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Economía para Abogados y Estudiantes del Derecho Martín Tetaz La Ley de divorcio, las tasas de criminalidad, los contr

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Economía para Abogados y Estudiantes del Derecho

Martín Tetaz

La Ley de divorcio, las tasas de criminalidad, los contratos, la eutanasia, el derecho de propiedad, las instituciones en el sentido amplio de la palabra, el sistema electoral, el aborto, las reparaciones por daños y perjuicios, las patentes, el Derecho internacional, la decisión de anotarse en la Facultad, el Derecho Constitucional, la contaminación ambiental, el Derecho Laboral y naturalmente el Tributario también, son algunos de los temas en que la Economía y el Derecho se dan la mano. “Economía para abogados, y estudiantes del Derecho” se ocupa de ellos, pero además presenta de manera coloquial un completo estudio del modo en que funcionan las economías modernas, con el objetivo de darle al lector una poderosa herramienta para comprender mejor los fenómenos políticos económicos y sociales de nuestros tiempos. El autor, acostumbrado a dictar cursos de economía en Facultades de Derecho, ha elaborado un texto ameno, sin matemáticas ni confusos gráficos como los que plagan los textos de introducción a la economía escritos en su gran mayoría para estudiantes de las Ciencias Económicas. Capítulo a capítulo, el libro ofrece una íntegra visión del funcionamiento de los mercados, las empresas, el sector financiero, el comercio internacional, el crecimiento económico, el desempleo, la inflación, la economía del sector público y la distribución del ingreso. La obra además cuenta con un anexo de preguntas y respuestas diseñadas para mejorar la comprensión del lector y un glosario de términos económicos que permite una rápida consulta a los conceptos más importantes en la materia

Economía para Abogados y Estudiantes del Derecho ISBN: 978-950-34-0456-0

A la memoria de Ricardo Ernesto Tetaz

Agradecimientos Deseo agradecer profundamente a la Doctora Noemí Mellado, Profesora Titular de la Cátedra de Economía Política de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la U.N.L.P. y al Licenciado Daniel Solari, Profesor Titular de la Cátedra de Introducción a la Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la misma Universidad, por haber leído, comentado y sugerido algunas correcciones al borrador de este libro. También resultaron muy importantes los aportes de los Abogados Leandro Delorenzo y Ernesto Tetaz. No obstante lo invalorable de las contribuciones, conservo la absoluta responsabilidad sobre todos los errores.

Prefacio Vengo de una familia de estudiantes del Derecho; mi madre es Abogada y ha sido docente universitaria por más de 40 años; mi padre Escribano. Elegí en cambio una carrera distinta, porque me apasiona la economía. A pesar de tener una experiencia docente de más de doce años; primero como ayudante alumno, luego como ayudante diplomado y finalmente como adjunto, siempre ha sido un extraordinario desafió el discutir cuestiones económicas con mi familia. Cuando empecé a dar clases en la Facultad de Derecho la experiencia no fue distinta. El estudiante de abogacía es, en promedio, bastante averso a cualquier tipo de tecnicismos económicos, ni que hablar de la matemática más elemental o de los gráficos que comúnmente inundan los pizarrones de los cursos introductorios en las Facultades de Ciencias Económicas alrededor del mundo. Por más que para hacer ciencia pueda ser muy útil, el estudiante de Derecho no quiere modelos abstractos, quiere herramientas que lo ayuden a comprender la realidad, conceptos que pueda poner en ejemplos simples. Desgraciadamente existe la sensación (muy difundida también entre muchos economistas) de que el Derecho y la economía no tienen nada que ver. Como resultado se tiene en general a los cursos de economía como una materia más, que hay que pasar para obtener el titulo, pero que no aporta mucho a la formación del futuro Abogado. Sin embargo, la realidad dista mucho de ser así, y como podrá comprobar el lector de este libro buena parte de la actividad profesional del Abogado está fuertemente influida por la economía, y viceversa. Mi experiencia con muchos amigos Abogados y estudiantes en camino de serlo es que fruto de esta falsa disociación, luego de unos años de concluidos los cursos de economía, la mayoría de los conceptos se olvidan y no se tiene una comprensión, si quiera general, de la manera en que funciona un sistema económico y los efectos que es razonable esperar a partir de los cambios de las distintas variables. Creo que buena parte de esto se debe a que durante mucho tiempo no hemos reconocido las particularidades del estudiante de las Leyes y hemos pretendido transmitir conceptos cual si se tratara de estudiantes de económicas, que naturalmente tienen características muy distintas. El primer defecto, en este sentido, tal vez sea el de usar libros de texto pensados para estudiantes de económicas. “Economía para Abogados”, pretende justamente cambiar esa historia. A tal fin he omitido expresamente las presentaciones matemáticas y graficas que plagan los textos tradicionales. Por el contrario he elegido un tono coloquial con distintos ejemplos y referencias de la vida común, del día a día de cada uno. El esquema del libro tampoco es irrelevante. En la primera parte se plantea claramente la naturaleza del problema económico que enfrentan todas las sociedades y muchas de las relaciones existentes entre la economía y el Derecho. Luego se dedica una parte importante a discutir el funcionamiento de los mercados y la

teoría de los precios, cuya comprensión resulta fundamental para entender la manera en que operan las economías capitalistas. A modo de articulación con los problemas más macro, se analizan los mercados internacionales y los mercados de dinero, para dar paso luego a distintas teorías de crecimiento y desarrollo y al estudio de las recesiones y el desempleo. El libro termina con un capítulo de distribución del ingreso y pobreza y otro de economía del sector público, que son temas cada vez más importantes en el estudio de la economía. Como lectura opcional, aunque altamente recomendada, se agregan luego del final un conjunto de preguntas (con las correspondientes respuestas) que pretende testear la correcta comprensión de cada una de las bolillas por parte del alumno. Finalmente, se agrega un resumido diccionario con los términos técnicos de economía que es más común encontrar tanto en los libros como en los periódicos especializados de la materia. Se recomienda al lector el estudio en ese orden por cuanto los temas se van eslabonando y muchos de los problemas que se plantean hacia el final solo pueden ser comprendidos cabalmente una vez que se domina la lógica que rige el funcionamiento de las economías de mercado. Aunque pueden leerse los capítulos por separado, el riesgo que se corre es que su análisis será indudablemente mucho más superficial ocasionando los problemas de comprensión que este libro justamente trata de evitar. Espero que el esfuerzo sirva para interesar al lector y acercar estas dos disciplinas que tanto se necesitan.

Martín Tetaz 30 de enero del 2006 Balneario Enrico

Capítulo I Escasez y elección El aire que usted esta respirando en este momento, la luz del sol y el agua de lluvia son todos bienes que, al menos por el momento, no presentan escasez y por lo tanto la economía no se ocupa generalmente de ellos. La gente es libre de respirar más fuerte o más despacio, de abrir sus ventanas para que los bañe el sol o cerrarlas para disfrutar de su intimidad, de regar cuantas plantas quieran con el agua de lluvia o simplemente juntarla para darle los usos más diversos. Por desgracia, la mayoría de los bienes y servicios que utilizamos para cubrir nuestras necesidades no están disponibles libremente como el aire, sino que, en un grado mayor o menor, resultan escasos; es decir, no existen en cantidad suficiente como para que cada uno tenga tanto como le plazca. La prueba más evidente de esto recae en la escasez del propio tiempo (Becker, 1990). Desde que la vida no es eterna y los días están condenados a durar 24 horas, las personas deben elegir de qué manera utilizar el tiempo. No se puede mirar televisión y leer un cuento simultáneamente del mismo modo que es imposible disfrutar de una cena con amigos en el mismo instante en que se satisfacen instintos amorosos en la intimidad con una pareja. Incluso en el esquema de la sociedad más primitiva es evidente que resulta complicado perseguir una presa mientras se amamanta una cría o ir de pesca mientras se construye una cabaña. Hay que elegir si se estudia por las mañanas o se dedican a trabajar; hay que optar si se estudiará medicina o derecho. Guste o no, hay que elegir. Y el próximo sábado, habrá que decirle que no a los amigos, o a la pareja, o a los hijos, o a este libro que hace tanto queremos terminar, o a uno de los show más placenteros: el de las sabanas blancas. Olvídese de las definiciones tradicionales de los libros de texto de la escuela secundaria; la economía es la ciencia de la elección y como tal se encuentra presente cada vez que se enfrenta una, ya sea de manera explícita o implícita.

El costo de oportunidad Comprender lo anteriormente expuesto implica aceptar una de las verdades más dolorosas con las que el ilusionado estudiante de economía tropieza tarde o temprano: toda vez que hay un problema de tipo económico no existe la magia. Lamentablemente, elegir implica dejar alternativas de lado y esto significa incurrir en un costo que se conoce con el nombre de costo oportunidad. Si se está frente a un problema en el que hay que efectuar una decisión entre distintas posibilidades, pues el valor de aquella opción que se descarta cuando prioriza un curso de acción, recibe aquel nombre y representa su costo de elegir. Mañana sonará el despertador a las 7 de la mañana y usted enfrentará el dilema de levantarse o seguir durmiendo; si prefiere lo primero, su costo de oportunidad será el de haber perdido una preciosa hora de sueño; si se inclina por lo segundo, se arriesga a perder su empleo o a desaprobar la materia que venía estudiando; lo uno o lo otro, según el caso, representarán apropiadamente su costo de oportunidad. Cuando logre levantarse tendrá que ver si desayuna con café o lo hace con té, si come tostadas con manteca o las desplaza por sabrosas medialunas. Mientras se viste seleccionará qué prendas ponerse dejando inexorablemente otras de lado. En particular esto que puede parecer trivial un martes a las 7 de la mañana no lo es si usted se está vistiendo para asistir a una importante entrevista laboral. O peor aún, a una de sus primeras citas con alguien que le resulta muy interesante. Ponerse la corbata amarilla nos impide estrenar el traje marrón, y elegir los zapatos italianos implica que no se pondrá los clásicos mocasines que tanta comodidad le reportan. Para ellas, ponerse la camisa negra significa no lucir el escote y animarse al vestido se traducirá en una segura incomodidad toda vez que deba subir escaleras, alcanzar un libro, trepar a un taxi o evitar la mirada indiscreta de ese compañero que nunca falta. La vida continúa. A la hora del almuerzo, la única manera de resistirse al lomo con champiñones que acaba de pedir el hombre de la mesa de al lado es pensar en su costo de oportunidad versus la opción más light de la ensalada de costumbre. Por un lado el costo del lomo será el de una difícil digestión que durante la tarde dificultará su nivel de rendimiento; por otro lado la diferencia del costo monetario entre las dos alternativas

alimentarias también deberá sumarse al concepto de costo oportunidad, ya que de optar por la comida más frugal, podremos disponer de más dinero para comprar otras cosas luego. Volver a casa. En taxi, en subte, en micro… cuántas opciones. El taxi es probable que sea la más cómoda y rápida, pero su costo de oportunidad debe ser considerado. El subte es más barato y con el dinero que ahorramos podemos acceder a otros bienes, si derivamos algún tipo de utilidad de conocer gente, pues qué mejor lugar que el subte. Llegamos a casa. ¿Que hacemos? ¿Cocinamos o pedimos comida hecha? ¿Hacemos carnes o pastas? Y en la tele, ¿qué miramos? ¿El partido, la película o el noticiero? En fin, por donde quiera que se la mire, la vida está abrumadoramente llena de circunstancias en las que es necesario optar entre alternativas excluyentes, de modo que vivimos pagando costos de oportunidad. Sin embargo, como muchos de ellos no están monetizados –no pasan por el mercado– no nos damos cuenta de que todos ellos representan asignaciones de recursos a distintas alternativas y que significan por ende procesos económicos. Uno de los mejores ejemplos de esto es la falsa creencia de que el sistema de educación pública es gratuito, por el sólo hecho de que no se paga una matrícula. Pero, ¿no tiene acaso para la sociedad un valor enorme el tiempo que todas las personas que participan del proceso educativo no dedican, por tanto, a otras actividades? Claro; se me dirá que el tiempo del docente se asigna y compensa a través del mercado y vía el pago de su salario, pero ¿qué hay del tiempo invertido por el alumno? ¿Acaso no tiene ningún valor? Y no me refiero ya al valor como potencial productor en el mercado de trabajo, sino al valor de su tiempo en sí, pase este por el mercado o no. En efecto hay un extraordinario costo de oportunidades del tiempo que el alumno le dedica al estudio y no a otra cosa, que bien podría ser un trabajo remunerado o uno que no pasa por el mercado, como cuidar hermanos, cocinar, hacer las compras, limpiar, acompañar a los padres, visitar a los abuelos, saludar a un amigo, besar a su pareja, etc. Este aparente orden progresivo en que las anteriores actividades se van alejando de la esfera del mercado revela una distancia que no es tal. ¿Acaso no hay personas que cobran por cuidar chicos, otras que trabajan en una cocina, otras que manejan motos de envíos domiciliarios? Tampoco está tan exento el comercio de emociones; ¿cuánto vale el beso de un abuelo, la

torta de mamá, un abrazo de papá, o el extraordinario amor que un hijo nos puede deparar? En rigor todo esto no tiene precio. Sin embargo, mientras muchas veces no valoramos de manera apropiada las emociones que nuestros seres queridos nos hacen vivir día a día, no dudamos en pagar el precio de una entrada para ver una película que nos vende una emoción completamente construida pero que la creemos verdadera y que confirmarnos con una lágrima, un nudo en la garganta o un sueño utópico. Compramos un libro para ser parte de una historia, del mismo modo que cuando éramos chicos no podíamos resistir la tentación de identificarnos con un personaje y soñarnos participando de la trama. Pagamos para ir a un museo porque queremos comprender una emoción, una sensación, un significado. Vivimos pagando emociones y de ahí el extraordinario valor de las que perdemos toda vez que restamos tiempo al cultivo de las relaciones con nuestros seres queridos. Solo comprendiendo la forma en que las personas eligen y el verdadero costo de oportunidad que enfrentan –que las más de las veces es no monetario– entenderemos cuan alejado de la realidad es sostener que la educación es gratuita sólo por el hecho de no pagar una matrícula. Nos daremos cuenta porqué la mayoría de nuestros compañeros de la facultad o de nuestros colegas en la profesión no provienen precisamente de los sectores más pobres de la sociedad.

Economía y Derecho Estudiar economía es una excelente inversión para aprender a interpretar un cuerpo normativo, no ya por la intención declarada de su letra, sino por los hechos jurídicos que efectivamente produce. En efecto, el estudio de las consecuencias económicas de una norma permite conocer hasta qué punto ésta es apropiada a los objetivos que su cuerpo declarativo enumera. Ya mostramos que cuando la Constitución dice que la educación es gratuita solo contempla el no pago de aranceles, pero no garantiza de ninguna manera que ésta no sea costosa para el alumno. De la lectura de Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina, según su Constitución de 1853, de Juan Bautista Alberdi, resulta evidente que nuestra Carta Magna

no es otra cosa que un proyecto económico, basado fuertemente en la teoría económica clásica de Smith y Say. Un ejemplo más concreto de las relaciones entre la economía y el derecho es el de la legislación tributaria, en el que puede existir una diferencia muy grande entre la aparente voluntad del legislador y el efecto económico final de la norma. Es sabido que a nadie le gusta pagar impuestos, por lo que establecido el mismo por la ley, el sujeto de derecho de la obligación hará cuanto este a su alcance por “endosarle” la carga del tributo a otros. Si éste es un productor es probable que traslade parte de la carga a los consumidores hacia adelante y si –por razones que quedarán más claras en los próximos capítulos– no lograra hacerlo, intentará que sus empleados absorban el coste vía una reducción de salarios, trasladando hacia atrás la carga. Si el contribuyente de iure es un consumidor, este puede simplemente dejar de consumir el bien gravado y sustituirlo por otro, con lo que el productor obtendrá un menor precio –neto de impuesto– y terminará por tanto absorbiendo parte de la carga. Solo de casualidad, el impacto económico final se corresponderá con el que surge de la interpretación literal de la norma, y en todo caso el legislador deberá ser muy cuidadoso para garantizar que la ley efectivamente cumpla con el propósito para el que es dictada. Naturalmente esto no agota, ni mucho menos, la relación entre la economía y el derecho. Comenzamos este trabajo diciendo que el aire y la luz eran bienes libres, no escasos y que por ende la economía no se ocupaba de ellos. Pero qué sucede si una fábrica contamina el aire o una construcción vecina le tapa la luz; lo que no era escaso comienza a serlo y en todas las sociedades existen estructuras de derechos que en mayor o menor medida regulan estas cuestiones. Ahora bien, desde que los bienes antes libres se han tornado ahora escasos, la legislación en la materia será una que vendrá a regular justamente la escasez y como la ha demostrado Coase (1968) existen distintas formas de hacerlo, con más o menos eficiencia. Y qué hay sobre las legislaciones que regulan la competencia empresaria, los derechos del consumidor, la propiedad intelectual o las patentes, por nombrar solo algunos dominios. Hace tiempo que toda una gama de desarrollos en teoría jurídica (Posner, 2000) se está informando cada vez más de los efectos concretos que las distintas leyes. Sobre estas

cuestiones es probable que produzcan, tanto en niveles de producción como de consumo, investigación, contaminación, etcétera. Yendo aún a casos más concretos, uno de los hechos económicos que más trabajo ha dado a abogados y jueces últimamente ha sido la resolución de controversias vinculadas a la indisponibilidad de los depósitos decretada en diciembre del 2001, más conocida como “corralito”. Resulta imposible siquiera emitir opinión sobre una cuestión tan compleja como ésta sin conocer la forma en que se crea el dinero bancario y funciona el mecanismo del multiplicador monetario. Lo mismo sucede en del derecho laboral. Resulta que la naturaleza de las relaciones entre empleado y empleador son cruciales para determinar no solo niveles de productividad y eficiencia de la economía sino que tienen impacto en las tasas de desempleo, decisiones de inversión, de educación y por ende de crecimiento económico. De modo que lo que está en discusión es mucho más que los derechos del trabajador. Incluso la Ley de divorcio genera fuertes impactos económicos toda vez que al modificar el costo de oportunidad de casarse –y de separarse también– impacta sobre las decisiones del casamiento, natalidad e inversión en el hogar –y en la educación de los hijos–. Si ya se aburrió de la enorme cantidad de relaciones presentadas espere que todavía no he hablado del derecho penal. ¿Usted cree que un robo, un aborto, una violación, o un asesinato no tienen nada que ver con la economía? Se equivoca. Ana María Cerro y Osvaldo Meloni ganaron el Premio Arcor 1999 por su trabajo “Análisis económico de las políticas de prevención y represión del delito en Argentina”. En dicho trabajo señalaban que la gente incorpora consideraciones de costo-beneficio a la hora de decidir hasta que punto involucrarse en actividades delictivas. John Donohue y Steven Levitt publicaron en el 2001 un interesante artículo en el que usando modelos económicos encuentran que la liberalización del aborto en varios estados de Estados Unidos fue un factor decisivo en la reducción de las tasas de criminalidad 20 años después. También mi amigo Leonardo Torres, presentó junto a María Laura Alzúa en las Jornadas de la AAEP del 2004, un muy buen trabajo sobre los efectos de la interacción social en las tasas de criminalidad, para distintas provincias de la Argentina. Todos estos desarrollos naturalmente llaman la atención sobre los que escriben y administran las normas por que si

como dice nuestra Constitución Nacional “las cárceles no son para castigo, sino para rehabilitación” habrá que tener en cuenta consideraciones económicas para lograr un sistema que realmente reduzca al mínimo posible la comisión de delitos y maximice la recuperación social del delincuente. Las normas no son una cosa que las personas interpreten literalmente viéndose compelidas a actuar en consecuencia. Por el contrario, toda vez que se genera un hecho jurídico cambian los incentivos que la gente tiene en cuenta día a día para tomar sus decisiones. De ahí la capital importancia de identificar correctamente los costos de oportunidad operantes en cada decisión y analizar cuidadosamente la modificación o efectos que sobre ellos las distintas normas, analizadas como completitud, tienen. Finalmente, aunque no por ello menos importante, desde una perspectiva aún más global cada vez se reconoce mayor relevancia a instituciones jurídicas, como los derechos de propiedad o la forma en que se toman las decisiones públicas, en el éxito o fracaso económico de los países.

Capítulo II Sistemas económicos Qué producir. Cómo hacerlo. Para quién Cierre los ojos e imagine la escena. Es la quinta noche del cuarto mes de su año treinta y tres. Más de dos mil personas se alternan entre las distintas salas de esparcimiento que ofrece el crucero tan bien merecido luego de más de tres años sin vacaciones. Todavía nadie, desde la sala de ruletas donde usted se encuentra, alcanza a percibir la tormenta que lo cambiará todo. Lo que sigue es una sucesión de pequeñas catástrofes convenientemente seguidas por olas de gritos. Todo se desencadena en unos pocos segundos, pero por una extraña razón da la sensación de que las cosas pasan en cámara lenta. El barco se llena de agua lentamente y comienza a buscar el lecho del mar. La gente se agarra de lo que puede. Las miles de cabezas titilan en el agua y los más afortunados consiguen seguir haciéndolo hasta que la tierra gira lo suficiente como para que el sol se deje ver, y con él una delgada línea que interrumpe la monotonía del horizonte opuesto insinuando que, aunque lejos, existe una porción de espacio que el agua no ha logrado cubrir. Solo unos pocos lo consiguen y se desploman en el preciso instante en que sus pies tocan tierra. Por un buen tiempo el recuerdo del horror es lo suficientemente poderoso como para que nadie pueda darse el lujo siquiera de llorar. Con el paso de los días resulta evidente que la isla no está tan mal. Hay unas cuantas especies frutales, cientos de aves y miles de peces que todos ven surfear aunque nadie tenga idea de cómo pescar. Por desgracia no son muchos los elementos del navío que, la ahora generosa corriente, arrima a la costa y similar panorama desolador arrojan las diversas expediciones que de un modo tosco, espontáneamente desorganizado, los distintos grupos llevan a cabo. Por la noche del día menos contado alguien finalmente toma la iniciativa y reúne a los distintos grupos en el único lugar de la isla que los insectos parecen no haber encontrado. El menú inexorablemente vuelven a ser bananas que saben bastante más verdes y amargas que las que acostumbramos a ver en la góndola. Para coronar la noche, hace un frío importante, razón por la cual el inicio de la reunión se procastina en una suerte de concurso sin reglas en el que todos buscan alzarse con la admiración conferida por haber sido el primero en lograr encender un fuego salvador. Ninguno lo logra y finalmente la reunión comienza en la forma de un intercambio de la información que cada uno cree, puede resultar interesante. En general no se presentan diferencias significativas en cuanto a la evaluación de la disponibilidad de recursos que la isla ofrece, sumado a las potencialidades dadas por las diversas habilidades y capacidades de los pocos sobrevivientes. En cambio, las diferencias explotan a la hora de ordenar cuales son las prioridades y organizar los recursos en consecuencia, lo cual pone en evidencia la imperiosa necesidad de comenzar estableciendo la forma en que se saldarán las discrepancias; esto es: la tecnología de toma de decisiones de esta flamante comunidad. Algunos creen que conviene dedicarse a la pesca, otros a la recolección de frutos; están los que consideran que las mujeres deben

cuidar de los chicos, los que razonan que tienen que dedicarse a la confección de prendas, aquellos que creen que no debería haber diferencias de roles por razones de género, etc. Desde la construcción de las casas hasta el intento por comunicarse con el continente más cercano o los esfuerzos por defenderse de potenciales depredadores, todo requiere tiempo y recursos que no abundan y por ende las diferencias de opinión se hacen notar. Allí donde las disidencias son pequeñas todos concuerdan que la votación por simple mayoría es la mejor forma de resolver las preferencias no convergentes, pero cuando las asimetrías en gustos y opiniones son demasiado marcadas el riesgo de que la pequeña sociedad se fragmente es inversamente proporcional a la alternancia con que el mecanismo electoral beneficia a unos y otros. Es sabido que cuando las reglas no están equitativamente distribuidas y benefician siempre a los mismos, los perdedores tarde o temprano encuentran en su propio interés el dejar de participar del juego. No obstante lo interesante de esta cuestión, no es éste un libro de ciencia política por lo que de momento supondremos que esta instancia ha sido sorteada y de alguna manera se ha logrado cierta forma de organización. Un resultado probable es la emergencia de un conjunto de líderes que, comenzando por juntar toda la información relevante tanto respecto a recursos disponibles como a las necesidades que la gente manifiesta tracen un plan que les permita que sus necesidades se cubran lo más posible; ya sabemos por la definición del problema económico que nunca se cubrirán todas las necesidades. Es importante aquí que el lector tenga presente que aunque la mayor parte de los libros de economía clasifican las necesidades en primarias y secundarias, ésta es una taxonomía con límites difusos en la práctica. Un alimento es considerado de primera necesidad, pero cualquiera convendrá conmigo que no puede decirse que el caviar de Beluga o las tortas de chocolate lo sean, aunque nadie puede negar que se trata de alimentos al fin. Más patente se torna el punto cuando se compara la dieta de distintas culturas y se encuentra que para muchos países asiáticos el alimento base (que consideraríamos de primera necesidad) es el arroz; mientras que en países como el nuestro gozan del mismo estatus las pastas e incluso las carnes. Por otro lado un bronceador con protector solar difícilmente es clasificable como de primera necesidad, aunque en el ejemplo de nuestra isla probablemente lo sea. Me gustaría aquí presentar una definición un tanto más novedosa aunque a mi criterio más apropiada. Creo que en todo caso existen necesidades muy básicas que tienen que ver con la mera supervivencia de la especie en tanto animal que en última instancia somos, que tal vez se corresponda con el tipo de bienes que disfrutaban nuestros antepasados hace unos 150.000 años atrás, cuando todavía no existía la cultura. La antropología social ha dejado bien claro que el hombre es hombre desde que tiene cultura, y por lo tanto todas las manifestaciones de la misma constituyen requisitos de primera necesidad para la vida como tal. Sin embargo, las taxonomias clásicas no dudarían en descartar esto de plano. Por estas razones creo que la gran mayoría de los bienes son de una necesidad humana por opuesta a la necesidad animal, y no tiene sentido insistir en ordenarlos de mayor a menor grado de “necesidad” porque ello implica efectuar un juicio de valor que de ningún modo puede ser absoluto sino que difiere de persona a persona y de comunidad a comunidad sin que a priori nadie pueda decir qué es más o menos necesario para otra persona.

A título ejemplificador y volviendo a nuestra isla, supongamos que alguien cree que la prioridad número uno, la actividad más necesaria a la que hay que dedicarle la mayor parte del tiempo, es la caza y la pesca, mientras que otro de los sobrevivientes, un religioso ortodoxo, está incluso dispuesto a comer raíces con tal de disponer buena parte de su tiempo para rezar o realizar rituales espirituales. Para quien no profesa ninguna religión ni cree en nada, a todas luces el tiempo dedicado a actividades religiosas es un dispendio de recursos en actividades de naturaleza secundaria. Pero sobre qué base se puede imponer la escala de valores de algunas personas, a los demás; ¿con qué derecho? Así las cosas y retomando el problema de nuestros líderes planificadores, habíamos convenido que estos recabarían las preferencias de la gente e intentarían cubrirlas lo más posible. Las tecnologías de planificación suelen cumplir con su objetivo en una sucesión de aproximaciones oportunamente corregidas en función de grado de acierto relativo del conjunto de decisiones. Puesto en otras palabras; en una primera etapa del proceso se producirán un conjunto de bienes que se asignarán con algún criterio preestablecido (lo mismo para todos, o a cada quien según la cantidad de horas de trabajo que puso, o bien como postulaba el marxismo, a cada uno según sus necesidades) Normalmente, este primer proceso generará excedentes y faltantes, es decir: sobrará de algunos bienes y faltará de otros (o habrá más colas en la puerta de una fábrica que de otra) En una comunidad relativamente pequeña como la de nuestro ejemplo, los planificadores notarán rápidamente el desajuste y reasignaran los factores; concretamente, sacarán gente y máquinas de la producción que genera sobrantes (o tiene pocos faltantes) y los pondrán a trabajar en el sector donde se produjeron los mayores faltantes. Si en cambio se trata ya de una población más grande y dispersa, entonces la comunicación será más lenta y deberá existir alguna especie de ministerio o de dirección centralizada que junte la información proveniente de las diversas fábricas de las distintas ciudades y coordine los cambios en las decisiones de asignación de recursos al proceso productivo. Algunos economistas planificadores como Oscar Lange (1970) han sostenido que eventualmente este proceso puede converger a producir el mismo conjunto de bienes que se logra con el mecanismo del mercado (cuya discusión presentamos en el próximo capítulo) Esto sería cierto si no fuera porque (por desgracia para los planificadores aunque por suerte para el resto de los mortales) las preferencias de la gente no están congeladas en el tiempo sino que por el contrario cambian y de manera demasiado frecuente. Un ejemplo, un tanto característico de esta inestabilidad es el de quien decidiendo la asignación de su tiempo para el fin de semana jura y perjura que estudiará los cinco capítulos que le faltan pero termina yéndose a jugar al fútbol con sus amigos o a ver una película con la novia. El mencionado ejemplo puede parecer trivial, pero la vida está plagada de situaciones en las que cambiamos nuestras preferencias, muchas de las veces de manera brusca; la ropa que usamos, el corte de pelo, la gente que nos gusta, la comida o la dieta, e incluso muchas veces la carrera que estudiamos. En estas condiciones el método de planificación sufre los mismos problemas que aquel que intenta darle a un blanco que se mueve aleatoriamente de un lado a otro, agravándose toda vez que el ajuste en la dirección de los disparos es más lento a medida que la sociedad se complejiza y agranda, porque cada vez cuesta más conseguir y coordinar toda la información necesaria pero sobre todo porque nunca las preferencias de las personas fueron

tan volátiles como en los tiempos que corren (y sospecho que todavía lo serán más en los que vienen) Adicionalmente vale la pena notar que se requiere de una autoridad política muy importante a los efectos de que los recursos se asignen con flexibilidad dentro del sistema. Se necesitan decisiones centralizadas no solo sobre qué bienes consume cada persona, sino también respecto de que carrera puede estudiar cada uno o que trabajo puede realizar, cuanto se deberá ahorrar, etc. De hecho uno de los embates más frecuentemente recibidos por los sistemas de planificación tiene que ver, generalmente, con la característica no democrática de los mismos.

El problema de la propiedad de los factores Un problema adicional, no por ello menos importante, que se presenta en nuestra isla es el de determinar de quien son los recursos; desde los frutos naturales hasta la disponibilidad del tiempo de los propios sobrevivientes, pasando por las pocas herramientas y utensilios que pudieran haberse recuperado del naufragio. Una primera posibilidad sería que no se estipulara derecho alguno; que simplemente cada persona sea absolutamente libre en el uso de su tiempo y los frutos o peces fueran de quienes los recoja o pesque, quedando los restos útiles del naufragio en posesión de quienes hayan tenido la oportunidad de encontrarlos. Note el lector que esto no será posible bajo un esquema de planificación colectivista centralizada, por que por definición en esos sistemas hay una autoridad que asigna el tiempo de las personas y les indica que hacer y lo mismo sucede con el resto de los recursos, por lo que salvo en una pequeña escala reducida al ámbito del hogar, no existe propiedad privada en estos sistemas, de modo que el “para quien” esta determinado por razones distintas que la mera posesión de los factores productivos. A raíz de esto, una crítica muy frecuente a estos sistemas es que al disociar los resultados, del aporte en factores realizados por las personas, estas no tienen incentivos para hacer el máximo esfuerzo posible y esto obliga a incrementar el poder de la autoridad para que se logre cumplir con el plan propuesto. Por ejemplo, como veremos más adelante, yo puedo trabajar duro durante un tiempo para acumular ahorros que me permitan acceder a algún capital con el que a futuro podré ganar más dinero, en el esquema de una economía capitalista de mercado, pero en las economías de planificación ese ahorro no es apropiado por el individuo sino socializado, por lo que el esfuerzo de trabajar duro y postergar consumo (ahorrar) no redunda (al menos directamente) en un mayor bienestar del trabajador. Nuevamente se requiere de una autoridad muy fuerte, no ya de un líder carismático o algún representante elegido de alguna forma, sino de un poder mucho más fuerte que es necesario construir mediante el proceso educativo y diversas formas de propaganda, de modo que los integrantes de esta sociedad incorporen las reglas de funcionamiento del sistema de manera consciente a los efectos de terminar efectuando el máximo esfuerzo posible en la posición que les toque. Para resolver estos problemas es posible que la autoridad de planificación acuerde otorgarle a las familias la posibilidad de explotar una parte de la tierra para su propio consumo, por

ejemplo, o que les entregue una porción de lo producido para su disponibilidad, de modo de generar incentivos a un mayor compromiso en la producción.

Capítulo III Las economías de mercado A medida que la sociedad se torna más sofisticada y extensa resulta más difícil que una estrategia de planificación colectivista pueda cumplir su cometido de manera satisfactoria. Durante buena parte de la guerra fría y aún a pesar de lo antes dicho, los sistemas colectivistas de planificación centralizada disputaron el espacio de las ideas con aspiraciones de superioridad sobre los sistemas de mercado, aunque en los tiempos que corren esa discusión parece haber sido saldada y la mayor parte de los países del mundo tienen hoy economías de mercado. Incluso aquellos que todavía poseen un régimen centralizado están permitiendo una ingerencia del capital privado y las leyes de mercado que cada vez son más significativas. Para entender por qué esto está sucediendo de esta forma es conveniente estudiar la simplicidad y potencia con que los sistemas de mercado resuelven estos problemas.

La teoría de los precios A diferencia del sistema antes descrito –en el que existía una autoridad central que en función de la información disponible organizaba la producción– en las economías de mercado, la organización de la producción es efectuada de manera descentralizada por los precios. Los precios cumplen así la función de poderosas señales que indican la escasez relativa de los bienes de la economía. Con relativo nos estamos refiriendo a dos cosas: Normalmente la gente puede pensar que algo escaso es algo de lo que hay poco, pero hablar de escasez relativa es referirse a algo de lo que hay poco, respecto de lo que la gente quiere; por ejemplo: nadie se atrevería a decir que en el mundo hay pocos autos o casas y, sin embargo, ambos son bienes que normalmente tienen precios altos, son escasos.

Por el contrario, es mucho más difícil encontrar excremento de osos panda y esa dificultad no implica que los mencionados desechos sean un bien caro, porque no son escasos relativamente. Es cierto que hay muchos autos y casas pero todavía hay muchísima más gente que los quiere. Tan verdadero como que hay pocas deposiciones de osos panda, pero sucede que incluso menos gente las quiere. Cuando decimos escasez relativa no nos referimos a que haya poco o mucho de algo en cantidades absolutas, sino respecto de lo que la gente quiere; es decir, que un bien se torna más escaso, ya sea porque hay menos del mismo o bien o porque hay más gente que lo quiere. También hablamos de escasez relativa porque nos importa la escasez de un bien en relación a otros bienes. Recordemos que como el problema económico era el que planteaba la necesidad de elegir entre alternativas excluyentes, entonces cuando una persona elige un bien, lo hace dejando otros de lado. Si por ejemplo el gusto de la gente cambia y se hace vegetariana implicaría que ahora los vegetales serán más escasos respecto de la carne, incluso cuando la cantidad absoluta de carne y vegetales siga siendo la misma que antes. Entonces si los precios representan la escasez relativa de las cosas, pues lo que es más escaso tendrá que subir de precio y lo que está dejando de serlo tendrá que bajar. De esta manera los precios funcionan como señales, que al mostrar la escasez relativa de los bienes le indican a productores y consumidores cómo deben asignar sus recursos. Concretamente, cuando un precio está subiendo el aumento funciona como una alarma para los consumidores mostrándoles que como ahora el bien está resultando relativamente más escaso deberán tratar de ahorrar su consumo y orientar su presupuesto hacia aquellos bienes que están bajando. Del mismo modo, un precio más alto les informa a los productores que el bien en cuestión está siendo más escaso y por tanto estos deberían sacar recursos invertidos en la producción de otros bienes (cuyos precios están bajando) y destinarlos a incrementar la producción de los que aumentan, o sea de los más escasos. Si todos los bienes y servicios de la economía pudieran tener un precio que reflejara de modo transparente su escasez relativa, pues este sistema garantizaría que las personas de esta comunidad pudieran sacar el mayor provecho posible, dado los recursos con los que

cuentan y no necesitaríamos de ninguna autoridad que tome decisiones de asignación; en otras palabras, los precios cumplirían la función del planificador, de manera perfecta. Por desgracia no existe ninguna economía del mundo real donde todos los bienes y servicios tengan precio. Basta pensar en todas las decisiones que, respecto de la asignación de nuestro tiempo, tomamos todos los días sin que existan precios que nos guíen. Incluso los pocos precios de que disponemos rara vez informan de forma transparente acerca de la escasez relativa del bien en cuestión.

Mercados imperfectos Para que el sistema de precios haga su trabajo de manera correcta se necesita que nadie tenga ningún tipo de exclusividad en ningún mercado. Esta última afirmación resume el conjunto de condiciones que es usual encontrar en los libros de texto básicos como condiciones necesarias para la existencia de un mercado de competencia perfecta. Brevemente veremos por qué. Una primera condición normalmente vinculada a estos mercados es que tiene que haber muchos compradores y vendedores, de modo que ninguno pueda tener suficiente poder como para determinar cuáles serán los precios del mercado en cuestión. En rigor hablar de muchos es poco apropiado porque al no ser éste un concepto absoluto sólo dificulta la comprensión de lo que se quiere transmitir y lo cierto es que no existe un número marque el límite entre muchos y pocos. Hay montones de mercados con cientos de productores pero donde algunos son muy grandes y por lo tanto fijan los precios que quieren y hay mercados con sólo 5 o 10 vendedores que están en una permanente batalla disputándose los clientes y buscando precios competitivos (por ejemplo; líneas aéreas, bebidas cola o compañías de celulares). Parece más correcto, en todo caso, hablar de tantos compradores y vendedores como sean necesarios para que ninguno pueda imponer condiciones a los demás (dicho en términos de nuestra definición; que ninguno tenga exclusividad de ningún tipo). También suele pedirse en los libros de texto, que el mercado tenga libre entrada y salida de compradores y vendedores, pero esto queda cumplido si garantizamos no exclusividad.

Otra característica deseable es que los productos sean homogéneos, porque es sabido que en razones de calidad, de distancia o de marca, puede producirse exclusividad de un productor en un submercado que a efectos del consumidor es un mercado cerrado. El ejemplo más gráfico es el de los cigarrillos. Existen miles de productores pero por razones de calidad distinta (la menor parte de las veces) o de marca (en la mayoría de los casos), los consumidores manifiestan una absoluta fidelidad a un producto particular (Marlboro, por ejemplo) de suerte tal que el productor goza de exclusividad porque difícilmente el consumidor considere la compra de otra clase de cigarrillos. En este caso, aunque todos los cigarrillos parecen iguales, difícilmente pueda hablarse de un mercado homogéneo. En todo caso parecen existir varios submercados diferenciados por la marca y con escasa competencia entre ellos. De todos modos, aunque se cumpla la condición de homogeneidad de los productos que se venden en un mercado, tal vez la característica más difícil de encontrar, para la que además nuestra definición probablemente haya quedado corta, es que se espera que en estos mercados exista información perfecta, cosa que difícilmente sucede en la realidad. Imagínese por ejemplo si los restaurantes tuvieran que colocar un vidrio como pared que separe el comedor de la cocina, de manera que los comensales presencien on line la confección de sus platos; o si las hamburguesas y las salchichas vinieran con una foto de la vaca de conserva con cuyos tumores hicieron el picadillo que las rellena. Más divertido todavía; imagínese si hubiera información perfecta del pasado de todas las personas y de lo que están haciendo en cada momento. Recapitulando y volviendo a lo nuestro; para que los precios cumplan la función del planificador y asignen los recursos de modo de lograr el máximo bienestar de la sociedad (o puesto de otro modo, que se satisfagan la mayor cantidad de necesidades que sea posible), se requiere que los mercados (que como veremos más adelante son los lugares en donde se forman los precios) sean competitivos, de manera que ningún participante tenga exclusividad ni en la determinación de las condiciones de las transacciones, ni en la posesión de información privilegiada que en algún modo pudiera conferirle tal exclusividad.

Por lo tanto, toda vez que alguna de las condiciones anteriores no se cumplen, se dice que los mercados funcionan de manera ineficiente y los resultados que se logran en términos de asignación de recursos para la satisfacción de necesidades son entonces subóptimos. A partir de la incapacidad de los propios mercados para resolver estas ineficiencias comienza a aparecer como necesaria la intervención del estado con el fin de corregir las imperfecciones y lograr así una asignación óptima. Como veremos en seguida, las regulaciones necesarias para resolver los mencionados problemas están estrechamente vinculadas al derecho y de ahí que resulte tan crucial la correcta comprensión del problema por parte de los abogados.

Los precios y la respuesta al cómo Habíamos dicho que las tres preguntas que un sistema económico debía responder eran qué hacer, cómo y para quién hacerlo. En la sección anterior dimos cuenta del qué. Pero los precios también sirven para determinar el cómo y aquí el derecho también tiene mucho que decir. Como una primera aproximación digamos que para producir bienes se necesitan insumos y que llamaremos a tales ingredientes factores de producción. Concretamente hablaremos de la necesidad de contar con trabajo, tierra, capital y capacidad empresaria como factores de producción –el factor tierra engloba también a los recursos naturales no renovables, como por ejemplo: el petróleo–. Finalmente se requiere combinar todos estos factores de producción de alguna u otra forma; llamaremos a esta forma de combinar los factores, la tecnología del proceso productivo. Por ejemplo, para producir una película se necesitan actores (trabajo), filmadoras (capital), espacio físico (tierra), un empresario que convoque a los actores y consiga el financiamiento (capacidad empresaria), combustible (recursos naturales) y una vez que contamos con todo eso necesitamos alguna receta que nos indique cómo filmar, cómo editar (tecnología). Los ejemplos de proceso productivo en los libros de texto tradicionales, sin embargo, se refieren por lo general a bienes por opuestos a servicios. Si el lector desea pensar en

ejemplos relacionados con bienes puede proponerse considerar la producción de autos, por caso. Nuevamente se necesitan operarios (trabajo), maquinarias (capital), espacio físico (tierra), empresarios y una tecnología que indique de que manera hacer los autos. El empresario normalmente tiene distintas alternativas respecto de las cantidades en las que combina los distintos factores; por ejemplo, puede producir con muchas máquinas y pocos trabajadores (o viceversa); si es un productor agropecuario puede sembrar grandes extensiones o, por el contrario, puede preferir cultivos intensivos (en superficies acotadas pero con fuerte uso de capital y tecnología). La combinación óptima de factores tiene que ver con el precio de los mismos y su productividad marginal, esto es: el incremento en la producción que puede lograrse si se incrementa en una unidad la utilización de un factor de producción, con la condición de que los demás factores permanezcan sin cambios. Dados los precios de los factores y sus productividades marginales, el empresario que se desenvuelve en un contexto competitivo intenta, por lo general, obtener el mayor beneficio posible (la mayor diferencia entre los ingresos totales y los costos totales) a partir de sus decisiones. Si todos los factores tuvieran la misma productividad, esto simplemente podría lograrse contratando aquellos que fueran más baratos. En la realidad, sin embargo, los factores generalmente presentan distinta productividad marginal y, por lo tanto, el empresario debe ponderar productividad y costos simultáneamente. La forma más conveniente de hacer esto es elegir gradualmente aquellos factores que permiten incrementar la producción de la empresa con el menor costo posible (o lo que es lo mismo elegir aquellos factores con los que se logre mayor incremento en la producción por cada peso gastado).

La Ley de los rendimientos marginales decrecientes Si la productividad marginal de los factores fuera constante, es decir: si a medida que se incrementa uno de los factores la producción creciera siempre en el mismo monto, entonces el empresario simplemente escogería aquel factor que incrementa la producción con el

menor costo posible, de suerte tal que siempre que necesitara incrementar los volúmenes de producción echaría mano al mismo factor productivo. En la vida real, sin embargo, rara vez los factores productivos presentan rendimientos marginales constantes. Por ejemplo, la primer hora de trabajo de una persona incrementa la producción más que la segunda hora y mucho más de lo que puede hacer la octava o novena hora de labor. De hecho, uno de los procesos productivos donde más se manifiesta esta Ley es en el propio proceso de producción de conocimientos; en la educación. El estudiante avanza rápidamente en la primera hora de estudio, le cuesta un poco más en la segunda hora y así sucesivamente a punto tal que al cabo de 6 u 8 horas de estudio continuo poco es lo que suma una hora más de lectura. Si incluso insistiera más, como le sucede al alumno que se acerca a la fecha de examen y no ha estudiado aún lo suficiente, los intentos por seguir estudiando más allá de las diez horas probablemente no sólo no suman nada sino que, por el contrario, habitualmente confunden lo anteriormente aprendido, presentando en este caso rendimientos marginales directamente negativos. A raíz de la Ley de los rendimientos marginales decrecientes, el empresario comienza el proceso de producción escogiendo aquellos factores que, para cada peso gastado, logren el mayor incremento en la producción –que serán aquellos que presenten mayor productividad marginal por peso gastado–. Pero como nos enseña la Ley de los rendimientos marginales decrecientes, esa productividad marginal es cada vez menor, hasta que ya no conviene seguir insistiendo con el mismo factor, porque puede lograrse un mayor incremento en la producción acudiendo al uso de aquellos otros factores –otrora menos productivos–, que ahora resultan tener una mayor productividad marginal que el que se venía usando. Eventualmente, el empresario maximizador de beneficios siempre combinará los factores de modo tal que la productividad marginal de un nuevo peso gastado sea la misma para cada uno de los mismos. Si esto no fuera así; si, por ejemplo, gastando un peso más en maquinarias pudiera incrementarse más la producción que gastando ese peso en horas extras del personal, el empresario simplemente ganaría más dinero recortando las horas extras e incrementando su inversión en maquinarias.

Luego, como la productividad marginal es decreciente, el mayor uso de máquinas reducirá su productividad marginal, al tiempo que el menor uso del trabajo producirá en éste el efecto contrario, incrementando su productividad, de modo que tarde o temprano se reestablecería nuevamente la igualdad. A su turno, la propia competencia del mercado se encargará de que las empresas se comporten de ese modo, porque si así no lo hiciesen otras empresas que sí lo hicieran obtendrían costos menores y desplazarían del mercado a las más ineficientes. Aquí debe hacerse un paréntesis para mencionar que existe, sin embargo, un sector cada vez más importante en la economía que llamaremos el tercer sector –o la economía social– y que aglutina a organizaciones no gubernamentales (ONG), mutuales, cooperativas y otras formas de organización que no están gobernadas por la lógica de obtención de ganancias, sino que funcionan motorizadas por el interés común de sus integrantes, para resolver generalmente alguna cuestión concreta. En las empresas privadas de las que habíamos hablado hasta ahora, los factores se reúnen a partir de la intención del empresario de obtener una ganancia concreta. Por ejemplo, es muy probable que los dueños de una fábrica de galletitas no tengan el menor interés en el producto y lo mismo sucede con los productores de remedios, drogas y tantas otras cosas. La actividad es en todo caso una excusa para la obtención de la ganancia. En cambio, en una mutual, una cooperativa, una asociación civil y, en general, en cualquier ONG, lo más común es que sus miembros se agrupen a raíz de un interés común por la actividad que desarrollan. Su incentivo no es la obtención de una ganancia monetaria sino la consecución de los fines que le dieron origen a la agrupación y, entonces, las reglas de funcionamiento no son necesariamente las de la empresa privada. El tercer sector pivotea, así, entre el sector privado y el público, resolviendo necesidades sociales que estos no logran o no desean satisfacer. Muchas de las veces su emergencia remite a la propia incapacidad de los mercados para proveer correctamente algunos tipos de bienes o servicios que, por otro lado, el Estado tampoco logra cubrir, probablemente en razón de fallas del mecanismo de toma de decisiones a la hora de satisfacer correctamente las preferencias de los ciudadanos.

¿Por qué existen las empresas modernas?

La necesidad de que exista la figura del empresario quedó clara en la sección anterior porque es evidente que se necesita alguna persona que posea un proyecto y se tome la tarea de reunir a los factores de producción, organizarlos y correr los riesgos asociados a cualquier innovación. Sin embargo, en nuestras economías muchas veces observamos procesos de producción llevados adelante por instituciones más complejas que el empresario individual, denominadas sociedades. Las empresas normalmente llevan adelante multiples procesos de producción que culminan con la colocación en el mercado de diversos productos finales. Por supuesto que existen empresas que llevan adelante un solo proceso productivo, como sucede con el caso de las ensambladoras que reciben las partes desarmadas de un artículo y solo cumplen la función de ponerlas todas juntas, pero la mayor parte de las veces las empresas presentan alguna forma de integración, ya sea esta vertical u horizontal. Decimos que una empresa se integra verticalmente cuando se expande abarcando más de una etapa del proceso productivo de un bien final, como por ejemplo el caso de Repsol YPF, empresa que extrae el petróleo, lo transporta a la destilería, lo procesa, lo envía a las estaciones de servicio y lo despacha en locales de su propiedad. Hablamos de integración horizontal cuando una empresa se diversifica expandiéndose a otras actividades que efectúa en paralelo a su rubro habitual. Existen muchas teorías que dan cuenta de la formación de las empresas modernas, pero mencionaremos aquí dos que consideramos sumamente relevantes; la de Knight y la de Coase. Básicamente Knight plantea la existencia de las empresas como administradoras y asignadoras de riesgo. Piensen por ejemplo en la figura del trabajador individual que ofrece libremente su trabajo a quien desee contratarlo para una tarea puntual, pero mantiene su autonomía; es decir: no guarda relación de dependencia con el que lo contrata. Como bien saben los abogados que se dedican a la profesión de manera independiente, esta estrategia tiene ventajas y desventajas, o puesto en nuestras palabras anteriores, es una estrategia arriesgada. Puede suceder que el abogado sea contratado para un juicio millonario que le permita obtener

importantes honorarios, pero también puede ocurrir que nadie lo contrate y no pueda obtener ingresos suficientes para vivir dignamente. La empresa emerge aquí como una institución que prefiere poner al trabajador en relación de dependencia y asegurarle un ingreso (salario) todos los meses, de manera que recibirá solicitudes de empleo de todos aquellos que prefieran estrategias más conservadoras (menos arriesgadas) para explotar los factores que poseen (trabajo en nuestro ejemplo). De forma tal que la empresa corre los riesgos de las fluctuaciones en la actividad, pero se apropia de los beneficios que exceden lo que paga por los factores, cuando estos ocurren. Para Coase, en cambio, las empresas surgen como mecanismos de reducción de costos de transacción, o puesto en términos jurídicos; costos de confeccionar y hacer cumplir todos los contratos que relacionan a las partes en una actividad. Piense en la cantidad de transacciones que debería efectuar una persona que quisiera producir un bien o servicio. Contratar individualmente a cada factor productivo para cada actividad sería absolutamente engorroso. Parece razonable efectuar contratos de largo plazo con los factores, por los cuales éstos ceden su autonomía a la figura del manager o jefe (es decir, se comprometen a seguir sus instrucciones). Esta es la figura de la empresa moderna. Sin desmerecer las consideraciones de Knight y Coase, resulta importante también la complementación que efectúa Demsetz, considerando a las empresas como unidades de producción especializadas, que administran información privilegiada respecto del negocio en que operan. Así, existe un know how o conocimiento implícito de los procesos de producción que no lo posee ninguno de los factores de la función de producción individualmente, sino que pertenece a la empresa y por lo tanto le permite generar una rentabilidad con contrapartida de creación de valor. Un comentario adicional merece la expansión de empresas multinacionales, que en los procesos de globalización recientes ha acaparado importantes porciones de mercado. La pregunta que obliga a dar una explicación, es por qué esa actividad que lleva adelante una multinacional no la efectúa una empresa doméstica. Uno de los teóricos más importantes en la materia es Dunning, quien plantea varias razones que explican la proliferación de este tipo de empresas. Una de las principales razones tienen que ver con la división internacional del trabajo. Si en un país resulta muy barata la mano de obra y en otro país es más económico el capital o la

tierra, pues tiene sentido que las empresas posean plantas de producción que en cada lugar agreguen el factor más barato al proceso productivo. Otra posibilidad muy relacionada a la anterior es que en algún país exista acceso a una fuente de materias primas, no disponibles en el país central, de donde proviene la multinacional. Por caso, Repsol es una empresa española en un país que no posee petróleo, de manera que debe localizar procesos productivos en otros países. Adicionalmente, puede tratarse de industrias que poseen una tecnología demasiado particular, que no está disponible para los productores locales de otro país (Coca Cola, por poner un ejemplo). Si este fuera el caso, una empresa puede localizarse en otros países dado que existen “nichos” de mercado no explotados por los locales. Del lado de los costos, es también plausible pensar que muchas empresas que ya poseen una casa matriz que desarrolla las innovaciones y posee equipos técnicos y administrativos muy importantes, puede localizar industrias en otros países porque ya tiene cubiertos muchos de los costos con su estructura de casa central. Si una empresa local quisiera competir, le resultaría imposible por cuanto tendría que montar una estructura muy grande y costosa. Por último, y probablemente más importante, las empresas suelen expandirse para conquistar nuevos mercados de productos no homogéneos (cuya heterogeneidad normalmente proviene de la marca). Este proceso se refuerza debido a las multiples trabas comerciales (como por ejemplo aranceles) que imponen muchos países. En ese contexto, a una empresa puede resultarle difícil vender sus productos en otros países, por lo que una opción interesante es localizarse en esos países y producir directramente ahí. Como veremos más adelante, también existen limitaciones al comercio en razón de la naturaleza del producto (piense en lo difícil de importar un Big Mac) que justifican la localización foránea de empresas. Al tratarse de productos heterogéneos, si bien existe competencia, ésta se encuentra limitada, por lo que hay espacio para que una marca extranjera explote porciones de mercado (piense en marcas de ropa). Como comentario final, es importante notar que con la globalización abarcándolo todo, ha aparecido una nueva posibilidad de diversificar riesgos invirtiendo en distintas empresas de distintos países, por lo que las multinacionales más tradicionales, que conservaban el poder

de decisión en sus casa matrices, están dejando lugar a las empresas transnacionales, donde ya no se concentra el poder en una casa central, sino que por el contrario éste se descentraliza y pierde nacionalidad.

¿Cómo resuelven los precios el problema distributivo (para quién)? En un sistema de planificación en el que se tomen las decisiones democráticamente (si es que alguna vez puede haberlo), podría decidirse qué producir y para quién, por medio de un sistema de votación. Esto es exactamente lo que sucede en la mayoría de los Estados respecto a la provisión de bienes por parte del Gobierno (ya sean aquellos públicos o privados). De manera directa o indirecta la población elige representantes que “supuestamente” defenderán sus preferencias de provisión. En un sistema ideal (muy lejos de la realidad, por cierto) se cumpliría que cada persona tendría un voto y según las reglas de juego, la constitución de una mayoría absoluta o relativa determinaría qué hacer. Este no es un sistema, sin embargo, exento de problemas, porque en primer lugar esto no garantiza el máximo bienestar social [ver “Teorema de Arrow” en el glosario final de este libro], e incluso los sistemas de votación pueden dar lugar a distintos resultados según el orden en el que se lleva adelante el proceso electoral. Cuando esto último sucede [ver “Paradoja de la Votación” en el glosario], cobra particular importancia el orden en que se vota y entonces aquel que tiene la responsabilidad de manejar la agenda de votación posee mucho poder para influir en el resultado. Por el contrario, en los sistemas de mercado se vota con dinero, de manera que aquellas personas que poseen más recursos cuentan con más votos y por lo tanto imponen sus preferencias, beneficiándose no sólo respecto a las decisiones de qué producir, sino sobre todo en lo que hace al reparto. Por qué algunas personas poseen más recursos que otras, es un tema que discutiremos más adelante. Por ahora adelantemos que en principio las remuneraciones provienen de la propiedad de los factores de producción y de la productividad de los mismos, de manera que en las economías de mercado, la respuesta a la pregunta que abre esta sección tiene que ver con quién genera los bienes que se producen. Así, al menos en un esquema ideal, los

más productivos recibirán más bienes, ya sea que dicha productividad provenga de su propio trabajo, o de la posesión de otros factores (de alta productividad) que de alguna manera han logrado acumular. Como veremos en el capítulo de distribución del ingreso, aquí el Derecho también tiene mucho que ver. Por otro lado, huelga decir que los sistemas de mercado también tienen muchos problemas de funcionamiento que discutiremos en breve.

Capítulo IV ¿Cómo se determinan los precios de los bienes y los factores? Cualquier libro de texto de economía nos dirá que, en condiciones de competencia perfecta, los precios se determinan a partir del libre juego de la oferta y la demanda, donde se entiende por “oferta” a las cantidades que los productores están dispuestos a producir y vender para cada precio, y por “demanda” a las cantidades que los consumidores están dispuestos a comprar a los distintos precios. Así, naturalmente los productores producirán y venderán más cuanto más se les pague por ello (Ley de la oferta), y los demandantes comprarán más si se les exigen precios más baratos y viceversa (Ley de la demanda). Adicionalmente, para que un precio sea de equilibrio, se necesita que demandantes y oferentes se pongan de acuerdo en el mercado en el sentido de que para los precios postulados las cantidades que se ofrecen (venden) tienen que ser iguales a las que se demandan (compran). Resulta que esto sucede para un solo precio, que además no es cualquiera. Si el precio que se está negociando en el mercado es inicialmente muy alto, lo que sucederá es que los compradores demandarán muy poco (debido a la Ley de la demanda), mientras que por el contrario los vendedores estarán muy contentos por los altos precios y pretenderán vender mucho (por la Ley de la oferta). Recíprocamente, si los precios iniciales fueran muy bajos, los vendedores se mostrarían ahora reticentes a entregar mercaderías, mientras que abundarían los consumidores dispuestos a comprar el bien. En el primero de los casos antes descriptos estamos en presencia de un exceso de oferta y por lo tanto, puesto en términos de nuestra definición anterior, de un bien que resulta relativamente poco escaso. En el segundo caso se da la situación contraria (exceso de demanda) y hablamos entonces de un bien que es relativamente muy escaso. Ahora bien, como los precios representan la escasez relativa de los bienes, cuando hay un exceso de oferta decimos que hay poca escasez y que por lo tanto los precios tienen que bajar. Contrariamente, cuando estamos en presencia de un exceso de demanda decimos que hay mucha escasez y que por lo tanto los precios deben subir.

Lógicamente, habrá un punto intermedio en el que las cantidades ofrecidas y demandadas, para un precio dado, serán iguales, no existiendo entonces exceso ni de demanda ni de oferta, por lo que ese será el precio resultante del libre juego de la oferta y la demanda (de equilibrio) al que hacíamos referencia.

Qué cosas determinan la oferta y la demanda Las variables que influyen en las cantidades ofrecidas por los productores están lógicamente vinculadas al proceso de maximización de beneficios empresarios antes explicado, de modo que todo lo que afecta los ingresos y los costos de los productores, influye en la oferta del bien. Así, el precio del bien determina el monto de los ingresos por unidad vendida, y entonces es lógico que a mayores precios, superiores serán los beneficios y más grande por ende la cantidad de bienes que estarán dispuestos a colocar en el mercado los oferentes (viceversa si el precio disminuye). El precio de otros bienes que utilizan los mismos factores productivos, también es una variable que influye en la oferta de un bien, por cuanto al aumentar se elevan los beneficios del uso de los factores en aquellas actividades y por lo tanto es razonable pensar que se retirarán factores de los sectores donde rinden menos, obteniéndose por tanto una menor oferta de bienes. Por el lado de los costos, es natural pensar que todo lo que haga subirlos tendrá como efecto que los productores ganen menos y por lo tanto estén dispuestos a ofrecer una menor cantidad para cada uno de los precios dados (viceversa si los costos disminuyen). Recordará el lector, que tan importante como los factores era la forma de combinarlos, la tecnología, por lo que es de esperar que los avances tecnológicos o la incorporación de mejores tecnologías, permita a los productores ofrecer más bienes. Adicionalmente, se necesitan recursos naturales para producir, de modo que a mayor disponibilidad de aquellos, más producción y viceversa. Finalmente y no por ello menos importante, las expectativas también juegan un rol relevante toda vez que el proceso de producción y las transacciones de bienes finales en los

mercados suelen estar separados por períodos de tiempo mayores o menores, según el bien del que se trate. Esto cobra particular importancia en aquellos procesos de producción en los que es preciso hundir un determinado stock de capital, que no puede recuperarse si las condiciones de mercado cambian en el lapso de su depreciación.

Variables que influyen en la demanda Por el lado de los consumidores ya hemos dicho que la Ley de la demanda indicaba que a mayor precio se demandarían menor cantidad de bienes y viceversa. Además de los precios del bien en cuestión son sumamente relevantes también los precios de los bienes relacionados. En particular los precios de los bienes sustitutos, que son todos aquellos que en menor o mayor medida cubren las mismas necesidades que el bien en cuestión, influyen de manera muy importante (algunos ejemplos de bienes sustitutos son: carne y pollo, jugos y gaseosas, libros y fotocopias, helados y ensaladas de frutas). Así, si un bien que satisface más o menos las mismas necesidades se abarata (es menos escaso) pues la gente aprovechará la rebaja y tenderá a pasarse al consumo del bien sustituto. La medida en que la gente se pasará o no al bien sustituto depende crucialmente de cuan perfecta sea la sustitución, de cuan parecidos sean los bienes. En un extremo, si estamos en presencia de dos bienes totalmente iguales, ante el menor cambio en el precio de uno de ellos, automáticamente se pasaran al más barato. En el otro extremo, si los bienes son sustitutos pobres, la gente reaccionaría levemente ante el cambio de precio del otro bien. Luego, a mayor grado de sustitución mayor será la sensibilidad de la demanda del bien ante el cambio en el precio sustituto y viceversa. Exactamente el efecto contrario produce el cambio en el precio de un bien cuya relación sea de complementariedad, como puede ser el caso del café y el azúcar, la camisa y la corbata o la nafta y el auto.

Si los bienes se necesitan los unos a los otros, entonces en este caso los cambios en la demanda deben ir en el mismo sentido. Otro candidato natural a determinar la demanda de un bien es el ingreso de los consumidores, pero aquí hay que tener mucho cuidado. La enorme mayoría de los estudiantes, aun luego de haber completado el curso de economía, se apresuran a reflexionar que los aumentos en los ingresos producen incrementos en la demanda y viceversa, siendo esto incorrecto. En todo caso, existen muchos bienes, que llamaremos “normales” en los que efectivamente los incrementos en los ingresos producen aumentos en la demanda, pero por otro lado hay otro conjunto de bienes, denominados “inferiores” en los que se produce el efecto contrario. Piense en bienes de baja calidad o poco deseables que cuando aumentan los ingresos son rápidamente sustituídos por otros mejores (la margarina, el arroz, la polenta, etc.) Pero no hemos concluido aun con la demanda. Incluso si usted fuera un millonario y le ofrecieran un bien barato para el que no existieran siquiera sustitutos, esto no sería suficiente para convencerlo de que lo demande. Resulta fundamental saber si a usted le gusta o no el bien en cuestión; conocer sus preferencias. Como estas además cambian, lógicamente los bienes que ganan en preferencias verán su demanda incrementada y viceversa. Por ultimo, también son muy importantes las expectativas. A uno puede encantarle la playa y la vida en la naturaleza, pero si se espera un verano extremadamente lluvioso y frío, difícilmente alguien demande una parcela en un camping de la costa.

Los mercados de factores En principio, los precios de los factores se determinan de la misma forma que los de los bienes; esto es: los precios de los factores representan su escasez relativa. Solo que en este caso se invierten generalmente los roles. Por ejemplo, en el mercado de trabajo la oferta esta vez corre por cuenta de las familias que aportan su tiempo al proceso

productivo, al tiempo que las empresas ahora son las que demandan porque necesitan a los trabajadores para producir los bienes. Además existe una segunda diferencia, toda vez que las empresas no demandan a los trabajadores por puro placer, sino porque los necesitan para producir los bienes que satisfacen las necesidades de las familias. En este sentido decimos, siguiendo a Marshall (1948), que la demanda de trabajo es “derivada” de la demanda del bien final. Por esta razón todo lo que incremente el precio del bien que vende la firma en cuestión, aumentará la demanda del factor para producirlo. El segundo factor importante en la demanda de un factor es su productividad. Naturalmente a mayor productividad, más gana el empresario contratando el factor y por ende más demandará del mismo. Sin embargo ya habíamos comentado que la productividad marginal del factor era decreciente y por lo tanto aquí también encontramos que para que el empresario demande más factores se necesita que su precio baje (porque a más cantidad de factor menor productividad marginal). Para evitar confusiones póngase el lector en el lugar de un empresario que tiene que decidir la contratación de trabajadores. Para ello usted efectuará un simple análisis de costobeneficio comparando lo que le cuesta contratar al empleado nuevo (salario) con lo que gana a partir de la contratación, que viene dado por el valor del incremento en la producción que se logra con la incorporación del factor (valor del producto marginal). Toda vez que el valor del producto marginal sea mayor que el salario, entonces convendrá al empresario efectuar la contratación del factor. Pero esto no durará mucho, porque sabemos que a medida que contrata trabajadores, por la Ley de los rendimientos marginales decrecientes, estos agregarán cada vez menos a la producción, de modo que para un salario dado, si al principio el valor del producto marginal era mucho mayor que lo que se pagaba al trabajador, a medida que se continúa con la contratación de personal esa diferencia desaparece y con ella el incentivo del empresario para seguir contratando. Entonces se contratará trabajadores hasta que el valor del producto marginal sea igual al salario pagado. Equilibrio que (al menos en condiciones de competencia) garantizará que el

precio del factor, o sea el salario en nuestro ejemplo del factor trabajo, sea una señal de la productividad del trabajador. Por el lado de la oferta del factor, la gente trabaja a los efectos de conseguir una paga (salario) que les permita acceder al consumo de bienes que se supone le reportan alguna utilidad. De modo que para decidir cuánto ofrecer, la gente también considera, por un lado el sacrificio del trabajo (que se supone aumenta con las horas trabajadas) y por el otro lado los beneficios de la remuneración. De ahí que si se paga de acuerdo al valor de la productividad marginal, todos querrán trabajar allí donde sean más productivos y los recursos se asignarán de la manera más eficiente posible; porque si una empresa quiere contar con mis servicios tiene que pagarme al menos lo mismo que puedo conseguir en otro empleo similar, y si por ejemplo, el nuevo trabajo fuera más sacrificado o menos placentero, entonces tendrá que pagarme más. Prácticamente lo mismo sucede en los mercados de capitales. Las empresas los demandarán en función del valor de su producto marginal, mientras que la oferta de los mismos tiene que ver con la decisión de ahorro de las familias, que para postergar el consumo exigirán una remuneración que compense la molestia ocasionada por consumir mañana lo que podría haber sido consumido hoy. Las familias tienen una tasa de preferencia temporal o, puesto de otro modo, existe un remuneración al ahorro que logra que las personas posterguen el consumo. Naturalmente, ahorrar el primer peso no es demasiado costoso porque se supone que si usted tiene 1.000 pesos de ingresos primero gasta en lo que más utilidad le da (lo que más necesita) y paulatinamente los pesos adicionales de gasto irán cubriendo sus necesidades cada vez menos importantes. Entonces cuando usted gasta 999 pesos y ahorra un peso, ese último peso en última instancia no le significará tanto sacrificio; pero si se le pide que ahorre 900 pesos en cambio, el sacrificio es muy grande, de manera que, para lograr que usted ahorre más se le deberá ofrecer cada vez una remuneración mayor, que en el caso del capital es el interés. Luego, la tasa de interés resultante del libre juego de la oferta y la demanda se determina del mismo modo que cualquier otro precio; es decir: de manera que no existan excesos ni

de oferta ni de demanda de ahorros. En ese punto además, la tasa de interés igualará a la tasa de preferencia intertemporal de las familias.

La renta de la tierra En el caso de la tierra existen al menos dos particularidades. En primer lugar la oferta de tierras no es flexible como la del trabajo o capitales, sino que por el contrario, hasta que el hombre logre habitar algún otro planeta, está fija, de manera que no puede aumentarse voluntariamente la disponibilidad de superficie (salvo excepciones insignificantes como cuando se le gana terrenos al río). Por esta razón el precio de la tierra, que se llama renta, viene básicamente determinado por la demanda; pero aquí, a diferencia de otros factores, la demanda es derivada de la demanda del bien final que produce la firma, solo cuando el objeto es que el espacio participe del proceso de producción, mientras que esa demanda compite con la de las familias cuando el objetivo final es el mero uso habitacional. Debe notarse sin embargo que el concepto de “renta de la tierra” fue definido por David Ricardo, como el diferencial de productividad entre cada una de las unidades de tierra (hectáreas por ejemplo) y la última unidad del factor que se suma al proceso productivo (que se supone no genera ninguna renta diferencial). Ricardo suponía que operaba la ley de los rendimientos marginales decrecientes y que por ende cada superficie que se agregaba al proceso productivo tenía menor productividad que la anterior. En este libro en cambio presentamos un concepto más amplio de renta, porque sabemos que incluso el poseedor de las tierras menos productivas recibe una remuneración por ellas. Entonces el precio de la tierra tendría que ser igual al mayor de los valores posibles, ya sea éste el de uso con fines habitacionales o el correspondiente al valor de la productividad marginal si es que se trata de tierra destinada a la producción. Adicionalmente, la tierra se utilizará para el fin que más se valore, porque si el valor que con fines habitacionales estuviera dispuesto a pagar un inquilino fuera menor que el valor de la productividad marginal (como explotación agropecuaria o comercial, por ejemplo) entonces el dueño ganaría más arrendándolo a empresarios que alquilándolo a las familias (y viceversa).

De esta forma se logra que la tierra se asigne a los fines que son más valorados.

Los recursos naturales no renovables El precio de recursos, como por ejemplo el petróleo, también surge del juego de la oferta y la demanda, aunque éste no es tan libre como el de otros mercados (por que los mayores productores se colusionan) y además es un precio que se fija en mercados mundiales y por tanto está sujeto a leyes económicas que se estudiarán en el capítulo de comercio internacional. Solo digamos por el momento que cuando hablamos de recursos no renovables cobra particular relevancia el concepto de expectativas antes mencionado. Sucede que la escasez relativa de estos bienes aumenta con el tiempo, toda vez que no aparecen sustitutos eficientes, por lo que muchos podrían pensar que resultaría conveniente ahorrar estos recursos, o lo que es lo mismo, demandar grandes excedentes ahora y almacenarlos. Pero esto tiene un costo de oportunidad, dado que alternativamente podríamos sacar todo el petróleo (por ejemplo) que fuera posible ahora, venderlo y poner la plata en un banco, con lo que ganaríamos mucho dinero en concepto de intereses. De ahí que si un cartel (grupo de productores que se han puesto de acuerdo) tratara de aprovechar la valorización del recurso, acumulando y ahorrando (extrayendo y produciendo poco), ello haría subir fuertemente los precios ahora y entonces le convendría aumentar la producción para poder vender y aprovechar los precios altos, de suerte tal que el equilibrio solo se logrará cuando la tasa de valorización del recurso sea igual a la tasa de interés que puede obtenerse extrayéndolo hoy y colocando el dinero en el banco. Aquí también es común que se hable de “renta de los recursos no renovables”, haciendo referencia al concepto ricardiano de diferencias de productividad, pero aplicado al costo diferencial de extracción de los recursos.

El precio de la tecnología Ahora las cosas se ponen más interesantes, porque resulta que una vez que la tecnología ha sido descubierta puede considerarse como un bien público. Un bien público es aquel que puede ser provisto a muchas personas adicionales sin ningún costo y que además tampoco resulta económicamente posible impedir el acceso al bien de aquellos que no pagan (no confundir con el concepto jurídico de bien público, definido en el Código Civil). Una vez que una receta o una forma de hacer las cosas ha sido desarrollada cualquiera puede copiarla sin el menor costo y resulta engorroso impedirlo. Desde el punto de vista del corto plazo, es incluso deseable que esto sea así. Si por ejemplo, producir una vacuna más para un potencial enfermo no sale nada, pues lo óptimo es no cobrarla, que sea gratis. Por desgracia esto no es sostenible en el largo plazo, porque de no existir incentivos monetarios nadie estaría dispuesto a invertir en investigación y desarrollo de nuevas vacunas (nuevas tecnologías). Se necesitan entonces instituciones que concilien las ventajas de corto con las desventajas de largo plazo. Esas instituciones son los Derechos de propiedad intelectual que prohíben la copia y dotan al productor de la tecnología en cuestión, de la exclusividad en la explotación del descubrimiento por un período de tiempo, en el cual lo mejor que puede hacer el dueño es cobrar un precio que maximice sus ingresos. Dado que la demanda de tecnologías respeta la Ley de la demanda, si el productor cobra precios más altos pierde demandantes, por lo que aumentará el precio toda vez que la disminución proporcional de los demandantes sea menor que el aumento proporcional del precio y viceversa. Por desgracia, sin embargo, confeccionar una Ley de patentes no es un asunto fácil y el legislador (muchas veces abogado) debe buscar conciliar el interés común de corto plazo que desearía que la exclusividad dure lo menos posible, con el incentivo que es necesario darle a los productores para que la inversión en tecnologías se mantenga en el largo plazo, y con ello el bienestar de futuras generaciones.

En virtud de esto, es natural que el Estado cubra los problemas de incentivos, tomando a cargo la producción de tecnologías, ya sea de manera directa (en universidades públicas) o indirectamente, subsidiando a quienes investigan.

Los cambios en los precios Si los precios fueran siempre los mismos a lo largo del tiempo, la economía probablemente no existiría y todo lo que hemos desarrollado en las secciones anteriores carecería por completo de valor. Pero sucede que los precios cambian y lo hacen muy a menudo. Desde el mismo momento en que se inscribió en la Facultad, consciente o inconscientemente tiene que haber reparado en el hecho de que su salario estaría determinado por la escasez relativa de lo que usted tuviera para ofrecer. Concretamente; que lo que tenga para ofrecer sea más o menos escaso dependerá de cuantos como usted haya (oferta) y de cuanto valga su formación para el cliente (demanda) y esa escasez puede modificarse toda vez que lo haga lo uno o lo otro. Cuando diseñe un contrato, los efectos reales que éste tenga no dependerán tanto de las condiciones de los mercados al momento de la firma, como de la evolución de los mismos mientras dure la relación contractual y por ende resulta crucial que usted comprenda qué es lo que debería esperar a futuro. Si trabaja para una compañía de seguros o un banco, si hace Derecho laboral o tributario, si se dedica a daños o a sucesiones, si asesora políticos o tramita divorcios, usted dependerá permanentemente de los mercados, de modo que resulta crucial comprender como se mueven. A tal efecto y prescindiendo lo más posible de tecnicismos diremos que el cambio en el precio de un bien se produce siempre que cambie la escasez relativa del mismo. El lector ya sabe a esta altura que un bien se torna más o menos escaso ya sea por que cambia la demanda (más o menos gente lo quiere) o porque cambia la oferta (hay menos o más del bien disponible). Además habiéndolo leído en la sección anterior del libro, también sabemos cuáles son las variables que están detrás de la oferta y cuáles modifican y determinan la demanda.

Sabiendo todo esto es fácil efectuar ejercicios de simulación. Por ejemplo, supongamos que queremos saber qué sucederá en el mercado del café si aumenta el precio del arrendamiento de los campos en los que se siembra. Sabemos que el costo de la tierra es importante para determinar las decisiones de producción. Vimos que un aumento en los costos empresarios disminuía los beneficios y sabemos entonces que los productores ofrecerán menos; o sea que el café será ahora más escaso y por lo tanto el precio debe subir. De manera que se venderá menos café pero a un precio más caro, por lo que no sabemos a simple vista si los productores tendrán mayores o menores ingresos (o lo que es lo mismo si los consumidores gastaran más o menos) y no lo sabemos porque necesitamos saber en que proporción aumentan los precios y en que proporción cayeron las ventas. Bien podría darse el caso de que la cantidad de café disponible haya caído muy poco, pero que la demanda fuera muy sensible y entonces el aumento del precio haya sido muy grande. De manera análoga pueden efectuarse todos los ejercicios de simulación que se desee. Por ejemplo podemos preguntarnos que pasaría en el mismo mercado del café si una plaga destruyera todos los cultivos de te. En el mercado del té, al haber menos cultivos el producto seria más escaso y su precio subiría. Luego como el té y el café son sustitutos, es plausible pensar que alguna gente que antes desayunaba o merendaba con te ahora elegirá cambiarse y demandar café por lo que el precio de este último subirá En este caso, sin embargo, el aumento de la escasez viene por el lado de la demanda por lo que se terminará vendiendo más café que antes y más caro, incrementando el ingreso de los productores (y también el gasto de los consumidores de café). Además aquí se ve claramente cómo los mercados están relacionados y de qué manera un acontecimiento en uno de ellos tiene fuertes impactos en el otro. Esta enseñanza es muy importante porque al estar relacionados, una medida que se tome con la pretensión de afectar a uno solo aisladamente, de manera ineluctable se propagará a muchos otros mercados. Nótese además que los ajustes de precios son graduales, porque a medida que más gente cambia el té por el café a la hora del desayuno, se relaja la escasez del té, amortiguándose la suba de su precio. Y como el café esta aumentando, llega un momento en que ya no

conviene más pasarse y la situación se estabiliza nuevamente, con más gente tomando café, menos ingiriendo té y con mayores precios para ambos bienes. Ahora dediquemos un último ejemplo a los mercados de factores: supongamos que los juzgados laborales de todo el país informatizan las causas con un nuevo software que reduce sustancialmente el tiempo necesario para llegar a una sentencia firme y garantizar su cumplimiento. Semejante avance tecnológico disminuye sensiblemente los costos para litigar. Claro, el lector me diría que no existe un mercado de sentencias, pero implícitamente sí que lo hay. La oferta esta constituida por el aparato jurídico y la demanda por las personas (físicas o jurídicas) damnificadas. Las personas que utilizan ese mercado pagan un precio, ya sea en honorarios de abogados, costas impuestas en el proceso legal, o sobre todo en tiempo necesario para obtener la sentencia. Si los mercados de capitales fueran perfectos y uno pudiera conocer con certeza cuál será la sentencia poco importaría que la justicia se tomase mucho tiempo para decidir, en tanto y en cuanto los montos de las sentencias estén debidamente actualizados (tanto por inflación como por intereses). Pero como por desgracia dicha perfección no existe en la realidad, es sabido que el largo tiempo que corre entre el daño y la sentencia muchas veces desalienta el litigio. En este “mercado”, un avance tecnológico que acelera las sentencias, disminuye la escasez relativa de las mismas y con ello su precio, por lo que es de esperar que se litigue más frecuentemente. Pero la cosa no queda ahí, por que más litigios implican más demanda de servicios profesionales (abogados), por lo que aumenta la escasez relativa de los mismos y entonces estos obtienen mayores remuneraciones. Incluso más, si el avance tecnológico se da en el marco del Derecho laboral, entonces dependiendo del grado de sustitución entre especializaciones, habrá más abogados abocados a temas del trabajo y menos abocados a las otras ramas de la profesión, con lo que los abogados que trabajen en otros campos también recibirán mayores remuneraciones.

El ejemplo podrá parecer un poco utópico al lector, pero hay muchos casos de avances tecnológicos similares, toda vez que la modificación de una ley puede tener el efecto de simplificar de manera importante todo el proceso judicial o desgraciadamente también, de hacerlo más engorroso.

Una digresión sobre la elasticidad precio de la demanda y la propuesta de liberación del consumo de drogas. Sin ponerle nombre ni apellido, ya hemos expresado repetitivamente el concepto de elasticidad. La elasticidad es la sensibilidad de una función ante cambios en sus variables; así, la elasticidad precio de la demanda es la sensibilidad que la misma tiene ante los cambios en los precios, pero también puede pensarse en otras elasticidades que se interpretan en el mismo sentido; se llama “elasticidad ingreso” a la sensibilidad de la demanda ante variaciones del ingreso, y “elasticidad cruzada” a los cambios porcentuales en las cantidades demandadas ante cambios en los precios de bienes relacionados (sustitutos o complementarios). Concretamente por elasticidad precio de la demanda (o sensibilidad) entendemos el cambio proporcional que se produce en las cantidades demandadas ante un cambio del 1% en los precios, pero el concepto puede extenderse para considerar cambios de magnitudes distintas. Esto resulta importante por diversas razones; por ejemplo supongamos que usted tiene un nuevo negocio y tiene que decidir qué precio ponerle a su producto novedoso. Usted sabe que si pone un precio bajo vende más que en el caso de elegir otro más alto, pero bien puede darse el caso de que la gente no reaccione mucho ante el cambio de los precios y aún cuando usted los baje mucho, apenas consiga vender unas pocas unidades más. Cuando esto sucede decimos que la demanda es inelástica respecto del precio. Por el contrario hablamos de una demanda elástica cuando los cambios en las cantidades son proporcionalmente mayores que los cambios en los precios. Ejemplos de demandas tan sensibles se dan normalmente en bienes de los que se puede prescindir sin mayor sacrificio, o que no son de primera necesidad y que por tanto

demandamos solo si el precio nos parece razonable pero dejamos en la góndola ni bien consideramos que están caros. En general puede decirse que la elasticidad precio de la demanda depende de la cantidad y la calidad de los sustitutos disponibles del bien, aunque también se cumple que aquellos bienes que representan porciones pequeñas del presupuesto son más inelásticos que los que nos significan erogaciones más importantes. A título de ejemplo, los libros son bienes muy elásticos por que tienen un sustituto bastante bueno, las fotocopias. La sal resulta por el contrario un bien muy inelástico, no tanto por los pocos sustitutos con que cuenta, como por el hecho de que representa una porción tan insignificante del gasto mensual de una familia que nadie disminuye su consumo de sal, por más que el paquete cueste dos pesos en vez de uno. Otro mercado con demandas muy inelásticas es justamente el de las drogas (algo parecido sucede con los cigarrillos). Incluso aumentos muy fuertes en su precio parecen no hacer mella en el consumo de estupefacientes, a punto tal que muchos adictos directamente recurren a actos delictivos toda vez que el precio de las drogas supera la capacidad de sus presupuestos. Por esta razón, ha sido sostenido por economistas como Milton Friedman (1972), que la sociedad tiene mucho para ganar si liberaliza la producción y el consumo de drogas. El razonamiento es que en este caso aumentaría de manera importante la producción y eso bajaría el precio. Además como no existen muchos sustitutos para las drogas y su demanda es muy inelástica, aún un pequeño aumento en la producción ocasionaría fuertes caídas en los precios. Luego, si la droga fuera tan barata, nadie necesitaría delinquir para comprarla, y por lo tanto se lograría una reducción importante en el crimen asociado a tal fin. Es cierto que la ley de la demanda nos dice que a precios más bajos corresponden mayores cantidades demandadas, pero los defensores de esta política sostienen que justamente al ser la demanda de drogas tan inelástica, los incrementos en la cantidad demandada serán muy pequeños y por lo tanto poco significativos. La propuesta suena verdaderamente muy atractiva pero debemos encender una luz amarilla. Resulta que es un hecho empíricamente comprobado que las elasticidades son mayores a

largo que a corto plazo (por que los cambios en los gustos pueden llevar tiempo y porque con el tiempo además aparecen más sustitutos) con lo que la seducción de la idea puede transformarse en un problema difícil de manejar a largo plazo.

Capitulo V Mercados, imperfecciones y Derecho A lo largo de este libro hemos hablado de distintos problemas que tienen los mercados para cumplir su cometido. Muchas veces estos no funcionan de manera eficiente y los precios resultantes no reflejan de manera precisa la escasez relativa de los bienes de la economía. En otras oportunidades, aún cuando no existan problemas de eficiencia, los mercados producen distribuciones de los ingresos que resultan demasiado desiguales para lo que la sociedad está dispuesta a tolerar. Finalmente, incluso en ausencia de los anteriores inconvenientes, de vez en cuando los sistemas de mercado no funcionan de manera estable, dando lugar a fenómenos de desempleo cíclico o procesos inflacionarios que alteran la potencia asignadora de los precios. A continuación nos ocuparemos de los asuntos de eficiencia y dejaremos para más adelante los otros dos conjuntos de problemas. Una primera preocupación de la que ya comentamos algo, reside en el hecho de que algunos mercados no son lo suficientemente competitivos como para que los precios resulten del libre juego de la oferta y la demanda. El caso paradigmático es el de los monopolios, pero como ya hemos dicho hay muchos casos donde existe más de un productor (oligopolio) y sin embargo algunos tienen demasiado poder e influyen en los precios o las cantidades comercializadas (el mercado de combustibles es un buen ejemplo). A diferencia del contexto competitivo donde nadie tenía poder suficiente para determinar precios ni cantidades, aquí el monopolista puede y elige el precio (o la cantidad) de modo de maximizar sus beneficios. Para ello, producirá unidades adicionales siempre que el ingreso marginal (que es el cambio en el ingreso total a raíz de la última unidad producida), sea mayor (en el equilibrio igual) al costo marginal (que es el cambio en el costo total a raíz de la última unidad producida). El problema del monopolista es que al enfrentarse a la demanda, toda vez que quiera vender más unidades debe bajar los precios. Pero no solo debe bajar los precios de la última unidad producida, sino el de todas las anteriores también, con lo que su ingreso marginal es lo que

gana por la última unidad producida, menos lo que pierde por bajarle el precio a todas las anteriores. Supongamos un productor de un espectáculo que desea maximizar sus beneficios. Podría poner el precio de las entradas muy alto (cien pesos, por ejemplo) y vender unas pocas localidades (mil localidades), obteniendo un ingreso total de cien mil pesos. Alternativamente, si quisiera tener el espectáculo con mas espectadores debería bajar el precio de las entradas (supongamos que puede conseguir quinientos espectadores más si baja diez pesos el valor de las entradas), de manera que por un lado vende quinientas localidades más a noventa pesos, lo que le reporta un ingreso adicional de cuarenta y cinco mil pesos, pero por el otro lado debió bajar diez pesos a todas las entradas y entonces pierde diez mil pesos (los diez pesos por las mil entradas que antes vendía a cien). De manera que el ingreso marginal es de sólo treinta y cinco mil pesos en este ejemplo. Como resultado de este desvío entre el ingreso medio (la demanda) y el ingreso marginal, el monopolista producirá cantidades menores que las que se hubieran generado en un esquema de competencia perfecta, estableciéndose por lo tanto un precio mayor en el mercado. Este precio excesivo, a su turno, le reportará al monopolista beneficios extraordinarios. Un caso interesante se daría si nuestro productor de espectáculos (el monopolista) pudiera discriminar de algún modo, cobrando distintos precios según la voluntad de pago de los consumidores. Así, si un artista exclusivo ofrece un recital, de nuevo a modo de ejemplo, es plausible pensar que los fans del músico estarán dispuestos a pagar un precio muy alto por asistir al show. Si a consecuencia de ello el productor establece precios caros, pues solo asistirán los más fanáticos, mientras que si baja los precios para atraer más público debería bajarlos para todos y entonces se perdería de vender las entradas de los fans a valores altos. Ahora bien, lo que observamos en la realidad es que para estar cerca del artista y tener una posición de privilegio que permita apreciar mejor el recital, hay que pagar una entrada usualmente mucho más cara que para ver el espectáculo desde una ubicación menos favorable (típicamente el campo de la mitad para atrás). Es decir que el productor cuenta con herramientas para segmentar el mercado y cobrar más a los que más valoran el show y menos a los que de otro modo se quedarían afuera por no estar dispuestos a pagar un alto precio.

En economía se denomina monopolio discriminador a esa estructura de mercado. Cuando esta situación se presenta, el productor también obtiene beneficios extraordinarios (más altos cuanto más perfecta sea su capacidad de discriminar), pero sin embargo, si la discriminación es perfecta (si cada uno paga exactamente lo que valora el bien) las cantidades producidas son las mismas que las que surgirían en un esquema de competencia perfecta. Por todas estas razones, la mayoría de los países tienen legislaciones específicas que buscan evitar estas estructuras. El corazón de una legislación antimonopolios son las normas que sancionan el abuso de posición dominante en un mercado, porque como se mencionó, el mero hecho de que haya pocos vendedores (o compradores) no les confiere a éstos poder de mercado, sino que muchas veces la sola amenaza de potenciales entrantes funciona como un efectivo disciplinador (cuando no, una guerra por porciones de mercado que, como mostró Bertrand (1883), produce resultados competitivos). Concretamente, es necesario que el interesado demuestre que el monopolio en cuestión le está ocasionando un perjuicio Es decir, que podemos tener una estructura de mercado oligopólica (unos pocos vendedores), por ejemplo, y que los precios se fijen de maneras distintas. A saber: puede darse el caso de que los productores se colusionen (se pongan de acuerdo) y se comporten como vimos que lo haría un monopolista maximizador de beneficios, pero también puede pasar que no tengan una tecnología apropiada de compromiso (alguna forma de garantizar que nadie abandonará el acuerdo en su propio beneficio). En este último caso, si hay diferencias de tamaño (generalmente medido como la porción de mercado), entonces es común que el líder fije precios comportándose como un monopolista que internaliza el hecho de que los otros productores (que tienen una porción minoritaria del mercado) lo seguirán. Por otro lado, si tienen diferencias de costos, entonces el productor más eficiente puede fijar un precio ligeramente menor que el costo medio del competidor más importante y quedarse de ese modo con el mercado. Finalmente, como mencionamos antes, también puede darse el caso de que no existan diferencias significativas entre los distintos productores y estos terminen compitiendo por porciones de mercado, de suerte tal que resulta un equilibrio con precios tan competitivos como los de competencia perfecta.

No obstante lo dicho, los casos presentados no agotan ni mucho menos el espectro de posibles soluciones en una estructura oligopólica. Probablemente, de hecho esta sea una de las áreas más fecundas para la investigación económica. De todos modos, cualquiera que sea la estructura de mercado imperfecta que estemos considerando, lo difícil para el legislador, o para el Abogado que patrocina una acción amparado en normas de defensa de la competencia, es justamente determinar qué constituye abuso de posición dominante y cuales conductas no. Una de las dificultades más grandes de esto reside en el hecho de que si bien un contexto competitivo garantiza la existencia de un precio tal que no genere beneficios extraordinarios a largo plazo, esto no es cierto para el corto plazo. De hecho, justamente la fuerza asignadora de los mercados se basa en la existencia de beneficios extraordinarios de corto plazo toda vez que un bien se torna más escaso y por ende se requiere un aumento en su producción. Luego, cuando otras firmas descubren los beneficios no normales e ingresan a estos mercados, los precios caen por mayor oferta y los beneficios desaparecen regularizando la situación. O sea que más que probar la existencia de precios mayores que los costos marginales de producción, lo que hay que comprobar es si hay o no barreras que imposibiliten el surgimiento de competidores. Es importante notar que en mercados poco desarrollados estas trabas pueden ser de diversa índole. Por ejemplo, puede que no existan mercados de capitales desarrollados de manera de proveer abundante financiamiento, o que las regulaciones gubernamentales dificulten nuevos emprendimientos. También pueden existir restricciones logísticas o de acceso a factores o recursos productivos altamente necesarios. Incluso los gremios o grupos de interés pueden generar obstáculos. En todos estos casos, lo ideal sería que la legislación estuviese orientada a remover las trabas, pero como eso puede llevar un tiempo, tal vez en el corto plazo sea necesario tomar medidas más directas (como por ejemplo un establecimiento de precios máximos) Una tendencia bastante común, aunque errónea conceptualmente, es la administración de sanciones pecuniarias en la forma de multas o impuestos a los beneficios.

Las multas o los impuestos a los beneficios no reducen los precios establecidos por el monopolista (no aumentan las cantidades), salvo que se impongan por un monto mayor al beneficio extraordinario logrado, en cuyo caso lo mejor que puede hacer el productor es comportarse competitivamente. Sucede sin embargo que difícilmente la autoridad reguladora cuente con información perfecta que le permita descubrir el 100% de las irregularidades que se producen. Como si esto fuera poco, además tampoco la Justicia funciona de manera tan perfecta y eficiente como para que todos los abusos sean sancionados. Por estas razones, aun cuando las multas fueren mayores que los beneficios extraordinarios seguirá siendo conveniente para el monopolista producir comportamientos no legales. Lamentablemente tampoco es fácil saber cuál es el precio máximo con el que hay que regular un monopolio, porque el regulador pocas veces cuenta con información de la estructura de costos del empresario. Este último problema, sin embargo, puede sortearse satisfactoriamente cuando se trata de un bien que es comerciable internacionalmente y cuyo precio se fija entonces en los mercados mundiales. Aquí es fácil regular un monopolio estableciéndole un precio máximo igual al negocio de oportunidad de exportar el bien; esto es: lo que puede obtener en los mercados mundiales, menos los gastos necesarios para poner los bienes allí. Para los bienes de difícil comercialización internacional (la mayoría de los servicios) una alternativa puede ser comparar los precios de servicios similares en otras regiones de características parecidas (se llama a esta práctica, competición por comparación). Respecto a los monopolios que surgen de inventos o patentes de exclusividad vale lo comentado oportunamente. Por desgracia aquí, es difícil conciliar la importancia de la existencia de incentivos a la investigación y la innovación con el requisito de no abuso de posición dominante (el caso Microsoft es un buen ejemplo). Finalmente existe un tipo de exclusividad de mercado llamado monopolio natural, que merece algunos comentarios. Un monopolio natural se produce cuando en razones de costos medios decrecientes, resulta más barato producir un bien o servicio de manera centralizada, en una sola empresa grande que hacerlo por separado en varias instalaciones más pequeñas.

El típico caso es el de los servicios que se prestan en torno a una red, porque una vez que ésta ha sido construida, el costo de agregar más usuarios es prácticamente despreciable y por ende cuando se suman más consumidores el costo medio siempre cae. Ejemplo de esto son los ferrocarriles, el agua corriente, el transporte de gas, de electricidad, etcétera. En todos estos casos no tiene sentido promover la competencia, porque siempre la empresa más grande tendrá menores costos y las más chicas no podrán competir, pero sobre todo porque de hecho es más barato para la sociedad producir todo en una sola empresa grande que hacerlo separadamente en unidades más pequeñas. Esto no quiere decir que entonces el monopolista natural deba estar libre de hacer lo que le plazca, porque en ese caso lo más probable es que cometa abuso de posición dominante, estableciendo tarifas no competitivas. Un problema para regular estos monopolios es que la tarifa competitiva requeriría fijar los precios iguales a los costos marginales de producción, porque del resultado competitivo surge que al consumidor hay que cobrarle lo que cuesta incorporar al último consumidor a la provisión y esto es el costo marginal. Esto es así, porque siempre que el costo marginal es menor que el precio (que muestra cuánto valora el bien un consumidor), conviene producir una unidad adicional, mientras que cuando los costos marginales son mayores que el precio, entonces conviene no producir esa unidad. Pero como el costo medio está cayendo, quiere decir que el costo marginal es menor que el medio por lo que si se fija tal precio (igual al costo marginal), no estarán cubiertos los costos medios y la empresa tendrá una pérdida. Puesto en otras palabras, los monopolios naturales son empresas que cuando fijan precios competitivos, resultan paradójicamente deficitarias. A raíz de esto se sugieren dos alternativas: o bien se fijan precios iguales a los costos medios y se acepta la consiguiente pérdida de eficiencia (que será más grande cuanto mayor sea la elasticidad precio de la demanda, por el impacto que los precios más altos tienen en las cantidades consumidas) o bien se acepta el precio competitivo y se subsidia a la empresa por la diferencia entre el precio y el costo medio. Si existiera un sistema impositivo que fuera neutral y por ende se pudiera recaudar el dinero necesario para el subsidio de manera no distorsiva (sin que se pierdan recursos de la

economía), entonces seguramente sería mejor la segunda alternativa, pero toda vez que ello es imposible en la práctica, entonces la primera de las opciones emerge como la más conveniente y es tanto más deseable cuanto más distorsivo sea el sistema tributario (en el margen) y cuanto más inelástica la demanda del bien o servicio en cuestión. La lógica es bastante intuitiva porque si el sistema tributario es muy distorsivo se pierden muchos recursos para juntar el dinero necesario para cubrir el subsidio de la empresa, mientras que si la demanda del bien es inelástica no existen demasiadas pérdidas de bienestar a resultas de establecer precios distintos a los costos marginales. Claro que tampoco resulta fácil saber cuáles son los costos medios, e incluso aunque pudieran monitorearse y garantizarle a la empresa que siempre los precios seguirán los costos medios, puede que esto genere comportamientos ineficientes en la empresa, porque no existen beneficios en esforzarse por hacer las cosas con el menor costo medio factible (hay ineficiencias productivas). La habilidad del legislador estará en todo caso en monitorear los costos medios con una regularidad tal que en el ínterin entre los chequeos la empresa obtenga ganancias de introducir mejoras de eficiencia interna y la sociedad toda pueda de esa manera ahorrar recursos. Pongamos todo este conjunto de conceptos aparentemente difíciles en un ejemplo concreto. Supongamos que hay que decidir el nivel de provisión de servicios de transporte por ferrocarril (un típico monopolio natural). Como el costo más importante del servicio viene dado por el esquema de trazado de la vía, el funcionamiento de la estación y el costo de la locomotora, podemos pensar razonablemente en la existencia de costos medios decrecientes, dado que el costo de sumar más pasajeros (agregar más vagones a la formación) es relativamente despreciable comparado con el hecho de que al ser más personas, ahora se dividen todos los costos fijos (que son la mayor parte) por más gente, por lo que el costo medio de llevar cien pasajeros es mucho más alto que el de llevar quinientos, y éste que el de llevar cinco mil y así sucesivamente. Luego, si éste fuera un mercado de competencia perfecta, uno se preguntaría cuánto nos cuesta ir subiendo personas al tren y simplemente las seguiría subiendo siempre que ese costo marginal (el costo de subir una persona adicional) fuera menor que el precio que las personas están dispuestas a pagar (que además ya sabemos por la Ley de la demanda, que

deberemos bajar el precio toda vez que queramos “tentar” a más personas para que suban al tren). Ahora bien, resulta que dijimos que el costo medio por pasajero caía a medida que subíamos más personas al tren. Esto quiere decir que el costo marginal es menor al costo medio (recuerde el lector que, por ejemplo, cuando el promedio de sus notas en la facultad está bajando es porque la nota de las últimas materias dadas es menor que lo que era el promedio anterior; es decir: que si su “nota media” baja, es porque su “nota marginal” es menor que la nota promedio). Entonces si se incorporan pasajeros siempre que el costo marginal sea menor que el precio que están dispuestos a pagar por subir al tren, cuando se incorpore el último pasajero (aquel cuya incorporación se da cuando el costo marginal es igual al precio pagado), el costo marginal será menor que el costo medio. Como el precio competitivo es igual al costo marginal, esto quiere decir que el precio será menor que el costo medio. O sea que con la plata que se junte de la venta de todos los pasajes no se podrá cubrir todos los costos asociados a la provisión del servicio de transporte. Habrá un déficit operativo. Una alternativa es que se cobre entonces un pasaje igual al valor del costo medio, de manera que no se produzca déficit alguno, pero recuerde el lector que en ese caso el costo marginal será menor que el precio, indicando que la sociedad podría proporcionarle transporte a algunas personas más que están dispuestas a pagar un precio mayor que lo que crecerían los costos a raíz de la provisión. En economía, se considera “ineficiente” desde el punto de vista asignativo a una situación como ésta, porque la sociedad tiene mucho para ganar permitiendo que más gente se sume al transporte por ferrocarril. Alternativamente se puede fijar un valor más bajo del pasaje (igual al costo marginal), pero entonces habíamos visto que se produciría un déficit, por lo que será necesario cubrir ese déficit con un subsidio gubernamental. Sin embargo, también sabemos que el gobierno necesitará cobrar más impuestos para juntar la plata para el subsidio, y lamentablemente eso no es gratis porque se incurre por un lado en costos administrativos, y por el otro lado en otros costos de eficiencia asignativa, dado

que como veremos más adelante los impuestos cambian los precios relativos entre los bienes y modifican artificialmente las señales de escasez de los mercados. Resulta que en el primero de los casos (si ponemos el precio igual al costo medio), se producía una distorsión asignativa, porque bajando el precio más gente podía utilizar el servicio. La magnitud de la distorsión dependerá de cuanta gente se quede afuera por el hecho de que la tarifa esté más alta. Por eso decíamos que si la demanda del servicio en cuestión era inelástica (no cambiaba mucho la cantidad demandada por más que se modificaran los precios) entonces no había muchos costos de eficiencia con esta medida, pero si se daba el caso opuesto (si la demanda es elástica) entonces el hecho de poner la tarifa más alta para cerrar el déficit dejaría mucha gente sin el servicio (aún cuando lo valoraran más que su costo de provisión adicional). En el segundo de los casos, como el gobierno necesitará juntar plata para el subsidio cobrando impuestos, habrá que ver cuán costoso es (tanto administrativamente como respecto a la asignación eficiente) el sistema tributario. Dependiendo de estas dos cosas se podrá tomar la decisión que sea óptima, en términos de producir la asignación más eficiente de recursos.

Problemas de información Los mercados donde todos los participantes tienen pleno conocimiento de la información relevante son verdaderamente difíciles de encontrar. Por el contrario, la escasez de información parece ser la regla y entonces los precios se ven dificultados de cumplir apropiadamente su trabajo. Un extraordinario ejemplo de esto es la asimetría informática reinante en el Derecho, donde por la especificidad de los conocimientos necesarios para ejercer la profesión, los consumidores de servicios profesionales están en desventaja tanto a la hora de elegir abogado como en la negociación de honorarios. Puesto en términos de los requisitos que le exigíamos a un mercado competitivo, claramente los servicios prestados por los abogados no pueden considerarse homogéneos y por ende, los profesionales del Derecho gozan de una cierta exclusividad en el mercado. Además como sucede cuando consulto a un médico, si no tengo conocimiento del Derecho no sabré si el curso de acción que me propone el letrado que me patrocina es efectivamente

lo que más me conviene o hasta qué punto refleja lo que en verdad más le conviene a él mismo. Por ejemplo, supongamos que inicio un juicio laboral contra un ex empleador. La sustanciación de todo el proceso hasta contar con una sentencia firme puede tardar de dos a tres años, pero como hay instancias previas de conciliación eventualmente se puede llegar a un acuerdo que evite el juicio. Si yo tuviera certeza de que mis probabilidades de ganar son grandes puede convenirme llegar a las últimas consecuencias y no arreglar. Pero mi abogado puede preferir un acuerdo rápido que le permita embolsar sus honorarios con relativamente poco trabajo. Luego, el Abogado puede inducirme a aceptar el arreglo previo sugiriéndome que el caso en verdad no es tan promisorio. Cambiando la profesión, el médico que voy a consultar ante un problema de salud me dispara una lluvia de tecnicismos que difícilmente entiendo; ¿cómo se, si se trata de un buen doctor o solo de un buen actor? Recientemente los medios masivos de comunicación se hicieron eco de una noticia alarmante; “el número de partos efectuados por cesárea es el doble de lo clínicamente necesario”. Claro, el médico no quiere perder el tiempo en un parto largo y como tiene mejor información que el paciente puede recomendar el procedimiento aprovechándose de esa asimetría informativa. Este tipo de problemas informativos no se agotan en el derecho o la medicina. Aunque las consecuencias son potencialmente menos graves, toda vez que usted tiene que llamar a un técnico para que le arregle el televisor, la computadora, o cuando lleva el auto al mecánico, se produce el mismo tipo de inconvenientes. Es cierto que usted siempre puede pedir una segunda opinión y dejar al descubierto al farsante, pero deambular por distintos especialistas tampoco resulta gratuito y la gente termina siendo en mayor o menor medida cliente cautivo del técnico. Por fortuna existen formas de reducir estas asimetrías. Una de ellas es el prestigio o la recomendación por parte de amigos o conocidos. También existen señales que despejan parte de la incertidumbre: a qué universidad fue el profesional, qué cursos de capacitación hizo, qué experiencia laboral tiene, etcétera. Adicionalmente, un rol muy importante como agentes de información lo constituyen las firmas. Un estudio jurídico muchas veces trasciende una generación de abogados y por

ende la reputación resulta su principal activo, de manera que está en su propio interés representar fielmente los intereses de sus clientes porque tiene mucho más que perder por una mala praxis que un abogado particular que siempre puede mudarse a otra ciudad y recomenzar. Prácticamente lo mismo sucede con los hospitales o las clínicas que tienen entonces un particular interés por monitorear la buena calidad de sus servicios profesionales. Respecto al prestigio o recomendación por parte de terceros aquí emerge algo muy interesante, porque resulta que la posesión de información relevante es también una forma de capital; “capital social”. Si usted tiene un a mala experiencia con un profesor de la facultad, lo primero que hace es comentárselo a sus amigos, quienes a su vez en distintos espacios se encargan de reproducirlo a otros conocidos. Es sabido que en ámbitos como los universitarios las noticias corren muy rápido y en poco tiempo son vox populi. Lo mismo sucede en otros ambientes. Si usted recibe un buen trato en un comercio nuevo, lo comenta con sus conocidos (supongamos tres), quienes a su vez pasan la noticia a otros tres amigos cada uno y así sucesivamente, de forma que en una tercera ronda de comentarios se tienen 27 anoticiados, en una cuarta 81, luego 243, 729, 2189, 6.561, 19.683 y así sucesivamente. En este sentido una red de capital social tiene dos dimensiones importantes que generalmente se oponen, por un lado la red es más extensa cuanto más abierto el grupo de influencia y cuantas más relaciones tiene cada uno, pero por el otro lado la red es más potente cuanto más fuertes son las relaciones y más cerrado el grupo. Resulta que todos vivimos inmersos en configuraciones de varias redes simultaneas de relaciones que nos proveen de valiosa información y también permiten que nuestras cualidades se conozcan. De ahí que sea tan importante la Universidad, no ya como edificadora de capital humano (conocimientos) sino como formadora de capital social (relaciones).

Otros problemas de información

Otra asimetría informativa muy importante se produce toda vez que en una relación laboral el contratante tiene dificultades para saber con exactitud lo que hace el contratado. En la literatura económica este problema se conoce con el nombre de relación “principalagente”, pero en el folclore popular se ha acuñado hace tiempo en la expresión “el ojo del amo engorda el ganado”. Este problema es muy relevante para el Derecho por dos razones. En primer lugar porque dado que no se puede monitorear apropiadamente el desempeño de los contratados deberá diseñarse un contrato que tenga específicamente en cuenta este problema y contenga tanto los incentivos para que el empleado haga lo que más le conviene al empleador, como las garantías para que dado eso, los mejores trabajadores tengan interés en firmar el contrato. En segundo lugar porque este tipo de problemas está presente en muchísimas esferas de diferente importancia; por ejemplo: cuando un pueblo elige un presidente no puede monitorearse el 100% de lo que éste hace (el contrato por excelencia es la Constitución); cuando el presidente nombra a un ministro le sucede lo mismo a él, cuando el ministro nombra al director de una empresa pública; cuando éste contrata empleados, etcétera. Desde la Constitución hasta el sistema de remuneraciones de la Administración Pública, todas las instituciones, en sentido amplio de la palabra, son contratos que implícita o explícitamente determinan esquemas de incentivos que acercan más o menos la voluntad popular a la efectiva obtención de resultados, y todos además contienen “cláusulas de participación” que dadas las condiciones hacen que los mejores perfiles participen o no de esos procesos. En el ámbito privado el problema no es menor. Toda vez que un propietario de acciones de una empresa elige un Directorio; cuando ese directorio designa un manager; a la hora de que el manager obtenga el mejor comportamiento posible de los empleados de la firma, etcétera. Es más, cuando algunos institucionalitas como Davis y North (1971), plantean que el éxito de los sistemas económicos depende crucialmente de las instituciones, no exageran. Es así como la calidad de los contratos hace una gran diferencia. Ahora bien, ¿cuáles son los principios que hacen que estos contratos efectivamente generen los incentivos apropiados?

La respuesta a esta pregunta depende de hasta qué punto los resultados observables dependen cien por ciento del agente o por el contrario están sujetos a algún tipo de riesgo. En un extremo, si el resultado de un trabajo depende en su totalidad del esfuerzo y prestancia del encargado de llevarlo adelante, el contrato deberá garantizar un alineamiento total entre los resultados y la remuneración. Aquí no importa si la persona trabajó dos horas o cinco meses, lo relevante es si el trabajo se hizo o no. El caso opuesto se da cuando el nivel de performance del encargado de una tarea no hace una diferencia muy grande en los resultados sino que por el contrario estos dependen de fuerzas fuera de su control, como sucede con un peón de un campo que siembra semillas cuya germinación dependerá crucialmente de factores climáticos (ajenos a su voluntad). En ese caso poco importa que pueda o no monitorearse su tarea y lo más conveniente es que el contrato remunere de manera fija el costo de oportunidad de su tiempo que viene dado por la productividad del trabajador en actividades alternativas. Estos dos ejemplos, en todo caso son extremos de un continuo y lo que se da generalmente son situaciones donde hay mayor o menor responsabilidad del empleado en los resultados y donde el grado de control del empleador también resulta ser variable. La pericia de quien diseña el contrato está justamente en determinar estos elementos y encontrar la combinación de remuneración fija y premios por productividad que sea capaz de producir los mejores resultados.

Otra aplicación del problema principal-agente. El comportamiento de riesgo moral Muchas veces existen relaciones contractuales en las que aparentemente el comportamiento de los agentes no influye en los resultados, pero sin embargo existe cierto margen de acción, como sucede en los mercados de seguros Un problema muy común en estos mercados (y en otros tantos) es que el asegurador no tiene ninguna garantía de que el asegurado efectivamente tome todas las precauciones necesarias para minimizar el riesgo de siniestro. Esto cobra particular importancia porque en los tiempos que corren prácticamente todo esta asegurado; hay seguros de autos, de casas, de salud, de desempleo, etcétera.

En general, los seguros funcionan bien cuando la ocurrencia del siniestro que cubren es absolutamente aleatoria y no depende para nada del comportamiento del beneficiario de la póliza. Sin embargo, sucede que en la mayoría de los casos esto no es así. La probabilidad de estar desempleado, enfermo o de que nos roben el auto tiene mucho que ver con el comportamiento nuestro. No es lo mismo salir a buscar trabajo que quedarse en casa; o ponerse las vacunas, tomar la medicina y cuidarse, que salir desabrigado y consumir cosas perjudiciales; o estacionar el auto en un lugar seguro, que dejarlo con la puerta abierta en un barrio de alto riesgo. Lo que ocurre es que una vez que la gente ha contratado un seguro, el asegurado se saca el riesgo de encima y no tiene más incentivos a comportarse de manera que el siniestro no ocurra. Por esta razón es que las aseguradoras han encontrado óptimo no asegurar completamente al beneficiario de la póliza sino en una proporción tal que le siga conviniendo a este tomar precauciones para evitar acontecimientos no deseables.

Y más problemas de información. La selección adversa Algunos con más frecuencia, otros con menos suerte, todos hemos tenido citas amorosas. La situación no podría ser más paradigmática, la asimetría informativa es total. Tenemos un particular interés por parecer atractivos a los ojos de los otros; implícita o explícitamente resaltamos nuestras virtud al tiempo que disimulamos los defectos. Incluso muchas veces no revelamos nuestras verdaderas intenciones, nos mostramos más tolerantes que de costumbre y hacemos cosas que no haríamos en otras circunstancias. Por más que suene materialista decirlo, el proceso de conseguir pareja no es muy distinto que el de comprar un auto usado, alquilar una casa por teléfono o contratar un empleado a partir de una única entrevista. El que vende un auto no va a decir que lo usó cinco años de remisse, el propietario de la casa tampoco reconocerá que ésta tiene goteras, del mismo modo que un empleado que se presenta a una entrevista no comentará que lo echaron del trabajo anterior porque llegaba siempre tarde.

Si todos los autos fueran malos, todas las casas defectuosas y todos los empleados incumplidores no habría mayores problemas; simplemente el libre juego de la oferta y la demanda nos dice que si la calidad es mala el precio tiene que bajar. Pero ocurre que también hay buenos autos en venta y departamentos de buena calidad y empleados competentes, como también hay buenos candidatos para formar pareja. Sigamos con nuestro ejemplo de las relaciones. Como en los mercados mencionados, si todos los candidatos fueran poco sinceros, pues simplemente nadie confiará en nada que pasara en las primeras citas y punto. En el otro extremo, si uno tuviera certeza de que está frente a un candidato que vale la pena, pues merece el intento un poco de confianza. El problema es cuando uno no sabe la calidad del candidato con el que esta lidiando, razón por la cual lo que normalmente ocurre es que demostramos una mayor o menor confianza según la probabilidad que estimemos de estar con alguien valioso (probabilidad que está normalmente asociada a la frecuencia con lo que esto ocurre). Pero este comportamiento es injusto, porque si nuestra cita es verdaderamente potable considerará excesiva nuestra desconfianza y habrá que ver si esta dispuesto a tolerarla. En el otro extremo, si estamos en presencia de un engaño, el timador estará más que contento con que se le brinde tan solo una mínima porción de confianza. Lo mismo sucede con los autos, si todos fueran de mala calidad simplemente pagaríamos menos y sin todos fueran buenos pagaríamos más (Akerlof 1970). Pero si todos pretenden ser buenos y dudamos de que algunos no lo sean pagaremos un precio que estará en algún lugar entre medio de los anteriores, con lo que terminaremos beneficiando a los cacharros y perjudicando a los buenos. Si esto es así, lo próximo que sucederá es que los dueños de los autos buenos no estarán dispuestos a colocarlos en el mercado por menos de lo que valen, mientras que los que venden autos de baja calidad inundaran el mercado por que ahora se les reconoce mayor valor. Este proceso se conoce en la literatura como “selección adversa”, justamente por que el mercado, al fallar en incorporar la información suficiente termina logrando que queden los peores.

Un contrato que busque proteger al comprador ante este problema debería incluir cláusulas de garantía o reembolso. Algo de esto sucede cuando las empresas usan un periodo de prueba antes de la contratación definitiva o cuando la Ley de matrimonio civil hace que no resulte gratis mentir respecto al grado de compromiso que uno está dispuesto a asumir. En otros casos, como en los mercados de seguros, la Ley establece la obligatoriedad de la contratación cuando la asimetría informativa haría que solo lo contraten los más imprudentes y las compañías no podrían afrontar el pago de todos los siniestros.

La defensa del consumidor La descripción previa de problema de información es solo una muestra de algunas de las fallas de los mercados, pero la realidad está plagada de casos en los que existen asimetrías informativas y más aun de casos donde la confusión proviene de la realización de publicidad engañosa, como en el caso de muchos productos light. Además de los contratos y precauciones antes comentadas, los países generalmente disponen de leyes de defensa del consumidor que reglamentan la información que los productos deben contener y la forma en que se deben informar precios y ofertas, entre otras cosas, a los efectos de que los precios efectivamente informen la escasez relativa de bienes más o menos comparables. Es usual que se reglamente la información que deben incluir las etiquetas, la publicidad que debe darse a las ofertas o promociones e incluso el tamaño de letra en el que deben publicarse algunas informaciones relevantes como en el caso de muchos contratos con cláusulas financieras. Además, es importante educar a los consumidores para que estos exijan cada vez más información y estén en condiciones de interpretarla.

Externalidades, daños y beneficios ocasionados por terceros Otra de las situaciones, para las cuales muchas veces los mercados no tienen respuestas, es cuando las acciones de una parte tienen consecuencias, ya sean negativas o positivas, hacia terceros no vinculados a la actividad, o al menos no directamente.

Concretamente, los mecanismos de mercado funcionan bien cuando las consecuencias del comportamiento de las partes de una negociación están perfectamente contenidas en los precios. Pero cuando una fábrica que produce un bien, contamina el agua o el aire con desechos químicos, por ejemplo, los consumidores de agua y aire pagan las consecuencias del comportamiento sin que la fuente de la contaminación se haga cargo. Lo mismo sucede cuando un boliche nocturno se instala en las cercanías de un barrio residencial y su actividad perjudica el descanso de los vecinos, o cuando se construye un edificio que nos quita luz y empeora nuestra vista, y así podríamos seguir enumerando ejemplos sin fin en los que el costo de los daños no se incluye en los precios. Lo ideal sería que el que ocasiona la externalidad pague por los daños, de modo que el precio de los bienes que venda incluya el costo del perjuicio y por lo tanto, al ser mayor, induzca un menor consumo del mismo, y con ello se logre un menor nivel de contaminación. Un resultado similar puede lograrse si se establecen niveles máximos de contaminación o daños y se fuerza a los empresarios a tomar las medidas necesarias para no pasar ese umbral. Pero las externalidades que los mercados fallan en internalizar no necesariamente tienen que ser negativas. La educación y la salud son dos excelentes ejemplos de bienes en los que el consumo por parte de algunos individuos termina beneficiando indirectamente a otros. Sin ir más lejos, cuando el vecino de la vereda opuesta pinta el frente de su casa, él tan solo disfruta de la vista cuando ingresa a la misma (unas pocas veces al día), pero nosotros nos beneficiamos con que ahora la vista desde nuestra ventana es mucho más agradable. En una situación óptima probablemente estaríamos mejor si la nueva pintura de la fachada de las casas la financiaran los vecinos de enfrente. No obstante, como los precios de los mercados no incluyen los beneficios a terceros, no existen incentivos para que yo tenga en cuenta que si pinto mi casa se beneficia el barrio, si me vacuno se contagia menos gente y si me educo mejora el bienestar y las oportunidades de las personas con las que me relaciono. Este tipo de problemas de los mercados naturalmente abren lugar para la intervención del Estado, que de éste modo puede imponer tributos (impuestos pigouvianos) a quienes

ocasionan daños, y subsidios para los que producen beneficios que se derraman, de manera que los unos y los otros internalicen las consecuencias de sus acciones; las tengan en cuenta en sus decisiones, y se logre una asignación óptima de los recursos. En este sentido, los bienes que contaminan (cigarrillos, combustibles, alcohol, etc.) presentan una justificación para tener impuestos más altos, al tiempo que el estado subsidia educación, salud y otras actividades que ocasionan derrames positivos. Más allá de eso, existen muchos casos en los que hay algún margen para que los mercados internalicen correctamente las consecuencias de los comportamientos, toda vez que los Derechos de propiedad estén correctamente establecidos y no existan costos de transacción (de ponerse de acuerdo) significativos. Incluso más, como lo demostrara Coase en el teorema que lleva su nombre, si esto sucede se alcanza una asignación optima sin importar qué parte tenga los Derechos de propiedad. Supongamos que usted gusta de hacer asados en el fondo de su casa con relativa frecuencia y que en el terreno lindero su vecina acostumbra colgar la ropa recién lavada para que ésta se seque. El conflicto de intereses se hace evidente toda vez que para desgracia de la señora el viento sopla en la dirección asado-ropa, pero la cuestión aquí es que no queda claro si el señor tiene la potestad de hacer asados cuando le plazca y la señora no tiene posibilidad de reclamo, o si por el contrario el Derecho de propiedad está del lado de ésta ultima y cualquier cosa que interfiera en el libre secado de su ropa le genera la posibilidad de exigir algún tipo de resarcimiento. Al no haber un Derecho de propiedad correctamente establecido, la situación se resuelve por otra vía. El ejemplo puede parecer trivial, pero tiene todos los elementos característicos del planteo de Coase. Así, una posibilidad es que el estado sancione una norma privilegiando la limpieza del aire y dándole el derecho a la señora. Si el costo de ponerse de acuerdo es bajo (y pareciera ser que en este caso hablamos de una simple conversación entre dos personas y por lo tanto lo es) entonces cada vez que quiera hacer un asado, el hombre deberá indemnizar a la señora por los daños causados por el humo (pagarle el lavadero automático, por caso).

Luego, si suponemos que la utilidad marginal de comer asados, siguiendo (de acuerdo a la primera ley de Gossen), es decreciente (esto es, que el hombre disfruta muchísimo si hace un asado por semana pero obtiene menos utilidad del segundo asado semanal, y todavía menos del tercero y así sucesivamente), entonces el asador encontrará conveniente hacer asados toda vez que la utilidad que cada nuevo asado le proporciona sea mayor que lo que le cuesta indemnizar a la señora. Es probable que el primero o el segundo asado le convengan, pero cuando ya ha repetido muchos días el menú, la ventaja de comer otro asado más no justifica la indemnización a pagar. Por opuesto a esto, el estado podría darle el derecho al asador, en cuyo caso habrá que mandar la ropa al lavadero hasta que el vecino se canse de la parrilla. Si la señora aún quiere colgar la ropa, ahora ella deberá indemnizar al señor a los efectos de convencerlo de suspender el asado. La palabra indemnizar quiere decir “dejar indemne”, dejar igual, por lo que el costo de la indemnización será igual a la utilidad que deriva el hombre de comer el asado, que ya habíamos dicho es mayor para el primer asado que para el segundo, el tercero y así sucesivamente. Pero la señora no encontrará conveniente pagar la indemnización toda vez que ésta sea mayor que lo que le cuesta dejar que el señor haga el asado y mandar la ropa al lavadero. Solo cuando el hombre haya comido suficientes asados como para que la utilidad de uno más sea menor que el costo del lavadero, convendrá a la señora pedir la suspensión del asado e indemnizar al hombre. En cualquiera de los dos casos la cantidad de asados (y por ende de contaminación) que se terminará haciendo es exactamente la misma y se alcanza cuando se iguala la utilidad que obtiene el hombre con un nuevo asado (contaminando) con el monto de la indemnización que debe pagarse, cualquiera que sea el poseedor del derecho. Esto es efectivamente lo que dice el teorema de Coase. Más allá del ejemplo trivial, el teorema tiene potentes implicaciones. Por ejemplo en el Derecho Laboral. Ocurre que muchas empresas gastan dinero en capacitación de empleados que después se pasan a otra firma. La nueva firma se beneficia de las inversiones de la anterior, pero no paga los costos. Hasta antes de la emergencia del planteo de Coase muchos creían que ésta externalidad tendría por efecto que las empresas no invertirían en

capacitación lo suficiente, pero el teorema nos enseña que dado que los Derechos laborales están correctamente establecidos, la cantidad de capacitación (y externalidad) será la óptima de todos modos.

Los mercados de contaminación Finalmente, una tercera opción para resolver el problema del nivel óptimo de externalidad es la creación de un mercado de Derechos de contaminación. Supongamos que una ciudad estima (a través del Departamento de Salud Pública de la Municipalidad, por ejemplo) que el sonido producido por el tránsito vehicular (motores, bocinas, etc.) es nocivo para los vecinos y peatones que circulan por la ciudad. La municipalidad podría entonces emitir bonos que den Derecho a su poseedor a producir sonidos de una determinada cantidad de decibeles (supongamos un decibel por persona por bono) y repartirlos entre los vecinos. Luego podrían organizarse remates públicos (mercados) en los que los dueños de vehículos deban comprar los bonos para poder producir ruidos. Lo interesante es que si la población difiere en su tolerancia a los ruidos, entonces los más sensibles pueden comprar los bonos a los más tolerantes, para limitar el acceso de los dueños de los vehículos y de este modo lograr menos contaminación auditiva. Finalmente resultará un precio de equilibrio de los bonos, que representará la valoración social por el Derecho a no ser molestados con el ruido. Análogamente pueden construirse mercados similares para negociar otras formas de contaminación, siempre que la población tenga perfecto conocimiento de las consecuencias de la misma.

Los bienes públicos, otra forma de externalidad Con motivo de la determinación de las patentes por tecnologías, habíamos definido a un bien público como aquel que una vez provisto podía ser extendido a otros sin ningún costo adicional, y que además resultaba muy difícil excluir a quien no pagara por su usufructo. Desde el mejoramiento de una playa, al servicio de recolección de residuos, pasando por un programa de radio o la defensa nacional, todos estos bienes tienen características de bien público.

También lo son el asfalto de una cuadra, y en cierta medida el proceso educativo o un programa de salud. En rigor, los bienes públicos son una forma de externalidad positiva porque una vez que han sido provistos para algunos, derraman sus beneficios a otros. El problema central es que como no se puede excluir a una persona del disfrute de este tipo de bienes, es muy difícil proveerlos con los mecanismos de mercado porque la gente no tiene incentivos a revelar su verdadera preferencia. Si una empresa privada quiere asfaltar una cuadra y me pregunta cuánto lo valoro, cuánto estoy dispuesto a pagar, diré que muy poco porque sé que una vez pavimentada nadie podrá excluirme de su uso. El inconveniente es que si toda la gente razona de la misma manera, pues nadie pagará a la empresa, el asfalto nos se hará y todos saldrán perjudicados. Se necesita entonces, una participación activa del Estado que estime de alguna manera cuanto valora la gente estos bienes, los provea y luego los financie vía impuestos toda vez que el costo de provisión de una unidad adicional del bien público sea menor (en el margen igual) a la sumatoria de las utilidades que derivan los individuos por esa unidad adicional provista. Es importante notar que provisión pública no quiere decir necesariamente producción pública, sino que puede darse el caso de que el estado contrate un privado para la producción (como en el caso de recolección de residuos). Tampoco todo lo que provee el Estado son bienes públicos, porque de hecho muchas veces presenciamos casos de provisión pública de bienes privados, como cuando el estado tiene empresas publicas a cargo, de combustibles, luz, gas, etcétera. En síntesis, los precios señalan la escasez relativa de los bienes y permiten la asignación óptima de los recursos para satisfacer en lo más posible las necesidades de la población, pero existen muchísimas fallas en este mecanismo que ponen en riesgo la tarea, motivo que requiere regulación gubernamental, las más de las veces de manera directa, en otras oportunidades vía normas, contratos e instituciones del Derecho.

Capítulo VI Comercio internacional. El precio de los bienes mundiales. En el caso de los bienes susceptibles de ser comercializados internacionalmente, el precio de los mismos se determina a partir del equilibrio entre oferta y demanda mundiales y por ende representa la escasez relativa no a nivel local, sino global. A nivel local, más allá de algunas diferencias que discutiremos a continuación, los precios de estos bienes guardan sintonía con los que se fijan en los centros comerciales internacionales más importantes. Por el lado de los bienes que se importan esto resulta bastante evidente dado que ese es el costo al que se los consigue. Más aún, los bienes producidos localmente, que compiten con las importaciones, también tienen el precio de estas últimas, porque si estuvieran más caros no los compraría nadie y tampoco les conviene a los productores venderlos mucho más barato que la competencia. En el caso de los bienes que se pueden exportar, nadie tiene incentivos a venderlos más baratos que lo que se puede obtener por ellos en el exterior porque nadie quiere perderse de ganar plata. Por esta razón es que cuando se produce un aumento internacional de estos precios, la suba se traslada para los consumidores locales. Esto sorprende a muchos que creen que no debiera importarnos lo que pasa en el mundo porque esos son bienes que se producen acá, como en el caso de las carnes, los cueros y los granos, pero en tanto estos bienes sean potencialmente exportables su precio local será igual a lo que se pueda obtenerse por ellos vendiéndolos afuera. Ahora bien, en la realidad sin embargo, no se cumple la “ley del precio único” que supone que un mismo bien comerciable internacionalmente debe costar lo mismo en todos los países. En primer lugar, esto sucede porque de los centros de comercio a cada uno de los países hay distancias distintas y los precios incluyen costos de transporte (en el caso de los bienes exportables hay que restar estos costos).

En segundo lugar, los países tienen distintas políticas comerciales y muchas veces ponen impuestos al comercio de bienes (aranceles y retenciones) o subsidian su producción con lo que alteran la paridad con los precios internacionales. En tercer lugar, los precios que pagamos además de contener impuestos, incluyen todos los gastos necesarios para ponerlos en la góndola (margen minorista, alquileres, salarios de los despachantes, etc.) y por lo tanto como éstos son distintos de país a país, entonces los precios difieren también. En cuarto lugar, la facilidad de exportar o importar puede no ser similar entre países. Pueden existir restricciones logísticas de almacenaje, falta de financiamiento para exportar, escasez de acceso a mercados, burocracias que dificultan los procesos, condiciones de infraestructura distintas en puertos y rutas, falta de personal calificado, problemas de información y muchas otras trabas que al limitar lo que se puede importar confieren poder de exclusividad a productores locales y al dificultar exportaciones hacen que se debilite el poder local de los sectores con posibilidades de vender en el exterior. Finalmente, pueden existir distintas políticas de tipo de cambio que afecten el acceso a divisas y se traduzcan entonces en distintos precios. En lo que sigue nos concentraremos en el análisis de políticas comerciales y luego pasaremos revista a la influencia del tipo de cambio.

Del libre cambio al proteccionismo La primera pregunta que debemos hacernos para comenzar este viaje es, ¿por qué los países comercian? La respuesta más obvia es que lo hacen por la misma razón que comercian las regiones, las provincias, las ciudades, etc.; porque son distintos y por lo tanto tienen acceso a distintos recursos, a distintos bienes y además tienen gustos que difieren más allá de la dotación de bienes. En rigor, existe margen para el comercio toda vez que la matriz productiva de un país no es equivalente a la matriz de preferencias, porque si un país produjera exáctamente el conjunto de bienes que, dado el valor de sus recursos, maximiza la utilidad de sus habitantes, pues no tendría sentido que comerciara Ahora bien, en lo que hace a las distintas teorías que explican el comercio internacional, un punto de partida obligado es el planteo de Adam Smith (1958). Para este autor, algunos

países son más eficientes en la producción de algunos bienes y otros en la de otros productos, de manera que por ejemplo, si Colombia es más eficiente que Argentina en la producción de café y Argentina lo es en la de trigo, pues no tiene sentido que cada país siembre café y trigo para satisfacer sus respectivas necesidades, sino que se pueden aprovechar mucho mejor los recursos de cada región si los que hacen mejor el café se especializan en eso y los que hacen mejor el trigo actúan en consonancia. Un problema de esto es que a veces se dan casos de países que son más eficientes en la producción de todos los bienes y uno podría pensar que ello trabaría el comercio. Por fortuna David Ricardo (1973) demostró que no, que lo que resultaba relevante en todo caso eran las ventajas comparativas de productividad y no las absolutas. Así, por más que un país sea más productivo que otro en todos los bienes, las diferencias de productividad serán mayores en unos bienes que en otros y como los recursos de ese país son escasos le sigue conviniendo concentrarse en la producción del bien sobre el que tiene las mayores ventajas dándole la posibilidad al otro país de que se dedique a fabricar aquellos bienes en los que, aunque con menor productividad absoluta, las desventajas son menores. De esta forma se logra una división internacional del trabajo que permite un mejor aprovechamiento de los recursos mundiales. El lector que aun no vea claro el punto piense en un joven matrimonio donde la mujer es más eficiente para todas las tareas; gana más que el hombre fuera de casa, cuida mejor a los chicos y hace de manera más diligente todas las tareas hogareñas. ¿Significa esto que la mujer tiene que hacerlo todo y el hombre quedará sin tareas? O en todo caso: ¿será conveniente que ambos trabajen fuera de casa y compartan por igual las tareas hogareñas? Sabemos que la distribución de tareas en un matrimonio responde a múltiples razones que van mucho más allá del máximo aprovechamiento de los recursos (costumbres culturales, relaciones de poder, etc.); pero si la división se llevara a cabo teniendo en cuenta solo consideraciones económicas, lo que sucedería en una pareja racional es que de todas las tareas posibles, la mujer llevaría adelante aquellas para las que es mucho más productiva que el hombre. Por su parte, éste se encargará de hacer aquellas otras cosas para las que aunque la mujer es todavía mejor, las diferencias de productividad son menores. Así la familia lograría obtener la mayor cantidad posible de recursos para satisfacer sus

necesidades, habiendo en cierto sentido “comercio” toda vez que se compartirá los frutos del trabajo de cada uno, existiendo por tanto intercambio. El lector que aún desconfía puede pensar el problema en términos de horas de trabajo disponibles. El día tiene 24 horas (unas 14 descontado el sueño y las necesidades fisiológicas), un matrimonio cuenta como máximo con 28 horas de trabajo (14 del hombre y 14 de la mujer) para obtener los bienes y servicios que consumirá (incluidos aquellos que no pasan por el mercado). Convendrá entonces que el matrimonio haga una lista de todas sus necesidades (alimentos, limpieza, cuidado de los chicos, necesidades varias, etc.) y organice las 28 horas de trabajo de que dispone de manera de cubrir la mayor cantidad de necesidades posibles. Así, convendrá que la mujer se dedique a las actividades donde le saca muchas más ventajas al hombre, en sus 14 horas de trabajo y deje para éste las tareas en las que no lo supera por un margen de productividad tan grande. Supongamos para simplificar, que solo existen dos tareas; el cuidado de los chicos y la obtención de dinero para comprar bienes y servicios. Ahora pensemos que la mujer es una profesional exitosa que gana cien pesos por hora de trabajo fuera de su casa, mientras que el hombre solo puede ganar la mitad. Completemos el ejemplo suponiendo que la mujer es ligeramente más eficiente que el hombre en el cuidado de los chicos. En una situación sin intercambios (sin comercios), ambos trabajan afuera y se dividen el cuidado de los hijos. Sin embargo, este matrimonio tiene mucho para ganar (en términos de acceso a bienes) si el hombre acepta cuidar a los chicos durante parte del tiempo que le tocaba a la mujer, a condición de que ésta dedique esas horas a trabajar más en el mercado, obteniendo por ende mayores ingresos. Cada hora que el hombre deja de trabajar afuera y dedica a los hijos, pierde de ganar cincuenta pesos de salario, pero esto queda más que compensado con los cien adicionales que gana la mujer. En cierto sentido ocurre un intercambio en la pareja, porque ambos disfrutan de los resultados del trabajo del otro, del mismo modo que sucede en el comercio internacional. Pero las diferencias relativas de productividad no son la única razón que explica por qué las naciones intercambian bienes y servicios. Otra razón por la que se comercia tiene que ver con el principio antes presentado de la “Ley de los rendimientos marginales decrecientes”.

Supongamos que mi población trabaja de manera óptima, de modo que cada trabajador esta empleado en la actividad que más le gusta y mejor hace. Sólo de casualidad se va a producir el conjunto de bienes exacto que la población quiere, por ejemplo, puede ser que haya muchos buenos agricultores y pocos productores textiles buenos. Luego, si la gente en realidad quiere más vestimentas y menos alimentos, la única forma de conciliar esto sería retirar recursos del sector agropecuario y volcarlos a la producción de textiles. Pero el cambio hará que muchos terminen empleados en tareas que no corresponden con lo que mejor saben hacer (o para lo que son más productivos) lográndose entonces un resultado no óptimo. Alternativamente, el país en cuestión puede seguir produciendo lo que hace mejor; vender eso en los mercados internacionales y comprar luego lo que quiera, pudiendo de esta forma consumir más bienes que en el caso anterior (cuando no había comercio). Otra explicación de la razón por la que los países comercian (aunque empíricamente controvertida), ha sido propuesta por los economistas Heckscher y Ohlin (en Leamer, 1995), quienes han postulado que los países comercian en función de la diferencia en las dotaciones relativas de factores. Así, aquellos con mucha mano de obra y relativamente poco capital exportarán productos cuya elaboración utiliza intensivamente el factor más abundante e importarán los intensivos en el factor más escaso. En cierto sentido, toda vez que un país exporta (importa) un bien, está vendiendo al exterior (comprando) los factores con los que se produce ese bien, de manera que es lógico pensar que se venderá aquello que es abundante y se comprarán los factores que escasean. Pero incluso aunque no existieran diferencias en la dotación de factores, bien puede darse el caso de que las personas tengan gustos diferentes en los distintos países y eso sea motivo suficiente de comercio, como sucede cuando dos chicos (y a veces no tan chicos) reciben el mismo plato de comida pero como uno tiene preferencia por la guarnición y otro por la carne, se intercambian lo que menos le guste a cada uno, por lo que más les apetece. Aún manteniendo el supuesto de gustos similares e igual dotación de factores, es probable observar razones para el comercio. En este sentido resulta notable, a partir de los procesos de globalización, la proliferación de mercados de productos heterogéneos en razón de marca o de diseño (vestimentas y vinos son dos excelentes ejemplos), por lo que puede

existir comercio toda vez que la gente valora positivamente la posibilidad de acceder a variedad de productos (aunque todos satisfagan la misma necesidad). Entonces ya no se trata de que quienes tienen más capital fabriquen autos y quienes poseen abundancia de mano de obra se dediquen a los textiles, porque a los residentes del país con mucho capital puede gustarles una marca de autos que se fabrican en un país con abundancia en mano de obra, al tiempo que los que viven en este último país puden apreciar la ropa de una marca fabricada por los primeros. Finalmente, y aunque esto no agota la lista, algunas industrias presentan economías de escala (es más barato producir en plantas cada vez más grandes) y cuando un país toma una ventaja de mercado en uno de esos bienes es muy probable que gradualmente acapare una porción cada vez mayor del mercado mundial y se convierta en exportador neto de ese bien. Luego, cuantos más recursos dedica a la producción del bien que exporta, menos le quedan disponibles para el resto de los bienes y debe por tanto importar de ellos.

Las teorías proteccionistas Si es que efectivamente resulta tan ventajoso comerciar, la pregunta casi obvia es: por qué razón los países ponen trabas al comercio imponiendo tributos o estableciendo barreras no arancelarias. Para contestar esta pregunta es importante entender que toda vez que hay comercio entre los países cambia la escasez relativa de bienes hacia dentro de los socios comerciales y por ende se modifican los precios de los bienes de la economía. Si esto sucede, sabemos que se ponen en marcha fuerzas que sacan recursos de los sectores donde los precios bajan y los orientan hacia otros rubros que experimentan subas. Este proceso, por desgracia puede no ser lo suficientemente ágil y muchas veces se destruyen empleos y capital en un sector sin que simultáneamente sean utilizados por el otro sector, por lo que puede resultar razonable administrar la transición entre los distintos precios relativos. Otras veces, puede darse el caso de que los nuevos precios resultantes del libre comercio entren en conflicto con el proyecto de desarrollo de largo plazo en el que un país está comprometido. Por ejemplo, bien puede darse el caso de que a raíz del comercio convenga a un país especializarse en la producción de cultivos agropecuarios, pero vaya en

detrimento del desarrollo de la industria que tal vez forme parte de un proyecto más ambicioso de largo plazo. De cualquier manera, es importante notar que aunque en líneas generales existen ventajas del comercio para los países como un todo, siempre hay ganadores y perdedores en los procesos comerciales. Pensemos en el contexto del comentador modelo de Heckscher y Ohlin. Si dos países que antes estaban en una situación de autarquía comercial ahora comienzan a tener vínculos sabemos que el patrón de comercio resultante será que cada parte exportará aquellos bienes intensivos en el factor más abundante, al tiempo que importará los que usen intensivamente el factor relativamente más escaso. Entonces, hacia dentro de cada país habrá ahora más bienes disponibles cuya producción es intensiva en el factor más escaso y menos de los que usan en mayor medida el factor más abundante, por lo que los precios domésticos de los primeros bajan y de los segundos suben. Ahora bien, corresponde a los economistas Stolper y Samuelson (1941) el haber demostrado que a raíz de esta situación aumentará la remuneración del factor abundante en cada país al tiempo que caerá la renta del más escaso, con lo que se modificará la distribución del ingreso de los países que comercian. Naturalmente esto sucede porque al importar (exportar) bienes estamos comprándole (vendiéndole) al exterior los factores con los que esos bienes están fabricados y cambiamos por lo tanto la escasez relativa de factores hacia dentro del país, por lo que los precios de éstos deben cambiar. En este contexto muchos países pueden considerar “no deseable” semejantes cambios en la distribución de los ingresos, optando entonces por limitar el comercio. Tampoco se puede descartar en otros casos la existencia de poderosos lobbyes o grupos de interés con fuerte influencia en los gobiernos de turno, ejerciendo presiones para que el comercio no perjudique su posición o directamente para que la falta del mismo la mejore. Piense el lector, que en realidad el comercio internacional no se lleva adelante entre países, sino entre particulares pertenecientes a los países. Dejando de lado intereses sectoriales, otro argumento que ha sido muy difundido es el de la protección de las industrias nacientes (Krugman, 1999). En muchos sectores de la economía es necesario alcanzar un determinado nivel de producción y ventas para que la actividad resulte rentable. En esos casos, los

emprendimientos que no cuentan con un apropiado apoyo hasta que alcanzan esos niveles están destinados a fracasar por lo que resulta apropiado garantizarles alguna exclusividad de mercado en el ínterin. Algo parecido a esto también sucede en muchas empresas de la nueva economía en las que es muy importante el nivel de gastos en investigación y desarrollo. Como las empresas suelen destinar un porcentaje fijo de sus facturaciones a esos gastos, no se alcanza un nivel apropiado de inversión sino hasta que la firma en cuestión alcanza un nivel relevante de facturación. Luego, si el nivel de innovación es determinante de la supervivencia de la empresa, entonces resulta plausible asegurarle algún nivel de protección hasta que alcance los estándares internacionales de innovación y desarrollo (Prebisch, 1962). Finalmente, una razón tal vez más fuerte a favor del proteccionismo puede rastrearse en la hipótesis de los economistas estructuralistas, quienes sostienen que los patrones de comercio internacional juegan un rol preponderante en el desarrollo de los países. Para estos economistas buena parte de la causa del subdesarrollo de los países periféricos reside en que estos exportan materias primas de escaso valor agregado hacia los países centrales e importan de éstos manufacturas industriales que han pasado por una compleja cadena de agregación de valor. Esta situación se ve agravada por el deterioro producido en los términos de intercambio (la relación entre el precio de las exportaciones y el de las importaciones) toda vez que los productos más elaborados tienen una tendencia a ganar valor por sobre los primarios. Para entender porqué esto es así, es necesario recordar que los precios de los bienes dependen de la escases relativa de los mismos. A medida que las naciones se desarrollan sabemos que demandarán más bienes con alta elasticidad ingreso de la demanda y proporcionalmente menos bienes con baja elasticidad ingreso (o incluso inferiores). Resulta que los productos alimenticios tienen baja elasticidad ingreso, por lo que a medida que los países crecen su participación en el presupuesto de las familias cae, y con ello su precio. Por el contrario, muchos bienes industriales, como por ejemplo los electrónicos, poseen una alta elasticidad ingreso y por lo tanto tienden a subir de precio cuando los países crecen. Dadas esas diferencias en las elasticidades ingreso de los bienes que se exportan e importan, se necesita que los incrementos de productividad (caída de costos) sean mucho mas importantes en los bienes más elaborados o que los bienes menos elaborados participen

crecientemente como insumos para la producción de aquellos otros cuya demanda está en aumento, como en el caso de la demanda de soja por parte de china para alimentar los chanchos con los que produce jamones de alta elasticidad ingreso, para que se pueda revertir el deterioro de los términos de intercambio. Cuando esto último no sucede, el empeoramiento a su vez dificulta la capacidad de los países subdesarrollados para conseguir divisas que le permitan importar los insumos que demanda un proceso de inversión y crecimiento y por ende le ocasiona recurrentes crisis de balance de pagos que se propagan a toda la economía cristalizando el subdesarrollo. Si esto efectivamente es así, puede resultar deseable proteger el desarrollo de sectores de la economía que producen bienes comerciables con alto valor agregado, con el fin de luego reinsertarse en el comercio internacional en condiciones más ventajosas, con reglas de intercambio menos asimétricas, que permitan un nivel apropiado de desarrollo sostenido.

Las formas de la protección y sus efectos económicos La herramienta más usada para proteger la producción nacional es la implantación de aranceles, que en rigor son impuestos que se cobran a la importación de bienes. El efecto de estos impuestos es que la gente paga precios más altos por los bienes importados, señal que ya sabemos indica un aumento en la escasez relativa del bien por lo que disminuye su consumo domestico (por Ley de la demanda) y aumenta su producción nacional (debido a la Ley de la oferta) Adicionalmente, el estado recauda recursos que le permiten financiar su presupuesto, y éste no es un tema menor porque indica que detrás de un supuesto proteccionismo pueden en realidad esconderse poderosas razones fiscales. Por último, y no menos importante, el arancel como cualquier impuesto introduce una distorsión toda vez que modifica artificialmente la señal de escasez que indican los precios produciendo modificaciones en la asignación óptima de recursos del sistema económico. Hasta aquí se vieron los efectos parciales, en el mercado particular donde el arancel opera. A nivel más general, los aranceles reducen el comercio al encarecer las importaciones. También pueden lograrse efectos similares si, en vez de poner impuestos se limita la cantidad de lo que se puede importar (se establecen cuotas), porque al bloquear el ingreso de bienes aumenta la escasez relativa con lo que su precio sube produciendo los mismos

efectos. Aquí el gobierno puede recaudar si comercializa los Derechos de importación o cuotas, vendiéndolos a quienes quieren importar bienes. Si ese tipo de medidas tampoco estuviera disponible, otra alternativa pasa por la implantación de barreras para-arancelarias; esto es: dificultar (y con ello encarecer) el ingreso de los bienes importados con trabas burocráticas de diversa índole; colas en aduanas, horarios restringidos de puertos, certificaciones engorrosas, etcétera. En los tiempos que corren, sin embargo los gobiernos muchas veces se ven impedidos de establecer aranceles porque los acuerdos comerciales (el GATT por ejemplo) lo prohíben, o establecen muchas limitaciones. Ante este impedimento un conjunto de políticas públicas que producen el mismo efecto que un arancel es el establecimiento simultáneo de un impuesto al consumo doméstico del bien que se quiere proteger y un subsidio a los productores locales de dicho bien.

Los subsidios a las exportaciones Una política comercial prácticamente opuesta a la anterior es la de subsidiar a las exportaciones de bienes. El resultado de esto es que aumentará el precio local de los bienes exportables, porque el productor gana más vendiéndolos afuera (gana el precio que obtiene más el subsidio), con lo que aumenta la producción y cae el consumo domestico. En términos más generales, aumentan las exportaciones de modo que se incrementa el comercio y con ello el ingreso de divisas. Además, como muestra Nuñez Miñana (1998), si no se dispusiera de ese instrumento, pueden lograrse los mismos efectos con la combinación de un subsidio a los productores locales de bienes potencialmente exportables y un impuesto a los consumidores domésticos de esos bienes.

Retenciones a las exportaciones y equivalencia de Lerner Aunque estábamos hablando de medidas proteccionistas, lo más común en Argentina es exactamente lo opuesto. Así, las retenciones son impuestos que se cobran a los exportadores de manera que disminuyen la ganancia de estos cuando venden afuera.

Concomitantemente, esto produce que los precios locales sean más bajos porque la alternativa del exportador (vender afuera) ya no rinde tanto como antes. A menores precios, naturalmente los productores de bienes exportables producirán menos y los consumidores locales demandaran más. En general esto produce menos exportaciones, menos comercio y menor ingreso de divisas y los mismos resultados pueden producirse si en lugar de las retenciones se combinan un impuesto a los productores de exportables con un subsidio a los consumidores. De manera muy interesante, y éste es un resultado que sorprende por igual al estudioso y al hombre de la calle, Lerner (1936) ha demostrado algo que el lector que viene siguiendo con atención el texto probablemente esté sospechando y esto es, que los efectos económicos de un arancel a las importaciones y de una retención a las exportaciones (cuando ambos son generales) son exactamente los mismos. Ambas medidas reducen el comercio internacional y lo que es más importante aún, detraen recursos de la producción de bienes exportables. Por si esto no ha quedado claro aun, piénsese que en ultima instancia el objetivo ultimo de las exportaciones es el de conseguir recursos para comprar importaciones. Aunque hace muchos años atrás hubo una corriente de pensamiento (los Mercantilistas) que creían que la riqueza de los países residía en la acumulación de metales preciosos que producía el comercio internacional (o las extracciones mineras en el caso del mercantilismo español), hoy en día nadie en su sano juicio apoya la mera acumulación de divisas como estrategia de largo plazo, per se. Claro que se puede reconocer la importancia de mantener divisas como una inversión que genera un retorno (interés), pero en última instancia el objetivo de las exportaciones es comprar importaciones con esas divisas. Luego, es patente que si el gobierno se apropia de una porción de las exportaciones, los que venden afuera pueden comprar menos importaciones con lo que les queda. Si en vez de eso, el gobierno ahora encarece las importaciones, los exportadores también pueden comprar menos, por lo que el resultado es similar y el país en cuestión se torna menos abierto al comercio internacional. Una forma alternativa de pensar el resultado de Lerner, es considerando primero la imposición de un arancel a las importaciones por parte del gobierno.

Como consecuencia del arancel, aumentan los precios de los bienes domésticos que compiten con esas importaciones, porque ahora tienen menos competencia dado que sale más caro traer bienes de afuera. A raíz del incremento en el precio de esos bienes, a los productores locales les conviene retirar recursos de la producción de otros bienes (entre los que están los exportables) y volcarlos a la producción de los bienes que han subido de precio por culpa del arancel, con lo que se reducen las exportaciones, que es el mismo resultado que se producía si el gobierno instauraba un impuesto a las ventas al exterior, comúnmente denominado “retenciones a las exportaciones”.

Las estrategias basadas en el tipo de cambio. Devaluaciones El tipo de cambio (el valor de la moneda extranjera en términos de la moneda doméstica) es uno de los precios más importantes de la economía e indica la escasez relativa de divisas. En condiciones de no intervención, ese precio se forma del libre juego de la oferta y la demanda de moneda extranjera (respecto a la moneda local). En adelante supondremos dólares versus pesos para simplificar. La oferta está constituida por la liquidación de dólares de los exportadores más los capitales que traen los inversores del exterior (ya sea para inversión o préstamos), mientras que la demanda de divisas es efectuada por los que importan bienes y servicios, más los que se llevan capitales para invertir en el exterior o pagar deudas. El precio resultante es naturalmente una señal que cuando sube le indica a los importadores (demandantes) que deben ahorrar y a los exportadores (oferentes) que deben producir más. Esto último sucede porque la mayoría de los costos de los exportadores están expresados en pesos, por lo que toda vez que el tipo de cambio sube, ellos reciben más pesos por lo que venden afuera (cuando cambian dólares) y como sus costos se mantienen más o menos igual que antes, entonces aumenta su margen de ganancia y por lo tanto les conviene producir más para ganar más. Adicionalmente, cuando sube el dólar, al aumentar el precio de los bienes que se importan (en pesos), existe un fuerte incentivo para que los productores locales ahora se dediquen a la producción de esos bienes porque pueden competir mejor con los importados.

En términos más generales, toda vez que el precio del dólar sube, mejora la rentabilidad de los productores de bienes susceptibles de ser comercializados internacionalmente porque estos aumentan de precio en pesos. Como resultado del proceso de asignación, deberán salir recursos de la producción de bienes que no se pueden comerciar internacionalmente (típicamente los servicios) y “mudarse” a la producción de bienes comerciables. Con un poco más de detalle, el proceso presenta algunas otras aristas más importantes. Para que los recursos se reasignen en la forma antes descripta deben cambiar las señales que les indican a los factores donde ubicarse. Concretamente, debe aumentar la remuneración de los factores en el sector de bienes transables (comerciables) y disminuir en el de no transables (no comerciables) de manera de indicar a los factores productivos que ahora resultan más escasos en el primer sector (y por definición de problema económico, relativamente menos escasos en el otro). Concomitantemente deberán subir los precios domésticos de los bienes que se comercializan internacionalmente y bajar los de los que no. En realidad, por desgracia, si bien es probable que las subas se produzcan, es poco factible que los bienes que tienen que bajar disminuyan de precio, porque muchas veces existen rigideces a la baja de muchos precios ocasionadas en la presencia de sindicatos fuertes, contratos celebrados con anterioridad y aún vigentes, y otras trabas de diversa índole. Como resultado de esto, los precios promedio de la economía suben y con ello cae la capacidad adquisitiva de los poseedores de ingresos fijos en pesos (típicamente los asalariados). En los sectores de bienes comercializables internacionalmente los salarios nominales suben y esto compensa la suba de precios, pero en el sector no transable esto es menos plausible porque los empresarios no pueden trasladar luego a precios mayores, los incrementos salariales, dado que no venden sus productos en el exterior (en dólares) sino en el mercado doméstico (en pesos). Así, el mayor o menor éxito que tenga una devaluación como estrategia comercial de reasignación de factores desde el sector de no transables hacia el de los comerciables, dependerá de la flexibilidad de los precios relativos de los factores, porque si estos fueran muy rígidos, el resultado más probable es el de un proceso inflacionario que amortigua el impacto original de la devaluación.

Tipo de cambio real Para entender por qué esto es así, digamos que lo relevante en el proceso de asignación no es el tipo de cambio nominal sino el tipo de cambio real (que es igual al tipo nominal pero descontándole la inflación) porque cuando el precio del dólar aumenta (por ejemplo al doble) ahora tenemos que hacer un esfuerzo mucho más grande para comprar un dólar e importar un bien; es decir: tenemos que juntar muchos más pesos por cada dólar. Pero cuando se produce un proceso inflacionario (como veremos más adelante) en realidad los pesos valen cada vez menos, de manera que cuanto menos valen los pesos menor es el esfuerzo que en realidad tenemos que hacer para juntarlos. Así, la inflación erosiona el efecto de la devaluación, porque hace bajar el tipo de cambio real.

Limitaciones a la devaluación Pareciera ser que hemos encontrado entonces la fórmula ideal para promover las exportaciones e incrementar el comercio fructífero, pero como veremos esto tiene limitaciones. En primer lugar, nuestros productos ganan competitividad en los mercados mundiales cuando producimos una devaluación de nuestra moneda (porque los costos de producción están en pesos), pero esta ventaja está sujeta a que los demás países no hagan lo mismo. Si todos los socios y rivales comerciales devalúan también, las ventajas desaparecen. En segundo lugar, aún cuando los demás no nos copien, ninguna economía es perfectamente flexible y cada devaluación produce un mayor o menor grado de inflación que como veremos, suele ser un problema bastante grave. En tercer lugar la devaluación produce redistribuciones de los ingresos porque altera la remuneración de los factores en los distintos sectores y los perjudicados por el proceso tendrán una tolerancia limitada. Finalmente, y más importante aún (aunque todavía no lo hemos mencionado), para que un gobierno logre producir una devaluación en un contexto de mercados libres, debe efectuar una compra importante de dólares (que luego engrosarán las reservas si es que participa la autoridad monetaria de la operación) y para ello debe contar con pesos excedentes; debe

tener superávit fiscal. Alternativamente puede endeudarse para conseguir los pesos, pero ello también puede resultar problemático (aunque potencialmente podría contar con la renta de los dólares, como contrapartida de los intereses a pagar por la deuda emitida). Puesto en términos más simples, si el gobierno consigue los pesos con una operación de mercado abierto (emite títulos públicos y los vende a las personas) y luego destina esos pesos a comprar dólares, por un lado deberá pagar intereses por la deuda que contrajo emitiendo los títulos, pero por el otro ganará intereses depositando los dólares en algún banco. Patrimonialmente no cambia la posición del gobierno porque éste tienen un nuevo pasivo (los títulos públicos) que se compensa con un nuevo activo (los dólares comprados), pero las rentas de lo uno y lo otro pueden ser distintas.

Tipo de cambio fijo Hasta aquí hemos supuesto que el precio del dólar se fijaba a partir del libre juego de la oferta y la demanda. Por el contrario, la autoridad monetaria podría elegir establecer un precio fijo para el valor de la moneda extranjera y simplemente ajustarlo de tanto en tanto produciendo devaluaciones (o revaluaciones). Esto tampoco está libre de problemas porque sabemos que los precios indican la escasez relativa de los bienes, de modo que si la autoridad fija un precio muy alejado de la escasez relativa de las divisas estará dando una señal errónea. Por ejemplo, si el Banco Central decide poner un precio fijo más alto que el que indica la escasez relativa de las divisas (produciendo una devaluación artificial) estará indicando a oferentes y demandantes que el dólar es más escaso que lo que sucede en la realidad. Por la Ley de demanda sabemos que a precio más alto habrá menor requerimiento de dólares y por la Ley de la oferta sabemos que habrá mayor entrega de los oferentes. Existirá entonces un exceso de oferta que el Banco Central deberá comprar y esto puede ocasionar los mismos problemas que antes. Más interesante aun es lo que sucede si el gobierno quiere revaluar la moneda y para ello debe fijar un precio artificialmente más bajo. Aquí ocurriría exactamente lo opuesto y habría un exceso de demanda que el Banco Central debería cubrir vendiendo sus reservas.

Sucede que las reservas no son eternas, llega un punto en que la autoridad monetaria no puede continuar vendiendo y debe por lo tanto racionar sus divisas de alguna otra manera. Aquí, como sucede en todos los mercados donde se fijan precios máximos, surgirán distintas alternativas de racionamiento. Puede que se limite la cantidad de dólares que se le permite comprar a la gente, o que se venda por orden de llegada hasta que se acabe una cantidad diaria (previamente determinada) o que simplemente surjan mercados negros que, de forma paralela, negocien valores de mercado.

Una nota sobre la relación entre el precio del dólar, el ahorro y el balance de pagos Más allá de cuál fuera la razón que justifica la existencia del comercio entre países, lo cierto es que cuando éste está teniendo lugar, el mismo funciona como una manera indirecta de producir bienes; el país que quiere producir y consumir un bien, puede ahora obtenerlo en los mercados mundiales con las divisas que obtiene por haber producido otro bien distinto, que le resultaba más fácil de fabricar. De esta manera se establece una relación de igualdad entre exportaciones e importaciones en el largo plazo, aunque esto no necesariamente tiene que ser así en el corto plazo. En periodos relativamente acotados, es en efecto probable incurrir en un déficit comercial (comprar más de lo que vendemos) tanto como en un superávit (exportaciones mayores a las importaciones) del mismo modo que nadie nos prohíbe gastar más de lo que ganamos de sueldo un mes (si conseguimos alguien que nos preste plata) o gastar menos (si queremos ahorrar). Pero aun en el corto plazo, estos desequilibrios deben financiarse de algún modo. Así cuando uno mira el balance de pagos de un país (que es el documento contable donde se registran todas las transacciones con el resto del mundo), encuentra que éste tiene básicamente tres grandes subcuentas que están necesariamente relacionadas. Por un lado está la cuenta corriente, que registra todas las transacciones de mercancías (balance comercial) y de servicios (balance de servicios), incluyendo estos últimos, y esto es muy importante, los servicios por la utilización de factores, porque además de vender y comprar bienes y servicios convencionales también es perfectamente posible comprar y

vender el uso de trabajo, capital, etc. También se registran en la cuenta corriente las transferencias, que son envíos o recepción de dinero sin ninguna contrapartida. Por otro lado está la cuenta capital, que es la contracara de la cuenta corriente, ya que allí se registra justamente los movimientos de ahorros con el resto del mundo. Típicamente esta cuenta esta subdividida en cuentas de inversiones y de préstamos, y en cuentas de corto y largo plazo. Finalmente, las diferencias entre las cuentas corrientes y de capital son saldados con ajustes de reservas internacionales. Puesto en palabras más simples, si existe un déficit de cuenta corriente del balance de pagos (porque se exporta menos de lo que se importa o porque se pagan muchos intereses por el uso de capitales extranjeros, o muchos royalties, por ejemplo), como todas las transacciones con el resto del mundo se hacen en moneda extranjera (típicamente dólares), uno tiene que concluir que los dólares que se gastan en exceso tienen que haber salido de alguna parte. De manera que existen dos posibilidades: o bien hay un superávit de cuenta capital (ingresan más capitales de los que salen) o si esto no sucede (o el superávit no alcanza para financiar todo el déficit de cuenta corriente) la diferencia tiene que ser cubierta usando las reservas. Aquí es donde las cosas se ponen interesantes, porque lo que estamos diciendo es que existe una relación clara entre el resultado de cuenta corriente y el uso de ahorro externo; si hay déficit de cuenta corriente y no se han usado las reservas para cubrirlo, entonces ha debido préstamos plata el resto del mundo. Por supuesto que la relación contraria es absolutamente válida. Si existe un superávit de cuenta corriente, obtenemos más dólares que los que gastamos y a alguna parte deberán ir. La primera posibilidad es que el excedente de dólares incremente nuestras reservas, pero si ello no sucede, como el balance de pagos debe estar en equilibrio siempre, concluimos que es porque le hemos prestado ahorros al resto del mundo (o sea que la cuenta capital presenta un déficit). Visto de este modo, queda claro que los déficit o superávit comerciales no debieran ser malas ni buenas noticias, per se. Un superávit comercial indica que le estamos prestando plata al exterior y un déficit se corresponde con lo opuesto; nos prestan plata ellos.

Claro que uno puede pedir prestado simplemente porque quiere adelantar consumo (como cuando compramos algo en cuotas), o porque tiene en mente un proyecto de inversión y necesita financiamiento (el proyecto a su vez, puede resultar una buena inversión o un completo error). De manera similar, uno puede prestar para que otro adelante consumo o para financiar un proyecto ajeno, lo cual también engendra sus riesgos. De cualquier manera que sea, la plata que se pide habrá que devolverla del mismo modo que algún día disfrutaremos de la que prestamos, y esto pone en evidencia que a largo plazo el comercio internacional tiene que ser equilibrado, por lo que no se pueden correr déficit eternos ni tiene sentido acumular superávit de por vida. Más interesante aún; el precio que regula el equilibrio del balance de pagos es justamente el de la moneda extranjera, porque toda vez que existan fuertes superávit comerciales o grandes ingresos de capitales, habrá abundancia de divisas y su precio bajará. Contrariamente cuando se corren déficit y escasea el financiamiento externo es natural que el precio de la divisa suba indicando el aumento de su escasez relativa y dando señales a importadores de que deben ahorrar y a exportadores para que aumenten sus ventas externas. Por esta razón, en condiciones de no intervención no hay por qué preocuparse ante la presencia de déficit comerciales. Por el contrario, estos indican que estamos recibiendo ahorros del resto del mundo. Luego si los ahorros se destinan a inversiones rentables o a financiar consumo en un contexto de fuerte aumento de la productividad local, pues los dólares no escasearán y su precio no se modificará demasiado. Si, por el contrario, el ahorro externo no se usa apropiadamente, pues empezará a escasear, subirá el precio de la divisa extranjera, y esa señal se ocupará del trabajo de corregir el desequilibrio. Comprendido esto se hace más patente el enorme riesgo que se corre cuando se regula el precio del dólar (tipo de cambio fijo o floración administrada) toda vez que se priva a uno de los precios más importantes de la economía de hacer su trabajo. Dicho sea de paso, si se revisa la historia del funcionamiento del sistema financiero internacional, se encuentra que hay una relación interesante entre todo esto que estamos comentando y el surgimiento de una institución altamente relevante para la suerte de muchos países en vías de desarrollo: el Fondo Monetario Internacional.

En efecto, previo a la segunda guerra mundial funcionaba un esquema de intercambios internacionales basado en el patrón oro. Si bien el sistema comenzó funcionando con tipos de cambio fijos respecto del oro (Argentina de hecho tuvo convertibilidad al oro), en el período que comienza con la crisis del ’30 y llega hasta la segunda guerra se comienza a producir una escalada de devaluaciones entre países, todos buscando obtener ventajas competitivas que incrementaran sus exportaciones y fueran fuente de crecimiento económico. Naturalmente, devaluar la moneda tiene sentido únicamente cuando uno o un grupo de países lo hacen y obtienen por lo tanto una reducción de costos locales en términos de la moneda de intercambio (el oro en este caso). Sin embargo, si todos los países involucrados en el comercio devalúan simultáneamente, pues el efecto de la devaluación se anula (todos los países reducen sus costos en moneda local y por lo tanto ninguno mejora respecto del otro). El principal resultado de esto es que al producirse una escalada de las devaluaciones competitivas de los distintos países, se anulaban los efectos de unas con los de las otras, quitándole poder al mecanismo de las devaluaciones. Más aún, las continuas devaluaciones fueron erosionando la estabilidad del patrón oro como sistema de intercambios, de modo similar a como la inflación deteriora el funcionamiento del sistema de precios de una economía porque no permite que se refleje correctamente la escasez relativa de productos. Así, como consecuencia de las continuas devaluaciones, el comercio internacional que había tenido su auge hasta los años 20, se reduce fuertemente hasta que se llega a un esquema de economías muy cerradas y con pocos intercambios, sobre el final de la segunda guerra mundial. Por otro lado, este es exactamente el resultado que predice la teoría de los juegos (Shubik, 1996) a partir de un esquema analítico muy simple, denominado “dilema del prisionero”, que se usa en ciencias sociales (y naturales también) para explicar el funcionamiento de los procesos donde las partes no deciden aisladamente sino que interactúan, tomando en cuenta las reacciones de las otras partes.

Brevemente y siguiendo el relato de Sher y Pinola (1985), el dilema tiene lugar en circunstancias en las que se ha cometido un delito y dos sospechosos son detenidos y llevados ante el Juez. El Juez, que tiene razones para creer que los sospechosos cometieron efectivamente el delito, los interroga por separado y les plantea: “Hay suficiente evidencia de que ustedes han cometido el delito por el que hoy lo estoy interrogando, sin embargo estoy dispuesto a tener una consideración con aquel de ustedes que confiese y testifique. Concretamente, si usted testifica y su amigo se niega a hacerlo, pues lo dejo en libertad y le doy una sentencia de veinte años a su cómplice. Si en cambio se niega pero su amigo confiesa, entonces él gana su libertad y usted va preso por veinte años. Si los dos confiesan les corresponderán diez años a cada uno. Finalmente si ninguno delata al otro, pues con los tiempos y la burocracia de nuestro sistema penal puedo asegurarle que pasarán cinco años presos, de todos modos. ¿Qué haría Usted en el lugar de los malhechores? Básicamente existen dos posibilidades, pero usted no sabe a ciencia cierta cual de las dos ocurrirá. Bien puede que su amigo se mantenga callado o también puede suceder que lo delate. Si usted supiera que su amigo lo va a delatar no le quepa duda que lo mejor que puede hacer es “entregarlo” también (recuerde que de otro modo le cabe el doble de condena). Si en cambio tuviera la certeza de que su colega no va a confesar el delito, resulta que también le convendría delatarlo (de otro modo pasa cinco años adentro). De manera que en cualquiera de los dos casos, lo mejor que usted puede hacer es siempre confesar. Análogamente, como el juego es simétrico, resulta que su amigo también enfrenta los mismos incentivos y es esperable por ende que termine cooperando con el Juez del mismo modo que usted. Sin embargo ese no es el mejor resultado al que conjuntamente podrían llegar. Si los malhechores tuvieran alguna forma de ponerse de acuerdo y garantizarlo (una tecnología de compromiso), pues queda claro que preferirían no delatarse (pasando cinco años cada uno) a hacerlo (pasando 10 cada uno). Una tecnología de compromiso de esas características, se encuentra en los códigos mafiosos. Es sabido que es muy difícil que los mafiosos se delaten, porque las

consecuencias son mucho más trágicas que unos años de cárcel (tanto para el delincuente como para su familia). Otra tecnología parecida es la que emerge de los tratados internacionales toda vez que existen tribunales que garantizan su cumplimiento (el Tribunal de La Haya por ejemplo). En última instancia, observe el lector que el esquema del dilema del prisionero recién descrito se asemeja bastante al diagnóstico que antes hicimos del sistema financiero internacional y el problema de las devaluaciones competitivas. Como a los prisioneros, a los países les convendría devaluar sin que los otros lo hagan. Y el peor escenario de todos es el que surge si todos los países devalúan simultáneamente. Por supuesto, estarían mejor si ninguno devaluara, pero el razonamiento de los hacedores de política de los países corre análogo al dilema del prisionero. Ellos se dan cuenta que si toman la iniciativa de no devaluar y sus vecinos sí lo hacen están en el peor de los mundos. También saben que si sus vecinos no devaluaran existiría una excelente oportunidad de obtener una ventaja competitiva haciéndolo. Los dos razonamientos conducen a la devaluación como estrategia óptima y no resulta entonces para nada extraño que el sistema de intercambios internacionales regido por el patrón oro haya experimentado el mencionado colapso. En ese contexto, era necesaria una tecnología de compromiso que permitiera que los países frenen la escalada de devaluaciones competitivas, rompiendo la lógica del dilema del prisionero. Emerge entonces el Fondo Monetario Internacional como entidad rectora del sistema financiero internacional y como garante de la estabilidad del mismo. A tal efecto se reemplaza el patrón oro por el dólar, y se establecen paridades fijas de las distintas monedas respeto de la divisa estadounidense, siendo el FMI la institución que tenía la potestad de autorizar o desestimar los movimientos de esas paridades (las devaluaciones). A su vez, para resolver las crisis transitorias de balance de pagos (por alguna coyuntura desfavorable) se diseña un mecanismo de derechos especiales de giro, que permiten a los países en problemas obtener financiamiento del Fondo. Es importante notar que el sistema de cambios fijos es una solución que también trae sus problemas, porque cuando el ajuste del balance de pagos no se hace vía precio, la variable de ajuste es el nivel de reservas, que son las responsables de cerrar las diferencias entre cuenta corriente y cuenta capital.

Luego, cuando los cambios en las reservas son pequeños esto no ocasiona mayores problemas, pero cuando los desajustes del balance de pagos son grandes, bruscos cambios del nivel de reservas se hacen necesarios y esto generalmente suele ser traumático porque las reservas no son eternas y a medida que disminuyen, pierde poder la autoridad monetaria, lo que puede ocasionar un cambio brusco de la paridad (fuerte devaluación) generando una crisis importante en toda la economía.

Sobre la relación entre los superávit del sector privado, gobierno y sector externo Una confusión muy común entre los estudiantes que recién se inician en los caminos de la economía es la de pensar que un déficit de cuenta corriente del balance de pagos es solo aceptable cuando la mayor parte de los bienes que se importan son bienes de capital (para inversiones), pero no así cuando las importaciones están fuertemente influidas por bienes de consumo final. Sabemos, de la sección anterior, que un déficit de cuenta corriente del balance de pagos (sin variaciones en el nivel de reservas) implica que existe un superávit en la cuenta capital, o dicho de otro modo, que el resto del mundo nos está prestando parte de sus ahorros. Ahora bien, resulta que las inversiones domésticas (que como veremos son fuente determinante de nuestra tasa de crecimiento económico), deben ser financiadas con recursos que no pueden destinarse simultáneamente al consumo corriente, sino que deben ahorrarse. Estos ahorros, a su vez, pueden ser recursos que el sector privado de la economía acepta no consumir por el momento (ahorro privado), pueden provenir del sector público (superávit fiscal), o bien llegar desde el sector externo (ahorro del resto del mundo). Esto quiere decir que si por alguna razón el ahorro de las familias no resultara suficiente para financiar toda la inversión del país, la diferencia necesariamente tiene que ser cubierta o bien por ahorros públicos (superávit fiscal) o bien por plata que nos prestan del resto del mundo (ahorros del sector externo). Entonces uno puede pensar que si un país tiene déficit de cuenta corriente del balance de pagos (sin variaciones de reservas), existe un superávit en la cuenta capital de dicho balance, o puesto en otras palabras; nos están prestando plata del resto del mundo, por lo

que ese dinero puede estar financiando parte de las inversiones de la economía, o si ello no fuera necesario, contribuyendo a financiar el déficit fiscal. En términos aún más simples, si nos están prestando dinero desde el resto del mundo, esos recursos tienen que estar yendo a alguna parte. O bien van hacia el sector privado de la economía o, caso contrario, están siendo absorbidos por el sector público (aunque también puede darse el caso de que vaya una parte de los recursos al sector privado y otra parte al sector público). Esto es sumamente importante porque implica que los tres sectores de la economía están necesariamente relacionados y que por lo tanto no se puede analizar el problema del sector externo aisladamente sin considerar de manera simultánea lo que está sucediendo con el resultado fiscal del gobierno, el consumo de las familias y la inversión de las empresas. Por ejemplo, cuando una economía que tenía fuertes déficit comerciales con el resto del mundo (como Argentina en los ’90), pasa a experimentar grandes superávit (como Argentina luego del 2001), quiere decir que esa economía que otrora recibía ahorros desde el exterior, ahora no solo no los recibe más sino que presta su ahorro doméstico al resto del mundo. Por lo tanto es evidente que o bien las inversiones domésticas se financian ahora con un mayor ahorro doméstico (menor consumo de las familias), o con un mayor ahorro fiscal, o si ninguna de esas dos cosas fuera posible, directamente la economía ya no puede sostener los niveles de inversiones que venía experimentando cuando el ahorro del resto del mundo abundaba. El lector familiarizado con la experiencia económica Argentina de los últimos años, comprende ahora que todo está relacionado. Se ve entonces claramente por qué cayó de manera tan abrupta el nivel de inversión en Argentina a partir de la crisis del 2001/2002, y por qué las tasas de inversión doméstica se mueven en el mismo sentido que los déficit de cuenta corriente del balance de pagos. Luego, no es tan preocupante el hecho de que el exceso de importaciones esté básicamente constituido por bienes de consumo final, porque el hecho de que esos bienes se importen hace que los recursos de nuestra economía puedan volcarse a aumentar las inversiones. O dicho al revés, si esos bienes finales no se importaran, habría que producirlos domésticamente y por lo tanto los recursos destinados a tal fin no se estarían usando para producir bienes de capital (inversiones domésticas).

Naturalmente, si esos bienes no se importan, las familias tienen la alternativa de directamente no consumirlos (no demandar la producción doméstica de los mismos), con lo que quedan liberados los recursos necesarios para sostener las tasas de inversión deseadas. Efectivamente, el ahorro del resto del mundo puede ser reemplazado por ahorro local (de las familias), aunque por desgracia la experiencia Argentina es que no tenemos tasas de ahorro doméstico suficientes como para financiar niveles de inversión compatibles con las tasas de crecimiento que nuestra economía necesita para salir del subdesarrollo en que se encuentra. Dependemos en buena medida de los ahorros provenientes del resto del mundo y ello limita seriamente nuestra soberanía económica.

Capítulo VII Los mercados de dinero Es imposible saber con exactitud desde qué momento el hombre comenzó a intercambiar bienes y servicios. Probablemente esto haya sucedido con los inicios de la cultura y por ende del nacimiento del hombre como tal (hace unos cien o ciento cincuenta mil años). Al principio los intercambios estaban “escondidos” en la apariencia de regalos, que se distribuían hacia dentro de los miembros de una misma tribu, pero que debían respetar principios elementales de correspondencia y equidad. Si uno recibía un regalo, luego debía regalar algo también. Además la importancia del regalo debía estar en sintonía con el recibido, para garantizar que los intercambios siguieran funcionando. No obstante, el comercio fue siempre muy acotado y no fue sino hasta el nacimiento de las economías urbanas que recibió un impulso extraordinario, porque hasta ese entonces las economías eran de escala reducida y bastante autosuficientes de modo que los intercambios estaban pautados culturalmente a partir de la planificación y dirección de los recursos de la tribu o el feudo por parte de sus jefes o señores feudales. Ocasionalmente había comercio cuando las tribus o aldeas se vinculaban y canjeaban algunos productos muy puntuales. Luego, cuando las aldeas comienzan a transformarse en centros urbanos más desarrollados y extensos emergen profesiones y oficios bastante específicos cuya subsistencia depende fundamentalmente de la existencia de intercambios, por que una persona que se especializaba en la producción de vasijas o herrajes, por ejemplo, no podía comérselos o vestirse con ellos. Inicialmente, los artesanos efectuaban trueques entregando su producción y recibiendo alimentos, vestimentas y otros bienes a cambio. Pero el sistema del trueque tiene un inconveniente fundamental. Para que el intercambio sea exitoso se necesita encontrar una persona que quiera los bienes que otro produce y que justo tenga los que aquel quiere. A medida que la producción se diversifica y las poblaciones se extienden, lograr esto se hace cada vez más difícil; imagínese por ejemplo, si la persona que se dedica a dar clases de economía y le gustan los quesos y la cerveza negra, tuviera que manejarse con canjes. Tendría que buscar alumnos cuyos padres produzcan esos bienes y si alguna otra persona

quiere tomar las clases necesitaría intercambiar algo que le interese a aquellos productores, para hacerse de los quesos y las cervezas que al docente le importan. En ese contexto de intercambios –que se hacen cada vez más complejos– nace entonces el dinero como un bien, denominador común, que puede ser usado como medio de pago por todos. Típicamente un bien que todos aceptarían sería algún tipo de metal precioso de fácil transporte y conservación y de reconocido valor, pero a lo largo del tiempo se han utilizado desde especias hasta cabezas de ganado como medios de pago para agilizar los intercambios, por ejemplo en su momento se utilizó la sal como medio de pago y probablemente debido a eso llamamos “salario” a los pagos recibidos por el trabajo. No obstante, la batalla fue ganada por los metales preciosos debido no tanto a su practicidad y efectividad como medio de pago, sino porque por ser bienes deseados de producción limitada, además garantizaban la conservación del valor. De todos modos, los problemas seguían, porque para que estas formas de dinero pudieran funcionar como unidad de cuenta, los participantes de un intercambio debían ponerse de acuerdo en los “pesos” de metales que se intercambiarían por los distintos bienes para lo que además del oro y la plata debían contar con una balanza y llevarla consigo permanentemente. A partir de esto aparece la necesidad de que algún “árbitro” o alguna autoridad, zanje las disputas y certifique el peso de los metales; nace entonces la acuñación de monedas por parte del Estado. Note el lector que aunque muchos teóricos fechan este proceso en torno a la edad media, hay abundante cantidad de monedas acuñadas por el Imperio Romano hace cerca de 2.500 años. La responsabilidad de un juez tan poderoso como el Estado en el control y garantía de la moneda, abre luego el surgimiento del dinero fiduciario cuando la autoridad monetaria emite un documento (papel moneda) de mucha más fácil circulación, transporte y almacenamiento, que garantiza su convertibilidad y reemplazo por el verdadero metal precioso que descansa en alguna bóveda. Y es aquí donde emerge el dinero como verdadera institución, como sistema de representación, como Derecho. Imagine el lector que nuestro planeta fuera observado a la

distancia, por habitantes de un planeta lejano. La siguiente conversación (extraída con modificaciones, de Pinker, 2000) podría tener lugar entre el jefe de la misión y el Presidente (o autoridad máxima) de aquella civilización. •

Presidente: ...”¿y usted me dice que esta gente trabaja para otra persona durante 30 días al mes, 8 horas al día, y luego se conforma con recibir unos pocos papelitos pintados de distintos colores?”



Jefe de la misión: “no sólo eso sino que luego la gente se encuentra con otros que le dan alimentos, vestimenta y hasta electrodomésticos a cambio de esos simples papelitos de colores”.



Presidente: “tiene que haber algún error... usted me ha dicho que incluso hay gente que ofrece su cuerpo, mata a otra persona o engaña a un familiar por esos papelitos de colores... esto no es posible”

No, en realidad no hay ningún error. El dinero que nosotros usamos hoy en día hace mucho que no representa ningún metal precioso. La moneda fiduciaria es una institución, una promesa. Usted cree hoy que el papelito vale algo porque tiene la certeza de que tantos otros lo creerán mañana. Sólo cuando comprendemos esto nos damos cuenta de la tremenda potencia y al mismo tiempo extrema delicadeza del sistema monetario, como contrato de confianza entre los integrantes de una sociedad. Basta que unos pocos desconfíen y no lo acepten para que el sistema corra profundos riesgos.

La oferta y la demanda de dinero Más aun; no sólo el dinero produce una herramienta que permite separar ágilmente lo que se produce de lo que se consume, sino que puede separar temporalmente lo uno de lo otro. Cuando los intercambios eran por trueque era muy difícil separar la venta de un bien y la compra de otro porque ambas acciones eran parte del mismo proceso, se necesitaban mutuamente. Ahora, en cambio, se puede vender un producto hoy, recibir dinero a cambio y esperar un tiempo para gastarlo, incluso pudiendo obtener una remuneración por postergar el consumo.

Concretamente, puede ser prestado a alguien que necesite hacer una transacción hoy y esté dispuesto a pagar un precio por su uso; un interés. Naturalmente ese precio, el interés, dependerá de cuan escaso sea el dinero relativamente (de cuantos quieran hacer transacciones hoy y cuanto estén dispuestos a esperar). Así, habrá una oferta y una demanda de medios de pago. La demanda se hará básicamente por motivo transaccional, pero también es posible que la gente quiera tener liquidez monetaria por razones de precaución o por simple especulación. Es decir que, obviamente, la gente de mayores ingresos hace más transacciones y necesita más medios de pago por lo que el ingreso es una de las variables determinantes de la demanda de dinero. Pero también la gente necesita tener dinero por si pasa algo o por si enfrenta una oportunidad circunstancial que pierde de otro modo. Finalmente, puede que la persona quiera tener liquidez como cobertura frente a un riesgo, por una especulación. Note el lector que hablamos de medios de pago y no estrictamente de dinero emitido por la autoridad monetaria, porque como es sabido, es perfectamente posible pagar una transacción con un cheque o una tarjeta de debito (no incluimos las tarjetas de crédito porque es un compromiso de pago futuro). Esto es sumamente importante, porque entonces la oferta de medios de pago estará conformada tanto por los billetes y monedas circulantes (emitidos por el Banco Central) como por los depósitos de la gente en las entidades bancarias, toda vez que estos generen dinero bancario (cheques o tarjetas de debito) Incluso más; como no toda la gente va a buscar la plata al mismo tiempo al banco, las entidades pueden prestar una parte del dinero que las personas han depositado (y guardar una reserva para hacer frente a los retiros) Pero el dinero prestado, circulará entre la gente y una parte volverá a ser depositado con lo que el banco volverá a emitir cheques y tarjetas de debito para que los depositantes puedan hacer transacciones y además constituirá una nueva reserva con parte de esos depósitos y volverá a generar nuevos préstamos con el remanente. Este mecanismo, que se reconoce con el nombre de multiplicador bancario, se repite hasta que finalmente los bancos dejan de tener nuevos depósitos, lo cual sucede porque con cada ronda de depósitos las entidades deben guardar la mencionada proporción de reservas.

Naturalmente, cuanto más alto sea el canje (que es la proporción de los depósitos que se guardan como reserva y no se vuelven a prestar) menos dinero tendrán los bancos para prestar y menor será su capacidad de generación de dinero bancario. Este encaje bancario (o coeficiente mínimo de liquidez) surge de las estimaciones que los bancos hacen de cuál será el nivel de exigencia de dinero que tendrán en cada momento del año

(por ejemplo muy alto en la época de las fiestas de fin de año), pero además hay un

nivel mínimo fijado por el Banco Central para garantizar la estabilidad del sistema. Si circunstancialmente un banco hubiera calculado mal su nivel de liquidez y no pudiera hacer frente a una exigencia de retiro de fondos mayor a la estimada, siempre de todos modos puede solicitar un préstamo a la autoridad monetaria por el que deberá pagar un precio; una tasa de redescuento. De esta manera, la oferta monetaria está constituida por la base monetaria (billetes y monedas emitidas por el Banco Central) multiplicada por el multiplicador bancario (que tendrá un valor mayor cuanto menor sea el encaje bancario). Por esta razón, su nivel no depende del precio (que es la tasa de interés) sino que está determinado por las políticas monetarias del Banco Central. Éste puede expandir la oferta monetaria simplemente emitiendo dinero (aumentando la base monetaria), o vía un incremento de multiplicador bancario (lo que logra bajando el encaje). Contrariamente, puede querer contraer la oferta monetaria, retirando dinero de circulación o achicando el multiplicador bancario. Para afectar la base monetaria el Banco Central puede hacer operaciones de mercado abierto, que es la compra o venta de títulos públicos. Así, cuando el Banco Central compra títulos públicos a la gente (bonos por ejemplo) les entrega pesos y aumenta la base monetaria, mientras que cuando desea contraerla, simplemente vende los títulos y saca de circulación los pesos que entrega. Habiendo presentado a la oferta y a la demanda de dinero, el lector ya comprende a esta altura del libro que el precio que nos interesa, la tasa de interés, será el resultado de esas dos fuerzas y nos indicara la escasez relativa de dinero. Así, por ejemplo, es fácil notar que la política expansiva del Banco Central disminuye la escasez relativa de dinero y por ende hace que caiga su precio, mientras que un aumento en los ingresos de la gente implica mayor demanda (más escasez relativa) y ocasiona entonces una suba en el tipo de interés.

Es muy importante en esta sección que el lector no confunda el concepto de “reservas” de los bancos comerciales, que son las que surgen del encaje bancario sobre los depósitos, con el concepto de reservas internacionales de divisas del Banco Central, mencionado en el capítulo anterior. Tampoco debe confundirse la idea de “multiplicador monetario”, con la idea de multiplicador Keynesiano, que se desarrollará más adelante.

Crédito, riesgos y evaluación de proyectos Una de las posibilidades más importantes que abren los mercados de dinero es que pueden existir simultáneamente personas que tengan fondos pero no los necesiten de momento, con otros que a pesar de tener un buen proyecto en mente, no cuentan con los billetes para financiarlo. En el nacimiento de los bancos comerciales, estos eran simples cajas de seguridad que retenían dinero en custodia hasta que sus dueños lo reclamaban, cobrándoles por el servicio, un arancel. Con el paso del tiempo los bancos fueron notando que los clientes no retiraban el dinero con demasiada frecuencia, y que en todo caso, cuando eso sucedía siempre había un nuevo cliente depositando su dinero, de manera que existía la posibilidad de prestar transitoriamente el dinero de los clientes. Nace entonces el crédito bancario moderno. Rápidamente los bancos se fueron dando cuenta que ganaban mas plata por el hecho de prestar dinero que por los servicios de custodia del mismo, al punto tal que comenzaron a ofrecer un interés para que la gente justamente se interese y deposite más dinero en los bancos dándole a estos la posibilidad de prestar más y más. Entonces los bancos comerciales se convierten en intermediarios entre los que depositan y los que tienen proyectos y necesitan préstamos, para lo cual cargan una diferencia entre el interés que pagan a los ahorristas (tasa pasiva) y el que cobran a los que piden créditos (tasa activa) que se denomina “spread” bancario, con el que pagan los gastos administrativos y obtienen una ganancia. Este spread bancario, por su parte, puede ser incluso más grande cuando los bancos prestan con algún riesgo, porque todos los que piden préstamos no son inversores súper solventes que invierten en los mejores proyectos. Por el contrario existe gente que pide para los más diversos proyectos o incluso muchos que no lo hacen para

invertir sino para gastar por encima de sus ingresos actuales, como cuando alguien pide para comprar un electrodoméstico o para hacer un viaje. Como comprenderá el estudiante de Derecho, el banco necesita tener algún tipo de garantía, o bien del éxito probable del proyecto o bien de la solvencia económica del que pide. En condiciones normales los bancos exigen un “colateral” que es algún activo o Derecho de propiedad del que pide el crédito, que puede ser ejecutado judicialmente si el cliente fracasa en su negocio o tiene problemas para pagar. Esto naturalmente genera inconvenientes porque no todo el mundo tiene semejantes garantías y por lo tanto mucha gente no puede acceden a créditos por más que incluso tengan proyectos muy interesantes en carpeta. Más aún, como ha demostrado Hernando del Soto (2000), en muchos países subdesarrollados la gente tiene activos que podrían ofrecer como colateral pero los derechos de propiedad son muy informales y los bancos no los aceptan, como sucede en el caso de muchas familias que han habitado tierras o propiedades durante generaciones pero que nunca tuvieron una escritura. Es evidente que aquí la intersección entre la economía y el Derecho es total, porque todas las familias tienen mucho dinero en activos que no cuentan con los respectivos derechos de propiedad correctamente establecidos. O piense en el caso de tantas pequeñas y medianas empresas que nunca pueden acceder a un crédito y desarrollarse porque no se han formalizado o no tienen derechos de propiedad (transferibles) sobre sus ganancias futuras (acciones). De todos modos, incluso cuando se cuente con colaterales no siempre resulta simple ejecutar una garantía. Cuando una empresa importante solicita un crédito es probable que lo obtenga, pero si luego no le va bien en los negocios y quiebra, puede que el banco no recupere el dinero prestado. Por esta razón la tasa que cobran los bancos incluye una mayor o menor prima de riesgo que dependerá de la seguridad con que se puede recuperar el préstamo. Por ejemplo, los créditos hipotecarios, que tienen la propiedad como colateral suelen ser relativamente mucho más baratos que los préstamos personales, cuya única garantía suele ser el recibo de un sueldo, que siempre es difícil de ejecutar.

Pero no solo los bancos corren riesgos. El depositante también está sujeto a que las condiciones cambien y pierda una oportunidad por tener el dinero depositado a plazo, o incluso que el banco eventualmente quiebre y sea dificultoso recuperar su dinero. A raíz de esto el banco tendrá que pagar un interés mayor a los depositantes si quiere que estos le aseguren que dejarán su dinero por más tiempo, o si las condiciones de la economía se tornan más volátiles y riesgosas. Note el lector que hay millones de oportunidades de negocios en una economía y más millones de personas dispuestas a ahorrar y financiar proyectos si es que se le dan garantías de oportunidades y seguridad de su inversión. Lo que falta, lamentablemente, son instrumentos financieros bien desarrollados y en abundancia; verdaderos derechos de propiedad (contratos) que hagan las veces de intermediarios entre los que prestan y los que piden prestado y que necesariamente tienen que ser desarrollados por Abogados y graduados de Ciencias Económicas conjuntamente.

Evaluación de proyectos Otro rol fundamental del precio resultante del mercado de dinero, la tasa de interés, es en la evaluación de proyectos de inversión. Un proyecto de inversión implica desprenderse de una cantidad de dinero en un momento (generalmente en el inicio del proyecto) con la expectativa de recibir una serie de beneficios a futuro. Sucede que la regla numero uno de finanzas es que “un peso hoy vale más que un peso mañana” como fácilmente comprenderá cualquier persona a la que le posterguen una semana la fecha de pago en el trabajo. Debido a esto no se puede comparar el dinero invertido al inicio del proyecto con el que se recibe como beneficio luego, porque el primero vale más que el segundo. Una forma fácil de entender esto es pensar en la alternativa que tiene el inversor. En vez de poner el dinero en el proyecto, puede colocar el dinero en un depósito bancario (de similar riesgo) y a futuro recuperar el dinero, más los intereses. Así que como mínimo, el inversor le va a pedir al proyecto que éste le de tantas ganancias, como las que le promete la alternativa de similar riesgo que tiene ante sí (el depósito bancario, por ejemplo).

Esto quiere decir que el total de los beneficios que espera a futuro tiene que ser mayor que la inversión que hace hoy. Además tiene que ser mucho mayor cuanto más alta es la tasa de interés (porque podría ganar más en el banco) o cuanto más tiempo tenga que esperar para recibir los beneficios (un peso hoy vale más que un peso mañana). Ahora bien, si el dinero vale más hoy que dentro de un año, por ejemplo, para comparar un monto de dinero que un proyecto ofrece dentro de un año con lo que se requiere como inversión hoy, hay que descontarle al monto futuro el equivalente al valor del interés durante ese año. De esta manera se obtiene el “valor presente” del monto de beneficios futuros que es lo que se utiliza como referencia para evaluar un proyecto. Por ejemplo, supongamos que se desea comprar acciones de una compañía. Las acciones dan derecho a percibir dividendos cada vez que la empresa tenga ganancias (y las distribuya), de manera que para saber si conviene comprar la acción hay que comparar lo que se paga hoy por la misma, con los beneficios que se calcula que se obtendrán a futuro, a partir de la ganancia de la empresa. Para poder hacer la comparación es necesario expresar los beneficios futuros a valor presente; esto es: descontar el interés por el tiempo transcurrido entre el día de hoy y el día en que se reciben los dividendos. Obviamente que cuanto más alto sea el interés y cuanto más tiempo haya que esperar los beneficios, menos queda a valor presente (porque el descuento es mayor) y esta es la razón por la que es común que los mercados de acciones (o bonos) bajen siempre que sube la tasa de interés en el mercado de dinero (y viceversa). Se podrá notar que si el gobierno puede hacer bajar la tasa de interés (con políticas monetarias expansivas) todos los proyectos de inversión son ahora más rentables (porque los beneficios futuros se descuentan por una tasa más baja) y entonces aumenta la inversión y se expande la economía. El futuro abogado debe comprender cabalmente el concepto de valor presente de un flujo de fondos, por cuanto es muy común que deba actualizar valores en una demanda, por ejemplo. Supongamos que una persona gana la concesión para la explotación de un yacimiento petrolero o cualquier otro emprendimiento, durante 20 años. Dadas las características del

proyecto y los retornos que se han obtenido con emprendimientos similares, el productor estima que obtendrá una ganancia de un millón de dólares por año, durante los veinte años que dura la concesión. Sin embargo, el responsable de otorgar la concesión le informa al productor que se ha decidido anular unilateralmente la concesión cuando aún restan 18 años de contrato. Cuánto debe reclamar el abogado para indemnizar al productor damnificado. Es claro que no pueden reclamarse 18 millones, por cuanto de haber continuado con el emprendimiento de acuerdo a las condiciones contractuales, el productor habría tenido que esperar 18 años para finalmente haber acumulado ese monto. Como indemnizar quiere decir “dejar igual”, el abogado debe reclamar un monto que sea equivalente al valor presente de esos dieciocho millones; es decir: el millón del primer año restándole un año de intereses, más el millón del segundo año restándole dos años de intereses, mas el millón del tercer año restándoles tres años de intereses (compuestos) y así sucesivamente. Otro ejemplo opuesto sería el caso de una persona que recurre a un abogado porque un tercero mantiene con él una deuda de un millón de pesos, por ejemplo, desde hace tres años. Para indemnizar a su cliente, no alcanza con que el abogado reclame solo el millón adeudado. Debe además pedir los intereses que su cliente habría ganado de haber contado con el dinero que le correspondía en tiempo y forma; es decir: tres años de intereses compuestos.

Una breve nota sobre la suspensión en la libre disponibilidad de depósitos: el corralito. A medida que Argentina se sumergía en la peor parte de su crisis económica más profunda, durante el año 2001, los depositantes de dinero en los bancos que operaban en la Argentina intensificaron el retiro de sus depósitos ante la incertidumbre que la situación económica generaba, máxime teniendo en cuenta los antecedentes no muy lejanos de confiscación de depósitos por parte del Estado.

Si no existiera un mecanismo de creación de dinero bancario por parte de las entidades financieras comerciales, esto no hubiera ocasionado mayores inconvenientes. Pero como aprendimos, el negocio de los bancos es prestar el dinero que deposita la gente, que a su vez vuelve a circular por la economía y nuevamente es depositado (para ser vuelto a prestar). Como el mismo billete entra y sale del banco varias veces y cada una de ellas da derecho al depositante a exigir su billete, el sistema se encuentra en problemas si todos los depositantes quieren retirar su dinero al mismo tiempo, por la simple razón de que muchos de esos papeles no existen de verdad sino que son una creación de los bancos. Por ejemplo, supongamos que usted deposita pesos en un banco, éste se los presta a mi jefe para que me pague el sueldo, y una vez que recibo mi salario voy y lo deposito en otro banco. El sistema solo tendrá los pesos que yo deposité (que en realidad son los mismos billetes suyos), pero ambos estaremos en todo nuestro derecho de reclamarle al banco que nos devuelva los depósitos, cosa que éste naturalmente no podrá hacer hasta que mi jefe devuelva el dinero que le prestaron. Imagínese cuanto se complica la cosa si además el banco prestó el dinero a largo plazo; un préstamo hipotecario a 30 años, por ejemplo. Simplemente el sistema no está preparado para que todos retiren el dinero al mismo tiempo, y si la gente insiste, los bancos terminan quebrando porque no pueden responder apropiadamente, aunque de manera curiosa no estén ante un problema de solvencia (porque aún tienen como activos, los derechos a cobrar los prestamos que otorgaron), sino uno de liquidez (porque todavía falta tiempo para que le devuelvan los préstamos otorgados). Si los bancos fueran empresas privadas que operaran en mercados transparentes de información perfecta, el gobierno podría desentenderse de la cuestión y dejar que simplemente quiebren. Pero sucede que los bancos operan en contextos de incertidumbre y, como sucedió en los Estados Unidos en la crisis del 30, si uno de ellos se funde, la gente empieza a desconfiar de que los otros sigan la misma suerte y todo el sistema comienza a tambalear. Por esta razón en diciembre de 2001, el gobierno argentino decreta la indisponibilidad transitoria de los billetes depositados por la gente. Y decimos de los billetes porque las

limitaciones no incluían el dinero bancario y por lo tanto uno podía usar los depósitos, por medio de cheques y/o tarjetas de débito. Si Argentina hubiera sido un país sin economías informales (que solo operan con billetes), con agentes racionales y sin riesgos de cambios en el valor de su moneda (tipo de cambio), esto no debería haber ocasionado demasiados problemas. Porque en última instancia la gente podía seguir haciendo las mismas transacciones que antes. Pero como la economía informal es grande y cobra en efectivo, los agentes económicos no son racionales sino emotivos y la sustentabilidad de la paridad cambiaria (el uno a uno) corría serios riesgos, la medida generó una presión social tan grande que terminó con la renuncia del Ministro de Economía (y del Presidente luego). Por su parte, los abogados canalizaron el reclamo genuino de la gente y tuvieron mucho trabajo presentando amparos para poder retirar el dinero de los bancos, que para cuando las medidas cautelares prosperaron fueron “rescatados” mediante el giro de redescuentos del Banco Central, quien dado que la convertibilidad había caído, podía ahora emitir a discreción.

Imperfecciones a los mercados del dinero: la inflación A partir de lo antedicho, el lector notará que cualquier forma dineraria que resuelva los problemas planteados, implica que ésta cumpla con tres funciones principales; ser unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor y que el éxito del funcionamiento del dinero fiduciario reside en la confianza que tenga la gente en el sistema de representación implicado en la “institución dinero”, en el sentido amplio de la palabra. Por esta razón, cuando alguna de esas tres funciones no se cumple correctamente el dinero tiene inconvenientes para cumplir cabalmente su función en la economía. En este sentido, la inflación presenta el inconveniente de afectar negativamente a las tres y de ahí que resulte un problema tan importante. Veamos detenidamente por qué. Un proceso inflacionario se caracteriza por el aumento más o menos sostenido, del nivel de precios de una economía. Nos referimos al nivel de precios, o a los precios agregados por que es absolutamente normal y hace al correcto funcionamiento de los mercados, que los precios cambien.

Permanentemente hay algunos precios que aumentan y otros que bajan y esto no genera ningún problema, al contrario. Sin embargo por razones que veremos, pueden existir fuerzas que hagan subir el promedio de los precios de una economía provocando una caída de la capacidad adquisitiva del dinero, una pérdida de su valor. Adicionalmente, cuando los precios están cambiando se hace difícil que el dinero cumpla su función de unidad de cuenta, y lo que es peor, pierde potencia como medio de pago, dado que aumenta la incertidumbre y se erosiona la confianza en el valor de la moneda ocasionando que la gente no se desprenda de los bienes y se traben los intercambios. Como si todo esto fuera poco, en un proceso inflacionario los agentes económicos no saben a ciencia cierta si el aumento del precio de un bien en particular, está señalizando que éste es más escaso relativamente o es tan solo un resultado del deterioro de la moneda, por lo que el funcionamiento de los mercados como mecanismos asignadores de recursos se ve seriamente dañado, con todo lo que ello implica en términos de recursos que se dilapidan y necesidades que no se satisfacen. Ahora bien, ¿por qué razón se producirá un proceso inflacionario? Distinguiremos aquí entre dos conjuntos de motivos. Por un parte hay fuentes monetaristas de la inflación que pueden comprenderse cabalmente si uno piensa que a lo largo de un año, por ejemplo, en una economía se llevan adelante varias transacciones y que estas operaciones se efectúan con los medios de pagos disponibles, los cuales a su vez se “reciclan” con una cierta periodicidad que se llama velocidad de circulación y que depende de cuestiones institucionales y culturales. Así, si como plantean los monetaristas, existe siempre una igualdad entre el valor de las transacciones por un lado, y los medios de pago multiplicados por su velocidad de circulación por el otro, entonces toda vez que la velocidad está relativamente fija en el corto plazo y la cantidad producida de bienes también, los aumentos en la cantidad de los medios de pago producen necesariamente aumentos de los precios de la transacciones. Esto sucede porque al haber más dinero la gente hace más transacciones, pero como no hay más bienes disponibles (en el corto plazo) sabemos que el exceso de demanda de bienes hará subir los precios.

Otra forma de pensar lo mismo es que si el gobierno emite dinero y esos medios de pago se introducen en la economía sin contrapartida de más bienes, entonces se altera la relación entre la cantidad de dinero y cantidad de bienes y por lo tanto la unidad de cuenta debe ser modificada. Además, esto es bastante razonable, porque de otro modo el Estado tendría la gallina de los huevos de oro, toda vez que al tener la imprenta que emite los billetes siempre podría contar con recursos simplemente imprimiendo papelitos (dinero). Luego, un gobierno podría efectuar políticas tendientes a bajar la inflación, mediante reducciones en la base monetaria aunque ya hemos mencionado que algunos precios son rígidos a la baja, lo que limitaría el éxito de la política. Note el lector que si los precios fueran flexibles una reducción de la cantidad de dinero bajaría los precios, por lo que la gente necesitaría menos cantidad de dinero para efectuar sus transacciones, de manera que la política del gobierno de retirar dinero de la economía no afectaría el precio de éste (la tasa de interés). Decimos esto porque si, por el contrario, existen rigideces a la baja de algunos precios, entonces achicar la cantidad de dinero puede tener impacto en la tasa de interés (subiéndola) ocasionando efectos contractivos en el nivel de actividad de la economía (porque si la tasa es más alta se hacen menos proyectos de inversión y las familias piden menos créditos para consumo).

Los enfoques estructuralistas Aunque la mayoría de los economistas está de acuerdo en que los aumentos en la cantidad de medios de pago, (sin un concomitante aumento en la oferta de bienes) producen inflación, muchos piensan (Olivera, 1990) que también existen otras causas, vinculadas a las características de la estructura económica de los países. Distinguiremos cuatro tipos de argumentos. En primer lugar ya habíamos mencionado que la rigidez de algunos precios a la baja, podía ocasionar inflación toda vez que al cambiar la escasez relativa de los bienes de la economía (por alguna razón exógena), los que ahora son menos abundantes suben de precio pero los que se tornan más abundantes relativamente se resisten a bajar, provocando un mayor

aumento de los primeros para reflejar el cambio en la escasez relativa. Entonces si los menos escasos no bajan de precio y suben los que sí los son, el promedio de precios de la economía tiende a subir, y la magnitud de la suba es tanto mayor cuanto más rígidos a la baja sean los precios de los bienes que ahora son menos escasos. En segundo lugar, cuando en una economía se produce un crecimiento muy pronunciado y sostenido en el consumo (como sucede en las fases expansivas de los ciclos económicos) y no existe un crecimiento tan importante de las inversiones, suelen producirse cuellos de botella en el aparato productivo toda vez que éste no logra aumentar la producción para satisfacer de manera suficiente a la demanda, por lo que el ajuste se produce vía un incremento de los precios de la economía. En rigor también es importante la relación que existe entre el consumo y la inversión por que si se considera el caso de China, que viene creciendo a altas tasas hace muchos años, se encuentra que difícilmente esto produzca inflación dado que allí la inversión es incluso más importante que el consumo mientras que en el otro extremo, en Argentina, el consumo representa cerca de tres veces el tamaño de la inversión de la economía por lo que cuando se producen fuertes crecimientos del consumo el aparato productivo debe hacer un esfuerzo extraordinario para cumplir con las demandas crecientes de la gente. En tercer lugar; la diversificación de la estructura productiva de un país y la inserción en el comercio internacional juegan un rol fundamental, porque en el caso de los países periféricos, al exportar materias de escasa elaboración e importar manufacturas industriales (y bienes culturales), están sujetos a los cambios en los términos de intercambio (que es el precio de las exportaciones, respecto del de las importaciones), que siguen una tendencia secular de deterioro porque toda vez que valen más en el mundo los bienes que importamos

y menos lo que exportamos. Luego, estos cambios se transfieren a los precios locales provocando inflación (además de crisis recurrentes de balances de pagos). Adicionalmente la escasa diversificación productiva hace que el país en cuestión sea muy vulnerable a cambios exógenos en los precios de los insumos productivos. Así, un aumento importante en los combustibles por ejemplo, si estos son usados de manera intensiva por un amplio abanico de los sectores productivos se transfiere ineluctablemente a los pecios provocando inflación (de costos). En cuarto lugar, toda vez que se producen shocks (como una devaluación, un aumento fuerte en el precio de un insumo productivo, una sequía, etc.) se modifican los precios relativos de la economía y con ellos la distribución de los ingresos de una población. Cuando esto se da en un contexto de gremios poderosos, e influyentes grupos de interés, se producen pujas distributivas que ocasionan inflación. Al principio un sindicato (del sector industrial, por ejemplo) logra un aumento salarial que los empresarios trasladan a los precios pero entonces los trabajadores del sector servicios (por ejemplo) que ven reducida su capacidad adquisitiva (dado que aumentaron los precios de los bienes industriales), presionan hasta obtener su correspondiente aumento y así se produce una cadena de pujas que inducen un proceso inflacionario. Es importante mencionar que además de gremios o grupos de interés poderosos se necesita que no haya asimetrías de poder importante, porque si un gremio es mucho más poderoso que el resto y obtiene un aumento, lo más probable es que no se produzca ninguna puja posterior.

Políticas anti-inflacionarias

Como es lógico, buena parte de la solución de un problema inflacionario reside en la correcta diagnosis de sus causas y probablemente el resto, en la comprensión del funcionamiento de la propia economía. Cuando un episodio inflacionario comienza, muchas veces resultan claras sus causas y por lo tanto su solución se torna relativamente fácil. Así, si hubo un déficit fiscal fuerte financiado con emisión monetaria, pues convendrá contraer la cantidad de dinero o encontrar fuentes alternativas de financiamiento (deuda pública o una mayor recaudación de impuestos). También puede generase ahorro público vía una reducción de gastos, y con ello recuperar los pesos antes emitidos. Si por el contrario el problema es estructural dependerá de que tipo de problema es. Si tan solo se trata de inflexibilidad en los precios para ajustar a la baja, pues pueden desregularse contratos e introducir tecnologías flexibles (cambios en las leyes laborales, en los contratos de alquiler, en los contratos financieros, etcétera). Si hay mercados monopólicos se puede optar por abrirlos a la competencia internacional favoreciendo importaciones. Si existen pujas distributivas convendrá congelar precios y salarios, en cambio si se trata de inflación importada habrá que regular el comercio internacional. Por desgracia, este tipo de casos puros o “de pizarrón” difícilmente ocurren de esa manera y por el contrario lo que se tiene son escenarios en los que se producen combinaciones de causas. Por ejemplo, un aumento de la emisión monetaria inicia un proceso inflacionario. Luego los distintos sectores reclaman recomposiciones de la capacidad adquisitiva y se genera una clara puja distributiva que aumenta nuevamente los pecios. A su turno, los que

firman contratos comienzan a incluir cláusulas de ajuste por inflación y entonces generan aumentos inerciales que se causan a ellos mismos y nunca paran. Y así sucesivamente se acumulan las causas y el fenómeno se complejiza aun más. Cuando esto sucede se requiere una combinación de políticas para frenarlo, que incluyen la utilización en mayor o menor medida de los instrumentos antes mencionados. Lamentablemente, tanto las políticas monetarias restrictivas como los controles de precios y la apertura indiscriminadas son medidas altamente recesivas que generan menores niveles de producción por lo que muchas veces hay que aceptar la existencia de una relación inversa entre inflación y desempleo (a más inflación menos desempleo y viceversa) que se conoce como “curva de Philips”. Así el hacedor de políticas públicas se enfrenta a la difícil tarea de elegir entre dos males, la combinación que sea menos nociva para la economía (muchas veces la políticamente más sostenible).

Capítulo VIII El crecimiento económico y las recesiones El título de este capítulo es un tanto tramposo porque mezcla dos conceptos que sugieren una antinomia que no es tal. Por crecimiento hacemos referencia al aumento de la cantidad de bienes y servicios que produce un país. Siguiendo a Pigou (1969), esto en rigor es un tanto complicado, porque a lo largo del tiempo los países producen distintas cosas y como es sabido no se pueden sumar vacas y bicicletas o autos y galletitas, por lo que es necesario expresar las cosas en su valor monetario antes de efectuar la adición. De este modo, cuando hablamos del producto bruto de un país, en realidad hacemos referencia a la sumatoria de los valores monetarios de los bienes finales que se producen en una economía a lo largo de un año (en el caso de la producción del gobierno por la que no se cobra un precio, como salud o educación, corresponde considerar como producto la sumatoria de los salarios pagados por el Estado). Luego, para calcular el crecimiento se comparan los valores del producto de distintos años. Ocurre sin embargo que los precios de los bienes cambian y también se modifica el promedio de los precios de la economía, con lo que para que la comparación entre dos años sea válida es necesario considerar solo aumentos en cantidades, filtrando los incrementos en el promedio de los precios de la economía (la inflación).

Adicionalmente, muchos de los bienes y servicios que se producen no pasan por el mercado y por ende al no tener éstos precios no es posible computarlos en el cálculo del producto y entonces la medida que se obtiene resulta una aproximación imperfecta de la manera en que se usan los recursos de la economía. Otra manera de calcular el producto bruto de la economía (que arroja el mismo resultado) es considerando que como el producto se puede descomponer en una cadena de agregación de valor por parte de distintos factores que participan del proceso productivo, su nivel estará dado por la sumatoria de las remuneraciones pagadas (devengadas, en rigor) a los factores productivos. Aquí se ven más claras las paradojas que puede arrojar la imperfección del método. Cuando compramos comida afuera o llamamos a alguien para que haga la limpieza de nuestra casa, por ejemplo, pagamos un precio que incluye el salario del que hace el trabajo, pero si en cambio contraemos matrimonio con la cocinera o con la mucama, ahora dejaremos de pagar ese salario y por el modo en que computamos el producto bruto, habrá una caída del mismo. Sin embargo, posiblemente nuestro bienestar haya aumentado. Otro problema emerge claramente aquí. Resulta que en nuestro país hay factores de producción de origen extranjero al tiempo que en el exterior hay argentinos trabajando y capitales de argentinos invertidos. ¿Qué es lo que corresponde sumar? ¿Todo lo que se produce en Argentina? o ¿lo que es hecho por argentinos? En el primer caso estaremos calculando el producto bruto interno, en el segundo, el producto bruto nacional y es importante que el lector comprenda esta diferencia para no dejarse engañar por manejos intencionales de las estadísticas.

Finalmente, una tercera manera de calcular el producto de un país es simplemente preguntándose qué hacen los poseedores de los factores con los ingresos generados por el uso de los mismos en el proceso productivo. Estos pueden dedicar los ingresos a consumo o invertirlos o destinarlos para el funcionamiento del Estado o usarlos en el comercio internacional. De este modo se obtiene el mismo resultado que en los casos anteriores, sumando el consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones (netas de importaciones). Esto constituye, en realidad, la demanda agregada de la economía, que sabemos que en el equilibrio es igual al producto. En particular, respecto a las inversiones sabemos que una parte de las mismas normalmente está destinada a reponer el stock del capital que ha sido gastado en la generación del producto, por lo que si descontamos ese monto (que se denomina depreciaciones o amortizaciones) obtenemos el producto (ya sea nacional o interno) neto de amortizaciones, que es una medida más limpia de la riqueza generada en un periodo de tiempo. Es así como se habla de crecimiento cuando aumenta el producto neto de la economía a lo largo del tiempo. Para preguntarse sobre las causas que generan este crecimiento, basta recordar lo aprendido en el capítulo dedicado al proceso de producción. Es sabido que el nivel de producción depende de la cantidad de factores que utilicemos y de la forma en que los combinemos (tecnología), de manera que suponiendo plena utilización de factores y tecnología (luego discutiremos que pasa cuando se relaja este supuesto) queda bastante claro que para que un país crezca, o bien necesita incrementar su dotación de factores, o bien mejorar su tecnología.

Por otro lado, tampoco tiene mucho sentido crecer aumentando sólo la utilización de mano de obra, porque entonces habrá más personas para repartir ese producto. Por esta razón generalmente nos importa ver qué pasa con el crecimiento del producto per cápita y no con el total agregado, aunque es cierto que se puede aumentar el producto per cápita aumentando las horas que trabaja la gente (pero hasta un cierto punto). Tampoco puede aumentarse demasiado la cantidad de tierra disponible, porque es costoso ganar superficies al agua o colonizar planetas nuevos, y además se supone que las superficies más productivas ya están siendo utilizadas en su totalidad. Queda entonces mejorar la tecnología y aumentar el stock de capital, ya sea éste físico, humano o social (para simplificar suponemos la capacidad empresaria como una forma de capital humano). Por desgracia para lograr esto se precisa financiamiento, porque no se pueden destinar los recursos de la economía a producir bienes de consumo final y bienes de capital o tecnologías, simultáneamente. Luego, esos recursos pueden provenir del exterior o de nuestro propio país (vía una reducción del consumo corriente). Respecto al financiamiento del extranjero, además de aumentar peligrosamente la dependencia del país, tiene el problema de ser muy volátil y por lo tanto es difícil utilizarlo en una estrategia de largo plazo. En lo que concierne al financiamiento local, éste debe venir necesariamente de un incremento en el ahorro que libere recursos para inversión y desarrollos tecnológicos. El problema es que Argentina tiene tasas de ahorro interno extremadamente bajas para aspirar a tasas de acumulación de capital más o menos decentes; a diferencia de lo que

sucede con países asiáticos de desarrollo medio, o incluso comparando con países latinoamericanos como Chile. Aquí se presenta entonces un dilema importante porque se requiere aumentar considerablemente la solidez de las instituciones (empezando por la moneda), para reducir la volatilidad de los flujos de capitales y aprovechar el financiamiento externo. Simultáneamente, es imprescindible el incremento sustancial de las tasas de ahorro doméstico. Hay muchos economistas que creen que la causalidad va en sentido contrario y que la gente ahorra cuando aparecen oportunidades interesantes de inversión y, nuevamente, instituciones apropiadas (diversidad y calidad de instrumentos financieros para empezar). De cualquier modo que sea, difícilmente la gente incremente espontáneamente sus niveles de ahorro y en todo caso se requiere seguramente un programa; un plan motorizado por el Estado o por organizaciones no gubernamentales que cumplan el rol. Pero la cosa no queda ahí, porque una vez producido el ahorro es necesario invertirlo apropiadamente, y aunque se puede argumentar que el buen funcionamiento del mercado de capitales garantiza eso, existen serios problemas para el buen funcionamiento de los mercados en lo que refiere a desarrollos tecnológicos, y por ende debe existir aquí también un plan. Finalmente, hemos supuesto que los factores se asignaban de manera eficiente, pero imperfecciones de los mercados pueden hacer que eso no sea así. Buena parte de las doctrinas estructuralistas de crecimiento, por ejemplo, resaltan la importancia de la diversificación de la estructura productiva y el cambio de las reglas de

juego del comercio internacional, de manera que los países subdesarrollados encaren estrategias de desarrollo de los sectores productivos que generen valor agregado en bienes y servicios de alta demanda internacional actual y futura, para que la mejora de los términos de intercambio motorice el desarrollo. Aquí es importante notar que si bien el estructuralismo de mediados de siglo pasado se refería a desarrollos del sector industrial, hoy en día (y todo parece indicar que la tendencia continuará) los precios internacionales no favorecen tanto a la industria, sino a los servicios exportables y a los derechos de propiedad intelectual. Finalmente, el estructuralismo ha llamado la atención sobre las consecuencias nocivas para el desarrollo de las estructuras productivas monopólicas de los países periféricos y su mala distribución de los ingresos, por lo que estos también son sin duda elementos a tener en cuenta.

Del largo plazo al corto; las recesiones Hacia fines de la década del veinte, una crisis bancaria en los Estados Unidos minó la confianza de los ahorristas y se propagó luego a los mercados de acciones y más tarde a toda la economía ocasionando la crisis económica más grande de ese país en su historia, con consecuencias que se extendieron más allá de sus fronteras repercutiendo fuertemente en buena parte de Europa. El aparato teórico de los clásicos, no contaba con las herramientas apropiadas para resolver este tipo de problemas.

Para los clásicos todo se resume a dejar que los mercados produzcan los ajustes de precios necesarios para que el equilibrio se restablezca y con ello desaparezca la crisis. En particular, los clásicos suponían que como primera medida debían equilibrarse los mercados de factores, resultando entonces precios y cantidades de equilibrio (óptimas) de los mismos; lo que determinaba entonces las cantidades producidas por la economía una vez que los factores entraban, por ejemplo, en las funciones de producción de las firmas. Corresponde a otro economista clásico, el haber formulado la ley, que además de llevar su nombre garantizaría la estabilidad del sistema económico; la Ley de Say establece que “toda oferta genera su propia demanda” con lo que una vez determinado el nivel de producción de las firmas (la oferta), eso tiene que igualarse con la demanda de las familias. En el pensamiento económico clásico entonces, si existe una crisis económica, con bajas en los niveles de producción y desempleo alto, quiere decir que los factores no están siendo plenamente utilizados (hay un exceso de oferta, tanto de trabajo como de capital) y por ende los precios de los mismos deberían bajar para que se incremente su uso (y desaparezca el excedente). Luego, más uso de trabajo y capital (por el menor precio) implica más producción y por ley de Say, mayor demanda. Sin embargo el problema era otro, y para tranquilidad del mundo capitalista, el economista inglés John Maynard Keynes (1992) desarrolló una nueva teoría que marca el inicio de la macroeconomía moderna y da cuenta de las crisis de corto plazo, como la de los años 30. La genialidad de Keynes reside en plantear que la situación en la mencionada crisis era paradójicamente de equilibrio, porque el orden de causalidad era el opuesto al que planteaba Say.

Para Keynes era la demanda agregada de la economía la que determinaba el nivel de producción, lo que luego a su turno definía la cantidad de recursos que las firmas contrataban en los mercados de factores. En particular lo que existía era una insuficiencia de demanda agregada, fuertemente vinculada a la incertidumbre que reinaba tanto en consumidores como en inversores. Pero Keynes no hablaba de incertidumbre para referirse a una situación cuyo resultado final no se conocía pero podría haber sido estimado en función de alguna regla de probabilidad. Por el contrario, la incertidumbre que preocupaba a Keynes y paralizaba a los mercados se refería a la falta absoluta del más mínimo indicio de información que permitiera calcular siquiera una probabilidad (respecto de la evolución futura de la demanda). Simplemente, la situación económica era tal que los agentes no tenían la menor idea de lo que podían esperar a futuro y por lo tanto los consumidores no se animaban a gastar y ahorraban (motivo precaución) mientras que los inversores no tenían seguridad para invertir, porque la variable relevante para decidir inversiones; la eficiencia marginal del capital (que es la relación entre el valor probable de los flujos de fondos que promete una inversión y el costo de efectuarla), no podía conocerse dado que para calcular el mencionado “valor probable” se necesitaban probabilidades que no podían ser estimadas bajo ninguna base cierta. Dicho de otro modo; si no se sabe (ni puede estimarse de ninguna manera) cual será el nivel de demanda futura de la economía, pues resulta muy difícil saber cual va a ser el flujo de beneficios futuros que promete un proyecto de inversión, porque aunque se sepa qué productividad marginal tiene una determinada maquinaria nueva, por ejemplo, difícilmente se conocerá el precio al cual se podrá realizar esos productos en el mercado (si es que se logra venderlos a algún precio)

En este contexto, lo principal para Keynes era despejar la incertidumbre para que la gente vuelva a consumir y los inversores tengan alguna base de cálculo de la eficiencia marginal del capital. Resultaba entonces fundamental la participación del Estado, como consumidor y como inversor, a los efectos de mostrarle al sector privado que existía cierta seguridad y previsibilidad. Además al consumir e invertir el Estado expande la demanda agregada en una magnitud aún mayor que su propio gasto por que existe un proceso “multiplicador” toda vez que una nueva obra pública, por ejemplo, contrata gente y recursos que luego gastan sus remuneraciones en otros sectores que ahora se ven indirectamente beneficiados por la obra. Así; si por ejemplo, los obreros que hacen un puente se compran ropa y comida con los ingresos nuevos, entonces el almacenero y el dueño de la tienda de vestimentas a su turno también obtienen un ingreso nuevo, y así sucesivamente cuanto más gasta cada uno de su nuevo ingreso (propensión marginal a consumir) más se multiplica el gasto inicial del gobierno, más se expande la demanda agregada, más crece concomitantemente la oferta y más empleados se contratan para hacer frente a los aumentos de la producción, con lo que se supera la recesión. Debe mantenerse en mente, de todos modos, que el descubrimiento de Keynes tiene lugar en el contexto de un Sector Público previo a la emergencia de los estados Bismarckianos de bienestar y por lo tanto mucho más chico que el que actualmente conocemos, por lo que el eje del planteo estaba básicamente en el efecto de despejar la incertidumbre, que se lograba con el gasto público, y no tanto en su impacto directo (e indirecto, vía multiplicador) sobre la demanda agregada.

La paradoja del ahorro. Corto versus el largo plazo El texto de los capítulos precedentes parece contradecirse. Por un lado se dijo que para crecer había que aumentar al ahorro de manera de liberar recursos para la inversión y desarrollos tecnológicos. Pero acabamos de ver que justamente el planteo keynesiano para salir de las crisis de insuficiencia de demanda, radicaba en gastar más (ahorrar menos por lo tanto). Veíamos que cuanto mayor era la propensión marginal a consumir (menor por lo tanto la proporción marginal a ahorrar) más se expandía la demanda ante un incremento del gasto público, vía un mayor multiplicador. De hecho, esta aparente contradicción es el eje de la discusión entre clásicos y keynesianos durante los años 30, porque los primeros lógicamente creían que para salir de la crisis había que ahorrar más y eso era “nafta para apagar un incendio” en la visión keynesiana. Sin embargo no existe tal contradicción, porque lo que sucede es que si bien los países tienen una tendencia de crecimiento de largo plazo que naturalmente depende de sus dotaciones factoriales y tecnológicas, están también sujetos a fluctuaciones de corto plazo por razones climáticas, de caída tendencial de la tasa de ganancia de los capitalistas (en la teoría Marxista), por el ciclo de introducción de nuevas tecnologías (en la versión Shumpeteriana) o simplemente por procesos de incertidumbre Keynesianos. O sea que en el corto plazo puede existir una diferencia entre el “producto potencial” de la economía (que es el que se lograría con plena utilización de los recursos, de la manera más eficiente posible) y el “producto efectivo” que como su nombre lo indica es el que

efectivamente se logra dada la actual utilización de recursos (que puede no ser plena ni eficiente). De este modo, el crecimiento de un país a lo largo del tiempo, o puesto en términos mejores; la evolución de su producto, no sigue un camino literalmente ascendente, sino que describe un trayecto oscilatorio, como un camino con subidas y bajadas. Concretamente, existen ciclos que presentan periodos de expansión, seguidos de momentos de auge, luego recesiones y finalmente depresiones, hasta que el ciclo se restablece con una nueva expansión. Así es perfectamente posible que un país que está sobre una tendencia de largo plazo de crecimiento sostenido, porque está acumulando factores y desarrollando tecnologías, se encuentre en algunos momentos en recesiones de corto plazo de naturaleza cíclica, por alguna de las razones mencionadas anteriormente. Entonces las prescripciones no necesitan ser excluyentes; se puede incrementar el ahorro promedio de largo plazo pero distribuir ese ahorro a lo largo del ciclo de manera de ahorrar menos en las recesiones y más en las expansiones, con lo que se suaviza el ciclo económico, tal y como postulan los keynesianos, y se respeta un incremento del ahorro promedio, que es la sugerencia clásica.

Acerca de la relación entre crecimiento y desarrollo Ya habíamos mencionado algunas limitaciones importantes que tenía el producto como medida de la riqueza generada en un período de tiempo.

Aun dejando de lado esas salvedades, tampoco el hecho de experimentar un periodo de crecimiento garantiza que ello se traduzca en una mejora de la calidad de vida de la población. Por supuesto que el nivel del producto es importante, porque es muy difícil proporcionar una buena calidad de vida a una población si no se cuenta con recursos. Sin embargo, este producto puede estar muy mal distribuido, como sucede en muchas naciones retrógradas de gran riqueza pero donde una escueta clase dominante coexiste con una inmensa mayoría sumida en la pobreza. También es importante que dados unos recursos determinados estos garanticen, en la medida de lo posible, un amplio acceso a la salud y educación de su población. De hecho estos son los dos elementos que junto con el acceso a bienes, tiene en cuenta Naciones Unidas para elaborar su “Índice de Desarrollo Humano”. No obstante, también son determinantes del desarrollo de un país el acceso a derechos políticos, de género, o religiosos. A estas características que determinan el grado de desarrollo de un país, consideraciones estructuralistas hacen que sea imprescindible agregarle el análisis tanto de la diversificación de la estructura productiva de la economía (la importancia de la industria y los servicios, incluidos) como así también la complejidad de su comercio internacional, porque difícilmente se pueda hablar de un país desarrollado si éste no tiene un comercio exterior diversificado con fuerte participación de productos de alto valor agregado, o de bienes y servicios que hayan pasado por una larga cadena de agregación de valor y porque de esto también depende que el país en cuestión logre (o no), una mayor independencia económica

respecto a la volatilidad de los precios internacionales y una mayor solidez de sus términos de intercambio. Ya habíamos visto que para los clásicos, en cambio, no existía la noción de desarrollo, sino tan solo de crecimiento, lográndose éste vía la acumulación de capital. Algunos teóricos neoliberales, (ver Rostow, 1959) reconocen el concepto de desarrollo pero sostienen que el subdesarrollo es tan solo una etapa inicial en un proceso de desarrollo bastante lineal, por semejanza a lo que sucede con el desarrollo del cuerpo de las plantas o de los animales, existen diferencias significativas que hacen al desarrollo de un país y al subdesarrollo de otro. Para Rostow, los países comenzaban su desarrollos desde una primera etapa llamada de sociedad tradicionale, fuertemente dependientes de la agro ganadería y e baja productividad. En una segunda etapa, denominada “ etapa de generación de condiciones para el despegue”, comenzaban a producirse investigaciones aplicadas a agregar valor a esa actividad agropecuaria e inversiones en infraestructura básica que sientan las bases para el incremento de la productividad. Luego emerge el sector manufacturero en la etapa de despegue propiamente dicha, con importantes incrementos en el ahorro y la inversión. La cuarta etapa es la correspondiente a la madurez y consolidación de esas nuevas estructuras productivas industrializadas, concomitantemente con una fuerte expansión de la productividad y por ende del ingreso de la población. Finalmente se da una quinta etapa de consumo masivo que abre la posibilidad de diversificar la producción y dotarla de mayor sofisticación.

Por último, las teorías neoclásicas más recientes del desarrollo, en realidad vuelven a referirse al crecimiento económico solo, aunque señalando a las inversiones en investigación y desarrollo como los motores del crecimiento endógeno.

Sobre el desempleo A partir de lo descrito en capítulo anterior es evidente que en los distintos períodos del ciclo económico, al ser diferente la demanda de bienes, es necesario contratar mayores o menores cantidades de trabajadores según nos encontremos en las fases ascendentes o descendentes, por lo que en los periodos recesivos al expulsarse mano de obra, se produce desempleo coyuntural. Pero no todo desempleo es por razones cíclicas, e incluso puede darse el caso aparentemente paradójico de que al mismo tiempo que crece la cantidad de gente contratada, aumenta el desempleo. Esto último puede suceder porque en realidad el desempleo no es otra cosa que un exceso de oferta en el mercado de trabajo. Así, por más que la demanda de trabajadores por parte de las empresas esté creciendo, bien puede suceder que la oferta por parte de la familia crezca aún más. Para entender mejor esto pensemos que se denomina “desempleado” a toda persona que, perteneciendo a la población económicamente activa (que tienen entre 15 y 64 años y están en el mercado de trabajo), buscan empleo pero no lo encuentran. Entonces el desempleo puede aumentar tanto porque haya menos empleos disponibles, como por un aumento de la

cantidad de gente que ahora está buscando (incluso aunque los empleos disponibles hayan aumentado). Pero habíamos hablado de que podían existir otras formas de desempleo (simultáneamente, o no). En este sentido, y más allá de la fase del ciclo en la que se encuentra la economía, puede presentarse desempleo estructural que es cuando por razones de la tecnología que se está utilizando o por la naturaleza del proceso productivo que tiene lugar, un porcentaje de la población, no reúne las calificaciones necesarias para conseguir empleo, o simplemente existen fuertes incorporaciones de capital que reemplazan mano de obra. Es importante notar sin embargo, que la incorporación de capitales o nuevas tecnologías no debería necesariamente ocasionar desempleo. En primer lugar, porque dichos cambios aumentan la productividad y por lo tanto los ingresos de la gente, con lo que al menos parte de ese ingreso se traduce en mayor demanda de otros bienes, con el consecuente incremento del empleo. Claro que el tipo de empleo nuevo que se creará, tiene que ver con el tipo de bienes que incrementan su demanda cuando sube el ingreso (técnicamente, se conoce como elasticidad ingreso a la proporción en que aumenta la demanda de un bien ante un cambio proporcional del ingreso). Así, si los nuevos bienes que se demandan tienen un proceso de producción intensivo en mano de obra, esto reducirá el impacto del cambio tecnológico (o la acumulación de capital) sobre el desempleo. Pero si la elasticidad ingreso de los bienes que efectivamente generan mucho empleo es baja, pues entonces no existirían demasiadas esperanzas en este sentido.

Adicionalmente en la realidad existen distintos mercados de trabajo en función del nivel de calificación de la gente. En este sentido, las incorporaciones de capital y nuevas tecnologías son normalmente demandantes de mano de obra altamente calificada al tiempo que expulsan al trabajador con poca formación. Si esto sucede, entonces el desempleo estructural se generará toda vez que los bienes con elasticidad de ingresos alta (aquellos cuya demanda crecerá a raíz de los incrementos en productividad) no sean intensivos en esa mano de obra no calificada que expulsa el proceso de tecnificación. En segundo lugar, cuando las incorporaciones de capital y tecnología mejoran los salarios (por aumento de productividad) esto tiene dos efectos en los mercados de factores; por un lado ahora como cuando se paga mejor el tiempo de los trabajadores estos tienden a trabajar más (efecto sustitución) y por otro lado al recibir mayores salarios necesitan trabajar menos para comprarse los mismos bienes que antes (efecto ingreso). Cuando el efecto sustitución es más grande que el efecto ingreso los incrementos salariales, aumenta el tiempo que la gente quiere trabajar (aumenta la oferta laboral) y el desempleo en todo caso tiende a aumentar. En caso contrario la gente tiende a trabajar menos cuando los salarios son más grandes y por lo tanto el avance tecnológico, aunque disminuye el empleo, no aumenta el desempleo (recordemos que desempleado era el que quería trabajar y no conseguía empleo). Esto resulta muy relevante cuando se analiza el impacto de las incorporaciones tecnologías y de capital en países de distinto nivel de desarrollo. En general cuando aumentan los salarios el efecto sustitución es más importante para niveles de remuneraciones bajos, mientras que el efecto ingreso lo es para niveles más altos, por lo que es perfectamente

probable que los cambios tecnológicos produzcan desempleo en países menos desarrollados, pero a medida que avanza el proceso de tecnificación esto se vaya revirtiendo.

Desempleo estacional y friccional Las dos formas anteriores de desempleo no agotan, desgraciadamente, las manifestaciones probables del fenómeno. En efecto, muy a menudo se producen excesos de oferta de trabajo en sectores cuya producción depende, por ejemplo, de la época del año. De esta manera, la industria del turismo, el agro, la industria del pulóver, el negocio del espectáculo y otras tantas actividades, tienen demandas que son distintas en las diferentes partes del año. De forma natural entonces, en todos esos sectores se produce desempleo en temporada baja (y muchas veces no se puede conseguir quien haga los trabajos en el periodo de bonanza). Aunque esto no acaba aquí, porque incluso cuando no tengamos desempleo estacional, ni estructural ni cíclico, nunca tendremos desempleo cero. Eso sucede porque al haber millones de personas trabajando, todos los días hay montones de empleados que se pelean con sus jefes, se cansan del puesto, o simplemente deciden buscar oportunidades mejores que las que tienen. Incluso aunque puede que no pasen mucho tiempo entre un empleo y otro, desde que no existe información perfecta disponible, es natural que las personas permanezcan días o

semanas buscando información sobre todas las alternativas disponibles para tomar la mejor decisión posible. Llamamos al desempleo resultante de éstos períodos de búsqueda, “desempleo friccional”.

El desempleo por imperfecciones en los mercados, los gremios y los monopolios Finalmente, otro tipo de desempleo que tiene que ver con características estructurales es el que se produce cuando al haber un desbalance de poder en el mercado de trabajo algunas de las fuerzas que negocian tienen una posición dominante y abusan de ella. Sabemos que cuando existe un exceso de oferta en un mercado, la señal de escasez, o sea el precio, tiene que bajar. En los mercados de trabajo, en cambio, esto puede ser un tanto complicado. En primer lugar porque cuando existe un sindicato fuerte, éste puede no tener los incentivos para aceptar salarios de mercado, dado que después de todo, los votos del sindicato provienen de los empleados y los desocupados no votan, por lo que el gremio puede pedir siempre salarios mayores sin importar que esto ocasione menor personal contratado. Además, tampoco debemos olvidar que los sindicatos se financian con un porcentaje del sueldo de los empleados, o sea que dependiendo de la elasticidad precio de la demanda puede no convenirle al gremio que las firmas tengan más empleados si para ello deben aceptar reducciones salariales proporcionalmente mayores que la creación de nuevos empleos. En segundo lugar, si las empresas que contratan la mayoría del trabajo son unas pocas, existirá oligopsonio (algunos pocos compradores y muchos vendedores) en el mercado de

factores y si los empresarios se ponen de acuerdo de algún modo (coordinando sus políticas de contratación), esto puede ocasionar salarios más bajos que la productividad marginal de los trabajadores. En estas condiciones, mucha gente puede declinar voluntariamente la oportunidad laboral de la firma (desempleo voluntario) al no estar dispuesto a trabajar por valores menores a su productividad. Sin embargo, esta gente seguirá buscando un empleo acorde a su productividad y por ende estarán desempleados.

Políticas contra el desempleo De cada uno de los diagnósticos de desempleo que hicimos, se desprenden prescripciones de políticas económicas acorde. Si por ejemplo estamos en presencia de un desempleo cíclico ocasionado a partir de una recesión de corto plazo, lo ideal sería que la política pública aborde el problema de fondo, amortiguando los ciclos económicos con políticas fiscales contra cíclicas (gastar más en las recesiones y ahorrar en las expansiones). Un programa interesante, que además produce efectos contra cíclicos, es el establecimiento de un ahorro por previsión de desempleo, por el que la gente aporta a una cuenta durante los años buenos del ciclo y recibe pagos mensuales en los años de recesión. Si nunca pierde el empleo, además, los aportes pueden engrosar su futura jubilación. Si en cambio, el desempleo es estacional, lo que se puede hacer es mejorar la movilidad geográfica de la población y favorecer mecanismos de contratación cooperativos entre firmas que les permitan “prestarse” personal según la época del año.

Para los casos de desempleo friccionan son altamente recomendables todas las estrategias que apuntan a proveer mayor información al mercado tanto de oportunidades como del perfil de candidatos para aumentar la agilidad de su funcionamiento. Por último, en lo que respecta al desempleo estructural, por desgracia aquí las respuestas son más difíciles. Como primera medida es evidente que buena parte de la solución pasa por asegurar mayores niveles de educación de la población de modo que se puedan aprovechar las demandas de personal calificado que surgen con las innovaciones tecnológicas. En segundo lugar, puede modificarse la demanda de bienes de la economía y así incrementar la demanda de aquellos intensivos en mano de obra no calificada, por medio de un cambio en los patrones de inserción en el comercio internacional (fomentando las exportaciones de esos bienes), aunque sabemos que la mejor estrategia a largo plazo es capacitar a la gente para que las cosas que exportamos sean las más valiosas mundialmente y mejoren el poder de compra de nuestras importaciones. En tercer lugar, si lo que sucede es que las personas desean trabajar más horas porque han aumentado los salarios a raíz de las incorporaciones de capital y tecnología (efecto sustitución mayor que el efecto ingreso), puede convenir racionar las horas disponibles, no permitiendo que nadie trabaje más de 8 horas, por ejemplo. Luego las horas restadas a los que trabajaban mucho pueden ser otorgadas a los que no tenían empleo, aunque esto es sumamente peligroso si el mercado laboral está segmentado y los que trabajan demasiadas horas poseen distintas calificaciones que los que están desempleados, porque si éste fuera el caso se destruirían horas de empleo que luego no se recuperarían.

Finalmente, en lo que respecta a las imperfecciones en la estructura de los mercados de trabajo es evidente que resulta necesario introducir competencia en los dos lados del proceso de contratación para garantizar salarios equivalentes a productividad. De nuevo, esto es más fácil decirlo que hacerlo y en todo caso parece más probable que en el ínterin sea necesaria una regulación simuladora de competencia por parte del Ministerio de Trabajo.

Capitulo IX La distribución de los ingresos de la economía Ya habíamos mencionado que los mercados, si bien pueden lograr asignaciones eficientes de los recursos de la economía muchas veces producen distribuciones de los ingresos que no son “deseables” por que concentran muchos recursos en pocas manos, lo cual más allá de las consideraciones morales de rigor, puede incluso poner en riesgo el propio funcionamiento del sistema económico, si los que salen perjudicados en la distribución sienten que no tienen posibilidades de acceder a una situación mejor y deciden no respetar el conjunto de reglas sociales que “soportan” el sistema. Parece interesante aquí recordar los dos principios de justicia Rawlsianos. Para Rawls (1999) una desigualdad era aceptable si estaba basada en oportunidades que habían estado abiertas a todos por igual, o si a pesar de ampliar las diferencias, se mejoraba el bienestar de los que estaban peor. Y esto suena bastante razonable porque este tipo de desigualdades parece no poner en riesgo el sistema, toda vez que garantiza que todos tengan oportunidades o que en última instancia la desigualdad convenga a los que reciben relativamente menos. Esto es importante porque cuando se estudia la distribución de los ingresos, se observan las diferencias de éstos (unos ganan más y otros menos), no las desigualdades, y lo uno puede ser muy distinto de lo otro. En particular, si una persona trabaja más que otra, o hace tareas menos satisfactorias, ganará más que alguien que en todo lo demás es igual que él y eso no tiene nada de desigual.

Más generalmente, un trato desigual es aquel que discrimina entre dos personas que están en la misma situación. Paradójicamente si las personas son distintas puede resultar discriminador tratarlas por igual respecto de la dimensión en la que difieren. Por ejemplo, todos somos humanos, y por ende los Derechos Humanos deben ser iguales para todos. No pueden existir Derechos Humanos de la mujer y otros del hombre, por la simple razón de que la diferencia de sexo no hace a la especie; no convierte a uno en más o menos humano que a otro de sexo distinto. Pero respecto a los Derechos de ciudadanía, por ejemplo, no creo que nadie en su sano juicio conciba que deban ser iguales para un adulto que para un niño porque en la dimensión relevante difieren sustancialmente. Por esta razón es que el análisis que haremos simplemente se centrará en estudiar por qué algunos ganan más que otros, dejando para el lector la consideración de hasta qué punto esas diferencias implican desigualdad o no. Como primera medida digamos que como el ingreso nacional puede descomponerse en la remuneración de los factores productivos, existirá una diferencia en los ingresos dada por la posesión de esos factores en mayor o menor cuantía. De hecho se llama distribución funcional del ingreso a la que surge de la remuneración factorial. Típicamente se ha estudiado la distribución funcional considerando agregados conceptuales, como “los asalariados”, “capitalistas” y “terratenientes”, evaluando qué sectores o clases se apropiaban de la riqueza general. Este enfoque está muy difundido en la sociología clásica desarrollada básicamente a partir del concepto de “clases” que soporta el cuerpo teórico del Marxismo.

Hace 150 años, cuando los trabajadores eran de baja calificación y la propiedad de la tierra y el capital estaba concentrada en grupos muy homogéneos, estas construcciones teóricas resultaban de mucha utilidad. En los tiempos que corren, en cambio, es muy difícil hablar de los “asalariados” ya que el trabajo se ha diversificado de manera fenomenal y por lo tanto el concepto teórico ha perdido parte de su poder explicativo. También es bastante complicado hablar de “capitalistas”. Por ejemplo, mientras que hace 40 años la relación de capital físico a capital humano era de 5 a 1 en Argentina, hoy esa relación se redujo de 2 a 1 y continúa en la misma tendencia. También juega un rol cada vez más importante el capital social, que incluso es de difícil apropiación individual. Además, con el desarrollo del mercado de capitales y el auge de los sistemas de retiro de capitalización hoy prácticamente cualquiera es a la vez “asalariado” y “capitalista”, incluso los mismos asalariados difieren muchísimo, no es lo mismo ser peón de un campo (con baja calificación educativa) que manager de una multinacional (generalmente con formación de postgrado), aunque al final de cuentas son los dos trabajadores. Ni siquiera el concepto “terratenientes” tiene hoy demasiado valor teórico porque a medida que aumenta el desarrollo de los países la tierra es el factor de producción que más retrocede en la proporción del ingreso que representa y además hoy en día es mucho más valiosa la tierra urbana, cuya propiedad está absolutamente atomizada. Estas consideraciones son sumamente importantes porque cuando el mencionado modelo sociológico tenía plena vigencia era muy relevante analizar la estructura de la distribución entre asalariados y capitalistas, por ejemplo, porque las remuneraciones factoriales no se

correspondían con las productividades marginales sino con el poder de clase de los sectores que pujaban por obtener una mayor apropiación de la renta generada conjuntamente. Por supuesto que tampoco hoy las remuneraciones factoriales reflejan ciento por ciento las productividades, pero las razones por las que difieren son más complejas y tienen más que ver con el tipo de imperfecciones informativas que ya hemos mencionado y con la importancia cada vez más creciente del capital social, que con pujas de clases explicadas en términos clásicos. Ahora bien, reconocida la importancia de la posesión de factores productivos, resulta bastante evidente que la clave reside en su acumulación. Acumulamos capital humano educándonos y capital social invirtiendo nuestro tiempo en la construcción y mantenimiento de relaciones. Acumulamos capital físico privándonos de cosas que nos darían satisfacción e invirtiendo el dinero, que ahorramos de esa forma. Como no somos la primera generación que habita la tierra también heredamos parte de los factores de nuestros familiares; entre ellos la tierra que hace 515 años que no se “fabrica” más, capital físico en abundancia y sobre todo algo que hace muchísima diferencia, el conjunto de relaciones en el que ellos han estado o están aún inmersos: el capital social. Pero eso no es todo, resulta que tanto para el desarrollo de la inteligencia de las personas como para la acumulación de conocimientos, resulta trascendental la educación de los padres y familiares más o menos directos que nos dedican tiempo y atención, cuando niños. Esto no es un tema menor, porque ya hemos puntualizado la importancia del capital humano en la generación de la renta (que por otro lado, es cada vez mayor)

Además es evidente que esta cuestión está estrechamente vinculada a razones demográficas básicas como la cantidad de hijos que tienen las familias o la naturaleza de las parejas que se forman. Lo primero, porque a menor cantidad de hijos más tiempo y por ende más capital humano para cada hijo, pero sobre todo porque en la transmisión de capital físico y tierras que ocurre por medio de la herencia, existe un potencial de generación de desigualdades futuras muy grande. Si por ejemplo se produce una desigualdad inicial en la distribución de los factores de producción y las familias favorecidas tienen menos hijos que las desfavorecidas, pues la desigualdad inicial se reproduce y amplifica con el paso de las generaciones. Lo segundo porque si los integrantes de la pareja tienen distinto nivel educativo, se cambia la distribución del capital humano de la generación siguiente. Contrariamente, si siempre los más formados se casan entre ellos y los menos educados hacen lo propio, el esquema de parejas reproduce las desigualdades sociales iniciales (máxime si los segundos tienen más hijos que los primeros). Incluso factores institucionales como la Ley de divorcio tienen impacto sobre la distribución del ingreso, porque cambia los incentivos tanto de selección de pareja como en lo que hace a la acumulación de factores hacia dentro del matrimonio. Claro, reconocer la importancia de la herencia en la forma que toma la distribución de los ingresos nos retrotrae a preguntarnos de qué manera nuestros ancestros acumularon aquellos factores, materia que desgraciadamente trasciende los objetivos de este libro por razones de espacio y de la propia ignorancia del autor. Solo diremos sobre el particular que haciendo una proyección hacia atrás de la importancia de los distintos factores en la generación de la renta, la tierra emerge como el más preponderante de todos (hace unos 150 años) por lo que quien quiera investigar los rastros más lejanos de las diferencias en los

ingresos deberá analizar de qué manera se apropiaron y distribuyeron las superficies expropiadas a los indios, teniendo especial importancia aquí no sólo los pagos y distribuciones de superficies por las campañas al desierto, sino también la naturaleza de los contratos por los que se arrendaban o vendían las tierras fiscales en la Buenos Aires del siglo XIX (Valencia, 2005). Luego, no sólo resultan relevantes las diferencias en la cantidad de factores que poseen las personas, sino también la remuneración que reciben por los mismos. Ya aprendimos que los precios dependen de la escasez relativa, que a su vez depende también de la demanda de bienes, en el caso de los factores, por que debe recordar el lector que habíamos dicho que en estos mercados la demanda era derivada (de la demanda del bien final que producía la firma) por lo que no sólo importaba la productividad marginal del factor sino también el precio al que podía venderse el bien para cuya producción había sido contratado. En primer lugar, con la incorporación de tecnologías cada vez más complejas se ha intensificado la demanda de mano de obra con alto capital humano incorporado, en detrimento de los trabajadores no calificados, lo que naturalmente premia a los poseedores de esa forma de capital. Además, a medida que la economía se globaliza los precios de los bienes se fijan cada vez con una mayor influencia de los mercados internacionales, lo que sin duda afecta a la remuneración de los factores. Por el lado de los servicios, la mayoría presentan elasticidades ingreso mayores a la unidad y por lo tanto a medida que los países crecen, la importancia del sector servicios aumenta

(el precio de los mismos también, porque, a diferencia de los bienes que tienen su precio anclado por los valores internacionales, en el caso de los servicios éstos en general no tienen competencia del exterior). Entonces los factores asignados en ese sector de la economía se ven beneficiados (porque la movilidad de los factores no es perfecta y entonces los trabajadores no pueden ir a la actividad que paga mejor igualando de ese modo los salarios entre los sectores). Finalmente, tanto las regulaciones que afectan la productividad de los factores como las intervenciones que modifican los precios de los bienes (por ejemplo la apertura comercial o el incremento asimétrico del gasto público) tienen un gran impacto en la remuneración de los mismos y en su tasa de acumulación afectando sustancialmente la distribución de los ingresos.

La distribución personal del ingreso Dadas muchas de las limitaciones discutidas, se ha ido dejando de lado el análisis de la distribución funcional de los ingresos. La observación que, en todo caso, parece más relevante es comparar el ingreso de que disponen cada uno de los hogares, que en última instancia es la unidad de consumo de la economía. Para entender el por qué del análisis a nivel del hogar, piénsese que si un matrimonio se considerara por separado, como puede darse el caso de que el trabajo de la mujer no pase por el mercado (suponiendo que es ama de casa) y los niños no reciben ingresos, sólo el hombre figuraría con ingresos positivos. En ese contexto, en un hogar tipo de cuatro personas por ejemplo, tres de ellos figurarían con ingresos iguales a cero y sólo el

jefe de hogar tendría ingresos positivos, lo que haría difícil las comparaciones porque no es lo mismo ganar un sueldo cuando se es soltero y se vive solo, que cuando con el mismo sueldo hay que pagar los gastos de un hogar conyugal con cinco hijos. Entonces es más relevante sumar los ingresos de todo el hogar y dividir el monto por la cantidad de miembros de la misma, a efectos de obtener una idea del ingreso personal. Además habrá que considerar distinto a niños y grandes por que el nivel de gastos de unos y otros no es similar, de modo que se ponderará a los niños en unidades de “adulto equivalente”, para poder efectuar comparaciones entre hogares apropiadamente. De este modo se obtiene el ingreso personal y luego es muy fácil ordenar a todas las personas, desde el que tiene menos ingresos al que tiene más, de manera que se puede separar a la gente en grupos (deciles del 10% de la población cada uno o quintiles del 20%) y hacer comparaciones de cuánto gana, por ejemplo, el 10% más rico respecto al 10% más pobre. Más rigurosamente el indicador que normalmente se utiliza en la literatura para evaluar una distribución dada de los ingresos, se conoce con el nombre de “coeficiente de Gini”. Este coeficiente, que toma valores entre 0 y 1, indica cuan despareja es la distribución de los ingresos de los distintos grupos (quintiles, deciles o percentiles) de modo que si ésta es perfectamente igualitaria arroja un valor de cero y a medida que la distribución se torna más desigual va arrojando valores más cercanos a uno. A partir de esto, la distribución personal depende de los ingresos que posea cada hogar (que a su vez es función de los factores con que cuentan y la remuneración de los mismos) y de la cantidad de los miembros entre los que se divide.

Cobran entonces particular importancia las cuestiones demográficas nuevamente ya que si lo hogares de bajos ingresos aumentan de tamaño mientras que los de altos ingresos se achican, la distribución personal resultante se perjudica sensiblemente. De manera adicional también influye mucho la estructura hacia adentro del hogar, esto es: si trabaja la mujer, si lo hacen los hijos, etc.

Distribución y pobreza Más allá de los problemas que plantea una distribución desigual, tal vez resulte aún de mayor importancia preguntarse por el bienestar de los que están peor, porque como sugería el segundo principio de justicia de Rawls, bien podría darse el caso de que empeore la distribución del ingreso, pero a la vez mejore la situación de los que están peor, como sucede muchas veces que los países experimenten altas tasas de crecimiento de su economía, aunque lamentablemente muchas otras veces esto no pase. Claro que hablar de pobreza puede resultar arbitrario porque hay que definir qué se entiende por ser pobre o no. Aquí hay al menos dos criterios: algunos países, entre ellos Argentina, calculan el costo de una canasta básica de bienes y servicios para una familia tipo, y denominan pobres a todos los hogares que no cuentan con ingresos suficientes como para comprar esa canasta. Se dice entonces que estos hogares se encuentran “debajo de la línea de la pobreza”. En otros países la medida es más relativa; se calcula cuánto gana el que está en la mitad de la distribución del ingreso y todos los que tienen ingresos menores a un porcentaje de ese ingreso mediano (un 50% por ejemplo) son considerados pobres.

Un enfoque distinto aunque considerablemente parecido, es el de considerar en qué medida la gente tiene sus necesidades básicas satisfechas. Así el “índice de necesidades básicas insatisfechas” capta deficiencias en los ingresos, pero también considera condiciones sanitarias y de calidad de vida. Una limitación importante de éstos análisis es que establecen un límite entre lo que se considera “pobre” o no, pero no muestran la profundidad de la pobreza. No es lo mismo el caso de un país en el que un porcentaje de la gente tiene ingresos apenas menores a los necesarios para comprar la canasta de bienes y servicios (para no ser pobre), que otro país con un porcentaje ligeramente menor de gente debajo de la línea de pobreza, pero donde esa gente es extremadamente pobre y no tiene si quiera para comprar la mitad de la canasta. En términos de la definición estricta de pobreza (el porcentaje que está debajo de la línea), el primero de los países figuraría con mayor pobreza que el segundo de ellos, aunque la situación probablemente sea más desesperante en el último de los casos. No obstante, el enfoque de “pobreza” es importante porque si bien la posición en la distribución de los ingresos no condiciona necesariamente las posibilidades de desarrollo personal (porque no es lo mismo ser clase baja en Noruega o Dinamarca que en Guatemala o Surinam), en cambio, en prácticamente todos los estudios que se hacen se encuentra que las personas que viven debajo de la línea de pobreza (cualquiera que sea el país considerado) alcanzan bajos niveles educativos y cuando acceden a instituciones de enseñanza generalmente presentan rendimientos por debajo del promedio, lo que además de probar lo obvio (que el buen rendimiento educativo requiere primero de estudiantes en condiciones humanas de aprender), muestra lo importante que resulta enfocar los

programas públicos en la superación de ese flagelo y en asegurar que todos los seres humanos estén en condiciones apropiadas de desarrollo personal. Por último, una manera de complementar el análisis a partir de los niveles de pobreza, es el de considerar simultáneamente el concepto de “indigencia”. Técnicamente, se considera “indigente” a un hogar que no sólo no cuenta con ingresos necesarios para comprar una canasta básica de bienes y servicios, sino que ni siquiera le alcanza para adquirir una canasta sólo conformada por bienes. Puede decirse entonces que si consideramos que aquellos hogares que no cuentan con ingresos necesarios para comprar la canasta básica de bienes y servicios viven en condiciones infrahumanas, los que ni siquiera pueden comprar la de bienes, lo hacen en condiciones incluso infraanimales (si se me excusa por haber inventado la palabra).

Capitulo X La economía del Sector Público; bienes públicos, bienes preferentes, imperfecciones de mercado e impuestos El lector que ha leído los capítulos anteriores de éste libro sabe que los bienes públicos (y aquí incluimos las externalidades) por el hecho de que no admiten el principio de exclusión, no pueden ser asignados eficientemente por medio de los mercados. También sabe que muchos mercados presentan imperfecciones y requieren por ende algún tipo de regulación. En adición a estos bienes, existen otros (bienes preferentes) que por alguna razón pueden ser considerados deseables por la sociedad (a través de sus sistemas de votación) y por lo tanto también suelen ser provistos por el Estado o subsidiados. Algunos ejemplos pueden ser; los programas alimenticios, de viviendas, las estrategias de redistribución de ingresos, etc. A estas obligaciones del Estado se suman su rol en materia de seguridad y justicia (incluidas las instituciones del Derecho) y su función estabilizadora de precios de la economía como del ciclo económico. Por si esto fuera poco, algunos creen que el Estado debe tener un rol más amplio, incluyendo la producción de bienes privados, geopolíticamente estratégicos, o que tienen que ver con la concentración de recursos naturales y el desarrollo sustentable. En todos estos casos, aunque los precios pueden tener influencia en las decisiones que se toman, éstas se basan en otros criterios que no tienen que ver, como en el mercado, con la obtención de la mayor ganancia posible. De hecho, las decisiones son tomadas a partir de un complejo entramado institucional que normativamente se basa en la Constitución y las Leyes, pero que en términos positivos la trasciende completamente habida cuenta de la importancia de los distintos grupos de poder y máxime teniendo en cuenta que las personas no votan con información perfecta ni los dirigentes son necesariamente apasionados defensores del bien común. Como quiera que sea la cosa, lo importante aquí es resaltar que a diferencia del mercado, donde las decisiones se toman con votos monetarios, las decisiones públicas se toman en base a un sistema de gobierno representativo, en el que la gente elige a sus representantes votando. En un esquema ideal, la gente vota en función de las plataformas de los partidos políticos que llevan como candidatos a los futuros representantes, quienes una vez en el cargo cumplen con el programa o son removidos de la oficina en la próxima elección. Por desgracia no tenemos espacio aquí para desarrollar una teoría del Estado (probablemente tampoco los conocimientos necesarios) de manera que solo diremos al respecto un par de cosas. En primer lugar, el problema de información es del estilo del de “principal agente” que ya hemos descrito y también plaga muchos mercados. Recordará el lector que en los problemas de principal-agente lo mejor que se podía hacer no era justamente redactar un contrato diciéndole al agente lo bien que debía portarse, sino

firmar cláusulas que contengan incentivos para que lo que más le termine conviniendo al propio agente sea lo que en última instancia más nos conviene a nosotros (los principales). Además había que garantizar que bajo esas condiciones, al agente en cuestión efectivamente le conviniera participar (firmar el contrato). Esto significa que las personas normalmente hacen lo que más les conviene dadas las posibilidades y sus propias escalas valorativas, por lo que no deberíamos esperar comportamientos distintos en los funcionarios públicos. De manera que o bien se diseñan instituciones que contemplen incentivos para lograr los comportamientos que se desean, o bien se aceptan las consecuencias. En segundo lugar, por suerte estamos acostumbrados a que la Democracia es la mejor manera de resolver las decisiones sociales del mismo modo que los mercados son los mejores asignadores de los recursos privados, pero así como éstos están plagados de problemas e imperfecciones, tampoco hay que creer que la democracia está exenta de ellos. En particular, la base del sistema es que las decisiones se toman por mayoría. Cuando la gente no es muy distinta en sus capacidades y preferencias esto funciona muy bien pero cuando existen asimetrías importantes, la imposición de una mayoría, a una minoría, puede resultar un tanto chocante. Finalmente, cuando los mercados funcionaban de manera eficiente habíamos visto que podía lograrse una asignación de recursos óptima, en el sentido de que cubríamos lo más posible las necesidades de la comunidad con los escasos recursos que teníamos. Cuando la Democracia funciona de la misma manera puede decirse que se logra el mayor bienestar común posible. Sin embargo, por desgracia, ambos planteos descansan en la construcción de un constructo teórico que tiene complicaciones. En efecto cuando uno habla del “bienestar de la comunidad” o del “bien común” no existe en rigor tal cosa como la comunidad. Lo que existe en todo caso son personas que están agrupadas en torno a una geografía o Nación determinada. Sucede que como las personas son distintas, en verdad no hay patrón para agruparlas, del mismo modo que uno no puede sumar peras con manzanas, y si bien es importante hablar de la sociedad y de la gente, no puede perderse de vista que las decisiones (públicas o privadas) en última instancia afectan personas concretas y no lo hacen necesariamente de la misma manera. Una vez que esto se ha tenido en cuenta, puede decirse que en el caso de los bienes provistos por el Estado debería guardarse algún tipo de relación entre los beneficios que de ellos deriva la gente y los costos asociados a su producción. El principio general de provisión de bienes públicos (o con externalidades) es que deben sumarse los beneficios que de una unidad adicional de ellos derivan las personas (en oposición al beneficio que derivan de unidades adicionales del resto de los bienes) y cotejarlos con los costos sociales (que se miden por el valor de los bienes que hay que sacrificar para producir la unidad de bien público en cuestión). Este resultado se conoce con el nombre de “regla de Samuelson” y supone que toda vez que la sumatoria de los

beneficios excede a los costos sociales corresponde proveer la unidad del bien en cuestión (caso contrario no hacerlo). Pensemos en el caso de la provisión de justicia, por ejemplo. Razones de eficacia probablemente justificarían inversiones mayores en el sistema judicial (más jueces, más personal y mejor pago, mejor tecnología, etc.) pero esos recursos no son gratuitos sino que implican menos bienes privados disponibles para la sociedad (o menos escuelas y hospitales). Más aún, permítaseme utilizar un ejemplo más duro y doloroso; el de la salud pública. Todo el mundo acordará que hay que hacer el máximo esfuerzo posible por salvar una vida en un hospital, pero desgraciadamente esto también debe tener un límite. Los recursos que una sociedad está usando para salvar una persona no puede utilizarlos para curar a otra simultáneamente. Tanto la tecnología como las camas hospitalarias, medicina y el tiempo de los doctores, son recursos escasos. Esto tiene particular importancia cuando hay que tomar decisiones públicas, como por ejemplo la sanción o no, de una Ley de eutanasia. Por duro que suene, los recursos destinados a mantener con vida a alguien que ha sufrido muerte cerebral, por ejemplo, y tiene escasísimas posibilidades de recuperación (por no decir nulas), no podrán ser usados simultáneamente para salvar tantas otras vidas en las que hay mayores probabilidades de éxito Lo mismo sucede cuando hay que hacer una ruta, construir un aula o diseñar una cárcel. La provisión óptima de cada uno de ellos debería hacerse de modo de lograr el máximo bienestar posible y ello se logra aplicando la regla de Samuelson para bienes públicos y consideraciones de costos de oportunidad, versus beneficios individualmente analizados en el caso de los bienes privados.

Como se financian los gastos públicos En un principio se puede considerar que el sector público tiene distintas fuentes de financiamiento que no se agotan con los impuestos, contribuciones y tasas, sino que incluyen la renta proveniente de los recursos que posee, ya sea tierra, recursos naturales o la explotación de una empresa pública. Adicionalmente el Estado se puede financiar con la emisión de deuda, pero eventualmente tendrá que recurrir a las anteriores fuentes cuando esta venza. Luego, el problema central que se enfrenta al elegir las formas de financiamiento es que por desgracia todas implican distintos costos para la sociedad. En lo que sigue nos concentraremos en los impuestos por ser los que representan la mayor parte de los ingresos públicos. Aunque en la literatura se distinguen éstos de las tasas por que las últimas están vinculadas a la prestación de un servicio como contrapartida, y de las contribuciones porque éstas son para financiar obras o programas puntuales entre los beneficiarios más directos, aquí hablaremos en general de impuestos sin hacer mayores distinciones.

Decíamos entonces que existen distintos costos asociados a la recaudación de impuestos. En primer lugar hay costos administrativos, que se miden no solo por los sueldos y gastos del personal de la agencia recaudadora, sino sobre todo en términos del tiempo que pierde la gente llenando formularios, averiguando, o haciendo colas para completar los trámites. Piense el lector que todo ese tiempo y recursos no están siendo utilizados para producir otros bienes (o simplemente para descansar). La conclusión natural de esto es que muchas veces el Estado tenderá a elegir impuestos de relativa facilidad (o simpleza) de recaudación. En segundo lugar y tal vez más importante, existen costos de eficiencia asociados a los impuestos toda vez que éstos cambian los incentivos de la gente y por ende inducen cambios de comportamiento de los agentes económicos, alejándonos del óptimo social y generando dilapidación de recursos. Veamos por qué sucede esto. En un mundo sin impuestos, el sistema de mercado basa su funcionamiento en las señales que dan los precios indicando la escasez relativa de los bienes. Si existiera un esquema de impuestos que no generase cambios en los precios relativos de los bienes, servicios y factores de la economía pues no habría ningún problema de que preocuparse. Por desgracia esta situación idílica no se corresponde con la realidad; por el contrario, los impuestos siempre cambian en mayor o menor medida los precios relativos de la economía y como resultado de esto los recursos no se asignan de manera eficiente y se terminan produciendo menos bienes que los que hubiera sido posible de otro modo, o bienes que no resultan ser los más escasos y por ende son menos valorados por la sociedad. Si uno pudiera alcanzar con impuestos a todos los bienes de la economía, sería fácil no generar distorsiones, imponiendo una alícuota proporcional para todos los bienes (por ejemplo 21%). Así, al aumentar todos los precios en la mima proporción, la relación entre ellos se mantendría igual que antes y no existiría ningún problema porque no cambiarían las señales de la economía (los precios relativos). Desafortunadamente, sin embargo, es imposible en la realidad alcanzar todos los bienes. Buena parte de la economía está en la informalidad y no tributa impuestos. Además uno de los principales bienes, el tiempo de la gente, es imposible de gravar. Aclaremos esto un poco mejor. Cuando usted toma una decisión económica, ella siempre implica el sacrificio de una alternativa. En condiciones normales usted debería evaluar todos los costos y beneficios asociados a las distintas alternativas; entre ellos el valor de su tiempo. Supongamos, por ejemplo, que usted tiene un fin de semana de vacaciones y está analizando qué hacer. Como primera alternativa puede quedarse en su casa y alquilar una película que le cuesta cinco pesos. Como segunda posibilidad puede ir a un centro recreativo que queda a tres horas de viaje en auto para lo cual debe gastar treinta pesos, por dos horas de diversión (incluida la nafta del viaje).

Un planteo ingenuo sería el de pensar que usted solo evaluará el costo monetario de las dos alternativas (versus el beneficio de ambas). Es decir, que usted mirará solo cuanto gasta para ir al centro recreativo, respecto a lo que debe erogar para alquilar la película. Pero esto no se corresponde con la realidad porque usted seguramente tendrá en cuenta que para ir al centro de diversiones además debe sacrificar el tiempo correspondiente al viaje (tres horas de ida y tres de vuelta), y ese tiempo seguramente tiene un valor para usted (podría haberlo dedicado a dormir, visitar a un amigo, disfrutar de su familia, leer, etc.). Por poner un número, supongamos que usted valora cada hora de su tiempo unos diez pesos (ese es el monto que le deberían pagar para que sacrifique una hora de su tiempo y la dedique a trabajar, por ejemplo). En la realidad usted probablemente considerará el costo de las alternativas incluyendo el valor del tiempo. Entonces el costo de la película siguen siendo los cinco pesos del alquiler, pero el de ir al centro recreativo es de noventa pesos (treinta de los gastos directos para ir y entrar, más sesenta del tiempo sacrificado en viajar). Es decir que el costo relevante de la opción del centro recreativo es dieciocho veces el costo del alquiler de la película. Entonces, si como consecuencia de la implantación de un impuesto proporcional, los precios de todos los bienes aumentan en la misma proporción (un 20%, digamos), quiere decir que el alquiler de la película ahora costará seis pesos y el gasto para ir al centro recreativo será de treinta y seis, pero el costo del tiempo perdido en el viaje sigue siendo igual que antes. Por lo tanto, como usted consideraba el valor de su tiempo a la hora de comparar los costos de las alternativas, ahora una vez que el impuesto ha entrado en vigor, el costo de la opción del centro recreativo es solo dieciséis veces el costo del alquiler de la película y por lo tanto el impuesto ha cambiado, de hecho, el precio relativo relevante entre las dos opciones. Concretamente, el impuesto “le pega más fuerte” en términos relativos, al bien que incluía menos costo de tiempo (la película en nuestro ejemplo), porque en el costo de la otra alternativa lo que resultaba más significativo no era pagar la nafta y la entrada al centro recreativo, sino aguantarse las tres horas del viaje de ida y las tres de vuelta, y esto último no cambia con el impuesto en absoluto. Alternativamente, en vez de gravar el gasto de las personas (con alícuotas sobre el precio de los bienes) el gobierno podría elegir gravar la remuneración de los factores que generan la renta. Aquí además del problema de la informalidad de buena parte de la economía, también se producen distorsiones en la combinación óptima de factores que eligen las empresas, si los impuestos cambian los precios relativos de los mismos. Así, si el impuesto recae sobre el trabajo, por ejemplo aportes patronales, las firmas encontrarían óptimo sustituirlo por maquinarias (capital) y viceversa. Si por el contrario la alícuota impositiva fuera la misma para todos los factores, la firma no cambiaría la combinación de trabajo y capital pero contrataría menos de los dos. Al caer la demanda de factores baja la remuneración de los mismos, entonces el capital se acumula menos (o se acumula fuera del país, en un lugar donde no tenga impuestos) y la gente cambia sus decisiones de trabajo. El resultado final depende de la relación entre el efecto

ingreso y el efecto sustitución, tanto en la oferta de empleo como en la de ahorros, y de la facilidad con que la gente puede utilizar mercados financieros del exterior. Adicionalmente, cuando se grava a los factores productivos hay que poner énfasis en imponer el tributo sobre los resultados del uso de los mismos y nunca erosionar las fuentes generadoras de esas riquezas, porque de otro modo el Estado deteriora la capacidad de generación de producto de la sociedad con lo que a la larga se termina perjudicando también él, que cobrará impuestos sobre un producto menor. Para poner esto más claro, no deben gravarse los resultados brutos de las compañías, por ejemplo, sino descontar los gastos necesarios para producir esos resultados (incluidas las amortizaciones del capital), antes de imponer el tributo. Por poner otro ejemplo, no deben gravarse los resultados brutos del trabajo de la gente, sino que debe descontarse de la base imponible, los gastos necesarios para que ese trabajo no se torne obsoleto (capacitación y gastos médicos por ejemplo). Ahora bien, si el gobierno no puede poner un impuesto que no genere perdida de recursos, lo mejor que puede hacer es elegir la combinación de tributos que generen la menor distorsión posible. Resulta que el tamaño de la distorsión depende de cuanto cambien las decisiones de los agentes económicos a raíz de los cambios en los precios ocasionados por los impuestos. Sabemos que ese cambio, se llama elasticidad precio (de la demanda y de la oferta). De modo que cuando no se puede gravar a todos los bienes de la economía (no se puede ponerle impuestos al tiempo, ni a la economía informal, por ejemplo) lo mejor que puede hacer el gobierno es gravar más intensamente aquellos bienes de baja elasticidad, donde existe bajo efecto sustitución (regla de Ramsey). Adicionalmente, aunque existen bienes que no pueden se alcanzados directamente, hay chances de gravarlos si se establecen tributos sobre bienes complementarios a estos (los que normalmente se consumen de manera conjunta). Por ejemplo, si no puedo gravar el café pues le impongo un tributo más fuerte al azúcar, porque sé que la mayoría de la gente toma café con azúcar. Resumiendo: consideraciones de eficiencia deben ser tenidas en cuenta en el diseño de una estructura tributaria para que ésta no cambie sustancialmente las señales que arrojan los precios relativos y en todo caso las cambie allí donde las decisiones de los agentes económicos (familias y empresas) son más insensibles respecto a las variaciones de precios. Pero aquí no termina la cuestión, aún cuando se hayan minimizado los costos administrativos y de eficiencia, es muy importante que la estructura tributaria tenga en cuenta consideraciones de equidad. Aquí es importante distinguir entre dos principios del financiamiento de los gastos públicos. Por un lado, cuando se trata de bienes públicos en los que el Estado se hace cargo al solo efecto de resolver la ineficiencia del mercado, un principio razonable es que cada uno pague en función de los beneficios que recibe (naturalmente no es fácil determinar la medida en que las personas se benefician, porque la gente no tiene incentivos a revelar sus verdaderas preferencias), o por su uso.

Por otro lado, cuando se trata de gastos generales del funcionamiento del Estado o de programas redistributivos, el principio que normalmente parece más razonable es que se pague en función de la capacidad contributiva de los sujetos. Así, es evidente que no es lo mismo el 10% del ingreso de un obrero no calificado, que el mismo porcentaje para el gerente de un banco. Para el primero, el esfuerzo será extraordinario, mientras para el segundo mucho menos significativo. Por esta razón sobre la base de la capacidad contributiva, una estructura tributaria equitativa es aquella que grava proporcionalmente más a aquellos de mayores ingresos o, indirectamente, grava más fuerte a aquellos bienes consumidos en mayor proporción por familias de mejores recursos, como por ejemplo autos, viajes al exterior, casas de veraneo, etc. En el caso de los impuestos a las ganancias, además, habrá que asegurar que solo se cobre a partir de un nivel (mínimo no imponible) sobre los montos que excedan ese valor. En general, ese nivel debería guardar relación con el valor de una canasta básica de bienes y servicios. Si por el contrario se eligen impuestos a los consumos convendrá exceptuar el pago a aquellos consumos básicos, de subsistencia, como ser el pan, la leche, arroz, fideos, electricidad, gas, agua, etcétera. A esta altura corresponde hacer una aclaración muy importante: no se necesita ser un genio científico para darse cuenta de que a la gente no le gusta pagar impuestos. Por esta razón cuando alguien intenta cobrarles un impuesto lo normal es que traten de eludirlo (que no es lo mismo que evadirlo) dejando de consumir el bien o abandonando la actividad que se grava. Pero los cambios en la demanda y en la oferta que se producen a raíz del impuesto, al cambiar la escasez relativa de los bienes, modifican su precio (más allá del cambio por la alícuota). Si, por ejemplo, el impuesto es sobre el consumo de un bien, la caída en su demanda hace bajar el precio del bien y esto amortigua el aumento ocasionado por el impuesto. Entonces el consumidor no paga el precio anterior más el impuesto sino un poco menos, perjudicando al productor que termina pagando el resto, y viceversa cuando el impuesto es sobre la oferta. Cuando se habla de equidad esto resulta importante porque el contribuyente de hecho, solo excepcionalmente es el mismo que el de Iure y entre la voluntad del legislador y la realidad puede existir una gran diferencia, como sucede cuando un impuesto a los productores es trasladado a los precios de los bienes (hacia adelante) perjudicando a los consumidores, o a los precios de los factores (hacia atrás) perjudicando a los dueños de los mismos. Más rigurosamente, como todos quisieran esquivar el impuesto, el resultado final dependerá de la capacidad de cada uno para hacerlo. Luego la capacidad viene dada por la elasticidad precio de la demanda y oferta respectivamente. A más elástica, mayor reacción ante los aumentos de precios por los impuestos y viceversa. De modo que la proporción de la carga del impuesto que oferentes y demandantes terminarán de hecho afrontando (más allá de lo que diga la Ley), dependerá de la relación entre sus elasticidades. Si es mayor la de la demanda, soportara más el productor y viceversa (si es mayor la de la oferta).

Entonces, reorganizando lo que hemos aprendido, una estructura tributaria ideal debe tratar de minimizar lo máximo posible los costos administrativos y de eficiencia asociados al tributo, al tiempo que debería tener en cuenta consideraciones de equidad que surjan, no de la letra de la Ley, sino del efectivo impacto que la medida provoca. Lamentablemente los impuestos fáciles de recaudar generalmente no son los más eficientes y los que provocan las menores distorsiones rara vez son los más equitativos. Por ejemplo, puede recaudarse con bajos costos administrativos si todos los impuestos estuvieran incluidos en las facturas de luz y gas, pero esto cambiaría de manera grosera la relación entre el precio de esos servicios y el resto de los bienes, ocasionando una asignación ineficiente y por lo tanto perdiendo muchos recursos de la economía. Por otro lado, puede recaudarse de manera más equitativa con un impuesto progresivo a la ganancia de las personas, pero éste es un impuesto de difícil seguimiento y altos costos administrativos. Finalmente, se puede ganar en eficiencia gravando bienes de los que la gente no escapa (con baja elasticidad) como por ejemplo los remedios o los alimentos de primera necesidad, pero esto seguramente introduciría terribles inequidades. El desafió del hacedor de políticas públicas, es en todo caso, elegir la combinación de tributos que, dadas sus restricciones políticas, permita conciliar los pro y contra en cada una de las dimensiones de la estructura tributaria antes discutidas.

Una breve nota sobre políticas redistributivas Ya discutimos las distintas causas que dan forma a la distribución de los ingresos. Un gobierno que intenta que la misma sea menos desigual, tiene básicamente dos caminos: o bien actúa sobre las causas, o bien producidas las diferencias, intenta disminuirlas. Como ya vimos, actuar sobre las causas implica cambiar la capacidad de acumulación de factores, o la renta de los mismos. Para actuar sobre las consecuencias el gobierno tiene una herramienta fundamental; la política fiscal. Y aquí es donde las cosas se ponen interesantes, porque política fiscal implica impuestos pero también refiere a los gastos, de modo que no se puede analizar la política redistributiva de un gobierno mirando solo una de las dos dimensiones. Robin Hood es leyenda por robar a los ricos para darles a los pobres. Si solo hubiera robado a los ricos para darle a otros ricos habría sido un pirata, no una leyenda. Con la política redistributiva de un Estado pasa exactamente lo mismo. No interesa solo que la estructura tributaria sea muy progresiva, sin importar el gasto, ni viceversa. Lo relevante es que las dos juntas funcionen de manera progresiva. Lo que puede lograrse con tributos progresivos y gasto neutral; con tributos proporcionales y gastos pro-pobre; o naturalmente con tributos progresivos y gasto pro-pobre y cualquier otra combinación en la que los más pobres terminen recibiendo más de lo que ponen.

No debe perderse de vista que a veces puede lograrse un mismo nivel de redistribución pagando menores costos ya sea administrativos o de eficiencia, toda vez que se combinen apropiadamente impuestos y gastos. De acuerdo a las características de cada país y al contexto político y social, puede ser más efectivo (y menos costoso) redistribuir por el lado de una estructura tributaria más progresiva o por el lado de un gasto público más pro pobre.

Una nota sobre la importancia del federalismo fiscal La constitución de 1853, deja en claro que las provincias conservan para si todas las potestades no conferidas al poder central, por lo que es evidente que la Argentina nace siendo un Estado federal. Ahora bien; por qué razones o en qué casos resulta conveniente que ciertas responsabilidades de gastos públicos o impuestos estén en cabeza de un nivel superior de gobierno (central) y qué circunstancias ameritarían un proceso de descentralización hacia las provincias o los municipios. Desde el punto de vista de asignación eficiente de los recursos puede ser oportuno recordar el “teorema de Oates” que plantea que la descentralización fiscal mejora el bienestar de la gente, toda vez que las comunidades tienen distintas preferencias y por lo tanto, de manera descentralizada cada una puede proveer el nivel de gasto público que más se acerca a las preferencias de su comunidad particular (que vienen dadas por las del votante mediano de esa comunidad) De hecho este es el principio teórico que justifica la mayoría de los procesos de descentralización. Algunos autores han notado (Schargrodsky et. al., 2005) que sin embargo el teorema de Oates puede fallar si las jurisdicciones locales no cuentan con la capacidad técnica o económica necesaria para llevar adelante programas complejos como los educativos o de salud, por ejemplo, o si existen grupos de interés poderosos a nivel local o deficiencias informativas importantes que hacen que las autoridades locales no tengan éxito en implementar el gasto público que más coincide con las preferencias de sus comunidades. Otro argumento a favor de la centralización de los gastos (y de la recaudación de los impuestos) es que existen economías de escala que hacen que sea mucho más barato proveer un nivel de gasto unificado centralizadamente (o recaudar impuestos de ese modo), aun cuando se quede más lejos de satisfacer las preferencias de algunas comunidades. Por ejemplo, es evidente que es más barato financiar un ministerio de educación que 24 distintos, o una sola agencia de recaudación de impuestos, que otras tantas. Aunque en contra del argumento de las economías de escala, es cierto que muchos bienes públicos tienen beneficios muy acotados localmente y parece entonces razonable que su provisión sea descentralizada. Por ejemplo, el alumbrado público o el barrido de las calles son bienes públicos con beneficios tan acotados al nivel local, que solo parece tener sentido proveerlos a nivel municipal. Luego, a medida que los beneficios del gasto trascienden las barreras locales convendrá ir subiendo en el grado de centralización de su provisión.

Por el lado de la estabilización económica también hay argumentos contrapuestos. Por una parte es obvio que el gobierno central tiene el monopolio de la política monetaria (excepción de los Patacones y otros bonos provinciales, mediante) y buena parte del de la fiscal, de modo que siempre se ha considerado que la estabilización, tanto del nivel de precios como del ciclo económico, era su función. Sin embargo, muchos de los Shocks que generan ciclos económicos ocurren a nivel local. Es en efecto muy común, que dentro de un mismo país haya regiones creciendo de manera muy lenta (o incluso en recesión) y otras fuertemente. Piense por ejemplo en países que tienen regiones petroleras y complejos industriales. Un aumento brusco del barril de petróleo favorece a la primera región y perjudica a la otra (porque el petróleo es un insumo importante en el proceso productivo de la industria), de modo que si se llevan adelante políticas fiscales contra cíclicas, en un lado convendrá incrementar el ahorro y en el otro el gasto. Si esto es así, entonces existen argumentos fuertes para descentralizar las políticas de estabilización del ciclo. Finalmente, por el lado de las funciones redistributivas del Estado, aquí sí parece haber más elementos a favor de la centralización, porque de otro modo puede haber guerras tributarias entre jurisdicciones locales para captar inversores o ciudadanos de alto poder adquisitivo. Y a su vez los pobres tendrían de otro modo fuertes incentivos para mudarse a las localidades de gastos públicos altos e impuestos a los más ricos. Luego, como los más ricos tienen exactamente el incentivo contrario, nunca se lograría un equilibrio estable. De manera que no existe unanimidad con respecto al tipo de gastos que debe hacer cada nivel de gobierno, aunque las consideraciones antes presentadas constituyen herramientas útiles para juzgar cada caso. Un punto que es importante notar, es que puede que de la elección óptima que haga cada sociedad respecto a la distribución del gasto y las potestades tributarias entre las distintas jurisdicciones, surja un esquema en el que algunos niveles gubernamentales se especialicen en recaudar y otros en gastar. Si esto sucede es necesario estipular un régimen de coparticipación por el que si el Estado central es el que recauda la mayor parte de los tributos, por ejemplo, éste o bien devuelva a cada jurisdicción local lo que ella genera, o bien reparta la recaudación con algún otro criterio. A su turno, el criterio puede ser el de abaratar la provisión de un bien público en una jurisdicción cara (transferencias compensatorias) o el de asegurar un nivel mínimo de provisión de bienes públicos en todas las jurisdicciones, transfiriendo más a las que cuentan con menor capacidad de generación de recursos, pero condicionando el destino de los fondos (transferencias condicionadas). Por otro lado, un problema importante de estos esquemas es que si la decisión de gastar no está vinculada al esfuerzo de recaudar, existen inconveniente para que los gobiernos locales sean fiscalmente responsables, toda vez que reciben los beneficios políticos del gasto pero no afrontan los costos de establecer mayores impuestos en su comunidad. De este modo pueden excederse en gastos o no proveer los bienes de manera eficiente. Una vez más, no existen formulas que resuelvan todos los problemas, sino en todo caso, un conjunto de aspectos y cuestiones que conviene considerar a la hora de diseñar políticas de manera que estas sean efectivas y el hacedor sepa qué debe esperar ante cada acción.

Como a lo largo de todo el libro, el objetivo es que el estudiante (o ya Abogado) cuente con herramientas para analizar los problemas de todos los días y las decisiones de política de corto y largo plazo. Espero que con esas herramientas pueda mejorar su comprensión del mundo en el que se desenvuelve, construyendo sus propias posiciones a partir de sus convicciones, valores e ideas.

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Preguntas de repaso

Preguntas del capítulo I 1. libres?: a) b) c) d) e) f) g) h)

¿Cuáles de los siguientes son bienes económicos y cuales bienes

la educación pública; la salud pública; la recolección de residuos; un baño en el mar; una prendar de vestir; una comida; el aire; la luz del sol.

2. ¿Cuál es el costo de oportunidad para la sociedad, de la educación universitaria? ¿Y el privado del estudiante? 3. El costo de oportunidad para la sociedad de un sistema educativo público, ¿es igual que el de uno privado? ¿Y para un estudiante particular? 4. Usted decide pasarse las vacaciones trabajando en un estudio jurídico. Alternativamente podría haberse ido de vacaciones a la costa (donde habría gastado $1000). A su vez, usted normalmente en la ciudad gasta $500, aunque le pagan $700 en el estudio. ¿Cuál es el costo de oportunidad de irse a la costa de vacaciones? 5. Piense en el matrimonio (no en el concubinato) como un contrato civil. ¿Puede identificar beneficios y costos económicos asociados? Respuestas: 1. Bienes económicos: a, b, c, e, f bienes libres: d, g, h 2. Costo de oportunidad social: tiempo de los profesores (salario) más tiempo de los alumnos (salario perdido) más utilización alternativa del capital (tasa de interés) más utilización alternativa de la tierra de los edificios educacionales (renta). costo de oportunidad privado: tiempo del alumno (salario perdido) más materiales más libros más transporte. 3. Si no hay diferencias de eficiencia, si. Para el estudiante particular no.

4. Si se va a la costa pierde el salario del estudio jurídico. Además gasta $500 más que de costumbre, por lo tanto su costo de oportunidad es de $1200. 5. Beneficios: Derechos laborales por matrimonio, menos impuestos, beneficios en la división de los bienes gananciales, si es que se divorcia y usted era menos productivo que su pareja. Herencias probables,...(entre otros) Costos: si se divorcia y usted era más productivo que su pareja, perderá en la división de los bienes gananciales, además deberá gastar tiempo y recursos en el juicio de divorcio si es que se quiere volver a casar....(entre otros)

Preguntas capítulo II 1. ¿Cuáles son las tres preguntas que todo sistema económico debe responder? 2. Si los recursos crecen llegará el día en que no haya más necesidades insatisfechas. Comente. 3. ¿Qué problemas limitan seriamente el funcionamiento de los sistemas colectivistas de planificación centralizada? 4. En las economías de mercado el motivo que moviliza a los participantes es básicamente la obtención de la ganancia o la maximización de la utilidad. ¿Qué móviles puede reconocer en los sistemas de planificación centralizada?

Respuestas: 1. Qué producir; cómo hacerlo y para quién. 2. No, porque siempre aparecen nuevas necesidades (humanas). 3. En primer lugar que exige enormes volúmenes de información (mayores cuanto más grande es la comunidad). En segundo lugar, el hecho de que las preferencias no son estáticas sino que cambian permanentemente. Tercero, como el móvil no es la ganancia individual, se necesita una fuerte generación de conciencia social. 4. La conciencia colectiva o social, el compromiso con una causa, la fuerza del gobierno, el beneficio social.

Preguntas del capítulo III 1. 2.

¿Qué relación hay entre precio y escasez? ¿Por qué importan los precios relativos y no los absolutos?

3. ¿Cuáles son las condiciones de mercado que se tienen que dar para que los precios hagan eficientemente su trabajo? 4. ¿Cuál es la combinación de factores que maximiza las ganancias de una firma? 5. Explique la Ley de los rendimientos marginales decrecientes. 6. ¿Para quién se produce en las economías de mercado? Respuestas: 1. Los precios señalan la escasez relativa de los bienes; 2. Porque todos los bienes económicos son por definición escasos, de modo que lo que importa es su escasez relativa y no absoluta; 3. Básicamente, se necesita que nadie tenga exclusividad (ni total ni parcial) en el mercado. Lo que se logra si hay libre entrada y salida de oferentes y demandantes, producto homogéneo e información perfecta; 4. El productor debería lograr que cada nuevo peso gastado en los distintos factores genere el mismo producto marginal cualquiera sea el factor en el que ese peso se gasta. 5. Esta Ley estipula que si se agregan unidades de un factor al proceso productivo (manteniendo constantes los otros factores) cada unidad adicional sumará a la producción total, menos que la anterior. 6. En condiciones de competencia perfecta, cada uno es pagado según su productividad marginal, por lo que los que sean más productivos o tengan más factores recibirán más ingresos y podrán adquirir más bienes.

Preguntas del capítulo IV 1. ¿Qué sucede si se congela un precio por debajo de su valor de equilibrio de mercado? 2. ¿Qué sucederá en el mercado del petróleo si se perfecciona la energía solar para que pueda ser usada en los autos? 3. ¿Qué sucederá con los salarios de los Abogados, en el corto plazo, si a partir de un acuerdo comercial con Europa aumenta fuertemente la demanda de contadores? Y en el largo plazo? 4. ¿Qué pasa con el precio de un bien “x” si sube el ingreso de los consumidores en ese mercado? 5. ¿Por qué la demanda de capital puede tener algo que ver con la demanda de los bienes finales que producen las firmas? 6. Usted es un Abogado famoso con mucho clientes y está pensando en aumentar sus honorarios pero sabe que con esa medida perderá parte de su demanda. ¿Qué le conviene hacer?

7. Por culpa de los Derechos de propiedad intelectual muchos remedios son muy caros. ¿No le parece que habría que limitar tales Derechos?

Respuestas: 1. Se genera un exceso de demanda, por lo que hay que decidir de alguna otra manera quienes accederán a los bienes y quiénes no. Algunas posibilidades son: racionamiento por orden de llegada; menos cantidad para todos; dedocracia; emergencia de mercados negros. 2. La energía solar será más barata que ahora y muchos autos pasarán a usarla, con lo que caerá la demanda de nafta y por ende bajara el precio del petróleo. 3. En el corto plazo no sucederá nada porque un Abogado no puede dedicarse a la contabilidad y viceversa. En el largo plazo, las ofertas de profesionales son más sensibles (por que entran en juego los estudiantes) por lo que al ser más escasos los contadores y subir su salario, muchos que pensaban estudiar Derecho o estaban indecisos, elegirán Contabilidad. Esto amortiguará la escasez de contadores y al haber menos Abogados, su salario tenderá a subir. 4. Depende de si se trata de un bien normal (elasticidad ingreso mayor a cero) o de un bien inferior. En el primer caso sube el precio, en el segundo cae. 5. Porque las demandas de factores son derivados de las de los bienes finales que producen las firmas. 6. Depende de si la elasticidad de su demanda es mayor o menor a uno. Si es inelástica o insensible (menor a uno) entonces a sus clientes no le importan los aumentos y a Usted le conviene aplicarlos. Si es elástica o sensible (mayor a uno) no le conviene. 7. Es probable, pero hay que tener cuidado por que tales Derechos son incentivos a la investigación y desarrollo de los laboratorios y por lo tanto puede ser nocivo a largo plazo.

Preguntas del capítulo V 1. ¿Qué clase de problemas asociados al funcionamiento de los mercados conoce? 2. ¿Qué tipo de problemas de eficiencia puede mencionar? 3. Si los mercados funcionan de manera eficiente no pueden existir beneficios extraordinarios. Analice. 4. ¿Qué regulación es conveniente para un monopolio y cual para un monopolio natural? 5. ¿Qué señales conoce cuyo efecto sea la reducción de asimetrías informativas?

6. ¿Qué cosas hay que tener en cuenta para diseñar un contrato donde existen un principal y un agente que tienen distinta información? 7. ¿Por qué las aseguradoras usualmente no reconocen el 100% del valor de un bien robado? 8. Explique qué relación puede existir entre el problema de selección adversa y las remuneraciones de docentes del colegio secundario. 9. Bajo qué condiciones el teorema de Coase garantiza que el nivel de externalidad producido será independiente de quien tenga los Derechos de propiedad? 10. Qué dice la regla de Samuelson sobre la provisión optima de bienes públicos? Respuestas: 1. Problemas de eficiencia, de equidad y de estabilidad. 2. Falta de competencia (monopolios), bienes públicos, externalidades y problemas de información. 3. En el largo plazo no, pero en el corto sí. 4. Lo más conveniente es introducir competencia facilitando el acceso al mercado o incluso obligando al monopolista a vender parte de su negocio a otro competidor. Cuando esto es difícil conviene poner precios de referencia que simulen la competencia o forzar al monopolista a producir cantidades competitivas. En el caso de los monopolios naturales, si la demanda por los servicios de los mismos es inelástica y el sistema tributario muy distorsivo, entonces conviene fijar precios iguales a los costos medios de producción. Si por el contrario, la demanda fuera elástica y el sistema tributario no demasiado distorsivo, entonces convendrá fijar precios iguales a los costos marginales de producción y subsidiar el déficit que se produce con esta regla. 5. Los títulos académicos, los logros profesionales, las referencias de ex empleadores, el prestigio de una firma, la recomendación de conocidos (capital social), etc. 6. El contrato debe contener incentivos para que al agente le convenga comportarse de manera optima. Además le debe convenir participar de la relación contractual. 7. Porque puede existir riesgo moral, toda vez que no es factible conocer el comportamiento del asegurado a la perfección, y éste puede tener incentivos a no tomar todas las precauciones del caso. 8. Si el gobierno (o los directores de escuelas privadas) no pueden conocer con exactitud cuan bueno es un docente (o no pueden tratarlos diferente en la práctica), habrá una tendencia a pagarle igual a los buenos que a los malos profesores. Los buenos irán dejando el lugar en busca de otro empleo en el que se les reconozca mejor su productividad, al tiempo que los malos agradecerán el premio y plagarán la profesión. 9. Los Derechos de propiedad tienen que estar correctamente determinados y no deben existir costos significativos de transacción. 10. Se debe producir una unidad adicional de bien público toda vez que la suma de los beneficios de los que usufructúan esa unidad nueva, sea mayor (en el límite igual) al costo de producir esa unidad adicional.

Preguntas del capítulo VI 1. ¿Por qué razones pueden diferir los precios de los bienes transables internacionalmente, en los mercados locales respecto a los que rigen en los mercados mundiales? 2. ¿Por qué comercian los países? 3. ¿Por qué puede ser conveniente proteger algunos mercados locales? 4. ¿Qué relación hay entre los términos de intercambio y las teorías de comercio estructuralistas (centro-periferia)? 5. ¿Qué sostiene la equivalencia de Lerner? 6. ¿Por qué una devaluación que cambie fuertemente el tipo de cambio nominal puede no tener tanto efecto en el tipo de cambio real? 7. Un país puede experimentar simultáneamente un superávit de cuenta corriente del balance de pagos y una caída de sus reservas de moneda extranjera. ¿Cómo es esto posible? Respuestas: 1. Por costos de transporte. Por impuestos y subsidios locales. Por otras trabas a la exportación o importación de bienes. Por distintos costos de comercialización. 2. Por que aprovechan las ventajas comparativas que tienen en distintos bines y esto les permite lograr una mayor producción total (indirectamente). Porque tienen distintos gustos y recursos. Porque existen industrias de costos decrecientes. Porque tienen distintas dotaciones factoriales. 3. Porque pueden existir industrias nacientes que necesitan una determinada escala de producción para ser competitivas. Porque pueden existir patrones perversos de comercio con lo que el país no puede desarrollarse. Por que los cambios de los precios internacionales pueden ser muy bruscos y requerir de una transición administrada para que los ajustes de recursos se produzcan sin costes sociales. 4. De acuerdo al modelo centro periferia, los países periféricos exportan materias primas con poca elaboración y los centrales venden manufacturas industriales con alto valor agregado. Luego, los precios internacionales de los primeros tienden a bajar y los segundos a subir. Así, se deterioran los términos de intercambio de los países periféricos. 5. Que los impuestos generales a las importaciones producen los mismos efectos económicos (en términos de asignación de recursos) que los impuestos a las exportaciones. 6. Porque puede producir inflación (si hay rigideces de precios) y entonces el tipo de cambio real será menor que el nominal. 7. Porque puede haber una salida de capitales (déficit de cuenta capital) mayor que el superávit de cuenta corriente y por lo tanto se financia la diferencia con salida de reservas.

Preguntas del capítulo VII 1. ¿Cuáles son las funciones del dinero? 2. ¿Qué características debe tener el dinero? 3. ¿Cómo se forma la oferta monetaria? 4. ¿Qué herramientas tiene el Banco Central para hacer política monetaria? 5. ¿Cómo se forma el dinero bancario? 6. ¿Por qué es nociva la inflación? 7. ¿Cómo se produce un fenómeno inflacionario? 8. Si los precios de todos los alimentos han aumentado al 100% y el instituto de estadísticas oficial dice que la inflación es de tan solo un 10%, éste último está equivocado. Comente Respuestas: 1. Medio de pago; unidad de cuenta; reserva de valor; 2. De fácil transporte, divisible, alta conservación, homogéneo, ampliamente aceptado. 3. Por la base monetaria (creación primaria) y el dinero bancario (creación secundaria). 4. Emisión monetaria; operaciones de mercado abierto (de compra y venta); modificación del encaje bancario; redescuentos y pases a los bancos comerciales. Regulación de los Bancos comerciales (administrativas y legales). 5. A través del mecanismo del multiplicador bancario. Toda vez que se realiza un deposito “a la vista”, el banco emite a su titular una chequera o tarjeta de debito (no para depósitos a plazo) que funciona como medio de pago (dinero bancario). Luego, constituye una reserva y presta el resto, con lo que parte de los billetes vuelven a circular y los medios iniciales de pago “se multiplican”. 6. Porque distorsiona las señales que emiten los precios, perjudicando la asignación de recursos de la economía. Además, empeora la distribución de los ingresos, genera transferencias de acreedores a deudores y baja la capacidad adquisitiva de los que tienen sus ingresos fijos en la moneda local. 7. Puede ser por varias causas. La emisión monetaria superior a la generación de nueva demanda de dinero produce inflación. También puede producirse por rigideces de algunos precios, pujas distributivas, cuellos de botella en el aparato productivo, incrementos en los costos de una materia prima altamente utilizada en la producción, deterioro en los términos de intercambio, etc. 8. No necesariamente. La inflación se refiere al aumento en el promedio de los precios, y bien puede darse el caso de que otros rubros de la canasta de consumo no hayan aumentado, o incluso que hayan bajado.

Preguntas del capítulo VIII

1. ¿Qué es el ingreso nacional neto de una economía y qué diferencia tiene con el producto bruto interno? 2. ¿Cómo se hace para que el producto crezca? 3. En las recesiones es común escuchar economistas clásicos (o neoclásicos) sugiriendo que hay que aumentar el ahorro (disminuir el déficit) y a keynesianos diciendo exactamente lo contrario. ¿Quién está equivocado? 4. ¿Qué diferencia existe entre crecimiento y desarrollo? 5. ¿Qué tipos de desempleo conoce? 6. ¿Bajo qué condiciones la incorporación de tecnologías y capital puede producir desempleo? Respuestas: 1. Es la sumatoria del valor agregado durante un año, por factores de origen nacional y una vez que se han descontado las depreciaciones del stock de capital. El producto bruto interno mide el mismo concepto, visto desde la producción de bienes finales pero ahora por parte de factores que están dentro de las fronteras de una Nación (más allá de su nacionalidad u origen) y sin descontar el desgaste del stock de capital. 2. Hay que incrementar las dotaciones factoriales, incorporar y desarrollar nuevas tecnologías y mejorar la forma en que todo eso se combina, deshaciendo distorsiones y estructuras monopólicas que no permitan una correcta asignación. También es importante que los recursos públicos se asignen apropiadamente y se invierta en el desarrollo de las instituciones, en el sentido amplio de la palabra. Además entre los factores, cada vez cobra mayor importancia el capital; físico, humano y social. Finalmente, desde una perspectiva estructuralista, es necesario además un cambio en los patrones de comercio internacional motorizado por un proceso de mayor industrialización y generación de valor. 3. En una recesión (corto plazo) la reducción del ahorro estimula la demanda agregada, vía el multiplicador del gasto y la generación de una menor incertidumbre permitiendo salir de esa parte del ciclo económico. Luego, en la parte expansiva hay que incrementar el ahorro, para que a lo largo del ciclo el efecto sea neutral. Para estar de acuerdo con los clásicos habría que incrementar más aun el ahorro en la parte positiva del ciclo. Pero eso sería desde una perspectiva de crecimiento de largo plazo. 4. El desarrollo es una noción más amplia que el mero aumento del producto y tiene que ver con la calidad de vida de la población, medida por su acceso a bienes, pero también el acceso a educación, salud Derechos de género, Derechos políticos, Derechos humanos, distribución del ingreso, Derechos sociales, etc. 5. Desempleo cíclico o coyuntural, friccional, estructural, estacional y por imperfecciones en los mercados. 6. Los avances tecnológicos producen desempleo si el tipo de mano de obra que expulsan (o en contra del que discriminan) no se usa intensivamente en la producción de los nuevos bienes que se comienzan a demandar a partir del mayor ingreso de la economía. Si la tecnología no discrimina y reduce los requerimientos de todo tipo de mano de obra por igual, pues simplemente la gente obtiene más bienes trabajando menos y

no se genera desempleo (siempre que en la oferta de trabajo el efecto renta sea mayor al efecto sustitución)

Preguntas del capítulo IX 1. ¿Cuál es el segundo principio de justicia de Rawls? 2. ¿Por qué la creciente importancia del capital social puede influir en la distribución del ingreso? 3. ¿Por qué es importante la cantidad de hijos que tengan las familias? 4. ¿Cómo influyen las remuneraciones factoriales? 5. Si un país tenía un coeficiente de Gini de 0,20 y ahora presenta uno de 0,50, la distribución del ingreso ¿mejoró o empeoró? Respuestas: 1. Una desigualdad se justifica si mejora el bienestar de los que están peor. 2. Por que los precios de los factores no se determinan de manera perfecta. Hay problemas de información y muchos son contratados o consiguen una oportunidad de negocios gracias a una amistad, un contacto o una recomendación. Además el capital social implica vínculos de solidaridad que trascienden los mercados y por ende tienen impacto más allá de estos. 3. Porque la distribución del ingreso de la próxima generación dependerá de la distribución de su dotación factorial y sabemos que muchos factores se heredan, luego a más hijos menos herencia por hijo. Además, cuando se analiza la distribución personal del ingreso, cuantos más integrantes tenga el hogar, por más miembros se dividirá el ingreso que se genere en su seno. 4. Mejoran los ingresos de los poseedores de los factores que están en “demanda”, en perjuicio de aquellos que poseen otros menos valiosos. Por ejemplo, los poseedores de capital humano, social y de Derechos de propiedad sobre desarrollos tecnológicos, se verán favorecidos en los próximos años. 5. Empeoró.

Preguntas del capítulo X 1. ¿Qué características presenta un bien público? 2. ¿Qué diferencia existe entre la provisión privada y la pública? 3. Los bienes provistos por el Estado y que no se cobran (educación y hospitales, por ejemplo) ¿son gratuitos? 4. ¿De qué depende la eficiencia de una estructura tributaria?

5. ¿Qué otras características son deseables en la estructura tributaria? 6. ¿La única solución para mejorar la distribución de los ingresos es cobrar mayores impuestos a los que más tienen? Respuestas: 1. Generan beneficios indivisibles. No admiten el principio de exclusión. No hay rivalidad en el consumo. Por favor no confundir con el concepto jurídico de “bien público”, descrito en el Código Civil. 2. Puede haber diferencias de eficiencia interna; esto es: distintos costos. Pero más allá de eso, mientras que en la provisión privada se toman las decisiones sobre la base de votos monetarios (un peso un voto); en la provisión publica se decide en función de votos nominales (una persona un voto) 3. No, ningún bien es gratuito cuando la sociedad tiene que renunciar a otros bienes para obtenerlo. 4. De que los impuestos no cambien las señales que regulan los mercados (los precios) y que en todo caso lo hagan modificando aquellos precios cuyas ofertas y demandas sean insensibles a dichos cambios. 5. Debe ser equitativa, de modo que paguen más quienes tienen más capacidad. Además, es conveniente elegir tributos de bajo costo administrativo y de cumplimiento para el contribuyente. 6. No, adicionalmente debe garantizarse que los gastos públicos también vayan para los de menos ingresos. De todos modos, esto solo mejoraría la distribución una vez que esta ha sido generada y poco haría con las causas del problema (salvo que los gastos cambien la acumulación de factores por parte de las familias).

Glosario de términos técnicos •

Acciones: porciones de propiedad del patrimonio de una empresa.



Activo: sumatoria de todos los Derechos que tiene una firma, ya sea sobre inmuebles o cosas muebles o incluso Derechos a percibir dinero o cosas.



Ahorro: porción de los ingresos que no se destina al consumo.



Alícuota: monto de un impuesto (porcentaje sobre la base imponible).



Amortización: el desgaste del stock de capital en el proceso productivo.



Amortización de un crédito: el pago de una parte (o todo) del capital que ha sido prestado (crédito).



Aportes patronales: impuestos a la contratación de trabajadores, a cargo (de iure) del empleador.



Aranceles: impuesto a la importación de bienes.



Arbitraje: fuerza del mercado que impide que existan diferencias entre precios de bienes similares (incluidos activos financieros).



Asimetrías informativas: diferencias de información entre las partes de un contrato.



Auge: etapa del ciclo económico en la que se llega al máximo posible en el nivel de actividad. Ocurre luego de la recuperación y previo a la recesión.



Aversión al riesgo: preferencia por situaciones estables y certeras, aún cuando en promedio rindan lo mismo que otras más inestables o con incertidumbre.



Balance comercial: diferencia entre exportaciones e importaciones.



Balance de pagos: registro contable de las transacciones entre un país y el resto del mundo, de frecuencia generalmente anual. Se compone de una cuenta corriente, una cuenta capital y la cuenta de variación de reservas.



Base imponible: monto sobre el que se aplica la alícuota impositiva a los efectos de determinar el impuesto a pagar.



Base monetaria: billetes y monedas en poder del público y en las reservas bancarias.



Beneficios extraordinarios: beneficios que obtiene la firma, más allá de los beneficios normales que reportan otras actividades de similar riesgo y madurez.



Beneficios: remuneración a la capacidad empresaria. Diferencia entre ingresos totales y costos totales de la firma.



Bien económico: bien escaso.



Bienes superiores: bienes que incrementan su participación en el ingreso (proporcionalmente) cuando éste crece.



Bienes complementarios: bienes que normalmente se consumen de manera conjunta.



Bienes comunes: bienes de propiedad de una comunidad o grupo, pueden ser públicos o privados.



Bienes inferiores: bienes cuyo consumo se reduce cuando se incrementa el ingreso.



Bienes libres: bienes que no son escasos.



Bienes preferentes: bienes cuyo consumo la sociedad considera deseables, por ejemplo, educación, cultura, etcétera.



Bienes públicos: bienes que no admiten el principio de exclusión, no son rivales en consumo y generan beneficios que son indivisibles.



Bienes sustitutos: aquellos bienes que cumplen funciones similares o satisfacen la misma necesidad.



Bolsa: mercado donde se negocian acciones, bonos, futuros e instrumentos financieros.



Bonos: instrumentos financieros que ofrecen una remuneración y se utilizan para conseguir fondos, tanto para el sector público como para el privado (en este último caso generalmente se llaman obligaciones negociables)



Capital contable: la porción mayoritaria del patrimonio neto de una firma, el cual es la diferencia entre el activo y el pasivo contables.



Capital de trabajo: Recursos que se requieren para hacer frente al período de tiempo entre que se contratan los factores y materias primas y que se obtiene el dinero por la venta de la producción de la firma. Contablemente la diferencia entre activo corriente y pasivo corriente.



Capital fijo: maquinarias y edificios que participan del proceso productivo, sin por ello agotarse completamente en el mismo.



Capital circulante: insumos y materias primas que se agotan en el proceso productivo; existencias de mercaderías



Capital financiero: dinero para la financiación de liquidez, que por lo tanto genera una remuneración.



Capital humano: incremento en la capacidad de generación de valor del trabajo, básicamente producido por la educación y la salud, pero también por la experiencia laboral.



Capital social: son redes de relaciones que participan de los procesos productivos formales e informales, generalmente como proveedores de información y otras veces como supletorios de reglas formales o Derechos en la forma de vínculos solidarios que no pasan por el mercado.



Capital: bienes o servicios cuyo fin no es el consumo final, sino la producción de otros bienes. Por su contribución en la generación de valor recibe una remuneración que se conoce como interés.



Ciclo económico: fluctuación regular de la actividad económica.



Circulante: billetes y monedas en poder público.



Cláusulas de origen: reglas que establecen qué porcentaje del valor agregado total de un bien debe ser de la nacionalidad de un país, para que se lo considere como originario de ese país a los efectos de los acuerdos internacionales de comercio.



Coeficiente de apertura de la economía: el promedio simple entre las exportaciones y las importaciones de un país, expresado como porcentaje del producto de esa Nación.



Coeficiente de Gini: indicador de la desigualdad de los ingresos de una comunidad que toma valores entre 0 (muy igual) y 1 (muy desigual).



Coeficiente mínimo de liquidez: encaje o porcentaje de los depósitos que los bancos guardan como reserva.



Colusión: estrategia de cooperación entre dos o más empresas para obtener cierto poder de mercado.



Competencia monopolística: mercados con relativa competencia donde por razones de heterogeneidad de producto (ocasionada en marcas, distancias, etc.) varios productores tienen alguna exclusividad en submercados de un producto.



Competencia perfecta: estructura de mercado en la que ni productores ni compradores poseen exclusividad alguna, de modo que sus acciones de ninguna manera pueden afectar los precios de los bienes que comercian.



Concentración horizontal: cuando una empresa adquiere (o se junta con) otras que producen el mismo bien.



Concentración vertical: cuando una empresa se dedica simultáneamente, o adquiere otra empresa que produce las distintas etapas (previas o posteriores) de una cadena productiva de un bien.



Contribuciones: pago que es necesario efectuar al fisco como contrapartida de una obra o mejora particular.



Costo de oportunidad: valor de la alternativa más importante que hay que sacrificar toda vez que se toma una decisión.



Costo fijo: porción del costo total de un firma que no cambia con el nivel de producción.



Costo financiero: es el costo que se genera por diferencias entre el plazo en que se perciben los ingresos y el momento en que deben afrontarse los costos.



Costo hundido: inversión que es imposible recuperar si se abandona el negocio.



Costo marginal: el costo de la última unidad producida.



Costo medio: el costo por unidad producida.



Costo país: es el costo de hacer negocios vinculado al nivel de la burocracia y el subdesarrollo de las instituciones de cada país.



Costo variable: porción del costo total de una firma que depende directamente del nivel de producción.



Crecimiento: aumento en el nivel del producto de una economía



Cuenta capital del balance de pago: subcuenta que registra ingresos y salidas, de capitales de inversión y prestamos.



Cuenta corriente del balance de pagos: subcuenta que registra compra y venta de bienes y servicios, incluyendo los servicios de los factores de producción.



Cuotas de importación: límites establecidos por el gobierno a la cantidad que se puede importar de un bien.



Curva de oferta: relación (positiva) entre precios y cantidades de un bien.



Curva de demanda: relación (negativa) entre precios y cantidades de un bien.



Curvas de Engel: relación entre el nivel de ingreso de un grupo de personas y su consumo de determinados grupos de bienes.



Curva de Lorenz: relación que muestra qué porcentajes de la renta de una comunidad recibe cada porcentaje de sus habitantes.



Curva de Philips: relación inversa entre desempleo e inflación (crecimiento de salarios, en rigor).



Déficit fiscal: diferencia entre el total de los gastos del gobierno y el total de sus ingresos.



Depósitos a la vista: depósitos en bancos comerciales, de libre disponibilidad. Cuentas corrientes y cajas de ahorro.



Depreciación: perdida de valor del stock de capital. Puede ser por su uso o por obsolescencia.



Depresión: etapa del ciclo económico que le sigue a la recesión y es previa a la recuperación.



Desarrollo: mejora en la calidad de vida de una comunidad, más allá del crecimiento económico.



Desempleo: porcentaje de personas pertenecientes a la población económicamente activas que buscan empleo y no lo consiguen.



Deuda externa: la deuda que los residentes de nuestro país (incluido el Estado) tienen con residentes de otros países.



Deuda pública: Deuda del estado, tanto para con terceros residentes en el país, como para residentes del exterior (incluidos otros estados u organismos).



Devaluación: caída en el valor de la moneda domestica en términos de la moneda extranjera que modifica el precio relativo entre transables y no transables.



Dinero bancario: medio de pago creado por el banco comercial a partir de los depósitos. Cheques y tarjetas de débito.



Dinero fiduciario: medio de pago que carece de valor per se, más allá de su característica representacional.



Dividendos: resultados de la firma que se distribuyen a los accionistas.



Divisas: moneda extranjera.



Dumping: estrategia comercial basada en vender a precios menores que los costos para eliminar competidores. En comercio internacional, cuando se exporta a precios más bajos que lo que se cobra en el mercado domestico.



Duopolio: estructura de mercado en la que hay solo dos vendedores.



Economías de escala: es la capacidad de una firma de producir a menores costos a medida que aumenta de tamaño (de escala).



Efectividad: grado en que se cumple con un objetivo.



Efecto ingreso: cambio en las cantidades (ofertadas o demandadas) producto del cambio en la capacidad adquisitiva que se produce ante una modificación del precio de un bien.



Efecto sustitución: cambio en las cantidades (ofertadas o demandadas) ante un cambio en el precio de un bien o factor, manteniendo constante la capacidad adquisitiva.



Eficiencia asignativa: situación en la que no es posible mejorar el bienestar de uno sin perjudicar a otro (óptimo de Paretto).



Eficiencia marginal del capital: tasa de retorno probable (esperable) de un proyecto.



Eficiencia productiva: situación en la que no es posible disminuir el costo por unidad de un producto.



Elasticidad: cambio porcentual en una variable de interés, ante un cambio porcentual en otra variable.



Elusión: cambio de actividad o consumo para no tener que pagar un impuesto (es legal).



Encaje bancario: porcentaje de los depósitos que se guardan como reserva y no se prestan.



Equilibrio de mercado: es el precio y cantidad en el cual oferentes y demandantes se han puesto de acuerdo, de manera que ninguno tiene incentivos para modificar su comportamiento.



Equilibrio de Nash: condiciones de una negociación a partir de las cuales ninguno de los participantes puede mejorar su posición (teniendo en cuenta la potencial reacción de la otra parte).



Equilibrio del consumidor: combinación de bienes que maximiza la utilidad de un consumidor (dada su restricción presupuestaria). Se alcanza cuando la relación entre las utilidades marginales que proporcionan distintos bienes iguala a la relación entre sus precios relativos.



Equilibrio del productor: combinación de factores que maximiza los beneficios de una firma (dado un nivel de costo total). Se alcanza cuando la relación entre las productividades marginales de los factores iguala a la relación entre sus precios relativos.



Equilibrio inestable: equilibrio que no se alcanza automáticamente si es que se parte desde una situación de desequilibrio (si se produce un shock que nos aleja del equilibrio).



Estanflación: situación en la que se combinan un escenario inflacionario con una recesión.



Esterilización: compensación de los efectos de una política (generalmente monetaria).



Estructura tributaria: conjunto de características que definen la forma en que se recaudan impuestos en una comunidad.



Evasión: omitir pagar un tributo que corresponde (es ilegal).



Excedente del consumidor: beneficio que en términos de utilidad obtiene un consumidor por valorar más que el precio que debe pagar, todas las unidades infra marginales (todas menos la última)



Excedente del productor: beneficio que en términos de ingresos obtiene un productor, toda vez que obtiene un precio mayor que el costo de producción (marginal) por todas las unidades que vende, menos la última.



Externalidades: efectos secundarios del proceso productivo (y del consumo) que trascienden a la firma que produce (o a la persona que consume). Pueden ser positivas o negativas.



Factores de producción: básicamente; tierra, trabajo, capital, y capacidad empresaria, con los recursos naturales comprendidos dentro del factor “tierra”.



Flotación sucia: tipo de cambio flexible, pero administrado por la autoridad monetaria.



Flujo de fondos: corriente de ingresos y egresos que un proyecto (o firma) promete a lo largo del tiempo.



Fondo anti-cíclico: ahorros generados en la parte expansiva del ciclo para ser gastados en la parte recesiva.



Frontera de posibilidades de producción: distintas combinaciones de bienes que es posible producir, en tanto y en cuanto se usen todos los factores y de la manera más eficiente posible.



Función de producción: relación entre las distintas cantidades de factores de producción y los niveles de producto que se obtienen, de combinar los factores con una determinada tecnología.



Gasto fiscal: se llama así a los ingresos que el fisco deja de percibir por las distintas exenciones impositivas y tratamientos especiales.



Gastos corrientes: todos los gastos de carácter repetitivo asociados a la actividad principal de un ente.



Impuestos directos: tributos que graban de manera directa la capacidad contributiva de las personas, por ejemplo, ganancias o bienes personales.



Impuestos distorsivos: tributos que cambian los precios relativos de los bienes y/o factores.



Impuestos indirectos: gravan manifestaciones secundarias de la capacidad contributiva como el gasto.



Impuestos neutros: los que no modifican los precios relativos.



Impuestos pigouvianos: impuestos que buscan internalizar las consecuencias generadas a terceros por una proceso productivo (o de consumo) que genera externalidades, en las funciones de decisión de quienes los generan.



Impuestos progresivos: aquellos gracias a los cuales las personas de mayores ingresos pagan un impuesto que representa un porcentaje mayor de los mismos, que en el caso de los de menores ingresos.



Impuestos regresivos: aquellos gracias a los cuales las personas de mayores ingresos pagan un impuesto que representa un porcentaje menor de los mismos, que en el caso de los de menores ingresos.



Indexación: reajuste de las condiciones de un contrato, de acuerdo a la evolución de un índice (típicamente de inflación)



Índice de desarrollo humano: promedio simple del índice de acceso a bienes, a la educación y a la salud.



Índice de pobreza: porcentaje de personas debajo de la línea de la pobreza.



índice del costo de vida: promedio de los precios de una canasta de bienes ponderados según su importancia en el consumo de una familia tipo.



Inflación: aumento sostenido en el promedio de los precios de una economía.



Ingreso marginal: ingreso obtenido a partir de la última unidad vendida.



Ingresos corrientes: los ingresos de carácter repetitivo asociados a la actividad principal de un ente.



Interés compuesto: remuneración que se obtiene a partir de una inversión, teniendo en cuenta la reinversión de todos los intereses obtenidos.



Interés real: rentabilidad en términos de capacidad adquisitiva. Aproximadamente igual al interés nominal menos la inflación.



Interés: remuneración que se paga por el uso de capital. Precio del dinero.



Inversión neta: cambio en el stock de capital, luego de descontar el desgaste del mismo.



Inversiones: Creación o adquisición de bienes para producir otros bienes o servicios.



IPC: índice de precios al consumidor. Valor de una canasta de bienes y servicios convenientemente estandarizada (por lo general con base 100).



Largo plazo: momento en el cual es posible cambiar todos los factores de producción.



Ley de Gresham: afirmación según la cual el dinero malo desplaza al dinero bueno en las transacciones (porque el último se atesora).



Ley de los rendimientos marginales decrecientes: principio según el cual incrementos adicionales en la utilización de uno de los factores de la función de producción (manteniendo el resto constantes), produce crecimientos cada vez menores del nivel de producción.



Ley de Say: “toda oferta genera su propia demanda”



Limite a la redistribución: punto más allá del cual cualquier incremento en la igualdad, vía redistribución del ingreso, empeora el bienestar de los que la medida pretende mejorar.



Línea de pobreza: valor de una canasta básica de bienes para una familia tipo.



Liquidez: grado en que un activo puede convertirse en dinero en efectivo.



M1: agregado monetario compuesto por billetes y monedas en poder del público, más depósitos a la vista.



Mercado común: Acuerdo de integración a partir del cual se liberaliza la circulación de bienes y factores entre los países signatarios. Los países además tienen un arancel común respecto del resto del mundo.



Mercado de capitales: ver Bolsa



Mercado de factores: espacio en el que se negocian los factores.



Mercados imperfectos: estructuras en las que no se cumplen los supuestos de competencia perfecta.



Mercados negros: espacios paralelos de negociación, sin control del estado.



Mínimo no imponible: monto a partir del cual se computa la base imponible de un tributo.



Modelo de Herscher Ohlin: el que postula que los países exportarán aquellos bienes cuya elaboración utilice el factor relativamente más abundante en el país en cuestión (y viceversa respecto a las importaciones).



Modelo económico: simplificación teórica de la realidad que busca mejorar su comprensión por medio de la manipulación de las variables aisladas.



Monopolio: mercado donde existe un solo vendedor.



Monopsonio: mercado donde existe un solo comprador.



Multiplicador de la base monetaria: relación entre la oferta monetaria y la base monetaria, por la que la última se expande hasta convertirse en la primera, gracias a la creación de dinero bancario. Es mayor cuanto menor sea la tasa de encaje bancario. Es un coeficiente numérico.



Multiplicador keynesiano: factor que amplifica los efectos sobre la economía, de los cambios en el nivel de gasto e inversión, a partir de sus efectos secundarios y sucesivos. Es mayor cuanto más grande sea la propensión marginal a consumir (y menor la propensión marginal a gravar con impuestos o a importar).



Nivel general de precios: promedio de los precios de la economía



Nivel de utilización de la capacidad instalada: porcentaje de uso del stock de capital



Obligaciones negociables: bonos emitidos por las empresas para obtener financiamiento. Pagan un interés que puede ser fijo o variable.



Oligopolio: Estructura de mercado en la que coexisten unos pocos vendedores, todos con cierto poder de mercado.



Operaciones de mercado abierto: compra y venta de títulos por parte de la autoridad monetaria, para expandir o contraer la base monetaria.



Paradoja de la votación: Resultado no deseable de algunos procesos de votación donde, en virtud de que algunas personas poseen preferencias multimodales (no monótonas), el ganador de una elección depende del orden en que las alternativas se enfrenten.



Paridad de exportación: valor que puede obtenerse colocando un bien en los mercados internacionales luego de descontados todos los gastos necesarios.



Paridad de importación: valor al que es posible conseguir un bien si en vez de producirlo domésticamente se lo importa, incluyendo los gastos necesarios para hacerlo.



Paridad del poder adquisitivo: unidad de medida que permite hacer comparaciones entre distintos países porque ajusta los valores en dólares, en función de lo que es posible comprar con un dólar en cada país.



Pasivo: sumatoria de las obligaciones a terceros, de una firma.



Patrimonio neto: el activo menos el pasivo de una sociedad. Está constituido mayoritariamente por su capital, pero también incluye las utilidades no distribuidas y las reservas.



PBI: sumatoria de los bienes y servicios finales que se producen dentro de las fronteras de un país sin descontar las depreciaciones del stock de capital.



Plusvalía: remanente del proceso productivo, una vez que se han pagado los salarios y el costo de reposición de la maquinaria desgastada.



PNN: sumatoria de los bienes y servicios finales que se producen con los factores de una determinada nacionalidad, sin importar su ubicación geográfica y luego de descontar las depreciaciones del stock de capital.



Población económicamente activa: población entre 15 y 64 años que está en el mercado de trabajo, o bien trabajando o bien buscando.



Poder de mercado: capacidad de influir en los precios o cantidades resultantes de un mercado.



Política fiscal: se denomina así a la política de gastos y recursos de un gobierno. Puede ser expansiva o contractiva.



Política monetaria: se denomina así a la política de regulación de los medios de pago de una economía. Puede ser expansiva o contractiva.



Políticas de ingresos: el establecimiento o control de precios y/o tarifas por parte de un gobierno. Generalmente con objetivos antiinflacionarios o de redistribución de los ingresos.



Precio máximo: precio tope establecido en un marcado, más allá del cual se prohíbe negociar bienes. Obviamente es inferior al precio de equilibrio resultante del libre juego de la oferta y la demanda.



Precio mínimo: precio sostén establecido en un marcado, por debajo del cual se prohíbe negociar bienes. Obviamente es superior al precio de equilibrio resultante del libre juego de la oferta y la demanda.



Precio relativo: es el precio de un bien en términos de otro bien.



Precio sombra: es el precio correspondiente a la valoración social de un bien, que normalmente no pasa por el mercado, o que tiene un precio de mercado distorsionado por una intervención de manera que no refleja su valoración social (la que surgiría de los votos monetarios).



Principio de la Nación más favorecida: el de brindar a todos los países las mismas ventajas comerciales que se le otorgan a uno en particular.



Producto marginal: es el incremento en el producto de una firma que se obtiene al aumentar en una unidad la cantidad de alguno de los factores de producción, manteniendo el resto constante.



Producto medio: es el producto por unidad de factor.



Propensión marginal a consumir: el porcentaje de los incrementos (decrementos) en los ingresos que se destina (se resta) al consumo



Quintiles: grupos del 20% de una población.



Recesión: caída cíclica en el nivel de actividad económica.



Recuperación: aumento cíclico en el nivel de actividad.



Regla de Ramsey: establece que las alícuotas impositivas (o los precios en empresas públicas) deben establecerse en relación inversa a la relación entre las elasticidades precio de los bienes, de manera que bienes más inelásticos deben recibir mayores alícuotas impositivas que los menos elásticos.



Regla de Samuelson: establece que debe proveerse un bien público en tanto y en cuanto el costo marginal de los recursos para hacerlo, no supere la sumatoria de los beneficios marginales derivados a partir de su provisión por cada uno de los individuos de una comunidad.



Rendimientos a escala: es la relación que existe entre el cambio de la escala de producción (sin modificar las relaciones entre los factores) y el cambio en el nivel de producto logrado. Estos pueden ser crecientes, constantes o decrecientes.



Renta (ricardiana) de la Tierra: es el diferencial de productividad de las tierras más fértiles respecto de las últimas tierras incorporadas a la producción



Renta Monopólica: son los beneficios extraordinarios que se obtienen en un mercado a raíz de la capacidad del vendedor de fijar un precio (mayor al costo marginal).



Renta Petrolera: es el diferencial de productividad de los pozos petroleros más fértiles respecto de los últimos pozos incorporadas a la producción.



Requisitos mínimos de liquidez: es lo mismo que el concepto de encaje bancario.



Reservas bancarias: la sumatoria del dinero proveniente de los depósitos bancarios, que las entidades no pueden prestar y deben guardar para hacer frente a las exigencias del público.



Reservas de libre disponibilidad: es la porción de las reservas de divisas del Banco Central, que exceden a las necesarias para sostener (respaldar) la actual paridad entre la moneda doméstica y la extranjera.



Reservas del Banco Central: la sumatoria de divisas extranjeras en poder del Banco Central de un país. Generalmente tienen a los pasivos monetarios del Banco Central (billetes en poder del público) como contraparte.



Restricción presupuestaria: corresponde al límite en la capacidad de gasto de un agente económico para un período determinado.



Restructuración de deuda: cambio en las condiciones en que fue acordada una deuda; ya sea respecto a los plazos de los vencimientos, como también a los pagos de intereses o capital.



Revaluación de la moneda: aumento en el valor de la moneda doméstica en términos de la moneda extranjera.



Riesgo país: diferencia entre el interés que rinde una colocación segura (típicamente un bono de un país altamente desarrollado) y el que debe pagar una colocación voluntaria de un país con algunas probabilidades de incumplimiento o devaluación de su moneda. Naturalmente esta diferencia es mayor cuanto más grandes sean esas probabilidades.



Riqueza: es la sumatoria de los activos (recursos y derechos) de que dispone una sociedad, menos la sumatoria de los pasivos (obligaciones).



Salario de subsistencia: salario estrictamente necesario para garantizar la reproducción social de la mano de obra.



Salario real: es el salario nominal descontada la inflación y mide la capacidad adquisitiva del salario en término de bienes y servicios.



Salario: es la remuneración del factor trabajo



Seguro: contrato entre partes por el que una de ellas se compromete a cubrir los costos de las eventualidades de la otra parte, comprometiéndose ésta a pagar una prima (un precio) por tal servicio.



Shock exógeno: impacto en las condiciones de una economía, a raíz de la modificación de una variable ajena a ella.



Sistema económico: conjunto de estructuras y reglas que dan forma a la organización económica de una sociedad, resolviendo “el qué”, “el cómo” y “el para quién”.



Sistema jubilatorio de capitalización: en el que cada trabajador acumula ahorros durante su vida laboral y utiliza los mismos (más la rentabilidad que estos hayan generado) una vez retirado, en la forma de una jubilación.



Sistema jubilatorio de reparto: en el que todos los trabajadores activos aportan a un fondo común que financia la jubilación de los pasivos, contemporáneamente.



Solvencia: posición patrimonial positiva, que implica que se cuenta con recursos (derechos) para hacer frente a todas las obligaciones, más allá de que algunos de ellos puedan no ser tan líquidos como para cumplir con las obligaciones en tiempo y forma.



Stock de capital: sumatoria de los bienes con capacidad de producir otros bienes o servicios.



Subsidio: es la inversa de un impuesto. Monto que el fisco transfiere a un tercero (sin necesaria contrapartida).



Superávit comercial: monto en el que las exportaciones exceden a las importaciones



Superávit fiscal: monto en el que los ingresos fiscales exceden a los egresos



Tasa de actividad: porcentaje de la población entre 15 y 64 años que trabaja o busca trabajo.



Tasa de ahorro: porcentaje de los ingresos que no se consumen (en una Nación, ni privada ni públicamente)



Tasa de descuento: interés que se utiliza para actualizar un valor monetario futuro, a los efectos de hacerlo comparable con uno presente.



Tasa de desempleo: porcentaje de la población económicamente activa que busca trabajo y no lo encuentra.



Tasa de empleo: porcentaje de la población total que se encuentra empleada.



Tasa de inversión: es el total de las inversiones expresadas como porcentaje del producto.



Tasa de retorno: es la rentabilidad que ofrece un proyecto de inversión.



Tasa marginal de sustitución técnica: es la relación entre las productividades marginales de los distintos factores.



Tasa marginal de sustitución: es la relación entre las utilidades marginales del consumo de los distintos bienes.



Tasas impositivas: alícuotas que se establecen sobre una base imponible.



Teorema de la imposibilidad de Arrow: establece que si existen tres alternativas (o más) que deban ser ordenadas por los miembros de una sociedad a los efectos de tomar una decisión entre ellas, pues no existe modo de construir una función de bienestar social (un ordenamiento social de las preferencias), que satisfaga simultáneamente cuatro principios; a saber: que sea posible ordenar las preferencias individuales respecto de las tres alternativas y que para cada conjunto de ordenaciones individuales exista un orden social resultante; que si los miembros de la sociedad reordenan sus preferencias, la función de bienestar social también se reordene, o al menos no lo haga en el sentido contrario al cambio de preferencias

individuales; que cambios en las alternativas irrelevantes no influyan en el ordenamiento social de otras alternativas; y que la función no sea ni impuesta ni dictatorial. Esto último quiere decir que no debe restringirse la forma en que las personas ordenan las alternativas, ni debe priorizarse la función de bienestar preferida por una sola persona. •

Teorema del votante mediano: establece que (si las preferencias de los individuos se cortan unas con otras una sola vez) el resultado de una elección donde las alternativas se votan de a pares (como en el caso de un proyecto de Ley, versus el statu quo) arrojará siempre como ganador a la propuesta más parecida a las preferencias del votante ubicado justo en el medio de la fila (distribución) que se forma ordenando a todos los votantes en función de sus preferencias.



Teoría cuantitativa del dinero: relaciona la cantidad de medios de pagos multiplicada por la velocidad de circulación, con las cantidades producidas de bienes y servicios, multiplicadas por los precios de la economía. Establece que lo primero debe ser igual a lo segundo.



Teoría de las ventajas comparativas: postula que los países se beneficiarán del comercio internacional especializándose en la producción (y exportación) de aquellos bienes que producen de manera relativamente más eficiente que los otros países (o de forma relativamente menos ineficiente).



Teoría de los juegos: estudia el comportamiento estratégico de los agentes económicos, entendido como aquellas acciones que se llevan adelante teniendo en cuenta para ello las reacciones que las mismas provocan en los otros agentes con los que nos relacionamos.



Términos de intercambio: la relación existente entre el precio de las exportaciones y el de las importaciones.



Tipo de cambio fijo: es la fijación (y sostenimiento) de la paridad cambiara por parte de la Autoridad monetaria.



Tipo de cambio real: es el tipo de cambio nominal menos la inflación. la capacidad adquisitiva (en bienes extranjeros) de la moneda extranjera, versus la doméstica (en bienes domésticos).



Tipo de cambio: el valor de la moneda extranjera en términos de la doméstica.



Unión aduanera: Acuerdo comercial entre países por el que se libera el comercio de bienes entre los signatarios y se establece, además un arancel en común para el comercio con el resto del mundo.



Unión Económica: Etapa del proceso de integración en la que no solo existe libre circulación de bienes y factores, sino que además hay instituciones supranacionales y unificación de las políticas fiscal, monetaria y comercial.



Utilidad marginal: es el cambio en la utilidad atribuible a la última unidad consumida.



Valor actual de un flujo de fondos: valor de un flujo de fondos, expresado en términos de dinero actual; es decir: descontando el interés correspondiente al tiempo que falta hasta que cada parte del flujo se haga efectiva.



Valor agregado: sumatoria de salarios, intereses, beneficios y rentas.



Valor del producto marginal: es el producto marginal multiplicado por el precio que por él puede obtenerse en los mercados de bienes.



Velocidad de circulación del dinero: establece el tiempo que el dinero tarda en recorrer el circuito económico hasta llegar nuevamente al punto de partida.



Volatilidad: es la fluctuación en el valor de un bien o activo, en torno a una tendencia media.



Zona de libre comercio: Acuerdo comercial por el que se liberaliza el comercio entre los países signatarios.

Índice Capítulo I Escasez y elección Capítulo II Sistemas económicos. Qué producir. Cómo hacerlo. Para quién Capítulo III Las economías de mercado Capítulo IV ¿Cómo se determinan los precios de los bienes y los factores? Capítulo V Mercados, imperfecciones y derecho Capítulo VI Comercio internacional. El precio de los bienes mundiales Capítulo VII Los mercados de dinero Capítulo VIII El crecimiento económico y las recesiones

Capítulo IX La distribución de los ingresos de la economía

Capítulo X La economía del Sector Público; bienes públicos, bienes preferentes, imperfecciones del mercado e impuestos

Preguntas de Repaso Glosario de términos económicos