El Arte Del Buen Decir

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL SANTA FACULTAD DE EDUCACIÓN Y HUMANIDADES ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE COMUNICACIÓN SOCIAL

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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL SANTA FACULTAD DE EDUCACIÓN Y HUMANIDADES ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE COMUNICACIÓN SOCIAL

EL ARTE DEL BUEN DECIR

Monografía del arte de buen decir.

Autor: Jan pool López Yarleque.

Asesor: Saúl paredes Gavidia ENERO 2012 NUEVO CHIMBOTE - PERÚ

EL ARTE DEL BUEN DECIR

Como un gran amor verdadero: Doy gracias a dios por haberme dado una madre maravillosa que me enseñó que uno no se debe rendir ante las dificultades.

Admiro a mis maestros por que me enseñaron toda clase de conocimientos que me están ayudando en mi formación profesional, y que sigan así mas compartiendo las experiencias del conocimiento.

Agradezco a mi dios: Por haber dado la vida, por haber dado un hermano pequeño es como si fuera mi motor en mi vida, que es Mateo.

AGRADECIMIENTO

Expreso mi mayor gratitud por haber tenido Unos profesores de excelencia calidad profesional. La cual es un equipo que me ayudan en mi formación profesional, en el cual agradezco a mis familiares por haber confiado en mí para estudiar esta carrera profesional de comunicación social. También agradezco a mis compañeros de estudios de comunicación social II Ciclo, por haber compartido buenas experiencias en el aprendizaje y hacer que esta monografía este bien perfeccionada y así progresar aun mas en esta carrera profesional que es comunicación social. Gracias por enseñarme al hacer un discurso y un maestro de ceremonia. Le estoy estoy tan agradecido por la enseñas que me a dado en el tiempo de autodesarrollo.

Atentamente, jan pool lopez yarleque

PRESENTACIÓN Esto de Hablar y decir no es lo mismo, aun cuando son interdependientes. Hablar es actuar, un acto intransitivo; decir es hacer, que supone transitividad. De la diferencia entre hablar y decir se derivan dos concepciones complementarias de la retórica. El autor de este artículo afirma que el «arte de hablar» exige una perspectiva fundamentalmente antropológica. La retórica se convierte así, en competencia con la filosofía, en una ciencia fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras actuaciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas. No es lo mi hablar con grupo pequeños es muy diferente decir delante de publico que es mayor.

INDICE

Dedicatoria Agradecimiento Presentación Índice Introducción

Capitulo I………………………….el arte de buen decir Capitulo II…………………………Fedro y el Arte de bien decir Capitulo III………………………..Arte de hablar y arte de decir

Referencias bibliográficas

Introducción El arte de buen decir es cuando se expresa delante de un público pero sin cometer errores que puedan mal interpretar la expresión del orador. La oratoria es una Arte bella que nos sirve como hablar delante de público. El arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover, es, según la Real Academia Española de la Lengua, la Retórica, ese arte, que en uno de los diálogos platónicos entre el joven Fedro y Sócrates, también conocido como el tratado del amor, nos definen como su objeto, el saber la verdad.

CAPITULO I

El desarrollo del tema

EL ARTE DEL BUEN DECIR La comunicación oral o la forma como nos expresamos, revela mucho de nuestra personalidad. Cuando hablamos en público, mostramos todo: la postura, nuestra mirada, nuestra actitud, si estamos correctamente vestidos, si tenemos buen conocimiento del tema, etc., por eso comunicarse efectivamente será siempre un verdadero reto. Una primera cuestión es vencer el temor para que no nos impida hablar en público. La segunda cuestión es saber si lo que estamos hablando está siendo entendido por el oyente en la forma como queremos que nos entienda. Esto se conoce como la productividad de la comunicación oral, el verdadero desafío de los maestros, alumnos, gerentes, congresistas, policías, médicos, ingenieros, psicólogos, etc. En no pocas ocasiones he escuchado decir que las palabras tienen alma. Tal vez alguien se pregunte cómo puede ser eso posible cuando las palabras son como brisas que pasan, acarician el rostro y después no vuelven más. Sin embargo, me atrevería a afirmar que no solo tienen alma, también poseen fibra, emoción,

sentimiento...,

elementos

todos

que

cobran

vida

en

esos

profesionales de la voz y artistas de la expresión oral que son los locutores. Con los ecos aún latentes del II Encuentro Científico Nacional de Locución — espacio de análisis y diálogo acerca de temas claves de ese sector en el país— quedaron revoloteando algunas ideas sobre las cuales valdría la pena volver la mirada. Entre ellas, los principales desafíos que enfrenta el ejercicio de la locución. Con ese propósito JR conversó con experimentados profesionales del habla. «Muchos son los retos», comentó Marialina Grau, presidenta de la sección de Locución de la UNEAC. «Debemos darle la importancia que merece a la expresión oral, la limpieza al hablar, el respeto al español que hablamos en nuestro país y el cuidado de las curvas de entonaciones, todo lo cual conforma nuestra identidad. Los cubanos hablamos con una musicalidad que nos

distingue, de la misma forma que los argentinos, chilenos, uruguayos y mexicanos tienen la suya». ¿Cuántas veces no vemos o escuchamos en nuestros medios de comunicación a personas que emplean frases foráneas, copian estilos o se proyectan de una forma que no es la idónea? En busca de las causas nos topamos con un aspecto que ha generado mucha polémica: la intrusión profesional. Según algunos experimentados locutores, es común ver a populares artistas —ajenos al campo de la locución— presentando o conduciendo espacios para aprovechar su atractivo en aras de despertar el interés del público. Sin embargo, no son pocos los que con su desempeño perjudican el ejercicio del buen decir ya que no están formados o habilitados. Al respecto, Edel Morales, quien marcó época en el Noticiero Nacional de Televisión, significó que hay presentadores, conductores y animadores que no reúnen las condiciones requeridas, a pesar de que se desempeñan en estos roles. «Se impone atajar a tiempo cuestiones como estas que desvirtúan la profesión. Como consecuencia se cae en la chabacanería y la banalidad reflejada en la mala dicción, en los problemas para articular, y en la incorrecta pronunciación y lectura de la cadena hablada. Injustamente se atribuyen erratas al locutor, que ha sido siempre una persona preparada y patrón de la expresión oral. Ni la radio ni la televisión

pueden

hacerse eco

de

malos

ejemplos con

frases que

desgraciadamente se van acuñando en el público». Hay casos excepcionales, recordó Marialina. «Tenemos los ejemplos de Rosita Fornés, quien fue muy buena conductora, además de cantante, actriz y bailarina, pero se preparó para esa labor; y el de Esther Borja, conductora también durante muchos años de un programa musical. Ellas lo pudieron hacer, pero esa no es la situación de la mayoría. Ser actor o cantante no implica que puedas llevar adelante la conducción y ese es un factor que se debe conocer y tener presente». En opinión de los profesionales entrevistados, la búsqueda de voces y rostros del agrado del público —en un intento de ganar en atractivo o proyectar más naturalidad— no significa sacrificar la técnica y la profesionalidad. Para Miguel Sierra, locutor de la emisora Radio Cadena Habana, «si tienes incorporado hablar correctamente lo haces con naturalidad, de lo contrario la expresión oral

se percibe forzada y conduce a la pérdida de credibilidad». Consideró que el principal desafío de la locución es lograr ser reconocida como tal y que no se minimice, pues es un arte con un alto nivel de responsabilidad. «Los locutores devienen paradigmas no solo del idioma sino también del sistema de valores. Las personas imitan a los locutores —quienes llegan al círculo más estrecho de las relaciones interpersonales—, por tanto no se puede descuidar la importancia de un individuo frente a un micrófono». Hay quienes afirman que en Cuba hay una decadencia de la locución, señaló César Arredondo, con sus dotes de excelente comunicador. «Pienso que no es así, sino que simplemente estamos en otro momento donde es vital insistir en la superación y el adiestramiento». Ante los retos, se impone la necesidad de abogar por profesionales cada vez más preparados y capaces de responder a las exigencias de una labor para nada sencilla. El locutor no es ese personaje que está en los medios como un simple transmisor de mensajes o ideas plasmadas en un guion. Es un artista capaz de dominar la técnica y poseer sensibilidad, un orfebre de la voz, que educa y se erige como patrón identitario de referencia y paradigma de la cultura idiomática.

CAPITULO II

Fedro y el Arte de bien decir

El arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover, es, según la Real Academia Española de la Lengua, la Retórica, ese arte, que en uno de los diálogos platónicos entre el joven Fedro y

Sócrates, también conocido como el tratado del amor, nos

definen como su objeto, el saber la verdad. Es así, como por medio del buen discurso, tanto oral como escrito encontramos la verdad, esa verdad tan deseada y que difícilmente hallamos. Nos encontramos también con otro objeto de la Retórica, el discurso, objeto que vemos en otro de los diálogos platónicos, el de Gorgias o de la Retórica, donde Sócrates también se manifiesta: -“...Puesto que la Retórica es una de las artes que se sirven mucho del discurso y que otras muchas están en el mismo caso…”Con lo anterior, se quiere decir que el discurso hace parte de cualquier arte o tratado, medicina, gimnasia, matemáticas, entre otras, donde se usa de diferentes maneras, dependiendo la ciencia de la que se trate, por ejemplo, en la astronomía, los discursos se refieren al movimiento de los astros, del sol y de la luna y así pasa con las demás artes que puedan existir. Según esto, podemos observar que los diálogos varían según el hablante u orador, pues depende del arte que manejen o del objetivo de su discurso. Esto es lo que sucede con Fedro y Sócrates en su diálogo, pues Fedro, un joven muchacho que está en la búsqueda del conocimiento, no hace más que repetir un discurso que ha dicho el orador ático del siglo V a.C, Lisias y lo repite sin

entender, a veces, que es lo que dice este discurso, sin embargo, Sócrates, hace uso de la Retórica para darle a conocer a Fedro el mismo discurso, pero de una manera, bella y estéticamente compuesta. Veamos entonces el exordio (comienzo) de ambos discursos: -Fedro: «De mis asuntos tienes noticias y has oído también, cómo considero la conveniencia de que esto suceda. Pero yo no quisiera que dejase de cumplirse lo que ansío, por el hecho de no ser amante tuyo. Pues precisamente, a los amantes les llega el arrepentimiento del bien que hayan podido hacer, tan pronto como se le aplaca su deseo. Pero, a los otros, no les viene tiempo de arrepentirse. Porque no obran a la fuerza, sino libremente, como si estuvieran deliberando, más y mejor, sobre sus propias cosas y en su justa y propia medida».-Sócrates: «Había una vez un adolescente, o mejor aún, un joven muy bello, de quien muchos estaban enamorados. Uno de estos era muy astuto, y aunque no se hallaba menos enamorado que otros, hacía ver como si no lo quisiera. Y como un día lo requiriese, intentaba convencerle de que tenia que otorgar sus favores al que no le amase, y lo decía así: »Sólo hay una manera de empezar, muchacho, para los que pretendan no equivocarse en sus deliberaciones. Conviene saber de que trata la deliberación. De lo contrario, forzosamente, nos equivocaremos. La mayoría no se ha dado cuenta de que no saben lo que son, realmente las cosas. Sin embargo, y como si lo supieran, no se ponen de acuerdo en los comienzos de su investigación, sino que, siguiendo adelante, lo natural es que paguen su error al no haber alcanzado esa concordia, ni entre ellos mismos, ni con los otros. »Es de anotar que este último discurso, el de Sócrates, es hecho con la cabeza tapada y que él lo realiza solo y únicamente porque Fedro se lo pide, pues lo reta a realizar un mejor discurso. Es precisamente aquí, donde aparece un elemento fundamental en la Retórica, la persuasión que se trata de obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Y Sócrates lo maneja muy bien, pues convence a Fedro de su discurso, siendo el mismo que pocos minutos antes ya

él había expuesto. Es, entonces, una de las principales funciones de la Retórica, convencer, persuadir, inducir, entre otros, al oyente del discurso, pues la Retórica es también considerada como el arte de las palabras y depende de cómo estas sean usadas para la buena creación de dicho discurso. Se plantean, pues, en el dialogo entre Fedro y Sócrates, dos procedimientos principales para pasar de la censura, al elogio de un discurso, ya que, así como sucedió con los protagonistas del diálogo, el primer discurso fue censurado por Sócrates, y el segundo fue elogiado por Fedro. Dichos procedimientos son: La definición y la división, en el primer caso se trata de recoger todas las ideas particulares y reunirlas bajo una sola idea general para hacer entender por una definición exacta el tema que se quiere tratar en el discurso. Y en el segundo caso consiste en saber dividir la idea o tema general en sus elementos, evitando siempre suprimir los elementos que le dieron vida al discurso. A aquellos que saben manejar estos dos elementos se les da el nombre de dialécticos, pues son los seres que tienen la capacidad para dialogar, argumentar y discutir, afrontando y defendiendo una oposición o un desacuerdo, por tanto manejan el arte de aprender a hablar y a pensar. Según la teoría platónica, la dialéctica es, entonces, el proceso intelectual que permite llegar, a través del significado de las palabras, a las realidades trascendentales o ideas del mundo patente. Encontramos en esta definición el objeto que se nos plantea en el diálogo del tratado del amor sobre la Retórica, el saber la verdad, pues Platón, pretende en este diálogo buscar un instrumento pedagógico y lo hace uniendo tanto la dialéctica como la retórica, ya que la dialéctica es, además, un conocimiento del alma del hombre, de la oportunidad o inoportunidad de determinados discursos, y no solo un ajuste formal de los elementos que lo componen. Escribir, al igual que hablar, también es un arte, que por supuesto, debe incluir, sobremanera, a la Retórica y Sócrates lo enseña a Fedro así: «Puesto que el poder de las palabras se encuentra en que son capaces de guiar las almas, el que pretenda ser retórico es necesario que sepa, del alma,

las formas que de ahí viene el que uno sea de una manera y otros de otra. Una vez hechas estas divisiones, se puede ver que hay tantas y tantas especies de discursos, y cada uno de su estilo». Es entonces, como se mencionaba anteriormente, el arte del bien decir, la Retórica, pero no solo esto, sino, el arte de las palabras, el arte de la plenitud (ese que se consigue persiguiendo lo verosímil y manteniendo esto a lo largo de todo el discurso) del discurso, oral y escrito, del saber la verdad y de conocer el alma del hombre, de ver la naturaleza y de creer que ese hombre y esa naturaleza que están ante nuestros ojos, fueron fuente de inspiración de discursos anteriores, pero más que nada, es también la Retórica, el arte de persuadir y de convencer con palabras, hechos, ejemplos a aquel oyente que está al frente nuestro y, que así como el joven Fedro, quiere ampliar su conocimiento para hacer también uso de la Retórica y llevar la buena nueva de los discursos escuchados a otros seres que también quieren conocer otros puntos de vista.

CAPITULO III

Arte de hablar y arte de decir

Hablar y decir no es lo mismo, aun cuando son interdependientes. Hablar es actuar, un acto intransitivo; decir es hacer, que supone transitividad. De la diferencia entre hablar y decir se derivan dos concepciones complementarias de la retórica. El autor de este artículo afirma que el «arte de hablar» exige una perspectiva fundamentalmente antropológica. La retórica se convierte así, en competencia con la filosofía, en una ciencia fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras actuaciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas.

Hablar y decir

Para ir distinguiendo especies en la pradera de la retórica, voy a empezar por distinguir entre el hablar y el decir y, con ello, entre dos concepciones ciertamente coordinadas, más no por ello menos diferentes- de la retórica como arte de hablar y como arte de decir. Elegir la primera concepción implica acercarse a la filosofía y a la psicolingüística, mientras que la segunda nos conecta con la ciencia de la literatura o estilística y con la semiótica.

Hablar y decir parecerán quizá expresiones respectivamente sinónimos y Ciertamente el uso cotidiano las intercambia e iguala. Pero si alguien dice, por ejemplo: «El Jefe del Gobierno habló en la televisión ayer» y un interlocutor responde preguntando: «Y ¿qué dijo?», esta pregunta carecería de sentido si el hablar y el decir significaran exactamente lo mismo. Hablar es en efecto hacer uso de una facultad, decir es usar esa facultad en un acto de expresión concreta, empíricamente apreciable. Esto hace relación a la distinción aristotélica entre praxis y poíesis a la que volveré más adelante. Naturalmente que nadie puede hablar sin decir o formular expresiones concretas en una lengua concreta y ningún ser viviente puede decir nada concreto sin poseer la

facultad de hablar. No obstante, hablar y decir son aspectos diferentes del acto concreto de hablar, dando esto lugar a sectores de estudio y análisis diferentes. La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos desde su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar.

Haciendo otra distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que propiamente es objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el estudio del propio decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica se concentró casi exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras partes de la retórica (inventivo, dispositivo, elocutivo, memoria, etc.). Lo primero en el conocimiento es lo último en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante como fundamentado del aspecto dicente y el acto de decir como creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden inverso: distingo entre el arte y su producto, la acción de pintar del cuadro pintado, haciendo así que el interés por lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero además doy prioridad al acto de hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la comprensión de la retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad.

El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues residiendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se convierte propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible, analizable y panificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexión sobre el hablar que lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de la lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es una tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación en instrumento de manipulación. «La invención de la imprenta, con ser importante, no es fundamental, si se compara con la invención de las

letras», escribe Hobbes en su Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura como tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica, según Neil Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un instrumento, resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la tecnología va más allá de nuestras intenciones, transformando las estructuras que determinan nuestra forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la tecnología en cambio hace algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito no tenga que ver con la retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica supone el restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual también se comprende la lengua escrita.

La alfabetización, que tantas ventajas aporta a la humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad. Cuando Ferdinand de Saussure creó su teoría lingüística partió también de la lengua hablada como fundamento último. Pero sin el descubrimiento del concepto de fonema y sin la creación de un alfabeto fonético la lingüística habría sido imposible. La lingüística saussuriana vino así a ser una teoría semiológica, una teoría de la langue, no una teoría de la parole. La teoría lingüística de Saussure adolece de una contradicción interna entre la pareja Significante/significado y la pareja lengua/habla a la que he dedicado mi atención en un texto en lengua sueca titulado «El parto del sentido» (Meningen nedkomst, Ramírez [1995b]).

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