El Malestar en La Cultura

Algunos apuntes sobre “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud A modo de antecedentes podemos mencionar que El malesta

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Algunos apuntes sobre “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud A modo de antecedentes podemos mencionar que El malestar en la cultura es un ensayo publicado en 1930, considerado junto a Totem y tabú, El porvenir de una ilusión y Psicología de las masas como una de las obras más relevantes de Freud en psicología social. “Sigmund Freud (1856-1939) insistió en diversas ocasiones en que el psicoanálisis por él fundado podía considerarse desde una triple perspectiva: como un método terapéutico, como una teoría psíquica y como un método de estudio de aplicación general, susceptible entonces de consagrarse al análisis de las más variadas producciones culturales, dando lugar a lo que él mismo denominó “psicoanálisis aplicado”. Dentro de este cabría incluir su ensayo El malestar en la cultura” (Gómez, 2013, p. 11). Pertinente a los contenidos de la cátedra de Historia de la Psicología, a continuación se ofrece una breve monografía sobre los capítulos III, IV, V & VII. Estas líneas no podrían (ni pretenden) en ningún caso reemplazar la lectura del texto freudiano, más bien proponen líneas orientadoras para complementar su estudio. Las primeras páginas de El malestar en la cultura pueden considerarse una extensión o epílogo de los argumentos esgrimidos en El porvenir de una ilusión (1927) sobre el fenómeno religioso. Freud sostiene que en un estado temprano del desarrollo el bebé no se considera una entidad independiente de su madre, será con la interdicción del padre y la amenaza de la castración que el niño asumirá los límites de su propio cuerpo y la falta. El autor sitúa como fuente última de la religiosidad al anhelo por ese estado de no separación con la madre, un sentimiento de infinitud y de comunión con el todo: el sentimiento oceánico. “Y en cuanto a las necesidades religiosas, me parece irrefutable que derivan del desvalimiento infantil y de la añoranza del padre que aquel despierta, tanto más si se piensa que este último sentimiento no se prolonga en forma simple desde la vida infantil, sino que es conservado duraderamente por la angustia frente al hiperpoder del destino (Freud, 1992, p. 72).

Lo cierto es que Freud abandonará la problemática religiosa para dar un giro a su libro, renuncia a la cuestión del sentido de la vida humana y “prefiere concentrarse en el estudio de las posibles vías para la consecución de una aspiración común, como lo es la aspiración a la felicidad”. (Gómez, 2013, p. 33). Inicia el capítulo III planteando las tres fuentes del sufrimiento humano: en primer lugar la supremacía de la naturaleza, recordará el lector la gran cantidad de ejemplos (terremotos, aluviones, etc.); en segundo lugar la fragilidad de nuestro propio cuerpo, somos vulnerables a una gran cantidad de enfermedades, no podemos escapar del paso del tiempo y eventualmente la muerte; en tercer lugar la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas. Dirá Freud (1992) “respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Nunca dominaremos completamente la naturaleza, nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación (p. 85). Pero la tercera fuente, de origen social, nos negamos a aceptarla, nos negamos a aceptar que las mismas reglas que nos hemos impuesto para vivir en sociedad sean insuficientes y nos generen una amplia cuota de malestar. Y frente a obstáculos de tal envergadura quizás sea conveniente abandonar el proyecto de alcanzar satisfacciones placenteras permanentes por un objetivo más modesto de esquivar el dolor. La más burda es quizás evadir la realidad por intoxicación, el lector recordará lo nocivo e ineficaz de esta alternativa dado que cuando los efectos de una sustancia remiten, no podemos más que volver a encontrarnos con la fuente de sufrimiento. Otra vía sería los desplazamientos de la líbido como la sublimación, la sublimación es un mecanismo de defensa que refiere a la plasticidad de la líbido, la capacidad de transformación de un fin sexual a uno no sexual valorado por la cultura como la creación artística o las acciones de altruismo moral. Pero es cierto que no todos tenemos la misma capacidad de sublimar y tampoco es un método que podemos generalizar para todos los individuos. Una tercera vía sería el amar y ser amado, pero es cierto que nunca nos encontramos más a merced del sufrimiento cuando este se acaba y experimentamos el más

intenso desamparo. Otra alternativa sería el aislamiento, monacal o intelectual, llamado a la larga al fracaso ya que en la lucha contra la realidad, esta siempre se muestra como el contrincante más fuerte (Gómez, 2013). Lo cierto es que ninguna de las alternativas que se le abren a los individuos le permiten alcanzar satisfactoriamente su proyecto, no existe una regla general para alcanzar a la felicidad y esta depende de múltiples factores, la sabiduría aconseja quizás no hacer depender toda satisfacción de una sola tendencia, aún así, el éxito jamás es seguro. En el caso de que todas fracasen, aún le queda al individuo refugiarse en la enfermedad, en la neurosis o la tentativa desesperada de la psicosis (Gómez, 2013). Lo cierto es que la felicidad, entendida como ese estado permanente de satisfacción, se alza como un proyecto inalcanzable. Progresivamente Freud dirige su análisis a la tensión entre líbido y civilización. Plantea que la cultura es hija de la obligación al trabajo y las necesidades amorosas. Por una parte el lazo libidinal busca unir entre sí a un número creciente de seres pero la cultura impone una serie de restricciones a la satisfacción sexual de los individuos. La cultura también impone determinados cánones estéticos como la tendencia al orden y la limpieza, y en la violencia de la educación humana en el control del erotismo anal. Es concluyente entonces que la exigencia cultural ha de provocar necesariamente una sensible pérdida de placer (Gómez, 2013). Freud compara la máxima “ama a tu prójimo como a ti mismo” y aún le parece más insólita la máxima “ama a tus enemigos” y señala que las personas que queremos aprecian nuestro amor como una demostración de preferencia y sería injusto equipararlas con un extraño. Más aún, no todos los hombres se comportan de forma digna de nuestro amor, Freud es suspicaz respecto de que a la mínima oportunidad, nuestro prójimo podría realizar una acción para perjudicarnos señalando que ese ser extraño no sólo es en general indigno de nuestro amor, sino que merece mucho más nuestra hostilidad y aún nuestro odio. Son precisamente las comunidades vecinas las que más combaten y desdeñan, permitiendo la

satisfacción de la agresividad contra el enemigo exterior y facilitando la cohesión de los miembros de la comunidad (Gómez, 2013). Este punto del argumento freudiano es fundamental ya que sostiene que el ser humano no sólo lo habita una buena cuantía de disposiciones afectivas sino que también estamos dotados de altas dosis de agresividad. Este argumento va en contra de aquellos nociones de hombre en que el ser humano sería bueno por naturaleza y es la sociedad o el medio lo que lo corrompe, no, Freud postula que de manera disposicional nos habitan tanto tendencias amorosas (pulsión de vida) como tendencias agresivas y destructivas (pulsión de muerte). Por tanto, si la cultura quiere mantenerse en pie, no tiene otro remedio que limitar las disposiciones agresivas de los individuos, a fin de que los lazos libidinales que amalgan su entramado puedan establecerse. Una justificación simple es la protección, si la cultura refrena mis impulsos agresivos también refrena que los impulsos agresivos de las demás personas puedan recaer en mí. En función de ello la persona volverá los impulsos destructivos contra el propio individuo, imagine si frente a una situación usted experimenta una alta de tensión que evoca sus impulsos agresivos, por ejemplo si recibe una mala calificación, si descubre una traición, si sufre una decepción, la cultura pone un dique a la expresión directa de su agresividad y no tiene otra opción que reintroyectar esa agresión, es decir, devolver los mismos montos de agresión pero hacia el mismo individuo, lo que vuelve transformado en sentimiento de culpa. La exaltación del sentimiento de culpabilidad es de carácter fatalmente inevitable. Y dado que la cultura no puede controlar de forma manifiesta todas las disposiciones violentas de los individuos, como quién imagina disponer de un policía en cada calle, se forja a nivel de la psiquis una instancia que será juez de todas las acciones, una instancia que nada se le escapa y nunca descansa: el superyó. Parece como si el hombre sólo pudiera elegir entre agredir al otro o agredirse a sí mismo. Cuanto más limita el hombre su agresión hacia el exterior, más severo y agresivo se hace en su ideal del yo. En suma, en el psicoanálisis hay una noción de subjetividad como un sujeto inestable, romántico en conflicto con la cultura. El sujeto se fundamenta en esa

tensión que se configura a nivel psíquico, jamás podemos dejar de estar reprimidos. El conflicto es constitutivo. Referencias Freud, S. (1992). El malestar en la cultura. En Obras completas Vol. XXI (pp. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu. Gómez, C. (2013). Introducción: Aporías de la cultura. En El malestar en la cultura (pp. 11-50). Madrid: Alianza.