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Orwell toma café en Huesca

Meses antes, tras la captura de Siétamo, el general que mandaba las tropas republicanas había dicho alegremente: «Mañana tomaremos café en Huesca». Por lo visto se equivocó. Se habían producido sangrientos combates, pero la ciudad no había caído y todo el ejército utilizaba ya «mañana tomaremos café en Huesca» como una coletilla humorística. Si alguna vez vuelvo a España, prometo firmemente tomarme un café en Huesca.

George Orwell, Homenaje a Cataluña

La escritura esencial y la vida George Orwell —seudónimo de Eric Arthur Blair—, llamado a convertirse en uno de los autores más influyentes en la historia de la literatura mundial del siglo xx, nació el 25 de junio de 1903 en Motihari (India), destino de su padre como funcionario del Departamento del Opio al servicio del Gobierno británico. Su infancia y su adolescencia, no obstante, transcurrieron en Inglaterra, a donde se trasladó con su madre en 1904. Educado en el elitista colegio de Eton, Eric Blair no logró un expediente académico que le permitiera acceder directamente a la universidad, por lo que, siguiendo los pasos de su progenitor, ingresó en la Policía Imperial India en Birmania en 1922 y permaneció en el mismo destino hasta 1927. Este período se corresponde con la exigencia de revisión de los acuerdos del país con el Imperio colonial de las Indias bajo el mandato de Jorge V. La experiencia vivida por el escritor, que hará de él un antiimperialista convencido, quedó plasmada en la novela Los días de Birmania (1934). Preocupado por las clases sociales más desfavorecidas y dispuesto a narrar las penurias de obreros y parados, vive como mendigo en el East End londinense, viaja a París, donde se emplea como mozo de cocina o lavaplatos, y comparte el ambiente del lumpemproletariado en las zonas mineras del norte de Inglaterra. La obra Sin blanca en París y Londres (1933) da cuenta de estos avatares, como lo hará igualmente El camino de Wigan Pier (1937), editada cuando el escritor se encuentra enrolado como combatiente en la Guerra Civil en España. Georges Orwell, socialista convencido, llegó a Barcelona para unirse a los milicianos en su lucha contra el fascismo el 26 de diciembre de 1936. En el cuartel Lenin se alistó en la columna del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Combatió en el frente de Aragón (sierra de Alcubierre, frente de Huesca) y durante un permiso conoció de primera mano los Hechos de Mayo de Barcelona en 1937. Tras sufrir una herida de gravedad en el cuello, abandonó España el 23 de junio de 1937, una vez ilegalizado el POUM y cuando sus dirigentes y sus militantes eran perseguidos y encarcelados. Homenaje a Cataluña (1938) constituye el relato literario, analítico y periodístico de su intervención en la Guerra Civil. La experiencia española hace de Orwell un feroz antiestalinista que denunciará los totalitarismos en Rebelión en la granja (1945) y en su obra maestra, 1984 (1948). Como periodista, desde una posición siempre independiente, colaboró con los medios británicos más influyentes ejerciendo el editorialismo, la crítica literaria, la corresponsalía de guerra durante el conflicto mundial y la opinión no ajena a la polémica. Trabajó en la BBC como guionista y locutor de emisiones para la India. Orwell murió víctima de la tuberculosis el 21 de enero de 1950, dejando un legado de enorme valor literario, un insobornable compromiso con la verdad y una reivindicación permanente del ejercicio de la libertad. Una escritura esencial.

Orwell, destacado por su estatura, al fondo de la formación, en la Caserna Lenin. Barcelona, diciembre de 1936 Agustí Centelles Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Centro Documental de la Memoria Histórica

El cerco de Huesca George Orwell llegó a Barcelona acreditado por el Partido Laborista Independiente (ILP), formación política relacionada con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), en cuyas oficinas se presentó el 26 de diciembre de 1936. El periodista Víctor Alba le mostró la ciudad y el escritor quedó deslumbrado a la vista del sinnúmero de empresas colectivizadas, del ambiente obrero que se respiraba en las calles, repletas de personas vestidas con mono de miliciano y pañuelo rojinegro al cuello, y del trato de camaradería, que parecía haber diluido las diferencias sociales. «Había fe en la revolución y en el futuro —escribe—, una sensación de haber entrado de súbito en una era de igualdad y libertad». Alistado en las milicias del POUM, fue destinado a Aragón a principios de enero de 1937. Permaneció hasta el 25 de abril en un frente de escasa actividad, primero en la sierra de Alcubierre, en Monte Pucero y tres semanas más tarde en Monte Irazo, y desde mediados de febrero entre La Granja y Monflorite, en el cerco de Huesca. «Allí, en lo alto de aquellos montes próximos a Zaragoza —refiere acerca de las trincheras monegrinas—, no había más que el aburrimiento y el malestar de las guerras en punto muerto». Pero también había piojos, ratas y suciedad, «olor a orina y a pan rancio» en medio de una atmósfera de frío y combatientes vestidos con uniformes harapientos y mal armados. La Huesca sitiada se había convertido en un objetivo militar inexpugnable para las fuerzas anarquistas de la de la 127.ª Brigada Mixta, conocida como Roja y Negra, que la cercaba por el norte; la 29.ª División Lenin, del POUM, a la que pertenecía el escritor, en el flanco este, y las milicias de la Columna Ascaso, que prácticamente cerraba el nudo por el suroeste. Orwell no entraría en combate abierto, salvo en una ofensiva de escaso éxito emprendida a mediados de abril, tras haber pasado unos días hospitalizado en Monflorite —donde lo visitó su esposa, Eileen— a causa de una herida infectada en una mano. Sí asistió como testigo privilegiado en los Hechos de Mayo de Barcelona, a donde acudió tras obtener un permiso en el frente el 25 de abril. Una grave herida en el cuello sufrida el 20 de mayo apartaría definitivamente de la Guerra Civil al autor de Homenaje a Cataluña. Obtuvo la licencia pocos días antes de abandonar España, a mediados de junio de 1937, cuando Huesca sufría una gran ofensiva, el último y fracasado intento de las tropas republicanas de tomar la ciudad. El asedio, no obstante, se prolongó durante veinte meses, el más largo sufrido por cualquier ciudad española. prolongó durante veinte meses, el más largo sufrido por cualquier ciudad española.

Retrato de Orwell en su apartamento de Canonbury Road. Octubre-noviembre de 1945 Vernon Richards’ Estate University College London Library Services. Special Collections

«En el centro mismo de una explosión» El 20 de mayo de 1937 George Orwell recibió un disparo en el cuello que a punto estuvo de costarle la vida. «Fue más o menos como estar en el centro mismo de una explosión. Me pareció percibir una detonación fortísima y un estallido de luz enceguecedora, y sufrí una sacudida tremenda, sin dolor, solo una sacudida violenta, como cuando se toca un cable eléctrico; y una sensación de debilidad extrema, de estar enfermo y no tener fuerzas para hacer nada. Los sacos terreros que tenía delante se alejaron hasta perderse en el infinito. Imagino que tiene que ser como cuando a uno lo alcanza un rayo. Supe al momento que me habían herido, pero a causa de la explosión y el fogonazo creí que me había alcanzado un fusil de los nuestros que se había disparado solo. Todo sucedió en una fracción de segundo. Un instante después se me doblaron las rodillas, me desplomé y me di contra el suelo un buen cabezazo que por suerte no me dolió. Tenía una vaga sensación de embotamiento, cierta conciencia de estar herido de gravedad, pero no dolor en el sentido corriente del término». Fue evacuado al hospital de sangre de Siétamo, un barracón en deficientes condiciones en el que se practicaban curas de urgencia, pero la gravedad de la herida aconsejó el traslado a Barbastro, en cuyo centro sanitario, atestado, pasaría una noche antes de ser enviado a Lérida, donde permanecería cinco días. Una estancia de tres o cuatro jornadas se anotó en el hospital de Tarragona, desde el que fue enviado al sanatorio Maurín de Barcelona. Orwell, que no solo sobrevivió a la herida, sino también a los terribles traslados, coincidió en su internamiento con el significado militante del POUM Ramón Fernández Jurado, que había combatido en Quicena y en Tierz. «Todas las personas que conocí por entonces —médicos, enfermeras, practicantes y pacientes como yo— me aseguraron invariablemente que un hombre alcanzado en el cuello que no muere es el ser más afortunado del mundo. No pude evitar pensar que habría sido más afortunado si no me hubiera alcanzado el proyectil».

Con la bandera del POUM en la sierra de Alcubierre. 1936-1937 Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Fondo José María Lahoz

La ciudad sitiada Nada pudo impedir que el golpe de Estado militar del 18 de julio prosperara en la ciudad de Huesca. Más de tres mil personas se agolparon en torno al edificio del Gobierno Civil para exigir armas con que defender la legalidad republicana, pero el gobernador Agustín Carrascosa Carbonell, contraviniendo incluso las opiniones de los responsables políticos locales del Frente Popular, se negó al reparto. En las primeras horas del día 19 miembros del Ejército, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto plantaron ametralladoras en los cosos y tomaron puntos neurálgicos como el edificio de Correos y Telégrafos, la Cruz Roja, el hospital provincial, el Ayuntamiento y la Diputación, cuyos titulares fueron destituidos. El jefe militar de la plaza, el general Gregorio de Benito, proclamó el estado de guerra, por lo que quedaron prohibidos los partidos políticos y las organizaciones obreras, así como las reuniones y las manifestaciones de toda índole. Los sindicatos convocaron una huelga general que apenas tuvo repercusiones. Desde los primeros momentos de la asonada militar se iniciaron las detenciones de elementos de izquierda y sospechosos de republicanismo. El alcalde titular y los que lo habían sido en el breve tiempo de la República, concejales, diputados, dirigentes políticos y ciudadanos que de los pueblos del entorno habían llegado a la ciudad para ponerse del lado de la legalidad fueron detenidos por decenas. La cárcel provincial quedó saturada en muy poco tiempo y hubo de habilitarse el edifico de la antigua Universidad Sertoriana, sede del Instituto de Segunda Enseñanza, como prisión provisional. También las naves del cuartel de Infantería Valladolid n.º 20, situado frente a la estación de ferrocarril, sirvieron para albergar presos gubernativos. Había dado comienzo un tiempo de brutal represión que en los primeros días de agosto iba a inaugurar una interminable lista de fusilados en las tapias de los cementerios municipal, primero, y de las Mártires, a partir de septiembre. Cientos de ciudadanos iban a ser pasados por las armas sin procedimiento judicial ninguno. Otros lo serían posteriormente como consecuencia de sentencias dictadas en consejos de guerra sumarísimos. Quinientas veintiuna personas, hombres y mujeres, cayeron abatidos por las balas de falangistas, militares o guardias civiles entre agosto de 1936 y enero de 1945, seis años después de acabada la guerra. Otras decenas de ciudadanos desaparecerían en las cárceles o víctimas de procedimientos extrajudiciales incontrolados. La Iglesia bendijo la violencia instituida. A finales de julio las milicias llegadas desde Cataluña y Levante fueron tomando posiciones en torno a la ciudad, no sin antes mantener duros combates en Siétamo, en Estrecho Quinto —donde en el mes de septiembre quedarían peligrosamente embolsados más de medio millar de soldados y mandos militares del Regimiento Valladolid, fusileros del Galicia 19 y miembros de los Voluntarios de Santiago—, Quicena y Tierz, pero también en Chimillas, Igriés y otros enclaves próximos. En el mes de octubre, tras la caída de Estrecho Quinto y Montearagón en manos republicanas, el frente de Huesca quedó conformado por las milicias anarquistas de la Columna Roja y Negra al norte, fuerzas de la Carlos Marx al noreste y el POUM, junto a los anarquistas de García Oliver y la Columna Ascaso, completando el resto del cerco. La única y peligrosa comunicación con el exterior quedó establecida en dirección a Alerre. Huesca sufrió la constante acción de la aviación republicana y el hostigamiento diario de las baterías artilleras, que causaron un centenar de muertos civiles a lo largo de la contienda, amén de grandes destrozos en calles y edificios. El corte del suministro de agua potable obligó a utilizar pozos cuya insalubridad provocó graves estragos entre la población. En junio de 1937 se produjo el último intento de asalto a la ciudad, que causó enormes pérdidas en las filas milicianas. El asedio concluiría el 25 de marzo de 1938.

Consecuencias de un bombardeo en la céntrica plaza del Justicia. Huesca, julio de 1937 Biblioteca Nacional de España

La llamada de España Como el propio George Orwell, una nutrida relación de escritores, periodistas y reporteros procedentes de distintos países del mundo escucharon la llamada de España y se dispusieron a defender la causa de la República con las letras o con las armas, algunos incluso pagando con su propia vida el compromiso antifascista, que también movilizó a médicos, enfermeras y miles de brigadistas internacionales. Buena parte de los intelectuales que narraron la peripecia de las milicias y el Ejército Popular en lucha contra los militares sublevados el 18 de julio visitaron el frente de Aragón. Entre los primeros voluntarios se encontraba la pintora y escultora británica Felicia Browne, miliciana, que sería igualmente una de las más tempranas víctimas de la guerra, al morir en Tardienta en agosto de 1936. Poco más tarde caería en Vicién el escritor anarquista italiano Fosco Falaschi, el mismo trágico destino aguardaba al corresponsal de L’Humanité Marius Rietti, cuyo funeral, celebrado en Barcelona, constituyó una enorme manifestación de duelo. Mejor suerte acompañó a la escritora y decidida combatiente holandesa Fanny Schoonheyt, que fue herida en el frente sin consecuencias graves. El joven poeta británico John Cornford, que se alistaría en las filas del POUM, viajó con el periodista, escritor y profesor judío austriaco Franz Borkenau hasta Leciñena en agosto de 1936. Cornford, comunista, combatiría en Quicena y Tierz, donde encontraría motivos de inspiración poética militante y amorosa. Hasta Leciñena se desplazaron asimismo los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, su compañera, en el transcurso de los primeros compases de la guerra. Figuras no menos relevantes fueron las de los periodistas soviéticos Iliá Ehrenburg, corresponsal del diario Izvestia, y su compatriota Mijaíl Koltsov, enviado de Pravda y confidente de Stalin, que viajaron por los frentes altoaragoneses, en particular por el territorio de Los Monegros. En la Columna Durruti se alistó en agosto de 1936 la pensadora francesa Simone Weil, a la que un desgraciado percance apartaría del escenario de la guerra en pocos días. El político alemán Willy Brandt, acreditado como periodista, conoció el cerco de Huesca en marzo de 1937. Su compatriota el novelista Erich Arendt intervino en la gran ofensiva contra la ciudad de junio de ese mismo año. Precisamente en la preparación de este ataque perdería la vida el general jefe de la xII Brigada Internacional y escritor de origen húngaro Máté Zalka, conocido como general Lukács, cuando inspeccionaba el terreno de combate junto al comisario de brigada y también novelista Gustav Regler, que resultaría herido. Muchos otros nombres podrían citarse en la nómina de voluntarios, como el de la fotógrafa húngara Kati Horna, el del poeta surrealista francés Benjamin Péret o el del periodista y escritor José Gabriel, altoaragonés nacido en Torres del Obispo aunque emigrado a Argentina, de donde regresó como corresponsal de la revista porteña Crítica. Con todo, el gran reportero gráfico de la guerra en el frente de Huesca fue el catalán Agustí Centelles, autor de numerosos reportajes sobre la vida en las trincheras y en la retaguardia. La lucha de los combatientes contra el fascismo llenó miles de páginas de periódicos, revistas y libros, ocupó horas de reportajes en las pantallas de cine y movió la solidaridad internacional en mítines, manifestaciones y ayuda material y económica.

Protección con sacos terreros en el centro de la ciudad de Huesca. 1937-1938 Biblioteca Nacional de España

La guerra dentro de la guerra Tras pasar ciento quince días en el frente, el 25 de abril de 1937 Orwell obtuvo un permiso y viajó a Barcelona. Allí lo esperaba su mujer, Eileen, que, instalada en el hotel Continental, trabajaba como secretaria en la oficina de John McNair, responsable del Partido Laborista. El escritor llegó en la tarde del día 26 infestado de piojos y borracho de anís, vino moscatel y coñac. Barcelona ofrecía otro aspecto. El fresco aire revolucionario y solidario de apenas unos meses antes había desaparecido; los viejos usos en el trato social retornaron y el usted se imponía de nuevo al camarada. La revolución estaba siendo arrinconada; la influencia soviética era patente merced, sobre todo, a la imprescindible ayuda militar prestada a la República por los rusos. Orwell se dio cuenta de que la situación anterior era «una mezcla de esperanza y camuflaje». El ambiente se hacía denso y presagiaba una tormenta política de impredecible intensidad. «Las cosas habían llegado a tal punto en mayo de 1937 —escribía Orwell— que podría decirse que era inevitable que estallara la violencia». El 3 de mayo la Generalitat intenta tomar el edificio de la Telefónica, controlado por los anarquistas, y se desatan las hostilidades. La CNT-FAI con el apoyo del POUM, de un lado, y la Generalitat, el PSUC y los partidos republicanos, de otro, provocan una guerra dentro de la guerra. Los enfrentamientos duran cuatro días, que arrojan un saldo de casi mil muertos y otros tantos heridos. Las Ramblas se convierten en un terreno minado y erizado de barricadas. El desencanto, la frustración y el miedo se adueñan de la calle y del espíritu de muchos idealistas que descubren los manejos de unos y otros. Orwell se pone al servicio de los suyos, reunidos en el hotel Falcón. Le ordenan que proteja la sede central del POUM en la Rambla, al lado de la cafetería Moka. Durante tres días permanecerá apostado en la terraza del cine Poliorama asistiendo, de nuevo, a una guerra en la que no tendrá que disparar: «Pasé tres días con sus noches en lo alto del Poliorama y no bajé de allí más que durante los breves descansos que me tomaba para cruzar las Ramblas y comer algo en el hotel. No corría ningún peligro, el aburrimiento y el hambre eran mis peores dolencias, y sin embargo aquellos días estuvieron entre los períodos más insoportables de mi vida». Esos tres penosos días le sirvieron para caer definitivamente en la cuenta de que el estalinismo pretendía tomar el control de la situación en España, pero tampoco consideró aceptable la actitud de la CNT y el POUM, que abogaban por una revolución imposible sin haber logrado antes ganar la guerra. Los sucesos de Barcelona, esa «segunda semana trágica», condujeron a la ilegalización del trotskismo y a la desaparición de Andreu Nin, que fue detenido el 16 de junio, y otros militantes del POUM.

Combatientes republicanos junto a la tumba de un compañero en el cementerio de un lugar indeterminado del frente de Huesca. Ca. septiembre de 1936 Arxiu Nacional de Catalunya. Fondo Generalitat de Catalunya (Segona República)

El POUM, de la revolución al banquillo El Partido Obrero de Unificación Marxista quedó formalmente constituido el 29 de septiembre de 1935 como consecuencia de la unión del Bloque Obrero y Campesino, del que era secretario general el altoaragonés de Bonansa Joaquín Maurín, y la Izquierda Comunista, que dirigía Andreu Nin. En aquel momento la izquierda española vivía una situación de enorme polarización, con una importante presencia anarcosindicalista aportada por la CNT, una política reformista impulsada por la UGT y el PSOE, y un minoritario Partido Comunista. En Cataluña arraigaba con fuerza la estrategia marxista revolucionaria propugnada por el POUM, partidario de las alianzas obreras, frente a la que iba a asumir el futuro PSUC, proclive a las posiciones frentepopulistas más próximas al estalinismo soviético. El POUM, desde una posición de independencia crítica y siempre con el objetivo de la revolución que debía materializar la clase obrera, acabó incorporándose al Frente Popular cuando, en vísperas de la Guerra Civil y a la vista de lo que ocurría en Alemania y en Italia, la disyuntiva española ofrecía dos caminos antitéticos: fascismo o socialismo. Cuando estalló la sublevación militar, el 18 de julio de 1936, Joaquín Maurín, diputado electo, se encontraba en Galicia. Aunque pudo llegar hasta Panticosa con la intención de cruzar la frontera, fue detenido y encarcelado, por lo que Andreu Nin asumió la dirección del partido. El POUM, que organizó su propia milicia con una presencia fundamental en el frente de Aragón, no cejó en su empeño de acabar con el fascismo, pero al mismo tiempo luchó por la revolución social participando activamente en la puesta en marcha del proceso de colectivización tanto en el ámbito urbano como en el rural, en el que igualmente se encontraba inmersa la CNT. Militantes de la talla de Jordi Arquer, Ramón Fernández Jurado, Manuel Grossi o Josep Rovira, jefe de la 29.ª División, conocida como División Lenin, combatieron en tierras altoaragonesas frente a las tropas insurrectas. George Orwell intervino en una acción de guerra en torno al manicomio, muy próximo a Montearagón, gesta protagonizada por el POUM y ampliamente difundida en medios de comunicación como La Batalla, Adelante o Juventud Comunista, periódico central de la Juventud Comunista Ibérica. También las mujeres tuvieron su propio secretariado y su órgano de prensa: Emancipación. La actitud revolucionaria a ultranza del POUM, dirigida a la toma del poder político por parte de la clase obrera, y las constantes denuncias de las injerencias estalinistas en el desarrollo de la guerra colocaron a la formación en el punto de mira de los comunistas, que lanzaron una feroz campaña contra Nin y los suyos con la intención de ponerlos fuera de la ley. Los Hechos de Mayo de Barcelona supusieron un punto de ruptura que llevaría a la liquidación del partido, al que el diario del PSUC Treball tachó de «organización enteramente incorporada a los agentes fascistas secretos, a la quinta columna». El 16 de junio de 1937 el Comité Ejecutivo del POUM sería detenido y Andreu Nin secuestrado y asesinado por orden de la policía política soviética. El partido iba a ser ilegalizado y sus dirigentes juzgados y condenados. En cuanto a Joaquín Maurín, que había obtenido la libertad tras la primera detención, en 1937 fue de nuevo apresado y en 1944 sometido a consejo de guerra y condenado a treinta años de prisión, aunque quedó libre en octubre de 1946.

Barricadas en el centro de Barcelona durante los Hechos de Mayo. Mayo de 1937 Agustí Centelles Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Centro Documental de la Memoria Histórica

Cubierta de la primera edición de Homenaje a Cataluña. Londres, Secker and Warburg, 1938 Colección de Pelai Pagès

La huida George Orwell, todavía no recuperado de la grave herida recibida en el cuello, y Eileen O’Shaughnessy subieron a un tren en Barcelona en dirección a París en la mañana del 23 de junio de 1937. El escritor y su esposa tomaron asiento como turistas en el vagón restaurante, situado en primera clase, circunstancia que evitó inconvenientes preguntas de los policías que anotaban los nombres de los extranjeros que viajaban a Francia en segunda y tercera. Cruzaron la frontera de Portbou sin contratiempos y se apearon en Banyuls-sur-Mer, donde pasaron unos días de descanso. «Al final supimos que nos habíamos marchado en el momento oportuno», escribió Orwell en Homenaje a Cataluña, cuando tomó conciencia de los riesgos que corrían los miembros del POUM que estaban siendo encarcelados por la policía política. Ellos mismos habían pasado a integrar las listas de «trotzquistas pronunciados» a los que había que perseguir. La Guerra Civil se convirtió en el acontecimiento más importante en la vida de Orwell, quien en el relato literario de su presencia en España asegura: «Es curioso, pero después de las experiencias que he vivido no tengo menos sino más fe que antes en la honradez de los seres humanos».

La Vela y el Hacha

La Vela y el Hacha es una instalación audiovisual en la que la leyenda de la campana de Huesca y la novela 1984 de George Orwell se ponen en relación como ejemplo del concepto de Razón de Estado en distintos momentos históricos. En la instalación, realizada por el artista oscense Javier Aquilué, se imbrican ambos relatos en la sala de la Campana, a la vez que se abordan temas subsidiarios como la representación estética de la vigilancia y la coerción, o la sublimación de la violencia. La obra se compone de tres estímulos visuales y sonoros simultáneos: — El cuadro de Casado del Alisal, interrumpido eventualmente por las nucas de algunos turistas que lo observan. — Las cabezas de los visitantes de la exposición, proyectadas en el momento en que entren en la sala. — La melodía de Oranges and Lemons, canción infantil sobre campanas y decapitaciones mencionada por Orwell en su novela.

Exposición

Publicación

Organizan y patrocinan Gobierno de Aragón Diputación Provincial de Huesca Ayuntamiento de Huesca

Edita Diputación Provincial de Huesca

Colabora Comarca Hoya de Huesca – Plana de Uesca Comisariado Víctor Pardo Coordinación Ana Armillas Museo de Huesca José Miguel Pesqué Diputación Provincial de Huesca Diseño expositivo Marta Ester Nodográfico Paisaje sonoro Justo Bagüeste Orencio Boix ArtLab Huesca Intervención artística La Vela y el Hacha Javier Aquilué

Dirección editorial Víctor Pardo Textos Richard Blair Gillian M. Furlong John Rodden y John Rossi Alberto Lázaro Lafuente Miquel Berga Marc Wildemeersch Michael Eaude Pelai Pagès i Blanch Víctor Pardo Lancina