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E.P. Thompson | LA GUERRA DE LAS GALAXIAS Prólogo de Rafael Grasa C RÍTICA ¡ E. P. TH O M P S O N y BEN TH O M P

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E.P. Thompson

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LA GUERRA DE LAS

GALAXIAS

Prólogo de Rafael Grasa

C RÍTICA

¡

E. P. TH O M P S O N y BEN TH O M PSO N

LA M 3U ER R A DE LA S G A LA XIA S 3

o .

< ^13: Edición castellana y prólogo da RAFAEL GRASA

| EDITORIAL CRÍTICA

Grupo editorial Grijalfcxj

BARCELONA

Titulo original: STAR WARS

Penguin Boolu

Lid.,Harmondrvrorth

Traducción c«td lam de SANTIAGO JORDAN

Oibíeru: Enríe Situé © 1985: E. P, Thompaon y Fkn Thompaon © 1986 de le traducción caitclUna para Eipafta y América: Editorial Crítica, S.A., Aragó, 385, 08015 Barcelona ISBN: 84-7423-3014 Depóaíto legal: B. 42.788-1986 Impreao en Eapafia 1986,—NOVAGRAFIK, Pulgcerdi, 127, 08019 Barcelona

PEDIR LA LUNA Prólogo

a la edición castellana por R a f a e l G rasa

E, P» Thompson comienza este libro advirtiéndonos de que, un 23 de marzo de 1983, la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) se difundió por el mundo sigilosamente, sorprendiendo casi tanto a propios como a extraños. Sin embargo, a partir de ese momento la IDE se ha convertido también en una floreciente in­ dustria editorial. Se han escrito y publicado centenares de libros y artículos, guías e introducciones.1 Se han realizado numerosas in­ vestigaciones, en algunos casos meras especulaciones surgidas del «publica o muere» que domina cierto mundo académico. Ni si­ quiera los aspectos lingüísticos han sido omitidos del examen: la curiosa combinación de imágenes tecnológicas y sexuales en el céle­ bre pasaje del discurso de Reagan en que se hablaba de «convertir las armas nucleares en impotentes y obsoletas»; las hipotéticas con­ notaciones de la jerga que manejan los expertos, desde el «Natio­ nal Test Bed» a las «rocas inteligentes», pasando por el «Equipo rojo» y el «espejo de goma»;2 o, por citar un ejemplo menos cómi1. De entre la enorme cantidad de bibliografía, tal vez puedan desta­ carse: a) introducciones generales: C. Lee, ed., War in Space, Hamish Hamil ton, 1986, de fácil lectura; F. Barnaby, What on Earth in Star Warst Fourth Estate, 1986; Carlos de Sa Regó y F. Tonello, La guerre des étoiles> Ed. La Découverte, 1986; b) estudios técnicos: Office of Technology Assessment, Strategic Defenses: Ballistic Missile Defense Technologies. Anti-satellite Weapons, Countermeasures and Arms Control, U.S. Government Printing Office y Princeton University Press, 1986; John T. Bosma y R. C. Whelan, Cuide to the Strategic Defense Initiative, Pasha Publications, 1986. En castellano puede consultarse R. L. Bardají, La « Guerra de las Galaxias», Madrid, INAPPS, 1986; C. Alonso Zaldívar, «La Iniciativa de Defensa Estratégica. Un análisis militar y político para tomar una decisión», en Tiempo de Paz, n.°* 5-6 , pp. 112-145. 2. El «National Test Bed», pese a su nombre, designa el entramado de vídeo y computadores sofisticados diseñado para simular guiones o escena*

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co, el despiece sistemático de las versiones inglesa y rusa del Tratado ABM para som eter sus diversos elementos a profundos análisis que perm itan elegir el uso de la palabra adecuada que no impida, según la Adm inistración Reagan, proseguir la investigación de de­ fensas contra misiles balísticos y m antener que no se viola el Tra­ tado (así, p o r ejem plo, diversos documentos oficiales hablan de «investigación» y no de «investigación y desarrollo» para eludir Ja palabra «desarrollo», explícitam ente citada en un contexto de prohibición en el m encionado tratado). H an surgido incluso revistas especializadas. Pasha Publicadons, editora de W ashington D .C ., ha lanzado tres publicaciones periódicas — M üitary Space, Space Business News y SDI Monitor— orientadas h a d a los aspectos com erdalcs y tecnológicos de la IDE: La buena notida es que la Casa Blanca aún sigue compro­ metida con la ID E. Aunque muchos programas de defensa ba­ sados en la alta tecnología sufrieron restricciones en la propues­ ta de presupuesto para el año fiscal 1987, la IDE salió ilesa. La actuadón de las empresas de la tecnología de defensa se en­ cuentra, naturalmente, en la ID E (SDI Monitor, folleto propa­ gandístico).

MÁS ALLÁ DE LA GUERRA FRÍA A sí las cosas, parece iíd to preguntarse qué razones impulsa­ ro n a E . P . T ho m p so n a escribir este libro, en colaboración con su hijo Ben y, en la e d id ó n original inglesa, también con John Pike y R ip B ulkeley. ¿ P o r q u é u n historiador, con un trabajo anua­

rios de batallas espádales; las «rocas inteligentes» aluden a los pequeños proyectiles de energía cinética pensados para destruir misiles o cargas nudeares; la expresión «Equipo rojo» designa al grupo de científicos y exper­ tos que, dentro del programa IDE, se encarga de trabajar en las posibles contramedidas que desarrollarían los soviéticos; el «espejo de goma* es un espejo computerizado formado por vidrios muy delgados instalados en p* nclcs móviles para compensar los efectos distorsionadores de la atmósfera terrestre sobre el haz láser.

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ciado, esperado y largamente pospuesto, se dedica a escribir un libro, otro mis, donde mostrar que la «Guerra de las Galaxias» es innecesaria, carísima, técnicamente irrealizable y una vulnera' ción del Tratado de 1972, pieza clave del control de armamentos en la última década? Las razones no son, obviamente, económicas o de prestigio intelectual. Tienen que ver, empero, con la biografía de Thomp­ son, con su temprano compromiso con la Campaña para el Desar­ me Nuclear (CND) y con su aprendizaje de la íntima relación en­ tre el historiador y el polemista y propagandista, con el rechazo de la esquizofrenia entre investigador y ciudadano fundamentado en motivos éticos. Thompson aprendió eso de sus confesados ins­ piradores en el campo teórico: Vico, Marx, Blake y Morris. Su marcada vocación polémica, puesta de manifiesto en su disputa con Kolakowski, se despertó nuevamente a finales de 1979:

Fui reclutado para el nuevo movimiento en el otoño de 1979, y no por los rusos sino por algún «experto» en defensa de la BBC. Estaba redactando una serie de apesadumbrados artículos para NewSociety sobre el «Estado de la nación» cuando necté la televisión y fui informado, de la forma más suave po­ sible, de que la OTAN nos había preparado este nuevo y ma­ ravilloso «paquete» y de que «estábamos» ansiosos por contar con nuestra porción de esas armas espantosamente peligrosas, e incluso con algunas más de las que nos tocaban si los holande­ ses mostraban tener «objeciones» morales con las suyas. La no­ ticia supuso el final de mis artículos y el inicio de una nueva militancia (Minnion y Bolsover, The CND Story, Allison and Busby, 1983, pp. 80-81). A partir de este momento los acontecimientos se sucederán con rapidez. La CND cobra nueva fuerza; Ken Coates propone crear un movimiento europeo en pro de la eliminación de las armas nucleares del continente. Thompson redacta el borrador inicial del llamamiento3 que dará lugar al END (European Nuclear Disarmament / Campaña por el desarme nuclear europeo) en 1980. 3. Publicado en castellano en el número 4 de la revista mientras tanto. ttA N C ü

Di

LA

REPUBLICA

aiHIOTECA LUIS-ANGEL ARANOÍ» OIPTO. Dt ADQUISICION

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Eae tnísmo año, com o réplica al folleto gubernamental Protect and Sur vive y a partir d e una carta aparecida en el Times del historiador de temas bélicos M íchael H ow ard, Thompson había es­ crito Protesta y sobrevive, un célebre panfleto en que se enfrenta* ba por vez primera con la estrategia nuclear y el concepto de «di­ su a sió n * / «cuyo fin es el final». E se m ism o año, Thompson y Dan Smíth compilan Protesta y sobrevive, que recoge trabajos de Alva M yrdal, D avid H o llo w a y , Em m a R otschild, Mary Kaldor, Bruce K ent, K en C oates, H en ry N ash , R on Smith y los propio* com piladores, que se convertirá en el lib ro de cabecera del inci­ p iente m ovim iento por la paz qu e se estaba gestando en toda Europa .4 5*

Thompson seguirá intentando desentrañar las raíces de la gue­ rra fría y la era nuclear, su estructura profunda; a ello dedicará artículos como «Notas sobre el exterminísmo, la última etapa de la civilización* y «Disuasión y adicción»/ recogidos, junto a otro* trabajos de 1980 a 1982, en Opción cero, Durante esos dos años Thompson se «convierte en prisionero de un movimiento que acogemos con entusiasmo pero que no esperábamos ni en nues­ tros momentos más optim istas»/ Surge nuevamente la polémica: en 1982 Neto L eft Review-Verso, que publicó originariamente «Notas sobre el exterminísmo», edita Exterminism and Coid War, donde gentes como Mike Davis, Raymond Williams, Lucio Magri, Roy y Zbores Medvedev, Fred Hallyday o Mary Kaldor se ocupan de los temas y análisis sugeridos en el artículo de Thompson, quien, a su vez, cierra el libro con «Europa, el eslabón más débil

4. El panfleto original fue publicado por CND; el libro por Penguin. Existe versión castellana publicada por Blume, que no recoge todos los ar­ tículos de la edición de Penguin, aunque añade otros (Jost Herbig, Manuel Sacristán, Mariano Aguirre, Toni Doménech, etc,)* 5. El artículo fue publicado en los números 5 y 6 de mientras tanto; una versión resumida se publicó en El Viejo Topo, n.° 50 (noviembre de 1980)* 6 * «Notas sobre el extermínismo» fue publicado en el número 11 de la revista mientras tanto, Opción cero fue publicado en castellano por Edi­ torial Crítica, Barcelona, 1983. 7* Opción cero, p, 15,

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c? fe guerra fría» donde pasa revista a los com entarios y críticas s^brc fe noción de «cxterm m ism o» .8 A fetales de 1984, T hom pson prepara la edición de un a nueva colección de artículos, T h e H eavy D ancers? algunos de ellos res­ puestas a diversas críticas y acusaciones llegadas del E ste y del Oeste, y en particular de círculos cercanos ai poder de uno y o tro fe¿k\ Cuando el libro estaba en prensa decidió escribir una in tro ­ ducción que explicara los detalles y la «narrativa oculta» sobre fe actividad que generó los artículos. E l resultado final fueron dos Khros, ambos publicados en 1985, T h e H eavy Dancers y DoubJe Expesvre™ En Double E xposure Thom pson polemizaba con los ideólogos de la existencia de «sólo dos bloques» y con su insis* tenria en no aceptar terceras partes. El libro se ocupaba de dos temas que presagiaban ya su presente trabajo: el resurgim iento a ambos lados del A tlántico de una industria en expansión dedi­ cada a rehabilitar la noción de disuasión nuclear y la idea de que fe guerra fría se asienta sobre un doble apoyo, una economía de guerra permanente y una perm anente hipótesis del enemigo, Con sus propias palabras: El espíritu animador del estatalismo moderno, en ambos la* dos de la guerra fría, radica en esa hipótesis: en algunos de los análisis basados en la consideración de la hipótesis más peligro* sa o en la asunción de la peor de las posibilidades en juego, el Otro podría ser un enemigo, o bien lo sería de no ser por la «disuasión» nuclear. Es normal que los Estados adquieran en época de guerra poderes de emergencia. Lo que distingue la era de la guerra fría es que la hipótesis de la «emergencia» está8910 8. Exieracinism and Coid War, Verso, 1982, Tina versión resumida de la respuesta de Thompson a sus críticos ha sido recogida en «d:\tetmiimm Revisited*, dentro de Tbe Heavy Dancers, que publicará próximamente Crítica con el tirulo de Nuestras libertades y nuestras vidas. 9. E. P. Thompson, Tbe Heavy Dancers, Mcrlin Press, 1985. 10. E. P. Thompson, Double Exposure, Merlin Press, 1985. El libio foe editado normalmente pese a la broma de Thompson en la introducción a Tbe Heavy Dancers, donde anunciaba que sólo circularía en samiidat y para miembros liberados del movimiento por la par que se comprometieran a no pasar copias bajo ningún concepto a los dirigentes del Consejo Mundial de la Paz o a los editores de Encounter.

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LA GUERRA DE LAS GALAXIAS incrustada en la rutina cotid ian a d e l E stad o en tiempo de paz. T al cosa proporciona a la autoridad d e l E stado moderno lo que la h ip ó tesis d e Satanás le proporcionaba a la iglesia medieval. E s la n ecesid ad d e «d efen d erse» contra la hipótesis más peli­ grosa lo q u e legitim a la prim ordialidad de la «seguridad nacio­ n a l» , e n nom bre d e la cual se persigue al «G rupo para la crea­ ción d e m edidas d e confianza» d e M oscú y se despoja de sus derechos sin d icales a lo s trabajadores d e G C H Q Cheltenham.11

La «G uerra de las Galaxias» no sería más que una nueva m uestra de la demencia a la que conduce la teoría de la disuasión, que — como había m ostrado T hom pson en Opción cero— es en prim er lugar una apología e x p o st facto, una legitimación teórica de acciones em prendidas p o r razones m uy diferentes y, en se­ gundo lugar, u n acelerador de la carrera de armamentos a causa de su carácter adictivo, articulado en to m o a la consideración de la hipótesis más peligrosa y a la de la hipótesis del enemigo perma­ nente. H abida cuenta de que estos componentes ideológicos son, en opinión de Thom pson, tan amenazadores para la paz como cualquier arm a diseñada p o r los «alquim istas» de los laborato­ rios de investigación, era previsible que la ID E constituyera su próxim o tema de trabajo, en especial por la escasa respuesta que había recibido del m ovim iento p o r la paz. La ún ica form a d e con testar la h ip ótesis más peligrosa con­ siste e n conceb ir la h ip ó te sis m ás favorable, y en aunar todas nuestras fuerzas para hacer q u e esa h ip ó tesis más favorable sea una realidad. N o p od em os «probarla»; corresponde al movimien­ to por la paz la tarea d e colocarla e n e l orden del día como po­ sib ilid ad h istó rica .12

L a G uerra de las Galaxias, a la que se refiere en las páginas finales de D ouble Exposure como una sátira tan salvaje sobre el esfuerzo hum ano que ni Jonathan Sw ift podría haberla imagi­ nado, supone la descomposición últim a de la teoría de la disua11. Double 12. Op. cit., p. 149.

,E xpo p. 147.

PE D IR

LA LUNA

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ff I n r ilí ii f (oq ( | r tf y los transbordadores espaciales cada vez se utilizan con xnds regularidad para misiones militares. Los militares soviéticos son, desde luego, tan culpables como los norteamericanos de llevar estos desarrollos adelante. En cierto sentido dieron pie a lo que va a ser la Guerra de las Galaxias con el lanzamiento del primer satélite espacial, el Sputnik, en octubre de 1957, incluso aunque el Sputnik fuera la contribución inocente y muy pregonada de los soviéticos al Año Geofísico Internacional. Ya antes de la adquisición soviética de la bomba, habían invertido intensivamente en cohetes de largo alcance por razones geoestratégicas; en lenguaje llano, los militares norteamericanos podían ame­ nazar con descargar armas nucleares en territorio soviético con bombarderos o m isiles de alcance intermedio desde bases adelanta­ das relativamente próximas a la Unión Soviética (como el misil Thor, que estaba emplazado en el este de Inglaterra, aunque la po­ blación británica lo desconocía); mientras que los militares soviéti­ cos no podían alcanzar el territorio de los Estados Unidos a menos que pudieran lanzar sus armas a través del Atlántico. De ahí que los militares soviéticos volcaran sus recursos en la embrujada in­ geniería de los megacohetes, capaces de almacenar en el espacio todo tipo de repulsiva chatarra. Estos triunfos estaban destinados a fomentar incomprensiones. Una amplia parte del publico norteamericano estaba persuadida de que el Sputnik era una bomba orbital: o bien de que, si no era una bomba, era el precursor de una plataforma orbital desde la que los comunistas dejarían caer bombas sobre sus cabezas. James Killian, un asesor científico norteamericano de la época, escribe: A medida que emitía breves señales por el espacio, el Sput­ nik I iba creando una crisis de confianza que asoló la nación como un fuego forestal propagado por el viento. De la noche a la mañana se generalizó el temor de que el país estaba a merced del aparato militar ruso y de que nuestro propio gobierno y sus armas militares habían perdido súbitamente la capacidad de de­ fender el continente, y mucho más de mantener el prestigio norteamericano y el liderazgo en la escena internacional.12 12. J. Kíllian, Sputnik, Scientists and Eisenbower, Cambridge, Mass., 1977, p. 57.

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LA Ol/ERRA T>E LAS GALAXIAS

El Sputnik fío fue el único «récord» soviético. E l 12 de abril de 1961, Yurí Cagarín fue lanzado a las alturas en el prime? vuelo tripulado en órbita, a bordo del Vostok J . La admiración del rrrando ante esta hazaña asombrosa m enguó en gran medida cuando se le subió a la cabeza a Jrusbchev, Cuatro m eses después, en una recepción en el Kremlin en honor del segundo astronauta, T ítov, Jrushchev ajustó cuentas con los agresores im perialistas occidenta­ les y se jactó de que; Vosotros no tenéis bombas de 50 y 100 mega iones, Nosotros tenemos bombas de más de 100 mega iones. Pusimos a Ga­ ga rln y a Títov en el espado, y podemos volver a ponerlos con otros cargamentos que pueden dirigirse a cualquier luga? de la tierra. Estas feas (e infundadas) amenazas formaron parte d e la actua­ ción diplomática durante la crisis de Berlín de ese año; en febrero de 1963, em pero, se añadieron a ellas otras amenazas cuando el mariscal Biríuzov, jefe de las Fuerzas de C ohetes Estratégicos so ­ viéticas, declaró: «Se ha vu elto p osib le abora que un m ando en tierra lance m isiles desde satélites en cualquier m om ento deseado y en cualquier punto de la trayectoria del satélite ».13 La amenaza de la bom ba orbital, o del lanzam iento de m isiles desde el espacio — amenazas alentadas por la jactancia soviética— , preocupó al público esos años. E n privado, lo s expertos en defensa estadounidenses estaban m enos alarmados; « N o podría tirarse una bomba desde un satélite a un blanco por debajo su yo, sim plem ente porque cualquier cosa tirada desde un satélite permanecería parale­ la a la órbita». Y un satélite «siem pre será una opción pobre» de lanzar un m isil a tierra, ya que otros m edios d e lanzam iento (em ­ plazados en tierra, mar o aire) aseguran una mayor precisión y un mayor peso ú til .14 La impracticabilidad o la ineficacia d e las armas emplazadas en el espacio fue un argum ento que contribuyó al éxi13. Stares, op. cit.f cita a Jrushchev y a Biríuzov, pp. 74-75, SO; estos párrafos se basan en gran medida en su exposición detallada de los desarro­ llos ASAT y de satélites. 14. Stares, op. cit., p. 35.

¿ P O * Q VÚ GOKRRA Ofc LAS GALAXIAS?

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to de Ía conclusión del Tratado d d Espacio Exterior de 1967 que k s proscribe. Consiguientemente, la bomba orbital dejó de ser motivo de discusión. Hoy se especula acerca de las armas tierra* espacio y espacio-espacio, pero menos acerca de las armas de empla­ zamiento espacial dirigidas a tierra (sin embargo, víase p. 164). La alarma provocada entre el público estadounidense por d liderazgo espacial soviético a finales de los cincuenta y principios de los sesenta obligó a un esfuerzo supremo en las investigaciones espaciales norteamericanas, Pero nos topamos aquí con una ma­ raña de hipocresía demasiado enredada como para penetrar en ella. De hecho, las fuerzas armadas de los Estados Unidos — a menudo compitiendo entre sí— estaban tomando la delantera con muchos ingenios; pero éstos quedaban subordinados a la política global de relaciones públicas con la que los sucesivos presidentes trata­ ron de obtener prestigio proyectando la imagen del compromiso estadounidense de «utilizar pacíficamente el espacio», una causa que iba a alcanzar su clímax con el magnífico éxito del alunizaje del Apolo. D e ahí que se mantuvieran en secreto los progresos militares de los Estados Unidos. Y , como plan secundario, los máximos ase­ sores del Pentágono y la comunidad dedicada a información y es­ pionaje aconsejaron precaución contra cualquier reacción excesiva ante los satélites soviéticos, puesto que deseaban salvaguardar el derecho de sus propios satélites militares a operar en el espacio. A la vista del impenetrable secreto soviético sobre cuestiones mi­ litares, los militares estadounidenses vieron más ventajas de su parte en el uso incontestado de satélites «espías» — especialmente después de ser abatido Gary Powers a bordo del avión espía de gran altura U- 2— que cualquiera de las que sus homólogos sovié­ ticos pudieran obtener. A l lanzar los Sputnik los rusos habían «hecho [a los Estados U n id os] un gran favor ... al establecer el concepto de libertad en el espacio internacional». Pero para no empañar la imagen pública de Norteamérica como defensora del espacio en tanto que santuario de paz, se impuso una mordaza oficial a cualquier reconocimiento del uso militar de los satélites propios. Este ejercicio hipócrita de desinformación empezó en los años de Eisenhower, fue codificado formalmente en 1962 bajo

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Kennedy* y tuvo vigencia hasta junio de 1 9 7 8 . Se inform ó a los líderes de los «países aliados m ás p róxim os» d e E stad os U nidos de las auténticas funciones m ilitares de los satélites, pero sólo para que pudieran dcsinform ar a sus propios p ú blicos y respaldar las mentiras diplom áticas norteam ericanas en las N acion es Unidas. Los rusos, por supuesto, sabían para qué servían los satélites, y los compensaban con los suyos. C om o ha confesado un protagonista de estos acontecim ientos: « N o estábam os engañando más que a nuestro propio p u eb lo ».15 E n los años de transición (los sesenta y lo s seten ta), los Esta­ dos U nidos elaboraron un sistem a an tisatélite (A S A T ), y luego lo dejaron hacerse obsoleto; ensayaron otros artefactos A S A T y BM D con nom bres felices com o S A IN T , D yn asoar, B A M B I y Early Spring; y , más recientem ente, han desarrollado y ensayado inge­ nios A SA T sofisticados (p. 9 3 ); m ientras qu e la U n ión Soviética se ha dedicado, con una única breve interrupción a principios de los setenta, a desarrollar y ensayar su propio sistem a A S A T , capaz de interceptar a baja altura. E l desarrollo de defensas activas contra m isiles balísticos (BM D) se rem onta tam bién, por am bos lad os, a los años cincuenta. A principios de los sesenta hubo en lo s E stad os U n id os un grupo de presión serio en favor del desp liegue d e un sistem a (Níke-X) capaz de defender 5 0 ciudades im portantes. La propuesta fue ve­ tada'por el presidente Johnson en 1 9 6 6 . M ás o m enos al mismo tiem po se em pezó a desplegar un sistem a soviético (el G alosh) al­ rededor de M oscú. E stos sistem as dependían de m isiles de preci­ sión con cargas nucleares concebidas para estallar en la atmósfera superior, cerca del fin de la trayectoria de lo s IC BM enemigos. Pero incluso en esa fase era evid en te que se podían crear contramedidas para burlar o atravesar las defensas aún m ás rápidamente y de forma muchísim o más económ ica que las propias defensas ABM . Como puntualizaron dos expertos en control de armamen­ 15. I b i d p. 65; Walter A. McDougall, «Sputnik, the Space Race, and the Coid War», en Bulletin of the Atomic Scientists (mayo de 1985). Ver Herbert F. York, «Nuclear Deterrence and the Military Use of Space», en Daedalus (primavera de 1985): «nuestros programas espaciales han sido, des­ de el principio, de naturaleza militar, y no civil o científica».

¿POR QUÉ GUERRA DE LAS GALAXIAS?

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to: «En la práctica, trabajar en sistemas defensivos resulta ser el mejor modo de promover la invención de medios de penetración que los anulen».16 Por varias razones (los costes y la irrealizabUidad entre ellas) estos trabajos se detuvieron en 1 972, cuando los Estados U nidos y la URSS llegaron a uno de sus raros acuerdos, el tratado ABM , por el cual renunciaban a todos los sistem as salvo dos (y, más tar­ de, uno), limitados, en cada lado. Cualesquiera que fueran las ra­ zones de este desacostumbrado acuerdo, el tratado ha sido celebra­ do como el momento cumbre de la Regla de la D estrucción M utua Asegurada (M AD). Para no desestabilizar el equilibrio de la «d i­ suasión», ambos bandos acordaron quedar expuestos a la represalia de los misiles del otro.

El grupo de presión en p r o de la guerra de las galaxias Poco tiempo después surgió un n u evo grupo d e presión que puede considerarse el prom otor principal de la Guerra de las G a­ laxias. Las presiones dentro de las fuerzas armadas en pro de nue­ vos desarrollos antisatélites se recrudecieron cuando la U n ión Soviética reanudó los ensayos A S A T en 19 7 6 ; la precisión eredente de los ICBM soviéticos ren ovó la dem anda de defensas ABM para los silos de m isiles estadou nidenses, y experim entos más exóticos de los grandes contratistas aeroespaciales y los labo­ ratorios de investigación estaban buscando padrinos y respaldo presupuestario. H acia el final d e la presidencia d e Cárter, estas pre­ siones se reflejaban en asignaciones presupuestarias, que crecían despacio, para investigación y desarrollo relacionados con el espa­ do, Ya en 1982 la asignación form al para proyectos espaciales del Departamento de D efen sa d e lo s E stad os U n id os (6 .4 0 0 m illo­ nes de dólares) había superado al presup uesto supuestam ente pa­ cífico de la A dm inistración N acion al de A eronáutica y E spacio

16, J. B. Wiesner y H . F. York, citados en Rip Bulkeley, The AntiÜáttisiic Missile Treaty, 1972-83, University of Bradford, School of Peace Studies, 1984.

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Í,A G imMA DE LAS GALAXIA*

(NASA) en 5.900 millonea cíe dólares; y, puesto que el 49 por 100 de los vuelos de la lanzadera espacial de Ja NASA tienen ahora ob­ jetivos m ilitares, se está subestim ando la situación real. Por sí fuera poco, la asignación del presupuesto para satélites de reconocimiento no se incluye en estas cifras.17 Estas presiones, resultado del empuje de grupos de interés di­ versos, fueron poco sistemáticas. Carecían de una base estratégica y política global — del pegam ento ideológico que las unificara en un grupo de presión homogéneo— , En cierto sentido, el propio Ronald Reagan fue siempre el mayor inventor de pegamento. Como gobernador de California, visitó a finales de los sesenta el laborato­ rio Lawrence Liverm ore, y m ostró una fascinación de profano por sus exóticas investigaciones espaciales. A bí empezó su asociación con el doctor E dw ard Teller, fundador del laboratorio. D urante las primarias presidenciales republicanas de 1980, Rea­ gan visitó el M ando de Defensa Aérea Norteam ericano (NORAD), una antigua cueva dentro de una m ontaña, en Colorado. Más tarde le diría a Robert Scheer: NORAD es un sitio increíble ... E stán siguiend o varios mi­ les de objetos en e l espacio, inclu yen do satélites nuestros y de cualquier nacionalidad, inclu so hasta el p u nto de seguir un guan­ te perdido por un astronauta que aún está dando vueltas alre­ dedor de la tierra por ahí arriba. Creo que lo que me impre­ sionó fue la ironía de que aquí, con toda nuestra gran tecnolo­ gía, podam os hacer tod o eso y , sin em bargo, n o podam os dete­ ner ninguna de las armas que en víen contra nosotros. N o creo que haya habido ninguna época en la historia en que no haya existid o una defensa contra cualquier tip o de ataque, incluso rem ontándonos a los días pasados en que teníam os artillería en la costa capaz de detener a eventuales barcos invasores.

17. Víncent Mosco, «Star Wars/Earth Wars*, en íssues in Radical Scien­ ce, ti.ti 17 (1985), pp. 36-37; Philip M. Boffey, «Pressures are Increasing for Arms Race in Space*, en NY Times (18 de octubre de 1982); William Seo* bie, «Reagan’s Star Wars Dream*, en Observer (27 de junio de 1982); Stares, op. cit., pp. 206-224.

¿POR QUÉ GUERRA DE LAS GALAXIAS?

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La D estrucción M utua Asegurada (le dijo a Scheer) «era un plan ridículo . .. basado en la idea de que las dos naciones man­ tendrían com o rehenes a las poblaciones enem igas, de que no pro­ tegeríamos o defenderíam os a nuestra gente contra un ataque nu­ clear». Reagan quería «echar una ojeada a eso » , pero «tendría que tener acceso a más inform ación de la que ahora p oseo ».18 La plataforma de lanzam iento personal de Reagan era su es­ tado de California, y en este sentido representa directam ente a los principales centros d e las instituciones e industrias relacionadas con el espacio: e l laboratorio Law rence Liverm ore (un centro de investigación de haces de partículas cargadas, entre otras muchas cosas); la D ivisión Espacial de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos en E l Segundo; la base V anderberg d e las Fuerzas Aéreas, desde donde se realizan vu elos d e lanzaderas m ilitares, a unos 54 km de la «Casa Blanca O ccidental» de Reagan; la fábrica de Rockwell en D o w n e y , dedicada a grandes contratos e im portantes investigaciones espaciales; y una docena d e contratistas m ás y m on­ tones de subcontratistas. In du dablem en te, este entorno influyó en su estrategia electoral, que incorporó propuestas d e defensas con­ tra m isiles balísticos y , al m ism o tiem p o, de recuperación y rearme en todos los ám bitos p o sib les .19 Una vez elegid o p resid en te, R eagan tu v o acceso a toda la infor­ mación que p id ió. E staba pred isp u esto a pedir aquello que quería oír. Parte d e su inform ación p roced ió de lo s intrigantes y d e los centros de pensam iento m ilita r 20 d e la derecha alarmista. Las pre­ siones vinieron d e lo s republicanos, reacios a cualquier acuerdo d e control de arm am ento, d e l laboratorio L iverm ore y de la Funda­ ción H erz, qu e ha financiado la investigación espacial y , desd e 1981, de un grupo d e científicos, industriales, m ilitares y ejecuti­ vos aeroespacíales influyentes q u e se daban cita con regularidad 18. Robert Scheer, With Enough Shovéis, Nueva York, 1982, pp. 104, 250-251. 19. Véase Richard Burt, «Arms and the Man», en Reagan the Man, the President (NY Times, Especial Elecciones 1980), pp. 86-89. 20. La expresión inglesa es think-tanks, por la que se alude a los centros generadores de pensamiento militar y estratégico como la RAND Corpora­ tion. (N. del ed.)

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JUt JSUEJÜU

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LAS GALANIAS

en la Fundación Herí t age, en Waddngton, non erptuienda en c«k báldeos con la Casa Blanca y el Congreso, El doctor Edward Teller no deja de aparecer en esta Historia. Húngaro de nacimiento, huyó de la Alemania n azi en los años •treinta y más tarde participó en el proyecto Manhattan para elabo­ rar la bomba A. Parece que aún está afectado por los momentos traumáticos de la primera guerra fría cuando, en una ocasión m e­ morable, testificó contra Oppenbeímer por su falta de «apoyo m o ­ ral» para el desarrollo de la bomba H . Un visitante reciente des­ cubrió que era un anticomunista vehem ente, obsesionado por ú expansionismo comunista, los peligros del «apaciguamiento» occi­ dental y de los «andinistas de Nicaragua, y por la necesidad de un rearme militar. Discutir cualquiera d e estos puntos era como «ha­ blar de relaciones familiares con el rey Lear »,21 Teller fundó, y aún preside, el laboratorio Livermore, y es miembro d el grupo que se reunía en la Fundación Heritage. Reagan escogió como con­ sejero científico personal al doctor George Keyworth, u n físico nu­ clear fuertemente respaldado por el doctor Teller. El papel de Teller fue mucho más importante que el de conse­ jero. Fue, y es, un eminente propagandista del proceso de refor­ zamiento del poder nuclear de Norteamérica, al escribir en térmi­ nos alarmantes sobre la «superioridad» estratégica soviética, y oponerse al movimiento en pro de la congelación de las armas nucleares (Freeze). Además, él y sus socios de Livermore estaban trabajando en un aparato completamente nuevo: el láser de ra­ yos X . Los principios de este ingenio se ensayaron con éxito al sur del desierto de Nevada e l 14 de noviembre de 1980, y Teller lo saludó como la ruptura decisiva, d e la misma importancia que la invención de las bombas A y H , un arma de «la tercera gene­ rad ón». Esta estadón de combate equipada con láser nudear de rayos X 22 (ver pp. 82-87) se considera una bomba compleja situada 21. Norman Mobs, «Sunday with Edward Teller», en Listener (13 de junio de 1985). 22. Se trata de un tipo de láBer del que se sabe muy poco de derto, aparte de que se experimenta en los laboratorios Livermore bajo el código Dolphin y de que su más fervoroso defensor es Edward Teller. Sería cebado por una pequeña explosión nudear. (N. del ed.)

en la órbita espacial que, a) estallar* dfspersarfa móhípí&t 4$ que maní ene Irían su trayectoria baria btáftéO# pt&íél&Witifc dos antes cíe cjuc todo ello ardiera cti una bola d e liir& y, láseres

Ecfward Teller exultaba con el láser d e rayos % eti í§ ^ 2 y 1983, cuando el presidente recibía sus i n f o r m e $$ ío estab a v£íh dícndo como el últim o avance tecnológico, Esas arm as G n ío ttñ ó más tarde al presidente), al convertir las bombas d e hidrógeno en formas hastá abo** sin precedentes, y al dirigirlas de forma altamente eficaz corará blancos enemigos, acabarían con la era MAD y darían comienzo a un período de supervivencia asegurada en términos favorables para la Alianza Occidental.23

Hasta los colegas científicos que lo admiraban tenían sos' du­ das, «El láser de rayos X era elegante», dijo uno; Pero, ¿es Edward un ingeniero? No, ¿Es un diseñador d e sistemas? No, ¿Es un planificador militar? Tampoco, Toe cau­ tivado, y con razón, por el principio. El principio es, de h e c h o , así de hermoso, Pero no es del tipo de personas aficionadas a construir cosas. Su primera bomba H tenía el tamaño d e un* casa de pisos. Edward es un físico cotí una fantástica inteligencia creativa. Comprende la belleza d e una composición musical, P ero, (por Dios!, no le pidan que diseñe una trompeta?*

Los que admiraban un poco menos al señor Tcller señalaron otras objeciones, Su antiguo colega, el eminente físico laureado con el premio Nobel Hans A. Bethe, empezó a ejercer una oposi­ ción al proyecto. Esas estaciones de combate orbitales podían des­ truirse o neutralizarse fácilmente con contramedídas. Se indicó que las explosiones nucleares en el espacio, que no opone resis­ tencia atmosférica, dañarían o destruirían cualquier satélite de co23, Edward Teller al presidente, citado en WlUíanr J, Bread, N Y Times,' (4 de marzo de l9$jj> Una descripción del ensaya ,

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LA GUERRA DE tAS GALAXIAS

investigación puede adquirir por si misma una dinámica ímpara-

.felw Debemos tener cuidado de que la marcha de la tecnología, y aún menos los intentos prematuros de predecir esa marcha, no condicionen las decisiones políticas. Señaló que con la ID E podían rivalizar contramedídas, y advir­ tió del peligro de «crear una nueva línea Magínot . .. susceptible de ser burlada por contramedídas relativamente más simples y feha­ cientemente más baratas». «¿N o invertirían inexorablemente las defensas el equilibrio en los sistemas defensivos nucleares diseña­ dos para vencerlas?» E insinuó levemente las cargas que la IDE imponía a la Alianza Atlántica. El discurso de sir Geoffrey apenas fue más allá de la elabora­ ción de los acuerdos que la señora Thatcher creía haber concertado con el presidente Reagan en Camp David diez semanas antes. Pero tuvo una respuesta sensacional. Por alguna razón The Times se había convertido en el órgano director de la defensa de la Guerra de las Galaxias en Europa, y publicaba unos informes extraordina­ riamente cercanos al presidente de los Estados Unidos — casi po­ dría decirse íntimos— que parecían llegar directamente de la Casa Blanca. El 18 de marzo sir Geoffrey fue som etido a un ataque, en un artículo de fondo muy largo («La U D I 3 *35 de H ow c respecto de la IDE») de extraordinaria vehemencia. Los lectores habituados al Times asintieron sin duda con satisfacción al leerlo, con la impre­ sión de que se dirigía, no contra sir G eoffrey H ow e, sino contra el señor Arthur Scargíll. El bondadoso sir G eoffrey fue acusado de utilizar «lenguaje ludita ».36 El discurso fue «demasiado circuns­ pecto, confuso en d concepto, negativo, ludita, mal documentado y, como resultado, si no como intención, una “enmienda demolc33. Las siglas UDI remiten en inglés a «Unilateral Declaración o£ Independence» (Declaración Unilateral de Independencia). (N. del i.) 36, «Luddite» designa a un grupo de trabajadores ingleses que, entre 1811 y 1816, se rebelaron y destruyeron maquinaria textil creyendo que ésta disminuiría el nivel de empleo. Por extensión se aplica a los reacios a las innovaciones. (N, del t.)

tíh (j)MHTA fíti LA UMMtÁ

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4of.fi * h todo el plan* dfc la ID E , ÍJ diwut^o había c&n&ófj «un ddfto inefable á ];< cohesión de \a Alianza A t \kn\u:%» y (y/jt lo q f¿e rl redactor ya bahía oído de la Ca%a Manca) había «cau&ado ctr*> por y una reacción dolorida en el d i culo interno d e h . admmittracíón norteamericana», Ayudaría al §efior G oibacJv/v z «tepaf&r* a Europa 4c América, «P or m ucho que dígan en público, en privado Ioü norteamericanos no cMán con ten tos.» A los pocos días el am biente estaba cargado de negativas ofi­ cíales, de las c|uc todos estaban hartos, y de señales reveladoras de que lo estaban .37 E l embajador norteamericano hizo una llamada formal al m inistro de E xteriores y pid ió qu e le devolvieran lo s envoltorios de los acuerdos de Camp D avid . U n episodio más asombroso tuvo lugar en el hotel Roya! C arden, donde un «C om ité por el M undo Líbre» reunió en una conferencia a todos los halco­ nes de Europa y Am érica para discutir el tem a «D esp ués de 19&4». Lord C halfont inició los debates describiendo el discurso d e sír G eoífrey com o una «triste m ezcla de consignas pasadas d e m oda». La asamblea recibió m ensajes d e apoyo de la señora Thatcher y e l presidente Reagan, y escuchó una in tervención d e la señorita Jeaonc Kírkpatríck, a la sazón em bajadora d e lo s E stad os U n id os ante las N aciones U n id as, qu ien «confió y rezo» para qu e las conversa­ ciones sobre arm am ento d e G inebra fracasaran. E l doctor Roger Scruton escogió al m inistro de E xteriores y a la U niversidad Balliol com o fu entes de «traición ». T o d o e sto era predecible. P ero en tonces R ichard P erle, secretario adjunto d e D efen sa de Reagan en fu n cion es, se levan tó y d esolló por su cuenta al m inis­ tro de E xteriores británico. P erle, qu e ha recibido e l nom bre d e «Príncipe de las T in ieb las» por su feroz op osición a lo s acuerdos de control d e arm am ento, y que jugó un papel notab le en hacer fracasar las prim eras conversaciones de G inebra sobre los eurom isiles, había dirigido la cam paña por una derogación unilateral nor­ teamericana d el tratado A B M .38 A cu só ahora a la U n ió n Soviética de «hipocrasía (sic) d e d im en sion es orw ellian as» y d e violación «abierta» y «descarada» de lo s tratados arm am entistas. D ijo que el 37. 38.

NY Times (16 de marzo de 1985). Véase Strobe Talbot, Deadly Gambits, Nueva York, 1984.

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LA GUERRA DE DAS GALAXIAS

discurso de sír Geoffrey demostró que «la longitud no es sustituto de Ja profundidad» y cuestionaba «de una manera que es a la vez tendenciosa y oblicuamente declamatoria, el programa de defensa estratégica de los Estados U nidos».3* Por muchos protocolos que la Unión Soviética pudiera haber roto, el que un ministro en ac­ tivo de la administración norteamericana atacara al ministro de Ex­ teriores de un aliado principal en su propia capital rompió todas las reglas normales de la diplomacia .3 940 Por entonces ya estaba claro que estaba ocurriendo algo extra­ ño. En las crisis de los euromisiles, el gobierno de los Estados Uni­ dos (y sus propagandistas) se habían asegurado el voto de lealtad de la mayoría de las fuerzas de Europa Occidental y se hablan ga­ nado al centro político (en política y en los m edios de comunica­ ción) igual que a la derecha. Esta vez los halcones de la admi­ nistración de los Estados Unidos estaban intentando imponer la misma obediencia atlantista a Europa utilizando a los ardientes defensores de la guerra fría y a la «derecha tonta». Tanto la Fun­ dación Heritage como H igh Frontier entraron en el negocio de la exportación. Una oficina en Londres con el pretencioso nombre de Instituto de la Defensa Europea y de Estudios Estratégicos (diri­ gida por el señor Gerald Frost) resulta — i sorpresa!— estar «aso­ ciada con la Fundación H eritage». (El señor Frost ha sido un ce­ loso defensor de la ID E .)41 Y se ha formado un consejo asesor de H igh Frontier en Europa con el respaldo del «padre» de la bom ­ ba H francesa, el general Pierre G allois; el representante británico del consejo es el vicemariscal del Aire Stewart M enaul .42 Pese a ello, el trabajo de este gabinete bien financiado no pros­ peró. La Guerra de las Galaxias esperaba volver a representar los

39. «El Ilustre Richard Perle», discurso del 19 de marzo de 1985 (multicopiado). 40. Walter Schwarz estudió la conferencia «Después de 1984» en Guar­ dian (22 de marzo de 1985). 41. W. J. Broad en NY Times (13 de mayo de 1985). 42. The Times (28 de marzo de 1985). «High Frontier Europe» y el European Security Institute (EIS) organizaron una conferencia conjunta en Rotterdam, con oradores como el general Gallois y el vicemariscal del Aire Menaul; Jrpuw (22 de junio de 1985),

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dramas de 1980 a 198 3 , cuando los gobiernos y los m edios de co ­ municación dieron una paliza a los m ovim ientos por la paz y a la izquierda ligeram ente prosoviética, aunque ahora en nom bre de la moral antinuclear. P ero la frente de las clases dirigentes europeas se cubrió de sudor cuando se im aginaron que tenían que pasar otra ve 2 por todo eso. A dem ás, para hacerles justicia, en añadidura a su firme creencia en la «disu asión», m uchos centristas habían es­ perado que las negociaciones de G inebra pudieran tener éx ito en suavizar las tensiones y en reducir (o por lo m enos controlar) el armamento. E l A tlántico se hizo más ancho, y las contradicciones entre los intereses econ óm icos y estratégicos de ambas orillas se volvieron más evid en tes. Lo que en Europa había sido un centro proatlantista em pezó a ser su stitu id o por un grupo de presión mar­ ginal de m ilenaristas de la ficción espacial, orquestado por los fans de Reagan. E l pu nto culm inante y el fracaso de la Guerra de las G alaxias (fase uno) llegó con un disparate d e Caspar W ein berger. Se había sugerido en W ash in gton que la ligera resistencia en las in stitu cio­ nes de la defensa europeas a la G uerra de las G alaxias podía ser codicia: e l deseo de llevarse una tajada de los 2 6 m il m illon es de dólares proyectados para in vestigación en los p róxim os cinco años. Los alem anes occidentales parecían querer que los sedujeran; la señora T hatcher p id ió desvergonzadam ente una tajada d el fond o de reptiles cuando se dirigió al C ongreso en febrero de 1 985; y lo s japoneses (sobre q u ien es el presid en te exten d ió generosam ente un escudo) tam bién m ostraron su interés inicial. La adm inistración norteamericana está acostum brada d esd e hace m ucho a presionar por sus asignaciones de arm am ento en e l Senado, ofreciendo sa­ brosos contratos a los estados de lo s senadores que lo consienten, y vio la oportunidad de exten der la m ism a técnica desde Arizona o Colorado hasta lo s peq u eñ os (y sin representación) estados de Europa. C om o ind icó un sagaz burócrata norteam ericano, si el apoyo de los gobiernos europeos n o pod ía com prarse, siem pre p o ­ dría «alquilarse ».43 43.

George W. Ball, «The War for Star Wars», NY Revtetv of Books

(11 de abril de 1985),

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LA GUERRA DE LAS GALAXIAS

El señor Weinberger pensó por ello que se haría con las vo­ luntades de la OTAN — y también con las de Japón, Australia, Corea del Sur e Israel— si les enviaba una carta a los ministros de Defensa de esos estados, invitándolos a proponer sus peticiones para que figuraran en el proyecto: Pediría, como primer paso, que me enviara en seis días una indicación de su interés en participar en el programa de inves­ tigación IDE y de las áreas sobresalientes de investigación en su país que estime más prometedoras ... Esto movilizó sin duda la voluntad de la O TAN. Enfureció a las lentas burocracias gubernamentales y fue considerado un «ul­ timátum» y una «forma insatisfactoria de tratar con los aliados». A las tres semanas, Caspar Weinberger se vio forzado a ampliar su plazo. Pero cuando los aliados se acababan de alisar sus encres­ padas plumas una nueva ráfaga se las alborotó otra vez. Los reaganautas estaban agrupando sus fuerzas para volver a infringir los tratados de control de armamento supervivientes. Volvió a haber mucho tráfico sobre el Atlántico, y el señor Kissinger se unió a los mensajeros de la Guerra de las Galaxias. D e pronto se hizo eviden­ te que Reagan estaba a punto de renunciar a los límites impues­ tos por el acuerdo (no ratificado pero observado informalmente) SALT II sobre armamento. Y esta dura pelea cuerpo a cuerpo también se había extendido a la administración de los Estados Unidos. Dado que no tenemos acceso a los ojos de las cerraduras de la Casa Blanca no podemos identificar a los bandos. Claramente, Weinberger, Perle, Iklé, el general Abrahamson y W illiam Casey de la CIA pertenecían al bando favorable a romper con los con­ troles de armamento, y esperaban arrastrar a Reagan a su lado. Alguien dijo más tarde en W ashington a The Times que esta fracción ... cree que la investigación en defensa estratégica es una cues­ tión de principio, casi un imperativo moral, que debería estimu­ larse para que rindiera lp más posible, más que ser considerada

l-t COMETA t)t' LA LOCURA

MI

básicamente como de rango secundario! nal de proteger las íu t n it de represaiu

atrajo a los aliados de la O TAN para que le llevaran refuerzos a Washington. En la última semana de mayo de 1985 se esperaba que el presidente anunciara la derogación del SALT II en vista de las «violaciones* soviéticas. Le convencieron de que aplazara una semana su decisión. Mientras tanto, el Senado aprobó por el 95 por 100 de los votos ordenar ai presidente que no abandonara los límites del SALT II. El 6 de junio los ministros de Exteriores de la O TAN se reunieron en Estoril. El señor Shultz consiguió volver a Washington con la recomendación unánime de los otros ministros de la O T A N de que los Estados Unidos se atuvieran al SALT II y también al tratado ABM . Pero fracasó en su intento de traer también consigo, como atenuante, algún comunicado ge­ neral de aprobación de la ID E . Reagan se sometió a estas presio­ nes irresistibles y pospuso su decisión final sobre los tratados hasta noviembre de 1985. Y ése fue el fin de la Guerra de las Gala­ xias I.4S

¿G uerra

de las

G alaxias

fase ii o

E ureka ?

Por entonces, la Guerra de las Galaxias II ya llevaba mucho tiempo en órbita. Era un modelo menos moral pero más práctico, modificado en fundón de las exigencias europeas. La Guerra de 44. The Times, artículo de fondo (25 de junio de 1985). 45. Ver Edward Schumachcr en N Y Times (7 de junio de 1985) y Guar­ dian y The Times de la misma fecha; Leslic Gclb, N Y Times (9 de junio de 1985).

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LA GUERRA DE LAS GALAXIAS

las G alaxias I I no propone acabar con las armas nucleares, propone «reforzar la disuasión». Ya no pretende ser a prueba de grietas o fugas. Evitará que salgan bastantes IC BM rusos para desconcertar y «frustrar» a los rusos. Les dará «inseguridad» con respecto a las probabilidades de éxito de un prim er golpe inutilizador. Las de­ fensas de pu ntos en los em plazam ientos de silos defenderán ade­ más las fuerzas «de represalia» de la O T A N . In cluso si es cierto que no podría defenderse Europa O ccidental tan b ien com o los E stados U n id os, el «reforzam iento» de las fuerzas disuasorias nor­ teamericanas frustrará lo s planes agresivos soviéticos y esto incre­ m entará la seguridad europea. Y la G uerra d e las G alaxias I I se vende com o una «respuesta» a los avances soviéticos en ABM . Sólo consiste en «in vestigación », y en la gran cantidad de dinero que va con ella. La fase I I se p u so en órbita con lem as com o «R eagan m odifi­ ca la propuesta d e la G uerra de las G alaxias ».46 D e hecho, la fase I I es u n inform e d e ventas estab lecid o por lo s m ilitares, diplom áti­ cos y funcionarios de la seguridad nacional norteam ericana, y ha­ bría qu e reconocer qu e e l m érito d e l p royecto original es de la señora T hatcher, ya que sigu e d e cerca lo s p rincip ios de los acuer­ d os de Camp D a v id (p . 1 3 0 ). E l reciclaje de la I D E de esta m anera su pu so una profunda d ecep ción para e l director d e The Times. Su «potencialidad com o propu esta radical quedaba en e l cu b o d e la basura»: Si la defensa estratégica quedara reducida a un mecanismo que contribuye sim plemente a defender los emplazamientos de misiles ... no serviría para mucho más que cualquier sistema nue­ vo de armamento. M antendría la incómoda — y desde luego in­ sostenible— inestabilidad de la doctrina nuclear actual, llama­ da Destrucción M utua Asegurada (M A D ).47 P or una v ez estam os d e acuerdo c o n The Times. La G uerra de las G alaxias I I es sim p lem en te un a n u eva d im e n sió n d e la carrera 46. Guardian (20 de junio de 1985), informando de un nuevo folleto de ventas del Departamento de Estado. 47. The Times (25 de junio de 1985).

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armamentista nuclear — en tierra, mar y aire y, ahora, en el es­ pacio. A finales de junio de 1985, el jefe de ventas, el vicepresidente Bush, fue enviado a una gira de once días por siete países de la Europa Occidental para conseguir el asentimiento a la Guerra de las Galaxias II. No preveía ningún problema, puesto que las clases dirigentes de la OTAN habían sido partidarias de la MAD duran­ te mucho tiempo. Lejos quedaban ya las promesas milenaristas de la Guerra de las Galaxias I, salvo las peroratas y utopías. El señor Bush volvió a asegurar a sus audiencias que la IDE era «pura y simplemente un programa de investigación», con posibles desplie­ gues a «años vista». Estaba «más que lejos» de la intención norteamericana poner en entredicho la disuasión.4* Pero, una vez más, el vicepresidente volvió a Norteamérica con las manos vacías. Esto fue debido en parte a que el desafortunado señor Bush re­ sultó, como siempre, superado por los acontecimientos. El gran espectáculo de la crisis de rehenes en el Líbano le quitó todos los aplausos a su actuación. Pero también fue debido a que los europeos occidentales estaban ahora preocupados por el lanzamien­ to de un pequeño satélite espacial de su propiedad: Eureka. Eureka fue diseñado y patentado por los franceses. Ya en fe­ brero de 1984, el presidente Mitterrand había pronunciado un dis­ curso en La Haya pidiendo una respuesta de Europa Occidental al desafío del espacio, agrupar los conocimientos europeos sobre investigaciones espaciales y la construcción de una estación espacial europea en órbita. El representante francés en una conferencia en Roma (30-31 de enero de 1985) reactivó estas propuestas, dando mayor énfasis a la necesidad de asegurar la competitividad de las industrias de alta tecnología europeas. Los alemanes y los británi­ cos se echaron atrás, temiendo ofender a sus guardianes norteame­ ricanos, y aconsejaron a las ambiciones gaullistas que no asumie­ ran una hegemonía francesa en Europa. Pero entonces (15 de marzo) sir G eoffrey H ow e pronunció su propio discurso (casi gaullista). El 18 de abril, el presidente Mitte-48 48. Ver Guardian (27 de mayo y 21 y 26 de junio de 1985); Leslie Gelb en NY Times (3 de julio de 1985).

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rrand h cataba leyenda mientras «r bañaba mucho sólo mil millones de dólares de Jos 26 mil millones proyectados para investigación en ios próximos cinco arlos podrían cruzar el Atlántico con destino a empresas europeas.4* Pero después de un examen más meditado no parecía Un buena. Los militares europeos de la OTAN y los contratistas de armamento recordaron que había muchos precedentes de oca­ siones en que los norteamericanos han rechazado productos euro­ peos y han dado preferencia a ios suyos.59 Los alemanes occidenta­ les, particularmente, recordaron la trifulca acerca del gasoducto procedente de la Unión Soviética, Desde la invasión de Afganistán los Estados Unidos habían estado intentando detener la exporta­ ción de tecnología avanzada a la Unión Soviética, y habían utilizado un sistema punitivo de licencias y métodos comerciales que fre­ cuentemente favorecía la competí ti vidad de las empresas norteame­ ricanas, Desde luego, el embargo se había extendido a todo el mundo comunista. En 1984, MBB (Messerschmitt-Bolkow-Blohm) había concertado la venta de un satélite de radiotelevisión a China, pero los Estados Unidos le negaron la licencia porque contenía elementos norteamericanos. Más tarde, una empresa estadouniden­ se se hizo con el contrato.49501 O tras empresas europeas, incluyendo las británicas, habían sufrido las mismas restricciones. Los alemanes habían conocido un ejemplo aún más ominoso de la determinación norteamericana de controlar la alta tecnología. 49. 50. ganado para el p. 18, 51.

Estimación de Philips en NRCdlandelsbUd (25 de junio de 1985). Lawrence Frccdman ha señalado que h industria británica sólo ha 30 millones de dólares en contratos dei programa de 4 mil millones Trídent D-5 de Gran Bretaña: New Statesman (5 de julio de 1985),

Der Spiegel (20 de agosto de 1984).

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Der Spiegel inform ó a finales de 1984 que los estadounidenses ha­ bían negado una licencia de exportación desd e lo s Estados U nidos de una com putadora sofisticada fabricada por Control Data para el prestigioso In stitu to M ax Planck en H am burgo (que se iba a u ti­ lizar para investigación clim atológica). En este caso no era cuestión de la exportación de com putadoras al m undo com unista. Pero los Estados U n id os p id ieron , com o condición para su exportación, que cada científico del In stitu to con acceso a la com putadora pasara por las mayores m edidas de seguridad — y se le negara viajar a los países com unistas— . D ad o que es norm al, en un in stitu to de investigación científica, que los científicos de otras universidades tengan acceso a los m ejores eq u ip os, esta exigencia de la seguridad norteamericana podría haber tenido graves consecuencias entre la comunidad científica. Cada vez que se usara la computadora habría que rellenar u n docum ento con lo s datos del usuario y de las apli­ caciones, y entregarlo a la seguridad norteamericana. Se rechazaron estas condiciones por infringir la constitución de Alem ania O cci­ dental .52 Con estos ejem plos en m en te, los alem anes y los franceses em ­ pezaron a exam inar m ás detenidam ente qué parte se les concedía a los europeos en las investigaciones de la ID E . ¿Sería com o so­ cios o com o subcontratistas, habría un intercam bio de tecnología en los dos sentidos o una jaula de seguridad incluso en to m o a sus propios trabajos? E n marzo de 1 9 8 5 , según dijo alguien a The Ti­ mes, el gobierno de A lem ania O ccidental inform ó a los Estados Unidos que cooperaría en la ID E si tuviera «acceso com pleto a toda la tecnología norteamericana actual y futura, control conjunto del programa de investigación y desarrollo, y controles operativos conjuntos de cualquier sistem a ».53 Sin duda el inform e es exage­ rado. ¡Nadie de Bonn puede haber sido tan inocente! Pero, cua­ lesquiera que fueran los térm inos exigidos, resultaron demasiado elevados. Los franceses estaban m editando acerca del m ismo problema, que también conocían por experiencia. Y algunos de los ministros 52. Der Spiegel (10 de diciembre de 1984). 53. The Times, artículo de fondo (19 de marzo de 1985). 10 . — TH O M PS O N

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rrand lo estaba leyendo mientras se bañaba (ya que el correo entre Londres y París es lento), cuando prorrumpió en un grito: ¡Eureka! Pero explicar qué había creído encontrar Mitterrand debe lle­ varnos a terrenos diferentes (aunque igualmente sombríos). El me­ morándum de Weinberger a sus subordinados de la O T A N había subrayado que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos ya pedía la participación europea en el proyecto. A primera vista, esta «renta» o soborno parecía atractiva, aunque cálculos genero­ sos sugirieron que como mucho sólo m il m illones de dólares de los 26 mil millones proyectados para investigación en los próximos cinco años podrían cruzar el Atlántico con destino a empresas europeas .49 Pero después de un exam en más m editado no parecía tan buena. Los militares europeos de la O T A N y los contratistas de armamento recordaron que había muchos precedentes de oca­ siones en que los norteamericanos han rechazado productos euro­ peos y han dado preferencia a los suyos .50 Los alemanes occidenta­ les, particularmente, recordaron la trifulca acerca del gasoducto procedente de la U nión Soviética. D esd e la invasión de A fganistán los Estados Unidos habían estado intentando detener la exporta­ ción de tecnología avanzada a la U nión Soviética, y habían utilizado un sistema punitivo de licencias y m étodos com erciales que fre­ cuentemente favorecía la com petitividad de las empresas norteame­ ricanas. D esde luego, el embargo se había exten dido a todo el mundo comunista. En 1984, M BB (M esserschm itt-Bolkow-Blohm ) había concertado la venta de un satélite de radiotelevisión a China, pero los Estados U nidos le negaron la licencia porque contenía elementos norteamericanos. M ás tarde, una em presa estadouniden­ se se hizo con el contrato .51 Otras em presas europeas, incluyendo las británicas, habían sufrido las mismas restricciones. Los alemanes habían conocido un ejem plo aún más om inoso de la determinación norteamericana de controlar la alta tecnología. 49. 50. ganado para el p. 18. 51.

Estimación de Philips en NRC-Handelsblad (25 de junio de 1985). Lawrence Freedman ha señalado que la industria británica sólo ha 30 millones de dólares en contratos del programa de 4 mil millones Trident D-5 de Gran Bretaña: New Statesman (5 de julio de 1985),

Der Spiegel (20 de agosto de 1984).

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Der Sptegel informo a finales de 1984 que los estadounidenses ha­ bían negado una licencia de exportación desde Jos Estados Unidos de una computadora sofisticada fabricada por Control Data para el prestigioso Instituto Max Planck en Hamburgo (que se iba a uti­ lizar para investigación clim atológica). En este cavo no era cuetüón de la exportación de computadoras al mundo comunista. Pero los Estados Unidos pidieron, com o condición para su exportación, que cada científico del In stituto con acceso a la computadora pasara por las mayores medidas de seguridad — y se le negara viajar a los países com unistas— , D ado que es normal, en un instituto de investigación científica, que los científicos de otras universidades tengan acceso a lo s mejores equipos, esta exigencia de la seguridad norteamericana podría haber tenido graves consecuencias entre la comunidad científica. Cada vez que se usara la computadora habría que rellenar u n docum ento con los datos del usuario y de las apli­ caciones, y entregarlo a la seguridad norteamericana. Se rechazaron estas condiciones por infringir la constitución de Alemania Occi­ dental .52

Con estos ejemplos en mente, los alemanes y los franceses em­ pezaron a examinar más detenidamente qué parte se les concedía a los europeos en las investigaciones de la IDE. ¿Sería como so­ cios o como subcontratistas, habría un intercambio de tecnología en los dos sentidos o una jaula de seguridad incluso en tomo a sus propios trabajos? En marzo de 1985, según dijo alguien a The Ti¿ver, el gobierno de Alemania Occidental informó a los Estados Unidos que cooperaría en la IDE si tuviera «acceso completo a toda la tecnología norteamericana actual y futura, control conjunto del programa de investigación y desarrollo, y controles operativos conjuntos de cualquier sistema».53 Sin duda el informe es exage­ rado. ¡Nadie de Bonn puede haber sido tan inocente! Pero, cua­ lesquiera que fueran los términos exigidos, resultaron demasiado elevados. Los franceses estaban meditando acerca del mismo problema, que también conocían por experiencia. Y algunos de los ministros 52. 1Der Sptegel (10 de diciembre de 1984). 53. The Times, artículo de fondo (19 de marzo de 1985). 10. — moupsoH

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de Mitterrand (que aun recordaban sus orígenes socialistas) encon­ traron una hipótesis interesante, y de ninguna manera estúpida. ¿Tal vez la Guerra de las Galaxias no tiene nada que ver, salvo raarginalmcntc, con asuntos militares? ¿Y a lo mejor no está di­ rigida tanto contra la U nión Soviética com o contra los com petido­ res que tiene la industria norteamericana en Europa y en Japón? El señor Claude Cheysson, antiguo m inistro de E xteriores y ahora comisario europeo, ha defendido lúcidam ente esta hipótesis. Distinguió tres objetivos en la política de los Estados U nidos: pri­ meramente hacer invulnerables los em plazam ientos de IC BM nor­ teamericanos; en segundo lugar, prom ocionar (a los ojos del presi­ dente) una buena im agen m oral de los Estados U nidos; y en tercer lugar — siendo este tercer objetivo e l más im portante— : En nombre de la amenaza que, según pretenden, se d em e sobre Estados Unidos y Europa, se podrán invertir cantidades considerables en investigación científica y tecnológica. Los nor­ teamericanos quieren recuperar así su liderazgo en ciertas áreas de la tecnología del mañana.

Pero estas medidas de inversión pública son imposibles desde el punto de vista político en Norteamérica debido «a las sagradas reglas de la economía de mercado». De ahí que esta inversión re­ quiera una justificación que deje a un lado esas reglas, en nombre de «la salvaguardia del mundo libre». Hay que precipitar al con­ tribuyente norteamericano a financiar objetivos privados capitalis­ tas gracias a la «histeria» de la guerra fría.54 Vista bajo esta luz, el propósito de la IDE no es «reforzar la disuasión» sino reforzar la supremacía y competitividad tecnoló­ gica de la industria de los Estados Unidos. Es un medio de orga­ nizar la investigación y el desarrollo con vistas a una ventaja de­ cisiva de los Estados Unidos en el siglo xxi, de forma que los controles económico y de seguridad aseguren el tráfico en una sola dirección. Esto fue lo que el presidente Mitterrand creyó haber descubierto cuando leyó el discurso de Howe mientras se bañaba. 54. Entrevista en Ubération (3 de mayo de 1985)»

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P odía convencerse a los británicos; A lem ania O ccidental necesi­ taba su propia ID E . P ero, en vez de disfrazarla com o un programa m ilitar espacial, ¿por qué n o acabar con la cháchara e ir directa­ m ente al grano: la estim ulación de la investigación tecnológica por propia iniciativa? P or e so se puso en órbita a Eureka, com o una respuesta a la ID E , pero n o com o un sistem a alternativo de defensa. A l princi­ pio parecía qu e n o abandonaría la plataform a de lanzam iento. Los británicos le dieron la espalda; hubo una conversación gélida entre M itterrand y e l canciller K ohl, y e l eje París-Bonn parecía p eli­ grar .55 E nton ces e l ultim átum de Caspar W einberger em pezó a m o­ dificar el clim a europeo. Y lo s dos gobiernos y lo s principales in­ dustriales em pezaron a alarmarse cuando la organización ID E d el general Abraham son en vió a m uchos expertos y asesores por las universidades, laboratorios y plantas industriales europeas .56 Los gobiernos se sintieron pasados por alto. Se tem ía que hubiera una «fuga de cerebros» de m ercenarios profesionales europeos had a Liverm ore y L os Á la m o s .575 8 Se tem ía que lo s com erdan tes nor­ teamericanos se lim itaran a alquilar lo qu e n o podían conseguir en su casa sin dejar nada a cam bio. C uando la U niversidad H eriotW att de E dim burgo r ed b ió un o de los prim eros contratos anund ad os públicam ente para investigación sobre Guerra de las G ala­ xias en Europa (1 5 0 .0 0 0 dólares para com putadoras ópticas, tal vez más en lo su cesivo), e l gigante holandés, P h ilip s, em itió un suspiro ruidoso: «N unca aceptarem os una orden paread a». L os británicos redbirían 1 5 0 .0 0 0 dólares por su in v e n d ó n m ientras daban cono­ cim iento por valor d e m illones de dólares a lo s norteam ericanos. Podría ser bueno para los académ icos deshacerse de in vestigad ón com o ésa, pero la industria investigaba con vistas a producirá Los

55. Guardian (29 de mayo de 1985); NY Times (21 de mayo de 1985); The Times (21 de mayo de 1985). 56. Perfil del general James Abrahamson, Tbe Times (16 de mayo de 1985); «A Marketing Blitz in Western Europe», en Newsweek (17 de junio de 1985). 57. Ver v.g. Newsweek (ibid.)t y Peter van Deutekom y Theo Koele en Trouw (29 de junio de 1985). 58. NKGHandelsblad (25 de junio de 1985).

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trabajadores de la SDIO (organización IDE) empezaron a pare­ cerse más y más a desguazadorcs; como dijo un científico alemán, estaban tratando de «escoger las uvas».59 Con un resentimiento creciente, otras naciones hicieron suyo el grito de los franceses: se Ies estaba ofreciendo el papel de «subcontratistas». Europa Oc­ cidental empezó a saber a qué se parece pertenecer al Tercer Mundo. Ésta es la razón de que, en el verano de 1985, se reuniera en tomo a Eureka una corriente sustancial de opinión, y al final Ale­ mania Occidental e incluso Gran Bretaña aceptaron unirse. N o pre­ tendemos alargar este ensayo especulando acerca del futuro de Eureka, por la sencilla razón de que cuando este libro se publique los lectores sabrán más sobre ese futuro de lo que nosotros sabe­ mos ahora. En el momento de escribir esto, Eureka es aún una expresión de intenciones y un estímulo a los intereses en compe­ tencia. Nos contentaremos con algunas advertencias acerca de su carácter pacífico. Eureka se lanzó como un programa de investigación civil, y su intención no militar se manifestó en la participación de cuatro na­ ciones neutrales (Suecia, Finlandia, Suiza y Austria). (Resultó de­ safortunado que Bulgaria también manifestara interés, y sugiriera la ampliación de Eureka «desde el Atlántico hasta los Urales»: la investigación nunca se había propuesto tener un carácter tan pu­ ramente civil .)60 El proyecto puede incluso conseguir tener una orientación civil y alcanzar sus objetivos más rápidamente que si estuviera esperando, como la ID E , beneficios civiles como subpro­ ductos marginales de una investigación militar inaccesible. Pero debería señalarse que las prioridades de investigación tanto de Eureka como de la ID E corren estrechamente paralelas. Las pro­ puestas francesas para Eureka fueron al principio una «copia exac­ ta» de las prioridades de investigación de la IDE: microelectrónica, computadoras avanzadas, inteligencia artificial, electrónica óptica, láseres y haces de energía de partículas, y materiales nuevos .61 És-

59. Vie Zeit (19 de abril de 1985). 60. Ubération (25 de junio de 1985). 61. Wubbo Tempel en NRC-Hattdelsblad (1 de mayo de 1985).

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tas fueron modificadas más tarde con la adición de la robótica (y «fábricas automatizadas») y biotecnologías.62 La prioridad civil se ha reforzado desde entonces. Con todo, si hay subproductos en un sentido, los habrá tam­ bién en el otro. Un corresponsal alemán apuntó que «por razones puramente políticas y psicológicas, los franceses se callan cuando se les pregunta por la decantación militar» de Eureka. Pero está claro que esto ocurrirá.63 El redactor científico del Guardian, An­ thony Tucker, ha señalado que la expansión del Eureka a compu­ tadoras de la quinta o sexta generación, capaces de generar treinta gigaflops64 por segundo, es poco susceptible de «ampliar la im­ plantación de Europa en los mercados mundiales», puesto que el mercado de máquinas parecidas «apenas se interesará por las de dos usos». Los principales usuarios de estas máquinas serán los militares, y Tucker se pregunta si Eureka es «una tapadera para desarrollos militares cuyo coste sería de otra forma completamente inaceptable».65 El intento de hacer una distinción entre contratistas de arma­ mento europeos y norteamericanos puede llevar demasiado lejos. Hay demasiada integración entre las multinacionales para que esto sea posible. Philips (que respalda Eureka) tiene subsidiarios nor­ teamericanos, como Magnavox, que están en contacto con la SDIO.66 De acuerdo con el general Abrahamson, el Thompson-CSF francés (un socio de la CGE) proporciona las toberas de clistrón utilizadas en la mayoría de los láseres norteamericanos.67 El gigante 62. Como se afirma en el folleto informativo francés, «Eureka: The Technological Renaissance of Europe» (junio de 1985). 63. E. G. Lachman en NRC-Hattdelsblad (27 de junio de 1985). 64. El gigaflop es una unidad empleada en el almacenamiento de datos utilizando la tecnología láser (disco-láser). Concretamente designa la capacidad de efectuar mil millones de operaciones en coma flotante por segundo. (N. del ed.) 65. Anthony Tucker, «Who Really Needs Eureka?», en Guardian (1 de agosto de 1985). 66. NCR-Handelsblad (2 de mayo de 1985). 67. Entrevista entre los generales Abrahamson y Gallois, Géopolitique, 9 (primavera de 1985). A veces la alta tecnología militar, como el despilfarro nuclear, puede trascender a la división de los bloques: el general Abrahamson

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francés M ATRA ha colaborado con R ockw ell, U n ited T echnolo­ gies, y T R W en Norteamérica durante 2 0 años» A unque el 51 por 100 pertenece al Estado francés, contratará tanto para la ID E com o para Eureka si las relaciones son buenas / 6 T am bién es probable que haga lo m ism o British Aerospace, la Selenia italiana y la bávara MBB. D esde luego M BB (M esserschm itt-Bolkow-Blohm ) ha demostrado un sentido del deber a sus accionistas: «O frecem os ser­ vid os políticos. Si redbim os un encargo para la ID E lo aceptare­ m os ».* 689 A ún se recuerdan los «servid os políticos» d e M esserschm itt en las dos guerras m undiales. H ay una «pasarela» entre la ID E y Eureka, por la que pueden pasar los contratistas m ilitares .70 A dem ás, e l tráfico circula más fácilmente porque los partidarios de una econom ía de libre mer­ cado — especialmente el canciller K ohl y la señora Thatcher— pueden pretender que la contratadón de armas, com o cualquier negodo, es un asunto estrictam ente privado. G ran Bretaña, tam ­ bién conodda como la pérfida Albión, está jugando a las dos car­ tas: integrándose en Eureka (por si hubiera en ello alguna ganan­ cia) mientras envía al señor H eseltin c a W ashington (en nom bre de «la reladón especial») con la esperanza de obtener favores de la ID E .71 ¿Q ué formas, además de los contratos, podría adoptar el aspec­ to militar de Eureka? Una forma obvia es el desarrollo de armas convendonales de alta tecnología más m ortíferas .72 O tra (indicada especialmente por los franceses) sería la defensa de puntos de sus propios aeródromos, bases y «fuerzas disuasorias». E l general G a­

lo dijo a los reporteros que d principal aparato de haces de partículas de Los Alamos funciona «porque incluye tres invenciones soviéticas por separa­ do»: Willíam J. Broad en NY Times (1 de julio de 1985). 68. Ubération (4 y 5 de junio de 1985). La Plcsscy británica también le ha ofrecido a Rodrwell un contrato para el sistema Ptarmigan. 69. 'Die Zeit (19 de abril de 1985). 70. Ver Le Monde (9-10 de junio de 1985). 71. Guardian (23 de julio de 1985). 72. Le Monde (9-10 de junio de 1935). Sobre los alarmantes desarrollos que ya están en camino, ver Paul Hoag, «High Technology Army Weaponry», en Bconomic Forum (verano de 1982).

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lloís ha sugerido incluso que «ciertos» países de industrias avan­ zadas «que han renunciado a las armas nucleares» (o cuyas cons­ tituciones les impiden tenerlas) «como Japón y Alemania», podrían «recuperar su potencia militar» saltándose la fase nuclear y yendo directamente a los láseres y otras formas de rayos letales.71 Es una idea feliz. No podemos asomamos a este sombrío futuro. Eureka índica una actitud de independencia con respecto a Washington, un re­ chazo a ser un mero subcontratista de la IDE. Pero también podría ser un subterfugio político. Como «algunos funcionarios franceses» dijeron a The New York Times, es «una forma de negociar mejor los contratos de la Guerra de las Galaxias mientras se evita darle un respaldo político directo» a la ID E .74 Los vendedores norteame­ ricanos, después de su enfado inicial, han adaptado su táctica a este subterfugio. Continúan escogiendo las «uvas» del pastel europeo. Continúan teniendo amigos poderosos (como lord Chalfont y Franz Josef Strauss), que defienden un compromiso europeo absoluto con la IDE. Y se habla ahora de intentar convertir a Eureka en una espede de IDE regional. En esta división del trabajo (y de los costes), Europa tendría sus propias responsabilidades y cierto con­ trol sobre sus propias tecnologías, en una Iniciativa de Defensa Táctica, o T D I .757 6N o puede confiarse en Eureka como un progra­ ma de investigación «civil» a no ser que se le dé un nuevo con­ tenido y dirección política. D e otra forma basta sus derivaciones aviles pueden ser desoladoras. Como ha indicado el Partido So­ cialista holandés, el futuro de Eureka no promete logros sociales, y no contiene ni un solo «párrafo social» en su articulado. La alta tecnología y la competítividad se asumen como fines sin más consi­ deraciones. Pero ¿deseamos realmente que nuestras empresas (in­ cluso nuestra inteligencia) se «roboticen» y que la espede humana se haga superflua por culpa del software?%

75. Géopólitique, loe. cit. 74. NY Times (13 de mayo de 1985), 75. Géopolitique, op. cit.; David M. Abthire, «SDI-The Path to a More Mature Deterrent», en NATO Review (abril de 1985); Trouw (22 de junio de 1985). 76. Trouw (29 de junio de 1985),

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¿Por qué, a la vista de la oposición de sus mejores amigos de ayer, se ha empeñado Washington en que Europa se tragara la Guerra de las Galaxias hasta que vomitó Eureka en son de pro­ testa? ¿Es una mera exaltación del ego de las superpotencias? ¿Supone la necesidad de volver a imponer obediencia (en nombre de la «unidad» de la OTAN) a sus estados clientes? Si dejamos de lado la «investigación», se ha sugerido que podría encontrarse una explicación en la logística militar.77 Si se desarrollaran las defensas ABM en beneficio de los Estados Unidos, cuanto más lejos estu­ vieran emplazadas mejor. George Keyworth, consejero científico del presidente, ha dicho: «La tecnología puede exigir ciertos em­ plazamientos en Europa ... Algunos sistemas estarán en Europa».78 ¿Cuáles serán estos sistemas? Está muy claro que habrá que perfeccionar mucho las actuales instalaciones avanzadas de detección, seguimiento y asignación de blancos, de la misma forma que el control de las transmisiones en general. Esto incluirá radares ABM en Europa del tipo de los que actualmente prohíbe el tratado ABM. Ahora están construyendo los Estados Unidos nuevas instalaciones de radares en Canadá, Groenlandia e Islandia, y el señor Weinberger informó al Congreso norteamericano (sin consultar al gobierno británico) de que el tra­ bajo empezaría con un radar de antenas puestas en fase en Fylingdales, Yorkshire, en 1986.79 Nadie ha informado todavía al Con­ greso de que vayan a emplazarse misiles interceptores ABM u otra quincalla ligada a la ID E en territorio de los aliados de la OTAN, aunque el señor Weinberger le dijo a un entrevistador de la televisión canadiense: «N o tengo ni idea de dónde podrán em­ plazarse las defensas ... Trataríamos de ... localizar los mejores lugares para las defensas. Algunas podrían estar aquí [en Canadá], otras podrían estar en Estados Unidos, algunas podrían estar en el

77. Rip Bulkcley en un folleto, «Forward Basing-The Secret Key to SDI?» (julio de 1985), no publicado. 78. Voice of America (8 de julio de 1985). 79. Lawrence Freedman en The Times (24 de julio de 1985); T. K. Longstreth, J. E. Pike y J. B. Rhinelander, Impact of US and Sovietic Ballistic Missile Defence Programs on tbe ABM Treaty (1985), pp. 4041.

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mar. Sólo depende de dónde esté el lugar técnicamente más útil para colocarlas».80 Unos «lugares muy útiles técnicamente» serán Canadá y Euro­ pa: en la costa norte (Islandia, Noruega) a través del Polo Norte, también es posible que en Israel o Sicilia, y muy probablemente en Gran Bretaña por su relación especial. Como hemos visto (p. 84), a los partidarios de la Guerra de las Galaxias les gustan ahora los sistemas de láser pop-up, que permiten prescindir de las vulnera­ bles plataformas espaciales mantenidas en órbita de forma perma­ nente. En caso de alerta, se dispararían los sistemas pop-up (desde tierra o desde submarinos) para identificar, apuntar o atacar a los ICBM soviéticos mientras se elevaran en su fase de propulsión. Pero para hacer esto deben poder «ver» por encima de la curvatura del horizonte del planeta. En los escenarios de ficción espacial de la Guerra de las Galaxias las ventajas de los emplazamientos avanza­ dos son muy importantes. D e acuerdo con el general G allois, dis­ parar un láser desde territorio norteamericano exigiría elevar es­ pejos, a gran velocidad, hasta una altura de unos 2.000 km, mien­ tras que para interceptar m isiles de alcance corto o medio se po­ drían poner en órbita pop-ups desde Europa Occidental a una altura de sólo 20-80 km .81 El emplazar bases adelantadas tendrá consecuencias posteriores. El elemento decisivo de la ID E será el C3I: el procesamiento ins­ tantáneo de señales enemigas y la em isión casi simultánea de mul­ titudes de instrucciones para asignación de blancos. Provocando consternación entre los responsables de las relaciones públicas de la Casa Blanca, el señor Fred Ik lé, cuando visitó Canadá a finales de mayo de 1985, abrió su boca más de lo debido. Reveló que el Pentágono está ideando un nuevo plan de guerra y una estructura de mando que integraría las fuerzas defensivas y ofensivas, mandos armados, navales, aéreos y espaciales — B -l, Trident, Pershing II y otros sistemas ABM , m isiles de crucero, satélites y ASAT, y

80. NY Times (19 de marzo de 1985). Las palabras «algunas podrían estar aquí» [es decir, en Canadá] se omitieron en la copia de la Embajada norteamericana en Ottawa: NY Times (20 de marzo de 1985). 81. Entrevista en La Vie Tran^aise (1*7 de julio de 1985).

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todo el resto de hardware y software (incluyendo, presumiblemente, sistemas de combustión mediante aire 11bu como el señor Heseltine)— en un único mando coordinado. Todos los sistemas podrían funcionar entonces a la velocidad vertiginosa de un gigaflop .*2

La

r e sp u e st a s o v ié t ic a a la

ID E

En esta descripción condensada de la acogida europea a la Gue­ rra de las Galaxias el lector atento puede haber observado que algunas figuras familiares sólo han tenido el papel de comparsa. Ante todo, la Unión Soviética. Es por supuesto predecible que los «auténticos creyentes» de la ID E , como lord Chalfont y el director de The Times, atribuyan todos los problemas norteamericanos a «la campaña soviética contra la ID E » y a los intentos soviéticos de «dividir la Alianza Atlántica». Naturalmente, el Kremlin ha ob­ servado fascinado cómo empezaba a enloquecer la O TA N . Pero ¿cuál ha sido el papel soviético? El hecho es que la diplomacia soviética ha quedado relegada a un segundo plano por la escena dramática mucho más atractiva constituida por la irritación entre los primos hermanos de la O TA N . Cualquier «división» dentro de la O T A N ha sido íntegra­ mente autoinducida. Todas podían haber ocurrido como lo hicie­ ron sin que la URSS existiera, excepto como Idea del Otro. Por supuesto, los propagandistas soviéticos han subido el volumen de la propaganda contra los esfuerzos norteamericanos por conseguir la superioridad de primer golpe y contra su «ambición imperial» de alcanzar el dominio del m undo .83 A lo mejor tienen razón. Pero el mundo no les ha escuchado.81

81 bis. Thompson se permite una broma a costa de Heseltine. Los sis­ temas de combustión a partir de aire (atr-breathing) designan aquellos misi­ les que requieren la entrada de aire para la combustión del material prope* lente, como los turbojets. Obviamente, la expresión alude en su literalidad a la respiración. (N. del ed.) 82. NY Times (29 de mayo y 1 de junio de 1985); De Volkskrartt (30 de mayo de 1985). 83. Por ejemplo, Marshal Sokolov en Guardian (6 de mayo de 1985).

EL COMETA VE

LK JjQCUM

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Es d efto *—como lord ChaJfoat y otros persisten en decir— que hay un elemento de híjxxresía en la propaganda soviética. La Unión Soviética nunca se lia propuesto construir su propia IDE o escudo impenetrable, y tampoco lo hace ahora, Pero, como ha mostrado John Pike ,64 tiene sus propias parcelas de investigaciones avanzadas ABM, programa ASAT y todo lo demás. Los rusos tam­ bién han desarrollado más las armas antiaéreas y las defensas tierra^ aire (SAM) que la O TAN, puesto que una proporción mucho ma­ yor de los sistemas ofensivos de los Estados Unidos están empla­ zados en el aíre o en el mar (27 por 100 y 51 por 100), mientras que la mayoría de las cargas nucleares soviéticas están emplaza­ das en tierra (65 por 100), La hipocresía de los propagandistas soviéticos consiste en su secreto habitual acerca de cualquiera de estos desarrollos y su pretensión de pura inocencia. En 1984, un Comité de Científicos Soviéticos por la Paz y contra la Amenaza Nuclear publicó una crítica documentada de la ID E, que procedía por entero de fuentes norteamericanas no reservadas. N o revela ni un ápice de información sobre las investigaciones soviéticas, a pesar del hecho de que entre sus miembros se encontraba el director y director delegado del Instituto de Investigación Espacial de la Academia de Ciencias de la URSS, De ahí que los militares soviético s puedan llevarse perfecta­ mente desagradables sorpresas con sus propios secretos, y que cada tratado deba ser cuidadosamente propuesto y verificado. (De­ bido a que apenas hay ningún grupo de presión independiente de ciudadanos en la Unión Soviética capaz de vigilar a sus propios militares — y lo poco que hay, como el Grupo de Confianza de Moscú, está sometido a continuos acosos por parte de la KGB— , los controladores de armas norteamericanos y el movimiento en pro de la congelación tienen razón en pedir que se verifiquen.) Con todo, es difícil ver alguna alternativa a la actitud diplomática so­ viética acerca de la ID E , Han propuesto nuevos tratados para84

84. Thompson alude al capítulo tercero de la versión inglesa de este libro, «Enjuiciando la defensa contra misiles balísticos soviética» que, por las razones señaladas en la Introducción, no se ha incluido en la presente edi­ ción, (N. del ed.)

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proscribir los desarrollos militares en el espacio, incluyendo los sistemas A SAT. H an defendido los tratados ABM y SALT exis­ tentes. Aunque pueda resultar difícil verificar el cum plim iento de los tratados que prohíben la investigación, en cuanto la investiga­ ción alcanza el estadio de ensayo o de verificación de despliegues debería presentar pocos problemas; si el N O R A D puede «seguir a un guante» por el espacio (p. 6 0 ), puede con seguridad seguir a satélites, minas espaciales o plataformas de láseres. Por encima de todo, han pedido a los Estados U nidos que abandonen la ID E como condición previa a cualquier progreso en las conversaciones de armamento en G inebra. Como era previsible, los reaganautas se han sentido ultrajados. La U nión Soviética está bloqueando las conversaciones de Ginebra y está intentando «explotar» las divisiones dentro de la O TA N . H asta el In stituto Internacional de Estudios Estratégicos, cuyo in­ forme anual critica la ID E , dice que «no puede esperarse razona­ blem ente que los Estados U nidos hagan concesiones unilaterales» de abandonar la ID E en Ginebra. ¿Q ué quiere decir el Instituto? La Guerra de las Galaxias se im puso unilateralmente, sin consul­ tar siquiera a los aliados. Durante toda la crisis de los euromisiles, los apologistas del Pershing I I y los m isiles de crucero (entre los que estaba el Instituto) sostenían que eran «bazas negociadoras» necesarias para tratar con la U nión Soviética. Sin embargo, cuando se reanudaron estas conversaciones, los Estados Unidos colocaron su apuesta unilateralmente. La Guerra de las Galaxias «no era ne­ gociable», y los negociadores norteamericanos rechazaron vincular la cuestión del espacio con la de los sistemas terrestres. ¿Es pro­ bable que los militares soviéticos (que son los Auténticos Creyen­ tes en la M A D , com o sus enem igos occidentales) estén de acuerdo en negociar la reducción del número de m isiles cuando los milita­ res norteamericanos están poniendo a punto ingenios para destruir a los que queden? H em os visto que la respuesta militar más probable a las defen­ sas ABM será multiplicar las cargas nucleares y las ayudas de pe­ netración (p. 96). Los Estados Unidos ya están trabajando en ello y los franceses ya están considerando, en respuesta a posibles desarrollos soviéticos, aumentar su forcé de frappe hacia mediados

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de los noventa, de 98 cargas nucleares a 594, con señuelos que las acompañen.8586También se «adaptará» el Trident británico para «su­ perar cualquier defensa rusa propia de la Guerra de las Gala­ xias»,88 aunque no se vaya a informar al público británico ni al Parlamento de ello. Los militares soviéticos han prometido hacer lo mismo.87 «Como hecho práctico», dijo el general Brent Scrowcroft, que encabezó la Comisión Presidencial sobre Fuerzas Estra­ tégicas durante la primera administración de Reagan, ... resultaría muy difícil inducir a los soviéticos a que reduje­ ran sus fuerzas ofensivas si se encararan con la perspectiva de una defensa estratégica para cuya penetración podrían necesitar esas fuerzas.88 O, como ha escrito el profesor Marshall Shulman, un experto en temas soviéticos: Ninguna lógica concebible nos permite esperar que los rusos estén de acuerdo en reducir sus misiles ofensivos cuando esta­ mos tratando de ganar el control militar del espacio, además de los nuevos bombarderos, misiles y submarinos ... con un presu­ puesto casi multiplicado por dos.89 Las autoridades soviéticas desean enterrar sin duda la Guerra de las Galaxias, pero su propaganda ha sido menos estridente de lo habitual. ¿Acaso no quieren espantar a los críticos europeos? Preferirían asistir al funeral como plañideras que no molestan y dejar que el presidente Mitterrand y sir Geoffrey Howe lleven la caja. Hasta han dado positivas muestras de interés acerca de la sa85. W. J. Broad en NY Times (13 de mayo de 1985). Ver Christoph Bertram, «Strategic Defence and the Western Alliance», en Daedalus (vera­ no de 1985), p. 285. 86. Sunday Times (26 de mayo de 1985). Cuando se despliegue el Tri­ dent, el número de cargas nucleares británicas podría pasar de las 64 actua­ les a 896 en los noventa: Bertram, op. c i t p. 285. 87. Véase, v.g., Guardian (26 de julio de 1985). 88. Progressive (julio de 1985), p, 23. 89. NY Times (2 de julio de 1985).

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Iud del enfermo. El señor Gorbachov ha insistido en que el tema aún es negociable. No insiste de ninguna manera en un abandono «unilateral» de la IDE: en cambio, negociaría con gusto una mu­ tua reducción drástica de ICBM .90 Más recientemente ha habido tentativas soviéticas de sugerir que podría revisarse el tratado ABM para autorizar la práctica de «investigación sólo», o para autorizar que se introdujeran sistemas defensivos emplazados en tierra (pero no en el espacio) por acuerdo mutuo, acompañados de serias reducciones en los sistemas ofensivos de ambos bandos .91 Estas propuestas serán bien recibidas por los auténticos controla­ dores de armamentos, tanto en el Congreso como entre las clases dirigentes de Europa Occidental. Restaurarían el clima de tranqui­ lidad propio de la MAD. La otra figura ausente en esta descripción ha sido la de los movimientos por la paz de Europa Occidental y (con la notoria excepción de los grupos de presión de especialistas científicos y de partidarios del control de armamento) de los Estados Unidos. N o han tenido lugar manifestaciones de cientos de miles de personas contra la Guerra de las Galaxias, y se ha desplegado bastante poca actividad al respecto, en cualquiera de sus posibles formas. Esto no puede deberse a que los movimientos por la paz se hayan unido a los «europeos» del coronel Alford en su «gusto» por las armas nucleares. ¿Tal vez (como el profesor Lawrence Freedman expli­ caba en The New York Times) se deba al «agotamiento completo» de los activistas ?92 Los movimientos por la paz y las fuerzas polí­ ticas más cercanas a ellos han estado, naturalmente, en contra de la Guerra de las Galaxias, y en la mayoría de los casos por razones acertadas: llevaría la carrera armamentista al espacio, sería desestabilizadora y acabaría con el control de armamento, y es una búsqueda de superioridad norteamericana. Los partidos socialistas europeos (y entre ellos el Partido Laborista británico) han adop­ tado la misma postura global; ha habido incluso un rapprochement entre los socialistas franceses y el SPD alemán (tan amargamente

90. Times (11 de junio de 1985). 91. Véanse Leslie Gelb en NY Times (8 de julio); Guardian (9 y 10 de julio); Times (26 de julio); Seth Mydans en NY Times (26 de julio de 1985). 92. Leslie Gelb en NY Times (4 de julio de 1985).

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divididos acerca de los Pcrshing II) gracias a su oposición común a la ID E .93 Los Verdes de Alemania Occidental han hecho exten­ siva su oposición a las tecnologías antihumanas de Eureka. Pero esto se ha expresado más que nada en folletos explicati­ vos de su actitud y en conferencias de prensa. Ha habido poco apremio, y tanta confusión como convicción. N o es fácil hacer sen­ tadas contra la Guerra de las Galaxias. Y si uno se manifiesta con banderas en Downing Street se puede encontrar con sir Geoffrey Howe marchando al lado para unirse a la manifestación. Al movi­ miento por la paz no le gusta nada este tipo de cosas. Los intensos encuentros de 1981-1983 nos han dejado a todos (opositores y apologistas de los euromisiles) con heridas emocionales y con una inclinación a reanudar las confrontaciones en el escenario de cada país siguiendo las líneas divisorias políticas tradicionales. Los an­ tagonistas de antaño no quieren reconciliarse. ¿Quién va a se­ guir una bandera portada por el profesor Freedman y el profesor Michael Howard? En esto el movimiento por la paz puede haber demostrado cierta sabiduría. En esa bandera habían escrito «DEFENDAMOS LA MAD», que no podía ser el lema del movimiento por la paz. Los activistas prefirieron permanecer asombrados en la acera, mi­ rando cómo sus antiguos contrincantes reñían entre sí. Sin embar­ go, puede que hayan sido imprudentes al no conseguir hacerse oír en la discusión, puesto que la inesperada tranquilidad de los movi­ mientos antinucleares ha permitido a las clases dirigentes organizar la discusión a su manera. U n «viejo funcionario de la adminis­ tración» ha indicado en W ashington con satisfacción que «los mi­ nistros de Exteriores y los diplomáticos profesionales de la mayoría de estos países están siguiendo el juego». Y «un viejo diplomático europeo» lo ha corroborado: Podemos vivir en esta situación una temporada. No hay pre­ siones políticas acerca de esta decisión, como las hubo en rela­ ción con el despliegue de los misiles norteamericanos de alcance medio hace dos años.94

93. Le Monde (23 de mayo de 1985). 94. Gelb en NY Times (4 de julio de 1985).

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«Seguir el juego» ha significado en Grao Bretaña, óz Macado con el protocolo, negar tiempo al Patlamento pata q;.je debatiera la decisión, de forma que se pudiera discutir d asunto y se p-£J&' cara 1o acordado antes de que la gente se diera cuerna, T^JtÁtz significa que el debate apenas ha sido puesto al alcance de los fensa de puntos.106 Y en 1983 y 1984 el 45 por 100 de los princi­ pales contratos de arm as espaciales fueron al estado natal del pre­ sidente, California. A dem ás, el 77 por 100 de los principales con­ tratos fueron a p arar a estados o distritos representados por con­ gresistas o senadores que participan en los com ités de fuerzas ar­ madas y subcom ités de asignaciones para defensa.109 Así es como funciona el fondo de reptiles. Los trabajos de este grupo d e presión son transparentes y es­ tán legitimados p o r la ideología del m undo libre. (De hecho, la idea de que esa contratación es com petitiva es muy engañosa: los gigantes negocian con el P en tág o n o y e n tre sí, y los grandes con­ tratos no se som eten a o fe rta pública.) E n cierto sentido, los m ovi­ mientos p o r la paz del m u n d o deb en com partir la culpa de estos desarrollos. H ab ían hecho im populares las arm as nucleares y los gigantes de la co n tratació n de arm am ento vieron que empezaba a contraerse el m ercado fu tu ro de «m odernizaciones» sin fin y de «nuevas generaciones» de arm as ofensivas. Sus accionistas se sin­ tieron inseguros.

La investigación militar requiere largos plazos (de cinco, diez o más años) y en menos de cinco años los libros de pedidos de MX, Midgetman, Pershing II, B-l y de algunos misiles de crucero estarían vacíos. ¿Qué demonios podrían hacer entonces los desven­ turados gigantes? Respuesta: debían irse al espacio, y alegar que lo hacían por la «defensa». Los contratos de investigación para la IDE son simplemente el dinero sembrado para desarrollar la nueva generación de pedidos. Mientras tanto los gigantes se mantendrán vivos vendiendo las reservas que tieneni Pero quieren estar segu­ ros de que la simiente producirá una nueva cosecha. Como dijo un contratista: «Todo el mundo sabe que no se gana dinero con los programas de investigación tecnológica. Necesitamos aplicado* nes». O, como añadió un representante de Bodng: «Hay un mon* 108. Estas fábricas ya se habían lanzado a desarrollos BMD: Lockheed con el Homing Overlay Experiment, McDonncll Douglas con el Sistema de Defensa a Baja Altura y LTV con el Small Radar Homin# Teclmology (SRHIT): Wmt pp. 152, 188-19?,. 109. W m p. 39,

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tón gigantesco de dinero aquí . .. Si podemos hacer algo por el gobierno que esté a nuestro alcance, y conseguir dinero con ello, lo haremos. N o somos filántropos».110 Estos gigantes subcontratan mucho trabajo a los peces peque­ ños del negocio, y a las compañías electrónicas y de computadoras (algunas de las cuales esperan convertirse en ballenas). Y hada 1985 hubo una estampida de pequeños proyectistas hacia las puer­ tas de la SD IO del general Abrahamson. Un analista de inver­ sión publicó una carta en la prensa llamando a la IDE «dinero del cielo», y otro comentarista comparó la excitación de los empresa­ rios de alta tecnología con el «frenesí de dar de comer a los pe­ ces». Se reclutó a los científicos que ya estaban en los laboratorios de armamento para ampliar e l com plejo militar-industrial-académico. Algunas universidades fueron fáciles de convencer. Las de Alabama, Arizona y Florida del Sur recibieron contratos anticipados; Carnegie-Mellon, en Pittsburg, ganó (en dura lucha) un contrato de 100 millones de dólares por albergar al Instituto de Ingeniería Software de las Fuerzas Aéreas; la State University de Nueva York, en Buffalo, formó un «consorcio» con la GEC y el labora­ torio de Investigación N aval con vistas a investigaciones para la ID E , con un presupuesto de 2 ,5 m illones de dólares para los tres años siguientes.111 Pero, en su honor sea dicho, los científicos y administradores de las universidades punta se han negado a dejarse seducir. Una objeción crítica, en los Estados U n id os com o en Europa, es la in­ sistencia del P entágono de que «los principales investigadores» es­ tén som etidos a medidas de seguridad, y e l temor de que la inves­ tigación se haga reservada y se deje de publicar. Y los estudiosos norteamericanos, con su encom iable tradición de intercambio inter­ nacional, están ofendidos por los recientes intentos del gobierno de limitar sus contactos con lo s colegas extranjeros (sean comunis­ tas o no). E l dinero está ganando la batalla en los centros de me nos reputación. E l In stitu to de T ecnología de Georgia ha obtenido 110. I b i á pp. 175, 186. 111. David E. Sanger, NY Times (22 de julio de 1985); NY Tms (13 de mayo de J9§5)T

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un incremento del 900 por 100 en las subvenciones del Departa­ mento de Defensa desde 1976, tal vez porque «acepta a pocos es­ tudiantes extranjeros» y «permite» que sus estudiantes tengan ga­ rantía de seguridad, como «una tarjeta universitaria más» . 112 Así pues, el complejo que une a Boeing, NORAD, Georgia Tech y al laboratorio Livermore es un poderoso motor de la IDE. Gasta millones en presionar, su personal trabaja en colaboración con el Pentágono (en los últimos tres años, 2.300 empleados del Pentágono se han «retirado» directamente con trabajos de los con­ tratistas de armamento) 113 y ha colocado a discretos representantes como vendedores en comités claves del Congreso. No sólo sumi­ nistra el material de la Guerra de las Galaxias, sino también parte de su ideología. Rockwell International (contratistas del MX y del bombardero B-l) ha tenido mucho tiempo un Departamento de Operaciones Espaciales y de sistemas de satélites, y su director dijo en 1981: Rockwell, obviamente, ha empleado cierto tiempo a lo lar­ go de los años en pensar —felizmente, sobre una base biparti­ dista— acerca de qué debería ser el programa espacial norteame­ ricano. También tiene un Departamento de Desarrollo de los Sistemas de Transporte Espacial, que contrata las lanzaderas espaciales. Ha estado (en competencia con Boeing) desarrollando un Centro de Operaciones Espaciales —una estación espacial con ocho personas en órbita—. También tiene proyectados «un vehículo de lanza­ miento discrecional, para llegar a cualquier parte de la tierra en noventa minutos» y, en el siglo xxi, una base espacial geoestadonaria, a una altura de unos 35.800 km, que dé vueltas por encima del globo: el último puesto militar de mando, con «capaddad ab­ soluta de organización de combate». Rockwell y sus primos no se limitan a esperar la demanda para investigar luego con objeto de satisfacerla. Suministran la demanda 112. Ver Sanger, op. cit.; Harold Jackson en Guardian (7 de junio de 1985). 113, Robert Chesshyre en Observar (26 de mayo de 1985),

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ideológica y política a los políticos y al público, demanda que luego abastecen otra vez con armas. El coronel Morgan W . Sanborn, de la USAF (jubilado), gerente de nuevos encargos comerciales para la sección de transporte espacial de Rockwell, es un ejemplo de la raza de los enviados especiales que se mueven entre el Pentá­ gono y los contratistas y que también actúan de profesionales de las relaciones públicas ante el público influyente. También siente cierta inclinación por la historia universal: «Las civilizaciones pa­ sadas han surgido y desaparecido y el Oeste parece estar en de­ clive ... El espacio es una zona en que podríamos establecer nuevas metas, galvanizar a la opinión pública y recuperar nuestro ím­ petu».114 La exposición razonada de la ideología fue planeada por Rock­ well en un librito titulado Space, America*s Frontier for Growtb, Leadership and Freedom («El espacio, la frontera del crecimiento, liderazgo y libertad de América»). Prevenía del declive en el cre­ cimiento económico de Norteamérica, de la dependencia de com­ bustibles fósiles importados, de la pérdida de la superioridad mili­ tar y del «declive de la moral nacional». Nos recuerda que, si los contratistas de armamento «no son filántropos», por lo menos pue­ den llevar la máscara de la filantropía. La máscara que han escogi­ do el año pasado o los dos años anteriores es la de su misión bene­ volente para con toda la economía nacional. El programa espacial está «en la frontera misma de la tecnología» y «produce abundan­ tes avances tecnológicos que en última instancia ayudan a fomentar una productividad mayor, abren nuevos mercados y desarrollan nuevos productos». La investigación para la IDE ocasionará vuel­ cos asombrosos que llevarán a toda la economía norteamericana a una tercera revolución industrial. Esto se corresponde muy estrechamente con el análisis pro­ puesto por el señor Cheysson (p. 146), a saber: que la auténtica motivación de la Guerra de las Galaxias no tiene nada de militar. Pretende reforzar la competitividad del capitalismo de los Estados

114. Estos párrafos se inspiran en Thomas Karas, «The New Htgb Ground: Systems and Weapons of Space Age War, Nueva York, 1983, pp. 48-?$,

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Unidos, gracias a medidas de «keyncsianismo militar». Hay algo de cierto en ello, aunque puede sugerir demasiada lógica. Los con­ fusos intereses en juego no indican una exposición razonada y presciente de gobierno. Y habría que tener en cuenta sus apuros. Por poderosos que sean estos grupos de presión no constituyen la mayoría de los accionistas de los Estados Unidos. En la medida en que controlan recursos, competirán con los recursos de otros sectores: ganadería, construcción, transportes, manufacturas, indus­ trias de servicios, salud, educación y el resto. Ante cualquier re­ ducción de presupuesto, la IDE competirá incluso con otras de­ mandas, más verosímiles, de las fuerzas armadas. También luchará por el personal y los talentos: más de uno de cada ocho científicos e ingenieros de Norteamérica está trabajando ya en dependencias de «defensa». Además, la desviación de vastos recursos hacia fines no consu­ mibles —tirar miles de millones de dólares por agujeros en el es­ pacio— con un déficit federal presupuestario que crece despacio, podría ser la forma de destrozar la economía de los Estados Uni­ dos y debilitar su poder competitivo. Muchos expertos contradicen abiertamente las promesas eufóricas de beneficios civiles proceden­ tes de la investigación para la Guerra de las Galaxias. Aunque hay algunos ejemplos de efectos parecidos en el pasado, los progresos japoneses y alemanes en computadoras, microprocesadores y alta tecnología se han atribuido al hecho de que estas naciones gastan menos en investigación y desarrollo militar que los Estados Uni­ dos y Gran Bretaña, y correspondientemente más en investigacio­ nes civiles.115 Y los avances militares están dando lugar cada vez más a lo que Mary Kaldor ha llamado productos «barrocos», pro­ ductos obscenamente recargados, tecnológicamente frágiles, caros 115. Véase Eric R. Alterman en NY Times ( 1 1 de julio de 1985): «el Pentágono ha financiado cerca del 40 por 100 de toda la investigación y desa­ rrollo de los Estados Unidos. La proporción respectiva en Japón es de me­ nos del 1 por 1 0 0 ; sin embargo, Japón exporta 5 mil millones de dólares más en productos de alta tecnología a los Estados Unidos de lo que importa de nosotros. La participación de Japón en los mercados mundiales de alta tecnología se triplicó entre 1962 y 1979, mientras que la nuestra se redujo casi en un tercio»»

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y sin salida, sin n in gu n a relev a n cia c iv il p o sib le. ¿Q ué organi­ zación c iv il p od ría n ecesitar u n a com p u tad ora de la séptima gene­ ración q u e trabaja a trein ta g igaflop s p o r segun do, a no ser la policía? 1,6 U n o d e lo s su eñ o s d e lo s gu erreros esp aciales ha sido que po­ drían ind ucir a la U n ió n S o v ié tic a a u n a «batalla tecnológica defini­ tiv a » , un a c o m p e tic ió n esp acial tan cara q u e dejaría arruinada la econ om ía so v ié tic a . E l d o c to r E d w a rd T e lle r cree en esta posibili­ dad. La G u erra d e la s G a la x ia s ten d ría u n «im pacto devastador» sob re lo s g ru p os d o m in a n tes e n la e co n o m ía y la defensa de la so­ cied ad soviética: «F orzarles a red ucir la fa se d e propulsión hará ob­ soletas to d a s su s arm as y le s con d u cirá a gastos m uy elevados».11617 E l destacad o e x p e rto e n estrategia esp acial, doctor Isaac Asimov, ha añadido: N o creo que la Guerra de las Galaxias sea factible ni que nadie se la tom e en serio. E s sólo un invento para arruinar a los rusos. Pero nosotros tam bién nos arruinaremos. Se parece mucho a una bravata de John W ayne. S in duda, e l co ste d e lo s e x p e rim en to s ID E , en un momento e n q u e están tratando d e revitalizar su debilitad a economía, es una d e las razones p or la qu e a lo s líd eres so v ié tic o s les gusta tan poco esta aventura. P ero un a pregu n ta práctica es qué economía se de­ rrumbará prim ero. ¿Caerá la G uerra d e las G alaxias en el agujero cavado por e l déficit d e lo s E sta d o s U n id o s? ¿Volveremos la vista sobre to d o e l ep iso d io co m o si fuera un a burbuja submarina, un psicodram a e n e l qu e p o lític o s corru p tos, especuladores cínicos y el pú blico crédu lo colapsaron la econ om ía a base de deudas? E l beneficio m arginal d e la I D E e s m uy probable que sea «un g o te o » .118 E l p ú b lico norteam ericano p u ed e incluso llegar a conside­ rarlo un «tirón » o «desgarrón». A grandes sectores de la industria privada n o les tocará nin gún trozo d e l p astel. A l mismo tiempo que

116. Mary Kaldor, The Baroque Arsenaly Londres, 1981. 117. Newsweek (17 de junio de 1985), p. 19. Véase también Miscbe, op. cit^ p. 1 0 . 118. Jack Mendelsohn en New Statesman (5 de julio de 1985).

se aprueban asignaciones para Ja J D b , la subvención ícderal de asistencia social, salud o agricultura está siendo recortada o elimi­ nada directamente: como la alimentación infantil, el desarrollo ur­ bano y rural y las Job Corps. El resentimiento está creciendo ante los sobornos, los niveles fijos de pingües beneficios, los costes y la ineficacia general inherentes a la industria de armamento.119 Las zonas de declive industrial en el Noreste y el Oeste medio se re­ sienten de que sus impuestos generales se dirijan hacia los contra­ tistas de armamento de la próspera región sureña. Si el público nor­ teamericano se diera cuenta de que la IDE no tiene nada que ver con un escudo, sino que es susceptible de incrementar los riesgos de guerra nuclear, entonces el movimiento en pro de la congela­ ción nuclear podría renacer rápidamente, pero de una forma más sólida, en la que la ira de los pobres y desgarrados de Norteamé­ rica se uniera al altruismo de los activistas de la paz. El complejo militar-burocrático-industrial-académico es inmensamente poderoso. Pero no es Norteamérica entera, ni tampoco todas las industrias y academias de Norteamérica. No debe triunfar.

La

id e o l o g ía d e l a i s l a c i o n i s m o

nuclear

Por esta razón puede que hayan sido más realistas los instintos del dolorido titular de la Casa Blanca que el consejo de sus insis­ tentes ayudantes. Aún defiende obstinadamente la Guerra de las Galaxias I. Si sus ayudantes creen que la Guerra de las Galaxias II puede venderse mejor en Europa, de acuerdo. Pero no quiere que el pueblo norteamericano lo sepa. Es la Guerra de las Galaxias I —la buena nueva tecnológica— la que mantiene tranquila a Nor­ teamérica y silencioso al movimiento en pro de la congelación nu­ clear.

119. Para estos ejemplos acerca de la ineficacia del Pentágono y de los sobornos, fraudes y escandalosos niveles de prebendas de los contratistas de armamento -—que afectaron seriamente a la imagen de Weinberger en 1985— ver Observar (26 de mayo de 1985); Nicholas Ashford en The Times (23 de mayo de 1985).

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Y ésta es Ja tercera, y tal vez la más importante, fuerza motriz de la Guerra de Jas Galaxias. El proyecto tiene vida independíente dentro de la ideología norteamericana. El propio presidente so*, tiene con la mayor energía su principio. Él no tiene nada de es­ tratega, y no podría distinguir la MAD del N U T S. Lo que tí es es un político populista con un éxito magnífico, que puede poner a punto una política como un misil de precisión y conseguir que los prejuicios del norteamericano medio la hagan suya. En su expresión ideológica, la Guerra de las Galaxias es la úl­ tima degeneración de la teoría de la disuasión, y el intento de los ideólogos norteamericanos de volver a los tiempos de Hiroshima. Desde que la URSS alcanzó la «paridad» nuclear, estos ideólogos se han vuelto cada vez más inquietos. Tenían el inmenso poder de intimidar y chantajear, poder que, sin embargo, no podrían usar jamás; y el mundo estaba empezando a caer en la cuenta de ello. Durante una década este gigante, el complejo militar de Estados Unidos, ha estado estrechado como un luchador entre los brazos nucleares de su enemigo soviético en una lucha por conseguir su­ perioridad, pero ninguno de los dos ha tenido éxito. Luego los ideólogos lo intentaron con menús de opciones bien estudiadas y escenarios de guerra nuclear «limitada» en el territorio de sus alia­ dos o de otras naciones. Esto no ha resultado posible, e incluso se ha topado con la ingratitud. Ahondando en sus recuerdos, el presidente Reagan y sus ami­ gos recordaron aquellos años dichosos, entre 1945 y 1950, en que los Estados Unidos tenían la Bomba y el O tro no. Es de esta re­ gresión a un idealizado santuario áureo en el pasado de donde ha procedido el giro político e ideológico de la Guerra de las Gala­ xias. ¡Acabemos con la Bomba del Otro! ¡Armemos los objetivos morales de los Estados Unidos con un escudo impenetrable! ¡Sea­ mos otra vez capaces de amenazar a un mundo que no nos puede lanzar una represalia! Como ha escrito Colín Cray, un estratega de despacho del sec­ tor de los halcones: En caso de que los Estados Unidos consiguieran desplegar tina defensa para la población que fuera resistente técnicamen-

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tc> los Estados Unidos deberían recuperar, como consecuencia lógica, una porción considerable de libcriad de acción política.1^ (Esto podría restablecer la «libertad» de iniciar guerras con* \sináoJule$.) Como dijo Gaspar W cinbcrgcr al Comité de Servicios Armados del Senado en 1984: Si podemos hacernos con un sistema que sea eficaz y del que sepamos que puede hacer impotentes las armas, podríamos volver a la situación en que estábamos, por ejemplo, cuando ¿ramos la única nación con un arma nuclear.121 Una vez hallada esta solución (puramente ideológica), entonces el dinero y el talento deben perm itir ponerla en práctica. Y la Gue­ rra de las Galaxias es el sueño de un populista. Es la epifanía ro­ cocó, el último grito tecnológico, la máquina-panacea universal. Le ha abierto un pozo a la retórica norteamericana en cuyas fuentes flotan y se entrechocan elementos incompatibles. Como tantas ve­ ces en la historia del populismo norteamericano, apela a la vez a los demócratas y a los autoritarios, a la inocencia y al egoísmo «ignorante», a los instintos generosos y mezquinos del pueblo norteamericano. Evoca con nostalgia un pasado dorado, antes de la bomba (o antes de que la máquina llegara al jardín) al mismo tiempo que apela a las generaciones criadas con la ciencia-ficción, los invasores espaciales, las películas de D arth Vader y Luke Skywalkcr y con sus juegos caseros de computadora. Alimenta el ego norteamericano al entonar homilías acerca de «destruir misiles, no vidas», mientras que está abocando a la humanidad a nuevas di­ mensiones de peligro. Más que eso, combina, en una conjunción de asombrosa sim­ plicidad, el aislacionismo (no pueden cogernos) con la jactancia y la amenaza exteriores: si no pueden cogemos, entonces «puede adoptarse un enérgico anticomunismo de una forma convencional

120. The Progressive (julio de 1985). 121. Véase Union of Concerocd Sdcntists, The Fallacy of Star Wars, Nueva York, 1984, p. 28.

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y explícita sin dar escalofríos a nadie».122 Le llega incluso con una apariencia de inevilabilidad a una generación cuya imaginación ha vagado mucho riempo por escenarios espaciales. Y es tan nortea­ mericano como el pastel de manzana. Combina la fe del ciudadano norteamericano de que cualquier cosa que hagan los Estados Unidos de América debe ser moral —y de que la Bomba es un regalo de Dios para proteger el «Mundo Libre»— con la enérgica e inno­ vadora tradición norteamericana de «resolver» las cosas y de bus­ car soluciones tecnológicas a los problemas políticos, sociales e incluso psicológicos. Con su parafernalia deslumbrante de láseres y escopetas de cañones y su vocabulario de «megavatios y terravatios. y gigajoules», emite las vibraciones de un Nuevo Mundo que vuelve a cosechar éxitos. Es un sueño de chiquillo, que papá aún recuerda mientras juega con su computadora de bolsillo. Y las en­ cuestas indican que lo compran mucho más hombres que mujeres. La tecnología es un sustituto del macho.123 La Guerra de las Galaxias, con su brillo futurista, encubre a fuerzas ideológicas que actúan por iniciativa propia. No debería­ mos rechazarla como mera farsa ideológica. El propio presidente puede ser un auténtico creyente. Y él ha sido mucho tiempo un especialista en uno de los argumentos utilizados: evocar una sen­ sación de inseguridad norteamericana ante la «amenaza comunista». El anticomunismo (y, antes, el antisocialismo o el antianarquismo) ha sido siempre un eje central del populismo norteamericano de derechas, al reunir a todos los elementos étnicos heterogéneos que constituyen el pueblo norteamericano y proporcionarles un senti­ miento de nacionalidad ante la amenaza del otro. Si los norteame­ ricanos dejaran de «resistir a los comunistas», podrían percibir mejor cómo los arruinaban en casa. Pero la genialidad de la Guerra de las Galaxias consiste en ofrecer una defensa tecnológica que no requiere una decisión política ni una modificación de la postura ideológica; en definitiva, ningún tipo de actividad polí122. David Watt en The Times (15 de febrero de 1985). 123. Véase Dan Smith en New Statesman (12 de julio de 1985); y Ia encuesta de Harris consignada en Hartford Courant (5 de abril de 1985: los hombres se mostraron de acuerdo con la Guerra de las Galaxias «por 3 pontos», pero las mujeres se opusieron «por 34 puntos»).

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tica. Los guerreros espaciales pueden darle la espalda a la disten­ sión, pueden abandonar las relaciones internacionales, pueden (sí lo desean) salirse de las Naciones Unidas. La amenaza seguirá ahí (para inculcarse en la cultura norteamericana siempre que haga falta), pero los misiles del «imperio del mal» se mantendrán ale­ jados. Por estas razones es por lo que los protagonistas últimos de la derecha, vieja y nueva, en los Estados Unidos y en Europa, le han dado su apoyo. El senador Jesse Helms y el doctor Jerry Falwell, de la Mayoría Moral, se han integrado en el equipo de Ame­ rican Space Frontiers, que está recaudando dinero de «jubilados y amas de casa en los estados soleados» para actuar contra los que critican a la IDE en las elecciones al Congreso.124 Este fanatismo escatológico se advierte desde hace mucho tiem­ po en las costumbres del populismo norteamericano. ¿No hizo campaña Theodore Roosevelt en las elecciones de 1912 con el lema: «Estamos en el Armagedón y luchamos por el Señor»? El hecho de que la nación más poderosa de la tierra vuelva a una segunda infancia ideológica es un signo de que una época está to­ cando a su fin. Es un indicio aterrador de la apurada situación en que nos hallamos. La combinación de avaricia material (la cama­ rilla armamentista), de búsqueda militar de todo lo que se pueda conseguir y de autoengaño ideológico puede resultar la última de­ mencia de la era nuclear. Las relaciones políticas tensas y complejas entre naciones no tienen una solución tecnológica. Nunca habrá un escudo impene­ trable contra el mal nuclear. Sólo hay -—y lo ha habido durante 40 años— un escudo contra el caos: ese escudo patéticamente dé­ bil y, con todo, de un modo u otro indestructible que es la con­ ciencia humana. Está tan llena de agujeros como una criba, pero ha evitado el caos durante 40 años. Es hora de llevarla a arreglar. Conclusiones y

p o s t s c r ipt u m

El Economstha anunciado (agosto de 1985) su conversión a la Guerra de las Galaxias. La razón (especula) del «rechazo des-

124i Counril for Economic Príorities, boletín (octubre de 1984). J . 12. —THOMPSON

Í?B

LA CL'&aXA UtL L A l GALAXIA*

predativo* Je U mayoría Je 2a gente a la ID E fue simplemente que a «U mayoría Je la gente tuelen parcoerlc increíbles nuevas*. Pero, al mismo tiempo, la Guerra Je la* Galaxia* I del presídeme «cao; todo el mundo admite hoy que es totalmente h> verosímil*. El Economíat se ha convertido, naturalmente, a la Guc' rra Je las Galaxias II, y esta satisfecho Je que «los partidarios de Reagan — bueno, la mayoría Je ellos— se hayan adarado acerca Je lo que piensan*. La fase II es una «pantalla protectora Je silos y cuarteles generales*, «capaz Je detener una buena parte de las cargas nucleares soviéticas dirigidas a las fuerzas nucleares y a los centros de mando norteamericanos*. Este dispositivo rcabe parabienes porque mejora la resistencia del paraguas nuclear nor­ teamericano encima del propio país y de Europa/Japón, También recibe parabienes como una «idea antinuclear*, lo que descorreen* al m ovim iento antinudcar. Si los rusos también se hicieran al £n con una ID E , entonces — o tal vez m is tarde— las superpotencías podrían acordar la reducción J e sus arsenales nucleares/2* Esto indica tal vez hacia dónde se están orientando ahora algu­ nas de las personas de las clases dirigentes británicas. N o resulta fácil decidir si estos argumentos se deben al cinismo o a la frivo­ lidad. Cualquier historiador de las ideas podría decir al Economía que las «ideas nuevas* beneficiosas para la humanidad no las han anunciado normalmente los políticos, apoyándolas en seguida las fuerzas armadas y los industriales, y encarnándose en asignaciones presupuestarias. Lo habitual ha sido que las ideas nuevas sobrevi­ vieran a pan y cuchillo en los linderos de la sociedad respetable du­ rante varias décadas antes d e que las descubrieran los directores de semanarios respetables. Tampoco está claro cómo una estrategia que, según concede el Economía, está destinada a mejorar un pa­ raguas nuclear y a proteger los silos de misiles nucleares de un bando puede ser «una idea antinudcar*. D e hecho, el director del Economice no sabe más que cualquie­ ra de nosotros a qué conducirán las investigaciones de la Guerra de las Galaxias, qué cultivos mortíferos nacerán a la vida en el invernadero de esos miles de millones de dólares. Debería conocer

12?, «The Cmc íor Sur W*r»*, Economía O de ago&to de 19$5).

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mejor que la mayoría los resultados extraordinarios e imprededbles de la investigación y el desarrollo. Debe saber que se les está concediendo prioridad a los haces de energía dirigida con «meca­ nismos letales» sofisticados, y a cosas semejantes. Podría deducir que, cualquiera que sea la estrategia que se extraiga de todo ello, dará lugar a una gran cantidad de asquerosa chatarra de alta tec­ nología que en parte se almacenará en el espacio. A uno le desa­ lienta la debilidad del intelecto humano y la ligereza con la que los que moldean las opiniones asumen cada locura nueva. Y es que si nos conformamos hoy, con egoísmo elegante, con la opción fácil, ¿cómo podemos saber qué locas alternativas les legaremos a las generaciones venideras? No tenemos derecho a legarles eficaces tecnologías de asesinato a los desconocidos políticos del siglo xxi, que pueden resultar aún más locos que la partida actual. La Guerra de las Galaxias no es de ninguna manera una «idea antinuclear». Preferimos la definición propuesta por un distinguido teórico de la estrategia, el señor Caesar Voute: La Guerra de las Galaxias es el producto de un grupo de individuos dotados de la sutileza política propia de unos co­ codrilos hambrientos, que no pararán hasta que hayan abierto todas las latas de gusanos.126

Éstas son nuestras conclusiones 1. La Guerra de las Galaxias, I y II, se propone destruir los misiles enemigos (todos o algunos). Serán necesarias dos o tres décadas de investigación y desarrollo a un coste astronómico. Po­ dría conseguirse exactamente el mismo objetivo, con un ahorro inmediato en costes, mediante el desarme nuclear. Si el desarme completo mutuo (Guerra de las Galaxias I) no está al alcance de este siglo, el desarme parcial («detener un número considerable» de cargas nucleares), que es el objetivo de la Guerra de las Gala­ xias II, podría empezar mañana.

126. Caesar Voute, del Instituto de Investigación Estratégica Avanzada, lo comunicó en privado al autor.

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2. Aunque la Guerra de las Galaxias aún no ha demostrado que pueda detener ningún misil, tiene un éxito a su favor. A lo largo de 1985 paralizó del todo las conversaciones sobre arma­ mento de Ginebra. Parece capaz, en el m omento en que este libro va a la imprenta, de evitar que se realice cualquier progreso en la cumbre Reagan-Gorbachov, Se está desperdiciando la actividad de m illones de personas a lo largo de los años anteriores, la iniciativa de las naciones no alineadas, las peticiones de las corporaciones profesionales y reli­ giosas del mundo; y a la vez que se está desperdiciando toda esta buena voluntad, se defraudan las esperanzas de todos, simplemente porque el presidente Reagan y sus consejeros más próximos han aumentado su apuesta por la ID E , e insistido luego en que esa baza «no es negociable». Y para dejar más clara la terquedad de su postura no han hecho caso a los gestos soviéticos (la moratoria de ensayos nucleares y pruebas ASAT) y han proseguido sus pro­ pios programas con ostentación. Realmente estaban tan impacien­ tes por ensayar la segunda generación norteamericana de ASAT antes de la cumbre que abatieron en el cielo a uno de sus propios satélites en funcionamiento, cuando aún suministraba datos cien­ tíficos.127 A pesar de la obstinación del presidente Reagan y de su círculo inmediato, es claramente visible que se da una violenta confron­ tación dentro de la administración de los Estados Unidos, y tam­ bién entre los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Si Rea­ gan decidiera que, después de todo, la ID E es negociable, ¿cómo podrían desarrollarse las negociaciones? Se han avanzado algunas ideas (tanto en Washington como en Moscú) que sugieren el si­ guiente propósito; habrá reducciones drásticas (a lo mejor del 50 por 100) en los ICBM de las dos superpotencias, y al mismo tiempo podría «revisarse» el tratado ABM de forma que autorice un cierto nivel de defensas de silos de misiles BM D en ambos la­ dos, Elias defensa» podrían estar emplazadas al principio en tierra; esto es, mísílé» antlmlsiles tierra-aire con pocos componentes em­ plazados en el espacio. Tal vez los militares soviéticos podrían 127/ NY Time» (3, 6 de septiembre de 1985).

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aceptar estas condiciones, ya que, com o ha indicado John Pike,12* éste es el campo en que sus preparativos BM D ya están más avan­ zados. De acuerdo con este com prom iso, no se derogaría en este caso el tratado ABM , sino que se volvería a redactar por acuerdo mutuo. A primera vista podría parecer un compromiso positivo. La re­ ducción drástica de armas en ambos lados daría por lo menos cierta esperanza simbólica, y podría indicar un alivio de la tensión entre las superpotencias que permitiría adoptar resoluciones políticas. Las defensas terminales B M D de los silos de misiles restantes po­ drían considerarse sim ples m edios de «reforzar» su capacidad de supervivencia y su capacidad de lanzar un ataque de represalia: es decir, el reforzamiento del principio de la M AD. También refor­ zaría el dominio bipolar de las dos superpotencias, y tendría gra­ ves consecuencias sobre las cabezas del resto del mundo. Pero ¿cuánto mejoraría esto las perspectivas de paz? Hay que hacer dos reservas im portantes. Prim ero, las reducciones drásticas de material pesado — los ICBM — no tienen por qué limitar de ninguna manera la m odernización cualitativa del nuevo armamen­ to (como el Trident D -5) que traen consigo. Como el propio Gorbachov ha indicado, la «zona más peligrosa» de la carrera de armas nucleares es la «de las mejoras cualitativas».128129 Estas «mejoras» se están acelerando ahora, no sólo en los ICBM, sino en las armas de alcance corto y m edio, en los misiles lanzados desde submarinos y desde el aire (especialmente de crucero), e incluso en la artillería nuclear. E l señor Denis Healey tiene mu­ cha razón en sostener que esto es importante, aunque quizás mas importante que las reducciones de las viejas reservas en desuso sería «una congelación del desarrollo y despliegue de armas nucleares nuevas», acompañada por una prohibición global de todos los ensayos nucleares ( Observer , 29 de septiembre de 1985). Segundo, el que las superpotencias acuerden limitar las de­ fensas BMD a sus silos de m isiles no debe servir de excusa para el desarrollo y ensayo de nuevas tecnologías exóticas, porque cual-

128. Véase nota 84. (N. del ed.) 129. «An Interview with Gorbachov», Time (9 de septiembre de 1985).

IB2

LA GtfPULA & &LAS CAUO.Í JLÍ

qu*er revisión del «rilada ABM potiHui legjmrsar me&tmm pctsmpuesto* po&teticzot «sólo peta invtcsiij^Kióo»^ Dado cr¿c t* mdfxm Thirdief, d caiKilkf Kdbl y otros hcn aptubado lt IDE, pera «adío para invirad^adóaA, « acccurio decir d*x*£amt£ éí?j es uaa ddlnútadóa muy difkil de establecer,, El *e6:e Gcebscbcr internó hacerlo esa so, e o tic v k a coa La m is ta Twar. No psnprxc. um pm tribkián d e «La im todgadón deotffica báska»; Es* infestigadóei idLtdvm *1 cypsdb sigse y se^£ri a b as­ te. No* refedmos a! estadio d d diseco* csaasáo se dic oeraa* órdenes* se Ékmm c ie rto contrato para c&eaesm* pcdcdaca. de los sistemas. Y al tnoaxnzo en epe empieasia a cnaicrear irs . modelos o las maquetas o ponea a prsadba ks mnesarasv czcm las enrayan en derm Pero h im esú gw áoa en el e strilo de E n jrd fe ó c j% en h antesala de h G uerra efe las Galaxias, o o fx b d rl de ser^ro t rr> délos y prototipos* y la sfflR jtsdóa de los ensayos 20 sed t n alternativa al verdadero problem a. Fuentes de!. Best&eoo y$ están dideodo que el ensayo «a corto plazo.»- de. c o m p o n te á* la ID E es inm inente, «La investigadón .sola.» infringirá el rritscb ASM antes de 1990. E n co alq u k r caso* si se: invierten Esfe ce m illones de dólares- e n m vestigadón* esto le dará e s «Espeta re­ parable» (como ha advertido sir G eofírey Hovre) ai desp&gx. Los contratistas gigantes pedirán, que se en tk rren todas esas sem illas de maíz para obtener una cosedla lucrativa, Tam bién hay que vigilar o tra aco d a. Un acuerdo de coctrd de arm am ento es un. acuerdo en tre las saperpotendas, Ai tá sm tiem po que «controlan arm as», en tran en corm ivenái parí evo tro lar el m undo de com ún acuerdo, y para controlar a ses aSad» respectivos. U n acuerdo ventajoso para d io s puede refera: d statu s de dependencia del resto d d m undo. H a habido m om entos curiosos en que, en medio de un sp* ren te antagonism o, los controladores d e armas y los ckntSSto nucleares de los E stados U nidos y la URSS han acabado ceso partiendo u n in terés com ún p o r la «disuasión» y per la invtsng» d ó n co curso: «Se sienten vinculados por corrientes de átaptái

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y comparten e! destino de haber sido los elegidos, como fruto de una clecdón casi mística. Tienen un sentimiento de compañeris­ mo*. Se sostiene que este compañerismo entre los científicos nucleares soviéticos y norteamericanos condujo a su oposición co­ mún, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, a un tratado de prohibición global de ensayos, que los podría haber dejado sin trabajo.130 Sin duda, este «compañerismo* podría de­ fender hoy las investigaciones de láseres y haces de partículas. 3. Si la Guerra de las Galaxias es una ofensa a los euro­ peos, es una obscenidad para los pueblos del Tercer Mundo. (Se dice que el señor Rajiv Gandhi le dijo esto al presidente cara a cara, cuando fue invitado a una reunión d d Gabinete en junio de 1985, lo que estuvo a punto de provocar una apoplejía presi­ dencial.) Ha llevado a China a una postura de no alineamiento defendida con palabras mas duras y a denunciar la militarización del espado. Nadie le ha ofreddo escudo alguno al Tercer Mundo. Un escudo sobre una superpotenda o sobre las dos solo haría más dramática la vulnerabilidad de las nadones no nudeares en desarrollo y d que las superpotendas no observaran d Tratado de No Proliferadón. La monstruosa desviadón de recursos huma­ nos hada agujeros en d espacio sería una mofa respecto al hambre de los pobres d d mundo. Y los ulteriores objetivos de la IDE (y de Eureka) de mantener la superioridad tecnológica sólo servi­ rían para agravar la ofensa. 4. Claramente, la mejor soludón a todo d problema sería que los norteamericanos se apearan de la Guerra de las Galaxias, y que esta dedsión estuviera acompañada de acuerdos más rigu­ rosos (certificados en el foro de las Nadones Unidas) que prohi­ bieran toda medida posterior de militarizadón d d espado y re­ dujeran los sistemas de tipo militar existentes. No sugeriremos cuáles serían las mejores condidones de los posibles tratados. Estamos a favor de la observanda de los tratados existentes (SALT, Espado Exterior, ABM y N o Proliferadón) y de retirada

130. Véase WiHiam J. Brosd en NY Times (1 de julio de 1985).

134

LA

C Ü L ÍJ L A .

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de les ASAT exilíenles. Además, los satélites de obserVAÚón bajo auspicios independientes podrían servir para compro­ bar d cumplimiento de los tratados existentes. Para una elabora­ ción más precisa de estos términos remitimos a una discusión mas especializada.1^ En cuestión de medidas de control de arm am ento puede haber una diferencia de énfasis entre p arte de la opinión norteamericana y de la de Europa Occidental. Enfrentándose a! grupo de presión favorable a la ID E y a la inm inente ruptura p o r los Estados Uni­ dos de ios tratados* la opinión pacifista norteam ericana esta de­ fendiendo con ardor el proceso de control de armamentos. Nuestro colaborador John Píke es u n m iembro destacado de este grupo de presión.132 Respetamos esa postura y la apoyamos. P ero en Europa, sí no vamos mas allá del control de arm am ento, podremos encontramos detrás de la bandera: «DEFENDAM OS LA M A D ^. Sí la Guerra de las Galaxias es un delirio que índica que una época está tocan­ do a su fin* hagamos que la época que acabe sea la de la «disua­ sión». Pues el control de arm am ento negociado por las dos superpotendas puede ser simplemente una form a de regular la disuasión y mantener en su sitio al resto del m undo. 5. Los colaboradores británicos no pueden encontrar ningún motivo de satisfacción en el papel jugado por su país en los acontecimientos de 1985. N ueva Zelanda b a dado un ejemplo al mundo ai rechazar visitas de barcos con armas nucleares, y Australia ha declinado la invitación a firmar subcontratos para la IDE: Canadá, que está, estratégica y políticamente, en una relación más delicada con los Estados Unidos que G ran Bretaña, lia rechazado, después de una discusión parlamentaria completa131, A donis de ios bocetos de tratados puertos sobre el tapete por la Unión Spy¿étka y otros países en las Naciones Unida», la Union of Conccmcd '&risi)íht$ ha propuesto un Tratado ASAT, y la Federación de Científicos Antedíanos está cnirc la» corporaciones que proponen enmienda» a ambos, o revisiones* d d Tratado ABM. Greenpeace Internacional ha hecho propondones paja reforzar d Tratado de No-Prolífcracíón.

132. Véase nota 84. (N< M ed.)

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m

mente pública, adoptar cualquier compromiso con la ID E;133 pero el gobierno británico ha cambiado furtivamente de una postura a otra, y ha hecho lo que ha podido para limitar cualquier discu­ sión pública y parlamentaria sobre una decisión que afecta a la supervivencia de toda la nación.

Los funcionarios británicos han tratado de jugar, no a dos, sino a tres o cuatro cartas. El elogiable discurso de sír Geoffrey Howc fue apoyado débilmente por sus colegas ministros. El señor Heseltine se ha precipitado a Washington, invocando la «relación especial» y ofreciendo vender el apoyo británico a la IDE a cam­ bio de una tajada de dos mil millones de dólares para Gran Bretaña. Se encontró con un desplante humillante.134 La señora Thatcher se ha vuelto cada vez más chillona, descargando su ira (como hace frecuentemente cuando tiene problemas) sobre los franceses. La lucha declarada entre los franceses e ingleses por los contratos de armas se ha hecho más y más manifiesta, y la señora Thatcher ha pedido directamente su apoyo al presidente Reagan para que la Armada de los Estados Unidos comprara el sistema de transmisiones de campo de combate de Plessey-Rockwell-International Ptarmigan (de unos 4 mil millones de dólares), en contra de la oferta de la empresa francesa Thompson-CSF. La señora Thatcher invocó la «lealtad» de Gran Bretaña a la Guerra de las Galaxias, frente a la perfidia francesa, y, según parece, amenazó con que esa lealtad podría acabar si Gran Bretaña perdía el contrato.135 Rechazados una vez más, la señora Thatcher y el señor Heseltine apaciguaron su mal genio ante esa contrariedad firmando un contrato para modernizar la fuerza aérea de Arabia Saudita. Cuando se considera qué alternativas se le planteaban a la nación, éste resulta un ejercicio patético y deshonroso de dupli­ cidad furtiva. No le ha demostrado «lealtad» a nadie, y al pueblo norteamericano menos que a nadie.

133. The Times (9 de septiembre de 1985). 134. Guardian (12 de septiembre de 1985). 135. Sunday Times (8 de septiembre de 1985); Guardian (9 de sep­ tiembre de 1985).

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6. Una de las prioridades se vuelve cada día más clara. Las multinacionales de los Estados Unidos y los contratistas gigantes de armas han revelado que no tienen intención de compartir la financiación de la ID E o de intercambiar tecnología con los com­ petidores europeos. Les volvieron a decir a los alemanes occiden­ tales que los consideran «indiscretos», y no pueden esperar «nin­ gún intercambio en los dos sentidos» de investigación sobre la Guerra de las Galaxias.136 Se incrementan las restricciones incluso en la utilización de alta tecnología existente en Europa. El Pen­ tágono trata de controlar ahora el uso de dos «supercomputadoras» en las universidades de M anchester y Londres, y está provocando la resistencia creciente de los expertos en computa­ doras, científicos y sindicalistas.137138 Esto sugiere que se están utilizando las necesidades de «de­ fensa» como pretexto para poner a Europa Occidental directa­ mente bajo el control tecnológico y de seguridad de las multi­ nacionales. (La multinacional gigante de las computadoras, IBM, es un accionista principal de R ockw ell International, y se dice que ejerce influencia sobre la C IA .) E l propósito de este proyecto es integrar al «Mundo Libre» dentro de un sistema único de información y control, al mismo tiem po que se centraliza todo el control militar en un único mando automatizado norteamericano. Se parece a una pesadilla de ciencia ficción, pero sabemos que la han vivido los controladores de armamento de la ID E . Gerold Yonas, jefe científico de la S D IO , ha escrito que «el problema de integrar el comportamiento humano y las instituciones políti­ cas a una tecnología que evoluciona rápidamente puede resultar el desafío más difícil e importante para la supervivencia a largo plazo de la humanidad».136 U no tiene la impresión de que se considera a los seres humanos subordinados a la tecnología con la que deben ser integrados. Esperamos de verdad que esto resulte difícil. Estamos dis­ puestos a hacerlo difícil. 136. The Times (9 de septiembre de 1985). 137. Sunday Times (8 de septiembre de 1983). 138. Gerold Yonas, «The Strategic Defence Initiative», Daedalus (pri­ mavera de 1985), p. 89.

EL i d m i TA h k i A UMMBA

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7 l-»f pdliük fanm coiitiiun con la SDIO, Im í lí ^ k ii pam culam aodim detrás de

lubtuntratos, y lo* ír im tie i aun csjjctan fm im iif u/** e*uó6o ft.pjKÍ*J tripulada europea a paitir del culacte Arlar* (que k Ym estallado dcHonsídct adámeme *1 presidente Mmmarid en l*i carices). En 1* medida en que Eureka indica una tentativa de una auto­ nomía económica mayor con respecto a los Estados Unidos, que podría mantener abierta la posibilidad de relaciones comerciales no explotadoras con el bloque soviético y con las naciones en desarrollo, puede apoyarse. En la medida en que es una copia idiota de las tecnologías de la IDE y no tiene apenas contenido sedal o medioambiental, no puede apoyarse. Actualmente se están haciendo más evidentes las inflexiones militares de las decisiones europeas. La TDI propuesta (Inidaüva de Defensa Táctica) se ha vuelto a bautizar como EDI (Iniciati­ va de Defensa Europea). En Bonn, el Partido Demócraía-cristiano del canciller Kohl está clamando por el desarrollo de defensas contri misiles de crucero, misiles de alcance corto y bombarderos soviéticos, es decir, contra los artefactos que volarán por debajo de un «escudo* de la Guerra de las Galaxias.12* Estos desarrollos pueden parecer inevitables ante cada incre­ mento de las capacidades ofensivas. Los militares soviéticos tam­ bién están creando sus propias defensas contra el Pershing II y los misiles de crucero, así com o contra bombarderos y submarinos con capacidad de lanzar m isiles de crucero. Sin embargo, estas defensas no contribuirán a la seguridad de ninguno de los dos bandos, no sólo porque serán defectuosas, sino, y especialmente, porque esta peligrosa mezcla defensiva-ofensiva fomentará la ten­ tación de considerar más factible una guerra nuclear. Esto sólo le dará otra vuelta a la espiral de la locura. 8. Lo que no deja de asombrarnos es la excitación provocada por falaces inventos tecnológicos y la rapidez con que los parla1)9 ,

Guardwt (28 de septíerobre de 1985).

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mentos consiguen que grandes públicos paguen cualquier tipo de

hardware militarmente provocativo, comparada con la indiferencia u hostilidad demostrada hada cualquier intento de encontrar una soludón política al antagonismo entre los bloques. La Guerra de las Galaxias y la EDI pretenden que detendrán a los misiles, o a algunos de ellos, cuando se disparen. Los mo­ vimientos por la paz están tratando de establecer las condidones políticas para que ninguna nación quiera dispararlos y se desmon­ ten progresivamente. Washington y Whitehall advierten que no podemos permitir que la campaña «de inspiración soviética» contra la IDE destroce a la OTAN y separe a Europa de Norteamérica. Sin embargo, el peligro para la paz mundial reside, precisamente, en la innatural división del mundo en dos polos, con la incitación consiguiente a la hostilidad militar e ideológica. El verdadero mensaje de la Guerra de las Galaxias a Europa Occidental es que salgamos de debajo de la hegemonía de Nortea­ mérica — y de su paraguas— lo antes que podamos. La obstina­ ción de los Estados Unidos con la ID E debería ser el punto de partida de una Declaración Europea de Independencia, y de diplo­ madas independientes, no alineadas, que contribuyeran a la segu­ ridad de las dos superpotencias y del mundo. Esto no equivale a pasar del «lado» norteamericano al sovié­ tico. Europa Occidental debería erigirse ahora en mediadora, acti­ vando el comercio, las reladones culturales y diplomáticas de segunda fila con las naciones de Europa del Este, y debería esti­ mularse al mismo tiempo cualquier tipo de iniciativa ciudadana directa para atravesar las barreras ideológicas y de seguridad entre los dos bloques. Habría que comprometer a las naciones, del Este y del Oeste, mediante acuerdos comunes para la seguridad mutua (incluyendo zonas pacíficas desnuclearizadas y desmilitarizadas), con el objetivo de aligerar las estructuras de bloque de los dos bandos y restañar las diferencias entre ambos. Los movimientos por la paz europeos ya han adelantado hace mucho estas estrategias constructivas, en particular la END (Cam­ paña por el Desarme Nuclear Europeo). No requieren hardware futurista, sino inteligencia e iniciativa humanas, a las cuales pueden

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contribuir todos los ciudadanos. La tecnología más penosa puede ser aprender el idioma del «otro bando» y viajar con una m ochila a la espalda. La Investigación y D esarrollo para la exploración paci­ ficadora de nuestro planeta d ivid id o costará una m ilésim a parte de la inversión futura para la ID E . Sin em bargo, los gobiernos de la OTAN y sus agencias hacen tod o lo que pueden para obstruir y desvirtuar los esfuerzos por la paz. Esto nos lleva fuera de lo s lím ite s de este libro, y vacilam os en arriesgarnos en seguir adelante, hacia el espacio. N i siquiera es probable que quienes han colab orad o en e ste volum en llegaran a un acuerdo si (¡D io s n o lo qu iera!) lo s pusieran en un satélite en órbita. El colaborador m ás v iejo pod ría decir que a la hum a­ nidad este planeta le ha parecido u n lugar adecuado y hospitalario para vivir desde qu e em pezó la civilización . Y que deberíam os aprender a resolver m ejor lo s asu n tos, q u e sería más sensato que nos preocupáramos por lo s recursos y e l en torn o de la tierra antes de invadir el espacio. O tros colab orad ores pod rían señalar que esa alternativa está vedada para siem pre. Y q u e, p u esto que la im agi­ nación humana ya ha vio la d o e l esp acio, deberíam os proponer alternativas a la G uerra de la G alaxias q u e recuperen para la paz y la cooperación internacional las aventuras espaciales. T odavía que­ dan algunos islotes de in vestigación científica verdaderam ente coo­ perativa (p. 1 06), hay algunas p ropu estas espléndid as para futuras empresas.140 E n un períod o d e reconciliación entre las superpotencias una gran aventura espacial intern acional podría expresar un sentimiento de com unidad g lob al, y su pon er una décim a parte del coste de la G uerra d e las G alaxias. Pero estaremos tod os d e acuerdo e n qu e la idea de un espacio pacífico ha sido profundam ente contam inada en los ú ltim os vein te años. E l cielo ha perdido su in ocen cia, y lo qu e una vez fu e sede de las deidades ahora «tien e la su ciedad d el hom bre y com parte

140. Se pueden encontrar elocuentes propuestas para un retorno a la cooperación pacífica internacional en el espacio en Daniel Deudney, Space: The High Frontier in Perspective (Worldwatch Paper 50), Washington DC, 1982; Spark M. Matsugana, «U.S. Soviet Space Co-operation», Bulletin of the Aiomic Scientists (marzo de 1985); Mische, op. cit.\ y Deudney, «Forging Weapons into Spaceships», World Policy Journal (primavera de 1985).

15»0

la

guerra

de

las

g a l a x ia s

sil h ed o r» .141 Si querem os d ev o lv erle la inocencia al espacio, tene­ m os qu e aprender a oler m ejor en la tierra. H aríam os b ien en recordar q u e u n o d e lo s primeros viajes al espacio d e lo s q u e hay con stan cia es e l d e l Satán de M ilton, que fu e dáñdó traspiés p or é l esp acio b ajo e l dom inio del Caos: súbitamente surgieron los secretos del viejo abism o, un oscuro, ilim itado océano sin fronteras, sin dim ensiones, donde la longitud, anchura y altura y el tiem po y el espacio se pierden; donde la noche más antigua y e l caos, antepasados d e la naturaleza, mantienen la eterna anarquía, entre el fragor de guerras sin fin, y se yerguen entre la confusión.

Y deberíamos recordar también el pecado por el que cayeron Satán y sus ángeles. Él «cometa de la locura» tiene un núcleo político e ideológico, y también m ilitar. Los astrónomos no clasifican a los cometas en­ tre los cuerpos celestes, sino entre los detritus. Algunos astrofísi­ cos los describen como «bolas de nieve sucias», con colas de gas y polvo. E l «cometa de la locura» tiene un núcleo helado de deli­ rio sobre guerra fría y una inmensa cola de gas político.

141.

Gcrald Manley H opkins, «G od’s Grandeur».

GLOSARIO ABM (Á M ttb á listk m isssle) M isil antibalístico D isjrm am en t A gency) Agencia de De­ AGDA (A m r C on trol sarme y C ontrol de A rm am ento ASAT (A x tb sx td U ie tve& pon) Arm a an tisatélite ATM (A n t& ^ ctkid M issilt) M lú 1 andtáctico (a veces ATBM) BMD (B d ü s tk m u stie d^fence) D efensa contra m isiles balísti­ cos O I (Com m m dj, control^ com m um cáfions m d m teüigence) Man- do, control, transm isiones e inform ación d efew ct) D efensa con tra satélites DSAT E D I {Em op& m D e ftm e Ins£i£th?e) Im d ad v a d e D efensa Ento fsa EMP lE k ttn m ^ o e tíc p sd s t) P ulso eiecsroM gnédco ICEM {InBtSKOísSm&std b d lsstic m zsszfe) M isñ balístico ístsrDOW (L zsam é m morsa*.g) Btsp&ro a n te señal d e a k sta MAD (M xSm d Assw rsá. D cstrw ztk m ) B esírooáost M n tm Aseguraáa MELV iM m M pk m i& p m ig K É y Smr^eBted r& m trr -w ebkh } Y d á a Ib d e « e n tra d a cosa ag%aflcaaa d e M esoos o u id s tk e íadqpesc& este ¿ lir Ite¡¡¡m$g Cm&T&£%¿l M eado d e DeJSOSAD p t e é íens® T m tu fb d e ISio-PtrdEfesaidóa NPT M M ^ d tñ sm d tu d b m cd mm%&) J m m zm szzm ttk m sm qmú > &dk$ |d e vraEcfieñSaiil JkM ítxzm sy ste m } S tsm n it d e d e te c tá is nudos? JUM EIS ISEülS 0km h u tr w%Mz&%km iUsrgdt sA x tá m )} M acaá® d e I k u tpygyp 'UliEzadíá® iBnaHbiyr

19 •

LA GVTXXA

LAS GAL AXtA5

CF rjd j Radar de xr :eaxs en tase i l'Fjrtrü/L r erre «s CTU¡ Fnfer?) Tratado c e Prvvúbicoc .'. r* c arca» de Eizrfcrrcs SA C (; V.ír-xfe^ar A r Corerertuíl M ando Es: ratee ivV del 4\ir e SA L E í ü ¡raftrgacr A-rrr LzrtttJL^'.TS Fva c a l C ojnvcruciooes vv iCcerdos s e t ce t i n ^ j c c c o c A¡m u s Estratégicas SA M { £ X!**JfcT5PsíesCfk .7X0*. M isiles tiierra-aire jSá¡tctsiesg C e •saxEar* C cttttxssjc-x ) Coenisik>n Pernu cen : c scc c e C eesu l;u (pora es» SALT> r> « mJ4C7y « y y /C o c ie r e ) (IE ¡E> Inicia tira de Defensa S > I /i'c>Trxtf'rz: > r a té p e t r>r ¿Szon ) O r ^ m r a c d n c e la ID E SDIO SLEM (5-fc f-r jm v í c s s d S r i bxZihik: m imfex) Miisiles büiísticos PAR PkDfi

TDI USAF

Lmraccs desde submarino (TezSszd Dr*tr.cr In¿TisSrvt) Iniciativa de Defensa Táctica (Vnire¿ States Air Forre) F u e r a s Aéreas de los Estados U nidos

^

tm ocs

( vTori¿~xri¿e }JL3it¿Tj Ccm rrsnJ en¿ Control System) Sisterral d e M ^ado v Control M ilitar a Escala Planetaria

ÍN D IC E

Pedir la luna, prólogo a la edición castellana por Rafael Grasa

*

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1

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LA GUERRA D E LAS GALAXIAS 1| ¿Por qué Guerra de-vlas^Galaxias? (E. P . T hompson) 2, ¿Qué es la Guerra de las Galaxias? (Ben T hompson) 3. El cometa de la locura (É7 P. T hompson) , G losario. . « . * * * .

1 3 .^

SERIE GENERAL Chimo* títulos publicados: 53. Karl

M a r x .Eric

Hobsfcawro

FORMACIONES ECONÓMICAS PRECAPfTAUSTAS

59. to

Aáaro

Schaff

LA ALIENACIÓN COMO FENÓMENO SOCIAL

Ley S, WooftsSdí EL DESARROLLO DE IO S PROCESOS PSICOLOGICOS SUPERIORES

61.

P icrra Vi lar INICIACIÓN AL VOCABULARIO DEL ANALISIS HISTORICO

£2. Joan Plaget. E W. Beth EPISTEMOLOGIA MATEMATICA Y PSICOLOGIA

62. Benry Kame» LA INQUISICION ESPAÑOLA

64. Francots Perrtcr. Wtodlmlr Granoff EL PROBLEMA DE LA PERVERSION EN LA MUJER

65. John Harríson

ECONOMÍA MARXlSTA PARA SOCIALISTAS

66. Bertoft Brecht DIARIOS 1920-1922. NOTAS AUTOBIOGRAFICAS 1920-1954 67.

Franco Venturí LOS ORIGENES DE LA ENCICLOPEDIA

68. Gabriel Jackson ENTRE LA REFORMA Y LA REVOLUCIÓN 69.

G. Abraham, W. Paslni

INTRODUCCIÓN A LA SEXOLOGlA MEDICA 70. Palmiro Togüattí ESCRiTOS SOBRE LA GUERRA DE ESPAÑA 71. Roger Gentío CURAR LA VIDA 72. Adolfo Sánchez Vázquez FILOSOFÍA DE LA PRAXIS 73. R. D. Lainq LOS LOCOS Y LOS CUERDOS

74.

Maud Marmón I

LA TEORÍA COMO FICCION

75. Pier Paolo Pasolini EL CAOS

76. Ciro F. S. Cardo so INTRODUCCIÓN AL TRABAJO DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA

77. Agries HeíJer

PARA CAMBIAR LA VIDA

78. George Rucié REVUELTA POPULAR Y CONCIENCIA DE CLASE 79. Bruno Betteíheim SOBREVIVIR (EL HOLOCAUSTO UNA GENERACIÓN DESPUÉS) 80. Eugenio Garín LA REVOLUCIÓN CULTURAL DEL RENACIMIENTO 81. Bartolomé Bennassar INQUISICIÓN ESPAÑOLA: PODER POLÍTICO Y CONTROL SOCIAL 82. Bruno Betteíheim, Daniel Karlín HACIA UNA NUEVA COMPRENSIÓN DE LA LOCURA 83. Míchel Vovelíe INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 84. Xavier Panlagua LA SOCIEDAD LIBERTARIA 85. Bruno Betteíheim EDUCACIÓN Y VIDA MODERNA 86. Micha! Reíman EL NACIMIENTO DEL ESTALINÍSMO 87. Elaine Pagels LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS 83. Josep Fontana HISTORIA: ANÁLISIS DEL PASADO Y PROYECTO SOCIAL 89. Diego López Garrido LA GUARDIA CIVIL Y LOS ORÍGENES DEL ESTADO CENTRALISTA 90. M. f. Finley ESCLAVITUD ANTIGUA E IDEOLOGÍA MODERNA 91. David fngíeby (ed.) PSIQUIATRÍA CRÍTICA (LA POLÍTICA DE LA SALUD MENTAL) 92. Ernast Mande! MARXISMO ABIERTO

93.

Fred Hoyle, H. C. W ickram asinghe

94.

Píerre Vitar

95.

LA NUBE DE LA VIDA

HIDALGOS. AMOTINADOS V GUERRILLEROS (PUEBLO Y PODERES EN LA HISTORIA DE ESPAÑA)

Jean Piaget, Konrad Lorsnz, Erlk H. Eríkson

JUEGO Y DESARROLLO

95. Paul M. Sweezy

EL MARXISMO Y EL FUTURO

97. R. D. Laing

SONETOS Y AFORISMOS

93.

P. E. Russell Ced.)

INTRODUCCIÓN A LA CULTURA HISPÁNICA {L HISTORIA, ARTE, MÚSICA)

93. P. E. Russell (ed.)

INTRODUCCIÓN A LA CULTURA HISPÁNICA til. LITERATURA)

100. Bruno Bsttelhelm

APRENDER A LEER

10f. Walther L Bemecker

COLECTIVIDADES Y REVOLUCIÓN SOCIAL

10 2 .

Maud Mannonf

UN LUGAR PARA VIVIR

103. Hartmut Heme

LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL FRANQUISMO

104. José Lúes Peset

CIENCIA Y MARGINACIÓN (SOBRE NEGROS, LOCOS Y CRIMINALES) 105. R. D. Laing

LA VOZ DE LA EXPERIENCIA 106. Adam Schaff

EL COMUNISMO EN LA ENCRUCIJADA 107. Giorgro Morí

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

103. Noam Chomsky, Jean Piaget

TEORÍAS DEL LENGUAJE. TEORÍAS DEL APRENDIZAJE 109.

Bartolomé Bennassar

LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

ttO .

Pierre B o n n assle VOCABULARIO BASICO DE LA HISTORIA MEDIEVAL

111. E. P. Thompson OPCION CERO

112. Bruno Bettelheim FREUD Y EL ALMA HUMANA 113. E. H. Can DE NAPOLEÓN A STALIN (Y OTROS ESTUDIOS DE HISTORIA CONTEMPORANEA) 114. Jean Piaget LA PSICOLOGÍA DE LA INTELIGENCIA 115. Gérard Bekerman VOCABULARIO BÁSICO DEL MARXISMO 116. Jost Herbig EL FINAL DE LA CIVILIZACIÓN BURGUESA 117. M. I. Finíey (ed.) EL LEGADO DE GRECIA (UNA NUEVA VALORACIÓN) 118. A. J. Ayer LA FILOSOFÍA DEL SIGLO XX 119. Ester Boserup POBLACIÓN Y CAMBIO TECNOLÓGICO 120. Noam Chomsky LA SEGUNDA GUERRA FRÍA CRÍTICA DE LA POLÍTICA EXTERIOR NORTEAMERICANA, SUS MITOS Y SU PROPAGANDA 121. M. I. Finíey LA GRECIA PRIMITIVA: EDAD DEL BRONCE Y ERA ARCAICA 122. Milos Hájek HISTORIA DE LA TERCERA INTERNACIONAL 123. Michio Morishima POR QUÉ HA «TRIUNFADO. EL JAPÓN 124. Alain Guerreau EL FEUDALISMO. UN HORIZONTE TEÓRICO 125. Sheelagh Elíwood PRIETAS LAS FILAS (HISTORIA DE LA FALANGE ESPAÑOLA, 1933-1983) 126. Derek W. Lomax LA RECONQUISTA

127. Angel Viñas GUERRA, DINERO, DICTADURA (AYUDA FASCISTA Y AUTARQUIA EN LA ESPAÑA DE FRANCO) 1?S. 123.

Rajm ond W illiam s H A C IA E l A N O 2OD0 Paul Labal

LOS CATAROS (HEREJIA Y CRISIS SOCIAL)

ISO. Adrián Shubert HACIA LA REVOLUCIÓN 131. M a rce llo C arm agnanl

ESTADO Y SOCIEOAD Eli AMÉRICA LATINA, 1850-1930 132.

Peolo Sylos Lablnl

SUBDESARROLLO Y ECONOMÍA CONTEMPORÁNEA

133. Francés Clegg

ESTADISTICA FACIL APLICADA A LAS CIENCIAS SOCIALES

134. Raphael Samuel (ed.)

HISTORIA POPULAR Y TEORIA SOCIALISTA

135. Arthur Cotterell (ed.)

HISTORIA DE LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS: EGIPTO, ORIENTE PRÓXIMO

136. Arthur Cotterell (ed.)

HISTORIA DE LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS: EUROPA, AMÉRICA. CHINA, INDIA

137. M. 1. Fínley LA GRECIA ANTIGUA: ECONOMÍA Y SOCIEDAD

138. José V. Sevilla Segura ECONOMIA POLÍTICA DE LA CRISIS ESPAÑOLA 139. E. A. Wrigley HISTORIA Y POBLACIÓN (INTRODUCCIÓN A LA DEMOGRAFÍA HISTÓRICA)

140. Michel Péronnet

VOCABULARIO BASICO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

141. José Ferrater Mora MODOS DE HACER FILOSOFÍA 142. Henrl Wallon LA VIDA MENTAL 143. A. Rupert Hall LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA, 150M750

14 4 .

John V. Lombard!

VENEZUELA (LA BÚSQUEDA DEL ORDEN. EL SUEÑO DEL PROGRESO) 145. Antonio Gramscl

INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA FILOSOFÍA

146. 147.

Michael Arnheim

¿ES VERDADERO EL CRISTIANISMO? Henry Kamen

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA (NUEVA EDICIÓN) 148. Jean Piaget

EL NACIMIENTO DE LA INTELIGENCIA EN EL NIÑO 149. Jean Piaget

LA CONSTRUCCIÓN DE LO REAL EN EL NIÑO 150.

Roberto Fernández, ed.

ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII (HOMENAJE A PIERRE VILAR) 151.

Robert Fossier

HISTORIA DEL CAMPESINADO EN EL OCCIDENTE MEDIEVAL (SIGLOS XI-XIV) 152.

Adam Schaff

¿QUÉ FUTURO NOS AGUARDA? (LAS CONSECUENCIAS SOCIALES DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL) 153.

Germán Carrera Damas VENEZUELA: PROYECTO NACIONAL Y PODER SOCIAL

154.

Roger Coüins ESPAÑA EN LA ALTA EDAD MEDIA, 400-1000

155.

Píerre Vilar

156.

Josep Fontana, ed.

157.

Manuel Azaña

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA ESPAÑA BAJO EL FRANQUISMO CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAÑA 158.

Marvin W. Meyer, ed. LAS ENSEÑANZAS SECRETAS DE JESÚS

159.

M. I. FInley

EL NACIMIENTO DE LA POLÍTICA 160. 161.

Henry Kamen

VOCABULARIO BASICO DE LA HISTORIA MODERNA

Arthur Cottereil

LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN EUROPEA

E ste libro reconstruye la historia I del surgim iento de la Iniciativa de I Defensa^ E stratégica —la «guerra de las galaxias»— y explica las ra­ zon es por las que un proyecto as­ tron óm icam ente caro, totalm ente superfluo, probab lem en te inviable! desd e e l punto de vista técn ico, si­ g u e a d e la n t e acelerando enorm e­ m en te la carrera d e . arm am entos. E l delirio id e o ló g ico em parentado con las p eo res tradiciones del p o ­ pulism o n orteam ericano de dere­ chas, el orgullo d e sab erse los pri­ m eros en recursos m onetarios y tec n o ló g ico s, y la avaricia d el com ­ p lejo m ilitar-industrial constituyen para T h om p son e l final coh eren te de sus tesis sobre e l exterm inism o. N o hay escu d o tec n o ló g ico contra la m aldad nuclear; só lo ex iste un escu d o lastim osam en te débil aun­ q u e indestructible: la con ciencia hum ana.