El Modernismo

EL MODERNISMO La afirmación de la literatura latinoamericana comenzó a fines del siglo XIX con el surgimiento de una nue

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EL MODERNISMO La afirmación de la literatura latinoamericana comenzó a fines del siglo XIX con el surgimiento de una nueva forma expresiva más audaz, original y cosmopolita que se llamó "Modernismo”. La mayoría de los autores de este movimiento reivindicaron el legado cultural colonial como parte del cuerpo latinoamericano frente al avance cultural norteamericano. Lo que buscaron fue una renovación del lenguaje y una nueva forma de expresión que diera cuenta de lo latinoamericano como diferente de lo sajón y de lo hispano. En este sentido, exploraron las raíces latinoamericanas con el fin de hallar el basamento ideológico para el desarrollo de sus pueblos. CONTEXTO HISTÓRICO En la década de 1880, América latina experimentó cambios fundamentales en su vida política, social y cultural. Si bien, de los países de raíz hispana sólo Puerto Rico y Cuba seguían bajo la hegemonía de España, los demás, ya liberados de los viejos lazos, atravesaban procesos que modificaron notablemente su fisonomía. En esta etapa, las sociedades latinoamericanas se habían asegurado la soberanía política, estaban en plena organización institucional y buscaban, en su breve historia los componentes de una identidad nacional. Varios siglos de dominación española habían dejado profundas huellas y el modelo por imitar no estaba ya en la Madre Patria, sino en otras naciones europeas, que atravesaban un proceso de modernización que atrajo a la clase económica y política mejor acomodada del territorio americano. Tanto en las sociedades sudamericanas como en las de Centroamérica, las últimas décadas del siglo XIX se caracterizaron por una oposición marcada de ideas en casi todos los terrenos. En lo político, la disputa entre conservadores y liberales, entre formas de gobierno federales o centralistas y la incidencia de una clase oligárquica que hacía prevalecer sus derechos frente a la creciente clase trabajadora. En la educación, al papel dominante que quería mantener la Iglesia, se oponían los que abogaban por la educación pública. y culturalmente, el antagonismo se planteaba entre quienes defendían las viejas tradiciones de raíz hispánica y los que pugnaban por la apertura intelectual y por la incorporación de los cambios. El progreso Fue, sin duda, una etapa de innovaciones profundas, atribuibles a tres factores: la industrialización creciente, la transformación tecnológica y la incorporación de la economía latinoamericana al sistema internacional. Aunque no se trató de un desarrollo homogéneo, fue inusitado, por la rapidez con que se procesaron las novedades. La aparición de los ferrocarriles, el telégrafo y el teléfono, la proliferación de fábricas, el aumento de publicaciones -diarios y revistas-, sumados a los avances científicos y al crecimiento poblacional, sembraron

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en los pueblos la convicción de que ese era el verdadero rostro del progreso humano y que se hallaban en medio de una etapa renovadora que ya no se detendría. La demanda de materia prima por parte de las potencias industriales europeas y de los EE.UU., y la colocación de sus productos manufacturados en los países latinoamericanos definieron el modelo político económico de esta etapa: el de exportación-importación. Así como la Argentina, por ejemplo, se convirtió en productor de bienes agrícola-ganaderos, Chile lo fue de cobre, Perú de azúcar y plata, Centroamérica de café y plátanos, México de azúcar y de minerales industriales -como el cobre y el zinc- Cuba de café, azúcar y tabaco. Y todos ellos compraban a los países a los que proveían de materia prima, productos industriales terminados: maquinarias, textiles o bienes de lujo. En este período, las naciones europeas -sobre todo, Inglaterra- hicieron en América latina grandes inversiones. La más importante estuvo representada por el tendido de la red de ferrocarriles y su puesta en funcionamiento. También, hubo poderosos capitales que se apropiaron de las explotaciones mineras, en países de grandes reservas, como México, Perú y Chile. Con la elección de este sistema, los países latinoamericanos quedaron sujetos a las decisiones de otras naciones. Y, aunque algunos sectores intentaron proteger la economía local y su desarrollo autónomo (con aranceles a la entrada de productos extranjeros, para privilegiar los propios), el liberalismo económico permaneció firme en esta última parte del siglo XIX. Una nueva fisonomía: las grandes ciudades

Este panorama económico provocó grandes variaciones en la composición de las sociedades. Las clases altas se modernizaron y los terratenientes abandonaron la dedicación exclusiva a sus haciendas, para consagrarse también al comercio. Nació así una nueva sociedad

burguesa

relacionada

directamente

con

los

mercados

europeos.

La urbanización fue una clara consecuencia de este proceso. Muchas de las grandes ciudades actuales consolidaron su poder entre fines del siglo XIX y principios del XX, como resultado de la política liberal. Hacia 1890, estaban más urbanizados algunos países sudamericanos -Venezuela, Chile, Uruguay y la Argentina- que los Estados Unidos. Como afirma el historiador argentino José Luis Romero en Latinoamérica: las ciudades y las ideas: "Casi todas las capitales latinoamericanas duplicaron o triplicaron la población en los cincuenta años posteriores a 1880". Sin embargo, este proceso no abarcaba la totalidad de los vastos territorios del continente. Había aún importantes zonas de actividad campesina y extensas áreas sin poblar. El ámbito rural demoró en sentir los efectos del progreso y conservó las características de la antigua sociedad hispana. En esa dirección, América latina seguía mostrando el contraste que Sarmiento había señalado a mediados del siglo XIX entre "civilización y barbarie": las ciudades cultas, copiadas del modelo europeo; y el campo, criollo y rústico. Los habitantes de los centros urbanos fueron quienes percibieron las transformaciones en la vida cotidiana: el espacio para la construcción de viviendas adquirió otra disposición, las

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comunicaciones acortaron las distancias y hasta el saber científico básico sobre el organismo humano y su funcionamiento modificó viejos hábitos. La modernidad se había instalado. Los escritores que surgieron durante este período y que se identificaron como modernistas fueron también "modernos", en el sentido de haber celebrado este nuevo modo de vida, de haberse percatado de esa transición -de una sociedad colonial a otra liberal- y de intentar, en consecuencia, la búsqueda de la renovación y de la originalidad en las formas de expresión. El Modernismo tuvo varios puntos de contacto con el Romanticismo, movimiento que lo antecedió y que supo representar en el arte el afán de libertad que caracterizó la lucha por la independencia política de los países latinoamericanos. El Modernismo compartió con él su carácter revolucionario en su intención de renovar el idioma y en sus protestas por cuestiones políticas, sociales, religiosas e, incluso, morales. La desilusión vital, tan común a los románticos, también se instaló entre los modernistas como un sedimento que les quitó confianza en las ideas y en la acción. La renovación literaria representada en el Modernismo comprendió dos etapas: la primera se extendió desde 1880 hasta los últimos años del siglo. En este período, se hicieron notar los cubanos José Martí (1853-1895) y Julián del Casal (1863-1893); los mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) y Salvador Díaz Mirón (1853-1928); el colombiano José Asunción Silva (1865-1896) y el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), quienes tenían un común denominador: un nuevo lenguaje para una nueva forma de percibir la realidad. Cuando en 1888 Rubén Darío publicó Azul, un conjunto de poemas y cuentos, se dio nacimiento oficial al Modernismo, al que definió como la nueva elección estética de los poetas latinoamericanos. Él se convirtió en el gran poeta modernista y ofició de enlace entre la primera y la segunda etapa, cuando se incorporaron el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), el peruano José Santos Chocano (1875-1934) y los uruguayos Julio Herrera y Reissig (18751910) y José E. Rodó (1871-1917), entre otros. Avanzadas dos décadas del siglo, el surgimiento de las vanguardias fue sellando el fin del Modernismo. Según el escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), esta renovación literaria era necesaria, porque "después del Siglo de Oro y del Barroco, la literatura hispánica decae y los siglos XVIII Y XIX son igualmente pobres". En lugar de la influencia española, el Modernismo absorbió componentes de dos escuelas francesas: el Parnasianismo y el Simbolismo. El primero se hizo visible en la búsqueda de la forma impecable, del verso delicado; el Simbolismo, en la valoración de la palabra como síntesis de múltiples imágenes, con un poder de evocación similar al de la música. Este influjo de la poesía francesa se resumió en la perfección del ritmo, el color y el "relieve" de la escritura poética. Detrás de esa obsesión por la belleza, estaba el ansia de lo cósmico, un sentimiento religioso de unión de lo terreno con lo celestial, del que el poema era instrumento. Refinados y exquisitos, también buscaron la originalidad, lo que los llevó a soñar con lugares exóticos y a incluir en sus textos elementos de culturas alejadas en tiempo y espacio: la Edad Media, Oriente, la América precolombina. Esta búsqueda hacia atrás o hacia lugares

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distantes reflejaba una necesidad de evasión de esa sociedad progresista que, a la vez que admiración, les provocaba hastío y descontento . Cosmopolitas y americanos La actitud de los escritores modernistas frente a temas decisivos, vitales para sus propios países, los reveló muchas veces contradictorios y ambiguos. En muchos casos, se sintieron exaltados con la apertura hacia Europa y con los adelantos tecnológicos; pero a su vez experimentaron malestar, pesimismo, desgano ante ese mismo progreso que admiraban. Así lo expresa, por ejemplo, Rubén Darío: "Nuestros padres eran mejores que nosotros, tenían entusiasmo por algo; buenos burgueses de 1830, valían mil veces más que nosotros. [ ... ] Hoy es el indeferentismo como una anquilosis moral; no se piensa con ardor en nada, no se aspira con alma y vida a ideal alguno". Uno de los rasgos que mejor caracterizó a los modernistas fue la intención de explorar en las raíces americanas y de hallar el basamento ideológico para el desarrollo de sus pueblos. Muchos de ellos, y a través del periodismo, llevaron adelante ideales políticos relacionados con una causa latinoamericana. El cubano José Martí fue el más consumado ejemplo de esa voluntad, ya que fue militante político y participó en la lucha por la independencia de su país. Pero hubo otros que también se comprometieron con ideales políticos, como Manuel González Prada (1868-1918), José Santos Chocano, Salvador Díaz Mirón y José Enrique Rodó. El propio Lugones, en la Argentina, asoció su expresión literaria al pensamiento político. Allí estaba el signo modernista: la necesidad de renovación de la expresión literaria tanto en lo formal (métrica, rima), como en lo temático, mediante una mirada dirigida hacia América y los pueblos indígenas o hacia preocupaciones sociales de su tiempo. Sin embargo, esta voluntad no fue unánime. Oscilaron entre ser universales o íntegramente americanos. La definición de Darío en Cantos de Vida y esperanza: "y muy siglo diez y ocho y muy antiguo/ y muy moderno; audaz, cosmopolita" ejemplifica esa contradicción. El poeta mexicano Octavio Paz la evaluó de este modo: "No deja de ser una paradoja que, apenas nacida, la poesía hispanoamericana se declare cosmopolita". Efectivamente, los modernistas pretendieron la universalidad, no reconocer fronteras. Lo cual, bien visto, se oponía a su propósito de crear una literatura representativa de lo propiamente americano. Idéntica vacilación mostró su postura frente al poder expansionista de los EE. UU sobre América latina que, en algunos, fue de firme oposición, pero en otros de admiración incondicional. Pero esta ambigüedad está justificada, porque vivieron una etapa de transición, plena de cambios, en la que era difícil para ellos determinar qué lugar de la sociedad ocupaban y para quiénes escribían su poesía. Si no hubiese sido porque casi todos ejercieron el periodismo, por lo que los conoció el gran público, de su lectura sólo habrían disfrutado las clases cultas. Sin embargo -y aquí hay otra paradoja-, ninguno de ellos pertenecía a esa clase, y muy pocos gozaron personalmente de los favores de la burguesía adinerada.

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EL MODERNISMO, MOVIMIENTO LITERARIO Con el movimiento llamado Modernismo la literatura hispanoamericana sale por primera vez de sus confines continentales y empieza a proyectarse en Europa. Los románticos habían intentado crear, con mucho esfuerzo y devoción, una literatura que correspondiese a las nuevas naciones independientes. Muchos lo lograron, y gracias a ellos la lengua y la literatura del Nuevo Mundo comenzaron a moverse hacia un área de expresión original. Pero el esfuerzo de los románticos fue en gran parte anulado por la incomunicación entre los distintos países y áreas que componen la América hispánica. Muy pocos escritores argentinos (por ejemplo) fueron leídos en México o Cuba; en el Río de la Plata poco se conoció de las letras caribeñas o andinas. Los pocos nombres de significación verdaderamente continental –tales como Bello, Sarmiento o Palma- tenían circulación confinada a lectores de auténtica conciencia americana. Sólo con el estallido del Modernismo, una literatura general hispanoamericana empezó a parecer posible. Porque para que exista una literatura (como ha indicado Octavio Paz) es necesario que exista un espacio donde obras y autores son discutidos y evaluados. Ese espacio comienza en la región con el Modernismo. De los distintos grupos que se fueron formando a lo largo y ancho del continente, algunos escritores comenzaron a emerger y circular fuera de las fronteras nacionales. Por primera vez sus obras fueron leídas y publicadas en otros países. Algunos llegaron a alcanzar fama en España y hasta en Francia. El Modernismo no apareció de golpe en un país, fue surgiendo en varios de la zona norte de la América hispánica en el último cuarto del siglo XIX. En los países de esta área, la formación de sociedades de incipiente capitalismo dio lugar a un público algo más sofisticado, que estaba al día de los últimos desarrollos de la cultura europea. Periódicos y revistas proliferaron en las ciudades, que crecían rápidamente. Por primera vez apareció un público de sólida clase media, capaz de mantener y alentar un cuerpo de escritores profesionales. Esto ocurrió, sobre todo, en Ciudad de México, La Habana y Bogotá. En la | parte Sur, Santiago de

Chile,

Buenos

Aires

y

Montevideo

empezaron a desarrollarse como metrópolis modernas durante ese período. Poetas como los mexicanos Salvador Díaz Mirón y Manuel Gutiérrez Nájera, los cubanos José Martí y Julián del Casal y el colombiano José Asunción Silva ya habían producido, en los años ochenta, una transformación notable

Buenos Aires

del lenguaje y de la poesía del tiempo. Esa

transformación preparó el terreno para la obra magna de Rubén Darío.

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Al comienzo, el movimiento modernista consistió casi exclusivamente en un pequeño número de literatos más o menos aislados que estaban insatisfechos con el realismo y el romanticismo y estaban buscando, con intermitente éxito, nuevas formas de expresión. En su búsqueda fueron directamente a las fuentes francesas. Aunque sólo uno de ellos visitó París (José Martí), estaban al tanto de la nueva literatura a través de libros y periódicos literarios. Por residir en Estados Unidos, Martí tenía acceso directo a las novedades europeas, que eran recogidas por la bien informada prensa norteamericana (pudo escribir sobre Bouvard et Pécuchet antes de que se publicase la obra póstuma de Flaubert). Apoyado en dicha información, Martí divulgó en la prensa hispanoamericana las últimas novedades: la poesía de Whitman, la pintura de los impresionistas franceses, las teorías económicas de Marx (ya que era corresponsal del New York Times). Las consecuencias de esta saturación de cultura transnacional, que tenía su centro en Nueva York, y que reflejaba el laboratorio cosmopolita que era París (la única capital internacional del Modernismo), se hicieron sentir durante varias décadas en la cultura hispanoamericana. Gracias a ese nuevo contexto, los modernistas pudieron abandonar la pesada y provinciana retórica española propia del siglo XIX, y comenzaron a escribir de una forma más flexible y elegante. En poesía, siguieron tanto a los parnasianos en su búsqueda de la expresión perfecta y la imagen escultural como a los simbolistas en su exploración de la musicalidad del verso. El lema de Paul Verlaine en su Art poétique, “Música en todo”, se habría de convertir en su consigna. También encontraron fuente de inspiración en los maestros de la poesía medieval española. El modernismo hispanoamericano nace, pues, como afirmación de las propias raíces americanas frente a lo español. La estética modernista se caracteriza por la repulsa hacia todo lo cotidiano y por la búsqueda de la belleza y de la perfección en las formas. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL MODERNISMO 

Desarrollo del irracionalismo: esta corriente condujo a la muerte de Dios, lo

que conllevó una crisis de los valores tradicionales. Representó una crítica a la religión y a la moral imperante hasta el momento y provocó que los artistas buscasen respuestas por vías diversas. En el Modernismo temprano se produjo una divinización de lo pagano y una mezcla de teorías espiritualistas y esotéricas. Posteriormente, el artista profundizó en sí mismo en busca de un sentido vital y del mundo, ya que surgió la necesidad de crear nuevos valores 

Mercantilización burguesa de la cultura. El arte se acabó convirtiendo en

una rama más de la producción, por lo que el escritor tuvo que profesionalizarse 

Espíritu utilitario y vulgaridad de la moral burguesa.

Los creadores

mantuvieron un idealismo rebelde de raíz romántica. Frente al conformismo y el estilo de vida burgués, también la vida se hizo arte para bohemios, decadentistas y esteticistas, que asumieron el lema “épater le bourgeois” (deslumbrar al burgués)

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Anticolonialismo. En América del Sur, la lucha contra el colonialismo español

dejó paso, después de 1898, al rechazo por el creciente imperio económico y cultural de Estados Unidos. 

Oposición artística. El Modernismo nació enfrentado a las corrientes artísticas

vigentes en la época, expresiones del sistema burgués que los poetas de este movimiento rechazaron en toda su extensión. Esta oposición entre los nuevos creadores y la literatura vigente se desarrolló principalmente a través de publicaciones periódicas, sobre todo, revistas literarias. El Modernismo triunfó sobre las corrientes imperantes cuando suavizó su discurso radical inicial y se volvió más conciliador. Lo que no perdió nunca fue su sensibilidad romántica y el afán de lograr un arte total, que condujo a la integración, en cada una de las obras, de distintas manifestaciones artísticas (música, pintura, literatura) TEMAS DEL MODERNISMO - El amor a la elegancia, que explica la reiterada presencia de materiales como el oro y las gemas. Este refinamiento se refleja en el léxico: las palabras se seleccionan por su brillantez, su rareza y su capacidad de sugerencia. Esta obsesión por lo estético los llevó a recurrir a la mitología, a la mención de obras de arte, de personajes históricos, de nombres geográficos, de términos musicales - La mezcla de espiritismo y erotismo. En las obras modernistas destaca la pasión por el misterio y un predominio de todo lo sensorial. El erotismo va desde la exaltación del placer hasta la advertencia de su carácter efímero (el “divino tesoro” que se va para no volver) - La preferencia por el simbolismo. El símbolo es útil para condensar en una figura o una palabra lo inexpresable. Entre los símbolos más usuales están el color azul y el cisne. El azul representa lo celeste y el ensueño. El cisne es el poeta, la elegancia y el encanto mágico, la gracia y el misterio. Pero también hay otros tópicos: antropomórficos

(dioses,

ninfas,

faunos,

centauros,

odaliscas,

princesas, marquesas, etc.), paisajísticos (castillos, palacios, jardines, Gustave Moreau: El unicornio estanques, góndolas, pavos reales, etc.), motivos decorativos La lírica modernista se (adornos, joyas, pedrería, instrumentos musicales, etc) sirve de los símbolos míticos y fantásticos como unicornios, - El universalismo y el exotismo. El universalismo llevó a los modernistas a trascender los localismos, pero sin perder el contacto con lo propio, ahondando en el pueblo al que pertenecen. El exotismo tomó una doble dirección: hacia fuera en el espacio (Versalles,

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Roma, Japón, China gustan a los hispanoamericanos; Boston, México, los Andes a los españoles) y hacia atrás en el tiempo (la Francia del S.XVIII y la Grecia clásica) - El cosmopolitismo. El cosmopolita es de todas partes y no es de ninguna. La ciudad más cosmopolita es París, la tierra prometida y la patria universal, ciudad que se considera el centro de la vida bohemia y de la renovación estética. Pero también destaca la devoción por centros urbanos como Buenos Aires o Santiago de Chile, en los que residieron las élites artísticas, alejadas de la realidad burguesa - La influencia del parnasianismo y del simbolismo franceses. Los modernistas se nutrieron de autores parnasianos como Leconte de Lisle y Theophile Gautier, así como de los simbolistas Baudelaire, Verlaine, Mallarmé y Rimbaud. En el parnasianismo vieron la culminación del clasicismo, mientras que el simbolismo les abrió el camino hacia la vanguardia. El parnasianismo toma como lema “el arte por el arte” y se inclina por una poesía despojada de los impulsos románticos, en la que domine la perfección formal y la elaboración estética de temas históricos, mitológicos o exóticos. El simbolismo es un movimiento irracionalista que busca los sentimientos y estados de ánimo que hay más allá del mundo sensible - Poseen un lenguaje y un estilo propios. La lengua se caracteriza por la abundancia de metáforas e imágenes. Se da gran importancia al epíteto y se recurre a los neologismos y arcaísmos; se simplificó la sintaxis y aparecieron nuevos metros y estrofas, algunas de procedencia francesa y otras fruto de la búsqueda de formas caídas en desuso. - Bohemia, anarquismo y aristocracismo van unidos en el modernismo. La actitud de los autores es bohemia y anarquista porque no se ajusta a las convenciones sociales y es aristocrática por su búsqueda de la belleza estética. Su desprecio a la sociedad constituyó una crítica a la mediocridad vigente, a la que contraponían un gusto obsesivo por la cultura. El barrio latino de París se convirtió en

el

centro

neurálgico

de

la

bohemia

europea

e

hispanoamericana. Los artistas se reunían en cafés, donde organizaban tertulias culturales y políticas. -

Mujer.

Incorporación

en

los

poemas

de

encarnaciones literarias de lo que se consideró el eterno

El legendario Moulin Rouge en barrio de Montmartre

femenino, como Cleopatra o Salomé. Fue muy frecuente la el aparición de la mujer fatal, bella y perversa, que conduce al hombre a la perdición.

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RENOVACIÓN EN LA MÉTRICA Y LA LENGUA POÉTICA Los modernistas reaccionan contra la vulgaridad de la literatura realista. Sus versos están exquisitamente elaborados desde el punto de vista formal; cuidan su estructura para conseguir efectos rítmicos y sonoros de particular expresividad.

Se ponen en circulación

variedades métricas poco usadas hasta entonces. El alejandrino (sólo cultivado por los poetas medievales y por algunos románticos), se convierte en el verso de moda y queda definitivamente incorporado a la poesía hispánica moderna. También se emplean el dodecasílabo, el eneasílabo, el endecasílabo dactílico o de gaita gallega (con acentos en 1ª, 4ª, 7ª y 10ª)... Darío, como antes José Asunción Silva, intenta asimismo imitar la métrica cuantitativa grecolatina, que se basa en la combinación de sílabas largas y breves, alternancia que en español se consigue combinando sílabas tónicas y átonas. Los modernistas no explotan solo la brillantez sonora. A veces destruyen la rotundidad rítmica del verso para dotarlo de mayor expresividad. Para eso utilizan rimas átonas (“Pierrot y Arlequín/ mirándose sin / rencores...”) o rompen las cesuras habituales y recurren al encabalgamiento. Este deseo de desdibujar el ritmo los llevará al ensayo del verso libre. Una de las combinaciones métricas propias de la época es la silva arromanzada (versos endecasílabos y heptasílabos combinados libremente, con rima asonante en los pares). Es forma predilecta de Antonio Machado y la cultivan también Rubén Darío, Manuel Machado, Unamuno y otros. Pero también el soneto con versos de distinta medida (alejandrinos, dodecasílabos). El modernismo enriquece notablemente la lengua poética. Crea brillantes neologismos: hipsipila (mariposa) bulbules (ruiseñores)... Usa numerosos cultismos: púber, ínclitas, efebo... Proliferan el léxico suntuario (ágatas, gemas, marfil...), los tecnicismos artísticos (pizzicati, trémolos, minué...) y las voces exóticas (bayaderas, rajáhs...). No se detienen aquí las novedades; se incorpora también un vocabulario descendente y extrapoético. Aparecen palabras de argot (chulo, juerga, caló...), barbarismos (declasé, sportman, maquereau...) y neologismos satíricos o burlescos (canallocracia, nefelibata...). Hay en esta poesía una doble dirección ascendente y degradadora. En el primer caso, expresa su repulsa a la sociedad burguesa a través de la huida hacia un mundo de ensueño y fantasía: la antigua Grecia, la Edad Media, el siglo XVIII francés... Los versos están poblados de princesas, cisnes, lagos, jardines... Simultáneamente se pone de moda el ambiente miserable de las ciudades: prostíbulos, buhardillas, hospitales..., donde se refugian los

Paolo Veronese: Leda y el cisne

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malditos de la fortuna. En los grandes poetas estos tópicos literarios dejan paso a la expresión íntima y sincera de sus angustias y emociones personales. POETAS MODERNISTAS RUBÉN DARÍO (Nicaragua, 11867- 1916) 1888, fecha de la publicación de Azul es considerado como el año de inicio de un movimiento artístico y literario plenamente latinoamericano, o Modernismo, lo que supone la mayoría de edad de la literatura de Hispanoamérica. Para Rubén la misión del poeta es crear luz y belleza para transmitirla al mundo. Logró la síntesis entre el Parnasianismo que tenía como lema “el arte por el arte” y el Simbolismo que se caracterizó por una libertad formal u la búsqueda de un arte de sugerir antes que decir. JOSÉ ASUNCIÓN SILVA (Colombia 1865-1896) Romántico tardío, incluso en su final trágico, cultiva un lenguaje sobrio en imágenes y de finas musicalidades, que puede recordar a Poe en algunos casos o anunciar la “poesía de las cosas” de poetas como Vallejo o Neruda. Poesía marcada por un tono sombrío y de carácter elegíaco, pues alude con frecuencia a temas de soledad, la noche, la muerte. “Silva volvió a descubrir lo que hace siglos estaba descubierto, hizo propias y nuevas las ideas comunes y viejas. Para Silva fue nuevo bajo el sol el misterio de la vida; gustó, creó el estupor de Adán al encontrarse arrojado del paraíso; gustó el dolor paradisíaco” (Miguel de Unamuno). JULIÁN DEL CASAL (Cuba, 1863-1893) Poeta que se ve atraído por las fantasías e los exotismos imaginarios y evasivos, siente predilección por atmósferas nocturnas e la creación de temáticas sensuales, decadentes y artificiales. En palabras de Santos Chocano, J. del Casal es la pureza. MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (México, 1859-1895) Trasplantó el lujo, el refinamiento y la frivolidad parisiense del último decenio del siglo a tierras mexicanas. Los poemas más atractivos al oído moderno son los que reflejan el hedonismo de los “alegres noventa”. JULIO HERRERA Y REISSIG (Uruguay 1875-1910) La poesía fue para él en gran parte un refugio, un castillo imaginario en el cual podía levantar el puente levadizo separándose de este modo del mundo. AMADO NERVO (México, 1870- 1916) En su juventud quiso ser clérigo, pero muy pronto se vio atraído por los variados estímulos de la vida, los viajes, los amores y la misma poesía. Alcanzó gran popularidad. Tras una amplia etapa modernista, derivó hacia una poesía más sencilla e íntima, marcada por lo religioso: así es su obra póstuma La amada inmóvil). JOSÉ SANTOS CHOCANO (Perú, 1875-1934) Fue gran defensor del americanismo, revolucionario ardiente, protector de los indios y opositor del imperialismo estadounidense. Tras muchas detenciones, fue asesinado en Chile. Cantó a su América con exuberante lirismo y con las nuevas técnicas poéticas, en particular modernistas, aunque ensayó nuevos ritmos y formas. También tiene poemas íntimos que no tienen nada que ver con su ideología política y social.

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DELMIRA AGUSTINI (Uruguay, 1876-1914) Su nombre tiende a recordarse más que por su poesía por el hecho de haber sido asesinada por su esposo. Su erotismo conjuga con acierto el sueño y la vigilia, la pasión exaltada y el pesimismo, los sentimientos del amor y de la muerte. LEOPOLDO LUGONES (Argentina, 1874-1938). De “poeta socialista” comprometido, con ecos de Hugo y Whitman, deriva a un estilo simbólico y esteticista y a temas intimistas y paisajísticos.

Violonchelo Divina calma del mar donde la luna dilata largo reguero de plata que induce a peregrinar. En la pureza infinita en que se ha abismado el cielo, un ilusorio pañuelo tus adioses solicita. Y ante la excelsa quietud, cuando en mis brazos te estrecho es tu alma, sobre mi pecho, melancólico laúd. (Leopoldo Lugones)

Carlos Prieto (1937-),violonchelista mexicano, considerado uno de los mejores intérpretes actuales y promotor de muchos compositores hispanoamericanos

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