DESENMASCARADO - RITA CABEZAS.pdf

Rita Cabezas Publicado por Editorial UNILIT Miami, Fl. Derecho Reservados ©1988 ISBN 0-945792-04-2 Producto No. 490239

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Rita Cabezas

Publicado por Editorial UNILIT Miami, Fl. Derecho Reservados ©1988 ISBN 0-945792-04-2 Producto No. 490239 Prohibida la reproducción total o parcial, ya sea mimeografiada o por oíros medios sin la previa autorización escrita de Ja Editorial. A menos que se indique lo contrario, lixlas las citas Bíblicas fueron tomadas de la versión Reina Valora, revisión de 1960. ©1960 Sociedades Bíblicas Unidas, usada con permiso. Diserto de la portada: Alicia Mejuis Impreso en Colombia

ISBN 0-945792-04-2 Producto No. 4902.W

INDICE

Dedicatoria ................................................................... 5 Prólogo .......................................................................... 7 Prefacio ............................................................................ 15 1. Eugenia ................................................................ 21 2 . E l pastor con el m inisterio de liberación 28 3 . Dinorah ................................................................ 33 4 . Ahora le toca a usted, Rita ........... 41 5 . El empujón de D ios ....................................... 4 4 6 . Inicio de mi m inisterio ................................... 48 7 . Maruja .................................................................. 54 8. Alejandro: O bsesivo com pulsivo ............... 57 9 . C ecilia: una niña de nueve años ........... 62 10. La oferta .............................................................. 69 11. Conversación: P sicólogo/d em on io ............ 80 12. Gean Cario ......................................................... 87 13. Sandy: Personalidad m últiple ...................109 14. P sicología y dem on ios .................................... 118 15. C onsejos prácticos para el que ministra liberación .......................... 152 16. Cristianos endem oniados ............................... 159 17. Opinión con fundam ento ................................167

Dedicatoria A mi esp o so , Francisco, y a m is hijos. Santiago y D avid, quienes tuvieron que renunciar a m uchas horas de atención de m i parte con el fin de permitir que me convirtiera en escritora. ¡Gracias por su com prensión y paciencia!

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PROLOGO Satanás utiliza máscaras para disfrazar su presen­ cia. A lo largo de los últim os cuatro años, D io s le ha perm itido a Rita identificar m uchas de aquellas que se relacionan con su cam po profesional. En el presente libro ella com parte sus experiencias en una aventura insólita que la ha llevado a estar cara a ca ­ ra con el m aligno en una batalla espiritual trem en­ damente poderosa. Es una lucha en la que p ocos han osado involucrarse tan abiertam ente. Poco a poco, Rita ha ido abriendo puertas que por siglos habían permanecido cerradas para muchos cris­ tianos. Encontró que la llave para abrirlas es el Nom bre de Jesús, nom bre sobre todo nom bre y an­ te el cual toda rodilla ha de doblarse. C om o p sicó lo g a, Rita ha sabido integrar sus co ­ nocim ientos científicos con la investigación en el cam po dem oníaco, un cam po que pareciera intan­ gible, pero que a la vez es muy palpable para aquellos que lo hem os experim entado. El enfoque p sico ló g i­ co que ella ha podido aportar a la práctica de la li­ beración espiritual se hacía necesario para arrojar luz sobre la relación tan com pleja y poco com pren­ dida entre el mundo p sico ló g ico y el espiritual. Sin duda, constituye éste un trabajo pionero, ya que penetra terreno virgen desde el punto de vista del estudio de la conducta humana. Hasta ahora la p sicología habia estado renuente a adentrarse en e s ­ ta dim ensión desconocida que innegablem ente afec­ ta al ám bito del com portam iento del hom bre. 7

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H em os conocido a Rita por dos años y hem os e s ­ tado presentes en m uchas sesiones de liberación con ella. S om os testigos de la m etodología y de la prác­ tica descritas en su libro. En todos los casos en que hem os participado, los resultados han sido positivos, en algunos, im presionantem ente rápidos, en otros más lentos y laboriosos. C onocem os de cerca a muchas personas que se han liberado y sanado por m edio de su trabajo. H em os podido corroborar que los resultados de su tratamien­ to de liberación son duraderos y no un producto pa­ sajero de reacciones histéricas. C oncordam os con ella en que las personas opri­ m idas por los poderes dem oníacos nunca encontra­ rán un alivio genuino a través de un tratamiento m é­ d ic o , psiquiátrico o p sico ló g ico que excluya a Jesucristo. El libro hace un llamado a los dem ás profesiona­ les cristianos de la salud a involucrarse en esta lucha de poderes, ya que es precisam ente a sus consulto­ rios donde vienen a dar las personas afectadas física y psicológicam ente por los dem onios. Esta es tarea del seguidor de C risto quien en vió a sus discípulos a sanar enferm os y libertar cau tivos, es la conti­ nuación del m inisterio de Jesús.

George y Gayle Weinand M isioneros a C osta Rica M inisterios Capilla del C alvario

Prólogo

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La terapia de liberación presentada en este libro lia dado muy buenos resultados. U no de los casos más impresionantes para nú fue el de un niño de doce años. Un día cuando estaba orando por é l, un d e­ monio com enzó a hablarme por su boca sin que yo hubiera m encionado nada sobre dem onios. Y o ni s i ­ quiera sabía que en él había dem onios. Cuando le pregunté su nombre me respondió: “ R obo.” Lo eché en el Nom bre de Jesús y luego se m anifestó otro que se identificó com o “ F u ga.” Am bos salieron. M e pa­ rece que el niño ni siquiera estuvo consciente de lo sucedido, ya que al final abrió los ojos y m e pre­ guntó si ya había term inado de orar por é l, com o si nada extraordinario hubiera sucedido. D e esa experiencia hace ya dos años. Antes de que esto sucediera el niño robaba y se fugaba frecuente­ m ente. El últim o robo había ascendido a cincuenta mil colones. Había enterrado el dinero y los objetos robados en los terrenos de la institución donde esta­ ba internado, con la idea de fugarse a Panamá. Sin em bargo, el personal de la institución descubrió su plan y encontró el dinero. D esde el día en que ocurrió la liberación no pla­ neada, no ha vuelto a fugarse ni a robar. Las p erso ­ nas que laboran en ese plantel pueden confirm ar es­ te hecho. Esa fue mi primera experiencia en este cam po y . com o dije, no fue algo que y o tenía pensado hacer. Simplemente surgió en ese momento. D espués de ese

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acontecim iento, he tenido más oportunidades de p o­ ner en práctica lo aprendido en el cam po de la lib e­ ración y puedo afirmar que es efectiva en la e lim i­ nación de síntom as que la p sicología considera ne­ tamente p sic o ló g ic o s, pero que y o , por estas ex p e ­ riencias, considero m ás bien de carácter espiritual. H e estado presente en m uchas sesio n es de libera­ ción dirigidas por Rita. Los su cesos que se dan en este tipo de tratamiento se desbordan de lo p sico ló ­ g ic o a lo espiritual, pero ambas dim ensiones están presentes. Las transform aciones de personalidad re­ pentinas con cam bios de conducta, gesto s, tono y timbre de v o z, u so de lenguaje y m ovim ientos cor­ porales, que se dan durante la fase de manifestación, son notorias para cualquiera que las observa y ha­ cen pensar en los casos de personalidad múltiple. Sin em bargo, com o p sicóloga cristiana, considero que los fenóm enos que allí he presenciado, no pueden explicarse satisfactoriamente dentro de un marco pu­ ramente p sico ló g ico . Estoy convencida de que el mundo espiritual existe y que los p sicó lo g o s, en la contribución que pretendem os hacer a la salud in­ tegral de las personas que atendem os, tenem os que incluir, en el tratamiento, su dim ensión espiritual.

Margarita Alvarado Egresada de P sicología U niversidad de C osta Rica Apdo. 7 9 6 6 , San José T eléfon o 3 0 -3090

lin diversas ocasion es he participado con Rita en experiencias de liberación espiritual. Soy testigo de que da resultados que perduran. U no de los casos en que estuve involucrada fue el de una mujer que fumaba ochenta cigarrillos diarios. A través de un proceso de sanidad interior y liberación, ella dejó com pletam ente de fumar. Le he dado seguim iento u este caso y he visto que después de casi dos años la conducta elim inada no ha regresado. Participé tam bién en la liberación de una p sicóloga quien, debido a los acontecim ientos que se esta­ ban dando en su vida, parecía tener dos personali­ dades. Sin em bargo, por lo que sucedió en la lib e­ ración, se hizo evidente que esa otra personalidad destructora que había en ella , no era suya, sino de un dem onio. El cam bio que se produjo en esta m u­ jer a raíz de las tres sesiones de liberación a las que se som etió, fue notable. D e eso hace un año y m e­ d io y su estado p sico ló g ico y espiritual perm anece estable. Aunque las personas que se relacionan con ella a diario desconocen el hecho de que pasó por una liberación, han notado y expresado el cam bio que hubo en ella. Y o la con ozco personalm ente y doy fe de que su transform ación es evidente y ha perm anecido.

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Tam bién yo me he som etido al tratamiento de li­ beración descrito en este libro. En mi caso sólo fue necesaria una sesión de dos horas. Varias áreas problemáticas de mi vida fueron resueltas en esa oca­ sión y desde entonces no han vuelto a estorbarme. Q uiero aclarar que esta manera de curar no puede ser aplicada por un terapeuta no cristiano, ya que el poder que efectúa la liberación no viene de la per­ sona que da el tratam iento, sino de D io s. Esto sig ­ nifica que únicam ente una persona que haya hecho entrega personal de su vida a D io s es la que puede servir de canal de ese poder. Por esto sostengo que un tratamiento de esta naturaleza sólo puede ser efec­ tuado por una persona cristiana.

Celita Ulaie P sicóloga Universidad de C osta Rica Apdo. 29 6 1 , San José

Tenemos evidencias claras e irrefutables de la realidad de la opresión de Satanás en la vida de los cristianos, aun en la vida de aquellos hijos de D ios más sinceros y dedicados. Lo sabem os por experien­ cia personal. El enem igo enm ascarado del cristiano puede llegar a hacer estragos en la vida y fam ilia del individuo, a m enos que sea desenm ascarado, atado, rotas sus cadenas y expulsado en el Nombre de Cristo Jesús, según se nos manda a hacer de acuerdo a Las Escrituras. D ios ha dado dones a su Iglesia que deben ser usa­ dos para este tipo de m inisterio. La Iglesia puede lle ­ gar a ser m ucho m ás pujante, activa y efectiva si los líderes cristianos tomaran realmente en serio este as­ pecto del E v a n g elio :“ D ar libertad a los c a u tiv o s.” La intención de Rita C abezas en D E S E N M A S C A ­ R A D O es justam ente esa: que el relato de sus ex p e ­ riencias y el estudio de sus con clu sion es, a la luz de la B iblia, sirvan co m o punto de partida a aquellos que D io s está llam ando a dedicar sus vidas a éste tan necesario aspecto del m inisterio cristiano.

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C reem os que la m ejor form a de sacar el m áxim o provecho de este fascinante libro, es acercándose a él con la mente abierta y el corazón dispuesto a lo que D ios quiera estarle enseñando al lector.

Román Giménez D octorado en M inisterio Fuller T heological Sem inary M inistro Ordenado Iglesia Presbiteriana (U SA ) C onsejero matrimonial y fam iliar.

Sandra Giménez M aestría en T eología Fuller T heological Sem inary Consejera juvenil

Prefacio M uchos consideran que la realización de liberai ii mes espirituales es trabajo exclu sivo de clérigos V m isioneros. Para mi es labor de todo cristiano com prom etido. Jesús en vió a sus discíp ulos a sanar enferm os y libertar cautivos. I ,os profesionales de la salud tienen la responsa­ bilidad de conocer a fondo las máscaras científicas utilizadas por el diablo, ya que e s a e llo s a quienes m uden las personas atormentadas por dem onios. ¿A quién sino a un m éd ico, p sicó lo g o o psiquiatra, se llevaría hoy en día, un hombre com o el endemoniado gadareno descrito en el libro de M arcos, capítulo cin­ co, versículos uno al veinte? Habiendo dem onios de enferm edad, dolor, c e ­ guera, sordera, m udez, cáncer, gula, asm a, tos, epi lepsia, cansancio y v ic io , ¿no e s ló g ico que sea el m édico cristiano quién lo s detecte en sus pacientes? Existiendo espíritus que causan nerviosism o, an­ siedad, angustia, depresión, desánim o, locura, ce­ los. autodesprecio, inseguridad, suicidio y tem or, ¿quién sino psiquiatras, p sicó lo g o s y consejeros de­ ben identificarlos? Som os nosotros (com o psicóloga cristiana m e incluyo) los que podem os descubrir la manera tan astuta que Satanás ha ideado para vestirse con traje de etiqueta cien tífica, la versión m oderna del m ile­ nario ángel de luz, y claro, en la era del cien tificis­ mo ¿qué m ejor disfraz que éste? ís

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L os clérigos tienen que darle el tratamiento a los que a ello s acuden, pero en esta época casi nadie re­ laciona la enferm edad física o psicológica con el mundo espiritual. Lastim osam ente ni aun los c lér i­ g o s , en su m ayoría, saben reconocer y liberar a los cautivos. Tam bién ello s han caído en la trampa del cien tificism o , remitiendo a los m encionados p rofe­ sionales los p ocos incautos que han tenido la “ sen c ille z " y la ocurrencia de pensar que su mal era, quizás, de género espiritual. Este libro es mi llam ado a los profesionales de la salud cristianos a desarrollar su don de discernimiento espiritual. Si no lo tienen, pídanlo a D io s quien da a todos abundantem ente. El está an sioso de que se dispongan a recibirlo. N o podem os evitar el tener contacto con los d e­ m onios. Los estam os topando a diario en nuestros consultorios, sólo que normalmente disfrazados. M e­ jor sería que supiéram os quiénes son los verdade­ ros causantes de tanto sintom atología obstinada y reacia a extinguirse. Es que ni los fárm acos, ni las cam isas de fuerza, ni los electroch oques van a e x ­ pulsar a los dem onios. Esto sólo lo logrará el cris­ tiano que los enfrente en el nombre de Jesús. N o me tornen a mal, no quiero que interpreten que afirm o que detrás de todo síntom a hay uno o varios dem on ios. Eso sería un error garrafal. Pero sí creo que se esconden tras m uchos síntom as renuentes a desaparecer. H e encontrado que estos casos en los que la cien cía ha fracasado y ha sucum bido a la etiqueta de “ in curable” o “ desh au ciado." encuentran curación en Jesús. H ace cuatro años, cuando com encé a descubrir que

Prefacio

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Satanás se escondía tras m uchos síntom as físico s y p sico ló g ico s, tom é la decisión de ayudar a desen ­ mascararlo, de mostrar lo que es: un espíritu destruc­ tor con legion es de dem onios a su servicio. listando a solas le inform é que me vestiría con la (li madura que D ios ha provisto a sus hijos y luchai la contra él por el tiem po que D io s m e diera vida, lio con armas hum anas, sino “ con el poder de D ios capaz de destruir forta leza s.” Bastó que tomara esta decisión para que los casos de personas endem oniadas com enzaran a llegarm e. I >¡os se encargó de traérm elos, no fue necesario sa­ ín a buscarlos. F u e su manera de confirm arm e que m e aceptaba en su trabajo. Para m í, la lucha apenas ha com enzado. Sobre la marcha estoy aprendiendo m ucho, pero sé que más me resta por com prender, que lo que actualm ente con ozco. He tenido que librar algunas batallas per­ sonales contra el Rey de las Tinieblas. Otras vendrán después. Pero he experim entado en carne propia que “ D ios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pron­ to auxilio en las tribulaciones."(Salm o 4 6 : 1). La pro­ mesa bíblica de que el diablo huirá de aquel que se som ete a D ios y lo resiste, es veraz, al pie de la letra. Yo lo he vivid o. Los reto a ponerlo a prueba, a solicitarle a D ios los instrum entos requeridos para descubrirlo. “ ¡El que tiene o íd o s, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesia s!” (A p ocalip sis 3 :1 3 ). Si lo que aquí he expuesto puede servir de guía a otros que d eseen seguir este cam ino, me doy por satisfecha. L o que de verdad contengan estas pági­ nas lo atribuyo a D io s. Los errores corren por mi cuenta.

T odos los nom bres y datos que pudieran iden­ tificar a las personas cuyos casos han sido men­ cionados en este libro, han sido m odificados. La única excepción es la de Gean Cario (capí­ tulo d oce), quien, para gloria de D ios, está dis­ puesto a ser identificado.

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■•

1 Eugenia — N ecesito contarle a alguien estas cosas— m e dei/íu la joven tem erosa. — No tengo nadie más a quien decírselas. Ni si­ quiera sé si usted m e va a creer o no, pero por lo menos confío en usted. — M e interesa ayudarte— le respondí, tratando de alentarla a que continuara— . Cuéntam e todo lo que quieras y luego analizarem os juntas el asunto. —Todas las personas que entran a mi cuarto sie n ­ ten un escalofrío muy raro — indicó— , también un olor muy extraño. C on frecuencia tengo sueños horribles, pesadillas que parecieran com o si realmen­ te estuvieran sucediendo. A noche estaba acostada y mi cama se com en zó a m over sola. D e repente e s­ cuché dos v o ces peleando. Hablaban en un idiom a desconocido para m í, pero y o entendí que eran dos fuerzas peleando por m í. M e asusté m ucho. Sentí que eran D ios y Satanás discutiendo acerca de quién era mi dueño. Eugenia era, en aquel entonces, una muchacha de diecisiete años, una estudiante. Se notaba p reocu­ pada de que quizás y o iba a pensar que ella estaba " loca.” Sin embargo, bastaba verla y oiría para darse cuenta de que no estaba dem ente. Lo que si era que estaba muy asustada a raíz de una serie de exp erien ­ cias sobrenaturales que había estado viviendo. 21

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En el transcurso de la conversación fui identifi­ cando los problem as p sico ló g ico s de Eugenia. Ha­ bía sido violada a los cuatro años de edad por un tío . La fam ilia había tratado de ignorar este hecho y lo había convertido en tema tabú. N adie jam ás le habló a Eugenia de lo ocurrido. Supongo que se im agina­ ban que al estar tan pequeña no había tom ado c o n ­ cien cia real del hecho y que se le olvidaría al crecer. Este abuso sexual que había sufrido a tan tempra­ na edad, estaba mostrando ahora secuelas. Las otras joven citas de su clase tenían ya sus prim eros am i­ gos y novios mientras que ella experimentaba un tuer­ te bloqueo emocional ante los jóvenes del sexo opues­ to. V arios m uchachos se habían interesado por ella y a ella también le gustaban. Pero cada vez que al­ guno trataba de acercarse dem asiado, intentando po­ nerle el brazo sobre el hombro o tomarla de la ma­ no, ella sentía una m ezcla de tem or y repulsión y ponía fin inm ediato a la relación. Eugenia recono­ cía que esto no era normal y anhelaba poder supe­ rar este problem a. Una de las pesadillas que se repetía con cierta fre­ cuencia entre sus su eñ o s, la mostraba a ella con un m uchacho que era su novio. Cuando él la iba a be­ sar, ella abría los ojos y veía que la cara de su novio se había transformado en una cara de mujer que se carcajeaba burlonamente de ella por el engaño. Euge­ nia solía despertar empapada en sudor y sintiendo esa m ism a m ezcla de tem or y repulsión que experi­ mentaba ante los hom bres. Le ofrecí a Eugenia que la podía ayudar en el cam ­ po em ocional pero, a la v e z , le indiqué que no tenía experiencia alguna en el área de fenóm enos sobre­ naturales com o los que m e había mencionado al prin-

K ugenia

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ripio de nuestra conversación. Le dije que tendría que conseguir ayuda por otro lado para esa fase esl>ecíf¡ca de su problem a. Lu joven indicó, en ton ces, que un pariente cerca­ no de ella había tenido experiencias extrañas com o Ihn suyas y después de som eterse a un exorcism o con un pastor evan gélico, había cam biado m uchísim o. I ugenia tom ó la d ecisión de buscar al m ism o pastor pura ayudarla en este aspecto espiritual. A la sem ana sigu iente, m e com unicó que ya ha­ bía tenido una sesión de tres horas con ese pastor y que ahí se habían identificado cuatro dem onios que liubían salido de ella. Y o estaba muy interesada en que me contara esta experiencia en detalle, pues to­ do esto era totalm ente nuevo para mí. —El pastor me fue mostrando ciertos pasajes bíbli­ cos —dijo E ugenia— , de com o Jesús había venido .1 la tierra para deshacer las obras del diablo y librar­ nos de su influencia. Tam bién m e dijo que toda per­ sona que cree en Jesús com o H ijo de D io s tiene p o­ der para hacer frente a Satanás y a lo s dem on ios. Hizo una oración y después com enzó a ordenar a los demonios que estaban en m í que dieran sus nombres. Aunque era m i boca la que se m ovia, y o no tenía ningún control sobre lo que decía. Y o estaba per­ fectamente consciente de lo que estaba pasando pe­ ro no podía intervenir. Era com o si y o fuera una e s ­ pectadora dentro de mi propio cuerpo. — En varias ocasiones, —continuó Eugenia— , traté de decir algo pero no pude porque había otra perso­ nalidad hablando por mi boca. Recuerdo que en cierto mom ento sentí dentro de mi una rabia tremenda contra el pastor. ¡Quería despedazarlo! Pero no era yo, pues no tenía ningún m otivo para estar brava con

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él. Era esa fuerza la que lo odiaba. M i cuerpo se fue encim a del pastor y com encé a pegarle y a d esp ei­ narlo. Y o trataba de no hacerlo. M e moría de ver­ güenza con el pastor pero no podía controlarm e. El sostuvo mi m ano y le ordenó al dem onio que se c a l­ mara y que y o me sentara. Y eso fue lo que hizo. Y o podía sentir a la vez m is propios sentim ientos y los del dem onio. —Cuando el dem onio hablaba, se refería a mi c o ­ m o una persona aparte a é l. D ijo que él me produ­ cía las pesadillas de contenido recurrente. Cuando el pastor le preguntó cóm o y cuándo había entrado en m í, el dem onio respondió que había sido cuando ese hom bre había abusado de m í. E xp licó que había aprovechado ese trauma para entrar en m í y causar­ me aversión a los hom bres. E xclam ó que él quería arruinarme la vida, que no iba a dejar que y o fuera feliz con ningún hombre y que iba a bloquear cual­ quier relación con los hom bres. — El pastor ordenó que saliera de m í, que se fuera. El dem onio gritaba que no se iría pero con la in sis­ tencia del pastor y o podía sentir cóm o el dem onio se iba debilitando. En cierto m om ento el dem onio com enzó a rogar que no lo echara, que le permitiera seguir allí pues le gustaba vivir en mí. El pastor le vo lv ió a ordenar que saliera y de pronto sentí que un viento salió de m í. Inmediatamente ocupó su lu­ gar otra fuerza con una personalidad diferente. —C om encé a sentirm e co m o una niña asustada y temblaba de m iedo. T odo esto yo lo sentía dentro de m í pero estaba consciente de que no era y o . Y o sim plem ente experim entaba lo que sentía el d em o­ nio que estaba en mí. Este dem onio contó experien­ cias de m iedo que y o había vivid o. C onform e las

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mencionaba y o iba recordándolas y sintiendo el m iedo que había experim entado en el m om ento en que las había vivido. El pastor citó un pasaje b íb li­ co que dice: “ el perfecto amor echa fuera el tem or.” (1 Juan 4 :1 8 ). Cuando dijo eso , el dem onio se estre­ m eció. Y o pude percibir cóm o él m ism o sentía te­ mor ante esas palabras. — El pastor insistió: “ C risto, el perfecto am or, te echa fuera. T em or. V ete en el nombre de J e sú s.” Mi cuerpo temblaba y las lágrim as m e corrían por las m ejillas. Por fin sentí que ese también se había ido y le d i gracias a D io s, en mi espíritu. — D e nuevo sentí el cam bio dentro de m í, al m a­ nifestarse un tercer espíritu quien se identificó c o ­ mo “ O d io .” D ijo que él m e inyectaba odio por las personas, especialm ente por las que m e habían da­ ñado. O dio por el tío que me v io ló . O dio por m is padres por no protegerme. Odio por una maestra que me pegó en la escuela. O dio por una profesora que no me ayudaba. — En ese m om ento yo sentía que todo m i ser d es­ tilaba od io, com o que el od io personificado estaba en mí y me permeaba. El pastor dijo: “ D ios no quiere que Eugenia o d ie .” —S í —respondió el dem onio de od io— pero yo la ob ligo a odiar y ella quiere odiar. — ¿Por qué dices eso? —preguntó el pastor. — Ella no ha perdonado a esas personas que la per­ judicaron y por e so no me tengo que ir. ¡D e aquí no salgo! — Entonces el pastor le ordenó devolverm e el control para poder hablar conm igo. En fracción de segundos v o lv í a ser yo m ism a y pude hablar. — El pastor m e preguntó si y o había escuchado lo

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que había dicho el dem onio. L e dije que sí. E l me habló de la necesidad de perdonar a todas las perso­ nas. E xplicó que esa falta de perdón servía para que ese dem onio estuviera fuerte dentro de m í. D ijo que y o tenía que perdonar para que ese dem onio de odio se fuera. — Le dije que yo estaba dispuesta a perdonar con tal de que se fuera, pero que sentía mucha cólera cuando recordaba esas cosas. El m e aseguró de que D io s m e quitaría ese sentim iento si y o obedecía su mandato de perdonar. M e gu ió en una oración de perdón que y o repetí tras é l. M e sentí muy tranquila, com o aliviada. — Entonces el pastor se dirigió de nuevo al d em o­ nio, ordenándole irse, ya que su raíz había sido quita­ da, y el dem onio se fue inm ediatam ente sin poner resistencia. — El cuarto dem onio que habló dijo que él era “ C u lp a .” D ijo que él hacía que m e sintiera sucia y culpable por lo que me habían hecho. El se encar­ gaba de estar trayendo im ágenes a mi m ente para re­ cordarm e lo que había pasado y m e hacía sentirm e sucia, haciéndom e pensar de que ningún hombre p o­ día quererm e después de eso . —El pastor citó varios pasajes bíblicos sobre el per­ dón de D ios y sobre la promesa de limpiarnos de toda suciedad. Sentí cóm o estas palabras hacían sufrir al dem onio. El se sentía derrotado al escucharlas. — El pastor dijo: “ Estás vencido, Culpa. R econó­ celo y v e te .” Culpa dijo que no quería irse. Cada vez que el pastor le daba la orden, él se negaba. Sin em bargo, sentí cóm o se iba debilitando hasta que por fin dijo: “ ¡Bueno m e voy por ahora, pero después voy a v o lv er!” El pastor le dijo que le prohibía v o l­

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ver u mí. Luego oró, pidiéndole a D io s que m e proirnicra y sentí que esa fuerza poco a poco se desva­ necía y yo fui recobrando las sensaciones norm ales ilc mi cuerpo, -T o d o fue de lo más increíble —com entó E uge­ nia— . Cuando todo term inó me sentí com o agarro­ tada pero con muy buen ánim o. M e he sentido de lo más bien. Ya se quitaron las cosas raras en mi ruarlo y m e siento bien estando allí. Yo me había limitado a escucharla con mucha aten­ ción. M e im pactó su relato. A lg o dentro de m í me dijo que yo tenía que averiguar m ás sobre esto. L e pedí el núm ero telefón ico de ese pastor para hablar con él. T om é la decisión ahí m ism o de investigar lo que él hacía y de hablar con otras personas que hubieran tenido experiencias en este tipo de fenó­ m enos espirituales, pese a que todo esto m e produ­ cía un tem or indescriptible.

2 El Pastor con el Ministerio de Liberación A l día siguiente llam é al pastor. Le pregunté por lo que había sucedido en la sesión de Eugenia y m e habló m uy abiertamente sobre el asunto. L u ego m e aventuré a preguntarle algo más: — ¿Permitiría u s­ ted que y o lo observara trabajando en algún caso? Hubo unos segundos de silencio y luego respondió: — C reo que no habría problem a en arreglar eso. A lgunas de las personas con las cuales estoy traba­ jando darían su consentim iento de que estuviera pre­ sente si y o Ies ex p lico que usted e s psicóioga. Casi brinco de alegría, aunque debo confesar que también había en m í una gran dosis de m iedo. M e preguntaba si estaría preparada para ver esas cosas, si m e afectarían en alguna forma. Y o había sido formada en 3a fe cristiana. En algu­ nas ocasion es había escuchado, en la ig lesia, lo s re­ latos de misioneros que habían estado en Haití, Brazil y C olom bia. Contaban de sus luchas espirituales en casos de posesión dem oníaca. ¡Sus experiencias eran escalofriantes! C om encé a dudar de que y o estuviera lista para estar cara a cara con un caso de estos; pe­ ro mi determ inación de averiguar m ás de todo esto m e im pulsó hacia adelante. Mi entrenamiento psicológico com enzó a intervenir en el asunto. 28

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—¿N o será que por falta de conocim iento p sico ­ lógico esta gente clasifica nial estos casos? ¿N o es factible que estos fenóm enos tengan su diagnóstico científico y que estos pastores y m inistros sen cilla ­ mente lo ignoran? ¿Y qué si resulta ser cierto que los dem onios pueden entrar en algunas personas y manejarlas a su antojo? ¿No sería responsabilidad infa com o psicóloga y cristiana averiguarlo? ¿N o d e­ bería estar más enterada de estos fenóm enos para po­ der identificarlos si llegan a mi consultorio disfra­ zados de enferm edad m ental? ¿C óm o se puede d is­ tinguir a un endem oniado (si es que existe) de un psicótico o serán la m ism a cosa? ¿Cuáles son las ca­ racterísticas de un endem oniado? Pregunta tras pregunta m e asaltaba. N o podía de­ tener la avalancha de interrogantes que se m e venía encim a. M e sentía com o si estuviera a punto de abrir la caja de Pandora, pero la indecisión y el tem or luchaban por frenarme. El pastor acordó avisarm e cuándo podía llegar a su oficina en la iglesia para observar la liberación de una persona endem oniada. M e ofreció que, m ien­ tras tanto, podía pasar a su oficina a retirar una gra­ bación de una sesión para que me fam iliarizara con el proceso. ¡N o podía creer lo abierto que él estaba siendo conm igo! Esa m ism a tarde pasé por su oficin a para recoger el cassette. En la noche lo escu ch é. Era una graba­ ción de dos horas de duración. La escuché dos v e­ ces seguid as, mi atención cem entada en ella. Cuan­ do escuché las prim eras palabras dichas por el su­ puesto dem onio, se m e erizó todo el cuerpo. M e d i­ je a mi misma: — Estoy escuchando por primera vez la v o z de un

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espirita. ¡Qué horror! ¡Yo no sabía que uno podía oirlo hablando! D e inm ediato se interpuso de nuevo mi m entali­ dad científica. — ¡Esto es terrible! A esta pobre mujer la tienen que haber sugestionado para creer que está poseída y esta manera de expresarse es sim plem ente un sín­ toma de su enferm edad. Sufre de delirios. Está co n ­ vencida de que el diablo está en ella y por eso actúa así. Pero seguía escuchando la grabación. Cada vez me asombraba más de lo que decía el supuesto d em o­ nio. La violencia y el od io que destilaban sus pa­ labras m e aterraban. La forma en que se referían a la mujer com o la dueña del cuerpo que ello s esta­ ban ocupando, m e parecía tan extraña. Si ella estu ­ viera hipnotizada y fuera su inconsciente el que e s ­ tuviera hablando, debería estar hablando en prim e­ ra persona, pero no lo hacía. Se referían a sí m is­ m os com o “ nosotros” y a la mujer com o “ e lla .” —¿Será un caso de personalidad m últiple co m o el relato en “ Las tres caras de E va” o el de “ S y b il” ? — m e preguntaba. Pero, ¿por qué dicen ser espíri­ tus en lugar de presentarse com o otras personalida­ d e s, cada cual con su nombre propio? ¿Por qué la voz dice: “ Som os una legión satánica” en lugar de decir “ soy una de varias personalidades distintas” ? Cuanto m ás escuchaba, m ayor era mi confusión. N o le encontré una explicación racional a lo que oía. Sin em bargo, continué escuchando el relato del su ­ puesto dem onio. — Su abuelita le ponía unas sem illitas en la blusa para protegerla de las fuerzas m alignas. A hí entré yo . A dela tenía cin co años. ¡Que idiota esa vieja!

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Creía que la estaba protegiendo con sus supersti­ ciones. E so está contra D ios. Eso fue lo que m e permitió entrar en la niña. Y m e gusta estar aquí. M e uusla hacerla sufrir. ¡Y o la atorm ento, y e so lo disfruto! —Pero ya tu trabajo se acabó —replicaba el pas­ tor. Cristo vino a liberarla. T ienes que irte. —Y o no m e v oy todavía. L o haré cuando a mi me dé la gana y no cuando tu digas —gritaba esa v o z desafiante. — Tú te vas cuando y o lo ordeno porque tú estás titudo. Soy y o quien d ice qué vas a hacer, porque yo tengo la autoridad de Jesús y tú sabes que tienes que obedecer, — respondía el pastor con firm eza. — ¡N o quiero! —N o te pregunté si querías hacerlo. T e lo ordené. Luego toda esa altanería se derretía y se tornaba en súplica. -P o r favor no m e eches de aquí. ¿Adonde voy ti ir? Déjam e seguir aquí un poco m ás. Y o casi no lu m olesto. — V éte, en el nombre de Jesús. Se oían fuertes so llo zo s. No quiero. Por favor. N o quiero volver al abis­ mo. Es oscu ro. ¡Es horrible! N o quiero volver ahí. —Tu llanto no m e conm ueve. Has hecho m ucho duflo. T e ordeno irte y a — insistía el pastor. Es muy tarde. V ám onos ya. A ti te están espei mido en tu casa. Ya tú estás cansado. D éjam e en pii/ —gem ía la vo z. Vete en el nom bre de Jesús. N o m e vas a con­ vencer. N o me voy de aquí hasta que salgas de ella. N o me vas a engañar. Uueno, está bien. M e v o y , pero me meto en el

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esp oso de A dela y lo enferm o. — N o te lo perm ito. Te vas directo al abism o, en el nombre de Jesús. — ¡Ay! Ya me tienes harto con ese nom bre. Ya me voy porque estoy aburrido de oírte. — S í, ya vete. -Y a . Sonaba co m o si A dela recobraba e l sentido en ese m om ento pues el pastor le decía: — ¿C óm o se siente, Adela? Ella respondía: —Cansada, pero muy bien. T engo la mente un po­ co confusa. T odo me da vueltas. — S í, es normal — indicaba el pastor. — Pero me siento m uy aliviada, com o más liviana. — ¿Usted sintió cuando salió? —le preguntó el pastor. — Sentí un dolor en el pecho y luego se me quitó. A hí fue cuando pude hablar y abrir los ojos. A y , gra­ cia s a D io s. ¡Bendito sea el Señor!

3 Dinorah — ¿Conoce usted a alguien que sepa de liberación? —indagó una mujer. — C reo que y o lo necesito. —Sí, precisam ente estuve hablando el otro día con un pastor que ayudó a una muchacha que co n o zco a liberarse —le respondí. — ¿Podría usted pedirle una cita para mí? — pre­ guntó Dinorah. —Sí, voy a hablarle y vam os juntas. Y o quiero e s­ tar presente. ¿Le parece? — ¡Claro! M e sentiría m ejor si usted fuera conm i­ go —exclam ó ella. Llam é al pastor a la mañana siguiente y le pedí cita para Dinorah. El accedió a verla y a que y o e s ­ tuviera presente para observar su trabajo. A partir de esa conversación telefónica, la m aña­ na se m e hizo eterna. Tuve que esforzarm e m ucho para lograr concentrarm e en las palabras de m is pa­ cientes. E llos tenían derecho a que les prestara toda mi atención, pero se m e hacía difícil debido al torren­ te de pensam ientos y em o cio n es que fluían en m í a raíz de la posibilidad de observar la m uy esperada sesión de liberación. Por fin iba a ver por m í m ism a lo que ocurría en esto s su ceso s. Iba a poder evaluar más objetivam ente los hechos. El martes a la hora concertada, m e dirigí a la ig le­ sia. Entré y cam iné a la oficina del pastor. Toqué 33

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la puerta, la em pujé y m e asom é. El pastor m e in vi­ tó a pasar. Dinorah ya estaba ahí y ellos estaban con­ versando. Una vez que m e senté, él sig u ió con el estudio bíblico que le estaba dando. Le pedía a D i­ norah leer ciertos pasajes en v o z alta y luego tradu­ cir lo leído, a sus propias palabras. A ella se le ha­ cía un tanto difícil entender lo que leía. D ecía que se sentía algo nerviosa y que se le nublaba la vista al tratar de leer. Y o m e senté en una esquina del cuarto m ientras el pastor le hablaba a Dinorah sobre el propósito de la venida de Jesús a este m undo. Indicó que no era sólo para salvarnos y perdonar nuestros pecados s i­ no adem ás para darnos poder para defendernos de los dem onios y de los ataques de Satanás. Era evidente que había dentro de ella una gran in­ com odidad que le dificultaba la concentración. Sin em bargo, con la paciencia y la com prensión del pas­ tor, ella lograba captar el m ensaje. —N o sé por qué m e siento tan asustada y por qué m e cuesta concentrarm e. A m i m e gusta m ucho leer la Biblia, pero ahora lo que estoy sintiendo es casi un rechazo por leerla —com entó Dinorah. — N o se preocupe —le indicó el pastor tranquili­ zándola. —E so es normal en estos casos. Esa inco­ m odidad que está sintiendo no es suya, es m ás bien de lo que está en usted. E sos espíritus saben que lo que estam os haciendo va en contra de ello s y se dan por aludidos. Finalizado el estudio b íb lico, el pastor dijo: — Muy bien, ahora vam os a reprender. V am os a enfrentar a eso s d em on ios, ordenándoles que se va­ yan. Siéntese cóm oda y vam os a com enzar. —Padre C elestial, te pido que liberes a Dinorah

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de estos espíritus m alignos que la están atorm entan­ do. T e lo pido en el nombre de Jesús. —Y ahora, le estoy hablando a esto s espíritus que están ocultos en esta mujer. En el nom bre de Jesús, les ordeno que se m anifiesten. Q uiero hablar con ustedes. Dinorah estaba en actitud de oración, con los ojos cerrados. En eso abrió los ojos y dijo desafiante: —¿Qué quieres de mi? ¡N o m e m olestes! Mi corazón d ió un salto y un escalofrío m e subió por la espalda. — ¿Quién eres? —dem andó el pastor. —Y o . ¿Quién va a ser? —respondió en son de burla. — Dam e tu nombre — insistió el pastor. — Soy N ervios. — ¿Qué haces en ella? — ¿N o estás viendo que la hago temblar? Mira co­ mo tiem bla. — Sí, pero tú tiem blas ante el nom bre de Jesús. ¿Quién es Jesús, N ervios? —N o lo con ozco. —Jesús es el H ijo de D io s, y tú lo con oces. —Sí, ya sé. —E ntonces, ¿por qué lo negaste? —N o m e gusta hablar de él. — ¿Para qué vino Jesús, N ervios? —Para m olestam os a nosotros, y tú tam bién m e estás m olestando. — ¿Quién es “ nosotros” ? ¿Quién más está contigo? —Pregúntales a ello s. Y o só lo te digo el nombre m ío. —T e ordeno* en el nombre de Jesús, que m e di­ gas lo s nom bres de los otros dem onios.

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—Están D epresión y M agda —respondió la voz proveniente de Dinorah. —¿Quién e s M agda? —indagó el pastor. —Una bruja que la tiene atada. Le hizo un entierro para destruir su m atrim onio. — ¿M agda te mandó? — S í, y a mi m e gusta aquí. La m ortifico. Ya casi terminé mi trabajo. ¿N o vez cóm o la tengo? Gorda, fea y tonta. N o la dejo leer. Ella antes leía mucho y era m uy inteligente, pero ahora, cuando trata de leer, le enredo la m ente, la confundo. Ya el esp oso está pensando en dejarla. Lo tengo todo listo para deshacer el m atrim onio. — ¿Quién le pagó a M agda para que hiciera ese trabajo? —La suegra y la cuñada. ¿N o vez que ellas no querían que él se casara con ella? — N ervios, tú con o ces la Biblia, ¿verdad? — ¡Claro, m ejor que tú! — Entonces sabes que la Biblia dice que todo lo que atem os en la tierra quedará atado en el C ielo y que todo lo que desatem os en la tierra será desatado en el C ielo . (M ateo 16:19) — ¡Cállate, no quiero oir eso! —N o te gusta oir la Biblia porque e s la Palabra de D ios y porque tiene poder sobre tí. —N o me gusta, ¿y qué? N o voy a oir m ás. Las m anos de Dinorah taparon fuertem ente sus oídos. —N o voy a oir. N o oigo nada. Se puso a cantar con las m anos en los oíd os. — ¡Baja esas manos! —ordenó el pastor. — ¡N o quiero! —exclam ó. Sin em bargo, las manos de Dinorah bajaron a su regazo.

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Yo desato a Dinorah del poder de la brujería, i*ii el nombre de Jesús. -¡N o ! ¡No! —gritó la v o z. Y a tí, M agda, espíritu de hechicería, te ato y te ordeno salir de ella, en el nombre de Jesús. La cara de Dinorah se volvió hacia la esquina dontic yo estaba y m e señaló con el dedo. Yo estaba todo lo pálida y atemorizada que podía estar en ese instante y tuve el impulso de salir corrien­ do. Sentí pánico. —Señor —clam é en mi espíritu. ¡Protégeme! ¿Para qué vine aquí? Y o no estoy preparada para presen­ ciar esto. ¡T engo m ucho m iedo! —N o — interrumpió la voz del pastor. Ella es hija de D io s. N o puedes entrar en ella. Esto lo dijo con mucha calm a, lo cual me sorpren­ dió sobrem anera. Pude captar que a él no le afecta­ ban estas cosas. —¿Cóm o puede alguien acostum brarse a esto? — me pregunté horrorizada. —Vete al abism o —continuó e l pastor. — ¡No! ¡A hí no! —reclam ó la voz. — T e vas al abism o ahora m ism o, en el nombre de Jesús. Dinorah b ostezó fuertem ente. Lo hizo varias v e ­ ces m ientras el pastor insistía: —E so es. Sal com pletam ente de ella. Al abism o. En el nombre de Jesús. G racias, Señor, porque e s ­ tás liberando a Dinorah. Hubo unos m om entos de calm a y luego el cuerpo de Dinorah com enzó a temblar incontrolablem ente. Las lágrimas corrían por sus m ejillas. Fuertes so llo ­ zos estrem ecían su cuerpo. — ¡A y, ay! ¡T engo miedo!

DF.SI'.N M A S ( A K A I X )

— ¿Quién eres? —dem andó el pastor nuevam ente. — M iedo. — ¿Cuánto tiem po llevas ahí? —V einte años. — ¿C óm o entraste? — Un perro la m ordió cuando tenía tres años. Se asustó m ucho. A h í entré yo. — ¿Entraste sólo? — inquirió el pastor. —C on N ervios. Trabajamos juntos. Y o la asusto todo el tiem po, con m uchas co sa s. D isfruto sus m iedos. M e hacen fuerte. N ervios la hace temblar y tener palpitaciones. La marea. Y o le digo que no salga a la calle. E so la asusta m ucho. Por e so ya no trabaja ni va a ninguna parte. — ¿Quién e s Jesús, M iedo? — Tú ya sabes. ¿Para qué quieres que te diga? — ¿Quién es m ás fuerte, tú o él? — E l, pero y o también soy fuerte. — Ya no, porque te estoy atando, en el nombre de Jesús, y te estoy quitando el poder. ¿Sientes la atadura? — ¡Maldito! ¡Ya verás! Espera a que nos volva­ m os a encontrar. —Te echo fuera en e l nombre de Jesús. N o m e am enaces porque nada puedes hacerm e. —Ya m e v o y . Y a no aguanto más. —S í, vete al abism o. Estás derrotado. Dinorah suspiró fuertem ente y su cuerpo dejó de temblar. M iró al pastor y le preguntó: -¿ Y a ? — S í, ya salió. — ¡Qué raro todo esto! —exclam ó Dinorah. Y o po­ día oir todo lo que decían pero no era y o . ¿Cóm o e s posible que de veras existan estas cosas? Y o vine

Dinorah

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|H>r insistencia de una am iga, pero no lo creía. M e decidí sólo por lo mal que he estado, pero en reali­ dad no creía que fuera posible. —¿Pero cóm o puede ser que una cristiana tenga demonios? El Espíritu Santo está en m í y siem pre me han dicho que no pueden vivir juntos los d em o­ nios y el Espíritu Santo. —Esa pregunta me la han hecho m ucho —dijo el pastor. Y o m ism o pensaba así antes de con ocer e s ­ tos fenómenos. Pero dese cuenta de que es una doctri­ na equivocada. Si hablan a través de su boca y mueven su cuerpo, es porque están dentro de usted en alguna form a. Por esto es que usted no se curaba, aun cuando le pedía a D io s que la sanara. E s que no era una e n ­ fermedad. Eran dem onios que vivían en usted y la manejaban desde >u m ente. L os d em onios se van cuando uno lo s echa en el nom bre de Jesús. Por eso es necesaria la liberación. Hasta que ellos no salieran, usted no podía experim entar la paz de D ios en su vida. Recuerde que la Biblia habla de Satanás com o el ladrón que vien e a matar, robar y destruir. Pero Je­ sús dijo: “ Y o he venido para que tengan vida, y pa­ ra que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10) Si un cristiano no tiene la victoria sobre los proble­ mas, no puede tener vida en abundancia. Quiere decir que algo o alguien se la está robando, y ese algo o alguien e s, m uchas v eces, un dem onio. Por algo d i­ ce la Biblia: “ R esistid al diablo, y huirá de v o ­ so tro s.” (Santiago 4:7) Si usted quiere que Satanás y los dem onios no la m olesten, tiene que resistirlos en el nombre de Je­ sús. Con ignorarlos no se van a ir. Al contrario, si

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usted los ignora, les da la oportunidad de trabajar a su antojo. — Esto nadie m e lo había enseñado y eso que ten­ go años de conocer al Señor. ¿Por qué esto no lo enseñan en las iglesias? — Pues en esta iglesia si se enseña. Pero es cierto que la doctrina de Satanás y de los dem onios ha s i­ d o distorsionada e incluso desechada del todo, en al­ gunas iglesias. Ya casi nadie cree en la existencia del diablo y de los espíritus inm undos. Esto lo digo refiriéndom e tanto a la ig lesia evangélica com o a la católica. Y créam e que al diablo le sirve m ucho que crean que no existe. A sí pasa desapercibido y casi nadie lo enfrenta. La otra idea que a Satanás le con vien e tam bién, e s que hay que tenerle m iedo. Eso es totalm ente fal­ so . La Biblia nos asegura que m ás poderoso es el que está en nosotros, o sea D io s, que el diablo. (1 Juan 4 :4 ). N osotros,ten em os poder sobre él, si es que creem os en D io s. M ás bien el diablo nos tem e a nosotros y nos o b ed ece, si lo enfrentam os en el nombre de Jesús. Hay gente que cree que si uno no se m ete con el diablo, él no se m ete con uno. E so también es un engaño. Al diablo le interesa destruir todo lo que D ios ama. Es m ás, le interesa más destruir a un cristiano que a un no cristiano porque el cristiano representa una am enaza para él y porque es propiedad de D io s. El diálogo se había terminado aqui. Era tarde. D i­ norah se despidió y se fue para su casa. A quella noche y o no habría de dorm ir. El im pacto de esta experiencia había calado muy hondo en m í com o para poder desecharla de mi m ente para dorm ir. Pasé m uchos días intentando digerir todo aquello que pre­ sen cié e se día.

4 Ahora le toca a usted, Rita A l finalizar esa sesión en la que fui una observa­ dora m uy interesada pero, a la vez, m uy asustada, este pastor m e h izo un gran favor que, en e se m o­ mento yo experim enté com o todo lo contrario. D e s­ pués de haberse ido la mujer a la que se le había hecho la liberación, el pastor se v o lv ió hacia m í y me dijo con mucha naturalidad. —M uy bien, Rita. Y a vió com o se hace. U sted e s cristiana. C om o hija de D io s usted tiene la m ism a autoridad que tengo y o para echar dem onios. La Biblia es clara en cuanto a eso . D ice que todo el que cree, en el nombre de Jesús echará fuera dem onios (M arcos 16:17). Ahora le toca a usted. Y a puede se­ guir sola. Si le llega un caso de esto s, usted puede enfrentarlo. M e le quedé mirándole perpleja. Al principio creí que era una broma de mal gusto, pero al estudiar su expresión facial, se m e vino abajo la esperanza de que así fuera. ¡Hablaba en serio! N o le contesté nada porque realmente no se me ocurrió qué decirle. Dentro de m í había una tormenta em ocional. Ese com entario era la últim o que esp e­ raba escuchar de é l en ese m om ento. O bviam ente no se daba cuenta del pavor que estaba sintiendo a raíz de lo que había presenciado. O quizás m i rostro sí lo reflejaba y fue precisam ente por eso que m e 41

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lo dijo. En todo caso, estoy convencida de que m e lo hizo por inspiración divina, porque fue precisa­ m ente lo que me dio el valor para iniciar mi viaje personal rumbo a lo d esconocido de este mundo espiritual. Recorrí las librerías cristianas en busca de libros sobre dem onología y satanism o. M e los devoraba en mis ratos libres y hasta altas horas de la noche. Se había desencadenado en m í un hambre insaciable de saber cuáles eran esas obras del diablo que Cristo había venido a deshacer. (1 Juan 3:8). M e preguntaba por qué, en todos los años de edu­ cación cristiana que había recibido m ientras crecía, jam ás me habían enseñado sobre estas cosas. La te­ ología en tom o a los dem onios brillaba por su ausen­ cia. Hasta ahora me percataba de ello . Satanás de­ bía estar muy contento de esto. Pero y o estaba d eci­ dida a reponer el tiem po perdido en el m enor plazo posible. Por esa época, tuve contacto cercano con otro psi­ cólo g o cristiano. I x pregunté si sabía algo sobre este cam po. En respuesta inc contó que una vez lo ha­ bían llam ado a una casa con urgencia, puesto que una muchacha estaba trastornada. — El entrar a la casa —m e dijo este c o le g a ,— y ver el estado en que estaba la jo v en , com encé a reprender “ por si a c a so ,” pero no pasó nada. Sus palabras me iinpactaron. A quello me chocó trem endam ente. —¿C óm o un p sicó lo g o puede com enzar a repren­ der “ por si acaso” ? —m e preguntaba. ¿Qué sucede si la persona no está endem oniada, si está m ental­ mente enferm a? ¿N o sería p eligroso esto de repren­ der tan a la ligera? ¿N o sería esto sugestionarla a

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que tiene un dem onio que la está controlando? ¿No conduciría esto a agravar su estado? N o , aquello no iba conm igo. — T iene que haber una m ejor manera — m edité. Una manera más responsable, más organizada o , incluso, más cien tífica, aunque la palabra “ cien tífi­ ca ” m e sonaba extraña en este contexto. N unca ha­ bía leíd o una investigación científica de este tema. — Tiene que haber un m étodo, una forma más con­ fiable, cu yos resultados puedan evaluarse —pensé. M e prom etí a m i m ism a no descansar hasta descubrirla.

5 El empujón de Dios D io s no fue muy benigno conm igo. D ecidió “ echarm e ai agua” m ucho antes de que y o sintiera que estaba preparada para hacerlo. N o m e dio tiem ­ po de hacer todas las investigaciones que tenía proyectadas. N o obstante, confío en la sabiduría de D ios al ha­ cer las cosas. El m e conocía bien. Sabía lo cobarde que era. N o me gustaban los riesgos. Jamás daba un paso sin antes estar segura del resultado de darlo. T uvo que darme un em pujoncito, el cual estuve le ­ jo s de agradecerle en el m om ento. T odo lo contra­ rio. ¡Le reclam é co m o nunca! Pero El hizo lo que tenía que hacer. Una noche estaba finalizando la consulta con una mujer creyente. C om o era mi costum bre con perso­ nas que creen en D io s, estaba cerrando la sesión con una oración, entregándole a D ios todo lo que ahí ha­ bía surgido y pidiéndole que llevara la terapia a fe­ liz térm ino. U n im pulso me había llevado a tomarla de la mano m ientras oraba por ella. Había percibi­ do que necesitaba un apoyo especial en aquel m o­ m en to, un contacto hum ano. A penas había iniciado la oración y estaba interce­ diendo ante D io s para que la ayudara a superar el tem or y los nervios que la agobiaban. En e so la m u­ jer em pezó a interrumpirme. “ ¡Qué extraño!” pen-

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sé. Entonces c a í en cuenta de lo que me estaba diciendo: — Ella e s m ía. Y o no m e voy a ir. Estoy muy bien viviendo aquí. D eja de m olestar. ¡N o seas necia! Un escalofrío trem endo m e subió por la espalda. Mi cuerpo entero se erizó. A brí los ojos. La mujer seguía en actitud de oración pero esa voz continuaba hablándom e por su boca. M e d i cuenta de que aún la tenía tom ada de la m ano. N o hallaba qué hacer. Mi prim er im pulso fue soltarle la m ano y tirarla le ­ jos de m í, pero algo dentro de m í m e detuvo. — S i lo haces, —m e decía una voz interna, —e l dem onio va a saber que le tienes m iedo y se va a aprovechar de eso . — Pero si no lo hago —respondía en m i interior, —voy a m orirm e del susto aquí m ism o. ¡Siento c o ­ m o que tengo la garra del diablo en m i mano! — Contrólate —m e decía esa voz interna. R ecuer­ da lo que dijo el pastor. Tú tienes la autoridad de D io s. ¡Usala! — ¡Señor! —clam é reconociendo esa voz dentro de mí. N o me abandones ahora. T e necesito aquí co n ­ m igo. D am e fuerza. El esp o so de la mujer estaba en el cuarto. E l esta­ ba perplejo. El dem onio seguía hablando. A l m enos ya m e ha­ bía percatado de que era un dem onio. Era un pri­ m er paso, ¿no? Había podido reconocerlo. — ¡C állate, cállate! —m e decía. Deja de orar por ella. Y o no pienso m overm e de aquí. N o voy a de­ jar que m e vengas a echar a perder las cosas. M e armé de todo el valor que pude (que no era m ucho, por cierto), y me lancé a enfrentarlo. — ¿C óm o te llamas? —le dem andé.

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—N erv io s. S oy N ervios. Pero no estoy so lo. S o ­ m os m uchos y tenem os m u ch a fuerza. — ¿C óm o entraste, N ervios? —Y o v iv o aquí. Esta es mi casa. — ¡Contéstame! ¿Cóm o entraste en ella? —le exigí. — Por m uchas co sa s. Ella es m uy débil. E s muy fácil para m í. — ¿Cuál es tu propósito en ella? —Q uerem os destruirla. Q uerem os que su esp oso se aburra de ella y la abandone. N o m e atreví a quitarle los ojos de encim a para mirar a su esp o so . Sentía pavor de que la mujer se me abalanzara aun cuando no daba ninguna señal de que fuera a hacerlo. — Pues no van a lograrlo, —respondí. Salgan de ella , en el nombre de Jesús. — N o , no m e v o y . Y o soy fuerte. —M ás que y o —pensé en m is adentros. Sin e m ­ bargo continué: — M ás poderoso e s el que está en m í. — S í, pero y o también soy muy fuerte. V am os a ver quién gana —dijo retándom e. M i m ente corría aceleradam ente. M i esposo esta­ ba por llegar a recogerm e. N o había nadie más en el ed ificio com o para abrirle la puerta. — Es hora de cortar. ¿Qué hago? —m e pregunté. M e vino un im pulso y lo seguí. — D evu élvele el control de su m ente para que ella pueda irse —ordené con firm eza, aunque por dentro tem blaba de m iedo. En e so la mujer abrió los ojos y preguntó: — ¿Qué pasó? Daba la impresión de estar despertando de un sueño profundo. N o sabía qué decirle. M iré a su esp oso y le pregunté:

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— ¿U sted se dio cuenta de lo que sucedió? —Bueno —dijo é l, o í todo, pero no sé bien de qué se trataba. — Y o tengo que irme ya. Es muy tarde. M ejor hablam os de esto mañana — le dije evitando entrar en una larga exp licación para la cual no me sentía preparada. E llos estuvieron de acuerdo y se marcharon. Por unos instantes m e sentí aliviada pero en eso pensé: —¿Y si alguno de esos espíritus salió y está por aquí flotando? Con ese pensamiento m e desaté en un temblor. To­ m é la B iblia de mi librero y la así fuertem ente con ambas m anos. M e abracé de ella intentando sentir la presencia de D io s en ella. — ¡Señor! —supliqué. Que mi esp oso no tarde. C am iné por el pasillo hasta la puerta del ed ificio y la abrí. ¡Nada! Aun no había llegado. R egresé a mi oficin a abrazando mi Biblia. — ¡A y, Señor! Por favor dim e que ningún espíri­ tu m alo está por aquí, ni m e va a hacer nada, ni se m e va a meter a m í. ¡Sentía un m iedo espantoso! En eso escuché la bo­ cina del carro. ¡Era mi esposo! C orrí hacia la puer­ ta, salí del ed ificio y entré en el auto, todavía sujentando la Biblia. — ¡Gracias a D ios! G racias por hacerlo llegar.

6 Inicio de mi Ministerio Varias veces intenté volver a conversar con el pas­ tor que m e había perm itido observar la sesión de li­ beración, pero él estaba en una época de m ucho tra­ bajo. M ás adelante habría de darm e cuenta de que esto era lo normal para toda persona que ministra liberación espiritual. L uego de varios fracasos en com unicarm e con é l, desistí. El no tenía tiem po de atenderm e por la car­ ga d e trabajo tan pesada que tem a. Esto me ob ligó a buscar otros recursos. Quería observar de prim e­ ra mano có m o era que otras personas trataban estos casos. Una am iga a la cual había con ocido en un estudio bíblico me contó sobre su propia liberación. Su re­ lato me im pactó m uchísim o. M e indicó que a veces ella iba al grupo donde la habían ayudado a liberar­ se y ofreció llevarm e con ella. La acom pañé varias veces pero ocurrió algo que me ahuyentó de ahí. M e había llegado una cliente en m uy mal estado de salud m ental. M e contó m uchas experiencias sobrenaturales que había vivido. Por su historia, me enteré que necesitaba liberación. Traté de ubicar de nuevo al pastor cuyo trabajo conocía pero no lo con­ seguí. A sí que, por la urgencia del caso, decidí arries­ garm e con este grupo. 48

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Le pedí a una mujer del grupo que m e acom paña­ ra a la casa de la clien te, quien para entonces estaba en cam a, no podía levantarse. Solam ente íbam os a orar por ella y a invitarla para que viniera al grupo, cuando pudiera, para ser ministrada en sanidad in­ terior y liberación. Se presentó un problem a ya que la hermana de mi cliente se atrasó dem asiado al venir por nosotras. Y o había entendido que venía a recogem os en carro, pero resultó ser un autobús. Para cuando lleg ó ya era la hora en que yo tenía que irme para mi casa. Para evitar que la hermana de mi cliente perdiera el viaje, le pedí a la señora que m e iba a acom pañar, que se fuera con esa mujer a hablar un poco con mi cliente e invitarla a la oración. Ella accedió y partieron juntas. A l día siguiente llam é a mi cliente para averiguar cóm o estaba y cóm o le había ido la noche anterior con la visita de la señora. Al hacerlo, m e lle v é una sorpresa m uy desagradable. La madre de mi cliente fue la que me contestó el teléfono y me inform ó que la visita de esa mujer ha­ bía sido un desastre. La señora no se había lim itado a visitarla e invitarla al grupo sino que había d ecid i­ do tomar ciertas iniciativas cuyo resultado había si­ do catastrófico. Y o le había explicado a esta señora, la cual era católica carism ática, que esa fam ilia que iba a v isi­ tar era evangélica. Le pedí evitar cualquier m ención de temas controversiales. Sin em bargo, no había to­ mado en cuenta m i indicación. Había aprovechado la oportunidad para tratar de hacer proselitism o re­ lig io so , lo cual había sido un error garrafal. Adem ás había enfrentado a los dem onios en mi

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cliente sin haberle explicado nada a ella. E stos se habían manifestado violentamente y la mujer les gri­ taba fuertemente que salieran. Aquello causó espanto en los parientes que estaban presentes. M i cliente gritaba que se llevaran a esa mujer de ahí pero la se­ ñora insistía en enfrentarlos. Por fin, alguien le dijo a la señora que se retirara de la casa. En ese m om ento reinaba a llí un pandem onio. M i cliente tenía los dem onios manifestados y estaba muy alborotada. D ecidieron ir en busca de un pastor quien logró tranquilizarla. Pero esta experiencia la había traumatizado tanto que estaba furiosa con m igo pues m e culpaba de todo. N o quería saber ni oir nada de m í. La m uchacha tenía razón en enojarse conm igo. Aunque y o no había planeado a sí las co sa s, todo ha­ bía sido un desastre por la extralim itación de esta señora católica carism ática. Y o m e sentía terrible­ mente m al. Jamás había perdido a un cliente en for­ ma tan desagradable. Cuando y o fui a hablar con la señora católica pa­ ra pedirle ex p licacion es de lo que había hecho, ella rehusaba com p ren d erlo mal que había actuado. Pa­ ra cerrar con broche de o ro, durante nuestra co n ­ versación m e contó la siguiente anécdota: —U n día estábam os orando por un hom bre. R eprendíam os en el nombre de Jesús pero nada p a ­ saba. En e so , una de las que estaba con nosotros exclam ó: “ D em o n io , te ech o fuera en el nom bre de M aría, la madre de D io s .” En e so el hom bre c o ­ m enzó a convulsionar y cayó al suelo. Al m om ento se le quitó todo y se paró. E so es para que vea que M aría tam bién tiene poder. ¡Su relato m e horrorizó! Y o conocía bien la Biblia.

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M e sabía de m em oria pasajes com o 1 T im oteo 2:5: “ Porque hay un solo D io s, y un solo m ediador entre D ios y los hom bres, Jesucristo h om b re.” Y M ar­ cos 16:17: “ Y estas señales seguirán a lo s que cre­ en: En MI N O M BRE echarán fuera d em o n io s.” Sa­ bía muy bien que la liberación tenía que ser en el nom bre de Jesús. Todo esto m e desilusionó totalmente con este gru­ po. Hablé con mi amiga sobre lo ocurrido y ella tam­ bién se escandalizó. Me dijo: — Lo que m e estás contando me confirm a algo que D ios m e dijo m ientras oraba hace unos d ía s. M e in­ dicó que —aunque yo me Liberé en e se grupo, no de­ bía volver ahí porque estaba yén d ose por mal cam i­ no. Ahora entiendo por qué. M e sentí triste por esas personas y más todavía por la mucha gente que acudía ahí para recibir ayu­ da. Los m iem bros del grupo eran personas bien in­ tencionadas, pero lam entablem ente con fundam en­ to bíblico equivocado. Q uizás hice mal en abandonarlos antes de tener la oportunidad de explicarles su error, pero en ese m om ento no m e sentía con la capacidad de quedar­ me m ás ahí. S ólo le pedí a D ios que les enviara su Expíritu para guiarlos a toda verdad co m o promete en su Palabra. * * Q uiero aclarar que hacer liberaciones en el nom bre de M aría no necesariam ente es una práctica com ún entre grupos católicos carismáticos. C on ozco personalm ente a m uchas per sonas que asisten a estos grupos que jamás acep­ tarían este tipo de práctica. Esto ocurrió en un grupo particular y no pretendo generalizar la observación.

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A l interrumpir las visitas a este grupo, continué mi búsqueda de personas que practicaran la libera­ ción espiritual. Descubrí que era muy difícil concertar citas con ellas porque todas estaban sobrecargadas de trabajo. — Por algo será, —me dije a mi m ism a. La deman­ da para sus servicios debe ser m ayor de lo que m e im aginaba. Esto significa que hace falta gente d is­ puesta a trabajar en este cam po. Por fin me di cuenta de que D ios m e estaba for­ zando a com enzar por cuenta propia. N o m e sentía en absoluto preparada para ello , pero le hablé a D ios m uy sinceram ente. — M e siento insegura. Señor. Es dem asiado poca la experiencia que tengo en este cam po. Sólo he pre­ senciado unas cuantas liberaciones y nunca he in­ tentado hacerlo directam ente —reclam é. — Recuerda lo que pasó en tu oficina la otra noche —susurró en mi m ente. — Sí, pero e so era diferente. Ahi tú m e em pujaste a hacerlo. Es muy distinto comenzar el enfrentamien­ to y o m ism a. — N o te angusties. N o tengas m iedo. Y o te voy a ayudar. T e iré m ostrando cóm o hacerlo. Estaré contigo en todo m om ento. Jamás te abandonaré. — ¡Ay Señor! —le reproché. Lo que me pides es sum am ente difícil. Soy psicóloga. Mi reputación co­ mo profesional está en ju eg o . T odos van a creer que esto y loca. ¡Una psicóloga echando dem onios! ¡Es inconcebible! A dem ás no sé bien cóm o hacerlo. — Es cierto —m e respondió. M uchos van a creer que estás loca. E so ya te lo había advertido en m i Palabra: ‘‘El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de D io s, porque para él son locura.

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y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualm ente.” (1 C orintios 2 :1 4 ). C onfía en m í. Y o soy tu M aestro. — Señor, tú sabes que no soy muy fuerte espiri­ tualmente. ¿Y si me llega un caso violento y no puedo manejarlo? ¿Y si m e hace daño? ¿Y si Satanás ataca a los m iem bros de mi familia? H e oído que a los que se meten en este cam po Satanás los “ agarra entre o jo s .” —Y o soy tu protector, tu lugar de refugio. Y o soy tu fortaleza. —Señor, a v eces d escon fío de tu criterio. R eal­ m ente no com prendo cóm o se te ocurrió escogerm e a m í para un trabajo de esta naturaleza. Tú sabes lo m iedosa que so y . Lo que tendrás que hacer en m í para prepararme para este grabajo no es una sim ple rem odelación. ¡Tendrás que botar todo el ed ificio y construirlo de nuevo.! — Y o no te he dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de poder, de amor y de buen ju icio . Y o construí el universo. ¿Dudas de mi capacidad de ha­ cer algunos cam bios en tu estructura? — Está bien, Padre. A cepto. M ándame los casos que tú quieras. Haré lo m ejor que pueda, pero no te prometo buenos resultados. —L os resultados los doy y o , no tú. Tú serás un canal de MI poder. —T ienes razón. Perdónam e. A sí fue que, por la presión de una mala experien­ cia, d ecid í entrar y o m ism a en el m inisterio de la liberación dem oníaca. Gracias a D ios por su promesa de que “ a los que aman a D io s, todas las cosas les ayudan a b ie n .” (R om anos 8:28).

7 Maruja P o co después me buscó Maruja, una m ujer que se había som etido a liberación con el pastor que y o con o cía . El la habia ayudado m ucho, pero ella ne­ cesitaba más tratamiento de liberación y él no tenia tiempo para darle el seguimiento hasta dentro de unos m eses. U na am iga de ella le había dado mi nombre para ver si yo estaría dispuesta a continuar el trabajo. N o sé de dónde saqué el valor para aceptar, aun­ que en realidad si sé quién fue el que m e lo d ió . Fue m i Señor, em pujándom e con cariño por el cam ino que El m ism o me había trazado. Era un aventura des­ conocida, pero jam ás m e he arrepentido de embar­ carm e en ese viaje con E l. Lo que más m e costaba manejar al principio de este m inisterio, era la ansiedad que me producía el no saber si los dem onios se iban a manifestar o no, pero com o y o sabía que el pastor ya habla iniciado el caso, y que los d em onios en Maruja se m anifes­ taban abiertam ente, esto elim inaba, en gran parte, m i ansiedad. L uego de una oración, com encé a enfrentar a los espíritus. E stos m e respondieron casi de inm ediato y entablam os la lucha. C onform e avanzaba el tiem ­ po de la sesió n , me percataba de que algo del poder de D io s había en m í, puesto que los espíritus ob ed e­ cían m is demandas de m anifestarse y respondían a 54

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m is preguntas. Esto m e fue dando una valentía has­ ta entonces desconocida para m í. N o puedo negar que algunas de las cosas que m e decían los espíritus me asustaban. Una vez uno de e llo s me dijo: — Está bien, m e salgo de ella pero m e m eto en tí. Mi corazón dio un brinco al oir aquella am enaza. A lgo dentro de m í m e aseguraba que e so no era po­ sible, pero otra fuerza m e ponía a dudar. —N o puedes hacer eso — le contesté atem oriza­ da. Cristo me protege. —Ja. ja — rió burlonam ente, —pero te asusté, ¿verdad? Sin em bargo, estos episodios eran pasajeros y me hicieron fortalecerm e en D io s. Seguí trabajando con esta mujer por algún tiem ­ po. Ella estaba mostrando m ejorías, pero llegam os a un im passe, porque ella no estaba poniendo sufi­ ciente de su parte. H alló m uy fácil venir a sentarse y que y o realizara la batalla espiritual por ella, sin tener que hacer nada de su parte. En una sesión, me sentí totalmente frustrada al en­ contrar que los m ism os espíritus que habían salido durante la sesión anterior estaban de nuevo en ella. Cuando les pregunté el por qué de esta situación m e respondieron: — Es que ella no se fortalece en D io s. E s débil. Podem os entrar y salir de ella a nuestro antojo. Esto me hizo meditar. M e di cuenta que la confron­ tación de dem on ios tenía que ir acompañada de ere cim iento espiritual por m edio de estudio bíblico ; participación en actividades de grupo de tipo espiri tual. N o só lo eso . Tam bién descubrí que debía d ir acompañada de una maduración psicológica y can

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bios en el estilo de vida. D e otro m odo, el resultado no iba a ser duradero. Ella estaba acudiendo donde dos personas más para recibir liberación con la idea de que en esa forma podía acelerar el proceso. Esto causaba m ucha con ­ fusión puesto que y o no estaba enterada de lo que había ocurrido en las sesion es con las otras dos per­ sonas, ni ellos sabían lo que estaba haciendo yo. Por fin la confronté al respecto. Le recomendé que escogiera quedarse con uno de nosotros para su pro­ c e so de liberación, señalándole los inconvenientes de continuar en la situación actual. Le hablé tam ­ bién de ciertas acciones que ella tenía que realizar para ayudarse a sí m ism a, algunas de naturaleza es­ piritual y otras de tipo práctico. Por ejem plo, ella necesitaba tomar la decisión de ocupar su tiem po en a lg o , ya que estaba totalm ente desocupada. A fortunadam ente, uno de los pastores que estaba aconsejándola le hizo las mism as sugerencias, lo cual la ayudó a comprender que teníam os razón en lo que le indicábam os. En esta forma ella fue asum iendo una m ayor responsabilidad por su vida, en lugar de depender totalmente de otros para su estabilidad. Esto le permitió avanzar más rápidamente y organizar m e­ jo r su vida. D e su caso aprendí que la liberación no lo e s to­ do. C om prendí que hace falta com binarla con cre­ cim iento espiritual, conocim ientos psicológicos y de­ cisiones prácticas para obtener resultados duraderos.

8 Alejandro: Obsesivo Compulsivo Tenía un año de tratar por psicoterapia a Alejandro, un hombre soltero de cuarenta años. Sufría de lo que en psicología se conoce com o una neurosis de tipo ob­ sesivo com pulsiva1. Su compulsión era la limpieza. V ivía a varias horas de la capital, donde estaba mi oficin a. El hecho de que durante un año había estado dispuesto a viajar tanto para acudir a las c i­ tas, m e indicaba su interés en sanarse y su d isp osi­ ción a poner todo el esfuerzo requerido para lograr su salud em ocional. Los síntom as de su problem a le traían muchas di­ ficultades con sus padres y un herm ano, con los cuales vivía. Atorm entado por la falsa idea de que sus parientes eran descuidados en su higiene perso­ nal, se pasaba el día entero exigién d oles que se la­ varan las m anos, en especial cuando habían usado e l serv icio sanitario. E llos trataban de ser com pren­ siv o s con é l, pero la insistencia de parte de él era tanta, que a m enudo los hacía perder la paciencia y entrar en discusiones fuertes. A lejandro estaba obsesionado con evitar la conta­ m inación. A l abrir la puerta, sacaba su pañuelo lim ­ p io y lo poma sobre la perilla a fin de no tocarla di­ rectamente Le temía mucho a los m icrobios que ésta pudiera tener. Aun las m onedas tenía que lavarlas por este tem or. 57

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Se bañaba varias veces al día y , al hacerlo, tenía que enjabonarse muchas veces. Aun así quedaba con duda si habría quedado sucio en alguna parte. N u n ­ ca se sentía totalm ente lim pio, N o com ía en restaurantes ni en casas ajenas, pues pensaba que las personas que preparaban la com ida no eran lo suficientemente limpias. Este pensamiento le producía asco. En su propia casa, él lavaba los platos y cubiertos que iba a usar antes de sentarse a com er. Presiona­ ba constantem ente a su madre, preguntándole s i se había lavado las m anos antes de tocar los alim entos. Los servicios sanitarios le causaban una incontro­ lable sensación de repulsión. Tenía que llevar co n ­ sigo bolsas plásticas para defecar en ellas, puesto que no soportaba la idea de sentarse en un inodoro que había sido ocupado por otras personas. En su casa tenía un cuarto de baño privado y lo m antenía con una lim pieza im pecable. La psicología ha descubierto que las com pulsiones de lim pieza se deriban de sentim ientos de culpa in­ con scien tes que hacen que la persona se sienta su­ cia. Para disfrazar este fenóm eno inconsciente, sur­ ge luego el m ecanism o de proyección por m edio del cual la suciedad se proyecta sobre otros y a sí se tiene la sensación de que son los otios los que están sucios. El era cristiano, pero se había alejado de la ig le ­ sia. A través de nuestras conversacion es había to ­ mado la d ecisión de reincorporarse a la iglesia y e s ­ to le había ayudado a reducir sus sentimientos de cul­ pa. Aun así m uchos de sus síntom as persistían. Un día durante una de nuestras sesio n es, y o esta­ ba orando con él cuando sentí un im pulso de decir algo y lo hice. D ije con m ucha firmeza:

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— En el nombre de JesUs, ordeno que la represión sea rota y que los recuerdos olvidados surjan a su mente consciente. En ese instante, el hombre com enzó a llorar amar­ gam ente. —M e acaban de venir unos recuerdos. M e había olvidado com pletam ente de estas cosas — so llo zó . Una v e z , siendo y o pequeño, estando en mi cam a, mi mamá me levantó de repente las cobijas y m e vió tocándom e el pene. M e regañó y me dijo que eso no se hacía, que era una cochinada. Yo m e sentí aver­ gonzado y lloré m ucho. —Otra cosa que recordé es que me dejaban cuidan­ do a unas vecinitas m enores que yo . A una de ellas yo no la quería. Cuando se iban los adultos yo le pegaba m ucho. C om o ella era m ás pequeña no se podía defender y y o la amenazaba para que no con ­ tara nada. Y o sabía que no debía hacerlo, pero no m e podía controlar. — Tam bién m i mamá m e pegaba en la mano y me decía “ caca, caca” cuando y o iba a tocar algo su ­ cio . Creo que esa es una de las razones por las que tengo tanto asco a los servicios sanitarios. Oré por él pidiéndole a D ios que sanara sus heri­ das y le quitara el sentim iento de culpa que le había quedado a raíz de esos incidentes. Tam bién pedí que sanara la asociación tan fuerte entre “ ca ca ” y “ su ­ c i o .” L uego le m inistré liberación. D espués de esa experiencia, este hom bre sintió un gran alivio. Su presión sobre los parientes dism inu­ yó notablem ente y cuando se bañaba, se enjabonaba una sola vez. Este caso m e enseñó que la fuerza que un dem o­ nio puede tener sobre alguien está íntimamente re-

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iacíonado con sus traumas psicológicos. Estos recuer­ dos con carga em ocional destructiva deben ser d e s­ cubiertos. Es importante que la persona tom e co n ­ ciencia de cóm o una experiencia de su pasado se fue transform ando hasta convertirse en un síntom a psi­ cológico. Habiendo entendido esto, se puede orar pa­ ra que D io s sane estas heridas em ocion ales. Por úl­ tim o, si un dem onio logró entrar en la persona a raíz de ese trauma, será necesario expulsarlo. Pero, de lo que he observado, si el trauma no ha surgido a la conciencia y no se ha tratado con é l, el dem onio rehusará irse puesto que ese trauma le sirve de a si­ dero. El espíritu inm undo está firm em ente anclado en ese recuerdo. S é que en la Biblia no se habla nada sobre esto. En los casos relatados en ella, se le ordenaba al d e­ m onio salir y éste salía. ¿Por qué, en ton ces, esta­ m os viendo algo distingo hoy día? La respuesta to­ tal no la tengo, pero si tengo una teoría. En los tiem pos bíblicos no sabían nada sobre p si­ colo g ía . La ciencia no había avanzado tanto aún. Ahora con o cem o s m ás sobre la conducta hum ana, por lo que se hace posible aprovechar ese c o n o ci­ m iento. Y o creo que D ios trata con cada persona de acuer­ do con su nivel de conocim iento. Por eso Santiago recomienda: “ Hermanos m íos, no os hagáis maestros m uchos de vosotros sabiendo que recibirem os m a­ yor condenación” (Santiago 3:1). Si D ios nos ha per­ m itido saber m ás, también espera m ás de nosotros. Si El m e ha dado la oportunidad de estudiar psi­ co lo g ía , El espera que y o use lo que he aprendido. Para mi sería más fácil que las liberaciones que re­ alizo fueran co m o en los tiem pos bíb licos; “ Fuera,

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en el nombre de Jesucristo” y el dem onio se va. Pero si así fuera, ni la persona ministrada ni yo tendríamos claro cóm o fue que ese dem onio entró en ella. Tam­ poco sabríam os cóm o tomar las m edidas necesarias para evitar que ese espíritu regrese a ella o a sus descendientes. En el caso de este hombre o b sesivo com p u lsivo, si yo no lo hubiera ayudado a com prender que eso que hizo la madre de castigarlo a los cuatro años cuando lo encontró tocándose el pene, fue un gran error, com o también lo fue el programarlo para te­ nerle asco a las heces, él probablemente haría lo m is­ m o con su propio hijo, si algún día llega a tenerlo. ¿Por qué? Porque todos tendem os a com eter, con nuestros propios hijos, lo s m ism os errores que nuestros padres com etieron con nosotros, a m enos que alguien nos saque de nuestro error. Pero, com o los dem onios de culpa y asco no sa­ lieron a la primera orden que les di. tuve que pro­ fundizar más el problem a y a sí fue com o descubri­ m os estos errores m atem os. Ahora, gracias a los des­ cubrim ientos de la psicología y a la com prensión que él logró de su problem a, él sabe que el tocarse el pene a los cuatro años no es ningún pecado, sino una conducta totalm ente normal en un niño que está d es­ cubriendo su cuerpo, y tam bién, que no se debe ha­ cer que un niño asocie las palabras “ caca” y “ su­ c io ,” en la forma en que lo hizo su madre.

1 OBSESION-COMPULSION: Idea persistente e irresistible que la consciencia no puede rechazar y que impulsa al individuo a determinado acto, aún contra su voluntad y su sentido de lo racional.

9 Cecilia: Una Niña de nueve años — Por favor, atienda a mi hija —suplicó la madre de C ecilia. N o tenem os derecho a tratamiento por parte del Seguro Social y y o no puedo pagar un psi­ có lo g o . La maestra dice que necesita ayuda profe­ sional porque tiene problem as en la escuela. Le d i cita y el día indicado apareció con la niña. C ecilia tenía nueve años. Cuando hablé a solas con ella m e dijo que le costaba m ucho concentrarse en sus clases para ponerle atención a la maestra. Esto le obstaculizaba su aprendizaje. Este era el problem a que la traía a m i oficina. Sin em bargo, los p sicólogos sabem os que m uchas v e ­ c es el m otivo que da el cliente para consultar no siem pre es el problem a principal. Por esto estam os entrenados a indagar m ás allá de lo que éste indica. Pregunté sobre la situación fam iliar. Los padres de C ecilia estaban separados. Su padre era alcoh ó­ lico y muy violento. Muchas veces Cecilia había visto com o él golpeaba a su madre. L e pregunté también sobre los sentim ientos hacia su madre. M e dijo que la quería y que se llevaban bien. —Tu madre m e ha dicho que a v eces le dices c o ­ sas muy duras, muy feas. ¿Estás brava con ella por algo? —pregunté. ¿Te m olesta que ella no viva con tu papá?

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C ecilia com enzó a llorar. —Y o quiero a m i papá. Y o sé que él es m alo con mamá y por e so no podem os vivir con él. Pero y o entiendo eso . N o es por eso que y o le digo cosas fe ­ as a m amá. Y o no sé por qué lo hago. Y o no quiero hacerlo, — so llo zó . —Si viera lo que siento, com o que se m e m ete el diablo y m e obliga a hacerlo. M e dice que le diga: “ Perra inmunda. ¿Para que fui a nacer de usted? M e­ jor hubiera nacido de una perra.” Y o no quiero d e ­ cirlo, pero esa voz m e obliga, no m e deja tranquila hasta que lo haga. Y o sé que es m alo. Lo digo y d es­ pués m e pongo a llorar porque mamá se pone triste. Continué sondeándola en otras áreas. Me contó que unos años atrás ella tenía un amigo que sólo ella veía. Ni su mam á ni nadie m ás podía verlo. Se llamaba Juan. Pasaban m ucho tiem po jugando y hablando. Luego m e dijo: — Y a Juan no viene a jugar con m igo, pero mi abuelita muerta sí. V iene y m e canta siem pre la m is­ ma canción. Tam bién m e habla y después desapare­ ce. M i hermanita, E lisa, también la v e . Elisa se pa­ sa cantando esa canción que nos canta mi abuelita. Todas estas cosas m e hicieron pensar que la niña estaba influida por dem onios. Le pedí que m e esp e­ rara afuera m ientras hablaba con su madre. Quería tratar este asunto con la madre prim ero para obte­ ner su perm iso de ministrarla en liberación. Al inform arle sobre m i interpretación de lo que le sucedía a la niña, la madre se abrió conm igo. —Ahora que usted m e habla de eso, mejor le cuen­ to algo. M is padres eran espiritistas. E llos ya m u­ rieron. Las niñas dicen que la abuela se les aparece. Y o sé que eso no es bueno.

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—A mi también rae han pasado cosas raras. Una noche estaba sola en la casa. D e repente tocaron fuer­ te la puerta y la abrí. N o había nadie, pero algo entró y me prensó contra la pared. Luego rae tiró al suelo. C asi m e m uero del susto. M e quedé en el suelo llo ­ rando de m iedo. N o le conté eso a nadie porque iban a creer que estaba loca. L e expliqué brevem ente a esta mujer sobre los de­ m onios y cóm o enfrentarlos. P edí su perm iso para orar por su niña y m e lo dió inm ediatam ente. —Y o no sé nada de estas cosas —dijo, pero a u s­ ted m e la han recom endado m ucho, así que confío en usted. La madre salió y C ecilia entró de nuevo a m i o fi­ cina. En palabras muy sen cillas le expliqué que yo creía que esa v o z que ella escuchaba, que le orde­ naba insultar a su madre, no venía de ella m ism a, sino de algo que quería m olestarla. Le dije que íba­ m os a averiguar si yo tenía razón o no. Pasé a explicarle que D io s tenía poder sobre cual­ quier cosa que quisiera molestarla y que si ella quería contar con la protección de D io s, era m uy im por­ tante que le pidiera a Jesús que entrara en ella para vivir en su corazón. D esde adentro El podría ayu­ darla siem pre. Le dije: — C ecilia , la B iblia d ice que Jesús está a la puerta de tu corazón. Está tocando para que tú le abras. Inm ediatam ente m e respondió: —Y o lo oigo. Está tocando a la puerta. Ahora m is­ m o lo estoy oyendo. Y o m e quedé asom brada. — O esta niña tiene una gran im aginación o D ios realmente está haciendo algo dentro de ella, —pensé.

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— Y o no entiendo bien lo que estás haciendo, —le dije a D ios, pero ella parece estar viviendo con mucha naturalidad lo que le estás perm itiendo vivir. Gra­ cias por esta ayuda. — ¿Todavía lo oyes? —le pregunté. — ¡Sí! —m e dijo C ecilia. — ¡A hí está! — ¿Quieres abrirle la puerta de tu corazón para que entre? — ¡Sí! —respondió C ecilia. —D ícelo entonces. —Jesús, pasa. Quiero que entres en m i co ra zó n ... ¡Ya entró! — exclam ó. El dice que ya entró. — ¿Te está hablando a la mente? —le pregunté m aravillada. — Sí, y o lo oigo. — M uy bien, —dije, ahora voy a preguntarle a esa v oz que te m olesta que m e diga cóm o se llam a. Si te llega la respuesta a la m ente m e la d ices. ¿Está bien? -S í. — En el nombre de Jesús, estoy atando a todo aquello que no venga de D io s. O rdeno que lo que está en C ecilia m e diga su nombre. —D icen que son tres, —dijo C ecilia. U n o de ello s e s Juan, el que era m i am igo cuando yo estaba más pequeña. Otro se llama Ram ón y otro A lvaro. — ¿Adónde están ubicados en ella? —pregunté. C ecilia se tocó la cabeza y dijo: — A quí. D icen que en mi cabeza. —M uy bien, —dije asombrada por la naturalidad de la niña en este asunto y por lo claro que ella e s­ cuchaba las v o ces de lo s espíritus. — ¿Recuerdas quién acaba de entrar en tu corazón? —J e s ú s ...D ic e Juan que él ve a Jesús en mi cora­

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zón . Está bravo conm igo. D ice que por qué lo dejé entrar. —Juan pretendía ser tu am igo, pero en realidad quería m olestarte. Ahora tienes un am igo bueno, Je­ sús —le contesté. Pídele a El que saque a Juan y a los otros dos. Jesús es m ás fuerte que ello s. —Jesús, —dijo C ecilia , por favor saca a Juan y a Ram ón y a A lvaro, para que no m e m olesten más ni m e hablen en mi c a b eza ...¡Y a ! Ya se fueron. Je­ sús los sacó, —exclam ó excitada C ecilia. —Gracias, Jesús, —oré. N o permitas que vuelvan a ella. Quédate con ella y cuidala siem pre. —C ecilia, quiero explicarte algo. Esa señora que tú v ez, que te dice que es tu abuelita, te está en ga­ ñando. Eso es una mentira. Es un espíritu que se hace pasar por tu abuelita para confundirte. Tu abuelita está muerta y la Biblia dice que cuando alguien se muere ya no podem os hablarles m ás porque su e s ­ píritu se va para otro lugar y no puede volver a la tierra. Cuando ese espíritu vuelva a decirte que es tu abuelita dile: “ Tú no eres m i abuelita. N o ven­ gas más a hablarm e. En el nom bre de Jesús te lo o r d e n o .” La semana siguiente, la madre de C ecilia m e contó que la noche después de la sesió n , estaban cam inan­ do por la ciudad y pasaron frente a una iglesia evan ­ gélica . La niña insistió que entraran. Dijo: —Y o soy cristiana y quiero estar aquí. T engo que aprender de D io s. Mi corazón dió un salto. R econocí la mano de Dios en la vida de esta niña. El estaba llevando las cosas m ucho m ás allá de lo que y o había planeado. Y o no le había dicho a la niña que tenía que ir a la ig lesia , ni le m encioné la palabra “ cristian a,” ya que su

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madre era católica y a v e c e s esa palabra se interpre­ ta equivocadam ente com o sinónim o de “ ev a n g éli­ c a .” Pero era evidente que C ecilia tenía un don e s ­ pecial para escuchar claramente la v o z de D ios y que E l la estaba guiando desde adentro. — ¡Aleluya! —exclam é en mi espíritu. V erdade­ ramente son grandes y maravillosas tus obras, Señor. La madre de C ecilia m e dijo que habían entrado a la iglesia, y que al entrar algo horrible le había pa­ sado. E lla, la madre, había com enzado a actuar c o ­ m o una persona trastornada. Se le había desatado una furia incontrolable que la había obligado a tomar las bancas de la iglesia y a lanzarlas por el salón. Unas personas hicieron un círculo alrededor de ella para orar. Com enzó a desvertirse y a gritar. Tuvieron que sostenerla entre ocho personas mientras repren­ dían a lo s dem onios en ella , hasta que se había calm ado. — Ellos m e dijeron que los espíritus habían sali­ d o, pero y o creo que no, porque todavía estoy sin ­ tiendo cosas raras, —dijo la señora. — ¿Quiere que le haga liberación? —le pregunté. —Sí quiero, pero tengo m iedo. Usted está aquí sola y en la iglesia no m e podían sostener bien ni entre o ch o personas. ¿Qué pasa si m e pongo igual de incontrolable? — Por e so no se preocupe —repliqué. —E so pasó porque usted estaba en una iglesia y a los dem onios les gusta hacer exhibición de su fuerza en los cultos para interrumpir y para asustar. Si en lugar de ha­ cerle rueda y reprender entre todos, la hubieran lle ­ vado a un cuarto aparte y le hubieran ordenado a los dem onios que quitaran esa m anifestación violenta, e s probable que esa reacción hubiera cesado.

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—B ueno, usted e s la que sabe, —dijo ella. Y o quiero que se vaya todo lo m alo que hay en m í. Para com enzar, pedí la protección de D io s sobre nosotras y ordené a los espíritus manifestarse en for­ m a controlada, sin reacciones violentas. A si lo hi­ cieron. Los dem onios se m anifestaron verbalm en­ te, pero no la afectaron en ninguna forma. Aún estaban todos en ella. Habían engañado a la gente de la iglesia haciéndoles creer que habían sa­ lido. Lo único que habían hecho era quitar la m ani­ festación y esconderse de nuevo en ella. Esta fue su manera de lograr que esas personas dejaran de re­ prenderlos. El espíritu más fuerte que había en ella era e l de tem or. Había tom ado fuerza en ella a raíz de las pa­ lizas que le había dado su esp o so . Le ordené salir por un b ostezo, ya que esto me había dado resulta­ dos anteriorm ente. Sin em bargo, el espíritu seguía m anifestado y después de un rato m e dijo: —N o puedo salir en esa form a. — ¿Cóm o puedes salir entonces? —pregunté. — Invocando al Señor — fue la respuesta. —M uy bien. ¡Hazlo! — ordené. — ¡Jesús! —gritó con fuerza, y al hacerlo se estre­ m eció todo el cuerpo de esta mujer. D e repente todo quedó en calm a. Le pregunté a ella si creía que el dem onio había terminado de salir. —Sí, ahora sí —respondió. Y o sentí cuando sa­ lió. M e siento tranquila. Por este caso y por otros que atendí después, apren­ d í que no todos los dem onios salen en la m ism a for­ m a. A lgunos salen por b ostezo, otros por vóm ito o hem orragias. Tam bién pueden salir por to s, orina, tem blor, sudor, lágrim as, los oídos y aun sin m ani­ festación física alguna.

10 La Oferta A na lleg ó a mi consultorio cuando su hijo tema siete años y su hija tres. Estaba cursando el últim o año de la universidad. — Toda mi vida he tenido problem as serios —m e com partió desanim ada. M i madre padeció los m is­ m os síntom as y sufrió m ucho al ver que yo había heredado todos sus m ales. —N o escatim ó esfuerzo ni dinero para obtener m i cura. M e llev ó donde m éd icos, sacerdotes y hasta brujos con tal de buscar m i sanidad. P obrecita, no tuvo éxito y eso le partió el corazón. N adie pudo cu ­ rarme y ella m urió sabiendo que y o seguía igual de mal. —Y o puedo com prender su sufrim iento porque ahora estoy vivien do lo m ism o que ella. M i hijo e s ­ tá presentando los m ism os síntom as, lo que sig n ifi­ ca que adem ás de cargar con m is propios m ales, e s ­ toy afligida por verlo sufrir a él. E s co m o una m al­ dición fam iliar, algo que se v ien e pasando de g en e­ ración en generación. — N o sé por dónde com enzar —m e dijo Ana. Son tantas las cosas que m e han pasado. La m ayoría de la gente no cree las cosas que les cuento. Creen que estoy loca. L os psiquiatras no han podido dar pie en bola con­ m ig o . La última vez que m e internaron en el hospi69

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tal del Seguro Social, m e inyectaron cantidades al­ tísimas de fármacos y aun así no pudieron dormirme. —M e llevaron a un cuarto para una junta m édica. Comenzaron a hacerme toda clase de preguntas. D es­ pués de un rato yo com encé a burlarme de ellos. Digo “ y o ” aunque sé que no era y o . Era algo que está en m í, pero es aparte de m í. N o sé bien cóm o e x ­ plicarlo. —Esa personalidad le hablaba a los m édicos en sus propios térm inos técn ico s, m ofándose de sus diag­ n óstico s. D ecía palabras que y o no conocía. Y o era la m ás asombrada de oir lo que salía de m i boca. —Los m édicos estaban m uy sorprendidos cuando vieron ese cam bio en m í. D ijeron que era un caso de personalidad m últiple. Querían tenerm e interna­ da m ás tiem po para estudiar mi caso, pero y o le p e ­ d í a mi esp oso que m e sacara de ahí. —L os m éd icos m e dijeron que mi tratamiento era m uy largo y que el hospital no podía asum irlo ade­ cuadam ente. Me sugirieron que buscara tratamien­ to privado, pero de una vez m e advirtieron que se­ ría muy costoso. C om o yo no tenía dinero, ni siquiera indagué sobre quién podría tratarme. —O igo v o c e s. V eo co sa s. Experim ento sensa­ cion es extrañas. En ciertos m om entos tengo pode­ res esp eciales. Sin querer, m e desdoblo, abandono m i cuerpo. — Le ruego constantem ente a D io s que m e libre de todo esto, que m e guie a la persona que realm en­ te pueda ayudarm e. La m aestra de mi hijo m e dió su nombre y aquí estoy para ver qué puede hacer usted por m í. — U n am igo que trabaja en la m ism a institución que yo es parapsicólogo. H ablé con él acerca de m is

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síntom as. El m e ofreció ayuda. C om en cé a ir don­ de él hasta que m e di cuenta que lo que él estaba ha­ ciendo conm igo era espiritism o. Sé suficiente de esas cosas com o para diferenciarlas de lo que es realmente de D io s. — Y o sé que D ios condena el espiritism o y no quiero tener nada que ver con eso . E se am igo m e insistió mucho tratando de convencerm e. M e dijo que yo tenía poderes especiales y que no debía ser egoísta, que debía usarlos para ayudar a la gente. D ijo que él m e podía entrenar, pero yo m e negué. Todavía m e insiste. Hasta m e llega a m olestar en sueños pe­ ro yo rehusó cooperar con eso. — ¿Qué te dicen esas v o ces que te hablan? —pre­ gunté. —En resumen, lo que quieren es que com ience una secta, una secta falsa. Q uieren usar m is poderes pa­ ra confundir a la g en te, para alejarlos de la verdad. Y o clam o a D io s y le pido que m e proteja. N o lo voy a hacer. Y o am o a D io s. —A hora están usando a mi niño para presionar­ m e. Lo están m olestando y asustando. N o lo dejan concentrarse en sus estudios. Es la manera que tienen ellos de quebrantarme. M e dicen que si no acepto lo van a dañar a él. — ¿Quién quiere que com iences una secta? ¿Quié­ nes son “ e llo s ” ? —Es un grupo de maestros espirituales. A sí se re­ fieren a s í m ism os. Y o los puedo ver. L levan pues­ tas unas vestiduras blancas. Se paran en un círculo y m e llaman para que entre en el círculo con e llo s. Y o rehusó y clam o a D io s. E llos se ponen furiosos cuando hago eso. — M e tratan de tentar contándom e los planes que

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tienen para m í. M e dicen que vaya sola a las m onta­ ñas, que m e ponga una bata blanca y que m e dedi­ que a meditar. D icen que si yo lo h ago, ello s lleg a ­ ran ahí y com enzarán a entrenarm e. O frecen prepa­ rarme y enseñarm e todo lo que tengo que hacer. M e ofrecen cosas que y o quiera o necesite, para conven­ cerm e. —A lguien m e llev ó donde un pastor protestante que m e ayudó m ucho. M ejoré m uchísim o pero dejé de ir donde él. U ltim am ente he estado yendo donde un pastor pentecostal. El también me ha ayudado m ucho. Ha orado varias v eces por mi hijo y por m í. Y o le agradezco m ucho su ayuda. Lo que pasa es que no m e gustan las reuniones en su ig lesia . Hacen dem asiada bulla para mi gusto. N ecesito buscar otra iglesia. A raíz de este com entario la invité a la iglesia don­ de m e congregaba y o . L e expliqué que era una ig le ­ sia carism ática evan gélica donde los m iem bros c o ­ nocían acerca de los espíritus m alos y de cóm o com ­ batirlos. Le dije que tam bién conocían de los dones espirituales que ella tenía, visión y revelación, y que la alabanza no era escandalosa, pero sí muy bonita. Ella m ostró interés y dijo que iba a llegar. Una sem ana después Ana vino de nuevo a m i con­ sultorio. M e com unicó lo siguiente: — El dom ingo pasado m e sucedió algo muy extra­ ño. M e alisté para ir a su iglesia y en el m om ento en que m e paré de la silla para ir, m i cuerpo se con ­ geló. N o podía m overm e. Estaba totalm ente parali­ zada. Mi esp o so trató de sentarme de nuevo en la silla, pero por la p osición en que había quedado mi cuerpo, no pudo. Le pedí que m e acostara en el suelo y ahí m e quedé por tres horas, justo el tiem po que hubiera pasado en la ig lesia.

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—Mientras estaba ahí en el suelo, me puse a luchar com o usted me en señ ó, en el nom bre de Jesús, y usando lo s pasajes bíblicos que m e enseñó. Le o r ­ dené a los espíritus que se hieran. —M i esp oso quería llevarm e al hospital, pero y o no lo dejé. Le dije que Jesús m e sacaría de ese esta­ do. Por fin com encé a sentirm e mejor. Pude m over­ m e. P oco a p oco fui recobrando la m ovilidad, pero duré dos días en poder regresar al trabajo. Pasé la siguiente hora enseñándole m ás sobre c ó ­ mo usar la autoridad de Jesús para defenderse de los espíritus. T odo el rato m ientras hablábam os de e s ­ to, su cuerpo temblaba. Hubo m om entos en que no podía enfocar sus ojos para leer las partes de la Biblia que yo le iba m ostrando. Se mareaba y se sentía extraña, pero igual seguim os con el estudio. L eim os sobre la lucha espiritual en E fesios 6: 10-18. Ella comprendió todo. Por fin estábamos listas para com enzar la sesión de liberación. Le pedí a D ios que nos protegiera de una forma especial, ya que yo iba a trabajar sola. Luego le dije: — Ato a todos los espíritus inm undos en esta m u­ jer y les ordeno m anifestarse calm adam ente. En el m om ento en que pronuncié estas palabras, sus m uñecas se juntaron de g o lp e, com o si algo in ­ visib le las hubiera amarrado. U n espíritu com enzó a hablar: —Soy Sarai. Soy parte del grupo. — ¿Tienes asideros en ella? —le pregunté. ¿A lgo que te dé fuerza dentro de ella? —S í, —respondió. Su am igo el parapsicólogo. El la usa com o m édium aun sin que ella se dé cuenta. —R om po su poder para hacerlo, en el nombre de Jesús. Corto también toda atadura dem oníaca g e n e ­

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racional que vien e pasando en su fam ilia de genera­ ción en generación, tanto del lado de su padre com o de su madre. — ¡N o! —gritó Sarai desesperada. ¡N o lo hagas! N o tien es idea de lo duro que hem os trabajado. E so arruinaría nuestro poder. H em os estado trabajando por varias generaciones. N os ha llevado m ucho tiem po. — Y a lo h ice, Sarai —contesté. Tu poder ha sido cortado. — Pero tenem os un líder, un líder poderoso — re­ plicó. — ¿Quién e s tu líder? —pregunté. —Satán. — ¿Está aquí ahora? La que respondió fue otra v o z, una más ronca: —C laro que estoy aquí. Y o soy su líder. — Satanás, he atado tus poderes. N o te permito una m anifestación violenta, — le dije. Lo hice más para combatir mi propio m iedo y dar­ me ánim o a mi m ism a, que por recordárselo a él. D esd e que estaba en este tipo de trabajo, jam ás ha­ bía tenido que enfrentar a Satanás. Las otras luchas habían sido con dem onios, nunca contra su jefe. Solía preguntarm e si estaría lista para batallar contra é l . Esta era la prueba de fuego. D io s m e estaba ponien­ do cara a cara con él, y no había ninguna otra per­ sona conm igo. — Satanás, —me d irigí a él. ¿Quién esta interfi­ riendo con mi grabadora? Una risa grotesca exp lotó de lo s labios de Ana. Esto es dem asiado im portante, — respondió. N o te voy a dejar grabarlo. T enem os que p rotegem os. D esde que los espíritus habían com enzado a hablar.

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y o había estado tratando de encender mi grabadora, pero no estaba funcionando. En la sesión anterior, Ana m e había com entado que el pastor pentecostal que la había m inistrado, había hecho tres intentos de grabar las sesio n es, pero en cada una de ellas al­ g o había fallado. A pesar de e so , y o no había estado anticipando problemas en la grabación, porque siem ­ pre había tenido éxito en grabar m is sesio n es. Esta v e z , sin em bargo, la grabadora no estaba respon­ diendo. En eso recordé que tenía baterías nuevas en mi car­ tera. Las busqué y las coloq u é en la grabadora. —Q uizás estaban bajas las baterías, —pensé. Probé de nuevo pero aun no funcionaba. — Señor — le dije a D io s en mi m ente, no sé por qué está fallando mi grabadora, quiero grabar esta sesió n . Por favor hazlo posible. Fue entonces que m iré detenidam ente el cassette y vi que la cinta estaba al final. Y o sabía muy bien que la había colocado al principio, com o siem pre, porque del otro lado había grabado otra cosa. ¿C ó­ m o habían podido adelantarme la cinta sin tocar mi grabadora? E so e s algo que nunca sabré, pero el hecho es que lo hicieron y gracias a D io s pude per­ catarme de lo que pasaba y retroceder el cassette hasta estar de nuevo al principio. A té a todo espíritu que estuviera interfiriendo con la grabación y de ahí en adelante no tuve más proble­ m as para grabar. — Satanás, —dije fuertem ente, no tocarás m ás mi grabadora. V oy a grabar esta sesión te guste o no te guste. T e lo ordeno en el nom bre de Jesús. —T e odio —gruñó rabiando. T e m aldigo una y mil v ec e s. T e v oy a destruir.

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—La Palabra de D io s d ice en Isaías 4 4 :2 5 : “ Y o , que deshago las señales de los adivinos, y enloquezco a lo s agoreros; qué hago volver atrás a los sab ios, y d esvan ezco su sabiduría." Rom po el poder de tu m aldición sobre m í, en el nom bre de Jesús. N o te tem o. Satanás, D io s está aquí. El m e está prote­ giendo. — ¡Desátam e! —gritó el diablo. El poder está en las m anos. Q uiero dem ostrarte mi poder. P eleem os en las m ism as con diciones. —N o necesito que me enseñes tu poder. Satanás. V eo claramente que soy YO quién tiene poder sobre tí. T odo lo que tuve que decir fue: “ T e ato en el nombre de Jesús.” Si eso fue suficiente para amarrar­ te y quitarte tu poder sobre m í, no m e im presiona m ucho tu poder. — Y o , Satán, ordeno a lod os los poderes del in­ fierno y a los principados que agarren a esta hija de p ... y la hagan callar. ¡Suéltame! L es ordeno que lo hagan. — N o pueden, Satanás —repliqué. E llos también están atados. — ¡Maldita! ¡Degenerada! C om encé a cantar alabanzas a mi D io s para no prestar atención a los insultos que m e gritaba. Leí en vo z alta el Salm o 83, utilizándolo com o mi ora­ ció n personal, pidiéndole a D ios la destrucción de mis enem igos. Satanás estaba furioso. Estaba luchan­ do desesperadam ente por soltarle las m anos a Ana, pero estas perm anecían atadas por las m uñecas. S e ­ guía m aldiciéndom e a voz en cuello. Fue en ese m om ento que cam bió su táctica. — T e puedo dar todo lo que quieras: poder, ri­ queza, cualquier co sa , porque y o soy el rey. P íd e­ m e lo que quieras y lo recibirás.

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—S ó lo D io s puede darme las co sa s que y o d e se o , — respondí. A dem ás tú no eres rey. Tú fuiste ech a ­ do del C ielo por afirmar eso anteriorm ente, ¿no te acuerdas? Pues ahora eres echado de esta mujer por el m ism o pecado. Tú com o que nunca aprendes, ¿verdad? — Y o sirvo al Rey de reyes — le dije, al Señor de señores. Tu oferta no m e tienta en lo absoluto. A El sí m e conviene servirlo. — ¡Hija de p ...! ¡Estúpida! ¡Imbécil! Desátame para poder pelear. D éjam e a Ana y a su hijo. Y o los ne­ cesito para extender m i reino. N o te los entregaré. ¡Son m íos! — Y a no son tuyos. A m bos le dieron sus vidas a Cristo en mi presencia. Jesús pagó el precio con su sangre. Ahora son propiedad privada de El. — ¡Ay! N o m enciones eso. — ¿Qué? ¿La sangre de Cristo? — ¡Sí! Es un río que m e aplasta. — Hay poder en esa sangre, — le dije. — ¿Por qué luchas en m i contra? —m e preguntó Satanas. — D ios m e en vió. Y o sirvo a D io s. E so te lo dije hace un par de años. T e declaré la guerra en voz a l­ ta. ¿N o te acuerdas de eso? — ¡N o! N o m e iré. ¿Por qué tiene D io s que traer gente co m o ella a este mundo? ¿Por qué tiene que darle dones tan fuertes? ¡Y o quiero usarlos! — D io s se los d ió para que ella lo glorifique a E l, para servir a otros —repliqué. —S í, pero el que los va a usar soy yo . V oy a ha­ cer que ella funde mi secta. —N o , no lo harás —le aseguré. Ella va a seguir a D io s. A na utilizará sus dones en tu contra.

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— ¡No! ¡N o puede hacerm e eso! Y o la necesito. ¿C óm o puede resistirse tanto un sim ple ser hum a­ no? Aun cuando D io s no estaba en ella, m e resistía. ¿Por qué es tan fuerte? — ¡Ya basta, Satanás! ¡Cállate y sal de ella! — le ordené. —Y o , Satanás, les ordeno a los principados y los poderes, vayan y busquen por todo el m undo. E n­ cuentren a alguien. Busquen entre los niños que es* tán naciendo hoy. N ecesito a alguien para llevar a cabo mi plan, alguien que tenga los dones de ella. — N o Satanás —interrumpí. N o vas a buscar a otra víctima. Te mando a tí y a todos tus dem onios al abis­ m o. Jesús decidirá que hacer con ustedes. — ¡No! ¡A eso s huecos no! N o quiero ir ahí. — ¡O bedece Satanás! Te lo ordeno en el nom bre d e Jesús. — Sí, m e iré, pero te lo advierto, nos encontrare­ m os otra vez. Espera. M e vas a ver. T e horrorizarás. —M is ojos verán sólo lo que D ios quiera que vean. N o te veré porque no quiero verte. El cuerpo de Ana com en zó a tem blar fuertem en­ te. La sostuve para que no se cayera. — ¡N o me toques! —gritó Satanás. ¡Quítame las m anos de encim a! — ¡V ete Satanás! Llévate contigo a todos tus d e­ m onios. —Espíritu Santo, —oré, usa m is m anos com o ins­ trumentos de tu poder. Ven sobre Ana y líbrala. Libra sus dones para que funcionen só lo para D ios. Tom a control de su m ente, de su cuerpo y de su espíritu. O bliga a Satanás a salir de ella y ocupa tú, el lugar que él está ocupando. Ana tosió fuertem ente. D e su boca salió una baba espesa.

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— ¡Ay! —gritó A na. ¡Qué hediondez! N o soporto el olor. V eo cadáveres. M e da náusea. — ¡Se están yendo! ¡Rita, se están yendo! Y o los veo. Están huyendo. T odos tratan de escapar. Son criaturas horribles. ¡A y, gracias a D ios! Ya se van. En eso se soltaron sus m anos y ella las levantó ha­ cia D io s. C om enzó a alabarlo. —V eo a Jesús —dijo Ana. Siento algo tibio, suave. ¡Qué luz m ás brillante! M e envuelve por todos la­ dos. S e está acercando a m í. M e está poniendo una copa a los labios para que yo tom e. Ahora m e está regando el líquido en la cabeza. Puedo sentir com o entra en mi cuerpo. ¡Que rico! —S í, Señor —continuó Ana. T e serviré só lo a tí. Y o no entiendo todo esto que está pasando, pero aho­ ra sé que estás conm igo. Haré lo que tú quieras que haga. Lo que sea. ¡Gloria a D ios! G racias, Jesús. Ana abrió los ojos. — Se fueron —m e dijo. M e siento m uy cansada, pero ya pasó. N o puedo irme para el trabajo así. E s­ toy dem asiado débil. N ecesito ir a dorm ir. V oy a irme para la casa. ¡Gracias! La lucha había durado sólo una hora, pero esos fueron los sesenta m inutos m ás intensos de m i vida. Repasando después la oferta que me había hecho el diablo m e sentí m uy honrada. —Satanás me ofreció lo m ism o que a tí —le dije a Jesús. M e ofreció poder y riqueza. M e pidió ser­ virle a él. Es un honor haber pasado por la m ism a tentación que tú. Lo raro es que no sentí el m ás m í­ nim o d eseo de aceptar su oferta, eso m e confirm a que tú realm ente controlas m i vida. Gracias, ¡Jesús! ¡G loria sea a tu nombre!

11 Conversación: Psicólogo/Demoni o E stuve com partiendo m is experiencias en el cam ­ po dem oniaco con un p sicó lo g o no cristiano. A l fi­ nal de la conversación le dije: —Si alguna vez tienes la oportunidad d e estar en una sesión de liberación, aprovéchala. — Invítam e —dijo él. Y o iría. — M uy bien —le respondí. T e prometo que cuan­ do m e llegu e un caso que valga la pena observar, te llam aré. A lgun os m eses después se d ió la oportunidad. Lo llam é y lo invité. AI día siguiente se presentó en m i oficin a para el suceso. El ob servó los acontecim ientos que se dieron en una sesión de liberación. En la segunda ocasión, so ­ licitó poder entrevistar a la mujer desde su propio punto d e vista, y ella acced ió. Por unos quince m i­ nutos le preguntó todo lo que quiso y ella le respon­ dió. En la tercera sesió n , ocurrió algo m uy intere­ sante. U na vez que el dem onio estaba m anifestado, m e v o lv í a mi co leg a no cristiano y le pregunté: — ¿Q uieres hablar con el dem onio? —S í, —respondió interesado. A sí que perm ití que sostuviera una conversación con el d em on io, habiéndolo atado previam ente a la verdad. El diálogo exacto transcurrió de esta manera:

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— ¿Quién eres? — ¿En nombre de quién preguntas? — En nom bre de la ciencia. El dem onio rió. — N osotros no nos dam os a conocer por m edio de la ciencia. N o tienes ningún poder sobre m í. —Puedo dudar de tu existencia. Si no existes no puedes atormentar a Inés. — Si existo. Soy real, pero en lo espiritual, no en el mundo material. Puedes preguntar lo que quieras. —¿C óm o sé si existe e se m undo espiritual? —Y o estoy aquí, tengo un nombre, me llamo T or­ m ento, y entré en ella , en su m ente, para oprim irla, sim ple y sencillam ente porque ella es hija de ese que llaman D ios. Nuestro objetivo principal es atormentar a esos. N o se nos pueden ir de las manos. Son nuestro objetivo. — ¿Para qué quieres atormentarla? —Hay dos poderes, el nuestro, nosotros, los prin­ cipados, las potestades, los que venim os de los in­ fiernos y tenem os cabida en las p erson as... y el bien. Pero nosotros, y o , estoy interesado en destruir, en atormentarla para que ella no ore, no busque a D .o s, se aparte y sea com o los dem ás. — ¿Qué ganas con eso? — Burlarm e, porque entonces voy ante D io s y le digo: ‘M ira, triunfé sobre la que Tú llamabas tu h i­ ja . Ella d e sistió ... E llo s, todos los que decían no creer, no han creído porque desistieron, no in sis­ tieron. A quí estoy y o todavía. N o han podido. — ¿Para qué quieres triunfar? — Porque e s un triunfo del mal sobre el bien. — ¿Para qué? El dem onio rió de nuevo.

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—El mundo está lleno del mal y por las poquitas cosa s que hay del bien no podrán prevalecer sobre nosotros. — N o es deseable el mal. — ES deseable. — ¿Qué puedo y o desear del mal? — ¿Tú? N o sé. El mal está en tí. V ive en tí y v iv e en las personas, com o yo vivo aquí. Pero yo soy Tor­ mento. Y o atormento con el m al, con la destrucción, con lo feo, con lo corrom pido, para destruir nada m ás, para deshacer. Está dentro de ti, en lo más pro­ fundo, pero y o estoy en la mente de ella, no dentro de ella sino en la m ente. — ¿Es la m ism a persona la que está dentro de m í y dentro de ella? —N o. Los de ella som os diferentes a lo s que e s ­ tán E N tí. Hay muchas cosas. — ¿Tú puedes ver los entes que están en mí? -S í. — ¿Q uiénes son? — Bueno, hay M entira, m ientes, eres un incrédu­ lo. Hay dentro de tí Blasfem ia. N o confías, no crees nada, tú no crees en ese que llam an D io s, no crees en El. Hay E goísm o y A m bición . Eres una persona muy am biciosa. D entro de tí está todo eso y ni si­ quiera te has dado cuenta. N i te interesa saber si te sirve o no, pero, está aquí, sí. Tú no eres propiedad que le interese al Santo, pero ésta —señaló a la m u­ jer por la cual hablaba, —es propiedad que SI le in­ teresa al Santo. — ¿Cuál Santo? —A l Señor D io s. — Puedes decir su nom bre. -S í. — ¿N o te duele?

Conversación: Psicólogo/demonio______ (u

— N o , total ya tengo que irm e, entonces ya no me duele. El es el principal. Ante El nos tendremos que doblar todos aunque no queram os. Si El ordena aquí yo y quien sea, nos tendrem os que ir aunque sea un principe poderoso. — ¡Ah! ¿Entonces estás a punto de marcharte? —S í, tengo que irm e, pero procurarem os quedar­ n os. El quiere, E l... — ¿Quién quiere? — Hay un nombre que está sobre todo nom bre, y en el cual nosotros no podem os negarnos. E se una v e z nos venció en una cruz. N os venció a todos. N os pisoteó. Teníam os el mundo. Eramos poderosos, pe­ ro él nos ven ció. Ahora El es A quel. Hay uno que se quedó aquí, que v iv e en ella. Es el Espíritu San­ to. Y nosotros lucharem os y hem os luchado. Esta­ m os bravísim os. T enem os el mundo, lo tenem os, pe­ ro no la tenem os a ella , ni a e so s que se llaman hijos de E l. A ella no la podem os dom inar. H em os esta­ d o aquí por años, pero no hem os podido hacerlo. A unque tengam os todo el m undo, no interesa. N o m e interesas tú, ya perteneces al M aligno. M e inte­ resa ella. N o s interesan ella y ella , —dijo señalando a dos cristianas presentes. Por e so estam os todavía aquí, no sé hasta cuándo, por cuánto tiem po. Según lo que se ordene. — ¿Quién lo ordena? — Lo ordena Jesús. — ¿Y El te está ordenando que te quedes o que te vayas? — El está ord enan do... no puedo, no estoy, auto­ rizado para decir eso. Sólo é l sabe hasta qué punto perm anezcam os aquí y quiénes, pero son cosas úni­ cam ente de E l. Y o no.

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—¿El le ha ordenado a Satán que se vaya también? — Satán es el principe, el rey de las tinieblas. — ¿Y le ha ordenado a él que se vaya? —D e los que so n hijos de él. — ¿Y a él se lo han ordenado? — El no tiene ninguna cabida. Satán no tiene nin­ gún poder sobre los hijos de D io s. — ¿El se va a marchar, entonces? — El está por allá, —dijo señalando los aires. El tiene aquí agen tes, no es él el que está aquí. Som os m uchos. — El otro día yo lo o í hablando a través de Inés. — ¿A Satán? ¿A través de Inés? ¿Dentro de Inés? —preguntó burlonam ente. -S í. — Dentro de Inés no puede estar Satán, —dijo rien­ do. Te estoy diciendo que ella es propiedad de D ios. Dentro de ella no pueden hablar. Esto es en su mente. — ¿D e dónde estás hablando tú? —D e su m ente, no estoy dentro de ella. Y o ator­ m ento su m ente, de ahí. — ¿Satán no puede estar en su mente? — Satán no. Satán es un ángel. Es nuestro rey, nuestro jefe. — M e gustaría hablar con él, si pudiera. — ¿Hablar con él? Habla directam ente con él. — ¿Ahora? — U sted le pertenece a é l, puede hablar con él en cualquier m om ento. — ¿C óm o se hace eso? — Sim ple y sencillam ente, todos los que no tienen a Jesús son de él, le pertenecen a él. N o tienes que sacar audiencia. Solam ente hablas con ello s. V ives con él, pero ella no, ni los que están en otra dimen-

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sión , en otro m undo, en el mundo de A quel, del T odopoderoso. — ¿Quién fue el que se identificó co m o Satán ha­ ce unas sem anas? — pregunté. —Fue M énguelesh. — ¿H aciéndose pasar por él? -S í. — El e s , era, ya no está aquí. Es que Satán, uste­ des saben perfectam ente que tiene muchos agentes, m uchos príncipes. — Pero, ¿por qué ese espíritu dijo que era Satán? —Para confundirlos. Había un espíritu de con fu ­ sión . — ¿Ya se fué? -S í. — ¿Q uiénes quedan? — A quí hay: T orm ento, el que está hablando, M uerte, H om icid io, S u icid io, D estrucción, A utodestrucción, T em or y O bsesión. E sos son, ya se los dije. V a a costar. S om os príncipes. — ¿Cuando se van a ir todos ellos? —continuó pre­ guntando mi colega no cristiano. — Y o no lo sé. E so si no lo sé. — ¿Por qué Rita no los ha podido sacar todavía? — Porque Rita no puede por ella m ism a. Es el P o­ deroso el que puede sacarnos, — ¿Por qué no ha podido El hacerlo? — N o sé. N o sé. Y o no puedo saber eso . Eso sólo El lo sabe. Pregúntaselo a E l, no a m í. Y o no sé. — ¿D e dónde derivan ustedes su fuerza? — Y o no puedo contestarte eso a tí. — ¿Por qué no puedes? —Tú no tienes ningún poder para preguntar. N o estás autorizado. M ás bien ya te he dicho m ucho.

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D e ahí en adelante, y o continué en el proceso de liberación hasta que el espíritu de torm ento fue expulsado. H ay personas que aseguran que todo lo que dicen los dem onios es mentira. Cito este caso com o ilustra­ ción de que los dem onios si dicen la verdad cuando se les ata y se les ordena hacerlo. Probablem ente en contra de su voluntad, este dem onio dió una exp li­ cación bastante acertada sobre quién era él y cuál era su propósito en atormentar a esta mujer cristiana, incluso sobre su sujeción a C risto. S e podría decir que, obligado por D io s, este dem onio le predicó al p sicó lo g o n o cristiano.

12 Gean Cario G ean Cario es un hom bre casado, de 27 años de edad. V ino a m i oficina por insistencia de sus pa­ rientes, quienes le habían indicado en varias o c a ­ siones que él debía someterse a una liberación. Desde que entró m e dijo que él venía sin creer en lo que y o hacía. Estaba convencido de que le había “ lava­ d o el cerebro” a sus fam iliares con todas m is creen­ cias sobre dem onios. Se presentó en una actitud desafiante y con la in­ tención de dem ostrarm e que todo eso era m entira. L o reté a som eterse a liberación aun sin creer en eso. Le dije que m e parecía que el hecho de que hubiera venido a buscarm e, a pesar de sus con viccion es, era un paso adelante que D io s aceptaría. Luego m e com entó lo siguiente, posiblem ente c o ­ m o parte de su desafío y en un intento de atem o­ rizarme? — Yo espero no dañarla si algo pasa, porque anoche soñé que la agarraba del cu ello y la ahorcaba. La v í muerta en m is m anos. Le respondí que no se preocupara de e so , porque m uchas personas que vienen para liberación sienten fuertes deseos de destruirme, pero que nunca han p o­ dido maltratarme. Le aseguré que y o estaba prote­ gida por D io s y que nadie iba a poder hacerm e da­ ñ o, pese a lo s im pulsos violentos que sintieran en m i contra. a~

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Antes de entrar a liberación, indagué un poco sobre sus creencias y su pasado. —N o creo en nada —me dijo. D eb e haber un D ios pero a m í no m e consta. Habría que buscar la forma de acercarse a E l, pero yo no he tenido interés en hacerlo. Cuando oigo una predicación lo que estoy haciendo es poniendo en duda todo lo que está di­ ciendo el pastor. M e han dicho que soy el m ero Sa­ tanás en persona. Y o no los contradigo. Tal v ez tienen razón. —La primera vez que la v i a usted, sentí un esca­ lofrío. M e entró m ucho m iedo, pero m e obligué a m í m ism o a mantenerle la mirada y decid í venir a dem ostrarle que todo esto es una farsa, es un teatro que ustedes montan para con vencer a la gente. Y o he estado en todo, gn osticism o, en desdoblam ien­ to s, drogas, hongos, reencarnación, m ujeres. Ya no creo en nada. —Una vez hice que le sacaba unos espíritus a una am iga mía para ayudarla. E lla estaba m uy mal en ­ ton ces, y o le hablé a los espíritus y les dije que sa­ lieran de ella y se metieran en m í. D e repente se le quitaron todos los m ales que tem a, pero y o no sentí nada. —Soy la oveja negra de la fam ilia. M e burlo de todos los cristianos. D os v e c e s he estado a punto de divorciarm e, pero m i fam ilia m e presionó. M e dije­ ron que m e desconocerían. Y o no sé ni por qué no lo he hecho. Creo que por los niños y por mi propio eg o de hom bre. N o m e gustaría dejar a mi esposa y ver que se vaya con otro hom bre. —Toda la vida me ha gustado la m ilicia. Ahora esto y en una organización paramilitar. M e gusta m ucho el entrenam iento y e l am biente.

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—A los trece años tuve un tum or cerebral. Y o le pedí a D io s que m e lo quitara y m e curé. M i fam ilia dijo que era un m ilagro. Para m í que los m édicos se equivocaron. Y o no creo en eso. —Cuando y o nací dice m i mamá que D ios le dijo que yo iba a ser predicador. ¿Se im agina usted, yo predicador? Pobre m am á, ¡qué d esilusión se ha lle­ vado! A v eces quisiera haberme muerto. N o me so ­ porto y o m ism o. Le pregunté si estaba dispuesto a la liberación e s ­ piritual. M e dijo: — Haga lo que quiera. Y o no creo, pero si existen los dem onios que m e lo dem uestren. Le pregunté si estaba dispuesto a dejar que estu­ viera presente alguien que trabajaba conm igo en e s ­ tos caso s. L e expliqué que esta persona tenía dones de discernim iento y revelación, y que sus dones eran m uy útiles en ciertos casos. L e señalé que ella no había escuchado nada de lo que habíam os hablado y si algo llegaba a saber, era porque D ios se lo re­ velaba para ayudar en la liberación. El aceptó que ella estuviera presente. Pasé a mi asistente a la oficina y com enzam os a orar por discernim iento. Y o hice mi propia lista de dem onios en base a lo que había conversado con Gean Cario y ella hizo la de ella basada únicam ente en lo que D io s le revelaba a su m ente. Luego co m ­ paramos las listas y vim os que calzaban m uy bien: espíritus de con fu sión , duda, incredulidad, tem or, rebeldía, agresividad, violen cia, ira, op resión, s o ­ berbia, burla, m uerte, rechazo, adulterio, rencor, od io, improsperidad y resistencia. El hecho de que nos coincidieran nos confirmaba que íbamos por buen cam ino.

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Eran bastantes lo s dem onios que habían en él. Le enseñam os nuestras respectivas listas y le pregunta­ m os si podía confirm ar si él sentía todas estas cosas dentro de él. Las leyó y dijo? —Pues si lo s dem onios realm ente existieran, e s­ tos serían los que estarían dentro de mí. En eso llegó a mi mente un m ensaje de D ios para él. — Hijo m ío, dura cosa es dar c o c e s contra el aguijón. Tu soberbia y autosuficiencia están acabando con tigo hasta el punto de que deseas no tener e x is­ tencia, pero y o soy el que doy a todos la vida, el aire y las dem ás cosas. Soy y o el que les designo el tiem po y e l lugar en que deben existir. S e lo dije a Gean Cario pero él no dijo nada. Luego mi asistente agregó. — D ios m e está diciendo lo s dones que te ha da­ do: ev an gelism o, consejería, enseñanza, fe, m iseri­ cordia, intercesión, am or, servicio, sanidades y re­ velación en sueños. Lo único que respondió Gean Cario fue: —¿Tantos? Pero v i que eso lo había im pactado. — Bueno, ¿estás listo para enfrentar a los d em o­ nios? —pregunté. —Sí, com ien ce a ver qué pasa, —contestó. Le pedí a D io s que lo librara a pesar de su falta d e fe , que aceptara m i propia fe y m i propio con ­ vencim iento en lugar del de él y que hiciera caso om i­ so a la duda y a la incredulidad de Gean C ario. Pedí su protección sobre los tres, nuestros parientes y po­ se sio n e s. A té a los espíritus y les ordené, en el nombre de Jesús, que se manifestaran en una form a controlada. N o hice más que hacer esa oración cuan­

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do Gean Cario com enzó a sudar y a temblar. Abrió los ojos muy asustado y susurró: — ¡¿Para qué vine?! — ¿Qué estás sintiendo? —le pregunté. — ¡M uy feo! —m e dijo. M ejor no hubiera venido. Le expliqué que lo que él estaba sintiendo era la m anifestación d el dem on io, pero que no tuviera m iedo porque eran sólo sensaciones desagradables, no había peligro de un daño real. Reprendí a varios espíritus. El com enzó a m over­ se m ucho en la silla y a retorcerse. — ¿Por qué estás tan incóm odo dem onio? — le di­ je al espíritu. ¿Te asusta el hecho de que te haya descubierto? — ¡Hija de p— ! —exclam ó furioso. — ¡Cállate y sal de él! — le ordené. — ¡N o, no! —gritó varias veces. — S í, te vas a ir tú y todos lo s que estén ahí. — N o . El nos pertenece. Se entregó a nosotros. — El vino aquí buscando liberación y D io s se la va a dar, —les repliqué. D io s no le falla a la perso­ na que pone la confianza en El. — N o va a ser tan fácil —gritó rabiando el d em o­ nio. Nosotros no lo dejamos creer. El no puede creer. —C reyó lo suficiente para venir aquí. Eso es lo más que él puede dar en este m om ento. Lo dem ás lo pongo y o , pongo mi fe y mi autoridad para dar la lucha. En e so vino a mi mente la palabra “ ad u lterio.” — Espíritu de A dulterio —d ije .... — ¡No! —gritó Gean C ario. Y o quería que ese fuese el últim o. T engo m iedo. Si e se se va ¿qué va a pasar después? Tengo que dejar a m is amantes. T o­ davía no puedo.

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— Espíritu de A dulterio — dije de nuevo, tú te vas primero. Fuera, en el nom bre de Jesús. V as a salir de él para que sea él m ism o el que decida qué hacer con respecto a esas m ujeres, sin tu interferencia. Lucham os contra ese espíritu por una hora hasta que por fin salió. Le pedim os a D ios que llenara e l espacio que había quedado vacío por la salida de ese espíritu con su presencia, para que no pudiera v o l­ ver a él. S e había hecho tarde por lo que decidim os cortar aquí para continuar otro día. A los dos días Gean C ario lleg ó a una reunión en mi iglesia a buscarm e. Al final del culto m e preguntó si podia trabajar con él, que lo necesitaba urgentem ente. Le p ed í a un m uchacho de la iglesia que m e acom ­ pañara a orar por él y nos fuim os a un cuarto p e­ queño. C om en cé a enfrentar a los espíritus y Gean Cario em pezó a sudar y a estrem ecere. Luego su cuerpo se puso rígido y gritaba a un volum en tan a l­ to que se oía por todo el ed ificio. Tres personas m ás vinieron al cuarto a ayudar. Entre los presentes fueron llegando palabras de co­ nocim iento (inform ación revelada por D ios). U no de lo s hom bres le preguntó a G ean Cario: — ¿Tuviste algo que ver con drogas? — Sí, — respondió él. — Es que D io s m e está diciendo que un espíritu entró en ti una v ez que te drogaste m ucho. T en e­ m os que orar por esto. Entre todos oram os pidiéndole a D io s que rom ­ piera el efecto que le dejó el uso de drogas y orde­ nam os al espíritu salir. Este salió dando fuertes alaridos. Otra persona dijo:

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— Hay algo que te produce mucho m iedo, ¿verdad? — Sí, —contestó Gean C ario, los gatos. Cuando y o estaba pequeño, mi herm ano m e encerró una vez en el baño con un gato. Y o m e asusté m ucho y d es­ de entonces siento ese m iedo. O ram os para que D io s le sanara ese tem or a lo s gatos y luego echam os al espíritu del tem or. Otro le preguntó: — ¿Usted tuvo que ver con alguien que practicaba brujería? — Sí, —dijo Gean Cario llorando. Una mujer. Ella ya está muerta. D esd e hace tiem po he sentido que y o m e voy a morir en la m ism a fecha en que murió ella, posiblem ente el año entrante. — R om pem os esa falsa profecía en el nombre de Jesús, — repliqué. El Señor dice: “ Y o , que desha­ go las señales de lós a d iv in o s.” (Isaías 4 4 :2 5 ). Esa profecía es una m entira y desatam os a Gean Cario de ella. Espíritu de M uerte sal de él ahora m ism o. En el nom bre de Jesús te echam os de él. El espíritu de M uerte dijo que tenía un asidero y que no se iba. Inm ediatam ente le dije a Gean Cario: —Siento que tienes que renunciar a esa organiza­ ción paramilitar para que este espíritu se vaya. Tu entrenam iento m ilitar te está preparando para matar y eso alim enta a este espíritu de m uerte. D e ahí es que saca fuerza. — ¡Ay! —dijo G ean C ario. Y o no quiero. N o quiero dejar la organización. D esd e ch iquillo quise ser militar. M e va a costar m ucho. Y o sé que usted tiene razón, pero no sé com o hacerlo. Siento que no puedo. — Tom a la decisión de hacerlo y verás com o D ios te da la fuerza necesaria, — le dije.

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—Bueno aquí v a , —dijo él tom ando fuerza. D io s, renuncio al entrenam iento m ilitar. ¡¡A Y U D A M E !! E se grito de auxilio salió de lo m ás profundo de su ser. Estaba llorando fuertem ente al pronunciarlo. Su cuerpo se retorció y com en zó a gritar v io len ­ tamente. A lgunos reprendían. Otros orábamos y can­ tábamos a D io s. Una mujer leía pasajes bíblicos. Los gritos y los tem blores corporales se prolongaron du­ rante varias horas. Por fin , a las 12:30 de la n oche, el espíritu de muerte salió. Era el último que quedaba. D ios m e dijo que pusiera m is m anos sobre los pies de Gean Cario y dijera: — E stoy ungiendo estos p ies con el evangelio de la paz. Llevarás mi mensaje a muchas personas. Ellos verán m i poder a través de tu experiencia. C oncluim os con una oración entregándole la vida entera de G ean C ario, su cuerpo, m ente y espíritu a D io s y le pedim os al Espíritu Santo que viniera sobre él en form a plena. U na sem ana después, Gean Cario estaba predicando en una ig lesia y contando su testim onio. Había dejado a sus amantes y al m o­ vim iento paramilitar. Actualm ente es un hom bre activo en la Iglesia. El Señor lo está usando para ayudar a otros a través de lo s dones que le había anunciado desde antes de su liberación. A si v em os que la p rofecía que D ios le había revelado a su m adre cuando é l nació era ver­ dadera. E l había nacido para servir a D io s y por fin lleg ó a cum plirse esto en su vida.

Testimonio de Jean Cario D e niño habia estado muy abierto a las co sas de D io s. M e había criado en un hogar cristiano y había

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tenido dos experiencias de sanidad física que habían dejado una huella profunda en m í. A los diez años m e había dado meningitis. Los m édicos habían dicho que era difícil que viviera, pero m i fam ilia había or­ ganizado una cadena de ayuno y oración por m í y m e había curado. D os años después m e habían hospitalizado por un tumor cerebral. La noche antes de que m e operaran, y o había clam ado a D io s y le había dicho que si El m e sanaba, y o le entregaría m i vida para servirle. E sa noche D io s m e habló. M e dijo que m e estaba sanando y que al día siguiente y o podría irm e para m i casa. E fectivam ente, así fue. En la mañana, los m édicos m e exam inaron y e l resultado de las pruebas m ostró que el tumor había desaparecido. E se m ism o día m e dieron la salida. Es d ifícil entender có m o fue que después de ha­ ber estado tan cerca de D io s y de haber experim en­ tado estas dos curaciones m ilagrosas, y o m e alejé de E l. El hecho es que entré en una etapa de rebel­ día contra la ig lesia , la religión y D io s. Buscando nuevas experiencias m e v i atraído por la filo so fía de los hippies. P az, drogas, vagancia y sex o libre form aron parte de m i estilo de vida. D esp u és de eso lle g u é al gn osticism o, al y o g a , a la m editación trascendental y a las religiones orien­ tales. Pero no m e quedé ahí. S egu í investigando c o ­ sas nuevas. Supe de desdoblam ientos y viajes astra­ le s, de control m ental y de encuentros con lo que supuestam ente eran seres extraterrestres. Cada v ez m e iba destruyendo m ás. M i vida iba rumbo al desastre total. C óm o es que aun estaba ca­ sado, no lo sé, pero lo estaba. U na noche estando con m i esp osa en una cena fa­

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miliar en casa de mis padres, la conversación se tornó hacia el tem a de experiencias personales que distin­ tos miembros de mi familia habían tenido en el campo de la liberación dem oníaca. Hablaban de lo bien que se sentían después de ser liberados. M encionaban a una tal Rita Cabezas quien supuestam ente había sido la persona que los había ayudado a liberarse. M e entró una rabia tremenda mientras los escucha­ ba hablar de e so . C om encé a burlarme de ello s y a decirles: — ¿Cóm o es posible que se dejen lavar el cerebro con esas tonterías? Y o que lo he probado todo sé muy bien que los dem onios no existen. Esa tal Rita es una farsante. Lo que hizo fue sugestionarlos y ustedes cayeron en la trampa. ¡N o sean tan ingenuos! E llo s, sin em bargo, parecían conven cid os. En m i interior no podía negar que los cam bios en ellos eran evid en tes, pero jam ás podía aceptar que era porque les habían sacado unos d em onios. A hí m ism o tom é la d ecisión de ponerle fin a esas historias y de d e­ senm ascarar a esa charlatana que decía ser p sicóloga cristiana. En ese m ism o m es co n o cí a una m uchacha. Ella me buscó para que la aconsejara. M e contó sus problem as y lo mal que se estaba sintiendo. D ijo que creía que había espíritus m alos que la atormentaban. Y o d ecid í seguirle la corriente. —Si crees que hay dem onios que te m olestan y o te los puedo sacar. Y o no les tengo m iedo. A m í no me pueden hacer daño porque m e crié com o cris­ tiano. M e senté frente a ella y le hablé a los espíritus, ordenándoles que se pasaran a m í y la dejaran en paz

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a ella. La m uchacha sintió un gran alivio y com en ­ zó a llorar de alegría. — ¡M e siento de lo más bien! —exclam aba. Y o m e alegré por ella y pensé: — ¿V es? Es sen cillo. E s pura sugestión. A l separarme de ella m e sentí agotado, co m o si m e hubiera echado encim a una gran carga. — N o es nada, —pensé. Es só lo por haberm e c o n ­ centrado tanto en lo que hice. P oco desp ués, no sé ni por qué, acom pañé a m is padres y a m i esp osa a la ig lesia donde Rita asistía. La m úsica durante el culto me im pactó. Por prim e­ ra vez en m uchos años sentí d eseo s de unirm e a los cantos que aun perm anecían en m is recuerdos de ni­ ño. M e extrañé de ver que los estaba disfrutando. El pastor se puso de pie y dijo: — D io s m e está revelando que aquí hay varias per­ sonas con un fuerte dolor de cabeza. El quiere sa­ narlas. Pónganse de pie para orar por ustedes. Tres personas se pararon y otros se desplazaron a ello s y com enzaron a orar. —Y a se inició la farsa, —m e dije para m is adentros. — ¡Qué gente más ingenua! ¿Cóm o pueden creer eso? En un grupo tan grande de personas es lógico que haya varios con dolor de cabeza. Para e so no se necesita ninguna revelación divina. Si y o m e p a­ ro y digo que D io s m e indica que hay alguien con dolor de estóm ago, tam bién se darían varios ca so s. ¡Qué ridículo! M ientras se oraba por la g en te, pasó adelante una mujer y dijo: — Hay un m ensaje para alguien que está muy a fli­ gido. Jesús te dice: ‘El Espíritu del Señor está sobre

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tí, porque ei Señor te ha consagrado; te ha enviado a aliviar a los afligid os. T e ha enviado a consolar a los tristes, a dar a lo s afligidos una corona en vez de cenizas, perfum e de alegría en vez de llanto, can­ tos de alabanza en vez de d esesp era ció n .” —También te dice: ‘‘Yo te daré consuelo: conver­ tiré tu llanto en alegría, y te daré una alegría m ayor que tu d o lo r.” M i esposa m e cod eó y m e dijo: —Esa es Rita. En ese instante sentí un fuerte ardor en la cara, tem or, cólera y ganas de matarla. N o entendía qué era lo que m e pasaba. —V am os, preséntam ela —le dije a m am á. — Y o quiero conocerla. D eseaba enfrentarme a ella. N o s acercam os al lugar donde estaba sentada y mi madre m e la presentó. Rita fue muy dulce, muy am able conm igo. Y o , sin em bargo, la d esafié con una mirada. A lgo dentro de m í la rechazaba. Quería despedazarla. Lo extraño es que a la v ez que sentía odio por ella, otra parte de m í le tenía m iedo. Y o temblaba por dentro y sentía un fuerte im pulso de salir corriendo. M e d i la vuelta y m e fui m olesto , enojado. N o soportaba estar frente a ella. U nos días después le dije a papá: — Sácam e una cita con Rita C abezas, pero no se lo digas a nadie. El se alegró m ucho pues pensaba que al fin m e había con vencid o de que necesitaba ayuda. Lo que él no sabía era que lo que m e im pulsaba a tener ese contacto con Rita era un sentim iento d e venganza por las m entiras que le había hecho creer a m is pa­

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rientes. La odiaba. Q uería dem ostrarle a ella y a mi fam ilia que todo lo que ella decía acerca de los de­ m onios era falso. D e lo que y o no m e percataba todavía era que ha­ bía otra m otivación inconsciente para pedir la cita. Había en m í una débil esperanza de que lo que ella decía fuera cierto y entonces ella podría ayudarm e. E so lo reconozco ahora, pero en el m om ento no m e percataba de ello. El día acordado m e presenté a la cita, pero ella no m e atendió. D ijo que m i papá se había eq uivoca­ d o, que la hora y el día eran lo s correctos, pero que la cita era la sem ana siguiente. E so m e enojó trem endam ente. —Esta mujer sabe a lo que v en go, —pensé. D e alguna m anera captó que y o vengo a echarle abajo su engaño y por e so no quiere enfrentarm e. T iene m iedo. D ec id í no regresar. — N o voy a perder más tiem po con ella —m e dije. Pero cuando tom é esa decisión fue com o si un torrente de pensam ientos de desesperanza se abalan­ zara sobre mí. M i m ente estaba siendo bombardeada. —Para m í todo está perdido. Ya D ios m e desechó. V ine hasta aquí sacando el tiem po de mi trabajo y e lla no me atendió. T odo se acabó. — ¿Y por qué estoy pensando estas cosas? —m e pregunté. A h í me di cuenta de que m uy en el fondo de mi yo deseaba que ella m e ayudara a transformar mi d e­ sastre de vida. M e percaté de que y a estaba hastiado de m i existencia y de que no quería seguir viviendo así. La indecisión de ir o no a la cita con Rita conti­

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nuaba en mí. Había mucha am bivalencia. Poco a po­ co m e iba dando cuenta de las distintas em ociones que m e halaban cada cual para su lado. H abía una fuerte hostilidad que quería destruir a Rita y otra que la consideraba una farsante. Estaba también la par­ te que sentía tem or de ella y aun otra q u e, muy en lo profundo, deseaba obtener algún tipo de ayuda de ella. T uve que luchar m ucho con todos estos im pulsos contradictorios, pero al fin resolví presentarm e a su oficina. M ientras esperaba en el pasillo a que Rita se d es­ ocupara, una v o z m e insistía: — V ete, estás perdiendo e l tiem po. Nada haces aquí. N o vale la pena. Y o , sin em bargo, decidí quedarme. Por fin se abrió la puerta y ella m e pasó adelante. U na vez que estuve adentro, algo en m í se sintió atrapado. Le dije a Rita que mi fam ilia m e había dicho que y o debía ser liberado. Y o era la oveja negra de la fam ilia y todos se preocupaban por m í. Pero de una vez le aclaré que y o no creía en la existencia de d e ­ m on ios y ni siquiera sabía si creía en D io s. E stuvi­ m os conversando sobre estas cosas un rato y luego ella m e dijo: — B ueno, tú no crees en los d em onios, pero dim e algo: si realmente existieran, ¿te importaría o no que hubiera algunos dentro de tí? ¿Te daría lo m ism o si supieras a ciencia cierta que lo que causa tu deseo por las drogas, el alcohol y las m ujeres son los dem onios? — N o. —contesté, claro que no m e daría lo m is­ m o. Si yo supiera que realm ente hay dem onios en m í querría que alguien m e los sacara, pero el hecho

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es que nadie me puede probar que existen , porque ni usted ni nadie m e va a hipnotizar ni sugestionar para que y o crea que existen. — Bueno, —dijo ella, te propongo algo. Te reto a hacer la prueba. Tú intentarás dem ostrarm e que no existen y yo trataré de probarte que sí. C om o tú estás tan con ven cid o, no tienes nada que perder. La que haría el ridículo si no existen, sería yo. ¿Aceptas? —S í, está bien —respondí. Haga usted lo que nor­ m alm ente hace y y o me quedo aquí sentado con los ojos cerrados. V eam os que pasa. Cuando ella com enzó a orar, cuál no fue mi sorpre­ sa al ver que todo sucedía tal co m o m e lo habían descrito m is parientes. El proceso fue m uy duro para mí. Cuando m e di cuenta de que una fuerza extraña surgía desde mi in­ terior y se apoderaba de m í, no podía creer que realm ente lo estaba viviendo. Esa fuerza usaba m i boca para responder a las preguntas que Rita le ha­ cía, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Sentí pánico. Quería salir corriendo pero mi cuerpo no me obedecía. N o estaba bajo el control de mi propia voluntad. Cuando esas personalidades extrañas m e dom ina­ ron, sentí una avalancha de sensaciones: rabia, llanto, dolor, desesperación, burla, tristeza. Era com o si un ejército de seres negativos luchara dentro de m í pa­ ra sacarm e de ese lugar. Una v o z muy clara me decía a la mente: — Ponte de pie y vete de aquí. Pero otra voz me instaba: —C ontinúa, al final del proceso hay sanidad y li­ bertad para tí. Y o te sostengo. D ecidí obedecer a la segunda. Luché con todas m is

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fuerzas para obtener el control de mi m ente y de m i boca. En los ratos que lo lograba, clam aba a D ios: — Si realm ente ex istes, ¡ayúdame! Fue m uy duro para m í ver derrumbarse todas m is ideas y creencias. — Entonces e s cierto, —m e decía. S í existen los dem onios y s í existe D io s. A m bos bandos m e están hablando a la m ente y los escuch o co m o si fueran personas. ¿C óm o e s posible? Y o no lo creía. Las sensaciones corporales que experimentaba eran espantosas. Sufrí trem endam ente. C reí que m e iba a m orir ahí m ism o por lo que le dije a D ios: — Si m e m uero, quiero m orir con tigo. N o m e quiero ir al infierno con eso s seres. M e entrego a tí, ya sea para vida o para m uerte. Cuando todo hubo acabado e se día, salí contento. Sentía que había descargado algo. N o tenía nada de fuerza en mi cuerpo, pero mi espíritu había vuelto a la vida. M e sentía fortalecido internamente. Pasé m uchas horas pensando en lo que había pa­ sado esa mañana. A lgunos de los pensam ientos en mi mente me decían que y o había sido un idiota, que me había dejado engañar igual que m is parientes. P e­ ro otra corriente en mi m ente m e aseguraba que lo que había vivid o era real, que ese era el cam ino a la verdad. Busqué a m is am antes y le s dije que rompía con todo lo que tenía con ella s, que m e había entregado a Cristo y e so m e había cam biado. Les pedi perdón por e l tipo de relación que había m antenido con ellas y por el daño que les había causado. Sufrí y lloré con cada una, porque las dejaba por obediencia a D io s, no porque y o deseaba hacerlo.

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Si hubiera sido por m í, hubiera seguido con ella s, porque las quería y deseaba continuar la relación. Pero D ios me había hablado claro; y o tenía que dejarlas. Fue lo más d ifícil que jam ás había hecho. Y o e s ­ taba apegado a ellas. Estaba acostum brado a su pre­ sencia en mi vida. Formaban parte de mí. Entré en una profunda depresión. N o sabía qué iba a ser de mi vida ni cóm o iba a sobrevivir sin ellas. — ¿Con qué vas a llenar el vacío que te deja el apar­ tarte de ellas? — me atormentaba una voz. — ¿En qué vas a gastar el tiem po que antes pasa­ bas junto a ellas? ¿Con quién te vas a divertir? ¿Qué va a pasar con la que está esperando un hijo tuyo? C uando tu esposa se dé cuenta lo m ás probable es que te deje. ¿Y todavía crees que entregarte a D ios te va a traer beneficios? M ás bien parece haber m ás problem as ahora. E sos ataques me desgarraban el corazón y el re­ cuerdo de esa primera sesión de liberación m e m ar­ tirizaba. N o soportaba la idea de tener que vivir de nuevo esa experiencia tan dura. N o obstante, algo m e decía que tenía que terminar lo que había em pezado. D o s días después iba a haber una reunión en la iglesia y m e imaginaba que Rita asistiría. Pensaba en la posibilidad de ir para seguir mi liberación. Quería que todo terminara lo más rápido posible, por­ que la angustia que estaba viviendo m e estaba co n ­ sum iendo. Le pedí a D io s que acelerara las cosas para no sufrir tanto. E l sábado pasé todo e l día con una lucha interna. Una fuerza muy poderosa dentro de m í no quería que y o fuera al culto y m e daba todos los argum entos

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im aginables para hacerm e desistir de m i intención. Pero había también otra fuerza, una que m e em pu­ jaba a ir y que m e prom etía victoria. Cuando m e bajé del automóvil para entrar a la igle­ sia, cada paso que lograba dar era una hazaña, por­ que la batalla que se estaba librando en m is adentros era increíble. Una v ez que logré entrar, com encé a ser bom bardeado con sensaciones trem endas de so­ ledad, dolor, desánim o y angustia. —E l p roceso no se va a poder terminar. V a a lle­ gar otra persona m ás importante que y o y Rita se va a ir a atenderla. N o va a alcanzar el tiem po para que m e v ea a m í. M ejor m e v o y . Estoy perdiendo m i tiem po. M e co g ió tarde para querer entregarm e a D io s. Ya no voy a poder cam biar. Este era el contenido del torbellino que había en mi m ente m ientras avanzaba el culto. El tiem po que transcurrió se m e hizo una eternidad, pero al fin ter­ m inó. La gente que deseaba que se orara por ellos se dividió en grupos. Aunque había pasado hora y m edia esperando que se acabara la reunión, ahora estaba indeciso. — ¿V oy o no voy? ¿Y si Rita m e dice que hoy no m e puede atender? Eso y o no lo soportaría. Seria mi destrucción, porque necesito que sea YA. N o aguanto m ás el estado en que estoy. El esfu erzo que tuve que hacer para ponerm e de pie fue sobrehum ano. M e acerqué a Rita, m uy te­ m eroso, m uy sum iso. Mi actitud en ese acercamiento había sufrido un cam bio dramático. En m í no queda­ ba nada de la hostilidad y la rebeldía que antes sen­ tía ante ella. —¿Puedes orar por m í un poco? —le pregunté. — Sí, vam os a aquel cuarto para tener privacidad, — m e dijo.

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— ¡Qué alivio! N o se había negado. —A sí com en zó m i segunda sesión de liberación. E stoy seguro de que si hubiera sabido lo que iba a pasar esa noch e, jam ás me hubiera acercado a la iglesia. La m anifestación del dem onio fue diez v e ­ ces peor que en la primera o casión . Un espíritu sur­ g ió de su escon dite, tom ó posesión de m í y m e ob li­ gó a gritar palabras obscenas que y o no quería decir, Aullaba com o un animal salvaje. M i cuerpo se quedó rígido y m is m úsculos se acalambraron. S en ­ tía la certeza de que iba a morir. A lg o m e estrangu­ laba y no podía respirar bien. Cuando lograba hablar, le rogaba a Rita y a los otros que habían entrado a ayudar, que no m e fueran a dejar en ese estado, que siguieran hasta que salieran todos lo s dem onios. — ¡D ios! — clam é. H az lo que quieras con m igo. Lo único que quiero es estar seguro de estar recon­ ciliado contigo. A h í fue donde sentí el prim er aliv io , com o si en ese m om ento Satanás me hubiera soltado de g o lp e. E m pezó a entrar en m í una paz profunda que nunca antes había experim entado. D entro de m í había un canto muy lindo, un canto que yo no conocía. Fue fluyendo en m í hasta com enzar a salir por mi boca. M e di cuenta que los otros que estaban presentes es­ taban cantando la misma canción junto conm igo. T o­ dos estábam os unidos en alabanza a D io s. Y o tenía m is m anos alzadas, com o queriendo lle ­ gar a D io s. Era extraño. M is m anos estaban suspen­ didas en el aire, com o atadas a algo invisible. Un calor agradable m e invadía por las m anos y la cabe­ za e inundaba todo mi ser. D e lo m ás profundo de m i corazón brotaba una alegría hasta entonces d es­

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conocida para mí. M e sentía com o sum ergido en una piscina de g o z o y bienestar. C om encé a sentir que ahora mi vida valía algo, que estaba entrando en una plenitud de vida que era com pletam ente nueva para m í. Sentí que era bello ser cristiano, que entregarse a D io s era precioso, lo más sublim e. El Espíritu de D io s se m ovía dentro de m í. M e decía: —Tú eres m i hijo. T e estoy lim piando. T e estoy sanando y liberando. T e estoy capacitando para servirm e. — Señor, — respondí, dispon de m i vida com o lo d esees. D am e fortaleza para soportar el resto de la liberación y ánimo para seguirte y hacer tu voluntad. D espu és de ese d escanso, experim enté de nuevo la presencia de un dem onio. Fue terrible, un cho­ que trem endo. D ijo ser un espíritu de muerte. M e costó m uchísim o renunciar a todo lo que lo ataba a mí, en especial mi entrenamiento paramilitar. Le dije a D ios: — Señor, tú sabes que no quiero renunciar a esto , pero si es necesario lo haré. T e suplico que m e des la fuerza para hacerlo. Cuando pronuncié la renuncia en voz alta, el de­ m onio se puso furioso. M e am enazó con m atarme. Sacudió todo mi cuerpo con con vulsion es. Grité y grité por el dolor que sentía. A lgo se despegaba de m í y me despedazaba al de­ sarraigarse. C on cada alarido que daba salía algo de m i boca, algo in visib le pero m uy real. Por Fm llegó la liberación tan ansiada. D ios inun­ dó mi cuerpo, m i m ente y m i espíritu con su pre­ sencia. M e sentí muy liviano. M e sentí lim pio y

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noble. Toda la carga de m i desastroso pasado había sido quitada de m is hom bros y m e prom etí a m í m is­ m o que nunca m ás m e alejaría de D ios ni habría na­ da que m e obligara a tener que som eterm e de nuevo a una liberación sem ejante. D ecid í cuidar el trabajo que D io s había hecho en m í aquella noche. Ahora sabía que e l precio de la maldad era dem a­ siado alto. N o me sentía en capacidad de pagarlo de nuevo. El proceso había sido muy vergon zoso. Cuando D io s le com en zó a revelar a los que estaban orando por m í todas las cosas de m i pasado, yo m e sentía peor que la basura m ás inmunda. Quería desapare­ cer de la faz de la tierra. Rogaba por que se abriera un hueco en la tierra y m e tragara. E l peso de m i pecado m e estrujaba hasta sofocarm e. Fue una experiencia terrible. D io s les reveló c o ­ sas que nadie m ás que yo podía saber, al m enos eso era lo que y o había creído. Pero esa noche descubrí que para D ios no hay secretos. Nada se le puede ocul­ tar. Todo lo m alo que y o había hecho a escondidas El lo trajo a la luz en e se lugar. Quedé totalmente desm oralizado, desnudo ante los ojos de D io s y de aquellos que estaban sirviendo co­ m o canales de su poder. Pero entendí que nada de esto lo hizo para hum illárm e ni para dañarme sino para librarme de todo aquello. Lo hizo para curar­ m e, para bendecirm e. Porque después de que yo me quebranté delante de E l, El m ism o m e levantó con su amor. E sa noche yo m orí. T odos los que m e conocieron antes de esa experiencia saben que ese hom bre ya no existe. El que ahora v ive e s otro. Porque el que se levantó esa noche era un hom bre transform ado, un hom bre nuevo.

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D e camino a mi casa, esa madrugada, el gozo ema­ naba de m í a torrentes. Era algo incontenible, m a­ ravilloso. Lo único que deseaba era servir a D ios. Ahora sabía que El realm ente existía y que m e am a­ ba. Sabía que no había nada m ejor en este mundo que estar unido a E l. D escu brí la satisfacción del viajero errante que después de largos años de vagar por el m undo en busca de un tesoro, llega por fin a casa donde lo encuentra y ve que es m ucho más valioso de lo que jam ás había im aginado. El día siguiente de m i liberación era dom ingo. Fui el prim ero en llegar a la iglesia. Se había desatado en m í una sed insaciable de D io s. Tenía que repo­ ner el tiem po perdido en los años anteriores. Y o había tem ido que la v o z de D io s que había e s­ cuchado en m í durante la liberación fuera só lo para esa ocasión , pero no fue así. Continué escuchando su v o z y aun la oig o . El m e habla cuando esco g e ha­ cerlo. M e ha dado el don de conocim iento y m e ha usado para liberar a otros. Los m inisterios de los que m e había burlado la primera vez que llegué a esa igle­ sia, fueron precisam ente los que D io s decidió dar­ m e. N o hay duda d e que D ios tiene un buen sentido del humor. Actualm ente estoy estudiando en un sem inario teo ló g ico , preparándome para ayudar a otros a e n ­ contrar el cam ino, el cam ino que y o , por la gracia de D ios, pude hallar hace algún tiempo. Ruego a D ios que levante más personas con los m inisterios de li­ beración y de sanidad interior, porque la necesidad es m uy grande y los que están dispuestos a llenarla son pocos. Si D io s e sco g e utilizar m i experiencia para alcan­ zar a otros, la gloria es para El. ¡Aleluya! D ios existe y y o existo en El.

13 Sandy: Personalidad múltiple Sandy había estado en tratamiento bajo tres d is­ tintos psiquiatras por un período de aproximadamente d iez años cuando buscó mi ayuda. V enía de los E s­ tados Unidos de América con un diagnóstico primario de personalidad m ú ld p le1 y un diagnóstico secunda­ rio de neurosis m aníaco-depresiva. Cuando prim ero nos co n o cim o s, su n ivel de an­ siedad era extrem adam ente alto. Se sentaba, se pa­ raba, cam inaba por el cuarto, miraba la ventana y expresaba el im pulso que sentía por atravesar el vidrio con su mano; escondía su cara entre sus m a­ nos, se sentaba, se m ovía en la silla y a sí por el esti­ lo . Se le dificultaba m ucho la expresión oral. A ra­ tos sus mensajes eran incoherentes. N o podía com ple­ tar los pensamientos que em pezaba a com unicar. E s­ taba muy confundida, atem orizada y deprim ida. M e habló sobre su historia psiquiátrica y m e in­ form ó que en ciertas épocas había tenido un m ayor control sobre sus em o cio n es del que tenía actual­ m ente. C om encé a explicarle m is propias interpretaciones de lo que le estaba sucediendo, m encionando bre­ vem en te, otros casos que y o había tratado, con los que ella podía identificarse. Ella escu chó lo m ejor que pudo dentro de su confuso estado mental y respondió: 109

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—B ueno, quizás algunas de m is personalidades sean dem onios, pero no creo que todas lo sean, por­ que algunas no son m alas, son sólo niños. M i psi­ quiatra actual ha visto treinta de ello s hasta el m o­ m ento. A lgunos son m uy destructivos y agresivos. Q uizás esos sean dem onios. —E so lo podem os averiguar, si es que estás d is­ puesta a som eterte a un proceso de liberación espi­ ritual, le contesté. Ella se m ovió inquietam ente por un rato y pensó sobre mi oferta de trabajar con ella. Finalm ente dijo: —T iene mi perm iso. Haga lo que normalmente ha­ ce en estos casos. Até a los d em on ios que estaban en ella, en el nombre de Jesús, y les ordené m anifestarse. Una transform ación inmediata se hizo evidente en ella al tomar el control una personalidad m uy desafiante. — ¿Quién eres? —pregunté. —T e puedo decir el nom bre que me ha puesto ella — respondió burlándose. Sandy me llama “ Lucinda” . — ¡No¡ —insistí. T e estoy ordenando que m e dés tu nombre rea l. — N o te lo diré. — ¡Sí lo harás! —exclam é. T e ordeno decir la ver­ dad en el nom bre de Jesús. Sandy v olvió a ser ella m ism a y com enzó a gem ir. —Siento que mi cabeza va a estallar. E stoy m uy confundida. M e están hablando a la m ente. D icen que no son d em onios, que son m is personalidades, que no debí venir aquí. Están tratando de que me sienta culpable. D icen que estoy haciendo lo equivo­ cado, que los estoy dañando. M e dicen que m e va­ ya para mi casa, donde mi psiquiatra. —Estoy dem asiado confúndida. P arem os. N o puedo seguir con esto. T en go que irme. Lo siento.

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Tengo que tomar el primer avión que pueda de regre­ so a casa. N ecesito a mi psiquiatra. Le dije que no trabajaría con ella en contra de su voluntad, que no la detendría. Le recom endé que no se fuera, pero a la vez le hice ver que la decisión era suya. —Estaré disponible si cam bias de opinión — le ofrecí. A sí que A na, la am iga que la había traído, la lle­ vó a casa en su auto. Ana m e contó luego que había tenido que pelear con los dem onios durante todo el recorrido a la casa, ya que habían estado m anifes­ tándose y tratando de hacer que Sandy se lanzara del autom óvil para matarse. Cuando la tía de Sandy vió el estado en que regre­ só , le dijo a A na que no estaba de acuerdo con la liberación espiritual y que no permitiría ninguna c o ­ m unicación m ás entre ellas dos. —N i siquiera la llam es por teléfono —le dijo a Ana. N o te perm itiré hablar con ella. Y o soy res­ ponsable de ella m ientras esté en este país y no te permitiré hacerle m ás daño. C reí que serías una buena am iga, que la ayudarías, pero ahora veo que no puedo confiar en tí. Cuando A na m e inform ó lo sucedido, surgieron dos preocupaciones prim ordiales en mi m ente. La prim era era Sandy. ¿Qué iba a ser de ella? L os de­ m onios habían am enazado con hacer que ella se m a­ tara y ya habían tenido éxito en provocarle varios intentos de suicidio en el pasado. Lo segundo que m e preocupaba era mi reputación profesional. Sa­ bía que el tío de Sandy era m édico y que estaba to­ talm ente en contra de la práctica de liberación esp i­ ritual. El no la aceptaba en lo absoluto. Si se lo pro­ ponía, podría causarm e problem as.

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— Señor —oré, por favor protégem e a nivel pro­ fesional. Este m édico podría causarm e dificultades. Esto no es algo que pueda manejar por m í m ism a. Padre. Q uítam e este problem a de las manos. Ana y y o organizam os varias cadenas de oración para interceder por Sandy. L e pedim os a D io s que tomara cartas en el asunto. — D ios —imploré, si es tu voluntad que le ministre liberación espiritual, abre la puerta que se acaba de cerrar en mi cara. Tú eres el D io s de los im posibles. Tú te especializas en situaciones com o ésta. Entre m ás im posible, m ejor, porque así sabrán que fue tu poder el que elim inó los obstáculos. Señor, que tu nom bre sea glorificado a través de esta experiencia. En eso vin o a m i m ente un pasaje de A pocalipsis 3 :7 -8 ,1 3 : “ Esto d ice el Santo, el V erdadero, el que tiene la llave de D avid, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. Y o con o zco tus obras; be aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; p orqu e.... has guardado mi palabra, y no has negado m i nom b re... El que tiene o íd o , oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Lo busqué y cuando v i a quién estaba dirigido el m ensaje, quedé boquiabierta. ¡Filadelfia! ¡Yo nací en F iladelfia, Pennsylvania! — ¡Gloria a D ios! —grité. C asi le reviento el tím ­ pano a Ana. Quería tirar el teléfon o al aire. C asi me había dado por vencida, pero D ios es fiel. E l cumplió su prom esa. Ciertos pasajes de Habacuc vinieron a m i mente para recordarme que El estaba en control de la situación: ‘ ‘Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú m e e sc u c h e s? .... M iren u ste d e s.... estoy a punto de hacer cosas tales que ustedes no las cree­

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rían si alguien se las contara E sc r ib e .... Lo que te voy a m o stra r.... ¡Aún no ha llegado el m om ento de que esta visión se cum pla, pero no dejará de cumplirse! T u espera, aunque parezca tardar, pero

llegará en el momento preciso” . Un par de días después de esa conversación tele­ fónica, nos reunim os para iniciar la liberación de Sandy. Cuando com enzam os el enfrentam iento, los dem onios estaban muy resistentes a dar la inform a­ ción que les dem andaba, pero poco a poco, sus asi­ deros em ergieron. —¿Cuál es tu nombre real? — le pregunté al dem onio. — Sordoloquith. — ¿Cóm o entraste? — En el hospital del condado. Un grupo de psi­ quiatras y enferm eras que pertenecen a una secta sa­ tánica la dedicaron a Satanás. Ella acababa de ser revivida de su intento de su icidio. La llevaron al só ­ tano del hospital a m edianoche, el lunes y el martes 16 y 17 de octubre de 1975. Sacrificaron un cerdo, un perro y un gato y regaron su sangre sobre ella. Los anim ales fueron m uertos en su presencia. Ella estaba sem iconciente. Sus ojos no estaban abiertos todo el tiem po, pero a ratos se despavilaba. La un­ gieron con orina en las m anos y la frente. Presioné a los dem onios a darme más información — ¡Sigan hablando! —ordené. — Había un cadáver. El que fungía com o sum o sa­ cerdote esa noche, su psiquiatra, le sacó los ojos al cadáver y se los com ió. Había una serpiente, una cas­ cabel, que estaba en una jaula. Le dieron a com er carne humana del cadáver, com o sím bolo de vida humana que se le ofrecía a Satanás. Tam bién le dieron carne anim al.

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A dem ás había una culebra pequeña no v en en o sa . La pusieron sobre el cuerpo desnudo de Sandy. Se enrolló alrededor de su cu ello, m uñecas y tobillos. L uego se d eslizó por todo su cuerpo. E so era para som eterla y atem orizarla. Para entregarla a Satanás y a nosotros. La ofrecieron com o alta sacerdotiza de Satanás. — ¿N o requiere e so una entrega voluntaria? — interrumpí. —Se supone que ello s tenían que conseguirla —respondió el dem onio. Su psiquiatra lo intentó m uchas veces. Trató de hacer que negara que creía en D io s, pero ella se negaba a decirlo en v o z alta. La drogó y la hipnotizó, trató de quebrantar su v o ­ luntad, pero ella no lo hizo. —Sin em bargo, está marcada. Tiene el sím bolo de Satanás en la palma de su m ano izquierda, una estrella roja de cin co puntas dentro de un círculo negro. N o se puede ver a sim ple vista, pero se hace visible cuando com ienzan a pronunciarse las palabras de una m isa negra. Se la hicieron con sangre. Los tres que la estábam os m inistrando colocam os nuestras palmas sobre la palma izquierda de Sandy y quebram os el poder de la marca satánica. La lim ­ piam os por m edio del poder de la sangre del C orde­ ro de D ios. Sensaciones horribles recorrieron el cuer­ po de Sandy m ientras lo hacíam os. Le preguntam os al dem onio si la marca había sido borrada y renuen­ tem ente confirm ó que sí. — Bajo hipnosis la programaron para olvidar todo lo que había pasado en esas noches —inform ó Sordoloquith. En ese m om ento Sandy v o lv ió a ser ella m ism a. Tenía m iedo de continuar. Puedo sentir lo s d em o­ nios dentro de mí. Están por todo mi cuerpo —gritó.

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Tengo m iedo d e que m e tom en por com pleto y que no pueda controlarm e. Q uieren pegarte, Rita. T e odian. — N o te preocupes por eso — la calm é. N o m e pueden hacer daño. N o importa lo que intenten ha­ cerm e; no lo lograrán. Estoy bajo la protección de D ios. — Pero tengo m iedo. N o sé si están diciendo la ver­ dad o no. C reo que sí, pero no estoy segura. —Está bien Sandy. Déjanos el discernimiento a no­ sotros —le dije. Tu m ente está dem asiado confusa para discernir. D iles que tienen tu perm iso para ma­ nifestarse. N ecesitam os conseguir toda la inform a­ ción para poder deshacer el daño que te hicieron. G eorge W einand, uno de los m isioneros presen­ tes, oró por ella . Le pidió a D io s que le asegurara que El la protegía. Entonces Gay le, su esp osa, dijo: —Sandy, ¿entiendes que lo que estás haciendo es exponiendo a una jerarquía tremenda en el ejército satánico? La única manera en que podrem os hacerlo es si perm ites que se m anifiesten y digan todo. N o te pueden dañar. T ien es que dar la lucha y recuerda que D io s nos dice: “ Si tienes que pasar por el agua, yo estaré contigo, si tienes que cruzar ríos, no te aho­ garás, si tienes que pasar por el fuego, no te quem a­ rás, las llam as no arderán en tí. P ues y o soy tu S e­ ñor, tu salvad or” . (V eáse Isaías 4 3 :2 -3 ). Estamos aquí contigo. N o te vam os a dejar despro­ tegida. Sandy, la carretera de la liberación de mucha gente pasa por tu corazón. N osotros som os los puen­ tes. H em os puesto nuestras vidas sobre esas aguas tem pestuosas para que tú puedas atravesarlas. T e va­ m os a ayudar, no importa cuánto tiem po nos lle v e . — Está bien —dijo Sandy. Lo haré. Ordeno a los dem onios que hablen. Sé que están tratando de que

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y o piense que toda esa inform ación es producto de m i propio inconsciente, pero no es cierto. —M uy bien, Sordoloquith. Habla, en el nombre de Jesús. ¡Ahora! ¿Qué más necesitam os saber para quebrantar tu poder? ¿Cuál fue el contenido de ese mensaje de dedicación a Satanás? — le dem andé. —Cada parte de su cuerpo fue entregado a Sata­ nás. Ella iba a ser utilizada para la destrucción. —Fue som etida a actos sexuales con todos los hu­ manos presentes, hombres y mujeres. También cier­ tos m iem bros del cadáver frieron utilizados para ac­ tos sexuales. — Ella iba a hacer lo m ism o que ello s. Iba a traer gente a Satanás. Seducir cuando la seducción fuera necesaria. Provocar dolor bajo una máscara de bon­ dad. Ella iba a hacerlos creer que lo que hacía era por bondad, cuando en realidad, iría con otra inten­ ción. Sería utilizada para asesinar, cuando de eso se tratara, al igual que ello s. Un instrumento de guerra y od io. P uede que te rías de e so , pero es cierto. Quizás no a gran escala, pero da lo m ism o que sea a escala pequeña o grande. Iba a com eter toda cosa con ceb ible s i . . . . si se som etía. El dem onio se quedó en silen cio . — ¡Sigue hablando! —le ordené. — ¡Quiero matarte! —gruñó el dem onio. — Lástim a que no puedes, ¿verdad? ¡Continúa hablando! — Si ella consiente hacerlo, si podrem os —Sandy no va a dar su perm iso. Está bajo el control de D ios por su propia voluntad. Tú sabes eso. Esa ha sido una decisión consciente en ella y tú no la puedes revocar. — Pero podem os intentarlo —dijo el dem onio burlándose.

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—Al igual que intentaron quitarle el trono a D io s, pero e so tam poco lo lograron. El tiene m ayor poder que u sted es... Lo que le hicieron a Sandy, ¿se lo ha­ cen también a otros pacientes? —pregunté. —Sí. Los m édicos y las enferm eras tienen acceso a los cadáveres y a los pacientes, ¿verdad?. N o pudim os obtener más inform ación del dem o­ nio esa mañana, pero después de ese día sí. Sandy ha mostrado una mejoría innegable durante los tres m eses en que hem os estado tratándola y continuare­ m os trabajando con ella hasta que se com plete su liberación. El m ensaje de fondo que se deriva de este caso es que Satanás ha logrado infiltrar el personal de un hospital psiquiátrico. A sí com o lo hizo en este lu­ gar, puede hacerlo también en otros. D io s está preguntando: — ¿N o hay hijos e hijas m ías dispuestos a servir de instrum entos de mi poder? A sí com o estos pro­ fesionales psiquiátricos se han prestado para servir a Satanás, ¿existen tam bién personas que se ofrez­ can para hacer mi trabajo en el m ism o campo? Satanás tiene que ser expuesto, desenm ascarado. D io s necesita guerreros cristianos. El Señor está preguntando: — ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Hay alguien dispuesto a contestar com o Isaías: — H ém e aquí, envíam e a mí?

1.- PERSONALIDAD MULTIPLE: Trastorno psiconeurótico en que el Individuo presenta dos o más estructuras diferentes de personalidad.

14 Psicología y demonios A m uchos les puede extrañar el título de este ca­ pítulo. “ ¿Qué pueden tener en com ún estas dos pa­ labras, si más bien son conceptos opuestos?" se pre­ guntarán. Pero para m í el tem a e s válido. En la ép oca m edieval, m uchos trastornos em o ­ cion ales fueron diagnosticados erróneam ente com o p osesión dem oníaca. A la persona que presentaba los síntom as anorm ales se le som etía a toda clase de crueldades en el convencim iento de que al maltratar el cuerpo d el enferm o, los dem on ios que estaban en ella se m olestarían y se irían. El desarrollo de la ciencia de la conducta humana hizo posible dar un trato más racional y más huma­ no a ciertos casos. Sin em bargo, considero que los cien tíficos com etieron un grave error al elim inar del todo el diagnóstico de dem onización. A lgunos psicólogos cristianos hem os redescubierto el diagnóstico de la d em onización. Personalm ente he investigado cientos de casos en donde la p sico­ lo g ía 1 falló en su intento de curar un trastorno, mientras el tratamiento espiritual tuvo éxito en e li­ minar la conducta problem ática. Esta investigación nos ha dado pruebas de que algunas patologías son causadas por espíritus m alignos. La B iblia es clara en su descripción de casos de dem onización. Habla de estos fenóm enos com o al­ us

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go diferente de estar enferm o o lunático. En M ateo 4 :24 . por ejem plo, dice: “ y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enferm e­ dades y torm entos, los endem oniados, lunáticos y paralíticos; y los sa n ó .” M uchos psicólogos han querido convercerse de que los casos m encionados en la Biblia se refieren, en realidad, a enferm edades p sicológicas que por falta de conocim iento científico no podían com prenderse correctam ente. Pero y o no acepto esa postura. Creo que los autores bíblicos sabían exactamente de lo que estaban hablando. L os acontecim ientos y las conductas extrañas re­ latadas en la Biblia, continúan dándose hoy día. Las personas afectadas acuden primero a los p sicó logos pero cuando estos fracasan en su intento de ayudarlas a volver a la norm alidad, acuden desesperadas a las iglesias donde aun se practica el enfrentam iento es­ piritual. que por cierto, son escasas. Estoy convencida de que m ás p sicólogos deberían estar investigando este fenóm eno ya que es bastante frecuente y tiene gran relación con su trabajo. Si lo hicieran, y pudieran observar lo que ocurre en las sesion es de liberación o ‘‘ex o rcism o s,” com o se les con o ce, se sorprenderían de ver ¡os cam bios dramá­ ticos en la personalidad de los sujetos, escucharían a los dem onios hablando de sí m ism os co m o espíri­ tus destructivos y vociferando su odio hacía D ios. Verían también la fuerza sobrenatural que adquieren los sujetos cuando el dem onio se m anifiesta en e llo s y serían testigos del m om ento de su salida, el ins­ tante en que la persona queda totalm ente libre de su influencia, volviendo a la normalidad, estado que per­ m anece después de la sesión.

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Son acontecim ientos impresionantes y, para el que no está preparado para presenciarlos, aterradores. Las cosas que suceden son insólitas, com pletam en­ te inexplicables desde cualquier punto de vista cien ­ tífico o racional. Basta estar presente en varias se­ siones de estas para convencerse de que algo sobre­ natural sucede en ellas. Pero lo m ás im pactante es el hecho de que no ha­ ce falta ninguna técnica d ifícil para lograr su cura­ ció n , ni ninguna cam isa de fuerza para inm ovili­ zarlos. U nicam ente se ordena al espíritu salir, y é s ­ te, con mucha rabia y a regañadientes, abandona la mente o el cuerpo de la persona, dejándola totalmente sana en el área afectada. E s la autoridad que hay en ese mandato pronunciado en el nombre de Jesús la que logra la curación. E s fundamental reconocer la existencia de los d e ­ m onios puesto que só lo si se com prende su manera de trabajar en la persona y se aprende a confrontarlos, se podrá ayudar a la persona influida por ellos. Los espíritus inm undos no han desaparecido de la faz de la tierra sólo por que la psicología decidió d es­ terrar la palabra “ d em on io” de su jerga científica. Siguen realizando su labor destructiva, sólo que con inás libertad que antes, porque casi nadie sabe iden­ tificarlos y m ucho m enos enfrentarlos. Ahora que los hem os vuelto a descubrir, podem os com enzar a desarrollar una m ejor m etodología para sacarlos, ya que ésta se quedó rezagada en la época m edieval. Ahora se hace p o sib le retomarla y avan­ zarla.

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¿Qué son los demonios? Son espíritus m alos dedicados a destruir a los se­ res humanos apartándolos de su Creador. N o poseen cuerpos físic o s, pero sí tienen personalidades muy definidas. Pueden entrar en la m ente o el cuerpo de una persona y producirle trastornos en su conducta o su cuerpo. Los teólogos consideran que Isaías 14:12-17 y Ezequiel 2 8 :1 1 -1 9 se refieren a la historia de la caída del diablo. Satanás, el diablo, quien es el líder de todos los espíritus inm undos, fue en un tiem po ar­ cángel de D io s, probablem ente el más poderoso a su servicio. Pero se llen ó de orgullo y del deseo de ser igual a D io s. R echazó su sum isión a D io s y pre­ tendió usurpar el lugar de su Creador. Este es el m ism o pecado que com ete el hombre que se adhiere ai hum anism o, no querer reconocer que la raza humana fue creada por D io s y no puede vivir sin El. El humanismo pretendió darle al hombre el lugar de D io s. N o ha querido darse cuenta de que algo que ha sido creado no puede existir aparte de su Creador. Cuando Satanás se rebeló contra D io s, un grupo de ángeles lo sigu ió. Puesto que ya no estaban d is­ puestos a reconocer el predom inio de D io s, El los echó del cielo a la tierra. Por esto dijo Jesús: “ Y o vi que Satanás caía del cielo com o un rayo” (Lucas 10:18). A quí vinieron a tratar de establecer su reino. La Biblia habla de Satanás com o “ el dios de este sig lo ” (2 C orintios 4:4 ). Es a este ejército de ángeles caídos que se refiere el pasaje de E fesios 6 : 1 1-12: ‘ ‘V estio s de toda la ar­ madura de D io s, para que podáis estar firm es contra las asechanzas del diablo. Porque no tenem os lucha

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contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este sig lo , contra huestes espirituales de maldad en las regiones c e le ste s.”

¿C óm o en tran los d em onios? E xisten varias vías por las que alguien puede caer bajo influencia o p osesión dem oníaca;

1. Experiencias traumáticas. Ejem plos: ser vícti­ ma de una violación sexual o un accidente se ­ rio, ser mordido por un perro, un internamiento en un hospital, abandono o maltrato en la n iñ e z . 2 . P e c a d o . Ejem plos: adulterio, robo, mentira, aborto provocado, idolatría (rehusar darle a D ios el prim er lugar en su vida), resentim iento. 3 . Maldiciones. Se puede m aldecir a alguien por m edio de la brujería o de magia negra, pero tam­ bién puede ser algo tan sen cillo com o: “ ¡M al­ dito se a s!” , “ Ojalá te rompieras una pierna” o “ nunca vas a servir para nada porque eres un inú til.” * Los padres programan constantem en­ te a sus hijos con estos “ gu ion es de vida” ne­ gativos, sin percatarse del poder p sico lógico y espiritual que tienen sus palabras. 4 . H eren cia . En Exodo 2 0 :5 , D ios dice que casti­ ga la maldad de los padres que lo odian en sus hijos, nietos y biznietos. Los hijos pagan por los errores y pecados de sus padres. Si un padre e s­ tá bajo la influencia dem oníaca, sus hijos lo e s­ tarán también. Un hom bre atado por un espíritu de tem or, le heredará su tem or a uno o varios de sus hijos. S í una mujer pactó con Satanás por­

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que era estéril y quería tener h ijo s, sus d escen­ dientes heredarán el cobro de e se pacto. Aun el haber sido concebido fuera de m atrim onio (fru­ to de fornicación) podría ser una puerta de entra­ da para dem onios. 5. Involucramiento en ocultismo. Si una persona o un allegado a él participa en prácticas o cu ltis­ tas, e s probable que esté influido por dem onios, aun cuando este involucram iento haya sido por ignorancia o en forma de ju eg o , com o la ouija. Los dem onios aprovechan todos los canales a d isp osición. 6. Contaminación de los cinco sentidos. Ejemplos: drogas, pornografía, películas de terror, m ú si­ c a rock satánica, etc.

N o ten erle m iedo Las enseñanzas bíblicas sobre el estar alerta a los ataques de los dem onios han causado tem or en m uchas personas, pero esta reacción es un error pa­ ra los cristianos. Jesús le dijo a sus seguidores en Lucas 10:19-20: “ H e aquí o s doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, (sím bolos satánicos) y sobre toda fuerza del en em ig o , y nada o s dañará. Pero no os regocijéis d e que los espíritus se o s sujetan, sino regocijaos de que vuestros nom bres están escritos en los c ie lo s .” Tam bién les dijo Jesús: “ El que en m í cree, las obras que y o hago, él las hará también; y aun m a­ yores hará” (Juan 14:12). En pasajes co m o M ateo 8:28-33; 9:32 -3 3 ; 1 5 :2 2 -2 8 y 17:15-21, leem os que Jesús se enfrentó con éxito a los d em on ios, obligán­ dolos a salir de las personas a las que poseían. Esto sign ifica que todo el que cree en Jesús com o hijo de D io s tiene poder para hacer lo m ism o. Por lo tanto,

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el cristiano no tiene nada que tem er del diablo. Tiene poder para enfrentarlo y hacerlo huir. Por eso es que Pedro recom ienda (1 Pedro 5:8-9): “ Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, com o león rugiente, anda alrededor buscando a quien d e­ vorar; al cual resistid firm es en la f e . ” Y Santiago indica algo parecido (Santiago 4:7): “ S om eteos, pues, a D ios; resistid al diablo, y huirá de v o sotros.”

S ín to m a s de ataq u e d em on íaco. Entre los casos m encionados en la Biblia vem os una serie de síntom as. En M arcos 5 :1 -2 0 se m en­ ciona el caso de un hom bre que los p sicó lo g o s diag­ nosticarían com o p sicótico. V ivía aislado entre las tumbas y atacaba ferozmente a todo el que osara pasar por ahí. Habían intentado atarlo con cadenas, pero su fuerza física era tal que hacía pedazos las cade­ nas. D e día y de noche se escuchaban sus gritos por los cerros. A dem ás se golpeaba a sí m ism o con piedras. Esta e s , obviam ente, la descripción de una persona fuera de sí, alguien que ha perdido el con­ tacto con la realidad. Por esto diríam os que estaba psicótico. Jesús ordenó a los dem onios salir de e se hom bre. Les dió perm iso de m eterse en un hato de cerdos y así lo hicieron. Los dos mil cerdos se echaron a correr pendiente abajo y se ahogaron en el lago. A l m o ­ m ento, el hom bre quedó en su sano ju icio. M uchas personas se han preguntado por qué J e­ sú s perm itió a los dem onios m eterse en los cerdos. Y o creo que fue com o evidencia para los que pre­ senciaron el acontecim iento de que algo destructivo había salido de ese hombre y había entrado en el hato de cerdos. N o se puede argumentar que los cerdos se sugestionaron y tuvieron una reacción histérica.

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Los cerdos no son seres humanos. Ellos no com pren­ dían lo que sucedía. Sin em bargo, algo tan malo entrd en ellos que los llev ó a la m uerte y esto m ism o hu­ biera sucedido eventualm ente con ese hom bre de no ser por lo que Jesús hizo por él. Para m í esto fue una prueba de la existencia de espíritus inm undos. Hay otros síntom as que se m encionan en diversos relatos. En M ateo 9 :3 2 -3 4 leem os sobre un espíritu m udo, al salir de la persona, ésta pudo hablar. M a­ teo 12:22 menciona a un espíritu que causaba ceguera y m udez. En M arcos 9 :1 4 -2 9 hay espíritus que causan un tipo de epilepsia, sordera, m udez y co n ­ ductas autodestructivas en un jo v en . El m uchacho tendía a caer en lugares peligrosos com o el agua y el fuego. En Lucas 13:10-16 se habla de un espíritu de enferm edad que hacía que la mujer afectada e s ­ tuviera encorvada. En H echos 16:16-18 se hace m en­ ción de una mujer controlada por un espíritu de adivinación. A continuación hay una lista de los espíritus que personalm ente he visto manifestarse en diversas per­ sonas. Los nom bres con los cuales se identificaron son indicativos del tipo de trastorno que provoca­ ban a la persona:

Abandono A divinación A gresividad A islam iento A ngustia Ansiedad A utodesprecio A varicia

B loqueo Brujería Burla C ansancio C elo s C odicia C ondenación C onfusión

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Culpa D ebilidad D epresión D errotism o Desam paro D esánim o D e se o de huir D estrucción D olor Duda E goísm o Engaño E scapism o Gula H echicería H om icidio H om osexualism o Idolatría Im paciencia Improsperidad Incredulidad Indignidad Inquietud Inseguridad Insom nio Ira Irritación

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Lascivia Legión Locura Lujuria M aldición Mentira Muerte N ervios Odio O presión O rgullo Pereza Rebeldía Rechazo R esentim iento R esistencia Robo Ruina Sexo Soberbia Soledad Suicidio Tem or Torm ento T risteza V icio V iolencia

C om o puede observarse, m uchos de estos nombres tienen gran relación con la p sicología. Si lo s dem o­ nios pueden provocar nerviosism o, inseguridad, an­ siedad, depresión, derrotism o, locura, e tc ., ¿cóm o no va a haber una relación estrecha entre la teología y la psicología? ¿A qué clase de profesional lleva-

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rían un hom bre com o el endem oniado que vivía en las tumbas? L ógicam ente a un psiquiatra o a un p si­ có lo g o . Pero si estos profesionales no saben nada sobre cóm o enfrentar a los d em on ios, lo van a en ­ cerrar en un hospital para “ incurables” porque no van a poder volverlo a la normalidad. Ningún d e ­ m onio se va por m edio de electrosh ock, pastillas o psicoterapia. Al que le quede alguna duda que lo intente. Se va a frustrar en sus esfuerzos porque los d em onios s ó ­ lo salen al ser enfrentados por un cristiano maduro en el nom bre de Jesús. E llos se burlan de los p sicó ­ lo g o s que no lo s enfrentan espiritualm ente. Una v ez un dem onio al cual estaba enfrentando m e dijo: “ Tu psicología no puede hacerm e nada. No te sirve en m i contra." Y o le respondí: “ N o te e s ­ toy enfrentando com o p sicóloga sino com o hija de D io s .” Contra eso no tuvo más argumentos, así que, se fue.

¿Q u é áreas pueden afectar los dem onios? 1. 2. 3. 4.

La m ente. Las em ocio n es. El cuerpo. La vida espiritual: O ración, lectura bíblica, ala­ banza, etc. 5 . El ambiente: la casa o el lugar de trabajo. Entre algunos de los acontecim ientos que se han ob­ servado en el am biente de personas endem o­ niadas están: bom billos que se revientan sin nin­ guna razón, objetos que se m ueven del lugar en dónde estaban, puertas y ventanas que se abren y cierran de repente y sin exp licación racional,

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som bras extrañas, piedras que caen dentro del ed ificio sin que tengan por donde entrar, pasos sin que haya nadie en el ed ificio , m uebles que se m ueven de su lugar, olores extraños, tem pe­ ratura anormalmente baja en el cuarto de la per­ sona, aparición de anim ales en lugares donde no tienen por donde entrar, v o ces extrañas, etc.

¿C óm o se detecta a un dem onio? E xisten varios factores que ayudan a identificarlo: 1. O bservación directa de la persona afectada. 2. L o que cuenta la persona m ism a o las personas que la conocen. 3. A contecim ientos sobrenaturales. Por ejem plo, cuando la persona entra al cuarto y los cuadros de las paredes se m ueven , se oyen ruidos extra­ ños en la casa, la cam a se le m ueve sola en la n och e, etc. 4 . Por el don de discernim iento de espíritus.

D iscern im ien to de esp íritu s. E ste don espiritual sé m enciona en 1 Corintios 12:10. Esta es una capacidad que D io s da a ciertas personas para que puedan saber si hay o no d em o­ nios en una persona, y si lo s hay, la clase de d em o­ nios que son o sus nombres. Esta información le llega a la m ente de la persona por revelación directa del Espíritu Santo. M e parece que Jesús demostró el fun­ cionam iento de este don en el caso relatado en M ar­ co s 9 :1 4 -2 9 . El padre del m uchacho le contó a Je­ sús sobre los ataques epilépticos que le daban a su h ijo , pero cuando Jesús enfrentó al dem on io, se di­ rigió a él diciendo: “ Espíritu mudo y sordo, y o te

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m ando, sal de él, y no entres m ás en é l . ” El relato no indica que alguien le dijo a Jesús que el muchacho era sordom udo. Jesús lo supo ya sea por observa­ ción directa o por discernim iento.

¿Q u ién p u ede ech ar un dem onio? H ago hincapié en que tiene que ser un cristiano el que los enfrente en el nombre de Jesús, porque “ Jesú s” no es una palabra m ágica que los haga sa­ lir. Los dem onios saben muy bien quién tiene la auto­ ridad para usar ese nom bre y quién no. Basta recordar la historia de los judíos exorcistas que intentaron echar a un dem onio en el nom bre de Jesús, “ el que predica P ab lo,” sin ser ellos seguido­ res de Jesús (H echos 19:13-16). El espíritu m aligno les contestó: “ A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero v o sotros, ¿quiénes sois? Y el hom bre en quien estaba el espíritu m alo, saltando sobre ello s y d om i­ nándolos, pudo más que e llo s, de tal manera que hu­ yeron de aquella casa desnudos y h erid o s.” Tam bién es importante recalcar que el enfrenta­ m iento debe hacerlo un cristiano m aduro. En a lgu ­ nas iglesia s enseñan que cualquier cristiano puede hacerlo. Teóricam ente esto es cierto. Pero, desafor­ tunadamente he visto algunos casos en donde los de­ m onios se pasaron a una persona presente en la se ­ sión de liberación, que era cristiana, pero que no tenía la firm eza espiritual requerida para gozar de una c o ­ bertura plena del Señor. Han sido casos m uy tristes ya que la intención de estas personas era buena al querer apoyar la libera­ ción . Sin em bargo, su buena intención no los prote­ gió de salir dañadas. Por esto es que yo m e opongo a que la liberación la hagan cristianos inexpertos.

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¿C óm o se en fren ta a un dem on io? Cada caso que se m aneje tiene sus variantes, pero a continuación se detallan los pasos básicos de una sesión de liberación: 1 . Oración inicial pidiendo la protección de D ios sobre todas las personas presentes, sus familiares y posesiones, también pidiendo la unción de D ios para la liberación. 2 . Tom ar autoridad en el nom bre de Jesús y atar a las fuerzas dem oníacas. 3. Quebrantar toda resistencia a la m anifestación, en el nombre de Jesús y ordenar al dem onio que se m an ifieste, en otras palabras, que salga de su escondite y tom e control de la persona ministra­ da, para responder a las preguntas que se le van a hacer. Es importante atarlo a la verdad para que no dé inform ación falsa. 4. Ordenar al dem onio que dé su nom bre. Jesús hizo esto en el caso citado en M arcos 5:1 -2 0 . E l dem onio le respondió “ L egión , porque so ­ m os m u ch os.” Teniendo su nombre se tiene ma­ yor poder sobre él y así se puede saber el área afectada para lu ego confirm ar si esa área real­ mente quedó libre. 5. Ordenar al espíritu inmundo que indique sus asi­ deros para rom perlos en e l nom bre de Jesús. 6 . Orar para que D io s dé sanidad interior de las mem orias d ifíciles, especialm ente aquellas m en­ cionadas por los dem onios com o asideros suyos. 7. Cortar toda herencia espiritual negativa de par­ te de am bos padres y sus antecesores. 8. D estruir el poder de toda brujería, m aldición o pacto satánico, en el nom bre de Jesús.

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9. Ordenar al dem onio que devuelva el control a la persona ministrada, o sea, quitar la m an ifes­ tación cuando, por inform ación que sale a la luz en el transcurso de la liberación, se haga n ece­ sario que la persona m ism a tome una acción. Por ejem p lo, confesar un pecado o perdonar a alguien. 10. Orar para que D io s libere a la persona. 11. Alabar a D io s, cantar cánticos espirituales. 12. Leer pasajes bíblicos que enfaticen que el cris­ tiano tiene poder para echar dem onios, la v icto ­ ria de Cristo sobre Satanás, salm os pidiendo la destrucción de los en em igos y sobre tem as alu­ siv o s al tipo de dem onio. Ejemplo: si es un de­ m onio de nervios, leer pasajes sobre la paz; si e s de v ic io , pasajes sobre el dom inio propio y cuidar el cuerpo que es templo del Espíritu Santo. 13. Orar y reprender en lenguas, especialm ente si el dem onio está hablando en lenguas satánicas. 14. Im poner las m anos sobre la persona end em o­ niada, si D io s lo indica, para que estas sirvan de canal del poder de D ios contra los dem onios. M uchos gritan: “ M e estás q uem and o,” lo cual indica que el poder de D io s está fluyendo. 15. Pedirle a D io s que: a. b. c.

R evele cualquier inform ación que sea necesaria para com pletar la liberación. Rompa la represión de recuerdos olvidados que estén dañando a la persona. Rompa cualquier bloqueo que los dem onios e s ­ tén realizando para evitar que la liberación se term ine.

16. Ordenar al dem onio que salga de la persona. En­ viarlo al abism o o a Jesús.

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17. Pedir al Espíritu Santo que tom e control de las áreas que están quedando libres con la salida del dem onio. 18. Continuar el proceso hasta que todos lo s dem o­ nios sean expulsados. En algunos casos esto puede lograrse en una sola sesión , pero en otras puede llevarse m uchas sesiones. 19. Dar seguim iento para asegurarse de que la per­ sona madure psicológica y espiritualmente, a fin d e im pedir que los dem onios encuentren áreas d ébiles que les permitan regresar.

¿ C óm o es la m an ifestación d em oníaca? A v eces el dem onio hace su aparición sin que na­ die lo provoque. Es muy corriente que esto suceda durante alguna reunión religiosa, donde está presente el poder de D io s o ante la presencia de alguna per­ sona m uy llena de D io s. Esto e s lo que sucedió con el endem oniado gadareno quien vió a Jesús y com en ­ z ó a gritarle. Los dem onios que estaban en él no so ­ portaron el poder espiritual que había en Jesús y c o ­ m enzaron a rogarle que los dejara en paz. Otras v eces los dem onios no se m anifiestan s o lo s . E s necesario enfrentarlos verbalm ente para que se m anifiesten. Al hablar de que se “ m anifiestan” quiero decir que salen de su escondite dentro de la persona, toman control de ella com pleta o parcial­ m ente y le causan alguna conducta visible en su cuer­ po o hablan a través de la boca de la persona, ya sea utilizando la m ism a v o z de ella o una diferente. L os ruidos que em iten pueden sonar incluso com o ruidos de animal. Puede suceder también que hablen en un idiom a d escon ocid o para el endem oniado.

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Entre las conductas observables que producen en la persona están las siguientes: 1. 2. 3. 4.

C on vulsion es. T em blor en el cuerpo. Presión en la cabeza o el pecho. Sensación de banda elástica alrededor de la c a ­ beza u otra parte del cuerpo. 5. Tem blor en los párpados (R .E .M .). 6 . Sensación de frío o escalofríos. 7. D olor. 8. Llanto. 9. M ied o. 10. G ritos. 11. R uidos extraños. 12. G em idos. 13. B lasfem ias, m aldiciones contra D io s o el que lo está enfrentando. 14. Risa incontrolable. 15. Carcajadas burlonas. 16. Ira, rabia. 17. A m enazas, insultos. 18. G anas de destruir. 19. Súplicas de no echarlo. 2 0 . Pedir perm iso para m eterse en otra persona. 21. D esa so sieg o . 22 . A ngustia, ansiedad. 23. D esesperación. 2 4 . Ganas de salir corriendo. 25. N áusea. 2 6 . Lenguas extrañas. 2 7 . Hablar en idiom as reales que la persona no con oce. 2 8 . Im ágenes m entales desagradables.

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2 9 . Intentos de distraer. 30. Cantar o hablar sin parar para no escuchar lo que dice el que lo está enfrentando. 31 . O frecerle tratos, poderes o riquezas al que lo está enfrentando. 3 2 . Sensacion es extrañas.

¿P erm itir o no la m a n ifestación verbal? Sobre esto hay m ucha controversia. M uchos m i­ nistros ordenan al dem onio salir sin m anifestarse, com o manera de proteger a la persona m inistrada o porque creen que todo lo que el dem onio dice es m en­ tira. A un otros lo hacen porque tienen dones de re­ velación por m edio de lo s cuales D io s les revela lo que necesitan saber y esto hace innecesario que los dem onios hablen. Y o soy de la opinión contraria. Y o ordeno la m a­ nifestación, la prefiero. H e encontrado que la m a­ nifestación tanto física com o verbal puede ayudar a la persona endem oniada a creer que realm ente son dem onios los que la atacan y que no es sim plem ente sugestión o un ataque de histeria lo que está ex p e­ rim entando. Por otro lado, la inform ación que puede dar un dem onio al hablar resulta muy valiosa para la c o m ­ prensión de datos com o: qué tipo de dem onio e s, el área de la persona que está bajo su dom inio, el m e­ dio que usó para entrar, cuáles son las puertas abier­ tas, a nivel espiritual, que la persona necesita cerrar a fin de que el dem onio no pueda regresar, los traumas in conscien tes, personas a las cuales no ha perdonado, brujerías en su contra cuyo poder hay que rom per, etc. N o es que la liberación del todo no se pueda

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realizar sin esa inform ación. A v eces sí se puede, otras v eces no. En ciertos casos el dem onio no sale hasta que se descubra su asidero y se trate con é l . Si esto sucede, lo que el dem onio diga puede servir de m ucho ya que él sabe bien cuál es su asidero, y bajo orden, se verá obligado a revelarlo. Pero aunque no siem pre es indispensable que el dem onio hable, a mi ju icio es conveniente que lo ha­ ga. H e descubierto que los datos que el dem onio aporta son valiosos para el trabajo posterior con la persona y com o material preventivo. Si la persona escuch a al dem onio decir que entró en ella por m edio de un juego de ouija, por ejem plo, estará alerta a los peligros de este ju eg o ocultista y evitará involucrarse más con él. A dem ás, podrá pre­ venir a otros para que ello s tam bién abandonen esa práctica. S encillam ente, es más conveniente para la persona oírlo del riúsmo dem onio que oírlo del que lo está m inistrando.

¿T ocar o nó al en d em on iad o? A lgun as personas creen que e s peligroso tocar a una persona endem oniada, ya sea porque el d em o ­ nio puede pasársele al que lo toca o porque puede hacerle daño. Sí alguien tiene m iedo de que el d e ­ m onio se le pase, mi recom endación es que no par­ ticipe en la liberación, porque el tem or lo hace v u l­ nerable ai dem onio. Este podría aprovechar ese te­ m or para atacarlo de alguna forma. Y o a v eces toco a la persona endem oniada y a v e ­ ces no. En muchas ocasiones he sentido la dirección de D io s de pararme y poner m is m anos sobre algu­ na parte del cuerpo de la persona endem onida. Los resultados de esta acción m e han convencido de que, efectivam en te, el im pulso venía de D ios.

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Con frecuencia, el dem onio ha com enzado a gri­ tar en el m om ento de la im posición de m anos: “ N o m e toques. M e quem a. Hay fuego en tus m anos. Quítam e las m anos de encim a. M e d u e le .” Otras v eces la persona ha com enzado a liberarse por vóm ito o eructo, justo en el m om ento en que la toqué. Para m í esto es señal de que D ios puede usar las m anos de un cristiano com o canales de su poder liberador. En muchos casos en donde la manifestación ha sido m uy violenta, he atado verbalm ente al dem onio y le he ordenado quedarse quieto, en el nom bre de Je­ sús, y esto ha sido suficiente para controlarlo. Sin em bargo, en unos pocos casos esto no ha sido e fe c ­ tivo. En circunstancias com o estas he visto al d e ­ m onio intentar hacer daño a la persona endemoniada rasguñándola con sus propias m anos, golpeando su cabeza contra el su elo, golpeando sus piernas con sus puños, haciendo que se muerda sus propios la ­ b io s, apretando lo s dientes fuertem ente y m oviendo la quijada para tratar de quebrarle los dientes, usan­ do sus manos para apretarse el cuello intentanto ahor­ carse y otras reacciones com o estas. En estos casos he tenido que sostener fuertem en­ te las m anos o la cabeza de la persona a fin de evitar que se haga daño a sí m ism a. C onsidero que no se debe permitir que el dem onio dañe físicam ente a la persona afectada. Si se hace necesario inm ovilizarla sosteniéndola entre varios, hay que hacerlo. Los únicos daños que y o he presenciado han sido: 1 . Una mujer a la cual lograron quebrarle un peda­ zo de un diente apretándole los dientes.

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2 . Otra a la que lograron reventarle unas venitas en los ojos por la presión tan alta que hubo en ellos cuando el dem onio entró en sus ojos para inten­ tar asustarm e por m edio de las miradas esc a ­ lofriantes que m e daba a través de ello s. 3. R asguños y golp es. A m í jam ás han podido hacerm e daño, p ese a la multitud de am enazas que m e han hecho. Han in­ tentado patearm e, rasguñarm e, ahorcarme y tirar­ me objetos pero en esos casos únicamente ordené con firm eza al dem onio bajar sus m anos o sus piernas y una fuerza invisib le lo obligaba a hacerlo. L o m ás que m e han podido hacer es escupirm e. En esto he podido ver claram ente la protección de D io s sobre m í y la realidad de la autoridad que D io s da a sus hijos. N o obstante, de v ez en cuando se presenta un ca­ so tan fuerte que es m ejor correr los m uebles y d e ­ jar que la persona se revuelque en el suelo hasta que el dem onio se agote. Por supuesto, esto significa que la persona tam bién quedará físicam ente exhausta y adolorida de sus m ú sculos, pero a v eces esto no puede evitarse. H ay que asegurarse de que la persona endemoniada se siente en un sillón fuerte y bien acolchado para protegerla de los g olp es o de que la silla se desp lo­ m e con el m ovim iento y se venga al suelo con d e­ m asiada violencia. Para una ocasión com o esta, re­ sulta muy conveniente trabajar en un cuarto alfom ­ brado. L os únicos casos en los que definitivam ente reco­ m iendo no im poner las m anos es en el caso d e que uno se encuentre m inistrado a una persona del sexo

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opuesto que tiene un espíritu de lascivia o de se x o , o una persona del m ism o sexo que tiene un espíritu de h om osexualism o. H e encontrado que el espíritu puede usar este contacto físico , para excitar sexualm ente a la persona m inistrada, y obviam ente, esto hay que evitarlo. L o otro que no e s recom endable, y desafortuna­ dam ente he visto a algunos pastores hacerlo, es p o ­ ner las m anos sobre zonas erógenas, en especial de personas del sexo opuesto o de un hom osexual de su m ism o sex o . Si realm ente se está convencido de que es necesario imponer las m anos sobre estas áre­ as porque el espíritu se esta agarrando de ellas, es mejor pedirle a la persona m ism a que ponga su pro­ pia m ano ahí, y si e s indispensable, poner la mano de uno sobre la m ano de la persona. En caso de que la m anifestación sea tan fuerte co m o para impedir que la persona colabore en esta forma, entonces que sea una persona del m ism o sexo el que ponga su ma­ no, nunca alguien del sex o opuesto.

¿C óm o salen lo s d em on ios? A m enudo usan una vía física para salir: vóm ito, lágrim as, sudor, tem blor en el cu erp o, resoplidos, eructos, espum a por la boca o por la nariz, gritos, carcajadas, hem orragias, orina, pujos, estornudos, to s, b o stezo s, aire por los o íd o s. Es posible que la persona afectada sienta cuando salen. D e repente d i­ ce: " Y a salió. Y o sentí cuando sa lió ." Otras veces el espíritu m ism o dice: ‘‘Y a me v o y . ’ ’ aunque en ocasion es esto puede ser un engaño para hacer creer que salió, cuando en realidad se volvió a esconder dentro de la persona. En algunos casos no hay ninguna indicación o b ­

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servable de su salida, pero lo s síntom as se quitan y ésta es la evidencia necesaria de que realm ente ha salido. H ay personas que tienen un don especial que les perm ite ver a lo s dem onios. Ellas pueden ver donde están ubicados en la persona afectada y si salen o no del endem oniado. En los casos en que no se logra que lo s dem onios se m anifiesten, es muy útil tener presente a alguien con este don o con un don de re­ velación a través del cual D ios puede mostrar qué es lo que está en la persona y si salió o no.

L len ar la ca sa . U n a v ez que el espíritu m alo haya salido, hay que pedirle a D io s que llene el espacio que queda vacío e n la persona, con su Espíritu Santo, a fin de que lo s d em onios n o puedan regresar. La B iblia d ice en Lucas 11:24-26: Cuando el e s ­ píritu inmundo sale de! hom bre, anda por lugares se ­ c o s , buscando reposo; y no hallándolo, dice: V o l­ veré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y tom a otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y e l postrer estado de aquel hom bre vien e a ser peor que el p rim ero.” Esto es precisam ente lo que hay que evitar. Por esto es indispensable que la persona se dedique a ere* cer espiritualm ente y se llen e de D io s todo lo que pueda. En esta form a, si el espíritu trata de volver, encontrará que la casa no está vacía, sino llena de la presencia de D ios.

O b stácu los para la lib eración . L o s dem onios, generalm ente tienen asideros. Un asidero es algo en la persona que perm ite al d em o­

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nio tener control sobre alguna área de su vida: un pecado no con fesad o, falta de perdón hacía alguien, un trauma p sico ló g ico o una brujería en su contra. T odos los asideros deben ser tratados para poder quebrantar el dom inio de lo s dem onios. Si no se ha­ c e , cuando se le ordene al dem onio salir, va a rehu­ sar obedecer o se irá, pero luego regresará. El pecado tiene que confesarse a D io s para que E l lo perdone. Los traumas em ocionales deben sa­ narse por m edio del poder de D ios. Se hace una ora­ ció n pidiéndole la sanidad interior de aquella perso­ na. A v eces hace falta psicoterapia o consejería pa­ ra que la persona tom e conciencia del origen de sus problemas. En otras ocasiones, D ios revela las raíces en la oración y las sana directam ente. E l resentim iento y la falta de perdón tienen que enfrentarse. S i la persona no perdona, D ios no la puede perdonar a ella y tam poco la puede sanar o liberar. U na v ez estaba m inistrando liberación a un hom ­ bre. Cuando le dije al dem onio que se fuera me co n ­ testó: “ Y o no tengo que irm e porque él no ha per­ donado a fulano de tal por cierta cosa que le h iz o .” Desafortunadam ente tenía razón. Por esto le or­ dené que le devolviera el control al hom bre y a sí lo h izo. L e pregunté si era cierto lo que había dicho el d em onio y m e respondió que sí. Lo ayudé a per­ donar a esa persona y luego volví a ordenar la mani­ festación. El dem onio surgió y m e dijo: “ ¡M e jugaste su c io !” . “ T ien es que irte, ¿verdad?” —le pregunté. “ S í” —m e dijo. “ E ntonces vete y a ” , —le ordené. Y el dem onio

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se fue sin poner resistencia alguna. ¿Por qué? P or­ que su asidero había sido roto.

O cu ltism o . Las hechicerías tienen que rom perse en el nombre de Jesús. A m enudo la persona no está consciente de que le han hecho brujería, pero los dem onios sí pueden indicar quién los en vió a hacerle daño a esa persona y qué tipo de brujería utilizó para h acerlo. Si los d em onios no dan esa inform ación, D io s la da por revelación. Aun cuando los dem onios hablen, es bueno contar con el don de revelación para poder confirm ar los datos aportados por lo s espíritus inm undos. Las personas que se involucraron en ocultism o d e­ ben renunciar a esas prácticas. Pero eso no e s su fi­ ciente. El renunciar y confesar ese pecado m uchas veces no resuelve la dem onización. Se necesita enfrentar a los espíritus que entraron, por esas prác­ ticas y echarlos en el nom bre de Jesús. A veces no fueron las personas m ism as las que practicaron cosas ocultas sino sus parientes o am is­ tades. En ocasion es estos allegados han hecho c o ­ sas para “ ayudarla” a su manera: para conseguir un n o v io , para que el esp o so deje el licor, para que en ­ cuentre trabajo, para curarse o liberarse. T odo esto tiene que ser roto en el nom bre de Jesús. M uchas personas acuden a los hechiceros porque se dan cuenta de que tienen ataduras espirituales. Cre­ en que los h echiceros pueden deshacerles las h ech i­ cerías que otros le han hecho. Pero esto es falso. Lo único que logran con esto e s quedar m ás en ­ dem oniados que antes. Posiblem ente se curen o logren lo que querían, pero el diablo cobra e se “ fa­

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v o r” por otro lado sin que la persona tom e concien­ cia de ello. La Biblia e s clara en cuanto a eso . En D euteronom io 18:9-15 D io s le advierte a su pueblo que no se involucre en las prácticas ocultistas de los paganos: “ Cuando entres a la tierra que Jehová tu D ios te da, no aprenderás a hacer según las abom inaciones de aquellas naciones. N o sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien prac­ tique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni h ech i­ cero, ni encantador, ni adivino, ni m ago, ni quien consulte a los m uertos. Porque es abom inación pa­ ra con Jehová cualquiera que hace estas co sas, y por estas abom inaciones Jehová tu D io s echa estas na­ ciones de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu D io s. Porque estas naciones que vas a here­ dar, a agoreros y a adivinos oyen; m as a ti no te ha perm itido esto Jehová tu D io s. Profeta de en m edio de ti, de tus herm anos, com o y o , te levantará Jeho­ vá tu D ios; a él o ir é is .” En Lucas 11:14-23 vem os que Jesús dice que es im posible echar a un espíritu malo por m edio de otro espíritu malo. Eso es un engaño. Desafortunadamen­ te, la mayoría de los hechiceros y adivinos están con­ vencid os de que e llo s trabajan con un poder bueno, de D io s. Consideran que si usan la m agia blanca, só lo para hacer el bien, eso no es pecado. Han caído en una trampa de Satanás porque D io s condena to­ d a práctica de m agia, hechicería y adivinación. To­ do e so está controlado por Satanás vestido de ángel de luz, L ucifer, para engañar a m uchas personas. La única fórmula que dio Jesús para echar d em o­ n ios es: “ a los que creen: En mi nom bre echarán fuera d e m o n io s.” (M arcos 16:17). ¿Por qué? Por­ que com o dijo Jesús: “ Cuando el hom bre fuerte ar­

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mado guarda su palacio, en paz está lo que p osee. Pero cuando viene otro m ás fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín. El que no es co n m ig o , contra m í e s, y el que conm igo no recoge, desparram a.” (Lucas

11:21-23). La persona endem oniada es la “ casa” y el “ hom ­ bre fuerte” que la defiende es el dem onio. Pero viene otro más fuerte, Jesús, y le arrebata el control de la casa. El que no usa el nom bre de Jesús, en lugar de recoger a esa persona para D io s, está em puján­ dola a perderse. Las personas que se involucran en ocultism o lo hacen porque tienen inquietudes y dones espirituales que nadie les ha enseñado a canalizar correctam en­ te. Si en sus iglesias los ayudaran a identificar sus d on es, a entenderlos y a desarrollarlos con la guía de D ios, ellos no caerían en la trampa de dejarse usar por los dem onios. La persona que ejerce las prácticas ocu ltas, está poniendo al servicio del diablo todos los dones que D ios le dió. A Satanás y los dem onios les interesa apoderarse de los dones de la gente para utilizarlos para sus propios fines. Esto lo logran interesando a las personas con dones de poder en las prácticas ocultistas. Cuando un espíritu de adivinación sale de una per­ sona, ésta no pierde el don de profecía que D ios le d ió. M ás bien, el don queda libre para funcionar co­ m o debiera, bajo el control del Espíritu Santo. Si la persona tom a con ciencia de esto, le será más fácil abandonar la práctica de la adivinación. Lo m ism o sucede con la persona que tiene don de sanidad. En lugar de curar a la gente y que sea Sata­ nás el que se lleve el crédito, podrá hacerlo para la

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gloria de D io s y sin dejar ningún efecto secundario de dem onización. El que tiene don de visión y está involucrado en ocultism o, tendrá visiones satánicas. El que tiene don de lenguas y está enredado con d em onios, hablará lenguas satánicas. El que tiene don de revelación, lo tendrá tam bién al servicio de lo s dem onios. Una v ez que la persona se libera en el nom bre de Jesús, sus dones espirituales funcionarán únicam ente bajo el control de D io s.

H eren cia esp iritu al. E xiste otro asidero por el cual la persona no es responsable: la herencia espiritual que recibió de sus antepasados. En psicología esto se hace evidente pues la fuerza del m odelaje hace que los errores que c o ­ m eten los padres, se repitan en sus hijos y dem ás generaciones hasta el m om ento en que alquien d eci­ da enfrentarse con esa herencia y vencerla. Esto significa que las generaciones actuales están pagando por la maldad de sus antepasados, por to­ do lo que ello s hicieron que estaba en contra de la voluntad de D io s. Y el único que puede remediar esto es D io s m ism o. Si la persona se allega a El y hace un nuevo pacto con D io s , pidiéndole que anule el castigo que cayó sobre ella a raíz de los pecados de sus antecesores y saque a lo s dem onios que entraron en su vida por h erencia, se romperá la ley de gen eraciones sobre ella. Por esto se debe orar cortando toda herencia e s ­ piritual negativa sobre la persona, reem plazándola por la herencia de su Padre celestial quien afirma: “ Y hago m isericordia a m illares, a los que m e aman y guardan m is m andam ientos.” E xodo 2 0:6).

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Su scep tib ilid ad psicológica a la influ en cia d em on íaca. Cuando com encé a investigar el campo dem oníaco, v isité varios lugares, tanto católicos com o evan gé­ lico s. en donde se practicaba la liberación espiritual. Noté que los que la ministraban no tomaban en cuenta para nada a la psicología. Se concentraban únicamen­ te en sacar al dem onio. Y o notaba una relación entre el tipo de dem onio que había en la persona y las características y traumas p sico ló g ico s de ésta. Incluso, v i que en ciertos m o­ m entos de la liberación, algunas personas revivían traumas de su pasado. Esto m e llam ó mucho la atención. D espués de estudiar más los acontecim ientos que se dan en una liberación espiritual, he llegado a la con clu sión de que determ inado dem onio no se mete en cualquier persona sólo porque sí, o sea, no es por casualidad que logra atacar a cierta persona. Tiene que haber un trauma subyacente o una debilidad en la persona que la haga susceptible a la influencia de ese dem onio particular. Un dem onio de h om osexualism o, por ejem plo, se m ete en alguien cuyo trasfondo familiar y desarrollo sexual lo hacen susceptible a patrones de conducta hom osexuales. N o sé si esto significa que todo ho­ m osexual está bajo influencia dem oníaca o no. T o­ dos lo s que yo he tratado lo han estado, pero no sé si esto se puede generalizar. Sin em bargo, por mi experiencia tiendo a creer que sí. El expulsar el dem onio de hom osexualism o no va a resolver todo el problem a. Esto es lo que m uchos de los que ministran liberación no han com prendido aun. E l dem onio puede v olver a esa persona si no

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se trabajan los aspectos p sico ló g ico s de su proble­ ma para com prenderlos y resolverlos. Lo inverso tam bién es cierto. El intentar operar un cam bio en la identificación sexual de un hom o­ sexual endem oniado, tam poco va a funcionar si se trata só lo con psicoterapia. A dem ás de lograr una com prensión de lo s factores p sicológicos involucra­ d os, es necesario expulsar al dem onio a fin de que la cura sea com pleta y perm anente. Lo m ism o puede decirse de alco h ó licos, hip o­ condríacos, obsesivo com pulsivos, esquizofrénicos, depresivos y gran número de personas sufriendo tras­ tornos aparentem ente p sico ló g ico s. N o obstante, esto no significa que una persona ne­ cesariam ente tenga que ser tratada por liberación es­ piritual para ser liberada de influencia dem oníaca. D e lo que he observado, D io s, en su soberanía, li­ bera a m uchas personas directam ente cuando se lo piden ello s m ism os o cuando otros interceden por ello s. C reo que D ios no siem pre libra a toda persona de cada dem onio que influye en su vida en el m om ento en que se entrega a El, ni cuando otros piden por él. M e parece que nos libra de algunos de nuestros dem onios en esta form a, pero tengo la im presión de que a otros de los espíritus que influyen en nosotros los deja ahí para que nosotros m ism os tengam os que luchar contra ello s y a sí, por experiencia personal, aprender a pelear una batalla espiritual. Esta es la m ejor manera de fortalecerse en el uso del poder de D io s , a través de lo s enfrentam ientos espirituales. D io s es el que decide cuáles de lo s dem onios nos quita de encim a sin esfuerzo de nuestra parte y cuáles nos deja enfrentar a nosotros m ism os. Sólo E l puede

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conocer a cabalidad nuestra resistencia. D e ahí la pro­ m esa de I Corintios 10:13 de que D ios no dejará que pasem os pruebas m ás duras de lo que podam os so ­ portar y que junto con la prueba nos dará también la salida.

P sico tera p ia , Sanidad In terior y L ib eración C om o ejem plo de lo anterior citaré el caso de un pastor a quién traté. El había sido un alcohólico an­ tes de entregarse a D io s, pero El lo había librado sin que tuviera que hacer ningún esfu erzo. Sin em ­ bargo, todavía tenía el problem a del fumado, y aun­ que había luchado por resolverlo, el problem a s e ­ guía ahí. El m ism o era un consejero con años de experien­ cia, pero no había pod id o ayudarse a sí m ism o a d e­ jar de fumar. E sto, por supuesto, dañaba m ucho su im agen com o pastor y su im agen de sí m ism o. Se veía obligado a fumar a escondidas y esto le provo­ caba sentim ientos de culpa. L e pregunté si estaba abierto a la posibilidad de que su v icio estuviera siendo causado por un d em o­ nio. El respondió que nunca lo había considerado, pero estaba abierto a aceptar cualquier cosa que fuera de D ios que lo ayudara a dejar de fumar, así que pe­ dim os discernim iento. La respuesta de D io s fue afirm ativa. S í había d e­ m onios en su vida. Sin em bargo, nos m ostró que*an­ tes de que pudiéramos sacar a lo s dem onios, este pas­ tor necesitaba sanidad interior de ciertos traumas psi­ co ló g ico s que constituían los asideros de esos dem onios. M ientras m i asistente y y o orábam os por él, D ios lo hizo experim entar tres regresiones. R evivió e s ­ tas situaciones de su pasado y D io s las sanó.

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La primera había ocurrido después de nacer. C o ­ m enzó a llorar com o un bebé y a decir: “ M am á, por favor no m e dejes. Q uiero a mi m a m á .’’ Y o extendí m i brazo sobre su pecho y él se agarró de él con mucha fuerza. M i asistente puso sus m anos sobre su cabeza. D io s utilizó ese contacto humano para sanar e se recuerdo y transportarlo en el tiem po a su pasado. S e sintió com o bebé desesperado por el calor del cuerpo de su madre y de pronto sintió que tuvo lo que deseaba. E l pastor nos con tó después que su m adre no le había dado el pecho pero que durante esa experien­ cia de sanidad, él había sentido el pecho de su madre, com o si ella lo hubiera amamantado. Esta era la raíz p sicológica de su necesidad oral, la cual inconscientem ente estaba tratando de satis­ facer por m edio del cigarro. Cuando ordenam os al dem onio que revelara su asidero, esto fue lo que sur­ g ió . Bajo orden, el dem onio tuvo que quitar su repre­ sión de esta experiencia y al salir del inconsciente D io s la sanó. A continuación ordenam os a los dem onios que re­ velaran todos sus asideros y esto hizo que surgiera el segundo trauma. M i asistente tuvo una visión y lo com unicó en voz alta: “ E stoy viendo un adoles­ cente que se siente muy solo y muy triste.’’ En el m om ento que lo dijo, el pastor se quebrantó y lloró am argam ente. — Exactamente así me sentía cuando era muchacho: so lo , inseguro y deprim ido. Lo estoy sintiendo aho­ ra m ism o. P edí a D io s que lo sanara y así lo hizo. Le quitó esas sensaciones negativas conform e las lágrim as corrían por sus m ejillas.

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L uego vino la tercera regresión. Para entonces el dem onio estaba visiblem ente m anifestado, así que m e dirigí a él: — ¿Quién eres? —pregunté. — ¡Ira! —exclam ó. — Deja que esa ira surja ahora, ordené. — ¿Qué ocurrió que lo enojó tanto? En lugar de contestarm e, el dem onio rom pió la represión y perm itió que él reviviera lo ocurrido. — ¡T engo mucha ira! —gritó. —Q uiero ver esa ira — le dije. — N o te va a gustar —dijo é l. —Es fea. —D éjala surgir —ordené. — A mi no m e va a asustar. — Q uiero agarrar un cuch illo para matarte —dijo él. Le pedí a D ios que sanara ese recuerdo y lo libra­ ra de la ira que había sentido en esa ocasión. D e s ­ pués de la oración, el pastor exp licó lo que había su­ cedido. A ños atrás su herm ano estaba gravem ente enferm o. Este le había hecho algo que lo enojó tre­ m endam ente, pero com o él estaba enferm o, no se sentía con derecho de pegarle. Sin em bargo, la ira fue tal que no la había podido contener. H abía to ­ mado un cuchillo y lo había lanzado hacía su herm ano. Afortunadam ente lo que le pegó fue el m ango del cuchillo en lugar del filo. Pero el susto al ver lo que había hecho fue tal, que de ahí en adelante le había cogid o m iedo a su propia ira, tem iendo que en otro arrebato pudiera dañar a alguien. N unca más se per­ mitió a sí m ism o mostrar su enojo. Lo reprimía. D ios lo sanó para que no tuviera que tragar más enojo, puesto que la ira reprimida era cam po fértil para el dem onio de ira.

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D espués de estas experiencias de sanidad interior, que se dieron dentro del contexto de la liberación, pudim os enfrentar directamente a los dem onios. Ha­ bía tres que trabajaban com o equipo para hacer que este hom bre fumara: Inseguridad, A nsiedad y V i­ c io . E llos hablaron prim ero a la m ente de m i asis­ tente. Esto fue posible por e l tipo de dones espiri­ tuales que ella tiene. — N o querem os irnos —dijeron. —C on el fum a­ do estorbam os su m inisterio. Si nos vam os. D io s lo va a usar grandem ente, aun en liberación. N osotros tenem os que im pedirlo. L uego, el d em onio de vicio se m anifestó y habló directam ente por la boca del pastor. Dijo: — Pero si él m e quiere. Y o le doy placer y a él le gusta. El pastor m ism o tom ó el control y le respondió al dem onio muy convincentem ente: — Y o renuncio a ese placer que m e das. N o quiero tu basura en mi cuerpo nunca m ás. D io s m e de pla­ ce r real. El tuyo e s ficticio, e s un engaño. Escojo quedarm e con lo que m e da D io s y te desecho a tí. Una fortaleza im presionante le entró en e se ins­ tante. El pastor se puso de p ie, cam inó hacia su m a­ letín ejecutivo, sacó de ahí sus cigarrillos y exclam ó: ¡Esto es m uy d ifícil para mí! Inm ediatam ente despedazó los cigarrillos en sus m anos, lo s lanzó violentam ente al su elo, los pisoteó con rabia, y por fin com en zó a reírse. — ¡M e siento tan libre! —exclam ó. Nunca había podido hacer eso . Fum é durante treinta y cin co años y ésta es la prim era v e z que h e podido destruir m is cigarrillos. ¡Gloria a D ios! ¡Gracias Jesús! D io s nos guió a tomar autoridad sobre los sínto­ m as de retiro de droga para que éstos no lo atacaran

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al dejar de fumar. A sí lo h icim os. A dem ás, habla­ m os a su cuerpo, en el nom bre de Jesús, inform án­ dole que ya no iba a necesitar más tabaco, pues D io s estaba supliendo sus necesidades. Otra cosa que D io s nos indicó hacer fue que orá­ ramos por él durante cuatro días y ayunáram os el cuarto día. En esto también obedecim os. D esde ese día no v olvió a fumar. En los próxi­ m os días él experim entó unos dolores de estóm ago m uy leves. E so fue todo. Esto es una ilustración clara de un problema de conducta persistente que se resolvió en un plazo muy corto por m edio de un tratamiento que com binaba la sanidad de factores psicológicos a través de la ora­ ción con la confrontación de fuerzas espirituales en el nombre de Jesús. H e obtenido resultados sim ilares en m uchos ca­ sos de diversos síntom as. Por esto estoy co n v en ci­ da de que las personas que ministran la liberación espiritual deben tener una buena com prensión de los procesos p sico ló g ico s que se dan en aquellos a los que ministran. R ecom iendo que convinen la libera­ ción con la sanidad interior y la psicoterapia para resultados óptim os. T odos estos cam pos están ínti­ m am ente relacionados.

1 PSICOLOGIA: La definición de este término varia de acuer­ do a posiciones ideológicas y científicas. Si se considera desde un ángulo científico, se refiere al estudio de la conducta y ajuste humanos; en lo ideológico, al estudio del alma, sus efectos e in­ teracciones con el cuerpo.

15 Consejos prácticos para el que ministra liberación P rep á rese en su vida personal 1. A segúrese de que esté en una buena relación con D io s y con el prójim o. Satanás con oce bien a las personas. N o puede ser burlado en este aspecto. R ecuerde el caso de los exorcistas judíos (no cris­ tianos) que intentaron invocar el nombre del S e­ ñor Jesús sobre los que tenían espíritus m alos diciendo: “ Os conjuro por Jesús, el que predi­ c a P a b lo .. ..P ero respondiendo el espíritu m alo, dijo: “ A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quienes sois? Y el hom bre en quien estaba el espíritu m alo, saltando sobre ellos y dom inándolos, pudo más que ello s, de tal ma­ nera que huyeron de aquella casa desnudos y h e­ ridos. "(H echos 19:13-16) N o cito este ejemplo para asustar a nadie ni para frenar su entrada al m inisterio de liberación. Lo m enciono para se­ ñalar que los dem onios conocen a Jesús y saben quién realm ente le pertenece y quién no. Tam ­ bién pueden estar enterados de nuestros peca­ dos por lo que e s indispensable haberlos con fe­ sado antes de ministrar y estar firm es en la pro­ m esa de D ios de perdonarnos. 152

Consejos prácticos....__________1S3 Si durante una lucha con un dem onio, éste le echa en cara algún pecado suyo que no haya con fesa­ do previamente, confiéselo en ese m ism o instante y acepte el perdón de D io s por esa falta. Enton­ ces si puede decirle al Acusador: La palabra de D io s dice: “ S i confesam os nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros p ecad os, y lim piarnos de toda m aldad” ( l Juan 1:9). Ya D io s m e perdonó y no acepto tus acusaciones. Tam bién puede ocurrir que un dem onio lo acuse falsam ente, en especial si está ministrando jun­ to con otras personas, com o una manera de aver­ gonzarlo frente a ellas. En tal caso, ate su len ­ gua m entirosa, repréndalo y ordénele que hable únicam ente con la verdad. 2 . E s importante que usted m ism o haya experim en­ tado la sanidad interior y la liberación en su pro­ pia vida. Esto no significa que no va a tener ten­ taciones ni con flictos de ningún tipo, pero sí quiere decir que debe estarlos enfrentando adecuadam ente. 3. A mi ju ic io , toda persona, en especial la que m i­ nistra en liberación, debe tener personas que la protejan y apoyen en oración. A dem ás debe te­ ner com unicación con alguien que le sirva de consejero y al cual pueda confiar sus propios problem as personales para así contar con ayuda para sí m ism o. A principios de 1985, D io s m e dio un m ensaje pa­ ra que lo com unicara a las personas de mi ig le ­ sia y en él se refiere a este asunto. Esto es lo que m e dijo: “ N o quiero que ninguno de los que m inistran sienta que adem ás de ministrarle a otros, debe m inistrarse a sí m ism o en todas sus

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necesidades. Q uiero que se ministren unos a otros. Que el que ministra sanidad física le m i­ nistre al que m inistra liberación y que el profeta le m inistre al que predica, y así todos ministren y también sean m inistrados. Que ninguno de los que ministran sea orgulloso, sino que acepte con hum ildad y agradecim iento la m inistración de otros para con é l. A sí es com o quiero que fun­ cion e m i ig lesia , todos m inistrando y , a su vez, siendo m inistrados. T odos en arm onía, sirvien ­ do y siendo servidos, para que las necesidades de todos sean satisfechas y no se recargue el tra­ bajo sobre n in g u n o .” Para el que m inistra liberación, esto es indispen­ sable pues rápidamente se convierte en blanco de m uchos ataques espirituales a fin de disuadirlo de continuar luchando en ese cam po. Sin em ­ bargo, no hay que tem er eso s ataques. R ecuer­ de que Jesús nos habló sobre esto y nos alentó a seguir adelante: “ Estas cosas os he hablado para que en m í tengáis paz. En eí mundo tendréis aflicción; pero confiad, y o he vencido al mun­ do. (Juan 16:33). 4 . Comprenda bien mi recomendación de prepararse en su vida personal. N o lle v e esto al extrem o de esperar ser perfecto antes de com enzar por­ que entonces jam ás se decidirá a hacerlo. La B iblia d ice que “ el que com en zó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Je­ su c r isto .” (F il. 1:6). Esto indica que a lo largo de nuestra vida, el Espíritu Santo nos irá trans­ form ando y perfeccionando, es un proceso y es en medio de ese proceso que D ios nos utiliza para ayudar a otros.

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5. Es posible que com o parte de su preparación per­ sonal para el enfrentam iento espiritual, D io s le indique que debe ayunar. R ecuerde la ocasión en que los discípulos fracasaron en su intento de liberar al m uchacho m encionado en M ateo 17: 14-21. Jesús reprendió al dem onio quien salió dejando sano al m uchacho. Luego dijo a sus dis­ cípulos que les faltaba fe y que ‘ ‘este género no sale sino con oración y a y u n o .” Y o he tenido enfrentam iento con d em onios de este género. Una v e z intenté liberar a una mujer que tenía facultades de m édium . Tenía años de estar muy enferma. D os veces enfrenté el dem onio sin tener éxito, ni siquiera logré que se manifestara. Le pedí a D io s que m e diera una guía de cóm o quebrantar el poder de e se espíritu y El me in­ d icó un ayuno de tres días: el primer día com er so lo fruta y verdura, el segundo día sólo tomar agua y el tercer día fruta y verdura. D ijo que debíam os hacerlo las dos personas que íbamos a ministrar y tam bién la mujer que sería m inistrada. Seguim os al pie de la letra su m an­ dato y en la tercera sesión de liberación, el d em on io se m anifestó violentam ente y com en­ zó a salir.

S ea am plio en el d iagnóstico E l que ministra liberación debe saber también de p sicología y , si es p osib le, hasta de rudim entos de m edicina para no caer en la estrechez de interpretar todo problema o síntoma com o algo causado necesa­ riamente por dem onios. E l ser hum ano es un cuerpo, alma y espíritu in­ tegrados en una sola unidad. Lo que afecta a una de

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sus dim ensiones afecta también a las otras. Esto a m enudo dificulta el diagnóstico. Un tumor cerebral puede producir síntom as que podrían diagnosticarse erróneamente com o un trastor­ no p sico ló g ico . U na histeria conversiva en la que la persona de repente queda paralizada o cieg a, podría verse equivocadam ente com o un problema orgánico. Una crisis con vulsiva no necesariam ente indica epilepsia. Podría ser causada por un alto grado de tensión en la persona o por un dem onio. Echar espum a por la boca no tiene que significar que un dem onio está saliendo. Podría ser epilepsia o rabia. La depresión podría deberse a un agotam iento físico por ex ceso de trabajo y falta de descanso y recreación. La sordera podría no ser orgánica ni psicológica sino espiritual, o inclu so, podrían ser las tres a la v e z . En otras palabras, es posible que haya un daño orgánico en el o íd o , un problem a p sicológico que hiciera desear a la persona no escuchar ciertas cosas desagradables de su ambiente y que además, hubiera un espíritu de sordera. Si el tratamiento contem pla únicam ente una de estas d im ensiones, es probable que la persona no recupere su facultad de oir. Si se es sensible a la voz de D io s, E l puede in­ dicar el diagnóstico com pleto y también el tratamien­ to necesario. En m uchas oca sio n es, durante una ministración, D ios me ha indicado im ponerlas manos para sanidad física de alguna parte afectada, a la vez que m e ha m ostrado que debo orar por sanidad in­ terior de cierta experiencia traumática en el pasado de la persona. El ser humano es integral y por esto, para lograr la solución total, debe cultivarse la m ayor cantidad de dones y conocim ientos com o sea posi­ ble. D e esta m anera se puede estar preparado para

Consejos prácticos..»

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enfrentar problemas en cualquiera de las tres dim en­ sion es del ser humano. La persona que acude a usted no sólo necesita liberación. R equiere que la escuch en , que ie den la oportunidad de vaciar sus cargas ante alguien que la com prenda. N ecesita alim entarse y crecer espiri­ tualmente por m edio del aprendizaje de la Palabra. Tal v ez tenga que tomar alguna decisión importante com o cam biar de trabajo, independizarse de sus padres, iniciar estudios, congregarse en una iglesia, desarrollar sus capacidades artísticas, iniciar algún plan de ejercicio físico o mejorar su dieta. Son tan­ tos los factores que insiden en que una persona d is­ frute de la vida en abundancia que Cristo vino a traerle. La labor suya com o consejero o ministro con­ siste en ayudarle a descubrir cuál es el “ ladrón” que le está robando, matando y destruyendo, y este no necesariam ente es un espíritu m alo (Juan 10:10). Perfectam ente puede ser una m ala distribución del uso de su tiem po, una necesidad de enfrentar una situación d ifícil o una enferm edad física. Si usted descubre problem as que están fuera de su ámbito de trabajo com o ministro, recomiéndele a la persona que consulte a un m éd ico, a un p sicó lo g o o a otro profe­ sional que pueda ayudarlo. N o es que debe segmentarse al ser humano indican­ do que el m inistro trata su espíritu, el m éd ico, su cuerpo y , el p sicó lo g o , su alm a. La persona es una sola, pero debe ser tratada en todas sus dim ensiones. Es importante comprender cóm o se relacionan todos lo s aspectos de cada una de la áreas. Por ejem plo, si una persona se enferm a de hepatitis el día de su boda, lo m ás probable es que se deprim a y que adem ás se enoje con D io s por permitir sem ejante

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situación. N ecesita atención en sus tres dim ensiones si ha d e encontrar una cura total. Sin em bargo, para m í, la dim ensión espiritual se sobrepone a las dem ás, por lo que cabe la posibilidad de que por vía espiritual se pueda sanar el ser total. Por esto , no d esech e la idea de que D io s quiera realizar el trabajo com pleto a través suyo. Si D ios le indica im poner las m anos para que por m edio de ella s fluya el poder sanador de D io s, ¡hágalo! Y si le m uestra que debe orar por sanidad de los recuer­ d o s, ¡hágalo! Y si, adem ás, le ordena expulsar un dem onio, ¡hágalo! D io s se glorificará en esa persona en una forma m aravillosa si usted sigue su dirección.

16 ¿ Cristianos endemoniados ? M e crié bajo la creencia de que es im posible que un cristiano verdadero pueda estar endemoniado por­ que un espíritu inmundo no puede hacer morada en un cuerpo habitado por el Espíritu Santo. Esta doctri­ na, me habían dich o, estaba apoyada en citas bíbli­ cas com o 1 Juan 4:4: “ Hijitos, vosotros sois de D ios, y los habéis vencido; porque m ayor es el que está en vosotros, que el que está en el m u n d o .” 2 C orin­ tios 6 :1 4 -1 6 “ N o q s unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué com pañerism o tiene la ju s­ ticia co n la injusticia? ¿Y qué com unión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia C risto con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el tem plo de D ios y los ídolos? Porque vosotros sois el tem plo del D io s v iv ie n te .” Esta creencia me hacía estar muy tranquila en cuan­ to a mi invulnerabilidad ante los dem onios, hasta que d ecidí com enzar a investigar el cam po de la libera­ ción de fuerzas dem oníacas. E m pecé a tener ex p e­ riencias directas con espíritus inm undos y em pecé a escuchar a los dem onios hablando a través de Jas bocas de personas cristianas. ¡Esto destruyó mi tran­ quilidad! C om encé a experim entar una esp ecie de convulsión mental al ver derrumbarse mis creencias. — ¡Señor! —exclam é. Se supone que esto no puede pasar. Esto no calza con mi teología. Es im posible 159

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que un dem onio hable por la boca de un cristiano. ¿O no? ¿Cóm o es que está sucediendo frente a m is propios ojos y oídos? Intenté encontrar respuestas. — Q uizás no sean dem on ios —m e dije a m í m is­ ma. Q uizás sean casos de personalidad m últiple. P e­ ro, entonces, ¿por qué estoy descubriendo tantos ca ­ sos de personalidad m últiple cuando en la literatura p sicológica profesional son escasísim os los casos re­ portados? ¿Y por qué es que estas personalidades apa­ recen cuando se ata a los dem onios y se les ordena manifestarse en el nombre de Jesús? ¿Por qué es que expresan rechazo hacia todo lo que tiene que ver con D ios y odio hacia las personas que los están confron­ tando? ¿Por qué es que se refieren a sí m ism os c o ­ m o “ espíritus” ? Seguí buscando una exp licación. —Q uizás estas personas no sean realmente cris­ tianas. Q uizás sólo pretendan serlo, pero en el fon ­ do no lo son. ¿Pero no debería y o poder distinguir un cristiano de un no cristiano? ¿Por qué e s que siento que el Espíritu Santo da testim onio a mi espíritu de que estas personas son cristianos verdaderos? M e dediqué a leer literatura cristiana, buscando las definiciones distintas del término "cristiano.” pe­ ro entre m ás leía , más convencida quedaba de que y o no podía alegar que estas personas no eran cris­ tianas. L uego sucedió algo m ás que me ayudó a disipar m is dudas y a convencerm e de que los cristianos, de hecho, sí pueden estar influenciados por dem o­ n io s 1. Un colega cristiano a quién conocía muy bien vino a m í y m e dijo: — Rita, siento que y o necesito liberación.

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— ¿Qué? — protesté. ¿Tú, necesitas liberación? ¿Tú, un cristiano m aduro, un p sicó lo g o , una perso­ na con entrenam iento profesional p sico ló g ico , que ha pasado por terapia y por sanidad interior? Pues si hay algo dem oníaco que te está estorbando estoy segura de que podrás tratar con esto tú m ism o. — ¡No! —protestó. H e luchado contra estas cosas durante añ os, por m edio de la oración, de ayunos, de p sicología, pero no ha dado resultado. Soy un m entiroso com p ulsivo. D igo las m entiras m ás ton­ tas e innecesarias que te puedas im aginar. Soy cris­ tiano. Sé que no debo mentir. N o quiero mentir y , sin em bargo, m iento a cada rato. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué no puedo dejar de hacerlo? Estoy co n ven ­ cido de que tiene que haber un dem onio que m e im ­ pulsa a hacerlo. — Otra cosa que he notado es que cada vez que tom o conciencia de que D io s m e está indicando ha­ cer alg o , m e co g e un im pulso trem endo de hacer exactam ente lo contrario, com o Jonás. A m o a D io s de todo corazón. Q uiero hacer su voluntad. Q uiero obedecerlo en todo. Le he dicho a El que estoy d is­ puesto a hacer todo lo que El m e indique, pero hay algo*dentro de m í que no quiere que lo haga. C reo que e s un dem onio. N ecesito liberación y quiero que tú m e la m inistres. C on ozco tus in vestigaciones en este cam po y sé que tú sabes có m o hacerlo. Internamente deseaba estar tan segura de m í m is­ m a com o lo estaba él de m í. Con cierta renuencia, le fijé una cita. Estaba d is­ puesta a tratar de ayudarlo, pero con toda honesti­ dad, no esperaba que pasara nada. Em pecé la sesión d iciénd ole que yo iba a orar por él e iba a reprender lo que él sintiera que debía reprenderse, pero no e s ­ peraba que fuera a haber una m anifestación.

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— Mira Rita — me dijo, anoche estuve orando por esta sesión y D ios m e habló. M e dijo que si yo era com pletam ente abierto contigo y no escondía nada. E l m e libraría h o y . A sí que no m e importa si se da la m anifestación. Si los dem onios tienen que hablar y e so va a ayudar para que salgan, tienen mi perm i­ so de hacerlo. N o es que me guste la idea de la m a­ nifestación. pero si se da, está bien. Com encé con el procedimiento usual. Primero, una oración pidiendo la protección de D ios sobre nosotros dos, nuestras familias y posesiones m ateriales. Lue­ g o , até a los espíritus m alignos, quebranté el poder de Satanás sobre la vida de m i am igo y com encé a reprender el espíritu de mentira que él m ism o había discernido. L eí, en voz alta, pasajes bíblicos en contra de la mentira. N o ordené al dem onio que se manifestara, porque no quería pasar por la vergüenza, ante mi co leg a , de que la m anifestación no se diera. D e repente salió un ruido extraño de su boca. Era un tartamudeo. Lo escuché y luego le pregunté: — ¿Es a sí com o suenan tus lenguas? — N o —me respondió. — A lgo extraño está pasan­ do con mi boca. Esto no es lo que ocurre cuando hablo en lenguas. Es com pletam ente diferente. Esto m e m otivó un poco más y d ecid í “ echarm e al a g u a .” Le ordené al espíritu de mentira que se m anifestara y que m e diera los nom bres de los otros espíritus que estaban con él. El tartamudeo se hizo m ás fuerte y m ás rápido. N o podía entender lo que se decía. D e pronto m e percaté de que lo que estaba pronunciando eran sílabas reales y no sim plem ente ruidos. L o que sucedía era que se estaban pronun­ ciando a una velocidad tan increíblem ente rápida que era im posible com prenderlas.

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—D eja de tartamudear y háblame claro — le ord e­ né a! espíritu. E l tartamudeo se fue haciendo más lento hasta que por Fin pude entender: " D u d a , duda, duda." — ¿Eres un espíritu de duda? —pregunté. —S í, s í, sí, sí — respondió en la m ism a forma repetitiva. — ¿Es un espíritu el que está causando su deseo de escapar del llam ado que D io s le hace? —inquirí. —S í, sí, sí, sí —contestó la voz. — ¿Quién m ás está allí? —pregunté. — D olor, dolor, dolor —fue la respuesta. — ¿D olor em ocional? — Sí, sí, sí, sí. L e pregunté al espíritu de dolor si había experien­ cias del pasado de este hom bre que necesitaban ser sanadas, pero respondió que no. D ijo que era él el que estaba haciendo que el dolor siguiera, pero que D io s ya había sanado los recuerdos. La sesión continuó de esta form a hasta que todos lo s dem onios se identificaron. Había un total de d o­ ce. T odos hablaron a través de la boca de mi colega cristiano. Cada vez que le ordenaba a un dem onio que sa­ liera, m i am igo, involuntariam ente, em pezaba a soplar aire por la boca Cuando los jad eos y resopli­ dos incontrolables se detenían, y o le preguntaba a lo s dem onios restantes si había term inado de salir. Si la respuesta era afirm ativa, pasaba a expulsar al siguiente. Sin em bargo, a v eces la voz decía que aun no estaba com pletam ente afuera y , entonces, yo con­ tinuaba expulsándolo hasta que los que quedaban, a los cuales había atado a la verdad, me informaban que ese ya había salido.

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C uando salió el últim o, m i colega abrió los ojos. Le pregunté si había podido reconocer la esfera de influencia que cada espíritu tenía en su vida. Dijo que algunos de los dem onios lo habían sorprendido al dar sus nom bres. N o se había im aginado que fueran tantos espíritus los que estaban en su vida. N o obstante, cuando, se identificaron, se le aclaró que esas áreas a las que lo s espíritus hacían referen­ cia , de hecho, sí eran áreas problem a, sólo que no había tom ado plena conciencia de esto hasta el m o­ m ento en que ello s lo m encionaron. Podía confir­ mar que, en realidad, habían estado trabajando en su vida. Y a ha transcurrido un año desde que se dió esta sesión . Las áreas problem áticas de mi am igo siguen estando libres. El ha dado su testim onio en varios grupos cristianos en su afán de alertar a otros cris­ tianos de que e llo s, al igual que é l, puedan estar ne­ cesitando liberación espiritual de fuerzas demoníacas. U n o s días después de la batalla espiritual de mi coleg a , estaba y o confrontando a un dem onio en una m ujer que sufría de enferm edades físicas causadas por dem onios. C om o el espíritu estaba hablando con gran claridad, aproveché la oportunidad de pregun­ tarle algo que m e inquietaba. — ¿C óm o e s que tú, siendo un espíritu inm undo, puedes estar dentro de una persona cristiana y hablar por su boca? —le pregunté. — E stoy en su mente — m e contestó. — ¿Y qué de su cuerpo? — N o puedo entrar en su cuerpo porque ahí está el otro espíritu. — ¿El Espíritu Santo? — S í, tú lo con oces. — E ntonces, ¿cóm o es que puedes enfermar su cuerpo?

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— A través de su m ente. Si logro entrar a su m en­ te, de ahí puedo controlar todo su cuerpo. D ecidí cortar el diálogo con el dem onio en ese m o­ mento por tem or a convertir la sesión de liberación en una sesión de espiritism o, y exp u lsé al dem on io. N o creo correcto que uno base su teología en lo que digan los dem onios. Esto sería muy peligroso. Sin em bargo, tengo la im presión de que este d em o­ nio decía la verdad. Lo creo por tantos otros casos que he visto en que esto parecía ser lo que ocurría. Durante lo s últim os cuatro años, he escuchado a los demonios hablar por boca de m ás de ciento cincuenta cristianos verdaderos. Cuatro de ello s eran pastores eva n g élico s de denom inaciones no p en tecostales, a los que les costó bastante aceptar la idea de que tu­ vieran dem onios. Sin em bargo, una v ez que d e c i­ dieron som eterse a liberación, se vieron com pleta­ m ente libres de los síntom as que los atormentaban. Tam bién he presenciado m anifestaciones dem o­ níacas no verbales en otros doscientos cristianos. N o puedo desechar esta evidencia que, al igual que otras personas involucradas en el cam po de las batallas e s­ pirituales, he sido testigo ocular. Esto m e ha forza­ do a reevaluar la creencia evangélica tradicional de que es im posible que un cristiano esté endem oniado. Creo que es im posible que un cristiano esté po­ seído2 puesto que esto significaría estar totalm ente dom inado por un dem onio, y en el cristiano siem pre habrá una gran área dom inada por el Espíritu Santo que ningún dem onio podrá ocupar jam ás. Pero, de lo que he visto, sí hay bastantes cristianos que, ya sea por herencia, por involucram iento en ocu ltism o, por hechicerías o m aldiciones en su contra, por p e­ cados sin confesar, por falta de perdón hacia alguien, o por trauma, tienen ciertas áreas de su vida bajo

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influencia demoníaca, influencia que necesita ser cor­ tada y desechada. S i la interpretación de lo s hechos que he observa­ do es correcta, esto abre un gran cam po de investi­ gación para aquellos que trabajamos aconsejando a personas cristianas. Puesto que tratamos con la mente de la persona, ¿no sería sensato averiguar si hay allí algunos “ inquilinos in d eseab les” que están tratan­ do de confundir y destruir nuestros esfuerzos hacia la salud integral de la persona? 1 INFLUENCIA DEMONIACA: Ingerencia parcial sobre algún área de la persona. Se ejerce a través de la mente de la victima. Los demonios NO pueden obligar a un cristiano a hacer o decir cosas en contra de su voluntad pero, SI han logrado cierto nivel de influencia sobre su mente, la tentación puede ser demasiado fuerte como para que él la resista solo. Es posible que requiera el apoyo de otro creyente, més firme en autoridad espiritual, pa­ ra que de la batalla por él hasta que él mismo crezca en su pro­ pio uso de autoridad espiritual y esté en condiciones de dar su lucha personal a fin de lograr el control pleno de sus actos. Las áreas expuestas a la influencia demoniaca son aquellas que es­ tán debilitadas por motivos psicológicos o espirituales: 2.- POSESION DEMONIACA: Dominio de demonios sobre la voluntad humana. Una persona poseída, aunque lo desee, no puede dejar de obedecer los mandatos de los demonios que la controlan. Los demonios pueden utilizarla sin que se percate de que está siendo usada por ellos. Pueden obligarla a decir o ha­ cer cosas en contra de su voluntad y aún en un estado de in­ consciencia, tomando pleno control de su mente y su cuerpo, de modo que ¡a victima no tenga recuerdo de lo que hizo o dijo. Un cristiano NO puede estar poseído, pero SI puede estar bajo influencia demoniaca. 1) Traumas o heridas emocionales que aún no han sido sanados, 2) aspectos de la personalidad o voluntad que no han sido ple­ namente entregados y sujetados a Dios, 3) ataduras heredadas espintualmente de antepasados por pe­ cados no confesados o pactos satánicos, 4} contaminación por contacto con prácticas ocultas, 5) contaminación por persistencia consciente en un pecado, 6) contaminación de los cinco sentidos a través de pornogra­ fía, música satánica, juguetes y juegos satánicos, películas de terror o con enseñanzas contrarias a las Escrituras.

17 Opinión con fundamento S oy científica. C reo que el m étodo cien tífico ha sido un hallazgo invaluable para el avance del c o ­ nocim iento humano. N o creo que es el único m éto­ do para obtener inform ación pues creo también en la revelación divina. A cepto am bos m étodos y e s ­ toy convencida de que so n , no solam ente com p a­ tibles. sino “ integrables.” A m bos vienen de D ios y am bos son susceptibles al error hum ano. Una persona puede equivocarse al interpretar inform ación proveniente tanto de la e x ­ perim entación científica co m o de la revelación de D io s. A pesar de esto , el con ocim ien to avanza, por gracia de D ios. Esta es la actitud que ha guiado mi investigación del cam po dem oníaco. M e he basado tanto en el e s ­ tudio de la B iblia, la cual acepto com o palabra re­ velada por D io s, com o en el estudio científico de los hechos observables. H e presenciado m uchos casos de personas ator­ mentadas o atadas por d em onios. Tam bién he c o n ­ frontado, y o m ism a, a los dem onios en cien tos de personas. N o todas las liberaciones han sido e x ito ­ sa s, pero la m ayoría sí lo han sido. Posiblem ente he aprendido más de los fracasos que de los éxitos, por­ que m e han forzado a replantear m is hipótesis para irlas m ejorando. 167

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N o pretendo haber descubierto todo lo que hay por averiguar sobre los dem onios, ni me atrevería a ase­ gurar que m is conclu sion es son infalibles. Lo que sí puedo asegurar es que son el resultado de una in­ vestigación seria y laboriosa del cam po. Las ideas que he com partido en este libro no son m eras suposiciones u ocurrencias personales. Están fundamentadas en observación directa, planteamiento de hipótesis, experimentación personal y elaboración de con clusion es. M e he visto obligada a reformular m is conceptos ante la evidencia innegable arrojada por el estudio del cam po que he hecho. Por las investigaciones que he realizado, considero que m e he ganado el derecho de opinar. T engo una buena base; porque para con ocer del tem a no basta con leerse la Biblia o los libros escritos sobre el asun­ to . Es indispensable realizar un estudio in situ. ¿Por qué hago hincapié en esto? Porque estoy con s­ ciente de que m e he pronunciado sobre un tem a muy controversial. M e he abierto a la crítica de los p si­ c ó lo g o s, tanto cristianos co m o no cristianos que no creen en los dem onios.. N o es de extrañar esto que d igo. Hay m uchos psicólogos cristianos que no creen en la existencia de dem onios. Tam bién m e he expuesto a la ira de los teó lo g o s, pastores y creyentes laicos que están convencidos de que decir que un cristiano pueda estar influido por dem onios es una herejía. Sé muy bien que mi posición al respecto no va a otorgarm e e l prim er prem io en popularidad y que m e hubiera convenido más, en lo personal, el quedar­ m e callada. N o obstante, m e he pronunciado al res­ pecto porque m e duele ver que gran parte de los cris­ tianos tiene un desconocim iento casi total del cam ­ po dem oníaco. M uchos no quieren ni hablar del te­

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m a, ya sea por tem or o por incredulidad. Otros sí lo m encionan pero no tienen experiencia práctica en el cam po, que les permita comprobar sus posiciones teóricas. Aun otros tienen algunas experiencias, pe­ ro a v eces han sido malas experiencias. D e lo que he observado, son m uy pocas las per­ sonas que han estudiado este cam po com binando el m étodo científico con el espiritual. H e encontrado que esta com binación produce resultados más satis­ factorios, por lo tanto, es la que y o recom iendo. M e ha tocado ver liberaciones realizadas en for­ m as con las cuales no puedo estar de acuerdo, entre ellas, liberaciones: 1. practicadas en un grupo carism ático católico, en el nom bre de María en lugar del nombre de Jesús; 2 . hechas frente a la congregación entera, dando oportunidad al dem onio de hacer exhibición de su fuerza y así atem orizar a m uchos de los pre­ sentes, además de avergonzar y humillar a la per­ sona endem oniada; 3. realizadas sin que nadie se haya cerciorado si realm ente había o no dem onio; 4 . en donde al quitarse la m anifestación se asum ió que el dem onio había salido cuando en realidad lo único que había hecho era ocultarse de nuevo en la persona; 5 . en las que un grupo rodeaba a la persona gritan­ do “ fuera, en el nom bre de J e sú s.” sin averi­ guar qué clase de dem onio se encontraba en la persona, para poder comprobar luego si realmen­ te quedó libre el área afectada o no; 6. en donde el supuesto “ discernim iento” era una sim ple proyección del que ministraba;

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7. en las que se consideraba que el dem onio aun no había salido porque la persona no había vom ita­ do, com o si esa fuera la única manera que tienen lo s dem onios para salir; 8. en donde se le ordenaba al dem onio salir por grito, lo cual singnificó que la persona pasó horas pe­ gando alaridos, quedando su garganta totalmente irritada y adolorida; 9 . en las que se le pegaba a la persona, com o si el dolor del cuerpo físico le pudiera llegar al d e­ m onio; 10. en donde se asum ió que la persona había queda­ do liberada sim plem ente porque había caído al su elo . El desplom arse de esta form a puede ser una m anifestación dem oníaca, o puede ser un d escan so en e l espíritu. Aun cuando fuere una m anifestación dem oníaca, no necesariam ente se garantiza que al caer la persona, el espíritu in­ mundo sale. Y o no puedo estar de acuerdo con estas prácticas, pero tam poco puedo culpar a las personas que las han realizado ni negar que algunas de ellas logran que la gente se libere. Sus errores se devengan de la ignorancia que tenem os todos en relación a cóm o enfrentar a los dem onios. H ace dem asiado tiem po que el cam po dem oníaco se vien e ignorando en las iglesias y es culpa de este tabú que tenem os de hablar sobre esto que ya no sabem os có m o hacerlo adecua­ dam ente. La Biblia ayuda m ucho al que tenga interés de aprender. Sin em bargo, no es un manual sobre c ó ­ m o sacar dem onios. Son p ocos los relatos bíblicos sobre liberación dem oníaca y adem ás, dem asiado

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breves. Mientras que no se atreva a hacerlo uno m is­ m o y com eta errores y vuelva a probar hasta tener éx ito , no va a saber cóm o hacerlo Es m uy fácil criticar de lejos al que está realizan­ do liberaciones y decir: “ lo que usted está haciendo está m a l.'’ Pero en lugar de criticar, ¿por qué no acercarse y tratar de ayudar en el proceso? ¿Por qué no tratar de liberar a alguien para ver cóm o resulta? O , si no se está de acuerdo con la liberación, ¿por qué no trata de sanar a la persona por otro m edio para ver si le funciona o no? Es m uy fácil decir: “ Esta persona es cristiana, y por lo tanto, no puede estar endem oniada.” Pero en­ ton ces, ¿qué se le debe decir a esa persona cuando de su boca están saliendo b lasfem ias lanzadas por un dem onio, y gritos com o éste: “ Entré en esta per­ sona hace m uchos años y no pienso irme así no más. N o m e m olestes. N o voy a salir de ella. A unque Je­ sús está en su corazón, yo sigo aquí en su m en te.” ? N o quiero ofender a nadie, pero si las personas que objetan lo que hago jam ás han observado per­ sonalmente una manifestación dem oníaca, ni han vis­ to una liberación que ha llegado a feliz térm ino, ni han interrogado a una persona endem oniada que fue liberada y m ucho m enos han tratado de sacar un d e ­ m onio de alguien, no puedo valorar su opinión. Con­ sidero que el derecho de opinar hay que ganárselo. Si el juicio que emite una persona no se fundamenta en una observación directa de lo s hechos e s , más bien, un “ p reju icio ,” puesto que es un ju icio reali­ zado anterior a la com probación. Es só lo una hipó­ tesis que deberá som eterse a un proceso experim en­ tal para descubrir si se verifica o se descarta. C om o cien tífica, quisiera retar a la persona que nunca ha tenido contacto directo con el área d em o­

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níaca, qiie com ience a investigarlo de una manera científica. Prim ero, realice un concienzudo estudio del tema en la Biblia. Luego averigüe qué personas y grupos practican la liberación dem oníaca, cóm o y dónde lo hacen. V isite esos lugares. Solicite per­ m iso para estar presente en sesion es de liberación. N o vaya a un so lo lugar. D escubra cóm o lo hacen en diversas iglesias, tanto católicas com o evangélicas. L uego, con todo este transfondo práctico, com ien­ c e a formular sus propias teorías acerca de lo d e­ m oníaco. S ólo entonces estará capacitado para op i­ nar. S ólo entonces estará en posición para com en­ zar a poner a prueba por sí m ism o, sus hipótesis per­ sonales sobre los dem onios. Ahora, si después de obtener esta experiencia prác­ tica en lo dem oníaco, llega a con clu sion es diferen­ tes a las m ías, entonces por favor, com uniqúese con­ m igo. Si estoy equivocada, y o soy la primera en querer saberlo. Trabajo con m uchas personas en el cam po de la liberación y si usted descubre algo que yo no sé, escríbam e y hágam elo saber. M i interés no es tener la razón. Lo que realm ente d eseo es sa­ ber la verdad, porque co m o dijo Jesús:

“ La verdad os hará libres” (Juan 8:32).

L ic . Rita Cabezas de Krumm P sicóloga Apartado 21 Plaza G onzález V íquez San José, Costa Rica.

Rita Cabezas de Krumm, su esposo Francisco y sus hijos Santiago y David.

La autora Rita Cabezas de Krumm, nació en Pennsytvania, U.S.A., pero ha vivido en Costa Rica la mayor parte de su vida. Obtuvo su BA. en psi­ cología de la University of South Florida en Tampa y su licenciatura en psicología de la Universidad de Costa Rica. Sus estudios en universidades seculares la con­ vencieron de que la psicología que no toma en cuenta la dimensión espiritual del ser humano se queda corta en su intento de promover una sa­ lud genuina. En el presente libro comparte sus experiencias sobre el esfuerzo que ha realizado por com­ prender la relación tan compleja y poco com­ prendida entre el mundo demoníaco y el psi­ cológico. Los descubrimientos que ha hecho a través de esta investigación representan un reto a todo cristiano comprometido, a participar de la continuación del ministerio de Jesús de libertar a las personas atadas y poseídas por el mundo de las tinieblas. w w w .ed ito rialu n ilit.c o m

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