomás Uribe Márquez presentó ante el Partido un proyecto de prensa tendiente a asegurar el sostenimiento de Vox Populi, La Humanidad, Nueva Era y Revolución. Aunque María Tila Uribe señala que esta campaña tuvo éxito, creemos que es necesario matizar esta afirmación porque, si bien existe evidencia de que La Humanidad sobrevivió hasta 1930, de Vox Populi sólo volvemos a tener noticias en 1933, cuando reapareció en Cúcuta, asociado al Partido Comunista, en tanto que de los otros dos periódicos no encontramos ninguna mención posterior81 . En ese convulsionado cambio de década, los periódicos socialistas revolucionarios no afiliados al PSR tampoco contaron con mucha suerte. El Socialista subsistió hasta 1930; La Libertad se siguió editando por unos años más, pero con una frecuencia muy irregular y a Sanción Liberal sólo le podemos seguir la pista hasta diciembre de 1928, cuando, con los otros dos periódicos y algunas publicaciones anarquistas de la capital (Pensamiento y Voluntad, El Libertador y La Voz Popular), promueve la celebración del IV Congreso Obrero, que debía realizarse a finales de ese año. Visto desde el presente, plantear esa convocatoria a mediados de diciembre de 1928, era una acción absurda, dada la situación generada por la masacre de las bananeras. Este hecho, la no mención de la huelga en la región del Magdalena en las ediciones de El Socialista del mes de noviembre, y la exigencia de Sanción Liberal (hecha el 14 de diciembre) de que los dirigentes de la huelga se presentaran y aclararan su actuación durante el conflicto, nos permiten inferir que, a mediados de diciembre de 1928, estos periódicos todavía no alcanzaban a dimensionar lo ocurrido en la zona bananera. Entre otros ejemplos notables de esta problemática se encuentran la disputa surgida entre los trabajadores del Río Magdalena y la Federación Obrera del Valle de Cauca, porque ésta última no apoyó una huelga de los trabajadores portuarios, y la insurrección de julio de 1929, cuando la orden de aplazamiento del movimiento no llegó a algunas poblaciones que se levantaron, confiadas en que eran respaldadas por movimientos similares en todo el país82 . Con estos casos hemos queri81. 82.

M. T. Uribe, op. cit., p. 201. “El tinglado de la farsa”, en: Sanción Liberal, Bogotá, No. 92, 14 de diciembre de 1928. Mauricio Archila, “La Humanidad…”, op. cit., p. 31; G. Sánchez, op. cit.

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do ilustrar un problema que afectó a la prensa obrera y al movimiento de los trabajadores en su conjunto, originado en la dificultad de tener un acceso rápido a fuentes de información, incluso sobre las acciones que afectaban a los mismos trabajadores y las falencias de comunicación entre las regiones, los periódicos y las organizaciones políticas. E. Prensa anarquista Si bien, desde la segunda década del siglo pasado, algunos periódicos, como Ravachol, reivindicaban el anarquismo, no había claridad ni coherencia teórica frente al significado de esta ideología. Sin embargo, esto cambió durante los años veinte, con el surgimiento de grupos libertarios más definidos ideológicamente, que desarrollaron un intenso trabajo político acorde con su ideología y se dotaron de órganos periodísticos para dar a conocer sus ideas. Los lugares donde se concentraron estos grupos, y por consiguiente la prensa anarquista, fueron Bogotá, Barranquilla y Santa Marta. En 1924, apareció en Bogotá, el grupo “Antorcha Libertaria” y reinició la publicación del periódico La Voz Popular, bajo la dirección de Carlos F León. Este periódico ya había circulado con el subtítulo de “Semanario Liberal Obrero”, pero había sido suspendido durante seis meses, por diferencias dentro de su grupo de redacción. Así, reapareció en 9 de noviembre de 1924, como órgano de la organización política que acababa de formarse83 . Posteriormente, aparecieron otros periódicos anarquistas; en 1926, el grupo Pensamiento y Voluntad empezó a editar un periódico con el mismo nombre, y en 1928, Biófilo Panclasta dirigió, por un breve tiempo, El Libertador. En 1925, el grupo anarquista de Barranquilla, “Vía Libre”, fundó la Federación Obrera del Litoral Atlántico (FOLA), a la que pertenecían 16 sindicatos de Barranquilla y algunos otros de localidades vecinas. Para el desarrollo de sus objetivos llevaron a cabo conferencias, mítines, reuniones sindicales y de propaganda, representaciones teatrales y la edición del periódico Vía Libre. Este semanario estuvo bajo la dirección de Gregorio Caviedes y del anarquista español Elías Castellanos. A partir de las fuentes existentes no podemos determinar qué tanta acogida tuvo; sin embargo, desde un principio evidenció dificultades económicas y debió hacer concesiones que estaban en contra de su ideología, como insertar avisos comerciales. En efecto, en la primera edición del periódico,

83.

La Voz Popular, Bogotá, No. 80, 9 de noviembre de 1924, citado en: A. Gómez, op. cit., p. 33.

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Gregorio Caviedes afirmó que “la prensa revolucionaria no debía aceptar anuncios y subvenciones de los explotadores”, pero, en el número siguiente, presentó excusas a sus compañeros por haberse visto obligado a insertar anuncios84 . En 1924, se conformó el Grupo Libertario de Santa Marta, que desarrolló su acción política en esa ciudad y con los trabajadores de la zona bananera, intentando contrarrestar la influencia del sindicalismo liberal y patronal. Para ello, este grupo utilizó su periódico Organización, conferencias, mítines, boletines y giras de propaganda. Así mismo, organizó una Comisión de Propaganda que llevaba el mensaje libertario a diversas poblaciones, tratando de crear o reorganizar sindicatos de acuerdo con sus principios. En forma autónoma realizó dos grandes giras de propaganda por la zona bananera; una, en diciembre de 1924, y otra, en marzo de 1926, y posteriormente colaboró en la organización y ejecución de la gira de María Cano e Ignacio Torres Giraldo, a comienzos de 1928. Los periódicos anarquistas compartían un núcleo temático común: difusión del proyecto anarcosindicalista, exaltación de los obreros, apoliticismo, internacionalismo, anticlericalismo y ateismo, antimilitarismo, preocupación por la situación de la mujer y difusión de artículos de anarquistas reconocidos, como Reclús, Kropotkin, Anselmo Lorenzo, entre otros85 . Al hacer un análisis comparativo con los periódicos obreros de otras tendencias, queda claro que existen muchos elementos compartidos, pero también algunos matices diferentes y puntos de ruptura que permiten definirlos como un tipo de prensa específico. Paradójicamente, la principal diferencia no es la presencia de la ideología anarquista, que si bien está más claramente definida en estos periódicos, no es exclusiva de ellos, sino que es posible encontrarla junto con otras ideologías en la prensa radical, socialista y socialista-revolucionaria. El elemento de la prensa anarquista, que no encontramos en ningún otro tipo de publicaciones, es el ateismo. Como vimos anteriormente, no era atea siquiera la prensa anticlerical de la segunda década del siglo; por el contrario, aquélla y todas las demás tendencias, estaban imbuidas en un pensamiento religioso muy fuerte. Los periódicos anarquistas defendían la idea de que los dioses eran “hijos de la fantasía” de los hombres y que ninguna religión lograba salir bien librada de un análisis hecho por la ciencia. Además, trataban de mostrar cómo

84. 85.

A. Gómez, op. cit., p. 61; Gregorio Caviedes, “Orientaciones”, en: Vía Libre, Barranquilla, Nos. 1 y 2, 4 y 10 de octubre de 1925. A. Gómez, op. cit., pp. 33–39, 58, 62–68. Véase, especialmente, “Rebeldía Triunfante” y “Declaración de Principios”, en: La Voz Popular, Bogotá, No. 80, 9 de noviembre de 1924, citados en Ibíd., pp. 34 y 36; Pensamiento y Voluntad, Bogotá, No. 2, 1926 (sin fecha).

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la religión, que en principio no tenía nada que ver con la organización obrera, conllevaba consecuencias negativas para los intereses de los trabajadores, haciendo fuertes críticas al Clero, en términos muy similares a los utilizados por radicales y socialistas: Es necesario saber que el clero, agente nefando del capitalismo, es el encargado de obscurecer los cerebros de la clase proletaria, él toma a su cargo la educación del campesino llenándole la cabeza de mostruosos (sic) errores, enseñándole la ciega obediencia al tirano que explota y lo roba (…) Le enseña también a respetar las autoridades que en nombre de la ley lo lanzan a la calle a morir de frío y de hambre. Le enseña a amar la patria y le dice que por ella debe sacrificar sus hijos, su vida, sus padres, y cada vez que lo puede mandar a asesinar hermanos lo despide regalándole una medallita y una bendición (…) No para aquí la misión del clero, está a su cargo mantener encendidas las pasiones políticas para así tener divididos a los obreros, agitan la cuestión religiosa de acuerdo con los políticos de profesión, que a su vez disimulan atacar al clero, pero es una mentira, pues clero y política son dos ramificaciones de un mismo origen y con un mismo fin: mantener al pueblo en la ignorancia para explotarlo a su antojo y provecho.86

El antimilitarismo expresado en la prensa anarquista, no implicaba solamente el rechazo a la guerra (interna o externa), como lo hacían los periódicos de la década de 1910, sino también un profundo cuestionamiento a la legitimidad de la institución militar. Estas ideas estimularon el desarrollo de una campaña tendiente a que los soldados desertaran de sus batallones y se unieran a la lucha popular. Esta postura no era exclusiva de esta tendencia, sino compartida por los socialistas–revolucionarios, que también emprendieron una campaña similar en todas las regiones donde tenían trabajo político. En los años de 1928 y 1929, en el contexto de aprobación de la Ley Heroica, la huelga de las bananeras y la fallida “insurrección bolchevique”, la agitación entre los soldados fue especialmente fuerte a través de arengas, hojas volantes y, en menor medida, la prensa. Como parte de esa labor de agitación, se afirmaban cosas de este estilo: (...) Sí, camarada policía: Reflecciona (sic) fríamente estas amargas verdades y veréis como sacáis en consecuencia de que tú también eres hermano de nosotros, de que tú (sic) también te explotan los BURGUESES, que tu salario como el nuestro, tampoco te alcanza jamás para nutriros… Que quizás nosotros los Obreros vivimos una vida más amplia que la tuya, pero que no por eso

86.

“Para qué sirven las religiones”, en: Pensamiento y Libertad, Bogotá No. 2, 1926 (sin fecha).

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deja de ser de oprobio y de miseria; por eso nosotros esperamos también tu contingente, para que con tu ayuda podamos formar la “futura sociedad de los iguales”. Sí, camarada policía… que esas ARMAS que os dieron los ensimismados CAPATACES de la BURGUESÍA para cuartar (sic) todo movimiento de justicia social, y hacer eterna su cruel dominación para explotarnos, no las volváis a emplear contra tus hermanos los obreros, sino contra los zánganos que en virtud de odiosos privilegios y… de nuestra cobarde tolerancia, quieren hacer indefinida su bárbara dominación sobre la tierra.87

Está situación creó alarma entre las autoridades y falsas expectativas entre los militantes políticos que, por ejemplo, nunca pensaron que las tropas presentes en la región bananera de Santa Marta fueran a disparar contra la población88 . En el análisis de la situación de la mujer, compartieron con los socialistas la fe en los beneficios que traería la educación y, en un nivel más abstracto, la revolución social, con lo cual se resolverían de una vez y para siempre todo tipo de injusticia y desigualdad. La diferencia radicaba en el mayor número de artículos escritos por mujeres sobre el tema, en los que, si bien compartían el esquema explicativo esbozado anteriormente, había un sutil desplazamiento del problema, que cuestionaba también la concepción patriarcal de los mismos obreros89 . Las relaciones entre la prensa anarquista y la prensa socialista–revolucionaria no son fáciles de caracterizar. Teóricamente, debían existir diferencias ideológicas importantes, pero la falta de claridad política, especialmente entre los socialistas, implicaba que no se vieran estas ideologías como divergentes y que muchos líderes socialistas retomaran principios y formas de acción del anarcosindicalismo. Por su parte, los anarquistas fueron más firmes en su crítica al socialismo de corte soviético, aunque, en algunas ocasiones, la debilidad política los convenció de la necesidad de trabajar mancomunadamente. El periódico Organización, del Grupo Libertario de Santa Marta, adoptó una línea de acción unitaria con otras corrientes socialistas, lo que en la práctica se tradujo en la organización de la gira de María Cano e Ignacio Torres Giraldo por la zona bananera, a comienzos de 1928, y un contacto permanente entre el grupo de Santa Marta y el PSR. Sin embargo, como se viene señalando, esta no fue la conducta general de los anarquistas frente a los socialistas. En 1925, en las páginas de Vía Libre, se hicieron fuertes críticas a la idea de fundar 87. 88. 89.

“Meditación”, Hoja volante escrita a máquina, en: AGN, FMG, S1, t. 212, fs. 194–196. Anderson Pacheco, “Del antimilitarismo. A la juventud”, en: Vía Libre, Barranquilla, No. 1, 4 de octubre de 1925, citado en: A. Gómez, op. cit., p. 64. Véanse, por ejemplo, los apartes de un artículo escrito por Ana María García, en: Vía Libre, Barranquilla, No. 1, 4 de octubre de 1925, que se trascriben en: A. Gómez, op. cit., pp. 66–67.

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un partido político, a la pretensión de los comunistas de controlar las organizaciones obreras del país, y a las ideas autoritarias, ya que “estos señores devotos de San Lenin creen que la dictadura roja por ser propiedad de ellos es buena”90 . Los anarquistas reconocían a la Revolución Rusa como la más importante en la historia de la humanidad, pero consideraban que, con la instauración del Partido Comunista, nuevamente se había impuesto la tiranía sobre el pueblo: La revolución rusa es sin duda una de las más grandes jornadas en la historia de las convulsiones sociales llevadas a cabo por un pueblo insurrecto contra la tiranía zarista que lo lapidaba y escarnecía durante siglos. Este hecho ciclópeo eclipsa todos los demás hechos revolucionarias habidos con anterioridad a él. Lo reconocemos. Pero lamentamos su fracaso, fracaso que ciframos en el no afianzamiento del motivo céntrico de esa revolución: La Libertad.91

Durante 1928, se presentó una confrontación muy fuerte con PSR, pues a través de la prensa se le criticaron sus acercamientos con el liberalismo y se denunciaron actuaciones incorrectas de algunos dirigentes de ese partido. Después de la masacre de las bananeras se cuestionó, además, la dirección dada por los dirigentes del partido a ese conflicto. En este debate se mezclan dos contiendas claramente diferenciadas: una teórica, sobre el carácter y los alcances de la Revolución Rusa, y otra, sobre quién debía tener la dirección del movimiento obrero colombiano, donde entraban en disputa el PSR, los anarquistas y los socialistas independientes.

III. PERIODISMO DE OPOSICIÓN Y

CENSURA DE PRENSA

Desde mediados del siglo XIX, la libertad de prensa se constituyó en un aspecto polémico en la contienda política entre liberales y conservadores, provocando enconadas reacciones, tanto por parte de sus defensores como de sus detractores. Para los liberales, la libertad de prensa era uno de los pilares de la República y por lo tanto, se constituía en un principio no negociable que hacía parte de su identidad política. Para los conservadores, por el contrario, la prensa debía ser controlada y censurada por considerársele como un foco de subversión política, social y moral. Esta última concepción se vio reflejada en la legislación que reguló la prensa durante el período de la Regeneración, aunque hubo momentos de mayor censura y otros de más libertad, como veremos a continuación.

90. 91.

“Política Obrera”, en: Vía Libre, Barranquilla, No. 2, 10 de octubre de 1925. “Del paraíso soviético”, en: Pensamiento y Voluntad, Bogotá, No. 2, 1926 (sin fecha).

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A. La censura de prensa : herencia de la Regeneración El artículo 42º de la Constitución Política de 1886, estipulaba que la prensa era “libre en tiempos de paz, pero responsable con arreglo a la leyes, cuando atente contra la honra de las personas, el orden social o la tranquilidad pública”. De donde se desprende, que sólo podría haber libertad de prensa (parcial) en tiempos de paz, pero en períodos de guerra o conmoción, quedaría a discrecionalidad del ejecutivo el manejo de la prensa y los medios de publicidad (carteles, libros, folletos, etc.). Además, la censura oficial se vio posibilitada porque la legislación reglamentaria sólo se promulgó con la Ley 157 de 1896. En este período puntualmente en 1888, se expidió la llamada “Ley de los caballos” que, en materia de orden público, daba amplios poderes al ejecutivo y que resultó nefasta para la libertad de prensa92 . La Ley 157 de 1896 estuvo vigente durante dos años y luego fue reemplazada por la Ley 51 de 1898, que seguía el mismo espíritu de la anterior y adicionaba muchos aspectos de jurisdicción y procedimiento. En este extenso documento se fijaban las normas, prohibiciones, penas y procedimientos en todo lo relacionado con la prensa: determinaba que ningún periódico podía recibir subvenciones de gobierno o compañías extranjeras y obligaba a los encargados de establecimientos tipográficos a enviar copias, a diferentes dependencias gubernamentales, de todos los impresos que produjeran. Sin embargo, la responsabilidad civil y penal recaía sobre el director de la publicación y no sobre el impresor. Además, fijaba con gran detalle las penas para los delitos de injuria, calumnia, publicación de noticias falsas, incitación al crimen, ultrajes contra gobiernos extranjeros y delitos contra la religión o el culto. Éstos últimos debían juzgarse de acuerdo con unas disposiciones especiales, contenidas en el Código Penal93 . La fase de libertad de prensa regulada sólo duró tres años, en virtud de que el 18 de octubre de 1899, con la declaración de turbación del orden público, la Ley 51 de 1898 quedó suspendida y se inició una época de fuerte censura oficial que, junto con las dificultades económicas y de comunicación propias de la Guerra de los Mil Días, obligó al cierre a la mayor parte de los periódicos políticos y literarios del país. La recuperación de la dinámica periodística fue un proceso lento, que sólo se alcanzó completamente después de 1909, tras el fin de la dictadura del Reyes.

92. “Ley 61de 1888 (25 de mayo)”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 7.399, 29 de mayo de 1888. 93. “Ley 51 de 1989 (15 de diciembre)”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 10.860, 14 de enero de 1899.

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El Decreto 84 de 1903 con un evidente interés por controlar las llamadas publicaciones subversivas (“las que dañan o alarman a la sociedad”), retomó algunas partes del Decreto 151 de 1888, mientras que delegó al Código Penal la regulación de las publicaciones ofensivas (“las que vulneran los derechos individuales”). Tipificó como delitos de imprenta contra la sociedad, entre otros, atacar la religión católica, desconocer u ofender las autoridades civiles o eclesiásticas, desprestigiar la institución militar, mancillar la decencia pública, tomar el nombre y representación del pueblo para combatir la organización de la propiedad y concitar unas clases sociales contra otras. Las penas impuestas iban desde la amonestación hasta la suspensión absoluta de la publicación, bajo el mismo nombre u otro distinto. Además, le daba grandes prerrogativas al Clero, poniéndolo por encima de la autoridad civil, puesto que una publicación que tuviera censura eclesiástica favorable no podía ser prohibida por la autoridad civil94 . La Ley 7 de agosto 31 de 1903 reestableció la Ley 51 de 1898, pero poco más de un año después, el 29 de diciembre de 1904, se declaró turbado el orden público en los departamentos de Cundinamarca y Santander. En consecuencia, el Ejecutivo asumió su deber constitucional de defender la población “contra los abusos de la prensa” y dictó el Decreto Legislativo NO. 4 de 1905, donde declaró vigente la parte dispositiva de la Ley 151 de 1888 (que trataba sobre las publicaciones subversivas), aumentó las penas para los delitos de prensa y, como cosa novedosa, exigió a los directores de periódico la solicitud de permiso a la primera autoridad política del lugar para poder hacer una publicación95 . Siguiendo con esta tendencia regresiva, el Gobierno, a través del Decreto Legislativo No. 47 de 1906, trató de ordenar en un sólo documento todos los aspectos relativos a la prensa. Allí definió, en forma extensa, las obligaciones de los impresores y los hizo responsables del contenido de las publicaciones editadas en sus talleres, mientras que en la legislación anterior sólo lo eran los directores y redactores. Extendió la exigencia de permiso previo, tanto para poder publicar el periódico, como para obtener el “derecho a ser voceado por las calles”. Este derecho solamente permitía el pregón del nombre y el número del periódico, pero no del contenido, como era costumbre. Mantuvo la distinción entre publicaciones ofensivas y publicaciones subversivas, endureció las penas para periodistas e impresores, y adicionó otros delitos de imprenta, como propender por la desmembración del país, atacar a gobiernos amigos, ofender

94. 95.

“Decreto No. 84 de 1903 (26 de enero) “, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 11.794, 31 de enero de 1903. “Decreto Legislativo No. 4 de 1905 (9 de enero)”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 12.256, 12 de enero de 1905. Este decreto fue luego ratificado mediante la Ley 8 de 1905 (5 de abril).

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la moral cristiana, el dogma o las prácticas católicas y mancillar la decencia pública con grabados obscenos o caricaturas alusivas a los individuos96 . B. Censura eclesiástica y gubernamental después de 1910 Los periódicos liberales, obreros y republicanos, compartían la opinión de que el quinquenio de Rafael Reyes había sido un período nefasto para la libertad de prensa. De acuerdo con La Libertad –fundado en 1907, como periódico literario para burlar la censura–, la esfera de acción política del periódico durante sus dos primeros años de publicación fue muy restringida, porque se castigaban, Sin forma de juicio, hasta las expresiones más triviales de los escritores públicos, cuando estos se apartaban de la senda de la adulación a las autoridades y de la aprobación incondicional de los actos de ellas. Estábamos, pues a merced de la voluntad de los mandatarios, aunque el Decreto sobre Prensa permitiese la discusión amplia de los actos de gobierno.97

Consideraba, sin embargo, que la situación había cambiado sustancialmente tras la caída de Rafael Reyes y que esa época de tinieblas había quedado definitivamente en el pasado. Esto pareció confirmarse en agosto de 1909, cuando fueron derogadas todas las leyes sobre prensa del decenio anterior y se declaró en vigor la Ley 51 de 1898, pero reduciendo a la mitad el tiempo de arresto y a la décima parte el valor de las multas98 . Bajo estas condiciones, ya no era necesario pedir permiso para publicar un periódico, bastaba solamente dar aviso a la autoridad local. De la misma forma, dejó de existir la figura de publicaciones subversivas y los delitos de imprenta que la motivaban. Esto dio lugar a la creación de un sinnúmero de periódicos políticos de diferentes tendencias que, tras años de mordaza oficial, querían hacer oír sus críticas contra el régimen social y político imperante y, específicamente, contra el Gobierno y el Clero. Sin embargo, ni el Gobierno ni el Clero estaban dispuestos a tolerar cuestionamientos, denuncias ni sarcasmos, y muy pronto reaccionaron para tratar de obtener mayor control sobre las publicaciones periódicas. En esta época, las acciones más comunes se concentraron en exigir una legislación de

96. 97. 98.

”Decreto Legislativo No. 47 de 1907 (12 de septiembre)”, Artículos 15–17, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 12.750, 20 de septiembre de 1906. “Adelante”, en: La Libertad, Bogotá, No. 12, 3 de julio de 1909. “Ley No. 1 de 1909 (21 de agosto)”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 13.772, 26 de agosto de 1909.

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prensa más estricta, en excomuniones, señalamientos desde el púlpito y manifestaciones contra algunos periódicos liberales, radicales y obreristas. Por ejemplo, Adolfo Prins, de Sincelejo, denunció que, por haber publicado un artículo contra el Clero, el cura de su parroquia lo había excomulgado, insultado públicamente, e incluso había instando a los habitantes del lugar a que vengaran la supuesta ofensa contra las jerarquías católicas, lo que efectivamente ocurrió, pues una noche un grupo de personas lo atacó a garrotazos99 . Aunque casos como éste ocurrieron con frecuencia, la persecución contra los directores de Ravachol y Chantecler fue la que más impacto tuvo a nivel nacional. Estos periódicos populares surgieron en 1910, y se destacaron no sólo por su temprana influencia socialista y anarquista sino, sobre todo, por un marcado sentimiento anticlerical. Como respuesta, algunos clérigos de la capital amenazaron a los vendedores del periódico “con excomuniones y condenaciones eternas” si continuaban distribuyéndolo; posteriormente, se prohibió a los fieles su lectura y el arzobispo primado decretó excomunión mayor de los directores, los lectores y todos lo que tuvieran algo que ver con la publicación100 . La excomunión no era una novedad, pues muchos periódicos liberales la habían sufrido por exigir una educación laica y la separación de la Iglesia y el Estado101 , de modo que, frente a ello, la respuesta de las publicaciones excomulgadas no fue la retractación o el silencio, sino que anunciaron que seguirían denunciado la mala conducta del Clero e hicieron artículos sarcásticos donde ridiculizaban la excomunión, la jerarquía y el dogma católicos, como el publicado por Ravachol: Nos, Fray RAVACHOL, propagador del santo ideal del socialismo y fustigador de los frailes, etc., etc., haciendo uso de nuestro santísimo derecho, excomulgamos solemnemente y ante todos los hombres sensatos y lectores del RAVACHOL, al Papa, a los clérigos, a los frailes, a las monjas, alcanzando nuestra formidable excomunión hasta los apaga-mechos y a todos los que difamen contra Nos y a nuestro santísimo periódico RAVACHOL. Igualmente quedan excomulgados todo el que les dé la mano, pase cerca de ellos, o se dejen descrestar con limosnas para el culto y otras gallerías; alcanzando nuestra formidable excomunión hasta la quinta generación.

99. 100.

101.

“Carta”, en: El símbolo, Cartagena, No. 5, 25 de junio de 1910. “Alerta Frailes”, en: Ravachol, Bogotá, No. 12, 16 de septiembre de 1910; “Carta Pastoral al clero y fieles de nuestra Diócesis”, en: Dios y Cesar, Garzón, No. 12, 17 de noviembre de 1910. Esta prohibición también cobijaba a Thalía, Gil Blas, Zic–zac, Moscardón, El Domingo, de Bo Cfr. “Carta Pastoral al clero y fieles de nuestra Diócesis. Ibagué, Octubre 15 de 1910”, en: Dios y Cesar, No. 12, Garzón, 17 de noviembre de 1910.

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Esta excomunión no será levantada hasta que a Nos no se nos dé la gana. Dado en la Diócesis de los Ravacholistas, al mes y tres días de la República libre. Firmado. Nos Fray RAVACHOL e ilimitada compañía.102

Este tipo de respuestas exaltó aún más los ánimos del Clero capitalino, que convocó a sus fieles a una marcha contra los citados periódicos y para pedir, de paso, a las autoridades la aprobación de una legislación de prensa mucho más severa, como la que en esos momentos se estaba discutiendo en las cámaras legislativas. Aunque la manifestación pública se llevó a cabo el 25 de septiembre, desde los primero días del mes circulaba el rumor de que algunas personas estaban organizando un mitin para apedrear la oficina de Ravachol. Ante ello, parece que algunos artesanos se ofrecieron para defender la sede del periódico, si algo llegaba a ocurrir103 . Como resultado inmediato, Juan Francisco Moncaleano y Alejandro Torres Amaya fueron encarcelados y ni Ravachol ni Chantecler pudieron seguir publicándose después de sancionada la nueva reglamentación sobre prensa. La prisión de Torres Amaya mostró, de manera especial, lo absurdo de los acontecimientos, puesto que para ese entonces el personaje ya no tenía nada que ver con el periódico. Las presiones sobre los legisladores rindieron frutos. Así, el 3 de noviembre de 1910 se sancionó la Ley 73, que reformó la Ley 51 de 1898. Aunque mantuvo la esencia de ese acto legislativo, aumentó nuevamente las penas y las multas para los infractores, protegió mucho más la figura eclesiástica, prohibió explícitamente denigrar o ridiculizar a través de escritos, grabados, pinturas o caricaturas a los clérigos, las entidades o los símbolos de la religión católica, proscribió la fijación pública de hojas anónimas y aumentó a un año el término de la prescripción de delitos de injuria y calumnia. Esta Ley representaba un duro golpe para los periódicos de la oposición, tanto moderados como radicales, pues no esperaban que tal proyecto fuera aprobado, e incluso creían que el presidente Carlos E. Restrepo de ningún modo lo permitiría. Con esto, se empezaron a desvanecer las esperanzas que muchas organizaciones políticas habían depositado en el Gobierno Republicano, y en la creencia de que el país había entrado en un período de democracia, con el consiguiente respeto de las garantías y los derechos individuales para

102.

103.

“Excomunión formidable”, en: Ravachol, Bogotá, No. 11, 10 de septiembre de 1910. El Domingo, de Bogotá, también respondió a la excomunión con un texto similar, que fue reproducido por otros periódicos del país, como El Símbolo, Cartagena, No. 12, 20 de octubre de 1910. “Meeting”, en: Ravachol, Bogotá, No. 10, 3 de septiembre de 1910.

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todos, sin importar el partido político al que pertenecieran ni el tipo de ideas que profesaran. Aunque el presidente Restrepo objetó la ley aprobada por la Asamblea Nacional, la comisión que estudió el documento presidencial encontró infundadas las objeciones, por lo que, luego de unas modificaciones menores, fue finalmente sancionada por el Ejecutivo104 . Pese a que los periódicos denunciaron esta ley como un atentado contra la libertad de prensa, no organizaron una campaña directa para modificar la legislación. Sus esfuerzos se concentraron, principalmente, en generar opinión pública a través de poemas y artículos que mostraban la importancia de la prensa libre como agente de civilización y de cultura, y como escenario para la confrontación política, donde las polémicas era normales, sin que ello implicara actos de violencia105 . Las excomuniones continuaron cayendo sobre los periodistas pero paradójicamente, fueron tomadas por algunos como un signo de distinción y no como una condena. De esta manera, cuando un periódico era excomulgado, los demás lo felicitaban y aquéllos que no eran nombrados en las pastorales o cartas de los obispos, reclamaban para sí el honor de merecer una excomunión. Por ejemplo, El Martillo ironizaba: “Excomunión ha merecido ‘El Eco’, periódico que dirige en Manizales el competente y honrado ciudadano don Pedro L. Rivas. En cuanto a la excomunión ya sabemos que la mereció por ser un periódico libre y de enseñanza; felicitamos al colega por el alto honor que ha merecido y, adelante!!”. En el mismo sentido, El Obrero Moderno anunciaba que “La Conferencia Episcopal reunida en Bogotá, se olvidó de incluir nuestra humilde hoja en la lista de las anatematizadas. Reclamamos el honor”106 . En 1915, en Pereira, seis jóvenes fueron condenados a un año de prisión por sacrilegio e irrespeto al culto, debido a la publicación de una caricatura y un artículo en El Aguijón, donde se burlaban de una procesión religiosa. Aunque, en este caso, el proceso judicial se adelantó bajo el amparo de la legislación de prensa vigente, al parecer tenía un propósito más amplio, que era desarticular un grupo de jóvenes izquierdistas, llamados por el Clero local “Ravacholes”, que escribían en el mencionado periódico. En este caso sólo se

104. 105.

106.

Las objeciones a la ley pueden consultarse en: Diario Oficial, Bogotá, No. 14.136, 7 de noviembre de 1910. Ver: “Sobre la misión de la prensa”, en: La Correspondencia, Tolú, No. 3, 22 de febrero de 1912; “Lo que es la imprenta”, en: El Piloto, Bogotá, No. 1, 25 de febrero de 1919; Kiko el Socialista, “Salve, Búhos”, en: El Luchador, Medellín, No. 77, 17 de agosto de 1919. “Excomunión”, en: El Martillo, Pereira, No. 6, 17 de noviembre de 1916; y “La Conferencia”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 4, 4 de abril de 1913.

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logró parcialmente el objetivo porque, si bien el periódico dejó de circular por el encarcelamiento de su director, Jesús Antonio Cardona, las ideas radicales siguieron teniendo fuerza en la ciudad107 . Algunos actos gubernamentales contra la libertad de prensa causaron gran alarma, como el encarcelamiento, en 1916, de los directores de El Liberal de Bucaramanga y El Cronista de Ibagué, puesto que hacían presagiar un nuevo cambio en la legislación, al estilo del “quinquenio nefando”108 . Tres años antes, el nombramiento de Gerardo Pulecio como vicepresidente de la Cámara de Representantes había creado un temor similar, pero el momento de mayor agitación, antes de la Ley Heroica, se presentó en 1919, cuando hubo fuertes presiones del Clero para que el Gobierno de Marco Fidel Suárez impulsara una legislación de prensa más drástica. En todos estos episodios, la prensa obrera hizo llamados exaltados a los lectores y al pueblo colombiano, a defender la libertad de expresión contra los propósitos de la “camarilla nuncio-papal” y de sus seguidores en el gobierno109 . C. Socialismo, “Ley Heroica” y censura de prensa A partir de 1926, con la fundación del PSR, las giras de agitación de María Cano e Ignacio Torres Giraldo, y el aumento de periódicos obreros y socialistas en diferentes regiones del país, se presentó una nueva ola de represión que alcanzó su punto más álgido con la aprobación de la Ley 69 de 1928, más conocida como Ley Heroica. Hubo instigación del Clero y los periódicos conservadores y católicos, que orquestaron una campaña sistemática para denunciar lo que ellos consideraban subversión del orden público, avance del comunismo y atentados de la prensa contra las instituciones sociales. Empero, la forma más eficaz e inmediata para acallar algunos periódicos radicó en la persecución policial y judicial a través de allanamientos, el decomiso de las ediciones y el encarcelamiento de sus directores110 . Para ilustrar un caso, El Socialista sufrió varios decomisos de sus ediciones entre 1927 y 1928, y en algunas ocasiones se prohibió pegar los carteles

107. 108. 109. 110.

El proceso contra los jóvenes “ravacholes” es narrado por el autor de la caricatura, Ignacio Torres Giraldo, en su obra, Anecdotario, op. cit., pp. 32–33. “La prensa amenazada”, en: La Libertad, Bogotá, No. 130, 5 de octubre de 1916. “Regresión”, en: El Ariete, Bogotá, No. 107, 23 de octubre de 1913; Han de Islandia, “Atentarán…?”, en: El Luchador, Medellín, No. 75, 6 de agosto de 1919. “Mensaje Presidencial al Congreso Nacional en las sesiones ordinarias de 1928”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 20885, 4 de septiembre de 1928, p. 554.

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donde anunciaba el contenido de la publicación e incluso se suspendió el servicio de agua en las oficinas del periódico, sin causa alguna. El director y algunos simpatizantes denunciaron estos hechos en las páginas del mismo periódico y en una ocasión interpusieron una querella ante la Procuraduría contra el Director General de la Policía Nacional, por violación de domicilio, abuso de autoridad y decomiso ilegal de una edición completa del periódico, el 5 de enero de 1927. No se sabe qué ocurrió con la queja, pero, al parecer, no fue tramitada, puesto que cerca de año y medio después de los hechos, Juan de Dios Romero (director de EL Socialista) le pidió al procurador General de la Nación información sobre el estado en el que se encontraba el denuncio111 . La persecución contra El Socialista no era un acontecimiento aislado, sino que hacía parte de un plan gubernamental para acabar con las organizaciones populares de oposición, y muy particularmente con la prensa, aun desde antes de contar con la reglamentación legal correspondiente. Esto se hizo a través de dos vías: por un lado, la acción represiva directa y el encarcelamiento de muchos dirigentes y periodistas populares, lo cual afectó a publicaciones como La Humanidad, de Cali; El Cronista, de Ibagué; El Moscovita y el Avance, de Líbano (Tolima), y Vox Populi, de Bucaramanga; y, por otro, una campaña de desprestigio del socialismo dirigida por el Ministro de Gobierno y coordinada por los gobernadores de los departamentos, quienes debían reunirse con los directores de los periódicos adeptos al régimen y con representantes del Clero, para emprender la difusión de comunicados escritos contra esa tendencia en periódicos y hojas volantes. La orden del Gobierno, que también incluía levantar una especie de censo departamental de los principales líderes socialistas y de sus medios de agitación política, no fue letra muerte, puesto que en abril de 1928 algunos gobernadores ya estaban enviando al Ministerio sus informes112 . En este año, a partir del 2 de mayo, se dispuso la reunión del Congreso en sesiones extraordinarias para tratar, entre otros, un proyecto de ley sobre prensa y orden público, presentando por el presidente Abadía Méndez. Pese a que

111.

112.

Sobre la denuncia contra el Director General de la Policía, véase, “Solicitud”, en: El Socialista, Bogotá, No. 515, 1º de mayo de 1928; otros actos de censura contra este periódico, en, “Actividades Obreras”, en: El Socialista, Bogotá, No. 517, 19 de mayo de 1928; “Agua, agua, señor administrador”, en: El Socialista, Bogotá, No. 518, 25 de mayo de 1928; “De Zipaquirá”, en: El Socialista, Bogotá, No. 529, 9 de septiembre de 1928. En el Archivo General de la Nación se conservan algunos de los informes enviados por los gobernadores al Ministro de Gobierno, con los resultados de sus acciones: AGN, FMG, S1, t. 983, fs. 97–99 (Tolima); t. 964, fs. 348-351(Caldas); t. 973, fs. 1-3 (Magdalena); t. 982, fs. 294-302 (Boyacá). Un informe sobre el proceso seguido a Tomás Uribe Márquez, director del periódico bumangués Vox Populi, se encuentra en el t. 983, fs. 195–206.

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reinaba un clima social exaltado por continuas noticias gubernamentales sobre una supuesta insurrección comunista para el Primero de mayo, en un primer momento, este proyecto de ley no logró consenso y, en cambio, contribuyó a polarizar aún más la sociedad. En el Parlamento perdió credibilidad porque nunca aparecieron las supuestas pruebas que el Ministro de Guerra decía tener sobre el apoyo de revolucionarios venezolanos a la insurrección, la compra de armas a Inglaterra y la participación de agentes soviéticos en el levantamiento113 . Adicionalmente, los periódicos liberales, en general, estaban en contra del proyecto, porque lo consideraron altamente violatorio de la libertad de prensa e hicieron una fuerte campaña en su contra. En las sesiones extraordinarias no logró aprobarse lo que para entonces ya se conocía como “Proyecto Liberticida” o “Ley Heroica”. Por eso, el presidente Miguel Abadía Méndez, insistió en la aprobación de la ley durante las siguientes sesiones ordinarias de ese año. En su mensaje al Congreso, aquél dedicó buena parte de sus esfuerzos a justificar la importancia de ratificar este proyecto. En la exposición se presentó como un ejecutivo respetuoso de las leyes, que no permitía la extralimitación de los funcionarios judiciales ni de la policía en los temas de prensa, aun sabiendo que la legislación imperante era insuficiente para contener “la sistemática predicación de doctrinas subversivas”, que amenazaban seriamente la paz pública y el imperio de la legalidad114 . Consideraba que ese vacío jurídico lo había convertido en víctima de críticas y calumnias, tanto en periódicos netamente religiosos, que tildaban al gobierno de débil, cobarde e incluso cómplice con la situación, como de la prensa enemiga del gobierno, que lo hacía responsable del estado en que estaba cayendo el país por no tomar cartas en el asunto. Abadía argumentaba continuamente que esa agitación “se halla dirigida y fomentada por potestades ajenas y extrañas a nuestra soberanía nacional y a nuestro régimen ciudadano”115 . Con esto buscaba ganar consenso en torno a la defensa de la nacionalidad frente a amenazas externas, pero también pretendía recordar los alcances del famoso artículo número 42 de la Constitución de 1886, en el que se afirmaba expresamente que “ninguna empresa editorial de periódico, podrá sin permiso del gobierno, recibir subvención de otros Gobiernos ni de compañías extranjeras”. En este contexto, la prensa obrera no adoptó una posición unánime frente al proyecto, hecho que reflejaba la profunda división que vivían las diferentes

113. 114. 115.

I. Torres Giraldo, Los Inconformes, t. 4, op. cit., pp. 196–917. Miguel Abadía Méndez, “Mensaje Presidencial al Congreso Nacional en las sesiones ordinarias de 1928”, en: Diario Oficial, Bogotá, No. 20885, 4 de septiembre de 1928, p. 553. Ibíd., p. 554.

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organizaciones obreras y populares del país. La prensa simpatizante con el PSR adoptó una línea de rechazo total al proyecto y convirtió esta campaña en su objetivo político más importante en el corto plazo. Como parte de su estrategia, se unió con la prensa liberal y algunos líderes políticos de ese partido para la conformación de un Comité Nacional contra la aprobación de la Ley Heroica. Este comité fue constituido formalmente el 5 de octubre de 1928, en las oficinas de El Espectador, en Bogotá, con la participación del general Cuberos Niño, como delegado de la Dirección Liberal, Enrique Santos y Luis Cano, por la prensa liberal, Gabriel Turbay y Domingo Usurita, como representantes de la minoría parlamentaria, y Ramón Bernal, Moisés Prieto y Felipe Lleras Camargo, como voceros de la dirección socialista116 . Esta decisión de unirse con el liberalismo fue muy criticada por otros periódicos de tendencia socialista y anarquista, aglutinados en el Centro de Unidad y Acción Proletaria, y profundizó aún más las divisiones entre las dos tendencias de izquierda. Para los periódicos del Centro de Unidad y Acción Proletaria, la lucha contra el “Proyecto Liberticida” no era una prioridad, puesto que consideraban que el pueblo colombiano tenía problemas más graves y urgentes por resolver, e incluso planteaban que la aprobación del proyecto podría llevar a una radicalización popular que les sería favorable, pero la alianza del PSR con el liberalismo les parecía una traición de ese grupo a los ideales revolucionarios, y una estrategia política de cara a las elecciones que iban a realizarse en los meses siguientes. Por ejemplo, un editorial de Claridad, afirmaba: Que vengan los proyectos heroicos, que amordacen la prensa, que sigan a tiros las ideas para que entonces se vea cómo se hacen armas de combate con el metal de las imprentas y cómo corren las ideas provocando por todas partes incendios; pues sin la guillotina hubiera fracasado la revolución francesa, sin las prisiones de Siberia no hubieran caído de su trono los zares y sin los banquillos de Barrocolorado Reyes estuviera a estas horas en el poder.117

Finalmente, el 30 de octubre de 1928 fue aprobada la Ley Heroica. Con el pretexto de mantener el orden social de la República, se pretendía liquidar cualquier forma de oposición política a la Hegemonía Conservadora118 . Esta Ley limitó el derecho de reunión y asociación y estableció como delitos provo-

116. 117. 118.

I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 4, op. cit., pp. 921-922. “Los proyectos heroicos”, en: Claridad, Bogotá, No. 57, 19 de julio de 1928. Jorge Orlando Melo, “La Ley Heroica”, en: Sobre historia y política, Medellín, Editorial La Carreta, 1979, pp. 143-144. El antecedente inmediato de la Ley Heroica estaba en un decreto de Policía, de abril de 1927, que prohibía las reuniones públicas. Véase: I. Torres Giraldo, Los inconformes, t. 4, op. cit., p. 870.

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car la indisciplina en las fuerzas armadas, fomentar el desconocimiento del derecho a la propiedad o de la institución familiar, promover huelgas violatorias de las leyes que las regulaban, y hacer apología de hechos definidos por la leyes penales como delitos. En un ataque directo a la prensa y a las giras socialistas que se venían realizando por diferentes lugares del país, decretó el confinamiento en colonias penales de las personas que ejecutaran algunos de los actos enumerados a través de discursos, gritos o impresos para venderse o distribuirse. La citada Ley creó en las capitales de departamento los Jueces de Prensa y Orden Público, para juzgar los delitos contenidos en su articulado, los enumerados en las leyes sobre prensa (Ley 51 de 1898 y Ley 73 de 1910), algunos delitos sancionados por el código penal contra la nación y contra la tranquilidad y el orden público, y los contemplados en la legislación sobre huelgas119 . Pese a que estas disposiciones dejaban a un paso de la ilegalidad a asociaciones, gremios, sindicatos, periódicos, y hasta al PSR, una de las cosas que más preocupaba a los periodistas era la caución que debían pagar todos los directores de periódicos, fijada en quinientos pesos, para las capitales de departamento, y de cien a trescientos pesos, para los demás lugares120 . Esto fue interpretado como un ataque la prensa obrera, que no tenía capacidad económica para cumplir con la medida, tal como lo expresó un artículo de El Socialista, al día siguiente de aprobarse la Ley: Nosotros sabemos de una manera clara y precisa que el gobierno ha obrado como lo está haciendo contra el pueblo, únicamente para acabar con la prensa obrera, pues para todos los escritores y periodistas al servicio del pueblo, nos es materialmente imposible pagar el impuesto de prensa que nos impone la nueva ley, es algo que toca todos los extremos de la conculcación de la libertad de palabra121 .

Como alternativa para evitar la erogación de esta suma, El Socialista planteó convertirse en un periódico científico o literario, ya que este tipo de publicaciones estaba exento de dicha obligación. Esta propuesta fue hecha en tono burlesco, sugiriendo como posibles títulos, “El Socialista científico y literario, órgano de las ciencias ocultas con colaboración de doña Mariana Madiela, Julia Ruiz, Von Peialht y muchos otros científicos” y “Ciencia y literatura, órgano de las

119. 120.

121.

“Ley 69 de 1928 (octubre 30), en: Diario Oficial, Bogotá, No. 20.934, 2 de noviembre de 1928. Esta suma era bastante elevada si tenemos en cuenta que el salario industrial diario en el país, en 1929, era de $1.25 y el agrícola de $1.16. “Promedio de los salarios industriales y agrícolas en la República, según los datos que posee la Oficina General del Trabajo”, en: Boletín de la Oficina General del Trabajo, Bogotá, año 1, No. 1, agosto de 1929, p. 40. “El Gobierno y el pueblo”, en: El Socialista, Bogotá, No. 535, 31 de octubre de 1928.

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ideas de Lenin y Marx”122 . En realidad, no era del todo una idea descabellada, ya que el cambio de enfoque, de la política a lo literario, había sido la táctica empleada por La Libertad durante la dictadura de Rafael Reyes y algo muy similar, aunque con mayor éxito, hizo la revista anarquista La Razón, en España123 . Si nos atenemos al dramático descenso en el número de periódicos editados en 1929, con respecto a 1928, podríamos concluir que esta ley definitivamente influyó en el cierre de muchos periódicos. Aun teniendo en cuenta las difíciles condiciones del PSR, después de la masacre de las bananeras y la insurrección fallida de 1929, la Ley 69 de 1928 otorgaba el marco legal para allanar casas e imprentas y encarcelar a líderes políticos y periodistas, pero también posibilitaba mantener en prisión, incluso, a personas aun sin pruebas para imputarle delito alguno, es decir, a sospechosos. En esos casos se les imponía multas o se les pedía que cancelaran la caución en dinero que exigía la Ley 69, y ante la imposibilidad de cumplir con estos requerimientos, se les conmutaba la sanción pecuniaria por cárcel a razón de un día por cada tres pesos124 . Esto fue lo que les ocurrió a Alfonso Restrepo y Marco Aurelio Ariza, en Vélez Santander. Según el alcalde de la población, Víctor Combariza, las autoridades municipales, alarmadas por el levantamiento bolchevique que se había presentado en otros lugares del departamento de Santander el 27 de julio de 1929, decidieron hacer “rondas” en las casas de algunos habitantes del pueblo, “para tomarles los elementos de propaganda y bélicos que se hallaran en su poder”. Este procedimiento se llevó a cabo en las casas y talleres de nueve hombres, a quienes las autoridades consideraban cabecillas. Según el informe, “se les tomaron obras de propaganda, hojas sueltas, machetes, puñales y revolvers (sic)”. A quienes no se les encontró nada, se les conminó a presentarse todos los días en el despacho de la alcaldía, pero a Aurelio Restrepo (Presidente de la Federación Socialista) y a Marco Aurelio Ariza (autor de algunas de las hojas de propaganda), se les exigió el pago de la caución de quinientos pesos. Ante la negativa de pagar la multa, estos dos personajes fueron reducidos a prisión y allí se encontraban cuando el alcalde le escribió al Ministro de Guerra el 15 de agosto de 1929125 .

122. 123. 124. 125.

“Cambio de nombre por la ley heroica”, en: El socialista, Bogotá, No. 533, 21 de octubre de 1928. Francisco Javier Navarro Navarro, “El paraíso de la razón”. La revista estudios (1928–1937) y el mundo cultural anarquista, Valencia, Edicions Alfons El Magnànim, 1997. “Ley 69 de 1928 (octubre 30)”, Artículo 5º, en: Diario oficial, Bogotá, No. 20.934, 2 de noviembre de 1928. AGN, FMG, S1, t. 979, f. 108.

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Este episodio es un ejemplo de la represión generalizada de este período, y permite observar la forma privativa y arbitraria como era interpretada la ley por los funcionarios locales. En primer lugar, la caución de quinientos pesos se cobraba sólo en las capitales de departamentos, en los demás sitios el rango variaba entre cien y trescientos pesos, así que en Vélez no podía cobrarse la tarifa máxima. En segundo lugar, quienes estaban obligados a pagar eran los directores de periódico, no los autores, y mucho menos el Presidente de la Federación Socialista de la Provincia. Y en tercer lugar, la caución se pagaba por periódicos y no por hojas volantes. De acuerdo con lo que se desprende de la última parte del informe, el objetivo era mantener a Alfonso Restrepo en la cárcel, mientras le resolvían una petición al alcalde, en la cual se había solicitado autorización para exiliarlo de la provincia o, según las palabras oficiales, “se nos dé por parte del alto Gobierno facultad para deshacernos de él”. En los recursos utilizados para argumentar esta solicitud, no se apelaba a hechos precisos ni a los resultados de los allanamientos (el informe no específica qué tipo de objetos o documentos le encontraron), sino a una acusación general, aduciendo que “este personaje es quien está molestado de taller en taller y de casa en casa exaltando los ánimos, con sus promesas de futuras riquezas sin trabajo; él es quien no permite que sus afiliados se retiren en vista del absurdo en que están”126 . Sobre el desarrollo posterior de este episodio, no podemos aseverar nada con certeza porque la solicitud fue dirigida el Ministro de Guerra, pero éste la remitió al Ministerio de Gobierno, quien, a su vez, la envió al Director General de la Policía Nacional. Es posible que la burocracia haya hecho de las suyas en este caso, pero también es factible que la autorización se hubiera dado, puesto que la práctica de sacar a personajes indeseables de un territorio, era común en la época, como lo atestiguan lo casos de los reconocidos líderes, Raúl Eduardo Mahecha e Ignacio Torres Giraldo.

IV. A MANERA DE CONCLUSIÓN: LA IMPORTANCIA POLÍTICA DE LA PRENSA OBRERA Y POPULAR

Durante la segunda y tercera décadas del siglo XX, la prensa obrera fue un medio utilizado por los sectores organizados de los trabajadores para lograr afirmación y reconocimiento político en un contexto caracterizado por la exclusión permanente de los sectores populares del debate público, en beneficio 126. Ibíd., f. 109

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de los dos partidos tradicionales. En este sentido, desempeñó una importante labor a favor de la democratización del sistema político colombiano, y aunque no obtuvo una transformación de las estructuras jurídicas, sí logró la inclusión de nuevos temas y nuevos actores sociales en el debate público, demostrando que la representación de los sectores populares no podía seguir siendo monopolio de un partido o del Clero, sino que aquellos tenían la capacidad de articular un discurso y una organización propias. La prensa fue el eje articulador del campo político y cultural del mundo obrero, a través de la cual se manifestaron las expresiones más estructuradas del pensamiento social para educar políticamente y orientar la acción obrera. Este no fue un ejercicio meramente teórico sino, en gran medida, práctico, fruto de la necesidad de dar directrices concretas a los trabajadores, de responder a las acciones de los otros actores políticos, y de adecuarse a las exigencias del movimiento obrero nacional e internacional. De forma bastante sintética podríamos decir que, en el aspecto político, la prensa tenía algunas características distintivas: el apoliticismo; la defensa de los principios legados por la Revolución Francesa; la pervivencia de la herencia política del artesanado; los constantes esfuerzos por mantener su independencia frente al liberalismo; su oposición al conservatismo y a la hegemonía de ese partido en el poder; el internacionalismo; la exaltación de los trabajadores; el apoyo a las huelgas y los movimientos sociales; la influencia del socialismo utópico, socialismo marxista, cristianismo y anarquismo, y una concepción evolucionista de la historia política. La prensa estaba inserta en ese proceso de transición, en el que los trabajadores asalariados relevaron al artesanado en la dirigencia del movimiento popular e incorporaron formas modernas de organización (como sindicatos y partidos) y de lucha (principalmente la huelga). Este cambio distó mucho de ser lineal y homogéneo, y se vio influenciado por las coyunturas de la política nacional y el movimiento reivindicativo de los trabajadores, dando origen a cinco tipos de prensa obrera: artesanal–obrerista, radical, socialista, socialista–revolucionaria y anarquista. Estas denominaciones buscan dar cuenta del elemento ideológico central que caracterizaba cada tipo de prensa, pero ninguno de ellos tenía un discurso ideológico “puro”, ni esos discursos eran muy sustentados teóricamente. El pensamiento político desarrollado en la prensa, yuxtaponía fragmentos de diferentes ideologías políticas, dando lugar a un discurso pluralista, heterogéneo, fragmentario y generalmente imbuido de concepciones religiosas. Esto se expresaba en la paradoja de pretender explicar doctrinas racionalistas modernas por medio de descripciones y cuadros cargados de recursos líricos y no pocos símiles religiosos. 143

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La primera explicación que se podría dar a esta situación estaría en el aislamiento del movimiento obrero colombiano frente a las principales corrientes de pensamiento de la época, por los reducidos niveles de inmigración, el escaso desarrollo industrial, las elevadas tasas de analfabetismo y el predominio de la Iglesia y el Partido Conservador. Sin embargo, estudios sobre prensa obrera en otros países de América Latina, donde imperaban unas condiciones muy diferentes en materias económica, social y cultural, que permitían una integración más fluidas con el mundo exterior y abrían mayores posibilidades de recibir noticias, textos y militantes del comunismo o el anarquismo, concluyen que estos grupos vivían infundidos en “la concepción de la política que está plagada de contradicciones, no sólo entre las tendencias (anarquistas y socialistas) sino también dentro de cada una de ellas. No puede decirse que la tendencia socialista haya asimilado plenamente la teoría de la cual decía nutrirse”127 . En consecuencia, podríamos afirmar que esos elementos no explican en forma totalmente satisfactoria la heterogeneidad y mezcla de ideologías ni la proliferación de artículos carentes de teoría, pero generosos en imágenes y descripciones religiosas. Consideramos que una interpretación más adecuada para este problema, debe tener en cuenta la forma cómo estos sectores populares articularon su ideología política, recurriendo a elementos inherentes y derivados. Éstos no se presentaban en forma explícita en la prensa, aunque eran, en últimas, la materia prima que configuraba su pensamiento político, así como el tipo de lenguaje utilizado, los actores interpelados y las temáticas privilegiadas. La definición de ideología ha dado lugar a un largo debate en las ciencias sociales, que está lejos de concluir todavía. Como nuestra pretensión no es analizar esta controversia, sino buscar herramientas teóricas que nos guíen en el análisis de algunos aspectos de la prensa obrera, solamente vamos a señalar los elementos que nos parecen útiles para el análisis, por ser pertinentes y aplicables al contexto histórico que estamos estudiando. La ideología popular (al igual que la cultura popular) no existe al margen de la ideología hegemónica. Estas son dos categorías que nos permiten comprender la dinámica social pero, en la realidad, la línea divisoria entre una y otra es fluctuante e inestable, y entre sus polos se desarrollan procesos de imposición, aceptación, préstamo, negociación, apropiación y resignificación. Edward P. Thompson ha hecho énfasis en que la posibilidad real de coexistencia y lucha de la ideología dominante y la ideología popular (o plebeya) puede

127.

Tomás Moulian e Isabel Torres, “Concepción de la política e ideal moral en la prensa obrera”, en: Documento de Trabajo. Programa FLACSO–Santiago de Chile, No. 336, mayo de 1987, p. 15.

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explicarse mejor recurriendo al término de hegemonía, porque la supremacía nunca es unilateral ni completa, siempre es impugnada por los sectores populares y deja algunos espacios para otros valores y prácticas alternativas. En consecuencia, la imagen del mundo difundida por la clase dominante no logra borrar la experiencia que vive el trabajador en la vida cotidiana y el ámbito laboral, cuya situación le permite edificar o mantener una cultura diferente e impugnadora128 . George Rudé desarrolló una propuesta teórica, a partir de los estudios históricos sobre revueltas populares en Francia e Inglaterra, para estudiar la ideología popular en las sociedades en las cuales no existen solamente dos clases sociales opuestas y antagónicas, sino que subsisten también campesinos, artesanos y pequeños comerciantes. De acuerdo con esta perspectiva, la ideología popular se compone de dos elementos, uno de los cuales es propio de los sectores populares, mientras que el otro es recibido o tomado de fuera. A ellos les denomina, respectivamente, inherente y derivado129 . El elemento inherente de la ideología popular está conformado por el conjunto tradicional y consuetudinario de ideas, costumbres y actitudes pertenecientes a la experiencia del pueblo y transmitido a través de la oralidad, la memoria colectiva y la experiencia directa. En oposición, el elemento derivado se presenta como un sistema de ideas políticas, religiosas y filosóficas, como los derechos del hombre, el nacionalismo, socialismo, liberalismo, etc., que es adquirido o trasmitido por otros grupos sociales a través de diferentes medios. Esta distinción no significa que alguno de los dos elementos sea superior al otro, o que no haya niveles de identificación y coincidencia entre ambos. Por el contrario, una ideología derivada sólo puede lograr gran aceptación en un pueblo, cuando existe un vínculo que brinda aparente continuidad entre lo antiguo y lo nuevo. Por ejemplo, cuando la prensa nos muestra que Jesús fue el primer socialista de la historia, se está estableciendo un puente de legitimidad que permite vincular la nueva ideología con creencias profundamente enraizadas en la cultura popular, como lo era el cristianismo130 .

128. 129.

130.

E. P., Thompson, Costumbres en común, op. cit., p. 22 y ss; Pedro Benítez, E. P. Thompson y la historia. Un compromiso ético y político, Madrid, Talasa Ediciones, 1996, p. 131 y ss. Para el desarrollo de su propuesta de análisis, George Rudé se basó en Antonio Gramsci, quien había acuñado los conceptos de ideología orgánica y no orgánica. Sobre la recepción de la teoría de Gramsci en Rudé, véase el primer capítulo de su libro, Revuelta popular y conciencia de clase, Barcelona, Editorial Crítica, 1991, pp. 15–31. G. Rudé, El rostro de la multitud, op. cit., p. 202; G. Rudé, Revuelta popular y conciencia de clase, op. cit., p. 34 y ss.

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Esto nos lleva a otro punto, importante para el análisis, que consiste en considerar que los elementos inherentes y derivados de la ideología popular no están claramente delimitados ni son fácilmente discernibles, puesto que, como mencionábamos anteriormente, existen coincidencias entre los dos. Por tal circunstancia, la síntesis que se produce a partir de la experiencia vivida puede convertir un elemento derivado, en el curso de una o varias generaciones, en algo sustancial a la cultura popular131 . Este es el caso del cristianismo y algunos principios del liberalismo radical asociados a la Revolución Francesa, que para principios del siglo XX en Colombia, ya hacían parte de la cultura popular. Sobre este cúmulo de ideas se empezaron a difundir con cierta fuerza, socialismo, comunismo y anarquismo, aun cuando no fueron asimilados en forma mecánica, sino que pasaron por un proceso de confrontación con la experiencia, para determinar finalmente qué se rechazaba, qué se tomaba y cómo se incorporaba a lo ya existente. Así, el ateismo no consiguió muchos adeptos por la fuerza que tenían, y tienen, las ideas religiosas en el pueblo, y durante un buen tiempo la idea de la “revolución violenta” fue rechazada por el predominio de una idea pacifista, elaborada sobre la experiencia de las guerras civiles del siglo XIX. Las posibilidades de síntesis fueron múltiples y no tenían una única dirección, puesto que algunos prefirieron mirar hacía atrás, como los periódicos artesanales–obreristas con sus demandas de protección arancelaria, mientras que otros se enfilaron hacia una ruptura revolucionaria con el pasado, al estilo de la prensa anarquista. En medio de estos extremos, encontramos diferentes posibilidades de combinación, como lo evidenció la prensa radical, la socialista y la socialista–revolucionaria. En resumen, los diferentes tipos de prensa pueden entenderse como el resultado de tres factores: el elemento inherente, el derivado y la experiencia, que, en últimas, es la que determina el producto final. En este caso, la diversidad de posibilidades resultantes da cuenta de una sociedad que estaba cambiando rápidamente y de los esfuerzos realizados por los trabajadores para acoplar su ideología con las nuevas experiencias que estaban viviendo. Para tratar de obtener una visión más completa de este fenómeno, en el próximo capítulo se examinan en detalle algunos de los componentes de la cultura popular, tal y como aparecen directamente en los periódicos editados en Colombia en las primeras décadas del siglo XX.

131.

G. Rudé, Revuelta popular y conciencia de clase, op. cit., p. 35; E. P. Thompson, op. cit., p. 22 y ss.

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Capítulo 4 IMÁGENES, SÍMBOLOS Y DISCURSOS EN LA PRENSA OBRERA COLOMBIANA

La prensa difundía ideologías políticas y llevaba a cabo una labor pedagógica que buscaba enseñar nuevos modelos sociales (el del proletario), símbolos, imaginarios y marcos morales. Esto ocurría porque, para ser un obrero consciente, no se necesitaba únicamente un cambio ideológico –político, sino también la adopción de unas formas de comportamiento, de interacción social y de referentes simbólicos, que debían ser aprendidos e interiorizados. En consecuencia, periodistas y dirigentes obreros tenían claro que el triunfo político estaba relacionado con el éxito que se obtuviera en los otros aspectos, en razón de lo cual no eran entendidos como procesos diferentes, sino que todos estaban encaminados hacia el mismo fin. Aunque los periódicos explícitamente se inscribían dentro de unas categorías racional–iluministas, y con base en ellas elaboraron unos discursos específicos, su lógica no pertenecía a esta matriz, sino a la dramático–simbólica. En este sentido, queremos señalar las tensiones y las contradicciones en la creación y difusión de un proyecto político–cultural, que tenía como referente al movimiento obrero internacional, pero que debía adaptarse a las condiciones de un país que tímidamente iniciaba un proceso de modernización. Para dar cuenta de estos elementos, hemos dividido el capítulo en cuatro partes: en la primera, presentamos el marco interpretativo utilizado; en la segunda, analizamos cuál era la imagen de lo popular que difundía la prensa obrera y cómo

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cambió a lo largo del período de estudio; en la tercera, examinamos la apropiación y creación de héroes y símbolos sociales; y en la cuarta, estudiamos la forma en la en que estas publicaciones se articularon algunos discursos en torno a la mujer, la ciencia, el progreso, el alcohol y la educación, que adquirieron gran importancia.

I.

MATRICES

CULTURALES PRESENTES EN LA PRENSA

Tomando como base los planteamientos de George Rudé sobre la conformación de la ideología popular, Guillermo Sunkel considera que los diarios populares de masas “han tenido dos líneas de desarrollo diferentes vinculadas a la matriz racional iluminista y la matriz simbólico –dramática y que son estas matrices las que van a determinar los modos de representación de lo popular”1 . Aunque el período de estudio de este trabajo es diferente, en la medida en que analizamos un contexto anterior a la aparición a los diarios de masas, en esa misma investigación el autor muestra que las matrices están presentes en la cultura popular del siglo XIX, por lo que consideramos posible utilizarlas para el contexto colombiano de comienzos de siglo XX. Por otro lado, la teorización de Sunkel nos permite responder a la pregunta sobre cómo se construyen símbolos, imaginarios y discursos en la prensa popular, aun cuando originalmente sólo haya sido utilizada para estudiar los modos de representación de lo popular en la prensa, porque, como veremos a continuación, las posibilidades de análisis no se restringen únicamente a los actores sociales, sino que incluyen también lenguaje estética, conflictos, espacios y temáticas. La matriz simbólico–dramática se entiende como parte de la ideología inherente2 , que hunde sus raíces en la cultura popular del siglo XIX. En ella encontramos un rechazo al racionalismo y al iluminismo, y se expresa en un lenguaje dicotómico concreto derivado de una concepción religiosa del mundo. Así, la realidad histórica, los conflictos interpersonales y hasta aquellos más subjetivos, se interpretan a partir de categorías religiosas, como el bien y el mal, el paraíso y el infierno, el perdón y la condena. Estas categorías “divinas” sirven de base para la elaboración de otras categorías “humanas”, como ricos y pobres, buenos y malos, avaros y generosos, que se constituyen en el eje central del lenguaje

1. 2

Guillermo Sunkel, Razón y pasión en la prensa popular, Santiago de Chile, Instituto Latinoamericano de estudios transnacionales, 1985, p. 46. Cursiva en el original. G. Rudé, El rostro de la multitud. Estudios sobre revolución, ideología y revuelta popular, op. cit. Para este concepto, véase capítulo 3 de este trabajo.

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simbólico–dramático presente en los diarios. La característica central de este tipo de lenguaje es “la pobreza de sus conceptos y la riqueza de sus imágenes. En otras palabras, el lenguaje simbólico dramático carece de ‘densidad teórica’ y los conceptos son claramente secundarios a la producción de imágenes”3 . Esta matriz, con una estética particular que hunde sus raíces en la imaginería barroca de la Iglesia católica, originalmente fue introducida como elemento derivado por los españoles, pero llegó a constituir parte fundamental de la religiosidad popular. Por consiguiente, aunque se cambien los temas religiosos por otros profanos, se sigue apelando a los mismos medios de representación, donde predomina un fuerte contraste entre objetos o sentimientos y figuración a través del color4 . Sobre esta matriz se introduce como elemento derivado la matriz racional –iluminista a través de la creación del Estado docente y por la introducción de ideologías políticas de tinte iluminista, como el marxismo, el anarquismo, el liberalismo y radicalismo. Sunkel nos explica que, La matriz racional–iluminista tiene cierta unidad a nivel de los contenidos en la medida que expresa algunos elementos muy generales entre los que se incluyen que la “razón” es presentada como un medio y el “progreso” como el fin de la historia; que la “educación” y la “ilustración” son impulsadas como los medios fundamentales de constitución de la ciudadanía política y de superación de la barbarie; que el pueblo es concebido como la expresión física de la barbarie y por tanto, constituido en objeto de campañas moralizadoras. Al mismo tiempo, hay que señalar que la matriz racional–iluminista se expresa a través de un lenguaje abstracto y conceptual que está regido por el mecanismo de la generalización.5

Uno de los objetivos de la matriz racional–iluminista es desplazar la matriz cultural existente en los sectores populares por considerarla ya superada. Para ello, propone la laicización de la sociedad, la extensión de la educación y la ilustración del pueblo, y la imposición de la ciencia y la razón sobre la superstición6 . Sin embargo, estas pretensiones no alcanzaron una concreción material significativa en nuestro país en la medida que el Estado no asumió estas tareas y la capacidad de los grupos de la oposición que las promovieron (liberales, socialistas y anarquistas) era limitada. Además, el cambio social no ocurre de forma mecánica, quitando algo y poniendo en su lugar otra cosa, sino que, tanto lo

3. 4. 5. 6.

Ibíd., p. 49. Ibíd., pp. 49 –51. G. Sunkel, La representación del pueblo en los diarios de masas, op. cit., p. 3. G. Sunkel, Razón y pasión…, op. cit., pp. 46 –47.

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antiguo como lo nuevo, compiten por un lugar propio, de manera que el resultado siempre implica algún grado de mezcla entre los dos elementos. Esto puede verse en los periódicos, sobre todo en la forma como ellos construyen una representación singular de lo popular, articulando elementos propios de la matriz racional–iluminista y de la matriz simbólico–dramática; promoviendo una identidad más política (centrada en la clase obrera y los conflictos que le son propios), o más cultural (incluyendo diversidad de actores con sus múltiples conflictos en la vida cotidiana) dependiendo del tópico en que se haga énfasis7 . Para determinar cuál es el tipo de matriz que prevalece, Sunkel propone el análisis de seis categorías: lenguaje, estética, actores, conflictos, espacios y temáticas. De tal modo, realizamos este ejercicio para el conjunto de la prensa obrera colombiana del período estudiado y los resultados los presentamos en el cuadro No. 2, donde puede verse la matriz cultural que prevalece para cada uno de los temas. Cuadro No. 2 Análisis de las matrices culturales presentes en la prensa obrera colombiana

Elaborado con base en Guillermo Sunkel, Razón y pasión en la prensa popular, Santiago de Chile, Instituto Latinoamericano de estudios transnacionales, 1985, p. 53

7.

G. Sunkel, La representación del pueblo en los diarios de masas, op. cit., p. 4.

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Este esquema nos muestra una especie de radiografía de la prensa, que da cuenta de un momento en el proceso de formación de la ideología popular. Claramente puede notarse que no hay un predominio absoluto de una matriz, sino que la prensa se mueve entre las dos: mientras el lenguaje y la estética corresponden a la vertiente simbólico –dramática, los espacios y las temáticas se inscriben en la racional –iluminista; el caso de los actores populares y los conflictos no está totalmente definido y tiene elementos en las dos matrices. Podríamos concluir que la empresa de difundir y adoptar ciertas ideologías derivadas (socialismo, comunismo, anarquismo) no se logra en forma total y coherente, aunque tiene éxito en la introducción de algunas temáticas y en situar la discusión en el campo de lo público, pero no alcanza a centrar el conflicto social únicamente en la relación patrón/obrero. En este punto, la realidad del país se impuso, lo que llevó a incluir otros actores sociales (con sus conflictos específicos) que no respondían a una definición ortodoxa de clase, como mujeres, artesanos, indígenas, inquilinos y pobres en general.

II. EL

OBRERO COMO REPRESENTACIÓN DE LO POPULAR

En las publicaciones analizadas encontramos un esfuerzo progresivo por imponer al “obrero” como modelo de lo popular (entendido como sinónimo de pueblo). Aunque los textos muestran diversidad de actores sociales que pueden incluirse dentro de lo popular (obreros, campesinos, artesanos, mujeres, inquilinos, indígenas y pobres), a medida que la influencia del movimiento socialista internacional penetraba en el país, se buscaba posicionar el modelo del obrero industrial y promover una identidad obrera basada en unos valores y una ideología política que se asociara a este tipo de trabajador. En otras palabras, la prensa mostraba diversidad de actores y diversidad de conflictos, pero trataba de construir un arquetipo al que se debía llegar, una especie de meta por alcanzar y éste era el obrero (en la concepción moderna del término). La matriz racional–iluminista concibe al pueblo “como la expresión física de la “barbarie” y, por tanto, constituido como objeto de campaña moralizadora”8 . No obstante, en la prensa obrera que revisamos esto no se encuentra de manera radical y unívoca. Ciertamente, algunas publicaciones, como La Vanguardia, consideraban que el pueblo era un instrumento sin raciocinio, una masa de bárbaros y salvajes, que ellos (los periodistas) iban a civilizar y mejorar moralmen-

8.

Guillermo Sunkel, Razón y pasión…, op. cit., p. 47.

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te. Sin embargo, la mayoría tenía una visión idealizada del pueblo, asociado a adjetivos como bueno, laborioso, honrado, pobre, explotado, pacífico e ingenuo9 . En lo que sí había unanimidad era en mostrar que el pueblo podía cumplir un papel protagónico en la marcha hacia el progreso; es decir, que su situación podía y debía ser potencialmente cambiada a través de la educación y la instrucción. La misión de la prensa consistía en guiar esa transformación. La relación entre “pueblo” y “obrero” era difícil de caracterizar y pasaba por un doble proceso, simultáneo, de identificación y diferenciación. La identificación se producía porque compartían una situación común: eran pobres, explotados por los partidos y los ricos, y todos eran ciudadanos; por eso, fácilmente se utilizan como sinónimos “pueblo” y “obrero”. En este punto, es interesante señalar que no solamente era una filiación de clase, en términos económicos, sino que también involucraba elementos políticos, tales como la noción de ciudadanía, heredada de la Revolución Francesa, y la convicción de que aquellos sectores habían sido utilizados por los partidos políticos y los ricos en detrimento de sus intereses10 . Como señalamos en el capítulo primero, la diferenciación se sustentaba en argumentos de tipo económico y político. En cuanto a lo económico, existía la convicción de que algunos integrantes del pueblo contribuían más que otros al progreso del país, concretamente aquellos que estaban ligados a la producción material, bien fuese agrícola, artesanal o industrial. Así, la formula: trabajo + producción = progreso/civilización, favorecía a los obreros, quienes eran considerados como lo mejor, no sólo del pueblo, sino de la sociedad en su conjunto o, expresado en términos más emotivos: No te he dicho quién eres y aunque quiero decírtelo no puedo; eres tan grande… no soy digno de pronunciar tu nombre, pero sí te digo que eres el factor del progreso universal. De las entrañas de la tierra extraes el oro y del fondo del mar la hermosa perla, y cual soberbio tinte te remontas en los aires mane9.

10.

Las citas siguientes muestran estas dos imágenes opuestas sobre el pueblo: “un pueblo que a merced de la ignorancia en que se le cultivara durante tantos años, descendió de su nivel para ser un rebaño, una montonera analfabeta, explotable al antojo del primer aventurero, del primer tiranuelo afortunado”. Ver, “Nuestra labor”, en: La Vanguardia, Bogotá, No. 1, 4 de febrero de 1912. “Nuestro pueblo es esencialmente honrado, pacífico y trabajador, en su generalidad, y si hay malos, es porque en todas partes los hay; pero ese tipo de criminales natos e incorregibles, si se registran en nuestro ambiente es la excepción”, Arístides Zapata, “Semanalmente”, en: El Luchador, Medellín, No. 69, 16 de julio de 1919. Encontramos un total de 37 artículos que identifican “pueblo” y “obrero”, por uno o varios de estos elementos. Véase, particularmente: Rafael Reyes Daza, “El Partido Católico y el Partido Obrero”, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 25, 8 de mayo de 1911; Joaquín R., “Una queja”, en: El Luchador, Medellín, No. 78, 21 de agosto de 1919; “El Obrero”, en: El Industrial, Bogotá, No. 2, 4 de julio de 1908.

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jando el prodigioso aeroplano construido por el esfuerzo de tus callosas manos: te llaman arquitecto: albañil, mecánico, agricultor, tipógrafo, carpintero, electricista, nauta y tantos nombres más con que te determinan, y yo te llamo apóstol del progreso universal.11

En cuanto a lo político, los obreros ocupaban un lugar privilegiado como defensores tradicionales y legítimos de los derechos del pueblo. Este papel protagónico, tanto en lo económico como en lo político, fue reforzado por las ideologías socialista y anarquista, de manera que el obrero ideal se convirtió en el modelo de cómo debería ser todo el pueblo. Lo anterior explica el esfuerzo por crear una identificación del pueblo con la imagen del obrero, en un medio donde este sector social era minoritario. Sin embargo, esta no fue una transposición totalmente mecánica de un icono internacional, ya que podemos encontrar reelaboraciones y contextualizaciones propias. Al comenzar el siglo, la representación del obrero se sustentaba en la preponderancia social del artesanado, que progresivamente iba cambiando hasta llegar a la imagen del proletario. Sin embargo, lo más importante radica en que estos estereotipos no se presentaban aislados de la sociedad, sino que aparecían vinculados en un contexto histórico y en un programa de acción política. No se trataba simplemente de una copia, sino que también había adaptación y resignificación a la luz de la experiencia vivida. Para explicar en detalle este tema, vamos a centrarnos en los cabezotes de periódicos y específicamente en las ilustraciones o grabados insertos en éstos, y no precisamente porque los textos de prensa no presenten imágenes frecuentes de los obreros, sino porque los cabezotes tienen varias características que los convierten en una fuente pertinente: primero, al ubicarse en la primera página, junto al título o conteniéndolo, nos habla de la importancia y la preponderancia que tiene este mensaje sobre otros que se presentan dentro de la prensa; segundo, en el cabezote se encuentra la identidad y el propósito del periódico, así su importancia no esté dada por la selección del historiador, sino porque sus creadores le otorgaron un lugar privilegiado; tercero, son textos que se repiten muchas veces y, como ya sabemos, la repetición es una parte importante en el proceso de crear símbolos y significados12 ; y, cuarto, nos presentan un orden del discurso específico, que no es posible encontrar en el texto escrito, puesto que son imágenes coherentes en sí mismas, que cuentan un relato, donde hay personajes, escenario y objetivos políticos. 11. 12.

Juan Francisco Moncaleano, “Socialismo. La redención del obrero”, en: Ravachol, Bogotá, No. 13, 18 de septiembre de 1910. M. Agulhom, “Política, imágenes y símbolos en la Francia posrevolucionaria”, op. cit., p. 259.

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El concepto de representación que utilizamos para el análisis, lo hemos tomado de Roger Chartier, quien lo ha definido como el conjunto de “las estrategias simbólicas que determinan posiciones y relaciones y que construyen, para cada clase, grupo o medio un ser–percibido constitutivo de su identidad”13 . Para este autor, la representación es una exhibición pública de una cosa o una persona que está ausente y se sustituye por una imagen que lo hace retornar a la memoria. Estas imágenes pueden ser parecidas o no a las que sustituyen, pero aun en el caso de aquellas que establecen relaciones simbólicas, “existe una relación descifrable entre el signo visible y el referente significado”, lo que no quiere decir que esa relación siempre sea entendida de la forma como su creador la concibió14 . La discusión de si estas imágenes reflejan una realidad o no, carece de sentido, puesto que todos los dibujos se localizan en el futuro, no en su presente, y deben entenderse como programas políticos a realizar. Nos dicen qué deben hacer los obreros en un contexto determinado, para alcanzar una transformación social, política o ideológica en el futuro. En este sentido, el obrero no se sitúa como un icono solitario (incluso puede estar ausente del dibujo para encarnarse en el lector), sino que debe leerse en relación con el contexto respectivo y la acción de transformarlo. Por ejemplo, la imagen que sirve de cabezote al periódico El Obrero Colombiano (Bogotá, 1914), podría interpretarse de la siguiente manera: Un obrero enseña a su hijo que con el trabajo obtendrá sustento, dignidad personal, paz y progreso para el país. El progreso depende de los obreros, quienes con el trabajo productivo aseguran el porvenir del país. La unión de los obreros, asegura la paz y ambas son la base del progreso. Como vemos, su significado es complejo, pero se puede interpretar como un programa de acción política que promete alcanzar ciertas cosas si se cumplen determinadas condiciones (véase Figura No. 4)15 . Si revisamos otro caso, como El Símbolo (Cartagena, 1910), encontramos el mismo esquema de un personaje, una lectura particular del contexto y una acción de transformación política. Así, el mensaje de este cabezote podría leerse de la siguiente manera: con la llegada de las ideas socialistas al país comenzó a alzarse el sol de la verdad y la libertad en medio de las ruinas en que han convertido al país los gobiernos conservadores. Es un llamado a los obre-

13. 14. 15.

Roger Chartier, El mundo como representación. Barcelona, Editorial Gedisa, 1995, p. 57. Ibíd., p. 58. Para constatar la forma como el contenido del periódico guía la lectura del cabezote, véase: “Laboremos”, en: El Obrero Colombiano, No. 1, 6 de junio de 1914; “Por el arte”, en: El Obrero Colombiano, No. 1, 6 de junio de 1914.

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ros para acabar con todo lo que queda de la “Regeneración” y a sembrar las ideas del socialismo para que llegue un nuevo amanecer de libertad, igualdad, fraternidad y justicia16 . Figura No. 3

Cabezote de El Símbolo, Cartagena, 1910

Aquí, el obrero no se dibuja en forma explícita, sino que, a través de un efecto producido por los rayos del sol, se incorpora el espectador al cuadro. A diferencia de la figura No. 4, donde se pretendía destacar la paz lograda tras la Guerra de los Mil Días, y ocultar las rivalidades partidistas, en este caso se buscaba mostrar que en el país reinaba el caos y la destrucción (dejada por la dictadura de Rafael Reyes en el corto plazo y por los gobiernos conservadores en general). Para cambiar esta situación, proponía la adopción y difusión del socialismo en el país. No obstante, cuando se analizan los principios políticos de ese socialismo que se pregonaba, vemos que estaba muy influenciado por el liberalismo radical, ya que los símbolos y lemas que utilizaba eran los de la Revolución Francesa. Cabe señalar, además, que subyace una percepción dramático–simbólica muy fuerte, evidente en la dicotomía orden –caos, los símbolos religiosos del fuego que purifica (hoguera) y la palabra que salva, y la traducción de elementos religiosos a laicos, por la forma como se establece la relación entre Biblia y Constitución.

16.

Utilizamos el término “Regeneración”, entre comillas, porque no era utilizado en los periódicos obreros de la época.

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Como vemos, las imágenes compartían la misma estructura, pero el mensaje que quieren transmitir sufre variaciones sustanciales en el tiempo. Por ello, vamos a analizar por separado la representación del obrero, el contexto de acción y programa político. A. Del obrero ilustrado al obrero revolucionario Figura No. 4

Cabezote de El Obrero Colombiano, Bogotá, 1914.

Esta imagen representa a un hombre adulto (no anciano, pero sí mayor), que viste camisa abierta al pecho y con los puños doblados hasta el codo, pantalón y sombrero de ala corta., quien está acompañado de un niño, ataviado también con camisa y pantalón. Como se observa claramente, no corresponde a la descripción clásica de la clase obrera que difundió la iconografía socialista, representada por un hombre joven, con el torso desnudo y empuñando una herramienta de trabajo. En este caso, el infante no puede interpretarse a ciencia cierta como obrero, puesto que, por el significado general del cabezote, pareciera que representara más bien el porvenir o, mejor, la importancia del obrero para el porvenir de la patria. Paradójicamente, no es común encontrar dibujos de niños en la iconografía obrera, aun cuando buena parte de la fuerza de trabajo estuviese compuesta por

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menores (y mujeres). Ellos, cuando eran representados, se utilizaban para significar la familia proletaria que avanzaba hacia el socialismo17 . El hombre adulto estaba bastante alejado de la representación del obrero industrial, que se impone posteriormente, pero su indumentaria y sus facciones pueden vincularse con la definición amplia del término obrero, que describimos anteriormente, relacionada con diferentes formas de trabajo manual. Además, allí se encontraba un sentido de dignificación y diferenciación del trabajador con el pueblo en general, a través de tres elementos que en ese entonces fijaban la posición social de una persona: sombrero, ruana y zapatos. El pueblo utilizaba sombrero burdo de ala ancha, ruana y no llevaban zapatos (en el mejor de los casos alpargatas), mientras que el uso de calzado, chaqueta y sombrero fino estaban destinados a otros sectores sociales. Hasta bien entrado el siglo XX, el artesanado y el pueblo en general se identificaban porque ambos conservaban el uso de la ruana, pero se diferenciaban porque el primero, en cambio, utilizaba zapatos18 . El vestido de los artesanos era reconocido socialmente y sobreentendido, como se puede inferir de la investigación adelantada a raíz del magnicidio de Rafael Uribe Uribe, donde los testigos declaraban que los homicidas iban vestidos de artesanos, sin entrar en más explicaciones. Efectivamente, los culpables del crimen eran carpinteros y cuando los policías que los capturaron hicieron la descripción de los personajes, puede verse la correspondencia con la indumentaria: uno de ellos “vestía ruana de color carmelita pardusca, sombrero de fieltro carmelita, vestido oscuro, calzado”, y el otro, “vestido oscuro, ruana negra de paño, sombrero jipa, calzado”19 (véase Figura No. 5). Por esta razón, el obrero (Figura No. 4) no puede ubicarse dentro del pueblo raso, pero tampoco en el estereotipo del artesanado o el dueño de taller. En cambio, detalles como los puños de la camisa doblada y la abotonadura abierta, hacen que se le identifique como trabajador manual. Otros, como el sombrero y la posición erguida, remarcan un signo de distinción. Esta imagen no corresponde a la mayoría de los trabajadores, sino a la idealización de lo que podría llegar a ser la clase obrera si se daban otras condiciones, como paz, instrucción, protección y unión de todos los obreros. En síntesis, es una visión armónica del obrero trabajando por el progreso del país.

17. 18.

19.

E. Hobsbawm, “El hombre y la mujer, imágenes a la izquierda”, en: El mundo del trabajo, op. cit., p. 125. En este período, la influencia inglesa pone en furor las chaquetas y levitas, que empiezan a ser vistas como sinónimo de elegancia y distinción, y fueron utilizadas hasta por líderes indígenas, como Quintín Lame, pero en la cotidianidad, y sobre todo en los sectores más pobres, la ruana seguía reinando como vestido, cobija y estera. A. Rodríguez Forero, Vista fiscal, op. cit., pp. 7 –8.

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Luz Ángela Núñez Espinel Figura 5 Fotografía de un grupo de artesanos de Bogotá.

Fuente: Marco Tulio Anzola Samper, Asesinato del General Uribe Uribe, ¿Quiénes son? Bogotá, Tipografía Gómez, 1917, p. 90.

Doce años más tarde, Vanguardia Obrera, un periódico publicado en Barrancabermeja, lugar donde se concentraba un importante número de obreros por ser epicentro del enclave de la Tropical Oil Company (TROCO), presentaba en el cabezote un hombre con torso desnudo, sosteniendo una pica en la mano derecha y apoyándola sobre el hombro, como símbolo de la clase obrera (Figura 6). Sin duda, este dibujo se enmarca perfectamente dentro de la iconografía socialista, que, como bien lo ha señalado Eric Hobsbawm, se inspira en parte en la tradición del la Revolución Francesa, pero incorpora también elementos del movimiento revolucionario internacional, como la hoz y el martillo, estrellas de cinco puntas, rayos, olas, cereal, rosas, cuernos, antorchas y cadenas20 .

20.

E. Hobsbawm, “El hombre y la mujer imágenes a la izquierda”, op. cit., pp. 126–129.

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El obrero ilustrado Figura 6

Cabezote de Vanguardia Obrera, Barrancabermeja, 1926

Las revoluciones democrático–burguesas habían recurrido a figuras femeninas para simbolizar los conceptos de revolución y república, utilizando para ello la imagen de una mujer desnuda, o por lo menos con los senos desnudos, y a menudo tocada con un gorro frigio21 . No obstante, en la transición de las revoluciones democráticas del siglo XIX, a los movimientos proletarios marxistas del siglo XX, disminuyó la utilización de la figura femenina y se impuso la imagen del hombre, con el torso desnudo, que blandía un martillo o una pica, como equivalente masculino de la alegoría femenina a la revolución. Aun cuando en las fábricas, la fuerza de trabajo femenina era numéricamente más importante que la masculina, esto no se veía reflejado en la imagen del obrero, donde la representación que se adoptaba era la del varón. Esta contradicción tiene múltiples explicaciones: la difusión de la iconografía del movimiento obrero internacional; el temor a la competencia femenina; la acentuación de la división social del trabajo por la industrialización; el cálculo del salario sobre la base de que sólo un miembro de la familia (el padre) trabajaba, pero, en últimas, evidenciaba la paradoja del movimiento obrero y socialista que, en teoría, proclamaba la igualdad de los sexos y la emancipación de todos los seres humanos, mientras que, en la práctica, excluía a las trabajadoras de la lucha política. 21.

La más famosas de estas imágenes se encuentra en el cuadro de Delacroix, “La libertad Guiando al pueblo”, 1830.

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En realidad, no sabemos desde cuándo empezó a utilizarse este cabezote en el periódico, pues el único ejemplar disponible para la consulta es de 1926, y esta publicación circulaba desde 1923. Sin embargo, desde 1919, encontramos eventualmente imágenes narradas que corresponden a este estereotipo, como en este poema de Ovidio Montes, aunque aquí todavía se habla de civilización y no de revolución: Yo lo he visto llegar. La frente altiva regia la contextura del altanero bien parece la mueca tentativa del que nada le importa: es el obrero ¡Miradlo! Y como su robusto brazo tiene musculaturas de gigante invencible y heroico, ve el fracaso muy lejos de su espíritu pujante Nada le arredra en la contienda humana; la lucha por la vida es su destino, y así –con esa gloria soberana– a la civilización traza el camino.22

Esta figura es poco realista, pues, aunque algunos trabajadores no calificados (como cargadores, estibadores o mineros de las regiones de clima cálido) podían realizar sus labores con el torso desnudo, la disciplina fabril y las características propias de algunas labores, impedían que ésta fuese una práctica universal. En general, el cuerpo desnudo era una forma de idealización del ser humano y, en el caso de la iconografía socialista, una manera particular de idealización de la lucha de la clases obrera, a través del énfasis en tres cualidades: fuerza, trabajo y juventud. La fuerza se simbolizaba en la corpulencia de la figura (o la “musculatura de gigante”, que menciona el poema); el trabajo, por medio de la herramienta que empuñaba; y la juventud, en el aspecto físico de la imagen. Las cualidades no se atribuían únicamente a los obreros, sino que se extendían al movimiento político que encarnaban. Por ejemplo, la juventud no hacía referencia específica a la edad de los trabajadores, sino a la larga vida que tenía por delante el movimiento obrero. Si bien la influencia artesanal dentro del movimiento obrero todavía era muy fuerte en los años veinte, estas imágenes ya no tenían la ambivalencia de aquélla de la década de 1910, y se inclinaban claramente hacia el icono del obrero industrial. No obstante, debe tenerse en cuenta que, para el contexto

22.

Ovidio Montes, “El Proletario”, en: El Luchador, Medellín, No. 72, 26 de julio de 1919.

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específico de la ciudad de Barrancabermeja, los obreros eran mayoría abrumadora por la ubicación del enclave de la TROCO, mientras que la presencia de artesanos era reducida debido a que la misma compañía estadounidense manejaba buena parte del abasto de la ciudad23 . Aunque Vanguardia Obrera conservaba muchos elementos legados por el liberalismo radical, era evidente la influencia del socialismo marxista y de la Revolución Rusa, tanto en los artículos como en los lemas e incluso en el nombre mismo de la publicación. El lema inserto en la parte inferior, “Proletarios de todos los países uníos”, tiene su origen en el Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Carlos Marx y Federico Engels; así mismo, “Vanguardia obrera”, hace referencia directa al planteamiento de Vladimir Lenin sobre la existencia de una vanguardia proletaria que guía la revolución. Como vemos, en esta publicación prevalecía la matriz iluminista, pero también había algunos elementos propios de la matriz simbólica, puesto que, tras el concepto de revolución, subyacía una visión de la eterna lucha entre los buenos y los malos, la justicia y la injusticia, expresada en forma sintética en un aviso permanente, compuesto por dos oraciones: “OBREROS: El que no protesta de su verdugo (sic) no merece vivir en una república libre como la nuestra” y “La justicia no se compra ni se pide de limosna, si no existe se hace”24 . B. Del progreso del país a la revolución mundial Figura No. 7

Cabezote de El Faro, Bogotá, 1906.

23. 24.

Para una historia de la ciudad de Barrancabermeja y de los trabajadores petroleros, véase: J. Aprile–Gniset, op. cit., y J. Yunis y C. N. Hernández, op. cit. Vanguardia Obrera, No. 38, 2 de octubre de 1926.

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Siguiendo con el análisis de los elementos que componen el mensaje en los cabezotes de los periódicos, podemos afirmar que hubo un cambio radical en la definición del contexto que acompañaba las imágenes de los obreros y que finalmente constituyó su radio de acción política. Hasta 1916, un elemento importante era la representación del país a través del Escudo Nacional, iluminado por los rayos del progreso y la razón que emanaba el obrerismo (Figuras No. 3 y No. 7). La utilización del escudo evocaba una noción de patria derivada de la Regeneración. No cuestionaba las bases sobre las que se había construido la Hegemonía Conservadora, sino que buscaba preservar su integridad (el fantasma de la pérdida de Panamá seguía gravitando en el imaginario nacional) y contribuir a su engrandecimiento25 . Esta representación también se inspiraba en la necesidad de dejar atrás las guerras civiles y los odios entre compatriotas, para que el país pudiera renacer gracias a la unión y el trabajo de todos. Así, una interpretación del cabezote de El Faro, nos dice que la prensa obrera era la luz que iluminaba lo que tocaba. Los obreros brillaran eternamente llevando los rayos de la civilización y la democracia a todas partes. De esta forma, al país llegaría un nuevo amanecer, de paz y progreso (Figura No. 7). Las guerras civiles, consideradas como la peor tragedia que le había ocurrido al país, eran representadas por medio de un “ave negra” que llevaba una tea y un puñal, para significar la muerte, la destrucción y la maldad que habían dejado esos acontecimientos (Figura No. 8). Esta imagen buscaba producir un sentimiento de rechazo y odio a la guerra, como lo expresaba claramente el texto que la acompaña:

25.

Véase: “La Integridad nacional”, en: El Faro, Bogotá, Nos. 2 y 3, 15 y 22 de diciembre de 1905. Un estudio más general sobre el imaginario que desarrolla la prensa en torno a la pérdida de Panamá, en: Luz Ángela Núñez, “El rapto de Panamá en la caricatura política colombiana, 1903 –1930”, en: Heraclio Bonilla y Gustavo Montañez (editores), Colombia y Panamá. La metamorfosis de la nación en el siglo XX, Bogotá, Universidad Nacional, 2004.

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El obrero ilustrado Figura No. 8

“El Ave Negra”, en: El Faro, No. 3, Bogotá,29 de diciembre de 1905

Mirad esa ave siniestra que en sus garras La tea incendiaria lleva por doquier Es el búho fatal de nuestras guerras Que a la patria trataba de encender. En su curvo pico lleva sanguinaria De Bruto el bárbaro puñal, Y en sus negras alas de pluma funeraria Lleva también los gérmenes del mal. Odiemos de la guerra los horrores Con su triste horizonte de terror… Pensemos con el pueblo en sus dolores Y en salvar a Colombia con valor.26

Si bien estos eran los elementos presentes en la interpretación de la prensa artesanal–obrerista, en los periódicos radicales la lectura era diferente, como lo muestra muy bien El Símbolo (Cartagena, 1910), que se autodefinía como “periódico librepensador y socialista”27 (Figura No. 3). En este caso, el escudo del país no se dibujaba completo, sino que sus elementos se encontraban dispersos para mostrar el caos en que los gobiernos conservadores habían sumido a la nación. El cóndor (como emblema del dominio conservador) adquiría un

26. 27.

Texto que acompaña la imagen de “El Ave Negra”, en: El Faro, Bogotá, No. 3, 23 de noviembre de 1905. El Símbolo, Cartagena, No. 3, 20 de abril de 1910.

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significado negativo y era asimilado a la figura del “ave negra”, una imagen propia de la matriz simbólico –dramática, a la que se le oponían dos símbolos: la luz y el gorro frigio (razón y libertad). Por la fuerte censura de prensa imperante y el reducido espacio de acción que tenía la oposición, una representación de este tipo no hubiera sido posible en la primera década del siglo. Sin embargo, después de la caída de Rafael Reyes la libertad de expresión se amplió un poco y, en parte, por eso podemos encontrar otras visiones sobre los resultados de los gobiernos conservadores. No obstante, pese a las diferencias entre la prensa artesanal–obrerista y radical, el referente y el radio de acción seguía siendo el país (la patria). En consecuencia, se hacía un llamado a los obreros y al pueblo en general, para que contribuyeran a liquidar la herencia legada por esa noche de catástrofes (La Regeneración y la dictadura de Reyes) y a sembrar las ideas del socialismo en el país, como antesala de un nuevo amanecer de libertad, igualdad, fraternidad y justicia. Por su parte, en los periódicos socialista –revolucionarios y anarquistas, el contexto donde se ubica y en el cual debe actuar el obrero, es universal: el proletariado internacional y la revolución mundial. Por esto, el escudo nacional desapareció de la iconografía y se retomaron símbolos mundialmente difundidos, como el hombre del torso desnudo que analizamos anteriormente; la hoz y el martillo, la cinta, con el llamado al internacionalismo proletario (“Proletarios de todos los países uníos”), y el emblema femenino de la revolución o el globo terráqueo (Figuras No. 9 y No.10). Figura No. 9

Cabezote de Claridad, Bogotá, 1928

En la iconografía liberal y socialista, la figura femenina tiene el papel de inspiradora, simboliza la utopía (libertad, revolución, igualdad y justicia), mientras que la figura masculina representa a seres reales (el pueblo o los obreros). Un ejemplo de este tipo de utilización de la imagen femenina se puede ver en 164

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el emblema del grupo anarquista Pensamiento y Voluntad, donde una mujer desnuda representa la revolución universal. Esta imagen no se ubica dentro de un marco de colaboración armoniosa con el Estado o los industriales, como en nuestro ejemplo de 1914, sino que, todo lo contrario, es un fuerte llamado a la acción unificada de la clase para realizar la revolución (Figura No. 10). Figura No. 10

Emblema del grupo anarquista Pensamiento y Voluntad, editor del periódico del mismo nombre

En este caso, la imagen muestra una fuerte asimilación del universo simbólico del anarquismo internacional, puesto que reproduce su emblema más característico: una mujer desnuda que sostiene en la mano una tea encendida. La reproducción de símbolos internacionales también era una estrategia para tratar de superar el aislamiento de los grupos anarquistas colombianos y crear identificación entre sus lectores y un proyecto político que trascendiera las fronteras, de manera que simplemente con ver una imagen se pudiera despertar sentimientos de solidaridad y pertenencia. Por ello, la elaboración de estas imágenes era parte importante de la difusión de ideologías en diferentes países del mundo, y de ahí que, dentro de las posibilidades técnicas posibles, hicieran los mayores esfuerzos por difundirlas (Figura No. 11). Estaba claro que el proyecto político de la prensa socialista–revolucionaria y anarquista ya no estaba vinculado al engrandecimiento de la patria, sino que se consideraba como parte de un movimiento internacional que tenía como misión derrotar al capitalismo y llevar el ideario del socialismo (o del anar-

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quismo) a todos los pueblos del mundo. En este contexto, los rayos del sol pueden interpretarse como una alegoría de las nuevas ideologías que llevaban rayos de luz (libertad) a toda la humanidad, o por lo menos así lo daban a entender ciertos artículos de El Luchador, donde se afirmaba que “EL SOCIALISMO es el sol de libertad que ahuyenta las tinieblas y hace saltar las pupilas de los vampiros humanos”, o que el socialismo “es el nuevo sol de la libertad bien entendida”28 (Figura No. 9). Figura No. 11

“La Anarquía ha triunfado” Fuente: Carlos Zubillaga y Jorge Balbis, Historia del movimiento sindical uruguayo, t. II: Prensa obrera y obrerista (1878 –1905), Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1986, p. 125

28.

Juan Lanas, “Salus Populi” y Gilberto, “Los partidos políticos de Antioquia”, en: El Luchador, Medellín, No. 99 y 104, 5 y 21 de noviembre de 1919. Véase, también, el cuadro No. 3, “Símbolos presentes en la prensa obrera”, incluido en este capítulo.

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Algunas reivindicaciones permanecieron durante todo el período, como el reclamo por una verdadera democracia, libertad de expresión, educación laica y obligatoria, trato digno para el trabajador y derecho a un salario justo29 . Otras, por el contrario, fueron cambiando. Así, los reclamos de paz y proteccionismo económico, poco a poco dieron paso a exigencias fundamentales, como la jornada laboral de ocho horas, legislación social, derecho a la huelga, descanso dominical remunerado, etc.30 .

III. CREACIÓN Y APROPIACIÓN

DE SÍMBOLOS Y HÉROES SOCIALES

La riqueza simbólica de la prensa obrera era fruto de una tradición propia, pero también de la apropiación de elementos derivados del movimiento obrero internacional. Los símbolos, bien en su forma visual o escrita, cumplían varias tareas que potenciaban su importancia política y social. Por un lado, encontramos que satisfacían las tres funciones básicas que, según Maurice Algulhom, deben realizar los emblemas: “Identificar al poder político del que emana, distinguiéndolo de los poderes extranjeros o de poderes anteriores abolidos; traducir claramente los principios que los sustentan (…); y de ser posible, producir en el espectador un efecto favorable, agradarle, suscitar su adhesión”31 . Pero, por otro lado, comprobamos que también tenían una utilidad pedagógica para la educación política del pueblo, como la utilización de elementos sencillos para la explicación de conceptos y situaciones políticas complejas. En este sentido, quizá se pueda hablar de un simbolismo visual en la política colombiana. Este último punto nos deja un interrogante que ameritaría un estudio de más largo plazo para poder resolverse, y es el concerniente a la relación entre el uso de emblemas visuales y el grado de alfabetización del pueblo, puesto que algunos estudios señalan una relación inversa entre estas dos variables32 . La prensa participó del universo simbólico obrero a través de la invención de los héroes del proletariado, tanto internacionales como sus equivalentes colombianos. En este sentido, es importante señalar que los periódicos no sólo difundían, sino que efectivamente contribuían a la creación de estos mitos sociales, a través de sus artículos noticiosos y de opinión. La función en estos personajes emblemáticos no era meramente decorativa, puesto que aquéllos tenían un 29. 30. 31. 32.

R. Vega, Gente muy rebelde, t. 4. Cultura, socialismo y protesta popular, op. cit., p. 150 y ss. Se representa a través del símbolo de los tres ochos “8 8 8”. Véase Figura No. 6. M. Agulhom, “Política, imágenes y símbolos en la Francia posrevolucionaria “, op. cit., p. 247. Ibíd., p. 249; E. Hobsbawm, “El hombre y la mujer imágenes a la izquierda”, en: El mundo del trabajo, op. cit.

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impacto político real como generadores de identificación política y modelos ejemplarizantes para el pueblo. Además, en algunas ocasiones, el culto a ciertos personajes propició la invención de tradiciones obreras, como ocurrió con las víctimas de la masacre del 16 de marzo, en Bogota, reforzando, de paso, la cohesión social y el sentido de existencia de una historia obrera particular33 . A. De soles, banderas y emblemas: los símbolos de la prensa Los símbolos no sólo cumplen una función de identificación en torno a una ideología política, como puede ser el caso de la hoz y el martillo, los tres ochos o el gorro frigio, sino que también permiten explicar, de manera relativamente clara y comprensible para la mayoría de las personas, situaciones o conceptos políticos que pueden ser muy complejos o abstractos, como la idea de patria, la revolución o el socialismo34 . Esto último nos ayuda a entender la paradoja de una prensa pobre en conceptos, pero rica en imágenes, pues lo que nos muestra es una estrategia de comunicación que permitía transmitir una idea sin explicarla conceptualmente. En el cuadro No. 3, hemos sintetizado los principales símbolos que se encuentran en la prensa obrera. Con ello, buscamos establecer una relación directa entre el símbolo (visual o escrito), el significado y el tipo de prensa donde se utilizaba, evidenciando la polisemia de algunos de ellos y la forma cómo permanecen o desaparecen en el tiempo. B. El panteón popular: héroes y mártires del proletariado La prensa obrera fue sólo uno entre los muchos mecanismos utilizados para la invención de un panteón de héroes y mártires populares. Otros, como estatuas, placas, obeliscos, nomenclatura urbana e imágenes ubicadas en lugares cerrados, no serán analizados en este trabajo y seguirán a la espera de alguien interesado en estudiar el aporte popular al imaginario cívico, pues, hasta ahora, no conocemos ningún trabajo que se ocupe de este tema para el período estudiado35 . En los perió-

33. 34. 35.

Sobre el significado de la invención de tradiciones, véase: Eric Hobsbawm y Terence Ranger (editores), La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, 2002, particularmente la introducción. Gotffried Korff, “History of simbols as social history”, en: International Review of Social History, No. 38, 1993, p. 110. En 1919, El Tiempo se muestra sorprendido porque en un barrio obrero en construcción, se le habían puesto a las calles nombres como “Carrera Trotzky” y la “Calle Nicolás Lenin”. “En el barrio obrero Trotzky y Lenin”, en: El Tiempo, Bogotá, 5 de julio de 1919.

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dicos se reproducían semblanzas, homenajes, noticias, fotografías, discursos y procesiones, que ayudaban a fijar en la memoria colectiva a personajes que serían rememorados como héroes dignos de admiración y culto cívico. Cuadro No. 3 Símbolos presentes en la prensa obrera

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La invención del panteón revolucionario, era un fenómeno que ya contaba con unos antecedentes importantes en todo el mundo occidental. Sus orígenes modernos datan de la Revolución Francesa; en América Latina adquirieron verdadera fuerza con las gestas de independencia, cuando surgieron los primeros héroes y mártires locales de la tradición republicana (Bolívar, San Martín, Morelos, Hidalgo, O‘Higgins, etc.), pretendidos padres de la patria y quintaesencia de la nacionalidad. Durante el siglo XIX el panteón se fue agrandado por cuenta de caudillos y vencedores de las guerras civiles. En Colombia, por ejemplo, algunos generales de las guerras civiles se convirtieron en paladines regionales, asociados a un partido político. Los movimientos sociales del primer tercio del siglo XX, continuaron esa tradición, utilizando el mismo lenguaje retórico de glorificación e incluso retomando parte del panteón republicano, aunque resignificándolo en función de su ideología. Ese fue el caso de Los Comuneros de 1781, considerados como los primeros socialistas del país, o Simón Bolívar, recordado con ocasión de las fiestas del 20 de julio y el 7 de agosto, como iniciador de la gesta por la libertad del pueblo y luego traicionado por un gobierno más autoritario que el español36 . Incluso, durante la primera celebración de la fiesta del trabajo en Colombia, el discurso central de la conmemoración finalizaba de la siguiente manera: Todavía se siente la tierra humedecida con la sangre de los héroes ignotos, hijos del pueblo que rindieron su vida bajo el estandarte tricolor, en el holocausto de nuestra libertad Es por eso que queremos ser libres en la acepción de la palabra. ¡Libres por convicción y herencia! ¡Libres porque en Colombia no debe haber otras leyes que las que garanticen la soberanía del pueblo! ¡Libres porque no debemos obedecer a la autoridad, sino la que emane de la voluntad del pueblo soberano! Libres porque los padres de la patria nos legaron una república democrática donde todos somos iguales ante la ley, en derechos y en condiciones.

36.

Entre otros artículos, véase: Arístides Zapata, “Bolívar”, en: El Luchador, Medellín, No. 70, 19 de julio de 1919; “Programa para el 20 de julio de 1911, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 33, 16 de julio de 1911; “Dos fechas”, en: Ravachol, No. 4, 17 de julio de 1910; Ignacio Correal, “Unámonos”, en: La Razón del obrero, Bogotá, No. 1, 12 de marzo de 1910.

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Para terminar, compañeros, acompañadme en dos únicos vivas: ¡Vivan los libertadores de Colombia! ¡Viva el pueblo libre y soberano!37

El naciente movimiento obrero colombiano reivindicaba héroes propios, pero, en lugar de honrar solamente a los caídos por la patria, glorificaba a los inmolados por la causa de la justicia y la emancipación social, tanto en el país como en otros lugares del mundo. Al parecer, la imagen del obrero asesinado como héroe social, se originó en la revolución de 1848, aunque tenía fuerte remembranza cristiana, y se convirtió en parte de iconografía de izquierda, gracias al cuadro Rue Transnonian, de Daumier, en el cual se representa a un trabajador asesinado con unos rasgos muy parecidos a la figura de Cristo38 . Esto no quiere decir que el reconocimiento popular sólo se pudiera adquirir con la muerte, puesto que víctimas de la persecución oficial o patronal, perseguidos, exiliados o protagonistas de importantes gestas, a menudo eran llamados también a ocupar un sitial de honor. 1. Héroes Internacionales De los héroes del movimiento revolucionario internacional, la prensa obrera colombiana destacó, especialmente, a Ravachol, Ferrer, Lenin, Jaurés, los mártires de Chicago y los anarquistas Sacco y Vanzetti. Estos personajes fueron rodeados de una aureola sobrenatural, cualidades extraordinarias e historias épicas, que no necesariamente se les atribuía a quienes eran reconocidos como sus grandes teóricos o maestros ideológicos: Marx, Engels, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Pablo Iglesias, Tolstoi, Víctor Hugo o Zola. La diferencia entre los dos grupos era muy tenue y difícil de precisar, porque algunos personajes podían situarse sin problemas en cualquiera de ellos, y se trataba más bien de la importancia que cobraron algunos a raíz de las circunstancias de su muerte o gracias a las acciones que realizaron durante su vida. De estos personajes, estudiaremos sólo a dos de los que tuvieron mayor acogida en el país: Ravachol y Lenin. La primera mención que hemos encontrado de Ravachol data de 1893, cuando se gritaron vivas a este personaje durante el motín artesanal ocurrido en Bogotá. Mario Aguilera, en su trabajo Insurgencia urbana en Bogotá, nos explica que el anarquista francés llegó a

37. 38.

Discurso de Manuel Antonio Reyes, miembro de la Unión Obrera, pronunciado durante la celebración de la fiesta del trabajo, el 1º de mayo de 1914, en: El Domingo, Bogotá, 7 de mayo de 1914. J. Suriano, op. cit., p. 311.

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ser conocido en la capital, porque casi todos los periódicos de la década de 1880 tenían una sección de noticias internacionales, donde se presentaban con especial atención los acontecimientos franceses. De esta manera, cuando Ravachol fue detenido y ejecutado en 1892, el público capitalino estaba familiarizado con sus acciones y al año siguiente fue recordado durante la sublevación popular. El citado autor afirma que el pueblo, al vitorear al Ravachol hacían caso omiso de los epítetos de ladrón y de asesino utilizados por la prensa y con ello también ignoraban las críticas al anarquismo y al socialismo ¿Qué sentido puede tener esa desobediencia? Revelaba el descrédito del discurso de los sectores dominantes. También puede entenderse como una forma contestataria de la mentalidad popular dentro de la lógica de que lo condenado por los poderosos es bueno para el pueblo. Por último, hay que considerar que Ravachol pudo ser asimilado a un héroe popular que luchaba por la justicia o en otras palabras, a un bandido social.39

Para poder entender estas palabras en sus justas dimensiones, vale la pena recordar quién fue Ravachol y por qué logró tanta notoriedad en su época. Nació en Saint Chamond, Francia, el 14 de octubre de 1859, y su verdadero nombre era Francois –Claude Koeningstein, pero luego repudió el apellido paterno y adoptó el de su madre: “Ravachol”. Su infancia estuvo marcada por las privaciones y el abandono, puesto que, cuando todavía estaba muy pequeño, su padre dejó el hogar y, por las penurias económicas que vivía la familia, fue llevado a un asilo, donde estuvo hasta la edad de seis o siete años. Luego, volvió a vivir con su madre, pero tuvo que empezar a trabajar y entró como aprendiz de tintorería. Su vida política empezó alrededor del año de 1877, cuando comenzó a asistir a reuniones políticas; antes de convertirse en forma decidida al anarquismo, hizo parte de un grupo colectivista y de un círculo de estudios sociales. Mientras tanto, su situación económica empeoraba cada vez más, pues no lograba encontrar un empleo duradero y pasaba frecuentes períodos en la desocupación. Para tratar de sobreponerse a la miseria que acosaba a toda su familia y con la convicción de que robar a los ricos era legítimo, empezó a realizar actividades ilegales, sin abandonar su ideología anarquista. Comenzó robando gallinas, luego fue contrabandista, falsificador de monedas, profanador de tumbas y asaltante. A mediados de 1891 tuvo que salir huyendo de Lyon, porque se le imputaban varias muertes. Así, se refugió en París, en casa de un camarada anarquista, pero, una vez allí, reanudó sus actividades, llevando a cabo dos atentados con dinamita contra un juez y un fiscal, para

39.

Mario Aguilera Peña, Insurgencia urbana en Bogotá, Colcultura, 1997, p. 272.

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vengar a dos compañeros. Finalmente, fue detenido en abril de 1892, debido a la información del empleado de un restaurante, y tras un rápido juicio, fue ejecutado el 11 de julio de 189240 . En su memoria se hicieron homenajes, se escribieron canciones y poemas, su nombre era vitoreado en desfiles y manifestaciones e, incluso, el restaurante donde trabajaba la persona que lo denunció, sufrió un atentado con dinamita para cobrar venganza. De esta manera, se convirtió en un mártir del anarquismo, símbolo del sufrimiento y de la rebeldía obrera, y su nombre llegó a ser una especie de amenaza o recordatorio para los ricos, de lo que podía suceder si el pueblo decidía tomar justicia por su propia mano. El mensaje, como lo expresaba el anarquista Mirbeau, era muy claro, “La sociedad ha engendrado a Ravachol. Ella ha sembrado la miseria: ella recoge la revuelta. Es lo justo”41 . Esta era la idea que se quería comunicar con la mención de Ravachol, en Bogotá, hacia 1893, cuyo mensaje nuevamente lo encontramos en la década de 1910. Precisamente en ese año, Juan Francisco Moncaleano y Alejandro Torres Amaya empezaron a editar un periódico que tenía el mismo nombre del anarquista francés, y aunque ésta no era una publicación libertaria (era un periódico radical, con influencias liberales, socialistas y anarquistas), dedicó buena parte de sus esfuerzos a engrandecer a los más reconocidos anarquistas de la época y especialmente a su inspirador. En la publicación, Ravachol adquiría estatus de “mártir de la libertad”, a veces, era comparado con Jesucristo por haber sido condenado a muerte debido a sus ideales, y se le describía como un personaje lleno de fuerza, energía y altruismo: Ravachol era un neurótico de la democracia; su gran corazón, sus grandes energías las consagró hasta morir por la causa de los desheredados, de los que sufren, y sus glóbulos cerebrales que no tenían latidos sino para la libertad y los sentimientos altruistas de su gran carácter, iban como el efecto solar, dando luz y sombra a su personalidad.42

Este periódico no pudo seguir circulando debido a la censura (véase capítulo 3), pero esto no significó el olvido del ácrata francés. Por ejemplo, dos años más tarde El Domingo, un semanario radical de Bogotá, publicó un artículo para conmemorar un aniversario más de la muerte de “aquel santo que en

40.

41. 42.

Los datos sobre la vida de Ravachol los tomamos de Jean Maîtron, Ravachol et les anarchistes, Gallimard, París, 1992 (primera edición de 1964); y Philippe Oriol, Ravachol un saint nous est né, París, L´equipement de la pensée 1992. Citado en: P. Oriol, op. cit., p. 126. Traducción nuestra. Juan Francisco Moncaleano, “El Socialismo”, en: Ravachol, Bogotá, No. 2, 2 de julio de 1910.

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el martirologio del pueblo se llama Ravachol”. En el escrito también se le comparaba con Jesús, por “haber pretendido redimir la humanidad” y, al igual que el personaje bíblico, se le atribuía una especie de resurrección o de vida después de la muerte en todos los pobres del mundo, incluyendo los de Colombia, pues, para hacer el escrito más significativo, se afirmaba que, Ravacholes son todos los de ese montón de desarrapados que viven sin pan. Ravachol es el obrero que cae del andamio de un palacio de don Pepe Sierra. Ravachol es el enfermo arrojado del hospital por la caridad de Posada Gaviria. Ravachol es el recién nacido para quien no está abierta la ventanilla de la cuna pública. Quizá en Francia pase inadvertido este aniversario. Tal vez la sociedad que lo juzgó haya olvidado a Ravachol. Pero Ravachol vive y vivirá en tanto hay un penado injustamente vertido o un poder injustamente constituido.43

Desde la otra orilla, el Clero utilizó el nombre y la imagen de Ravachol para descalificar las diversas formas de oposición al gobierno y a la jerarquía católica, mostrándolas como criminales y amenazantes para el orden establecido. Así, entre 1914 y 1915, el Clero de Pereira apostrofó, como “Ravacholes”, al grupo de jóvenes izquierdistas cercanos a El Aguijón y a las tertulias de la Sastrería de Germán Uribe Zuleta y de la biblioteca de alquiler de Clotario Sánchez. Con este sobrenombre se buscaba generar rechazo entre la población pereirana hacia los seguidores del anarquista. Con todo, aunque no sabemos si ese objetivo se logró, los directamente afectados consideraban que hacerse merecedores de tal apelativo era motivo de afirmación política e incluso podría decirse que de orgullo44 . Lenin fue el otro gran héroe popular. Para la creación de su mito fue útil tanto la importancia política de la Revolución Rusa, como la falta de noticias de lo que acontecía en el país de los zares. Al contrario de lo ocurrido con Ravachol, donde hasta los periódicos católicos informaban de sus actividades en Francia, las noticias que llegaban sobre Lenin eran escasas, fragmentarias y hasta contradictorias. Paradójicamente, esto sirvió para alimentar una leyenda heroica que exaltaba su grandeza, su valentía y lo equiparaba con los profetas o con Jesús, pues los periodistas se veían abocados a interpretar, adaptar o explicar, de acuerdo con su experiencia y sus convicciones, lo que estaba ocurriendo. Por ejemplo, en 1919, circuló el rumor que el líder de la revolución 43.

44.

“Aniversario de Ravachol”, en: El Domingo, Bogotá, 14 de julio de 1912. Este semanario puede incluirse en el grupo de periódicos radicales, durante un breve periodo de tiempo, entre 1912 – 1913, pero luego retoma la senda del liberalismo moderado y oficialista, con el que había iniciado labores en 1906. I. Torres Giraldo, anecdo Fario, pp. 30 –33.

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había muerto e inmediatamente El Luchador se pronunció sobre el tema, rindiéndole debido homenaje y, de paso, asignándole la gloria que sólo se obtiene tras la muerte. Así en uno de los artículos se le comparaba con la figura mítica del águila y con la imagen cristiana del apóstol: Lenin fue un águila caudal, un gran apóstol y un formidable luchador que tuvo el valor de encargarse del Gobierno de Rusia en pleno caos (…) Tengo para mi que la gran figura de Lenin, con el tiempo adquirirá proporciones gigantescas, por su valor, por su ciencia, por su energía y quizás por su sacrificio. 45

El otro escrito publicado a raíz de esa falsa noticia, trató de limpiar la imagen del líder empañada por las mentiras de la propaganda capitalista y pronosticó que sus ideas vivirían por siempre: Si el asesinato de Lenin se confirma, los burgueses de Europa podrán respirar tranquilos. Lenin es el profeta, apóstol y sumo pontífice del bolcheviquismo, nueva religión. La personalidad de Lenin está todavía cubierta por la propaganda capitalista empeñada en mostrarlo como un monstruo, ambicioso, cruel y semiloco. José Ingenieros en una conferencia en Buenos Aires hizo una apología según la cual sólo Jesús ha sido más grande que Lenin. Si su muerte es cierta, el gozo de los burgueses durará poco porque ahí queda Trotzky secundado por tenientes como Tchicherine, Zinovieff y la semilla sembrada en el cerebro de millones de proletarios en el mundo entero.46

El escritor comunista Luis Tejada escribió un corto texto titulado, “Oración para que no muera Lenin”, publicado originalmente en 1924, el cual muy pronto logró notoriedad y contribuyó en buena medida a difundir el culto al líder ruso en algunos sectores de la población. En este escrito pedía a las Parcas (deidades infernales que manejaban el hilo de la vida del hombre), que no permitieran la muerte de Lenin porque éste era el redentor de la humanidad, la última esperanza de los pueblos y el único capaz de cambiar la historia y llevar felicidad a todos los hombres47 . Con el avance de las ideas socialistas en el país, el culto a Lenin aumentó y se convirtió en protagonista infaltable en los discursos sobre la revolución y las celebraciones del Primero de Mayo. Su figura representaba la promesa de la revolución hecha realidad, y por ello se situaba por encima de los demás profetas

45. 46. 47.

“Manjares y Lenin”, en: El Luchador, Medellín, No. 100, 8 de noviembre de 1919. Calibán, “Lenin”, en: El Luchador, Medellín, No. 111, 16 de diciembre de 1919. Luis Tejada, “Oración para que no muera Lenin”, en: Gotas de Tinta, Bogotá, Biblioteca Colombiana de Cultura, 1977, pp. 280–281.

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revolucionarios, sólo equiparable a Jesucristo, redentor de la humanidad. Esta idea se hallaba bastante extendida, tanto que la encontramos en un militante socialista de Dabeiba y lector habitual de la prensa obrera, quien manifestó: Tócale si a los que por convicción somos socialistas por doquiera sembrar la idea que culminó en la más estruendosa gloria de resonancia Universal culto redentor cual cristo en el Calvario, fue nuestro segundo redentor Lenin; su nombre es el sol, o mejor las nubes tempestuosas preñadas de electricidad que con sus rayos desde Rusia Trocados en santa dinamita, ha de trasformar el mundo a despecho de tirios, troyanos y burgueses, que cual Geremías (sic), llorarán sofocando su lloro con los recuerdos del pasado.48

El fragmento precedente fue tomado de una respuesta enviada a la encuesta que realizó El Socialista, en 1928, para conocer la ideología de sus lectores. Sin embargo, a la hora de relatar cuáles eran sus convicciones políticas, este comerciante antioqueño no fue el único que hizo referencia especial a Lenin; buena parte de quienes se autodenominaron como comunistas o socialistas revolucionarios, hicieron mención de éste (y en menor medida de Marx o Engels). Los textos resaltaban que la magnificencia de la hazaña realizada por Lenin durante la Revolución Rusa, los había convencido de que esa era la causa verdadera, y enfatizaban la imagen de redentor del proletariado universal, dando a su ideología un tinte de profesión de fe religiosa, que los llevaba a afirmar vehementemente: “seré comunista hasta más allá de la muerte”49 . Precisamente, durante la década de 1920, esta característica convirtió al “Inmortal Lenin”, en la cabeza visible de una especie de hermandad universal, integrada por todos sus seguidores. Su nombre era un elemento aglutinador que generaba sentimientos de identidad y de pertenencia a una causa común: la de la revolución social. De esta manera, entre los miembros del PSR se hizo frecuente utilizar, como formula de saludo o despedida revolucionaria, frases como, “Hermanos en Lenin” “Por nuestro padre Lenin reciban el fraternal abrazo del Cda que no los olvida” “Fraternalmente en Lenin” “Hermanos en Lenin, salud y revuelta”

48. 49.

José María Leal, “Yo soy socialista”, en: El Socialista, Bogotá, No. 517, 19 de mayo de 1928. Serafín Llanos, “¿Por qué soy comunista?”, en: El Socialista, Bogotá, No. 515, 1º de mayo de 1928.

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“Vuestro en Lenin y la Humanidad oprimida” “Hermano en Lenin: Salud y R.S.” (Revolución Social)50

Frente a este tema, vale la pena agregar, además, que la imagen de los héroes internacionales servían de inspiración para aquellos que no se conformaban simplemente con seguir sus ideas, sino que, además, querían trasegar sus pasos y convertirse ellos también en mártires del proletariado, como fue el caso de Julio Ocampo, quien, estando preso en la cárcel del Líbano, escribió una carta a El Socialista, expresando que, Soy Socialista revolucionario porque este es el nombre que adoptamos oficialmente los que predicamos la doctrina de Marx tal como la interpretó el inmortal Lenin, y sabido es que esto no es otra cosa que el legítimo y puro Comunismo, adaptando la táctica más conveniente al espíritu netamente colombianista. Y finalmente, hago propaganda a esas ideas porque son mi único ideal e interés, adquiriendo en cambio ser conducido a la ergástulas oficiales como la presente vez, pues es mi solo orgullo ser mártir del ideal. 51

Los ejemplos desarrollados nos permiten concluir que la consolidación de estos personajes como héroes populares tiene ciertos recursos comunes: evocación de grandes hazañas, asignación de cualidades magníficas, como fuerza, valor y sacrificio, y utilización de imágenes y personajes de la mitología clásica y el cristianismo. Este último recurso fue muy popular e importante, porque permitía traducir las acciones y los significados de los ídolos revolucionarios a un lenguaje conocido y lleno de sentido para el pueblo y, además, posibilitaba establecer una clara continuidad entre los ideales cristianos y los revolucionarios. 2. Héroes nacionales La versión criolla del panteón obrero buscaba, al igual que el internacional, exaltar aquellas personas que habían dado su vida por la causa de los desheredados o habían permanecido fieles, pese a la persecución y represión oficiales. Igualmente, por su entrega a la causa obrera, grandes oradores, diri-

50.

51.

“Carta de J. González Arce a Ignacio Torres Giraldo y María Cano, Medellín, enero 9 de 1928”, en: AGN, FMG, S1, t. 982, fs. 463 –468; “Carta de la Federación Sindical de Occidente a Manuel Restrepo, Popayán, septiembre 29 de 1928”, en: J. M. Rojas Guerra, La estrategia insurreccional socialista…, op. cit., pp. 266 –269; “Carta de Ignacio Torres Giraldo a Ángel Priftis, Cali, marzo 11 de 1925”, en: AGN, FMG, S1, t. 199, f. 323; Respuestas de Salvador Barbosa y Julio Ocampo Vásquez a la encuesta de El Socialista, Bogotá, No. 515, 1º de mayo de 1928. Julio Ocampo Vásquez, “Yo soy comunista”, en: El Socialista, Bogotá, No. 515, 1º de mayo de 1928.

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gentes políticos y las mujeres designadas como “flor del trabajo”, podían aspirar a un lugar entre los elegidos. En este período hubo líderes sociales que alcanzaron gran reconocimiento popular, y algunos de ellos, con el transcurrir del tiempo, se convirtieron en pioneros o símbolos del movimiento obrero e indígena del país, como Ignacio Torres Giraldo, María Cano, Raúl Eduardo Mahecha y Manuel Quintín Lame. En la cúspide del panteón obrero, estaban estos personajes, al lado de los mártires del 16 de marzo, Juan Francisco Moncaleano y Rafael Uribe Uribe. Un poco más abajo se ubicaban los líderes mencionados, y otros, como Lino Casas, Juan de Dios Romero, Tomás y Jorge Uribe Márquez, Vicente Adamo, Juana Julia Guzmán, Leonilde Riaño, Carlos Melguizo, Jacinto Albarracín y Arquímedes Buitrago. Y la base estaba ocupada por un sinnúmero de líderes regionales, agitadores políticos y víctimas de la represión, eventualmente exaltados en la prensa52 . De una u otra manera, todos eran integrados al mausoleo popular con el objetivo de crear identificación y sentido de pertenencia entre los trabajadores. Había, además, una intención pedagógica en la glorificación de ciertos personajes, como la de extender el ejemplo revolucionario a todos los lectores y mostrarles las cualidades y el estilo de vida que debían aprender. En esta idea subyacía, seguramente, la creencia de que se aprende más por la experiencia que por la teoría. Por otra parte, en la invención de los héroes populares nacionales fue muy importante el referente de los mártires de Chicago. Por ejemplo, la galería de “aguerridos soldados de la causa obrera y campesina de Colombia”, presentada por El Socialista, en su edición extraordinaria del Primero de Mayo de 1928, se ubicaba debajo y en paralelo a las fotografías de los sacrificados en Estados Unidos, en 188653 . De la misma manera, la conversión en héroes de las víctimas de la masacre del 16 de marzo de 1919 en Bogotá, se hizo por la asimilación de estos sucesos con los de Chicago. La fiesta del Primero de Mayo se celebró por primera vez en 1890, para rendir tributo a los obreros ejecutados en la ciudad de Chicago durante una huelga que exigía jornada laboral de ocho horas. Esta convocatoria, hecha por el Congreso Inaugural de la Segunda Internacional no tenía la intención de volverse un rito anual de los trabajadores, pero de forma espontánea siguió celebrándo-

52.

53.

Por ejemplo, en 1928 bajo el título de “Comprimidos psicológicos de revolucionarios criollos”, Biófilo Panclasta escribió una serie de semblanza de algunos personajes, y los publicó en Claridad, Bogotá, No. 55, 8 de junio de 1928. El Socialista, Bogotá, No. 515, mayo 1 de 1928.

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se cada año en muchos lugares del mundo. En nuestro país se conmemoró por primera vez en 1914, por iniciativa de la Unión Obrera de Colombia y continuó festejándose con regularidad hasta 1926. Durante los tres años siguientes, el gobierno prohibió que se llevaran a cabo manifestaciones públicas en esa fecha, y casi de forma ritual, en los días anteriores detenía a los principales dirigentes obreros del país para atemorizar y evitar la movilización de los trabajadores54 . Figura No. 12

Edición extraordinaria del Primero de Mayo, El Socialista, Bogotá, No. 515, 1º de mayo de 1928

54.

Maurice Domenaget, Historia del Primero de mayo, Barcelona, Editorial Laia, 1975; R. Vega, Gente muy Rebelde, t. 4. Socialismo, cultura y protesta popular, op. cit., pp. 3 –64.

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Como vemos, por el origen mismo de la conmemoración, la fecha era especialmente propicia para recordar a los mártires del pueblo, especialmente a los “equivalentes” locales de los obreros de Chicago, ya que creaban un sentido de continuidad y de pertenencia a un movimiento universal. En nuestro caso, fueron las víctimas de la masacre del 16 de marzo de 1919, quienes ocuparon ese lugar de forma más visible, y este hecho se convirtió en muestra patente de la represión del régimen y del desprecio gubernamental por la suerte del pueblo. Así, con la ceremonia de entierro, se inició la construcción del culto a estos personajes, cuyas tumbas se convirtieron en lugar de peregrinación obligada, por lo menos dos veces al año, el 16 de marzo y el Primero de Mayo. Este proceso se desarrolló, a grande rasgos, de la siguiente manera: cuatro días después de la masacre, se llevó a cabo el sepelio colectivo en el Cementerio Presbiteriano. Esa mañana –como ambientación para lo que vendría horas más tarde–, aparecieron letreros hechos con carbón, ultrajando al presidente Suárez. Luego, más de mil personas acompañaron los féretros por la carrera 8ª y por la calle 26, hasta llegar al cementerio, donde “hubo discursos contra el Presidente y los atentados de que había sido víctima el pueblo”55 . En esta corta descripción sobresalen dos elementos: por un lado, los nuevos mártires no fueron enterrados en el cementerio católico, creándose una brecha –no sabemos si voluntaria u obligada– con la institucionalidad eclesiástica, y por otro lado, por medio de los discursos, los artesanos caídos en la manifestación se transformaron en héroes sociales, que encarnaban al pueblo ultrajado. El proceso de mitificación continúo con la publicación del “Manifiesto del Sindicato Central Obrero a los artesanos de la República”, en el periódico La Libertad, órgano de expresión de dicho organización, el cual, junto con Gaceta Republicana, habían invitado a la marcha de protesta. El documento fijaba claramente el sentido de los acontecimientos cuando afirmaba: “fecha inolvidable en la historia del socialismo colombiano será el 16 de marzo de 1919. El germen patriótico de una idea redentora tuvo en ese día su bautismo de sangre, de sangre inocente que entenebrecerá la conciencia de los asesinos y los condenará al castigo formidable del odio y de la sanción inevitable del pueblo”56 . En este contexto, la comparación con el sacramento cristiano no era fortuito, sino una clara alusión a la purificación ritual de las víctimas.

55. 56.

AGN, FMG, S 1, t. 816, fs. 62 –63. “Manifiesto del Sindicato Central Obrero a los artesanos de la República”, en: La Libertad, Bogotá, No. 187, 3 de abril de 1919. Subrayado nuestro.

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Cuando ocurrieron tales acontecimientos, la prensa obrera de otras ciudades no tuvo acceso a información de primera mano, pero hizo comentario sobre éstos hechos y los repudió, basándose en las noticias que difundían periódicos liberales, como El Espectador, El Tiempo y Gaceta Republicana. Sin embargo, menos de dos meses después de la masacre, el obrerismo nacional tuvo oportunidad de hacer un acto conjunto, que ratificó el significado de estos personajes y seguramente los dio a conocer en nuevas regiones. Nos referimos a la celebración de la fiesta del trabajo, en Bogotá, donde se encontraban delegados de diferentes lugares del país, que habían viajado para asistir al Congreso Socialista. Ese día, se hizo una visita “a la tumba del Sr. Gabriel Chávez y a las de los mártires del 16 de marzo”, para llevarles coronas de flores y pronunciar discursos en su honor57 . Con este acto, el ritual de la peregrinación al cementerio se convirtió en un acontecimiento central en las celebraciones subsiguientes del Primero de Mayo. En un principio, la exaltación de los mártires del 16 de marzo fue promovida por el Partido Socialista, por lo que en los actos y las publicaciones de esta colectividad se hicieron importantes homenajes y alusiones para mantener vivo su recuerdo e incorporarlo, de manera permanente, a las tradiciones obreras. En 1920, por ejemplo, La Libertad, que para esa época había pasado a ser el órgano de difusión del Directorio Ejecutivo Nacional Socialista, dio publicidad a la sesión de esa colectividad, donde se recordó el “aniversario luctuoso” y luego transcribió un discurso pronunciado el Primero de Mayo, en la ciudad de Honda, durante la inauguración del Segundo Congreso Socialista. El referido discurso presentaba a las víctimas de la masacre como prueba patente de la traición de los gobernantes que, después de obtener los votos deseados, negaban los derechos a sus electores y llegaban incluso hasta el extremo de mandarlos asesinar58 . Sin embargo, ni la crisis ni la posterior disolución del Partido Socialista, significó la desaparición del culto a estos personajes, sino que continuó vigente y alimentando la misma tradición de donde había surgido. Para ilustrar esta afirmación, podemos acudir al informe de la policía que describe el homenaje rendido a estos personajes en 1922, en el cual se evidenciaba el ritual de hacer un desfile desde el centro de la ciudad hasta el cementerio, donde se pronunciaron discursos, recordado a los muertos y haciendo acusaciones al gobierno de Suárez. Sin duda, estos eventos eran muy similares a los que se habían llevado a cabo el día del entierro de las víctimas, tres años antes. Aunque no 57. 58.

“La fiesta del trabajo”, en: La Libertad, Bogotá, 9 de mayo de 1919. “Sesión del directorio”, en: La Libertad, Bogotá, No. 208, 20 de marzo de 1920; “Discurso”, en: La Libertad, Bogotá, No. 212, 31de mayo de 1920.

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podemos determinar exactamente hasta cuándo ocuparon este lugar privilegiado en el panteón popular, tenemos evidencia de que hasta 1926 –último año en que las condiciones de represión política permitieron celebrar el Primero de Mayo–, se realizó un acto conmemorativo en su honor59 .

IV. LOS

TEMAS DEL OBRERO ILUSTRADO

Aparte de los temas propiamente políticos e ideológicos, en la prensa obrera encontramos otros tópicos, que eran tratados en forma recurrente por estar fuertemente vinculados con su proyecto político: civilización, progreso, ciencia, alcohol, mujer, educación. Estos temas, que en principio se derivan de la matriz racional –iluminista, hacían parte del esfuerzo por construir al obrero ideal, quien no solamente debía ser consciente políticamente, sino, además, ilustrado, racional y temperante. La discusión de estos asuntos no era en sí misma una originalidad de la prensa obrera, pues éstas eran las cuestiones que se estaban agitando en la época, por intelectuales, médicos higienistas, dirigentes políticos liberales y la burguesía vinculada al sector exportador. Cada uno de estos grupos, desde sus propias experiencias e intereses, enfatizaba en la urgencia de adoptar medidas para sacar al país del estado de atraso, pobreza e ignorancia en que se encontraba y ponerlo a tono con la civilización moderna, cuyos modelos eran Europa occidental y Estados Unidos. Aunque había fuertes discrepancias en el diagnóstico y las soluciones propuestas, todos hablaban en nombre de la razón y la ciencia, que en ese momento eran considerados como los paradigmas más avanzados de la humanidad y por lo tanto se convertían en la fuente máxima de legitimación de cualquier propuesta. Por ejemplo, la discusión en torno a la “degeneración de la raza” en Colombia, las iniciativas para reformar la educación y las medidas adoptadas para modernizar la estructura productiva (descritas en el primer capítulo) formaron parte de esta cruzada por alcanzar la civilización y el progreso. Incluso, la Iglesia católica debió adaptar sus dogmas para darle cabida a estas ideas. Paul Benichou, ha resaltado que, en el siglo XIX, “la Iglesia se propuso demostrar que podía ser la religión del hombre moderno (y) trató de integrar a sus dogmas la libertad, el progreso y el misterio de los tiempos venideros”60 . El catolicismo, desde siempre, había reunido en Dios la causa y los

59. 60.

AGN. FMG, S1, t. 865, f. 207. Paúl Benichou, El tiempo de los profetas. Doctrinas de la época romántica, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 84.

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fines de la historia, pero en los fines no estaba implícito un avance progresivo de la especie. Esta idea apareció en el siglo XIX, de la mano del movimiento neocatólico europeo, que buscó modificar la expresión tradicional de la fe, incorporando valores contemporáneos, entre ellos el progreso, como voluntad de Dios. Para poder hacer esta adaptación, se despojó al concepto de progreso de su contenido racional y materialista y se le supeditó al mantenimiento de la moral católica, de manera que el progreso sólo era una meta alcanzable a través de la cristianización completa de la vida social. Esta corriente fue dominante en Colombia, no sólo entre el Clero, sino también entre sectores conservadores, e inspiró, durante la Regeneración, muchos de los intentos de articular el progreso con la moral católica61 . En síntesis, en torno a estos temas, se blandían dos fuentes de argumentación: por un lado, la religión católica y, por otro, razón y ciencia. Los periódicos obreros no dudaron en esta elección y se situaron en el bando de la razón. Por eso, sus posiciones se acercaron muchas veces a las de los liberales, los médicos higienistas y los industriales, aunque también tenían puntos importantes de ruptura, originados en las ideologías socialista y anarquista, y en su experiencia como sectores subalternos. A. Mujer La situación de la mujer fue un tema que preocupó a muchos escritores y dirigentes políticos de la época. Este interés estaba relacionado con principios ideológicos que teóricamente buscaban la igualdad de todos los seres humanos, con cuestionamientos morales sobre el papel de la mujer en la familia, y con una creciente presencia femenina en el sector productivo y las luchas sociales, que no podía pasar inadvertida. Mayoritariamente, los artículos fueron escritos por hombres, pues, en general, las mujeres no escribieron en la prensa obrerista ni en la radical y, salvo excepciones –como La Justicia, dirigida por María Cano–, su presencia en las publicaciones socialistas, socialistas–revolucionarias y anarquistas, fue escasa. Los periódicos artesanales obreristas fueron los que menos escribieron sobre el tema, y se mantuvieron más sujetos a esa mentalidad tradicional sobre la mujer, cimentada en la pretendida inferioridad intelectual del sexo femenino:

61.

Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, Estado y Nación en Colombia, Bogotá, Universidad Central –Siglo del Hombre Editores, 2002, p. 44 y ss; C. Abel, op. cit., p. 31 y ss.

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Con razón se ha dicho que las mujeres no tienen alma. La razón es que son orgullosas hasta lo incalificable, lo que denuncia una pequeñez intelectual que da grima. Bien sabemos que donde hay orgullo se da, como en terreno propio para su cultivo, esa ortiga malévola llamada insensatez. Y donde hay insensatez, parece no haber alma, que es el asiento de la inteligencia.(…) Pero en el cerebro de las mujeres no cabe la filosofía. Esta es habitadora del cráneo masculino, porque allí entra sin tener que encorvarse, como en un templo propicio a sus ofrendas.62

Consideraban que el lugar de la mujer estaba en el hogar, cumpliendo a cabalidad su rol de madre y esposa. En consecuencia, los periódicos trataban de ayudarla para que cumpliera su papel de la mejor manera posible, aconsejándola sobre temas como el ejercicio, la alimentación y el descanso. Incluso, la exigencia de una mejor educación para las mujeres estaba pensada por el beneficio que ello traería a los hijos de los trabajadores63 . Muy relacionada con esta imagen de la mujer, como madre y educadora de los futuros ciudadanos, aparecía otra representación mucho más idealizada y romántica, inspiradora de la bondad y de los grandes valores de la humanidad, que la ubicaba más cerca de los dioses que de los hombres. Estas características convirtieron a la mujer en objeto de veneración, “profunda consideración y de amante respeto”, pero dificultaron la comprensión de sus problemas, puesto que la imagen romántica ocultaba a la mujer real y a sus problemas cotidianos, al situar la reflexión entre astros, ángeles y divinidades64 . Por ejemplo, el periódico radical Ravachol incluía un artículo en los siguientes términos: Los astrónomos serán los sacerdotes, el templo de Dios será el universo y esa pléyade de mundos que flotan en las inconmensurables regiones siderales serán los pregoneros de la grandeza infinita del verdadero Dios, a quien adorará la humanidad futura, y entonces la mujer, esa sagrada diosa, en vez de doblar la rodilla ante el clérigo profano, elevará su alma a las dulces contemplaciones verdaderamente magníficas y sublimes, redimida por la instrucción, el amor y el trabajo, (...) así de la arcilla que es la crisálida del ángel, saldrá la mujer ilustrada que en vuelo majestuoso se remontará a lo sublime en busca de la verdadera gloria, consciente de su eterna grandeza y comprendiendo como mujer cuál es el puesto que le corresponde en justicia y llegando al pináculo

62. 63. 64.

“Las damas, horror”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 2, 25 de enero de 1913. “Para la mujer”, en: Trabajo y Libertad, Bucaramanga, No. 1, 1º de enero de 1910; “La mujer futura”, en: La Vanguardia, Bogotá, No. 4, 20 de febrero de 1912. “Guiones”, en: Trabajo y Libertad, Bucaramanga, No. 1, 1º de enero de 1910.

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del saber humano, ya redimida gritará llena de gracia incomparable: ¡Yo soy el alma de la humanidad! ¡Salve mujer!65

Este doble discurso sobre la mujer, como madre y diosa inspiradora, estaba presente en toda la prensa obrera, incluso en las publicaciones anarquistas. Sin embargo, desde finales de la década de 1910 es posible encontrar otro tipo de análisis enfocado hacia la situación social de la mujer y su papel como obrera. De esta manera, muchos periódicos publicaban artículos que se contradecían entre sí o que expresan una posición opuesta a los principios políticos e ideológicos que guiaban la publicación. Para ilustrar lo anterior con un caso concreto, consideremos a El Luchador, periódico de Medellín. En 51 números revisados, encontramos trece artículos expresamente dedicados a analizar el tema de la mujer, además de varias alusiones al tema, presentes en otros textos. En la mayoría de ellos se nota la preocupación por la situación de las obreras, pero prevalecía la concepción de la fábrica como un foco de perversión y una imagen idílica de la mujer, todo lo cual llevaba a la conclusión de que era imprescindible proteger a las trabajadoras que, por obligación, debían concurrir a estos sitios. Bajo esta lógica, la existencia de las obreras era vista como una anormalidad, una desviación que evidenciaba la injusticia social resultante de obligar a la mitad de la humanidad a asumir labores para las que no estaba destinada: (Protestamos) contra quienes violando las leyes de la caballerosidad, lanzan al abismo de la perdición, al fango putrefacto que llamamos mundo a tímidas, puras y débiles mujeres, que para poder llevar a sus labios intocados un mendrugo de pan, tienen que recorrer de norte a sur y de naciente a poniente las calles de la ciudad, en busca de tal o cual fábrica, almacén o agencia donde hilar su vida, en medio de trabajos duros y pesados, que aunque ennoblecen, fueron inventados para el hombre y no para seres delicados como lo son las mujeres. Y no queremos decir que ellas no deban trabajar. No: para ellas quedan la costura, el bordado y muchas más clases de trabajo de distinta índole; pero ya que el hado funesto de la suerte las pone frente a patronos –sinónimo de caciques, victimarios y rapaces– debe respetárseles como al más esencial de los órganos sociales, puesto que ellas “difunden la vida y el amor por el planeta.66

En este texto también encontramos unas dicotomías muy fuertes entre la concepción del hombre malo y perverso y la mujer buena e ingenua, y aunque se hacía énfasis en que la necesidad económica llevaba a las mujeres a una situa65. 66.

“La religión del porvenir”, en: Ravachol, Bogotá, No. 11, 11 de septiembre de 1910. Plym, “Las armas del caciquismo”, en: El Luchador, Medellín, No. 61, 17 de junio de 1919; en esta misma línea, véase: Mario, “Meditaciones”, en: El Luchador, Medellín, No. 81, 2 de septiembre de 1919.

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ción de vulnerabilidad frente a los patronos, la solución que proponía era actuar con respeto y caballerosidad; es decir, que frente a un problema social, respondía con una fórmula que apelaba al paternalismo y a la moralidad. En otros artículos, por el contrario, la solución se asociaba con la instauración del socialismo y la transformación social. Incluso, se hacía un llamado de atención a los revolucionarios para que tuvieran presente que, si no se remediaba el sometimiento femenino, ninguna de sus aspiraciones políticas podría cumplirse a cabalidad67 . El tono que utilizaban los articulistas era bastante paternalista y, aunque llamaban a las mujeres a unirse al socialismo para alcanzar la igualdad y hacerse “acreedoras a ser verdaderas compañeras del hombre en sus tribulaciones y precipicios”, quedaba claro que ellos (los hombres) eran quienes las iban a guiar por el camino de su redención; por otra parte, parecía que, para algunos, esa igualdad no suponía un cambio en los roles tradicionales68 . Esta situación la podemos ver en F. Orrego Restrepo, quien escribió un artículo donde recalcaba la importancia de la educación de la mujer y los cargos políticos destacados que ellas ocupaban en Inglaterra y Estados Unidos. Así mismo, comentaba positivamente la creación del partido feminista en Buenos Aires y llamaba la atención para que ese ejemplo fuera seguido por todas las mujeres del continente. Sin embargo, en otro escrito posterior afirmaba que las mujeres debían tomar como suya la cuestión social, porque reformas como el nivel del salario o la jornada de ocho horas harían que los obreros llevaran más dinero a casa y estuvieran más tiempo en el hogar, “permitiendo a la mujer ejercer mejor el papel de madre”69 . Las mujeres que escribían para los periódicos obreros tampoco tenían una posición unánime ni necesariamente progresista. En un artículo publicado en El Luchador, pero que originalmente había sido publicado en El Artesano, de Girardot, una mujer escribió, con el seudónimo de Una Obrera, llamando a sus congéneres a educar física, moral e intelectualmente a sus hijos para la nueva sociedad. Específicamente, recomendaba que la educación de las niñas estuviera encaminada a convertirlas en “esposas modestas y abnegadas, educándolas con preferencia para el hogar con nuestro buen ejemplo”70 . María López, desde una perspectiva diferente, presentaba como modelo a seguir la actuación de las mujeres durante la guerra europea, cuando reemplazaron al hombre en las fábricas y en las oficinas. 67. 68. 69. 70.

Alfredo Calderón, “La Mujer”, en: El Luchador, Medellín, No. 72, 26 de julio de 1919. Jacinto Albarracín, “La mujer en el socialismo”, en: El Luchador, Medellín, No. 96, 24 de octubre de 1919. F. Orrego Restrepo, “Feminismo” y “Feminismo III”, en: El Luchador, Medellín, Nos. 78 y 79, 21 y 26 de agosto de 1919. Una Obrera, “La Mujer y el socialismo”, en: El Luchador, Medellín, No. 71, 23 de julio de 1919.

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Además, manifestaba su rechazo a los hombres que las consideran inferiores mentalmente y llamaba a sus congéneres a que se instruyeran71 . Aunque en este segundo caso se evidencian algunos elementos de ruptura con el rol tradicional de la mujer, no hay un cuestionamiento a la especificidad de la opresión femenina. En ese sentido, la interpelación más directa al dominio patriarcal, se hizo a través de la reproducción de un artículo proveniente del extranjero, de Núñez de Prado, donde en forma clara se explicaba que, El hombre pobre y trabajador se halla oprimido por el que es rico y no trabaja; pero a este hombre le queda aún el recurso, bien triste por cierto, de vengarse de la opresión que sufre, oprimiendo a su vez a la hembra que le tocó en suerte; a esta hembra no le queda ya ningún medio de desahogo y tiene que resignarse a padecer el hambre, el frío y la miseria que se origina en la explotación burguesa y, como si esto fuera poco, a sufrir la dominación bestial, inconsiderada y ofensiva del macho.72

Entre las colaboradoras de los periódicos obreros del país, conocemos solamente un caso donde se hicieron cuestionamientos de esta naturaleza, aunque al parecer, no con la misma claridad. Nos referimos a un artículo aparecido en el periódico anarquista, Vía Libre. Allí, Ana María García, su autora, interpelaba fuertemente a los hombres por considerar a las damas como un mueble de adorno y un objeto de placer: “Yo, aunque también con pocos conocimientos, pero sí llena de rebeldías, hago un llamado a la mujer, pues ha llegado la hora de impedir que el hombre nos lleve como instrumento ciego al antojo de su voluntad e inspiremos en él tan poca confianza”. Para cambiar esta situación, llamaba a sus congéneres a ilustrarse: “fomentemos esa cultura que nos hace falta, que ha sido la causa primordial que ha detenido la marcha de las reivindicaciones sociales. ¡Guerra a la ignorancia, viva la revolución social!” 73 . No tenemos noticia de que la prensa obrera colombiana hubiera abordado temas como el control de la natalidad, el amor libre o la sexualidad, que eran cuestiones relativamente importantes en las publicaciones anarquistas del cono sur o de Europa74 . Consideramos que esto ocurrió porque en nuestro país no se

71. 72. 73. 74.

María López, “Por nosotras”, en: El Luchador, Medellín, No. 81, 2 de septiembre de 1919. Núñez de Prado, “Grandes ideas”, en: El Luchador, Medellín, No. 99, 5 de noviembre de 1919. Ana María García, “A la mujer”, en: Vía Libre, Barranquilla, No. 1, 4 de octubre de 1925. Citado en: A. Gómez, op. cit., p. 67. Cfr. Maxine Molyneux, “Ni Dios, ni patrón, ni marido. Feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX”, en: La voz de la mujer. Periódico comunista– anárquico, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, pp. 26 – 30; F. J. Navarro Navarro, “El paraíso de la razón”…, op. cit., pp. 117 –128.

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configuró un discurso trasgresor de la sexualidad o la familia tradicionales. Por eso, el único tema correlacionado que mereció atención fue el de la prostitución75 . Esta fue vista como un grave problema y se analizó desde lo social y lo moral. En lo social se hacía énfasis en que los bajos salarios, la presión de los jefes y la necesidad económica, podían llevar a las mujeres a la prostitución, pero, al mismo tiempo, esta actividad era condenada moralmente, de modo que frecuentemente se pedía a las autoridades que tomaran medidas inmediatas para acabar con los escándalos que propiciaban los lugares de lenocinio. Por ejemplo, en El Luchador se decía: El alcoholismo y la prostitución desenfrenada tienen sentados sus reales en este departamento antioqueño, no obstante la meticulosidad y el convencionalismo que se gasta en todas las acciones y relaciones de la vida, en las cuales nos exhibimos como modelos de civilidad, corrección y sanas costumbres. Las asambleas departamentales y nuestros mandatarios no se han preocupado por la triste suerte que está reservada a la juventud si no se la inicia por una senda de morigeración y rectitud, y se la deja rodar a la ciénaga inmunda de la intemperancia y el vicio, donde será elemento de putrefacción que acabará por enrarecer y envenenar el ambiente patrio.76

Como se ve, el discurso sobre la mujer se desenvolvía en grandes contradicciones, puesto que para los hombres y mujeres de la época, no era fácil despojarse de los prejuicios machistas imperantes en la sociedad y esto chocaba con las nuevas ideas de igualdad y transformación social. La prensa coincidía en señalar un futuro donde existiría igualdad de los sexos, pero esta afirmación aparecía dislocada de la realidad inmediata, donde prevalecía la desigualdad, e incluso se retomaba el discurso tradicional de la mujer como madre y como ser inferior.

75. 76.

La campaña de apoyo al matrimonio civil, analizada en el capítulo 2, se puede interpretar como un esfuerzo de laicizar la sociedad, pero no marca una ruptura con la familia tradicional. “Por la raza”, en: El Luchador, Medellín, No. 109, 9 de diciembre de 1919. En este mismo periódico, véase: “Los tenorios”, No. 81, 2 de septiembre de 1919; “La prostitución”, No. 95, 22 de octubre de 1919; F. Orrego Restrepo,”Antioquia se suicida”, No. 101, 11 de noviembre de 1919; Sara Lince, “Tristes cosas”, No. 103, 18 de noviembre de 1919; “Mocoa”, No. 112, 19 de diciembre de 1919.

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B. Educación Figura No. 13

Cabezote de El Faro, Bogotá, 1905–1906

La Figura No. 13 recoge una idea muy extendida, consistente en considerar a la prensa como una fuente eterna de luz que llevaba civilización y progreso al país. Esto se sustentaba en la creencia de que el Clero y el gobierno tenían sumido al pueblo en la oscuridad, el atraso y la ignorancia y, por lo tanto, debía ser ilustrado y civilizado para que toda la nación pudiera transitar por la senda del progreso. Para comprender el discurso sobre la educación, es necesario aclarar que la prensa obrera tenía una gran confianza en el poder de transformación material y moral de la educación. Es decir, que la instrucción del pueblo se consideraba un requisito fundamental para alcanzar el progreso y la civilización. En este orden de ideas, uno de los objetivos centrales de los periódicos era colaborar en esa cruzada contra la ignorancia, por lo que el contenido del periódico, en sí mismo, se considera un medio de educación y de difusión de la luz, la ciencia y la razón. Al respecto, en Trabajo y Libertad, se decía: La educación es la base indestructible en la que erigen los pueblos modernos sus monumentos de grandeza y poderío. Si estos métodos han salvado a otros de la servidumbre y del caos social, ¿por qué no ha de salvar a los nuestros? La educación salvará a nuestros pueblos. La educación desinfecta las sociedades: La educación se impone ante el ejemplo altivo de las demás razas. 77

77.

Maximiliano Avilés, “La educación hace un llamamiento a los hombres de nuestra raza”, en: Trabajo y Libertad, Bucaramanga, No. 4, 12 de febrero de 1910.

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Los razonamientos que hemos expuesto hasta aquí, contienen una compleja mezcla de elementos iluministas y simbólico–dramáticos que parecieran confirmar la hipótesis de una prensa rica en imágenes, pero pobre en conceptos. Así, el ideario de ilustración, civilización y progreso (propio de la matriz iluminista) se sustentaba con figuras dicotómicas, propias de la lógica simbólica, como “día–noche”, “luz–tinieblas”, “Estado protector–pueblo abandonado” y “ricos perversos–pobres ingenuos”, pero el remedio que se proponía, nuevamente, se puede incluir dentro del campo iluminista: educar al pueblo tanto en los científico como en lo político. La educación científica se promovía a través de la publicación de artículos y conferencias sobre adelantos agrícolas, técnicos, médicos y científicos. Temas como nuevas formas de cultivo, tratamiento científico de enfermedades, descubrimientos astronómicos e inventos de nuevas máquinas, desfilaron por los periódicos obreros, teniendo como fin tácito que agricultores y productores del país aprendieran o desarrollaran formas modernas, eficientes e higiénicas de producción. La ilustración política buscaba dar a conocer ideas que eran relativamente nuevas en el medio colombiano o, que pese a ser antiguas, no se habían realizado efectivamente. En consecuencia, muchos obreros, intelectuales y dirigentes políticos explicaron pacientemente, a través de sus artículos, qué era y cómo funcionaba el proteccionismo económico; cuál era la importancia del ahorro, de las asociaciones mutuarias y gremiales; por qué los obreros eran importantes para el país; en qué se diferenciaba una democracia de una monarquía; cuál era el significado de nociones como soberanía popular, ciudadanía, libertad, igualdad, justicia; por qué las revoluciones Francesa, Rusa y Mexicana eran referentes fundamentales para el pueblo; e hicieron diversos razonamientos sobre las principales ideologías políticas (liberalismo, socialismo, anarquismo, comunismo). Pese a las adaptaciones de estos temas políticos a formas populares de interpretar el mundo, no puede despreciarse la contribución que estas publicaciones hicieron en la construcción de una cultura política democrática. Los textos explícitos sobre educación no eran frecuentes ni los periódicos habían logrado consolidar una página o columna sobre el tema, pero es posible encontrar reflexiones y apuntes dispersos en artículos de diversa índole, puesto que cualquier tipo de denuncia, programa político, o artículo sobre la situación del país, podía conducir fácilmente a la reflexión sobre la necesidad de la instrucción. Por esta razón, se trataba la mayoría de las veces de un discurso general y reiterativo, que no profundizaba en sus postulados ni hacía referencia a temáticas pedagógicas o métodos concretos de enseñanza.

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Uno de los distintivos de la prensa socialista y especialmente de la anarquista en otros lugares del mundo fue la divulgación de debates y de propuestas pedagógicas concretas, que habían sido diseñadas por copartidarios, algunos de ellos de gran notoriedad, como Francisco Ferrer, Luis Huerta, Antonia Maymón, Eusebio Carbó y José Alveola. En estos casos, el pueblo no era el centro de la reflexión, como en Colombia, sino la infancia. Por eso, los escritos versaban sobre temas muy particulares, como la pedagogía activa, el comportamiento del niño, su psicología y los enfoques que debían adoptar la enseñanza durante la infancia para propiciar el desarrollo integral del individuo78 . A la prensa obrera colombiana apenas llegaron ecos lejanos de esta discusión a través de la trascripción de artículos de autores como Rafael Barret o Víctor Hugo79 . Esto se explicaba, en parte, porque no hubo grupos de intelectuales o docentes vinculados al movimiento obrero que difundieran y discutieran estos temas, sino que esto quedó a la buena voluntad de personas que tenían otras profesiones y generalmente eran autodidactas. Además, el peso abrumador del analfabetismo en el país y lo precario del sistema educativo hacían que estas discusiones se volvieran secundarias ante la urgencia de conseguir un mínimo de instrucción para toda la población. Los artículos sobre las políticas educativas de los gobiernos conservadores no eran comunes, aun cuando se cuestionaba el dominio clerical sobre la educación y se mostraba que era una situación perniciosa para el avance de la razón y el progreso del país. Además, se denunciaba que esa era una estrategia política para mantener en la ignorancia al pueblo y evitar que se sublevara contra sus explotadores, pues se creía que un pueblo educado bajo los presupuestos de la ciencia y la razón podría adquirir conciencia y estaría preparado para vincularse a la lucha por la emancipación social. La propuesta básica era una educación laica, basada en la ciencia y la razón, que combatiera la superstición y el fanatismo religiosos, y difundiera conocimientos útiles, que sirvieran para el desarrollo material del pueblo, como se observa en este fragmento de Ravachol: Los gobiernos de fondo teocrático no hacen extensiva la educación a las masas porque así mantienen su poder, haciéndose dueños de la conciencia individual “la inteligencia libre y armada del telescopio de la ciencia”. 1º En el orden intelectual queremos que las ciencias o las verdades científicas de carácter universal

78. 79.

Para España, véase el trabajo de F. J. Navarro Navarro, op. cit., particularmente, las páginas 150 –154; Para Argentina, véase, J. Suriano, op. cit., pp. 217 –245. Víctor Hugo, “Después de haber visitado un presidio”, en: El Luchador, Medellín, No. 103, 18 de noviembre de 1919; Rafael Barret, “Grandes ideas”, en: El Luchador, Medellín, No. 97, 29 de octubre de 1919.

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no sean patrimonio del Estados destinado exclusivamente a alimentar cerebros agotados en el ocio y adormecidos en la sensualidad y el fanatismo clerical (....) 2º Queremos que la base fundamental de la instrucción pública sea la ciencia experimental despojada de sofismas filosóficos, de susceptibilidades religiosas, de preocupaciones teológicas y de cálculos políticos y sociales. Debe presentarse al pueblo tal como es : luz universal que cada cual aproveche para el uso que de ella quiera hacerse en el arte, profesión e industria que se quiera adoptar para ganar con perfección, la vida con los progresos de trabajo y tener derecho de vivir bien y honradamente en una sociedad laboriosa y honrada.80

En los programas políticos de los partidos Obrero, Socialista y Socialista Revolucionario, la educación mereció atención especial por su doble condición de reivindicación social y necesidad política de los trabajadores. En consecuencia, las propuestas sobre educación eran presentadas reiterativamente por los candidatos obreros a cargos de elección popular. Por ejemplo, para las elecciones de consejo Municipal, en 1911, se proponía la “nacionalización de la enseñanza: locales propios y adecuados, escuelas nocturnas; bibliotecas; escuelas de artes y oficios; personal idóneo”81 . En general, las propuestas guardaban gran similitud entre sí, pero hubo pocas oportunidades reales de ponerlas en práctica, quizás con la notable excepción de Girardot, a principios de la década de 1920, donde (como vimos en el capítulo segundo) el Partido Socialista obtuvo mayoría absoluta en el consejo municipal y pudo concretar la fundación del Colegio Camilo Torres, el Instituto Obrero y la Biblioteca Popular, obras que debían sostenerse con un impuesto a la chicha y a las bebidas alcohólicas. C. Ciencia y progreso Lo mismo que acontecía con el asunto de la educación, los discursos sobre la ciencia y el progreso no se encontraban en artículos exclusivamente dedicados a estos temas, sino acompañando escritos de diversa índole, dada su centralidad en el proyecto político y educativo de la prensa. Es decir, estos aspectos no eran circunstanciales o accesorios, sino pilares fundamentales para alcanzar objetivos como libertad, igualdad, democracia, soberanía y, lo que en forma vaga se denominaba “sociedad futura”.

80.

81.

“Lo que nos proponemos”, en: Ravachol, Bogotá, No. 13,18 de septiembre de 1910. Véase, también: Carlos Melguizo, “Lo que es el socialismo en Colombia”, en: El Luchador, Medellín, No. 106, 28 de noviembre de 1919; y F. A. Durán, “La infancia y su educación”, en: La Idea, Girardot, 25 de enero de 1920. “Circular No. 5”, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 36, 14 de septiembre de 1911.

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La gran fe depositada en la ciencia radicaba en su capacidad de explicar racionalmente cualquier fenómeno e inducir en los ciudadanos un comportamiento guiado por la razón y no por la religión. En este punto era evidente el nexo con las filosofías humanistas, particularmente desde los enciclopedistas, las cuales compartían unos fuertes principios anticlericales y antirreligiosos, en la medida en que pretendían basarse en la razón como fundamento de todo conocimiento, en oposición a la revelación promulgada por la religión82 . Ciencia y progreso eran considerados como parte de los principales bienes de la civilización moderna, como medio y fin de la humanidad. Por ello, no cabía ningún cuestionamiento sobre el carácter o las posibles consecuencias que podían traer estos elementos. En este sentido, consideramos que la apreciación que hace Mauricio Archila sobre el periódico La Humanidad puede aplicarse al conjunto de la prensa obrera, al afirmar que “aceptaba cierta concepción de la ciencia como construcción, neutra de la humanidad en su avance inexorable hacia el progreso”83 . El único obstáculo radicaba en que, hasta ese momento, la ciencia estaba solamente al alcance de unos pocos, siendo la gran misión del movimiento obrero democratizarla para que llegara a todas las clases sociales. Este era el mensaje de El Piloto, cuando afirmaba: La ciencia es la rival del egoísmo, pues este trata siempre de oscurecerla; hoy la clase aristocrática pretende acapararla, pero no se da cuenta de que esta penetra como un gas, a veces con mayor facilidad en las cabañas y guaridas donde nunca la imaginación lo hubiera creído, y luchando con miles inconvenientes, sale vencedora sobre la clase aristocrática egoísta. Así danza la ciencia entre las gentes grandes y descansa entre las gentes demócratas. (…) La ciencia en lo sucesivo debe ser vulgarizada –dice Carlos Amalato– porque si continúa siendo patrimonio de un reducido número de individuos, no tardará en ser la ciencia solamente de la clase alta; la sociedad hoy lucha en ese sentido.84

En consecuencia, casi todos los periódicos realizaron un esfuerzo por difundir los adelantos de la ciencia y lo que entonces se denominaban “conocimiento útiles”. Aunque había cierta predilección por las técnicas modernas de cultivo, no encontramos un criterio claro en la elección de los temas, sino una intención general y hasta enciclopédica de dar a conocer a sus lectores todos los avances que la ciencia moderna había puesto al servicio del hombre.

82. 83. 84.

Tomás Moulian e Isabel Torres, op. cit., p. 53. M. Archila, “La Humanidad, el periódico obrero de los años veinte”, op. cit., p. 23. “La ciencia y el egoísmo”, en: El Piloto, Bogotá, No. 2, 4 de marzo de 1919.

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D. Alcohol El discurso contra el alcohol, presente en la prensa obrera, puede considerarse un flanco de batalla en la lucha contra la irracionalidad y el atraso. El alcohol limitaba el ejercicio de la razón, que dentro de la cultura racionalista e ilustrada constituye la esencia humana. Por eso, las bebidas embriagantes representaban la degeneración de la raza en la medida que alejaban a los pueblos de ese ideal humano de racionalidad85 . Bajo estos presupuestos, es fácil comprender la energía puesta en esta campaña para disuadir a los lectores de continuar con el consumo de bebidas, como la chicha, el guarapo y el aguardiente, dependiendo de la zona geográfica que cubría la publicación. En los escritos, el alcoholismo aparecía como un verdadero “cáncer social”, que tenía consecuencias negativas a nivel individual y social, pero también político. A nivel individual se resaltaba la aparición de ciertas enfermedades asociadas al alcoholismo, perversión moral y pérdida de facultades mentales, mientras que en lo social se señalaba desintegración de la familia, pobreza, criminalidad, suicidios y retraso material86 . Las consecuencias políticas fueron tratadas con especial atención para señalar que el hábito de la bebida era un factor adverso en la lucha de los obreros, como lo señala el siguiente estribillo de El Obrero Moderno: Tarda la victoria de la clase obrera, por la acción maldita de la borrachera Cuando los obreros ya sean temperantes, todos sus derechos estarán triunfantes Que cruce este grito de América a Europa: ¡la instrucción arriba y abajo la copa! 87

En esta medida, la guerra contra el alcohol era también una contienda política que implicaba reivindicaciones de igualdad social e independencia política. Por eso, las organizaciones obreras apoyaron las campañas gubernamentales para reducir el consumo de bebidas alcohólicas, pero demandaron que el cumplimiento de las medidas se exigiera para todas las clases sociales por igual y no solamente para los sectores populares. Por ejemplo, en El Obrero Moderno apareció un comentario a la ordenanza No. 14 de 1913 sobre el expendio de licores fermentados, apoyando su intención, pero pidiendo que

85.

86. 87.

El debate sobre el alcohol en la prensa obrera en este periodo, no fue exclusivo de Colombia, pues la prensa obrera Chilena también discutió ampliamente este tema y lo planteó en términos muy similares. Este tema es desarrollado por T. Moulian e I. Torres, op. cit., pp. 65 –78. “Me conocéis”, en: El Proteccionista, Bogotá, No. 13, enero 14 1911; “El artesano”, en: La Libertad, Bogotá, No. 19, 6 de enero de 1910. “Contra el alcoholismo”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 1, 18 de enero de 1913.

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hubiera realmente justicia y que se aplicaran las mismas medidas para los expendios de licores caros, porque, hasta ese momento, los gobierno conservadores se habían dado a la tarea de “atacar los derechos de la gente menuda”, privilegiando las castas dominantes88 . Reclamos de este tipo se hicieron a través de artículos de prensa, de memoriales y de acciones de hecho, como los motines ocurridos en Bogotá durante el mes de julio de 1922. La causa inmediata de estos últimos, fue el incumplimiento del acuerdo 27 de 1922, por parte del Estanco de la Gobernación de Cundinamarca y de algunos billares frecuentados por el elite, que prohibía abrir los expendios de bebidas alcohólicas después de las ocho de la noche y en días feriados89 . El discurso antialcohólico también hacía parte de la lucha política para liberar al pueblo del yugo que el Gobierno y las clases dominantes mantenían sobre él, gracias al alcohol. Era común la idea de que las clases dominantes se valían de las bebidas alcohólicas para embrutecer y explotar más al pueblo, utilizando este vicio como estrategias de control social. Por esto, hacia la segunda mitad de la década de 1920 –aunque el objetivo seguía siendo redimir al pueblo del alcohol–, ya no se manifestaba credibilidad en las campañas ni en las leyes gubernamentales, puesto que “los gobiernos burgueses viven del alcohol, de la prostitución, del juego, y de todos los sistemas inventados por la burguesía para esclavizar e idiotizar a los trabajadores, de manera que sea o no ley la libertad de fabricar alcohol, el pueblo seguirá lo mismo de borracho y de ignorante dentro del Gobierno burgués”90 . Un argumento adicional vinculaba la campaña antialcohólica de la prensa y la disputa contra el Gobierno, sosteniendo que éste obtenía parte de sus ingresos a partir de las rentas de licores; de ahí que se pensara que si los obreros dejaban de consumirlos, debilitaban la base del poder del régimen. Por ello, en los artículos se cuestionaba agriamente a quienes continuaban con ese hábito, a través de frases como, “el obrero que bebe aguardiente es un esclavo tributario del pueblo que lo explota y lo degenera”; “He ahí la cadena que soporta el pueblo y (este) no se atreve a romperla porque se cae su gobierno. El pueblo no

88.

89. 90.

“Falsa interpretación de la justicia”, en: El Obrero Moderno, Bucaramanga, No. 5, 12 de abril 12 1913. María Clara Llano y Marcela Campuzano, muestran que los obreros organizados políticamente no sólo apoyaban las medidas del gobierno, sino que exigían que se dictarán más normas para acabar, de manera definitiva, con el problema: La chicha, una bebida fermentada a través de la historia, op. cit., pp. 136 –137. Renán Vega, Gente muy Rebelde, t. 3. Mujeres, artesanos y protestas cívicas, op. cit., pp. 169 –179. “Los húmedos y los secos”, en: El Socialista, Bogotá, No. 530, 16 de septiembre de 1928.

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quiere que cese la opresión”, y “OBREROS: Guerra al alcohol una de las muchas causas de nuestra miseria”91 . El Socialista adelantó una campaña de denuncia durante el segundo semestre de 1928 en contra de los chicheros, por ser responsables de la miseria de los obreros, de explotarlos, embrutecerlos y especular con el precio de la bebida. La propuesta contra estos personajes era bastante radical, puesto que llamaba a tomar medidas de hecho contra ellos, como colgarlos “de los postes de la luz y de las ramas de los árboles”, lincharlos o boicotearlos92 . La beligerancia de estas proposiciones se explicaba por el malestar social que desde hacía varios años se venía incubando contra los dueños de algunas chicherías, quienes, tras la excusa de nuevos impuestos a la bebida, aumentaban el precio en forma desmedida. Esta fue la causa inmediata de los ataques populares a las chicherías de Chiquinquirá, en 1916, y a las de la capital, en 1923 y 192993 . El discurso sobre la temperancia no estuvo exento de contradicciones, puesto que, en los mismos periódicos donde se condenaba el consumo de alcohol, se promocionaba cerveza, y en menor medida el vino. Marcas de cerveza como Bavaria, Don Quijote, Camelia Blanca y Rosa Blanca, exhibían sus anuncios en periódicos obreros de la capital e incluso Lino Casas, dueño de la fábrica de cerveza Camelia Blanca, se cuenta entre los fundadores del Partido Obrero, estando, además, muy cercano a El Proteccionista. Esta relativa preferencia por la cerveza, evidencia cómo algunos sectores obreros estaban comprometidos con un ideal de progreso abstracto, que aceptaba como cierto una especie de determinismo etílico, difundido en la época por médicos higienistas, periodistas y dirigentes políticos. “Este determinismo suponía la discriminación de bebidas alcohólicas entre mejores y peores, unas benéficas y otras perjudiciales, las unas asociadas al progreso y las otras con el atraso”94 . En este sentido, la cerveza era una bebida moderna, preparada científicamente y bajo estrictas normas de higiene, cualidades que no se le atribuían a otros licores, especialmente a los de fabricación casera, como la chicha o el guarapo, sinónimos de atraso y suciedad.

91.

92. 93. 94.

La Humanidad, Cali, 13 de junio de 1925 y 16 de octubre de 1926. Citado en M. Archila, “La Humanidad, el periódico obrero de los años veinte”, op. cit., p. 24. La última frase aparecía como epígrafe de los periódicos Germinal y Vanguardia Obrera, de Barrancabermeja. “A degüello tocan”, en: El Socialista, Bogotá, No. 538, 29 de noviembre de 1928. R. Vega, Gente muy Rebelde, t. 3. Mujeres, artesanos y protestas cívicas, op. cit., pp. 169 –179. Ibíd., p. 160.

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En conclusión, exceptuando, en algunos aspectos, el tema de la mujer, los demás discursos no pueden analizarse en forma aislada, puesto que todos están concatenados en un proyecto político y social, fundado en la ciencia y la razón. Así, la ignorancia, el alcoholismo y el fanatismo religioso, eran considerados factores de atraso, de degeneración física y moral, y de sometimiento a las clases gobernantes. Para superar este oscuro panorama, se erigía la educación como medio por excelencia para llevar la luz (ciencia y razón) al pueblo y encaminarlo por la senda del progreso y la civilización. Sin embargo, contrario a lo que podría deducirse de esta argumentación, ni siquiera el discurso (sin tener en cuenta la práctica), lograba situarse totalmente en la matriz racional, sino que compartía elementos propios del pensamiento popular. En todos los discursos, subyacía la creencia de que los procesos históricos eran parte de la eterna lucha entre el bien y el mal, y de la promesa de redención humana.

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PALABRAS FINALES

Presentar conclusiones sobre un tema es siempre provisional, y esto es especialmente cierto en nuestro caso, puesto que este trabajo constituye solamente una primera aproximación panorámica al mundo de la prensa obrera colombiana, durante la segunda y tercera décadas del siglo pasado. Sin duda, la consulta de nuevos archivos, la realización de estudios regionales y la posibilidad de comparar en líneas de tiempo más largas, puede implicar una revisión de los resultados que aquí presentamos. Es necesario recalcar que la prensa obrera de comienzos del siglo XX fue heredera directa de la prensa artesanal radical, desarrollada durante el siglo anterior, pero se vio favorecida y transformada por un nuevo contexto económico, que le permitió un dinamismo y una cobertura mucho más amplia que su antecesora. Esto se evidencia en que la mayoría de periódicos se localiza en regiones con importante tradición artesanal, y en aquellas fuertemente dinamizadas por los procesos de modernización. El despegue definitivo de la economía agro exportadora y el rudimentario proceso de industrialización contribuyeron a configurar una infraestructura y un público potencial –y real–, mucho más grande. De un lado, el telégrafo, el tren, las carreteras, la electricidad, permitieron a los periódicos obreros una producción y una distribución más amplia. Por otro lado, la economía cafetera puso en movimiento una vasta red que involucraba desde las haciendas hasta los puertos que comunicaban con el mercado mundial, propiciando no sólo el traslado de mercan-

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cías, sino el intercambio de ideas, noticias y formas de organización de colonos, campesinos, obreros, trabajadores portuarios, marineros, pequeños comerciantes y todos aquellos que participaban en esta dinámica. Adicionalmente, las fábricas y los enclaves económicos extranjeros crearon importantes conglomerados de población que compartían condiciones de vida similares y se convirtieron en destinatarios de la prensa obrera. Durante el período que cubre este estudio, las conferencias y la prensa fueron los ejes centrales de la propaganda política, no sólo para los trabajadores y las organizaciones de izquierda, sino también para los partidos políticos liberal y conservador. En consecuencia, el naciente movimiento obrero no estaba inventando nuevos medios de comunicación, sino apropiándose de una tradición política existente en el país y compartida por la cultura occidental. Sin embargo, los trabajadores aportaron al debate público al poner en discusión los temas del mundo del trabajo y asuntos de actualidad nacional, vistos desde la perspectiva de los sectores populares. La prensa obrera y popular cumplió un papel central en la emergente política obrera, en la medida en que se constituyó en un instrumento para alcanzar dos objetivos centrales: la ilustración y la organización política de los sectores populares. Fue, precisamente, esta doble condición, política y cultural, la que convirtió al periódico en un arma de lucha imprescindible para las organizaciones obreras, y posibilitó la concatenación de los espacios político, social y cultural del mundo de los trabajadores. Las características generales del periodismo plebeyo, pueden sintetizarse en los siguientes aspectos: Los periódicos asumieron la representación de lo popular como elemento que justificaba su existencia. No obstante, se debe señalar que se privilegió al pueblo trabajador, conformado por pequeños industriales, artesanos, obreros, jornaleros, campesinos y asalariados urbanos, pero dejando de lado otros sectores sociales. De esta manera, la relación que se establecía entre pueblo y trabajadores era muy ambigua, pues, en algunos momentos, se identificaban como sinónimos, mientras en otros buscaban diferenciarse situando a los obreros en un peldaño superior del pueblo A diferencia de otros medios de comunicación utilizados por los trabajadores, la prensa obrera no estaba destinada a un poder político o social superior, sino principalmente a sus iguales. Por consiguiente, no pretendía limitarse a realizar una simple labor de intermediación, sino a impulsar la transformación política y social de sus destinatarios, quienes eran valorados en forma muy positiva como factores de progreso para el país. En realidad, el periodismo popular contribuyó a la “construcción” de un público obrero, receptivo a las ideologías y a las actividades de las organizaciones políticas de los trabajadores 200

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Aunque la mayoría de los periódicos obreros eran dirigidos por pequeños industriales, abogados, intelectuales o artesanos, y sólo en menor medida por obreros, quienes escribían en la prensa obrera se sentían identificados con este apelativo o con su causa, y buscaban difundir su ideario político, denunciar la situación de explotación de los trabajadores y llegar a ese sector de la población. Las publicaciones se definían a sí mismas como apolíticas, porque prevalecía una noción negativa de la política, entendida como lucha electoral bipartidista, maquinación, fraude, mentira, violencia, ambiciones personales y manipulación del pueblo. En este sentido, se trataba de enseñar que los periódicos no seguirían los vicios de los políticos tradicionales, sino que trabajarían desinteresadamente por el mejoramiento material e intelectual del pueblo En consecuencia, la oposición al Partido Conservador o a cualquier idea o principio político que lo sustentara, fue otra característica común a toda la prensa obrera del período, mostrando una gran coherencia entre el discurso y la práctica. La justificación a esta postura derivaba, por un lado, de un análisis histórico negativo de los gobiernos conservadores: no respetaban las libertades individuales, eran un obstáculo para el progreso social y no favorecían a los trabajadores. Por otro lado, la crítica se situaba en el terreno moral, denunciando la maldad de los conservadores; esto se hacía a través de un ejercicio de inversión discursiva que buscaba desenmascarar la imagen de católico virtuoso, que la alianza conservadores–Clero había construido, y contrarrestar la satanización de que habían sido víctimas los opositores al régimen. En esta misma línea, los periódicos obreros intentaron alcanzar y mantener una posición política autónoma respecto al liberalismo. Sin embargo, su éxito fue muy relativo, tanto por la existencia de un núcleo ideológico común, como por la distribución de fuerzas durante la Hegemonía Conservadora. En la medida en que el Estado estaba fuertemente controlado por el Partido Conservador y respaldado por la Iglesia católica, el liberalismo y las nacientes organizaciones obreras y socialistas, quedaron situados en el mismo bando, como opositores y víctimas del conservatismo y el Clero. Puede afirmarse que la prensa fue una estrategia de las organizaciones políticas y sociales de los trabajadores, para lograr un lugar propio y respetado en la política, en un medio excluyente, y en el cual, tanto el Clero como los partidos, rechazaban la organización política del pueblo, argumentando que era una idea alejada de las condiciones del país y que los sectores populares ya estaban representados en los partidos. En esta “República de gramáticos”, buena parte del debate político se adelantaba en la prensa, cuyos artículos y columnas de opinión servían de tribuna

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para la confrontación ideológica de todas las tendencias; por eso, tener una publicación o poder acceder a ella, se constituía en un requisito indispensable para tratar de vincularse al debate público con los otros actores políticos. En consecuencia, en los periódicos obreros encontramos dos procesos de afirmación y búsqueda de reconocimiento íntimamente interrelacionados: uno, frente a los sectores que decían representar (los obreros y el pueblo en general) y otro, frente a los demás actores en contienda (los partidos políticos y el Clero). En este sentido, la prensa desempeñó una importante labor a favor de la democratización del sistema político colombiano y, aunque no se obtuvo una transformación de las estructuras jurídicas, sí se logró la inclusión de nuevos temas y nuevos actores sociales en el debate público, demostrando que la representación de los sectores populares no podía seguir siendo monopolio de un partido o del Clero, sino que aquéllos tenían la capacidad de articular un discurso y una organización propias. El campo de acción de los periódicos fue local y regional, sin que alcanzaran un cubrimiento nacional ni una representación de conjunto de la situación del país. Sobre este punto, habría que preguntarse hasta dónde la multiplicidad de publicaciones dispersas a lo largo y ancho del país impidió la consolidación de un núcleo de prensa más pequeño aunque más fuerte. Sin embargo, también debe tenerse en cuenta que el privilegio de lo regional le reportó algunas ventajas, en la medida que, a ese nivel, la dominación conservadora tenía brechas más grandes que en el centro del poder y posibilitaba una relación más cercana con los lectores. Ideológicamente, el periodismo obrero se caracterizó por una posición pluralista que integraba elementos del liberalismo radical del siglo XIX, el ideario de la Revolución Francesa, el cristianismo primitivo, el socialismo utópico, el socialismo marxista, el anarquismo y la masonería. Las posibilidades de síntesis fueron múltiples y no tenían una única dirección, puesto que algunos prefirieron mirar hacia atrás, como los periódicos artesanales–obreristas, con sus demandas de protección arancelaria, mientras que otros se enfilaron hacia una ruptura revolucionaria con el pasado, al estilo de la prensa anarquista. En medio de estos extremos, encontramos diferentes posibilidades de combinación, como lo evidenció la prensa radical, la socialista y la socialista–revolucionaria. De esta manera, la ideología predominante en los diferentes tipos de prensa, puede entenderse como el resultado de tres factores: el elemento inherente, el derivado y la experiencia, que, en últimas, era la que determina el resultado. En este caso, la diversidad de posibilidades resultantes da cuenta de una sociedad que estaba cambiando rápidamente y de los esfuerzos realizados por los trabajadores para acoplar su ideología con las nuevas experiencias que estaban viviendo.

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Debe resaltarse que los elementos inherentes y derivados de la ideología popular no están claramente delimitados, pues la síntesis que se produce a partir de la experiencia vivida, puede convertir un elemento derivado, en el curso de una o varias generaciones, en algo sustancial a la cultura popular. Este fue el caso del cristianismo y algunos principios del liberalismo radical, asociados a la Revolución Francesa que, para principios del siglo XX en Colombia, ya hacían parte de la cultura popular. De tal forma, ideologías como el socialismo, el comunismo y el anarquismo, no fueron asimiladas en forma mecánica, sino que pasaron por un proceso de confrontación con la experiencia, para determinar finalmente qué se rechazaba y qué se aceptaba. Así, el ateismo no consiguió muchos adeptos por la fuerza que tenían las ideas religiosas en el pueblo, y durante un buen tiempo fue rechazada la idea de la revolución violenta, por el predominio de una idea pacifista, producto de la evaluación crítica de la experiencia de las guerras civiles. Esta prensa reflejaba una fase de transición del movimiento obrero, de la cual se pasa del predominio de los artesanos al de los obreros asalariados. Estos dos grupos sociales exigían una apertura del sistema político que permitiera su participación y atendiera sus demandas, y compartían la creencia en la necesidad de una educación para el pueblo y de la unión obrera; pero, mientras que para los primeros las leyes proteccionistas eran una prioridad, para los segundos eran más importantes la cuestión de los salarios, la legislación obrera y la transformación del sistema social. El paso de la prensa artesanal–obrerista y de la prensa radical a la prensa revolucionaria no fue un proceso lineal ni total, ya que muchas de las características de estos dos tipos de prensa permanecieron durante el siguiente período y algunos procesos de ruptura se aceleraron. Sin embargo, podemos afirmar que algunos acontecimientos actuaron como catalizadores de estos cambios: en el ámbito internacional, el impacto de la Revolución Rusa en 1917, y en el contexto nacional, la fundación del Partido Socialista en 1919 y del Partido Socialista Revolucionario, en 1926. El primero no sólo aportó elementos teóricos, sino un ejemplo de cambio social concreto por vías de hecho, y acentúo el sentimiento de pertencia a una comunidad internacional que perseguía un fin común. De manera muy cercana al punto anterior, la creación de estos partidos políticos bosquejó una perspectiva nacional para las organizaciones de los trabajadores. La prensa fue el eje articulador del campo político y cultural del mundo obrero, a través de la cual se manifestaban las expresiones más estructuradas del pensamiento, para educar políticamente y orientar la acción obrera. Este no fue un ejercicio meramente teórico, sino, en gran medida práctico, fruto de la necesidad de dar directrices concretas a los trabajadores, de responder a las acciones de los otros

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actores políticos, y de adecuarse a las exigencias del movimiento obrero nacional e internacional. El proceso de organización obrera significó un aprendizaje no sólo de un lenguaje y una ideología particulares, sino también, de nuevas formas de lucha y de actitudes y pautas de comportamiento social. En esta transformación, la prensa cumplió una labor pedagógica que buscaba enseñar nuevos modelos sociales (el del proletario), símbolos, imaginarios y marcos morales. El periódico no funcionaba solamente como medio de comunicación para difundir un ideario político y cultural, sino que era un objeto con múltiples usos políticos, culturales y sociales, que iban más allá de la lectura colectiva o individual, y en torno al cual se desarrollaban relaciones sociales y políticas, que ayudaban a reforzar los objetivos del periódico y que, además, se articulaban con los espacios de sociabilidad política popular, tanto de tipo formal como informal. Estos procesos de sociabilidad, cobraron una especial importancia en ese contexto histórico, pues contribuyeron en el aprendizaje social de valores, imaginarios y comportamientos. En la mentalidad de la época, el periódico no era un artículo de consumo individual, sino social. Los mismos periódicos enseñaban a sus lectores acerca de la necesidad de apoyar la prensa obrera mediante la compra o suscripción, para luego poner a circular ese ejemplar, de tal forma que pudiera llegar a todos aquéllos que no tenían posibilidades económicas de comprarlo. En consecuencia, algunos lugares (sedes obreras, tiendas, cantinas, chicherías y talleres de artesanos), se convirtieron en centros de lectura y de controversia política, alternativos a los espacios privilegiados de la sociabilidad política de la época. Sin embargo, la propaganda obrera no buscaba crear una cultura exclusiva para el pueblo, sino difundir la cultura que tenía al alcance, la cual debía convertirse en patrimonio de todos los hombres, para dejar se ser el privilegio restringido de pocos individuos. En este sentido, no podemos hablar de un proyecto obrero tendiente a consolidar una contracultura popular, excluyente y en oposición a una cultura de elite, ya que estos sectores creían que había unos bienes universales (razón, educación, ciencia, literatura, imprenta, democracia y libertad), que hasta ese momento, en forma injusta, habían estado monopolizados, de donde se desprendía la necesidad de democratizarlos y hacerlos extensivos a toda la población. En consecuencia, los periódicos explícitamente se auto–inscribían dentro de unas categorías racional–iluministas y con base en ellas, elaboraron unos discursos específicos, pero su lógica no pertenecía a esta matriz, sino a la dramático– simbólica. Así, el ideario de ilustración, civilización y progreso (propio de la matriz iluminista), se sustentaba en figuras dicotómicas, propias de la lógica simbólica, tales como, “luz–tinieblas”, “Estado protector–pueblo abandonado” y “ricos per-

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versos–pobres ingenuos”. Estos objetivos se pretendían alcanzar mediante una acción iluminista: educar al pueblo, tanto en lo científico, como en lo político. Lo primero, se promovía a través de la publicación de artículos y conferencias sobre adelantos agrícolas, técnicos, médicos y científicos, mientras que lo segundo, pretendía dar a conocer ideas que eran relativamente nuevas en el medio colombiano o que, pese a ser antiguas, no se habían realizado efectivamente. No obstante las adaptaciones de estos temas políticos a formas populares de interpretar el mundo, no puede despreciarse la contribución que estas publicaciones hicieron en la construcción de una cultura política democrática. Aparte de los temas propiamente políticos e ideológicos, encontramos otros tópicos que, por estar fuertemente vinculados con su proyecto político, fueron tratados en forma recurrente: civilización, progreso, ciencia, alcohol, mujer y educación. Estos temas que, en principio, se derivan de la matriz racional–iluminista, hacían parte del esfuerzo por construir al obrero ideal, quien no solamente debía ser consciente políticamente, sino, además, ilustrado, racional y temperante. La discusión de estos asuntos no era, en sí misma, una originalidad de la prensa obrera, pues eran las cuestiones álgidas de la época para diversos sectores sociales. Aunque había fuertes discrepancias en el diagnóstico y las soluciones propuestas, en general, se presentaban dos fuentes de argumentación: por un lado, la religión católica y, por otro, razón y ciencia. Los periódicos obreros no dudaron en esta elección y se instalaron en el bando de la razón. De esta manera, exceptuando en algunos aspectos el tema de la mujer, los demás discursos no pueden analizarse en forma aislada, puesto que todos están concatenados en un proyecto político y social fundado en la ciencia y la razón. Así, la ignorancia, el alcoholismo y el fanatismo religioso, son considerados factores de atraso, de degeneración física y moral, y de sometimiento a las clases gobernantes. Para superar este oscuro panorama, la educación se constituía en el medio más idóneo para llevar la luz (ciencia y razón) al pueblo y encaminarlo por la senda del progreso y la civilización.

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FUENTES

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3. DOCUMENTACIÓN

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COLOMBIA

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Anexo Prensa Obrera y Popular 1904 - 1929

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