El Lugar de Las Ideas Libertarias en La Serie de Las Liberaciones Humanas

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EL LUGAR DE LAS IDEAS LIBERTARIAS EN LA SERIE DE LAS LIBERACIONES HUMANAS ¿Quién de entre los que aspiramos a la libertad y la felicidad universal por la anarquía no ha sido sorprendido por observaciones del género siguiente?: ¿En qué grado nuestro bello ideal parece incomprensible e inaccesible a tantas gentes incluso de buena voluntad y razonables por otros conceptos? ¿En qué grado, gentes que ignoran teóricamente nuestras ideas practican frecuentemente en sus relaciones íntimas, hasta más allá de tal círculo, la solidaridad y la libertad espontáneamente y con una delicadeza y perfección como si vivieran en la anarquía de nuestros sueños? ¿En qué grado, aun, algunos que profesan teóricamente la anarquía parecen poco aptos, incluso incapaces, de practicarla a su alrededor, sobre todo cuando se encierran en algunas fórmulas únicas e invariables? De tales, observaciones me parece que sacamos la impresión de que los grandes círculos, el de las personas que desean y son capaces de vivir una vida anarquista y el de las que se hallan en los movimientos presentes y aceptan las ideas teóricamente, no se cubren, ya que el primer círculo forma una esfera de expansión normal del segundo. Por el contrario, hay diversidades, y distancias que impiden la rapidez del progreso anarquista, pérdida desastrosa si se tiene en cuenta que tantos esfuerzos rivalizantes y hostiles acaparan continuamente a los hombres dispuestos a una actividad progresiva, pero indecisos aún y fácilmente desviados. Hay una pequeña compensación en el hecho de que, por su parte, los socialistas autoritarios deben pasar por la experiencia de que mucha gente retrocede instintivamente ante sus sistemas otorgados, en que deben darse cuenta de que los que practican la autoridad con placer, no son generalmente los conciudadanos más simpáticos, y que en las filas de los que profesan sus teorías hay siempre, pronto o tarde, oposiciones, frondas, resistencias que minan y paralizan a la vez las reglamentaciones más o menos escogidas. Contra estas tendencias disolventes se acentúa la autoridad, pero esto es un medio de defensa, un síntoma de debilidad. Nunca ha existido una autoridad que haya permanecido indiscutida, siempre se ha encontrado a la defensiva, temiendo hundirse si aflojaba las riendas del poder. La libertad, en cambio, como no se detiene ni estabiliza jamás -pues semejante detención la convertiría en hecho estatuído, en autoridad constituida y le arrebataría su propia esencia, su razón de ser- continúa en marcha adelante a medida del apoyo sincero que va obteniendo.

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Así, pues, lo que importa ante todo es separar las causas de la “libertad”,y de la “autoridad” y, allí donde histórica y contemporáneamente se hallan algo ligadas, darse cuenta exacta de sus relaciones y donde sea posible, desligarlas y cortarlas con inteligencia y decisión para acabar de una vez. Históricamente existe esta serie de sucesiones: de los diversos grados de la autoridad a los diversos grados de la libertad, y también existe en la vida de todo ser humano, desde el recién nacido en estado de impotencia completa al niño y al adulto: también existe en las relaciones entre hombres que no se conocen, desde el desconocido, sospechoso y hostil, al hombre aceptado en una esfera de confianza y de solidaridad. En su origen la autoridad se deriva, probablemente, de la protección dada y aceptada, la de la madre para el hijo, la de la tribu en su conjunto o de sus hombres más fuertes para los débiles e inermes, medida de protección contra el ambiente invasor, si éste podía serlo, y que si invadía sí era el más fuerte. Estas luchas entre los primeros grupos de hombres y contra todos los peligros que les rodeaban, los diferentes grados de eficacia entre hombres que resaltaban a los ojos de todos, y la impotencia absoluta de los hijos humanos durante algunos años, juntamente con su falta de experiencia y sabiduría, supieron imponer a la fuerza bruta, pero todos esos desarrollos iniciales han degenerado en privilegio rivalizado por quien sería el más fuerte, el privilegio del sacerdote-hechicero, el privilegio del jefe-tirano, los cuales adquirían hegemonía sobre la fuerza bruta por medio de una inteligencia astuta. Sin ocuparnos de las mil transformaciones de estas fuerzas primitivas y de los esfuerzos muy graduales de verdaderas inclinaciones a una libertad de manifestarse, podemos decir que aún nos hallamos en esta línea de evolución, que autoridad y libertad se enfrentan siempre y que incluso la estructura de las relaciones entre hombres que les dio su origen no ha sido cambiada en el fondo. El recién nacido continúa necesitando el sostén de hombres que deben hacer todo por él antes de que llegue a su vez a ser hombre, los grados de capacidad entre hombres, además de mil formas de privilegio y de monopolio, continúan estableciendo gradaciones entre fuertes y débiles, los hombres continúan encerrándose en Estados, teniendo por enemigo o por aliado, jamás desinteresado, a todos los habitantes de allende sus fronteras y protegiéndose contra ellos por medio de gobiernos y ejércitos. Frente a estas situaciones establecidas y consideradas como intangibles, la libertad no ha ganado una pulgada de terreno, pero no tiene necesidad de ello: pues ésta no puede conquistar una pulgada de terreno antes de que haya conquistado toda la superficie del globo, lo uno o lo otro. Pero la libertad reside en una cantidad de cerebros e instituciones; es la ciencia, el arte, la vida privada en sus buenas formas, la costumbre urbana, el pensamiento libre, la práctica social solidarista que comienza a nacer, en resumen, se halla sobre todo lo que vale sobre la tierra. ¿Y qué es la autoridad? Es el sable, el hisopo, el diplomático, el financiero, el vientre capitalista, el funcionario y la gran masa de sus idólatras, los segundos equipos preparados de todos los partidos, los socialistas y obreristas inclusive, para reemplazar a la cuadrilla que goza de los placeres del Poder y sus 3

privilegios. Y además la masa de pobres incautos que les sigue, desde el clericalismo y nacionalismo al socialismo parlamentario y el comunismo dictatorial. Entonces al pasar en revista estas dos esferas, la ya adquirida a la libertad y aquella donde la autoridad permanece aún atrincherada, cada uno escogerá la suya. No es posible permanecer neutral. Pasaron los tiempos de la autoridad ingenuamente ejercida e inconscientemente sufrida. Se acerca la época en la que la libertad, practicada en mil formas dispersas, se unirá para desafiar a la autoridad en toda la línea, y esa es la que será revolución liberatriz denominada revolución social, pero que, en mi opinión, llevará un nombre más amplio: el de “revolución” o “liberación humana”. Pues la libertad se ha conquistado derecho de ciudad por una serie de actos liberadores a través de las edades que han precedido a este acto de liberación “social” que no se ha producido hasta hoy. Ahí reside la serie de verdaderas revoluciones o actos emancipadores, cualquiera que haya sido su forma -experiencias, descubrimientos, iniciativas, acciones directas colectivas impulsivas- por las cuales fue y será realizado el verdadero progreso. Las luchas sociales se colocan en este cuadro; considerarlas bajo otro aspecto sería, a mi entender, desconocer el alcance y las proporciones relativas de los desarrollos históricos que desconocemos. Si el pueblo es oprimido y explotado hoy, lo fue también desde tiempos muy remotos, desde la época quizá en que el acrecentamiento de las poblaciones hizo valer las posesiones, lo, tierra, etc., y las hizo acaparar por el más fuerte en detrimento durable del más débil, que económicamente ha permanecido despojado, dependiente y sometido desde entonces. Si esta masa cada vez más creciente de desheredados no ha podido recobrar su bien social a través de las edades, el mal que ella soporta es tanto mayor, la importancia de remediarlo es tanto más urgente, pero el hecho evidente es que no ha podido obtener satisfacción, recobrar su bien, sea porque el aparato de cruel coerción contra ella no ha desarmado un solo instante, sea porque ella misma continua desunida, sin verdadera voluntad colectiva de obrar, sin audaz espíritu de cuerpo para seguir las iniciativas revolucionarias que nunca han faltado. Es preciso reconocer que bajo otros conceptos el genio humano ha producido mucho más para su emancipación; de la vida primitiva a la vida utillada, estudiosa, pensante, científica, artística, asociacionista y, en muchos aspectos, rebelde de nuestros días, hay más progreso acabado que de la esclavitud al asalariado, del despotismo oriental al constitucionalismo o fascismo moderno, del jefe de tribu salvaje al jefe de partido, etc. El problema “social”, cuya importancia soy el último en menospreciar, pero que no puedo colocar a la cabeza de los problemas, puesto que incluso esta rápida ojeada demuestra que él realiza menos progresos que los otros grandes pasos adelante dados por la Humanidad, ha quedado rezagado porque sus víctimas se hallan bajo el peso del inmenso aparato opresivo que vive sobre ellas (Estado) y que protege el goce de los poderosos y de los parásitos (capital). El maquinismo, al intensificar los sufrimientos 4

obreros, ha suscitado al fin la resistencia y en muchos la voluntad de poner fin para siempre a la explotación, luchando por la instauración del socialismo. Pero esta crisis regeneratriz, organización y resistencia y a veces insurrección, ha encontrado a las víctimas en su mayoría aun no despiertas a la libertad, por lo cual una gran parte ha permanecido enganchada a las ilusiones de un socialismo autoritario, estatal que corre parejas con la esclavitud capitalista o feudal. Sería, pues, una emancipación falsificada de antemano, que establecería y estabilizaría un nuevo autoritarismo, como ya ha sido predicho tantas veces a título de advertencia profiláctica, y como lo que hemos visto desde 1917 nos permite ya confirmar por experiencia directa. Reflexionemos un poco que seis de los más grandes Estados europeos: Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania, Italia y Polonia, tienen a la cabeza de sus Gobiernos, socialistas autoritarios militantes o evolucionados en su dirección particular, los señores McDonald, Briand, Stalin, Hermann Muller, Mussolini y Pilsudski, (téngase en cuenta que el presente trabajo fue escrito en el 1929) constelación verdaderamente fenomenal sin que, sin embargo, se sienta por ninguna parte el menor soplo de espíritu socialista, la más pequeña huella de acción generosamente social, ni en estos ni en aquellos sobre los cuales estas grandes naciones ejercen influencia. Así es que, para el anarquismo, será, preciso, escoger. Sin suprimir nuestras simpatías por esas víctimas, sin abandonar la solidaridad práctica en la lucha obrera diaria, ni romper los lazos que crea el trabajo en común, la vecindad, el contacto de todas las horas, los anarquistas faltarían a su propia causa si no crearan al fin una base mucho más amplia para su acción que el movimiento exclusivamente social y obrero o campesino. Sin abandonar este medio que, por lo demás se cuida con frecuencia muy poco de nosotros, debemos ampliar nuestra base y no dejarnos apurar por las dificultades iniciales, que serán grandes porque nuestro retraso habrá sido grande. Fue un sueño generoso el de que el proletariado unido en la Internacional de 1864, el de que los obreros y campesinos españoles que enarbolaron a partir de 1868-69 las ideas del colectivismo anarquista harían tabla rasa del sistema capitalista y crearían la sociedad libre. Este sueño continúa existiendo y en España al menos no ha perdido, según mi opinión, su ardor pristino. Pero en otras partes la mayoría de estas masas se ha abandonado atada de pies y manos al socialismo autoritario y a sus jefes y se conforma con promesas de un Estado comunista, aun cuando han visto a un Estado semejante en Rusia demostrar su incapacidad y crueldad al más ciego, en los últimos diez años. Esto es, si se quiere, bastante bueno para un movimiento reformista a toda costa, pero el socialismo anarquista rechazó siempre los pseudos socialismos. Este no faltará a la solidaridad obrera, pero no será absorbido por ella o el mal sería mayor que el bien. Pues la misión histórica del socialismo anarquista es poner en marcha en el terreno político y económico las mismas tendencias evolutivas y fuerzas creadoras que los métodos de la ciencia han puesto en movimiento en el de los conocimientos y 5

experiencias humanas. De igual modo que de la cosmogonia absurda ideada por algunos magos engañadores e ignorantes se ha llegado a la concepción del cielo y de la tierra que la cooperación de todas las ciencias modernas comienza a esbozar, así del despotismo oriental o mussolinesco se llegará a las federaciones libres asociadas, y del botín del bandido, pirata o financiero al trabajo libre según las modalidades que convengan a los participantes y a disposiciones parecidas sobre los frutos del trabajo. No se ha podido llegar de un salto de los primeros cálculos chinos y caldeos a los observatorios modernos, pero las ciencias que no fueron seriamente fundadas hasta el siglo XIX, han podido hacer progresos verdaderamente enormes en cien, en cincuenta, e incluso en menos años, y eso es aplicable a todo lo que se comienza seriamente en nuestro tiempo: por la perfección ya adquirida de los métodos y por la cantidad de cooperadores de buena voluntad los progresos son rápidos. Bajo este aspecto el pensamiento socialista anarquista, auxiliado por el Instrumental de la sociología, por los resultados de la estadística, por los útiles de trabajo, perfecciones que el sistema actual produce en propio interés de sus explotadores, el pensamiento socialista, repito, apoyado de este modo y rico en iniciativas generosas que le aportarán sus abnegados militantes jóvenes y viejos, será sin duda capaz de producir rápidamente posibilidades de realizaciones iniciales eficaces y verdaderamente viables. El aspecto intelectual y, para un número restringido de hombres también el lado sentimental y moral, el lado audaz y entusiasta quedaría garantizado. Pero al lado del gran número de los hombres aún menos tocados que se incorporaría a estos trabajos o que al menos no los obstaculizarían, este factor es todavía un factor “desconocido” y a causa de esto sería temerario evaluar la rapidez de esos desarrollos. Pero es ahí donde estará nuestro verdadero lugar. La labor es enorme y el socialismo autoritario, por grandilocuente que sea, no es más que un episodio que hemos encontrado en el camino. Aparte algunas regiones, los libertarios no son más que una pequeña fracción comparada con los millones que siguen a los socialistas autoritarios, y nuestra causa tendría pocas esperanzas de conseguir despertar la atención del mundo si sólo residiera ahí toda su esfera y radio de expansión. Si creemos esto, entonces nos aislamos y abandonamos a nosotros mismos. Nuestro verdadero papel es la evolución histórica, es el de protagonistas integrales del principio de libertad, principito que penetra ya ciertas partes de la vida humana que evolucionan progresivamente, la intelectual y la moral sobre todo, que nosotros aplicamos al dominio político y social en armonía con sus otras aplicaciones libertariamente inspiradas. Situándonos ahí, si tenemos talento y laboriosidad, estaremos colocados en el polo mismo de la libertad y todas las aspiraciones liberales se agruparán, se asociarán alrededor nuestro y con nosotros. El polo de la autoridad atrae también fatalmente a sus devotos, inclusive los socialistas de esos matices, y nosotros no tenemos por qué ocuparnos de ellos más que para buscar un “modus vivendi”, si es posible, con su movimiento, defendiéndonos, si avanzan en calidad de invasores, y tratando de tocar a algunos de sus elementos por medio de una propaganda razonada, no fanática, si hay 6

posibilidad. Pero sería mucho mejor ocuparnos de los elementos liberales, voluntaristas, asociativos, federalistas, que de los productos más o menos irreductibles de la autoridad secular. El error fundamental de esta concentración por autoritarios y libertarios, en la medida en que son socialistas, sobre el mundo obrero, me parece ser el siguiente: que ni los unos ni los otros pueden esperar a realizar sus ideas de un modo general, salvo el empleo de medios tan coercitivos que harían odioso e impotente lo que se llegase a mal construir por tales procedimientos. Los autoritarios tropezarán siempre con la resistencia de los libertarios y no podrán paralizarla temporalmente más que por el terror gubernamental, como hacen en la Rusia soviética. Los libertarlos hallarán el obstáculo de estos mismos autoritarios, que son sus enemigos jurados, y una masa habituada a ser dirigida y poco apta aun para dar una vida libre, que se le hiciera posible, esa verdadera eficacia que una mentalidad libertaria, esperémoslo así, sabrá darle. Ello implicaría, pues, la continuación de las luchas presentes y pasadas, y tales luchas han impedido hasta aquí e impedirán aun las únicas demostraciones persuasivas y victoriosas, las del ejemplo y la experiencia. Sería triste si el porvenir social inmediato se hallara integrado por otros bolchevismos, otras reacciones fascistas y tentativas libertarias, aisladas y, con toda probabilidad, aplastadas por el conjunto de los adversarios: como esto no se hace frente a un capitalismo arraigado, que no pierde el tiempo y que en el fondo está unido, mientras que los socialistas, autoritarios y libertarlos, se hallan tan profundamente desunidos y no pueden estar unidos, puesto que autoridad y libertad son el pasado y el porvenir, esferas que no pueden unirse. Es preciso, pues, salir de este terreno tan estrecho y dar a la libertad un campo de acción más amplio en el sentido indicado más arriba. El movimiento libertario continuará siendo una parte importante de estas actividades ampliadas, pero no constituirá el todo. La anarquía podrá manifestarse en el terreno político (anti-estatal) y social (anti-capitalista) cuando, apoyada en la fuerza libertaría adquirida en todos los demás terrenos, el progreso humano sea una fuerza más imponente que ahora, momento en que se halla aislada y es - casi en todas partes- el grupo más débil entre los organismos obreros y se ve combatida encarnizadamente en el mundo obrero por los organismos autoritarios. Para explicar claramente lo que quiero decir y utilizando un ejemplo tomado de la región española, que conozco, sin embargo, muy poco, diré que si hubiera sido posible combinar las fuerzas físicas, intelectuales, morales, impulso y arranque de la Internacional anárquico-colectivista, de los grupos comunistas libres, del federalismo profundo y de todas las ideas avanzadas de Pi y Margall, de las ciencias evolucionistas, del libre pensamiento, de la educación libertarla, de la cooperación, de los sindicatos que en su concepción forman un mundo propio al margen del sistema presente, y de todas las demás corrientes y esfuerzos verdaderamente liberales, “entonces” se habría reunido en este pasado, que es de mi construcción, una fuerza libertaria y 7

liberal que, hubiera podido ser eficaz y fijar al menos los fundamentos de una posición en lo sucesivo inexpugnable: las causas de libertad firmemente establecidas y garantizándose mutuamente apoyo y defensa. Todo el mundo sabe que nunca se ha pensado en hacer algo de este género y que tampoco se piensa actualmente en ello. Todas estas causas han sido rivales u hostiles o bastante indiferentes unas para otras. Cada uno ha obrado por su cuenta y no existen resultados bien eficaces. Si en España todavía todos estos elementos se acercan un poco, en los demás países se combaten a sangre y fuego o se ignoran, y si en España el pueblo se mostraría en parte favorable a tales alianzas, en los otros países, adoctrinados por los socialistas autoritarios, sería indiferente, sino hostil. Y sin embargo, solo combinando de una manera semejante al máximo de fuerzas verdaderamente progresivas podrá la libertad crearse una base en el mundo autoritario que nos rodea. He sido inducido a discutir esta cuestión, que no es extraña a algunos de mis artículos precedentes, pero que, si, posee una verdadera oportunidad, requiere ser considerada varias veces y sobre todo por varias personas más que yo: he sido inducido a ello, repito, por algunas observaciones epistolares de un amigo (no español ni camarada militante) que conoce nuestras ideas y las considera, como a toda otra idea, con un escepticismo crítico que es siempre bienvenido y que convendría aplicar a toda idea que no ha sido aún comprobada por hechos. El quería que nuestra idea hiciera lo necesario para dejar de ser una “opinión privada” y convertirse en una categoría “sociológica”. Para que ésta llegue a ser el punto de “cristalización de un mundo nuevo”, debería, según él, “admitir por buenas las tonterías históricamente necesarias”, lo que traducido al lenguaje corriente quiere decir, a mi modo de ver, que debería tener en cuenta los hechos que se derivan inevitablemente del pasado histórico. A eso corresponde, creo yo, mi reconocimiento perfecto del papel pasado de la autoridad, su carácter inveterado que la ha anclado en la mentalidad de casi todos los hombres y, sin duda, también en la de nosotros, educados en este medio ultra-autoritario que rechazamos, pero que no puede dejar de influir sobre nosotros. Yo pienso que las concepciones de los cambios bruscos, rápidos, totales, son engendradas por esta mentalidad y que el razonamiento con arreglo a las ciencias nos debería hacer decir que en un mundo en el cual el 9 por 10, si no más bien, el 99 por 100 o el 999 por 1.000 son autoritarios en grados diversos, el más bello arranque, el más generoso ejemplo, el esfuerzo más práctico de 1 por 10, , 100 ó 1.000, despertado a la libertad no puede producir rápidamente una realización perfecta y universal de las aspiraciones libertarias. Para llegar a resultados mejores, yo creo útil hacer que el esfuerzo libertario se apoye, no en esas minorías verdaderamente demasiado pequeñas, sino sobre minorías más amplias que comprendan todos los elementos del progreso: de este modo se reuniría una verdadera fuerza minoritaria que llegaría a ser “el punto de cristalización de un nuevo mundo”. Para comenzar será necesaria una base semejante, y entre el mundo obrero en su totalidad que, salvo localmente, es tan extraño, si no hostil, a nuestras aspiraciones, y el mundo del progreso humano en todos sus matices, yo pienso que este último nos ofrecerá tal base. Es preciso una base, un punto de 8

apoyo, pues si somos precursores no queremos de ningún modo ser aislados, cuyos puntos de vista son verdaderamente una “opinión privada”. El precursor que no es seguido por un cuerpo más lento, pero más amplio, se convierte en un aislado. Nada más fácil que ser un aislado; una paradoja cualquiera puede aislar a uno y ponerle al margen. Nada más difícil que ser precursor, porque es preciso presentir la vía que una masa amplia deberá tomar impulsada por la evolución y facilitarla apartando los obstáculos y predicando con el ejemplo. De la autoridad máxima a la libertad máxima, he ahí la vía, y si todas las manifestaciones restantes del progreso van en esta dirección, para el progreso político y social no hay excepción: no puede ser absorbido en el camino, por todos los problemas del mundo obrero, precintado aún generalmente en la autoridad y sin prisa de salir, sino que habrá de marchar en lo posible al mismo nivel, con el mismo ritmo, en la misma dirección, para todas las demás formas del progreso, para formar con ellas la falange, minoritaria primero, pero que será lo bastante potente un día para fijar las bases de un mundo nuevo. Este crítico escéptico me dice todavía: “Me parece que el anarquismo debe ser remojado antes en Darwin, Marx y Freud, para que pueda volverse viviente de nuevo. Habrá de batirse de lo lindo con los tres. De lo contrario continuará siendo una opinión particular, pero no una categoría social”. Yo transmito estas observaciones a otros más capaces que yo para explicarse con los pensadores e investigadores citados. Si la humanidad es aún capaz de evoluciones progresivas -y nosotros lo creemos a pesar de todo- la anarquía como fin se halla ciertamente en la línea del progreso hacia la más alta perfección realizable, y la anarquía como movimiento haría bien, a mi juicio, en colocarse en la línea que he indicado más arriba. Incluso Marx ha reconocido frecuentemente este fin ideal, y las preocupaciones sobre la miseria social inmediata y la tradición autoritaria le han hecho detenerse en el mundo obrero como única palanca, error que él comparte con muchos de los nuestros y que ya he discutido más arriba. Freud ha insistido sobre una ciudad de influencias autoritarias que obsesionan al niño y al hombre primitivo, y que no cesan para el hombre adulto de nuestros días. Su preocupación curativa como médico y como observador histórico y social es siempre el de desembarazar a los hombres de esas obsesiones, la de disolverlas explicándolas, una obra esencialmente liberatriz que da a conocer a la autoridad como un mal inveterado, como ignorancia incrustada, errores fosilizados, incoherencia petrificada, y cuanto más se conocen esas fuentes profundas tanto mejor se puede proceder a desinfectar a la especie humana de esta infección antigua y tan duradera. Yo pienso, pues, que el aspecto general de las ideas de estos tres sabios no es opuesta al ideal anarquista, y que si ellos han interpuesto obstáculos, si se han detenido en medio del camino, si han preconizado desviaciones -lo que demuestra es más bien una insuficiencia personal suya- la de que no estaban dispuestos lo bastante a ir hasta el fin y en línea recta que una insuficiencia de la idea anarquista, si ésta es comprendida en el sentido amplio que no hay que estrechar jamás.

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Tratar de actuar en el sentido y espíritu aquí esbozado, no arrebataría ninguna fuerza al anarquismo, a los movimientos anarquistas, sino que abriría nuevas. No puede ser labor suficiente para una idea de regeneración completa de la humanidad el discutir en algunos grupos, difundir algunas publicaciones, polemizar con sindicalistas, comunistas, socialdemócratas, considerar como importancia mínima todo esfuerzo que tiene un aspecto moderado y no violento, hacer crónicas sobre los raros hechos revolucionarios y desdeñar todo lo que acontezca al margen nuestro. Esto no es bastante, teóricamente reconocemos bien -los trabajos de Proudhon, Bakunin, Reclus, Kropotkin y otros lo atestiguan- en qué grado nuestra idea está ligada a la idea general del progreso humano, que es en efecto su expresión más pura y más completa, pero en la práctica parecemos creer que es bastante el que eso haya sido dicho en algunos de los libros, y nos sumimos en el trabajo cotidiano que nos ocupa, nos absorbe, pero que también, por abnegado que sea, nos tiene al margen de la marcha general del progreso. No es suficiente el que algún artículo aquí y allá y los grandes libros de algunos autores insistan sobre estos lazos. El mundo se entera muy poco de ello y nos toma siempre por aislados sombríos que viven en el polo extremo de las ideas sociales y que desprecian y combaten a todos los que no son de los suyos. Hacemos demasiado poco desde aquellos años, ya lejanos, en que las voces de Reclus, de Tolstoi, de Kropotkin, se han callado, para afirmar nuestro contacto viviente con la humanidad en otros lugares que en el campo de la revolución militante e intransigente. El militantismo solo no convence: es necesario que las ideas que él defiende sean hechas accesibles bajo sus aspectos más diversos, a fin de llamar la atención de los más variados. Con este motivo, yo me esfuerzo por estimular las actividades y energías separadas de nuestra causa porque las ignoran y las vías de acceso que conducen a ella son demasiado arduas, estrechas, escarpadas, ¡qué sé yo! ************************** VIAS DE EVOLUCIÓN DE LA IDEA ANARQUISTA Si mis deseos de que los movimientos anarquistas entren en contacto más estrecho con todas las aspiraciones liberales y humanitarias, incluso incompletas, que actúan a nuestro alrededor han parecido a alguien ya utópicos, ya inútiles, estimo oportuno recordar los orígenes mismos de nuestro movimiento. ¿De dónde venimos? Siempre ha habido hombres libres y rebeldes, pero todos han creído, poder realizar su liberación individual; si algunas veces sembraron la libertad en torno suyo, ello fue para afianzar su propia libertad. Otro tanto ocurrió con las capas sociales y los pueblos que se sublevaron frecuentemente. Se detuvieron en realizaciones parciales, limitadas que para ser mantenidas han exigido el ejercicio constante de fuerza y autoridad, fundándose así posiciones privilegiadas erizadas de defensas, pero no verdaderas manifestaciones de la libertad. Para, fundar la libertad era necesario ir más lejos, percatarse del papel de la autoridad, rechazarla plenamente y tener confianza en la posibilidad de una convivencia humana sin opresores ni oprimidos, mantenida por la consciencia y la voluntad de todos y no por algún tutelaje que se convertiría en fuente de nuevas autoridades. Muy pocos hombres han concebido esta posibilidad en el 10

transcurso de la historia, lo que demuestra, no que sea una concepción artificial, accidental, no práctica, sino solamente que es una concepción a la cual no han llegado al principio más que espíritus favorecidos merced a tales o cuales circunstancias favorables. De igual modo que tampoco podría decirse que las aplicaciones de la electricidad son artificiales, accidentales y no prácticas por el hecho de que, a pesar de conocer fenómenos eléctricos muchos siglos antes, no se comenzaron a hacer aplicaciones más prácticas hasta el siglo XVIII, en tiempo de Volta. No, ciertas fuerzas sombrías impidieron el desarrollo general hasta entonces, y las mismas fuerzas inteligentes, despiertas al fin, que crearon las máquinas, la técnica y tantas otras aplicaciones nuevas y utilísimas de fuerzas y materiales que siempre existieron, estas mismas fuerzas despertaron el espíritu humanitario, socialista, libertario y revolucionario en esta misma época y no antes ni después. De igual manera que durante todo un siglo, por ejemplo de 1760 a 1860 los progresos científicos, técnicos, etc., no fueron más que restringidos y escasos comparados con lo que se ha hecho de 1860 a 1930, grandes sobre todo en teorías e hipótesis, incompletos aún en realizaciones, lo mismo en la anarquía no se halla en todo un siglo más que un número pequeño todavía de pensadores verdaderamente originales y una masa reducida de adherentes, de discípulos, de hombres atraídos por una propaganda relativamente muy limitada y poco organizada en torno a ellos. La diversidad de origen de la docena de los más notables que quiero mencionar a continuación demostrará que no ha sido ni la clase, ni la raza, ni un impulso simultáneo lo que les ha llevado a manifestarse, sino un feliz concurso de circunstancias de tradición, medio, cualidades personales y situaciones y tendencias contemporáneas que han ejercido influencia sobre ellos. Si, como he tratado de demostrar, la vida de la evolución humana es la de una desintegración continua de la autoridad y de la eclosión sucesiva de las libertades humanas, también hemos podido ver las amplias bases de la autoridad anclada en el pasado, la cual sobrevive, cuando no por la fuerza bruta, por la fuerza de la inercia, y renace para cada individuo al hallarse éste en estado de inferioridad absoluta en que se encuentra inevitablemente y que le hace necesitar protección, educación y experiencia. La naturaleza misma ha suministrado una solución en este último caso mediante la formación del grupo familiar allí donde los recién nacidos están verdaderamente desprovistos de medios de subsistir por sí solos y muestra que en cada especie animal el individuo consigue más rápidamente su autonomía completa y, si permanece con un grupo de su especie, parece hacer esto por asociación voluntaria, como igual. Sólo el hombre es arrancado lo más pronto posible a la tutela maternal y familiar para caer bajo la tutela del Estado, y, si pertenece a la gran clase de los oprimidos y explotados, bajo la dominación de los amos que se sirven como instrumento de trabajo para sus propios intereses. Imbuido de los prejuicios del pasado, que, muy frecuentemente, le transmite su familia, y dominado, reglamentado, colocado en un lugar donde debe estarse quietecito, trabajar y obedecer, el hombre de nuestro 11

tiempo no conoce de la libertad más que los descansos de sus horas de recreo y del tiempo pasado en su hogar, a excepción de aquéllos que se penetran de los hechos de la marcha incesante hacia la libertad verdadera a través de los siglos, y todos han visto pronto que el oscurantismo intelectual propagado por las religiones, el estatismo y el monopolio de la propiedad forman un bloque único de conservatismo de status quo, intangible, y le han opuesto el deseo de emancipación integral, intelectual, político, personal y social. También se ha hecho la experiencia de que son muy pocos los hombres que poseen esa mirada de conjunto que permite comprender en qué grado se hallan soldados los tres grandes monopolios que tienen puesta una mano de hierro sobre los cerebros, las personalidades y el trabajo de los desheredados. No ha habido pues, nadie más que los anarquistas como propagadores de la emancipación integral, mientras que las emancipaciones parciales están representadas por los librepensadores, con toda la ciencia tras de sí, por los liberales y radicales que algunas veces se han inspirado en ideas antiestatistas y federalistas muy conscientes, las de Herbert Spencer y Pi y Margall, etc., y por los socialistas y obreros organizados, desde el tradeunionismo incoloro al sindicalismo revolucionario. Todos esos movimientos parciales han hecho mucho bien enseñando ideas sanas de pensamiento libre, de respeto a la personalidad humana, de afirmación del derecho social de los desheredados, pero también han hecho mal creyendo bastarse a sí mismos y ser finalidad única y definitiva, perdiendo de vista la cohesión de estos tres grandes ejércitos en marcha hacia la fundación de la libertad y del bienestar humanos. Su suerte trágica es la de fracasar continuamente por falta de esta inteligencia y solidaridad recíprocas, y prolongar así los regímenes autoritarios. No sólo hay esta falta o esta rareza de éxitos definitivos del librepensamiento, liberalismo (para resumir con esta palabra los esfuerzos, antiestatistas parciales) y socialismo (término colectivo también), sino que existe igualmente este problema: ¿cómo emplear de la mejor manera, todas las energías e inteligencias adquiridas a una de estas ideas progresivas y que, cuando no hay lucha aguda o éxitos obtenidos que requieren un trabajo de nueva creación, permanecen estacionarías e inactivas, ya que el pequeño trabajo de la propaganda no les absorbe por no ser una obra que atrae a todos en tiempo ordinario y para la cual no todos son aptos. En otros términos: ¿Qué sucede con millones entre millones de individuos que hace un siglo han pagado por todas estas ideas y que, por muy militantes que fueron cierto tiempo, han visto siempre terminarse su carrera sin que verdaderas realizaciones les hayan dado posibilidades de vivir enteramente según sus ideas? La respuesta será: han formado organizaciones y continúan creciendo, ¿qué más se quiere? En realidad un partido es ya el féretro de una idea, la cual es conservada en él, embalsamada, venerada, confiada a guardianes dogmáticamente fieles u oportunamente infieles, y cuanto mayor se hace el partido, tanto más se convierte el miembro en una nulidad. Entonces los bellos movimientos dormitan, los miembros se resignan y a menudo su idea muere con ellos, ya que ni 12

siquiera se transmite a sus hijos ni a su familia. Esto quiere decir que la mala hierba de la autoridad ocupa de nuevo el terreno limpio en que la libertad había comenzado a brotar. Además, la lucha de los partidos entre sí impone a cada uno la necesidad de engrandecerse más aprisa posible, lo cual conduce siempre a un reclutamiento más superficial, a una captación de adherentes cada día menos penetrados de la idea, e inevitablemente también los grandes partidos se hacen moderados y no difieren más que en fachada, pero no en esencia, de los partidos netamente conservadores. Un liberal de hace un siglo fue un militante de innumerables insurrecciones y batallas; un liberal de nuestros días no es nada. De esto no ha escapado tampoco el socialismo: comparad el socialista de antaño y el socialista inscrito en el partido de nuestros días en todos los países: si bien existe un progreso numérico enorme, hay una pérdida de esencia casi completa. Así es que se da este círculo vicioso del que es preciso salir: el engrandecimiento no seguido de acción, de verdadera actividad, de experiencia nueva, significa la atenuación, el moderantismo, el desperdicio de las fuerzas, el estancamiento y la reasimilación de lo que se ha comenzado a combatir. La historia lamentable del liberalismo se ha convertido también en la del socialismo en sus matices truncados, incompletos, que son los más numerosos. Limitándome aquí al socialismo, quiero considerar de cerca por qué ha perdido tanto de su arranque inicial, que fue magnífico. Todos sabemos que la primera causa de ello fue en defensa generosa de la clase obrera en todos sus sufrimientos constantes y sus esfuerzos por aliviar tales sufrimientos. Esta lucha práctica se imponía, hizo aguerridos a los socialistas, con frecuencia sentimentales y místicos, de los primeros tiempos y les dio la confianza de los obreros. Pero como ya he explicado en otra parte, de esto se derivó para los unos una identificación casi absoluta del socialismo con la lucha obrera de resistencia presente, y otros, al separarse de esta lucha, se han hallado en un aislamiento casi absoluto. Desde hace largo tiempo se trata de combinar los dos fines, la propaganda de las ideas y la lucha diaria del trabajo, y como esta cuestión, importante es casi siempre embrollada por consideraciones particulares, no se llega más que a soluciones aparentes que redundan siempre en desventaja de ambas finalidades. Nunca se trató tanto de combinar de lleno los dos grandes fines como en las federaciones antiautoritarias de la Internacional, la jurasiana, la belga, y sobre todo la española. Esto fue facilitado en dichos lugares por la ausencia casi total, entonces de otros movimientos socialistas y organizaciones de resistencia obrera: la Internacional fue, pues, el único gran foco para las luchas diarias, la propaganda de la sociedad del porvenir. Pero al fin se aprendió por la experiencia que los fines presentes y la propaganda y la acción revolucionaria eran incompatibles y que no se reunían más que aglomeraciones ya de valor mínimo en ideas -si numerosos obreros de un oficio, poco 13

tocados por la idea, se hacían miembros con ocasión de las luchas cotidianas- ya de fuerza numérica mínima, si sólo los anarquistas eran miembros de las secciones. Se hizo la crítica de este género de organización a partir de 1887 y se aceptó en 1888-89 la nueva orientación que creó dos organismos separados, la organización anarquista y la Federación de Resistencia al Capital, que admitía el concurso, de todas las sociedades obreras, sin distinción de matiz socialista, para la lucha cotidiana. Al mismo tiempo, la organización anarquista estaba abierta a los grupos de todas las tendencias y a los que, calificándose entonces de anarquistas sin adjetivo, carecían de una opinión preconcebida sobre las formas económicas en una sociedad libre. La historia de cuarenta años, a partir de 1889 ha mostrado que esta separación del esfuerzo presente y futuro era preferible a su combinación reglamentada en los años 1870 a 1879, pero ninguna de las nuevas formas ha obtenido aún las simpatías generales. Una organización cualquiera de los anarquistas tropieza siempre con la indiferencia o la hostilidad de los anarquistas antiorganizadores, y una organización que haga un llamamiento a la solidaridad de los obreros de todos los matices sociales, llega no obstante a ser influenciada por una de estas tendencias, por lo cual pierde el concurso de todas las demás tendencias y de los obreros organizados que los hombres de estas tendencias controlan. Estos son los hechos de la vida real que ningún llamamiento teórico o sentimental a la solidaridad han podido cambiar hasta aquí. Contemplemos los demás países y hallaremos esta separación neta del presente y del porvenir en el tradeunionismo y socialismo inglés de hace un siglo, cuando la presión del capitalismo intensificado por el nuevo maquinismo cimentó la unión de todos los obreros dispuestos a luchar en solidaridad mutua en las “Trade Unions” con el fin inmediato de la resistencia, seguido por todos los medios, desde la acción colectiva por medio de la huelga hasta el sabotaje y a los procedimientos de extrema violencia e igualmente por la opinión pública, la presión sobre los políticos y el parlamento, etcétera. La propaganda socialista no ocupaba ningún lugar en estas uniones estrictamente prácticas, y el socialismo no fue tomado en consideración sino mucho más tarde, de mala gana y con un escepticismo extremo, tan sólo en el momento en que, habiendo formado un partido político, el laborista, al lado de los partidos liberal y conservador, comenzó a ser un factor político hasta llegar a su actual influencia política, que le permite constituir el gobierno de Inglaterra, aun sin poseer una mayoría parlamentaria. Las “Trade Unions” se sirven de todas las situaciones que les permiten hacer valer su poder de gran colectividad, unida al menos en su mayoría, para elevar o defender el nivel de vida y las condiciones de trabajo de los obreros del país que pertenecen a sus sociedades, y ahí está todo lo que les interesa en la organización, sea cual fuere la opinión socialista de muchos de sus miembros. Allí donde, como en los Estados Unidos de América del Norte, el socialismo político es una cantidad desdeñable y el socialismo 14

de la propaganda revolucionaria es aún débil, los tradeunionistas americanos, la “American of Labor” adopta con relación al socialismo la misma actitud desdeñosa y profundamente hostil que los tradeunionistas ingleses de hace cuarenta o cincuenta años aplicaban a los que hoy los apoyan. Allí donde mayorías obreristas imponen con frecuencia gobiernos laboristas fuertes, como en Australia y Nueva Zelanda, los tradeunionistas se adaptan a las reglamentaciones del trabajo, a la regularización de las huelgas, al arbitrio obligatorio previo, etc., que estos gobiernos imponen, con más o menos buena voluntad, en suma, puede decirse que las “Trade Unions” “toman su bien donde lo hallan” y que sólo les interesan verdaderamente los problemas de la hora afecta a sus intereses. Toda opinión más definida, sobre cuanto tiende a un porvenir positivamente socialista está condenada a ser minoría sin esperanza y sin salida ante esta gran colectividad. Su espíritu continúa siendo el del obrero que afirma y defiende su derecho al mayor salario. etc., que puede obtener, pero que no siente ningún interés por el bien o el mal de los capitalistas que lo emplean. El socialista está dispuesto a lanzarse en pleno porvenir, a cargar con los riesgos y las responsabilidades de una transformación social completa; el tradeunionismo aborrece todo paso a lo desconocido y los asuntos de la colectividad no le interesan como miembro de su unión, sólo el interés de su grupo le fascina. Por esta concentración llega a mantener o mejorar sus condiciones de vida, pero deja intacta la sociedad capitalista; tiene su parte en la prosperidad de esta sociedad, como en los Estados Unidos, y si hay falta de trabajo colectivo o grandes dificultades en una industria especial, como en la extracción de hulla en la Gran Bretaña, en estos años el tradeunionismo obtendrá pronto o tarde con su tenacidad de fines el que la comunidad aplique algún remedio especial a costa de todos; entonces quedará contento y el capitalismo también continuará contento de saber controlar siempre la gran masa de obreros por medio de algunos “sacrificios” que sabrá echar sobre las espaldas de la gran masa de consumidores y pagados así por los propios trabajadores. Tal es efectivamente el obrerismo estricto, herramienta de las más perfectas para la defensa y nuevas conquistas en la sociedad presente, que para mantener su eficacia se abstiene de toda pérdida de fuerza que el pensamiento y el esfuerzo socialista podrían costarle. En los países del continente europeo no eran posibles esas separaciones, fáciles para los trabajadores ingleses, escoceses y americanos, donde una antigua vida política y un parlamentarismo estrictamente organizados habían producido situaciones estables. En Inglaterra el socialismo de Roberto Owen, la cooperación, la reforma electoral, el cartismo y el trade-unionismo eran todos movimientos y organizaciones diferentes que tenían un buen número de adherentes y miembros en común, pero conscientes de tener cada cual su fin especial; en América, nuevo país con espacio ilimitado, había aún sitio par aun gran número de comunidades experimentales socialistas de los más diversos matices. Por el contrario, en el 15

continente europeo el ejemplo de la Revolución Francesa y de las revoluciones liberales, la lucha contra el absolutismo; por las constituciones y la república, y las luchas nacionales ligaban a los hombres avanzados a los movimientos políticos, y el socialismo permanecía o bien secta demasiado aislada, sin verdaderos resortes para extenderse ampliamente, como el de Saint Simón, Fourier, Leroux y tantos otros, o estuvo ligado a los movimientos políticos en un sentido positivo o negativo, total o parcial, revolucionario o reformista. Y esos mismos hombres inspiraban también las organizaciones obreras, que, en Francia, como en Alemania, fueron desde el principio ampliamente socialistas ya en el sentido prudhoniano y colectivista libertario, ya en el social demócrata o la manera de Lasalle o Marx. Cuando estas organizaciones tomaban amplias dimensiones siempre tuvo su mano sobre ellas una de las grandes tendencias del socialismo político, y otros partidos, liberales y clericales, se dedicaron también a organizar a los obreros en sociedades refractarias al socialismo, pero activas en un sentido muy moderado de defensa de sus intereses inmediatos. Los diversos partidos obreros controlaban, pues, enteramente el trabajo organizado, lo que quería decir que el trabajo estaba sujeto a su táctica electoral, situación ventajosa a los políticos socialistas para los cuales el trabajo organizado no era más que un apoyo útil en su caza de actas de diputados, y que originó en algunos países la determinación de separarse de los políticos y así nació el sindicalismo. Este adquirió gran desarrollo en Francia, hacia 1895, sostenido por socialistas de todas las tendencias, de los marxistas a los anarquistas, que estaban profundamente asqueados de los políticos y querían hacer ellos mismos su trabajo de organización y emancipación. De ahí la famosa divisa: “El sindicalismo se basta a sí mismo”. Con grandes esperanzas volvió a adoptarse la ideología de la Internacional y se pensó que del sindicalismo revolucionario se iría directamente, por la huelga general, a la sociedad nueva, de la cual el sindicalismo sería ya el esqueleto, el andamio, el cuadro a llenar. Pero si para la Internacional española y la Federación Regional (1870-1888) esta esperanza tenía una base al menos teórica, puesto que todos eran anarcocolectivistas y no respetaban más que esta concepción social, hallándose a mil leguas de todo marxismo, etc., el sindicalismo francés reunió a socialistas antipolíticos de matices muy diversos y también revolucionarios y reformistas, y sus posibilidades de realizarse de un golpe eran, pues, nulas incluso en teoría. Por el contrario, después de algunos años de esplendor se dislocó y no se ha hecho más que continuar esta disgregación, es decir, refleja como una fina membrana todas las disensiones y matices del socialismo general, lo que hace imposible su homogeneidad y le convierte en instrumento de defensa obrera completamente débil, lo que se ve menos gracias a la favorable situación económica de Francia y a la situación asegurada de trabajo en este país sin número apreciable de desocupados y que puede dar todavía ocupación a un número muy grande de obreros extranjeros. 16

El sindicalismo de los demás países del continente, improvisado como imitación entusiasta del sindicalismo francés en sus primeros tiempos gloriosos, se desarrolló exactamente según el grado de descontento que el monopolio social-demócrata en el trabajo organizado había ya creado y según la fuerza de resistencia que ese monopolio podía oponerle. Así supo implantarse firmemente en Suecia, conquistó derechos de ciudad en Holanda, floreció un momento y luego languideció en Suiza de lengua francesa, fue nulo siempre frente al trade-unionismo y la socialdemocracia en Inglaterra y Austria, tuvo una época floreciente seguida de un período estacionario, si no languideciente, en Alemania, se dividió en anarquistas, hoy proscritos o clandestinos, y en reformistas, ayer más o menos fascistas, en Italia, en suma, se manifiesta hoy como una de las formas insuficientes al lado de las ya discutidas. Inútil decir que otra de las formas insuficientes es el sindicalismo comunista, destinado exclusivamente a ser un arma dirigida por los dictadores de Moscú para sus propios fines. Hay además ese sindicalismo de gran impulso captador, que enrola a los trabajadores en un solo cuerpo, representado antes por la I.W.W. del Oeste de los Estados Unidos, de Chicago al Océano Pacífico, forma la organización para período de entusiasmo, para luchas agudas, pero que no se adapta a las mil comparaciones de las regiones industriales. En la Argentina, en Méjico y rudimentariamente en otras repúblicas americanas existen organizaciones militantes. Inspiradas verdaderamente por ideas libertarías acentuadas y conscientes y luchando así día tras día contra un capitalismo y gubernamentalismo crueles y potentes, pero a su lado hay organizaciones reformistas y comunistas, que ante todo les son hostiles y dividen a los obreros. Estas divisiones existen por todas partes y sólo se puede comprobar que la solidaridad obrera, esta intersolidaridad, tanto mundial como local, se halla hoy tan debilitada como su internacionalismo y la tolerancia y los buenos procedimientos entre los diversos matices de estas concepciones sociales: la guerra, entre socialistas tiene la palabra, guerra física como la que se hacen todos los días en Rusia y que amenaza estallar en todas partes. Por esta ojeada rápida se comprenderá que en ninguna parte ha sido resuelto aún ni el uno ni el otro de estos dos grandes problemas: el de la parte del socialismo en las cuestiones diarias del trabajo organizado y el de la acción de las masas captadas para el socialismo en los años enervantes de espera que preceden al período de la acción final y las realizaciones, años que ven perderse, apagarse a veces tantas bellas energías y esperanzas despertadas, que no están satisfechos de la vida rutinaria y a menudo mezquina en partidos, grupos, etc. Se hace lo que se puede por matar el tiempo en Casas del Pueblo, Ateneos obreros, estudios, grupos artísticos, deportes, pero este medio nuevo es demasiado pequeño al lado del gran mundo presente, con todas sus atracciones constantemente renovadas, que nos rodea, y con el cual no debemos perder el contacto, ya que en él se 17

produce en efecto tanto trabajo progresivo en ciencias y artes, aligeramiento de usos y costumbres, etc. ¿No sería preciso que los obreros aportasen al mundo mucho más mediante esfuerzos que sólo ellos pueden hacer, ya que el trabajo la energía, la fuerza ejecutiva de la sociedad residen en ellos? Hace más de un siglo que William Thompson lanzó, el 22 de septiembre de 1826, su bello llamamiento a los obreros de su país para que, en lugar de trabajar para personas desconocidas, lo hicieran para ellos mismos mutuamente: por el desarrollo enorme del trabajo organizado, del espíritu socialista y de las cooperativas de distribución existentes en un buen número de localidades, y los elementos necesarios para inaugurar una producción por los sindicatos obreros, distribuida por las cooperativas al numeroso público simpático al socialismo. Pero esto no se hace en gran escala o permanece ligado a un partido estrecho, como las cooperativas obreras en Bélgica. Los trabajadores podrían también atenuar en mucho los sufrimientos de los sin trabajo, imponiendo acuerdos que obliguen a que sean empleados desocupados alternativamente para suplir, durante largos períados de vacaciones, a los obreros agotados, con reparto de gasto entre la colectividad. También se opondrían al trabajo nocivo de la sociedad que se les impone y que ellos ejecutan considerándose moralmente irresponsables, lo cual es una concepción antisocial que les mantendría siempre en estado de esclavos mudos de sus amos. Por tales procedimientos establecerían una solidaridad viva entre ellos y núcleos de independencia económica y de vida social equitativa. Y, sobre todo, su colectividad velaría por ejercer la solidaridad en caso de persecución contra algunos de ellos a causa de opiniones de cualquier matiz social. Si hubiera tal disposición de espíritu, entonces sólo se llegaría a una acción de resistencia presente practicada según las exigencias de cada caso en la forma técnicamente necesaria y apoyada por la solidaridad universal de los obreros, que no dejarían perecer una acción cualquiera emprendida por alguno de sus grupos. Entonces, con la fuerza de esta base común que les protegería a todos, los diversos movimientos socialistas se desarrollarían con arreglo a sus verdaderos méritos y atracciones, sin incurrir en las rivalidades que les hacen echar mano a medios demagógicos para abrirse camino Sólo esta resistencia colectiva, unánime, haría frente al capitalismo, siempre unido contra los trabajadores, y el cual tiene un juego fácil frente a las disensiones presentes que determinan que sólo se las tenga que haber con un grupo grande, pero débil por moderantismo, o con un grupo avanzado pequeño en número, y en estas condiciones, el capitalismo queda amo del cotarro. A semejante organización neutral y solidaria, universal y unánime, de la resistencia obrera, no, se podía llegar al comienzo, ya que inevitablemente los socialistas de todas las tendencias, se sentían atraídos hacia ese trabajo grande y necesario y creían deber inspirarlo con sus ideas especiales, anarquistas, 18

socialdemócratas, comunistas, mientras que los trade-unionistas creían proceder mejor descartando toda influencia socialista. Era preciso pasar por esta experiencia, que ha demostrado que ningún grupo de entre las concepciones socialistas está llamado y es capaz de controlar y dominar esta gran obra con su espíritu particular. Las situaciones de la resistencia presente varían continuamente y no soportan un trato único, sea revolucionario o reformista. Toda uniformidad de procedimiento implica ya el empleo de medios demasiado grandes o de medios demasiado pequeños, y estas pérdidas de fuerza y faltas de éxito son las fuentes del descontento crónico, de los esfuerzos desesperados y de nuevos contratiempos. La solución técnicamente necesaria y apoyada sobre el pilar siempre dispuesto de toda la opinión socialista solidarizada en la resistencia, tal sería lo mejor, y el buen sentido y la experiencia para hallarla no faltarán, cuando los que se ocupen de ello se hayan desprendido de las preocupaciones de obrar al mismo tiempo para mayor gloria de su partido, para la humillación de sus adversarios y para muchas razones de Estado, de la diplomacia, y la intriga entre socialistas de matices diversos. Libres de este lastre obrarán rápida y prácticamente y los resultados adquiridos cimentarán la solidaridad obrera ¿Sería verdaderamente imposible llegar a sustraer esta gran causa, que afecta a la vida de todos los productores, a sus luchas cotidianas ante todo, a las rivalidades de las tendencias socialistas después de este siglo de experiencia sin resultado positivo? ¿Se habrá convertido esta gran causa en feudo de una burocracia, de varias burocracias que ya no pueden ser desalojadas? Entonces, ¡ay del socialismo! ¿Permitirán estas burocracias su advenimiento o advendrá cargado de su peso y aumentado con nuevas series de funcionarios? O bien: ¿quién osará pretender que una tendencia socialista sea tan impecable y perfecta que parezca predestinada a presidir la dirección de estas luchas que son una continuación de las condiciones presentes de trabajo y no tienen nada que ver con el socialismo? Si unos trabajadores creyeran que por estas luchas llegarían de etapa en etapa al socialismo, ilusión que los reformistas propagan, y si otros creyeran que de una de esas huelgas podría salir la revolución social, tanto una como otra opinión, son ilusiones románticas. No, de estos incidentes de todos los días no puede resultar más que la protección de los obreros contra un empeoramiento de su situación, ligeras mejoras de esas condiciones, la conciencia de los beneficios de la solidaridad y la esperanza de proceder pronto o tarde a acciones colectivas más amplias y decisivas. Estos son resultados importantes que elevan el espíritu de los obreros y contribuyen a impedir que su condición física se haga aún más miserable. Todo esto exige apoyo unánime y debe ser colocado por encima de las actividades de los partidos, de los cuales ninguno es tan potente y amplio que pueda obrar en nombre de la colectividad obrera.

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Para las realizaciones de los fines de un matiz socialista es necesario manifiestamente más que eso. Es preciso estar penetrado de la idea, y colectividades sindicales que deben ser siempre lo más numerosas que puedan, es imposible que estén penetradas de la idea de una manera homogénea, profunda y duradera; siempre serán o muy pequeñas y en posesión de la idea o más o menos grandes y en posesión muy incompleta de la idea, y en uno y otro caso se hallarán rodeadas de colectividades hostiles a su idea especial. Sólo la solidaridad puede crear la base común sobre la cual podrán ser realizadas libremente las ideas. -Sin ésta siempre habrá en los sindicalismos, en las luchas diarias, la constante continuación de las guerras entre las tendencias socialistas, es decir, de aquí y de estos decenios pasados desde 1872, el año de la escisión entre libertarios y autoritarios en la Internacional por las maniobras del funesto Marx, existirá siempre la guerra abierta o velada, hablada, escrita o física, conducente a la muerte o a la prisión entre matices socialistas. ¿Es posible que el socialismo nazca de esta lucha fratricida que, como en Rusia, no puede llevar más que a un sistema de terror organizado, repetición del terror de los comités jacobinos de 1793-94, que fueron preludio de sus actos dictatoriales, del estrangulamiento completó de la revolución incipiente por Bonaparte, el futuro emperador? No faltan los que condenan estos hechos detestables figurándose que el socialismo se halla en vías de realización, y que estos incidentes desagradables no son más que una confirmación de que no se hace una tortilla sin romper los huevos. Pero se engañan mucho. Sin duda, si se continúa de la manera actual, por todas partes se producirá, un terror bolchevista o un socialismo parlamentario, colaboracionista y adaptado, pero estos abortos producen revulsiones, como Robespierre produjo a Bonaparte, como situaciones fastidiosas produjeron el fascismo en Italia y como la Rusia presente producirá nadie sabe aún qué monstruo, cuya crueldad hará olvidar incluso los horrores actuales, triste sino de las ambiciones exageradas de predominación y exclusivismo. No, los extravíos no serán nunca buen camino, y así el preludio actual del socialismo no es más que la limpieza del terreno para su advenimiento por las manifestaciones -¡ojalá sean las últimas!- del espíritu autoritario que existe aún en todos nosotros como herencia del pasado. Tenemos, pues, que poner fin a este período negativo aún y de crear, por la solidaridad recíproca en las luchas de todos los días, la gran base, impermeable en el futuro al capitalismo, sobre la cual se desarrollarán los socialismos del porvenir. ¡Ojalá que el socialismo anárquico pueda entonces desenvolverse y atraer a él los elementos más progresivos de la humanidad y la primera etapa de su realización habrá llegado! Max Nettlau Noviembre de 1929

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